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authornfenwick <nfenwick@pglaf.org>2025-01-16 23:30:44 -0800
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@@ -0,0 +1,8463 @@
+
+*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS APOSTóLICOS ***
+
+
+NOTA DE TRANSCRIPCIÓN
+
+ * Las cursivas se muestran entre _subrayados_ y las versalitas se han
+ convertido a MAYÚSCULAS.
+
+ * Los errores de imprenta han sido corregidos.
+
+ * La ortografía del texto original ha sido modernizada de acuerdo con
+ las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española.
+
+ * Las rayas intrapárrafos han sido espaciadas según los modernos usos
+ ortotipográficos.
+
+ * Las notas a pie de página han sido renumeradas y colocadas al final
+ del párrafo en que se las llama.
+
+
+
+
+EPISODIOS NACIONALES
+
+LOS APOSTÓLICOS
+
+
+
+
+ Es propiedad. Queda hecho el depósito que marca la ley. Serán
+ furtivos los ejemplares que no lleven el sello del autor.
+
+
+
+
+ B. PÉREZ GALDÓS
+ EPISODIOS NACIONALES
+ SEGUNDA SERIE
+
+ LOS
+ APOSTÓLICOS
+
+ 34.000
+
+ [Ilustración]
+
+ MADRID
+ PERLADO, PÁEZ Y COMPAÑÍA
+ (Sucesores de Hernando)
+ ARENAL, 11
+ 1906
+
+
+
+
+ MADRID. — Imp. de los Sucesores de Hernando, Quintana, 33.
+
+
+
+
+LOS APOSTÓLICOS
+
+I
+
+
+Tradiciones fielmente conservadas, y ciertos documentos comerciales
+que podrían llamarse el Archivo Histórico de la familia de Cordero,
+convienen en que doña Robustiana de los Toros de Guisando, esposa
+del héroe de Boteros, falleció el 11 de diciembre de 1826. ¿Fue
+peritonitis, pulmonía matritense o tabardillo pintado lo que arrancó
+del seno de su amante familia y de las delicias de este valle de
+lágrimas a tan digna y ejemplar señora? Este es un terreno oscuro, en
+el cual no ha podido penetrar nuestra investigación ni aun acompañada
+de todas las luces de la crítica.
+
+Esa pícara Historia, que en tratándose de reyes y príncipes, no hay
+cosa trivial ni hecho insignificante que no saque a relucir, no ha
+tenido una palabra sola para la estupenda hazaña de Boteros, ni tampoco
+para la ocasión lastimosa en que el héroe se quedó viudo con cinco
+hijos, de los cuales los dos últimos vinieron al mundo después que el
+giro de los acontecimientos nos obligó a perder de vista a la familia
+Cordero.
+
+Cuando murió la señora, Juanito Jacobo (a quien se dio este nombre
+en memoria de cierto filósofo que no es necesario nombrar) tenía dos
+meses no cumplidos, y por su insaciable apetito, así como su berrear
+constante, declaraba la raza y poderoso abolengo de Toros de Guisando.
+Sus bruscas manotadas y la fiereza con que se llevaba los puños a
+la boca, ávido de mamarse a sí mismo por no poder secar un par de
+amas cada mes, señales eran de vigor e independencia, por lo que don
+Benigno, sin dejar de agradecer a Dios las buenas dotes vitales que
+había dado a su criatura, pasaba la pena negra en su triste papel de
+viudo; y ora valiéndose de cabras y biberones, cuando faltaban las
+nodrizas, ora buscando por Puerta Cerrada y ambas Cavas lo mejor que
+viniera de Asturias y la Alcarria en el maleado género de _amas para
+casa de los padres_; ya desechando a esta por enferma y a aquella por
+desabrida, taimada y ladrona; ya suplicando a tal cual señora de su
+conocimiento que diera una mamada al muchacho cuando le faltaba el
+pecho mercenario, era un infeliz esclavo de los deberes paternales, y
+perdía el seso, el humor, la salud, el sueño, si bien jamás perdía la
+paciencia.
+
+En las frías y largas noches ¿quién sino él habría podido echarse en
+brazos la infantil carga y acallar los berridos con paseos, arrullos,
+y cantorrios? ¿Quién sino él habría soportado las largas vigilias y el
+cuneo incesante y otros muchos menesteres que no son para contados?
+Pero don Benigno tenía un axioma que en todas estas ocasiones penosas
+le servía de grandísimo consuelo, y recordándolo en los momentos de
+mayor sofoco, decía:
+
+—El cumplimiento estricto del deber en las diferentes circunstancias de
+la existencia, es lo que hace al hombre buen cristiano, buen ciudadano,
+buen padre de familia. El rodar de la vida nos pone en situaciones muy
+diversas, exigiéndonos ahora esa virtud, más tarde aquella. Es preciso
+que nos adaptemos, hasta donde sea posible, a esas situaciones y casos
+distintos, respondiendo según podamos a lo que la sociedad y el autor
+de todas las cosas exigen de nosotros. A veces nos piden heroísmo, que
+es la virtud reconcentrada en un punto y momento; a veces paciencia,
+que es el heroísmo diluido en larga serie de instantes.
+
+Después solía recordar que Catón el Censor abandonaba los negocios más
+arduos del gobierno de Roma para presenciar y dirigir la lactancia, el
+lavatorio y los cambios de vestido de su hijo, y que el mismo Augusto,
+señor y amo del mundo, hacía otro tanto con sus nietecillos. Con esto
+recibía don Benigno gran consuelo, y después de leer de cabo a rabo el
+libro del Emilio que trata de las nodrizas, de la buena leche, de los
+gorritos y de todo lo concerniente a la primera crianza, contemplaba
+lleno de orgullo a su querido retoño, repitiendo las palabras del gran
+ginebrino: «así como hay hombres que no salen jamás de la infancia, hay
+otros de quienes se puede decir que nunca han entrado en ella, y son
+hombres desde que nacen».
+
+Con estos trabajos, que hacía más llevaderos la satisfacción de un
+noble deber cumplido, iba pasando el tiempo. El primer aniversario del
+fallecimiento de su mujer renovó en Cordero las hondas tristezas de
+aquel luctuoso día, y negándose al trivial recreo de la tertulia de
+amigos y parroquianos, cerró la tienda y se retiró a su alcoba, donde
+las memorias de la difunta parecían tomar realidad y figura sensible
+para acompañarle. El segundo aniversario halló bastante cambiadas
+personas y cosas: la tienda había crecido, los niños también. Juanito
+Jacobo, ni un ápice mermado en su constitución becerril, atronaba la
+casa con sus gritos y daba buena cuenta de todo objeto frágil que en su
+mano caía. En el alma de don Benigno iba declinando mansamente el dolor
+cual noche que se recoge expulsada poco a poco por la claridad del
+nuevo día.
+
+En el tercer aniversario (11 de diciembre de 1829) el cambio era mucho
+mayor, y don Benigno, restablecido en la majestad de su carácter
+sencillo, bondadoso y lleno de discreción y prudencia, parecía un
+soberano que torna al solio heredado después de lastimosos destierros
+y trapisondas. No dejaron, sin embargo, de asaltarle en la mañanita de
+aquel día pensamientos tristes; pero al volver de la misa conmemorativa
+que había encargado, según costumbre de todo aniversario, y oído
+devotamente en Santa Cruz, viósele en su natural humor cotidiano,
+llenando la tienda con su activa mirada y su atención diligente.
+Después de cerrar la vidriera para que no se enfriara el local, palpó
+con suavidad cariñosa las cajas que contenían el _género_; hojeó el
+libro de cuentas; pasó la vista por el _Diario_ que acababan de traer;
+dio órdenes al mancebo para llevar a dos o tres casas algunas compras
+hechas la noche anterior; cortó un par de plumas con el minucioso
+esmero que la gente de los buenos tiempos ponía en operación tan
+delicada, y habría puesto sobre el papel algunos renglones de aquella
+hermosa letra redonda que ya solo se ve en los archivos, si no le
+sorprendieran de súbito sus niños, que salieron de la trastienda
+cartera en cinto, los libros en correa, la pizarra a la espalda y el
+gorrete en la mano para pedir a padre la bendición.
+
+—¡Cómo! —exclamó don Benigno, entregando su mano a los labios y a los
+húmedos hociquillos de los Corderos—. ¿No os he dicho que hoy no hay
+escuela?... Ahora caigo en que no me había acordado de decíroslo; pues
+ya había pensado que en este día, que para nosotros no es alegre y para
+toda España será, según dicen, un día felicísimo, todos los buenos
+madrileños deben ir o batir palmas delante de ese astro que nos traen
+de Nápoles, de esa reina tan ponderada, tan trompeteada y puesta en
+los mismos cuernos de la luna, como si con ella nos vinieran acá mil
+dichas y tesoros... Hablo también con usted, apreciable _Hormiga_: pase
+usted... no me molesta ahora ni en ningún momento.
+
+Dirigíase don Benigno o una mujer que se había presentado en la puerta
+de la trastienda, deteniéndose en ella con timidez. Los chicos, luego
+que oyeron el anuncio feliz de que no había escuela, no quisieron
+esperar a conocer las razones de aquel sapientísimo acuerdo, y
+despojándose velozmente de los arreos estudiantiles, se lanzaron a la
+calle en busca de otros caballeritos de la vecindad.
+
+—Tome usted asiento —añadió Cordero, dejando su silla, que era la más
+cómoda de la tienda, para ofrecérsela a la joven—. Ayude usted mi flaca
+memoria. ¿Qué nombre tiene nuestra nueva reina?
+
+—María Cristina.
+
+—Eso es... María Cristina... ¡Cómo se me olvidan los nombres!... Dícese
+que este casamiento nos va a traer grandes felicidades, porque la
+napolitana... pásmese usted...
+
+El héroe, después de mirar a la puerta para estar seguro de que nadie
+le oía, añadió en voz baja:
+
+—Pásmese usted... es una francmasona, una insurgente, mejor dicho, una
+real dama en quien los principios liberales y filosóficos se unen a
+los sentimientos más humanitarios. Es decir, que tendremos una reina
+domesticadora de las fierezas que se usan por acá.
+
+—A mí me han dicho que ha puesto por condición para casarse que el rey
+levante el destierro a todos los emigrados.
+
+—A mí me han dicho algo más —añadió Cordero, dando una importancia
+extraordinaria a su revelación—: a mí me han dicho que en Nápoles bordó
+secretamente una bandera para los insurrectos de... de no sé qué
+insurrección. ¿Qué cree usted? La mandan aquí, porque si se queda en
+Italia da la niña al traste con todas las tiranías... Que ella es de
+lo fino en materia de liberalismo ilustrado y filosófico me lo prueba,
+más que el bordar pendones, el odio que le tiene toda la turbamulta
+inquisidora y apostólica de España y Europa y de las cinco partes del
+globo terráqueo. ¿Estaba usted anoche aquí cuando el señor de Pipaón
+leyó un papel francés que llaman la _Quotidienne_? ¡Barástolis! ¡Y
+qué herejías le dicen! Ya se sabe que esa gente, cuando no puede
+atacar nuestro sistema gloriosísimo a tiros y puñaladas, lo atacan con
+embustes y calumnias. Bendita sea la princesa ilustre que ya trae el
+diploma de su liberalismo en las injurias de los realistas. Nada le
+falta, ni aun la hermosura; y para juzgar si es tan acabada como dicen
+los papeles extranjeros, vamos usted y yo a darnos el gustazo de verla
+entrar.
+
+La persona a quien de este modo hablaba el tendero de encajes, no tenía
+un interés muy vivo en aquellas graves cosas de que pendía quizás
+el porvenir de la patria; pero llevada de su respeto a don Benigno,
+le miraba atenta y pronunciaba un sí al fin de cada parrafillo.
+Conocida de nuestros lectores desde 1821,[1] esta discreta joven había
+pasado por no pocas vicisitudes y conflictos durante los ocho años
+transcurridos desde aquella fecha liberalesca hasta el año quinto
+de Calomarde en que la volvemos a encontrar. Su carácter, altamente
+dotado de cualidades de resistencia y energía, que son como el
+antemural que defiende al alma de los embates de la desesperación, era
+la causa principal de que las desgracias frecuentes no desmejorasen su
+persona. Por el contrario, la vida activa del corazón, determinando
+actividades no menos grandes en el orden físico, le había traído un
+desarrollo felicísimo, no solo por lo que con él ganaba su salud, sino
+por el provecho que de él sacaba su belleza. Esta no era brillante ni
+mucho menos, como ya se sabe, y más que belleza en el concepto plástico
+era un conjunto de gracias accesorias, realzando y como adornando el
+principal encanto de su fisonomía, la expresión de una bondad superior.
+
+ [1] Véase _El Grande Oriente_.
+
+La madurez de juicio y la rectitud en el pensar, el don singularísimo
+de convertir en fáciles los quehaceres más enojosos, la disposición
+para el gobierno doméstico, la fuerza moral que tenía de sobra para
+poder darla a los demás en días de infortunio, la perfecta igualdad del
+ánimo en todas las ocasiones, y, finalmente, aquella manera de hacer
+frente a todas las cosas de la vida con serenidad digna, cristiana y
+sin afán, como quien la mira más bien por el lado de los deberes que
+por el de los derechos, hacían da ella la más hermosa figura de un tipo
+social que no escasea ciertamente en España, para gloria de nuestra
+cultura.
+
+—Los que no la ven a usted desde el año 24 —le dijo aquel mismo día
+don Benigno, observándola con tanta atención como complacencia—, no la
+conocerán ahora. Me tengo por muy feliz al considerar que en mi casa
+ha sido donde ha ganado usted esos frescos colores de su cara, y que
+bajo este techo humilde ha engrosado usted considerablemente... digo
+mal, porque no está usted como mi pobre Robustiana ni mucho menos...,
+quiero decir, proporcionadamente, de un modo adecuado a su estatura
+mediana, a su talle gracioso, a su cuerpo esbelto. Beneficios de la
+vida tranquila, de la virtud, del trabajo, ¿no es verdad?... Todos los
+que la vieron a usted en aquellos tristes días, cuando a entrambos nos
+pusieron a la sombra y colgaron al pobre Sarmiento...
+
+Este recuerdo entristeció mucho a la joven, impidiendo que su amor
+propio se vanagloriase con los elogios galantes que acaba de oír.
+Eran ya las once de la mañana, y vestida como en día de fiesta para
+acompañar a don Benigno, esperaba en la tienda la señal de partida.
+
+—Aguarde usted: voy a hacer un par de asientos en el libro —dijo este
+sentándose en su escritorio—. Todavía tenemos tiempo de sobra. Iremos
+a la casa de don Francisco Bringas, de cuyos balcones se ha de ver muy
+requetebién toda la comitiva. Los pequeños se quedarán con mi hermana,
+y llevaremos a Primitivo y a Segundo. ¿Están vestidos?
+
+Los dos muchachos, de doce y diez años respectivamente, no tenían
+la soltura que a tal edad es común en los polluelos de nuestros
+días: antes bien, encogidos y temerosos, vestidos poco menos que a
+mujeriegas, representaban aquella deliciosa perpetuidad de la niñez que
+era el encanto de la generación pasada. Despabilados y libertinos en
+las travesuras de la calle, eran dentro de casa humildes, taciturnos y
+frecuentemente hipócritas.
+
+Gozosos de salir con su padre a ver la entrada de la cuarta reina,
+esperaban impacientes la hora; y formando alrededor de la joven
+grupo semejante al que emplean los artistas para representar a la
+Caridad, la manoseaban so pretexto de acariciarla, le estrujaban la
+mantilla, arrugándole las mangas y curioseando dentro del ridículo.
+A cada instante acudía la joven a remediar los desperfectos que los
+dos inquietos y pegajosos muchachos se hacían en su propio vestido,
+y ya atando el uno la cinta de la gorra o cachucha, o abotonándole
+el casaquín, ya asegurando al otro con alfileres la corbata, no daba
+reposo a sus manos ni podía quitárseles de encima.
+
+—No seáis pesados —les dijo con enfado su padre— y no sobéis tanto a
+nuestra querida _Hormiguita_. Para verla, para darle a entender que
+la queréis mucho, no es preciso que le pongáis encima esas manazas...
+que sabe Dios cómo estarán de limpias, ni hace falta que la llenéis de
+saliva besuqueándola...
+
+Esta reprimenda les alejó un poco del objeto de su adoración; pero
+siguieron contemplándola como bobos, cortados y ruborosos, mientras
+ella, la sonrisa en los labios, reparaba tranquilamente las chafaduras
+de su vestido y las arrugas del encaje, para abrir luego su abanico
+y darse aire con aquel ademán ceremonioso y acompasado, propio de la
+mujer española.
+
+Entre tanto, allá arriba, en la vivienda de la familia, oíase batahola
+y patadillas con llanto y becerreo, señal del pronunciamiento de los
+dos Corderos menores, Rafaelito y Juan Jacobo, rebelándose contra la
+orden que les dejaba encerrados en casa, en la fastidiosa compañía de
+la tía Crucita.
+
+—Ya escampa —dijo Cordero señalando al techo con el rabo de la pluma—:
+oiga usted al pueblo soberano que aborrece las cadenas... Verdad que mi
+hermana no es de aquellas personas organizadas por la naturaleza para
+hacer llevadero y hasta simpático el despotismo.
+
+Y dejando por un momento la escritura, entró en la trastienda,
+dirigiendo hacia arriba, por el hueco de la tortuosa escalerilla, estas
+palabras:
+
+—Cruz y Calvario, no les pegues, que harta desazón tienen con quedarse
+en casa en día de tanto festejo.
+
+—Idos de una vez a la calle y dejadme en paz —contestó de arriba una
+voz nada armoniosa ni afable—, que yo me entenderé con los enemigos.
+Ya sé cómo he de tratarles... Eso es, marchaos vosotros, marchaos al
+paseíto tú y la linda Marizápalos, que aquí se queda esta pobre mártir
+para cuidar serpentones y aguantar porrazos, siempre sacrificada entre
+estos dos cachidiablos... Idos enhorabuena..., a bien que en la otra
+vida le darán a cada cual su merecido.
+
+Violento golpe de una puerta fue punto final de este agrio discurso,
+y en seguida se oyeron más fuertes las patadillas infantiles de los
+Corderos y el sermoneo de la pastora.
+
+—Siempre regañando —dijo don Benigno con jovialidad— y arrojando
+venablos por esa bendita boca, que, con ser casi tan atronadora como la
+de un cañón de a ocho, no trae su charla insufrible de malas entrañas
+ni de un corazón perverso. Mil veces lo he dicho de mi inaguantable
+hermana, y ahora lo repito: «es la paloma que ladra».
+
+Esto lo dijo Cordero guardando en su lugar las plumas con el libro
+de cuentas y todos los trebejos de escribir, y tomó después con una
+mano el sombrero para llevarlo a la cabeza, mientras la otra mano
+transportaba el gorro carmesí de la cabeza a la espetera en que el
+sombrero estuvo.
+
+—Vámonos ya, que si no llegamos pronto, encontraremos ocupados los
+balcones de Bringas.
+
+La joven alzaba la tabla del mostrador para salir con los chicos,
+cuando la tienda se oscureció por la aparición de un rechondo pedazo
+de humanidad que casi llenaba el marco de la puerta con su bordada
+casaca, sus tiesos encajes, su espadín, su sombrero, sus brazos, que no
+sabían cómo ponerse para dar a la persona un aspecto pomposo en que la
+rotundidad se uniera con la soltura.
+
+—Felices, señor don Juan de Pipaón —dijo don Benigno observando de
+pies a cabeza al personaje—. Pues no viene usted poco majo... Así me
+gusta a mí la gente de corte... Eso es vestirse con gana y paramentarse
+de veras. A ver, vuélvase usted de espaldas... ¡Magnífico! ¡Qué
+faldones!... A ver de frente... ¡Qué pechera! Alce usted el brazo: muy
+bien. ¡Cómo se conoce la tijera de Rouget! De mis encajes nada tengo
+que decir..., ¡qué saldrá de esta casa que no sea la bondad misma!
+Póngase usted el sombrero a ver qué tal cae... _Superlative_... ¡Con
+qué gracia está puesta la llave dorada sobre la cadera!... Esas medias
+serán de casa de Bárcenas... ¡Qué bien hacen las cruces sobre el paño
+oscuro...! Una, dos, tres, cuatro veneras... Bien ganaditas todas, ¿no
+es verdad, ilustrísimo señor don Juan?... ¡Barástolis! Parece usted
+un patriarca griego, un sultán, un califa, el rey que rabió, o el
+mismísimo mágico de Astracán.
+
+Conforme lo decía iba examinando pieza por pieza, haciendo dar vueltas
+al personaje como si este fuera un maniquí giratorio. Don Benigno y la
+joven, no menos admirada que él, ponderaban con grandes exclamaciones
+la belleza y lujo de todas las partes del vestido, mientras el
+cortesano se dejaba mirar y en silencio asentía, con un palmo de boca
+abierta, todo satisfecho y embobado de gozo, a los encarecimientos de
+su persona.
+
+—Todo es nuevo —observó la damita.
+
+—Todo —repitió Pipaón mirándose a sí mismo en redondo como un pavo
+real—. Mi destino de la Secretaría de Su Majestad ha exigido estos
+dispendios.
+
+En seguida fue enumerando lo que le había costado cada pieza de aquel
+torreón de seda, galones, plumas, plata, encajes, piedras y ballenas,
+rematado en su cúspide por la carátula más redonda, más alborozada, más
+contenta de sí misma que se ha visto jamás sobre un montón de carne
+humana.
+
+—Pero no nos detengamos —dijo al fin—, ustedes salían...
+
+—Vamos a casa de Bringas. ¿Va usted también allá?
+
+—¿Yo? No, hombre de Dios. Mi cargo me obliga a estar en Palacio con los
+señores ministros y los señores del Consejo para escribir allí a...
+
+Acercó su boca al oído de don Benigno, y protegiéndola con la palma de
+la mano, dijo en voz baja:
+
+—A la francmasona...
+
+Ambos se echaron a reír, y don Benigno se envolvió en su capa diciendo:
+
+—¡Pues viva la reina francmasona! El desfrancmasonizador que la
+desfrancmasonice buen desfrancmasonizador será.
+
+—Eso no lo dice Rousseau.
+
+—Pero lo digo yo... Y andando, que es tarde.
+
+—Andandito... —murmuró Pipaón, incrustando su persona toda en el hueco
+de la puerta para ofrecerla a la admiración de los transeúntes—. Pero
+se me olvidaba el objeto de mi visita.
+
+—¿Pues no ha venido usted a que le viéramos?
+
+—Sí, y también a otra cosa. Tengo que dar una noticia a la señora doña
+Sola.
+
+La joven se puso pálida primero, después como la grana, siguiendo con
+los ojos el movimiento de la mano de Pipaón, que sacaba unos papeles
+del bolsillo del pecho.
+
+—¿Noticias? Siempre que sean buenas... —dijo Cordero cerrando y
+asegurando una de las hojas de la puerta.
+
+—Buenas son... Al fin nuestro hombre da señales de vida. Me ha escrito,
+y en la mía incluye esta carta para usted.
+
+Soledad tomó la carta, y en su turbación la dejó caer; la recogió y
+quiso leerla, y tras un rato de vacilación y aturdimiento, guardola
+para leerla después.
+
+—Y no me detengo más —dijo Pipaón—, que voy a llegar tarde a Palacio—.
+Hablaremos esta noche, señor don Benigno, señora doña _Hormiga_. Abur.
+
+Se eclipsó aquel astro. Por la calle abajo iba como si rodara,
+semejante a un globo de luz, deslumbrando los ojos de los transeúntes
+con los mil reflejos de sus entorchados y cruces, y siendo pasmo de los
+chicos, admiración de las mujeres, envidia de los ambiciosos, y orgullo
+de sí mismo.
+
+Cuando el héroe de Boteros, dada la última vuelta a la llave de la
+puerta y embozado en su pañosa, se puso en marcha, habló de este modo
+a su compañera:
+
+—¿Noticias de aquel hombre?... Bien. ¿Cartas venidas por conducto de
+Pipaón?..., _malum signum_. No tenemos propiamente correo... Querida
+_Hormiga_, es preciso desconfiar en todo de este tunante de Bragas y
+de sus melosas afabilidades y cortesanías. Mil veces le he definido, y
+ahora le vuelvo a definir: «es el cocodrilo que besa».
+
+
+
+
+II
+
+
+¿Por qué vivía en casa de Cordero la hija de Gil de la Cuadra? ¿Desde
+cuándo estaba allí? Es urgente aclarar esto.
+
+Cuando pasó a mejor vida, del modo lamentable e inicuo que todos
+sabemos, don Patricio Sarmiento, Soledad siguió viviendo sola en la
+casa de la calle de Coloreros. Don Benigno y su familia continuaron
+también en el piso principal de la misma casa. La continuada vecindad,
+y más aún la comunidad de desgracias y de peligros en que se habían
+visto, aumentaron a afición de Sola a los Corderos y el cariño de los
+Corderos a Sola, hasta el punto de que todos se consideraban como de
+una misma familia, y llegó el caso de que en la vecindad llamaran a la
+huérfana _doña Sola Cordero_.
+
+A poco de nacer Rafaelito, trasladose don Benigno a la subida de
+Santa Cruz, y al principal de la casa donde estaba su tienda; y como
+allí el local era espacioso, instaron a su amiga para que viviera con
+ellos. Después de muchos ruegos y excusas quedó concertado el plan de
+residencia. En aquellos días se casó Elena con el jovenzuelo Angelito
+Seudoquis, el cual, destinado a Filipinas cuatro meses después de la
+boda, emprendió con su muñeca el viaje por el Cabo, y a los catorce
+meses los señores de Cordero recibieron en una misma carta dos
+noticias interesantes: que sus hijos habían llegado a Manila, y que
+antes de llegar les habían dado un nietecillo.
+
+Lo mismo don Benigno que su esposa veían que la huérfana iba llenando
+poco a poco el hueco que en la familia y en la casa había dejado
+la hija ausente. Pruebas dio aquella bien pronto de ser merecedora
+del afecto paternal que marido y mujer le mostraban. Asistió a doña
+Robustiana en su larga y penosa enfermedad con tanta solicitud y
+abnegación tan grande, que no lo haría mejor una santa. Nadie, ni
+aun ella misma, hizo la observación de que había pasado su juventud
+toda cuidando enfermos. Gil de la Cuadra, doña Fermina, Sarmiento y
+doña Robustiana, marcaban las fechas culminantes y sucesivas de una
+existencia consagrada al alivio de los males ajenos, siempre con
+absoluto desconocimiento del bien propio.
+
+Doña Robustiana sucumbió. Las buenas costumbres y el respeto a las
+apariencias morales, que no sin razón auxilian a la moral verdadera,
+no permitían que una joven soltera viviese en compañía de un señor
+viudo. Fue necesario separarse. Don Benigno tenía una hermana vieja y
+solterona, avecindada en Madrid, medianamente rica, y de cuya suavidad,
+semejante a la de un puerco-espín, tiene el lector noticia. Poseía doña
+Cruz Cordero un carácter espinoso, insufrible, inexpugnable como una
+ruda fortaleza natural de displicencia, artillada con los cañones de
+las palabras agrias y duras. No se llegaba al interior de tal plaza
+ni por la violencia ni por el cariño. No se rendía a los ataques ni se
+dejaba sorprender por la zapa. El pobre don Benigno apuró todos los
+medios para conseguir que su hermana se fuera a vivir con él, a fin de
+constituir la casa en pie mujeril, y poder retener a su lado a Sola
+sin miedo a contravenir las prácticas sociales. Pero doña Cruz hacía
+tan poco caso de la voz de la razón como de las voces del cariño, y se
+fortalecía más cada vez en el baluarte de su egoísmo. Todo provenía
+de su odio a los muchachos, ya fueran de pecho, ya pollancones o
+barbiponientes. En esto no había diferencias: aborrecía la flor de la
+humanidad, cualquiera que fuese su estado, y seguramente se dudara de
+la aptitud de su corazón para toda clase de amor, si no existiesen
+gatos y perros y aun mirlos para probar lo contrario.
+
+Si no pudo conseguir don Benigno que doña Cruz fuese a vivir con él,
+logró que admitiese en su compañía a Sola, no sin que pusiera mil
+enojosas condiciones la vieja. A tal época pertenecen los apuros de
+don Benigno, su soledad de padre viudo entre biberones y amas de
+cría, y otros ruines trabajos que hemos descrito al principio de esta
+narración. La de Gil de la Cuadra ayudábale un poco durante el día,
+pero no en las noches, porque doña Cruz había hecho la gracia de irse
+a vivir al extremo de la Villa, lindando con el Seminario de Nobles;
+rarísima vez visitaba a su hermano, y esto en horas incómodas.
+
+Llegó un día en que la paciencia de don Benigno, como todo aquello
+que ha tenido largo y abundante uso, tocó a su límite. Ya no había
+más paciencia en aquella alma, tan generosamente dotada de nobles
+prendas por Dios. Pero aún había, en dosis no pequeña, la decisión para
+acometer grandes cosas: la bravura de la acción unida a la audacia del
+pensamiento, que en una fecha memorable le pusieron al nivel de los más
+grandes héroes.
+
+So pretexto de una enfermedad grave, Cordero hizo venir a doña Crucita
+a su casa, y luego que la tuvo allí, le endilgó este discurso,
+amenazándola con una gruesa llave que en la mano tenía:
+
+—Sepa usted, señora doña Basilisco, que de aquí no se saldrá si no es
+para el cementerio, siempre que no se conforme a vivir en compañía de
+su hermano. Solo estoy y viudo, con hijos pequeños y uno todavía mamón.
+Dígame si es propio que yo abandone los quehaceres de mi comercio para
+arrullar muchachos, teniendo, como tengo, dos mujeres en mi familia que
+lo harán mejor que yo... ¡Silencio, porque pego!... De aquí no se sale.
+
+Doña Crucita alborotó la casa, y aun quiso llamar a la justicia;
+pero don Benigno, Sola y el padre Alelí, que era muy amigo de ambos
+hermanos, lograron calmarla, para lo cual fue preciso anteponer a las
+razones la traslación de todos los bichos que en su morada tenía la
+señora, añadiendo a la colección nuevos ejemplares que Cordero compró
+para acabar de conquistar la voluntad de la _paloma ladrante_. Al digno
+señor no le importaba ver su casa convertida en un arca de Noé, con
+tal de tener en ella la compañía que deseaba.
+
+Desde entonces varió la existencia de Cordero, así como la de Sola.
+Aquel volvió a sus quehaceres naturales. Los chicos tuvieron quien les
+cuidara bien, y todo marchó a pedir de boca. Crucita, sin dejar de
+renegar de su hermano, de los endiablados borregos y del insoportable
+ruido de la calle, se fue conformando poco a poco.
+
+Pronto se conoció que el gobierno de la casa estaba en buenas manos.
+Sola la encontró como una leonera y la puso en un pie de orden,
+limpieza y arreglo, que inundaba de gozo el corazón de don Benigno.
+Ni aun en tiempo de su Robustiana había él visto cosa semejante. Ya
+no se volvió a ver ninguna pieza descosida sobre el cuerpo de los
+Corderillos, ni se echó de menos botón, faja ni cinta. Ninguna prenda
+ni objeto se vio fuera de su sitio, ni rodaba la loza por el suelo,
+ni subía el polvo a los vasares, ni estaban las sillas patas arriba
+y las lámparas boca abajo. Todo mueble ocupó su lugar conveniente, y
+toda ocupación tuvo su hora fija e inalterable. No se buscaba cosa
+alguna que al punto no se encontrara, ni se hacía esperar la comida ni
+la cena. Los objetos preciosos no podían confundirse con los últimos
+cachivaches, porque había sido inaugurado el reinado de las distancias.
+El latón brillaba como la plata, y el cerezo tenía el lustre de la
+caoba. Don Benigno estaba embelesado, y repetía aquel pasaje de su
+autor favorito: «Sofía conoce maravillosamente todos los detalles
+del gobierno de la casa, entiende de cocina, sabe el precio de los
+comestibles, y lleva muy bien las cuentas. Tiene un talento agradable
+sin ser brillante, y sólido sin ser profundo... La felicidad de una
+joven de esta clase consiste en labrar la de un hombre honrado».
+
+La casa era grande, tortuosa y oscura como un laberinto. Había que
+conocerla bien para andar sin tropiezo por sus negros pasillos y
+aposentos, construidos a estilo de rompecabezas. Solo dos piezas tenían
+ambiente y luz, y en una de ellas, la mejor de la casa, fue preciso
+instalar a Crucita con las doce jaulas de pájaros, que eran su delicia.
+No faltaba en el estrado ningún objeto de los que entonces constituían
+el lujo, pues a don Benigno se le había despertado el amor de las cosas
+elegantes, cómodas y decentes; y como no carecía de dinero, cada día
+daba permiso a su diligente _Hormiga_ para introducir alguna novedad.
+Con las onzas de Cordero y el buen gusto de Sola, viose pronto la casa
+en un pie de elegancia que era el asombro de la vecindad. Fue vestida
+la sala de hermoso papel imitando mármol, y una tanda de sillas de
+caoba sustituyó a las antiguas de nogal y cerezo. El brasero era como
+un gran artesón de cobre, sustentado sobre cuatro garras leoninas,
+y con la badila y reja no pesaba menos de medio quintal. El sofá y
+los dos sillones, que hoy nos parecerían potros de suplicio, eran de
+lo más selecto. Las cortinas de percal blanco con franjas de tafetán
+encarnado, tenían aspecto risueño, y se conceptuaban entonces como
+lo más lujoso y elegante. No faltaban las mesillas de juego con sus
+indispensables candeleros de plata, ni las célebres y ya olvidadas
+rinconeras llenas de baratijas y objetos de arte y ciencia, tales como
+cajas, caracoles, figurillas de yeso, algún jarro, libros y un par de
+pajaritos disecados. En el marco del espejo apaisado, veíanse algunas
+plumas de pavo real puestas con arte y simetría, como las pintan en las
+cabezas de los salvajes. En cuestión de láminas, habíanse conservado
+las antiguas, que eran _El león de Florencia devorando a un niño, La
+desgraciada muerte de Luis XVI_ y _La caída de Ícaro_.
+
+Vistos de la calle los balcones, presentaban el aspecto más alegre que
+puede imaginarse. Los tiestos, con ser tantos, no eran bastantes para
+quitar sitio a las jaulas, colgadas unas sobre otras. Interiormente no
+cesaba la algarabía formada por el piar de algunos pájaros, el canto
+de otros, el ladrido de los falderillos, el mayido de los gatos y los
+roncos discursos de la cotorra. El esmero con que Crucita atendía al
+cuidado y a las necesidades todas de su colección zoológica, hacía que
+la existencia de tanto bicho no fuera incompatible con el perfecto aseo
+de la casa.
+
+Contentísimo estaba don Benigno del buen arreglo que Sola había
+hecho en el gabinete donde él vivía. Sus ropas abundantes, tan bien
+dispuestas que jamás notó en ellas rotura de más ni botón de menos,
+le recreaban la vista, así como la limpieza de su variada colección
+de sombreros. No le cautivaba menos el ver libres de polvo sus
+adminículos de caza (diversión a que era muy aficionado), ni la
+buena colocación que se había dado a las estampas de Santa Leocadia
+y la Virgen del Sagrario (ambas proclamando el toledano abolengo del
+propietario), ni la acertada ordenación de los libros. Estos no eran
+muchos, pero sí escogidos, y solo formaban dos obras: las de Rousseau,
+edición de 1827, en veinticinco tomitos, y el _Año Cristiano_ en doce.
+Aunque alineados en dos grupos distintos, no por eso dejaban de andar
+a cabezadas, dentro de un mismo estante, el _Vicario Saboyano_ y San
+Agustín.
+
+Con el orden perfecto en la disposición de todo lo de la casa, corría
+parejas la buena concordia entre sus habitantes, si se exceptúan las
+genialidades de Crucita, que fueron menos molestas desde que Sola
+adoptó el sistema de hacerle poco caso sin aparentar contrariarla.
+
+Desapacible y brusca con los chicos, no consentía que se le acercaran a
+dos varas a la redonda. No obstante, el frecuente trato con ellos y la
+dulzura de su hermano y de la _Hormiga_ fueron poco a poco arrancando
+las espinas de aquel carácter endiablado, y al fin, sin dejar de
+hablarles en el lenguaje más duro y desabrido que se puede imaginar,
+manifestaba algún interés por los cuatro _enemigos_, ayudaba a
+cuidarles, y aun se permitía contarles algún trasnochado y soso cuento.
+
+Los muchachos, a excepción del más pequeño, eran pacíficos. Primitivo
+y Segundo adelantaban regularmente en sus estudios, y en cuanto a
+vocaciones, el tono especial de la época y los personajes de aquel
+tiempo despertaban en ellos ambiciones varias. El mayor quería ser
+Padre Guardián, para tomar mucho chocolate, dar a besar su mano a los
+transeúntes y salir a paseo entre un par de duques o marqueses. El
+segundo, que era vanidosillo y fachendoso, quería ser tambor mayor de
+la Guardia Real, porque eso de ir delante de un regimiento haciendo
+gestos y espantando moscas con un bastón de porra, le parecía el
+colmo de la dicha. Rafaelito era más modesto. No le hablaran a él de
+figuraciones ni altas dignidades: él no quería ser sino confitero, para
+poder atracarse de dulces desde la mañana a la noche y hacer bonitas
+velas para los santos. En cuanto a Juanito Jacobo, aunque no hablara,
+bien se le conocía que su vocación era la de gigante Goliat o Hércules,
+según lo que destrozaba, berreaba y las diabluras que hacía andando a
+gatas, sin dejarse amedrentar por cocos ni espantajos.
+
+Tranquilo, feliz, gozoso del orden en que vivía, y que amaba por
+naturaleza y costumbre, Cordero veía pasar suavemente los días. El
+método en la existencia le encantaba, y la semejanza entre el hoy y el
+ayer era su principal delicia.
+
+Hombre laborioso, de sentimientos dulces y prácticas sencillas;
+aborrecedor de las impresiones fuertes y de las mudanzas bruscas, don
+Benigno amaba la vida monótona y regular, que es la verdaderamente
+fecunda. Compartiendo su espíritu entre los gratos afanes de su
+comercio y los puros goces de la familia; libre de ansiedad política;
+amante de la paz en la casa, en la ciudad y en el estado; respetuoso
+con la instituciones que protegían aquella paz; amigo de sus amigos;
+amparador de los menesterosos; implacable con los pillos, fuesen
+grandes o pequeños; sabiendo conciliar el decoro con la modestia,
+y conociendo el justo medio entre lo distinguido y lo popular, era
+acabado tipo del burgués español que se formaba del antiguo pechero
+fundido con el hijodalgo, y que más tarde había de tomar gran vuelo
+con las compras de bienes nacionales y la creación de las carreras
+facultativas hasta llegar al punto culminante en que ahora se encuentra.
+
+La formidable clase media, que hoy es el poder omnímodo que todo lo
+hace y deshace, llamándose política, magistratura, administración,
+ciencia, ejército, nació en Cádiz entre el estruendo de las
+bombas francesas y las peroratas de un congreso híbrido, inocente
+extranjerizado si se quiere, pero que brotado había como un
+sentimiento, o como un instinto ciego, incontrastable, del espíritu
+nacional. El tercer estado creció, abriéndose paso entre frailes y
+nobles; y echando a un lado con desprecio estas dos fuerzas atrofiadas
+y sin savia, llegó a imperar en absoluto, formando con sus grandezas y
+sus defectos una España nueva.
+
+Perdónesenos la digresión, y volvamos a Cordero, del cual nos falta
+decir que en los últimos años había prosperado grandemente en su
+comercio. Pocas noches antes de aquel día en que suponemos comenzada
+esta narración, el héroe estaba en su gabinete contando el dinero de
+la semana. Después que tomó nota de las cantidades y distribuyó estas
+cariñosamente en las cestillas de paja que servían para el caso, llamó
+a Sola, y haciéndola sentar frente a él, le dijo así:
+
+—Si no comunico a alguien lo que en este instante pienso, apreciable
+_Hormiguita_, reviento de seguro.
+
+Sola sonreía, dando más luz al _quinqué_, que repartía en proporción
+igual su resplandor a los dos personajes. Don Benigno se reía también,
+y ya se acariciaba la barba redondita y arrebolada, como una manzana
+recién cogida, ya se arreglaba las gafas de oro, cuya tendencia a
+resbalar sobre la nariz picuda y fina iba en aumento cada día.
+
+—Pues lo que pienso —añadió— es que sin saber cómo, me encuentro
+rico... es decir, no muy rico, entendámonos, sino simplemente en ese
+estado de buen acomodo que me permitiría, si quisiera, renunciar al
+comercio y retirarme a vivir tranquilo en mis queridos Cigarrales,
+donde no me ocuparía más que en labrar el campo y criar a mis hijos.
+
+Sola le respondió a estas palabras con otras de felicitación, y el
+héroe, que se sentía aquella noche con muchas ganas de charlar,
+continuó de este modo:
+
+—Con usted no hay secretos. Sepa usted que ayer he pagado el último
+plazo de esta casa en que vivimos: de modo que es mía, tan mía como mis
+anteojos y mi corbata de suela. En los Cigarrales he comprado ya más
+de cien fanegadas para agregarlas a las que heredé de mis padres, y
+pienso comprar las del tío _Rezaquedito_, que saldrán a la venta muy
+pronto. De modo que ya estamos libres de perder el sueño por cavilar
+en el día de mañana; y si por acaso me da un torozón (que no me dará),
+no estaré afligido en mi última hora con la idea de que mis hijos
+tengan que vivir a expensas de parientes y amigos, vea usted por dónde
+la Divina Providencia ha premiado mi laboriosidad, y nada más que mi
+laboriosidad, pues talentos no los tengo, y en cuanto a picardías, ya
+se sabe que esa moneda no corre dentro de mi casa.
+
+—Dios ha querido que un hombre tan bueno y tan cabal en todo —le dijo
+Sola— tenga su merecido en el mundo, porque si al bueno no le da Dios
+los medios de ser caritativo y generoso, ¿qué sería de los pobres, de
+los abandonados, de los huérfanos?
+
+—No, no... —replicó Cordero un sí es no es conmovido—, no hay aquí
+generosidades que alabar ni virtudes que enaltecer. Algo he hecho
+por los menesterosos; y si alguna persona ha recibido especialmente
+de mí ciertos beneficios, estos han sido menores de los que ella se
+merece. Dios no puede estar satisfecho de mí en esta parte... Que se
+han sucedido buenos años para el género; que los cambios políticos,
+improvisando posiciones, han desarrollado el lujo; que las modas han
+favorecido grandemente el comercio de blondas y puntillas; que la
+paz de estos años de despotismo ha traído muchos bailes y saraos,
+equivalentes a gran despilfarro de Valenciennes, Flandes y Malinas;
+que el restablecimiento del culto y clero después de los tres años
+trajo la renovación de toda la ropa de altar y mucho consumo de
+encajería religiosa; que mi puntualidad y honradez me dieron la
+preferencia entre las damas; que la corte misma, a pesar de que son
+bien notorias mis ideas contrarias a la tiranía, no quiere ver entrar
+por las puertas de Palacio ni media vara de Almagro que no sea de casa
+de Cordero, y, en fin, que Dios lo ha querido, y con esto se dice todo.
+Bendigámosle y pidámosle luces para acertar a hacer el bien que aún no
+hemos hecho, y que es a manera de una sagrada deuda pendiente con la
+sociedad, con la conciencia...
+
+El héroe se atascó en su propia retórica, como le pasaba siempre que
+quería expresar una idea no bien determinada aún en su espíritu, y un
+sentimiento oprimido en las fuertes redes de la timidez y la delicadeza.
+
+—Acabe usted, que me da gusto oírle —le dijo Sola sonriendo—, pero
+prontito, que hay mucho que hacer esta noche.
+
+—Descanse usted un momento, por amor de Dios. ¿Siempre hemos de estar
+sobre un pie?... ¡Oh!, por mi parte, _Hormiga_, estoy decidido a
+descansar. Verdad es que no soy un niño. Tengo cincuenta y dos años.
+
+Dicho esto, don Benigno miró como extasiado a su protegida, que a su
+vez contemplaba fijamente la luz, a riesgo de quedarse deslumbrada.
+
+—Cincuenta y dos años, que es mucho y es poco, según se considere
+—añadió el héroe con cierta turbación—. Todo es relativo, hasta los
+años, y yo, con mi constitución recia y firme, mis acerados músculos,
+mi desconocimiento absoluto de lo que son médicos y boticas, no me
+cambio por esos pisaverdes de color de cera de muerto, que se llaman
+muchachos por una equivocación del tiempo.
+
+—Es usted rico; goza de perfecta salud —murmuró Sola, cuyas miradas,
+como mariposas, gustaban de recrearse en la llama—; es además bueno
+como el buen pan; tiene buen nombre y fama limpia. ¿Qué más puede
+desear?
+
+Don Benigno dio un suspiro, y mirando al tapete, dijo así:
+
+—Es verdad: nada puedo desear. Temeridad e impertinencia sería pedir
+más.
+
+Ambos callaron.
+
+—¿Tiene usted algo más que decirme? —preguntó Sola levantándose.
+
+—Nada, nada, apreciable _Hormiga_ —dijo don Benigno irradiando bondad y
+sentimientos puros de su cara de rosa—. Nada más sino que... Dios sobre
+todo.
+
+Después que la joven se fue, Cordero tomó a Rousseau como se toma el
+brazo de un amigo para apoyarse en él, y abriendo el libro por donde
+estaba la marca, indicando sin duda capítulo, renglón o párrafo de
+gran interés, se quedó un buen rato meditando en la extraordinaria
+profundidad, intención y filosofía de la sentencia con que el ginebrino
+encabeza el libro quinto del Emilio.
+
+Dice así: _No es bueno que el hombre esté solo_.
+
+
+
+
+III
+
+
+El día era de los mejores que suele tener Madrid en invierno, con cielo
+limpio y espléndido sol. Los madrileños, que por su índole castiza no
+necesitaban entonces ni ahora de grandes atractivos para echarse en
+tropel a la calle, invadieron aquel día la carrera de las procesiones
+regias que va desde las puertas de Toledo o Atocha hasta Palacio, vía
+ciertamente histórica y muy interesante, por la cual han pasado tantos
+monarcas felices o desgraciados, y no pocos ídolos populares. Si fuera
+posible reproducir la serie de comitivas diversas que han recorrido
+ese camino del entusiasmo desde la primera entrada de Fernando VII en
+mayo de 1808, tendríamos una galería curiosa, en la cual muy pocas
+pinceladas tendría que añadir la historia para hacer el cuadro completo
+de las sucesivas idolatrías españolas. El quemar de los ídolos, cuando
+estamos cansados de adorarlos, se verifica en otra parte.
+
+Estas grandiosas comparsas tienen una monotonía que desespera; pero
+el pueblo no se cansa de ver los mismos lacayos con las mismas
+pelucas, los mismos penachos en la frente de los mismos caballos, y
+el inacabable desfilar de uniformes abigarrados, de coches enormes
+más ricos que elegantes, de generales en número infinito, y el
+trompeteo, la bulla, el oscilar mareante de plumachos mil, el fulgor de
+bayonetas, y, por último, el revoloteo de palomitas y de hojas de papel
+conteniendo los peores sonetos y madrigales que pueden imaginarse.
+
+Aquel día de diciembre de 1829, el pueblo de Madrid admiró
+principalmente la hermosura de la nueva reina, la cual era, según
+la expresión que corría de boca en boca, _una divinidad_. Su cara,
+incomparablemente graciosa y dulce, tenía un sonreír constante, que
+se entraba, como decían entonces, hasta el corazón de todo el pueblo,
+despertando ardientes simpatías. Bastaba verla para conocer su agudo
+talento, que tanto había de brillar en las lides cortesanas, y para
+prever las nobles conquistas que la gracia y la confianza habían de
+hacer prontamente en el terreno de la brutalidad y del recelo. Jamás
+paloma alguna entró con más valentía que aquella en el negro nidal de
+los búhos; y aunque no pudo hacerles amar la luz, consiguió someterles
+a su talante y albedrío, consiguiendo de este modo que pareciesen menos
+malos de lo que eran. Fue mirada su belleza como un sol de piedad
+que venía, si bien un poco tarde, a iluminar los antros de venganza
+y barbarie en que vivía, como un criminal aherrojado, el sentimiento
+nacional.
+
+No ha existido persona Real a quien se hayan dedicado más versos. Por
+ella sola se han fatigado más _las deidades de Hipocrene_ y ha hecho
+más corvetas el buen Pegaso que por todas las demás reinas juntas. A
+ella se le dijo que si el Vesubio la había despedido con _refulgentes
+destellos_, el Manzanares la recibió _vestido de flores_; se le dijo
+que _Pirene_ había inclinado la _erguida espalda_ para dejarla pasar, y
+que en los _vergeles de Aretusa_ tocaba la lira el _virginal concilio_
+celebrando a la _ninfa bella de Parténope_.
+
+La hermosa reina fue también cantada por los grandes poetas; que
+no todo había de ser ruido en las diversas cataratas de versos
+que celebraron su casamiento, su entrada, su embarazo, sus dos
+alumbramientos, sus días, sus actos políticos más notables, y en
+particular el glorioso hecho de la amnistía. Don Juan Bautista Arriaza,
+que desde el año 8 venía haciendo todos los versos decorativos y de
+circunstancias, la letra de todos los himnos y las inscripciones de
+todos los arcos triunfales, echó el resto, como decirse suele, en las
+fiestas del año 29. Quintana dedicó al _feliz enlace de Fernando VII_
+una canción epitalámica que no quiso incluir en las ediciones de sus
+obras, y otros insignes vates de la época la ensalzaron en aquellas
+odas resonantes y tiesas, algo parecidas al parche duro y ruidoso
+de una caja de guerra, y cuya lectura deja en los oídos impresión
+semejante a la que produciría una banda de tambores en día de parada.
+Con todo, en la corona poética de esta insigue reina se encuentran
+altos pensamientos y graciosas imágenes, principalmente en todo aquello
+que aparece inspirado por la seductora sonrisa,
+
+ _que cuanto más se ve más enamora._
+
+Entró Cristina en coche acompañada de sus padres los reyes de Nápoles.
+Al estribo derecho venía el esposo y tío, rigiendo magistralmente
+su hermoso caballo. Era, según dicen, el primer jinete de su época;
+verdaderamente nuestro rey tenía un aspecto tan majestuoso como
+gallardo cuando montaba en uno de aquellos apopléticos corceles cuya
+pesadez y arrogancia nos han transmitido Velázquez y Goya. La alzada
+del animal, el corpulento busto del monarca, su rico uniforme, su alto
+sombrero de tres picos, muy parecido, según la absurda moda de la
+época, a las mitras o tinajones que llevan en su cabeza los bueyes de
+la arquitectura asiria, daban a la colosal figura no sé qué apariencia
+babilónica que infundía respeto y algo de miedo supersticioso.
+
+Pero la arrogancia de la majestad ecuestre, la misma riqueza abigarrada
+de su traje de gala, no disimulaban en Fernando aquella decadencia
+precoz que le hacía viejo a los cuarenta y cinco años. En su rostro
+duro y de pocos amigos (por lo que se acomodaba perfectamente al
+carácter) parecía que la nariz se había agrandado, impaciente de
+juntarse al labio belfo, el que por su parte se estiraba a más no
+poder, como si quisiera echarse fuera de tal cara. Su color, que era
+una mezcla enfermiza del verdoso y del amoratado, extendía por sus
+mejillas como una sombra lúgubre, en la cual lucían mejor sus ojos
+grandes y negros, por donde en ciertos momentos se asomaban, con el
+instantáneo fulgor del relámpago, sus alborotadas pasiones.
+
+Pasaron. Aquel río de morriones, pelucas, sables desnudos, entorchados,
+pompones y cabezas mil que se movían al compás de la marcha de tanto
+caballo festoneado y lleno de garambainas; la sucesión de tanto y
+tanto coche, semejante a canastillas hechas con todos los materiales
+posibles, desde la concha y el marfil hasta el cobre y la madera; el
+estruendo solemne de la marcha real y todo lo demás que realza estas
+procesiones, tenían tan absorto y embobado al pueblo madrileño, amante
+de estas cosas como ningún otro pueblo del mundo, que si la corte
+hubiera estado pasando y repasando de aquella manera por espacio de
+tres meses seguidos, no faltarían ni un momento las grandes líneas de
+gente con la boca abierta, a un lado y otro de la carrera.
+
+Por la multitud de caras bonitas y la variedad de colores que en
+ellos había, parecían babilónicos pensiles los balcones de las casas.
+En los de la de Bringas, que daban a la calle Mayor, hallábase don
+Benigno con Sola y los chicos, amén de otras familias amigas del rico
+comerciante que dio su nombre a los soportales cercanos a Platerías.
+Quiso la desgraciada suerte de Sola que le tocase salir al mismo
+balcón donde estaba una señora a quien ciertamente no gustaba de ver
+en parte alguna, y no porque la dama fuese de mal aspecto, sino por
+otros motivos muy poderosos. Era de tal manera hermosa, que cautivaba
+los ojos y el corazón de cuantos la miraban. Por singular capricho de
+la naturaleza, el tiempo, que de ordinario es enemigo y destructor
+de la hermosura, allí era su cultivador y como su custodio, pues
+la conservaba fielmente, y aun parecía aumentarla cada año. De esta
+galantería del tiempo, unida a los adornos escogidos y a un esmero
+constante y casi religioso en la persona, resultaba el _boccato di
+cardinale_ más rico que podría imaginarse. Para mayor gracia, había
+tenido el buen acuerdo de vestirse de maja, lo mismo que otras muchas
+damas que en aquel día clásico adoptaron el traje nacional. Llevaba,
+pues, falda de alepín inglés color de amaranto con abalorios negros,
+chaquetilla de terciopelo con muchos botoncitos de filigrana de oro,
+mantilla de casco de tafetán con gran velo de blonda, y peineta de pico
+de pato, todo puesto con extraordinaria bizarría.
+
+
+
+
+IV
+
+
+Cuando Sola se vio junto a ella, tuvo que disimular su espanto,
+obligada a recibir el saludo de la dama y a devolverlo cortésmente.
+Después hablaron las dos de lo bonita que estaba la carrera, de la
+hermosura del tiempo, de los dichos y hechos que se contaban de la
+reina Cristina y del excesivo número de personas que había en casa de
+Bringas, las cuales rebosaban por los balcones como guindas en cesta.
+
+Ocupada la mejor parte de los balcones por las señoras, los hombres
+poco o casi nada podían ver. Cordero paseaba de largo a largo por
+la sala, charlando con su amigo don Francisco Bringas de cosas
+sustanciosas y muy importantes, como la paz entre Rusia y Turquía, la
+cuestión de Grecia, que pronto iba a ser reino independiente, y las
+tristes nuevas que habían llegado de la expedición americana, deshecha
+y rota en Tampico, con lo que parecía terminada nuestra dominación en
+aquel continente.
+
+Don Benigno, que leía diariamente la _Gaceta_ y _Diario_, estaba al
+tanto de todo, y sobre cada asunto daba juiciosos dictámenes. Los
+impronunciables nombres de los puntos donde se batían turcos y rusos
+salían de la boca de nuestro héroe con no poca dificultad, y Bringas,
+que seguía con grandísimo ahínco el negocio de la nueva Grecia,
+barajaba los nombres gatunos de los personajes de aquel país, y así
+no se oía otra cosa que Miaulis, Mauromichales y también Kalocotroni,
+Maurocordato y Capodistria.
+
+Pronto tomó la conversación otro rumbo con la llegada de cierto joven
+de arrogante presencia, alto de cuerpo, agraciadísimo de rostro, con el
+pelo en rizos, las mejillas rosadas, el color blanco, los ojos garzos,
+los ademanes desenvueltos, el vestir elegante. Respondía al nombre de
+Salustiano Olózaga y era un abogado de veinticuatro años, medio célebre
+ya por sus brillantes alegatos forenses, y mayormente por la defensa
+que había hecho ante el Consejo y Cámara de Castilla de un pobre
+albañil inclusero condenado a muerte por el robo de dos libras de
+tocino. La Milicia nacional cuando había Milicia, el foro cuando había
+foro y la política siempre, consumían todo el ardor de su existencia.
+
+Era el campeón juvenil de la idea naciente; la Providencia habíale
+dado, entre otras notables prendas, elocuencia, si no brillante,
+varonil y sobria, con una lógica irresistible.
+
+Los jóvenes de hoy, alumnos aprovechados del eclecticismo y del
+justo medio, no comprenderán quizás el entusiasmo y valentía de
+aquellos muchachos que sintiendo en su mente, por la natural índole
+de los tiempos, una especie de inspiración sacerdotal, hablaban de
+los déspotas y de la libertad como hablaría un romano de la primera
+república. Y no se paraban en barras; aún deseaban martirios heroicos,
+y se metían en las conspiraciones más absurdas e inocentes, y osaban
+decir en pleno foro, delante de los consejeros, cosas que pasman por lo
+valerosas o intencionadas.
+
+Desde que entró Salustiano no se habló más de Miaulis ni del bueno de
+Kalocotroni. Alejados un tanto del salón principal, y reforzado el
+grupo con otras personas, el librero Miyar, el ingeniero Marcoartú y
+un comerciante de la calle de Postas, llamado Bárcenas, se despacharon
+todos a su gusto, siendo Olózaga tan hablador y contudente que no se
+paraba en pelillos, y con su lengua, que más bien era un hacha, iba
+dejando muy mal parada a lo que ya se llamaba _la situación_.
+
+Don Benigno, que no gustaba de engolfarse mucho en política por los
+peligros que pudiera traer, dejó a sus amigos para buscar en los
+balcones la tertulia más grata y segura de las damas. La que vestía
+de maja se había puesto a bromear con el marqués de Falfán de los
+Godos, el hombre más mujeriego de aquel tiempo y también el más fino
+y galante, si bien su persona, camino ya de la ruina, le ayudaba
+poco en lo que él quisiera que le ayudase. A Sola, en tanto, le daba
+conversación una señora muy impertinente llamada doña Salomé Porreño,
+que a cada rato ponía los ojos en blanco y echaba suspiros, cual si
+no tuviera en el mundo otra misión ni empleo que estarse lamentando
+a todas horas de una cosa perdida. Al lado de ella campaba una joven
+muy bonita, casada y por añadidura en aquel interesante estado que
+anuncia la maternidad. La de Presentacioncita, que así se llamaba,
+debía estar ya muy próxima, según se echaba de ver al primer examen.
+Era su marido un tal don Gaspar de Grijalva, con más riqueza que buen
+seso, y muy aficionado a meterse en trapisondas políticas, por lo que
+Presentación se afligía mucho y estaba siempre sobre ascuas temiendo
+que le ahorcasen. Esta señora, lo mismo que Sola, parecían tener muy
+pocas ganas de conversación; pero doña Salomé, colocada entre ellas
+como una especie de mediador parlante, suplía la desgana de ellas
+con un insaciable apetito de palique, y no cesaba de hacer preguntas
+y observaciones, poniendo en el discurso, como se pone la sal en la
+comida, los suspiros y el incesante revolver de sus ojos.
+
+Jenara, o sea la maja, hacia atrás volvía su rostro a cada instante
+para responder a Falfán de los Godos, y en uno de estos dimes y diretes
+habló así:
+
+—Sí, hoy mismo he tenido noticias suyas. Pipaón me entregó esta mañana
+una carta que es de perlas, por las muchas cosas ingeniosas que me
+dice. Creo que en mucho tiempo no le veremos por acá. Me anuncia que
+piensa casarse.
+
+Jenara hablaba en voz muy alta; pero como Falfán de los Godos era algo
+teniente, es decir, algo sordo, nadie lo extrañaba. Al mismo tiempo la
+de Porreño daba con el codo a Sola y le decía:
+
+—¿Pero no me oye usted lo que le pregunto? Tres veces le he preguntado
+a usted que si conoce a aquel comandante que pasa, y no me ha dado
+contestación... Por lo visto aquí todos son sordos... Se ha quedado
+usted lela; ¿en qué piensa usted que está tan pálida?... ¿No oye
+usted?...
+
+—Sí, sí —replicó Sola, como se replicaría a las avispas, si la picada
+de estas fuera, en vez de picada, pregunta—. He oído perfectamente.
+
+La de Porreño, al ver que por aquella banda no sacaba nada de provecho,
+se volvió a la otra y a Presentación. Después que la oyó, Presentación,
+que era muy maligna, dijo así:
+
+—Aguarde usted. Mandaré a casa por la _Guía de Forasteros_, y con
+ella en la mano le diré a usted los nombres de todos los comandantes,
+capitanes y coroneles que hay en España.
+
+La de Porreño miró al cielo como si quisiera ponerle por testimonio de
+tanta injusticia. Bueno es decir que no vestía de maja ni de cosa que
+lo pareciera, sino a la moda pura y neta de 1822, con dulleta que ella
+misma había trocado en pelliza, aplicándole los restos de un capisayo
+antiguo. Su tocado era el llamado de turbante, guarnecido de cordones
+que fueron de oro y unas plumas que más parecían de escribano que de
+avestruz, como no pudieran aplicarse a uno y otro.
+
+—También a mí me han dicho que piensa casarse —manifestó Falfán de los
+Godos.
+
+Entonces se oyó un murmullo, una voz sorda y general que, sin decir
+nada, claramente decía: «Ya viene, ya viene, ya, ya...». La multitud se
+agitó cual una gran culebra que pone en movimiento todas sus vértebras,
+y en los balcones hubo un hondo suspiro de ansiedad que corrió de un
+cabo a otro de la calle. Todos los ojos miraban a la Puerta del Sol,
+por donde sonaba como el mugido de un mar, y al poco rato se vio que
+se agitaba la superficie de cabezas, y que brincaban saltando por
+encima de la gente penachos de caballos, plumas de morriones y espadas
+desnudas. El murmullo creció, estalló la marcha real como un trueno, y
+empezó a pasar la corte.
+
+Sola no veía nada, sino una confusa corriente de colorines y formas,
+caballos que parecían hombres, hombres que trotaban, y un rodar
+continuo de formas y magnificencias, todo en tropel y borrosamente, al
+modo de nube formada de la disolución de todas las visiones humanas. Un
+cerebro que desfallece, permitiendo la alteración de las sensaciones
+ópticas, suele producir desvanecimiento y síncope; pero Sola hizo un
+esfuerzo, cerró los ojos, dejando pasar la mareante comparsa, y así
+resistió, fuertemente asida a los hierros del balcón. Cuando, pasada
+la corriente de abigarrados coches, solo quedaban los escuadrones
+de escolta, principió a serenarse: pero todavía su visión estaba
+perturbada, y las casas y balcones cuajados de damas, seguían corriendo
+juntamente con la caballería.
+
+Después de desfilar por delante de Palacio, los regimientos de
+infantería pasaban por la calle.
+
+—Ese, ese coronel, ¿quién es? —preguntó súbitamente la de Porreño.
+
+—Si no me engaño, es el moro Muza —replicó Presentación.
+
+Diciéndolo, el caballo que montaba el teniente coronel señalado
+por Salomé resbaló, y sin que el jinete pudiera sujetarlo, cayó
+pesadamente, arrastrando a este. La caída fue tremenda. Oyose inmensa
+gritería mujeril. Detúvose la gente, arremolinose el regimiento,
+acudieron soldados y paisanos al infeliz jinete, magullado y aturdido
+por la fuerza del golpe, y alzándole del suelo, le entraron en una
+tienda para darle algún socorro. Era un hombre de cuerpo largo y flaco,
+cara morena y varonil. Al ser levantado del suelo hacía recordar
+involuntariamente la figura de don Quijote tendido en tierra después de
+cualquiera de sus desventuradas aventuras.
+
+En los balcones de Bringas agolpáronse todos para ver al caído.
+
+—¡Pobre hombre! —exclamó Cordero.
+
+—¡Y qué bien iba en el caballo! —dijo la de Porreño.
+
+—Se parece al de la Triste Figura —indicó Bringas.
+
+—Es el mismísimo don Quijote —observó Olózaga.
+
+Jenara volviose prontamente, y con cierto tonillo de enfado dijo así:
+
+—Pues no es don Quijote, señor discursista, sino don Tomás
+Zumalacárregui, apostólico neto y con un corazón mayor que esta casa.
+
+Cuando poco o nada había que ver en los balcones, Bringas obsequió a
+sus amigos con algunas golosinas acompañadas de licores y agua fresca,
+y unos hartos de dulces, otros sin probarlos, empezó el desfile. Don
+Benigno, con Sola y sus hijos, fue a recorrer las calles para ver
+los preparativos de las grandes fiestas que empezaban aquel día, y
+principalmente para contemplar y admirar por sus cuatro costados _el
+templete_, monumento de lienzo pintado de que se hablaba mucho, y que
+con grandes dispendios se construyó en la Puerta del Sol sobre la misma
+Mariblanca. Era la máquina más bonita que habían visto los madrileños
+hasta entonces. Millares de personas la admiraban sin cesar, formando
+un círculo de papamoscas, y a la verdad, las columnas pintadas, las
+cuatro estatuas y el globo terráqueo, que remataba la construcción como
+un bonete, harían caer de espaldas a Miguel Ángel, Herrera y demás
+célebres arquitectos.
+
+Todo lo fue examinando Cordero, y sobre todos los preparativos dio
+opiniones muy discretas. En los días y noches siguientes llevó a su
+familia a ver las comparsas e iluminaciones, y a admirar la gran
+novedad del carro triunfal alegórico mitológico manolesco, dispuesto
+por el corregidor Barrajón, y en el cual iban haciendo de ninfas varias
+bellezas de Madrid, entre ellas _Pepa la Naranjera_, que, subida en el
+escabel más alto, representaba a la diosa Venus.
+
+La gente decía que iba _vestida de Venus_, de lo que resultaba un
+contrasentido; pero el decoro de nuestras costumbres y la santidad de
+los tiempos no habrían consentido que las diosas salieran a la calle
+como andaban por el Olimpo.
+
+
+
+
+V
+
+
+Entre las muchas sociedades más o menos secretas que amenazaron el
+poder de Calomarde, hubo una que no precisamente por lo temible, sino
+por otras razones, merece las simpatías de la posteridad. Llamose de
+los _Numantinos_, y componíase de mucha y diversa gente. Entre los
+atrevidos fundadores de ella hubo tres, cuyos nombres ilustres conserva
+y conservará siempre la historia patria: llamábanse Veguita, Pepe y
+Patricio.
+
+El objeto de los _Numantinos_ era, como quien no dice nada, _derrocar
+la tiranía_. Los medios para conseguir este fin no podían ser más
+sencillos. Todo se haría bonitamente por medio de la siguiente receta:
+_matar al tirano_ y _fundar una república a estilo griego_.
+
+Retratemos a los tres audaces patriotas, ante cuya grandeza heroica
+palidecerían los Gracos, Brutos y Aristogitones.
+
+El primero, _Veguita_, tenía dieciocho años y era de la piel de
+Barrabás, inquieto, vivo, saltón, con la más grande inventiva que se ha
+visto para idear travesuras, bien fueran una fiestecilla de pólvora,
+un escalamiento de tapias, una paliza dada a tiempo, o cualquier otro
+desafuero. Su casta americana se revelaba en el brillo de sus negros
+ojos, en su palidez y en sus extremadas alternativas de agitación o
+indolencia. Vino de América casi a la ventura. Su madre le envió a
+Europa para educarse y para heredar. Si esto último no fue logrado,
+en cambio su nueva patria heredó de él abundantes bienes de la mejor
+calidad. Pertenecía a la célebre empolladura del colegio de San Mateo,
+donde dos retóricos eminentes sacaron una robusta generación de poetas.
+Antes de ser derrocador de tiranos fundó la academia del _Mirto_, cuyo
+objeto era hacer versos, y allí, entre sáficos y espondeos, nació el
+complot _numantino_; que en España, ya es sabido, se pasa fácilmente de
+las musas a la política.
+
+El segundo, _Pepe_, tenía quince años. Nació en un camino, entre el
+estruendo de un ejército en marcha; arrullaron su primer sueño los
+cañones de la guerra de la Independencia. Creció en medio de soldados
+y cureñas, y a los cinco años montaba a caballo. Sus juguetes fueron
+balas. Ya mozo, era mediano de cuerpo y agraciado de rostro, en lo
+moral generoso, arrojado hasta la temeridad, ardiente en sus deseos,
+pobre en caudales, rico en palabra, cuando triste tétrico, cuando
+alegre casi loco. Educose también en San Mateo con los retóricos, y
+desde aquella primera campaña con los libros, le atormentaba el anhelo
+de cosas grandes, bien fueran hechas o sentidas. Los embriones de su
+genio, brotando y creciendo antes de tiempo con fuerza impetuosa,
+le exigieron acción, y de esta necesidad precoz salió la sociedad
+_numantina_. También le exigían arte, y por eso en la sesiones de
+la asamblea infantil, a Pepe le salía del cuerpo y del alma, en
+borbotones, una elocuencia inocentemente heroica que entusiasmaba a
+todo el concurso. Él no pedía niñerías; aspiraba nada menos que a
+_quebrantar las cadenas que oprimían a la patria_, empresa en verdad
+muy humanitaria y que iba a ser realizada en un periquete.
+
+El tercero, _Patricio_, tenía, como _Veguita_, dieciocho años. Se le
+contaba, por lo tanto, entre los respetables.
+
+Era formalillo, atildado, de buena presencia, palabra fácil y
+fantasía levantisca y alborotada. Sentía vocación por las armas y
+por las letras, y lo mismo despachaba un madrigal que dirigía un
+formidable ejército de estudiantes en los claustros de Doña María
+de Aragón. También era orador, que es casi lo mismo que ser español
+y español poeta. En los _Numantinos_ asombraba por su energía y el
+aborrecimiento que mostraba a todos los tiranos del mundo. Insistía
+mucho en lo de hacer trizas a Calomarde, medio excelente para llegar
+después a la pulverización completa de la tiranía.
+
+Las reuniones se celebraban en una botica de la calle de Hortaleza las
+más de las veces, otras en una imprenta, y cuando cundían olores de
+persecución, toda _Numancia_ se refugiaba en una cueva de las que había
+en la parte inculta del Retiro, no lejos del Observatorio. Los mayores
+de la cuadrilla no pasaban de veinte abriles: estos eran los ancianos,
+_expertos_, o _maestros sublimes perfectos_; que, a decir verdad, la
+pandilla gustaba de darse aires masónicos, sin lo cual todo habría sido
+muy soso y descolorido.
+
+Si aquello no era inocente, lo parecía, porque a lo mejor, los enemigos
+del tirano, bien se hallaran en la botica, bien en la novelesca cueva
+del Retiro, se distraían sin saber cómo de su misión heroica y se
+ponían a acertar charadas y a representar comedias. Otras veces, cuando
+alguno de ellos tenía dineros, cosa muy extraordinaria y fuera de lo
+natural, alquilaban borricos y se iban en escuadrón por las afueras
+dando costaladas y buscando aventuras, que siempre concluían con alguna
+pesada chanza de _Pepe_.
+
+Fuera o no pueril la sociedad _Numantinos_, lo cierto es que Calomarde
+la descubrió y puso la mano en ella, dando con todos los chicos en la
+cárcel de Corte, y metiendo más ruido que si cada uno de ellos fuese
+un Catilina, y todos juntos el mismo Averno. La importancia que dio
+aquel gobierno menguado y cobarde a la conspiración infantil puso en
+gran zozobra a las familias. Se creyó que los más traviesos iban a
+ser ahorcados, y había razón para temerlo, pues quien supo ahorcar
+a hombres y mujeres, bien podía hacer lo mismo con los muchachos,
+que era el mejor medio para extirpar el liberalismo futuro. Mas por
+fortuna Calomarde no gustó de hacer el papel de Herodes, y después de
+tener algunos meses en la cárcel a los que no se salvaron huyendo, les
+repartió por los conventos _para que aprendieran la doctrina_.
+
+_Patricio_ se escapó a Francia. A _Pepe_ me le enviaron al convento de
+franciscanos de Guadalajara, y a _Veguita_ le tuvieron recluso en la
+Trinidad de Madrid. Esta prisión eclesiástica fue muy provechosa a los
+dos, porque los frailes les tomaron cariño, les perfeccionaron en el
+latín y en la filosofía, y les quitaron de la cabeza todo aquel fárrago
+masónico numantino y el derribo de tiranías para edificar repúblicas
+griegas.
+
+
+
+
+VI
+
+
+Lo azaroso de los tiempos traía entonces mudanzas muy bruscas en
+todo, y las pandillas variaban a menudo, modificadas por las muertes
+y destierros. En 1827 echábase de menos a _Patricio_, que estaba en
+París, y a _Pepe_, que, perseguido nuevamente por sus calaveradas, se
+había marchado a Lisboa con muchas ilusiones y pocas pesetas, que por
+cierto arrojó al mar en la boca del Tajo. Quedaba _Veguita_, a quien
+hallamos siendo núcleo de una nueva cuadrilla. Ya no se ocupaba de
+política inocente. La juventud abría los ojos, columbrando la grandeza
+lejana de sus destinos. ¡Generación valiente, en buen hora naciste!
+
+Junto a _Veguita_ hallamos a un joven riojano y por añadidura tuerto,
+que hacía ya las comedias más saladas que podrían imaginarse. Había
+sido primero soldado raso y después empleado en los tres años, con
+su impurificación correspondiente el 24. Tenía las chuscadas más
+ingeniosas y las ocurrencias más felices. Hablaba mejor en verso que
+en prosa, y montaba mejor en el Pegaso que en un burro alquilón, pues
+restablecido en la partida el uso de las expediciones asnales, nuestro
+soldado poeta apenas sabía tenerse sobre la albarda. Era el mismo
+demonio para contar cuentos y para buscar consonantes, siendo tal en
+esto su destreza, que no le arredraban los más difíciles y enrevesados.
+
+El más notable después de estos, era un muchacho que hacía muy malos
+versos y no muy buena prosa, medio traductor de Homero, casi abogado,
+casi empleado, casi médico, que había empezado varias carreras sin
+concluir ninguna. Sabía lenguas extranjeras. Tenía veinte años, y en
+tan corta edad había pasado de una infancia alegre a una juventud
+taciturna. Tan bruscas eran a veces las oscilaciones de su ánimo
+arrebatado en un vértigo de afectos vehementes, que no se podía
+distinguir en él la risa del llanto, ni el dudoso equívoco de la
+expresión sincera. Había en su tono y en su lenguaje un doble sentido
+que aterraba y un epigramático gracejo que seducía. Era pequeño
+de cuerpo y bien proporcionado de miembros. A su pelo muy negro
+acompañaban bigote y barba precoces; su color era malo, bilioso, y sus
+ojos grandes y tristes. Tenía mala boca y peores dientes, lo cual le
+afeaba bastante. Fumaba sin descanso, como si padeciera una sed de humo
+que jamás podía aplacarse, y era en su vestir pulcro, elegante y casi
+lechuguino.
+
+Educado en Francia, afectaba a veces desprecio de su nación y la
+censuraba con acritud, quejándose de ella como el prisionero que se
+queja de la estrechez incómoda de su jaula. Frecuentemente, después de
+alborotar en el grupo de un café con palabras impetuosas o mordaces,
+se retiraba a un rincón rechazando toda compañía, o despidiéndose a la
+francesa, huía. Después de largas ausencias tornaba a la pandilla con
+humor hipocondríaco.
+
+Daba su opinión sobre poesía y literatura con un aplomo y una
+originalidad de juicios que pasmaba a todos. Ni _Veguita_ ni el tuerto
+autor de comedias tenían conocimiento, por lo que sus maestros de aquí
+les enseñaban, de aquel nuevo y peregrino modo de juzgar, buscando
+el fondo más bien que la forma de las obras. Pero cuando nuestro
+atrabiliario quería echarse a poeta, los mismos que le admiraban como
+juez, se reían en sus barbas diciéndole que _una cosa es predicar otra
+dar trigo_. Por mucho tiempo fue objeto de risa y chacota su oda a los
+Terremotos de Murcia, que es de lo peor que en nuestra lengua se ha
+escrito. Cuando se anunció que la reina Cristina estaba encinta, todos
+los poetas echaron otra vez mano o la lira, y el hipocondríaco endilgó
+su soneto
+
+ _Guarda ya el seno de Cristina hermosa_
+ _Vástago incierto de alta dinastía..._
+
+Verdad es que no eran mucho mejores los que al mismo asunto compusieron
+_Veguita_ y el autor de comedias.
+
+Se agregaron a la pandilla otros muchos chicos. De ellos, algunos no
+serán mencionados en razón de la oscuridad en que siempre han vivido;
+otros lo serán más tarde, cuando las necesidades de esta verídica
+historia lo reclamen.
+
+Reuníanse primero en el café de Venecia y después en el del Príncipe,
+que desde entonces sacó el nombre de _Parnasillo_. Entonces la juventud
+no tenía más que dos medios para dar desahogo a su ardor, y eran: hacer
+versos o hacer diabluras. Los estudios estaban muertos; la prensa
+no existía; las letras mismas y el teatro principalmente, yacían
+encadenados por una censura bestial y vergonzosa; el conspirar olía a
+cáñamo; la política era patrimonio de las camarillas; las bellas artes,
+música y pintura, hallábanse en su alborada primera. Los muchachos
+que no sentían gusto por los soeces ejercicios de la tauromaquia, se
+entretenían en trepar por las asperezas del Olimpo, y como la mayor
+parte carecían de estro, no tenían más recurso que la murmuración
+y las travesuras. De todas las musas, la que más andaba entre los
+de la pandilla, tratándoles de tú, era la _Décima_, por otro nombre
+_el hambre_, a quien _Veguita_ dedicó una composición muy chusca.
+Sin dinero, sin ocupación, sin estímulo, aquellos insignes poetas o
+prosistas o simples mortales vivían de la poderosa fuerza íntima, que
+en unos era la fantasía, en otros la conciencia de un gran valer, y en
+todos el presagio de que habían de ser principio y fundamento de una
+generación fecunda.
+
+Todo cansa en el mundo, hasta el hacer versos. Así es que no podían
+satisfacer al bullidor espíritu de tales muchachos las sesiones del
+_Parnasillo_ y el ardiente disputar sobre odas, comedias y poemas. La
+juventud necesita acción, necesita el elemento dramático de la vida,
+sin el cual esta no es más que un soliloquio de dolor o un quietismo
+morboso. La juventud de aquel tiempo, la más ilustre que había tenido
+España desde que envejeció la gran pléyade del siglo XVII, no sabía
+vivir sin drama. Es verdad que había amores y de lo fino; pero las
+aventuras galantes no podían satisfacer completamente a una generación
+que era la empolladura de una gran época. Si la hubiesen dejado, habría
+hecho revoluciones, derribado gobiernos, aplastado ídolos entre el
+tumulto estrepitoso de millares de discursos. Sentía en sí, mezclado
+con la facultad y la facilidad versificante, el germen de la gloriosa
+oratoria parlamentaria, que en nuestra tierra y en nuestro genio es una
+especie de poesía combatiente. En España es común que el fuego de las
+ambiciones rompa las liras para forjar con ellas las espadas.
+
+La acción, que era una necesidad, un apetito irresistible de la
+insigne pandilla, estaba circunscrita por Calomarde a la esfera del
+_Parnasillo_. La policía no estorbaba que allí dentro se dispararan
+ovillejos, quintillas y décimas, llenas de pimienta como los antiguos
+vejámenes; pero el libro, el drama, el periódico, todas las grandes
+armas del pensamiento, les estaban vedadas. No se les permitía más que
+los alfileres.
+
+Su instinto de grandes empresas con la palabra o con la acción les
+llevaba derechamente a las travesuras, y aquellos rapaces inspirados se
+ocupaban de noche en salir por ahí a romper faroles y a dar bromazos
+a los vecinos pacíficos. ¡Romper un farol! ¡Cuántas delicias, cuánto
+ingenio, cuánta charla preparatoria y cuántos trámites para obra
+tan regocijada! Escogida por el día la víctima inocente, bien por
+la diafanidad relativa de sus vidrios, bien por hallarse próxima a
+cualquier casa de habitantes pusilánimes, se le formaba causa criminal.
+Uno defendía en toda regla al farol, alegando sus buenos servicios,
+otro le acusaba, probando su complicidad en las tinieblas de la
+calle, o, por el contrario, el robo que había hecho de los rayos del
+sol. Después de consultar toda la jurisprudencia farolística, recaía
+sentencia en verso, y se nombraba la comisión ejecutiva. Por la noche
+un repentino estruendo y el salpicar de los vidrios rotos anunciaba el
+terrible cumplimiento de la justicia; con la oscuridad, la alarma de
+los vecinos y la intromisión de algunos de estos en la gresca, venían
+nuevas trapisondas y al cabo palos y carreras.
+
+Otras veces se entretenían en llamar con fuertes aldabonazos a las
+puertas, y daban aviso a media docena de médicos, diciéndoles con mucho
+apuro que tal o cual enfermo se hallaba en crisis. Enviaban la partera
+a casa de quien menos la necesitaba, y la caja de muerto a quien gozaba
+de excelente salud.
+
+Desde Santa Catalina hasta la Cuaresma, menudeaban entonces las
+reuniones de máscaras, diversión que prevalece en épocas de poca
+libertad. Eran célebres y vistosas las de Aristizábal, Commoto y
+Mariátegui, familias ricas tal que recibían y obsequiaban en el tono y
+forma de la urbanidad moderna. Pero el españolismo rancio tenía tantas
+raíces, que las tertulias de tal especie eran señaladas y aun puestas
+en ridículo por los enemigos de los cumplimientos, partidarios de la
+antigua llaneza ramplona, de quien eran secuaces la incomodidad, el
+desaseo, los modales burdos y la grosería.
+
+Entre las pocas tertulias donde no imperaba el españolismo rancio,
+había una que era sin duda la más agradable de todas. No ha llegado su
+fama hasta nuestros días; pero esto no importa ni hace al caso, toda
+vez que apenas hemos tenido, como los tuvo Francia, _salones_ célebres
+que fueran centro de hábiles tramas políticas. La tertulia o salón de
+doña Jenara, que tal nombre se le daba, no tuvo importancia mayor como
+centro político ni podía tenerla en aquellos días; no era tampoco de
+primer orden por la riqueza de su dueña, y sus únicas preeminencias
+consistían en el buen gusto, en el trato amable, festivo, ligero y
+exquisitamente urbano, tan distante de la afectada etiqueta como de la
+llaneza; en lo escogido de los manjares, en la comodidad del servicio
+de estos, en la libertad un tanto excesiva de los juegos de azar, y
+principalmente en la chispa inagotable de la charla ingeniosa, rica
+intención y travesura. Era opinión común que allí no entraban los
+tontos. Concurrían a la tertulia menos mujeres que hombres. De los
+poetas nuevos no faltaba uno, y de la gente antigua y machucha iba toda
+la turbamulta volteriana.
+
+No quiere decir esto que la tertulia fuese un centro liberalesco, ni
+el volterianismo significaba de modo alguno entonces ideas avanzadas
+en política; por el contrario, los más heterodoxos eran comúnmente los
+más _cangrejos_, como solía decirse. Si algún color político dominaba
+en las reuniones, era el absolutista tolerante o ilustrado, el ideal
+monárquico con Carta a lo Luis XVIII, habilidosa componenda de donde en
+tiempos más próximos había de salir el Estatuto, y luego los moderados,
+doctrinarios, etc.
+
+La dueña de la casa parecía complacerse en sostener equilibrio perfecto
+entre el elemento apostólico y el reformista, pues ambos tenían algún
+corifeo en sus tertulias. Pero no todo era política. Casi casi las
+tres cuartas partes del tiempo se invertían en leer versos y hablar de
+comedias, y la música no ocupaba el último lugar. Después que algún
+aficionado tocaba al clave una sonatina de Haydn o gorjeaba un aria
+de la _Zelmira_ cualquier italiano de la compañía de ópera, solía el
+ama de la casa tomar la guitarra, y entonces... No hay otra manera de
+expresar la gracia de su persona y de su canto sino diciendo que era
+la misma Euterpe bajada del Parnaso para proclamar el descrédito del
+plectro y hacer de nuestro grave instrumento nacional la verdadera lira
+de los dioses.
+
+Era hermosa sobre toda ponderación, y mujer de historia. Separada de
+su esposo, no se le conocían desvaríos. Si alguien se aventuraba a
+hablar de cosas que ofendieran su buen nombre, era tan por lo bajo
+que aquellos vientecillos de murmuración apenas salían de un pequeño
+círculo. Había viajado mucho y hablaba el francés con perfección, lo
+que ya era de grandísimo valor entre los elegantes. Ofrecía su vida
+pasajes misteriosos que nadie acertaba a explicar bien, y que, por el
+propio misterio, se trocaban en dramáticos; y finalmente, mariposeaban
+en torno a ella muchos individuos con pretensiones de cortejos;
+pero aunque a todas horas le echaban memoriales de suspiros o de
+galanterías, a ninguno dio ocasión para que se creyera favorecido.
+
+La danza no podía faltar en las tertulias. ¡Ah!, entonces el baile
+era baile, un verdadero arte con todos los elementos plásticos que le
+hicieron eminente en Oriente y Grecia, por donde parece natural mirarle
+como antecesor de la escultura. Entonces había caderas, piernas,
+cinturas, agilidad, pies y brazos; hoy no hay más que armazones
+desgarbadas dentro de la funda negra del traje moderno.
+
+Al ver en estos últimos años a ciertos hombres eminentes que han sido
+(y los que viven lo son todavía) el _summum_ de la gravedad en la
+magistratura, en la política y en el ejército; al mirarles, repetimos,
+ora en el sillón presidencial del Senado, ora en el banco azul, ya
+vestidos con la toga de la justicia, ya con el respetabilísimo uniforme
+de generales, no hemos podido tener la risa considerando que vimos a
+esos mismos señores dando brincos y haciendo trenzados en el salón de
+doña Jenara con loco entusiasmo.
+
+La política se trataba en aquella, casa con toda la discreción que la
+época exigía. Ninguno de los sucesos que ocuparon la atención pública
+desde 1829 a 1831 dejó de tratarse allí, mezclándose los exteriores
+con los nacionales, según los traía la revuelta corriente del tiempo.
+Allí se dijo cuanto podía decirse de la transcendentalísima Pragmática
+Sanción del 29 de marzo del 30, origen inmediato de varias guerras
+crueles, pretexto de esa horrible contienda histórica, secular,
+característica del genio español del siglo XIX, y que no ha concluido,
+no, aunque así lo indiquen las treguas en que el pérfido monstruo toma
+aliento.
+
+Esa batalla grandiosa en que han peleado con saña los ideales
+hermosos y las tradiciones poéticas, los entusiasmos más firmes y
+las ranciedades más respetables, los intereses más nobles y los más
+bastardos, mezclándose en una y otra parte el legítimo anhelo de la
+reforma con la terquedad de la costumbre, el vuelo del pensamiento con
+la exaltación de la fe; esa batalla, digo, trabada hace tiempo en el
+corazón y en el pensar de España, tarde o temprano había de venir al
+terreno de las armas. Así tenía que ser por ley ineludible. Quiso el
+cielo que nuestra revolución fuera larga, sangrienta, toda compuesta
+de fieros encuentros, heroísmos, infamias y martirios, como una gran
+prueba; quiso que se desataran las pasiones en una guerra sin fin,
+empezada, concluida y vuelta a empezar y concluir en larga serie de
+años de zozobra.
+
+Hay pueblos que se transforman en sosiego, charlando y discutiendo
+con algaradas sangrientas de tres, cuatro o cinco años, pero más bien
+turbados por las lenguas que por las espadas. El nuestro ha de seguir
+su camino con saltos y caídas, tumultos y atropellos. Nuestro mapa no
+es una carta geográfica, sino el plano estratégico de una batalla sin
+fin. Nuestro pueblo no es pueblo, sino un ejército. Nuestro gobierno
+no gobierna: se defiende. Nuestros partidos no son partidos mientras
+no tienen generales. Nuestros montes son trincheras, por lo cual están
+sabiamente desprovistos de árboles. Nuestros campos no se cultivan,
+para que pueda correr por ellos la artillería. En nuestro comercio se
+advierte una timidez secular originada por la idea fija de que mañana
+habrá jaleo. Lo que llamamos paz es entre nosotros como la frialdad
+en física, un estado negativo, la ausencia de calor, la tregua de la
+guerra. La paz es aquí un prepararse para la lucha, y un ponerse vendas
+y limpiar armas para empezar de nuevo.
+
+Pues esta guerra, esta inquietud, que ha llegado a ser en la madre
+patria como un crónico mal de San Vito, se declaró abiertamente,
+después de ciertos amagos, cuando se quiso averiguar quién sucedería en
+el trono a nuestro amado soberano, toda vez que era creencia general
+que se nos moriría pronto. Felipe V establece la ley Sálica, y Carlos
+IV la deroga en secreto. Fernando VII quiere hacerlo en público, y
+lo hace. El problema terrible, o sea la rivalidad de las dos ideas
+cardinales, encuentra al fin un hecho en que encarnarse: la sucesión.
+Tradición y libertad se miran y aguardan con mano armada y corazón
+palpitante lo que dirá la esfinge. La esfinge en aquellos críticos días
+es una reina encinta.
+
+¿Varón o hembra? He aquí la duda, la pregunta general, la esperanza
+y el temor juntos, la cifra misteriosa. Cuando llegó el día 10 de
+octubre de 1830, día culminante en nuestra historia, y retumbó el cañón
+llevando la alegría o el miedo a todos los habitantes de la Villa,
+el ingenioso cortesano de 1815, don Juan de Pipaón, entró sofocado y
+sudoroso en casa de Jenara. Venía sin aliento, echando los bofes, la
+cara como un tomate, por la violencia del correr y de las emociones.
+
+—¿Qué?... ¿Qué es? —preguntó Jenara con calma.
+
+Pipaón se dejó caer en un sofá, y dándose aire con el pañuelo exclamó:
+
+—¡Hembra!... España es nuestra.
+
+—¡Hembra! —repitió Jenara—. ¡Pobre España!
+
+
+
+
+VII
+
+
+Inútil es decir que las fiestas sucedieron a las fiestas; que al júbilo
+oficial correspondió el del inocente pueblo, y que la inmensa mayoría
+de este no comprendió la importancia extraordinaria del suceso, origen
+de tanto cañoneo y regocijos tantos. Arrojada la moneda al juego de
+_cara o cruz_, había salido _cara_. Los de la _cruz_ estaban como es
+fácil suponer. Había que oírles en sus camarillas, conventículos y
+madrigueras oscuras. No se hablaba más que de las Partidas, del Auto
+acordado y de la Pragmática Sanción, y la palabra _legitimidad_ se
+escribió en la oculta bandera.
+
+Luego que Jenara y Pipaón dijeron lo que escrito queda, empezaron a
+llegar a la casa los amigos, unos contentos, otros reservados. Aquella
+misma noche leyeron algunos poetas los versos en que celebraban el
+feliz alumbramiento de la hermosa reina, y la señora de la casa
+obsequió a todos con espléndido _ambigú_, en el cual hubo tanta alegría
+y abundancia tal de exquisitos vinos, que algunos salieron a la calle
+con más soltura de lengua y más flaqueza de piernas de lo que fuera
+menester.
+
+Por mucho tiempo los temas de política extranjera cedieron en la
+tertulia ante el grave tema de nuestros negocios. Ya no se habló más
+de la revolución de julio en Francia, asunto socorridísimo que dio
+para todo el verano y otoño, ni del nuevo reinillo de Grecia, ni del
+reconocimiento de Luis Felipe, ni de Polonia, ni aun siquiera del
+famoso decreto de 1.º de octubre, en el cual, para acabar más pronto
+con los llamados _negros_, se condenaba a muerte a todo el género
+humano o poco menos. Y la causa de esta barrabasada draconiana fue que
+el buenazo de Luis Felipe, viendo que aquí no le querían reconocer como
+rey de los franceses, abrió la frontera a los emigrados, y aun dícese
+que les dio auxilio y adelantó algunos dineros. Ellos, que necesitaban
+poco para armarla, cuando se vieron protegidos por el francés,
+asomaron impávidos por diversas partes del Pirineo. Mina, Valdés y
+Chapalangarra, acompañados de López Baños, Jáuregui, Sancho y otros
+andantescos de la revolución, aparecieron por Navarra. Cataluña vio
+en sus riscos a Miláns y a Brunet, y por Roncesvalles vinieron Gurrea
+y Plasencia. En Gibraltar los más temibles aguardaban coyuntura para
+hacer un desembarco. Pero estos amagos no pasaron adelante. El gobierno
+acabó pronto con todas las partidas, y habiendo caído en la cuenta
+de que debía reconocer a Luis Felipe, hízolo así, y Francia cerró la
+frontera. De este modo ha jugado siempre la buena vecina con nuestras
+discordias, y lo mismo será mientras haya discordias, emigrados y
+fronteras.
+
+Muchas particularidades desconocidas del público y aun del gobierno en
+las frustradas intentonas, fueron sabidas de los tertulios de Jenara.
+En la casa de esta había un grupo que solía reunirse a solas presidido
+por la señora, y en él la confianza y la amistad habían apretado sus
+dulces lazos. Allí solían leerse algunas cartas venidas de Francia, no
+ciertamente con intento de conspirar, sino como mensajes de cariño.
+Vega (a quien ya no es conveniente llamar _Veguita_) contaba que Pepe
+Espronceda había estado en la frontera batiéndose al lado del bravo
+y desgraciado Chapalangarra. Todo lo sabía Ventura por una carta que
+recibió en noviembre, y en la cual se referían las aventuras que le
+salieron a Espronceda desde que entró en Lisboa hasta que pasó el
+Pirineo, las cuales eran tantas y tan maravillosas que bastaran a
+componer la más entretenida novela de amores y batallas.
+
+En Lisboa le metieron en un pontón, donde se enamoró de la hija de
+cierto militar compañero de encierro. Este le parecía ya, más que
+cárcel, un paraíso, cuando me le cogieron, y embarcándole en un pesado
+buque, me le zamparon en Londres. Allí vivió, mejor dicho, murió algún
+tiempo de tristeza y desesperación, cuando cierto día en que acertó
+a pasar por el Támesis vio que desembarcaba su amada. Días felices
+siguieron a aquel encuentro; pero cuáles serían las aventuras del
+poeta, que tuvo que salir a toda prisa de Inglaterra y huir a Francia,
+donde encontró a muchos emigrados, y juntándose con ellos y con
+estudiantes y periodistas, empezó a alborotar en los clubs. Vinieron
+las célebres ordenanzas de Polignac contra los periódicos. Ya se sabe
+que de las ruinas de la prensa nacen las barricadas. Espronceda se
+batió en ellas bravamente, y sucio de pólvora y fango respiró con
+delicia y gritó con entusiasmo, viendo por el suelo la más venerada
+monarquía del mundo, que con toda su veneración había caído ya tres
+veces con estruendo pavoroso.
+
+Espronceda no se contentaba con libertar a Francia. Era preciso
+libertar también a Polonia. Entonces era casi una moda el compadecer
+al pueblo mártir, al pueblo amarrado, desnacionalizado, cesante de
+su soberanía. La cuestión polaca fue llevada al sentimentalismo, y
+al paso que se hicieron innumerables versos y cantatas con el título
+de _Lágrimas de Polonia_, se formaban ejércitos de patriotas para
+restablecer en su trono a la nación destituida. El que cantó al Cosaco
+se alistó en uno de aquellos ejércitos, que en honor de la verdad más
+tenían de sentimentales que de aguerridos. Pero afortunadamente para
+el poeta, Luis Felipe, que como rey nuevecito quería estar bien con
+todo el mundo, incluso con los rusos, prohibió el alistamiento. A la
+sazón el banquero Lafitte daba (con mucho sigilo se entiende) dinero
+y armas a los emigrados españoles para que vinieran a meter cizaña
+a la frontera. En esto era correveidile del francés, que deseaba
+probar a España los inconvenientes de no reconocer a los reyes nuevos.
+Espronceda, que se ilusionaba fácilmente, como buen poeta, al ver
+los aprestos de la emigración creyó que ya no había más que entrar,
+combatir, avanzar, ganar a Madrid, repetir en él las jornadas de
+julio, y quitar a Fernando el dictado de rey de España para llamarle
+_de los españoles_, trocándolo de absoluto y neto en soberano popular,
+_bourgeois_, _bonnet de coton_, o como quisiera llamársele. Ya se sabe
+el término que tuvieron estas ilusiones. Después de las escaramuzas
+quedamos, con el sanguinario decreto de octubre, más absolutos, más
+netos, más apostólicos, más _narizotas_ y más _calomardizados_ que
+antes.
+
+Si Vega y otros de los tertulios recibían de peras a higos alguna
+carta, Jenara las tenía constantemente y con puntualidad, cosa notable
+en un tiempo en que la correspondencia, o no circulaba, o circulaba
+después que la paternal policía se enteraba bien de su contenido para
+evitar camorras. La correspondencia de Jenara se salvaba por mediación
+del gran Bragas, que la sacaba incólume del correo, y al mismo
+tiempo recibía de él numerosas confidencias de sucesos más o menos
+misteriosos. De estas confidencias, muchas no le servían para nada,
+otras las utilizaba para favorecer a los amigos que caían en desgracia
+del gobierno, y de todas tomaba pie para burlarse a la calladita de
+Calomarde, personaje a quien estimaba lo menos posible.
+
+Habían pasado muchos días desde el nacimiento de la princesa de
+Asturias, esperanza de la patria, cuando Pipaón fue a ver a Jenara y le
+anunció con misterio que tenía que comunicarle cosas de importancia.
+
+—O yo no soy quien soy —dijo sentándose junto a ella en el gabinete— y
+he perdido el olfato, o nuestro endemoniado amigo está en Madrid.
+
+—¿Será posible? ¡En Madrid!..., ¡qué locura!, ¡y sin ponerse bajo
+nuestra protección! —exclamó la dama palideciendo un poco.
+
+—Yo no le he visto; pero hay en Gracia y Justicia algunos datos que
+permiten creer que está aquí... Y no habrá venido seguramente a matar
+moscas. Algún jaleo lindísimo traen entre manos esos bribones, que
+no quieren dejarnos en paz. El gobierno teme algo en Andalucía, por
+lo cual no hay carta que no se abra, ni vivienda que no se registre.
+Manzanares, Torrijos y Flores Calderón andan por allá preparando algo,
+y al fin, tanto va a la fuente el cántaro de la represión, que en una
+de estas se rompe...
+
+—¡Sangre..., horca! —dijo maquinalmente Jenara mirando al suelo.
+
+—Don Tadeo pierde cada día su fuerza, y el rey se está haciendo
+todo mantecas, a medida que la gente de orden y el respetabilísimo
+clero ponen los ojos en el infante, única esperanza de esta nación
+francmasonizada y hecha trizas por el ateísmo. Ya no es nuestro rey
+aquel hombre que se ponía verde siempre que le hablaban de liberalismo.
+Con los achaques y el mal de ojo que le ha hecho la reina, pues el amor
+que le tiene parece maleficio, está más embobado que novio en vísperas.
+Doña Cristina sabe a dónde va, y dulcifica que te dulcificarás, está
+haciendo la cama al democratismo. Ya se habla de amnistía, de abrir la
+puerta a los lobos, señora, y traernos otros tres añitos como los de
+marras.
+
+Al decir esto, el ilustre don Juan, inflamado en patriótica ira, dio un
+porrazo en el suelo con la contera de su bastón, añadiendo luego:
+
+—Pero no será, no será, que antes que doblar el cuello a las
+melifluidades de la napolitana, antes que dejarnos llevar por ella a la
+ratonera liberalesca, echaremos a rodar Pragmática y reina, y la _áurea
+cuna de la angélica Isabel_, como dicen esos menguados poetastros, y
+habrá aquí un Vesubio, señora, un Etna...
+
+La señora no le hizo caso y seguía meditando.
+
+—Se levantará la nación —dijo el cortesano levantándose de la silla
+para expresar emblemáticamente su idea— y veremos cuántas son cinco.
+Tenemos un príncipe varón, sabio, religioso, honesto; tenemos
+doscientos mil voluntarios realistas que se beberán el ejército como un
+vaso de agua; tenemos el reverendo clero con los reverendísimos obispos
+a su cabeza; tenemos el apoyo de la Europa, que, fuera de la nación
+francesa, marcha por las vías apostólicas. ¡Viva el señor don...!
+
+—¡Silencio! —indicó la dama—. No me atormente usted con su entusiasmo.
+Estoy de apostólicos hasta la corona, y deseo que los _kirieleysones_
+del cuarto de don Carlos no lleguen hasta mi casa trayéndome el
+olorcillo a sacristía que tanto me enfada... Pasando a otra cosa,
+¿sabe usted que es temeridad venir a Madrid sin ponerse bajo nuestro
+amparo?... Yo le ofrecí mi protección para que viniera... Sin ella está
+en grandísimo peligro, y tan bien ahorcan a Juan como a Pedro.
+
+—Exactamente. ¿Pero le ha visto usted hacer cosa alguna que no fuera
+temeridad, locura y disparate?
+
+—Trabajo le doy a quien intente averiguar dónde está escondido —dijo la
+dama sin cuidarse de disimular su inquietud—. ¿Será posible averiguarlo?
+
+—Muy posible —repuso Pipaón soplando fuerte, que era en él signo claro
+de orgullo—. Como que ya tengo, si no averiguado, casi casi...
+
+—¿De veras? Estará en casa de algún amigo.
+
+—Que te quemas... digo, que se quema usted.
+
+—¿En casa de Bringas?
+
+—No.
+
+—¿En casa de Olózaga?
+
+—Nones.
+
+—¿En casa de Marcoartú?
+
+—Requetenones... En suma, señora mía, yo no sé fijamente dónde está;
+pero tengo una presunción, una sospecha...
+
+—Venga... Si no me lo dice usted pronto, le contaré a Calomarde sus
+picardías.
+
+—No por la amenaza de usted, sino por mi cortesía y deseo de
+complacerla, le diré que me tendré por el más bobo, por el más torpe de
+los cortesanos de este planeta, si no resultase que nuestro temerario
+trapisondista está en casa de Cordero.
+
+—¡En casa de Cordero!
+
+La dama pronunció estas palabras con asombro, y quedó luego sumergida
+en el mar de sus pensamientos, sin que los comentarios de Pipaón
+lograran sacarla a la superficie.
+
+—¿Estorbo? —dijo al fin el cortesano, advirtiendo que la dama no le
+hacía más caso que a un mueble.
+
+—Sí —afirmó ella con la franqueza que tanta gracia le daba en ocasiones.
+
+—¿Va usted de paseo?
+
+—No... me duele la cabeza... Abur, Pipaón, no olvide usted mis
+recomendaciones, a saber: la canonjía, la canonjía, santo Dios; que
+esos benditos primos me tienen loca..., la bandolera para el sobrino
+del canónigo; que su familia no me deja respirar..., el pronto
+despacho en la censura de teatros de ese nuevo drama traducido por el
+busca-ruidos...; en fin, no sé qué más. Esto no es casa, es una agencia.
+
+Despidiose Pipaón después de prometer activar aquellos asuntos, y
+la dama, al punto que se vio sola, empezó a vestirse con gran prisa
+y turbación. Le había ocurrido que aquel día necesitaba de ciertos
+encajes, y no quería dilatar un minuto en ir a comprarlos.
+
+
+
+
+VIII
+
+
+A pesar de su amor a la vida inalterable y metódica, don Benigno
+no veía con gusto que transcurriese el tiempo sin traer cambios o
+novedades en su existencia. Es que se había amparado del alma del héroe
+cierta comezoncilla o desasosiego que le sacaba a veces de su natural
+índole reposada. A menudo se ponía triste, cosa también muy fuera de su
+condición, y sufría grandes distracciones, de lo que se asombraban los
+parroquianos, los amigos y el mancebo.
+
+En la casa no había más variaciones que las que trae consigo el tiempo:
+los muchachos crecían, los pájaros se multiplicaban, los gatos y perros
+rodeábanse de numerosa y agraciada prole, Crucita gruñía un poco menos
+y Sola había engrosado un poco más.
+
+De todos los amigos de Cordero, el más querido era el buen padre
+Alelí, de la Orden de la Merced, viejísimo, bondadoso, campechano. Era
+de Toledo, como don Benigno, y aun medio pariente suyo. Le ganaba en
+edad por valor de unos treinta años, y acostumbrado a tratarle como un
+chico desde que Cordero andaba a gatas por los cerros de Polán, seguía
+llamándole por inveterado uso, _chicuelo, don Piojo, harto de bazofia,
+el de las bragas cortas_. Cordero, por su parte, trataba a su amigo
+con mucho desenfado y libertad, y como las ideas políticas de uno y
+otro eran diametralmente opuestas, y Alelí no disimulaba su absolutismo
+neto ni Cordero sus aficiones liberalescas, se armaba entre los dos
+cada zaragata que la trastienda parecía un Congreso. Felizmente, toda
+esta bulla acababa en apretones de manos, risas y platos de migas al
+uso de la tierra, rociadas con vino de Yepes o Esquivias.
+
+He aquí un modelo de conversación Alelí-Corderesca:
+
+—Buenos días, Benignillo. ¿Cómo vas de _régimen nefando_?
+
+—Padre Monumento, vamos tal cual. Los del régimen se entretienen en
+tirarse coces unos a otros y no se acuerdan de perseguirnos.
+
+—Don Fulastre, don Piojo, el asno será él. ¿Sabes algo del nuevo papa
+que tenemos, Gregorio XVI, el cual, o no será tal papa, o no dejará un
+rey liberal en toda la Europa?
+
+—¡Barástolis! No sé más sino que allá me las den todas y que le beso la
+sandalia a mi señor don Gregorio, como católico que soy.
+
+—¿Católico y jacobista? Átame esa mosca. Oye tú, _el de las bragas
+cortas_, ¿qué pasaje leíste anoche?
+
+—Tío Latinajo, leí el pasaje que dice: _He visto en la religión la
+misma falsedad que en la política. No hay religión, por buena que sea,
+que no haya derramado sangre inocente._
+
+—Sigue, que me muero de risa. Eres un filósofo de agua y lana. Cuando
+acabes de volverte loco con tu _Emilio_ saldremos a enseñarte en las
+ferias a dos cuartos por barba. Ven acá, almacén de sandeces y tienda
+de majaderías, ¿qué sabes tú lo que es religión?
+
+—Me lo enseñan los de sayo y teja, a quienes se puede decir... _Je, je,
+son tontos y piden para las ánimas_.
+
+—Cuando tú y tus amigos los liberales herejes os desocupéis de la
+paliza que os están dando en toda la Europa, y soltéis el ronzal para
+formar Congreso y decir: «señor presidente, pido el rebuzno», no
+faltará quien os enseñe a hablar con respeto de las cosas sagradas.
+
+—Día vendrá en que rompamos el ronzal, padre definidor, y entonces
+definiremos la _conventualla_, diciendo: _Al fraile soga verde y
+almendro seco_.
+
+—También se dijo: _Donde las dan las toman_.
+
+—Y también _Cuentas de beato y uñas de gato_.
+
+—¡Ah!, mercachifle, si fueras bueno no serías rico. Esas sí que son
+uñas de gato, que es como decir de filósofo.
+
+—No sé si dijo por mí aquello de _A la puerta del rezador nunca eches
+tu trigo al sol_.
+
+—Ladrón y rapante tú; mas no nosotros, que de limosna vivimos.
+
+—¿De limosna, eh? ¡Ah!, señor _don Cepillo de Ánimas_, qué bien dijo el
+que dijo: _Reniego de sermón que acaba en daca_.
+
+—Yo he oído que tienes la cabeza a pájaros.
+
+—A propósito de pájaros. Yo he oído que el _abad y el gorrión dos malas
+aves son_.
+
+—Mira, Benigno —dijo Alelí cuando el tiroteo llegaba a este punto—,
+vete al mismo cuerno, y echa acá un cigarrillo.
+
+Cordero alargó su petaca al fraile, diciéndole:
+
+—A la paz de Dios. Viva mil años mi fraile.
+
+—¿Cómo están hoy tus nenes? —preguntó Alelí encendiendo su cigarro—.
+Lo de Rafaelillo resultó indigestión como te dije, ¿no es verdad? Dale
+hojas de Sen y créeme.
+
+—No solo de Sen, sino de Can y Jafet se las ha dado Cruz, que tiene en
+casa el herbolario más completo de Madrid.
+
+—¿Ha parido la podenca?
+
+—Todavía no; pero parirá su merced. Para ser un Retiro, a esto no
+le falta más que el estanque; que de animales y hierbas tenemos
+cuanto Dios crió, sin que falte el león, que es mi hermana... ¡Ah!,
+me olvidaba: las perdices que traje ayer las están aderezando a la
+toledana; a lo Castañar puro. Si viene usted, tendremos para diez
+perdices cuatro.
+
+—¿Pues no he de venir, hombre de Dios, señor don _Ladrón de encajes_?
+No faltaba más sino desairar a la tierra... ¿Hoy?
+
+—Hoy mismo. Además yo tengo que hablar con usted de un asunto grave.
+
+Al decir esto, Cordero tomó un aire de seriedad y de temor, que puso en
+gran curiosidad al padre Alelí.
+
+—¿Un asunto grave? No será el primero que me consultas.
+
+—Pero es seguramente el más delicado, el más peliagudo. Necesito
+consejo y ayuda.
+
+—Para eso estoy yo. Vengan esos cinco.
+
+Se estrecharon las manos, y Cordero besó las flacas y temblorosas del
+anciano fraile con mucho cariño.
+
+—El mal camino andarlo pronto, y pues esto urge, tratémoslo ahora.
+
+—Cuando quieras, hijo. A bien que ambos somos toledanos y parientes.
+
+—¡Viva la Virgen del Sagrario! —dijo Cordero con emoción—. Es temprano:
+ahora viene poca gente. El chico se quedará en la tienda. Subamos a mi
+cuarto y hablaremos.
+
+—¿Es cosa larga?
+
+—Primero una confesión, un secreto, que si no lo suelto pronto, creo
+que me hará daño; después un consejo sobre lo que se ha de hacer, y
+por último... a ver si se luce el buen padre _Engarza-Credos_ con una
+comisión delicada.
+
+—Vamos, por el hábito que visto, que estoy curioso.
+
+Salieron. Media hora después, don Benigno y su amigo reaparecieron en
+la trastienda. El comerciante traía el semblante alegre y las mejillas
+más que de ordinario encendidas. Alelí movía su cabeza, con más
+nerviosidad y temblor que de ordinario, y al despedirse de su paisano,
+le dijo:
+
+—Me parece muy bien, Benigno de mi corazón. Yo quedo encargado de
+arreglarlo.
+
+
+
+
+IX
+
+
+Dulce melancolía inundaba el alma pura del buen Cordero. Parecíale
+que todo lo de la tienda, incluso el feo hortera, concordaba con el
+estado de su espíritu, tiñéndose de inexplicable color lisonjero, y
+que había una sonrisa general en todo lo externo, como si cada objeto
+fuera espejo en que a sí propio se miraba. Para más dicha, hasta hubo
+muchas ventas aquel día, que fue, si no fallan los informes, uno de los
+de febrero del año de 1831, al cual se podría llamar, como se verá más
+adelante, el año sangriento.
+
+Serían las once cuando entró en la tienda una dama y tomó asiento.
+Era parroquiana y amiga. Don Benigno la saludó, y al punto empezó a
+sacar género y más género, blondas de Almagro, Valenciennes, Bruselas,
+Cambray, Malinas, en tal abundancia y variedad que no parecía sino que
+la señora iba a llevarse todo Flandes a su casa.
+
+—¡Qué carero se ha vuelto usted!... Ya no vuelvo más acá... Me voy a
+casa de Capistrana... ¿Cincuenta y seis reales? ¡Qué herejía!... Esto
+no vale nada... Es imitación... Vaya una carestía... No doy más que
+tres onzas por todo.
+
+—No es sino muy barato... Por ser usted lo llevará en cincuenta duros
+todo... ¿Capistrana? No hay allí más que maulas, señora... Volverá
+usted por más... Es legítimo de Malinas... lo recibí la semana pasada.
+Este encaje de Inglaterra me cuesta a mí veinticuatro. Pierdo el dinero.
+
+—Lo que pierde usted es la caridad... ¡Santo Dios, cómo nos desuella!
+Así está más rico que un perulero... Con estos precios que aquí usan,
+¡ya se ve!, no es extraño que se compren casas y más casas.
+
+Tantos dimes y diretes concluyeron con que la dama pagó en buenas onzas
+y doblones. Mientras Cordero empaquetaba las compras para mandarlas a
+la casa de la señora, esta le preguntó si era cierto que se había hecho
+propietario de la finca donde estaba la tienda, y como el encajero le
+contestara que sí, la parroquiana aparentó alegrarse mucho diciendo:
+
+—Precisamente estoy muy descontenta del cuarto en que vivo y deseo
+mudarme. ¿No viven en este principal los de Muñoz? ¿No se van de
+Madrid? Pues si dejan la casa yo la tomo.
+
+—Mucho me alegraré —replicó el héroe—. Pero me figuro que mi principal
+será pequeño para quien tanto lujo tiene y a tanta gente recibe en sus
+tertulias.
+
+—¡Oh!, no... Pienso reducirme mucho y vivir más para mí que para los
+otros —dijo la dama con mucha gracia—. Estoy cansada de poetas, de
+mazurcas y de chismes políticos. El gobierno ha principiado a mirar
+con malos ojos mis reuniones, a pesar de que mi absolutismo pasa por
+artículo de fe. Ya sabe usted lo que es Calomarde y toda esa gente: van
+de exageración en exageración... Están ciegos. El poder absoluto es
+como el vino, una cosa muy buena y un vicio, según el uso que de él se
+haga. No lo dude usted, esa gente está borracha, y mientras más bebe
+y más se turba, más quiere beber. El año comienza mal, y según dicen,
+las conspiraciones arrecian, y el gobierno no se para en pelillos para
+ahorcar.
+
+—No faltará tampoco quien amanse y dulcifique —dijo Cordero apoyando
+sus codos en el mostrador para atender mejor a un tema tan de su
+gusto—. La reina...
+
+—¡Oh, sí, la reina!... —exclamó la dama con ironía—. Sus
+dulcificaciones, de que tanto se ha hablado, son pura música. Ya lo
+ve usted, ha fundado un Conservatorio por aquello de que _el arte a
+las fieras domestica_. Me hace reír esto de querer arreglar a España
+con músicas. Al menos el rey es consecuente, y al fundar su escuela
+de tauromaquia, cerrando antes con cien llaves las universidades,
+ha querido probar que aquí no hay más doctor que Pedro Romero. Eso
+es, dedíquese la juventud a las dos únicas carreras posibles hoy,
+que son las de músico y torero, y el rey barbarizando y la reina
+dulcificando, nos darán una nación bonita... ¡Ah!, me olvidaba de otra
+de las principales dulcificaciones de Cristina. Por intercesión de
+ella, ¡oh alma generosa!, se va a suprimir la horca para sustituirla,
+¡enternézcase usted, amigo Cordero!..., para sustituirla con el
+garrote... No sé si en el Conservatorio se creará también una cátedra
+de dar garrote... con acompañamiento de arpa.
+
+Don Benigno se rio de estas despiadadas burlas; mas lo hizo por pura
+galantería, pues siendo entusiasta admirador de la joven y generosa
+reina, no admitía las interpretaciones malignas de su parroquiana.
+
+—Ello es, querido don Benigno —añadió esta—, que yo he determinado
+quitarme de en medio. Presiento no sé qué desgracias y persecuciones.
+Deseo una vida retirada y oscura. No más tertulias, no más versos
+dedicados a bodas reales, embarazos de reinas y nacimientos de
+princesas, no más murmuración ni secreteo sobre lo que no me importa.
+Si su casa de usted me gusta, a ella me vengo y en ella me encierro...
+Decidido, señor de Cordero.
+
+—Como buena y cómoda no hay otra en Madrid.
+
+—Yo quisiera verla.
+
+—Lo haré presente al señor de Muñoz y de seguro me dará permiso para
+que usted la vea.
+
+—No, no se moleste usted —dijo la dama observando con atención el
+rostro de Cordero, por ver si se turbaba—. ¿No son iguales todos los
+pisos?
+
+—Todos enteramente iguales.
+
+—Pues enséñeme usted el entresuelo, donde usted vive... Pero ahora
+mismo. Tengo prisa. Quiero decidir de una vez.
+
+Levantose resueltamente, dirigiéndose a alzar la tabla del mostrador
+para pasar a la trastienda. De aquel modo brusco y ejecutivo hacía ella
+todas sus cosas.
+
+—No hay inconveniente, señora —dijo Cordero, manifestando más bien
+agrado que contrariedad—. Pero la señora me permitirá que no la
+acompañe, porque tendría que dejar la tienda sola. El chico no está.
+
+—No faltaba más sino que también conmigo gastara usted cumplidos.
+Quédese usted..., subiré sola, ya sé el camino..., por esta
+escalerilla...
+
+—¡Sola!... ¡Cruz!... —gritó don Benigno desde el primer peldaño.
+
+La dama subió con ágil pie por la escalera, la cual era tan estrecha
+que en la angostura de las paredes se le chafaron a la señora las
+huecas mangas de jamón, y el chal de cachemira se le resbaló de los
+hombros.
+
+En aquel mismo momento, Crucita estaba limpiando jaulas y soplando la
+paja del alpiste, sin parar un momento en su conversación con todos los
+pájaros, la cual era un lenguaje compuesto de suavísimas interjecciones
+cariñosas, de voces incomprensibles cuyas variadas inflexiones no
+expresaban ideas, sino un vago sentimiento de arrullo o los apetitos y
+anhelos del instinto. Era aquella charla como los rudimentos o albores
+de la palabra humana cuando el hombre, pegado aún a la naturaleza
+por el cordón umbilical de la barbarie, desconocía las relaciones
+sociales. ¡Oh, qué dato para aquel filósofo que tenía en don Benigno
+el más entusiasta de sus admiradores! Oyendo hablar a doña Crucita
+con los habitantes enjaulados de su selva de balcón, Rousseau habría
+comprendido mejor el estado feliz y perfecto del hombre, y su amigo
+Voltaire se habría puesto de cuatro pies para practicar, no de burlas,
+sino de puras veras, las teorías del autor del _Contrato_.
+
+Doña Cruz era una mujercita seca y bastante vieja, muy limpia, fuerte y
+dispuesta como una muchacha, lista de pies y manos, con la cabeza medio
+escondida dentro de una escofieta que parecía alzarse y bajarse con el
+mover de la cabeza, como las moñas o tocas de ciertas aves. Para mirar
+daba a la cara un brusco movimiento lateral, lo mismo que los pájaros
+cuando están azorados o en acecho. Fuera por la asociación de ideas o
+por verdadera semejanza, ello es que al verla daban ganas de echarle
+alpiste.
+
+Interrumpida en lo mejor de su faena, doña Cruz se escandalizó, se
+asustó, aleteó un tanto con los bracitos flacos, miró de lado, graznó
+un poquillo. Al mismo tiempo, dos, tres o quizás cuatro perrillos se
+abalanzaron a la dama ladrando y chillando, rodeándola de tal modo
+que, si fueran mastines en vez de falderos, la dejarían malparada. La
+cotorra y el loro ponían en aquel desacorde tumulto algunos comentarios
+roncos que aumentaban la confusión. La dama expresó el objeto de su
+subida al entresuelo; mas como Crucita no podía oírla, fuele preciso
+alzar la voz, y con esto alzaron la suya los perros, mayaron los
+gatos, se enfadaron cotorra y loro, y los pájaros prorrumpieron en una
+carcajada estrepitosa de cantos y píos. Mientras más gritaba la turba
+zoológica, más se desgañitaba doña Cruz diciendo: «¿Qué se le ofrece
+a usted? ¿Por quién pregunta usted?». Y a cada subida del diapasón de
+la vieja, más elevaba el suyo la señora, mientras don Benigno desde la
+escalera gritaba sin que le escucharan: «¡Cruz! ¡Sola!», armándose tal
+laberinto que sin duda hubiera parado en algo desagradable si no se
+presentara afortunadamente la _Hormiga_ a desvanecer aquella confusión,
+inponiendo silencio y enterándose de lo que la dama quería.
+
+Sorprendida y algo cortada estaba Sola ante aquel brusco modo de ver
+casas, y pasado el asombro primero, dio en sospechar que otra intención
+distinta de la manifestada tenía la dama. Aunque esta le inspiraba
+miedo, por figurársele que su presencia le anunciaba alguna trapisonda,
+quiso disimular su temor. Tan bien lo consiguió que la señora empezó a
+sorprenderse a su vez de hallar en la protegida de Cordero un semblante
+tan festivo, un ánimo tan sereno, y tal disposición a la complacencia,
+que dijo para sí con despecho y tristeza: «O esta disimula mejor que
+yo, o no hay aquí hombre escondido ni cosa que lo valga».
+
+
+
+
+X
+
+
+Vieron la casa toda, que la señora encontró más pequeña de lo que creía
+y bastante oscura en lo interior. Después Sola, que no había tenido
+tiempo de echarse un mantón por los hombros, ni aun de quitarse el
+delantal, que era su librea de gala por las mañanas, acompañó a la
+señora a la sala para que descansase, y le pidió indulgencia por el mal
+pergenio con que la recibía. Considerándose ella como una especie de
+ama de gobierno más bien que como dueña de la casa, su posición frente
+a la otra era, en verdad, un poco desairada. Pero no le importaba nada
+ser allí un poco más o menos señora, y sentándose a cierta distancia
+de la visitante, esperó a que Crucita o el mismo don Benigno vinieran
+a relevarla de su señorío provisional. Crucita se había encerrado en
+el gabinete para colgar las jaulas y echar agua a los tiestos, y no se
+cuidaba de que hubiese o no en el estrado una persona extraña. Cordero
+estaba vendiendo, y tampoco podía subir.
+
+En cambio, Juanito Jacobo se adelantaba lentamente pegado a la pared y
+rozándose con las sillas, como babosa que marcha pegada a las piedras
+de una tapia. Con el ceño fruncido, un dedo en la boca y ambas manos
+teñidas con la pintura de un caballejo de palo, a quien acababa de dar
+un baño en la cocina, miraba a Sola y a la otra señora, esperando que
+cualquiera de ellas le llamase.
+
+—¿Es este el niño más pequeño de don Benigno? —preguntó la dama.
+
+—Sí, señora..., ¡y es tan malo!... Ven acá, chico, ven; saluda a esta
+señora.
+
+El muchacho no se hizo de rogar y se acercó, con ademán de recelo y
+desconfianza, metiéndose, no ya el dedo, sino toda la mano dentro de
+la boca. La abundante pintura negra y roja que en los dedos tenía, se
+le pasó a los labios y carrillos.
+
+—Estás bonito por cierto... Pareces un salvaje —le dijo Sola—. ¿No te
+da vergüenza de que te vean así, grandísimo tunante?
+
+—No le riña usted.
+
+—¡Eh!..., no te acerques a la señora con esas manazas puercas... Tira
+ese caballo, que está chorreando pintura. Le ha dado ahora por lavar
+todo lo que encuentra, y el otro día metió en la tinaja las gafas de su
+padre.
+
+—Es un fenómeno de robustez esta criatura —afirmó la señora
+acariciándole.
+
+—Eso sí: está más sano que una manzana, y come más que un sabañón —dijo
+Sola, apretándole una nalga y dándole un palmetazo en el cogote, para
+que por el chasquido de las carnazas del chiquillo juzgase la señora de
+su robustez.
+
+Parecía una madre en plena manifestación de su orgullo de tal.
+
+Juan Jacobo miró a la señora con expresión de desvergüenza, la cual se
+aumentaba con los manchurrones de su cara.
+
+—¿Quieres mucho a esta señorita? —le preguntó la dama, dándole un golpe
+con su abanico.
+
+El muchacho, que apoyaba sus codos en las rodillas de Sola, alzó la
+pierna para montarse arriba.
+
+—No, no; fuera, fuera... —dijo Sola quitándose de encima la preciosa
+carga—. No faltaba más... A fe que es chiquito el elefante para
+llevarlo en brazos... Quita allá, mostrenco.
+
+—¿Un hombre como tú no tiene vergüenza de que le coja en brazos una
+mujer? —le dijo la señora riendo.
+
+—¡Le tenemos tan mimoso...! —dijo Sola con naturalidad—. Como es el más
+pequeño... Su padre está medio bobo con él, y yo...
+
+No pudo seguir porque el muchacho, que era tan ágil como fuerte, saltó
+de un brinco sobre las rodillas de Sola, y echándola los brazos al
+cuello, la apretó fuertemente.
+
+—Ya ve usted... —dijo ella—, me tiene crucificada este sayón... Si le
+dejara, así estaría todo el día... Vaya, vaya; basta de fiestas... Sí,
+sí; ya sé que me quieres mucho. Haz el favor de no quererme tanto...
+Abajo, abajo... ¡Qué pensará de ti esta señora! Dirá que eres un
+malcriado, un niño feo...
+
+—No extraño que los hijos de Cordero la quieran a usted tanto...
+—manifestó la dama—. ¡Es usted tan buena, y les ha criado con tanto
+esmero!... Así está don Benigno tan orgulloso de usted, y así no
+concluye cuando empieza a elogiarla. ¡Cómo la pone en las nubes!... Y
+verdaderamente, el amigo Cordero ha encontrado una joya de inestimable
+precio para su casa. Yo creo que en el caso presente el agradecimiento
+le corresponde a él más bien que a usted.
+
+Sola protestó de esta idea con exclamaciones, y también con movimientos
+negativos de cabeza.
+
+—¿Pues qué ha hecho usted sino sacrificarse? —añadió la dama—. Bien
+podría vivir hoy, si lo hubiera querido, en otra posición, en otro
+estado, que de seguro sería más independiente... pero dudo que fuera
+más tranquilo y feliz.
+
+—No creo que para mí pudieran existir posición ni estado mejores que
+los que ahora tengo —repuso la _Hormiga_ con sequedad.
+
+—Verdaderamente así es, porque si no recuerdo mal, usted se encontró
+después de la muerte de su señor padre, sola y abandonada en el mundo.
+Me parece haber oído que alguien la protegió a usted en aquellos días;
+pero como andando el tiempo, ese alguien, o se murió, o desapareció,
+o no quiso acordarse más de usted, el resultado es, hija mía, que su
+orfandad no ha tenido verdadero amparo hasta que este angelical don
+Benigno la trajo a su casa. En él tiene usted un padre cariñoso...
+¡Oh!, páguele usted con un cariño de hija, y no busque fuera de esta
+casa otros afectos ni otro estado de mejor apariencia. Cuidado con
+casarse; no cambie usted el arrimo de este santo varón por el de
+cualquier hombrecillo que no sepa comprender su mérito.
+
+Siguió apurando el tema la señora, y vino a parar en una filípica
+contra los hombres, sin especificar si la merecían en el concepto de
+maridos, o en el de novios o cortejos; pero deteniéndose de repente, se
+echó a reír.
+
+—Mas usted dirá que le doy consejos sin que me los pida, y que hablo de
+lo que no me importa.
+
+—No, señora; todo lo que usted dice me parece muy puesto en razón, y es
+natural que dé el consejo quien tiene la experiencia... Estate quieto
+por amor de Dios, chiquillo....
+
+—Bien, bien —dijo la dama riendo otra vez—. En fin, señora, yo estoy
+molestando a usted y quitándole el tiempo...
+
+—De ningún modo.
+
+Levantáronse ambas.
+
+—Tiene una hermosa sala el amigo Cordero —indicó la señora, alargando
+la mano a Sola, y observando al mismo tiempo las cortinas blancas, las
+rinconeras, los candeleros de plata y las plumas de pavo real—. La
+parte de la casa que da a la calle me parece muy bonita... En fin, en
+mí tiene usted una servidora... Adiós, hermoso, dame un beso... ¡Ah!,
+¿no sabe usted lo que me ocurre en este momento?
+
+La señora, que ya iba en camino de la puerta, se detuvo, retrocedió
+algunos pasos, y mirando a Sola fijamente, le dijo así:
+
+—Me olvidaba de hacer a usted una pregunta.
+
+Sola esperó, palideciendo un poco, por sentir corazonada de que la tal
+pregunta iba a ser de cosa triste. Su instinto zahorí lo adivinaba;
+parecía leer en los ojos de la hermosa dama la pregunta misma con todas
+sus palabras antes de que la primera de estas fuese pronunciada.
+
+—Dígame usted —preguntó la señora, afectando poco interés—: aquel
+caballero, aquel joven, aquel, en fin, a quien usted llamaba su
+hermano, ¿dónde está?
+
+—No lo sé, señora —replicó Sola pasando bruscamente de la palidez al
+rubor—. Hace tiempo que no sé nada.
+
+—¿Vive, o que es de él?
+
+—No sé una palabra. Hace dos años que no me escribe... ¿Usted sabe algo?
+
+El rubor desapareció en ella, dejándola en su natural color y aspecto
+tranquilo.
+
+—Dos años justos hace que tampoco sé nada... Es muy particular...
+
+Para la astuta dama no pasó inadvertida la circunstancia de que si
+la joven se turbó al recibir la primera impresión de la pregunta,
+supo contestar con serenidad a ella. Ya fuese por disimulo, ya
+porque realmente se interesaba poco por el personaje recordado tan
+bruscamente, no se afectó como la otra creía.
+
+«O está aquí —pensó la dama— y la muy pícara lo oculta con admirable
+disimulo, o si no está, no se cuida ya de él para maldita cosa».
+
+—Quiero ser franca con usted —dijo después de ligera pausa, en que la
+miró a los ojos como se miraría en un espejo—. Me dijeron hace días que
+estuvo en Madrid y que don Benigno le había ocultado en su casa.
+
+—¡Aquí!... ¡Señora! —exclamó Sola echando la sorpresa por sus ojos con
+tanta naturalidad que la dama no pudo menos de sorprenderse también—.
+La han engañado a usted... Apuesto a que Pipaón... ¡Ah!, ese buen
+don Juan miente más que habla... Todos los días viene contando unas
+patrañas que nos hacen reír... En cuanto a ese desgraciado, yo creo que
+no puede ocultarse aquí ni en ninguna parte...
+
+—¿Por qué?
+
+—Yo tengo mis razones para creer... Sí, bien lo puedo asegurar casi
+sin temor de equivocarme: mi hermano ha muerto.
+
+Parecía que iba a llorar un poco; pero no lloró ni poco ni mucho. La
+dama vaciló un momento entre la emoción y la incredulidad. Llevose
+el pañuelo a la boca, como si quisiera poner a raya los suspiros que
+contra todas las leyes del disimulo querían echarse fuera, y dijo esto:
+
+—¡Válganos Dios, y cómo mata usted a la gente!... Con permiso de usted,
+no creo...
+
+¡Horrible y nunca oída algazara! Quiso el demonio, o por mejor hablar,
+doña Crucita, que en el momento de decir la señora _no creo_, se
+abriese la puerta del gabinete y diera salida a dos falderillos, un
+doguito y un pachón, que, soltando a un tiempo el ladrido, atronaron
+la sala, y como por la misma puerta venía el chillar de los pájaros,
+y como de añadidura subían por la angosta escalera los tres chicos de
+Cordero, procedentes de la escuela, se armó un barullo tal, que no lo
+armara mayor la diosa misma de la jaqueca, caso de que pueda haber
+tal diosa. Los perros se tiraban a acariciar a los Corderillos, los
+Corderillos a los perros, y en medio del tumulto se oyó la pacífica voz
+de don Benigno, que también por la escalera subía diciendo: «orden,
+silencio, compostura, que hay visita en casa».
+
+Detrás de don Benigno apareció la figura de Zurbarán, a quien llamaban
+padre Alelí, y con el furor que los chicos ponían en besar la mano del
+padre y la correa del amigo, se aumentó el estruendo, porque los perros
+también querían dar pruebas de su veneración con ladridos. Al fin,
+para que nada faltara, apareció doña Crucita echando toda la culpa de
+la bulla a los muchachos, y les llamó _perros_, y a los perros _nenes_,
+y a su hermano _Borrego de Cristo_, y a Sola _doña Aquí me estoy_, y al
+buen fraile el _Zancarrón de Mahoma_.
+
+—Cállate, _Cruz del Mal Ladrón_ —dijo Alelí riendo—, y guarda adentro
+toda esta jauría de Satanás... ¡Oh! Cuánto bueno por aquí. Sí, ya me ha
+dicho Benigno que había subido usted a ver la casa. ¿Y qué tal? Tiene
+magníficas vistas nocturnas el patio, y en jardines colgantes no le
+ganaría Babilonia, así como en diversidad de alimañas no le ganaría el
+África entera.
+
+La dama habló un momento de las condiciones de la casa; después se
+despidió para marcharse, porque era la una, hora sacramental de la
+comida.
+
+—Un momento, señora —dijo don Benigno, ahuyentando a sus hijos y a los
+perros—. Aquí tiene usted al buen Alelí con más miedo que un masón
+delante de las comisiones militares. Usted, que tiene valimiento, puede
+sacarle de este apuro. Figúrese usted...
+
+—Nada, nada, señora —dijo Alelí nerviosamente, con extraordinaria
+recrudescencia en el temblor de su cabeza sobre el cuello, que
+parecía de alambre—. No es más sino que hace un rato se ha metido por
+la puerta de mi celda un emigrado, un terrible _democracio_ que ha
+venido a España sin pedir permiso a Dios ni al diablo, y con palabras
+angustiosas me ha rogado que le ampare y le esconda allí...
+
+—¿Y qué es un _democracio_? —preguntó la dama riendo.
+
+—Un perdis, un masón, un liberalote, un conspirador, un _democracio_:
+así les llamamos.
+
+—¿Y cuál es su nombre?
+
+—Eso, señora —dijo Alelí con gravedad—, no lo revelaré, pues aunque
+estoy decidido a no tenerle oculto más que el tiempo necesario para
+que reciba contestación escrita de los que puedan o quieran protegerle
+mejor, no cantaré quién es aunque me ahorquen. Confío en la discreción
+de todos los presentes. Bien saben que no amparo conspiradores
+contra mi rey y la religión que profeso, y si a este he amparado,
+hícelo porque me juró que no venía acá para armar camorra, sino para
+corregirse y vivir pacíficamente, confiado en el perdón que espera
+alcanzar de Su Majestad.
+
+—¡Sabe Dios a qué vendrá mi hombre! —dijo Cordero, gozándose en
+aumentar el susto de su amigo—. Me parece que de la Trinidad Calzada
+van a salir sapos y culebras si Calomarde no da una vuelta por allí.
+
+—Yo me lavo las manos... y callandito, que estamos hablando más de la
+cuenta. Benigno, a comer se ha dicho. Esta señora nos va a acompañar a
+hacer penitencia.
+
+Rehusando los obsequios e invitaciones de aquella buena gente, retirose
+la dama con harto dolor suyo, por no poder alcanzar el fin de la
+interesante noticia que el fraile traía del convento. Por la calle iba
+pensando en el desconocido que se acogía al amparo de la celda de
+Alelí. Al llegar a su casa encontró a Pipaón, que la aguardaba.
+
+—¡Necio! —exclamó, sentándose muy fatigada—. En casa de Cordero no hay
+nada... Como siga usted rastreando de este modo, pronto le dedicará
+Calomarde a coger moscas... Pero una feliz casualidad...
+
+—¿Ha descubierto usted...?
+
+—Sí, hombre; ¿qué cosa habrá que yo no descubra? Vea usted por dónde...
+Déjeme usted que descanse.
+
+—En Gracia y Justicia se sabe que continúa funcionando en Francia,
+más envalentonado que nunca, el famoso _Directorio provisional del
+levantamiento de España contra la tiranía_.
+
+—¡Noticia fresca!
+
+—Se sabe —añadió Pipaón dándose mucha importancia— que constituyen el
+tal _Directorio_ los patriotas, o dígase perdularios, Valdés, Sancho,
+Calatrava, Istúriz y Vadillo.
+
+—Que Mendizábal es el depositario de los fondos.
+
+—Que Lafayette les protege ocultamente y les busca dinero, y
+finalmente, que han enviado a Madrid a cierto individuo con nombre
+supuesto...
+
+—El cual, o yo soy incapaz de sacramento, o está en la Trinidad Calzada.
+
+Pipaón abrió su boca todo lo que su boca podía abrirse, y después de
+permanecer buen rato haciendo competencia a las carátulas de mármol que
+de antiguo existen en los buzones del correo, repitió con asombro:
+
+—¡En la Trinidad Calzada!
+
+
+
+
+XI
+
+
+El padre Alelí amenizó la comida con su charla, que habría sido la
+más sabrosa del mundo, si por efecto de los muchos años no tuviera
+la cabeza tan desvanecida y descuadernada que todo era desorden y
+divagaciones en sus discursos. Sucedía que el buen señor empezaba a
+contar una cosa, y sin saber cómo se escurría fuera del tema principal,
+y pasando de un incidente a otro, hallábase a lo mejor a cien leguas
+del punto a donde quería ir. Era hombre que antes de llegar a la
+decrepitud, tuvo una memoria fresquísima y una chispa especial para
+contar cosas pasadas y presentes; pero estaba ya tan débil de cascos,
+que de aquel recordar prodigioso y de aquel arte admirable para la
+narración ya no quedaba más que una facundia deshilvanada, un chorrear
+de ideas y palabras, y un grandísimo enfado si alguien le interrumpía o
+intentaba llamarle al orden.
+
+—Puesto que queréis conocer el caso del _democracio_ que se ha metido
+por las puertas de mi celda —dijo al principiar la comida—, os lo voy a
+contar como se deben contar las cosas, con todos sus pelos y señales.
+Empecemos por donde debe empezarse. Pues, señor..., iba yo por la
+calle de Carretas arriba, y al llegar a la esquina de Majaderitos
+veo que viene hacia mí un elefante con los brazos abiertos. Era para
+causar espanto a cualquiera la acometida de aquel monstruo con sotana y
+manteo; pero yo, que conozco a mis fieras, me dejé abrazar y le abracé
+también con mucho gozo. «¿Cómo va? Bien, ¿y tú, gigantón?...». En fin,
+para no cansar, era Juan Nicasio Gallego. Ya sabéis que fue discípulo
+mío en Salamanca, donde leí sagrados cánones por los años de 792 a
+794. Era entonces Nicasio el jayán más guapote que había salido de la
+tierra del garbanzo; sus disposiciones eran grandes, tan grandes como
+su pereza, y hubiéramos tenido en él un acabado canonista si no cayera
+en la tentación de enamorarse de Horacio y Virgilio, fomentadores de la
+holgazanería. El bribón de Meléndez le tomó mucho cariño, y lo mismo el
+calzonazos de Iglesias, que fabricó su reputación con chascarrillos...
+Yo digo que si Iglesias no se llega a morir a los treinta y ocho años,
+hubiera puesto el Breviario en epigramas... Pero sigo contando con
+orden. Quedamos en que una tarde paseábamos por el Zurguén el maestro
+Peláez, Meléndez, Gallego y yo. Por aquellos días había venido la
+noticia de la degollación de Luis XVI, y estábamos consternados, muy
+consternados, atrozmente consternados. A mí no me digan, ¿hay en la
+historia antigua ni moderna un crimen tan atroz?...
+
+—Por vida de Sancho Panza —dijo don Benigno riendo—, que eso se parece
+al cuento del hidalgo y el labrador... ¿A dónde va usted a parar
+con sus divagaciones, ni qué tiene que ver Luis XVI con el poeta
+zamorano?...
+
+—Allá voy, hombre, allá voy —replicó Alelí muy amostazado—. Yo sé lo
+que cuento y no necesito de apuntadores.
+
+—Sepamos ante todo lo que le dijo Gallego en la esquina de Majaderitos,
+si es que esto tiene algo que ver con el cuento del _democracio_.
+
+—Seguramente tiene que ver. Gallego es también un grande y descomedido
+_democracio_, y a eso iba... Pues me contó Juan Nicasio cómo le está
+engañando Calomarde, fingiéndole protección, y cómo el rey le ha
+prometido no sé cuántas prebendas sin darle ninguna. Además, el hombre
+está temblando porque le han delatado por francmasón, y bien sabemos
+todos que el año 8 fue empleado de los liberales en Cádiz, y el año 10
+diputado en las pestíferas Cortes.
+
+—Eso de pestíferas no pasa —exclamó Cordero, dando un golpe en la mesa
+con el mango del tenedor—. Repórtese el fraile o se sabrá quién es
+Calleja.
+
+—Vete con dos mil demonios.
+
+—Siga el cuento.
+
+—Sigo, y no interrumpirme.
+
+—Pero cuidado con echar por los cerros de Úbeda.
+
+—Que diga Sola si voy mal.
+
+—Va admirablemente —replicó ella sonriendo—. Eso se llama contar bien,
+y no falta sino saber lo que dijo ese señor _gallego_ o asturiano.
+
+—Pues dijo que está empleado en la biblioteca del duque de Frías, y que
+hace poco le fueron a prender por revoltoso, y equivocándose los de
+policía, en vez de cogerle a él, cogieron al archivero y le plantaron
+en la cárcel. Cuando el rey lo supo se rio mucho, y dijo a Calomarde:
+_Tan malos sois como tontos_. Después, Gallego fue a ver al rey, y como
+este tiene debilidad por los poetas... Ya sabéis cuánto se entusiasma
+con Moratín. ¡Ah!, hace dos años que murió ese buen hombre, y yo me
+acuerdo, como si fuera de ayer, de haberle visto trabajando en la
+platería de su tío el joyero del rey. Creo haberos contado que Moratín
+tuvo una novia, una tal doña Paquita, hija de la dueña de la casa donde
+vivía _Mustafá_. Ya sabéis que así llamábamos al pobre Juan Antonio
+Conde, por ser escritor de cosas de moros.
+
+—Nos lo ha contado unas doscientas veces —dijo Cordero al oído de Sola.
+
+—No sabíamos eso —añadió esta en voz alta, para no desanimar al
+bondadoso fraile—. ¿Conque Moratín...?
+
+—Sí, hija mía: estuvo enamorado de esa doña Paquita, habitante en la
+calle de Valverde con su madre, la señora doña María Ortiz, que fue el
+pintiparado modelo de la saladísima doña Irene de _El sí de las niñas_.
+Moratín ya no era mozo, y doña Paquita apenas tendría los dieciocho
+años, es decir, que con veinte de por medio entre los dos, ¡qué había
+de suceder...! Leandro, enamorado como suelen estarlo los machuchos que
+se reverdecen, la niña afectando acceder por timidez, por hipocresía
+o por agradecimiento, hasta que vino el desengaño, un desengaño cruel,
+horrible...
+
+—¡Barástolis...! Señor don Plomo —exclamó Cordero con repentino
+enfado—, que estamos hartos de oírle contar lo de Moratín y doña
+Paquita. ¿Qué tiene eso que ver ni con el amigo que encontró en
+Majaderitos, ni menos con el _democracio_ que está escondido en la
+Trinidad?
+
+—A ello voy, a ello voy, señor don Azogue —replicó Alelí enojándose
+también—. Pues qué, ¿no se han de contar los antecedentes de los
+sucesos? Precisamente iba a decir que en el momento de despedirme
+de Gallego acertó a pasar ese muchacho americano, Veguita, un
+enredadorzuelo que dio que hablar cuando aquella barrabasada de los
+_Numantinos_, y fue castigado con dos meses de encierro en nuestra casa
+para que le enseñáramos la doctrina. El tal es de buena pasta. Pronto
+le tomamos afición. Cantaba con nosotros en el coro y rezaba las horas.
+Yo le daba golosinas y le hacía leer y traducir autores latinos, y él
+me leía sus versos o me representaba trozos de comedias. Esto lo hace
+tan perfectamente, que si mucho tiene de poeta, más tiene de cómico.
+Yo le animaba para que abandonase el mundo y entrase en la Orden...
+¡Oh, amigos míos!... ¡Cuando uno considera que en nuestra Orden vivió
+y murió el primero de los predicadores del mundo, fray Hortensio
+Paravicino, cuya celda ocupo en la actualidad...!
+
+—Que te descarrías, que te pierdes —dijo riendo don Benigno—. Por Dios,
+querido padre mío, ya está usted otra vez a setecientas leguas de su
+cuento.
+
+—Iba diciendo que Ventura me besó las manos, y después se las besó
+al _padre de la Constitución_, que así llama a Gallego la gente
+apostólica, y de esta manera le calificó en su infame delación el
+religioso agonizante fray José María Díaz y Jiménez, a quien nuestro
+soberano llama el _número uno de los podencos_, por lo bien que
+huele, rastrea, señala y acusa toda conspiración de esos tontainas de
+liberales. No sé si os he dicho que, según confesión del buen elefante
+zamorano, Calomarde le odia más que a un tabardillo pintado, y si no
+fuera porque don Miguel Grijalva, amigo mío y de Nicasio, vio a Su
+Majestad y le llevó aquel famoso soneto que hizo Gallego cuando la
+reina estaba de parto...
+
+—Al grano, al grano, que eso, más que referir sucedidos, es marear a
+Cristo.
+
+—Un poquitín de paciencia, señores. Yo decía que se llegó a nosotros
+Veguita, a quien, después del encarcelamiento en nuestra casa, yo no
+había visto más que dos veces, una en casa de Norzagaray cuando él y
+sus amigos ensayaban la comedia de Zabala, _Faustina y Gerwal_, y otra
+en la Puerta del Sol cuando le llevaban preso por tener la audacia
+de dejarse las melenas largas, al uso masónico. Por cierto que ese
+atrevidillo se ha dejado crecer un bigote que no hay más que ver, y con
+aquellos precoces pelos insulta públicamente a la gente que manda,
+y hace descarado alarde de liberalismo... En una palabra, queridos:
+Venturilla y Gallego empezaron a hablar del censor de teatros,
+reverendo padre Carrillo, y excuso deciros que le pusieron como siete
+caños porque no deja resollar a los autores. Después..., y aquí entra
+lo principal de mi cuento...
+
+—Gracias a Dios... Aleluya.
+
+—Pues Veguita dijo una cosa al oído de Gallego..., y después acercose
+a mí poniéndose de puntillas, porque él es muy pequeño y yo más que
+regularmente alto, y me dijo también cuatro palabras al oído.
+
+—¿Qué? —preguntó con mucha curiosidad Cordero.
+
+—¡Pues no faltaba más sino que os fuera a revelar lo que se me confió
+como un secreto!
+
+
+
+
+XII
+
+
+—¡Barástolis!, que estamos enterados —dijo Cordero comiéndose las
+últimas almendras del postre.
+
+Pero el famoso Alelí no paró mientes en estas palabras, y empezó a
+rezar en acción de gracias por la comida. Poco después se habían
+levantado los manteles, y los muchachos, bien fregoteadas las manos y
+la boca, tornaron a la escuela. Don Benigno, que acostumbraba dormir
+muy breve siesta, la suprimió aquel día y bajó sin demora a la tienda,
+porque la comida había sido más larga que de ordinario. Doña Crucita,
+que no podía pasarse sin su regalado sueño de dos o tres horas, se fue
+a su cuarto, llevando en un plato las golosinas con que solía obsequiar
+en tal hora a sus queridas alimañas, y tras ella se fue Juan Jacobo,
+con el sombrero del padre Alelí encajado en la cabeza hasta tocar los
+hombros, y en la mano un látigo que él mismo había hecho con una orilla
+de paño amarrada al mango roto de un molinillo de chocolate. Alelí
+buscó el blando acomodo de un sillón que en el testero del comedor
+estaba, y que parecía decir _dormid en mí_ con la suave hondura de su
+asiento, la inclinación de su viejo respaldo gordinflón y la curva de
+sus cariñosos brazos. Allí dormía antaño la siesta doña Robustiana,
+y allí solía hacer sus digestiones el buen Alelí, las cuales no eran
+difíciles, por ser él la sobriedad misma.
+
+Para mayor comodidad, Sola le ponía delante una silla para que estirase
+las piernas, y tras de la cabeza una mofletuda almohada de su propia
+cama, con lo que el padre estaba tan bien que ni en la misma gloria.
+Aquella tarde, cuando Sola trajo silla y almohada, el fraile le tomó
+una mano, y mirándola con sus ojos soñolientos, le dijo:
+
+—Cordera...
+
+Sonriendo como la misma bondad sonreiría, Sola acomodó en la almohada
+la venerable cabeza, que parecía la de un santo, y dijo así:
+
+—¿Qué me quiere su reverencia?
+
+—Cordera —murmuró el fraile sonriendo también como un bienaventurado—,
+vete al cuarto de Benigno, y en el chaquetón, bolsillo de la
+izquierda... ¿entiendes?
+
+—Sí, un cigarrito.
+
+—Se me olvidó pedírselo antes que bajara...
+
+Ni medio minuto tardó la joven en traer el cigarrito, y con él la
+lumbre para encenderlo.
+
+—Es que quiero echar una fumada para despabilarme, porque desearía no
+dormir siesta... ¿entiendes, paloma?
+
+Como el fraile estaba con la cabeza echada atrás, en la más blanda y
+cómoda postura que pueden apetecer humanos huesos, Sola no quiso que
+se incorporase, y ella misma le encendió el cigarro en el braserillo,
+no siendo aquella la primera vez que tal cosa hacía. Chupó un poco
+con la inhabilidad que en tal caso es propia de mujeres (como no sean
+hombrunas), y cuando logró hacer ascua de tabaco, no sin perder mucha
+saliva, presentó el cigarro a su amigo, cerrando los ojos por el picor
+que el humo le causaba en ellos.
+
+—Gracias, gracias, serafín de esta casa. Comprendo muy bien que ese
+santo varón... Pues, hija de mi alma, quiero despabilarme con este
+cigarrito, porque necesito hablarte de una cosa grave, delicada, digo
+mal, archidelicadísima.
+
+A Sola le pasó una nube por la frente, quiero decir que se puso seria y
+pensativa.
+
+—Tiempo hay de hablar todo lo que se quiera —dijo, inclinada sobre
+uno de los brazos del sillón en que el religioso estaba—. Duerma su
+reverencia.
+
+—Bueno, hijita; con tal que me llames a las tres y media...
+
+—Eso es poco. A las cinco.
+
+—No, no. Si me duermo, no podré hablarte del susodicho negocio, y lo he
+prometido, cordera, he prometido que esta tarde misma...
+
+Esto decía, cuando llegó un corpulento y bellísimo gato, que solía
+echar sus dormidas en el mismo sillón donde estaba Alelí; y viendo
+ocupado aquel lugar delicioso, dio algunas vueltas por delante con
+rostro lastimero. Al fin, discurriendo que había sitio para todos,
+subió al regazo del fraile, y como encontrara agasajo, se enroscó y se
+echó a dormir como un bendito.
+
+A poco de esto oyose un ruido estrepitoso, y fue que Juanito Jacobo
+había cogido una bandeja de latón vieja, que olvidada estaba en
+la despensa, y venía batiendo generala sobre ella con el palo del
+molinillo, tan fuertemente que habría puesto en pie, con el estrépito
+que hacía, a los siete durmientes. Acudió Sola y le trajo prisionero
+por un brazo.
+
+—¡Condenado chico! ¿No sabes que está tu tía durmiendo la siesta?...
+Ven acá: suelta eso... Ya, ya es tiempo de que tu padre te mande a
+la amiga... Ríñale, padre Alelí. No se le puede aguantar. Cuando el
+señorito está de vena, parece que hay un ejército en la casa.
+
+Diciendo esto, Sola le iba quitando sombrero, bandeja y palo, y después
+de sentarse le acercó a sí y le acarició, pasando suavemente su mano
+por los hermosos cabellos del niño.
+
+—Si mete bulla —dijo Alelí acariciando también con su mano los rizos—,
+no le traeré a mi señor don Juan Jacobo las hostias que le prometí,
+ni las velitas de cera, ni el San Miguel de alcorza... Pues te decía,
+hija, que ahora vamos a hablar los dos de un asunto superlativamente
+delicado... Mira, vuelve al chaquetón de Benigno y traeme otro
+cigarrito, o mejor dos.
+
+Sola hizo lo que le mandaba el reverendo, y se volvió a sentar,
+aguardando el delicado asunto que manifestarle quería. Durante un rato
+no pequeño, los dos estuvieron callados, y Alelí fijaba sus ojos en el
+reloj, que era de los antiguos con las pesas colgando al descubierto.
+La péndula se paseaba lenta y solemnemente en el breve espacio que las
+leyes de la gravedad y las de la mecánica le señalan, y así marcaba con
+el tono más severo el compás de la vida. Sola, por mirar algo, y el
+mirar es acto preciso a las meditaciones, contemplaba _La Creación_,
+gran lámina que con otra representando el monumento de la catedral
+de Toledo, decoraba artísticamente el comedor. En la primera estaban
+nuestros primeros padres en el traje que es de suponer, en medio
+de un fértil país poblado de todas suertes de animales, recibiendo
+la bendición del Padre Eterno, que, muy barbado y envuelto en una
+especie de capote, se asomaba por un balcón de nubes.
+
+—¡Qué buenos cigarros tiene Benigno! —dijo Alelí, que al fin había
+encontrado la fórmula del exordio—. Pero mejor que sus cigarros es
+él mismo. Te digo con toda verdad que yo he visto muchos hombres
+buenos; pero ninguno como nuestro Benigno. Es el corazón más puro y
+la voluntad más cristiana que he conocido en mi larga vida; es incapaz
+de hacer nada malo, y capaz de las bondades más extraordinarias. Su
+razón es firme, sus sentimientos generosos, su vida la carrera del
+bien. No aborrece a nadie, y cuando quiere, quiere con toda su alma.
+Tiene un carácter entero para hacer frente a las adversidades, y en
+las bienandanzas no puede vivir contento si no distribuye su ventura
+entre los que le rodean, quedándose él con la absolutamente precisa
+para no ser desventurado. Si tú nos oyes diciéndonos majaderías, es
+por lo mucho que nos queremos. Él me llama _Tío Engarza-Credos_, y yo
+le llamo _Don Leño_ o _Chirivitas_, y así nos reímos. Eso sí, en ideas
+políticas somos, como quien dice, el _toma_ y el _daca_, lo más opuesto
+que puede existir; pero estos arrumacos de la política no han de tocar,
+no, a las cosas del alma ni a la amistad... Porque yo digo, ¿qué me
+importa que Benigno tenga la manía de leer a ese perdido hereje de
+Rousseau, si por eso no deja de ser buen cristiano y de obedecer a la
+Iglesia en todo?... Viva Benigno, y viva con su pepita, es decir, con
+su _Emilio_ y su _Contrato social_, que así me cuido yo de estas cosas
+como de los que ahora se están afeitando en la luna... No creas tú,
+los padres del convento me critican por esta tolerancia mía, y yo les
+contesto: «vale más un amigo en la mano que cien teorías volando». Mi
+carácter es así; en burlas disputo y machaco como todos los españoles;
+pero antes que tronos y repúblicas, antes que congresos y horcas, está
+el corazón... ¡Cómo me reí una tarde hablando de esto! Paseaba yo a eso
+de las cinco por Atocha con dos hombres de ideas contrarias, don José
+Somoza, liberal, poeta, hombre ameno, dulce y cabal si los hay, y don
+Juan Bautista Erro, absolutista siempre, ahora apostólico vergonzante.
+Pues, señor...
+
+—Paréceme —dijo Sola, cortando la digresión— que se resbala usted,
+como dice don Benigno. Ya está sabe Dios a cuántas leguas de lo que me
+estaba contando...
+
+—¡Ah! Sí, perdona, hija..., me distraje. Te decía que ese bendito
+juan-jacobesco es el mejor tragador de pan y garbanzos que he conocido,
+y que ahora ha dado en la flor de querer casarse...
+
+—¡Casarse! —exclamó Sola poniéndose encarnada.
+
+—¿Te asombras, hija?... Más me asombré yo... No, no; no me asombré: al
+contrario, me pareció muy natural. Le conviene por mil razones; y ahora
+te pregunto yo: cuando Benigno tome estado, ¿no será para ti un gran
+motivo de amargura el salir de esta casa, donde has sido tan amada, y
+separarte de estos chicos que has criado y que como a madre te miran?...
+
+El padre Alelí fijó en ella sus ojos, ávidos de leer en los de la
+joven lo que de su alma saliese al rostro, si es que algo salía. El
+buen fraile, que a pesar de su decrepitud, ocasionada a perturbaciones
+mentales, conservaba algo de su antigua penetración, creyó ver en
+Sola una pena muy viva. Esto le hacía sonreír, diciendo para su sayo:
+«mujercita tenemos».
+
+—Don Benigno no se casará —dijo ella—. ¿Será posible que caiga en
+tan mala tentación? Yo de mí sé decir que si salgo de esta casa me
+moriré de pena; tan tranquila, tan considerada y tan feliz he vivido
+en ella. Y luego, estos diablillos del cielo, como yo les llamo; estos
+muchachos, a quienes quiero tanto sin ser míos, y no tengo mejor gusto
+que ocuparme de ellos... No, digo que don Benigno no se casará. Sería
+un disparate; ya no está en edad para eso.
+
+—¿Qué dices ahí, tontuela? —exclamó Alelí incorporándose con enojo—.
+¿Conque mi amigo no está en edad de casarse? ¿Es acaso algún viejo
+chocho? ¿Está por ventura enfermo? No, más sana y limpia está su
+persona y su sangre noble que la de todos esos mozuelos del día.
+
+Esto decía, cuando Juan Jacobo, cansado de estarse quieto tanto tiempo
+y no teniendo interés en la conversación, empezó a tirarle de los
+bigotes al gato, que dormido estaba en la falda del fraile. Sentirse el
+animal tan malamente interrumpido en su sueño de canónigo y empezar a
+dar bufidos y a sacar las uñas, fue todo uno. Alborotose el fraile con
+los rasguños, y dio un coscorrón al chico; Sola le aplicó dos nalgadas,
+y todo concluyó con enfadarse el muchacho y coger el gato en brazos y
+marcharse con él a un rincón, donde le puso el sombrero del mercedario
+para que durmiera.
+
+—Eso es, sí, está mi sombrero para cama de gatos —refunfuñó Alelí.
+
+—¡Jesús qué criatura!... Le voy a matar —dijo Sola amenazándole con la
+mano—. Trae acá el sombrero.
+
+Juan trajo el sombrero, y aprovechándose del interés que en la
+corversación tenían el fraile y la joven, rescató su molinillo y su
+bandeja y bajó a la tienda para escaparse a la calle.
+
+—Vaya con la tonta —dijo Alelí continuando su interrumpido tema—. ¡Si
+Benigno es un muchacho, un chiquillo...! ¡Si me parece que fue ayer
+cuando le vi arrastrándose a gatas por un cerrillo que hay delante de
+su casa...! ¡Qué piernazas aquellas, qué brazos y qué manotas tenía!
+¡Y cómo se agarraba al pecho de su madre, y qué mordidas le daba el
+muy antropófago! Yo le cogía en brazos y le daba unos palmetazos
+en los muslos... Sabrás que fui al pueblo a restablecerme de unas
+intermitentes que cogí en Madrid cuando vine a las elecciones de la
+Orden. Entonces conocí al bueno de Jovellanos, un Voltaire encubierto,
+dígase lo que se quiera, y al conde de Aranda, que era un Pombal
+español, y a mi señor don Carlos III, que era un Federico de Prusia
+españolizado...
+
+—Al grano, al grano.
+
+—Justo es que al grano vayamos. Cuando Nicolás Moratín y yo
+disputábamos...
+
+—Al grano.
+
+—Pues digo que Benigno es un mozalbete. ¿No ves su arrogancia, su buen
+color, sus bríos? Bah, bah... Oye una cosa, hijita: Benigno se casará,
+tú te quedarás sola, y entonces será bien añadir a tu nombre otra
+palabra, llamándote _Sola y Monda_ en vez de Sola a secas. Pero aquí
+viene bien darte un consejo... ¿Sabes, hija mía, que me está entrando
+un sueño tal, que la cabeza me parece de plomo?
+
+—Pues deme su reverencia el consejo y duérmase después —repuso ella con
+impaciencia.
+
+—El consejo es que te cases tú también, y así, del matrimonio de
+Benigno no podrá resultar ninguna desgracia... ¡Qué sueño, santo Dios!
+
+Sola se echó a reír.
+
+—¡Casarme yo!... Qué bromas gasta el padrito.
+
+—Hija, el sueño me rinde... no puedo más —dijo Alelí luchando con su
+propia cabeza, que sobre el pecho se caía, y tirando de sus propios
+párpados con nervioso esfuerzo para impedir que se cerraran cual
+pesadas compuertas.
+
+—Otro cigarrito.
+
+—Sí..., chupetón..., humo —murmuró Alelí, cuya flaca naturaleza era
+bruscamente vencida por la necesidad del reposo.
+
+
+
+
+XIII
+
+
+Sola corrió a buscar el despertador, y a su vuelta encontró al pobre
+religioso más que medianamente dormido, la cabeza inclinada a un lado,
+la boca entreabierta, roncando como un viejo y sonriendo como un niño.
+No quiso despertarle, aunque tenía curiosidad por saber en qué pararía
+aquel asunto del casamiento de su protector. Sospechaba la intención
+del fraile y todo el intríngulis de aquella conferencia cortada por el
+sueño, y se reía interiormente, considerando los rodeos y la timidez de
+su protector.
+
+Acomodó la cabeza del anciano en la almohada, le puso una manta en
+las piernas para que no se enfriase, y le dejó dormir. Sentada en una
+silla al pie de _La Creación_, le miró mucho, cual si en el semblante
+frailesco estuvieran estampadas y legibles las palabras que Alelí había
+dicho y las que no había tenido tiempo de decir. Profundo silencio
+reinaba en el comedor. Oíase, sin embargo, el paseo igual y sereno de
+la péndula y un roncar lejano, profundo, que tenía algo de la trompa
+épica, y era la melopea del sueño de doña Crucita, cantada en tonante
+estilo por sus órganos respiratorios. Los del reverendo Alelí no
+tardaron en unir su voz a la que de la alcoba venía, y sonando primero
+en aflautados preludios, después en rotundos períodos, llegaron a
+concertarse tan bien con la otra música, que no parecía sino que el
+mismo Haydn había andado en ello.
+
+Entre las dos ventanas de la pieza, que recibían de un patio la poca
+luz de que este podía disponer, había un armario lleno de loza fina,
+tan bien dispuesta, que bastaba una ojeada para enterarse de las
+distintas piezas allí guardadas. Las copas, puestas en fila y boca
+abajo, sustentando cada cual una naranja, parecían enanos con turbante
+amarillos. En todas las tablas, las cenefas de papel recortado caían
+graciosamente formando picos como un encaje, y de este modo los
+arabescos de la loza tenían mayor realce. Algunas cafeteras y jarras
+echaban hacia fuera sus picos como aves que, después de tomar agua,
+estiran el cuello para tragarla mejor, y las redondas soperas se
+estaban muy quietas sobre su plato, como gallinas que sacan pollos. En
+el chinesco juego de té que regalaron a don Benigno el día de su santo,
+las tacitas puestas en círculo, semejando la empolladura recién salida
+y piando junto a la madre. Un alto y descomedido botellón, cuya boca
+figuraba la de un animalejo, era el rey de toda aquella muchedumbre
+porcelanesca; diríase que amenazaba a las piezas vasallas con cierta
+ley escrita en el fondo de una fuente. Era un letrero dorado que decía:
+«Me soy de Benigno Cordero de Paz. Año de 1827».
+
+Junto al armario había una silla de tijera, en la cual estaba Sola
+con los brazos cruzados. Miraba a Alelí, a la lámpara de cuatro
+brazos, a _La Creación_, al monumento de Toledo y al suelo cubierto
+de estera común. También fue objeto de sus miradas el aguamanil, cuya
+llavecita, un poco desgastada, dejaba caer una gota de agua a cada diez
+oscilaciones de la péndula. La caja de latón en que estaba el agua
+tenía pintado un pajarillo picando una flor, con tan desdichado arte,
+que más bien parecía que la flor se comía al ave. También miraba Sola
+al techo, donde había cuatro ligeras manchas de humo, correspondientes
+a los cuatro _quinquets_ de cada uno de los brazos de la lámpara. Tales
+manchas eran las únicas nubes que empañaban el azul de aquel cielo de
+yeso, que en verano se estrellaba de moscas.
+
+A todas estas partes dirigía la joven sus ojos, cual si estuviese
+buscando sus pensamientos perdidos y desparramados por la estancia.
+Creeríase que habían salido a holgar, volando como mariposas a
+distintos parajes, y que su dueña los iba recogiendo uno a uno, o dos a
+dos, para traerlos a casa y someterlos al yugo del raciocinio.
+
+Y así era en efecto. Ella tenía que concertar algo en su cabeza y
+discurrir. Convidábanla a ello la soledad en que estaba y la suave
+sombra que empezaba a ocupar el comedor, dominando primero los ángulos,
+el techo, y extendiéndose poco a poco y avanzando un paso al compás de
+los que daba la péndula. Las voces, o dígase ronquidos, se apagaron
+un momento, cual si los músicos que las producían descansasen para
+tomar más fuerza. La de doña Crucita empezó luego a crecer, a crecer,
+desafiando a la del padre Alelí. La de este sonaba entonces en el
+registro del caramillo pastoril, y parecía convidar a la égloga con su
+gorjeo cariñoso.
+
+Y en tanto, el murmullo de Crucita se tornaba de llamativo en
+provocador y de provocador en insolente, cual si decir quisiera: «en
+esta casa nadie ronca más que yo».
+
+Indudablemente Sola discurría con muy buen juicio en medio de estas
+músicas. Pensaba que era un disparate vivir tanto tiempo en un mundo
+quimérico. La edad avanzaba; la juventud, aunque todavía rozagante y
+lozana en ella, había dejado ya atrás una buena parte de sí misma.
+Su vida marchaba ya muy cerca de aquel límite en que están la razón
+y la prudencia, las posibilidades y las prosas, de tal modo que las
+ilusiones se iban quedando atrás envueltas en brumas de recuerdos,
+mal iluminados por la luz vespertina de esperanzas desvanecidas.
+La fantasía se cansaba de su trabajo estéril, de aquella fatigosa
+edificación de castillos llevados del viento y descompuestos en aire
+como las bovedillas de la espuma, que no son más que juegos del jabón,
+transformándose por un instante en pedrería de mil matices. Llegaba
+doña _Sola y Monda_ a la edad en que parece verificarse en la mente
+un despejo de todas las jugueterías y figuraciones que traemos de
+la niñez, y queda aquel aposento de nuestro espíritu limpio de las
+telarañas, que parecen tapices por capricho de la luz filtrada.
+
+El sentimiento de la realidad empezaba a hacer en ella su tardía y
+radical conquista, y así sentía la imposición ineludible de ciertas
+ideas. ¿Cómo vivir más tiempo por y para un fantasma? ¿Cómo subordinar
+toda la existencia a lo que tal vez no tenía ya existencia real, o
+si la tenía estaba tan distante que su alejamiento equivalía al no
+existir? ¿No podía suceder que, sin quererlo ella misma, se destruyesen
+en su alma ciertos afectos, y que de las ruinas de estos nacieran otros
+con menos intensidad y lozanía, pero con más condiciones de realidad y
+firmeza?
+
+Tan abstraída estaba, que no advirtió cuán bravamente aceptaba la voz
+del padre Alelí el reto de los lejanos bramidos de doña Crucita, y
+dejando el tono pastoril, iba aumentando en intensidad sonora hasta
+llegar a un toque de clarines que habrían infundido ideas belicosas
+a todo aquel que los oyera. Los cañones respiratorios del reverendo
+decían seguramente en su enérgico lenguaje: «cuando yo ronco en esta
+casa, nadie me levanta el gallo». Acobardada y humillada por tan
+marcial alboroto, doña Crucita se recogió y se fue aplacando, hasta que
+su música no fue más que un murmullo como el de los perezosos beatos
+que rezan dentro de una vasta catedral, y luego se cambió en el sollozo
+de las hojas de otoño arrancadas por el viento y bailando con él.
+
+A su vez, el victorioso ronquido de Alelí remedó el fagot de un coro de
+frailes, y después dejo oír varias notas vagas, suspironas, fugitivas,
+como los murmullos del órgano cuando el organista pasa los dedos sobre
+el teclado en tanto que el oficiante le da con sus preces la señal de
+empezar. La música roncadora se había hecho triste, coincidiendo con la
+oscuridad casi completa que llenaba la pieza.
+
+Pero el alma de doña _Sola y Monda_ no estaba triste. Había echado una
+mirada al porvenir y lo había visto placentero, tranquilo, honroso
+y honrado. Su corazón, al declararse vencido por las realidades
+un poco brutales, como conquistadoras que eran, no estaba vacío
+de sentimientos, antes bien se llenaba de los afectos más puros,
+más delicados, más nobles. La vida nueva que se le ofrecía, debía
+inaugurarse, eso sí, con un poco de tristeza; pero ¡cuánta dignidad
+en aquella nueva vida!, ¡qué hermoso realce en la personalidad!,
+¡qué ocasión para mostrar los más nobles sentimientos, tales como la
+abnegación, la constancia, la fidelidad, el trabajo!, ¡qué ocasión
+para perfeccionarse constantemente y ser cada día mejor, realizando el
+bien en todas las formas posibles y gozando en el sostenimiento de esa
+deliciosa carga que se llama el deber!
+
+¿Pero qué estruendo, qué fragor temeroso era aquel que Sola sentía
+tan cerca y que interrumpía sus discretos pensamientos en lo mejor de
+ellos? Sonaban ya sin duda las trompetas del Juicio final, pues no de
+otro modo debían llamarse los destemplados y altísonos ronquidos de
+Crucita y el padre Alelí. Los de este se detuvieron bruscamente, cual
+si fuera a despertar, y oyose su voz que entre sueños decía:
+
+—Vete, vete de mi celda, terrible _democracio_... ¿Qué buscas aquí?
+¿a qué vienes a España y a Madrid, si no es a que te ahorquen?...
+¡Vuélvete a la emigración de donde jamás debiste salir!...
+¡Conspirador..., vagabundo!
+
+Doña _Sola y Monda_ se acercó al fraile para oír mejor lo que entre
+dientes seguía diciendo.
+
+Alelí extendió los brazos, quedándose un buen rato como un crucifijo en
+sabroso estiramiento de músculos, y con voz clara y entera dijo así:
+
+—Esproncedilla..., busca-ruidos..., mequetrefe, no me comprometas...,
+vete de mi celda.
+
+Sola se acercó y le tomó una mano.
+
+—¿Pero qué osscuridad es esta? ¿En dónde estoy?
+
+—¡Vaya un modo de dormir y de disparatar! —replicó Sola riendo.
+
+—¿Pues qué, he dormido yo?... Si no he hecho más que aletargarme un
+instante, cinco minutos todo lo más... Vaya, que se pone pronto el sol
+en esta dichosa casa... Chiquilla, dame mi sombrero, que me voy.
+
+—Primero voy a traer luz —dijo la _Hormiga_ saliendo.
+
+Al poco rato volvió con una lámpara, cuyos rayos ofendieron la vista
+del fraile.
+
+—Yo creí que ya habían empezado a crecer los días... ¿Qué hora es? Las
+cinco y media... Lo dicho, dicho, querida señorita... ¿Reflexionarás en
+lo que te he manifestado?
+
+—¿Pues qué he de hacer sino reflexionar?
+
+—¿Y comprenderás que se te entra por las puertas la fortuna, y que vas
+a ser la más dichosa de las mujeres?
+
+—Pues claro que sí.
+
+—¡Bendita seas tú y bendito quien te trajo a esta casa! —exclamó Alelí
+con acento muy evangélico.
+
+Abriose con no poco estrépito la puerta del comedor, y apareció Crucita
+de malísimo talante, diciendo:
+
+—No he podido pegar los ojos en toda la tarde con la dichosa
+conversación de la niña y el fraile.
+
+—Quita allá, _Cruz del Mal Ladrón_ —replicó Alelí—. Lo que ha sido
+es que con la trompeta de tus roncamientos no me has dejado a mí
+descabezar un mal sueño.
+
+—Sí, porque a fe que el padrito toca algún cascabelillo sordo cuando
+duerme... Me habéis tenido toda la tarde despabilada como un lince,
+primero con la charla de sus mercedes y luego con los piporrazos de su
+reverencia... ¡Qué importunidad, Santo Dios! Busque usted un momento de
+tranquilidad en esta casa.
+
+—Cállate, _serpiente del Paraíso_, que así guardas silencio dormida
+como despierta, y no hables de eso, que el que más y el que menos,
+todos, todos repicamos, y abur.
+
+Echáronse a reír Sola y el fraile, y al fin también se rio un poco
+Crucita, pues su genio arisco también tenía flores de cuando en cuando,
+si bien estas eran como las plantas marinas, que están en el fondo y
+casi siempre en el fondo mueren.
+
+
+
+
+XIV
+
+
+En la tienda, don Benigno preguntó con gran interés a su amigo por el
+resultado de la conferencia que con Sola había tenido.
+
+—Muy bien —dijo Alelí—, admirablemente bien.
+
+Después se quedó perplejo, con los ojos fijos en el suelo y el dedo
+sobre el labio, como revolviendo en el caótico montón de sus recuerdos;
+y al cabo de tantas meditaciones, habló así:
+
+—Pues, hijo, ahora caigo en que no llegué a decirle lo más importante,
+porque me acometió un sueño tal, que no lo hubiera podido vencer aunque
+me echaran encima un jarro de agua fría... Ya la tenía preparada; ya,
+si no me engaño, había ella comprendido el objeto de mi discurso, y
+manifestaba un gran contento por la felicidad que Dios le depara,
+cuando... Yo no sé sino que me desperté en la oscuridad de tu comedor,
+que parece la boca de un lobo... Y qué quieres, hijo..., lo demás
+puedes decírselo tú, o se lo diré yo mañana. Quédate con Dios y con la
+Virgen.
+
+Marchose Alelí, y don Benigno se quedó muy contrariado y ofendido de la
+poca destreza de su amigo. Juró no volver a confiar misiones delicadas
+a un viejo decrépito y medio lelo, y al mismo tiempo se sentía él muy
+cobarde para desempeñar por sí mismo el papel que había confiado al
+otro. Cuando subió, después de cerrar la tienda, en compañía de Juan
+Jacobo, que había entrado de la calle con un chichón en la frente, dijo
+a Sola:
+
+—Ya estoy convencido de que ese estafermo de Alelí es el bobo de
+Coria... Apreciabilísima _Hormiga_, quisiera hablar con usted...
+
+—¿Hablar conmigo?... Ahora mismo; ya escucho —dijo ella, sonriendo de
+tal modo que a Cordero se le encandilaron los ojos.
+
+Pero en el mismo instante le acometió la timidez de tal modo, que no se
+atrevió a decir lo que decir quería, y solo balbució estas palabras:
+
+—Es que conviene ponerle a este enemigo una venda y dos cuartos sobre
+el chichón, que es el mejor medio de curarlo.
+
+Aquella noche don Benigno estuvo muy triste y se pasó algunas horas en
+su cuarto, sin leer a Rousseau, aunque bien se le acordaba aquel pasaje
+del libro quinto del _Emilio_:
+
+ «Emilio es hombre, Sofía es mujer... Sofía no enamora al primer golpe
+ de vista, pero agrada más cada día. Sus encantos se van manifestando
+ por grados en la intimidad del trato. Su educación no es ni brillante
+ ni estrecha. Tiene gusto sin estudio, talento sin arte, y criterio
+ sin erudición... La desconformidad de los matrimonios no nace de la
+ edad, sino del carácter...».
+
+Y luego añadía, alterando un poco el texto:
+
+ «Sofía había leído el _Telémaco_, y estaba prendada de él; pero ya
+ su tierno corazón ha cambiado de objeto y palpita por el buen Mentor».
+
+Después Cordero se reía de sí mismo y de su timidez, haciendo juramento
+de vencerla al día siguiente, pues lo que él sentía era un afecto
+decoroso, un sentimiento de gratitud y de respeto, y no pasión ni
+capricho de mozalbete.
+
+Al día siguiente, Sola mostraba excelente humor que rayaba en festivo,
+lo que dio muy buena espina al héroe de Boteros. Canturreaba entre
+dientes, cosa que no hacía todos los días, y en su cara se notaba
+animación, si bien podía observarse que tenía los ojos algo encendidos.
+Sin duda había visto y aceptado la posibilidad de un destino nuevo,
+honrado y honroso en extremo, y se complacía en él, creyéndolo
+dispuesto por Dios con extraordinaria sabiduría. Pero si no se entra
+en la vida sin llanto, también parece natural que no se entre en
+las felicidades nuevas sin algo de lágrimas. Los nuevos estados,
+aunque sean muy buenos y hermosos, no siempre seducen tanto que hagan
+aborrecible la situación vieja por detestable que haya sido. De aquí
+venía, sin duda, el que estando de tan buen humor, tuviese en lo
+encendido de sus ojos el testimonio de haber lloriqueado algo.
+
+O quizás la alegría que mostraba venía más bien de la voluntad que
+del corazón, como si su espíritu, tan hecho a la observancia de los
+deberes, hubiese resuelto que convenía estar alegre. La razón sin duda
+lo mandaba así, y la razón iba siendo la señora de ella... No hay más
+sino que se dominaba maravillosamente, y lograba alcanzar tan grande
+victoria sobre sí misma, que era al fin, si es permitido decirlo así,
+un producto humano de todas las ideas razonables, una conciencia puesta
+en acción.
+
+Su protector le dijo que aquella tarde se verían los dos en su cuarto
+para hablar a solas. El héroe se atrevía al fin. Prometió ella ser
+puntual, y esperó la hora. Pero Dios, que sin duda por móviles
+altísimos o inexplicables quería estorbar los honestos impulsos del
+héroe, dispuso las cosas de otra manera. Ya se sabe lo que significan
+todas las voluntades humanas cuando _Él_ quiere imponer la suya.
+
+Sucedió que poco antes de la hora de comer, Juanito Jacobo, todavía
+vendado por los chichones del día anterior, andaba enredando con una
+pelota. Trabáronse de palabras él y su hermano Rafaelito sobre a quién
+pertenecía el tal juguete. Hay indicios y aun antecedentes jurídicos
+para creer que el verdadero propietario era el pequeñuelo, y así debió
+sentirlo en su conciencia Rafael; que tanto imperio tiene la justicia
+en la conciencia humana aunque sea conciencia en agraz.
+
+Pero de reconocerlo en la conciencia a declararlo, hay gran distancia,
+y si tal distancia no existiera, no habría abogados ni curiales en el
+mundo. Por eso Rafael, no sintiéndose bastante egoísta para apandar
+la pelota, ni bastante generoso para dejársela a su rival, hizo lo
+que suelen hacer los chicos en estas contiendas, es a saber; cogió la
+pelota y la arrojó a lo alto del armario del comedor, donde no podría
+ser alcanzada ni por uno ni por otro.
+
+¡Valiente hazaña la de Rafaelito!... Pero el pequeño Hércules no
+había nacido para retroceder ante contrariedades tan tontas. ¡Bonito
+genio tenía él para acobardarse porque el techo esté más alto que el
+suelo!... Arrastró el sillón hasta acercarlo al armario; puso sobre
+el sillón una silla, sobre la silla una banqueta, y ya trepaba él por
+aquella frágil torre, cuando esta se vino al suelo con estruendo, y
+rodó el chico y se abrió la cabeza contra una de las patas de la mesa.
+
+El laberinto que se armó en la casa no es para descrito. Salió don
+Benigno, acudió Sola, puso el grito en el cielo Crucita, ladraron todos
+los perros, maldijo la criada todas las pelotas habidas y por haber,
+lloró Rafael, gimieron sus hermanos, y el herido fue alzado del suelo
+sin conocimiento. Pronto volvió en sí, y la descalabradura no parecía
+grave, gracias a la mucha sangre que salió de aquella cabezota. En
+tanto que Sola batía aceite con vino, y la criada, partidaria de otro
+sistema, mascaba romero para hacer un emplasto, doña Crucita, que en
+todas estas ocasiones se remontaba siempre al origen de los conflictos,
+repartía una zurribanda general entre los muchachos mayores,
+azotándoles sin piedad uno tras otro. Los perros seguían chillando, y
+hasta la cotorra tuvo algo que decir acerca de tan memorable suceso.
+
+Toda la tarde duró la agitación y nadie tuvo ganas de comer, porque el
+muchacho padecía bastante con su herida. Vino el médico y dijo que, sin
+ser grave, la herida era penosa y exigía mucho cuidado. No hubo, pues,
+conferencia entre Cordero y Sola, porque la ocasión no era propicia.
+Por la noche Juanito Jacobo se durmió sosegadamente. Sola, que en la
+misma pieza puso su cama, estaba alerta vigilando al enfermito. Ya muy
+tarde se despertó este intranquilo, calenturiento, pidiendo de beber y
+quejándose de dolores en todo el cuerpo. Sola se arrojó del lecho medio
+vestida, y echándose un mantón sobre los hombros salió para llamar
+a la criada. Levantose esta, y entre las dos prepararon medicinas,
+encendieron la lumbre, fueron y vinieron por los helados pasillos. A la
+madrugada, cuando el chico se durmió, al parecer sosegado y repuesto,
+Sola sintió un frío intensísimo con bruscas alternativas de calor
+sofocante. Arrojose en su lecho y al punto sintió una postración tan
+grande que su cuerpo parecía de plomo. La respiración érale a cada
+instante más difícil, y no podía resistir el agudo dolor de las sienes.
+La tos seca y profunda añadía una molestia más a tantas molestias, y en
+su costado derecho le habían seguramente clavado un gran clavo, pues no
+otra cosa parecía la insufrible punzada que la atormentaba en aquella
+parte.
+
+La criada, que al punto conoció lo grave de tales síntomas, quiso
+llamar a don Benigno y a Crucita; pero Sola no consintió que se les
+molestara por ella. Era la madrugada. Mientras llegaba el día, la
+alcarreña preparó no sé cuántos sudoríficos y emolientes, sin resultado
+satisfactorio. Al fin, cuando daban las siete, Crucita dejó las ociosas
+plumas, y enterada de lo que pasaba, reprendió a la enferma por haberse
+puesto mala voluntariamente; que no otra cosa significaba el haber
+tomado aires colados, hallándose, como se hallaba desde hace días, con
+un catarro más que regular. La avinagrada señora echó por la boca mil
+prescripciones higiénicas para evitar los enfriamientos, y otros tantos
+anatemas contra las personas que no se cuidaban. Cuando Cordero se
+levantó, Crucita, que gozaba en anunciar los sucesos poco gratos, fue a
+su encuentro y le dijo:
+
+—Ya tenemos otro enfermo en campaña. Sola se ha puesto muy mala.
+
+—¿Qué tiene? —dijo el héroe con repentino dolor, como presagiando una
+gran desgracia.
+
+—Pues una pulmonía fulminante.
+
+Si lo partiera un rayo, no se quedara don Benigno más tieso, más mudo,
+más parado, más muerto que en aquel momento estaba. Creía ver su dicha
+futura, sus risueños proyectos desplomándose como un castillo de naipes
+al traidor soplo del Guadarrama.
+
+—Veámosla —dijo recobrando la esperanza; y corrió a la alcoba.
+
+Sola le miró con cariñosos y agradecidos ojos. Quiso hablarle, y
+la violenta tos se lo impedía. Nada pudo decir don Benigno, porque
+indudablemente el corazón se le había partido en dos pedazos, y uno de
+estos se le había subido a la garganta. Al fin hizo un esfuerzo, quiso
+llenarle de optimismo, y echó una forzada sonrisa diciendo:
+
+—Eso no será nada. Veamos el pulso.
+
+¡Ay!, el pulso era tal que Cordero, en la exaltación de su miedo, creyó
+que dentro de las venas de Sola había un caballo que relinchaba.
+
+—Que venga don Pedro Castelló, el médico de Su Majestad —dijo sin poder
+contener su alarma—. Que vengan todos los médicos de Madrid... Veamos,
+apreciable _Hormiga_: ¿desde cuándo se sintió usted mal?
+
+—Desde ayer tarde —pudo contestar la joven.
+
+—¡Y no había dicho nada!... ¡Qué crueldad consigo mismo y con los demás!
+
+—¡Ya se ve..., no dice nada!... —vociferó Crucita—. ¡Bien merecido
+le está!... ¿Hase visto terquedad semejante? Esta es de las que se
+morirán sin quejarse... ¿Por qué no se acostó ayer tarde, por qué?
+¡Bendito de Dios, qué mujer! Si ella tuviese por costumbre, como es su
+deber, consultarme, yo le habría aconsejado anoche que tomara un buen
+tazón de flor de malva con unas gotas de aguardiente... Pero ella se
+lo hace todo y ella se lo sabe todo... Silencio, Otelo... Vete fuera,
+Mortimer... No ladres, Blanquillo.
+
+Y en tanto que su hermana imponía silencio al ejército perruno, el
+atribulado don Benigno elevaba el pensamiento a Dios Todopoderoso
+pidiéndole misericordia.
+
+Sin pérdida de tiempo hizo venir al médico de la casa, y a todos los
+médicos célebres, precedidos por don Pedro Castelló, que era la primera
+de las celebridades.
+
+
+
+
+XV
+
+
+Mientras que esto pasaba en casa del vendedor de encajes, doña Jenara y
+Pipaón andaban atortolados por el ningún éxito de sus averiguaciones,
+y los días iban pasando y la sombra o fantasma que ambos perseguían se
+les escapaba de las manos cuando creían tenerla segura. El terrible
+_democracio_ albergado en la Trinidad resultó ser el más inocente y el
+más calavera de todos, hombre que jamás haría nada de provecho fuera
+de las hazañas en el glorioso campo del arte; gran poeta que pronto
+había de señalarse cantando dolores y melancolías desgarradoras. No
+sabiendo cómo lo recibiría la Superintendencia, acogiose a los frailes
+trinitarios por indicación de Vega, que en aquella casa cumplió seis
+años antes su condena, cuando el desastre _numantino_. Influencias de
+su familia y amigos le consiguieron pronto el indulto, y decidido a
+ser en lo sucesivo todo lo juicioso que su índole de poeta permitiera,
+solicitó una plaza en la Guardia de la Real Persona, que le fue
+concedida más adelante.
+
+Bretón, desesperado por las horribles trabas del teatro, marchó a
+Sevilla con Grimaldi, autor de la _Pata de cabra_. Vega, que luchaba
+con la pobreza y era muy perezoso para escribir, quería hacerse cómico
+y aun llegó a ajustarse en la compañía de Grimaldi. Considerando esto
+los amigos como una deshonra, pusieron el grito en el cielo; pero como
+los lamentos no podían sacar al poeta de sus apuros, fue preciso echar
+un guante para rescatarle, por haber cobrado con anticipación parte
+del sueldo de galán joven. Grimaldi era un empresario hábil que sabía
+elegir la gente, y en su memorable excursión por Cádiz y Sevilla, dio
+a conocer como actriz de grandísima precocidad a una niña llamada
+Matilde, que a los doce años hacía la protagonista de _La huérfana de
+Bruselas_ con extraordinario primor.
+
+En Madrid, después de la marcha de Grimaldi, el teatro se alimentaba
+de traducciones. Algunas de estas fueron hechas por un muchacho
+carpintero, de modestia suma y apellido impronunciable. Era hijo de un
+alemán, y hacía sillas y dramas. Fue el primero que acometió en gran
+escala la restauración del teatro nacional, para sacar al gran Lope
+del polvoriento rincón en que Moratín y los clásicos le habían puesto,
+juntamente con los demás inmortales del siglo de oro. El infeliz
+ebanista, que no podía ver representadas sus obras originales, traducía
+a Voltaire y a Alfieri, refundía a Rojas y al buen Moreto. Pero su mala
+estrella no le permitió abrirse camino ni hacer resonar su nombre en la
+república literaria. Pocos años después, la víspera del estreno de su
+gran obra original, que le llevó de un golpe a las alturas de la fama,
+el lenguaraz satírico de la época, el malhumorado y bilioso escritor
+a quien ya conocemos, decía: «Pues si el autor es sillero, la obra
+debe de tener mucha paja». El enrevesado nombre del ebanista nacido de
+alemán y criado en un taller, fue, desde que se conocieron _Los amantes
+de Teruel_, uno de los más gloriosos que España tuvo y tiene en el
+siglo que corre.
+
+Y el satírico seguía satirizando en la época a que nos referimos
+(1831); mas con poca fortuna todavía, y sin anunciar con sus escritos
+lo que más tarde fue. Se había casado a los veinte años, y su vida no
+era un modelo de arreglo ni de paz doméstica. Recibió protección de
+don Manuel Fernández Varela, a quien se debe llamar _El Magnífico_
+por serlo en todas sus acciones. Su corazón generoso, su amor a la
+esplendidez, a las artes, a las letras, a todo lo noble y antivulgar,
+su trato cortesano, las cuantiosas rentas de que dispuso, hacían de él
+un verdadero prócer, un Mecenas, un magnate, superior por mil conceptos
+a los estirados e ignorantes señorones de su época, a los rutinarios
+y suspicaces ministros. Era la figura del señor Varela arrogante y
+simpática, su habla afabilísima y galante, sus modales muy finos.
+Vestía con magnificencia, y adornaba el severo vestido sacerdotal con
+pieles y rasos tan artísticamente, que parecía una figura de otras
+edades. En su mesa se comía mejor que en ninguna otra, de lo que fueron
+testimonio dos célebres gastrónomos a quienes convidó y obsequió
+mucho. El uno se llamaba Aguado, marqués de las Marismas, y el otro
+Rossini, no ya marqués, sino príncipe y emperador de la Música.
+
+El señor Varela protegió a mucha y diversa gente, distinguiendo
+especialmente a sus paisanos los gallegos; fundó colegios, desecó
+lagunas, erigió la estatua de Cervantes que está en la plazuela de las
+Cortes, ayudó a Larra, a Espronceda y dio a conocer a Pastor Díaz.
+
+Cuando vino Rossini en marzo de aquel año, le encargó una misa. Rossini
+no quería componer misas... «Pues un _Stabat Mater_», le dijo Varela.
+El maestro compuso en aquellos días el primer número de su gran obra
+religiosa que parece dramática. El resto lo envió desde el extranjero.
+Cuentan que Varela le pagó bien.
+
+Algunos números del célebre _Stabat_ se estrenaron aquella Semana
+Santa en San Felipe el Real, dirigidos por el mismo Rossini, y hubo
+tantas apreturas en la iglesia, que muchos recibieron magulladuras y
+contusiones, y se asfixiaron dos o tres personas en medio del tumulto.
+Rossini fue obsequiado, como es de suponer, atendida su gran fama.
+Tenía próximamente cuarenta años, buena figura, y su hermosa cara, un
+poco napoleónica, revelaba, más que el estro músico y el aire de la
+familia de Orfeo, su afición al epigrama y a los buenos platos.
+
+Habiendo recibido en un mismo día dos invitaciones a comer, una del
+señor Varela y otra de un grande de España, prefirió la del primero.
+Preguntada la causa de esta preferencia, respondió:
+
+—Porque en ninguna parte se come mejor que en casa de los curas.
+
+En efecto: la mesa de este generoso y espléndido sacerdote era la mejor
+de Madrid. A sus salones de la plazuela de Barajas concurría gente muy
+escogida, no faltando en ellos damas elegantes y hermosas, porque,
+a decir verdad, el señor Varela no estaba por el ascetismo en esta
+materia.
+
+Pero allí la opulencia del señor y su misma gravedad de eclesiástico
+no permitían la confianza y esparcimientos de otras tertulias. La de
+Cambronero, por el contrario, era de las más agradables y divertidas
+dentro de los límites de la decencia más refinada.
+
+Era el señor don Manuel María Cambronero varón dignísimo, de altas
+prendas y crédito inmenso como abogado. Durante muchos años no tuvo
+rival en el foro de Madrid, y todos los grandes negocios de la
+aristocracia estaban a su cargo. Fue en su época lo que posteriormente
+Pérez Hernández y más tarde Cortina. Su señora era castellana vieja,
+algo chapada a la antigua, y sus hijos siguieron diversos destinos y
+carreras. Uno de ellos, don José, casó por aquellos años con Doloritas
+Armijo, guapísima muchacha, cuyo nombre parece que no viene al caso en
+esta relación, y, sin embargo, está aquí muy en su lugar.
+
+El primer pasante de Cambronero era un joven llamado Juan Bautista
+Alonso, a quien el insigne letrado tomó gran cariño, legándole al
+morir sus negocios y su rica biblioteca. Alonso, que más tarde fue
+también abogado eminente, político y filósofo de nota, tuvo en su
+mocedad aficiones de poeta, y, por tanto, amistad con todos los poetas
+y literatos jóvenes de la época. Él fue, pues, quien introdujo en las
+agradabilísimas y honestas tertulias de Cambronero a Vega, Espronceda,
+Felipe Pardo, Juanito Pezuela, y, por último, al misántropo, al que ya
+se llamaba con poca fortuna _Duende satírico_, y más tarde se había
+de llamar _Pobrecito hablador_, _Bachiller Pérez de Murguía_, _Andrés
+Niporesas_, y, finalmente, _Fígaro_.
+
+El entrometido Pipaón iba también a casa de Cambronero. Jenara, sin que
+se supiese la causa, había disminuido considerablemente sus tertulias;
+recibía poquísima gente, y solo daba convites en muy contados días. En
+cambio, frecuentaba la tertulia de Cambronero, donde hallaba casi todo
+el contingente de la suya, y además otras personas que no había tratado
+hasta entonces; tales como don Ángel Iznardi, don José Rives, don Juan
+Bautista Erro, el conde de Negri y otros varios.
+
+También se veía por allí al joven Olózaga, pasante, como Alonso, en el
+bufete de Cambronero, si bien menos asiduo en el trabajo. Desde los
+principios del año andaba Salustiano tan distraído, que no parecía el
+mismo. Iba a las reuniones como por compromiso o por temor de que al
+echarse de menos su persona, se le creyese empeñado en conspiraciones
+políticas. Su mismo padre, don Celestino, se quejaba de sus frecuentes
+ausencias de la casa. Tal conducta no podía atribuirse sino a dos
+motivos: política o amores. La familia y los conocidos, inclinándose
+siempre a lo menos peligroso, presumían que Salustiano andaba
+enamorado. Su buena figura, su elocuencia, sus distinguidos modales,
+la misma exaltación de sus ideas políticas y otras prendas de mucha
+estima, dándole desde su tierna juventud gran favor entre las damas,
+justificaban aquella idea.
+
+De repente, Jenara dejó de asistir también con puntualidad a las
+tertulias. El público, que todo lo quiere explicar según su especial
+modo de ver, comentó aquellas ausencias con cierta malignidad, y
+hasta hubo quien hablara de fuga al extranjero en busca de apartadas
+y placenteras soledades, propicias al amor. Se daban pormenores, se
+referían entrevistas, se repetían frases, y, sin embargo, todo esto y
+lo demás que se dijo y que no es para contado, era un castillo aéreo
+levantado por las delicadas manos de la chismografía. Pero acontece
+que tales obras, con ser de aire, son mucho más fáciles de levantar
+que de destruir, y aquella iba tomando consistencia de día en día y
+alzándose más, y engalanándose con torreones de epigramas y chapiteles
+de calumnias.
+
+
+
+
+XVI
+
+
+Mediaba el mes de marzo cuando estas hablillas llegaron a su más alto
+grado. Jenara no recibía a nadie; pero no estaba enferma, porque a
+menudo se la veía en la calle o paseando en coche, y visitando a
+personajes de alto copete.
+
+Un día se encontraron ella y Pipaón en la antesala de la Comisión
+Militar. Jenara salía, Pipaón entraba. Eran las cinco de la tarde, hora
+excelente para el paseo en aquella estación.
+
+—Iba a su casa de usted —le dijo don Juan—, para prevenirla del peligro
+que corre...
+
+—¡Yo! —exclamó la dama con gesto de orgullo—. ¿También yo corro peligro?
+
+—También.
+
+—¿Y por qué?
+
+—Salgamos de esta caverna, señora, que si en todas partes oyen las
+paredes, aquí oyen las ropas que vestimos, hasta la sombra que hacemos
+sobre el suelo. Vámonos.
+
+—¿Qué hay? —dijo la señora extraordinariamente alarmada—. Quiero ver a
+Maroto.
+
+—No recibe ahora... Salgamos y hablaremos. Principiaré diciendo a usted
+que hemos errado en todos nuestros cálculos. Buscábamos a nuestro amigo
+en casa de Cordero, en el convento de la Trinidad, en la cárcel de
+Corte, en el parador de Zaragoza, en el sótano de la botica de la calle
+de Hortaleza, en la habitación del jefe del _guardamangier_ de palacio,
+y ahora resulta que no estaba en ninguno de estos parajes, sino...
+
+—¿En dónde, en dónde?
+
+—Salgamos de esta casa, señora —añadió Pipaón poniendo el pie en el
+último peldaño.
+
+—Advierta usted que no digo está, sino estaba.
+
+—Quiere decir que...
+
+—Quiere decir que le han llevado a un sitio de donde ni usted ni yo
+podremos fácilmente sacarle.
+
+—Bravo, bravísimo, señor don Inservible... —dijo la dama, toda colérica
+y nerviosa, abriendo con mano firme la portezuela de su coche.
+
+En este había una joven que acompañaba a Jenara en todas sus
+excursiones, y a la cual, según las lenguas cortesanas, galanteaba el
+bueno de Pipaón con más calor del que la simple urbanidad consiente.
+Acomodados los tres en el coche, don Juan dijo a la dama que, siendo
+largo lo que tenía que contarle, convenía extender el paseo hasta
+Atocha. Así se convino, y partieron.
+
+—Beso a usted los pies, Micaelita —dijo después el cortesano—. ¿Y cómo
+está el señor don Felicísimo?
+
+—Furioso con usted porque no ha ido a verle en tres días.
+
+—Esta noche iremos allá. Con estas cosas y el continuo trabajo en que
+vivimos nos falta tiempo para dar pábulo...
+
+—¿Ahora salimos con pábulos...? —dijo Jenara impaciente y mal
+humorada—. Basta de pesadeces y dígame usted lo que tenía que decirme.
+
+—Pábulo, sí; digo que no hay tiempo para satisfacer los puros goces de
+la amistad, ni aun los del corazón.
+
+Micaelita bajó los ojos. Pintémosla en dos palabras. Era fea. Y si
+no lo fuera, ¿cómo la habría escogido Jenara para ser su inseparable
+compañera, y usarla cual discreta sombra para hacer brillar más la luz
+de su hermosura?
+
+—Si empiezan las tonterías, me voy a casa —dijo la dama hermosa—.
+Vamos, hable usted, don Plomo.
+
+—Paciencia, señora, paciencia. Dígame usted, ¿se permiten las malas
+noticias?
+
+—Se permite todo lo que sea breve.
+
+—Pues derramemos una lágrima aquí, en este sitio nefando...
+
+Al decir esto, el coche pasaba junto al torreón del Ayuntamiento donde
+estaba la cárcel de Villa. Micaelita, que para todas las ocasiones
+tristes llevaba siempre apercibido un _paternoster_, lo rezó con pausa
+y devoción. Jenara se puso pálida y sacó su cabeza por la portezuela
+para mirar la torre.
+
+—¡Allí! —exclamó señalando con el abanico y con sus ojos.
+
+Vuelta a su posición primera, echó un suspiro casi tan grande como el
+torreón, y habló así:
+
+—Ahora, dígame usted dónde estaba.
+
+—Donde menos creíamos. En casa de Olózaga.
+
+—¿En casa de don Celestino Olózaga?
+
+—Calle de los Preciados.
+
+—Usted bromea: no puede ser —manifestó la dama un poco aturdida—. Veo a
+Salustiano todos los días y nada me ha dicho.
+
+—Esas cosas no se dicen.
+
+—A mí sí... Hoy me lo dirá.
+
+—No dirá nada, como no hable la torre.
+
+—¿Por qué?... ¿También Olózaga ha sido preso?
+
+—También está allí, ¡ay! —afirmó lúgubremente Pipaón, señalando la
+parte de la calle que iban dejando a la zaga.
+
+—¡Qué atrocidad! Usted me engaña... Que pare el coche. Quiero entrar en
+casa de Bringas a preguntarle...
+
+—Guarda, Pablo —dijo el cortesano deteniendo a la señora en su brusco
+movimiento para avisar al cochero—. El señor Bringas también...
+
+—¿Está allí, en el torreón?
+
+—No, a ese le han puesto en la de Corte.
+
+—Iznardi me dirá algo... Cochero, a casa de Iznardi.
+
+—¿Iznardi?... Ya pedí permiso para dar malas noticias, señora.
+
+—¿También él?
+
+—Y Miyar. Y la misma suerte habría tenido Marcoartú si no hubiera
+saltado por un balcón.
+
+—Es una iniquidad. Yo hablaré a Calomarde —manifestó con soberbia la
+dama, echando atrás su mantilla, como si dentro del coche reinase un
+verano riguroso.
+
+—¡Oh!, sí, hable usted a Su Excelencia —dijo el cortesano, con aquella
+sonrisa traidora que ponía en su cara un brillo semejante al del puñal
+asesino al salir de la vaina—. Su Excelencia desea mucho ver a usted.
+
+—¡Dios maldiga a Su Excelencia y a usted! —exclamó Jenara abriendo y
+cerrando su abanico con tanta fuerza y rapidez que sonaba como una
+carraca—. Pero todavía no me ha dicho usted lo principal.
+
+—A eso voy. Nuestro amigo llegó aquí, según se supone, pues de cierto
+no lo sé, con recadillos de Mina, Valdés y demás brujos del aquelarre
+democrático. Estuvo oculto en Madrid por algunos días; luego pasó
+a Aranjuez y a Quintanar de la Orden para entenderse con ciertos
+militares que a estas horas están también a la sombra; regresó después
+acá, concertando con Bringas, Olózaga, Miyar y compañeros mártires un
+plan de revolución que si les llega a cuajar, ¡ay mi Dios!, se deja
+atrás a la de Francia... Nuestro buen amiguito se pinta solo para estas
+cosas, y andaba por ahí llamándose don _No sé cuántos_ Escoriaza.
+
+—¿Y está usted seguro de que es él?
+
+—Seguro, seguro, no. Ahora será fácil saberlo, porque el Escoriaza está
+en la cárcel de Villa, y en la causa ha de salir su verdadero nombre...
+Sigo mi cuento. Un hombre dignísimo, tan enemigo de revoluciones
+como amante de la paz del reino, se enteró de la trama y avisó a Su
+Excelencia. Yo he visto las cartas del denunciante, que se firma _El
+de las diez de la noche_, y si he decir verdad, su ortografía y su
+estilo no están a la altura de su realismo. Calomarde recompensó al
+desconocido dándole fondos para que pudiera seguir la pista a Escoriaza
+y los suyos, y con esto y un habilidoso examen de todas las cartas del
+correo, se hizo el hallazgo completo de los nenes, y anoche se les
+puso donde siempre debieran estar para escarmiento de bobos. Anoche
+no nos acostamos en Gracia y Justicia hasta no saber que los señores
+Alcaldes habían salido de su paso. ¡Ah!, esos señores Cavia y Cutanda
+valen en oro más de lo que pesan. No sé cuál de los dos fue a casa de
+Olózaga; pero un alguacil me ha contado que en el portal encontraron a
+Pepe, y mandándole subir, entraron con él en la casa y dieron al pobre
+don Celestino un susto más que mediano. Hicieron registro escrupuloso,
+encontrando, en vez de papeles de conspiración, muchas cartas de novias
+y queridas. Excuso decir que las leyeron todas, porque así cuadraba
+al buen servicio de Su Majestad, y cuando estaban en esta ocupación
+dulcísima, ved aquí que entra Salustiano muy sereno, con arrogancia,
+ya sabedor de que andaba por allí la nariz de los señores Alcaldes.
+El padre gimió, desmayose la hermana, siguió el registro, dando por
+resultado el hallazgo de un sable, y a la media noche se llevaron a
+Salustiano a la Villa, y aquí se acabó mi cuento, _arre borriquito para
+el convento..._ ¡Pobre Salustiano, tan joven, tan guapo, tan listo, tan
+simpático! ¡Desgraciado él mil veces, y desgraciado también ese amigo
+nuestro que ahora se esconde debajo del nombre de Escoriaza! Esta vez
+no escapará del peligro como tantas otras en que su misma temeridad le
+ha dado alas milagrosas para salir libre y triunfante... ¡Infelices
+amigos!
+
+Micaelita, afectada por la tristeza del relato, volvió a cerrar los
+ojos y a rezar para sí el _padrenuestro_ que tenía dispuesto para
+cuando lo melancólico de las circunstancias lo hiciera menester. Jenara
+seguía imprimiendo a su abanico los movimientos de cierra y abre, cuyo
+ruido semejaba ya, por lo estrepitoso, más que al instrumento de Semana
+Santa, al rasgar de una tela.
+
+Durante un buen rato callaron los tres. Había entrado el coche en
+el paseo de Atocha, cuando vieron que por este venía a pie don
+Tadeo Calomarde, en compañía de su inseparable sombra el Colector
+de Expolios. Paseaba grave y reposadamente, con casaca de galones,
+tricornio en facha, bastón de porra de oro, y una comitiva de sucios
+chiquillos, que admirados de tanto relumbrón le seguían. El célebre
+ministro, a quien Fernando VII tiraba de las orejas, era todo vanidad
+y finchazón en la calle. Si en Palacio adquirió gran poder fomentando
+los apetitos y doblegándose a las pasiones del rey, frente a frente de
+los pobres españoles parecía un ídolo asiático en cuyo pedestal debían
+cortarse las cabezas humanas como si fuesen berenjenas. A su lado iba
+la carroza ministerial, un armatoste del cual se puede formar idea
+considerando un catafalco de funeral tirado por mulas.
+
+—No le salude usted; ocúltese en el fondo del coche —dijo Pipaón con
+mucho apuro—. No conviene que la vea a usted.
+
+Mas ella, sacando fuera su linda cabeza y el brazo, saludó con mucha
+gracia y amabilidad al poderoso ídolo asiático.
+
+—En estos tiempos —dijo la dama al retirarse de la portezuela—,
+conviene estar bien con todos los pillos.
+
+—Señora, que los coches oyen.
+
+—Que oigan.
+
+Seria, cejijunta, descolorida, Jenara murmuró algunas palabras para
+expresar el desprecio que le merecía el abigarrado tiranuelo a quien
+poco antes saludara con tanta zalamería. En seguida dio orden al
+cochero de marchar a casa.
+
+Pasaban por el Prado, cuando Pipaón dijo con cierta timidez, precedida
+de su especial modo de sonreír:
+
+—Señora, ¿se permite la verdad?
+
+—Se permite.
+
+—¿Por amarga que sea?
+
+—Aunque sea el mismo acíbar.
+
+—Pues debo decir a usted que no puede ir a su casa.
+
+—¡Que no puedo ir a mi casa!
+
+—No, señora mía apreciabilísima, porque en su casa encontrará al
+Alcalde de Casa y Corte y a los alguaciles, que desde las dos de la
+tarde tienen la orden de prender a una de las damas más hermosas de
+Madrid.
+
+—¡A mí! —exclamó la ofendida, disparando rayos de sus ojos.
+
+—A usted... Triste es decirlo..., pero si yo no lo dijera, sacrificando
+a la amistad el servicio del rey, la señora tendría un disgustillo.
+Ya está explicado este buen acuerdo mío de entretener a usted toda la
+tarde, impidiéndole ir a su casa, y facilitándole, como le facilitaré,
+un lugar donde se oculte.
+
+—¡Presa yo!... No siento ira, sino asco, asco, señor de Pipaón —exclamó
+la dama demostrando más bien lo primero que lo segundo—. ¿Por qué me
+persiguen?
+
+—No sé si será por alguna denuncia malévola, o a causa de los papeles
+hallados en casa de Olózaga...
+
+—Alto ahí, señor desconsiderado. En casa de Salustiano no se han
+encontrado papeles de mi letra porque no los hay.
+
+—Perdones mil, señora; no tuve intención...
+
+—¡Presa yo!... Será preciso que me oculte hasta ver... ¡Y yo saludaba a
+la serpiente!...
+
+La rabia más que el dolor sacó dos ardorosas lágrimas a sus ojos; pero
+se las limpió prontamente con el pañuelo, cual si tuviera vergüenza
+de llorar. Después rompió en dos el abanico. Al ver estas lamentables
+muestras de consternación, Micaelita se conmovió, y sin pensarlo, se le
+vino a la boca el _padrenuestro_ que de repuesto llevaba. A la mitad lo
+interrumpió para decir a su amiga:
+
+—Puedes venir a casa.
+
+—Me parece muy bien. Nadie sospechará que el señor Carnicero oculta
+a los perseguidos de la justicia calomardina... Cochero, a casa de
+Micaelita.
+
+
+
+
+XVII
+
+
+Hacia el promedio de la calle del Duque de Alba vivía el señor don
+Felicísimo Carnicero, del cual es bien que se hable en esta ocasión,
+no solo porque se prestó a dar asilo a la afligida dama, sino porque
+dicho señor merece un párrafo entero y hasta un capítulo. Era de edad
+muy avanzada, pero inapreciable, porque sus facciones habían tomado
+desde muy atrás un acartonamiento o petrificación que le ponía, sin
+que él lo sospechara, en los dominios de la paleontología. Su cara,
+donde la piel había tomado cierta consistencia y solidez calcárea, y
+donde las arrugas semejaban los hoyos y los cuarteados durísimos de
+un guijarro, era de esas caras que no admiten la suposición de haber
+sido menos viejas en otra época. Fuera de esta apariencia de hombre
+fósil, lo que más sorprendía en la cara de don Felicísimo era lo chato
+de su nariz, la cual no avanzaba fuera de la tabla del rostro más que
+lo necesario para que él pudiera sonarse. Y la _chateza_ (pase el
+vocablo) del señor Carnicero era tal, que no se circunscribía al reino
+de la nariz, sino que daba motivo a que el espectador de su merced
+hiciera las suposiciones que vamos a apuntar. Todo el que por primera
+vez contemplaba al señor don Felicísimo suponía que su rostro había
+sido hecho de barro o pasta muy blanda, y que en el momento en que
+el artista le daba la última mano, la máscara se deslizó al suelo,
+cayendo de golpe boca abajo, con lo que, aplastada la nariz y la región
+propiamente facial, resultó una superficie plana desde la raíz del
+cabello hasta la barba. El espectador suponía también que el artista,
+viendo cómo había quedado su obra, la encontró graciosa, y echándose a
+reír, la dejó en tal manera.
+
+Ahora pongamos el santo en su nicho. A esta máscara chata, de color
+de tierra, rugosa y dura, añadamos primero por la parte superior un
+gorro negro que hasta el campo de las orejas se encaja y tiene su
+coronamiento en una borlita que ora se inclina al lado derecho, ora
+al izquierdo. Añadámosle por debajo un corbatín negro, a quien sería
+mejor llamar corbatón, tan alto, que por ciertas partes se junta con
+el gorro, dejando escapar algunos cabellos rucios, que a hurtadillas
+salen a estirarse al aire y a la luz, recordando aún, con tristeza
+suma, las grasas olientes que han tenido en el pasado siglo. Desde
+los dominios de la corbata, en cuyas paredes metálicas parece hallar
+eco la voz de don Felicísimo, pongamos un revuelto oleaje de pliegues
+negros, el cual, o no es cosa ninguna, o debe llamarse levitón, más que
+por la forma, por el ligero matiz de ala de mosca que en las partes
+más usadas se advierte; derivemos de este levitón dos cabos o brazos
+que a la mitad se enfundan en manguitos verdes con rayas negras como
+los mandiles de los maragatos, y hagamos que de las bocas de esos
+manguitos salgan, como vomitadas, unas manos, de las cuales no se ven
+sino diez taponcillos de corcho que parecen dedos. El resto de la
+persona no puede verse porque lo ponemos detrás de la mesa, la cual
+está cubierta de negro hule, que en ciertos sitios pasaría por playa,
+a causa de la arenilla que en ella se extiende. Es mesa de camilla, y
+una faldamenta verde la tapa toda honestamente, la cual enagua no se
+mueve sino cuando el gato entra para enroscarse en la banqueta junto a
+los pies de don Felicísimo. Encima de la mesa se ve un Cristo pequeño
+atado a la columna, con la espalda en pura llaga y la soga al cuello,
+obra de un realismo espantoso y aterrador que se atribuye al célebre
+Zarcillo. La escultura está a la derecha y vuelve su rostro dolorido y
+acardenalado al don Felicísimo, cual si le pidiera informes y cuentas,
+más que de los azotes que le han dado los judíos, de los motivos porque
+está en aquella mesa y entre tal balumba de legajos como allí se ven.
+Son papeles atados con cintas rojas, paquetes de cartas y algunos
+libros de cuentas, cuyas sebosas tapas indican los años que llevan de
+servicio. La escribanía es de cobre, pues aunque don Felicísimo posee
+algunas de plata, no las usa, y en la que allí está, los dos cántaros
+amarillos tienen tinta y arena para seis meses. Las plumas, de puro
+mosqueadas, no tienen color, y hay un pisapapeles que es la pezuña de
+un cabrón imitada en bronce, y está tan al vivo que no le falta más que
+correr.
+
+En aquella mesa escribe casi todo el día el señor Carnicero, a quien
+el peso de los años no estorba para seguir trabajando; allí toma su
+chocolate macho con bollo maimón; allí come su cocidito con más de
+vaca que de carnero, algo de oreja cerdosa y algunas hilachas de jamón
+que el tenedor busca entre los garbanzos azafranados; allí duerme la
+siesta, echando la cabeza sobre las orejeras del sillón; allí se le
+sirve la cena, que empieza invariablemente en migas esponjosas y acaba
+en guisado de ternera, todo muy especioso y aromático; allí cuenta el
+dinero, que es, según dicen, el más constante de sus visitadores, y se
+desliza sin hacer ruido por entre sus dedos alcornoqueños, cual si por
+virtud rara también el oro se sometiese a tomar las apariencias del
+corcho o del pergamino en aquel imperio del silencio; allí recibe a los
+que van a ocuparle, y son por lo general clérigos o frailes, y allí
+está cuando entran Jenara, Pipaón y Micaelita.
+
+Era ya de noche. Un gran candil de cuatro mecheros, de los cuales solo
+dos estaban encendidos, echaba luz no muy copiosa, que la pantalla
+dirigía sobre el pupitre. Al sentir gente, don Felicísimo alzó la
+pantalla de cobre, y entonces la claridad le hirió de frente en su cara
+plana, que parecía un bajorrelieve gótico roído por los siglos. Pero
+esto duró poco tiempo, porque abatiendo la pantalla, volvió la luz a
+caer forzosamente sobre los papeles como un estudiante desaplicado a
+quien se obliga a no apartar la vista de los libros.
+
+—¡Oh!..., _gratias tibi Domine_... Bendito Pipaón, ¿usted por aquí?
+—dijo don Felicísimo con agrado—. ¡Oh! ¿Es Jenarita? La misma que
+viste y calza. Sea muy bien venida a esta humilde morada. ¡Cuánto bueno
+por aquí!
+
+Y alzando la voz, que era chillona y desapacible, prosiguió:
+
+—Sagrario, Sagrario, ven, mira quién está aquí. Micaelita, di a tu tía
+que venga, y de paso da una voz en la cocina para que me traigan la
+cena.
+
+Mientras viene doña María del Sagrario, hija del señor don Felicísimo,
+demos acerca de este señor las noticias que son necesarias. Llevaba más
+de cuarenta años en la profesión de agente de negocios eclesiásticos,
+y le había sido tan favorable la fortuna que, según el dicho del
+público, estaba _podrido de dinero_. Por los rótulos de los legajos y
+papeles que sobre su mesa estaban, podía venirse en conocimiento de la
+multiplicidad de asuntos que bajo el dominio de sus talentos agenciales
+caían. Contemplaba él con no disimulado embeleso los dichos rótulos,
+asemejándose, aunque esté mal la comparación, a un borracho que antes
+de beber se deleita leyendo las etiquetas de las botellas. Por un
+lado se leía _Subcolecturía de Expolios, Vacantes, Medias Annatas y
+Fondo pío beneficial del obispado de León_; por otro, _Santa Iglesia
+Metropolitana de Granada_; más allá, _Juzgado ordinario de Capellanías,
+Patronatos, Visita Eclesiástica_, etcétera; junto a esto, _Tribunal
+de Cruzada_, y al lado, _Racioneros medios patrimoniales de Tarazona,
+Arcedianato de Murviedro_ o _Señores Pabordres de Valencia_; al opuesto
+extremo, _Agustinos Descalzos_; más lejos, _Reyes Nuevos de Toledo_, o
+bien _Nuestra Señora del Favor de Padres Teatinos_.
+
+Preciso es decir que don Felicísimo se había distinguido siempre por
+su celo y actividad en despachar los mil y mil asuntos que se le
+confiaban. Tomábales cariño, mirándolos como cosa propia, y ponía en
+ellos sus cinco sentidos y su alma toda en tal manera que llegó a
+identificarse con ellos y a asimilárselos, trayéndolos como a formar
+parte de su propia sustancia. Así no había en su larga vida suceso ni
+accidente que no se confundiera con cualquier negocio de su lucrativa
+profesión, y así jamás contaba cosa alguna sin empezar de este o
+parecido modo: _Cuando el señor Vicario Foráneo de Paterna venía a esta
+casa_, o bien así: _Cuando me convidó a comer el padre prepósito de
+Portaceli_...
+
+Otra afición también muy vehemente, aunque secundaria, reinaba en el
+espíritu de nuestro insigne Carnicero: era la afición a los toros,
+fiesta que, si no existieran los negocios eclesiásticos, sería para él
+cosa punto menos que sagrada. Como ya era tan viejo y no salía ya de
+casa, contentábase con hablar de los toros pretéritos, poniéndolo cien
+codos más altos que los presentes, y en estas conversaciones también
+era común oírle decir: _Cierto día en que Sentimientos y el señor
+Rector del Hospital de Convalecencia de Unciones vinieron a buscarme
+para ir a ver el encierro_... u otra frase por el estilo.
+
+La cantidad de dinero que don Felicísimo había ganado en tantos años
+de actividad, celo y honradez, no era calculable. Hacíanla subir
+algunos a un número grande de talegas, otros reducían un poco la cifra;
+pero el vulgo y los vecinos juraban que siempre que se daba un golpe
+en los tabiques de la casa de Carnicero o en el lienzo de los cuadros
+viejos que allí tenía, sonaba un cierto tintineo como de monedas
+anacoretas que en todos los huecos y escondrijos habitaban, huyendo
+del mundo y sus pompas vanas. Él gastaba poco, tan poco que se había
+llegado a hacer la ilusión de que era pobre siendo rico. Contaban que
+para ilusionar a los demás en esta materia se negaba con tenacidad
+heroica a dar dinero, y ya podían irle con lamentos los menesterosos,
+que así les hacía caso como si fueran predicadores moros. Únicamente
+se desprendía de alguna cantidad siempre que mediaran garantías y un
+módico interés, así como de diez por ciento al mes u otra friolera
+semejante.
+
+La casa en que vivía era de su propiedad y estaba toda blanqueada,
+sin papeles ni pinturas, con las vigas del techo apanzadas cual toldo
+de lienzo. Era de un solo piso alto, antiquísima, y en invierno tenía
+condiciones inmejorables para que cuantos entraban en ella se hicieran
+cargo de cómo es la Siberia. Había sido edificada en los tiempos en
+que la calle del Duque de Alba se llamaba _de la Emperatriz_, y ya,
+con tan largos servicios, no podía disimular las ganas que tenía de
+reposarse en el suelo, soltando el peso del techo, estirándose de
+tabiques y paredes para sepultar su cornisa en el sótano y rascarse
+con las tejas de su cabeza los entumecidos pies de sus cimientos. Pero
+don Felicísimo, que no consentía que su casa viviera menos que él, la
+apuntaló toda, y así, desde el portal se encontraban fuertes vigas
+que daban el _quién vive_. La escalera, que partía de menguados arcos
+de yeso, también tenía dos o tres muletas, y los escalones se echaban
+de un lado como si quisieran dormir la siesta. Arriba los pisos eran
+tales, que una naranja tirada en ellos hubiera estado rodando una
+hora antes de encontrar sitio en que pararse, y por los pasillos era
+necesario ir con tiento, so pena de tropezar con algún poste que estaba
+de centinela como un suizo, con orden de no permitir que el techo se
+cayera mientras él estuviese allí.
+
+Don Felicísimo era toledano, no se sabe a punto fijo si de Tembleque
+o de Turleque, o de Manzaneque, que los biógrafos no están acordes
+todavía. Estuvo casado con doña María del Sagrario Tablajero, de la que
+nacieron Mariquita del Sagrario y Leocadia. De esta, que casó pronto y
+mal con un tratante en ganado de cerda, nació Micaelita, que se quedó
+huérfana de padre y madre a los seis años. Esta Micaelita era, pues,
+heredera universal del señor don Felicísimo, circunstancia que, a pesar
+de su escasa belleza, debía hacer de ella un partido apetitoso. Sin
+embargo, habiendo tenido en sus quince años ciertos devaneos precoces
+con un muchacho de la vecindad, quedó muy mal parada su honra. El
+mancebo se fue a las Américas; don Felicísimo enfermó del disgusto;
+doña María del Sagrario, tía de la joven, enfermó también; divulgose el
+caso, salió mal que bien de su paso Micaelita, y ya no hubo galán que
+la pretendiera. Cuentan los cronistas toledanos que desde entonces se
+arraigó en Micaelita la piadosa costumbre de reservar un padrenuestro
+para todas las ocasiones apuradas en que se encontrase.
+
+Pasados algunos años, la situación de la joven había cambiado: su
+carácter, agriándose en extremo, hacíala menos simpática aún de lo que
+realmente era. Su abuelo, que entrañablemente la amaba, permitíale
+frecuentar la sociedad y gastar algo en tocados y ropas de moda. Ella
+quería borrar su mancha; pero no lo podía conseguir, careciendo de
+aquellas prendas que fácilmente inspiran el perdón o el olvido. Lo
+singular es que a su mal genio unía un cierto orgullito, sobremanera
+repulsivo, y que sin duda nacía de su seguridad de enriquecer
+considerablemente al fallecimiento del abuelo.
+
+Todas las noches del año, en el de 1831, luego que don Felicísimo,
+con un mediano vaso de vino, echaba la rúbrica a su cena (frase de
+don Felicísimo), se levantaba de aquella especie de trono, y tomando
+con su propia mano el candil de cuatro mecheros, dirigíase a la sala,
+donde ya doña María del Sagrario había encendido una lámpara de las
+llamadas de _Monsieur Quinquet_, y allí se encontraba a varios amigos
+que se reunían en amena tertulia. La estancia era como una gran sala
+de capítulo conventual; pero estaba blanqueada, sin más adorno que un
+gran cuadro del Purgatorio, donde ardían hasta diez docenas de ánimas.
+Dos cortinas de sarga, cuya amarillez declaraba haber sido verde,
+cubrían los balcones, y por las cuatro paredes se enfilaban en batería
+tres docenas de sillas de caoba con el respaldo tieso y el asiento
+durísimo. Cuatro sillones de claveteado cuero, contemporáneo del cuadro
+de las Ánimas del Purgatorio, si no del Purgatorio mismo, servían para
+la comodidad relativa; una urna con imagen vestida servía para la
+devoción, y una mesa que parecía pila bautismal, para que dieran golpes
+sobre ella los de la tertulia. Don Felicísimo entraba diciendo: _Pax
+vobis_, y después saludaba sucesivamente a sus amigos.
+
+—Buenas noches, Elías, ¿cómo te va?... Señor conde de Negri, buenas
+noches... Buenas noches, señor don Rafael Maroto.
+
+
+
+
+XVIII
+
+
+Veamos ahora lo que pasó aquella noche. Jenara tomó asiento en el
+despacho del señor don Felicísimo, y Pipaón, acercándose a este, le
+habló un poco al oído para contarle lo que a la dama le pasaba. A
+cada dos palabras que oía, don Felicísimo articulaba una especie de
+chillido, un ji, ji, que más tenía de suspiro que de interjección, y
+que al mismo tiempo expresaba hipo y burla.
+
+—Bueno, bueno —murmuró el anciano moviendo la cabeza en ademán de
+conciliación—. En mi casa no será molestada; yo le respondo de que no
+será molestada, ji, ji.
+
+—Gracias —dijo la dama secamente tratando de darse aire con los restos
+de su abanico.
+
+—El señor don Miguel de Baraona y yo fuimos muy amigos —añadió
+Carnicero, volviendo a Jenara su faz plana, fría, sin expresión de
+sentimiento alguno—, pero muy amigos. Cuando aquellas cuestiones de
+la Santa Iglesia Colegial de Vitoria con los _Canónigos quartos de
+frutos_ de Calahorra, vino aquí don José Marqués, _canónigo entero_;
+don Vicente Morales, _racionero medio_, y don Andrés de Baraona,
+_canónigo quarto de optación_, hermano de su abuelo de usted, que
+también vino. Yo le conseguí el arcedianato de Berberiega para su
+primo. ¡Cuántas tardes pasamos juntos en este despacho hablando de
+sermones y toros! Era en los tiempos de Pedro Romero, y dicho se está
+que había materia para dos buenos aficionados como nosotros. Si el
+señor de Baraona viviera, se acordaría de cuando vimos la cogida de
+Pepe-Hillo y la célebre cornada de José Cándido, motivada por haberse
+_escupido_ el toro, con lo que se atolondró José y quiso matarlo fuera
+de jurisdicción, recibiendo un encontronazo...
+
+Estas últimas frases no las dirigía don Felicísimo a Jenara, sino a
+cierto personaje, desconocido para nosotros, que a su lado estaba, y
+había entrado poco antes que nuestros amigos. Era un joven de aspecto
+más bien ordinario que fino, de rostro tan salpicado de viruelas, que
+parecía criba, de complexión sanguínea y algo gigántea; de ajustada
+chaqueta vestido, con el pelo corto y la frente más corta acaso. Su
+facha, su traje y cierta expresión inequívoca que impresa en su rostro
+estaba como un letrero, decían que aquel hombre era del gremio de
+tablajeros, cortadores o tratantes en carnes. Los tres oficios había
+tenido, mas con tan poco aprovechamiento, que los cambió por una
+plaza de demandadero en la cárcel de Villa. Era hijo de una antigua
+sirviente de don Felicísimo, y este le había criado en su casa y le
+tenía bastante cariño. Pedro López, por otro nombre _Tablas_ (que así
+le bautizaron en el Matadero), respetaba mucho a su protector. Iba
+a verle diariamente al anochecer, se sentaba a su lado, le hablaba
+un poco de la cárcel, de becerros si era invierno y de toros si era
+verano; después le servía la cena, y, por último, le acompañaba a rezar
+el rosario, devoción a que no faltó don Felicísimo ni en un solo día de
+su vida.
+
+Doña María del Sagrario no tardó en venir. Era una señora que
+aparentaba más edad de la que realmente tenía, por causa de una
+lamentable emigración de todos los dientes de su boca, no quedando en
+aquellos reinos más que algunas muelas, que temblando habían pedido
+también sus pasaportes. Ella no tenía pretensiones de belleza ni aun de
+buen parecer, y así su elegancia era la sencillez, su perfumería la
+limpieza y su peinado simplicísimo. Consistía en recoger en una sola
+trenza los cabellos fieles que le quedaban y hacer con esta un moño
+chiquito, el cual, atravesado de una horquilla o flecha, como corazón
+simbólico, parecía una limosna de cabellos enviada por el cielo sobre
+su cráneo, que iba igualando a las encías en sus condiciones de país
+desierto. Por lo demás, doña María del Sagrario era bondadosa, de
+excelente corazón y de mucho palique; pero tanto desentonaba su voz,
+por causa de estar su boca tan solitaria como casa de mostrencos, que
+las palabras parecían salir y entrar por aquellas cavidades jugando
+y haciendo cabriolas. Cuando reía creeríase que lloraba, y cuando
+regañaba a la criada parecía mandar un batallón, y el rezar era en ella
+como un soplamiento de fuelles rotos.
+
+—Mucho nos honra usted, Jenarita —le dijo besándola—, con aceptar
+nuestra hospitalidad. Eso no será nada. Algún mal entendido. ¡Es tan
+fácil ahora que los buenos se confundan con los pícaros! Ayer mismo
+¿no apalearon en esta misma calle al sacristán de la Venerable Orden
+Tercera por confundirlo con un pícaro zapatero que fue condenado a
+horca y luego indultado en el _llamado tiempo constitucional_, que ni
+fue tal tiempo ni cosa que lo valga?
+
+—Sagrario, mucha conversación es esa, ji, ji —dijo a este punto don
+Felicísimo—. Jenarita no es persona con quien debemos gastar cumplidos
+ni etiquetas; por tanto, tráeme mi cena, que la gusana me dice que es
+hora.
+
+Poco después, el señor Carnicero tenía delante la servilleta en lugar
+del papel, y la cuchara en vez de la pluma. Tras los primeros bocados,
+habló así:
+
+—No es extraño, Jenarita, que con la marcha que lleva este gobierno
+por el camino de la francmasonería, sean perseguidos los buenos
+españoles. Ese pobre rey se ha entregado en manos de la herejía y
+del democratismo; la reina nos quiere embobar con músicas; pero no
+le valdrán sus mañas para hacernos tragar la sucesión de su hija
+Isabelita, que así será reina de España como yo emperador de la China,
+ji, ji. Ellos ven venir el nublado y se preparan; pero nosotros nos
+preparamos también... y es flojita cosa la que defendemos... así como
+quien no dice nada... la religión sacratísima, el trono español y
+nuestras costumbres tradicionales, puras, nobles y sencillas. ¡Ah!,
+perdóneme usted, Jenarita, me olvidé de decirle si gustaba cenar. Pero
+aquí no andamos con etiquetas, y en mi casa todo es llaneza y confianza.
+
+—Gracias —repuso Jenara que, solicitada de otros pensamientos, no oyó
+ni una sola palabra del discurso del señor Carnicero.
+
+Pipaón y Micaelita cuchicheaban en la sala inmediata, y doña María del
+Sagrario había ido a preparar la cena para todos, lo que requería no
+poca habilidad por haber aumentado las bocas y no los manjares. Tablas
+servía la cena al señor don Felicísimo, el cual le hablaba de este modo:
+
+—Pues volviendo a lo que te decía cuando entraron estos señores, el
+toreo está ahora tan por los suelos que no se puede hablar de él sin
+que se le caiga a uno la cara de vergüenza. Y no me digan que se ha
+fundado un Conservatorio de Tauromaquia. Tonto de capirote es el que lo
+inventó. Yo admiro a don Pedro Romero, yo le tengo por un Cid de los
+tiempos modernos; por eso no quisiera verle hecho un catedrático de
+brega. Mira tú, los toreros de hoy dan asco... Si el Señor Omnipotente
+te hubiera querido hacer el favor de criarte en aquel tiempo en que
+todo era mejor que ahora, todo; en que era más honrada la gente,
+más rico el país, más barata la comida, más guapas las mujeres, más
+religiosos los hombres, más valientes los militares, más benigno el
+frío, más alegre el cielo, más honestas las costumbres, más bravos los
+toros, y más, mucho más hábiles los toreros..., ji, ji... ¿Por qué te
+ríes?
+
+El hipo de don Felicísimo arreció de tal modo, que hubo de pararse un
+rato para tomar aire. Después prosiguió así:
+
+—Si hubieras vivido en aquel feliz tiempo, te habrías desbaratado de
+gusto viendo en medio del redondel a Joaquín Rodríguez, por otro nombre
+_Costillares_, o a José Delgado, mi amigo queridísimo, por otro nombre
+_Pepe-Hillo_. Me parece que le estoy mirando cuando el toro se ceñía.
+Entonces tenía que ver su serenidad y destreza, ji. Él lo llamaba de
+frente, tomando la rectitud de su terreno conforme las piernas que le
+advertía la fiera, y luego que le partía, ji, le empezaba a cargar
+y tender la suerte, ¿entiendes? Con este quiebro, el toro se iba
+desviando del terreno del diestro, y cuando llegaba a jurisdicción, le
+daba el remate seguro, ji, ji, ji.
+
+Con las cabezadas que daba don Felicísimo brillaban sus ojos en el
+semblante plano como los agujeros de una palmeta. Al mismo tiempo su
+mano, armada de tenedor, tomaba las actitudes toreriles amenazando el
+vaso de vino, puesto en el lugar del tintero.
+
+—Señora, usted se aburrirá con esta conversación mía —dijo el anciano
+contemplando a Jenara, que permanecía con los ojos bajos—. Como aquí
+no hay cumplimientos, que es palabra compuesta de _cumplo_ y _miento_,
+ni las pamemas que llaman etiqueta, yo hablo de lo que más me gusta,
+ji. Este buen _Tablas_ es un chiquilicuatro que por no tener alma no
+ha emprendido el oficio de mirar cara a cara a la cuerna, y está de
+demandadero en la cárcel de Villa. Si no tuviera el defecto de coger
+sus monas los lunes y aun los martes, sería un cumplido muchacho,
+siempre que se corrigiera del vicio de sobar las cuarenta.
+
+Tablas se ruborizó al oír su panegírico.
+
+—Jenara, venga usted a cenar —dijo Sagrario entrando—. Deme usted su
+mantilla.
+
+Don Felicísimo había concluido.
+
+—Hija, ¿ha venido esta tarde el padre Alelí? —preguntó.
+
+—No ha parecido su reverencia.
+
+—¿No se sabe nada de la pupila de Benigno Cordero, que está con
+pulmonía?
+
+—Iba mejor, pero ha recaído. ¡Cristo, qué desgracia! —exclamó Sagrario
+en un desentono tan singular que parecía enjuagarse la boca con las
+palabras—. Cruz fue esta tarde a la iglesia y me dijo que el pobre
+Benigno está como alma en pena. Va a la botica por las medicinas y se
+deja el sombrero sobre el mostrador, habla solo, y cuando vende no
+cobra, y cuando cobra no da la vuelta, y cuando la da, da oro por cobre.
+
+—Es un alma de cántaro, ji... Tablas, ve después a preguntar por la
+enferma. Benigno es loco, pero es paisano y le aprecio... Jenarita,
+¿por qué tiene usted ese aire de tristeza y abatimiento? Aquí no hay
+nada que temer. Estamos en sagrado, es decir, en una casa pura y
+absolutamente, ji, ji..., apostólica.
+
+Jenara no cenó. Había perdido el apetito, y la especial manera de
+guisar que en aquella casa había no era la más a propósito para
+despertarlo. A esta feliz circunstancia de la desgana de un convidado
+debió Pipaón que le tocara algo, aunque no fue mucho, según consta en
+las crónicas que de aquellos acontecimientos quedaron escritas.
+
+Levantose Jenara de la mesa antes que los demás para decir una cosa
+importante al señor don Felicísimo, que aún no había salido de su
+guarida, y al llegar a la puerta de esta, oyó la voz del anciano muy
+desentonada y colérica. Decía así:
+
+—Ladrón, verdugo, borracho, no te daré un maravedí aunque te me pongas
+de rodillas delante y me enciendas velas. Yo no soy bueno, yo no soy
+santo; no pienses que me embobarás con tus lisonjas. ¿Tengo yo alguna
+mina, ji? ¿Acuño moneda, ji? Quítateme, ji, de delante y púdrete si
+quieres. No hay un cuarto; hoy no se fía aquí. Toca a otra puerta,
+muérete, revienta, pégate un tiro, y si no basta, ji, ji..., te pegas
+dos o media docena.
+
+Con voz humilde y ahogada por la pena, Tablas habló después para pintar
+con frases amañadas la enormidad de su apuro, y Carnicero redobló sus
+negativas, sus bufidos, sus hipos, todo en defensa de su bolsa. Jenara
+no necesitó oír más, y al punto renunció a decir a don Felicísimo lo
+que había pensado. Mujer de recursos intelectuales, improvisaba planes
+con la celeridad propia de todo grande y fecundo ingenio.
+
+La campanilla sonó, y Tablas fue a abrir la puerta. Llegaron tres
+señores que se dirigieron a la sala, donde Sagrario acababa de poner
+luz. Entrando otra vez en el comedor, la dama vio que Pipaón y
+Micaelita no parecían disgustados de hallarse juntos. Sagrario andaba
+por la cocina riñendo con la criada, en lenguaje discorde e inarmónico,
+semejando un órgano que tuviera todos los tubos agujereados. Jenara
+volvió al pasillo, que era largo, complicado, anguloso, y a causa
+del blanqueo daba más cuerpo a las sombras que sobre él caían. Allí
+vio la atlética figura de Tablas que salía del cuarto del señor, y
+dirigiéndose a un ángulo obscuro donde estaban algunos muebles viejos
+como en destierro, dejábase caer sobre una silla y apoyaba la cabezota
+en ambas manos mirando al cielo. Jenara se llegó a él. Era el ángel del
+consuelo.
+
+
+
+
+XIX
+
+
+—¿Cómo te va, Elías? Señor conde de Negri, buenas noches. Buenas
+noches, señor don Rafael Maroto.
+
+Así saludó don Felicísimo a sus amigos, entrando en la sala, candilón
+en mano. Como aún no le hemos visto andar, no hemos podido decir que
+andaba a pasitos cortos, muy cortos, y así tardó una buena pieza en
+llegar al centro de la estancia. Viose entonces la longitud de su
+levitón negro, el cual le llegaba hasta los pies, de modo que no
+parecía que andaba, sino que estaba fijo sobre una tablilla con ruedas,
+de la cual tirara con lentitud una invisible mano. Puso el candilón
+sobre la mesa, y como la vecindad de la lámpara hacía que aquel
+palideciera de envidia, lo apagó.
+
+—Usted siempre tan fuerte —dijo uno de los amigos dando un palmetazo en
+la rodilla de Carnicero.
+
+Era este amigo un señor pequeño, o por mejor decir, archipequeño,
+adamado y no muy viejo.
+
+—Defendiéndonos admirablemente —repuso Carnicero, cogiéndose una pierna
+con las manos y levantándola para ponerla sobre la otra.
+
+—Un cigarrito —dijo aquel de los amigos que llamaban Maroto, y era
+el más joven de los tres, de buena presencia, bigotudo y con señalado
+aspecto marcial.
+
+El conde de Negri, con el cigarrito en la boca, sacó eslabón y piedra
+y empezó a echar chispas. Durilla era la faena, y la mecha no quería
+encenderse.
+
+—¡Maldito pedernal! —murmuró el señor conde.
+
+Y las chispas iban en todas direcciones menos en la que se quería. Una
+fue a estrellarse en la cara plana de don Felicísimo como proyectil
+ardiente en la muralla de un bastión formidable; otra parecía que se
+le quería meter por los ojos al propio señor conde, y chispa hubo que
+llegó hasta el cuadro de Ánimas, dando instantáneamente un resplandor
+verdadero a aquel purgatorio figurado. Al fin prendió la mecha.
+
+—¡Gracias a Dios que tenemos fuego! —dijo don Felicísimo entre dos
+hipos—. Con estos tubos de vidrio que han inventado ahora para encerrar
+las luces, no se puede encender en las lámparas.
+
+En tanto, el tercero de los amigos, que era bastante anciano y se
+distinguía por la curvatura exagerada de su nariz, había puesto unos
+papeles sobre la mesa, y los miraba y revolvía atentamente. De repente
+dijo así:
+
+—No hay que contar con Zumalacárregui.
+
+—¡Todo sea por Dios! —exclamó Carnicero—. ¿Ha escrito? Pues a mi carta
+no se dignó contestar. ¿Sigue en el Ferrol?
+
+—Pues nos pasaremos sin él —indicó el conde de Negri—. La causa
+revienta de partidarios, quiero decir que los tiene de sobra en todas
+las clases de la sociedad, y así no es bien que solicite coroneles,
+como es uso y costumbre entre liberalejos.
+
+—Ya sabemos —dijo con tono de autoridad el llamado Elías, alzando los
+ojos del papel— que la causa que defendemos es legalmente una batalla
+ganada. Habiendo sucesor varón no puede suceder una hembra. Moralmente
+también es cosa fuera de duda. El clero en masa apoya al partido de la
+religión, y con el clero la mayoría del reino y la aristocracia.
+
+—Y el ejército —declaró el conde pequeñito, plegando mucho los párpados
+porque le ofendía la luz.
+
+—Eso está por ver —replicó Elías Orejón—. Desde la guerra de la
+Independencia, el ejército, lo mismo que la marina, están carcomidos
+por la masonería. La revolución del 23 obra fue de los masones
+militares; las intentonas de estos años también son cosa suya, y
+en estos momentos, señores, se está formando una sociedad llamada
+la _Confederación Isabelina_, en la que andan muchos pajarracos de
+alto vuelo, y que por el rotulillo ya da a entender a dónde va.
+Necesitamos...
+
+—¡Claro, clarísimo, indubitable! —exclamó Carnicero, que deseaba meter
+baza, por no hallarse conforme con su amigo en aquel tema.
+
+—Necesitamos —prosiguió el otro alzando la voz en señal de enojo por
+verse interrumpido—, necesitamos, aunque el escrupuloso señor infante
+no lo crea así, asegurar y comprometer aquellas cabezas militares más
+potentes. Ya se puede decir que son _de acá_ los siguientes señores:
+el conde de España, capitán general del Principado; el señor González
+Moreno, gobernador militar de Málaga...
+
+—Buenos, buenos, bonísimos —dijo Carnicero, que no podía contener sus
+ganas de interrumpir a cada instante.
+
+Orejón citó otros nombres, añadiendo luego:
+
+—En el ramo de hombres civiles o eclesiásticos de gran nota, andamos a
+la conquista del señor Abarca, obispo de León, y de don Juan Bautista
+Erro, consejero de Estado, a los cuales solo les falta el canto de un
+duro para caer también de la parte acá.
+
+—Bueno es que los clérigos y hombres civiles vengan —dijo Maroto—, pero
+por santa y gloriosa que sea la causa de Su Alteza, y yo doy de barato
+que es la causa de Dios, no se hará nada sin tropa.
+
+—¿Y los voluntarios realistas?
+
+—Son buenos como auxilio, pero nada más. Denme generales aguerridos,
+jefes de valor y prestigio, y el día en que don Fernando acabe, que no
+tardará, al decir de los médicos, don Carlos será rey por encima de
+todas las cosas.
+
+—Eso, eso —afirmó Elías sentando la palma de la mano sobre los
+papeles—, generales aguerridos, jefes militares de valor y prestigio;
+al grano, al grano.
+
+—Todo vendrá —indicó Carnicero— cuando el caso llegue. Cuando se
+cuenta, como ahora, ji, con el santo clero en masa, capaz de alzar
+en masa al reino todo, como en la guerra de la Independencia, lo
+demás vendrá por sus pasos contados. En cartas y por manifestaciones
+verbales, me han demostrado su conformidad las siguientes órdenes
+y religiones: los Agustinos Calzados, de Madrid; la Congregación
+benedictina Tarraconense Cesaraugustana, de la Corona de Aragón y
+de Navarra; los Menores de San Francisco, los Agustinos Recoletos o
+Calzados, los Canónigos seglares del Orden Premonstratense.
+
+—Espadas, espadas —dijo bruscamente Maroto—, y con espadas, no solo no
+estarán de más las correas o rosarios, sino que servirán de mucho.
+
+—Y yo —indicó el conde de Negri dirigiéndose al balcón a punto que
+sonaba en la calle el estrepitoso rodar de un coche— me atrevo a
+proponer que todas las conquistas se pospongan a la conquista del
+vecino.
+
+El coche paró junto a la casa. Era el carruaje de Calomarde, que vivía
+frente por frente de Carnicero, en el palacio del duque de Alba.
+
+—Su Excelencia ha entrado en su palacio —dijo el conde de Negri,
+atisbando por los vidrios verdosos y pequeñuelos de uno de los balcones.
+
+—Todo se andará —manifestó don Felicísimo—. La conversación que tuvimos
+él y yo hace dos días, me hace creer que don Tadeo tardará en ser
+apostólico lo que tarde Su Majestad en tener, ji, el ataque de gota que
+corresponde al otoño próximo.
+
+—Y si no —dijo Negri tornando a su asiento—, le barrerán. Después
+veremos quién toma la escoba... ¡Cuidado con doña Cristina y qué humos
+gasta! ¡Si creerá que está en Nápoles y que aquí somos _lazzaronis_...!
+¿Pues no se atrevió a pedir mi destitución del puesto que tengo en
+la mayordomía del señor infante? Gracias a que los señores me han
+sostenido contra viento y marea. Aquí, entre cuatro amigos —añadió el
+conde bajando la voz—, puede revelarse un secreto. He dado ayer un
+bromazo a nuestra soberana provisional, que va a dar mucho que reír en
+la corte. En imprenta que no necesito nombrar se están imprimiendo unos
+versos de no sé qué poeta en elogio de su majestad napolitana. Hacia
+la mitad de la composición se habla de la _angélica_ Isabel y de la
+_inmortal Cristina_. Pues yo...
+
+El conde se detuvo, sofocado por la risa.
+
+—¿Qué?
+
+—Pues yo, como tengo relaciones en todas partes, me introduje en la
+imprenta, y di ocho duros al corrector de pruebas para que quitara
+bonitamente la _t_ de la palabra inmortal.
+
+—La _inmoral_ Cristina, ji, ji...
+
+—Espadas, espadas —gruñó Maroto—, y no bromas de esa especie.
+
+—Toda cooperación debe aceptarse —dijo Elías refunfuñando—, aunque sea
+la cooperación de una errata de imprenta.
+
+Cuando esto decían, la luz de la lámpara, ya fuera porque doña María
+del Sagrario, firme en sus principios económicos, no le ponía todo el
+aceite necesario, ya porque don Felicísimo descompusiera, a fuerza de
+darle arriba y abajo, el sencillo mecanismo que mueve la mecha, empezó
+a decrecer, oscureciendo por grados la estancia.
+
+—Voy a contar a ustedes, señores —dijo Elías—, la conversación que ayer
+tuve con el señor Abarca, obispo de León, el hombre de confianza de Su
+Majestad... Pero, don Felicísimo, esa luz...
+
+—Empiece usted. Es que la mecha... —replicó Carnicero moviendo la llave.
+
+—Pues el señor Abarca me pidió informes de lo que se pensaba y se decía
+en el cuarto del infante. Yo creí que con un hombre tan sabio y leal
+como el señor Abarca no debía guardar misterios... Le dije pan pan,
+vino vino... Pero esa luz...
+
+—No es nada; siga usted; ya arderá.
+
+—Le expuse la situación del país, anhelante de verse gobernado por un
+príncipe real y verdaderamente absoluto, que no transija con masones,
+que no admita principios revolucionarios, que cierre la puerta a las
+novedades, que se apoye en el clero, que robustezca al clero, que dé
+preeminencias al clero, que atienda al clero, que mime al clero... Pero
+esa luz, señor don Felicísimo...
+
+—Verdaderamente no sé qué tiene. Siga usted.
+
+—Convino conmigo Su Ilustrísima en que por el camino que va el
+rey marchamos francamente, y él el primero, por la senda de la
+revolución... ¡Que nos quedamos a oscuras!...
+
+La luz decrecía tanto que los cuatro personajes principiaron a dejar
+de verse con claridad. Las sombras crecían en torno suyo. Los
+empingorotados respaldos de los sillones parecían extenderse por las
+paredes en correcta formación, simulando un cabildo de fantasmas
+congregados para deliberar sobre el destino que debía darse a las
+ánimas. Las rojas llamas del cuadro se perdían en la oscuridad, y solo
+se veían los cuerpos retorcidos.
+
+—Díjome también Su Ilustrísima que ahora se va a emprender una campaña
+de exterminio contra los liberales... ¡Por Dios, señor don Felicísimo,
+luz, luz!
+
+La lámpara se debilitaba y moría, derramando con esfuerzos su última
+claridad por las paredes blancas y por el techo blanco también. Lanzaba
+a ratos la llama un destelllo triste, como si suspirase, y después
+despedía un hilo de humo negro que se enroscaba fuera del tubo. Luego
+se contraía en la grasienta mecha, y burbujeando con una especie de
+lamento estertoroso, se tornaba en rojiza. Las cuatro caras aparecían
+ora encendidas, ora macilentas, y la sombra jugaba en las paredes y
+subía al techo, invadiendo a ratos todo el aposento, retirándose a
+ratos al suelo para esconderse entre los pies y debajo de los muebles.
+
+—Esa campaña de exterminio que se va a emprender, fíjense ustedes bien
+—prosiguió Orejón—, no favorece al rey, sino al infante. Todo lo que
+ahora sea reprimir es en ventaja de la gente apostólica. Así nos lo
+darán todo hecho, y lo odioso del castigo caerá sobre ellos, mientras
+que nosotros... ¡Luz, luz!
+
+Don Felicísimo quiso llamar; pero en aquella casa no se conocían las
+campanillas. Así es que empezó a gritar también:
+
+—¡Luz, luz; que traigan una luz!
+
+La lámpara se extinguió completamente y todos quedaron de un color.
+
+—¡Luz, luz! —volvió a gritar don Felicísimo.
+
+Orejón, que estaba muy lleno de su asunto y no quería soltarlo de la
+boca, a pesar de la oscuridad, prosiguió así:
+
+—Que utilizando con energía la horca y los fusilamientos, limpien el
+reino de esas perversas alimañas, es cosa que nos viene de molde.
+
+—Aguarde usted, hombre... Estamos a oscuras...
+
+—Ji..., se han dormido y no nos traen luz —dijo don Felicísimo—.
+Sagrario, Sagrario. Tablas... Nada, todos dormidos.
+
+Así era en verdad.
+
+—¿Tiene usted avíos de encender, señor conde? Aquí, en este cajoncillo
+de la mesa, debe de haber, ji, ji, pajuela.
+
+Pronto se oyó el chasquido del eslabón contra el pedernal. Las súbitas
+chispas sacaban momentáneamente la estancia de la oscuridad. Se veían
+como luz de relámpago las cuatro caras apostólicas, la fúnebre fila de
+sillas de caoba y el cuadro de ánimas.
+
+—La raza liberalesca y masónica estará ya exterminada cuando llegue
+el momento de la sucesión de la corona —decía Orejón entusiasmado—.
+¡Admirable, señores!
+
+Don Felicísimo tenía la pajuela en la mano para acercarla a la mecha
+luego que esta prendiese, y al brotar de la chispa, su cara plana, en
+que se pintaban la ansiedad y la atención, parecía figura de pesadilla
+o alma en pena.
+
+—Trabajan para nosotros, y ahorcando a los liberales se ahorcan a sí
+mismos.
+
+—Es evidente —murmuró don Rafael Maroto.
+
+—¡Demonches de pedernal!
+
+—¡Luz, luz! —volvió a decir don Felicísimo—. Pero Sagrario... Nada, lo
+que digo, todos dormidos.
+
+Por fin prendió la mecha, y aplicada a ella la pajuela de azufre, ardió
+rechinando como un condenado cuyas carnes se fríen en las ollas de
+Pedro Botero. A la luz sulfúrea de la pajuela reaparecieron las cuatro
+caras, bañadas de un tinte lívido, y la estancia parecía más grande,
+más fría, más blanca, más sepulcral...
+
+—De modo —continuaba Elías, cuando don Felicísimo encendía el candilón
+de cuatro mecheros— que en vez de apartarles de ese camino, debemos
+instarles a que por él sigan.
+
+—Sí, que limpien, que despojen...
+
+—Pues ahora —dijo Negri— contaré yo la conversación que tuve con Su
+Alteza la infanta doña Francisca.
+
+—Y yo —añadió Carnicero— referiré lo que me dijo ayer fray Cirilo de
+Alameda y Brea.
+
+
+
+
+XX
+
+
+Jenara no pudo dormir en el camastro abominable que le destinara doña
+María del Sagrario, el cual estaba en un cuarto más grande que bonito,
+todo blanco, todo frío, todo triste, con alto ventanillo por donde
+venían mayidos y algazara de gatos. Al amanecer pudo aletargarse un
+poco, y en su desvariado sueño creía ver a don Felicísimo hecho un
+demonio, ora volando montado en su pluma, ora descuartizando gente con
+la misma pluma, en cuchillo convertida. La casa se le representaba
+como un lisiado que suelta sus muletas para arrojarse al suelo, y allí
+eran el crujir de tabiques, el desplome de paredes, la pulverización
+de techos y las nubes de polvo, en medio del cual, como ave rapante,
+revoloteaba don Felicísimo llorando con lúgubre graznido, mientras los
+demás habitantes de la casa se asfixiaban sepultados entre cascote y
+astillas.
+
+Al despertar sin haber hallado reposo, sus ojos enrojecidos
+reconocieron la estancia, que más tenía de prisión que de albergue, y
+acometida de viva aflicción lloró mucho. Después las reflexiones, los
+planes habilísimos que había concebido, y más que nada la valentía
+natural de su espíritu, la fueron serenando. Vistiose y acicalose
+como pudo, echando muy de menos los primores de su tocador, y pudo
+presentarse a Micaelita y a doña Sagrario con semblante risueño.
+
+En sus planes entraba el de amoldar su conducta y sus opiniones a las
+opiniones y conducta de los dueños de la casa, y así, cuando visitó
+al señor don Felicísimo en su despacho y hablaron los dos, era tan
+apostólica que el mismo infante la habría juzgado digna de una cartera
+en su ministerio futuro. Según ella, la perseguían por apostólica, y
+su _apostoliquismo_ (fue su palabra) era de tal naturaleza, que la
+llevaría valientemente a la lucha y al martirio. Carnicero, que en
+su marrullería no carecía de inocencia (virtud hasta cierto punto
+apostólica), creyó cuanto la dama le dijo, y establecida entre ambos
+la confianza, el anciano le contaba diariamente mil cosas de gran
+sustancia y meollo, referentes a la causa. Sirvan de ejemplo las
+siguientes confidencias.
+
+«¡Bomba, señora! Direle a usted lo más importante que he sabido anoche.
+Una monjita de las Agustinas Recoletas de la Encarnación soñó no hace
+mucho que el infante se ceñía la corona asistido de no sé cuantas
+legiones de ángeles. Escribió su sueño en una esquelita que remitió a
+Su Alteza, el cual la besó y tuvo con esto un grandísimo gozo. Me lo ha
+contado Orejón».
+
+«¡Bomba, señora! La trapisonda de Andalucía ha terminado. Los marinos
+que se sublevaron en San Fernando están ya fusilados, y el bribón de
+Manzanares, que desembarcó con unos cuantos tunantes, ha perecido
+también. ¡Si no hay sahumerio como la pólvora para limpiar un reino!
+Que desembarquen más si quieren. El gobierno se ha preparado, arma al
+brazo. Ahora, vengan pillos».
+
+«¡Gran bomba, señora! Mañana ahorcan a Miyar, el librero de la calle
+del Príncipe, por escribir cartas democráticas. Pronto le harán
+compañía Olózaga, Bringas y Ángel Iznardi». Generalmente estas
+noticias eran dadas al anochecer o durante la cena, en presencia de
+Tablas. Después se rezaba el rosario, con asistencia de todos los de
+la casa, y de Jenara, que desempeñaba su parte con extraordinario
+recogimiento y edificación.
+
+Ya se habrá comprendido que la muy pícara se valió de los ahogos
+pecuniarios del bueno de Perico Tablas para sobornarle y ponerle de su
+parte. El demandadero de la cárcel de Villa, que no era ciertamente un
+Catón, se rindió a la voluntad dispendiosa de Jenara, sirviéndole como
+se sirve a una dama que reúne en sí afabilidad, hermosura y dinero.
+
+Dos días habían pasado desde la prisión de Olózaga, cuando se vio a
+Tablas y a Pepe Olózaga, hermano menor de Salustiano, bebiendo _medios
+chicos_ de vino en la taberna de la calle Mayor, esquina a la de
+Milaneses. Jenara no solo supo explotar en provecho propio los buenos
+servicios de Tablas, sino que los utilizó en pro de Salustiano, por
+quien mucho se interesaba.
+
+Este insigne joven, que había de alcanzar fama tan grande como orador y
+hábil político, fue primero encerrado en lo que llamaban _El Infierno_,
+lugar tenebroso, pero más horrendo aún por sus habitantes que por
+sus tinieblas, pues estaba ocupado por bandidos y rateros, la peor
+y más desvergonzada canalla del mundo. No creyéndole seguro en _El
+Infierno_, el alcaide le trasladó a un calabozo, y de allí a una de
+las altas buhardillas de la torre. Antes de que mediara Tablas, pudo
+Pepe Olózaga ponerse en comunicación con su hermano, valiéndose de una
+fiambrera de doble fondo y del palo del molinillo de la chocolatera.
+
+El ingenio, la serenidad, la travesura de Salustiano eran tales, que
+en pocos días se hizo querer y admirar de los presos que le rodeaban
+y que allí entraron por raterías y otros desafueros. Los demás presos
+no se comunicaban con él. Pepe Olózaga, después de ganar a Tablas,
+a quien hizo creer que su hermano estaba encarcelado por _cosas de
+mujeres_, intentó ganar también a uno de los carceleros; pero no pudo
+conseguirlo. Más afortunado fue Salustiano, que, seduciendo dentro de
+la prisión a sus guardianes con aquella sutilísima labia y trastienda
+que Dios le dio, pudo comunicarse con Bringas. Ambos sabían que si no
+se fugaban serían irremisiblemente ahorcados. Discurrieron los medios
+de alargar los procedimientos para ver si ganando tiempo adelantaba
+el negocio de su salvación, y al cabo convinieron en que Bringas se
+fingiría mudo y Olózaga loco.
+
+Tan bien desempeñó este su papel, que por poco le cuesta la vida.
+Principió por fingirse borracho; propinose una pulmonía acostándose
+desnudo sobre los ladrillos, y los carceleros le hallaron por la mañana
+tieso y helado como un cadáver. Tras esto venía tan bien la farsa de su
+locura, que siete médicos realistas le declararon sin juicio. Así ganó
+un mes.
+
+Miyar, que no era travieso, ni abogado, ni hombre resuelto, pereció en
+la horca el 11 de abril.
+
+Mejor le fue a Olózaga con su locura que a Bringas con su mutismo,
+porque impacientes los jueces con aquel tenaz silencio, que les impedía
+despachar pronto, imaginaron darle un ingenioso tormento, el cual
+consistía en clavarle en las uñas astillas o estacas de caña. Nada
+consiguieron con esto; pero Bringas perdió la salud y no salió de la
+cárcel sino para morirse. Es un mártir oscuro, del cual se ha hablado
+poco, y que merece tanta veneración como lástima.
+
+Pepe Olózaga y los amigos de Salustiano trabajaban sin reposo. Las
+comunicaciones con el preso eran frecuentes, y no solo recibió este
+ganzúas y dinero, que son dos clases de llaves falsas, sino también
+el correspondiente puñal y un poquillo de veneno para el momento
+desesperado. Antes el suicidio que la horca.
+
+Jenara, que salía de noche furtivamente de la casa de don Felicísimo,
+iba donde se le antojaba sin que nadie la molestase, y así pudo ayudar
+a la familia de Olózaga. Hízose muy amiga de la mujer del escribano
+señor Raya, y también de la mujer del alcaide. A la sangre fría del
+preso primeramente, a la constancia y diplomacia de su hermano Pepe,
+al oro de la familia, y, por último, a la compasión y buen ingenio
+de algunas mujeres, debiose la atrevidísima y dramática evasión que
+referiremos más adelante en breves palabras, aunque referida está del
+modo más elocuente por quien debía y sabía hacerlo mucho mejor que
+nadie.
+
+Jenara, preciso es declararlo, no tenía puestos los ojos en la cárcel
+de Villa por el solo interés de Salustiano y su apreciabilísima
+familia. Allí, en la siniestra torre que modernamente han pintado de
+rojo, para darle cierto aire risueño, estaba un preso menos joven que
+Olózaga, de gentil presencia y muchísima farándula, el cual pasaba
+por preso político entre los rateros, y por un ladronzuelo entre
+los políticos. Era, según Tablas, hombre de grandes fingimientos
+y transmutaciones, al parecer instruido y cortés. Figuraba en los
+registros con dos o tres nombres, sin que se hubiera podido averiguar
+cuál era el suyo verdadero. Tablas reveló a la señora que no era ella
+sola quien se interesaba por aquel hombre, sino que otras muchas de la
+corte le agasajaban y atendían.
+
+Las señas que el demandadero indicaba de la persona del preso,
+convencían a Jenara de que era quien ella creía, y más aún las
+respuestas que a sus preguntas daba. No obstante, la dama no pudo
+lograr ver su letra, por más que a entablar correspondencia le instó
+por conducto del demandadero. El preso pidió algunas onzas y se las
+mandaron con mil amores. Se trabajó con jueces y escribanos para
+que le soltaran, estudiose la causa, y ¿cuál sería la sorpresa, el
+despecho y la vergüenza de Jenara, al descubrir que el preso misterioso
+no era otro que el celebérrimo Candelas, el hombre de las múltiples
+personalidades y de los infinitos nombres y disfraces, figura eminente
+del reinado de Fernando VII, y que compartió con José María los
+laureles de la caballería ladronera, siendo el héroe legendario de las
+ciudades como aquel lo fue de los campos?
+
+Corrida y enojada, la señora descargó su cólera contra Pipaón, a quien
+puso cual no digan dueñas, y no le faltaba motivo para ello, porque
+el astuto cortesano de 1815 la había engañado, aunque no a sabiendas,
+diciéndole que el que buscaba estuvo primero en casa de Olózaga y
+después preso en la Villa con los demás conjurados, noticias ambas
+enteramente contrarias a la verdad.
+
+A todas estas, Jenara no tenía valor para abandonar la hospitalidad
+que le había ofrecido don Felicísimo, y continuaba embaucándole con
+su entusiasmo apostólico, sabedora de que la mayor tontería que podía
+hacerse en tan benditos tiempos, era enemistarse con la gente de aquel
+odioso partido.
+
+Al anochecer de cierto día de mayo, Jenara vio salir al padre Alelí
+del cuarto de don Felicísimo, y poco después de la casa. Como no tenía
+noticias de Sola ni del estado de su peligrosa y larga enfermedad,
+luego que el fraile se marchó fue derecha a la madriguera de don
+Felicísimo para saber de la protegida del señor Cordero.
+
+—¡Grande, estupenda bomba, señora! —dijo el anciano, a quien
+acompañaba, rosario en mano, el atlético Tablas.
+
+—¿Se sabe algo de esa joven?...
+
+—Ya pasó a mejor o peor vida, que eso Dios lo sabrá —repuso Carnicero
+volviendo hacia Jenara su cara plana, que iluminada de soslayo parecía
+una luna en cuarto menguante.
+
+—¡Ha muerto! —exclamó la dama con aflicción grande.
+
+—Ya le han dado su merecido. Conozco que es algo atroz; pero no están
+los tiempos para blanduras. Hazme la barba y hacerte he el copete.
+
+—Yo pregunto por la pupila de nuestro amigo Cordero —insistió Jenara.
+
+—Acabáramos: yo me refiero a esa señora que han ahorcado en Granada.
+¿Cómo la llamaban, Tablillas?
+
+—Mariana Pineda.
+
+Eso es. Bordadme banderitas para los liberales desembarcadores. El
+cabello se pone de punta al ver las iniquidades que se cometen. ¡Bordar
+una bandera, servir de estafeta a los liberales!, y ¡sabe Dios las
+demás picardías que los señores jueces habrán querido dejar ocultas por
+miramientos al sexo femenino...!
+
+—¡Y esa señora ha sido ahorcada! —exclamó Jenara, lívida a causa de la
+indigación y el susto.
+
+—¿Que si ha sido...? Y lo sería otra vez si resucitara. O hay justicia
+o no hay justicia. Como el gobierno afloje un poco, la revolución lo
+arrastra todo, monarquía, religión, clases, propiedad... Esta doña
+Mariana Pineda debe ser nieta de un don Cosme Pineda que vino aquí por
+los años de 98 a gestionar conmigo cierto negocio de las capellanías
+de Guadix... Buena persona, sí, buena. Era poseedor de una de las
+mejores ganaderías de Andalucía, la única que podía competir con la de
+los Religiosos Dominicos de Jerez de la Frontera, donde se crían los
+mejores toros del mundo.
+
+—Y esa doña Mariana —dijo Jenara— era, según he oído, joven, hermosa,
+discreta... ¡Bendito sea Dios que entre tantas maravillas de hermosura,
+ha criado, Él sabrá por qué, tantos monstruos terribles, los leones,
+las serpientes, los osos y los señores de las Comisiones Militares...!
+
+—¿Chafalditas tenemos...? —dijo don Felicísimo echando de su boca un
+como triquitraque de hipos, sonrisillas y exclamaciones que no llegaban
+a ser juramentos—. Mire usted que se puede decir: «al que a mí me
+trasquiló, las tijeras, ji, ji, le quedaron en la mano».
+
+La dama le miró, reconcentrada en el corazón la ira; mas no tanto
+que faltase en sus ojos un destello de aquel odio intenso que tantos
+estragos hacía cuando pasaba de la voluntad a los hechos. En aquel
+momento Jenara hubiera dado algunos días de su vida por poder llegarse
+a don Felicísimo y retorcerle el pescuezo, como retuerce el ladrón la
+fruta para arrancarla de la rama; pero excusado es decir que no solo no
+puso por obra este atrevido pensamiento homicida, sino que se guardó
+muy bien de manifestarlo.
+
+—Yo no soy tampoco de piedra —añadió Carnicero echando un suspiro—;
+yo me duelo de que se ahorque a una mujer; pero ella se lo ha guisado
+y ella se lo ha comido, porque ¿es o no cierto que bordó la bandera?
+Demostrado está que sí. Pues la ley es ley, y el decreto de octubre ha
+proclamado el tente-tieso. Conque adóbenme esos liberales. Dicen que
+fueron tigres los señores jueces de Granada. Calumnia, enredo. Yo sé
+de buena tinta..., vea usted: aquí tengo la carta del señor Santaella,
+racionero medio y tiple de la Catedral de Granada..., hombre veraz
+y muy apersonado, que por no gustar del clima de Andalucía, quiere
+una plaza de tiple en la Real Capilla de Madrid... Pues me dice,
+vea usted, me dice que cuando la delincuente subió al patíbulo, los
+voluntarios realistas que formaban el cuadro se echaron a llorar... Un
+padrenuestro, Tablas; recémosle un padrenuestro a esa pobre señora.
+
+Igual congoja que los voluntarios realistas sintió Jenara al oír el
+rezo de Carnicero y Tablas; pero dominándose con su voluntad poderosa,
+varió de conversación diciendo:
+
+—¿Se sabe de la pupila de Cordero?
+
+—Esa... —replicó don Felicísimo con desdén— está fuera de peligro.
+Hierba ruin no muere.
+
+
+
+
+XXI
+
+
+—Sí, ya está fuera de peligro, gracias al Señor y a su Santísima y
+única Madre la Virgen del Sagrario. Decir lo que he padecido durante
+esta larga y complicada dolencia de la apreciable _Hormiga_, durante
+estos cuarenta y tantos días de vicisitudes, mejorías, inesperados
+recargos y amenazas de muerte, fuera imposible. El corazón se me partía
+dentro del pecho al ver cómo caía y se deslizaba hasta el borde del
+sepulcro aquella criatura ejemplar, dotada por el cielo de tantas
+riquezas de espíritu, y que parece puesta adrede en el mundo para
+que sirva de espejo a los que necesitamos mirarnos en un alma grande
+para poder engrandecer un poquito la nuestra. Y más me angustiaba el
+ver cómo se moría sin quejarse, aceptando los dolores como si fueran
+deberes: que su costumbre es llevar sobre sí las pesadumbres de la
+vida, como llevamos todos nuestra ropa.
+
+»Ya está fuera de peligro, y gracias a Dios sigue bien. Me parece
+mentira que es así, y a cada instante tiemblo, figurándome que su cara
+no recobra tan prontamente como yo quisiera los colores de la salud.
+Si la oigo toser, tiemblo; si la veo triste, tiemblo también. Pero don
+Pedro Castelló, que es el primer Esculapio de España, me asegura que ya
+no debo temer nada. Es fabuloso lo que he gastado en médicos y botica;
+pero hubiera dado hasta el último maravedí de mi fortuna por obtener
+una probabilidad sola de vida. Mi conciencia está tranquila. Ni sueño
+ni descanso ha habido para mí en este período terrible. He olvidado mi
+tienda, mis negocios, mi persona, y al fin, con la ayuda de Dios, he
+dado un bofetón a la pícara y fea muerte. ¡Viva la Virgen del Sagrario,
+viva don Pedro Castelló y también Rousseau, que dice aquello tan sabio
+y profundo: _no conviene que el hombre esté solo_!
+
+Así hablaba don Benigno Cordero en la tienda con un amigo suyo muy
+estimado, el marqués de Falfán. Y era verdad lo que decía de sus
+congojas y del gran peligro en que había puesto a Sola una traidora
+pleuresía aguda. La naturaleza, con ayuda de la ciencia y de cuidados
+exquisitos, triunfó al cabo; pero después recayó la enferma, hallándose
+en peligro igual, si no superior, al primero. Cuanto humanamente puede
+hacerse para disputar una víctima a la muerte, lo hizo don Benigno, ya
+rodeándose de los facultativos más reputados, ya procurando que las
+medicinas fueran escogidas, aunque costaran doble, y principalmente
+asistiendo a la enferma con un cuidado minucioso, y con puntualidad tan
+refinada, que casi rayaba en extravagancia. Digamos en honor suyo que
+había hecho lo mismo por su difunta esposa.
+
+Aunque parezca extraño, doña Crucita manifestó en aquella ocasión
+lastimosa una bondad de sentimientos y una ternura franca y solícita
+de que antes no tenían noticia más que los irracionales. Sin dejar
+de gruñir por motivos pueriles, atendía a la enferma con el más vivo
+interés, velaba y hacía las medicinas caseras con paciencia y esmero.
+Bueno es decir, para que lo sepa la posteridad, que doña Crucita tenía
+en su gabinete el mejor herbolario de todo Madrid.
+
+Cuando don Pedro Castelló dijo que la enferma no tenía remedio, don
+Benigno manifestó grandeza de ánimo y resignación. No hizo aspavientos
+ni habló a lo sentimental. Solamente decía: «Dios lo quiere así; ¿qué
+hemos de hacer? Cúmplase la voluntad de Dios». La _Paloma ladrante_,
+que tenía en su natural genio el quejarse de todo, no supo mantenerse
+en aquellos límites de cristiana prudencia, y dijo algunas picardías
+inocentes de los santos tutelares de la casa; pero a solas, cuando
+nadie podía verla, se secaba las lágrimas que corrían de sus ojos. La
+posteridad se enterará con asombro de las palizas que la buena señora
+daba a sus perros para que no hicieran bulla ni salieran del gabinete
+en que estaban encerrados.
+
+Los Corderillos mayores compartían la pena de su padre y tía, y los
+minúsculos, sin darse cuenta de lo que sentían, estaban taciturnos
+y con poco humor para pilladas. Deportados con las cotorras en el
+gabinete de su tía, jugaban en silencio, desbaratando una obra de
+encaje que Crucita tenía empezada, para rehacerla después ellos a su
+modo. Cuando Sola estuvo fuera de peligro y sin fiebre, lo primero
+que pidió fue ver a los chicos. Radiante de alegría les llevó don
+Benigno al cuarto de la enferma diciendo: «aquí está la Guardia Real
+Granadera», y al mismo tiempo se le aguaron un poco los ojos. Sola les
+besó uno tras otro, y puso sobre su cama a Juan Jacobo, diciendo:
+
+—¡Cómo ha crecido este!... Y ¡qué gordo está! Bendito sea Dios, que me
+ha dejado vivir para que os siga viendo y queriendo a todos.
+
+Cordero se había vuelto de espaldas y hacía como que jugaba con el
+gato. Después se quitó las gafas para limpiarlas. Lo que realmente
+hacía era defender su emoción de las miradas de Sola y los chicos. Aun
+en aquel primer día de su convalecencia, pudo Sola hacer a la _Guardia
+Real Granadera_ un obsequio inusitado. Desde el día anterior había
+guardado cuatro piedras de azúcar de pilón, y dio una a cada muchacho,
+destinando la mayor a Juanito Jacobo, precisamente por ser el más chico
+y a la vez el más goloso.
+
+—Un ángel —les dijo— que ha venido todas las noches a preguntar por mí
+y a ver si se me ofrecía algo, me dio anoche estos terrones para todos,
+encargándome que no se los diera si no se habían portado bien. Yo no sé
+qué tal se han portado...
+
+—Muy mal, muy mal —dijo doña Crucita—. No merecían sino azúcar de
+acebuche y miel de fresno.
+
+—Lo pasado, pasado —añadió Sola—. Ahora se portarán bien.
+
+No había concluido de decirlo, cuando ya se oían los fuertes chasquidos
+de los dientes de Juanito Jacobo partiendo el azúcar. Los cuatro
+besaron a la que había hecho con ellos veces de madre, y se retiraron
+muy contentos. Don Benigno no podía contener cierta expansión de gozosa
+generosidad que, naciendo en su corazón, lo llenaba todo entero. Fue
+tras los muchachos, y dio cuatro cuartos a cada uno para que compraran
+chufas, triquitraques, pasteles o lo que quisieran. Después le pareció
+poco, y a los dos mayores les dio una peseta por barba, advirtiéndoles
+que aquel dinero era para correrla en celebración del restablecimiento
+de Sola, y, por tanto, no debía ser metido en la hucha. Cada uno tenía
+su hucha con sendos capitales.
+
+Crucita se fue a sus quehaceres, y don Benigno se quedó solo con la
+_Hormiga_. En los días de gravedad, cuando le acometía fuertemente la
+calentura, Sola deliraba. Los individuos conservan en sus desvaríos
+febriles casi todas las cualidades que les adornan hallándose en
+estado de perfecta salud, y así Sola enferma era diligente, bondadosa
+y afable. Agitándose en su lecho con horrible desvarío, mandaba a los
+chicos a la escuela, le pasaba lección a Rafaelito, reñía a Juanito
+Jacobo por romper los figurines del _Correo de las Damas_, bromeaba
+con Crucita por cuestión de pájaras lluecas o de perros con moquillo,
+daba órdenes a la criada sobre la comida, se afligía porque no estaban
+planchadas las camisas de don Benigno, le pedía a este cigarros para
+el padre Alelí, preguntaba a los dos qué plato era el más de su gusto
+para la próxima cena, y hablaba con todos de los Cigarrales y de cierta
+expedición que tenían proyectada; era una reproducción o un lúgubre
+espejismo de su actividad y de sus pensamientos todos en la vida
+ordinaria. Acontecía que después de un largo período de exaltación
+febril, Sola se quedaba muda y sosegada otro largo rato, sin decir más
+que algunas palabras a media voz. Don Benigno, que atendía a estos
+monólogos con tanto dolor como interés, pudo entender algunas palabras;
+entre ellas, _don Jaime Servet_.[2]
+
+ [2] Véase _Un voluntario realista_.
+
+Aquel famoso día de los terrones de azúcar, don Benigno, luego que con
+ella se quedó solo, le preguntó quién era el tal don Jaime Servet que
+en sueños nombraba, y ella quiso explicárselo punto por punto; pero
+apenas había empezado, cuando entraron Primitivo y Segundo trayendo un
+grande, magnífico y oloroso ramo de rosas, que ofrecieron a Sola con
+cierto énfasis de galantería caballeresca. Los dos chiquillos tuvieron
+la excelente idea de emplear las dos pesetas que les dio su padre en
+comprar flores para obsequiar con ellas a su segunda madre en el fausto
+día de su restablecimiento; y en verdad que era de alabar la delicadeza
+exquisita con que procedían, demostrando que en la edad de las
+travesuras no escasea cierta inspiración precoz de acciones generosas y
+de la más alta cortesía. Decir cuánto agradeció Sola la fineza, fuera
+imposible; y si el fuerte olor de las flores no la marease un poco,
+habría puesto el ramo sobre la almohada. Les dio besos, y luego pasó el
+ramo a Cordero para que aspirase la rica fragancia.
+
+Don Benigno no cabía en sí de satisfacción. Se puso nervioso, se
+le resbalaron las gafas nariz abajo, y esta parecía hacerse más
+picuda, tomando no sé qué expresión de órgano inteligente. Sonrisa de
+vanagloria retozaba en sus labios, y aquel aroma parecíale que llevaba
+a su alma un regalado confortamiento, paz deleitosa, esperanza, una
+vida nueva. Los muchachos, al ver el éxito de su hazaña, reventaban de
+orgullo.
+
+Don Benigno se los llevó prontamente a su cuarto y les dijo:
+
+—Tomad..., un duro para cada uno. Sois caballeros finos y agradecidos.
+Muy bien; muy bien, señoritos: este rasgo me ha gustado. En vez de
+comprar golosinas que os ensucian el estómago... comprasteis el
+ramo..., pues... Idos a paseo: no vayáis esta tarde al colegio. Yo lo
+mando... Adiós... Un duro a cada uno.
+
+Cuando volvió al lado de Sola, Crucita había llevado, para que la
+enferma los viera, los pajarillos en cría, pelados y trémulos dentro
+del nido, mientras la pájara saltaba inquieta de un palo a otro, y el
+pájaro ponía muy mal gesto por aquel desconsiderado transporte de la
+jaula. Sola admiró todo lo que allí había que admirar, la sabiduría y
+la paciencia de aquellos menudos animalillos, que así pregonaban con
+su manera de criar la sabiduría maravillosa y el poder del Criador, el
+cual, en todas partes donde algo respira, ha puesto un bosquejo de la
+familia humana.
+
+—Lléveselos usted —dijo Sola—, que se asustan y se enojan, y creo que
+lo van a pagar los pequeñuelos, quedándose hoy sin almorzar.
+
+Después cargó Crucita, no sin trabajo, con algunos tiestos de minutisa
+y pensamientos para que Sola viera cómo con el calor de la estación se
+cubrían de pintadas florecillas, las unas formando ramilletes o grupos,
+como un canastillo de piedras preciosas, otras sueltas con diferentes
+tamaños y matices; pero todas guapas y alegres. También trajo un lirio
+que parecía un obispo, vestido de largas faldamentas moradas; un moco
+de pavo, que más bien parecía gallo de cresta roja, y otras muchas
+hierbas que llevaban la alegría a la alcoba, pocos días antes tan
+silenciosa y fúnebre. ¡Con cuánto gusto recibía Sola aquellas visitas!
+Era la vida, que tales mensajes le enviaba para cumplimentarla; era
+la amada casa, que saludaba con lo hermoso y agradable que en sí
+tenía. Para que nada faltase, vino también la cotorra, a quien Sola
+encontró más crecida; vino el loro, que le pareció haber sufrido algún
+desperfecto en su casaca verde, y, por último, entraron también los
+perros en tropel, y se lanzaron a la cama aullando y lamiendo. En
+tanto, don Benigno, después de permanecer un rato como en éxtasis, bajó
+los ojos y apoyó la barba en su mano trémula. O rezaba o recitaba algún
+famoso texto de Rousseau: en esto no parecen acordes las crónicas, y
+por eso se apuntan las dos versiones para que el lector elija la que
+más le cuadre.
+
+Pasó un rato. Todo estaba en silencio. El héroe de Boteros saboreaba en
+el pensamiento la dicha presente, que no era sino anticipado anuncio de
+su futura dicha.
+
+—Pues como decía a usted... —indicó Sola.
+
+—Eso es, apreciable _Hormiga_. Siga usted su cuento y dígame quién es
+ese don Jaime Servet.
+
+Sola satisfizo cumplidamente la curiosidad de su amigo.
+
+
+
+
+XXII
+
+
+Habiendo ordenado los médicos que la enferma fuera a convalecer en
+el campo, empezó don Benigno a preparar el viaje a los Cigarrales
+de Toledo, donde poseía extensas tierras y una casa de labranza.
+Extraordinario gusto tenía el héroe en estos preparativos, por ser muy
+aficionado a la dulce vida del campo, al cultivo de frutales, a la
+caza, y a la crianza de aves y brutos domésticos. Por su desgracia, no
+podía abandonar su comercio en aquella estación, y érale forzoso seguir
+en la tienda por lo menos hasta que pasase el Corpus, fiesta de gran
+despacho de encajes para Iglesia y modistería. Pero resignándose a su
+esclavitud en la corte, se deleitaba pensando en el dichoso verano que
+iba a pasar. Amaba la naturaleza por afición innata y por asimilación
+de lo que había leído en su autor favorito y maestro. Así, nada le
+parecía tan de perlas como aquella frase: _el campo enseña a amar a la
+humanidad y a servirla_.
+
+Su plan era llevar a Sola a últimos de mayo acompañada de Crucita y los
+niños menores. Inmediatamente regresaría él solo a Madrid, y cuando
+acabase junio, volvería con los otros dos chicos a los Cigarrales,
+donde estarían todos hasta fin de septiembre.
+
+¡Los Cigarrales! ¡Cuánta poesía, cuántas amenidades, qué de inocentes
+gustos y de puros amores despertaba esta palabra sola en el alma del
+buen Cordero! ¡Qué meriendas de albaricoques, qué gratos paseos por
+entre almendros y olivos, qué mañanitas frescas para salir con el perro
+y la escopeta a levantar algún conejo entre las olorosas matas de
+tomillo, romero y mejorana! ¡Qué limpieza y frescura la de las aguas,
+qué color tan hermoso el de las cerezas, y qué dulzura y maravilla en
+los panales fabricados por el pasmoso arte de las abejas en el tronco
+hueco de añosos alcornoques, o entre peñas y jaras! En los cercanos
+montes el gruñido del jabalí hace temblar de ansiedad el corazón del
+audaz montero, y abajo, junto a la margen del río aurífero, del río
+profeta que ha visto levantarse y caer tan diferentes imperios, la peña
+seca y el remanso profundo solicitan al pescador de caña, flor y espejo
+de la paciencia. Pensando en estos cuadros poéticos, y gozando ya con
+la fantasía estos legítimos placeres, don Benigno se sonreía solo, se
+frotaba las manos y decía para sí:
+
+—Barástolis, ¡qué bueno es Dios!
+
+¡Y luego...! Esta reticencia le regocijaba más que aquellas
+risueñas perspectivas bucólicas. Había decidido no hablar a Sola de
+cierto asunto hasta que ambos estuvieran en los Cigarrales y ella
+completamente restablecida.
+
+Cordero fue una mañana a la Cava Baja en busca de arrieros y
+trajinantes para arreglar con ellos su viaje. Entró en la posada de
+la Villa, y en la que antiguamente se llamaba del Dragón. En esta
+encontró a un mayoral que ha tiempo conocía, y después de concertar
+ambos las condiciones del viaje, siguieron en caloroso diálogo sobre
+el mismo asunto, porque se había despertado en don Benigno cierto
+entusiasmo pueril por la dichosa expedición. Allí preguntó varias veces
+Cordero la distancia que hay desde Madrid a Toledo; hizo comentarios
+sobre tal cuesta, sobre cuál mal paso, y, finalmente, disertó largo
+rato sobre si llovería o no al día siguiente, que era el señalado
+para la salida. Cordero opinaba resueltamente que no llovería. Ya se
+marchaba, cuando al pasar por el corredor alto, donde había varias
+puertecillas numeradas, vio a un hombre que tocaba en una de estas. El
+hombre preguntó en voz alta:
+
+—¿Don Jaime Servet, vive aquí?
+
+Detúvose Cordero y oyó una voz que de dentro gritaba:
+
+—No ha llegado todavía.
+
+El héroe no dio a lo que había oído más importancia de la que merece
+una simple coincidencia de nombres.
+
+¡Qué afán puso el buen señor en preparar su viaje, en disponer lo
+referente a vestidos, provisiones y todo lo demás que se había
+de llevar! Creeríase que iban a dar la vuelta al mundo, según la
+prolijidad con que Cordero se proveía de todo, y las infinitas
+precauciones que tomaba, las advertencias que hacía, el itinerario
+escrupuloso que trazaba, la elección de vituallas, y el acopio de
+drogas por si ocurrían descalabraduras o molimiento de huesos. Todo
+le parecía poco para que a Sola no faltara ninguna comodidad, ni se
+privase de nada que pudiera convenir a su espíritu y su salud. Y
+deseando anticipar las delicias del viaje, aquella noche le habló de
+la distancia, le describió los pueblos que habían de recorrer, pintole
+paisajes de ríos y montañas, diciendo estas o parecidas cosas:
+
+—Cuando pasemos de Torrejón de la Calzada a Casarrubuelos, fíjese en
+aquellas lomas de viñas que están en fila y hacen unos bailes tan
+graciosos cuando pasa el coche corriendo... Después, en tierra de la
+Sagra, verá usted unos panoramas que encantan... Luego que se pasa de
+Olías se quedará pasmada cuando vea allá lejos la torre de la Catedral,
+que parece saluda al viajero... sin quitarse el sombrero, se entiende,
+el cual es un capacete que está emparentando con el cielo y que trata
+de tú a los rayos...
+
+En fin, llegó la mañana y se marcharon despedidos por Alelí, que se
+quedó muy triste. Cuando el coche, dejando atrás el puente de Toledo,
+entró en la extensa, libre y alegre campiña inundada de luz, don
+Benigno sintió que la alegría se rebosaba del vaso de su espíritu,
+chorreando fuera como las caídas de una fuente de Aranjuez, y aquel
+chorrear de la alegría era en él risas, frases, exclamaciones,
+chascarrillos, y, por último, la elocuente frase:
+
+—Barástolis, ¡qué bueno es Dios!
+
+Aquel mismo día corrió por Madrid la noticia de haberse escapado de la
+cárcel de Villa el preso que ya estaba destinado a la horca. Jenara
+se alegró tanto cuando Pipaón se lo dijo, que al instante salió a la
+calle para felicitar a don Celestino. Hacía ya dos semanas que había
+empezado a perder el miedo, y salía de noche a pie acompañada de
+Micaelita, vestidas ambas en traje tan humilde que difícilmente podían
+ser conocidas.
+
+Después de dar la enhorabuena a don Celestino y a su hija, regresó a
+casa de Carnicero y se entretuvo escribiendo algunas cartas. Pipaón la
+visitó en su cuarto, donde hablaron un poco de la política. Jenara fue
+luego a ver cenar a don Felicísimo, operación que le hacía gracia por
+las singularidades y extravagancia de aquel santo hombre en tan solemne
+instante, y le halló sumamente ocupado con un alón que por ninguna
+parte quería dejarse comer, según estaba de cartilaginoso y duro.
+
+—¡Bomba, señora...! —dijo Carnicero picoteando el hueso por aquí y
+por allá, de modo que unas veces se lo ponía por bigote y otras lo
+tascaba como un freno—. En Portugal el señor don Miguel está apretando
+las clavijas a aquel insubordinado reino. Ahora dicen que vendrán del
+Brasil don Pedro y doña María de la Gloria a disputar la corona a don
+Miguel... Quisiera yo ver eso... Sigue, querido Tablas, lo que me
+estabas contando, que esta señora no puede ser insensible a las glorias
+del toreo, y si es verdad, como dices, que ese muchacho rondeño...
+
+Tablas aseguró que el muchacho rondeño que acababa de llegar a Madrid
+y se llamaba Montes, por sobrenombre _Paquiro_, era un enviado de Dios
+para restablecer la decaída y casi muerta orden de la tauromaquia.
+Dijo también que cuando Madrid le conociera bien sería puesto por
+encima de todos sus predecesores en aquel arte, incluso Pepe-Hillo y
+Romero, pues tenía todas las cualidades de los antiguos y aun algunas
+más, siendo autor de varias suertes y reglas, y de un toreo nuevo...
+
+—Por lo que deberá llamarse —dijo don Felicísimo riendo como un bobo—
+el Moratín de la muleta.
+
+Algo más se habló de este tema, aventurando en él Jenara algunas
+observaciones; mas como esta dijera que se verificaría una _revolución_
+en el toreo, se enfadó Carnicero al oír la palabra, y dijo que no
+habría revoluciones en nada, y que bien estaba el mundo como estaba,
+aunque estuviera sin toros. Dio Jenara su asentimiento, y mientras
+el anciano tomaba sus últimos bocados, se entretuvo en observar la
+habitación, pues nunca se cansaba de mirarla ni de reconocer la
+extraordinaria concordancia que había entre ella y su habitador, de
+tal manera que así como el capullo es molde del gusano, así parecía
+que don Felicísimo había hilado su despacho envolviéndose en él.
+Detrás del sillón de la mesa había un largo estante del tamaño de la
+pared, cuyas puertas tenían, en vez de vidrios, rejillas de alambres,
+y por los huecos de estas asomaban sus caras amarillentas los legajos,
+como enfermos que se asoman a las rejas de un hospital. Muchos tenían
+cruzados de cintas rojas y cartoncillos colgantes con rótulos. Algunos
+estaban tendidos horizontalmente, semejando, no ya enfermos, sino
+verdaderos cadáveres que no volverían a la vida aunque les royeran
+ratones mil; otros estaban inclinados sobre sus compañeros, como
+borrachos o mal heridos, y los menos aparecían completamente erguidos
+y derechos. Estos eran los que se asían a las rejillas, y aun echaban
+fuera sus cintas rojas cual si meditaran una evasión arriesgada. En el
+más alto andamio de la sepulcral estantería, Jenara vio una colección
+de objetos que semejaban tinajas negras, alternando con otros que, si
+no eran avechuchos disecados, lo parecían. Eran los sombreros que había
+usado don Felicísimo en su larga vida, y que en aquel retiro estaban
+gozando de una pingüe jubilación de polvo y telarañas, ilusionados aún
+con remozarse y pasar a cubrir las cabezas de otra generación menos
+ingrata.
+
+Todo lo que decimos iba pasando por la fantasía de Jenara, y después
+esta se fijó en la mesa, donde aquella noche había, no ya un montón,
+sino una cordillera de legajos por cuya recortada cima aparecía de vez
+en cuando la cara de don Felicísimo, iluminada de lleno por la lámpara,
+como luna que platea las cumbres de los montes. En aquella altura, que
+podría ser Calvario, estaba el Cristo de la espalda en llaga y del
+cuello en soga, y era de ver cómo volvía su rostro ensangrentado hacia
+la pezuña de macho cabrío, pidiéndole misericordia, y cómo no hacía
+maldito caso la pezuña, solo ocupada en oprimir duramente, cual si
+quisiera patearla, una carta en cuyo sobrescrito se leía:
+
+_Al señor don Jaime Servet. — Posada del Dragón._
+
+
+
+
+XXIII
+
+
+Jenara no vio tal carta. Llamáronla a cenar y cenó. Después doña María
+del Sagrario, siguiendo su tradicional costumbre, que por lo infalible
+debía haberse puesto en el Almanaque, se quedó dormida en un sillón,
+mientras Micaelita y Bragas, que acababa de entrar, se secreteaban
+de lo lindo en el comedor. La dama huésped esperó a que Tablas y la
+criada cenasen también para ir con aquel al rincón de los muebles
+viejos, donde solían hablar de cosas reservadas. Llegó la ocasión, y
+Tablas, que obedecía servilmente a la señora y era como un esclavo, por
+la cuenta que le tenía, contestó a las apremiantes preguntas de esta
+manera:
+
+—Fue a las dos en punto. El señorito don José, el señor don Celestino
+y yo habíamos convenido en que las dos era la mejor hora. Yo di al
+carcelero las onzas que me dio el señor don Celestino y el carcelero
+pidió más, y le llevé más, luego dijo que no era bastante, y se le
+dieron otras pocas onzas. Al preso le llevé las mangas con galones
+de teniente coronel, y la gorra de cuartel, que eran el trapo para
+engañar a cualquier carcelero de sentido. Ya se le había llevado puñal
+y pistola y un cinto de onzas, que son la mejor brega para parar los
+pies a la justicia y hacerla que obedezca al engaño. El carcelero y yo
+habíamos convenido en correr el cerrojo sin echarle el gancho, y don
+Salustiano tenía ya una cuerda para descorrerle desde dentro. Para que
+no hiciera ruido, untamos de aceite al cerrojo. El preso salió: yo no
+sé cómo se las compuso para que no ladraran los dos grandes perros que
+se quedan todas las noches en el pasillo. Debió echarles pan o hacerles
+maleficio, porque aquellos animales no se empapan en el engaño. Ello
+es que bajó, y por la escalera se le apagó la luz y tuvo que volver a
+subir para encender otra. Yo le sentía desde abajo, y no me atrevía a
+ayudarle ni a decir esta boca es mía, por miedo a que los carceleros
+se escurrieran fuera percatándose del engaño. Todos habían recibido
+sus pases de dinero para que se atontaran; pero yo no tenía confianza
+y estaba con el alma en un hilo, esperando a ver qué tal se portaba la
+cuadrilla. Por fin, señora, apareció el preso en la sala de guardia
+de la cárcel donde estábamos varios, algunos vendidos y otros que no
+se habían dejado comprar, echándoselas de bravos y boyantes. Yo les
+había convidado a beber, y estaban un poco fuera de la jurisdicción
+del tino. Al ver al preso se quedaron pasmados. Venía con la capa
+terciada, enseñando la manga derecha y los galones de oro. En aquella
+mano traía un puñal, y en la otra la muleta, o sea un puñado de onzas.
+¡Qué momento! Don Salustiano arrojó al suelo las onzas y amenazó con la
+herramienta, gritando: «¡_Onzas y muertes reparto_!... Allá voy».
+
+Había sonado la campanilla, y Tablas, interrumpiendo su relación,
+corrió a abrir. Aquella noche venía más gente que de ordinario a la
+misteriosa tertulia de don Felicísimo, y la campanilla no sabía estar
+callada ni un cuarto de hora.
+
+—Pues decía —añadió Tablas— que al ver las onzas por el suelo y el
+puñal en el aire, se quedaron todos parados, ciñéndose en el engaño
+sin saber si atender al oro o al hierro, al trapo o al estoque. Pero
+la mayor parte se fueron al capote y anduvieron un rato a cuatro pies.
+Otros quisieron cortar el terreno. Ya el preso tenía la llave en la
+cerradura para abrir la puerta... Esta llave se había hecho días antes
+por moldes de cera que yo saqué...
+
+La campanilla volvió a sonar. Jenara hizo un gesto de impaciencia.
+Cuando después de abrir volvió Tablas, dijo a la señora con mucho
+misterio:
+
+—Ahí está.
+
+—¿Quién?
+
+—El de ahí enfrente.
+
+—¿Pero quién es el de ahí enfrente?
+
+—El culebrón con pintas... Viene muy embozado en su capa, y le acompaña
+un cura.
+
+—¿Pero quién?
+
+—El que se casó con la jorobada, el degollador de España, Calomarde,
+señora.
+
+—Bien, siga usted.
+
+—Puso la llave en la cerradura; pero en esto, el bribón de Poela, que
+es el que había tomado más varas, quiero decir más onzas; se fue a
+él con muchos pies y le tiró a matar con un puñal. Felizmente no le
+hirió, porque el preso llevaba sobre el pecho la tapa de un misal. Pero
+con el encontronazo, la llave se le cayó de la cerradura y de la mano.
+Yo hice un cuarteo, apagué la luz, recogí la llave, se la di, abrió él
+a fondo, sin vacilar. En un mete y saca quedó hecho todo, y digo mete
+y saca porque don Salustiano, después de abrir, tuvo alma para sacar
+la llave, salir y cerrar por fuera. Lo que pasó en la calle no lo sé;
+pero, según entiendo, ya está ese caballero en corral seguro. En la
+cárcel hubo luego porrazos, caídas, puños y varas. Yo saqué un rasguño
+en esta mano. Vinieron dos Alcaldes de Casa y Corte, y estuvieron
+tomando declaraciones... a mí con esas. ¡Buen trasteo les dimos! Yo,
+aunque me citaban sus mercedes sobre corto y sobre largo, y a la
+derecha y a izquierda, no quise embestir a la palabra, y me callé como
+un cabestro.
+
+Apenas concluyó el atleta, oyose allá en el fondo del pasillo una voz
+que decía: «¡Luz, luz!».
+
+Era que aquella noche, como en otra ya mencionada, la lámpara que
+alumbraba el congresillo furibundo resolvió apagarse, y de nada
+valieron contra esta determinación autocrática las exclamaciones y
+protestas de don Felicísimo. Es fama que la luz comenzó a palidecer
+precisamente cuando la tertulia llegaba a su grado más alto de calor
+político y de cólera apostólica, por lo que, contrariados todos al ver
+que desaparecían las caras, clamaban en tonos distintos: «¡Luz, luz!».
+
+Allá corrió Tablas, y sacando la lámpara les dejó completamente a
+oscuras, mas no callados. Salía de la sala un murmullo impaciente, del
+cual Jenara no pudo entender cosa alguna. Cuando volvió Tablas llevando
+en alto la lámpara encendida, como el coloso antiguo alumbrando el
+puerto de Rodas, la dama pudo ver por la entornada puerta las sombras
+que se movían en aquel antro blanquecino. Conoció a algunos, y
+haciéndose cruces, se apartó de allí y dijo:
+
+—¡También don Juan Bautista Erro!
+
+—Y el señor obispo de León —murmuró Tablas—. Es el que mete más ruido y
+el que, cuando yo entré, decía: «Para nada hace falta la luz».
+
+—Tiene razón. Para nada les hace falta. Y si no que se lo pregunten a
+los topos.
+
+Después de que supo cuanto podía saber de la evasión de Olózaga,
+intentó pescar algunas frases de las que en la sala se decían. Acercose
+y puso atención; pero el espesor de las antiguas puertas no permitía
+que se oyeran palabras. Aburrida, dio algunos paseos por el corredor
+blanco, en el cual los puntales interrumpían a cada instante la marcha,
+y los ladrillos del piso tecleaban bajo los pies. Sobre el yeso veíanse
+las correderas, que de noche salían de las infinitas grietas de la
+casa para hacer sus excursiones, y el gato corría cazando, trepaba por
+las vigas y desaparecía por ignorados agujeros, para reaparecer en la
+habitación más lejana, o bien se estiraba perezoso en el rincón de
+los muebles viejos, donde sus ojos brillaban como dos gotas de oro
+encendido. Cuando alguien andaba por los pasillos con paso muy vivo,
+sentíase un estremecimiento temeroso en la casa toda, y los puntales
+parecían temblar, como los músculos del atleta que hace un esfuerzo
+grande, y caían algunas cascarillas de yeso de las paredes y el techo.
+La cara tenía, pues, sus palpitaciones súbitas y sus corazonadas
+nerviosas.
+
+Jenara se retiró a su cuarto y apagó la luz, fingiendo que se acostaba.
+Cuando los apostólicos salieron, y se fue Pipaón y se encerró en su
+dormitorio don Felicísimo, la dama salió envuelta en manto negro y
+andando tan quedamente, que sus pasos no se sentían más que los del
+gato. Vio a Tablas, le habló en secreto, indicándole que deseaba
+salir sin que nadie lo supiera en la casa, vaciló un momento el
+gigante; pero su venalidad fue también llave de aquella evasión, no
+tan cara como la de Olózaga. ¿A dónde iba la aventurera? ¿A su casa
+que continuaba puesta y servida, como si ella estuviera de viaje, o a
+otra parte misteriosa y no sabida de ser alguno vendido ni por vender?
+Lo ignoramos. Este es un punto en el cual todas nuestras pesquisas y
+diligencias han valido poco, y al tratarlo sin conocimiento nos ocurre
+decir, como los apostólicos: «¡Luz, luz!».
+
+Al día siguiente muy temprano, cuando don Felicísimo y su hermana
+se levantaron, Jenara estaba en casa; pero salió muy tarde de su
+habitación, porque había pasado, según indicó, muy mala noche. Cuando
+fue a saludar a Carnicero, este le dijo:
+
+—¡Qué mala noticia tenemos hoy! Ese bribón de Olózaga, que se escapó
+de la cárcel de Villa, no parece. Se ha revuelto todo Madrid... ¡Ah!,
+es que no se habrá revuelto bien. Si la policía supiera cumplir con
+su deber... Por cierto, señora mía, que anoche uno de los amigos que
+me honran viniendo a mi tertulia me habló de usted... Por de contado,
+señora, ni las moscas saben que está usted en mi casa.
+
+—¿Y no se puede saber por qué motivo me tomó en boca ese amigo de usted?
+
+—Ese amigo —dijo Carnicero— sostiene que usted debe saber dónde se
+oculta Olózaga.
+
+—¿Yo? Su amigo de usted es tonto rematado. ¡Qué sandeces se permiten
+algunas personas!
+
+Y no dijo más porque, habiéndose acercado a la mesa de don Felicísimo,
+tenía los cinco sentidos puestos en el sobre de la carta que bajo la
+pezuña estaba.
+
+—Tablas, Tablas —gritó a la sazón el anciano—. Pero, hombre, ¿que nunca
+has de estar aquí cuando haces falta...? Toma, ve, corre, lleva esta
+carta a la posada del Dragón.
+
+Y levantó la pezuña de macho cabrío para tomar la carta, que,
+violentamente oprimida por aquel pesado objeto, parecía hallarse a
+punto de reventar echando fuera todas sus letras.
+
+—Pues sí, señora mía —prosiguió don Felicísimo luego que marchó Tablas
+con el recado—. Eso me decía mi amigo, y me lo repitió tres veces...
+«Ella debe saberlo, ella debe saberlo, y ella debe saberlo...». Y que
+le apearan de esto.
+
+—Su amigo de usted —replicó Jenara— será un gran farsante y un perverso
+calumniador, porque esto envuelve una calumnia, señor Carnicero.
+
+Y era verdad que la dama aventurera no sabía dónde se ocultaba el
+que después fue insigne tribuno y jefe de un partido. Siendo ella
+una de las personas que más ayudaron en el oscuro complot de la
+evasión, no fue partícipe del secreto del escondite, el cual, por
+excesivamente delicado y peligroso, no salió de la familia. Hoy se
+sabe que Salustiano, al salir de la cárcel, cerrando por fuera la
+puerta, tropezó con un nuevo obstáculo, el centinela. Estaba concertado
+que un amigo, fingiéndose asistente del supuesto teniente coronel,
+entretendría al centinela contándole cuentos. Pero este amigo había
+faltado, y el centinela se paseaba solo a la claridad de la luna,
+que aquella noche brillaba de un modo tan poético como importuno. Un
+_buenas noches, centinela_, pronunciado con serenidad asombrosa, salvó
+a Salustiano de este nuevo peligro. Avanzó tranquilamente, y en la
+esquina de la calle de Luzón se le unió un amigo que le aguardaba. Por
+las calles menos concurridas se apartaron a buen paso de la cárcel,
+dirigiéndose a la vivienda destinada a servir de refugio al fugitivo,
+la cual era una sombrerería de la Puerta del Sol. Llegaron al centro de
+Madrid, y vieron que en el Principal se agolpaba la gente. Ya se tenía
+allí noticia de la escapatoria. Olózaga tuvo que dar un rodeo de un
+cuarto de legua para dirigirse a la sombrerería, entrando en la Puerta
+del Sol por la Carrera de San Jerónimo, y al fin se vio seguro en el
+asilo que se le había preparado. Baráibar se llamaba el sombrerero,
+patriota generoso, que guardó el secreto con fidelidad admirable y supo
+arrancar al absolutismo una de sus víctimas. Escondido en el sótano de
+la tienda, estuvo Salustiano muchos días, mientras se preparaba el no
+menos difícil ardid de ausentarle de España. Había trocado una prisión
+por otra; pero en esta última, la esperanza, la idea de libertad y de
+triunfo, le acompañaban en las solitarias horas. Por las noches, contra
+la opinión de su amigo Baráibar, que temblaba con las temeridades de
+Olózaga, este se disfrazaba hábilmente y se salía del sótano y de la
+casa, no precisamente para pasearse por Madrid, sino para correr a
+misteriosas citas, en que no tenía participación la política. Como
+estas atrevidas expediciones nocturnas son de un carácter reservado,
+debe interponerse entre ellas y la luz de la historia la pantalla de
+la discreción; y así, doblando esta página, solo escribiremos en ella:
+«Oscuridad, oscuridad».
+
+
+
+
+XXIV
+
+
+—¡Barástolis, mayoral, que ya estamos casa; pare usted, pare usted!
+
+Esto decía don Benigno, y al punto el desclavijado vehículo se detuvo
+en lo más fragoso de un caminejo lleno de guijarros y junto a una tapia
+carcomida. Bajaron todos molidos y aporreados, y don Benigno enderezó
+la caminata hacia la casa, que distaba como dos tiros de fusil del
+lugar donde había parado el coche. Cada uno de los chicos iba abrazado
+con su hucha, y entre todos conducían mal que bien los cinco perros de
+Crucita. Esta no había querido confiar a nadie sus dos gatos, y por
+el camino no había cesado de echar maldiciones contra el mayoral, el
+camino y el coche, que era una verdadera fábrica de chichones.
+
+El panorama de la finca se presentó de un golpe a la contemplación de
+los viajeros. Don Benigno no cabía en sí de gozo, y a cada paso decía a
+Sola:
+
+—Vea usted cómo están esos almendros... ¿Quién diría que esos olivos
+no tienen más que diez años?... Aquellos otros, que aún son estacas,
+los planté yo por mi mano tres años ha... Mire usted a la derecha; pues
+aquello es lo del tío Rezaquedito, tierras que vendrán a ser mías el
+año que viene.
+
+La casa era de labor, medianamente arreglada para vivienda cómoda.
+Tenía una huertecilla, a la que daba frescura y sustancia el agua clara
+de una noria. Más allá había un prado muy lucido, en el cual pastaban
+algunos carneros, y las gallinas en bandadas, que regía un arrogante
+y enfatuado gallo, recorrían libremente todo, olivar, viñas y prado,
+respetando la huerta, donde les prohibía la entrada, con muy mal gesto,
+una cerca de zarza erizada de púas.
+
+El sitio no era prodigio de hermosura, pero sí muy agradable, y tenía
+los inapreciables encantos de la soledad, del silencio campesino y del
+verdor perenne, aunque un poco triste, de los olivos. Los horizontes
+eran anchos, la luz viva, el aire puro y sano. Todo convidaba allí a
+la vida sosegada y a desencadenar de tristezas y preocupaciones el
+espíritu, dejándole libre y a sus anchas.
+
+Interiormente la casa valía poco; pero Sola, en cuanto la vio, hizo
+mentalmente la reforma y compostura de toda ella, prometiéndose
+ponerla, si la dejaban, en un grado tal de limpieza, comodidad y
+arreglo, que podrían allí vivir canónigos y aun obispos. Todo lo
+observaba ella, y si al principio no decía nada, cuando Cordero le
+preguntó su opinión, no pudo menos de darla, diciendo:
+
+—¡Qué bien vendría aquí un tabique...!, y abrir allá una puerta..., y
+alargar este corredor, poniéndole escalera exterior para bajar a la
+huerta..., y en la huerta yo plantaría una fila de árboles que dieran
+sombra a la casa por esta parte..., y quitaría el gallinero de donde
+está para ponerlo allá en el fondo del corral, donde están las mulas...
+Hay que cuidar mejor de la huerta y componer esa noria, que sin duda es
+del tiempo de los moros.
+
+Todo esto lo oía extasiado don Benigno, prometiéndose formalmente hacer
+las reformas indicadas por Sola y aun algunas más.
+
+Desgraciadamente para él, no podía estar en los Cigarrales sino un par
+de días, porque le precisaba volver a Madrid; pero ¡qué feliz sería
+cuando volviese definitivamente a sus queridas tierras para pasar todo
+el verano! Sí, sí, sí: era ya cosa decidida en el espíritu del bueno
+del comerciante liquidar cuentas, traspasar la tienda, renunciar al
+comercio y hacerse labrador para el resto de sus días. Estos dulces
+pensamientos le hacían sonreír a solas.
+
+La historia cuenta que don Benigno regresó a Madrid sin que le
+ocurriera nada de particular en su viaje, dejando buenos y sanos, y
+además muy contentos, a los que en los Cigarrales se quedaron. También
+dice que vendió muchos encajes en la temporada del Corpus, y que allá
+por los últimos días de junio el héroe hizo entrega de la tienda a
+un amigo de toda su confianza, y se dispuso a partir para Toledo con
+sus dos hijos, Primitivo y Segundo, que ya estaban de vacaciones, con
+buenas notas y las correspondientes huchas llenas de dinero. Para
+colmo de dicha, el padre Alelí, a quien los médicos de la Orden habían
+prescrito sosiego y campo, se disponía a acompañarle a los Cigarrales.
+¿Qué faltaba? Solo faltaba para poner la veleta al edificio de la
+felicidad Corderil que se resolviera un asunto del alma, un problema
+de corazón, del cual pendían todos los demás problemas, cuestiones y
+proyectos del héroe de Boteros. Una de las dificultades más graves, que
+era la de la enunciación o planteamiento verbal del problema, estaba ya
+vencida, porque don Benigno halló un medio excelente de vencer, o mejor
+dicho, de esquivar su timidez, y fue escribir a Sola una larga carta
+cuando ella se hallaba en los Cigarrales y él en Madrid.
+
+La carta era tan fina, tan discreta y comedida, que no vacilamos en
+reproducir algunos párrafos de ella. Decían así:
+
+ «Esto que siento no es una pasión de mozalbete, que sería impropia
+ de mi edad: es un afecto que empezó siendo compasión, y poco a
+ poco se fue volviendo un tanto egoísta; luego se robusteció con
+ admiraciones de las virtudes de usted, y más tarde se hizo fuerte con
+ la consideración de asociar a mi vida una vida tan útil por todos
+ conceptos, y que me traería tan gran dote de riquezas morales y de
+ méritos positivos.
+
+ »Aquí, apreciabilísima _Hormiga_, viene por sus pasos contados las
+ cuestión del agradecimiento. Usted dirá que lo tiene por mí, y yo
+ replico que mayor debe ser el mío, porque los favores que me ha hecho
+ son de los que no se pagan con nada del mundo. Usted ha criado a mis
+ hijos, usted ha ordenado mi casa, usted ha hecho agradable, fácil y
+ metódica la vida. Y quien tanto ha hecho, quien tanto merece, ¿no ha
+ de tener una posición digna en el mundo? Sí, y mil veces sí. Huérfana
+ y sola, pobre y sin más tesoro que sus virtudes, su amor al trabajo,
+ su tierna solicitud por todas las criaturas débiles o enfermas, usted
+ ha cautivado mi corazón, no con afecto ardiente de esos que más bien
+ hacen desgraciados que felices a los hombres, sino despertando en mí
+ un sentimiento puro, en el cual se enlazan el amor y el respeto, la
+ consideración y la ternura, el deseo vivísimo de ser feliz, y el más
+ vivo aún de hacer feliz, rica, considerada y señora a quien ya tiene
+ en su alma todas las señorías de Dios.
+
+ »No me conteste usted por escrito. Medite usted mi proposición, y
+ cuando yo vaya, que será dentro de ocho o diez días, me responderá
+ verbalmente y con una sola palabra; en la inteligencia, apreciable
+ _Hormiga_, de que si mi proposición mereciera una negativa, siempre
+ sería usted para mí lo mismo que ahora es, la primera y más santa de
+ las amigas, y siempre sería yo para usted el mismo leal, admirador y
+ ferviente amigo,
+
+ _Benigno Cordero_».
+
+Muy satisfecho y descansado se encontró el hombre después de escrita la
+carta. Leída y aprobada por el padre Alelí, don Benigno la entregó por
+su propia mano al ordinario de Toledo. Aquel día vendió muchos encajes.
+Dios estaba de su parte.
+
+
+
+
+XXV
+
+
+Por fin vino el último día de junio, y el héroe, con sus dos hijos y el
+padre Alelí, se embanastó en el coche, y helos aquí en camino de los
+Cigarrales. Durante el viaje hablaba el fraile por siete, siendo tan
+extremado aquel día el desorden caótico de su cabeza, que no hablara
+mejor ni con más gracia el mismo descubridor de los _cerros de Úbeda_,
+o el fabricante de los _pies de banco_. A cada instante suspendía sus
+paliques para quedarse mirando al cielo, con el dedo en el labio y
+el entrecejo lleno de pliegues y laberínticas arrugas, imagen exacta
+de la confusión que dentro reinaba. Las únicas palabras que entonces
+profería, eran estas:
+
+—Benignillo, yo tenía que decirte una cosa... ¿Qué es lo que yo tenía
+que decirte, Benignillo?... Pues no me acuerdo.
+
+El de Boteros, aunque anheloso y lleno de dudas, tenía presentimientos
+felices, y el corazón le auguraba que sería venturoso el término o
+solución de sus amorosas ansiedades. Llegaron. Sola, doña Crucita y los
+chicos menores, con regular escolta de perrillos y perrazos, salieron
+a recibirles al camino. Por un rato no se oyó más que el estallido de
+los besos con que se saludaban los hermanos. No poca parte del besuqueo
+fue para la correa y las flacas manos de Alelí, el cual, sintiendo un
+gozo superior a lo que las palabras podían expresar, echaba bendiciones
+a derecha e izquierda, como sembrador que desparrama a puñados el trigo
+sobre un fértil terreno. Don Benigno se encontró bastante cohibido en
+presencia de Sola; y así sus frases fueron balbucientes, truncadas y
+sosas. Ella estaba en su natural buen humor, alegre por la llegada
+de los viajeros, y un poco más decidora que de costumbre. Crucita no
+parecía la misma, y andaba por el campo hecha una zagaleja, vestida con
+un _deshabillé_ extravagante y cómodo, que no era ciertamente tomado de
+los figurines de la Arcadia ni del Zurguén.
+
+Era una naturaleza constituida moralmente para la vida del campo, por
+su amor a las flores y a los animales, su espíritu de independencia
+y su actividad. Así, cuando vio trocadas las arboledas de sus
+balcones por aquel espacioso tiesto en que había olivares, viñedos,
+albaricoques, establos, huerta, cerros y horizonte, enloqueció de
+contento, y todo el día andaba por aquellos campos con un pañuelo liado
+a la cabeza y un garrote en la mano, echando de comer a las gallinas,
+vigilando los carneros, expulsando a los guarros de los sitios donde
+no debían estar, o bien cogiendo fruta, regando lechugas, arreglando
+una espaldera de cañas para que se enredaran trepando las tiernas
+y vacilantes judías. Los chicos, que ya llevaban un mes en aquella
+vida, estaban negros como cuervos de tanto andar por el campo, jugando
+a todas horas con tierra, palitroques y guijarros. Parecían dos
+pintiparados paletos, y en sus caras, de color de pucheros de Alcorcón,
+brillaban los ojos de azabache despidiendo centellas de picardías.
+
+Antes de que llegara la noche, don Benigno recorrió la casa, hallando
+en ella y en la distribución de sus escasos muebles tanta novedad y
+arreglo, que su corazón bailó de contento. Ya se conocía bien qué manos
+divinas habían andado por allí, y qué instinto sublime había hecho de
+un caserón un hogar, y del desmantelado hueco un delicioso nido.
+
+—¡Qué admirable, qué encantadora manera de responder a mi proposición!
+—dijo Cordero para sí—. Me contesta con hechos, no con palabras. Estas
+paredes y estos muebles me responden por ella, diciéndome: «Nos ha
+arreglado la señora de la casa».
+
+En la huerta halló Cordero nuevos motivos de admiración. No parecía
+la misma que él había dejado al regresar a Madrid. Todos los cuadros
+estaban sembrados de hortaliza; las gallinas, expulsadas de allí,
+tenían mejor acomodo en un local admirablemente elegido y dispuesto. La
+cerca, limpia y podada, reverdecía y echaba verdadera espuma de tiernos
+renuevos, como si en sus venas hirviera la savia; las callejuelas y
+paseos, admirablemente enarenados, parecían recibir con agradecimiento
+la blanda pisada del amo, cuando por aquellos frescos contornos se
+paseaba. La noria estaba ya compuesta, y no se desperdiciaba el agua,
+ni quedaba ningún canjilón roto. Toda la máquina funcionaba dando
+vueltas majestuosamente y sin chirridos, semejando una vida serena,
+arreglada y prudente que iba sacando del hondo depósito del tiempo
+futuro los días para vaciarlos serenamente en el manso río del pasado.
+A don Benigno se le antojaba que los árboles habían crecido, y en
+verdad que si no eran mayores, estaban verdes y lozanos por haber
+sido limpiados de todo el ramaje viejo y seco. Extendían los morales
+su fresquísimo follaje como diciendo: «Hemos echado estas hojas tan
+grandes y tan verdes para coronar a la señora de la casa».
+
+—Parece mentira —dijo don Benigno sintiendo su garganta oprimida por
+un dogal de satisfacción, pues también hay dogales de gozo—; parece
+mentira, apreciable Sola, que haya hecho usted tantas maravillas con el
+poco dinero que le dejé. La casa está transformada y la huerta también.
+De este tugurio y de este rincón de tierra, ha hecho usted con su mano
+de oro un palacio y un edén.
+
+Sola se ruborizó un poco, y dijo que era preciso echar abajo dos
+tabiques y plantar una nueva fila de árboles, y traer algunos muebles.
+
+¿Muebles? ¡Ah! Don Benigno habría traído, si en su mano estuviera,
+el trono de las Españas para sentar en él a la que de este modo
+inundaba su alma y su vida de esperanza y de alegría. Al hablar de
+las reformas de la finca, Sola hablaba ingenuamente el lenguaje de la
+señora de la casa. Y en esto no había afectación de ninguna clase, ni
+menos desenfado de advenediza, sino que se expresaba así porque todo
+aquello le parecía suyo y muy suyo de hecho, aunque no mediasen las
+circunstancias que de derecho se lo iban a dar.
+
+Cenaron. La cena fue alegre y opulenta. Abundante caza, sabrosos
+salmorejos, perdices escabechadas; estofado de vaca, que propagó por
+toda la casa su exquisito olor de refectorio; legumbres fritas en
+menestra, festoneada con ruedecillas de huevos duros; vino viejo de
+Esquivias, y luego un bandejón de albaricoques de la finca, frescos,
+ruborizados, y echando pura miel por aquella boquirrita con que se
+pegaban al árbol, compusieron la colación. En la mesa se contaron cosas
+de los Cigarrales y cosas de Madrid. Llevaba en esto la palabra el
+fraile, que en tocando a hablar se parecía a la noria tal como estaba
+antes, echando agua sin concierto ni orden. Más de una vez se quedó
+parado y lelo, diciendo:
+
+—Benignillo, yo tenía que contarte una cosilla... ¡Ah!, ya caigo
+—añadía dando un grito. Y después decía—: Pues no: se me fue. Me anda
+dando vueltas por el magín y no la puedo atrapar.
+
+Con estas cosas se acabó la cena y el fraile rezó el rosario,
+contestado por Benigno y Sola, porque Crucita y los cuatro muchachos
+se quedaron dormidos, teniendo entre los dientes el último hueso de
+albaricoque y el primer padrenuestro.
+
+—_Ite, mensa est_. A acostarse todo el mundo —gritó al concluir Alelí—.
+Estamos muertos de cansancio.
+
+Y se acostaron todos. Don Benigno durmió con plácido sosiego, y soñó
+que estaba su cabeza circundada de una aureola, de un disco de luz
+como el que tienen los santos. Por la mañana, cuando se levantó y salió
+de su alcoba, persistía en él la ilusión de tener en su cabeza el nimbo
+y de estar despidiendo de sus sienes chorros de luz. Tomó su chocolate,
+encendió un cigarrillo, entró en la sala baja, y vio a Sola que estaba
+abriendo las maderas para que entrara el aire puro del campo, y al
+mismo tiempo para atar la cuerda donde se había de colgar la ropa que
+se estaba lavando. El otro extremo de la cuerda debía atarse en el
+moral grande que había en medio de la huerta. Don Benigno tomó la soga
+y salió muy contento de ayudar a su protegida en aquel trajín doméstico.
+
+—Más fuerte —le dijo Sola riendo.
+
+Si Cordero se atara la soga en el mismo cogollo de su corazón, no
+sintiera este más alborotado y palpitante.
+
+—Más flojo —dijo Sola.
+
+—¿Así?
+
+—No tanto. Si se tira mucho se rompe, y si se afloja mucho, el viento
+se lleva la ropa. Ahora está bien.
+
+Don Benigno volvió a la sala. Una gran cesta de ropa blanca aguardaba a
+la robusta moza que había de llevarla a la huerta. La moza salió; Sola
+se quedó allí mirando al campo. Don Benigno se acercó a ella. Ambos
+hablaron un rato, diciéndose todo lo más quince palabras que nadie pudo
+oír, ni aun el narrador mismo, que todo lo oye. La moza y dos criados
+más entraron. Salió don Benigno con la aureola de su cabeza tan
+crecida, que le parecía ir derramando una claridad celestial por donde
+quiera que iba. Pasó a la huerta, donde topó de manos a boca con un
+maestro de obras que había mandado venir de Toledo para encargarle las
+reformas de la casa.
+
+Aunque don Benigno no le conocía, le dio un abrazo. Estaba muy
+nervioso; pero su discreción y buen juicio pugnaron por sobreponerse a
+aquella exaltación, y al fin pudo lograrlo.
+
+—Maestro —dijo—, es preciso emprender las obras inmediatamente. Hay
+que derribar dos tabiques y construir una galería exterior sobre la
+huerta... En fin, la señora le dirá a usted; póngase usted a las
+órdenes de la señora. ¡Ah!... Lo principal es arreglar la pieza que
+va a ser gabinete de la señora, ¿me entiende usted?, gabinete de la
+señora. ¿Cuánto se tardará en las obras? Hay que concluirlas pronto;
+pero muy pronto. ¡Tienen ustedes una calma!...
+
+—Señor...
+
+—Sí, mucha calma. Empiece usted pronto. ¿Ha traído las herramientas?
+
+—Si no sabía...
+
+—¡Qué cachaza! Quiero que la casa sea una tacita de plata. La señora
+dirigirá las obras. Pensamos vivir aquí constantemente. ¿Qué hace usted
+que no toma medidas? ¡Qué cachaza! ¡Barástolis, barástolis!
+
+El maestro se excusó de no haber empezado las obras que aún no estaban
+formalmente encargadas, y don Benigno, que en los momentos de mayor
+exaltación era hombre razonable, comprendió la justicia de las excusas
+y le dio otro abrazo. Juntos recorrieron la casa. Uniose a ellos Sola,
+y durante un rato no se habló más que de pies castellanos, de una
+puerta por aquí, de cuatro vigas por allá, de las paredes que debían
+empapelarse y de las que debían ser pintadas, del nuevo corredor para
+ir a la cocina, del cielo raso y de otras menudencias. Sola explanaba
+sus proyectos y deseos con una claridad admirable, demostrando en todo
+la elevación de su genio doméstico.
+
+Cuando el maestro se retiró, Cordero y Sola hablaron larguísimo rato.
+Separáronse al fin, porque ella no podía abandonar ciertas ocupaciones
+de la casa, y cuando entró Sola en el cuarto donde estaban planchando
+se secó los ojos, que pestañeaban como si quisieran lloriquear un
+poquito. Después cantó entre dientes, apartando la ropa que iba a
+repasar.
+
+Don Benigno salió a la huerta y de la huerta al campo, porque
+necesitaba dar un paseo largo que sirviera de expansión a su alma. Iba
+por en medio de los olivos, cuando oyó la voz de Alelí que decía:
+
+—Benigno, ¿dónde estás?
+
+La espesura de los árboles no permitía que se vieran.
+
+—¿Dónde está usted, padre Monumento?
+
+—Hijo, aquí estoy. Este enemigo malo, esta buena pieza de Jacobito me
+ha traído a estos andurriales para que viera un nido, y aquí estoy en
+una zanja de donde no puedo salir.
+
+Acercose Cordero a donde la voz sonaba, y vio a su venerable amigo en
+lo más bajo de una hondonada. Jacobito se había subido a los hombros
+del fraile, montando a horcajadas sobre su cuello, y desde aquella
+eminencia alargaba la mano con un palo, queriendo alcanzar el nido.
+
+—Mírame aquí sirviendo de caballería al bergante de tu hijo... Lobezno,
+si coges el nido o lo rompes te tiro al suelo. No espolees, verdugo,
+que me rompes una clavícula. Benigno, por Dios, quítame este jinete y
+ayúdame a salir del hoyo.
+
+—Abajo, abajo, atrevido, insolente chiquillo —dijo Benigno riendo—.
+¿Pues qué, nuestro amigo es campanario?
+
+Desmontose el muchacho, y Alelí, libre de tan molesto peso y ayudado de
+Cordero, salió del atolladero en que estaba. Arreglándose el hábito,
+tomó de la mano a su amigo y le dijo así:
+
+—Ya me acuerdo qué tenía que decirte. Vaya con mi memoria, que está
+dando vueltas como una veleta, y tan pronto apunta al norte como al
+sur. ¿Sabes lo que tenía que decirte? Pues era que se susurra que Su
+Majestad napolitana está otra vez encinta. Como salga varón, ¡quién
+verá la cara que ponen mis señores los apostólicos!
+
+—Eso me lo ha dicho usted catorce veces durante el viaje, tío
+Engarza-Credos.
+
+—Dale bola, es verdad —repitió Alelí pegando en el suelo—. Pues no era
+eso. Era que... ¿qué era?
+
+Después de una larga pausa diose un palmetazo en la frente, y agarrando
+a don Benigno por la solapa, tiró de él y le dijo:
+
+—Ya lo pesqué... ya di con mi idea... ¡Cómo se escapan las ideas! Oye
+tú, _don Sábelo Todo_. ¿Quién es _monsieure_ Servet?
+
+Don Benigno miró al cielo.
+
+—No sé —dijo—, ni me importa.
+
+Después estuvo un momento confuso, porque aquel nombre sonaba en sus
+oídos de un modo extraño.
+
+—Pues el día de nuestra salida, cuando tú estabas fuera de casa
+arreglando las cosas del viaje y yo en tu tienda charlando con el
+mancebo, llegó un caballero preguntando por ti. Preguntó por todos los
+de la casa, y dijo que no podía esperar porque tenía prisa. Se fue
+soltándonos su nombre, que era don _Yo no sé cuántos_ Servet, y como
+por el empaque y el modo de vestir, por la arrogancia, el habla y el
+sonsonete del apellido me pareció francés, lo llamo _monsieure_.
+
+Alelí pronunciaba esta palabra, así como toda palabra francesa, lo
+mismo que se escribe.
+
+—¿Y no dejó recado?
+
+—Que ya volvería. Pero la del humo. El mancebo y yo opinamos que es un
+extranjero de los que vienen a enredar y hacer revoluciones.
+
+Don Benigno meditó un momento. Después desechó las ideas que le
+asaltaban, diciendo:
+
+—No sé quién es, ni me importa. Ese apellido lo han llevado otras
+personas que ya no existen. Conque, padre Monumento, basta de sandeces
+y vamos de paseo. Jacobito, ven. Corre por delante: no te alejes de
+nosotros... Reverendísimo fraile, todo va bien, muy bien.
+
+—Gracias a Dios... ¿Y para cuándo?
+
+—Lo más pronto posible. Hoy mismo se pedirán los papeles. Barástolis...
+
+—Sí, echa, echa de ese cuerpo dos docenas de barástolis, y yo te
+acompañaré echando cuatro... Ya era tiempo, ya era tiempo.
+
+
+
+
+XXVI
+
+
+Deseoso de que su dicha fuera realidad dentro del más breve plazo, don
+Benigno arregló sus papeles y pidió los de Sola, que estaban en un
+pueblo del reino de León. Entre tanto que venían aquellos malhadados
+documentos, sin los cuales no es posible encender cristianamente la
+antorcha de Himeneo, los futuros cónyuges vivían en intimidad honesta y
+dulce, en una especie de luna de miel de la amistad, en pleno reinado
+de la paz doméstica, cuyos encantos se multiplicaban con la deliciosa
+existencia campesina. Los días pasaban empujándose suavemente unos
+a otros, y cada uno de ellos tenía sobre sus propias alegrías la
+esperanza de las alegrías del siguiente. Nunca faltaba una operación
+de labranza, un paseo al monte, una merienda en las praderas del río,
+y nunca como en aquellas gratas ocasiones se le venían a la memoria
+al buen Cordero los pensamientos del filósofo de la libertad y la
+naturaleza. Tan pronto recitaba aquel pasaje en que Rousseau encomia
+las dulzuras de la amistad, como aquel otro en que hace el panegírico
+de las _comidas rústicas preparadas por el ejercicio, sazonadas por el
+apetito, la libertad y la alegría_. El anatema de los convites urbanos
+no es menos enérgico que la apología de las meriendas sobre la hierba.
+
+Emprendiéronse las reformas de la casa con gran actividad. Cordero
+encargó a Madrid los regalos con que pensaba expresar a Sola la pureza
+de su afecto y la enormidad de su admiración. También ella hacía sus
+preparativos, aunque en pequeña escala, pues quería que los nuevos
+dominios que iba a poseer se rigieran por la ley de sus dominios
+antiguos, que era la modestia.
+
+Solo una contrariedad agriaba el ánimo de Cordero, poniéndole de mal
+humor a ratos. Era que los papeles de Sola no venían. Era que en
+los libros parroquiales de La Bañeza había no sabemos qué embrollo
+o confusión, y quizás algo de ineptitud o mala fe en la persona
+comisionada para arreglar el asunto. Llegó el mes de agosto, y los
+dichosos papeles no parecían. A mediados de dicho mes, el cansancio
+de Cordero no podía ser mayor; y recordando que tenía en Madrid un
+amigo que era el mejor agente de negocios eclesiásticos de toda
+España, escribiole una larga carta encomendándole la reclamación y
+pronto despacho de aquel asunto, que era la clave de su dicha. En el
+sobrescrito puso: «Señor don Felicísimo Carnicero, calle del Duque de
+Alba, en Madrid».
+
+¿Y qué? ¿Perderemos esta ocasión de trasladarnos otra vez a la Villa
+y Corte sin pagar costas de viaje? No mil veces; que estas ocasiones
+no se presentan todos los días. Callandito nos deslizamos dentro de la
+carta, y henos aquí en poder del ordinario de Toledo, que puntualmente
+la llevará a su destino, y a nosotros con ella.
+
+Muy bien se va dentro de una carta. Además de que no hay mejor
+aposento que un pedazo de papel doblado, tenemos la ventaja de conocer
+los secretos que nuestras compañeras de viaje, las señoras letras,
+llevan consigo. Una oblea es llave de nuestra breve cárcel, y un dedo
+vacilante, rompiendo la frágil pared, nos devuelve la libertad.
+
+Ya estamos.
+
+Abierto el papel, salimos un poco estropeados y entumecidos a causa de
+la postura violenta que es indispensable en los viajes epistolares, y
+pronto nos hallamos frente a frente de una tabla que se esforzaba en
+ser semblante humano. Era don Felicísimo, que en aquel momento en que
+le vemos, decía:
+
+—Permítame usted que lea esta carta.
+
+Tenía visita. Miramos, y en efecto, frente a la mesa estaba un
+caballero de muy buena presencia, el cual, si no tenía cuarenta años,
+andaba muy cerca de ellos. Vestía bien. Su rostro era moreno, su frente
+alta y hermosa, su complexión robusta, sin dejar de ser delicada, su
+modo de mirar triste, sus ojos negros y ardientes a la vez, como las
+noches de verano.
+
+Carnicero leyó la carta, y dijo entre dientes: «bueno».
+
+Después la puso bajo el pie de cabrón, y prosiguió lo que con aquel
+buen señor hablaba cuando llegamos.
+
+—Decía que el negocio de usted es de los más delicados que he visto.
+Parte de la fortuna de su tío de usted, el señor canónigo de la Sonora,
+ha debido pasar al Monte Pío Beneficial de la diócesis de Pamplona. Lo
+que está en la escribanía de la Puebla de Arganzón puede ser recogido
+por usted si tiene valimiento y activa el asunto. ¿Por qué no se
+presentó usted a recoger su herencia cuando tuvo noticia del depósito?
+Ya me ha dicho usted que en aquellos días estaba emigrado y perseguido
+por las leyes. Pero eso no es una razón. Hoy también lo está usted, y
+si se le deja en paz y aun se le permite abandonar la farsa del nombre
+supuesto, es porque ha traído recomendaciones de altos personajes
+legitimistas... Yo..., puesto en lugar de usted, me decidiría a perder
+la mitad de la herencia del señor canónigo de la Sonora con tal de
+sacar libre la otra mitad, y confiaría mi pleito a un agente hábil y
+astuto que supiera mover los trastos y sacar adelante el negocio con
+toda prontitud.
+
+—Ya lo he pensado —dijo el caballero—, y no tengo inconveniente en
+ceder la mitad de la herencia a la persona que arregle esta cuestión
+sacando del Monte Pío Beneficial de Pamplona lo que indebidamente ha
+sido llevado a él. ¿Quiere usted que hagamos el convenio ahora mismo?
+
+Don Felicísimo pareció dudar. Su cara de fósil sufrió transformaciones
+ligerísimas en color y contextura, cual si estuviera sometida en un
+laboratorio a fuertes influencias químicas. Variaron sus mejillas del
+gris cretáceo al rojo de cinabrio, su frente se llenó de arrugas como
+un terreno que se cuartea a causa de un recalentamiento interior, y sus
+ojos cambiaron un momento la transparencia imperfecta del talco por el
+brillo del feldespato.
+
+—La mitad, la mitad, y punto concluido —dijo el otro, que sin duda era
+más vivo que un azogue y gustaba de las resoluciones prontas—. Hagamos
+el contrato hoy mismo, y fijemos seis meses para el despacho del
+negocio. Si a los seis meses está resuelto, la mitad para mí, la mitad
+para usted.
+
+Don Felicísimo empezó a balbucir excusas y a presentar sus muchos años
+y su retraimiento de los negocios como un obstáculo para emprender
+aquel que se le proponía. Habló mucho reconociéndose incapaz. Por los
+dos ángulos de su boca salía la saliva como una erupción bituminosa,
+que en aquellas concreciones y repliegues de la barba rapada se dividía
+en menudos arroyos. El taimado viejo ponderaba las dificultades del
+pleito y su ineptitud, sin duda porque no le parecía bastante la mitad
+y quería dos tercios de la herencia.
+
+—La mitad —manifestó resueltamente el otro—. ¿Quiere usted, sí o no?
+
+—Por ser usted recomendado del señor don Alejandro Aguado, marqués de
+las Marismas — replicó el viejo—, acepto y tomo a mi cargo su negocio.
+
+—La mitad... seis meses.
+
+—La mitad... seis meses —repitió Carnicero, y su vocecilla salió de la
+espelunca de su boca rugiendo como el oso prehistórico—. Hagamos hoy
+nuestra escritura.
+
+Tomando el pie de cabrón con su mano de corcho, dio un porrazo sobre la
+mesa que hizo temblar hasta en sus cimientos el montón de legajos.
+
+Después rodó la conversación sobre diversos asuntos, y concluyó en
+política. Acerca de ella dijo el caballero lo siguiente:
+
+—He perdido todas las ilusiones. He vivido mucho tiempo en España en
+medio de las tempestades de los partidos victoriosos, y mucho tiempo
+también en el extranjero en medio del despecho de los españoles
+vencidos y desterrados. La experiencia me ha hecho ver que son
+igualmente estériles los gobiernos que persiguen defendiéndose y los
+bandos que atacan conspirando. Yo he conspirado también algunas veces,
+y en aquellos trabajos oscuros he visto en derredor mío pocos móviles
+generosos y muchas, muchísimas ambiciones locas, apetitos y rencores
+que no se diferenciaban de los del despotismo más que en el nombre. La
+realidad me ha ido desencantando poco a poco y llenándome de hastío,
+del cual nace este mi aborrecimiento de la política, y el propósito
+firme de huir de ella en lo que me quedare de vida.
+
+—Bien, bien —dijo don Felicísimo agitándose en su asiento y golpeando
+sus manos una con otra en señal de júbilo—. Es usted un enemigo más
+de esas endiabladas teorías constitucionales y de esas invenciones
+satánicas llamadas partidos, y del estira y afloja de Cortes que
+gobiernan y rey que reina, y hurga por aquí y escarba por allá, y el
+demonio que lo entienda... De pensar así a ser apostólico, proclamando
+esta gloriosa monarquía del porvenir, no hay más que un paso. Le veo a
+usted en el buen camino y en jurisdicción apostólica.
+
+El caballero no pudo reprimir la risa que estas palabras provocaron en
+él.
+
+—¡Yo apostólico! —dijo—. No espere tal cosa el señor don Felicísimo.
+Para que eso suceda será preciso que Dios varíe mi natural ser, y
+arranque de mí la memoria. Esa forma nueva del despotismo que se
+anuncia ahora será más brutal que cuantos despotismos se han conocido,
+porque sobre todos sus inconvenientes va a tener el de ser populachero.
+No es el absolutismo de Felipe II o de Luis XIV, grande, aristocrático,
+batallador, adornado de mil glorias militares y artísticas, y que
+disculpa sus atrocidades con grandes empresas y conquistas de mundos;
+va a ser un sistema de mojigatería y desconfianza, adicionado con
+todas las corruptelas de las camarillas que vienen funcionando desde
+los tiempos de Godoy. Se alimentará del suelo por dos grandes raíces,
+una que estará en las sacristías, claustros y locutorios de monjas, y
+otra que se fijará en las tabernas donde se reúnen los voluntarios
+realistas. Va a ser una tiranía ramplona que si es sufrida por nuestro
+país, lo que dudo mucho, pondrá a este en un lugar que no envidiará
+seguramente ninguna región del África.
+
+Al oír esto, don Felicísimo hizo un gesto tan displicente que su cara
+se arrugó toda, y desaparecían los ojos, y los pliegues de sus labios
+se extendieron, multiplicándose y describiendo un número infinito de
+rayas hasta el último confín de las orejas.
+
+—Según eso es usted liberal...
+
+—Lo soy, sí señor, soy liberal en idea, y deploro que el país
+entero no lo sea. Si no estuvieran tan arraigadas aquí las rutinas,
+la ignorancia, y, sobre todo, la docilidad para dejarse gobernar,
+otro gallo nos cantara. El absolutismo sería imposible y no habría
+apostólicos más que en el Congo o en la Hotentocia. Por desgracia,
+nuestro país no es liberal ni sabe lo que es libertad, ni tiene de los
+nuevos modos de gobernar más que ideas vagas. Puede asegurarse que la
+libertad no ha llegado todavía a él más que como un susurro. Es algo
+que ha hecho ligera impresión en sus oídos, pero que no ha penetrado en
+su entendimiento ni menos en su conciencia. No se tiene idea de lo que
+es el respeto mutuo, ni se comprende que para establecer la libertad
+fecunda es preciso que los pueblos se acostumbren a dos esclavitudes,
+a la de las leyes y a la del trabajo. A excepción de tres docenas de
+personas..., no pongo sino tres docenas..., los españoles que más
+gritan pidiendo libertad, entienden que esta consiste en hacer cada
+cual su santo gusto y en burlarse de la autoridad. En una palabra: cada
+español, al pedir libertad, reclama la suya, importándole poco la del
+prójimo...
+
+—Luego usted —dijo don Felicísimo, que ya había recobrado la fijeza
+pétrea de su rostro— no es liberal al modo de acá.
+
+—Lo soy al modo mío, según mi idea, y creo que estos principios,
+aprendidos donde no son solo principios, sino hechos, prevalecerán
+en todo el mundo y conquistarán todas las tierras, incluso España;
+pero cuando me detengo a calcular el tiempo que tardaremos en ser
+conquistados, me confundo, me mareo, porque cien años me parecen pocos
+para tan grande obra. De aquí mi escepticismo, que no es realmente
+escepticismo, sino tristeza. Creo en la libertad porque he visto sus
+frutos en otras partes; pero no creo que esa misma libertad pueda
+darlos allí donde hay poquísimos liberales, y de estos la mayor parte
+lo son de nombre. España tiene hoy la controversia en los labios, una
+aspiración vaga en la mente, cierto instinto ciego de mudanza; pero el
+despotismo está en su corazón y en sus venas. Es su naturaleza, es su
+humor, es la herencia leprosa de los siglos, que no se cura sino con
+medicina de siglos. He visto hombres que han predicado con elocuencia
+las ideas liberales, que con ellas han hecho revoluciones y con ellas
+han gobernado. Pues bien: esos han sido en todos sus autos déspotas
+insufribles. Aquí es déspota el ministro liberal, déspota el empleado,
+el portero y el miliciano nacional; es tiranuelo el periodista, el
+muñidor de elecciones, el juntero del pueblo y el que grita por las
+calles himnos y bravatas patrióticas. La idea de libertad, entrando
+súbitamente aquí a principios del siglo, nos dio fórmulas, discursos,
+modificó algo las inteligencias; pero, ¡ay!, los corazones siguen
+perteneciendo al absolutismo que los crió. Mientras no se modifiquen
+los sentimientos, mientras la envidia, que aquí es como una segunda
+naturaleza, no ceda su puesto al respeto mutuo, no habrá libertades.
+Mientras el amor al trabajo no venza los bajos apetitos y el prurito de
+vivir a costa ajena, no habrá libertades. No habrá libertades mientras
+no concluya lo que se llama sobriedad española, que es la holgazanería
+del cuerpo y del espíritu alimentada por la rutina; porque las pasiones
+sanguinarias, la envidia, la ociosidad, el vivir de limosna, el
+esperarlo todo del suelo fértil o de la piedad de los ricos, el anhelo
+de someter al prójimo, la ambición de sueldo y de destinos para tener
+alguien sobre quien machacar, no son más que las distintas caras que
+toma el absolutismo, el cual se manifiesta según las edades, ya servil
+y rastrero, ya levantisco y alborotado.
+
+—Según eso —dijo don Felicísimo confuso—, usted considera a nuestro
+país inepto para las libertades. Por consiguiente, como no puede haber
+más que dos clases de gobiernos, y el liberal es imposible, tenemos que
+aceptar el absoluto.
+
+—No —replicó el otro—, porque una ley ineludible arrastrará, mal
+de su grado, a España por el camino que ha tomado la civilización.
+La civilización ha sido en otras épocas conquista, privilegios,
+conventos, fueros, obediencia ciega, y España ha marchado con ella
+en lugar eminente; hoy la civilización, tan constante en la mudanza
+de sus medios como en la fijeza de sus fines, es trabajo, industria,
+investigación, igualdad, derechos, y no hay más remedio que seguir
+adelante con ella, bien a la cabeza, bien a la cola. España se pone
+las sandalias, toma su palo y anda: seguramente andará a trompicones,
+cayendo y levantándose a cada paso; pero andará. El absolutismo es
+una imposibilidad, y el liberalismo es una dificultad. A lo difícil
+me atengo, rechazando lo imposible. Hemos de pasar por un siglo de
+tentativas, ensayos, dolores y convulsiones terribles.
+
+—¡Un siglo!
+
+—Sí, y esta es la causa de mi tristeza. Yo me encuentro en la mitad de
+mi vida. He trabajado mucho por la idea salvadora; pero ya me siento
+fatigado y me reconozco sin fuerzas para esta labor inmensa, que será
+cada día más dura. Otros vendrán que arrimen el hombro a tan terrible
+carga. Yo no puedo más. Las circunstancias en que me encuentro, solo,
+sin familia, lleno de tedio y viendo cuán poco hemos adelantado en
+la cuarta parte de un siglo, me desaniman atrozmente. Reconozco que
+cuanto de mis fuerzas dependía ya lo hice; está mi conciencia tranquila
+y me retiro. Hasta hoy no he vivido para mí ni un solo día. Llega
+la hora del egoísmo: necesito vivir un poco para mí. No obteniendo
+gloria ni siquiera éxito, el sacrificio de mi existencia a un ideal
+sería estéril; pues vivamos siquiera un poco y descansemos. Sobre las
+ruinas de mis quiméricas ambiciones se levanta hoy una ambición grande,
+potente; la ambición de ser feliz, tener una familia y vivir de los
+afectos puros, humildes, domésticos. ¡Es tan dulce no ser nada para
+el público y serlo todo para los nuestros! Apartado de la política,
+deseando el olvido, miro a todas partes buscando un rincón en que
+ocultarme y a donde no llegue el fragor de la lucha.
+
+Don Felicísimo movía la cabeza sonriendo. Creía firmemente que el
+caballero, su amigo y cliente, tenía la cabeza vacía de lo que llaman
+seso; pues ¿qué mayor locura, en aquellos agitados días, que no ser
+apostólico, ni absolutista, ni siquiera liberal?
+
+Ya iba a decir algo muy ingenioso sobre esta enfermiza manía de no ser
+nada, absolutamente nada, cuando entró Pipaón, y estrechando con ímpetu
+amistoso la mano del caballero, le dijo:
+
+—Enhorabuenas mil, queridísimo amigo. Vengo de ver a Su Excelencia,
+que ya ha leído las cartas que trajiste del señor don Alejandro
+Aguado, marqués de las Marismas, y de su parte te aseguro que puedes
+vivir aquí tan libremente como en el mismo París o Londres. El señor
+Aguado, como soberano absoluto del dinero, es una potencia de primer
+orden, una autoridad indiscutible. Ahora bien: considerando que el
+mencionado señor Aguado (Pipaón no abandonaba jamás su estilo de
+expediente) garantiza bajo su palabra de oro que vienes exclusivamente
+con la misión de comprarle cuadros para su rica galería, y además a
+asuntillos tuyos que nada tienen que ver con la política, se ha dado
+cuenta a Su Majestad de todo lo actuado, y Su Majestad se ha servido
+disponer que no se te moleste en lo más mínimo. Tendreislo entendido, y
+ahora, discreto amigo, ruégote que adoptes tu verdadero nombre y vengas
+a comer conmigo a mi casa, donde encontrarás personas que más desean
+verte que escribirte...
+
+El caballero se levantó, y muy gozoso dijo:
+
+—Confío sin vacilar en la libertad que se me ofrece, y recobro mi
+nombre.
+
+
+
+
+XXVII
+
+
+Tenía sus papeles en regla, pasaporte, partida de bautismo, a más de
+otros documentos importantes, y aquel mismo día se celebró la escritura
+para llevar adelante lo pactado con don Felicísimo, asistiendo a este
+acto solemne, como notario, el licenciado Lobo, a quien conocemos
+desde hace veinticuatro años. Por la tarde Pipaón se llevó al amigo a
+su casa, donde le obsequió bizarramente con suntuosa comida, cigarros
+exquisitos y licores de primera. Esta esplendidez y el lujo de la
+vivienda admiraron mucho al convidado, que no podía menos de traer a
+la memoria la humildad con que el señor Bragas dio los primeros pasos
+en la carrera de covachuelista. El medro había sido grandísimo y el
+aprovechamiento tan colosal, que allí podrían tomar lecciones cuantas
+hormigas hay en el mundo.
+
+Los dos camaradas charlaron de lo lindo sobre cosas diversas; pero
+especialmente sobre el destino y vicisitudes del amigo que por tanto
+tiempo había estado ausente de España y envuelto en misterios.
+Las preguntas sucedían a las preguntas y las explicaciones a las
+explicaciones, y no fue todo paz y concordia en su interesante
+diálogo, porque a lo mejor de él hubo peligro de que los ánimos
+se soliviantaran, dando al traste con la amistad y buena armonía,
+compañeras inseparables de una serie de buenos platos. Parece ser que
+el amigo había enviado a Pipaón, durante los últimos años, todas las
+cartas que tenía que dirigir a Madrid. El objeto de esta mediación
+era que el diestro cortesano salvara de las asechanzas de la policía
+en Correos una correspondencia inocente en que nada se hablaba de
+política. Así lo hizo durante algún tiempo; pero desde mediados del
+29, don Juan Bragas, que en las cosas privadas, lo mismo que en las
+públicas, había de mostrar la doblez y bajeza de su carácter, abusó de
+la confianza del emigrado, dejando de entregar algunas de sus cartas a
+la persona a quien se dirigían, para dárselas a otra.
+
+La cuestión de las cartas salió, pues, a relucir en la mesa, y Pipaón,
+que en frescura y demás dotes para el fingimiento no tenía rival en el
+mundo, se desenvolvió gallardamente de aquel compromiso. Su sofistería,
+sus protestas de amistad, auxiliadas de su astucia, hacían quiebros
+admirables, y no se dejaba él coger en mentira aunque la lógica misma
+se encargara de acometerle.
+
+—Puedes estar seguro, amigo Salvador —le decía—, de que desde octubre
+del 29 no he recibido ningún paquete tuyo. Si lo recibiera, tonto,
+¿para qué lo quería yo? ¿De qué podrían valerme tus cartas, no
+trayendo nada de política? Y aunque trajeran algo, hombre, aunque
+fuera cada letra de ellas una bomba explosiva, ¿me crees capaz de
+vender a un amigo de la niñez? ¿Me crees capaz de abusar indignamente
+de tu confianza? ¿Me crees capaz de violar el sacratísimo misterio
+de la correspondencia...? ¡Oh!, no me des a entender que hay en ti,
+no digo sospecha, pero ni siquiera un átomo de sospecha, porque nace
+en mí cierta indignación terrible que me hará olvidar la amistad, la
+consideración; me desvanezco, me exalto, me sulfuro... No, tú no puedes
+tener de mí tan baja opinión, tú bromeas, tú has perdido la memoria de
+mis buenas partes, y allá en la emigración has olvidado lo arraigada
+que está la hidalguía en pechos españoles.
+
+El amigo no se convenció con estas vehementes razones; pero no
+queriendo volver sobre lo pasado, dejó aquel tema para tomar otro.
+Apremiado por Bragas, contó lo más notable de su vida durante las
+largas ausencias, extendiéndose mucho en los dramáticos sucesos de
+su expedición a Cataluña, durante la insurrección apostólica de este
+país. Pasmado le oyó el buen cortesano, y cuando su amigo llegaba a
+narrar un peligro extraordinario o el acometimiento de alguna aventura
+terrible, temblaba y sudaba como si él mismo se sintiera empeñado en
+aquellos grandes riesgos y compromisos; tal verdad e interés había en
+la relación.
+
+Ya estaban en los postres, cuando Pipaón, oído el relato del convidado,
+contó a su vez los chascos que él (Pipaón) y otra persona (Jenara) se
+habían llevado en Madrid, creyendo ver al buen amigo en cada uno de los
+individuos que sucesivamente iba deteniendo la policía por creerlos
+emisarios de Mina o Valdés.
+
+—Como no recibíamos cartas tuyas —dijo—, y en tanto los emigrados se
+agitaban en París y Londres, siempre que teníamos noticia de la llegada
+misteriosa de algún conspirador, creíamos que eras tú. En Gracia y
+Justicia me enteraba yo de los soplos de la policía, y... francamente,
+como siempre tuviste afición a zurcir voluntades de revolucionarios y
+preparar sediciones..., no levantaban una pieza los buenos podencos
+de la Superintendencia sin que Jenara y yo dijéramos «él es». Cuando
+Espronceda vino y se escondió por unas horas en la Trinidad, creímos
+que eras tú. ¿Llegó un tipo, un no sé quién, y estuvo tres días en la
+botica de la calle de Hortaleza?..., pues eras tú. ¿Hablose de otro
+que se metió en el _guardamangier_ de Palacio, y que luego resultó
+ser un choricero perseguido por haber dado una paliza?..., pues tú.
+¿Súpose por los serenos que un hombre encopetado había entrado a
+deshora varias noches en casa de Olózaga?..., pues tú. Pero el más
+gracioso engaño fue el que padeció nuestra paisanita durante la prisión
+de Olózaga, engaño en el cual no he tenido parte ni responsabilidad.
+Ella sobornó carceleros y compró mequetrefes de cárcel, de esos que
+traen y llevan recados. Esta gente sirve bien, como anden las onzas
+por medio, y lo prueba la evasión de Olózaga. Pues bien. En el torreón
+de la Villa había un preso a quien daban el nombre de Escoriaza, el
+cual unas veces atribuía su encerramiento a cosas de mujeres, y otras
+a tramas políticas. Intrigando para salvar a Olózaga, nuestra amiga,
+cuyo corazón es tan grande como su entendimiento, se interesaba por el
+misterioso Escoriaza, creyendo..., no podía faltar la muletilla...,
+creyendo que eras tú. Él recibió recados y dineros, comprendió que
+había un engaño, y lo sostuvo hábilmente. En fin, querido, a la postre
+resultó ser ese raterillo a quien llaman Candelas, que si Dios no lo
+remedia, pasará a la posteridad por sus hazañas. Mira, Salvador, cuando
+lo supe, estuve riéndome dos horas... Por último, al cabo de tantas
+equivocaciones vino la verdad, y la sin par Generosa, que te buscaba
+en todas partes, te encontró de improviso en su propia casa, en casa
+de don Felicísimo. Y fue de la manera más inesperada y más teatral.
+Un día vio sobre la mesa de Carnicero una carta para don Jaime Servet,
+nombre que usaste en Cataluña, según nos dijo el marqués de Falfán de
+los Godos, que te encontró en Canfranc cuando volvías sano y salvo a
+Francia. Al punto Jenara..., ya sabes que es un fuego vivo de actividad
+y de impaciencia..., corrió a la posada del Dragón... ¡Qué desgracia!,
+no estabas... Pasaron días. La carta para ti volvió a la mesa de don
+Felicísimo. Pero ayer nuestra amiga sintió una voz en el despacho
+de Carnicero; ella y Micaela se acercaron, entreabrieron la puerta,
+miraron... Eras tú, tú mismo, real, verdadero, efectivo. Jenara se
+desmayó en el pasillo; Micaela y yo la llevamos a su cuarto, donde, sin
+más medicina que un vasito de agua, volvió en sí y de repente me dijo
+entre riendo y llorando: «Ha engrosado bastante ese badulaque»... Y en
+conclusión, chico, esta tarde tendrás el gusto de verla, porque para
+eso estás aquí y para eso te he convidado de acuerdo con ella; y ya...
+
+El cortesano miró el reloj, añadiendo con socarronería:
+
+—No, no es hora todavía... ¿Llevarás a mal lo que he hecho? ¡Qué
+demonios! Si supieras el interés que tiene por ti... Te quiere como a
+un hijo.
+
+Salvador no dijo cosa alguna concreta acerca de este inopinado amor
+de madre que la señora le tenía, y volviendo al tema pasado riose
+mucho de los lances cómicos ocurridos con su supuesta persona, y
+principalmente de haber sido confundido con dos hombres que habían
+de ser pronto celebridades del siglo, si bien de orden muy distinto:
+Espronceda y Candelas. Dijo luego que al volver a Francia de vuelta
+de Cataluña, había seguido ayudando a Mina en sus planes; pero
+que, desde la intentona del año 30, había cesado en sus trabajos,
+renunciando para siempre y con decidido propósito a la política.
+Desde que tal resolución tomó, habíase aplicado a buscar los medios
+de volver libremente a España, donde le llamaban afectos nobles y una
+regular herencia por recoger. Tuvo la suerte entonces de conocer a
+don Alejandro Aguado, el cual le empleó en diferentes comisiones en
+Bélgica e Inglaterra. Sirvió con celo y habilidad al banquero, y este
+se encargó de abrirle las puertas de España. Quiso traerle cuando
+vino Rossini en marzo del 31; pero entonces no fue posible. A la
+vuelta de Aguado a Francia, el célebre contratista dio a Salvador el
+encargo de reunirle cuadros para su afamada colección (que hoy puede
+admirarse en el Louvre), y a fin de hacerle posible la residencia en
+España, escribió en su obsequio cartas de recomendación, de esas que
+todos los obstáculos allanan, y vencen dificultades que al oro mismo
+son rebeldes. Aguado era el prestamista del Tesoro español; tenía en
+su mano la fortuna pública y gran parte de la privada de esta nación
+venturosísima. Por estas causas, sus relaciones en Madrid eran sólidas,
+y su firma como una especie de fórmula abreviada del evangelio.
+
+A principios de 1831 tuvo don Felicísimo correspondencia con Aguado,
+con motivo de ciertos negocios de los Santos Lugares que este arregló
+en París y Roma. Concluidas y zanjadas las cuentas a gusto de ambos,
+lo mismo el banquero que el agente eclesiástico deseaban ocasión de
+servirse mutuamente, y como en poder de Carnicero obraba todavía una
+cantidad, resto de la negociación realizada y de la cual debía disponer
+Aguado, este suplicó a su amigo la entregase al señor don Jaime Servet,
+su deudo y corresponsal, que llegaría a Madrid en época concertada.
+Reservadamente enteraba Aguado a Carnicero de quién era este Servet
+y de su verdadero nombre, así como de los propósitos pacíficos que
+llevaba a Madrid, por lo cual esperaba que le ayudase en todo. Con esto
+y con las cartas que Salvador trajo para Calomarde, Varela, Ballesteros
+y la reina Cristina, no fue difícil que al llegar a Madrid dejase su
+falso nombre, entrando en el pleno goce de lo que podría llamarse
+derechos civiles, y que era en realidad tolerancia o benignidad del
+gobierno absoluto. La carta para Cristina, que entregó el primer día,
+fue, como es de suponer, eficacísima, y todo lo demás se le hizo fácil.
+Ya tenemos noticia de las buenas disposiciones de Carnicero, el cual
+miraba al señor Aguado como a un Dios; pues en aquel espíritu el furor
+apostólico no excluía la adoración de becerros de oro con todos los
+servilismos que este culto insano trae consigo.
+
+Ya habían concluido de comer y estaban de sobremesa fumando excelentes
+puros, cuando sonó la campanilla, y Pipaón dijo a su amigo:
+
+—Me parece que ya está ahí. Es puntual como la hora triste.
+
+Salvador hizo una pregunta interesante por demás, a la cual contestó
+el tunante de Pipaón con sonrisa maliciosa y en voz tan baja, que el
+narrador se quedó en ayunas. Es evidente que la pregunta se refería a
+la señora que en aquel momento a la puerta llamaba, y también lo es que
+Pipaón contestó con un nombre. Lo único que pudimos percibir de este
+oscurísimo coloquio, fue la observación de Salvador, diciendo:
+
+—Me lo figuré... Le vi en Francia... ¡Qué cosas!
+
+Era ella, en efecto. Salvador, dejando a su amigo, fue a la sala, donde
+la encontró de pie, fijos los ojos en la puerta. Se saludaron con
+afecto, demostrándose el uno al otro sentimientos de amistad y alegría
+por verse después de tanto tiempo. En ella había cierto alborozo del
+alma que luchaba por encerrarse en el círculo de lo que se llama
+satisfacción en lenguaje de urbanidad, y en él había frialdad que se
+mostraba de improviso, rompiendo el velo de expresiones convencionales
+con que las quería cubrir. Ella estaba turbada, tan turbada, que
+después de los primeros saludos decía una cosa por otra; él no parecía
+sereno, pero se recobró antes que ella, y fue el primero que rio. ¡Sabe
+Dios cuál sería el último!
+
+La discreción, que en el uno emanaba naturalmente del desamor y en la
+otra del remordimiento, les llevó a una conversación en que ni por
+incidencia se tocó ningún punto de la vida pasada de ambos. Hablaron
+del tiempo y de política, los dos temas obligados en toda reunión donde
+no hay nada de qué hablar. Allí parecía más bien que ella y él temían
+abordar otros asuntos. Lo único que se permitió Jenara, fuera de los
+lugares comunes de la política y el tiempo, fue algunas exhortaciones
+que demostraban bastante interés por el que fue su amigo.
+
+—No te fíes de esta gente, ni de la buena acogida que te han hecho —le
+dijo—. Esta canalla es más temible cuanto más halaga, y cuando parece
+que perdona, es que prepara el golpe de muerte. La protección de la
+reina Cristina, que tanto considera al señor Aguado, te servirá de
+mucho mientras haya tal reina; pero, hijo, aquí no hay nada seguro;
+estamos sobre un abismo. Al rey le repiten ya con más frecuencia los
+ataques de gota, y el mejor día nos quedamos sin él. Ya supones lo que
+pasará en la botella de cerveza el día que le falte el corcho. Muerto
+el rey, adiós reina y Roque; se armará aquí una marimorena de todos los
+demonios; el bando apostólico será dueño del reino y nos hará gustar
+las delicias del gobierno de Cafrería. Como no me resigno a que me
+gobiernen a la africana, tengo todo preparado para marchar en cuanto
+haya síntomas; así, desde que el rey cojea del pie izquierdo, ya me
+tienes haciendo las maletas. Prepárate tú también, y no te fíes de la
+protección de Cristina, un ídolo a quien derribará de su pedestal el
+último suspiro del rey.
+
+Conviniendo en muchas de estas apreciaciones, respondió Salvador que
+por nada del mundo volvería a la emigración, y que resuelto a huir de
+la política, esperaba que nadie le molestaría. No queda duda alguna
+de que la hermosa dama, oyéndole hablar, sentía en su alma eso que no
+se puede designar sino diciendo que la agobiaba un formidable peso.
+Claramente decían sus ojos que tras de la fórmula artificiosa y vana
+que articulaban los labios, había una reserva de palabras verdaderas,
+que al menor descuido de la voluntad saldrían en torrente diciendo
+lo que ellas solas sabían decir. Que se echara fuera, por capricho
+o audacia, una palabra sola, y las demás saldrían vibrando con el
+sentimiento que las nutría. Por un instante se habría creído que el
+volcán (demos al fenómeno referido su convencional nombre metafórico),
+llegaba al momento supino de la erupción, echando fuera su lava y su
+humo. Salvador tembló al ver con cuánto afán, digno de mejor motivo,
+contaba la señora las varillas de su abanico, pasándolas entre los
+dedos cual si fueran cuentas de rosario, y mirándolo y remirándolo
+como si él también hablase. Después alzó la dama los ojos, que
+empañados tenía, cual si fluctuara sobre aquel cielo azul la niebla
+del lloriqueo, y echando sobre su amigo una mirada que era más bien
+explosión de miradas, desplegó los labios, empezó una sílaba, y se la
+tragó en seguida juntamente con otras muchas que estaban entre los
+lindos dientes esperando vez. La señora se sometió a sí misma con
+formidable tiranía, y en vez de aquello que iba a decir, no dijo más
+que esto:
+
+—Hoy me han regalado una cesta de albaricoques.
+
+A esta noticia insignificante contestó Monsalud diciendo que a él
+le gustaban poco los albaricoques, y que delante de un racimo de
+uvas no se podía poner ninguna otra especie de fruta. Con esto se
+empeñó un eruditísimo coloquio sobre cuáles eran las mejores frutas,
+defendiendo la señora, con argumento irrebatible, el melón de Añover y
+los albaricoques de Toledo, pasando la conversación a los Cigarrales,
+y, por último, a don Benigno Cordero, a cuya obsequiosa amistad debía
+Jenara la cestilla mencionada. Entonces el otro dio en hacer preguntas
+y más preguntas sobre la honrada familia del encajero, y Jenara dio en
+responderle con malísima gana y con tanta avaricia de palabras como
+liberalidad de movimientos para darse aire con el abanico. Creeríase
+que se estaba azotando el seno para castigarle de haber engrosado
+más de la cuenta, y así todos los faralaes de su vestido en aquella
+parte se agitaban como flámulas y gallardetes en día de festejo y de
+temporal. De repente la señora cortó la conversación diciendo:
+
+—Son las seis, y Micaelita me espera para ir al Prado. Yo estoy libre
+también; ya me ha dicho hoy don Felicísimo, por encargo del _esposo de
+la jorobada_ (Calomarde), que se acabó la tontería de mi persecución.
+
+Salvador manifestó alegrarse de tal franquicia, y no dijo sino palabras
+frías y convencionales para retener a la dama en la visita. También
+habló de su próximo viaje a Toledo. Levantose ella, y sus bellos ojos
+ya no echaban de sí sentimientos amorosos, sino un chisporroteo de
+orgullo. Despidiose secamente diciéndole: «Nos veremos otro día»; y se
+retiró majestuosa, como soberana que no sabe lo que es abdicar, y antes
+consentirá en equivocarse mil veces que en ceder una sola.
+
+
+
+
+XXVIII
+
+
+A principios de septiembre, todavía el benignísimo don Benigno no
+había podido allanar aquel endiablado obstáculo de los papeles. Nada
+de provecho contestaba el agente, y todo era dilaciones, por lo cual
+Cordero, que ya iba perdiendo la paciencia, determinó hacer un viaje
+a Madrid para comunicar algo de su inquietud y de su prisa al señor
+Carnicero. El héroe había resuelto encontrar los papeles, aunque
+tuviera que ir por ellos a la misma villa de La Bañeza o al fin del
+mundo. Así lo dijo al partir, despidiéndose para poco tiempo.
+
+Dos días después de su partida estaba Sola en una de las piezas altas,
+ocupada, por más señas, en pegar botones a una camisa de su futuro
+esposo, cuando recibió aviso de que un señor acababa de llegar a la
+finca y deseaba hablar con la señorita. Comprendiendo al punto quién
+era, Sola se quedó como estatua, sin habla, sin ideas en la cabeza,
+sin sangre en las venas, sintiendo una alegría disparatada, que al
+mismo tiempo era pena muy viva, y miedo y cortedad de genio. Ella
+sabía quién era el visitante; se lo decía aquel mismo azoramiento
+súbito en que estaba, y el horrible salto de su corazón alarmado. Tuvo
+noticia por don Benigno, dos semanas antes, de la aparición de Salvador
+en Madrid, padeciendo con esto un trastorno general en sus ideas.
+Pocos días después había recibido una carta del mismo, anunciándole
+visita, y desde que recibiera la carta, el barullo de sus ideas y la
+estupefacción de su alma habían aumentado. Grandes cosas se preparaban
+sin duda, anunciándose en la infeliz joven con sentimientos de miedo
+y espasmos de alegría. Armándose de valor, se dispuso a recibir al
+que un tiempo se llamó su hermano. Mientras se arreglaba un poco para
+presentarse a él, miró por la ventana. Allá abajo, entre los olivos,
+había un caballo, sujeto por un muchacho de la casa. Era el caballo de
+él. La puertecilla de la huerta, donde se pasaba para llegar a la casa,
+estaba abierta. Él la había dejado abierta al pasar. En la salita baja
+se sentían pasos. Eran sus pasos.
+
+Sola bajó, apoyándose fuertemente en el barandal para no bajar de
+cabeza. Entró en la salita... ¡Qué grueso, qué moreno!... ¡Tenía
+algunas canas!... Sola no pudo decir nada, y se dejó abrazar
+fuertemente.
+
+—¡Ay! —exclamó sintiéndose inerte entre los brazos de su hermano, que
+parecían de hierro.
+
+Sola no se hacía cargo de nada. Estaba pálida y con los labios secos,
+muy secos. No se dio cuenta de que él se sentó en un sofá de paja,
+que era el principal adorno de la salita; no se dio cuenta de que él,
+tomándole las manos, la llevó al mismo sofá y la sentó allí como se
+sienta una muñeca; no se dio cuenta tampoco de que Salvador dijo:
+
+—Ya sé que no está don Benigno; ¡cuánto lo siento!
+
+Sola no hacía más que mirarle asombrada, encontrándole grueso, no tan
+grueso que perdiera su gallardía de otros tiempos; asombrada de verle
+mucho más moreno y curtido que antes y con algunas manchas de canas en
+el cabello.
+
+—¡Me miras las canas! —dijo él—. Estoy viejo, hermana, viejo de todo.
+A ti te encuentro más guapa, más mujer, más saludable. Ya sé que eres
+tan buena como antes o más buena aún, si cabe. El marqués de Falfán me
+ha hablado mucho de ti, y me contó tu grave enfermedad. ¡Pobrecita!
+También sé que no has recibido mis cartas desde hace dos años, como no
+las recibió Falfán ni otros amigos míos. Es una traición de Bragas,
+aunque él jura y perjura que no ha recibido paquetes míos en mucho
+tiempo. La última carta que me escribiste, la recibí en Inglaterra hace
+dos años. Después, yo escribía, escribía, y tú no me contestabas.
+
+Hablaron un rato de aquel extravío de cartas, que no podía ser sino
+pillada de Pipaón, falaz intermediario; pero como ya el mal había
+pasado, no tenía remedio; dejaron de hablar de ello para ocuparse de
+cosas más vivas y más interesantes para uno y otro.
+
+—¡Cuántos años sin verte! —dijo él mirándola de tan buena gana que bien
+se conocía el largo ayuno que de aquellas vistas habían tenido sus ojos.
+
+—El marqués de Falfán —repitió ella—, que iba algunas veces a la tienda
+de don Benigno y siempre me hablaba de ti, me contó que pasando él la
+frontera cierto día del año 27 te encontró. Ibas a caballo, disfrazado,
+y te habías puesto el nombre de Jaime Servet. Este nombre se me quedó
+tan presente, que lo dije muchas veces cuando estaba delirando. Después
+de esto me escribiste desde París. Un día que fuimos a ver entrar a la
+reina Cristina a casa de Bringas, me dio Pipaón una carta tuya; fue la
+última. Poco después, el marqués de Falfán me dijo que tenía ciertos
+indicios para creer que habías muerto.
+
+Salvador le contó luego a grandes rasgos los principales sucesos de su
+vida en el período de ausencia, y le explicó las causas de su venida
+a España. Lo que más sorprendió a Sola de cuanto dijo su hermano, fue
+aquel aborrecimiento a la política y al conspirar. Salvador le dijo:
+
+—Cuando el hombre se enamora desde su niñez de ciertas ideas, o sea
+de lo que llamamos ideales..., no sé si me entiendes..., y se lanza
+a trabajar en ellos, se crea una vida artificial. Las ambiciones, la
+sed de gloria y el afán de todos los días la forman. Así pasa el
+tiempo y así consume el hombre las fuerzas de su alma en un combate con
+fantasmas. Cuando hay éxito, querida hermanita; cuando Dios dispone
+las cosas para que determinados hombres en determinados países sean
+instrumentos de planes providenciales, entonces la vida que he llamado
+artificial puede dejar de serlo, mudándose en realidad hermosa. Pero
+cuando no hay éxito, cuando después de mucho desvarío hallamos que
+todo es quimera, sea por el tiempo, por el lugar, o porque realmente
+no valemos para maldita de Dios la cosa, resulta uno de estos dos
+fenómenos: o la desesperación, o el recogimiento y el deseo de la vida
+vulgar, tranquila, compartida entre los afectos comunes y los deberes
+fáciles. Yo he querido optar por lo segundo, que es más natural. Un
+poeta, hablando de estas cosas, dijo: _Es como una encina plantada
+en un vaso: la encina crece y el vaso se rompe_. Yo creo que en la
+generalidad de los casos hay que decir: _El vaso es muy duro y la
+encina se seca_, y este es el caso mío, querida.
+
+Sola dio un suspiro por único comentario.
+
+—La encina se seca —añadió Monsalud—. En mí se empezó a secar hace
+tiempo, y ya quedan en ella muy pocas ramas con vida; pero a su sombra
+ha nacido un árbol modesto que vivirá más, y a falta de laureles dará
+frutos... Pronto tendré cuarenta años. ¡Si vieras tú qué efecto tan
+raro nos hace el vernos cerca de esta edad y reconocer que no hemos
+vivido nada en tan larga juventud! Porque un hombre puede haber
+emprendido muchas cosas, haber estudiado, leído y haber querido a
+muchas mujeres, y, sin embargo, encontrarse el mejor día con la triste
+seguridad de no ser nada, ni saber nada, ni amar a nadie. Pronto
+empezaré a ser viejo. ¡Qué triste cosa es la vejez sin otros goces que
+las memorias de una juventud alborotada, ni más compañía que el rastro
+que dejaron todos aquellos fantasmas y figurillas al convertirse en
+humo!... Se me figura que comprendes esto perfectamente... ¿Pero a que
+no sabes cuál es ahora la aspiración de mi vida?
+
+—Ya me lo has dicho, no ser nada.
+
+—Pues aspiro a ser el vecino tal, de tal calle, de cuál pueblo; nada
+más que un vecino, querida. ¿Crees que esto es fácil? Mira que no lo
+es. La vida errante me fatiga, la vida solitaria me entristece. Para
+ser vecino de tal calle, es preciso fijarse y tener compañía que nos
+ate con cuerda de afectos y deberes. No hay nada que tan dulcemente
+abrume al hombre como el peso de un techo propio.
+
+Esta frase, dicha así como sentencia, conmovió a Sola hasta lo más
+profundo de su alma. Por un momento creyó que todo se volvía negro en
+su alrededor.
+
+—¿Qué dices a esto? —le preguntó él—. Hace un año, hallándome en París,
+curado ya de la manía del vivir quimérico, y prendado de amores por
+la vida posible, por la vida que no temo llamar vulgar, te escribí
+manifestándote lo que pensaba.
+
+—¡A mí! —exclamó Sola, figurándose en el acto, como por inspiración
+divina, la carta que no había recibido, y viéndola toda letra por letra.
+
+—A ti... Ya sé que no la recibiste. Sería preciso desollar vivo a
+Pipaón. En mi carta te consultaba, te pedía consejo. Fue aquel un
+tiempo en que tú te realzabas a mis ojos de un modo nuevo, y no iba
+mi pensamiento a ninguna parte sin tropezar contigo. Siempre había
+admirado yo tus virtudes, siempre había sentido por ti un afecto
+entrañable; pero entonces todos los sueños de la vida posible venían a
+mi cerebro como envueltos en ti; quiero decir que todas las ideas de
+esta nueva existencia y las imágenes de mi reposo y de mi felicidad
+futura, se me presentaban como un contorno de tu cara. Esto es concluir
+por donde otros han empezado, esto es cosa de mozalbetes; pero los que
+no han sabido vivir la vida del corazón cuando niños, la viven cuando
+viejos, y así...
+
+La miró un rato, y viéndola perpleja, él, que gustaba de expresar las
+cosas con prontitud y claridad, le dijo en un galanteo máximo todo lo
+que tenía que decirle. Sus palabras fueron estas:
+
+—Y así, vengo a proponerte que nos casemos.
+
+Sola no estaba ya confusa, sino espantada. Se mordía un labio y la yema
+de un dedo. Se los mordía tan bien, que a poco más arrojara sangre.
+Al mismo tiempo miraba al suelo, temerosa de mirar a otra parte. Su
+alma estaba, si es permitido decirlo así, como una grande y sólida
+torre que acababa de desplomarse sacudida por terremotos. No acertaba a
+pensar cosa alguna derechamente, ni a concretar sus ideas para formar
+un plan de respuesta. Salvador le tomó una mano. Entonces ella, herida
+de súbito por no sé qué sentimiento, por el pudor, por la dignidad tal
+vez, o quizás por el miedo, retiró su mano y dijo:
+
+—Soy casada.
+
+—¡Tú!...
+
+—Como si lo fuera. He dado mi palabra.
+
+—En Madrid me dijeron eso como una sospecha. Yo creí que era falso.
+
+—Es cierto —dijo Sola que, recobrándose con gran esfuerzo, luchaba con
+sus lágrimas para que no salieran—. Si no hubieran ocurrido ciertos
+entorpecimientos, ya estaría casada con el mejor de los hombres.
+
+A Salvador tocó entonces morderse el labio y la coyuntura del dedo
+índice de su mano derecha. Sola invocó mentalmente a Dios, tomó fuerzas
+de su valeroso espíritu y de la idea del deber, que era siempre su
+confortante más poderoso, y quiso dominar la situación haciendo el
+panegírico de su futuro esposo.
+
+—Hay un hombre —dijo— a quien debo la vida, de quien he sido hija
+cuando no tenía padre ni hermano. Siente por mí un respeto que yo no
+merezco, y un cariño que no podré pagar con cien vidas mías. Cuantos
+miramientos, cuantas atenciones se puedan tener con una persona amada,
+ha tenido él para mí. Yo he pedido a Dios que me diera algo con que
+poder pagar beneficios tan grandes, y Dios ha puesto en mi corazón
+lo que me hacía falta. Ese hombre ha querido tener casas, tierras,
+criados, para que yo fuera señora de todo, y él mío por toda la vida.
+
+Salvador miró por la ventana los árboles, la deliciosa paz y abundancia
+que todo aquel conjunto rústico expresaba. Sintió el corazón oprimido
+de pena y lleno de la noble envidia que infunde el bien no merecido. En
+la ventana que frente a él estaba, un arbolillo, agitado por el viento,
+tocaba con sus ramas los vidrios. Varias veces durante el curso del
+diálogo precedente, Salvador había mirado allí creyendo que alguien
+llamaba en los vidrios. Ya llegado el momento de su desengaño, miró la
+rama, y viendo que daba más fuerte, murmuró: «Ya me voy, ya me voy».
+
+Volviéndose otra vez a Sola, le dijo:
+
+—Me has hablado en un lenguaje que no admite réplica. No debo
+quejarme, pues he venido tarde, y habiendo tenido el bien en mi mano
+durante mucho tiempo, lo he soltado para seguir locamente un camino
+de aventuras. Pero algo me disculparán mi desgracia, mi destierro y
+también mi pobreza, causa de que antes no te propusiera lo que ahora
+te propongo. Aquí me tienes razonable, con esperanzas de ser rico, y a
+pesar de tales ventajas, más desgraciado y más solo que antes.
+
+Animada por el triunfo que había obtenido en su espíritu, Sola quiso ir
+más allá, quiso hacer un alarde de valentía diciendo a su amigo: _ya
+encontrarás otra con quien casarte_; pero cuando iba a pronunciar la
+primera sílaba de esta frase triste, no tuvo ánimos para ello y fue
+vencida por su congoja. No dijo nada.
+
+—Yo quería —dijo Salvador no desesperanzado todavía— que meditaras...
+
+Sola, que vio un abismo delante de sí, quiso hacer lo que vulgarmente
+se llama _cortar por lo sano_.
+
+—No hables de eso... —dijo—. No puede ser... Figúrate que no existo.
+
+Sin darse cuenta de ello, le miró con lágrimas. Pero sobrecogida
+repentinamente de miedo, se levantó y corriendo a la ventana se puso a
+mirar los morales al través de los vidrios. Allí la infeliz imaginó un
+engaño o salida ingeniosa para justificar su emoción. Volviose a él,
+segura de salir bien de tal empeño.
+
+—¿Sabes por qué lloro? Porque me acuerdo de tu pobre madre, que murió
+en mis brazos, desconsolada por no verte... Dejome un encargo para ti,
+un paquetito donde hay una carta y varias alhajas, encargándome que a
+nadie lo fiara y que te lo diera en tu propia mano. ¡Y yo tan tonta
+que no te lo he dado aún, cuando no debí hacer otra cosa desde que
+entraste!... Lo que me confió tu madre no se separa nunca de mí... Aquí
+lo tengo y voy a traértelo.
+
+Sin esperar respuesta, Sola subió a su habitación, y al poco rato puso
+en manos de Monsalud un paquete cuidadosamente cerrado con lacres.
+Salvador lo abrió con mano trémula. Lo primero que sacó fue una carta,
+que besó muchas veces. En pie al lado de su amigo, que continuaba en el
+sofá de paja, Sola no podía apartar los ojos de aquellos interesantes
+objetos. La carta tenía varios pliegos. Salvador pasó la vista
+rápidamente por ellos antes de leer.
+
+—¡Mira, mira lo que dice aquí! —exclamó señalando una línea—. Mi madre
+me suplica que me case contigo.
+
+—Te lo suplicaba hace mucho tiempo —dijo Sola, disimulando su pena con
+cierta jocosidad afectada, que si no era propia del momento, venía bien
+como pantalla.
+
+—Necesito una hora para leer esto —dijo Monsalud—. ¿Me permites leerlo
+aquí?
+
+Sola miró a las ventanas, y por un momento pareció aturdida Su corazón
+atenazado le sugería clemencia, mientras la dignidad, el deber y
+otros sentimientos muy respetables, pero un poco lúgubres, como los
+magistrados que condenan a muerte con arreglo a la justicia, le
+ordenaban ser cruel y despiadada con el advenedizo.
+
+—Mucho siento decírtelo, hermano —manifestó la joven sonriendo como se
+sonríe a veces el que van a ajusticiar—, lo siento muchísimo; pero...
+pronto anochecerá. Tú, que estás ahora tan razonable, me dirás si es
+conveniente...
+
+—Sí, debo marcharme —replicó Salvador levantándose.
+
+—Debes marcharte y no volver... y no volver —afirmó ella marcando muy
+bien las últimas palabras.
+
+—¿Y qué pensaré de ti?
+
+Sola meditó un rato y dijo:
+
+—¡Que me he muerto!
+
+Se apretaron las manos. Sola miraba fijamente al suelo. Fue aquella
+la despedida de menos lances visibles que imaginarse puede. No pasó
+nada, absolutamente nada, porque no puede llamarse acontecimiento el
+que _doña Sola y Monda_ se acercase a los vidrios de la ventana para
+verle salir y que le estuviese mirando hasta que desapareció entre los
+olivos, caballero en el más desvencijado rocín que han visto cuadras
+toledanas. Ni es tampoco digno de mención el fenómeno (que no sabemos
+si será óptico o qué será) de que Sola le siguiese viendo aun después
+de que las ramas de los olivos y la creciente penumbra de la tarde
+ocultaran completamente su persona.
+
+La noche cayó sobre ella como una losa.
+
+Fatigado y displicente, con los hábitos arremangados y su gran caña de
+pescar al hombro, subía el padre Alelí la cuestecilla del olivar. Ya
+era de noche. Los muchachos acompañaban al fraile, trayendo el uno la
+cesta, otro los aparejos y el pequeño dos ranas grandes y verdes. Esto
+era lo único que el reino acuático había concedido aquella tarde a la
+expedición piscatoria de que era patrón el buen Alelí. Todas nuestras
+noticias están conformes en que tampoco en las tardes anteriores
+fueron más provechosas la paciencia del fraile y la constancia de los
+muchachos para convencer a las truchas y otras alimañas del aurífero
+río de la conveniencia de tragar el anzuelo; por lo que Alelí volvía de
+muy mal talante a casa, echando pestes contra el Tajo y sus riberas.
+
+Todavía distaba de la casa unas cincuenta varas, cuando encontró a Sola
+que lentamente bajaba como si se paseara, saliendo al encuentro de las
+primeras ondas de aire fresco que de los cercanos montes venían. Los
+niños menores la conocieron de lejos y volaron hacia ella, saludándola
+con cabriolas y gritos, o colgándose de sus manos para saltar más a
+gusto.
+
+—¿Usted por aquí a estas horas? —dijo Alelí deteniendo el paso para
+descansar—. La noche está buena y fresquecita. ¿Querrá usted creer
+que tampoco esta tarde nos han dicho las truchas esta boca es mía?
+Nada, pasan por los anzuelos y se ríen. Esos animalillos de Dios han
+aprendido mucho desde mis tiempos, y ya no se dejan engañar... Hola,
+hola, ¿no son estas pisadas de caballo? Por aquí ha pasado un jinete.
+Dígame usted: ¿ha enviado Benigno algún propio con buenas noticias?
+
+Sola dio un grito terrible, que dejó suspenso y azorado al bondadoso
+fraile. Fue que Jacobito puso una de las ranas sobre el cuello de la
+joven. Sentir aquel contacto viscoso y frío y ver casi al mismo tiempo
+el salto del animalucho rozándole la cara, fueron causa de su miedo
+repentino; que este modo de asustarse y esta manera de gritar son cosas
+propias de mujeres. Alelí esgrimió la caña como un maestro de escuela,
+y dio dos cañazos al nene.
+
+—¡Tonto, mal criado!
+
+—No, no han venido buenas noticias —dijo Sola temblando.
+
+Aquella noche cenaron como siempre, en paz y en gracia de Dios,
+hablando de Cordero y pronosticando su vuelta para un día próximo. La
+vida feliz de aquella buena gente no se alteró tampoco lo más mínimo
+en los siguientes días. Sola estaba triste; pero siempre en su puesto,
+siempre en su deber, y todas las ocupaciones de la casa seguían su
+marcha regular y ordenada. Ninguna cosa faltó de su sitio, ni ningún
+hecho normal se retrasó de su marcada hora. La reina y señora de la
+casa, inalterable en su imperio, lo regía con rectitud pasmosa, cual
+si ninguno de sus pensamientos se distrajese de las faenas domésticas.
+Interiormente fortalecía su alma con la conformidad, y exteriormente
+con el trabajo.
+
+Fuera de algunos breves momentos, ni el observador más perspicaz habría
+notado alteración en ella. Estaba como siempre, grave sin sequedad,
+amable con todos, jovial cuando el caso lo requería, enojada jamás. Sin
+embargo, cuando Crucita y ella se sentaban a coser, podían oírse en
+boca de la hermana de don Benigno observaciones como esta:
+
+—Pero, mujer, está _Mosquetín_ haciéndote caricias, y ni siquiera le
+miras.
+
+Sola se reía y acariciaba al perro.
+
+—Hace días que estás no sé cómo... —continuaba el ama de _Mosquetín_—.
+Nada, mujer, ya vendrán esos papeles; no te apures, no seas tonta. Pues
+qué, ¿han de estar en la China esos cansados legajos?... ¡Vaya cómo se
+ponen estas niñas del día cuando les llega el momento de casarse! Todo
+no puede ser a qué quieres boca. Menos orgullito, señora, que ya que
+el bobalicón de mi hermano ha querido hacerte su mujer, Dios no ha de
+permitir que este disparate se realice sin que te cueste malos ratos.
+
+Sola reía de nuevo y acariciaba a _Mosquetín_.
+
+Una mañana, los chicos, que se pasaban el día en la huerta haciendo de
+las suyas, empezaron a gritar: «Padre, padre». Don Benigno llegaba.
+Entró en la casa sofocado, ceñudo, limpiándose con el pañuelo el
+copioso sudor de su inflamado rostro, y dejándose caer en una silla con
+muestras de cansancio, no decía más que esto:
+
+—¡Los papeles!... ¡Los papeles!... ¡Don Felicísimo!...
+
+—¿Qué?... ¿Han parecido?... —le preguntó Sola con ansiedad.
+
+—¡Qué han de parecer!... ¡Barástolis! No hay paciencia para esto, no
+hay paciencia...
+
+
+
+
+XXIX
+
+
+¿Y cómo habían de parecer, Santo Dios, si el cura de La Bañeza, a
+consecuencia de una reyerta con el obispo de la diócesis, había hecho
+la gracia de huir del pueblo, después de arrojar a un pozo todos los
+libros parroquiales? Véase aquí por dónde la tremenda y sorda lucha que
+entre el régimen absolutista y el espíritu moderno estaba empeñada,
+había de estorbar la felicidad de aquel candoroso don Benigno, que
+aunque liberal, en nada se metía.
+
+Era el obispo de León, señor Abarca, absolutista furibundo de ideas y
+aragonés de nacimiento, con lo que basta para pintarle. De consejero
+áulico del rey y atizador de sus pasiones, pasó a la intimidad de
+don Carlos y a la dirección del partido de este, llegando a ser más
+tarde ministro universal de la corte de Oñate. El cura de La Bañeza
+se diferenciaba de su pastor en lo de liberal, y se le igualaba en lo
+de aragonés. Puede suponerse lo que sería una pendencia clerical y
+política entre dos aragoneses de sotana. El obispo tenía, entre otros
+defectos, el de los modos ásperos, los procedimientos brutales y las
+palabras destempladas; el cura, sobre todas estas máculas, tenía la de
+ser algo más presbítero de Baco que sacerdote de Cristo. Resistiose el
+cura a dejar la parroquia (que precisamente estaba a cuatro pasos de
+la taberna); insistió el obispo, salieron a relucir mil zarandajas,
+canónicas de un lado, liberalescas de otro, y al fin vencido el
+subalterno, escapó una noche antes de que le cayera encima el brazo
+secular; pero como hombre de ideas filosóficas, pensó que los libros
+parroquiales, por ser expresión de la verdad, debían estar como la
+verdad misma, en el fondo de un pozo.
+
+De orden de Su Ilustrísima hízose una información en el pueblo para
+restablecer los libros, y al cabo de algunos meses, don Benigno supo
+por Carnicero que en la partida de bautismo no había ya dificultades.
+Pero el demonio, que siempre está inventando diabluras, hizo que
+apareciese nueva contrariedad. Uno de los libros del registro de
+matrimonios se había conservado, y en el tal libro constaba que
+una Soledad Gil de la Cuadra había contraído nupcias en 1823.
+Indudablemente no era esta Soledad nuestra simpática heroína; pero
+mientras se ponía en claro, ji, ji (así lo decía don Felicísimo a su
+cliente Cordero), había de pasar algún tiempo, siendo quizás preciso
+llevar el asunto a un tribunal eclesiástico, pues estas delicadas cosas
+no son buñuelos que se hacen en un segundo.
+
+Así, entre obispos y curas aragoneses, pozos llenos de libros, agentes
+eclesiásticos y torna y vuelve y daca, el héroe de Boteros sufrió el
+martirio de Tántalo durante un año largo, pues hasta el verano de
+1832 no se allanaron las dificultades. Cuando don Felicísimo escribió
+a Cordero participándole este feliz suceso, añadía que solo faltaba
+una firma del señor obispo Abarca para que todo aquel grandísimo lío
+terminase.
+
+Durante esta larga espera, la familia de Cordero continuaba sin novedad
+en la salud y en las costumbres. El invierno lo pasaron en Madrid para
+atender a la educación de los niños y a la tienda, que don Benigno juró
+no abandonar mientras el edificio de sus felicidades no fuese coronado
+con la gallarda cúpula del casamiento. A la entrada de la primavera
+se trasladaron todos a los Cigarrales, acompañados de Alelí, que cada
+día tomaba más afición a la familia y se entretenía en enseñar a
+_Mosquetín_ a andar en dos pies.
+
+Innecesario será decir, pero digámoslo, que don Benigno, si bien
+trataba familiarmente a Sola, no traspasó jamás, en aquella larga
+antesala de las bodas, los límites del decoro y de la dignidad. Se
+estimaba demasiado a sí mismo y amaba a Sola lo bastante para proceder
+de aquella manera delicada y caballerosa, magnificando su ya magnífica
+conducta con el mérito nuevo de la castidad. Ni siquiera se permitía
+tutear a su prometida, porque el tuteo, decía, trae insensiblemente
+libertades peligrosas, y porque el decoro del lenguaje es siempre una
+garantía del decoro de las acciones.
+
+En este tiempo ocurrió también la dispersión de algunos personajes
+muy principales de esta historia. Salvador se fue a Andalucía, donde
+encontró abundancia de cuadros y antigüedades de mérito. Luego subió
+por Extremadura a Salamanca, vino a Madrid en febrero de 1832 a exigir
+de Carnicero el cumplimiento del pacto, y habiendo ocurrido dilaciones,
+celebraron un nuevo pacto-prórroga, que terminó cuatro meses después
+con feliz éxito el asunto. El aventurero vio al fin en sus manos la
+mitad de la herencia de su tío, gracias a las uñas de don Felicísimo,
+que acariciando la otra mitad, desenmarañó la madeja. Fue Salvador a
+París en la primavera para rendir cuentas a Aguado, y en el verano
+tornó a España y a Madrid para ultimar un asunto de vales reales que en
+la corte tenía.
+
+Jenara pasó en Madrid el invierno de 1831 a 1832, y en primavera se
+trasladó a Valencia, volviendo al poco tiempo para instalarse en San
+Ildefonso. La opinión pública que, tal vez sin motivo, le tenía mala
+voluntad, hacía correr acerca de su conducta rumores poco favorables,
+aunque eran de esos que cualquier dama ilustre de aquellos tiempos,
+y de estos y de todos los tiempos soporta sin detrimento alguno en
+el lustre de su casa, antes bien aumentándolo y viéndose cada día
+más obsequiada y enaltecida. Si en el año anterior fue tildada de
+aficionarse con exceso a la oratoria forense y parlamentaria, ahora
+decían de ella que se pirraba por la poesía lírica, prefiriendo sobre
+todos los géneros el _byroniano_, o sea de las desesperaciones y
+lamentos, sin admitir consuelo alguno en este mundo ni en el otro.
+
+Enorme escuadrón de amigos la despidió al marchar a la Granja. Adiós,
+gentil Angélica, engañadora Circe. No podemos seguirte aún. Nos llaman
+por algún tiempo en Madrid afecciones de literatos que nos son más
+caras que las propias niñas de nuestros ojos. Y era curioso ver cómo
+se iba encrespando aquel piélago de ideas, de temas literarios e
+imágenes poéticas del cafetín llamado Parnasillo. Sin duda, de allí
+había de salir algo grande. Ya se hablaba mucho y con ardor de un drama
+célebre estrenado en París el 25 de febrero de 1830, y que tenía el
+privilegio de dividir y enzarzar a todos los ingenios del mundo en
+atroz contienda. El asunto, según algunos de los nuestros, no podía
+ser más disparatado. Un príncipe apócrifo que se hace bandolero, una
+dama obsequiada por tres pretendientes, un viejo prócer enamorado y un
+emperador del mundo, son los personajes principales. Luego hay aquello
+de que todos conspiran contra todos, y de que pasan cosas históricas
+que la historia no ha tenido el honor de conocer jamás. Y hay un pasaje
+en que el prócer que aborrece al bandido lo salva del emperador; y
+luego el emperador se lleva la muchacha, y el bandolero se une al
+prócer; y como uno de los dos está de más porque ambos quieren a la
+señorita, el bandolero jura que se matará cuando el prócer toque un
+cierto cuerno que aquel le da en prenda de su palabra; y cuando todo va
+a acabar en bien porque el emperador ha perdonado a chicos y grandes
+y viene el casorio de los amantes con espléndida fiesta, suena el
+consabido cuerno: el príncipe bandolero recuerda que juró matarse, y,
+en efecto, se mata.
+
+Si a unos les parece esto el colmo del absurdo, a otros les parece
+de perlas. Riñen los exaltados con los retóricos, y en medio de las
+disputas sale a relucir una palabra que estos profieren con desprecio,
+aquellos con orgullo. ¡_Románticos_!... Aguarde un poco el lector
+que ya vendrán a su tiempo la amarillez del rostro, las largas y
+descuidadas melenas, las estrechas casacas. Por ahora el romanticismo
+no ha pasado a las maneras ni al vestido, y se mantiene gallardo y
+majestuoso en la esfera del ideal.
+
+El drama francés es un monstruo para algunos; pero ¡qué aliento de
+vida, de inspiración, de grandeza en este monstruo, pariente sin duda
+de las hidras calderonianas, ante cuya indómita arrogancia, a veces
+sublime, salvaje a veces, parecen gatos disecados las esfinges del
+clasicismo! Contra la frialdad de un arte moribundo protesta un arte
+incendiario; la corrección es atropellada por el delirio; las reglas,
+con sus gastados cachivaches, se hunden para dar paso a la regla
+única y soberana de la inspiración. Se acaba la poesía que proscribe
+los personajes que no sean reyes, y se proclama la igualdad en el
+colosal imperio de los protagonistas. Rómpese como un código irrisorio
+la jerarquía de las palabras nobles o innobles, y el pueblo, con su
+sencillez y crudeza nativa, habla a las musas de _tú_. Caen heridos
+de muerte todos los monopolios: ya no hay asuntos privilegiados, y al
+templo del arte se le abren unas puertas muy grandes para dar paso a
+la irrupción que se prepara. Se suprimen los títulos nobiliarios de
+ciertas ideas, y se ordena que el Mar, por ejemplo, que de antiguo
+venía metiendo bulla y soplándose mucho con los retumbantes dictados de
+Nereo, Neptuno, Tetis, Anfitrite, sea despojado de estos tratamientos
+y se llame simplemente Fulano de Tal, es decir, el _Mar_. Lo mismo les
+pasa a la Tierra, al Viento, al Rayo.
+
+Mucho podríamos decir sobre esta revolución que tuvimos la gloria de
+presenciar; pero damos punto aquí porque no es llegada aún la sazón de
+ella, y sus insignes jefes no eran todavía más que conspiradores. El
+café del Príncipe era una logia literaria, donde se elaboraba entre
+disputas la gloriosa emancipación de la fantasía, al grito mágico de
+¡_España por Calderón_!
+
+El teatro dormitaba solitario y triste; pero ya sonaban cerca las
+espuelas de _Don Álvaro_. _Marsilla_ y _Manrique_ estaban más lejos;
+pero también se sentían sus pisadas, estremeciendo las podridas tablas
+de los antiguos corrales. Comenzaba a invadir los ánimos la fiebre del
+sentimiento heroico, y las amarguras y melancolías se ponían de moda.
+
+Las grandes obras de Espronceda no existían aún, y de él solo se
+conocían el _Pelayo_, la _Serenata_ compuesta en Londres y otras
+composiciones de calidad secundaria. Vivía sin asiento, derramando a
+manos llenas los tesoros de la vida y de la inteligencia, llevando
+sobre sí, como un fardo enojoso que para todo le estorbaba, su genio
+potente y su corazón repleto de exaltados afectos. Unos versos
+indiscretos le hicieron perder su puesto en la Guardia Real. Fue
+desterrado a la villa de Cuéllar, donde se dedicó a escribir novelas.
+
+Vega había escrito ya composiciones primorosas; pero sin entrar aún
+en aquellas íntimas relaciones con Talía, que tanto dieron que hablar
+a la Fama; Bretón había vuelto de Andalucía, y con sin igual ingenio
+explotaba la rica hacienda heredada de Moratín; Martínez de la Rosa
+trabajaba oscuramente en Granada; Gallego vivía a la sazón en Sevilla;
+Gil y Zárate, perseguido siempre por la inquisitorial censura del padre
+Carrillo, había abandonado el teatro por una cátedra de francés.
+Caballero, Villalta, Revilla, Vedia, Segovia y otros insignes jóvenes
+cultivaban con brío la lírica, la historia y la crítica.
+
+Al propio tiempo la pintura de la vida real, es decir, del espíritu,
+lenguaje y modo de la sociedad en que vivimos, era acometida por un
+joven artista madrileño para quien esta grande empresa estaba guardada.
+
+Miradle. No parece tener más de veintiséis o veintisiete años. Es
+pequeño de cuerpo, usa anteojos, y siempre que mira parece que se
+burla. Es, más que un hombre, la observación humanada uniéndose a la
+gracia, y disimulando el aguijoncillo de la curiosidad maleante con el
+floreo de la discreción. De sus ojos parte un rayo de viveza que en un
+instante explora toda la superficie, y sin saber cómo se mete hasta el
+fondo, sacando los corazones a la cara; y al hacerlo parece que se ríe,
+como dando a entender que a nadie lastimará en sus disecciones de vivos.
+
+Este joven, a quien estaba destinado el resucitar en nuestro siglo
+la muerta y casi olvidada pintura de la realidad de la vida española
+tal como la practicó Cervantes, comenzó en 1832 su labor fecunda, que
+había de ser principio y fundamento de una larga escuela de prosistas.
+Él trajo el cuadro de costumbres, la sátira amena, la rica pintura
+de la vida, elementos de que toma su sustancia y hechura la novela.
+Él arrojó en esta gran alquitara, donde bulliciosa hierve nuestra
+cultura, un género nuevo, despreciado de los clásicos, olvidado de
+los románticos, y él solo había de darle su mayor desarrollo y toda
+la perfección posible. Tuvo secuaces, como Larra, cuya originalidad
+consiste en la crítica literaria y la sátira política, siendo en la
+pintura de costumbres discípulo y continuador de _El Curioso Parlante_;
+tuvo imitadores sin cuento, y tantos, tantos admiradores que, en su
+larga vida, los españoles no han cesado de poner laureles en la frente
+de este valeroso soldado de Cervantes.
+
+En 1831 escribió el _Manual de Madrid_, anunciando en él sus dotes
+literarias y una pasión que había de ocuparle toda la vida, la
+pasión de Madrid. En enero del año siguiente publicó _El Retrato_
+en las _Cartas Españolas_ de Carnerero, y tras _El Retrato_ vino
+sin interrupción esa galería de deliciosos cuadros matritenses, que
+servirá, el día en que la capital de España se pierda, para encontrarla
+aunque se meta cien estados bajo tierra. ¡Asombroso poder del ingenio!
+Aquellos revueltos tiempos en que se decidió la suerte de la nación
+española han quedado más impresos en nuestra mente por su literatura
+que por su historia; y antes que la Pragmática Sanción, y el Carlismo
+y la Amnistía, antes que el Auto acordado y la Corte de Oñate y el
+Estatuto, viven en nuestra memoria don Plácido Cascabelillo, don
+Pascual Bailón Corredera, don Solícito Ganzúa, don Homobono Quiñones y
+otras dignas personas nacidas de la realidad y lanzadas al mundo con el
+perdurable sello del arte.
+
+En agosto del mismo año de 1832 principió a salir el _Pobrecito
+Hablador_, de Larra. De este quisiéramos hablar un poco; pero el
+insoportable calor nos obliga a salir de Madrid.
+
+Antes de partir haremos una visita a don Felicísimo, en cuya casa
+hallamos grandísima novedad, y es que al cabo de no pocas dudas y
+vacilaciones, el insigne Pipaón se decidió a manifestar a Micaelita
+su propósito de tomarla por esposa, considerando que si buenos
+desperfectos tenía, con buenas talegas iban disimulados. Es opinión
+admitida por todos los historiadores que Micaelita no rezó ningún
+padrenuestro al oír nueva tan lisonjera de los labios del cortesano de
+1815. Don Felicísimo y doña Sagrario se regocijaron, pues no podían
+soñar mejor partido para aquel poco solicitado género que un individuo
+encaminado a ser, por sus prendas excepcionales, el Calomarde de los
+tiempos futuros.
+
+Nuestra buena suerte quiso que, al dar un vistazo al agente de asuntos
+eclésiasticos, halláramos al señor de Pipaón, que también se despedía.
+Deleitosa conversación se entabló entre los dos. Cuando el cortesano
+estrechó entre los suyos fuertísimos los dedos de corcho del señor don
+Felicísimo, este exhaló un hipo y dijo:
+
+—Me olvidaba... Querido Pipaón, puesto que va usted inmediatamente para
+allá, hágame el favor de llevar esta carta.
+
+Y diciéndolo, el anciano levantó el pie de cabrón con ademán que algo
+tenía de ceremonioso y cabalístico, como el mágico que alza cubiletes y
+descubre signos. El sobre de la carta de que se hizo cargo Pipaón decía:
+
+_Al señor don Carlos Navarro, en San Ildefonso._
+
+
+
+
+XXX
+
+
+En los primeros días del mes de septiembre, un viajero llegó a la
+Posada del Segoviano en la Granja, y pidió cuarto y comida, exigencias
+a que con tanto tesón como desabrimiento se negó el fondista. Era
+inaudita frescura venir a pedir techo y manteles en una posada que por
+su mucha fama y prez estaba llena de gente principal desde el sótano a
+los desvanes ¡Ahí era nada en gracia de Dios lo de personajes que en
+la casa había! Cuatro consejeros de Estado, un fiscal de la Rota, un
+administrador del Noveno y Excusado, dos brigadieres exentos, un padre
+prepósito, un definidor y seis cantores de ópera sobrellevaban allí con
+paciencia las incomodidades de los cuartos, y compartían el ayuno de
+las parcas comidas y mermadas cenas.
+
+—Perdone por Dios, hermano —dijo a nuestro viajero el implacable dueño
+del mesón, que reventaba de gordura y orgullo, considerando el buen
+esquilmo de aquel año, gracias al ansia de los partidos que tanta gente
+llevaba a San Ildefonso.
+
+Y el viajero redoblaba su amabilidad suplicante, en vista de la
+negativa venteril. Era tímido y circunspecto, quizá en demasía para
+aquel caso en que tenía que habérselas con la ralea de posaderos y
+fondistas.
+
+—Deme usted un cuchitril cualquiera —dijo—. No estaré sino el tiempo
+necesario para conseguir que Su Ilustrísima el señor Abarca eche una
+firma en cierto documento.
+
+—¿El señor Abarca?... Buena persona... Es muy amigo mío —replicó el
+ventero—. Pero no puedo alojarle a usted... como no sea en la cuadra.
+
+Ya se había decidido el atribulado señor a aceptar esta oferta, cuando
+acertó a pasar don Juan de Pipaón. El viajero y el cortesano se vieron,
+se saludaron, se abrazaron, y... ¿cómo había de consentir don Juan que
+un tan querido amigo suyo se albergara entre cuadrúpedos, teniendo él
+como tenía, en la casa de Pajes, dos hermosísimas y holgadas estancias,
+donde estaba como garbanzo en olla?
+
+—Venga conmigo el buen Cordero —dijo con generosa bizarría—, que le
+hospedaré como a un príncipe. La Granja rebosa de gente. Amigo —añadió
+hablándole al oído, cuando ambos marchaban hacia la casa de Pajes—, el
+rey se nos muere.
+
+—De modo que sobrevendrá...
+
+—El diluvio universal... Háblase de componer la cosa en familia. Pero
+vamos, vamos a que descanse usted.
+
+Cordero dio un suspiro, y ambos entraron en la casa. Después de un
+ligero descanso y del desayuno consiguiente, Cordero salió a ver los
+jardines.
+
+¡La Granja! ¿Quién no ha oído hablar de sus maravillosos jardines, de
+sus risueños paisajes, de la sorprendente arquitectura líquida de
+sus fuentes, de sus laberintos y vergeles?... Versalles, Aranjuez,
+Fontainebleau, Caserta, Schönbrunn, Postdam, Windsor, sitios donde
+se han labrado un nido los reyes europeos huyendo del tumulto de las
+capitales y del roce del pueblo, podrán igualarle, pero no superan al
+rinconcito que fundó el primer Borbón para descansar del gobierno. Y no
+hay más remedio que admirar esta pasmosa obra del despotismo ilustrado,
+reconociéndola conforme a la idea que la hizo nacer. El despotismo
+ilustrado fomentó la riqueza en todos los órdenes, desterró abusos,
+alivió contribuciones, acometió mejoras en bien del pueblo; pero todo
+lo sometió a una reglamentación prolija. Hacía el bien como una merced,
+y lo distribuía como se distribuye la sopa a los pobres recogidos en
+un asilo. Todo había de sujetarse a canon y a medida, y la nación,
+que nada podía hacer por sí, recibía los beneficios con arreglo a
+disciplina de hospital.
+
+El despotismo ilustrado da vida en el orden económico a los Pósitos,
+a los Bancos privilegiados, a los Gremios; en el orden político crea
+los pactos de familia, y en el artístico protege el clasicismo. Llega
+al fin un día en que pone su mano en la naturaleza, y entonces aparece
+Le Nôtre, el arquitecto de jardines. Este hombre somete la vegetación
+a la geometría, y hace jardines con teodolito. A su mando inapelable
+los árboles ya no pueden nacer libremente donde la tierra, el agua
+y Dios quisieron que naciesen, y se ponen en filas, como soldados,
+o en círculo, como bailarines. No basta esto para conseguir aquella
+conformidad disciplinaria, que es el mayor gusto del despotismo
+ilustrado, y son escogidos los árboles, como Federico de Prusia escoge
+a sus granaderos. Es preciso que todos sean de un tamaño y que las
+ramas crezcan con regularidad. El hacha se encarga de convertir un
+bosque en alameda, y surgen, como por encanto, esos bellos escuadrones
+de tilos y esas compañías de olmos, que parecen esperar el grito de un
+pino para marchar en orden de parada.
+
+El despotismo ilustrado y sus jardineros aspiran a más: aspiran a que
+la naturaleza no parezca naturaleza, sino un reino fiel sometido a la
+voluntad de su dueño y señor. Las tijeras, que antes solo eran arma
+de los sastres, son ahora la primera herramienta de horticultura, y
+con ella se establece una igualdad de vasallaje que confunde en un
+solo tamaño al grande y al chico. Es un instrumento de corrección
+como la lima de que tanto hablaban los clásicos, y que a fuerza de
+pulimentar hacía que todos los versos fueran igualmente fastidiosos.
+La tijera hace de los poéticos mirtos y del espeso boj las baratijas
+más graciosas que puede imaginarse. Córtalos en todas las formas, y
+talla guarniciones, muebles, dibujos, casitas, arcos, escudos, trofeos.
+Los jardineros redondean los árboles, dejándoles cual si salieran del
+torno, y las esbeltas copas se convierten en pelotas verdes. En el
+bajo suelo cortan y recortan el césped como se cortaría el paño para
+hacer una casaca, y luego bordan todo esto con flores vivas, que ponen
+donde la topografía ordena. Hacen mil juegos y mosaicos, tapicerías y
+arabescos. ¡Ay de aquella florecilla indisciplinada que se salga de
+su sitio! La arrancan sin piedad. La lozanía excesiva tiene pena de
+muerte, como la libertad entre los hombres.
+
+A un jardín le hacen parecer teatro, plaza, cementerio o cosa
+semejante. Resulta un lugar frío, triste, desabrido, que trae al
+pensamiento las tragedias en que Alejandro salía vestido de Luis XIV.
+Es preciso poner algo que anime aquella soledad, algo que se mueva.
+¿Quién será el juglar de este escenario amanerado? Pues el agua. El
+agua, que es la libertad misma, la independencia, el perpetuo correr,
+la risa y la alegría del mundo, es sacada de los plácidos arroyos, de
+las tranquilas lagunas, de los agrestes manantiales, sujeta con presas
+y trasportada en cañerías, y luego sometida al martirio inquisitorial
+de las fuentes, que la obligan a saltar y hacer cabriolas de un modo
+indecoroso. El clasicismo hortícola quiere que en todo jardín haya
+mucha mitología, faunos groseros, ninfas muy remilgadas, dioses
+pedantes, geniecillos traviesos. Pues todos estos individuos no tienen
+gracia si no echan un chorro de agua, quién por la boca, quién por
+ánforas y caracoles, aquel por todas las partes de su musgoso cuerpo, y
+diosa hay que arroja de sus pechos cantidad bastante para abrevar toda
+la caballería de un ejército.
+
+En la Granja, la fuente de la Fama escupe al cielo un surtidor de 184
+pies de altura, y el Canastillo traza en el espacio todo un problema
+geométrico con rayas de agua, mientras Neptuno, rigiendo sus caballos
+pisciformes, eleva a los aires sorprendente arquitectura de movible
+cristal, que con los juegos de la luz embelesa y fascina. Las fuentes
+de Pomona, Anfitrite y los Dragones también hacen con el agua los
+volatines más originales. Desde la plaza de las Ocho Calles se ven,
+con solo girar la mirada, todas las extravagancias de gimnástica y
+coreografía con que el pobre elemento esclavizado divierte a reyes y a
+pueblos. Los atónitos ojos del espectador dudan si aquello será verdad
+o será sueño, inclinándose a veces a creer que es un manicomio de ríos.
+
+Era primer domingo de mes, y corrían las fuentes. Toda la sociedad
+del Real Sitio estaba en los jardines disfrutando de la frescura del
+ambiente y de la perspectiva de los árboles, cosa bellísima aunque
+académica. Las damas de la corte y las que sin serlo habían ido a
+veranear, los militares de todas graduaciones, los señores y los
+consejeros, los lechuguinos, y, por último, la gente del pueblo, a
+quien se permitía entrar aquel día por causa del correr de las fuentes,
+formaban un conjunto tan curioso como rico en matices y animación. Por
+aquí corrillos de pastoreo cortesano como el que inspiró a Watteau, por
+allá rusticidades en crudo, más lejos Ariadnas que se quieren perder
+en laberintillos de boj, y por todas las rectas calles grupos que se
+cruzan, bandadas alegres que van y vienen. Como el agua salta risueña
+de las tazas de mármol, así surge la conversación chispeante de los
+movibles grupos. No se puede entender nada.
+
+Allá va Pipaón con su amigo. Al pasar oímos que este le dice:
+
+—Y Jenara ¿dónde está? No la he visto por ninguna parte.
+
+—¿Qué la has de ver, si ha ido a Cuéllar? —replicó el cortesano.
+
+Y perdiéronse entre el gentío elegante. El vestir ceremonioso era
+entonces de rúbrica en los paseos, y no había las libertades que
+la comodidad ha introducido después. Entonces ni el calor ni el
+esparcimiento estival eran razones bastantes para prescindir de la
+etiqueta, y así, lo mismo en el Prado de Madrid que en los jardines de
+San Ildefonso, el hombre culto tenía que encorbatinarse al uso de la
+época, que era una elegante parodia de la pena de muerte en garrote
+vil. ¡Ay de aquel cuya cabeza no se presentara sirviendo de cimiento a
+un mediano torreón de felpa negra o blanca con pelos como de zalea, ala
+estrecha y figura cónico-truncada que daba gloria verlo!
+
+Las solapas altas, las mangas de pernil, las apretadas cinturas, son
+accidentes muy conocidos para que necesitemos pintarlos. El paño oscuro
+lo informaba todo, y entonces no había las rabicortas americanas de
+frágil tela, ni los trajes cómodos, ni sombreros de paja, ni quitasoles.
+
+¿Pues y el vestido y los diversos atavíos de las damas? Entonces el
+peinarse era peinarse; había arquitectura de cabellos, y una peineta
+solía tener más importancia que el Congreso de Verona. Para calle las
+damas retorcían y alzaban por detrás su pelo, sujetándole en la corona
+con una peineta que se llamaba _de teja, de sofá_ o _de pico de pato_,
+según su forma. ¡Qué cosa tan bonita!, ¿no es verdad? Pues ved ahora
+por delante los rizos batidos, como una fila de pequeños toneles negros
+o rubios suspendidos sobre la frente. Esto era monísimo, sobre todo
+si se completaba tan lindo artificio con la cadena a la _Ferronière_
+y broche a la _Sévigné_ sujetando el cabello. Esto hacía creer que
+las señoras llevaban el reloj en el moño, de lo que resultaba mucho
+atractivo.
+
+Tentado estoy de describiros el peinado a la _jirafa_ con tres grandes
+lazos armados sobre un catafalco de alambre, los cuales lazos aparecían
+como en un trono, rodeados de una servil cohorte de rizos huecos.
+
+¡Cielos piadosos, quién pudiera ver ahora aquellas dulletas de
+inglesina tan pomposas que parecían sacos, y aquellos abrigos de _gros
+tornasol_, de casimir _Fernaux_ o tafetán de Florencia, guarnecidos
+de _rulós_ y trenza, todo tan propio y rico que cada señora era un
+almacén de modas! ¡Quién pudiera ver ahora resucitados y puestos en uso
+aquellos vestidos de invierno, altos de talle, escurridos de falda, y
+guarnecidos de marta o chinchilla! Lo más airoso de este traje era el
+_gato_, o sea un desmedido rollo de piel que las señoras se envolvían
+en el cuello, dejando caer la punta sobre el pecho, y así parecían
+víctimas de la voracidad de una cruel serpiente.
+
+Pero estas son cosas de invierno, y volvamos a nuestro verano y a
+nuestros jardines de la Granja. Todos los que esto lean, convendrán
+en que no podría darse cosa más bonita que aquellas mangas de jamón,
+abultadas por medio de ahuecadores de ballena, y con los cuales las
+señoras parecían llevar un globo aerostático en cada brazo. ¡Y dicen
+que entonces no había modas elegantes! ¿Pues y dónde nos dejan aquel
+talle, que por lo alto tocaba el cielo, y aquella falda, que intentaba
+seguir el mismo camino huyendo de los pies, y aquel escote recto por
+pecho y espalda, que a veces quería bajar al encuentro del talle y
+que disimulaba su impudencia con hipocresía de _canesús_ y sofisma
+de tules? Si no fuera porque las damas ataviadas en tal guisa se
+asemejaban bastante a una alcarraza, este vestido merecía haberse
+perpetuado. ¡Qué precioso era! Tenía la ventaja de no alterar las
+formas, y entonces el pecho era pecho y las caderas, caderas.
+
+¡Ay!, entonces también los pies eran pies, es decir, que no había
+esas falsificaciones de pies que se llaman botinas. Los zapateros no
+habían intentado aún enmendar la plana a Dios creando extremidades
+convencionales al cuerpo humano. ¿Y qué cosa más bonita que aquellas
+galgas y aquel cruzado de cintas por la pierna arriba hasta perderse
+donde la vista no podía penetrar? La suela casi plana, el tacón
+moderado, el empeine muy bajo, eran indudablemente la última parodia
+de aquellas sandalias que usaban las heroínas antiguas, y que servían
+para lo que no sirve ningún zapato moderno, para andar.
+
+Ni que me maten dejaré de hablar de las mantillas, las cuales entonces
+eran a propósito para echar abajo la teoría de que esta prenda no
+sirve para nada. Entonces las mantillas eran mantillas; como que había
+unas que se llamaban de toalla, y esto pinta su longitud. Aquellas
+prendas tapaban y tenían infinito número de pliegues, cuya disposición
+y gobierno, sometidos a la mano de la mujer que la llevaba, eran
+casi un lenguaje. La toquilla de ahora es un adorno; la mantilla de
+entonces era la persona misma. Las toquillas de hoy se _llevan_; las
+mantillas de entonces se _ponían_. Los pliegues relumbrones de su raso
+interior, el brillo severo de su terciopelo, la niebla negra de sus
+encajes, hechura fantástica de hilos tejidos por moscas, la pasamanería
+de sus guarniciones, reunían en derredor de una cara hermosa no sé
+qué misterioso cortejo de geniecillos, que ora parecían serios, ora
+risueños, y a su modo expresaban el pudor o la provocación, la reserva
+o el desenfado. El ideal se hizo trapo, y se llamó mantilla.
+
+En cambio de otras ventajas que el vestir moderno lleva al antiguo,
+aquellos tenían la de la variedad de tonos. Entonces los colores eran
+colores, y no como hogaño, variantes de gris, del canelo y de los
+tintes metálicos. Entonces la gente se vestía de verde, de colorado, de
+amarillo, y los jardines de la Granja, vistos a lo lejos, eran un prado
+de pintadas florecillas. El alepín, la cúbica, el tafetán de la reina,
+el _muaré antic_, las sargas, la inglesina, el _cotepali_, ofrecían
+variedad de bultos y colores. Los parisienses, que en esto de hacer
+modas se pintan solos, y cuando no pueden inventar formas y colores
+nuevos les dan nombres extraños, habían lanzado al mundo el color
+_jirafa_, el _pasa de Corinto_, el no menos gracioso _La Vallière_, el
+azul _Cristina_; pero los que verdaderamente merecen un puesto en la
+historia, son el color _ayes de Polonia_ y el _humo de Marengo_.
+
+El cuadro de interés indumentario con fondos de verdor académico que
+hemos trazado, carece aún de ciertos tonos fuertes que echará de menos
+todo el que hubiera contemplado el original. Con el pincel gordo
+apuntaremos en los primeros términos algunas manchas de encarnado
+rabioso, amarillo y pardo, que son las pintorescas sayas de las mujeres
+del campo venidas de los inmediatos pueblos. La elegancia de estos
+trajes se pierde en la oscuridad de los tiempos, y a nuestro siglo
+solo ha llegado una especie de alcachofa de burdos refajos, dentro de
+la cual, el cuerpo femenino no parece tal cuerpo, sino una peonza que
+da vuelta sobre los pies, mientras los hombres (aquí es preciso volcar
+sobre el cuadro toda la pintura negra), fajados y oprimidos dentro de
+las enjutas chaquetas y los ahogados pantalones y las medias de punto,
+parecen saltamontes puestos de pie, guardando la cabeza bajo anchísimo
+queso negro.
+
+El pincel más amanerado nos servirá para apuntar, oscilando sobre esta
+multitud de cabezas como las llamas de Pentecostés, los pompones
+de los militares; y si hubiera tiempo y lienzo pondríamos en último
+término, con tintas graciosas, un zaguanete de alabarderos que,
+semejante a un ejército de zarzuela, pasa por el jardín precedido de
+su música de tambor y pífanos. Lejos, más lejos aún que la vaporosa
+proyección del agua en el aire, ponemos la fachada del palacio,
+rectilínea, clásica, de formas discretas y limadas como los versos de
+una oda. ¡Ay!, en el momento en que lo contemplamos, gran gentío de
+cortesanos, militares y personajes de todas las categorías entra y sale
+por las tres grandes puertas del centro con afán oficioso. De pronto el
+murmullo alegre de las fuentes cesa, y todas dejan de correr. El agua
+vacila en los aires, los chorros se truncan, se desmayan, descienden,
+caen, como castillos fantásticos deshechos por la luz de la razón, y en
+estanques y tazones se extingue el último silbido de los surtidores,
+que vuelven a esconderse en sus misteriosas cañerías. En los jardines
+reina un estupor lúgubre; la gente se para, pregunta, contesta,
+murmura, y de boca en boca van pasando, como chispazos de pólvora
+fugaz, estas palabras: «El rey se muere, el rey se muere».
+
+Las puertas del palacio se abren de par en par. Entremos.
+
+
+
+
+XXXI
+
+
+—Se ha fijado la gota en el pecho...
+
+—Así parece.
+
+—Peligro inminente..., ¡muerte!
+
+—El Señor lo dispone así...
+
+El que tal dijo (y lo dijo con el aplomo del que está en los secretos
+de Dios y mantiene relaciones absolutamente familiares con Él) era
+un anciano corpulento, recio y hasta majestuoso, vestido de luengas
+ropas moradas. Parecía la efigie de un santo doctor bajado de los
+altares, y sus palabras querían tener una autoridad semidivina. Hablaba
+dogmáticamente y no admitía réplica. Era obispo y aragonés.
+
+Su interlocutor vestía también ropas talares, pero negras, sin adorno
+alguno ni preciadas insignias. No parecía tener más de treinta y cinco
+años, y se distinguía por su hermosura, como el obispo de León por su
+apostólica majestad. Era el padre Carranza, prepósito de los jesuitas,
+hombre listo si los hay, y además de cara bonita, calidad que avaloraba
+su extraordinaria elocuencia, de tal modo que cuando subía al púlpito
+parecía un ángel con sotana, celestial mensajero para proclamar con
+encantadora voz lo pecadores que somos. Por su elocuencia y talento (no
+por otras de sus eminentes cualidades, como la malignidad ha dicho
+alguna vez) ganó en absoluto la confianza de doña Francisca, a quien
+conoceremos en seguida.
+
+—Diga usted a Sus Altezas que Su Majestad me ha llamado para pedirme
+consejo en estas críticas circunstancias. En este momento Su Excelencia
+el señor Calomarde está en la cámara de Su Majestad, el cual..., Dios
+lo quiere así..., continúa en malísimo estado, en deplorable estado...
+Cúmplase la voluntad del Altísimo.
+
+Esto se decía en lujosa antecámara de esas que abundan en nuestros
+palacios reales, y que en su ornato y mueblaje ofrecían mezcla confusa
+del estilo Luis XV y del gusto neoclásico puesto en moda por el
+imperio francés. La tapicería era rica y graciosa; el piso, cubierto
+de finísimo junco, daba carácter español al recinto, y por el techo
+corrían, entre nubecillas semejantes a espuma de huevo batido, varias
+ninfas a lo Bayeu que parecían representaciones de la retórica de
+Hermosilla y de la poesía moratiniana, según las baratijas simbólicas
+que cada una llevaba en la mano para dar a conocer su empleo en el
+vasto reino de lo ideal. La luz que alumbraba la pieza era escasa;
+apenas se distinguía un Carlos IV en traje de caza que en la pared
+principal estaba, escopeta en mano, la bondadosa boca contraída por
+la sonrisa, con la vista un poco extraviada hacia el techo, cual si
+intentara dar un susto a las ninfas que por él se paseaban tranquilas
+sin meterse con nadie.
+
+La hermosa figura del obispo y el elegante cuerpo negro del jesuita
+concordaban admirablemente con aquel fondo o decoración palatina. Ambos
+dijeron algunas palabras precipitadas que no pudimos oír, y salieron
+a prisa por distintas puertas. Seguiremos al jesuita guapo, quien
+rápidamente nos llevó a otra monumental y vistosa sala, donde salieron
+a recibirle dos damas más notables por su rango que por su belleza.
+Eran la infanta doña Francisca y la princesa de Beira, brasileñas y
+ambiciosas. La primera habría sido hermosa si no afeara sus facciones
+el tinte rojizo, comúnmente llamado color de hígado. La segunda llamaba
+la atención por su arremangada nariz, su boca fruncida, su entrecejo
+displicente, rasgos de los cuales resultaba un conjunto orgulloso y
+nada simpático, como emblema del despotismo degenerado que se usaba por
+aquellos tiempos.
+
+El padre Carranza les habló con nerviosa precipitación, y ellas le
+oyeron con la complacencia, mejor dicho, con la fe que el buen señor
+les inspiraba, y en el ardiente y vivísimo coloquio, semejante a un
+secreteo de confesonario, se destacaban estas frases: «Dios lo dispone
+así... Veremos lo que resulta de ese consejo... ¿Y qué hará esa pobre
+Cristina?».
+
+Los tres pasaron luego a la pieza inmediata, solo ocupada en aquel
+momento por un hombre, en el cual conviene que nos fijemos por ser
+de estos individuos que, aun careciendo de todo mérito personal y
+también de maldades y vicios, dejan a su paso por el mundo más memoria
+y un rastro mayor que todos los virtuosos y los malvados todos de
+una generación. Hallábase sentado, apoyado el codo en el pupitre y la
+mejilla en la palma de la mano, serio, meditabundo, parecido por causa
+del lugar y las circunstancias a un grande emperador de cuyos planes y
+designios depende la suerte del mundo. Y la de España dependía entonces
+de aquel hombre, extraordinariamente pequeño para colocado en las
+alturas de la monarquía. Tenía todas las cualidades de un buen padre
+de familia y de un honrado vecino de cualquier villa o aldea; pero ni
+una sola de las que son necesarias al oficio de rey verdadero. Siendo,
+como era, rey de pretensiones, y, por lo tanto, batallador, su nulidad
+se manifestaba más, y no hubo momento en su vida, desde que empezó la
+reclamación armada de sus derechos, en que aquella nulidad no saliese a
+relucir, ya en lo político, ya en lo marcial. Era un genio negativo, o
+hablando familiarmente, no valía para maldita de Dios la cosa.
+
+Su Alteza se parecía poco al rey Fernando. Su mirada turbia y sin
+brillo no anunciaba, como en este, pasiones violentas, sino la
+tranquilidad del hombre pasivo, cuyo destino es ser juguete de los
+acontecimientos. Era su cara de esas que no tienen el don de hacer
+amigos; y si no fuera por los derechos que llevaba en sí como un
+prestigio indiscutible emanado del cielo, no habrían sido muchos los
+secuaces de aquel hombre frío de rostro, de mirar, de palabra, de
+afectos y de deseos, como no fuera el vehemente prurito de reinar. Su
+boca era grande y menos fea que la de Fernando, pues su labio no iba
+tan afuera; pero el gran desarrollo de su mandíbula inferior, alargando
+considerablemente su cara, le hacía desmerecer mucho. El tipo austríaco
+se revelaba en él más que el borbónico, y bajo sus facciones reales se
+veía pasar confusa la fisonomía de aquel espectro que se llamó Carlos
+II el Hechizado. A pesar del lejano parentesco, la quijada era la
+misma, solo que tenía más carne.
+
+Cuando entraron las infantas, don Carlos levantó los ojos de su
+pupitre, miró con tristeza a las damas, después a un cuadro que frente
+a él estaba, y era la imagen de la Purísima Concepción. El soberano
+de los apostólicos dio un suspiro como los que daba don Quijote en la
+presencia ideal de Dulcinea del Toboso, y luego se quedó mirando un
+rato a la pintura cual si mentalmente rezara.
+
+—Francisquita —dijo al concluir—, no me traigas recados, como no sean
+para darme cuenta de la enfermedad de mi adorado hermano. No quiero
+intrigas palaciegas, ni menos conspiraciones para sublevar tropa,
+paisanos o voluntarios realistas. Mis derechos son claros y vienen de
+Dios: no necesitan más que su propia fuerza divina para triunfar, y
+aquí están de más las espadas y bayonetas. No se ha de derramar sangre
+por mí, ni es necesario tampoco. Yo no conquisto, tomo lo mío de mano
+del Altísimo que me lo ha de dar. Esa, esa augusta Señora —añadió
+señalando el cuadro— es la patrona de mi causa y la generalísima
+de nuestros ejércitos: ella nos dará todo hecho sin necesidad de
+intrigas, ni de sangre, ni de conspiraciones y atropellos.
+
+Doña Francisca miró a la imagen bendita, y aunque era, como su ilustre
+esposo, mujer de sincera devoción, no parecía fiar mucho, en aquellos
+momentos, de la excelsa patrona y generalísima. La de Beira fue la
+primera que tomó la palabra para decir a Su Alteza:
+
+—Carlitos, no podemos estar mano sobre mano ni esperar los
+acontecimientos con esa santa calma tuya, cuando se van a decidir
+las cosas más graves. Nosotras no intrigamos, lo que hacemos es
+apercibirnos para cortar las intrigas que se traman contra ti, legítimo
+heredero del trono, y contra nosotras. No conspiramos; pero estamos a
+la mira de la conspiración asquerosa de los liberales, que ahora se
+llamarán _cristinos_, para burlar tus derechos, emanados de Dios, y
+alterar la ley sagrada de la sucesión a la corona. En este momento,
+Cristina, por encargo del rey, llama a consejo al ministro Calomarde,
+al obispo de León y al conde de la Alcudia. ¿Sabes para qué?
+
+—¿Para qué?
+
+—Para proponer un arreglo, una componenda —dijo prontamente doña
+Francisca, no menos iracunda que su hermana—. Pronto lo sabremos. Esa
+pobre Cristina apelará a todos los medios para embrollar las cosas y
+ganar tiempo, hasta que se desencadenen las furias de la revolución,
+que es su esperanza.
+
+—¡Un arreglo!... —dijo don Carlos con entereza—. ¿Con quién y de qué?
+Entre los derechos legítimos, sagrados y la usurpación ilegal no puede
+haber arreglo posible.
+
+Dijo esto con tanto aplomo, que parecía un sabio. Después miró a la
+Virgen como para tener la satisfacción de ver que ella opinaba lo mismo.
+
+—Basta de cuestiones políticas —dijo Su Alteza volviendo a tomar una
+actitud tranquila—. ¿Sigue Fernando más aliviado del paroxismo de esta
+tarde?
+
+—Hasta ahora no hay síntomas de que se repita...
+
+—Pero puede suceder que de un momento a otro...
+
+—¡Pobre Fernando! —exclamó don Carlos dando un gran suspiro y apoyando
+la barba en el pecho. Incapaz de fingimiento y de mentira, la
+apariencia tétrica del infante era fiel expresión de la vivísima pena
+que sentía. Amaba entrañablemente a su hermano. Para que todo fuera
+en desventaja de los españoles, Dios quiso que estos se dividieran en
+bandos de aborrecimiento, mientras los hermanos que ocasionaron tantos
+desastres vivieron siempre enlazados por el afecto más leal y cariñoso.
+
+Poco más de lo transcrito hablaron el infante y las dos damas,
+porque empezó a reunirse la camarilla en el salón inmediato, y doña
+Francisca y su hermana abandonaron a don Carlos para recibir a los
+aduladores, pretendientes y cofrades reverendos de aquella cortesana
+intriga. En poco tiempo llenose la cámara de personajes diversos:
+el conde de Negri, el padre Carranza, el embajador de Nápoles,
+vendido secretamente a los apostólicos desde mucho antes, y don Juan
+de Pipaón, que, según todas las apariencias, representaba en el
+seno de la comunidad apostólica a Calomarde. Luego aparecieron el
+obispo de León y el conde de la Alcudia, y entonces la cámara fue un
+hervidero de preguntas y comentarios. Vanidad, servilismo, adulación,
+los rostros pálidos, las palabras ansiosas, el respeto olvidado, el
+rencor no satisfecho, la esperanza cohibida por el temor... todo esto
+había bajo aquel techo habitado por sosas ninfas, entre aquellos
+tapices representando borracheras a lo Teniers, remilgadas pastoras, o
+cabriolas de sátiros en los jardines de Helicona.
+
+—Una proposición inaudita, señores —dijo el reverendo obispo con
+fiereza—. Veremos lo que opina el señor. Ahí es nada... Quieren que
+durante la enfermedad del rey se encargue del gobierno doña Cristina, y
+que el serenísimo señor infante sea... su consejero.
+
+Una exclamación de horror acogió estas palabras. La princesa de Beira
+casi lloraba de rabia, y a la orgullosa doña Francisca le temblaban los
+labios y no podía hablar.
+
+—Es una desvergüenza —se atrevió a decir Pipaón, que siempre quería
+dejar atrás a todos en la expresión extremada del entusiasmo apostólico.
+
+—Es una jugarreta napolitana —indicó Negri, que en estas ocasiones
+gustaba de decir algo que hiciera reír.
+
+—Es burlarse de los designios del Altísimo —afirmó Abarca, atento
+siempre a entrometer a la Divinidad en aquellas danzas.
+
+—Es simplemente una tontería —dijo el de la Alcudia—. Veamos la opinión
+de Su Alteza.
+
+El ministro y el obispo pasaron a ver a don Carlos, que hasta entonces
+tenía la digna costumbre de huir de los conventículos donde se
+ventilaban entre aspavientos y lamentaciones los intereses de su causa,
+y al poco rato salieron radiantes de gozo. Su Alteza había contestado
+con enérgica negativa a la proposición de la _madre de Isabelita_; que
+de este modo solían allí nombrar a la reina Cristina.
+
+Corrieron entonces los cortesanos del cuarto del infante a la cámara
+real, donde, en vista de la denegación, se buscaban nuevas fórmulas
+para llegar al deseado arreglo. Hora y media pasó en ansiedades y locas
+impaciencias. La reina y los ministros conferenciaban en la antecámara
+del rey. En la alcoba de este nadie podía penetrar, a excepción de
+Cristina, los médicos y los ayudas de cámara de Su Majestad. El infante
+no salía del rincón de su cuarto en que se recogía como un cenobita que
+hace penitencia; pero la bulliciosa infanta, la implacable princesa
+de Beira, su hijo don Sebastián y la mujer de este no se daban punto
+de reposo, inquiriendo, atisbando, en medio del vertiginoso ciclón de
+cortesanos que iba y venía y volteaba con mareante susurro.
+
+Al fin aparecieron el obispo y el conde de la Alcudia trayendo las
+nuevas proposiciones de arreglo. ¿Cuáles eran? «¡Una regencia compuesta
+de Cristina y don Carlos, con tal que este empeñase solemnemente su
+palabra de no atentar a los derechos de la princesa Isabel!». Tal era
+la proposición, que a unos parecía absurda, a otros insolente, a los
+más ridícula. Hubo exclamaciones, monosílabos de desprecio y amargas
+risas. «¡Los derechos de Isabelita!». Esta idea ponía fuera de sí a la
+enfática y siempre hinchada princesa de Beira.
+
+¿Y quién sabrá pintar la escena del cuarto de don Carlos, cuando el
+obispo y el ministro le comunicaron la última proposición de los reyes?
+Por todos los santos se puede jurar que el que tal escena vio no la
+olvidará aunque mil años viva. Nosotros, que la vimos presente, la
+tenemos cual si hubiera pasado ayer; ¿pero cómo acertar a describirla?
+Es tan rica de matices y al propio tiempo tan sencilla, que fácilmente
+se perderá en las manos del arte. ¡Pasó allí tan poca cosa, y fue de
+tanta transcendencia lo que allí pasó!... No hubo ruido; pero en el
+silencio grave de aquella sala se engendraron las mayores tempestades
+españolas del siglo.
+
+Al ver entrar al obispo y al ministro, seguidos de las infantas, don
+Sebastián y el agraciadísimo padre Carranza, levantose don Carlos
+solemnemente. Era hombre que sabía dar a ciertos actos una majestad
+severa que contrastaba con su llaneza en la vida privada. Mientras
+Alcudia leía el borrador del decreto en que se establecía la doble
+regencia, la princesa de Beira estaba lívida y doña Francisca mordía
+las puntas del pañuelo. Ambas hermanas vestían modestamente. ¿Quién
+olvidará sus talles altos, sus ampulosos senos, sus peinados de tres
+lazos y sus pañoletas de colores? Eran como dos estatuas de la ambición
+doméstico-palatina, erigidas en el centro del arco que formaba la
+comisión de príncipes y magnates. Miraban ansiosos a don Carlos, cual
+si temieran que el grande amor que al rey tenía venciera su entereza
+en aquel crítico instante, haciéndole incurrir en una debilidad que se
+confundiría con la bajeza.
+
+Don Carlos no tenía talento, pero tenía fe, una fe tan grande en sus
+derechos, que estos y los Santos Evangelios venían a ser para Su Alteza
+Serenísima una misma cosa. La fe, que en lo moral producía en él la
+honradez más pura y en los actos políticos una terquedad lamentable,
+fue lo que en tal momento salvó la causa apostólica, llenando de júbilo
+los corazones de aquellos señorones codiciosos y princesas levantiscas.
+Mientras duró la lectura, don Carlos no quitó los ojos del cuadro de
+la Purísima, a quien sería mejor llamar Capitana por las prerrogativas
+militares que el príncipe le había dado. Siguió a esto una pausa
+silenciosa, durante la cual no se oía más que el rumorcillo del papel
+al ser doblado por el conde de la Alcudia. Las infantas miraban a los
+labios de don Carlos, y don Carlos se puso pálido, alzó la frente, más
+ancha que hermosa, y tosió ligeramente. Parecía que iba a decir las
+cosas más estupendas de que es capaz la palabra humana, o a dictar
+leyes al mundo como su homónimo el de Gante las dictaba desde un rincón
+del Alcázar de Toledo. Con voz campanuda dijo así:
+
+—No ambiciono ser rey; antes por el contrario, desearía librarme de
+carga tan pesada, que reconozco superior a mis fuerzas... pero...
+
+Aquí se detuvo buscando la frase. Doña Francisca estuvo a punto de
+desmayarse, y la de Beira echaba fuego por sus ojos.
+
+—Pero Dios —añadió don Carlos—, que me ha colocado en esta posición, me
+guiará en este valle de lágrimas... Dios me permitirá cumplir tan alta
+empresa.
+
+Aún no se sabía qué empresa era aquella que Dios, protector decidido de
+la causa, tomaba a su cargo en este valle de lágrimas. El conde de la
+Alcudia, que a pesar de estar secretamente afiliado al partido de don
+Carlos quería cumplir la misión que le había dado el rey, dijo algunas
+palabras en pro de la avenencia. Pero entonces don Carlos, como si
+recibiera una inspiración del cielo, habló con facilidad y energía en
+estos términos, que son exactos y textuales:
+
+—«No estoy engañado, no, pues sé muy bien que si yo por cualquier
+motivo cediese esta corona a quien no tiene derecho a ella, me tomaría
+Dios estrechísima cuenta en el otro mundo, y mi confesor en este no me
+lo perdonaría; y esta cuenta sería aún más estrecha, perjudicando yo a
+tantos otros y siendo yo causa de todo lo que resultare; por tanto, no
+hay que cansarse, pues no mudo de parecer».
+
+Dijo, y se sentó cansado. Las infantas dejaron a sus abanicos
+la expresión del orgullo y vanagloria que sentían por aquellas
+cristianísimas palabras. ¿Qué cosa más admirable que un príncipe
+decidido a reinar sobre nosotros, no por ambición, no por deseo de
+aplicar al gobierno un entendimiento que se siente poderoso, sino
+por cristianismo puro, por temor de Dios y por miedo al infierno? En
+aquel breve discurso nos explicó Su Alteza Serenísima la clave de sus
+ideas, de su modo de hacer la guerra y de gobernar. No era ambicioso
+ni conquistador, sino una especie de cruzado de la Tierra Santa de
+sus derechos. Según él, Dios estaba profundamente interesado en aquel
+negocio; no se sabe lo que habría pasado en los reinos celestiales si
+al buen infante le da la mala tentación de dejar reinar a _Isabelita_.
+Es sabido que estas contiendas de familia se miran allá arriba como
+cosa de casa. Bien enterado estaba de todo el confesor de Su Alteza,
+que así le había pintado la imposibilidad de ser modesto, y la urgente
+precisión de ceñirse la corona, por estar así acordado allá donde se
+hacen y deshacen los imperios. ¿Y cómo se iba a atrever el pobre don
+Carlos a confesar en el temeroso tribunal de la penitencia el horrible
+delito de no querer ser rey? ¿Y además, no estaba de por medio la
+infeliz España, a quien Dios no podía abandonar? ¿Y qué era el príncipe
+más que el instrumento de Dios, protector decidido en todos tiempos
+de nuestra nación, con preferencia a todas las demás que ocupan la
+interesante Europa, la América lozana, la negra África y el Asia
+opulenta? ¡Instrumento de la Providencia! Esto y no otra cosa era don
+Carlos, y bien lo comprendía así el bueno, el evangélico, el seráfico
+obispo de León, cuando al salir de la cámara del infante se abrió paso
+entre la multitud de cortesanos, diciendo con entusiasmo:
+
+—¡Paso al partido del Altísimo!
+
+Olvidábamos decir que don Carlos, luego que dio aquella respuesta digna
+de un arcángel encargado de defender una celestial fortaleza sitiada
+por los pícaros demonios, habló con sus amigos y con su esposa y
+cuñada, repitiéndoles lo que ya les había dicho muchas veces, a saber:
+que se negaba resueltamente a apelar a las armas, que desaprobaba todas
+las conspiraciones fraguadas en su nombre, y que se le enterase cada
+poco rato del estado de la salud del rey.
+
+Luego se encerró en su oratorio, donde rezó gran parte de la noche,
+pidiendo a Dios, su superior jerárquico, y a la Limpia y Pura, su
+generala en jefe, que salvaran la vida de su amado hermano Fernando.
+Tal era, ni más ni menos, aquel don Carlos que en España ha llenado
+el siglo con su nombre lúgubre, monstruo de candor y de fanatismo, de
+honradez y de ineptitud.
+
+
+
+
+XXXII
+
+
+Agitábanse sin descanso los manipuladores de aquella intriga, pero
+ninguno como Pipaón, el correveidile de Calomarde, el que tan pronto
+llevaba un recado al embajador de Nápoles, caballero Antonini, como un
+papelito al padre Carranza para que lo diera a las infantas. Cuando el
+barullo cesó en los salones y empezó a reinar un poco de sosiego, el
+bueno de Bragas retirose con Calomarde y Carranza a una pieza remota,
+donde estuvieron charlando acaloradamente y revolviendo papeles y
+haciendo números hasta por la mañana. Cuando amaneció tenía la augusta
+cabeza tan caldeada por el cúmulo de ideas y proyectos que en aquella
+cavidad bullían, que juzgó prudente no acostarse y salir a los jardines
+para dar por ellos algunas vueltas.
+
+Largo rato estuvo recorriendo alamedas y bosquecillos de tallado mirto,
+sin parar mientes en la hermosura de la naturaleza en tal hora, porque
+su ambición ocupaba al cortesano todas las potencias y sentidos. Así,
+la deliciosa frescura de la mañana, el despertar de los pajarillos, la
+quietud soñolienta de la atmósfera, la gala de las flores humedecidas
+por el rocío, eran para aquel infeliz esclavo de las pasiones como
+páginas de un idioma desconocido, del cual no comprendía ni una letra
+ni un rasgo.
+
+Ciego para todo, menos para su loco apetito, no veía sino la cartera
+ministerial, el sueldazo, las obvenciones, las veneras, el título de
+nobleza, y todo lo demás que del próximo triunfo de los apostólicos
+podía obtener.
+
+Junto a la fuente de Pomona tropezó con don Benigno Cordero, que volvía
+de su paseo matinal. Era hombre que madrugaba como los pájaros y daba
+paseos de leguas antes del desayuno. Aquella mañana el héroe estaba
+tan meditabundo como Pipaón; pero por diferentes motivos.
+
+—No he dormido en toda la noche, señor don Benigno —dijo el cortesano
+con énfasis—. Hemos trabajado para evitar derramamiento de sangre. El
+rey se nos muere hoy: quizá no llegará a la noche. ¡España por don
+Carlos!
+
+—Yo tampoco he dormido; pero no me desvelan a mí esas trapisondas
+palaciegas, no —repuso el héroe melancólico—. Barástolis,
+rebarástolis..., ¡pensar que hasta ahora no he podido conseguir de
+ese intrigante la cosa más fácil y sencilla que se puede pedir a un
+obispo!... ¡Una firma, una, don Juan, una firma! He prometido una
+gran cesta de albaricoques, amén de otras cosas, al familiar de Su
+Ilustrísima y... ni por esas... Su Ilustrísima no se puede ocupar de
+eso; Su Ilustrísima se debe al rey y al estado y al... ¿En qué país
+vivimos? ¿Se tratan así los intereses más respetables? ¿Es esto ser
+obispo?... ¡Le digo a usted, amigo don Juan, que estoy de obispos hasta
+la corona!... ¿Qué es lo que pido? Una firma, nada más que una firma en
+documento corriente, informado y vuelto a informar, y que ha pasado por
+más manos que moneda vieja... ¡Oh, malhadada España! ¡Y estos hombres
+hablan de regenerarte!
+
+¡Una firma, nada más que una firma! Indudablemente el revoltoso obispo
+debía ser ahorcado. Pipaón consoló a su amigo lo mejor que pudo,
+prometiéndole recomendar el caso a Su Ilustrísima, y conseguirle si
+triunfaban los apostólicos, no una firma, sino cuatro o cinco docenas
+de ellas.
+
+Cuatro o cinco docenas de _Barástolis_ echó después de su boca don
+Benigno, y juntos él y Bragas se dirigieron hacia la casa de Pajes.
+
+—Si estuviera aquí Jenarita —decía Cordero—, ella, con su irresistible
+poder, haría firmar a ese condenado.
+
+Pipaón se acostó; pero llamado a poco rato por Su Excelencia, tuvo que
+dejar el blando sueño para acudir a los cónclaves que se preparaban
+para aquel día. El inconsolable y aburridísimo Cordero, luego que
+se desayunó, volvió a los jardines, único punto donde hallaba algún
+esparcimiento en su tristeza, y no había llegado aún a la Fuente de la
+Fama, cuando topó con Monsalud, que venía de malísimo talante. El día
+anterior se habían visto y saludado un momento, como amigos antiguos
+que eran desde las trapisondas de la Milicia nacional el año 22,
+memorable por la hazaña del nunca bastante célebre arco de Boteros.
+Alegrose don Benigno de verle, por tener alguien con quien hablar en
+aquella desolada corte, tan llena de interés para otros y para él más
+triste y solitaria que un desierto. De manos a boca Monsalud le habló
+de Sola, del casamiento, y tales elogios hizo de ella y con tanto
+calor la nombró, que Cordero sintió inexplicables inquietudes en su
+alma generosa. No sabía por qué le era desagradable la persona y la
+amistad de aquel hombre, protector y amigo de su futura en otro tiempo,
+y luego nombrado en sueños por ella. Recordó claramente cuán triste
+se ponía la huérfana si le faltaban cartas de él, y cuánto se alegraba
+al recibir noticias suyas; pero al mismo tiempo le consoló el recuerdo
+de la perfecta sinceridad, signo de pureza de conciencia, con que Sola
+le supo referir su entrevista con Salvador en los Cigarrales, mientras
+Cordero estaba en Madrid ocupado de los nunca bastante vituperados
+papeles. Recordó muchas cosas: unas que le agitaban, otras que calmaban
+su inquietud, y, por último, la fe ciega que tenía en el afecto puro y
+sencillo de la que iba a ser su señora le confortaba singularmente. No
+obstante, quiso evitar la compañía de aquel hombre, y ya preparaba la
+conversación para buscar un pretexto de ausencia, cuando Salvador dijo:
+
+—Reniego de esta cansada y revoltosa corte. Aquí estoy hace seis días
+atado por una pretensión sencilla y fácil, y aunque tengo relaciones
+en Palacio, nada puedo conseguir. A usted no le sorprenderá el saber
+que lo que pretendo no es más que una firma, nada más que una firma
+en documento corriente. Pero el señor Calomarde, que para daño eterno
+de nuestro país sigue sin reventar todavía, no se ha decidido aún a
+tomar la pluma. ¡Y de que la tome y rubrique dependen mi fortuna y mi
+porvenir!
+
+—Nuestra cuita es la misma —exclamó don Benigno sintiéndose consolado
+con la desgracia ajena—. Yo también me aburro y me desespero y me quemo
+la sangre solo por una firma.
+
+—¡Qué ministros!
+
+—Están intrigando para arrancar al rey un codicilo que dé la corona a
+don Carlos.
+
+—¡Qué menguados hombres!... ¡Que una nación esté en tales manos!...
+
+—Y según los vientos que corren, barástolis, lo estará para _in
+eternum_. La consigna de esa gente es que el rey se muere hoy. Parece
+que han sobornado al Altísimo.
+
+—Es gracioso.
+
+—Ya tratan a don Carlos de Majestad.
+
+—Lo creo. Será rey. Vamos progresando. ¿Piensa usted emigrar?
+
+—¿Yo? —dijo Cordero sorprendido—. Si triunfa ese partido brutal lo
+sentiré mucho, porque, en fin, tengo ideas liberales... algo ha leído
+uno en autores filosóficos...
+
+—Sí, ya sé que lee usted a Rousseau. Rousseau dice: «no hay patria
+donde no hay libertad». ¿Piensa usted emigrar?
+
+—Emigrar no, porque no me mezclo en política. Viviré retirado de estos
+trapicheos, dejándoles que destrocen a su antojo lo que todavía se
+llama España, y con ellos se llamará como Dios quiera. Un padre de
+familia no debe comprometerse en aventuras peligrosas. Usted...
+
+—Yo no soy padre de familia ni cosa que lo valga —dijo el otro dejando
+traslucir claramente una pena muy viva—. No tengo a nadie en el
+mundo. No hay casa, ni hogar, ni rincón que guarden para mí un poco
+de calor; soy tan extranjero aquí como en Francia; soy esclavo de la
+tristeza; no tengo en derredor mío ningún elemento de vida pacífica;
+la última ilusión la perdí radicalmente; vivo en el vacío; no tengo,
+pues, otro remedio, si he de seguir existiendo, que lanzarme otra vez
+a las aventuras desconocidas, a los caminos peligrosos de la idea
+política, cuyo término se ignora. Mi antigua vocación de revolucionario
+y conspirador, que estaba amortiguada y como vencida en mí, vuelve a
+nacer ahora, porque el freno que le puse se ha roto, porque la vocación
+nueva con que traté de matar aquella se ha convertido en humo. Hay que
+volver al humo pasado, a las locuras, a la lucha, a las ideas, cuya
+realización, por lo difícil, toca los límites de lo imposible.
+
+Don Benigno le oía con estupor. Habíanse internado en uno de aquellos
+laberintos hechos con tijeras, que parecen decoraciones teatrales
+construidas para una sosa comedia galante, o para una opereta de
+Metastasio. Solidarias y placenteras estaban las callejuelas y las
+bovedillas verdes. Nadie podía oírles allí. Salvador no puso trabas a
+su lengua, y se expresó de este modo:
+
+—Cuando vine aquí persistía en mi propósito de huir para siempre de
+la política; pero sin determinar aún qué dirección o empleo había de
+dar a mi pensamiento y a mi voluntad. No se puede vivir de monólogos,
+como yo vivo ahora. Mi desgracia o mi fortuna, que esto no lo sé
+bien, quisieron que entrara algunas veces en Palacio. Allí traté a
+gentilhombres y cortesanos, hice amistad con ministriles y empleadillos
+menudos; todo por el negocio maldito de esta rúbrica que pido a Su
+Excelencia y que no me quiere dar. Además soy amigo de un montero
+de Espinosa, que me ha enterado de todo lo ocurrido ayer y anoche.
+¡Qué cosas, amigo mío; qué horrores! Si cuando se lee la historia
+sentimos emociones tan hondas y queremos ser actores en los sucesos
+pintados, ¿qué será cuando vemos la historia viva, antes de ser libro,
+y asistimos a los hechos antes de que sean páginas? El drama de anoche
+me ha espeluznado. Pues se prepara otro drama, junto al cual el de
+anoche será comedia. No, no es posible ver esto como se ven por anteojo
+los muñecos y las vistas de un _tutilimundi_. De repente me he sentido
+exaltado, y mis antiguas vocaciones renacen con ímpetu irresistible.
+
+—Cuidado, cuidado —dijo don Benigno, temeroso del sesgo peligroso que
+aquella conversación tomaba—. Los arbolitos oyen; chitón. Le veo a
+usted en camino de ser un cristino furibundo.
+
+—Yo no sé por qué camino voy: solo sé que cuando veo a esa reina
+joven, hermosa, inocente de todos los crímenes del absolutismo; cuando
+considero sus virtudes y la piedad con que asiste al rey enfermo, que
+solo merece lástima; cuando veo los peligros que la cercan, los infames
+lazos que se le tienden y el desdén con que la miran los mismos que
+hace poco se arrastraban a sus pies, siento arder la sangre en mis
+venas, y no sé qué daría, créame usted, don Benigno, por hallarme en
+situación de enseñar a estos murciélagos apostólicos cómo se respeta
+a una señora y a una reina. En la corona que no han podido quitarle
+todavía, y que sobre su hermosa frente tiene mayor brillo, veo la
+monarquía templada que celebra alianzas de amistad con el pueblo; pero
+en la corona de hierro que esos clérigos y cortesanos intrigantes están
+forjando en el cuarto de don Carlos, veo la monarquía desconfiada,
+implacable, que no admite más derechos que los suyos. No, no hay ya
+en España caballeros, si España consiente que esa turba de fanáticos
+expulse a la reina y arrebate la corona a su hija...
+
+—Sí, sí —exclamó Cordero sintiendo que revivía lentamente en su alma el
+antiguo entusiasmo liberalesco—. Pero cuidado, mucho cuidado, amigo.
+Lo que usted dice es peligrosísimo. Todo el Real Sitio es de los
+apostólicos. No nos metamos en lo que no nos importa.
+
+—¿Cómo que no nos importa? —dijo el otro con viveza—. Es cuestión de
+vida o muerte, de ser o no ser. En estos momentos se está decidiendo,
+y pronto se probará, si los españoles no merecen otro destino que el
+de un hato de carneros o si son dignos de llamar nación a la tierra en
+que viven. Yo, que había tomado en aborrecimiento las revoluciones y el
+conspirar, ahora siento en mí un apetito de rebeldía que me llevaría a
+las mayores locuras si viera junto a mí quien me ayudase. Desanimado
+ayer y deseoso de la oscuridad, hoy, que la vida doméstica me es negada
+por Dios, quisiera tener medios de revolver a España, y amotinar
+gente, y romper todos los lazos, y levantar todos los destierros, y
+desencadenar cuanto encadena este régimen brutal. Yo iría a esa reina
+atribulada y le diría: «Señora, lance Vuestra Majestad un grito, un
+grito solo en medio de este país que parece dormido y no está sino
+asustado. No tema Vuestra Majestad; estas situaciones se vencen con el
+valor y la confianza. Abra Vuestra Majestad las puertas de la patria
+a los emigrados, a todos absolutamente sin distinción. Para vencer
+al infante se necesita una bandera; para hacer frente a un principio
+se necesita otro; nada de términos medios ni acomodos vergonzosos;
+esa gente pide todo o nada; pues nada, y guerra a muerte. Levántese
+Vuestra Majestad y ande con paso seguro; no se deje asustar por los
+errores de los que no han sabido establecer la libertad. Es preciso
+tolerarles como son, porque son la salvación, y si aseguran el trono
+y la libertad, sus imperfecciones y extravíos les serán perdonados. Y
+entonces, Señora, se alzará del seno de España, oprimida y deseosa de
+mejor suerte, un sentimiento, un prurito incontrastable, y miles de
+hombres generosos se agruparán al lado de Vuestra Majestad protestando
+con la voz y con la espada de que quieren por soberana a la reina del
+porvenir, la reina liberal, Isabel II».
+
+
+
+
+XXXIII
+
+
+—¡Chitón, chitón por todos los santos del cielo! —dijo don Benigno
+poniéndole la mano en la boca para hacerle callar.
+
+Participaba el héroe de aquel noble ardor; pero temía que tales
+demostraciones les trajeran a entrambos algún perjuicio. Tembloroso
+y ruborizado, Cordero llevó a su amigo fuera del verde laberinto,
+incitándole a que callara, porque —y lo dijo en la plenitud de la
+convicción— si el obispo Abarca y el ministro Calomarde llegaban a
+tener noticia de lo que se habló en los jardines, no firmarían ni en
+tres siglos. Salvador tranquilizó al buen comerciante sobre aquel
+endiablado negocio de las firmas, y cuando se separaron invitole a que
+comieran juntos aquella tarde. Excusose don Benigno, por sentirse, al
+oír la invitación, tocado de aquella misma inquietud o recelo de que
+antes hablamos; pero las reiteradas cortesanías del otro le vencieron
+al fin. Mientras Cordero entraba en la casa de Pajes pensando en el
+convite, en la muerte del rey, en la firma, y, sobre todo, en su
+familia de los Cigarrales, Salvador penetró en Palacio y no se le vio
+más en todo el día.
+
+Era aquel el 18 de septiembre, día inolvidable en los anales de la
+guerra civil, porque si bien en él no se disparó un solo cartucho, fue
+un día que engendró sangrientas batallas; un día en el cual se puede
+decir figuradamente que se cargaron todos los fusiles y cañones. Desde
+muy temprano volvió a reinar el desasosiego en Palacio. Su Majestad
+seguía muy grave, y a cada vahído del monarca la causa apostólica daba
+un salto en señal de vida y buena salud: así es que cuando circulaban
+noticias desconsoladoras no se veía el dolor pintado en todas las
+caras, como sucede en ocasiones de esta naturaleza, aun en regios
+alcázares, sino que a muchos les bailaban los ojos de contento, y
+otros, aunque disimulaban el gozo, no lo hacían tanto que escondieran
+por completo la repugnante ansiedad de sus corazones corrompidos.
+
+En medio de esta barahúnda, la reina apuraba sola en el silencio
+lúgubre de la alcoba regia el cáliz amargo de la situación más triste
+y desairada en que pueda verse quien ha llevado una corona. Los
+cortesanos huían de ella; a cada hora, a cada minuto veía disminuir el
+número de los que parecían fieles a su causa, y cada suspiro del rey
+moribundo producía una defección en el débil partido de la reina. El
+día anterior aún tenía confianza en la guardia de Palacio; pero desde
+la mañana del 18 las revelaciones de algunos servidores leales la
+advirtieron de que, muerto el rey, la guardia y probablemente todas las
+fuerzas del Real Sitio abrazarían el partido del infante.
+
+Cristina se vistió en aquellos días el hábito de la Virgen del Carmen,
+y con la saya de lana blanca estaba más guapa aún que con manto regio
+y corona de diamantes. No salía de la real alcoba sino breves momentos,
+cuando el rey parecía sosegado y ella necesitaba ver a sus hijas, o
+desahogar su pena en llanto amarguísimo, derramado sin testigos en su
+cámara particular. Allí también habla bullicio y movimiento, porque la
+servidumbre arreglaba las maletas y embaulaba el ajuar de la reina en
+previsión de una fuga precipitada.
+
+Por la noche Cristina no dormía. Sentada junto al lecho del rey,
+vigilaba su enfermedad, atendía a sus dolores, preparaba por sí
+misma las medicinas y se las daba, dirigíale palabras de esperanza y
+consuelo, no permitía que los criados hicieran cosa alguna que pudiera
+hacer ella, esclava entonces de sus deberes de esposa con tanto rigor
+como la compañera del último súbdito del tirano enfermo. Haciendo
+entonces lo que no suelen ni saben hacer generalmente las reinas, María
+Cristina se puso una corona de esas que no están sujetas a los azares
+de un destronamiento ni a los desaires de la abdicación.
+
+La historia no dice lo que pasó por la mente del atormentador de España
+al ver que en pago de sus violencias, de su bárbaro orgullo, de sus
+vicios y de su egoísmo brutal, Dios le enviaba aquel ángel en su última
+hora para que el autor de tantas agonías viera endulzada la suya y
+pudiera morirse en paz, como se mueren los que no han hecho daño a
+nadie. Cuando se entraba en la alcoba real, no se podía ver sin horror
+el enorme cuerpo del rey en el lecho, hinchado, inmóvil, oprimido por
+bizmas, ungido con emplastos, que a pesar de sus virtudes no vencían
+los dolores; hecho todo una miseria; conjunto lastimoso de desdichas
+físicas, que así remedaban la moral más perversa que ha informado un
+alma humana.
+
+Su rostro variaba entre el verdoso de la muerte y el amoratado de la
+congestión. Ligeramente incorporado sobre las almohadas, su cabeza
+estaba inerte, su mirada fija y mortecina, su nariz colgaba cual si
+quisiera caer saltando al suelo, y de su entreabierta boca no salía
+sino un quejido constante, que en los breves momentos de sosiego era
+estertor difícil. Por fin le tocaba a él también un poco de potro.
+Debía de estar su conciencia bastante despierta en aquellos momentos,
+porque no se quejaba desesperado como si en el fondo de su alma
+existiese una aprobación de aquel horrible quebrantamiento de huesos y
+hervor de sangre que sufría. La cama del rey, por el estado de aquel
+desdichado cuerpo que desde algún tiempo vivía corrompiéndose, parecía
+más bien un ensayo de las descomposiciones del sepulcro. Esto solo es
+un elocuente elogio de la cristiana abnegación de la reina.
+
+Había en la alcoba dos o tres crucifijos e imágenes, solicitados por la
+piedad de Cristina para que no permitieran que España se quedara sin
+rey. Mas por el momento no había síntomas de que tan noble anhelo fuera
+atendido, porque Fernando VII se moría a pedazos. Aquella masa inerte,
+tan solo vivificada por un gemido, no era ya rey, ni siquiera hombre.
+Hacia el mediodía se temió la pérdida absoluta de las facultades
+mentales, y antes que esto llegara se reconoció la necesidad de dar
+solución al tremendo conflicto. Una chispa de razón quedaba en el
+espíritu del rey. Era urgente, indispensable, que a la débil luz de esa
+chispa se resolviese el problema.
+
+Cristina hubiera dilatado aquel momento, ganando algunas horas para dar
+tiempo a que llegara su hermana la infanta doña Carlota, mujer de brío
+y resolución para tal caso. Desde que se agravó Su Majestad le habían
+enviado correos al Puerto de Santa María, rogándola que viniese, y ya
+la infanta debía de estar cerca, quizás en Madrid, quizás en camino
+del Real Sitio. Pero el aniquilamiento rápido del enfermo no permitía
+esperar más. Entraron, pues, en la real cámara tres figuras horrendas:
+Calomarde, el de la Alcudia y el obispo de León. La reina y el confesor
+del rey habían llegado poco antes y estaban a un lado y otro de Su
+Majestad, Cristina casi tocando su cabeza, el clérigo bastante cerca
+para hablar al oído del pobre enfermo. Había llegado un momento en que
+ninguna alma cristiana podía conservar rencor ante tanta desdicha. No
+era posible ver a Fernando VII en aquel trance sin sentir ganas de
+perdonarle de todo corazón.
+
+Los tres temerosos figurones se situaron a los pies de la cama, después
+de besar uno tras otro con apariencia cariñosa aquella mano lívida que
+había firmado tantas atrocidades. El obispo estaba grave, imponente,
+como quien suponiéndose con autoridad divina, se cree por encima de
+todas las miserias humanas; el conde de la Alcudia triste y acobardado
+por la solemnidad del momento, y Calomarde, el hombre rastrero y vil,
+cuya existencia y cuyo gobierno no fueron más que pura bajeza y engaño,
+arqueaba las cejas mucho más que las arqueaba de ordinario, pestañeaba
+sin cesar y hacía pucheros. Cruel con los débiles, servil con los
+poderosos, cobarde siempre, este hombre abominable adornaba con una
+lagrimilla la traición infame que a su amo hacía en los umbrales de la
+muerte.
+
+Quien presenció aquella escena terrible cuenta que la luz de la
+estancia era escasa; que los tres consejeros estaban casi en la sombra;
+que el rey volvía su rostro hacia la reina, vestida de hábito blanco;
+que hubo un momento en que el confesor no hacía más que morderse las
+uñas; que la hermosura de Cristina era la única luz de aquel cuadro
+sombrío, intriga política, horrible fraude, vil escamoteo de una corona
+perpetrado al borde de un sepulcro.
+
+Cuenta también el testigo presencial de aquella escena que el primero
+que habló, y habló con entereza, fue el obispo de León. Puesto de pie,
+parecía que llegaba al techo. Su voz hueca de sochantre retumbaba
+en la cámara como voz de ultratumba. Aquel hombre, tan rígido como
+astuto, principió tocando una fibra del corazón del rey: habló de
+_las inocentes niñas_ de Su Majestad y de la _virtuosa reina_, que
+según él corrían gran peligro si no pasaba la corona a las sienes de
+don Carlos. Después pintó el estado del reino, en el cual, según
+dijo, no había un solo hombre que no fuera partidario de la monarquía
+eclesiástica representada por el infante.
+
+Fernando dio un gran suspiro y fijó sus aterrados ojos en el obispo.
+Este se sentó. Puesto en pie, Calomarde dijo que su emoción al ver en
+aquel estado al mejor de los reyes, y al mejor de los padres, y al
+mejor de los esposos, y al mejor de los hombres, no le permitía hablar
+con serenidad; dijo que se veía en la durísima precisión de no ocultar
+a su amado soberano la verdad de lo que ocurría; que había tanteado
+el ejército, y todo el ejército se pronunciaría por don Carlos si no
+se modificaba en favor de este la Pragmática sanción del 29 de marzo
+de 1830; que los voluntarios realistas, sin excepción de uno solo,
+proclamaban ya abiertamente como rey de derecho divino al mismo señor
+don Carlos, y que para evitar una lucha inútil y el derramamiento de
+sangre, convenía a los intereses del reino...
+
+El infame hacía tales pucheros que no pudo continuar la frase. Sintiose
+que el cuerpo dolorido del rey se estremecía en su cama o potro de
+angustia. Oyose luego la voz moribunda, que dijo entre dos lamentos:
+
+—-Cúmplase la voluntad de Dios.
+
+El confesor silbó en su oído palabras no entendidas por los demás, y
+entonces la reina Cristina, sin mirar a las tres sombras, volviendo su
+rostro al rey y haciendo un heroico esfuerzo para no dar a conocer su
+dolor, pronunció estas palabras:
+
+—Que España sea feliz, que en España haya paz.
+
+El rey exhaló un gran suspiro mirando al techo, y después dijo algo que
+pareció el mugido de un león enfermo. La reina tomó su pañuelo, y sin
+decir nada, dejando correr libremente sus lágrimas, limpió el sudor
+abundante que bañaba la frente del rey.
+
+Siguió a esto un discursillo del conde de la Alcudia confirmando el
+dictamen de los otros dos apostólicos. Aquel famoso triunvirato traía
+la comedia bien aprendida, y en el cuarto de don Carlos se habían
+estudiado antes detenidamente los discursos, pesando cada palabra.
+El confesor dijo también en voz alta su opinión, asegurando bajo su
+palabra que el Altísimo estaba en un todo conforme con lo expuesto por
+los señores allí presentes. ¡Y se quedó tan satisfecho después de este
+mensaje...!
+
+Fernando pareció llamar a sí todas sus fuerzas. Claramente dijo:
+
+—¿En qué forma se ha de hacer?
+
+No vacilaron los apostólicos en la contestación, pues para todo estaban
+prevenidos. Calomarde, fingiendo que se le ocurría en aquel mismo
+instante, propuso que el rey otorgase un codicilo-decreto derogando la
+Pragmática sanción del 30, y revocando las disposiciones testamentarias
+en la parte referente a la regencia y a la sucesión de la corona.
+
+Después de una pausa, el rey se hizo repetir la proposición del
+ministro, y oída por segunda vez, Cristina volvió a limpiar el sudor
+que corría por la frente de su marido. Con un gesto y la mano derecha,
+este mandó a los tres apostólicos consejeros que salieran de la
+estancia, y se quedó solo con su esposa y con su confesor, el cual
+salió también poco después. Consternados los tres escamoteadores, y
+dudando del éxito de su infame comedia, no decían una palabra, y con
+los ojos se comunicaban aquella duda y el temor que sentían. Calomarde
+y el obispo dieron algunos paseos lentamente por la cámara, esperando
+que el rey les volviera a llamar, y el conde de la Alcudia aplicó el
+oído a la puerta y dijo en voz baja y temerosa:
+
+—Parece que llora Su Majestad.
+
+—No lo creo —murmuró el obispo, acercando también su oído.
+
+Entonces se abrió la puerta y apareció el confesor con las manos
+cruzadas y el semblante compungido, imagen exacta de la hipocresía.
+Los cuatro cuchichearon un momento como viejas chismosas. Media hora
+después, Cristina les llamó y volvieron a entrar. Fernando no estaba
+ya incorporado en su cama, sino completamente tendido de largo a
+largo, fijos los ojos en el techo, rígido, pesado, el resuello lento y
+difícil. Sin mirar a los que habían sido sus amigos, sus aduladores,
+terceros de sus caprichos políticos y servidores de sus gustos con
+la lealtad y sumisión del perro, Fernando VII les manifestó en pocas
+palabras que aceptaba el sacrificio que se le imponía. Esforzándose un
+poco, habló más para exigir secreto absoluto de lo acordado hasta que
+él muriese.
+
+Los tres apostólicos bajaron; encerráronse en un gabinete. Entre tanto,
+la chusma del cuarto de don Carlos ardía en impaciencias; sobresaltadas
+y nerviosas, las dos infantas padecían atroz martirio. La historia, muy
+descuidada en cierras cosas, no dice el número de tazas de tila que
+se consumieron aquel día. El obispo, Calomarde y Alcudia mostráronse
+tan reservados aquella tarde, que los _carlinos_ se impacientaban
+y aturdían cada vez más. No obstante, algunas palabras optimistas,
+aunque enigmáticas, de Abarca al salir del gabinete en que los tres se
+encerraron para extender el decreto-codicilo, hicieron comprender a la
+muchedumbre apostólica que las cosas iban por buen camino. Finalmente,
+al llegar la noche, y cuando se difundía por Palacio, corriendo y
+repercutiéndose de sala en sala como un trueno, la voz de _el rey ha
+muerto_, el señor Abarca entró triunfante en la cámara donde la corte
+del porvenir se hallaba reunida. En su mano alzaba el reverendo un
+papel, con el cual amenazar parecía, o que lo tremolaba como estandarte
+o divisa de una ley suprema. Moisés bajando del Sinaí no apareció
+seguramente más terrible que el señor Abarca cuando, mostrando el
+decreto-codicilo, exclamó:
+
+—Señores, óiganme.
+
+Oyeron leer con atención profunda, y poco faltó para que algunos se
+prosternaran, quién por servilismo mezclado de entusiasmo, quién por
+ese especial instinto a lo Nabucodonosor que algunos entes civilizados
+no pueden ocultar aunque vistan casaca bordada. Toda la corte de don
+Carlos estaba allí, menos don Carlos, el candidato divino, que a tal
+hora se hallaba en su oratorio con la frente humillada y el corazón
+oprimido, pidiendo a Dios que no quitara la vida a su hermano.
+
+
+
+
+XXXIV
+
+
+Al llegar aquí, el narrador no puede contener su asombro ante el
+peregrino suceso que va a referir, y deteniendo su relato, exclama: ¡Oh
+admirables designios de la Providencia! ¡Oh vanidad de los cálculos
+humanos! ¡Oh peligro de jugar con las cosas del cielo, eslabonándolas
+con los apetitos o intereses de un bando político! De este modo el
+ánimo del lector queda perfectamente dispuesto para saber que Dios
+Todopoderoso, estimando sin duda más a don Carlos que a su partido,
+atendió al ruego que con amor fraternal y piedad cristiana le dirigió
+aquel; y así dispuso que Fernando, ya casi muerto, tornase a la
+vida, dando al traste con las esperanzas de lo que el obispo de León
+llamaba _el partido del Altísimo_. De este modo el Padre de todas
+las cosas abandonaba a su grey en lo mejor de la pelea, seguido de
+la Generalísima, a quien también pidió muy ardientemente don Carlos
+la vida de su hermano. Hasta con su cristiandad se perjudicaba a sí
+mismo don Carlos como jefe visible del partido absolutista-religioso,
+y si le dejaran rezar mucho, es fácil que los furibundos apostólicos
+perdieran todas las batallas cortesanas y marciales que en lo futuro
+habían de dar.
+
+Fernando se aletargó por la noche. Todos le creyeron muerto; la
+tremenda noticia circuló por el Real Sitio, llegó hasta Madrid, y aun
+fue transmitida a las cortes europeas. Pero a la mañana siguiente,
+de aquel cadáver volvieron a salir quejas y suspiros, se reanimó con
+oportunas sustancias y medicinas, y en Palacio y en los jardines no
+se decía sino _el rey vive, el rey vive_, frase de consternación
+para algunos, de esperanzas para los menos. Muchas caras variaron
+bruscamente, y Cristina vio sonreír a los que el día anterior estaban
+cejijuntos y tenían en su rostro protervo el indefinible airecillo
+de la defección. ¡Y el señor obispo, que la tarde del 18 salió a los
+jardines diciendo en voz alta en un corro de amigos: «Ya no volverán a
+levantar la cabeza los liberales...»! ¡Y el gracioso padre Carranza,
+que aquella noche había prometido solemnemente a sus allegados más de
+cuarenta canonjías y beneficios simples!
+
+En todo el día 19 fueron llegando al Real Sitio muchos jóvenes de la
+aristocracia y militares de todas graduaciones, que iban a ponerse
+a las órdenes de la reina Cristina. Con estas adquisiciones hechas
+por un partido que se creía muerto, iban rápidamente abatiéndose los
+ánimos de los apostólicos, y no se sabe qué cantidad fabulosa de tazas
+de tila tuvieron que tomar doña Francisca y su hermana para poner a
+raya sus desconcertados nervios. ¡Dios y la Generalísima ayudaban a la
+napolitana!
+
+Con la irrupción de personajes civiles y militares en el Real Sitio,
+las habitaciones escasearon en tales términos, que Pipaón tuvo que
+rogar a don Benigno le dejase libre el cuarto que ocupaba en la casa de
+Pajes, lo que no sintió mucho el héroe, porque estaba hasta la corona
+de cortesanos, obispos y palaciegos.
+
+—Lo siento mucho —dijo don Juan al despedirle—. Pero ya ve usted, media
+España ha venido aquí a ponerse a las órdenes de la reina... ¡Es un
+ángel esa señora! Aunque no lo parezca, sepa usted que yo la admiro.
+Dicen que será nombrada regente... y no me pesa, no me pesa...
+
+Cuando iba Cordero por el jardín acompañado de un chico que le llevaba
+la maleta, encontró a Salvador, el cual se empeñó en compartir con
+él su alojamiento, aunque estrecho, suficiente para los dos. Dio mil
+excusas don Benigno, que en aquel momento sintió más vivo que nunca el
+misterioso recelo que su amigo le inspiraba; pero al fin no tuvo más
+remedio que aceptar, so pena de tener que dormir en la calle o en un
+banco de los jardines.
+
+—No hay que pensar ahora —le dijo Monsalud con cariño— en que esos
+señores firmen. Ninguno de ellos, en estos días, sabe dónde tiene la
+mano derecha. Esperando a ver en qué para esto, viviremos juntos, nos
+contaremos nuestras desdichas y nos consolaremos mutuamente.
+
+Al día siguiente cobró Fernando algunas fuerzas, y serenándose su mente
+empezó a comprender la infame sorpresa de que había sido víctima. No
+obstante, todavía los reyes legítimos estaban en Palacio como cohibidos
+por la gente apostólica, cuyo poder era grande aún, a pesar de la
+situación desfavorable en que se encontraban. Esperábales todavía el
+golpe de gracia, que había de darles muerte en la esfera cortesana,
+cerrándoles todo camino que no fuera el de la guerra. En la madrugada
+del 22 llegó a San Ildefonso la infanta Carlota, esposa del infante don
+Francisco y hermana de Cristina, mujer resuelta, varonil, desparpajada,
+libre y francota de palabras, alta, airosa y algo manolesca de figura,
+valerosa hasta lo sumo, y tan ardiente de genio que, según pública
+opinión, trataba despóticamente, cuando el caso lo requería, a las
+personas ligadas a ella por el parentesco más íntimo. Odiaba con toda
+su alma a las dos princesas brasileñas, doña Francisca y la de Beira, y
+este aborrecimiento podrá explicar mejor que ninguna razón política la
+guerra que había declarado a los apostólicos. ¡Formidable influencia de
+la mujer en el destino de los pueblos! Los hombres, pensando, plantean
+las teorías y los sistemas, crean los partidos; las mujeres, amando
+o aborreciendo, determinan la acción. Comparando la historia con un
+drama, el hombre es el histrión y la mujer el autor. No ha existido
+ningún gran suceso político que no haya venido a la historia impulsado
+por manos femeninas, y esa académica nave del Estado de que tanto
+hablan los tratados políticos, no navegaría las más de las veces si no
+tiraran de ella las voladoras palomitas de Venus.
+
+Doña Carlota entró en Palacio hablando a gritos, tratando con modales
+bruscos a todo el mundo, gentilhombres y damas; presentose a su
+hermana, y después de abrazarla la llamó tonta unas veinte veces.
+El testigo presencial de estas escenas, que ya no eran de tragedia
+ni de drama, sino de opereta, cuenta que como Cristina y Carlota
+hablaban acaloradamente en italiano, no era posible a los presentes
+entender bien lo que decían; solo comprendían algunas palabras, como
+_sciocca, pazza, regina de gallería... sceleratezza..._ Después la
+infanta descansó un momento, y a hora avanzada de la mañana anunció
+que recibiría a los ministros y demás personajes que quisieran
+cumplimentarla. Cuando Calomarde y el conde de la Alcudia entraron,
+doña Carlota afectó serenidad y preguntó al ministro de Gracia y
+Justicia la razón de haber revelado el secreto del codicilo, contra lo
+dispuesto por Su Majestad. Tembloroso y cortado, don Tadeo se excusó
+con el letargo del rey, que parecía muerto.
+
+—Su Majestad —dijo doña Carlota disimulando su ira— quiere recoger el
+original del codicilo, y me encarga decir a usted que lo presente ahora
+mismo.
+
+El ministro se inclinó, saliendo en busca de lo que se le pedía. Entre
+tanto, los que no se habían manifestado muy claramente partidarios del
+infante, se reunían en la cámara. En pie y moviéndose sin cesar de
+un lado para otro, altiva, nerviosa, respirando fuerte, doña Carlota
+parecía que imaginaba crueldades y violencias impropias de mujer y de
+princesa. Los circunstantes no le dijeron nada, y Cristina misma, con
+ojos encendidos de tanto llorar, el seno palpitante, enmudecía ante la
+arrogantísima actitud de aquella nueva Semíramis.
+
+Cuando Calomarde entregó a la infanta el manuscrito que tantos desvelos
+y fingimiento había costado a los apostólicos, Carlota no se tomó el
+trabajo de leerlo y lo rasgó con furia en multitud de pedazos. Con el
+mismo desprecio y enojo con que arrojó al suelo los trozos de papel,
+echó sobre la persona del ministro estas duras palabras, que no suelen
+oírse en boca de príncipes:
+
+—Vea usted en lo que paran sus infamias. Usted ha engañado, usted ha
+sorprendido a Su Majestad abusando de su estado moribundo; usted, al
+emplear tales medios para esta traición, ha obrado en conformidad con
+su carácter de siempre, que es la bajeza, la doblez, la hipocresía.
+
+Rojo como una amapola, si es permitido comparar el rubor de un ministro
+a la hermosura de una flor campesina, Calomarde bajó los ojos. Aquella
+furibunda y no vista humillación del tiranuelo era el contrapeso de sus
+nueve años de insolente poder. En su cobardía quiso humillarse más, y
+balbució algunas palabras.
+
+—Señora..., yo...
+
+—Todavía —exclamó la Semíramis borbónica en la exaltación de su ira—,
+todavía se atreve usted a defenderse, y a insultarnos con su presencia
+y con sus palabras. Salga usted inmediatamente.
+
+Ciega de furor, dejándose arrebatar de sus ímpetus de coraje, la
+infanta dio algunos pasos hacia Su Excelencia, alzó el membrudo brazo,
+disparó la mano carnosa... ¡Plaf! Sobre los mofletes del ministro
+resonó la más soberana bofetada que se ha dado jamás.
+
+Todos nos quedamos pálidos y suspensos, y digo _nos_ porque el narrador
+tuvo la suerte de presenciar este gran suceso. Calomarde se llevó la
+mano a la parte dolorida, y lívido, sudoroso, muerto, solo dijo con
+ahogado acento:
+
+—Señora, manos blancas...
+
+No dijo más. La infanta le volvió la espalda.
+
+Calomarde acabó para siempre como hombre político. Los apostólicos,
+cuando se llamaron carlistas, le despreciaron, y el execrable ministril
+se murió de tristeza en país extranjero.
+
+
+
+
+XXXV
+
+
+A la misma hora, la muchedumbre, paseando en los amenísimos jardines,
+comentaba los sucesos de aquellos días. Don Benigno y Salvador
+paseaban juntos como viejos amigos, y ya se habían contado parte de
+sus secretos. Cordero estaba triste, Monsalud se iba exaltando más
+cada día con la idea política. De pronto vieron que la multitud se
+agolpaba en un sitio, por donde discurría en abigarrada procesión gente
+de Palacio, con dorados uniformes y huecos casacones. Abría calle el
+público para dar paso a estos señores. Cordero y Monsalud se acercaron
+para ver mejor. Sostenida por una nodriza, rodeada de damas, seguida de
+personajes, una niña de dos años andaba con dificultad, batiendo palmas
+y riendo de alegría. Aquellos eran los primeros pasos de una reina.
+
+Del gentío salió una voz que gritó con furor: «¡_Viva Isabel II_!».
+Y una exclamación inmensa recorrió los jardines, perdiéndose y
+desparramándose como los primeros ecos de una tempestad naciente.
+
+La tempestad estaba cerca: oíanse los primeros truenos; pero el que
+quiera conocer los notables sucesos, ya privados, ya públicos, que
+restan por referir, tenga paciencia y espere a leer lo que con toda
+verdad se dirá en el libro siguiente.
+
+
+FIN DE «LOS APOSTÓLICOS»
+
+
+Madrid. — Mayo-junio de 1879.
+
+
+
+*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS APOSTóLICOS *** \ No newline at end of file
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+ Los apostólicos | Project Gutenberg
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+ <a href="#Ch4">IV</a>,&nbsp;
+ <a href="#Ch5">V</a>,&nbsp;
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+ </p>
+ <h1 class="faux">Los apostólicos</h1>
+</div>
+
+<div class="transnote" id="tnote">
+ <p class="tnotetit">Nota de transcripción</p>
+ <ul>
+ <li>Los errores de imprenta han sido corregidos.</li>
+
+ <li>La ortografía del texto original ha sido modernizada de acuerdo con
+ las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española.</li>
+
+ <li>Las rayas intrapárrafos han sido espaciadas según los modernos usos
+ ortotipográficos.</li>
+
+ <li>Las notas a pie de página han sido renumeradas y colocadas al final
+ del párrafo en que se las llama.</li>
+ </ul>
+</div>
+
+
+<div class="screenonly x-ebookmaker-drop">
+ <hr class="chap">
+ <div class="figcenter">
+ <img class="thin"
+ style="width: 26em; height: auto;"
+ src="images/cover.jpg"
+ alt="Cubierta del libro">
+ </div>
+</div>
+
+
+<div class="tit pt6">
+ <hr class="chap">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_1">p. 1</span></p>
+ <p class="lh150 g0 ws1">EPISODIOS NACIONALES</p>
+ <hr class="tir">
+ <p class="fs150 lh150 g1 ws2">LOS APOSTÓLICOS</p>
+ <hr class="chap">
+</div>
+
+
+<div class="chapter pt6">
+ <div class="legal">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_2">p. 2</span>Es propiedad. Queda
+ hecho el depósito que marca la ley. Serán furtivos los ejemplares que
+ no lleven el sello del autor.</p>
+ </div>
+</div>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="tit">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_3">p. 3</span></p>
+ <p class="fs120 lh150 ws1">B. PÉREZ GALDÓS</p>
+ <p class="fs140 lh150 ws1">EPISODIOS NACIONALES</p>
+ <p class="lh150 ws1">SEGUNDA SERIE</p>
+ <hr class="fil">
+
+ <p class="fs175 lh150 g0 ws1 mt1">LOS</p>
+ <p class="fs250 lh150 g1">APOSTÓLICOS</p>
+
+ <hr class="tir">
+ <p class="fs110 negr g1 mt15">34.000</p>
+
+ <div class="figcenter mt3">
+ <img src="images/logo.jpg"
+ style="width: 6em; height: auto;"
+ alt="Logotipo del editor">
+ </div>
+
+ <p class="smaller lh150 g0 mt3">MADRID</p>
+ <p class="smaller lh150 g1 ws1">PERLADO, PÁEZ Y COMPAÑÍA</p>
+ <p class="smaller lh150 g1 ws1">(Sucesores de Hernando)</p>
+ <p class="smaller lh150 g2 ws1">ARENAL, 11</p>
+ <p class="lh150 g0">1906</p>
+
+</div>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt6">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_4">p. 4</span></p>
+ <p class="pie_imp ws1"><span class="sc">Madrid.</span> — Imp. de los
+ Sucesores de Hernando, Quintana, 33.</p>
+</div>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch1">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_5">p. 5</span></p>
+ <p class="centra g0 ws2 fs150">LOS APOSTÓLICOS</p>
+ <hr class="tir">
+ <h2 class="nobreak">I</h2>
+</div>
+
+<p>Tradiciones fielmente conservadas, y ciertos documentos
+comerciales que podrían llamarse el Archivo Histórico de la familia de
+Cordero, convienen en que doña Robustiana de los Toros de Guisando,
+esposa del héroe de Boteros, falleció el 11 de diciembre de 1826. ¿Fue
+peritonitis, pulmonía matritense o tabardillo pintado lo que arrancó
+del seno de su amante familia y de las delicias de este valle de
+lágrimas a tan digna y ejemplar señora? Este es un terreno oscuro, en
+el cual no ha podido penetrar nuestra investigación ni aun acompañada
+de todas las luces de la crítica.</p>
+
+<p>Esa pícara Historia, que en tratándose de reyes y príncipes, no hay
+cosa trivial ni hecho insignificante que no saque a relucir, no ha
+tenido una palabra sola para la estupenda hazaña de Boteros, ni tampoco
+para la ocasión lastimosa en que el héroe se quedó viudo con cinco
+hijos, de los cuales los dos últimos vinieron<span class="pagenum"
+id="Page_6">p. 6</span> al mundo después que el giro de los
+acontecimientos nos obligó a perder de vista a la familia Cordero.</p>
+
+<p>Cuando murió la señora, Juanito Jacobo (a quien se dio este nombre
+en memoria de cierto filósofo que no es necesario nombrar) tenía dos
+meses no cumplidos, y por su insaciable apetito, así como su berrear
+constante, declaraba la raza y poderoso abolengo de Toros de Guisando.
+Sus bruscas manotadas y la fiereza con que se llevaba los puños a
+la boca, ávido de mamarse a sí mismo por no poder secar un par de
+amas cada mes, señales eran de vigor e independencia, por lo que don
+Benigno, sin dejar de agradecer a Dios las buenas dotes vitales que
+había dado a su criatura, pasaba la pena negra en su triste papel de
+viudo; y ora valiéndose de cabras y biberones, cuando faltaban las
+nodrizas, ora buscando por Puerta Cerrada y ambas Cavas lo mejor que
+viniera de Asturias y la Alcarria en el maleado género de <i>amas para
+casa de los padres</i>; ya desechando a esta por enferma y a aquella
+por desabrida, taimada y ladrona; ya suplicando a tal cual señora de
+su conocimiento que diera una mamada al muchacho cuando le faltaba el
+pecho mercenario, era un infeliz esclavo de los deberes paternales, y
+perdía el seso, el humor, la salud, el sueño, si bien jamás perdía la
+paciencia.</p>
+
+<p>En las frías y largas noches ¿quién sino él habría podido echarse en
+brazos la infantil carga y acallar los berridos con paseos, arrullos,
+y cantorrios? ¿Quién sino él habría soportado las largas vigilias y el
+cuneo incesante y otros<span class="pagenum" id="Page_7">p. 7</span>
+muchos menesteres que no son para contados? Pero don Benigno tenía un
+axioma que en todas estas ocasiones penosas le servía de grandísimo
+consuelo, y recordándolo en los momentos de mayor sofoco, decía:</p>
+
+<p>—El cumplimiento estricto del deber en las diferentes circunstancias
+de la existencia, es lo que hace al hombre buen cristiano, buen
+ciudadano, buen padre de familia. El rodar de la vida nos pone en
+situaciones muy diversas, exigiéndonos ahora esa virtud, más tarde
+aquella. Es preciso que nos adaptemos, hasta donde sea posible, a
+esas situaciones y casos distintos, respondiendo según podamos a lo
+que la sociedad y el autor de todas las cosas exigen de nosotros. A
+veces nos piden heroísmo, que es la virtud reconcentrada en un punto y
+momento; a veces paciencia, que es el heroísmo diluido en larga serie
+de instantes.</p>
+
+<p>Después solía recordar que Catón el Censor abandonaba los negocios
+más arduos del gobierno de Roma para presenciar y dirigir la lactancia,
+el lavatorio y los cambios de vestido de su hijo, y que el mismo
+Augusto, señor y amo del mundo, hacía otro tanto con sus nietecillos.
+Con esto recibía don Benigno gran consuelo, y después de leer de cabo
+a rabo el libro del Emilio que trata de las nodrizas, de la buena
+leche, de los gorritos y de todo lo concerniente a la primera crianza,
+contemplaba lleno de orgullo a su querido retoño, repitiendo las
+palabras del gran ginebrino: «así como hay hombres que no salen jamás
+de la infancia, hay otros de quienes se puede decir que nunca han<span
+class="pagenum" id="Page_8">p. 8</span> entrado en ella, y son hombres
+desde que nacen».</p>
+
+<p>Con estos trabajos, que hacía más llevaderos la satisfacción de un
+noble deber cumplido, iba pasando el tiempo. El primer aniversario del
+fallecimiento de su mujer renovó en Cordero las hondas tristezas de
+aquel luctuoso día, y negándose al trivial recreo de la tertulia de
+amigos y parroquianos, cerró la tienda y se retiró a su alcoba, donde
+las memorias de la difunta parecían tomar realidad y figura sensible
+para acompañarle. El segundo aniversario halló bastante cambiadas
+personas y cosas: la tienda había crecido, los niños también. Juanito
+Jacobo, ni un ápice mermado en su constitución becerril, atronaba la
+casa con sus gritos y daba buena cuenta de todo objeto frágil que en su
+mano caía. En el alma de don Benigno iba declinando mansamente el dolor
+cual noche que se recoge expulsada poco a poco por la claridad del
+nuevo día.</p>
+
+<p>En el tercer aniversario (11 de diciembre de 1829) el cambio era
+mucho mayor, y don Benigno, restablecido en la majestad de su carácter
+sencillo, bondadoso y lleno de discreción y prudencia, parecía un
+soberano que torna al solio heredado después de lastimosos destierros
+y trapisondas. No dejaron, sin embargo, de asaltarle en la mañanita de
+aquel día pensamientos tristes; pero al volver de la misa conmemorativa
+que había encargado, según costumbre de todo aniversario, y oído
+devotamente en Santa Cruz, viósele en su natural humor cotidiano,
+llenando la tienda con su activa mirada<span class="pagenum"
+id="Page_9">p. 9</span> y su atención diligente. Después de cerrar la
+vidriera para que no se enfriara el local, palpó con suavidad cariñosa
+las cajas que contenían el <i>género</i>; hojeó el libro de cuentas;
+pasó la vista por el <i>Diario</i> que acababan de traer; dio órdenes
+al mancebo para llevar a dos o tres casas algunas compras hechas la
+noche anterior; cortó un par de plumas con el minucioso esmero que la
+gente de los buenos tiempos ponía en operación tan delicada, y habría
+puesto sobre el papel algunos renglones de aquella hermosa letra
+redonda que ya solo se ve en los archivos, si no le sorprendieran de
+súbito sus niños, que salieron de la trastienda cartera en cinto, los
+libros en correa, la pizarra a la espalda y el gorrete en la mano para
+pedir a padre la bendición.</p>
+
+<p>—¡Cómo! —exclamó don Benigno, entregando su mano a los labios y a
+los húmedos hociquillos de los Corderos—. ¿No os he dicho que hoy no
+hay escuela?... Ahora caigo en que no me había acordado de decíroslo;
+pues ya había pensado que en este día, que para nosotros no es alegre y
+para toda España será, según dicen, un día felicísimo, todos los buenos
+madrileños deben ir o batir palmas delante de ese astro que nos traen
+de Nápoles, de esa reina tan ponderada, tan trompeteada y puesta en los
+mismos cuernos de la luna, como si con ella nos vinieran acá mil dichas
+y tesoros... Hablo también con usted, apreciable <i>Hormiga</i>: pase
+usted... no me molesta ahora ni en ningún momento.</p>
+
+<p>Dirigíase don Benigno o una mujer que se<span class="pagenum"
+id="Page_10">p. 10</span> había presentado en la puerta de la
+trastienda, deteniéndose en ella con timidez. Los chicos, luego que
+oyeron el anuncio feliz de que no había escuela, no quisieron esperar
+a conocer las razones de aquel sapientísimo acuerdo, y despojándose
+velozmente de los arreos estudiantiles, se lanzaron a la calle en busca
+de otros caballeritos de la vecindad.</p>
+
+<p>—Tome usted asiento —añadió Cordero, dejando su silla, que era la
+más cómoda de la tienda, para ofrecérsela a la joven—. Ayude usted mi
+flaca memoria. ¿Qué nombre tiene nuestra nueva reina?</p>
+
+<p>—María Cristina.</p>
+
+<p>—Eso es... María Cristina... ¡Cómo se me olvidan los nombres!...
+Dícese que este casamiento nos va a traer grandes felicidades, porque
+la napolitana... pásmese usted...</p>
+
+<p>El héroe, después de mirar a la puerta para estar seguro de que
+nadie le oía, añadió en voz baja:</p>
+
+<p>—Pásmese usted... es una francmasona, una insurgente, mejor dicho,
+una real dama en quien los principios liberales y filosóficos se unen
+a los sentimientos más humanitarios. Es decir, que tendremos una reina
+domesticadora de las fierezas que se usan por acá.</p>
+
+<p>—A mí me han dicho que ha puesto por condición para casarse que el
+rey levante el destierro a todos los emigrados.</p>
+
+<p>—A mí me han dicho algo más —añadió Cordero, dando una importancia
+extraordinaria a su revelación—: a mí me han dicho que en Nápoles bordó
+secretamente una bandera para<span class="pagenum" id="Page_11">p.
+11</span> los insurrectos de... de no sé qué insurrección. ¿Qué cree
+usted? La mandan aquí, porque si se queda en Italia da la niña al
+traste con todas las tiranías... Que ella es de lo fino en materia
+de liberalismo ilustrado y filosófico me lo prueba, más que el
+bordar pendones, el odio que le tiene toda la turbamulta inquisidora
+y apostólica de España y Europa y de las cinco partes del globo
+terráqueo. ¿Estaba usted anoche aquí cuando el señor de Pipaón leyó
+un papel francés que llaman la <i>Quotidienne</i>? ¡Barástolis! ¡Y
+qué herejías le dicen! Ya se sabe que esa gente, cuando no puede
+atacar nuestro sistema gloriosísimo a tiros y puñaladas, lo atacan con
+embustes y calumnias. Bendita sea la princesa ilustre que ya trae el
+diploma de su liberalismo en las injurias de los realistas. Nada le
+falta, ni aun la hermosura; y para juzgar si es tan acabada como dicen
+los papeles extranjeros, vamos usted y yo a darnos el gustazo de verla
+entrar.</p>
+
+<p>La persona a quien de este modo hablaba el tendero de encajes, no
+tenía un interés muy vivo en aquellas graves cosas de que pendía quizás
+el porvenir de la patria; pero llevada de su respeto a don Benigno, le
+miraba atenta y pronunciaba un sí al fin de cada parrafillo. Conocida
+de nuestros lectores desde 1821,<a id="FNanchor_1" href="#Footnote_1"
+class="fnanchor">[1]</a> esta discreta joven había pasado por no
+pocas vicisitudes y conflictos durante los ocho años transcurridos
+desde aquella fecha liberalesca hasta el año quinto de Calomarde en
+que la volvemos a encontrar. Su carácter, altamente dotado<span
+class="pagenum" id="Page_12">p. 12</span> de cualidades de resistencia
+y energía, que son como el antemural que defiende al alma de los
+embates de la desesperación, era la causa principal de que las
+desgracias frecuentes no desmejorasen su persona. Por el contrario, la
+vida activa del corazón, determinando actividades no menos grandes en
+el orden físico, le había traído un desarrollo felicísimo, no solo por
+lo que con él ganaba su salud, sino por el provecho que de él sacaba
+su belleza. Esta no era brillante ni mucho menos, como ya se sabe, y
+más que belleza en el concepto plástico era un conjunto de gracias
+accesorias, realzando y como adornando el principal encanto de su
+fisonomía, la expresión de una bondad superior.</p>
+
+<div class="footnote">
+
+<p><a id="Footnote_1" href="#FNanchor_1" class="label">[1]</a> Véase
+<i>El Grande Oriente</i>.</p>
+
+</div>
+
+<p>La madurez de juicio y la rectitud en el pensar, el don
+singularísimo de convertir en fáciles los quehaceres más enojosos, la
+disposición para el gobierno doméstico, la fuerza moral que tenía de
+sobra para poder darla a los demás en días de infortunio, la perfecta
+igualdad del ánimo en todas las ocasiones, y, finalmente, aquella
+manera de hacer frente a todas las cosas de la vida con serenidad
+digna, cristiana y sin afán, como quien la mira más bien por el lado de
+los deberes que por el de los derechos, hacían da ella la más hermosa
+figura de un tipo social que no escasea ciertamente en España, para
+gloria de nuestra cultura.</p>
+
+<p>—Los que no la ven a usted desde el año 24 —le dijo aquel mismo día
+don Benigno, observándola con tanta atención como complacencia—, no la
+conocerán ahora. Me tengo por<span class="pagenum" id="Page_13">p.
+13</span> muy feliz al considerar que en mi casa ha sido donde ha
+ganado usted esos frescos colores de su cara, y que bajo este techo
+humilde ha engrosado usted considerablemente... digo mal, porque no
+está usted como mi pobre Robustiana ni mucho menos..., quiero decir,
+proporcionadamente, de un modo adecuado a su estatura mediana, a su
+talle gracioso, a su cuerpo esbelto. Beneficios de la vida tranquila,
+de la virtud, del trabajo, ¿no es verdad?... Todos los que la vieron a
+usted en aquellos tristes días, cuando a entrambos nos pusieron a la
+sombra y colgaron al pobre Sarmiento...</p>
+
+<p>Este recuerdo entristeció mucho a la joven, impidiendo que su amor
+propio se vanagloriase con los elogios galantes que acaba de oír.
+Eran ya las once de la mañana, y vestida como en día de fiesta para
+acompañar a don Benigno, esperaba en la tienda la señal de partida.</p>
+
+<p>—Aguarde usted: voy a hacer un par de asientos en el libro —dijo
+este sentándose en su escritorio—. Todavía tenemos tiempo de sobra.
+Iremos a la casa de don Francisco Bringas, de cuyos balcones se ha de
+ver muy requetebién toda la comitiva. Los pequeños se quedarán con mi
+hermana, y llevaremos a Primitivo y a Segundo. ¿Están vestidos?</p>
+
+<p>Los dos muchachos, de doce y diez años respectivamente, no tenían
+la soltura que a tal edad es común en los polluelos de nuestros
+días: antes bien, encogidos y temerosos, vestidos poco menos que a
+mujeriegas, representaban aquella deliciosa perpetuidad de la niñez
+que era el encanto de la generación pasada.<span class="pagenum"
+id="Page_14">p. 14</span> Despabilados y libertinos en las travesuras
+de la calle, eran dentro de casa humildes, taciturnos y frecuentemente
+hipócritas.</p>
+
+<p>Gozosos de salir con su padre a ver la entrada de la cuarta reina,
+esperaban impacientes la hora; y formando alrededor de la joven
+grupo semejante al que emplean los artistas para representar a la
+Caridad, la manoseaban so pretexto de acariciarla, le estrujaban la
+mantilla, arrugándole las mangas y curioseando dentro del ridículo.
+A cada instante acudía la joven a remediar los desperfectos que los
+dos inquietos y pegajosos muchachos se hacían en su propio vestido,
+y ya atando el uno la cinta de la gorra o cachucha, o abotonándole
+el casaquín, ya asegurando al otro con alfileres la corbata, no daba
+reposo a sus manos ni podía quitárseles de encima.</p>
+
+<p>—No seáis pesados —les dijo con enfado su padre— y no sobéis
+tanto a nuestra querida <i>Hormiguita</i>. Para verla, para darle a
+entender que la queréis mucho, no es preciso que le pongáis encima esas
+manazas... que sabe Dios cómo estarán de limpias, ni hace falta que la
+llenéis de saliva besuqueándola...</p>
+
+<p>Esta reprimenda les alejó un poco del objeto de su adoración; pero
+siguieron contemplándola como bobos, cortados y ruborosos, mientras
+ella, la sonrisa en los labios, reparaba tranquilamente las chafaduras
+de su vestido y las arrugas del encaje, para abrir luego su abanico
+y darse aire con aquel ademán ceremonioso y acompasado, propio de la
+mujer española.</p>
+
+<p>Entre tanto, allá arriba, en la vivienda de<span class="pagenum"
+id="Page_15">p. 15</span> la familia, oíase batahola y patadillas
+con llanto y becerreo, señal del pronunciamiento de los dos Corderos
+menores, Rafaelito y Juan Jacobo, rebelándose contra la orden que
+les dejaba encerrados en casa, en la fastidiosa compañía de la tía
+Crucita.</p>
+
+<p>—Ya escampa —dijo Cordero señalando al techo con el rabo de la
+pluma—: oiga usted al pueblo soberano que aborrece las cadenas...
+Verdad que mi hermana no es de aquellas personas organizadas por la
+naturaleza para hacer llevadero y hasta simpático el despotismo.</p>
+
+<p>Y dejando por un momento la escritura, entró en la trastienda,
+dirigiendo hacia arriba, por el hueco de la tortuosa escalerilla, estas
+palabras:</p>
+
+<p>—Cruz y Calvario, no les pegues, que harta desazón tienen con
+quedarse en casa en día de tanto festejo.</p>
+
+<p>—Idos de una vez a la calle y dejadme en paz —contestó de arriba una
+voz nada armoniosa ni afable—, que yo me entenderé con los enemigos.
+Ya sé cómo he de tratarles... Eso es, marchaos vosotros, marchaos al
+paseíto tú y la linda Marizápalos, que aquí se queda esta pobre mártir
+para cuidar serpentones y aguantar porrazos, siempre sacrificada entre
+estos dos cachidiablos... Idos enhorabuena..., a bien que en la otra
+vida le darán a cada cual su merecido.</p>
+
+<p>Violento golpe de una puerta fue punto final de este agrio discurso,
+y en seguida se oyeron más fuertes las patadillas infantiles de los
+Corderos y el sermoneo de la pastora.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_16">p. 16</span></p>
+
+<p>—Siempre regañando —dijo don Benigno con jovialidad— y arrojando
+venablos por esa bendita boca, que, con ser casi tan atronadora como la
+de un cañón de a ocho, no trae su charla insufrible de malas entrañas
+ni de un corazón perverso. Mil veces lo he dicho de mi inaguantable
+hermana, y ahora lo repito: «es la paloma que ladra».</p>
+
+<p>Esto lo dijo Cordero guardando en su lugar las plumas con el libro
+de cuentas y todos los trebejos de escribir, y tomó después con una
+mano el sombrero para llevarlo a la cabeza, mientras la otra mano
+transportaba el gorro carmesí de la cabeza a la espetera en que el
+sombrero estuvo.</p>
+
+<p>—Vámonos ya, que si no llegamos pronto, encontraremos ocupados los
+balcones de Bringas.</p>
+
+<p>La joven alzaba la tabla del mostrador para salir con los chicos,
+cuando la tienda se oscureció por la aparición de un rechondo pedazo
+de humanidad que casi llenaba el marco de la puerta con su bordada
+casaca, sus tiesos encajes, su espadín, su sombrero, sus brazos, que no
+sabían cómo ponerse para dar a la persona un aspecto pomposo en que la
+rotundidad se uniera con la soltura.</p>
+
+<p>—Felices, señor don Juan de Pipaón —dijo don Benigno observando de
+pies a cabeza al personaje—. Pues no viene usted poco majo... Así me
+gusta a mí la gente de corte... Eso es vestirse con gana y paramentarse
+de veras. A ver, vuélvase usted de espaldas... ¡Magnífico! ¡Qué
+faldones!... A ver de frente... ¡Qué pechera!<span class="pagenum"
+id="Page_17">p. 17</span> Alce usted el brazo: muy bien. ¡Cómo se
+conoce la tijera de Rouget! De mis encajes nada tengo que decir...,
+¡qué saldrá de esta casa que no sea la bondad misma! Póngase usted el
+sombrero a ver qué tal cae... <i>Superlative</i>... ¡Con qué gracia
+está puesta la llave dorada sobre la cadera!... Esas medias serán de
+casa de Bárcenas... ¡Qué bien hacen las cruces sobre el paño oscuro...!
+Una, dos, tres, cuatro veneras... Bien ganaditas todas, ¿no es verdad,
+ilustrísimo señor don Juan?... ¡Barástolis! Parece usted un patriarca
+griego, un sultán, un califa, el rey que rabió, o el mismísimo mágico
+de Astracán.</p>
+
+<p>Conforme lo decía iba examinando pieza por pieza, haciendo dar
+vueltas al personaje como si este fuera un maniquí giratorio. Don
+Benigno y la joven, no menos admirada que él, ponderaban con grandes
+exclamaciones la belleza y lujo de todas las partes del vestido,
+mientras el cortesano se dejaba mirar y en silencio asentía, con un
+palmo de boca abierta, todo satisfecho y embobado de gozo, a los
+encarecimientos de su persona.</p>
+
+<p>—Todo es nuevo —observó la damita.</p>
+
+<p>—Todo —repitió Pipaón mirándose a sí mismo en redondo como un pavo
+real—. Mi destino de la Secretaría de Su Majestad ha exigido estos
+dispendios.</p>
+
+<p>En seguida fue enumerando lo que le había costado cada pieza de
+aquel torreón de seda, galones, plumas, plata, encajes, piedras y
+ballenas, rematado en su cúspide por la carátula más redonda, más
+alborozada, más contenta<span class="pagenum" id="Page_18">p.
+18</span> de sí misma que se ha visto jamás sobre un montón de carne
+humana.</p>
+
+<p>—Pero no nos detengamos —dijo al fin—, ustedes salían...</p>
+
+<p>—Vamos a casa de Bringas. ¿Va usted también allá?</p>
+
+<p>—¿Yo? No, hombre de Dios. Mi cargo me obliga a estar en Palacio con
+los señores ministros y los señores del Consejo para escribir allí
+a...</p>
+
+<p>Acercó su boca al oído de don Benigno, y protegiéndola con la palma
+de la mano, dijo en voz baja:</p>
+
+<p>—A la francmasona...</p>
+
+<p>Ambos se echaron a reír, y don Benigno se envolvió en su capa
+diciendo:</p>
+
+<p>—¡Pues viva la reina francmasona! El desfrancmasonizador que la
+desfrancmasonice buen desfrancmasonizador será.</p>
+
+<p>—Eso no lo dice Rousseau.</p>
+
+<p>—Pero lo digo yo... Y andando, que es tarde.</p>
+
+<p>—Andandito... —murmuró Pipaón, incrustando su persona toda en el
+hueco de la puerta para ofrecerla a la admiración de los transeúntes—.
+Pero se me olvidaba el objeto de mi visita.</p>
+
+<p>—¿Pues no ha venido usted a que le viéramos?</p>
+
+<p>—Sí, y también a otra cosa. Tengo que dar una noticia a la señora
+doña Sola.</p>
+
+<p>La joven se puso pálida primero, después como la grana, siguiendo
+con los ojos el movimiento de la mano de Pipaón, que sacaba unos
+papeles del bolsillo del pecho.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_19">p. 19</span></p>
+
+<p>—¿Noticias? Siempre que sean buenas... —dijo Cordero cerrando y
+asegurando una de las hojas de la puerta.</p>
+
+<p>—Buenas son... Al fin nuestro hombre da señales de vida. Me ha
+escrito, y en la mía incluye esta carta para usted.</p>
+
+<p>Soledad tomó la carta, y en su turbación la dejó caer; la recogió
+y quiso leerla, y tras un rato de vacilación y aturdimiento, guardola
+para leerla después.</p>
+
+<p>—Y no me detengo más —dijo Pipaón—, que voy a llegar tarde a
+Palacio—. Hablaremos esta noche, señor don Benigno, señora doña
+<i>Hormiga</i>. Abur.</p>
+
+<p>Se eclipsó aquel astro. Por la calle abajo iba como si rodara,
+semejante a un globo de luz, deslumbrando los ojos de los transeúntes
+con los mil reflejos de sus entorchados y cruces, y siendo pasmo de los
+chicos, admiración de las mujeres, envidia de los ambiciosos, y orgullo
+de sí mismo.</p>
+
+<p>Cuando el héroe de Boteros, dada la última vuelta a la llave de la
+puerta y embozado en su pañosa, se puso en marcha, habló de este modo
+a su compañera:</p>
+
+<p>—¿Noticias de aquel hombre?... Bien. ¿Cartas venidas por conducto
+de Pipaón?..., <i>malum signum</i>. No tenemos propiamente correo...
+Querida <i>Hormiga</i>, es preciso desconfiar en todo de este tunante
+de Bragas y de sus melosas afabilidades y cortesanías. Mil veces le he
+definido, y ahora le vuelvo a definir: «es el cocodrilo que besa».</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch2">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_20">p. 20</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">II</h2>
+</div>
+
+<p>¿Por qué vivía en casa de Cordero la hija de Gil de la Cuadra?
+¿Desde cuándo estaba allí? Es urgente aclarar esto.</p>
+
+<p>Cuando pasó a mejor vida, del modo lamentable e inicuo que todos
+sabemos, don Patricio Sarmiento, Soledad siguió viviendo sola en la
+casa de la calle de Coloreros. Don Benigno y su familia continuaron
+también en el piso principal de la misma casa. La continuada vecindad,
+y más aún la comunidad de desgracias y de peligros en que se habían
+visto, aumentaron a afición de Sola a los Corderos y el cariño de los
+Corderos a Sola, hasta el punto de que todos se consideraban como de
+una misma familia, y llegó el caso de que en la vecindad llamaran a la
+huérfana <i>doña Sola Cordero</i>.</p>
+
+<p>A poco de nacer Rafaelito, trasladose don Benigno a la subida de
+Santa Cruz, y al principal de la casa donde estaba su tienda; y como
+allí el local era espacioso, instaron a su amiga para que viviera con
+ellos. Después de muchos ruegos y excusas quedó concertado el plan de
+residencia. En aquellos días se casó Elena con el jovenzuelo Angelito
+Seudoquis, el cual, destinado a Filipinas cuatro meses después de la
+boda, emprendió con su muñeca el viaje por el Cabo, y a los catorce
+meses los señores<span class="pagenum" id="Page_21">p. 21</span> de
+Cordero recibieron en una misma carta dos noticias interesantes: que
+sus hijos habían llegado a Manila, y que antes de llegar les habían
+dado un nietecillo.</p>
+
+<p>Lo mismo don Benigno que su esposa veían que la huérfana iba
+llenando poco a poco el hueco que en la familia y en la casa había
+dejado la hija ausente. Pruebas dio aquella bien pronto de ser
+merecedora del afecto paternal que marido y mujer le mostraban. Asistió
+a doña Robustiana en su larga y penosa enfermedad con tanta solicitud
+y abnegación tan grande, que no lo haría mejor una santa. Nadie, ni
+aun ella misma, hizo la observación de que había pasado su juventud
+toda cuidando enfermos. Gil de la Cuadra, doña Fermina, Sarmiento y
+doña Robustiana, marcaban las fechas culminantes y sucesivas de una
+existencia consagrada al alivio de los males ajenos, siempre con
+absoluto desconocimiento del bien propio.</p>
+
+<p>Doña Robustiana sucumbió. Las buenas costumbres y el respeto a las
+apariencias morales, que no sin razón auxilian a la moral verdadera,
+no permitían que una joven soltera viviese en compañía de un señor
+viudo. Fue necesario separarse. Don Benigno tenía una hermana vieja y
+solterona, avecindada en Madrid, medianamente rica, y de cuya suavidad,
+semejante a la de un puerco-espín, tiene el lector noticia. Poseía doña
+Cruz Cordero un carácter espinoso, insufrible, inexpugnable como una
+ruda fortaleza natural de displicencia, artillada con los cañones de
+las palabras agrias y<span class="pagenum" id="Page_22">p. 22</span>
+duras. No se llegaba al interior de tal plaza ni por la violencia ni
+por el cariño. No se rendía a los ataques ni se dejaba sorprender por
+la zapa. El pobre don Benigno apuró todos los medios para conseguir que
+su hermana se fuera a vivir con él, a fin de constituir la casa en pie
+mujeril, y poder retener a su lado a Sola sin miedo a contravenir las
+prácticas sociales. Pero doña Cruz hacía tan poco caso de la voz de la
+razón como de las voces del cariño, y se fortalecía más cada vez en
+el baluarte de su egoísmo. Todo provenía de su odio a los muchachos,
+ya fueran de pecho, ya pollancones o barbiponientes. En esto no había
+diferencias: aborrecía la flor de la humanidad, cualquiera que fuese su
+estado, y seguramente se dudara de la aptitud de su corazón para toda
+clase de amor, si no existiesen gatos y perros y aun mirlos para probar
+lo contrario.</p>
+
+<p>Si no pudo conseguir don Benigno que doña Cruz fuese a vivir con
+él, logró que admitiese en su compañía a Sola, no sin que pusiera
+mil enojosas condiciones la vieja. A tal época pertenecen los apuros
+de don Benigno, su soledad de padre viudo entre biberones y amas de
+cría, y otros ruines trabajos que hemos descrito al principio de esta
+narración. La de Gil de la Cuadra ayudábale un poco durante el día,
+pero no en las noches, porque doña Cruz había hecho la gracia de irse
+a vivir al extremo de la Villa, lindando con el Seminario de Nobles;
+rarísima vez visitaba a su hermano, y esto en horas incómodas.</p>
+
+<p>Llegó un día en que la paciencia de don Benigno,<span
+class="pagenum" id="Page_23">p. 23</span> como todo aquello que ha
+tenido largo y abundante uso, tocó a su límite. Ya no había más
+paciencia en aquella alma, tan generosamente dotada de nobles prendas
+por Dios. Pero aún había, en dosis no pequeña, la decisión para
+acometer grandes cosas: la bravura de la acción unida a la audacia del
+pensamiento, que en una fecha memorable le pusieron al nivel de los más
+grandes héroes.</p>
+
+<p>So pretexto de una enfermedad grave, Cordero hizo venir a doña
+Crucita a su casa, y luego que la tuvo allí, le endilgó este discurso,
+amenazándola con una gruesa llave que en la mano tenía:</p>
+
+<p>—Sepa usted, señora doña Basilisco, que de aquí no se saldrá si no
+es para el cementerio, siempre que no se conforme a vivir en compañía
+de su hermano. Solo estoy y viudo, con hijos pequeños y uno todavía
+mamón. Dígame si es propio que yo abandone los quehaceres de mi
+comercio para arrullar muchachos, teniendo, como tengo, dos mujeres en
+mi familia que lo harán mejor que yo... ¡Silencio, porque pego!... De
+aquí no se sale.</p>
+
+<p>Doña Crucita alborotó la casa, y aun quiso llamar a la justicia;
+pero don Benigno, Sola y el padre Alelí, que era muy amigo de ambos
+hermanos, lograron calmarla, para lo cual fue preciso anteponer a las
+razones la traslación de todos los bichos que en su morada tenía la
+señora, añadiendo a la colección nuevos ejemplares que Cordero compró
+para acabar de conquistar la voluntad de la <i>paloma ladrante</i>.
+Al digno señor no le importaba ver su casa<span class="pagenum"
+id="Page_24">p. 24</span> convertida en un arca de Noé, con tal de
+tener en ella la compañía que deseaba.</p>
+
+<p>Desde entonces varió la existencia de Cordero, así como la de Sola.
+Aquel volvió a sus quehaceres naturales. Los chicos tuvieron quien les
+cuidara bien, y todo marchó a pedir de boca. Crucita, sin dejar de
+renegar de su hermano, de los endiablados borregos y del insoportable
+ruido de la calle, se fue conformando poco a poco.</p>
+
+<p>Pronto se conoció que el gobierno de la casa estaba en buenas
+manos. Sola la encontró como una leonera y la puso en un pie de orden,
+limpieza y arreglo, que inundaba de gozo el corazón de don Benigno.
+Ni aun en tiempo de su Robustiana había él visto cosa semejante. Ya
+no se volvió a ver ninguna pieza descosida sobre el cuerpo de los
+Corderillos, ni se echó de menos botón, faja ni cinta. Ninguna prenda
+ni objeto se vio fuera de su sitio, ni rodaba la loza por el suelo,
+ni subía el polvo a los vasares, ni estaban las sillas patas arriba
+y las lámparas boca abajo. Todo mueble ocupó su lugar conveniente, y
+toda ocupación tuvo su hora fija e inalterable. No se buscaba cosa
+alguna que al punto no se encontrara, ni se hacía esperar la comida ni
+la cena. Los objetos preciosos no podían confundirse con los últimos
+cachivaches, porque había sido inaugurado el reinado de las distancias.
+El latón brillaba como la plata, y el cerezo tenía el lustre de la
+caoba. Don Benigno estaba embelesado, y repetía aquel pasaje de su
+autor favorito: «Sofía conoce maravillosamente todos los detalles
+del<span class="pagenum" id="Page_25">p. 25</span> gobierno de la
+casa, entiende de cocina, sabe el precio de los comestibles, y lleva
+muy bien las cuentas. Tiene un talento agradable sin ser brillante,
+y sólido sin ser profundo... La felicidad de una joven de esta clase
+consiste en labrar la de un hombre honrado».</p>
+
+<p>La casa era grande, tortuosa y oscura como un laberinto. Había
+que conocerla bien para andar sin tropiezo por sus negros pasillos y
+aposentos, construidos a estilo de rompecabezas. Solo dos piezas tenían
+ambiente y luz, y en una de ellas, la mejor de la casa, fue preciso
+instalar a Crucita con las doce jaulas de pájaros, que eran su delicia.
+No faltaba en el estrado ningún objeto de los que entonces constituían
+el lujo, pues a don Benigno se le había despertado el amor de las
+cosas elegantes, cómodas y decentes; y como no carecía de dinero, cada
+día daba permiso a su diligente <i>Hormiga</i> para introducir alguna
+novedad. Con las onzas de Cordero y el buen gusto de Sola, viose pronto
+la casa en un pie de elegancia que era el asombro de la vecindad. Fue
+vestida la sala de hermoso papel imitando mármol, y una tanda de sillas
+de caoba sustituyó a las antiguas de nogal y cerezo. El brasero era
+como un gran artesón de cobre, sustentado sobre cuatro garras leoninas,
+y con la badila y reja no pesaba menos de medio quintal. El sofá y
+los dos sillones, que hoy nos parecerían potros de suplicio, eran de
+lo más selecto. Las cortinas de percal blanco con franjas de tafetán
+encarnado, tenían aspecto risueño, y se conceptuaban entonces como lo
+más<span class="pagenum" id="Page_26">p. 26</span> lujoso y elegante.
+No faltaban las mesillas de juego con sus indispensables candeleros de
+plata, ni las célebres y ya olvidadas rinconeras llenas de baratijas y
+objetos de arte y ciencia, tales como cajas, caracoles, figurillas de
+yeso, algún jarro, libros y un par de pajaritos disecados. En el marco
+del espejo apaisado, veíanse algunas plumas de pavo real puestas con
+arte y simetría, como las pintan en las cabezas de los salvajes. En
+cuestión de láminas, habíanse conservado las antiguas, que eran <i>El
+león de Florencia devorando a un niño, La desgraciada muerte de Luis
+XVI</i> y <i>La caída de Ícaro</i>.</p>
+
+<p>Vistos de la calle los balcones, presentaban el aspecto más
+alegre que puede imaginarse. Los tiestos, con ser tantos, no eran
+bastantes para quitar sitio a las jaulas, colgadas unas sobre otras.
+Interiormente no cesaba la algarabía formada por el piar de algunos
+pájaros, el canto de otros, el ladrido de los falderillos, el mayido
+de los gatos y los roncos discursos de la cotorra. El esmero con que
+Crucita atendía al cuidado y a las necesidades todas de su colección
+zoológica, hacía que la existencia de tanto bicho no fuera incompatible
+con el perfecto aseo de la casa.</p>
+
+<p>Contentísimo estaba don Benigno del buen arreglo que Sola había
+hecho en el gabinete donde él vivía. Sus ropas abundantes, tan bien
+dispuestas que jamás notó en ellas rotura de más ni botón de menos, le
+recreaban la vista, así como la limpieza de su variada colección de
+sombreros. No le cautivaba menos el ver libres<span class="pagenum"
+id="Page_27">p. 27</span> de polvo sus adminículos de caza (diversión a
+que era muy aficionado), ni la buena colocación que se había dado a las
+estampas de Santa Leocadia y la Virgen del Sagrario (ambas proclamando
+el toledano abolengo del propietario), ni la acertada ordenación de los
+libros. Estos no eran muchos, pero sí escogidos, y solo formaban dos
+obras: las de Rousseau, edición de 1827, en veinticinco tomitos, y el
+<i>Año Cristiano</i> en doce. Aunque alineados en dos grupos distintos,
+no por eso dejaban de andar a cabezadas, dentro de un mismo estante, el
+<i>Vicario Saboyano</i> y San Agustín.</p>
+
+<p>Con el orden perfecto en la disposición de todo lo de la casa,
+corría parejas la buena concordia entre sus habitantes, si se exceptúan
+las genialidades de Crucita, que fueron menos molestas desde que Sola
+adoptó el sistema de hacerle poco caso sin aparentar contrariarla.</p>
+
+<p>Desapacible y brusca con los chicos, no consentía que se le
+acercaran a dos varas a la redonda. No obstante, el frecuente trato con
+ellos y la dulzura de su hermano y de la <i>Hormiga</i> fueron poco a
+poco arrancando las espinas de aquel carácter endiablado, y al fin, sin
+dejar de hablarles en el lenguaje más duro y desabrido que se puede
+imaginar, manifestaba algún interés por los cuatro <i>enemigos</i>,
+ayudaba a cuidarles, y aun se permitía contarles algún trasnochado y
+soso cuento.</p>
+
+<p>Los muchachos, a excepción del más pequeño, eran pacíficos.
+Primitivo y Segundo adelantaban regularmente en sus estudios, y en
+cuanto a vocaciones, el tono especial de la época<span class="pagenum"
+id="Page_28">p. 28</span> y los personajes de aquel tiempo despertaban
+en ellos ambiciones varias. El mayor quería ser Padre Guardián, para
+tomar mucho chocolate, dar a besar su mano a los transeúntes y salir
+a paseo entre un par de duques o marqueses. El segundo, que era
+vanidosillo y fachendoso, quería ser tambor mayor de la Guardia Real,
+porque eso de ir delante de un regimiento haciendo gestos y espantando
+moscas con un bastón de porra, le parecía el colmo de la dicha.
+Rafaelito era más modesto. No le hablaran a él de figuraciones ni altas
+dignidades: él no quería ser sino confitero, para poder atracarse
+de dulces desde la mañana a la noche y hacer bonitas velas para los
+santos. En cuanto a Juanito Jacobo, aunque no hablara, bien se le
+conocía que su vocación era la de gigante Goliat o Hércules, según lo
+que destrozaba, berreaba y las diabluras que hacía andando a gatas, sin
+dejarse amedrentar por cocos ni espantajos.</p>
+
+<p>Tranquilo, feliz, gozoso del orden en que vivía, y que amaba por
+naturaleza y costumbre, Cordero veía pasar suavemente los días. El
+método en la existencia le encantaba, y la semejanza entre el hoy y el
+ayer era su principal delicia.</p>
+
+<p>Hombre laborioso, de sentimientos dulces y prácticas sencillas;
+aborrecedor de las impresiones fuertes y de las mudanzas bruscas, don
+Benigno amaba la vida monótona y regular, que es la verdaderamente
+fecunda. Compartiendo su espíritu entre los gratos afanes de su
+comercio y los puros goces de la familia; libre<span class="pagenum"
+id="Page_29">p. 29</span> de ansiedad política; amante de la paz en
+la casa, en la ciudad y en el estado; respetuoso con la instituciones
+que protegían aquella paz; amigo de sus amigos; amparador de los
+menesterosos; implacable con los pillos, fuesen grandes o pequeños;
+sabiendo conciliar el decoro con la modestia, y conociendo el justo
+medio entre lo distinguido y lo popular, era acabado tipo del burgués
+español que se formaba del antiguo pechero fundido con el hijodalgo,
+y que más tarde había de tomar gran vuelo con las compras de bienes
+nacionales y la creación de las carreras facultativas hasta llegar al
+punto culminante en que ahora se encuentra.</p>
+
+<p>La formidable clase media, que hoy es el poder omnímodo que
+todo lo hace y deshace, llamándose política, magistratura,
+administración, ciencia, ejército, nació en Cádiz entre el estruendo
+de las bombas francesas y las peroratas de un congreso híbrido,
+inocente extranjerizado si se quiere, pero que brotado había como un
+sentimiento, o como un instinto ciego, incontrastable, del espíritu
+nacional. El tercer estado creció, abriéndose paso entre frailes y
+nobles; y echando a un lado con desprecio estas dos fuerzas atrofiadas
+y sin savia, llegó a imperar en absoluto, formando con sus grandezas y
+sus defectos una España nueva.</p>
+
+<p>Perdónesenos la digresión, y volvamos a Cordero, del cual nos falta
+decir que en los últimos años había prosperado grandemente en su
+comercio. Pocas noches antes de aquel día en que suponemos comenzada
+esta narración, el héroe estaba en su gabinete contando el dinero<span
+class="pagenum" id="Page_30">p. 30</span> de la semana. Después que
+tomó nota de las cantidades y distribuyó estas cariñosamente en las
+cestillas de paja que servían para el caso, llamó a Sola, y haciéndola
+sentar frente a él, le dijo así:</p>
+
+<p>—Si no comunico a alguien lo que en este instante pienso, apreciable
+<i>Hormiguita</i>, reviento de seguro.</p>
+
+<p>Sola sonreía, dando más luz al <i>quinqué</i>, que repartía en
+proporción igual su resplandor a los dos personajes. Don Benigno se
+reía también, y ya se acariciaba la barba redondita y arrebolada, como
+una manzana recién cogida, ya se arreglaba las gafas de oro, cuya
+tendencia a resbalar sobre la nariz picuda y fina iba en aumento cada
+día.</p>
+
+<p>—Pues lo que pienso —añadió— es que sin saber cómo, me encuentro
+rico... es decir, no muy rico, entendámonos, sino simplemente en ese
+estado de buen acomodo que me permitiría, si quisiera, renunciar al
+comercio y retirarme a vivir tranquilo en mis queridos Cigarrales,
+donde no me ocuparía más que en labrar el campo y criar a mis hijos.</p>
+
+<p>Sola le respondió a estas palabras con otras de felicitación, y
+el héroe, que se sentía aquella noche con muchas ganas de charlar,
+continuó de este modo:</p>
+
+<p>—Con usted no hay secretos. Sepa usted que ayer he pagado el último
+plazo de esta casa en que vivimos: de modo que es mía, tan mía como
+mis anteojos y mi corbata de suela. En los Cigarrales he comprado ya
+más de cien fanegadas para agregarlas a las que<span class="pagenum"
+id="Page_31">p. 31</span> heredé de mis padres, y pienso comprar
+las del tío <i>Rezaquedito</i>, que saldrán a la venta muy pronto.
+De modo que ya estamos libres de perder el sueño por cavilar en el
+día de mañana; y si por acaso me da un torozón (que no me dará), no
+estaré afligido en mi última hora con la idea de que mis hijos tengan
+que vivir a expensas de parientes y amigos, vea usted por dónde la
+Divina Providencia ha premiado mi laboriosidad, y nada más que mi
+laboriosidad, pues talentos no los tengo, y en cuanto a picardías, ya
+se sabe que esa moneda no corre dentro de mi casa.</p>
+
+<p>—Dios ha querido que un hombre tan bueno y tan cabal en todo —le
+dijo Sola— tenga su merecido en el mundo, porque si al bueno no le da
+Dios los medios de ser caritativo y generoso, ¿qué sería de los pobres,
+de los abandonados, de los huérfanos?</p>
+
+<p>—No, no... —replicó Cordero un sí es no es conmovido—, no hay aquí
+generosidades que alabar ni virtudes que enaltecer. Algo he hecho
+por los menesterosos; y si alguna persona ha recibido especialmente
+de mí ciertos beneficios, estos han sido menores de los que ella se
+merece. Dios no puede estar satisfecho de mí en esta parte... Que se
+han sucedido buenos años para el género; que los cambios políticos,
+improvisando posiciones, han desarrollado el lujo; que las modas
+han favorecido grandemente el comercio de blondas y puntillas;
+que la paz de estos años de despotismo ha traído muchos bailes y
+saraos, equivalentes a gran despilfarro de Valenciennes, Flandes
+y Malinas;<span class="pagenum" id="Page_32">p. 32</span> que el
+restablecimiento del culto y clero después de los tres años trajo
+la renovación de toda la ropa de altar y mucho consumo de encajería
+religiosa; que mi puntualidad y honradez me dieron la preferencia entre
+las damas; que la corte misma, a pesar de que son bien notorias mis
+ideas contrarias a la tiranía, no quiere ver entrar por las puertas de
+Palacio ni media vara de Almagro que no sea de casa de Cordero, y, en
+fin, que Dios lo ha querido, y con esto se dice todo. Bendigámosle y
+pidámosle luces para acertar a hacer el bien que aún no hemos hecho, y
+que es a manera de una sagrada deuda pendiente con la sociedad, con la
+conciencia...</p>
+
+<p>El héroe se atascó en su propia retórica, como le pasaba siempre
+que quería expresar una idea no bien determinada aún en su espíritu,
+y un sentimiento oprimido en las fuertes redes de la timidez y la
+delicadeza.</p>
+
+<p>—Acabe usted, que me da gusto oírle —le dijo Sola sonriendo—, pero
+prontito, que hay mucho que hacer esta noche.</p>
+
+<p>—Descanse usted un momento, por amor de Dios. ¿Siempre hemos de
+estar sobre un pie?... ¡Oh!, por mi parte, <i>Hormiga</i>, estoy
+decidido a descansar. Verdad es que no soy un niño. Tengo cincuenta y
+dos años.</p>
+
+<p>Dicho esto, don Benigno miró como extasiado a su protegida, que a su
+vez contemplaba fijamente la luz, a riesgo de quedarse deslumbrada.</p>
+
+<p>—Cincuenta y dos años, que es mucho y es poco, según se considere
+—añadió el héroe con<span class="pagenum" id="Page_33">p. 33</span>
+cierta turbación—. Todo es relativo, hasta los años, y yo, con mi
+constitución recia y firme, mis acerados músculos, mi desconocimiento
+absoluto de lo que son médicos y boticas, no me cambio por esos
+pisaverdes de color de cera de muerto, que se llaman muchachos por una
+equivocación del tiempo.</p>
+
+<p>—Es usted rico; goza de perfecta salud —murmuró Sola, cuyas miradas,
+como mariposas, gustaban de recrearse en la llama—; es además bueno
+como el buen pan; tiene buen nombre y fama limpia. ¿Qué más puede
+desear?</p>
+
+<p>Don Benigno dio un suspiro, y mirando al tapete, dijo así:</p>
+
+<p>—Es verdad: nada puedo desear. Temeridad e impertinencia sería pedir
+más.</p>
+
+<p>Ambos callaron.</p>
+
+<p>—¿Tiene usted algo más que decirme? —preguntó Sola levantándose.</p>
+
+<p>—Nada, nada, apreciable <i>Hormiga</i> —dijo don Benigno irradiando
+bondad y sentimientos puros de su cara de rosa—. Nada más sino que...
+Dios sobre todo.</p>
+
+<p>Después que la joven se fue, Cordero tomó a Rousseau como se toma
+el brazo de un amigo para apoyarse en él, y abriendo el libro por
+donde estaba la marca, indicando sin duda capítulo, renglón o párrafo
+de gran interés, se quedó un buen rato meditando en la extraordinaria
+profundidad, intención y filosofía de la sentencia con que el ginebrino
+encabeza el libro quinto del Emilio.</p>
+
+<p>Dice así: <i>No es bueno que el hombre esté solo</i>.</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch3">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_34">p. 34</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">III</h2>
+</div>
+
+<p>El día era de los mejores que suele tener Madrid en invierno, con
+cielo limpio y espléndido sol. Los madrileños, que por su índole
+castiza no necesitaban entonces ni ahora de grandes atractivos para
+echarse en tropel a la calle, invadieron aquel día la carrera de las
+procesiones regias que va desde las puertas de Toledo o Atocha hasta
+Palacio, vía ciertamente histórica y muy interesante, por la cual
+han pasado tantos monarcas felices o desgraciados, y no pocos ídolos
+populares. Si fuera posible reproducir la serie de comitivas diversas
+que han recorrido ese camino del entusiasmo desde la primera entrada
+de Fernando VII en mayo de 1808, tendríamos una galería curiosa, en la
+cual muy pocas pinceladas tendría que añadir la historia para hacer el
+cuadro completo de las sucesivas idolatrías españolas. El quemar de
+los ídolos, cuando estamos cansados de adorarlos, se verifica en otra
+parte.</p>
+
+<p>Estas grandiosas comparsas tienen una monotonía que desespera;
+pero el pueblo no se cansa de ver los mismos lacayos con las mismas
+pelucas, los mismos penachos en la frente de los mismos caballos, y
+el inacabable desfilar de uniformes abigarrados, de coches enormes
+más ricos que elegantes, de generales en número<span class="pagenum"
+id="Page_35">p. 35</span> infinito, y el trompeteo, la bulla, el
+oscilar mareante de plumachos mil, el fulgor de bayonetas, y, por
+último, el revoloteo de palomitas y de hojas de papel conteniendo los
+peores sonetos y madrigales que pueden imaginarse.</p>
+
+<p>Aquel día de diciembre de 1829, el pueblo de Madrid admiró
+principalmente la hermosura de la nueva reina, la cual era, según la
+expresión que corría de boca en boca, <i>una divinidad</i>. Su cara,
+incomparablemente graciosa y dulce, tenía un sonreír constante, que
+se entraba, como decían entonces, hasta el corazón de todo el pueblo,
+despertando ardientes simpatías. Bastaba verla para conocer su agudo
+talento, que tanto había de brillar en las lides cortesanas, y para
+prever las nobles conquistas que la gracia y la confianza habían de
+hacer prontamente en el terreno de la brutalidad y del recelo. Jamás
+paloma alguna entró con más valentía que aquella en el negro nidal de
+los búhos; y aunque no pudo hacerles amar la luz, consiguió someterles
+a su talante y albedrío, consiguiendo de este modo que pareciesen menos
+malos de lo que eran. Fue mirada su belleza como un sol de piedad
+que venía, si bien un poco tarde, a iluminar los antros de venganza
+y barbarie en que vivía, como un criminal aherrojado, el sentimiento
+nacional.</p>
+
+<p>No ha existido persona Real a quien se hayan dedicado más versos.
+Por ella sola se han fatigado más <i>las deidades de Hipocrene</i> y
+ha hecho más corvetas el buen Pegaso que por todas las demás reinas
+juntas. A ella se le dijo<span class="pagenum" id="Page_36">p.
+36</span> que si el Vesubio la había despedido con <i>refulgentes
+destellos</i>, el Manzanares la recibió <i>vestido de flores</i>; se
+le dijo que <i>Pirene</i> había inclinado la <i>erguida espalda</i>
+para dejarla pasar, y que en los <i>vergeles de Aretusa</i> tocaba la
+lira el <i>virginal concilio</i> celebrando a la <i>ninfa bella de
+Parténope</i>.</p>
+
+<p>La hermosa reina fue también cantada por los grandes poetas;
+que no todo había de ser ruido en las diversas cataratas de versos
+que celebraron su casamiento, su entrada, su embarazo, sus dos
+alumbramientos, sus días, sus actos políticos más notables, y en
+particular el glorioso hecho de la amnistía. Don Juan Bautista Arriaza,
+que desde el año 8 venía haciendo todos los versos decorativos y de
+circunstancias, la letra de todos los himnos y las inscripciones de
+todos los arcos triunfales, echó el resto, como decirse suele, en las
+fiestas del año 29. Quintana dedicó al <i>feliz enlace de Fernando
+VII</i> una canción epitalámica que no quiso incluir en las ediciones
+de sus obras, y otros insignes vates de la época la ensalzaron en
+aquellas odas resonantes y tiesas, algo parecidas al parche duro
+y ruidoso de una caja de guerra, y cuya lectura deja en los oídos
+impresión semejante a la que produciría una banda de tambores en día
+de parada. Con todo, en la corona poética de esta insigue reina se
+encuentran altos pensamientos y graciosas imágenes, principalmente en
+todo aquello que aparece inspirado por la seductora sonrisa,</p>
+
+<div class="poetry-container">
+<div class="poetry">
+ <div class="stanza">
+ <div class="verse indent0"><i>que cuanto más se ve más enamora.</i></div>
+ </div>
+</div>
+</div>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_37">p. 37</span>Entró Cristina en
+coche acompañada de sus padres los reyes de Nápoles. Al estribo derecho
+venía el esposo y tío, rigiendo magistralmente su hermoso caballo.
+Era, según dicen, el primer jinete de su época; verdaderamente nuestro
+rey tenía un aspecto tan majestuoso como gallardo cuando montaba en
+uno de aquellos apopléticos corceles cuya pesadez y arrogancia nos han
+transmitido Velázquez y Goya. La alzada del animal, el corpulento busto
+del monarca, su rico uniforme, su alto sombrero de tres picos, muy
+parecido, según la absurda moda de la época, a las mitras o tinajones
+que llevan en su cabeza los bueyes de la arquitectura asiria, daban a
+la colosal figura no sé qué apariencia babilónica que infundía respeto
+y algo de miedo supersticioso.</p>
+
+<p>Pero la arrogancia de la majestad ecuestre, la misma riqueza
+abigarrada de su traje de gala, no disimulaban en Fernando aquella
+decadencia precoz que le hacía viejo a los cuarenta y cinco años. En su
+rostro duro y de pocos amigos (por lo que se acomodaba perfectamente
+al carácter) parecía que la nariz se había agrandado, impaciente de
+juntarse al labio belfo, el que por su parte se estiraba a más no
+poder, como si quisiera echarse fuera de tal cara. Su color, que era
+una mezcla enfermiza del verdoso y del amoratado, extendía por sus
+mejillas como una sombra lúgubre, en la cual lucían mejor sus ojos
+grandes y negros, por donde en ciertos momentos se asomaban, con el
+instantáneo fulgor del relámpago, sus alborotadas pasiones.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_38">p. 38</span></p>
+
+<p>Pasaron. Aquel río de morriones, pelucas, sables desnudos,
+entorchados, pompones y cabezas mil que se movían al compás de la
+marcha de tanto caballo festoneado y lleno de garambainas; la sucesión
+de tanto y tanto coche, semejante a canastillas hechas con todos los
+materiales posibles, desde la concha y el marfil hasta el cobre y la
+madera; el estruendo solemne de la marcha real y todo lo demás que
+realza estas procesiones, tenían tan absorto y embobado al pueblo
+madrileño, amante de estas cosas como ningún otro pueblo del mundo, que
+si la corte hubiera estado pasando y repasando de aquella manera por
+espacio de tres meses seguidos, no faltarían ni un momento las grandes
+líneas de gente con la boca abierta, a un lado y otro de la carrera.</p>
+
+<p>Por la multitud de caras bonitas y la variedad de colores que en
+ellos había, parecían babilónicos pensiles los balcones de las casas.
+En los de la de Bringas, que daban a la calle Mayor, hallábase don
+Benigno con Sola y los chicos, amén de otras familias amigas del rico
+comerciante que dio su nombre a los soportales cercanos a Platerías.
+Quiso la desgraciada suerte de Sola que le tocase salir al mismo
+balcón donde estaba una señora a quien ciertamente no gustaba de ver
+en parte alguna, y no porque la dama fuese de mal aspecto, sino por
+otros motivos muy poderosos. Era de tal manera hermosa, que cautivaba
+los ojos y el corazón de cuantos la miraban. Por singular capricho de
+la naturaleza, el tiempo, que de ordinario es enemigo y destructor de
+la hermosura,<span class="pagenum" id="Page_39">p. 39</span> allí era
+su cultivador y como su custodio, pues la conservaba fielmente, y aun
+parecía aumentarla cada año. De esta galantería del tiempo, unida a
+los adornos escogidos y a un esmero constante y casi religioso en la
+persona, resultaba el <i>boccato di cardinale</i> más rico que podría
+imaginarse. Para mayor gracia, había tenido el buen acuerdo de vestirse
+de maja, lo mismo que otras muchas damas que en aquel día clásico
+adoptaron el traje nacional. Llevaba, pues, falda de alepín inglés
+color de amaranto con abalorios negros, chaquetilla de terciopelo con
+muchos botoncitos de filigrana de oro, mantilla de casco de tafetán
+con gran velo de blonda, y peineta de pico de pato, todo puesto con
+extraordinaria bizarría.</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch4">
+ <h2 class="nobreak g0">IV</h2>
+</div>
+
+<p>Cuando Sola se vio junto a ella, tuvo que disimular su espanto,
+obligada a recibir el saludo de la dama y a devolverlo cortésmente.
+Después hablaron las dos de lo bonita que estaba la carrera, de la
+hermosura del tiempo, de los dichos y hechos que se contaban de la
+reina Cristina y del excesivo número de personas que había en casa
+de Bringas, las cuales rebosaban por los balcones como guindas en
+cesta.</p>
+
+<p>Ocupada la mejor parte de los balcones por<span class="pagenum"
+id="Page_40">p. 40</span> las señoras, los hombres poco o casi nada
+podían ver. Cordero paseaba de largo a largo por la sala, charlando con
+su amigo don Francisco Bringas de cosas sustanciosas y muy importantes,
+como la paz entre Rusia y Turquía, la cuestión de Grecia, que pronto
+iba a ser reino independiente, y las tristes nuevas que habían llegado
+de la expedición americana, deshecha y rota en Tampico, con lo que
+parecía terminada nuestra dominación en aquel continente.</p>
+
+<p>Don Benigno, que leía diariamente la <i>Gaceta</i> y <i>Diario</i>,
+estaba al tanto de todo, y sobre cada asunto daba juiciosos dictámenes.
+Los impronunciables nombres de los puntos donde se batían turcos y
+rusos salían de la boca de nuestro héroe con no poca dificultad, y
+Bringas, que seguía con grandísimo ahínco el negocio de la nueva
+Grecia, barajaba los nombres gatunos de los personajes de aquel
+país, y así no se oía otra cosa que Miaulis, Mauromichales y también
+Kalocotroni, Maurocordato y Capodistria.</p>
+
+<p>Pronto tomó la conversación otro rumbo con la llegada de cierto
+joven de arrogante presencia, alto de cuerpo, agraciadísimo de rostro,
+con el pelo en rizos, las mejillas rosadas, el color blanco, los ojos
+garzos, los ademanes desenvueltos, el vestir elegante. Respondía al
+nombre de Salustiano Olózaga y era un abogado de veinticuatro años,
+medio célebre ya por sus brillantes alegatos forenses, y mayormente
+por la defensa que había hecho ante el Consejo y Cámara de Castilla de
+un pobre albañil inclusero condenado a muerte<span class="pagenum"
+id="Page_41">p. 41</span> por el robo de dos libras de tocino. La
+Milicia nacional cuando había Milicia, el foro cuando había foro y la
+política siempre, consumían todo el ardor de su existencia.</p>
+
+<p>Era el campeón juvenil de la idea naciente; la Providencia habíale
+dado, entre otras notables prendas, elocuencia, si no brillante,
+varonil y sobria, con una lógica irresistible.</p>
+
+<p>Los jóvenes de hoy, alumnos aprovechados del eclecticismo y del
+justo medio, no comprenderán quizás el entusiasmo y valentía de
+aquellos muchachos que sintiendo en su mente, por la natural índole
+de los tiempos, una especie de inspiración sacerdotal, hablaban de
+los déspotas y de la libertad como hablaría un romano de la primera
+república. Y no se paraban en barras; aún deseaban martirios heroicos,
+y se metían en las conspiraciones más absurdas e inocentes, y osaban
+decir en pleno foro, delante de los consejeros, cosas que pasman por lo
+valerosas o intencionadas.</p>
+
+<p>Desde que entró Salustiano no se habló más de Miaulis ni del bueno
+de Kalocotroni. Alejados un tanto del salón principal, y reforzado el
+grupo con otras personas, el librero Miyar, el ingeniero Marcoartú y
+un comerciante de la calle de Postas, llamado Bárcenas, se despacharon
+todos a su gusto, siendo Olózaga tan hablador y contudente que no se
+paraba en pelillos, y con su lengua, que más bien era un hacha, iba
+dejando muy mal parada a lo que ya se llamaba <i>la situación</i>.</p>
+
+<p>Don Benigno, que no gustaba de engolfarse mucho en política por los
+peligros que pudiera<span class="pagenum" id="Page_42">p. 42</span>
+traer, dejó a sus amigos para buscar en los balcones la tertulia más
+grata y segura de las damas. La que vestía de maja se había puesto a
+bromear con el marqués de Falfán de los Godos, el hombre más mujeriego
+de aquel tiempo y también el más fino y galante, si bien su persona,
+camino ya de la ruina, le ayudaba poco en lo que él quisiera que
+le ayudase. A Sola, en tanto, le daba conversación una señora muy
+impertinente llamada doña Salomé Porreño, que a cada rato ponía los
+ojos en blanco y echaba suspiros, cual si no tuviera en el mundo otra
+misión ni empleo que estarse lamentando a todas horas de una cosa
+perdida. Al lado de ella campaba una joven muy bonita, casada y por
+añadidura en aquel interesante estado que anuncia la maternidad. La de
+Presentacioncita, que así se llamaba, debía estar ya muy próxima, según
+se echaba de ver al primer examen. Era su marido un tal don Gaspar de
+Grijalva, con más riqueza que buen seso, y muy aficionado a meterse
+en trapisondas políticas, por lo que Presentación se afligía mucho y
+estaba siempre sobre ascuas temiendo que le ahorcasen. Esta señora,
+lo mismo que Sola, parecían tener muy pocas ganas de conversación;
+pero doña Salomé, colocada entre ellas como una especie de mediador
+parlante, suplía la desgana de ellas con un insaciable apetito de
+palique, y no cesaba de hacer preguntas y observaciones, poniendo en el
+discurso, como se pone la sal en la comida, los suspiros y el incesante
+revolver de sus ojos.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_43">p. 43</span></p>
+
+<p>Jenara, o sea la maja, hacia atrás volvía su rostro a cada instante
+para responder a Falfán de los Godos, y en uno de estos dimes y diretes
+habló así:</p>
+
+<p>—Sí, hoy mismo he tenido noticias suyas. Pipaón me entregó esta
+mañana una carta que es de perlas, por las muchas cosas ingeniosas que
+me dice. Creo que en mucho tiempo no le veremos por acá. Me anuncia que
+piensa casarse.</p>
+
+<p>Jenara hablaba en voz muy alta; pero como Falfán de los Godos era
+algo teniente, es decir, algo sordo, nadie lo extrañaba. Al mismo
+tiempo la de Porreño daba con el codo a Sola y le decía:</p>
+
+<p>—¿Pero no me oye usted lo que le pregunto? Tres veces le he
+preguntado a usted que si conoce a aquel comandante que pasa, y no me
+ha dado contestación... Por lo visto aquí todos son sordos... Se ha
+quedado usted lela; ¿en qué piensa usted que está tan pálida?... ¿No
+oye usted?...</p>
+
+<p>—Sí, sí —replicó Sola, como se replicaría a las avispas, si
+la picada de estas fuera, en vez de picada, pregunta—. He oído
+perfectamente.</p>
+
+<p>La de Porreño, al ver que por aquella banda no sacaba nada de
+provecho, se volvió a la otra y a Presentación. Después que la oyó,
+Presentación, que era muy maligna, dijo así:</p>
+
+<p>—Aguarde usted. Mandaré a casa por la <i>Guía de Forasteros</i>,
+y con ella en la mano le diré a usted los nombres de todos los
+comandantes, capitanes y coroneles que hay en España.</p>
+
+<p>La de Porreño miró al cielo como si quisiera<span class="pagenum"
+id="Page_44">p. 44</span> ponerle por testimonio de tanta injusticia.
+Bueno es decir que no vestía de maja ni de cosa que lo pareciera, sino
+a la moda pura y neta de 1822, con dulleta que ella misma había trocado
+en pelliza, aplicándole los restos de un capisayo antiguo. Su tocado
+era el llamado de turbante, guarnecido de cordones que fueron de oro
+y unas plumas que más parecían de escribano que de avestruz, como no
+pudieran aplicarse a uno y otro.</p>
+
+<p>—También a mí me han dicho que piensa casarse —manifestó Falfán de
+los Godos.</p>
+
+<p>Entonces se oyó un murmullo, una voz sorda y general que, sin decir
+nada, claramente decía: «Ya viene, ya viene, ya, ya...». La multitud se
+agitó cual una gran culebra que pone en movimiento todas sus vértebras,
+y en los balcones hubo un hondo suspiro de ansiedad que corrió de un
+cabo a otro de la calle. Todos los ojos miraban a la Puerta del Sol,
+por donde sonaba como el mugido de un mar, y al poco rato se vio que
+se agitaba la superficie de cabezas, y que brincaban saltando por
+encima de la gente penachos de caballos, plumas de morriones y espadas
+desnudas. El murmullo creció, estalló la marcha real como un trueno, y
+empezó a pasar la corte.</p>
+
+<p>Sola no veía nada, sino una confusa corriente de colorines y formas,
+caballos que parecían hombres, hombres que trotaban, y un rodar
+continuo de formas y magnificencias, todo en tropel y borrosamente,
+al modo de nube formada de la disolución de todas las visiones
+humanas. Un cerebro que desfallece, permitiendo<span class="pagenum"
+id="Page_45">p. 45</span> la alteración de las sensaciones ópticas,
+suele producir desvanecimiento y síncope; pero Sola hizo un esfuerzo,
+cerró los ojos, dejando pasar la mareante comparsa, y así resistió,
+fuertemente asida a los hierros del balcón. Cuando, pasada la corriente
+de abigarrados coches, solo quedaban los escuadrones de escolta,
+principió a serenarse: pero todavía su visión estaba perturbada, y las
+casas y balcones cuajados de damas, seguían corriendo juntamente con la
+caballería.</p>
+
+<p>Después de desfilar por delante de Palacio, los regimientos de
+infantería pasaban por la calle.</p>
+
+<p>—Ese, ese coronel, ¿quién es? —preguntó súbitamente la de
+Porreño.</p>
+
+<p>—Si no me engaño, es el moro Muza —replicó Presentación.</p>
+
+<p>Diciéndolo, el caballo que montaba el teniente coronel señalado
+por Salomé resbaló, y sin que el jinete pudiera sujetarlo, cayó
+pesadamente, arrastrando a este. La caída fue tremenda. Oyose inmensa
+gritería mujeril. Detúvose la gente, arremolinose el regimiento,
+acudieron soldados y paisanos al infeliz jinete, magullado y aturdido
+por la fuerza del golpe, y alzándole del suelo, le entraron en una
+tienda para darle algún socorro. Era un hombre de cuerpo largo y flaco,
+cara morena y varonil. Al ser levantado del suelo hacía recordar
+involuntariamente la figura de don Quijote tendido en tierra después de
+cualquiera de sus desventuradas aventuras.</p>
+
+<p>En los balcones de Bringas agolpáronse todos para ver al caído.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_46">p. 46</span></p>
+
+<p>—¡Pobre hombre! —exclamó Cordero.</p>
+
+<p>—¡Y qué bien iba en el caballo! —dijo la de Porreño.</p>
+
+<p>—Se parece al de la Triste Figura —indicó Bringas.</p>
+
+<p>—Es el mismísimo don Quijote —observó Olózaga.</p>
+
+<p>Jenara volviose prontamente, y con cierto tonillo de enfado dijo
+así:</p>
+
+<p>—Pues no es don Quijote, señor discursista, sino don Tomás
+Zumalacárregui, apostólico neto y con un corazón mayor que esta
+casa.</p>
+
+<p>Cuando poco o nada había que ver en los balcones, Bringas obsequió a
+sus amigos con algunas golosinas acompañadas de licores y agua fresca,
+y unos hartos de dulces, otros sin probarlos, empezó el desfile. Don
+Benigno, con Sola y sus hijos, fue a recorrer las calles para ver
+los preparativos de las grandes fiestas que empezaban aquel día, y
+principalmente para contemplar y admirar por sus cuatro costados <i>el
+templete</i>, monumento de lienzo pintado de que se hablaba mucho,
+y que con grandes dispendios se construyó en la Puerta del Sol sobre
+la misma Mariblanca. Era la máquina más bonita que habían visto los
+madrileños hasta entonces. Millares de personas la admiraban sin
+cesar, formando un círculo de papamoscas, y a la verdad, las columnas
+pintadas, las cuatro estatuas y el globo terráqueo, que remataba la
+construcción como un bonete, harían caer de espaldas a Miguel Ángel,
+Herrera y demás célebres arquitectos.</p>
+
+<p>Todo lo fue examinando Cordero, y sobre<span class="pagenum"
+id="Page_47">p. 47</span> todos los preparativos dio opiniones muy
+discretas. En los días y noches siguientes llevó a su familia a ver
+las comparsas e iluminaciones, y a admirar la gran novedad del carro
+triunfal alegórico mitológico manolesco, dispuesto por el corregidor
+Barrajón, y en el cual iban haciendo de ninfas varias bellezas de
+Madrid, entre ellas <i>Pepa la Naranjera</i>, que, subida en el escabel
+más alto, representaba a la diosa Venus.</p>
+
+<p>La gente decía que iba <i>vestida de Venus</i>, de lo que resultaba
+un contrasentido; pero el decoro de nuestras costumbres y la santidad
+de los tiempos no habrían consentido que las diosas salieran a la calle
+como andaban por el Olimpo.</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch5">
+ <h2 class="nobreak">V</h2>
+</div>
+
+<p>Entre las muchas sociedades más o menos secretas que amenazaron el
+poder de Calomarde, hubo una que no precisamente por lo temible, sino
+por otras razones, merece las simpatías de la posteridad. Llamose de
+los <i>Numantinos</i>, y componíase de mucha y diversa gente. Entre los
+atrevidos fundadores de ella hubo tres, cuyos nombres ilustres conserva
+y conservará siempre la historia patria: llamábanse Veguita, Pepe y
+Patricio.</p>
+
+<p>El objeto de los <i>Numantinos</i> era, como quien no dice
+nada, <i>derrocar la tiranía</i>. Los medios<span class="pagenum"
+id="Page_48">p. 48</span> para conseguir este fin no podían ser
+más sencillos. Todo se haría bonitamente por medio de la siguiente
+receta: <i>matar al tirano</i> y <i>fundar una república a estilo
+griego</i>.</p>
+
+<p>Retratemos a los tres audaces patriotas, ante cuya grandeza heroica
+palidecerían los Gracos, Brutos y Aristogitones.</p>
+
+<p>El primero, <i>Veguita</i>, tenía dieciocho años y era de la piel de
+Barrabás, inquieto, vivo, saltón, con la más grande inventiva que se ha
+visto para idear travesuras, bien fueran una fiestecilla de pólvora,
+un escalamiento de tapias, una paliza dada a tiempo, o cualquier otro
+desafuero. Su casta americana se revelaba en el brillo de sus negros
+ojos, en su palidez y en sus extremadas alternativas de agitación o
+indolencia. Vino de América casi a la ventura. Su madre le envió a
+Europa para educarse y para heredar. Si esto último no fue logrado,
+en cambio su nueva patria heredó de él abundantes bienes de la mejor
+calidad. Pertenecía a la célebre empolladura del colegio de San Mateo,
+donde dos retóricos eminentes sacaron una robusta generación de poetas.
+Antes de ser derrocador de tiranos fundó la academia del <i>Mirto</i>,
+cuyo objeto era hacer versos, y allí, entre sáficos y espondeos, nació
+el complot <i>numantino</i>; que en España, ya es sabido, se pasa
+fácilmente de las musas a la política.</p>
+
+<p>El segundo, <i>Pepe</i>, tenía quince años. Nació en un camino,
+entre el estruendo de un ejército en marcha; arrullaron su primer
+sueño los cañones de la guerra de la Independencia. Creció en medio de
+soldados y cureñas, y<span class="pagenum" id="Page_49">p. 49</span> a
+los cinco años montaba a caballo. Sus juguetes fueron balas. Ya mozo,
+era mediano de cuerpo y agraciado de rostro, en lo moral generoso,
+arrojado hasta la temeridad, ardiente en sus deseos, pobre en caudales,
+rico en palabra, cuando triste tétrico, cuando alegre casi loco.
+Educose también en San Mateo con los retóricos, y desde aquella primera
+campaña con los libros, le atormentaba el anhelo de cosas grandes,
+bien fueran hechas o sentidas. Los embriones de su genio, brotando y
+creciendo antes de tiempo con fuerza impetuosa, le exigieron acción, y
+de esta necesidad precoz salió la sociedad <i>numantina</i>. También
+le exigían arte, y por eso en la sesiones de la asamblea infantil, a
+Pepe le salía del cuerpo y del alma, en borbotones, una elocuencia
+inocentemente heroica que entusiasmaba a todo el concurso. Él no pedía
+niñerías; aspiraba nada menos que a <i>quebrantar las cadenas que
+oprimían a la patria</i>, empresa en verdad muy humanitaria y que iba a
+ser realizada en un periquete.</p>
+
+<p>El tercero, <i>Patricio</i>, tenía, como <i>Veguita</i>, dieciocho
+años. Se le contaba, por lo tanto, entre los respetables.</p>
+
+<p>Era formalillo, atildado, de buena presencia, palabra fácil y
+fantasía levantisca y alborotada. Sentía vocación por las armas y
+por las letras, y lo mismo despachaba un madrigal que dirigía un
+formidable ejército de estudiantes en los claustros de Doña María de
+Aragón. También era orador, que es casi lo mismo que ser español y
+español poeta. En los<span class="pagenum" id="Page_50">p. 50</span>
+<i>Numantinos</i> asombraba por su energía y el aborrecimiento que
+mostraba a todos los tiranos del mundo. Insistía mucho en lo de
+hacer trizas a Calomarde, medio excelente para llegar después a la
+pulverización completa de la tiranía.</p>
+
+<p>Las reuniones se celebraban en una botica de la calle de Hortaleza
+las más de las veces, otras en una imprenta, y cuando cundían olores de
+persecución, toda <i>Numancia</i> se refugiaba en una cueva de las que
+había en la parte inculta del Retiro, no lejos del Observatorio. Los
+mayores de la cuadrilla no pasaban de veinte abriles: estos eran los
+ancianos, <i>expertos</i>, o <i>maestros sublimes perfectos</i>; que, a
+decir verdad, la pandilla gustaba de darse aires masónicos, sin lo cual
+todo habría sido muy soso y descolorido.</p>
+
+<p>Si aquello no era inocente, lo parecía, porque a lo mejor, los
+enemigos del tirano, bien se hallaran en la botica, bien en la
+novelesca cueva del Retiro, se distraían sin saber cómo de su misión
+heroica y se ponían a acertar charadas y a representar comedias. Otras
+veces, cuando alguno de ellos tenía dineros, cosa muy extraordinaria y
+fuera de lo natural, alquilaban borricos y se iban en escuadrón por las
+afueras dando costaladas y buscando aventuras, que siempre concluían
+con alguna pesada chanza de <i>Pepe</i>.</p>
+
+<p>Fuera o no pueril la sociedad <i>Numantinos</i>, lo cierto es
+que Calomarde la descubrió y puso la mano en ella, dando con todos
+los chicos en la cárcel de Corte, y metiendo más ruido que<span
+class="pagenum" id="Page_51">p. 51</span> si cada uno de ellos fuese
+un Catilina, y todos juntos el mismo Averno. La importancia que dio
+aquel gobierno menguado y cobarde a la conspiración infantil puso en
+gran zozobra a las familias. Se creyó que los más traviesos iban a
+ser ahorcados, y había razón para temerlo, pues quien supo ahorcar
+a hombres y mujeres, bien podía hacer lo mismo con los muchachos,
+que era el mejor medio para extirpar el liberalismo futuro. Mas por
+fortuna Calomarde no gustó de hacer el papel de Herodes, y después de
+tener algunos meses en la cárcel a los que no se salvaron huyendo, les
+repartió por los conventos <i>para que aprendieran la doctrina</i>.</p>
+
+<p><i>Patricio</i> se escapó a Francia. A <i>Pepe</i> me le enviaron
+al convento de franciscanos de Guadalajara, y a <i>Veguita</i> le
+tuvieron recluso en la Trinidad de Madrid. Esta prisión eclesiástica
+fue muy provechosa a los dos, porque los frailes les tomaron cariño,
+les perfeccionaron en el latín y en la filosofía, y les quitaron de la
+cabeza todo aquel fárrago masónico numantino y el derribo de tiranías
+para edificar repúblicas griegas.</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch6">
+ <h2 class="nobreak g0">VI</h2>
+</div>
+
+<p>Lo azaroso de los tiempos traía entonces mudanzas muy bruscas
+en todo, y las pandillas variaban a menudo, modificadas por las
+muertes y destierros. En 1827 echábase de menos<span class="pagenum"
+id="Page_52">p. 52</span> a <i>Patricio</i>, que estaba en París, y a
+<i>Pepe</i>, que, perseguido nuevamente por sus calaveradas, se había
+marchado a Lisboa con muchas ilusiones y pocas pesetas, que por cierto
+arrojó al mar en la boca del Tajo. Quedaba <i>Veguita</i>, a quien
+hallamos siendo núcleo de una nueva cuadrilla. Ya no se ocupaba de
+política inocente. La juventud abría los ojos, columbrando la grandeza
+lejana de sus destinos. ¡Generación valiente, en buen hora naciste!</p>
+
+<p>Junto a <i>Veguita</i> hallamos a un joven riojano y por añadidura
+tuerto, que hacía ya las comedias más saladas que podrían imaginarse.
+Había sido primero soldado raso y después empleado en los tres años,
+con su impurificación correspondiente el 24. Tenía las chuscadas más
+ingeniosas y las ocurrencias más felices. Hablaba mejor en verso que
+en prosa, y montaba mejor en el Pegaso que en un burro alquilón,
+pues restablecido en la partida el uso de las expediciones asnales,
+nuestro soldado poeta apenas sabía tenerse sobre la albarda. Era el
+mismo demonio para contar cuentos y para buscar consonantes, siendo
+tal en esto su destreza, que no le arredraban los más difíciles y
+enrevesados.</p>
+
+<p>El más notable después de estos, era un muchacho que hacía muy malos
+versos y no muy buena prosa, medio traductor de Homero, casi abogado,
+casi empleado, casi médico, que había empezado varias carreras sin
+concluir ninguna. Sabía lenguas extranjeras. Tenía veinte años, y en
+tan corta edad había pasado de una infancia alegre a una juventud<span
+class="pagenum" id="Page_53">p. 53</span> taciturna. Tan bruscas eran a
+veces las oscilaciones de su ánimo arrebatado en un vértigo de afectos
+vehementes, que no se podía distinguir en él la risa del llanto, ni
+el dudoso equívoco de la expresión sincera. Había en su tono y en su
+lenguaje un doble sentido que aterraba y un epigramático gracejo que
+seducía. Era pequeño de cuerpo y bien proporcionado de miembros. A
+su pelo muy negro acompañaban bigote y barba precoces; su color era
+malo, bilioso, y sus ojos grandes y tristes. Tenía mala boca y peores
+dientes, lo cual le afeaba bastante. Fumaba sin descanso, como si
+padeciera una sed de humo que jamás podía aplacarse, y era en su vestir
+pulcro, elegante y casi lechuguino.</p>
+
+<p>Educado en Francia, afectaba a veces desprecio de su nación y la
+censuraba con acritud, quejándose de ella como el prisionero que se
+queja de la estrechez incómoda de su jaula. Frecuentemente, después de
+alborotar en el grupo de un café con palabras impetuosas o mordaces,
+se retiraba a un rincón rechazando toda compañía, o despidiéndose a la
+francesa, huía. Después de largas ausencias tornaba a la pandilla con
+humor hipocondríaco.</p>
+
+<p>Daba su opinión sobre poesía y literatura con un aplomo y una
+originalidad de juicios que pasmaba a todos. Ni <i>Veguita</i> ni el
+tuerto autor de comedias tenían conocimiento, por lo que sus maestros
+de aquí les enseñaban, de aquel nuevo y peregrino modo de juzgar,
+buscando el fondo más bien que la forma de las obras. Pero cuando
+nuestro atrabiliario quería<span class="pagenum" id="Page_54">p.
+54</span> echarse a poeta, los mismos que le admiraban como juez, se
+reían en sus barbas diciéndole que <i>una cosa es predicar otra dar
+trigo</i>. Por mucho tiempo fue objeto de risa y chacota su oda a los
+Terremotos de Murcia, que es de lo peor que en nuestra lengua se ha
+escrito. Cuando se anunció que la reina Cristina estaba encinta, todos
+los poetas echaron otra vez mano o la lira, y el hipocondríaco endilgó
+su soneto</p>
+
+<div class="poetry-container">
+ <div class="poetry">
+ <div class="stanza">
+ <div class="verse indent0"><i>Guarda ya el seno de Cristina hermosa</i></div>
+ <div class="verse indent0"><i>Vástago incierto de alta dinastía...</i></div>
+ </div>
+ </div>
+</div>
+
+<p>Verdad es que no eran mucho mejores los que al mismo asunto
+compusieron <i>Veguita</i> y el autor de comedias.</p>
+
+<p>Se agregaron a la pandilla otros muchos chicos. De ellos, algunos no
+serán mencionados en razón de la oscuridad en que siempre han vivido;
+otros lo serán más tarde, cuando las necesidades de esta verídica
+historia lo reclamen.</p>
+
+<p>Reuníanse primero en el café de Venecia y después en el del
+Príncipe, que desde entonces sacó el nombre de <i>Parnasillo</i>.
+Entonces la juventud no tenía más que dos medios para dar desahogo
+a su ardor, y eran: hacer versos o hacer diabluras. Los estudios
+estaban muertos; la prensa no existía; las letras mismas y el
+teatro principalmente, yacían encadenados por una censura bestial y
+vergonzosa; el conspirar olía a cáñamo; la política era patrimonio
+de las camarillas; las bellas artes, música y pintura,<span
+class="pagenum" id="Page_55">p. 55</span> hallábanse en su alborada
+primera. Los muchachos que no sentían gusto por los soeces ejercicios
+de la tauromaquia, se entretenían en trepar por las asperezas del
+Olimpo, y como la mayor parte carecían de estro, no tenían más
+recurso que la murmuración y las travesuras. De todas las musas, la
+que más andaba entre los de la pandilla, tratándoles de tú, era la
+<i>Décima</i>, por otro nombre <i>el hambre</i>, a quien <i>Veguita</i>
+dedicó una composición muy chusca. Sin dinero, sin ocupación, sin
+estímulo, aquellos insignes poetas o prosistas o simples mortales
+vivían de la poderosa fuerza íntima, que en unos era la fantasía, en
+otros la conciencia de un gran valer, y en todos el presagio de que
+habían de ser principio y fundamento de una generación fecunda.</p>
+
+<p>Todo cansa en el mundo, hasta el hacer versos. Así es que no podían
+satisfacer al bullidor espíritu de tales muchachos las sesiones del
+<i>Parnasillo</i> y el ardiente disputar sobre odas, comedias y
+poemas. La juventud necesita acción, necesita el elemento dramático
+de la vida, sin el cual esta no es más que un soliloquio de dolor o
+un quietismo morboso. La juventud de aquel tiempo, la más ilustre que
+había tenido España desde que envejeció la gran pléyade del siglo <span
+class="asc">XVII</span>, no sabía vivir sin drama. Es verdad que había
+amores y de lo fino; pero las aventuras galantes no podían satisfacer
+completamente a una generación que era la empolladura de una gran
+época. Si la hubiesen dejado, habría hecho revoluciones, derribado
+gobiernos, aplastado ídolos entre<span class="pagenum" id="Page_56">p.
+56</span> el tumulto estrepitoso de millares de discursos. Sentía en
+sí, mezclado con la facultad y la facilidad versificante, el germen de
+la gloriosa oratoria parlamentaria, que en nuestra tierra y en nuestro
+genio es una especie de poesía combatiente. En España es común que
+el fuego de las ambiciones rompa las liras para forjar con ellas las
+espadas.</p>
+
+<p>La acción, que era una necesidad, un apetito irresistible de la
+insigne pandilla, estaba circunscrita por Calomarde a la esfera
+del <i>Parnasillo</i>. La policía no estorbaba que allí dentro se
+dispararan ovillejos, quintillas y décimas, llenas de pimienta como los
+antiguos vejámenes; pero el libro, el drama, el periódico, todas las
+grandes armas del pensamiento, les estaban vedadas. No se les permitía
+más que los alfileres.</p>
+
+<p>Su instinto de grandes empresas con la palabra o con la acción les
+llevaba derechamente a las travesuras, y aquellos rapaces inspirados se
+ocupaban de noche en salir por ahí a romper faroles y a dar bromazos
+a los vecinos pacíficos. ¡Romper un farol! ¡Cuántas delicias, cuánto
+ingenio, cuánta charla preparatoria y cuántos trámites para obra
+tan regocijada! Escogida por el día la víctima inocente, bien por
+la diafanidad relativa de sus vidrios, bien por hallarse próxima a
+cualquier casa de habitantes pusilánimes, se le formaba causa criminal.
+Uno defendía en toda regla al farol, alegando sus buenos servicios,
+otro le acusaba, probando su complicidad en las tinieblas de la calle,
+o, por el contrario, el robo que había hecho de<span class="pagenum"
+id="Page_57">p. 57</span> los rayos del sol. Después de consultar toda
+la jurisprudencia farolística, recaía sentencia en verso, y se nombraba
+la comisión ejecutiva. Por la noche un repentino estruendo y el
+salpicar de los vidrios rotos anunciaba el terrible cumplimiento de la
+justicia; con la oscuridad, la alarma de los vecinos y la intromisión
+de algunos de estos en la gresca, venían nuevas trapisondas y al cabo
+palos y carreras.</p>
+
+<p>Otras veces se entretenían en llamar con fuertes aldabonazos a las
+puertas, y daban aviso a media docena de médicos, diciéndoles con mucho
+apuro que tal o cual enfermo se hallaba en crisis. Enviaban la partera
+a casa de quien menos la necesitaba, y la caja de muerto a quien gozaba
+de excelente salud.</p>
+
+<p>Desde Santa Catalina hasta la Cuaresma, menudeaban entonces las
+reuniones de máscaras, diversión que prevalece en épocas de poca
+libertad. Eran célebres y vistosas las de Aristizábal, Commoto y
+Mariátegui, familias ricas tal que recibían y obsequiaban en el tono y
+forma de la urbanidad moderna. Pero el españolismo rancio tenía tantas
+raíces, que las tertulias de tal especie eran señaladas y aun puestas
+en ridículo por los enemigos de los cumplimientos, partidarios de la
+antigua llaneza ramplona, de quien eran secuaces la incomodidad, el
+desaseo, los modales burdos y la grosería.</p>
+
+<p>Entre las pocas tertulias donde no imperaba el españolismo
+rancio, había una que era sin duda la más agradable de todas. No ha
+llegado su fama hasta nuestros días; pero esto<span class="pagenum"
+id="Page_58">p. 58</span> no importa ni hace al caso, toda vez que
+apenas hemos tenido, como los tuvo Francia, <i>salones</i> célebres
+que fueran centro de hábiles tramas políticas. La tertulia o salón de
+doña Jenara, que tal nombre se le daba, no tuvo importancia mayor como
+centro político ni podía tenerla en aquellos días; no era tampoco de
+primer orden por la riqueza de su dueña, y sus únicas preeminencias
+consistían en el buen gusto, en el trato amable, festivo, ligero y
+exquisitamente urbano, tan distante de la afectada etiqueta como de la
+llaneza; en lo escogido de los manjares, en la comodidad del servicio
+de estos, en la libertad un tanto excesiva de los juegos de azar, y
+principalmente en la chispa inagotable de la charla ingeniosa, rica
+intención y travesura. Era opinión común que allí no entraban los
+tontos. Concurrían a la tertulia menos mujeres que hombres. De los
+poetas nuevos no faltaba uno, y de la gente antigua y machucha iba toda
+la turbamulta volteriana.</p>
+
+<p>No quiere decir esto que la tertulia fuese un centro liberalesco, ni
+el volterianismo significaba de modo alguno entonces ideas avanzadas en
+política; por el contrario, los más heterodoxos eran comúnmente los más
+<i>cangrejos</i>, como solía decirse. Si algún color político dominaba
+en las reuniones, era el absolutista tolerante o ilustrado, el ideal
+monárquico con Carta a lo Luis XVIII, habilidosa componenda de donde en
+tiempos más próximos había de salir el Estatuto, y luego los moderados,
+doctrinarios, etc.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_59">p. 59</span></p>
+
+<p>La dueña de la casa parecía complacerse en sostener equilibrio
+perfecto entre el elemento apostólico y el reformista, pues ambos
+tenían algún corifeo en sus tertulias. Pero no todo era política.
+Casi casi las tres cuartas partes del tiempo se invertían en leer
+versos y hablar de comedias, y la música no ocupaba el último lugar.
+Después que algún aficionado tocaba al clave una sonatina de Haydn o
+gorjeaba un aria de la <i>Zelmira</i> cualquier italiano de la compañía
+de ópera, solía el ama de la casa tomar la guitarra, y entonces... No
+hay otra manera de expresar la gracia de su persona y de su canto sino
+diciendo que era la misma Euterpe bajada del Parnaso para proclamar el
+descrédito del plectro y hacer de nuestro grave instrumento nacional la
+verdadera lira de los dioses.</p>
+
+<p>Era hermosa sobre toda ponderación, y mujer de historia. Separada
+de su esposo, no se le conocían desvaríos. Si alguien se aventuraba a
+hablar de cosas que ofendieran su buen nombre, era tan por lo bajo
+que aquellos vientecillos de murmuración apenas salían de un pequeño
+círculo. Había viajado mucho y hablaba el francés con perfección, lo
+que ya era de grandísimo valor entre los elegantes. Ofrecía su vida
+pasajes misteriosos que nadie acertaba a explicar bien, y que, por el
+propio misterio, se trocaban en dramáticos; y finalmente, mariposeaban
+en torno a ella muchos individuos con pretensiones de cortejos;
+pero aunque a todas horas le echaban memoriales de suspiros o de
+galanterías, a ninguno dio ocasión para que se creyera favorecido.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_60">p. 60</span></p>
+
+<p>La danza no podía faltar en las tertulias. ¡Ah!, entonces el baile
+era baile, un verdadero arte con todos los elementos plásticos que le
+hicieron eminente en Oriente y Grecia, por donde parece natural mirarle
+como antecesor de la escultura. Entonces había caderas, piernas,
+cinturas, agilidad, pies y brazos; hoy no hay más que armazones
+desgarbadas dentro de la funda negra del traje moderno.</p>
+
+<p>Al ver en estos últimos años a ciertos hombres eminentes que han
+sido (y los que viven lo son todavía) el <i>summum</i> de la gravedad
+en la magistratura, en la política y en el ejército; al mirarles,
+repetimos, ora en el sillón presidencial del Senado, ora en el banco
+azul, ya vestidos con la toga de la justicia, ya con el respetabilísimo
+uniforme de generales, no hemos podido tener la risa considerando que
+vimos a esos mismos señores dando brincos y haciendo trenzados en el
+salón de doña Jenara con loco entusiasmo.</p>
+
+<p>La política se trataba en aquella, casa con toda la discreción
+que la época exigía. Ninguno de los sucesos que ocuparon la atención
+pública desde 1829 a 1831 dejó de tratarse allí, mezclándose los
+exteriores con los nacionales, según los traía la revuelta corriente
+del tiempo. Allí se dijo cuanto podía decirse de la transcendentalísima
+Pragmática Sanción del 29 de marzo del 30, origen inmediato
+de varias guerras crueles, pretexto de esa horrible contienda
+histórica, secular, característica del genio español del siglo <span
+class="asc">XIX</span>, y que no ha concluido, no, aunque así lo
+indiquen las treguas<span class="pagenum" id="Page_61">p. 61</span> en
+que el pérfido monstruo toma aliento.</p>
+
+<p>Esa batalla grandiosa en que han peleado con saña los ideales
+hermosos y las tradiciones poéticas, los entusiasmos más firmes y
+las ranciedades más respetables, los intereses más nobles y los más
+bastardos, mezclándose en una y otra parte el legítimo anhelo de la
+reforma con la terquedad de la costumbre, el vuelo del pensamiento con
+la exaltación de la fe; esa batalla, digo, trabada hace tiempo en el
+corazón y en el pensar de España, tarde o temprano había de venir al
+terreno de las armas. Así tenía que ser por ley ineludible. Quiso el
+cielo que nuestra revolución fuera larga, sangrienta, toda compuesta
+de fieros encuentros, heroísmos, infamias y martirios, como una gran
+prueba; quiso que se desataran las pasiones en una guerra sin fin,
+empezada, concluida y vuelta a empezar y concluir en larga serie de
+años de zozobra.</p>
+
+<p>Hay pueblos que se transforman en sosiego, charlando y discutiendo
+con algaradas sangrientas de tres, cuatro o cinco años, pero más bien
+turbados por las lenguas que por las espadas. El nuestro ha de seguir
+su camino con saltos y caídas, tumultos y atropellos. Nuestro mapa no
+es una carta geográfica, sino el plano estratégico de una batalla sin
+fin. Nuestro pueblo no es pueblo, sino un ejército. Nuestro gobierno
+no gobierna: se defiende. Nuestros partidos no son partidos mientras
+no tienen generales. Nuestros montes son trincheras, por lo cual están
+sabiamente desprovistos de árboles. Nuestros campos no se cultivan,
+para<span class="pagenum" id="Page_62">p. 62</span> que pueda correr
+por ellos la artillería. En nuestro comercio se advierte una timidez
+secular originada por la idea fija de que mañana habrá jaleo. Lo que
+llamamos paz es entre nosotros como la frialdad en física, un estado
+negativo, la ausencia de calor, la tregua de la guerra. La paz es aquí
+un prepararse para la lucha, y un ponerse vendas y limpiar armas para
+empezar de nuevo.</p>
+
+<p>Pues esta guerra, esta inquietud, que ha llegado a ser en la madre
+patria como un crónico mal de San Vito, se declaró abiertamente,
+después de ciertos amagos, cuando se quiso averiguar quién sucedería en
+el trono a nuestro amado soberano, toda vez que era creencia general
+que se nos moriría pronto. Felipe V establece la ley Sálica, y Carlos
+IV la deroga en secreto. Fernando VII quiere hacerlo en público, y
+lo hace. El problema terrible, o sea la rivalidad de las dos ideas
+cardinales, encuentra al fin un hecho en que encarnarse: la sucesión.
+Tradición y libertad se miran y aguardan con mano armada y corazón
+palpitante lo que dirá la esfinge. La esfinge en aquellos críticos días
+es una reina encinta.</p>
+
+<p>¿Varón o hembra? He aquí la duda, la pregunta general, la esperanza
+y el temor juntos, la cifra misteriosa. Cuando llegó el día 10 de
+octubre de 1830, día culminante en nuestra historia, y retumbó el cañón
+llevando la alegría o el miedo a todos los habitantes de la Villa,
+el ingenioso cortesano de 1815, don Juan de Pipaón, entró sofocado y
+sudoroso en casa de Jenara. Venía sin aliento, echando los bofes,<span
+class="pagenum" id="Page_63">p. 63</span> la cara como un tomate, por
+la violencia del correr y de las emociones.</p>
+
+<p>—¿Qué?... ¿Qué es? —preguntó Jenara con calma.</p>
+
+<p>Pipaón se dejó caer en un sofá, y dándose aire con el pañuelo
+exclamó:</p>
+
+<p>—¡Hembra!... España es nuestra.</p>
+
+<p>—¡Hembra! —repitió Jenara—. ¡Pobre España!</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch7">
+ <h2 class="nobreak g0">VII</h2>
+</div>
+
+<p>Inútil es decir que las fiestas sucedieron a las fiestas; que al
+júbilo oficial correspondió el del inocente pueblo, y que la inmensa
+mayoría de este no comprendió la importancia extraordinaria del suceso,
+origen de tanto cañoneo y regocijos tantos. Arrojada la moneda al juego
+de <i>cara o cruz</i>, había salido <i>cara</i>. Los de la <i>cruz</i>
+estaban como es fácil suponer. Había que oírles en sus camarillas,
+conventículos y madrigueras oscuras. No se hablaba más que de las
+Partidas, del Auto acordado y de la Pragmática Sanción, y la palabra
+<i>legitimidad</i> se escribió en la oculta bandera.</p>
+
+<p>Luego que Jenara y Pipaón dijeron lo que escrito queda, empezaron
+a llegar a la casa los amigos, unos contentos, otros reservados.
+Aquella misma noche leyeron algunos poetas los versos en que celebraban
+el feliz alumbramiento<span class="pagenum" id="Page_64">p.
+64</span> de la hermosa reina, y la señora de la casa obsequió a
+todos con espléndido <i>ambigú</i>, en el cual hubo tanta alegría y
+abundancia tal de exquisitos vinos, que algunos salieron a la calle
+con más soltura de lengua y más flaqueza de piernas de lo que fuera
+menester.</p>
+
+<p>Por mucho tiempo los temas de política extranjera cedieron en la
+tertulia ante el grave tema de nuestros negocios. Ya no se habló más
+de la revolución de julio en Francia, asunto socorridísimo que dio
+para todo el verano y otoño, ni del nuevo reinillo de Grecia, ni del
+reconocimiento de Luis Felipe, ni de Polonia, ni aun siquiera del
+famoso decreto de 1.º de octubre, en el cual, para acabar más pronto
+con los llamados <i>negros</i>, se condenaba a muerte a todo el género
+humano o poco menos. Y la causa de esta barrabasada draconiana fue que
+el buenazo de Luis Felipe, viendo que aquí no le querían reconocer como
+rey de los franceses, abrió la frontera a los emigrados, y aun dícese
+que les dio auxilio y adelantó algunos dineros. Ellos, que necesitaban
+poco para armarla, cuando se vieron protegidos por el francés,
+asomaron impávidos por diversas partes del Pirineo. Mina, Valdés y
+Chapalangarra, acompañados de López Baños, Jáuregui, Sancho y otros
+andantescos de la revolución, aparecieron por Navarra. Cataluña vio
+en sus riscos a Miláns y a Brunet, y por Roncesvalles vinieron Gurrea
+y Plasencia. En Gibraltar los más temibles aguardaban coyuntura para
+hacer un desembarco. Pero estos amagos no pasaron adelante. El gobierno
+acabó pronto con<span class="pagenum" id="Page_65">p. 65</span> todas
+las partidas, y habiendo caído en la cuenta de que debía reconocer a
+Luis Felipe, hízolo así, y Francia cerró la frontera. De este modo ha
+jugado siempre la buena vecina con nuestras discordias, y lo mismo será
+mientras haya discordias, emigrados y fronteras.</p>
+
+<p>Muchas particularidades desconocidas del público y aun del gobierno
+en las frustradas intentonas, fueron sabidas de los tertulios de
+Jenara. En la casa de esta había un grupo que solía reunirse a solas
+presidido por la señora, y en él la confianza y la amistad habían
+apretado sus dulces lazos. Allí solían leerse algunas cartas venidas de
+Francia, no ciertamente con intento de conspirar, sino como mensajes
+de cariño. Vega (a quien ya no es conveniente llamar <i>Veguita</i>)
+contaba que Pepe Espronceda había estado en la frontera batiéndose
+al lado del bravo y desgraciado Chapalangarra. Todo lo sabía Ventura
+por una carta que recibió en noviembre, y en la cual se referían las
+aventuras que le salieron a Espronceda desde que entró en Lisboa hasta
+que pasó el Pirineo, las cuales eran tantas y tan maravillosas que
+bastaran a componer la más entretenida novela de amores y batallas.</p>
+
+<p>En Lisboa le metieron en un pontón, donde se enamoró de la hija
+de cierto militar compañero de encierro. Este le parecía ya, más
+que cárcel, un paraíso, cuando me le cogieron, y embarcándole en un
+pesado buque, me le zamparon en Londres. Allí vivió, mejor dicho,
+murió algún tiempo de tristeza y desesperación, cuando cierto día en
+que acertó a pasar<span class="pagenum" id="Page_66">p. 66</span>
+por el Támesis vio que desembarcaba su amada. Días felices siguieron
+a aquel encuentro; pero cuáles serían las aventuras del poeta, que
+tuvo que salir a toda prisa de Inglaterra y huir a Francia, donde
+encontró a muchos emigrados, y juntándose con ellos y con estudiantes
+y periodistas, empezó a alborotar en los clubs. Vinieron las célebres
+ordenanzas de Polignac contra los periódicos. Ya se sabe que de las
+ruinas de la prensa nacen las barricadas. Espronceda se batió en ellas
+bravamente, y sucio de pólvora y fango respiró con delicia y gritó con
+entusiasmo, viendo por el suelo la más venerada monarquía del mundo,
+que con toda su veneración había caído ya tres veces con estruendo
+pavoroso.</p>
+
+<p>Espronceda no se contentaba con libertar a Francia. Era preciso
+libertar también a Polonia. Entonces era casi una moda el compadecer
+al pueblo mártir, al pueblo amarrado, desnacionalizado, cesante de
+su soberanía. La cuestión polaca fue llevada al sentimentalismo, y
+al paso que se hicieron innumerables versos y cantatas con el título
+de <i>Lágrimas de Polonia</i>, se formaban ejércitos de patriotas
+para restablecer en su trono a la nación destituida. El que cantó
+al Cosaco se alistó en uno de aquellos ejércitos, que en honor
+de la verdad más tenían de sentimentales que de aguerridos. Pero
+afortunadamente para el poeta, Luis Felipe, que como rey nuevecito
+quería estar bien con todo el mundo, incluso con los rusos, prohibió
+el alistamiento. A la sazón el banquero Lafitte daba (con mucho sigilo
+se<span class="pagenum" id="Page_67">p. 67</span> entiende) dinero
+y armas a los emigrados españoles para que vinieran a meter cizaña
+a la frontera. En esto era correveidile del francés, que deseaba
+probar a España los inconvenientes de no reconocer a los reyes nuevos.
+Espronceda, que se ilusionaba fácilmente, como buen poeta, al ver
+los aprestos de la emigración creyó que ya no había más que entrar,
+combatir, avanzar, ganar a Madrid, repetir en él las jornadas de
+julio, y quitar a Fernando el dictado de rey de España para llamarle
+<i>de los españoles</i>, trocándolo de absoluto y neto en soberano
+popular, <i>bourgeois</i>, <i>bonnet de coton</i>, o como quisiera
+llamársele. Ya se sabe el término que tuvieron estas ilusiones. Después
+de las escaramuzas quedamos, con el sanguinario decreto de octubre,
+más absolutos, más netos, más apostólicos, más <i>narizotas</i> y más
+<i>calomardizados</i> que antes.</p>
+
+<p>Si Vega y otros de los tertulios recibían de peras a higos alguna
+carta, Jenara las tenía constantemente y con puntualidad, cosa notable
+en un tiempo en que la correspondencia, o no circulaba, o circulaba
+después que la paternal policía se enteraba bien de su contenido
+para evitar camorras. La correspondencia de Jenara se salvaba por
+mediación del gran Bragas, que la sacaba incólume del correo, y al
+mismo tiempo recibía de él numerosas confidencias de sucesos más o
+menos misteriosos. De estas confidencias, muchas no le servían para
+nada, otras las utilizaba para favorecer a los amigos que caían en
+desgracia del gobierno, y de todas tomaba pie para burlarse a la<span
+class="pagenum" id="Page_68">p. 68</span> calladita de Calomarde,
+personaje a quien estimaba lo menos posible.</p>
+
+<p>Habían pasado muchos días desde el nacimiento de la princesa de
+Asturias, esperanza de la patria, cuando Pipaón fue a ver a Jenara y le
+anunció con misterio que tenía que comunicarle cosas de importancia.</p>
+
+<p>—O yo no soy quien soy —dijo sentándose junto a ella en el gabinete—
+y he perdido el olfato, o nuestro endemoniado amigo está en Madrid.</p>
+
+<p>—¿Será posible? ¡En Madrid!..., ¡qué locura!, ¡y sin ponerse bajo
+nuestra protección! —exclamó la dama palideciendo un poco.</p>
+
+<p>—Yo no le he visto; pero hay en Gracia y Justicia algunos datos que
+permiten creer que está aquí... Y no habrá venido seguramente a matar
+moscas. Algún jaleo lindísimo traen entre manos esos bribones, que
+no quieren dejarnos en paz. El gobierno teme algo en Andalucía, por
+lo cual no hay carta que no se abra, ni vivienda que no se registre.
+Manzanares, Torrijos y Flores Calderón andan por allá preparando algo,
+y al fin, tanto va a la fuente el cántaro de la represión, que en una
+de estas se rompe...</p>
+
+<p>—¡Sangre..., horca! —dijo maquinalmente Jenara mirando al suelo.</p>
+
+<p>—Don Tadeo pierde cada día su fuerza, y el rey se está haciendo
+todo mantecas, a medida que la gente de orden y el respetabilísimo
+clero ponen los ojos en el infante, única esperanza de esta nación
+francmasonizada y hecha trizas por el ateísmo. Ya no es nuestro
+rey<span class="pagenum" id="Page_69">p. 69</span> aquel hombre
+que se ponía verde siempre que le hablaban de liberalismo. Con los
+achaques y el mal de ojo que le ha hecho la reina, pues el amor que
+le tiene parece maleficio, está más embobado que novio en vísperas.
+Doña Cristina sabe a dónde va, y dulcifica que te dulcificarás, está
+haciendo la cama al democratismo. Ya se habla de amnistía, de abrir la
+puerta a los lobos, señora, y traernos otros tres añitos como los de
+marras.</p>
+
+<p>Al decir esto, el ilustre don Juan, inflamado en patriótica ira, dio
+un porrazo en el suelo con la contera de su bastón, añadiendo luego:</p>
+
+<p>—Pero no será, no será, que antes que doblar el cuello a las
+melifluidades de la napolitana, antes que dejarnos llevar por ella a
+la ratonera liberalesca, echaremos a rodar Pragmática y reina, y la
+<i>áurea cuna de la angélica Isabel</i>, como dicen esos menguados
+poetastros, y habrá aquí un Vesubio, señora, un Etna...</p>
+
+<p>La señora no le hizo caso y seguía meditando.</p>
+
+<p>—Se levantará la nación —dijo el cortesano levantándose de la
+silla para expresar emblemáticamente su idea— y veremos cuántas son
+cinco. Tenemos un príncipe varón, sabio, religioso, honesto; tenemos
+doscientos mil voluntarios realistas que se beberán el ejército como un
+vaso de agua; tenemos el reverendo clero con los reverendísimos obispos
+a su cabeza; tenemos el apoyo de la Europa, que, fuera de la nación
+francesa, marcha por las vías apostólicas. ¡Viva el señor don...!</p>
+
+<p>—¡Silencio! —indicó la dama—. No me atormente<span class="pagenum"
+id="Page_70">p. 70</span> usted con su entusiasmo. Estoy de apostólicos
+hasta la corona, y deseo que los <i>kirieleysones</i> del cuarto de don
+Carlos no lleguen hasta mi casa trayéndome el olorcillo a sacristía que
+tanto me enfada... Pasando a otra cosa, ¿sabe usted que es temeridad
+venir a Madrid sin ponerse bajo nuestro amparo?... Yo le ofrecí mi
+protección para que viniera... Sin ella está en grandísimo peligro, y
+tan bien ahorcan a Juan como a Pedro.</p>
+
+<p>—Exactamente. ¿Pero le ha visto usted hacer cosa alguna que no fuera
+temeridad, locura y disparate?</p>
+
+<p>—Trabajo le doy a quien intente averiguar dónde está escondido
+—dijo la dama sin cuidarse de disimular su inquietud—. ¿Será posible
+averiguarlo?</p>
+
+<p>—Muy posible —repuso Pipaón soplando fuerte, que era en él signo
+claro de orgullo—. Como que ya tengo, si no averiguado, casi casi...</p>
+
+<p>—¿De veras? Estará en casa de algún amigo.</p>
+
+<p>—Que te quemas... digo, que se quema usted.</p>
+
+<p>—¿En casa de Bringas?</p>
+
+<p>—No.</p>
+
+<p>—¿En casa de Olózaga?</p>
+
+<p>—Nones.</p>
+
+<p>—¿En casa de Marcoartú?</p>
+
+<p>—Requetenones... En suma, señora mía, yo no sé fijamente dónde está;
+pero tengo una presunción, una sospecha...</p>
+
+<p>—Venga... Si no me lo dice usted pronto, le contaré a Calomarde sus
+picardías.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_71">p. 71</span></p>
+
+<p>—No por la amenaza de usted, sino por mi cortesía y deseo de
+complacerla, le diré que me tendré por el más bobo, por el más torpe de
+los cortesanos de este planeta, si no resultase que nuestro temerario
+trapisondista está en casa de Cordero.</p>
+
+<p>—¡En casa de Cordero!</p>
+
+<p>La dama pronunció estas palabras con asombro, y quedó luego
+sumergida en el mar de sus pensamientos, sin que los comentarios de
+Pipaón lograran sacarla a la superficie.</p>
+
+<p>—¿Estorbo? —dijo al fin el cortesano, advirtiendo que la dama no le
+hacía más caso que a un mueble.</p>
+
+<p>—Sí —afirmó ella con la franqueza que tanta gracia le daba en
+ocasiones.</p>
+
+<p>—¿Va usted de paseo?</p>
+
+<p>—No... me duele la cabeza... Abur, Pipaón, no olvide usted mis
+recomendaciones, a saber: la canonjía, la canonjía, santo Dios; que
+esos benditos primos me tienen loca..., la bandolera para el sobrino
+del canónigo; que su familia no me deja respirar..., el pronto
+despacho en la censura de teatros de ese nuevo drama traducido por
+el busca-ruidos...; en fin, no sé qué más. Esto no es casa, es una
+agencia.</p>
+
+<p>Despidiose Pipaón después de prometer activar aquellos asuntos, y
+la dama, al punto que se vio sola, empezó a vestirse con gran prisa
+y turbación. Le había ocurrido que aquel día necesitaba de ciertos
+encajes, y no quería dilatar un minuto en ir a comprarlos.</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch8">
+ <h2 class="nobreak g0">VIII</h2>
+</div>
+
+<p>A pesar de su amor a la vida inalterable y metódica, don Benigno
+no veía con gusto que transcurriese el tiempo sin traer cambios o
+novedades en su existencia. Es que se había amparado del alma del héroe
+cierta comezoncilla o desasosiego que le sacaba a veces de su natural
+índole reposada. A menudo se ponía triste, cosa también muy fuera de su
+condición, y sufría grandes distracciones, de lo que se asombraban los
+parroquianos, los amigos y el mancebo.</p>
+
+<p>En la casa no había más variaciones que las que trae consigo el
+tiempo: los muchachos crecían, los pájaros se multiplicaban, los gatos
+y perros rodeábanse de numerosa y agraciada prole, Crucita gruñía un
+poco menos y Sola había engrosado un poco más.</p>
+
+<p>De todos los amigos de Cordero, el más querido era el buen padre
+Alelí, de la Orden de la Merced, viejísimo, bondadoso, campechano.
+Era de Toledo, como don Benigno, y aun medio pariente suyo. Le ganaba
+en edad por valor de unos treinta años, y acostumbrado a tratarle
+como un chico desde que Cordero andaba a gatas por los cerros de
+Polán, seguía llamándole por inveterado uso, <i>chicuelo, don Piojo,
+harto de bazofia, el de las bragas cortas</i>.<span class="pagenum"
+id="Page_73">p. 73</span> Cordero, por su parte, trataba a su amigo con
+mucho desenfado y libertad, y como las ideas políticas de uno y otro
+eran diametralmente opuestas, y Alelí no disimulaba su absolutismo neto
+ni Cordero sus aficiones liberalescas, se armaba entre los dos cada
+zaragata que la trastienda parecía un Congreso. Felizmente, toda esta
+bulla acababa en apretones de manos, risas y platos de migas al uso de
+la tierra, rociadas con vino de Yepes o Esquivias.</p>
+
+<p>He aquí un modelo de conversación Alelí-Corderesca:</p>
+
+<p>—Buenos días, Benignillo. ¿Cómo vas de <i>régimen nefando</i>?</p>
+
+<p>—Padre Monumento, vamos tal cual. Los del régimen se entretienen en
+tirarse coces unos a otros y no se acuerdan de perseguirnos.</p>
+
+<p>—Don Fulastre, don Piojo, el asno será él. ¿Sabes algo del nuevo
+papa que tenemos, Gregorio XVI, el cual, o no será tal papa, o no
+dejará un rey liberal en toda la Europa?</p>
+
+<p>—¡Barástolis! No sé más sino que allá me las den todas y que le beso
+la sandalia a mi señor don Gregorio, como católico que soy.</p>
+
+<p>—¿Católico y jacobista? Átame esa mosca. Oye tú, <i>el de las bragas
+cortas</i>, ¿qué pasaje leíste anoche?</p>
+
+<p>—Tío Latinajo, leí el pasaje que dice: <i>He visto en la religión la
+misma falsedad que en la política. No hay religión, por buena que sea,
+que no haya derramado sangre inocente.</i></p>
+
+<p>—Sigue, que me muero de risa. Eres un filósofo de agua y lana.
+Cuando acabes de volverte loco con tu <i>Emilio</i> saldremos a
+enseñarte<span class="pagenum" id="Page_74">p. 74</span> en las ferias
+a dos cuartos por barba. Ven acá, almacén de sandeces y tienda de
+majaderías, ¿qué sabes tú lo que es religión?</p>
+
+<p>—Me lo enseñan los de sayo y teja, a quienes se puede decir...
+<i>Je, je, son tontos y piden para las ánimas</i>.</p>
+
+<p>—Cuando tú y tus amigos los liberales herejes os desocupéis de
+la paliza que os están dando en toda la Europa, y soltéis el ronzal
+para formar Congreso y decir: «señor presidente, pido el rebuzno», no
+faltará quien os enseñe a hablar con respeto de las cosas sagradas.</p>
+
+<p>—Día vendrá en que rompamos el ronzal, padre definidor, y entonces
+definiremos la <i>conventualla</i>, diciendo: <i>Al fraile soga verde y
+almendro seco</i>.</p>
+
+<p>—También se dijo: <i>Donde las dan las toman</i>.</p>
+
+<p>—Y también <i>Cuentas de beato y uñas de gato</i>.</p>
+
+<p>—¡Ah!, mercachifle, si fueras bueno no serías rico. Esas sí que son
+uñas de gato, que es como decir de filósofo.</p>
+
+<p>—No sé si dijo por mí aquello de <i>A la puerta del rezador nunca
+eches tu trigo al sol</i>.</p>
+
+<p>—Ladrón y rapante tú; mas no nosotros, que de limosna vivimos.</p>
+
+<p>—¿De limosna, eh? ¡Ah!, señor <i>don Cepillo de Ánimas</i>, qué bien
+dijo el que dijo: <i>Reniego de sermón que acaba en daca</i>.</p>
+
+<p>—Yo he oído que tienes la cabeza a pájaros.</p>
+
+<p>—A propósito de pájaros. Yo he oído que el <i>abad y el gorrión dos
+malas aves son</i>.</p>
+
+<p>—Mira, Benigno —dijo Alelí cuando el tiroteo<span class="pagenum"
+id="Page_75">p. 75</span> llegaba a este punto—, vete al mismo cuerno,
+y echa acá un cigarrillo.</p>
+
+<p>Cordero alargó su petaca al fraile, diciéndole:</p>
+
+<p>—A la paz de Dios. Viva mil años mi fraile.</p>
+
+<p>—¿Cómo están hoy tus nenes? —preguntó Alelí encendiendo su cigarro—.
+Lo de Rafaelillo resultó indigestión como te dije, ¿no es verdad? Dale
+hojas de Sen y créeme.</p>
+
+<p>—No solo de Sen, sino de Can y Jafet se las ha dado Cruz, que tiene
+en casa el herbolario más completo de Madrid.</p>
+
+<p>—¿Ha parido la podenca?</p>
+
+<p>—Todavía no; pero parirá su merced. Para ser un Retiro, a esto
+no le falta más que el estanque; que de animales y hierbas tenemos
+cuanto Dios crió, sin que falte el león, que es mi hermana... ¡Ah!,
+me olvidaba: las perdices que traje ayer las están aderezando a la
+toledana; a lo Castañar puro. Si viene usted, tendremos para diez
+perdices cuatro.</p>
+
+<p>—¿Pues no he de venir, hombre de Dios, señor don <i>Ladrón de
+encajes</i>? No faltaba más sino desairar a la tierra... ¿Hoy?</p>
+
+<p>—Hoy mismo. Además yo tengo que hablar con usted de un asunto
+grave.</p>
+
+<p>Al decir esto, Cordero tomó un aire de seriedad y de temor, que puso
+en gran curiosidad al padre Alelí.</p>
+
+<p>—¿Un asunto grave? No será el primero que me consultas.</p>
+
+<p>—Pero es seguramente el más delicado, el más peliagudo. Necesito
+consejo y ayuda.</p>
+
+<p>—Para eso estoy yo. Vengan esos cinco.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_76">p. 76</span></p>
+
+<p>Se estrecharon las manos, y Cordero besó las flacas y temblorosas
+del anciano fraile con mucho cariño.</p>
+
+<p>—El mal camino andarlo pronto, y pues esto urge, tratémoslo
+ahora.</p>
+
+<p>—Cuando quieras, hijo. A bien que ambos somos toledanos y
+parientes.</p>
+
+<p>—¡Viva la Virgen del Sagrario! —dijo Cordero con emoción—. Es
+temprano: ahora viene poca gente. El chico se quedará en la tienda.
+Subamos a mi cuarto y hablaremos.</p>
+
+<p>—¿Es cosa larga?</p>
+
+<p>—Primero una confesión, un secreto, que si no lo suelto pronto, creo
+que me hará daño; después un consejo sobre lo que se ha de hacer, y por
+último... a ver si se luce el buen padre <i>Engarza-Credos</i> con una
+comisión delicada.</p>
+
+<p>—Vamos, por el hábito que visto, que estoy curioso.</p>
+
+<p>Salieron. Media hora después, don Benigno y su amigo reaparecieron
+en la trastienda. El comerciante traía el semblante alegre y las
+mejillas más que de ordinario encendidas. Alelí movía su cabeza, con
+más nerviosidad y temblor que de ordinario, y al despedirse de su
+paisano, le dijo:</p>
+
+<p>—Me parece muy bien, Benigno de mi corazón. Yo quedo encargado de
+arreglarlo.</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch9">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_77">p. 77</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">IX</h2>
+</div>
+
+<p>Dulce melancolía inundaba el alma pura del buen Cordero. Parecíale
+que todo lo de la tienda, incluso el feo hortera, concordaba con el
+estado de su espíritu, tiñéndose de inexplicable color lisonjero, y
+que había una sonrisa general en todo lo externo, como si cada objeto
+fuera espejo en que a sí propio se miraba. Para más dicha, hasta hubo
+muchas ventas aquel día, que fue, si no fallan los informes, uno de los
+de febrero del año de 1831, al cual se podría llamar, como se verá más
+adelante, el año sangriento.</p>
+
+<p>Serían las once cuando entró en la tienda una dama y tomó asiento.
+Era parroquiana y amiga. Don Benigno la saludó, y al punto empezó a
+sacar género y más género, blondas de Almagro, Valenciennes, Bruselas,
+Cambray, Malinas, en tal abundancia y variedad que no parecía sino que
+la señora iba a llevarse todo Flandes a su casa.</p>
+
+<p>—¡Qué carero se ha vuelto usted!... Ya no vuelvo más acá... Me voy a
+casa de Capistrana... ¿Cincuenta y seis reales? ¡Qué herejía!... Esto
+no vale nada... Es imitación... Vaya una carestía... No doy más que
+tres onzas por todo.</p>
+
+<p>—No es sino muy barato... Por ser usted lo<span class="pagenum"
+id="Page_78">p. 78</span> llevará en cincuenta duros todo...
+¿Capistrana? No hay allí más que maulas, señora... Volverá usted por
+más... Es legítimo de Malinas... lo recibí la semana pasada. Este
+encaje de Inglaterra me cuesta a mí veinticuatro. Pierdo el dinero.</p>
+
+<p>—Lo que pierde usted es la caridad... ¡Santo Dios, cómo nos
+desuella! Así está más rico que un perulero... Con estos precios
+que aquí usan, ¡ya se ve!, no es extraño que se compren casas y más
+casas.</p>
+
+<p>Tantos dimes y diretes concluyeron con que la dama pagó en buenas
+onzas y doblones. Mientras Cordero empaquetaba las compras para
+mandarlas a la casa de la señora, esta le preguntó si era cierto que se
+había hecho propietario de la finca donde estaba la tienda, y como el
+encajero le contestara que sí, la parroquiana aparentó alegrarse mucho
+diciendo:</p>
+
+<p>—Precisamente estoy muy descontenta del cuarto en que vivo y deseo
+mudarme. ¿No viven en este principal los de Muñoz? ¿No se van de
+Madrid? Pues si dejan la casa yo la tomo.</p>
+
+<p>—Mucho me alegraré —replicó el héroe—. Pero me figuro que mi
+principal será pequeño para quien tanto lujo tiene y a tanta gente
+recibe en sus tertulias.</p>
+
+<p>—¡Oh!, no... Pienso reducirme mucho y vivir más para mí que para
+los otros —dijo la dama con mucha gracia—. Estoy cansada de poetas, de
+mazurcas y de chismes políticos. El gobierno ha principiado a mirar
+con malos ojos mis reuniones, a pesar de que mi absolutismo<span
+class="pagenum" id="Page_79">p. 79</span> pasa por artículo de fe. Ya
+sabe usted lo que es Calomarde y toda esa gente: van de exageración en
+exageración... Están ciegos. El poder absoluto es como el vino, una
+cosa muy buena y un vicio, según el uso que de él se haga. No lo dude
+usted, esa gente está borracha, y mientras más bebe y más se turba, más
+quiere beber. El año comienza mal, y según dicen, las conspiraciones
+arrecian, y el gobierno no se para en pelillos para ahorcar.</p>
+
+<p>—No faltará tampoco quien amanse y dulcifique —dijo Cordero apoyando
+sus codos en el mostrador para atender mejor a un tema tan de su
+gusto—. La reina...</p>
+
+<p>—¡Oh, sí, la reina!... —exclamó la dama con ironía—. Sus
+dulcificaciones, de que tanto se ha hablado, son pura música. Ya lo ve
+usted, ha fundado un Conservatorio por aquello de que <i>el arte a las
+fieras domestica</i>. Me hace reír esto de querer arreglar a España
+con músicas. Al menos el rey es consecuente, y al fundar su escuela
+de tauromaquia, cerrando antes con cien llaves las universidades,
+ha querido probar que aquí no hay más doctor que Pedro Romero. Eso
+es, dedíquese la juventud a las dos únicas carreras posibles hoy,
+que son las de músico y torero, y el rey barbarizando y la reina
+dulcificando, nos darán una nación bonita... ¡Ah!, me olvidaba de otra
+de las principales dulcificaciones de Cristina. Por intercesión de
+ella, ¡oh alma generosa!, se va a suprimir la horca para sustituirla,
+¡enternézcase usted, amigo Cordero!..., para sustituirla con el
+garrote... No sé si en el Conservatorio se<span class="pagenum"
+id="Page_80">p. 80</span> creará también una cátedra de dar garrote...
+con acompañamiento de arpa.</p>
+
+<p>Don Benigno se rio de estas despiadadas burlas; mas lo hizo por pura
+galantería, pues siendo entusiasta admirador de la joven y generosa
+reina, no admitía las interpretaciones malignas de su parroquiana.</p>
+
+<p>—Ello es, querido don Benigno —añadió esta—, que yo he determinado
+quitarme de en medio. Presiento no sé qué desgracias y persecuciones.
+Deseo una vida retirada y oscura. No más tertulias, no más versos
+dedicados a bodas reales, embarazos de reinas y nacimientos de
+princesas, no más murmuración ni secreteo sobre lo que no me importa.
+Si su casa de usted me gusta, a ella me vengo y en ella me encierro...
+Decidido, señor de Cordero.</p>
+
+<p>—Como buena y cómoda no hay otra en Madrid.</p>
+
+<p>—Yo quisiera verla.</p>
+
+<p>—Lo haré presente al señor de Muñoz y de seguro me dará permiso para
+que usted la vea.</p>
+
+<p>—No, no se moleste usted —dijo la dama observando con atención el
+rostro de Cordero, por ver si se turbaba—. ¿No son iguales todos los
+pisos?</p>
+
+<p>—Todos enteramente iguales.</p>
+
+<p>—Pues enséñeme usted el entresuelo, donde usted vive... Pero ahora
+mismo. Tengo prisa. Quiero decidir de una vez.</p>
+
+<p>Levantose resueltamente, dirigiéndose a alzar la tabla del mostrador
+para pasar a la trastienda. De aquel modo brusco y ejecutivo hacía ella
+todas sus cosas.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_81">p. 81</span></p>
+
+<p>—No hay inconveniente, señora —dijo Cordero, manifestando más
+bien agrado que contrariedad—. Pero la señora me permitirá que no la
+acompañe, porque tendría que dejar la tienda sola. El chico no está.</p>
+
+<p>—No faltaba más sino que también conmigo gastara usted cumplidos.
+Quédese usted..., subiré sola, ya sé el camino..., por esta
+escalerilla...</p>
+
+<p>—¡Sola!... ¡Cruz!... —gritó don Benigno desde el primer peldaño.</p>
+
+<p>La dama subió con ágil pie por la escalera, la cual era tan estrecha
+que en la angostura de las paredes se le chafaron a la señora las
+huecas mangas de jamón, y el chal de cachemira se le resbaló de los
+hombros.</p>
+
+<p>En aquel mismo momento, Crucita estaba limpiando jaulas y soplando
+la paja del alpiste, sin parar un momento en su conversación con
+todos los pájaros, la cual era un lenguaje compuesto de suavísimas
+interjecciones cariñosas, de voces incomprensibles cuyas variadas
+inflexiones no expresaban ideas, sino un vago sentimiento de arrullo
+o los apetitos y anhelos del instinto. Era aquella charla como los
+rudimentos o albores de la palabra humana cuando el hombre, pegado aún
+a la naturaleza por el cordón umbilical de la barbarie, desconocía
+las relaciones sociales. ¡Oh, qué dato para aquel filósofo que tenía
+en don Benigno el más entusiasta de sus admiradores! Oyendo hablar
+a doña Crucita con los habitantes enjaulados de su selva de balcón,
+Rousseau habría comprendido mejor el estado<span class="pagenum"
+id="Page_82">p. 82</span> feliz y perfecto del hombre, y su amigo
+Voltaire se habría puesto de cuatro pies para practicar, no de burlas,
+sino de puras veras, las teorías del autor del <i>Contrato</i>.</p>
+
+<p>Doña Cruz era una mujercita seca y bastante vieja, muy limpia,
+fuerte y dispuesta como una muchacha, lista de pies y manos, con la
+cabeza medio escondida dentro de una escofieta que parecía alzarse y
+bajarse con el mover de la cabeza, como las moñas o tocas de ciertas
+aves. Para mirar daba a la cara un brusco movimiento lateral, lo
+mismo que los pájaros cuando están azorados o en acecho. Fuera por la
+asociación de ideas o por verdadera semejanza, ello es que al verla
+daban ganas de echarle alpiste.</p>
+
+<p>Interrumpida en lo mejor de su faena, doña Cruz se escandalizó, se
+asustó, aleteó un tanto con los bracitos flacos, miró de lado, graznó
+un poquillo. Al mismo tiempo, dos, tres o quizás cuatro perrillos se
+abalanzaron a la dama ladrando y chillando, rodeándola de tal modo
+que, si fueran mastines en vez de falderos, la dejarían malparada. La
+cotorra y el loro ponían en aquel desacorde tumulto algunos comentarios
+roncos que aumentaban la confusión. La dama expresó el objeto de su
+subida al entresuelo; mas como Crucita no podía oírla, fuele preciso
+alzar la voz, y con esto alzaron la suya los perros, mayaron los
+gatos, se enfadaron cotorra y loro, y los pájaros prorrumpieron en
+una carcajada estrepitosa de cantos y píos. Mientras más gritaba
+la turba zoológica, más se desgañitaba doña<span class="pagenum"
+id="Page_83">p. 83</span> Cruz diciendo: «¿Qué se le ofrece a usted?
+¿Por quién pregunta usted?». Y a cada subida del diapasón de la vieja,
+más elevaba el suyo la señora, mientras don Benigno desde la escalera
+gritaba sin que le escucharan: «¡Cruz! ¡Sola!», armándose tal laberinto
+que sin duda hubiera parado en algo desagradable si no se presentara
+afortunadamente la <i>Hormiga</i> a desvanecer aquella confusión,
+inponiendo silencio y enterándose de lo que la dama quería.</p>
+
+<p>Sorprendida y algo cortada estaba Sola ante aquel brusco modo de ver
+casas, y pasado el asombro primero, dio en sospechar que otra intención
+distinta de la manifestada tenía la dama. Aunque esta le inspiraba
+miedo, por figurársele que su presencia le anunciaba alguna trapisonda,
+quiso disimular su temor. Tan bien lo consiguió que la señora empezó a
+sorprenderse a su vez de hallar en la protegida de Cordero un semblante
+tan festivo, un ánimo tan sereno, y tal disposición a la complacencia,
+que dijo para sí con despecho y tristeza: «O esta disimula mejor que
+yo, o no hay aquí hombre escondido ni cosa que lo valga».</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch10">
+ <h2 class="nobreak">X</h2>
+</div>
+
+<p>Vieron la casa toda, que la señora encontró más pequeña de lo
+que creía y bastante oscura en lo interior. Después Sola, que no
+había tenido tiempo de echarse un mantón<span class="pagenum"
+id="Page_84">p. 84</span> por los hombros, ni aun de quitarse el
+delantal, que era su librea de gala por las mañanas, acompañó a la
+señora a la sala para que descansase, y le pidió indulgencia por el mal
+pergenio con que la recibía. Considerándose ella como una especie de
+ama de gobierno más bien que como dueña de la casa, su posición frente
+a la otra era, en verdad, un poco desairada. Pero no le importaba nada
+ser allí un poco más o menos señora, y sentándose a cierta distancia
+de la visitante, esperó a que Crucita o el mismo don Benigno vinieran
+a relevarla de su señorío provisional. Crucita se había encerrado en
+el gabinete para colgar las jaulas y echar agua a los tiestos, y no se
+cuidaba de que hubiese o no en el estrado una persona extraña. Cordero
+estaba vendiendo, y tampoco podía subir.</p>
+
+<p>En cambio, Juanito Jacobo se adelantaba lentamente pegado a la pared
+y rozándose con las sillas, como babosa que marcha pegada a las piedras
+de una tapia. Con el ceño fruncido, un dedo en la boca y ambas manos
+teñidas con la pintura de un caballejo de palo, a quien acababa de dar
+un baño en la cocina, miraba a Sola y a la otra señora, esperando que
+cualquiera de ellas le llamase.</p>
+
+<p>—¿Es este el niño más pequeño de don Benigno? —preguntó la dama.</p>
+
+<p>—Sí, señora..., ¡y es tan malo!... Ven acá, chico, ven; saluda a
+esta señora.</p>
+
+<p>El muchacho no se hizo de rogar y se acercó, con ademán de recelo
+y desconfianza, metiéndose, no ya el dedo, sino toda la mano<span
+class="pagenum" id="Page_85">p. 85</span> dentro de la boca. La
+abundante pintura negra y roja que en los dedos tenía, se le pasó a los
+labios y carrillos.</p>
+
+<p>—Estás bonito por cierto... Pareces un salvaje —le dijo Sola—. ¿No
+te da vergüenza de que te vean así, grandísimo tunante?</p>
+
+<p>—No le riña usted.</p>
+
+<p>—¡Eh!..., no te acerques a la señora con esas manazas puercas...
+Tira ese caballo, que está chorreando pintura. Le ha dado ahora por
+lavar todo lo que encuentra, y el otro día metió en la tinaja las gafas
+de su padre.</p>
+
+<p>—Es un fenómeno de robustez esta criatura —afirmó la señora
+acariciándole.</p>
+
+<p>—Eso sí: está más sano que una manzana, y come más que un sabañón
+—dijo Sola, apretándole una nalga y dándole un palmetazo en el cogote,
+para que por el chasquido de las carnazas del chiquillo juzgase la
+señora de su robustez.</p>
+
+<p>Parecía una madre en plena manifestación de su orgullo de tal.</p>
+
+<p>Juan Jacobo miró a la señora con expresión de desvergüenza, la cual
+se aumentaba con los manchurrones de su cara.</p>
+
+<p>—¿Quieres mucho a esta señorita? —le preguntó la dama, dándole un
+golpe con su abanico.</p>
+
+<p>El muchacho, que apoyaba sus codos en las rodillas de Sola, alzó la
+pierna para montarse arriba.</p>
+
+<p>—No, no; fuera, fuera... —dijo Sola quitándose de encima la preciosa
+carga—. No faltaba más... A fe que es chiquito el elefante para<span
+class="pagenum" id="Page_86">p. 86</span> llevarlo en brazos... Quita
+allá, mostrenco.</p>
+
+<p>—¿Un hombre como tú no tiene vergüenza de que le coja en brazos una
+mujer? —le dijo la señora riendo.</p>
+
+<p>—¡Le tenemos tan mimoso...! —dijo Sola con naturalidad—. Como es el
+más pequeño... Su padre está medio bobo con él, y yo...</p>
+
+<p>No pudo seguir porque el muchacho, que era tan ágil como fuerte,
+saltó de un brinco sobre las rodillas de Sola, y echándola los brazos
+al cuello, la apretó fuertemente.</p>
+
+<p>—Ya ve usted... —dijo ella—, me tiene crucificada este sayón... Si
+le dejara, así estaría todo el día... Vaya, vaya; basta de fiestas...
+Sí, sí; ya sé que me quieres mucho. Haz el favor de no quererme
+tanto... Abajo, abajo... ¡Qué pensará de ti esta señora! Dirá que eres
+un malcriado, un niño feo...</p>
+
+<p>—No extraño que los hijos de Cordero la quieran a usted tanto...
+—manifestó la dama—. ¡Es usted tan buena, y les ha criado con tanto
+esmero!... Así está don Benigno tan orgulloso de usted, y así no
+concluye cuando empieza a elogiarla. ¡Cómo la pone en las nubes!... Y
+verdaderamente, el amigo Cordero ha encontrado una joya de inestimable
+precio para su casa. Yo creo que en el caso presente el agradecimiento
+le corresponde a él más bien que a usted.</p>
+
+<p>Sola protestó de esta idea con exclamaciones, y también con
+movimientos negativos de cabeza.</p>
+
+<p>—¿Pues qué ha hecho usted sino sacrificarse? —añadió la dama—. Bien
+podría vivir hoy,<span class="pagenum" id="Page_87">p. 87</span> si lo
+hubiera querido, en otra posición, en otro estado, que de seguro sería
+más independiente... pero dudo que fuera más tranquilo y feliz.</p>
+
+<p>—No creo que para mí pudieran existir posición ni estado mejores que
+los que ahora tengo —repuso la <i>Hormiga</i> con sequedad.</p>
+
+<p>—Verdaderamente así es, porque si no recuerdo mal, usted se encontró
+después de la muerte de su señor padre, sola y abandonada en el mundo.
+Me parece haber oído que alguien la protegió a usted en aquellos días;
+pero como andando el tiempo, ese alguien, o se murió, o desapareció,
+o no quiso acordarse más de usted, el resultado es, hija mía, que su
+orfandad no ha tenido verdadero amparo hasta que este angelical don
+Benigno la trajo a su casa. En él tiene usted un padre cariñoso...
+¡Oh!, páguele usted con un cariño de hija, y no busque fuera de esta
+casa otros afectos ni otro estado de mejor apariencia. Cuidado con
+casarse; no cambie usted el arrimo de este santo varón por el de
+cualquier hombrecillo que no sepa comprender su mérito.</p>
+
+<p>Siguió apurando el tema la señora, y vino a parar en una filípica
+contra los hombres, sin especificar si la merecían en el concepto de
+maridos, o en el de novios o cortejos; pero deteniéndose de repente, se
+echó a reír.</p>
+
+<p>—Mas usted dirá que le doy consejos sin que me los pida, y que hablo
+de lo que no me importa.</p>
+
+<p>—No, señora; todo lo que usted dice me parece muy puesto en razón,
+y es natural que dé el consejo quien tiene la experiencia...<span
+class="pagenum" id="Page_88">p. 88</span> Estate quieto por amor de
+Dios, chiquillo....</p>
+
+<p>—Bien, bien —dijo la dama riendo otra vez—. En fin, señora, yo estoy
+molestando a usted y quitándole el tiempo...</p>
+
+<p>—De ningún modo.</p>
+
+<p>Levantáronse ambas.</p>
+
+<p>—Tiene una hermosa sala el amigo Cordero —indicó la señora,
+alargando la mano a Sola, y observando al mismo tiempo las cortinas
+blancas, las rinconeras, los candeleros de plata y las plumas de pavo
+real—. La parte de la casa que da a la calle me parece muy bonita... En
+fin, en mí tiene usted una servidora... Adiós, hermoso, dame un beso...
+¡Ah!, ¿no sabe usted lo que me ocurre en este momento?</p>
+
+<p>La señora, que ya iba en camino de la puerta, se detuvo, retrocedió
+algunos pasos, y mirando a Sola fijamente, le dijo así:</p>
+
+<p>—Me olvidaba de hacer a usted una pregunta.</p>
+
+<p>Sola esperó, palideciendo un poco, por sentir corazonada de que la
+tal pregunta iba a ser de cosa triste. Su instinto zahorí lo adivinaba;
+parecía leer en los ojos de la hermosa dama la pregunta misma con todas
+sus palabras antes de que la primera de estas fuese pronunciada.</p>
+
+<p>—Dígame usted —preguntó la señora, afectando poco interés—: aquel
+caballero, aquel joven, aquel, en fin, a quien usted llamaba su
+hermano, ¿dónde está?</p>
+
+<p>—No lo sé, señora —replicó Sola pasando bruscamente de la palidez al
+rubor—. Hace tiempo que no sé nada.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_89">p. 89</span></p>
+
+<p>—¿Vive, o que es de él?</p>
+
+<p>—No sé una palabra. Hace dos años que no me escribe... ¿Usted sabe
+algo?</p>
+
+<p>El rubor desapareció en ella, dejándola en su natural color y
+aspecto tranquilo.</p>
+
+<p>—Dos años justos hace que tampoco sé nada... Es muy particular...</p>
+
+<p>Para la astuta dama no pasó inadvertida la circunstancia de que
+si la joven se turbó al recibir la primera impresión de la pregunta,
+supo contestar con serenidad a ella. Ya fuese por disimulo, ya
+porque realmente se interesaba poco por el personaje recordado tan
+bruscamente, no se afectó como la otra creía.</p>
+
+<p>«O está aquí —pensó la dama— y la muy pícara lo oculta con admirable
+disimulo, o si no está, no se cuida ya de él para maldita cosa».</p>
+
+<p>—Quiero ser franca con usted —dijo después de ligera pausa, en que
+la miró a los ojos como se miraría en un espejo—. Me dijeron hace días
+que estuvo en Madrid y que don Benigno le había ocultado en su casa.</p>
+
+<p>—¡Aquí!... ¡Señora! —exclamó Sola echando la sorpresa por sus
+ojos con tanta naturalidad que la dama no pudo menos de sorprenderse
+también—. La han engañado a usted... Apuesto a que Pipaón... ¡Ah!, ese
+buen don Juan miente más que habla... Todos los días viene contando
+unas patrañas que nos hacen reír... En cuanto a ese desgraciado, yo
+creo que no puede ocultarse aquí ni en ninguna parte...</p>
+
+<p>—¿Por qué?</p>
+
+<p>—Yo tengo mis razones para creer... Sí,<span class="pagenum"
+id="Page_90">p. 90</span> bien lo puedo asegurar casi sin temor de
+equivocarme: mi hermano ha muerto.</p>
+
+<p>Parecía que iba a llorar un poco; pero no lloró ni poco ni mucho.
+La dama vaciló un momento entre la emoción y la incredulidad. Llevose
+el pañuelo a la boca, como si quisiera poner a raya los suspiros que
+contra todas las leyes del disimulo querían echarse fuera, y dijo
+esto:</p>
+
+<p>—¡Válganos Dios, y cómo mata usted a la gente!... Con permiso de
+usted, no creo...</p>
+
+<p>¡Horrible y nunca oída algazara! Quiso el demonio, o por mejor
+hablar, doña Crucita, que en el momento de decir la señora <i>no
+creo</i>, se abriese la puerta del gabinete y diera salida a dos
+falderillos, un doguito y un pachón, que, soltando a un tiempo el
+ladrido, atronaron la sala, y como por la misma puerta venía el chillar
+de los pájaros, y como de añadidura subían por la angosta escalera los
+tres chicos de Cordero, procedentes de la escuela, se armó un barullo
+tal, que no lo armara mayor la diosa misma de la jaqueca, caso de
+que pueda haber tal diosa. Los perros se tiraban a acariciar a los
+Corderillos, los Corderillos a los perros, y en medio del tumulto se
+oyó la pacífica voz de don Benigno, que también por la escalera subía
+diciendo: «orden, silencio, compostura, que hay visita en casa».</p>
+
+<p>Detrás de don Benigno apareció la figura de Zurbarán, a quien
+llamaban padre Alelí, y con el furor que los chicos ponían en besar la
+mano del padre y la correa del amigo, se aumentó el estruendo, porque
+los perros también<span class="pagenum" id="Page_91">p. 91</span>
+querían dar pruebas de su veneración con ladridos. Al fin, para que
+nada faltara, apareció doña Crucita echando toda la culpa de la bulla a
+los muchachos, y les llamó <i>perros</i>, y a los perros <i>nenes</i>,
+y a su hermano <i>Borrego de Cristo</i>, y a Sola <i>doña Aquí me
+estoy</i>, y al buen fraile el <i>Zancarrón de Mahoma</i>.</p>
+
+<p>—Cállate, <i>Cruz del Mal Ladrón</i> —dijo Alelí riendo—, y guarda
+adentro toda esta jauría de Satanás... ¡Oh! Cuánto bueno por aquí.
+Sí, ya me ha dicho Benigno que había subido usted a ver la casa. ¿Y
+qué tal? Tiene magníficas vistas nocturnas el patio, y en jardines
+colgantes no le ganaría Babilonia, así como en diversidad de alimañas
+no le ganaría el África entera.</p>
+
+<p>La dama habló un momento de las condiciones de la casa; después se
+despidió para marcharse, porque era la una, hora sacramental de la
+comida.</p>
+
+<p>—Un momento, señora —dijo don Benigno, ahuyentando a sus hijos y a
+los perros—. Aquí tiene usted al buen Alelí con más miedo que un masón
+delante de las comisiones militares. Usted, que tiene valimiento, puede
+sacarle de este apuro. Figúrese usted...</p>
+
+<p>—Nada, nada, señora —dijo Alelí nerviosamente, con extraordinaria
+recrudescencia en el temblor de su cabeza sobre el cuello, que parecía
+de alambre—. No es más sino que hace un rato se ha metido por la
+puerta de mi celda un emigrado, un terrible <i>democracio</i> que ha
+venido a España sin pedir permiso a Dios ni al diablo, y con palabras
+angustiosas me<span class="pagenum" id="Page_92">p. 92</span> ha
+rogado que le ampare y le esconda allí...</p>
+
+<p>—¿Y qué es un <i>democracio</i>? —preguntó la dama riendo.</p>
+
+<p>—Un perdis, un masón, un liberalote, un conspirador, un
+<i>democracio</i>: así les llamamos.</p>
+
+<p>—¿Y cuál es su nombre?</p>
+
+<p>—Eso, señora —dijo Alelí con gravedad—, no lo revelaré, pues aunque
+estoy decidido a no tenerle oculto más que el tiempo necesario para
+que reciba contestación escrita de los que puedan o quieran protegerle
+mejor, no cantaré quién es aunque me ahorquen. Confío en la discreción
+de todos los presentes. Bien saben que no amparo conspiradores
+contra mi rey y la religión que profeso, y si a este he amparado,
+hícelo porque me juró que no venía acá para armar camorra, sino para
+corregirse y vivir pacíficamente, confiado en el perdón que espera
+alcanzar de Su Majestad.</p>
+
+<p>—¡Sabe Dios a qué vendrá mi hombre! —dijo Cordero, gozándose en
+aumentar el susto de su amigo—. Me parece que de la Trinidad Calzada
+van a salir sapos y culebras si Calomarde no da una vuelta por allí.</p>
+
+<p>—Yo me lavo las manos... y callandito, que estamos hablando más de
+la cuenta. Benigno, a comer se ha dicho. Esta señora nos va a acompañar
+a hacer penitencia.</p>
+
+<p>Rehusando los obsequios e invitaciones de aquella buena gente,
+retirose la dama con harto dolor suyo, por no poder alcanzar el fin
+de la interesante noticia que el fraile traía del convento. Por la
+calle iba pensando en el desconocido que se acogía al amparo de la
+celda<span class="pagenum" id="Page_93">p. 93</span> de Alelí. Al
+llegar a su casa encontró a Pipaón, que la aguardaba.</p>
+
+<p>—¡Necio! —exclamó, sentándose muy fatigada—. En casa de Cordero no
+hay nada... Como siga usted rastreando de este modo, pronto le dedicará
+Calomarde a coger moscas... Pero una feliz casualidad...</p>
+
+<p>—¿Ha descubierto usted...?</p>
+
+<p>—Sí, hombre; ¿qué cosa habrá que yo no descubra? Vea usted por
+dónde... Déjeme usted que descanse.</p>
+
+<p>—En Gracia y Justicia se sabe que continúa funcionando en Francia,
+más envalentonado que nunca, el famoso <i>Directorio provisional del
+levantamiento de España contra la tiranía</i>.</p>
+
+<p>—¡Noticia fresca!</p>
+
+<p>—Se sabe —añadió Pipaón dándose mucha importancia— que constituyen
+el tal <i>Directorio</i> los patriotas, o dígase perdularios, Valdés,
+Sancho, Calatrava, Istúriz y Vadillo.</p>
+
+<p>—Que Mendizábal es el depositario de los fondos.</p>
+
+<p>—Que Lafayette les protege ocultamente y les busca dinero, y
+finalmente, que han enviado a Madrid a cierto individuo con nombre
+supuesto...</p>
+
+<p>—El cual, o yo soy incapaz de sacramento, o está en la Trinidad
+Calzada.</p>
+
+<p>Pipaón abrió su boca todo lo que su boca podía abrirse, y después de
+permanecer buen rato haciendo competencia a las carátulas de mármol que
+de antiguo existen en los buzones del correo, repitió con asombro:</p>
+
+<p>—¡En la Trinidad Calzada!</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch11">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_94">p. 94</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">XI</h2>
+</div>
+
+<p>El padre Alelí amenizó la comida con su charla, que habría sido la
+más sabrosa del mundo, si por efecto de los muchos años no tuviera
+la cabeza tan desvanecida y descuadernada que todo era desorden y
+divagaciones en sus discursos. Sucedía que el buen señor empezaba a
+contar una cosa, y sin saber cómo se escurría fuera del tema principal,
+y pasando de un incidente a otro, hallábase a lo mejor a cien leguas
+del punto a donde quería ir. Era hombre que antes de llegar a la
+decrepitud, tuvo una memoria fresquísima y una chispa especial para
+contar cosas pasadas y presentes; pero estaba ya tan débil de cascos,
+que de aquel recordar prodigioso y de aquel arte admirable para la
+narración ya no quedaba más que una facundia deshilvanada, un chorrear
+de ideas y palabras, y un grandísimo enfado si alguien le interrumpía o
+intentaba llamarle al orden.</p>
+
+<p>—Puesto que queréis conocer el caso del <i>democracio</i> que se
+ha metido por las puertas de mi celda —dijo al principiar la comida—,
+os lo voy a contar como se deben contar las cosas, con todos sus
+pelos y señales. Empecemos por donde debe empezarse. Pues, señor...,
+iba yo por la calle de Carretas arriba, y al<span class="pagenum"
+id="Page_95">p. 95</span> llegar a la esquina de Majaderitos veo que
+viene hacia mí un elefante con los brazos abiertos. Era para causar
+espanto a cualquiera la acometida de aquel monstruo con sotana y
+manteo; pero yo, que conozco a mis fieras, me dejé abrazar y le abracé
+también con mucho gozo. «¿Cómo va? Bien, ¿y tú, gigantón?...». En fin,
+para no cansar, era Juan Nicasio Gallego. Ya sabéis que fue discípulo
+mío en Salamanca, donde leí sagrados cánones por los años de 792 a
+794. Era entonces Nicasio el jayán más guapote que había salido de la
+tierra del garbanzo; sus disposiciones eran grandes, tan grandes como
+su pereza, y hubiéramos tenido en él un acabado canonista si no cayera
+en la tentación de enamorarse de Horacio y Virgilio, fomentadores de la
+holgazanería. El bribón de Meléndez le tomó mucho cariño, y lo mismo el
+calzonazos de Iglesias, que fabricó su reputación con chascarrillos...
+Yo digo que si Iglesias no se llega a morir a los treinta y ocho años,
+hubiera puesto el Breviario en epigramas... Pero sigo contando con
+orden. Quedamos en que una tarde paseábamos por el Zurguén el maestro
+Peláez, Meléndez, Gallego y yo. Por aquellos días había venido la
+noticia de la degollación de Luis XVI, y estábamos consternados, muy
+consternados, atrozmente consternados. A mí no me digan, ¿hay en la
+historia antigua ni moderna un crimen tan atroz?...</p>
+
+<p>—Por vida de Sancho Panza —dijo don Benigno riendo—, que eso se
+parece al cuento del hidalgo y el labrador... ¿A dónde va usted<span
+class="pagenum" id="Page_96">p. 96</span> a parar con sus divagaciones,
+ni qué tiene que ver Luis XVI con el poeta zamorano?...</p>
+
+<p>—Allá voy, hombre, allá voy —replicó Alelí muy amostazado—. Yo sé lo
+que cuento y no necesito de apuntadores.</p>
+
+<p>—Sepamos ante todo lo que le dijo Gallego en la esquina de
+Majaderitos, si es que esto tiene algo que ver con el cuento del
+<i>democracio</i>.</p>
+
+<p>—Seguramente tiene que ver. Gallego es también un grande y
+descomedido <i>democracio</i>, y a eso iba... Pues me contó Juan
+Nicasio cómo le está engañando Calomarde, fingiéndole protección,
+y cómo el rey le ha prometido no sé cuántas prebendas sin darle
+ninguna. Además, el hombre está temblando porque le han delatado por
+francmasón, y bien sabemos todos que el año 8 fue empleado de los
+liberales en Cádiz, y el año 10 diputado en las pestíferas Cortes.</p>
+
+<p>—Eso de pestíferas no pasa —exclamó Cordero, dando un golpe en la
+mesa con el mango del tenedor—. Repórtese el fraile o se sabrá quién es
+Calleja.</p>
+
+<p>—Vete con dos mil demonios.</p>
+
+<p>—Siga el cuento.</p>
+
+<p>—Sigo, y no interrumpirme.</p>
+
+<p>—Pero cuidado con echar por los cerros de Úbeda.</p>
+
+<p>—Que diga Sola si voy mal.</p>
+
+<p>—Va admirablemente —replicó ella sonriendo—. Eso se llama contar
+bien, y no falta sino saber lo que dijo ese señor <i>gallego</i> o
+asturiano.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_97">p. 97</span></p>
+
+<p>—Pues dijo que está empleado en la biblioteca del duque de Frías, y
+que hace poco le fueron a prender por revoltoso, y equivocándose los de
+policía, en vez de cogerle a él, cogieron al archivero y le plantaron
+en la cárcel. Cuando el rey lo supo se rio mucho, y dijo a Calomarde:
+<i>Tan malos sois como tontos</i>. Después, Gallego fue a ver al rey,
+y como este tiene debilidad por los poetas... Ya sabéis cuánto se
+entusiasma con Moratín. ¡Ah!, hace dos años que murió ese buen hombre,
+y yo me acuerdo, como si fuera de ayer, de haberle visto trabajando
+en la platería de su tío el joyero del rey. Creo haberos contado que
+Moratín tuvo una novia, una tal doña Paquita, hija de la dueña de la
+casa donde vivía <i>Mustafá</i>. Ya sabéis que así llamábamos al pobre
+Juan Antonio Conde, por ser escritor de cosas de moros.</p>
+
+<p>—Nos lo ha contado unas doscientas veces —dijo Cordero al oído de
+Sola.</p>
+
+<p>—No sabíamos eso —añadió esta en voz alta, para no desanimar al
+bondadoso fraile—. ¿Conque Moratín...?</p>
+
+<p>—Sí, hija mía: estuvo enamorado de esa doña Paquita, habitante en
+la calle de Valverde con su madre, la señora doña María Ortiz, que fue
+el pintiparado modelo de la saladísima doña Irene de <i>El sí de las
+niñas</i>. Moratín ya no era mozo, y doña Paquita apenas tendría los
+dieciocho años, es decir, que con veinte de por medio entre los dos,
+¡qué había de suceder...! Leandro, enamorado como suelen estarlo los
+machuchos que se reverdecen,<span class="pagenum" id="Page_98">p.
+98</span> la niña afectando acceder por timidez, por hipocresía o
+por agradecimiento, hasta que vino el desengaño, un desengaño cruel,
+horrible...</p>
+
+<p>—¡Barástolis...! Señor don Plomo —exclamó Cordero con repentino
+enfado—, que estamos hartos de oírle contar lo de Moratín y doña
+Paquita. ¿Qué tiene eso que ver ni con el amigo que encontró en
+Majaderitos, ni menos con el <i>democracio</i> que está escondido en la
+Trinidad?</p>
+
+<p>—A ello voy, a ello voy, señor don Azogue —replicó Alelí enojándose
+también—. Pues qué, ¿no se han de contar los antecedentes de los
+sucesos? Precisamente iba a decir que en el momento de despedirme
+de Gallego acertó a pasar ese muchacho americano, Veguita, un
+enredadorzuelo que dio que hablar cuando aquella barrabasada de los
+<i>Numantinos</i>, y fue castigado con dos meses de encierro en nuestra
+casa para que le enseñáramos la doctrina. El tal es de buena pasta.
+Pronto le tomamos afición. Cantaba con nosotros en el coro y rezaba
+las horas. Yo le daba golosinas y le hacía leer y traducir autores
+latinos, y él me leía sus versos o me representaba trozos de comedias.
+Esto lo hace tan perfectamente, que si mucho tiene de poeta, más tiene
+de cómico. Yo le animaba para que abandonase el mundo y entrase en la
+Orden... ¡Oh, amigos míos!... ¡Cuando uno considera que en nuestra
+Orden vivió y murió el primero de los predicadores del mundo, fray
+Hortensio Paravicino, cuya celda ocupo en la actualidad...!</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_99">p. 99</span></p>
+
+<p>—Que te descarrías, que te pierdes —dijo riendo don Benigno—. Por
+Dios, querido padre mío, ya está usted otra vez a setecientas leguas de
+su cuento.</p>
+
+<p>—Iba diciendo que Ventura me besó las manos, y después se las besó
+al <i>padre de la Constitución</i>, que así llama a Gallego la gente
+apostólica, y de esta manera le calificó en su infame delación el
+religioso agonizante fray José María Díaz y Jiménez, a quien nuestro
+soberano llama el <i>número uno de los podencos</i>, por lo bien que
+huele, rastrea, señala y acusa toda conspiración de esos tontainas de
+liberales. No sé si os he dicho que, según confesión del buen elefante
+zamorano, Calomarde le odia más que a un tabardillo pintado, y si no
+fuera porque don Miguel Grijalva, amigo mío y de Nicasio, vio a Su
+Majestad y le llevó aquel famoso soneto que hizo Gallego cuando la
+reina estaba de parto...</p>
+
+<p>—Al grano, al grano, que eso, más que referir sucedidos, es marear a
+Cristo.</p>
+
+<p>—Un poquitín de paciencia, señores. Yo decía que se llegó a nosotros
+Veguita, a quien, después del encarcelamiento en nuestra casa, yo no
+había visto más que dos veces, una en casa de Norzagaray cuando él y
+sus amigos ensayaban la comedia de Zabala, <i>Faustina y Gerwal</i>,
+y otra en la Puerta del Sol cuando le llevaban preso por tener la
+audacia de dejarse las melenas largas, al uso masónico. Por cierto que
+ese atrevidillo se ha dejado crecer un bigote que no hay más que ver,
+y con aquellos precoces pelos insulta públicamente a la gente<span
+class="pagenum" id="Page_100">p. 100</span> que manda, y hace descarado
+alarde de liberalismo... En una palabra, queridos: Venturilla y Gallego
+empezaron a hablar del censor de teatros, reverendo padre Carrillo, y
+excuso deciros que le pusieron como siete caños porque no deja resollar
+a los autores. Después..., y aquí entra lo principal de mi cuento...</p>
+
+<p>—Gracias a Dios... Aleluya.</p>
+
+<p>—Pues Veguita dijo una cosa al oído de Gallego..., y después
+acercose a mí poniéndose de puntillas, porque él es muy pequeño y
+yo más que regularmente alto, y me dijo también cuatro palabras al
+oído.</p>
+
+<p>—¿Qué? —preguntó con mucha curiosidad Cordero.</p>
+
+<p>—¡Pues no faltaba más sino que os fuera a revelar lo que se me
+confió como un secreto!</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch12">
+ <h2 class="nobreak g0">XII</h2>
+</div>
+
+<p>—¡Barástolis!, que estamos enterados —dijo Cordero comiéndose las
+últimas almendras del postre.</p>
+
+<p>Pero el famoso Alelí no paró mientes en estas palabras, y empezó
+a rezar en acción de gracias por la comida. Poco después se habían
+levantado los manteles, y los muchachos, bien fregoteadas las manos y
+la boca, tornaron a la escuela. Don Benigno, que acostumbraba dormir
+muy breve siesta, la suprimió aquel día y<span class="pagenum"
+id="Page_101">p. 101</span> bajó sin demora a la tienda, porque la
+comida había sido más larga que de ordinario. Doña Crucita, que no
+podía pasarse sin su regalado sueño de dos o tres horas, se fue a su
+cuarto, llevando en un plato las golosinas con que solía obsequiar
+en tal hora a sus queridas alimañas, y tras ella se fue Juan Jacobo,
+con el sombrero del padre Alelí encajado en la cabeza hasta tocar los
+hombros, y en la mano un látigo que él mismo había hecho con una orilla
+de paño amarrada al mango roto de un molinillo de chocolate. Alelí
+buscó el blando acomodo de un sillón que en el testero del comedor
+estaba, y que parecía decir <i>dormid en mí</i> con la suave hondura de
+su asiento, la inclinación de su viejo respaldo gordinflón y la curva
+de sus cariñosos brazos. Allí dormía antaño la siesta doña Robustiana,
+y allí solía hacer sus digestiones el buen Alelí, las cuales no eran
+difíciles, por ser él la sobriedad misma.</p>
+
+<p>Para mayor comodidad, Sola le ponía delante una silla para que
+estirase las piernas, y tras de la cabeza una mofletuda almohada de su
+propia cama, con lo que el padre estaba tan bien que ni en la misma
+gloria. Aquella tarde, cuando Sola trajo silla y almohada, el fraile le
+tomó una mano, y mirándola con sus ojos soñolientos, le dijo:</p>
+
+<p>—Cordera...</p>
+
+<p>Sonriendo como la misma bondad sonreiría, Sola acomodó en la
+almohada la venerable cabeza, que parecía la de un santo, y dijo
+así:</p>
+
+<p>—¿Qué me quiere su reverencia?</p>
+
+<p>—Cordera —murmuró el fraile sonriendo<span class="pagenum"
+id="Page_102">p. 102</span> también como un bienaventurado—, vete al
+cuarto de Benigno, y en el chaquetón, bolsillo de la izquierda...
+¿entiendes?</p>
+
+<p>—Sí, un cigarrito.</p>
+
+<p>—Se me olvidó pedírselo antes que bajara...</p>
+
+<p>Ni medio minuto tardó la joven en traer el cigarrito, y con él la
+lumbre para encenderlo.</p>
+
+<p>—Es que quiero echar una fumada para despabilarme, porque desearía
+no dormir siesta... ¿entiendes, paloma?</p>
+
+<p>Como el fraile estaba con la cabeza echada atrás, en la más blanda
+y cómoda postura que pueden apetecer humanos huesos, Sola no quiso que
+se incorporase, y ella misma le encendió el cigarro en el braserillo,
+no siendo aquella la primera vez que tal cosa hacía. Chupó un poco
+con la inhabilidad que en tal caso es propia de mujeres (como no sean
+hombrunas), y cuando logró hacer ascua de tabaco, no sin perder mucha
+saliva, presentó el cigarro a su amigo, cerrando los ojos por el picor
+que el humo le causaba en ellos.</p>
+
+<p>—Gracias, gracias, serafín de esta casa. Comprendo muy bien que ese
+santo varón... Pues, hija de mi alma, quiero despabilarme con este
+cigarrito, porque necesito hablarte de una cosa grave, delicada, digo
+mal, archidelicadísima.</p>
+
+<p>A Sola le pasó una nube por la frente, quiero decir que se puso
+seria y pensativa.</p>
+
+<p>—Tiempo hay de hablar todo lo que se quiera —dijo, inclinada sobre
+uno de los brazos del sillón en que el religioso estaba—. Duerma su
+reverencia.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_103">p. 103</span></p>
+
+<p>—Bueno, hijita; con tal que me llames a las tres y media...</p>
+
+<p>—Eso es poco. A las cinco.</p>
+
+<p>—No, no. Si me duermo, no podré hablarte del susodicho negocio, y lo
+he prometido, cordera, he prometido que esta tarde misma...</p>
+
+<p>Esto decía, cuando llegó un corpulento y bellísimo gato, que solía
+echar sus dormidas en el mismo sillón donde estaba Alelí; y viendo
+ocupado aquel lugar delicioso, dio algunas vueltas por delante con
+rostro lastimero. Al fin, discurriendo que había sitio para todos,
+subió al regazo del fraile, y como encontrara agasajo, se enroscó y se
+echó a dormir como un bendito.</p>
+
+<p>A poco de esto oyose un ruido estrepitoso, y fue que Juanito
+Jacobo había cogido una bandeja de latón vieja, que olvidada estaba
+en la despensa, y venía batiendo generala sobre ella con el palo del
+molinillo, tan fuertemente que habría puesto en pie, con el estrépito
+que hacía, a los siete durmientes. Acudió Sola y le trajo prisionero
+por un brazo.</p>
+
+<p>—¡Condenado chico! ¿No sabes que está tu tía durmiendo la siesta?...
+Ven acá: suelta eso... Ya, ya es tiempo de que tu padre te mande a
+la amiga... Ríñale, padre Alelí. No se le puede aguantar. Cuando el
+señorito está de vena, parece que hay un ejército en la casa.</p>
+
+<p>Diciendo esto, Sola le iba quitando sombrero, bandeja y palo, y
+después de sentarse le acercó a sí y le acarició, pasando suavemente su
+mano por los hermosos cabellos del niño.</p>
+
+<p>—Si mete bulla —dijo Alelí acariciando<span class="pagenum"
+id="Page_104">p. 104</span> también con su mano los rizos—, no le
+traeré a mi señor don Juan Jacobo las hostias que le prometí, ni
+las velitas de cera, ni el San Miguel de alcorza... Pues te decía,
+hija, que ahora vamos a hablar los dos de un asunto superlativamente
+delicado... Mira, vuelve al chaquetón de Benigno y traeme otro
+cigarrito, o mejor dos.</p>
+
+<p>Sola hizo lo que le mandaba el reverendo, y se volvió a sentar,
+aguardando el delicado asunto que manifestarle quería. Durante un
+rato no pequeño, los dos estuvieron callados, y Alelí fijaba sus
+ojos en el reloj, que era de los antiguos con las pesas colgando al
+descubierto. La péndula se paseaba lenta y solemnemente en el breve
+espacio que las leyes de la gravedad y las de la mecánica le señalan,
+y así marcaba con el tono más severo el compás de la vida. Sola, por
+mirar algo, y el mirar es acto preciso a las meditaciones, contemplaba
+<i>La Creación</i>, gran lámina que con otra representando el monumento
+de la catedral de Toledo, decoraba artísticamente el comedor. En la
+primera estaban nuestros primeros padres en el traje que es de suponer,
+en medio de un fértil país poblado de todas suertes de animales,
+recibiendo la bendición del Padre Eterno, que, muy barbado y envuelto
+en una especie de capote, se asomaba por un balcón de nubes.</p>
+
+<p>—¡Qué buenos cigarros tiene Benigno! —dijo Alelí, que al fin había
+encontrado la fórmula del exordio—. Pero mejor que sus cigarros es él
+mismo. Te digo con toda verdad que yo he visto muchos hombres buenos;
+pero ninguno<span class="pagenum" id="Page_105">p. 105</span> como
+nuestro Benigno. Es el corazón más puro y la voluntad más cristiana que
+he conocido en mi larga vida; es incapaz de hacer nada malo, y capaz de
+las bondades más extraordinarias. Su razón es firme, sus sentimientos
+generosos, su vida la carrera del bien. No aborrece a nadie, y
+cuando quiere, quiere con toda su alma. Tiene un carácter entero
+para hacer frente a las adversidades, y en las bienandanzas no puede
+vivir contento si no distribuye su ventura entre los que le rodean,
+quedándose él con la absolutamente precisa para no ser desventurado. Si
+tú nos oyes diciéndonos majaderías, es por lo mucho que nos queremos.
+Él me llama <i>Tío Engarza-Credos</i>, y yo le llamo <i>Don Leño</i> o
+<i>Chirivitas</i>, y así nos reímos. Eso sí, en ideas políticas somos,
+como quien dice, el <i>toma</i> y el <i>daca</i>, lo más opuesto que
+puede existir; pero estos arrumacos de la política no han de tocar, no,
+a las cosas del alma ni a la amistad... Porque yo digo, ¿qué me importa
+que Benigno tenga la manía de leer a ese perdido hereje de Rousseau,
+si por eso no deja de ser buen cristiano y de obedecer a la Iglesia
+en todo?... Viva Benigno, y viva con su pepita, es decir, con su
+<i>Emilio</i> y su <i>Contrato social</i>, que así me cuido yo de estas
+cosas como de los que ahora se están afeitando en la luna... No creas
+tú, los padres del convento me critican por esta tolerancia mía, y yo
+les contesto: «vale más un amigo en la mano que cien teorías volando».
+Mi carácter es así; en burlas disputo y machaco como todos los
+españoles; pero antes que tronos y repúblicas,<span class="pagenum"
+id="Page_106">p. 106</span> antes que congresos y horcas, está el
+corazón... ¡Cómo me reí una tarde hablando de esto! Paseaba yo a eso
+de las cinco por Atocha con dos hombres de ideas contrarias, don José
+Somoza, liberal, poeta, hombre ameno, dulce y cabal si los hay, y don
+Juan Bautista Erro, absolutista siempre, ahora apostólico vergonzante.
+Pues, señor...</p>
+
+<p>—Paréceme —dijo Sola, cortando la digresión— que se resbala usted,
+como dice don Benigno. Ya está sabe Dios a cuántas leguas de lo que me
+estaba contando...</p>
+
+<p>—¡Ah! Sí, perdona, hija..., me distraje. Te decía que ese bendito
+juan-jacobesco es el mejor tragador de pan y garbanzos que he conocido,
+y que ahora ha dado en la flor de querer casarse...</p>
+
+<p>—¡Casarse! —exclamó Sola poniéndose encarnada.</p>
+
+<p>—¿Te asombras, hija?... Más me asombré yo... No, no; no me asombré:
+al contrario, me pareció muy natural. Le conviene por mil razones; y
+ahora te pregunto yo: cuando Benigno tome estado, ¿no será para ti
+un gran motivo de amargura el salir de esta casa, donde has sido tan
+amada, y separarte de estos chicos que has criado y que como a madre te
+miran?...</p>
+
+<p>El padre Alelí fijó en ella sus ojos, ávidos de leer en los de la
+joven lo que de su alma saliese al rostro, si es que algo salía. El
+buen fraile, que a pesar de su decrepitud, ocasionada a perturbaciones
+mentales, conservaba algo de su antigua penetración, creyó ver en
+Sola<span class="pagenum" id="Page_107">p. 107</span> una pena
+muy viva. Esto le hacía sonreír, diciendo para su sayo: «mujercita
+tenemos».</p>
+
+<p>—Don Benigno no se casará —dijo ella—. ¿Será posible que caiga en
+tan mala tentación? Yo de mí sé decir que si salgo de esta casa me
+moriré de pena; tan tranquila, tan considerada y tan feliz he vivido
+en ella. Y luego, estos diablillos del cielo, como yo les llamo; estos
+muchachos, a quienes quiero tanto sin ser míos, y no tengo mejor gusto
+que ocuparme de ellos... No, digo que don Benigno no se casará. Sería
+un disparate; ya no está en edad para eso.</p>
+
+<p>—¿Qué dices ahí, tontuela? —exclamó Alelí incorporándose con enojo—.
+¿Conque mi amigo no está en edad de casarse? ¿Es acaso algún viejo
+chocho? ¿Está por ventura enfermo? No, más sana y limpia está su
+persona y su sangre noble que la de todos esos mozuelos del día.</p>
+
+<p>Esto decía, cuando Juan Jacobo, cansado de estarse quieto tanto
+tiempo y no teniendo interés en la conversación, empezó a tirarle
+de los bigotes al gato, que dormido estaba en la falda del fraile.
+Sentirse el animal tan malamente interrumpido en su sueño de canónigo y
+empezar a dar bufidos y a sacar las uñas, fue todo uno. Alborotose el
+fraile con los rasguños, y dio un coscorrón al chico; Sola le aplicó
+dos nalgadas, y todo concluyó con enfadarse el muchacho y coger el gato
+en brazos y marcharse con él a un rincón, donde le puso el sombrero del
+mercedario para que durmiera.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_108">p. 108</span></p>
+
+<p>—Eso es, sí, está mi sombrero para cama de gatos —refunfuñó
+Alelí.</p>
+
+<p>—¡Jesús qué criatura!... Le voy a matar —dijo Sola amenazándole con
+la mano—. Trae acá el sombrero.</p>
+
+<p>Juan trajo el sombrero, y aprovechándose del interés que en la
+corversación tenían el fraile y la joven, rescató su molinillo y su
+bandeja y bajó a la tienda para escaparse a la calle.</p>
+
+<p>—Vaya con la tonta —dijo Alelí continuando su interrumpido tema—.
+¡Si Benigno es un muchacho, un chiquillo...! ¡Si me parece que fue ayer
+cuando le vi arrastrándose a gatas por un cerrillo que hay delante de
+su casa...! ¡Qué piernazas aquellas, qué brazos y qué manotas tenía!
+¡Y cómo se agarraba al pecho de su madre, y qué mordidas le daba el
+muy antropófago! Yo le cogía en brazos y le daba unos palmetazos
+en los muslos... Sabrás que fui al pueblo a restablecerme de unas
+intermitentes que cogí en Madrid cuando vine a las elecciones de la
+Orden. Entonces conocí al bueno de Jovellanos, un Voltaire encubierto,
+dígase lo que se quiera, y al conde de Aranda, que era un Pombal
+español, y a mi señor don Carlos III, que era un Federico de Prusia
+españolizado...</p>
+
+<p>—Al grano, al grano.</p>
+
+<p>—Justo es que al grano vayamos. Cuando Nicolás Moratín y yo
+disputábamos...</p>
+
+<p>—Al grano.</p>
+
+<p>—Pues digo que Benigno es un mozalbete. ¿No ves su arrogancia, su
+buen color, sus<span class="pagenum" id="Page_109">p. 109</span>
+bríos? Bah, bah... Oye una cosa, hijita: Benigno se casará, tú te
+quedarás sola, y entonces será bien añadir a tu nombre otra palabra,
+llamándote <i>Sola y Monda</i> en vez de Sola a secas. Pero aquí viene
+bien darte un consejo... ¿Sabes, hija mía, que me está entrando un
+sueño tal, que la cabeza me parece de plomo?</p>
+
+<p>—Pues deme su reverencia el consejo y duérmase después —repuso ella
+con impaciencia.</p>
+
+<p>—El consejo es que te cases tú también, y así, del matrimonio de
+Benigno no podrá resultar ninguna desgracia... ¡Qué sueño, santo
+Dios!</p>
+
+<p>Sola se echó a reír.</p>
+
+<p>—¡Casarme yo!... Qué bromas gasta el padrito.</p>
+
+<p>—Hija, el sueño me rinde... no puedo más —dijo Alelí luchando con
+su propia cabeza, que sobre el pecho se caía, y tirando de sus propios
+párpados con nervioso esfuerzo para impedir que se cerraran cual
+pesadas compuertas.</p>
+
+<p>—Otro cigarrito.</p>
+
+<p>—Sí..., chupetón..., humo —murmuró Alelí, cuya flaca naturaleza era
+bruscamente vencida por la necesidad del reposo.</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch13">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_110">p. 110</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">XIII</h2>
+</div>
+
+<p>Sola corrió a buscar el despertador, y a su vuelta encontró al pobre
+religioso más que medianamente dormido, la cabeza inclinada a un lado,
+la boca entreabierta, roncando como un viejo y sonriendo como un niño.
+No quiso despertarle, aunque tenía curiosidad por saber en qué pararía
+aquel asunto del casamiento de su protector. Sospechaba la intención
+del fraile y todo el intríngulis de aquella conferencia cortada por el
+sueño, y se reía interiormente, considerando los rodeos y la timidez de
+su protector.</p>
+
+<p>Acomodó la cabeza del anciano en la almohada, le puso una manta
+en las piernas para que no se enfriase, y le dejó dormir. Sentada en
+una silla al pie de <i>La Creación</i>, le miró mucho, cual si en el
+semblante frailesco estuvieran estampadas y legibles las palabras que
+Alelí había dicho y las que no había tenido tiempo de decir. Profundo
+silencio reinaba en el comedor. Oíase, sin embargo, el paseo igual y
+sereno de la péndula y un roncar lejano, profundo, que tenía algo de
+la trompa épica, y era la melopea del sueño de doña Crucita, cantada
+en tonante estilo por sus órganos respiratorios. Los del reverendo
+Alelí no tardaron en unir su voz a la que de la alcoba venía, y sonando
+primero en aflautados<span class="pagenum" id="Page_111">p. 111</span>
+preludios, después en rotundos períodos, llegaron a concertarse tan
+bien con la otra música, que no parecía sino que el mismo Haydn había
+andado en ello.</p>
+
+<p>Entre las dos ventanas de la pieza, que recibían de un patio la
+poca luz de que este podía disponer, había un armario lleno de loza
+fina, tan bien dispuesta, que bastaba una ojeada para enterarse de
+las distintas piezas allí guardadas. Las copas, puestas en fila y
+boca abajo, sustentando cada cual una naranja, parecían enanos con
+turbante amarillos. En todas las tablas, las cenefas de papel recortado
+caían graciosamente formando picos como un encaje, y de este modo los
+arabescos de la loza tenían mayor realce. Algunas cafeteras y jarras
+echaban hacia fuera sus picos como aves que, después de tomar agua,
+estiran el cuello para tragarla mejor, y las redondas soperas se
+estaban muy quietas sobre su plato, como gallinas que sacan pollos. En
+el chinesco juego de té que regalaron a don Benigno el día de su santo,
+las tacitas puestas en círculo, semejando la empolladura recién salida
+y piando junto a la madre. Un alto y descomedido botellón, cuya boca
+figuraba la de un animalejo, era el rey de toda aquella muchedumbre
+porcelanesca; diríase que amenazaba a las piezas vasallas con cierta
+ley escrita en el fondo de una fuente. Era un letrero dorado que decía:
+«Me soy de Benigno Cordero de Paz. Año de 1827».</p>
+
+<p>Junto al armario había una silla de tijera, en la cual estaba
+Sola con los brazos cruzados. Miraba a Alelí, a la lámpara de
+cuatro<span class="pagenum" id="Page_112">p. 112</span> brazos, a
+<i>La Creación</i>, al monumento de Toledo y al suelo cubierto de
+estera común. También fue objeto de sus miradas el aguamanil, cuya
+llavecita, un poco desgastada, dejaba caer una gota de agua a cada diez
+oscilaciones de la péndula. La caja de latón en que estaba el agua
+tenía pintado un pajarillo picando una flor, con tan desdichado arte,
+que más bien parecía que la flor se comía al ave. También miraba Sola
+al techo, donde había cuatro ligeras manchas de humo, correspondientes
+a los cuatro <i>quinquets</i> de cada uno de los brazos de la lámpara.
+Tales manchas eran las únicas nubes que empañaban el azul de aquel
+cielo de yeso, que en verano se estrellaba de moscas.</p>
+
+<p>A todas estas partes dirigía la joven sus ojos, cual si estuviese
+buscando sus pensamientos perdidos y desparramados por la estancia.
+Creeríase que habían salido a holgar, volando como mariposas a
+distintos parajes, y que su dueña los iba recogiendo uno a uno, o dos a
+dos, para traerlos a casa y someterlos al yugo del raciocinio.</p>
+
+<p>Y así era en efecto. Ella tenía que concertar algo en su cabeza y
+discurrir. Convidábanla a ello la soledad en que estaba y la suave
+sombra que empezaba a ocupar el comedor, dominando primero los ángulos,
+el techo, y extendiéndose poco a poco y avanzando un paso al compás de
+los que daba la péndula. Las voces, o dígase ronquidos, se apagaron
+un momento, cual si los músicos que las producían descansasen para
+tomar más fuerza. La de doña Crucita empezó luego a crecer, a crecer,
+desafiando<span class="pagenum" id="Page_113">p. 113</span> a la del
+padre Alelí. La de este sonaba entonces en el registro del caramillo
+pastoril, y parecía convidar a la égloga con su gorjeo cariñoso.</p>
+
+<p>Y en tanto, el murmullo de Crucita se tornaba de llamativo en
+provocador y de provocador en insolente, cual si decir quisiera: «en
+esta casa nadie ronca más que yo».</p>
+
+<p>Indudablemente Sola discurría con muy buen juicio en medio de estas
+músicas. Pensaba que era un disparate vivir tanto tiempo en un mundo
+quimérico. La edad avanzaba; la juventud, aunque todavía rozagante y
+lozana en ella, había dejado ya atrás una buena parte de sí misma.
+Su vida marchaba ya muy cerca de aquel límite en que están la razón
+y la prudencia, las posibilidades y las prosas, de tal modo que las
+ilusiones se iban quedando atrás envueltas en brumas de recuerdos,
+mal iluminados por la luz vespertina de esperanzas desvanecidas.
+La fantasía se cansaba de su trabajo estéril, de aquella fatigosa
+edificación de castillos llevados del viento y descompuestos en aire
+como las bovedillas de la espuma, que no son más que juegos del jabón,
+transformándose por un instante en pedrería de mil matices. Llegaba
+doña <i>Sola y Monda</i> a la edad en que parece verificarse en la
+mente un despejo de todas las jugueterías y figuraciones que traemos
+de la niñez, y queda aquel aposento de nuestro espíritu limpio de las
+telarañas, que parecen tapices por capricho de la luz filtrada.</p>
+
+<p>El sentimiento de la realidad empezaba a<span class="pagenum"
+id="Page_114">p. 114</span> hacer en ella su tardía y radical
+conquista, y así sentía la imposición ineludible de ciertas ideas.
+¿Cómo vivir más tiempo por y para un fantasma? ¿Cómo subordinar toda
+la existencia a lo que tal vez no tenía ya existencia real, o si la
+tenía estaba tan distante que su alejamiento equivalía al no existir?
+¿No podía suceder que, sin quererlo ella misma, se destruyesen en su
+alma ciertos afectos, y que de las ruinas de estos nacieran otros con
+menos intensidad y lozanía, pero con más condiciones de realidad y
+firmeza?</p>
+
+<p>Tan abstraída estaba, que no advirtió cuán bravamente aceptaba la
+voz del padre Alelí el reto de los lejanos bramidos de doña Crucita,
+y dejando el tono pastoril, iba aumentando en intensidad sonora hasta
+llegar a un toque de clarines que habrían infundido ideas belicosas
+a todo aquel que los oyera. Los cañones respiratorios del reverendo
+decían seguramente en su enérgico lenguaje: «cuando yo ronco en esta
+casa, nadie me levanta el gallo». Acobardada y humillada por tan
+marcial alboroto, doña Crucita se recogió y se fue aplacando, hasta que
+su música no fue más que un murmullo como el de los perezosos beatos
+que rezan dentro de una vasta catedral, y luego se cambió en el sollozo
+de las hojas de otoño arrancadas por el viento y bailando con él.</p>
+
+<p>A su vez, el victorioso ronquido de Alelí remedó el fagot de un
+coro de frailes, y después dejo oír varias notas vagas, suspironas,
+fugitivas, como los murmullos del órgano cuando el organista pasa
+los dedos sobre el<span class="pagenum" id="Page_115">p. 115</span>
+teclado en tanto que el oficiante le da con sus preces la señal de
+empezar. La música roncadora se había hecho triste, coincidiendo con la
+oscuridad casi completa que llenaba la pieza.</p>
+
+<p>Pero el alma de doña <i>Sola y Monda</i> no estaba triste. Había
+echado una mirada al porvenir y lo había visto placentero, tranquilo,
+honroso y honrado. Su corazón, al declararse vencido por las realidades
+un poco brutales, como conquistadoras que eran, no estaba vacío
+de sentimientos, antes bien se llenaba de los afectos más puros,
+más delicados, más nobles. La vida nueva que se le ofrecía, debía
+inaugurarse, eso sí, con un poco de tristeza; pero ¡cuánta dignidad
+en aquella nueva vida!, ¡qué hermoso realce en la personalidad!,
+¡qué ocasión para mostrar los más nobles sentimientos, tales como la
+abnegación, la constancia, la fidelidad, el trabajo!, ¡qué ocasión
+para perfeccionarse constantemente y ser cada día mejor, realizando el
+bien en todas las formas posibles y gozando en el sostenimiento de esa
+deliciosa carga que se llama el deber!</p>
+
+<p>¿Pero qué estruendo, qué fragor temeroso era aquel que Sola sentía
+tan cerca y que interrumpía sus discretos pensamientos en lo mejor de
+ellos? Sonaban ya sin duda las trompetas del Juicio final, pues no de
+otro modo debían llamarse los destemplados y altísonos ronquidos de
+Crucita y el padre Alelí. Los de este se detuvieron bruscamente, cual
+si fuera a despertar, y oyose su voz que entre sueños decía:</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_116">p. 116</span></p>
+
+<p>—Vete, vete de mi celda, terrible <i>democracio</i>... ¿Qué
+buscas aquí? ¿a qué vienes a España y a Madrid, si no es a que te
+ahorquen?... ¡Vuélvete a la emigración de donde jamás debiste salir!...
+¡Conspirador..., vagabundo!</p>
+
+<p>Doña <i>Sola y Monda</i> se acercó al fraile para oír mejor lo que
+entre dientes seguía diciendo.</p>
+
+<p>Alelí extendió los brazos, quedándose un buen rato como un crucifijo
+en sabroso estiramiento de músculos, y con voz clara y entera dijo
+así:</p>
+
+<p>—Esproncedilla..., busca-ruidos..., mequetrefe, no me
+comprometas..., vete de mi celda.</p>
+
+<p>Sola se acercó y le tomó una mano.</p>
+
+<p>—¿Pero qué osscuridad es esta? ¿En dónde estoy?</p>
+
+<p>—¡Vaya un modo de dormir y de disparatar! —replicó Sola riendo.</p>
+
+<p>—¿Pues qué, he dormido yo?... Si no he hecho más que aletargarme un
+instante, cinco minutos todo lo más... Vaya, que se pone pronto el sol
+en esta dichosa casa... Chiquilla, dame mi sombrero, que me voy.</p>
+
+<p>—Primero voy a traer luz —dijo la <i>Hormiga</i> saliendo.</p>
+
+<p>Al poco rato volvió con una lámpara, cuyos rayos ofendieron la vista
+del fraile.</p>
+
+<p>—Yo creí que ya habían empezado a crecer los días... ¿Qué hora
+es? Las cinco y media... Lo dicho, dicho, querida señorita...
+¿Reflexionarás en lo que te he manifestado?</p>
+
+<p>—¿Pues qué he de hacer sino reflexionar?</p>
+
+<p>—¿Y comprenderás que se te entra por las<span class="pagenum"
+id="Page_117">p. 117</span> puertas la fortuna, y que vas a ser la más
+dichosa de las mujeres?</p>
+
+<p>—Pues claro que sí.</p>
+
+<p>—¡Bendita seas tú y bendito quien te trajo a esta casa! —exclamó
+Alelí con acento muy evangélico.</p>
+
+<p>Abriose con no poco estrépito la puerta del comedor, y apareció
+Crucita de malísimo talante, diciendo:</p>
+
+<p>—No he podido pegar los ojos en toda la tarde con la dichosa
+conversación de la niña y el fraile.</p>
+
+<p>—Quita allá, <i>Cruz del Mal Ladrón</i> —replicó Alelí—. Lo que ha
+sido es que con la trompeta de tus roncamientos no me has dejado a mí
+descabezar un mal sueño.</p>
+
+<p>—Sí, porque a fe que el padrito toca algún cascabelillo sordo cuando
+duerme... Me habéis tenido toda la tarde despabilada como un lince,
+primero con la charla de sus mercedes y luego con los piporrazos de su
+reverencia... ¡Qué importunidad, Santo Dios! Busque usted un momento de
+tranquilidad en esta casa.</p>
+
+<p>—Cállate, <i>serpiente del Paraíso</i>, que así guardas silencio
+dormida como despierta, y no hables de eso, que el que más y el que
+menos, todos, todos repicamos, y abur.</p>
+
+<p>Echáronse a reír Sola y el fraile, y al fin también se rio un poco
+Crucita, pues su genio arisco también tenía flores de cuando en cuando,
+si bien estas eran como las plantas marinas, que están en el fondo y
+casi siempre en el fondo mueren.</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch14">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_118">p. 118</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">XIV</h2>
+</div>
+
+<p>En la tienda, don Benigno preguntó con gran interés a su amigo por
+el resultado de la conferencia que con Sola había tenido.</p>
+
+<p>—Muy bien —dijo Alelí—, admirablemente bien.</p>
+
+<p>Después se quedó perplejo, con los ojos fijos en el suelo y el dedo
+sobre el labio, como revolviendo en el caótico montón de sus recuerdos;
+y al cabo de tantas meditaciones, habló así:</p>
+
+<p>—Pues, hijo, ahora caigo en que no llegué a decirle lo más
+importante, porque me acometió un sueño tal, que no lo hubiera podido
+vencer aunque me echaran encima un jarro de agua fría... Ya la tenía
+preparada; ya, si no me engaño, había ella comprendido el objeto de mi
+discurso, y manifestaba un gran contento por la felicidad que Dios le
+depara, cuando... Yo no sé sino que me desperté en la oscuridad de tu
+comedor, que parece la boca de un lobo... Y qué quieres, hijo..., lo
+demás puedes decírselo tú, o se lo diré yo mañana. Quédate con Dios y
+con la Virgen.</p>
+
+<p>Marchose Alelí, y don Benigno se quedó muy contrariado y ofendido
+de la poca destreza de su amigo. Juró no volver a confiar misiones
+delicadas a un viejo decrépito y medio lelo, y<span class="pagenum"
+id="Page_119">p. 119</span> al mismo tiempo se sentía él muy cobarde
+para desempeñar por sí mismo el papel que había confiado al otro.
+Cuando subió, después de cerrar la tienda, en compañía de Juan Jacobo,
+que había entrado de la calle con un chichón en la frente, dijo a
+Sola:</p>
+
+<p>—Ya estoy convencido de que ese estafermo de Alelí es el bobo
+de Coria... Apreciabilísima <i>Hormiga</i>, quisiera hablar con
+usted...</p>
+
+<p>—¿Hablar conmigo?... Ahora mismo; ya escucho —dijo ella, sonriendo
+de tal modo que a Cordero se le encandilaron los ojos.</p>
+
+<p>Pero en el mismo instante le acometió la timidez de tal modo, que
+no se atrevió a decir lo que decir quería, y solo balbució estas
+palabras:</p>
+
+<p>—Es que conviene ponerle a este enemigo una venda y dos cuartos
+sobre el chichón, que es el mejor medio de curarlo.</p>
+
+<p>Aquella noche don Benigno estuvo muy triste y se pasó algunas horas
+en su cuarto, sin leer a Rousseau, aunque bien se le acordaba aquel
+pasaje del libro quinto del <i>Emilio</i>:</p>
+
+<blockquote>
+
+ <p>«Emilio es hombre, Sofía es mujer... Sofía no enamora al primer
+ golpe de vista, pero agrada más cada día. Sus encantos se van
+ manifestando por grados en la intimidad del trato. Su educación no es
+ ni brillante ni estrecha. Tiene gusto sin estudio, talento sin arte,
+ y criterio sin erudición... La desconformidad de los matrimonios no
+ nace de la edad, sino del carácter...».</p>
+
+</blockquote>
+
+<p>Y luego añadía, alterando un poco el texto:</p>
+
+<blockquote>
+
+ <p>«Sofía había leído el <i>Telémaco</i>, y estaba prendada de
+ él;<span class="pagenum" id="Page_120">p. 120</span> pero ya
+ su tierno corazón ha cambiado de objeto y palpita por el buen
+ Mentor».</p>
+
+</blockquote>
+
+<p>Después Cordero se reía de sí mismo y de su timidez, haciendo
+juramento de vencerla al día siguiente, pues lo que él sentía era un
+afecto decoroso, un sentimiento de gratitud y de respeto, y no pasión
+ni capricho de mozalbete.</p>
+
+<p>Al día siguiente, Sola mostraba excelente humor que rayaba en
+festivo, lo que dio muy buena espina al héroe de Boteros. Canturreaba
+entre dientes, cosa que no hacía todos los días, y en su cara se
+notaba animación, si bien podía observarse que tenía los ojos algo
+encendidos. Sin duda había visto y aceptado la posibilidad de un
+destino nuevo, honrado y honroso en extremo, y se complacía en él,
+creyéndolo dispuesto por Dios con extraordinaria sabiduría. Pero si no
+se entra en la vida sin llanto, también parece natural que no se entre
+en las felicidades nuevas sin algo de lágrimas. Los nuevos estados,
+aunque sean muy buenos y hermosos, no siempre seducen tanto que hagan
+aborrecible la situación vieja por detestable que haya sido. De aquí
+venía, sin duda, el que estando de tan buen humor, tuviese en lo
+encendido de sus ojos el testimonio de haber lloriqueado algo.</p>
+
+<p>O quizás la alegría que mostraba venía más bien de la voluntad que
+del corazón, como si su espíritu, tan hecho a la observancia de los
+deberes, hubiese resuelto que convenía estar alegre. La razón sin
+duda lo mandaba así, y la razón iba siendo la señora de ella...<span
+class="pagenum" id="Page_121">p. 121</span> No hay más sino que se
+dominaba maravillosamente, y lograba alcanzar tan grande victoria
+sobre sí misma, que era al fin, si es permitido decirlo así, un
+producto humano de todas las ideas razonables, una conciencia puesta en
+acción.</p>
+
+<p>Su protector le dijo que aquella tarde se verían los dos en su
+cuarto para hablar a solas. El héroe se atrevía al fin. Prometió ella
+ser puntual, y esperó la hora. Pero Dios, que sin duda por móviles
+altísimos o inexplicables quería estorbar los honestos impulsos del
+héroe, dispuso las cosas de otra manera. Ya se sabe lo que significan
+todas las voluntades humanas cuando <i>Él</i> quiere imponer la
+suya.</p>
+
+<p>Sucedió que poco antes de la hora de comer, Juanito Jacobo, todavía
+vendado por los chichones del día anterior, andaba enredando con una
+pelota. Trabáronse de palabras él y su hermano Rafaelito sobre a quién
+pertenecía el tal juguete. Hay indicios y aun antecedentes jurídicos
+para creer que el verdadero propietario era el pequeñuelo, y así debió
+sentirlo en su conciencia Rafael; que tanto imperio tiene la justicia
+en la conciencia humana aunque sea conciencia en agraz.</p>
+
+<p>Pero de reconocerlo en la conciencia a declararlo, hay gran
+distancia, y si tal distancia no existiera, no habría abogados ni
+curiales en el mundo. Por eso Rafael, no sintiéndose bastante egoísta
+para apandar la pelota, ni bastante generoso para dejársela a su rival,
+hizo lo que suelen hacer los chicos en estas contiendas, es a saber;
+cogió la pelota y la<span class="pagenum" id="Page_122">p. 122</span>
+arrojó a lo alto del armario del comedor, donde no podría ser alcanzada
+ni por uno ni por otro.</p>
+
+<p>¡Valiente hazaña la de Rafaelito!... Pero el pequeño Hércules no
+había nacido para retroceder ante contrariedades tan tontas. ¡Bonito
+genio tenía él para acobardarse porque el techo esté más alto que el
+suelo!... Arrastró el sillón hasta acercarlo al armario; puso sobre
+el sillón una silla, sobre la silla una banqueta, y ya trepaba él por
+aquella frágil torre, cuando esta se vino al suelo con estruendo,
+y rodó el chico y se abrió la cabeza contra una de las patas de la
+mesa.</p>
+
+<p>El laberinto que se armó en la casa no es para descrito. Salió don
+Benigno, acudió Sola, puso el grito en el cielo Crucita, ladraron todos
+los perros, maldijo la criada todas las pelotas habidas y por haber,
+lloró Rafael, gimieron sus hermanos, y el herido fue alzado del suelo
+sin conocimiento. Pronto volvió en sí, y la descalabradura no parecía
+grave, gracias a la mucha sangre que salió de aquella cabezota. En
+tanto que Sola batía aceite con vino, y la criada, partidaria de otro
+sistema, mascaba romero para hacer un emplasto, doña Crucita, que en
+todas estas ocasiones se remontaba siempre al origen de los conflictos,
+repartía una zurribanda general entre los muchachos mayores,
+azotándoles sin piedad uno tras otro. Los perros seguían chillando, y
+hasta la cotorra tuvo algo que decir acerca de tan memorable suceso.</p>
+
+<p>Toda la tarde duró la agitación y nadie<span class="pagenum"
+id="Page_123">p. 123</span> tuvo ganas de comer, porque el muchacho
+padecía bastante con su herida. Vino el médico y dijo que, sin ser
+grave, la herida era penosa y exigía mucho cuidado. No hubo, pues,
+conferencia entre Cordero y Sola, porque la ocasión no era propicia.
+Por la noche Juanito Jacobo se durmió sosegadamente. Sola, que en la
+misma pieza puso su cama, estaba alerta vigilando al enfermito. Ya muy
+tarde se despertó este intranquilo, calenturiento, pidiendo de beber y
+quejándose de dolores en todo el cuerpo. Sola se arrojó del lecho medio
+vestida, y echándose un mantón sobre los hombros salió para llamar
+a la criada. Levantose esta, y entre las dos prepararon medicinas,
+encendieron la lumbre, fueron y vinieron por los helados pasillos. A la
+madrugada, cuando el chico se durmió, al parecer sosegado y repuesto,
+Sola sintió un frío intensísimo con bruscas alternativas de calor
+sofocante. Arrojose en su lecho y al punto sintió una postración tan
+grande que su cuerpo parecía de plomo. La respiración érale a cada
+instante más difícil, y no podía resistir el agudo dolor de las sienes.
+La tos seca y profunda añadía una molestia más a tantas molestias, y en
+su costado derecho le habían seguramente clavado un gran clavo, pues no
+otra cosa parecía la insufrible punzada que la atormentaba en aquella
+parte.</p>
+
+<p>La criada, que al punto conoció lo grave de tales síntomas, quiso
+llamar a don Benigno y a Crucita; pero Sola no consintió que se les
+molestara por ella. Era la madrugada. Mientras<span class="pagenum"
+id="Page_124">p. 124</span> llegaba el día, la alcarreña preparó no
+sé cuántos sudoríficos y emolientes, sin resultado satisfactorio.
+Al fin, cuando daban las siete, Crucita dejó las ociosas plumas, y
+enterada de lo que pasaba, reprendió a la enferma por haberse puesto
+mala voluntariamente; que no otra cosa significaba el haber tomado
+aires colados, hallándose, como se hallaba desde hace días, con un
+catarro más que regular. La avinagrada señora echó por la boca mil
+prescripciones higiénicas para evitar los enfriamientos, y otros tantos
+anatemas contra las personas que no se cuidaban. Cuando Cordero se
+levantó, Crucita, que gozaba en anunciar los sucesos poco gratos, fue a
+su encuentro y le dijo:</p>
+
+<p>—Ya tenemos otro enfermo en campaña. Sola se ha puesto muy mala.</p>
+
+<p>—¿Qué tiene? —dijo el héroe con repentino dolor, como presagiando
+una gran desgracia.</p>
+
+<p>—Pues una pulmonía fulminante.</p>
+
+<p>Si lo partiera un rayo, no se quedara don Benigno más tieso, más
+mudo, más parado, más muerto que en aquel momento estaba. Creía ver su
+dicha futura, sus risueños proyectos desplomándose como un castillo de
+naipes al traidor soplo del Guadarrama.</p>
+
+<p>—Veámosla —dijo recobrando la esperanza; y corrió a la alcoba.</p>
+
+<p>Sola le miró con cariñosos y agradecidos ojos. Quiso hablarle,
+y la violenta tos se lo impedía. Nada pudo decir don Benigno,
+porque indudablemente el corazón se le había<span class="pagenum"
+id="Page_125">p. 125</span> partido en dos pedazos, y uno de estos se
+le había subido a la garganta. Al fin hizo un esfuerzo, quiso llenarle
+de optimismo, y echó una forzada sonrisa diciendo:</p>
+
+<p>—Eso no será nada. Veamos el pulso.</p>
+
+<p>¡Ay!, el pulso era tal que Cordero, en la exaltación de su
+miedo, creyó que dentro de las venas de Sola había un caballo que
+relinchaba.</p>
+
+<p>—Que venga don Pedro Castelló, el médico de Su Majestad —dijo sin
+poder contener su alarma—. Que vengan todos los médicos de Madrid...
+Veamos, apreciable <i>Hormiga</i>: ¿desde cuándo se sintió usted
+mal?</p>
+
+<p>—Desde ayer tarde —pudo contestar la joven.</p>
+
+<p>—¡Y no había dicho nada!... ¡Qué crueldad consigo mismo y con los
+demás!</p>
+
+<p>—¡Ya se ve..., no dice nada!... —vociferó Crucita—. ¡Bien merecido
+le está!... ¿Hase visto terquedad semejante? Esta es de las que se
+morirán sin quejarse... ¿Por qué no se acostó ayer tarde, por qué?
+¡Bendito de Dios, qué mujer! Si ella tuviese por costumbre, como es su
+deber, consultarme, yo le habría aconsejado anoche que tomara un buen
+tazón de flor de malva con unas gotas de aguardiente... Pero ella se
+lo hace todo y ella se lo sabe todo... Silencio, Otelo... Vete fuera,
+Mortimer... No ladres, Blanquillo.</p>
+
+<p>Y en tanto que su hermana imponía silencio al ejército perruno,
+el atribulado don Benigno elevaba el pensamiento a Dios Todopoderoso
+pidiéndole misericordia.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_126">p. 126</span></p>
+
+<p>Sin pérdida de tiempo hizo venir al médico de la casa, y a todos los
+médicos célebres, precedidos por don Pedro Castelló, que era la primera
+de las celebridades.</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch15">
+ <h2 class="nobreak g0">XV</h2>
+</div>
+
+<p>Mientras que esto pasaba en casa del vendedor de encajes, doña
+Jenara y Pipaón andaban atortolados por el ningún éxito de sus
+averiguaciones, y los días iban pasando y la sombra o fantasma que
+ambos perseguían se les escapaba de las manos cuando creían tenerla
+segura. El terrible <i>democracio</i> albergado en la Trinidad resultó
+ser el más inocente y el más calavera de todos, hombre que jamás haría
+nada de provecho fuera de las hazañas en el glorioso campo del arte;
+gran poeta que pronto había de señalarse cantando dolores y melancolías
+desgarradoras. No sabiendo cómo lo recibiría la Superintendencia,
+acogiose a los frailes trinitarios por indicación de Vega, que en
+aquella casa cumplió seis años antes su condena, cuando el desastre
+<i>numantino</i>. Influencias de su familia y amigos le consiguieron
+pronto el indulto, y decidido a ser en lo sucesivo todo lo juicioso que
+su índole de poeta permitiera, solicitó una plaza en la Guardia de la
+Real Persona, que le fue concedida más adelante.</p>
+
+<p>Bretón, desesperado por las horribles trabas<span class="pagenum"
+id="Page_127">p. 127</span> del teatro, marchó a Sevilla con Grimaldi,
+autor de la <i>Pata de cabra</i>. Vega, que luchaba con la pobreza y
+era muy perezoso para escribir, quería hacerse cómico y aun llegó a
+ajustarse en la compañía de Grimaldi. Considerando esto los amigos como
+una deshonra, pusieron el grito en el cielo; pero como los lamentos
+no podían sacar al poeta de sus apuros, fue preciso echar un guante
+para rescatarle, por haber cobrado con anticipación parte del sueldo
+de galán joven. Grimaldi era un empresario hábil que sabía elegir la
+gente, y en su memorable excursión por Cádiz y Sevilla, dio a conocer
+como actriz de grandísima precocidad a una niña llamada Matilde, que a
+los doce años hacía la protagonista de <i>La huérfana de Bruselas</i>
+con extraordinario primor.</p>
+
+<p>En Madrid, después de la marcha de Grimaldi, el teatro se alimentaba
+de traducciones. Algunas de estas fueron hechas por un muchacho
+carpintero, de modestia suma y apellido impronunciable. Era hijo de
+un alemán, y hacía sillas y dramas. Fue el primero que acometió en
+gran escala la restauración del teatro nacional, para sacar al gran
+Lope del polvoriento rincón en que Moratín y los clásicos le habían
+puesto, juntamente con los demás inmortales del siglo de oro. El
+infeliz ebanista, que no podía ver representadas sus obras originales,
+traducía a Voltaire y a Alfieri, refundía a Rojas y al buen Moreto.
+Pero su mala estrella no le permitió abrirse camino ni hacer resonar
+su nombre en la república literaria. Pocos años después, la víspera
+del estreno<span class="pagenum" id="Page_128">p. 128</span> de su
+gran obra original, que le llevó de un golpe a las alturas de la fama,
+el lenguaraz satírico de la época, el malhumorado y bilioso escritor
+a quien ya conocemos, decía: «Pues si el autor es sillero, la obra
+debe de tener mucha paja». El enrevesado nombre del ebanista nacido
+de alemán y criado en un taller, fue, desde que se conocieron <i>Los
+amantes de Teruel</i>, uno de los más gloriosos que España tuvo y tiene
+en el siglo que corre.</p>
+
+<p>Y el satírico seguía satirizando en la época a que nos referimos
+(1831); mas con poca fortuna todavía, y sin anunciar con sus escritos
+lo que más tarde fue. Se había casado a los veinte años, y su vida no
+era un modelo de arreglo ni de paz doméstica. Recibió protección de don
+Manuel Fernández Varela, a quien se debe llamar <i>El Magnífico</i>
+por serlo en todas sus acciones. Su corazón generoso, su amor a la
+esplendidez, a las artes, a las letras, a todo lo noble y antivulgar,
+su trato cortesano, las cuantiosas rentas de que dispuso, hacían de él
+un verdadero prócer, un Mecenas, un magnate, superior por mil conceptos
+a los estirados e ignorantes señorones de su época, a los rutinarios
+y suspicaces ministros. Era la figura del señor Varela arrogante y
+simpática, su habla afabilísima y galante, sus modales muy finos.
+Vestía con magnificencia, y adornaba el severo vestido sacerdotal con
+pieles y rasos tan artísticamente, que parecía una figura de otras
+edades. En su mesa se comía mejor que en ninguna otra, de lo que
+fueron testimonio dos célebres gastrónomos a quienes convidó<span
+class="pagenum" id="Page_129">p. 129</span> y obsequió mucho. El uno
+se llamaba Aguado, marqués de las Marismas, y el otro Rossini, no ya
+marqués, sino príncipe y emperador de la Música.</p>
+
+<p>El señor Varela protegió a mucha y diversa gente, distinguiendo
+especialmente a sus paisanos los gallegos; fundó colegios, desecó
+lagunas, erigió la estatua de Cervantes que está en la plazuela de las
+Cortes, ayudó a Larra, a Espronceda y dio a conocer a Pastor Díaz.</p>
+
+<p>Cuando vino Rossini en marzo de aquel año, le encargó una misa.
+Rossini no quería componer misas... «Pues un <i>Stabat Mater</i>», le
+dijo Varela. El maestro compuso en aquellos días el primer número de su
+gran obra religiosa que parece dramática. El resto lo envió desde el
+extranjero. Cuentan que Varela le pagó bien.</p>
+
+<p>Algunos números del célebre <i>Stabat</i> se estrenaron aquella
+Semana Santa en San Felipe el Real, dirigidos por el mismo Rossini, y
+hubo tantas apreturas en la iglesia, que muchos recibieron magulladuras
+y contusiones, y se asfixiaron dos o tres personas en medio del
+tumulto. Rossini fue obsequiado, como es de suponer, atendida su gran
+fama. Tenía próximamente cuarenta años, buena figura, y su hermosa
+cara, un poco napoleónica, revelaba, más que el estro músico y el
+aire de la familia de Orfeo, su afición al epigrama y a los buenos
+platos.</p>
+
+<p>Habiendo recibido en un mismo día dos invitaciones a comer, una
+del señor Varela y otra de un grande de España, prefirió la del
+primero.<span class="pagenum" id="Page_130">p. 130</span> Preguntada
+la causa de esta preferencia, respondió:</p>
+
+<p>—Porque en ninguna parte se come mejor que en casa de los curas.</p>
+
+<p>En efecto: la mesa de este generoso y espléndido sacerdote era la
+mejor de Madrid. A sus salones de la plazuela de Barajas concurría
+gente muy escogida, no faltando en ellos damas elegantes y hermosas,
+porque, a decir verdad, el señor Varela no estaba por el ascetismo en
+esta materia.</p>
+
+<p>Pero allí la opulencia del señor y su misma gravedad de eclesiástico
+no permitían la confianza y esparcimientos de otras tertulias. La de
+Cambronero, por el contrario, era de las más agradables y divertidas
+dentro de los límites de la decencia más refinada.</p>
+
+<p>Era el señor don Manuel María Cambronero varón dignísimo, de
+altas prendas y crédito inmenso como abogado. Durante muchos años no
+tuvo rival en el foro de Madrid, y todos los grandes negocios de la
+aristocracia estaban a su cargo. Fue en su época lo que posteriormente
+Pérez Hernández y más tarde Cortina. Su señora era castellana vieja,
+algo chapada a la antigua, y sus hijos siguieron diversos destinos y
+carreras. Uno de ellos, don José, casó por aquellos años con Doloritas
+Armijo, guapísima muchacha, cuyo nombre parece que no viene al caso en
+esta relación, y, sin embargo, está aquí muy en su lugar.</p>
+
+<p>El primer pasante de Cambronero era un joven llamado Juan Bautista
+Alonso, a quien el insigne letrado tomó gran cariño, legándole<span
+class="pagenum" id="Page_131">p. 131</span> al morir sus negocios y su
+rica biblioteca. Alonso, que más tarde fue también abogado eminente,
+político y filósofo de nota, tuvo en su mocedad aficiones de poeta,
+y, por tanto, amistad con todos los poetas y literatos jóvenes de la
+época. Él fue, pues, quien introdujo en las agradabilísimas y honestas
+tertulias de Cambronero a Vega, Espronceda, Felipe Pardo, Juanito
+Pezuela, y, por último, al misántropo, al que ya se llamaba con
+poca fortuna <i>Duende satírico</i>, y más tarde se había de llamar
+<i>Pobrecito hablador</i>, <i>Bachiller Pérez de Murguía</i>, <i>Andrés
+Niporesas</i>, y, finalmente, <i>Fígaro</i>.</p>
+
+<p>El entrometido Pipaón iba también a casa de Cambronero. Jenara,
+sin que se supiese la causa, había disminuido considerablemente sus
+tertulias; recibía poquísima gente, y solo daba convites en muy
+contados días. En cambio, frecuentaba la tertulia de Cambronero, donde
+hallaba casi todo el contingente de la suya, y además otras personas
+que no había tratado hasta entonces; tales como don Ángel Iznardi,
+don José Rives, don Juan Bautista Erro, el conde de Negri y otros
+varios.</p>
+
+<p>También se veía por allí al joven Olózaga, pasante, como Alonso, en
+el bufete de Cambronero, si bien menos asiduo en el trabajo. Desde los
+principios del año andaba Salustiano tan distraído, que no parecía el
+mismo. Iba a las reuniones como por compromiso o por temor de que al
+echarse de menos su persona, se le creyese empeñado en conspiraciones
+políticas. Su mismo padre, don Celestino, se quejaba<span
+class="pagenum" id="Page_132">p. 132</span> de sus frecuentes ausencias
+de la casa. Tal conducta no podía atribuirse sino a dos motivos:
+política o amores. La familia y los conocidos, inclinándose siempre a
+lo menos peligroso, presumían que Salustiano andaba enamorado. Su buena
+figura, su elocuencia, sus distinguidos modales, la misma exaltación
+de sus ideas políticas y otras prendas de mucha estima, dándole desde
+su tierna juventud gran favor entre las damas, justificaban aquella
+idea.</p>
+
+<p>De repente, Jenara dejó de asistir también con puntualidad a las
+tertulias. El público, que todo lo quiere explicar según su especial
+modo de ver, comentó aquellas ausencias con cierta malignidad, y
+hasta hubo quien hablara de fuga al extranjero en busca de apartadas
+y placenteras soledades, propicias al amor. Se daban pormenores, se
+referían entrevistas, se repetían frases, y, sin embargo, todo esto y
+lo demás que se dijo y que no es para contado, era un castillo aéreo
+levantado por las delicadas manos de la chismografía. Pero acontece
+que tales obras, con ser de aire, son mucho más fáciles de levantar
+que de destruir, y aquella iba tomando consistencia de día en día y
+alzándose más, y engalanándose con torreones de epigramas y chapiteles
+de calumnias.</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch16">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_133">p. 133</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">XVI</h2>
+</div>
+
+<p>Mediaba el mes de marzo cuando estas hablillas llegaron a su más
+alto grado. Jenara no recibía a nadie; pero no estaba enferma, porque
+a menudo se la veía en la calle o paseando en coche, y visitando a
+personajes de alto copete.</p>
+
+<p>Un día se encontraron ella y Pipaón en la antesala de la Comisión
+Militar. Jenara salía, Pipaón entraba. Eran las cinco de la tarde, hora
+excelente para el paseo en aquella estación.</p>
+
+<p>—Iba a su casa de usted —le dijo don Juan—, para prevenirla del
+peligro que corre...</p>
+
+<p>—¡Yo! —exclamó la dama con gesto de orgullo—. ¿También yo corro
+peligro?</p>
+
+<p>—También.</p>
+
+<p>—¿Y por qué?</p>
+
+<p>—Salgamos de esta caverna, señora, que si en todas partes oyen las
+paredes, aquí oyen las ropas que vestimos, hasta la sombra que hacemos
+sobre el suelo. Vámonos.</p>
+
+<p>—¿Qué hay? —dijo la señora extraordinariamente alarmada—. Quiero ver
+a Maroto.</p>
+
+<p>—No recibe ahora... Salgamos y hablaremos. Principiaré diciendo a
+usted que hemos errado en todos nuestros cálculos. Buscábamos a nuestro
+amigo en casa de Cordero, en<span class="pagenum" id="Page_134">p.
+134</span> el convento de la Trinidad, en la cárcel de Corte, en
+el parador de Zaragoza, en el sótano de la botica de la calle de
+Hortaleza, en la habitación del jefe del <i>guardamangier</i> de
+palacio, y ahora resulta que no estaba en ninguno de estos parajes,
+sino...</p>
+
+<p>—¿En dónde, en dónde?</p>
+
+<p>—Salgamos de esta casa, señora —añadió Pipaón poniendo el pie en el
+último peldaño.</p>
+
+<p>—Advierta usted que no digo está, sino estaba.</p>
+
+<p>—Quiere decir que...</p>
+
+<p>—Quiere decir que le han llevado a un sitio de donde ni usted ni yo
+podremos fácilmente sacarle.</p>
+
+<p>—Bravo, bravísimo, señor don Inservible... —dijo la dama, toda
+colérica y nerviosa, abriendo con mano firme la portezuela de su
+coche.</p>
+
+<p>En este había una joven que acompañaba a Jenara en todas sus
+excursiones, y a la cual, según las lenguas cortesanas, galanteaba el
+bueno de Pipaón con más calor del que la simple urbanidad consiente.
+Acomodados los tres en el coche, don Juan dijo a la dama que, siendo
+largo lo que tenía que contarle, convenía extender el paseo hasta
+Atocha. Así se convino, y partieron.</p>
+
+<p>—Beso a usted los pies, Micaelita —dijo después el cortesano—. ¿Y
+cómo está el señor don Felicísimo?</p>
+
+<p>—Furioso con usted porque no ha ido a verle en tres días.</p>
+
+<p>—Esta noche iremos allá. Con estas cosas y el continuo trabajo en
+que vivimos nos falta tiempo para dar pábulo...</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_135">p. 135</span></p>
+
+<p>—¿Ahora salimos con pábulos...? —dijo Jenara impaciente y mal
+humorada—. Basta de pesadeces y dígame usted lo que tenía que
+decirme.</p>
+
+<p>—Pábulo, sí; digo que no hay tiempo para satisfacer los puros goces
+de la amistad, ni aun los del corazón.</p>
+
+<p>Micaelita bajó los ojos. Pintémosla en dos palabras. Era fea. Y si
+no lo fuera, ¿cómo la habría escogido Jenara para ser su inseparable
+compañera, y usarla cual discreta sombra para hacer brillar más la luz
+de su hermosura?</p>
+
+<p>—Si empiezan las tonterías, me voy a casa —dijo la dama hermosa—.
+Vamos, hable usted, don Plomo.</p>
+
+<p>—Paciencia, señora, paciencia. Dígame usted, ¿se permiten las malas
+noticias?</p>
+
+<p>—Se permite todo lo que sea breve.</p>
+
+<p>—Pues derramemos una lágrima aquí, en este sitio nefando...</p>
+
+<p>Al decir esto, el coche pasaba junto al torreón del Ayuntamiento
+donde estaba la cárcel de Villa. Micaelita, que para todas las
+ocasiones tristes llevaba siempre apercibido un <i>paternoster</i>, lo
+rezó con pausa y devoción. Jenara se puso pálida y sacó su cabeza por
+la portezuela para mirar la torre.</p>
+
+<p>—¡Allí! —exclamó señalando con el abanico y con sus ojos.</p>
+
+<p>Vuelta a su posición primera, echó un suspiro casi tan grande como
+el torreón, y habló así:</p>
+
+<p>—Ahora, dígame usted dónde estaba.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_136">p. 136</span></p>
+
+<p>—Donde menos creíamos. En casa de Olózaga.</p>
+
+<p>—¿En casa de don Celestino Olózaga?</p>
+
+<p>—Calle de los Preciados.</p>
+
+<p>—Usted bromea: no puede ser —manifestó la dama un poco aturdida—.
+Veo a Salustiano todos los días y nada me ha dicho.</p>
+
+<p>—Esas cosas no se dicen.</p>
+
+<p>—A mí sí... Hoy me lo dirá.</p>
+
+<p>—No dirá nada, como no hable la torre.</p>
+
+<p>—¿Por qué?... ¿También Olózaga ha sido preso?</p>
+
+<p>—También está allí, ¡ay! —afirmó lúgubremente Pipaón, señalando la
+parte de la calle que iban dejando a la zaga.</p>
+
+<p>—¡Qué atrocidad! Usted me engaña... Que pare el coche. Quiero entrar
+en casa de Bringas a preguntarle...</p>
+
+<p>—Guarda, Pablo —dijo el cortesano deteniendo a la señora en
+su brusco movimiento para avisar al cochero—. El señor Bringas
+también...</p>
+
+<p>—¿Está allí, en el torreón?</p>
+
+<p>—No, a ese le han puesto en la de Corte.</p>
+
+<p>—Iznardi me dirá algo... Cochero, a casa de Iznardi.</p>
+
+<p>—¿Iznardi?... Ya pedí permiso para dar malas noticias, señora.</p>
+
+<p>—¿También él?</p>
+
+<p>—Y Miyar. Y la misma suerte habría tenido Marcoartú si no hubiera
+saltado por un balcón.</p>
+
+<p>—Es una iniquidad. Yo hablaré a Calomarde —manifestó con soberbia la
+dama, echando atrás su mantilla, como si dentro del coche reinase un
+verano riguroso.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_137">p. 137</span></p>
+
+<p>—¡Oh!, sí, hable usted a Su Excelencia —dijo el cortesano, con
+aquella sonrisa traidora que ponía en su cara un brillo semejante al
+del puñal asesino al salir de la vaina—. Su Excelencia desea mucho ver
+a usted.</p>
+
+<p>—¡Dios maldiga a Su Excelencia y a usted! —exclamó Jenara abriendo
+y cerrando su abanico con tanta fuerza y rapidez que sonaba como una
+carraca—. Pero todavía no me ha dicho usted lo principal.</p>
+
+<p>—A eso voy. Nuestro amigo llegó aquí, según se supone, pues de
+cierto no lo sé, con recadillos de Mina, Valdés y demás brujos del
+aquelarre democrático. Estuvo oculto en Madrid por algunos días; luego
+pasó a Aranjuez y a Quintanar de la Orden para entenderse con ciertos
+militares que a estas horas están también a la sombra; regresó después
+acá, concertando con Bringas, Olózaga, Miyar y compañeros mártires un
+plan de revolución que si les llega a cuajar, ¡ay mi Dios!, se deja
+atrás a la de Francia... Nuestro buen amiguito se pinta solo para
+estas cosas, y andaba por ahí llamándose don <i>No sé cuántos</i>
+Escoriaza.</p>
+
+<p>—¿Y está usted seguro de que es él?</p>
+
+<p>—Seguro, seguro, no. Ahora será fácil saberlo, porque el Escoriaza
+está en la cárcel de Villa, y en la causa ha de salir su verdadero
+nombre... Sigo mi cuento. Un hombre dignísimo, tan enemigo de
+revoluciones como amante de la paz del reino, se enteró de la trama
+y avisó a Su Excelencia. Yo he visto las cartas del denunciante, que
+se firma <i>El de las diez de la noche</i>, y si he decir verdad,
+su<span class="pagenum" id="Page_138">p. 138</span> ortografía y su
+estilo no están a la altura de su realismo. Calomarde recompensó al
+desconocido dándole fondos para que pudiera seguir la pista a Escoriaza
+y los suyos, y con esto y un habilidoso examen de todas las cartas del
+correo, se hizo el hallazgo completo de los nenes, y anoche se les
+puso donde siempre debieran estar para escarmiento de bobos. Anoche
+no nos acostamos en Gracia y Justicia hasta no saber que los señores
+Alcaldes habían salido de su paso. ¡Ah!, esos señores Cavia y Cutanda
+valen en oro más de lo que pesan. No sé cuál de los dos fue a casa de
+Olózaga; pero un alguacil me ha contado que en el portal encontraron a
+Pepe, y mandándole subir, entraron con él en la casa y dieron al pobre
+don Celestino un susto más que mediano. Hicieron registro escrupuloso,
+encontrando, en vez de papeles de conspiración, muchas cartas de novias
+y queridas. Excuso decir que las leyeron todas, porque así cuadraba
+al buen servicio de Su Majestad, y cuando estaban en esta ocupación
+dulcísima, ved aquí que entra Salustiano muy sereno, con arrogancia,
+ya sabedor de que andaba por allí la nariz de los señores Alcaldes.
+El padre gimió, desmayose la hermana, siguió el registro, dando por
+resultado el hallazgo de un sable, y a la media noche se llevaron a
+Salustiano a la Villa, y aquí se acabó mi cuento, <i>arre borriquito
+para el convento...</i> ¡Pobre Salustiano, tan joven, tan guapo, tan
+listo, tan simpático! ¡Desgraciado él mil veces, y desgraciado también
+ese amigo nuestro que ahora<span class="pagenum" id="Page_139">p.
+139</span> se esconde debajo del nombre de Escoriaza! Esta vez no
+escapará del peligro como tantas otras en que su misma temeridad le
+ha dado alas milagrosas para salir libre y triunfante... ¡Infelices
+amigos!</p>
+
+<p>Micaelita, afectada por la tristeza del relato, volvió a cerrar los
+ojos y a rezar para sí el <i>padrenuestro</i> que tenía dispuesto para
+cuando lo melancólico de las circunstancias lo hiciera menester. Jenara
+seguía imprimiendo a su abanico los movimientos de cierra y abre, cuyo
+ruido semejaba ya, por lo estrepitoso, más que al instrumento de Semana
+Santa, al rasgar de una tela.</p>
+
+<p>Durante un buen rato callaron los tres. Había entrado el coche
+en el paseo de Atocha, cuando vieron que por este venía a pie don
+Tadeo Calomarde, en compañía de su inseparable sombra el Colector
+de Expolios. Paseaba grave y reposadamente, con casaca de galones,
+tricornio en facha, bastón de porra de oro, y una comitiva de sucios
+chiquillos, que admirados de tanto relumbrón le seguían. El célebre
+ministro, a quien Fernando VII tiraba de las orejas, era todo vanidad
+y finchazón en la calle. Si en Palacio adquirió gran poder fomentando
+los apetitos y doblegándose a las pasiones del rey, frente a frente de
+los pobres españoles parecía un ídolo asiático en cuyo pedestal debían
+cortarse las cabezas humanas como si fuesen berenjenas. A su lado iba
+la carroza ministerial, un armatoste del cual se puede formar idea
+considerando un catafalco de funeral tirado por mulas.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_140">p. 140</span></p>
+
+<p>—No le salude usted; ocúltese en el fondo del coche —dijo Pipaón con
+mucho apuro—. No conviene que la vea a usted.</p>
+
+<p>Mas ella, sacando fuera su linda cabeza y el brazo, saludó con mucha
+gracia y amabilidad al poderoso ídolo asiático.</p>
+
+<p>—En estos tiempos —dijo la dama al retirarse de la portezuela—,
+conviene estar bien con todos los pillos.</p>
+
+<p>—Señora, que los coches oyen.</p>
+
+<p>—Que oigan.</p>
+
+<p>Seria, cejijunta, descolorida, Jenara murmuró algunas palabras
+para expresar el desprecio que le merecía el abigarrado tiranuelo a
+quien poco antes saludara con tanta zalamería. En seguida dio orden al
+cochero de marchar a casa.</p>
+
+<p>Pasaban por el Prado, cuando Pipaón dijo con cierta timidez,
+precedida de su especial modo de sonreír:</p>
+
+<p>—Señora, ¿se permite la verdad?</p>
+
+<p>—Se permite.</p>
+
+<p>—¿Por amarga que sea?</p>
+
+<p>—Aunque sea el mismo acíbar.</p>
+
+<p>—Pues debo decir a usted que no puede ir a su casa.</p>
+
+<p>—¡Que no puedo ir a mi casa!</p>
+
+<p>—No, señora mía apreciabilísima, porque en su casa encontrará al
+Alcalde de Casa y Corte y a los alguaciles, que desde las dos de la
+tarde tienen la orden de prender a una de las damas más hermosas de
+Madrid.</p>
+
+<p>—¡A mí! —exclamó la ofendida, disparando rayos de sus ojos.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_141">p. 141</span></p>
+
+<p>—A usted... Triste es decirlo..., pero si yo no lo dijera,
+sacrificando a la amistad el servicio del rey, la señora tendría un
+disgustillo. Ya está explicado este buen acuerdo mío de entretener a
+usted toda la tarde, impidiéndole ir a su casa, y facilitándole, como
+le facilitaré, un lugar donde se oculte.</p>
+
+<p>—¡Presa yo!... No siento ira, sino asco, asco, señor de Pipaón
+—exclamó la dama demostrando más bien lo primero que lo segundo—. ¿Por
+qué me persiguen?</p>
+
+<p>—No sé si será por alguna denuncia malévola, o a causa de los
+papeles hallados en casa de Olózaga...</p>
+
+<p>—Alto ahí, señor desconsiderado. En casa de Salustiano no se han
+encontrado papeles de mi letra porque no los hay.</p>
+
+<p>—Perdones mil, señora; no tuve intención...</p>
+
+<p>—¡Presa yo!... Será preciso que me oculte hasta ver... ¡Y yo
+saludaba a la serpiente!...</p>
+
+<p>La rabia más que el dolor sacó dos ardorosas lágrimas a sus ojos;
+pero se las limpió prontamente con el pañuelo, cual si tuviera
+vergüenza de llorar. Después rompió en dos el abanico. Al ver estas
+lamentables muestras de consternación, Micaelita se conmovió, y sin
+pensarlo, se le vino a la boca el <i>padrenuestro</i> que de repuesto
+llevaba. A la mitad lo interrumpió para decir a su amiga:</p>
+
+<p>—Puedes venir a casa.</p>
+
+<p>—Me parece muy bien. Nadie sospechará que el señor Carnicero oculta
+a los perseguidos de la justicia calomardina... Cochero, a casa de
+Micaelita.</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch17">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_142">p. 142</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">XVII</h2>
+</div>
+
+<p>Hacia el promedio de la calle del Duque de Alba vivía el señor don
+Felicísimo Carnicero, del cual es bien que se hable en esta ocasión,
+no solo porque se prestó a dar asilo a la afligida dama, sino porque
+dicho señor merece un párrafo entero y hasta un capítulo. Era de edad
+muy avanzada, pero inapreciable, porque sus facciones habían tomado
+desde muy atrás un acartonamiento o petrificación que le ponía, sin
+que él lo sospechara, en los dominios de la paleontología. Su cara,
+donde la piel había tomado cierta consistencia y solidez calcárea, y
+donde las arrugas semejaban los hoyos y los cuarteados durísimos de
+un guijarro, era de esas caras que no admiten la suposición de haber
+sido menos viejas en otra época. Fuera de esta apariencia de hombre
+fósil, lo que más sorprendía en la cara de don Felicísimo era lo chato
+de su nariz, la cual no avanzaba fuera de la tabla del rostro más que
+lo necesario para que él pudiera sonarse. Y la <i>chateza</i> (pase
+el vocablo) del señor Carnicero era tal, que no se circunscribía al
+reino de la nariz, sino que daba motivo a que el espectador de su
+merced hiciera las suposiciones que vamos a apuntar. Todo el que por
+primera vez contemplaba al señor don Felicísimo suponía que su rostro
+había<span class="pagenum" id="Page_143">p. 143</span> sido hecho de
+barro o pasta muy blanda, y que en el momento en que el artista le daba
+la última mano, la máscara se deslizó al suelo, cayendo de golpe boca
+abajo, con lo que, aplastada la nariz y la región propiamente facial,
+resultó una superficie plana desde la raíz del cabello hasta la barba.
+El espectador suponía también que el artista, viendo cómo había quedado
+su obra, la encontró graciosa, y echándose a reír, la dejó en tal
+manera.</p>
+
+<p>Ahora pongamos el santo en su nicho. A esta máscara chata, de color
+de tierra, rugosa y dura, añadamos primero por la parte superior un
+gorro negro que hasta el campo de las orejas se encaja y tiene su
+coronamiento en una borlita que ora se inclina al lado derecho, ora
+al izquierdo. Añadámosle por debajo un corbatín negro, a quien sería
+mejor llamar corbatón, tan alto, que por ciertas partes se junta con
+el gorro, dejando escapar algunos cabellos rucios, que a hurtadillas
+salen a estirarse al aire y a la luz, recordando aún, con tristeza
+suma, las grasas olientes que han tenido en el pasado siglo. Desde los
+dominios de la corbata, en cuyas paredes metálicas parece hallar eco
+la voz de don Felicísimo, pongamos un revuelto oleaje de pliegues
+negros, el cual, o no es cosa ninguna, o debe llamarse levitón, más que
+por la forma, por el ligero matiz de ala de mosca que en las partes
+más usadas se advierte; derivemos de este levitón dos cabos o brazos
+que a la mitad se enfundan en manguitos verdes con rayas negras como
+los mandiles de los maragatos, y hagamos que de las bocas de<span
+class="pagenum" id="Page_144">p. 144</span> esos manguitos salgan, como
+vomitadas, unas manos, de las cuales no se ven sino diez taponcillos de
+corcho que parecen dedos. El resto de la persona no puede verse porque
+lo ponemos detrás de la mesa, la cual está cubierta de negro hule, que
+en ciertos sitios pasaría por playa, a causa de la arenilla que en ella
+se extiende. Es mesa de camilla, y una faldamenta verde la tapa toda
+honestamente, la cual enagua no se mueve sino cuando el gato entra para
+enroscarse en la banqueta junto a los pies de don Felicísimo. Encima
+de la mesa se ve un Cristo pequeño atado a la columna, con la espalda
+en pura llaga y la soga al cuello, obra de un realismo espantoso y
+aterrador que se atribuye al célebre Zarcillo. La escultura está a la
+derecha y vuelve su rostro dolorido y acardenalado al don Felicísimo,
+cual si le pidiera informes y cuentas, más que de los azotes que le han
+dado los judíos, de los motivos porque está en aquella mesa y entre
+tal balumba de legajos como allí se ven. Son papeles atados con cintas
+rojas, paquetes de cartas y algunos libros de cuentas, cuyas sebosas
+tapas indican los años que llevan de servicio. La escribanía es de
+cobre, pues aunque don Felicísimo posee algunas de plata, no las usa,
+y en la que allí está, los dos cántaros amarillos tienen tinta y arena
+para seis meses. Las plumas, de puro mosqueadas, no tienen color, y hay
+un pisapapeles que es la pezuña de un cabrón imitada en bronce, y está
+tan al vivo que no le falta más que correr.</p>
+
+<p>En aquella mesa escribe casi todo el día el<span class="pagenum"
+id="Page_145">p. 145</span> señor Carnicero, a quien el peso de los
+años no estorba para seguir trabajando; allí toma su chocolate macho
+con bollo maimón; allí come su cocidito con más de vaca que de carnero,
+algo de oreja cerdosa y algunas hilachas de jamón que el tenedor busca
+entre los garbanzos azafranados; allí duerme la siesta, echando la
+cabeza sobre las orejeras del sillón; allí se le sirve la cena, que
+empieza invariablemente en migas esponjosas y acaba en guisado de
+ternera, todo muy especioso y aromático; allí cuenta el dinero, que
+es, según dicen, el más constante de sus visitadores, y se desliza sin
+hacer ruido por entre sus dedos alcornoqueños, cual si por virtud rara
+también el oro se sometiese a tomar las apariencias del corcho o del
+pergamino en aquel imperio del silencio; allí recibe a los que van a
+ocuparle, y son por lo general clérigos o frailes, y allí está cuando
+entran Jenara, Pipaón y Micaelita.</p>
+
+<p>Era ya de noche. Un gran candil de cuatro mecheros, de los cuales
+solo dos estaban encendidos, echaba luz no muy copiosa, que la pantalla
+dirigía sobre el pupitre. Al sentir gente, don Felicísimo alzó la
+pantalla de cobre, y entonces la claridad le hirió de frente en su cara
+plana, que parecía un bajorrelieve gótico roído por los siglos. Pero
+esto duró poco tiempo, porque abatiendo la pantalla, volvió la luz a
+caer forzosamente sobre los papeles como un estudiante desaplicado a
+quien se obliga a no apartar la vista de los libros.</p>
+
+<p>—¡Oh!..., <i>gratias tibi Domine</i>... Bendito Pipaón, ¿usted por
+aquí? —dijo don Felicísimo con<span class="pagenum" id="Page_146">p.
+146</span> agrado—. ¡Oh! ¿Es Jenarita? La misma que viste y calza. Sea
+muy bien venida a esta humilde morada. ¡Cuánto bueno por aquí!</p>
+
+<p>Y alzando la voz, que era chillona y desapacible, prosiguió:</p>
+
+<p>—Sagrario, Sagrario, ven, mira quién está aquí. Micaelita, di a tu
+tía que venga, y de paso da una voz en la cocina para que me traigan la
+cena.</p>
+
+<p>Mientras viene doña María del Sagrario, hija del señor don
+Felicísimo, demos acerca de este señor las noticias que son necesarias.
+Llevaba más de cuarenta años en la profesión de agente de negocios
+eclesiásticos, y le había sido tan favorable la fortuna que, según el
+dicho del público, estaba <i>podrido de dinero</i>. Por los rótulos
+de los legajos y papeles que sobre su mesa estaban, podía venirse en
+conocimiento de la multiplicidad de asuntos que bajo el dominio de sus
+talentos agenciales caían. Contemplaba él con no disimulado embeleso
+los dichos rótulos, asemejándose, aunque esté mal la comparación,
+a un borracho que antes de beber se deleita leyendo las etiquetas
+de las botellas. Por un lado se leía <i>Subcolecturía de Expolios,
+Vacantes, Medias Annatas y Fondo pío beneficial del obispado de
+León</i>; por otro, <i>Santa Iglesia Metropolitana de Granada</i>;
+más allá, <i>Juzgado ordinario de Capellanías, Patronatos, Visita
+Eclesiástica</i>, etcétera; junto a esto, <i>Tribunal de Cruzada</i>,
+y al lado, <i>Racioneros medios patrimoniales de Tarazona, Arcedianato
+de Murviedro</i> o <i>Señores Pabordres de Valencia</i>; al opuesto
+extremo, <i>Agustinos<span class="pagenum" id="Page_147">p. 147</span>
+Descalzos</i>; más lejos, <i>Reyes Nuevos de Toledo</i>, o bien
+<i>Nuestra Señora del Favor de Padres Teatinos</i>.</p>
+
+<p>Preciso es decir que don Felicísimo se había distinguido siempre
+por su celo y actividad en despachar los mil y mil asuntos que se le
+confiaban. Tomábales cariño, mirándolos como cosa propia, y ponía en
+ellos sus cinco sentidos y su alma toda en tal manera que llegó a
+identificarse con ellos y a asimilárselos, trayéndolos como a formar
+parte de su propia sustancia. Así no había en su larga vida suceso ni
+accidente que no se confundiera con cualquier negocio de su lucrativa
+profesión, y así jamás contaba cosa alguna sin empezar de este o
+parecido modo: <i>Cuando el señor Vicario Foráneo de Paterna venía
+a esta casa</i>, o bien así: <i>Cuando me convidó a comer el padre
+prepósito de Portaceli</i>...</p>
+
+<p>Otra afición también muy vehemente, aunque secundaria, reinaba en
+el espíritu de nuestro insigne Carnicero: era la afición a los toros,
+fiesta que, si no existieran los negocios eclesiásticos, sería para él
+cosa punto menos que sagrada. Como ya era tan viejo y no salía ya de
+casa, contentábase con hablar de los toros pretéritos, poniéndolo cien
+codos más altos que los presentes, y en estas conversaciones también
+era común oírle decir: <i>Cierto día en que Sentimientos y el señor
+Rector del Hospital de Convalecencia de Unciones vinieron a buscarme
+para ir a ver el encierro</i>... u otra frase por el estilo.</p>
+
+<p>La cantidad de dinero que don Felicísimo<span class="pagenum"
+id="Page_148">p. 148</span> había ganado en tantos años de actividad,
+celo y honradez, no era calculable. Hacíanla subir algunos a un número
+grande de talegas, otros reducían un poco la cifra; pero el vulgo y los
+vecinos juraban que siempre que se daba un golpe en los tabiques de la
+casa de Carnicero o en el lienzo de los cuadros viejos que allí tenía,
+sonaba un cierto tintineo como de monedas anacoretas que en todos los
+huecos y escondrijos habitaban, huyendo del mundo y sus pompas vanas.
+Él gastaba poco, tan poco que se había llegado a hacer la ilusión de
+que era pobre siendo rico. Contaban que para ilusionar a los demás en
+esta materia se negaba con tenacidad heroica a dar dinero, y ya podían
+irle con lamentos los menesterosos, que así les hacía caso como si
+fueran predicadores moros. Únicamente se desprendía de alguna cantidad
+siempre que mediaran garantías y un módico interés, así como de diez
+por ciento al mes u otra friolera semejante.</p>
+
+<p>La casa en que vivía era de su propiedad y estaba toda blanqueada,
+sin papeles ni pinturas, con las vigas del techo apanzadas cual toldo
+de lienzo. Era de un solo piso alto, antiquísima, y en invierno tenía
+condiciones inmejorables para que cuantos entraban en ella se hicieran
+cargo de cómo es la Siberia. Había sido edificada en los tiempos en
+que la calle del Duque de Alba se llamaba <i>de la Emperatriz</i>, y
+ya, con tan largos servicios, no podía disimular las ganas que tenía
+de reposarse en el suelo, soltando el peso del techo, estirándose de
+tabiques y paredes para sepultar su cornisa<span class="pagenum"
+id="Page_149">p. 149</span> en el sótano y rascarse con las tejas de
+su cabeza los entumecidos pies de sus cimientos. Pero don Felicísimo,
+que no consentía que su casa viviera menos que él, la apuntaló toda,
+y así, desde el portal se encontraban fuertes vigas que daban el
+<i>quién vive</i>. La escalera, que partía de menguados arcos de yeso,
+también tenía dos o tres muletas, y los escalones se echaban de un lado
+como si quisieran dormir la siesta. Arriba los pisos eran tales, que
+una naranja tirada en ellos hubiera estado rodando una hora antes de
+encontrar sitio en que pararse, y por los pasillos era necesario ir con
+tiento, so pena de tropezar con algún poste que estaba de centinela
+como un suizo, con orden de no permitir que el techo se cayera mientras
+él estuviese allí.</p>
+
+<p>Don Felicísimo era toledano, no se sabe a punto fijo si de Tembleque
+o de Turleque, o de Manzaneque, que los biógrafos no están acordes
+todavía. Estuvo casado con doña María del Sagrario Tablajero, de la
+que nacieron Mariquita del Sagrario y Leocadia. De esta, que casó
+pronto y mal con un tratante en ganado de cerda, nació Micaelita, que
+se quedó huérfana de padre y madre a los seis años. Esta Micaelita
+era, pues, heredera universal del señor don Felicísimo, circunstancia
+que, a pesar de su escasa belleza, debía hacer de ella un partido
+apetitoso. Sin embargo, habiendo tenido en sus quince años ciertos
+devaneos precoces con un muchacho de la vecindad, quedó muy mal parada
+su honra. El mancebo se fue a las Américas; don Felicísimo enfermó
+del disgusto;<span class="pagenum" id="Page_150">p. 150</span> doña
+María del Sagrario, tía de la joven, enfermó también; divulgose el
+caso, salió mal que bien de su paso Micaelita, y ya no hubo galán que
+la pretendiera. Cuentan los cronistas toledanos que desde entonces se
+arraigó en Micaelita la piadosa costumbre de reservar un padrenuestro
+para todas las ocasiones apuradas en que se encontrase.</p>
+
+<p>Pasados algunos años, la situación de la joven había cambiado: su
+carácter, agriándose en extremo, hacíala menos simpática aún de lo que
+realmente era. Su abuelo, que entrañablemente la amaba, permitíale
+frecuentar la sociedad y gastar algo en tocados y ropas de moda. Ella
+quería borrar su mancha; pero no lo podía conseguir, careciendo de
+aquellas prendas que fácilmente inspiran el perdón o el olvido. Lo
+singular es que a su mal genio unía un cierto orgullito, sobremanera
+repulsivo, y que sin duda nacía de su seguridad de enriquecer
+considerablemente al fallecimiento del abuelo.</p>
+
+<p>Todas las noches del año, en el de 1831, luego que don Felicísimo,
+con un mediano vaso de vino, echaba la rúbrica a su cena (frase de don
+Felicísimo), se levantaba de aquella especie de trono, y tomando con su
+propia mano el candil de cuatro mecheros, dirigíase a la sala, donde
+ya doña María del Sagrario había encendido una lámpara de las llamadas
+de <i>Monsieur Quinquet</i>, y allí se encontraba a varios amigos
+que se reunían en amena tertulia. La estancia era como una gran sala
+de capítulo conventual; pero estaba blanqueada, sin más adorno<span
+class="pagenum" id="Page_151">p. 151</span> que un gran cuadro del
+Purgatorio, donde ardían hasta diez docenas de ánimas. Dos cortinas de
+sarga, cuya amarillez declaraba haber sido verde, cubrían los balcones,
+y por las cuatro paredes se enfilaban en batería tres docenas de
+sillas de caoba con el respaldo tieso y el asiento durísimo. Cuatro
+sillones de claveteado cuero, contemporáneo del cuadro de las Ánimas
+del Purgatorio, si no del Purgatorio mismo, servían para la comodidad
+relativa; una urna con imagen vestida servía para la devoción, y una
+mesa que parecía pila bautismal, para que dieran golpes sobre ella los
+de la tertulia. Don Felicísimo entraba diciendo: <i>Pax vobis</i>, y
+después saludaba sucesivamente a sus amigos.</p>
+
+<p>—Buenas noches, Elías, ¿cómo te va?... Señor conde de Negri, buenas
+noches... Buenas noches, señor don Rafael Maroto.</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch18">
+ <h2 class="nobreak g0">XVIII</h2>
+</div>
+
+<p>Veamos ahora lo que pasó aquella noche. Jenara tomó asiento en el
+despacho del señor don Felicísimo, y Pipaón, acercándose a este, le
+habló un poco al oído para contarle lo que a la dama le pasaba. A
+cada dos palabras que oía, don Felicísimo articulaba una especie de
+chillido, un ji, ji, que más tenía de suspiro que<span class="pagenum"
+id="Page_152">p. 152</span> de interjección, y que al mismo tiempo
+expresaba hipo y burla.</p>
+
+<p>—Bueno, bueno —murmuró el anciano moviendo la cabeza en ademán de
+conciliación—. En mi casa no será molestada; yo le respondo de que no
+será molestada, ji, ji.</p>
+
+<p>—Gracias —dijo la dama secamente tratando de darse aire con los
+restos de su abanico.</p>
+
+<p>—El señor don Miguel de Baraona y yo fuimos muy amigos —añadió
+Carnicero, volviendo a Jenara su faz plana, fría, sin expresión de
+sentimiento alguno—, pero muy amigos. Cuando aquellas cuestiones de
+la Santa Iglesia Colegial de Vitoria con los <i>Canónigos quartos
+de frutos</i> de Calahorra, vino aquí don José Marqués, <i>canónigo
+entero</i>; don Vicente Morales, <i>racionero medio</i>, y don Andrés
+de Baraona, <i>canónigo quarto de optación</i>, hermano de su abuelo de
+usted, que también vino. Yo le conseguí el arcedianato de Berberiega
+para su primo. ¡Cuántas tardes pasamos juntos en este despacho hablando
+de sermones y toros! Era en los tiempos de Pedro Romero, y dicho se
+está que había materia para dos buenos aficionados como nosotros. Si
+el señor de Baraona viviera, se acordaría de cuando vimos la cogida de
+Pepe-Hillo y la célebre cornada de José Cándido, motivada por haberse
+<i>escupido</i> el toro, con lo que se atolondró José y quiso matarlo
+fuera de jurisdicción, recibiendo un encontronazo...</p>
+
+<p>Estas últimas frases no las dirigía don Felicísimo a Jenara,
+sino a cierto personaje, desconocido para nosotros, que a su lado
+estaba,<span class="pagenum" id="Page_153">p. 153</span> y había
+entrado poco antes que nuestros amigos. Era un joven de aspecto más
+bien ordinario que fino, de rostro tan salpicado de viruelas, que
+parecía criba, de complexión sanguínea y algo gigántea; de ajustada
+chaqueta vestido, con el pelo corto y la frente más corta acaso. Su
+facha, su traje y cierta expresión inequívoca que impresa en su rostro
+estaba como un letrero, decían que aquel hombre era del gremio de
+tablajeros, cortadores o tratantes en carnes. Los tres oficios había
+tenido, mas con tan poco aprovechamiento, que los cambió por una
+plaza de demandadero en la cárcel de Villa. Era hijo de una antigua
+sirviente de don Felicísimo, y este le había criado en su casa y le
+tenía bastante cariño. Pedro López, por otro nombre <i>Tablas</i> (que
+así le bautizaron en el Matadero), respetaba mucho a su protector. Iba
+a verle diariamente al anochecer, se sentaba a su lado, le hablaba
+un poco de la cárcel, de becerros si era invierno y de toros si era
+verano; después le servía la cena, y, por último, le acompañaba a rezar
+el rosario, devoción a que no faltó don Felicísimo ni en un solo día de
+su vida.</p>
+
+<p>Doña María del Sagrario no tardó en venir. Era una señora que
+aparentaba más edad de la que realmente tenía, por causa de una
+lamentable emigración de todos los dientes de su boca, no quedando en
+aquellos reinos más que algunas muelas, que temblando habían pedido
+también sus pasaportes. Ella no tenía pretensiones de belleza ni aun de
+buen parecer, y así su elegancia era la sencillez, su perfumería<span
+class="pagenum" id="Page_154">p. 154</span> la limpieza y su peinado
+simplicísimo. Consistía en recoger en una sola trenza los cabellos
+fieles que le quedaban y hacer con esta un moño chiquito, el cual,
+atravesado de una horquilla o flecha, como corazón simbólico, parecía
+una limosna de cabellos enviada por el cielo sobre su cráneo, que iba
+igualando a las encías en sus condiciones de país desierto. Por lo
+demás, doña María del Sagrario era bondadosa, de excelente corazón y
+de mucho palique; pero tanto desentonaba su voz, por causa de estar su
+boca tan solitaria como casa de mostrencos, que las palabras parecían
+salir y entrar por aquellas cavidades jugando y haciendo cabriolas.
+Cuando reía creeríase que lloraba, y cuando regañaba a la criada
+parecía mandar un batallón, y el rezar era en ella como un soplamiento
+de fuelles rotos.</p>
+
+<p>—Mucho nos honra usted, Jenarita —le dijo besándola—, con aceptar
+nuestra hospitalidad. Eso no será nada. Algún mal entendido. ¡Es tan
+fácil ahora que los buenos se confundan con los pícaros! Ayer mismo
+¿no apalearon en esta misma calle al sacristán de la Venerable Orden
+Tercera por confundirlo con un pícaro zapatero que fue condenado a
+horca y luego indultado en el <i>llamado tiempo constitucional</i>, que
+ni fue tal tiempo ni cosa que lo valga?</p>
+
+<p>—Sagrario, mucha conversación es esa, ji, ji —dijo a este punto don
+Felicísimo—. Jenarita no es persona con quien debemos gastar cumplidos
+ni etiquetas; por tanto, tráeme mi cena, que la gusana me dice que es
+hora.</p>
+
+<p>Poco después, el señor Carnicero tenía delante<span class="pagenum"
+id="Page_155">p. 155</span> la servilleta en lugar del papel, y la
+cuchara en vez de la pluma. Tras los primeros bocados, habló así:</p>
+
+<p>—No es extraño, Jenarita, que con la marcha que lleva este gobierno
+por el camino de la francmasonería, sean perseguidos los buenos
+españoles. Ese pobre rey se ha entregado en manos de la herejía y
+del democratismo; la reina nos quiere embobar con músicas; pero no
+le valdrán sus mañas para hacernos tragar la sucesión de su hija
+Isabelita, que así será reina de España como yo emperador de la China,
+ji, ji. Ellos ven venir el nublado y se preparan; pero nosotros nos
+preparamos también... y es flojita cosa la que defendemos... así como
+quien no dice nada... la religión sacratísima, el trono español y
+nuestras costumbres tradicionales, puras, nobles y sencillas. ¡Ah!,
+perdóneme usted, Jenarita, me olvidé de decirle si gustaba cenar.
+Pero aquí no andamos con etiquetas, y en mi casa todo es llaneza y
+confianza.</p>
+
+<p>—Gracias —repuso Jenara que, solicitada de otros pensamientos, no
+oyó ni una sola palabra del discurso del señor Carnicero.</p>
+
+<p>Pipaón y Micaelita cuchicheaban en la sala inmediata, y doña María
+del Sagrario había ido a preparar la cena para todos, lo que requería
+no poca habilidad por haber aumentado las bocas y no los manjares.
+Tablas servía la cena al señor don Felicísimo, el cual le hablaba de
+este modo:</p>
+
+<p>—Pues volviendo a lo que te decía cuando entraron estos señores, el
+toreo está ahora tan<span class="pagenum" id="Page_156">p. 156</span>
+por los suelos que no se puede hablar de él sin que se le caiga a uno
+la cara de vergüenza. Y no me digan que se ha fundado un Conservatorio
+de Tauromaquia. Tonto de capirote es el que lo inventó. Yo admiro a don
+Pedro Romero, yo le tengo por un Cid de los tiempos modernos; por eso
+no quisiera verle hecho un catedrático de brega. Mira tú, los toreros
+de hoy dan asco... Si el Señor Omnipotente te hubiera querido hacer
+el favor de criarte en aquel tiempo en que todo era mejor que ahora,
+todo; en que era más honrada la gente, más rico el país, más barata
+la comida, más guapas las mujeres, más religiosos los hombres, más
+valientes los militares, más benigno el frío, más alegre el cielo, más
+honestas las costumbres, más bravos los toros, y más, mucho más hábiles
+los toreros..., ji, ji... ¿Por qué te ríes?</p>
+
+<p>El hipo de don Felicísimo arreció de tal modo, que hubo de pararse
+un rato para tomar aire. Después prosiguió así:</p>
+
+<p>—Si hubieras vivido en aquel feliz tiempo, te habrías desbaratado
+de gusto viendo en medio del redondel a Joaquín Rodríguez, por otro
+nombre <i>Costillares</i>, o a José Delgado, mi amigo queridísimo, por
+otro nombre <i>Pepe-Hillo</i>. Me parece que le estoy mirando cuando
+el toro se ceñía. Entonces tenía que ver su serenidad y destreza, ji.
+Él lo llamaba de frente, tomando la rectitud de su terreno conforme
+las piernas que le advertía la fiera, y luego que le partía, ji, le
+empezaba a cargar y tender la suerte, ¿entiendes? Con este quiebro,
+el toro se iba desviando del terreno del diestro, y cuando<span
+class="pagenum" id="Page_157">p. 157</span> llegaba a jurisdicción, le
+daba el remate seguro, ji, ji, ji.</p>
+
+<p>Con las cabezadas que daba don Felicísimo brillaban sus ojos en el
+semblante plano como los agujeros de una palmeta. Al mismo tiempo su
+mano, armada de tenedor, tomaba las actitudes toreriles amenazando el
+vaso de vino, puesto en el lugar del tintero.</p>
+
+<p>—Señora, usted se aburrirá con esta conversación mía —dijo el
+anciano contemplando a Jenara, que permanecía con los ojos bajos—. Como
+aquí no hay cumplimientos, que es palabra compuesta de <i>cumplo</i>
+y <i>miento</i>, ni las pamemas que llaman etiqueta, yo hablo de lo
+que más me gusta, ji. Este buen <i>Tablas</i> es un chiquilicuatro que
+por no tener alma no ha emprendido el oficio de mirar cara a cara a
+la cuerna, y está de demandadero en la cárcel de Villa. Si no tuviera
+el defecto de coger sus monas los lunes y aun los martes, sería un
+cumplido muchacho, siempre que se corrigiera del vicio de sobar las
+cuarenta.</p>
+
+<p>Tablas se ruborizó al oír su panegírico.</p>
+
+<p>—Jenara, venga usted a cenar —dijo Sagrario entrando—. Deme usted su
+mantilla.</p>
+
+<p>Don Felicísimo había concluido.</p>
+
+<p>—Hija, ¿ha venido esta tarde el padre Alelí? —preguntó.</p>
+
+<p>—No ha parecido su reverencia.</p>
+
+<p>—¿No se sabe nada de la pupila de Benigno Cordero, que está con
+pulmonía?</p>
+
+<p>—Iba mejor, pero ha recaído. ¡Cristo, qué desgracia! —exclamó
+Sagrario en un desentono tan singular que parecía enjuagarse la
+boca<span class="pagenum" id="Page_158">p. 158</span> con las
+palabras—. Cruz fue esta tarde a la iglesia y me dijo que el pobre
+Benigno está como alma en pena. Va a la botica por las medicinas y
+se deja el sombrero sobre el mostrador, habla solo, y cuando vende
+no cobra, y cuando cobra no da la vuelta, y cuando la da, da oro por
+cobre.</p>
+
+<p>—Es un alma de cántaro, ji... Tablas, ve después a preguntar por la
+enferma. Benigno es loco, pero es paisano y le aprecio... Jenarita,
+¿por qué tiene usted ese aire de tristeza y abatimiento? Aquí no hay
+nada que temer. Estamos en sagrado, es decir, en una casa pura y
+absolutamente, ji, ji..., apostólica.</p>
+
+<p>Jenara no cenó. Había perdido el apetito, y la especial manera
+de guisar que en aquella casa había no era la más a propósito para
+despertarlo. A esta feliz circunstancia de la desgana de un convidado
+debió Pipaón que le tocara algo, aunque no fue mucho, según consta en
+las crónicas que de aquellos acontecimientos quedaron escritas.</p>
+
+<p>Levantose Jenara de la mesa antes que los demás para decir una cosa
+importante al señor don Felicísimo, que aún no había salido de su
+guarida, y al llegar a la puerta de esta, oyó la voz del anciano muy
+desentonada y colérica. Decía así:</p>
+
+<p>—Ladrón, verdugo, borracho, no te daré un maravedí aunque te me
+pongas de rodillas delante y me enciendas velas. Yo no soy bueno, yo
+no soy santo; no pienses que me embobarás con tus lisonjas. ¿Tengo yo
+alguna<span class="pagenum" id="Page_159">p. 159</span> mina, ji?
+¿Acuño moneda, ji? Quítateme, ji, de delante y púdrete si quieres.
+No hay un cuarto; hoy no se fía aquí. Toca a otra puerta, muérete,
+revienta, pégate un tiro, y si no basta, ji, ji..., te pegas dos o
+media docena.</p>
+
+<p>Con voz humilde y ahogada por la pena, Tablas habló después para
+pintar con frases amañadas la enormidad de su apuro, y Carnicero
+redobló sus negativas, sus bufidos, sus hipos, todo en defensa de su
+bolsa. Jenara no necesitó oír más, y al punto renunció a decir a don
+Felicísimo lo que había pensado. Mujer de recursos intelectuales,
+improvisaba planes con la celeridad propia de todo grande y fecundo
+ingenio.</p>
+
+<p>La campanilla sonó, y Tablas fue a abrir la puerta. Llegaron
+tres señores que se dirigieron a la sala, donde Sagrario acababa de
+poner luz. Entrando otra vez en el comedor, la dama vio que Pipaón y
+Micaelita no parecían disgustados de hallarse juntos. Sagrario andaba
+por la cocina riñendo con la criada, en lenguaje discorde e inarmónico,
+semejando un órgano que tuviera todos los tubos agujereados. Jenara
+volvió al pasillo, que era largo, complicado, anguloso, y a causa
+del blanqueo daba más cuerpo a las sombras que sobre él caían. Allí
+vio la atlética figura de Tablas que salía del cuarto del señor, y
+dirigiéndose a un ángulo obscuro donde estaban algunos muebles viejos
+como en destierro, dejábase caer sobre una silla y apoyaba la cabezota
+en ambas manos mirando al cielo. Jenara se llegó a él. Era el ángel del
+consuelo.</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch19">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_160">p. 160</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">XIX</h2>
+</div>
+
+<p>—¿Cómo te va, Elías? Señor conde de Negri, buenas noches. Buenas
+noches, señor don Rafael Maroto.</p>
+
+<p>Así saludó don Felicísimo a sus amigos, entrando en la sala,
+candilón en mano. Como aún no le hemos visto andar, no hemos podido
+decir que andaba a pasitos cortos, muy cortos, y así tardó una buena
+pieza en llegar al centro de la estancia. Viose entonces la longitud
+de su levitón negro, el cual le llegaba hasta los pies, de modo que no
+parecía que andaba, sino que estaba fijo sobre una tablilla con ruedas,
+de la cual tirara con lentitud una invisible mano. Puso el candilón
+sobre la mesa, y como la vecindad de la lámpara hacía que aquel
+palideciera de envidia, lo apagó.</p>
+
+<p>—Usted siempre tan fuerte —dijo uno de los amigos dando un palmetazo
+en la rodilla de Carnicero.</p>
+
+<p>Era este amigo un señor pequeño, o por mejor decir, archipequeño,
+adamado y no muy viejo.</p>
+
+<p>—Defendiéndonos admirablemente —repuso Carnicero, cogiéndose una
+pierna con las manos y levantándola para ponerla sobre la otra.</p>
+
+<p>—Un cigarrito —dijo aquel de los amigos<span class="pagenum"
+id="Page_161">p. 161</span> que llamaban Maroto, y era el más joven
+de los tres, de buena presencia, bigotudo y con señalado aspecto
+marcial.</p>
+
+<p>El conde de Negri, con el cigarrito en la boca, sacó eslabón y
+piedra y empezó a echar chispas. Durilla era la faena, y la mecha no
+quería encenderse.</p>
+
+<p>—¡Maldito pedernal! —murmuró el señor conde.</p>
+
+<p>Y las chispas iban en todas direcciones menos en la que se quería.
+Una fue a estrellarse en la cara plana de don Felicísimo como proyectil
+ardiente en la muralla de un bastión formidable; otra parecía que se
+le quería meter por los ojos al propio señor conde, y chispa hubo que
+llegó hasta el cuadro de Ánimas, dando instantáneamente un resplandor
+verdadero a aquel purgatorio figurado. Al fin prendió la mecha.</p>
+
+<p>—¡Gracias a Dios que tenemos fuego! —dijo don Felicísimo entre dos
+hipos—. Con estos tubos de vidrio que han inventado ahora para encerrar
+las luces, no se puede encender en las lámparas.</p>
+
+<p>En tanto, el tercero de los amigos, que era bastante anciano y se
+distinguía por la curvatura exagerada de su nariz, había puesto unos
+papeles sobre la mesa, y los miraba y revolvía atentamente. De repente
+dijo así:</p>
+
+<p>—No hay que contar con Zumalacárregui.</p>
+
+<p>—¡Todo sea por Dios! —exclamó Carnicero—. ¿Ha escrito? Pues a mi
+carta no se dignó contestar. ¿Sigue en el Ferrol?</p>
+
+<p>—Pues nos pasaremos sin él —indicó el<span class="pagenum"
+id="Page_162">p. 162</span> conde de Negri—. La causa revienta de
+partidarios, quiero decir que los tiene de sobra en todas las clases
+de la sociedad, y así no es bien que solicite coroneles, como es uso y
+costumbre entre liberalejos.</p>
+
+<p>—Ya sabemos —dijo con tono de autoridad el llamado Elías, alzando
+los ojos del papel— que la causa que defendemos es legalmente una
+batalla ganada. Habiendo sucesor varón no puede suceder una hembra.
+Moralmente también es cosa fuera de duda. El clero en masa apoya al
+partido de la religión, y con el clero la mayoría del reino y la
+aristocracia.</p>
+
+<p>—Y el ejército —declaró el conde pequeñito, plegando mucho los
+párpados porque le ofendía la luz.</p>
+
+<p>—Eso está por ver —replicó Elías Orejón—. Desde la guerra de la
+Independencia, el ejército, lo mismo que la marina, están carcomidos
+por la masonería. La revolución del 23 obra fue de los masones
+militares; las intentonas de estos años también son cosa suya, y en
+estos momentos, señores, se está formando una sociedad llamada la
+<i>Confederación Isabelina</i>, en la que andan muchos pajarracos
+de alto vuelo, y que por el rotulillo ya da a entender a dónde va.
+Necesitamos...</p>
+
+<p>—¡Claro, clarísimo, indubitable! —exclamó Carnicero, que deseaba
+meter baza, por no hallarse conforme con su amigo en aquel tema.</p>
+
+<p>—Necesitamos —prosiguió el otro alzando la voz en señal de enojo por
+verse interrumpido—, necesitamos, aunque el escrupuloso señor<span
+class="pagenum" id="Page_163">p. 163</span> infante no lo crea así,
+asegurar y comprometer aquellas cabezas militares más potentes. Ya se
+puede decir que son <i>de acá</i> los siguientes señores: el conde
+de España, capitán general del Principado; el señor González Moreno,
+gobernador militar de Málaga...</p>
+
+<p>—Buenos, buenos, bonísimos —dijo Carnicero, que no podía contener
+sus ganas de interrumpir a cada instante.</p>
+
+<p>Orejón citó otros nombres, añadiendo luego:</p>
+
+<p>—En el ramo de hombres civiles o eclesiásticos de gran nota, andamos
+a la conquista del señor Abarca, obispo de León, y de don Juan Bautista
+Erro, consejero de Estado, a los cuales solo les falta el canto de un
+duro para caer también de la parte acá.</p>
+
+<p>—Bueno es que los clérigos y hombres civiles vengan —dijo Maroto—,
+pero por santa y gloriosa que sea la causa de Su Alteza, y yo doy de
+barato que es la causa de Dios, no se hará nada sin tropa.</p>
+
+<p>—¿Y los voluntarios realistas?</p>
+
+<p>—Son buenos como auxilio, pero nada más. Denme generales aguerridos,
+jefes de valor y prestigio, y el día en que don Fernando acabe, que no
+tardará, al decir de los médicos, don Carlos será rey por encima de
+todas las cosas.</p>
+
+<p>—Eso, eso —afirmó Elías sentando la palma de la mano sobre los
+papeles—, generales aguerridos, jefes militares de valor y prestigio;
+al grano, al grano.</p>
+
+<p>—Todo vendrá —indicó Carnicero— cuando el caso llegue. Cuando
+se cuenta, como ahora, ji, con el santo clero en masa, capaz de
+alzar<span class="pagenum" id="Page_164">p. 164</span> en masa al
+reino todo, como en la guerra de la Independencia, lo demás vendrá por
+sus pasos contados. En cartas y por manifestaciones verbales, me han
+demostrado su conformidad las siguientes órdenes y religiones: los
+Agustinos Calzados, de Madrid; la Congregación benedictina Tarraconense
+Cesaraugustana, de la Corona de Aragón y de Navarra; los Menores de San
+Francisco, los Agustinos Recoletos o Calzados, los Canónigos seglares
+del Orden Premonstratense.</p>
+
+<p>—Espadas, espadas —dijo bruscamente Maroto—, y con espadas, no
+solo no estarán de más las correas o rosarios, sino que servirán de
+mucho.</p>
+
+<p>—Y yo —indicó el conde de Negri dirigiéndose al balcón a punto
+que sonaba en la calle el estrepitoso rodar de un coche— me atrevo
+a proponer que todas las conquistas se pospongan a la conquista del
+vecino.</p>
+
+<p>El coche paró junto a la casa. Era el carruaje de Calomarde, que
+vivía frente por frente de Carnicero, en el palacio del duque de
+Alba.</p>
+
+<p>—Su Excelencia ha entrado en su palacio —dijo el conde de Negri,
+atisbando por los vidrios verdosos y pequeñuelos de uno de los
+balcones.</p>
+
+<p>—Todo se andará —manifestó don Felicísimo—. La conversación que
+tuvimos él y yo hace dos días, me hace creer que don Tadeo tardará en
+ser apostólico lo que tarde Su Majestad en tener, ji, el ataque de gota
+que corresponde al otoño próximo.</p>
+
+<p>—Y si no —dijo Negri tornando a su asiento—,<span class="pagenum"
+id="Page_165">p. 165</span> le barrerán. Después veremos quién toma
+la escoba... ¡Cuidado con doña Cristina y qué humos gasta! ¡Si creerá
+que está en Nápoles y que aquí somos <i>lazzaronis</i>...! ¿Pues no se
+atrevió a pedir mi destitución del puesto que tengo en la mayordomía
+del señor infante? Gracias a que los señores me han sostenido contra
+viento y marea. Aquí, entre cuatro amigos —añadió el conde bajando la
+voz—, puede revelarse un secreto. He dado ayer un bromazo a nuestra
+soberana provisional, que va a dar mucho que reír en la corte. En
+imprenta que no necesito nombrar se están imprimiendo unos versos de no
+sé qué poeta en elogio de su majestad napolitana. Hacia la mitad de la
+composición se habla de la <i>angélica</i> Isabel y de la <i>inmortal
+Cristina</i>. Pues yo...</p>
+
+<p>El conde se detuvo, sofocado por la risa.</p>
+
+<p>—¿Qué?</p>
+
+<p>—Pues yo, como tengo relaciones en todas partes, me introduje en
+la imprenta, y di ocho duros al corrector de pruebas para que quitara
+bonitamente la <i>t</i> de la palabra inmortal.</p>
+
+<p>—La <i>inmoral</i> Cristina, ji, ji...</p>
+
+<p>—Espadas, espadas —gruñó Maroto—, y no bromas de esa especie.</p>
+
+<p>—Toda cooperación debe aceptarse —dijo Elías refunfuñando—, aunque
+sea la cooperación de una errata de imprenta.</p>
+
+<p>Cuando esto decían, la luz de la lámpara, ya fuera porque doña María
+del Sagrario, firme en sus principios económicos, no le ponía todo el
+aceite necesario, ya porque don Felicísimo descompusiera, a fuerza
+de darle arriba y<span class="pagenum" id="Page_166">p. 166</span>
+abajo, el sencillo mecanismo que mueve la mecha, empezó a decrecer,
+oscureciendo por grados la estancia.</p>
+
+<p>—Voy a contar a ustedes, señores —dijo Elías—, la conversación que
+ayer tuve con el señor Abarca, obispo de León, el hombre de confianza
+de Su Majestad... Pero, don Felicísimo, esa luz...</p>
+
+<p>—Empiece usted. Es que la mecha... —replicó Carnicero moviendo la
+llave.</p>
+
+<p>—Pues el señor Abarca me pidió informes de lo que se pensaba y se
+decía en el cuarto del infante. Yo creí que con un hombre tan sabio y
+leal como el señor Abarca no debía guardar misterios... Le dije pan
+pan, vino vino... Pero esa luz...</p>
+
+<p>—No es nada; siga usted; ya arderá.</p>
+
+<p>—Le expuse la situación del país, anhelante de verse gobernado
+por un príncipe real y verdaderamente absoluto, que no transija con
+masones, que no admita principios revolucionarios, que cierre la puerta
+a las novedades, que se apoye en el clero, que robustezca al clero, que
+dé preeminencias al clero, que atienda al clero, que mime al clero...
+Pero esa luz, señor don Felicísimo...</p>
+
+<p>—Verdaderamente no sé qué tiene. Siga usted.</p>
+
+<p>—Convino conmigo Su Ilustrísima en que por el camino que va el
+rey marchamos francamente, y él el primero, por la senda de la
+revolución... ¡Que nos quedamos a oscuras!...</p>
+
+<p>La luz decrecía tanto que los cuatro personajes principiaron a
+dejar de verse con claridad.<span class="pagenum" id="Page_167">p.
+167</span> Las sombras crecían en torno suyo. Los empingorotados
+respaldos de los sillones parecían extenderse por las paredes en
+correcta formación, simulando un cabildo de fantasmas congregados para
+deliberar sobre el destino que debía darse a las ánimas. Las rojas
+llamas del cuadro se perdían en la oscuridad, y solo se veían los
+cuerpos retorcidos.</p>
+
+<p>—Díjome también Su Ilustrísima que ahora se va a emprender una
+campaña de exterminio contra los liberales... ¡Por Dios, señor don
+Felicísimo, luz, luz!</p>
+
+<p>La lámpara se debilitaba y moría, derramando con esfuerzos su última
+claridad por las paredes blancas y por el techo blanco también. Lanzaba
+a ratos la llama un destelllo triste, como si suspirase, y después
+despedía un hilo de humo negro que se enroscaba fuera del tubo. Luego
+se contraía en la grasienta mecha, y burbujeando con una especie de
+lamento estertoroso, se tornaba en rojiza. Las cuatro caras aparecían
+ora encendidas, ora macilentas, y la sombra jugaba en las paredes
+y subía al techo, invadiendo a ratos todo el aposento, retirándose
+a ratos al suelo para esconderse entre los pies y debajo de los
+muebles.</p>
+
+<p>—Esa campaña de exterminio que se va a emprender, fíjense ustedes
+bien —prosiguió Orejón—, no favorece al rey, sino al infante. Todo lo
+que ahora sea reprimir es en ventaja de la gente apostólica. Así nos lo
+darán todo hecho, y lo odioso del castigo caerá sobre ellos, mientras
+que nosotros... ¡Luz, luz!</p>
+
+<p>Don Felicísimo quiso llamar; pero en aquella<span class="pagenum"
+id="Page_168">p. 168</span> casa no se conocían las campanillas. Así es
+que empezó a gritar también:</p>
+
+<p>—¡Luz, luz; que traigan una luz!</p>
+
+<p>La lámpara se extinguió completamente y todos quedaron de un
+color.</p>
+
+<p>—¡Luz, luz! —volvió a gritar don Felicísimo.</p>
+
+<p>Orejón, que estaba muy lleno de su asunto y no quería soltarlo de la
+boca, a pesar de la oscuridad, prosiguió así:</p>
+
+<p>—Que utilizando con energía la horca y los fusilamientos, limpien el
+reino de esas perversas alimañas, es cosa que nos viene de molde.</p>
+
+<p>—Aguarde usted, hombre... Estamos a oscuras...</p>
+
+<p>—Ji..., se han dormido y no nos traen luz —dijo don Felicísimo—.
+Sagrario, Sagrario. Tablas... Nada, todos dormidos.</p>
+
+<p>Así era en verdad.</p>
+
+<p>—¿Tiene usted avíos de encender, señor conde? Aquí, en este
+cajoncillo de la mesa, debe de haber, ji, ji, pajuela.</p>
+
+<p>Pronto se oyó el chasquido del eslabón contra el pedernal. Las
+súbitas chispas sacaban momentáneamente la estancia de la oscuridad. Se
+veían como luz de relámpago las cuatro caras apostólicas, la fúnebre
+fila de sillas de caoba y el cuadro de ánimas.</p>
+
+<p>—La raza liberalesca y masónica estará ya exterminada cuando llegue
+el momento de la sucesión de la corona —decía Orejón entusiasmado—.
+¡Admirable, señores!</p>
+
+<p>Don Felicísimo tenía la pajuela en la mano para acercarla a la
+mecha luego que esta prendiese, y al brotar de la chispa, su cara
+plana,<span class="pagenum" id="Page_169">p. 169</span> en que se
+pintaban la ansiedad y la atención, parecía figura de pesadilla o alma
+en pena.</p>
+
+<p>—Trabajan para nosotros, y ahorcando a los liberales se ahorcan a sí
+mismos.</p>
+
+<p>—Es evidente —murmuró don Rafael Maroto.</p>
+
+<p>—¡Demonches de pedernal!</p>
+
+<p>—¡Luz, luz! —volvió a decir don Felicísimo—. Pero Sagrario... Nada,
+lo que digo, todos dormidos.</p>
+
+<p>Por fin prendió la mecha, y aplicada a ella la pajuela de azufre,
+ardió rechinando como un condenado cuyas carnes se fríen en las ollas
+de Pedro Botero. A la luz sulfúrea de la pajuela reaparecieron las
+cuatro caras, bañadas de un tinte lívido, y la estancia parecía más
+grande, más fría, más blanca, más sepulcral...</p>
+
+<p>—De modo —continuaba Elías, cuando don Felicísimo encendía el
+candilón de cuatro mecheros— que en vez de apartarles de ese camino,
+debemos instarles a que por él sigan.</p>
+
+<p>—Sí, que limpien, que despojen...</p>
+
+<p>—Pues ahora —dijo Negri— contaré yo la conversación que tuve con Su
+Alteza la infanta doña Francisca.</p>
+
+<p>—Y yo —añadió Carnicero— referiré lo que me dijo ayer fray Cirilo de
+Alameda y Brea.</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch20">
+ <h2 class="nobreak g0">XX</h2>
+</div>
+
+<p>Jenara no pudo dormir en el camastro abominable que le destinara
+doña María del Sagrario, el cual estaba en un cuarto más grande<span
+class="pagenum" id="Page_170">p. 170</span> que bonito, todo blanco,
+todo frío, todo triste, con alto ventanillo por donde venían mayidos
+y algazara de gatos. Al amanecer pudo aletargarse un poco, y en su
+desvariado sueño creía ver a don Felicísimo hecho un demonio, ora
+volando montado en su pluma, ora descuartizando gente con la misma
+pluma, en cuchillo convertida. La casa se le representaba como un
+lisiado que suelta sus muletas para arrojarse al suelo, y allí eran
+el crujir de tabiques, el desplome de paredes, la pulverización de
+techos y las nubes de polvo, en medio del cual, como ave rapante,
+revoloteaba don Felicísimo llorando con lúgubre graznido, mientras los
+demás habitantes de la casa se asfixiaban sepultados entre cascote y
+astillas.</p>
+
+<p>Al despertar sin haber hallado reposo, sus ojos enrojecidos
+reconocieron la estancia, que más tenía de prisión que de albergue, y
+acometida de viva aflicción lloró mucho. Después las reflexiones, los
+planes habilísimos que había concebido, y más que nada la valentía
+natural de su espíritu, la fueron serenando. Vistiose y acicalose
+como pudo, echando muy de menos los primores de su tocador, y pudo
+presentarse a Micaelita y a doña Sagrario con semblante risueño.</p>
+
+<p>En sus planes entraba el de amoldar su conducta y sus opiniones
+a las opiniones y conducta de los dueños de la casa, y así, cuando
+visitó al señor don Felicísimo en su despacho y hablaron los dos,
+era tan apostólica que el mismo infante la habría juzgado digna de
+una<span class="pagenum" id="Page_171">p. 171</span> cartera en su
+ministerio futuro. Según ella, la perseguían por apostólica, y su
+<i>apostoliquismo</i> (fue su palabra) era de tal naturaleza, que la
+llevaría valientemente a la lucha y al martirio. Carnicero, que en
+su marrullería no carecía de inocencia (virtud hasta cierto punto
+apostólica), creyó cuanto la dama le dijo, y establecida entre ambos
+la confianza, el anciano le contaba diariamente mil cosas de gran
+sustancia y meollo, referentes a la causa. Sirvan de ejemplo las
+siguientes confidencias.</p>
+
+<p>«¡Bomba, señora! Direle a usted lo más importante que he sabido
+anoche. Una monjita de las Agustinas Recoletas de la Encarnación soñó
+no hace mucho que el infante se ceñía la corona asistido de no sé
+cuantas legiones de ángeles. Escribió su sueño en una esquelita que
+remitió a Su Alteza, el cual la besó y tuvo con esto un grandísimo
+gozo. Me lo ha contado Orejón».</p>
+
+<p>«¡Bomba, señora! La trapisonda de Andalucía ha terminado. Los
+marinos que se sublevaron en San Fernando están ya fusilados, y el
+bribón de Manzanares, que desembarcó con unos cuantos tunantes, ha
+perecido también. ¡Si no hay sahumerio como la pólvora para limpiar un
+reino! Que desembarquen más si quieren. El gobierno se ha preparado,
+arma al brazo. Ahora, vengan pillos».</p>
+
+<p>«¡Gran bomba, señora! Mañana ahorcan a Miyar, el librero de la
+calle del Príncipe, por escribir cartas democráticas. Pronto le harán
+compañía Olózaga, Bringas y Ángel Iznardi».<span class="pagenum"
+id="Page_172">p. 172</span> Generalmente estas noticias eran dadas al
+anochecer o durante la cena, en presencia de Tablas. Después se rezaba
+el rosario, con asistencia de todos los de la casa, y de Jenara, que
+desempeñaba su parte con extraordinario recogimiento y edificación.</p>
+
+<p>Ya se habrá comprendido que la muy pícara se valió de los ahogos
+pecuniarios del bueno de Perico Tablas para sobornarle y ponerle de su
+parte. El demandadero de la cárcel de Villa, que no era ciertamente un
+Catón, se rindió a la voluntad dispendiosa de Jenara, sirviéndole como
+se sirve a una dama que reúne en sí afabilidad, hermosura y dinero.</p>
+
+<p>Dos días habían pasado desde la prisión de Olózaga, cuando se vio
+a Tablas y a Pepe Olózaga, hermano menor de Salustiano, bebiendo
+<i>medios chicos</i> de vino en la taberna de la calle Mayor, esquina
+a la de Milaneses. Jenara no solo supo explotar en provecho propio los
+buenos servicios de Tablas, sino que los utilizó en pro de Salustiano,
+por quien mucho se interesaba.</p>
+
+<p>Este insigne joven, que había de alcanzar fama tan grande como
+orador y hábil político, fue primero encerrado en lo que llamaban <i>El
+Infierno</i>, lugar tenebroso, pero más horrendo aún por sus habitantes
+que por sus tinieblas, pues estaba ocupado por bandidos y rateros, la
+peor y más desvergonzada canalla del mundo. No creyéndole seguro en
+<i>El Infierno</i>, el alcaide le trasladó a un calabozo, y de allí a
+una de las altas buhardillas de la torre. Antes de que mediara Tablas,
+pudo Pepe Olózaga<span class="pagenum" id="Page_173">p. 173</span>
+ponerse en comunicación con su hermano, valiéndose de una fiambrera de
+doble fondo y del palo del molinillo de la chocolatera.</p>
+
+<p>El ingenio, la serenidad, la travesura de Salustiano eran tales, que
+en pocos días se hizo querer y admirar de los presos que le rodeaban
+y que allí entraron por raterías y otros desafueros. Los demás presos
+no se comunicaban con él. Pepe Olózaga, después de ganar a Tablas,
+a quien hizo creer que su hermano estaba encarcelado por <i>cosas
+de mujeres</i>, intentó ganar también a uno de los carceleros; pero
+no pudo conseguirlo. Más afortunado fue Salustiano, que, seduciendo
+dentro de la prisión a sus guardianes con aquella sutilísima labia y
+trastienda que Dios le dio, pudo comunicarse con Bringas. Ambos sabían
+que si no se fugaban serían irremisiblemente ahorcados. Discurrieron
+los medios de alargar los procedimientos para ver si ganando tiempo
+adelantaba el negocio de su salvación, y al cabo convinieron en que
+Bringas se fingiría mudo y Olózaga loco.</p>
+
+<p>Tan bien desempeñó este su papel, que por poco le cuesta la vida.
+Principió por fingirse borracho; propinose una pulmonía acostándose
+desnudo sobre los ladrillos, y los carceleros le hallaron por la mañana
+tieso y helado como un cadáver. Tras esto venía tan bien la farsa de su
+locura, que siete médicos realistas le declararon sin juicio. Así ganó
+un mes.</p>
+
+<p>Miyar, que no era travieso, ni abogado, ni hombre resuelto, pereció
+en la horca el 11 de abril.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_174">p. 174</span></p>
+
+<p>Mejor le fue a Olózaga con su locura que a Bringas con su mutismo,
+porque impacientes los jueces con aquel tenaz silencio, que les impedía
+despachar pronto, imaginaron darle un ingenioso tormento, el cual
+consistía en clavarle en las uñas astillas o estacas de caña. Nada
+consiguieron con esto; pero Bringas perdió la salud y no salió de la
+cárcel sino para morirse. Es un mártir oscuro, del cual se ha hablado
+poco, y que merece tanta veneración como lástima.</p>
+
+<p>Pepe Olózaga y los amigos de Salustiano trabajaban sin reposo. Las
+comunicaciones con el preso eran frecuentes, y no solo recibió este
+ganzúas y dinero, que son dos clases de llaves falsas, sino también
+el correspondiente puñal y un poquillo de veneno para el momento
+desesperado. Antes el suicidio que la horca.</p>
+
+<p>Jenara, que salía de noche furtivamente de la casa de don
+Felicísimo, iba donde se le antojaba sin que nadie la molestase, y así
+pudo ayudar a la familia de Olózaga. Hízose muy amiga de la mujer del
+escribano señor Raya, y también de la mujer del alcaide. A la sangre
+fría del preso primeramente, a la constancia y diplomacia de su hermano
+Pepe, al oro de la familia, y, por último, a la compasión y buen
+ingenio de algunas mujeres, debiose la atrevidísima y dramática evasión
+que referiremos más adelante en breves palabras, aunque referida está
+del modo más elocuente por quien debía y sabía hacerlo mucho mejor que
+nadie.</p>
+
+<p>Jenara, preciso es declararlo, no tenía puestos<span
+class="pagenum" id="Page_175">p. 175</span> los ojos en la cárcel de
+Villa por el solo interés de Salustiano y su apreciabilísima familia.
+Allí, en la siniestra torre que modernamente han pintado de rojo, para
+darle cierto aire risueño, estaba un preso menos joven que Olózaga,
+de gentil presencia y muchísima farándula, el cual pasaba por preso
+político entre los rateros, y por un ladronzuelo entre los políticos.
+Era, según Tablas, hombre de grandes fingimientos y transmutaciones,
+al parecer instruido y cortés. Figuraba en los registros con dos o
+tres nombres, sin que se hubiera podido averiguar cuál era el suyo
+verdadero. Tablas reveló a la señora que no era ella sola quien se
+interesaba por aquel hombre, sino que otras muchas de la corte le
+agasajaban y atendían.</p>
+
+<p>Las señas que el demandadero indicaba de la persona del preso,
+convencían a Jenara de que era quien ella creía, y más aún las
+respuestas que a sus preguntas daba. No obstante, la dama no pudo
+lograr ver su letra, por más que a entablar correspondencia le instó
+por conducto del demandadero. El preso pidió algunas onzas y se las
+mandaron con mil amores. Se trabajó con jueces y escribanos para
+que le soltaran, estudiose la causa, y ¿cuál sería la sorpresa, el
+despecho y la vergüenza de Jenara, al descubrir que el preso misterioso
+no era otro que el celebérrimo Candelas, el hombre de las múltiples
+personalidades y de los infinitos nombres y disfraces, figura eminente
+del reinado de Fernando VII, y que compartió con José María los
+laureles de la caballería ladronera, siendo el héroe legendario<span
+class="pagenum" id="Page_176">p. 176</span> de las ciudades como aquel
+lo fue de los campos?</p>
+
+<p>Corrida y enojada, la señora descargó su cólera contra Pipaón, a
+quien puso cual no digan dueñas, y no le faltaba motivo para ello,
+porque el astuto cortesano de 1815 la había engañado, aunque no a
+sabiendas, diciéndole que el que buscaba estuvo primero en casa de
+Olózaga y después preso en la Villa con los demás conjurados, noticias
+ambas enteramente contrarias a la verdad.</p>
+
+<p>A todas estas, Jenara no tenía valor para abandonar la hospitalidad
+que le había ofrecido don Felicísimo, y continuaba embaucándole con
+su entusiasmo apostólico, sabedora de que la mayor tontería que podía
+hacerse en tan benditos tiempos, era enemistarse con la gente de aquel
+odioso partido.</p>
+
+<p>Al anochecer de cierto día de mayo, Jenara vio salir al padre Alelí
+del cuarto de don Felicísimo, y poco después de la casa. Como no tenía
+noticias de Sola ni del estado de su peligrosa y larga enfermedad,
+luego que el fraile se marchó fue derecha a la madriguera de don
+Felicísimo para saber de la protegida del señor Cordero.</p>
+
+<p>—¡Grande, estupenda bomba, señora! —dijo el anciano, a quien
+acompañaba, rosario en mano, el atlético Tablas.</p>
+
+<p>—¿Se sabe algo de esa joven?...</p>
+
+<p>—Ya pasó a mejor o peor vida, que eso Dios lo sabrá —repuso
+Carnicero volviendo hacia Jenara su cara plana, que iluminada de<span
+class="pagenum" id="Page_177">p. 177</span> soslayo parecía una luna en
+cuarto menguante.</p>
+
+<p>—¡Ha muerto! —exclamó la dama con aflicción grande.</p>
+
+<p>—Ya le han dado su merecido. Conozco que es algo atroz; pero no
+están los tiempos para blanduras. Hazme la barba y hacerte he el
+copete.</p>
+
+<p>—Yo pregunto por la pupila de nuestro amigo Cordero —insistió
+Jenara.</p>
+
+<p>—Acabáramos: yo me refiero a esa señora que han ahorcado en Granada.
+¿Cómo la llamaban, Tablillas?</p>
+
+<p>—Mariana Pineda.</p>
+
+<p>Eso es. Bordadme banderitas para los liberales desembarcadores. El
+cabello se pone de punta al ver las iniquidades que se cometen. ¡Bordar
+una bandera, servir de estafeta a los liberales!, y ¡sabe Dios las
+demás picardías que los señores jueces habrán querido dejar ocultas por
+miramientos al sexo femenino...!</p>
+
+<p>—¡Y esa señora ha sido ahorcada! —exclamó Jenara, lívida a causa de
+la indigación y el susto.</p>
+
+<p>—¿Que si ha sido...? Y lo sería otra vez si resucitara. O hay
+justicia o no hay justicia. Como el gobierno afloje un poco, la
+revolución lo arrastra todo, monarquía, religión, clases, propiedad...
+Esta doña Mariana Pineda debe ser nieta de un don Cosme Pineda que
+vino aquí por los años de 98 a gestionar conmigo cierto negocio de
+las capellanías de Guadix... Buena persona, sí, buena. Era poseedor
+de una de las mejores ganaderías de Andalucía,<span class="pagenum"
+id="Page_178">p. 178</span> la única que podía competir con la de
+los Religiosos Dominicos de Jerez de la Frontera, donde se crían los
+mejores toros del mundo.</p>
+
+<p>—Y esa doña Mariana —dijo Jenara— era, según he oído, joven,
+hermosa, discreta... ¡Bendito sea Dios que entre tantas maravillas de
+hermosura, ha criado, Él sabrá por qué, tantos monstruos terribles,
+los leones, las serpientes, los osos y los señores de las Comisiones
+Militares...!</p>
+
+<p>—¿Chafalditas tenemos...? —dijo don Felicísimo echando de su boca un
+como triquitraque de hipos, sonrisillas y exclamaciones que no llegaban
+a ser juramentos—. Mire usted que se puede decir: «al que a mí me
+trasquiló, las tijeras, ji, ji, le quedaron en la mano».</p>
+
+<p>La dama le miró, reconcentrada en el corazón la ira; mas no tanto
+que faltase en sus ojos un destello de aquel odio intenso que tantos
+estragos hacía cuando pasaba de la voluntad a los hechos. En aquel
+momento Jenara hubiera dado algunos días de su vida por poder llegarse
+a don Felicísimo y retorcerle el pescuezo, como retuerce el ladrón la
+fruta para arrancarla de la rama; pero excusado es decir que no solo no
+puso por obra este atrevido pensamiento homicida, sino que se guardó
+muy bien de manifestarlo.</p>
+
+<p>—Yo no soy tampoco de piedra —añadió Carnicero echando un suspiro—;
+yo me duelo de que se ahorque a una mujer; pero ella se lo ha guisado
+y ella se lo ha comido, porque ¿es o no cierto que bordó la bandera?
+Demostrado está que sí. Pues la ley es ley, y el decreto<span
+class="pagenum" id="Page_179">p. 179</span> de octubre ha proclamado
+el tente-tieso. Conque adóbenme esos liberales. Dicen que fueron
+tigres los señores jueces de Granada. Calumnia, enredo. Yo sé de
+buena tinta..., vea usted: aquí tengo la carta del señor Santaella,
+racionero medio y tiple de la Catedral de Granada..., hombre veraz
+y muy apersonado, que por no gustar del clima de Andalucía, quiere
+una plaza de tiple en la Real Capilla de Madrid... Pues me dice,
+vea usted, me dice que cuando la delincuente subió al patíbulo, los
+voluntarios realistas que formaban el cuadro se echaron a llorar... Un
+padrenuestro, Tablas; recémosle un padrenuestro a esa pobre señora.</p>
+
+<p>Igual congoja que los voluntarios realistas sintió Jenara al oír el
+rezo de Carnicero y Tablas; pero dominándose con su voluntad poderosa,
+varió de conversación diciendo:</p>
+
+<p>—¿Se sabe de la pupila de Cordero?</p>
+
+<p>—Esa... —replicó don Felicísimo con desdén— está fuera de peligro.
+Hierba ruin no muere.</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch21">
+ <h2 class="nobreak g0">XXI</h2>
+</div>
+
+<p>—Sí, ya está fuera de peligro, gracias al Señor y a su Santísima y
+única Madre la Virgen del Sagrario. Decir lo que he padecido durante
+esta larga y complicada dolencia de la apreciable <i>Hormiga</i>,
+durante estos cuarenta y tantos<span class="pagenum" id="Page_180">p.
+180</span> días de vicisitudes, mejorías, inesperados recargos y
+amenazas de muerte, fuera imposible. El corazón se me partía dentro
+del pecho al ver cómo caía y se deslizaba hasta el borde del sepulcro
+aquella criatura ejemplar, dotada por el cielo de tantas riquezas de
+espíritu, y que parece puesta adrede en el mundo para que sirva de
+espejo a los que necesitamos mirarnos en un alma grande para poder
+engrandecer un poquito la nuestra. Y más me angustiaba el ver cómo
+se moría sin quejarse, aceptando los dolores como si fueran deberes:
+que su costumbre es llevar sobre sí las pesadumbres de la vida, como
+llevamos todos nuestra ropa.</p>
+
+<p>»Ya está fuera de peligro, y gracias a Dios sigue bien. Me parece
+mentira que es así, y a cada instante tiemblo, figurándome que su cara
+no recobra tan prontamente como yo quisiera los colores de la salud.
+Si la oigo toser, tiemblo; si la veo triste, tiemblo también. Pero don
+Pedro Castelló, que es el primer Esculapio de España, me asegura que ya
+no debo temer nada. Es fabuloso lo que he gastado en médicos y botica;
+pero hubiera dado hasta el último maravedí de mi fortuna por obtener
+una probabilidad sola de vida. Mi conciencia está tranquila. Ni sueño
+ni descanso ha habido para mí en este período terrible. He olvidado mi
+tienda, mis negocios, mi persona, y al fin, con la ayuda de Dios, he
+dado un bofetón a la pícara y fea muerte. ¡Viva la Virgen del Sagrario,
+viva don Pedro Castelló y también Rousseau, que dice aquello tan sabio
+y profundo: <i>no conviene que el hombre esté solo</i>!</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_181">p. 181</span></p>
+
+<p>Así hablaba don Benigno Cordero en la tienda con un amigo suyo
+muy estimado, el marqués de Falfán. Y era verdad lo que decía de sus
+congojas y del gran peligro en que había puesto a Sola una traidora
+pleuresía aguda. La naturaleza, con ayuda de la ciencia y de cuidados
+exquisitos, triunfó al cabo; pero después recayó la enferma, hallándose
+en peligro igual, si no superior, al primero. Cuanto humanamente puede
+hacerse para disputar una víctima a la muerte, lo hizo don Benigno, ya
+rodeándose de los facultativos más reputados, ya procurando que las
+medicinas fueran escogidas, aunque costaran doble, y principalmente
+asistiendo a la enferma con un cuidado minucioso, y con puntualidad tan
+refinada, que casi rayaba en extravagancia. Digamos en honor suyo que
+había hecho lo mismo por su difunta esposa.</p>
+
+<p>Aunque parezca extraño, doña Crucita manifestó en aquella ocasión
+lastimosa una bondad de sentimientos y una ternura franca y solícita
+de que antes no tenían noticia más que los irracionales. Sin dejar
+de gruñir por motivos pueriles, atendía a la enferma con el más vivo
+interés, velaba y hacía las medicinas caseras con paciencia y esmero.
+Bueno es decir, para que lo sepa la posteridad, que doña Crucita tenía
+en su gabinete el mejor herbolario de todo Madrid.</p>
+
+<p>Cuando don Pedro Castelló dijo que la enferma no tenía remedio,
+don Benigno manifestó grandeza de ánimo y resignación. No hizo
+aspavientos ni habló a lo sentimental. Solamente<span class="pagenum"
+id="Page_182">p. 182</span> decía: «Dios lo quiere así; ¿qué hemos
+de hacer? Cúmplase la voluntad de Dios». La <i>Paloma ladrante</i>,
+que tenía en su natural genio el quejarse de todo, no supo mantenerse
+en aquellos límites de cristiana prudencia, y dijo algunas picardías
+inocentes de los santos tutelares de la casa; pero a solas, cuando
+nadie podía verla, se secaba las lágrimas que corrían de sus ojos. La
+posteridad se enterará con asombro de las palizas que la buena señora
+daba a sus perros para que no hicieran bulla ni salieran del gabinete
+en que estaban encerrados.</p>
+
+<p>Los Corderillos mayores compartían la pena de su padre y tía, y los
+minúsculos, sin darse cuenta de lo que sentían, estaban taciturnos
+y con poco humor para pilladas. Deportados con las cotorras en el
+gabinete de su tía, jugaban en silencio, desbaratando una obra de
+encaje que Crucita tenía empezada, para rehacerla después ellos a su
+modo. Cuando Sola estuvo fuera de peligro y sin fiebre, lo primero
+que pidió fue ver a los chicos. Radiante de alegría les llevó don
+Benigno al cuarto de la enferma diciendo: «aquí está la Guardia Real
+Granadera», y al mismo tiempo se le aguaron un poco los ojos. Sola les
+besó uno tras otro, y puso sobre su cama a Juan Jacobo, diciendo:</p>
+
+<p>—¡Cómo ha crecido este!... Y ¡qué gordo está! Bendito sea Dios, que
+me ha dejado vivir para que os siga viendo y queriendo a todos.</p>
+
+<p>Cordero se había vuelto de espaldas y hacía como que jugaba con el
+gato. Después se quitó las gafas para limpiarlas. Lo que realmente
+hacía era defender su emoción de las miradas<span class="pagenum"
+id="Page_183">p. 183</span> de Sola y los chicos. Aun en aquel
+primer día de su convalecencia, pudo Sola hacer a la <i>Guardia Real
+Granadera</i> un obsequio inusitado. Desde el día anterior había
+guardado cuatro piedras de azúcar de pilón, y dio una a cada muchacho,
+destinando la mayor a Juanito Jacobo, precisamente por ser el más chico
+y a la vez el más goloso.</p>
+
+<p>—Un ángel —les dijo— que ha venido todas las noches a preguntar por
+mí y a ver si se me ofrecía algo, me dio anoche estos terrones para
+todos, encargándome que no se los diera si no se habían portado bien.
+Yo no sé qué tal se han portado...</p>
+
+<p>—Muy mal, muy mal —dijo doña Crucita—. No merecían sino azúcar de
+acebuche y miel de fresno.</p>
+
+<p>—Lo pasado, pasado —añadió Sola—. Ahora se portarán bien.</p>
+
+<p>No había concluido de decirlo, cuando ya se oían los fuertes
+chasquidos de los dientes de Juanito Jacobo partiendo el azúcar. Los
+cuatro besaron a la que había hecho con ellos veces de madre, y se
+retiraron muy contentos. Don Benigno no podía contener cierta expansión
+de gozosa generosidad que, naciendo en su corazón, lo llenaba todo
+entero. Fue tras los muchachos, y dio cuatro cuartos a cada uno para
+que compraran chufas, triquitraques, pasteles o lo que quisieran.
+Después le pareció poco, y a los dos mayores les dio una peseta por
+barba, advirtiéndoles que aquel dinero era para correrla en celebración
+del restablecimiento de Sola, y, por tanto, no debía ser metido
+en<span class="pagenum" id="Page_184">p. 184</span> la hucha. Cada uno
+tenía su hucha con sendos capitales.</p>
+
+<p>Crucita se fue a sus quehaceres, y don Benigno se quedó solo con la
+<i>Hormiga</i>. En los días de gravedad, cuando le acometía fuertemente
+la calentura, Sola deliraba. Los individuos conservan en sus desvaríos
+febriles casi todas las cualidades que les adornan hallándose en
+estado de perfecta salud, y así Sola enferma era diligente, bondadosa
+y afable. Agitándose en su lecho con horrible desvarío, mandaba a los
+chicos a la escuela, le pasaba lección a Rafaelito, reñía a Juanito
+Jacobo por romper los figurines del <i>Correo de las Damas</i>,
+bromeaba con Crucita por cuestión de pájaras lluecas o de perros con
+moquillo, daba órdenes a la criada sobre la comida, se afligía porque
+no estaban planchadas las camisas de don Benigno, le pedía a este
+cigarros para el padre Alelí, preguntaba a los dos qué plato era el más
+de su gusto para la próxima cena, y hablaba con todos de los Cigarrales
+y de cierta expedición que tenían proyectada; era una reproducción
+o un lúgubre espejismo de su actividad y de sus pensamientos todos
+en la vida ordinaria. Acontecía que después de un largo período de
+exaltación febril, Sola se quedaba muda y sosegada otro largo rato, sin
+decir más que algunas palabras a media voz. Don Benigno, que atendía
+a estos monólogos con tanto dolor como interés, pudo entender algunas
+palabras; entre ellas, <i>don Jaime Servet</i>.<a id="FNanchor_2"
+href="#Footnote_2" class="fnanchor">[2]</a></p>
+
+<div class="footnote">
+
+<p><a id="Footnote_2" href="#FNanchor_2" class="label">[2]</a> Véase
+<i>Un voluntario realista</i>.</p>
+
+</div>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_185">p. 185</span></p>
+
+<p>Aquel famoso día de los terrones de azúcar, don Benigno, luego que
+con ella se quedó solo, le preguntó quién era el tal don Jaime Servet
+que en sueños nombraba, y ella quiso explicárselo punto por punto; pero
+apenas había empezado, cuando entraron Primitivo y Segundo trayendo un
+grande, magnífico y oloroso ramo de rosas, que ofrecieron a Sola con
+cierto énfasis de galantería caballeresca. Los dos chiquillos tuvieron
+la excelente idea de emplear las dos pesetas que les dio su padre en
+comprar flores para obsequiar con ellas a su segunda madre en el fausto
+día de su restablecimiento; y en verdad que era de alabar la delicadeza
+exquisita con que procedían, demostrando que en la edad de las
+travesuras no escasea cierta inspiración precoz de acciones generosas y
+de la más alta cortesía. Decir cuánto agradeció Sola la fineza, fuera
+imposible; y si el fuerte olor de las flores no la marease un poco,
+habría puesto el ramo sobre la almohada. Les dio besos, y luego pasó el
+ramo a Cordero para que aspirase la rica fragancia.</p>
+
+<p>Don Benigno no cabía en sí de satisfacción. Se puso nervioso,
+se le resbalaron las gafas nariz abajo, y esta parecía hacerse más
+picuda, tomando no sé qué expresión de órgano inteligente. Sonrisa de
+vanagloria retozaba en sus labios, y aquel aroma parecíale que llevaba
+a su alma un regalado confortamiento, paz deleitosa, esperanza, una
+vida nueva. Los muchachos, al ver el éxito de su hazaña, reventaban de
+orgullo.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_186">p. 186</span></p>
+
+<p>Don Benigno se los llevó prontamente a su cuarto y les dijo:</p>
+
+<p>—Tomad..., un duro para cada uno. Sois caballeros finos y
+agradecidos. Muy bien; muy bien, señoritos: este rasgo me ha gustado.
+En vez de comprar golosinas que os ensucian el estómago... comprasteis
+el ramo..., pues... Idos a paseo: no vayáis esta tarde al colegio. Yo
+lo mando... Adiós... Un duro a cada uno.</p>
+
+<p>Cuando volvió al lado de Sola, Crucita había llevado, para que la
+enferma los viera, los pajarillos en cría, pelados y trémulos dentro
+del nido, mientras la pájara saltaba inquieta de un palo a otro, y el
+pájaro ponía muy mal gesto por aquel desconsiderado transporte de la
+jaula. Sola admiró todo lo que allí había que admirar, la sabiduría y
+la paciencia de aquellos menudos animalillos, que así pregonaban con
+su manera de criar la sabiduría maravillosa y el poder del Criador, el
+cual, en todas partes donde algo respira, ha puesto un bosquejo de la
+familia humana.</p>
+
+<p>—Lléveselos usted —dijo Sola—, que se asustan y se enojan, y creo
+que lo van a pagar los pequeñuelos, quedándose hoy sin almorzar.</p>
+
+<p>Después cargó Crucita, no sin trabajo, con algunos tiestos de
+minutisa y pensamientos para que Sola viera cómo con el calor de
+la estación se cubrían de pintadas florecillas, las unas formando
+ramilletes o grupos, como un canastillo de piedras preciosas, otras
+sueltas con diferentes tamaños y matices; pero todas guapas y alegres.
+También trajo un lirio que<span class="pagenum" id="Page_187">p.
+187</span> parecía un obispo, vestido de largas faldamentas moradas; un
+moco de pavo, que más bien parecía gallo de cresta roja, y otras muchas
+hierbas que llevaban la alegría a la alcoba, pocos días antes tan
+silenciosa y fúnebre. ¡Con cuánto gusto recibía Sola aquellas visitas!
+Era la vida, que tales mensajes le enviaba para cumplimentarla; era
+la amada casa, que saludaba con lo hermoso y agradable que en sí
+tenía. Para que nada faltase, vino también la cotorra, a quien Sola
+encontró más crecida; vino el loro, que le pareció haber sufrido algún
+desperfecto en su casaca verde, y, por último, entraron también los
+perros en tropel, y se lanzaron a la cama aullando y lamiendo. En
+tanto, don Benigno, después de permanecer un rato como en éxtasis, bajó
+los ojos y apoyó la barba en su mano trémula. O rezaba o recitaba algún
+famoso texto de Rousseau: en esto no parecen acordes las crónicas, y
+por eso se apuntan las dos versiones para que el lector elija la que
+más le cuadre.</p>
+
+<p>Pasó un rato. Todo estaba en silencio. El héroe de Boteros saboreaba
+en el pensamiento la dicha presente, que no era sino anticipado anuncio
+de su futura dicha.</p>
+
+<p>—Pues como decía a usted... —indicó Sola.</p>
+
+<p>—Eso es, apreciable <i>Hormiga</i>. Siga usted su cuento y dígame
+quién es ese don Jaime Servet.</p>
+
+<p>Sola satisfizo cumplidamente la curiosidad de su amigo.</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch22">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_188">p. 188</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">XXII</h2>
+</div>
+
+<p>Habiendo ordenado los médicos que la enferma fuera a convalecer
+en el campo, empezó don Benigno a preparar el viaje a los Cigarrales
+de Toledo, donde poseía extensas tierras y una casa de labranza.
+Extraordinario gusto tenía el héroe en estos preparativos, por ser muy
+aficionado a la dulce vida del campo, al cultivo de frutales, a la
+caza, y a la crianza de aves y brutos domésticos. Por su desgracia, no
+podía abandonar su comercio en aquella estación, y érale forzoso seguir
+en la tienda por lo menos hasta que pasase el Corpus, fiesta de gran
+despacho de encajes para Iglesia y modistería. Pero resignándose a su
+esclavitud en la corte, se deleitaba pensando en el dichoso verano que
+iba a pasar. Amaba la naturaleza por afición innata y por asimilación
+de lo que había leído en su autor favorito y maestro. Así, nada le
+parecía tan de perlas como aquella frase: <i>el campo enseña a amar a
+la humanidad y a servirla</i>.</p>
+
+<p>Su plan era llevar a Sola a últimos de mayo acompañada de Crucita y
+los niños menores. Inmediatamente regresaría él solo a Madrid, y cuando
+acabase junio, volvería con los otros dos chicos a los Cigarrales,
+donde estarían todos hasta fin de septiembre.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_189">p. 189</span></p>
+
+<p>¡Los Cigarrales! ¡Cuánta poesía, cuántas amenidades, qué de
+inocentes gustos y de puros amores despertaba esta palabra sola en
+el alma del buen Cordero! ¡Qué meriendas de albaricoques, qué gratos
+paseos por entre almendros y olivos, qué mañanitas frescas para salir
+con el perro y la escopeta a levantar algún conejo entre las olorosas
+matas de tomillo, romero y mejorana! ¡Qué limpieza y frescura la de
+las aguas, qué color tan hermoso el de las cerezas, y qué dulzura y
+maravilla en los panales fabricados por el pasmoso arte de las abejas
+en el tronco hueco de añosos alcornoques, o entre peñas y jaras! En
+los cercanos montes el gruñido del jabalí hace temblar de ansiedad el
+corazón del audaz montero, y abajo, junto a la margen del río aurífero,
+del río profeta que ha visto levantarse y caer tan diferentes imperios,
+la peña seca y el remanso profundo solicitan al pescador de caña, flor
+y espejo de la paciencia. Pensando en estos cuadros poéticos, y gozando
+ya con la fantasía estos legítimos placeres, don Benigno se sonreía
+solo, se frotaba las manos y decía para sí:</p>
+
+<p>—Barástolis, ¡qué bueno es Dios!</p>
+
+<p>¡Y luego...! Esta reticencia le regocijaba más que aquellas
+risueñas perspectivas bucólicas. Había decidido no hablar a Sola de
+cierto asunto hasta que ambos estuvieran en los Cigarrales y ella
+completamente restablecida.</p>
+
+<p>Cordero fue una mañana a la Cava Baja en busca de arrieros y
+trajinantes para arreglar con ellos su viaje. Entró en la posada de
+la Villa, y en la que antiguamente se llamaba<span class="pagenum"
+id="Page_190">p. 190</span> del Dragón. En esta encontró a un mayoral
+que ha tiempo conocía, y después de concertar ambos las condiciones del
+viaje, siguieron en caloroso diálogo sobre el mismo asunto, porque se
+había despertado en don Benigno cierto entusiasmo pueril por la dichosa
+expedición. Allí preguntó varias veces Cordero la distancia que hay
+desde Madrid a Toledo; hizo comentarios sobre tal cuesta, sobre cuál
+mal paso, y, finalmente, disertó largo rato sobre si llovería o no al
+día siguiente, que era el señalado para la salida. Cordero opinaba
+resueltamente que no llovería. Ya se marchaba, cuando al pasar por el
+corredor alto, donde había varias puertecillas numeradas, vio a un
+hombre que tocaba en una de estas. El hombre preguntó en voz alta:</p>
+
+<p>—¿Don Jaime Servet, vive aquí?</p>
+
+<p>Detúvose Cordero y oyó una voz que de dentro gritaba:</p>
+
+<p>—No ha llegado todavía.</p>
+
+<p>El héroe no dio a lo que había oído más importancia de la que merece
+una simple coincidencia de nombres.</p>
+
+<p>¡Qué afán puso el buen señor en preparar su viaje, en disponer
+lo referente a vestidos, provisiones y todo lo demás que se había
+de llevar! Creeríase que iban a dar la vuelta al mundo, según la
+prolijidad con que Cordero se proveía de todo, y las infinitas
+precauciones que tomaba, las advertencias que hacía, el itinerario
+escrupuloso que trazaba, la elección de vituallas, y el acopio de
+drogas por si ocurrían descalabraduras o molimiento de huesos.<span
+class="pagenum" id="Page_191">p. 191</span> Todo le parecía poco
+para que a Sola no faltara ninguna comodidad, ni se privase de nada
+que pudiera convenir a su espíritu y su salud. Y deseando anticipar
+las delicias del viaje, aquella noche le habló de la distancia, le
+describió los pueblos que habían de recorrer, pintole paisajes de ríos
+y montañas, diciendo estas o parecidas cosas:</p>
+
+<p>—Cuando pasemos de Torrejón de la Calzada a Casarrubuelos, fíjese
+en aquellas lomas de viñas que están en fila y hacen unos bailes tan
+graciosos cuando pasa el coche corriendo... Después, en tierra de la
+Sagra, verá usted unos panoramas que encantan... Luego que se pasa de
+Olías se quedará pasmada cuando vea allá lejos la torre de la Catedral,
+que parece saluda al viajero... sin quitarse el sombrero, se entiende,
+el cual es un capacete que está emparentando con el cielo y que trata
+de tú a los rayos...</p>
+
+<p>En fin, llegó la mañana y se marcharon despedidos por Alelí,
+que se quedó muy triste. Cuando el coche, dejando atrás el puente
+de Toledo, entró en la extensa, libre y alegre campiña inundada de
+luz, don Benigno sintió que la alegría se rebosaba del vaso de su
+espíritu, chorreando fuera como las caídas de una fuente de Aranjuez,
+y aquel chorrear de la alegría era en él risas, frases, exclamaciones,
+chascarrillos, y, por último, la elocuente frase:</p>
+
+<p>—Barástolis, ¡qué bueno es Dios!</p>
+
+<p>Aquel mismo día corrió por Madrid la noticia de haberse escapado
+de la cárcel de Villa el preso que ya estaba destinado a la horca.
+Jenara se alegró tanto cuando Pipaón se lo dijo,<span class="pagenum"
+id="Page_192">p. 192</span> que al instante salió a la calle para
+felicitar a don Celestino. Hacía ya dos semanas que había empezado
+a perder el miedo, y salía de noche a pie acompañada de Micaelita,
+vestidas ambas en traje tan humilde que difícilmente podían ser
+conocidas.</p>
+
+<p>Después de dar la enhorabuena a don Celestino y a su hija, regresó a
+casa de Carnicero y se entretuvo escribiendo algunas cartas. Pipaón la
+visitó en su cuarto, donde hablaron un poco de la política. Jenara fue
+luego a ver cenar a don Felicísimo, operación que le hacía gracia por
+las singularidades y extravagancia de aquel santo hombre en tan solemne
+instante, y le halló sumamente ocupado con un alón que por ninguna
+parte quería dejarse comer, según estaba de cartilaginoso y duro.</p>
+
+<p>—¡Bomba, señora...! —dijo Carnicero picoteando el hueso por aquí
+y por allá, de modo que unas veces se lo ponía por bigote y otras lo
+tascaba como un freno—. En Portugal el señor don Miguel está apretando
+las clavijas a aquel insubordinado reino. Ahora dicen que vendrán del
+Brasil don Pedro y doña María de la Gloria a disputar la corona a don
+Miguel... Quisiera yo ver eso... Sigue, querido Tablas, lo que me
+estabas contando, que esta señora no puede ser insensible a las glorias
+del toreo, y si es verdad, como dices, que ese muchacho rondeño...</p>
+
+<p>Tablas aseguró que el muchacho rondeño que acababa de llegar a
+Madrid y se llamaba Montes, por sobrenombre <i>Paquiro</i>, era un
+enviado de Dios para restablecer la decaída y<span class="pagenum"
+id="Page_193">p. 193</span> casi muerta orden de la tauromaquia. Dijo
+también que cuando Madrid le conociera bien sería puesto por encima de
+todos sus predecesores en aquel arte, incluso Pepe-Hillo y Romero, pues
+tenía todas las cualidades de los antiguos y aun algunas más, siendo
+autor de varias suertes y reglas, y de un toreo nuevo...</p>
+
+<p>—Por lo que deberá llamarse —dijo don Felicísimo riendo como un
+bobo— el Moratín de la muleta.</p>
+
+<p>Algo más se habló de este tema, aventurando en él Jenara
+algunas observaciones; mas como esta dijera que se verificaría una
+<i>revolución</i> en el toreo, se enfadó Carnicero al oír la palabra,
+y dijo que no habría revoluciones en nada, y que bien estaba el mundo
+como estaba, aunque estuviera sin toros. Dio Jenara su asentimiento,
+y mientras el anciano tomaba sus últimos bocados, se entretuvo en
+observar la habitación, pues nunca se cansaba de mirarla ni de
+reconocer la extraordinaria concordancia que había entre ella y su
+habitador, de tal manera que así como el capullo es molde del gusano,
+así parecía que don Felicísimo había hilado su despacho envolviéndose
+en él. Detrás del sillón de la mesa había un largo estante del tamaño
+de la pared, cuyas puertas tenían, en vez de vidrios, rejillas de
+alambres, y por los huecos de estas asomaban sus caras amarillentas
+los legajos, como enfermos que se asoman a las rejas de un hospital.
+Muchos tenían cruzados de cintas rojas y cartoncillos colgantes con
+rótulos. Algunos estaban tendidos horizontalmente, semejando, no ya
+enfermos,<span class="pagenum" id="Page_194">p. 194</span> sino
+verdaderos cadáveres que no volverían a la vida aunque les royeran
+ratones mil; otros estaban inclinados sobre sus compañeros, como
+borrachos o mal heridos, y los menos aparecían completamente erguidos
+y derechos. Estos eran los que se asían a las rejillas, y aun echaban
+fuera sus cintas rojas cual si meditaran una evasión arriesgada. En el
+más alto andamio de la sepulcral estantería, Jenara vio una colección
+de objetos que semejaban tinajas negras, alternando con otros que, si
+no eran avechuchos disecados, lo parecían. Eran los sombreros que había
+usado don Felicísimo en su larga vida, y que en aquel retiro estaban
+gozando de una pingüe jubilación de polvo y telarañas, ilusionados aún
+con remozarse y pasar a cubrir las cabezas de otra generación menos
+ingrata.</p>
+
+<p>Todo lo que decimos iba pasando por la fantasía de Jenara, y después
+esta se fijó en la mesa, donde aquella noche había, no ya un montón,
+sino una cordillera de legajos por cuya recortada cima aparecía de vez
+en cuando la cara de don Felicísimo, iluminada de lleno por la lámpara,
+como luna que platea las cumbres de los montes. En aquella altura, que
+podría ser Calvario, estaba el Cristo de la espalda en llaga y del
+cuello en soga, y era de ver cómo volvía su rostro ensangrentado hacia
+la pezuña de macho cabrío, pidiéndole misericordia, y cómo no hacía
+maldito caso la pezuña, solo ocupada en oprimir duramente, cual si
+quisiera patearla, una carta en cuyo sobrescrito se leía:</p>
+
+<p><i>Al señor don Jaime Servet. — Posada del Dragón.</i></p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch23">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_195">p. 195</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">XXIII</h2>
+</div>
+
+<p>Jenara no vio tal carta. Llamáronla a cenar y cenó. Después doña
+María del Sagrario, siguiendo su tradicional costumbre, que por lo
+infalible debía haberse puesto en el Almanaque, se quedó dormida en
+un sillón, mientras Micaelita y Bragas, que acababa de entrar, se
+secreteaban de lo lindo en el comedor. La dama huésped esperó a que
+Tablas y la criada cenasen también para ir con aquel al rincón de los
+muebles viejos, donde solían hablar de cosas reservadas. Llegó la
+ocasión, y Tablas, que obedecía servilmente a la señora y era como
+un esclavo, por la cuenta que le tenía, contestó a las apremiantes
+preguntas de esta manera:</p>
+
+<p>—Fue a las dos en punto. El señorito don José, el señor don
+Celestino y yo habíamos convenido en que las dos era la mejor hora.
+Yo di al carcelero las onzas que me dio el señor don Celestino y el
+carcelero pidió más, y le llevé más, luego dijo que no era bastante,
+y se le dieron otras pocas onzas. Al preso le llevé las mangas con
+galones de teniente coronel, y la gorra de cuartel, que eran el trapo
+para engañar a cualquier carcelero de sentido. Ya se le había llevado
+puñal y pistola y un cinto de onzas, que son la mejor brega para
+parar los<span class="pagenum" id="Page_196">p. 196</span> pies a la
+justicia y hacerla que obedezca al engaño. El carcelero y yo habíamos
+convenido en correr el cerrojo sin echarle el gancho, y don Salustiano
+tenía ya una cuerda para descorrerle desde dentro. Para que no hiciera
+ruido, untamos de aceite al cerrojo. El preso salió: yo no sé cómo
+se las compuso para que no ladraran los dos grandes perros que se
+quedan todas las noches en el pasillo. Debió echarles pan o hacerles
+maleficio, porque aquellos animales no se empapan en el engaño. Ello
+es que bajó, y por la escalera se le apagó la luz y tuvo que volver a
+subir para encender otra. Yo le sentía desde abajo, y no me atrevía a
+ayudarle ni a decir esta boca es mía, por miedo a que los carceleros
+se escurrieran fuera percatándose del engaño. Todos habían recibido
+sus pases de dinero para que se atontaran; pero yo no tenía confianza
+y estaba con el alma en un hilo, esperando a ver qué tal se portaba la
+cuadrilla. Por fin, señora, apareció el preso en la sala de guardia
+de la cárcel donde estábamos varios, algunos vendidos y otros que no
+se habían dejado comprar, echándoselas de bravos y boyantes. Yo les
+había convidado a beber, y estaban un poco fuera de la jurisdicción
+del tino. Al ver al preso se quedaron pasmados. Venía con la capa
+terciada, enseñando la manga derecha y los galones de oro. En aquella
+mano traía un puñal, y en la otra la muleta, o sea un puñado de onzas.
+¡Qué momento! Don Salustiano arrojó al suelo las onzas y amenazó con
+la herramienta, gritando: «¡<i>Onzas y muertes reparto</i>!... Allá
+voy».</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_197">p. 197</span></p>
+
+<p>Había sonado la campanilla, y Tablas, interrumpiendo su relación,
+corrió a abrir. Aquella noche venía más gente que de ordinario a la
+misteriosa tertulia de don Felicísimo, y la campanilla no sabía estar
+callada ni un cuarto de hora.</p>
+
+<p>—Pues decía —añadió Tablas— que al ver las onzas por el suelo y el
+puñal en el aire, se quedaron todos parados, ciñéndose en el engaño
+sin saber si atender al oro o al hierro, al trapo o al estoque. Pero
+la mayor parte se fueron al capote y anduvieron un rato a cuatro pies.
+Otros quisieron cortar el terreno. Ya el preso tenía la llave en la
+cerradura para abrir la puerta... Esta llave se había hecho días antes
+por moldes de cera que yo saqué...</p>
+
+<p>La campanilla volvió a sonar. Jenara hizo un gesto de impaciencia.
+Cuando después de abrir volvió Tablas, dijo a la señora con mucho
+misterio:</p>
+
+<p>—Ahí está.</p>
+
+<p>—¿Quién?</p>
+
+<p>—El de ahí enfrente.</p>
+
+<p>—¿Pero quién es el de ahí enfrente?</p>
+
+<p>—El culebrón con pintas... Viene muy embozado en su capa, y le
+acompaña un cura.</p>
+
+<p>—¿Pero quién?</p>
+
+<p>—El que se casó con la jorobada, el degollador de España, Calomarde,
+señora.</p>
+
+<p>—Bien, siga usted.</p>
+
+<p>—Puso la llave en la cerradura; pero en esto, el bribón de Poela,
+que es el que había tomado más varas, quiero decir más onzas; se fue
+a él con muchos pies y le tiró a matar con<span class="pagenum"
+id="Page_198">p. 198</span> un puñal. Felizmente no le hirió, porque
+el preso llevaba sobre el pecho la tapa de un misal. Pero con el
+encontronazo, la llave se le cayó de la cerradura y de la mano. Yo
+hice un cuarteo, apagué la luz, recogí la llave, se la di, abrió él a
+fondo, sin vacilar. En un mete y saca quedó hecho todo, y digo mete
+y saca porque don Salustiano, después de abrir, tuvo alma para sacar
+la llave, salir y cerrar por fuera. Lo que pasó en la calle no lo sé;
+pero, según entiendo, ya está ese caballero en corral seguro. En la
+cárcel hubo luego porrazos, caídas, puños y varas. Yo saqué un rasguño
+en esta mano. Vinieron dos Alcaldes de Casa y Corte, y estuvieron
+tomando declaraciones... a mí con esas. ¡Buen trasteo les dimos! Yo,
+aunque me citaban sus mercedes sobre corto y sobre largo, y a la
+derecha y a izquierda, no quise embestir a la palabra, y me callé como
+un cabestro.</p>
+
+<p>Apenas concluyó el atleta, oyose allá en el fondo del pasillo una
+voz que decía: «¡Luz, luz!».</p>
+
+<p>Era que aquella noche, como en otra ya mencionada, la lámpara
+que alumbraba el congresillo furibundo resolvió apagarse, y de nada
+valieron contra esta determinación autocrática las exclamaciones y
+protestas de don Felicísimo. Es fama que la luz comenzó a palidecer
+precisamente cuando la tertulia llegaba a su grado más alto de calor
+político y de cólera apostólica, por lo que, contrariados todos al
+ver que desaparecían las caras, clamaban en tonos distintos: «¡Luz,
+luz!».</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_199">p. 199</span></p>
+
+<p>Allá corrió Tablas, y sacando la lámpara les dejó completamente a
+oscuras, mas no callados. Salía de la sala un murmullo impaciente, del
+cual Jenara no pudo entender cosa alguna. Cuando volvió Tablas llevando
+en alto la lámpara encendida, como el coloso antiguo alumbrando el
+puerto de Rodas, la dama pudo ver por la entornada puerta las sombras
+que se movían en aquel antro blanquecino. Conoció a algunos, y
+haciéndose cruces, se apartó de allí y dijo:</p>
+
+<p>—¡También don Juan Bautista Erro!</p>
+
+<p>—Y el señor obispo de León —murmuró Tablas—. Es el que mete más
+ruido y el que, cuando yo entré, decía: «Para nada hace falta la
+luz».</p>
+
+<p>—Tiene razón. Para nada les hace falta. Y si no que se lo pregunten
+a los topos.</p>
+
+<p>Después de que supo cuanto podía saber de la evasión de Olózaga,
+intentó pescar algunas frases de las que en la sala se decían. Acercose
+y puso atención; pero el espesor de las antiguas puertas no permitía
+que se oyeran palabras. Aburrida, dio algunos paseos por el corredor
+blanco, en el cual los puntales interrumpían a cada instante la marcha,
+y los ladrillos del piso tecleaban bajo los pies. Sobre el yeso veíanse
+las correderas, que de noche salían de las infinitas grietas de la
+casa para hacer sus excursiones, y el gato corría cazando, trepaba
+por las vigas y desaparecía por ignorados agujeros, para reaparecer
+en la habitación más lejana, o bien se estiraba perezoso en el rincón
+de los muebles viejos, donde sus ojos brillaban<span class="pagenum"
+id="Page_200">p. 200</span> como dos gotas de oro encendido. Cuando
+alguien andaba por los pasillos con paso muy vivo, sentíase un
+estremecimiento temeroso en la casa toda, y los puntales parecían
+temblar, como los músculos del atleta que hace un esfuerzo grande, y
+caían algunas cascarillas de yeso de las paredes y el techo. La cara
+tenía, pues, sus palpitaciones súbitas y sus corazonadas nerviosas.</p>
+
+<p>Jenara se retiró a su cuarto y apagó la luz, fingiendo que se
+acostaba. Cuando los apostólicos salieron, y se fue Pipaón y se
+encerró en su dormitorio don Felicísimo, la dama salió envuelta en
+manto negro y andando tan quedamente, que sus pasos no se sentían más
+que los del gato. Vio a Tablas, le habló en secreto, indicándole que
+deseaba salir sin que nadie lo supiera en la casa, vaciló un momento
+el gigante; pero su venalidad fue también llave de aquella evasión, no
+tan cara como la de Olózaga. ¿A dónde iba la aventurera? ¿A su casa
+que continuaba puesta y servida, como si ella estuviera de viaje, o a
+otra parte misteriosa y no sabida de ser alguno vendido ni por vender?
+Lo ignoramos. Este es un punto en el cual todas nuestras pesquisas y
+diligencias han valido poco, y al tratarlo sin conocimiento nos ocurre
+decir, como los apostólicos: «¡Luz, luz!».</p>
+
+<p>Al día siguiente muy temprano, cuando don Felicísimo y su hermana
+se levantaron, Jenara estaba en casa; pero salió muy tarde de su
+habitación, porque había pasado, según indicó, muy mala noche. Cuando
+fue a saludar a Carnicero, este le dijo:</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_201">p. 201</span></p>
+
+<p>—¡Qué mala noticia tenemos hoy! Ese bribón de Olózaga, que se escapó
+de la cárcel de Villa, no parece. Se ha revuelto todo Madrid... ¡Ah!,
+es que no se habrá revuelto bien. Si la policía supiera cumplir con
+su deber... Por cierto, señora mía, que anoche uno de los amigos que
+me honran viniendo a mi tertulia me habló de usted... Por de contado,
+señora, ni las moscas saben que está usted en mi casa.</p>
+
+<p>—¿Y no se puede saber por qué motivo me tomó en boca ese amigo de
+usted?</p>
+
+<p>—Ese amigo —dijo Carnicero— sostiene que usted debe saber dónde se
+oculta Olózaga.</p>
+
+<p>—¿Yo? Su amigo de usted es tonto rematado. ¡Qué sandeces se permiten
+algunas personas!</p>
+
+<p>Y no dijo más porque, habiéndose acercado a la mesa de don
+Felicísimo, tenía los cinco sentidos puestos en el sobre de la carta
+que bajo la pezuña estaba.</p>
+
+<p>—Tablas, Tablas —gritó a la sazón el anciano—. Pero, hombre, ¿que
+nunca has de estar aquí cuando haces falta...? Toma, ve, corre, lleva
+esta carta a la posada del Dragón.</p>
+
+<p>Y levantó la pezuña de macho cabrío para tomar la carta, que,
+violentamente oprimida por aquel pesado objeto, parecía hallarse a
+punto de reventar echando fuera todas sus letras.</p>
+
+<p>—Pues sí, señora mía —prosiguió don Felicísimo luego que marchó
+Tablas con el recado—. Eso me decía mi amigo, y me lo repitió tres
+veces... «Ella debe saberlo, ella debe saberlo,<span class="pagenum"
+id="Page_202">p. 202</span> y ella debe saberlo...». Y que le apearan
+de esto.</p>
+
+<p>—Su amigo de usted —replicó Jenara— será un gran farsante y un
+perverso calumniador, porque esto envuelve una calumnia, señor
+Carnicero.</p>
+
+<p>Y era verdad que la dama aventurera no sabía dónde se ocultaba el
+que después fue insigne tribuno y jefe de un partido. Siendo ella
+una de las personas que más ayudaron en el oscuro complot de la
+evasión, no fue partícipe del secreto del escondite, el cual, por
+excesivamente delicado y peligroso, no salió de la familia. Hoy se
+sabe que Salustiano, al salir de la cárcel, cerrando por fuera la
+puerta, tropezó con un nuevo obstáculo, el centinela. Estaba concertado
+que un amigo, fingiéndose asistente del supuesto teniente coronel,
+entretendría al centinela contándole cuentos. Pero este amigo había
+faltado, y el centinela se paseaba solo a la claridad de la luna,
+que aquella noche brillaba de un modo tan poético como importuno. Un
+<i>buenas noches, centinela</i>, pronunciado con serenidad asombrosa,
+salvó a Salustiano de este nuevo peligro. Avanzó tranquilamente, y en
+la esquina de la calle de Luzón se le unió un amigo que le aguardaba.
+Por las calles menos concurridas se apartaron a buen paso de la cárcel,
+dirigiéndose a la vivienda destinada a servir de refugio al fugitivo,
+la cual era una sombrerería de la Puerta del Sol. Llegaron al centro
+de Madrid, y vieron que en el Principal se agolpaba la gente.<span
+class="pagenum" id="Page_203">p. 203</span> Ya se tenía allí noticia
+de la escapatoria. Olózaga tuvo que dar un rodeo de un cuarto de legua
+para dirigirse a la sombrerería, entrando en la Puerta del Sol por
+la Carrera de San Jerónimo, y al fin se vio seguro en el asilo que
+se le había preparado. Baráibar se llamaba el sombrerero, patriota
+generoso, que guardó el secreto con fidelidad admirable y supo arrancar
+al absolutismo una de sus víctimas. Escondido en el sótano de la
+tienda, estuvo Salustiano muchos días, mientras se preparaba el no
+menos difícil ardid de ausentarle de España. Había trocado una prisión
+por otra; pero en esta última, la esperanza, la idea de libertad y de
+triunfo, le acompañaban en las solitarias horas. Por las noches, contra
+la opinión de su amigo Baráibar, que temblaba con las temeridades de
+Olózaga, este se disfrazaba hábilmente y se salía del sótano y de la
+casa, no precisamente para pasearse por Madrid, sino para correr a
+misteriosas citas, en que no tenía participación la política. Como
+estas atrevidas expediciones nocturnas son de un carácter reservado,
+debe interponerse entre ellas y la luz de la historia la pantalla de
+la discreción; y así, doblando esta página, solo escribiremos en ella:
+«Oscuridad, oscuridad».</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch24">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_204">p. 204</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">XXIV</h2>
+</div>
+
+<p>—¡Barástolis, mayoral, que ya estamos
+casa; pare usted, pare usted!</p>
+
+<p>Esto decía don Benigno, y al punto el desclavijado vehículo se
+detuvo en lo más fragoso de un caminejo lleno de guijarros y junto a
+una tapia carcomida. Bajaron todos molidos y aporreados, y don Benigno
+enderezó la caminata hacia la casa, que distaba como dos tiros de fusil
+del lugar donde había parado el coche. Cada uno de los chicos iba
+abrazado con su hucha, y entre todos conducían mal que bien los cinco
+perros de Crucita. Esta no había querido confiar a nadie sus dos gatos,
+y por el camino no había cesado de echar maldiciones contra el mayoral,
+el camino y el coche, que era una verdadera fábrica de chichones.</p>
+
+<p>El panorama de la finca se presentó de un golpe a la contemplación
+de los viajeros. Don Benigno no cabía en sí de gozo, y a cada paso
+decía a Sola:</p>
+
+<p>—Vea usted cómo están esos almendros... ¿Quién diría que esos olivos
+no tienen más que diez años?... Aquellos otros, que aún son estacas,
+los planté yo por mi mano tres años ha... Mire usted a la derecha; pues
+aquello es lo del tío Rezaquedito, tierras que vendrán a ser mías el
+año que viene.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_205">p. 205</span></p>
+
+<p>La casa era de labor, medianamente arreglada para vivienda cómoda.
+Tenía una huertecilla, a la que daba frescura y sustancia el agua clara
+de una noria. Más allá había un prado muy lucido, en el cual pastaban
+algunos carneros, y las gallinas en bandadas, que regía un arrogante
+y enfatuado gallo, recorrían libremente todo, olivar, viñas y prado,
+respetando la huerta, donde les prohibía la entrada, con muy mal gesto,
+una cerca de zarza erizada de púas.</p>
+
+<p>El sitio no era prodigio de hermosura, pero sí muy agradable,
+y tenía los inapreciables encantos de la soledad, del silencio
+campesino y del verdor perenne, aunque un poco triste, de los olivos.
+Los horizontes eran anchos, la luz viva, el aire puro y sano. Todo
+convidaba allí a la vida sosegada y a desencadenar de tristezas y
+preocupaciones el espíritu, dejándole libre y a sus anchas.</p>
+
+<p>Interiormente la casa valía poco; pero Sola, en cuanto la vio,
+hizo mentalmente la reforma y compostura de toda ella, prometiéndose
+ponerla, si la dejaban, en un grado tal de limpieza, comodidad y
+arreglo, que podrían allí vivir canónigos y aun obispos. Todo lo
+observaba ella, y si al principio no decía nada, cuando Cordero le
+preguntó su opinión, no pudo menos de darla, diciendo:</p>
+
+<p>—¡Qué bien vendría aquí un tabique...!, y abrir allá una puerta...,
+y alargar este corredor, poniéndole escalera exterior para bajar a
+la huerta..., y en la huerta yo plantaría una fila de árboles que
+dieran sombra a la casa por esta parte...,<span class="pagenum"
+id="Page_206">p. 206</span> y quitaría el gallinero de donde está para
+ponerlo allá en el fondo del corral, donde están las mulas... Hay que
+cuidar mejor de la huerta y componer esa noria, que sin duda es del
+tiempo de los moros.</p>
+
+<p>Todo esto lo oía extasiado don Benigno, prometiéndose formalmente
+hacer las reformas indicadas por Sola y aun algunas más.</p>
+
+<p>Desgraciadamente para él, no podía estar en los Cigarrales sino un
+par de días, porque le precisaba volver a Madrid; pero ¡qué feliz sería
+cuando volviese definitivamente a sus queridas tierras para pasar todo
+el verano! Sí, sí, sí: era ya cosa decidida en el espíritu del bueno
+del comerciante liquidar cuentas, traspasar la tienda, renunciar al
+comercio y hacerse labrador para el resto de sus días. Estos dulces
+pensamientos le hacían sonreír a solas.</p>
+
+<p>La historia cuenta que don Benigno regresó a Madrid sin que le
+ocurriera nada de particular en su viaje, dejando buenos y sanos, y
+además muy contentos, a los que en los Cigarrales se quedaron. También
+dice que vendió muchos encajes en la temporada del Corpus, y que allá
+por los últimos días de junio el héroe hizo entrega de la tienda a
+un amigo de toda su confianza, y se dispuso a partir para Toledo con
+sus dos hijos, Primitivo y Segundo, que ya estaban de vacaciones,
+con buenas notas y las correspondientes huchas llenas de dinero.
+Para colmo de dicha, el padre Alelí, a quien los médicos de la Orden
+habían prescrito sosiego y campo, se disponía a acompañarle a<span
+class="pagenum" id="Page_207">p. 207</span> los Cigarrales. ¿Qué
+faltaba? Solo faltaba para poner la veleta al edificio de la felicidad
+Corderil que se resolviera un asunto del alma, un problema de corazón,
+del cual pendían todos los demás problemas, cuestiones y proyectos del
+héroe de Boteros. Una de las dificultades más graves, que era la de la
+enunciación o planteamiento verbal del problema, estaba ya vencida,
+porque don Benigno halló un medio excelente de vencer, o mejor dicho,
+de esquivar su timidez, y fue escribir a Sola una larga carta cuando
+ella se hallaba en los Cigarrales y él en Madrid.</p>
+
+<p>La carta era tan fina, tan discreta y comedida, que no vacilamos en
+reproducir algunos párrafos de ella. Decían así:</p>
+
+<blockquote>
+
+ <p>«Esto que siento no es una pasión de mozalbete, que sería impropia
+ de mi edad: es un afecto que empezó siendo compasión, y poco a
+ poco se fue volviendo un tanto egoísta; luego se robusteció con
+ admiraciones de las virtudes de usted, y más tarde se hizo fuerte con
+ la consideración de asociar a mi vida una vida tan útil por todos
+ conceptos, y que me traería tan gran dote de riquezas morales y de
+ méritos positivos.</p>
+
+ <p>»Aquí, apreciabilísima <i>Hormiga</i>, viene por sus pasos
+ contados las cuestión del agradecimiento. Usted dirá que lo tiene
+ por mí, y yo replico que mayor debe ser el mío, porque los favores
+ que me ha hecho son de los que no se pagan con nada del mundo.
+ Usted ha criado a mis hijos, usted ha ordenado mi casa, usted ha
+ hecho agradable, fácil y metódica la vida.<span class="pagenum"
+ id="Page_208">p. 208</span> Y quien tanto ha hecho, quien tanto
+ merece, ¿no ha de tener una posición digna en el mundo? Sí, y mil
+ veces sí. Huérfana y sola, pobre y sin más tesoro que sus virtudes,
+ su amor al trabajo, su tierna solicitud por todas las criaturas
+ débiles o enfermas, usted ha cautivado mi corazón, no con afecto
+ ardiente de esos que más bien hacen desgraciados que felices a los
+ hombres, sino despertando en mí un sentimiento puro, en el cual se
+ enlazan el amor y el respeto, la consideración y la ternura, el
+ deseo vivísimo de ser feliz, y el más vivo aún de hacer feliz, rica,
+ considerada y señora a quien ya tiene en su alma todas las señorías
+ de Dios.</p>
+
+ <p>»No me conteste usted por escrito. Medite usted mi proposición, y
+ cuando yo vaya, que será dentro de ocho o diez días, me responderá
+ verbalmente y con una sola palabra; en la inteligencia, apreciable
+ <i>Hormiga</i>, de que si mi proposición mereciera una negativa,
+ siempre sería usted para mí lo mismo que ahora es, la primera y más
+ santa de las amigas, y siempre sería yo para usted el mismo leal,
+ admirador y ferviente amigo,</p>
+
+ <p class="firma"><i>Benigno Cordero</i>».</p>
+
+</blockquote>
+
+<p>Muy satisfecho y descansado se encontró el hombre después de escrita
+la carta. Leída y aprobada por el padre Alelí, don Benigno la entregó
+por su propia mano al ordinario de Toledo. Aquel día vendió muchos
+encajes. Dios estaba de su parte.</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch25">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_209">p. 209</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">XXV</h2>
+</div>
+
+<p>Por fin vino el último día de junio, y el héroe, con sus dos hijos y
+el padre Alelí, se embanastó en el coche, y helos aquí en camino de los
+Cigarrales. Durante el viaje hablaba el fraile por siete, siendo tan
+extremado aquel día el desorden caótico de su cabeza, que no hablara
+mejor ni con más gracia el mismo descubridor de los <i>cerros de
+Úbeda</i>, o el fabricante de los <i>pies de banco</i>. A cada instante
+suspendía sus paliques para quedarse mirando al cielo, con el dedo
+en el labio y el entrecejo lleno de pliegues y laberínticas arrugas,
+imagen exacta de la confusión que dentro reinaba. Las únicas palabras
+que entonces profería, eran estas:</p>
+
+<p>—Benignillo, yo tenía que decirte una cosa... ¿Qué es lo que yo
+tenía que decirte, Benignillo?... Pues no me acuerdo.</p>
+
+<p>El de Boteros, aunque anheloso y lleno de dudas, tenía
+presentimientos felices, y el corazón le auguraba que sería venturoso
+el término o solución de sus amorosas ansiedades. Llegaron. Sola,
+doña Crucita y los chicos menores, con regular escolta de perrillos
+y perrazos, salieron a recibirles al camino. Por un rato no se oyó
+más que el estallido de los besos con que se saludaban los hermanos.
+No poca parte del besuqueo fue para la correa y las flacas<span
+class="pagenum" id="Page_210">p. 210</span> manos de Alelí, el cual,
+sintiendo un gozo superior a lo que las palabras podían expresar,
+echaba bendiciones a derecha e izquierda, como sembrador que desparrama
+a puñados el trigo sobre un fértil terreno. Don Benigno se encontró
+bastante cohibido en presencia de Sola; y así sus frases fueron
+balbucientes, truncadas y sosas. Ella estaba en su natural buen humor,
+alegre por la llegada de los viajeros, y un poco más decidora que de
+costumbre. Crucita no parecía la misma, y andaba por el campo hecha
+una zagaleja, vestida con un <i>deshabillé</i> extravagante y cómodo,
+que no era ciertamente tomado de los figurines de la Arcadia ni del
+Zurguén.</p>
+
+<p>Era una naturaleza constituida moralmente para la vida del campo,
+por su amor a las flores y a los animales, su espíritu de independencia
+y su actividad. Así, cuando vio trocadas las arboledas de sus
+balcones por aquel espacioso tiesto en que había olivares, viñedos,
+albaricoques, establos, huerta, cerros y horizonte, enloqueció de
+contento, y todo el día andaba por aquellos campos con un pañuelo liado
+a la cabeza y un garrote en la mano, echando de comer a las gallinas,
+vigilando los carneros, expulsando a los guarros de los sitios donde
+no debían estar, o bien cogiendo fruta, regando lechugas, arreglando
+una espaldera de cañas para que se enredaran trepando las tiernas y
+vacilantes judías. Los chicos, que ya llevaban un mes en aquella vida,
+estaban negros como cuervos de tanto andar por el campo, jugando a
+todas horas con<span class="pagenum" id="Page_211">p. 211</span>
+tierra, palitroques y guijarros. Parecían dos pintiparados paletos, y
+en sus caras, de color de pucheros de Alcorcón, brillaban los ojos de
+azabache despidiendo centellas de picardías.</p>
+
+<p>Antes de que llegara la noche, don Benigno recorrió la casa,
+hallando en ella y en la distribución de sus escasos muebles tanta
+novedad y arreglo, que su corazón bailó de contento. Ya se conocía bien
+qué manos divinas habían andado por allí, y qué instinto sublime había
+hecho de un caserón un hogar, y del desmantelado hueco un delicioso
+nido.</p>
+
+<p>—¡Qué admirable, qué encantadora manera de responder a mi
+proposición! —dijo Cordero para sí—. Me contesta con hechos, no
+con palabras. Estas paredes y estos muebles me responden por ella,
+diciéndome: «Nos ha arreglado la señora de la casa».</p>
+
+<p>En la huerta halló Cordero nuevos motivos de admiración. No parecía
+la misma que él había dejado al regresar a Madrid. Todos los cuadros
+estaban sembrados de hortaliza; las gallinas, expulsadas de allí,
+tenían mejor acomodo en un local admirablemente elegido y dispuesto. La
+cerca, limpia y podada, reverdecía y echaba verdadera espuma de tiernos
+renuevos, como si en sus venas hirviera la savia; las callejuelas y
+paseos, admirablemente enarenados, parecían recibir con agradecimiento
+la blanda pisada del amo, cuando por aquellos frescos contornos se
+paseaba. La noria estaba ya compuesta, y no se desperdiciaba el
+agua, ni quedaba ningún canjilón roto. Toda la máquina funcionaba
+dando vueltas majestuosamente<span class="pagenum" id="Page_212">p.
+212</span> y sin chirridos, semejando una vida serena, arreglada y
+prudente que iba sacando del hondo depósito del tiempo futuro los días
+para vaciarlos serenamente en el manso río del pasado. A don Benigno
+se le antojaba que los árboles habían crecido, y en verdad que si no
+eran mayores, estaban verdes y lozanos por haber sido limpiados de todo
+el ramaje viejo y seco. Extendían los morales su fresquísimo follaje
+como diciendo: «Hemos echado estas hojas tan grandes y tan verdes para
+coronar a la señora de la casa».</p>
+
+<p>—Parece mentira —dijo don Benigno sintiendo su garganta oprimida por
+un dogal de satisfacción, pues también hay dogales de gozo—; parece
+mentira, apreciable Sola, que haya hecho usted tantas maravillas con el
+poco dinero que le dejé. La casa está transformada y la huerta también.
+De este tugurio y de este rincón de tierra, ha hecho usted con su mano
+de oro un palacio y un edén.</p>
+
+<p>Sola se ruborizó un poco, y dijo que era preciso echar abajo
+dos tabiques y plantar una nueva fila de árboles, y traer algunos
+muebles.</p>
+
+<p>¿Muebles? ¡Ah! Don Benigno habría traído, si en su mano estuviera,
+el trono de las Españas para sentar en él a la que de este modo
+inundaba su alma y su vida de esperanza y de alegría. Al hablar de
+las reformas de la finca, Sola hablaba ingenuamente el lenguaje de la
+señora de la casa. Y en esto no había afectación de ninguna clase,
+ni menos desenfado de advenediza, sino que se expresaba así porque
+todo aquello le parecía suyo y muy suyo de<span class="pagenum"
+id="Page_213">p. 213</span> hecho, aunque no mediasen las
+circunstancias que de derecho se lo iban a dar.</p>
+
+<p>Cenaron. La cena fue alegre y opulenta. Abundante caza, sabrosos
+salmorejos, perdices escabechadas; estofado de vaca, que propagó por
+toda la casa su exquisito olor de refectorio; legumbres fritas en
+menestra, festoneada con ruedecillas de huevos duros; vino viejo de
+Esquivias, y luego un bandejón de albaricoques de la finca, frescos,
+ruborizados, y echando pura miel por aquella boquirrita con que se
+pegaban al árbol, compusieron la colación. En la mesa se contaron cosas
+de los Cigarrales y cosas de Madrid. Llevaba en esto la palabra el
+fraile, que en tocando a hablar se parecía a la noria tal como estaba
+antes, echando agua sin concierto ni orden. Más de una vez se quedó
+parado y lelo, diciendo:</p>
+
+<p>—Benignillo, yo tenía que contarte una cosilla... ¡Ah!, ya caigo
+—añadía dando un grito. Y después decía—: Pues no: se me fue. Me anda
+dando vueltas por el magín y no la puedo atrapar.</p>
+
+<p>Con estas cosas se acabó la cena y el fraile rezó el rosario,
+contestado por Benigno y Sola, porque Crucita y los cuatro muchachos
+se quedaron dormidos, teniendo entre los dientes el último hueso de
+albaricoque y el primer padrenuestro.</p>
+
+<p>—<i>Ite, mensa est</i>. A acostarse todo el mundo —gritó al concluir
+Alelí—. Estamos muertos de cansancio.</p>
+
+<p>Y se acostaron todos. Don Benigno durmió con plácido sosiego, y soñó
+que estaba su cabeza<span class="pagenum" id="Page_214">p. 214</span>
+circundada de una aureola, de un disco de luz como el que tienen
+los santos. Por la mañana, cuando se levantó y salió de su alcoba,
+persistía en él la ilusión de tener en su cabeza el nimbo y de estar
+despidiendo de sus sienes chorros de luz. Tomó su chocolate, encendió
+un cigarrillo, entró en la sala baja, y vio a Sola que estaba abriendo
+las maderas para que entrara el aire puro del campo, y al mismo tiempo
+para atar la cuerda donde se había de colgar la ropa que se estaba
+lavando. El otro extremo de la cuerda debía atarse en el moral grande
+que había en medio de la huerta. Don Benigno tomó la soga y salió muy
+contento de ayudar a su protegida en aquel trajín doméstico.</p>
+
+<p>—Más fuerte —le dijo Sola riendo.</p>
+
+<p>Si Cordero se atara la soga en el mismo cogollo de su corazón, no
+sintiera este más alborotado y palpitante.</p>
+
+<p>—Más flojo —dijo Sola.</p>
+
+<p>—¿Así?</p>
+
+<p>—No tanto. Si se tira mucho se rompe, y si se afloja mucho, el
+viento se lleva la ropa. Ahora está bien.</p>
+
+<p>Don Benigno volvió a la sala. Una gran cesta de ropa blanca
+aguardaba a la robusta moza que había de llevarla a la huerta. La moza
+salió; Sola se quedó allí mirando al campo. Don Benigno se acercó a
+ella. Ambos hablaron un rato, diciéndose todo lo más quince palabras
+que nadie pudo oír, ni aun el narrador mismo, que todo lo oye. La moza
+y dos criados más entraron. Salió don Benigno con la aureola de<span
+class="pagenum" id="Page_215">p. 215</span> su cabeza tan crecida, que
+le parecía ir derramando una claridad celestial por donde quiera que
+iba. Pasó a la huerta, donde topó de manos a boca con un maestro de
+obras que había mandado venir de Toledo para encargarle las reformas de
+la casa.</p>
+
+<p>Aunque don Benigno no le conocía, le dio un abrazo. Estaba muy
+nervioso; pero su discreción y buen juicio pugnaron por sobreponerse a
+aquella exaltación, y al fin pudo lograrlo.</p>
+
+<p>—Maestro —dijo—, es preciso emprender las obras inmediatamente.
+Hay que derribar dos tabiques y construir una galería exterior sobre
+la huerta... En fin, la señora le dirá a usted; póngase usted a las
+órdenes de la señora. ¡Ah!... Lo principal es arreglar la pieza que
+va a ser gabinete de la señora, ¿me entiende usted?, gabinete de la
+señora. ¿Cuánto se tardará en las obras? Hay que concluirlas pronto;
+pero muy pronto. ¡Tienen ustedes una calma!...</p>
+
+<p>—Señor...</p>
+
+<p>—Sí, mucha calma. Empiece usted pronto. ¿Ha traído las
+herramientas?</p>
+
+<p>—Si no sabía...</p>
+
+<p>—¡Qué cachaza! Quiero que la casa sea una tacita de plata. La señora
+dirigirá las obras. Pensamos vivir aquí constantemente. ¿Qué hace usted
+que no toma medidas? ¡Qué cachaza! ¡Barástolis, barástolis!</p>
+
+<p>El maestro se excusó de no haber empezado las obras que aún no
+estaban formalmente encargadas, y don Benigno, que en los momentos
+de mayor exaltación era hombre razonable,<span class="pagenum"
+id="Page_216">p. 216</span> comprendió la justicia de las excusas y
+le dio otro abrazo. Juntos recorrieron la casa. Uniose a ellos Sola,
+y durante un rato no se habló más que de pies castellanos, de una
+puerta por aquí, de cuatro vigas por allá, de las paredes que debían
+empapelarse y de las que debían ser pintadas, del nuevo corredor para
+ir a la cocina, del cielo raso y de otras menudencias. Sola explanaba
+sus proyectos y deseos con una claridad admirable, demostrando en todo
+la elevación de su genio doméstico.</p>
+
+<p>Cuando el maestro se retiró, Cordero y Sola hablaron larguísimo
+rato. Separáronse al fin, porque ella no podía abandonar ciertas
+ocupaciones de la casa, y cuando entró Sola en el cuarto donde estaban
+planchando se secó los ojos, que pestañeaban como si quisieran
+lloriquear un poquito. Después cantó entre dientes, apartando la ropa
+que iba a repasar.</p>
+
+<p>Don Benigno salió a la huerta y de la huerta al campo, porque
+necesitaba dar un paseo largo que sirviera de expansión a su alma. Iba
+por en medio de los olivos, cuando oyó la voz de Alelí que decía:</p>
+
+<p>—Benigno, ¿dónde estás?</p>
+
+<p>La espesura de los árboles no permitía que se vieran.</p>
+
+<p>—¿Dónde está usted, padre Monumento?</p>
+
+<p>—Hijo, aquí estoy. Este enemigo malo, esta buena pieza de Jacobito
+me ha traído a estos andurriales para que viera un nido, y aquí estoy
+en una zanja de donde no puedo salir.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_217">p. 217</span></p>
+
+<p>Acercose Cordero a donde la voz sonaba, y vio a su venerable amigo
+en lo más bajo de una hondonada. Jacobito se había subido a los hombros
+del fraile, montando a horcajadas sobre su cuello, y desde aquella
+eminencia alargaba la mano con un palo, queriendo alcanzar el nido.</p>
+
+<p>—Mírame aquí sirviendo de caballería al bergante de tu hijo...
+Lobezno, si coges el nido o lo rompes te tiro al suelo. No espolees,
+verdugo, que me rompes una clavícula. Benigno, por Dios, quítame este
+jinete y ayúdame a salir del hoyo.</p>
+
+<p>—Abajo, abajo, atrevido, insolente chiquillo —dijo Benigno riendo—.
+¿Pues qué, nuestro amigo es campanario?</p>
+
+<p>Desmontose el muchacho, y Alelí, libre de tan molesto peso y ayudado
+de Cordero, salió del atolladero en que estaba. Arreglándose el hábito,
+tomó de la mano a su amigo y le dijo así:</p>
+
+<p>—Ya me acuerdo qué tenía que decirte. Vaya con mi memoria, que está
+dando vueltas como una veleta, y tan pronto apunta al norte como al
+sur. ¿Sabes lo que tenía que decirte? Pues era que se susurra que Su
+Majestad napolitana está otra vez encinta. Como salga varón, ¡quién
+verá la cara que ponen mis señores los apostólicos!</p>
+
+<p>—Eso me lo ha dicho usted catorce veces durante el viaje, tío
+Engarza-Credos.</p>
+
+<p>—Dale bola, es verdad —repitió Alelí pegando en el suelo—. Pues no
+era eso. Era que... ¿qué era?</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_218">p. 218</span></p>
+
+<p>Después de una larga pausa diose un palmetazo en la frente, y
+agarrando a don Benigno por la solapa, tiró de él y le dijo:</p>
+
+<p>—Ya lo pesqué... ya di con mi idea... ¡Cómo se escapan las ideas!
+Oye tú, <i>don Sábelo Todo</i>. ¿Quién es <i>monsieure</i> Servet?</p>
+
+<p>Don Benigno miró al cielo.</p>
+
+<p>—No sé —dijo—, ni me importa.</p>
+
+<p>Después estuvo un momento confuso, porque aquel nombre sonaba en sus
+oídos de un modo extraño.</p>
+
+<p>—Pues el día de nuestra salida, cuando tú estabas fuera de casa
+arreglando las cosas del viaje y yo en tu tienda charlando con el
+mancebo, llegó un caballero preguntando por ti. Preguntó por todos
+los de la casa, y dijo que no podía esperar porque tenía prisa.
+Se fue soltándonos su nombre, que era don <i>Yo no sé cuántos</i>
+Servet, y como por el empaque y el modo de vestir, por la arrogancia,
+el habla y el sonsonete del apellido me pareció francés, lo llamo
+<i>monsieure</i>.</p>
+
+<p>Alelí pronunciaba esta palabra, así como toda palabra francesa, lo
+mismo que se escribe.</p>
+
+<p>—¿Y no dejó recado?</p>
+
+<p>—Que ya volvería. Pero la del humo. El mancebo y yo opinamos que es
+un extranjero de los que vienen a enredar y hacer revoluciones.</p>
+
+<p>Don Benigno meditó un momento. Después desechó las ideas que le
+asaltaban, diciendo:</p>
+
+<p>—No sé quién es, ni me importa. Ese apellido lo han llevado otras
+personas que ya no<span class="pagenum" id="Page_219">p. 219</span>
+existen. Conque, padre Monumento, basta de sandeces y vamos de
+paseo. Jacobito, ven. Corre por delante: no te alejes de nosotros...
+Reverendísimo fraile, todo va bien, muy bien.</p>
+
+<p>—Gracias a Dios... ¿Y para cuándo?</p>
+
+<p>—Lo más pronto posible. Hoy mismo se pedirán los papeles.
+Barástolis...</p>
+
+<p>—Sí, echa, echa de ese cuerpo dos docenas de barástolis, y yo te
+acompañaré echando cuatro... Ya era tiempo, ya era tiempo.</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch26">
+ <h2 class="nobreak g0">XXVI</h2>
+</div>
+
+<p>Deseoso de que su dicha fuera realidad dentro del más breve plazo,
+don Benigno arregló sus papeles y pidió los de Sola, que estaban en un
+pueblo del reino de León. Entre tanto que venían aquellos malhadados
+documentos, sin los cuales no es posible encender cristianamente la
+antorcha de Himeneo, los futuros cónyuges vivían en intimidad honesta y
+dulce, en una especie de luna de miel de la amistad, en pleno reinado
+de la paz doméstica, cuyos encantos se multiplicaban con la deliciosa
+existencia campesina. Los días pasaban empujándose suavemente unos
+a otros, y cada uno de ellos tenía sobre sus propias alegrías la
+esperanza de las alegrías del siguiente. Nunca faltaba una operación
+de labranza, un paseo al monte, una merienda en las praderas del río,
+y<span class="pagenum" id="Page_220">p. 220</span> nunca como en
+aquellas gratas ocasiones se le venían a la memoria al buen Cordero
+los pensamientos del filósofo de la libertad y la naturaleza. Tan
+pronto recitaba aquel pasaje en que Rousseau encomia las dulzuras de la
+amistad, como aquel otro en que hace el panegírico de las <i>comidas
+rústicas preparadas por el ejercicio, sazonadas por el apetito, la
+libertad y la alegría</i>. El anatema de los convites urbanos no es
+menos enérgico que la apología de las meriendas sobre la hierba.</p>
+
+<p>Emprendiéronse las reformas de la casa con gran actividad. Cordero
+encargó a Madrid los regalos con que pensaba expresar a Sola la pureza
+de su afecto y la enormidad de su admiración. También ella hacía sus
+preparativos, aunque en pequeña escala, pues quería que los nuevos
+dominios que iba a poseer se rigieran por la ley de sus dominios
+antiguos, que era la modestia.</p>
+
+<p>Solo una contrariedad agriaba el ánimo de Cordero, poniéndole de
+mal humor a ratos. Era que los papeles de Sola no venían. Era que en
+los libros parroquiales de La Bañeza había no sabemos qué embrollo
+o confusión, y quizás algo de ineptitud o mala fe en la persona
+comisionada para arreglar el asunto. Llegó el mes de agosto, y los
+dichosos papeles no parecían. A mediados de dicho mes, el cansancio de
+Cordero no podía ser mayor; y recordando que tenía en Madrid un amigo
+que era el mejor agente de negocios eclesiásticos de toda España,
+escribiole una larga carta encomendándole la reclamación y pronto
+despacho de aquel<span class="pagenum" id="Page_221">p. 221</span>
+asunto, que era la clave de su dicha. En el sobrescrito puso: «Señor
+don Felicísimo Carnicero, calle del Duque de Alba, en Madrid».</p>
+
+<p>¿Y qué? ¿Perderemos esta ocasión de trasladarnos otra vez a la Villa
+y Corte sin pagar costas de viaje? No mil veces; que estas ocasiones
+no se presentan todos los días. Callandito nos deslizamos dentro de la
+carta, y henos aquí en poder del ordinario de Toledo, que puntualmente
+la llevará a su destino, y a nosotros con ella.</p>
+
+<p>Muy bien se va dentro de una carta. Además de que no hay mejor
+aposento que un pedazo de papel doblado, tenemos la ventaja de conocer
+los secretos que nuestras compañeras de viaje, las señoras letras,
+llevan consigo. Una oblea es llave de nuestra breve cárcel, y un dedo
+vacilante, rompiendo la frágil pared, nos devuelve la libertad.</p>
+
+<p>Ya estamos.</p>
+
+<p>Abierto el papel, salimos un poco estropeados y entumecidos a causa
+de la postura violenta que es indispensable en los viajes epistolares,
+y pronto nos hallamos frente a frente de una tabla que se esforzaba en
+ser semblante humano. Era don Felicísimo, que en aquel momento en que
+le vemos, decía:</p>
+
+<p>—Permítame usted que lea esta carta.</p>
+
+<p>Tenía visita. Miramos, y en efecto, frente a la mesa estaba un
+caballero de muy buena presencia, el cual, si no tenía cuarenta años,
+andaba muy cerca de ellos. Vestía bien. Su rostro era moreno, su frente
+alta y hermosa, su complexión robusta, sin dejar de ser delicada,<span
+class="pagenum" id="Page_222">p. 222</span> su modo de mirar triste,
+sus ojos negros y ardientes a la vez, como las noches de verano.</p>
+
+<p>Carnicero leyó la carta, y dijo entre dientes: «bueno».</p>
+
+<p>Después la puso bajo el pie de cabrón, y prosiguió lo que con aquel
+buen señor hablaba cuando llegamos.</p>
+
+<p>—Decía que el negocio de usted es de los más delicados que he visto.
+Parte de la fortuna de su tío de usted, el señor canónigo de la Sonora,
+ha debido pasar al Monte Pío Beneficial de la diócesis de Pamplona. Lo
+que está en la escribanía de la Puebla de Arganzón puede ser recogido
+por usted si tiene valimiento y activa el asunto. ¿Por qué no se
+presentó usted a recoger su herencia cuando tuvo noticia del depósito?
+Ya me ha dicho usted que en aquellos días estaba emigrado y perseguido
+por las leyes. Pero eso no es una razón. Hoy también lo está usted, y
+si se le deja en paz y aun se le permite abandonar la farsa del nombre
+supuesto, es porque ha traído recomendaciones de altos personajes
+legitimistas... Yo..., puesto en lugar de usted, me decidiría a perder
+la mitad de la herencia del señor canónigo de la Sonora con tal de
+sacar libre la otra mitad, y confiaría mi pleito a un agente hábil y
+astuto que supiera mover los trastos y sacar adelante el negocio con
+toda prontitud.</p>
+
+<p>—Ya lo he pensado —dijo el caballero—, y no tengo inconveniente en
+ceder la mitad de la herencia a la persona que arregle esta cuestión
+sacando del Monte Pío Beneficial de Pamplona lo que indebidamente ha
+sido llevado a<span class="pagenum" id="Page_223">p. 223</span> él.
+¿Quiere usted que hagamos el convenio ahora mismo?</p>
+
+<p>Don Felicísimo pareció dudar. Su cara de fósil sufrió
+transformaciones ligerísimas en color y contextura, cual si estuviera
+sometida en un laboratorio a fuertes influencias químicas. Variaron sus
+mejillas del gris cretáceo al rojo de cinabrio, su frente se llenó de
+arrugas como un terreno que se cuartea a causa de un recalentamiento
+interior, y sus ojos cambiaron un momento la transparencia imperfecta
+del talco por el brillo del feldespato.</p>
+
+<p>—La mitad, la mitad, y punto concluido —dijo el otro, que sin duda
+era más vivo que un azogue y gustaba de las resoluciones prontas—.
+Hagamos el contrato hoy mismo, y fijemos seis meses para el despacho
+del negocio. Si a los seis meses está resuelto, la mitad para mí, la
+mitad para usted.</p>
+
+<p>Don Felicísimo empezó a balbucir excusas y a presentar sus muchos
+años y su retraimiento de los negocios como un obstáculo para emprender
+aquel que se le proponía. Habló mucho reconociéndose incapaz. Por los
+dos ángulos de su boca salía la saliva como una erupción bituminosa,
+que en aquellas concreciones y repliegues de la barba rapada se dividía
+en menudos arroyos. El taimado viejo ponderaba las dificultades del
+pleito y su ineptitud, sin duda porque no le parecía bastante la mitad
+y quería dos tercios de la herencia.</p>
+
+<p>—La mitad —manifestó resueltamente el otro—. ¿Quiere usted, sí o
+no?</p>
+
+<p>—Por ser usted recomendado del señor don Alejandro<span
+class="pagenum" id="Page_224">p. 224</span> Aguado, marqués de las
+Marismas — replicó el viejo—, acepto y tomo a mi cargo su negocio.</p>
+
+<p>—La mitad... seis meses.</p>
+
+<p>—La mitad... seis meses —repitió Carnicero, y su vocecilla salió de
+la espelunca de su boca rugiendo como el oso prehistórico—. Hagamos hoy
+nuestra escritura.</p>
+
+<p>Tomando el pie de cabrón con su mano de corcho, dio un porrazo
+sobre la mesa que hizo temblar hasta en sus cimientos el montón de
+legajos.</p>
+
+<p>Después rodó la conversación sobre diversos asuntos, y concluyó en
+política. Acerca de ella dijo el caballero lo siguiente:</p>
+
+<p>—He perdido todas las ilusiones. He vivido mucho tiempo en España
+en medio de las tempestades de los partidos victoriosos, y mucho
+tiempo también en el extranjero en medio del despecho de los españoles
+vencidos y desterrados. La experiencia me ha hecho ver que son
+igualmente estériles los gobiernos que persiguen defendiéndose y los
+bandos que atacan conspirando. Yo he conspirado también algunas veces,
+y en aquellos trabajos oscuros he visto en derredor mío pocos móviles
+generosos y muchas, muchísimas ambiciones locas, apetitos y rencores
+que no se diferenciaban de los del despotismo más que en el nombre. La
+realidad me ha ido desencantando poco a poco y llenándome de hastío,
+del cual nace este mi aborrecimiento de la política, y el propósito
+firme de huir de ella en lo que me quedare de vida.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_225">p. 225</span></p>
+
+<p>—Bien, bien —dijo don Felicísimo agitándose en su asiento y
+golpeando sus manos una con otra en señal de júbilo—. Es usted un
+enemigo más de esas endiabladas teorías constitucionales y de esas
+invenciones satánicas llamadas partidos, y del estira y afloja de
+Cortes que gobiernan y rey que reina, y hurga por aquí y escarba por
+allá, y el demonio que lo entienda... De pensar así a ser apostólico,
+proclamando esta gloriosa monarquía del porvenir, no hay más que un
+paso. Le veo a usted en el buen camino y en jurisdicción apostólica.</p>
+
+<p>El caballero no pudo reprimir la risa que estas palabras provocaron
+en él.</p>
+
+<p>—¡Yo apostólico! —dijo—. No espere tal cosa el señor don Felicísimo.
+Para que eso suceda será preciso que Dios varíe mi natural ser, y
+arranque de mí la memoria. Esa forma nueva del despotismo que se
+anuncia ahora será más brutal que cuantos despotismos se han conocido,
+porque sobre todos sus inconvenientes va a tener el de ser populachero.
+No es el absolutismo de Felipe II o de Luis XIV, grande, aristocrático,
+batallador, adornado de mil glorias militares y artísticas, y que
+disculpa sus atrocidades con grandes empresas y conquistas de mundos;
+va a ser un sistema de mojigatería y desconfianza, adicionado con todas
+las corruptelas de las camarillas que vienen funcionando desde los
+tiempos de Godoy. Se alimentará del suelo por dos grandes raíces, una
+que estará en las sacristías, claustros y locutorios de monjas, y otra
+que se fijará en las tabernas<span class="pagenum" id="Page_226">p.
+226</span> donde se reúnen los voluntarios realistas. Va a ser una
+tiranía ramplona que si es sufrida por nuestro país, lo que dudo mucho,
+pondrá a este en un lugar que no envidiará seguramente ninguna región
+del África.</p>
+
+<p>Al oír esto, don Felicísimo hizo un gesto tan displicente que
+su cara se arrugó toda, y desaparecían los ojos, y los pliegues de
+sus labios se extendieron, multiplicándose y describiendo un número
+infinito de rayas hasta el último confín de las orejas.</p>
+
+<p>—Según eso es usted liberal...</p>
+
+<p>—Lo soy, sí señor, soy liberal en idea, y deploro que el país
+entero no lo sea. Si no estuvieran tan arraigadas aquí las rutinas,
+la ignorancia, y, sobre todo, la docilidad para dejarse gobernar,
+otro gallo nos cantara. El absolutismo sería imposible y no habría
+apostólicos más que en el Congo o en la Hotentocia. Por desgracia,
+nuestro país no es liberal ni sabe lo que es libertad, ni tiene de
+los nuevos modos de gobernar más que ideas vagas. Puede asegurarse
+que la libertad no ha llegado todavía a él más que como un susurro.
+Es algo que ha hecho ligera impresión en sus oídos, pero que no ha
+penetrado en su entendimiento ni menos en su conciencia. No se tiene
+idea de lo que es el respeto mutuo, ni se comprende que para establecer
+la libertad fecunda es preciso que los pueblos se acostumbren a dos
+esclavitudes, a la de las leyes y a la del trabajo. A excepción de tres
+docenas de personas..., no pongo sino tres docenas..., los españoles
+que más gritan pidiendo libertad, entienden<span class="pagenum"
+id="Page_227">p. 227</span> que esta consiste en hacer cada cual
+su santo gusto y en burlarse de la autoridad. En una palabra: cada
+español, al pedir libertad, reclama la suya, importándole poco la del
+prójimo...</p>
+
+<p>—Luego usted —dijo don Felicísimo, que ya había recobrado la fijeza
+pétrea de su rostro— no es liberal al modo de acá.</p>
+
+<p>—Lo soy al modo mío, según mi idea, y creo que estos principios,
+aprendidos donde no son solo principios, sino hechos, prevalecerán
+en todo el mundo y conquistarán todas las tierras, incluso España;
+pero cuando me detengo a calcular el tiempo que tardaremos en ser
+conquistados, me confundo, me mareo, porque cien años me parecen pocos
+para tan grande obra. De aquí mi escepticismo, que no es realmente
+escepticismo, sino tristeza. Creo en la libertad porque he visto sus
+frutos en otras partes; pero no creo que esa misma libertad pueda
+darlos allí donde hay poquísimos liberales, y de estos la mayor parte
+lo son de nombre. España tiene hoy la controversia en los labios, una
+aspiración vaga en la mente, cierto instinto ciego de mudanza; pero
+el despotismo está en su corazón y en sus venas. Es su naturaleza,
+es su humor, es la herencia leprosa de los siglos, que no se cura
+sino con medicina de siglos. He visto hombres que han predicado con
+elocuencia las ideas liberales, que con ellas han hecho revoluciones y
+con ellas han gobernado. Pues bien: esos han sido en todos sus autos
+déspotas insufribles. Aquí es déspota el ministro liberal, déspota el
+empleado,<span class="pagenum" id="Page_228">p. 228</span> el portero
+y el miliciano nacional; es tiranuelo el periodista, el muñidor de
+elecciones, el juntero del pueblo y el que grita por las calles himnos
+y bravatas patrióticas. La idea de libertad, entrando súbitamente aquí
+a principios del siglo, nos dio fórmulas, discursos, modificó algo
+las inteligencias; pero, ¡ay!, los corazones siguen perteneciendo al
+absolutismo que los crió. Mientras no se modifiquen los sentimientos,
+mientras la envidia, que aquí es como una segunda naturaleza, no
+ceda su puesto al respeto mutuo, no habrá libertades. Mientras el
+amor al trabajo no venza los bajos apetitos y el prurito de vivir a
+costa ajena, no habrá libertades. No habrá libertades mientras no
+concluya lo que se llama sobriedad española, que es la holgazanería del
+cuerpo y del espíritu alimentada por la rutina; porque las pasiones
+sanguinarias, la envidia, la ociosidad, el vivir de limosna, el
+esperarlo todo del suelo fértil o de la piedad de los ricos, el anhelo
+de someter al prójimo, la ambición de sueldo y de destinos para tener
+alguien sobre quien machacar, no son más que las distintas caras que
+toma el absolutismo, el cual se manifiesta según las edades, ya servil
+y rastrero, ya levantisco y alborotado.</p>
+
+<p>—Según eso —dijo don Felicísimo confuso—, usted considera a nuestro
+país inepto para las libertades. Por consiguiente, como no puede haber
+más que dos clases de gobiernos, y el liberal es imposible, tenemos que
+aceptar el absoluto.</p>
+
+<p>—No —replicó el otro—, porque una ley<span class="pagenum"
+id="Page_229">p. 229</span> ineludible arrastrará, mal de su grado, a
+España por el camino que ha tomado la civilización. La civilización
+ha sido en otras épocas conquista, privilegios, conventos, fueros,
+obediencia ciega, y España ha marchado con ella en lugar eminente; hoy
+la civilización, tan constante en la mudanza de sus medios como en la
+fijeza de sus fines, es trabajo, industria, investigación, igualdad,
+derechos, y no hay más remedio que seguir adelante con ella, bien a
+la cabeza, bien a la cola. España se pone las sandalias, toma su palo
+y anda: seguramente andará a trompicones, cayendo y levantándose a
+cada paso; pero andará. El absolutismo es una imposibilidad, y el
+liberalismo es una dificultad. A lo difícil me atengo, rechazando lo
+imposible. Hemos de pasar por un siglo de tentativas, ensayos, dolores
+y convulsiones terribles.</p>
+
+<p>—¡Un siglo!</p>
+
+<p>—Sí, y esta es la causa de mi tristeza. Yo me encuentro en la mitad
+de mi vida. He trabajado mucho por la idea salvadora; pero ya me siento
+fatigado y me reconozco sin fuerzas para esta labor inmensa, que será
+cada día más dura. Otros vendrán que arrimen el hombro a tan terrible
+carga. Yo no puedo más. Las circunstancias en que me encuentro, solo,
+sin familia, lleno de tedio y viendo cuán poco hemos adelantado en
+la cuarta parte de un siglo, me desaniman atrozmente. Reconozco que
+cuanto de mis fuerzas dependía ya lo hice; está mi conciencia tranquila
+y me retiro. Hasta hoy no he vivido para mí ni un solo día.<span
+class="pagenum" id="Page_230">p. 230</span> Llega la hora del egoísmo:
+necesito vivir un poco para mí. No obteniendo gloria ni siquiera éxito,
+el sacrificio de mi existencia a un ideal sería estéril; pues vivamos
+siquiera un poco y descansemos. Sobre las ruinas de mis quiméricas
+ambiciones se levanta hoy una ambición grande, potente; la ambición de
+ser feliz, tener una familia y vivir de los afectos puros, humildes,
+domésticos. ¡Es tan dulce no ser nada para el público y serlo todo
+para los nuestros! Apartado de la política, deseando el olvido, miro a
+todas partes buscando un rincón en que ocultarme y a donde no llegue el
+fragor de la lucha.</p>
+
+<p>Don Felicísimo movía la cabeza sonriendo. Creía firmemente que el
+caballero, su amigo y cliente, tenía la cabeza vacía de lo que llaman
+seso; pues ¿qué mayor locura, en aquellos agitados días, que no ser
+apostólico, ni absolutista, ni siquiera liberal?</p>
+
+<p>Ya iba a decir algo muy ingenioso sobre esta enfermiza manía de no
+ser nada, absolutamente nada, cuando entró Pipaón, y estrechando con
+ímpetu amistoso la mano del caballero, le dijo:</p>
+
+<p>—Enhorabuenas mil, queridísimo amigo. Vengo de ver a Su Excelencia,
+que ya ha leído las cartas que trajiste del señor don Alejandro Aguado,
+marqués de las Marismas, y de su parte te aseguro que puedes vivir aquí
+tan libremente como en el mismo París o Londres. El señor Aguado, como
+soberano absoluto del dinero, es una potencia de primer orden, una
+autoridad indiscutible. Ahora bien: considerando<span class="pagenum"
+id="Page_231">p. 231</span> que el mencionado señor Aguado (Pipaón no
+abandonaba jamás su estilo de expediente) garantiza bajo su palabra de
+oro que vienes exclusivamente con la misión de comprarle cuadros para
+su rica galería, y además a asuntillos tuyos que nada tienen que ver
+con la política, se ha dado cuenta a Su Majestad de todo lo actuado,
+y Su Majestad se ha servido disponer que no se te moleste en lo más
+mínimo. Tendreislo entendido, y ahora, discreto amigo, ruégote que
+adoptes tu verdadero nombre y vengas a comer conmigo a mi casa, donde
+encontrarás personas que más desean verte que escribirte...</p>
+
+<p>El caballero se levantó, y muy gozoso dijo:</p>
+
+<p>—Confío sin vacilar en la libertad que se me ofrece, y recobro mi
+nombre.</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch27">
+ <h2 class="nobreak g0">XXVII</h2>
+</div>
+
+<p>Tenía sus papeles en regla, pasaporte, partida de bautismo, a más de
+otros documentos importantes, y aquel mismo día se celebró la escritura
+para llevar adelante lo pactado con don Felicísimo, asistiendo a este
+acto solemne, como notario, el licenciado Lobo, a quien conocemos
+desde hace veinticuatro años. Por la tarde Pipaón se llevó al amigo a
+su casa, donde le obsequió bizarramente con suntuosa comida, cigarros
+exquisitos y licores de primera. Esta esplendidez y el lujo de la
+vivienda<span class="pagenum" id="Page_232">p. 232</span> admiraron
+mucho al convidado, que no podía menos de traer a la memoria la
+humildad con que el señor Bragas dio los primeros pasos en la carrera
+de covachuelista. El medro había sido grandísimo y el aprovechamiento
+tan colosal, que allí podrían tomar lecciones cuantas hormigas hay en
+el mundo.</p>
+
+<p>Los dos camaradas charlaron de lo lindo sobre cosas diversas;
+pero especialmente sobre el destino y vicisitudes del amigo que por
+tanto tiempo había estado ausente de España y envuelto en misterios.
+Las preguntas sucedían a las preguntas y las explicaciones a las
+explicaciones, y no fue todo paz y concordia en su interesante
+diálogo, porque a lo mejor de él hubo peligro de que los ánimos
+se soliviantaran, dando al traste con la amistad y buena armonía,
+compañeras inseparables de una serie de buenos platos. Parece ser que
+el amigo había enviado a Pipaón, durante los últimos años, todas las
+cartas que tenía que dirigir a Madrid. El objeto de esta mediación
+era que el diestro cortesano salvara de las asechanzas de la policía
+en Correos una correspondencia inocente en que nada se hablaba de
+política. Así lo hizo durante algún tiempo; pero desde mediados del
+29, don Juan Bragas, que en las cosas privadas, lo mismo que en las
+públicas, había de mostrar la doblez y bajeza de su carácter, abusó de
+la confianza del emigrado, dejando de entregar algunas de sus cartas a
+la persona a quien se dirigían, para dárselas a otra.</p>
+
+<p>La cuestión de las cartas salió, pues, a relucir<span
+class="pagenum" id="Page_233">p. 233</span> en la mesa, y Pipaón, que
+en frescura y demás dotes para el fingimiento no tenía rival en el
+mundo, se desenvolvió gallardamente de aquel compromiso. Su sofistería,
+sus protestas de amistad, auxiliadas de su astucia, hacían quiebros
+admirables, y no se dejaba él coger en mentira aunque la lógica misma
+se encargara de acometerle.</p>
+
+<p>—Puedes estar seguro, amigo Salvador —le decía—, de que desde
+octubre del 29 no he recibido ningún paquete tuyo. Si lo recibiera,
+tonto, ¿para qué lo quería yo? ¿De qué podrían valerme tus cartas,
+no trayendo nada de política? Y aunque trajeran algo, hombre, aunque
+fuera cada letra de ellas una bomba explosiva, ¿me crees capaz de
+vender a un amigo de la niñez? ¿Me crees capaz de abusar indignamente
+de tu confianza? ¿Me crees capaz de violar el sacratísimo misterio
+de la correspondencia...? ¡Oh!, no me des a entender que hay en ti,
+no digo sospecha, pero ni siquiera un átomo de sospecha, porque nace
+en mí cierta indignación terrible que me hará olvidar la amistad, la
+consideración; me desvanezco, me exalto, me sulfuro... No, tú no puedes
+tener de mí tan baja opinión, tú bromeas, tú has perdido la memoria de
+mis buenas partes, y allá en la emigración has olvidado lo arraigada
+que está la hidalguía en pechos españoles.</p>
+
+<p>El amigo no se convenció con estas vehementes razones; pero no
+queriendo volver sobre lo pasado, dejó aquel tema para tomar otro.
+Apremiado por Bragas, contó lo más notable<span class="pagenum"
+id="Page_234">p. 234</span> de su vida durante las largas ausencias,
+extendiéndose mucho en los dramáticos sucesos de su expedición a
+Cataluña, durante la insurrección apostólica de este país. Pasmado le
+oyó el buen cortesano, y cuando su amigo llegaba a narrar un peligro
+extraordinario o el acometimiento de alguna aventura terrible, temblaba
+y sudaba como si él mismo se sintiera empeñado en aquellos grandes
+riesgos y compromisos; tal verdad e interés había en la relación.</p>
+
+<p>Ya estaban en los postres, cuando Pipaón, oído el relato del
+convidado, contó a su vez los chascos que él (Pipaón) y otra persona
+(Jenara) se habían llevado en Madrid, creyendo ver al buen amigo en
+cada uno de los individuos que sucesivamente iba deteniendo la policía
+por creerlos emisarios de Mina o Valdés.</p>
+
+<p>—Como no recibíamos cartas tuyas —dijo—, y en tanto los emigrados se
+agitaban en París y Londres, siempre que teníamos noticia de la llegada
+misteriosa de algún conspirador, creíamos que eras tú. En Gracia y
+Justicia me enteraba yo de los soplos de la policía, y... francamente,
+como siempre tuviste afición a zurcir voluntades de revolucionarios y
+preparar sediciones..., no levantaban una pieza los buenos podencos
+de la Superintendencia sin que Jenara y yo dijéramos «él es». Cuando
+Espronceda vino y se escondió por unas horas en la Trinidad, creímos
+que eras tú. ¿Llegó un tipo, un no sé quién, y estuvo tres días en
+la botica de la calle de Hortaleza?..., pues<span class="pagenum"
+id="Page_235">p. 235</span> eras tú. ¿Hablose de otro que se metió
+en el <i>guardamangier</i> de Palacio, y que luego resultó ser un
+choricero perseguido por haber dado una paliza?..., pues tú. ¿Súpose
+por los serenos que un hombre encopetado había entrado a deshora
+varias noches en casa de Olózaga?..., pues tú. Pero el más gracioso
+engaño fue el que padeció nuestra paisanita durante la prisión de
+Olózaga, engaño en el cual no he tenido parte ni responsabilidad.
+Ella sobornó carceleros y compró mequetrefes de cárcel, de esos que
+traen y llevan recados. Esta gente sirve bien, como anden las onzas
+por medio, y lo prueba la evasión de Olózaga. Pues bien. En el torreón
+de la Villa había un preso a quien daban el nombre de Escoriaza, el
+cual unas veces atribuía su encerramiento a cosas de mujeres, y otras
+a tramas políticas. Intrigando para salvar a Olózaga, nuestra amiga,
+cuyo corazón es tan grande como su entendimiento, se interesaba por el
+misterioso Escoriaza, creyendo..., no podía faltar la muletilla...,
+creyendo que eras tú. Él recibió recados y dineros, comprendió que
+había un engaño, y lo sostuvo hábilmente. En fin, querido, a la postre
+resultó ser ese raterillo a quien llaman Candelas, que si Dios no
+lo remedia, pasará a la posteridad por sus hazañas. Mira, Salvador,
+cuando lo supe, estuve riéndome dos horas... Por último, al cabo de
+tantas equivocaciones vino la verdad, y la sin par Generosa, que te
+buscaba en todas partes, te encontró de improviso en su propia casa,
+en casa de don Felicísimo. Y fue de la manera<span class="pagenum"
+id="Page_236">p. 236</span> más inesperada y más teatral. Un día vio
+sobre la mesa de Carnicero una carta para don Jaime Servet, nombre que
+usaste en Cataluña, según nos dijo el marqués de Falfán de los Godos,
+que te encontró en Canfranc cuando volvías sano y salvo a Francia.
+Al punto Jenara..., ya sabes que es un fuego vivo de actividad y de
+impaciencia..., corrió a la posada del Dragón... ¡Qué desgracia!, no
+estabas... Pasaron días. La carta para ti volvió a la mesa de don
+Felicísimo. Pero ayer nuestra amiga sintió una voz en el despacho
+de Carnicero; ella y Micaela se acercaron, entreabrieron la puerta,
+miraron... Eras tú, tú mismo, real, verdadero, efectivo. Jenara se
+desmayó en el pasillo; Micaela y yo la llevamos a su cuarto, donde,
+sin más medicina que un vasito de agua, volvió en sí y de repente me
+dijo entre riendo y llorando: «Ha engrosado bastante ese badulaque»...
+Y en conclusión, chico, esta tarde tendrás el gusto de verla, porque
+para eso estás aquí y para eso te he convidado de acuerdo con ella; y
+ya...</p>
+
+<p>El cortesano miró el reloj, añadiendo con socarronería:</p>
+
+<p>—No, no es hora todavía... ¿Llevarás a mal lo que he hecho? ¡Qué
+demonios! Si supieras el interés que tiene por ti... Te quiere como a
+un hijo.</p>
+
+<p>Salvador no dijo cosa alguna concreta acerca de este inopinado
+amor de madre que la señora le tenía, y volviendo al tema pasado
+riose mucho de los lances cómicos ocurridos con su supuesta persona,
+y principalmente de haber<span class="pagenum" id="Page_237">p.
+237</span> sido confundido con dos hombres que habían de ser pronto
+celebridades del siglo, si bien de orden muy distinto: Espronceda y
+Candelas. Dijo luego que al volver a Francia de vuelta de Cataluña,
+había seguido ayudando a Mina en sus planes; pero que, desde la
+intentona del año 30, había cesado en sus trabajos, renunciando
+para siempre y con decidido propósito a la política. Desde que tal
+resolución tomó, habíase aplicado a buscar los medios de volver
+libremente a España, donde le llamaban afectos nobles y una regular
+herencia por recoger. Tuvo la suerte entonces de conocer a don
+Alejandro Aguado, el cual le empleó en diferentes comisiones en Bélgica
+e Inglaterra. Sirvió con celo y habilidad al banquero, y este se
+encargó de abrirle las puertas de España. Quiso traerle cuando vino
+Rossini en marzo del 31; pero entonces no fue posible. A la vuelta de
+Aguado a Francia, el célebre contratista dio a Salvador el encargo de
+reunirle cuadros para su afamada colección (que hoy puede admirarse
+en el Louvre), y a fin de hacerle posible la residencia en España,
+escribió en su obsequio cartas de recomendación, de esas que todos
+los obstáculos allanan, y vencen dificultades que al oro mismo son
+rebeldes. Aguado era el prestamista del Tesoro español; tenía en su
+mano la fortuna pública y gran parte de la privada de esta nación
+venturosísima. Por estas causas, sus relaciones en Madrid eran sólidas,
+y su firma como una especie de fórmula abreviada del evangelio.</p>
+
+<p>A principios de 1831 tuvo don Felicísimo correspondencia<span
+class="pagenum" id="Page_238">p. 238</span> con Aguado, con motivo
+de ciertos negocios de los Santos Lugares que este arregló en París
+y Roma. Concluidas y zanjadas las cuentas a gusto de ambos, lo mismo
+el banquero que el agente eclesiástico deseaban ocasión de servirse
+mutuamente, y como en poder de Carnicero obraba todavía una cantidad,
+resto de la negociación realizada y de la cual debía disponer Aguado,
+este suplicó a su amigo la entregase al señor don Jaime Servet, su
+deudo y corresponsal, que llegaría a Madrid en época concertada.
+Reservadamente enteraba Aguado a Carnicero de quién era este Servet
+y de su verdadero nombre, así como de los propósitos pacíficos que
+llevaba a Madrid, por lo cual esperaba que le ayudase en todo. Con esto
+y con las cartas que Salvador trajo para Calomarde, Varela, Ballesteros
+y la reina Cristina, no fue difícil que al llegar a Madrid dejase su
+falso nombre, entrando en el pleno goce de lo que podría llamarse
+derechos civiles, y que era en realidad tolerancia o benignidad del
+gobierno absoluto. La carta para Cristina, que entregó el primer día,
+fue, como es de suponer, eficacísima, y todo lo demás se le hizo fácil.
+Ya tenemos noticia de las buenas disposiciones de Carnicero, el cual
+miraba al señor Aguado como a un Dios; pues en aquel espíritu el furor
+apostólico no excluía la adoración de becerros de oro con todos los
+servilismos que este culto insano trae consigo.</p>
+
+<p>Ya habían concluido de comer y estaban de sobremesa fumando
+excelentes puros, cuando sonó la campanilla, y Pipaón dijo a su
+amigo:</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_239">p. 239</span></p>
+
+<p>—Me parece que ya está ahí. Es puntual como la hora triste.</p>
+
+<p>Salvador hizo una pregunta interesante por demás, a la cual contestó
+el tunante de Pipaón con sonrisa maliciosa y en voz tan baja, que el
+narrador se quedó en ayunas. Es evidente que la pregunta se refería a
+la señora que en aquel momento a la puerta llamaba, y también lo es que
+Pipaón contestó con un nombre. Lo único que pudimos percibir de este
+oscurísimo coloquio, fue la observación de Salvador, diciendo:</p>
+
+<p>—Me lo figuré... Le vi en Francia... ¡Qué cosas!</p>
+
+<p>Era ella, en efecto. Salvador, dejando a su amigo, fue a la sala,
+donde la encontró de pie, fijos los ojos en la puerta. Se saludaron con
+afecto, demostrándose el uno al otro sentimientos de amistad y alegría
+por verse después de tanto tiempo. En ella había cierto alborozo del
+alma que luchaba por encerrarse en el círculo de lo que se llama
+satisfacción en lenguaje de urbanidad, y en él había frialdad que se
+mostraba de improviso, rompiendo el velo de expresiones convencionales
+con que las quería cubrir. Ella estaba turbada, tan turbada, que
+después de los primeros saludos decía una cosa por otra; él no parecía
+sereno, pero se recobró antes que ella, y fue el primero que rio. ¡Sabe
+Dios cuál sería el último!</p>
+
+<p>La discreción, que en el uno emanaba naturalmente del desamor y
+en la otra del remordimiento, les llevó a una conversación en que
+ni por incidencia se tocó ningún punto de<span class="pagenum"
+id="Page_240">p. 240</span> la vida pasada de ambos. Hablaron del
+tiempo y de política, los dos temas obligados en toda reunión donde
+no hay nada de qué hablar. Allí parecía más bien que ella y él temían
+abordar otros asuntos. Lo único que se permitió Jenara, fuera de los
+lugares comunes de la política y el tiempo, fue algunas exhortaciones
+que demostraban bastante interés por el que fue su amigo.</p>
+
+<p>—No te fíes de esta gente, ni de la buena acogida que te han hecho
+—le dijo—. Esta canalla es más temible cuanto más halaga, y cuando
+parece que perdona, es que prepara el golpe de muerte. La protección
+de la reina Cristina, que tanto considera al señor Aguado, te servirá
+de mucho mientras haya tal reina; pero, hijo, aquí no hay nada seguro;
+estamos sobre un abismo. Al rey le repiten ya con más frecuencia los
+ataques de gota, y el mejor día nos quedamos sin él. Ya supones lo que
+pasará en la botella de cerveza el día que le falte el corcho. Muerto
+el rey, adiós reina y Roque; se armará aquí una marimorena de todos los
+demonios; el bando apostólico será dueño del reino y nos hará gustar
+las delicias del gobierno de Cafrería. Como no me resigno a que me
+gobiernen a la africana, tengo todo preparado para marchar en cuanto
+haya síntomas; así, desde que el rey cojea del pie izquierdo, ya me
+tienes haciendo las maletas. Prepárate tú también, y no te fíes de la
+protección de Cristina, un ídolo a quien derribará de su pedestal el
+último suspiro del rey.</p>
+
+<p>Conviniendo en muchas de estas apreciaciones,<span class="pagenum"
+id="Page_241">p. 241</span> respondió Salvador que por nada del mundo
+volvería a la emigración, y que resuelto a huir de la política,
+esperaba que nadie le molestaría. No queda duda alguna de que la
+hermosa dama, oyéndole hablar, sentía en su alma eso que no se puede
+designar sino diciendo que la agobiaba un formidable peso. Claramente
+decían sus ojos que tras de la fórmula artificiosa y vana que
+articulaban los labios, había una reserva de palabras verdaderas, que
+al menor descuido de la voluntad saldrían en torrente diciendo lo que
+ellas solas sabían decir. Que se echara fuera, por capricho o audacia,
+una palabra sola, y las demás saldrían vibrando con el sentimiento
+que las nutría. Por un instante se habría creído que el volcán (demos
+al fenómeno referido su convencional nombre metafórico), llegaba
+al momento supino de la erupción, echando fuera su lava y su humo.
+Salvador tembló al ver con cuánto afán, digno de mejor motivo, contaba
+la señora las varillas de su abanico, pasándolas entre los dedos cual
+si fueran cuentas de rosario, y mirándolo y remirándolo como si él
+también hablase. Después alzó la dama los ojos, que empañados tenía,
+cual si fluctuara sobre aquel cielo azul la niebla del lloriqueo,
+y echando sobre su amigo una mirada que era más bien explosión de
+miradas, desplegó los labios, empezó una sílaba, y se la tragó en
+seguida juntamente con otras muchas que estaban entre los lindos
+dientes esperando vez. La señora se sometió a sí misma con formidable
+tiranía, y en vez de<span class="pagenum" id="Page_242">p. 242</span>
+aquello que iba a decir, no dijo más que esto:</p>
+
+<p>—Hoy me han regalado una cesta de albaricoques.</p>
+
+<p>A esta noticia insignificante contestó Monsalud diciendo que a
+él le gustaban poco los albaricoques, y que delante de un racimo de
+uvas no se podía poner ninguna otra especie de fruta. Con esto se
+empeñó un eruditísimo coloquio sobre cuáles eran las mejores frutas,
+defendiendo la señora, con argumento irrebatible, el melón de Añover y
+los albaricoques de Toledo, pasando la conversación a los Cigarrales,
+y, por último, a don Benigno Cordero, a cuya obsequiosa amistad debía
+Jenara la cestilla mencionada. Entonces el otro dio en hacer preguntas
+y más preguntas sobre la honrada familia del encajero, y Jenara dio en
+responderle con malísima gana y con tanta avaricia de palabras como
+liberalidad de movimientos para darse aire con el abanico. Creeríase
+que se estaba azotando el seno para castigarle de haber engrosado
+más de la cuenta, y así todos los faralaes de su vestido en aquella
+parte se agitaban como flámulas y gallardetes en día de festejo y de
+temporal. De repente la señora cortó la conversación diciendo:</p>
+
+<p>—Son las seis, y Micaelita me espera para ir al Prado. Yo estoy
+libre también; ya me ha dicho hoy don Felicísimo, por encargo del
+<i>esposo de la jorobada</i> (Calomarde), que se acabó la tontería de
+mi persecución.</p>
+
+<p>Salvador manifestó alegrarse de tal franquicia, y no dijo sino
+palabras frías y convencionales<span class="pagenum" id="Page_243">p.
+243</span> para retener a la dama en la visita. También habló de
+su próximo viaje a Toledo. Levantose ella, y sus bellos ojos ya no
+echaban de sí sentimientos amorosos, sino un chisporroteo de orgullo.
+Despidiose secamente diciéndole: «Nos veremos otro día»; y se retiró
+majestuosa, como soberana que no sabe lo que es abdicar, y antes
+consentirá en equivocarse mil veces que en ceder una sola.</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch28">
+ <h2 class="nobreak g0">XXVIII</h2>
+</div>
+
+<p>A principios de septiembre, todavía el benignísimo don Benigno no
+había podido allanar aquel endiablado obstáculo de los papeles. Nada
+de provecho contestaba el agente, y todo era dilaciones, por lo cual
+Cordero, que ya iba perdiendo la paciencia, determinó hacer un viaje
+a Madrid para comunicar algo de su inquietud y de su prisa al señor
+Carnicero. El héroe había resuelto encontrar los papeles, aunque
+tuviera que ir por ellos a la misma villa de La Bañeza o al fin del
+mundo. Así lo dijo al partir, despidiéndose para poco tiempo.</p>
+
+<p>Dos días después de su partida estaba Sola en una de las piezas
+altas, ocupada, por más señas, en pegar botones a una camisa de
+su futuro esposo, cuando recibió aviso de que un señor acababa de
+llegar a la finca y deseaba hablar con la señorita. Comprendiendo al
+punto<span class="pagenum" id="Page_244">p. 244</span> quién era,
+Sola se quedó como estatua, sin habla, sin ideas en la cabeza, sin
+sangre en las venas, sintiendo una alegría disparatada, que al mismo
+tiempo era pena muy viva, y miedo y cortedad de genio. Ella sabía
+quién era el visitante; se lo decía aquel mismo azoramiento súbito en
+que estaba, y el horrible salto de su corazón alarmado. Tuvo noticia
+por don Benigno, dos semanas antes, de la aparición de Salvador
+en Madrid, padeciendo con esto un trastorno general en sus ideas.
+Pocos días después había recibido una carta del mismo, anunciándole
+visita, y desde que recibiera la carta, el barullo de sus ideas y la
+estupefacción de su alma habían aumentado. Grandes cosas se preparaban
+sin duda, anunciándose en la infeliz joven con sentimientos de miedo
+y espasmos de alegría. Armándose de valor, se dispuso a recibir al
+que un tiempo se llamó su hermano. Mientras se arreglaba un poco para
+presentarse a él, miró por la ventana. Allá abajo, entre los olivos,
+había un caballo, sujeto por un muchacho de la casa. Era el caballo de
+él. La puertecilla de la huerta, donde se pasaba para llegar a la casa,
+estaba abierta. Él la había dejado abierta al pasar. En la salita baja
+se sentían pasos. Eran sus pasos.</p>
+
+<p>Sola bajó, apoyándose fuertemente en el barandal para no bajar
+de cabeza. Entró en la salita... ¡Qué grueso, qué moreno!... ¡Tenía
+algunas canas!... Sola no pudo decir nada, y se dejó abrazar
+fuertemente.</p>
+
+<p>—¡Ay! —exclamó sintiéndose inerte entre los<span class="pagenum"
+id="Page_245">p. 245</span> brazos de su hermano, que parecían de
+hierro.</p>
+
+<p>Sola no se hacía cargo de nada. Estaba pálida y con los labios
+secos, muy secos. No se dio cuenta de que él se sentó en un sofá de
+paja, que era el principal adorno de la salita; no se dio cuenta de que
+él, tomándole las manos, la llevó al mismo sofá y la sentó allí como se
+sienta una muñeca; no se dio cuenta tampoco de que Salvador dijo:</p>
+
+<p>—Ya sé que no está don Benigno; ¡cuánto lo siento!</p>
+
+<p>Sola no hacía más que mirarle asombrada, encontrándole grueso, no
+tan grueso que perdiera su gallardía de otros tiempos; asombrada de
+verle mucho más moreno y curtido que antes y con algunas manchas de
+canas en el cabello.</p>
+
+<p>—¡Me miras las canas! —dijo él—. Estoy viejo, hermana, viejo de
+todo. A ti te encuentro más guapa, más mujer, más saludable. Ya sé
+que eres tan buena como antes o más buena aún, si cabe. El marqués
+de Falfán me ha hablado mucho de ti, y me contó tu grave enfermedad.
+¡Pobrecita! También sé que no has recibido mis cartas desde hace dos
+años, como no las recibió Falfán ni otros amigos míos. Es una traición
+de Bragas, aunque él jura y perjura que no ha recibido paquetes míos
+en mucho tiempo. La última carta que me escribiste, la recibí en
+Inglaterra hace dos años. Después, yo escribía, escribía, y tú no me
+contestabas.</p>
+
+<p>Hablaron un rato de aquel extravío de cartas, que no podía ser sino
+pillada de Pipaón,<span class="pagenum" id="Page_246">p. 246</span>
+falaz intermediario; pero como ya el mal había pasado, no tenía
+remedio; dejaron de hablar de ello para ocuparse de cosas más vivas y
+más interesantes para uno y otro.</p>
+
+<p>—¡Cuántos años sin verte! —dijo él mirándola de tan buena gana que
+bien se conocía el largo ayuno que de aquellas vistas habían tenido sus
+ojos.</p>
+
+<p>—El marqués de Falfán —repitió ella—, que iba algunas veces a la
+tienda de don Benigno y siempre me hablaba de ti, me contó que pasando
+él la frontera cierto día del año 27 te encontró. Ibas a caballo,
+disfrazado, y te habías puesto el nombre de Jaime Servet. Este nombre
+se me quedó tan presente, que lo dije muchas veces cuando estaba
+delirando. Después de esto me escribiste desde París. Un día que fuimos
+a ver entrar a la reina Cristina a casa de Bringas, me dio Pipaón una
+carta tuya; fue la última. Poco después, el marqués de Falfán me dijo
+que tenía ciertos indicios para creer que habías muerto.</p>
+
+<p>Salvador le contó luego a grandes rasgos los principales sucesos de
+su vida en el período de ausencia, y le explicó las causas de su venida
+a España. Lo que más sorprendió a Sola de cuanto dijo su hermano, fue
+aquel aborrecimiento a la política y al conspirar. Salvador le dijo:</p>
+
+<p>—Cuando el hombre se enamora desde su niñez de ciertas ideas, o sea
+de lo que llamamos ideales..., no sé si me entiendes..., y se lanza a
+trabajar en ellos, se crea una vida artificial. Las ambiciones, la sed
+de gloria y el afán<span class="pagenum" id="Page_247">p. 247</span>
+de todos los días la forman. Así pasa el tiempo y así consume el
+hombre las fuerzas de su alma en un combate con fantasmas. Cuando
+hay éxito, querida hermanita; cuando Dios dispone las cosas para que
+determinados hombres en determinados países sean instrumentos de planes
+providenciales, entonces la vida que he llamado artificial puede dejar
+de serlo, mudándose en realidad hermosa. Pero cuando no hay éxito,
+cuando después de mucho desvarío hallamos que todo es quimera, sea por
+el tiempo, por el lugar, o porque realmente no valemos para maldita de
+Dios la cosa, resulta uno de estos dos fenómenos: o la desesperación,
+o el recogimiento y el deseo de la vida vulgar, tranquila, compartida
+entre los afectos comunes y los deberes fáciles. Yo he querido optar
+por lo segundo, que es más natural. Un poeta, hablando de estas cosas,
+dijo: <i>Es como una encina plantada en un vaso: la encina crece y el
+vaso se rompe</i>. Yo creo que en la generalidad de los casos hay que
+decir: <i>El vaso es muy duro y la encina se seca</i>, y este es el
+caso mío, querida.</p>
+
+<p>Sola dio un suspiro por único comentario.</p>
+
+<p>—La encina se seca —añadió Monsalud—. En mí se empezó a secar hace
+tiempo, y ya quedan en ella muy pocas ramas con vida; pero a su sombra
+ha nacido un árbol modesto que vivirá más, y a falta de laureles dará
+frutos... Pronto tendré cuarenta años. ¡Si vieras tú qué efecto tan
+raro nos hace el vernos cerca de esta edad y reconocer que no hemos
+vivido nada en tan larga juventud! Porque un<span class="pagenum"
+id="Page_248">p. 248</span> hombre puede haber emprendido muchas
+cosas, haber estudiado, leído y haber querido a muchas mujeres, y, sin
+embargo, encontrarse el mejor día con la triste seguridad de no ser
+nada, ni saber nada, ni amar a nadie. Pronto empezaré a ser viejo.
+¡Qué triste cosa es la vejez sin otros goces que las memorias de una
+juventud alborotada, ni más compañía que el rastro que dejaron todos
+aquellos fantasmas y figurillas al convertirse en humo!... Se me figura
+que comprendes esto perfectamente... ¿Pero a que no sabes cuál es ahora
+la aspiración de mi vida?</p>
+
+<p>—Ya me lo has dicho, no ser nada.</p>
+
+<p>—Pues aspiro a ser el vecino tal, de tal calle, de cuál pueblo; nada
+más que un vecino, querida. ¿Crees que esto es fácil? Mira que no lo
+es. La vida errante me fatiga, la vida solitaria me entristece. Para
+ser vecino de tal calle, es preciso fijarse y tener compañía que nos
+ate con cuerda de afectos y deberes. No hay nada que tan dulcemente
+abrume al hombre como el peso de un techo propio.</p>
+
+<p>Esta frase, dicha así como sentencia, conmovió a Sola hasta lo más
+profundo de su alma. Por un momento creyó que todo se volvía negro en
+su alrededor.</p>
+
+<p>—¿Qué dices a esto? —le preguntó él—. Hace un año, hallándome en
+París, curado ya de la manía del vivir quimérico, y prendado de amores
+por la vida posible, por la vida que no temo llamar vulgar, te escribí
+manifestándote lo que pensaba.</p>
+
+<p>—¡A mí! —exclamó Sola, figurándose en el<span class="pagenum"
+id="Page_249">p. 249</span> acto, como por inspiración divina, la carta
+que no había recibido, y viéndola toda letra por letra.</p>
+
+<p>—A ti... Ya sé que no la recibiste. Sería preciso desollar vivo
+a Pipaón. En mi carta te consultaba, te pedía consejo. Fue aquel un
+tiempo en que tú te realzabas a mis ojos de un modo nuevo, y no iba
+mi pensamiento a ninguna parte sin tropezar contigo. Siempre había
+admirado yo tus virtudes, siempre había sentido por ti un afecto
+entrañable; pero entonces todos los sueños de la vida posible venían a
+mi cerebro como envueltos en ti; quiero decir que todas las ideas de
+esta nueva existencia y las imágenes de mi reposo y de mi felicidad
+futura, se me presentaban como un contorno de tu cara. Esto es concluir
+por donde otros han empezado, esto es cosa de mozalbetes; pero los que
+no han sabido vivir la vida del corazón cuando niños, la viven cuando
+viejos, y así...</p>
+
+<p>La miró un rato, y viéndola perpleja, él, que gustaba de expresar
+las cosas con prontitud y claridad, le dijo en un galanteo máximo todo
+lo que tenía que decirle. Sus palabras fueron estas:</p>
+
+<p>—Y así, vengo a proponerte que nos casemos.</p>
+
+<p>Sola no estaba ya confusa, sino espantada. Se mordía un labio y
+la yema de un dedo. Se los mordía tan bien, que a poco más arrojara
+sangre. Al mismo tiempo miraba al suelo, temerosa de mirar a otra
+parte. Su alma estaba, si es permitido decirlo así, como una grande
+y<span class="pagenum" id="Page_250">p. 250</span> sólida torre que
+acababa de desplomarse sacudida por terremotos. No acertaba a pensar
+cosa alguna derechamente, ni a concretar sus ideas para formar un plan
+de respuesta. Salvador le tomó una mano. Entonces ella, herida de
+súbito por no sé qué sentimiento, por el pudor, por la dignidad tal
+vez, o quizás por el miedo, retiró su mano y dijo:</p>
+
+<p>—Soy casada.</p>
+
+<p>—¡Tú!...</p>
+
+<p>—Como si lo fuera. He dado mi palabra.</p>
+
+<p>—En Madrid me dijeron eso como una sospecha. Yo creí que era
+falso.</p>
+
+<p>—Es cierto —dijo Sola que, recobrándose con gran esfuerzo, luchaba
+con sus lágrimas para que no salieran—. Si no hubieran ocurrido ciertos
+entorpecimientos, ya estaría casada con el mejor de los hombres.</p>
+
+<p>A Salvador tocó entonces morderse el labio y la coyuntura del dedo
+índice de su mano derecha. Sola invocó mentalmente a Dios, tomó fuerzas
+de su valeroso espíritu y de la idea del deber, que era siempre su
+confortante más poderoso, y quiso dominar la situación haciendo el
+panegírico de su futuro esposo.</p>
+
+<p>—Hay un hombre —dijo— a quien debo la vida, de quien he sido hija
+cuando no tenía padre ni hermano. Siente por mí un respeto que yo no
+merezco, y un cariño que no podré pagar con cien vidas mías. Cuantos
+miramientos, cuantas atenciones se puedan tener con una persona amada,
+ha tenido él para mí. Yo he pedido a Dios que me diera algo con que
+poder pagar beneficios tan grandes, y Dios<span class="pagenum"
+id="Page_251">p. 251</span> ha puesto en mi corazón lo que me hacía
+falta. Ese hombre ha querido tener casas, tierras, criados, para que yo
+fuera señora de todo, y él mío por toda la vida.</p>
+
+<p>Salvador miró por la ventana los árboles, la deliciosa paz y
+abundancia que todo aquel conjunto rústico expresaba. Sintió el corazón
+oprimido de pena y lleno de la noble envidia que infunde el bien no
+merecido. En la ventana que frente a él estaba, un arbolillo, agitado
+por el viento, tocaba con sus ramas los vidrios. Varias veces durante
+el curso del diálogo precedente, Salvador había mirado allí creyendo
+que alguien llamaba en los vidrios. Ya llegado el momento de su
+desengaño, miró la rama, y viendo que daba más fuerte, murmuró: «Ya me
+voy, ya me voy».</p>
+
+<p>Volviéndose otra vez a Sola, le dijo:</p>
+
+<p>—Me has hablado en un lenguaje que no admite réplica. No debo
+quejarme, pues he venido tarde, y habiendo tenido el bien en mi mano
+durante mucho tiempo, lo he soltado para seguir locamente un camino
+de aventuras. Pero algo me disculparán mi desgracia, mi destierro y
+también mi pobreza, causa de que antes no te propusiera lo que ahora
+te propongo. Aquí me tienes razonable, con esperanzas de ser rico, y a
+pesar de tales ventajas, más desgraciado y más solo que antes.</p>
+
+<p>Animada por el triunfo que había obtenido en su espíritu, Sola
+quiso ir más allá, quiso hacer un alarde de valentía diciendo a su
+amigo: <i>ya encontrarás otra con quien casarte</i>; pero cuando iba a
+pronunciar la primera sílaba de<span class="pagenum" id="Page_252">p.
+252</span> esta frase triste, no tuvo ánimos para ello y fue vencida
+por su congoja. No dijo nada.</p>
+
+<p>—Yo quería —dijo Salvador no desesperanzado todavía— que
+meditaras...</p>
+
+<p>Sola, que vio un abismo delante de sí, quiso hacer lo que
+vulgarmente se llama <i>cortar por lo sano</i>.</p>
+
+<p>—No hables de eso... —dijo—. No puede ser... Figúrate que no
+existo.</p>
+
+<p>Sin darse cuenta de ello, le miró con lágrimas. Pero sobrecogida
+repentinamente de miedo, se levantó y corriendo a la ventana se puso a
+mirar los morales al través de los vidrios. Allí la infeliz imaginó un
+engaño o salida ingeniosa para justificar su emoción. Volviose a él,
+segura de salir bien de tal empeño.</p>
+
+<p>—¿Sabes por qué lloro? Porque me acuerdo de tu pobre madre,
+que murió en mis brazos, desconsolada por no verte... Dejome un
+encargo para ti, un paquetito donde hay una carta y varias alhajas,
+encargándome que a nadie lo fiara y que te lo diera en tu propia mano.
+¡Y yo tan tonta que no te lo he dado aún, cuando no debí hacer otra
+cosa desde que entraste!... Lo que me confió tu madre no se separa
+nunca de mí... Aquí lo tengo y voy a traértelo.</p>
+
+<p>Sin esperar respuesta, Sola subió a su habitación, y al poco rato
+puso en manos de Monsalud un paquete cuidadosamente cerrado con lacres.
+Salvador lo abrió con mano trémula. Lo primero que sacó fue una carta,
+que besó muchas veces. En pie al lado de su amigo, que continuaba en el
+sofá de paja, Sola no podía apartar los ojos de aquellos interesantes
+objetos.<span class="pagenum" id="Page_253">p. 253</span> La carta
+tenía varios pliegos. Salvador pasó la vista rápidamente por ellos
+antes de leer.</p>
+
+<p>—¡Mira, mira lo que dice aquí! —exclamó señalando una línea—. Mi
+madre me suplica que me case contigo.</p>
+
+<p>—Te lo suplicaba hace mucho tiempo —dijo Sola, disimulando su pena
+con cierta jocosidad afectada, que si no era propia del momento, venía
+bien como pantalla.</p>
+
+<p>—Necesito una hora para leer esto —dijo Monsalud—. ¿Me permites
+leerlo aquí?</p>
+
+<p>Sola miró a las ventanas, y por un momento pareció aturdida Su
+corazón atenazado le sugería clemencia, mientras la dignidad, el deber
+y otros sentimientos muy respetables, pero un poco lúgubres, como
+los magistrados que condenan a muerte con arreglo a la justicia, le
+ordenaban ser cruel y despiadada con el advenedizo.</p>
+
+<p>—Mucho siento decírtelo, hermano —manifestó la joven sonriendo
+como se sonríe a veces el que van a ajusticiar—, lo siento muchísimo;
+pero... pronto anochecerá. Tú, que estás ahora tan razonable, me dirás
+si es conveniente...</p>
+
+<p>—Sí, debo marcharme —replicó Salvador levantándose.</p>
+
+<p>—Debes marcharte y no volver... y no volver —afirmó ella marcando
+muy bien las últimas palabras.</p>
+
+<p>—¿Y qué pensaré de ti?</p>
+
+<p>Sola meditó un rato y dijo:</p>
+
+<p>—¡Que me he muerto!</p>
+
+<p>Se apretaron las manos. Sola miraba fijamente al suelo. Fue aquella
+la despedida de<span class="pagenum" id="Page_254">p. 254</span> menos
+lances visibles que imaginarse puede. No pasó nada, absolutamente
+nada, porque no puede llamarse acontecimiento el que <i>doña Sola y
+Monda</i> se acercase a los vidrios de la ventana para verle salir
+y que le estuviese mirando hasta que desapareció entre los olivos,
+caballero en el más desvencijado rocín que han visto cuadras toledanas.
+Ni es tampoco digno de mención el fenómeno (que no sabemos si será
+óptico o qué será) de que Sola le siguiese viendo aun después de que
+las ramas de los olivos y la creciente penumbra de la tarde ocultaran
+completamente su persona.</p>
+
+<p>La noche cayó sobre ella como una losa.</p>
+
+<p>Fatigado y displicente, con los hábitos arremangados y su gran caña
+de pescar al hombro, subía el padre Alelí la cuestecilla del olivar. Ya
+era de noche. Los muchachos acompañaban al fraile, trayendo el uno la
+cesta, otro los aparejos y el pequeño dos ranas grandes y verdes. Esto
+era lo único que el reino acuático había concedido aquella tarde a la
+expedición piscatoria de que era patrón el buen Alelí. Todas nuestras
+noticias están conformes en que tampoco en las tardes anteriores
+fueron más provechosas la paciencia del fraile y la constancia de los
+muchachos para convencer a las truchas y otras alimañas del aurífero
+río de la conveniencia de tragar el anzuelo; por lo que Alelí volvía de
+muy mal talante a casa, echando pestes contra el Tajo y sus riberas.</p>
+
+<p>Todavía distaba de la casa unas cincuenta varas, cuando encontró a
+Sola que lentamente<span class="pagenum" id="Page_255">p. 255</span>
+bajaba como si se paseara, saliendo al encuentro de las primeras ondas
+de aire fresco que de los cercanos montes venían. Los niños menores la
+conocieron de lejos y volaron hacia ella, saludándola con cabriolas y
+gritos, o colgándose de sus manos para saltar más a gusto.</p>
+
+<p>—¿Usted por aquí a estas horas? —dijo Alelí deteniendo el paso para
+descansar—. La noche está buena y fresquecita. ¿Querrá usted creer
+que tampoco esta tarde nos han dicho las truchas esta boca es mía?
+Nada, pasan por los anzuelos y se ríen. Esos animalillos de Dios han
+aprendido mucho desde mis tiempos, y ya no se dejan engañar... Hola,
+hola, ¿no son estas pisadas de caballo? Por aquí ha pasado un jinete.
+Dígame usted: ¿ha enviado Benigno algún propio con buenas noticias?</p>
+
+<p>Sola dio un grito terrible, que dejó suspenso y azorado al bondadoso
+fraile. Fue que Jacobito puso una de las ranas sobre el cuello de la
+joven. Sentir aquel contacto viscoso y frío y ver casi al mismo tiempo
+el salto del animalucho rozándole la cara, fueron causa de su miedo
+repentino; que este modo de asustarse y esta manera de gritar son cosas
+propias de mujeres. Alelí esgrimió la caña como un maestro de escuela,
+y dio dos cañazos al nene.</p>
+
+<p>—¡Tonto, mal criado!</p>
+
+<p>—No, no han venido buenas noticias —dijo Sola temblando.</p>
+
+<p>Aquella noche cenaron como siempre, en paz y en gracia de Dios,
+hablando de Cordero<span class="pagenum" id="Page_256">p. 256</span> y
+pronosticando su vuelta para un día próximo. La vida feliz de aquella
+buena gente no se alteró tampoco lo más mínimo en los siguientes días.
+Sola estaba triste; pero siempre en su puesto, siempre en su deber, y
+todas las ocupaciones de la casa seguían su marcha regular y ordenada.
+Ninguna cosa faltó de su sitio, ni ningún hecho normal se retrasó de su
+marcada hora. La reina y señora de la casa, inalterable en su imperio,
+lo regía con rectitud pasmosa, cual si ninguno de sus pensamientos se
+distrajese de las faenas domésticas. Interiormente fortalecía su alma
+con la conformidad, y exteriormente con el trabajo.</p>
+
+<p>Fuera de algunos breves momentos, ni el observador más perspicaz
+habría notado alteración en ella. Estaba como siempre, grave sin
+sequedad, amable con todos, jovial cuando el caso lo requería, enojada
+jamás. Sin embargo, cuando Crucita y ella se sentaban a coser, podían
+oírse en boca de la hermana de don Benigno observaciones como esta:</p>
+
+<p>—Pero, mujer, está <i>Mosquetín</i> haciéndote caricias, y ni
+siquiera le miras.</p>
+
+<p>Sola se reía y acariciaba al perro.</p>
+
+<p>—Hace días que estás no sé cómo... —continuaba el ama de
+<i>Mosquetín</i>—. Nada, mujer, ya vendrán esos papeles; no te apures,
+no seas tonta. Pues qué, ¿han de estar en la China esos cansados
+legajos?... ¡Vaya cómo se ponen estas niñas del día cuando les
+llega el momento de casarse! Todo no puede ser a qué quieres boca.
+Menos orgullito, señora, que ya que el bobalicón de mi hermano ha
+querido<span class="pagenum" id="Page_257">p. 257</span> hacerte su
+mujer, Dios no ha de permitir que este disparate se realice sin que te
+cueste malos ratos.</p>
+
+<p>Sola reía de nuevo y acariciaba a <i>Mosquetín</i>.</p>
+
+<p>Una mañana, los chicos, que se pasaban el día en la huerta haciendo
+de las suyas, empezaron a gritar: «Padre, padre». Don Benigno llegaba.
+Entró en la casa sofocado, ceñudo, limpiándose con el pañuelo el
+copioso sudor de su inflamado rostro, y dejándose caer en una silla con
+muestras de cansancio, no decía más que esto:</p>
+
+<p>—¡Los papeles!... ¡Los papeles!... ¡Don Felicísimo!...</p>
+
+<p>—¿Qué?... ¿Han parecido?... —le preguntó Sola con ansiedad.</p>
+
+<p>—¡Qué han de parecer!... ¡Barástolis! No hay paciencia para esto, no
+hay paciencia...</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch29">
+ <h2 class="nobreak g0">XXIX</h2>
+</div>
+
+<p>¿Y cómo habían de parecer, Santo Dios, si el cura de La Bañeza, a
+consecuencia de una reyerta con el obispo de la diócesis, había hecho
+la gracia de huir del pueblo, después de arrojar a un pozo todos los
+libros parroquiales? Véase aquí por dónde la tremenda y sorda lucha
+que entre el régimen absolutista y el espíritu<span class="pagenum"
+id="Page_258">p. 258</span> moderno estaba empeñada, había de estorbar
+la felicidad de aquel candoroso don Benigno, que aunque liberal, en
+nada se metía.</p>
+
+<p>Era el obispo de León, señor Abarca, absolutista furibundo de ideas
+y aragonés de nacimiento, con lo que basta para pintarle. De consejero
+áulico del rey y atizador de sus pasiones, pasó a la intimidad de
+don Carlos y a la dirección del partido de este, llegando a ser más
+tarde ministro universal de la corte de Oñate. El cura de La Bañeza
+se diferenciaba de su pastor en lo de liberal, y se le igualaba en lo
+de aragonés. Puede suponerse lo que sería una pendencia clerical y
+política entre dos aragoneses de sotana. El obispo tenía, entre otros
+defectos, el de los modos ásperos, los procedimientos brutales y las
+palabras destempladas; el cura, sobre todas estas máculas, tenía la de
+ser algo más presbítero de Baco que sacerdote de Cristo. Resistiose el
+cura a dejar la parroquia (que precisamente estaba a cuatro pasos de
+la taberna); insistió el obispo, salieron a relucir mil zarandajas,
+canónicas de un lado, liberalescas de otro, y al fin vencido el
+subalterno, escapó una noche antes de que le cayera encima el brazo
+secular; pero como hombre de ideas filosóficas, pensó que los libros
+parroquiales, por ser expresión de la verdad, debían estar como la
+verdad misma, en el fondo de un pozo.</p>
+
+<p>De orden de Su Ilustrísima hízose una información en el pueblo
+para restablecer los libros, y al cabo de algunos meses, don Benigno
+supo por Carnicero que en la partida de<span class="pagenum"
+id="Page_259">p. 259</span> bautismo no había ya dificultades. Pero el
+demonio, que siempre está inventando diabluras, hizo que apareciese
+nueva contrariedad. Uno de los libros del registro de matrimonios se
+había conservado, y en el tal libro constaba que una Soledad Gil de
+la Cuadra había contraído nupcias en 1823. Indudablemente no era esta
+Soledad nuestra simpática heroína; pero mientras se ponía en claro, ji,
+ji (así lo decía don Felicísimo a su cliente Cordero), había de pasar
+algún tiempo, siendo quizás preciso llevar el asunto a un tribunal
+eclesiástico, pues estas delicadas cosas no son buñuelos que se hacen
+en un segundo.</p>
+
+<p>Así, entre obispos y curas aragoneses, pozos llenos de libros,
+agentes eclesiásticos y torna y vuelve y daca, el héroe de Boteros
+sufrió el martirio de Tántalo durante un año largo, pues hasta el
+verano de 1832 no se allanaron las dificultades. Cuando don Felicísimo
+escribió a Cordero participándole este feliz suceso, añadía que
+solo faltaba una firma del señor obispo Abarca para que todo aquel
+grandísimo lío terminase.</p>
+
+<p>Durante esta larga espera, la familia de Cordero continuaba sin
+novedad en la salud y en las costumbres. El invierno lo pasaron en
+Madrid para atender a la educación de los niños y a la tienda, que
+don Benigno juró no abandonar mientras el edificio de sus felicidades
+no fuese coronado con la gallarda cúpula del casamiento. A la entrada
+de la primavera se trasladaron todos a los Cigarrales, acompañados
+de Alelí, que cada día tomaba más afición<span class="pagenum"
+id="Page_260">p. 260</span> a la familia y se entretenía en enseñar a
+<i>Mosquetín</i> a andar en dos pies.</p>
+
+<p>Innecesario será decir, pero digámoslo, que don Benigno, si bien
+trataba familiarmente a Sola, no traspasó jamás, en aquella larga
+antesala de las bodas, los límites del decoro y de la dignidad. Se
+estimaba demasiado a sí mismo y amaba a Sola lo bastante para proceder
+de aquella manera delicada y caballerosa, magnificando su ya magnífica
+conducta con el mérito nuevo de la castidad. Ni siquiera se permitía
+tutear a su prometida, porque el tuteo, decía, trae insensiblemente
+libertades peligrosas, y porque el decoro del lenguaje es siempre una
+garantía del decoro de las acciones.</p>
+
+<p>En este tiempo ocurrió también la dispersión de algunos personajes
+muy principales de esta historia. Salvador se fue a Andalucía, donde
+encontró abundancia de cuadros y antigüedades de mérito. Luego subió
+por Extremadura a Salamanca, vino a Madrid en febrero de 1832 a exigir
+de Carnicero el cumplimiento del pacto, y habiendo ocurrido dilaciones,
+celebraron un nuevo pacto-prórroga, que terminó cuatro meses después
+con feliz éxito el asunto. El aventurero vio al fin en sus manos la
+mitad de la herencia de su tío, gracias a las uñas de don Felicísimo,
+que acariciando la otra mitad, desenmarañó la madeja. Fue Salvador a
+París en la primavera para rendir cuentas a Aguado, y en el verano
+tornó a España y a Madrid para ultimar un asunto de vales reales que en
+la corte tenía.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_261">p. 261</span></p>
+
+<p>Jenara pasó en Madrid el invierno de 1831 a 1832, y en primavera se
+trasladó a Valencia, volviendo al poco tiempo para instalarse en San
+Ildefonso. La opinión pública que, tal vez sin motivo, le tenía mala
+voluntad, hacía correr acerca de su conducta rumores poco favorables,
+aunque eran de esos que cualquier dama ilustre de aquellos tiempos,
+y de estos y de todos los tiempos soporta sin detrimento alguno en
+el lustre de su casa, antes bien aumentándolo y viéndose cada día
+más obsequiada y enaltecida. Si en el año anterior fue tildada de
+aficionarse con exceso a la oratoria forense y parlamentaria, ahora
+decían de ella que se pirraba por la poesía lírica, prefiriendo sobre
+todos los géneros el <i>byroniano</i>, o sea de las desesperaciones y
+lamentos, sin admitir consuelo alguno en este mundo ni en el otro.</p>
+
+<p>Enorme escuadrón de amigos la despidió al marchar a la Granja.
+Adiós, gentil Angélica, engañadora Circe. No podemos seguirte aún. Nos
+llaman por algún tiempo en Madrid afecciones de literatos que nos son
+más caras que las propias niñas de nuestros ojos. Y era curioso ver
+cómo se iba encrespando aquel piélago de ideas, de temas literarios e
+imágenes poéticas del cafetín llamado Parnasillo. Sin duda, de allí
+había de salir algo grande. Ya se hablaba mucho y con ardor de un drama
+célebre estrenado en París el 25 de febrero de 1830, y que tenía el
+privilegio de dividir y enzarzar a todos los ingenios del mundo en
+atroz contienda. El asunto, según algunos de los nuestros, no podía ser
+más disparatado. Un<span class="pagenum" id="Page_262">p. 262</span>
+príncipe apócrifo que se hace bandolero, una dama obsequiada por tres
+pretendientes, un viejo prócer enamorado y un emperador del mundo, son
+los personajes principales. Luego hay aquello de que todos conspiran
+contra todos, y de que pasan cosas históricas que la historia no ha
+tenido el honor de conocer jamás. Y hay un pasaje en que el prócer que
+aborrece al bandido lo salva del emperador; y luego el emperador se
+lleva la muchacha, y el bandolero se une al prócer; y como uno de los
+dos está de más porque ambos quieren a la señorita, el bandolero jura
+que se matará cuando el prócer toque un cierto cuerno que aquel le da
+en prenda de su palabra; y cuando todo va a acabar en bien porque el
+emperador ha perdonado a chicos y grandes y viene el casorio de los
+amantes con espléndida fiesta, suena el consabido cuerno: el príncipe
+bandolero recuerda que juró matarse, y, en efecto, se mata.</p>
+
+<p>Si a unos les parece esto el colmo del absurdo, a otros les parece
+de perlas. Riñen los exaltados con los retóricos, y en medio de las
+disputas sale a relucir una palabra que estos profieren con desprecio,
+aquellos con orgullo. ¡<i>Románticos</i>!... Aguarde un poco el lector
+que ya vendrán a su tiempo la amarillez del rostro, las largas y
+descuidadas melenas, las estrechas casacas. Por ahora el romanticismo
+no ha pasado a las maneras ni al vestido, y se mantiene gallardo y
+majestuoso en la esfera del ideal.</p>
+
+<p>El drama francés es un monstruo para algunos;<span class="pagenum"
+id="Page_263">p. 263</span> pero ¡qué aliento de vida, de inspiración,
+de grandeza en este monstruo, pariente sin duda de las hidras
+calderonianas, ante cuya indómita arrogancia, a veces sublime, salvaje
+a veces, parecen gatos disecados las esfinges del clasicismo! Contra
+la frialdad de un arte moribundo protesta un arte incendiario; la
+corrección es atropellada por el delirio; las reglas, con sus gastados
+cachivaches, se hunden para dar paso a la regla única y soberana de
+la inspiración. Se acaba la poesía que proscribe los personajes que
+no sean reyes, y se proclama la igualdad en el colosal imperio de los
+protagonistas. Rómpese como un código irrisorio la jerarquía de las
+palabras nobles o innobles, y el pueblo, con su sencillez y crudeza
+nativa, habla a las musas de <i>tú</i>. Caen heridos de muerte todos
+los monopolios: ya no hay asuntos privilegiados, y al templo del arte
+se le abren unas puertas muy grandes para dar paso a la irrupción que
+se prepara. Se suprimen los títulos nobiliarios de ciertas ideas, y se
+ordena que el Mar, por ejemplo, que de antiguo venía metiendo bulla y
+soplándose mucho con los retumbantes dictados de Nereo, Neptuno, Tetis,
+Anfitrite, sea despojado de estos tratamientos y se llame simplemente
+Fulano de Tal, es decir, el <i>Mar</i>. Lo mismo les pasa a la Tierra,
+al Viento, al Rayo.</p>
+
+<p>Mucho podríamos decir sobre esta revolución que tuvimos la gloria
+de presenciar; pero damos punto aquí porque no es llegada aún la sazón
+de ella, y sus insignes jefes no eran todavía más que conspiradores.
+El café del Príncipe<span class="pagenum" id="Page_264">p. 264</span>
+era una logia literaria, donde se elaboraba entre disputas la gloriosa
+emancipación de la fantasía, al grito mágico de ¡<i>España por
+Calderón</i>!</p>
+
+<p>El teatro dormitaba solitario y triste; pero ya sonaban cerca las
+espuelas de <i>Don Álvaro</i>. <i>Marsilla</i> y <i>Manrique</i>
+estaban más lejos; pero también se sentían sus pisadas, estremeciendo
+las podridas tablas de los antiguos corrales. Comenzaba a invadir los
+ánimos la fiebre del sentimiento heroico, y las amarguras y melancolías
+se ponían de moda.</p>
+
+<p>Las grandes obras de Espronceda no existían aún, y de él solo se
+conocían el <i>Pelayo</i>, la <i>Serenata</i> compuesta en Londres
+y otras composiciones de calidad secundaria. Vivía sin asiento,
+derramando a manos llenas los tesoros de la vida y de la inteligencia,
+llevando sobre sí, como un fardo enojoso que para todo le estorbaba,
+su genio potente y su corazón repleto de exaltados afectos. Unos
+versos indiscretos le hicieron perder su puesto en la Guardia Real.
+Fue desterrado a la villa de Cuéllar, donde se dedicó a escribir
+novelas.</p>
+
+<p>Vega había escrito ya composiciones primorosas; pero sin entrar
+aún en aquellas íntimas relaciones con Talía, que tanto dieron que
+hablar a la Fama; Bretón había vuelto de Andalucía, y con sin igual
+ingenio explotaba la rica hacienda heredada de Moratín; Martínez de
+la Rosa trabajaba oscuramente en Granada; Gallego vivía a la sazón en
+Sevilla; Gil y Zárate, perseguido siempre por la inquisitorial censura
+del padre Carrillo, había abandonado el teatro<span class="pagenum"
+id="Page_265">p. 265</span> por una cátedra de francés. Caballero,
+Villalta, Revilla, Vedia, Segovia y otros insignes jóvenes cultivaban
+con brío la lírica, la historia y la crítica.</p>
+
+<p>Al propio tiempo la pintura de la vida real, es decir, del espíritu,
+lenguaje y modo de la sociedad en que vivimos, era acometida por
+un joven artista madrileño para quien esta grande empresa estaba
+guardada.</p>
+
+<p>Miradle. No parece tener más de veintiséis o veintisiete años. Es
+pequeño de cuerpo, usa anteojos, y siempre que mira parece que se
+burla. Es, más que un hombre, la observación humanada uniéndose a la
+gracia, y disimulando el aguijoncillo de la curiosidad maleante con el
+floreo de la discreción. De sus ojos parte un rayo de viveza que en un
+instante explora toda la superficie, y sin saber cómo se mete hasta
+el fondo, sacando los corazones a la cara; y al hacerlo parece que se
+ríe, como dando a entender que a nadie lastimará en sus disecciones de
+vivos.</p>
+
+<p>Este joven, a quien estaba destinado el resucitar en nuestro siglo
+la muerta y casi olvidada pintura de la realidad de la vida española
+tal como la practicó Cervantes, comenzó en 1832 su labor fecunda, que
+había de ser principio y fundamento de una larga escuela de prosistas.
+Él trajo el cuadro de costumbres, la sátira amena, la rica pintura de
+la vida, elementos de que toma su sustancia y hechura la novela. Él
+arrojó en esta gran alquitara, donde bulliciosa hierve nuestra cultura,
+un género nuevo, despreciado de los clásicos, olvidado de<span
+class="pagenum" id="Page_266">p. 266</span> los románticos, y él solo
+había de darle su mayor desarrollo y toda la perfección posible.
+Tuvo secuaces, como Larra, cuya originalidad consiste en la crítica
+literaria y la sátira política, siendo en la pintura de costumbres
+discípulo y continuador de <i>El Curioso Parlante</i>; tuvo imitadores
+sin cuento, y tantos, tantos admiradores que, en su larga vida, los
+españoles no han cesado de poner laureles en la frente de este valeroso
+soldado de Cervantes.</p>
+
+<p>En 1831 escribió el <i>Manual de Madrid</i>, anunciando en él sus
+dotes literarias y una pasión que había de ocuparle toda la vida, la
+pasión de Madrid. En enero del año siguiente publicó <i>El Retrato</i>
+en las <i>Cartas Españolas</i> de Carnerero, y tras <i>El Retrato</i>
+vino sin interrupción esa galería de deliciosos cuadros matritenses,
+que servirá, el día en que la capital de España se pierda, para
+encontrarla aunque se meta cien estados bajo tierra. ¡Asombroso poder
+del ingenio! Aquellos revueltos tiempos en que se decidió la suerte de
+la nación española han quedado más impresos en nuestra mente por su
+literatura que por su historia; y antes que la Pragmática Sanción, y el
+Carlismo y la Amnistía, antes que el Auto acordado y la Corte de Oñate
+y el Estatuto, viven en nuestra memoria don Plácido Cascabelillo, don
+Pascual Bailón Corredera, don Solícito Ganzúa, don Homobono Quiñones y
+otras dignas personas nacidas de la realidad y lanzadas al mundo con el
+perdurable sello del arte.</p>
+
+<p>En agosto del mismo año de 1832 principió a salir el <i>Pobrecito
+Hablador</i>, de Larra. De este<span class="pagenum" id="Page_267">p.
+267</span> quisiéramos hablar un poco; pero el insoportable calor nos
+obliga a salir de Madrid.</p>
+
+<p>Antes de partir haremos una visita a don Felicísimo, en cuya casa
+hallamos grandísima novedad, y es que al cabo de no pocas dudas y
+vacilaciones, el insigne Pipaón se decidió a manifestar a Micaelita
+su propósito de tomarla por esposa, considerando que si buenos
+desperfectos tenía, con buenas talegas iban disimulados. Es opinión
+admitida por todos los historiadores que Micaelita no rezó ningún
+padrenuestro al oír nueva tan lisonjera de los labios del cortesano de
+1815. Don Felicísimo y doña Sagrario se regocijaron, pues no podían
+soñar mejor partido para aquel poco solicitado género que un individuo
+encaminado a ser, por sus prendas excepcionales, el Calomarde de los
+tiempos futuros.</p>
+
+<p>Nuestra buena suerte quiso que, al dar un vistazo al agente de
+asuntos eclésiasticos, halláramos al señor de Pipaón, que también se
+despedía. Deleitosa conversación se entabló entre los dos. Cuando el
+cortesano estrechó entre los suyos fuertísimos los dedos de corcho del
+señor don Felicísimo, este exhaló un hipo y dijo:</p>
+
+<p>—Me olvidaba... Querido Pipaón, puesto que va usted inmediatamente
+para allá, hágame el favor de llevar esta carta.</p>
+
+<p>Y diciéndolo, el anciano levantó el pie de cabrón con ademán que
+algo tenía de ceremonioso y cabalístico, como el mágico que alza
+cubiletes y descubre signos. El sobre de la carta de que se hizo cargo
+Pipaón decía:</p>
+
+<p><i>Al señor don Carlos Navarro, en San Ildefonso.</i></p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch30">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_268">p. 268</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">XXX</h2>
+</div>
+
+<p>En los primeros días del mes de septiembre, un viajero llegó a la
+Posada del Segoviano en la Granja, y pidió cuarto y comida, exigencias
+a que con tanto tesón como desabrimiento se negó el fondista. Era
+inaudita frescura venir a pedir techo y manteles en una posada que por
+su mucha fama y prez estaba llena de gente principal desde el sótano a
+los desvanes ¡Ahí era nada en gracia de Dios lo de personajes que en
+la casa había! Cuatro consejeros de Estado, un fiscal de la Rota, un
+administrador del Noveno y Excusado, dos brigadieres exentos, un padre
+prepósito, un definidor y seis cantores de ópera sobrellevaban allí con
+paciencia las incomodidades de los cuartos, y compartían el ayuno de
+las parcas comidas y mermadas cenas.</p>
+
+<p>—Perdone por Dios, hermano —dijo a nuestro viajero el implacable
+dueño del mesón, que reventaba de gordura y orgullo, considerando el
+buen esquilmo de aquel año, gracias al ansia de los partidos que tanta
+gente llevaba a San Ildefonso.</p>
+
+<p>Y el viajero redoblaba su amabilidad suplicante, en vista de la
+negativa venteril. Era tímido y circunspecto, quizá en demasía para
+aquel caso en que tenía que habérselas con la ralea de posaderos y
+fondistas.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_269">p. 269</span></p>
+
+<p>—Deme usted un cuchitril cualquiera —dijo—. No estaré sino el tiempo
+necesario para conseguir que Su Ilustrísima el señor Abarca eche una
+firma en cierto documento.</p>
+
+<p>—¿El señor Abarca?... Buena persona... Es muy amigo mío —replicó
+el ventero—. Pero no puedo alojarle a usted... como no sea en la
+cuadra.</p>
+
+<p>Ya se había decidido el atribulado señor a aceptar esta oferta,
+cuando acertó a pasar don Juan de Pipaón. El viajero y el cortesano
+se vieron, se saludaron, se abrazaron, y... ¿cómo había de consentir
+don Juan que un tan querido amigo suyo se albergara entre cuadrúpedos,
+teniendo él como tenía, en la casa de Pajes, dos hermosísimas y
+holgadas estancias, donde estaba como garbanzo en olla?</p>
+
+<p>—Venga conmigo el buen Cordero —dijo con generosa bizarría—, que le
+hospedaré como a un príncipe. La Granja rebosa de gente. Amigo —añadió
+hablándole al oído, cuando ambos marchaban hacia la casa de Pajes—, el
+rey se nos muere.</p>
+
+<p>—De modo que sobrevendrá...</p>
+
+<p>—El diluvio universal... Háblase de componer la cosa en familia.
+Pero vamos, vamos a que descanse usted.</p>
+
+<p>Cordero dio un suspiro, y ambos entraron en la casa. Después de un
+ligero descanso y del desayuno consiguiente, Cordero salió a ver los
+jardines.</p>
+
+<p>¡La Granja! ¿Quién no ha oído hablar de sus maravillosos jardines,
+de sus risueños paisajes,<span class="pagenum" id="Page_270">p.
+270</span> de la sorprendente arquitectura líquida de sus fuentes,
+de sus laberintos y vergeles?... Versalles, Aranjuez, Fontainebleau,
+Caserta, Schönbrunn, Postdam, Windsor, sitios donde se han labrado
+un nido los reyes europeos huyendo del tumulto de las capitales y
+del roce del pueblo, podrán igualarle, pero no superan al rinconcito
+que fundó el primer Borbón para descansar del gobierno. Y no hay
+más remedio que admirar esta pasmosa obra del despotismo ilustrado,
+reconociéndola conforme a la idea que la hizo nacer. El despotismo
+ilustrado fomentó la riqueza en todos los órdenes, desterró abusos,
+alivió contribuciones, acometió mejoras en bien del pueblo; pero todo
+lo sometió a una reglamentación prolija. Hacía el bien como una merced,
+y lo distribuía como se distribuye la sopa a los pobres recogidos en
+un asilo. Todo había de sujetarse a canon y a medida, y la nación,
+que nada podía hacer por sí, recibía los beneficios con arreglo a
+disciplina de hospital.</p>
+
+<p>El despotismo ilustrado da vida en el orden económico a los Pósitos,
+a los Bancos privilegiados, a los Gremios; en el orden político crea
+los pactos de familia, y en el artístico protege el clasicismo. Llega
+al fin un día en que pone su mano en la naturaleza, y entonces aparece
+Le Nôtre, el arquitecto de jardines. Este hombre somete la vegetación a
+la geometría, y hace jardines con teodolito. A su mando inapelable los
+árboles ya no pueden nacer libremente donde la tierra, el agua y Dios
+quisieron que naciesen, y se ponen en filas, como<span class="pagenum"
+id="Page_271">p. 271</span> soldados, o en círculo, como bailarines.
+No basta esto para conseguir aquella conformidad disciplinaria, que es
+el mayor gusto del despotismo ilustrado, y son escogidos los árboles,
+como Federico de Prusia escoge a sus granaderos. Es preciso que todos
+sean de un tamaño y que las ramas crezcan con regularidad. El hacha se
+encarga de convertir un bosque en alameda, y surgen, como por encanto,
+esos bellos escuadrones de tilos y esas compañías de olmos, que parecen
+esperar el grito de un pino para marchar en orden de parada.</p>
+
+<p>El despotismo ilustrado y sus jardineros aspiran a más: aspiran a
+que la naturaleza no parezca naturaleza, sino un reino fiel sometido
+a la voluntad de su dueño y señor. Las tijeras, que antes solo eran
+arma de los sastres, son ahora la primera herramienta de horticultura,
+y con ella se establece una igualdad de vasallaje que confunde en un
+solo tamaño al grande y al chico. Es un instrumento de corrección
+como la lima de que tanto hablaban los clásicos, y que a fuerza de
+pulimentar hacía que todos los versos fueran igualmente fastidiosos.
+La tijera hace de los poéticos mirtos y del espeso boj las baratijas
+más graciosas que puede imaginarse. Córtalos en todas las formas, y
+talla guarniciones, muebles, dibujos, casitas, arcos, escudos, trofeos.
+Los jardineros redondean los árboles, dejándoles cual si salieran
+del torno, y las esbeltas copas se convierten en pelotas verdes. En
+el bajo suelo cortan y recortan el césped como<span class="pagenum"
+id="Page_272">p. 272</span> se cortaría el paño para hacer una
+casaca, y luego bordan todo esto con flores vivas, que ponen donde la
+topografía ordena. Hacen mil juegos y mosaicos, tapicerías y arabescos.
+¡Ay de aquella florecilla indisciplinada que se salga de su sitio! La
+arrancan sin piedad. La lozanía excesiva tiene pena de muerte, como la
+libertad entre los hombres.</p>
+
+<p>A un jardín le hacen parecer teatro, plaza, cementerio o cosa
+semejante. Resulta un lugar frío, triste, desabrido, que trae al
+pensamiento las tragedias en que Alejandro salía vestido de Luis XIV.
+Es preciso poner algo que anime aquella soledad, algo que se mueva.
+¿Quién será el juglar de este escenario amanerado? Pues el agua. El
+agua, que es la libertad misma, la independencia, el perpetuo correr,
+la risa y la alegría del mundo, es sacada de los plácidos arroyos, de
+las tranquilas lagunas, de los agrestes manantiales, sujeta con presas
+y trasportada en cañerías, y luego sometida al martirio inquisitorial
+de las fuentes, que la obligan a saltar y hacer cabriolas de un modo
+indecoroso. El clasicismo hortícola quiere que en todo jardín haya
+mucha mitología, faunos groseros, ninfas muy remilgadas, dioses
+pedantes, geniecillos traviesos. Pues todos estos individuos no tienen
+gracia si no echan un chorro de agua, quién por la boca, quién por
+ánforas y caracoles, aquel por todas las partes de su musgoso cuerpo, y
+diosa hay que arroja de sus pechos cantidad bastante para abrevar toda
+la caballería de un ejército.</p>
+
+<p>En la Granja, la fuente de la Fama escupe<span class="pagenum"
+id="Page_273">p. 273</span> al cielo un surtidor de 184 pies de altura,
+y el Canastillo traza en el espacio todo un problema geométrico con
+rayas de agua, mientras Neptuno, rigiendo sus caballos pisciformes,
+eleva a los aires sorprendente arquitectura de movible cristal, que
+con los juegos de la luz embelesa y fascina. Las fuentes de Pomona,
+Anfitrite y los Dragones también hacen con el agua los volatines más
+originales. Desde la plaza de las Ocho Calles se ven, con solo girar
+la mirada, todas las extravagancias de gimnástica y coreografía con
+que el pobre elemento esclavizado divierte a reyes y a pueblos. Los
+atónitos ojos del espectador dudan si aquello será verdad o será sueño,
+inclinándose a veces a creer que es un manicomio de ríos.</p>
+
+<p>Era primer domingo de mes, y corrían las fuentes. Toda la sociedad
+del Real Sitio estaba en los jardines disfrutando de la frescura del
+ambiente y de la perspectiva de los árboles, cosa bellísima aunque
+académica. Las damas de la corte y las que sin serlo habían ido a
+veranear, los militares de todas graduaciones, los señores y los
+consejeros, los lechuguinos, y, por último, la gente del pueblo, a
+quien se permitía entrar aquel día por causa del correr de las fuentes,
+formaban un conjunto tan curioso como rico en matices y animación. Por
+aquí corrillos de pastoreo cortesano como el que inspiró a Watteau, por
+allá rusticidades en crudo, más lejos Ariadnas que se quieren perder
+en laberintillos de boj, y por todas las rectas calles grupos que se
+cruzan,<span class="pagenum" id="Page_274">p. 274</span> bandadas
+alegres que van y vienen. Como el agua salta risueña de las tazas de
+mármol, así surge la conversación chispeante de los movibles grupos. No
+se puede entender nada.</p>
+
+<p>Allá va Pipaón con su amigo. Al pasar oímos que este le dice:</p>
+
+<p>—Y Jenara ¿dónde está? No la he visto por ninguna parte.</p>
+
+<p>—¿Qué la has de ver, si ha ido a Cuéllar? —replicó el cortesano.</p>
+
+<p>Y perdiéronse entre el gentío elegante. El vestir ceremonioso
+era entonces de rúbrica en los paseos, y no había las libertades
+que la comodidad ha introducido después. Entonces ni el calor ni el
+esparcimiento estival eran razones bastantes para prescindir de la
+etiqueta, y así, lo mismo en el Prado de Madrid que en los jardines de
+San Ildefonso, el hombre culto tenía que encorbatinarse al uso de la
+época, que era una elegante parodia de la pena de muerte en garrote
+vil. ¡Ay de aquel cuya cabeza no se presentara sirviendo de cimiento a
+un mediano torreón de felpa negra o blanca con pelos como de zalea, ala
+estrecha y figura cónico-truncada que daba gloria verlo!</p>
+
+<p>Las solapas altas, las mangas de pernil, las apretadas cinturas,
+son accidentes muy conocidos para que necesitemos pintarlos. El paño
+oscuro lo informaba todo, y entonces no había las rabicortas americanas
+de frágil tela, ni los trajes cómodos, ni sombreros de paja, ni
+quitasoles.</p>
+
+<p>¿Pues y el vestido y los diversos atavíos de las damas? Entonces
+el peinarse era peinarse; había arquitectura de cabellos, y una
+peineta<span class="pagenum" id="Page_275">p. 275</span> solía tener
+más importancia que el Congreso de Verona. Para calle las damas
+retorcían y alzaban por detrás su pelo, sujetándole en la corona con
+una peineta que se llamaba <i>de teja, de sofá</i> o <i>de pico de
+pato</i>, según su forma. ¡Qué cosa tan bonita!, ¿no es verdad? Pues
+ved ahora por delante los rizos batidos, como una fila de pequeños
+toneles negros o rubios suspendidos sobre la frente. Esto era monísimo,
+sobre todo si se completaba tan lindo artificio con la cadena a la
+<i>Ferronière</i> y broche a la <i>Sévigné</i> sujetando el cabello.
+Esto hacía creer que las señoras llevaban el reloj en el moño, de lo
+que resultaba mucho atractivo.</p>
+
+<p>Tentado estoy de describiros el peinado a la <i>jirafa</i> con tres
+grandes lazos armados sobre un catafalco de alambre, los cuales lazos
+aparecían como en un trono, rodeados de una servil cohorte de rizos
+huecos.</p>
+
+<p>¡Cielos piadosos, quién pudiera ver ahora aquellas dulletas de
+inglesina tan pomposas que parecían sacos, y aquellos abrigos de
+<i>gros tornasol</i>, de casimir <i>Fernaux</i> o tafetán de Florencia,
+guarnecidos de <i>rulós</i> y trenza, todo tan propio y rico que cada
+señora era un almacén de modas! ¡Quién pudiera ver ahora resucitados
+y puestos en uso aquellos vestidos de invierno, altos de talle,
+escurridos de falda, y guarnecidos de marta o chinchilla! Lo más
+airoso de este traje era el <i>gato</i>, o sea un desmedido rollo
+de piel que las señoras se envolvían en el cuello, dejando caer la
+punta sobre el pecho, y así parecían víctimas de la voracidad de una
+cruel serpiente.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_276">p. 276</span> Pero estas son
+cosas de invierno, y volvamos a nuestro verano y a nuestros jardines de
+la Granja. Todos los que esto lean, convendrán en que no podría darse
+cosa más bonita que aquellas mangas de jamón, abultadas por medio de
+ahuecadores de ballena, y con los cuales las señoras parecían llevar un
+globo aerostático en cada brazo. ¡Y dicen que entonces no había modas
+elegantes! ¿Pues y dónde nos dejan aquel talle, que por lo alto tocaba
+el cielo, y aquella falda, que intentaba seguir el mismo camino huyendo
+de los pies, y aquel escote recto por pecho y espalda, que a veces
+quería bajar al encuentro del talle y que disimulaba su impudencia con
+hipocresía de <i>canesús</i> y sofisma de tules? Si no fuera porque las
+damas ataviadas en tal guisa se asemejaban bastante a una alcarraza,
+este vestido merecía haberse perpetuado. ¡Qué precioso era! Tenía la
+ventaja de no alterar las formas, y entonces el pecho era pecho y las
+caderas, caderas.</p>
+
+<p>¡Ay!, entonces también los pies eran pies, es decir, que no había
+esas falsificaciones de pies que se llaman botinas. Los zapateros no
+habían intentado aún enmendar la plana a Dios creando extremidades
+convencionales al cuerpo humano. ¿Y qué cosa más bonita que aquellas
+galgas y aquel cruzado de cintas por la pierna arriba hasta perderse
+donde la vista no podía penetrar? La suela casi plana, el tacón
+moderado, el empeine muy bajo, eran indudablemente la última parodia
+de aquellas sandalias que usaban las heroínas antiguas, y<span
+class="pagenum" id="Page_277">p. 277</span> que servían para lo que no
+sirve ningún zapato moderno, para andar.</p>
+
+<p>Ni que me maten dejaré de hablar de las mantillas, las cuales
+entonces eran a propósito para echar abajo la teoría de que esta
+prenda no sirve para nada. Entonces las mantillas eran mantillas; como
+que había unas que se llamaban de toalla, y esto pinta su longitud.
+Aquellas prendas tapaban y tenían infinito número de pliegues, cuya
+disposición y gobierno, sometidos a la mano de la mujer que la
+llevaba, eran casi un lenguaje. La toquilla de ahora es un adorno; la
+mantilla de entonces era la persona misma. Las toquillas de hoy se
+<i>llevan</i>; las mantillas de entonces se <i>ponían</i>. Los pliegues
+relumbrones de su raso interior, el brillo severo de su terciopelo,
+la niebla negra de sus encajes, hechura fantástica de hilos tejidos
+por moscas, la pasamanería de sus guarniciones, reunían en derredor de
+una cara hermosa no sé qué misterioso cortejo de geniecillos, que ora
+parecían serios, ora risueños, y a su modo expresaban el pudor o la
+provocación, la reserva o el desenfado. El ideal se hizo trapo, y se
+llamó mantilla.</p>
+
+<p>En cambio de otras ventajas que el vestir moderno lleva al antiguo,
+aquellos tenían la de la variedad de tonos. Entonces los colores eran
+colores, y no como hogaño, variantes de gris, del canelo y de los
+tintes metálicos. Entonces la gente se vestía de verde, de colorado,
+de amarillo, y los jardines de la Granja, vistos a lo lejos, eran un
+prado de pintadas florecillas. El alepín, la cúbica, el tafetán de la
+reina, el<span class="pagenum" id="Page_278">p. 278</span> <i>muaré
+antic</i>, las sargas, la inglesina, el <i>cotepali</i>, ofrecían
+variedad de bultos y colores. Los parisienses, que en esto de hacer
+modas se pintan solos, y cuando no pueden inventar formas y colores
+nuevos les dan nombres extraños, habían lanzado al mundo el color
+<i>jirafa</i>, el <i>pasa de Corinto</i>, el no menos gracioso <i>La
+Vallière</i>, el azul <i>Cristina</i>; pero los que verdaderamente
+merecen un puesto en la historia, son el color <i>ayes de Polonia</i> y
+el <i>humo de Marengo</i>.</p>
+
+<p>El cuadro de interés indumentario con fondos de verdor académico
+que hemos trazado, carece aún de ciertos tonos fuertes que echará de
+menos todo el que hubiera contemplado el original. Con el pincel gordo
+apuntaremos en los primeros términos algunas manchas de encarnado
+rabioso, amarillo y pardo, que son las pintorescas sayas de las mujeres
+del campo venidas de los inmediatos pueblos. La elegancia de estos
+trajes se pierde en la oscuridad de los tiempos, y a nuestro siglo
+solo ha llegado una especie de alcachofa de burdos refajos, dentro de
+la cual, el cuerpo femenino no parece tal cuerpo, sino una peonza que
+da vuelta sobre los pies, mientras los hombres (aquí es preciso volcar
+sobre el cuadro toda la pintura negra), fajados y oprimidos dentro de
+las enjutas chaquetas y los ahogados pantalones y las medias de punto,
+parecen saltamontes puestos de pie, guardando la cabeza bajo anchísimo
+queso negro.</p>
+
+<p>El pincel más amanerado nos servirá para apuntar, oscilando sobre
+esta multitud de cabezas como las llamas de Pentecostés, los<span
+class="pagenum" id="Page_279">p. 279</span> pompones de los militares;
+y si hubiera tiempo y lienzo pondríamos en último término, con tintas
+graciosas, un zaguanete de alabarderos que, semejante a un ejército
+de zarzuela, pasa por el jardín precedido de su música de tambor y
+pífanos. Lejos, más lejos aún que la vaporosa proyección del agua en el
+aire, ponemos la fachada del palacio, rectilínea, clásica, de formas
+discretas y limadas como los versos de una oda. ¡Ay!, en el momento en
+que lo contemplamos, gran gentío de cortesanos, militares y personajes
+de todas las categorías entra y sale por las tres grandes puertas del
+centro con afán oficioso. De pronto el murmullo alegre de las fuentes
+cesa, y todas dejan de correr. El agua vacila en los aires, los chorros
+se truncan, se desmayan, descienden, caen, como castillos fantásticos
+deshechos por la luz de la razón, y en estanques y tazones se extingue
+el último silbido de los surtidores, que vuelven a esconderse en sus
+misteriosas cañerías. En los jardines reina un estupor lúgubre; la
+gente se para, pregunta, contesta, murmura, y de boca en boca van
+pasando, como chispazos de pólvora fugaz, estas palabras: «El rey se
+muere, el rey se muere».</p>
+
+<p>Las puertas del palacio se abren de par en par. Entremos.</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch31">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_280">p. 280</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">XXXI</h2>
+</div>
+
+<p>—Se ha fijado la gota en el pecho...</p>
+
+<p>—Así parece.</p>
+
+<p>—Peligro inminente..., ¡muerte!</p>
+
+<p>—El Señor lo dispone así...</p>
+
+<p>El que tal dijo (y lo dijo con el aplomo del que está en los
+secretos de Dios y mantiene relaciones absolutamente familiares con Él)
+era un anciano corpulento, recio y hasta majestuoso, vestido de luengas
+ropas moradas. Parecía la efigie de un santo doctor bajado de los
+altares, y sus palabras querían tener una autoridad semidivina. Hablaba
+dogmáticamente y no admitía réplica. Era obispo y aragonés.</p>
+
+<p>Su interlocutor vestía también ropas talares, pero negras, sin
+adorno alguno ni preciadas insignias. No parecía tener más de treinta
+y cinco años, y se distinguía por su hermosura, como el obispo de León
+por su apostólica majestad. Era el padre Carranza, prepósito de los
+jesuitas, hombre listo si los hay, y además de cara bonita, calidad que
+avaloraba su extraordinaria elocuencia, de tal modo que cuando subía al
+púlpito parecía un ángel con sotana, celestial mensajero para proclamar
+con encantadora voz lo pecadores que somos. Por su elocuencia y talento
+(no por otras de sus<span class="pagenum" id="Page_281">p. 281</span>
+eminentes cualidades, como la malignidad ha dicho alguna vez) ganó
+en absoluto la confianza de doña Francisca, a quien conoceremos en
+seguida.</p>
+
+<p>—Diga usted a Sus Altezas que Su Majestad me ha llamado para pedirme
+consejo en estas críticas circunstancias. En este momento Su Excelencia
+el señor Calomarde está en la cámara de Su Majestad, el cual..., Dios
+lo quiere así..., continúa en malísimo estado, en deplorable estado...
+Cúmplase la voluntad del Altísimo.</p>
+
+<p>Esto se decía en lujosa antecámara de esas que abundan en nuestros
+palacios reales, y que en su ornato y mueblaje ofrecían mezcla confusa
+del estilo Luis XV y del gusto neoclásico puesto en moda por el
+imperio francés. La tapicería era rica y graciosa; el piso, cubierto
+de finísimo junco, daba carácter español al recinto, y por el techo
+corrían, entre nubecillas semejantes a espuma de huevo batido, varias
+ninfas a lo Bayeu que parecían representaciones de la retórica de
+Hermosilla y de la poesía moratiniana, según las baratijas simbólicas
+que cada una llevaba en la mano para dar a conocer su empleo en el
+vasto reino de lo ideal. La luz que alumbraba la pieza era escasa;
+apenas se distinguía un Carlos IV en traje de caza que en la pared
+principal estaba, escopeta en mano, la bondadosa boca contraída por
+la sonrisa, con la vista un poco extraviada hacia el techo, cual si
+intentara dar un susto a las ninfas que por él se paseaban tranquilas
+sin meterse con nadie.</p>
+
+<p>La hermosa figura del obispo y el elegante<span class="pagenum"
+id="Page_282">p. 282</span> cuerpo negro del jesuita concordaban
+admirablemente con aquel fondo o decoración palatina. Ambos dijeron
+algunas palabras precipitadas que no pudimos oír, y salieron a prisa
+por distintas puertas. Seguiremos al jesuita guapo, quien rápidamente
+nos llevó a otra monumental y vistosa sala, donde salieron a recibirle
+dos damas más notables por su rango que por su belleza. Eran la infanta
+doña Francisca y la princesa de Beira, brasileñas y ambiciosas. La
+primera habría sido hermosa si no afeara sus facciones el tinte rojizo,
+comúnmente llamado color de hígado. La segunda llamaba la atención
+por su arremangada nariz, su boca fruncida, su entrecejo displicente,
+rasgos de los cuales resultaba un conjunto orgulloso y nada simpático,
+como emblema del despotismo degenerado que se usaba por aquellos
+tiempos.</p>
+
+<p>El padre Carranza les habló con nerviosa precipitación, y ellas le
+oyeron con la complacencia, mejor dicho, con la fe que el buen señor
+les inspiraba, y en el ardiente y vivísimo coloquio, semejante a un
+secreteo de confesonario, se destacaban estas frases: «Dios lo dispone
+así... Veremos lo que resulta de ese consejo... ¿Y qué hará esa pobre
+Cristina?».</p>
+
+<p>Los tres pasaron luego a la pieza inmediata, solo ocupada en aquel
+momento por un hombre, en el cual conviene que nos fijemos por ser de
+estos individuos que, aun careciendo de todo mérito personal y también
+de maldades y vicios, dejan a su paso por el mundo más memoria y un
+rastro mayor que todos los<span class="pagenum" id="Page_283">p.
+283</span> virtuosos y los malvados todos de una generación. Hallábase
+sentado, apoyado el codo en el pupitre y la mejilla en la palma de
+la mano, serio, meditabundo, parecido por causa del lugar y las
+circunstancias a un grande emperador de cuyos planes y designios
+depende la suerte del mundo. Y la de España dependía entonces de aquel
+hombre, extraordinariamente pequeño para colocado en las alturas de la
+monarquía. Tenía todas las cualidades de un buen padre de familia y de
+un honrado vecino de cualquier villa o aldea; pero ni una sola de las
+que son necesarias al oficio de rey verdadero. Siendo, como era, rey de
+pretensiones, y, por lo tanto, batallador, su nulidad se manifestaba
+más, y no hubo momento en su vida, desde que empezó la reclamación
+armada de sus derechos, en que aquella nulidad no saliese a relucir,
+ya en lo político, ya en lo marcial. Era un genio negativo, o hablando
+familiarmente, no valía para maldita de Dios la cosa.</p>
+
+<p>Su Alteza se parecía poco al rey Fernando. Su mirada turbia y
+sin brillo no anunciaba, como en este, pasiones violentas, sino la
+tranquilidad del hombre pasivo, cuyo destino es ser juguete de los
+acontecimientos. Era su cara de esas que no tienen el don de hacer
+amigos; y si no fuera por los derechos que llevaba en sí como un
+prestigio indiscutible emanado del cielo, no habrían sido muchos los
+secuaces de aquel hombre frío de rostro, de mirar, de palabra, de
+afectos y de deseos, como no fuera el vehemente prurito de reinar. Su
+boca era<span class="pagenum" id="Page_284">p. 284</span> grande y
+menos fea que la de Fernando, pues su labio no iba tan afuera; pero el
+gran desarrollo de su mandíbula inferior, alargando considerablemente
+su cara, le hacía desmerecer mucho. El tipo austríaco se revelaba en él
+más que el borbónico, y bajo sus facciones reales se veía pasar confusa
+la fisonomía de aquel espectro que se llamó Carlos II el Hechizado. A
+pesar del lejano parentesco, la quijada era la misma, solo que tenía
+más carne.</p>
+
+<p>Cuando entraron las infantas, don Carlos levantó los ojos de su
+pupitre, miró con tristeza a las damas, después a un cuadro que frente
+a él estaba, y era la imagen de la Purísima Concepción. El soberano
+de los apostólicos dio un suspiro como los que daba don Quijote en la
+presencia ideal de Dulcinea del Toboso, y luego se quedó mirando un
+rato a la pintura cual si mentalmente rezara.</p>
+
+<p>—Francisquita —dijo al concluir—, no me traigas recados, como no
+sean para darme cuenta de la enfermedad de mi adorado hermano. No
+quiero intrigas palaciegas, ni menos conspiraciones para sublevar
+tropa, paisanos o voluntarios realistas. Mis derechos son claros y
+vienen de Dios: no necesitan más que su propia fuerza divina para
+triunfar, y aquí están de más las espadas y bayonetas. No se ha de
+derramar sangre por mí, ni es necesario tampoco. Yo no conquisto,
+tomo lo mío de mano del Altísimo que me lo ha de dar. Esa, esa
+augusta Señora —añadió señalando el cuadro— es la patrona de mi causa
+y la generalísima de nuestros ejércitos: ella nos dará todo<span
+class="pagenum" id="Page_285">p. 285</span> hecho sin necesidad de
+intrigas, ni de sangre, ni de conspiraciones y atropellos.</p>
+
+<p>Doña Francisca miró a la imagen bendita, y aunque era, como su
+ilustre esposo, mujer de sincera devoción, no parecía fiar mucho, en
+aquellos momentos, de la excelsa patrona y generalísima. La de Beira
+fue la primera que tomó la palabra para decir a Su Alteza:</p>
+
+<p>—Carlitos, no podemos estar mano sobre mano ni esperar los
+acontecimientos con esa santa calma tuya, cuando se van a decidir
+las cosas más graves. Nosotras no intrigamos, lo que hacemos es
+apercibirnos para cortar las intrigas que se traman contra ti, legítimo
+heredero del trono, y contra nosotras. No conspiramos; pero estamos a
+la mira de la conspiración asquerosa de los liberales, que ahora se
+llamarán <i>cristinos</i>, para burlar tus derechos, emanados de Dios,
+y alterar la ley sagrada de la sucesión a la corona. En este momento,
+Cristina, por encargo del rey, llama a consejo al ministro Calomarde,
+al obispo de León y al conde de la Alcudia. ¿Sabes para qué?</p>
+
+<p>—¿Para qué?</p>
+
+<p>—Para proponer un arreglo, una componenda —dijo prontamente doña
+Francisca, no menos iracunda que su hermana—. Pronto lo sabremos. Esa
+pobre Cristina apelará a todos los medios para embrollar las cosas y
+ganar tiempo, hasta que se desencadenen las furias de la revolución,
+que es su esperanza.</p>
+
+<p>—¡Un arreglo!... —dijo don Carlos con entereza—. ¿Con quién y
+de qué? Entre los derechos<span class="pagenum" id="Page_286">p.
+286</span> legítimos, sagrados y la usurpación ilegal no puede haber
+arreglo posible.</p>
+
+<p>Dijo esto con tanto aplomo, que parecía un sabio. Después miró a
+la Virgen como para tener la satisfacción de ver que ella opinaba lo
+mismo.</p>
+
+<p>—Basta de cuestiones políticas —dijo Su Alteza volviendo a tomar una
+actitud tranquila—. ¿Sigue Fernando más aliviado del paroxismo de esta
+tarde?</p>
+
+<p>—Hasta ahora no hay síntomas de que se repita...</p>
+
+<p>—Pero puede suceder que de un momento a otro...</p>
+
+<p>—¡Pobre Fernando! —exclamó don Carlos dando un gran suspiro y
+apoyando la barba en el pecho. Incapaz de fingimiento y de mentira, la
+apariencia tétrica del infante era fiel expresión de la vivísima pena
+que sentía. Amaba entrañablemente a su hermano. Para que todo fuera
+en desventaja de los españoles, Dios quiso que estos se dividieran
+en bandos de aborrecimiento, mientras los hermanos que ocasionaron
+tantos desastres vivieron siempre enlazados por el afecto más leal y
+cariñoso.</p>
+
+<p>Poco más de lo transcrito hablaron el infante y las dos damas,
+porque empezó a reunirse la camarilla en el salón inmediato, y doña
+Francisca y su hermana abandonaron a don Carlos para recibir a los
+aduladores, pretendientes y cofrades reverendos de aquella cortesana
+intriga. En poco tiempo llenose la cámara de personajes diversos: el
+conde de Negri, el padre Carranza, el embajador de Nápoles,<span
+class="pagenum" id="Page_287">p. 287</span> vendido secretamente a
+los apostólicos desde mucho antes, y don Juan de Pipaón, que, según
+todas las apariencias, representaba en el seno de la comunidad
+apostólica a Calomarde. Luego aparecieron el obispo de León y el conde
+de la Alcudia, y entonces la cámara fue un hervidero de preguntas y
+comentarios. Vanidad, servilismo, adulación, los rostros pálidos,
+las palabras ansiosas, el respeto olvidado, el rencor no satisfecho,
+la esperanza cohibida por el temor... todo esto había bajo aquel
+techo habitado por sosas ninfas, entre aquellos tapices representando
+borracheras a lo Teniers, remilgadas pastoras, o cabriolas de sátiros
+en los jardines de Helicona.</p>
+
+<p>—Una proposición inaudita, señores —dijo el reverendo obispo con
+fiereza—. Veremos lo que opina el señor. Ahí es nada... Quieren que
+durante la enfermedad del rey se encargue del gobierno doña Cristina, y
+que el serenísimo señor infante sea... su consejero.</p>
+
+<p>Una exclamación de horror acogió estas palabras. La princesa de
+Beira casi lloraba de rabia, y a la orgullosa doña Francisca le
+temblaban los labios y no podía hablar.</p>
+
+<p>—Es una desvergüenza —se atrevió a decir Pipaón, que siempre
+quería dejar atrás a todos en la expresión extremada del entusiasmo
+apostólico.</p>
+
+<p>—Es una jugarreta napolitana —indicó Negri, que en estas ocasiones
+gustaba de decir algo que hiciera reír.</p>
+
+<p>—Es burlarse de los designios del Altísimo —afirmó Abarca, atento
+siempre a entrometer<span class="pagenum" id="Page_288">p. 288</span>
+a la Divinidad en aquellas danzas.</p>
+
+<p>—Es simplemente una tontería —dijo el de la Alcudia—. Veamos la
+opinión de Su Alteza.</p>
+
+<p>El ministro y el obispo pasaron a ver a don Carlos, que hasta
+entonces tenía la digna costumbre de huir de los conventículos donde se
+ventilaban entre aspavientos y lamentaciones los intereses de su causa,
+y al poco rato salieron radiantes de gozo. Su Alteza había contestado
+con enérgica negativa a la proposición de la <i>madre de Isabelita</i>;
+que de este modo solían allí nombrar a la reina Cristina.</p>
+
+<p>Corrieron entonces los cortesanos del cuarto del infante a la cámara
+real, donde, en vista de la denegación, se buscaban nuevas fórmulas
+para llegar al deseado arreglo. Hora y media pasó en ansiedades y locas
+impaciencias. La reina y los ministros conferenciaban en la antecámara
+del rey. En la alcoba de este nadie podía penetrar, a excepción de
+Cristina, los médicos y los ayudas de cámara de Su Majestad. El infante
+no salía del rincón de su cuarto en que se recogía como un cenobita que
+hace penitencia; pero la bulliciosa infanta, la implacable princesa
+de Beira, su hijo don Sebastián y la mujer de este no se daban punto
+de reposo, inquiriendo, atisbando, en medio del vertiginoso ciclón de
+cortesanos que iba y venía y volteaba con mareante susurro.</p>
+
+<p>Al fin aparecieron el obispo y el conde de la Alcudia trayendo las
+nuevas proposiciones de arreglo. ¿Cuáles eran? «¡Una regencia compuesta
+de Cristina y don Carlos, con tal que este empeñase solemnemente su
+palabra de no<span class="pagenum" id="Page_289">p. 289</span> atentar
+a los derechos de la princesa Isabel!». Tal era la proposición, que
+a unos parecía absurda, a otros insolente, a los más ridícula. Hubo
+exclamaciones, monosílabos de desprecio y amargas risas. «¡Los derechos
+de Isabelita!». Esta idea ponía fuera de sí a la enfática y siempre
+hinchada princesa de Beira.</p>
+
+<p>¿Y quién sabrá pintar la escena del cuarto de don Carlos, cuando
+el obispo y el ministro le comunicaron la última proposición de los
+reyes? Por todos los santos se puede jurar que el que tal escena vio no
+la olvidará aunque mil años viva. Nosotros, que la vimos presente, la
+tenemos cual si hubiera pasado ayer; ¿pero cómo acertar a describirla?
+Es tan rica de matices y al propio tiempo tan sencilla, que fácilmente
+se perderá en las manos del arte. ¡Pasó allí tan poca cosa, y fue de
+tanta transcendencia lo que allí pasó!... No hubo ruido; pero en el
+silencio grave de aquella sala se engendraron las mayores tempestades
+españolas del siglo.</p>
+
+<p>Al ver entrar al obispo y al ministro, seguidos de las infantas,
+don Sebastián y el agraciadísimo padre Carranza, levantose don
+Carlos solemnemente. Era hombre que sabía dar a ciertos actos una
+majestad severa que contrastaba con su llaneza en la vida privada.
+Mientras Alcudia leía el borrador del decreto en que se establecía la
+doble regencia, la princesa de Beira estaba lívida y doña Francisca
+mordía las puntas del pañuelo. Ambas hermanas vestían modestamente.
+¿Quién olvidará sus talles altos, sus ampulosos senos, sus<span
+class="pagenum" id="Page_290">p. 290</span> peinados de tres lazos
+y sus pañoletas de colores? Eran como dos estatuas de la ambición
+doméstico-palatina, erigidas en el centro del arco que formaba la
+comisión de príncipes y magnates. Miraban ansiosos a don Carlos, cual
+si temieran que el grande amor que al rey tenía venciera su entereza
+en aquel crítico instante, haciéndole incurrir en una debilidad que se
+confundiría con la bajeza.</p>
+
+<p>Don Carlos no tenía talento, pero tenía fe, una fe tan grande en sus
+derechos, que estos y los Santos Evangelios venían a ser para Su Alteza
+Serenísima una misma cosa. La fe, que en lo moral producía en él la
+honradez más pura y en los actos políticos una terquedad lamentable,
+fue lo que en tal momento salvó la causa apostólica, llenando de júbilo
+los corazones de aquellos señorones codiciosos y princesas levantiscas.
+Mientras duró la lectura, don Carlos no quitó los ojos del cuadro de
+la Purísima, a quien sería mejor llamar Capitana por las prerrogativas
+militares que el príncipe le había dado. Siguió a esto una pausa
+silenciosa, durante la cual no se oía más que el rumorcillo del papel
+al ser doblado por el conde de la Alcudia. Las infantas miraban a los
+labios de don Carlos, y don Carlos se puso pálido, alzó la frente, más
+ancha que hermosa, y tosió ligeramente. Parecía que iba a decir las
+cosas más estupendas de que es capaz la palabra humana, o a dictar
+leyes al mundo como su homónimo el de Gante las dictaba desde un rincón
+del Alcázar de Toledo. Con voz campanuda dijo así:</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_291">p. 291</span></p>
+
+<p>—No ambiciono ser rey; antes por el contrario, desearía librarme de
+carga tan pesada, que reconozco superior a mis fuerzas... pero...</p>
+
+<p>Aquí se detuvo buscando la frase. Doña Francisca estuvo a punto de
+desmayarse, y la de Beira echaba fuego por sus ojos.</p>
+
+<p>—Pero Dios —añadió don Carlos—, que me ha colocado en esta posición,
+me guiará en este valle de lágrimas... Dios me permitirá cumplir tan
+alta empresa.</p>
+
+<p>Aún no se sabía qué empresa era aquella que Dios, protector decidido
+de la causa, tomaba a su cargo en este valle de lágrimas. El conde de
+la Alcudia, que a pesar de estar secretamente afiliado al partido de
+don Carlos quería cumplir la misión que le había dado el rey, dijo
+algunas palabras en pro de la avenencia. Pero entonces don Carlos, como
+si recibiera una inspiración del cielo, habló con facilidad y energía
+en estos términos, que son exactos y textuales:</p>
+
+<p>—«No estoy engañado, no, pues sé muy bien que si yo por cualquier
+motivo cediese esta corona a quien no tiene derecho a ella, me tomaría
+Dios estrechísima cuenta en el otro mundo, y mi confesor en este no me
+lo perdonaría; y esta cuenta sería aún más estrecha, perjudicando yo a
+tantos otros y siendo yo causa de todo lo que resultare; por tanto, no
+hay que cansarse, pues no mudo de parecer».</p>
+
+<p>Dijo, y se sentó cansado. Las infantas dejaron a sus abanicos
+la expresión del orgullo y vanagloria que sentían por aquellas
+cristianísimas<span class="pagenum" id="Page_292">p. 292</span>
+palabras. ¿Qué cosa más admirable que un príncipe decidido a reinar
+sobre nosotros, no por ambición, no por deseo de aplicar al gobierno
+un entendimiento que se siente poderoso, sino por cristianismo puro,
+por temor de Dios y por miedo al infierno? En aquel breve discurso
+nos explicó Su Alteza Serenísima la clave de sus ideas, de su modo de
+hacer la guerra y de gobernar. No era ambicioso ni conquistador, sino
+una especie de cruzado de la Tierra Santa de sus derechos. Según él,
+Dios estaba profundamente interesado en aquel negocio; no se sabe lo
+que habría pasado en los reinos celestiales si al buen infante le da
+la mala tentación de dejar reinar a <i>Isabelita</i>. Es sabido que
+estas contiendas de familia se miran allá arriba como cosa de casa.
+Bien enterado estaba de todo el confesor de Su Alteza, que así le
+había pintado la imposibilidad de ser modesto, y la urgente precisión
+de ceñirse la corona, por estar así acordado allá donde se hacen y
+deshacen los imperios. ¿Y cómo se iba a atrever el pobre don Carlos a
+confesar en el temeroso tribunal de la penitencia el horrible delito
+de no querer ser rey? ¿Y además, no estaba de por medio la infeliz
+España, a quien Dios no podía abandonar? ¿Y qué era el príncipe más que
+el instrumento de Dios, protector decidido en todos tiempos de nuestra
+nación, con preferencia a todas las demás que ocupan la interesante
+Europa, la América lozana, la negra África y el Asia opulenta?
+¡Instrumento de la Providencia! Esto y no otra cosa era don Carlos,
+y bien lo comprendía así el<span class="pagenum" id="Page_293">p.
+293</span> bueno, el evangélico, el seráfico obispo de León, cuando
+al salir de la cámara del infante se abrió paso entre la multitud de
+cortesanos, diciendo con entusiasmo:</p>
+
+<p>—¡Paso al partido del Altísimo!</p>
+
+<p>Olvidábamos decir que don Carlos, luego que dio aquella respuesta
+digna de un arcángel encargado de defender una celestial fortaleza
+sitiada por los pícaros demonios, habló con sus amigos y con su
+esposa y cuñada, repitiéndoles lo que ya les había dicho muchas
+veces, a saber: que se negaba resueltamente a apelar a las armas, que
+desaprobaba todas las conspiraciones fraguadas en su nombre, y que se
+le enterase cada poco rato del estado de la salud del rey.</p>
+
+<p>Luego se encerró en su oratorio, donde rezó gran parte de la noche,
+pidiendo a Dios, su superior jerárquico, y a la Limpia y Pura, su
+generala en jefe, que salvaran la vida de su amado hermano Fernando.
+Tal era, ni más ni menos, aquel don Carlos que en España ha llenado
+el siglo con su nombre lúgubre, monstruo de candor y de fanatismo, de
+honradez y de ineptitud.</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch32">
+ <h2 class="nobreak g0">XXXII</h2>
+</div>
+
+<p>Agitábanse sin descanso los manipuladores de aquella intriga, pero
+ninguno como Pipaón, el correveidile de Calomarde, el que tan pronto
+llevaba un recado al embajador de Nápoles,<span class="pagenum"
+id="Page_294">p. 294</span> caballero Antonini, como un papelito al
+padre Carranza para que lo diera a las infantas. Cuando el barullo cesó
+en los salones y empezó a reinar un poco de sosiego, el bueno de Bragas
+retirose con Calomarde y Carranza a una pieza remota, donde estuvieron
+charlando acaloradamente y revolviendo papeles y haciendo números hasta
+por la mañana. Cuando amaneció tenía la augusta cabeza tan caldeada
+por el cúmulo de ideas y proyectos que en aquella cavidad bullían, que
+juzgó prudente no acostarse y salir a los jardines para dar por ellos
+algunas vueltas.</p>
+
+<p>Largo rato estuvo recorriendo alamedas y bosquecillos de tallado
+mirto, sin parar mientes en la hermosura de la naturaleza en tal
+hora, porque su ambición ocupaba al cortesano todas las potencias y
+sentidos. Así, la deliciosa frescura de la mañana, el despertar de
+los pajarillos, la quietud soñolienta de la atmósfera, la gala de las
+flores humedecidas por el rocío, eran para aquel infeliz esclavo de las
+pasiones como páginas de un idioma desconocido, del cual no comprendía
+ni una letra ni un rasgo.</p>
+
+<p>Ciego para todo, menos para su loco apetito, no veía sino la cartera
+ministerial, el sueldazo, las obvenciones, las veneras, el título de
+nobleza, y todo lo demás que del próximo triunfo de los apostólicos
+podía obtener.</p>
+
+<p>Junto a la fuente de Pomona tropezó con don Benigno Cordero, que
+volvía de su paseo matinal. Era hombre que madrugaba como los pájaros y
+daba paseos de leguas antes del<span class="pagenum" id="Page_295">p.
+295</span> desayuno. Aquella mañana el héroe estaba tan meditabundo
+como Pipaón; pero por diferentes motivos.</p>
+
+<p>—No he dormido en toda la noche, señor don Benigno —dijo el
+cortesano con énfasis—. Hemos trabajado para evitar derramamiento de
+sangre. El rey se nos muere hoy: quizá no llegará a la noche. ¡España
+por don Carlos!</p>
+
+<p>—Yo tampoco he dormido; pero no me desvelan a mí esas trapisondas
+palaciegas, no —repuso el héroe melancólico—. Barástolis,
+rebarástolis..., ¡pensar que hasta ahora no he podido conseguir de
+ese intrigante la cosa más fácil y sencilla que se puede pedir a un
+obispo!... ¡Una firma, una, don Juan, una firma! He prometido una
+gran cesta de albaricoques, amén de otras cosas, al familiar de Su
+Ilustrísima y... ni por esas... Su Ilustrísima no se puede ocupar de
+eso; Su Ilustrísima se debe al rey y al estado y al... ¿En qué país
+vivimos? ¿Se tratan así los intereses más respetables? ¿Es esto ser
+obispo?... ¡Le digo a usted, amigo don Juan, que estoy de obispos hasta
+la corona!... ¿Qué es lo que pido? Una firma, nada más que una firma en
+documento corriente, informado y vuelto a informar, y que ha pasado por
+más manos que moneda vieja... ¡Oh, malhadada España! ¡Y estos hombres
+hablan de regenerarte!</p>
+
+<p>¡Una firma, nada más que una firma! Indudablemente el revoltoso
+obispo debía ser ahorcado. Pipaón consoló a su amigo lo mejor que
+pudo, prometiéndole recomendar el caso a Su Ilustrísima, y conseguirle
+si triunfaban los<span class="pagenum" id="Page_296">p. 296</span>
+apostólicos, no una firma, sino cuatro o cinco docenas de ellas.</p>
+
+<p>Cuatro o cinco docenas de <i>Barástolis</i> echó después de su
+boca don Benigno, y juntos él y Bragas se dirigieron hacia la casa de
+Pajes.</p>
+
+<p>—Si estuviera aquí Jenarita —decía Cordero—, ella, con su
+irresistible poder, haría firmar a ese condenado.</p>
+
+<p>Pipaón se acostó; pero llamado a poco rato por Su Excelencia, tuvo
+que dejar el blando sueño para acudir a los cónclaves que se preparaban
+para aquel día. El inconsolable y aburridísimo Cordero, luego que
+se desayunó, volvió a los jardines, único punto donde hallaba algún
+esparcimiento en su tristeza, y no había llegado aún a la Fuente de la
+Fama, cuando topó con Monsalud, que venía de malísimo talante. El día
+anterior se habían visto y saludado un momento, como amigos antiguos
+que eran desde las trapisondas de la Milicia nacional el año 22,
+memorable por la hazaña del nunca bastante célebre arco de Boteros.
+Alegrose don Benigno de verle, por tener alguien con quien hablar en
+aquella desolada corte, tan llena de interés para otros y para él más
+triste y solitaria que un desierto. De manos a boca Monsalud le habló
+de Sola, del casamiento, y tales elogios hizo de ella y con tanto calor
+la nombró, que Cordero sintió inexplicables inquietudes en su alma
+generosa. No sabía por qué le era desagradable la persona y la amistad
+de aquel hombre, protector y amigo de su futura en otro tiempo, y luego
+nombrado en sueños por ella. Recordó claramente<span class="pagenum"
+id="Page_297">p. 297</span> cuán triste se ponía la huérfana si le
+faltaban cartas de él, y cuánto se alegraba al recibir noticias
+suyas; pero al mismo tiempo le consoló el recuerdo de la perfecta
+sinceridad, signo de pureza de conciencia, con que Sola le supo referir
+su entrevista con Salvador en los Cigarrales, mientras Cordero estaba
+en Madrid ocupado de los nunca bastante vituperados papeles. Recordó
+muchas cosas: unas que le agitaban, otras que calmaban su inquietud, y,
+por último, la fe ciega que tenía en el afecto puro y sencillo de la
+que iba a ser su señora le confortaba singularmente. No obstante, quiso
+evitar la compañía de aquel hombre, y ya preparaba la conversación para
+buscar un pretexto de ausencia, cuando Salvador dijo:</p>
+
+<p>—Reniego de esta cansada y revoltosa corte. Aquí estoy hace seis
+días atado por una pretensión sencilla y fácil, y aunque tengo
+relaciones en Palacio, nada puedo conseguir. A usted no le sorprenderá
+el saber que lo que pretendo no es más que una firma, nada más que una
+firma en documento corriente. Pero el señor Calomarde, que para daño
+eterno de nuestro país sigue sin reventar todavía, no se ha decidido
+aún a tomar la pluma. ¡Y de que la tome y rubrique dependen mi fortuna
+y mi porvenir!</p>
+
+<p>—Nuestra cuita es la misma —exclamó don Benigno sintiéndose
+consolado con la desgracia ajena—. Yo también me aburro y me desespero
+y me quemo la sangre solo por una firma.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_298">p. 298</span></p>
+
+<p>—¡Qué ministros!</p>
+
+<p>—Están intrigando para arrancar al rey un codicilo que dé la corona
+a don Carlos.</p>
+
+<p>—¡Qué menguados hombres!... ¡Que una nación esté en tales
+manos!...</p>
+
+<p>—Y según los vientos que corren, barástolis, lo estará para <i>in
+eternum</i>. La consigna de esa gente es que el rey se muere hoy.
+Parece que han sobornado al Altísimo.</p>
+
+<p>—Es gracioso.</p>
+
+<p>—Ya tratan a don Carlos de Majestad.</p>
+
+<p>—Lo creo. Será rey. Vamos progresando. ¿Piensa usted emigrar?</p>
+
+<p>—¿Yo? —dijo Cordero sorprendido—. Si triunfa ese partido brutal lo
+sentiré mucho, porque, en fin, tengo ideas liberales... algo ha leído
+uno en autores filosóficos...</p>
+
+<p>—Sí, ya sé que lee usted a Rousseau. Rousseau dice: «no hay patria
+donde no hay libertad». ¿Piensa usted emigrar?</p>
+
+<p>—Emigrar no, porque no me mezclo en política. Viviré retirado de
+estos trapicheos, dejándoles que destrocen a su antojo lo que todavía
+se llama España, y con ellos se llamará como Dios quiera. Un padre de
+familia no debe comprometerse en aventuras peligrosas. Usted...</p>
+
+<p>—Yo no soy padre de familia ni cosa que lo valga —dijo el otro
+dejando traslucir claramente una pena muy viva—. No tengo a nadie en
+el mundo. No hay casa, ni hogar, ni rincón que guarden para mí un poco
+de calor; soy tan extranjero aquí como en Francia; soy esclavo de la
+tristeza; no tengo en derredor<span class="pagenum" id="Page_299">p.
+299</span> mío ningún elemento de vida pacífica; la última ilusión la
+perdí radicalmente; vivo en el vacío; no tengo, pues, otro remedio,
+si he de seguir existiendo, que lanzarme otra vez a las aventuras
+desconocidas, a los caminos peligrosos de la idea política, cuyo
+término se ignora. Mi antigua vocación de revolucionario y conspirador,
+que estaba amortiguada y como vencida en mí, vuelve a nacer ahora,
+porque el freno que le puse se ha roto, porque la vocación nueva con
+que traté de matar aquella se ha convertido en humo. Hay que volver al
+humo pasado, a las locuras, a la lucha, a las ideas, cuya realización,
+por lo difícil, toca los límites de lo imposible.</p>
+
+<p>Don Benigno le oía con estupor. Habíanse internado en uno de
+aquellos laberintos hechos con tijeras, que parecen decoraciones
+teatrales construidas para una sosa comedia galante, o para una opereta
+de Metastasio. Solidarias y placenteras estaban las callejuelas y las
+bovedillas verdes. Nadie podía oírles allí. Salvador no puso trabas a
+su lengua, y se expresó de este modo:</p>
+
+<p>—Cuando vine aquí persistía en mi propósito de huir para siempre de
+la política; pero sin determinar aún qué dirección o empleo había de
+dar a mi pensamiento y a mi voluntad. No se puede vivir de monólogos,
+como yo vivo ahora. Mi desgracia o mi fortuna, que esto no lo sé
+bien, quisieron que entrara algunas veces en Palacio. Allí traté a
+gentilhombres y cortesanos, hice amistad con ministriles y empleadillos
+menudos; todo por el<span class="pagenum" id="Page_300">p. 300</span>
+negocio maldito de esta rúbrica que pido a Su Excelencia y que no me
+quiere dar. Además soy amigo de un montero de Espinosa, que me ha
+enterado de todo lo ocurrido ayer y anoche. ¡Qué cosas, amigo mío; qué
+horrores! Si cuando se lee la historia sentimos emociones tan hondas y
+queremos ser actores en los sucesos pintados, ¿qué será cuando vemos
+la historia viva, antes de ser libro, y asistimos a los hechos antes
+de que sean páginas? El drama de anoche me ha espeluznado. Pues se
+prepara otro drama, junto al cual el de anoche será comedia. No, no es
+posible ver esto como se ven por anteojo los muñecos y las vistas de un
+<i>tutilimundi</i>. De repente me he sentido exaltado, y mis antiguas
+vocaciones renacen con ímpetu irresistible.</p>
+
+<p>—Cuidado, cuidado —dijo don Benigno, temeroso del sesgo peligroso
+que aquella conversación tomaba—. Los arbolitos oyen; chitón. Le veo a
+usted en camino de ser un cristino furibundo.</p>
+
+<p>—Yo no sé por qué camino voy: solo sé que cuando veo a esa reina
+joven, hermosa, inocente de todos los crímenes del absolutismo; cuando
+considero sus virtudes y la piedad con que asiste al rey enfermo,
+que solo merece lástima; cuando veo los peligros que la cercan, los
+infames lazos que se le tienden y el desdén con que la miran los
+mismos que hace poco se arrastraban a sus pies, siento arder la sangre
+en mis venas, y no sé qué daría, créame usted, don Benigno, por
+hallarme en situación de enseñar a estos murciélagos apostólicos<span
+class="pagenum" id="Page_301">p. 301</span> cómo se respeta a una
+señora y a una reina. En la corona que no han podido quitarle todavía,
+y que sobre su hermosa frente tiene mayor brillo, veo la monarquía
+templada que celebra alianzas de amistad con el pueblo; pero en la
+corona de hierro que esos clérigos y cortesanos intrigantes están
+forjando en el cuarto de don Carlos, veo la monarquía desconfiada,
+implacable, que no admite más derechos que los suyos. No, no hay ya
+en España caballeros, si España consiente que esa turba de fanáticos
+expulse a la reina y arrebate la corona a su hija...</p>
+
+<p>—Sí, sí —exclamó Cordero sintiendo que revivía lentamente en su
+alma el antiguo entusiasmo liberalesco—. Pero cuidado, mucho cuidado,
+amigo. Lo que usted dice es peligrosísimo. Todo el Real Sitio es de los
+apostólicos. No nos metamos en lo que no nos importa.</p>
+
+<p>—¿Cómo que no nos importa? —dijo el otro con viveza—. Es cuestión de
+vida o muerte, de ser o no ser. En estos momentos se está decidiendo,
+y pronto se probará, si los españoles no merecen otro destino que el
+de un hato de carneros o si son dignos de llamar nación a la tierra
+en que viven. Yo, que había tomado en aborrecimiento las revoluciones
+y el conspirar, ahora siento en mí un apetito de rebeldía que me
+llevaría a las mayores locuras si viera junto a mí quien me ayudase.
+Desanimado ayer y deseoso de la oscuridad, hoy, que la vida doméstica
+me es negada por Dios, quisiera tener medios de revolver a España,
+y<span class="pagenum" id="Page_302">p. 302</span> amotinar gente, y
+romper todos los lazos, y levantar todos los destierros, y desencadenar
+cuanto encadena este régimen brutal. Yo iría a esa reina atribulada
+y le diría: «Señora, lance Vuestra Majestad un grito, un grito solo
+en medio de este país que parece dormido y no está sino asustado. No
+tema Vuestra Majestad; estas situaciones se vencen con el valor y
+la confianza. Abra Vuestra Majestad las puertas de la patria a los
+emigrados, a todos absolutamente sin distinción. Para vencer al infante
+se necesita una bandera; para hacer frente a un principio se necesita
+otro; nada de términos medios ni acomodos vergonzosos; esa gente pide
+todo o nada; pues nada, y guerra a muerte. Levántese Vuestra Majestad
+y ande con paso seguro; no se deje asustar por los errores de los que
+no han sabido establecer la libertad. Es preciso tolerarles como son,
+porque son la salvación, y si aseguran el trono y la libertad, sus
+imperfecciones y extravíos les serán perdonados. Y entonces, Señora,
+se alzará del seno de España, oprimida y deseosa de mejor suerte, un
+sentimiento, un prurito incontrastable, y miles de hombres generosos se
+agruparán al lado de Vuestra Majestad protestando con la voz y con la
+espada de que quieren por soberana a la reina del porvenir, la reina
+liberal, Isabel II».</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch33">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_303">p. 303</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">XXXIII</h2>
+</div>
+
+<p>—¡Chitón, chitón por todos los santos del cielo! —dijo don Benigno
+poniéndole la mano en la boca para hacerle callar.</p>
+
+<p>Participaba el héroe de aquel noble ardor; pero temía que tales
+demostraciones les trajeran a entrambos algún perjuicio. Tembloroso
+y ruborizado, Cordero llevó a su amigo fuera del verde laberinto,
+incitándole a que callara, porque —y lo dijo en la plenitud de la
+convicción— si el obispo Abarca y el ministro Calomarde llegaban a
+tener noticia de lo que se habló en los jardines, no firmarían ni en
+tres siglos. Salvador tranquilizó al buen comerciante sobre aquel
+endiablado negocio de las firmas, y cuando se separaron invitole a que
+comieran juntos aquella tarde. Excusose don Benigno, por sentirse, al
+oír la invitación, tocado de aquella misma inquietud o recelo de que
+antes hablamos; pero las reiteradas cortesanías del otro le vencieron
+al fin. Mientras Cordero entraba en la casa de Pajes pensando en el
+convite, en la muerte del rey, en la firma, y, sobre todo, en su
+familia de los Cigarrales, Salvador penetró en Palacio y no se le vio
+más en todo el día.</p>
+
+<p>Era aquel el 18 de septiembre, día inolvidable en los anales de la
+guerra civil, porque<span class="pagenum" id="Page_304">p. 304</span>
+si bien en él no se disparó un solo cartucho, fue un día que engendró
+sangrientas batallas; un día en el cual se puede decir figuradamente
+que se cargaron todos los fusiles y cañones. Desde muy temprano volvió
+a reinar el desasosiego en Palacio. Su Majestad seguía muy grave,
+y a cada vahído del monarca la causa apostólica daba un salto en
+señal de vida y buena salud: así es que cuando circulaban noticias
+desconsoladoras no se veía el dolor pintado en todas las caras, como
+sucede en ocasiones de esta naturaleza, aun en regios alcázares,
+sino que a muchos les bailaban los ojos de contento, y otros, aunque
+disimulaban el gozo, no lo hacían tanto que escondieran por completo la
+repugnante ansiedad de sus corazones corrompidos.</p>
+
+<p>En medio de esta barahúnda, la reina apuraba sola en el silencio
+lúgubre de la alcoba regia el cáliz amargo de la situación más triste
+y desairada en que pueda verse quien ha llevado una corona. Los
+cortesanos huían de ella; a cada hora, a cada minuto veía disminuir el
+número de los que parecían fieles a su causa, y cada suspiro del rey
+moribundo producía una defección en el débil partido de la reina. El
+día anterior aún tenía confianza en la guardia de Palacio; pero desde
+la mañana del 18 las revelaciones de algunos servidores leales la
+advirtieron de que, muerto el rey, la guardia y probablemente todas las
+fuerzas del Real Sitio abrazarían el partido del infante.</p>
+
+<p>Cristina se vistió en aquellos días el hábito de la Virgen del
+Carmen, y con la saya de lana<span class="pagenum" id="Page_305">p.
+305</span> blanca estaba más guapa aún que con manto regio y corona de
+diamantes. No salía de la real alcoba sino breves momentos, cuando el
+rey parecía sosegado y ella necesitaba ver a sus hijas, o desahogar
+su pena en llanto amarguísimo, derramado sin testigos en su cámara
+particular. Allí también habla bullicio y movimiento, porque la
+servidumbre arreglaba las maletas y embaulaba el ajuar de la reina en
+previsión de una fuga precipitada.</p>
+
+<p>Por la noche Cristina no dormía. Sentada junto al lecho del rey,
+vigilaba su enfermedad, atendía a sus dolores, preparaba por sí
+misma las medicinas y se las daba, dirigíale palabras de esperanza y
+consuelo, no permitía que los criados hicieran cosa alguna que pudiera
+hacer ella, esclava entonces de sus deberes de esposa con tanto rigor
+como la compañera del último súbdito del tirano enfermo. Haciendo
+entonces lo que no suelen ni saben hacer generalmente las reinas, María
+Cristina se puso una corona de esas que no están sujetas a los azares
+de un destronamiento ni a los desaires de la abdicación.</p>
+
+<p>La historia no dice lo que pasó por la mente del atormentador de
+España al ver que en pago de sus violencias, de su bárbaro orgullo,
+de sus vicios y de su egoísmo brutal, Dios le enviaba aquel ángel en
+su última hora para que el autor de tantas agonías viera endulzada la
+suya y pudiera morirse en paz, como se mueren los que no han hecho
+daño a nadie. Cuando se entraba en la alcoba real, no se podía ver sin
+horror el enorme cuerpo del rey<span class="pagenum" id="Page_306">p.
+306</span> en el lecho, hinchado, inmóvil, oprimido por bizmas, ungido
+con emplastos, que a pesar de sus virtudes no vencían los dolores;
+hecho todo una miseria; conjunto lastimoso de desdichas físicas, que
+así remedaban la moral más perversa que ha informado un alma humana.</p>
+
+<p>Su rostro variaba entre el verdoso de la muerte y el amoratado de
+la congestión. Ligeramente incorporado sobre las almohadas, su cabeza
+estaba inerte, su mirada fija y mortecina, su nariz colgaba cual si
+quisiera caer saltando al suelo, y de su entreabierta boca no salía
+sino un quejido constante, que en los breves momentos de sosiego era
+estertor difícil. Por fin le tocaba a él también un poco de potro.
+Debía de estar su conciencia bastante despierta en aquellos momentos,
+porque no se quejaba desesperado como si en el fondo de su alma
+existiese una aprobación de aquel horrible quebrantamiento de huesos y
+hervor de sangre que sufría. La cama del rey, por el estado de aquel
+desdichado cuerpo que desde algún tiempo vivía corrompiéndose, parecía
+más bien un ensayo de las descomposiciones del sepulcro. Esto solo es
+un elocuente elogio de la cristiana abnegación de la reina.</p>
+
+<p>Había en la alcoba dos o tres crucifijos e imágenes, solicitados por
+la piedad de Cristina para que no permitieran que España se quedara
+sin rey. Mas por el momento no había síntomas de que tan noble anhelo
+fuera atendido, porque Fernando VII se moría a pedazos. Aquella masa
+inerte, tan solo vivificada por un gemido, no era ya rey, ni siquiera
+hombre.<span class="pagenum" id="Page_307">p. 307</span> Hacia el
+mediodía se temió la pérdida absoluta de las facultades mentales, y
+antes que esto llegara se reconoció la necesidad de dar solución al
+tremendo conflicto. Una chispa de razón quedaba en el espíritu del
+rey. Era urgente, indispensable, que a la débil luz de esa chispa se
+resolviese el problema.</p>
+
+<p>Cristina hubiera dilatado aquel momento, ganando algunas horas para
+dar tiempo a que llegara su hermana la infanta doña Carlota, mujer de
+brío y resolución para tal caso. Desde que se agravó Su Majestad le
+habían enviado correos al Puerto de Santa María, rogándola que viniese,
+y ya la infanta debía de estar cerca, quizás en Madrid, quizás en
+camino del Real Sitio. Pero el aniquilamiento rápido del enfermo no
+permitía esperar más. Entraron, pues, en la real cámara tres figuras
+horrendas: Calomarde, el de la Alcudia y el obispo de León. La reina
+y el confesor del rey habían llegado poco antes y estaban a un lado
+y otro de Su Majestad, Cristina casi tocando su cabeza, el clérigo
+bastante cerca para hablar al oído del pobre enfermo. Había llegado un
+momento en que ninguna alma cristiana podía conservar rencor ante tanta
+desdicha. No era posible ver a Fernando VII en aquel trance sin sentir
+ganas de perdonarle de todo corazón.</p>
+
+<p>Los tres temerosos figurones se situaron a los pies de la cama,
+después de besar uno tras otro con apariencia cariñosa aquella mano
+lívida que había firmado tantas atrocidades. El obispo estaba grave,
+imponente, como quien suponiéndose con autoridad divina, se<span
+class="pagenum" id="Page_308">p. 308</span> cree por encima de todas
+las miserias humanas; el conde de la Alcudia triste y acobardado por
+la solemnidad del momento, y Calomarde, el hombre rastrero y vil, cuya
+existencia y cuyo gobierno no fueron más que pura bajeza y engaño,
+arqueaba las cejas mucho más que las arqueaba de ordinario, pestañeaba
+sin cesar y hacía pucheros. Cruel con los débiles, servil con los
+poderosos, cobarde siempre, este hombre abominable adornaba con una
+lagrimilla la traición infame que a su amo hacía en los umbrales de la
+muerte.</p>
+
+<p>Quien presenció aquella escena terrible cuenta que la luz de la
+estancia era escasa; que los tres consejeros estaban casi en la sombra;
+que el rey volvía su rostro hacia la reina, vestida de hábito blanco;
+que hubo un momento en que el confesor no hacía más que morderse las
+uñas; que la hermosura de Cristina era la única luz de aquel cuadro
+sombrío, intriga política, horrible fraude, vil escamoteo de una corona
+perpetrado al borde de un sepulcro.</p>
+
+<p>Cuenta también el testigo presencial de aquella escena que el
+primero que habló, y habló con entereza, fue el obispo de León. Puesto
+de pie, parecía que llegaba al techo. Su voz hueca de sochantre
+retumbaba en la cámara como voz de ultratumba. Aquel hombre, tan
+rígido como astuto, principió tocando una fibra del corazón del rey:
+habló de <i>las inocentes niñas</i> de Su Majestad y de la <i>virtuosa
+reina</i>, que según él corrían gran peligro si no pasaba la corona
+a las sienes de don Carlos.<span class="pagenum" id="Page_309">p.
+309</span> Después pintó el estado del reino, en el cual, según dijo,
+no había un solo hombre que no fuera partidario de la monarquía
+eclesiástica representada por el infante.</p>
+
+<p>Fernando dio un gran suspiro y fijó sus aterrados ojos en el obispo.
+Este se sentó. Puesto en pie, Calomarde dijo que su emoción al ver en
+aquel estado al mejor de los reyes, y al mejor de los padres, y al
+mejor de los esposos, y al mejor de los hombres, no le permitía hablar
+con serenidad; dijo que se veía en la durísima precisión de no ocultar
+a su amado soberano la verdad de lo que ocurría; que había tanteado
+el ejército, y todo el ejército se pronunciaría por don Carlos si no
+se modificaba en favor de este la Pragmática sanción del 29 de marzo
+de 1830; que los voluntarios realistas, sin excepción de uno solo,
+proclamaban ya abiertamente como rey de derecho divino al mismo señor
+don Carlos, y que para evitar una lucha inútil y el derramamiento de
+sangre, convenía a los intereses del reino...</p>
+
+<p>El infame hacía tales pucheros que no pudo continuar la frase.
+Sintiose que el cuerpo dolorido del rey se estremecía en su cama o
+potro de angustia. Oyose luego la voz moribunda, que dijo entre dos
+lamentos:</p>
+
+<p>—-Cúmplase la voluntad de Dios.</p>
+
+<p>El confesor silbó en su oído palabras no entendidas por los demás, y
+entonces la reina Cristina, sin mirar a las tres sombras, volviendo su
+rostro al rey y haciendo un heroico esfuerzo para no dar a conocer su
+dolor, pronunció estas palabras:</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_310">p. 310</span></p>
+
+<p>—Que España sea feliz, que en España haya paz.</p>
+
+<p>El rey exhaló un gran suspiro mirando al techo, y después dijo algo
+que pareció el mugido de un león enfermo. La reina tomó su pañuelo, y
+sin decir nada, dejando correr libremente sus lágrimas, limpió el sudor
+abundante que bañaba la frente del rey.</p>
+
+<p>Siguió a esto un discursillo del conde de la Alcudia confirmando el
+dictamen de los otros dos apostólicos. Aquel famoso triunvirato traía
+la comedia bien aprendida, y en el cuarto de don Carlos se habían
+estudiado antes detenidamente los discursos, pesando cada palabra.
+El confesor dijo también en voz alta su opinión, asegurando bajo su
+palabra que el Altísimo estaba en un todo conforme con lo expuesto por
+los señores allí presentes. ¡Y se quedó tan satisfecho después de este
+mensaje...!</p>
+
+<p>Fernando pareció llamar a sí todas sus fuerzas. Claramente dijo:</p>
+
+<p>—¿En qué forma se ha de hacer?</p>
+
+<p>No vacilaron los apostólicos en la contestación, pues para todo
+estaban prevenidos. Calomarde, fingiendo que se le ocurría en aquel
+mismo instante, propuso que el rey otorgase un codicilo-decreto
+derogando la Pragmática sanción del 30, y revocando las disposiciones
+testamentarias en la parte referente a la regencia y a la sucesión de
+la corona.</p>
+
+<p>Después de una pausa, el rey se hizo repetir la proposición del
+ministro, y oída por segunda vez, Cristina volvió a limpiar el sudor
+que corría por la frente de su marido. Con un<span class="pagenum"
+id="Page_311">p. 311</span> gesto y la mano derecha, este mandó a los
+tres apostólicos consejeros que salieran de la estancia, y se quedó
+solo con su esposa y con su confesor, el cual salió también poco
+después. Consternados los tres escamoteadores, y dudando del éxito de
+su infame comedia, no decían una palabra, y con los ojos se comunicaban
+aquella duda y el temor que sentían. Calomarde y el obispo dieron
+algunos paseos lentamente por la cámara, esperando que el rey les
+volviera a llamar, y el conde de la Alcudia aplicó el oído a la puerta
+y dijo en voz baja y temerosa:</p>
+
+<p>—Parece que llora Su Majestad.</p>
+
+<p>—No lo creo —murmuró el obispo, acercando también su oído.</p>
+
+<p>Entonces se abrió la puerta y apareció el confesor con las manos
+cruzadas y el semblante compungido, imagen exacta de la hipocresía.
+Los cuatro cuchichearon un momento como viejas chismosas. Media hora
+después, Cristina les llamó y volvieron a entrar. Fernando no estaba
+ya incorporado en su cama, sino completamente tendido de largo a
+largo, fijos los ojos en el techo, rígido, pesado, el resuello lento y
+difícil. Sin mirar a los que habían sido sus amigos, sus aduladores,
+terceros de sus caprichos políticos y servidores de sus gustos con
+la lealtad y sumisión del perro, Fernando VII les manifestó en pocas
+palabras que aceptaba el sacrificio que se le imponía. Esforzándose un
+poco, habló más para exigir secreto absoluto de lo acordado hasta que
+él muriese.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_312">p. 312</span></p>
+
+<p>Los tres apostólicos bajaron; encerráronse en un gabinete. Entre
+tanto, la chusma del cuarto de don Carlos ardía en impaciencias;
+sobresaltadas y nerviosas, las dos infantas padecían atroz martirio. La
+historia, muy descuidada en cierras cosas, no dice el número de tazas
+de tila que se consumieron aquel día. El obispo, Calomarde y Alcudia
+mostráronse tan reservados aquella tarde, que los <i>carlinos</i> se
+impacientaban y aturdían cada vez más. No obstante, algunas palabras
+optimistas, aunque enigmáticas, de Abarca al salir del gabinete en que
+los tres se encerraron para extender el decreto-codicilo, hicieron
+comprender a la muchedumbre apostólica que las cosas iban por buen
+camino. Finalmente, al llegar la noche, y cuando se difundía por
+Palacio, corriendo y repercutiéndose de sala en sala como un trueno,
+la voz de <i>el rey ha muerto</i>, el señor Abarca entró triunfante en
+la cámara donde la corte del porvenir se hallaba reunida. En su mano
+alzaba el reverendo un papel, con el cual amenazar parecía, o que lo
+tremolaba como estandarte o divisa de una ley suprema. Moisés bajando
+del Sinaí no apareció seguramente más terrible que el señor Abarca
+cuando, mostrando el decreto-codicilo, exclamó:</p>
+
+<p>—Señores, óiganme.</p>
+
+<p>Oyeron leer con atención profunda, y poco faltó para que algunos se
+prosternaran, quién por servilismo mezclado de entusiasmo, quién por
+ese especial instinto a lo Nabucodonosor que algunos entes civilizados
+no pueden ocultar aunque vistan casaca bordada. Toda la<span
+class="pagenum" id="Page_313">p. 313</span> corte de don Carlos estaba
+allí, menos don Carlos, el candidato divino, que a tal hora se hallaba
+en su oratorio con la frente humillada y el corazón oprimido, pidiendo
+a Dios que no quitara la vida a su hermano.</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch34">
+ <h2 class="nobreak g0">XXXIV</h2>
+</div>
+
+<p>Al llegar aquí, el narrador no puede contener su asombro ante el
+peregrino suceso que va a referir, y deteniendo su relato, exclama: ¡Oh
+admirables designios de la Providencia! ¡Oh vanidad de los cálculos
+humanos! ¡Oh peligro de jugar con las cosas del cielo, eslabonándolas
+con los apetitos o intereses de un bando político! De este modo el
+ánimo del lector queda perfectamente dispuesto para saber que Dios
+Todopoderoso, estimando sin duda más a don Carlos que a su partido,
+atendió al ruego que con amor fraternal y piedad cristiana le dirigió
+aquel; y así dispuso que Fernando, ya casi muerto, tornase a la vida,
+dando al traste con las esperanzas de lo que el obispo de León llamaba
+<i>el partido del Altísimo</i>. De este modo el Padre de todas las
+cosas abandonaba a su grey en lo mejor de la pelea, seguido de la
+Generalísima, a quien también pidió muy ardientemente don Carlos la
+vida de su hermano. Hasta con su cristiandad se perjudicaba a sí mismo
+don Carlos como jefe visible<span class="pagenum" id="Page_314">p.
+314</span> del partido absolutista-religioso, y si le dejaran rezar
+mucho, es fácil que los furibundos apostólicos perdieran todas las
+batallas cortesanas y marciales que en lo futuro habían de dar.</p>
+
+<p>Fernando se aletargó por la noche. Todos le creyeron muerto; la
+tremenda noticia circuló por el Real Sitio, llegó hasta Madrid, y aun
+fue transmitida a las cortes europeas. Pero a la mañana siguiente,
+de aquel cadáver volvieron a salir quejas y suspiros, se reanimó con
+oportunas sustancias y medicinas, y en Palacio y en los jardines no
+se decía sino <i>el rey vive, el rey vive</i>, frase de consternación
+para algunos, de esperanzas para los menos. Muchas caras variaron
+bruscamente, y Cristina vio sonreír a los que el día anterior estaban
+cejijuntos y tenían en su rostro protervo el indefinible airecillo
+de la defección. ¡Y el señor obispo, que la tarde del 18 salió a los
+jardines diciendo en voz alta en un corro de amigos: «Ya no volverán a
+levantar la cabeza los liberales...»! ¡Y el gracioso padre Carranza,
+que aquella noche había prometido solemnemente a sus allegados más de
+cuarenta canonjías y beneficios simples!</p>
+
+<p>En todo el día 19 fueron llegando al Real Sitio muchos jóvenes de
+la aristocracia y militares de todas graduaciones, que iban a ponerse
+a las órdenes de la reina Cristina. Con estas adquisiciones hechas
+por un partido que se creía muerto, iban rápidamente abatiéndose los
+ánimos de los apostólicos, y no se sabe qué cantidad fabulosa de tazas
+de tila tuvieron<span class="pagenum" id="Page_315">p. 315</span> que
+tomar doña Francisca y su hermana para poner a raya sus desconcertados
+nervios. ¡Dios y la Generalísima ayudaban a la napolitana!</p>
+
+<p>Con la irrupción de personajes civiles y militares en el Real Sitio,
+las habitaciones escasearon en tales términos, que Pipaón tuvo que
+rogar a don Benigno le dejase libre el cuarto que ocupaba en la casa de
+Pajes, lo que no sintió mucho el héroe, porque estaba hasta la corona
+de cortesanos, obispos y palaciegos.</p>
+
+<p>—Lo siento mucho —dijo don Juan al despedirle—. Pero ya ve usted,
+media España ha venido aquí a ponerse a las órdenes de la reina... ¡Es
+un ángel esa señora! Aunque no lo parezca, sepa usted que yo la admiro.
+Dicen que será nombrada regente... y no me pesa, no me pesa...</p>
+
+<p>Cuando iba Cordero por el jardín acompañado de un chico que le
+llevaba la maleta, encontró a Salvador, el cual se empeñó en compartir
+con él su alojamiento, aunque estrecho, suficiente para los dos. Dio
+mil excusas don Benigno, que en aquel momento sintió más vivo que nunca
+el misterioso recelo que su amigo le inspiraba; pero al fin no tuvo más
+remedio que aceptar, so pena de tener que dormir en la calle o en un
+banco de los jardines.</p>
+
+<p>—No hay que pensar ahora —le dijo Monsalud con cariño— en que esos
+señores firmen. Ninguno de ellos, en estos días, sabe dónde tiene la
+mano derecha. Esperando a ver en qué para esto, viviremos juntos, nos
+contaremos nuestras desdichas y nos consolaremos mutuamente.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_316">p. 316</span></p>
+
+<p>Al día siguiente cobró Fernando algunas fuerzas, y serenándose su
+mente empezó a comprender la infame sorpresa de que había sido víctima.
+No obstante, todavía los reyes legítimos estaban en Palacio como
+cohibidos por la gente apostólica, cuyo poder era grande aún, a pesar
+de la situación desfavorable en que se encontraban. Esperábales todavía
+el golpe de gracia, que había de darles muerte en la esfera cortesana,
+cerrándoles todo camino que no fuera el de la guerra. En la madrugada
+del 22 llegó a San Ildefonso la infanta Carlota, esposa del infante don
+Francisco y hermana de Cristina, mujer resuelta, varonil, desparpajada,
+libre y francota de palabras, alta, airosa y algo manolesca de figura,
+valerosa hasta lo sumo, y tan ardiente de genio que, según pública
+opinión, trataba despóticamente, cuando el caso lo requería, a las
+personas ligadas a ella por el parentesco más íntimo. Odiaba con toda
+su alma a las dos princesas brasileñas, doña Francisca y la de Beira, y
+este aborrecimiento podrá explicar mejor que ninguna razón política la
+guerra que había declarado a los apostólicos. ¡Formidable influencia de
+la mujer en el destino de los pueblos! Los hombres, pensando, plantean
+las teorías y los sistemas, crean los partidos; las mujeres, amando
+o aborreciendo, determinan la acción. Comparando la historia con un
+drama, el hombre es el histrión y la mujer el autor. No ha existido
+ningún gran suceso político que no haya venido a la historia impulsado
+por manos femeninas, y esa académica nave del<span class="pagenum"
+id="Page_317">p. 317</span> Estado de que tanto hablan los tratados
+políticos, no navegaría las más de las veces si no tiraran de ella las
+voladoras palomitas de Venus.</p>
+
+<p>Doña Carlota entró en Palacio hablando a gritos, tratando con
+modales bruscos a todo el mundo, gentilhombres y damas; presentose a
+su hermana, y después de abrazarla la llamó tonta unas veinte veces.
+El testigo presencial de estas escenas, que ya no eran de tragedia
+ni de drama, sino de opereta, cuenta que como Cristina y Carlota
+hablaban acaloradamente en italiano, no era posible a los presentes
+entender bien lo que decían; solo comprendían algunas palabras, como
+<i>sciocca, pazza, regina de gallería... sceleratezza...</i> Después
+la infanta descansó un momento, y a hora avanzada de la mañana anunció
+que recibiría a los ministros y demás personajes que quisieran
+cumplimentarla. Cuando Calomarde y el conde de la Alcudia entraron,
+doña Carlota afectó serenidad y preguntó al ministro de Gracia y
+Justicia la razón de haber revelado el secreto del codicilo, contra lo
+dispuesto por Su Majestad. Tembloroso y cortado, don Tadeo se excusó
+con el letargo del rey, que parecía muerto.</p>
+
+<p>—Su Majestad —dijo doña Carlota disimulando su ira— quiere recoger
+el original del codicilo, y me encarga decir a usted que lo presente
+ahora mismo.</p>
+
+<p>El ministro se inclinó, saliendo en busca de lo que se le pedía.
+Entre tanto, los que no se habían manifestado muy claramente
+partidarios del infante, se reunían en la cámara. En<span
+class="pagenum" id="Page_318">p. 318</span> pie y moviéndose sin cesar
+de un lado para otro, altiva, nerviosa, respirando fuerte, doña Carlota
+parecía que imaginaba crueldades y violencias impropias de mujer y de
+princesa. Los circunstantes no le dijeron nada, y Cristina misma, con
+ojos encendidos de tanto llorar, el seno palpitante, enmudecía ante la
+arrogantísima actitud de aquella nueva Semíramis.</p>
+
+<p>Cuando Calomarde entregó a la infanta el manuscrito que tantos
+desvelos y fingimiento había costado a los apostólicos, Carlota no se
+tomó el trabajo de leerlo y lo rasgó con furia en multitud de pedazos.
+Con el mismo desprecio y enojo con que arrojó al suelo los trozos de
+papel, echó sobre la persona del ministro estas duras palabras, que no
+suelen oírse en boca de príncipes:</p>
+
+<p>—Vea usted en lo que paran sus infamias. Usted ha engañado, usted ha
+sorprendido a Su Majestad abusando de su estado moribundo; usted, al
+emplear tales medios para esta traición, ha obrado en conformidad con
+su carácter de siempre, que es la bajeza, la doblez, la hipocresía.</p>
+
+<p>Rojo como una amapola, si es permitido comparar el rubor de un
+ministro a la hermosura de una flor campesina, Calomarde bajó los
+ojos. Aquella furibunda y no vista humillación del tiranuelo era el
+contrapeso de sus nueve años de insolente poder. En su cobardía quiso
+humillarse más, y balbució algunas palabras.</p>
+
+<p>—Señora..., yo...</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_319">p. 319</span></p>
+
+<p>—Todavía —exclamó la Semíramis borbónica en la exaltación de su
+ira—, todavía se atreve usted a defenderse, y a insultarnos con su
+presencia y con sus palabras. Salga usted inmediatamente.</p>
+
+<p>Ciega de furor, dejándose arrebatar de sus ímpetus de coraje, la
+infanta dio algunos pasos hacia Su Excelencia, alzó el membrudo brazo,
+disparó la mano carnosa... ¡Plaf! Sobre los mofletes del ministro
+resonó la más soberana bofetada que se ha dado jamás.</p>
+
+<p>Todos nos quedamos pálidos y suspensos, y digo <i>nos</i> porque el
+narrador tuvo la suerte de presenciar este gran suceso. Calomarde se
+llevó la mano a la parte dolorida, y lívido, sudoroso, muerto, solo
+dijo con ahogado acento:</p>
+
+<p>—Señora, manos blancas...</p>
+
+<p>No dijo más. La infanta le volvió la espalda.</p>
+
+<p>Calomarde acabó para siempre como hombre político. Los apostólicos,
+cuando se llamaron carlistas, le despreciaron, y el execrable ministril
+se murió de tristeza en país extranjero.</p>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch35">
+ <h2 class="nobreak g0">XXXV</h2>
+</div>
+
+<p>A la misma hora, la muchedumbre, paseando en los amenísimos
+jardines, comentaba los sucesos de aquellos días. Don Benigno y
+Salvador paseaban juntos como viejos amigos, y ya se habían contado
+parte de sus secretos. Cordero estaba triste, Monsalud se iba<span
+class="pagenum" id="Page_320">p. 320</span> exaltando más cada día con
+la idea política. De pronto vieron que la multitud se agolpaba en un
+sitio, por donde discurría en abigarrada procesión gente de Palacio,
+con dorados uniformes y huecos casacones. Abría calle el público
+para dar paso a estos señores. Cordero y Monsalud se acercaron para
+ver mejor. Sostenida por una nodriza, rodeada de damas, seguida de
+personajes, una niña de dos años andaba con dificultad, batiendo palmas
+y riendo de alegría. Aquellos eran los primeros pasos de una reina.</p>
+
+<p>Del gentío salió una voz que gritó con furor: «¡<i>Viva
+Isabel&nbsp;II</i>!». Y una exclamación inmensa recorrió los jardines,
+perdiéndose y desparramándose como los primeros ecos de una tempestad
+naciente.</p>
+
+<p>La tempestad estaba cerca: oíanse los primeros truenos; pero el que
+quiera conocer los notables sucesos, ya privados, ya públicos, que
+restan por referir, tenga paciencia y espere a leer lo que con toda
+verdad se dirá en el libro siguiente.</p>
+
+
+<p class="fin">FIN DE «LOS APOSTÓLICOS»</p>
+
+
+<p class="smaller mt3">Madrid. — Mayo-junio de 1879.</p>
+
+<hr class="chap">
+
+
+<hr class="full">
+
+<div style='text-align:center'>*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS APOSTóLICOS ***</div>
+</body>
+</html>
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