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If you are not located in the United States, you -will have to check the laws of the country where you are located before -using this eBook. - -Title: Doctor Sutilis - Cuentos (short stories) - -Author: Leopoldo Alas - -Release Date: February 18, 2021 [eBook #64589] - -Language: Spanish - -Character set encoding: UTF-8 - -Produced by: Andrés V. Galia, Santiago, Sanly Bowitts, F1 and the Online - Distributed Proofreading Team at https://www.pgdp.net (This - file was produced from images generously made available by The - Internet Archive) - -*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK DOCTOR SUTILIS *** - - - NOTAS DEL TRANSCRIPTOR - -En la versión de texto las palabras en itálicas están indicadas con -_guiones bajos_. - -La cubierta del libro fue agregada por el Transcriptor y ha sido puesta -en el dominio público. - -Ciertas reglas de acentuación ortográfica del castellano cuando la -presente edición de esta obra fue publicada eran diferentes a -las existentes cuando se realizó la transcripción. Palabras como vió, -fué, dió, por ejemplo, en esa época llevaban acento ortográfico. Eso ha -sido respetado. - -El criterio utilizado para llevar a cabo esta transcripción ha sido el -de respetar las reglas de la Real Academia Española vigentes en ese -entonces. El lector interesado puede consultar el Mapa de Diccionarios -Académicos de la Real Academia Española. - -En la presente transcripción se adecuó la ortografía de las mayúsculas -acentuadas a las reglas establecidas por la RAE. Según esa norma, las -letras mayúsculas deben escribirse con tilde si les corresponde llevar -tilde según las reglas de acentuación gráfica del castellano, tanto si -se trata de palabras escritas en su totalidad con mayúsculas como si se -trata únicamente de la mayúscula inicial. - -Errores evidentes de impresión y de puntuación han sido corregidos. - -El Índice de capítulos, incluido en la publicación original al final, -ha sido trasladado al principio por el Transcriptor. - - - * * * * * - - - LEOPOLDO ALAS - (CLARÍN) - - OBRAS COMPLETAS - - TOMO III - - DOCTOR SUTILIS - - RENACIMIENTO - MADRID - - - DOCTOR SUTILIS - - - LEOPOLDO ALAS - (CLARÍN) - - OBRAS COMPLETAS - TOMO III - - - - - DOCTOR SUTILIS - - (CUENTOS) - - [Ilustración] - - RENACIMIENTO - - - MADRID BUENOS AIRES - SAN MARCOS, 42 LIBERTAD, 172 - 1916 - - - ES PROPIEDAD - - Imprenta de Juan Pueyo.--Mesonero Romanos, 34.--MADRID - - - - - ÍNDICE - - Página - - Doctor Sutilis 7 - - La mosca sabia 23 - - El doctor Pértinax 45 - - De la comisión 63 - - De burguesa á cortesana 81 - - El diablo en Semana Santa 89 - - Doctor Angelicus 103 - - Los señores de Casabierta 115 - - El poeta-buho 121 - - Don Ermeguncio ó la vocación 127 - - Novela realista 137 - - La perfecta casada 147 - - El filósofo y la «Vengadora» 153 - - Medalla de perro chico 167 - - Diálogo edificante 173 - - Un candidato 181 - - La contribución 187 - - El rana 201 - - Versos de un loco 211 - - Nuevo contrato 219 - - Feminismo 229 - - Manín de Pepa José 237 - - Álbum-abanico 257 - - Un repatriado 269 - - Doble vía 277 - - El viejo y la niña 287 - - Jorge 295 - - Sinfonía de dos novelas 305 - - - - - DOCTOR SUTILIS - - I - -Si le hubiérais conocido hace ocho años... no le conoceríais ahora. - -¿Veis esa cabeza rapada á punta de tijera, aunque el diccionario -entiende que sólo se puede rapar á navaja? Pues hace ocho años era -enmarañada selva de ébano. - -¿Veis esos insignificantes ojos á que unos lentes de cristal de roca -quitan toda expresión y dan estoica serenidad, irritante audacia? Pues -eran hace ocho años llamaradas de un incendio que ardía en el corazón -de Pablo. - -Pablo tiene veintiocho años y es agente de bolsa. - -Hace ocho años tenía veinte y era soñador de oficio. - -Á los veinte años Pablo era pagano, como el santo de su nombre. Mirando -á las estrellas del cielo, á las olas del mar, á las hojas del bosque, -á las espigas de las llanuras, lloraba de repente sin saber por qué, y -era feliz en medio de penas sin nombre y sin cuento. - -De cada amapola que veía en un campo de trigo se enamoraba -perdidamente, y se tenía por un ingrato sin corazón, si de una sola -llegaba á olvidarse. Cada vez que el sol se ponía, despedíale Pablo -con lágrimas en los ojos. Cuando en sus paseos solitarios por la -campiña encontraba á un pastor que le pedía fuego para encender tabaco -envuelto en una hoja de maíz, Pablo entablaba conversación con él, y al -alejarse _para siempre_ de aquel desconocido sentía que “se le partía -el corazón.” - -Comprenderá el lector que vivir así era imposible. - -Tanto más cuanto que Pablo no tenía sobre qué caerse muerto... ni vivo. - -Un día, su señor tío don Pantaleón de los Pantalones tosió tres veces -consecutivas delante de su sobrino Pablo, que le estaba comiendo un -lado, según aseguraba el tío hiperbólicamente. - -El discurso estaba á la vuelta y sobrevino, que el mal nunca se anuncia -en balde. - ---Pablo--dijo don Pantaleón--esto no puede seguir así. - -Pablo suspiró. - ---Esto no puede seguir--prosiguió el tío--porque tú ya tienes más de -veinte años y no piensas en hacerte hombre, es decir, en hacerte hombre -en la verdadera acepción de la palabra, hombre rico, porque el llamar -hombres á los demás es una corruptela del lenguaje. Yo te veo muy -ocupado en pensar si habrá ó no habrá habitantes en los demás planetas, -y sé que tienes escritos muy concienzudos trabajos acerca de la -naturaleza de lo bello. Todo eso será muy bonito, muy interplanetario, -pero no tiene sentido común. Figúrate que yo aprieto los cordones de -la bolsa. ¿Qué harás tú en adelante? ¿Te comerás la vía láctea, ó el -concepto de lo sublime? Estás muy empingorotado y es necesario que -bajes á la vida real para alternar con los semejantes. En una palabra, -te voy á hacer tenedor de libros. - -Ésta es ocasión de decir que Pablo amaba á Restituta con una pasión sin -freno, como el huracán; sin medida, como el océano; sin pies ni cabeza, -como la política española. - -Restituta debió empezar por no llamarse Restituta. ¿Á qué venía ese -nombre en participio pasado y casi en latín? - -Sin embargo, esta contrariedad léxica no desorientó á Pablo. - -No era lo peor que Restituta se llamase Restituta, sino que además se -llamaba Andana. - -Muy buenos versos hacía Pablo; pero la niña, que había leído el -Romancero de la Guerra de África _escrito en verso_ por Eduardo -Bustillo, había perdido el gusto en materia de versos. - -Pablo era predominantemente subjetivo, como dicen en el Ateneo, sección -de literatura; y Restituta era aficionada á lo épico hasta el punto de -llegar á casarse con un capitán de cazadores en situación de reemplazo. - -El mismo día en que el capitán pidió al padre de Restituta la mano de -su hija, don Pantaleón de los Pantalones le pidió para Pablo una plaza -de tenedor vacante en su establecimiento de paños y tejidos. - -He aquí los versos que escribió Pablo con motivo de este segundo -acontecimiento: - -“El amor caminaba desnudo entre rosas y suavísimo césped; las brisas y -las auras juguetonas le acariciaban. Cuando era esto no había telares -en el mundo, ni se desnudaba á los animales de sus pieles para vestir -al lobo humano. - -“El amor, anda que te andarás, llegó á las breñas, halló angosto el -camino y lleno de zarzas, cardos y espinas; á los primeros pasos vertió -lágrimas de dolor; pero esperaba que volvieran las flores y sufrió -las heridas de los abrojos resignado. Siguió andando y las rosas no -volvieron á aparecer; las espinas de las zarzas eran cada vez más -y más agudas. El amor iba hecho un San Lázaro. Entonces se detuvo; -sembró lino en derredor, no sin desbrozar antes la tierra; inventó la -lanzadera, el telar, todo lo que le hizo falta para fabricar tela; -probó á andar otra vez, vestido de flotante túnica, pero la vida -sedentaria le había hecho poltrón, afeminado, y las heridas de los -abrojos le lastimaban más que cuando caminaba desnudo. Fué preciso -fabricar el paño, hizo trampas para cazar animales; despellejó, -curtió, tundió y se vistió de señorito. _La ley de las salidas_ le -aconsejó que trabajara en grande; el espíritu industrial se apoderó -del amor, trabajó para afuera y tuvo que aprender la teneduría de -libros. Cuando la razón social ‘Amor y Compañía’ se hizo respetable -en todos los mercados, el amor probó de nuevo á emprender el viaje, y -grande y agradable fué su sorpresa al ver que las espinas y los cardos -y las breñas habían desaparecido. El camino era otra vez de rosas y -suavísimo césped: las brisas y las auras acariciaban al viajero. Todo -volvía á ser como al principio. No hubo más sino que, al pasar junto á -una fuente, el amor se miró en sus aguas y vió que no era él mismo, ni -cosa parecida. Desde aquel día el amor busca al amor y no parece.” - -Lo primero que le extrañará al lector en esta poesía será el que esté -escrita en prosa; ¿es que hay poesía en prosa, como pretende el Sr. -Vidart? Nada de eso; lo que hay es que yo he traducido estos versos, -escritos en alemán, en prosa castellana. Pablo, que había estudiado -mucho cuando anduvo desnudo, escribía sus poesías íntimas en alemán con -regular corrección. - -Pero después de hacer ésta, ni en alemán ni otra lengua alguna, ni -viva, ni muerta, volvió á encontrar consonantes, como no fuera por -casualidad. - -Esta poesía _hizo crisis_ en el alma de Pablo, que desde aquel día -empezó á ser hombre en la verdadera acepción de la palabra. - -El señor de los Pantalones veía con asombro y con alegría que en las -cuentas de su sobrino las sumas eran fiel representación del conjunto -de los sumandos, y que ni por casualidad era un cociente mayor que -el dividendo en las divisiones de Pablo. En los libros diarios no -había raspaduras, ni al margen escollos rítmicos, ni _suspirillos -germánicos_. - - - II - -El capitán de cazadores, ¿cómo ocultarlo?, no era poeta; y para ser -hombre en la verdadera acepción de la palabra, le faltaba medio -escalafón. En la lista de los capitanes estaba como el alma de Garibay, -muy lejos de ambas orillas, como un náufrago en las soledades del -océano; si se miraba para atrás se veía que el bueno de don Suero -de Quiñones debió ponerse las tres estrellas próximamente cuando el -Gran Capitán, y si se miraba hacia adelante, se adivinaba que don -Suero pondría galones en la bocamanga cuando ya fuese un hecho la paz -perpetua. - -Pero nada de esto inquietaba al principio á Restituta, quien confiada, -como los economistas, esperaba que las causas represivas vinieran -á mermar la clase de capitanes y á reducir considerablemente la -población, por consecuencia. - -Quiñones era un guapo mozo y Restituta le había amado _por espíritu -de cuerpo_; porque Restituta, en el fondo del alma, era una mujer de -infantería. Había nacido para casarse con un capitán del arma. - -Ni por un momento se le ocurrió á Pablo hacer la competencia á un rival -que tenía fuero privilegiado. Se dió por vencido desde la primera -formación en que vió Restituta á don Suero. - -Sea dicho en honor de Pablo, Restituta no había dejado de dar pábulo -algunas veces á la pasión del mísero soñador. La niña no quería para sí -aquel sonámbulo, incapaz de coger cotufas en el golfo; pero se había -acostumbrado á verle padecer, languidecer, callar y llorar en silencio. - -Es más, y esto sea dicho en honor de Restituta, la muchacha solía -ir muy callandito al cuarto de Pablo. (Aquí debo advertir que eran -parientes y vivían largas temporadas bajo el mismo techo). - -¿Qué hacía Restituta en el cuarto de su desdeñado amador? - -Revolver los cajones de la mesa, sacar papeles, leerlos, ponerse -colorada, quedarse pensativa, soltar luego una carcajada, guardar todo -aquello y echar á correr. - -Pocos días antes de ascender Restituta á capitana, Pablo, por -casualidad, la vió en su propia habitación entregada á las curiosidades -que quedan apuntadas. Pablo, que acababa de escribir la poesía alemana -que va unida á los autos, estuvo á punto de sentir amor _usque ad -mortem_. El corazón ya lo tenía en la garganta; pero se dió un -golpecito en la nuez, tragó saliva y volvieron las cosas á su sitio. -Restituta no supo que su primo la había visto revolverle los papeles. - -El primo, que otras veces se pasaba semanas y meses _rumiando_ -indicios, atisbos, asomos de simpatía que creía ver en la prima, esta -vez no quiso sacar consecuencias de lo que había presenciado, no pensó -en ello, es decir, no reflexionó sobre ello, no lo saboreó. Se limitó -á consignar el hecho en el libro mayor bajo aquellas letras que dicen -_Debe_. - - - III - -Un capitán de cazadores tiene poco que aprender. - -Evitemos la anfibología; no quiero decir que él, el capitán, tenga poco -que aprender, porque ya lo sepa casi todo; he querido decir que á don -Suero de Quiñones su mujer se lo supo muy pronto de memoria. - -Á los maridos, especialmente á los maridos capitanes, les sucede lo -que á la Naturaleza, son bellos _per troppo variar_. Don Suero fué -bello y vario mientras no agotó las combinaciones posibles de su -indumentaria: de paisano, de uniforme, de gala con uniforme, de levita -de campaña, de gorra de cuartel, de ruso, y pare usted de contar. No -había más. Restituta, después que se sació de ver todo esto, y no -tardó mucho, quiso penetrar en los subterráneos del alma. Quiñones no -tenía subterráneos. Su alma era una casamata á prueba de bomba y de -psicologías. No tenía ideales muertos ni vivos: no tenía más ideal que -el empleo inmediato superior. - -En el entretanto, el tenedor de libros leía á ratos perdidos la -_Fisiología del matrimonio_, no para tomar las lucubraciones de Balzac -al pie de la letra, sino como aperitivo para las propias reflexiones. - -Si le hubiérais visto, como Restituta le veía, con el tomo entre las -manos, la cabeza inclinada y los ojos fijos en el suelo con mirada -oblicua y llena de maligna expresión, si le hubiérais visto entonces -morderse las uñas y como volviendo en sí mirar alrededor asustado -y luego volver á la lectura, tal vez hubiéseis sentido la extraña -curiosidad que sentía la prima, aunque en vosotros no fuese tan -vehemente y misteriosa. - -El padre de Restituta, Quiñones, Restituta y don Pantaleón, todos -cuatro convenían en este punto: que Pablo estaba sufriendo una -extraña (y saludable añadía el de los Pantalones) cuanto inesperada -transformación. - -El padre de la prima se alegraba por las ventajas que para su comercio -tenía la buena administración de los libros. Don Pantaleón no es -necesario decir por qué se alegraba; y Don Suero, desinteresadamente, -participaba del contento general, por esa extraña atracción del abismo -de que nos hablan los poetas y que tanto debieran meditar los maridos. - -Restituta no se alegraba; se limitaba á sentir mucha curiosidad. Pero -¡ah! lo que es curiosidad, mucha. - - - IV - -Pablo llegó á tener participación en los beneficios. - -Y acabó por tomar tan por lo serio los negocios, que más de una vez se -le vió disputar muy acalorado sobre asuntos mercantiles, ventilando lo -que suele llamarse el cuarto y el ochavo. - -Don Pantaleón sostenía que su sobrino era un Necker, porque le sonaba -el nombre de Necker á pesos fuertes. Le confundía con Creso. - -Una noche que se había quedado sola en casa, Restituta tuvo la -tentación de volver al cuarto de Pablo. Pero ya no se puede decir el -_cuarto de Pablo_, porque el amo de la casa le había cedido toda una -crujía del caserón que habitaban. Pablo había alhajado sus habitaciones -con gusto y elegancia. No tardó pocos minutos la prima en dar con la -mesa, cuyos cajones registraba en otro tiempo. Al fin la vió en un -rincón, muy barnizada y compuesta. Cada llave estaba en cada cerradura. -Abrió trémula uno y otro y todos los cajones. ¡Qué desencanto! Aquellos -desordenados papeles, unos cortos, otros largos, unos escritos en -castellano, otros en caracteres desconocidos, ya no estaban allí. En su -lugar había muchos y muy simétricos legajos con sendas carpetas, atados -con cinta de lustre encarnada. Cuando firmó el contrato de matrimonio -vió Restituta algo parecido en el despacho del Juez municipal. - -Buscó por todas partes, pero no vió ni rastro de aquellos papeles que, -valga la verdad, no había olvidado en tanto tiempo. - -De algunas composiciones cortas quiso Restituta hasta acordarse de -memoria. Por cierto que decía para sí, de vuelta á su hogar propiamente -dicho: - ---¡Cómo era aquel _verso_ en que juraba mi primo que se reía y lloraba -al mismo tiempo! - -Viendo que no podía hacer memoria, pensó Restituta que mejor sería -hacer entendimiento. - -Y lo hizo. Tanto aguzó la inteligencia, tantas vueltas dió á los viejos -recuerdos de los conceptos aprendidos en los papeles de Pablo, que al -fin Restituta, allá en sus soledades, se convenció de que su señor -marido y capitán era un beduino, ella una mujer no comprendida, y su -primo un hombre que la hubiera comprendido perfectamente. - - - V - -Ya había sido miembro de varias comisiones de hacienda municipal y -provincial, y estaba á punto de ser diputado á Cortes Pablo Soldevilla, -cuando su primer amor se decidió á sondearle aludiendo á las tristezas -del pasado: - ---¿No te casas, Pablo?--dijo Restituta cuando se vió á solas con él en -la glorieta del jardín, cerca ya de la noche. - ---¿Casarme? ¿Yo? Lo dicho, dicho, prima. Aunque lo haya dicho hace ocho -años, dicho está. Yo he amado á una mujer, á una sola, ¿entiendes?, -y de una vez para siempre. Ya sabes que creo en la pluralidad de los -mundos habitados, que creo, como si lo viera, ¡que mi alma ha de vivir -en todas esas estrellas que ahora empiezan á lucir allá arriba!... -Te advierto que son infinitas; pues bien, Restituta; yo que espero -vivir en todas, en todas seguiré amando á la mujer que amé aquí, en -esta pobrecita y tristísima tierra que se va quedando tan obscura. (Y -era verdad que obscurecía, y Pablo daba pataditas sobre una planta de -violetas). Bien podrán preguntarme después de un millón de vidas: ¿No -te casas, Pablo? Yo contestaré siempre: lo dicho, dicho. - -Restituta apreció en todo su valor este trozo de literatura corrosiva, -como la llaman, con razón, las almas honradas. - -Hubo una pausa. Al fin Restituta, como quien varía y no varía de -conversación, exclamó: - ---Oye, y desde que te has hecho comerciante y sabio hacendista, ¿ya no -haces versos? ¡Qué bonitos los hacías! Parece mentira; pero la verdad -es que á la larga no se puede vivir sin versos, buenos, se entiende, -como los tuyos. - ---Hace ocho años escribí los últimos; son los únicos que conservo... en -la memoria. - ---¿Quieres recitarlos? - ---¡Si los hice en alemán! - ---Pues no importa; dime la substancia. - -Pablo dijo la substancia, sin poner, pero no sin quitar, pues creyó del -caso suprimir aquello de que el amor, al mirarse en la fuente, no se -había conocido. Concluyó diciendo que el amor busca el amor. - -¡Qué pensativa se quedó Restituta! - ---Oye, Pablo--dijo cuando ya era noche del todo--qué amargos son esos -versos; parece que piensas, según ellos, que nadie quiere el amor por -el amor, que necesita otros atractivos, que ha de revestirse de mil -requisitos y tomar mil precauciones para que no le lastimen los abrojos -de la vida. - ---Y es la verdad: á mí no me quisieron cuando ofrecí un amor sincero, -inocente; mi tío me aseguraba que hasta que fuera hombre no me -querrían... y trabajé y fuí hombre, y ahora, aunque me quieran, ¿qué me -importa?, porque... lo dicho, dicho... - - - VI - -Dicho y hecho. - -Yo no tengo la culpa. Ni ellos tampoco. Restituta comenzó á comprender -el amor puro, ideal, cuando la Naturaleza--_natura naturans_--ya había -satisfecho sus primeras necesidades, cuando Quiñones no tuvo más -uniformes que vestir y cuando las tinieblas caliginosas dieron paso en -el cerebro de la hermosa niña á un poco de luz. - -Porque Restituta era todavía muy joven cuando sucedió la escena de la -glorieta. Veinticuatro años. Es cuando una mujer puede entender algo -de los desengaños y gozar esa melancólica y poética perspectiva de los -recuerdos, de la cual Dios libre, lector, á tu mujer, si la tienes. -Amén. - -En cuanto á Pablo, preciso es confesar que se portó como un bellaco, y -como un cobarde primero. - -Fué cobarde porque, ya que había nacido soñador, idealista, debió -afrontar las desastrosas consecuencias de su vocación y de su carácter. - -Fué bellaco porque no recitó delante de Restituta su última poesía -íntegra. ¿Por qué no dijo, como era la verdad, que el amor al mirarse -en la fuente no se había conocido? - -¿Por qué no confesó que al tener entre los brazos el sueño cuajado en -realidad, ó aquella mujer adorada en la primera juventud... sólo había -sentido el placer de la venganza y del orgullo satisfechos? - -Y ¡oh vergüenza! debió confesar también que á la segunda cita no -acudió, sino muy tarde, porque sus deberes de agente le llevaron á la -Bolsa. - -Sí; fué cobarde, fué bellaco... pero fué agudo, fué sutil. - -Oyó en los labios de su tío don Pantaleón de los Pantalones, que era -tan bruto, las palabras de la sabiduría. - -Amaba el ideal y le recordaron los dolores que acarrea. Huyó á tiempo -del precipicio. - -Si hubiese seguido soñando le hubieran sucedido las siguientes -desgracias, alguna de ellas por lo menos: - -1.ª. Morirse de hambre tarde ó temprano. - -2.ª. Suponiendo que el hambre no hubiese sido puñalada de pícaro, su -prima le hubiera martirizado durante toda la vida, porque el señuelo -del desdén fué sin duda lo que la atrajo (ahora que ella no lo oye), y - -3.ª. Dado que la prima se hubiese rendido, de todos modos, ¡qué amarga -felicidad no hubiera traído consigo el amor adúltero al alma enamorada -del pobre soñador! - -No, y mil veces no. Pablo se convirtió de veras, perdió los sueños y el -amor, dejó los versos y la poesía, y sólo fingió amor, sueños, poesía, -versos, cuando sus planes lo exigieron. - -Gozaba poco, es verdad, Pablo el convertido, pero no padecía nada. - -Aquel amante podía exclamar: nada se ha perdido más que el amor. - -Poetas de imitación, que buscais dolores íntimos para cantar endechas -y publicar vuestras penas, si encuentran editor, no despreciéis á mi -Pablo, no le tengais por menos que vosotros. Fué desertor del ideal, -huyó de los ensueños dolorosos porque los sintió de veras... y según -dicen los inteligentes, cuando se ama muy de veras se padece mucho. - - - - - LA MOSCA SABIA - - - I - -Don Eufrasio Macrocéfalo me permitió una noche penetrar en el _sancta -sanctorum_, en su gabinete de estudio, que era, más bien que gabinete, -salón biblioteca; las paredes estaban guarnecidas de gruesos y muy -respetables volúmenes, cuyo valor en venta había de subir á un precio -fabuloso el día en que don Eufrasio cerrase el ojo y se vendiera aquel -tesoro de ciencia en pública almoneda; pues si mucho vale Aristóteles -por su propia cuenta, un Aristóteles propiedad del sabio Macrocéfalo -tenía que valer mucho más para cualquier bibliómano capaz de comprender -á mi ilustre amigo. Era mi objeto al visitar la biblioteca de don -Eufrasio, verificar notas en no importa qué autor, cuyo libro no era -fácil encontrar en otra parte; y llegó á tanto la amabilidad insólita -del erudito, que me dejó solo en aquel santuario de la sabiduría, -mientras él iba á no sé qué Academia á negar un premio á cierta Memoria -en que se le llamaba animal, no por llamárselo, sino por demostrar que -no hay solución de continuidad en la escala de los seres. - -La biblioteca de don Eufrasio era una habitación abrigada, tan -herméticamente cerrada á todo airecillo indiscreto por lo colado, -que no había recuerdo de que jamás allí se hubiera tosido ni hecho -manifestación alguna de las que anuncian constipado; don Eufrasio no -quería constiparse, porque su propia tos le hubiera distraído de sus -profundas meditaciones. Era, en fin, aquélla una habitación en que bien -podría cocer pan un panadero, como dice Campoamor. Junto á la mesa -escritorio estaba un brasero todo ascuas, y al extremo de la sala, -en una chimenea de construcción anticuada, ardían troncos de encina, -que se quejaban al quemarse. Mullida alfombra cubría el pavimento; -cortinones de tela pesada colgaban en los huecos, y no había rendija -sin tapar, ni por lado alguno pretexto para que el aire frío del -exterior penetrase atropelladamente, sino por sus pasos contados y bajo -la palabra de ir calentándose poco á poco. - -Largo rato pasé gozando de aquel agradable calorcillo, que yo juzgaba -tan ajeno á la ciencia, siempre tenida por fría y casi helada. Creíame -solo, porque de ratones no había que hablar en casa de Macrocéfalo, -químico excelente, especie de Borgia de los mures. Yo callaba, y los -libros también; pues aunque me decían muchas cosas con lo que tenían -escrito sobre el lomo, decíanlo sin hacer ruido; y sólo allá en la -chimenea alborotaban todo lo que podían, que no era mucho, porque iban -ya de vencida, los abrasados troncos. - -En vez de evacuar las citas que llevaba apuntadas, arrellanéme en -una mecedora, cerca del brasero, y en dulce somnolencia dejé á la -perezosa fantasía vagar á su antojo, llevando el pensamiento por donde -ella fuere. Pero la fantasía se quejaba de que le faltaba espacio entre -aquellas paredes de sabiduría, que no podía romper, como si fuesen de -piedra. ¿Cómo atravesar con holgura aquellos tomos que sabían todo lo -que Platón dijo, y que gritaban aquí ¡Leibnitz! más allá ¡Descartes! -¡San Agustín! ¡Enciclopedia! ¡Sistema del mundo! ¡Crítica de la razón -pura! _¡Novum organum!_ Todo el mundo de la inteligencia se interponía -entre mi pobre imaginación y el libre ambiente. No podía volar. -¡Ea!--le dije--; busca materia para tus locuras dentro del estrecho -recinto en que te ve encerrada. Estás en la casa de un sabio; este -silencio ¿nada te dice? ¿No hay aquí algo que hable del misterioso -vivir del filósofo? ¿No quedó en el aire, perceptible á tus ojos, -algún rastro que sea indicio de los pensamientos de don Eufrasio, ó de -sus pesares, ó de sus esperanzas, ó de sus pasiones, que tal vez, con -saber tanto, Macrocéfalo las tenga? Nada respondió mi fantasía; pero en -aquel instante oí á mi espalda un zumbido muy débil y de muy extraña -naturaleza: parecía en algo el zumbido de una mosca, y en algo parecía -el rumor de palabras que sonaban lejos, muy apagadas y confusas. - -Entonces dijo la fantasía: “¿Oyes? ¡Aquí está el misterio! Ese rumor -es de un espíritu acaso; acaso va á hablar el genio de don Eufrasio, -algún demonio, en el buen sentido de la palabra, que Macrocéfalo tendrá -metido en algún frasco.” Sobre la pantalla de transparentes que casi -tapaba por completo el quinqué colocado sobre la mesa, que yo tenía -muy cerca, se vino á posar una mosca de muy triste aspecto, porque -tenía las alas sucias, caídas y algo rotas, el cuerpo muy delgado y -de color... de ala de mosca, faltábale alguna de las extremidades, y -parecía, al andar sobre la pantalla, baldada y canija. Repitióse el -zumbido, y esta vez ya sonaba más á palabras; la mosca decía algo, -aunque no podía yo distinguir lo que decía. Acerqué más á la mesa la -mecedora, y aplicando el oído al borde de la pantalla, oí que la mosca, -sin esquivar mi indiscreta presencia, decía con muy bien entonada voz, -que para sí quisieran muchos actores de fama: - - _--Sucedió en la suprema monarquía - de la Mosquea, un rey que, aunque valiente, - la suma de riquezas que tenía - su pecho afeminaron fácilmente._ - ---¿Quién anda ahí? _¿Hospes, quis es?_--gritó la mosquita estremecida, -interrumpiendo el canto de Villaviciosa, que tan entusiasmada estaba -declamando; y fué que sintió como estrépito horrísono el ligero roce de -mis barbas con la pantalla en que ella se paseaba con toda la majestad -que le consentía la cojera.--Dispense usted, caballero, continuó -reportándose, me ha dado usted un buen susto; soy nerviosa, sumamente -nerviosa, y además soy miope y distraída, por todo lo cual no había -notado su presencia. - -Yo estaba perplejo; no sabía qué tratamiento dar á aquella mosca que -hablaba con tanta corrección y propiedad, y recitaba versos clásicos. - ---Usted es quien ha de dispensar--dije al fin, saludando cortésmente--: -yo ignoraba que hubiese en el mundo dípteros capaces de expresarse con -tanta claridad y de aprender de memoria poemas que no han leído muchos -literatos primates. - -Yo soy políglota, caballero; si usted quiere, le recito en griego la -_Batracomiomaquia_, lo mismo que le recitaría toda la _Mosquea_. Éstos -son mis poemas favoritos; para usted son poemas burlescos, para mí -son epopeyas grandiosas, porque un ratón y una rana son á mis ojos -verdaderos gigantes cuyas batallas asombran y no pueden tomarse á risa. -Yo leo la _Batracomiomaquia_ como Alejandro leía _La Ilíada_... - - _Arjómenos proton Mouson yoron ex Heliconos..._ - -¡Ay! Ahora me consagro á esta amena literatura, que refresca la -imaginación, porque harto he cultivado las ciencias exactas y -naturales, que secan toda fuente de poesía; harto he vivido entre el -polvo de los pergaminos, descifrando caracteres rúnicos, cuneiformes, -signos hieráticos, jeroglíficos, etc.; harto he pensado y sufrido -con el desengaño que engendra siempre la filosofía; pasé mi juventud -buscando la verdad, y ahora, que lo mejor de la vida se acaba, busco -afanosa cualquier mentira agradable que me sirva de Leteo para olvidar -las verdades que sé. - -Permítame usted, caballero, que siga hablando sin dejarle á usted meter -baza, porque ésta es la costumbre de todos los sabios del mundo, sean -moscas ó mosquitos. Yo nací en no sé qué rincón de esta biblioteca; -mis próximos ascendientes y otros de la tribu volaron muy lejos de -aquí, en cuanto llegó la amable primavera de las moscas y en cuanto -vieron una ventana abierta; yo no pude seguir á los míos, porque don -Eufrasio me cogió un día que, con otros mosquitos inexpertos, le estaba -yo sorbiendo el seso que por la espaciosa calva sudaba el pobre señor; -guardóme debajo de una copa de cristal, y allí viví días y días, los -mejores de mi infancia. Servíle en numerosos experimentos científicos; -pero como el resultado de ellos no fuera satisfactorio, porque -demostraba todo lo contrario de lo que Macrocéfalo quería probar, que -era la teoría cartesiana, que considera como máquinas á los animales, -el pobre sabio quiso matarme, cegado por el orgullo, tan mal herido en -aquella lucha con la realidad. - -Pero en la misma filosofía que iba á ser causa de mi muerte hallé la -salvación, porque en el momento de prepararme el suplicio, que era un -alfiler que debía atravesarme las entrañas, don Eufrasio se rascó la -cabeza, señal de que dudaba, en efecto, si tenía ó no tenía derecho -para matarme. Ante todo, ¿es legítima á los ojos de la razón la pena -de muerte? Y dado que no lo sea, ¿los animales tienen derecho? Esto -le llevó á pensar lo que sería el derecho, y vió que era propiedad; -pero, ¿propiedad de qué? Y de cuestión en cuestión, don Eufrasio -llegó al _punto de partida_ necesario para dar un solo paso en firme. -Todo esto le ocupó muchos meses, que fueron dilatando el plazo de mi -muerte. Por fin, analíticamente, Macrocéfalo llegó á considerar que -era derecho suyo el quitarme de en medio; pero como le faltaba el -rabo por desollar, ó sea la sintética que hace falta para conocer el -fundamento, el porqué, don Eufrasio no se decidió á matarme por ahora, -y está esperando el día en que llegue al primer principio, y desde allí -descienda por todo el sistema real de la ciencia, para acabar conmigo -sin mengua del imperativo categórico. Entretanto fué, sin conocerlo, -tomándome cariño, y al fin me dió la libertad relativa de volar por -esta habitación; aquí el aire caliente me guarda de los furores del -invierno, y vivo, y vivo, mientras mis compañeras habrán muerto por -esos mundos, víctimas del frío que debe hacer por ahí fuera. ¡Mas, con -todo, yo envidio su suerte! Medir la vida por el tiempo, ¡qué necedad! -La vida no tiene otra medida que el placer, la pasión desenfrenada, los -accidentes infinitos que vienen sin que se sepa ni cómo ni por qué, -la incertidumbre de todas las horas, el peligro de cada momento, la -variedad de las impresiones siempre intensas. ¡Ésa es la vida verdadera! - -Calló la mosca para lanzar profundo suspiro, y yo aproveché la ocasión, -y dije: - ---Todo eso está muy bien; pero todavía no me ha dicho usted cómo se las -compone para hablar mejor que algunos literatos... - ---Un día, continuó la mosca, leyó don Eufrasio en la _Revista de -Westminster_ que dentro de mil años, acaso, los perros hablarían, -y, preocupado con esta idea, se empeñó en demostrar lo contrario; -compró un perro, un podenco, y aquí, en mi presencia, comenzó á darle -lecciones de lenguaje hablado; el perro, quizá porque era podenco, no -pudo aprender; pero yo, en cambio, fuí recogiendo todas las enseñanzas -que él perdía, y una noche, posándome en la calva de don Eufrasio, le -dije: - ---Buenas noches, maestro, no sea usted animal; los animales sí pueden -hablar, siempre que tengan regular disposición; los que no hablan son -los podencos y los hombres que lo parecen. - -Don Eufrasio se puso furioso conmigo. Otra vez había echado por tierra -sus teorías; pero yo no tenía la culpa. Procuré tranquilizarle, y al -fin creí que me perdonaba el delito de contradecir todas sus doctrinas, -cumpliendo las leyes de mi naturaleza. Perdido por uno, perdido por -ciento uno, se dijo don Eufrasio, y accedió á mi deseo de que me -enseñara lenguas sabias y á leer y escribir. En poco tiempo supe yo -tanto chino y sánscrito como cualquier sabio español; leí todos los -libros de la biblioteca, pues para leer me bastaba pasearme por encima -de las letras, y en punto á escribir, seguí el sistema nuevo de hacerlo -con los pies; ya escribo regulares patas de mosca. - -Yo creía al principio, ¡incauta!, que Macrocéfalo había olvidado sus -rencores; mas hoy comprendo que me hizo sabia para mi martirio. ¡Bien -supo lo que hacía! - -Ni él ni yo somos felices. Tarde los dos echamos de menos el placer, y -daríamos todo lo que sabemos por una aventurilla, de un estudiante él; -yo, de un mosquito. - -¡Ay! Una tarde--prosiguió la mosca--me dijo el tirano: Ea, hoy sales á -paseo. - -Y me llevó consigo. - -Yo iba loca de contenta. ¡El aire libre! ¡El espacio sin fin! Toda -aquella inmensidad azul me parecía poco trecho para volar. “No vayas -lejos”, me advirtió el sabio cuando me vió apartarme de su lado. ¡Yo -tenía el propósito de huir, de huir por siempre! Llegamos al campo. Don -Eufrasio se tendió sobre el césped, sacó un pastel y otras golosinas, -y se puso á merendar como un ignorante. Después se quedó dormido. Yo, -con un poco de miedo á aquella soledad, me planté sobre la nariz del -sabio, como en una atalaya, dispuesta á meterme en la boca entreabierta -á la menor señal de peligro. Había vuelto el verano, y el calor era -sofocante. Los restos del festín estaban por el suelo, y al olor -apetitoso acudieron bien pronto numerosos insectos de muchos géneros, -que yo teóricamente conocía por la zoología que había estudiado. -Después llegó el bando zumbón de los moscones y de las moscas, mis -hermanas. ¡Ay! En vez de la alegría que yo esperaba tener al verlas, -sentí pavor y envidia; los moscones me asustaban con sus gigantescos -corpanchones y sus zumbidos rimbombantes; las moscas me encantaban -con la gracia de sus movimientos, con el brillo de sus alas; pero al -comprender que mi figura raquítica era objeto de sus burlas, al ver que -me miraban con desprecio, yo, mosca macho, sentí la mayor amargura de -la vida. - -El sabio es el más capaz de amar á la mujer, pero la mujer es incapaz -de estimar al sabio. Lo que digo de la mujer es también aplicable á -las moscas. ¡Qué envidia, qué envidia sentí al contemplar los fecundos -juegos aéreos de aquellas coquetas enlutadas, todas con mantilla, que -huían de sus respectivos amantes, todos más gallardos que yo, para -tener el placer, y darlo, de encontrarse á lo mejor en el aire y caer -juntos á la tierra en apretado abrazo! - -Volvió á callar la mosca infeliz; temblaron sus alas rotas; y continuó -tras larga pausa: - - _--Nessun maggior dolore - Che ricordasi del témpo felice - Nella miseria..._ - -Mientras yo devoraba la envidia y la vergüenza de tenerla y sentir -miedo, una mosca, un ángel diré mejor, abatió el vuelo y se posó á mi -lado, sobre la nariz aguileña del sabio. Era hermosa como la Venus -negra, y en sus alas tenía todos los colores de iris; verde y dorado -era su cuerpo airoso; las extremidades eran robustas, bien modeladas, -y de movimientos tan seductores, que equivalían á los seis pies de -las Gracias aquellas patas de la mosca gentil. Sobre la nariz de don -Eufrasio, la hermosa aparecida se me antojaba Safo en el salto de -Léucade. Yo, inmóvil, la contemplé sin decir nada. ¿Con qué lenguaje -se hablaría á aquella diosa? Yo lo ignoraba. ¡Saber tantos idiomas, de -qué me servía, no sabiendo el del amor! La mosca dorada se acercó á -mí, anduvo alrededor, por fin se detuvo enfrente, casi tocando en mi -cabeza con su cabeza. ¡Ya no vi más que sus ojos! Allí estaba todo el -universo. _Kalé_, dije en griego, creyendo que era aquella lengua la -más digna de la diosa de las alas de verde y oro. La mosca me entendió, -no porque entendiera el griego, sino porque leyó el amor en mis ojos. - ---Ven--me respondió hablando en el lenguaje de mi madre--: ven al -festín de las migajas, serás tú mi pareja; yo soy la más hermosa y á -ti te escojo, porque el amor para mí es capricho; no sé amar, sólo sé -agradecer que me amen: ven y volaremos juntos; yo fingiré que huyo de -ti...--Sí, como Galatea, ya sé, dije neciamente.--Yo no entiendo de -Galateos, pero te advierto que no hables en latín; vuela en pos de -mis alas, y en los aires encontrarás mis besos... Como las velas de -púrpura se extendían sobre las aguas jónicas de color de vino tinto, -que dijo Homero, así extendió sus alas aquella hechicera, y se fué por -el aire zumbando: _¡Ven, ven!_... Quise seguirla, mas no pude. El amor -me había hecho vivir siglos en un minuto; no tuve fuerzas, y en vez -de volar, caí en la sima, en las fauces de don Eufrasio, que despertó -despavorido, me sacó como pudo de la boca, y no me dió muerte porque -aún no había llegado á la metafísica sintética. - - - II - -La mosca de mi cuento - - Tras nueva pausa prosiguió llorando: - ¡Cuánta afrenta y dolor el alma mía - halló dentro de sí, la luz mirando - que brilló, como siempre, al otro día! - -Sí, volvimos á casa, porque yo no tenía fuerzas para volar ni deseo -ya de escaparme. ¿Cómo? ¿Para qué? Mi primera visita al mundo de -las moscas me había traído, “con el primer placer, el desengaño” -(dispense usted si se me escapan muchos versos en medio de la prosa: -es una costumbre que me ha quedado de cuando yo dedicaba suspirillos -germánicos á la mosca de mis sueños). Como el _joven enfermo_ de -Chénier, yo volví herida de amor á esta cárcel lúgubre y sin más anhelo -que ocultarme y saborear á solas aquella pasión que era imposible -satisfacer; porque primero me moriría de vergüenza que ver otra vez á -la mosca verde y dorada que me convidó al festín de las migajas y á los -juegos locos del aire. Un enamorado que se ve en ridículo á los ojos -de la mosca amada, es el más desgraciado mortal, y daría de fijo la -salvación por ser en aquel momento, ó grande como Dios, ó pequeño como -un infusorio. De vuelta á nuestra biblioteca, don Eufrasio me preguntó -con sorna: “¿Qué tal, te has divertido?” Yo le contesté mordiéndole en -un párpado: se puso colérico. “¡Máteme usted!” le dije.--“¡Oh! ¡Así -pudiera! pero no puedo; el sistema no está completo; _subjetivamente_ -podría matarte; pero falta el fundamento, falta la síntesis”. - -¡Qué ridículo me pareció desde aquel día Macrocéfalo! ¡Esperar la -síntesis para matar, cuando yo hubiera matado á todas las moscas -machos y á todos los moscones del mundo que me hubiesen disputado el -amor, á que yo no aspiraba, de la mosca de oro! Más que el deseo de -verla, pudo en mí el terror que me causaba el ridículo, y no quise -volver á la calle ni al campo. Quise apagar el sentimiento y dejar -el amor en la fantasía. Desde entonces fueron mis lecturas favoritas -las leyendas y poemas en que se cuentan hazañas de héroes hermosos y -valientes: la Batracomiomaquia, la Gatomaquia, y sobre todo, la Mosquea, -me hacían llorar de entusiasmo. ¡Oh, quién hubiera sido Marramaquiz, -aquel gato romano que, atropellando por todo, calderas de fregar -inclusive, buscaba á Zapaquilda por tejados, guardillas y desvanes! Y -aquel rey de la Mosquea, Salomón en amores, ¡qué envidia me daba! ¡Qué -de aventuras no fraguaría yo en la mente loca, en la exaltación del -amor comprimido! Dime á pensar que era un Reinaldos ó un Sigfrido ó -cualquier otro personaje de leyenda, y discurrí la traza de recorrer el -mundo entero del siguiente modo: pedirle á don Eufrasio que pusiera á -mi disposición los magníficos atlas que tenía, donde la tierra, pintada -de brillantísimos colores en mapas de gran tamaño, se extendía á mis -ojos en dilatados horizontes. Con el fingimiento de aprender geografía -pude á mis anchas pasearme por todo el mundo, mosca andante en busca -de aventuras. Híceme una armadura de una pluma de acero rota, un yelmo -dorado con restos de una tapa de un tintero; fué mi lanza un alfiler, -y así recorrí tierras y mares, atravesando ríos, cordilleras, y sin -detenerme al dar con el océano, como el musulmán se detuvo. - -Los nombres de la geografía moderna parecíanme prosaicos, y preferí -para mis viajes las cartas de la geografía antigua, mitad fantástica, -mitad verdadera: era el mundo para mí según lo concebía Homero, y por -el mapa que esta creencia representaba, era por donde yo de ordinario -paseaba mis aventuras: iba con los dioses á celebrar las bodas de Tetis -al océano, un río que daba vuelta á la tierra; subía á las regiones -hiperbóreas, donde yo tenía al cuidado de honradísima dueña, en un -castillo encerrada, á mi mosca de oro. Cazaba los insectos menudos que -solían recorrer las hojas del atlas y se los llevaba prisioneros de -guerra á mi mosca adorada, allá á las regiones fabulosas. - ---Éste--le decía--fué por mí vencido, sobre el empinado Cáucaso, y aún -en sus cumbres corre en torrentes la sangre del mosquito que á tus pies -se postra, malferido por la poderosa lanza á que tú prestas fuerza, ¡oh -mosca mía! con dársela á mi brazo por conducto del alma que te adora y -vive de tu recuerdo.--Todas estas locuras, y aun infinitas más, hacía -yo y decía, mientras pensaba don Eufrasio que estudiaba á Estrabón y -Ptolomeo.--La novela en Grecia empezó por la geografía; fueron viajeros -los primeros novelistas, y yo también me consagré en cuerpo y alma á la -novela geográfica. Aunque el placer del fantasear no es intenso, tiene -una singular voluptuosidad, que en ningún otro placer se encuentra, y -puedo jurar á usted que aquellos meses que pasé entregado á mis viajes -imaginarios, paseándome por el atlas de don Eufrasio, son los que -guardo como dulces recuerdos, porque en ellos, el alivio que sentí á -mis dolores lo debí á mis propias facultades. - -Poetizar la vida con elementos puramente interiores, propios, éste es -el único consuelo para las miserias del mundo: no es gran consuelo, -pero es el único. - -Un día don Eufrasio puso encima de la mesa un libro de gran tamaño, -de lujo excepcional. Era un regalo de Año Nuevo, era un tratado de -Entomología, según decían las letras góticas doradas de la cubierta. -El canto del grueso volumen parecía un espejo de oro. Volé y anduve -hora tras hora alrededor de aquel magnífico monumento, historia de -nuestro pueblo en todos sus géneros y especies. El corazón me decía -que había allí algo maravilloso, regalo de la fantasía. Pero yo por -mis propias fuerzas no podía abrir el libro. Al fin don Eufrasio vino -en mi ayuda: levantó la pesada tapa y me dejó á mis anchas recorrer -aquel paraíso fantástico, museo de todos los portentos, iconoteca de -insectos, donde se ostentaban en tamaño natural, pintados con todos -los brillantes colores con que los pintó Naturaleza, la turbamulta -de flores aladas, que son para el hombre insectos, para mí ángeles, -ninfas, dríadas, genios de lagos y arroyos, fuentes y bosques. Recorrí -ansiosa, embriagada con tanta luz y tantos colores, aquellas soberbias -láminas, donde la fantasía veía á montones argumentos para mil poemas: -el corazón me decía “más allá”; esperaba ver algo que excediera á toda -aquella orgía de tintas vivas, dulces ó brillantes. ¡Llegué por fin al -tratado de las moscas! El autor les había consagrado toda la atención -y esmero que merecen: muchas páginas hablaban de su forma, vida y -costumbres; muchas láminas presentaban figuras de todas las clases y -familias. - -Vi y admiré la hermosura de todas las especies, pero yo buscaba -ansiosa, sin confesármelo á mí misma, una imagen conocida: ¡al fin! en -medio de una lámina, reluciendo más que todas sus compañeras, estaba -ella, la mosca verde y dorada, tal como yo la vi un día sobre la nariz -de D. Eufrasio, y desde entonces á todas las horas del día y de la -noche dentro de mí. Estaba allí, saltando del papel, grave, inmóvil, -como muerta, pero con todos los reflejos que el sol tenía al besar con -sus rayos las alas de sutil encaje. El amante que haya robado alguna -vez un retrato de su amada desdeñosa, y que á solas haya saciado en él -su pasión comprimida, adivinará los excesos á que me arrojé, perdida -la razón, al ver en mi poder aquella imagen, fiel exactísima, de la -mosca de oro. Mas no crea usted, si no entiende de esto, que fué de -pronto el atreverme á acercarme á ella; no, al principio turbéme y -retrocedí como hubiera hecho á su presencia real. Un amante grosero -no respeta la castidad de la materia, de la forma; para mí no sólo -el alma de la mosca era sagrada: también su figura, su sombra misma, -hasta su recuerdo. Para atreverme á besar el castísimo bulto tuve que -recurrir á mi eterno novelar; en mis diálogos imaginarios ya estaba yo -familiarizado con mi felicidad de amante correspondido; y así, como si -no fuese nuevo el encanto de tener aquella esplendorosa beldad dócil -y fiel al anhelante mirar de mis ojos, sin apartarse de ellos, como -quien sigue un deliquio de amor, acerquéme, tras una lucha tenaz con el -miedo, y dije á la mosca pintada: “Estoy, señora, tan acostumbrado á -que todo sea en mi amor desdichas, que al veros tan cerca de mí y que -no huís al verme, no avanzo de miedo de deshacer este encanto, que es -teneros tan cerca; tantas espinas me punzaron el corazón, señora, que -tengo miedo á las flores; si hay engaño, sépalo yo después del primer -beso, porque, al fin, ello ha de ser que todo acabe en daño mío”. No -contestó la mosca, ni yo lo necesitaba; mas yo, en vez de ella, díjeme -tantas ternuras, tan bien me convencí de que la mosca de oro sabía -despreciar el vano atavío de la hermosura aparente y conocer y sentir -la belleza del espíritu, que al cabo, con todo el valor y la fe que -el amante necesita para no ser desairado ó desabrido en sus caricias, -lancéme sobre la imagen de ricos colores y de líneas graciosas, y en -besos y abrazos consumí la mitad de mi vida en pocos minutos. - -En medio de aquel vértigo de amor, en que yo estaba amando por dos á -un tiempo, vi que la mosca pintada me decía, á intervalos de besos -y entre el mismo besar, casi besándome con las palabras que decía: -“Tonto, tonto mío, ¿por qué dudas de mí, por qué creer que la hembra -no sabe sentir lo que tú sabes pensar? Tus alas rotas, tus movimientos -difíciles y sin gracia aparente, tu miedo á los moscones, tu rubor, -tu debilidad, tu silencio, todo lo que te abruma, porque juzgas que -te estorba para el amor, yo lo aprecio, yo lo comprendo, y lo siento -y lo amo. Ya sé yo que en tus brazos me espera oir hablar de lo que -jamás supieron de amor otros machos más hermosos que tú; sé que al -contarme tus soledades, tus luchas interiores, tus fantasías, has de -ser para mí como ser divinizado por el amor; no habrá voluptuosidad más -intensa que la que yo disfrute bebiendo por tus ojos todo el amor de un -alma grande, arrugada y oscurecida en la cárcel estrecha de tu cuerpo -flaco y empobrecido por la fiebre del pensar y del querer”. Y á este -tenor, seguía diciéndome la mosca dorada tan deliciosas frases, que -yo no hacía más que llorar y besarle los pies, aún más agradecido que -enamorado. ¡Bendita fuerza de la fantasía que me permitió gozar este -deliquio, momento sublime de la eternidad de un cielo! Al fin hablé yo -(por mi cuenta) y sólo dije con voz que parecía sonar en las mismas -entrañas:--¿Tu nombre? Mi nombre está en la leyenda que tengo al pie; -esto dijo mi razón fría y traidora tomando la voz que yo atribuía á mi -amada. Bajé los ojos y leí... _Musca vomitoria._ - -Al llegar aquí, la voz de la mosca sabia se debilitó, y siguió hablando -como se oye en la iglesia hablar á las mujeres que se confiesan. Yo, -como el confesor, acerqué tanto, tanto el oído, que á haber sido la -mosca hermosa penitente, hubiera sentido el perfume de su aliento (como -el confesor) acariciarme el rostro. Y dijo así: - ---¡Mosca vomitoria! Éste era el nombre de mi amada. En el texto -encontré su historia. Era terrible. Bien dijo Shakespeare: “estos -jóvenes pálidos que no beben vino acaban por casarse con una meretriz”. -Yo, casta mosca, enamorada del ideal, tenía por objeto de mis sueños -á la enamorada de la podredumbre. Allí donde la vida se descompone, -donde la química celebra esas orgías de miasmas envenenados que hay en -los estercoleros, en las letrinas, en las sepulturas y en los campos -de batalla después de la carnicería, allí acudía mi mosca de las -alas de oro, de los metálicos cambiantes, Mesalina del cieno y de la -peste. ¡Yo amaba á la mosca vampiro, á la mosca del _Vomitorium_! Yo -había colocado en las regiones soñadas, en las regiones hiperbóreas, -su palacio de cristal, y en las Hespérides su jardín de recreo; -¡por ella había corrido yo las aventuras más pasmosas que forjó la -fantasía, estrangulando mosquitos y otras alimañas en miniatura, -sin remordimientos de conciencia! Pero lo más horroroso no fué el -desengaño, sino que el desengaño no me trajo el olvido ni el desdén. -Seguí amando ciega á la _mosca vomitoria_, seguí besando loca sus alas -de colores pintadas en el tremendo libro que me contó la vergonzosa -historia. - -Procuré, si no olvidar, porque esto no era posible, distraer mi pena, -y como se vuelve al hogar abandonado por correr las locuras del mundo, -así volví á la ciencia, tranquilo albergue que me daría el consuelo de -la paz del alma, que es la mayor riqueza. ¡Ay! Volví á estudiar, pero -ya los problemas de la vida, los misterios de lo alto no tenían para -mí aquel interés de otros días; ya sólo veía en la ciencia la miseria -de lo que ignora, el pavor que inspiran sus arcanos; en fin, en vez de -la calma del justo, sólo me dió la calma del desesperado, engendradora -de las eternas tristezas. ¿Qué es el cielo? ¿Qué es la tierra? ¿Qué -nos importa? ¿Hay un más allá para las moscas que sufrieron en la vida -resignadas el tormento del amor? Ni yo sufro resignada, ni sé nada del -más allá. La ciencia ya sólo me da la duda anhelante, porque en ella ya -no busco la verdad, sino el consuelo; para mí no es un templo en que -se adora, es un lugar de asilo; por eso la ciencia me desdeña. Perdida -en el mar del pensamiento, cada vez que me engolfo en sus olas, las -olas me arrojan desdeñosas á la orilla como cáscara vacía. Y éste es mi -estado. Voy y vengo de los libros sabios á la poesía, y ni en la poesía -encuentro la frescura lozana de otros días, ni en los libros del saber -veo más verdades que las amargas y tristes. Ahora espero tan sólo, ya -que no tengo el valor material que necesito para darme la muerte, que -don Eufrasio llegue á la Sintética, y sepa, bajo principio, que puede -en derecho aplastarme. Mi único placer consiste en provocarle, picando -y chupando sin cesar en aquella calva mollera, de cuyos jugos venenosos -bebí, en mal hora, el afán de saber, que no trae aparejada la virtud -que para tanta abnegación se necesita. - -Calló la mosca, y al oir el ruido de la puerta que se abría, voló hacia -un rincón de la biblioteca. - - - III - -Don Eufrasio volvía de la Academia. - -Venía muy colorado, sudaba mucho, hacía eses al andar, y sus ojillos, -medio cerrados, echaban chispas. Yo estaba en la sombra y no me vió. Ya -no recordaba que me había dejado en su _camarín_, perfumado con todos -los aromas bien olientes de la sabiduría. - -Creía estar solo y habló en voz alta (al parecer era su costumbre), -diciendo así á las paredes sapientísimas que debían de conocer tantos -secretos: - ---¡Miserables! ¡Me han vencido! Han demostrado que no hay razón para -que el animal no llegue á hablar, pero afortunadamente no se fundan en -ningún dato positivo, en ninguna experiencia. ¿Dónde está el animal que -comenzó á hablar? ¿Cuál fué? Esto no lo dicen, no hay prueba plena; -puedo, pues, contradecirlo. Escribiré una obra en diez tomos negando la -posibilidad del hecho; desacreditaré la hipótesis. Estas copitas que he -bebido en casa de Friné me han reanimado. ¡Diablos! Esto da vueltas: -¿si estaré borracho? ¿Si iré á ponerme malo? No importa; lo principal -es que les falte el hecho, el dato positivo. El animal no habla, no -puede hablar. ¡Ja, ja, ja! ¡Qué hermosa es Friné! ¡Qué hermosa bestia! -¡Pues Friné habla! Bien, pero ésa no se cuenta: habla como una cotorra, -y no es ése el caso. Friné habla como ama, sin saber lo que hace; -aquello no es amar ni hablar. ¡Pero vaya si es hermosa! - -Macrocéfalo sacó del bolsillo de la levita una petaca; en la petaca -había una miniatura: era el retrato de Friné. Le contempló con deleite -y volvió á decir:--No, no hablan, los animales no hablan. ¡Bueno -estaría que yo hubiese sostenido un error toda la vida! - -En aquel momento la mosca sabia dejó oir su zumbido, voló, haciendo -un espiral en el aire, y acabó por dejarse caer sobre la miniatura de -Friné. - -Macrocéfalo se puso pálido, miró á la mosca con ojos que ya no -arrojaban chispas, sino rayos, y dijo en voz ronca: - ---¡Miserable! ¿Á qué vienes aquí? ¿Te ríes? ¿Te burlas de mí? - ---¡Como usted decía que los animales no hablan! - ---No hablarás mucho tiempo, bachillera--gritó el sabio, y quiso coger -entre los dedos á su enemiga. Pero la mosca voló lejos, y no paró hasta -meter las patas en el tintero. De allí volvió arrogante á posarse -en la petaca.--Oye--dijo á Macrocéfalo--los animales hablan... y -escriben...--Y diciendo y andando, sobre la piel de Rusia, al pie del -retrato de Friné, escribió con las patas mojadas en tinta roja: _Musca -vomitoria_. Don Eufrasio lanzó un bramido de fiera. La mosca había -volado al cráneo del sabio; allí mordió con furia... y yo vi caer sobre -su cuerpo débil y raquítico la mano descarnada de Macrocéfalo. La mosca -sabia murió antes de que llegase Don Eufrasio á la filosofía sintética. - -Sobre la tersa y reluciente calva quedó una gota de sangre, que caló la -piel del cráneo, y filtrándose por el hueso llegó á ser una estalactita -en la conciencia de mi sabio amigo. Al fin había sido capaz de matar -una mosca. - - - - - EL DOCTOR PÉRTINAX - - - I - -El sacerdote se retiraba mohíno. Mónica, la vieja impertinente y beata, -quedaba sola junto al lecho de muerte. Sus ojos de lechuza, en que -reverberaba la luz de la mortecina lamparilla, lanzaba miradas como -anatemas al rostro cadavérico del doctor Pértinax. - ---¡Perro judío! ¡Si no fuera por la manda, ya iría yo aguantando el -olor de azufre que sale de tu cuerpo maldito!... ¡No confesarse ni á la -hora de la muerte!... - -Este impío monólogo fué interrumpido por un ¡ay! del moribundo. - ---¡Agua!--exclamaba el mísero filósofo. - ---¡Vinagre!--contestó la vieja sin moverse de su sitio. - ---Mónica, buena Mónica--prosiguió el doctor hablando como pudo--; tú -eres la única persona que en la tierra me ha sido fiel... tu conciencia -te lo premie... esto se acaba... llegó mi hora, pero no temas... - ---No, señor; pierda usted cuidado... - ---No temas: la muerte es una apariencia; sólo el egoísmo... individual -puede quejarse de la muerte... Yo expiro, es verdad, nada queda de -mí... pero la especie permanece... No es sólo eso: mi obra, el producto -de mi trabajo, los majuelos del pueblo, mi propiedad, extensión de mi -personalidad en la Naturaleza, quedan también; son tuyas, ya lo sabes, -pero dame agua. - -Mónica vaciló, y ablandándose al cabo, cuanto un pedernal puede -ablandarse, acercó á los labios de su amo no sé qué jarabe, cuya sola -virtud era trastornar el juicio del moribundo más y más cada vez. - ---Gracias, Mónica, gracias, y adiós; es decir, hasta luego. Queda la -especie; tú también desaparecerás, pero no te importe, quedarán la -especie y los majuelos, que heredará tu sobrino, ó mejor dicho, nuestro -hijo, porque ésta es la hora de las grandes verdades. - -Mónica sonrió, y después, mirando al techo, vió en la obscuridad de -arriba la imagen reluciente de un tambor mayor, de grandes bigotes y de -gallarda apostura. - ---¡No sería mala especie la que saliera de tu cuerpo enclenque y de tu -meollo consumido por las herejías! - -Esto pensó la vieja al tiempo mismo que Pértinax entregaba los despojos -de su organismo gastado al acervo común de la especie, laboratorio -magno de la Naturaleza. - -Amanecía. - - - II - -Era la hora de las burras de leche: San Pedro frotaba con un paño el -aldabón de la puerta del cielo y lo dejaba reluciente como un sol. -¡Claro! Como que era el aldabón que limpiaba San Pedro el mismísimo sol -que nosotros vemos aparecer todas las mañanas por el Oriente. - -El santo portero, de mejor humor que sus colegas de Madrid, cantaba no -sé qué aire, muy parecido al _ça irá_ de los franceses. - ---¡Hola! Parece que se madruga--dijo inclinando la cabeza y mirando de -hito en hito á un personaje que se le había puesto delante en el umbral -de la puerta. - -El desconocido no contestó, pero se mordió los labios, que eran -delgados, pálidos y secos. - ---Sin duda, prosiguió San Pedro--, ¿usted es el sabio que se estaba -muriendo esta noche?... ¡Vaya una noche que me ha hecho usted pasar, -compadre!... ¡No he pegado ojo en toda ella, esperando que á usted se -le antojase llamar; y como tenía órdenes terminantes de no hacerle á -usted aguardar ni un momento!... ¡Poquito respeto que se les tiene -á ustedes aquí en el cielo! En fin, bienvenido, y y pase usted; yo -no puedo moverme de aquí, pero no tiene pérdida. Suba usted... todo -derecho... No hay entresuelo. - -El forastero no se movió del umbral, y clavó los ojos pequeños y azules -en la venerable calva de San Pedro, que había vuelto la espalda para -seguir limpiando el sol. - -Era el recién venido, delgado, bajo, de color cetrino, algo afeminado -en los movimientos, pulcro en el trato de su persona y sin pelo de -barba en todo su rostro. Llevaba la mortaja con elegancia y compostura, -y medía los ademanes y gestos con académico rigor. - -Después de mirar una buena pieza la obra de San Pedro, dió media vuelta -y quiso desandar el camino que sin saber cómo había andado, pero vió -que estaba sobre un abismo de obscuridad en que había tinieblas como -palpables, ruidos de tempestad horrísona, y á intervalos ráfagas de una -luz cárdena, á la manera de la que tienen los relámpagos. No había allí -traza de escalera, y la máquina con que medio recordaba que le habían -subido, tampoco estaba á la vista. - ---Caballero--exclamó con voz vibrante y agrio tono:--¿se puede saber -qué es esto? ¿dónde estoy? ¿por qué se me ha traído aquí? - ---¡Ah! ¿Todavía no se ha movido usted? Me alegro, porque se me había -olvidado un pequeño requisito. Y sacando un libro de memorias del -bolsillo, mientras mojaba la punta de un lápiz en los labios, preguntó: - ---¿Su gracia de usted? - ---Yo soy el doctor Pértinax, autor del libro estereotipado en su -vigésima edición, que se intitula _Filosofía última_... - -San Pedro, que no era listo de mano, sólo había escrito á todo esto -Pértinax... - ---Bien: ¿Pértinax de qué? - ---¿Cómo de qué? ¡Ah! sí; querrá usted decir ¿de dónde? así como se -dice: Tales de Mileto, Parménides de Elea... Michelet de Berlín... - ---Justo, Quijote de la Mancha... - ---Escriba usted: Pértinax de Torrelodones. Y ahora, ¿podré saber qué -farsa es ésta? - ---¿Cómo farsa? - ---Sí, señor; yo soy víctima de una burla; esto es una comedia; mis -enemigos, los de mi oficio, ayudados con los recursos de la industria, -con efectos de teatro, exaltando mi imaginación con algún brebaje, han -preparado todo esto, sin duda; pero no les valdrá el engaño: sobre -todas estas apariencias está mi razón; mi razón, que protesta con voz -potente contra y sobre toda esta farándula; pero no valen carátulas ni -relumbrones; que á mí no se me vence con tan grosero ardid, y digo lo -que siempre dije y tengo consignado en la página 315 de la _Filosofía -última_..., nota b de la subnota _alfa_, á saber: que después de la -muerte no debe subsistir el engaño del aparecer, y es hora de que cese -el concupiscente querer vivir, _Nolite vivere_, que es sólo cadena de -sombras engarzada en deseos, etc., etc. Conque así, una de dos: ó yo -me he muerto, ó no me he muerto; si me he muerto, no es posible que -yo sea yo, como hace media hora, que vivía; y todo esto que delante -tengo, como sólo puede ser ante mí, en la representación no es, porque -yo no soy; pero si no me he muerto, y sigo siendo yo, éste que fuí y -soy, es claro que esto que tengo delante, aunque existe en mí como -representación, no es lo que mis enemigos quieren que yo crea, sino -una farsa indigna tramada para asustarme, pero en vano, porque ¡vive -Dios!... - -Y juró el filósofo como un carretero. Y no fué lo peor que jurase, sino -que ponía el grito en el cielo, y los que en él estaban comenzaron á -despertarse al estrépito, y ya bajaban algunos bienaventurados por las -escalonadas nubes, teñidas, cuál de gualda, cuál otra de azul marino. - -Entretanto San Pedro se apretaba los ijares con entrambas manos, por no -descoyuntarse con la risa, que le sofocaba. Más se irritaba Pértinax -con la risa del Santo, y éste hubo de suspenderla para aplacarle, si -podía, con tales palabras: - ---Señor mío, ni aquí hay farsa que valga, ni se trata de engañar á -usted, sino de darle el cielo, que, por lo visto, ha merecido por -buenas obras, que yo ignoro; como quiera que sea, tranquilícese y suba, -que ya la gente de casa bulle por allá dentro y habrá quien le conduzca -donde todo se lo expliquen á su gusto, para que no le quede sombra de -duda, que todas se acaban en esta región, donde lo que menos brilla es -este sol que estoy limpiando. - ---No digo yo que usted quiera engañarme, pues me parece hombre de bien; -otros serán los farsantes, y usted sólo un instrumento sin conciencia -de lo que hace. - ---Yo soy San Pedro... - ---Á usted le habrán persuadido de que lo es; pero eso no prueba que -usted lo sea. - ---Caballero, llevo más de 1.800 años en la portería... - ---Aprensión, prejuicio... - ---¡Qué prejuicio ni qué calabaza!--grita el Santo ya incomodado un -tantico--; San Pedro soy, y usted un sabio como todos los que de allá -nos vienen, tonto de capirote y con muchos humos en la cabeza... La -culpa la tiene quien yo me sé, que no se va más despacio en el admitir -gente de pluma donde bendita la falta que hace. Y bien dice San -Ignacio... - -Á la sazón aparecióse en el portal la majestuosa figura de un venerable -anciano, vestido de amplia y blanquísima túnica, el cual, mirando con -dulces ojos al _filósofo colérico_, le dijo, mientras cogía sus flacas -manos, con las que él tenía de luz, ó, por lo menos, de algo muy tenue -y esplendoroso: - ---Pértinax, yo soy el solitario de Patmos; ven conmigo á la presencia -del Señor, tus pecados te han sido perdonados y tus méritos te -levantaron, como alas, de la tierra triste y llegaste al cielo, y verás -al Hijo á la diestra del Padre... El Verbo que se hizo carne. - ---Habitó entre nosotros, ya sé la historia; pero señor San Juan, -digo y repito que esto es indigno, que reconozco la habilidad de los -escenógrafos; pero la farsa, buena para alucinar á un espíritu vulgar, -no sirve contra el autor de la _Filosofía última_.--Y el pobre filósofo -escupía espuma de puro rabiado. - -El portal estaba lleno de ángeles y querubines, tronos y dominaciones, -santos y santas, beatas y beatos y bienaventurados rasos. Hacían -coro alrededor del extranjero y escuchaban con sonrisa... de -bienaventurados, la sabrosa plática que tenían ya entablada el autor -del _Apocalipsis_ y el de la _Filosofía última_. Como San Juan se -explicara en términos un tanto metafísicos, fué apaciguándose poco -á poco el furioso pensador, y con el interés de la polémica llegó á -olvidar la que él llamaba farsa indigna. - -Entre los del coro había dos que se miraban de reojo, como animándose -mutuamente á echar su cuarto á espadas. Eran Santo Tomás y Hegel, -que por distintas razones veían con disgusto en el cielo al autor de -la _Filosofía última_, obra detestable en su dictamen, esta vez de -acuerdo. Por fin, Santo Tomás, terciando el manteo, interrumpió al -filósofo intruso, gritando sin poder contenerse: - -_¡Nego suppositum!_ - -Volvióse el doctor Pértinax con altiva dignidad para contestar como -se merecía al Doctor Angélico, el cual, después de haberle negado -el supuesto, se preparaba á anonadarle bajo la fuerza de la _Summa -teológica_ que al efecto hizo traer de la biblioteca celestial. -Diógenes el Cínico, que andaba por allí, puesto que se había salvado -por los buenos chascarrillos que supo contar en vida, no por otra -cosa, Diógenes opinó que la mejor manera de sacar de sus errores al -doctor Pértinax era enseñarle todo el cielo, desde la bodega hasta el -desván. Á esto, Santo Tomás apóstol, dijo:--Perfectamente; eso es, ver -y creer. Pero su tocayo, el de Aquino, no se dió á partido; insistió -en demostrar que la mejor manera de vencer los paralogismos de aquel -filósofo era recurrir á la _Summa_. Y dicho y hecho; ya llegaba con -cuatro tomos como casas sobre las robustas espaldas una especie de -mozo de cordel muy guapo que llamaban por allí Alejandrito, y era -efectivamente Alejandro Pidal y Mon, tomista de tomo y lomo que estaba -en el cielo de temporada y en calidad de corresponsal. Abrió Santo -Tomás la _Summa_ con mucha prosopopeya, y la primer _q_ con que topó -vínole como pedrada en ojo de boticario. Ya el Santo había juntado el -dedo índice con el pulgar en forma de anteojo, y comenzaba á balbucir -latines cuando Pértinax gritó con toda la fuerza de sus pulmones: - ---¡Callen todas las Escolásticas del mundo donde esté mi _Filosofía -última_! En ella queda demostrado... - ---Oiga usted, señor filósofo, interrumpió Santa Escolástica, que era -una señora muy sabida; yo no quiero callar, ni es usted quién para -venir aquí con esos aires de taco, y lo que yo digo es que ya no hay -clases, y que aquí entra todo el mundo. - ---Señora, exclamó el Santo Job, haciendo una reverencia con una teja -que llevaba en la mano y usaba á guisa de cepillo--; señora, sea todo -por Dios, y dejemos que entre el que lo merezca, que todos cabemos. -Yo creo que mi amigo Diógenes dice bien; este caballero se convencerá -de que ha vivido en un error si se le hace ver el Universo y la corte -celestial tal como son efectivamente; esto no es desairar á Santo -Tomás, mi buen amigo, Dios me libre de ello; pero en fin, por mucho que -valga la _Summa_, más vale el gran libro de la Naturaleza, como dicen -en la tierra; más vale la suma de maravillas que el Señor ha creado, -y así, salvo mejor parecer, propongo que se nombre una comisión de -nuestro seno que acompañe al doctor Pértinax y le vaya haciendo ver la -fábrica de la inmensa arquitectura, como dijo Lope de Vega, á quien -siento no ver entre nosotros. - -Grandísimo era el respeto que á todos los santos y santas merecía el -Santo Job, y así, aunque otra le quedaba, el de Aquino tuvo que dar -su brazo á torcer, y Pidal volvió con la _Summa_ á la biblioteca. -Procedióse á votación nominal, en la que se empleó mucho tiempo, por -haber acudido al portalón del cielo más de medio martirologio, y -resultaron elegidos de la comisión los señores siguientes: el Santo -Job, por aclamación; Diógenes, por mayoría, y Santo Tomás apóstol, por -mayoría. Tuvieron votos: Santo Tomás de Aquino, Scoto y Espartero. - -El doctor Pértinax accedió á las súplicas de la comisión y consintió en -recorrer todas aquellas decoraciones de magia que le podrían meter por -los ojos, decía él, pero no por el espíritu. - ---Hombre, no sea usted pesado--le decía Santo Tomás, mientras le cosía -unas alas en las clavículas para que pudiese acompañarles en el viaje -que iban á emprender. Aquí me tiene usted á mí, que me resistía á creer -en la Resurrección del Maestro; vi, toqué y creí; usted hará lo mismo... - ---Caballero, replicó Pértinax--, usted vivía en tiempos muy diferentes; -estaban ustedes entonces en la edad teológica, como dice Comte, y yo he -pasado ya todas esas edades y he vivido del lado de acá de la _Crítica -de la razón pura y de la Filosofía última_, de modo que no creo nada, -ni en la madre que me parió; no creo más que en esto: en cuanto me sé -de saberme, soy conscio, pero sin caer en el prejuicio de confundir la -representación con la esencia, que es inasequible, esto es, fuera de, -como conscio, quedando todo lo que de mí (y conmigo todo), sé, en saber -que se representa todo (y yo como todo) en puro aparecer, cuya realidad -sólo se inquieta el sujeto por conocer por nueva representación -volitiva y afectiva, representación dañosa por irracional y pecado -original de la caída, pues deshecha esta apariencia del deseo, nada -queda que explorar, ya que ni la voluntad del saber queda. - -Sólo el Santo Job oyó la última palabra del discurso, y rascándose con -la teja la pelada coronilla, respondió: - ---La verdad es que son ustedes el diablo para discurrir disparates, -y no se ofenda usted, porque con esas cosas que tiene metidas en la -cabeza ó en la representación, como usted quiere, va á costar sudores -hacerle ver la realidad tal como es. - ---¡Andando, andando!--gritó Diógenes en esto--á mí me negaban los -sofistas el movimiento, y ya saben ustedes cómo se lo demostré: -¡andando, andando! - -Y emprendieron el vuelo por el espacio sin fin. ¿Sin fin? Así lo creía -Pértinax, que dijo:--¿Piensan ustedes hacerme ver todo el Universo? - ---Sí, señor--respondió Santo Tomás apóstol (único Santo Tomás de que -hablaremos en adelante)--, eso pronto se ve. - ---¡Pero hombre, si el Universo (en el aparecer, por supuesto) es -infinito! ¿Cómo conciben ustedes el límite del espacio? - ---Lo que es concebirlo, mal; pero verlo, todos los días lo ve -Aristóteles, que se da unos paseos atroces con sus discípulos, y por -cierto que se queja de que primero se acaba el espacio para pasear que -las disputas de sus peripatéticos. - ---Pero ¿cómo puede ser que el espacio tenga fin? Si hay límite, tiene -que ser la nada; pero la nada, como no es, nada puede limitar, porque -lo que limita es, y es algo distinto del ser limitado. - -El santo Job, que ya se iba impacientando, le cortó la palabra con -éstas: - ---¡Bueno, bueno, conversación! Más le vale á usted bajar la cabeza para -no tropezar con el techo, que hemos llegado á ese límite del espacio -que no se concibe, y si usted da un paso más, se rompe la cabeza contra -esa nada que niega. - -Efectivamente; Pértinax notó que no había más allá; quiso seguir, y se -hizo un chichón en la cabeza. - ---¡Pero esto no puede ser!--exclamó, mientras Santo Tomás aplicaba al -chichón una moneda de las que llevaban los paganos en su viaje al otro -mundo. - -No hubo más remedio que volver pie atrás, porque el Universo se había -acabado. Pero finito y todo, ¡cuán hermoso brilla el firmamento con sus -millones de millones de estrellas! - ---¿Qué es aquella claridad deslumbradora que brilla en lo alto, más -alta que todas las constelaciones? ¿Es alguna nebulosa desconocida de -los astrónomos de la tierra? - ---¡Buena nebulosa te dé Dios!--contestó Santo Tomás--; aquélla es la -Jerusalén celestial, de donde bajamos nosotros precisamente; allí ha -disputado usted con mi tocayo, y eso que brilla son las murallas de -diamantes que rodean la ciudad de Dios. - ---¿De manera que aquellas maravillas que cuenta Chateaubriand y que yo -juzgaba indignas de un hombre serio?... - ---Son habas contadas, amigo mío. Ahora vamos á descansar en esta -estrella que pasa por debajo, que á fe de Diógenes, que estoy cansado -de tanto ir y venir. - ---Señores, yo no estoy presentable--dijo Pértinax--; todavía no me he -quitado la mortaja, y los habitantes de esa estrella se van á reir de -este traje indecoroso... - -Los tres _ciceroni_ del cielo soltaron la carcajada á un tiempo. -Diógenes fué el que exclamó:--Aunque yo le prestara á usted mi -linterna, no encontraría usted alma viviente ni en esa estrella, ni en -estrella alguna de cuantas Dios creó. - ---¡Claro, hombre, claro!--añadió muy serio Job--; no hay habitantes más -que en la tierra: no diga usted locuras. - ---¡Eso sí que no lo puedo creer! - ---Pues vamos allá--replicó Santo Tomás, á quien ya se le iba subiendo -el humo á las narices. Y emprendieron el viaje de estrella en estrella, -y en pocos minutos habían recorrido toda la vía láctea y los sistemas -estelares más lejanos. Nada, no había asomo de vida. No encontraron ni -una pulga en tantos y tantos globos como recorrieron. Pértinax estaba -horrorizado. - ---¡Esta es la creación!--exclamó--; ¡qué soledad! - -Á ver, enséñeme usted la tierra; quiero ver esa región privilegiada: -por lo que barrunto, debe de ser mentira toda la cosmografía moderna, -la tierra estará quieta y será centro de toda la bóveda celeste; y á -su alrededor girarán soles y planetas y será la mayor de todas las -esferas... - ---Nada de eso--repuso Santo Tomás--; la astronomía no se ha equivocado; -la tierra anda alrededor del sol, y ya verá usted qué insignificante -aparece. Vamos á ver si la encontramos entre todo este garbullo de -astros. Búsquela usted, santo Job, usted que es cachazudo. - ---¡Allá voy!--exclamó el santo de la teja, dando un suspiro y -asegurando en las orejas unas gafas. ¡Es como buscar una aguja en un -pajar!... ¡Allí la veo! ¡allí va! ¡mírela usted, mírela usted qué -chiquitina! ¡parece un infusorio! - -Pértinax vió la tierra, y suspiró pensando en Mónica y en el fruto de -sus filosóficos amores. - ---¿Y no hay habitantes más que en esa mota de tierra? - ---Nada más. - ---¿Y el resto del Universo está vacío? - ---Vacío. - ---Y entonces, ¿para qué sirven tantos y tantos millones de estrellas? - ---Para faroles. Son el alumbrado público de la tierra. Y sirven además -para cantar alabanzas al Señor. Y sirven de ripio á la poesía. Y no se -puede negar que son muy bonitas. - ---¡Pero vacío todo! - ---¡Vacío! - -Pértinax permaneció en los aires un buen rato triste y meditabundo. -Se sentía mal. El edificio de la _Filosofía última_ amenazaba ruina. -Al ver que el Universo era tan distinto de como lo pedía la razón, -empezaba á creer en el Universo. Aquella lección brusca de la realidad -era el contacto áspero y frío de la materia que necesitaba su espíritu -para creer.--¡Está todo tan mal arreglado, que acaso sea verdad!--así -pensaba el filósofo. De repente se volvió hacia sus compañeros y les -preguntó:--¿Existe el infierno? - -Los tres suspiraron, hicieron gestos de compasión, y respondieron: - ---Sí; existe. - ---Y la condenación, ¿es eterna? - ---Eterna. - ---¡Solemne injusticia! - ---¡Terrible realidad!--respondieron los del cielo á coro. - -Pértinax se pasó la mortaja por la frente. Sudaba filosofía. Iba -creyendo que estaba en el otro mundo. Aquella sinrazón de todo le -convencía.--¿Luego la cosmogonía y la teogonía de mi infancia eran la -verdad? - ---Sí: la primera y última filosofía. - ---¿Luego no sueño? - ---No. - ---¡Confesión! ¡confesión!--gritó llorando el filósofo; y cayó desmayado -en los brazos de Diógenes. - -Cuando volvió en sí, estaba de rodillas, todo vestido de blanco, en -los estrados de Dios, á los pies de la Santísima Trinidad. Lo que más -le chocó fué ver efectivamente al Hijo sentado á la diestra de Dios -Padre. Como el Espíritu Santo estaba encima, entre cabeza y cabeza, -resultaba que el Padre estaba á la izquierda.--No sé si un Trono ó una -Dominación, se acercó á Pértinax y le dijo: - ---Oye tu sentencia definitiva: y leyó la que sigue: - -“Resultando que Pértinax, filósofo, es un pobre de espíritu incapaz de -matar un mosquito; - -“Resultando que estuvo dando alimentos y carrera por espacio de muchos -años á un hijo natural habido por el tambor mayor Roque García en -Mónica González, ama de llaves del filósofo; - -“Considerando que todas sus filosofías no han causado más daño que el -de abreviar su existencia, que no servía para bendita de Dios la cosa; - -“Fallamos que debemos absolver, y absolvemos libremente al procesado, -condenando en costas al fiscal señor don Ramón Nocedal, y dando por los -méritos dichos al filósofo Pértinax la gloria eterna.” - -Oída la sentencia, Pértinax volvió á desmayarse. - - * * * * * - -Cuando despertó, se encontró en su lecho. Mónica y un cura estaban á su -lado. - ---Señor--dijo la bruja--, aquí está el confesor que usted ha pedido... - -Pértinax se incorporó; pudo sentarse en la cama, y extendiendo ambas -manos, gritó, mirando al confesor con ojos espantados: - ---Digo, y repito, que todo es pura representación, y que se ha jugado -conmigo una farsa indigna. Y en último caso, podrá ser cierto lo que -he visto; pero entonces juro y perjuro que si Dios hizo el mundo, debió -haberlo hecho de otro modo.--Y expiró de veras. - -No le enterraron en sagrado. - - - - - DE LA COMISIÓN... - - - I - -Él lo niega en absoluto; pero no por eso es menos cierto. Sí, allá por -los años de 1840 á 50 hizo versos, imitó á Zorrilla como un condenado -y puso mano á la obra temeraria (llevada á término feliz más tarde por -un Sr. Albornoz), de continuar y dar finiquito al _Diablo Mundo_ de -Espronceda. - -Pero nada de esto deben saber los hijos de Pastrana y Rodríguez, que es -nuestro héroe. Fué poeta, es verdad; pero el mundo no lo sabe, no debe -saberlo. - -Á los diez y siete años comienza en realidad su gloriosa carrera este -favorito de la suerte en su aspecto administrativo. En esa edad de las -ilusiones le nombraron escribiente temporero en el Ayuntamiento de su -valle natal, como dice _La Correspondencia_ cuando habla de los poetas -y del lugar de su nacimiento. - -La vocación de Pastrana se reveló entonces como una profecía. - -El primer trabajo serio que llevó á glorioso remate aquel funcionario -público, fué la redacción de un oficio en que el alcalde de -Villaconducho pedía al gobernador de la provincia una pareja de la -Guardia civil para ayudarle á hacer las elecciones. El oficio de -Pastrana anduvo en manos y en lenguas de todos los notables del -lugar. El maestro de la escuela nada tuvo que oponer á la gallarda -letra bastardilla que ostentaba el documento; el boticario fué quien -se atrevió á sostener que la filosofía gramatical exigía que ayer -se escribiera con _h_, pues con _h_ se escribe hoy; pero Pastrana -le derrotó, advirtiendo que, según esa filosofía, también debiera -escribirse mañana con _h_. - -El boticario no volvió á levantar cabeza, y Perico Pastrana no tardó -un año en ser nombrado secretario del Ayuntamiento con sueldo. Con -tan plausible motivo se hizo una levita negra; pero se la hizo en la -capital. El Sr. Pespunte, sastre de la localidad y alguacil de la -alcaldía, no se dió por ofendido: comprendió que la levita del señor -secretario era una prenda que estaba muy por encima de sus tijeras; -cuando en la fiesta del Sacramento vió Pespunte á Pedro Pastrana lucir -la rutilante levita cerca del señor alcalde, que llevaba el farol, es -verdad, pero no llevaba levita, exclamó con tono profético: - ---¡Ese muchacho subirá mucho!--Y señalaba á las nubes. - -Pastrana pensaba lo mismo, pero su pensamiento iba mucho más allá de -lo que podía sospechar aquel alguacil que no sabía leer ni escribir é -ignoraba, por consiguiente, lo que enseñan libros y periódicos á la -ambición de un secretario de Ayuntamiento. - -Toda la poesía que antes le llenaba el pecho y le hacía emborronar -tanto papel de barbas, se había convertido en una inextinguible sed de -mando y honores y honorarios. Pastrana amaba todo, como Espronceda; -pero lo amaba por su cuenta y razón, á beneficio de inventario. Como -era secretario del Ayuntamiento, conocía al dedillo toda la propiedad -territorial del Concejo y no se le escapaban las ocultaciones de -riqueza inmueble. Así como el divino Homero en el canto II de su -_Ilíada_ enumera y describe el contingente, procedencia y cualidades de -los ejércitos de griegos y troyanos, Pastrana hubiera podido cantar el -debe y haber de todos y cada uno de los vecinos de Villaconducho. - -Era un catastro semoviente. Su fantasía estaba llena de foros y -subforos, de arrendamientos, y enfiteusis, de anotaciones preventivas, -embargos y céntimos adicionales. Era amigo del registrador de la -propiedad, á quien ayudaba en calidad de subalterno, y sabía de memoria -los libros del registro. Salía Perico á los campos á comulgar con la -madre Naturaleza. Pero verán mis lectores cómo comulgaba Pastrana con -la Naturaleza: él no veía la cinta de plata que partía en dos la vega -verde, fecunda, y orlada por fresca sombra de corpulentos castaños que -trepaban por las faldas de los montes vecinos; el río no era á sus ojos -palacio de cristal de ninfas y sílfides, sino finca que dejaba pingües -(pingüe era el adjetivo predilecto de Pastrana), pingües productos al -marqués de Pozos-hondos, que tenía el privilegio, que no pagaba, de -pescar á bragas enjutas las truchas y salmones que á la sombra de -aquellas peñas y enramadas buscaban mentida paz y engañoso albergue en -las cuevas y en los remansos. Al correr de las linfas cristalinas, fija -la mirada sobre las ondas, meditaba Pastrana, pensando, no que nuestras -vidas son los ríos que van á dar á la mar, que es el morir, sino en -el valor en venta de los salmones que en un año con otro pescaba el -marqués de Pozos-hondos. ¡Es un abuso!, exclamaba, dejando á las auras -un suspiro eminentemente municipal; y el aprendiz de edil maduraba un -maquiavélico proyecto que más tarde puso en práctica, como sabrá el que -leyere. - -Las sendas y trochas que por montes y prados descendían en caprichosos -giros, no eran ante la fantasía de Pastrana sino servidumbres de paso: -los setos de zarzamora, madreselva y espino de olor, donde vivían -tribus numerosas de canoras aves, alegría de la aurora, y música triste -de la melancólica tarde á la hora del ocaso, teníalos Pastrana por -lindes de las respectivas fincas, y nada más; y sonreía maliciosamente -contemplando aquella sede de Paco Antúnez, que antaño estaba metida -en un puño lejos de los mansos del cura un buen trecho, y que hogaño, -desde que mandaban los liberales, andaba, andaba como si tuviera -pies, prado arriba, prado arriba, amenazando meterse en el campo de -la Iglesia y hasta en el huerto de la casa rectoral. Cada monte, cada -prado, cada huerta veíalos Perico, más que allí donde estaban, en el -plano ideal del catastro de sus sueños; y así, una casita rodeada de -jardín y huerta con pomarada, oculta allá en el fondo de la vega, -mirábala el secretario abrumada bajo el enorme peso de una hipoteca -y próxima á ser pasto de voraz concurso de acreedores; el soto del -Marqués (¡siempre el Marqués!) donde crecían en inmenso espacio -millares de gigantes de madera, entre cuyos pies corrían, no los gnomos -de la fábula, sino conejos muy bien criados, antojábasele á Pastrana -misterioso personaje que viajaba de incógnito: porque el tal soto no -tenía existencia civil, no sabían de él en las oficinas del Estado. - -De esta suerte discurría nuestro hombre por aquellos cerros y -vericuetos, inspirado por el dios Término que adoraron los romanos, -midiéndolo todo, pesándolo todo y calculando el producto bruto y el -producto líquido de cuanto Dios crió. Otro aspecto de la Naturaleza que -también sabía considerar Pastrana, era el de la riqueza territorial -en cuanto materia imponible; él, que manejaba todos los papeles del -Ayuntamiento, sabía, en cierta topografía rentística que llevaba -grabada en la cabeza, cuáles eran los altos y bajos del terreno que á -sus ojos se extendía, ante la consideración del fisco: aquel altozano -de la vega pagaba al Estado mucho menos que el pradico de la Solana, -metido de patas en el río: por lo cual estaba, según Pastrana, el -pradico mucho más alto sobre el nivel de la contribución que el erguido -cerro que era del marqués de Pozos-hondos, y por eso pagaba menos. Por -este tenor, la imaginación de Pastrana convertía el monte en llano, y -el llano en monte; y observaba que eran los pobres los que tenían sus -pegujares por las nubes, mientras los ricos influyentes tenían bajo -tierra sus dominios, según lo poco y mal que contribuían á las cargas -del Estado. - -Estas observaciones no hicieron de Pastrana un filántropo, ni un -socialista, ni un demagogo, sino que le hicieron abrir el ojo para lo -que se verá en el capítulo siguiente. - - - II - -Pastrana no daba puntada sin hilo. Aquellos paseos por los campos y -los montes dieron más tarde ópimo fruto á nuestro héroe. Era necesario, -se decía, _sacar partido_ (su frase favorita) de todas aquellas -irregularidades administrativas. El salmón fué ante todo el objetivo -de sus maquinaciones. Varios días se le vió trabajar asiduamente en -el archivo del Ayuntamiento: Pespunte le ayudaba á revolver legajos, -á atar y desatar y á limpiar de polvo, ya que de paja no era posible, -los papelotes del Municipio. Ocho días duró aquel trabajo de erudición -concejil. Otros ocho anduvo registrando escrituras y copiando matrices -en los protocolos notariales, merced á la benévola protección que le -otorgaba el señor Litispendencia, escribano del pueblo. Después... -Pespunte no vió en quince días á Pedro Pastrana. Se había encerrado en -su casa-habitación, como decía Pespunte, y allí se pasó dos semanas sin -levantar cabeza. - -En la secretaría se le echaba de menos; pero el alcalde, que profesaba -también profundo respeto á los planes y trabajos del secretario, no se -dió por entendido, y suplió, como pudo, la presencia de Pastrana. En -fin, un domingo Pedro se presentó en público de levita, oyó misa mayor -y se dirigió á casa del alcalde: iba á pedirle una licencia de pocos -días para ir á la capital de la provincia. ¿Á qué? Ni lo preguntó el -alcalde, ni Pespunte se atrevió á procurar adivinarlo. Pastrana tomó -asiento en el cupé de la diligencia que pasaba por Villaconducho á las -cuatro de la tarde. - -El resultado de aquel viaje fué el siguiente: un opúsculo de 160 -páginas en 4.° mayor, letra del 8, intitulado _Apuntes para la -historia del privilegio de la pesca del salmón en el río Sele, en -los Pozos-obscuros del Ayuntamiento de Villaconducho, que disfruta -en la actualidad el excelentísimo señor marqués de Pozos-hondos -(Primera parte), por don Pedro Pastrana Rodríguez, secretario de dicho -Ayuntamiento de Villaconducho_. - -Sí; así se llamaba la primera obra literaria de aquel Pastrana que -andando el tiempo había de escribirlas inmortales, ó poco menos, no ya -tratando el asunto, al fin baladí, de la pesca del salmón, sino otros -tan interesantes como el de _La caza y la veda_, _La ocultación de la -riqueza territorial_, _Fuentes ó raíces de este abuso_, _Cómo se pueden -cegar ó extirpar estas fuentes ó raíces_. - -Pero volviendo al opúsculo piscatorio, diremos que produjo una -revolución en Villaconducho, revolución que hubo de transcender á -los habitantes de Pozos-obscuros, queremos decir á los salmones, que -en adelante decidieron dejarse pescar con cuenta y razón, esto es, -siempre y cuando que el privilegio de Pozos-hondos resultare claro -como el agua de Pozos-obscuros: fundado en derecho. ¿Lo estaba? ¡Ah! -Ésta era la gran cuestión, que Pastrana se guardó muy bien de resolver -en la primera parte de su trabajo. En ella se suscitaban pavorosas -dudas histórico-jurídicas acerca de la legitimidad de aquella renta -pingüe--pingüe decía el texto--de que gozaba la casa de Pozos-hondos; -en la sección del libro titulada _Piezas justificantes_, en la cual -había echado el resto de su erudición municipal el autor, había -acumulado argumentos poderosos en pro y en contra del privilegio; -“la imparcialidad, decía una nota, nos obliga, á fuer de verídicos -historiadores y según el conocido consejo de Tácito, á ser atrevidos -lo bastante para no callar nada de cuanto debe decirse, pero también -á no decir nada que no sea probado. Suspendemos nuestro juicio -por ahora; ésta es la exposición histórica: en la segunda parte, -que será la síntesis, diremos al fin nuestra opinión, declarando -paladinamente cómo entendemos nosotros que debe resolverse este -problema jurídico-administrativo-histórico del _privilegio del Sele en -Villaconducho_, como le denominan antiguos tratadistas”. - -El marqués de Pozos-hondos, que se comía los salmones del Sele en -Madrid, en compañía de una bailarina del Real, capaz de tragarse el -río, cuanto más los salmones, convertidos en billetes de Banco; el -marqués tuvo noticia del folleto y del efecto que estaba causando en su -distrito (pues además de salmones tenía electores en Villaconducho). -Primero se fué derecho al ministro á reclamar justicia; quería que el -secretario fuese destituido por atreverse á poner en tela de juicio un -privilegio señorial del más adicto de los diputados ministeriales; y, -por añadidura, pedía el secuestro de la edición del folleto, que él no -había leído, pero que contendría ataques directos ó indirectos á las -instituciones. - -El Ministro escribió al Gobernador, el Gobernador al Alcalde y el -Alcalde llamó á su casa al Secretario para que... redactase la carta -con que quería contestar al Gobernador, para que éste se entendiera -con el Ministro. Ocho días después, el Ministro le decía al diputado: -“Amigo mío, ha visto usted las cosas como no son, y no es posible -satisfacer sus deseos; el secretario es excelente hombre, excelente -funcionario y excelentísimo ministerial; el folleto no es subversivo, -ni siquiera irrespetuoso respecto de sus salmones de usted; hoy lo -recibirá usted por el correo, y si lo lee, se convencerá de ello. -Gobernar es transigir, y pescar viene á ser como gobernar; de modo, -que lo mejor será que usted reparta los salmones con ese secretario, -que está dispuesto á entenderse con usted. En cuanto á destituirlo, no -hay que pensar en ello; su popularidad en Villaconducho crece como la -espuma, y sería peligrosa toda medida contra ese funcionario...” - -Esto de la popularidad era muy cierto. Los vecinos de Villaconducho -veían con muy malos ojos que todos los salmones del río cayesen en -las máquinas endiabladas del Marqués; pero, como suele decirse, nadie -se atrevía á echar la liebre. Así es que cuando se leyó y comentó -el folleto de don Pedro Pastrana y Rodríguez, la fama de éste no -tuvo rival en todo el Concejo, y muy especialmente adquirió amigos -y simpatías entre los _exaltados_. Los exaltados eran el médico, el -albéitar, Cosme, licenciado del ejército; Ginés, el cómico retirado, y -varios zagalones del pueblo, no todos tan ocupados como fuera menester. - -Pespunte, que también tenía ideas (él así las llamaba) un tanto -calientes, les decía á los demócratas, _para inter nos_, que el chico -era de los suyos, y que tenía una intención atroz, y que ello diría, -porque para las ocasiones son los hombres, y “obras son amores, y no -buenas razones”, y que detrás de lo del privilegio vendrían otras -más gordas, y, en fin, que dejasen al chico, que amanecería Dios y -medraríamos. Pastrana dejaba que rodase la bola; no se desvanecía con -sus triunfos, y no quería más que _sacar partido_ de todo aquello. Si -los exaltados le sonreían y halagaban, no les respondía á coces, ni -mucho menos, pero tampoco soltaba prenda; y le bastaba para mantener su -benévola inclinación y curiosidad oficiosa, con hacerse el misterioso y -reservado, y para esto le ayudaba no poco la levita de gran señor, que -ahora le estaba como nunca. Pero ¡ay! pese á los cálculos optimistas -de Pespunte, no iba por allí el agua del molino; los exaltados y sus -favores no eran, en los planes de Pastrana, más que el cebo, y el pez -que había de tragarlo no andaba por allí; de él se había de saber por -el correo. - -Y, en efecto, una mañana recibió el secretario una carta, cuyo sobre -ostentaba el sello del Congreso de los Diputados. Era una carta -del señor del privilegio, era lo que esperaba Pastrana desde el -primer día que había contemplado desde Puentemayor correr las aguas -en remolino hacia aquel remanso donde las sombras del monte y del -castañar obscurecían la superficie del Sele. El marqués capitulaba y -ofrecía al activo y erudito cronista de sus privilegios señoriales su -amistad é influencia; era necesario que en este país, donde el talento -sucumbe por falta de protección, los poderosos tendieran la mano á los -hombres de mérito. En su consecuencia, el Marqués se ofrecía á pagar -todos los gastos de publicación que ocasionara la segunda parte de la -“Historia del privilegio de pesca”, y en adelante esperaba tener un -amigo particular y político en quien tan respetuosamente había tratado -la arriesgada materia de sus derechos señoriales. Pastrana contestó -al Marqués con la finura del mundo, asegurándole que siempre había -creído en los sólidos títulos de su propiedad sobre los salmones de -Pozos-obscuros, los cuales salmones llevaban en su dorada librea, como -los peces del Mediterráneo llevan las barras de Aragón, las armas de -Pozos-hondos, que son escamas en campo de oro. De paso manifestaba -respetuosamente al señor Marqués que el soto grande estaba muy mal -administrado, que en él hacían leña todos los vecinos, y que si se -trataba de evitarlo, era preciso hacerlo de modo que no se enterase la -Administración de la falta de existencia económico-civil-rentística del -soto, finca anónima en lo que toca á las relaciones con el Fisco. El -Marqués, que algunas veces había oído en el Congreso hablar de este -galimatías, sacó en limpio que el secretario sabía que el soto grande -no pagaba contribución. Nueva carta del Marqués, nuevos ofrecimientos, -réplica de Pastrana diciendo que él era un pozo tan hondo como el -mismísimo Pozos-hondos, y que ni del soto ni de otras heredades, que -en no menos anómala situación poseía el Marqués, diría él palabra -que pudiese comprometer los sagrados intereses de tan antigua y -privilegiada casa. Pocos meses después los exaltados decían pestes -de Pastrana, á quien el marqués de Pozos-hondos hacía administrador -general de sus bienes raíces y muebles en Villaconducho, aunque á -nombre de su señor padre, porque Pedro no tenía edad suficiente para -desempeñar sin estorbos de formalidades legales tan elevado cargo. - -Y en esto se disolvieron las Cortes y se anunciaron nuevas elecciones -generales. Por cierto que cuando leyó esta noticia en la _Gaceta_ -estaba Pastrana entresacando pinos en la Grandota, otra finca que no -tenía relaciones con el Fisco; entresaca útil, en primer lugar, para -los pinos supervivientes, como los llamaba el administrador; en segundo -lugar, para el Marqués, su dueño, y en el último lugar, para Pastrana, -que de los pinos entresacados entresacaba él más de la mitad moralmente -en pago de tomarse por los intereses del amo un cuidado que sólo -prestaría un diligentísimo padre de familia. Y ya que voluntariamente -prestaba la culpa levísima, no quería que fuese á humo de pajas. En -cuanto leyó lo de las elecciones, comparó instintivamente los votos -con los pinos, y se propuso, para un porvenir quizá no muy lejano, -entresacar electores en aquella dehesa electoral de Villaconducho. -Pespunte, que se había resellado como Pastrana, pues para los -admiradores como el sastre, incondicionales, las ideas son menos que -los ídolos, Pespunte no podía imaginar adónde llegaban los ambiciosos -proyectos de don Pedro. Lo único que supo, porque esto fué cosa de -pocos días, y público y notorio, que el alcalde no haría aquellas -elecciones, porque antes sería destituido. Como lo fué efectivamente. -Las elecciones las hizo el señor administrador del excelentísimo -señor marqués de Pozos-hondos, presidente del Ayuntamiento de -Villaconducho, comendador de la Orden de Carlos III, señor don Pedro -Pastrana y Rodríguez. Un día antes del escrutinio general, se publicó -la segunda parte de los “Apuntes para la historia del privilegio”; -en ella se demostraba finalmente que ya en tiempo del rey Don Pelayo -pescaban salmones en el Sele sus próximos parientes los Marqueses -de Pozos-hondos, encargados de suministrar el pescado necesario á -todos los ejércitos del rey de la Reconquista durante la Cuaresma. Al -siguiente día se recogieron las redes y se vació el cántaro electoral, -todo bajo los auspicios de Pastrana; jamás el Marqués había tenido -tamaña cosecha de votos y salmones. - - - III - -Es necesario, para el regular proceso de esta verídica historia, que -el lector, en alas de su ardiente fantasía, acelere el curso de los -años y deje atrás no pocos. Mientras el lector atraviesa el tiempo de -un brinco, Pastrana, por sus pasos contados, atraviesa multitud de -funciones públicas, unas retribuídas y otras no, meramente honoríficas. -Hechas las elecciones, resultó que el marqués de Pozos-hondos era cinco -veces más popular en Villaconducho que su enemigo el candidato de -oposición. De resultas de esta popularidad del Marqués, hubo que hacer -á Pastrana administrador de Bienes Nacionales. También se le formó -expediente por cohecho y se le persiguió en justicia por no sé qué -minuciosas formalidades de la ley electoral; el Marqués bien hubiera -querido dejar en la estacada á su administrador de votos, salmones y -hacienda; pero don Pedro Pastrana hizo comprender perfectamente al -magnate la solidaridad de sus intereses, y salió libre y sin costas -de todas aquellas redes con que la ley quería pescarle. Pastrana no -perdonó al Marqués el poco celo que había manifestado por salvarle. - -Al año siguiente, en que hubo nuevas elecciones para Constituyentes -nada menos, el candidato de oposición fué cinco veces más popular que -el Marqués. Bueno es advertir que el candidato de oposición ya no era -de oposición, porque habían triunfado los suyos. El Marqués se quedó -sin distrito; y como se había acabado el tiempo del monopolio (según -decía Pespunte, que se había echado al río para deshacer á hachazos -las máquinas de pescar salmones), como ya no había clases, el pueblo -pudo pescar á río revuelto, y aquel año la bailarina del Marqués no -comió salmón. Pasó otro año, hubo nuevas elecciones, porque las cortes -las disolvió no sé quién, pero, en fin, uno de tropa, y entonces no -fueron diputados ni el Marqués ni su enemigo, sino el mismísimo don -Pedro Pastrana, que, una vez _encauzada la revolución_... y encauzado -el río, cogió las riendas del gobierno de Villaconducho, y en nombre -de la libertad bien entendida, y para evitar la _anarquía mansa_ de -que estaban siendo víctimas el distrito y los salmones, se atribuyó el -privilegio de la pesca y el alto y merecido honor de representar ante -el nuevo Parlamento á los villaconduchanos. - - - IV - -Y aquí era donde yo le quería ver. - -Tiene la palabra _La Correspondencia_: - -“Ha llegado á Madrid el señor don Pedro Pastrana Rodríguez, diputado -adicto por el distrito de Villaconducho, vencedor del Marqués de -Pozos-hondos en una empeñada batalla electoral.” - -Pasan algunos días; vuelve á tener la palabra _La Correspondencia_: - -“Es notabilísima, bajo muchos conceptos, y muy alabada de las personas -competentes, la obra publicada recientemente sobre _Los amillaramientos -y abusos inveterados de la ocultación de riqueza territorial_, por el -diputado adicto señor don Pedro Pastrana Rodríguez.” - -“Ha sido nombrado de la comisión de *** el reputado publicista -financiero señor don Pedro Pastrana Rodríguez, diputado adicto por -Villaconducho.” - -“No es cierto que haya presentado voto particular en la célebre -cuestión de los tabacos de la Vuelta del Medio, el ilustrado individuo -de la comisión señor Pastrana Rodríguez.” - -“Digan lo que quieran los maliciosos, no es cierto que el ilustre -escritor señor Pastrana, haya adquirido la propiedad de la marca -_Aliquid chupatur_, con que se distinguen los acreditados tabacos de -Vuelta del Medio. No es el señor Pastrana el nuevo propietario, sino su -paisano y amigo el alcalde de Villaconducho, señor Pespunte.” - -“Ha sido aprobado el proyecto de ley del ferrocarril de Villaconducho -á los Tuétanos, montes de la provincia de ***, riquísimos en mineral -de plata; los cuales Tuétanos serán explotados en gran escala por una -gran Compañía, de cuyo Consejo de administración no es cierto que sea -presidente el individuo de la Comisión á cuya influencia se dice que es -debida la concesión de dicho ferrocarril.” - -“Parece cosa decidida el viaje del Jefe del Estado á la provincia -de ***. Asistirá á la inauguración del ferrocarril de los Tuétanos, -hospedándose en la quinta regia que en aquella pintoresca comarca -posee el señor Pastrana.” - -“No pueden ustedes figurarse á qué grado llegan el acendrado -patriotismo y la exquisita amabilidad que distinguen al gran -hacendista, de quien fué huésped S. M., nuestro amigo y paisano el -señor marqués de Pozos-oscuros, presidente, como saben nuestros -lectores, de la Comisión encargada de gestionar un importante negocio -en las capitales de Europa.” - -“Ha sido nombrado presidente de la Comisión que ha de presentar -informe en el famoso negocio de los tabacos de Vuelta del Medio, el -señor marqués de Pozos-oscuros, ya de vuelta de su viaje á las cortes -extranjeras.” - -“Satisfactoriamente para el sistema parlamentario y su prestigio, ha -terminado en la sesión de ayer tarde el ruidoso incidente que había -surgido entre el señor marqués de Pozos-oscuros y el señor Pespunte, -diputado por la Vuelta del Medio. El señor Pespunte, en el calor de -la discusión, y un tanto enojado por el calificativo de _ingrato_ que -le había dirigido el presidente de la Comisión, pronunció palabras -poco parlamentarias, tales como ‘ropa sucia’, ‘manos puercas’, ‘río -revuelto’, ’bragas enjutas’, ‘fumarse la isla’, ‘merienda de negros’, -‘presidio suelto’, ‘cocinero y fraile’, ‘peces gordos’, y otras no -menos malsonantes. El digno diputado de la isla hubo de retirarlas ante -la actitud enérgica del señor marqués de Pozos-hondos, ministro de -Hacienda, que declaró que la honra del señor marqués de Pozos-oscuros -estaba muy alta para que pudieran mancharla ciertas acusaciones. Nos -alegraríamos, por el prestigio del sistema parlamentario, de que no se -repitieran escenas de esta índole, tan frecuentes en otros Parlamentos, -pero no en el nuestro, modelo de templanza”. - -Hasta aquí _La Correspondencia_. - -Ahora un oficio de la fiscalía: “Advierto á usted, para los efectos -consiguientes, que ha sido denunciado por esta fiscalía el número -primero del periódico _El Puerto de Arrebata-capas_, por su artículo -editorial, que titula ‘¡Vecinos, ladrones!’ que empieza con las -palabras ‘Pozos obscuros, y muy obscuros’, y termina con las ‘á la -cárcel desde el Congreso’.” - - - V - EPÍLOGO - -_La Correspondencia_: “Para el estudio del proyecto de reforma del -Código Penal ha sido nombrada una Comisión compuesta por los señores -siguientes: Presidente, D. Pedro Pastrana Rodríguez...” - - - - - DE BURGUESA Á CORTESANA - - -Mi querida Doña Encarnación: Ya sé que las de Pinto dijeron por ahí á -los amigos que las de Covachuelón no iríamos á las fiestas por falta -de posibles ó por falta de amor á los regocijos, como dice mi Juan -que se llama eso; no haga usted pizca de caso, porque ya nos hemos -encargado los sombreros, de ésos que parecen de hombre, que son la -última moda, según dijo la modista, que es de París de Francia, como si -dijéramos; porque si bien ella no nació allá ni lo vió con sus propios -ojos, su marido es de pura raza parisién: ¡conque figúrese usted! -Iremos, y tres más, lo cual, para evitarle á usted molestias de andar -buscando casa y demás, nos iremos derechitos á la suya, y así se ahorra -usted la incomodidad de tener que entenderse con fondistas y amas de -huéspedes, que en estos días sacarán la tripa de mal año y pedirán -por una habitación un ojo de la cara. Adjunta les remito la lista de -las monadas y cachivaches que mi hija la mayor quiere que usted le -tenga comprados para el mismo día en que lleguemos; porque todo su -prurito es que de cien lenguas se la tome por una madrileña; porque ser -provinciana es muy cursi, ya ve usted; y aunque yo la digo que lo que -se hereda no se hurta, y que de la casta le viene al galgo... y que -una Covachuelón, que desciende de cien Covachuelones, aunque sea con -el aire de la montaña, puede tenérselas tiesas, en punto á buen tono y -chicq (_sic_) con la más encopetada cortesana, que puede ser hija de -un cualquiera; digo que, á pesar de esto, la niña quiere que usted la -tenga preparados esos trastos; y no es que aquí no haya guantes de ésos -que llegan hasta los hombros, porque también los vende, la modista que -tiene un marido de París; pero ¿qué quiere usted?, estas muchachas del -día están perdidas por no ser de su tierra. Y mire usted en confianza, -doña Encarnación, y aquí _inter nos_, como dicen los franceses, la -chica está en estado de merecer, y aquí todos son pelagatos; no hay -proporciones; ¿quién sabe si alguno de esos caballeros en plaza, de que -tanto hablan los periódicos, se enamorará de mi niña? En ese caso, nos -quedaríamos á vivir en Madrid, que es lo que yo le digo á Juan; pero -mi Juan es tan terco, que no quiere abandonar este destino humilde, -indigno de un Covachuelón, porque dicen que es seguro, y manos puercas. -¡Como si no conociéramos el mundo, doña Encarnación, y no supiéramos -que eso de gajes es cosa común á todos los destinos, con tal que haya -buena voluntad! Yo, á decir la verdad, no sé de qué son esos caballeros -en plaza; pero sin duda serán unos cumplidos caballeros que apaleen el -oro, ó por lo menos las fanegas de trigo, que todo es apalear. Demás -de esto, mi Juan, que tiene mucho amor á las Instituciones, no perderá -el tiempo durante nuestra estancia en ésa, ni se dormirá en las pajas, -porque el Ministro le tiene ofrecido torres y montones; pero ojos -que no ven... y así atenaceándole de cerca y no dejándole ni á sol ni -sombra, verá usted cómo se logra un ascenso, que buena falta nos hace, -porque con este modestísimo sueldo y todas las manos que Juan quiera, -no se puede vivir: y si no, ahora se ve, lo que es una deshonra, que -para emprender un viaje á la Corte, con rebaja de precio y todo, la -familia de un Covachuelón se halla obligada á vender los cubiertos -de plata y algunas alhajas de los Covachuelones que fueron. Dígales, -dígales usted á las de Pinto (sin contarles lo de los cubiertos), -cuánto hacen y pueden los de Covachuelón en alas ó en aras (nunca digo -bien esta palabra) de su amor á las Instituciones. Aquí se ha corrido -el rumor de que por culpa de Moyano ya no había fiestas; que es ese -señor, que dicen que es muy feo, y lo prueban, había aguado la función; -pero no lo hemos creído, porque es imposible. Dios no puede consentir -que mi hija se quede sin su caballero en plaza, porque eso sería como -quedarse en la calle; ni mi esposo ha de pudrirse y pudrirme en este -rincón obscuro; los Covachuelones pican más alto, y amanecerá Dios y -medraremos: porque la mala voluntad de las de Pinto poco podrá contra -los altos escrutinios de la Providencia, que á todas voces llama á los -de Covachuelón á la Corte. Diga usted de mi parte al señor don Juan, su -marido (¡qué diferencia entre los dos Juanes! el de usted tan dócil, -tan rico y tan amigo de su negocio), pues dígale usted que me busque -sin pérdida de tiempo papeleta para todas partes: queremos verlo todo, -lo que se llama todo, porque ¿á qué estamos? no es cosa de vender una -los cubiertos para volverse luego dejando por ver alguna cosa. He leído -en _La Época_ que los provincianos llegarían tarde para sacar papeleta: -¡qué sabrá ella! _La Época_; como si esos perdularios gacetilleros, -que son la perdición del país, hubieran de ser antes que nosotros, que -servimos á la Patria y á las Instituciones desde un rincón de España, -con celo, inteligencia y lealtad, como decían los mismísimos liberales -cuando dejaron cesante á mi marido. ¡Sería de contar que la señora de -Covachuelón é hija se quedaran sin papeleta para ver todo lo reservado -y todo lo no reservado! - -Hemos de verlo todo: dígaselo usted así á don Juan: no rebajo nada. - -¡Oh, quién fuera condesa, amiga mía! Pero de menos nos hizo Dios, y -como Juan, el mío, ande derecho y en un pie, y haga lo que yo le diga, -¡quién sabe adónde podremos llegar, y si vendrá día en que yo le vea á -él mismo hecho un caballero en plaza, título que me suena de perlas, -y que no puedo quitármelo de la imaginación! No canso más; consérvese -usted buena y no se olvide de los encarguitos. Su amiga de toda la vida -que desea abrazarla pronto, - - _Purificación de los Pinzones de Covachuelón._ - -_P. D._ Le advierto á usted que Juan se muere por los caracoles, y le -dará usted una sorpresa agradable si se los presenta para almorzar -el día que lleguemos. Supongo que irán ustedes á esperarnos con los -criados, porque llevaremos mucho equipaje, y esos mozos de cordel la -confunden á una con una palurda y piden un sentido. Suya, - - _Purificación._ - -Otra P. D. Le advierto á usted que en las camisolas y en los pañuelos -que le encargué el otro día para Juan, han de ponerse estas letras: -P. Juan, que no significan Padre Juan, sino que Juan es marido de -Purificación, como usted sabe. Un Covachuelón no podría poner en sus -camisas unas simples iniciales como cualquiera. Expresiones á su Juan -de usted. - - _Pura._ - - Pajares, 1.º Febrero. - -Mi querida Visitación: Cuando ésta llegue á tus manos estará tu pobre -Pura, tu buena amiga, enterrada en vida, con no sé cuántos kilómetros -de nieve sobre la cabeza. Nos ha cogido la mayor nevada del siglo en -medio del puerto, y no podemos volver atrás ni llegar á nuestro bendito -pueblo, del que ojalá no hubiéramos salido nunca. El correo lo llevan -los peatones; yo he ofrecido el oro y el moro por que me pasara un -peatón, y por que me pesaran en el estanquillo, para llegar á mi destino -en calidad de certificado, costara los sellos que costara: ¡imposible! -me fué forzoso renunciar á mi proyecto, y aquí me tienes extraviada -en el camino como carta de Posada Herrera. Mi Juan, ese hombre de -bien, no hace más que dar pataditas en el suelo, soplarse las manos y -exclamar de vez en cuando: ¡maldita sea mi suerte! ¡Calzonazos! ¡Como -si no fuera él la causa de todos nuestros males! Figúrate, tú, Visita, -que lo primero que hace Juan en cuanto llegamos á Madrid, es coger -una pulmonía. Verdad es que por más de veinticuatro horas la disimuló -para que yo no me incomodara y pudiese ver los festejos; pero ¡buenos -festejos te dé Dios! Yo quería estar en todas partes á un tiempo, como -es natural en tales casos; para esto es necesario correr mucho; pues -nada, Juan no daba paso; que le dolía esto, que le dolía lo otro, y -no se meneaba. Tomamos un coche para los tres, el cochero refunfuña y -me dice no sé qué groserías respecto á si yo abultaba por cuatro, y -Juan... ¡qué te parece! no le rompió nada. - -Se pone en movimiento aquel armatoste y á los cuatro pasos el -caballo... cae muerto. Juan se enfureció porque yo le eché á él la -culpa; pelea tú con un hombre así; en fin, nos volvemos á casa, y doña -Encarnación, con una oficiosidad que me da mala espina, declara que -Juan está malo y que debe acostarse; y se acuesta, y viene el médico, -y dice que mi esposo tiene pulmonía. Ya ves cómo todos se conjuraban -contra mí. ¡Adiós visitas al Ministro, adiós ascenso, adiós quedarnos -en Madrid! Añade á esto que doña Encarnación, que es una jamona muy -presumida, no había comprado más que adefesios para mi hija, todo -cursi y de moda del año ocho. Purita pataleó y echó la culpa á su -papá, que efectivamente es quien nos trae en estos malos pasos de -ser provincianas y tener que guiarnos por los envidiosos de Madrid. -Pedíamos billetes á D. Juan: ¡que si quieres! ni uno solo había podido -conseguir, y eso que amenazó con la dimisión de su destino, pero no -dimitió: ¡qué había de dimitir, si estos burócratas de Madrid no saben -lo que es dignidad! Pero dirás tú, y con razón: ¿por qué tu Juan había -de necesitar que nadie mendigara billetes para su mujer? Es verdad, y -en eso hablas como una Santa Teresa; pero Juan, nada, en su cama, queja -que te quejarás, preparándose á bien morir y sin pensar en billetes, ni -en caballeros en plaza, ni en ascensos, ni en todo eso que me trajo á -la corte en mal hora. En fin, Visita, no hemos visto nada, á no ser las -iluminaciones, que valientes iluminaciones estaban; y se dió el caso -de andar la familia de Covachuelón sin cabeza (porque la cabeza tenía -malo el pulmón), de andar por aquellas plazuelas y calles de Dios, -como unas cualesquiera, como unos papanatas, codeándose con la plebe -y teniendo que dejar la acera á los que la llevasen, aunque fueran -hijos del verdugo. Aquí no se respetan las clases, ni el abolengo, -y no le conocen á una en la cara los pergaminos ni la categoría. No -creas que el bullicio fué tan grande como dicen, y de mí te puedo -asegurar que no grité viva nada, porque esto no es modo de tratar á -la gente. ¿Te acuerdas de aquel don Casimiro á quien sacamos diputado -por los pelos, y gracias á estanquillos y chorizos de los decomisados? -Pues ¡asómbrate! don Casimiro, que tenía un paquete de entradas para -todas partes, pasó junto á nosotros sin saludarnos, en un coche muy -elegante, que no sé de dónde lo habrá sacado ese pelagatos. Y dicen -que la conciliación se arraiga y que esto va á durar; ¡mira tú qué -postura de conciliación es ésta, ni si lleva trazas de arraigarse un -Ministerio tan destartalado y montado al aire! Después de ver tanta -farsa y tanto descaro, no me quedaba más que ver, y quise volverme á -mi tierra; el mismo día en que la enfermedad de Juan hacía crisis, -según dijo el médico, cogí á Juan por los pies, le vestí, y lo tapé, y -escondí entre cinco mantas: _hice la crisis_ yo, y nos metimos en el -tren correo. Juan, dócil por la primera vez de su vida, se puso bueno -en el camino, ó por lo menos disimuló el mal; y aquí nos tienes con -la nieve al cuello, en un lugarón que no tiene nombre en el mapa; yo -furiosa, Purita desesperanzada de coger una proporción, y Juan dando -pataditas en el suelo, soplándose los nudillos y murmurando á cada -paso: “¡Maldita sea mi suerte!” - -Si algún día llego á mi casita, y desempeño los cubiertos, y junto -algunos cuartos procedentes de las manos de Juan, que él llama -groseramente puercas, y pongo esos cuartos á réditos y saco una renta -regular para ir tirando... te juro, Visita (tanto es lo que aborrezco -la conciliación), te juro que presento la renuncia del destino de Juan -y me declaro _ilegala_. - - _Purificación._ - - - - - EL DIABLO EN SEMANA SANTA - - -Como un león en su jaula, bostezaba el diablo en su trono; y he -observado que todas las potestades, así en la tierra como en el cielo -y en el infierno, tienen gran afición al aparato majestuoso y solemne -de sus prerrogativas, sin duda porque la vanidad es flaqueza natural y -sobrenatural que llena los mundos con sus vientos, y acaso los mueve -y rige. Bostezaba el diablo del hambre que tenía de picardías que por -aquellos días le faltaban, y eran los de Semana Santa. - -Tal como se muere de inanición el cómico en esta época del año, así -el diablo expiraba de aburrido; y no bastaban las invenciones de sus -palaciegos para divertirle el ánimo, alicaído y triste con la ausencia -de bellaquerías, infamias y demás proezas de su gusto. - -Según bostezaba y se aburría, ocurriósele de pronto una idea, como -suya, diabólica en extremo; y como no peca S. M. _in inferis_ de -irresoluta, dando un brinco como los que dan los monos, pero mucho más -grande, saltó fuera de sus reales, y se quedó en el aire muy cerca de -la tierra, donde es huésped agasajado y bienquisto por sus frecuentes -visitas. - -Fué la idea que se le ocurrió al demonio, que por entonces comenzaba -la tierra madre á hincharse con la comenzón de dar frutos, yéndosele -los antojos en flores, que lo llenaban todo de aromas y de alegres -pinturas, ora echadas al aire, y eran las alas de las mariposas, ora -sujetas al misterioso capullo, y eran los pétalos. - -Bien entiende el diablo lo que es la primavera, que antes de ser -diablo fué ángel y se llamó luz bella, que es la luz de la aurora, ó -la luz triste de la tarde, que es la luz de la melancolía y de las -aspiraciones sin nombre que buscan lo infinito. Lo que sabe el diablo -de argucias, díganlo San Antonio y otros varones benditos, que lucharon -con fatiga y sudor entre las tentaciones del enemigo malo y las -inefables y austeras delicias de la gracia. Claro es que al atractivo -celestial, nada hay comparable, ni de lejos, y que soñar con tales -comparaciones es pecar mortalmente; pero también es cierto que, aparte -de Dios, nada hay tan poderoso y amable, á su manera, como el diablo; -siendo todo lo que queda por el medio, insulso, tibio y de menos -precio, sea bueno ó malo. Para todo corazón grande, el bien, como no -sea el supremo, que es Dios mismo, vale menos que el mal cuando es el -supremo, que es el demonio. - -Al ver que brotaba la primavera en los botones de las plantas y en la -sangre bulliciosa de los animales jóvenes, se dijo “ésta es la mía”, el -diablo, gran conocedor de las inclinaciones naturales. Aunque le teme y -huye, no quiere el diablo mal á Dios, y mucho menos desconoce su fuerza -omnipotente, su sabiduría y amor infinito, que á él no le alcanza, -por misterioso motivo, cuyo secreto el mismísimo demonio respeta, más -reverente que algunos apologistas cristianos. Y así, mirando al cielo, -que estaba todo azul al Oriente y al Poniente se engalanaba con ligeras -nubecillas de amaranto, decía el diablo con acento plañidero, pero -no rencoroso, digan lo que quieran las beatas, que hasta del diablo -murmuran y le calumnian; digo que decía el diablo: “Señor, de tu propia -obra me valgo y aprovecho: tú fuiste, y sólo tú, quien produjo esta -maravilla de las primaveras en los mundos, en una divina inspiración -de amor dulcísimo y expansivo, que jamás comprenderán los hombres que -son religiosos por manera ascética; ¿y qué es la primavera, Señor? Un -beso caliente y muy largo que se dan el sol y la tierra, de frente, -cara á cara, sin miedo. ¡Pobres mortales! Los malos, los que saben -algo de la verdad del buen vivir, están en mi poder, y los buenos, los -que vuelven á Ti los ojos, Dios Eterno, quiérente de soslayo, no con -el alma entera; no entienden lo que es besar de frente y cara á cara, -como besa el sol á la tierra, y tiemblan, vacilan y gozan de tibias -delicias, más ideadas que sentidas; y acaso es mayor el placer que les -causa la tentación con que yo les mojo los labios, que el alabado gozo -del deliquio místico, mitad enfermedad, mitad buen deseo...” - -Comprendió el diablo que se iba embrollando en su discurso, y calló -de repente, prefiriendo las obras á las palabras, como suelen hacer -los malvados, que son más activos y menos habladores que la gente -bonachona y aficionada al _verbo_. - -Sonrió S. M. infernal con una sonrisa que hubiera hecho temblar de -pavor á cualquier hombre que le hubiese visto: y varios ángeles que de -vuelta del mundo pasaban volando cerca de aquellas nubes pardas donde -Satanás estaba escondido, cambiaron por instinto la dirección del -vuelo, como bandada de palomas que vuelan atolondradas con distinto -rumbo al oir el estrépito que hace un disparo cuando retumba por los -aires. Mira el diablo á los ángeles con desprecio, y volviendo en -seguida los ojos á la tierra, que á sus pies se iba deslizando como el -agua de un arroyo, dejó que pasara el Mediterráneo, que era el que á -la sazón corría hacia Oriente por debajo, y cuando tuvo debajo de sí -á España, dejóse caer sobre la llanura, y como si fuera por resorte, -redújose con el choque de la caída, la estatura del diablo, que era de -leguas, á un escaso kilómetro. - -El sol se escondía en los lejanos términos, y sus encendidos colores -reflejábanse en el diablo de medio cuerpo arriba, dándole ese tinte -mefistofélico con que solemos verle en las óperas, merced á la lámpara -Drumont ó á las luces de bengala. Puso el Señor de los Abismos la -mano derecha sobre los ojos y miró en torno, y no vió nada á la -investigación primera, mas luego distinguió de la otra parte del sol -como la punta de una lanza enrojecida al fuego. Era la veleta de una -torre muy lejana. En unos doce pasos que anduvo, vióse el diablo muy -cerca de aquella torre, que era la de la catedral de una ciudad muy -antigua, triste y vieja, pero no exenta de aires señoriales y de -elegancia majestuosa. Tendióse cuan largo era por la ribera de un río -que al pie de la ciudad corría (como contando con las quejas de su -murmullo la historia de su tierra), y estirando un tanto el cuello, con -postura violenta, pudo Satanás mirar por las ventanas de la catedral lo -que pasaba dentro. Es de advertir que los habitantes de aquella ciudad -no veían al diablo tal como era, sino parte en forma de niebla que se -arrastraba al lado del río perezosa, y parte como nubarrón negro y -bajo que amenaza tormenta y que iba en dirección de la catedral desde -las afueras. Verdad es que el nubarrón tenía la figura de un avechucho -raro, así como cigüeña con gorro de dormir; pero esto no lo veían -todos, y los niños, que eran los que mejor determinaban el parecido de -la nube, no merecían el crédito de nadie. Un acólito de muy tiernos -años, que había subido en compañía del campanero á tocar las oraciones, -le decía:--Señor Paco, mire usted este nubarrajo que está tan cerca, -parece un aguilucho que vuelve á la torre, pero trae una alcuza en -el pico; vendrá por aceite para las brujas. Pero el campanero, sin -contestar palabra ni mirar al cielo, daba la primer campanada, que -despertaba á muchos vencejos y lechuzas dormidos en la torre. Sonaba -la segunda campanada solemne y melancólica, y los pajarracos revolaban -cerca de las veletas de la catedral; el chico, el acólito, continuaba -mirando al nubarrón, que era el diablo; y á la campanada tercera -seguía un repique lento, acompasado y grave, mientras que los otros -campanarios de la ciudad vetusta comenzaban á despertarse y á su vez -bostezaban con las tres campanadas primeras de las oraciones. - -Cerró la noche, el nubarrón se puso negro del todo, y nadie vió las -ascuas con que el diablo miraba al interior de la catedral por unos -vidrios rotos de una ventana que caía sobre el altar mayor, muy -alumbrado con lámparas que colgaban de la alta bóveda y con velas de -cera que chisporroteaban allá abajo. - -El aliento del diablo, entrando por la ventana de los vidrios rotos, -bajaba hasta el altar mayor en remolinos, y movía el pesado lienzo -negro que tapaba por aquellos días el retablo de nogal labrado. Á los -lados del altar, dos canónigos, apoyados en sendos reclinatorios, -sumidos los pliegues del manteo en ampuloso almohadón carmesí, -meditaban á ratos, y á ratos leían la pasión de Cristo. En el recinto -del altar mayor, hasta la altísima verja de metal dorado con que se -cerraba, nadie más había que los dos canónigos; detrás de la verja, -el pueblo devoto, sumido en la sombra, oía con religiosa atención las -voces que cantaban las _Lamentaciones_, los inmortales _trenos_ de -Jeremías. Cuando el monótono cántico de los clérigos cesaba, tras breve -pausa, los violines volvían á quejarse, acompañando á los _niños de -coro_, tiples y contraltos, que parecían llegar á las nubes con los -ayes del _Miserere_. Diríase que cantaban en el aire, que se cernían -las notas aladas en la bóveda, y que de pronto, volando, volando, -subían hasta desvanecerse en el espacio. Después las voces del violín -y las voces del colegial tiple emprendían juntas el vuelo, jugaban, -como las mariposas, alrededor de las flores ó de la luz, y ora bajaban -las unas en pos de las otras hasta tocarse cerca del suelo, ora, -persiguiéndose también, salían en rápida fuga por los altos florones de -las ventanas, á través de las cortinas cenicientas y de los vidrios de -colores. Nuevo silencio; cerca del altar mayor se extinguía una luz, -de varias colocadas en alto, sobre un triángulo de madera sostenido -por un mástil de nogal pintado. Entonces como risas contenidas, pero -risas lanzadas por bocas de madera, se oían algunos chasquidos; á -veces los chasquidos formaban serie, las risas eran carcajadas; eran -las carcajadas de las carracas que los niños ocultaban, como si fueran -armas prohibidas preparadas para el crimen. El incipiente motín de las -carracas se desvanecía al resonar otra vez por la anchurosa nave el -cántico pesado, estrepitoso y lúgubre de los clérigos del coro. - -El diablo seguía allá arriba alentando con mucha fuerza, y llenaba -el templo de un calor pegajoso y sofocante: cuando oyó el preludio -inseguro y contenido de las carracas, no pudo contener la risa, y movió -las fauces y la lengua de un modo que los fieles se dijeron unos á -otros:--¿Será el carracón de la torre? ¿Pero por qué le tocan ahora? -Un canónigo, mientras se limpiaba el sudor de la frente con un pañuelo -de hierbas, decía para sí:--¡Ese Perico es el diablo, el mismo diablo! -¡Pues no se ha puesto á tocar el carracón del campanario! Y todo era -que el diablo, no Perico, sino el diablo de veras, se había reído. El -canónigo, que sudaba, miró hacia el retablo y vió el lienzo negro que -se movía; volvió los ojos á su compañero, sumido en la meditación, y -le dijo en voz muy baja y sin moverse: --¿Qué será? ¿No ve usted cómo -se menea eso? - -El otro canónigo era muy pálido. No sudaba ni con el calor que hacía -allí dentro. Era joven; tenía las facciones hermosas y de un atrevido -relieve; la nariz era acaso demasiado larga, demasiado inclinada sobre -los labios y demasiado carnosa; aunque aguda, tenía las ventanas muy -anchas, y por ellas alentaba el canónigo fuertemente, como el diablo de -allá arriba.--No es nada--contestó sin apartar los ojos del libro que -tenía delante; “es el viento que penetra por los cristales rotos”. En -aquel momento todos los fieles pensaban en lo mismo y miraban al mismo -sitio; miraban al altar y al lienzo que se movía, y pensaban: “¿qué -será esto?” Las luces del triángulo puesto en alto se movían también, -inclinándose de un lado á otro alrededor del pábilo, y brillaban cada -vez más rojas, pero como envueltas en una atmósfera que hiciera difícil -la combustión. El canónigo viejo se fué quedando aletargado ó dormido; -la misma torpeza de los sentidos pareció invadir á los fieles, que -oían como en sueños á los que en el coro cantaban con perezoso compás -y enronquecidas voces. El diablo seguía alentando por la ventana de -los vidrios rotos. El canónigo joven estaba muy despierto y sentía una -comezón que no pudo dominar al cabo; pasó una mano por los ojos, anduvo -en los registros del libro, compuso los pliegues del manteo, hizo -mil movimientos para entretener el ansia de no sabía qué, que le iba -entrando por el corazón y los sentidos; respiró con fuerza inusitada, -levantando mucho la cabeza... y en aquel momento volvió á cantar el -colegial que subía á las nubes con su voz de tiple. Era aquella voz -para los oídos del canónigo inquieto de una extraña naturaleza, que él -se figuraba así, en aquel mismo instante en que estaba luchando con sus -angustias; era aquella voz de una pasta muy suave, tenue y blanquecina; -vagaba en el aire, y al chocar con sus ondas, que la labraban como -si fueran finísimos cinceles, iba adquiriendo graciosas curvas que -parecían, más que líneas, sutiles y vagarosas ideas, que suspiraban -entusiasmo y amor; al cabo, la fina labor de las ondas del aire sobre -la masa de aquella voz, que era, aunque muy delicada, materia, daba -por maravilloso producto los contornos de una mujer que no acababan de -modelarse con precisa forma; pero que, semejando todo lo curvilíneo -de Venus, no paraban en ser nada, sino que lo iban siendo todo por -momentos. Y según eran las notas, agudas ó graves, así el canónigo veía -aquellas líneas que son símbolo en la mujer de la idealidad más alta, -ó aquellas otras que toman sus encantos del ser ellas incentivo de más -corpóreos apetitos. - -Toda nota grave era, en fin, algo turgente, y entonces el canónigo -cerraba los ojos, hundía en el pecho la cabeza y sentía pasar fuego -por las hinchadas venas del robusto cuello; cuando sonaban las notas -agudas, el joven magistral (que ésta era su dignidad) erguía su cabeza -apolina, abría los ojos, miraba á lo alto y respiraba aquel aire de -fuego con que se estaba envenenando, gozoso, anhelante, mientras -rodaban lágrimas lentas de sus azules ojos, llenos de luz y de vida. - -Aunque la voz del colegial cantaba en latín los dolores del Profeta, -el magistral creía oir palabras de tentación que en claro español le -decían: - -“Mientras lloras y gimes por los dolores de edades enterradas después -de muchos siglos, las golondrinas preparan sus nidos para albergar el -fruto del amor. - -“Mientras cantas en el coro tristezas que no sientes, corre loca la -savia por las entrañas de las plantas y se amontona en los pétalos -colorados de la flor como la sangre se transparenta en las mejillas de -la virgen hermosa. - -“El olor del incienso te enerva el espíritu; en el campo huele á -tomillo, y la espinera y el laurel real embalsaman el ambiente libre. - -“Tus ayes y los míos son la voz del deseo encadenado; rompamos estos -lazos, y volemos juntos; la primavera nos convida; cada hoja que nace -es una lengua que dice: ‘ven: el misterio dionisíaco te espera’. - -“Soy la voz del amor, soy la ilusión que acaricias en sueños; tú me -arrojas de ti, pero yo vuelo en la callada noche, y muchas veces, al -huir en la obscuridad, enredo entre tus manos mis cabellos; yo te besé -los ojos, que estaban llenos de lágrimas que durmiendo vertías. - -“Yo soy la bien amada, que te llama por última vez: ahora ó nunca. Mira -hacia atrás: ¿no oyes que me acerco? ¿Quieres ver mis ojos y morir de -amor? ¡Mira hacia atrás, mírame, mírame!...” - -Por supuesto, que todo esto era el diablo quien lo decía, y no el niño -del coro, como el magistral pensaba. La voz, al cantar lo de “¡mírame, -mírame!”, se había acercado tanto, que el canónigo creyó sentir en la -nuca el aliento de una mujer (según él se figuraba que eran esta clase -de alientos). - -No pudo menos de volver los ojos, y vió con espanto detrás de la verja, -tocando casi con la frente en las rejas doradas, un rostro de mujer, -del cual partía una mirada dividida en dos rayos que venían derechos á -herirle en sitios del corazón deshabitados. Púsose en pie el magistral -sin poder contenerse, y por instinto anduvo en dirección de la verja -cerrada. Á nadie extrañó el caso, porque en aquel momento otro canónigo -vino de relevo y se arrodilló ante el reclinatorio. - -Aquella imagen que asomaba entre las rejas era de la jueza (que así -llamaban á doña Fe, por ser esposa del magistrado de mayor categoría -del pueblo). - -Bien la conocía el magistral, y aun sabía no pocos de sus pecados, pues -ella se los había referido; pero jamás hasta entonces había notado -la acabadísima hermosura de aquel rostro moreno. Claro es que al -magistral, sin las artes del diablo, jamás se le hubiera ocurrido mirar -á aquella devota dama, famosa por sus virtudes y acendrada piedad. - -Cuando el canónigo, sin saber lo que hacía, se iba acercando á ella, -un caballero de elegante porte, vestido con esmerada riqueza y gusto, -y ni más ni menos hermoso que el magistral mismo, pues se le parecía -como una gota á otra gota, se acercó á la jueza, se arrodilló á su -lado, y acercando la cabeza al oído de un niño que la señora tenía -también arrodillado en su falda, le dijo algo que oyó el niño sólo, y -que le hizo sonreir con suma picardía. Miró la madre al caballero, y no -pudo menos de sonreir á su vez cuando le vió posar los labios sobre la -melena abundosa y crespa de su hijo, diciendo: “¡hermoso arcángel!”--El -niño, con cautela y á espaldas de la madre, sacó de entre los pliegues -de su vestido una carraca de tamaño descomunal, en cuanto carraca, y -sin más miramientos, en cuanto vió que otra luz de las del triángulo -se apagaba, trazó en el viento un círculo con la estrepitosa máquina -y dió horrísono comienzo á la revolución de las carracas. No había -llegado, ni con mucho, el momento señalado por el rito para el barullo -infantil, pero ya era imposible contener el torrente; estalló la furia -acorralada, y de todos los ángulos del templo, como gritos de las -euménides, salieron de las fauces de madera los discordantes ruidos, -sofocados antes, rompiendo al fin la cárcel estrecha y llenando los -aires, en desesperada lucha unos con otros, y todos contra los tímpanos -de los escandalizados fieles. - -Y era lo que más sonaba y más horrísono estrépito movía la carcajada -del diablo, que tenía en sus brazos al hijo de la jueza y le decía -entre la risa: --¡Bien, bravo, ja, ja, ja, toca; eso, ra, ra, ra, ra!... - -El niño, orgulloso de la revolución que había iniciado, manejaba la -carraca como una honda, y gritaba frenético: “¡Mamá, mamá, he sido -yo el primero! ¡Qué gusto, qué gusto! ¡Ra, ra, ra!” La jueza bien -quisiera ponerse seria, á fuer de severa madre; pero no podía, y -callaba y miraba al _hermoso arcángel_ y al caballero que le sostenía -en sus brazos; y oía el estrépito de las carracas como el ruido de -la lluvia de primavera, que refresca el ambiente y el alma. Porque -precisamente en aquel día había esta señora sentido grandes antojos -de algo extraordinario, sin saber qué; algo, en fin, que no fuera el -juez del distrito; algo que estuviera fuera del orden; algo que hiciese -mucho ruido, como los besos que ella daba al arcángel de la melena; -más todavía, como los latidos de su corazón, que se le saltaba del -pecho pidiendo alegría, locuras, libertad, aire, amores... carracas. -El magistral, que había acudido con sus compañeros de capítulo á poner -dique á la inundación del estrépito, pero en vano, fingía, también en -balde, tomar á mal la diablura irreverente de los muchachos, porque -su conciencia le decía que aquella revolución le había ensanchado el -ánimo, le había abierto no sabía qué válvulas que debía de tener en el -pecho, que al fin respiraba libre, gozoso. Ni el magistral volvió á -pensar en la jueza, ni la jueza miró sino con agradecimiento de madre -al caballero que se parecía al magistral, á quien había mirado la -espalda aquella noche antes de que entrase el caballero. - -Los demás devotos, que al principio se habían indignado, dejaron al -cabo que los _diablejos_ se despacharan á su gusto; en todas las caras -había frescura, alegría; parecíales á todos que despertaban de un -letargo; que un peso se les había quitado de encima, que la atmósfera -estaba antes llena de plomo, azufre y fuego, y que ahora con el ruido, -se llenaba el aire de brisas, de fresco aliento que rejuvenecía y -alegraba las almas.--Y ¡ra, ra, ra! ¡ra! los chicos tocaban como -desesperados. Perico hacía sonar el carracón de la torre, y el diablo -reía, reía como cien mil carracas. - - * * * * * - -Lo cierto es que el demonio tenía un plan como suyo; que la jueza y el -magistral estuvieron á punto de perderse, allá en lo recóndito de la -intención por lo menos; pero, como al diablo lo que más le agrada son -las diabluras, en cuanto le infundió al chico de la jueza la tentación -de tocar la carraca á deshora, todo lo demás se le olvidó por completo, -y dejando en paz, por aquella noche, las almas de los justos, gozó como -un niño con la tentación de los inocentes. - -Cuando Satanás, á la hora del alba, envuelto por obscuras nubes, volvía -á sus reales, encontró en el camino del aire á los ángeles de la -víspera. Oyeron que iba hablando solo, frotándose las manos y riendo á -carcajadas todavía. - ---¡Es un pobre diablo!--dijo uno de los ángeles. - ---¡Y ríe!--exclamó otro.--Y ríe en la condenación eterna... - -Y callaron todos, y siguieron cabizbajos su camino. - - - - - DOCTOR ANGELICUS - - - I - -¿Pánfilo había sido niño alguna vez? ¿Era posible que aquellos ojos -hundidos, yo no sé si hundidos ó profundos, llenos de bondad, pero -tristes y apagados, hubieran reverberado algún día los sueños alegres -de la infancia? - -Aquella boca de labios pálidos y delgados, que jamás sonreía para el -placer, sino para la resignación y la amargura, ¿habría tenido risas -francas, sonoras, estrepitosas? - -En aquella frente rugosa y abatida, desierta de cabellos, ¿habrían -flotado alguna vez rizos blondos ó negros sobre una frente de matices -sonrosados? - -Y el cuerpo mustio y encorvado, de pesados movimientos, sin gracia y -achacoso, ¿fué esbelto, ligero, flexible y sano en tiempo alguno? - -Eufemia, considerando estos problemas, concluía por pensar que su noble -esposo, su sabio marido, su eruditísima cara mitad había nacido con -cincuenta años y cincuenta achaques, y que así sabía él lo que era -jugar al trompo y escribir billetes de amor, como ella entender las mil -sabidurías que su media naranja le decía con voz cariñosa y apasionada. - -Pero de todas maneras, Eufemia quería á su marido entrañablemente. -Verdad es que en ocasiones se olvidaba de su amor, y tenía que -preguntarse: “¿Á quién quiero yo?--¡Ah, sí, á mi marido!”, le -contestaba la conciencia después de un lapso de tiempo más ó menos -largo. - -Esto era porque Eufemia padecía distracciones. Pero en virtud de un -silogismo, en forma de entimema, para abreviar, Eufemia se convencía -cuantas veces era necesario, y era muy á menudo, de que Pánfilo era el -hombre más amado de la tierra, y de que ella, Eufemia, era la mujer -á quien el tal Pánfilo tenía sorbido el poco seso que Dios, en sus -inescrutables designios, le había concedido. - -Para sesos, Pánfilo. Era el hombre más sesudo de España, y sobre esto -sí que no admitía discusión Eufemia. - -No sabía ella todavía que, así como los terrenos carboníferos se -anuncian en la superficie por determinados vegetales, por ejemplo, el -helecho, los sesos son un subsuelo que suele señalarse en la superficie -con otro vegetal, que produce madera de tinteros, como dijo el autor de -la gatomaquia. No sabía nada de esto Eufemia, ni se le pasaba por las -mientes que pudiera llegar á parecerle su marido demasiado sesudo. - -Preciso es confesarlo. Eufemia daba por hecho que su esposo sabía todo -lo que se puede saber, porque eso pronto se aprende; pero, ¿y qué? Ser -el primer sabio del mundo no es más que esto: ser el primer sabio del -mundo. Delante de gente, Eufemia se daba tono con su marido: veía -que todos tenían en mucho la sabiduría de Pánfilo, y usaba y abusaba -de aquella ventaja que Dios le había concedido, dándole por eterno -compañero á un hombre que ya no tenía nada que aprender. - -Pero en su fuero interno, que también lo tenía Eufemia, veía que su -admiración incondicional no era más que _flatus vocis_ (no es que ella -lo pensara en latín, sino que lo que ella pensaba venía á ser esto): -porque desde la más tierna infancia la buena mujer había profesado -cariño á infinitas cosas; pero jamás había encontrado un mérito muy -grande en tener la habilidad de estar enterado de todo. - - - II - -Una tarde de Mayo, el doctor don Pánfilo Saviaseca estaba más triste -que un saco de tristezas arrimado á una pared. - -¡Ea! Se había cansado de estudiar aquella tarde. ¡Estaba tan hermoso el -sol, y la tierra, y todo! - -Leía á Kant; estaba en aquello de si la percepción del yo es ó no -conocimiento analítico _a priori_. - -Esto era en el Retiro, en lo más retirado del Retiro, si vale hablar -así. Pánfilo estaba sentado en un banco de musgo. - -Conque... ¿en qué quedamos?... ¿es, ó no es conocimiento analítico el -que tenemos del yo? Así meditaba en el instante en que una galguita, -muy mona, vino á posar las extremidades torácicas sobre La Crítica de -la Razón Pura. - -Era la realidad, la ciencia del porvenir en figura de perro, que se le -echaba encima al buen sabio y le llamaba al sentimiento positivo de las -cosas. - -La galga no estaba sola. Se oyó una voz argentina que gritaba: -“¡Merlina, aquí! Merlina, eh, Merli... Usted dispense, caballero, estos -perros... no saben lo que hacen. Pero, Merlina, ¿qué es esto?”..., -etcétera, etc., etc. - -Y, en fin, que Eufemia, su tía, que tenía muchas ganas de casarla, y -hacía bien, y don Pánfilo, hablaron y pensaron juntos. - -Resultó que eran vecinos, y como la niña no tenía novio, ni de dónde -le viniera, y como don Pánfilo se había convencido de que el yo no -puede vivir sin el tú para que llegue á ser aquél, y que más vale ser -nosotros que yo solo, hubo boda, no sin que derramase algunas lágrimas -la tía, que lo había tramado todo. - -Eufemia era una rubia hermosa. - -Pero no tenía nada de particular, á no ser su primo, que no tenía nada -de general, porque era alférez de Ingenieros, agregado, por supuesto. - -Don Pánfilo, una vez dispuesto á ser un fiel y enamoradísimo esposo, -se devanaba los sesos, aquellos grandísimos sesos que tenía, para -encontrarle algo de particular á su Eufemia; pero no dió en la cuenta -de que el primo era lo único que tenía Eufemia digno de llamar la -atención. - -Jamás había pensado en su prima Héctor González, que éste era el -alférez; pero desde el momento en que la vió casada, se sintió tan mal -ferido de punta de amor, que aprovechó la ocasión para renegar de las -tiránicas leyes que no consienten á los primos enamorar á sus primas -magüer estén casadas. - -Pero ¿por qué se había casado Eufemia? No, no era Héctor hombre que -retrocediese ante los obstáculos de esta índole; había leído demasiado -libros malos para que semejante contratiempo le acobardase á él, -agregado de un cuerpo facultativo. - -Formó planes que envidiaría cualquier novelista adúltero de Francia, y -se dispuso á comenzar la novela de su vida, que hasta entonces había -corrido monótona entre guardias, formaciones y pronunciamientos. - - - III - -En el ínterin, como dice un orador que yo conozco; en el ínterin, -Pánfilo no pensaba más que en encontrarle el _quid divinum_ á su mujer, -sin que se le ocurriera dar con el quid de la dificultad. - -Y así como Don Quijote averiguó al cabo que éste, y no otro, era el -nombre significativo que convenía á la altura y calidad de sus proezas, -Pánfilo entendió que Eufemia se distinguía por un delicadísimo gusto, -que la inclinaba á lo más espiritual y sublime, á la quintaesencia de -los afectos sin nombre, cuyos misteriosos matices jamás traducirán las -Bellas Artes, ni la más profunda armonía, ni la lírica mejor inspirada. -Oigamos, ó mejor, leamos á don Pánfilo: - -“Pasan por el alma á veces extraños y sublimes sueños, adivinaciones -de verdades del cielo, amorosas ansias, que no son, sin embargo, como -la pasión ciega, sino como luz que estuviera enamorada del calor: -pues todo esto es lo que siente y comprende Eufemia, mi mujercita, -con maravillosa intuición. Sabe prescindir de la apariencia de las -cosas, remontarse á la región ideal, que con ser ideal, es lo más -real de todo. ¿Por qué me quiere á mí, sino por eso? Porque lee en -mis ojos, tristes y apagados, el fuego que por dentro me devora. Un -día me preguntó:--Si yo no te hubiera querido, ¿qué hubieras hecho -tú?--¿Qué?--respondí.--Primero, llorar mucho, querer morirme y mirar -de hito en hito á las estrellas; mirándolas, pensaría muchas cosas; -me acordaría de mi infancia, de mi madre, de mi Dios, á quien adoré -de niño, á quien olvidé de joven y á quien busco de viejo; y pensando -estas cosas, no me olvidaría de ti, no, eso es imposible; sino que, -mezclándote con todas ellas, poniéndote sobre todas, viendo bien claro, -como lo vería, que las distancias de este mundo así en el espacio -como en el tiempo, como en las formas, como en los sentimientos, son -aparentes, y que todo acaba por juntarse, entenderse y quererse, viendo -esto, me consolaría, y resignado, me pondría á estudiar mucho, mucho, -para amar mucho y esperar mucho, y tener la seguridad de acercarme á ti -al fin y al cabo, no sé dónde, ni sé cuándo, pero algún día, en algún -lugar, donde Dios quisiera. - -“Cuando Eufemia me oyó hablar así, no replicó; pero cerró los ojos y se -quedó sintiendo y pensando todas esas cosas inefables que pasan por su -alma en algunos momentos de extática contemplación. Cuando despertó -de su embeleso, que bien habría durado una hora, me dirigió una dulce -sonrisa y me dió un abrazo; pero nada dijo. ¿Qué había de decir? Me -había comprendido, había penetrado la sublimidad de mi amor: eso -bastaba. - -“Aquella tarde vino á buscarla su primo González para ir á la Casa de -Campo: ella no quería ir, pero al fin consintió á una insinuación mía, -y se despidió de mí como si fuera al otro mundo. Y era que en aquel día -inolvidable estaban tan unidas nuestras almas, que toda separación era -dolorosísima. - -“El alma de mi Eufemia es éter puro. ¡Cómo la quiero! Ella me inspira -este buen ánimo que necesito para seguir, sin desmayar, en la -formidable obra emprendida; quiero acabar para siempre con toda clase -de pesimismo; quiero poner en su punto y en lo cierto la dignidad de -la vida, la perfección de lo creado y la evidencia con que se presenta -á mis ojos la finalidad de todo lo que existe, finalidad real á pesar -del constante progreso y de la variedad infinita. Voy ahora á esperar á -Eufemia, que debe de volver con su primo de los toros. Llevarla á los -toros ha sido demasiada exigencia; pero como la otra vez yo la reprendí -porque no era más amable con González, en esta ocasión se anticipó la -pobrecita á los que consideraba mis deseos. ¡Como no vuelva desmayada!” - -Lo que va entre comillas es extracto de un diario inédito. - - - IV - -Ello es que el primo se había declarado á la prima. Había hablado él -también de amores que en el cielo empiezan y siguen en la tierra; del -más allá y del algo desconocido, trinando principalmente contra el -derecho civil vigente y los matrimonios desiguales. - -Que Eufemia quería á Pánfilo no debía ponerse en tela de juicio, y no -se puso. No lo hubiera consentido Eufemia, para la cual era axiomático: -primero, que su esposo era un sabio, y segundo, que ella le quería como -á las niñas de sus ojos. - -En vista de que el dogma era inalterable, Héctor procuró barrenar la -moral, obrando como un sabio mucho mayor que su primo. - -La mujer siempre es un poco protestante: piensa que _fides sine -operibus_ vale algo, y que á fuerza de creer mucho, se puede compensar -el defecto de pecar no poco. - ---Tu marido es un sabio, convenido; pero ¿y eso qué?--Esto dijo -el primo, que fué como leer en el ya citado fuero interno de -Eufemia.--Supongamos que tú te enamoras de otro hombre que sólo sepa -lo que Dios le dé á entender, ¿bastará la sabiduría de tu marido para -evitar lo inevitable? - -Eufemia no tenía qué contestar. - -De hipótesis en hipótesis, llegaron los primos - - Al puente que separa - Á Eva inocente de Eva pecadora. - - - V - -Dejábamos al doctor Pánfilo entre San Marcos y la puente. - -Era una tarde de Mayo. Pánfilo escribía la última cuartilla de su obra, -que iba á ser inmortal y que se titulaba: _Eufemia. Investigaciones -acerca de la dignidad y finalidad racional de la vida humana. -Endemonología aplicada, basada en una arquitectónica racional de la -biología psíquica, especialmente la prasológica._ - -Un rayo de sol, que entraba por la ventana, caía sobre el papel que iba -emborronando el doctor. Escribía esto: “... Tal ha sido el propósito -del autor; demostrar con argumentos tomados de la realidad viva que el -predominio de la felicidad se observa ya hoy en nuestras sociedades -civilizadas, sin necesidad de recurrir á la hipótesis probable, pero no -necesaria, de ulterior sanción de otros mundos mejores. Debe, sí, el -filósofo recurrir á la experiencia, pero no fijando sólo su examen en -la propia individual; pues nada significa el apasionado testimonio del -que lamenta desgracias peculiares; hay otra experiencia, que una sabia -y bien ordenada estadística moral y civil puede suministrarnos, y en -ella podrá ver cada cual, y mejor el filósofo, que sea lo que quiera de -la propia fortuna...” - -Al llegar á “fortuna”, sintió el filósofo que le sacudían el papel. - -Era Merlina, la galguita de mi cuento, que se había subido á la mesa y -se paseaba arrogante sobre _Las investigaciones acerca de la dignidad_, -etcétera, etc. - -Pánfilo suspendió su trabajo. Un recuerdo dulcísimo, el más querido de -su vida, le trajo lágrimas á los ojos. - -Á Merlina debía el doctor su felicidad propia, individual, sin -necesidad de endemonologías ni de arquitectónicas biológicas, sólo -por una casualidad, por una indiscreción de la perra, según frase de -Eufemia. - -Embelesado por este recuerdo, se estuvo el doctor largo rato pasando la -mano izquierda por el lomo de Merlina. - -La galguita se dejaba querer. Pero de pronto dió un brinco; saltó de -la mesa á la ventana, y apoyó las patas delanteras sobre un tiesto. -Las orejas se le pusieron muy tiesas, y aulló Merlina con señales de -impaciencia. Parecía que deseaba arrojarse por la ventana. - -Se levantó de su poltrona el doctor para ver lo que causaba tal -impresión en su galguita. - -En el jardín, dentro de la glorieta, Héctor González y Eufemia Rivero -y González representaban en aquel momento la escena culminante de -_Francesca da Rimini_. - -Pánfilo oyó el chasquido de... El lector puede imaginarse qué clase de -chasquidos se usan en tales casos. - -El autor de las _Investigaciones_ retrocedió instintivamente, se -desplomó sobre el sillón y ocultó la cabeza entre las manos. - -Cuando volvió al sentido y abrió los ojos, vió delante, en un papel -blanco, unas palabras, que se le antojaban escritas con una tinta de -color de rosa. - -Leyó: “... podrá ver cada cual, y mejor el filósofo, que, sea lo que -quiera de la propia fortuna...” - -Pánfilo cogió con gran parsimonia la pluma, y concluyó el párrafo: “... -la humanidad, en conjunto, prospera, y es feliz en esta tierra con la -conciencia del progreso y del fin bueno que aguarda al cabo á todas -las criaturas. Para el que sepa elevarse á esta contemplación del bien -general, como el más importante aun para el propio interés, bien puede -decirse que el cielo comienza en la tierra”. - -Pánfilo había terminado su obra, la obra de su vida entera, la que le -había gastado el cerebro y los ojos. - -Por cierto que sintió en ellos algo extraño; miraba á todas partes, -y aquel matiz halagüeño que veía en la tinta, dominaba en todos los -objetos. - -¡Pobre doctor! Se había declarado la enfermedad cuyos síntomas no había -conocido: el Daltonismo. - -Desde aquel día Pánfilo todo lo vió de color de rosa. - -NOTA. Pánfilo, en griego, viene á ser el que todo lo ama. - -Lo cual en castellano significa: Quien más pone, pierde más. - -En cuanto á Eufemia, siguió viviendo convencida: primero, de que su -esposo era un sabio; segundo, de que amarle era su obligación. - -El dogma era el mismo siempre: sólo se había relajado la disciplina. - - - - - LOS SEÑORES DE CASABIERTA - - -¡Pero estos señores de Casabierta no tienen vida privada! - -Así se explica lo que le sucedió con ellos á don Eufrasio Paleólogo, -presidente del Casino de Villapidiendo, gran lector de periódicos y -elector nato del señor de Casabierta, candidato nato también á la -Diputación de Villapidiendo. - -Pues señor, vino á Madrid Paleólogo á unos asuntos del común, ó del -procomún, como él cree que se dice; y claro, en seguida, es decir, en -cuanto se dejó dar lustre á las botas en la Puerta del Sol, junto al -Imperial, se dirigió á casa del señor de Casabierta. - -¡Entró!--El señor no está... Ya, ya lo sé; pero de seguro está la -señora.--Caballero, ¿usted qué sabe?--Hombre, sepa usted que trata con -una persona ilustrada que lee los periódicos y tiene coleccionados -en un tomo los artículos de Almaviva... La señora se levanta á las -nueve; hace su _toilette_--usted no sabe lo que es eso--hasta las -diez; toma un piscolabis, que consiste en una copa de jerez seco, y -versos de Grilo, mojados en el jerez. Á las once recibe en el salón -verde, que tiene una consola Pompadour, una chimenea de la Regencia... -de Espartero y muchos platos allá cerca del techo. Como si lo viera, -hombre, como si lo viera. Ea, déjeme usted pasar.--Por aquí, caballero, -por aquí.--No, señor, voy bien; los íntimos entran por aquí: á mí me -recibirá en su _boudoir_ chocolate claro, color serio, propio de señora -leída al par que _dettachée_ de las vanidades del mundo. ¿Usted qué -se figura, hombre de Dios, que en Villapidiendo no sabemos francés -españolizado y entrar en el _boudoir_ por donde entran _les intimes_, y -en francés como ellos? - -En efecto, Paleólogo, que fué carlista y estuvo emigrado, sabe su -poquito de francés, y lo que no, lo aprende en Almaviva, Ladevese, -Blasco, Asmodeo y otros escritores del Instituto. Es un alcalde á la -moderna, con la facha de Luján alcalde; pero tan fino como Sardoal -cuando era del Ayuntamiento. - -_En fin_, ó finalmente, como decían los italianos en la Comedia, -Paleólogo ya está sentado frente á la señora de Casabierta.--Casabierta -no está en casa. Ha ido...--Sí, supongo que habrá ido á afeitarse; es -la hora precisamente.--Sí, señor; antes venía el barbero á casa...--Sí, -ya sé; pero desde que le cortó aquel poquito de oreja de que hablaron -los periódicos... ¡pícaros barberos!, ya no hay clases... ¡y qué versos -tan hermosos los que hizo su oreja de usted, digo, no, su hija de -usted, la rubia, la Pilarita, al cacho de oreja de su papá difunto, el -cacho se entiende.--¿Usted los conoce?--Toma, y los sé de memoria... -¡si los publicaron cinco periódicos! Y diga usted ¿qué es de él?--Creo -que está en Córdoba.--¿El cacho de oreja?--No, señor, Grilo; creí que -hablaba usted de Grilo, que fué el que improvisó los versos de la -niña.--Bien, lo mismo me da; ¿y qué es de Grilo?--Pues ayer comió -aquí.--Pero ¿no dice usted que está en Córdoba?--Bien, pero eso no -quita.--¿No quita? (¡Y este Almaviva que no explica estas cosas!) ¿Y el -ojo de gallo de usted, señora?--Tan robusto.--Hace días que no hablan -de él las crónicas de salones.--¡Es un ojo de gallo muy modesto!--Es -moda ser modesto, pero decirlo, porque si no como si no se fuera. ¿Y -qué tal les han sentado á ustedes las anguilas del _lago Tiberiades_ -del miércoles?--¡Cómo! ¿Usted sabe que comimos anguilas el miércoles? ---Sí, señora, por los periódicos. Las anguilas no tienen vida privada. Á -propósito, señora, ¿es verdad que la viudita de Truchón ha tenido un -tropiezo?--No, señor; ha tenido un hijo, pero nadie lo sabe.--Dispense -usted, señora, yo lo sabía; pero creí que se trataba ya de otro, es -decir, de otro lance. Ése que usted dice le refirieron los periódicos -de la manera más discreta. En Villapidiendo nadie cayó en la cuenta -más que yo, y por eso no comprendieron aquel sueltecito que decía: “La -señora viuda de Truchón ha tenido que guardar cama. Celebraremos que la -interesante viuda se restablezca pronto”. Dicen que demostró gran valor -durante la crisis de la enfermedad, ó como dijo el clásico: - - “En aquel duro trance de Lucina...” - -por eso sé yo que parió sin novedad, porque conozco la Mitología y -conozco á la viuda.--¿Usted la ha tratado?--Á la Mitología no, ni á la -viuda tampoco. Pero leo; algo se sabe, y he visto tantas crónicas con -alusiones transparentes á sus transparentes gracias y costumbres... que -algo se ha transparentado. - -(_Pausa._) ¡Oh, señora, feliz la honrada madre de familia que puede dar -á luz, á la prensa, como quien dice, todos los hijos que quiere! ¡Todas -las hojas literarias de los periódicos estaban consagradas el lunes al -rorro de usted. ¿Cómo está, cómo está el muñeco?--¡Hermosísimo!--¿Y -es cierto que tiene esa inteligencia que dice el revistero -_Begonia_?--Pues ya lo creo, y más.--Qué saladísimo estaba Ricardo -Flores, el que firma _Cardoenflor_ (por imitar á Fernanflor, que no -me gusta porque habla poco de salones), qué gracioso estaba Ricardito -contando las travesuras de su bebé de usted durante la ceremonia del -bautizo.--Está gracioso, pero calumnia al muchacho.--Sí, dice que antes -que le hicieran cristiano tenía en la iglesia cara de aburrido como -un perro ó como un librepensador.--El revistero no sabe que los niños -no entran en la iglesia hasta que les echan los demonios fuera del -cuerpo.--Pero lo mejor son los versos de Cigarra, el chiquitín junto á -la pila bautismal. Los sé de memoria: - - «En la pila bautismal - todo el Jordán se refleja, - te moja el cura la oreja - y ya estás libre del mal. - El acto sacramental - mata en tu pecho el pecado - y se abre regenerado, - como rosa alejandrina, - tu ser á la fe divina, - pues de pila te ha sacado - el ministro de Marina, - en el acto acompañado - de más augusta madrina.» - ---¡Hermosa décima! ¿Verdad usted?--Décima precisamente, no, -señora.--Bien, ya lo sé, es la _docena del fraile_, un nuevo género de -décimas de trece versos, que ha inventado Cigarra, para que cupiesen -el ministro de Marina y la madrina más augusta. Ya ve usted, por verso -más ó menos no habíamos de ser unos mal criados.--No cabe duda; y -más vale que sobre que no que falte.--Á propósito de versos, señor -de Paleólogo. Me va usted á sacar de un apuro. Aquí en casa vamos á -representar una comedia, pero nos falta un personaje. ¿Sería usted tan -amable?...--Señora, yo no soy personaje más que en Villapidiendo...--No -importa, ¿quiere usted _crear el papel_ de Cocupassepartout?--Señora; -mucho crear es, pero si no hay otro Cocu... yo lo haré, como se hacen -esas cosas en Villapidiendo.--¡Oh, gracias, gracias!--Por supuesto, -¿usted sabe francés?... Condición indispensable.--Pero qué, ¿vamos á -representar en francés?--No, señor, en castellano, es una traducción -de Fois Grass, el corresponsal del _Bombo_ en París... y ya ve usted, -hace falta dominar el francés... para pronunciar correctamente -los galicismos.--¿Y cómo se llama la comedia?--Espere usted... se -llama...--¡Ah! ya sé, lo he leído ayer en los periódicos, se llama: -_Á qué sueñan las jóvenes hijas_, es un fusilamiento de Musset. Pues -cuente usted conmigo. Por supuesto, ¿hablarán los periódicos de los -ensayos?--Ya lo creo, hombre; hablarán _por encima del mercado_... - -Paleólogo se despidió. Eran las once y quince. Sabía por los periódicos -que era la hora de inspeccionar la lactancia de Bebé. - -Si el lector quiere, volveremos á visitar á los señores de Casabierta -con el presidente del Casino de Villapidiendo, y acaso veamos la -comedia de Fois-Gras..., si se logra. - - - - - EL POETA-BUHO - HISTORIA NATURAL - - ---Señorito, un caballero quiere hablar á usted. - ---¿Qué trazas tiene? - ---Parece un empleado de _La Funeraria_. - ---¡Ah! Ya sé quién es: es don Tristán de las Catacumbas. Que pase. - -Y entró don Tristán de las Catacumbas, á quien conozco de haberle -pagado varios cafés sin leche. Es alto, escuálido, cejijunto, lleva la -barba partida como Nuestro Señor Jesucristo, tiene el pelo negro, los -ojos negros, el traje negro y las uñas negras. Lo único que no tiene -negro son las botas, que tiran á rojas. - -Me dió un apretón de manos, fúnebre como él solo; el apretón de manos -del Convidado de Piedra. Hay hombres que aprietan la mano como una -puerta que se cierra de golpe y nos coge los dedos. Es su manera de -probar cariño. - -Don Tristán habla poco, pero _lee_ mucho. Es un poeta inédito, de viva -voz; si se le pregunta cuántas ediciones ha hecho de sus poesías, -contesta con una sonrisa de muerto desengañado: “¡Ninguna! Yo no -imprimo mis versos: no hago más que leerlos á las almas escogidas”. -Para él son almas escogidas todas las que le quieren oir. Calculando el -número de veces que ha leído sus versos, dice don Tristán, usando de -un tropo especial, que consiste en tomar el oyente por el lector que -compra el libro, que sus _Ecos de la tumba_ han alcanzado una tirada de -nueve mil ejemplares. Quiere decir que los ha leído nueve mil veces á -nueve mil mártires de la condescendencia. - ---Pues señor Clarín, sabrá usted cómo he escrito otro libro de poesías -y vengo á leérselo á usted. - ---¿Entero? - ---Y verdadero; sí, señor. Pero tiene cuatro partes; leeremos una cada -día, y en cuatro sesiones despachamos. Quiero saber su opinión de -usted, porque aunque á mí la crítica epitelúrica me importa un bledo, -porque yo tengo el pensamiento puesto en lo alto (y señalaba al techo), -como esta vez acaso me anime á dar mi obra á la estampa, si se muere un -tío mío, á quien ya he dedicado un canto fúnebre... - ---¡Ah! pues cuente usted con ello. - ---¿Con qué? - ---Conque se morirá su tío de usted. - ---Eso creo; pues decía que si el tío me deja, agradecido, unos cuartos, -imprimo el libro; y en tal caso espero que usted me tratará como -merezco. Yo no pido más que justicia. Lo que quiero es que usted _se -penetre_ de esta poesía y no hable sin enterarse. Lo mejor para esto es -que yo mismo lea mis versos y le haga fijarse en sus transcendentales -pensamientos. - ---¿Sabe usted?... Me espera el barbero... Tengo una barba de tres días. - ---¡Ah! ¿Usted se afeita?--exclamó el de las Catacumbas con acento de -compasión... Que espere el barbero... Oiga usted la primera parte -siquiera. El libro se titula _El Requiem eterno_. Primera parte: -“Idilio del subsuelo”. - ---Le advierto á usted que el subsuelo es del dominio del Estado... - ---El subsuelo es aquí el del cementerio. La segunda parte, que -leeremos otro día, se titula “Fuegos fatuos”; la tercera, “Responsos -de mi lira”, y la cuarta, “Rimas de luto”. Le advierto á usted que yo -prescindo de la forma. - ---Hace usted bien; yo que usted, prescindiría de todo, hasta de la -madre que me parió... - ---Prescindo de la forma y me voy al fondo. - ---Sí, ya sé; al fondo de la tumba. Es usted el topo de la poesía... - ---¡Bonita frase! Ahora oiga usted... Primera parte: “Idilio del -subsuelo”. - - - I - - Llegaron los gusanos - á devorar su corazón de cieno; - en su sangre cebáronse inhumanos, - y los mató el veneno. - ---¿Qué tal? - ---Que les está bien empleado. ¿Quién les manda ser _inhumanos_ á esos -gusanillos? - ---Esto de llamar inhumanos á los seres irracionales, no es cosa mía; lo -he visto en un poeta que lee en el Ateneo. - ---No; si yo no me quejo. Ya ve usted: á mí, ¿qué me importa? Yo no soy -gusano. - ---Continuemos. - - - II - - La llevaban á enterrar... - ---Como á la Constitución. - - --La llevaban á enterrar - en un ataúd muy ancho, - en el que llevan á todos - los difuntos de aquel barrio. - El cadáver se movía - con los tumbos que iba dando. - Yo les hallé en el camino. - --Detened, les dije, el paso. - No va _completo_ el vehículo, - aún hay sitio para ambos; - llevadme también á mí - que yo la carrera pago; - poco hay desde aquí á la muerte, - el viaje no será caro... - ---¿Y le enterraron á usted? - ---No, señor; todo eso es un decir. - - - III - - Exhumaron su cadáver, - lleváronlo al panteón... - ---¿Ésos habrán sido los progresistas?... - ---¡Silencio! - - En el campo santo humilde - sólo la tumba quedó, - y en el hueco de la tumba - enterré mi corazón. - -Oiga usted ahora el IV. Y me leyó todos los números romanos posibles; -cuando terminó la primera parte, olía á difunto. - ---¿Qué opina usted? Así, en conjunto... - ---Opino que debe usted esperar, para publicar su _Requiem eterno_, -alguna ocasión solemne... por ejemplo, sería de mucha actualidad en el -día del juicio... - ---Eso es muy tarde... - ---Bueno, pues cuando se inaugure la Necrópolis... - ---Señorito, el barbero espera en la antesala. - ---Dígale usted que se vaya, que hoy ya me ha hecho la barba este -caballero... - - - - - DON ERMEGUNCIO Ó LA VOCACIÓN - DEL NATURAL - - -¿Cuándo y por qué se empezó á hablar de don Ermeguncio en los -periódicos? Nadie lo sabe; yo sólo puedo asegurar que yo siempre oí -llamarle literato distinguido. - -La vez primera que su nombre significativo sonó en mis oídos, por lo -demás era ya famoso, fué con motivo de unas oposiciones á una cátedra -de Psicología, Lógica y Ética. Sí; yo lo vi en la _Gaceta_; estaba el -último en la lista de jueces. Don Ermeguncio de la Trascendencia, autor -de obras; don Ermeguncio era, pues, ya por aquel entonces autor de -obras. - -Eran los tiempos en que mandaban los krausistas. Por aquella época todo -se dividía en parte general, especial y orgánica. Don Ermeguncio había -escrito una _Memoria sobre el arte de extirpar los caracoles en las -huertas_; y una _Sociedad de Antropología general_ le dió un _accésit_ -por su trabajo, que se dividía, no faltaba más, en parte general, -especial y orgánica. Ignoro por qué una Sociedad de Antropología -perseguía los caracoles; pero consigno un hecho. - -Otra vez le _adjudicaron_ á Trascendencia una _rosa natural_, que -le tuvieron que mandar á Madrid desde Alicante. La había ganado en -un certamen escribiendo una oda en verso libre. _Á la influencia de -las bibliotecas populares en el adelanto general de la cultura._ Por -supuesto, la oda iba también dividida en parte general, especial y -orgánica. - -Por estas dos producciones principalmente llamaba la _Gaceta_ autor de -obras á don Ermeguncio de la Trascendencia. - -Primero faltaba el sol que don Ermeguncio dejase de asistir á la clase -de todos los catedráticos que habían sido ó estaban á punto de ser -ministros. Él ya era doctor; ¡pero amaba tanto la ciencia! - -Desde que fué juez de oposiciones, Trascendencia se creyó en sazón para -considerarse, sin prejuicio ni sobrestima, un hombre importante, de la -clase de los sabios, subclase de los filósofos. - -Pero vino Pavía y el sistema filosófico de don Ermeguncio se disolvió -como el Congreso. Aquella crisis de la política coincidió con una -crisis económica de Trascendencia. - -Los _sucesos_ le cogieron sin un cuarto. Comprendió que no había -modo de sacarle jugo á la filosofía con la nueva situación. En -la Universidad ya no se hablaba del _concepto_ de nada, en los -periódicos todo se volvía personalidades, politiquilla vil y -rastrera.--Apliquemos--se dijo--la filosofía á la vida real, á la -actividad de los intereses temporales, en una palabra, hagamos -filosofía de la historia.--Y por recomendaciones de un ex -ministro entró en una redacción en calidad de redactor de fondos -filosófico-políticos y revistero de libros y teatros. Sus artículos -se titulaban _La política esencial_, _El formalismo político_, _Más -principios y menos personas_, etc., etc. Pero nadie los leía, ni -el corrector de pruebas, que dejaba pasar todos los perjuicios de -los cajistas en vez de los _prejuicios_ de don Ermeguncio. Una vez -hablaba el redactor de la infinita bondad de Dios, y los cajistas -pusieron la infinita bondad de Díaz, produciendo una especie de -antropomorfismo que estaba Trascendencia muy lejos de profesar. -Estas erratas le desesperaban, pero su pena era ociosa, porque nadie -leía sus artículos.--Casi me remuerde la conciencia--se decía--de -cobrar trabajo tan inútil; porque no está el país para esta política -fundamental.--Ignoraba el mísero Trascendencia que en aquella redacción -no se cobraba. Al redactor que pedía el sueldo se le echaba á la calle -por insubordinado.--¡Cómo!--exclamaba el director--¿usted piensa que -aquí nadamos en oro? ¿Que vivimos de subvenciones? No, señor; aquí -se juega trigo limpio.--Ni limpio ni sucio, porque no había trigo. -Don Ermeguncio tuvo que convencerse de que en España el periodista -suele ser tan filósofo como el primero en lo de no cobrar.--¡Y para -esto--gritaba comiéndose los codos,--para esto abandoné yo mis trabajos -especulativos y mis visiones poéticas!--Y suspiraba pensando en sus -estudios de antropología y en su oda á la influencia. - -Así pasó mucho tiempo, esperando la edad _de la armonía_, como él -llamaba al primer pronunciamiento que le trajese á los suyos, y fumando -pitillos _prestados_. Sí, prestados, porque Trascendencia, con el -hambre sentía una ansia de chupar que estaba muy por encima de su -presupuesto, y tuvo que arrojarse á naufragar en una inmensa deuda -flotante de tabaco rizado. Era un préstamo de consumo que le hacían -gustosos sus admiradores, á los que prometía pagar con creces cuando -él fuera á Filipinas á arrancar la enseñanza pública de las garras -de los frailes y á arreglar la cuestión del tabaco. Don Ermeguncio -asistía al café de París después de comer (los demás), y asistía allí -porque economizaba medio real... á sus amigos. En cambio, _en papel_ -les gastaba el oro y el moro. Pero ¡qué importaba, si sabía tanto y era -amigote de don Pedro y de don Juan, unos personajes que le tuteaban! - -Uno de sus _estanqueros_, como él los llamaba en broma, le ofreció -cierta noche una canongía: una correspondencia _pagada_ para un -periódico de provincias. El periódico se llamaba _El Faro de Alfaro_. -Á pesar de la cacofonía del título y de lo cursi de la redacción, -Trascendencia aceptó los doce duros mensuales y la carta diaria sobre -política, ciencias, artes, agricultura, y especialmente todo lo -relativo á los intereses del país, tal como insultar á los diputados de -la provincia por su morosidad, etc., etc. Además había que hablar mucho -del Ateneo, de los estrenos y decir chistes, terminando siempre con _le -mot de la fin_, como los periódicos de París. - -Muy de otro modo entendía Trascendencia la misión del corresponsal -concienzudo; pero hubo de transigir, y olvidando que llevaba dentro de -sí al autor de la oda á la influencia, y al juez de oposiciones, se -puso á escribir su primera carta al director de _El Faro de Alfaro_. - -La primera dificultad con que tropezó fué que no sabía dónde estaba -Alfaro, ni si era puerto de mar, ignorancia muy común en filósofos y -literatos españoles. Su amigo, que era de allí, y por eso lo sabía, le -enteró de todo, y le dijo _además_ que á quien había que dar de firme -era al alcalde; porque llamarle bruto desde el pueblo no tenía gracia; -pero diciéndolo desde Madrid era cosa de que él mismo lo creyese. En -fin, don Ermeguncio empezó:--Señor director... - -¿Pero qué le iba él á hablar á un director que pedía noticias frescas -de todo: de la Bolsa, del Congreso, y así discurriendo, hasta noticias -frescas del pescado fresco? Trascendencia no sabía nada de nada. Le -faltaba ropa decente para entrar donde se pescan las noticias; no -conocía á nadie, y si preguntaba algo, le engañaban de fijo.--Pero, -¿qué le importará á esta gente saber los chismes de Madrid? ¿No les -basta con los de su pueblo? ¡Cuánto mejor les estaría que yo les -hablase de los adelantos de la psicología, que ahora resulta ser puro -monismo (de esto hace años) y que les diese mi opinión acerca de la -religión de los animales, opinión que acabo de adquirir en la Revista -positiva!--Pero no había remedio; había que someterse á las exigencias -de la preocupación vulgar, y Trascendencia inventó un sistema: copiar -el _Diario de Avisos_, para la sección de intereses materiales, y _La -Correspondencia_ para la de intereses morales; pero lo que copiaba de -_La Correspondencia_ lo ponía en cuarentena, y con tan plausible motivo -dejaba á la juguetona musa de los chistes hacer de las suyas. ¡Qué tal -serían los chistes de Trascendencia que ni á él mismo le hacían bendita -la gracia! En cuanto á _le mot de la fin_ lo copiaba de _Charivari_ y -del _Fígaro_ alternativamente. - -Otra gravísima dificultad para don Ermeguncio era que no sabía empezar -nunca á hablar de lo que debía. Que se habían descubierto unas carpetas -falsas; pues empezaba así la carta al _Faro de Alfaro_: - -“Señor director: El hombre es un compuesto de alma y cuerpo; de aquí -que esté íntimamente ligado con la naturaleza y tenga necesidades -económicas; la esfera propia de la actividad económica en el Estado en -lo que se llama hacienda pública...” y por ahí adelante; cuando llegaba -á hablar de las carpetas, ya no cabía la carta en el periódico. - -Llegó la hora de cobrar. Giró, y la letra volvió protestada. _El Faro -de Alfaro_ había muerto. Los suscritores no querían un periódico que -no sabía más noticias de Madrid, sino que todo lo real es racional y -viceversa, según Hegel. - -Trascendencia volvió los ojos al teatro. Era preciso regenerar la -decadente dramática y hacerse unos pantalones, porque los puestos se le -caían á pedazos. Al fin en el teatro se cobra. - -Escribió un drama que se titulaba... _Prejuicios contra prejuicios._ - -El empresario del Español preguntó á don Ermeguncio: - ---¿Qué significa esto? Querrá usted decir: “Perjuicios contra -perjuicios”, y aun así no se entiende muy bien. - ---¡Dale! ¡Lo de siempre! No, señor; prejuicios contra prejuicios quiero -decir. - ---Bueno, pues dígalo usted; pero no será en mi teatro donde se estrenen -esos prejuicios que usted dice, y que yo tengo por perjuicios para mí. - ---Le cambiaré el título á la obra. - -Y volvió con ella al teatro: ahora se llamaba _Antítesis de la vida_. - ---Déjela usted ahí--dijo el empresario. - -Y allí se pudrieron las antítesis. Don Ermeguncio de la Trascendencia, -que hasta entonces había creído que el mal es accidental en la vida y -debido sólo á nuestra finitud, comenzó á darse á todos los diablos del -infierno, aunque no los llamaba por su nombre, porque él no creía en la -demonología ni en la angelología. De lo que él estaba seguro era de que -había nacido con la suerte más perra del mundo. - ---Indudablemente yo no soy de mi siglo. Feliz el señor Núñez de Arce -que es de su siglo, como dice en sus versos; yo no, yo no debía haber -nacido hasta que llegara la edad de la armonía. Uno de esos poetas que -persiguen el ideal, y de camino el turno pacífico, consiguen al cabo el -turno, aunque el ideal sea inasequible. Pero yo no consigo nada. - -Ermeguncio hizo el último esfuerzo. - ---Voy á escribir--se dijo--una obra inmortal de filosofía; se la llevo -á un editor, y si me la paga, como, y si no, que él se las arregle con -el fallo inapelable de la historia. - -Y dicho y hecho. Comenzó á llenar pliegos y más pliegos de filosofía, -y cuando tuvo escritas dos mil páginas de investigaciones ascendentes -y otras dos mil de las descendentes, se presentó á un editor que á la -sazón publicaba _El latente pensante_, traducido al chino. - -El editor era muy bruto. Esto no tiene nada de particular. - -Siempre había tenido un criterio muy raro para las obras del ingenio -humano en siendo escritas. Él había sido maestro de escuela, y nadie le -sacaba de sus trece: el mejor escritor es el que mejor escribe. Esto -pensaba Sánchez el editor, aunque no se atrevía á decirlo, porque la -opinión general era muy distinta. - -Don Ermeguncio le presentó sus resmas de filosofía ascendente y -descendente, y ya temía que Sánchez se las tirase á la cabeza, cuando -notó que el concienzudo editor abría los ojos y la boca, tan asombrado -como podía estarlo un partidario de Torío, que ya no esperaba ver una -gallarda letra bastardilla en lo que le quedaba de vida. - -Sánchez dejó sobre la mesa la filosofía de ida y vuelta con el respeto -con que el sacerdote deja el copón en el sagrario, y abriendo los -brazos, cerrólos después que tuvo entre ellos, y le apretó á su gusto, -al autor insigne, al escritor de los escritores, al escritor de mejor -letra que había conocido. - ---¡Esto es escribir, esto es escribir, y lo demás son -cuentos!--exclamó Sánchez; esto es Torío puro, Torío sin mezcla. -Usted conserva la buena tradición; usted es mi hombre. Esto no se -imprimirá como cualquier libro con letra de molde; esto se conservará -en litografía; esto debe pasar á la inmortalidad como monumento -caligráfico. Y usted, joven ilustre, flor y nata de los pendolistas, el -mejor escritor del mundo, usted tendrá casa y mesa, y dinero para el -bolsillo, y el oro y el moro, porque yo le tomo á usted á mí servicio; -usted será mi secretario, mejor dicho, mi escribiente. - -Trascendencia dudó entre matar á aquel hombre, incapaz de comprender su -sistema, ó aceptar la plaza que le ofrecía. - -Y siendo filósofo de veras por la primera vez en su vida, dijo: - ---Seré su escribiente de usted. - ---Pero júreme usted conservar estos perfiles, estos rasgos, esta santa -y pura tradición de Torío... - ---Lo juro. - -Y Ermeguncio vivió feliz, cobró á toca teja, y no volvió á pasar -hambres ni filosofías. - -Al fin había seguido la vocación. - -Había nacido para escribiente. - - - - - NOVELA REALISTA - - -Apuntes de la cartera de un suicida:“--He venido á Z... á bañarme -y á resucitar la muerta poesía del corazón. He dado trece baños, -número fatal, y hoy me decido á quedarme en el agua. He cogido la -sábana como si fuera un sudario; el calzoncillo de punto me lo he -puesto como quien se viste la mortaja. Al pasar bajo el balcón del -célebre doctor Sarcófago le he visto apoyado sobre el antepecho. -Fumaba tranquilo, de bata, calzando babuchas tan holgadas y tan -poco cristianas como su conciencia. Eran babuchas berberiscas. El -doctor me ha saludado sonriente.--¡Corto, corto! gritaba, ya se lo -tengo á usted dicho.--Quería decir que el baño durase poco.--¿Baño de -impresión, no es eso?--Sí, de impresión.--Así será en efecto. ¡Un -baño de impresión!--Escribo en la casa de baños. Es decir, en la -capilla. ¡Acabo de fumar un cigarro del estanco y de leer un número -atrasado de _La Correspondencia_! El cielo está nublado, llueve, hace -frío, el agua está como dormida, en la sucia playa se abaten las olas -sobre montones de inmundicia. Parece esto un lavadero público. Todo -es triste, insignificante, sucio. Allí está don Restituto, con el -agua al cuello, aunque sólo le llega á las rodillas; pero su esposa -doña Paz está á su lado, mejor sobre sus costillas, y don Restituto, -mísero Atlante con 8.000 reales de sueldo, sufre en los hombros la -inmensa pesadumbre de su cara mitad. Una mitad leonina. ¿Y qué me -importa á mí esto? Nada. Y sin embargo, la presencia de doña Paz me -turba, y mi deseo de morir es más vehemente contemplando esta cópula -canónica y civil que se llama ante el mundo matrimonio, y en el -hogar es la explotación del hombre por el histérico. Doña Paz tiene -histérico, última _ratio_ de la machorra. ¡Machorra! Palabra grosera, -sarcástica, que el Diccionario autoriza. En Madrid don Restituto -es mi subalterno. Yo cobro algo más que él, soy su jefe. Y yo soy -soltero, ni fumo, ni bebo. Don Restituto bebería, fumaría, si tuviese -dinero y no tuviese á doña Paz. Mi subalterno y su esposa han venido -á baños conmigo por una de esas casualidades terribles de que está -la vida llena. Aburrido de Madrid, muerto de calor, soñando con la -poesía de mi juventud, me introduje en un coche de primera, olvidado -de todas las cosas prosaicas de la vida, con el anhelo del ideal. De -pronto abren la portezuela.--¡Está lleno!--estuve por gritar. Y era -verdad; estaba lleno el mundo, cuanto más el coche, de los fantasmas -de mis ilusiones. ¿Qué falta me hacía á mí un compañero de viaje que -probablemente tendría ese reloj del ferrocarril que se llama la Guía, -y que en España sólo sirve para convencerse de que ningún tren llega -á debido tiempo á ningún sitio? Un compañero de viaje que me daría -las buenas tardes y después me miraría sonriente como anuncio de una -amistad que allí mismo iba á empezar (porque la gente que viaja poco -cree en las amistades del viaje y las procura). Lo primero que apareció -fué una maleta de las que usaban nuestros abuelos para viajar á lomos -de un mal rocín. Después entró en el coche una escusa-baraja; luego -un serón, después dos cestas, después un jamón con camisa, esto es, -enfundado en lona blanca, á guisa de violín; después una manta de tal -longitud, que aún no había entrado toda cuando ya amenazaba romper -los cristales de la ventanilla de enfrente. Protesté enérgicamente, -librándome como pude de aquella agresión anónima. Aún ignoraba yo qué -clase de bárbaro hacía aquella invasión. Entonces oí una voz débil -que decía:--Dispensen ustedes, caballeros...--¡Vaya usted al diablo! -Á ver, un empleado de la estación, el jefe, un civil, cualquier -cosa, ¡socorro!--El jefe acude.--Esto no puede ir con ustedes; no -es de uso personal ni necesario en el viaje.--Sí, señor, que es; -es decir, yo no necesito nada de eso, pero mi señora sí; ¡como -padece del histérico!--¡Histérico! exclamé, ¿entonces es usted don -Restituto?--¡Oh, mi querido jefe! gritó el subalterno al conocerme; y -me dió un abrazo, y sobrevino doña Paz; y como yo pasé por todo, el -jefe de la estación no se opuso, pues no había más viajeros, á que -entrasen en el coche los voluminosos artículos de primera necesidad -de la señora del histérico.--Si hubiese podido mandar á doña Paz á -un furgón yo hubiera sostenido mi derecho, pero admitida ella, lo de -menos era consentir los bultos, que al fin no tenían histérico.--¡Y -válgame Dios qué viaje! Entre marido y mujer me pusieron la bilis en -revolución. ¡Cuánta pusilanimidad en el esposo y en ella! ¡cuántas -abominaciones! Don Restituto tuvo que quitarle las botas, calzarle -las zapatillas, y porque no procuraba ocultar á mis ojos profanos los -tobillos de su cara mitad, doña Paz le riñó por lo bajo, con intención -de que yo lo oyera, y le dijo que aquella falta de pudor conyugal le -daba mala espina; porque indicaba poco amor ó excesiva confianza; ¡y si -no fuera que una es como es! Don Restituto aseguraba que yo era corto -de vista, pero doña Paz insistía en que yo había visto algo.--Juro á -Dios que no había visto nada. Llegó la noche; don Restituto dormía. -Doña Paz suspiraba. Con pretexto de que se mareaba yendo de espalda -á la máquina, se sentó junto á mí. Y el Señor me dejó caer en la -tentación. Doña Paz es fea, no es joven; pero quise probar aquella -virtud. La primer tentativa fué rechazada con un melindre. La segunda, -que iba á ser la última y acreditar para siempre la castidad de aquella -histérica dama ¡ay, la segunda tentativa fué un crimen frustrado! -Doña Paz, indignada quizás con el escaso pudor conyugal, como ella -decía, de aquel esposo, tomó cruel venganza. Hizo á su manera lo que -aquella reina de Frigia que compartió el trono con el sabio Gijes. -Pero yo, ni maté á don Restituto ni consumé lo que aún ignoro si se -podría consumar. Pero doña Paz no fué por eso menos infiel. ¡Ridícula y -terrible aventura!” - - * * * * * - -“Y yo había amado á lo Werther; yo había nacido para el ideal; pero -¡ay! como dicen en el Ateneo de Madrid, los ideales han muerto: ya -sólo quedan las mujeres histéricas para mí. No hay tormento comparable -á mi tormento; yo tengo la conciencia torturada por un crimen que me -dió el hastío por todo placer. Recuerdo con asco y con vergüenza una -aventura que arrojó el cieno de la deshonra sobre las canas de un buen -amigo. ¡Pobre don Restituto!... Ahora me llama el infeliz, me dice que -corra á bañarme á su lado. ¡Sugestiones de su mujer!--Voy á vengarme y -á vengarle; voy á dar á esa Mesalina de la calle de las Postas un buen -susto. Éste es mi plan. Nado junto á ella, la invito á un ensayo de -natación bajo mis auspicios; ella acepta de fijo; la llevo por la barba -adonde nos cubra, finjo un accidente, me voy al fondo, y ella... Yo no -soy responsable. Un muerto no responde de nada. Si perece no es mía la -culpa, ó si es mía, es una culpa que me honra. Por desgracia no faltará -quien acuda á tiempo para salvarla; ella sin saberlo, debe flotar -como el corcho. Á lo menos en todas las disputas domésticas siempre -ha quedado encima como el aceite.--Allá voy, don Restituto, corro á -salvarte, á librarte si puedo de tu doña Paz de tus pecados. Y además -te proporciono un ascenso. ¿Para qué quiero yo el destino? ¡Yo que -soñé con la gloria, me veo reducido á ser jefe de un don Restituto! Tú -serás el jefe en adelante, hombre probo, tú ascenderás, tú tendrás esos -cinco mil reales que faltan para que te llegue el agua al sal. Mañana -dirán de mí que tuve la cobardía de matarme, que cometí un crimen. No; -hice una obra de caridad, dí el ascenso inmediato á un funcionario -que cuenta veinticinco años de servicio y otros tantos años de hambre. -La vida se ha hecho para los Restitutos que esperan veinticinco años -un ascenso y se ligan con indisoluble vínculo al histérico semoviente. -Sí, ¡doña Paz es la mujer probable! Ella también habrá tenido sus -quince, aunque parece mentira. Quién sabe si mi Carlota, que era como -una sílfide, que andaba de manera que sus pasos parecían aleteos de -ángel--frase que se me ocurrió escribir en aquel soneto que no se -me ocurrió enviarle--¡quién sabe si ella también... tendrá á estas -horas bajo sus uñas un don Restituto, si ella también habrá padecido -ó padecerá histérico!--¡Ay, la mujer que no muere con la tisis -interesante de la juventud, llega á ser fatalmente doña Paz!--Allá voy, -allá voy, don Restituto--Él me llama á la muerte; sí, él puede hacerlo, -él es mi víctima, aunque lo ignora; allá voy, sí, laven las ondas del -océano la afrenta de tu honor.” - -Así terminan estos apuntes, que con notoria imprudencia dejó en el -bolsillo de la levita el incauto criminal. - - * * * * * - -En el libro de cuentas “para huso de Doña Paz Cordero de Cabra” se lee -al folio 20 lo que sigue: Manteca 12 uebos 20 Haceyte 6, y más abajo: - -“Yo lamaba, si le hamaba, perro el no lo savia, una muger como yo no -puede dar á entender su hamor sin desonrrarse y desonrrar á su manido. -Yo á los quinze años le havia bisto y hamado, el no se havia figado -en mi, porque hestaba enamorrado de Carrlota y de sus Ilusiones sovre -todo: erra Pueta, soñador, anvicionava bolar muy alto, y yo no podia -yamar su Hatenzion. Uió de nuestro puevlo, perro mi hamor se quedó -conmijo, cada dia herra mayor, mas triste, perro grande como nunca. No -bolbi a hoir ablar del, perro aqui en el corracon su Recuerrdo bibia, -bibia heterrno. Mi madre se morria desesperrada por degarme sola y -pobre, restituto era goben, vueno y mamava y le dy mi mano sin hamor, -como pude hir al ospizio. En este matrimonio no ice mas que Enjorrdar -y Enjorrdar y hazquirir un genio muy malo, caprichoso, antogadizo, -por culpa de mi tristeza hintima y de la pubreza de Elespiritu de mi -hesposo; otro hesposo que no fuerra mi hesposo, uvierra echo de Mi una -muger, él, restituto izo una sultana, una fierra, disimulada, cruel, -mala, mala si. Muchos años pasarron y bolbi a Ver a mi Hamor, herra el -Gefe de restituto en la oficina. ¡No se acordava de mi! ¡Como si nunca -me uvierra bisto y yo que le Beia todos los dias ha todas orras en mi -Halma! Perro no le dige nada, como si tampozo le conociera. Me beia -pocas beces, restituto le querria mucho y procurraba traherle a casa -cuanto podia; yo uia del, Perro en el tren, de noche, cuando yo sentia -cerca del todo el Fuego de la Gubentuz, enloquezida por su presenzia y -por no sé que haromas que benian del campo que atrabesaba el Trren y -asta creo que por suspiros que vajaban de las estrrellas que briyaban -Tanto, no pude menos de hacercarme a El y suspirar y El me cogio la -mano y me ablo de Hamor y de Su Hamor y Aquella Noche de Gran Pecado, -fue la única Feliz de Mi Bida. Que Lo Sepa el Mundo Entero. Despues no -bolbio a ablarme; uia de mi en los vaños, se conoze que fuí parra El un -pasatiempo nada más. Por eso Me Mato. Que Lo Sepa el Mundo Entero y mi -marrido, adios restituto.” - - * * * * * - -El corresponsal del _Hipódromo_ escribió á su perfumada revista lo -siguiente: - -“Hemos tenido también nosotros en Z... nuestro drama, tragedia mejor -dicho. Gracias á esto, hay algo de qué hablar. El señor X... conocido -en Madrid por su afable trato en los círculos más distinguidos, ha -sido el héroe. En traje de baño, si traje se puede llamar á unos -sencillísimos calzoncillos de punto, salió á la playa y entró mar -adentro con rumbo á la eternidad. La señora de V..., esposa de un -modesto empleado se bañaba con su marido, y al pasar cerca de ella -el señor X... indicado, le dió un sonoro beso en la frente, así como -suena, y lanzando una carcajada histérica cayó en las olas sin sentido. -El señor V... acudió en vano á salvar á la no muy casta esposa; con -la fuerza del paroxismo la robusta dama sujetaba al nada atlético -esposo, y en tanto las amargas olas, con esa fría impasibilidad de -la naturaleza, arrastraban á la infortunada pareja. Ambos hubieran -perecido á no estar cerca el señor X... que pudo sacar á la arena al -señor V... donde le dejó antes que volviera en sí. El señor X... se -echó otra vez al agua; los circunstantes, gente toda de Madrid, le -dejaron hacer: creyeron que esta vez iba á salvar á la dama... pero se -le vió desaparecer entre las amargas olas, y ni la señora de V... ni el -señor X... volvieron á la arenosa playa, hasta que la marea trajo horas -después dos cadáveres.” - - * * * * * - -Cuando leyó don Restituto la confesión de su esposa en el libro de -cuentas, exclamó: ¡Yo te perdono! Después meditó y dijo: - ---Y á él también le perdono. ¡Al fin le debo la vida! Si no es por él -me ahogo en el mar ó... en mi cara esposa. - - - - - LA PERFECTA CASADA - - -Don Autónomo, que celebraba sus días en Septiembre, pues en ese mes -“cae” San Autónomo, y que lo diga la _Leyenda de Oro_; don Autónomo -Parcerisa acaba de comer _opíparamente_ rodeado de su esposa é hijos, -muy satisfecho, alegres todos, felices. No había familia más dichosa -en el mundo. Vivían en una _mediocritas si no áurea_, por lo menos de -plata sobredorada, la cual les permitía en los días que repicaban en -gordo tirar la casa por la ventana, en forma de símbolo, por supuesto; -es decir, sin pagar una _onza_ en el gasto extraordinario, que lo demás -quedaba muy guardado en la caja de caudales, en el Banco y en las arcas -de la Equitativa, donde don Autónomo se había asegurado. - -Serafina era un serafín; mujer más angelical no la había: era la -perfecta casada de Fray Luis, pero á la moderna, con costumbres algo -menos devotas, pues si no, hoy ya no hubiera sido la perfecta casada. -Nada de gazmoñería, virtud expansiva, alegre; sacrificio constante de -su egoísmo al interés de su marido é hijos, pero sin que se conociera -esfuerzo alguno, con divina gracia. Parecía una mujer como todas y era -la mejor de todas. - -No hacía valer su fidelidad (y era guapísima y muy codiciada) como -un mérito: esta pretensión le hubiera parecido ya una especie de -adulterio. Así como á nadie se le ocurre en una sociedad de personas -distinguidas, nobles, ricas, finísimas, que uno de aquellos duques, -ó generales, ó ministros, se va á llevar un candelabro de plata, por -ejemplo, y nadie piensa en el robo posible, pero una posibilidad -_infinitesimal_, por decirlo así, tampoco se le pasó jamás por las -mientes á Serafina ser infiel á su Autónomo por pensamiento, de palabra -ú obra. - -Y como no había manera de reprenderle por nada, de reñirle, jamás le -había reprendido; nunca habían reñido. Estaba íntegra la vajilla é -íntegra la paz conyugal. - -De todo lo cual llegó, á fuerza de años, á sacar en consecuencia -Autónomo que así no se podía seguir, que había que acabar de cualquier -manera. - -En esto pensaba precisamente aquel día de su santo, después de los -postres, cuando ya los niños se iban despidiendo del padre porque los -reclamaba el lecho. - -Todos se acostaban sin protestar, y eso que estaban seguros de que su -madre no les hubiera negado permiso para velar un ratito. Ellos lo -deseaban... pero no, ¿para qué? La mamá les tenía demostrado que era -cosa nociva, y además, la hubieran disgustado, aunque ella no lo dejara -ver: nada, nada, á la cama. - ---Buenas noches, papá. - ---Santas y buenas, hijos míos, santas y buenas. - -Y seguía pensando don Autónomo: “Vea usted. Ahora me iría yo de muy -buena gana á jugar un tresillito al casino. Siempre pierdo, es verdad, -pero ¿y qué? No es mucho y me divierto. Pero no voy, imposible. Si -anuncio que salgo ésta se reirá lo mismo absolutamente que si le digo -‘Me voy á la cama’, que es lo que á ella le gusta, porque sabe que me -conviene madrugar, para el estómago y para los negocios... ¿Quién le da -un disgusto _callado_ sin grandes remordimientos? Pero... la verdad es -que hoy... día de mi santo...” - -Sin embargo, decidió tener un rasgo de energía que no hacía falta, y -poniéndose en pie exclamó: - ---Ea, chica, dame... la palmatoria, que me voy á la cama. - -Y se acostó, se acostó como los niños. - -Y en cuanto se vió entre las sábanas se sintió como en presidio, como -en el cepo, y echaba pestes contra sí mismo, pues contra su mujer no -había por qué. - ---¡Voy á saltar de la cama! ¡Salto! ¿Quién me lo impide? - -Y no saltaba por eso mismo, porque era su derecho, porque nadie lo -impedía; y su mujercita le hubiera acercado la ropa muy contenta, y le -hubiera alumbrado hasta la calle, sonriente. - -Se quedó dormido protestando contra la excesiva virtud de su esposa, -que por ser una santa le obligaba á él, para no tener terribles -remordimientos, á ser, por lo menos, el _beato_ Autónomo. - -Y pasaban días y días, y siempre así. - -En fin, llegó á encontrarse con todos sus vicios extirpados, incapaz -de la menor calaverada, que hubiera sido terrible ingratitud para -con aquella _santa familia_ en que él mismo se veía con su aureola -resplandeciente. - ---Pero, señor, si yo no iba para santo; si esto es á la fuerza. ¡Esto -no es la perfecta casada, esto es la _pluscuamperfecta_! - -Y poco á poco le creció la manía hasta el punto de aborrecer, á su -manera, á aquella mujer, á quien adoraría de rodillas, y por no -disgustar á la cual estaba él ganando el cielo. - -Y de una en otra, vino á parar en comprar una maquinilla manual de -imprimir, y se encerraba en su casa, imprimiendo en tarjetas, volantes, -besalamanos, etc., las mismas palabras, pocas. Y después, de noche, -los llevaba al correo y estaba cinco minutos echando papel por la boca -abierta del león, pasmado de tanta correspondencia. - -Había comprado el libro de las cien mil señas y había dirigido á todos -los periódicos del mundo, ó á muchos por lo menos, á las agencias, -á los abogados, obispos, diputados, cónsules, jueces, alcaldes, -banqueros, etc., etc., la misma noticia, que los importaba igualmente á -todos: nada. - -El juez de guardia, que la recibió también, fué el único que hizo caso -de ella. Decía así el volante que recibió: “Me mato por no aguantar á -mi mujer.” - -Y en efecto, Autónomo se suicidó de veras. - -Por más que se hizo, no se pudo ocultar la terrible catástrofe á -Serafina; y lo peor fué que, por la inmensa publicidad que el suicida -había dado á la noticia, tardó muy poco en llegar á conocimiento de -la santa esposa la causa del suicidio. ¡Su marido se mataba por no -aguantarla á ella! - -El buen sentido hizo que el público en masa, conocidas las cualidades -de la virtuosa señora, declarase que aquel hombre se había vuelto -loco de pura felicidad doméstica. Sólo así se explicaba el absurdo de -_matarse por no aguantar á la perfecta casada_. - -Sin embargo, cierto solterón empedernido amigo del difunto, decía: - ---Á la muerte de Autónomo no se le ha sacado toda la filosofía que -tiene. No estaba loco. Lo que ha hecho es dejarnos ejemplo con su -muerte. La filosofía de ese suicidio es ésta: “Me mato por no aguantar -á mi mujer.” Pero su mujer es la mejor del mundo. Luego... la mejor de -las mujeres es inaguantable. ¡Lo que serán las otras! ¡Y lo que será el -matrimonio! - -Este Autónomo es el redentor de los célibes. - - - - - EL FILÓSOFO Y LA “VENGADORA” - (CORRESPONDENCIA) - - - I - -Amigo mío: aunque vivo lejos del mundanal ruido, no dejo de enterarme -por los periódicos de los sucesos públicos más interesantes, en -particular de los que atañen á la vida literaria contemporánea, que -sabes cuánto me llama la atención, por el gran valor social que -atribuyo á sus manifestaciones. Pues bien: he leído el monólogo de -Teresa, la _vengadora_ de Sellés, y he visto que al público no le ha -parecido inverosímil que una mujer de esa clase, de esa _vida_, sepa -hablar tan bien y pensar tan profundamente. El buen éxito de la Teresa -de Sellés me anima á publicar, por tu conducto, si aceptas el encargo, -esta especie de _Heroídas_ en prosa que adjuntas te remito y que son, -como verás, una correspondencia entre una verdadera _vengadora_ y este -humilde _filósofo_, según tú y otros amigos me llamáis, tal vez por -burlaros de mis aficiones. Mi _vengadora_ es más sabia que Teresa, -hasta es pedante y muy aficionada á psicologías, según consta en esos -papeles. He tenido guardadas estas cartas porque, si bien me parece que -tienen cierto sabor literario (y perdona la inmodestia, por lo que -toca á las mías) no creí hasta ahora que el público pudiera encontrar -verosímil esta clase de damas de las Camelias casi idealistas, -retorcidas y alambicadas de espíritu, pero no arrepentidas ni tal vez -enamoradas. Y que existe la mujer así es evidente: yo he conocido, he -visto ésa, de carne y hueso, y para que tú la conozcas también, en -espíritu, le dejo la palabra. Lee, y si te parece, publica. - -Tuyo, - - _El filósofo_. - - - II - -Señor... filósofo: perdone usted, ante todo, que no le llame por su -nombre. Fernando no ha querido decírmelo ni en presencia de usted ni -á solas: usted tampoco ha querido ser menos misterioso; de modo que -respeto... á la fuerza, el incógnito, y le llamo por el mote que le han -puesto sus amigos. Pero conste que es á la fuerza, no porque yo quiera -usar con usted una familiaridad á que no tengo derecho y á la cual -usted no ha dado, por cierto, pretexto en el corto _lapso de tiempo_ -(como dice Mambrú) que he tenido el honor de tratarle. Además, por mi -gusto, aunque pudiera legítimamente hablarle á usted, en broma, en -estilo _festivo_ (Mambrú), no lo haría hoy, y le confieso que con mucho -gusto le llamaría mi estimado don... Pepe, por ejemplo, ó Pepe ó Juan -ó lo que sea, á secas. No estoy para bromas. Además (y van dos), me -tiembla el pulso al escribir. Para mí la situación, ó el momento, ó -como se diga, es solemne. Escribo, acaso por primera vez, á un _hombre -honrado_; pues me inclino á creer que usted lo es, en efecto, no por -las apariencias sólo, no porque le llamen filósofo, y Fernando diga -que usted tiene mucho talento, pero _no vive en la realidad_; estos -serían, en todo caso, indicios de su honradez de usted, pero no bastan: -le creo hombre honrado por otras señas que observé en el citado _lapso_ -de Mambrú.--Y ¿qué es un _hombre honrado_?--dirá usted.--¿Cómo cree -ésta que por primera vez escribe á un hombre honrado, cuando tantas -cartas... habrá escrito á Fernando... y al barón de X y á Paquito H -y... ¡etc., etc., etc., etc.!!!--Pues sepa usted, señor filósofo (por -mi gusto se llamaba usted _mi querido don Andrés_, como mi padre) -que ni Fernando ni los demás perdidos son para mí hombres honrados. -¿Qué es entonces un hombre honrado? Lo mismo que una mujer honrada. -Son hombres deshonrados los que tienen tratos con las mujeres... que -tienen tratos con esos hombres: ni más ni menos. _Do ut des_, como -dice Mambrú, aunque no sé si viene á pelo. Esto no quiere decir que -yo tenga por _malo_ á Fernando, eso no; pero no es lo mismo. Tampoco -yo soy una _mujer honrada_ y me tengo por buena. Ya ve usted que soy -bien franca y que no juego _á la demi mondaine_. ¡Ah! No. ¡Viva España! -Si yo fuera literata no hablaría como esas señoras sospechosas que he -visto representar á la Duse y á la Tubau: hablaría como la _Celestina_, -que es una comedia, ó novela en conversación, que me leyó Fernando y me -gustó mucho... Pero vamos al grano. Usted es un _hombre honrado_, ó me -lo parece, y esta _novedad_ me infunde un respeto extraño (á ratos, -cuando estoy de broma, loca, si me acuerdo de usted... se me escapa -por dentro la risa) y... si he de ser franca del todo... me entraron, -al fijarme en el modo que usted tenía _de no mirarme_, vivos deseos -de hacer que me mirara y admirara... y deseara. Todo esto pasó, me -pesa, y por eso se lo digo (y perdone tanto _seseo_). Á los ojos no me -miró usted más que un _momentín_ muy pequeño que no debe de merecer el -nombre de _lapso_. Usted también debe de acordarse. Es usted el único -hombre que entró en esta casa, desde que vivo con Fernando, á quien no -le conocí ni asomos de intención de burlar _al amigo_ y quitarle, más -ó menos completamente, la fidelidad cuasi conyugal de su Nila. Pero -hizo usted otra cosa: se llevó usted el retrato que había sobre la -_cónsola_, como dice Trini. Fernando, que miente cuando es necesario, y -eso que es casi tan _pensador_ como usted, jura y perjura que él no le -regaló el cuadrito, y como yo estoy segura de que usted fué quien se lo -llevó, de que el cuadro desapareció cuando usted salió de casa; como es -imposible que fuera el _ladrón_ alma nacida no siendo usted (no admito -discusión sobre esto) resulta... eso... que ha robado usted el retrato -de la señorita Elena, la hermana que se le murió á Fernando. No es -probable que usted se atreviera á llevarse el cuadro sin pedirlo; pero -sí creo que de Fernando no salió el ofrecérselo. Fué usted quien, ya -que no me ofendió deseando mi _infidelidad_, me maltrató sin decírmelo, -advirtiendo á Fernando que el retrato de su hermana parecía mal en la -casa en que vivimos juntos. (De que se lo llevó usted estoy segura; -porque Fernando no se lo tragó. Yo le registré en cuanto usted salió, y -á la calle no pudo tirarlo, y en casa doy fe de que no está. Usted lo -tiene). Él dice que estuvo usted algo enamorado platónicamente de su -hermana Elena, y que por eso... - -No es eso. Es que usted cree que yo no debo tener en _mi_ casa el -retrato de esa señorita. Yo pensaba que no había pecado ni ofensa en -ello; que bastaba con no haber creído prudente, por el qué dirán, -sólo por eso, que entrase en casa ni una hilacha, ningún recuerdo de -la pobre _difunta_... de la _otra_ difunta. Sea como quiera (Mambrú), -digo, no, _séase de esto lo que quiera_, yo acato el _superior -criterio_ de usted; pero se me figura que si en vez de encontrarse -con Cristo se encuentra con usted la Magdalena, se quedan sin santa -de su devoción las Arrepentidas. En resumidas cuentas, si usted -quiere... devuélvanos el retrato (á no ser que jure _haber amado_ -á esa señorita). Como usted, aunque filósofo, no lo sabe todo, ni -lo entiende todo, no sabe, no comprende el papel que ese cuadrito -desempeñaba en la casa. Era objeto de una especie de culto doméstico, -nuestros _dioses lares_, nuestros _penates_, ó como se diga: algo así -como un pebetero de buen olor de honradez, de intimidad digna, noble. -Fernando y yo, que somos á ratos unos locos, nos hemos empeñado en que -el amor todo lo vence (ó la pata de cabra), y llegamos á figurarnos -que somos... no marido y mujer, que eso no hace falta, y dice Fernando -que mujer _se tiene_ una sola, sino algo que, sin ser matrimonio, ni -querer imitarlo, y sin dejar de ser amor, es otra cosa también digna -á su modo, no _honrada_, pero otra cosa, tal vez mejor, allá, en alta -metafísica. En fin, esto se lo explicará á usted Fernando, si hablan de -ello, mejor que yo. Y eso que, no crea usted, puesta á ello, yo también -podría analizar con el escalpelo de la crítica (Mambrú puro) estas -quisicosas del alma en sus relaciones con el _medio ambiente_. (Repito -que dispense usted las bromas: no domino el estilo: él me lleva á mí y -por la costumbre de hablar siempre en _guasa_ escribo de esta manera... -cuando quisiera escribirle á usted como el devocionario). - -Conque ¿nos devuelve usted el retrato? Por si se niega, ahí le mando á -usted por Petra ese paquete: es un escapulario de mi madre que yo he -traído _casi siempre_ conmigo. Ahora caigo en la cuenta de que, si el -retrato de la señorita Elena _se mancha_ estando sobre una consola de -la sala, este recuerdo de mi madre, bendito por añadidura, porque está -tocado al Santísimo Cristo de las Cadenas, _se mancha_ exponiéndose al -roce de Fernando, que es tan... tan _corrompido_ como esta servidora. -Ó vuelve el retrato y admita usted los tiquis miquis sentimentales y -suprasensibles de nuestro _arreglo_, ó quédense en poder del _hombre -honrado_ las dos cosas. Y, _más diré_ (Mambrú), si usted nos devuelve -el retrato... por el favor... y por _un no sé qué_, porque eso otro es -más serio, más... religioso, más... del alma, quédese usted, si quiere, -de todos modos, con el recuerdo de mi madre que le envío por Petra. Su -affma. s. s. y a. q. b. m., Nila.--Va sin señas el sobre porque no sé -cómo se llama usted ni dónde vive... (Petra lo sabe... pero ésa no -lo dice; fué ama de cría de Fernando; está juramentada... Pequeñeces -de la vida semiconyugal. Fernando es así. Él dice que es una broma -el no dejarme saber quién es usted... Me deja escribirle... con esta -condición: que no he de volver á verle ni he de saber dónde está, ni -cómo se llama). Petra también dice que es broma y se ríe á carcajadas. -En el fondo me halaga estar _un poco_ presa... y con espías. Fernando -no lee mis cartas: dice que le basta con leer lo que usted me -conteste... si se lo permito. Petra no sabe leer. Yo puedo decirle á -usted lo que quiera, siguiendo la broma; pero usted á mí es seguro que -sólo me dirá lo que deba. Es una diversión como otra cualquiera y que -Fernando me _otorga_, á cambio del teatro. Lo malo es que usted se -cansará pronto de esta comedia. Pero... no deje de contestarme, por -lo menos á esta _primera de retratos_, como diría Sancho. (¿Eh? ¡Qué -erudita!)--Vale. - - - III - -Mi estimada amiga: es de mi obligación, aunque me pese, romper á las -primeras de cambio el encanto de la novela misteriosa, y á su modo -picaresca, que usted tenía tramada y cuyo primer capítulo viene á -ser la carta habilidosa á que contesto. Si en las comedias _todo lo -comprenden á lo último_, yo, para que no haya comedia, le declaro que -lo he comprendido todo desde el principio. Casi todo. Ni Fernando -le ha callado á usted mi nombre, ni le ha prohibido saber dónde -vivo, ni Petra ha sido nodriza, ni él desconfía de nosotros, de mí -particularmente, ni, mucho menos de usted, en el sentido de creer que -mi prosa puede ser pólvora en salvas para seducir á usted, y que, -en cambio, mi presencia corporal pudiera vencerla. Esto es lo que -usted quería dar á entender... Comprendido; pero no hay tal cosa: es -una estratagema de usted: la trama de su novela. Queda deshecha. Le -advierto que Fernando no sabe lo que usted me ha escrito; ignora que -usted quería componer una novela en colaboración con el _filósofo_. Yo -le he preguntado lo que necesitaba saber para cerciorarme de que usted -_fantaseaba_, pero de suerte que él nada pudiera sospechar del secreto -fin de mis preguntas. - -También es obligación mía advertir á usted que de Fernando á mí hay -un género de intimidad espiritual que usted no puede sospechar adónde -llega. Usted es muy lista, sabe mucho (la aparente frivolidad y el -desaliño contrahecho de su carta tampoco me engañan), ha leído usted -mucha psicología... de novela y aun algo de literatura mística. Ya ve -usted si estoy enterado. Pero, permítame que se lo diga: una mujer, -como no sea una mujer extraordinaria, un monstruo verdadero, no llega -en estas materias adonde llegan los hombres... cuando llegan. Sé que -usted es capaz de comprender _mucho más_ de lo que pudiera inducirse -á juzgar por su carta... en la que imita usted á ciertas damas -alegres de novela y comedia... Es más; adivino que si usted vuelve á -escribirme, convencida de que he conocido el disfraz, se pondrá otro -muy diferente, y acaso le dé por presentárseme hecha una Hipatía -moderna. Pues con todo eso, no es probable que usted pueda comprender -de qué clase es la intimidad espiritual de Fernando y el que suscribe. -Tenga usted cuidado, por consiguiente, con lo que me dice. Lo que usted -y Fernando puedan confesarse, comunicarse en los momentos más sublimes -de esa metafísica amorosa que todo lo perdona, todo lo santifica, etc., -etc., no tiene comparación en profundidad, solemnidad y... bondad, con -lo que en otra clase de expansiones nos decimos ese _perdido_, como -usted le llama, y este _hombre honrado_, que lo es, en efecto, en la -acepción que da usted á la palabra. Honrado... hasta cierto punto. Y -para que no vuelva usted á reirse de mí, en esos momentos en que no -es usted _mística_... á su manera, le voy á contar un cuento. Hay un -escritor en París (amigo y algo así como correligionario de M. M. B. -á quien usted _tanto_ conoce), el cual es propagandista y director en -cierto modo del movimiento neo-idealista, ó neo-religioso, ó neo... -lo que usted quiera, de que tantas veces habrá hablado con usted M. -M. B. Pues el tal escritor en un artículo reciente nos cuenta que -otro amigo suyo (no M. M. B.), que quería convertirse á la nueva -escuela ó tendencia, así como idealista y religiosa, le decía un tanto -alarmado:--Pero, vamos á ver, esto de la nueva idealidad, de la futura -religiosidad ¿significa... que no va uno á poder mirar á las mujeres -bonitas?--El filósofo cuasi-místico le reanimó diciéndole que no se -trataba de votos de castidad, ni de abstinencia que, por modestia -se seguía dejando á los sacerdotes _verdaderos_, á los de carrera. -Pues bien, amiga mía: yo soy de la escuela del amigo de su amigo de -usted. Yo miro á las mujeres bonitas y consagro no pequeña parte de mi -vida á estar enamorado á mi manera. El amor no es pecado ni pequeñez -cuando se le sabe conservar su mayor encanto, que es la ilusión. Así -como Gœthe, en el _Fausto_, segunda parte, que usted leyó en Granada, -en la Alhambra (¿estoy enterado?) hace decir á Manto en la Walpurgis -clásica _Den lieb ich, der Unmögliches begehrt_[1] yo opino que el amor -imposible es lícito... al que, por una razón ó por otra, no debe amar -en una mujer lo posible. - -Yo, por motivos que no son del caso, no puedo amar lícitamente á las -mujeres que encuentro por ahí, si se ha de entender por amar pretender -_poseerlas_. (Palabra bárbara, grosera, aunque no tanto, como aquélla -que abunda en nuestros poetas clásicos: _gozarla_). - -Por esto consagro mi idealidad amorosa, fuerza inexorable, invencible, -que ha de ser respetada si no se ha de mutilar la _representación -poética_, _animadora de la vida_, á las vírgenes pudorosas, -inasequibles, de las que estoy seguro que no serán mías. En cuanto veo -en ellas este _imposible moral_ que dignifica mi _ilusión_, á ésta me -arrojo sin miedo, remordimiento ni medida. No digo, amiga mía, que esto -sea una perfección moral, ni mucho menos, ni me propongo como dechado; -no hago más que declarar cuál es el expediente á que he podido llegar -yo para resolver, interinamente á lo menos, esta dificultad que -engendra la oposición entre ciertas leyes sociales, consuetudinarias, -hoy por hoy indispensables, y algunas tendencias naturales que -constituyen elementos insustituíbles para la vida estética armónica. -Hablo de esto, principalmente, por que usted vea que yo no bajo la -vista en presencia de la mujer, sino que _por principios_ me enamoro, -á mi manera, exclusivamente de las mujeres puras, de las que no son -capaces _moralmente_ de amar, ó mostrarlo al menos, á un hombre que -no puede contraer _justas nupcias_. La mujer imposible es mi único -_tópico_ amoroso. Ya lo sabe usted. De modo que entre nosotros no hay -_flirtation_ posible; y, además, no cabe mirarme como un _seminarista -escapado_: soy tan _hombre de mundo_ como cualquiera... que no -practique. Ni una _tentación_ para los momentos de _mística_ diabólica, -ni una figura ridícula para los momentos de epicurismo reincidente. -Tengo un verdadero placer al escribir todo esto, seguro de que usted -me entiende. Lo cual no quiere decir que usted _lo entiende todo_. No, -ciertos lazos que nos unen á Fernando y á mí, y de que él tal vez está -olvidado por algún tiempo, usted no puede verlos. Su vista espiritual -es sutil, pero no tanto. Y ahora á otra cosa. No quiero ser traidor. -Sé su historia de usted... hasta el punto que usted ha querido que la -supiera Fernando. - -Y un poco más allá, por ciertos cálculos de trigonometría psicológica -que hicimos entre Fernando y yo, y después yo solo, Fernando no le ha -jugado á usted ninguna partida serrana, al contarme sus confidencias. -No puede usted figurarse adónde llega la intimidad de dos amigos -verdaderos; qué secretos se cuentan cuando casi emborrachados -materialmente por las mutuas confesiones de idealidades, aventuras -poéticas, vaporosas, discurren horas y horas, verbigracia, paseando -á media noche, en primavera, recogiendo al paso las emanaciones -perfumadas de los jardines de los ricos (de los ricos que no gozan de -esta riqueza suya, porque ó duermen ó velan por miserables cuidados -lejos de sus propias flores), gozando de esos aromas volanderos que -se burlan del derecho de propiedad y van á halagar los sentidos y el -espíritu de sus verdaderos propietarios, los soñadores que pasean á -media noche contándose purísimos ideales, escudriñando á dúo arcanos -santos de la vida... Y el uno dice: --Voy á llevarte á tu casa.--Y -cuando llegan dice el otro:--No tengo sueño, necesito andar más: voy á -llevarte yo á ti.--Y llegan á la casa del que acompañó primero, el cual -tampoco quiere acostarse todavía. Y así van y vienen, y les sorprende -el canto de la alondra, aunque no haya alondras, pero les sorprende el -alba y el recuerdo de la alondra de Shakespeare y el de Romeo que vela, -y que, ausente Julieta, pero presente el amigo, con él se compara en -deliquio que, si no es comparable al amoroso, tiene una austera poesía -inefable... que no comprenden bien ustedes las mujeres, por exquisitas -que sean en sus _psicologías_, y aunque hayan acompañado á un _poeta -decadente_ en un viaje, cuasi-peregrinación por el país de los místicos. - -Sí, Nila, lo sé todo: sé su historia de usted... hasta donde la sabe -Fernando. ¿Para qué contársela á usted? Fuera impertinencia. Para -hablarle de otras cosas, del retrato que me llevé y del escapulario que -por Petra usted me envió, necesito, si he de ser sincero, conocerla -á usted más, para estar seguro de no profanar, hablando con usted de -ellas, cosas tan serias y respetables como son el retrato de la hermana -de Fernando y el escapulario de su señora madre de usted. Su affmo. -amigo, q. b. s. p., - - _El Filósofo._ - - - IV - -Amigo... filósofo (repito que no sé su nombre de usted; Fernando -le ha engañado): observo con cierta vanidad que es usted mucho más -difuso y desordenado que yo al escribir: empieza usted un asunto... -se pierde en pormenores, y ¡adiós _hilo del discurso_! Además, -también es usted menos... delicado... ¡Qué pocas galanterías me dice -usted!... Hablar así á una _dama_ es enseñar las uñas... antes de -limpiarlas. No importa. Los filósofos me gustan así. Los amantes, no. -Observe usted que yo no hablaba directamente nada apenas de nuestra -_impossible flirtation_, y usted... apenas habla de otra cosa, aunque -sea para negar su posibilidad. Pero vamos á otro asunto. Á lo que _hoy_ -me importa. Digo hoy porque otro día, que esté yo más desocupada, -hablaremos de otra cosa. Dejo para más adelante lo de su amor de usted -_en alemán_, lo de las _ingenuas_, su afición á los pimpollitos (señal -de vejez). (Ahora la grosera soy yo, ¿verdad?) No haga usted caso. Le -comprendo á usted... un _poco_ (hasta donde puede comprender una mujer -_no extraordinaria_) porque..., _auch ich war in Arcadien geboren_: -(_yo también nací en Arcadia_) (Schiller), y yo también sé alemán y -_supe_ querer en _alemán_. Yo también fuí, si no filósofo ni _amigo -íntimo_, mujer pura, virgen _imposible_ (y con todo, hubo quien pudo). -Pero á eso íbamos, antes del paréntesis. Íbamos á mi historia. ¿Conque -la sabe usted? ¿Está usted seguro? Usted sabrá la que Fernando le -contó; pero, ¿es ésa mi historia? Ésta es la cuestión. Lo primero que -_exijo_ es que me la cuente usted... Porque... puede muy bien suceder -que yo no la sepa. Ó porque Fernando no le haya contado á usted la -misma que yo le conté á él... ó porque yo me haya olvidado de la -historia que le conté á Fernando. Veamos. Venga ésa, la que usted sabe, -y después yo desembucharé la historia _auténtica_... si me conviene. -Diga usted lo que sabe, criatura. Su amiga y colega en pedantería, -_Nila_. Hoy no hay postdata: no la merece usted. - - - NOTAS: - -[1] Yo amo al que desea lo imposible.--(N. de C.) - - - - - MEDALLA... DE PERRO CHICO - - -¿Que no conocen ustedes á la de Casa-Pinar? ¡Pues si no se ve por ahí -otra cosa! Ella es la golondrina que sí hace verano. - -En cuanto asoma Agosto, se presenta Agripina Pinillos, hija de la -marquesa viuda, y pontificia, de Casa-Pinar. - -Es una golondrina que no viene de África, á no ser que África empiece -en Pajares. Viene de tierra de Campos ó cosa así: es _high life_... de -_tierra_, y, á todo tirar, de _Toro_. - -Todos los veranos aparece con una protesta que no se le cae de los -labios, á saber: que por milagro de Dios no está en San Sebastián ó en -Ostende ó en Corls... eso, en fin, donde la señora de Cánovas. - -Todavía da la mano como se daba el año ochenta y tantos, es decir, como -quien da una coz con los remos delanteros. Si no fuese por la moda, -ese ídolo que no conocieron los griegos, la de Casa-Pinar sería una -perfecta hermosura. No es la Venus Urania, es la Venus... _snob_. - -Sí; representa el _snobismo_... de cabotaje. - -Porque no sale de nuestras costas. - -Quiere ser más figurín que estatua. Entre Fidias y el _modisto_ mejor -de París, ella no vacilaría: se pondría en manos del _modisto_. - -Cuando se ve desnuda, se desprecia. Y vuelve á ser el pavo real, -satisfecho de sus plumas, cuando se ciñe el ridículo traje de baño y se -pone el sombrero que la convierte en un patache á toda vela, ó el gorro -ignominioso que la hace parecerse á un frasco de esencias. ¿Queréis que -os salude la de Casa-Pinar, ya que tenéis el honor de tratarla y ser -acreedor de su señora madre, por ejemplo? - -Pues en vano aspirais á tal privilegio... si llevais chaleco al -balneario. - -Es necesario, para que Agripina os honre con algo más que una -imperceptible inclinación de cabeza, que os presentéis con zapatos -blancos, de tela y con semicírculos de charol, con faja chillona y -camisa churrigueresca terminada por cuello blanco de los que dan -garrote al dar vuelta. - -Agripina Pinillos viene á la playa á curar no sé qué humores, que -más parecen humos; pero la vida que hace no es para llegar á vieja. -Como el otro dijo: _mi cura de aguas_, ella puede decir... _mi cura -de vientos_. Y no es por lo que la dé el aire, sino porque todo lo -sacrifica á los huracanes de la vanidad. - -Se levanta á las doce, porque trasnocha, y se va muy peripuesta á _Las -Carolinas_ en el momento preciso en que no se puede dar un paso por los -corredores. - -Se da algunos días, cuando hay muchos espectadores sin chaleco, un baño -de arena y de malicia. Usa bañero, que como no trae chaleco, no se -hace acreedor á su desprecio. - -Al obscurecer la veréis en las Termópilas de la calle Corrida, dando -“los codazos que daba Mesalina” en las estrecheces de la acera, delante -de _Colón_. - -De noche, ya se sabe, en las Catacumbas de Dindurra, esto es, en el -Teatro Cómico, que no se da un aire al de Lara porque allí no hay aire -ni para eso. Total, que la de Pinillos no respira en todo el día. Vive -del aire que lleva en la cabeza. - -¿Ama? Sí, ama, según su género (algodón) á un joven, también triguero, -que tiene un traje para cada hora del día. ¿Qué digo cada hora? La -indumentaria de este sietemesino puede reemplazar á un reloj de sol, -porque va cambiando según el astro rey sube y baja por el espacio. -Fijaos bien y veréis que el sombrero de Juanito Pinabete y Conífera no -es absolutamente el mismo á las once que á las once y cuarto. - -Pero ¡ay! Pinabete _está llamado á desaparecer_ del corazón de trapo -de Agripina. Porque acaba de llegar un teniente armado de todas armas, -el cual tiene tantos trajes como Juanito, más el uniforme que á última -hora se viste para deslumbrar á Agripina con todos aquellos cordones, -bordaduras y cimeras... - -Y Pinabete no tiene uniforme; lo cual le hace suspirar exclamando: - -¡Si yo fuera... siquiera bombero! - -Para terminar: - -Dicho sea en honor, ó en deshonor, según se mire, de Agripina la de -Casa-Pinar. - -Ya que en esta mujer no hay nada espiritualmente humano, confesemos que -algo humano hay, según la materia. - -Porque _Xuaco_, el buen mozo que la baña, tiene mucho apego á esta -parroquiana, y eso que sabe que las de Casa-Pinar no dan propina. - - * * * * * - -Paca Blanco también es de Castilla, del mismo pueblo que la de -Pinillos. Se baña allá, hacia las últimas casetas de la _Sultana_. Al -llegar á la orilla del agua parece una figura dantesca, con su saco -largo, obscuro, de graves y preciosos pliegues. Es alta, esbelta, de -alabastro; no se baña con sombrero, ni gorro, ni papalina; el sol le -bruñe el rodete negro, de picaporte, el radiante casco de Minerva -aldeana. Sus ojos, moras maduras, se ven más de lejos; y de cerca, las -pocas veces que miran despacio y con susto, son todo un hartazgo de -delicias, unas bodas de Camacho de golosinas del alma. La Paca es hija -de un cosechero rico que vive, no á lo pobre, pero sí á lo modesto. La -Paca no es señorita, ni gana. Su hermosura soberana es anterior á la -división de clases. - -Se baña al salir el sol. Nada de bañero. No sube á los balnearios, no -va al teatro. Mucha playa, paseos por Santa Catalina, y cuando hay -mucha ola ó salen barcos grandes, un ratico de contemplación, apoyada -en el muro alto del muelle. Se llena Paca los ojos, serios y soñadores, -de la poesía del horizonte, como si esperase algo que de allá lejos le -ha de traer una ventura. - -Casi nunca ríe; pero si una ola salta por encima del muro y la refresca -el rostro con agujitas saladas, que son como una caricia, se enjuga las -mejillas de rosa, un poco sonriente. - -De noche, con su padre, á tomar el fresco, á oir la música de Begoña, -de lejos, desde lo oscuro. - -No tiene novio; no tiene amores. Pero tiene algo mejor: los espera. - -Cualquiera diría que se aburre en los baños. Y no hay tal: cuando está -allá en su Castilla, contemplando la llanura de tierra, se acuerda -con amor triste de la llanura del agua; de lo que sintió y sonó en su -orilla. Verdad es que ahora, á orillas del Océano, recuerda con vaga -_saudade_ sus queridos llanos de Castilla. - - * * * * * - - - - - DIÁLOGO EDIFICANTE - - - PERSONAJES: - - La Capilla evangélica.--La Catedral de Covadonga. - Coro de Catedrales. - - - LA CAPILLA - - Cerrada. - -¿Por qué no me abren? Por fanatismo. - - - LA CATEDRAL - - Asomando algunas columnas á flor de tierra. - -¿Por qué no me sacan de cimientos? ¿Por qué no me construyen de una -vez? ¿Por qué no me cubren, á lo menos, para librarme de la intemperie? -Por avaricia, por indiferentismo. - - - LA CAPILLA - -Como el pino del Norte suspiraba por la palmera del Mediodía, podemos -amarnos y entendernos, ¡oh catedral católica!, tú desde tu vericueto de -Covadonga, yo desde este desierto madrileño... - - - LA CATEDRAL - -No diré yo tanto. Nada de coaliciones imposibles. Quéjate tú por -tu cuenta, y yo me lamentaré por la mía. No somos hermanas. _Non -possumus._ Somos un contraste. - - - LA CAPILLA - -Como quieras. Pero de nuestra antítesis sale una armonía elocuente. Á -mí no me dejan _abrirme_ y ya estoy construída. Á ti te abrirán sin -inconveniente, pero no te construyen. Si no fuera absurdo se podría -decir que quien sale perdiendo es Dios, que tiene dos templos menos. - - - LA CATEDRAL - -En otros siglos, valga la verdad, no te dejarían abrirte tampoco, y -hasta se atreverían á derribarte; pero, en cambio, á mí me construirían -en poco tiempo, con entusiasmo, á la voz de la fe viva y ardiente. - - - LA CAPILLA - -Hoy existe bastante fanatismo para inutilizarme á mí y poca fe para -levantar tus paredes, tus torres. De la religión se han quedado con lo -peor, con la intransigencia. - - - LA CATEDRAL - -Sí; no cabe negar que falta fe y hay fanatismo. Pero todavía hay -fanáticos peores que los nuestros. Los fanáticos descreídos. El -fanático con dogma tiene esa disculpa, el dogma; pero ¿qué le queda al -impío que ni siquiera es tolerante? - - - LA CAPILLA - -¿Hay de ésos en tu patria? - - - LA CATEDRAL - -Muchos. Son inquisidores herejes, familiares de la apostasía, ó lo que -es peor que todo: sectarios intransigentes de la negación, _celotas_ de -la impiedad superficial, sicarios del ateísmo. ¡Hay español nieto de -cien cristianos que ha dado su religión por cuatro frases hechas... con -cuatrocientos galicismos! - - - LA CAPILLA - -Tal vez constituyen la mayoría entre unos y otros. Los fanáticos á la -antigua no quieren más culto que su culto; como si su dios fuera el -sol, no el Espíritu Eterno, toleran en la sombra otros ritos, otras -ceremonias religiosas, pero no á la luz del día. ¡Adoran á Febo y temen -que se profane su culto! - - - LA CATEDRAL - -Los fanáticos _modernos_ no conciben que se construya una catedral en -Covadonga á expensas de toda la nación, como obra patriótica, como -grandioso monumento que conmemora la primera hazaña de la reconquista, -el primer milagro del valor español en su lucha de tantos siglos -contra los sectarios de Mahoma. “¿Por qué una catedral?--gritan--¿Y la -libertad de cultos? ¿Y el racionalismo? Los que no oímos misa ¿por qué -hemos de construir una catedral?” - -¡Porque lo quiere la historia! ¿Por qué no habéis de construir en -Covadonga una mezquita, ni una pagoda, ni un frío monumento anodino, -_abstracto_ como el del Dos de Mayo, lo cual equivaldría á olvidar la -mitad, por lo menos, de lo que Covadonga representa? ¿Que no queréis -hacer de Covadonga un Lourdes? Perfectamente; pero si no queréis que -otros, aunque sea poco á poco, hagan eso, apresuraos á hacer otra cosa, -una obra nacional, un gran recuerdo histórico; y como la Historia es -como es y no como el capricho de cada cual, Covadonga, quiéralo ó no -el racionalista _negativo_, tiene que representar dos grandes cosas: -un gran patriotismo, el español, y una gran fe, la fe católica de -los españoles, que por su fe y su patria lucharon en Covadonga. Una -catedral es el mejor monumento en estos riscos, altares de la patria. - - - LA CAPILLA - -Hablas como un libro. Y esos fanáticos _nuevos_ son tan irracionales -como los viejos, que me niegan el derecho á la vida porque, llamándome -yo cristiana, y sin que nadie me niegue tal nombre, ostento en mi -fachada una cruz y un letrero que dice: “Cristo, redentor eterno”. ¿Qué -hay de malo en esto? - - - LA CATEDRAL - -Creerán que lo dices con segunda. - - - LA CAPILLA - -El signo de la cruz ¿no es siempre santo? ¿Ó es que quieren parecerse -esos fanáticos ortodoxos al impío Strauss, que en sus _Confesiones_ -llega á declarar que la cruz le repugna? - - - LA CATEDRAL - -Con la Constitución del Estado en la mano te demuestran que no tienes -derecho á la cruz de la fachada... - - - LA CAPILLA - -Así argumentaban los saduceos cuando querían probar á Roma que Jesús -barrenaba la constitución judaica... - - - LA CATEDRAL - -En cambio, si los fanáticos _nuevos_ triunfan, ya harán otra -Constitución para declarar que en España tanto como yo representa -cualquier zaquizamí en que á un extravagante soñador se le antoje -exhibir un culto de su invención... y acaso de su industria. Unas -constituciones niegan la historia y otras niegan la filosofía... Pero -al fin á ti sólo te perjudican tus contrarios, los que ven en ti el -símbolo de la abominación. Pero á mí me dejan abandonada todos, los -que debieran ser mis amigos por patriotas y los que debieran serlo por -patriotas y por creyentes de mi Iglesia. Hace muchos años, un santo -obispo, varón elocuente y virtuoso, lleno de humildad y de fe, vino de -Levante, de país muy diferente de estas mis brumosas montañas, y él, -hijo del sol, de la clara y diáfana atmósfera mediterránea, se enamoró -de estos lugares húmedos y oscuros por el encanto singular de estas -montañas, sagradas para el cristiano y para el patriota. La idea del -santo obispo fué construir aquí una catedral sobre estos vericuetos -dantescos, y en los primeros trabajos necesarios empleó su patrimonio. -La fe y el patriotismo de los demás debía ayudarle, convertir en -realidad su noble idea... Pero España no comprendió la grandeza del -propósito. Se convirtió en cuestión de interés provincial puramente -lo que debiera ser empresa nacional, porque Covadonga no es sólo de -Asturias, es de España. - - - LA CAPILLA - -Y esta aristocracia ilustre, cuyas principales damas tan ruda guerra -me han declarado á mí, ¿no ha dado su dinero, no ha facilitado su -influencia para levantar tus muros y hacer de tus naves un santuario -digno de la gran idea religiosa y española que representas? - - - LA CATEDRAL - -Esas damas ilustres, cuyos títulos reunidos parecen un índice de la -historia de España, no se han acordado de mí... ni del origen de su -grandeza. Cuanto más ilustres esos grandes apellidos y esos grandes -títulos, más se acercan á mí. No hay nobleza castellana más pura, más -grande que la que tenga su origen cerca de estas fuentes, de estas -aguas que se despeñan por ese torrente abajo... - - - LA CAPILLA - -Conque todas esas señoras que han ido á suplicar á Sagasta que no se -me abra... - - - LA CATEDRAL - -Ignoran todas que un modesto sacerdote anda por Asturias de puerta en -puerta mendigando una limosna para ir construyéndome poco á poco y -con el menor gasto posible, sin la magnificencia arquitectónica que -merezco... Debiera ser yo la obra espontánea, simultánea y unánime de -todas las fortunas de España, y no soy más que una humilde prueba de la -caridad y del _provincialismo_ de unos pocos asturianos... ¿Qué más? Se -acaba de celebrar el centenario de Cristóbal Colón y su descubrimiento, -y todos han pensado en Granada, nadie se acordó de Covadonga. Yo no -discuto si esas ilustres señoras y esos insignes obispos que piden al -Estado que no consienta tu apertura hacen bien ó hacen mal. Lo que digo -es que mucho más urgente que impedir á los demás abrir sus templos es -construir los propios. - - - CORO DE CATEDRALES - -¿Qué importa una capilla protestante en esta tierra en que somos -nosotras legión? ¡Somos un bosque de torres cristianas! ¡Pero muchas -amenazamos ruina! ¡Que se salve la Giralda! ¡Que resplandezca la -linterna mágica de León, aquella inspiración sublime de piedra! -¡Levantad en Covadonga, no una pobre basílica amanerada y raquítica por -su miseria, sino un reflejo glorioso de nuestra grandeza! ¡La fe de -León, de Burgos, de Sevilla, de Granada, se salvó en Covadonga! - - - LA CAPILLA EVANGÉLICA - -¡Oh, coro sublime! ¡Oh, sublime religión de Jesús!... ¡Tú sola pudiste -inspirar estos ideales himnos de piedra!... - - Bajando la voz, porque á Segura llevan preso. - -_¡Christus redemptor æternus!_ - - - - - UN CANDIDATO - - -Tiene la cara de pordiosero; mendiga con la mirada. Sus ojos, de color -de avellana, inquietos, medrosos, siguen los movimientos de aquél -de quien esperan algo, como los ojos del mono sabio á quien arrojan -golosinas, y que devorando unas, espera y codicia otras. No repugna -aquel rostro, aunque revela miseria moral, escaso aliño, ninguna -pulcritud, porque expresa todo esto, y más, de un modo clásico, con -rasgos y dibujo del más puro realismo artístico: es nuestro Zalamero, -que así se llama, un pobre de Velázquez. Parece un modelo hecho á -propósito por la Naturaleza para representar el mendigo de oficio, -curtido por el sol de los holgazanes en los pórticos de las iglesias, -en las lindes de los caminos. Su miseria es campesina; no habla de -hambre ni de falta de luz y de aire, sino de mal alimento y de grandes -intemperies; no está pálido, sino aterrado, no enseña perfiles de -huesos, sino pliegues de carne blanda, fofa. Así como sus ojos se -mueven implorando limosna y acechando la presa, su boca rumia sin -cesar, con un movimiento de los labios que parece disimular la ausencia -de los dientes. Y con todo, sí, tiene dientes, negros, pero fuertes. -Los esconde como quien oculta sus armas. Es un carnívoro vergonzante. -Cuando se queda solo ó está entre gente de quien nada puede esperar, -aquella impaciencia de sus gestos se trueca en una expresión de -melancolía humilde sin dignidad picaresca, sin dejar de ser triste; no -hay en aquella expresión honradez, pero sí algo que merece perdón, no -por lo bajo y villano, sino por lo doloroso. Se acuerda cualquiera, -al contemplarle en tales momentos, de Gil Blas, de don Pablos, de -Maese Pedro, de Patricio Rigüelta; pero como este último, todos esos -personajes con un tinte aldeano que hace de esta mezcla algo digno de -la égloga picaresca, si hubiese tal género. - -Zalamero ha sido diputado en una porción de legislaturas; conoce á -Madrid al dedillo, por dentro y por fuera; entra en toda clase de -círculos por altos que sean; se hace la ropa con un sastre de nota, y -con todo, anda por las calles como por una calleja de su aldea remota y -pobre. - -Los pantalones de Zalamero tienen rodilleras la misma tarde del día -que los estrena. Por un instinto del gusto, de que no se da cuenta, -viste siempre de pardo, y en invierno el paño de sus trajes siempre es -peludo. Los bolsillos de su americana, en los que mete las manazas muy -á menudo, parecen alforjas. - -No se sabe por qué, Zalamero siempre trae migajas en aquellos bolsillos -hondos y sucios, y lo peor es que, distraído, las coge entre los dedos -manchados de tabaco y se las lleva á la boca. - -Con tales maneras y figura, se roza con los personajes más -empingorotados, y todos le hacen mucho caso. “Es pájaro de cuenta”, -dicen todos. - -“Zalamero, mozo listo,” repiten los ministros de más correa. -Fascina solicitando. El menos observador ve en él algo simbólico; -es una personificación del genio de la raza en lo que tiene de más -miserable, en la holgazanería servil, pedigüeña y cazurra. “Yo soy un -frailuco--dice el mismo Zalamero--; un fraile á la moderna. Soy de -la orden de los mendicantes parlamentarios.” Siempre con el saco al -hombro, va de ministerio en ministerio pidiendo pedazos de pan para -cambiarlos en su aldea por influencias, por votos. Ha repartido más -empleos de doce mil reales abajo, que toda una familia de ésas que -tienen el padre jefe de partido ó de fracción de partido. Para él no -hay pan duro; está á las resultas de todo; en cualquier combinación -se contenta con la peor; lo peor, pero con sueldo. Sus empleados van -á Canarias, á Filipinas; casi siempre se los pasan por agua; pero -vuelven, y suelen volver con el riñón cubierto y agradecidos. - ---¿Qué carrera ha seguido usted, señor Zalamero?--le preguntan las -damas. - -Y él contesta sonriendo: - ---Señora, yo siempre he sido un simple hombre público. - ---¡Ah! ¿Nació usted diputado? - ---Diputado, no, señora; pero candidato creo que sí. - ---¿Y ha pronunciado usted muchos discursos en el Congreso? - ---No, señora: porque no me gusta hablar de política. - -En efecto; Zalamero, que sigue con agrado é interés cualquier -conversación, en cuanto se trata de política bosteza, se queda triste, -con la cara de miseria melancólica que le caracteriza, y enmudece -mientras mira receloso al preopinante. - -No cree que ningún hombre de talento tenga lo que se llama ideas -políticas, y hablarle á Zalamero de monarquía ó república, democracia, -derechos individuales, etc., etc., es darle pruebas de ser tonto ó de -tratarle con poca confianza. Las ideas políticas, los credos, como él -dice, se han inventado para los imbéciles y para que los periódicos -y los diputados tengan algo que decir. No es que él haga alarde de -escepticismo político. No; eso no le tendría cuenta. Pertenece á un -partido como cada cual; pero una cosa es seguirle el humor al pueblo -soberano, representar un papel en la comedia en que todos admiten el -suyo, por no desafinar, y otra cosa es que entre personas distinguidas, -de buena sociedad, se hable de las ideas en que no cree nadie. - -Zalamero, en el seno de la confianza, declara que él ha llegado á ser -hombre público... por pereza, por pura inercia. “Dejándome, dejándome -ir, dice, me he visto hecho diputado. Nunca me gustó trabajar; siempre -tuve que buscar la compañía de los vagos, de los que están en la plaza -pública, en el café, azotando calles á las horas en que los hombres -ocupados no parecen por ninguna parte. ¿Qué había de hacer? Me aficioné -á la cosa pública: me vi metido en los negocios de los holgazanes, -de los desocupados, en elecciones. Fuí elector y cazador de votos, -como quien es jugador. Cuando supe bastante me voté á mí propio. El -progreso de mi ciencia consistió en ir buscando la influencia cada vez -más arriba. He llegado á esta síntesis: todo se hace con dinero, pero -arriba. Cuanto más arriba y cuanto más dinero, mejor. El que no es -rico, no por eso deja de manejar dinero; hay para esto la tercería de -los grandes contratos vergonzantes. El dinero de los demás, en idas y -venidas que ideaba yo, me ha servido como si fuera mío.” - -Mientras muchos personajes andan echando los bofes para asegurar -un distrito, y hoy salen por aquí, mañana por los cerros de Úbeda, -Zalamero tiene su elección asegurada para siempre en el tranquilo -huerto electoral que cultiva abonando sus tierras con todo el estiércol -que encuentra por los caminos, en los basureros, donde hay abono de -cualquier clase. - -Aunque trata á duquesas, grandes hombres, ilustres próceres, -millonarios insignes, cortesanos y diplomáticos, en el fondo Zalamero -los desprecia á todos, y sólo está contento y sólo habla con sinceridad -cuando va á recorrer el distrito, y en una taberna, ó bajo los árboles -de una pumarada, ante el paisaje que vieron sus ojos desde la niñez, -apura el jarro de sidra ó el vaso de vino, bosteza sin disimulo, -estira los brazos, y á la luz de la luna, con la poética sugestión de -los rayos de plata que incitan á las confidencias, exclama con su voz -tierna y ronca de pordiosero clásico, dirigiéndose á uno de sus íntimos -aldeanos, agentes, electores, sus criaturas. - ---...Y después, si Dios quiere, como otros han llegado, puedo llegar á -ministro... y como no soy ambicioso, juro á Dios que con los treinta -mil reales de la cesantía me contento; sí, los treinta mil... aquí, -en esta tierra de mis padres, en la aldea, bajo estos árboles, con -vosotros... - -Y Zalamero se enternece de veras y suspira porque ha hablado con el -corazón. En el fondo es como el aguador que junta ochavos y sueña con -la terriña. Zalamero, el palaciego del sistema parlamentario, el pobre -de la Corte de los Milagros... del salón de conferencias: el mendicante -representativo, no sueña con grandezas, no quiere meter al país en un -puño, imponer un credo. - -¡Qué credos! - -Ser ministro ocho días, quedarse con treinta mil... y á la aldea. Es -todo lo Cincinnato que puede ser un Zalamero. No quiere ser gravoso á -la patria. “Si me hubiesen dado una carrera, hoy sería algo. Pero un -hombre como yo ¿á qué ha de aspirar sino á ser ministro cesante cuando -la vejez ya no le consienta trabajar... el distrito?” - - - - - LA CONTRIBUCIÓN - TRAGICOMEDIA EN CUATRO ESCENAS - - - ESCENA PRIMERA - - - Estación de Pinares. Al amanecer. El campo cubierto de escarcha. Mucho - frío. El tren parado delante del andén. Algunos viajeros de tercera - corren á la cantina, donde se sirve café malo, pero caliente. Muchos - se soplan las manos, otros dan patadas fuertes contra el suelo, otros - se pasean, mientras se les prepara el café. Los empleados, pocos y mal - vestidos, de la estación, muestran actividad extraordinaria. Es que - en un coche de lujo, en un _break_, viajan altos funcionarios de la - Compañía y un ministro, el de Hacienda. - - UN VIAJERO DE 3.ª - - Enfermo, de color de aceituna, muy débil, vestido con un traje claro - muy ligero; se acerca, andando y hablando con dificultad, al jefe de - la estación, que pasa con mucha prisa. - -¿Me hace el favor? - - - EL JEFE - -¿Qué hay? - - - VIAJERO DE 3.ª - -¿Cuántos minutos para aquí? - - - EL JEFE - -¿No lo ha oído usted? Cinco. - - - VIAJERO DE 3.ª - -Pero como decían... que hoy... que se habían bajado unos señores que -tienen que hacer ahí fuera... y se les esperaría... Pensaba yo... - - - EL JEFE - -Eso no es cuenta de usted ni mía. - - El jefe desaparece sin oir las excusas del viajero de 3.ª, que teme - haber ofendido á aquel personaje. - - - VIAJERO DE 3.ª - - Á otro empleado de la estación. - -¿Se puede saber cuánto pararemos aquí? - - - EL EMPLEADO - -¡Uf! Lo menos un cuarto de hora. ¿No ha visto usted que se han apeado -esos señores para ver las obras del puente? Lo menos un cuarto de hora. - - - VIAJERO DE 3.ª - - Con expresión de alegría y agradecimiento. - -Muchas gracias, muchas gracias... Pero ¿está usted seguro que un cuarto -de hora lo menos? - - - EL EMPLEADO - - Con el humor del jefe: - -Hombre, ¿quiere usted una hipoteca? - - Se va. - - - VIAJERO DE 3.ª - -No, señor, gracias... Usted dispense... Basta la palabra... ¡Quince -minutos! ¡Oh, sí, me decido! ¡Dios mío, dame fuerzas! - - Con gran trabajo, respirando con dificultad, se dirige - hacia... _lo que no puede decirse_. Lee: - -_Señoras_... ¡Aquí no! - - Da otros cuantos pasos con gran dificultad. Lee: - -_Caballeros._ - - Vacila; muestra gran desaliento. - -No hay más... Sí, aquí debe de ser. - - Desaparece. Pasan tres minutos. Suena una campana. - - - UNA VOZ - -Señores viajeros, ¡al tren! - - Los pasajeros del _break_ ya han ocupado su coche. - Al parecer, tienen prisa. Uno de ellos se dirige - al jefe de estación, que se cuadra. - - - EL PERSONAJE - -Sí, sí; ahora mismo. Pite usted. El ministro se siente mal y hay que -llegar cuanto antes á la ciudad... - - El empleado de marras habla en voz baja al jefe y señala al lugar - por donde ha desaparecido el viajero de 3.ª. El jefe hace un gesto - de contrariedad y se encoge de hombres. El personaje se retira de - la ventanilla. El jefe espera unos segundos. El empleado y algunos - viajeros, que se dirigían corriendo al tren, hacen señas, como de - quien mete prisa á alguien, en la dirección por donde ha - desaparecido el viajero de 3.ª. - - - EL EMPLEADO - -¡Vamos, hombre, á escape!... Que se queda usted en tierra... - - - UN VIAJERO - -¡Que se va el tren! - - Suena el pito. - -¡Que se va!... ¡Ese pobre hombre!... ¡Que no puede!... ¡Que se cae!... -Allá ustedes. - - Monta corriendo en su coche. - - - EL EMPLEADO - -Pero ¿qué le pasa? - - El tren empieza á moverse. - - - VIAJERO DE 3.ª - - Aparece, arrastrándose casi, con una mano apoyada en el suelo - y otra sujetando la ropa. Lívido, aterrado, habla con voz - debilísima; quiere llegar al tren que marcha. - -¡Socorro! ¡favor!... ¡Ayudarme, ayudarme! ¡No puedo, no puedo!... - - Toca con una mano el estribo, - un mozo de la estación y el empleado de - antes se precipitan hacia él para contenerle. - - - EL EMPLEADO - -¡Imprudente!... ¡Desgraciado!... ¡Que le arrastra, que le deshace el -tren!... - - - VIAJERO DE 3.ª - -¡Por Dios!... ¡Arriba!... Quiero morir allá... en Cardaña... junto á mi -padre... ¡Falta tan poco!... ¡Ayuda, arriba!... - - - MUCHAS VOCES - -¡Imposible!... - - Quieren ayudarle los de dentro y los de fuera. Se abre - una portezuela, se tienden varias manos. Todo inútil. El tren - sigue, el viajero de 3.ª cae sin sentido en brazos del mozo - de la estación. Todas las ventanillas, las del break - inclusive, llenas de cabezas. Curiosidad inútil. - El tren desaparece. - - - VOCES EN EL TREN - -¿Quién es? ¿Quién será? - - - OTRAS VOCES - -Dicen que es un soldado de Cuba que viene por enfermo... - - - ESCENA SEGUNDA - - Cardaña. La estación. Mucho frío. Muy poca gente en el - andén. Un viejecillo ochentón, apoyado en muletas, rendido - de fatiga, se arrima á una columna de hierro y mira con - ansiedad hacia la parte de Pinares, por donde va á llegar - el tren. Llega el tren. Nadie se apea. ¡Un minuto de parada! - grita una voz. Suena inmediatamente una campana, luego un - silbido y el tren emprende la marcha. - - - EL VIEJO - -¡Dios mío! ¿Qué es esto? Nadie, nada... ¿Se habrá dormido? No, -imposible. Es que no viene. ¿Dónde se ha quedado? Si debía llegar -ahora, sin falta... ¡Enfermo, enfermo por el camino!... ¡Mi Nicolás, -Nicolás!... Nada; no viene... y ya se aleja el tren... ¡No viene... no -viene!... ¡Dios mío!... - - - EL JEFE DE LA ESTACIÓN - -¿Qué es eso, señor Paco? ¿Qué le sucede? ¿Le han arrojado ya de su casa -esos caballeros _mandones_? - - - EL VIEJO - -No... si ahora no es eso... No es la casa... Es mi hijo... Nicolás, que -vuelve de Cuba muy enfermo, deshaciéndose... y debía llegar en este -tren... ¡y nada! - - - EL JEFE - -Calma, hombre; vendrá mañana. - - - EL VIEJO - -No, no; ¡me da el corazón una desgracia!... ¡Hoy, hoy, era hoy!... Algo -le pasó en el camino. - - - EL JEFE - -Vaya, que es usted el rigor de las desdichas. Pero ¿qué hay de eso? -¿Es verdad que le han vendido á usted la huerta y la chozuca por mal -pagador, por rebelarse contra el comisionado?... ¡Ja, ja! Usted, señor -Paco, siempre tan... faccioso. ¿Pero no sabe que el que no paga la -contribución... la paga de todas maneras? - - - EL VIEJO - -Yo no podía pagar. ¡Les abandoné mi pobreza! Pero de mi rincón no me -han echado todavía... ¡Ni me echarán! Quiero mi cama en mi choza para -mi hijo, que viene enfermo de Cuba... - - - EL JEFE - -¡Pero si le han vendido la choza, si ya no tiene allí nada suyo más que -la cama!... Usted lo dice, usted se lo abandonó todo. - - - EL VIEJO - - Irritándose. - -Sí; lo abandoné porque no podía pagar trimestres y más trimestres... -Me pedían un dineral... Una injusticia... Mientras pude trabajar, -pagué á regañadientes, pero pagué; ahora, solo, baldado, inútil, sin -trabajo... apenas como... y he de pagar... ¿Con qué? ¡Rayos! ¡Mi casa, -la huerta!... Se la llevaron, bueno; ya es de otro... ¡Rayos! Pero si -Nicolás llega enfermo, ¿dónde le meto? ¡Vive Dios! ¡En mi choza, en su -casa! - - - EL JEFE - -Juicio, juicio, señor Paco. Con los mandones no se juega. No haga usted -un disparate. Y salga, que esto se queda solo y yo me voy arriba. - - - EL VIEJO - - Saliendo de la estación hacia el pueblo. - -¡Dios mío! Pero ¿dónde está mi hijo? ¡Enfermo!... ¡Abandonado en el -camino!... ¡Muerto, acaso muerto! - - - ESCENA TERCERA - - La tarde del mismo día. Calle de aldea, solitaria, delante - de la casucha del señor Paco. El alcalde y dos hombres - mal encarados, vestidos á lo ciudadano, pero con mala ropa, - se acercan al señor Paco, sentado á la puerta de su casa. - - - EL ALCALDE - -¡Ea, señor Paco, esto se acabó! La paciencia y todo, se acaba. - - - EL SEÑOR PACO - -¿Qué quiere usted decir, señor alcalde? - - - EL ALCALDE - -Que estos señores vienen á tomar posesión de lo que es suyo. Que -esta casa ya no es de usted. Que usted ha dejado que la Hacienda se -incautase de sus bienes y sin mezclarse usted en nada, despreciando la -ley, como si ésta no tuviera que cumplirse, ha visto sin moverse que, -paso tras paso, como pide la justicia, se fueran llenando todos los -requisitos para dejarle á usted en la calle... Y ahora que eso ya es -de otro, de este caballero que acompaña al señor comisionado, á quien -usted conoce... - - - EL SEÑOR PACO - -Sí; demasiado. - - - EL ALCALDE - -Ahora que usted no tiene ahí dentro más que unos pocos muebles, ni -quiere sacarlos, ni se va con la música á otra parte... y eso no está -en el orden. Haber pagado á su tiempo. - - - EL SEÑOR PACO - -No tenía con qué. - - - EL ALCALDE - -Eso no es cuenta mía. Ni esto tampoco... Entendámonos: estos señores -recurren á mí, porque, por la presente, y á falta de mejor... postor... -eso es, soy la fuerza pública, vamos al decir. Está usted ejecutado; la -ley ya no tiene más que hacer... á no ser que quiera que materialmente -se le eche á patadas... - - - EL SEÑOR PACO - -¡Atrévase usted, señor alcalde!... - - - EL ALCALDE - -No, yo no. Es usted un pobre viejo. Pero vendrá la guardia civil, ya -que es usted tan testarudo. Este caballero ya ha estado aquí tres -veces. Tiene razón al quejarse de que no se le haya hecho salir de -aquí á usted á su debido tiempo. Por lástima han hecho todos la vista -gorda hasta llegar el último momento... Pero ésta es la de vámonos. -Tanto derecho tiene usted á estar en esta casa como en la mía. Yo, por -motivos de orden público, digámoslo así, vengo á darle el último aviso -por las buenas. Este señor ya está cansado de aguantarle... Conque, ó -deja usted libre la puerta... ó vienen los guardias ¡y hay violencia! - - - EL SEÑOR PACO - -¡Que venga un ejército! Que me maten... de aquí no me muevo. Espero -á mi hijo... á Nicolás... que viene muy enfermo... ¡Dios mío! ¡Si -llega! ¿En dónde le acuesto? Viene de Cuba... deshaciéndose... Mi cama -es suya... ahí, en ese rincón donde nació... donde moriremos los dos -abrazados... en nuestra casa, donde murió su madre... en mi choza... -mía, pese á todas las contribuciones del mundo. No pago, porque no -puedo... ¡pero mi casa es mía! - - - EL COMISIONADO - -Señor Paco, esta casa es de este caballero, que la ha adquirido del -Estado en la forma que señala la ley y con todos los requisitos del -caso; hace mucho tiempo que está usted aquí de sobra. Bastante se -ha levantado el brazo. Si usted no hubiese sido terco... si hubiera -pagado... - - - EL SEÑOR PACO - - Sombrío, como transtornado. - -Esta casa es para mi hijo... Ahí, en esa cama moriremos los dos... -abrazados... ¡Si viene! ¡Si no ha muerto por el camino! - - - EL DUEÑO NUEVO - -Nada, nada; yo no sirvo para ver estas cosas. Que se cumpla la ley en -todos sus extremos. Yo me voy y volveré cuando la fuerza me haya dejado -mi propiedad libre de estorbos... Con Dios, señores. - - - EL ALCALDE - -Espere usted. Ea, tío Paco, ya se me sube á mí el humo á las narices. -Aquí ya no hay civiles que valgan: yo soy alcalde... y me basto y me -sobro... Deje usted libre el paso... ó me lo llevo á la cárcel... - - - EL SEÑOR PACO - - Blandiendo una muleta. - -Moriré aquí dando palos al que se acerque... En muriendo los dos... ahí -dentro, en esa cama, cargad con todo. Llevadnos de limosna al campo -santo... y todo es vuestro. Pero me da el corazón, miserables, que si -os abandono la choza antes que él venga... no vendrá; _se habrá muerto_ -en el camino, en el barco, entre las ruedas del tren, ¡qué sé yo! Si le -aguarda su cama en su choza... en el rincón donde nació... vendrá, sí, -vendrá... ¡Se lo pido á Dios de rodillas! - - Se arrodilla temblando y apoyando las manos en el suelo. - Silencio solemne. Aquellos cafres callan con respeto, - relativo, á la desgracia y á la oración del anciano. - - - ESCENA CUARTA Y ÚLTIMA - - Se oye el ruido estridente de las ruedas de una - carreta del país. Aparece por la calleja que desemboca - frente á la choza del señor Paco una carreta de bueyes - guiada por un aldeano y escoltada por dos civiles. - Dentro de la carreta un bulto largo cubierto con un - lienzo gris. - - - UN GUARDIA CIVIL - -Aquí es, señores, ¿no vive aquí el señor Paco Muñiz de la Muñiza? - - - EL ALCALDE - -Ahí le tienen... Á buen tiempo llegan, señores guardias... Yo soy el -alcalde del pueblo, y este hombre... - - - EL GUARDIA - -Espere un poco, señor alcalde. El caso es... - - - EL SEÑOR PACO - - Como iluminado por una revelación al ver la carreta, - se dirige hacia ella, sin apoyarse en las muletas, que - arroja; levanta el lienzo gris, descubre un cadáver - y se abraza, entre alaridos, al muerto. - -¡Nicolás! ¡Mi hijo! ¡Mi Colasín! - - - EL ALDEANO - - Al alcalde. - -Se nos ha muerto en el camino. Es un soldado de Cuba que venía por -enfermo. Se bajó en Pinares... no pudo montar en el tren... y se -moría. Suplicó que por caridad se le trajera á Cardaña... á morir en su -casa, junto á su padre... - - - EL SEÑOR PACO - - Incorporándose airado, como loco. - -¡Miserables, dejadme lo mío! ¡Ya pago, ya pago! ¿No me robáis porque -no pagaba?... ¿Y ese hijo? ¿Y esa vida? ¡Alcalde, ahí tienes la -contribución! ¡Entiérramela! - - Con las manos crispadas señala al muerto. - - TELÓN MUY LENTO - - - - - EL RANA - - -Tenía cincuenta años que parecían setenta; una levita que no lo -parecía, del color de la vía pública, el gris que se coge en el arroyo -como una pátina; barba rala, corrida, del color de la levita; tres ó -cuatro dientes; una camisa, y muy arraigadas convicciones políticas, -sociológicas y aun filosóficas y teológicas. Había aprendido á leer -allá en Cuba, cuando la otra guerra, siendo voluntario en un batallón -provincial; y ahora leía periódicos y más periódicos arrimado á los -pilares en los porches del Ayuntamiento. Siempre leía de prestado, -porque él su poco dinero lo gastaba en aguardiente y en tabaco. Era -peón de albañil, pero casi siempre dimisionario. No estaba conforme con -la marcha del mundo. Cuando él era joven, la culpa de todos los males -la tenía el _oro de la reacción_; ahora parecía ser que el enemigo -era “el infame burgués”. “Sea”, se había dicho el Rana; y, como antes -del oscurantismo y de los _presupuestívoros_, ahora maldecía del -burgués, del zángano de levita. Y eso que él, por invencible afición, -siempre vestía de levita, verdad es que debida á la munificencia de -algún aborrecido burgués. Era el borracho más popular de su pueblo, -y todas las clases sociales le encontraban gracia al Rana, y veían -en él, acaso, el último representante de una generación famosa de -perdis populares, que eran, en cierto modo, orgullo de la ciudad por -el ingenio de todos ellos, por los rasgos originales y muy cómicos de -su excitada fantasía. El Rana, á pesar de sus ideas disolventes, de su -_bala rasa_ (alcohol puro) anarquista, no tenía un enemigo, ni siquiera -entre el clero, que él despreciaba con serenidad olímpica. Sin embargo, -sus lucubraciones teológicas más de una vez le hicieron dormir en la -prevención, por la forma más que por el fondo. Cuando la prensa local -encarecía la necesidad de perseguir la blasfemia, el Rana no se libraba -de los rigores del terror blanco. Pero salía de prisiones sin abdicar -uno solo de sus principios; y aquella misma noche volvía á presentarse -tan borracho como el día anterior y tan encastillado en sus negaciones -impías y en sus imprecaciones escandalosas. - -Amigo de marchar con el siglo, había renunciado á ser republicano, ya -que los jóvenes de la esquina del Ayuntamiento se reían de la política; -y era anarquista, pero disidente, porque los de esta opinión le habían -expulsado con toda solemnidad de su grey, con el frívolo pretexto de -que empalmaba las borracheras y era el hazmerreir de los burgueses, y -admitía de éstos propinas, prendas de vestir y otras humillaciones. - -Pero el Rana, haciendo eses, y mirando al cielo, con quien se pasaba el -día de coloquio, pues era su costumbre decírselo todo á las nubes, al -_tal_ Dios, desdeñando ponerse al habla con los míseros mortales, el -Rana, digo, perdonaba á sus correligionarios porque no sabían lo que -hacían, y les dedicaba sonrisas de desprecio en un todo iguales á las -que le merecía el alto y bajo clero. Además de no estar conforme con -el _credo_ (así decía él) de su partido, en lo tocante á la bebida, -también protestaba contra los alardes de cosmopolitismo, porque él era -patriota ¡por vida de la Chilindraina! y había expuesto la vida en cien -combates por la... _eso_ de la patria: en fin, “¡Viva Cuba española!”, -gritaba El Rana, que en esta materia no admitía bromas ni novedades. -Bueno que la república fuera un... mito, eso, un mito..., pero en la -_aquello_... de la patria, que no le tocaran el Carlos Más (Marx), ni -el Carlos Menos, ni Carlos Chapa..., porque el Rana, allí donde se le -veía... había sido voluntario del heroico batallón de la _Purísima_ -(alabada sea ella), añadía el Rana, que sólo estaba mal con el elemento -masculino de la Sacra Familia; y eso de boca. - -“Mil éramos, predicaba entusiasmado en medio de la plaza, mil éramos -cuando íbamos por la carretera de Castilla arriba: ciento cuatro -volvimos de Cuba... Los demás todos muertos... unos por uno, otros por -otro..., ¡todos muertos! ¡Viva la anarquía y el libertinaje! Fuego -y fuego en el burgués..., pero el que me toque á... pues, á Cuba -española, que se entienda con este cura, hablando mal, con el Rana, -veterano distinguido del batallón provincial de la Purísima, alabada -sea ella... Me... _caso_ en el _tal_ del _Tal_.” - -Y si pasaba por allí un polizonte iba el Rana á la prevención por -blasfemo. - - * * * * * - -Una mañana muy fría, de Diciembre, salió el Rana muy temprano del -zaquizamí en que dormía, y previo el ordinario tocado de pasarse la -mano por los ojos, se encaminó á la estación del ferrocarril del -Norte, pisando la dura escarcha, soplándose los dedos y hablando entre -dientes con las _podridas_ nubes. La letra de lo que quería decir no -era muy clara, pero la música era ésta: pestes contra el frío, contra -el hambre, contra el infame burgués y contra la falta de patriotismo -del obispo, del alcalde, del gobernador y demás oscurantistas, digo -burgueses. - -El Rana había leído en un periódico local, el día anterior, que aquella -mañana, en el primer tren saldrían por el ferrocarril del Norte quince -voluntarios que embarcarían en La Coruña con destino á Cuba. Una semana -antes la ciudad en masa había despedido entre gritos de entusiasmo -patriótico á todo un batallón de infantería que de allí había salido -para la guerra. Se había obsequiado á los soldados con cigarros, -fiambres, vino, reparto de pesetas y grandes dosis de cariño fraternal, -inspirado en el amor á la patria. Estaba bien. El Rana era el primero -en aplaudir aquella manifestación. Pero ahora... - ---¡Lo que yo temía!--exclamó al pisar el andén, donde le dejaron entrar -á la cuarta ó quinta blasfemia. - ---¡Lo que yo temía! ¡Ni un alma! ¡Muera el burgués! ¡Abajo lo -existente!... ¡Ni un alma!... ¡Sean ustedes _Daoíces_ para esto!... -¡Claro!... Los pobretones son voluntarios; como yo, como el Rana, allá -en mis buenos tiempos... Son el _Queso_, _Piniella_, el _Marqués_, -_Viruela_, _Viruso_, el _Troncho_... cuatro gatos, la hez, eso, la -hez del pueblo soberano... Una limpia, ¿eh? ¡Dígalo usted, burgués -infame!... ¡Una limpia!... ¡Dígalo usted claro! - -Y el Rana, hablando y andando, se dirigió á la cantina solitaria, -donde pidió una copa de aguardiente, al mismo tiempo que ponía sobre -el mostrador unos cuantos perros chicos, pero sin separar de ellos la -mano. Era aquel gesto una fórmula á que le obligaba su escaso crédito. -Quería decir que tenía con qué pagar; no que pagaría de fijo. - -Como la cantinera le mirase con cierta sorna y no se diera mucha -prisa á servirle, El Rana, con ceño digno de las Euménides, se encaró -con la pobre muchacha y la abrumó bajo el peso de cien blasfemias é -imprecaciones. - -“¿De qué se dudaba allí? ¿De su buena fe de pagador ó de su amor á -la... _eso_ de la patria?” - -“¿Tenía él ó no tenía decoro? ¿Tenía ó no tenía razón? Ni el obispo, -ni el alcalde, ni una rata, venía á ‘despedir á los quince _Daoíces_’ -que iban á morir por España, como el más currutaco general ó cadete...” -Bebió dos ó tres copas; dejó sobre el mostrador algunas monedas, -recogió otras, y siempre hablando con las nubes, se fué hacia el grupo -de voluntarios, que también soplándose las manos daban diente con -diente y patadas en el suelo, formando piña cerca del tren, preparado -ya para la marcha. - ---¡Eh, Rana, faltan cinco céntimos!...--le gritó no muy incomodada la -cantinera. - -El Rana se encogió de hombros, y con un ademán de pródigo, exclamó: - ---Para ti--y llegó al grupo de voluntarios, donde no fué mal recibido. -El _Queso_ le estrechó la mano con efusión, y dijo: - ---¡Bien por el Rana! Vivan los patriotas de la _Purísima_. - ---Alabada sea ella. Pero el podrido obispo, ¿por qué no viene hoy á -echar bendiciones? Y el alcalde, ¿para cuándo deja los _puros_ y los -vivas?... - ---¡Porque sois la hez, Queso! Esto es una limpia... Os barre el hambre, -os echa á morir, á la alcantarilla, á la manigua, la _nesecidad_... Y, -claro... los señoritos, los burgueses... no se levantan de la cama á la -hora que barren los barrenderos del Ayuntamiento... - - * * * * * - -La verdad era que en la estación no había ni _elemento oficial_, -ni muchos curiosos ó patriotas. Casi ninguno. Había, sí, mujeres -harapientas, niños pobres que lloraban ó reían, los pedazos del corazón -cubiertos de andrajos, que dejaban en el pueblo aquellos muchachos que -iban... no sabían á qué... á morir probablemente... á padecer por la... -_eso_, de la patria. - -El Rana no se explicaba bien--porque blasfemar no es argüir;--pero él -veía clara la cosa: lo que pasaba por el espíritu... de vino de aquel -insigne borracho, traducido de las nieblas alcohólicas de su conciencia -al lenguaje usual, era esto: - -“No valen más mil que quince. Aquellos chicos no tenían la culpa de -ser tan pocos. No valía decir que el pueblo acababa de entusiasmarse -pocos días antes. En estos casos no vale el cansancio. Aquel desaire -á la _hez_ de la población, que iban de su propio querer á morir por -España, era una ingratitud, una crueldad. El voluntario no es menos que -el soldado que _sirve al rey_ porque le toca. _Allá_ son iguales; pero -en el _arrancar_ tiene el voluntario más mérito. Y no valía pensar que -el _Queso_, el _Marqués_, _Viruela_, iban echados por la miseria, por -no luchar con el hambre, por dar pan á su madre, ó á su mujer ó á sus -hijos... - -“No; algo había él visto... pero sin lo _otro_, sin lo de... _aquello_ -de la patria, no irían. ¿Por qué no iban á otra parte, donde había -_guita_, pero no había peligro, mala vida? ¿Por qué á ninguno se le -ocurría ir á cambiar la miseria de su _tierra_ por el pan seguro -de otras aventuras lejanas, por mar ó por tierra? En fin, que, por -dentro, al _Queso_ le pasaba lo que á él, al Rana, le había pasado -en su tiempo. ¿Qué era España? ¿Qué era la patria? No lo sabía. -Música... El himno de Riego, la tropa que pasa, un discurso que se -entendió á medias, jirones de frases patrióticas en los periódicos... -Pelayo... El Cid... La francesada... El Dos de Mayo... El Rana, como -otros camaradas, confundía los tiempos; no sabía si lo de Pelayo y -lo de Covadonga había sido poco antes que lo de Daoiz ó por el mismo -tiempo... Pero, en fin, ello era que... ¡viva España! y lo que sale -de dentro sale de dentro... y, en fin, que en un arranque de... no -sabía qué, pero contento, muy _ancho_, se había alistado... y allá -había ido, mezclado con mucha gente honrada, siendo tanto como ellos, -en cuanto era voluntario; y se había batido bien, y había perdonado, -allá en la guerra, á los españoles de acá, á los _reaccionarios_ (hoy -burgueses) que habían ido á despedir el batallón de la _Purísima_ -por la carretera de Castilla arriba, y que iban diciendo, mientras -acompañaban á los voluntarios: - ---“Y además, ¡_qué limpia_! El batallón se lleva al Rana, se lleva -á _Saltamontes_, se lleva á _Tarucos_... se llevaba... Sí, se los -llevaba; ya no quedaban _perdis_ en el pueblo apenas; y los más se -habían ido y no habían vuelto... ¡Qué limpia! Entre muchos pobres muy -juiciosos, sin tacha, la picardía de la ciudad, era cierto; borrachos, -jugadores, blasfemos, el escándalo de las plazuelas... ¡Pero allí todos -iguales, todos voluntarios! Y el Rana y _Tarucos_ no iban sólo por el -rancho y á la que saltara; no, señor... iban por una corazonada, por -el himno de Riego, por lo de los moros y los mambises... y Pelayo y -los franceses... y, en fin... como los otros... ¡Rayo en el burgués! -¿Qué limpia, eh? ¡Oh! ¡Pues si viérais morir en la manigua á los de las -_barreduras_!...” - - * * * * * - -Sonó el pito del jefe. Se cerraron portezuelas, hubo abrazos, besos, -lágrimas, carcajadas nerviosas, gritos locos. De repente silencio -triste. En aquel silencio sonó de repente la voz del Rana que peroraba, -sin que ya nadie le hiciera caso: - ---Á ver, ¿dónde está el pueblo? ¿Dónde está el burgués, dónde está el -obispo? ¿Y esas pesetas, señores de la Diputación? ¿Y esos cigarros, -señor Alcalde? - -Y entusiasmado con su propia arenga, el Rana, al arrancar el tren, tuvo -una inspiración generosa. - -Sacó del bolsillo interior de la levita de color de carretera una -cajetilla de las más baratas, aún no mediada, y con gesto de soberana -arrogancia, comenzó á arrojar pitillos á las ventanas de los coches que -ya se movían... - ---Toma, _Queso_; toma, _Viruela_..., toma tú, _Troncho_... ¡Viva Cuba -española! - ---¡Viva el Rana! gritaron los voluntarios que ya se alejaban... ¡Viva -la integridad de la patria! - ---¡Eso! ¡eso!--gritó nuestro hombre--¡viva la _ingratidad_ de la -patria! Me _caso_ en el _tal_ del _Tal_... y blasfemó horriblemente, -hasta que un guardia le puso la mano en el hombro, diciendo: - ---Calla, Rana, si no quieres dormir el martes donde duermes el -domingo... - -El Rana miró de hito en hito, con gran desprecio, al guardia, y, sin -blasfemar, exclamó: - ---Oye, tú, dile al obispo... que es un... _trásfuga_... y que ¡viva -Cuba española! - - - - - VERSOS DE UN LOCO - - -Mi criado me presentó una tarjeta que decía: - - TEOPOMPO FILOTEO DE BELEM - -y debajo, en letras más pequeñas: - - POETA ESOTÉRICO ULTRATELÚRICO - -y más abajo, en letras más pequeñas todavía: - - _Ecce-Homo, 13, guardilla._ - ---Que pase, que pase--grité--ese Ecce-Homo de Belem ultratelúrico. - -Y á los pocos minutos se presentó un hombre que ni pintado para -representar el _presidente_ graciosísimo de _Su Excelencia_, de Vital -Aza. - -Tenía un aire de familia con todos esos _trovadores errantes_ que andan -por ahí cantando la Marsellesa y enseñando los codos. Era la imagen del -romanticismo, como le vestiría su enemigo el clasicismo, de buena gana. -Usaba melena, la noble, la irreemplazable melena, con símplica audacia. -Por toga pretexta llevaba el conocido gabán de verano, largo, gris, -raído, como tenía que ser. Por caridad y buen gusto no quise mirarle -las botas. - -Supongo que traería pantalones, pero no conservo conciencia de su color -ni corte. - -De todas maneras, á las pocas palabras, aquel hombre pálido (no faltaba -más) me había hecho olvidarme de todo lo material, de todo lo sensible. -Había sonreído, había hecho reverencias, se había santiguado dos veces -de prisa, había pasado la mano por el lomo, con cariño, á un gato de -porcelana que tengo junto á mi mesa de escribir y me había hablado, sin -dejarme meter baza, de Budha, de Lao-Tseu, del etíope que Renán nos -describe, creo que en _San Pablo_, y que va meditando el Evangelio á -su manera; de Verlaine, de Caran d’Ache, de San Agustín, del gallo de -Sócrates y del gallo de San Pedro... - -Cuando yo iba á decirle que me mareaba, ya no estaba allí el buen -hombre; pero quedaba su espíritu en forma de cuaderno verde, de unas -cien hojas, doradas por el canto. Abrí y leí en la primera página: -_Estambres_ y _Pistilos_. La letra era clara, las tes muy grandes. Dí -vuelta á la hoja y leí: - - - DEDICATORIA - - Aunque usté no lo crea, - señor obispo, - aunque parezco hereje - me quiere Cristo. - -Otra hoja, y leo: - - PISTILOS - - Soy la ameba redonda, la femenina, - la de fe y esperanzas y gelatina. - -En una nota dice: Advierto al lector idiota é indocto que no debe -reirse de lo que no entienda. - -Otra hoja: - - ESTAMBRES - - Aunque sé que estoy loco rematado, - porque tal como fué todo lo cuento, - hasta el mismo doctor me halla curado - las veces que no digo lo que siento. - - - PISTILOS - - Cuando tengo en un sueño una esperanza, - se la agradezco á Dios sin hipoteca; - que es el poeta la gallina clueca - que no quiere empollar á Sancho Panza. - -Otra hoja: - - ESTAMBRES - - Hay siempre una impostura en hablar claro; - no se puede ser claro sin mentira... - ve oscuro y algo raro; - divaga, ama y delira... - - - PISTILOS - - Por santa castidad, el pensamiento - no debe bautizar sus invenciones: - son bastardas, después del nacimiento, - llevando un apellido, las nociones. - -Otra hoja: - - ESTAMBRES - - Era en lo oscuro: sobre mi pecho sentí una mano; - en las tristezas del pobre lecho - me visitaba Dios Soberano. - - * * * * * - - Era la mano de luz; caricia - de lo Infinito, callado premio, - misterio--madre.-- - Lloro en espíritu por la delicia - que al miserable dulce bohemio - le otorga el Padre. - - * * * * * - - Y desde entonces, siempre en lo oscuro, - siento la mano sobre mi pecho; - mas su contacto va siendo duro, - peso terrible me hunde en el lecho. - - * * * * * - - Pero la mano, que ya es de plomo, - entre dolores, sin saber cómo, - siempre acaricia. La pasión fuerte - que tanto oprime, siempre es delicia. - - ¡Ya en torno mío nombran la muerte - los cuchicheos de la estulticia... - mientras _me arranca_ del cuerpo inerte - mano con alas de la _Justicia_! - -Otra hoja: - - PISTILOS - - Me paso toda la noche - contando miles de estrellas, - y si está el cielo nublado - me pongo á _cantar_ la cuenta. - Así hace el hombre en la vida, - si ama á Dios y en Dios espera; - goza la dicha que pasa... - y pasada... _cantando_ la recuerda. - - - ESTAMBRES - - Ha de ser en el cielo una sorpresa - de los santos sin fin inocentones, - ver llegar á montones - una y otra remesa - de ateos, sin saberlo, santurrones. - - - PISTILOS - - Cuando en el fondo del abismo frío - deja de ver á Dios el pensamiento, - al ir á maldecirme por impío, - la caridad, en un escalofrío, - con el perdón, me vuelve el sentimiento - de que un ángel sonríe al lado mío. - - - CAMPOAMOR - - PISTILOS - - Escribe versos en la _ceniza_; - saca del polvo, de los gusanos, - y de la nada, que se desliza, - viento sin aire, por bosques vanos - de tallos huecos, veta cañiza, - saca la idea de sus cantares; - médula amarga de tristes huesos; - sin corazones, suspiros; besos - sin labios; saca los cañizares - del esqueleto; la catadura - de desnudeces de sepultura; - saca del fondo de noble rima - sarcasmos místicos que causan grima... - Pasión perenne firma en la arena - cuando á las dunas va la mar llena, - y con los rayos tenues de luna - rubrica pactos de la fortuna; - ve del cerebro las telarañas - y le enternecen las musarañas - que ve la lógica de lo Infinito - en palimpsestos de lo no escrito... - - - NÚÑEZ DE ARCE - - ESTAMBRES - - Como Dios sacó el mundo de la nada, - de allí saca también la poesía... - Escribe con perfecta simetría; - y así, tiene por plectro... la _plomada_. - Todo á la ley de _gravedad_ lo fía. - -Cansado de leer disparates, incoherencias, tal vez congruentes en el -fondo de un cerebro enfermo, arrojé el cuaderno con tedio... y no volví -á pensar en el poeta loco... hasta que en persona se me presentó al día -siguiente: - ---Vengo á recoger mis _Pistilos_...--me dijo, sonriendo con lástima. - ---Ahí los tiene; verá usted que no se los he separado de los -_estambres_. - -Don Teopompo recogió el cuaderno, le dió un beso, hizo sobre él la -señal de la cruz, y se lo metió debajo del brazo. - -Y sin más, sin hablar palabra, _sin preguntarme nada_, hizo una -reverencia y dió media vuelta. - -No pude contenerme. El orgullo de aquel _imbécil_ me sublevó; irritó mi -amor propio. - ---Pero hombre--exclamé--¿no venía usted á conocer mi opinión? ¿Á que le -dijera?... - ---¡Oh! Nada de eso. Enseño mis versos á todos los literatos vulgares -que quieren recibirme. Es una oferta. Me he impuesto esa penitencia y -la voy cumpliendo por el mundo adelante. Unos se burlan de mí, otros -hasta me insultan; otros, los más tolerantes callan... y yo sigo. Hay -que matar el _hombre viejo_, el de la vanidad, el del _buen éxito_, el -del aplauso, el que quiere ser admirado sin ser comprendido. - ---Pero aunque no sea por vanidad, sino por amor á sus ideas, usted -querrá hacer propaganda, fundar escuela... - ---¡Ah, señor! La escuela está fundada. Es la escuela del flato. Esta -poesía, con la debilidad cerebral que revela, es hija del hambre... - ---De modo que usted... por dinero... ¡por mucho dinero! ¿Tal vez -renunciara á la escuela, á esa poesía?... - ---¡Oh, tanto dinero podía ser! - ---¿Á qué llama usted mucho? - ---Eso depende del momento... histórico. - ---En el actual momento... - ---Bastante dinero son cinco duros. - - * * * * * - -La herida fué leve; libré al arte de una escuela contagiosa, y aún hoy, -por mi conciencia de _crítico_, ostento con orgullo la cicatriz de las -25 pesetas. - - - - - NUEVO CONTRATO - - FAUST (_erwachend_).--¿Bin - ich dem abermals betrogen?... - - (GOETHE.--_Fausto._) - - - FAUSTO - - Despertando. - -¿Qué es esto? ¿Engañado otra vez? ¿Ha sido todo un sueño? ¿No he visto -yo al diablo? Y todo lo demás... ¡Válgame Dios qué cosas he soñado!... -¿Y Margarita, mi Gretchen?... ¿Sueño también? ¿Fué verdad lo que soñaba, - - «porque todo se acabó - y esto sólo no se acaba?» - -¿Amé? ¿Amo á Gretchen? ¡Ay... no!... Amo el amor. Amo la sombra de la -noche. Todo sueño... Luego no he vendido el alma al diablo... Luego -soy libre... ¡Oh!... qué... ¿felicidad? ¡No! Estoy como estaba. ¿Por -qué no me alegro? Soy libre. Sí; mas ¿para qué? Vuelta á empezar... -Ah, Filosofía, Jurisprudencia y Medicina, y, ¡por mi desgracia!, -Teología. Todo lo he profundizado... etc., etc., etc. En fin, lo que -ustedes saben por Goethe, ó, á lo menos, por la ópera de Gounod... -Estamos frescos. ¡Otra vez en el mundo! ¡Y cómo está el mundo! ¡Qué -de filosofías nuevas ó renovadas; es decir, las nubes de antaño, -que vuelven con nueva electricidad!... ¡Oh, angustia del pensar!... -¡Náuseas de silogismo, introspección, neurastenia!... Felices los -necios pseudofilósofos, que aseguran que no se puede saber nada del -fondo de las cosas... y se llaman sabios; ellos, á lo menos, descansan -sobre sus fórmulas y nomenclaturas; sobre sus hipótesis y relativismos -como sobre almohada de lana de los carneros de Panurgo... Ya saben lo -que sabía el diablo, aquel Mefistófeles con quien yo soñé, que decía... - - - MEFISTÓFELES - - Hablando desde un fonógrafo que hay sobre la mesa. - -No poseo la omnisciencia, pero sé muchas cosas. - - - FAUSTO - - Incorporándose asustado. - -¡Oh! ¿Qué es esto? ¡Otra vez!... Alucinación... Sueño repetido... Idea -fija... - - - MEFISTÓFELES - - En el fonógrafo. - -No sabes si sueñas ó no; no puedes distinguir la realidad del -ensueño... Á eso ha llegado la ciencia humana, á no saber si duerme ó -está en vela... ¡Ja, ja, ja! - - - FAUSTO - -Esa carcajada... Yo la he oído otras veces... Sí... ¿Dónde?... - - - MEFISTÓFELES - -En la ópera, en la serenata de Mefistófeles... Á ver, acaba. ¿Es verdad -que estoy yo aquí, ó no? - - - FAUSTO - -No sé... No sé... - - - MEFISTÓFELES - -Pregunta á Kant... - - - FAUSTO - -No sabe... - - - MEFISTÓFELES - -Pregunta á Spencer... - - - FAUSTO - -¡Psche!... Ése sabe demasiado. Dice que está seguro de que una realidad -está ante él... - - - MEFISTÓFELES - -¿Y no es ésa la última moda? - - - FAUSTO - -Mira, estos metafísicos novísimos - - Señalando una revista. - -le prueban á Spencer que de lo que está seguro es de que ve la realidad -como cosa segura... pero de que lo sea, no. - - - MEFISTÓFELES - -De modo, que no podemos entendernos; ¿no puedes responder de que yo te -hablo en efecto? - - - FAUSTO - -No sé si puedo ó no puedo responder. - - - MEFISTÓFELES - -Ni eso. ¡Oh, ciencia humana! - - - FAUSTO - -No hay otra, y á lo menos es leal. - - - MEFISTÓFELES - -Oye, deja los metafísicos; toma esa otra revista, lee ese artículo -científico, no filosófico; su autor sabe las cosas como el diablo, -relativamente. Mira lo que dice: que “la vigilia se distingue del sueño -en que durante el sueño no tenemos conciencia, soslayada del resto -del universo, y en la vigilia acompaña á la conciencia del objeto -particular de la atención la de sus relaciones con los demás”... -Reflexiona... ¿Qué ves? - - - FAUSTO - -¡Oh, sí! Me acompaña la conciencia de los demás en relación discreta, -no continua; veo en mí fenómenos de conciencia concomitantes... Pero la -prueba no me parece segura. - - - MEFISTÓFELES - -Otra cosa. ¿Quién soy yo? - - - FAUSTO - -El diablo. - - - MEFISTÓFELES - -¿Crees en el diablo? - - - FAUSTO - -No. - - - MEFISTÓFELES - -Pues cree... _quia absurdum_. - - - FAUSTO - -Supongamos que está ahí... - - - MEFISTÓFELES - -Ésa es la fija. Todo para ahí. Querer es reconocer; ya lo dicen -nuestros filósofos de ahora... - - - FAUSTO - -Pero como pueden equivocarse... - - - MEFISTÓFELES - -¿Vuelta á empezar? No le des vueltas; cree, mientras nos entendemos. -Primero es vivir, después, filosofar. Vengo á un negocio; cuestión de -derecho; un contrato; y estas cosas serias necesitan una metafísica -positiva; sin _fas_ no hay _jus_. Aunque me esté mal el decirlo, sin -Dios no hay justicia. Ten fe hasta que firmes. - - - FAUSTO - -¿De qué se trata, de venderte el alma? ¡Pero entonces esto es una idea -fija! Deliro... - - - MEFISTÓFELES - -No, no te asustes. Ahora no es eso. ¡Infeliz, qué más quisieras tú -que poder vender el alma! Señal de que creías en ella. Pero como eres -honrado... por herencia, por evolución ¿á que no te atreves á vender lo -que no sabes si tienes ó no tienes? - - - FAUSTO - -¿Qué quieres entonces? - - - MEFISTÓFELES - -Otra cosa, Fausto ¿qué preferirías, saber ó gozar? - - - FAUSTO - -Saber. Ahora saber. Verdad ó sueño, lo que nos pasó la otra vez me -tiene escarmentado. Estoy convencido de ello; en el fondo de lo que -soy, que no sé lo que es, sé que hay orgullo. Mi orgullo rechaza -el gozar empírico, la vida de fenómeno en fenómeno, carrera eterna; -sensación sin fin, á través de lo inagotable... ¡Infierno de cansancio -y de hastío y de humillación! ¡Lo infinito paso á paso! Oh, no; tanto -vale lo mucho como lo poco: sólo vale el todo. Quiero lo absoluto. Lo -absoluto ó nada. No quiero sentir, sin saber por qué, ni para qué. -Quiero ver si el gozar es una puerilidad indigna de mí. La verdad me -dirá lo que me conviene. Antes de tener la absoluta verdad no puedo -racionalmente saber lo que es preferible. Luego es preferible, para -escoger la verdad. ¿Por qué te ríes, Mefistófeles? - - - MEFISTÓFELES - -Lo sabrás cuando sepas la verdad absoluta. He aquí el contrato: aunque -la psicología moderna no admite esos símbolos clásicos é inocentes que -ponen el sentimiento en el corazón y la inteligencia en el cerebro, -tú y yo, como hacen los juristas, usaremos un lenguaje metafórico y -atrasado. - - - FAUSTO - -Explícate. - - - MEFISTÓFELES - -Por arte del diablo, mía, tendrás en la cabeza la ciencia y en el -corazón el sentir, si prefieres gozar, amar, tu cerebro irá perdiendo -vigor, y pasará toda la vida al corazón... Si prefieres, como dices, -ante todo, saber la verdad, la absoluta verdad, en tu cerebro irá -entrando la clarividencia, la conciencia te dirá el último íntimo -secreto de la realidad..., pero el corazón, que irá dando jugo al -cerebro para que vea claro, se te irá secando; se pondrá como una -piedra. Al fin, no sentirás, no amarás. Escoge. - - - FAUSTO - -Ya lo he dicho. - - - MEFISTÓFELES - -Pues dicho... y hecho. Comienza el encanto. Perdona si el aparato de -la brujería es el de siempre: decoraciones gastadas de comedia de -magia muy repetida. El infierno es viejo, antiguo régimen; seguimos -empleando el aceite hirviendo, sapos y culebras, murciélagos, ratas, -vestiglos... Por eso las pesadillas siguen siendo como en la Edad -Media. Ya no me oye... medita... sueña... ¡Demontre, qué olvido! No le -he obligado á firmar antes... ¿Firmará después?... ¡Ja, ja, ja! ¡Vaya -una equivocación! ¿Pues no he creído que era yo el Mefistófeles de la -Ópera? - -Firmar ¿para qué? El contrato lo perfeccionará la fuerza de las -cosas... Con hacer lo que quiso, ya ha hecho lo que en vano querrá -después deshacer... - - - FAUSTO - - Volviendo en sí. - -¡Oh luz! ¡Oh luz! Todo claro... Todo evidente... ¡Qué de mundos da la -idea! ¡Qué procesión, qué sacra teoría de sistemas... los sistemas -filosóficos de miles de millones de sistemas solares... Y todo sin -fatiga, sin hastío; todo preparado por todo... ni un pensamiento -inútil. ¡Santa Armonía! Y por fin... la verdad, el principio, la regla -absoluta... ¡Ya lo sé todo! Y en el todo ¡qué sencillez! ¡Sacrosanta -cenidad sencilla, humilde! ¿Cuál será el secreto del universo? ¿Una -novedad? ¡No! Hasta los cursis lo habían dicho. Mefistófeles, ¿no lo -sabes? No; tú, por alambicado y retorcido y relativista no lo sabrás. -El secreto de la realidad, el fondo del ser, el primer móvil es el -amor. Amar, sentir, eso es todo. La ciencia absoluta nos dice eso -nada más: sentid, amad... Á ver, el corazón, Mefistófeles, ¡venga el -corazón! ¡Me lo has robado, venga; no ha habido pacto; yo no he firmado -nada! ¡Mi corazón!... - - - MEFISTÓFELES - -Ahí lo tienes, entre pecho y espalda. - - - FAUSTO - -¡Ah, sí, aquí está! ¡Una piedra! - - - MEFISTÓFELES - -¿Qué importa? Ya lo sabes todo; hasta sabes por qué antes yo me reía. - - - - - FEMINISMO - - -Jesús Murias de Paredes era natural del pueblo de su apellido; pero -aquel horizonte era estrecho para él, según dijo en una elegía, sin -tener en cuenta que el horizonte de Murias, á pesar de lo de Paredes, -es bastante ancho. Quería él decir que en Murias no se podía ser vate -sin ponerse en ridículo y despertar sospechas de las autoridades -civiles, eclesiásticas y militares. El cura le tenía por hereje, el -alcalde por vago, y el cabo de la Guardia civil por _avanzado_. No le -querían bien. Además, en su pueblo natal se moría de hambre. No tenía -oficio ni beneficio; no tenía más que lira, y ésa rota; por lo menos, -así lo rezaban mil y mil pasajes de las poesías inéditas de Murias. - -Azares de la suerte, que no es del caso recordar, le llevaron á -Valladolid. Allí el horizonte era más ancho, pero el hambre la misma. -En un periódico, cuya principal misión era llevar la cuenta del mercado -de cereales, le admitieron los versos, que se publicaban entre cebada y -centeno, como quien dice. Vamos, que la sección que había de quedar en -barbecho, porque el periódico se escribía _á tres hojas_, se la dejaban -á él. Lo que no hacían era pagarle. No faltaba más. - -Lo que sí consiguió, que un impresor de la calle de Cantarranas -(parecía alusión) le publicara algunas de aquellas poesías en una -colección que parecía el _Fleury_, por fuera. Mal papel, y cubierta de -cartulina áspera, amarilla, como la del _Astete_. El libro se llamaba -_Ecos del Pisuerga_. - -Pues como si hubiera tirado al Pisuerga los ecos. - -Nadie se enteró. Él no se dió por vencido, y cogió otra porción de -inspiraciones y las imprimió en otro _libro de doctrina_ con este -título: _Ecos de la Esgueva_. Dirán ustedes: ¡eso es inverosímil! Si él -no pagaba la impresión, porque no tenía con qué, ¿cómo iba á encontrar -impresor que le pagara la _segunda salida_? En Valladolid hay gente -así. Como Zorrilla era de la provincia, en cuanto ven por allí un -poeta, sea ó no de la tierra, se dicen algunos: ¡otra te pego! ¡Otro -don José! Y le protegen. El de Cantarranas veía en la figura de Murias -y hasta en su dulce nombre--el dulce nombre de Jesús--_una garantía de -éxito_, según la frase favorita del impresor. Jesús tenía aspecto de -tísico, el valor de su melena, desaliñada y de un castaño sucio (sucios -tenía todos los colores de su cuerpo y traje); usaba barba corrida... -de la vergüenza de sus pocos pelos; pocos y mal avenidos. En fin, así -eran los poetas, ó no debían ser, según el librero impresor, y estaba -seguro de que el chico le había de hacer ganar dinero, en cuanto le -diera la mano algún crítico de Madrid, uno de aquellos _sacerdotes_ -á quienes don Nicomedes Niceno--el impresor editor--tenía por más -Merlines cuantos más _palos_ pegaban. - -Decirle á Niceno que tal crítico “no se casaba con nadie”, era -nombrarle un fetiche á quien él adoraría en adelante. Decidió mandar -á Madrid--que tiene la exclusiva de los _sacerdotes_ críticos--á su -protegido; no para que los críticos se casaran con él, sino para que -no le _repudiaran_ antes de _conocerle_. Empezaba entonces á llamar -algo la atención un abogadillo sin pleitos, chiquitín, bilioso, miope, -que escribía de crítica y de cuanto Dios crió en prosa y en verso, en -un papel satírico. ¡La sátira! la sátira le atraía como el abismo al -impresor de Cantarranas; él, que era un hombre optimista, no se sentía -capaz de tener hígados satíricos en su vida; pero, aun con cierto -horror nativo al género, se sentía seducido, como en un vértigo de -humorismo, por los escritores que empleaban la ironía, aunque fuera -la de menos grados; y si llegaban al sarcasmo, como Aquiles ante el -cadáver de Héctor, don Nicomedes gozaba de una voluptuosidad que él -confesaba ser diabólica. Á pesar de que era incapaz de querer mal á -nadie, y de que á él todos los versos y toda prosa que tuviese la -ortografía académica le parecían bien, en cuanto veía maltratado á -un literato por un crítico satírico, declaraba fuera de la ley al -imbécil intruso, y sin compasión alguna le veía en las garras del ogro -sardónico, sarcástico y cáustico, ó estanquero, como diría _El vecino -de enfrente_, de Blasco. - -No vaciló don Nicomedes. Pagó el viaje á Jesús Murias, que tenía un -catarro crónico que no le dejaba respirar, cuanto más inspirarse; le -regaló unos cuartos para la posada; le cargó las alforjas de ejemplares -de los _Ecos de ambos ríos_, y le dió una carta de recomendación para -el Sr. Sencillo, que así se llamaba el crítico corrosivo. ¿Que de quién -era la carta? De Niceno en persona. Decía así: Ilustre Aristarco: no le -conozco á usted. No lo necesito. No pido favor. Pido justicia... Y por -ahí adelante, todo en estilo cortado, manía que había cogido Niceno, -como una peste, corrigiendo pruebas de una obra de Henao y Muñoz. - - * * * * * - -Jesús se presentó á Herodes, es decir, Murias se presentó á Sencillo -en la redacción de _El Erizo_. Saludó al Minos que tenía delante con -uno de aquellos saludos que Fígaro llamaba, en casos semejantes, -sordos; y precisamente saludó pensando en Fígaro y en aquel adjetivo, y -procurando evitar toda _gauchería_ (como él se dijo para sus adentros, -porque usaba los galicismos voluntarios hasta en sueños). Ya se -verá después que la especialidad de Murias era el francés... y sus -consecuencias. - -Sencillo contestó al saludo de Murias sin mirarle, y siguió escribiendo -en la mesa que tenía para él sólo. Por de pronto, no abrió la carta. - -Murias no se ofendió. Él pensaba hacer lo mismo cuando fuese célebre: -pensaba darse tono no viendo siquiera los principiantes que se le -pusiesen delante. - -Pasaron cinco minutos y tosió Murias, sin querer. - -Levantó los ojos Sencillo y dijo:--Soy con usted. No puedo interrumpir -ahora esto... - -Vamos, pensó Jesús, tiene á algún poeta en el asador y temerá que se le -queme. - -El director del periódico, que observaba la escena desde su despacho, -pues estaba la puerta abierta, se levantó, no sin vencer la prosa y -se acercó á la mesa de Sencillo. Conocía al crítico, sabía cómo las -gastaba y le quitaba todas las púas que podía. Allí _El Erizo_ era -Sencillo; el director, D. Autónomo Eufemio de Pérezbueno, era lo menos -áspero que cabía. Era una mantequilla de Soria de mucho bulto y muy -ilustrado. Usaba bata de las talares y babuchas de Tánger. Flemático, -hombre de mucho mundo... corrido con buena correa, no creía en los -malos escritores, á fuerza de creerlos inofensivos... No digo que no -los haya, decía, sino que es lo mismo que si no los hubiera. - -Abreviando: Murias salió de allí con muchas ilusiones, gracias á las -buenas palabras de Pérezbueno. Á Sencillo apenas le oyó el metal de su -voz, pero don Autónomo le había dado palabra de que Sencillo--_Bisturí_ -en el claustro... crítico--hablaría de los _Ecos_ de todos los ríos y -canales de Castilla y Aragón que se pusieran por delante. - -Pasaron años; por lo menos así le parecieron á Murias, aunque no eran -más que días, y Sencillo nada dijo ni de _Ecos_ ni de resonancias. -Murias se atrevió á ponérsele otra vez delante de la mesa. No estaba -el director. Tosió Jesús, sin querer, de puro tísico; le miró Bisturí, -le reparó bien y le mandó sentarse. Asado el poeta del día, Bisturí se -volvió á Jesús y le preguntó, sin echar veneno, qué se le ofrecía... -Murias, balbuciente, aludió á los _Ecos_ que estaban en el cajón de la -derecha... si no recordaba mal. Buscó Bisturí y echó de menos... un -cartucho de dulces que había metido allí. Bronca entre la crítica y la -portería. El portero culpaba á un redactor. - - _Quel giorno più non..._ - -No se habló más de los Ecos aquel día. Al siguiente, sí. Estaba el -director. Pareció el libro... debajo de un pie de la mesa. Estaba -haciendo de _forro_. Ni por el forro lo había mirado Bisturí. - -Murias empezó á observar al crítico mas en silencio. Pero cada vez más -humilde. Bisturí acabó por fijarse en aquel tipo que venía semanas y -semanas á pedir que lo pusieran en parrillas si lo merecía, pero que se -hablara de él, y que lo pedía poniendo el rostro á todos los desaires. - -Todavía no había dicho nada del libro Sencillo, cuando ya era casi como -de la casa, á fuerza de trato y familiaridad, Jesús Murias. - -Casi convencido de que no tendrían eco los Ecos, empezó á alimentar -otra esperanza... pensando en que necesitaba alimentarse él. Se habían -acabado los cuartos de Niceno. Jesús aspiraba á ser _meritorio_ en -_El Erizo_. Pérezbueno á los colaboradores regalados no les miraba el -diente. Pero no había plaza. No había dónde poner un alfiler ni un -galicismo en el periódico. - -Cierto redactor _maleante_--que era el que se comía los caramelos -del _sacerdote_ con púas--propuso, con la mayor seriedad, que Murias -entrase á formar parte de la colaboración de _El Erizo_ en la -sección... de fajas. - -“Podía escribirlas; no pegarlas, por supuesto.” - -Murias no le tiró un tintero ni nada al redactor maleante. - -No aceptó el empleo. Pero sí otro que le ofreció el director. Fué de -cronista á la tribuna del Senado.--¿Quiere usted que sea cáustico?--Sea -usted el pimiento del baturro zaragozano... - -Al día siguiente aquel poeta llamaba animal al respetable presidente de -la Cámara alta; dudaba, con ironía, de la honradez de tres generales -victoriosos y dirigía alusiones pornográficas á lo más augusto. Presidio -seguro para toda la redacción si se publicaba aquello. - -_El Erizo_ siguió sin clavarse en la ley de imprenta como hasta -entonces. Y las crónicas del Senado firmadas por Arquiloco salían todos -los días. - -“Mis _yambos_ en prosa”, llamaba él á las crónicas, hablando con sus -amigos en Fornos. - ---Pero, hombre, le preguntó uno á Pérezbueno, ¿cómo se las echa de -Arquiloco el pobre Jesús, si sus crónicas del Senado son anodinas, -inocentes?... - ---¡Oh!--exclamó D. Autónomo--¡Qué han de ser anónimas! ¡Si ustedes las -vieran! Cantáridas, injurias, calumnias, _yambos_ á toca teja... Lo -que hay es que al corregirle las pruebas yo _le quito las ocurrencias_ -(Histórico). No queda más que lo que él copia del extracto de una -agencia. Pero él ser, es una ventosa. - -Y el pobre Murias aguantaba esto y aguantaba el hambre, porque sueldo -¡Dios lo diera! - -Cuando ya Jesús era lo que se llama redactor de _El Erizo_, aunque á -prueba... de pruebas, y sin probar bocado, _por fin_ Bisturí se dignó -hablar de los _Ecos de Entrambasaguas_. - -Y decía Bisturí en _El Erizo_: “Ahora se verá si soy ó no imparcial de -veras. El autor es un amigo, un compañero... pues bien, por lo mismo se -le debe la verdad entera...” Y la verdad era digna de los yangüeses que -apalearon á D. Quijote.--Murias se quedó en la cama unos días, porque -se sentía molido materialmente. No se reconocía hueso sano. - -No volvió por _El Erizo_, y, en la cama, recibió una carta del Mecenas -de Cantarranas, don Nicomedes, que le decía entre otras cosas: “Nos -hemos equivocado. No es usted lírico. Bisturí ha puesto el filo en -la llaga. Acaso sea usted épico. Pero por si acaso, probemos otra -cosa. Cuente usted conmigo. ¿Quiere usted traducir un diccionario de -teología, en veinticinco tomos? Se trata de la lengua de Fenelón. Cinco -duros por tomo.” - ---Bueno, seré _épico_--se dijo Jesús resignado.--Traduciré los -veinticinco tomos. Y ésta es la primera estación. Las que faltan se -recorrerán en el segundo y último capítulo de esta historia, _arrancada -á la realidad_. - - - - - MANÍN DE PEPA JOSÉ - - -Manín de Pepa José, si hubiera nacido señorito y hubiera estudiado y -escrito en los periódicos, hubiera sido un _esteta_. Pero en Llantones, -parroquia rural cerca de Gijón, Manín no era más que un _folganzán_, -que no valía la _borona_ que comía... cuando la comía. - -Su madre, Pepa José, es decir, una Josefa, mujer de un José, quedó -viuda ya en edad madura, y aunque la _casería_ que llevaba en -arrendamiento, en la escritura del contrato parecía cosa de Manín, -heredero de José, quien mandaba en todo era la madre; sólo con ella se -contaba. Enjuta, alta, de mucho hueso, mirada fiera, actividad febril, -gestos hombrunos, era un águila para el trabajo, para el cuidado de la -hacienda, y sus criados y jornaleros andaban en un pie. Sólo Manín, el -hijo único, gozaba el privilegio de la benevolencia de aquella mujer -que no daba un bocado de pan sin que se lo pagara algún servicio. -Pero Manín era otra cosa; por él y para él trabajaba ella tanto. No -era fuerte, no mostraba aptitud para las faenas del campo, y la madre -había soñado con hacerle sacerdote. Pero él, muy contento con trabajar -poco y cuando quería, no entraba por lo de cantar misa. El trabajo le -repugnaba... pero el ascetismo también. Le gustaba la alegría, el -ruido, el baile. Era gaitero de afición, y de habilidad notoria. Con la -gaita suavizaba el carácter de su madre, aquella fiera; la embelesaba -con aquellos gorgoritos estridentes del puntero y con las notas -asmáticas que salían de las profundas entrañas del fuelle. - -Cuando Pepa aturdía á gritos á los vecinos en media legua á la redonda, -riñendo á un criado ó atosigando á un deudor, y las imprecaciones de -aquella Euménide de pan llevar retumbaban en el castañar que rodeaba -la _casería_, Manín, tocando el _Altísimo Señor_ ó la _Praviana_ en la -gaita desafinada y melancólica, aplacaba poco á poco á la furia, la -atraía y acababa por enternecerla. - - * * * * * - -Manín era de oficio, de verdadero oficio, soñador. Un soñador alegre, -que buscaba la soledad para saborear los recuerdos de las fiestas, de -las romerías, de los bailes alegres, llenos de _ijujús_ tempestuosos, -horrísonos, expresión de _histerismo_ de centauros. Manín no sabía que -el _ijujú_ era celta; él lo consideraba como una manera de _relinchar_ -de los mozos de la aldea. Y él relinchaba también, sobre todo allá para -sus adentros. - -¡Si el mundo fuera siempre cortejar, bailar la danza prima, disparar el -cachorrillo para solemnizar la procesión, tocar la gaita _al alzar_ en -la misa cantada el día de la fiesta! ¡Y después, á la luz de la luna, -por el _castañeo_ arriba, acompañar á una rapaza, y _echar la presona_ -á la puerta de su casa hasta cerca del alba! ¡Y luego, á solas, en la -_llinda_, ó á la hora de la siesta, sentir la brisa llena de olores -queridos, familiares, reclinado el cuerpo sobre la rapada yerba, y -soñar despierto, rumiando recuerdos dulces; como las vacas, sentadas á -la sombra, rumiaban su alimento! - - * * * * * - -Pero la vida no era eso. En faltándole su madre ¿qué iba á ser de -Manín? Y Pepa envejecía, y tenía achaques, que le procuró el trabajo -excesivo. Se sentía herida de muerte y temblaba por el porvenir de -aquel hijo, incapaz de dirigir la hacienda. Ya se había susurrado por -la aldea que el _amo_, si moría Pepa, y Manín quedaba solo, no le -dejaría seguir con el arrendamiento, porque en poder de tal _casero_ -los bienes perderían mucho. - -Pepa vió la única salvación de su hijo en casarlo con una mujer que -fuera como ella, que se pusiera los pantalones, y trabajara y dirigiera -la casería. Rosa Francisca de Xunco fué la moza que ella deseaba. Era -como ella, hormiga con alas para la codicia. Era hija de un vecino que -siempre había envidiado la casería de Pepa José. - -Rosa se casó con Manín sin mirarle siquiera, pensando nada más que en -mandar allí, donde tanto mandaba Pepa. Eran iguales ambas hembras; pero -por lo mismo eran incompatibles. Eran dos abejas reinas; una tenía -que sucumbir. Como una especie de pacto tácito, venía á ser condición -de la boda que Rosa no tuviera mucho tiempo que obedecer á nadie; -sobraba Pepa, si lo tratado era tratado. Pepa bien lo conocía. Admiraba -á Rosa, veía en ella el futuro amparo, y tirano también, de su Manín; -y aborrecía á Rosa necesitándola, y le envidiaba aquella sucesión que -tenía que dejarle ella. Pero Pepa murió pronto. Rosa Francisca ocupó -su puesto y todo siguió como antes: los criados andaban en un pie, la -_casería_ prosperaba, y Manín tocaba la gaita, soñaba despierto en la -_llinda_, y echaba de menos, un poco, el cariño áspero, pero cierto, de -su madre. Rosa no le mimaba, ciertamente; le despreciaba; le tenía en -constante olvido; pero le dejaba comer sin trabajar apenas. - -Manín sintió también, además de la ausencia de su madre, la ausencia de -las aventuras amorosas: ya se había acabado lo de _echar la presona_, -el _cortejar_ los sábados de noche, hasta la aurora del domingo. ¿Con -qué reemplazar aquella dulzura? ¿Con el juego de bolos? Probó... pero -aquello no le hizo gracia. Montaigne no encontraba ni en la gula ni en -placer alguno un sustituto digno del amor: comprendía á los viejos que -se consolaban con los buenos tragos, pero él no podía reemplazar con la -embriaguez el amor. Manín, si no cosa tan delicada como el _rebrincar_ -y ergotizar con una buena moza, acabó por encontrar cierto encanto -en las copas de anís escarchado, de malvasía y de rosa. Los licores -dulzones fueron el sucedáneo de los galanteos para aquel epicurista de -montera. Iba á los mercados de Gijón y allí se despachaba á su gusto -bebiendo en un café, entre el _señorío_, aniseta, rosa, málaga y cosas -así. Mucha dulzura, y ver candelillas, y figurarse el mundo menos malo -de lo que positivamente era... Y á casa á dormir, oyendo frases de -desprecio de aquella Rosa, que era su tirano, pero también el amparo -que le había dejado su madre. - - * * * * * - -Tuvieron una hija. Buenos insultos le costó á Manín. Rosa hubiera -querido un hijo. - -No lo hubo. El trabajo mata, por lo visto. Mientras Manín se conservaba -fresco, lozano, pese á los años, Rosa empezó á decaer; una vejez -prematura, precipitada, acabó con ella... y tuvo que pensar en lo mismo -en que había pensado Pepa José algún día. Si moría ella, ¿á quién iría -á parar la casería? El nuevo amo, hijo del otro, tampoco la dejaría -en poder de aquel trasto inútil de Manín... Y Rosa, con el mismo fin -con que Pepa había buscado una mujer para Manín, buscó un marido para -Ramona, la hija de Manín y de Rosa. - -Ramona se parecía á su padre: era alegre, soñadora como él, poco -activa, débil de carácter; no servía ella, como su madre y su abuela, -para cuidar la hacienda. Pero Roque de Xuaca, el marido que escogió -Rosa, sin consultar á Ramona, la mujer de Roque, era el aldeano más -codicioso y tenaz para el trabajo de todo el concejo. En su juventud, -mientras fué soltero, nunca fué á las romerías por las mozas, sino por -los bolos. Ganar algunos céntimos en la bolera, á fuerza de sudores, -era todo su recreo. El resto de la semana, en vez de los bolos del -domingo, tenía la _fesoría_, la pala, la guadaña... los céntimos se -los sacaba á la tierra. Se casó sin amor, sin nada más que codicia; -dispuesto á ser el amo cuanto antes. Rosa murió pronto, y Roque empezó -á tratar á su suegro peor que al perro, que le servía más guardándole -la casa. - -Manín temblaba ante el marido de su hija; no pensó en disputarle el -dominio: desde luego aceptó su papel de carga inútil. Trabajar de veras -no podía, no sabía; cada vez menos. Á pesar de las buenas apariencias, -Manín por dentro se sentía viejo, muy débil, cada día con más necesidad -de amparo, de que le cuidaran, de que le dejasen sus aficiones de pobre -diablo amigo de los tragos dulces, de la excitación alegre del licor... -Pero Roque no consentía ni siquiera lo que Rosa había tolerado por -desprecio. Roque de Xuaca era brutal, soez, cruel. Á Ramona la tenía -en un puño, y la pobre hija de Manín, siempre enferma, no se atrevía á -defender á su padre. Ni Manín se quejaba delante de Ramona, por miedo -de que el marido la maltratase si ella abogaba por su padre. - -Roque ensayó lo imposible: obligar á Manín á trabajar de veras, con -provecho y constancia. Manín sólo tuvo fuerzas de voluntad... para -oponerse á tales ensayos, nuevos en su vida y de fracaso seguro. Lo -que es trabajar como los demás no trabajaría por mucho que mandara -Roque. Podía matarle de hambre, de un palo; pero hacerle pasar el día -encorvado rompiendo terrones, era imposible. Pero el de Xuaca no se -dió por vencido. Renunció á tener en Manín un esclavo que le ahorrase -un criado, pero no renunció á sacar del pobre viejo todo el partido -posible. Como á un chicuelo, se le obligaba á llevar el ganado al -pasto, era el _rapacín de la llinda_ y se le empleaba en otras labores -fáciles, sencillas, pero molestas para un anciano. Y, por supuesto, -se le acortó la ración. Se acabaron los buenos tragos, los viajes en -pollino á la villa, los bocados de pan tierno, la ropa limpia y fresca; -hasta se le echó del cuarto desahogado y caliente que ocupaba en la -casa nueva y se le obligó á vivir en la choza antigua de la casería, á -un tiro de fusil de la vivienda de su hija. Para Roque, su suegro era -menos que el último jornalero. - -Manín se sintió aislado, sitiado por hambre; quería matarle á fuerza -de hastío, de soledad, de privaciones... ¡Málaga, rosa, marrasquino! -¡Recuerdos del bien perdido! Ni una _copiquiña_ en un año. _Borona_, -_fabes_, agua... un poco de leche, poco... y lo demás tristeza, frío, -soledad, aburrimiento... Lo que no podía Roque era vencer la afición de -Manín á las delicias de que le privaba. Soñaba con ellas, no pensaba -en otra cosa. La privación de aquellos placeres materiales, de los -buenos tragos, de los buenos bocados, le hacía dar un interés exclusivo -á tales cosas; toda su voluptuosidad, que antes se esparcía en tantas -delicias, el amor, la música, la vaga poesía del ensueño, la danza, la -conversación alegre... ahora se reducía á complacencias del paladar, -que no podía conseguir, y que cada día deseaba con más fuerza. - -Cuando le echaban en cara su apego á tales apetitos groseros, Manín se -enternecía, con lástima infinita de sí mismo, y, como un anacreonte -elegíaco, procuraba demostrar que á un pobre viejo que ya no podía -gozar de otros placeres, los buenos tragos, los buenos bocados se le -debían como se le debe el respeto. - -Pero Roque le trataba peor cada día: llegó á reducirle á la condición, -casi casi, de un mendigo. - - * * * * * - -Murió Ramona en un mal parto. Roque, seguro de tiempo atrás de que con -la casería se quedaba él, se vistió de negro, con ropa de invierno en -Agosto, antes de que el cadáver saliera de casa. Puso el rostro duro, -compungido, con mueca avinagrada, y recibió á los señores curas y á -los parientes y vecinos que vinieron al entierro y á los funerales, -con seria amabilidad, sin extremar las manifestaciones del dolor, sin -olvidar sus deberes de amo de casa para con los huéspedes, pero sin -descuidarse un momento en su papel de viudo que debía estar por dentro -muy afligido. Con suspiros contestaba á los consuelos de rúbrica, y en -silencio pagaba con obsequios las máximas filosóficas y religiosas con -que los huéspedes procuraban mitigar la pena que él estaba en el caso -de sentir. - -De Manín nadie se acordaba; pero él vino desde su destierro de la -cabaña vieja sin que le llamaran, y á nadie se le ocurrió echarlo de -allí, como tampoco se echaba al perro, que entraba y salía en la alcoba -mortuoria. - -Manín estaba, más que afligido, aturdido, desorientado. ¿Qué iba á ser -de él? Algunos, los pocos que no sabían el desprecio con que se miraba -al pobre viejo en la casa, le daban el pésame y procuraban consolarle -también. Estos consuelos le hicieron pensar á Manín algo en lo que le -pasaba: perdía á una hija, á Ramona, su hija única... Su carácter de -padre exigía sentir una pena moral, honda... más honda... Manín sentía -una pereza invencible de padecer. Comprendió que si se empeñaba en -enternecerse, en afligirse, imaginándose _cosas finas_ como antaño -cuando comía y bebía bien y tenía la sangre caliente, conseguiría -algo, conseguiría atormentarse, recordar la niñez de Ramona, remotas -caricias... pero todo eso podía excusarse. Manín suspiraba, murmuraba -frases de resignación mezcladas con otras de dolor... pero se resistía, -en sus adentros, á dejar que la imaginación se le fuese por los campos -negros de la pena. Además, si pensaba en Ramona, tenía que pensar en sí -mismo, en cómo quedaba él... y aquello sí que era serio, terrible, cosa -positiva, perentoria, mal de un vivo, no de muertos, que ya no son... -No, no; nada de pensar en el dolor que le aguardaba... - -Por el olfato empezó Manín á separarse de todas aquellas tristezas -imaginarias á que le invitaban los curas y los vecinos que le hablaban -de la muerta. - -De la cocina, muy próxima, venían olores que eran delicias positivas -en forma de esperanza que casi se podía paladear. Entró en la cocina. -Se preparaba la gran comilona del funeral, el banquete en la aldea -inexcusable. El _xenru_, el yerno, Roque, estaba en todo; la dignidad -de la casería exigía aquel sacrificio: buena comida y muchos curas -á cobrar la pitanza. Mostrándose rumboso y no dejando un momento el -gesto avinagrado, que él creía de tristeza, probaba Roque lo que debía -á su papel de viudo mejor que con frases que no se le ocurrían. En día -tan lleno de cuidados no pensó en la difunta directamente ni cuatro -veces. Además, allí no había pasado nada en rigor: él ya era el amo; -continuaría siéndolo. - -Manín, mientras el clero y los demás del duelo cumplieron con todas -las diligencias debidas al _cuerpo_ (así llamaban todos al cadáver de -Ramona), se quedó en casa alrededor de los pucheros, y cuando volvió -de la lejana iglesia el fúnebre cortejo, ya sabía el pobre hambriento -á qué atenerse; en la mesa principal, la de los clérigos, había puesto -para él, y había dos sopas, dos pucheros, tres principios, arroz con -leche, café, queso y vino y licores. Cuatro botellas de cuello largo -había visto él sobre la masera. Aquellos eran los licores. No sabía -leer y no pudo enterarse por los rótulos del contenido, pero no dudaba -de que algo de aquello sería dulce. - -Manín se impacientaba. Tardaban en volver los clérigos y legos que -habían ido á enterrar á su hija, á su Ramona, y á cantarle un gorigori -de los repicoteados. ¿Si se quemaba el arroz con leche? ¿Y la sopa? -¿No se perdería la sopa? Si se hubiera atrevido él á meter baza en -la cocina, habría aconsejado á la respetable María Xuanón, la gran -cocinera de la comarca, que no echase el arroz y los fideos tan pronto, -porque las misas de difuntos cantadas con todo lujo son muy largas. - -Manín se plantó, como gallo vigilante, en lo más alto de la -_saltadera_, entre la _quintana_ y la _llosa_, para adelantar los -sucesos, para dominar más camino y ver cuándo aparecían los primeros -señores que habían de volver de la iglesia y del cementerio. Por la -frente, para que no le deslumbrase el sol, Manín divisó el primer -grupo, negro, compacto; después otro de más gente, y otro y otro... -Volvían como bandada de cuervos que se disuelve. ¡Qué poca prisa se -daban! ¡Cuánta hipocresía!--pensaba Manín á su manera.--¡Vienen con -pies de plomo para disimular la gana que tienen de coger las tajadas! -Todos parecen abrumados por la pena, y están sintiendo exclusivamente -el hambre. - -Cuando llegaron á la _saltadera_ los del primer grupo, Manín dejó el -paso libre. Los más eran aldeanos que le conocían bien; dos ó tres -que eran de la _villa_ le dieron el pésame otra vez, le estrecharon -la mano. Manín gruñó agradecido, pero algo turbado, como temiendo que -aquel honor no le correspondiera, en concepto de su yerno, el viudo, y -esto pudiera costarle el asiento que tenía á la mesa. - -Roque llegó con el último grupo, con el cura de la parroquia, el -arcipreste y otros clérigos. No se dignó mirar al padre de su difunta. -Entre la gente del duelo ya se notaba que empezaba á ser tema viejo y -gastado el del triste suceso que allí los reunía y los daba de comer -aquel día. El elemento laico mostraba más hipocresía ó más cuidado -de las _formas_; aún se repetían los lugares comunes que debieran -servir de consuelo y no sirven; se conservaban los rostros con -expresión compungida. El clero disimulaba menos su indiferencia, y -esta franqueza del egoísmo inconsciente tiene algo de relativamente -simpática. Enterrar al prójimo era el oficio de aquellos buenos -párrocos y capellanes sueltos; de eso vivían; de modo que no era cosa -de llorarlo. Además, sin darse cuenta de ello, los curas mostraban, -entre los aldeanos, cierto aire de superioridad, así como de casta, -ó por lo menos de clase. Hablaban y bromeaban en presencia de los -destripaterrones casi con la misma libertad que empleaban en sus -gaudeamus de las fiestas, cuando todos eran de Iglesia. Las bromas -y libertades de los clérigos rurales podían no ser del mejor gusto, -ni graciosas, ni _correctas_; pero eran inocentes, casi infantiles. -Faltaban á ciertas reglas de urbanidad clerical, si cabe hablar -así, que hubiera exigido la presencia de un obispo, v. gr. Pero que -ofendiesen á Dios aquellas maneras algo descompuestas, no es cosa -segura. - -Roque, de vuelta del entierro, ya era otro. Pensaba exclusivamente en -sus huéspedes, no en la difunta. El gesto de vinagre se atenuó; quedaba -el traje negro de invierno encargado de recordar el papel _social_ que -representaba el viudo. Servir bien á los señores sacerdotes, y á los -de la villa, y como se pudiera á los demás, éste era ya el único afán -del que iba á quedarse con la casería de que ya era dueño, _de hecho_, -hacía tantos años. - ---¡Señores, á la mesa!--dijo Roque con tono solemne y algo fúnebre, -en pie, en medio de la puerta del corral, donde estaban muchos curas -examinando las vacas y los recentales. - ---¡Santa palabra!--se atrevió á decir un capellán, picado de viruelas, -pequeño, vivaracho, que hacía alarde de ser travieso, franco y todo lo -mundano que las sinodales permitían. - -Subieron todos al comedor, improvisado en la sala del piso alto, -estrecha, oscura y mal pintada de amarillo y verde; lujo introducido -por Roque, que era ambicioso y aspiraba al sibaritismo, allá, para -cuando ahorrara bastante. - -Una cabecera la ocupó el arcipreste y otra el párroco de Llantones, que -fué diciendo: - ---Aquí Jove, aquí Puao, aquí Contreces, aquí Granda... - -Y así fué señalando silla á cada uno de los curas designándoles con el -nombre de la respectiva parroquia, si la tenían. - -Á la derecha del arcipreste sentaron á Manín; á la del párroco de -Llantones se sentó Roque. - -Manín hubiera sentido orgullo delicuescente si hubiera sido capaz de -apreciar que aquello del sitio era un honor. Pero él no picaba tan alto -en materia de pompas y vanidades, como la inspección de los pucheros y -ollas le habían dado la seguridad de que sobraba comida, hasta para los -pobres, no daba importancia al sitio, sino al hecho de estar sentado á -la mesa. El dónde, importaba poco. - ---¡Don Manuel, ánimo! ¡Hay que comer, qué diantre!--dijo don Primitivo, -el curita de las viruelas, que estaba cerca del aturdido Manín. - ---Sí, señor; ya lo creo. Comeremos... ¡qué remedio!... - -Iba á suspirar, pero lo dejó, porque lo reputó una excusada y -repugnante hipocresía. Su Ramona, que le vería desde el cielo, ó desde -el purgatorio, de fijo aprobaría su conducta; además, con ella, con su -hija, no tenía para qué andarse con cumplidos: harto sabía ella que su -padre no había comido cosa fina, comida de curas nada menos, muchos -años hacía. ¿Cómo no habían de alegrársele los sentidos? ¡Olía tan bien -la sopa humeante! Estaba la mesa tan blanca, el pan parecía tan tierno, -tan caliente y generoso el vino... ¡Quién dijo pena!... es decir, pena -sí, claro; pero luego, luego... á otra hora, otro día... muchos días... -¡sí, carape, muchos días!... más cada día, acaso... ¡Recontra! ¡pues no -iba á ponerse á pensar en aquello tan negro, tan triste!... - ---¿Arroz ó fideos... Manín?--preguntó el arcipreste. - ---_Mezámelo, mezámelo_--contestó el padre de Ramona con humildad y -candor de paloma. - -Quería decir que le dieran fideos y arroz. - -Comía, devoraba Manín; á dos carrillos; engullía de prisa, como perro ó -gato que asalta una despensa, mirando receloso á su yerno entre bocado -y bocado. Roque estaba muy ocupado con sus atenciones de amo de casa -que quiere agasajar á los huéspedes. Por eso--pensaba Manín--le dejaba -á él comer todo lo que quería. - -Sonreía el padre de la difunta á derecha é izquierda, mirando á todos -con expresión de agradecimiento y ternura, como diciendo: ¡Gracias, -señores; gracias por admitir al mísero padre de Ramona, que en paz -descanse, á esta mesa tan bien servida, donde va á sacar la tripa de -mal año, de muchos malos años! - -La primera copa de buen vino de Toro la recibió el cuerpo de Manín -como si con ella le hubiesen ungido rey y emperador de la felicidad -terrenal. ¡Qué cosas de cariño, de intimidad caliente, familiar, llena -de recuerdos dulcísimos, le decía el jugo de la uva al caerle por la -garganta abajo! - -Vino el primer cocido, el puchero fresco, lleno de golosinas, tales -como buen chorizo, jamón, menudos de gallina, tocino rancio, y Manín -dejó que le llenara Don Primitivo el plato, hasta convertírselo en -pirámide, de todas aquellas delicias del estómago. - -La conversación empezaba á animarse. No había ya reserva alguna, -hipocresía de ningún género, ni aun por parte del elemento laico, que -antes fingía cierta pena. Así como cuando hay fiesta nadie se acuerda -del santo, ahora nadie se acordaba de la difunta, á cuya salud... -eterna estaba comiendo toda aquella concurrencia de cristianos tibios. - -Se habló de la cosecha, del último concurso convocado por el señor -obispo, de los masones; pero la alegría franca, aunque no descarada ni -de manifestaciones bulliciosas, no se mostró hasta que comenzaron los -chascarrillos. Á Manín le parecía inagotable el vino, y como el vino -los cuentos; creía que aquellos señores curas sacaban del fondo de los -vasos todas aquellas historias que acababan siempre por un chiste, que -reían todos, y que él no entendía las más veces, pero celebraba también -con una carcajada y un trago. Los cuentos eran, los más, relativos al -clero; solía ser el héroe un famoso cura de La Parada, á quien Manín -estaba admirando y envidiando, como César á Alejandro. ¡Si él hubiera -sido párroco! ¡Qué tragos, qué pitanzas, qué comilonas! - - * * * * * - -Vino la morcilla, con las _fabes_ y el _llacón_ y la sidra. ¡Madre de -Dios, qué recuerdos de dicha olímpica despertaban en las entrañas de -Manín aquellos olores! Sí, en las entrañas; porque eran recuerdos, -sensaciones, deleite de paladar _alucinado_ por evocaciones de -remota harturas; asociación de ideas, y aún más, de voluptuosidades; -sentimentalismo de la gula... ¡qué sabía el pobre Manín! Pero ello era -un encanto, estómago y corazón participaban de la delicia... - -¡La juventud, la abundancia... el pasado... su madre, su mujer... su -hija... sus ensueños!... Manín aflojó el cinto ruin con que sujetaba -los pantalones, se limpió el sudor de la frente con la servilleta... y -se bebió de un trago un vaso de vino tinto. - -Carne asada, un pato, calabacines rellenos... todo eso fué pasando por -la mesa y de todo comió el de Pepa José como por cuatro; y de camino -bebía como seis... - -Indudablemente, el mundo ya le parecía otro: quería pensar y echaba de -menos lo que él no sabía que se llamaba lógica; quería sentir y sentía -cosas extrañas, ilógicas también; por ejemplo: perdonaba á su yerno y -le abrazaba, _in mente_ y al recordar á Ramona no le dolía mucho por -dentro, sino que la veía como en el centro de la tierra muerta de risa -y contenta de ver á su padre tan bien comido y en camino de coger una -borrachera de las que se duermen dos días... - -Manín, sin miedo á su yerno ni al arcipreste, rompió á hablar alto, -y contó cuentos verdes, y filosofó á su modo acerca de la comunión -de los santos y el perdón de los pecados. Dijo lo que quiso, nadie -le fué á la mano. El infeliz creía que todos estaban tan exaltados -como él; no podía notar que desentonaba, que la alegría de los demás -era contenida, expresiva sin estrépito, sobre todo, sin imprudencias, -sin paradojas sentimentales... Nada de eso podía ver, se puso en pie, -peroró, lloró, abrazó á diestro y siniestro... y cuando llegó la hora -de los licores, abrazado á la botella de aniseta, pegajoso y dulzón, -cantó á su modo, en prosa bable, una égloga elegíaca, invocando el -derecho de gozar del presente, de aquella orgía, que lo era para él la -comilona; y se esforzaba en compaginar, con palabras incoherentes, el -dolor y la alegría, su desgracia cierta y su pasajera delicia, con no -menos poesía, en el fondo, y no menos incomprensible para el vulgo, que -Shelley cuando quiere en el _Epipsychidion_ armonizar el amor á dos -mujeres á un tiempo. - -Roque dejaba á su suegro disparatar, desentonar, descomponerse, -escandalizar... Le convenía... Ya lo veían aquellos señores; testigos -eran: quedaba explicado por qué él trataba al padre de su difunta como -á un perro... Si se le dejaba comer y beber bien, se ponía así, loco... - - * * * * * - -El escándalo fué mayúsculo. “Tenía razón Roque: su suegro era -_imposible_.” La opinión, en las aldeas del contorno, fué unánime. En -la comida del entierro nadie, ni los más indiferentes al duelo de la -casa, se habían extralimitado. Se había querido, como siempre, distraer -á la familia, contando chascarrillos, animando la conversación, pero -todo con cierto tino, sin salir del tono conveniente... y él, Manín, -el padre de la difunta, se había emborrachado, y había cantado coplas -sucias y había llorado... vino y sidra... ¡Horror! - - * * * * * - -Algunos meses después, ni Roque, ni el párroco de Llantones, ni el -arcipreste, ni ninguno de aquellos comensales tan morigerados se -acordaban ya, ni en sus cortas oraciones, de la pobre Ramona, que comía -tierra. De lo que sí se hablaba algunas veces todavía era del escándalo -que había dado Manín de Pepa José en la comida de los funerales de su -hija... - -Manín volvió á su choza miserable, á su vida de perro pastor; -decrépito, comiendo como un anacoreta... borracho de lágrimas, de -recuerdos, de necesidad... lleno de lástima de sí mismo... y viendo el -mundo vacío, enemigo, con él porque por él ya no cuidaba aquella hija -que parecía ruda y era como el aire, como la luz, como el calor... La -necesitaba, con ansias de enfermo caduco... y ella no venía, no volvía, -no podía volver... - -Manín deseaba un remedio que no sabía buscar, en sus cortos alcances; -el remedio que él quería era el suicidio, pero no daba con él. Los -animales no suelen suicidarse, aunque padecen mucho á veces. Manín era -como un rocín viejo, podrido, desamparado... que no sabía suicidarse. -Acaso estaba chocho, con la idea-dolor fija de su Ramona... que no -estaba allí, en Llantones... en la casería... para compadecerse del -pobre viejo, y darle aire, luz, calor... vida... la vida aquélla que ni -se marchaba ni se quedaba; que él tenía y no tenía... Para su delirio -de penas, Ramona ausente era el sol muerto, y él, Manín, desnudo, en la -calle, tiritando de frío... ¡con miedo, con sed, con hambre!... - - - - - ÁLBUM-ABANICO - - -Ó al revés, abanico-álbum _como gustéis_. La señora de Frondoso tenía -uno, célebre en todo Madrid. Por el tiempo en que comienza esta fiel -historia de sucesos reales, ya el álbum de versos y dibujos era cosa -bastante desacreditada, y el abanico convertido en álbum, el colmo de -lo cursi. Pero la señora de Frondoso había leído en _Pepita Jiménez_ -que la esencia de lo cursi estaba en el excesivo temor de parecerlo; -y se hubiera creído más cursi que todas las cursis juntas si hubiera -renunciado á que la pusieran versos en los abanicos, considerando -que se había abusado de este género de galantería, que ya apestaba -al mundo, pero que á ella no le apestaba. Y en el círculo de sus -relaciones, ó mejor, en la corte de Cupido que la rodeaba, lo ridículo -é impertinente era quejarse de la anticuada manía. - ---Fulanito, tiene usted que hacerme algo para el abanico--decía la de -Frondoso á cualquier nuevo amigo presentado en su círculo escogido--; y -Fulanito se guardaba de repetir los lugares comunes que corrían contra -los abanicos literarios, y prometía escribir, y escribía y procuraba -esmerarse. ¡Vaya, y que era fácil distinguirse entre aquellas patas -de mosca que llenaban el _país_ del álbum de viento! Ayala á la -derecha; Campoamor por arriba; Núñez de Arce, con su _Excelsior_, por -debajo; Manuel del Palacio á babor...; Echegaray allá á lo lejos... -No había formas desconocidas, ni aficionados completamente memos; -todos los firmantes eran poetas de verdad, ó, por lo menos, mozos de -chispa, ó buenos mozos, ó ilustres políticos, ó periodistas célebres, -ó cómicos insignes. Dígase pronto, porque ello se ha de saber. La -señora de Frondoso amaba mucho; y su marido, secretario del Círculo, -consejero de ferrocarriles y afortunado bolsista, no había sido más -que uno de los primeros eslabones de una cadena de oro con que ella -voluntariamente sujetaba el corazón. Era rica, hermosa todavía, muy -franca, muy bien educada, digámoslo así; muy afable, muy natural, nada -gazmoña. Su esposo era un hombre muy simpático y muy influyente, amigo -y deudo de grandes personajes, algunos de escogida aristocracia... Todo -Madrid sabía que Julita Medero, ó á la francesa, como la llamaban, -Julita Frondoso, era... la _Pródiga_; y sin embargo, no sólo las -catorce señoras malas que hay en la corte, según la estadística del -P. Coloma, sino las muchas docenas de damas intachables de la más -culta y distinguida sociedad, transigían con Julita, y la llevaban en -palmas, siempre que ella quería, que no era todo el año. Porque había -temporadas en que se la veía muy poco entre la gente de su _mundo_, y -entonces ó desaparecía ó iba á sitios poco _distinguidos_ con otras -damas, también ricas y de mucho tono... pero un poco separadas del -trato de las familias más escrupulosas. - -La de Frondoso volvía á los _suyos_ siempre que quería, y nadie temía -que trajera consigo la peste que hubieran podido pegarle aquellas -_otras_. - -Este privilegio lo debía Julita á muchas cosas. En parte, á su humor -equilibrado, alegre, sin aturdimiento; á su trato simpático, cordial; á -su atractivo singular, que era tal, que muchas veces se vió enamoradas -de ella, en pura amistad, á las mismas que debían estar celosas, por -causa del respectivo marido. Tenía la de Frondoso una particular -complacencia en conquistar á un tiempo á un amigo... y á su mujer; y lo -conseguía no pocas veces. Nadie hablaba mal de ella... en detalle. Se -reconocía, en general, que no había por dónde cogerla, porque eso era -notorio; pero... _nada más_. Nadie comentaba sus aventuras una á una, -ni se hablaba de su querido _actual_; no se la seguían los pasos. Tenía -la gran _virtud_... mundana de _no dar escándalo_. Cierto beneficiado -de una catedral, amigo suyo, había dicho en una ocasión delante de -ella: “Si no puedes ser casto, sé cauto”; y ella había convertido en -dogma de moral la frase, digna de Cicerón. Secreto, siempre secreto. -Nadie tenía pruebas, que pudieran valer en juicio, de lo que era una -convicción común. “Concretamente no se sabe nada”, se repetía por todas -partes. En fin, aquello sí que era cursi y de clavo pasado: hablar de -los adulterios de Julita. ¡Adulterios! ¡Jesús, qué palabrota tan poco -oportuna y tan escandalosa... tratándose de Julita Frondoso! Amigos, -protegidos, así se debían llamar los amantes de aquella señora. No -eran sus _admiradores_, sino mejor sus _admirados_; era ella la que -admiraba. Su especialidad era... el _plato del día_; el hombre de quien -hablaban los periódicos de aquella semana..., ése era el seductor... á -quien Julita procuraba seducir. Parecía á veces la de Frondoso la _flor -natural_ de un certamen. Se _adjudicaba_ al más excelente versificador, -ó al diputado de más labia, ó al espadachín de más agallas y más arte. -Nunca llegó á los toreros. Pero sí á los ministros. Un ministro joven -le parecía un encanto, si no era tonto. Por lo general, prefería las -bellas artes, incluyendo las letras. El poeta era lo mejor, y lo que -más se le pareciese, en seguida. En pintura entró por el naturalismo -primero que en literatura. En la época de los últimos resplandores -de la hermosura de esta señora, empezaba el realismo á estar de moda -en España; y ella lo acogió, en las artes plásticas, concediendo sus -favores á Pablito Fonseca, que era un paisajista de la escuela natural. -Su especialidad eran las vacas sentadas sobre la yerba. Pablito no -tenía dos dedos de frente; pero sus vacas eran _pedazos de la realidad_ -puestos en el lienzo. Daban ganas de ordeñarlas. Por unas cuantas -semanas, algunos chuscos llamaron á la de Frondoso la de _Finojosa_. Ya -comprenden ustedes por qué. - -Pero, amigo, en materia de novelas, “¡mi Feuillet de mi alma!” decía -Julita; y, dicho sea en puridad, lo que le gustaba á ella de verdad era -el folletín criminal, con un misterio en cada número del respectivo -periódico. Una hija que estaba una porción de semanas sin padre, y que -á lo mejor encontraba tres ó cuatro...; eso, eso era lo que encantaba á -Julita. - -Si al cabo entró por la novela más ó menos naturalista, fué gracias -al carácter firme y genio áspero de Ángel Trabanco, poeta lírico -_predominantemente_ descriptivo, que despreciaba de modo olímpico el -argumento, la _fábula_, y en poesía y en novela quería ver el mundo -real pintado por él mismo, por el mundo, no por las aventuras de los -muñecos humanos que lo pisaban y profanaban. Con todo su mal genio, -Trabanco, si quiso conquistar el corazón de Julita, ó por lo menos -alquilarlo por una temporada, no tuvo más remedio que pasar por las -horcas caudinas del _álbum-abanico_. Quedaba un rincón en blanco, y -allí, con letra muy menuda, el poeta descriptivo de mal genio tuvo que -pintar en unos veinte versos, modelo de concisión y fuerza plástica, -_El molino viejo_. Era un molino cansado de moler, en ruinas por fuera -y por dentro; la molinera vieja, la cítola gastada... ¡Magnífico de -verdad y de tristeza! “Ese molino soy yo”, dijo la de Frondoso. No -valieron protestas; se empeñó en que era ella, y le hizo gracia tener -un parroquiano nuevo para el molino viejo de su corazón... Ángel se -hizo querer más que otros, porque era dominante, desconfiado, montaraz, -decía Julita. La convenció de que tenía la pobre muy mal gusto -literario, y le hizo leer las novelas de los Goncourt, que la aburrían, -y las de Balzac y demás maestros consabidos, que no las podía concluir -sin dormirse. - -Pero al álbum-abanico no pudo hacerla renunciar. Aquel registro -de notabilidades más ó menos pasajeras siguió siendo la manía de -Julita; los amantes variaban; la manía siempre era la misma. Como se -decía que aquellos abanicos poéticos y artísticos eran las _actas -de los mártires_, es decir, listas de los amantes de Julita, ésta -creyó oportuno advertir á Trabanco que en tal supuesto había notoria -exageración. - ---Oye, tú--le dijo un día:--la tirria que le tienes al abanico -ilustrado, como tú dices, no será porque creas que han sido amigos -míos, así como tú, todos estos señores... Te juro que nunca tuve nada -con Zorrilla, ni con Campoamor, ni con Pepe Luis... - ---No; si á quien yo temo es al _nuevo Parnaso_. - ---Yo soy franca, ya lo sabes; un cómico francés, que fué íntimo de -casa, allá en París, me decía que ya Molière, en una comedia que se -llama _L’Etourdi_, justificaba la brevedad de los amores: cuanto más -breves sean los extravíos, menos malos serán. - -Y la de Frondoso, con mediana pronunciación, repetía siempre que -hablaba de esto: - - _Si notre esprit n’est pas sage á toutes les heures, - Les plus courts erreurs sont toujours les meilleurs._ - ---Y tú no puedes quejarte, Nerón--añadía la simpática matrona--; hace -un siglo que te quiero. - -Y era verdad; la de Frondoso se había acostumbrado á su poeta del -molino viejo, y no llevaba trazas el trueno de venir por causa de ella. - -Pero al vate le llamaron á su pueblo, donde le esperaba una buena -moza, que le quería muchos años hacía, y que acababa de heredar algo -más sólido que los poemas descriptivos. Trabanco habló claro. Julita -trató de disuadirle; le aconsejó que se quedara en Madrid para hacerse -_célebre de veras_; esto en el lenguaje de Julita, quería decir: -hacerse hombre político con el riñón cubierto. Le prometió ayudarle -con la influencia de su marido y otras que ella tenía... Quedaron en -discutirlo en el tren, saliendo juntos de Madrid, ella para Francia -y él para su pueblo... Si ella le convencía en unas cuantas horas... -seguirían juntos á Francia... - -La de Frondoso no vió á Trabanco ni en la estación ni en el tren. No le -volvió á ver en muchos años. Le perdonó, le escribió; él contestó dos, -tres veces; después, ni cartas. - -Julita perdonó esto también... y á los pocos meses para ella Trabanco -era un joven de porvenir, que había cortado la carrera casándose con -una _ingenua_ de pueblo. Y tan amigos. - - * * * * * - -Pasaron más de doce años, trece ó catorce; la de Frondoso siguió -viviendo en Madrid, y Trabanco en Barcelona, en Sevilla, en el -extranjero algunas temporadas; á Madrid no fué nunca más que de paso. -Muy de tarde en tarde, leía Ángel en los periódicos algo referente -á las tertulias de la señora de Frondoso; según los revisteros de -salones, el encanto de aquella morada era Luz, aquella _Bebé_ de que -tanto le hablaba _illo tempore_ Julita; la niña esbelta y precoz que -había visto él muy pocas veces, siempre de lejos. - -Una tarde, en uno de sus raros viajes á la corte, Trabanco hablaba con -varios amigos, políticos y literatos, en un corrillo en la Carrera de -San Jerónimo. - -Á tales fechas, Trabanco era muchas cosas antes que lírico. Con el -dinero de su mujer había hecho negocios muy sanos en la industria -taponera; el corcho y su mercado eran una de las preocupaciones más -importantes del poeta de cabeza gris y grandes patas de gallo alrededor -de los ojos, siempre enérgicos y soñadores. El corcho le había llevado -al estudio de ciertas cuestiones económicas muy prácticas; de estas -cuestiones había ido por asociación de hechos á la política, y en la -actualidad era un candidato á la diputación á Cortes, tan encasillado -como otro cualquiera. Pero seguía siendo poeta y viendo el mundo por su -aspecto de hermosura plástica; de tarde en tarde publicaba un tomo de -versos, muy elegante, con grabados muy bonitos. No le atormentaba la -mucha ó poca venta, como antaño; el corcho le permitía estar tranquilo -respecto de este particular. Regalaba muchos ejemplares, recorría -muchas redacciones y se hablaba bastante de los versos de Trabanco, sin -que nadie pusiera interés en negarle el talento poético, que ni subía -ni bajaba. Cuando había alguna vacante de académico de la Española, no -faltaban _críticos_ que _indicaban_ á Trabanco, sin escándalo de nadie. -Y nada más. Ésta era toda su gloria. Como se ve, Trabanco no había -llegado á ser _célebre de veras_, como la de Frondoso hubiera querido, -y acaso hubiera conseguido si él no se hubiese separado de ella y de la -corte. - -En fin, aquella tarde, cuando más animada estaba la conversación del -corrillo, dos damas muy bien vestidas, altas las dos, una vieja y otra -muy joven, deslumbradora de lozanía y belleza, pasaron junto á aquel -grupo, que se abrió para dejar libre la acera. - ---¡Ibáñez!--exclamó la dama entrada en años deteniéndose y alargando -una mano á un buen mozo, pero muy gastado, que formaba parte del corro. - ---Señora... Luz... - ---Me tiene usted olvidada.. Y tú, Luz, ríñele... - ---No lo crea usted. Mañana mismo... - ---Sí, siempre mañana... - ---Mañana sin falta tiene usted eso en el palco; ¿no le toca á usted -mañana en el Español? - ---Sí, sí; ¿pero están ya hechos? - ---Sí, señora, sí. No valen nada... pero... - ---¡Oh! eso es modestia... ¡Oh, Trabanco! Usted por aquí... cuánto -tiempo... - ---Sí, señora; catorce años lo menos... - ---Sí, catorce... - ---¿Y ésta es? - ---Luz... - ---¿Bebé? - ---Sí, Bebé... ¿Ha crecido, eh? - -Y Luz, sonriente, sencilla, _natural_, mucho más natural que los versos -de Trabanco, miró y saludó con un apretón de manos, al antiguo amante -de aquella madre de quien ella nada malo sabía ni sospechaba. - -Siguió la conversación entre las señoras, Ibáñez y Trabanco. Ibáñez era -poeta también, pero de otra generación... literaria, aunque poco menos -viejo que Trabanco. Pero Ibáñez estaba de moda, era entre místico y -diabólico y con las señoras tenía mucho más partido que Trabanco había -tenido en sus mejores tiempos. Además, vivía casi siempre en París ó en -Londres, y esto le refrescaba la fama como si fuera sal. - -Lo que Julita Frondoso, anciana respetable, muy bien conservada, le -pedía á Ibáñez era, efectivamente, unos versos para un abanico de Luz. -Luz tenía también álbum-abanico, ó mejor, lo tenía su madre á nombre -de Luz. La arrogante moza, figura de Diana, era pura, noble, enérgica; -si coqueteaba, era por procedimientos que nada tenían que ver con las -letras ni con los abanicos. - -Pero Trabanco, al oir lo del álbum, miró á la virgen arrogante y -tranquila, y un momento temió que el álbum de la hija, sugestión de la -madre, fuera un registro simbólico, como aquel otro abanico en que él -había escrito: “El molino viejo”... - -Por lo demás, Trabanco y la de Frondoso se miraban y se sonreían, como -dos antiguos conocidos que nada recordaban de intimidades y ternezas... -Aún Trabanco, como poeta, daba cierto tinte de filosófica _añoranza_ á -las reminiscencias comunes... pero la de Frondoso, nada absolutamente, -nada parecía recordar; es decir, se acordaba de todo, pero como si no. -En una casa que veían enfrente habían tenido su nido de amores, pues -allí vivía Ángel, y allí le visitaba Julita. Trabanco lo recordó, miró -á la casa, al balcón de su gabinete... También, por casualidad, la de -Frondoso miró hacia allí... pero sin pensar en nada remoto, pensando en -Ibáñez, en Luz... en el álbum, en los versos que Ibáñez prometía llevar -al teatro al día siguiente... - -¡La de Frondoso! ¡Oh! una señora muy respetable. Aquella gente nueva -nada malo sabía de tal dama; se había olvidado su vida alegre; no era -ya nadie más que la madre amabilísima de una de las muchachas más -hermosas y elegantes de Madrid... En cuanto al álbum-abanico... era una -manía inocente, inofensiva, que todos seguían respetando. - -Trabanco, viendo seguir calle arriba á la dama vistosa, siempre -alegre... siempre frívola; sin los vicios que la edad le había hecho -abandonar, pero con la manía que era como la cáscara, ya vacía, del -vicio, pensó para sus adentros una porción de cosas, filosóficas como -ellas solas, de una filosofía ni pesimista ni optimista... casi cómica. - -Y se dijo lleno de benevolencia irónica... - ---¡Qué diferencia entre Julita Frondoso... y la _Magdalena_. - - - - - UN REPATRIADO - - -Antonio Casero, de cuarenta años, célibe, doctor en Ciencias, filósofo -de afición, del riñón de Castilla, después de haber creído en muchas -cosas y amado y admirado mucho, había llegado á tener por principal -pasión la sinceridad. - -Y por amor de la sinceridad salía de España, por la primera vez de su -vida, á los cuarenta años; acaso, pensaba él, para no volver. - -Véanse algunos fragmentos de una carta muy larga en que Casero me -explicaba el motivo de su emigración voluntaria: - -“...Ya conoces mi repugnancia al movimiento, á los viajes, al cambio -de _medio_, de costumbres, á toda variación material, que distrae, -pide esfuerzos. Este defecto, porque reconozco que lo es, no deja de -ser bastante general entre los que, como yo, viven poco _por fuera_, y -mucho por dentro, y prefieren el pensamiento á la acción. - -“Verdad es que la misma historia de la filosofía nos ofrece ejemplos de -grandes pensadores muy activos, muy metidos en el mundanal trasiego, -como, v. gr.: Platón, con sus idas y venidas á Sicilia, sin contar -otras idas y venidas y su discípulo y rival Aristóteles, que no fué -_peripatético_ sólo en su escuela de Atenas, sino recorriendo mucha -tierra y viendo y haciendo muchas cosas. De los modernos, se puede -citar, entre los muy activos, á Descartes y á Leibnitz, por más -ilustres. Pero, con todo, entre los de nuestras aficiones, son más -los que siguen el ejemplo de Kant, que apenas salió en su vida de su -Königsberg. Carlyle, en su _Viaje á Francia_, póstumo, nos hace ver la -gran importancia que da al acto de _valor personal_... de decidirse -á hacer la maleta y pasar el Estrecho; y Paul Bourget, en su novela -_El discípulo_, nos ofrece la psicología del pensador sedentario que -pasa las de Caín porque tiene que ir de París á una ciudad cercana. -Yo, aunque indigno, también aborrezco los baúles, las facturas, los -andenes, las fondas, los trenes, las caras nuevas, la vida nueva, la -congoja infinita de variar, en todo lo que se refiere á las necesidades -del mísero cuerpo y á las nimiedades de la vida social. - -“Muchas veces me han censurado, y hasta se han reído de mí, creo, porque -nunca he salido de España. ¡No he estado en París! ¡París! Magnífico, -si yo pudiera llevar mi casa conmigo, como el caracol... y, por -supuesto, ir por el aire. El mundo civilizado, sobre poco más ó menos, -en lo que merece atención, es lo mismo ya en todas partes, y lo que -varía de región á región es lo que mortifica al sedentario maniático, -cual yo, que en ropa, alimento, lecho, vivienda, costumbres de la -vida ordinaria, no puede sufrir las variaciones. Yo me siento hermano -del chino, del hotentote; pero ¡cómo pondrán el caldo por ahí fuera! -Francia es como patria de mi espíritu; pero ¡creo que por allí dan un -chocolate!... - -“...Y, á pesar de todo eso, emigro; sí, me voy; dejo á España. _Dimito._ - -“Sí, dimito, por creerme indigno de ella, mi magistratura de español _en -activo_. Yo, sobre que, después de pensar y sentir muchas cosas en esta -vida, en que tanto he reflexionado y sentido, ahora tengo por _deidad_ -la sencillez sincera, la humilde ingenuidad para conmigo mismo; no -quiero, como diría Bacon, _ídolos_ de la _caverna_, ni del _teatro_, ni -del _foro_, ni de la _tribu_; mi ídolo es la sinceridad ¡Culto austero, -amargo; pero noble, sereno! - -“Pues, bien, amigo mío, ahondando en mi espíritu, mirando _cara á cara_ -mi sentir más íntimo, he llegado á convencerme de que... yo _no siento -la patria_. No, no la siento como se debe sentir; lo mismo me sucede -con la pintura: digo que no la siento, porque comparo el efecto que -me produce con el que causa á otros, y con el que yo experimento en -presencia de la música buena, de la poesía, de la arquitectura, y veo -su inferioridad palmaria. La patria es una madre ó no es nada; es un -_seno_, un _hogar_, se la debe amar, no por _a_ más _b_, no por efecto -de teorías sociológicas, sino como se quiere á los padres, á los hijos, -lo de casa. Yo no amo así á España; me he convencido de ello ahora al -ver nuestras desgracias nacionales y lo poco que, en resumidas cuentas, -las he sentido. No, no me quieras consolar de esta decepción íntima -diciéndome que casi todos los españoles están en el mismo caso. Es -verdad, pero allá ellos; que emigren también. Sí, ya sé que los más, -sin descontar aquéllos que han impreso su dolor patriótico en multitud -de ediciones, en rigor, han visto pasar las cosas como si la lucha de -España y los Estados Unidos fuera _res inter alios acta_. - -“La misma observación, honda, amarga, despiadada, pero sincera, que -he aplicado á mis íntimos sentimientos, la he podido hacer en torno -mío. No hablemos de los egoístas francos, militares ó paisanos, que -porque la ley, deficiente sin duda, no les exigía un sacrificio -directo, ni de su persona, ni de sus bienes, veían con la indiferencia -menos disimulada las catástrofes que nos hundían; no hablemos tampoco -de los patrioteros hipócritas que por oficio tienen que emplear á -diario toneladas de lugares comunes elegíacos en lamentar dolores de -la patria que ellos no experimentan; pero ¡si fueran ésos solos! Yo -he observado de cerca á quien ha luchado por España, ha expuesto su -vida defendiéndola, y ha merecido gloriosos laureles... Ese mismo, -que hubiera muerto en su puesto de honor..., lo hacía todo más por el -honor que por cariño real, de hijo, á España. No había más que oirle -relatar nuestras desventuras que había visto de cerca. No, no hubiera -hablado así de las desgracias de una madre, de un hijo. Sin darse él -cuenta, ajeno de hipocresía, bien se dejaba ver que más influía en -su alma la alegría del noble orgullo, por su valor, su pericia, su -brillante campaña, que el dolor por lo que España había perdido. Aquel -héroe vencido, no había alcanzado menos gloria que la que el triunfo le -hubiera podido dar; por eso estaba contento... y la patria, por la que -hubiere muerto, quedaba en su espíritu, allí, en segundo término, como -una abstracción de la geometría moral, exacta, pero fría...” - - * * * * * - -“Además, yo me siento poco español. Creo en el genio nacional; no sé -en qué consiste precisamente; pero en ciertos momentos de la historia -pragmática, y más en los rasgos populares y en ciertas cosas de -nuestros grandes santos, poetas y artistas, adivino un fondo, mal -estudiado todavía, de grandeza espiritual, de originalidad fuerte. -En Santa Teresa y en Cervantes es donde yo adivino más caracteres -esenciales de ese genio. Pero... ¡es tan recóndito y obscuro todo -eso! En cambio, saltan á la vista, me hieren con tonos chillones y -antipáticos las cualidades nacionales, mejor, los vicios adquiridos, -que me repugnan y ofenden. Este predominio, casi exclusivo, de la vida -exterior, del color sobre la figura, que es la idea; de la fórmula -cristalizada sobre el jugo espiritual de las cosas; este servilismo del -pensamiento, esta ceguedad de la rutina, y tantas y tantas miserias -atávicas contrarias á la natural índole del progreso social en los -países de veras _modernos_, me desorientan, me desaniman, me irritan... -y me marcho, me marcho. Excuso decirte que no creo en regeneraciones -ni en _Geraudeles_ patrioteros... Ni yo merezco vivir en España, ni -España es de mi gusto. Yo no me siento capaz de sacrificar por ella -lo que toda patria merece; no tengo, pues, derecho á que su suelo -me sustente, su ley me ampare. Ella á mí no me ha dado lo que yo -más hubiera querido: una sólida educación intelectual y moral, que -me hubiera ahorrado esta farsa de semisabiduría en que vivimos los -_intelectuales_ en España. No puedes figurarte lo que padece mi amor -de sinceridad, hoy mi fe, con este fingimiento de ciencia prendida con -alfileres á que nos obliga la mala preparación de nuestros estudios -juveniles. Yo veo mi poder reflexivo, mis facultades intuitivas, mi -juicio y mi experiencia, muy superiores á los medios de instrucción -sólida de que dispongo, para aprovechar en la sociedad esas facultades. -Si no fuera español, sino francés, inglés, alemán, no tendría que -lamentar tan bochornosa deficiencia. Ser tuerto en tierra de ciegos, no -puede ser consuelo más que para egoístas y vanidosos. Yo quisiera tener -dos buenos ojos en tierra en que no hubiera ni tuertos ni ciegos. Ser -de la multitud, en Atenas... - -“...No se puede creer en regeneradores, porque faltan las primeras -materias para toda regeneración. Emigro; ni yo creo en España, ni ella -debe esperar nada de mí. Cuando perdimos las escuadras, cuando se -rindió Santiago, me puse un poco malo del disgusto... Sí, poco; pronto -sané, más contento con este orgullo de querer _algo_ de veras á la -patria, que apenado con las irremediables desgracias... Por la pérdida -de padres y de hijos, se siente otra cosa más fuerte, más honda: el -dolor por la ausencia de la madre no lo endulza la conciencia de la -ternura filial; en cambio, al sentir que yo quería á España algo más -que los patriotas vocingleros, me sorprendí gozando de cierta alegría -íntima... Y después, ¡qué pronto fuí olvidando las pérdidas, las -vergüenzas nacionales!... No, España; no te merezco. Ni mi espíritu, -hecho extranjero por lectura de franceses, ingleses y alemanes, te -comprende bien, ni soy, en definitiva, un buen hijo. Seré el hijo -pródigo... que no vuelve.” - - * * * * * - -Pero volvió. Yo me encontré al pobre Antonio Casero en la Puerta del -Sol, disponiéndose á subir á un ómnibus que le llevara á... los toros, -á una novillada cualquiera. Volvía de Inglaterra, Alemania y Francia, -triste, desmejorado, flacucho. - ---Estoy--me dijo--como aturdido. He llegado á ese escepticismo de la -conducta, mil veces más angustioso que el de la inteligencia. ¡No sé -qué hacer! ¡No sé dónde estar! Huí de España, como sabes, con gran -esfuerzo, no por apartarme de ella, sino por cambiar, por moverme. -Sabes las razones que tuve para emigrar. Pero ¡fuera de España tampoco -_sabía vivir_! ¡Tenía la patria más arraigada en las entrañas de lo -que yo creía! El clima, el color del cielo, el del paisaje, su figura, -el modo de comer, el modo de hablar, lo extraño de los intereses -públicos, el no importarme nada de cuanto me rodeaba; las costumbres, -que me parecían irracionales por no ser las mías; todo me repugnaba, me -ofendía; todo era hielo y aspereza, una especie de magnetismo enemigo -que me acosaba en todas partes. Hasta respiraba peor. Tal vez lo más -espiritual de mi ser continúa siendo extranjero, pero cuanto en mí es -tierra, barro humano, que es lo más, ¡ay! es español y no puede vivir -fuera de la patria. No, no puedo vivir en España... pero tampoco fuera. -Y en tal conflicto... vuelvo, aborrezco el _españolismo_, pero me -llamo de hoy más _Vicente_, y me voy donde los demás españoles... á -los toros. _Natura naturans._ Después de todo, ¡qué sería de España si -emigrasen todos sus hijos ingratos, que no la aman bastante! Quedaría -desierta. - - - - - DOBLE VÍA - - -Al año de ser diputado y madrileño _adoptivo_, Arqueta ya era bastante -célebre para que todo el mundo conociera un epigrama que se había -dignado dedicarle nada menos que el jefe de la minoría más importante -del Congreso. - ---“Ese Arqueta, había dicho, no sólo no tiene palabra fácil, sino que -no tiene palabra.” - -Eso ya lo sabía Arqueta; nunca había pretendido ir para Demóstenes, ni -ése era el camino; pero el tener palabra difícil no le estorbaba, y el -no ser hombre de palabra le servía muchísimo. Claro que este último -defecto le acarreaba enemistades, pues las víctimas de aquella carencia -le aborrecían é injuriaban; pero ya tenía él buen cuidado de que -siempre fueran los caídos los que pudieran comprobar toda la exactitud -del epigrama... de la minoría. ¿Á que nunca había faltado á la palabra -dada al presidente del Consejo de Ministros ó á cualquier otro -presidente de alguna cosa importante? ¡Ah! pues ahí estaba el toque. Lo -que era, que muchas veces había que navegar de bolina; algunas bordadas -había que darlas en dirección que parecía alejarle de su objeto, del -puerto que buscaba, pero aquel zis-zás le iba acercando, acercando, y -á cada cambiazo, ¡claro!, algún tonto se tenía que quedar con la boca -abierta. - -Orador, ¡no! La mayor parte de los paisanos suyos que habían sido -expertos pilotos del cabotaje parlamentario habían sido premiosos de -palabra... y listos de manos. ¡La corrección! ¡Fíate de la corrección y -no corras! En el salón de conferencias, en los pasillos, en el _seno_ -de la comisión, en los despachos ministeriales, Arqueta era un águila. -¡Cómo le respetaban los porteros! Olían en él á un futuro personaje. - -Además, aunque el diputado Arqueta no esperaba su medro del poder -legislativo, se iba al bulto, ó sea al poder ejecutivo. Se agarró á -las faldas... de la señora del ministro de Hacienda y la declaró buena -presa; los Arqueta y Conchita Manzano, la ministra, se habían conocido -en un balneario del Norte. - -Conchita era una jamona que procuraba prolongar el otoño de su vida -hasta bien entrado el invierno. Mejor. Ya sabía Arqueta que no se -le iba á dar miel sobre hojuelas; se contentaba con la miel, con el -turrón. En el balneario, aunque el trato fué de mucha confianza, -Arqueta no pudo conocer, de seguro, si la ministra era una de las -catorce señoras malas del P. Coloma. - -En Madrid creció la confianza, por la cuenta que les tenía á _los -diputados_ por Polanueva, y el ministro participó de la intimidad de -los amigos de su mujer. Juana llegó á ser confidente de Concha, que -algo tendría que contarla; y el ministro, Medianez, hizo su favorito de -Arqueta, que era el encargado por su excelencia de no tener palabra, -siempre que convenía dársela á alguno y recogerla sin que él la -devolviese. - -La clase de servicios que Arqueta prestaba á Medianez eran todos del -género que á Mariano le gustaba, _entre bastidores_; se referían _á -lo que no puede decirse_ (¡la delicia de Arqueta!), y aquellos lazos -eran de los que sólo abate la muerte; y puede que tampoco, porque lo -probable será encontrarse en el infierno. - -Arqueta, cuando convino, fué director general, subsecretario y otra -porción de cosas, algunas sin nombre oficial, ni sueldo _explícito_. - -Á pesar de la pureza que el de Polanueva atribuía á la clase de -relaciones que le unían al _hombre público_, ponía su principal -confianza en las delicias del hogar doméstico... del _hombre público_. -Cuando Arqueta pudo afirmar, para su coleto, que Conchita Manzano era -_de las catorce_, fué cuando respiró tranquilo. - - * * * * * - -Subieron y bajaron varias veces los _suyos_, y Arqueta llegó á verse -con méritos suficientes para _entrar en una combinación_, para ser -ministro, siquiera fuese temporero... que ya sabría él aprovechar la -temporada y aunque fuese el temporal. Un inconveniente de jerarquía -encontraba: que siendo ministro era tanto como su padrino y no estaba -bien. Pero fué el caso que las circunstancias hicieron que Medianez -estuviera _indicadísimo_ para presidir un ministerio de transición, -de perro chico, sin ministros de _altura_; pero que podían ser todo lo -_largos_ que quisieran. Y allí estaba él. Presidente Medianez y él, -Arqueta, en Fomento ó donde Dios fuera servido... ¿por qué no? Así las -categorías seguían respetándose, pues el presidente seguía siendo el -jefe, el amo... - -¿Por qué no entraba él en las candidaturas que preparaba Medianez por -si le llamaban? - -Siempre había atribuido á las faldas de Conchita la fuerza decisiva, -cuando había que influir en el ánimo de Medianez y hacerle servir en -caso grave los intereses de Arqueta. Ahora había que apretar por este -lado. - -“¡Lo que puede el amor!, pensaba Arqueta. Todo el mundo dice, y es -verdad, que Medianez sabe llevar con dignidad los pantalones; que no es -de los políticos que dejan que gobierne su mujer. En efecto, yo noto -que Conchita no suele imponerse á su marido; más bien le teme que le -manda... y, sin embargo, en todo lo referente á mis cosas ¡como una -seda! Pido una gollería, Medianez se enfada, Concha vacila... aprieto -yo, se sacrifica ella, pido, ruego, insisto, mando, y... ¡conseguido! - -“Ahora el empeño es grave. Pero hay que echar el resto. Medianez ve en -mí _poco_ ministro; tiene mil compromisos... ¡No importa, venceré!... -Apretemos.” - ---¿No te parece á ti que debo apretar?, le decía á su mujer. Y Juana, -sin vacilar, contestaba: - ---¡Pues es claro! ¡Aprieta! - -Ella también seguía cultivando la amistad de la de Medianez y la -del ministro mismo; pero, es claro, que pasando lo que pasaba, y que -su esposa, naturalmente, no sabía, Arqueta no creía decoroso que -Juana apretase también; aparte de que lo que él no lograra menos lo -conseguiría su pobre mujercita. - -La ministra juraba y perjuraba que ella tenía en perpetuo asedio á su -marido para que diera un ministerio, si formaba gabinete, al pobre -Mariano, que era el hombre de mayor confianza que tenían. - ---Pero, desengáñate, digas tú lo que quieras yo no mando en Medianez -tanto como tú crees. Me hace caso cuando cree que tengo razón. Así -hablaba, en sus intimidades, la ministra á su amante; pero éste no se -daba á partido; insistía, insistía; aprieta que apretarás. - -Era el caso que, por una de esas combinaciones tan comunes en la -política de bastidores (la que gustaba á Mariano), Medianez estaba -haciendo el juego de aquel jefe del partido contrario que decía -epigramas contra Arqueta. El jefe de Medianez no quería ministerios de -transición; el enemigo sí, porque no estaba propuesto para entrar en el -Gobierno; necesitaba dividir al adversario, desacreditar á un Gabinete -intermedio y llegar él á tiempo y como hombre prevenido. Medianez y -Arqueta bien veían el juego, pero como la coyuntura era única para que -Medianez fuera presidente del Consejo, estaban decididos á comprar -aquellos rábanos, que pasaban, y caiga el que caiga. - -Lo que no sabía Arqueta era que el jefe del partido contrario, que -ayudaba á subir á la presidencia á Medianez, ponía sus condiciones -al personal del Gabinete futuro, y había declarado que Arqueta no era -_persona grata_. - -Medianez ocultaba á su amigo las batallas que reñía con aquel señorón -para obligarle á transigir con el diputado por Polanueva, á quien él -quería á todo trance llevar consigo al Gabinete que iba á presidir. - -En fin, para abreviar, vino la crisis, que fué laboriosa; hubo -soluciones á porrillo; ministerios de altura y ministerios de perro -chico... y por fin ¡oh alegría! vino un ministerio que “nacía muerto” -según las oposiciones, pero nacía, que era lo principal: el ministerio -Medianez. - -¡Y Arqueta entraba en Fomento! - -¡Qué escena, la de Arqueta con la ministra, cuando supo que estaba él -en la lista de ministros! - -Concha estaba muy contenta, claro; pero mucho más preocupada. No salía -de su asombro. Estaba segura de no haberle arrancado á su marido -palabra redonda de hacer ministro al buen Arqueta. Pero, en fin, ya era -un hecho. - -Con su mujer estuvo Mariano menos expansivo, porque tenía ciertos -resquemores de conciencia, aunque muy leves... Al fin, era por una -infidelidad conyugal por lo que llegaba á la anhelada poltrona... -¡Pobre Juana! Pero, qué diantre, como ella no estaba en el secreto y se -veía ministra, también debía alegrarse muchísimo. - -Ya lo creo que se alegraba. Estaba radiante de alegría. Ella fué la que -encargó á escape el uniforme, ó lo sacó de la nada, de repente, según -lo pronto que estuvo listo. - -Á las once de la mañana iban á jurar y á las diez Juana ya había -vestido, con sus propias manos, á su marido el vistoso uniforme, -reluciente de oro, con que iba á entrar en la brega ministerial. La -casa se había llenado de amigos y amigas. Y, ¡oh colmo del honor y de -la amabilidad!, á las diez y media recibió el matrimonio un volante de -Medianez en que decía: “Espéreme usted: voy yo á buscarle en mi coche y -á dar la enhorabuena personalmente á Juana.” - -Á la cual se le cayeron las lágrimas al leer esto. - -¡Qué triunfo! - -Llegó el presidente nuevo, Medianez, de uniforme también, aunque no tan -flamante como el de Arqueta. - -Aquella casa era una Babel. - -Arqueta... tuvo un momento de debilidad. - -Todos le decían que estaba muy guapo con el uniforme; pero el caso era -que él, por no parecer fatuo, no había podido mirarse á su gusto en un -espejo, vestido de uniforme. ¡Y era el sueño de su vida! - -Tuvo que confesarse que su dicha no hubiera sido completa aquel día, -si no hubiese podido aprovechar dos minutos para contemplarse á solas, -á su gusto, en el espejo, adorando su propia imagen ministerial. En su -gabinete ¡dónde mejor! Allí donde tanto había soñado con el triunfo, -quería verla reflejada en aquel armario de espejo que tantas veces le -había invitado á confiar en la _explotación del físico_. - -Nada más fácil, entre el barullo de la multitud que llenaba la casa, -que eclipsarse un momento... - -Sin que nadie le echara de menos, con las precauciones de un ratero, -Arqueta se dirigió á su gabinete. Atravesó el despacho; la puerta -estaba entreabierta... enfrente estaba el armario en cuya clara luna se -quería contemplar. - -¡Demonio! Antes de que las leyes físicas permitieran que Arqueta -pudiera verse reflejado en el espejo... vió en él, con toda claridad... -un uniforme de ministro. ¡Era el presidente! - -Pero no estaba solo; en el espejo también vió Arqueta la imagen de -Juana la regordeta... con cuyas mejillas de rosa hacía Medianez, el -presidente sin cartera, lo mismo que él, Arqueta, había hecho la noche -anterior en las mejillas, menos frescas, de la esposa del presidente. - -Arqueta dió un paso atrás. No entró en su gabinete... Entró en el otro, -en el que presidía Medianez, es decir, presidir también presidía el de -Arqueta, por lo visto... pero, en fin, se quiere decir que, rechazando -el primer impulso de echarlo todo á rodar, se decidió á sacrificarse -en aras de la patria. Pensó primero en desgarrar el uniforme que le -quemaba, ó debía quemarle el cuerpo, como la túnica de... no recordaba -quién; pero, no desgarró nada... y cinco minutos después llegaba en el -coche de Medianez á casa de éste, donde aguardaban otros ministros y -muchos políticos importantes. Allí estaba el _protector_ de la nueva -situación, el del epigrama, que iba á gozar de su triunfo subrepticio. - -Arqueta reparó que le miraba y le saludaba aquel prócer con sonrisa -burlona, tal vez despreciativa. Hubo más. Notó que en un grupo que -rodeaba al ilustre jefe de la minoría, se celebraba con grandes -carcajadas chistes que el señor del epigrama decía en voz baja... Y á -él, á Mariano Arqueta, le miraban los del grupo con el rabillo del ojo. - -Sólo pudo oir esto que dijo el protector del ministerio en voz alta y -solemne: - ---_¡Sic itur ad astra!_ - -Carcajada general. - ---“Sí, pensó Arqueta, eso va conmigo; el que sube _así_ á las -estrellas... soy yo!” - -Y se puso como un tomate. - ---Arqueta--gritó en aquel instante el cáustico jefe de la minoría, -dirigiéndose al nuevo ministro de Fomento:--Arqueta, la calumnia ya se -ceba en usted. - ---¡Cómo! ¿Qué dicen? - ---Que no va usted á jurar... sino á prometer por su honor. Absurdo, -¿verdad? ¡Calumnia!... - - - - - EL VIEJO Y LA NIÑA - - -Viejo precisamente... no. Pero comparado con ella, sí; podía ser su -padre. Eso bastaba para que los dos se vieran separados por un abismo -de tiempo; y lo mismo que ellos, la madre de ella y el mundo, que los -dejaba andar juntos y solos por teatros y paseos, sin desconfianza ni -sospechas de ningún género. Era él primo de la madre, y ésta pensando -en que, de chicos, habían sido algo novios, sacaba en consecuencia que -dejar á su hija confiada á aquel contemporáneo suyo no ofrecía ningún -peligro, ni podía dar que decir á la malicia. - -Años y años vivieron así. - -Si queréis figuraros cómo era él, recordad á Sagasta, no como está -ahora, naturalmente, sino como estaba allá, por los días en que dijo -que iba “á caer del lado de la libertad”... sin romperse ningún -peroné, por entonces. Tenía don Diego facciones más correctas que don -Práxedes, pero el mismo no sé qué de melancolía elegante, simpática. -Tenía el pelo negro todavía, con algo gris nada más en un bucle, sobre -la sien derecha. En aquel rizo disimulado había una singular tristeza -graciosa, que armonizaba misteriosamente con la mirada entre burlona y -amorosa, algo cansada, y triste, con resignación que dan la piedad y -la experiencia. Vestía con gusto según la elegancia propia de su edad. - -Ella... era todo lo bonita que ustedes quieran figurarse. Morena ó -rubia, no importa. Dulce, serena, de humores equilibrados, eso sí. - -Volvían del Retiro en una tarde de Septiembre, al morir el día. -Habían estado en una tertulia al aire libre, rodeados, mientras -ocupaban sillas del paseo, de una media docena de adoradores que á -Paquita no le faltaban nunca. Eran todos jóvenes de pocos años; muy -escogidos gomosos, como entonces se decía, de la más fina sociedad. -No eran Sénecas, ni habían asado la manteca. Uno á uno, aislados, -no empalagaban. Todos juntos, parecían ecos repetidos de la misma -insustancialidad. Costaba trabajo distinguirlos, á pesar de las -diferencias físicas. - -Paquita, al llegar á la Puerta de Alcalá, se cogió del brazo de su -inofensivo amigo, que venía un poco preocupado, algo conmovido, pero no -con pensamientos tristes. - ---¿Pero, ves, que he de estar condenada á bebé perpetuo? - ---¿Cómo bebés? Eduardo ya tiene lo menos veinte años y Alfredo sus diez -y nueve. - ---¡Ya ves qué gallos! - ---¿Y para qué quieres tu gallos? - -Callaron los dos. Demasiado sabía don Diego que á Paquita no le -gustaban los pocos años. De esto habían hablado mil veces, con gran -complacencia del muy socarrón amigo, y, como tutor callejero de la -niña. - -Varios novios le había conocido don Diego á Paquita; como que él era su -confidente en casos tales. Pero duraban siempre los amores inocentes de -aquella niña, poco, y ahondaban casi nada en su espíritu. Por vanidad, -por curiosidad, por agradar á la madre, que quería _relaciones_ que -fueran _formales_ y procurasen una posición segura á la hija, admitía -aquellos escarceos amorosos Paquita; pero, en rigor nunca había estado -todavía “lo que se llama enamorada”. También esto lo sabía don Diego; -y ella se lo repetía á menudo, casi orgullosa de aquel modo de sentir -suyo, y se lo decía una vez y otra vez á su amigo y Mentor, como quien -insiste en una obra de caridad. - -En tantos años de vida íntima, de familiaridad constante, jamás de -los labios de don Diego había salido una palabra que pudiese tomar -Paquita por atrevimiento de galán con pretensiones. En cambio, su vida -común estaba llena de elocuentísimos silencios; y en los contactos -indispensables en paseos, teatros, iglesias, bailes, etc., etc., ni -nunca había habido deshonestos ademanes, ni siquiera insinuaciones que -la joven hubiese podido llevar á mala parte, había tenido por uno y -otro lado no confesada delicia. - -Paquita se fijaba en que los novios cambiaban y el _amigo viejo_ -siempre era el mismo. Sin decírselo, los dos sabían que el _otro_ -pensaba esto; que era mucho más _serio_ aquel contrato _innominado_ de -su amistad extraña, que los amoríos pasajeros, casi infantiles, de la -niña. - -Otra cosa sabían los dos: que Paquita estimaba en todo lo que valía -la pulquérrima conducta de don Diego, que jamás, ni con disculpa -del grandísimo deseo ni con disculpa de la insidiosa ocasión, había -sucumbido á las tentaciones que el íntimo y continuo trato le hacía -padecer. Jamás el más pequeño desmán... y eso que la frialdad y apatía -ni el más ciego podía señalarlas como causa de aquella prudencia -sublime. Él y ella se acordaban de los besos que cuando Paquita era -niña, niña del todo, regalaba al buen señor, y aquello había concluido -para no volver; y don Diego había sido el primero á renunciar, sin que -mediaran explicaciones, es claro, á tamaña regalía. - ---¿Por qué has reñido con Periquillo?--le preguntaba en una ocasión el -viejo á la niña. - ---Porque se empeñaba en que me estuviera al balcón las horas muertas, -viéndole pasear la calle, y yo no quise... porque me aburría. - -Y los dos reían á carcajadas, pensando en aquel modo tan singular de -querer á sus novios que tenía Paquita. - - * * * * * - -Aquella tarde volvía muy contento, para sus adentros, don Diego, -porque en la tertulia, al aire libre, en el Retiro, él había lucido su -ingenio, con gran naturalidad y modestia, á costa de aquellos pobres -sietemesinos. Paquita le había admirado, echando chispas de entusiasmo -contenido por los ojos; bien lo había reparado él. Por eso volvía -tan satisfecho... y con una tentación diabólica, que mil veces había -tenido, pero á que siempre había resistido... y que ahora no creía -poder resistir. - -Llegaron al Prado y á Paquita se le ocurrió sentarse allí otra vez. La -tarde, ya cerca del obscurecer, estaba deliciosa; y declaró la niña -que le daba pena meterse en casa tan pronto, perder aquel crepúsculo, -aquella brisa tan dulce... - -Se sentaron, muy solos, sin alma viviente que reparase en ellos. - -Hablaron con gran calor, muy alegres los dos, sin saber por qué, los -ojos en los ojos. - ---¿En qué piensas?--preguntó Paquita al ver de pronto ensimismado á don -Diego. - ---Oye, Paca... ¿Quién es en el mundo la persona, sin contar á tu madre, -de tu mayor confianza? - ---¿Quién ha de ser? Tú. - ---Bueno, pues...--y don Diego empezó á decir unas cosas que dejaba -atónita á la niña. Él habló mucho, con mucha pasión y muchos -circunloquios. Nosotros tenemos más prisa y menos reparos, y tenemos -que decirlo todo en pocas palabras. - -Ello fué algo así: don Diego propuso que jugaran á un juego que era una -delicia, pero al cual sólo podían jugar dos personas de sexo diferente, -si el juego había de tener gracia, y que se fiaran en absoluto la una -de la otra. Era menester que se diera mutua palabra, seguro cada cual -de que el otro la cumpliría, de no sacar ninguna consecuencia práctica -del juego aquél; que por eso era juego. Consistía la cosa en confesarse -mutuamente, sin reserva de ningún género, lo que cada cual pensaba y -sentía y había pensado y sentido acerca del otro; lo malo, por malo -que fuere, lo bueno por bueno que fuera también. Y después, como si -nada se hubiera dicho. No debía ofenderse por lo desagradable, ni sacar -partido de lo agradable. - -Paquita estaba como la grana; sentía calentura; había comprendido y -sentido la profunda y maliciosa voluptuosidad moral, es decir, inmoral, -del juego que el viejo la proponía. Había que decir todo, todo lo que -se había pensado, á cualquier hora, en cualquier parte, con motivo de -aquel amigo; cuantas escenas la imaginación había trazado haciéndole -figurar á él como personaje... - -Paquita, después de parecer de púrpura, se quedó pálida, se puso en -pie, quiso hablar y no pudo. Dos lágrimas se le asomaron á los ojos. Y -sin mirar á don Diego, le volvió la espalda, y con paso lento echó á -andar camino de su casa. - -El viejo asustado, horrorizado por lo que había hecho, siguió á la -pobre amiga; pero sin osar emparejarse con ella, detrás, como un criado. - -No se atrevía á hablarle. Sólo, al llegar al portal de la casa de ella, -osó él decir: - ---Paquita, Paquita, ¿qué tienes? Oye: ¿Qué tienes? ¿Yo, qué te he -hecho? ¿Qué dirá mamá?... - -Ella, sin contestarle, ni mover la cabeza, la movió lentamente con -signo negativo. - -No, no hablaría: su madre no sabría nada... Pero al llegar á la -escalera echó á correr, subió como huyendo, llamó á la puerta de su -casa apresurada, y cuando abrieron desapareció, y cerró con prisa, -dejando fuera al mísero don Diego. - -El cual salió á la calle aturdido y avergonzado, y cuando vió á dos -del orden en una esquina, sintió tentaciones de decirles: - ---Llévenme ustedes á la cárcel, soy un criminal; mi delito es de los -más feos, de ésos cuya vista tiene que celebrarse á puertas cerradas, -por respeto al pudor, á la honestidad... - - - - - JORGE - DIÁLOGO, PERO NO PLATÓNICO - - ---¿Qué hay de libros nuevos?--me preguntó Jorge, suspirando como -distraído, dejando de pensar en mí y en lo que me había preguntado. - -Estaba pálido, ojeroso, con cara de sueño y de mal humor. Yo le miré -con atención y fijeza, y dando cierta intención maliciosa á mis -palabras, contesté: - ---Acabo de ver que Carlos Groos, ya sabes, el docto alemán que publicó -en 1896 _Die Spiele der Tiere_ (_Los juegos de los animales_), publica -ahora _Die Spiele der Menschen_ (_Los juegos del hombre_). - ---Sí; ya me acuerdo. _Los juegos de los animales_... No hay más juego -que ése. Porque... ¡valientes animales son todos los que juegan! - ---Hombre, no _juegues_ tú con el vocablo... - ---Ya sé que es feo jugar _de boca_... Y, en rigor, está prohibido... -Véase el artículo... - ---No digo eso. Juegas con el vocablo; porque animales... - ---Sí; ya te entiendo. Se trata de los animales... no humanos. Bueno, -pues el señor Groos los calumnia. Los animales no juegan. Sólo juega -el hombre, que es el único ser metafísico y jugador. Es un efecto de -la dichosa evolución. ¡Qué remedio! Yo quería corregirme, dejar el -vicio... pero... imposible... Es cosa de la herencia... de la raza. Lo -he leído en Ihering, en la _Historia de los indo-europeos antes de su -separación_. Aquello desconsuela. Nuestros patriarcales y bucólicos -ascendientes remotísimos... eran unos empedernidos jugadores. Mataban -el tiempo, el tiempo monótono de aquella vida lacia, sin variedad, -sin emociones nuevas, jugando y jugando... Y esto, generaciones y -generaciones... ¡Ya ves! ¿Quién puede más que el hábito incrustado en -la herencia?... Pastores... y jugadores... - ---Basta de disculpas prehistóricas y darwinistas... No me has -entendido, ó no has querido entenderme... ó todo te sabe á lo que te -pica. El juego de que habla Groos no es ése; es el juego como diversión -ó recreación, según dice el Diccionario, en que no se persigue otro -propósito que la distracción misma... - ---Á propósito del Diccionario. Los que hablan mal de ese libro -académico no conocen su gran mérito. Es un libro de moral... Á lo -menos á mí, casi me convirtió. Verás lo que pasó. Un día, viéndome -encenagado en el pícaro juego, sin poder remediarlo, convencido -de que eran inútiles los propósitos de enmienda, quise saber á lo -menos cómo se definía académicamente el vicio que me dominaba, y me -fuí al Diccionario oficial, y leí: “Juego, pasatiempo, recreación, -aquello que se hace por espíritu de alegría y sólo para divertirse y -entretenerse.” No era esto; _mi juego_ no era pasatiempo, ni alegría; -¡era infierno!... Seguí leyendo: “Ejercicio recreativo sometido á -reglas, y en el cual se gana ó se pierde.” Lo de ejercicio no me -_llenaba_, porque ¡se hace tan poco ejercicio pasando doce horas -arrimado al tapete verde! Y lo de “se gana ó se pierde” no es exacto, -porque muchas veces se queda... á juego, ni se pierde ni se gana. Si -el banquero _abate_ con nueve y yo también... ni pierdo ni gano. Y si -salgo del Casino con el mismo dinero con que entré... ni pierdo ni -gano. “Para darle mayor aliciente--continúa el Diccionario--aventúrase -en él con frecuencia algún dinero.” Los académicos deben de ser -_peseteros_ por esa manera de hablar. “Merece reprobación--sigue la -Academia--cuando la ganancia ó la pérdida puede ser importante; cuando -se juega por vicio ó _cuando el jugador no tiene por objeto divertirse -ó entretenerse, sino hacer suyo el dinero ajeno_.” Al leer esto, sentí -toda la sangre en el rostro; estaba muerto de vergüenza. ¡Qué lección -inesperada me daba el _léxico_ oficial! ¡Cuánto había yo leído contra -el juego! Pero nunca aquella bofetada de moralidad me había azotado el -rostro. Tolstoi con su moral de maníaco, combatiendo lo mismo que el -juego el vino, el tabaco... el servicio militar y el trabajo, no me -había hecho sonrojarme. Siempre que se atacaba el juego como _vicio_, -yo me disculpaba con la decencia que pueden tener los viciosos. El -juego me parecía diabólico, pero noble, jugando como caballero, es -claro. ¡Cuántos sofismas había inventado yo para disculpar mi vicio! Le -había encontrado analogías con mil cosas, malas, pero no bochornosas. -Así como el amor ilegal es pecado, pero no sórdido, no bajo, el -juego me parecía incompatible con la vida económica ordenada de la -sociedad... pero no infame, no vil, no mezquino; sin relación con la -codicia, con el robo. ¡Jesús, el robo! Y de repente el Diccionario -¡zás!, me daba aquella bofetada... ¡No me había fijado! Al juego se iba -para _hacer suyo el dinero ajeno_... Era verdad; á eso se iba. Lo mismo -que los usureros y que los ladrones... para hacer de uno el dinero -ajeno... contra la voluntad de su dueño también; porque nadie tiene -voluntad de perder. ¿Que se expone el dinero propio en cambio? También -el avaro expone la salud, la vida; el usurero se expone á quedarse sin -lo prestado, y el ladrón... á ir á presidio. Sí, no cabe duda; el juego -es eso: desear quedarse con el dinero ajeno. ¿Querrás creer que me dió -asco el juego? Vi en mí un pecado de la índole ruin de que siempre me -había creído libre; un pecado sórdido, de injusticia con el prójimo, de -repugnante _psiquis_... (_Pausa._) - ---¿Y qué? - ---Pues nada. Que estuve sin jugar... mucho tiempo. - ---¿Mucho, eh? - ---Sí; ¡varias semanas! - ---Pero, ¿cómo volviste á lo sórdido, á lo ruin, á lo que... (perdona, -tú lo has dicho) se parecía al robo?... - ---Verás. Eché mis cuentas. Según mis cálculos, yo, en conjunto, llevaba -perdido mucho más dinero que ganado. Todavía _me tenían por allá_ -algunos miles de duros. Iba por el desquite. Iba por lo mío. Aquello -no era jugar, y no hacía mío el dinero ajeno... sino el mío. - ---Vamos, sí; les habías hecho una señal á las monedas y á los billetes, -y cuando no eran los tuyos los que ganabas... los devolvías. - ---Ya sabes que el dinero se considera como cosa _fungible_... - ---¿Pues entonces?... Además, tus _deudores_(!), es decir, los que te -habían ganado á ti, ¿eran los mismos á quienes tú ganabas? - ---Ese argumento tiene menos fuerza que el que empleó para anonadarme la -pícara realidad... - ---¿Y fué?... - ---Que aquellos señores, que no eran los que me habían ganado... me -ganaron también. (_Nueva pausa._) - -Me daba lástima del pobre Jorge. No quise molestarle con nuevas -observaciones _virtuosas_ tan fáciles de encontrar. ¡Es tan fácil -lidiar _los vicios_ desde la barrera cuando no se tienen! - ---¡El juego!--continuó el jugador.--Los filósofos no saben lo que es. -Montaigne, que ha hablado de tantas cosas, de tantos vicios, no tiene -ningún capítulo dedicado al juego. Montaigne hablaba de lo que sabía, -de lo que había experimentado. Renán se queja de que los filósofos no -han tomado el amor en serio del todo, y su verdadera filosofía está -sin hacer. Y es verdad. Y la causa será que los filósofos no suelen -enamorarse de veras. Lo mismo les pasa con el juego. ¡La estética del -juego! existe; pero no es ésa de que hablan esos libros nuevos... -Como que el juego... no es juego..., no tiene nada de juego, en ese -otro sentido de _finalidad sin fin_ de que ya Kant hablaba. No debiera -usarse la misma palabra para cosas tan diferentes. Una opinión muy -generalizada entre los estéticos, es que el arte... es juego. Schiller, -en sus célebres cartas sobre la ciencia de lo bello, siguiendo á Kant, -desenvuelve admirablemente la teoría... - ---Sí; y ahora la estética de tendencia positivista, ó mejor acaso la -que estudia lo bello y el arte en su aspecto psico-fisiológico, sigue -el mismo criterio. Spencer, como es sabido, también admite la teoría -del arte juego... - ---Y se ha dicho que el juego es un exceso, una sombra de la vida... lo -mismo que se ha dicho del amor. Renán le preguntaba un día á Claudio -Bernard por el misterio del amor, y el gran fisiólogo le decía: “No, no -hay cosa más sencilla que el amor; es la vida que sobra...” De modo que -amor y juego son plétora, lo que rebosa... - ---El juego, según este Groos de que hablábamos, es un ejercicio natural -de los aparatos sensoriales y de los motores, de las facultades del -espíritu (inteligencia se entiende) y de los sentimientos, en atención -al placer... La actividad por el placer mismo de la actividad, eso es -el juego... - ---¡Qué cosa tan diferente del otro _juego_, de _mi_ juego! El jugador -no busca el placer... y en eso se engañan muchos que ven las cosas -desde fuera... Busca la ganancia; sólo que la busca en la forma -picante, misteriosa, inexplicable... de la suerte. ¡La suerte! Estoy -por decir que el jugador es un metafísico apasionado que interroga de -cerca y con interés el misterio metafísico en cada jugada... ¿Hay ley? -¿No hay ley? ¿Es casualidad? ¿Qué es casualidad? ¿La Providencia se -mezcla en estas cosas? ¿El calculo de las probabilidades hasta dónde -sirve?... Y después... ¡una cosa terrible! Lo que á mí, al fin, me -ata al juego hasta por la filosofía... quiero decir, por el sofisma, -es... que la _vida es juego_. Sólo el que aspira al _nirvana_, á la -_abulia_, á la _apatía_, puede decir que no es jugador. Los demás, -todos juegan. La vida y la muerte son un modo de _copar_ la banca. Cada -latido del corazón es un golpe de fortuna, una carta que se juega; -cada vez que respiro puedo perder ó ganar la vida... La riqueza ó la -miseria... juego...; el mérito... juego. ¿De dónde me viene el talento -ó la estupidez? ¿De dónde vienen las _judías y las cristianas_, los -_nueves_ ó las _figuras_?... Del misterio, del horrible _cincuenta por -ciento_..., del abismo que se llama pares ó nones, cara ó cruz... - -“Esto... _ó_ lo otro”. En esa _ó_, en esa disyuntiva está el símbolo -del juego... y de la existencia... Voy ahora á casa...; mis hijos, -mis entrañas, ¿estarán durmiendo... ó muertos?... ¡Quién sabe!... -Están durmiendo; ¡bien! ¡qué hermosos! ¡qué inocentes! Pero ¿mañana? -El porvenir, la _carta_ que les tocará... la vida que les espera... -¿Qué puedo yo para conseguir su dicha futura? Todos mis cálculos, -mis previsiones, mis cuidados, mis ahorros, ¡inútil _martingala_! -Mis esperanzas... ilusión como las supersticiones del jugador... En -el fondo de la magna cuestión del libre albedrío, de la libertad -y la gracia, de la libertad y el determinismo, de la filosofía de -la contingencia, que hoy da nombre á una escuela, lo que se ve es -el _quid_ del juego... No; el juego, el _mío_, no es diversión, no -es broma, no es desinterés, no es finalidad sin fin... Es todo lo -contrario; el interés, la ganancia, el egoísmo en la lucha con la -suerte...: lo mismo que la vida _non sancta_, que es la vida de casi -todos. Los grandes hombres, los _héroes_, decía Carlyle, toman la -realidad, el mundo, en serio. No son _dilettanti_. Lo mismo el jugador. -El azar para mí ó contra mí... Ésta es su idea, siempre seria, siempre -con _fin_, siempre interesada... - ---Sin embargo, en el juego, no el _tuyo_, el otro, el juego por el -placer de la actividad, se llega, según _nuestro_ autor, á lo que él -llama _el placer del mal_, á jugar con el propio dolor. Además, hay la -_catarsis_ de Aristóteles, el placer de la calma tras la borrasca. - ---No, no importa. Ni por ahí existe afinidad entre los _juegos_ y el -juego. El jugador no busca el dolor del juego, que es grande, por el -dolor, por el placer de saber que es un dolor buscado, querido: no, -porque él sabe bien que la pasión le domina y que aquel dolor no es -voluntario; y además, tolera el dolor por la esperanza de ganar, no por -el gusto de poder triunfar de él. En cuanto á la catarsis, no tiene -aplicación... Porque la calma para el jugador nunca llega. Todo es -borrasca. Después de ganar... quiere, _necesita_ ganar más. Es un judío -errante, no para nunca su ambición. - ---Groos habla también de juegos _guerreros_, los del placer de luchar, -de vencer á un contrario... - ---Tampoco en eso hay afinidad entre los _juegos_ y el juego. En _La -Traviata_, el tenor juega por ganar á un rival... Eso es música. El -jugador _de veras_ no quiere el dinero de Fulano, quiere el dinero; -en el juego hay disputas, pero no hay rivalidades, ni personalismos, -ni rencores: no hay más enemigo que la _contraria_. Suerte, ganancia, -pérdida. Ésas son las _categorías_. - ---Pues Groos dice textualmente que las _apuestas_ son juegos -_guerreros_, y los juegos de azar apuestas intelectuales. El juego de -azar tiene para él tres elementos: el placer de ganar, que crece con la -importancia de lo que se arriesga, _sin que la ganancia por sí sea el -objeto del juego_; el placer de una excitación fuerte, y el placer de -la lucha... - ---Sí, pistolas de salón, de viento. Ese juego lo hay..., la lotería -de las viejas... ¡y aún! No; en el juego _verdad_ no se sienten esas -emociones pueriles; se quiere dinero, ganancia, y se quiere por el -_único_ camino del jugador, la suerte. Que salga cara, si jugamos -cara; que sean pares, si jugamos pares... y no por acertar, sino por -ganar. Suerte, interés, eso es todo. ¡La excitación fuerte! Ésa no -es incentivo aunque el jugador crea que sí. Es un castigo, es una -maldición del juego, como el _remordimiento_, la _vergüenza_ de perder, -después. Desengáñate; el juego... no es broma. Es como la vida, es -como la metafísica... La vida racional quiere penetrar en el misterio -para saber de su destino, porque teme y quiere esperar, ser feliz... -El jugador, igual. _Ser ó no ser_, ésa es la cuestión... _Venir ó -no venir_... ésa es la cuestión. _Estar á la que salta_; eso hace -el jugador. Y eso hace el que no renuncia á las contingencias de la -realidad. _Ó ser santo_... _ó jugar_... - - - - - SINFONÍA DE DOS NOVELAS[2] - (SU ÚNICO HIJO.--UNA MEDIANÍA). - - - I - -Don Elías Cofiño, natural de Vigo, había hecho una regular fortuna en -América con el comercio de libros. Había empezado fundando periódicos -políticos y literarios, que escribía con otros aficionados á lo que -llamaban ellos el cultivo de las musas. Cofiño se creyó poeta y -escritor político hasta los veinticinco años; pero varios desencantos -y un poco de hambre, con otros muchos apuros, le hicieron aguzar el -sentido íntimo y llegar á conocerse mejor. Se convenció de que en -literatura nunca sería más que un lector discreto, un entusiasta -de lo bueno, ó que tal le parecía, y un imitador de cuanto le -entusiasmaba. Y además, comprendió que á Buenos Aires no se iba á -ejercer de Espronceda ni de Pablo Luis Courier (que eran sus ídolos), -y que sus chistes é ironías recónditas, casi copiados de Courier y -de _Fígaro_, no los entendían bien aquellos pueblos nuevos. En fin, -se dejó de escribir periódicos, y descubrió con gran satisfacción su -aptitud latente para el comercio. Importó libros franceses, ingleses -y españoles; estudió el gusto del público americano, lo halagó al -principio, “procuró rectificarlo y encauzarlo” después; se puso en -correspondencia con las mejores casas editoriales de Londres, París y -Madrid, y en pocos años ganó lo que jamás literato alguno español pudo -ganar; y decidido á ser rico, continuó con ahínco en su empeño, y no -paró hasta millonario. - -La muerte de su esposa, una linda americana, hija de inglesa y español, -poetisa en español y en inglés, le quitó al buen Cofiño el ánimo de -seguir trabajando; traspasó el comercio, y con sus millones y su hija -única, de siete años, se volvió á Europa, donde repartió el tiempo y -el dinero entre París y Madrid. La educación de Rita (así se llamaba -la niña, por recordar el nombre de la difunta madre de don Elías) era -la preocupación principal de Cofiño, que quería para su hija todas -las gracias de la Naturaleza y todos los encantos que á ella puede -añadir el arte de criar ángeles que han de ser señoritas. Ensayó varios -sistemas de educación el padre amoroso; nunca estaba satisfecho, ni en -parte alguna encontraba, aunque las pagaba á peso de oro, suficientes -garantías para la salud material y moral del idolillo que había -engendrado. Si pasaba un año entero en Madrid, al cabo renegaba de -la educación madrileña, y decía que no había en la capital de España -maestros dignos de su hija. Levantaba la casa, trasladábase á París, -y allí parecía más contento de la enseñanza; pero después de algunos -meses comenzaba á protestar el patriotismo, y temía que Rita se hiciera -más francesa que española, lo cual sería como ser menos hija de Cofiño. - -En estas idas y venidas pasaron los años, y se gastó mucho dinero; y -cuando ya creyó completa la educación de su ángel vestido de largo, se -fijó en la corte de España, donde pasaban los inviernos. El verano y -algo del otoño los repartía entre Vigo y una quinta deliciosa que había -comprado el rico librero cerca de Pontevedra á orillas del poético -Lerez. - -Don Elías, si no todos, conservaba algunos de sus millones, y si algo -de su capital perdió en una empresa periodística en que se metió, por -una especie de palingenesia de la vanidad, aún sacó, amén de las manos -en la cabeza, incólumes unos doscientos mil duros y el propósito de -no meterse en malos negocios, por halagüeños que fuesen para su amor -propio. - -Más poderosa que él su afición á las letras, que se irritaba de nuevo -con la proximidad de la vejez, le obligaba á procurar el trato de -los escritores, y no siempre de balde. Su primera vanidad era Rita; -esbelta, blanca, discreta hasta en el modo de andar, elegante, que se -movía con una aprensión de alas en los hombros, que miraba á todo como -al cielo azul, seria y dulce, sin más que un poco de acíbar de ironía -en la punta de la lengua para el mal cuando era ridículo, y para la -ignorancia cuando recaía en varón constante obligado á saber lo que -pregonaba tener al dedillo. Pero la segunda vanidad de Cofiño, poco -menos fuerte, era la amistad de los grandes literatos. Cuando era pobre -todavía y redactaba periódicos, tenía don Elías gusto más difícil; le -asustaba la idea de tragarlas como puños, de admirar lo malo por bueno: -pero ahora, el bienestar y los años le habían hecho más benévolo y -estragado en parte el paladar. Ya tenía por grandes escritores á los -que no pasaban de medianos, y aun á algunos que, apurada la cuenta, -serían malos probablemente. Él, que no necesitaba de nadie, por tal -de ser amigo de _notabilidades_, adulaba á los mismos á quienes solía -dar de comer; y á más de un parásito suyo le hizo la corte con una -humildad indigna de su carácter, altivo en los demás negocios. Á los -académicos les alababa el diccionario y el purismo, y la parsimonia -de su vida literaria, y con ellos hablaba de líneas griegas, de -_castidad clásica_, y de los modelos. Con los autores revolucionarios -se explicaba de otro modo, y decía pestes de los ratones de biblioteca -y de las “frías convenciones del pseudo clasicismo”. Á los jóvenes -les concedía que había que reemplazar á los ídolos caducos; á los -viejos, que con ellos se moriría el arte. Y esto lo hacía el pobre don -Elías por estar bien con todos, por ser amigo de todos, y porque la -experiencia le había enseñado que el manjar de esta clase de dioses es -la murmuración, y que en sus altares, más que el incienso, se estima la -sangre de literato degollado vivo sobre el ara. - -Todo ello se le podía perdonar al antiguo librero, porque el fin -que se proponía no era bajo, ni siquiera interesado. Pero lo que no -tenía perdón era su empeño de casar á Rita con un literato ilustre, -ó por lo menos que estuviese en camino de serlo. Merecía Rita por -su hermosura de rubia esbelta, de rubia con un _matiz_ de andaluza, -suave, mezclado con otros de ángel y de mujer seria; por su educación -completa, discreta y oportuna, por su candor, por su talento un poco -avergonzado de sí mismo, y por los tesoros de virtud casera que todo -lo suyo anunciaba, desde el modo de besar á un niño hasta la manera de -doblar la mantilla, merecía por todo eso, y por su fortuna sana, aunque -no fabulosa, un novio á pedir de boca, una gran proporción, algo así -como un ministro, ó un banquero, ó un hombre honrado y guapo por lo -menos. Pero don Elías exigía á todo pretendiente posible la condición -de literato, y bastante conocido. - - - II - -Augusto Rejoncillo, hijo legítimo de legítimo matrimonio de don Roque, -magistrado del Supremo, y de doña Olegaria Martín y Martín, difunta, se -hizo doctor en ambos derechos á los veinte años, doctor en ciencias -físicas y matemáticas á los veintidós, y doctor en filosofía y letras á -los veintitrés. Pero desde que tomó la primera borla empezó á figurar -y á ser secretario de todo, y á pedir la palabra en la Academia de -Jurisprudencia, y á decir: “Entiendo yo, señores”, y “tengo para mí”. - -Y no era que tuviese para sí, sino que quería tener y retener y guardar -para la vejez, por lo cual él y su papá bebían los vientos; y apenas -se formaba un nuevo partido político, allí estaba Rejoncillo de los -primeros, muy limpio, muy guapo (porque era buen mozo, vistoso), de -levita ceñida, sombrero reluciente y guantes de pespuntes colorados -y gordos. No lo había como él para alborotar ni para manipulaciones -electorales. Había él hecho más mesas que el más acreditado ebanista, -y el que quisiera ser presidente de alguna cosa, no tenía más que -encargárselo. - -Era colaborador de varios periódicos, pero confesaba que le cargaba -la prensa; él prefería la tribuna. Á las redacciones iba de parte del -jefe de semana (es decir, el jefe del partido ó de la partida en que -_militaba_ aquella semana Augusto); llevaba _bombos_ escritos por el -mismo jefe ó por Rejoncillo, pero inspirados en todo caso por el jefe. -Para esto y para pedir las butacas del Real ó los billetes de un baile, -solía presentarse en las oficinas de los periódicos, de las que salía -pronto, porque le cargaban los periodistas humildes, y sobre todo los -que presumían de literatos. - -“Él también escribía”, pero no letras de molde, en papel de muchas -pesetas; escribía pedimentos y demás lucubraciones de litigio. Era -pasante en casa de un abogado famoso, que era también jefe de grupo en -el Congreso, y presidente de dos consejos administrativos de empresas -ferrocarrileras. - -Tanto como despreciaba la literatura, respetaba y admiraba el foro -Rejoncillo; pero no como fin “último”, según decía él, sino como -preparación para la política y ayuda de gastos. - -Él pensaba hacerse famoso como político, y de este modo ganar clientes -en cuanto abogado; y una vez abogado con pleitos, sacar partido de esto -para ganar en categoría política. Era lo corriente, y Rejoncillo nunca -hacía más que lo corriente, que era lo mejor. Sólo que lo hacía con -mucho empuje. - -Eso sí: los empujones de Rejoncillo eran formidables; si para ocupar un -puesto que le convenía tenía que acometer á un pobre prójimo colocado -al borde del abismo, por ejemplo, al borde del viaducto de la calle de -Segovia, Rejoncillo no vacilaba un momento, y daba un codazo, ó aunque -fuera una patada, en el vientre del estorbo, y se quedaba tan fresco -como Segismundo en _La vida es sueño_, diciendo para su capote: “¡Vive -Dios, que pudo ser!” Para que la conciencia no le remordiera, se había -hecho á su tiempo debido escéptico de los disimulados, que son los que -tienen más gracia; escéptico que guardaba su opinión y profesaba la -corriente y defendía todo lo estable, todo lo viejo, todo lo que “podía -llegar á ser gobierno, en suma”. - -En un té político-literario conoció Augusto á Cofiño y á su hija. -Rita había ido á semejante fiesta porque el ama de la casa era tan -política como su esposo, ó más, y había convidado á las amigas. Cofiño -había aceptado la invitación, porque el político era además literato. -Hubo brindis, y Rejoncillo, pulcro, estirado, serio, con unos puños -de camisa que daban gloria y despedían rayos de blancura, habló como -un sacamuelas ilustrado, imitando el estilo y criterio del amo de la -casa. _Hizo furor._ Fué el suyo el discurso de la noche. ¡Qué bien -había sabido tratar las áridas materias políticas y administrativas -con imágenes pintorescas y otros recursos retóricos, á fin de que no -se aburrieran las señoras! Habló del calor del hogar con motivo de -insultar al ministro de Hacienda; demostró que el impuesto equivalente -al de la sal conspiraba contra esa piedra angular del edificio social -que se llama la familia; y una vez dentro de la familia, hizo prodigios -de elocuencia. ¿Por qué se perdió Francia? Por la disolución de la -familia. ¿Por qué España se conservaba? Por la vida de familia. Hizo el -panegírico de la madre, el elogio de la abuela, la apoteosis del padre -y del hijo, y hasta tuvo arranques patéticos en pro de los criados -fieles y antiguos. Pues bien: todo aquello quería destruirlo en _un -hora_ (un hora dijo) el ministro de Hacienda. Síntesis: que el único -ministerio viable sería el que formase el amo de la casa. De cuya -esposa era amante Rejoncillo, según malas lenguas. - -El triunfo de Augusto fué solemne. Al día siguiente hablaron de él los -periódicos. El amo de la casa del té le hizo secretario suyo. Y él, -enterado de que una joven, Rita, que le había aplaudido mucho aquella -noche, era rica, se propuso tomar aquella plaza y se hizo presentar en -casa de Cofiño. - - - III - -Antonio Reyes era un joven rubio, de lentes, delgado y alto; tosía -mucho, pero con gracia; con una especie de modestia de enfermo crónico -cansado de molestar al mundo entero. Este modo de toser y la barba de -oro fina, aguda y recortada, había llamado la atención de Rita Cofiño -en la tertulia de cierto marqués literato, adonde la llevaba de tarde -en tarde don Elías. - -“El de la tos” le llamaba ella para sus adentros. Mientras multitud de -poetas recitaban versos y el concurso aplaudía, y se hablaba alto, y se -reía y gritaba, entre el bullicio Rita percibía la tos de Reyes, y cada -vez sentía más simpatía por aquel muchacho, y más deseo de cuidarle -aquel catarro en que él parecía no pensar. No sabía por qué, la hija -de Cofiño encontraba en aquel ruido seco de la tos algo familiar, algo -digno de atención, una cosa mucho más interesante que todas aquellas -quejas rimadas con que los poetas se lamentaban entre dos candelabros, -como si la tertulia pudiera mejorar su suerte y arreglar el pícaro -mundo. - -Agapito Milfuegos leía poemas caóticos, de los que resultaba que el -universo era una broma de mala ley inventada por Dios para mortificarle -á él, al mísero Agapito. Restituto Mata se quejaba en _sonetos -esculturales_ de una novia de Tierra de Campos, que le había dejado -por un cosechero; Roque Sarga lamentaba en romances heroicos (no tan -heroicos como los oyentes) la pérdida de la fe, y Pepe Tudela cantaba -la electricidad, el descubrimiento del microscopio y la materia -radiante. Antonio Reyes tosía. - -Rita no habló nunca con Antonio en aquella tertulia. Pocos meses -después de haberse fijado ella en él, dejó de sonar allí la tos -interesante. - ---¿Y Reyes?--dijo cualquiera una noche. - ---Se ha ido á París--respondieron. - ---¿Quién es ese Reyes?--preguntó Rita á su padre al volver á casa. - ---¿Antonio Reyes?--Un excéntrico, un holgazán, un muchacho que vale -mucho, pero que no quiere trabajar. Es decir..., lee..., sabe..., -entiende...; pero nadie le conoce. Ahora se ha ido á París de -corresponsal de un periódico, de corresponsal político..., cualquier -cosa..., á ganar los garbanzos...; es decir, los garbanzos no, porque -allí no los comerá... Es lástima; vale, vale...; entiende, lee mucho, -conoce todo lo moderno...; pero no trabaja, no escribe. Es muy -orgulloso. Además, está malo; ¿no le oías toser? Un catarro crónico..., -y la solitaria; además de eso, una tenia... Creo que es gastrónomo... y -que come mucho... Es un escéptico, un estómago que piensa. - -Rita no volvió á ver á Reyes, ni á oir hablar de él, en mucho tiempo. - - - IV - ---De cuatro á cinco, no lo olvide usted; el viernes...--dijo una voz -de mujer, vibrante, dulcemente imperiosa; y una mano corta y fina, -cubierta de guante blanco, que subía brazo arriba, sacudió con fuerza -otra mano delgada y larga. - -Regina Theil de Fajardo se despedía de Antonio Reyes, recordándole la -promesa de asistir á su tertulia vespertina del viernes. Montó ella en -su coche, que desapareció en la sombra; y Reyes, que había ratificado -su promesa inclinando la cabeza y sonriendo, quedóse á pie entre los -rails del tranvía sobre el lodo. La sonrisa continuaba en su rostro, -pero tenía otro _color_; ahora expresaba una complacencia entre -melancólica y maliciosa. - -El silbido de un tranvía que se acercaba de frente con un ojo de -fuego rojo en medio de su mancha negra, obligó á Reyes á salir de su -abstracción. En dos saltos se puso en la acera, y subió por la calle de -Alcalá hacia el Suizo. - -Era una noche de Mayo. Había llovido toda la tarde entre relámpagos y -truenos, y la tempestad se despedía murmurando á lo lejos, como perro -gruñón que de mal grado obedece á la voz que le impone silencio. El -Madrid que goza se echaba á la calle á pie ó en coche, con el afán de -saborear sus ordinarios placeres nocturnos. Después de una tarde larga, -aburrida, pasada entre paredes, se aspiraba con redoblada delicia -el aire libre, y se buscaba con prisa y afán pueril el espectáculo -esperado y querido, el rincón del café, que es casi una propiedad, la -tertulia, en fin, la costumbre deliciosa y cara. - -Antonio Reyes entró en el Suizo Nuevo, y se acercó á una mesa de las -más próximas á la calle. - ---Se han ido todos--dijo al verle don Elías Cofiño, que le esperaba -leyendo _La Correspondencia_.--¿Cómo ha tardado usted tanto? ¿Sabe -usted lo de Augusto? - ---¿Qué Augusto?--preguntó Reyes, mientras se quitaba un guante, -distraído, y sonriendo todavía á sus ideas. - ---¿Qué Augusto ha de ser? Rejoncillo. - ---¿Qué le pasa?--dijo Antonio con gesto de mal humor, como quien elude -una conversación inoportuna. - ---¡Que al fin le han hecho subsecretario! - ---¡Bah! - ---¡Es un escándalo! - ---¿Por qué? - ---¿Cómo que por qué? Porque no tiene méritos suficientes... Yo no le -niego talento... Es orador... Es valiente, audaz... Sabe vivir... -Dígalo si no su _Historia del Parlamentarismo_, en que resulta que el -mejor orador del mundo es el marqués de los Cenojiles, el marido de su -querida... - -Antonio, que tenía cara de vinagre desde que oyera la noticia que -escandalizaba á Cofiño, se mordió los labios y sintió que la sangre se -le caía del rostro hacia el pecho. - ---No diga usted... absurdos--(murmuró entre airado y displicente).--No -son dignas de que usted las repita esas calumnias de idiotas y -envidiosos. Regina es incapaz de... - ---¿De faltar al marqués? - ---No..., no digo eso. De querer á Rejoncillo. Es una mujer de talento. - -Don Elías encogió los hombros. No quería disputar. No creía á Regina -incapaz de querer á cualquiera. ¡Le había conocido él cada amante! -Pero no se trataba de eso. Lo que don Elías quería demostrar era que -Rejoncillo no merecía ser subsecretario de Ultramar, al menos por ahora. - ---Pero, ¿usted cree que tiene suficiente talla política para -subsecretario? - -Reyes contestó con un gesto de indiferencia. Quería dar á entender que -no le gustaba la conversación, por insignificante. - ---¿Ha estado aquí Celestino?--preguntó, por hablar de otra cosa. - ---¡Pobre! Sí. - ---¿Se ha quejado del palo? - ---Es un bendito. Él no dice nada; pero ese diablo de Enjuto sacó la -conversación; le preguntó si anoche le habían hecho salir al escenario -todavía..., y él se puso colorado y dijo que sí, entre dientes, como -si se avergonzara de los aplausos del público. La verdad es que el -artículo de Juanito no tiene vuelta de hoja; es implacable, pero no hay -quien las mueva, tiene razón; el drama es malo, perro, y no merece más -que el desprecio y la broma... - ---Pues bien aplaudió usted la noche del estreno... - ---Diré á usted: la impresión... así, la primera impresión... no es -mala; y como es amigo Celestino, y el público se entusiasmaba...; pero -Reseco ha puesto los puntos sobre las i i. ¡Ése sí que tiene talento! - -Otra vez se le avinagró el gesto á Reyes. Sacudió un guante sobre la -mesa y se puso de pie. Aquella noche estaba inaguantable don Elías; -no decía más que necedades. “No había peor bicho que el aficionado de -la literatura”. Sin poder remediarlo, y después de un bostezo, dijo -Antonio: - ---Reseco..., ¡ps!..., en tierra de ciegos... En París Reseco sería uno -de tantos muchachos de _sprit_; aquí es el terror de los tontos y de -los Celestinos. - -Don Elías admiraba al tal Reseco, aunque no le era simpático; pero la -opinión de Reyes, que venía de París, de vivir entre los literatos -de moda, le parecía muy respetable. Sí; Antoñico, como él le llamaba -delante de gente para indicar la confianza con que le trataba; Antoñico -frecuentaba en París las _brasseries_, donde tomaban café, cerveza ó -chocolate ó ajenjo notables _parnasianos_, ilustres pseudónimos de la -_petite-presse_ y de algunos periódicos de los grandes; Antoñico había -sido corresponsal parisiense de un periódico de mucha circulación, y el -tono desdeñoso con que hablaba en sus cartas de ciertas celebridades -francesas y españolas, había sobrecogido á don Elías, y le había -hecho traspasar poco á poco su consideración de aquellas celebridades -maltratadas al que las zahería. Cofiño siempre había sido un poco -blando en materia de opiniones; pero los años le habían convertido en -cera puesta al fuego. Cualquier libro, comedia, discurso, artículo, ó -lo que fuese, le entusiasmaba fácilmente; pero una opinión contraria -expuesta con valentía, con desprecio franco y con dejos de superioridad -burlona y desdeñosa, le aterraba, le hacía ver un talento colosal en -el que de tal manera censuraba; dejaba de admirar el libro, comedia, -discurso ó lo que fuese para someterse al tirano, al crítico que -había subvertido sus ideas y consagrarle culto idolátrico, mientras -no hubiera mejor postor: otro crítico más fuerte, más burlón, más -desengañado y más desdeñoso. - -Comprendió vagamente don Elías que á Reyes le disgustaba, por lo menos -aquella noche, hablar de Reseco y hablar de Rejoncillo; y como la -actualidad del día eran la subsecretaría del uno y el _palo_ que el -otro le había dado al pobre Celestino, y don Elías difícilmente hablaba -de cosa que no fuese la actualidad literaria, ó á lo menos política -de los cafés, teatros, ateneos y plazuelas, pensó que lo mejor era -callarse y levantar la sesión. Y se puso en pie también, preguntando: - ---¿Viene usted á Rivas? - ---¿Al estreno de Fernando? Antes la muerte. No, señor, tengo que hacer. - ---Lo siento. Yo... tengo que ir... Me cargan las zarzuelas de -Fernandito...; pero tengo que ir...; es un compromiso... Además, tengo -que recoger á Rita, que está en el palco de... (don Elías se turbó un -poco, recordando lo que antes había dicho), en el palco de Cenojiles. - ---¿Con Regina? - ---Sí, con la marquesa... Conque, ¿no viene usted? - -Antonio vaciló. - ---No (dijo, después de pensarlo mucho); no...; tengo que hacer...; -acaso... allá... al final, á la hora del triunfo. - ---Ó de la silba... - ---¡Bah! Será triunfo... ¡Ya no hay más que triunfos! Hasta mañana ó -hasta luego... - - - V - -Reyes anhelaba quedarse solo con sus pensamientos; reanudar las -visiones agradables que le habían acompañado desde la Cibeles al -Suizo; pero, ¡cosa rara!, en cuanto desapareció don Elías, se encontró -peor, menos libre, más disgustado. Recordó que cuando era niño y se -divertía cantando á solas ó declamando, si un importuno le interrumpía -un momento, al volver á sus gritos y canciones ya lo hacía sin gusto, -con desabrimiento y algo avergonzado, hasta dejar sus juegos y romper -á llorar. Una impresión análoga sentía ahora: aquel tonto de don Elías -le había hecho caer del quinto cielo; le había hecho derrumbarse desde -gratas ilusiones que halagaban la vanidad, los sentidos y tal vez algo -del corazón, á los cantos rodados de la crónica del día; había caído -de cabeza sobre la subsecretaría de Rejoncillo y sus presuntos amores -con la de Cenojiles; y después, de necedad en necedad, había rebotado -sobre el artículo de Reseco...; y... “¡que un majadero pudiera tener -tanta influencia en sus pensamientos!” Antonio emprendió la marcha -por la calle de Sevilla hacia la del Príncipe, decidido á olvidar -todo aquello y á volver á la idea dulcísima (sí, dulcísima, por más -que coqueteando consigo mismo quisiera negárselo), de sus relaciones -casi seguras, seguras, con Regina Theil. Pero, nada; los halagüeños -pensamientos no volvían; no se ataban aquellos hilos rotos de la novela -que ya él había comenzado á hilvanar, sin quererlo, mientras subía -por la calle de Alcalá. En vez de aventuras graciosas y picantes, -representábasele entre los ojos y las losas mojadas y relucientes á -trechos, la imagen abstracta de la subsecretaría de Rejoncillo; era -vaga, confusa, unas veces en figuras de letras de molde medio borradas, -tal como podrían leerse en _La Correspondencia_; otras veces en la -forma de un sillón lujoso, algo sobado, no se sabía si de raso, si de -piel, ni de qué estructura..., y á lo mejor, ¡zás! Rejoncillo vestido -de frac, con gran pechera reluciente, saltando de suelto en suelto por -los de _La Correspondencia_, hasta plantarse en el de su subsecretaría; -ó bien saludando á muchos señores en una sala, que era igual que el -vestíbulo del Principal, á pesar de ser una sala. “¡Quería decirse -que estaba soñando despierto, y que el sueño, á pesar de la voluntad -vigilante, se empeñaba en ser estúpido, disparatado!” - -Y Reyes se detuvo ante los resplandores de las cucharas junto al -escaparate de Meneses. Como si obedeciera á una sugestión, clavaba -los ojos sin poder remediarlo en aquellos reflejos de blancura. No -había motivo para dar un paso adelante ni para darlo hacia atrás, y -se estuvo quieto ante la luz. No sabía adónde ir: ahora se le ocurría -recordar que no tenía plan para aquella noche: un cuarto de hora antes -hubiera jurado que le faltaría tiempo para todo lo que debía hacer -antes de acostarse, para lo mucho que iba á divertirse..., y resultaba -que no había tal cosa; que no tenía plan, que no había pensado nada, -que no tenía dónde pasar el rato, para olvidar aquellas necedades que -se le clavaban en la cabeza. ¿Por qué no estaba ya contento? ¿Por qué -aquel optimismo, que casi como un zumbido agradable de oídos, ó mejor -como una sinfonía, le había acompañado por la calle de Alcalá arriba, -ahora se había convertido en _spleen_ mortal? “Hablemos claro: ¿le -tengo yo envidia á Rejoncillo?” Y Antonio sonrió de tal modo, que -cualquier transeúnte hubiera podido creer que se estaba burlando de -la plata Meneses. “¡Envidia á Rejoncillo!” El pensamiento le pareció -tan ridículo, la reacción del orgullo fué tan fuerte que, como si -todas aquellas pasiones que le tenían parado en la acera se hubiesen -convertido en descarga eléctrica, dió Antonio media vuelta automática, -echó á andar hacia la Carrera de San Jerónimo, descendió por ésta, -atravesó la Puerta del Sol, tomó por la calle de la Montera arriba y -entró en el Ateneo. - -Se vió, sin saber cómo, en aquellos pasillos tristes y obscuros, llenos -de humo: allí el calor parecía una pasta pesada que flotaba en el aire, -y que se tragaba y se pegaba al estómago. Sin saber cómo tampoco, -sin darse cuenta de que la voluntad interviniese en sus movimientos, -llegó al salón de periódicos, se fué hacia el extremo de la mesa, y se -sentó decidido á no mirar más que papeles extranjeros, por lo menos -coloniales, que de fijo no hablarían de la subsecretaría de Rejoncillo. -Á él mismo le parecía mentira verse repasando las columnas de una -colección de _Diarios de la Marina_. - -Después tomó _Le Journal de Petersbourg_..., que estaba cerca. Allí se -hablaba, en una correspondencia de París, de las últimas poesías de un -escritor francés á quien trataba él. Esta consideración fué un ligero -tónico. Reyes fué acercándose á los periódicos españoles; desde la -mitad de la mesa comenzaban á verse acá y allá ejemplares borrosos de -_La Correspondencia_; tenían algo de pastel de aceite apestoso acabado -de salir del horno. No pudo menos; hizo lo que todos los presentes: -cogió _La Correspondencia_. En la segunda plana, en medio de la tercera -columna, estaba la noticia, poco más ó menos como él la había visto -sobre las losas húmedas y brillantes de la calle de Sevilla. Allí -estaban Augusto Rejoncillo y su subsecretaría; era, efectivamente, la -de Ultramar. Era un hecho el nombramiento; nada de reclamo, no; un -hecho: se había firmado el decreto. - -“¡Qué país!”--se puso á pensar Reyes, sin darse cuenta de ello; él, que -hacía alarde desde muy antiguo de despreciar el país absolutamente y no -acordarse de él para nada.--“¡Qué país!” “Todo está perdido; pero ¡esto -es demasiado! Esto da náuseas. ¿Quién quiere ya ser nada? Diputación, -cartera..., ¿qué sería todo eso para el amor propio? Nada..., peor, -un insulto... ¿Cómo me había de halagar á mí ser ministro... habiendo -sido antes Rejoncillo subsecretario? Por este lado no hay que buscar -ya nunca nada; la política ya no es carrera para un hombre como yo; es -una humillación, es una calleja inmunda; hay que tomar en serio esta -resolución estoica de no querer ser diputado ni ministro, ni nada de -eso, por dignidad, por decoro”. Y en el cerebro de Reyes estalló la -idea fugaz y brillante de ser jefe de un nuevo partido, que llamó en -francés, para sus adentros, el partido _zutista_, el de “no ha lugar á -deliberar, el de la anulación de la política, el partido _anarquista_ -de la aristocracia del talento y de la distinción”. Sí, había que -matar la política, convertirla en oficio de menestrales, dársela á los -zapateros, á los que no saben leer ni escribir: un político era un -hombre grosero, de alma de madera, limitado en ambiciones y gustos, -un ser antipático: había que proclamar el _zutismo_ ó _chusismo_, -la abstención; las personas de gusto, de talento, de espíritu noble -y delicado no necesitaban gobernar ni ser gobernadas. “Iremos al -Congreso para cerrarlo y tirar la llave á un pozo”--pensaba decir en -el programa del partido. Por supuesto, que en Reyes estos conatos de -grandes resoluciones eran _relámpagos de calor_, menos, fuegos de -artificio á que él no daba ninguna importancia. Dejaba que la fantasía -construyera á su antojo aquellos palacios de humo, y después se quedaba -tan impasible, decidido á no meterse en nada. Sin embargo, la idea del -partido _zutista_ era hermosa, aunque irrealizable. Sobre todo, había -servido para elevarle á sus propios ojos, “sobre aquellas miserias -de subsecretarías y Rejoncillos”. “No, él no tenía envidia á aquel -mamarracho; de esto estaba... seguro”; pero el pensar en ello, el -irritarse ante la majadería del ministerio que hacía tal nombramiento, -ya era indigno de Antonio Reyes; el hombre que llevaba dentro de la -cabeza el plan de aquella novela, que no acababa de escribir por lo -mucho que despreciaba al público que la había de leer. - -En el salón de periódicos comenzó cierto movimiento de sillas y -murmullo de conversaciones en voz baja. Los socios pasaban á la cátedra -pública. Los gritos de un conserje sonaban á lo lejos, diciendo: -“¡Sección de ciencias morales y políticas! ¡Sección de ciencias morales -y políticas!...” - - - VI - -La cabeza de Cervantes de yeso, cubierta de polvo, bostezaba sobre una -columna de madera, sumida en la sombra; y los ojos de Reyes, fijos en -ella, querían arrancarle el secreto de su hastío infinito en aquella -vida de perpetua discusión académica, donde los hijos enclenques de -un siglo echado á perder á lo mejor de sus años, gastaban la poca -y mala sangre que tenían en calentarse los cascos discurriendo y -vociferando por culpa de mil palabras y distingos inútiles, de que el -buen Cervantes no había oído jamás hablar en vida. Sobre todo, la -sección de ciencias morales y políticas (pensaba Reyes que debía de -pensar el busto pálido y sucio) era cosa para volver el estómago á una -estatua que ni siquiera lo tenía. Malo era oir á aquellos caballeros -reñir, con motivo de negarle á Cristo la divinidad ó concedérsela; -malo también aguantarlos cuando hablaban de _los ideales del arte_, -de que él, Cervantes, nada había sabido nunca; pero todo era menos -detestable que las discusiones políticas y sociológicas, donde cuanto -había en Madrid de necedad y majadería ilustrada se atrevía á pedir -la palabra y á vociferar sus sandeces, ya retrógradas, ya avanzadas -como un adelantado mayor. Aquellos socios, pensaba Reyes, se dividían -en derecha é izquierda, como si á todos ellos no los uniera su nativo -cretinismo en un gran partido, el partido del _bocio invisible_, del -nihilismo intelectual. Sí, todos eran unos, y ellos creían que no; -todos eran topos, empeñados en ver claro en las más arduas cuestiones -del mundo, las cuestiones prácticas de la vida común y solidaria, -que no podrán ser planteadas con alguna probabilidad de acierto -hasta que cientos y cientos de ciencias auxiliares y preparatorias -se hayan formado, desarrollado y perfeccionado. Entretanto, y hasta -que los hombres verdaderamente sabios, de un porvenir muy lejano, -muy lejano, tal vez de nunca, tomaran por su cuenta esta materia, la -ventilaban con fórmulas de vaciedades históricas ó filosóficas todos -aquellos anémicos de alma, más despreciables todavía que los políticos -prácticos, empíricos; porque éstos, al fin, iban detrás de un interés -real, por una pasión propia, cierta, la ambición, por baja que fuese. -El miserable que en nuestros tiempos de caos intelectual se dedica á -la política abstracta, á las ciencias sociales, le parecía á Reyes el -representante genuino de la estupidez humana, irremediable, en que él -creía como en un dogma. Y si Antonio despreciaba aún á los que pasaban -por sabios en estas materias, ¡qué sentiría ante aquellos buenos -señores y jóvenes imberbes, que repetían allí por milésima vez las -teorías más traídas y llevadas de unas y otras escuelas! - -Años atrás, antes de irse él á París se hablaba en la sección de -ciencias morales y políticas de la _cuestión social en conjunto_, y -se discutía si la habría ó no la habría. Los señores _de enfrente_, -los de la derecha (Reyes se sentaba á la izquierda, cerca de un -balcón escondido en las tinieblas), acababan por asegurar que siempre -_habría pobres entre vosotros_, y con otros cinco ó seis textos del -Evangelio daban por resuelta la cuestión. Los de la izquierda, con -motivo de estas citas, negaban la divinidad de Jesucristo; y con -gran escándalo de algunos socios muy amigos del orden y de asistir á -todas las sesiones, «se pasaba de una sección á otra indebidamente»; -pero no importaba, ya se sabía que siempre se iba á dar allí, y el -presidente, experto y tolerante, no ponía veto á las citas de un -krausista de tendencias demagógicas, que “con todo el respeto debido -al Nazareno”, ponía al cristianismo como chupa de dómine, negando que -él, Fernando Chispas, le debiera cosa alguna (á quien él debía era á -la patrona), pues lo que el cristianismo tenía de bueno, lo debía á -la filosofía platónica, á los sabios de Egipto, de Persia, y en fin, -de cualquier parte, pero no á su propio esfuerzo. De una en otra se -llegaba á discutir todo el dogma, toda la moral y toda la disciplina. -Un caballero que hablaba todos los años tres ó cuatro veces en todas -las secciones, se levantaba á echarle en cara á la religión de Jesús, -según venía haciendo desde ocho años á aquella parte, á echarle en cara -que colocase á los ladrones en los altares, y perdonase á los grandes -criminales por un solo rasgo de contrición, estando á los últimos. Y -citaba _La Devoción de la Cruz_, escandalizándose de la moral relajada -de Calderón y de la Iglesia. - -Entonces surgía en la derecha un hegeliano católico, casi siempre -consejero de Estado, gran maestro en el manejo del difumino filosófico. -“Se levantaba, decía, á encauzar el debate, á elevarlo á la región pura -de las ideas”; y la emprendía con _Emmanuel_ Kant (así le llamaba), -Fichte, Schelling y Hegel, que eran los cuatro filósofos que citaba -en esta época todo el mundo, exponiendo sus respectivas doctrinas en -cuatro palabras. Los krausistas de escalera abajo replicaban, llenos -de una unción filosófico-teológica, como pudiera tenerla un _bulldog_ -amaestrado; y con estudiada preterición citaban al mundo entero, menos -á Krause, el maestro, encontrando la causa de tantos y tantos errores -como, en efecto, deslucen la historia del pensamiento humano, en la -falta de método, y sobre todo en no comenzar ó discurrir cada cual -desde el primer día que se le ocurrió discurrir, por el yo, no como -mero pensamiento, sino en todo lo que en la realidad es... - -Todo esto era hacía años, antes de irse él, Reyes, á París. Ahora, -recordando semejantes escaramuzas, y contemplando lo presente, sentía -cierta tristeza, que era producida por la romántica perspectiva de los -recuerdos. - -En aquellas famosas discusiones, en que Cristo lo pagaba todo, había á -lo menos cierta libertad de la fantasía; á veces eran aquellas locuras -ideales morales en el fondo, no extrañas por completo á las sugestiones -naturales de la moral práctica; en fin, él les reconocía cierta bondad -y cierta poesía, que tal vez se debía á no ser posible que aquello -volviese; tal vez no tenían más poesía que la que ve la memoria en todo -lo muerto. Ahora el _positivismo_ era el rey de las discusiones. Los -oradores de derecha é izquierda se atenían á los hechos, agarrados á -ellos como las lapas á las peñas. Aquello no era una filosofía; era un -_artículo de París_, la cuestión de los quince, ó el acertijo gráfico -que se llama “¿dónde está la pastora?” Caballeros que nunca habían -visto un cadáver hablaban de anatomía y de fisiología, y cualquiera -podría pensar que pasaban la vida en el anfiteatro rompiendo huesos, -metidos en entrañas humanas, calientes y sangrando, hasta las rodillas. -Había allí una carnicería teórica. Las mismas palabras del tecnicismo -fisiológico iban y venían mil veces, sin que las comprendiera casi -nadie; el individuo era el protoplasma, la familia la célula, y la -sociedad un tejido..., un tejido de disparates. - -Antonio, muy satisfecho en el fondo de su alma, porque penetraba -todo lo que había de ridículo en aquella bacanal de la necedad -libre-pensadora, se levantó de su butaca azul y salió á los pasillos, -dejando con la palabra en la boca á un medicucho, que había aprendido -en los manuales de Letourneau toda aquella masa incoherente de datos -problemáticos y casi siempre insignificantes. - ---¡Tontos, todos tontos!--pensaba: y una ola de agua rosada le bañaba -el espíritu. Ya no se acordaba de Rejoncillo, ni de Reseco; la -sensación de una superioridad casi tangible le llenaba el ánimo; sí, -sí, era evidente; aquellos hombres que quedaban allí dentro dando voces -ó escuchando con atención seria, algunos de los cuales tenían fama de -talentudos, eran inferiores á él con mucho, incapaces de ver el aspecto -cómico de semejantes disputas, la necedad hereditaria que asomaba en -tamaño apasionamiento por ideas insustanciales, falsas, sin aplicación -posible, sin relación con el mundo serio, digno y noble de la realidad -misteriosa. - -En los pasillos también se disputaba. Eran algunos jóvenes que, sin -sospecharlo siquiera Reyes, despreciaban las disputas de la sección. -Hablaban también de filosofía, pero no tenía nada que ver su discusión -con la de allá dentro: éstos habían venido á parar á la cuestión de -si había ó no metafísica, á partir de la última novela publicada en -Francia. Antonio se acercó al grupo, y no estuvo contento mientras notó -alguna originalidad y fuerza en la argumentación. Un joven moreno, -pálido, de ojos azules claros y muy redondos, soñadores, ó por lo -menos distraídos, hablaba con descuido, sin atar las frases, pero con -buen sentido y con entusiasmo contenido. - ---¿Quién duda, señores, que, en efecto, el positivismo ha de ir... no -digo que sea en este siglo, ¿eh? pero ha de ir poco á poco..., vamos, -modificándose, cambiando, para acabar por ser una nueva metafísica?... - ---Esa tendencia ya aparece en algunos escritores--, dijo otro, pequeño, -rubio, vivaracho, de lentes, que gesticulaba mucho, y al cual el -moreno, el distraído, oía con atención cariñosa. Siguió hablando -el chiquitín de escritores alemanes modernísimos que repasaban la -filosofía de Kant, y la de Fichte, y la de Hegel para ver de encontrar -en ella bases nuevas de una metafísica que había que construir á todo -trance. - -Entonces Reyes sonrió con disimulado desprecio, satisfecho, y se apartó -también de aquel grupo. Al fin había encontrado lo que quería. “También -aquéllos disparataban; creían en resurrecciones metafísicas; ¡bah!, -tontos como los otros, como los positivistas de café, como los pobres -diablos de allá dentro, aunque no lo fueran tanto.” - -Salió del Ateneo. El cielo se había despejado; los últimos nubarrones -se amontonaban huyendo hacia el Norte; las estrellas brillaban como si -las acabaran de lavar; una poesía sensual bajaba del infinito oscuro. - -Reyes comparó al Ateneo con el cielo estrellado y salió perdiendo el -Ateneo. Debía estar prohibido discutir los grandes problemas de la vida -universal, sobre todo cuando se era un _cretino_. Las estrellas, que -de fijo sabían más de esas cosas sublimes que los hombres, callaban -eternamente; callaban y brillaban. Reyes, en el fondo de su alma, se -sintió digno de ser estrella. - -Bajó la calle de la Montera. El reloj del Principal dió las diez. Una -mujer triste se acercó á Antonio rebozada en un mantón gris, con una -mano envuelta en el mantón y aplicada á la boca. Él la miró sin verla, -y no oyó lo que ella dijo; pero una asociación de ideas, de que él -mismo no se dió cuenta, le hizo acordarse de repente de su aventura -iniciada. Regina Theil estaba en Rivas. ¡Oh! ¡el amor, el galanteo! -Un temblor dulce le sacudió el cuerpo. Á dos pasos tenía un coche de -punto. El cochero dormía; le despertó dándole con el bastón en un -hombro, montó y dijo al cerrar la portezuela: - ---¡Á Rivas, corre! - - - VII - -La berlina, destartalada, vieja y sucia, subió al galope del triste -caballo blanco, flaco y de pelo fino, por la cuesta de la calle de -Alcalá. Antonio, en cuanto el traqueo de las ruedas desvencijadas -le sacudió el cuerpo, sintió una reacción del espíritu, que le hizo -saltar desde el deleite casi místico de la vanidad halagada en su -contemplación solitaria, á una ternura sin nombre, que buscaba alimento -en recuerdos muy lejanos y vagos. Era una voluptuosidad entre dulce -y amarga esforzarse en estar triste, melancólico por lo menos, en -aquellos momentos en que el orgullo satisfecho le gritaba en los oídos -que el mundo era hermoso, dramática la vida, grande él, el hijo de su -padre. El run, run de los vidrios saltando sobre la madera, el ruido -continuo y sordo de las ruedas, le iban sonando á canción de nodriza; -gotas de la reciente tormenta, que aún resbalan en zig-zag por los -cristales, tomaban de las luces de la calle fantásticos reflejos, y con -refracciones caprichosas mostraban los objetos en formas disparatadas. -Un olor punzante, indefinible, pero muy conocido (olor de coche de -alquiler lo llamaba él para sus adentros), le traía multitud de -recuerdos viejos; y se vió de repente sentado en la ceja de otro coche -como aquél, á los cinco años, entre las rodillas de un señor delgado, -que era su padre, su padre que le oprimía dulcemente el cuerpecito -menudo con los huesos de sus piernas flacas y nerviosas. ¡Qué lejos -estaba todo aquello! ¡Qué diferente era el mundo que veía entre sueños -de una conciencia que nace, aquel niño precoz, del mundo verdadero, el -de ahora! - -Las rodillas del padre eran almohada dura, pero que al niño se le -antojaba muy blanda, suave, almohada de aquella cabeza rubia, un poco -grande, poblada de fantasmas antes de tiempo, siempre con tendencias á -inclinarse, apoyándose, para soñar. - -Reyes atribuía á los recuerdos de su infancia un interés supremo; -conservábalos con vigorosa memoria y con una precisión plástica -que le encantaba; los repasaba muy á menudo como los cantos de un -poema querido. Como aquella poesía de sus primeras visiones no había -otra; desde los seis años su vida interior comenzaba á admirarle; su -precocidad extraordinaria había sido un secreto para el mundo; era un -niño taciturno, que miraba sin verlas apenas las cosas exteriores. - -La realidad, tal como era desde que él tenía recuerdos, le había -parecido despreciable; sólo podía valer transformándola, viendo en ella -otras cosas; la actividad era lo peor de la realidad; era enojosa, -insustancial; los resultados que complacían á todos, le repugnaban; -el querer hacer bien algo, era una ambición de los demás, pequeña, -sin sentido. De todo esto había salido muy temprano una injusticia -constante del mundo para con él. Nadie le apreciaba en lo que valía; -nadie le conocía; sólo su padre le adivinaba, por amor. En la escuela, -donde había puesto los pies muy pocas veces, otros ganaban premios -con estrepitosos alardes de sabiduría infantil; él entraba, los pocos -días que entraba, llorando; érale imposible recordar las lecciones -aprendidas al pie de la letra; sabíalas mejor que los otros, estaba -seguro de comprenderlas y el maestro siempre torcía el gesto, porque -Antonio tartamudeaba y decía una cosa por otra. En las reuniones -de familia, donde se celebraban improvisados certámenes de gracias -infantiles, el chico de Reyes siempre quedaba oscurecido por sus -primitos, que saltaban mejor, declamaban escenas de Zorrilla y García -Gutiérrez, recitaban fábulas y tenían _salidas_ graciosas. Se acordaba -como si fueran de aquel instante, de los elogios fríos, de los besos -helados con que amigos y parientes le acariciaban por complacer á su -padre, que sonreía con tristeza y siempre acudía después de los otros á -calentarle el alma con un beso fuerte, apretado y con un estrujón entre -las rodillas temblonas y huesudas. Su padre comprendía que los demás no -encontraban ninguna gracia en su hijo. Á los dos se les olvidaba pronto -y la familia entera se consagraba á cantar las alabanzas del diablejo -de Alberto, del chistosísimo Justo, de Sebastián el sabio, que á los -siete años anunciaban seguras glorias de la familia de los Valcárcel. - -Emma Valcárcel se llamaba su madre. - -La imagen de aquella mujer flaca, enferma, de una hermosura arruinada, -que jamás había visto él en su esplendor de juventud sana y alegre, -llenó el cerebro de Antonio. Este recuerdo fué un dolor positivo; no -tenía la triste voluptuosidad alambicada de los otros. - -“¡Mi madre!...” dijo en voz alta Reyes; y apoyó la cabeza en la fría y -resquebrajada gutapercha que guarnecía el coche miserable. Encogió los -hombros, cerró los ojos y sintió en ellos lágrimas. El ruido de los -cristales y de las ruedas, más fuerte ahora, le resonaba dentro del -cráneo; ya no era como canto de nodriza; tomó un ritmo extraño de coro -infernal, parecido al de los demonios en _El Roberto_. - - - NOTAS: - -[2] La novela _Su único hijo_ ha sido ya publicada y forma el -tomo segundo de estas obras completas; de _Una medianía_, que iba -á ser continuación de la anterior, tan sólo ha escrito Clarín el -presente fragmento. No obstante hallarse incompleto (lo mismo que -el cuento _Feminismo_, del que no se publicó más que lo reproducido -anteriormente), creemos que debe figurar en este tomo, en la seguridad -de que el público lo encontrará interesante. - -*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK DOCTOR SUTILIS *** - -Updated editions will replace the previous one--the old editions will -be renamed. - -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the -United States without permission and without paying copyright -royalties. Special rules, set forth in the General Terms of Use part -of this license, apply to copying and distributing Project -Gutenberg-tm electronic works to protect the PROJECT GUTENBERG-tm -concept and trademark. 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Redistribution is subject to the trademark -license, especially commercial redistribution. - -START: FULL LICENSE - -THE FULL PROJECT GUTENBERG LICENSE -PLEASE READ THIS BEFORE YOU DISTRIBUTE OR USE THIS WORK - -To protect the Project Gutenberg-tm mission of promoting the free -distribution of electronic works, by using or distributing this work -(or any other work associated in any way with the phrase "Project -Gutenberg"), you agree to comply with all the terms of the Full -Project Gutenberg-tm License available with this file or online at -www.gutenberg.org/license. - -Section 1. General Terms of Use and Redistributing Project -Gutenberg-tm electronic works - -1.A. By reading or using any part of this Project Gutenberg-tm -electronic work, you indicate that you have read, understand, agree to -and accept all the terms of this license and intellectual property -(trademark/copyright) agreement. 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Hart was the originator of the Project -Gutenberg-tm concept of a library of electronic works that could be -freely shared with anyone. For forty years, he produced and -distributed Project Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of -volunteer support. - -Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed -editions, all of which are confirmed as not protected by copyright in -the U.S. unless a copyright notice is included. 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You may copy it, give it away or re-use it under the terms -of the Project Gutenberg License included with this eBook or online -at <a href="https://www.gutenberg.org">www.gutenberg.org</a>. If you -are not located in the United States, you will have to check the laws of the -country where you are located before using this eBook. -</div> - -<table style='min-width:0; padding:0; margin-left:0; border-collapse:collapse'> - <tr><td>Title:</td><td>Doctor Sutilis</td></tr> - <tr><td></td><td>Cuentos (short stories)</td></tr> -</table> - -<div style='display:block; margin-top:1em; margin-bottom:1em; margin-left:2em; text-indent:-2em'>Author: Leopoldo Alas</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'>Release Date: February 18, 2021 [eBook #64589]</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'>Language: Spanish</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'>Character set encoding: UTF-8</div> - -<div style='display:block; margin-left:2em; text-indent:-2em'>Produced by: Andrés V. Galia, Santiago, Sanly Bowitts, F1 and the Online Distributed Proofreading Team at https://www.pgdp.net (This file was produced from images generously made available by The Internet Archive)</div> - -<div style='margin-top:2em; margin-bottom:4em'>*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK DOCTOR SUTILIS ***</div> - -<div class="figcenter illowp48" id="cover" style="max-width: 61.1875em;"> - <img class="w100" src="images/cover.jpg" alt="" /> -</div> - -<div class="chapter"> -<div class="tnote"> -<p class="center p2 big1">NOTAS DEL TRANSCRIPTOR</p> - -<p>En la versión de texto las palabras en itálicas están indicadas con -_guiones bajos_.</p> - -<p>La cubierta del libro fue agregada por el Transcriptor y ha sido puesta -en el dominio público.</p> - -<p>Ciertas reglas de acentuación ortográfica del castellano cuando la -presente edición de esta obra fue publicada eran diferentes a -las existentes cuando se realizó la transcripción. Palabras como vió, -fué, dió, por ejemplo, en esa época llevaban acento ortográfico. Eso ha -sido respetado.</p> - -<p>El criterio utilizado para llevar a cabo esta transcripción ha sido el -de respetar las reglas de la Real Academia Española vigentes en ese -entonces. El lector interesado puede consultar el Mapa de Diccionarios -Académicos de la Real Academia Española.</p> - -<p>En la presente transcripción se adecuó la ortografía de -las mayúsculas acentuadas a las reglas establecidas por la RAE. Según -esa norma, las letras mayúsculas deben escribirse con tilde si les -corresponde llevar tilde según las reglas de acentuación gráfica del -castellano, tanto si se trata de palabras escritas en su totalidad con -mayúsculas como si se trata únicamente de la mayúscula inicial.</p> - - -<p>Errores evidentes de impresión y de puntuación han sido corregidos.</p> - -<p>El Índice de capítulos, incluido en la publicación original al final, -ha sido trasladado al principio por el Transcriptor.</p> -</div> -</div> - -<hr class="chap" /> - - - -<div class="chapter"> -<p class="p6 center big2">LEOPOLDO ALAS (CLARÍN)</p> - -<p class="center p2 big1">OBRAS COMPLETAS</p> - -<p class="center">TOMO III</p> - -<p class="center p2 big3 ">DOCTOR SUTILIS</p> - -<p class="center p4"><big>RENACIMIENTO</big><br /> - MADRID</p> -</div> - - - -<div class="chapter"> -<p class="center half-title">DOCTOR SUTILIS</p> -</div> - - -<div class="chapter"> -<p class="center p2 big3">LEOPOLDO ALAS<br /> -(CLARÍN)</p> -</div> - -<p class="center p2 big1">OBRAS COMPLETAS<br /> -<small>TOMO III</small></p> - -<h1>D<small>OCTOR</small> S<small>UTILIS</small></h1> - -<p class="center">(CUENTOS)</p> - -<div class="figcenter illowp73" id="titlep-ilo" style="max-width: 9.125em;"> - <img class="w100" src="images/titlep-ilo.jpg" alt="title-p-ilo" /> -</div> - -<p class="center p2">RENACIMIENTO</p> -<p class="center small1 p1"><span style="margin-left: 2em;">MADRID</span> <span style="margin-left: 7em;">BUENOS AIRES</span><br /> -SAN MARCOS, 42 <span style="margin-left: 5.3em;">LIBERTAD, 172</span></p> -<p class="center">1916</p> - - - - - -<div class="chapter"> -<div class="p6"> -<hr class="r10" /> -<p class="right" style="padding-right: 6%;">ES PROPIEDAD</p> -<hr class="r10 "/> -</div> -<hr class="full" /> -<p class="center small1">Imprenta de Juan Pueyo.—Mesonero Romanos, 34.—MADRID</p> -</div> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_6"></a>[Pg 6]</span></p> -</div> - -<p class="p4 big1 center">ÍNDICE</p> - - -<table class="autotable" border="0" summary="ToC"> -<tr> -<td class="tdl"> </td> -<td class="tdc">Página</td> -</tr> - - -<tr> -<td class="tdl">Doctor Sutilis</td> -<td class="tdr" style="padding-right: 4em; "><a href="#Page_7">7</a> </td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdl">La mosca sabia</td> -<td class="tdr" style="padding-right: 4em; "><a href="#Page_23">23</a> </td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdl">El doctor Pértinax</td> -<td class="tdr" style="padding-right: 4em; "><a href="#Page_45">45</a> </td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdl">De la comisión</td> -<td class="tdr" style="padding-right: 4em; "><a href="#Page_63">63</a> </td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdl">De burguesa á cortesana</td> -<td class="tdr" style="padding-right: 4em; "><a href="#Page_81">81</a> </td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdl">El diablo en Semana Santa</td> -<td class="tdr" style="padding-right: 4em; "><a href="#Page_89">89</a> </td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdl">Doctor Angelicus</td> -<td class="tdr" style="padding-right: 4em; "><a href="#Page_103">103</a> </td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdl">Los señores de Casabierta</td> -<td class="tdr" style="padding-right: 4em; "><a href="#Page_115">115</a> </td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdl">El poeta-buho</td> -<td class="tdr" style="padding-right: 4em; "><a href="#Page_121">121</a> </td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdl">Don Ermeguncio ó la vocación</td> -<td class="tdr" style="padding-right: 4em; "><a href="#Page_127">127</a> </td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdl">Novela realista</td> -<td class="tdr" style="padding-right: 4em; "><a href="#Page_137">137</a> </td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdl">La perfecta casada</td> -<td class="tdr" style="padding-right: 4em; "><a href="#Page_147">147</a> </td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdl">El filósofo y la «Vengadora»</td> -<td class="tdr" style="padding-right: 4em; "><a href="#Page_153">153</a> </td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdl">Medalla de perro chico</td> -<td class="tdr" style="padding-right: 4em; "><a href="#Page_167">167</a> </td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdl">Diálogo edificante</td> -<td class="tdr" style="padding-right: 4em; "><a href="#Page_173">173</a> </td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdl">Un candidato</td> -<td class="tdr" style="padding-right: 4em; "><a href="#Page_181">181</a> </td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdl">La contribución</td> -<td class="tdr" style="padding-right: 4em; "><a href="#Page_187">187</a> </td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdl">El rana</td> -<td class="tdr" style="padding-right: 4em; "><a href="#Page_201">201</a> </td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdl">Versos de un loco</td> -<td class="tdr" style="padding-right: 4em; "><a href="#Page_211">211</a> </td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdl">Nuevo contrato</td> -<td class="tdr" style="padding-right: 4em; "><a href="#Page_219">219</a> </td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdl">Feminismo</td> -<td class="tdr" style="padding-right: 4em; "><a href="#Page_229">229</a> </td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdl">Manín de Pepa José</td> -<td class="tdr" style="padding-right: 4em; "><a href="#Page_237">237</a> </td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdl">Álbum-abanico</td> -<td class="tdr" style="padding-right: 4em; "><a href="#Page_257">257</a> </td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdl">Un repatriado</td> -<td class="tdr" style="padding-right: 4em; "><a href="#Page_269">269</a> </td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdl">Doble vía</td> -<td class="tdr" style="padding-right: 4em; "><a href="#Page_277">277</a> </td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdl">El viejo y la niña</td> -<td class="tdr" style="padding-right: 4em; "><a href="#Page_287">287</a> </td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdl">Jorge</td> -<td class="tdr" style="padding-right: 4em; "><a href="#Page_295">295</a> </td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdl">Sinfonía de dos novelas</td> -<td class="tdr" style="padding-right: 4em; "><a href="#Page_305">305</a> </td> -</tr> - -</table> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_7"></a>[Pg 7]</span></p> -</div> - -<h2 class="nobreak" >DOCTOR SUTILIS</h2> - - -<h3>I</h3> - -<p>Si le hubiérais conocido hace ocho años... no le -conoceríais ahora.</p> - -<p>¿Veis esa cabeza rapada á punta de tijera, aunque -el diccionario entiende que sólo se puede rapar -á navaja? Pues hace ocho años era enmarañada -selva de ébano.</p> - -<p>¿Veis esos insignificantes ojos á que unos lentes -de cristal de roca quitan toda expresión y dan estoica -serenidad, irritante audacia? Pues eran hace -ocho años llamaradas de un incendio que ardía en -el corazón de Pablo.</p> - -<p>Pablo tiene veintiocho años y es agente de bolsa.</p> - -<p>Hace ocho años tenía veinte y era soñador de -oficio.</p> - -<p>Á los veinte años Pablo era pagano, como el santo -de su nombre. Mirando á las estrellas del cielo, -á las olas del mar, á las hojas del bosque, á las espigas -de las llanuras, lloraba de repente sin saber -por qué, y era feliz en medio de penas sin nombre -y sin cuento.</p> - -<p>De cada amapola que veía en un campo de trigo<span class="pagenum"><a id="Page_8"></a>[Pg 8]</span> -se enamoraba perdidamente, y se tenía por un ingrato -sin corazón, si de una sola llegaba á olvidarse. -Cada vez que el sol se ponía, despedíale Pablo -con lágrimas en los ojos. Cuando en sus paseos solitarios -por la campiña encontraba á un pastor que -le pedía fuego para encender tabaco envuelto en -una hoja de maíz, Pablo entablaba conversación -con él, y al alejarse <em>para siempre</em> de aquel desconocido -sentía que “se le partía el corazón.”</p> - -<p>Comprenderá el lector que vivir así era imposible.</p> - -<p>Tanto más cuanto que Pablo no tenía sobre qué -caerse muerto... ni vivo.</p> - -<p>Un día, su señor tío don Pantaleón de los Pantalones -tosió tres veces consecutivas delante de su -sobrino Pablo, que le estaba comiendo un lado, según -aseguraba el tío hiperbólicamente.</p> - -<p>El discurso estaba á la vuelta y sobrevino, que el -mal nunca se anuncia en balde.</p> - -<p>—Pablo—dijo don Pantaleón—esto no puede seguir -así.</p> - -<p>Pablo suspiró.</p> - -<p>—Esto no puede seguir—prosiguió el tío—porque -tú ya tienes más de veinte años y no piensas en -hacerte hombre, es decir, en hacerte hombre en la -verdadera acepción de la palabra, hombre rico, porque -el llamar hombres á los demás es una corruptela -del lenguaje. Yo te veo muy ocupado en pensar -si habrá ó no habrá habitantes en los demás -planetas, y sé que tienes escritos muy concienzudos -trabajos acerca de la naturaleza de lo bello. Todo -eso será muy bonito, muy interplanetario, pero no<span class="pagenum"><a id="Page_9"></a>[Pg 9]</span> -tiene sentido común. Figúrate que yo aprieto los -cordones de la bolsa. ¿Qué harás tú en adelante? -¿Te comerás la vía láctea, ó el concepto de lo sublime? -Estás muy empingorotado y es necesario -que bajes á la vida real para alternar con los semejantes. -En una palabra, te voy á hacer tenedor de -libros.</p> - -<p>Ésta es ocasión de decir que Pablo amaba á Restituta -con una pasión sin freno, como el huracán; -sin medida, como el océano; sin pies ni cabeza, como -la política española.</p> - -<p>Restituta debió empezar por no llamarse Restituta. -¿Á qué venía ese nombre en participio pasado -y casi en latín?</p> - -<p>Sin embargo, esta contrariedad léxica no desorientó -á Pablo.</p> - -<p>No era lo peor que Restituta se llamase Restituta, -sino que además se llamaba Andana.</p> - -<p>Muy buenos versos hacía Pablo; pero la niña, que -había leído el Romancero de la Guerra de África -<em>escrito en verso</em> por Eduardo Bustillo, había perdido -el gusto en materia de versos.</p> - -<p>Pablo era predominantemente subjetivo, como dicen -en el Ateneo, sección de literatura; y Restituta -era aficionada á lo épico hasta el punto de llegar á -casarse con un capitán de cazadores en situación de -reemplazo.</p> - -<p>El mismo día en que el capitán pidió al padre de -Restituta la mano de su hija, don Pantaleón de los -Pantalones le pidió para Pablo una plaza de tenedor -vacante en su establecimiento de paños y tejidos.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_10"></a>[Pg 10]</span></p> - -<p>He aquí los versos que escribió Pablo con motivo -de este segundo acontecimiento:</p> - -<p>“El amor caminaba desnudo entre rosas y suavísimo -césped; las brisas y las auras juguetonas le -acariciaban. Cuando era esto no había telares en el -mundo, ni se desnudaba á los animales de sus pieles -para vestir al lobo humano.</p> - -<p>“El amor, anda que te andarás, llegó á las breñas, -halló angosto el camino y lleno de zarzas, cardos -y espinas; á los primeros pasos vertió lágrimas -de dolor; pero esperaba que volvieran las flores y -sufrió las heridas de los abrojos resignado. Siguió -andando y las rosas no volvieron á aparecer; las -espinas de las zarzas eran cada vez más y más agudas. -El amor iba hecho un San Lázaro. Entonces se -detuvo; sembró lino en derredor, no sin desbrozar -antes la tierra; inventó la lanzadera, el telar, todo -lo que le hizo falta para fabricar tela; probó á andar -otra vez, vestido de flotante túnica, pero la vida sedentaria -le había hecho poltrón, afeminado, y las -heridas de los abrojos le lastimaban más que cuando -caminaba desnudo. Fué preciso fabricar el paño, -hizo trampas para cazar animales; despellejó, curtió, -tundió y se vistió de señorito. <em>La ley de las salidas</em> -le aconsejó que trabajara en grande; el espíritu -industrial se apoderó del amor, trabajó para -afuera y tuvo que aprender la teneduría de libros. -Cuando la razón social ‘Amor y Compañía’ se hizo -respetable en todos los mercados, el amor probó de -nuevo á emprender el viaje, y grande y agradable -fué su sorpresa al ver que las espinas y los cardos -y las breñas habían desaparecido. El camino era<span class="pagenum"><a id="Page_11"></a>[Pg 11]</span> -otra vez de rosas y suavísimo césped: las brisas y -las auras acariciaban al viajero. Todo volvía á ser -como al principio. No hubo más sino que, al pasar -junto á una fuente, el amor se miró en sus aguas y -vió que no era él mismo, ni cosa parecida. Desde -aquel día el amor busca al amor y no parece.”</p> - -<p>Lo primero que le extrañará al lector en esta -poesía será el que esté escrita en prosa; ¿es que -hay poesía en prosa, como pretende el Sr. Vidart? -Nada de eso; lo que hay es que yo he traducido estos -versos, escritos en alemán, en prosa castellana. -Pablo, que había estudiado mucho cuando anduvo -desnudo, escribía sus poesías íntimas en alemán -con regular corrección.</p> - -<p>Pero después de hacer ésta, ni en alemán ni otra -lengua alguna, ni viva, ni muerta, volvió á encontrar -consonantes, como no fuera por casualidad.</p> - -<p>Esta poesía <em>hizo crisis</em> en el alma de Pablo, que -desde aquel día empezó á ser hombre en la verdadera -acepción de la palabra.</p> - -<p>El señor de los Pantalones veía con asombro y -con alegría que en las cuentas de su sobrino las -sumas eran fiel representación del conjunto de los -sumandos, y que ni por casualidad era un cociente -mayor que el dividendo en las divisiones de Pablo. -En los libros diarios no había raspaduras, ni al -margen escollos rítmicos, ni <em>suspirillos germánicos</em>.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_12"></a>[Pg 12]</span></p> - - -<h3>II</h3> - -<p>El capitán de cazadores, ¿cómo ocultarlo?, no era -poeta; y para ser hombre en la verdadera acepción -de la palabra, le faltaba medio escalafón. En la lista -de los capitanes estaba como el alma de Garibay, -muy lejos de ambas orillas, como un náufrago en -las soledades del océano; si se miraba para atrás -se veía que el bueno de don Suero de Quiñones -debió ponerse las tres estrellas próximamente cuando -el Gran Capitán, y si se miraba hacia adelante, -se adivinaba que don Suero pondría galones en la -bocamanga cuando ya fuese un hecho la paz perpetua.</p> - -<p>Pero nada de esto inquietaba al principio á Restituta, -quien confiada, como los economistas, esperaba -que las causas represivas vinieran á mermar -la clase de capitanes y á reducir considerablemente -la población, por consecuencia.</p> - -<p>Quiñones era un guapo mozo y Restituta le había -amado <em>por espíritu de cuerpo</em>; porque Restituta, -en el fondo del alma, era una mujer de infantería. -Había nacido para casarse con un capitán del arma.</p> - -<p>Ni por un momento se le ocurrió á Pablo hacer -la competencia á un rival que tenía fuero privilegiado. -Se dió por vencido desde la primera formación -en que vió Restituta á don Suero.</p> - -<p>Sea dicho en honor de Pablo, Restituta no había -dejado de dar pábulo algunas veces á la pasión del -mísero soñador. La niña no quería para sí aquel<span class="pagenum"><a id="Page_13"></a>[Pg 13]</span> -sonámbulo, incapaz de coger cotufas en el golfo; -pero se había acostumbrado á verle padecer, languidecer, -callar y llorar en silencio.</p> - -<p>Es más, y esto sea dicho en honor de Restituta, -la muchacha solía ir muy callandito al cuarto de -Pablo. (Aquí debo advertir que eran parientes y -vivían largas temporadas bajo el mismo techo).</p> - -<p>¿Qué hacía Restituta en el cuarto de su desdeñado -amador?</p> - -<p>Revolver los cajones de la mesa, sacar papeles, -leerlos, ponerse colorada, quedarse pensativa, soltar -luego una carcajada, guardar todo aquello y -echar á correr.</p> - -<p>Pocos días antes de ascender Restituta á capitana, -Pablo, por casualidad, la vió en su propia habitación -entregada á las curiosidades que quedan -apuntadas. Pablo, que acababa de escribir la poesía -alemana que va unida á los autos, estuvo á punto -de sentir amor <i lang="la" xml:lang="la">usque ad mortem</i>. El corazón ya lo -tenía en la garganta; pero se dió un golpecito en la -nuez, tragó saliva y volvieron las cosas á su sitio. -Restituta no supo que su primo la había visto revolverle -los papeles.</p> - -<p>El primo, que otras veces se pasaba semanas y -meses <em>rumiando</em> indicios, atisbos, asomos de simpatía -que creía ver en la prima, esta vez no quiso -sacar consecuencias de lo que había presenciado, -no pensó en ello, es decir, no reflexionó sobre ello, -no lo saboreó. Se limitó á consignar el hecho en el -libro mayor bajo aquellas letras que dicen <em>Debe</em>.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_14"></a>[Pg 14]</span></p> - - -<h3>III</h3> - -<p>Un capitán de cazadores tiene poco que aprender.</p> - -<p>Evitemos la anfibología; no quiero decir que él, -el capitán, tenga poco que aprender, porque ya lo -sepa casi todo; he querido decir que á don Suero -de Quiñones su mujer se lo supo muy pronto de -memoria.</p> - -<p>Á los maridos, especialmente á los maridos capitanes, -les sucede lo que á la Naturaleza, son bellos -<i lang="it" xml:lang="it">per troppo variar</i>. Don Suero fué bello y vario -mientras no agotó las combinaciones posibles de -su indumentaria: de paisano, de uniforme, de gala -con uniforme, de levita de campaña, de gorra de -cuartel, de ruso, y pare usted de contar. No había -más. Restituta, después que se sació de ver todo -esto, y no tardó mucho, quiso penetrar en los subterráneos -del alma. Quiñones no tenía subterráneos. -Su alma era una casamata á prueba de bomba -y de psicologías. No tenía ideales muertos ni -vivos: no tenía más ideal que el empleo inmediato -superior.</p> - -<p>En el entretanto, el tenedor de libros leía á ratos -perdidos la <cite>Fisiología del matrimonio</cite>, no para -tomar las lucubraciones de Balzac al pie de la letra, -sino como aperitivo para las propias reflexiones.</p> - -<p>Si le hubiérais visto, como Restituta le veía, con -el tomo entre las manos, la cabeza inclinada y los -ojos fijos en el suelo con mirada oblicua y llena de -maligna expresión, si le hubiérais visto entonces<span class="pagenum"><a id="Page_15"></a>[Pg 15]</span> -morderse las uñas y como volviendo en sí mirar -alrededor asustado y luego volver á la lectura, tal -vez hubiéseis sentido la extraña curiosidad que -sentía la prima, aunque en vosotros no fuese tan -vehemente y misteriosa.</p> - -<p>El padre de Restituta, Quiñones, Restituta y don -Pantaleón, todos cuatro convenían en este punto: -que Pablo estaba sufriendo una extraña (y saludable -añadía el de los Pantalones) cuanto inesperada -transformación.</p> - -<p>El padre de la prima se alegraba por las ventajas -que para su comercio tenía la buena administración -de los libros. Don Pantaleón no es necesario decir -por qué se alegraba; y Don Suero, desinteresadamente, -participaba del contento general, por esa -extraña atracción del abismo de que nos hablan los -poetas y que tanto debieran meditar los maridos.</p> - -<p>Restituta no se alegraba; se limitaba á sentir -mucha curiosidad. Pero ¡ah! lo que es curiosidad, -mucha.</p> - - -<h3>IV</h3> - -<p>Pablo llegó á tener participación en los beneficios.</p> - -<p>Y acabó por tomar tan por lo serio los negocios, -que más de una vez se le vió disputar muy acalorado -sobre asuntos mercantiles, ventilando lo que -suele llamarse el cuarto y el ochavo.</p> - -<p>Don Pantaleón sostenía que su sobrino era un -Necker, porque le sonaba el nombre de Necker á -pesos fuertes. Le confundía con Creso.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_16"></a>[Pg 16]</span></p> - -<p>Una noche que se había quedado sola en casa, -Restituta tuvo la tentación de volver al cuarto de -Pablo. Pero ya no se puede decir el <em>cuarto de Pablo</em>, -porque el amo de la casa le había cedido toda una -crujía del caserón que habitaban. Pablo había alhajado -sus habitaciones con gusto y elegancia. No -tardó pocos minutos la prima en dar con la mesa, -cuyos cajones registraba en otro tiempo. Al fin la -vió en un rincón, muy barnizada y compuesta. Cada -llave estaba en cada cerradura. Abrió trémula uno -y otro y todos los cajones. ¡Qué desencanto! Aquellos -desordenados papeles, unos cortos, otros largos, -unos escritos en castellano, otros en caracteres -desconocidos, ya no estaban allí. En su lugar había -muchos y muy simétricos legajos con sendas carpetas, -atados con cinta de lustre encarnada. Cuando -firmó el contrato de matrimonio vió Restituta algo -parecido en el despacho del Juez municipal.</p> - -<p>Buscó por todas partes, pero no vió ni rastro de -aquellos papeles que, valga la verdad, no había -olvidado en tanto tiempo.</p> - -<p>De algunas composiciones cortas quiso Restituta -hasta acordarse de memoria. Por cierto que decía -para sí, de vuelta á su hogar propiamente dicho:</p> - -<p>—¡Cómo era aquel <em>verso</em> en que juraba mi primo -que se reía y lloraba al mismo tiempo!</p> - -<p>Viendo que no podía hacer memoria, pensó Restituta -que mejor sería hacer entendimiento.</p> - -<p>Y lo hizo. Tanto aguzó la inteligencia, tantas -vueltas dió á los viejos recuerdos de los conceptos -aprendidos en los papeles de Pablo, que al fin Restituta, -allá en sus soledades, se convenció de que su<span class="pagenum"><a id="Page_17"></a>[Pg 17]</span> -señor marido y capitán era un beduino, ella una -mujer no comprendida, y su primo un hombre que -la hubiera comprendido perfectamente.</p> - - -<h3>V</h3> - -<p>Ya había sido miembro de varias comisiones de -hacienda municipal y provincial, y estaba á punto -de ser diputado á Cortes Pablo Soldevilla, cuando -su primer amor se decidió á sondearle aludiendo á -las tristezas del pasado:</p> - -<p>—¿No te casas, Pablo?—dijo Restituta cuando -se vió á solas con él en la glorieta del jardín, cerca -ya de la noche.</p> - -<p>—¿Casarme? ¿Yo? Lo dicho, dicho, prima. Aunque -lo haya dicho hace ocho años, dicho está. Yo -he amado á una mujer, á una sola, ¿entiendes?, y -de una vez para siempre. Ya sabes que creo en la -pluralidad de los mundos habitados, que creo, -como si lo viera, ¡que mi alma ha de vivir en todas -esas estrellas que ahora empiezan á lucir allá arriba!... -Te advierto que son infinitas; pues bien, Restituta; -yo que espero vivir en todas, en todas seguiré -amando á la mujer que amé aquí, en esta pobrecita -y tristísima tierra que se va quedando tan -obscura. (Y era verdad que obscurecía, y Pablo -daba pataditas sobre una planta de violetas). Bien -podrán preguntarme después de un millón de vidas: -¿No te casas, Pablo? Yo contestaré siempre: lo dicho, -dicho.</p> - -<p>Restituta apreció en todo su valor este trozo de<span class="pagenum"><a id="Page_18"></a>[Pg 18]</span> -literatura corrosiva, como la llaman, con razón, las -almas honradas.</p> - -<p>Hubo una pausa. Al fin Restituta, como quien -varía y no varía de conversación, exclamó:</p> - -<p>—Oye, y desde que te has hecho comerciante y -sabio hacendista, ¿ya no haces versos? ¡Qué bonitos -los hacías! Parece mentira; pero la verdad es -que á la larga no se puede vivir sin versos, buenos, -se entiende, como los tuyos.</p> - -<p>—Hace ocho años escribí los últimos; son los únicos -que conservo... en la memoria.</p> - -<p>—¿Quieres recitarlos?</p> - -<p>—¡Si los hice en alemán!</p> - -<p>—Pues no importa; dime la substancia.</p> - -<p>Pablo dijo la substancia, sin poner, pero no sin -quitar, pues creyó del caso suprimir aquello de que -el amor, al mirarse en la fuente, no se había conocido. -Concluyó diciendo que el amor busca el -amor.</p> - -<p>¡Qué pensativa se quedó Restituta!</p> - -<p>—Oye, Pablo—dijo cuando ya era noche del -todo—qué amargos son esos versos; parece que -piensas, según ellos, que nadie quiere el amor por -el amor, que necesita otros atractivos, que ha de -revestirse de mil requisitos y tomar mil precauciones -para que no le lastimen los abrojos de la vida.</p> - -<p>—Y es la verdad: á mí no me quisieron cuando -ofrecí un amor sincero, inocente; mi tío me aseguraba -que hasta que fuera hombre no me querrían... -y trabajé y fuí hombre, y ahora, aunque me quieran, -¿qué me importa?, porque... lo dicho, dicho...</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_19"></a>[Pg 19]</span></p> - -<hr class="tb" /> - - -<h3>VI</h3> - -<p>Dicho y hecho.</p> - -<p>Yo no tengo la culpa. Ni ellos tampoco. Restituta -comenzó á comprender el amor puro, ideal, -cuando la Naturaleza—<i lang="la" xml:lang="la">natura naturans</i>—ya había -satisfecho sus primeras necesidades, cuando Quiñones -no tuvo más uniformes que vestir y cuando -las tinieblas caliginosas dieron paso en el cerebro -de la hermosa niña á un poco de luz.</p> - -<p>Porque Restituta era todavía muy joven cuando -sucedió la escena de la glorieta. Veinticuatro años. -Es cuando una mujer puede entender algo de los -desengaños y gozar esa melancólica y poética perspectiva -de los recuerdos, de la cual Dios libre, lector, -á tu mujer, si la tienes. Amén.</p> - -<p>En cuanto á Pablo, preciso es confesar que se -portó como un bellaco, y como un cobarde primero.</p> - -<p>Fué cobarde porque, ya que había nacido soñador, -idealista, debió afrontar las desastrosas consecuencias -de su vocación y de su carácter.</p> - -<p>Fué bellaco porque no recitó delante de Restituta -su última poesía íntegra. ¿Por qué no dijo, como -era la verdad, que el amor al mirarse en la fuente -no se había conocido?</p> - -<p>¿Por qué no confesó que al tener entre los brazos -el sueño cuajado en realidad, ó aquella mujer -adorada en la primera juventud... sólo había sentido -el placer de la venganza y del orgullo satisfechos?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_20"></a>[Pg 20]</span></p> - -<p>Y ¡oh vergüenza! debió confesar también que á -la segunda cita no acudió, sino muy tarde, porque -sus deberes de agente le llevaron á la Bolsa.</p> - -<p>Sí; fué cobarde, fué bellaco... pero fué agudo, fué -sutil.</p> - -<p>Oyó en los labios de su tío don Pantaleón de los -Pantalones, que era tan bruto, las palabras de la -sabiduría.</p> - -<p>Amaba el ideal y le recordaron los dolores que -acarrea. Huyó á tiempo del precipicio.</p> - -<p>Si hubiese seguido soñando le hubieran sucedido -las siguientes desgracias, alguna de ellas por lo -menos:</p> - -<p>1.ª. Morirse de hambre tarde ó temprano.</p> - -<p>2.ª. Suponiendo que el hambre no hubiese sido -puñalada de pícaro, su prima le hubiera martirizado -durante toda la vida, porque el señuelo del -desdén fué sin duda lo que la atrajo (ahora que ella -no lo oye), y</p> - -<p>3.ª. Dado que la prima se hubiese rendido, de -todos modos, ¡qué amarga felicidad no hubiera traído -consigo el amor adúltero al alma enamorada del -pobre soñador!</p> - -<p>No, y mil veces no. Pablo se convirtió de veras, -perdió los sueños y el amor, dejó los versos y la -poesía, y sólo fingió amor, sueños, poesía, versos, -cuando sus planes lo exigieron.</p> - -<p>Gozaba poco, es verdad, Pablo el convertido, -pero no padecía nada.</p> - -<p>Aquel amante podía exclamar: nada se ha perdido -más que el amor.</p> - -<p>Poetas de imitación, que buscais dolores íntimos<span class="pagenum"><a id="Page_21"></a>[Pg 21]</span> -para cantar endechas y publicar vuestras penas, si -encuentran editor, no despreciéis á mi Pablo, no le -tengais por menos que vosotros. Fué desertor del -ideal, huyó de los ensueños dolorosos porque los -sintió de veras... y según dicen los inteligentes, -cuando se ama muy de veras se padece mucho.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_22"></a>[Pg 22]</span></p> -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_23"></a>[Pg 23]</span></p> -</div> - -<h2 class="nobreak">LA MOSCA SABIA</h2> -<h3>I</h3> - -<p>Don Eufrasio Macrocéfalo me permitió una noche -penetrar en el <i lang="la" xml:lang="la">sancta sanctorum</i>, en su gabinete de -estudio, que era, más bien que gabinete, salón biblioteca; -las paredes estaban guarnecidas de gruesos -y muy respetables volúmenes, cuyo valor en -venta había de subir á un precio fabuloso el día en -que don Eufrasio cerrase el ojo y se vendiera aquel -tesoro de ciencia en pública almoneda; pues si mucho -vale Aristóteles por su propia cuenta, un Aristóteles -propiedad del sabio Macrocéfalo tenía que -valer mucho más para cualquier bibliómano capaz -de comprender á mi ilustre amigo. Era mi objeto al -visitar la biblioteca de don Eufrasio, verificar notas -en no importa qué autor, cuyo libro no era fácil -encontrar en otra parte; y llegó á tanto la amabilidad -insólita del erudito, que me dejó solo en aquel -santuario de la sabiduría, mientras él iba á no sé -qué Academia á negar un premio á cierta Memoria -en que se le llamaba animal, no por llamárselo, -sino por demostrar que no hay solución de continuidad -en la escala de los seres.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_24"></a>[Pg 24]</span></p> - -<p>La biblioteca de don Eufrasio era una habitación -abrigada, tan herméticamente cerrada á todo airecillo -indiscreto por lo colado, que no había recuerdo -de que jamás allí se hubiera tosido ni hecho manifestación -alguna de las que anuncian constipado; -don Eufrasio no quería constiparse, porque su propia -tos le hubiera distraído de sus profundas meditaciones. -Era, en fin, aquélla una habitación en que -bien podría cocer pan un panadero, como dice Campoamor. -Junto á la mesa escritorio estaba un brasero -todo ascuas, y al extremo de la sala, en una -chimenea de construcción anticuada, ardían troncos -de encina, que se quejaban al quemarse. Mullida -alfombra cubría el pavimento; cortinones de tela -pesada colgaban en los huecos, y no había rendija -sin tapar, ni por lado alguno pretexto para que el -aire frío del exterior penetrase atropelladamente, -sino por sus pasos contados y bajo la palabra de ir -calentándose poco á poco.</p> - -<p>Largo rato pasé gozando de aquel agradable -calorcillo, que yo juzgaba tan ajeno á la ciencia, -siempre tenida por fría y casi helada. Creíame solo, -porque de ratones no había que hablar en casa de -Macrocéfalo, químico excelente, especie de Borgia -de los mures. Yo callaba, y los libros también; pues -aunque me decían muchas cosas con lo que tenían -escrito sobre el lomo, decíanlo sin hacer ruido; y -sólo allá en la chimenea alborotaban todo lo que -podían, que no era mucho, porque iban ya de vencida, -los abrasados troncos.</p> - -<p>En vez de evacuar las citas que llevaba apuntadas, -arrellanéme en una mecedora, cerca del bra<span class="pagenum"><a id="Page_25"></a>[Pg 25]</span>sero, -y en dulce somnolencia dejé á la perezosa -fantasía vagar á su antojo, llevando el pensamiento -por donde ella fuere. Pero la fantasía se quejaba -de que le faltaba espacio entre aquellas paredes de -sabiduría, que no podía romper, como si fuesen de -piedra. ¿Cómo atravesar con holgura aquellos tomos -que sabían todo lo que Platón dijo, y que gritaban -aquí ¡Leibnitz! más allá ¡Descartes! ¡San -Agustín! ¡Enciclopedia! ¡Sistema del mundo! ¡Crítica -de la razón pura! <i lang="la" xml:lang="la">¡Novum organum!</i> Todo el mundo -de la inteligencia se interponía entre mi pobre imaginación -y el libre ambiente. No podía volar. ¡Ea!—le -dije—; busca materia para tus locuras dentro del -estrecho recinto en que te ve encerrada. Estás en la -casa de un sabio; este silencio ¿nada te dice? ¿No -hay aquí algo que hable del misterioso vivir del -filósofo? ¿No quedó en el aire, perceptible á tus -ojos, algún rastro que sea indicio de los pensamientos -de don Eufrasio, ó de sus pesares, ó de sus -esperanzas, ó de sus pasiones, que tal vez, con -saber tanto, Macrocéfalo las tenga? Nada respondió -mi fantasía; pero en aquel instante oí á mi espalda -un zumbido muy débil y de muy extraña naturaleza: -parecía en algo el zumbido de una mosca, y en -algo parecía el rumor de palabras que sonaban -lejos, muy apagadas y confusas.</p> - -<p>Entonces dijo la fantasía: “¿Oyes? ¡Aquí está el -misterio! Ese rumor es de un espíritu acaso; acaso -va á hablar el genio de don Eufrasio, algún demonio, -en el buen sentido de la palabra, que Macrocéfalo -tendrá metido en algún frasco.” Sobre la pantalla -de transparentes que casi tapaba por completo el<span class="pagenum"><a id="Page_26"></a>[Pg 26]</span> -quinqué colocado sobre la mesa, que yo tenía muy -cerca, se vino á posar una mosca de muy triste -aspecto, porque tenía las alas sucias, caídas y algo -rotas, el cuerpo muy delgado y de color... de ala de -mosca, faltábale alguna de las extremidades, y parecía, -al andar sobre la pantalla, baldada y canija. -Repitióse el zumbido, y esta vez ya sonaba más á -palabras; la mosca decía algo, aunque no podía yo -distinguir lo que decía. Acerqué más á la mesa la -mecedora, y aplicando el oído al borde de la pantalla, -oí que la mosca, sin esquivar mi indiscreta presencia, -decía con muy bien entonada voz, que para -sí quisieran muchos actores de fama:</p> - -<div class="poetry-container pw20"> -<div class="poetry"> -<p class="p1"> -<em><span style="margin-left: 1em;">—Sucedió en la suprema monarquía</span><br /> -de la Mosquea, un rey que, aunque valiente,<br /> -la suma de riquezas que tenía<br /> -su pecho afeminaron fácilmente.</em></p> -</div> -</div> - -<p>—¿Quién anda ahí? <i lang="la" xml:lang="la">¿Hospes, quis es?</i>—gritó la -mosquita estremecida, interrumpiendo el canto de -Villaviciosa, que tan entusiasmada estaba declamando; -y fué que sintió como estrépito horrísono -el ligero roce de mis barbas con la pantalla en que -ella se paseaba con toda la majestad que le consentía -la cojera.—Dispense usted, caballero, continuó -reportándose, me ha dado usted un buen susto; soy -nerviosa, sumamente nerviosa, y además soy miope -y distraída, por todo lo cual no había notado su -presencia.</p> - -<p>Yo estaba perplejo; no sabía qué tratamiento dar -á aquella mosca que hablaba con tanta corrección -y propiedad, y recitaba versos clásicos.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_27"></a>[Pg 27]</span></p> - -<p>—Usted es quien ha de dispensar—dije al fin, -saludando cortésmente—: yo ignoraba que hubiese -en el mundo dípteros capaces de expresarse con -tanta claridad y de aprender de memoria poemas -que no han leído muchos literatos primates.</p> - -<p>Yo soy políglota, caballero; si usted quiere, le -recito en griego la <em>Batracomiomaquia</em>, lo mismo que -le recitaría toda la <cite>Mosquea</cite>. Éstos son mis poemas -favoritos; para usted son poemas burlescos, para -mí son epopeyas grandiosas, porque un ratón y una -rana son á mis ojos verdaderos gigantes cuyas -batallas asombran y no pueden tomarse á risa. -Yo leo la <cite>Batracomiomaquia</cite> como Alejandro leía -<cite>La Ilíada</cite>...</p> - -<p class="center p1"><em>Arjómenos proton Mouson yoron ex Heliconos...</em></p> - -<p>¡Ay! Ahora me consagro á esta amena literatura, -que refresca la imaginación, porque harto he cultivado -las ciencias exactas y naturales, que secan -toda fuente de poesía; harto he vivido entre el polvo -de los pergaminos, descifrando caracteres rúnicos, -cuneiformes, signos hieráticos, jeroglíficos, etc.; -harto he pensado y sufrido con el desengaño que -engendra siempre la filosofía; pasé mi juventud -buscando la verdad, y ahora, que lo mejor de la -vida se acaba, busco afanosa cualquier mentira -agradable que me sirva de Leteo para olvidar las -verdades que sé.</p> - -<p>Permítame usted, caballero, que siga hablando -sin dejarle á usted meter baza, porque ésta es la -costumbre de todos los sabios del mundo, sean<span class="pagenum"><a id="Page_28"></a>[Pg 28]</span> -moscas ó mosquitos. Yo nací en no sé qué rincón -de esta biblioteca; mis próximos ascendientes y -otros de la tribu volaron muy lejos de aquí, en -cuanto llegó la amable primavera de las moscas y -en cuanto vieron una ventana abierta; yo no pude -seguir á los míos, porque don Eufrasio me cogió un -día que, con otros mosquitos inexpertos, le estaba -yo sorbiendo el seso que por la espaciosa calva sudaba -el pobre señor; guardóme debajo de una copa -de cristal, y allí viví días y días, los mejores de mi -infancia. Servíle en numerosos experimentos científicos; -pero como el resultado de ellos no fuera satisfactorio, -porque demostraba todo lo contrario de -lo que Macrocéfalo quería probar, que era la teoría -cartesiana, que considera como máquinas á los animales, -el pobre sabio quiso matarme, cegado por -el orgullo, tan mal herido en aquella lucha con la -realidad.</p> - -<p>Pero en la misma filosofía que iba á ser causa de -mi muerte hallé la salvación, porque en el momento -de prepararme el suplicio, que era un alfiler que -debía atravesarme las entrañas, don Eufrasio se -rascó la cabeza, señal de que dudaba, en efecto, si -tenía ó no tenía derecho para matarme. Ante todo, -¿es legítima á los ojos de la razón la pena de muerte? -Y dado que no lo sea, ¿los animales tienen derecho? -Esto le llevó á pensar lo que sería el derecho, -y vió que era propiedad; pero, ¿propiedad de -qué? Y de cuestión en cuestión, don Eufrasio llegó -al <em>punto de partida</em> necesario para dar un solo paso -en firme. Todo esto le ocupó muchos meses, que -fueron dilatando el plazo de mi muerte. Por fin,<span class="pagenum"><a id="Page_29"></a>[Pg 29]</span> -analíticamente, Macrocéfalo llegó á considerar que -era derecho suyo el quitarme de en medio; pero -como le faltaba el rabo por desollar, ó sea la sintética -que hace falta para conocer el fundamento, el -porqué, don Eufrasio no se decidió á matarme por -ahora, y está esperando el día en que llegue al primer -principio, y desde allí descienda por todo el -sistema real de la ciencia, para acabar conmigo sin -mengua del imperativo categórico. Entretanto fué, -sin conocerlo, tomándome cariño, y al fin me dió la -libertad relativa de volar por esta habitación; aquí -el aire caliente me guarda de los furores del invierno, -y vivo, y vivo, mientras mis compañeras habrán -muerto por esos mundos, víctimas del frío que -debe hacer por ahí fuera. ¡Mas, con todo, yo envidio -su suerte! Medir la vida por el tiempo, ¡qué necedad! -La vida no tiene otra medida que el placer, -la pasión desenfrenada, los accidentes infinitos que -vienen sin que se sepa ni cómo ni por qué, la incertidumbre -de todas las horas, el peligro de cada momento, -la variedad de las impresiones siempre intensas. -¡Ésa es la vida verdadera!</p> - -<p>Calló la mosca para lanzar profundo suspiro, y -yo aproveché la ocasión, y dije:</p> - -<p>—Todo eso está muy bien; pero todavía no me -ha dicho usted cómo se las compone para hablar -mejor que algunos literatos...</p> - -<p>—Un día, continuó la mosca, leyó don Eufrasio -en la <cite>Revista de Westminster</cite> que dentro de mil -años, acaso, los perros hablarían, y, preocupado -con esta idea, se empeñó en demostrar lo contrario; -compró un perro, un podenco, y aquí, en mi pre<span class="pagenum"><a id="Page_30"></a>[Pg 30]</span>sencia, -comenzó á darle lecciones de lenguaje -hablado; el perro, quizá porque era podenco, -no pudo aprender; pero yo, en cambio, fuí recogiendo -todas las enseñanzas que él perdía, y una -noche, posándome en la calva de don Eufrasio, le -dije:</p> - -<p>—Buenas noches, maestro, no sea usted animal; -los animales sí pueden hablar, siempre que tengan -regular disposición; los que no hablan son los podencos -y los hombres que lo parecen.</p> - -<p>Don Eufrasio se puso furioso conmigo. Otra vez -había echado por tierra sus teorías; pero yo no tenía -la culpa. Procuré tranquilizarle, y al fin creí que -me perdonaba el delito de contradecir todas sus -doctrinas, cumpliendo las leyes de mi naturaleza. -Perdido por uno, perdido por ciento uno, se dijo -don Eufrasio, y accedió á mi deseo de que me enseñara -lenguas sabias y á leer y escribir. En poco -tiempo supe yo tanto chino y sánscrito como cualquier -sabio español; leí todos los libros de la biblioteca, -pues para leer me bastaba pasearme por encima -de las letras, y en punto á escribir, seguí el sistema -nuevo de hacerlo con los pies; ya escribo regulares -patas de mosca.</p> - -<p>Yo creía al principio, ¡incauta!, que Macrocéfalo -había olvidado sus rencores; mas hoy comprendo -que me hizo sabia para mi martirio. ¡Bien supo lo -que hacía!</p> - -<p>Ni él ni yo somos felices. Tarde los dos echamos -de menos el placer, y daríamos todo lo que sabemos -por una aventurilla, de un estudiante él; yo, de -un mosquito.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_31"></a>[Pg 31]</span></p> - -<p>¡Ay! Una tarde—prosiguió la mosca—me dijo -el tirano: Ea, hoy sales á paseo.</p> - -<p>Y me llevó consigo.</p> - -<p>Yo iba loca de contenta. ¡El aire libre! ¡El espacio -sin fin! Toda aquella inmensidad azul me parecía -poco trecho para volar. “No vayas lejos”, me -advirtió el sabio cuando me vió apartarme de su -lado. ¡Yo tenía el propósito de huir, de huir por -siempre! Llegamos al campo. Don Eufrasio se tendió -sobre el césped, sacó un pastel y otras golosinas, -y se puso á merendar como un ignorante. Después -se quedó dormido. Yo, con un poco de miedo -á aquella soledad, me planté sobre la nariz del sabio, -como en una atalaya, dispuesta á meterme en -la boca entreabierta á la menor señal de peligro. -Había vuelto el verano, y el calor era sofocante. -Los restos del festín estaban por el suelo, y al olor -apetitoso acudieron bien pronto numerosos insectos -de muchos géneros, que yo teóricamente conocía -por la zoología que había estudiado. Después -llegó el bando zumbón de los moscones y de las -moscas, mis hermanas. ¡Ay! En vez de la alegría -que yo esperaba tener al verlas, sentí pavor y envidia; -los moscones me asustaban con sus gigantescos -corpanchones y sus zumbidos rimbombantes; -las moscas me encantaban con la gracia de sus movimientos, -con el brillo de sus alas; pero al comprender -que mi figura raquítica era objeto de sus -burlas, al ver que me miraban con desprecio, yo, -mosca macho, sentí la mayor amargura de la vida.</p> - -<p>El sabio es el más capaz de amar á la mujer, pero -la mujer es incapaz de estimar al sabio. Lo que<span class="pagenum"><a id="Page_32"></a>[Pg 32]</span> -digo de la mujer es también aplicable á las moscas. -¡Qué envidia, qué envidia sentí al contemplar los -fecundos juegos aéreos de aquellas coquetas enlutadas, -todas con mantilla, que huían de sus respectivos -amantes, todos más gallardos que yo, para tener -el placer, y darlo, de encontrarse á lo mejor en -el aire y caer juntos á la tierra en apretado abrazo!</p> - -<p>Volvió á callar la mosca infeliz; temblaron sus -alas rotas; y continuó tras larga pausa:</p> - -<div class="poetry-container pw15"> -<div class="poetry"> -<p class="p1"> -<i lang="it" xml:lang="it"><span style="margin-left: 1em;">—Nessun maggior dolore</span><br /> -Che ricordasi del témpo felice<br /> -Nella miseria...</i></p> -</div> -</div> - -<p>Mientras yo devoraba la envidia y la vergüenza -de tenerla y sentir miedo, una mosca, un ángel diré -mejor, abatió el vuelo y se posó á mi lado, sobre la -nariz aguileña del sabio. Era hermosa como la Venus -negra, y en sus alas tenía todos los colores de iris; -verde y dorado era su cuerpo airoso; las extremidades -eran robustas, bien modeladas, y de movimientos -tan seductores, que equivalían á los seis -pies de las Gracias aquellas patas de la mosca gentil. -Sobre la nariz de don Eufrasio, la hermosa aparecida -se me antojaba Safo en el salto de Léucade. -Yo, inmóvil, la contemplé sin decir nada. ¿Con qué -lenguaje se hablaría á aquella diosa? Yo lo ignoraba. -¡Saber tantos idiomas, de qué me servía, no sabiendo -el del amor! La mosca dorada se acercó á -mí, anduvo alrededor, por fin se detuvo enfrente, -casi tocando en mi cabeza con su cabeza. ¡Ya no vi -más que sus ojos! Allí estaba todo el universo. -<em>Kalé</em>, dije en griego, creyendo que era aquella len<span class="pagenum"><a id="Page_33"></a>[Pg 33]</span>gua -la más digna de la diosa de las alas de verde y -oro. La mosca me entendió, no porque entendiera -el griego, sino porque leyó el amor en mis ojos.</p> - -<p>—Ven—me respondió hablando en el lenguaje -de mi madre—: ven al festín de las migajas, serás tú -mi pareja; yo soy la más hermosa y á ti te escojo, -porque el amor para mí es capricho; no sé amar, -sólo sé agradecer que me amen: ven y volaremos -juntos; yo fingiré que huyo de ti...—Sí, como Galatea, -ya sé, dije neciamente.—Yo no entiendo de Galateos, -pero te advierto que no hables en latín; vuela -en pos de mis alas, y en los aires encontrarás mis -besos... Como las velas de púrpura se extendían -sobre las aguas jónicas de color de vino tinto, que -dijo Homero, así extendió sus alas aquella hechicera, -y se fué por el aire zumbando: <em>¡Ven, ven!</em>... -Quise seguirla, mas no pude. El amor me había hecho -vivir siglos en un minuto; no tuve fuerzas, y en -vez de volar, caí en la sima, en las fauces de don -Eufrasio, que despertó despavorido, me sacó como -pudo de la boca, y no me dió muerte porque aún no -había llegado á la metafísica sintética.</p> - - -<h3>II</h3> - -<p>La mosca de mi cuento</p> - -<div class="poetry-container pw20"> -<div class="poetry"> -<p class="p1"> -<span style="margin-left: 1em;">Tras nueva pausa prosiguió llorando:</span><br /> -¡Cuánta afrenta y dolor el alma mía<br /> -halló dentro de sí, la luz mirando<br /> -que brilló, como siempre, al otro día!</p> -</div> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_34"></a>[Pg 34]</span></p> - -<p>Sí, volvimos á casa, porque yo no tenía fuerzas -para volar ni deseo ya de escaparme. ¿Cómo? ¿Para -qué? Mi primera visita al mundo de las moscas me -había traído, “con el primer placer, el desengaño” -(dispense usted si se me escapan muchos versos en -medio de la prosa: es una costumbre que me ha -quedado de cuando yo dedicaba suspirillos germánicos -á la mosca de mis sueños). Como el <em>joven enfermo</em> -de Chénier, yo volví herida de amor á esta -cárcel lúgubre y sin más anhelo que ocultarme y saborear -á solas aquella pasión que era imposible satisfacer; -porque primero me moriría de vergüenza -que ver otra vez á la mosca verde y dorada que me -convidó al festín de las migajas y á los juegos locos -del aire. Un enamorado que se ve en ridículo á los -ojos de la mosca amada, es el más desgraciado mortal, -y daría de fijo la salvación por ser en aquel momento, -ó grande como Dios, ó pequeño como un -infusorio. De vuelta á nuestra biblioteca, don Eufrasio -me preguntó con sorna: “¿Qué tal, te has divertido?” -Yo le contesté mordiéndole en un párpado: -se puso colérico. “¡Máteme usted!” le dije.—“¡Oh! -¡Así pudiera! pero no puedo; el sistema no está completo; -<em>subjetivamente</em> podría matarte; pero falta el -fundamento, falta la síntesis”.</p> - -<p>¡Qué ridículo me pareció desde aquel día Macrocéfalo! -¡Esperar la síntesis para matar, cuando yo -hubiera matado á todas las moscas machos y á todos -los moscones del mundo que me hubiesen disputado -el amor, á que yo no aspiraba, de la mosca -de oro! Más que el deseo de verla, pudo en mí el -terror que me causaba el ridículo, y no quise volver<span class="pagenum"><a id="Page_35"></a>[Pg 35]</span> -á la calle ni al campo. Quise apagar el sentimiento -y dejar el amor en la fantasía. Desde entonces fueron -mis lecturas favoritas las leyendas y poemas en -que se cuentan hazañas de héroes hermosos y valientes: -la Batracomiomaquia, la Gatomaquia, y sobre -todo, la Mosquea, me hacían llorar de entusiasmo. -¡Oh, quién hubiera sido Marramaquiz, aquel gato -romano que, atropellando por todo, calderas de fregar -inclusive, buscaba á Zapaquilda por tejados, -guardillas y desvanes! Y aquel rey de la Mosquea, -Salomón en amores, ¡qué envidia me daba! ¡Qué de -aventuras no fraguaría yo en la mente loca, en la -exaltación del amor comprimido! Dime á pensar -que era un Reinaldos ó un Sigfrido ó cualquier -otro personaje de leyenda, y discurrí la traza de recorrer -el mundo entero del siguiente modo: pedirle -á don Eufrasio que pusiera á mi disposición los -magníficos atlas que tenía, donde la tierra, pintada -de brillantísimos colores en mapas de gran tamaño, -se extendía á mis ojos en dilatados horizontes. Con -el fingimiento de aprender geografía pude á mis anchas -pasearme por todo el mundo, mosca andante -en busca de aventuras. Híceme una armadura de -una pluma de acero rota, un yelmo dorado con restos -de una tapa de un tintero; fué mi lanza un alfiler, -y así recorrí tierras y mares, atravesando ríos, -cordilleras, y sin detenerme al dar con el océano, -como el musulmán se detuvo.</p> - -<p>Los nombres de la geografía moderna parecíanme -prosaicos, y preferí para mis viajes las cartas -de la geografía antigua, mitad fantástica, mitad verdadera: -era el mundo para mí según lo concebía<span class="pagenum"><a id="Page_36"></a>[Pg 36]</span> -Homero, y por el mapa que esta creencia representaba, -era por donde yo de ordinario paseaba mis -aventuras: iba con los dioses á celebrar las bodas -de Tetis al océano, un río que daba vuelta á la tierra; -subía á las regiones hiperbóreas, donde yo tenía -al cuidado de honradísima dueña, en un castillo -encerrada, á mi mosca de oro. Cazaba los insectos -menudos que solían recorrer las hojas del atlas y -se los llevaba prisioneros de guerra á mi mosca -adorada, allá á las regiones fabulosas.</p> - -<p>—Éste—le decía—fué por mí vencido, sobre el -empinado Cáucaso, y aún en sus cumbres corre en -torrentes la sangre del mosquito que á tus pies se -postra, malferido por la poderosa lanza á que tú -prestas fuerza, ¡oh mosca mía! con dársela á mi -brazo por conducto del alma que te adora y vive de -tu recuerdo.—Todas estas locuras, y aun infinitas -más, hacía yo y decía, mientras pensaba don Eufrasio -que estudiaba á Estrabón y Ptolomeo.—La novela -en Grecia empezó por la geografía; fueron viajeros -los primeros novelistas, y yo también me consagré -en cuerpo y alma á la novela geográfica. -Aunque el placer del fantasear no es intenso, tiene -una singular voluptuosidad, que en ningún otro -placer se encuentra, y puedo jurar á usted que -aquellos meses que pasé entregado á mis viajes -imaginarios, paseándome por el atlas de don Eufrasio, -son los que guardo como dulces recuerdos, -porque en ellos, el alivio que sentí á mis dolores lo -debí á mis propias facultades.</p> - -<p>Poetizar la vida con elementos puramente interiores, -propios, éste es el único consuelo para las<span class="pagenum"><a id="Page_37"></a>[Pg 37]</span> -miserias del mundo: no es gran consuelo, pero es -el único.</p> - -<p>Un día don Eufrasio puso encima de la mesa un -libro de gran tamaño, de lujo excepcional. Era un -regalo de Año Nuevo, era un tratado de Entomología, -según decían las letras góticas doradas de la -cubierta. El canto del grueso volumen parecía un -espejo de oro. Volé y anduve hora tras hora alrededor -de aquel magnífico monumento, historia de -nuestro pueblo en todos sus géneros y especies. El -corazón me decía que había allí algo maravilloso, -regalo de la fantasía. Pero yo por mis propias fuerzas -no podía abrir el libro. Al fin don Eufrasio vino -en mi ayuda: levantó la pesada tapa y me dejó á -mis anchas recorrer aquel paraíso fantástico, museo -de todos los portentos, iconoteca de insectos, donde -se ostentaban en tamaño natural, pintados con todos -los brillantes colores con que los pintó Naturaleza, -la turbamulta de flores aladas, que son para -el hombre insectos, para mí ángeles, ninfas, dríadas, -genios de lagos y arroyos, fuentes y bosques. -Recorrí ansiosa, embriagada con tanta luz y tantos -colores, aquellas soberbias láminas, donde la fantasía -veía á montones argumentos para mil poemas: -el corazón me decía “más allá”; esperaba ver -algo que excediera á toda aquella orgía de tintas -vivas, dulces ó brillantes. ¡Llegué por fin al tratado -de las moscas! El autor les había consagrado toda -la atención y esmero que merecen: muchas páginas -hablaban de su forma, vida y costumbres; muchas -láminas presentaban figuras de todas las clases y -familias.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_38"></a>[Pg 38]</span></p> - -<p>Vi y admiré la hermosura de todas las especies, -pero yo buscaba ansiosa, sin confesármelo á mí -misma, una imagen conocida: ¡al fin! en medio de -una lámina, reluciendo más que todas sus compañeras, -estaba ella, la mosca verde y dorada, tal -como yo la vi un día sobre la nariz de D. Eufrasio, -y desde entonces á todas las horas del día y de la -noche dentro de mí. Estaba allí, saltando del papel, -grave, inmóvil, como muerta, pero con todos los -reflejos que el sol tenía al besar con sus rayos las -alas de sutil encaje. El amante que haya robado alguna -vez un retrato de su amada desdeñosa, y que -á solas haya saciado en él su pasión comprimida, -adivinará los excesos á que me arrojé, perdida la -razón, al ver en mi poder aquella imagen, fiel exactísima, -de la mosca de oro. Mas no crea usted, si no -entiende de esto, que fué de pronto el atreverme á -acercarme á ella; no, al principio turbéme y retrocedí -como hubiera hecho á su presencia real. Un -amante grosero no respeta la castidad de la materia, -de la forma; para mí no sólo el alma de la -mosca era sagrada: también su figura, su sombra -misma, hasta su recuerdo. Para atreverme á besar -el castísimo bulto tuve que recurrir á mi eterno -novelar; en mis diálogos imaginarios ya estaba yo -familiarizado con mi felicidad de amante correspondido; -y así, como si no fuese nuevo el encanto -de tener aquella esplendorosa beldad dócil y fiel al -anhelante mirar de mis ojos, sin apartarse de ellos, -como quien sigue un deliquio de amor, acerquéme, -tras una lucha tenaz con el miedo, y dije á la mosca -pintada: “Estoy, señora, tan acostumbrado á que<span class="pagenum"><a id="Page_39"></a>[Pg 39]</span> -todo sea en mi amor desdichas, que al veros tan -cerca de mí y que no huís al verme, no avanzo de -miedo de deshacer este encanto, que es teneros tan -cerca; tantas espinas me punzaron el corazón, señora, -que tengo miedo á las flores; si hay engaño, sépalo -yo después del primer beso, porque, al fin, -ello ha de ser que todo acabe en daño mío”. No -contestó la mosca, ni yo lo necesitaba; mas yo, en -vez de ella, díjeme tantas ternuras, tan bien me -convencí de que la mosca de oro sabía despreciar -el vano atavío de la hermosura aparente y conocer -y sentir la belleza del espíritu, que al cabo, con -todo el valor y la fe que el amante necesita para -no ser desairado ó desabrido en sus caricias, lancéme -sobre la imagen de ricos colores y de líneas -graciosas, y en besos y abrazos consumí la mitad -de mi vida en pocos minutos.</p> - -<p>En medio de aquel vértigo de amor, en que yo -estaba amando por dos á un tiempo, vi que la mosca -pintada me decía, á intervalos de besos y entre el -mismo besar, casi besándome con las palabras que -decía: “Tonto, tonto mío, ¿por qué dudas de mí, -por qué creer que la hembra no sabe sentir lo que -tú sabes pensar? Tus alas rotas, tus movimientos -difíciles y sin gracia aparente, tu miedo á los moscones, -tu rubor, tu debilidad, tu silencio, todo lo -que te abruma, porque juzgas que te estorba para -el amor, yo lo aprecio, yo lo comprendo, y lo siento -y lo amo. Ya sé yo que en tus brazos me espera -oir hablar de lo que jamás supieron de amor otros -machos más hermosos que tú; sé que al contarme -tus soledades, tus luchas interiores, tus fantasías,<span class="pagenum"><a id="Page_40"></a>[Pg 40]</span> -has de ser para mí como ser divinizado por el -amor; no habrá voluptuosidad más intensa que la -que yo disfrute bebiendo por tus ojos todo el amor -de un alma grande, arrugada y oscurecida en la -cárcel estrecha de tu cuerpo flaco y empobrecido -por la fiebre del pensar y del querer”. Y á este tenor, -seguía diciéndome la mosca dorada tan deliciosas -frases, que yo no hacía más que llorar y -besarle los pies, aún más agradecido que enamorado. -¡Bendita fuerza de la fantasía que me permitió -gozar este deliquio, momento sublime de la eternidad -de un cielo! Al fin hablé yo (por mi cuenta) y -sólo dije con voz que parecía sonar en las mismas -entrañas:—¿Tu nombre? Mi nombre está en la leyenda -que tengo al pie; esto dijo mi razón fría y -traidora tomando la voz que yo atribuía á mi amada. -Bajé los ojos y leí... <em>Musca vomitoria.</em></p> - -<p>Al llegar aquí, la voz de la mosca sabia se debilitó, -y siguió hablando como se oye en la iglesia -hablar á las mujeres que se confiesan. Yo, como el -confesor, acerqué tanto, tanto el oído, que á haber -sido la mosca hermosa penitente, hubiera sentido -el perfume de su aliento (como el confesor) acariciarme -el rostro. Y dijo así:</p> - -<p>—¡Mosca vomitoria! Éste era el nombre de mi -amada. En el texto encontré su historia. Era terrible. -Bien dijo Shakespeare: “estos jóvenes pálidos -que no beben vino acaban por casarse con una meretriz”. -Yo, casta mosca, enamorada del ideal, tenía -por objeto de mis sueños á la enamorada de la podredumbre. -Allí donde la vida se descompone, donde -la química celebra esas orgías de miasmas en<span class="pagenum"><a id="Page_41"></a>[Pg 41]</span>venenados -que hay en los estercoleros, en las letrinas, -en las sepulturas y en los campos de batalla -después de la carnicería, allí acudía mi mosca de -las alas de oro, de los metálicos cambiantes, Mesalina -del cieno y de la peste. ¡Yo amaba á la mosca -vampiro, á la mosca del <em>Vomitorium</em>! Yo había colocado -en las regiones soñadas, en las regiones hiperbóreas, -su palacio de cristal, y en las Hespérides -su jardín de recreo; ¡por ella había corrido yo -las aventuras más pasmosas que forjó la fantasía, -estrangulando mosquitos y otras alimañas en miniatura, -sin remordimientos de conciencia! Pero lo -más horroroso no fué el desengaño, sino que el -desengaño no me trajo el olvido ni el desdén. Seguí -amando ciega á la <em>mosca vomitoria</em>, seguí besando -loca sus alas de colores pintadas en el tremendo -libro que me contó la vergonzosa historia.</p> - -<p>Procuré, si no olvidar, porque esto no era posible, -distraer mi pena, y como se vuelve al hogar -abandonado por correr las locuras del mundo, así -volví á la ciencia, tranquilo albergue que me daría -el consuelo de la paz del alma, que es la mayor riqueza. -¡Ay! Volví á estudiar, pero ya los problemas -de la vida, los misterios de lo alto no tenían para -mí aquel interés de otros días; ya sólo veía en la -ciencia la miseria de lo que ignora, el pavor que -inspiran sus arcanos; en fin, en vez de la calma del -justo, sólo me dió la calma del desesperado, engendradora -de las eternas tristezas. ¿Qué es el cielo? -¿Qué es la tierra? ¿Qué nos importa? ¿Hay un más -allá para las moscas que sufrieron en la vida resignadas -el tormento del amor? Ni yo sufro resignada,<span class="pagenum"><a id="Page_42"></a>[Pg 42]</span> -ni sé nada del más allá. La ciencia ya sólo me da la -duda anhelante, porque en ella ya no busco la verdad, -sino el consuelo; para mí no es un templo en -que se adora, es un lugar de asilo; por eso la ciencia -me desdeña. Perdida en el mar del pensamiento, -cada vez que me engolfo en sus olas, las olas -me arrojan desdeñosas á la orilla como cáscara -vacía. Y éste es mi estado. Voy y vengo de los libros -sabios á la poesía, y ni en la poesía encuentro -la frescura lozana de otros días, ni en los libros del -saber veo más verdades que las amargas y tristes. -Ahora espero tan sólo, ya que no tengo el valor material -que necesito para darme la muerte, que don -Eufrasio llegue á la Sintética, y sepa, bajo principio, -que puede en derecho aplastarme. Mi único -placer consiste en provocarle, picando y chupando -sin cesar en aquella calva mollera, de cuyos jugos -venenosos bebí, en mal hora, el afán de saber, que -no trae aparejada la virtud que para tanta abnegación -se necesita.</p> - -<p>Calló la mosca, y al oir el ruido de la puerta que -se abría, voló hacia un rincón de la biblioteca.</p> - - -<h3>III</h3> - -<p>Don Eufrasio volvía de la Academia.</p> - -<p>Venía muy colorado, sudaba mucho, hacía eses al -andar, y sus ojillos, medio cerrados, echaban chispas. -Yo estaba en la sombra y no me vió. Ya no -recordaba que me había dejado en su <em>camarín</em>, per<span class="pagenum"><a id="Page_43"></a>[Pg 43]</span>fumado -con todos los aromas bien olientes de la -sabiduría.</p> - -<p>Creía estar solo y habló en voz alta (al parecer -era su costumbre), diciendo así á las paredes sapientísimas -que debían de conocer tantos secretos:</p> - -<p>—¡Miserables! ¡Me han vencido! Han demostrado -que no hay razón para que el animal no llegue á -hablar, pero afortunadamente no se fundan en ningún -dato positivo, en ninguna experiencia. ¿Dónde -está el animal que comenzó á hablar? ¿Cuál fué? -Esto no lo dicen, no hay prueba plena; puedo, pues, -contradecirlo. Escribiré una obra en diez tomos negando -la posibilidad del hecho; desacreditaré la hipótesis. -Estas copitas que he bebido en casa de Friné -me han reanimado. ¡Diablos! Esto da vueltas: ¿si -estaré borracho? ¿Si iré á ponerme malo? No importa; -lo principal es que les falte el hecho, el dato -positivo. El animal no habla, no puede hablar. ¡Ja, -ja, ja! ¡Qué hermosa es Friné! ¡Qué hermosa bestia! -¡Pues Friné habla! Bien, pero ésa no se cuenta: -habla como una cotorra, y no es ése el caso. -Friné habla como ama, sin saber lo que hace; aquello -no es amar ni hablar. ¡Pero vaya si es hermosa!</p> - -<p>Macrocéfalo sacó del bolsillo de la levita una petaca; -en la petaca había una miniatura: era el retrato -de Friné. Le contempló con deleite y volvió á -decir:—No, no hablan, los animales no hablan. -¡Bueno estaría que yo hubiese sostenido un error -toda la vida!</p> - -<p>En aquel momento la mosca sabia dejó oir su -zumbido, voló, haciendo un espiral en el aire, y -acabó por dejarse caer sobre la miniatura de Friné.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_44"></a>[Pg 44]</span></p> - -<p>Macrocéfalo se puso pálido, miró á la mosca con -ojos que ya no arrojaban chispas, sino rayos, y dijo -en voz ronca:</p> - -<p>—¡Miserable! ¿Á qué vienes aquí? ¿Te ríes? ¿Te -burlas de mí?</p> - -<p>—¡Como usted decía que los animales no hablan!</p> - -<p>—No hablarás mucho tiempo, bachillera—gritó -el sabio, y quiso coger entre los dedos á su enemiga. -Pero la mosca voló lejos, y no paró hasta meter -las patas en el tintero. De allí volvió arrogante á posarse -en la petaca.—Oye—dijo á Macrocéfalo—los -animales hablan... y escriben...—Y diciendo y andando, -sobre la piel de Rusia, al pie del retrato de -Friné, escribió con las patas mojadas en tinta roja: -<em>Musca vomitoria</em>. Don Eufrasio lanzó un bramido -de fiera. La mosca había volado al cráneo del -sabio; allí mordió con furia... y yo vi caer sobre su -cuerpo débil y raquítico la mano descarnada de -Macrocéfalo. La mosca sabia murió antes de que -llegase Don Eufrasio á la filosofía sintética.</p> - -<p>Sobre la tersa y reluciente calva quedó una gota -de sangre, que caló la piel del cráneo, y filtrándose -por el hueso llegó á ser una estalactita en la conciencia -de mi sabio amigo. Al fin había sido capaz -de matar una mosca.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_45"></a>[Pg 45]</span></p> -</div> - -<h2 class="nobreak" >EL DOCTOR PÉRTINAX</h2> - -<h3>I</h3> - -<p>El sacerdote se retiraba mohíno. Mónica, la vieja -impertinente y beata, quedaba sola junto al lecho -de muerte. Sus ojos de lechuza, en que reverberaba -la luz de la mortecina lamparilla, lanzaba miradas -como anatemas al rostro cadavérico del doctor -Pértinax.</p> - -<p>—¡Perro judío! ¡Si no fuera por la manda, ya iría -yo aguantando el olor de azufre que sale de tu -cuerpo maldito!... ¡No confesarse ni á la hora de la -muerte!...</p> - -<p>Este impío monólogo fué interrumpido por un -¡ay! del moribundo.</p> - -<p>—¡Agua!—exclamaba el mísero filósofo.</p> - -<p>—¡Vinagre!—contestó la vieja sin moverse de -su sitio.</p> - -<p>—Mónica, buena Mónica—prosiguió el doctor hablando -como pudo—; tú eres la única persona que -en la tierra me ha sido fiel... tu conciencia te lo -premie... esto se acaba... llegó mi hora, pero no -temas...</p> - -<p>—No, señor; pierda usted cuidado...</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_46"></a>[Pg 46]</span></p> - -<p>—No temas: la muerte es una apariencia; sólo el -egoísmo... individual puede quejarse de la muerte... -Yo expiro, es verdad, nada queda de mí... pero la -especie permanece... No es sólo eso: mi obra, el -producto de mi trabajo, los majuelos del pueblo, -mi propiedad, extensión de mi personalidad en la -Naturaleza, quedan también; son tuyas, ya lo sabes, -pero dame agua.</p> - -<p>Mónica vaciló, y ablandándose al cabo, cuanto un -pedernal puede ablandarse, acercó á los labios de -su amo no sé qué jarabe, cuya sola virtud era trastornar -el juicio del moribundo más y más cada vez.</p> - -<p>—Gracias, Mónica, gracias, y adiós; es decir, -hasta luego. Queda la especie; tú también desaparecerás, -pero no te importe, quedarán la especie y -los majuelos, que heredará tu sobrino, ó mejor dicho, -nuestro hijo, porque ésta es la hora de las -grandes verdades.</p> - -<p>Mónica sonrió, y después, mirando al techo, vió -en la obscuridad de arriba la imagen reluciente de -un tambor mayor, de grandes bigotes y de gallarda -apostura.</p> - -<p>—¡No sería mala especie la que saliera de tu -cuerpo enclenque y de tu meollo consumido por las -herejías!</p> - -<p>Esto pensó la vieja al tiempo mismo que Pértinax -entregaba los despojos de su organismo gastado -al acervo común de la especie, laboratorio magno -de la Naturaleza.</p> - -<p>Amanecía.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_47"></a>[Pg 47]</span></p> - - -<h3>II</h3> - -<p>Era la hora de las burras de leche: San Pedro -frotaba con un paño el aldabón de la puerta del -cielo y lo dejaba reluciente como un sol. ¡Claro! -Como que era el aldabón que limpiaba San Pedro -el mismísimo sol que nosotros vemos aparecer todas -las mañanas por el Oriente.</p> - -<p>El santo portero, de mejor humor que sus colegas -de Madrid, cantaba no sé qué aire, muy parecido -al <em>ça irá</em> de los franceses.</p> - -<p>—¡Hola! Parece que se madruga—dijo inclinando -la cabeza y mirando de hito en hito á un personaje -que se le había puesto delante en el umbral -de la puerta.</p> - -<p>El desconocido no contestó, pero se mordió los -labios, que eran delgados, pálidos y secos.</p> - -<p>—Sin duda, prosiguió San Pedro—, ¿usted es el -sabio que se estaba muriendo esta noche?... ¡Vaya -una noche que me ha hecho usted pasar, compadre!... -¡No he pegado ojo en toda ella, esperando -que á usted se le antojase llamar; y como tenía órdenes -terminantes de no hacerle á usted aguardar -ni un momento!... ¡Poquito respeto que se les tiene -á ustedes aquí en el cielo! En fin, bienvenido, y -y pase usted; yo no puedo moverme de aquí, pero -no tiene pérdida. Suba usted... todo derecho... No -hay entresuelo.</p> - -<p>El forastero no se movió del umbral, y clavó los -ojos pequeños y azules en la venerable calva de<span class="pagenum"><a id="Page_48"></a>[Pg 48]</span> -San Pedro, que había vuelto la espalda para seguir -limpiando el sol.</p> - -<p>Era el recién venido, delgado, bajo, de color cetrino, -algo afeminado en los movimientos, pulcro -en el trato de su persona y sin pelo de barba en -todo su rostro. Llevaba la mortaja con elegancia y -compostura, y medía los ademanes y gestos con -académico rigor.</p> - -<p>Después de mirar una buena pieza la obra de -San Pedro, dió media vuelta y quiso desandar el -camino que sin saber cómo había andado, pero vió -que estaba sobre un abismo de obscuridad en que -había tinieblas como palpables, ruidos de tempestad -horrísona, y á intervalos ráfagas de una luz cárdena, -á la manera de la que tienen los relámpagos. -No había allí traza de escalera, y la máquina con -que medio recordaba que le habían subido, tampoco -estaba á la vista.</p> - -<p>—Caballero—exclamó con voz vibrante y agrio -tono:—¿se puede saber qué es esto? ¿dónde estoy? -¿por qué se me ha traído aquí?</p> - -<p>—¡Ah! ¿Todavía no se ha movido usted? Me -alegro, porque se me había olvidado un pequeño -requisito. Y sacando un libro de memorias del bolsillo, -mientras mojaba la punta de un lápiz en los -labios, preguntó:</p> - -<p>—¿Su gracia de usted?</p> - -<p>—Yo soy el doctor Pértinax, autor del libro estereotipado -en su vigésima edición, que se intitula -<em>Filosofía última</em>...</p> - -<p>San Pedro, que no era listo de mano, sólo había -escrito á todo esto Pértinax...</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_49"></a>[Pg 49]</span></p> - -<p>—Bien: ¿Pértinax de qué?</p> - -<p>—¿Cómo de qué? ¡Ah! sí; querrá usted decir ¿de -dónde? así como se dice: Tales de Mileto, Parménides -de Elea... Michelet de Berlín...</p> - -<p>—Justo, Quijote de la Mancha...</p> - -<p>—Escriba usted: Pértinax de Torrelodones. Y -ahora, ¿podré saber qué farsa es ésta?</p> - -<p>—¿Cómo farsa?</p> - -<p>—Sí, señor; yo soy víctima de una burla; esto es -una comedia; mis enemigos, los de mi oficio, ayudados -con los recursos de la industria, con efectos -de teatro, exaltando mi imaginación con algún brebaje, -han preparado todo esto, sin duda; pero no les -valdrá el engaño: sobre todas estas apariencias está -mi razón; mi razón, que protesta con voz potente -contra y sobre toda esta farándula; pero no valen -carátulas ni relumbrones; que á mí no se me vence -con tan grosero ardid, y digo lo que siempre dije y -tengo consignado en la página 315 de la <cite>Filosofía -última</cite>..., nota b de la subnota <em>alfa</em>, á saber: que -después de la muerte no debe subsistir el engaño -del aparecer, y es hora de que cese el concupiscente -querer vivir, <i lang="la" xml:lang="la">Nolite vivere</i>, que es sólo cadena de -sombras engarzada en deseos, etc., etc. Conque así, -una de dos: ó yo me he muerto, ó no me he muerto; -si me he muerto, no es posible que yo sea yo, como -hace media hora, que vivía; y todo esto que delante -tengo, como sólo puede ser ante mí, en la representación -no es, porque yo no soy; pero si no me he -muerto, y sigo siendo yo, éste que fuí y soy, es claro -que esto que tengo delante, aunque existe en mí -como representación, no es lo que mis enemigos<span class="pagenum"><a id="Page_50"></a>[Pg 50]</span> -quieren que yo crea, sino una farsa indigna tramada -para asustarme, pero en vano, porque ¡vive Dios!...</p> - -<p>Y juró el filósofo como un carretero. Y no fué lo -peor que jurase, sino que ponía el grito en el cielo, -y los que en él estaban comenzaron á despertarse al -estrépito, y ya bajaban algunos bienaventurados -por las escalonadas nubes, teñidas, cuál de gualda, -cuál otra de azul marino.</p> - -<p>Entretanto San Pedro se apretaba los ijares con -entrambas manos, por no descoyuntarse con la risa, -que le sofocaba. Más se irritaba Pértinax con la risa -del Santo, y éste hubo de suspenderla para aplacarle, -si podía, con tales palabras:</p> - -<p>—Señor mío, ni aquí hay farsa que valga, ni se -trata de engañar á usted, sino de darle el cielo, que, -por lo visto, ha merecido por buenas obras, que yo -ignoro; como quiera que sea, tranquilícese y suba, -que ya la gente de casa bulle por allá dentro y habrá -quien le conduzca donde todo se lo expliquen -á su gusto, para que no le quede sombra de duda, -que todas se acaban en esta región, donde lo que -menos brilla es este sol que estoy limpiando.</p> - -<p>—No digo yo que usted quiera engañarme, pues -me parece hombre de bien; otros serán los farsantes, -y usted sólo un instrumento sin conciencia de lo -que hace.</p> - -<p>—Yo soy San Pedro...</p> - -<p>—Á usted le habrán persuadido de que lo es; pero -eso no prueba que usted lo sea.</p> - -<p>—Caballero, llevo más de 1.800 años en la portería...</p> - -<p>—Aprensión, prejuicio...</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_51"></a>[Pg 51]</span></p> - -<p>—¡Qué prejuicio ni qué calabaza!—grita el Santo -ya incomodado un tantico—; San Pedro soy, y usted -un sabio como todos los que de allá nos vienen, -tonto de capirote y con muchos humos en la cabeza... -La culpa la tiene quien yo me sé, que no se va -más despacio en el admitir gente de pluma donde -bendita la falta que hace. Y bien dice San Ignacio...</p> - -<p>Á la sazón aparecióse en el portal la majestuosa -figura de un venerable anciano, vestido de amplia y -blanquísima túnica, el cual, mirando con dulces -ojos al <em>filósofo colérico</em>, le dijo, mientras cogía sus -flacas manos, con las que él tenía de luz, ó, por lo -menos, de algo muy tenue y esplendoroso:</p> - -<p>—Pértinax, yo soy el solitario de Patmos; ven -conmigo á la presencia del Señor, tus pecados te -han sido perdonados y tus méritos te levantaron, -como alas, de la tierra triste y llegaste al cielo, y -verás al Hijo á la diestra del Padre... El Verbo que -se hizo carne.</p> - -<p>—Habitó entre nosotros, ya sé la historia; pero -señor San Juan, digo y repito que esto es indigno, -que reconozco la habilidad de los escenógrafos; -pero la farsa, buena para alucinar á un espíritu -vulgar, no sirve contra el autor de la <cite>Filosofía última</cite>.—Y -el pobre filósofo escupía espuma de puro -rabiado.</p> - -<p>El portal estaba lleno de ángeles y querubines, -tronos y dominaciones, santos y santas, beatas y -beatos y bienaventurados rasos. Hacían coro alrededor -del extranjero y escuchaban con sonrisa... de -bienaventurados, la sabrosa plática que tenían ya -entablada el autor del <cite>Apocalipsis</cite> y el de la <cite>Filo<span class="pagenum"><a id="Page_52"></a>[Pg 52]</span>sofía -última</cite>. Como San Juan se explicara en términos -un tanto metafísicos, fué apaciguándose poco á -poco el furioso pensador, y con el interés de la polémica -llegó á olvidar la que él llamaba farsa indigna.</p> - -<p>Entre los del coro había dos que se miraban de -reojo, como animándose mutuamente á echar su -cuarto á espadas. Eran Santo Tomás y Hegel, que -por distintas razones veían con disgusto en el cielo -al autor de la <cite>Filosofía última</cite>, obra detestable en -su dictamen, esta vez de acuerdo. Por fin, Santo -Tomás, terciando el manteo, interrumpió al filósofo -intruso, gritando sin poder contenerse:</p> - -<p><i lang="la" xml:lang="la">¡Nego suppositum!</i></p> - -<p>Volvióse el doctor Pértinax con altiva dignidad -para contestar como se merecía al Doctor Angélico, -el cual, después de haberle negado el supuesto, se -preparaba á anonadarle bajo la fuerza de la <i lang="la" xml:lang="la">Summa -teológica</i> que al efecto hizo traer de la biblioteca celestial. -Diógenes el Cínico, que andaba por allí, -puesto que se había salvado por los buenos chascarrillos -que supo contar en vida, no por otra cosa, -Diógenes opinó que la mejor manera de sacar de -sus errores al doctor Pértinax era enseñarle todo el -cielo, desde la bodega hasta el desván. Á esto, -Santo Tomás apóstol, dijo:—Perfectamente; eso es, -ver y creer. Pero su tocayo, el de Aquino, no se -dió á partido; insistió en demostrar que la mejor -manera de vencer los paralogismos de aquel filósofo -era recurrir á la <cite>Summa</cite>. Y dicho y hecho; ya -llegaba con cuatro tomos como casas sobre las robustas -espaldas una especie de mozo de cordel muy<span class="pagenum"><a id="Page_53"></a>[Pg 53]</span> -guapo que llamaban por allí Alejandrito, y era efectivamente -Alejandro Pidal y Mon, tomista de tomo -y lomo que estaba en el cielo de temporada y en -calidad de corresponsal. Abrió Santo Tomás la -<cite>Summa</cite> con mucha prosopopeya, y la primer <em>q</em> con -que topó vínole como pedrada en ojo de boticario. -Ya el Santo había juntado el dedo índice con el -pulgar en forma de anteojo, y comenzaba á balbucir -latines cuando Pértinax gritó con toda la fuerza -de sus pulmones:</p> - -<p>—¡Callen todas las Escolásticas del mundo donde -esté mi <cite>Filosofía última</cite>! En ella queda demostrado...</p> - -<p>—Oiga usted, señor filósofo, interrumpió Santa -Escolástica, que era una señora muy sabida; yo no -quiero callar, ni es usted quién para venir aquí con -esos aires de taco, y lo que yo digo es que ya no -hay clases, y que aquí entra todo el mundo.</p> - -<p>—Señora, exclamó el Santo Job, haciendo una -reverencia con una teja que llevaba en la mano y -usaba á guisa de cepillo—; señora, sea todo por -Dios, y dejemos que entre el que lo merezca, que -todos cabemos. Yo creo que mi amigo Diógenes dice -bien; este caballero se convencerá de que ha vivido -en un error si se le hace ver el Universo y la corte -celestial tal como son efectivamente; esto no es -desairar á Santo Tomás, mi buen amigo, Dios me -libre de ello; pero en fin, por mucho que valga la -<cite>Summa</cite>, más vale el gran libro de la Naturaleza, -como dicen en la tierra; más vale la suma de maravillas -que el Señor ha creado, y así, salvo mejor -parecer, propongo que se nombre una comisión de<span class="pagenum"><a id="Page_54"></a>[Pg 54]</span> -nuestro seno que acompañe al doctor Pértinax y le -vaya haciendo ver la fábrica de la inmensa arquitectura, -como dijo Lope de Vega, á quien siento no -ver entre nosotros.</p> - -<p>Grandísimo era el respeto que á todos los santos -y santas merecía el Santo Job, y así, aunque otra -le quedaba, el de Aquino tuvo que dar su brazo á -torcer, y Pidal volvió con la <cite>Summa</cite> á la biblioteca. -Procedióse á votación nominal, en la que se empleó -mucho tiempo, por haber acudido al portalón -del cielo más de medio martirologio, y resultaron -elegidos de la comisión los señores siguientes: el -Santo Job, por aclamación; Diógenes, por mayoría, -y Santo Tomás apóstol, por mayoría. Tuvieron -votos: Santo Tomás de Aquino, Scoto y Espartero.</p> - -<p>El doctor Pértinax accedió á las súplicas de la -comisión y consintió en recorrer todas aquellas decoraciones -de magia que le podrían meter por los -ojos, decía él, pero no por el espíritu.</p> - -<p>—Hombre, no sea usted pesado—le decía Santo -Tomás, mientras le cosía unas alas en las clavículas -para que pudiese acompañarles en el viaje que -iban á emprender. Aquí me tiene usted á mí, que -me resistía á creer en la Resurrección del Maestro; -vi, toqué y creí; usted hará lo mismo...</p> - -<p>—Caballero, replicó Pértinax—, usted vivía en -tiempos muy diferentes; estaban ustedes entonces -en la edad teológica, como dice Comte, y yo he -pasado ya todas esas edades y he vivido del lado -de acá de la <cite>Crítica de la razón pura y de la Filosofía -última</cite>, de modo que no creo nada, ni en la -madre que me parió; no creo más que en esto: en<span class="pagenum"><a id="Page_55"></a>[Pg 55]</span> -cuanto me sé de saberme, soy conscio, pero sin caer -en el prejuicio de confundir la representación con la -esencia, que es inasequible, esto es, fuera de, como -conscio, quedando todo lo que de mí (y conmigo -todo), sé, en saber que se representa todo (y yo como -todo) en puro aparecer, cuya realidad sólo se inquieta -el sujeto por conocer por nueva representación -volitiva y afectiva, representación dañosa por irracional -y pecado original de la caída, pues deshecha -esta apariencia del deseo, nada queda que explorar, -ya que ni la voluntad del saber queda.</p> - -<p>Sólo el Santo Job oyó la última palabra del discurso, -y rascándose con la teja la pelada coronilla, -respondió:</p> - -<p>—La verdad es que son ustedes el diablo para -discurrir disparates, y no se ofenda usted, porque -con esas cosas que tiene metidas en la cabeza ó en -la representación, como usted quiere, va á costar -sudores hacerle ver la realidad tal como es.</p> - -<p>—¡Andando, andando!—gritó Diógenes en esto—á -mí me negaban los sofistas el movimiento, y -ya saben ustedes cómo se lo demostré: ¡andando, -andando!</p> - -<p>Y emprendieron el vuelo por el espacio sin fin. -¿Sin fin? Así lo creía Pértinax, que dijo:—¿Piensan -ustedes hacerme ver todo el Universo?</p> - -<p>—Sí, señor—respondió Santo Tomás apóstol -(único Santo Tomás de que hablaremos en adelante)—, -eso pronto se ve.</p> - -<p>—¡Pero hombre, si el Universo (en el aparecer, -por supuesto) es infinito! ¿Cómo conciben ustedes -el límite del espacio?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_56"></a>[Pg 56]</span></p> - -<p>—Lo que es concebirlo, mal; pero verlo, todos -los días lo ve Aristóteles, que se da unos paseos -atroces con sus discípulos, y por cierto que se queja -de que primero se acaba el espacio para pasear que -las disputas de sus peripatéticos.</p> - -<p>—Pero ¿cómo puede ser que el espacio tenga fin? -Si hay límite, tiene que ser la nada; pero la nada, -como no es, nada puede limitar, porque lo que limita -es, y es algo distinto del ser limitado.</p> - -<p>El santo Job, que ya se iba impacientando, le -cortó la palabra con éstas:</p> - -<p>—¡Bueno, bueno, conversación! Más le vale á -usted bajar la cabeza para no tropezar con el techo, -que hemos llegado á ese límite del espacio que no -se concibe, y si usted da un paso más, se rompe la -cabeza contra esa nada que niega.</p> - -<p>Efectivamente; Pértinax notó que no había más -allá; quiso seguir, y se hizo un chichón en la cabeza.</p> - -<p>—¡Pero esto no puede ser!—exclamó, mientras -Santo Tomás aplicaba al chichón una moneda de -las que llevaban los paganos en su viaje al otro -mundo.</p> - -<p>No hubo más remedio que volver pie atrás, porque -el Universo se había acabado. Pero finito y -todo, ¡cuán hermoso brilla el firmamento con sus -millones de millones de estrellas!</p> - -<p>—¿Qué es aquella claridad deslumbradora que -brilla en lo alto, más alta que todas las constelaciones? -¿Es alguna nebulosa desconocida de los -astrónomos de la tierra?</p> - -<p>—¡Buena nebulosa te dé Dios!—contestó Santo -Tomás—; aquélla es la Jerusalén celestial, de donde<span class="pagenum"><a id="Page_57"></a>[Pg 57]</span> -bajamos nosotros precisamente; allí ha disputado -usted con mi tocayo, y eso que brilla son las murallas -de diamantes que rodean la ciudad de Dios.</p> - -<p>—¿De manera que aquellas maravillas que cuenta -Chateaubriand y que yo juzgaba indignas de un -hombre serio?...</p> - -<p>—Son habas contadas, amigo mío. Ahora vamos -á descansar en esta estrella que pasa por debajo, -que á fe de Diógenes, que estoy cansado de tanto -ir y venir.</p> - -<p>—Señores, yo no estoy presentable—dijo Pértinax—; -todavía no me he quitado la mortaja, y los -habitantes de esa estrella se van á reir de este traje -indecoroso...</p> - -<p>Los tres <i lang="it" xml:lang="it">ciceroni</i> del cielo soltaron la carcajada á -un tiempo. Diógenes fué el que exclamó:—Aunque -yo le prestara á usted mi linterna, no encontraría -usted alma viviente ni en esa estrella, ni en estrella -alguna de cuantas Dios creó.</p> - -<p>—¡Claro, hombre, claro!—añadió muy serio -Job—; no hay habitantes más que en la tierra: no -diga usted locuras.</p> - -<p>—¡Eso sí que no lo puedo creer!</p> - -<p>—Pues vamos allá—replicó Santo Tomás, á quien -ya se le iba subiendo el humo á las narices. Y emprendieron -el viaje de estrella en estrella, y en pocos -minutos habían recorrido toda la vía láctea y -los sistemas estelares más lejanos. Nada, no había -asomo de vida. No encontraron ni una pulga en -tantos y tantos globos como recorrieron. Pértinax -estaba horrorizado.</p> - -<p>—¡Esta es la creación!—exclamó—; ¡qué soledad!</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_58"></a>[Pg 58]</span></p> - -<p>Á ver, enséñeme usted la tierra; quiero ver esa región -privilegiada: por lo que barrunto, debe de ser -mentira toda la cosmografía moderna, la tierra estará -quieta y será centro de toda la bóveda celeste; -y á su alrededor girarán soles y planetas y será la -mayor de todas las esferas...</p> - -<p>—Nada de eso—repuso Santo Tomás—; la astronomía -no se ha equivocado; la tierra anda alrededor -del sol, y ya verá usted qué insignificante aparece. -Vamos á ver si la encontramos entre todo este -garbullo de astros. Búsquela usted, santo Job, usted -que es cachazudo.</p> - -<p>—¡Allá voy!—exclamó el santo de la teja, dando -un suspiro y asegurando en las orejas unas gafas. -¡Es como buscar una aguja en un pajar!... ¡Allí la -veo! ¡allí va! ¡mírela usted, mírela usted qué chiquitina! -¡parece un infusorio!</p> - -<p>Pértinax vió la tierra, y suspiró pensando en -Mónica y en el fruto de sus filosóficos amores.</p> - -<p>—¿Y no hay habitantes más que en esa mota de -tierra?</p> - -<p>—Nada más.</p> - -<p>—¿Y el resto del Universo está vacío?</p> - -<p>—Vacío.</p> - -<p>—Y entonces, ¿para qué sirven tantos y tantos -millones de estrellas?</p> - -<p>—Para faroles. Son el alumbrado público de la -tierra. Y sirven además para cantar alabanzas al -Señor. Y sirven de ripio á la poesía. Y no se puede -negar que son muy bonitas.</p> - -<p>—¡Pero vacío todo!</p> - -<p>—¡Vacío!</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_59"></a>[Pg 59]</span></p> - -<p>Pértinax permaneció en los aires un buen rato -triste y meditabundo. Se sentía mal. El edificio de -la <cite>Filosofía última</cite> amenazaba ruina. Al ver -que el Universo era tan distinto de como lo pedía -la razón, empezaba á creer en el Universo. -Aquella lección brusca de la realidad era el contacto -áspero y frío de la materia que necesitaba su espíritu -para creer.—¡Está todo tan mal arreglado, -que acaso sea verdad!—así pensaba el filósofo. De -repente se volvió hacia sus compañeros y les preguntó:—¿Existe -el infierno?</p> - -<p>Los tres suspiraron, hicieron gestos de compasión, -y respondieron:</p> - -<p>—Sí; existe.</p> - -<p>—Y la condenación, ¿es eterna?</p> - -<p>—Eterna.</p> - -<p>—¡Solemne injusticia!</p> - -<p>—¡Terrible realidad!—respondieron los del cielo -á coro.</p> - -<p>Pértinax se pasó la mortaja por la frente. Sudaba -filosofía. Iba creyendo que estaba en el otro mundo. -Aquella sinrazón de todo le convencía.—¿Luego -la cosmogonía y la teogonía de mi infancia eran -la verdad?</p> - -<p>—Sí: la primera y última filosofía.</p> - -<p>—¿Luego no sueño?</p> - -<p>—No.</p> - -<p>—¡Confesión! ¡confesión!—gritó llorando el filósofo; -y cayó desmayado en los brazos de Diógenes.</p> - -<p>Cuando volvió en sí, estaba de rodillas, todo vestido -de blanco, en los estrados de Dios, á los pies -de la Santísima Trinidad. Lo que más le chocó fué<span class="pagenum"><a id="Page_60"></a>[Pg 60]</span> -ver efectivamente al Hijo sentado á la diestra de -Dios Padre. Como el Espíritu Santo estaba encima, -entre cabeza y cabeza, resultaba que el Padre estaba -á la izquierda.—No sé si un Trono ó una Dominación, -se acercó á Pértinax y le dijo:</p> - -<p>—Oye tu sentencia definitiva: y leyó la que sigue:</p> - -<p>“Resultando que Pértinax, filósofo, es un pobre -de espíritu incapaz de matar un mosquito;</p> - -<p>“Resultando que estuvo dando alimentos y carrera -por espacio de muchos años á un hijo natural -habido por el tambor mayor Roque García en Mónica -González, ama de llaves del filósofo;</p> - -<p>“Considerando que todas sus filosofías no han -causado más daño que el de abreviar su existencia, -que no servía para bendita de Dios la cosa;</p> - -<p>“Fallamos que debemos absolver, y absolvemos -libremente al procesado, condenando en costas al -fiscal señor don Ramón Nocedal, y dando por los -méritos dichos al filósofo Pértinax la gloria eterna.”</p> - -<p>Oída la sentencia, Pértinax volvió á desmayarse.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Cuando despertó, se encontró en su lecho. Mónica -y un cura estaban á su lado.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_61"></a>[Pg 61]</span></p> - -<p>—Señor—dijo la bruja—, aquí está el confesor -que usted ha pedido...</p> - -<p>Pértinax se incorporó; pudo sentarse en la cama, -y extendiendo ambas manos, gritó, mirando al confesor -con ojos espantados:</p> - - - -<p>—Digo, y repito, que todo es pura representación, -y que se ha jugado conmigo una farsa indigna. -<span class="pagenum"><a id="Page_62"></a>[Pg 62]</span> -Y en último caso, podrá ser cierto lo que he -visto; pero entonces juro y perjuro que si Dios hizo -el mundo, debió haberlo hecho de otro modo.—Y -expiró de veras.</p> - -<p>No le enterraron en sagrado.</p> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_63"></a>[Pg 63]</span></p> -</div> - -<h2 class="nobreak" >DE LA COMISIÓN...</h2> - - - -<h3>I</h3> - -<p>Él lo niega en absoluto; pero no por eso es menos -cierto. Sí, allá por los años de 1840 á 50 hizo -versos, imitó á Zorrilla como un condenado y puso -mano á la obra temeraria (llevada á término feliz -más tarde por un Sr. Albornoz), de continuar y dar -finiquito al <cite>Diablo Mundo</cite> de Espronceda.</p> - -<p>Pero nada de esto deben saber los hijos de Pastrana -y Rodríguez, que es nuestro héroe. Fué poeta, -es verdad; pero el mundo no lo sabe, no debe -saberlo.</p> - -<p>Á los diez y siete años comienza en realidad su -gloriosa carrera este favorito de la suerte en su -aspecto administrativo. En esa edad de las ilusiones -le nombraron escribiente temporero en el Ayuntamiento -de su valle natal, como dice <cite>La Correspondencia</cite> -cuando habla de los poetas y del lugar de su -nacimiento.</p> - -<p>La vocación de Pastrana se reveló entonces como -una profecía.</p> - -<p>El primer trabajo serio que llevó á glorioso remate -aquel funcionario público, fué la redacción de<span class="pagenum"><a id="Page_64"></a>[Pg 64]</span> -un oficio en que el alcalde de Villaconducho pedía -al gobernador de la provincia una pareja de la -Guardia civil para ayudarle á hacer las elecciones. -El oficio de Pastrana anduvo en manos y en lenguas -de todos los notables del lugar. El maestro de -la escuela nada tuvo que oponer á la gallarda letra -bastardilla que ostentaba el documento; el boticario -fué quien se atrevió á sostener que la filosofía gramatical -exigía que ayer se escribiera con <em>h</em>, pues -con <em>h</em> se escribe hoy; pero Pastrana le derrotó, advirtiendo -que, según esa filosofía, también debiera -escribirse mañana con <em>h</em>.</p> - -<p>El boticario no volvió á levantar cabeza, y Perico -Pastrana no tardó un año en ser nombrado secretario -del Ayuntamiento con sueldo. Con tan -plausible motivo se hizo una levita negra; pero se -la hizo en la capital. El Sr. Pespunte, sastre de la -localidad y alguacil de la alcaldía, no se dió por -ofendido: comprendió que la levita del señor secretario -era una prenda que estaba muy por encima de -sus tijeras; cuando en la fiesta del Sacramento vió -Pespunte á Pedro Pastrana lucir la rutilante levita -cerca del señor alcalde, que llevaba el farol, es verdad, -pero no llevaba levita, exclamó con tono profético:</p> - -<p>—¡Ese muchacho subirá mucho!—Y señalaba á -las nubes.</p> - -<p>Pastrana pensaba lo mismo, pero su pensamiento -iba mucho más allá de lo que podía sospechar aquel -alguacil que no sabía leer ni escribir é ignoraba, por -consiguiente, lo que enseñan libros y periódicos á -la ambición de un secretario de Ayuntamiento.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_65"></a>[Pg 65]</span></p> - -<p>Toda la poesía que antes le llenaba el pecho y le -hacía emborronar tanto papel de barbas, se había -convertido en una inextinguible sed de mando y -honores y honorarios. Pastrana amaba todo, como -Espronceda; pero lo amaba por su cuenta y razón, -á beneficio de inventario. Como era secretario del -Ayuntamiento, conocía al dedillo toda la propiedad -territorial del Concejo y no se le escapaban las -ocultaciones de riqueza inmueble. Así como el divino -Homero en el canto II de su <cite>Ilíada</cite> enumera -y describe el contingente, procedencia y cualidades -de los ejércitos de griegos y troyanos, Pastrana hubiera -podido cantar el debe y haber de todos y -cada uno de los vecinos de Villaconducho.</p> - -<p>Era un catastro semoviente. Su fantasía estaba -llena de foros y subforos, de arrendamientos, y enfiteusis, -de anotaciones preventivas, embargos y -céntimos adicionales. Era amigo del registrador de -la propiedad, á quien ayudaba en calidad de subalterno, -y sabía de memoria los libros del registro. -Salía Perico á los campos á comulgar con la madre -Naturaleza. Pero verán mis lectores cómo comulgaba -Pastrana con la Naturaleza: él no veía la cinta -de plata que partía en dos la vega verde, fecunda, -y orlada por fresca sombra de corpulentos castaños -que trepaban por las faldas de los montes vecinos; -el río no era á sus ojos palacio de cristal de -ninfas y sílfides, sino finca que dejaba pingües -(pingüe era el adjetivo predilecto de Pastrana), pingües -productos al marqués de Pozos-hondos, que -tenía el privilegio, que no pagaba, de pescar á bragas -enjutas las truchas y salmones que á la sombra<span class="pagenum"><a id="Page_66"></a>[Pg 66]</span> -de aquellas peñas y enramadas buscaban mentida -paz y engañoso albergue en las cuevas y en los remansos. -Al correr de las linfas cristalinas, fija la -mirada sobre las ondas, meditaba Pastrana, pensando, -no que nuestras vidas son los ríos que van -á dar á la mar, que es el morir, sino en el valor en -venta de los salmones que en un año con otro pescaba -el marqués de Pozos-hondos. ¡Es un abuso!, -exclamaba, dejando á las auras un suspiro eminentemente -municipal; y el aprendiz de edil maduraba -un maquiavélico proyecto que más tarde puso en -práctica, como sabrá el que leyere.</p> - -<p>Las sendas y trochas que por montes y prados -descendían en caprichosos giros, no eran ante la -fantasía de Pastrana sino servidumbres de paso: los -setos de zarzamora, madreselva y espino de olor, -donde vivían tribus numerosas de canoras aves, -alegría de la aurora, y música triste de la melancólica -tarde á la hora del ocaso, teníalos Pastrana por -lindes de las respectivas fincas, y nada más; y sonreía -maliciosamente contemplando aquella sede de -Paco Antúnez, que antaño estaba metida en un -puño lejos de los mansos del cura un buen trecho, -y que hogaño, desde que mandaban los liberales, -andaba, andaba como si tuviera pies, prado arriba, -prado arriba, amenazando meterse en el campo de -la Iglesia y hasta en el huerto de la casa rectoral. -Cada monte, cada prado, cada huerta veíalos Perico, -más que allí donde estaban, en el plano ideal -del catastro de sus sueños; y así, una casita rodeada -de jardín y huerta con pomarada, oculta allá en el -fondo de la vega, mirábala el secretario abrumada<span class="pagenum"><a id="Page_67"></a>[Pg 67]</span> -bajo el enorme peso de una hipoteca y próxima á -ser pasto de voraz concurso de acreedores; el soto -del Marqués (¡siempre el Marqués!) donde crecían -en inmenso espacio millares de gigantes de madera, -entre cuyos pies corrían, no los gnomos de la fábula, -sino conejos muy bien criados, antojábasele á -Pastrana misterioso personaje que viajaba de incógnito: -porque el tal soto no tenía existencia civil, no -sabían de él en las oficinas del Estado.</p> - -<p>De esta suerte discurría nuestro hombre por -aquellos cerros y vericuetos, inspirado por el dios -Término que adoraron los romanos, midiéndolo -todo, pesándolo todo y calculando el producto bruto -y el producto líquido de cuanto Dios crió. Otro -aspecto de la Naturaleza que también sabía considerar -Pastrana, era el de la riqueza territorial en -cuanto materia imponible; él, que manejaba todos -los papeles del Ayuntamiento, sabía, en cierta topografía -rentística que llevaba grabada en la cabeza, -cuáles eran los altos y bajos del terreno que á sus -ojos se extendía, ante la consideración del fisco: -aquel altozano de la vega pagaba al Estado mucho -menos que el pradico de la Solana, metido de patas -en el río: por lo cual estaba, según Pastrana, el -pradico mucho más alto sobre el nivel de la contribución -que el erguido cerro que era del marqués -de Pozos-hondos, y por eso pagaba menos. Por este -tenor, la imaginación de Pastrana convertía el -monte en llano, y el llano en monte; y observaba -que eran los pobres los que tenían sus pegujares -por las nubes, mientras los ricos influyentes -tenían bajo tierra sus dominios, según lo poco<span class="pagenum"><a id="Page_68"></a>[Pg 68]</span> -y mal que contribuían á las cargas del Estado.</p> - -<p>Estas observaciones no hicieron de Pastrana un -filántropo, ni un socialista, ni un demagogo, sino -que le hicieron abrir el ojo para lo que se verá en -el capítulo siguiente.</p> - - -<h3>II</h3> - -<p>Pastrana no daba puntada sin hilo. Aquellos -paseos por los campos y los montes dieron más -tarde ópimo fruto á nuestro héroe. Era necesario, -se decía, <em>sacar partido</em> (su frase favorita) de todas -aquellas irregularidades administrativas. El salmón -fué ante todo el objetivo de sus maquinaciones. -Varios días se le vió trabajar asiduamente en el -archivo del Ayuntamiento: Pespunte le ayudaba á -revolver legajos, á atar y desatar y á limpiar de -polvo, ya que de paja no era posible, los papelotes -del Municipio. Ocho días duró aquel trabajo de -erudición concejil. Otros ocho anduvo registrando -escrituras y copiando matrices en los protocolos -notariales, merced á la benévola protección que le -otorgaba el señor Litispendencia, escribano del -pueblo. Después... Pespunte no vió en quince días -á Pedro Pastrana. Se había encerrado en su casa-habitación, -como decía Pespunte, y allí se pasó dos -semanas sin levantar cabeza.</p> - -<p>En la secretaría se le echaba de menos; pero el -alcalde, que profesaba también profundo respeto á -los planes y trabajos del secretario, no se dió por<span class="pagenum"><a id="Page_69"></a>[Pg 69]</span> -entendido, y suplió, como pudo, la presencia de -Pastrana. En fin, un domingo Pedro se presentó en -público de levita, oyó misa mayor y se dirigió á -casa del alcalde: iba á pedirle una licencia de pocos -días para ir á la capital de la provincia. ¿Á qué? -Ni lo preguntó el alcalde, ni Pespunte se atrevió -á procurar adivinarlo. Pastrana tomó asiento en el -cupé de la diligencia que pasaba por Villaconducho -á las cuatro de la tarde.</p> - -<p>El resultado de aquel viaje fué el siguiente: un -opúsculo de 160 páginas en 4.° mayor, letra del 8, -intitulado <cite>Apuntes para la historia del privilegio de -la pesca del salmón en el río Sele, en los Pozos-obscuros -del Ayuntamiento de Villaconducho, que disfruta -en la actualidad el excelentísimo señor marqués -de Pozos-hondos (Primera parte), por don Pedro -Pastrana Rodríguez, secretario de dicho Ayuntamiento -de Villaconducho</cite>.</p> - -<p>Sí; así se llamaba la primera obra literaria de -aquel Pastrana que andando el tiempo había de -escribirlas inmortales, ó poco menos, no ya tratando -el asunto, al fin baladí, de la pesca del salmón, -sino otros tan interesantes como el de <cite>La caza y la -veda</cite>, <em>La ocultación de la riqueza territorial</em>, <cite>Fuentes -ó raíces de este abuso</cite>, <cite>Cómo se pueden cegar ó extirpar -estas fuentes ó raíces</cite>.</p> - -<p>Pero volviendo al opúsculo piscatorio, diremos -que produjo una revolución en Villaconducho, revolución -que hubo de transcender á los habitantes -de Pozos-obscuros, queremos decir á los salmones, -que en adelante decidieron dejarse pescar con -cuenta y razón, esto es, siempre y cuando que el<span class="pagenum"><a id="Page_70"></a>[Pg 70]</span> -privilegio de Pozos-hondos resultare claro como el -agua de Pozos-obscuros: fundado en derecho. ¿Lo -estaba? ¡Ah! Ésta era la gran cuestión, que Pastrana -se guardó muy bien de resolver en la primera parte -de su trabajo. En ella se suscitaban pavorosas dudas -histórico-jurídicas acerca de la legitimidad de -aquella renta pingüe—pingüe decía el texto—de -que gozaba la casa de Pozos-hondos; en la sección -del libro titulada <cite>Piezas justificantes</cite>, en la cual había -echado el resto de su erudición municipal el -autor, había acumulado argumentos poderosos en -pro y en contra del privilegio; “la imparcialidad, -decía una nota, nos obliga, á fuer de verídicos historiadores -y según el conocido consejo de Tácito, -á ser atrevidos lo bastante para no callar nada de -cuanto debe decirse, pero también á no decir nada -que no sea probado. Suspendemos nuestro juicio -por ahora; ésta es la exposición histórica: en la segunda -parte, que será la síntesis, diremos al fin -nuestra opinión, declarando paladinamente cómo -entendemos nosotros que debe resolverse este -problema jurídico-administrativo-histórico del <em>privilegio -del Sele en Villaconducho</em>, como le denominan -antiguos tratadistas”.</p> - -<p>El marqués de Pozos-hondos, que se comía los -salmones del Sele en Madrid, en compañía de una -bailarina del Real, capaz de tragarse el río, cuanto -más los salmones, convertidos en billetes de Banco; -el marqués tuvo noticia del folleto y del efecto que -estaba causando en su distrito (pues además de -salmones tenía electores en Villaconducho). Primero -se fué derecho al ministro á reclamar justicia;<span class="pagenum"><a id="Page_71"></a>[Pg 71]</span> -quería que el secretario fuese destituido por atreverse -á poner en tela de juicio un privilegio señorial -del más adicto de los diputados ministeriales; -y, por añadidura, pedía el secuestro de la edición -del folleto, que él no había leído, pero que contendría -ataques directos ó indirectos á las instituciones.</p> - -<p>El Ministro escribió al Gobernador, el Gobernador -al Alcalde y el Alcalde llamó á su casa al Secretario -para que... redactase la carta con que quería -contestar al Gobernador, para que éste se entendiera -con el Ministro. Ocho días después, el -Ministro le decía al diputado: “Amigo mío, ha visto -usted las cosas como no son, y no es posible satisfacer -sus deseos; el secretario es excelente hombre, -excelente funcionario y excelentísimo ministerial; -el folleto no es subversivo, ni siquiera irrespetuoso -respecto de sus salmones de usted; hoy lo recibirá -usted por el correo, y si lo lee, se convencerá de -ello. Gobernar es transigir, y pescar viene á ser -como gobernar; de modo, que lo mejor será que -usted reparta los salmones con ese secretario, que -está dispuesto á entenderse con usted. En cuanto á -destituirlo, no hay que pensar en ello; su popularidad -en Villaconducho crece como la espuma, y sería -peligrosa toda medida contra ese funcionario...”</p> - -<p>Esto de la popularidad era muy cierto. Los vecinos -de Villaconducho veían con muy malos ojos -que todos los salmones del río cayesen en las máquinas -endiabladas del Marqués; pero, como suele -decirse, nadie se atrevía á echar la liebre. Así es -que cuando se leyó y comentó el folleto de don Pe<span class="pagenum"><a id="Page_72"></a>[Pg 72]</span>dro -Pastrana y Rodríguez, la fama de éste no tuvo -rival en todo el Concejo, y muy especialmente adquirió -amigos y simpatías entre los <em>exaltados</em>. Los -exaltados eran el médico, el albéitar, Cosme, licenciado -del ejército; Ginés, el cómico retirado, y varios -zagalones del pueblo, no todos tan ocupados -como fuera menester.</p> - -<p>Pespunte, que también tenía ideas (él así las llamaba) -un tanto calientes, les decía á los demócratas, -<em>para inter nos</em>, que el chico era de los suyos, y que -tenía una intención atroz, y que ello diría, porque -para las ocasiones son los hombres, y “obras son -amores, y no buenas razones”, y que detrás de lo -del privilegio vendrían otras más gordas, y, en fin, -que dejasen al chico, que amanecería Dios y medraríamos. -Pastrana dejaba que rodase la bola; no -se desvanecía con sus triunfos, y no quería más que -<em>sacar partido</em> de todo aquello. Si los exaltados le -sonreían y halagaban, no les respondía á coces, ni -mucho menos, pero tampoco soltaba prenda; y le -bastaba para mantener su benévola inclinación y -curiosidad oficiosa, con hacerse el misterioso y reservado, -y para esto le ayudaba no poco la levita -de gran señor, que ahora le estaba como nunca. -Pero ¡ay! pese á los cálculos optimistas de Pespunte, -no iba por allí el agua del molino; los exaltados -y sus favores no eran, en los planes de Pastrana, -más que el cebo, y el pez que había de tragarlo no -andaba por allí; de él se había de saber por el -correo.</p> - -<p>Y, en efecto, una mañana recibió el secretario -una carta, cuyo sobre ostentaba el sello del Con<span class="pagenum"><a id="Page_73"></a>[Pg 73]</span>greso -de los Diputados. Era una carta del señor del -privilegio, era lo que esperaba Pastrana desde el -primer día que había contemplado desde Puentemayor -correr las aguas en remolino hacia aquel remanso -donde las sombras del monte y del castañar -obscurecían la superficie del Sele. El marqués capitulaba -y ofrecía al activo y erudito cronista de sus -privilegios señoriales su amistad é influencia; era -necesario que en este país, donde el talento sucumbe -por falta de protección, los poderosos tendieran -la mano á los hombres de mérito. En su consecuencia, -el Marqués se ofrecía á pagar todos los gastos -de publicación que ocasionara la segunda parte de -la “Historia del privilegio de pesca”, y en adelante -esperaba tener un amigo particular y político en -quien tan respetuosamente había tratado la arriesgada -materia de sus derechos señoriales. Pastrana -contestó al Marqués con la finura del mundo, asegurándole -que siempre había creído en los sólidos -títulos de su propiedad sobre los salmones de Pozos-obscuros, -los cuales salmones llevaban en su -dorada librea, como los peces del Mediterráneo llevan -las barras de Aragón, las armas de Pozos-hondos, -que son escamas en campo de oro. De paso -manifestaba respetuosamente al señor Marqués que -el soto grande estaba muy mal administrado, que -en él hacían leña todos los vecinos, y que si se trataba -de evitarlo, era preciso hacerlo de modo que -no se enterase la Administración de la falta de -existencia económico-civil-rentística del soto, finca -anónima en lo que toca á las relaciones con el Fisco. -El Marqués, que algunas veces había oído en<span class="pagenum"><a id="Page_74"></a>[Pg 74]</span> -el Congreso hablar de este galimatías, sacó en limpio -que el secretario sabía que el soto grande no pagaba -contribución. Nueva carta del Marqués, nuevos -ofrecimientos, réplica de Pastrana diciendo que él -era un pozo tan hondo como el mismísimo Pozos-hondos, -y que ni del soto ni de otras heredades, -que en no menos anómala situación poseía el Marqués, -diría él palabra que pudiese comprometer los -sagrados intereses de tan antigua y privilegiada -casa. Pocos meses después los exaltados decían -pestes de Pastrana, á quien el marqués de Pozos-hondos -hacía administrador general de sus bienes -raíces y muebles en Villaconducho, aunque á nombre -de su señor padre, porque Pedro no tenía edad -suficiente para desempeñar sin estorbos de formalidades -legales tan elevado cargo.</p> - -<p>Y en esto se disolvieron las Cortes y se anunciaron -nuevas elecciones generales. Por cierto que -cuando leyó esta noticia en la <cite>Gaceta</cite> estaba Pastrana -entresacando pinos en la Grandota, otra finca -que no tenía relaciones con el Fisco; entresaca útil, -en primer lugar, para los pinos supervivientes, -como los llamaba el administrador; en segundo lugar, -para el Marqués, su dueño, y en el último lugar, -para Pastrana, que de los pinos entresacados -entresacaba él más de la mitad moralmente en pago -de tomarse por los intereses del amo un cuidado -que sólo prestaría un diligentísimo padre de familia. -Y ya que voluntariamente prestaba la culpa levísima, -no quería que fuese á humo de pajas. En -cuanto leyó lo de las elecciones, comparó instintivamente -los votos con los pinos, y se propuso, para<span class="pagenum"><a id="Page_75"></a>[Pg 75]</span> -un porvenir quizá no muy lejano, entresacar electores -en aquella dehesa electoral de Villaconducho. -Pespunte, que se había resellado como Pastrana, -pues para los admiradores como el sastre, incondicionales, -las ideas son menos que los ídolos, Pespunte -no podía imaginar adónde llegaban los ambiciosos -proyectos de don Pedro. Lo único que supo, -porque esto fué cosa de pocos días, y público y notorio, -que el alcalde no haría aquellas elecciones, -porque antes sería destituido. Como lo fué efectivamente. -Las elecciones las hizo el señor administrador -del excelentísimo señor marqués de Pozos-hondos, -presidente del Ayuntamiento de Villaconducho, -comendador de la Orden de Carlos III, señor -don Pedro Pastrana y Rodríguez. Un día antes -del escrutinio general, se publicó la segunda parte -de los “Apuntes para la historia del privilegio”; en -ella se demostraba finalmente que ya en tiempo del -rey Don Pelayo pescaban salmones en el Sele sus -próximos parientes los Marqueses de Pozos-hondos, -encargados de suministrar el pescado necesario -á todos los ejércitos del rey de la Reconquista -durante la Cuaresma. Al siguiente día se recogieron -las redes y se vació el cántaro electoral, todo -bajo los auspicios de Pastrana; jamás el Marqués -había tenido tamaña cosecha de votos y salmones.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_76"></a>[Pg 76]</span></p> - - -<h3>III</h3> - -<p>Es necesario, para el regular proceso de esta verídica -historia, que el lector, en alas de su ardiente -fantasía, acelere el curso de los años y deje atrás -no pocos. Mientras el lector atraviesa el tiempo de -un brinco, Pastrana, por sus pasos contados, atraviesa -multitud de funciones públicas, unas retribuídas -y otras no, meramente honoríficas. Hechas las -elecciones, resultó que el marqués de Pozos-hondos -era cinco veces más popular en Villaconducho -que su enemigo el candidato de oposición. De -resultas de esta popularidad del Marqués, hubo que -hacer á Pastrana administrador de Bienes Nacionales. -También se le formó expediente por cohecho y -se le persiguió en justicia por no sé qué minuciosas -formalidades de la ley electoral; el Marqués bien -hubiera querido dejar en la estacada á su administrador -de votos, salmones y hacienda; pero don -Pedro Pastrana hizo comprender perfectamente al -magnate la solidaridad de sus intereses, y salió -libre y sin costas de todas aquellas redes con que -la ley quería pescarle. Pastrana no perdonó al -Marqués el poco celo que había manifestado por -salvarle.</p> - -<p>Al año siguiente, en que hubo nuevas elecciones -para Constituyentes nada menos, el candidato de -oposición fué cinco veces más popular que el Marqués. -Bueno es advertir que el candidato de oposi<span class="pagenum"><a id="Page_77"></a>[Pg 77]</span>ción -ya no era de oposición, porque habían triunfado -los suyos. El Marqués se quedó sin distrito; y -como se había acabado el tiempo del monopolio -(según decía Pespunte, que se había echado al río -para deshacer á hachazos las máquinas de pescar -salmones), como ya no había clases, el pueblo pudo -pescar á río revuelto, y aquel año la bailarina del -Marqués no comió salmón. Pasó otro año, hubo -nuevas elecciones, porque las cortes las disolvió no -sé quién, pero, en fin, uno de tropa, y entonces no -fueron diputados ni el Marqués ni su enemigo, sino -el mismísimo don Pedro Pastrana, que, una vez -<em>encauzada la revolución</em>... y encauzado el río, cogió -las riendas del gobierno de Villaconducho, y en -nombre de la libertad bien entendida, y para evitar -la <em>anarquía mansa</em> de que estaban siendo víctimas -el distrito y los salmones, se atribuyó el privilegio -de la pesca y el alto y merecido honor de representar -ante el nuevo Parlamento á los villaconduchanos.</p> - - -<h3>IV</h3> - -<p>Y aquí era donde yo le quería ver.</p> - -<p>Tiene la palabra <cite>La Correspondencia</cite>:</p> - -<p>“Ha llegado á Madrid el señor don Pedro Pastrana -Rodríguez, diputado adicto por el distrito de -Villaconducho, vencedor del Marqués de Pozos-hondos -en una empeñada batalla electoral.”</p> - -<p>Pasan algunos días; vuelve á tener la palabra -<cite>La Correspondencia</cite>:</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_78"></a>[Pg 78]</span></p> - -<p>“Es notabilísima, bajo muchos conceptos, y muy -alabada de las personas competentes, la obra publicada -recientemente sobre <em>Los amillaramientos y -abusos inveterados de la ocultación de riqueza territorial</em>, -por el diputado adicto señor don Pedro Pastrana -Rodríguez.”</p> - -<p>“Ha sido nombrado de la comisión de *** el reputado -publicista financiero señor don Pedro Pastrana -Rodríguez, diputado adicto por Villaconducho.”</p> - -<p>“No es cierto que haya presentado voto particular -en la célebre cuestión de los tabacos de la -Vuelta del Medio, el ilustrado individuo de la comisión -señor Pastrana Rodríguez.”</p> - -<p>“Digan lo que quieran los maliciosos, no es cierto -que el ilustre escritor señor Pastrana, haya adquirido -la propiedad de la marca <em>Aliquid chupatur</em>, -con que se distinguen los acreditados tabacos de -Vuelta del Medio. No es el señor Pastrana el nuevo -propietario, sino su paisano y amigo el alcalde de -Villaconducho, señor Pespunte.”</p> - -<p>“Ha sido aprobado el proyecto de ley del ferrocarril -de Villaconducho á los Tuétanos, montes de la -provincia de ***, riquísimos en mineral de plata; -los cuales Tuétanos serán explotados en gran escala -por una gran Compañía, de cuyo Consejo de -administración no es cierto que sea presidente el -individuo de la Comisión á cuya influencia se dice -que es debida la concesión de dicho ferrocarril.”</p> - -<p>“Parece cosa decidida el viaje del Jefe del Estado -á la provincia de ***. Asistirá á la inauguración del -ferrocarril de los Tuétanos, hospedándose en la<span class="pagenum"><a id="Page_79"></a>[Pg 79]</span> -quinta regia que en aquella pintoresca comarca -posee el señor Pastrana.”</p> - -<p>“No pueden ustedes figurarse á qué grado -llegan el acendrado patriotismo y la exquisita amabilidad -que distinguen al gran hacendista, de quien -fué huésped S. M., nuestro amigo y paisano el señor -marqués de Pozos-oscuros, presidente, como saben -nuestros lectores, de la Comisión encargada de -gestionar un importante negocio en las capitales de -Europa.”</p> - -<p>“Ha sido nombrado presidente de la Comisión -que ha de presentar informe en el famoso negocio -de los tabacos de Vuelta del Medio, el señor marqués -de Pozos-oscuros, ya de vuelta de su viaje á -las cortes extranjeras.”</p> - -<p>“Satisfactoriamente para el sistema parlamentario -y su prestigio, ha terminado en la sesión de -ayer tarde el ruidoso incidente que había surgido -entre el señor marqués de Pozos-oscuros y el señor -Pespunte, diputado por la Vuelta del Medio. El señor -Pespunte, en el calor de la discusión, y un tanto -enojado por el calificativo de <em>ingrato</em> que le había -dirigido el presidente de la Comisión, pronunció -palabras poco parlamentarias, tales como ‘ropa -sucia’, ‘manos puercas’, ‘río revuelto’, ’bragas -enjutas’, ‘fumarse la isla’, ‘merienda de negros’, -‘presidio suelto’, ‘cocinero y fraile’, ‘peces gordos’, -y otras no menos malsonantes. El digno diputado -de la isla hubo de retirarlas ante la actitud -enérgica del señor marqués de Pozos-hondos, ministro -de Hacienda, que declaró que la honra del -señor marqués de Pozos-oscuros estaba muy alta<span class="pagenum"><a id="Page_80"></a>[Pg 80]</span> -para que pudieran mancharla ciertas acusaciones. -Nos alegraríamos, por el prestigio del sistema parlamentario, -de que no se repitieran escenas de esta -índole, tan frecuentes en otros Parlamentos, pero -no en el nuestro, modelo de templanza”.</p> - -<p>Hasta aquí <cite>La Correspondencia</cite>.</p> - -<p>Ahora un oficio de la fiscalía: “Advierto á usted, -para los efectos consiguientes, que ha sido denunciado -por esta fiscalía el número primero del periódico -<cite>El Puerto de Arrebata-capas</cite>, por su artículo -editorial, que titula ‘¡Vecinos, ladrones!’ que empieza -con las palabras ‘Pozos obscuros, y muy -obscuros’, y termina con las ‘á la cárcel desde el -Congreso’.”</p> - - -<h3>V</h3> - -<p class="p1 center small1">EPÍLOGO</p> - -<p><cite>La Correspondencia</cite>: “Para el estudio del proyecto -de reforma del Código Penal ha sido nombrada -una Comisión compuesta por los señores siguientes: -Presidente, D. Pedro Pastrana Rodríguez...”</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_81"></a>[Pg 81]</span></p> -</div> - -<h2 class="nobreak" >DE BURGUESA Á CORTESANA</h2> - - - -<p class="p2">Mi querida Doña Encarnación: Ya sé que las de -Pinto dijeron por ahí á los amigos que las de Covachuelón -no iríamos á las fiestas por falta de posibles -ó por falta de amor á los regocijos, como dice -mi Juan que se llama eso; no haga usted pizca de -caso, porque ya nos hemos encargado los sombreros, -de ésos que parecen de hombre, que son la última -moda, según dijo la modista, que es de París -de Francia, como si dijéramos; porque si bien ella -no nació allá ni lo vió con sus propios ojos, su marido -es de pura raza parisién: ¡conque figúrese usted! -Iremos, y tres más, lo cual, para evitarle á usted -molestias de andar buscando casa y demás, nos -iremos derechitos á la suya, y así se ahorra usted -la incomodidad de tener que entenderse con fondistas -y amas de huéspedes, que en estos días sacarán -la tripa de mal año y pedirán por una habitación un -ojo de la cara. Adjunta les remito la lista de las monadas -y cachivaches que mi hija la mayor quiere -que usted le tenga comprados para el mismo día en -que lleguemos; porque todo su prurito es que de -cien lenguas se la tome por una madrileña; porque -ser provinciana es muy cursi, ya ve usted; y aunque -yo la digo que lo que se hereda no se hurta, y<span class="pagenum"><a id="Page_82"></a>[Pg 82]</span> -que de la casta le viene al galgo... y que una Covachuelón, -que desciende de cien Covachuelones, -aunque sea con el aire de la montaña, puede -tenérselas tiesas, en punto á buen tono y chicq -(<em>sic</em>) con la más encopetada cortesana, que puede -ser hija de un cualquiera; digo que, á pesar de esto, -la niña quiere que usted la tenga preparados esos -trastos; y no es que aquí no haya guantes de ésos -que llegan hasta los hombros, porque también los -vende, la modista que tiene un marido de París; -pero ¿qué quiere usted?, estas muchachas del día están -perdidas por no ser de su tierra. Y mire usted en -confianza, doña Encarnación, y aquí <em>inter nos</em>, como -dicen los franceses, la chica está en estado de merecer, -y aquí todos son pelagatos; no hay proporciones; -¿quién sabe si alguno de esos caballeros en plaza, -de que tanto hablan los periódicos, se enamorará -de mi niña? En ese caso, nos quedaríamos á vivir -en Madrid, que es lo que yo le digo á Juan; pero -mi Juan es tan terco, que no quiere abandonar este -destino humilde, indigno de un Covachuelón, porque -dicen que es seguro, y manos puercas. ¡Como -si no conociéramos el mundo, doña Encarnación, y -no supiéramos que eso de gajes es cosa común á -todos los destinos, con tal que haya buena voluntad! -Yo, á decir la verdad, no sé de qué son esos -caballeros en plaza; pero sin duda serán unos cumplidos -caballeros que apaleen el oro, ó por lo menos -las fanegas de trigo, que todo es apalear. Demás -de esto, mi Juan, que tiene mucho amor á las -Instituciones, no perderá el tiempo durante nuestra -estancia en ésa, ni se dormirá en las pajas, porque<span class="pagenum"><a id="Page_83"></a>[Pg 83]</span> -el Ministro le tiene ofrecido torres y montones; pero -ojos que no ven... y así atenaceándole de cerca y -no dejándole ni á sol ni sombra, verá usted cómo -se logra un ascenso, que buena falta nos hace, -porque con este modestísimo sueldo y todas las -manos que Juan quiera, no se puede vivir: y -si no, ahora se ve, lo que es una deshonra, que -para emprender un viaje á la Corte, con rebaja -de precio y todo, la familia de un Covachuelón -se halla obligada á vender los cubiertos de plata -y algunas alhajas de los Covachuelones que fueron. -Dígales, dígales usted á las de Pinto (sin contarles -lo de los cubiertos), cuánto hacen y pueden -los de Covachuelón en alas ó en aras (nunca digo -bien esta palabra) de su amor á las Instituciones. -Aquí se ha corrido el rumor de que por culpa de -Moyano ya no había fiestas; que es ese señor, que -dicen que es muy feo, y lo prueban, había aguado -la función; pero no lo hemos creído, porque es imposible. -Dios no puede consentir que mi hija se -quede sin su caballero en plaza, porque eso sería -como quedarse en la calle; ni mi esposo ha de pudrirse -y pudrirme en este rincón obscuro; los Covachuelones -pican más alto, y amanecerá Dios y medraremos: -porque la mala voluntad de las de Pinto -poco podrá contra los altos escrutinios de la Providencia, -que á todas voces llama á los de Covachuelón -á la Corte. Diga usted de mi parte al señor -don Juan, su marido (¡qué diferencia entre los dos -Juanes! el de usted tan dócil, tan rico y tan amigo -de su negocio), pues dígale usted que me busque -sin pérdida de tiempo papeleta para todas par<span class="pagenum"><a id="Page_84"></a>[Pg 84]</span>tes: -queremos verlo todo, lo que se llama todo, porque -¿á qué estamos? no es cosa de vender una los -cubiertos para volverse luego dejando por ver alguna -cosa. He leído en <cite>La Época</cite> que los provincianos -llegarían tarde para sacar papeleta: ¡qué sabrá -ella! <cite>La Época</cite>; como si esos perdularios gacetilleros, -que son la perdición del país, hubieran de -ser antes que nosotros, que servimos á la Patria y á -las Instituciones desde un rincón de España, con -celo, inteligencia y lealtad, como decían los mismísimos -liberales cuando dejaron cesante á mi marido. -¡Sería de contar que la señora de Covachuelón -é hija se quedaran sin papeleta para ver todo lo reservado -y todo lo no reservado!</p> - -<p>Hemos de verlo todo: dígaselo usted así á don -Juan: no rebajo nada.</p> - -<p>¡Oh, quién fuera condesa, amiga mía! Pero de -menos nos hizo Dios, y como Juan, el mío, ande derecho -y en un pie, y haga lo que yo le diga, ¡quién -sabe adónde podremos llegar, y si vendrá día en -que yo le vea á él mismo hecho un caballero en -plaza, título que me suena de perlas, y que no puedo -quitármelo de la imaginación! No canso más; -consérvese usted buena y no se olvide de los encarguitos. -Su amiga de toda la vida que desea abrazarla -pronto,</p> - -<p class="center p1"><em>Purificación de los Pinzones de Covachuelón.</em></p> - -<p><em>P. D.</em> Le advierto á usted que Juan se muere -por los caracoles, y le dará usted una sorpresa agradable -si se los presenta para almorzar el día que -lleguemos. Supongo que irán ustedes á esperarnos<span class="pagenum"><a id="Page_85"></a>[Pg 85]</span> -con los criados, porque llevaremos mucho equipaje, -y esos mozos de cordel la confunden á una -con una palurda y piden un sentido. Suya,</p> - -<p class="right" style="padding-right: 2em; "><em>Purificación.</em></p> - -<p>Otra P. D. Le advierto á usted que en las camisolas -y en los pañuelos que le encargué el otro día -para Juan, han de ponerse estas letras: P. Juan, que -no significan Padre Juan, sino que Juan es marido -de Purificación, como usted sabe. Un Covachuelón -no podría poner en sus camisas unas simples iniciales -como cualquiera. Expresiones á su Juan de -usted.</p> - -<p class="right" style="padding-right: 2em; "><em>Pura.</em></p> - -<p class="p1" style="padding-left: 2em; ">Pajares, 1.º Febrero.</p> - -<p class="p1">Mi querida Visitación: Cuando ésta llegue á tus -manos estará tu pobre Pura, tu buena amiga, enterrada -en vida, con no sé cuántos kilómetros de nieve -sobre la cabeza. Nos ha cogido la mayor nevada -del siglo en medio del puerto, y no podemos volver -atrás ni llegar á nuestro bendito pueblo, del que -ojalá no hubiéramos salido nunca. El correo lo llevan -los peatones; yo he ofrecido el oro y el moro -por que me pasara un peatón, y por que me pesaran -en el estanquillo, para llegar á mi destino en calidad -de certificado, costara los sellos que costara: -¡imposible! me fué forzoso renunciar á mi proyecto, -y aquí me tienes extraviada en el camino como carta -de Posada Herrera. Mi Juan, ese hombre de bien, -no hace más que dar pataditas en el suelo, soplarse -las manos y exclamar de vez en cuando: ¡mal<span class="pagenum"><a id="Page_86"></a>[Pg 86]</span>dita -sea mi suerte! ¡Calzonazos! ¡Como si no fuera -él la causa de todos nuestros males! Figúrate, tú, -Visita, que lo primero que hace Juan en cuanto llegamos -á Madrid, es coger una pulmonía. Verdad es -que por más de veinticuatro horas la disimuló para -que yo no me incomodara y pudiese ver los festejos; -pero ¡buenos festejos te dé Dios! Yo quería -estar en todas partes á un tiempo, como es natural -en tales casos; para esto es necesario correr mucho; -pues nada, Juan no daba paso; que le dolía esto, -que le dolía lo otro, y no se meneaba. Tomamos un -coche para los tres, el cochero refunfuña y me dice -no sé qué groserías respecto á si yo abultaba por -cuatro, y Juan... ¡qué te parece! no le rompió nada.</p> - -<p>Se pone en movimiento aquel armatoste y á los -cuatro pasos el caballo... cae muerto. Juan se enfureció -porque yo le eché á él la culpa; pelea tú con -un hombre así; en fin, nos volvemos á casa, y doña -Encarnación, con una oficiosidad que me da mala -espina, declara que Juan está malo y que debe -acostarse; y se acuesta, y viene el médico, y dice -que mi esposo tiene pulmonía. Ya ves cómo todos -se conjuraban contra mí. ¡Adiós visitas al Ministro, -adiós ascenso, adiós quedarnos en Madrid! -Añade á esto que doña Encarnación, que es una -jamona muy presumida, no había comprado más -que adefesios para mi hija, todo cursi y de moda -del año ocho. Purita pataleó y echó la culpa á su -papá, que efectivamente es quien nos trae en estos -malos pasos de ser provincianas y tener que guiarnos -por los envidiosos de Madrid. Pedíamos billetes -á D. Juan: ¡que si quieres! ni uno solo había po<span class="pagenum"><a id="Page_87"></a>[Pg 87]</span>dido -conseguir, y eso que amenazó con la dimisión -de su destino, pero no dimitió: ¡qué había de dimitir, -si estos burócratas de Madrid no saben lo que -es dignidad! Pero dirás tú, y con razón: ¿por qué -tu Juan había de necesitar que nadie mendigara -billetes para su mujer? Es verdad, y en eso hablas -como una Santa Teresa; pero Juan, nada, en su -cama, queja que te quejarás, preparándose á bien -morir y sin pensar en billetes, ni en caballeros en -plaza, ni en ascensos, ni en todo eso que me trajo -á la corte en mal hora. En fin, Visita, no hemos -visto nada, á no ser las iluminaciones, que valientes -iluminaciones estaban; y se dió el caso de andar la -familia de Covachuelón sin cabeza (porque la cabeza -tenía malo el pulmón), de andar por aquellas -plazuelas y calles de Dios, como unas cualesquiera, -como unos papanatas, codeándose con la plebe y -teniendo que dejar la acera á los que la llevasen, -aunque fueran hijos del verdugo. Aquí no se respetan -las clases, ni el abolengo, y no le conocen á -una en la cara los pergaminos ni la categoría. No -creas que el bullicio fué tan grande como dicen, y -de mí te puedo asegurar que no grité viva nada, -porque esto no es modo de tratar á la gente. ¿Te -acuerdas de aquel don Casimiro á quien sacamos -diputado por los pelos, y gracias á estanquillos y -chorizos de los decomisados? Pues ¡asómbrate! don -Casimiro, que tenía un paquete de entradas para -todas partes, pasó junto á nosotros sin saludarnos, -en un coche muy elegante, que no sé de dónde lo -habrá sacado ese pelagatos. Y dicen que la conciliación -se arraiga y que esto va á durar; ¡mira tú<span class="pagenum"><a id="Page_88"></a>[Pg 88]</span> -qué postura de conciliación es ésta, ni si lleva trazas -de arraigarse un Ministerio tan destartalado y -montado al aire! Después de ver tanta farsa y tanto -descaro, no me quedaba más que ver, y quise volverme -á mi tierra; el mismo día en que la enfermedad -de Juan hacía crisis, según dijo el médico, cogí -á Juan por los pies, le vestí, y lo tapé, y escondí entre -cinco mantas: <em>hice la crisis</em> yo, y nos metimos -en el tren correo. Juan, dócil por la primera vez de -su vida, se puso bueno en el camino, ó por lo menos -disimuló el mal; y aquí nos tienes con la nieve -al cuello, en un lugarón que no tiene nombre en el -mapa; yo furiosa, Purita desesperanzada de coger -una proporción, y Juan dando pataditas en el suelo, -soplándose los nudillos y murmurando á cada paso: -“¡Maldita sea mi suerte!”</p> - -<p>Si algún día llego á mi casita, y desempeño los -cubiertos, y junto algunos cuartos procedentes de -las manos de Juan, que él llama groseramente puercas, -y pongo esos cuartos á réditos y saco una renta -regular para ir tirando... te juro, Visita (tanto es lo -que aborrezco la conciliación), te juro que presento -la renuncia del destino de Juan y me declaro <em>ilegala</em>.</p> - -<p class="right" style="padding-right: 2em; "><em>Purificación.</em></p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_89"></a>[Pg 89]</span></p> -</div> - -<h2 class="nobreak" >EL DIABLO EN SEMANA SANTA</h2> - - - -<p class="p2">Como un león en su jaula, bostezaba el diablo en -su trono; y he observado que todas las potestades, -así en la tierra como en el cielo y en el infierno, -tienen gran afición al aparato majestuoso y solemne -de sus prerrogativas, sin duda porque la vanidad -es flaqueza natural y sobrenatural que llena los -mundos con sus vientos, y acaso los mueve y rige. -Bostezaba el diablo del hambre que tenía de picardías -que por aquellos días le faltaban, y eran los -de Semana Santa.</p> - -<p>Tal como se muere de inanición el cómico en esta -época del año, así el diablo expiraba de aburrido; -y no bastaban las invenciones de sus palaciegos -para divertirle el ánimo, alicaído y triste con la -ausencia de bellaquerías, infamias y demás proezas -de su gusto.</p> - -<p>Según bostezaba y se aburría, ocurriósele de -pronto una idea, como suya, diabólica en extremo; -y como no peca S. M. <i lang="la" xml:lang="la">in inferis</i> de irresoluta, dando -un brinco como los que dan los monos, pero -mucho más grande, saltó fuera de sus reales, y se -quedó en el aire muy cerca de la tierra, donde es -huésped agasajado y bienquisto por sus frecuentes -visitas.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_90"></a>[Pg 90]</span></p> - -<p>Fué la idea que se le ocurrió al demonio, que -por entonces comenzaba la tierra madre á hincharse -con la comenzón de dar frutos, yéndosele los -antojos en flores, que lo llenaban todo de aromas -y de alegres pinturas, ora echadas al aire, y eran -las alas de las mariposas, ora sujetas al misterioso -capullo, y eran los pétalos.</p> - -<p>Bien entiende el diablo lo que es la primavera, -que antes de ser diablo fué ángel y se llamó luz -bella, que es la luz de la aurora, ó la luz triste de -la tarde, que es la luz de la melancolía y de las aspiraciones -sin nombre que buscan lo infinito. Lo -que sabe el diablo de argucias, díganlo San Antonio -y otros varones benditos, que lucharon con fatiga -y sudor entre las tentaciones del enemigo malo -y las inefables y austeras delicias de la gracia. -Claro es que al atractivo celestial, nada hay comparable, -ni de lejos, y que soñar con tales comparaciones -es pecar mortalmente; pero también es cierto -que, aparte de Dios, nada hay tan poderoso y -amable, á su manera, como el diablo; siendo todo -lo que queda por el medio, insulso, tibio y de menos -precio, sea bueno ó malo. Para todo corazón -grande, el bien, como no sea el supremo, que es -Dios mismo, vale menos que el mal cuando es el -supremo, que es el demonio.</p> - -<p>Al ver que brotaba la primavera en los botones -de las plantas y en la sangre bulliciosa de los animales -jóvenes, se dijo “ésta es la mía”, el diablo, -gran conocedor de las inclinaciones naturales. -Aunque le teme y huye, no quiere el diablo mal á -Dios, y mucho menos desconoce su fuerza omnipo<span class="pagenum"><a id="Page_91"></a>[Pg 91]</span>tente, -su sabiduría y amor infinito, que á él no le -alcanza, por misterioso motivo, cuyo secreto el -mismísimo demonio respeta, más reverente que algunos -apologistas cristianos. Y así, mirando al cielo, -que estaba todo azul al Oriente y al Poniente se -engalanaba con ligeras nubecillas de amaranto, -decía el diablo con acento plañidero, pero no rencoroso, -digan lo que quieran las beatas, que hasta -del diablo murmuran y le calumnian; digo que decía -el diablo: “Señor, de tu propia obra me valgo -y aprovecho: tú fuiste, y sólo tú, quien produjo -esta maravilla de las primaveras en los mundos, en -una divina inspiración de amor dulcísimo y expansivo, -que jamás comprenderán los hombres que -son religiosos por manera ascética; ¿y qué es la -primavera, Señor? Un beso caliente y muy largo -que se dan el sol y la tierra, de frente, cara á cara, -sin miedo. ¡Pobres mortales! Los malos, los que -saben algo de la verdad del buen vivir, están en mi -poder, y los buenos, los que vuelven á Ti los ojos, -Dios Eterno, quiérente de soslayo, no con el alma -entera; no entienden lo que es besar de frente y -cara á cara, como besa el sol á la tierra, y tiemblan, -vacilan y gozan de tibias delicias, más ideadas que -sentidas; y acaso es mayor el placer que les causa -la tentación con que yo les mojo los labios, que el -alabado gozo del deliquio místico, mitad enfermedad, -mitad buen deseo...”</p> - -<p>Comprendió el diablo que se iba embrollando -en su discurso, y calló de repente, prefiriendo -las obras á las palabras, como suelen hacer -los malvados, que son más activos y menos habla<span class="pagenum"><a id="Page_92"></a>[Pg 92]</span>dores -que la gente bonachona y aficionada al <em>verbo</em>.</p> - -<p>Sonrió S. M. infernal con una sonrisa que hubiera -hecho temblar de pavor á cualquier hombre que -le hubiese visto: y varios ángeles que de vuelta del -mundo pasaban volando cerca de aquellas nubes -pardas donde Satanás estaba escondido, cambiaron -por instinto la dirección del vuelo, como bandada -de palomas que vuelan atolondradas con distinto -rumbo al oir el estrépito que hace un disparo cuando -retumba por los aires. Mira el diablo á los ángeles -con desprecio, y volviendo en seguida los -ojos á la tierra, que á sus pies se iba deslizando -como el agua de un arroyo, dejó que pasara el Mediterráneo, -que era el que á la sazón corría hacia -Oriente por debajo, y cuando tuvo debajo de sí á -España, dejóse caer sobre la llanura, y como si -fuera por resorte, redújose con el choque de la -caída, la estatura del diablo, que era de leguas, á -un escaso kilómetro.</p> - -<p>El sol se escondía en los lejanos términos, y sus -encendidos colores reflejábanse en el diablo de -medio cuerpo arriba, dándole ese tinte mefistofélico -con que solemos verle en las óperas, merced á la -lámpara Drumont ó á las luces de bengala. Puso el -Señor de los Abismos la mano derecha sobre los -ojos y miró en torno, y no vió nada á la investigación -primera, mas luego distinguió de la otra parte -del sol como la punta de una lanza enrojecida al -fuego. Era la veleta de una torre muy lejana. En -unos doce pasos que anduvo, vióse el diablo muy -cerca de aquella torre, que era la de la catedral de -una ciudad muy antigua, triste y vieja, pero no<span class="pagenum"><a id="Page_93"></a>[Pg 93]</span> -exenta de aires señoriales y de elegancia majestuosa. -Tendióse cuan largo era por la ribera de un río -que al pie de la ciudad corría (como contando con -las quejas de su murmullo la historia de su tierra), -y estirando un tanto el cuello, con postura violenta, -pudo Satanás mirar por las ventanas de la catedral -lo que pasaba dentro. Es de advertir que los -habitantes de aquella ciudad no veían al diablo tal -como era, sino parte en forma de niebla que se -arrastraba al lado del río perezosa, y parte como -nubarrón negro y bajo que amenaza tormenta y -que iba en dirección de la catedral desde las afueras. -Verdad es que el nubarrón tenía la figura de -un avechucho raro, así como cigüeña con gorro de -dormir; pero esto no lo veían todos, y los niños, -que eran los que mejor determinaban el parecido -de la nube, no merecían el crédito de nadie. Un -acólito de muy tiernos años, que había subido en -compañía del campanero á tocar las oraciones, le -decía:—Señor Paco, mire usted este nubarrajo que -está tan cerca, parece un aguilucho que vuelve á la -torre, pero trae una alcuza en el pico; vendrá por -aceite para las brujas. Pero el campanero, sin contestar -palabra ni mirar al cielo, daba la primer campanada, -que despertaba á muchos vencejos y lechuzas -dormidos en la torre. Sonaba la segunda campanada -solemne y melancólica, y los pajarracos -revolaban cerca de las veletas de la catedral; el -chico, el acólito, continuaba mirando al nubarrón, -que era el diablo; y á la campanada tercera seguía -un repique lento, acompasado y grave, mientras -que los otros campanarios de la ciudad vetusta co<span class="pagenum"><a id="Page_94"></a>[Pg 94]</span>menzaban -á despertarse y á su vez bostezaban con -las tres campanadas primeras de las oraciones.</p> - -<p>Cerró la noche, el nubarrón se puso negro del -todo, y nadie vió las ascuas con que el diablo miraba -al interior de la catedral por unos vidrios rotos -de una ventana que caía sobre el altar mayor, muy -alumbrado con lámparas que colgaban de la alta -bóveda y con velas de cera que chisporroteaban -allá abajo.</p> - -<p>El aliento del diablo, entrando por la ventana de -los vidrios rotos, bajaba hasta el altar mayor en remolinos, -y movía el pesado lienzo negro que tapaba -por aquellos días el retablo de nogal labrado. Á los -lados del altar, dos canónigos, apoyados en sendos -reclinatorios, sumidos los pliegues del manteo en -ampuloso almohadón carmesí, meditaban á ratos, y -á ratos leían la pasión de Cristo. En el recinto del -altar mayor, hasta la altísima verja de metal dorado -con que se cerraba, nadie más había que los dos -canónigos; detrás de la verja, el pueblo devoto, sumido -en la sombra, oía con religiosa atención las -voces que cantaban las <cite>Lamentaciones</cite>, los inmortales -<em>trenos</em> de Jeremías. Cuando el monótono cántico -de los clérigos cesaba, tras breve pausa, los violines -volvían á quejarse, acompañando á los <em>niños de -coro</em>, tiples y contraltos, que parecían llegar á las -nubes con los ayes del <cite>Miserere</cite>. Diríase que cantaban -en el aire, que se cernían las notas aladas en -la bóveda, y que de pronto, volando, volando, subían -hasta desvanecerse en el espacio. Después las -voces del violín y las voces del colegial tiple emprendían -juntas el vuelo, jugaban, como las mari<span class="pagenum"><a id="Page_95"></a>[Pg 95]</span>posas, -alrededor de las flores ó de la luz, y ora -bajaban las unas en pos de las otras hasta tocarse -cerca del suelo, ora, persiguiéndose también, salían -en rápida fuga por los altos florones de las ventanas, -á través de las cortinas cenicientas y de los -vidrios de colores. Nuevo silencio; cerca del altar -mayor se extinguía una luz, de varias colocadas en -alto, sobre un triángulo de madera sostenido por -un mástil de nogal pintado. Entonces como risas -contenidas, pero risas lanzadas por bocas de madera, -se oían algunos chasquidos; á veces los chasquidos -formaban serie, las risas eran carcajadas; -eran las carcajadas de las carracas que los niños -ocultaban, como si fueran armas prohibidas preparadas -para el crimen. El incipiente motín de las -carracas se desvanecía al resonar otra vez por la -anchurosa nave el cántico pesado, estrepitoso y lúgubre -de los clérigos del coro.</p> - -<p>El diablo seguía allá arriba alentando con mucha -fuerza, y llenaba el templo de un calor pegajoso y -sofocante: cuando oyó el preludio inseguro y contenido -de las carracas, no pudo contener la risa, y -movió las fauces y la lengua de un modo que los -fieles se dijeron unos á otros:—¿Será el carracón -de la torre? ¿Pero por qué le tocan ahora? Un canónigo, -mientras se limpiaba el sudor de la frente -con un pañuelo de hierbas, decía para sí:—¡Ese Perico -es el diablo, el mismo diablo! ¡Pues no se ha -puesto á tocar el carracón del campanario! Y todo -era que el diablo, no Perico, sino el diablo de veras, -se había reído. El canónigo, que sudaba, miró -hacia el retablo y vió el lienzo negro que se movía;<span class="pagenum"><a id="Page_96"></a>[Pg 96]</span> -volvió los ojos á su compañero, sumido en la meditación, -y le dijo en voz muy baja y sin moverse: -—¿Qué será? ¿No ve usted cómo se menea eso?</p> - -<p>El otro canónigo era muy pálido. No sudaba ni -con el calor que hacía allí dentro. Era joven; tenía -las facciones hermosas y de un atrevido relieve; la -nariz era acaso demasiado larga, demasiado inclinada -sobre los labios y demasiado carnosa; aunque -aguda, tenía las ventanas muy anchas, y por ellas -alentaba el canónigo fuertemente, como el diablo -de allá arriba.—No es nada—contestó sin apartar -los ojos del libro que tenía delante; “es el viento -que penetra por los cristales rotos”. En aquel momento -todos los fieles pensaban en lo mismo y miraban -al mismo sitio; miraban al altar y al lienzo -que se movía, y pensaban: “¿qué será esto?” Las -luces del triángulo puesto en alto se movían también, -inclinándose de un lado á otro alrededor del -pábilo, y brillaban cada vez más rojas, pero como -envueltas en una atmósfera que hiciera difícil la -combustión. El canónigo viejo se fué quedando aletargado -ó dormido; la misma torpeza de los sentidos -pareció invadir á los fieles, que oían como en -sueños á los que en el coro cantaban con perezoso -compás y enronquecidas voces. El diablo seguía -alentando por la ventana de los vidrios rotos. El -canónigo joven estaba muy despierto y sentía una -comezón que no pudo dominar al cabo; pasó una -mano por los ojos, anduvo en los registros del libro, -compuso los pliegues del manteo, hizo mil movimientos -para entretener el ansia de no sabía qué, -que le iba entrando por el corazón y los sentidos;<span class="pagenum"><a id="Page_97"></a>[Pg 97]</span> -respiró con fuerza inusitada, levantando mucho la -cabeza... y en aquel momento volvió á cantar el colegial -que subía á las nubes con su voz de tiple. -Era aquella voz para los oídos del canónigo inquieto -de una extraña naturaleza, que él se figuraba -así, en aquel mismo instante en que estaba luchando -con sus angustias; era aquella voz de una pasta -muy suave, tenue y blanquecina; vagaba en el aire, -y al chocar con sus ondas, que la labraban como -si fueran finísimos cinceles, iba adquiriendo graciosas -curvas que parecían, más que líneas, sutiles -y vagarosas ideas, que suspiraban entusiasmo y -amor; al cabo, la fina labor de las ondas del aire -sobre la masa de aquella voz, que era, aunque muy -delicada, materia, daba por maravilloso producto -los contornos de una mujer que no acababan de -modelarse con precisa forma; pero que, semejando -todo lo curvilíneo de Venus, no paraban en ser -nada, sino que lo iban siendo todo por momentos. -Y según eran las notas, agudas ó graves, así el canónigo -veía aquellas líneas que son símbolo en la -mujer de la idealidad más alta, ó aquellas otras que -toman sus encantos del ser ellas incentivo de más -corpóreos apetitos.</p> - -<p>Toda nota grave era, en fin, algo turgente, y entonces -el canónigo cerraba los ojos, hundía en el -pecho la cabeza y sentía pasar fuego por las hinchadas -venas del robusto cuello; cuando sonaban -las notas agudas, el joven magistral (que ésta era -su dignidad) erguía su cabeza apolina, abría los -ojos, miraba á lo alto y respiraba aquel aire de fuego -con que se estaba envenenando, gozoso, anhe<span class="pagenum"><a id="Page_98"></a>[Pg 98]</span>lante, -mientras rodaban lágrimas lentas de sus azules -ojos, llenos de luz y de vida.</p> - -<p>Aunque la voz del colegial cantaba en latín los -dolores del Profeta, el magistral creía oir palabras -de tentación que en claro español le decían:</p> - -<p>“Mientras lloras y gimes por los dolores de edades -enterradas después de muchos siglos, las golondrinas -preparan sus nidos para albergar el fruto -del amor.</p> - -<p>“Mientras cantas en el coro tristezas que no sientes, -corre loca la savia por las entrañas de las plantas -y se amontona en los pétalos colorados de la -flor como la sangre se transparenta en las mejillas -de la virgen hermosa.</p> - -<p>“El olor del incienso te enerva el espíritu; en el -campo huele á tomillo, y la espinera y el laurel real -embalsaman el ambiente libre.</p> - -<p>“Tus ayes y los míos son la voz del deseo encadenado; -rompamos estos lazos, y volemos juntos; -la primavera nos convida; cada hoja que nace es -una lengua que dice: ‘ven: el misterio dionisíaco te -espera’.</p> - -<p>“Soy la voz del amor, soy la ilusión que acaricias -en sueños; tú me arrojas de ti, pero yo vuelo en la -callada noche, y muchas veces, al huir en la obscuridad, -enredo entre tus manos mis cabellos; yo te -besé los ojos, que estaban llenos de lágrimas que -durmiendo vertías.</p> - -<p>“Yo soy la bien amada, que te llama por última -vez: ahora ó nunca. Mira hacia atrás: ¿no oyes que -me acerco? ¿Quieres ver mis ojos y morir de amor? -¡Mira hacia atrás, mírame, mírame!...”</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_99"></a>[Pg 99]</span></p> - -<p>Por supuesto, que todo esto era el diablo quien -lo decía, y no el niño del coro, como el magistral -pensaba. La voz, al cantar lo de “¡mírame, mírame!”, -se había acercado tanto, que el canónigo creyó -sentir en la nuca el aliento de una mujer (según -él se figuraba que eran esta clase de alientos).</p> - -<p>No pudo menos de volver los ojos, y vió con espanto -detrás de la verja, tocando casi con la frente -en las rejas doradas, un rostro de mujer, del cual -partía una mirada dividida en dos rayos que venían -derechos á herirle en sitios del corazón deshabitados. -Púsose en pie el magistral sin poder contenerse, -y por instinto anduvo en dirección de la verja -cerrada. Á nadie extrañó el caso, porque en aquel -momento otro canónigo vino de relevo y se arrodilló -ante el reclinatorio.</p> - -<p>Aquella imagen que asomaba entre las rejas era -de la jueza (que así llamaban á doña Fe, por ser -esposa del magistrado de mayor categoría del -pueblo).</p> - -<p>Bien la conocía el magistral, y aun sabía no pocos -de sus pecados, pues ella se los había referido; -pero jamás hasta entonces había notado la acabadísima -hermosura de aquel rostro moreno. Claro -es que al magistral, sin las artes del diablo, jamás -se le hubiera ocurrido mirar á aquella devota dama, -famosa por sus virtudes y acendrada piedad.</p> - -<p>Cuando el canónigo, sin saber lo que hacía, se -iba acercando á ella, un caballero de elegante porte, -vestido con esmerada riqueza y gusto, y ni más -ni menos hermoso que el magistral mismo, pues se -le parecía como una gota á otra gota, se acercó á la<span class="pagenum"><a id="Page_100"></a>[Pg 100]</span> -jueza, se arrodilló á su lado, y acercando la cabeza -al oído de un niño que la señora tenía también arrodillado -en su falda, le dijo algo que oyó el niño -sólo, y que le hizo sonreir con suma picardía. Miró -la madre al caballero, y no pudo menos de sonreir -á su vez cuando le vió posar los labios sobre la melena -abundosa y crespa de su hijo, diciendo: “¡hermoso -arcángel!”—El niño, con cautela y á espaldas -de la madre, sacó de entre los pliegues de su vestido -una carraca de tamaño descomunal, en cuanto -carraca, y sin más miramientos, en cuanto vió que -otra luz de las del triángulo se apagaba, trazó en el -viento un círculo con la estrepitosa máquina y dió -horrísono comienzo á la revolución de las carracas. -No había llegado, ni con mucho, el momento señalado -por el rito para el barullo infantil, pero ya era -imposible contener el torrente; estalló la furia acorralada, -y de todos los ángulos del templo, como -gritos de las euménides, salieron de las fauces de -madera los discordantes ruidos, sofocados antes, -rompiendo al fin la cárcel estrecha y llenando los -aires, en desesperada lucha unos con otros, y todos -contra los tímpanos de los escandalizados fieles.</p> - -<p>Y era lo que más sonaba y más horrísono estrépito -movía la carcajada del diablo, que tenía en sus -brazos al hijo de la jueza y le decía entre la risa: -—¡Bien, bravo, ja, ja, ja, toca; eso, ra, ra, ra, ra!...</p> - -<p>El niño, orgulloso de la revolución que había iniciado, -manejaba la carraca como una honda, y gritaba -frenético: “¡Mamá, mamá, he sido yo el primero! -¡Qué gusto, qué gusto! ¡Ra, ra, ra!” La jueza -bien quisiera ponerse seria, á fuer de severa ma<span class="pagenum"><a id="Page_101"></a>[Pg 101]</span>dre; -pero no podía, y callaba y miraba al <em>hermoso -arcángel</em> y al caballero que le sostenía en sus brazos; -y oía el estrépito de las carracas como el ruido -de la lluvia de primavera, que refresca el ambiente -y el alma. Porque precisamente en aquel día había -esta señora sentido grandes antojos de algo extraordinario, -sin saber qué; algo, en fin, que no fuera -el juez del distrito; algo que estuviera fuera del -orden; algo que hiciese mucho ruido, como los besos -que ella daba al arcángel de la melena; más todavía, -como los latidos de su corazón, que se le -saltaba del pecho pidiendo alegría, locuras, libertad, -aire, amores... carracas. El magistral, que había -acudido con sus compañeros de capítulo á poner -dique á la inundación del estrépito, pero en -vano, fingía, también en balde, tomar á mal la diablura -irreverente de los muchachos, porque su conciencia -le decía que aquella revolución le había ensanchado -el ánimo, le había abierto no sabía qué -válvulas que debía de tener en el pecho, que al fin -respiraba libre, gozoso. Ni el magistral volvió á -pensar en la jueza, ni la jueza miró sino con agradecimiento -de madre al caballero que se parecía al -magistral, á quien había mirado la espalda aquella -noche antes de que entrase el caballero.</p> - -<p>Los demás devotos, que al principio se habían -indignado, dejaron al cabo que los <em>diablejos</em> se despacharan -á su gusto; en todas las caras había frescura, -alegría; parecíales á todos que despertaban -de un letargo; que un peso se les había quitado de -encima, que la atmósfera estaba antes llena de plomo, -azufre y fuego, y que ahora con el ruido, se lle<span class="pagenum"><a id="Page_102"></a>[Pg 102]</span>naba -el aire de brisas, de fresco aliento que rejuvenecía -y alegraba las almas.—Y ¡ra, ra, ra! ¡ra! -los chicos tocaban como desesperados. Perico hacía -sonar el carracón de la torre, y el diablo reía, -reía como cien mil carracas.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Lo cierto es que el demonio tenía un plan como -suyo; que la jueza y el magistral estuvieron á punto -de perderse, allá en lo recóndito de la intención -por lo menos; pero, como al diablo lo que más le -agrada son las diabluras, en cuanto le infundió al -chico de la jueza la tentación de tocar la carraca á -deshora, todo lo demás se le olvidó por completo, -y dejando en paz, por aquella noche, las almas de -los justos, gozó como un niño con la tentación de -los inocentes.</p> - -<p>Cuando Satanás, á la hora del alba, envuelto por -obscuras nubes, volvía á sus reales, encontró en el -camino del aire á los ángeles de la víspera. Oyeron -que iba hablando solo, frotándose las manos y riendo -á carcajadas todavía.</p> - -<p>—¡Es un pobre diablo!—dijo uno de los ángeles.</p> - -<p>—¡Y ríe!—exclamó otro.—Y ríe en la condenación -eterna...</p> - -<p>Y callaron todos, y siguieron cabizbajos su camino.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_103"></a>[Pg 103]</span></p> -</div> - -<h2 class="nobreak" >DOCTOR ANGELICUS</h2> - - - -<h3>I</h3> - -<p>¿Pánfilo había sido niño alguna vez? ¿Era posible -que aquellos ojos hundidos, yo no sé si hundidos -ó profundos, llenos de bondad, pero tristes y -apagados, hubieran reverberado algún día los sueños -alegres de la infancia?</p> - -<p>Aquella boca de labios pálidos y delgados, que -jamás sonreía para el placer, sino para la resignación -y la amargura, ¿habría tenido risas francas, -sonoras, estrepitosas?</p> - -<p>En aquella frente rugosa y abatida, desierta de -cabellos, ¿habrían flotado alguna vez rizos blondos -ó negros sobre una frente de matices sonrosados?</p> - -<p>Y el cuerpo mustio y encorvado, de pesados movimientos, -sin gracia y achacoso, ¿fué esbelto, ligero, -flexible y sano en tiempo alguno?</p> - -<p>Eufemia, considerando estos problemas, concluía -por pensar que su noble esposo, su sabio marido, -su eruditísima cara mitad había nacido con cincuenta -años y cincuenta achaques, y que así sabía él lo -que era jugar al trompo y escribir billetes de amor, -como ella entender las mil sabidurías que su media<span class="pagenum"><a id="Page_104"></a>[Pg 104]</span> -naranja le decía con voz cariñosa y apasionada.</p> - -<p>Pero de todas maneras, Eufemia quería á su marido -entrañablemente. Verdad es que en ocasiones -se olvidaba de su amor, y tenía que preguntarse: -“¿Á quién quiero yo?—¡Ah, sí, á mi marido!”, le -contestaba la conciencia después de un lapso de -tiempo más ó menos largo.</p> - -<p>Esto era porque Eufemia padecía distracciones. -Pero en virtud de un silogismo, en forma de entimema, -para abreviar, Eufemia se convencía cuantas -veces era necesario, y era muy á menudo, de -que Pánfilo era el hombre más amado de la tierra, -y de que ella, Eufemia, era la mujer á quien el tal -Pánfilo tenía sorbido el poco seso que Dios, en sus -inescrutables designios, le había concedido.</p> - -<p>Para sesos, Pánfilo. Era el hombre más sesudo -de España, y sobre esto sí que no admitía discusión -Eufemia.</p> - -<p>No sabía ella todavía que, así como los terrenos -carboníferos se anuncian en la superficie por determinados -vegetales, por ejemplo, el helecho, los sesos -son un subsuelo que suele señalarse en la superficie -con otro vegetal, que produce madera de tinteros, -como dijo el autor de la gatomaquia. No sabía -nada de esto Eufemia, ni se le pasaba por las mientes -que pudiera llegar á parecerle su marido demasiado -sesudo.</p> - -<p>Preciso es confesarlo. Eufemia daba por hecho -que su esposo sabía todo lo que se puede saber, -porque eso pronto se aprende; pero, ¿y qué? Ser el -primer sabio del mundo no es más que esto: ser el -primer sabio del mundo. Delante de gente, Eufemia<span class="pagenum"><a id="Page_105"></a>[Pg 105]</span> -se daba tono con su marido: veía que todos tenían -en mucho la sabiduría de Pánfilo, y usaba y abusaba -de aquella ventaja que Dios le había concedido, -dándole por eterno compañero á un hombre que ya -no tenía nada que aprender.</p> - -<p>Pero en su fuero interno, que también lo tenía -Eufemia, veía que su admiración incondicional no -era más que <i lang="la" xml:lang="la">flatus vocis</i> (no es que ella lo pensara -en latín, sino que lo que ella pensaba venía á ser -esto): porque desde la más tierna infancia la buena -mujer había profesado cariño á infinitas cosas; pero -jamás había encontrado un mérito muy grande en -tener la habilidad de estar enterado de todo.</p> - - -<h3>II</h3> - -<p>Una tarde de Mayo, el doctor don Pánfilo Saviaseca -estaba más triste que un saco de tristezas -arrimado á una pared.</p> - -<p>¡Ea! Se había cansado de estudiar aquella tarde. -¡Estaba tan hermoso el sol, y la tierra, y todo!</p> - -<p>Leía á Kant; estaba en aquello de si la percepción -del yo es ó no conocimiento analítico <i lang="la" xml:lang="la">a priori</i>.</p> - -<p>Esto era en el Retiro, en lo más retirado del Retiro, -si vale hablar así. Pánfilo estaba sentado en -un banco de musgo.</p> - -<p>Conque... ¿en qué quedamos?... ¿es, ó no es conocimiento -analítico el que tenemos del yo? Así -meditaba en el instante en que una galguita, muy -mona, vino á posar las extremidades torácicas sobre -La Crítica de la Razón Pura.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_106"></a>[Pg 106]</span></p> - -<p>Era la realidad, la ciencia del porvenir en figura -de perro, que se le echaba encima al buen sabio y -le llamaba al sentimiento positivo de las cosas.</p> - -<p>La galga no estaba sola. Se oyó una voz argentina -que gritaba: “¡Merlina, aquí! Merlina, eh, Merli... -Usted dispense, caballero, estos perros... no -saben lo que hacen. Pero, Merlina, ¿qué es esto?”..., -etcétera, etc., etc.</p> - -<p>Y, en fin, que Eufemia, su tía, que tenía muchas -ganas de casarla, y hacía bien, y don Pánfilo, hablaron -y pensaron juntos.</p> - -<p>Resultó que eran vecinos, y como la niña no tenía -novio, ni de dónde le viniera, y como don Pánfilo -se había convencido de que el yo no puede vivir -sin el tú para que llegue á ser aquél, y que más -vale ser nosotros que yo solo, hubo boda, no sin -que derramase algunas lágrimas la tía, que lo había -tramado todo.</p> - -<p>Eufemia era una rubia hermosa.</p> - -<p>Pero no tenía nada de particular, á no ser su primo, -que no tenía nada de general, porque era alférez -de Ingenieros, agregado, por supuesto.</p> - -<p>Don Pánfilo, una vez dispuesto á ser un fiel y -enamoradísimo esposo, se devanaba los sesos, -aquellos grandísimos sesos que tenía, para encontrarle -algo de particular á su Eufemia; pero no dió -en la cuenta de que el primo era lo único que tenía -Eufemia digno de llamar la atención.</p> - -<p>Jamás había pensado en su prima Héctor González, -que éste era el alférez; pero desde el momento -en que la vió casada, se sintió tan mal ferido de -punta de amor, que aprovechó la ocasión para re<span class="pagenum"><a id="Page_107"></a>[Pg 107]</span>negar -de las tiránicas leyes que no consienten á los -primos enamorar á sus primas magüer estén casadas.</p> - -<p>Pero ¿por qué se había casado Eufemia? No, no -era Héctor hombre que retrocediese ante los obstáculos -de esta índole; había leído demasiado libros -malos para que semejante contratiempo le acobardase -á él, agregado de un cuerpo facultativo.</p> - -<p>Formó planes que envidiaría cualquier novelista -adúltero de Francia, y se dispuso á comenzar la -novela de su vida, que hasta entonces había corrido -monótona entre guardias, formaciones y pronunciamientos.</p> - - -<h3>III</h3> - -<p>En el ínterin, como dice un orador que yo conozco; -en el ínterin, Pánfilo no pensaba más que en -encontrarle el <i lang="la" xml:lang="la">quid divinum</i> á su mujer, sin que se -le ocurriera dar con el quid de la dificultad.</p> - -<p>Y así como Don Quijote averiguó al cabo que éste, -y no otro, era el nombre significativo que convenía -á la altura y calidad de sus proezas, Pánfilo entendió -que Eufemia se distinguía por un delicadísimo -gusto, que la inclinaba á lo más espiritual y sublime, -á la quintaesencia de los afectos sin nombre, -cuyos misteriosos matices jamás traducirán las Bellas -Artes, ni la más profunda armonía, ni la lírica -mejor inspirada. Oigamos, ó mejor, leamos á don -Pánfilo:</p> - -<p>“Pasan por el alma á veces extraños y sublimes<span class="pagenum"><a id="Page_108"></a>[Pg 108]</span> -sueños, adivinaciones de verdades del cielo, amorosas -ansias, que no son, sin embargo, como la pasión -ciega, sino como luz que estuviera enamorada -del calor: pues todo esto es lo que siente y comprende -Eufemia, mi mujercita, con maravillosa intuición. -Sabe prescindir de la apariencia de las -cosas, remontarse á la región ideal, que con ser -ideal, es lo más real de todo. ¿Por qué me quiere á -mí, sino por eso? Porque lee en mis ojos, tristes y -apagados, el fuego que por dentro me devora. Un -día me preguntó:—Si yo no te hubiera querido, -¿qué hubieras hecho tú?—¿Qué?—respondí.—Primero, -llorar mucho, querer morirme y mirar de hito -en hito á las estrellas; mirándolas, pensaría muchas -cosas; me acordaría de mi infancia, de mi madre, -de mi Dios, á quien adoré de niño, á quien olvidé -de joven y á quien busco de viejo; y pensando estas -cosas, no me olvidaría de ti, no, eso es imposible; -sino que, mezclándote con todas ellas, poniéndote -sobre todas, viendo bien claro, como lo vería, que -las distancias de este mundo así en el espacio como -en el tiempo, como en las formas, como en los sentimientos, -son aparentes, y que todo acaba por juntarse, -entenderse y quererse, viendo esto, me consolaría, -y resignado, me pondría á estudiar mucho, -mucho, para amar mucho y esperar mucho, y tener -la seguridad de acercarme á ti al fin y al cabo, no -sé dónde, ni sé cuándo, pero algún día, en algún -lugar, donde Dios quisiera.</p> - -<p>“Cuando Eufemia me oyó hablar así, no replicó; -pero cerró los ojos y se quedó sintiendo y pensando -todas esas cosas inefables que pasan por su alma<span class="pagenum"><a id="Page_109"></a>[Pg 109]</span> -en algunos momentos de extática contemplación. -Cuando despertó de su embeleso, que bien habría -durado una hora, me dirigió una dulce sonrisa y me -dió un abrazo; pero nada dijo. ¿Qué había de decir? -Me había comprendido, había penetrado la sublimidad -de mi amor: eso bastaba.</p> - -<p>“Aquella tarde vino á buscarla su primo González -para ir á la Casa de Campo: ella no quería ir, -pero al fin consintió á una insinuación mía, y se despidió -de mí como si fuera al otro mundo. Y era que -en aquel día inolvidable estaban tan unidas nuestras -almas, que toda separación era dolorosísima.</p> - -<p>“El alma de mi Eufemia es éter puro. ¡Cómo la -quiero! Ella me inspira este buen ánimo que necesito -para seguir, sin desmayar, en la formidable -obra emprendida; quiero acabar para siempre con -toda clase de pesimismo; quiero poner en su punto -y en lo cierto la dignidad de la vida, la perfección -de lo creado y la evidencia con que se presenta á -mis ojos la finalidad de todo lo que existe, finalidad -real á pesar del constante progreso y de la variedad -infinita. Voy ahora á esperar á Eufemia, que debe -de volver con su primo de los toros. Llevarla á los -toros ha sido demasiada exigencia; pero como la -otra vez yo la reprendí porque no era más amable -con González, en esta ocasión se anticipó la pobrecita -á los que consideraba mis deseos. ¡Como no -vuelva desmayada!”</p> - -<p>Lo que va entre comillas es extracto de un diario -inédito.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_110"></a>[Pg 110]</span></p> - - -<h3>IV</h3> - -<p>Ello es que el primo se había declarado á la prima. -Había hablado él también de amores que en el -cielo empiezan y siguen en la tierra; del más allá y -del algo desconocido, trinando principalmente contra -el derecho civil vigente y los matrimonios desiguales.</p> - -<p>Que Eufemia quería á Pánfilo no debía ponerse -en tela de juicio, y no se puso. No lo hubiera consentido -Eufemia, para la cual era axiomático: primero, -que su esposo era un sabio, y segundo, que -ella le quería como á las niñas de sus ojos.</p> - -<p>En vista de que el dogma era inalterable, Héctor -procuró barrenar la moral, obrando como un sabio -mucho mayor que su primo.</p> - -<p>La mujer siempre es un poco protestante: piensa -que <i lang="la" xml:lang="la">fides sine operibus</i> vale algo, y que á fuerza de -creer mucho, se puede compensar el defecto de pecar -no poco.</p> - -<p>—Tu marido es un sabio, convenido; pero ¿y eso -qué?—Esto dijo el primo, que fué como leer en el -ya citado fuero interno de Eufemia.—Supongamos -que tú te enamoras de otro hombre que sólo sepa -lo que Dios le dé á entender, ¿bastará la sabiduría -de tu marido para evitar lo inevitable?</p> - -<p>Eufemia no tenía qué contestar.</p> - -<p>De hipótesis en hipótesis, llegaron los primos</p> - -<div class="poetry-container pw20"> -<div class="poetry"> -<p class="p1"> -Al puente que separa<br /> -Á Eva inocente de Eva pecadora.</p> -</div> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_111"></a>[Pg 111]</span></p> - - -<h3>V</h3> - -<p>Dejábamos al doctor Pánfilo entre San Marcos y -la puente.</p> - -<p>Era una tarde de Mayo. Pánfilo escribía la última -cuartilla de su obra, que iba á ser inmortal y que se -titulaba: <em>Eufemia. Investigaciones acerca de la dignidad -y finalidad racional de la vida humana. Endemonología -aplicada, basada en una arquitectónica racional -de la biología psíquica, especialmente la prasológica.</em></p> - -<p>Un rayo de sol, que entraba por la ventana, caía -sobre el papel que iba emborronando el doctor. Escribía -esto: “... Tal ha sido el propósito del autor; -demostrar con argumentos tomados de la realidad -viva que el predominio de la felicidad se observa -ya hoy en nuestras sociedades civilizadas, sin necesidad -de recurrir á la hipótesis probable, pero no -necesaria, de ulterior sanción de otros mundos mejores. -Debe, sí, el filósofo recurrir á la experiencia, -pero no fijando sólo su examen en la propia individual; -pues nada significa el apasionado testimonio -del que lamenta desgracias peculiares; hay otra -experiencia, que una sabia y bien ordenada estadística -moral y civil puede suministrarnos, y en ella -podrá ver cada cual, y mejor el filósofo, que sea lo -que quiera de la propia fortuna...”</p> - -<p>Al llegar á “fortuna”, sintió el filósofo que le sacudían -el papel.</p> - -<p>Era Merlina, la galguita de mi cuento, que se<span class="pagenum"><a id="Page_112"></a>[Pg 112]</span> -había subido á la mesa y se paseaba arrogante -sobre <em>Las investigaciones acerca de la dignidad</em>, etcétera, -etc.</p> - -<p>Pánfilo suspendió su trabajo. Un recuerdo dulcísimo, -el más querido de su vida, le trajo lágrimas á -los ojos.</p> - -<p>Á Merlina debía el doctor su felicidad propia, individual, -sin necesidad de endemonologías ni de -arquitectónicas biológicas, sólo por una casualidad, -por una indiscreción de la perra, según frase de Eufemia.</p> - -<p>Embelesado por este recuerdo, se estuvo el doctor -largo rato pasando la mano izquierda por el -lomo de Merlina.</p> - -<p>La galguita se dejaba querer. Pero de pronto -dió un brinco; saltó de la mesa á la ventana, y apoyó -las patas delanteras sobre un tiesto. Las orejas -se le pusieron muy tiesas, y aulló Merlina con señales -de impaciencia. Parecía que deseaba arrojarse -por la ventana.</p> - -<p>Se levantó de su poltrona el doctor para ver lo -que causaba tal impresión en su galguita.</p> - -<p>En el jardín, dentro de la glorieta, Héctor González -y Eufemia Rivero y González representaban -en aquel momento la escena culminante de <cite>Francesca -da Rimini</cite>.</p> - -<p>Pánfilo oyó el chasquido de... El lector puede -imaginarse qué clase de chasquidos se usan en tales -casos.</p> - -<p>El autor de las <em>Investigaciones</em> retrocedió instintivamente, -se desplomó sobre el sillón y ocultó la -cabeza entre las manos.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_113"></a>[Pg 113]</span></p> - -<p>Cuando volvió al sentido y abrió los ojos, vió delante, -en un papel blanco, unas palabras, que se le -antojaban escritas con una tinta de color de rosa.</p> - -<p>Leyó: “... podrá ver cada cual, y mejor el filósofo, -que, sea lo que quiera de la propia fortuna...”</p> - -<p>Pánfilo cogió con gran parsimonia la pluma, y -concluyó el párrafo: “... la humanidad, en conjunto, -prospera, y es feliz en esta tierra con la conciencia -del progreso y del fin bueno que aguarda al cabo á -todas las criaturas. Para el que sepa elevarse á esta -contemplación del bien general, como el más importante -aun para el propio interés, bien puede decirse -que el cielo comienza en la tierra”.</p> - -<p>Pánfilo había terminado su obra, la obra de su -vida entera, la que le había gastado el cerebro y los -ojos.</p> - -<p>Por cierto que sintió en ellos algo extraño; miraba -á todas partes, y aquel matiz halagüeño que veía -en la tinta, dominaba en todos los objetos.</p> - -<p>¡Pobre doctor! Se había declarado la enfermedad -cuyos síntomas no había conocido: el Daltonismo.</p> - -<p>Desde aquel día Pánfilo todo lo vió de color de -rosa.</p> - -<p>N<small>OTA.</small> Pánfilo, en griego, viene á ser el que -todo lo ama.</p> - -<p>Lo cual en castellano significa: Quien más pone, -pierde más.</p> - -<p>En cuanto á Eufemia, siguió viviendo convencida: -primero, de que su esposo era un sabio; segundo, -de que amarle era su obligación.</p> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_114"></a>[Pg 114]</span></p> -<p>El dogma era el mismo siempre: sólo se había -relajado la disciplina.</p> - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_115"></a>[Pg 115]</span></p> -</div> - -<h2 class="nobreak" >LOS SEÑORES DE CASABIERTA</h2> - - - -<p class="p2">¡Pero estos señores de Casabierta no tienen vida -privada!</p> - -<p class="p2">Así se explica lo que le sucedió con ellos á don -Eufrasio Paleólogo, presidente del Casino de Villapidiendo, -gran lector de periódicos y elector nato -del señor de Casabierta, candidato nato también á -la Diputación de Villapidiendo.</p> - -<p>Pues señor, vino á Madrid Paleólogo á unos asuntos -del común, ó del procomún, como él cree que se -dice; y claro, en seguida, es decir, en cuanto se dejó -dar lustre á las botas en la Puerta del Sol, junto al -Imperial, se dirigió á casa del señor de Casabierta.</p> - -<p>¡Entró!—El señor no está... Ya, ya lo sé; pero de -seguro está la señora.—Caballero, ¿usted qué sabe?—Hombre, -sepa usted que trata con una persona -ilustrada que lee los periódicos y tiene coleccionados -en un tomo los artículos de Almaviva... La señora -se levanta á las nueve; hace su <i lang="fr" xml:lang="fr">toilette</i>—usted -no sabe lo que es eso—hasta las diez; toma un piscolabis, -que consiste en una copa de jerez seco, y versos -de Grilo, mojados en el jerez. Á las once recibe -en el salón verde, que tiene una consola Pompadour, -una chimenea de la Regencia... de Espartero -y muchos platos allá cerca del techo. Como si lo vie<span class="pagenum"><a id="Page_116"></a>[Pg 116]</span>ra, -hombre, como si lo viera. Ea, déjeme usted pasar.—Por -aquí, caballero, por aquí.—No, señor, -voy bien; los íntimos entran por aquí: á mí me recibirá -en su <i lang="fr" xml:lang="fr">boudoir</i> chocolate claro, color serio, propio -de señora leída al par que <i lang="fr" xml:lang="fr">dettachée</i> de las vanidades -del mundo. ¿Usted qué se figura, hombre de -Dios, que en Villapidiendo no sabemos francés españolizado -y entrar en el <i lang="fr" xml:lang="fr">boudoir</i> por donde entran -<i lang="fr" xml:lang="fr">les intimes</i>, y en francés como ellos?</p> - -<p>En efecto, Paleólogo, que fué carlista y estuvo -emigrado, sabe su poquito de francés, y lo que no, -lo aprende en Almaviva, Ladevese, Blasco, Asmodeo -y otros escritores del Instituto. Es un alcalde á -la moderna, con la facha de Luján alcalde; pero tan -fino como Sardoal cuando era del Ayuntamiento.</p> - -<p><em>En fin</em>, ó finalmente, como decían los italianos en -la Comedia, Paleólogo ya está sentado frente á la -señora de Casabierta.—Casabierta no está en casa. -Ha ido...—Sí, supongo que habrá ido á afeitarse; -es la hora precisamente.—Sí, señor; antes venía el -barbero á casa...—Sí, ya sé; pero desde que le cortó -aquel poquito de oreja de que hablaron los periódicos... -¡pícaros barberos!, ya no hay clases... ¡y -qué versos tan hermosos los que hizo su oreja de -usted, digo, no, su hija de usted, la rubia, la Pilarita, -al cacho de oreja de su papá difunto, el cacho se -entiende.—¿Usted los conoce?—Toma, y los sé de -memoria... ¡si los publicaron cinco periódicos! Y -diga usted ¿qué es de él?—Creo que está en Córdoba.—¿El -cacho de oreja?—No, señor, Grilo; creí que -hablaba usted de Grilo, que fué el que improvisó -los versos de la niña.—Bien, lo mismo me da; ¿y<span class="pagenum"><a id="Page_117"></a>[Pg 117]</span> -qué es de Grilo?—Pues ayer comió aquí.—Pero ¿no -dice usted que está en Córdoba?—Bien, pero eso no -quita.—¿No quita? (¡Y este Almaviva que no explica -estas cosas!) ¿Y el ojo de gallo de usted, señora?—Tan -robusto.—Hace días que no hablan de él -las crónicas de salones.—¡Es un ojo de gallo muy -modesto!—Es moda ser modesto, pero decirlo, porque -si no como si no se fuera. ¿Y qué tal les han -sentado á ustedes las anguilas del <em>lago Tiberiades</em> -del miércoles?—¡Cómo! ¿Usted sabe que comimos -anguilas el miércoles?—Sí, señora, por los periódicos. -Las anguilas no tienen vida privada. Á propósito, -señora, ¿es verdad que la viudita de Truchón -ha tenido un tropiezo?—No, señor; ha tenido un -hijo, pero nadie lo sabe.—Dispense usted, señora, -yo lo sabía; pero creí que se trataba ya de otro, es -decir, de otro lance. Ése que usted dice le refirieron -los periódicos de la manera más discreta. En -Villapidiendo nadie cayó en la cuenta más que yo, -y por eso no comprendieron aquel sueltecito que -decía: “La señora viuda de Truchón ha tenido que -guardar cama. Celebraremos que la interesante viuda -se restablezca pronto”. Dicen que demostró gran -valor durante la crisis de la enfermedad, ó como -dijo el clásico:</p> - -<p> -“En aquel duro trance de Lucina...”<br /> -</p> - -<p>por eso sé yo que parió sin novedad, porque conozco -la Mitología y conozco á la viuda.—¿Usted la ha -tratado?—Á la Mitología no, ni á la viuda tampoco. -Pero leo; algo se sabe, y he visto tantas crónicas<span class="pagenum"><a id="Page_118"></a>[Pg 118]</span> -con alusiones transparentes á sus transparentes -gracias y costumbres... que algo se ha transparentado.</p> - -<p>(<em>Pausa.</em>) ¡Oh, señora, feliz la honrada madre de -familia que puede dar á luz, á la prensa, como quien -dice, todos los hijos que quiere! ¡Todas las hojas -literarias de los periódicos estaban consagradas el -lunes al rorro de usted. ¿Cómo está, cómo está el -muñeco?—¡Hermosísimo!—¿Y es cierto que tiene -esa inteligencia que dice el revistero <em>Begonia</em>?—Pues -ya lo creo, y más.—Qué saladísimo estaba -Ricardo Flores, el que firma <em>Cardoenflor</em> (por imitar -á Fernanflor, que no me gusta porque habla poco -de salones), qué gracioso estaba Ricardito contando -las travesuras de su bebé de usted durante la ceremonia -del bautizo.—Está gracioso, pero calumnia -al muchacho.—Sí, dice que antes que le hicieran -cristiano tenía en la iglesia cara de aburrido como -un perro ó como un librepensador.—El revistero -no sabe que los niños no entran en la iglesia hasta -que les echan los demonios fuera del cuerpo.—Pero -lo mejor son los versos de Cigarra, el chiquitín -junto á la pila bautismal. Los sé de memoria:</p> - -<div class="poetry-container pw15"> -<div class="poetry"> -<p class="p1"> -<span style="margin-left: 1em;">«En la pila bautismal</span><br /> -todo el Jordán se refleja,<br /> -te moja el cura la oreja<br /> -y ya estás libre del mal.<br /> -<span style="margin-left: 1em;">El acto sacramental</span><br /> -mata en tu pecho el pecado<br /> -y se abre regenerado,<br /> -como rosa alejandrina,<br /> -tu ser á la fe divina,<span class="pagenum"><a id="Page_119"></a>[Pg 119]</span><br /> -pues de pila te ha sacado<br /> -el ministro de Marina,<br /> -en el acto acompañado<br /> -de más augusta madrina.»</p> -</div> -</div> - -<p>—¡Hermosa décima! ¿Verdad usted?—Décima -precisamente, no, señora.—Bien, ya lo sé, es la <em>docena -del fraile</em>, un nuevo género de décimas de trece -versos, que ha inventado Cigarra, para que cupiesen -el ministro de Marina y la madrina más augusta. -Ya ve usted, por verso más ó menos no habíamos -de ser unos mal criados.—No cabe duda; y más -vale que sobre que no que falte.—Á propósito de -versos, señor de Paleólogo. Me va usted á sacar de -un apuro. Aquí en casa vamos á representar una -comedia, pero nos falta un personaje. ¿Sería usted -tan amable?...—Señora, yo no soy personaje más -que en Villapidiendo...—No importa, ¿quiere usted -<em>crear el papel</em> de Cocupassepartout?—Señora; mucho -crear es, pero si no hay otro Cocu... yo lo -haré, como se hacen esas cosas en Villapidiendo.—¡Oh, -gracias, gracias!—Por supuesto, ¿usted sabe -francés?... Condición indispensable.—Pero qué, -¿vamos á representar en francés?—No, señor, en -castellano, es una traducción de Fois Grass, el corresponsal -del <em>Bombo</em> en París... y ya ve usted, -hace falta dominar el francés... para pronunciar -correctamente los galicismos.—¿Y cómo se llama la -comedia?—Espere usted... se llama...—¡Ah! ya sé, -lo he leído ayer en los periódicos, se llama: <em>Á qué -sueñan las jóvenes hijas</em>, es un fusilamiento de Musset. -Pues cuente usted conmigo. Por supuesto, ¿ha<span class="pagenum"><a id="Page_120"></a>[Pg 120]</span>blarán -los periódicos de los ensayos?—Ya lo creo, -hombre; hablarán <em>por encima del mercado</em>...</p> - -<p>Paleólogo se despidió. Eran las once y quince. -Sabía por los periódicos que era la hora de inspeccionar -la lactancia de Bebé.</p> - -<p>Si el lector quiere, volveremos á visitar á los señores -de Casabierta con el presidente del Casino -de Villapidiendo, y acaso veamos la comedia de -Fois-Gras..., si se logra.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_121"></a>[Pg 121]</span></p> -</div> - -<h2 class="nobreak" >EL POETA-BUHO</h2> - - -<p class="p1 center">HISTORIA NATURAL</p> - - -<p class="p2">—Señorito, un caballero quiere hablar á usted.</p> - -<p>—¿Qué trazas tiene?</p> - -<p>—Parece un empleado de <em>La Funeraria</em>.</p> - -<p>—¡Ah! Ya sé quién es: es don Tristán de las Catacumbas. -Que pase.</p> - -<p>Y entró don Tristán de las Catacumbas, á quien -conozco de haberle pagado varios cafés sin leche. -Es alto, escuálido, cejijunto, lleva la barba partida -como Nuestro Señor Jesucristo, tiene el pelo negro, -los ojos negros, el traje negro y las uñas negras. -Lo único que no tiene negro son las botas, que tiran -á rojas.</p> - -<p>Me dió un apretón de manos, fúnebre como él -solo; el apretón de manos del Convidado de Piedra. -Hay hombres que aprietan la mano como una puerta -que se cierra de golpe y nos coge los dedos. Es -su manera de probar cariño.</p> - -<p>Don Tristán habla poco, pero <em>lee</em> mucho. Es un -poeta inédito, de viva voz; si se le pregunta cuántas -ediciones ha hecho de sus poesías, contesta con -una sonrisa de muerto desengañado: “¡Ninguna! Yo -no imprimo mis versos: no hago más que leerlos á<span class="pagenum"><a id="Page_122"></a>[Pg 122]</span> -las almas escogidas”. Para él son almas escogidas -todas las que le quieren oir. Calculando el número -de veces que ha leído sus versos, dice don Tristán, -usando de un tropo especial, que consiste en tomar -el oyente por el lector que compra el libro, que sus -<cite>Ecos de la tumba</cite> han alcanzado una tirada de nueve -mil ejemplares. Quiere decir que los ha leído -nueve mil veces á nueve mil mártires de la condescendencia.</p> - -<p>—Pues señor Clarín, sabrá usted cómo he escrito -otro libro de poesías y vengo á leérselo á usted.</p> - -<p>—¿Entero?</p> - -<p>—Y verdadero; sí, señor. Pero tiene cuatro partes; -leeremos una cada día, y en cuatro sesiones -despachamos. Quiero saber su opinión de usted, -porque aunque á mí la crítica epitelúrica me importa -un bledo, porque yo tengo el pensamiento puesto -en lo alto (y señalaba al techo), como esta vez -acaso me anime á dar mi obra á la estampa, si se -muere un tío mío, á quien ya he dedicado un canto -fúnebre...</p> - -<p>—¡Ah! pues cuente usted con ello.</p> - -<p>—¿Con qué?</p> - -<p>—Conque se morirá su tío de usted.</p> - -<p>—Eso creo; pues decía que si el tío me deja, -agradecido, unos cuartos, imprimo el libro; y en tal -caso espero que usted me tratará como merezco. -Yo no pido más que justicia. Lo que quiero es que -usted <em>se penetre</em> de esta poesía y no hable sin enterarse. -Lo mejor para esto es que yo mismo lea mis -versos y le haga fijarse en sus transcendentales -pensamientos.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_123"></a>[Pg 123]</span></p> - -<p>—¿Sabe usted?... Me espera el barbero... Tengo -una barba de tres días.</p> - -<p>—¡Ah! ¿Usted se afeita?—exclamó el de las Catacumbas -con acento de compasión... Que espere el -barbero... Oiga usted la primera parte siquiera. El -libro se titula <cite>El Requiem eterno</cite>. Primera parte: -“Idilio del subsuelo”.</p> - -<p>—Le advierto á usted que el subsuelo es del dominio -del Estado...</p> - -<p>—El subsuelo es aquí el del cementerio. La segunda -parte, que leeremos otro día, se titula “Fuegos -fatuos”; la tercera, “Responsos de mi lira”, y la -cuarta, “Rimas de luto”. Le advierto á usted que yo -prescindo de la forma.</p> - -<p>—Hace usted bien; yo que usted, prescindiría de -todo, hasta de la madre que me parió...</p> - -<p>—Prescindo de la forma y me voy al fondo.</p> - -<p>—Sí, ya sé; al fondo de la tumba. Es usted el -topo de la poesía...</p> - -<p>—¡Bonita frase! Ahora oiga usted... Primera parte: -“Idilio del subsuelo”.</p> - - -<h3>I</h3> - -<div class="poetry-container pw20"> -<div class="poetry"> -<p class="p1"> -<span style="margin-left: 1em;">Llegaron los gusanos</span><br /> -á devorar su corazón de cieno;<br /> -en su sangre cebáronse inhumanos,<br /> -y los mató el veneno.</p> -</div> -</div> - -<p>—¿Qué tal?</p> - -<p>—Que les está bien empleado. ¿Quién les manda -ser <em>inhumanos</em> á esos gusanillos?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_124"></a>[Pg 124]</span></p> - -<p>—Esto de llamar inhumanos á los seres irracionales, -no es cosa mía; lo he visto en un poeta que -lee en el Ateneo.</p> - -<p>—No; si yo no me quejo. Ya ve usted: á mí, -¿qué me importa? Yo no soy gusano.</p> - -<p>—Continuemos.</p> - - -<h3>II</h3> - -<p>La llevaban á enterrar...</p> - -<p>—Como á la Constitución.</p> - -<div class="poetry-container pw20"> -<div class="poetry"> -<p class="p1"> -<span style="margin-left: 1em;">—La llevaban á enterrar</span><br /> -en un ataúd muy ancho,<br /> -en el que llevan á todos<br /> -los difuntos de aquel barrio.<br /> -El cadáver se movía<br /> -con los tumbos que iba dando.<br /> -<span style="margin-left: 1em;">Yo les hallé en el camino.</span><br /> -—Detened, les dije, el paso.<br /> -No va <em>completo</em> el vehículo,<br /> -aún hay sitio para ambos;<br /> -llevadme también á mí<br /> -que yo la carrera pago;<br /> -poco hay desde aquí á la muerte,<br /> -el viaje no será caro...</p> -</div> -</div> - -<p>—¿Y le enterraron á usted?</p> - -<p>—No, señor; todo eso es un decir.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_125"></a>[Pg 125]</span></p> - - -<h3>III</h3> - -<div class="poetry-container pw15"> -<div class="poetry"> -<p class="p1"> -<span style="margin-left: 1em;">Exhumaron su cadáver,</span><br /> -lleváronlo al panteón...</p> -</div> -</div> - -<p>—¿Ésos habrán sido los progresistas?...</p> - -<p>—¡Silencio!</p> - -<div class="poetry-container pw15"> -<div class="poetry"> -<p class="p1"> -<span style="margin-left: 1em;">En el campo santo humilde</span><br /> -sólo la tumba quedó,<br /> -y en el hueco de la tumba<br /> -enterré mi corazón.</p> -</div> -</div> - - -<p>Oiga usted ahora el IV. Y me leyó todos los números -romanos posibles; cuando terminó la primera -parte, olía á difunto.</p> - -<p>—¿Qué opina usted? Así, en conjunto...</p> - -<p>—Opino que debe usted esperar, para publicar -su <cite>Requiem eterno</cite>, alguna ocasión solemne... por -ejemplo, sería de mucha actualidad en el día del -juicio...</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_126"></a>[Pg 126]</span></p> - -<p>—Eso es muy tarde...</p> - -<p>—Bueno, pues cuando se inaugure la Necrópolis...</p> - -<p>—Señorito, el barbero espera en la antesala.</p> - -<p>—Dígale usted que se vaya, que hoy ya me ha -hecho la barba este caballero...</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_127"></a>[Pg 127]</span></p> -</div> - -<h2 class="nobreak" >DON ERMEGUNCIO<br /> -Ó LA VOCACIÓN</h2> - - -<p class="center p1 big1">DEL NATURAL</p> - - -<p class="p2">¿Cuándo y por qué se empezó á hablar de don -Ermeguncio en los periódicos? Nadie lo sabe; yo -sólo puedo asegurar que yo siempre oí llamarle literato -distinguido.</p> - -<p>La vez primera que su nombre significativo sonó -en mis oídos, por lo demás era ya famoso, fué -con motivo de unas oposiciones á una cátedra de -Psicología, Lógica y Ética. Sí; yo lo vi en la <cite>Gaceta</cite>; -estaba el último en la lista de jueces. Don Ermeguncio -de la Trascendencia, autor de obras; don -Ermeguncio era, pues, ya por aquel entonces autor -de obras.</p> - -<p>Eran los tiempos en que mandaban los krausistas. -Por aquella época todo se dividía en parte general, -especial y orgánica. Don Ermeguncio había escrito -una <cite>Memoria sobre el arte de extirpar los caracoles -en las huertas</cite>; y una <cite>Sociedad de Antropología -general</cite> le dió un <i lang="fr" xml:lang="fr">accésit</i> por su trabajo, que se -dividía, no faltaba más, en parte general, especial -y orgánica. Ignoro por qué una Sociedad de Antro<span class="pagenum"><a id="Page_128"></a>[Pg 128]</span>pología -perseguía los caracoles; pero consigno un -hecho.</p> - -<p>Otra vez le <em>adjudicaron</em> á Trascendencia una <em>rosa -natural</em>, que le tuvieron que mandar á Madrid desde -Alicante. La había ganado en un certamen escribiendo -una oda en verso libre. <em>Á la influencia de -las bibliotecas populares en el adelanto general de la -cultura.</em> Por supuesto, la oda iba también dividida -en parte general, especial y orgánica.</p> - -<p>Por estas dos producciones principalmente llamaba -la <cite>Gaceta</cite> autor de obras á don Ermeguncio de -la Trascendencia.</p> - -<p>Primero faltaba el sol que don Ermeguncio dejase -de asistir á la clase de todos los catedráticos que -habían sido ó estaban á punto de ser ministros. Él -ya era doctor; ¡pero amaba tanto la ciencia!</p> - -<p>Desde que fué juez de oposiciones, Trascendencia -se creyó en sazón para considerarse, sin prejuicio -ni sobrestima, un hombre importante, de la clase -de los sabios, subclase de los filósofos.</p> - -<p>Pero vino Pavía y el sistema filosófico de don -Ermeguncio se disolvió como el Congreso. Aquella -crisis de la política coincidió con una crisis económica -de Trascendencia.</p> - -<p>Los <em>sucesos</em> le cogieron sin un cuarto. Comprendió -que no había modo de sacarle jugo á la filosofía -con la nueva situación. En la Universidad ya no -se hablaba del <em>concepto</em> de nada, en los periódicos -todo se volvía personalidades, politiquilla vil y rastrera.—Apliquemos—se -dijo—la filosofía á la vida -real, á la actividad de los intereses temporales, en -una palabra, hagamos filosofía de la historia.—Y<span class="pagenum"><a id="Page_129"></a>[Pg 129]</span> -por recomendaciones de un ex ministro entró en -una redacción en calidad de redactor de fondos -filosófico-políticos y revistero de libros y teatros. -Sus artículos se titulaban <cite>La política esencial</cite>, <cite>El -formalismo político</cite>, <cite>Más principios y menos personas</cite>, -etc., etc. Pero nadie los leía, ni el corrector de -pruebas, que dejaba pasar todos los perjuicios de -los cajistas en vez de los <em>prejuicios</em> de don Ermeguncio. -Una vez hablaba el redactor de la infinita -bondad de Dios, y los cajistas pusieron la infinita -bondad de Díaz, produciendo una especie de antropomorfismo -que estaba Trascendencia muy lejos de -profesar. Estas erratas le desesperaban, pero su -pena era ociosa, porque nadie leía sus artículos.—Casi -me remuerde la conciencia—se decía—de -cobrar trabajo tan inútil; porque no está el país -para esta política fundamental.—Ignoraba el mísero -Trascendencia que en aquella redacción no se -cobraba. Al redactor que pedía el sueldo se le -echaba á la calle por insubordinado.—¡Cómo!—exclamaba -el director—¿usted piensa que aquí nadamos -en oro? ¿Que vivimos de subvenciones? No, -señor; aquí se juega trigo limpio.—Ni limpio ni sucio, -porque no había trigo. Don Ermeguncio tuvo -que convencerse de que en España el periodista -suele ser tan filósofo como el primero en lo de no -cobrar.—¡Y para esto—gritaba comiéndose los codos,—para -esto abandoné yo mis trabajos especulativos -y mis visiones poéticas!—Y suspiraba pensando -en sus estudios de antropología y en su oda -á la influencia.</p> - -<p>Así pasó mucho tiempo, esperando la edad <em>de<span class="pagenum"><a id="Page_130"></a>[Pg 130]</span> -la armonía</em>, como él llamaba al primer pronunciamiento -que le trajese á los suyos, y fumando pitillos -<em>prestados</em>. Sí, prestados, porque Trascendencia, -con el hambre sentía una ansia de chupar que -estaba muy por encima de su presupuesto, y tuvo -que arrojarse á naufragar en una inmensa deuda -flotante de tabaco rizado. Era un préstamo de consumo -que le hacían gustosos sus admiradores, á -los que prometía pagar con creces cuando él fuera -á Filipinas á arrancar la enseñanza pública de las -garras de los frailes y á arreglar la cuestión del -tabaco. Don Ermeguncio asistía al café de París -después de comer (los demás), y asistía allí porque -economizaba medio real... á sus amigos. En cambio, -<em>en papel</em> les gastaba el oro y el moro. Pero -¡qué importaba, si sabía tanto y era amigote de don -Pedro y de don Juan, unos personajes que le tuteaban!</p> - -<p>Uno de sus <em>estanqueros</em>, como él los llamaba -en broma, le ofreció cierta noche una canongía: una -correspondencia <em>pagada</em> para un periódico de provincias. -El periódico se llamaba <cite>El Faro de Alfaro</cite>. -Á pesar de la cacofonía del título y de lo cursi de -la redacción, Trascendencia aceptó los doce duros -mensuales y la carta diaria sobre política, ciencias, -artes, agricultura, y especialmente todo lo relativo -á los intereses del país, tal como insultar á los diputados -de la provincia por su morosidad, etc., etc. -Además había que hablar mucho del Ateneo, de -los estrenos y decir chistes, terminando siempre -con <i lang="fr" xml:lang="fr">le mot de la fin</i>, como los periódicos de París.</p> - -<p>Muy de otro modo entendía Trascendencia la<span class="pagenum"><a id="Page_131"></a>[Pg 131]</span> -misión del corresponsal concienzudo; pero hubo de -transigir, y olvidando que llevaba dentro de sí al -autor de la oda á la influencia, y al juez de oposiciones, -se puso á escribir su primera carta al director -de <cite>El Faro de Alfaro</cite>.</p> - -<p>La primera dificultad con que tropezó fué que no -sabía dónde estaba Alfaro, ni si era puerto de mar, -ignorancia muy común en filósofos y literatos españoles. -Su amigo, que era de allí, y por eso lo sabía, -le enteró de todo, y le dijo <em>además</em> que á quien había -que dar de firme era al alcalde; porque llamarle -bruto desde el pueblo no tenía gracia; pero diciéndolo -desde Madrid era cosa de que él mismo lo creyese. -En fin, don Ermeguncio empezó:—Señor director...</p> - -<p>¿Pero qué le iba él á hablar á un director que pedía -noticias frescas de todo: de la Bolsa, del Congreso, -y así discurriendo, hasta noticias frescas del -pescado fresco? Trascendencia no sabía nada de -nada. Le faltaba ropa decente para entrar donde -se pescan las noticias; no conocía á nadie, y si preguntaba -algo, le engañaban de fijo.—Pero, ¿qué le -importará á esta gente saber los chismes de Madrid? -¿No les basta con los de su pueblo? ¡Cuánto -mejor les estaría que yo les hablase de los adelantos -de la psicología, que ahora resulta ser puro monismo -(de esto hace años) y que les diese mi opinión -acerca de la religión de los animales, opinión -que acabo de adquirir en la Revista positiva!—Pero -no había remedio; había que someterse á las exigencias -de la preocupación vulgar, y Trascendencia -inventó un sistema: copiar el <cite>Diario de Avisos</cite>, para<span class="pagenum"><a id="Page_132"></a>[Pg 132]</span> -la sección de intereses materiales, y <cite>La Correspondencia</cite> -para la de intereses morales; pero lo que -copiaba de <cite>La Correspondencia</cite> lo ponía en cuarentena, -y con tan plausible motivo dejaba á la juguetona -musa de los chistes hacer de las suyas. ¡Qué -tal serían los chistes de Trascendencia que ni á él -mismo le hacían bendita la gracia! En cuanto á <i lang="fr" xml:lang="fr">le -mot de la fin</i> lo copiaba de <cite>Charivari</cite> y del <cite>Fígaro</cite> -alternativamente.</p> - -<p>Otra gravísima dificultad para don Ermeguncio -era que no sabía empezar nunca á hablar de lo que -debía. Que se habían descubierto unas carpetas -falsas; pues empezaba así la carta al <cite>Faro de Alfaro</cite>:</p> - -<p>“Señor director: El hombre es un compuesto de -alma y cuerpo; de aquí que esté íntimamente ligado -con la naturaleza y tenga necesidades económicas; -la esfera propia de la actividad económica en el Estado -en lo que se llama hacienda pública...” y por -ahí adelante; cuando llegaba á hablar de las carpetas, -ya no cabía la carta en el periódico.</p> - -<p>Llegó la hora de cobrar. Giró, y la letra volvió -protestada. <cite>El Faro de Alfaro</cite> había muerto. Los -suscritores no querían un periódico que no sabía -más noticias de Madrid, sino que todo lo real es racional -y viceversa, según Hegel.</p> - -<p>Trascendencia volvió los ojos al teatro. Era preciso -regenerar la decadente dramática y hacerse -unos pantalones, porque los puestos se le caían á -pedazos. Al fin en el teatro se cobra.</p> - -<p>Escribió un drama que se titulaba... <cite>Prejuicios -contra prejuicios.</cite></p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_133"></a>[Pg 133]</span></p> - -<p>El empresario del Español preguntó á don Ermeguncio:</p> - -<p>—¿Qué significa esto? Querrá usted decir: “Perjuicios -contra perjuicios”, y aun así no se entiende -muy bien.</p> - -<p>—¡Dale! ¡Lo de siempre! No, señor; prejuicios -contra prejuicios quiero decir.</p> - -<p>—Bueno, pues dígalo usted; pero no será en mi -teatro donde se estrenen esos prejuicios que usted -dice, y que yo tengo por perjuicios para mí.</p> - -<p>—Le cambiaré el título á la obra.</p> - -<p>Y volvió con ella al teatro: ahora se llamaba -<cite>Antítesis de la vida</cite>.</p> - -<p>—Déjela usted ahí—dijo el empresario.</p> - -<p>Y allí se pudrieron las antítesis. Don Ermeguncio -de la Trascendencia, que hasta entonces había creído -que el mal es accidental en la vida y debido sólo -á nuestra finitud, comenzó á darse á todos los diablos -del infierno, aunque no los llamaba por su -nombre, porque él no creía en la demonología ni -en la angelología. De lo que él estaba seguro era -de que había nacido con la suerte más perra del -mundo.</p> - -<p>—Indudablemente yo no soy de mi siglo. Feliz el -señor Núñez de Arce que es de su siglo, como dice -en sus versos; yo no, yo no debía haber nacido -hasta que llegara la edad de la armonía. Uno de -esos poetas que persiguen el ideal, y de camino el -turno pacífico, consiguen al cabo el turno, aunque -el ideal sea inasequible. Pero yo no consigo nada.</p> - -<p>Ermeguncio hizo el último esfuerzo.</p> - -<p>—Voy á escribir—se dijo—una obra inmortal de<span class="pagenum"><a id="Page_134"></a>[Pg 134]</span> -filosofía; se la llevo á un editor, y si me la paga, -como, y si no, que él se las arregle con el fallo inapelable -de la historia.</p> - -<p>Y dicho y hecho. Comenzó á llenar pliegos y más -pliegos de filosofía, y cuando tuvo escritas dos mil -páginas de investigaciones ascendentes y otras dos -mil de las descendentes, se presentó á un editor que -á la sazón publicaba <cite>El latente pensante</cite>, traducido -al chino.</p> - -<p>El editor era muy bruto. Esto no tiene nada de -particular.</p> - -<p>Siempre había tenido un criterio muy raro para -las obras del ingenio humano en siendo escritas. -Él había sido maestro de escuela, y nadie le sacaba -de sus trece: el mejor escritor es el que mejor escribe. -Esto pensaba Sánchez el editor, aunque no -se atrevía á decirlo, porque la opinión general era -muy distinta.</p> - -<p>Don Ermeguncio le presentó sus resmas de filosofía -ascendente y descendente, y ya temía que Sánchez -se las tirase á la cabeza, cuando notó que el -concienzudo editor abría los ojos y la boca, tan -asombrado como podía estarlo un partidario de -Torío, que ya no esperaba ver una gallarda letra -bastardilla en lo que le quedaba de vida.</p> - -<p>Sánchez dejó sobre la mesa la filosofía de ida y -vuelta con el respeto con que el sacerdote deja el -copón en el sagrario, y abriendo los brazos, cerrólos -después que tuvo entre ellos, y le apretó á su -gusto, al autor insigne, al escritor de los escritores, -al escritor de mejor letra que había conocido.</p> - -<p>—¡Esto es escribir, esto es escribir, y lo demás<span class="pagenum"><a id="Page_135"></a>[Pg 135]</span> -son cuentos!—exclamó Sánchez; esto es Torío puro, -Torío sin mezcla. Usted conserva la buena tradición; -usted es mi hombre. Esto no se imprimirá -como cualquier libro con letra de molde; esto se -conservará en litografía; esto debe pasar á la inmortalidad -como monumento caligráfico. Y usted, joven -ilustre, flor y nata de los pendolistas, el mejor escritor -del mundo, usted tendrá casa y mesa, y dinero -para el bolsillo, y el oro y el moro, porque yo le -tomo á usted á mí servicio; usted será mi secretario, -mejor dicho, mi escribiente.</p> - -<p>Trascendencia dudó entre matar á aquel hombre, -incapaz de comprender su sistema, ó aceptar la -plaza que le ofrecía.</p> - -<p>Y siendo filósofo de veras por la primera vez en -su vida, dijo:</p> - -<p>—Seré su escribiente de usted.</p> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_136"></a>[Pg 136]</span></p> - -<p>—Pero júreme usted conservar estos perfiles, estos -rasgos, esta santa y pura tradición de Torío...</p> - -<p>—Lo juro.</p> - -<p>Y Ermeguncio vivió feliz, cobró á toca teja, y no -volvió á pasar hambres ni filosofías.</p> - -<p>Al fin había seguido la vocación.</p> - -<p>Había nacido para escribiente.</p> - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_137"></a>[Pg 137]</span></p> -</div> - -<h2 class="nobreak" >NOVELA REALISTA</h2> - -<p class="p2">Apuntes de la cartera de un suicida:“—He venido -á Z... á bañarme y á resucitar la muerta poesía del -corazón. He dado trece baños, número fatal, y hoy -me decido á quedarme en el agua. He cogido la sábana -como si fuera un sudario; el calzoncillo de -punto me lo he puesto como quien se viste la mortaja. -Al pasar bajo el balcón del célebre doctor Sarcófago -le he visto apoyado sobre el antepecho. Fumaba -tranquilo, de bata, calzando babuchas tan holgadas -y tan poco cristianas como su conciencia. -Eran babuchas berberiscas. El doctor me ha saludado -sonriente.—¡Corto, corto! gritaba, ya se lo -tengo á usted dicho.—Quería decir que el baño durase -poco.—¿Baño de impresión, no es eso?—Sí, de -impresión.—Así será en efecto. ¡Un baño de impresión!—Escribo -en la casa de baños. Es decir, en -la capilla. ¡Acabo de fumar un cigarro del estanco y -de leer un número atrasado de <cite>La Correspondencia</cite>! -El cielo está nublado, llueve, hace frío, el agua está -como dormida, en la sucia playa se abaten las olas -sobre montones de inmundicia. Parece esto un lavadero -público. Todo es triste, insignificante, sucio. -Allí está don Restituto, con el agua al cuello, aunque -sólo le llega á las rodillas; pero su esposa doña<span class="pagenum"><a id="Page_138"></a>[Pg 138]</span> -Paz está á su lado, mejor sobre sus costillas, y don -Restituto, mísero Atlante con 8.000 reales de sueldo, -sufre en los hombros la inmensa pesadumbre -de su cara mitad. Una mitad leonina. ¿Y qué me -importa á mí esto? Nada. Y sin embargo, la presencia -de doña Paz me turba, y mi deseo de morir es -más vehemente contemplando esta cópula canónica -y civil que se llama ante el mundo matrimonio, y -en el hogar es la explotación del hombre por el histérico. -Doña Paz tiene histérico, última <em>ratio</em> de la -machorra. ¡Machorra! Palabra grosera, sarcástica, -que el Diccionario autoriza. En Madrid don Restituto -es mi subalterno. Yo cobro algo más que él, -soy su jefe. Y yo soy soltero, ni fumo, ni bebo. Don -Restituto bebería, fumaría, si tuviese dinero y no -tuviese á doña Paz. Mi subalterno y su esposa han -venido á baños conmigo por una de esas casualidades -terribles de que está la vida llena. Aburrido -de Madrid, muerto de calor, soñando con la poesía -de mi juventud, me introduje en un coche de primera, -olvidado de todas las cosas prosaicas de la -vida, con el anhelo del ideal. De pronto abren la -portezuela.—¡Está lleno!—estuve por gritar. Y era -verdad; estaba lleno el mundo, cuanto más el coche, -de los fantasmas de mis ilusiones. ¿Qué falta me -hacía á mí un compañero de viaje que probablemente -tendría ese reloj del ferrocarril que se llama -la Guía, y que en España sólo sirve para convencerse -de que ningún tren llega á debido tiempo á -ningún sitio? Un compañero de viaje que me daría -las buenas tardes y después me miraría sonriente -como anuncio de una amistad que allí mismo iba á<span class="pagenum"><a id="Page_139"></a>[Pg 139]</span> -empezar (porque la gente que viaja poco cree en -las amistades del viaje y las procura). Lo primero -que apareció fué una maleta de las que usaban -nuestros abuelos para viajar á lomos de un mal -rocín. Después entró en el coche una escusa-baraja; -luego un serón, después dos cestas, después un jamón -con camisa, esto es, enfundado en lona blanca, -á guisa de violín; después una manta de tal longitud, -que aún no había entrado toda cuando ya amenazaba -romper los cristales de la ventanilla de enfrente. -Protesté enérgicamente, librándome como -pude de aquella agresión anónima. Aún ignoraba -yo qué clase de bárbaro hacía aquella invasión. Entonces -oí una voz débil que decía:—Dispensen ustedes, -caballeros...—¡Vaya usted al diablo! Á ver, -un empleado de la estación, el jefe, un civil, cualquier -cosa, ¡socorro!—El jefe acude.—Esto no puede -ir con ustedes; no es de uso personal ni necesario -en el viaje.—Sí, señor, que es; es decir, yo no -necesito nada de eso, pero mi señora sí; ¡como padece -del histérico!—¡Histérico! exclamé, ¿entonces -es usted don Restituto?—¡Oh, mi querido jefe! -gritó el subalterno al conocerme; y me dió un abrazo, -y sobrevino doña Paz; y como yo pasé por todo, -el jefe de la estación no se opuso, pues no había -más viajeros, á que entrasen en el coche los voluminosos -artículos de primera necesidad de la señora -del histérico.—Si hubiese podido mandar á doña -Paz á un furgón yo hubiera sostenido mi derecho, -pero admitida ella, lo de menos era consentir los -bultos, que al fin no tenían histérico.—¡Y válgame -Dios qué viaje! Entre marido y mujer me pusieron<span class="pagenum"><a id="Page_140"></a>[Pg 140]</span> -la bilis en revolución. ¡Cuánta pusilanimidad en el -esposo y en ella! ¡cuántas abominaciones! Don Restituto -tuvo que quitarle las botas, calzarle las zapatillas, -y porque no procuraba ocultar á mis ojos -profanos los tobillos de su cara mitad, doña Paz le -riñó por lo bajo, con intención de que yo lo oyera, -y le dijo que aquella falta de pudor conyugal le -daba mala espina; porque indicaba poco amor ó excesiva -confianza; ¡y si no fuera que una es como es! -Don Restituto aseguraba que yo era corto de vista, -pero doña Paz insistía en que yo había visto algo.—Juro -á Dios que no había visto nada. Llegó la noche; -don Restituto dormía. Doña Paz suspiraba. -Con pretexto de que se mareaba yendo de espalda -á la máquina, se sentó junto á mí. Y el Señor me -dejó caer en la tentación. Doña Paz es fea, no es -joven; pero quise probar aquella virtud. La primer -tentativa fué rechazada con un melindre. La segunda, -que iba á ser la última y acreditar para siempre -la castidad de aquella histérica dama ¡ay, la segunda -tentativa fué un crimen frustrado! Doña Paz, indignada -quizás con el escaso pudor conyugal, como -ella decía, de aquel esposo, tomó cruel venganza. -Hizo á su manera lo que aquella reina de Frigia -que compartió el trono con el sabio Gijes. Pero yo, -ni maté á don Restituto ni consumé lo que aún ignoro -si se podría consumar. Pero doña Paz no fué -por eso menos infiel. ¡Ridícula y terrible aventura!”</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>“Y yo había amado á lo Werther; yo había naci<span class="pagenum"><a id="Page_141"></a>[Pg 141]</span>do -para el ideal; pero ¡ay! como dicen en el Ateneo -de Madrid, los ideales han muerto: ya sólo quedan -las mujeres histéricas para mí. No hay tormento -comparable á mi tormento; yo tengo la conciencia -torturada por un crimen que me dió el hastío por -todo placer. Recuerdo con asco y con vergüenza -una aventura que arrojó el cieno de la deshonra -sobre las canas de un buen amigo. ¡Pobre don Restituto!... -Ahora me llama el infeliz, me dice que -corra á bañarme á su lado. ¡Sugestiones de su mujer!—Voy -á vengarme y á vengarle; voy á dar á esa -Mesalina de la calle de las Postas un buen susto. -Éste es mi plan. Nado junto á ella, la invito á un -ensayo de natación bajo mis auspicios; ella acepta -de fijo; la llevo por la barba adonde nos cubra, -finjo un accidente, me voy al fondo, y ella... Yo no -soy responsable. Un muerto no responde de nada. -Si perece no es mía la culpa, ó si es mía, es una -culpa que me honra. Por desgracia no faltará quien -acuda á tiempo para salvarla; ella sin saberlo, debe -flotar como el corcho. Á lo menos en todas las disputas -domésticas siempre ha quedado encima como -el aceite.—Allá voy, don Restituto, corro á salvarte, -á librarte si puedo de tu doña Paz de tus pecados. -Y además te proporciono un ascenso. ¿Para -qué quiero yo el destino? ¡Yo que soñé con la gloria, -me veo reducido á ser jefe de un don Restituto! -Tú serás el jefe en adelante, hombre probo, tú ascenderás, -tú tendrás esos cinco mil reales que faltan -para que te llegue el agua al sal. Mañana dirán -de mí que tuve la cobardía de matarme, que cometí -un crimen. No; hice una obra de caridad, dí el<span class="pagenum"><a id="Page_142"></a>[Pg 142]</span> -ascenso inmediato á un funcionario que cuenta veinticinco -años de servicio y otros tantos años de hambre. -La vida se ha hecho para los Restitutos que -esperan veinticinco años un ascenso y se ligan con -indisoluble vínculo al histérico semoviente. Sí, ¡doña -Paz es la mujer probable! Ella también habrá tenido -sus quince, aunque parece mentira. Quién sabe -si mi Carlota, que era como una sílfide, que andaba -de manera que sus pasos parecían aleteos de ángel—frase -que se me ocurrió escribir en aquel soneto -que no se me ocurrió enviarle—¡quién sabe si ella -también... tendrá á estas horas bajo sus uñas un -don Restituto, si ella también habrá padecido ó padecerá -histérico!—¡Ay, la mujer que no muere con -la tisis interesante de la juventud, llega á ser fatalmente -doña Paz!—Allá voy, allá voy, don Restituto—Él -me llama á la muerte; sí, él puede hacerlo, -él es mi víctima, aunque lo ignora; allá voy, sí, laven -las ondas del océano la afrenta de tu honor.”</p> - -<p>Así terminan estos apuntes, que con notoria imprudencia -dejó en el bolsillo de la levita el incauto -criminal.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>En el libro de cuentas “para huso de Doña Paz -Cordero de Cabra” se lee al folio 20 lo que sigue: -Manteca 12 uebos 20 Haceyte 6, y más abajo:</p> - -<p>“Yo lamaba, si le hamaba, perro el no lo savia, una -muger como yo no puede dar á entender su hamor -sin desonrrarse y desonrrar á su manido. Yo á los -quinze años le havia bisto y hamado, el no se havia<span class="pagenum"><a id="Page_143"></a>[Pg 143]</span> -figado en mi, porque hestaba enamorrado de Carrlota -y de sus Ilusiones sovre todo: erra Pueta, soñador, -anvicionava bolar muy alto, y yo no podia -yamar su Hatenzion. Uió de nuestro puevlo, perro -mi hamor se quedó conmijo, cada dia herra mayor, -mas triste, perro grande como nunca. No bolbi a -hoir ablar del, perro aqui en el corracon su Recuerrdo -bibia, bibia heterrno. Mi madre se morria -desesperrada por degarme sola y pobre, restituto -era goben, vueno y mamava y le dy mi mano sin -hamor, como pude hir al ospizio. En este matrimonio -no ice mas que Enjorrdar y Enjorrdar y hazquirir -un genio muy malo, caprichoso, antogadizo, por -culpa de mi tristeza hintima y de la pubreza de -Elespiritu de mi hesposo; otro hesposo que no fuerra -mi hesposo, uvierra echo de Mi una muger, él, -restituto izo una sultana, una fierra, disimulada, -cruel, mala, mala si. Muchos años pasarron y bolbi -a Ver a mi Hamor, herra el Gefe de restituto en la -oficina. ¡No se acordava de mi! ¡Como si nunca me -uvierra bisto y yo que le Beia todos los dias ha todas -orras en mi Halma! Perro no le dige nada, como -si tampozo le conociera. Me beia pocas beces, restituto -le querria mucho y procurraba traherle a casa -cuanto podia; yo uia del, Perro en el tren, de noche, -cuando yo sentia cerca del todo el Fuego de la Gubentuz, -enloquezida por su presenzia y por no sé -que haromas que benian del campo que atrabesaba -el Trren y asta creo que por suspiros que vajaban -de las estrrellas que briyaban Tanto, no pude menos -de hacercarme a El y suspirar y El me cogio la -mano y me ablo de Hamor y de Su Hamor y Aque<span class="pagenum"><a id="Page_144"></a>[Pg 144]</span>lla -Noche de Gran Pecado, fue la única Feliz de Mi -Bida. Que Lo Sepa el Mundo Entero. Despues no -bolbio a ablarme; uia de mi en los vaños, se conoze -que fuí parra El un pasatiempo nada más. Por eso -Me Mato. Que Lo Sepa el Mundo Entero y mi marrido, -adios restituto.”</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>El corresponsal del <cite>Hipódromo</cite> escribió á su perfumada -revista lo siguiente:</p> - -<p>“Hemos tenido también nosotros en Z... nuestro -drama, tragedia mejor dicho. Gracias á esto, hay -algo de qué hablar. El señor X... conocido en Madrid -por su afable trato en los círculos más distinguidos, -ha sido el héroe. En traje de baño, si traje -se puede llamar á unos sencillísimos calzoncillos -de punto, salió á la playa y entró mar adentro con -rumbo á la eternidad. La señora de V..., esposa de -un modesto empleado se bañaba con su marido, y -al pasar cerca de ella el señor X... indicado, le dió -un sonoro beso en la frente, así como suena, y lanzando -una carcajada histérica cayó en las olas sin -sentido. El señor V... acudió en vano á salvar á la -no muy casta esposa; con la fuerza del paroxismo -la robusta dama sujetaba al nada atlético esposo, -y en tanto las amargas olas, con esa fría impasibilidad -de la naturaleza, arrastraban á la infortunada -pareja. Ambos hubieran perecido á no estar cerca -el señor X... que pudo sacar á la arena al señor V... -donde le dejó antes que volviera en sí. El señor -X... se echó otra vez al agua; los circunstantes, gen<span class="pagenum"><a id="Page_145"></a>[Pg 145]</span>te -toda de Madrid, le dejaron hacer: creyeron que -esta vez iba á salvar á la dama... pero se le vió desaparecer -entre las amargas olas, y ni la señora de -V... ni el señor X... volvieron á la arenosa playa, -hasta que la marea trajo horas después dos cadáveres.”</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Cuando leyó don Restituto la confesión de su esposa -en el libro de cuentas, exclamó: ¡Yo te perdono! -Después meditó y dijo:</p> - -<p>—Y á él también le perdono. ¡Al fin le debo la -vida! Si no es por él me ahogo en el mar ó... en mi -cara esposa.</p> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_146"></a>[Pg 146]</span></p> -</div> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum">><a id="Page_147"></a>[Pg 147]</span></p> -</div> - -<h2 class="nobreak" >LA PERFECTA CASADA</h2> - - -<p class="p2">Don Autónomo, que celebraba sus días en Septiembre, -pues en ese mes “cae” San Autónomo, -y que lo diga la <cite>Leyenda de Oro</cite>; don Autónomo -Parcerisa acaba de comer <em>opíparamente</em> rodeado -de su esposa é hijos, muy satisfecho, alegres -todos, felices. No había familia más dichosa en el -mundo. Vivían en una <em>mediocritas si no áurea</em>, por -lo menos de plata sobredorada, la cual les permitía -en los días que repicaban en gordo tirar la casa -por la ventana, en forma de símbolo, por supuesto; -es decir, sin pagar una <em>onza</em> en el gasto extraordinario, -que lo demás quedaba muy guardado en la -caja de caudales, en el Banco y en las arcas de la -Equitativa, donde don Autónomo se había asegurado.</p> - -<p>Serafina era un serafín; mujer más angelical no -la había: era la perfecta casada de Fray Luis, pero -á la moderna, con costumbres algo menos devotas, -pues si no, hoy ya no hubiera sido la perfecta casada. -Nada de gazmoñería, virtud expansiva, alegre; -sacrificio constante de su egoísmo al interés de -su marido é hijos, pero sin que se conociera esfuerzo -alguno, con divina gracia. Parecía una mujer -como todas y era la mejor de todas.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_148"></a>[Pg 148]</span></p> - -<p>No hacía valer su fidelidad (y era guapísima -y muy codiciada) como un mérito: esta pretensión -le hubiera parecido ya una especie de adulterio. -Así como á nadie se le ocurre en una sociedad de -personas distinguidas, nobles, ricas, finísimas, que -uno de aquellos duques, ó generales, ó ministros, -se va á llevar un candelabro de plata, por ejemplo, -y nadie piensa en el robo posible, pero una posibilidad -<em>infinitesimal</em>, por decirlo así, tampoco se -le pasó jamás por las mientes á Serafina ser infiel -á su Autónomo por pensamiento, de palabra ú -obra.</p> - -<p>Y como no había manera de reprenderle por -nada, de reñirle, jamás le había reprendido; nunca -habían reñido. Estaba íntegra la vajilla é íntegra la -paz conyugal.</p> - -<p>De todo lo cual llegó, á fuerza de años, á sacar -en consecuencia Autónomo que así no se podía seguir, -que había que acabar de cualquier manera.</p> - -<p>En esto pensaba precisamente aquel día de su -santo, después de los postres, cuando ya los niños -se iban despidiendo del padre porque los reclamaba -el lecho.</p> - -<p>Todos se acostaban sin protestar, y eso que estaban -seguros de que su madre no les hubiera negado -permiso para velar un ratito. Ellos lo deseaban... -pero no, ¿para qué? La mamá les tenía -demostrado que era cosa nociva, y además, la hubieran -disgustado, aunque ella no lo dejara ver: -nada, nada, á la cama.</p> - -<p>—Buenas noches, papá.</p> - -<p>—Santas y buenas, hijos míos, santas y buenas.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_149"></a>[Pg 149]</span></p> - -<p>Y seguía pensando don Autónomo: “Vea usted. -Ahora me iría yo de muy buena gana á jugar -un tresillito al casino. Siempre pierdo, es verdad, -pero ¿y qué? No es mucho y me divierto. Pero no -voy, imposible. Si anuncio que salgo ésta se reirá -lo mismo absolutamente que si le digo ‘Me voy á -la cama’, que es lo que á ella le gusta, porque -sabe que me conviene madrugar, para el estómago -y para los negocios... ¿Quién le da un disgusto <em>callado</em> -sin grandes remordimientos? Pero... la verdad -es que hoy... día de mi santo...”</p> - -<p>Sin embargo, decidió tener un rasgo de energía -que no hacía falta, y poniéndose en pie exclamó:</p> - -<p>—Ea, chica, dame... la palmatoria, que me voy á -la cama.</p> - -<p>Y se acostó, se acostó como los niños.</p> - -<p>Y en cuanto se vió entre las sábanas se sintió -como en presidio, como en el cepo, y echaba pestes -contra sí mismo, pues contra su mujer no había -por qué.</p> - -<p>—¡Voy á saltar de la cama! ¡Salto! ¿Quién me lo -impide?</p> - -<p>Y no saltaba por eso mismo, porque era su derecho, -porque nadie lo impedía; y su mujercita le -hubiera acercado la ropa muy contenta, y le hubiera -alumbrado hasta la calle, sonriente.</p> - -<p>Se quedó dormido protestando contra la excesiva -virtud de su esposa, que por ser una santa -le obligaba á él, para no tener terribles remordimientos, -á ser, por lo menos, el <em>beato</em> Autónomo.</p> - -<p>Y pasaban días y días, y siempre así.</p> - -<p>En fin, llegó á encontrarse con todos sus vicios<span class="pagenum"><a id="Page_150"></a>[Pg 150]</span> -extirpados, incapaz de la menor calaverada, que -hubiera sido terrible ingratitud para con aquella -<em>santa familia</em> en que él mismo se veía con -su aureola resplandeciente.</p> - -<p>—Pero, señor, si yo no iba para santo; si esto es -á la fuerza. ¡Esto no es la perfecta casada, esto es -la <em>pluscuamperfecta</em>!</p> - -<p>Y poco á poco le creció la manía hasta el punto -de aborrecer, á su manera, á aquella mujer, á -quien adoraría de rodillas, y por no disgustar á la -cual estaba él ganando el cielo.</p> - -<p>Y de una en otra, vino á parar en comprar una -maquinilla manual de imprimir, y se encerraba en -su casa, imprimiendo en tarjetas, volantes, besalamanos, -etc., las mismas palabras, pocas. Y después, -de noche, los llevaba al correo y estaba cinco -minutos echando papel por la boca abierta del -león, pasmado de tanta correspondencia.</p> - -<p>Había comprado el libro de las cien mil señas y -había dirigido á todos los periódicos del mundo, ó -á muchos por lo menos, á las agencias, á los abogados, -obispos, diputados, cónsules, jueces, alcaldes, -banqueros, etc., etc., la misma noticia, que los -importaba igualmente á todos: nada.</p> - -<p>El juez de guardia, que la recibió también, fué el -único que hizo caso de ella. Decía así el volante -que recibió: “Me mato por no aguantar á mi -mujer.”</p> - -<p>Y en efecto, Autónomo se suicidó de veras.</p> - -<p>Por más que se hizo, no se pudo ocultar la terrible -catástrofe á Serafina; y lo peor fué que, por la -inmensa publicidad que el suicida había dado á la<span class="pagenum"><a id="Page_151"></a>[Pg 151]</span> -noticia, tardó muy poco en llegar á conocimiento de -la santa esposa la causa del suicidio. ¡Su marido se -mataba por no aguantarla á ella!</p> - -<p>El buen sentido hizo que el público en masa, conocidas -las cualidades de la virtuosa señora, declarase -que aquel hombre se había vuelto loco de -pura felicidad doméstica. Sólo así se explicaba -el absurdo de <em>matarse por no aguantar á la perfecta -casada</em>.</p> - -<p>Sin embargo, cierto solterón empedernido amigo -del difunto, decía:</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_152"></a>[Pg 152]</span></p> - -<p>—Á la muerte de Autónomo no se le ha sacado -toda la filosofía que tiene. No estaba loco. Lo -que ha hecho es dejarnos ejemplo con su muerte. -La filosofía de ese suicidio es ésta: “Me mato por -no aguantar á mi mujer.” Pero su mujer es la mejor -del mundo. Luego... la mejor de las mujeres es -inaguantable. ¡Lo que serán las otras! ¡Y lo que -será el matrimonio!</p> - -<p>Este Autónomo es el redentor de los célibes.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_153"></a>[Pg 153]</span></p> -</div> - -<h2 class="nobreak" >EL FILÓSOFO Y LA “VENGADORA”</h2> - - -<p class="center p1">(CORRESPONDENCIA)</p> - - -<h3>I</h3> - -<p>Amigo mío: aunque vivo lejos del mundanal ruido, -no dejo de enterarme por los periódicos de los -sucesos públicos más interesantes, en particular de -los que atañen á la vida literaria contemporánea, -que sabes cuánto me llama la atención, por el gran -valor social que atribuyo á sus manifestaciones. -Pues bien: he leído el monólogo de Teresa, la <em>vengadora</em> -de Sellés, y he visto que al público no le ha -parecido inverosímil que una mujer de esa clase, de -esa <em>vida</em>, sepa hablar tan bien y pensar tan profundamente. -El buen éxito de la Teresa de Sellés me -anima á publicar, por tu conducto, si aceptas el encargo, -esta especie de <em>Heroídas</em> en prosa que adjuntas -te remito y que son, como verás, una correspondencia -entre una verdadera <em>vengadora</em> y este -humilde <em>filósofo</em>, según tú y otros amigos me llamáis, -tal vez por burlaros de mis aficiones. Mi <em>vengadora</em> -es más sabia que Teresa, hasta es pedante -y muy aficionada á psicologías, según consta en -esos papeles. He tenido guardadas estas cartas porque, -si bien me parece que tienen cierto sabor lite<span class="pagenum"><a id="Page_154"></a>[Pg 154]</span>rario -(y perdona la inmodestia, por lo que toca á -las mías) no creí hasta ahora que el público pudiera -encontrar verosímil esta clase de damas de las -Camelias casi idealistas, retorcidas y alambicadas -de espíritu, pero no arrepentidas ni tal vez enamoradas. -Y que existe la mujer así es evidente: yo he -conocido, he visto ésa, de carne y hueso, y para que -tú la conozcas también, en espíritu, le dejo la palabra. -Lee, y si te parece, publica.</p> - -<p>Tuyo,</p> - -<p> -<em>El filósofo</em>.<br /> -</p> - - -<h3>II</h3> - -<p>Señor... filósofo: perdone usted, ante todo, que -no le llame por su nombre. Fernando no ha querido -decírmelo ni en presencia de usted ni á solas: -usted tampoco ha querido ser menos misterioso; de -modo que respeto... á la fuerza, el incógnito, y le -llamo por el mote que le han puesto sus amigos. -Pero conste que es á la fuerza, no porque yo quiera -usar con usted una familiaridad á que no tengo derecho -y á la cual usted no ha dado, por cierto, pretexto -en el corto <em>lapso de tiempo</em> (como dice Mambrú) -que he tenido el honor de tratarle. Además, -por mi gusto, aunque pudiera legítimamente hablarle -á usted, en broma, en estilo <em>festivo</em> (Mambrú), no -lo haría hoy, y le confieso que con mucho gusto le -llamaría mi estimado don... Pepe, por ejemplo, ó -Pepe ó Juan ó lo que sea, á secas. No estoy para -bromas. Además (y van dos), me tiembla el pulso -al escribir. Para mí la situación, ó el momento, ó<span class="pagenum"><a id="Page_155"></a>[Pg 155]</span> -como se diga, es solemne. Escribo, acaso por primera -vez, á un <em>hombre honrado</em>; pues me inclino á -creer que usted lo es, en efecto, no por las apariencias -sólo, no porque le llamen filósofo, y Fernando -diga que usted tiene mucho talento, pero <em>no vive en -la realidad</em>; estos serían, en todo caso, indicios de -su honradez de usted, pero no bastan: le creo hombre -honrado por otras señas que observé en el citado -<em>lapso</em> de Mambrú.—Y ¿qué es un <em>hombre honrado</em>?—dirá -usted.—¿Cómo cree ésta que por primera -vez escribe á un hombre honrado, cuando -tantas cartas... habrá escrito á Fernando... y al barón -de X y á Paquito H y... ¡etc., etc., etc., etc.!!!—Pues -sepa usted, señor filósofo (por mi gusto se llamaba -usted <em>mi querido don Andrés</em>, como mi padre) -que ni Fernando ni los demás perdidos son para mí -hombres honrados. ¿Qué es entonces un hombre -honrado? Lo mismo que una mujer honrada. Son -hombres deshonrados los que tienen tratos con las -mujeres... que tienen tratos con esos hombres: ni -más ni menos. <i lang="la" xml:lang="la">Do ut des</i>, como dice Mambrú, aunque -no sé si viene á pelo. Esto no quiere decir que -yo tenga por <em>malo</em> á Fernando, eso no; pero no es -lo mismo. Tampoco yo soy una <em>mujer honrada</em> y -me tengo por buena. Ya ve usted que soy bien franca -y que no juego <i lang="en" xml:lang="en">á la demi mondaine</i>. ¡Ah! No. -¡Viva España! Si yo fuera literata no hablaría como -esas señoras sospechosas que he visto representar -á la Duse y á la Tubau: hablaría como la <cite>Celestina</cite>, -que es una comedia, ó novela en conversación, que -me leyó Fernando y me gustó mucho... Pero vamos -al grano. Usted es un <em>hombre honrado</em>, ó me lo pa<span class="pagenum"><a id="Page_156"></a>[Pg 156]</span>rece, -y esta <em>novedad</em> me infunde un respeto extraño -(á ratos, cuando estoy de broma, loca, si me acuerdo -de usted... se me escapa por dentro la risa) y... si -he de ser franca del todo... me entraron, al fijarme -en el modo que usted tenía <em>de no mirarme</em>, vivos -deseos de hacer que me mirara y admirara... y deseara. -Todo esto pasó, me pesa, y por eso se lo -digo (y perdone tanto <em>seseo</em>). Á los ojos no me miró -usted más que un <em>momentín</em> muy pequeño que no -debe de merecer el nombre de <em>lapso</em>. Usted también -debe de acordarse. Es usted el único hombre que -entró en esta casa, desde que vivo con Fernando, á -quien no le conocí ni asomos de intención de burlar -<em>al amigo</em> y quitarle, más ó menos completamente, la -fidelidad cuasi conyugal de su Nila. Pero hizo usted -otra cosa: se llevó usted el retrato que había sobre -la <em>cónsola</em>, como dice Trini. Fernando, que miente -cuando es necesario, y eso que es casi tan <em>pensador</em> -como usted, jura y perjura que él no le regaló el -cuadrito, y como yo estoy segura de que usted fué -quien se lo llevó, de que el cuadro desapareció -cuando usted salió de casa; como es imposible que -fuera el <em>ladrón</em> alma nacida no siendo usted (no admito -discusión sobre esto) resulta... eso... que ha -robado usted el retrato de la señorita Elena, la hermana -que se le murió á Fernando. No es probable -que usted se atreviera á llevarse el cuadro sin pedirlo; -pero sí creo que de Fernando no salió el ofrecérselo. -Fué usted quien, ya que no me ofendió deseando -mi <em>infidelidad</em>, me maltrató sin decírmelo, -advirtiendo á Fernando que el retrato de su hermana -parecía mal en la casa en que vivimos juntos.<span class="pagenum"><a id="Page_157"></a>[Pg 157]</span> -(De que se lo llevó usted estoy segura; porque Fernando -no se lo tragó. Yo le registré en cuanto usted -salió, y á la calle no pudo tirarlo, y en casa doy fe -de que no está. Usted lo tiene). Él dice que estuvo -usted algo enamorado platónicamente de su hermana -Elena, y que por eso...</p> - -<p>No es eso. Es que usted cree que yo no debo tener -en <em>mi</em> casa el retrato de esa señorita. Yo pensaba -que no había pecado ni ofensa en ello; que -bastaba con no haber creído prudente, por el qué -dirán, sólo por eso, que entrase en casa ni una hilacha, -ningún recuerdo de la pobre <em>difunta</em>... de la -<em>otra</em> difunta. Sea como quiera (Mambrú), digo, no, -<em>séase de esto lo que quiera</em>, yo acato el <em>superior criterio</em> -de usted; pero se me figura que si en vez de -encontrarse con Cristo se encuentra con usted la -Magdalena, se quedan sin santa de su devoción las -Arrepentidas. En resumidas cuentas, si usted quiere... -devuélvanos el retrato (á no ser que jure <em>haber -amado</em> á esa señorita). Como usted, aunque filósofo, -no lo sabe todo, ni lo entiende todo, no sabe, no -comprende el papel que ese cuadrito desempeñaba -en la casa. Era objeto de una especie de culto doméstico, -nuestros <em>dioses lares</em>, nuestros <em>penates</em>, ó -como se diga: algo así como un pebetero de buen -olor de honradez, de intimidad digna, noble. Fernando -y yo, que somos á ratos unos locos, nos hemos -empeñado en que el amor todo lo vence (ó la -pata de cabra), y llegamos á figurarnos que somos... -no marido y mujer, que eso no hace falta, y dice -Fernando que mujer <em>se tiene</em> una sola, sino algo -que, sin ser matrimonio, ni querer imitarlo, y sin<span class="pagenum"><a id="Page_158"></a>[Pg 158]</span> -dejar de ser amor, es otra cosa también digna á su -modo, no <em>honrada</em>, pero otra cosa, tal vez mejor, -allá, en alta metafísica. En fin, esto se lo explicará -á usted Fernando, si hablan de ello, mejor que yo. -Y eso que, no crea usted, puesta á ello, yo también -podría analizar con el escalpelo de la crítica (Mambrú -puro) estas quisicosas del alma en sus relaciones -con el <em>medio ambiente</em>. (Repito que dispense usted -las bromas: no domino el estilo: él me lleva á -mí y por la costumbre de hablar siempre en <em>guasa</em> -escribo de esta manera... cuando quisiera escribirle -á usted como el devocionario).</p> - -<p>Conque ¿nos devuelve usted el retrato? Por si se -niega, ahí le mando á usted por Petra ese paquete: -es un escapulario de mi madre que yo he traído -<em>casi siempre</em> conmigo. Ahora caigo en la cuenta de -que, si el retrato de la señorita Elena <em>se mancha</em> estando -sobre una consola de la sala, este recuerdo -de mi madre, bendito por añadidura, porque está -tocado al Santísimo Cristo de las Cadenas, <em>se mancha</em> -exponiéndose al roce de Fernando, que es tan... -tan <em>corrompido</em> como esta servidora. Ó vuelve el -retrato y admita usted los tiquis miquis sentimentales -y suprasensibles de nuestro <em>arreglo</em>, ó quédense -en poder del <em>hombre honrado</em> las dos cosas. -Y, <em>más diré</em> (Mambrú), si usted nos devuelve el retrato... -por el favor... y por <em>un no sé qué</em>, porque -eso otro es más serio, más... religioso, más... del -alma, quédese usted, si quiere, de todos modos, -con el recuerdo de mi madre que le envío por Petra. -Su affma. s. s. y a. q. b. m., Nila.—Va sin señas el -sobre porque no sé cómo se llama usted ni dónde<span class="pagenum"><a id="Page_159"></a>[Pg 159]</span> -vive... (Petra lo sabe... pero ésa no lo dice; fué ama -de cría de Fernando; está juramentada... Pequeñeces -de la vida semiconyugal. Fernando es así. Él -dice que es una broma el no dejarme saber quién -es usted... Me deja escribirle... con esta condición: -que no he de volver á verle ni he de saber dónde -está, ni cómo se llama). Petra también dice que es -broma y se ríe á carcajadas. En el fondo me halaga -estar <em>un poco</em> presa... y con espías. Fernando no lee -mis cartas: dice que le basta con leer lo que usted -me conteste... si se lo permito. Petra no sabe leer. -Yo puedo decirle á usted lo que quiera, siguiendo -la broma; pero usted á mí es seguro que sólo me -dirá lo que deba. Es una diversión como otra cualquiera -y que Fernando me <em>otorga</em>, á cambio del teatro. -Lo malo es que usted se cansará pronto de esta -comedia. Pero... no deje de contestarme, por lo -menos á esta <em>primera de retratos</em>, como diría Sancho. -(¿Eh? ¡Qué erudita!)—Vale.</p> - - -<h3>III</h3> - -<p>Mi estimada amiga: es de mi obligación, aunque -me pese, romper á las primeras de cambio el encanto -de la novela misteriosa, y á su modo picaresca, -que usted tenía tramada y cuyo primer capítulo -viene á ser la carta habilidosa á que contesto. Si en -las comedias <em>todo lo comprenden á lo último</em>, yo, -para que no haya comedia, le declaro que lo he -comprendido todo desde el principio. Casi todo. Ni -Fernando le ha callado á usted mi nombre, ni le ha<span class="pagenum"><a id="Page_160"></a>[Pg 160]</span> -prohibido saber dónde vivo, ni Petra ha sido nodriza, -ni él desconfía de nosotros, de mí particularmente, -ni, mucho menos de usted, en el sentido de -creer que mi prosa puede ser pólvora en salvas -para seducir á usted, y que, en cambio, mi presencia -corporal pudiera vencerla. Esto es lo que usted -quería dar á entender... Comprendido; pero no hay -tal cosa: es una estratagema de usted: la trama de -su novela. Queda deshecha. Le advierto que Fernando -no sabe lo que usted me ha escrito; ignora -que usted quería componer una novela en colaboración -con el <em>filósofo</em>. Yo le he preguntado lo que -necesitaba saber para cerciorarme de que usted -<em>fantaseaba</em>, pero de suerte que él nada pudiera sospechar -del secreto fin de mis preguntas.</p> - -<p>También es obligación mía advertir á usted que -de Fernando á mí hay un género de intimidad espiritual -que usted no puede sospechar adónde -llega. Usted es muy lista, sabe mucho (la aparente -frivolidad y el desaliño contrahecho de su carta -tampoco me engañan), ha leído usted mucha psicología... -de novela y aun algo de literatura mística. -Ya ve usted si estoy enterado. Pero, permítame -que se lo diga: una mujer, como no sea una mujer -extraordinaria, un monstruo verdadero, no llega en -estas materias adonde llegan los hombres... cuando -llegan. Sé que usted es capaz de comprender <em>mucho -más</em> de lo que pudiera inducirse á juzgar por -su carta... en la que imita usted á ciertas damas -alegres de novela y comedia... Es más; adivino que -si usted vuelve á escribirme, convencida de que he -conocido el disfraz, se pondrá otro muy diferente,<span class="pagenum"><a id="Page_161"></a>[Pg 161]</span> -y acaso le dé por presentárseme hecha una Hipatía -moderna. Pues con todo eso, no es probable que -usted pueda comprender de qué clase es la intimidad -espiritual de Fernando y el que suscribe. Tenga -usted cuidado, por consiguiente, con lo que me -dice. Lo que usted y Fernando puedan confesarse, -comunicarse en los momentos más sublimes de esa -metafísica amorosa que todo lo perdona, todo lo -santifica, etc., etc., no tiene comparación en profundidad, -solemnidad y... bondad, con lo que en -otra clase de expansiones nos decimos ese <em>perdido</em>, -como usted le llama, y este <em>hombre honrado</em>, que lo -es, en efecto, en la acepción que da usted á la palabra. -Honrado... hasta cierto punto. Y para que no -vuelva usted á reirse de mí, en esos momentos en -que no es usted <em>mística</em>... á su manera, le voy á -contar un cuento. Hay un escritor en París (amigo -y algo así como correligionario de M. M. B. á quien -usted <em>tanto</em> conoce), el cual es propagandista y director -en cierto modo del movimiento neo-idealista, -ó neo-religioso, ó neo... lo que usted quiera, de -que tantas veces habrá hablado con usted M. M. B. -Pues el tal escritor en un artículo reciente nos -cuenta que otro amigo suyo (no M. M. B.), que quería -convertirse á la nueva escuela ó tendencia, así como -idealista y religiosa, le decía un tanto alarmado:—Pero, -vamos á ver, esto de la nueva idealidad, -de la futura religiosidad ¿significa... que no va uno -á poder mirar á las mujeres bonitas?—El filósofo -cuasi-místico le reanimó diciéndole que no se trataba -de votos de castidad, ni de abstinencia que, -por modestia se seguía dejando á los sacerdotes<span class="pagenum"><a id="Page_162"></a>[Pg 162]</span> -<em>verdaderos</em>, á los de carrera. Pues bien, amiga mía: -yo soy de la escuela del amigo de su amigo de usted. -Yo miro á las mujeres bonitas y consagro no -pequeña parte de mi vida á estar enamorado á mi -manera. El amor no es pecado ni pequeñez cuando -se le sabe conservar su mayor encanto, que es la -ilusión. Así como Gœthe, en el <cite>Fausto</cite>, segunda -parte, que usted leyó en Granada, en la Alhambra -(¿estoy enterado?) hace decir á Manto en la Walpurgis -clásica <cite>Den lieb ich, der Unmögliches begehrt</cite><a id="FNanchor_1" href="#Footnote_1" class="fnanchor">[1]</a> -yo opino que el amor imposible es lícito... -al que, por una razón ó por otra, no debe amar en -una mujer lo posible.</p> - -<p>Yo, por motivos que no son del caso, no puedo -amar lícitamente á las mujeres que encuentro por -ahí, si se ha de entender por amar pretender <em>poseerlas</em>. -(Palabra bárbara, grosera, aunque no tanto, -como aquélla que abunda en nuestros poetas clásicos: -<em>gozarla</em>).</p> - -<p>Por esto consagro mi idealidad amorosa, fuerza -inexorable, invencible, que ha de ser respetada si -no se ha de mutilar la <em>representación poética</em>, <em>animadora -de la vida</em>, á las vírgenes pudorosas, inasequibles, -de las que estoy seguro que no serán mías. -En cuanto veo en ellas este <em>imposible moral</em> que -dignifica mi <em>ilusión</em>, á ésta me arrojo sin miedo, remordimiento -ni medida. No digo, amiga mía, que -esto sea una perfección moral, ni mucho menos, ni -me propongo como dechado; no hago más que declarar -cuál es el expediente á que he podido llegar -<span class="pagenum"><a id="Page_163"></a>[Pg 163]</span>yo para resolver, interinamente á lo menos, esta -dificultad que engendra la oposición entre ciertas -leyes sociales, consuetudinarias, hoy por hoy indispensables, -y algunas tendencias naturales que constituyen -elementos insustituíbles para la vida estética -armónica. Hablo de esto, principalmente, por -que usted vea que yo no bajo la vista en presencia -de la mujer, sino que <em>por principios</em> me enamoro, á -mi manera, exclusivamente de las mujeres puras, -de las que no son capaces <em>moralmente</em> de amar, ó -mostrarlo al menos, á un hombre que no puede -contraer <em>justas nupcias</em>. La mujer imposible es mi -único <em>tópico</em> amoroso. Ya lo sabe usted. De modo -que entre nosotros no hay <i lang="en" xml:lang="en">flirtation</i> posible; y, además, -no cabe mirarme como un <em>seminarista escapado</em>: -soy tan <em>hombre de mundo</em> como cualquiera... -que no practique. Ni una <em>tentación</em> para los momentos -de <em>mística</em> diabólica, ni una figura ridícula para -los momentos de epicurismo reincidente. Tengo un -verdadero placer al escribir todo esto, seguro de -que usted me entiende. Lo cual no quiere decir que -usted <em>lo entiende todo</em>. No, ciertos lazos que nos -unen á Fernando y á mí, y de que él tal vez está -olvidado por algún tiempo, usted no puede verlos. -Su vista espiritual es sutil, pero no tanto. Y ahora -á otra cosa. No quiero ser traidor. Sé su historia -de usted... hasta el punto que usted ha querido -que la supiera Fernando.</p> - -<p>Y un poco más allá, por ciertos cálculos de trigonometría -psicológica que hicimos entre Fernando y -yo, y después yo solo, Fernando no le ha jugado á -usted ninguna partida serrana, al contarme sus con<span class="pagenum"><a id="Page_164"></a>[Pg 164]</span>fidencias. -No puede usted figurarse adónde llega la -intimidad de dos amigos verdaderos; qué secretos -se cuentan cuando casi emborrachados materialmente -por las mutuas confesiones de idealidades, -aventuras poéticas, vaporosas, discurren horas y -horas, verbigracia, paseando á media noche, en -primavera, recogiendo al paso las emanaciones perfumadas -de los jardines de los ricos (de los ricos -que no gozan de esta riqueza suya, porque ó duermen -ó velan por miserables cuidados lejos de sus -propias flores), gozando de esos aromas volanderos -que se burlan del derecho de propiedad y van -á halagar los sentidos y el espíritu de sus verdaderos -propietarios, los soñadores que pasean á media -noche contándose purísimos ideales, escudriñando -á dúo arcanos santos de la vida... Y el uno dice: -—Voy á llevarte á tu casa.—Y cuando llegan dice -el otro:—No tengo sueño, necesito andar más: voy -á llevarte yo á ti.—Y llegan á la casa del que acompañó -primero, el cual tampoco quiere acostarse todavía. -Y así van y vienen, y les sorprende el canto -de la alondra, aunque no haya alondras, pero les -sorprende el alba y el recuerdo de la alondra de -Shakespeare y el de Romeo que vela, y que, ausente -Julieta, pero presente el amigo, con él se compara -en deliquio que, si no es comparable al amoroso, -tiene una austera poesía inefable... que no comprenden -bien ustedes las mujeres, por exquisitas -que sean en sus <em>psicologías</em>, y aunque hayan acompañado -á un <em>poeta decadente</em> en un viaje, cuasi-peregrinación -por el país de los místicos.</p> - -<p>Sí, Nila, lo sé todo: sé su historia de usted... has<span class="pagenum"><a id="Page_165"></a>[Pg 165]</span>ta -donde la sabe Fernando. ¿Para qué contársela á -usted? Fuera impertinencia. Para hablarle de otras -cosas, del retrato que me llevé y del escapulario que -por Petra usted me envió, necesito, si he de ser sincero, -conocerla á usted más, para estar seguro de -no profanar, hablando con usted de ellas, cosas tan -serias y respetables como son el retrato de la hermana -de Fernando y el escapulario de su señora -madre de usted. Su affmo. amigo, q. b. s. p.,</p> - -<p> -<em>El Filósofo.</em><br /> -</p> - - -<h3>IV</h3> - -<p>Amigo... filósofo (repito que no sé su nombre de -usted; Fernando le ha engañado): observo con cierta -vanidad que es usted mucho más difuso y desordenado -que yo al escribir: empieza usted un asunto... -se pierde en pormenores, y ¡adiós <em>hilo del discurso</em>! -Además, también es usted menos... delicado... -¡Qué pocas galanterías me dice usted!... Hablar -así á una <em>dama</em> es enseñar las uñas... antes de limpiarlas. -No importa. Los filósofos me gustan así. -Los amantes, no. Observe usted que yo no hablaba -directamente nada apenas de nuestra <i lang="en" xml:lang="en">impossible flirtation</i>, -y usted... apenas habla de otra cosa, aunque -sea para negar su posibilidad. Pero vamos á -otro asunto. Á lo que <em>hoy</em> me importa. Digo hoy -porque otro día, que esté yo más desocupada, hablaremos -de otra cosa. Dejo para más adelante lo -de su amor de usted <em>en alemán</em>, lo de las <em>ingenuas</em>, -su afición á los pimpollitos (señal de vejez). (Ahora -la grosera soy yo, ¿verdad?) No haga usted caso. -Le comprendo á usted... un <em>poco</em> (hasta donde puede -comprender una mujer <em>no extraordinaria</em>) porque..., -<i lang="de" xml:lang="de">auch ich war in Arcadien geboren</i>: (<em>yo también -nací en Arcadia</em>) (Schiller), y yo también sé alemán -y <em>supe</em> querer en <em>alemán</em>. Yo también fuí, si no filósofo -ni <em>amigo íntimo</em>, mujer pura, virgen <em>imposible</em> -(y con todo, hubo quien pudo). Pero á eso íbamos, -antes del paréntesis. Íbamos á mi historia. ¿Conque -la sabe usted? ¿Está usted seguro? Usted sabrá -la que Fernando le contó; pero, ¿es ésa mi historia? -Ésta es la cuestión. Lo primero que <em>exijo</em> es que -me la cuente usted... Porque... puede muy bien suceder -que yo no la sepa. Ó porque Fernando no le -haya contado á usted la misma que yo le conté á -él... ó porque yo me haya olvidado de la historia -que le conté á Fernando. Veamos. Venga ésa, la -que usted sabe, y después yo desembucharé la historia -<em>auténtica</em>... si me conviene. Diga usted lo que -sabe, criatura. Su amiga y colega en pedantería, -<em>Nila</em>. Hoy no hay postdata: no la merece usted.</p> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_166"></a>[Pg 166]</span></p> -</div> - - -<div class="footnotes"> -<p class="p2 center big2">NOTAS:</p> - -<div class="footnote"> - -<p><a id="Footnote_1" href="#FNanchor_1" class="label">[1]</a> Yo amo al que desea lo imposible.—(N. de C.)</p> -</div></div> - - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_167"></a>[Pg 167]</span></p> -</div> - -<h2 class="nobreak" >MEDALLA... DE PERRO CHICO</h2> - -<p class="p2">¿Que no conocen ustedes á la de Casa-Pinar? -¡Pues si no se ve por ahí otra cosa! Ella es la golondrina -que sí hace verano.</p> - -<p>En cuanto asoma Agosto, se presenta Agripina -Pinillos, hija de la marquesa viuda, y pontificia, de -Casa-Pinar.</p> - -<p>Es una golondrina que no viene de África, á no -ser que África empiece en Pajares. Viene de tierra -de Campos ó cosa así: es <i lang="en" xml:lang="en">high life</i>... de <em>tierra</em>, y, á -todo tirar, de <em>Toro</em>.</p> - -<p>Todos los veranos aparece con una protesta que -no se le cae de los labios, á saber: que por milagro -de Dios no está en San Sebastián ó en Ostende ó -en Corls... eso, en fin, donde la señora de Cánovas.</p> - -<p>Todavía da la mano como se daba el año ochenta -y tantos, es decir, como quien da una coz con los -remos delanteros. Si no fuese por la moda, ese ídolo -que no conocieron los griegos, la de Casa-Pinar -sería una perfecta hermosura. No es la Venus Urania, -es la Venus... <i lang="en" xml:lang="en">snob</i>.</p> - -<p>Sí; representa el <em>snobismo</em>... de cabotaje.</p> - -<p>Porque no sale de nuestras costas.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_168"></a>[Pg 168]</span></p> - -<p>Quiere ser más figurín que estatua. Entre Fidias -y el <em>modisto</em> mejor de París, ella no vacilaría: se -pondría en manos del <em>modisto</em>.</p> - -<p>Cuando se ve desnuda, se desprecia. Y vuelve á -ser el pavo real, satisfecho de sus plumas, cuando -se ciñe el ridículo traje de baño y se pone el sombrero -que la convierte en un patache á toda vela, ó -el gorro ignominioso que la hace parecerse á un -frasco de esencias. ¿Queréis que os salude la de -Casa-Pinar, ya que tenéis el honor de tratarla y ser -acreedor de su señora madre, por ejemplo?</p> - -<p>Pues en vano aspirais á tal privilegio... si llevais -chaleco al balneario.</p> - -<p>Es necesario, para que Agripina os honre con -algo más que una imperceptible inclinación de cabeza, -que os presentéis con zapatos blancos, de -tela y con semicírculos de charol, con faja chillona -y camisa churrigueresca terminada por cuello blanco -de los que dan garrote al dar vuelta.</p> - -<p>Agripina Pinillos viene á la playa á curar no sé -qué humores, que más parecen humos; pero la vida -que hace no es para llegar á vieja. Como el otro -dijo: <em>mi cura de aguas</em>, ella puede decir... <em>mi cura -de vientos</em>. Y no es por lo que la dé el aire, sino -porque todo lo sacrifica á los huracanes de la vanidad.</p> - -<p>Se levanta á las doce, porque trasnocha, y se va -muy peripuesta á <cite>Las Carolinas</cite> en el momento -preciso en que no se puede dar un paso por los corredores.</p> - -<p>Se da algunos días, cuando hay muchos espectadores -sin chaleco, un baño de arena y de malicia.<span class="pagenum"><a id="Page_169"></a>[Pg 169]</span> -Usa bañero, que como no trae chaleco, no se hace -acreedor á su desprecio.</p> - -<p>Al obscurecer la veréis en las Termópilas de la -calle Corrida, dando “los codazos que daba Mesalina” -en las estrecheces de la acera, delante de <em>Colón</em>.</p> - -<p>De noche, ya se sabe, en las Catacumbas de Dindurra, -esto es, en el Teatro Cómico, que no se da -un aire al de Lara porque allí no hay aire ni para -eso. Total, que la de Pinillos no respira en todo el -día. Vive del aire que lleva en la cabeza.</p> - -<p>¿Ama? Sí, ama, según su género (algodón) á un -joven, también triguero, que tiene un traje para -cada hora del día. ¿Qué digo cada hora? La indumentaria -de este sietemesino puede reemplazar á -un reloj de sol, porque va cambiando según el astro -rey sube y baja por el espacio. Fijaos bien y -veréis que el sombrero de Juanito Pinabete y Conífera -no es absolutamente el mismo á las once que -á las once y cuarto.</p> - -<p>Pero ¡ay! Pinabete <em>está llamado á desaparecer</em> del -corazón de trapo de Agripina. Porque acaba de llegar -un teniente armado de todas armas, el cual -tiene tantos trajes como Juanito, más el uniforme -que á última hora se viste para deslumbrar á Agripina -con todos aquellos cordones, bordaduras y cimeras...</p> - -<p>Y Pinabete no tiene uniforme; lo cual le hace suspirar -exclamando:</p> - -<p>¡Si yo fuera... siquiera bombero!</p> - -<p>Para terminar:</p> - -<p>Dicho sea en honor, ó en deshonor, según se -mire, de Agripina la de Casa-Pinar.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_170"></a>[Pg 170]</span></p> - -<p>Ya que en esta mujer no hay nada espiritualmente -humano, confesemos que algo humano hay, -según la materia.</p> - -<p>Porque <em>Xuaco</em>, el buen mozo que la baña, tiene -mucho apego á esta parroquiana, y eso que sabe -que las de Casa-Pinar no dan propina.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Paca Blanco también es de Castilla, del mismo -pueblo que la de Pinillos. Se baña allá, hacia las -últimas casetas de la <em>Sultana</em>. Al llegar á la orilla -del agua parece una figura dantesca, con su -saco largo, obscuro, de graves y preciosos pliegues. -Es alta, esbelta, de alabastro; no se baña con -sombrero, ni gorro, ni papalina; el sol le bruñe el -rodete negro, de picaporte, el radiante casco de Minerva -aldeana. Sus ojos, moras maduras, se ven -más de lejos; y de cerca, las pocas veces que miran -despacio y con susto, son todo un hartazgo de delicias, -unas bodas de Camacho de golosinas del -alma. La Paca es hija de un cosechero rico que -vive, no á lo pobre, pero sí á lo modesto. La Paca -no es señorita, ni gana. Su hermosura soberana es -anterior á la división de clases.</p> - -<p>Se baña al salir el sol. Nada de bañero. No sube -á los balnearios, no va al teatro. Mucha playa, paseos -por Santa Catalina, y cuando hay mucha ola ó -salen barcos grandes, un ratico de contemplación, -apoyada en el muro alto del muelle. Se llena Paca -los ojos, serios y soñadores, de la poesía del hori<span class="pagenum"><a id="Page_171"></a>[Pg 171]</span>zonte, -como si esperase algo que de allá lejos le -ha de traer una ventura.</p> - -<p>Casi nunca ríe; pero si una ola salta por encima -del muro y la refresca el rostro con agujitas saladas, -que son como una caricia, se enjuga las mejillas -de rosa, un poco sonriente.</p> - -<p>De noche, con su padre, á tomar el fresco, á oir -la música de Begoña, de lejos, desde lo oscuro.</p> - -<p>No tiene novio; no tiene amores. Pero tiene algo -mejor: los espera.</p> - -<p>Cualquiera diría que se aburre en los baños. Y -no hay tal: cuando está allá en su Castilla, contemplando -la llanura de tierra, se acuerda con amor -triste de la llanura del agua; de lo que sintió y -sonó en su orilla. Verdad es que ahora, á orillas -del Océano, recuerda con vaga <em>saudade</em> sus queridos -llanos de Castilla.</p> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_172"></a>[Pg 172]</span></p> -</div> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_173"></a>[Pg 173]</span></p> -</div> - -<h2 class="nobreak" >DIÁLOGO EDIFICANTE</h2> - - -<p class="p2 center">PERSONAJES:</p> - -<p class="center">La Capilla evangélica.—La Catedral de Covadonga.<br /> -Coro de Catedrales.</p> - - -<p class="center p2">LA CAPILLA</p> - -<p> -Cerrada.<br /> -</p> - -<p>¿Por qué no me abren? Por fanatismo.</p> - - -<p class="center p2">LA CATEDRAL</p> - -<p> -Asomando algunas columnas á flor de tierra.<br /> -</p> - -<p>¿Por qué no me sacan de cimientos? ¿Por qué no -me construyen de una vez? ¿Por qué no me cubren, -á lo menos, para librarme de la intemperie? Por -avaricia, por indiferentismo.</p> - - -<p class="center p2">LA CAPILLA</p> - -<p>Como el pino del Norte suspiraba por la palmera -del Mediodía, podemos amarnos y entendernos, -¡oh catedral católica!, tú desde tu vericueto de Covadonga, -yo desde este desierto madrileño...</p> - - -<p class="center p2">LA CATEDRAL</p> - -<p>No diré yo tanto. Nada de coaliciones imposi<span class="pagenum"><a id="Page_174"></a>[Pg 174]</span>bles. -Quéjate tú por tu cuenta, y yo me lamentaré -por la mía. No somos hermanas. <i lang="la" xml:lang="la">Non possumus.</i> -Somos un contraste.</p> - - -<p class="center p2">LA CAPILLA</p> - -<p>Como quieras. Pero de nuestra antítesis sale una -armonía elocuente. Á mí no me dejan <em>abrirme</em> y ya -estoy construída. Á ti te abrirán sin inconveniente, -pero no te construyen. Si no fuera absurdo se podría -decir que quien sale perdiendo es Dios, que -tiene dos templos menos.</p> - - -<p class="center p2">LA CATEDRAL</p> - -<p>En otros siglos, valga la verdad, no te dejarían -abrirte tampoco, y hasta se atreverían á derribarte; -pero, en cambio, á mí me construirían en poco -tiempo, con entusiasmo, á la voz de la fe viva y ardiente.</p> - - -<p class="center p2">LA CAPILLA</p> - -<p>Hoy existe bastante fanatismo para inutilizarme -á mí y poca fe para levantar tus paredes, tus torres. -De la religión se han quedado con lo peor, con -la intransigencia.</p> - - -<p class="center p2">LA CATEDRAL</p> - -<p>Sí; no cabe negar que falta fe y hay fanatismo. -Pero todavía hay fanáticos peores que los nuestros. -Los fanáticos descreídos. El fanático con dogma -tiene esa disculpa, el dogma; pero ¿qué le queda al -impío que ni siquiera es tolerante?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_175"></a>[Pg 175]</span></p> - - -<p class="center p2">LA CAPILLA</p> - -<p>¿Hay de ésos en tu patria?</p> - - -<p class="center p2">LA CATEDRAL</p> - -<p>Muchos. Son inquisidores herejes, familiares de -la apostasía, ó lo que es peor que todo: sectarios -intransigentes de la negación, <em>celotas</em> de la impiedad -superficial, sicarios del ateísmo. ¡Hay español -nieto de cien cristianos que ha dado su religión -por cuatro frases hechas... con cuatrocientos galicismos!</p> - - -<p class="center p2">LA CAPILLA</p> - -<p>Tal vez constituyen la mayoría entre unos y -otros. Los fanáticos á la antigua no quieren más -culto que su culto; como si su dios fuera el sol, no -el Espíritu Eterno, toleran en la sombra otros ritos, -otras ceremonias religiosas, pero no á la luz del -día. ¡Adoran á Febo y temen que se profane su -culto!</p> - - -<p class="center p2">LA CATEDRAL</p> - -<p>Los fanáticos <em>modernos</em> no conciben que se construya -una catedral en Covadonga á expensas de -toda la nación, como obra patriótica, como grandioso -monumento que conmemora la primera hazaña -de la reconquista, el primer milagro del valor -español en su lucha de tantos siglos contra los sectarios -de Mahoma. “¿Por qué una catedral?—gritan—¿Y -la libertad de cultos? ¿Y el racionalismo? -Los que no oímos misa ¿por qué hemos de construir -una catedral?”</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_176"></a>[Pg 176]</span></p> - -<p>¡Porque lo quiere la historia! ¿Por qué no habéis -de construir en Covadonga una mezquita, ni una -pagoda, ni un frío monumento anodino, <em>abstracto</em> -como el del Dos de Mayo, lo cual equivaldría á olvidar -la mitad, por lo menos, de lo que Covadonga -representa? ¿Que no queréis hacer de Covadonga -un Lourdes? Perfectamente; pero si no queréis que -otros, aunque sea poco á poco, hagan eso, apresuraos -á hacer otra cosa, una obra nacional, un gran -recuerdo histórico; y como la Historia es como es y -no como el capricho de cada cual, Covadonga, quiéralo -ó no el racionalista <em>negativo</em>, tiene que representar -dos grandes cosas: un gran patriotismo, el -español, y una gran fe, la fe católica de los españoles, -que por su fe y su patria lucharon en Covadonga. -Una catedral es el mejor monumento en -estos riscos, altares de la patria.</p> - - -<p class="center p2">LA CAPILLA</p> - -<p>Hablas como un libro. Y esos fanáticos <em>nuevos</em> -son tan irracionales como los viejos, que me niegan -el derecho á la vida porque, llamándome yo cristiana, -y sin que nadie me niegue tal nombre, ostento -en mi fachada una cruz y un letrero que dice: -“Cristo, redentor eterno”. ¿Qué hay de malo en -esto?</p> - - -<p class="center p2">LA CATEDRAL</p> - -<p>Creerán que lo dices con segunda.</p> - - -<p class="center p2">LA CAPILLA</p> - -<p>El signo de la cruz ¿no es siempre santo? ¿Ó es<span class="pagenum"><a id="Page_177"></a>[Pg 177]</span> -que quieren parecerse esos fanáticos ortodoxos al -impío Strauss, que en sus <em>Confesiones</em> llega á declarar -que la cruz le repugna?</p> - - -<p class="center p2">LA CATEDRAL</p> - -<p>Con la Constitución del Estado en la mano te demuestran -que no tienes derecho á la cruz de la fachada...</p> - - -<p class="center p2">LA CAPILLA</p> - -<p>Así argumentaban los saduceos cuando querían -probar á Roma que Jesús barrenaba la constitución -judaica...</p> - - -<p class="center p2">LA CATEDRAL</p> - -<p>En cambio, si los fanáticos <em>nuevos</em> triunfan, ya -harán otra Constitución para declarar que en España -tanto como yo representa cualquier zaquizamí -en que á un extravagante soñador se le antoje exhibir -un culto de su invención... y acaso de su industria. -Unas constituciones niegan la historia y -otras niegan la filosofía... Pero al fin á ti sólo te -perjudican tus contrarios, los que ven en ti el símbolo -de la abominación. Pero á mí me dejan abandonada -todos, los que debieran ser mis amigos por -patriotas y los que debieran serlo por patriotas y -por creyentes de mi Iglesia. Hace muchos años, un -santo obispo, varón elocuente y virtuoso, lleno de -humildad y de fe, vino de Levante, de país muy diferente -de estas mis brumosas montañas, y él, hijo -del sol, de la clara y diáfana atmósfera mediterránea, -se enamoró de estos lugares húmedos y oscu<span class="pagenum"><a id="Page_178"></a>[Pg 178]</span>ros -por el encanto singular de estas montañas, sagradas -para el cristiano y para el patriota. La idea -del santo obispo fué construir aquí una catedral -sobre estos vericuetos dantescos, y en los primeros -trabajos necesarios empleó su patrimonio. La fe y -el patriotismo de los demás debía ayudarle, convertir -en realidad su noble idea... Pero España no -comprendió la grandeza del propósito. Se convirtió -en cuestión de interés provincial puramente lo que -debiera ser empresa nacional, porque Covadonga -no es sólo de Asturias, es de España.</p> - - -<p class="center p2">LA CAPILLA</p> - -<p>Y esta aristocracia ilustre, cuyas principales damas -tan ruda guerra me han declarado á mí, ¿no ha -dado su dinero, no ha facilitado su influencia para -levantar tus muros y hacer de tus naves un santuario -digno de la gran idea religiosa y española que -representas?</p> - - -<p class="center p2">LA CATEDRAL</p> - -<p>Esas damas ilustres, cuyos títulos reunidos parecen -un índice de la historia de España, no se han -acordado de mí... ni del origen de su grandeza. -Cuanto más ilustres esos grandes apellidos y esos -grandes títulos, más se acercan á mí. No hay nobleza -castellana más pura, más grande que la que -tenga su origen cerca de estas fuentes, de estas -aguas que se despeñan por ese torrente abajo...</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_179"></a>[Pg 179]</span></p> - - -<p class="center p2">LA CAPILLA</p> - -<p>Conque todas esas señoras que han ido á suplicar -á Sagasta que no se me abra...</p> - - -<p class="center p2">LA CATEDRAL</p> - -<p>Ignoran todas que un modesto sacerdote anda -por Asturias de puerta en puerta mendigando una -limosna para ir construyéndome poco á poco y con -el menor gasto posible, sin la magnificencia arquitectónica -que merezco... Debiera ser yo la obra espontánea, -simultánea y unánime de todas las fortunas -de España, y no soy más que una humilde -prueba de la caridad y del <em>provincialismo</em> de unos -pocos asturianos... ¿Qué más? Se acaba de celebrar -el centenario de Cristóbal Colón y su descubrimiento, -y todos han pensado en Granada, nadie se -acordó de Covadonga. Yo no discuto si esas ilustres -señoras y esos insignes obispos que piden al -Estado que no consienta tu apertura hacen bien ó -hacen mal. Lo que digo es que mucho más urgente -que impedir á los demás abrir sus templos es -construir los propios.</p> - - -<p class="center p2">CORO DE CATEDRALES</p> - -<p>¿Qué importa una capilla protestante en esta tierra -en que somos nosotras legión? ¡Somos un bosque -de torres cristianas! ¡Pero muchas amenazamos -ruina! ¡Que se salve la Giralda! ¡Que resplandezca -la linterna mágica de León, aquella inspiración sublime -de piedra! ¡Levantad en Covadonga, no una -pobre basílica amanerada y raquítica por su mise<span class="pagenum"><a id="Page_180"></a>[Pg 180]</span>ria, -sino un reflejo glorioso de nuestra grandeza! -¡La fe de León, de Burgos, de Sevilla, de Granada, -se salvó en Covadonga!</p> - - -<p class="center p2">LA CAPILLA EVANGÉLICA</p> - -<p>¡Oh, coro sublime! ¡Oh, sublime religión de Jesús!... -¡Tú sola pudiste inspirar estos ideales himnos -de piedra!...</p> - - -<p class="right small1" style="padding-right: 25%; ">Bajando la voz, porque á Segura llevan preso.</p> - -<p><i lang="la" xml:lang="la">¡Christus redemptor æternus!</i></p> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_181"></a>[Pg 181]</span></p> -</div> - -<h2 class="nobreak" >UN CANDIDATO</h2> - - - -<p class="p2">Tiene la cara de pordiosero; mendiga con la mirada. -Sus ojos, de color de avellana, inquietos, medrosos, -siguen los movimientos de aquél de quien -esperan algo, como los ojos del mono sabio á quien -arrojan golosinas, y que devorando unas, espera y -codicia otras. No repugna aquel rostro, aunque -revela miseria moral, escaso aliño, ninguna pulcritud, -porque expresa todo esto, y más, de un modo -clásico, con rasgos y dibujo del más puro realismo -artístico: es nuestro Zalamero, que así se llama, un -pobre de Velázquez. Parece un modelo hecho á -propósito por la Naturaleza para representar el -mendigo de oficio, curtido por el sol de los holgazanes -en los pórticos de las iglesias, en las lindes -de los caminos. Su miseria es campesina; no habla -de hambre ni de falta de luz y de aire, sino de mal -alimento y de grandes intemperies; no está pálido, -sino aterrado, no enseña perfiles de huesos, sino -pliegues de carne blanda, fofa. Así como sus ojos -se mueven implorando limosna y acechando la -presa, su boca rumia sin cesar, con un movimiento -de los labios que parece disimular la ausencia de -los dientes. Y con todo, sí, tiene dientes, negros, -pero fuertes. Los esconde como quien oculta sus<span class="pagenum"><a id="Page_182"></a>[Pg 182]</span> -armas. Es un carnívoro vergonzante. Cuando se -queda solo ó está entre gente de quien nada puede -esperar, aquella impaciencia de sus gestos se trueca -en una expresión de melancolía humilde sin dignidad -picaresca, sin dejar de ser triste; no hay en -aquella expresión honradez, pero sí algo que merece -perdón, no por lo bajo y villano, sino por lo doloroso. -Se acuerda cualquiera, al contemplarle en -tales momentos, de Gil Blas, de don Pablos, de -Maese Pedro, de Patricio Rigüelta; pero como este -último, todos esos personajes con un tinte aldeano -que hace de esta mezcla algo digno de la égloga -picaresca, si hubiese tal género.</p> - -<p>Zalamero ha sido diputado en una porción de -legislaturas; conoce á Madrid al dedillo, por dentro -y por fuera; entra en toda clase de círculos por -altos que sean; se hace la ropa con un sastre de -nota, y con todo, anda por las calles como por una -calleja de su aldea remota y pobre.</p> - -<p>Los pantalones de Zalamero tienen rodilleras la -misma tarde del día que los estrena. Por un instinto -del gusto, de que no se da cuenta, viste siempre de -pardo, y en invierno el paño de sus trajes siempre -es peludo. Los bolsillos de su americana, en los -que mete las manazas muy á menudo, parecen -alforjas.</p> - -<p>No se sabe por qué, Zalamero siempre trae migajas -en aquellos bolsillos hondos y sucios, y lo -peor es que, distraído, las coge entre los dedos -manchados de tabaco y se las lleva á la boca.</p> - -<p>Con tales maneras y figura, se roza con los personajes -más empingorotados, y todos le hacen<span class="pagenum"><a id="Page_183"></a>[Pg 183]</span> -mucho caso. “Es pájaro de cuenta”, dicen todos.</p> - -<p>“Zalamero, mozo listo,” repiten los ministros de -más correa. Fascina solicitando. El menos observador -ve en él algo simbólico; es una personificación -del genio de la raza en lo que tiene de más miserable, -en la holgazanería servil, pedigüeña y cazurra. -“Yo soy un frailuco—dice el mismo Zalamero—; un -fraile á la moderna. Soy de la orden de los mendicantes -parlamentarios.” Siempre con el saco al -hombro, va de ministerio en ministerio pidiendo -pedazos de pan para cambiarlos en su aldea por -influencias, por votos. Ha repartido más empleos -de doce mil reales abajo, que toda una familia de -ésas que tienen el padre jefe de partido ó de fracción -de partido. Para él no hay pan duro; está á -las resultas de todo; en cualquier combinación se -contenta con la peor; lo peor, pero con sueldo. Sus -empleados van á Canarias, á Filipinas; casi siempre -se los pasan por agua; pero vuelven, y suelen -volver con el riñón cubierto y agradecidos.</p> - -<p>—¿Qué carrera ha seguido usted, señor Zalamero?—le -preguntan las damas.</p> - -<p>Y él contesta sonriendo:</p> - -<p>—Señora, yo siempre he sido un simple hombre -público.</p> - -<p>—¡Ah! ¿Nació usted diputado?</p> - -<p>—Diputado, no, señora; pero candidato creo -que sí.</p> - -<p>—¿Y ha pronunciado usted muchos discursos en -el Congreso?</p> - -<p>—No, señora: porque no me gusta hablar de política.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_184"></a>[Pg 184]</span></p> - -<p>En efecto; Zalamero, que sigue con agrado é interés -cualquier conversación, en cuanto se trata de -política bosteza, se queda triste, con la cara de miseria -melancólica que le caracteriza, y enmudece -mientras mira receloso al preopinante.</p> - -<p>No cree que ningún hombre de talento tenga lo -que se llama ideas políticas, y hablarle á Zalamero -de monarquía ó república, democracia, derechos -individuales, etc., etc., es darle pruebas de ser tonto -ó de tratarle con poca confianza. Las ideas políticas, -los credos, como él dice, se han inventado para -los imbéciles y para que los periódicos y los diputados -tengan algo que decir. No es que él haga alarde -de escepticismo político. No; eso no le tendría cuenta. -Pertenece á un partido como cada cual; pero una -cosa es seguirle el humor al pueblo soberano, representar -un papel en la comedia en que todos -admiten el suyo, por no desafinar, y otra cosa es -que entre personas distinguidas, de buena sociedad, -se hable de las ideas en que no cree nadie.</p> - -<p>Zalamero, en el seno de la confianza, declara que -él ha llegado á ser hombre público... por pereza, -por pura inercia. “Dejándome, dejándome ir, dice, -me he visto hecho diputado. Nunca me gustó trabajar; -siempre tuve que buscar la compañía de los -vagos, de los que están en la plaza pública, en el -café, azotando calles á las horas en que los hombres -ocupados no parecen por ninguna parte. ¿Qué -había de hacer? Me aficioné á la cosa pública: me -vi metido en los negocios de los holgazanes, de los -desocupados, en elecciones. Fuí elector y cazador -de votos, como quien es jugador. Cuando supe<span class="pagenum"><a id="Page_185"></a>[Pg 185]</span> -bastante me voté á mí propio. El progreso de mi -ciencia consistió en ir buscando la influencia cada -vez más arriba. He llegado á esta síntesis: todo se -hace con dinero, pero arriba. Cuanto más arriba y -cuanto más dinero, mejor. El que no es rico, no por -eso deja de manejar dinero; hay para esto la tercería -de los grandes contratos vergonzantes. El -dinero de los demás, en idas y venidas que ideaba -yo, me ha servido como si fuera mío.”</p> - -<p>Mientras muchos personajes andan echando los -bofes para asegurar un distrito, y hoy salen por -aquí, mañana por los cerros de Úbeda, Zalamero -tiene su elección asegurada para siempre en el -tranquilo huerto electoral que cultiva abonando -sus tierras con todo el estiércol que encuentra por -los caminos, en los basureros, donde hay abono de -cualquier clase.</p> - -<p>Aunque trata á duquesas, grandes hombres, ilustres -próceres, millonarios insignes, cortesanos y -diplomáticos, en el fondo Zalamero los desprecia á -todos, y sólo está contento y sólo habla con sinceridad -cuando va á recorrer el distrito, y en una taberna, -ó bajo los árboles de una pumarada, ante el -paisaje que vieron sus ojos desde la niñez, apura -el jarro de sidra ó el vaso de vino, bosteza sin disimulo, -estira los brazos, y á la luz de la luna, con la -poética sugestión de los rayos de plata que incitan á -las confidencias, exclama con su voz tierna y ronca -de pordiosero clásico, dirigiéndose á uno de sus -íntimos aldeanos, agentes, electores, sus criaturas.</p> - -<p>—...Y después, si Dios quiere, como otros han -llegado, puedo llegar á ministro... y como no soy<span class="pagenum"><a id="Page_186"></a>[Pg 186]</span> -ambicioso, juro á Dios que con los treinta mil reales -de la cesantía me contento; sí, los treinta mil... -aquí, en esta tierra de mis padres, en la aldea, bajo -estos árboles, con vosotros...</p> - -<p>Y Zalamero se enternece de veras y suspira porque -ha hablado con el corazón. En el fondo es como -el aguador que junta ochavos y sueña con la terriña. -Zalamero, el palaciego del sistema parlamentario, -el pobre de la Corte de los Milagros... del -salón de conferencias: el mendicante representativo, -no sueña con grandezas, no quiere meter al país -en un puño, imponer un credo.</p> - -<p>¡Qué credos!</p> - -<p>Ser ministro ocho días, quedarse con treinta mil... -y á la aldea. Es todo lo Cincinnato que puede ser -un Zalamero. No quiere ser gravoso á la patria. -“Si me hubiesen dado una carrera, hoy sería algo. -Pero un hombre como yo ¿á qué ha de aspirar sino -á ser ministro cesante cuando la vejez ya no le -consienta trabajar... el distrito?”</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_187"></a>[Pg 187]</span></p> -</div> - -<h2 class="nobreak" >LA CONTRIBUCIÓN</h2> - - -<p class="center p1">TRAGICOMEDIA EN CUATRO ESCENAS</p> - - - -<p class="center p2 big2">ESCENA PRIMERA</p> - - -<p>Estación de Pinares. Al amanecer. El campo cubierto -de escarcha. Mucho frío. El tren parado delante del -andén. Algunos viajeros de tercera corren á la cantina, -donde se sirve café malo, pero caliente. Muchos -se soplan las manos, otros dan patadas fuertes contra -el suelo, otros se pasean, mientras se les prepara -el café. Los empleados, pocos y mal vestidos, de la -estación, muestran actividad extraordinaria. Es que -en un coche de lujo, en un <i lang="en" xml:lang="en">break</i>, viajan altos funcionarios -de la Compañía y un ministro, el de Hacienda.</p> - -<p class="p2 center">UN VIAJERO DE 3.ª</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>Enfermo, de color de aceituna, muy débil, vestido con un -traje claro muy ligero; se acerca, andando y hablando con dificultad, -al jefe de la estación, que pasa con mucha prisa.</p></div> - -<p>¿Me hace el favor?</p> - -<p class="p2 center">EL JEFE</p> - -<p>¿Qué hay?</p> - -<p class="p2 center">VIAJERO DE 3.ª</p> - -<p>¿Cuántos minutos para aquí?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_188"></a>[Pg 188]</span></p> - - -<p class="p2 center">EL JEFE</p> - -<p>¿No lo ha oído usted? Cinco.</p> - - -<p class="p2 center">VIAJERO DE 3.ª</p> - -<p>Pero como decían... que hoy... que se habían bajado -unos señores que tienen que hacer ahí fuera... -y se les esperaría... Pensaba yo...</p> - - -<p class="p2 center">EL JEFE</p> - -<p>Eso no es cuenta de usted ni mía.</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>El jefe desaparece sin oir las excusas del viajero de 3.ª, -que teme haber ofendido á aquel personaje.</p></div> - - -<p class="p2 center">VIAJERO DE 3.ª</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>Á otro empleado de la estación.</p></div> - -<p>¿Se puede saber cuánto pararemos aquí?</p> - - -<p class="p2 center">EL EMPLEADO</p> - -<p>¡Uf! Lo menos un cuarto de hora. ¿No ha visto usted -que se han apeado esos señores para ver las -obras del puente? Lo menos un cuarto de hora.</p> - - -<p class="p2 center">VIAJERO DE 3.ª</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>Con expresión de alegría y agradecimiento.</p></div> - -<p>Muchas gracias, muchas gracias... Pero ¿está usted -seguro que un cuarto de hora lo menos?</p> - - -<p class="p2 center">EL EMPLEADO</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>Con el humor del jefe:</p></div> - -<p>Hombre, ¿quiere usted una hipoteca?</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>Se va.</p></div> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_189"></a>[Pg 189]</span></p> - - -<p class="p2 center">VIAJERO DE 3.ª</p> - -<p>No, señor, gracias... Usted dispense... Basta la -palabra... ¡Quince minutos! ¡Oh, sí, me decido! ¡Dios -mío, dame fuerzas!</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>Con gran trabajo, respirando con dificultad, se dirige -hacia... <em>lo que no puede decirse</em>. Lee:</p></div> - -<p><em>Señoras</em>... ¡Aquí no!</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>Da otros cuantos pasos con gran dificultad. Lee:</p></div> - -<p><em>Caballeros.</em></p> - -<div class="blockquot"> - -<p>Vacila; muestra gran desaliento.</p></div> - -<p>No hay más... Sí, aquí debe de ser.</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>Desaparece. Pasan tres minutos. Suena una campana.</p></div> - - -<p class="p2 center">UNA VOZ</p> - -<p>Señores viajeros, ¡al tren!</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>Los pasajeros del <i lang="en" xml:lang="en">break</i> ya han ocupado su coche. Al parecer, -tienen prisa. Uno de ellos se dirige al jefe de estación, -que se cuadra.</p></div> - - -<p class="p2 center">EL PERSONAJE</p> - -<p>Sí, sí; ahora mismo. Pite usted. El ministro se -siente mal y hay que llegar cuanto antes á la ciudad...</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>El empleado de marras habla en voz baja al jefe y señala -al lugar por donde ha desaparecido el viajero de 3.ª. El jefe -hace un gesto de contrariedad y se encoge de hombres. El -personaje se retira de la ventanilla. El jefe espera unos segundos. -El empleado y algunos viajeros, que se dirigían corriendo -al tren, hacen señas, como de quien mete prisa á alguien, -en la dirección por donde ha desaparecido el viajero -de 3.ª.</p></div> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_190"></a>[Pg 190]</span></p> - - -<p class="p2 center">EL EMPLEADO</p> - -<p>¡Vamos, hombre, á escape!... Que se queda usted -en tierra...</p> - - -<p class="p2 center">UN VIAJERO</p> - -<p>¡Que se va el tren!</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>Suena el pito.</p></div> - -<p>¡Que se va!... ¡Ese pobre hombre!... ¡Que no puede!... -¡Que se cae!... Allá ustedes.</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>Monta corriendo en su coche.</p></div> - - -<p class="p2 center">EL EMPLEADO</p> - -<p>Pero ¿qué le pasa?</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>El tren empieza á moverse.</p></div> - - -<p class="p2 center">VIAJERO DE 3.ª</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>Aparece, arrastrándose casi, con una mano apoyada en el -suelo y otra sujetando la ropa. Lívido, aterrado, habla con -voz debilísima; quiere llegar al tren que marcha.</p></div> - -<p>¡Socorro! ¡favor!... ¡Ayudarme, ayudarme! ¡No -puedo, no puedo!...</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>Toca con una mano el estribo, un mozo de la estación y -el empleado de antes se precipitan hacia él para contenerle.</p></div> - - -<p class="p2 center">EL EMPLEADO</p> - -<p>¡Imprudente!... ¡Desgraciado!... ¡Que le arrastra, -que le deshace el tren!...</p> - - -<p class="p2 center">VIAJERO DE 3.ª</p> - -<p>¡Por Dios!... ¡Arriba!... Quiero morir allá... en -Cardaña... junto á mi padre... ¡Falta tan poco!... -¡Ayuda, arriba!...</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_191"></a>[Pg 191]</span></p> - - -<p class="p2 center">MUCHAS VOCES</p> - -<p>¡Imposible!...</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>Quieren ayudarle los de dentro y los de fuera. Se abre -una portezuela, se tienden varias manos. Todo inútil. El tren -sigue, el viajero de 3.ª cae sin sentido en brazos del mozo de -la estación. Todas las ventanillas, las del break inclusive, -llenas de cabezas. Curiosidad inútil. El tren desaparece.</p></div> - - -<p class="p2 center">VOCES EN EL TREN</p> - -<p>¿Quién es? ¿Quién será?</p> - - -<p class="p2 center">OTRAS VOCES</p> - -<p>Dicen que es un soldado de Cuba que viene por -enfermo...</p> - - -<p class="p2 center big2">ESCENA SEGUNDA</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>Cardaña. La estación. Mucho frío. Muy poca gente en -el andén. Un viejecillo ochentón, apoyado en muletas, -rendido de fatiga, se arrima á una columna de -hierro y mira con ansiedad hacia la parte de Pinares, -por donde va á llegar el tren. Llega el tren. Nadie se -apea. ¡Un minuto de parada! grita una voz. Suena -inmediatamente una campana, luego un silbido y el -tren emprende la marcha.</p></div> - - -<p class="p2 center">EL VIEJO</p> - -<p>¡Dios mío! ¿Qué es esto? Nadie, nada... ¿Se habrá -dormido? No, imposible. Es que no viene. ¿Dónde -se ha quedado? Si debía llegar ahora, sin falta... -¡Enfermo, enfermo por el camino!... ¡Mi Nicolás, Ni<span class="pagenum"><a id="Page_192"></a>[Pg 192]</span>colás!... -Nada; no viene... y ya se aleja el tren... -¡No viene... no viene!... ¡Dios mío!...</p> - - -<p class="p2 center">EL JEFE DE LA ESTACIÓN</p> - -<p>¿Qué es eso, señor Paco? ¿Qué le sucede? ¿Le -han arrojado ya de su casa esos caballeros <em>mandones</em>?</p> - - -<p class="p2 center">EL VIEJO</p> - -<p>No... si ahora no es eso... No es la casa... Es mi -hijo... Nicolás, que vuelve de Cuba muy enfermo, -deshaciéndose... y debía llegar en este tren... ¡y -nada!</p> - - -<p class="p2 center">EL JEFE</p> - -<p>Calma, hombre; vendrá mañana.</p> - - -<p class="p2 center">EL VIEJO</p> - -<p>No, no; ¡me da el corazón una desgracia!... ¡Hoy, -hoy, era hoy!... Algo le pasó en el camino.</p> - - -<p class="p2 center">EL JEFE</p> - -<p>Vaya, que es usted el rigor de las desdichas. Pero -¿qué hay de eso? ¿Es verdad que le han vendido á -usted la huerta y la chozuca por mal pagador, por -rebelarse contra el comisionado?... ¡Ja, ja! Usted, -señor Paco, siempre tan... faccioso. ¿Pero no sabe -que el que no paga la contribución... la paga de -todas maneras?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_193"></a>[Pg 193]</span></p> - - -<p class="p2 center">EL VIEJO</p> - -<p>Yo no podía pagar. ¡Les abandoné mi pobreza! -Pero de mi rincón no me han echado todavía... ¡Ni -me echarán! Quiero mi cama en mi choza para mi -hijo, que viene enfermo de Cuba...</p> - - -<p class="p2 center">EL JEFE</p> - -<p>¡Pero si le han vendido la choza, si ya no tiene -allí nada suyo más que la cama!... Usted lo dice, -usted se lo abandonó todo.</p> - - -<p class="p2 center">EL VIEJO</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>Irritándose.</p></div> - -<p>Sí; lo abandoné porque no podía pagar trimestres -y más trimestres... Me pedían un dineral... -Una injusticia... Mientras pude trabajar, pagué á -regañadientes, pero pagué; ahora, solo, baldado, -inútil, sin trabajo... apenas como... y he de pagar... -¿Con qué? ¡Rayos! ¡Mi casa, la huerta!... Se la llevaron, -bueno; ya es de otro... ¡Rayos! Pero si Nicolás -llega enfermo, ¿dónde le meto? ¡Vive Dios! -¡En mi choza, en su casa!</p> - - -<p class="p2 center">EL JEFE</p> - -<p>Juicio, juicio, señor Paco. Con los mandones no -se juega. No haga usted un disparate. Y salga, que -esto se queda solo y yo me voy arriba.</p> - - -<p class="p2 center">EL VIEJO</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>Saliendo de la estación hacia el pueblo.</p></div> - -<p>¡Dios mío! Pero ¿dónde está mi hijo? ¡Enfermo!... -¡Abandonado en el camino!... ¡Muerto, acaso muerto!</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_194"></a>[Pg 194]</span></p> - - -<p class="p2 center big2">ESCENA TERCERA</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>La tarde del mismo día. Calle de aldea, solitaria, delante -de la casucha del señor Paco. El alcalde y dos -hombres mal encarados, vestidos á lo ciudadano, pero -con mala ropa, se acercan al señor Paco, sentado á la -puerta de su casa.</p></div> - - -<p class="p2 center">EL ALCALDE</p> - -<p>¡Ea, señor Paco, esto se acabó! La paciencia y -todo, se acaba.</p> - - -<p class="p2 center">EL SEÑOR PACO</p> - -<p>¿Qué quiere usted decir, señor alcalde?</p> - - -<p class="p2 center">EL ALCALDE</p> - -<p>Que estos señores vienen á tomar posesión de lo -que es suyo. Que esta casa ya no es de usted. Que -usted ha dejado que la Hacienda se incautase de -sus bienes y sin mezclarse usted en nada, despreciando -la ley, como si ésta no tuviera que cumplirse, -ha visto sin moverse que, paso tras paso, como -pide la justicia, se fueran llenando todos los requisitos -para dejarle á usted en la calle... Y ahora que -eso ya es de otro, de este caballero que acompaña -al señor comisionado, á quien usted conoce...</p> - - -<p class="p2 center">EL SEÑOR PACO</p> - -<p>Sí; demasiado.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_195"></a>[Pg 195]</span></p> - - -<p class="p2 center">EL ALCALDE</p> - -<p>Ahora que usted no tiene ahí dentro más que -unos pocos muebles, ni quiere sacarlos, ni se va con -la música á otra parte... y eso no está en el orden. -Haber pagado á su tiempo.</p> - - -<p class="p2 center">EL SEÑOR PACO</p> - -<p>No tenía con qué.</p> - - -<p class="p2 center">EL ALCALDE</p> - -<p>Eso no es cuenta mía. Ni esto tampoco... Entendámonos: -estos señores recurren á mí, porque, por -la presente, y á falta de mejor... postor... eso es, -soy la fuerza pública, vamos al decir. Está usted -ejecutado; la ley ya no tiene más que hacer... á no -ser que quiera que materialmente se le eche á patadas...</p> - - -<p class="p2 center">EL SEÑOR PACO</p> - -<p>¡Atrévase usted, señor alcalde!...</p> - - -<p class="p2 center">EL ALCALDE</p> - -<p>No, yo no. Es usted un pobre viejo. Pero vendrá -la guardia civil, ya que es usted tan testarudo. Este -caballero ya ha estado aquí tres veces. Tiene razón -al quejarse de que no se le haya hecho salir de aquí -á usted á su debido tiempo. Por lástima han hecho -todos la vista gorda hasta llegar el último momento... -Pero ésta es la de vámonos. Tanto derecho tiene -usted á estar en esta casa como en la mía. Yo, por -motivos de orden público, digámoslo así, vengo á<span class="pagenum"><a id="Page_196"></a>[Pg 196]</span> -darle el último aviso por las buenas. Este señor -ya está cansado de aguantarle... Conque, ó deja usted -libre la puerta... ó vienen los guardias ¡y hay -violencia!</p> - - -<p class="p2 center">EL SEÑOR PACO</p> - -<p>¡Que venga un ejército! Que me maten... de aquí -no me muevo. Espero á mi hijo... á Nicolás... que -viene muy enfermo... ¡Dios mío! ¡Si llega! ¿En dónde -le acuesto? Viene de Cuba... deshaciéndose... Mi -cama es suya... ahí, en ese rincón donde nació... -donde moriremos los dos abrazados... en nuestra -casa, donde murió su madre... en mi choza... mía, -pese á todas las contribuciones del mundo. No pago, -porque no puedo... ¡pero mi casa es mía!</p> - - -<p class="p2 center">EL COMISIONADO</p> - -<p>Señor Paco, esta casa es de este caballero, que -la ha adquirido del Estado en la forma que señala -la ley y con todos los requisitos del caso; hace mucho -tiempo que está usted aquí de sobra. Bastante -se ha levantado el brazo. Si usted no hubiese sido -terco... si hubiera pagado...</p> - - -<p class="p2 center">EL SEÑOR PACO</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>Sombrío, como transtornado.</p></div> - -<p>Esta casa es para mi hijo... Ahí, en esa cama moriremos -los dos... abrazados... ¡Si viene! ¡Si no ha -muerto por el camino!</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_197"></a>[Pg 197]</span></p> - - -<p class="p2 center">EL DUEÑO NUEVO</p> - -<p>Nada, nada; yo no sirvo para ver estas cosas. -Que se cumpla la ley en todos sus extremos. Yo me -voy y volveré cuando la fuerza me haya dejado mi -propiedad libre de estorbos... Con Dios, señores.</p> - - -<p class="p2 center">EL ALCALDE</p> - -<p>Espere usted. Ea, tío Paco, ya se me sube á mí -el humo á las narices. Aquí ya no hay civiles que -valgan: yo soy alcalde... y me basto y me sobro... -Deje usted libre el paso... ó me lo llevo á la cárcel...</p> - - -<p class="p2 center">EL SEÑOR PACO</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>Blandiendo una muleta.</p></div> - -<p>Moriré aquí dando palos al que se acerque... En -muriendo los dos... ahí dentro, en esa cama, cargad -con todo. Llevadnos de limosna al campo santo... -y todo es vuestro. Pero me da el corazón, miserables, -que si os abandono la choza antes que él -venga... no vendrá; <em>se habrá muerto</em> en el camino, -en el barco, entre las ruedas del tren, ¡qué sé yo! -Si le aguarda su cama en su choza... en el rincón -donde nació... vendrá, sí, vendrá... ¡Se lo pido á -Dios de rodillas!</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>Se arrodilla temblando y apoyando las manos en el suelo. -Silencio solemne. Aquellos cafres callan con respeto, relativo, -á la desgracia y á la oración del anciano.</p></div> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_198"></a>[Pg 198]</span></p> - - -<p class="p2 center big2">ESCENA CUARTA Y ÚLTIMA</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>Se oye el ruido estridente de las ruedas de una carreta -del país. Aparece por la calleja que desemboca frente -á la choza del señor Paco una carreta de bueyes -guiada por un aldeano y escoltada por dos civiles. -Dentro de la carreta un bulto largo cubierto con un -lienzo gris.</p></div> - - -<p class="p2 center">UN GUARDIA CIVIL</p> - -<p>Aquí es, señores, ¿no vive aquí el señor Paco -Muñiz de la Muñiza?</p> - - -<p class="p2 center">EL ALCALDE</p> - -<p>Ahí le tienen... Á buen tiempo llegan, señores -guardias... Yo soy el alcalde del pueblo, y este -hombre...</p> - - -<p class="p2 center">EL GUARDIA</p> - -<p>Espere un poco, señor alcalde. El caso es...</p> - - -<p class="p2 center">EL SEÑOR PACO</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>Como iluminado por una revelación al ver la carreta, se dirige -hacia ella, sin apoyarse en las muletas, que arroja; levanta -el lienzo gris, descubre un cadáver y se abraza, entre alaridos, -al muerto.</p></div> - -<p>¡Nicolás! ¡Mi hijo! ¡Mi Colasín!</p> - - -<p class="p2 center">EL ALDEANO</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>Al alcalde.</p></div> - -<p>Se nos ha muerto en el camino. Es un soldado de -Cuba que venía por enfermo. Se bajó en Pinares...<span class="pagenum"><a id="Page_199"></a>[Pg 199]</span> -no pudo montar en el tren... y se moría. Suplicó -que por caridad se le trajera á Cardaña... á morir -en su casa, junto á su padre...</p> - - -<p class="p2 center">EL SEÑOR PACO</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>Incorporándose airado, como loco.</p></div> - -<p>¡Miserables, dejadme lo mío! ¡Ya pago, ya pago! -¿No me robáis porque no pagaba?... ¿Y ese hijo? -¿Y esa vida? ¡Alcalde, ahí tienes la contribución! -¡Entiérramela!</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>Con las manos crispadas señala al muerto.</p></div> - - -<p class="center p1">TELÓN MUY LENTO</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_200"></a>[Pg 200]</span></p> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_201"></a>[Pg 201]</span></p> -</div> - -<h2 class="nobreak" >EL RANA</h2> - - - -<p class="p2">Tenía cincuenta años que parecían setenta; una -levita que no lo parecía, del color de la vía pública, -el gris que se coge en el arroyo como una pátina; -barba rala, corrida, del color de la levita; tres ó cuatro -dientes; una camisa, y muy arraigadas convicciones -políticas, sociológicas y aun filosóficas y teológicas. -Había aprendido á leer allá en Cuba, cuando -la otra guerra, siendo voluntario en un batallón -provincial; y ahora leía periódicos y más periódicos -arrimado á los pilares en los porches del Ayuntamiento. -Siempre leía de prestado, porque él su -poco dinero lo gastaba en aguardiente y en tabaco. -Era peón de albañil, pero casi siempre dimisionario. -No estaba conforme con la marcha del mundo. -Cuando él era joven, la culpa de todos los males la -tenía el <em>oro de la reacción</em>; ahora parecía ser que el -enemigo era “el infame burgués”. “Sea”, se había -dicho el Rana; y, como antes del oscurantismo y -de los <em>presupuestívoros</em>, ahora maldecía del burgués, -del zángano de levita. Y eso que él, por invencible -afición, siempre vestía de levita, verdad es que debida -á la munificencia de algún aborrecido burgués. -Era el borracho más popular de su pueblo, y todas -las clases sociales le encontraban gracia al Rana, y -veían en él, acaso, el último representante de una<span class="pagenum"><a id="Page_202"></a>[Pg 202]</span> -generación famosa de perdis populares, que eran, -en cierto modo, orgullo de la ciudad por el ingenio -de todos ellos, por los rasgos originales y muy cómicos -de su excitada fantasía. El Rana, á pesar de -sus ideas disolventes, de su <em>bala rasa</em> (alcohol puro) -anarquista, no tenía un enemigo, ni siquiera entre -el clero, que él despreciaba con serenidad olímpica. -Sin embargo, sus lucubraciones teológicas más de -una vez le hicieron dormir en la prevención, por la -forma más que por el fondo. Cuando la prensa local -encarecía la necesidad de perseguir la blasfemia, -el Rana no se libraba de los rigores del terror -blanco. Pero salía de prisiones sin abdicar uno solo -de sus principios; y aquella misma noche volvía á -presentarse tan borracho como el día anterior y tan -encastillado en sus negaciones impías y en sus imprecaciones -escandalosas.</p> - -<p>Amigo de marchar con el siglo, había renunciado -á ser republicano, ya que los jóvenes de la esquina -del Ayuntamiento se reían de la política; y era anarquista, -pero disidente, porque los de esta opinión -le habían expulsado con toda solemnidad de su -grey, con el frívolo pretexto de que empalmaba las -borracheras y era el hazmerreir de los burgueses, -y admitía de éstos propinas, prendas de vestir y -otras humillaciones.</p> - -<p>Pero el Rana, haciendo eses, y mirando al cielo, -con quien se pasaba el día de coloquio, pues era su -costumbre decírselo todo á las nubes, al <em>tal</em> Dios, -desdeñando ponerse al habla con los míseros mortales, -el Rana, digo, perdonaba á sus correligionarios -porque no sabían lo que hacían, y les dedicaba<span class="pagenum"><a id="Page_203"></a>[Pg 203]</span> -sonrisas de desprecio en un todo iguales á las que -le merecía el alto y bajo clero. Además de no estar -conforme con el <em>credo</em> (así decía él) de su partido, -en lo tocante á la bebida, también protestaba contra -los alardes de cosmopolitismo, porque él era patriota -¡por vida de la Chilindraina! y había expuesto -la vida en cien combates por la... <em>eso</em> de la patria: -en fin, “¡Viva Cuba española!”, gritaba El Rana, -que en esta materia no admitía bromas ni novedades. -Bueno que la república fuera un... mito, eso, -un mito..., pero en la <em>aquello</em>... de la patria, que no -le tocaran el Carlos Más (Marx), ni el Carlos Menos, -ni Carlos Chapa..., porque el Rana, allí donde se -le veía... había sido voluntario del heroico batallón -de la <em>Purísima</em> (alabada sea ella), añadía el Rana, -que sólo estaba mal con el elemento masculino de -la Sacra Familia; y eso de boca.</p> - -<p>“Mil éramos, predicaba entusiasmado en medio -de la plaza, mil éramos cuando íbamos por la carretera -de Castilla arriba: ciento cuatro volvimos de -Cuba... Los demás todos muertos... unos por uno, -otros por otro..., ¡todos muertos! ¡Viva la anarquía -y el libertinaje! Fuego y fuego en el burgués..., -pero el que me toque á... pues, á Cuba española, -que se entienda con este cura, hablando -mal, con el Rana, veterano distinguido del batallón -provincial de la Purísima, alabada sea ella... Me... -<em>caso</em> en el <em>tal</em> del <em>Tal</em>.”</p> - -<p>Y si pasaba por allí un polizonte iba el Rana á -la prevención por blasfemo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_204"></a>[Pg 204]</span></p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Una mañana muy fría, de Diciembre, salió el -Rana muy temprano del zaquizamí en que dormía, -y previo el ordinario tocado de pasarse la mano -por los ojos, se encaminó á la estación del ferrocarril -del Norte, pisando la dura escarcha, soplándose -los dedos y hablando entre dientes con las <em>podridas</em> -nubes. La letra de lo que quería decir no era muy -clara, pero la música era ésta: pestes contra el frío, -contra el hambre, contra el infame burgués y contra -la falta de patriotismo del obispo, del alcalde, -del gobernador y demás oscurantistas, digo burgueses.</p> - -<p>El Rana había leído en un periódico local, el día -anterior, que aquella mañana, en el primer tren saldrían -por el ferrocarril del Norte quince voluntarios -que embarcarían en La Coruña con destino á -Cuba. Una semana antes la ciudad en masa había -despedido entre gritos de entusiasmo patriótico á -todo un batallón de infantería que de allí había salido -para la guerra. Se había obsequiado á los soldados -con cigarros, fiambres, vino, reparto de pesetas -y grandes dosis de cariño fraternal, inspirado -en el amor á la patria. Estaba bien. El Rana era el -primero en aplaudir aquella manifestación. Pero -ahora...</p> - -<p>—¡Lo que yo temía!—exclamó al pisar el andén, -donde le dejaron entrar á la cuarta ó quinta blasfemia.</p> - -<p>—¡Lo que yo temía! ¡Ni un alma! ¡Muera el burgués! -¡Abajo lo existente!... ¡Ni un alma!... ¡Sean -ustedes <em>Daoíces</em> para esto!... ¡Claro!... Los pobretones -son voluntarios; como yo, como el Rana, allá<span class="pagenum"><a id="Page_205"></a>[Pg 205]</span> -en mis buenos tiempos... Son el <em>Queso</em>, <em>Piniella</em>, el -<em>Marqués</em>, <em>Viruela</em>, <em>Viruso</em>, el <em>Troncho</em>... cuatro gatos, -la hez, eso, la hez del pueblo soberano... Una -limpia, ¿eh? ¡Dígalo usted, burgués infame!... ¡Una -limpia!... ¡Dígalo usted claro!</p> - -<p>Y el Rana, hablando y andando, se dirigió á la -cantina solitaria, donde pidió una copa de aguardiente, -al mismo tiempo que ponía sobre el mostrador -unos cuantos perros chicos, pero sin separar -de ellos la mano. Era aquel gesto una fórmula á -que le obligaba su escaso crédito. Quería decir que -tenía con qué pagar; no que pagaría de fijo.</p> - -<p>Como la cantinera le mirase con cierta sorna y -no se diera mucha prisa á servirle, El Rana, con -ceño digno de las Euménides, se encaró con la pobre -muchacha y la abrumó bajo el peso de cien -blasfemias é imprecaciones.</p> - -<p>“¿De qué se dudaba allí? ¿De su buena fe de pagador -ó de su amor á la... <em>eso</em> de la patria?”</p> - -<p>“¿Tenía él ó no tenía decoro? ¿Tenía ó no tenía -razón? Ni el obispo, ni el alcalde, ni una rata, venía -á ‘despedir á los quince <em>Daoíces</em>’ que iban á -morir por España, como el más currutaco general -ó cadete...” Bebió dos ó tres copas; dejó sobre el -mostrador algunas monedas, recogió otras, y siempre -hablando con las nubes, se fué hacia el grupo -de voluntarios, que también soplándose las manos -daban diente con diente y patadas en el suelo, formando -piña cerca del tren, preparado ya para la -marcha.</p> - -<p>—¡Eh, Rana, faltan cinco céntimos!...—le gritó -no muy incomodada la cantinera.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_206"></a>[Pg 206]</span></p> - -<p>El Rana se encogió de hombros, y con un ademán -de pródigo, exclamó:</p> - -<p>—Para ti—y llegó al grupo de voluntarios, donde -no fué mal recibido. El <em>Queso</em> le estrechó la mano -con efusión, y dijo:</p> - -<p>—¡Bien por el Rana! Vivan los patriotas de la -<em>Purísima</em>.</p> - -<p>—Alabada sea ella. Pero el podrido obispo, ¿por -qué no viene hoy á echar bendiciones? Y el alcalde, -¿para cuándo deja los <em>puros</em> y los vivas?...</p> - -<p>—¡Porque sois la hez, Queso! Esto es una limpia... -Os barre el hambre, os echa á morir, á la alcantarilla, -á la manigua, la <em>nesecidad</em>... Y, claro... los señoritos, -los burgueses... no se levantan de la cama á -la hora que barren los barrenderos del Ayuntamiento...</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>La verdad era que en la estación no había ni <em>elemento -oficial</em>, ni muchos curiosos ó patriotas. Casi -ninguno. Había, sí, mujeres harapientas, niños pobres -que lloraban ó reían, los pedazos del corazón -cubiertos de andrajos, que dejaban en el pueblo -aquellos muchachos que iban... no sabían á qué... -á morir probablemente... á padecer por la... <em>eso</em>, de la -patria.</p> - -<p>El Rana no se explicaba bien—porque blasfemar -no es argüir;—pero él veía clara la cosa: lo que pasaba -por el espíritu... de vino de aquel insigne borracho, -traducido de las nieblas alcohólicas de su -conciencia al lenguaje usual, era esto:</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_207"></a>[Pg 207]</span></p> - -<p>“No valen más mil que quince. Aquellos chicos -no tenían la culpa de ser tan pocos. No valía decir -que el pueblo acababa de entusiasmarse pocos días -antes. En estos casos no vale el cansancio. Aquel -desaire á la <em>hez</em> de la población, que iban de su propio -querer á morir por España, era una ingratitud, -una crueldad. El voluntario no es menos que el -soldado que <em>sirve al rey</em> porque le toca. <em>Allá</em> son -iguales; pero en el <em>arrancar</em> tiene el voluntario más -mérito. Y no valía pensar que el <em>Queso</em>, el <em>Marqués</em>, -<em>Viruela</em>, iban echados por la miseria, por no -luchar con el hambre, por dar pan á su madre, ó á -su mujer ó á sus hijos...</p> - -<p>“No; algo había él visto... pero sin lo <em>otro</em>, sin lo -de... <em>aquello</em> de la patria, no irían. ¿Por qué no iban -á otra parte, donde había <em>guita</em>, pero no había peligro, -mala vida? ¿Por qué á ninguno se le ocurría ir á -cambiar la miseria de su <em>tierra</em> por el pan seguro -de otras aventuras lejanas, por mar ó por tierra? -En fin, que, por dentro, al <em>Queso</em> le pasaba lo que -á él, al Rana, le había pasado en su tiempo. ¿Qué -era España? ¿Qué era la patria? No lo sabía. Música... -El himno de Riego, la tropa que pasa, un discurso -que se entendió á medias, jirones de frases -patrióticas en los periódicos... Pelayo... El Cid... -La francesada... El Dos de Mayo... El Rana, como -otros camaradas, confundía los tiempos; no sabía si -lo de Pelayo y lo de Covadonga había sido poco -antes que lo de Daoiz ó por el mismo tiempo... -Pero, en fin, ello era que... ¡viva España! y lo que -sale de dentro sale de dentro... y, en fin, que en un -arranque de... no sabía qué, pero contento, muy<span class="pagenum"><a id="Page_208"></a>[Pg 208]</span> -<em>ancho</em>, se había alistado... y allá había ido, mezclado -con mucha gente honrada, siendo tanto como -ellos, en cuanto era voluntario; y se había batido -bien, y había perdonado, allá en la guerra, á los españoles -de acá, á los <em>reaccionarios</em> (hoy burgueses) -que habían ido á despedir el batallón de la -<em>Purísima</em> por la carretera de Castilla arriba, y que -iban diciendo, mientras acompañaban á los voluntarios:</p> - -<p>—“Y además, ¡<em>qué limpia</em>! El batallón se lleva al -Rana, se lleva á <em>Saltamontes</em>, se lleva á <em>Tarucos</em>... -se llevaba... Sí, se los llevaba; ya no quedaban <em>perdis</em> -en el pueblo apenas; y los más se habían ido y -no habían vuelto... ¡Qué limpia! Entre muchos pobres -muy juiciosos, sin tacha, la picardía de la ciudad, -era cierto; borrachos, jugadores, blasfemos, el -escándalo de las plazuelas... ¡Pero allí todos iguales, -todos voluntarios! Y el Rana y <em>Tarucos</em> no iban -sólo por el rancho y á la que saltara; no, señor... -iban por una corazonada, por el himno de Riego, -por lo de los moros y los mambises... y Pelayo y -los franceses... y, en fin... como los otros... ¡Rayo -en el burgués! ¿Qué limpia, eh? ¡Oh! ¡Pues si viérais -morir en la manigua á los de las <em>barreduras</em>!...”</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Sonó el pito del jefe. Se cerraron portezuelas, -hubo abrazos, besos, lágrimas, carcajadas nerviosas, -gritos locos. De repente silencio triste. En -aquel silencio sonó de repente la voz del Rana que -peroraba, sin que ya nadie le hiciera caso:</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_209"></a>[Pg 209]</span></p> - -<p>—Á ver, ¿dónde está el pueblo? ¿Dónde está el -burgués, dónde está el obispo? ¿Y esas pesetas, señores -de la Diputación? ¿Y esos cigarros, señor Alcalde?</p> - -<p>Y entusiasmado con su propia arenga, el Rana, -al arrancar el tren, tuvo una inspiración generosa.</p> - -<p>Sacó del bolsillo interior de la levita de color de -carretera una cajetilla de las más baratas, aún no -mediada, y con gesto de soberana arrogancia, comenzó -á arrojar pitillos á las ventanas de los coches -que ya se movían...</p> - -<p>—Toma, <em>Queso</em>; toma, <em>Viruela</em>..., toma tú, <em>Troncho</em>... -¡Viva Cuba española!</p> - -<p>—¡Viva el Rana! gritaron los voluntarios que ya -se alejaban... ¡Viva la integridad de la patria!</p> - -<p>—¡Eso! ¡eso!—gritó nuestro hombre—¡viva la <em>ingratidad</em> -de la patria! Me <em>caso</em> en el <em>tal</em> del <em>Tal</em>... -y blasfemó horriblemente, hasta que un guardia le -puso la mano en el hombro, diciendo:</p> - -<p>—Calla, Rana, si no quieres dormir el martes -donde duermes el domingo...</p> - -<p>El Rana miró de hito en hito, con gran desprecio, -al guardia, y, sin blasfemar, exclamó:</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_210"></a>[Pg 210]</span></p> - -<p>—Oye, tú, dile al obispo... que es un... <em>trásfuga</em>... -y que ¡viva Cuba española!</p> - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_211"></a>[Pg 211]</span></p> -</div> - -<h2 class="nobreak" >VERSOS DE UN LOCO</h2> - - - -<p class="p2">Mi criado me presentó una tarjeta que decía:</p> - -<p class="p1 center">TEOPOMPO FILOTEO DE BELEM</p> - -<p>y debajo, en letras más pequeñas:</p> - -<p class="p1 small1 center">POETA ESOTÉRICO ULTRATELÚRICO</p> - -<p>y más abajo, en letras más pequeñas todavía:</p> - -<p class="right" style="padding-right: 2em;"><em>Ecce-Homo, 13, guardilla.</em></p> - -<p>—Que pase, que pase—grité—ese Ecce-Homo -de Belem ultratelúrico.</p> - -<p>Y á los pocos minutos se presentó un hombre -que ni pintado para representar el <em>presidente</em> graciosísimo -de <em>Su Excelencia</em>, de Vital Aza.</p> - -<p>Tenía un aire de familia con todos esos <em>trovadores -errantes</em> que andan por ahí cantando la Marsellesa -y enseñando los codos. Era la imagen del romanticismo, -como le vestiría su enemigo el clasicismo, -de buena gana. Usaba melena, la noble, la -irreemplazable melena, con símplica audacia. Por -toga pretexta llevaba el conocido gabán de verano,<span class="pagenum"><a id="Page_212"></a>[Pg 212]</span> -largo, gris, raído, como tenía que ser. Por caridad -y buen gusto no quise mirarle las botas.</p> - -<p>Supongo que traería pantalones, pero no conservo -conciencia de su color ni corte.</p> - -<p>De todas maneras, á las pocas palabras, aquel -hombre pálido (no faltaba más) me había hecho olvidarme -de todo lo material, de todo lo sensible. -Había sonreído, había hecho reverencias, se había -santiguado dos veces de prisa, había pasado la -mano por el lomo, con cariño, á un gato de porcelana -que tengo junto á mi mesa de escribir y me -había hablado, sin dejarme meter baza, de Budha, -de Lao-Tseu, del etíope que Renán nos describe, -creo que en <em>San Pablo</em>, y que va meditando el -Evangelio á su manera; de Verlaine, de Caran -d’Ache, de San Agustín, del gallo de Sócrates y -del gallo de San Pedro...</p> - -<p>Cuando yo iba á decirle que me mareaba, ya no -estaba allí el buen hombre; pero quedaba su espíritu -en forma de cuaderno verde, de unas cien hojas, -doradas por el canto. Abrí y leí en la primera -página: <em>Estambres</em> y <em>Pistilos</em>. La letra era clara, las -tes muy grandes. Dí vuelta á la hoja y leí:</p> - - -<p class="center p1 big1 ">DEDICATORIA</p> - -<div class="poetry-container pw15"> -<div class="poetry"> -<p class="p1"> -Aunque usté no lo crea,<br /> -<span style="margin-left: 1em;">señor obispo,</span><br /> -aunque parezco hereje<br /> -<span style="margin-left: 1em;">me quiere Cristo.</span></p> -</div> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_213"></a>[Pg 213]</span></p> - -<p>Otra hoja, y leo:</p> - - -<p class="p1 center big1">PISTILOS</p> - -<div class="poetry-container pw20"> -<div class="poetry"> -<p class="p1"> -<span style="margin-left: 1em;">Soy la ameba redonda, la femenina,</span><br /> -la de fe y esperanzas y gelatina.</p> -</div> -</div> - -<p>En una nota dice: Advierto al lector idiota é indocto -que no debe reirse de lo que no entienda.</p> - -<p>Otra hoja:</p> - - -<p class="p1 center big1">ESTAMBRES</p> - -<div class="poetry-container pw20"> -<div class="poetry"> -<p class="p1"> -<span style="margin-left: 1em;">Aunque sé que estoy loco rematado,</span><br /> -porque tal como fué todo lo cuento,<br /> -hasta el mismo doctor me halla curado<br /> -las veces que no digo lo que siento.</p> -</div> -</div> - - -<p class="p1 center big1">PISTILOS</p> - -<div class="poetry-container pw20"> -<div class="poetry"> -<p class="p1"> -<span style="margin-left: 1em;">Cuando tengo en un sueño una esperanza,</span><br /> -se la agradezco á Dios sin hipoteca;<br /> -que es el poeta la gallina clueca<br /> -que no quiere empollar á Sancho Panza.</p> -</div> -</div> - -<p>Otra hoja:</p> - - -<p class="p1 center big1">ESTAMBRES</p> - -<div class="poetry-container pw25"> -<div class="poetry"> -<p class="p1"> -<span style="margin-left: 1em;">Hay siempre una impostura en hablar claro;</span><br /> -no se puede ser claro sin mentira...<br /> -ve oscuro y algo raro;<br /> -divaga, ama y delira...</p> -</div> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_214"></a>[Pg 214]</span></p> - - -<p class="p1 center big1">PISTILOS</p> - -<div class="poetry-container pw20"> -<div class="poetry"> -<p class="p1"> -<span style="margin-left: 1em;">Por santa castidad, el pensamiento</span><br /> -no debe bautizar sus invenciones:<br /> -son bastardas, después del nacimiento,<br /> -llevando un apellido, las nociones.</p> -</div> -</div> - -<p>Otra hoja:</p> - - - -<p class="p1 center">ESTAMBRES</p> - -<div class="poetry-container pw20"> -<div class="poetry"> -<p class="p1"><span style="margin-left: 1em;">Era en lo oscuro: sobre mi pecho</span><br /> -<span style="margin-left: 3em;">sentí una mano;</span><br /> -en las tristezas del pobre lecho<br /> -me visitaba Dios Soberano.</p> - -<p class="p1"><span style="margin-left: 1em;">Era la mano de luz; caricia</span><br /> -de lo Infinito, callado premio,<br /> -<span style="margin-left: 2em;">misterio—madre.—</span><br /> -Lloro en espíritu por la delicia<br /> -que al miserable dulce bohemio<br /> -<span style="margin-left: 2em;">le otorga el Padre.</span></p> - -<p class="p1"><span style="margin-left: 1em;">Y desde entonces, siempre en lo oscuro,</span><br /> -siento la mano sobre mi pecho;<br /> -mas su contacto va siendo duro,<br /> -peso terrible me hunde en el lecho.</p> - -<p class="p1"><span style="margin-left: 1em;">Pero la mano, que ya es de plomo,</span><br /> -entre dolores, sin saber cómo,<br /> -siempre acaricia. La pasión fuerte<br /> -que tanto oprime, siempre es delicia.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_215"></a>[Pg 215]</span></p> - -<p><span style="margin-left: 1em;">¡Ya en torno mío nombran la muerte</span><br /> -los cuchicheos de la estulticia...<br /> -mientras <em>me arranca</em> del cuerpo inerte<br /> -mano con alas de la <em>Justicia</em>!</p> -</div> -</div> - -<p>Otra hoja:</p> - - -<p class="p1 center big1">PISTILOS</p> - -<div class="poetry-container pw15"> -<div class="poetry"> -<p class="p1"><span style="margin-left: 1em;">Me paso toda la noche</span><br /> -contando miles de estrellas,<br /> -y si está el cielo nublado<br /> -me pongo á <em>cantar</em> la cuenta.<br /> -<span style="margin-left: 1em;">Así hace el hombre en la vida,</span><br /> -si ama á Dios y en Dios espera;<br /> -goza la dicha que pasa...<br /> -y pasada... <em>cantando</em> la recuerda.</p> -</div> -</div> - - -<p class="p1 center big1">ESTAMBRES</p> - -<div class="poetry-container pw20"> -<div class="poetry"> -<p class="p1"> -<span style="margin-left: 1em;">Ha de ser en el cielo una sorpresa</span><br /> -de los santos sin fin inocentones,<br /> -ver llegar á montones<br /> -una y otra remesa<br /> -de ateos, sin saberlo, santurrones.</p> -</div> -</div> - - -<p class="p1 center big1">PISTILOS</p> - -<div class="poetry-container pw20"> -<div class="poetry"> -<p class="p1"><span style="margin-left: 1em;">Cuando en el fondo del abismo frío</span><br /> -deja de ver á Dios el pensamiento,<br /> -al ir á maldecirme por impío,<br /> -la caridad, en un escalofrío,<br /> -con el perdón, me vuelve el sentimiento<br /> -de que un ángel sonríe al lado mío.</p> -</div> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_216"></a>[Pg 216]</span></p> - - -<p class="p1 center big2">CAMPOAMOR</p> - - -<p class="p1 center big1">PISTILOS</p> - -<div class="poetry-container pw20"> -<div class="poetry"> -<p class="p1"> -<span style="margin-left: 1em;">Escribe versos en la <em>ceniza</em>;</span><br /> -saca del polvo, de los gusanos,<br /> -y de la nada, que se desliza,<br /> -viento sin aire, por bosques vanos<br /> -de tallos huecos, veta cañiza,<br /> -saca la idea de sus cantares;<br /> -médula amarga de tristes huesos;<br /> -sin corazones, suspiros; besos<br /> -sin labios; saca los cañizares<br /> -del esqueleto; la catadura<br /> -de desnudeces de sepultura;<br /> -saca del fondo de noble rima<br /> -sarcasmos místicos que causan grima...<br /> -Pasión perenne firma en la arena<br /> -cuando á las dunas va la mar llena,<br /> -y con los rayos tenues de luna<br /> -rubrica pactos de la fortuna;<br /> -ve del cerebro las telarañas<br /> -y le enternecen las musarañas<br /> -que ve la lógica de lo Infinito<br /> -en palimpsestos de lo no escrito...</p> -</div> -</div> - - - -<p class="center p1 big2">NÚÑEZ DE ARCE</p> - - -<p class="p1 center big1">ESTAMBRES</p> - -<div class="poetry-container pw20"> -<div class="poetry"> -<p class="p1"> -<span style="margin-left: 1em;">Como Dios sacó el mundo de la nada,</span><br /> -de allí saca también la poesía...<br /> -Escribe con perfecta simetría;<br /> -y así, tiene por plectro... la <em>plomada</em>.<br /> -Todo á la ley de <em>gravedad</em> lo fía.</p> -</div> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_217"></a>[Pg 217]</span></p> - -<p>Cansado de leer disparates, incoherencias, tal vez -congruentes en el fondo de un cerebro enfermo, -arrojé el cuaderno con tedio... y no volví á pensar -en el poeta loco... hasta que en persona se me presentó -al día siguiente:</p> - -<p>—Vengo á recoger mis <em>Pistilos</em>...—me dijo, sonriendo -con lástima.</p> - -<p>—Ahí los tiene; verá usted que no se los he separado -de los <em>estambres</em>.</p> - -<p>Don Teopompo recogió el cuaderno, le dió un -beso, hizo sobre él la señal de la cruz, y se lo metió -debajo del brazo.</p> - -<p>Y sin más, sin hablar palabra, <em>sin preguntarme -nada</em>, hizo una reverencia y dió media vuelta.</p> - -<p>No pude contenerme. El orgullo de aquel <em>imbécil</em> -me sublevó; irritó mi amor propio.</p> - -<p>—Pero hombre—exclamé—¿no venía usted á conocer -mi opinión? ¿Á que le dijera?...</p> - -<p>—¡Oh! Nada de eso. Enseño mis versos á todos -los literatos vulgares que quieren recibirme. Es -una oferta. Me he impuesto esa penitencia y la voy -cumpliendo por el mundo adelante. Unos se burlan -de mí, otros hasta me insultan; otros, los más tolerantes -callan... y yo sigo. Hay que matar el <em>hombre -viejo</em>, el de la vanidad, el del <em>buen éxito</em>, el del aplauso, -el que quiere ser admirado sin ser comprendido.</p> - -<p>—Pero aunque no sea por vanidad, sino por -amor á sus ideas, usted querrá hacer propaganda, -fundar escuela...</p> - -<p>—¡Ah, señor! La escuela está fundada. Es la escuela -del flato. Esta poesía, con la debilidad cerebral -que revela, es hija del hambre...</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_218"></a>[Pg 218]</span></p> - -<p>—De modo que usted... por dinero... ¡por mucho -dinero! ¿Tal vez renunciara á la escuela, á esa -poesía?...</p> - -<p>—¡Oh, tanto dinero podía ser!</p> - -<p>—¿Á qué llama usted mucho?</p> - -<p>—Eso depende del momento... histórico.</p> - -<p>—En el actual momento...</p> - -<p>—Bastante dinero son cinco duros.</p> - -<hr class="r5" /> - -<p>La herida fué leve; libré al arte de una escuela -contagiosa, y aún hoy, por mi conciencia de <em>crítico</em>, -ostento con orgullo la cicatriz de las 25 pesetas.</p> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_219"></a>[Pg 219]</span></p> - -<h2 class="nobreak" >NUEVO CONTRATO</h2> -</div> - -<div class="indent50"> - -<p>F<small>AUST</small> (<i lang="de" xml:lang="de">erwachend</i>).—¿Bin -ich dem abermals betrogen?...</p> - -<p>(G<small>OETHE.</small>—<cite>Fausto.</cite>)<br /> -</p></div> - - -<p class="p2 center">FAUSTO</p> - -<p class="right small1" style="padding-right: 2em; ">Despertando.</p> - -<p>¿Qué es esto? ¿Engañado otra vez? ¿Ha sido todo -un sueño? ¿No he visto yo al diablo? Y todo lo -demás... ¡Válgame Dios qué cosas he soñado!... ¿Y -Margarita, mi Gretchen?... ¿Sueño también? ¿Fué -verdad lo que soñaba,</p> - -<div class="poetry-container pw15"> -<div class="poetry"> -<p class="p1"> -«porque todo se acabó<br /> -y esto sólo no se acaba?»</p> -</div> -</div> - - -<p>¿Amé? ¿Amo á Gretchen? ¡Ay... no!... Amo el amor. -Amo la sombra de la noche. Todo sueño... Luego -no he vendido el alma al diablo... Luego soy libre... -¡Oh!... qué... ¿felicidad? ¡No! Estoy como estaba. -¿Por qué no me alegro? Soy libre. Sí; mas ¿para -qué? Vuelta á empezar... Ah, Filosofía, Jurisprudencia -y Medicina, y, ¡por mi desgracia!, Teología. -Todo lo he profundizado... etc., etc., etc. En fin,<span class="pagenum"><a id="Page_220"></a>[Pg 220]</span> -lo que ustedes saben por Goethe, ó, á lo menos, -por la ópera de Gounod... Estamos frescos. ¡Otra -vez en el mundo! ¡Y cómo está el mundo! ¡Qué de -filosofías nuevas ó renovadas; es decir, las nubes -de antaño, que vuelven con nueva electricidad!... -¡Oh, angustia del pensar!... ¡Náuseas de silogismo, -introspección, neurastenia!... Felices los necios -pseudofilósofos, que aseguran que no se puede -saber nada del fondo de las cosas... y se llaman sabios; -ellos, á lo menos, descansan sobre sus fórmulas -y nomenclaturas; sobre sus hipótesis y relativismos -como sobre almohada de lana de los carneros -de Panurgo... Ya saben lo que sabía el diablo, -aquel Mefistófeles con quien yo soñé, que decía...</p> - - -<p class="p2 center">MEFISTÓFELES</p> - -<p class="right small1" style="padding-right: 2em; ">Hablando desde un fonógrafo que hay sobre la mesa.</p> - -<p>No poseo la omnisciencia, pero sé muchas cosas.</p> - - -<p class="p2 center">FAUSTO</p> - -<p class="right small1" style="padding-right: 2em; ">Incorporándose asustado.</p> - -<p>¡Oh! ¿Qué es esto? ¡Otra vez!... Alucinación... -Sueño repetido... Idea fija...</p> - - -<p class="p2 center">MEFISTÓFELES</p> - -<p class="right small1" style="padding-right: 2em; ">En el fonógrafo.</p> - -<p>No sabes si sueñas ó no; no puedes distinguir la -realidad del ensueño... Á eso ha llegado la ciencia -humana, á no saber si duerme ó está en vela... ¡Ja, -ja, ja!</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_221"></a>[Pg 221]</span></p> - - -<p class="p2 center">FAUSTO</p> - -<p>Esa carcajada... Yo la he oído otras veces... Sí... -¿Dónde?...</p> - - -<p class="p2 center">MEFISTÓFELES</p> - -<p>En la ópera, en la serenata de Mefistófeles... Á -ver, acaba. ¿Es verdad que estoy yo aquí, ó no?</p> - - -<p class="p2 center">FAUSTO</p> - -<p>No sé... No sé...</p> - - -<p class="p2 center">MEFISTÓFELES</p> - -<p>Pregunta á Kant...</p> - - -<p class="p2 center">FAUSTO</p> - -<p>No sabe...</p> - - -<p class="p2 center">MEFISTÓFELES</p> - -<p>Pregunta á Spencer...</p> - - -<p class="p2 center">FAUSTO</p> - -<p>¡Psche!... Ése sabe demasiado. Dice que está seguro -de que una realidad está ante él...</p> - - -<p class="p2 center">MEFISTÓFELES</p> - -<p>¿Y no es ésa la última moda?</p> - - -<p class="p2 center">FAUSTO</p> - -<p>Mira, estos metafísicos novísimos</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_222"></a>[Pg 222]</span></p> - -<p class="right small1" style="padding-right: 2em; ">Señalando una revista.</p> - -<p>le prueban á Spencer que de lo que está seguro es -de que ve la realidad como cosa segura... pero de -que lo sea, no.</p> - - -<p class="p2 center">MEFISTÓFELES</p> - -<p>De modo, que no podemos entendernos; ¿no -puedes responder de que yo te hablo en efecto?</p> - - -<p class="p2 center">FAUSTO</p> - -<p>No sé si puedo ó no puedo responder.</p> - - -<p class="p2 center">MEFISTÓFELES</p> - -<p>Ni eso. ¡Oh, ciencia humana!</p> - - -<p class="p2 center">FAUSTO</p> - -<p>No hay otra, y á lo menos es leal.</p> - - -<p class="p2 center">MEFISTÓFELES</p> - -<p>Oye, deja los metafísicos; toma esa otra revista, -lee ese artículo científico, no filosófico; su autor sabe -las cosas como el diablo, relativamente. Mira lo que -dice: que “la vigilia se distingue del sueño en que -durante el sueño no tenemos conciencia, soslayada -del resto del universo, y en la vigilia acompaña á -la conciencia del objeto particular de la atención la -de sus relaciones con los demás”... Reflexiona... -¿Qué ves?</p> - - -<p class="p2 center">FAUSTO</p> - -<p>¡Oh, sí! Me acompaña la conciencia de los demás<span class="pagenum"><a id="Page_223"></a>[Pg 223]</span> -en relación discreta, no continua; veo en mí fenómenos -de conciencia concomitantes... Pero la prueba -no me parece segura.</p> - - -<p class="p2 center">MEFISTÓFELES</p> - -<p>Otra cosa. ¿Quién soy yo?</p> - - -<p class="p2 center">FAUSTO</p> - -<p>El diablo.</p> - - -<p class="p2 center">MEFISTÓFELES</p> - -<p>¿Crees en el diablo?</p> - - -<p class="p2 center">FAUSTO</p> - -<p>No.</p> - - -<p class="p2 center">MEFISTÓFELES</p> - -<p>Pues cree... <i lang="la" xml:lang="la">quia absurdum</i>.</p> - - -<p class="p2 center">FAUSTO</p> - -<p>Supongamos que está ahí...</p> - - -<p class="p2 center">MEFISTÓFELES</p> - -<p>Ésa es la fija. Todo para ahí. Querer es reconocer; -ya lo dicen nuestros filósofos de ahora...</p> - - -<p class="p2 center">FAUSTO</p> - -<p>Pero como pueden equivocarse...</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_224"></a>[Pg 224]</span></p> - - -<p class="p2 center">MEFISTÓFELES</p> - -<p>¿Vuelta á empezar? No le des vueltas; cree, mientras -nos entendemos. Primero es vivir, después, -filosofar. Vengo á un negocio; cuestión de derecho; -un contrato; y estas cosas serias necesitan una metafísica -positiva; sin <em>fas</em> no hay <em>jus</em>. Aunque me -esté mal el decirlo, sin Dios no hay justicia. Ten fe -hasta que firmes.</p> - - -<p class="p2 center">FAUSTO</p> - -<p>¿De qué se trata, de venderte el alma? ¡Pero entonces -esto es una idea fija! Deliro...</p> - - -<p class="p2 center">MEFISTÓFELES</p> - -<p>No, no te asustes. Ahora no es eso. ¡Infeliz, qué -más quisieras tú que poder vender el alma! Señal de -que creías en ella. Pero como eres honrado... por -herencia, por evolución ¿á que no te atreves á vender -lo que no sabes si tienes ó no tienes?</p> - - -<p class="p2 center">FAUSTO</p> - -<p>¿Qué quieres entonces?</p> - - -<p class="p2 center">MEFISTÓFELES</p> - -<p>Otra cosa, Fausto ¿qué preferirías, saber ó gozar?</p> - - -<p class="p2 center">FAUSTO</p> - -<p>Saber. Ahora saber. Verdad ó sueño, lo que nos -pasó la otra vez me tiene escarmentado. Estoy convencido -de ello; en el fondo de lo que soy, que no<span class="pagenum"><a id="Page_225"></a>[Pg 225]</span> -sé lo que es, sé que hay orgullo. Mi orgullo rechaza -el gozar empírico, la vida de fenómeno en fenómeno, -carrera eterna; sensación sin fin, á través de -lo inagotable... ¡Infierno de cansancio y de hastío y -de humillación! ¡Lo infinito paso á paso! Oh, no; -tanto vale lo mucho como lo poco: sólo vale el todo. -Quiero lo absoluto. Lo absoluto ó nada. No quiero -sentir, sin saber por qué, ni para qué. Quiero ver -si el gozar es una puerilidad indigna de mí. La verdad -me dirá lo que me conviene. Antes de tener la -absoluta verdad no puedo racionalmente saber lo -que es preferible. Luego es preferible, para escoger -la verdad. ¿Por qué te ríes, Mefistófeles?</p> - - -<p class="p2 center">MEFISTÓFELES</p> - -<p>Lo sabrás cuando sepas la verdad absoluta. He -aquí el contrato: aunque la psicología moderna no -admite esos símbolos clásicos é inocentes que ponen -el sentimiento en el corazón y la inteligencia en el -cerebro, tú y yo, como hacen los juristas, usaremos -un lenguaje metafórico y atrasado.</p> - - -<p class="p2 center">FAUSTO</p> - -<p>Explícate.</p> - - -<p class="p2 center">MEFISTÓFELES</p> - -<p>Por arte del diablo, mía, tendrás en la cabeza la -ciencia y en el corazón el sentir, si prefieres gozar, -amar, tu cerebro irá perdiendo vigor, y pasará toda -la vida al corazón... Si prefieres, como dices, ante -todo, saber la verdad, la absoluta verdad, en tu ce<span class="pagenum"><a id="Page_226"></a>[Pg 226]</span>rebro -irá entrando la clarividencia, la conciencia te -dirá el último íntimo secreto de la realidad..., pero -el corazón, que irá dando jugo al cerebro para que -vea claro, se te irá secando; se pondrá como una -piedra. Al fin, no sentirás, no amarás. Escoge.</p> - - -<p class="p2 center">FAUSTO</p> - -<p>Ya lo he dicho.</p> - - -<p class="p2 center">MEFISTÓFELES</p> - -<p>Pues dicho... y hecho. Comienza el encanto. Perdona -si el aparato de la brujería es el de siempre: -decoraciones gastadas de comedia de magia muy -repetida. El infierno es viejo, antiguo régimen; seguimos -empleando el aceite hirviendo, sapos y culebras, -murciélagos, ratas, vestiglos... Por eso las -pesadillas siguen siendo como en la Edad Media. -Ya no me oye... medita... sueña... ¡Demontre, qué -olvido! No le he obligado á firmar antes... ¿Firmará -después?... ¡Ja, ja, ja! ¡Vaya una equivocación! -¿Pues no he creído que era yo el Mefistófeles de la -Ópera?</p> - -<p>Firmar ¿para qué? El contrato lo perfeccionará -la fuerza de las cosas... Con hacer lo que quiso, ya -ha hecho lo que en vano querrá después deshacer...</p> - - -<p class="p2 center">FAUSTO</p> - -<p class="right small1" style="padding-right: 2em; ">Volviendo en sí.</p> - -<p>¡Oh luz! ¡Oh luz! Todo claro... Todo evidente... -¡Qué de mundos da la idea! ¡Qué procesión, qué -sacra teoría de sistemas... los sistemas filosóficos<span class="pagenum"><a id="Page_227"></a>[Pg 227]</span> -de miles de millones de sistemas solares... Y todo -sin fatiga, sin hastío; todo preparado por todo... ni -un pensamiento inútil. ¡Santa Armonía! Y por fin... -la verdad, el principio, la regla absoluta... ¡Ya lo sé -todo! Y en el todo ¡qué sencillez! ¡Sacrosanta cenidad -sencilla, humilde! ¿Cuál será el secreto del -universo? ¿Una novedad? ¡No! Hasta los cursis lo -habían dicho. Mefistófeles, ¿no lo sabes? No; tú, -por alambicado y retorcido y relativista no lo sabrás. -El secreto de la realidad, el fondo del ser, el -primer móvil es el amor. Amar, sentir, eso es todo. -La ciencia absoluta nos dice eso nada más: sentid, -amad... Á ver, el corazón, Mefistófeles, ¡venga el -corazón! ¡Me lo has robado, venga; no ha habido -pacto; yo no he firmado nada! ¡Mi corazón!...</p> - - -<p class="p2 center">MEFISTÓFELES</p> - -<p>Ahí lo tienes, entre pecho y espalda.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_228"></a>[Pg 228]</span></p> - -<p class="p2 center">FAUSTO</p> - -<p>¡Ah, sí, aquí está! ¡Una piedra!</p> - - -<p class="p2 center">MEFISTÓFELES</p> - -<p>¿Qué importa? Ya lo sabes todo; hasta sabes por -qué antes yo me reía.</p> - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_229"></a>[Pg 229]</span></p> -</div> - -<h2 class="nobreak" >FEMINISMO</h2> - - - -<p class="p2">Jesús Murias de Paredes era natural del pueblo de -su apellido; pero aquel horizonte era estrecho para -él, según dijo en una elegía, sin tener en cuenta -que el horizonte de Murias, á pesar de lo de Paredes, -es bastante ancho. Quería él decir que en Murias -no se podía ser vate sin ponerse en ridículo y -despertar sospechas de las autoridades civiles, eclesiásticas -y militares. El cura le tenía por hereje, el -alcalde por vago, y el cabo de la Guardia civil por -<em>avanzado</em>. No le querían bien. Además, en su pueblo -natal se moría de hambre. No tenía oficio ni beneficio; -no tenía más que lira, y ésa rota; por lo menos, -así lo rezaban mil y mil pasajes de las poesías -inéditas de Murias.</p> - -<p>Azares de la suerte, que no es del caso recordar, -le llevaron á Valladolid. Allí el horizonte era más -ancho, pero el hambre la misma. En un periódico, -cuya principal misión era llevar la cuenta del mercado -de cereales, le admitieron los versos, que se -publicaban entre cebada y centeno, como quien dice. -Vamos, que la sección que había de quedar en -barbecho, porque el periódico se escribía <em>á tres -hojas</em>, se la dejaban á él. Lo que no hacían era pagarle. -No faltaba más.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_230"></a>[Pg 230]</span></p> - -<p>Lo que sí consiguió, que un impresor de la calle -de Cantarranas (parecía alusión) le publicara algunas -de aquellas poesías en una colección que parecía -el <cite>Fleury</cite>, por fuera. Mal papel, y cubierta de -cartulina áspera, amarilla, como la del <cite>Astete</cite>. El libro -se llamaba <cite>Ecos del Pisuerga</cite>.</p> - -<p>Pues como si hubiera tirado al Pisuerga los ecos.</p> - -<p>Nadie se enteró. Él no se dió por vencido, y cogió -otra porción de inspiraciones y las imprimió -en otro <em>libro de doctrina</em> con este título: <cite>Ecos de la -Esgueva</cite>. Dirán ustedes: ¡eso es inverosímil! Si él -no pagaba la impresión, porque no tenía con qué, -¿cómo iba á encontrar impresor que le pagara la -<em>segunda salida</em>? En Valladolid hay gente así. Como -Zorrilla era de la provincia, en cuanto ven por allí -un poeta, sea ó no de la tierra, se dicen algunos: -¡otra te pego! ¡Otro don José! Y le protegen. El de -Cantarranas veía en la figura de Murias y hasta en -su dulce nombre—el dulce nombre de Jesús—<em>una -garantía de éxito</em>, según la frase favorita del impresor. -Jesús tenía aspecto de tísico, el valor de su melena, -desaliñada y de un castaño sucio (sucios tenía -todos los colores de su cuerpo y traje); usaba barba -corrida... de la vergüenza de sus pocos pelos; pocos -y mal avenidos. En fin, así eran los poetas, ó no debían -ser, según el librero impresor, y estaba seguro -de que el chico le había de hacer ganar dinero, -en cuanto le diera la mano algún crítico de Madrid, -uno de aquellos <em>sacerdotes</em> á quienes don Nicomedes -Niceno—el impresor editor—tenía por más -Merlines cuantos más <em>palos</em> pegaban.</p> - -<p>Decirle á Niceno que tal crítico “no se casaba con<span class="pagenum"><a id="Page_231"></a>[Pg 231]</span> -nadie”, era nombrarle un fetiche á quien él adoraría -en adelante. Decidió mandar á Madrid—que tiene -la exclusiva de los <em>sacerdotes</em> críticos—á su protegido; -no para que los críticos se casaran con él, sino -para que no le <em>repudiaran</em> antes de <em>conocerle</em>. Empezaba -entonces á llamar algo la atención un abogadillo -sin pleitos, chiquitín, bilioso, miope, que escribía -de crítica y de cuanto Dios crió en prosa y en -verso, en un papel satírico. ¡La sátira! la sátira le -atraía como el abismo al impresor de Cantarranas; -él, que era un hombre optimista, no se sentía capaz -de tener hígados satíricos en su vida; pero, aun con -cierto horror nativo al género, se sentía seducido, -como en un vértigo de humorismo, por los escritores -que empleaban la ironía, aunque fuera la -de menos grados; y si llegaban al sarcasmo, como -Aquiles ante el cadáver de Héctor, don Nicomedes -gozaba de una voluptuosidad que él confesaba ser -diabólica. Á pesar de que era incapaz de querer -mal á nadie, y de que á él todos los versos y toda -prosa que tuviese la ortografía académica le parecían -bien, en cuanto veía maltratado á un literato -por un crítico satírico, declaraba fuera de la ley al -imbécil intruso, y sin compasión alguna le veía en -las garras del ogro sardónico, sarcástico y cáustico, -ó estanquero, como diría <em>El vecino de enfrente</em>, de -Blasco.</p> - -<p>No vaciló don Nicomedes. Pagó el viaje á Jesús -Murias, que tenía un catarro crónico que no le dejaba -respirar, cuanto más inspirarse; le regaló unos -cuartos para la posada; le cargó las alforjas de -ejemplares de los <cite>Ecos de ambos ríos</cite>, y le dió una<span class="pagenum"><a id="Page_232"></a>[Pg 232]</span> -carta de recomendación para el Sr. Sencillo, que -así se llamaba el crítico corrosivo. ¿Que de quién -era la carta? De Niceno en persona. Decía así: Ilustre -Aristarco: no le conozco á usted. No lo necesito. -No pido favor. Pido justicia... Y por ahí adelante, -todo en estilo cortado, manía que había cogido Niceno, -como una peste, corrigiendo pruebas de una -obra de Henao y Muñoz.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Jesús se presentó á Herodes, es decir, Murias se -presentó á Sencillo en la redacción de <cite>El Erizo</cite>. Saludó -al Minos que tenía delante con uno de aquellos -saludos que Fígaro llamaba, en casos semejantes, -sordos; y precisamente saludó pensando en Fígaro -y en aquel adjetivo, y procurando evitar toda -<em>gauchería</em> (como él se dijo para sus adentros, porque -usaba los galicismos voluntarios hasta en sueños). -Ya se verá después que la especialidad de -Murias era el francés... y sus consecuencias.</p> - -<p>Sencillo contestó al saludo de Murias sin mirarle, -y siguió escribiendo en la mesa que tenía para él -sólo. Por de pronto, no abrió la carta.</p> - -<p>Murias no se ofendió. Él pensaba hacer lo mismo -cuando fuese célebre: pensaba darse tono no viendo -siquiera los principiantes que se le pusiesen delante.</p> - -<p>Pasaron cinco minutos y tosió Murias, sin querer.</p> - -<p>Levantó los ojos Sencillo y dijo:—Soy con usted. -No puedo interrumpir ahora esto...</p> - -<p>Vamos, pensó Jesús, tiene á algún poeta en el -asador y temerá que se le queme.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_233"></a>[Pg 233]</span></p> - -<p>El director del periódico, que observaba la escena -desde su despacho, pues estaba la puerta abierta, -se levantó, no sin vencer la prosa y se acercó á -la mesa de Sencillo. Conocía al crítico, sabía cómo -las gastaba y le quitaba todas las púas que podía. -Allí <cite>El Erizo</cite> era Sencillo; el director, D. Autónomo -Eufemio de Pérezbueno, era lo menos áspero que -cabía. Era una mantequilla de Soria de mucho bulto -y muy ilustrado. Usaba bata de las talares y babuchas -de Tánger. Flemático, hombre de mucho -mundo... corrido con buena correa, no creía en -los malos escritores, á fuerza de creerlos inofensivos... -No digo que no los haya, decía, sino que -es lo mismo que si no los hubiera.</p> - -<p>Abreviando: Murias salió de allí con muchas ilusiones, -gracias á las buenas palabras de Pérezbueno. -Á Sencillo apenas le oyó el metal de su voz, -pero don Autónomo le había dado palabra de que -Sencillo—<em>Bisturí</em> en el claustro... crítico—hablaría -de los <cite>Ecos</cite> de todos los ríos y canales de Castilla y -Aragón que se pusieran por delante.</p> - -<p>Pasaron años; por lo menos así le parecieron á -Murias, aunque no eran más que días, y Sencillo -nada dijo ni de <cite>Ecos</cite> ni de resonancias. Murias se -atrevió á ponérsele otra vez delante de la mesa. No -estaba el director. Tosió Jesús, sin querer, de puro -tísico; le miró Bisturí, le reparó bien y le mandó -sentarse. Asado el poeta del día, Bisturí se volvió -á Jesús y le preguntó, sin echar veneno, qué se le -ofrecía... Murias, balbuciente, aludió á los <cite>Ecos</cite> -que estaban en el cajón de la derecha... si no recordaba -mal. Buscó Bisturí y echó de menos... un<span class="pagenum"><a id="Page_234"></a>[Pg 234]</span> -cartucho de dulces que había metido allí. Bronca -entre la crítica y la portería. El portero culpaba á -un redactor.</p> - -<p class="p1 center"><i lang="it" xml:lang="it">Quel giorno più non...</i></p> - -<p>No se habló más de los Ecos aquel día. Al siguiente, -sí. Estaba el director. Pareció el libro... -debajo de un pie de la mesa. Estaba haciendo de -<em>forro</em>. Ni por el forro lo había mirado Bisturí.</p> - -<p>Murias empezó á observar al crítico mas en silencio. -Pero cada vez más humilde. Bisturí acabó por -fijarse en aquel tipo que venía semanas y semanas -á pedir que lo pusieran en parrillas si lo merecía, -pero que se hablara de él, y que lo pedía poniendo -el rostro á todos los desaires.</p> - -<p>Todavía no había dicho nada del libro Sencillo, -cuando ya era casi como de la casa, á fuerza de -trato y familiaridad, Jesús Murias.</p> - -<p>Casi convencido de que no tendrían eco los Ecos, -empezó á alimentar otra esperanza... pensando en -que necesitaba alimentarse él. Se habían acabado -los cuartos de Niceno. Jesús aspiraba á ser <em>meritorio</em> -en <cite>El Erizo</cite>. Pérezbueno á los colaboradores -regalados no les miraba el diente. Pero no había -plaza. No había dónde poner un alfiler ni un galicismo -en el periódico.</p> - -<p>Cierto redactor <em>maleante</em>—que era el que se comía -los caramelos del <em>sacerdote</em> con púas—propuso, -con la mayor seriedad, que Murias entrase á -formar parte de la colaboración de <cite>El Erizo</cite> en la -sección... de fajas.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_235"></a>[Pg 235]</span></p> - -<p>“Podía escribirlas; no pegarlas, por supuesto.”</p> - -<p>Murias no le tiró un tintero ni nada al redactor -maleante.</p> - -<p>No aceptó el empleo. Pero sí otro que le ofreció -el director. Fué de cronista á la tribuna del Senado.—¿Quiere -usted que sea cáustico?—Sea usted -el pimiento del baturro zaragozano...</p> - -<p>Al día siguiente aquel poeta llamaba animal al -respetable presidente de la Cámara alta; dudaba, -con ironía, de la honradez de tres generales victoriosos -y dirigía alusiones pornográficas á lo más -augusto. Presidio seguro para toda la redacción si -se publicaba aquello.</p> - -<p><cite>El Erizo</cite> siguió sin clavarse en la ley de imprenta -como hasta entonces. Y las crónicas del Senado -firmadas por Arquiloco salían todos los días.</p> - -<p>“Mis <em>yambos</em> en prosa”, llamaba él á las crónicas, -hablando con sus amigos en Fornos.</p> - -<p>—Pero, hombre, le preguntó uno á Pérezbueno, -¿cómo se las echa de Arquiloco el pobre Jesús, si -sus crónicas del Senado son anodinas, inocentes?...</p> - -<p>—¡Oh!—exclamó D. Autónomo—¡Qué han de ser -anónimas! ¡Si ustedes las vieran! Cantáridas, injurias, -calumnias, <em>yambos</em> á toca teja... Lo que hay es -que al corregirle las pruebas yo <em>le quito las ocurrencias</em> -(Histórico). No queda más que lo que él copia -del extracto de una agencia. Pero él ser, es una ventosa.</p> - -<p>Y el pobre Murias aguantaba esto y aguantaba el -hambre, porque sueldo ¡Dios lo diera!</p> - -<p>Cuando ya Jesús era lo que se llama redactor de -<cite>El Erizo</cite>, aunque á prueba... de pruebas, y sin pro<span class="pagenum"><a id="Page_236"></a>[Pg 236]</span>bar -bocado, <em>por fin</em> Bisturí se dignó hablar de los -<cite>Ecos de Entrambasaguas</cite>.</p> - -<p>Y decía Bisturí en <cite>El Erizo</cite>: “Ahora se verá si -soy ó no imparcial de veras. El autor es un amigo, -un compañero... pues bien, por lo mismo se le debe -la verdad entera...” Y la verdad era digna de los -yangüeses que apalearon á D. Quijote.—Murias se -quedó en la cama unos días, porque se sentía molido -materialmente. No se reconocía hueso sano.</p> - -<p>No volvió por <cite>El Erizo</cite>, y, en la cama, recibió una -carta del Mecenas de Cantarranas, don Nicomedes, -que le decía entre otras cosas: “Nos hemos equivocado. -No es usted lírico. Bisturí ha puesto el filo en -la llaga. Acaso sea usted épico. Pero por si acaso, -probemos otra cosa. Cuente usted conmigo. ¿Quiere -usted traducir un diccionario de teología, en veinticinco -tomos? Se trata de la lengua de Fenelón. -Cinco duros por tomo.”</p> - -<p>—Bueno, seré <em>épico</em>—se dijo Jesús resignado.—Traduciré -los veinticinco tomos. Y ésta es la primera -estación. Las que faltan se recorrerán en el -segundo y último capítulo de esta historia, <em>arrancada -á la realidad</em>.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_237"></a>[Pg 237]</span></p> -</div> - -<h2 class="nobreak" >MANÍN DE PEPA JOSÉ</h2> - - - -<p class="p2">Manín de Pepa José, si hubiera nacido señorito -y hubiera estudiado y escrito en los periódicos, hubiera -sido un <em>esteta</em>. Pero en Llantones, parroquia -rural cerca de Gijón, Manín no era más que un <em>folganzán</em>, -que no valía la <em>borona</em> que comía... cuando -la comía.</p> - -<p>Su madre, Pepa José, es decir, una Josefa, mujer -de un José, quedó viuda ya en edad madura, y aunque -la <em>casería</em> que llevaba en arrendamiento, en la -escritura del contrato parecía cosa de Manín, heredero -de José, quien mandaba en todo era la madre; -sólo con ella se contaba. Enjuta, alta, de mucho -hueso, mirada fiera, actividad febril, gestos hombrunos, -era un águila para el trabajo, para el cuidado -de la hacienda, y sus criados y jornaleros andaban -en un pie. Sólo Manín, el hijo único, gozaba -el privilegio de la benevolencia de aquella mujer -que no daba un bocado de pan sin que se lo pagara -algún servicio. Pero Manín era otra cosa; por él y -para él trabajaba ella tanto. No era fuerte, no mostraba -aptitud para las faenas del campo, y la madre -había soñado con hacerle sacerdote. Pero él, muy -contento con trabajar poco y cuando quería, no entraba -por lo de cantar misa. El trabajo le repugna<span class="pagenum"><a id="Page_238"></a>[Pg 238]</span>ba... -pero el ascetismo también. Le gustaba la alegría, -el ruido, el baile. Era gaitero de afición, y de -habilidad notoria. Con la gaita suavizaba el carácter -de su madre, aquella fiera; la embelesaba con -aquellos gorgoritos estridentes del puntero y con -las notas asmáticas que salían de las profundas entrañas -del fuelle.</p> - -<p>Cuando Pepa aturdía á gritos á los vecinos en -media legua á la redonda, riñendo á un criado ó -atosigando á un deudor, y las imprecaciones de -aquella Euménide de pan llevar retumbaban en el -castañar que rodeaba la <em>casería</em>, Manín, tocando el -<cite>Altísimo Señor</cite> ó la <cite>Praviana</cite> en la gaita desafinada -y melancólica, aplacaba poco á poco á la furia, -la atraía y acababa por enternecerla.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Manín era de oficio, de verdadero oficio, soñador. -Un soñador alegre, que buscaba la soledad para -saborear los recuerdos de las fiestas, de las romerías, -de los bailes alegres, llenos de <em>ijujús</em> tempestuosos, -horrísonos, expresión de <em>histerismo</em> de centauros. -Manín no sabía que el <em>ijujú</em> era celta; él lo -consideraba como una manera de <em>relinchar</em> de los -mozos de la aldea. Y él relinchaba también, sobre -todo allá para sus adentros.</p> - -<p>¡Si el mundo fuera siempre cortejar, bailar la -danza prima, disparar el cachorrillo para solemnizar -la procesión, tocar la gaita <em>al alzar</em> en la misa -cantada el día de la fiesta! ¡Y después, á la luz de -la luna, por el <em>castañeo</em> arriba, acompañar á una<span class="pagenum"><a id="Page_239"></a>[Pg 239]</span> -rapaza, y <em>echar la presona</em> á la puerta de su casa -hasta cerca del alba! ¡Y luego, á solas, en la <em>llinda</em>, -ó á la hora de la siesta, sentir la brisa llena de olores -queridos, familiares, reclinado el cuerpo sobre -la rapada yerba, y soñar despierto, rumiando recuerdos -dulces; como las vacas, sentadas á la sombra, -rumiaban su alimento!</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Pero la vida no era eso. En faltándole su madre -¿qué iba á ser de Manín? Y Pepa envejecía, y tenía -achaques, que le procuró el trabajo excesivo. -Se sentía herida de muerte y temblaba por el porvenir -de aquel hijo, incapaz de dirigir la hacienda. -Ya se había susurrado por la aldea que el <em>amo</em>, si -moría Pepa, y Manín quedaba solo, no le dejaría -seguir con el arrendamiento, porque en poder de -tal <em>casero</em> los bienes perderían mucho.</p> - -<p>Pepa vió la única salvación de su hijo en casarlo -con una mujer que fuera como ella, que se pusiera -los pantalones, y trabajara y dirigiera la casería. -Rosa Francisca de Xunco fué la moza que ella deseaba. -Era como ella, hormiga con alas para la codicia. -Era hija de un vecino que siempre había envidiado -la casería de Pepa José.</p> - -<p>Rosa se casó con Manín sin mirarle siquiera, pensando -nada más que en mandar allí, donde -tanto mandaba Pepa. Eran iguales ambas hembras; -pero por lo mismo eran incompatibles. Eran dos -abejas reinas; una tenía que sucumbir. Como una -especie de pacto tácito, venía á ser condición de la<span class="pagenum"><a id="Page_240"></a>[Pg 240]</span> -boda que Rosa no tuviera mucho tiempo que obedecer -á nadie; sobraba Pepa, si lo tratado era tratado. -Pepa bien lo conocía. Admiraba á Rosa, veía en -ella el futuro amparo, y tirano también, de su Manín; -y aborrecía á Rosa necesitándola, y le envidiaba -aquella sucesión que tenía que dejarle ella. Pero -Pepa murió pronto. Rosa Francisca ocupó su puesto -y todo siguió como antes: los criados andaban en -un pie, la <em>casería</em> prosperaba, y Manín tocaba la -gaita, soñaba despierto en la <em>llinda</em>, y echaba de -menos, un poco, el cariño áspero, pero cierto, de su -madre. Rosa no le mimaba, ciertamente; le despreciaba; -le tenía en constante olvido; pero le dejaba -comer sin trabajar apenas.</p> - -<p>Manín sintió también, además de la ausencia de -su madre, la ausencia de las aventuras amorosas: -ya se había acabado lo de <em>echar la presona</em>, el <em>cortejar</em> -los sábados de noche, hasta la aurora del domingo. -¿Con qué reemplazar aquella dulzura? ¿Con -el juego de bolos? Probó... pero aquello no le hizo -gracia. Montaigne no encontraba ni en la gula ni en -placer alguno un sustituto digno del amor: comprendía -á los viejos que se consolaban con los buenos -tragos, pero él no podía reemplazar con la embriaguez -el amor. Manín, si no cosa tan delicada -como el <em>rebrincar</em> y ergotizar con una buena moza, -acabó por encontrar cierto encanto en las copas de -anís escarchado, de malvasía y de rosa. Los licores -dulzones fueron el sucedáneo de los galanteos para -aquel epicurista de montera. Iba á los mercados de -Gijón y allí se despachaba á su gusto bebiendo en -un café, entre el <em>señorío</em>, aniseta, rosa, málaga y co<span class="pagenum"><a id="Page_241"></a>[Pg 241]</span>sas -así. Mucha dulzura, y ver candelillas, y figurarse -el mundo menos malo de lo que positivamente -era... Y á casa á dormir, oyendo frases de desprecio -de aquella Rosa, que era su tirano, pero -también el amparo que le había dejado su madre.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Tuvieron una hija. Buenos insultos le costó á -Manín. Rosa hubiera querido un hijo.</p> - -<p>No lo hubo. El trabajo mata, por lo visto. Mientras -Manín se conservaba fresco, lozano, pese á los -años, Rosa empezó á decaer; una vejez prematura, -precipitada, acabó con ella... y tuvo que pensar en -lo mismo en que había pensado Pepa José algún -día. Si moría ella, ¿á quién iría á parar la casería? -El nuevo amo, hijo del otro, tampoco la dejaría en -poder de aquel trasto inútil de Manín... Y Rosa, con -el mismo fin con que Pepa había buscado una mujer -para Manín, buscó un marido para Ramona, la -hija de Manín y de Rosa.</p> - -<p>Ramona se parecía á su padre: era alegre, soñadora -como él, poco activa, débil de carácter; no servía -ella, como su madre y su abuela, para cuidar la -hacienda. Pero Roque de Xuaca, el marido que escogió -Rosa, sin consultar á Ramona, la mujer de -Roque, era el aldeano más codicioso y tenaz para -el trabajo de todo el concejo. En su juventud, -mientras fué soltero, nunca fué á las romerías por -las mozas, sino por los bolos. Ganar algunos céntimos -en la bolera, á fuerza de sudores, era todo -su recreo. El resto de la semana, en vez de los bo<span class="pagenum"><a id="Page_242"></a>[Pg 242]</span>los -del domingo, tenía la <em>fesoría</em>, la pala, la guadaña... -los céntimos se los sacaba á la tierra. Se casó -sin amor, sin nada más que codicia; dispuesto á ser -el amo cuanto antes. Rosa murió pronto, y Roque -empezó á tratar á su suegro peor que al perro, que -le servía más guardándole la casa.</p> - -<p>Manín temblaba ante el marido de su hija; no -pensó en disputarle el dominio: desde luego aceptó -su papel de carga inútil. Trabajar de veras no podía, -no sabía; cada vez menos. Á pesar de las buenas -apariencias, Manín por dentro se sentía viejo, -muy débil, cada día con más necesidad de amparo, -de que le cuidaran, de que le dejasen sus aficiones -de pobre diablo amigo de los tragos dulces, de la -excitación alegre del licor... Pero Roque no consentía -ni siquiera lo que Rosa había tolerado por desprecio. -Roque de Xuaca era brutal, soez, cruel. Á -Ramona la tenía en un puño, y la pobre hija de -Manín, siempre enferma, no se atrevía á defender á -su padre. Ni Manín se quejaba delante de Ramona, -por miedo de que el marido la maltratase si ella -abogaba por su padre.</p> - -<p>Roque ensayó lo imposible: obligar á Manín á -trabajar de veras, con provecho y constancia. Manín -sólo tuvo fuerzas de voluntad... para oponerse -á tales ensayos, nuevos en su vida y de fracaso seguro. -Lo que es trabajar como los demás no trabajaría -por mucho que mandara Roque. Podía matarle -de hambre, de un palo; pero hacerle pasar el día -encorvado rompiendo terrones, era imposible. Pero -el de Xuaca no se dió por vencido. Renunció á tener -en Manín un esclavo que le ahorrase un criado,<span class="pagenum"><a id="Page_243"></a>[Pg 243]</span> -pero no renunció á sacar del pobre viejo todo el -partido posible. Como á un chicuelo, se le obligaba -á llevar el ganado al pasto, era el <em>rapacín de la llinda</em> -y se le empleaba en otras labores fáciles, sencillas, -pero molestas para un anciano. Y, por supuesto, -se le acortó la ración. Se acabaron los buenos -tragos, los viajes en pollino á la villa, los -bocados de pan tierno, la ropa limpia y fresca; -hasta se le echó del cuarto desahogado y caliente -que ocupaba en la casa nueva y se le obligó á vivir -en la choza antigua de la casería, á un tiro de fusil -de la vivienda de su hija. Para Roque, su suegro -era menos que el último jornalero.</p> - -<p>Manín se sintió aislado, sitiado por hambre; quería -matarle á fuerza de hastío, de soledad, de privaciones... -¡Málaga, rosa, marrasquino! ¡Recuerdos -del bien perdido! Ni una <em>copiquiña</em> en un año. <em>Borona</em>, -<em>fabes</em>, agua... un poco de leche, poco... y lo -demás tristeza, frío, soledad, aburrimiento... Lo -que no podía Roque era vencer la afición de Manín -á las delicias de que le privaba. Soñaba con ellas, -no pensaba en otra cosa. La privación de aquellos -placeres materiales, de los buenos tragos, de los -buenos bocados, le hacía dar un interés exclusivo -á tales cosas; toda su voluptuosidad, que antes se -esparcía en tantas delicias, el amor, la música, -la vaga poesía del ensueño, la danza, la conversación -alegre... ahora se reducía á complacencias del -paladar, que no podía conseguir, y que cada día -deseaba con más fuerza.</p> - -<p>Cuando le echaban en cara su apego á tales apetitos -groseros, Manín se enternecía, con lástima<span class="pagenum"><a id="Page_244"></a>[Pg 244]</span> -infinita de sí mismo, y, como un anacreonte elegíaco, -procuraba demostrar que á un pobre viejo que -ya no podía gozar de otros placeres, los buenos -tragos, los buenos bocados se le debían como se le -debe el respeto.</p> - -<p>Pero Roque le trataba peor cada día: llegó á reducirle -á la condición, casi casi, de un mendigo.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Murió Ramona en un mal parto. Roque, seguro -de tiempo atrás de que con la casería se quedaba -él, se vistió de negro, con ropa de invierno en -Agosto, antes de que el cadáver saliera de casa. -Puso el rostro duro, compungido, con mueca avinagrada, -y recibió á los señores curas y á los parientes -y vecinos que vinieron al entierro y á los -funerales, con seria amabilidad, sin extremar las -manifestaciones del dolor, sin olvidar sus deberes -de amo de casa para con los huéspedes, pero sin -descuidarse un momento en su papel de viudo que -debía estar por dentro muy afligido. Con suspiros -contestaba á los consuelos de rúbrica, y en silencio -pagaba con obsequios las máximas filosóficas y religiosas -con que los huéspedes procuraban mitigar -la pena que él estaba en el caso de sentir.</p> - -<p>De Manín nadie se acordaba; pero él vino desde -su destierro de la cabaña vieja sin que le llamaran, -y á nadie se le ocurrió echarlo de allí, como tampoco -se echaba al perro, que entraba y salía en la alcoba -mortuoria.</p> - -<p>Manín estaba, más que afligido, aturdido, des<span class="pagenum"><a id="Page_245"></a>[Pg 245]</span>orientado. -¿Qué iba á ser de él? Algunos, los pocos -que no sabían el desprecio con que se miraba -al pobre viejo en la casa, le daban el pésame y -procuraban consolarle también. Estos consuelos le -hicieron pensar á Manín algo en lo que le pasaba: -perdía á una hija, á Ramona, su hija única... Su -carácter de padre exigía sentir una pena moral, -honda... más honda... Manín sentía una pereza invencible -de padecer. Comprendió que si se empeñaba -en enternecerse, en afligirse, imaginándose -<em>cosas finas</em> como antaño cuando comía y bebía bien -y tenía la sangre caliente, conseguiría algo, conseguiría -atormentarse, recordar la niñez de Ramona, -remotas caricias... pero todo eso podía excusarse. -Manín suspiraba, murmuraba frases de resignación -mezcladas con otras de dolor... pero se resistía, en -sus adentros, á dejar que la imaginación se le fuese -por los campos negros de la pena. Además, si -pensaba en Ramona, tenía que pensar en sí mismo, -en cómo quedaba él... y aquello sí que era serio, -terrible, cosa positiva, perentoria, mal de un vivo, -no de muertos, que ya no son... No, no; nada de -pensar en el dolor que le aguardaba...</p> - -<p>Por el olfato empezó Manín á separarse de todas -aquellas tristezas imaginarias á que le invitaban los -curas y los vecinos que le hablaban de la muerta.</p> - -<p>De la cocina, muy próxima, venían olores que -eran delicias positivas en forma de esperanza que -casi se podía paladear. Entró en la cocina. Se preparaba -la gran comilona del funeral, el banquete -en la aldea inexcusable. El <em>xenru</em>, el yerno, Roque, -estaba en todo; la dignidad de la casería exigía<span class="pagenum"><a id="Page_246"></a>[Pg 246]</span> -aquel sacrificio: buena comida y muchos curas á -cobrar la pitanza. Mostrándose rumboso y no dejando -un momento el gesto avinagrado, que él -creía de tristeza, probaba Roque lo que debía á su -papel de viudo mejor que con frases que no se -le ocurrían. En día tan lleno de cuidados no pensó -en la difunta directamente ni cuatro veces. Además, -allí no había pasado nada en rigor: él ya era el -amo; continuaría siéndolo.</p> - -<p>Manín, mientras el clero y los demás del duelo -cumplieron con todas las diligencias debidas al -<em>cuerpo</em> (así llamaban todos al cadáver de Ramona), -se quedó en casa alrededor de los pucheros, y -cuando volvió de la lejana iglesia el fúnebre cortejo, -ya sabía el pobre hambriento á qué atenerse; en la -mesa principal, la de los clérigos, había puesto -para él, y había dos sopas, dos pucheros, tres principios, -arroz con leche, café, queso y vino y licores. -Cuatro botellas de cuello largo había visto él sobre -la masera. Aquellos eran los licores. No sabía leer -y no pudo enterarse por los rótulos del contenido, -pero no dudaba de que algo de aquello sería dulce.</p> - -<p>Manín se impacientaba. Tardaban en volver los -clérigos y legos que habían ido á enterrar á su -hija, á su Ramona, y á cantarle un gorigori de los -repicoteados. ¿Si se quemaba el arroz con leche? -¿Y la sopa? ¿No se perdería la sopa? Si se hubiera -atrevido él á meter baza en la cocina, habría aconsejado -á la respetable María Xuanón, la gran cocinera -de la comarca, que no echase el arroz y los -fideos tan pronto, porque las misas de difuntos -cantadas con todo lujo son muy largas.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_247"></a>[Pg 247]</span></p> - -<p>Manín se plantó, como gallo vigilante, en lo más -alto de la <em>saltadera</em>, entre la <em>quintana</em> y la <em>llosa</em>, -para adelantar los sucesos, para dominar más camino -y ver cuándo aparecían los primeros señores -que habían de volver de la iglesia y del cementerio. -Por la frente, para que no le deslumbrase el sol, -Manín divisó el primer grupo, negro, compacto; -después otro de más gente, y otro y otro... Volvían -como bandada de cuervos que se disuelve. -¡Qué poca prisa se daban! ¡Cuánta hipocresía!—pensaba -Manín á su manera.—¡Vienen con pies de -plomo para disimular la gana que tienen de coger -las tajadas! Todos parecen abrumados por la pena, -y están sintiendo exclusivamente el hambre.</p> - -<p>Cuando llegaron á la <em>saltadera</em> los del primer -grupo, Manín dejó el paso libre. Los más eran aldeanos -que le conocían bien; dos ó tres que eran de -la <em>villa</em> le dieron el pésame otra vez, le estrecharon -la mano. Manín gruñó agradecido, pero algo turbado, -como temiendo que aquel honor no le correspondiera, -en concepto de su yerno, el viudo, y -esto pudiera costarle el asiento que tenía á la mesa.</p> - -<p>Roque llegó con el último grupo, con el cura de -la parroquia, el arcipreste y otros clérigos. No se -dignó mirar al padre de su difunta. Entre la gente -del duelo ya se notaba que empezaba á ser tema -viejo y gastado el del triste suceso que allí los reunía -y los daba de comer aquel día. El elemento -laico mostraba más hipocresía ó más cuidado de las -<em>formas</em>; aún se repetían los lugares comunes que -debieran servir de consuelo y no sirven; se conservaban -los rostros con expresión compungida. El<span class="pagenum"><a id="Page_248"></a>[Pg 248]</span> -clero disimulaba menos su indiferencia, y esta franqueza -del egoísmo inconsciente tiene algo de relativamente -simpática. Enterrar al prójimo era el oficio -de aquellos buenos párrocos y capellanes sueltos; -de eso vivían; de modo que no era cosa de llorarlo. -Además, sin darse cuenta de ello, los curas -mostraban, entre los aldeanos, cierto aire de superioridad, -así como de casta, ó por lo menos de clase. -Hablaban y bromeaban en presencia de los -destripaterrones casi con la misma libertad que empleaban -en sus gaudeamus de las fiestas, cuando -todos eran de Iglesia. Las bromas y libertades de -los clérigos rurales podían no ser del mejor gusto, -ni graciosas, ni <em>correctas</em>; pero eran inocentes, casi -infantiles. Faltaban á ciertas reglas de urbanidad -clerical, si cabe hablar así, que hubiera exigido la -presencia de un obispo, v. gr. Pero que ofendiesen -á Dios aquellas maneras algo descompuestas, no es -cosa segura.</p> - -<p>Roque, de vuelta del entierro, ya era otro. Pensaba -exclusivamente en sus huéspedes, no en la -difunta. El gesto de vinagre se atenuó; quedaba el -traje negro de invierno encargado de recordar el -papel <em>social</em> que representaba el viudo. Servir bien -á los señores sacerdotes, y á los de la villa, y como -se pudiera á los demás, éste era ya el único afán -del que iba á quedarse con la casería de que ya era -dueño, <em>de hecho</em>, hacía tantos años.</p> - -<p>—¡Señores, á la mesa!—dijo Roque con tono solemne -y algo fúnebre, en pie, en medio de la puerta -del corral, donde estaban muchos curas examinando -las vacas y los recentales.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_249"></a>[Pg 249]</span></p> - -<p>—¡Santa palabra!—se atrevió á decir un capellán, -picado de viruelas, pequeño, vivaracho, que -hacía alarde de ser travieso, franco y todo lo mundano -que las sinodales permitían.</p> - -<p>Subieron todos al comedor, improvisado en la -sala del piso alto, estrecha, oscura y mal pintada -de amarillo y verde; lujo introducido por Roque, -que era ambicioso y aspiraba al sibaritismo, allá, -para cuando ahorrara bastante.</p> - -<p>Una cabecera la ocupó el arcipreste y otra el párroco -de Llantones, que fué diciendo:</p> - -<p>—Aquí Jove, aquí Puao, aquí Contreces, aquí -Granda...</p> - -<p>Y así fué señalando silla á cada uno de los curas -designándoles con el nombre de la respectiva parroquia, -si la tenían.</p> - -<p>Á la derecha del arcipreste sentaron á Manín; á -la del párroco de Llantones se sentó Roque.</p> - -<p>Manín hubiera sentido orgullo delicuescente si -hubiera sido capaz de apreciar que aquello del sitio -era un honor. Pero él no picaba tan alto en materia -de pompas y vanidades, como la inspección -de los pucheros y ollas le habían dado la seguridad -de que sobraba comida, hasta para los pobres, no -daba importancia al sitio, sino al hecho de estar -sentado á la mesa. El dónde, importaba poco.</p> - -<p>—¡Don Manuel, ánimo! ¡Hay que comer, qué -diantre!—dijo don Primitivo, el curita de las viruelas, -que estaba cerca del aturdido Manín.</p> - -<p>—Sí, señor; ya lo creo. Comeremos... ¡qué remedio!...</p> - -<p>Iba á suspirar, pero lo dejó, porque lo reputó<span class="pagenum"><a id="Page_250"></a>[Pg 250]</span> -una excusada y repugnante hipocresía. Su Ramona, -que le vería desde el cielo, ó desde el purgatorio, -de fijo aprobaría su conducta; además, con ella, -con su hija, no tenía para qué andarse con cumplidos: -harto sabía ella que su padre no había comido -cosa fina, comida de curas nada menos, muchos -años hacía. ¿Cómo no habían de alegrársele los -sentidos? ¡Olía tan bien la sopa humeante! Estaba -la mesa tan blanca, el pan parecía tan tierno, tan -caliente y generoso el vino... ¡Quién dijo pena!... -es decir, pena sí, claro; pero luego, luego... á otra -hora, otro día... muchos días... ¡sí, carape, muchos -días!... más cada día, acaso... ¡Recontra! ¡pues no -iba á ponerse á pensar en aquello tan negro, tan -triste!...</p> - -<p>—¿Arroz ó fideos... Manín?—preguntó el arcipreste.</p> - -<p>—<em>Mezámelo, mezámelo</em>—contestó el padre de Ramona -con humildad y candor de paloma.</p> - -<p>Quería decir que le dieran fideos y arroz.</p> - -<p>Comía, devoraba Manín; á dos carrillos; engullía -de prisa, como perro ó gato que asalta una despensa, -mirando receloso á su yerno entre bocado y bocado. -Roque estaba muy ocupado con sus atenciones -de amo de casa que quiere agasajar á los huéspedes. -Por eso—pensaba Manín—le dejaba á él comer -todo lo que quería.</p> - -<p>Sonreía el padre de la difunta á derecha é izquierda, -mirando á todos con expresión de agradecimiento -y ternura, como diciendo: ¡Gracias, señores; -gracias por admitir al mísero padre de Ramona, -que en paz descanse, á esta mesa tan bien ser<span class="pagenum"><a id="Page_251"></a>[Pg 251]</span>vida, -donde va á sacar la tripa de mal año, de muchos -malos años!</p> - -<p>La primera copa de buen vino de Toro la recibió -el cuerpo de Manín como si con ella le hubiesen -ungido rey y emperador de la felicidad terrenal. -¡Qué cosas de cariño, de intimidad caliente, familiar, -llena de recuerdos dulcísimos, le decía el jugo -de la uva al caerle por la garganta abajo!</p> - -<p>Vino el primer cocido, el puchero fresco, lleno de -golosinas, tales como buen chorizo, jamón, menudos -de gallina, tocino rancio, y Manín dejó que le -llenara Don Primitivo el plato, hasta convertírselo -en pirámide, de todas aquellas delicias del estómago.</p> - -<p>La conversación empezaba á animarse. No había -ya reserva alguna, hipocresía de ningún género, ni -aun por parte del elemento laico, que antes fingía -cierta pena. Así como cuando hay fiesta nadie se -acuerda del santo, ahora nadie se acordaba de la -difunta, á cuya salud... eterna estaba comiendo -toda aquella concurrencia de cristianos tibios.</p> - -<p>Se habló de la cosecha, del último concurso convocado -por el señor obispo, de los masones; pero -la alegría franca, aunque no descarada ni de manifestaciones -bulliciosas, no se mostró hasta que comenzaron -los chascarrillos. Á Manín le parecía inagotable -el vino, y como el vino los cuentos; creía -que aquellos señores curas sacaban del fondo de -los vasos todas aquellas historias que acababan -siempre por un chiste, que reían todos, y que él no -entendía las más veces, pero celebraba también con -una carcajada y un trago. Los cuentos eran, los<span class="pagenum"><a id="Page_252"></a>[Pg 252]</span> -más, relativos al clero; solía ser el héroe un famoso -cura de La Parada, á quien Manín estaba admirando -y envidiando, como César á Alejandro. ¡Si -él hubiera sido párroco! ¡Qué tragos, qué pitanzas, -qué comilonas!</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Vino la morcilla, con las <em>fabes</em> y el <em>llacón</em> y la sidra. -¡Madre de Dios, qué recuerdos de dicha olímpica -despertaban en las entrañas de Manín aquellos -olores! Sí, en las entrañas; porque eran recuerdos, -sensaciones, deleite de paladar <em>alucinado</em> -por evocaciones de remota harturas; asociación de -ideas, y aún más, de voluptuosidades; sentimentalismo -de la gula... ¡qué sabía el pobre Manín! Pero -ello era un encanto, estómago y corazón participaban -de la delicia...</p> - -<p>¡La juventud, la abundancia... el pasado... su madre, -su mujer... su hija... sus ensueños!... Manín -aflojó el cinto ruin con que sujetaba los pantalones, -se limpió el sudor de la frente con la servilleta... y -se bebió de un trago un vaso de vino tinto.</p> - -<p>Carne asada, un pato, calabacines rellenos... todo -eso fué pasando por la mesa y de todo comió el de -Pepa José como por cuatro; y de camino bebía -como seis...</p> - -<p>Indudablemente, el mundo ya le parecía otro: -quería pensar y echaba de menos lo que él no sabía -que se llamaba lógica; quería sentir y sentía cosas -extrañas, ilógicas también; por ejemplo: perdo<span class="pagenum"><a id="Page_253"></a>[Pg 253]</span>naba -á su yerno y le abrazaba, <i lang="la" xml:lang="la">in mente</i> y al recordar -á Ramona no le dolía mucho por dentro, sino -que la veía como en el centro de la tierra muerta -de risa y contenta de ver á su padre tan bien comido -y en camino de coger una borrachera de las que -se duermen dos días...</p> - -<p>Manín, sin miedo á su yerno ni al arcipreste, -rompió á hablar alto, y contó cuentos verdes, y filosofó -á su modo acerca de la comunión de los santos -y el perdón de los pecados. Dijo lo que quiso, -nadie le fué á la mano. El infeliz creía que todos -estaban tan exaltados como él; no podía notar que -desentonaba, que la alegría de los demás era contenida, -expresiva sin estrépito, sobre todo, sin imprudencias, -sin paradojas sentimentales... Nada de -eso podía ver, se puso en pie, peroró, lloró, abrazó -á diestro y siniestro... y cuando llegó la hora de -los licores, abrazado á la botella de aniseta, pegajoso -y dulzón, cantó á su modo, en prosa bable, -una égloga elegíaca, invocando el derecho de gozar -del presente, de aquella orgía, que lo era para él la -comilona; y se esforzaba en compaginar, con palabras -incoherentes, el dolor y la alegría, su desgracia -cierta y su pasajera delicia, con no menos poesía, -en el fondo, y no menos incomprensible para -el vulgo, que Shelley cuando quiere en el <cite>Epipsychidion</cite> -armonizar el amor á dos mujeres á un -tiempo.</p> - -<p>Roque dejaba á su suegro disparatar, desentonar, -descomponerse, escandalizar... Le convenía... Ya -lo veían aquellos señores; testigos eran: quedaba -explicado por qué él trataba al padre de su difunta<span class="pagenum"><a id="Page_254"></a>[Pg 254]</span> -como á un perro... Si se le dejaba comer y beber -bien, se ponía así, loco...</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>El escándalo fué mayúsculo. “Tenía razón Roque: -su suegro era <cite>imposible</cite>.” La opinión, en las aldeas -del contorno, fué unánime. En la comida del -entierro nadie, ni los más indiferentes al duelo de -la casa, se habían extralimitado. Se había querido, -como siempre, distraer á la familia, contando chascarrillos, -animando la conversación, pero todo con -cierto tino, sin salir del tono conveniente... y él, -Manín, el padre de la difunta, se había emborrachado, -y había cantado coplas sucias y había llorado... -vino y sidra... ¡Horror!</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Algunos meses después, ni Roque, ni el párroco -de Llantones, ni el arcipreste, ni ninguno de aquellos -comensales tan morigerados se acordaban ya, -ni en sus cortas oraciones, de la pobre Ramona, -que comía tierra. De lo que sí se hablaba algunas -veces todavía era del escándalo que había dado -Manín de Pepa José en la comida de los funerales -de su hija...</p> - -<p>Manín volvió á su choza miserable, á su vida de -perro pastor; decrépito, comiendo como un anacoreta... -borracho de lágrimas, de recuerdos, de necesidad... -lleno de lástima de sí mismo... y viendo<span class="pagenum"><a id="Page_255"></a>[Pg 255]</span> -el mundo vacío, enemigo, con él porque por él ya -no cuidaba aquella hija que parecía ruda y era -como el aire, como la luz, como el calor... La necesitaba, -con ansias de enfermo caduco... y ella no -venía, no volvía, no podía volver...</p> - -<p>Manín deseaba un remedio que no sabía buscar, -en sus cortos alcances; el remedio que él quería era -el suicidio, pero no daba con él. Los animales no -suelen suicidarse, aunque padecen mucho á veces. -Manín era como un rocín viejo, podrido, desamparado... -que no sabía suicidarse. Acaso estaba chocho, -con la idea-dolor fija de su Ramona... que no -estaba allí, en Llantones... en la casería... para compadecerse -del pobre viejo, y darle aire, luz, calor... -vida... la vida aquélla que ni se marchaba ni se -quedaba; que él tenía y no tenía... Para su delirio -de penas, Ramona ausente era el sol muerto, y él, -Manín, desnudo, en la calle, tiritando de frío... ¡con -miedo, con sed, con hambre!...</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_256"></a>[Pg 256]</span></p> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_257"></a>[Pg 257]</span></p> -</div> - -<h2 class="nobreak" >ÁLBUM-ABANICO</h2> - - - -<p class="p2">Ó al revés, abanico-álbum <cite>como gustéis</cite>. La señora -de Frondoso tenía uno, célebre en todo Madrid. -Por el tiempo en que comienza esta fiel historia -de sucesos reales, ya el álbum de versos y dibujos -era cosa bastante desacreditada, y el abanico -convertido en álbum, el colmo de lo cursi. Pero la -señora de Frondoso había leído en <cite>Pepita Jiménez</cite> -que la esencia de lo cursi estaba en el excesivo temor -de parecerlo; y se hubiera creído más cursi -que todas las cursis juntas si hubiera renunciado á -que la pusieran versos en los abanicos, considerando -que se había abusado de este género de galantería, -que ya apestaba al mundo, pero que á ella -no le apestaba. Y en el círculo de sus relaciones, ó -mejor, en la corte de Cupido que la rodeaba, lo ridículo -é impertinente era quejarse de la anticuada -manía.</p> - -<p>—Fulanito, tiene usted que hacerme algo para el -abanico—decía la de Frondoso á cualquier nuevo -amigo presentado en su círculo escogido—; y Fulanito -se guardaba de repetir los lugares comunes -que corrían contra los abanicos literarios, y prometía -escribir, y escribía y procuraba esmerarse. ¡Vaya,<span class="pagenum"><a id="Page_258"></a>[Pg 258]</span> -y que era fácil distinguirse entre aquellas patas -de mosca que llenaban el <em>país</em> del álbum de viento! -Ayala á la derecha; Campoamor por arriba; Núñez -de Arce, con su <cite>Excelsior</cite>, por debajo; Manuel del -Palacio á babor...; Echegaray allá á lo lejos... No -había formas desconocidas, ni aficionados completamente -memos; todos los firmantes eran poetas de -verdad, ó, por lo menos, mozos de chispa, ó buenos -mozos, ó ilustres políticos, ó periodistas célebres, -ó cómicos insignes. Dígase pronto, porque -ello se ha de saber. La señora de Frondoso amaba -mucho; y su marido, secretario del Círculo, consejero -de ferrocarriles y afortunado bolsista, no había -sido más que uno de los primeros eslabones de -una cadena de oro con que ella voluntariamente -sujetaba el corazón. Era rica, hermosa todavía, muy -franca, muy bien educada, digámoslo así; muy afable, -muy natural, nada gazmoña. Su esposo era un -hombre muy simpático y muy influyente, amigo y -deudo de grandes personajes, algunos de escogida -aristocracia... Todo Madrid sabía que Julita Medero, -ó á la francesa, como la llamaban, Julita Frondoso, -era... la <cite>Pródiga</cite>; y sin embargo, no sólo las -catorce señoras malas que hay en la corte, según -la estadística del P. Coloma, sino las muchas docenas -de damas intachables de la más culta y distinguida -sociedad, transigían con Julita, y la llevaban -en palmas, siempre que ella quería, que no era todo -el año. Porque había temporadas en que se la -veía muy poco entre la gente de su <em>mundo</em>, y entonces -ó desaparecía ó iba á sitios poco <em>distinguidos</em> -con otras damas, también ricas y de mucho tono...<span class="pagenum"><a id="Page_259"></a>[Pg 259]</span> -pero un poco separadas del trato de las familias -más escrupulosas.</p> - -<p>La de Frondoso volvía á los <em>suyos</em> siempre que -quería, y nadie temía que trajera consigo la peste -que hubieran podido pegarle aquellas <em>otras</em>.</p> - -<p>Este privilegio lo debía Julita á muchas cosas. -En parte, á su humor equilibrado, alegre, sin aturdimiento; -á su trato simpático, cordial; á su atractivo -singular, que era tal, que muchas veces se vió -enamoradas de ella, en pura amistad, á las mismas -que debían estar celosas, por causa del respectivo -marido. Tenía la de Frondoso una particular complacencia -en conquistar á un tiempo á un amigo... -y á su mujer; y lo conseguía no pocas veces. Nadie -hablaba mal de ella... en detalle. Se reconocía, en -general, que no había por dónde cogerla, porque -eso era notorio; pero... <em>nada más</em>. Nadie comentaba -sus aventuras una á una, ni se hablaba de su querido -<em>actual</em>; no se la seguían los pasos. Tenía la -gran <em>virtud</em>... mundana de <em>no dar escándalo</em>. Cierto -beneficiado de una catedral, amigo suyo, había dicho -en una ocasión delante de ella: “Si no puedes -ser casto, sé cauto”; y ella había convertido en -dogma de moral la frase, digna de Cicerón. Secreto, -siempre secreto. Nadie tenía pruebas, que pudieran -valer en juicio, de lo que era una convicción -común. “Concretamente no se sabe nada”, se repetía -por todas partes. En fin, aquello sí que era cursi -y de clavo pasado: hablar de los adulterios de Julita. -¡Adulterios! ¡Jesús, qué palabrota tan poco oportuna -y tan escandalosa... tratándose de Julita Frondoso! -Amigos, protegidos, así se debían llamar los<span class="pagenum"><a id="Page_260"></a>[Pg 260]</span> -amantes de aquella señora. No eran sus <em>admiradores</em>, -sino mejor sus <em>admirados</em>; era ella la que admiraba. -Su especialidad era... el <em>plato del día</em>; el -hombre de quien hablaban los periódicos de aquella -semana..., ése era el seductor... á quien Julita -procuraba seducir. Parecía á veces la de Frondoso -la <em>flor natural</em> de un certamen. Se <em>adjudicaba</em> al -más excelente versificador, ó al diputado de más -labia, ó al espadachín de más agallas y más arte. -Nunca llegó á los toreros. Pero sí á los ministros. -Un ministro joven le parecía un encanto, si no era -tonto. Por lo general, prefería las bellas artes, incluyendo -las letras. El poeta era lo mejor, y lo que -más se le pareciese, en seguida. En pintura entró -por el naturalismo primero que en literatura. En la -época de los últimos resplandores de la hermosura -de esta señora, empezaba el realismo á estar de -moda en España; y ella lo acogió, en las artes -plásticas, concediendo sus favores á Pablito Fonseca, -que era un paisajista de la escuela natural. Su -especialidad eran las vacas sentadas sobre la yerba. -Pablito no tenía dos dedos de frente; pero sus -vacas eran <em>pedazos de la realidad</em> puestos en el -lienzo. Daban ganas de ordeñarlas. Por unas cuantas -semanas, algunos chuscos llamaron á la de -Frondoso la de <em>Finojosa</em>. Ya comprenden ustedes -por qué.</p> - -<p>Pero, amigo, en materia de novelas, “¡mi Feuillet -de mi alma!” decía Julita; y, dicho sea en puridad, -lo que le gustaba á ella de verdad era el folletín -criminal, con un misterio en cada número del -respectivo periódico. Una hija que estaba una por<span class="pagenum"><a id="Page_261"></a>[Pg 261]</span>ción -de semanas sin padre, y que á lo mejor encontraba -tres ó cuatro...; eso, eso era lo que encantaba -á Julita.</p> - -<p>Si al cabo entró por la novela más ó menos naturalista, -fué gracias al carácter firme y genio áspero -de Ángel Trabanco, poeta lírico <em>predominantemente</em> -descriptivo, que despreciaba de modo olímpico el -argumento, la <em>fábula</em>, y en poesía y en novela quería -ver el mundo real pintado por él mismo, por el -mundo, no por las aventuras de los muñecos humanos -que lo pisaban y profanaban. Con todo su mal -genio, Trabanco, si quiso conquistar el corazón de -Julita, ó por lo menos alquilarlo por una temporada, -no tuvo más remedio que pasar por las horcas -caudinas del <em>álbum-abanico</em>. Quedaba un rincón en -blanco, y allí, con letra muy menuda, el poeta descriptivo -de mal genio tuvo que pintar en unos veinte -versos, modelo de concisión y fuerza plástica, -<em>El molino viejo</em>. Era un molino cansado de moler, -en ruinas por fuera y por dentro; la molinera vieja, -la cítola gastada... ¡Magnífico de verdad y de tristeza! -“Ese molino soy yo”, dijo la de Frondoso. No -valieron protestas; se empeñó en que era ella, y le -hizo gracia tener un parroquiano nuevo para el -molino viejo de su corazón... Ángel se hizo querer -más que otros, porque era dominante, desconfiado, -montaraz, decía Julita. La convenció de que tenía -la pobre muy mal gusto literario, y le hizo leer las -novelas de los Goncourt, que la aburrían, y las de -Balzac y demás maestros consabidos, que no las -podía concluir sin dormirse.</p> - -<p>Pero al álbum-abanico no pudo hacerla renun<span class="pagenum"><a id="Page_262"></a>[Pg 262]</span>ciar. -Aquel registro de notabilidades más ó menos -pasajeras siguió siendo la manía de Julita; los -amantes variaban; la manía siempre era la misma. -Como se decía que aquellos abanicos poéticos y artísticos -eran las <em>actas de los mártires</em>, es decir, listas -de los amantes de Julita, ésta creyó oportuno advertir -á Trabanco que en tal supuesto había notoria -exageración.</p> - -<p>—Oye, tú—le dijo un día:—la tirria que le tienes -al abanico ilustrado, como tú dices, no será porque -creas que han sido amigos míos, así como tú, todos -estos señores... Te juro que nunca tuve nada con -Zorrilla, ni con Campoamor, ni con Pepe Luis...</p> - -<p>—No; si á quien yo temo es al <em>nuevo Parnaso</em>.</p> - -<p>—Yo soy franca, ya lo sabes; un cómico francés, -que fué íntimo de casa, allá en París, me decía que -ya Molière, en una comedia que se llama <cite>L’Etourdi</cite>, -justificaba la brevedad de los amores: cuanto -más breves sean los extravíos, menos malos serán.</p> - -<p>Y la de Frondoso, con mediana pronunciación, -repetía siempre que hablaba de esto:</p> - -<div class="poetry-container pw30"> -<div class="poetry"> -<p class="p1"> -<i lang="fr" xml:lang="fr"><span style="margin-left: 1em;">Si notre esprit n’est pas sage á toutes les heures,</span><br /> -Les plus courts erreurs sont toujours les meilleurs.</i></p> -</div> -</div> - -<p>—Y tú no puedes quejarte, Nerón—añadía la -simpática matrona—; hace un siglo que te quiero.</p> - -<p>Y era verdad; la de Frondoso se había acostumbrado -á su poeta del molino viejo, y no llevaba -trazas el trueno de venir por causa de ella.</p> - -<p>Pero al vate le llamaron á su pueblo, donde le -esperaba una buena moza, que le quería muchos<span class="pagenum"><a id="Page_263"></a>[Pg 263]</span> -años hacía, y que acababa de heredar algo más sólido -que los poemas descriptivos. Trabanco habló -claro. Julita trató de disuadirle; le aconsejó que se -quedara en Madrid para hacerse <em>célebre de veras</em>; -esto en el lenguaje de Julita, quería decir: hacerse -hombre político con el riñón cubierto. Le prometió -ayudarle con la influencia de su marido y otras que -ella tenía... Quedaron en discutirlo en el tren, saliendo -juntos de Madrid, ella para Francia y él para -su pueblo... Si ella le convencía en unas cuantas -horas... seguirían juntos á Francia...</p> - -<p>La de Frondoso no vió á Trabanco ni en la estación -ni en el tren. No le volvió á ver en muchos -años. Le perdonó, le escribió; él contestó dos, tres -veces; después, ni cartas.</p> - -<p>Julita perdonó esto también... y á los pocos meses -para ella Trabanco era un joven de porvenir, que -había cortado la carrera casándose con una <em>ingenua</em> -de pueblo. Y tan amigos.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Pasaron más de doce años, trece ó catorce; la de -Frondoso siguió viviendo en Madrid, y Trabanco -en Barcelona, en Sevilla, en el extranjero algunas -temporadas; á Madrid no fué nunca más que de -paso. Muy de tarde en tarde, leía Ángel en los periódicos -algo referente á las tertulias de la señora de -Frondoso; según los revisteros de salones, el encanto -de aquella morada era Luz, aquella <em>Bebé</em> de -que tanto le hablaba <i lang="la" xml:lang="la">illo tempore</i> Julita; la niña es<span class="pagenum"><a id="Page_264"></a>[Pg 264]</span>belta -y precoz que había visto él muy pocas veces, -siempre de lejos.</p> - -<p>Una tarde, en uno de sus raros viajes á la corte, -Trabanco hablaba con varios amigos, políticos y -literatos, en un corrillo en la Carrera de San Jerónimo.</p> - -<p>Á tales fechas, Trabanco era muchas cosas antes -que lírico. Con el dinero de su mujer había hecho -negocios muy sanos en la industria taponera; el -corcho y su mercado eran una de las preocupaciones -más importantes del poeta de cabeza gris y -grandes patas de gallo alrededor de los ojos, siempre -enérgicos y soñadores. El corcho le había llevado -al estudio de ciertas cuestiones económicas -muy prácticas; de estas cuestiones había ido por -asociación de hechos á la política, y en la actualidad -era un candidato á la diputación á Cortes, tan encasillado -como otro cualquiera. Pero seguía siendo -poeta y viendo el mundo por su aspecto de hermosura -plástica; de tarde en tarde publicaba un tomo -de versos, muy elegante, con grabados muy bonitos. -No le atormentaba la mucha ó poca venta, -como antaño; el corcho le permitía estar tranquilo -respecto de este particular. Regalaba muchos ejemplares, -recorría muchas redacciones y se hablaba -bastante de los versos de Trabanco, sin que nadie -pusiera interés en negarle el talento poético, que -ni subía ni bajaba. Cuando había alguna vacante -de académico de la Española, no faltaban <em>críticos</em> -que <em>indicaban</em> á Trabanco, sin escándalo de nadie. -Y nada más. Ésta era toda su gloria. Como se -ve, Trabanco no había llegado á ser <em>célebre de ve<span class="pagenum"><a id="Page_265"></a>[Pg 265]</span>ras</em>, -como la de Frondoso hubiera querido, y acaso -hubiera conseguido si él no se hubiese separado de -ella y de la corte.</p> - -<p>En fin, aquella tarde, cuando más animada estaba -la conversación del corrillo, dos damas muy bien -vestidas, altas las dos, una vieja y otra muy joven, -deslumbradora de lozanía y belleza, pasaron junto á -aquel grupo, que se abrió para dejar libre la acera.</p> - -<p>—¡Ibáñez!—exclamó la dama entrada en años deteniéndose -y alargando una mano á un buen mozo, -pero muy gastado, que formaba parte del corro.</p> - -<p>—Señora... Luz...</p> - -<p>—Me tiene usted olvidada.. Y tú, Luz, ríñele...</p> - -<p>—No lo crea usted. Mañana mismo...</p> - -<p>—Sí, siempre mañana...</p> - -<p>—Mañana sin falta tiene usted eso en el palco; -¿no le toca á usted mañana en el Español?</p> - -<p>—Sí, sí; ¿pero están ya hechos?</p> - -<p>—Sí, señora, sí. No valen nada... pero...</p> - -<p>—¡Oh! eso es modestia... ¡Oh, Trabanco! Usted -por aquí... cuánto tiempo...</p> - -<p>—Sí, señora; catorce años lo menos...</p> - -<p>—Sí, catorce...</p> - -<p>—¿Y ésta es?</p> - -<p>—Luz...</p> - -<p>—¿Bebé?</p> - -<p>—Sí, Bebé... ¿Ha crecido, eh?</p> - -<p>Y Luz, sonriente, sencilla, <em>natural</em>, mucho más -natural que los versos de Trabanco, miró y saludó -con un apretón de manos, al antiguo amante de -aquella madre de quien ella nada malo sabía ni -sospechaba.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_266"></a>[Pg 266]</span></p> - -<p>Siguió la conversación entre las señoras, Ibáñez -y Trabanco. Ibáñez era poeta también, pero de otra -generación... literaria, aunque poco menos viejo -que Trabanco. Pero Ibáñez estaba de moda, era -entre místico y diabólico y con las señoras tenía -mucho más partido que Trabanco había tenido en -sus mejores tiempos. Además, vivía casi siempre -en París ó en Londres, y esto le refrescaba la fama -como si fuera sal.</p> - -<p>Lo que Julita Frondoso, anciana respetable, muy -bien conservada, le pedía á Ibáñez era, efectivamente, -unos versos para un abanico de Luz. Luz -tenía también álbum-abanico, ó mejor, lo tenía su -madre á nombre de Luz. La arrogante moza, figura -de Diana, era pura, noble, enérgica; si coqueteaba, -era por procedimientos que nada tenían que ver -con las letras ni con los abanicos.</p> - -<p>Pero Trabanco, al oir lo del álbum, miró á la virgen -arrogante y tranquila, y un momento temió que -el álbum de la hija, sugestión de la madre, fuera -un registro simbólico, como aquel otro abanico en -que él había escrito: “El molino viejo”...</p> - -<p>Por lo demás, Trabanco y la de Frondoso se miraban -y se sonreían, como dos antiguos conocidos -que nada recordaban de intimidades y ternezas... -Aún Trabanco, como poeta, daba cierto tinte de -filosófica <em>añoranza</em> á las reminiscencias comunes... -pero la de Frondoso, nada absolutamente, nada parecía -recordar; es decir, se acordaba de todo, pero -como si no. En una casa que veían enfrente habían -tenido su nido de amores, pues allí vivía Ángel, y -allí le visitaba Julita. Trabanco lo recordó, miró á<span class="pagenum"><a id="Page_267"></a>[Pg 267]</span> -la casa, al balcón de su gabinete... También, por -casualidad, la de Frondoso miró hacia allí... pero -sin pensar en nada remoto, pensando en Ibáñez, -en Luz... en el álbum, en los versos que Ibáñez -prometía llevar al teatro al día siguiente...</p> - -<p>¡La de Frondoso! ¡Oh! una señora muy respetable. -Aquella gente nueva nada malo sabía de tal -dama; se había olvidado su vida alegre; no era ya -nadie más que la madre amabilísima de una de las -muchachas más hermosas y elegantes de Madrid... -En cuanto al álbum-abanico... era una manía inocente, -inofensiva, que todos seguían respetando.</p> - -<p>Trabanco, viendo seguir calle arriba á la dama -vistosa, siempre alegre... siempre frívola; sin los -vicios que la edad le había hecho abandonar, pero -con la manía que era como la cáscara, ya vacía, del -vicio, pensó para sus adentros una porción de cosas, -filosóficas como ellas solas, de una filosofía ni -pesimista ni optimista... casi cómica.</p> - -<p>Y se dijo lleno de benevolencia irónica...</p> - -<p>—¡Qué diferencia entre Julita Frondoso... y la -<em>Magdalena</em>.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_268"></a>[Pg 268]</span></p> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_269"></a>[Pg 269]</span></p> -</div> - -<h2 class="nobreak" >UN REPATRIADO</h2> - - - -<p class="p2">Antonio Casero, de cuarenta años, célibe, doctor -en Ciencias, filósofo de afición, del riñón de -Castilla, después de haber creído en muchas cosas -y amado y admirado mucho, había llegado á tener -por principal pasión la sinceridad.</p> - -<p>Y por amor de la sinceridad salía de España, -por la primera vez de su vida, á los cuarenta años; -acaso, pensaba él, para no volver.</p> - -<p>Véanse algunos fragmentos de una carta muy -larga en que Casero me explicaba el motivo de su -emigración voluntaria:</p> - -<p>“...Ya conoces mi repugnancia al movimiento, á -los viajes, al cambio de <em>medio</em>, de costumbres, á -toda variación material, que distrae, pide esfuerzos. -Este defecto, porque reconozco que lo es, no -deja de ser bastante general entre los que, como -yo, viven poco <em>por fuera</em>, y mucho por dentro, y -prefieren el pensamiento á la acción.</p> - -<p>“Verdad es que la misma historia de la filosofía -nos ofrece ejemplos de grandes pensadores muy -activos, muy metidos en el mundanal trasiego, -como, v. gr.: Platón, con sus idas y venidas á Sicilia, -sin contar otras idas y venidas y su discípulo -y rival Aristóteles, que no fué <em>peripatético</em> sólo en<span class="pagenum"><a id="Page_270"></a>[Pg 270]</span> -su escuela de Atenas, sino recorriendo mucha tierra -y viendo y haciendo muchas cosas. De los modernos, -se puede citar, entre los muy activos, á Descartes -y á Leibnitz, por más ilustres. Pero, con todo, -entre los de nuestras aficiones, son más los que -siguen el ejemplo de Kant, que apenas salió en su -vida de su Königsberg. Carlyle, en su <em>Viaje á Francia</em>, -póstumo, nos hace ver la gran importancia que -da al acto de <em>valor personal</em>... de decidirse á hacer -la maleta y pasar el Estrecho; y Paul Bourget, en su -novela <em>El discípulo</em>, nos ofrece la psicología del -pensador sedentario que pasa las de Caín porque -tiene que ir de París á una ciudad cercana. Yo, aunque -indigno, también aborrezco los baúles, las facturas, -los andenes, las fondas, los trenes, las caras -nuevas, la vida nueva, la congoja infinita de variar, -en todo lo que se refiere á las necesidades del mísero -cuerpo y á las nimiedades de la vida social.</p> - -<p>“Muchas veces me han censurado, y hasta se han -reído de mí, creo, porque nunca he salido de España. -¡No he estado en París! ¡París! Magnífico, si yo -pudiera llevar mi casa conmigo, como el caracol... -y, por supuesto, ir por el aire. El mundo civilizado, -sobre poco más ó menos, en lo que merece -atención, es lo mismo ya en todas partes, y lo que -varía de región á región es lo que mortifica al sedentario -maniático, cual yo, que en ropa, alimento, -lecho, vivienda, costumbres de la vida ordinaria, no -puede sufrir las variaciones. Yo me siento hermano -del chino, del hotentote; pero ¡cómo pondrán el caldo -por ahí fuera! Francia es como patria de mi espíritu; -pero ¡creo que por allí dan un chocolate!...</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_271"></a>[Pg 271]</span></p> - -<p>...“Y, á pesar de todo eso, emigro; sí, me voy; -dejo á España. <em>Dimito.</em></p> - -<p>“Sí, dimito, por creerme indigno de ella, mi magistratura -de español <em>en activo</em>. Yo, sobre que, después -de pensar y sentir muchas cosas en esta vida, en -que tanto he reflexionado y sentido, ahora tengo -por <em>deidad</em> la sencillez sincera, la humilde ingenuidad -para conmigo mismo; no quiero, como diría -Bacon, <em>ídolos</em> de la <em>caverna</em>, ni del <em>teatro</em>, ni del -<em>foro</em>, ni de la <em>tribu</em>; mi ídolo es la sinceridad ¡Culto -austero, amargo; pero noble, sereno!</p> - -<p>“Pues, bien, amigo mío, ahondando en mi espíritu, -mirando <em>cara á cara</em> mi sentir más íntimo, he -llegado á convencerme de que... yo <em>no siento la patria</em>. -No, no la siento como se debe sentir; lo mismo -me sucede con la pintura: digo que no la siento, -porque comparo el efecto que me produce con el -que causa á otros, y con el que yo experimento en -presencia de la música buena, de la poesía, de la -arquitectura, y veo su inferioridad palmaria. La patria -es una madre ó no es nada; es un <em>seno</em>, un -<em>hogar</em>, se la debe amar, no por <em>a</em> más <em>b</em>, no por efecto -de teorías sociológicas, sino como se quiere á los -padres, á los hijos, lo de casa. Yo no amo así á España; -me he convencido de ello ahora al ver nuestras -desgracias nacionales y lo poco que, en resumidas -cuentas, las he sentido. No, no me quieras -consolar de esta decepción íntima diciéndome que -casi todos los españoles están en el mismo caso. Es -verdad, pero allá ellos; que emigren también. Sí, ya -sé que los más, sin descontar aquéllos que han impreso -su dolor patriótico en multitud de ediciones,<span class="pagenum"><a id="Page_272"></a>[Pg 272]</span> -en rigor, han visto pasar las cosas como si la lucha -de España y los Estados Unidos fuera <em>res inter -alios acta</em>.</p> - -<p>“La misma observación, honda, amarga, despiadada, -pero sincera, que he aplicado á mis íntimos sentimientos, -la he podido hacer en torno mío. No hablemos -de los egoístas francos, militares ó paisanos, -que porque la ley, deficiente sin duda, no les exigía -un sacrificio directo, ni de su persona, ni de sus -bienes, veían con la indiferencia menos disimulada -las catástrofes que nos hundían; no hablemos tampoco -de los patrioteros hipócritas que por oficio tienen -que emplear á diario toneladas de lugares comunes -elegíacos en lamentar dolores de la patria -que ellos no experimentan; pero ¡si fueran ésos -solos! Yo he observado de cerca á quien ha luchado -por España, ha expuesto su vida defendiéndola, -y ha merecido gloriosos laureles... Ese mismo, que -hubiera muerto en su puesto de honor..., lo hacía -todo más por el honor que por cariño real, de hijo, -á España. No había más que oirle relatar nuestras -desventuras que había visto de cerca. No, no hubiera -hablado así de las desgracias de una madre, -de un hijo. Sin darse él cuenta, ajeno de hipocresía, -bien se dejaba ver que más influía en su alma la -alegría del noble orgullo, por su valor, su pericia, -su brillante campaña, que el dolor por lo que España -había perdido. Aquel héroe vencido, no había -alcanzado menos gloria que la que el triunfo le -hubiera podido dar; por eso estaba contento... y la -patria, por la que hubiere muerto, quedaba en su -espíritu, allí, en segundo término, como una abs<span class="pagenum"><a id="Page_273"></a>[Pg 273]</span>tracción -de la geometría moral, exacta, pero fría...”</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>“Además, yo me siento poco español. Creo en el -genio nacional; no sé en qué consiste precisamente; -pero en ciertos momentos de la historia pragmática, -y más en los rasgos populares y en ciertas cosas -de nuestros grandes santos, poetas y artistas, -adivino un fondo, mal estudiado todavía, de grandeza -espiritual, de originalidad fuerte. En Santa -Teresa y en Cervantes es donde yo adivino más -caracteres esenciales de ese genio. Pero... ¡es tan -recóndito y obscuro todo eso! En cambio, saltan á -la vista, me hieren con tonos chillones y antipáticos -las cualidades nacionales, mejor, los vicios adquiridos, -que me repugnan y ofenden. Este predominio, -casi exclusivo, de la vida exterior, del color -sobre la figura, que es la idea; de la fórmula cristalizada -sobre el jugo espiritual de las cosas; este -servilismo del pensamiento, esta ceguedad de la -rutina, y tantas y tantas miserias atávicas contrarias -á la natural índole del progreso social en los -países de veras <em>modernos</em>, me desorientan, me desaniman, -me irritan... y me marcho, me marcho. -Excuso decirte que no creo en regeneraciones ni -en <cite>Geraudeles</cite> patrioteros... Ni yo merezco vivir en -España, ni España es de mi gusto. Yo no me siento -capaz de sacrificar por ella lo que toda patria -merece; no tengo, pues, derecho á que su suelo me -sustente, su ley me ampare. Ella á mí no me ha -dado lo que yo más hubiera querido: una sólida -educación intelectual y moral, que me hubiera ahorrado -esta farsa de semisabiduría en que vivimos<span class="pagenum"><a id="Page_274"></a>[Pg 274]</span> -los <em>intelectuales</em> en España. No puedes figurarte lo -que padece mi amor de sinceridad, hoy mi fe, con -este fingimiento de ciencia prendida con alfileres á -que nos obliga la mala preparación de nuestros estudios -juveniles. Yo veo mi poder reflexivo, mis -facultades intuitivas, mi juicio y mi experiencia, -muy superiores á los medios de instrucción sólida -de que dispongo, para aprovechar en la sociedad -esas facultades. Si no fuera español, sino francés, -inglés, alemán, no tendría que lamentar tan bochornosa -deficiencia. Ser tuerto en tierra de ciegos, no -puede ser consuelo más que para egoístas y vanidosos. -Yo quisiera tener dos buenos ojos en tierra -en que no hubiera ni tuertos ni ciegos. Ser de la -multitud, en Atenas...</p> - -<p>“...No se puede creer en regeneradores, porque -faltan las primeras materias para toda regeneración. -Emigro; ni yo creo en España, ni ella debe esperar -nada de mí. Cuando perdimos las escuadras, -cuando se rindió Santiago, me puse un poco malo -del disgusto... Sí, poco; pronto sané, más contento -con este orgullo de querer <em>algo</em> de veras á la patria, -que apenado con las irremediables desgracias... -Por la pérdida de padres y de hijos, se siente -otra cosa más fuerte, más honda: el dolor por la -ausencia de la madre no lo endulza la conciencia -de la ternura filial; en cambio, al sentir que yo quería -á España algo más que los patriotas vocingleros, -me sorprendí gozando de cierta alegría íntima... -Y después, ¡qué pronto fuí olvidando las pérdidas, -las vergüenzas nacionales!... No, España; no -te merezco. Ni mi espíritu, hecho extranjero por<span class="pagenum"><a id="Page_275"></a>[Pg 275]</span> -lectura de franceses, ingleses y alemanes, te comprende -bien, ni soy, en definitiva, un buen hijo. -Seré el hijo pródigo... que no vuelve.”</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Pero volvió. Yo me encontré al pobre Antonio -Casero en la Puerta del Sol, disponiéndose á subir -á un ómnibus que le llevara á... los toros, á una -novillada cualquiera. Volvía de Inglaterra, Alemania -y Francia, triste, desmejorado, flacucho.</p> - -<p>—Estoy—me dijo—como aturdido. He llegado á -ese escepticismo de la conducta, mil veces más angustioso -que el de la inteligencia. ¡No sé qué hacer! -¡No sé dónde estar! Huí de España, como sabes, -con gran esfuerzo, no por apartarme de ella, sino -por cambiar, por moverme. Sabes las razones que -tuve para emigrar. Pero ¡fuera de España tampoco -<em>sabía vivir</em>! ¡Tenía la patria más arraigada en las -entrañas de lo que yo creía! El clima, el color del -cielo, el del paisaje, su figura, el modo de comer, el -modo de hablar, lo extraño de los intereses públicos, -el no importarme nada de cuanto me rodeaba; -las costumbres, que me parecían irracionales por -no ser las mías; todo me repugnaba, me ofendía; -todo era hielo y aspereza, una especie de magnetismo -enemigo que me acosaba en todas partes. -Hasta respiraba peor. Tal vez lo más espiritual de -mi ser continúa siendo extranjero, pero cuanto en -mí es tierra, barro humano, que es lo más, ¡ay! es -español y no puede vivir fuera de la patria. No, no -puedo vivir en España... pero tampoco fuera. Y en<span class="pagenum"><a id="Page_276"></a>[Pg 276]</span> -tal conflicto... vuelvo, aborrezco el <em>españolismo</em>, -pero me llamo de hoy más <em>Vicente</em>, y me voy donde -los demás españoles... á los toros. <i lang="la" xml:lang="la">Natura naturans.</i> -Después de todo, ¡qué sería de España si emigrasen -todos sus hijos ingratos, que no la aman -bastante! Quedaría desierta.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_277"></a>[Pg 277]</span></p> -</div> -<h2 class="nobreak" >DOBLE VÍA</h2> - - -<p class="p2">Al año de ser diputado y madrileño <em>adoptivo</em>, Arqueta -ya era bastante célebre para que todo el -mundo conociera un epigrama que se había dignado -dedicarle nada menos que el jefe de la minoría -más importante del Congreso.</p> - -<p>—“Ese Arqueta, había dicho, no sólo no tiene -palabra fácil, sino que no tiene palabra.”</p> - -<p>Eso ya lo sabía Arqueta; nunca había pretendido -ir para Demóstenes, ni ése era el camino; pero el -tener palabra difícil no le estorbaba, y el no ser -hombre de palabra le servía muchísimo. Claro que -este último defecto le acarreaba enemistades, pues -las víctimas de aquella carencia le aborrecían é injuriaban; -pero ya tenía él buen cuidado de que -siempre fueran los caídos los que pudieran comprobar -toda la exactitud del epigrama... de la minoría. -¿Á que nunca había faltado á la palabra dada -al presidente del Consejo de Ministros ó á cualquier -otro presidente de alguna cosa importante? -¡Ah! pues ahí estaba el toque. Lo que era, que muchas -veces había que navegar de bolina; algunas -bordadas había que darlas en dirección que parecía -alejarle de su objeto, del puerto que buscaba, pero -aquel zis-zás le iba acercando, acercando, y á cada<span class="pagenum"><a id="Page_278"></a>[Pg 278]</span> -cambiazo, ¡claro!, algún tonto se tenía que quedar -con la boca abierta.</p> - -<p>Orador, ¡no! La mayor parte de los paisanos suyos -que habían sido expertos pilotos del cabotaje -parlamentario habían sido premiosos de palabra... -y listos de manos. ¡La corrección! ¡Fíate de la corrección -y no corras! En el salón de conferencias, -en los pasillos, en el <em>seno</em> de la comisión, en los -despachos ministeriales, Arqueta era un águila. -¡Cómo le respetaban los porteros! Olían en él á un -futuro personaje.</p> - -<p>Además, aunque el diputado Arqueta no esperaba -su medro del poder legislativo, se iba al bulto, -ó sea al poder ejecutivo. Se agarró á las faldas... -de la señora del ministro de Hacienda y la declaró -buena presa; los Arqueta y Conchita Manzano, la -ministra, se habían conocido en un balneario del -Norte.</p> - -<p>Conchita era una jamona que procuraba prolongar -el otoño de su vida hasta bien entrado el invierno. -Mejor. Ya sabía Arqueta que no se le iba -á dar miel sobre hojuelas; se contentaba con la -miel, con el turrón. En el balneario, aunque el trato -fué de mucha confianza, Arqueta no pudo conocer, -de seguro, si la ministra era una de las catorce señoras -malas del P. Coloma.</p> - -<p>En Madrid creció la confianza, por la cuenta que -les tenía á <em>los diputados</em> por Polanueva, y el ministro -participó de la intimidad de los amigos de su -mujer. Juana llegó á ser confidente de Concha, que -algo tendría que contarla; y el ministro, Medianez, -hizo su favorito de Arqueta, que era el encargado<span class="pagenum"><a id="Page_279"></a>[Pg 279]</span> -por su excelencia de no tener palabra, siempre que -convenía dársela á alguno y recogerla sin que él -la devolviese.</p> - -<p>La clase de servicios que Arqueta prestaba á -Medianez eran todos del género que á Mariano le -gustaba, <em>entre bastidores</em>; se referían <em>á lo que no -puede decirse</em> (¡la delicia de Arqueta!), y aquellos -lazos eran de los que sólo abate la muerte; y puede -que tampoco, porque lo probable será encontrarse -en el infierno.</p> - -<p>Arqueta, cuando convino, fué director general, -subsecretario y otra porción de cosas, algunas sin -nombre oficial, ni sueldo <em>explícito</em>.</p> - -<p>Á pesar de la pureza que el de Polanueva atribuía -á la clase de relaciones que le unían al <em>hombre -público</em>, ponía su principal confianza en las delicias -del hogar doméstico... del <em>hombre público</em>. Cuando -Arqueta pudo afirmar, para su coleto, que Conchita -Manzano era <em>de las catorce</em>, fué cuando respiró -tranquilo.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Subieron y bajaron varias veces los <em>suyos</em>, y Arqueta -llegó á verse con méritos suficientes para <em>entrar -en una combinación</em>, para ser ministro, siquiera -fuese temporero... que ya sabría él aprovechar la -temporada y aunque fuese el temporal. Un inconveniente -de jerarquía encontraba: que siendo ministro -era tanto como su padrino y no estaba bien. -Pero fué el caso que las circunstancias hicieron que -Medianez estuviera <em>indicadísimo</em> para presidir un<span class="pagenum"><a id="Page_280"></a>[Pg 280]</span> -ministerio de transición, de perro chico, sin ministros -de <em>altura</em>; pero que podían ser todo lo <em>largos</em> -que quisieran. Y allí estaba él. Presidente Medianez -y él, Arqueta, en Fomento ó donde Dios fuera -servido... ¿por qué no? Así las categorías seguían -respetándose, pues el presidente seguía siendo el -jefe, el amo...</p> - -<p>¿Por qué no entraba él en las candidaturas que -preparaba Medianez por si le llamaban?</p> - -<p>Siempre había atribuido á las faldas de Conchita -la fuerza decisiva, cuando había que influir en el -ánimo de Medianez y hacerle servir en caso grave -los intereses de Arqueta. Ahora había que apretar -por este lado.</p> - -<p>“¡Lo que puede el amor!, pensaba Arqueta. Todo -el mundo dice, y es verdad, que Medianez sabe -llevar con dignidad los pantalones; que no es de -los políticos que dejan que gobierne su mujer. En -efecto, yo noto que Conchita no suele imponerse á -su marido; más bien le teme que le manda... y, sin -embargo, en todo lo referente á mis cosas ¡como -una seda! Pido una gollería, Medianez se enfada, -Concha vacila... aprieto yo, se sacrifica ella, pido, -ruego, insisto, mando, y... ¡conseguido!</p> - -<p>“Ahora el empeño es grave. Pero hay que echar -el resto. Medianez ve en mí <em>poco</em> ministro; tiene mil -compromisos... ¡No importa, venceré!... Apretemos.”</p> - -<p>—¿No te parece á ti que debo apretar?, le decía -á su mujer. Y Juana, sin vacilar, contestaba:</p> - -<p>—¡Pues es claro! ¡Aprieta!</p> - -<p>Ella también seguía cultivando la amistad de la<span class="pagenum"><a id="Page_281"></a>[Pg 281]</span> -de Medianez y la del ministro mismo; pero, es claro, -que pasando lo que pasaba, y que su esposa, -naturalmente, no sabía, Arqueta no creía decoroso -que Juana apretase también; aparte de que lo que -él no lograra menos lo conseguiría su pobre mujercita.</p> - -<p>La ministra juraba y perjuraba que ella tenía en -perpetuo asedio á su marido para que diera un ministerio, -si formaba gabinete, al pobre Mariano, que -era el hombre de mayor confianza que tenían.</p> - -<p>—Pero, desengáñate, digas tú lo que quieras yo -no mando en Medianez tanto como tú crees. Me -hace caso cuando cree que tengo razón. Así hablaba, -en sus intimidades, la ministra á su amante; -pero éste no se daba á partido; insistía, insistía; -aprieta que apretarás.</p> - -<p>Era el caso que, por una de esas combinaciones -tan comunes en la política de bastidores (la que -gustaba á Mariano), Medianez estaba haciendo el -juego de aquel jefe del partido contrario que decía -epigramas contra Arqueta. El jefe de Medianez no -quería ministerios de transición; el enemigo sí, porque -no estaba propuesto para entrar en el Gobierno; -necesitaba dividir al adversario, desacreditar á un -Gabinete intermedio y llegar él á tiempo y como -hombre prevenido. Medianez y Arqueta bien veían -el juego, pero como la coyuntura era única para -que Medianez fuera presidente del Consejo, estaban -decididos á comprar aquellos rábanos, que -pasaban, y caiga el que caiga.</p> - -<p>Lo que no sabía Arqueta era que el jefe del partido -contrario, que ayudaba á subir á la presiden<span class="pagenum"><a id="Page_282"></a>[Pg 282]</span>cia -á Medianez, ponía sus condiciones al personal -del Gabinete futuro, y había declarado que Arqueta -no era <em>persona grata</em>.</p> - -<p>Medianez ocultaba á su amigo las batallas que -reñía con aquel señorón para obligarle á transigir -con el diputado por Polanueva, á quien él quería á -todo trance llevar consigo al Gabinete que iba á -presidir.</p> - -<p>En fin, para abreviar, vino la crisis, que fué laboriosa; -hubo soluciones á porrillo; ministerios de altura -y ministerios de perro chico... y por fin ¡oh -alegría! vino un ministerio que “nacía muerto” según -las oposiciones, pero nacía, que era lo principal: -el ministerio Medianez.</p> - -<p>¡Y Arqueta entraba en Fomento!</p> - -<p>¡Qué escena, la de Arqueta con la ministra, -cuando supo que estaba él en la lista de ministros!</p> - -<p>Concha estaba muy contenta, claro; pero mucho -más preocupada. No salía de su asombro. Estaba -segura de no haberle arrancado á su marido palabra -redonda de hacer ministro al buen Arqueta. -Pero, en fin, ya era un hecho.</p> - -<p>Con su mujer estuvo Mariano menos expansivo, -porque tenía ciertos resquemores de conciencia, -aunque muy leves... Al fin, era por una infidelidad -conyugal por lo que llegaba á la anhelada poltrona... -¡Pobre Juana! Pero, qué diantre, como ella no -estaba en el secreto y se veía ministra, también debía -alegrarse muchísimo.</p> - -<p>Ya lo creo que se alegraba. Estaba radiante de -alegría. Ella fué la que encargó á escape el unifor<span class="pagenum"><a id="Page_283"></a>[Pg 283]</span>me, -ó lo sacó de la nada, de repente, según lo pronto -que estuvo listo.</p> - -<p>Á las once de la mañana iban á jurar y á las diez -Juana ya había vestido, con sus propias manos, á -su marido el vistoso uniforme, reluciente de oro, -con que iba á entrar en la brega ministerial. La -casa se había llenado de amigos y amigas. Y, ¡oh -colmo del honor y de la amabilidad!, á las diez y -media recibió el matrimonio un volante de Medianez -en que decía: “Espéreme usted: voy yo á buscarle -en mi coche y á dar la enhorabuena personalmente -á Juana.”</p> - -<p>Á la cual se le cayeron las lágrimas al leer -esto.</p> - -<p>¡Qué triunfo!</p> - -<p>Llegó el presidente nuevo, Medianez, de uniforme -también, aunque no tan flamante como el de Arqueta.</p> - -<p>Aquella casa era una Babel.</p> - -<p>Arqueta... tuvo un momento de debilidad.</p> - -<p>Todos le decían que estaba muy guapo con el -uniforme; pero el caso era que él, por no parecer -fatuo, no había podido mirarse á su gusto en un -espejo, vestido de uniforme. ¡Y era el sueño de su -vida!</p> - -<p>Tuvo que confesarse que su dicha no hubiera -sido completa aquel día, si no hubiese podido -aprovechar dos minutos para contemplarse á solas, -á su gusto, en el espejo, adorando su propia imagen -ministerial. En su gabinete ¡dónde mejor! Allí -donde tanto había soñado con el triunfo, quería -verla reflejada en aquel armario de espejo que tan<span class="pagenum"><a id="Page_284"></a>[Pg 284]</span>tas -veces le había invitado á confiar en la <em>explotación -del físico</em>.</p> - -<p>Nada más fácil, entre el barullo de la multitud -que llenaba la casa, que eclipsarse un momento...</p> - -<p>Sin que nadie le echara de menos, con las precauciones -de un ratero, Arqueta se dirigió á su gabinete. -Atravesó el despacho; la puerta estaba entreabierta... -enfrente estaba el armario en cuya clara -luna se quería contemplar.</p> - -<p>¡Demonio! Antes de que las leyes físicas permitieran -que Arqueta pudiera verse reflejado en el -espejo... vió en él, con toda claridad... un uniforme -de ministro. ¡Era el presidente!</p> - -<p>Pero no estaba solo; en el espejo también vió -Arqueta la imagen de Juana la regordeta... con cuyas -mejillas de rosa hacía Medianez, el presidente -sin cartera, lo mismo que él, Arqueta, había hecho -la noche anterior en las mejillas, menos frescas, de -la esposa del presidente.</p> - -<p>Arqueta dió un paso atrás. No entró en su gabinete... -Entró en el otro, en el que presidía Medianez, -es decir, presidir también presidía el de Arqueta, -por lo visto... pero, en fin, se quiere decir -que, rechazando el primer impulso de echarlo todo -á rodar, se decidió á sacrificarse en aras de la patria. -Pensó primero en desgarrar el uniforme que -le quemaba, ó debía quemarle el cuerpo, como la -túnica de... no recordaba quién; pero, no desgarró -nada... y cinco minutos después llegaba en el -coche de Medianez á casa de éste, donde aguardaban -otros ministros y muchos políticos importantes. -Allí estaba el <em>protector</em> de la nueva situación, el del<span class="pagenum"><a id="Page_285"></a>[Pg 285]</span> -epigrama, que iba á gozar de su triunfo subrepticio.</p> - -<p>Arqueta reparó que le miraba y le saludaba -aquel prócer con sonrisa burlona, tal vez despreciativa. -Hubo más. Notó que en un grupo que rodeaba -al ilustre jefe de la minoría, se celebraba -con grandes carcajadas chistes que el señor del -epigrama decía en voz baja... Y á él, á Mariano Arqueta, -le miraban los del grupo con el rabillo -del ojo.</p> - -<p>Sólo pudo oir esto que dijo el protector del ministerio -en voz alta y solemne:</p> - -<p>—<i lang="la" xml:lang="la">¡Sic itur ad astra!</i></p> - -<p>Carcajada general.</p> - -<p>—“Sí, pensó Arqueta, eso va conmigo; el que -sube <em>así</em> á las estrellas... soy yo!”</p> - -<p>Y se puso como un tomate.</p> - -<p>—Arqueta—gritó en aquel instante el cáustico -jefe de la minoría, dirigiéndose al nuevo ministro -de Fomento:—Arqueta, la calumnia ya se ceba en -usted.</p> - -<p>—¡Cómo! ¿Qué dicen?</p> - -<p>—Que no va usted á jurar... sino á prometer por -su honor. Absurdo, ¿verdad? ¡Calumnia!...</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_286"></a>[Pg 286]</span></p> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_287"></a>[Pg 287]</span></p> -</div> - -<h2 class="nobreak" >EL VIEJO Y LA NIÑA</h2> - - - -<p class="p2">Viejo precisamente... no. Pero comparado con -ella, sí; podía ser su padre. Eso bastaba para que -los dos se vieran separados por un abismo de tiempo; -y lo mismo que ellos, la madre de ella y el -mundo, que los dejaba andar juntos y solos por -teatros y paseos, sin desconfianza ni sospechas de -ningún género. Era él primo de la madre, y ésta -pensando en que, de chicos, habían sido algo novios, -sacaba en consecuencia que dejar á su hija -confiada á aquel contemporáneo suyo no ofrecía -ningún peligro, ni podía dar que decir á la malicia.</p> - -<p>Años y años vivieron así.</p> - -<p>Si queréis figuraros cómo era él, recordad á Sagasta, -no como está ahora, naturalmente, sino como -estaba allá, por los días en que dijo que iba “á caer -del lado de la libertad”... sin romperse ningún peroné, -por entonces. Tenía don Diego facciones más -correctas que don Práxedes, pero el mismo no sé -qué de melancolía elegante, simpática. Tenía el pelo -negro todavía, con algo gris nada más en un -bucle, sobre la sien derecha. En aquel rizo disimulado -había una singular tristeza graciosa, que armonizaba -misteriosamente con la mirada entre burlona -y amorosa, algo cansada, y triste, con resigna<span class="pagenum"><a id="Page_288"></a>[Pg 288]</span>ción -que dan la piedad y la experiencia. Vestía con -gusto según la elegancia propia de su edad.</p> - -<p>Ella... era todo lo bonita que ustedes quieran -figurarse. Morena ó rubia, no importa. Dulce, serena, -de humores equilibrados, eso sí.</p> - -<p>Volvían del Retiro en una tarde de Septiembre, -al morir el día. Habían estado en una tertulia al -aire libre, rodeados, mientras ocupaban sillas del -paseo, de una media docena de adoradores que á -Paquita no le faltaban nunca. Eran todos jóvenes de -pocos años; muy escogidos gomosos, como entonces -se decía, de la más fina sociedad. No eran Sénecas, -ni habían asado la manteca. Uno á uno, -aislados, no empalagaban. Todos juntos, parecían -ecos repetidos de la misma insustancialidad. Costaba -trabajo distinguirlos, á pesar de las diferencias -físicas.</p> - -<p>Paquita, al llegar á la Puerta de Alcalá, se cogió -del brazo de su inofensivo amigo, que venía un poco -preocupado, algo conmovido, pero no con pensamientos -tristes.</p> - -<p>—¿Pero, ves, que he de estar condenada á bebé -perpetuo?</p> - -<p>—¿Cómo bebés? Eduardo ya tiene lo menos veinte -años y Alfredo sus diez y nueve.</p> - -<p>—¡Ya ves qué gallos!</p> - -<p>—¿Y para qué quieres tu gallos?</p> - -<p>Callaron los dos. Demasiado sabía don Diego -que á Paquita no le gustaban los pocos años. De -esto habían hablado mil veces, con gran complacencia -del muy socarrón amigo, y, como tutor callejero -de la niña.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_289"></a>[Pg 289]</span></p> - -<p>Varios novios le había conocido don Diego á Paquita; -como que él era su confidente en casos tales. -Pero duraban siempre los amores inocentes de -aquella niña, poco, y ahondaban casi nada en su -espíritu. Por vanidad, por curiosidad, por agradar -á la madre, que quería <em>relaciones</em> que fueran <em>formales</em> -y procurasen una posición segura á la hija, -admitía aquellos escarceos amorosos Paquita; pero, -en rigor nunca había estado todavía “lo que se -llama enamorada”. También esto lo sabía don Diego; -y ella se lo repetía á menudo, casi orgullosa de -aquel modo de sentir suyo, y se lo decía una vez y -otra vez á su amigo y Mentor, como quien insiste -en una obra de caridad.</p> - -<p>En tantos años de vida íntima, de familiaridad -constante, jamás de los labios de don Diego había -salido una palabra que pudiese tomar Paquita por -atrevimiento de galán con pretensiones. En cambio, -su vida común estaba llena de elocuentísimos silencios; -y en los contactos indispensables en paseos, -teatros, iglesias, bailes, etc., etc., ni nunca -había habido deshonestos ademanes, ni siquiera -insinuaciones que la joven hubiese podido llevar á -mala parte, había tenido por uno y otro lado no -confesada delicia.</p> - -<p>Paquita se fijaba en que los novios cambiaban y -el <em>amigo viejo</em> siempre era el mismo. Sin decírselo, -los dos sabían que el <em>otro</em> pensaba esto; que era -mucho más <em>serio</em> aquel contrato <em>innominado</em> de su -amistad extraña, que los amoríos pasajeros, casi -infantiles, de la niña.</p> - -<p>Otra cosa sabían los dos: que Paquita estimaba<span class="pagenum"><a id="Page_290"></a>[Pg 290]</span> -en todo lo que valía la pulquérrima conducta de don -Diego, que jamás, ni con disculpa del grandísimo -deseo ni con disculpa de la insidiosa ocasión, había -sucumbido á las tentaciones que el íntimo y -continuo trato le hacía padecer. Jamás el más pequeño -desmán... y eso que la frialdad y apatía ni -el más ciego podía señalarlas como causa de -aquella prudencia sublime. Él y ella se acordaban -de los besos que cuando Paquita era niña, niña del -todo, regalaba al buen señor, y aquello había concluido -para no volver; y don Diego había sido el -primero á renunciar, sin que mediaran explicaciones, -es claro, á tamaña regalía.</p> - -<p>—¿Por qué has reñido con Periquillo?—le preguntaba -en una ocasión el viejo á la niña.</p> - -<p>—Porque se empeñaba en que me estuviera al balcón -las horas muertas, viéndole pasear la calle, y -yo no quise... porque me aburría.</p> - -<p>Y los dos reían á carcajadas, pensando en aquel -modo tan singular de querer á sus novios que tenía -Paquita.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Aquella tarde volvía muy contento, para sus -adentros, don Diego, porque en la tertulia, al aire -libre, en el Retiro, él había lucido su ingenio, con -gran naturalidad y modestia, á costa de aquellos -pobres sietemesinos. Paquita le había admirado, -echando chispas de entusiasmo contenido por los -ojos; bien lo había reparado él. Por eso volvía tan -satisfecho... y con una tentación diabólica, que<span class="pagenum"><a id="Page_291"></a>[Pg 291]</span> -mil veces había tenido, pero á que siempre había -resistido... y que ahora no creía poder resistir.</p> - -<p>Llegaron al Prado y á Paquita se le ocurrió sentarse -allí otra vez. La tarde, ya cerca del obscurecer, -estaba deliciosa; y declaró la niña que le daba -pena meterse en casa tan pronto, perder aquel -crepúsculo, aquella brisa tan dulce...</p> - -<p>Se sentaron, muy solos, sin alma viviente que -reparase en ellos.</p> - -<p>Hablaron con gran calor, muy alegres los dos, -sin saber por qué, los ojos en los ojos.</p> - -<p>—¿En qué piensas?—preguntó Paquita al ver de -pronto ensimismado á don Diego.</p> - -<p>—Oye, Paca... ¿Quién es en el mundo la persona, -sin contar á tu madre, de tu mayor confianza?</p> - -<p>—¿Quién ha de ser? Tú.</p> - -<p>—Bueno, pues...—y don Diego empezó á decir -unas cosas que dejaba atónita á la niña. Él habló -mucho, con mucha pasión y muchos circunloquios. -Nosotros tenemos más prisa y menos reparos, y -tenemos que decirlo todo en pocas palabras.</p> - -<p>Ello fué algo así: don Diego propuso que jugaran -á un juego que era una delicia, pero al cual sólo -podían jugar dos personas de sexo diferente, si el -juego había de tener gracia, y que se fiaran en absoluto -la una de la otra. Era menester que se diera -mutua palabra, seguro cada cual de que el otro la -cumpliría, de no sacar ninguna consecuencia práctica -del juego aquél; que por eso era juego. Consistía -la cosa en confesarse mutuamente, sin reserva -de ningún género, lo que cada cual pensaba y sentía -y había pensado y sentido acerca del otro; lo<span class="pagenum"><a id="Page_292"></a>[Pg 292]</span> -malo, por malo que fuere, lo bueno por bueno que -fuera también. Y después, como si nada se hubiera -dicho. No debía ofenderse por lo desagradable, ni -sacar partido de lo agradable.</p> - -<p>Paquita estaba como la grana; sentía calentura; -había comprendido y sentido la profunda y maliciosa -voluptuosidad moral, es decir, inmoral, del -juego que el viejo la proponía. Había que decir todo, -todo lo que se había pensado, á cualquier hora, -en cualquier parte, con motivo de aquel amigo; -cuantas escenas la imaginación había trazado haciéndole -figurar á él como personaje...</p> - -<p>Paquita, después de parecer de púrpura, se quedó -pálida, se puso en pie, quiso hablar y no pudo. -Dos lágrimas se le asomaron á los ojos. Y sin mirar -á don Diego, le volvió la espalda, y con paso -lento echó á andar camino de su casa.</p> - -<p>El viejo asustado, horrorizado por lo que había -hecho, siguió á la pobre amiga; pero sin osar emparejarse -con ella, detrás, como un criado.</p> - -<p>No se atrevía á hablarle. Sólo, al llegar al portal -de la casa de ella, osó él decir:</p> - -<p>—Paquita, Paquita, ¿qué tienes? Oye: ¿Qué tienes? -¿Yo, qué te he hecho? ¿Qué dirá mamá?...</p> - -<p>Ella, sin contestarle, ni mover la cabeza, la movió -lentamente con signo negativo.</p> - -<p>No, no hablaría: su madre no sabría nada... Pero -al llegar á la escalera echó á correr, subió como -huyendo, llamó á la puerta de su casa apresurada, -y cuando abrieron desapareció, y cerró con prisa, -dejando fuera al mísero don Diego.</p> - -<p>El cual salió á la calle aturdido y avergonzado,<span class="pagenum"><a id="Page_293"></a>[Pg 293]</span> -y cuando vió á dos del orden en una esquina, sintió -tentaciones de decirles:</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_294"></a>[Pg 294]</span></p> - -<p>—Llévenme ustedes á la cárcel, soy un criminal; -mi delito es de los más feos, de ésos cuya vista tiene -que celebrarse á puertas cerradas, por respeto -al pudor, á la honestidad...</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_295"></a>[Pg 295]</span></p> -</div> - -<h2 class="nobreak" >JORGE</h2> - - -<p class="center p1">DIÁLOGO, PERO NO PLATÓNICO</p> - - -<p class="p2">—¿Qué hay de libros nuevos?—me preguntó Jorge, -suspirando como distraído, dejando de pensar en -mí y en lo que me había preguntado.</p> - -<p>Estaba pálido, ojeroso, con cara de sueño y de -mal humor. Yo le miré con atención y fijeza, y dando -cierta intención maliciosa á mis palabras, contesté:</p> - -<p>—Acabo de ver que Carlos Groos, ya sabes, el -docto alemán que publicó en 1896 <cite>Die Spiele der -Tiere</cite> (<cite>Los juegos de los animales</cite>), publica ahora -<cite>Die Spiele der Menschen</cite> (<cite>Los juegos del hombre</cite>).</p> - -<p>—Sí; ya me acuerdo. <cite>Los juegos de los animales</cite>... -No hay más juego que ése. Porque... ¡valientes -animales son todos los que juegan!</p> - -<p>—Hombre, no <em>juegues</em> tú con el vocablo...</p> - -<p>—Ya sé que es feo jugar <em>de boca</em>... Y, en rigor, -está prohibido... Véase el artículo...</p> - -<p>—No digo eso. Juegas con el vocablo; porque -animales...</p> - -<p>—Sí; ya te entiendo. Se trata de los animales... -no humanos. Bueno, pues el señor Groos los calumnia. -Los animales no juegan. Sólo juega el<span class="pagenum"><a id="Page_296"></a>[Pg 296]</span> -hombre, que es el único ser metafísico y jugador. -Es un efecto de la dichosa evolución. ¡Qué remedio! -Yo quería corregirme, dejar el vicio... pero... -imposible... Es cosa de la herencia... de la raza. Lo -he leído en Ihering, en la <cite>Historia de los indo-europeos -antes de su separación</cite>. Aquello desconsuela. -Nuestros patriarcales y bucólicos ascendientes remotísimos... -eran unos empedernidos jugadores. -Mataban el tiempo, el tiempo monótono de aquella -vida lacia, sin variedad, sin emociones nuevas, jugando -y jugando... Y esto, generaciones y generaciones... -¡Ya ves! ¿Quién puede más que el hábito -incrustado en la herencia?... Pastores... y jugadores...</p> - -<p>—Basta de disculpas prehistóricas y darwinistas... -No me has entendido, ó no has querido entenderme... -ó todo te sabe á lo que te pica. El juego -de que habla Groos no es ése; es el juego como -diversión ó recreación, según dice el Diccionario, -en que no se persigue otro propósito que la distracción -misma...</p> - -<p>—Á propósito del Diccionario. Los que hablan -mal de ese libro académico no conocen su gran mérito. -Es un libro de moral... Á lo menos á mí, casi -me convirtió. Verás lo que pasó. Un día, viéndome -encenagado en el pícaro juego, sin poder remediarlo, -convencido de que eran inútiles los propósitos -de enmienda, quise saber á lo menos cómo se definía -académicamente el vicio que me dominaba, y -me fuí al Diccionario oficial, y leí: “Juego, pasatiempo, -recreación, aquello que se hace por espíritu -de alegría y sólo para divertirse y entretener<span class="pagenum"><a id="Page_297"></a>[Pg 297]</span>se.” -No era esto; <em>mi juego</em> no era pasatiempo, ni -alegría; ¡era infierno!... Seguí leyendo: “Ejercicio -recreativo sometido á reglas, y en el cual se gana ó -se pierde.” Lo de ejercicio no me <em>llenaba</em>, porque -¡se hace tan poco ejercicio pasando doce horas -arrimado al tapete verde! Y lo de “se gana ó se -pierde” no es exacto, porque muchas veces se queda... -á juego, ni se pierde ni se gana. Si el banquero -<em>abate</em> con nueve y yo también... ni pierdo ni -gano. Y si salgo del Casino con el mismo dinero -con que entré... ni pierdo ni gano. “Para darle mayor -aliciente—continúa el Diccionario—aventúrase -en él con frecuencia algún dinero.” Los académicos -deben de ser <em>peseteros</em> por esa manera de hablar. -“Merece reprobación—sigue la Academia—cuando -la ganancia ó la pérdida puede ser importante; -cuando se juega por vicio ó <em>cuando el jugador -no tiene por objeto divertirse ó entretenerse, sino -hacer suyo el dinero ajeno</em>.” Al leer esto, sentí toda -la sangre en el rostro; estaba muerto de vergüenza. -¡Qué lección inesperada me daba el <em>léxico</em> oficial! -¡Cuánto había yo leído contra el juego! Pero nunca -aquella bofetada de moralidad me había azotado el -rostro. Tolstoi con su moral de maníaco, combatiendo -lo mismo que el juego el vino, el tabaco... -el servicio militar y el trabajo, no me había hecho -sonrojarme. Siempre que se atacaba el juego como -<em>vicio</em>, yo me disculpaba con la decencia que pueden -tener los viciosos. El juego me parecía diabólico, -pero noble, jugando como caballero, es claro. -¡Cuántos sofismas había inventado yo para disculpar -mi vicio! Le había encontrado analogías con<span class="pagenum"><a id="Page_298"></a>[Pg 298]</span> -mil cosas, malas, pero no bochornosas. Así como -el amor ilegal es pecado, pero no sórdido, no bajo, -el juego me parecía incompatible con la vida económica -ordenada de la sociedad... pero no infame, -no vil, no mezquino; sin relación con la codicia, con -el robo. ¡Jesús, el robo! Y de repente el Diccionario -¡zás!, me daba aquella bofetada... ¡No me había -fijado! Al juego se iba para <em>hacer suyo el dinero ajeno</em>... -Era verdad; á eso se iba. Lo mismo que los -usureros y que los ladrones... para hacer de uno -el dinero ajeno... contra la voluntad de su dueño -también; porque nadie tiene voluntad de perder. -¿Que se expone el dinero propio en cambio? También -el avaro expone la salud, la vida; el usurero -se expone á quedarse sin lo prestado, y el ladrón... -á ir á presidio. Sí, no cabe duda; el juego es eso: -desear quedarse con el dinero ajeno. ¿Querrás -creer que me dió asco el juego? Vi en mí un pecado -de la índole ruin de que siempre me había -creído libre; un pecado sórdido, de injusticia con -el prójimo, de repugnante <em>psiquis</em>... (<em>Pausa.</em>)</p> - -<p>—¿Y qué?</p> - -<p>—Pues nada. Que estuve sin jugar... mucho -tiempo.</p> - -<p>—¿Mucho, eh?</p> - -<p>—Sí; ¡varias semanas!</p> - -<p>—Pero, ¿cómo volviste á lo sórdido, á lo ruin, á -lo que... (perdona, tú lo has dicho) se parecía al -robo?...</p> - -<p>—Verás. Eché mis cuentas. Según mis cálculos, -yo, en conjunto, llevaba perdido mucho más dinero -que ganado. Todavía <em>me tenían por allá</em> algunos<span class="pagenum"><a id="Page_299"></a>[Pg 299]</span> -miles de duros. Iba por el desquite. Iba por lo -mío. Aquello no era jugar, y no hacía mío el dinero -ajeno... sino el mío.</p> - -<p>—Vamos, sí; les habías hecho una señal á las -monedas y á los billetes, y cuando no eran los tuyos -los que ganabas... los devolvías.</p> - -<p>—Ya sabes que el dinero se considera como -cosa <em>fungible</em>...</p> - -<p>—¿Pues entonces?... Además, tus <em>deudores</em>(!), es -decir, los que te habían ganado á ti, ¿eran los mismos -á quienes tú ganabas?</p> - -<p>—Ese argumento tiene menos fuerza que el que -empleó para anonadarme la pícara realidad...</p> - -<p>—¿Y fué?...</p> - -<p>—Que aquellos señores, que no eran los que me -habían ganado... me ganaron también. (<em>Nueva -pausa.</em>)</p> - -<p>Me daba lástima del pobre Jorge. No quise molestarle -con nuevas observaciones <em>virtuosas</em> tan fáciles -de encontrar. ¡Es tan fácil lidiar <em>los vicios</em> -desde la barrera cuando no se tienen!</p> - -<p>—¡El juego!—continuó el jugador.—Los filósofos -no saben lo que es. Montaigne, que ha hablado -de tantas cosas, de tantos vicios, no tiene ningún -capítulo dedicado al juego. Montaigne hablaba de -lo que sabía, de lo que había experimentado. Renán -se queja de que los filósofos no han tomado el -amor en serio del todo, y su verdadera filosofía -está sin hacer. Y es verdad. Y la causa será que -los filósofos no suelen enamorarse de veras. Lo -mismo les pasa con el juego. ¡La estética del juego! -existe; pero no es ésa de que hablan esos li<span class="pagenum"><a id="Page_300"></a>[Pg 300]</span>bros -nuevos... Como que el juego... no es juego..., -no tiene nada de juego, en ese otro sentido -de <em>finalidad sin fin</em> de que ya Kant hablaba. No -debiera usarse la misma palabra para cosas tan -diferentes. Una opinión muy generalizada entre -los estéticos, es que el arte... es juego. Schiller, -en sus célebres cartas sobre la ciencia de lo bello, -siguiendo á Kant, desenvuelve admirablemente la -teoría...</p> - -<p>—Sí; y ahora la estética de tendencia positivista, -ó mejor acaso la que estudia lo bello y el arte -en su aspecto psico-fisiológico, sigue el mismo -criterio. Spencer, como es sabido, también admite -la teoría del arte juego...</p> - -<p>—Y se ha dicho que el juego es un exceso, una -sombra de la vida... lo mismo que se ha dicho del -amor. Renán le preguntaba un día á Claudio Bernard -por el misterio del amor, y el gran fisiólogo -le decía: “No, no hay cosa más sencilla que el -amor; es la vida que sobra...” De modo que amor -y juego son plétora, lo que rebosa...</p> - -<p>—El juego, según este Groos de que hablábamos, -es un ejercicio natural de los aparatos sensoriales -y de los motores, de las facultades del espíritu -(inteligencia se entiende) y de los sentimientos, -en atención al placer... La actividad por el placer -mismo de la actividad, eso es el juego...</p> - -<p>—¡Qué cosa tan diferente del otro <em>juego</em>, de <em>mi</em> -juego! El jugador no busca el placer... y en eso -se engañan muchos que ven las cosas desde fuera... -Busca la ganancia; sólo que la busca en la forma -picante, misteriosa, inexplicable... de la suerte.<span class="pagenum"><a id="Page_301"></a>[Pg 301]</span> -¡La suerte! Estoy por decir que el jugador es un -metafísico apasionado que interroga de cerca y -con interés el misterio metafísico en cada jugada... -¿Hay ley? ¿No hay ley? ¿Es casualidad? ¿Qué es -casualidad? ¿La Providencia se mezcla en estas cosas? -¿El calculo de las probabilidades hasta dónde -sirve?... Y después... ¡una cosa terrible! Lo que á -mí, al fin, me ata al juego hasta por la filosofía... -quiero decir, por el sofisma, es... que la <em>vida es -juego</em>. Sólo el que aspira al <em>nirvana</em>, á la <em>abulia</em>, á -la <em>apatía</em>, puede decir que no es jugador. Los demás, -todos juegan. La vida y la muerte son un -modo de <em>copar</em> la banca. Cada latido del corazón -es un golpe de fortuna, una carta que se juega; cada -vez que respiro puedo perder ó ganar la vida... -La riqueza ó la miseria... juego...; el mérito... -juego. ¿De dónde me viene el talento ó la estupidez? -¿De dónde vienen las <em>judías y las cristianas</em>, -los <em>nueves</em> ó las <em>figuras</em>?... Del misterio, del horrible -<em>cincuenta por ciento</em>..., del abismo que se llama -pares ó nones, cara ó cruz...</p> - -<p>“Esto... <em>ó</em> lo otro”. En esa <em>ó</em>, en esa disyuntiva -está el símbolo del juego... y de la existencia... -Voy ahora á casa...; mis hijos, mis entrañas, ¿estarán -durmiendo... ó muertos?... ¡Quién sabe!... -Están durmiendo; ¡bien! ¡qué hermosos! ¡qué inocentes! -Pero ¿mañana? El porvenir, la <em>carta</em> que -les tocará... la vida que les espera... ¿Qué puedo -yo para conseguir su dicha futura? Todos mis -cálculos, mis previsiones, mis cuidados, mis ahorros, -¡inútil <em>martingala</em>! Mis esperanzas... ilusión -como las supersticiones del jugador... En el fon<span class="pagenum"><a id="Page_302"></a>[Pg 302]</span>do -de la magna cuestión del libre albedrío, de la -libertad y la gracia, de la libertad y el determinismo, -de la filosofía de la contingencia, que hoy da -nombre á una escuela, lo que se ve es el <em>quid</em> del -juego... No; el juego, el <em>mío</em>, no es diversión, no es -broma, no es desinterés, no es finalidad sin fin... Es -todo lo contrario; el interés, la ganancia, el egoísmo -en la lucha con la suerte...: lo mismo que la vida -<i lang="la" xml:lang="la">non sancta</i>, que es la vida de casi todos. Los -grandes hombres, los <em>héroes</em>, decía Carlyle, toman -la realidad, el mundo, en serio. No son <i lang="it" xml:lang="it">dilettanti</i>. -Lo mismo el jugador. El azar para mí ó contra -mí... Ésta es su idea, siempre seria, siempre con -<em>fin</em>, siempre interesada...</p> - -<p>—Sin embargo, en el juego, no el <em>tuyo</em>, el otro, -el juego por el placer de la actividad, se llega, según -<em>nuestro</em> autor, á lo que él llama <em>el placer del -mal</em>, á jugar con el propio dolor. Además, hay la -<em>catarsis</em> de Aristóteles, el placer de la calma tras la -borrasca.</p> - -<p>—No, no importa. Ni por ahí existe afinidad entre -los <em>juegos</em> y el juego. El jugador no busca el -dolor del juego, que es grande, por el dolor, por -el placer de saber que es un dolor buscado, querido: -no, porque él sabe bien que la pasión le -domina y que aquel dolor no es voluntario; y además, -tolera el dolor por la esperanza de ganar, -no por el gusto de poder triunfar de él. En cuanto -á la catarsis, no tiene aplicación... Porque la calma -para el jugador nunca llega. Todo es borrasca. -Después de ganar... quiere, <em>necesita</em> ganar más. Es -un judío errante, no para nunca su ambición.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_303"></a>[Pg 303]</span></p> - -<p>—Groos habla también de juegos <em>guerreros</em>, los -del placer de luchar, de vencer á un contrario...</p> - -<p>—Tampoco en eso hay afinidad entre los <em>juegos</em> -y el juego. En <cite>La Traviata</cite>, el tenor juega por ganar -á un rival... Eso es música. El jugador <em>de veras</em> -no quiere el dinero de Fulano, quiere el dinero; en -el juego hay disputas, pero no hay rivalidades, ni -personalismos, ni rencores: no hay más enemigo -que la <em>contraria</em>. Suerte, ganancia, pérdida. Ésas -son las <em>categorías</em>.</p> - -<p>—Pues Groos dice textualmente que las <em>apuestas</em> -son juegos <em>guerreros</em>, y los juegos de azar apuestas -intelectuales. El juego de azar tiene para él tres -elementos: el placer de ganar, que crece con la -importancia de lo que se arriesga, <em>sin que la ganancia -por sí sea el objeto del juego</em>; el placer de una -excitación fuerte, y el placer de la lucha...</p> - -<p>—Sí, pistolas de salón, de viento. Ese juego lo -hay..., la lotería de las viejas... ¡y aún! No; en el -juego <em>verdad</em> no se sienten esas emociones pueriles; -se quiere dinero, ganancia, y se quiere por el <em>único</em> -camino del jugador, la suerte. Que salga cara, si jugamos -cara; que sean pares, si jugamos pares... y -no por acertar, sino por ganar. Suerte, interés, eso -es todo. ¡La excitación fuerte! Ésa no es incentivo -aunque el jugador crea que sí. Es un castigo, es -una maldición del juego, como el <em>remordimiento</em>, la -<em>vergüenza</em> de perder, después. Desengáñate; el juego... -no es broma. Es como la vida, es como la metafísica... -La vida racional quiere penetrar en el -misterio para saber de su destino, porque teme y -quiere esperar, ser feliz... El jugador, igual. <em>Ser<span class="pagenum"><a id="Page_304"></a>[Pg 304]</span> -ó no ser</em>, ésa es la cuestión... <em>Venir ó no venir</em>... ésa -es la cuestión. <em>Estar á la que salta</em>; eso hace el jugador. -Y eso hace el que no renuncia á las contingencias -de la realidad. <em>Ó ser santo</em>... <em>ó jugar</em>...</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_305"></a>[Pg 305]</span></p> -</div> - - -<h2 class="nobreak" >SINFONÍA DE DOS NOVELAS<a id="FNanchor_2" href="#Footnote_2" class="fnanchor">[2]</a></h2> - - -<p class="center p1">(SU ÚNICO HIJO.—UNA MEDIANÍA).</p> - - -<h3>I</h3> - -<p>Don Elías Cofiño, natural de Vigo, había hecho -una regular fortuna en América con el comercio de -libros. Había empezado fundando periódicos políticos -y literarios, que escribía con otros aficionados -á lo que llamaban ellos el cultivo de las musas. Cofiño -se creyó poeta y escritor político hasta los -veinticinco años; pero varios desencantos y un poco -de hambre, con otros muchos apuros, le hicieron -aguzar el sentido íntimo y llegar á conocerse mejor. -Se convenció de que en literatura nunca sería más -que un lector discreto, un entusiasta de lo bueno, ó -<span class="pagenum"><a id="Page_306"></a>[Pg 306]</span>que tal le parecía, y un imitador de cuanto le entusiasmaba. -Y además, comprendió que á Buenos -Aires no se iba á ejercer de Espronceda ni de Pablo -Luis Courier (que eran sus ídolos), y que sus chistes -é ironías recónditas, casi copiados de Courier y -de <cite>Fígaro</cite>, no los entendían bien aquellos pueblos -nuevos. En fin, se dejó de escribir periódicos, y -descubrió con gran satisfacción su aptitud latente -para el comercio. Importó libros franceses, ingleses -y españoles; estudió el gusto del público americano, -lo halagó al principio, “procuró rectificarlo y -encauzarlo” después; se puso en correspondencia -con las mejores casas editoriales de Londres, París -y Madrid, y en pocos años ganó lo que jamás literato -alguno español pudo ganar; y decidido á ser -rico, continuó con ahínco en su empeño, y no paró -hasta millonario.</p> - -<p>La muerte de su esposa, una linda americana, -hija de inglesa y español, poetisa en español y en -inglés, le quitó al buen Cofiño el ánimo de seguir -trabajando; traspasó el comercio, y con sus millones -y su hija única, de siete años, se volvió á Europa, -donde repartió el tiempo y el dinero entre París y -Madrid. La educación de Rita (así se llamaba la -niña, por recordar el nombre de la difunta madre -de don Elías) era la preocupación principal de Cofiño, -que quería para su hija todas las gracias de la -Naturaleza y todos los encantos que á ella puede -añadir el arte de criar ángeles que han de ser señoritas. -Ensayó varios sistemas de educación el padre -amoroso; nunca estaba satisfecho, ni en parte alguna -encontraba, aunque las pagaba á peso de oro, sufi<span class="pagenum"><a id="Page_307"></a>[Pg 307]</span>cientes -garantías para la salud material y moral del -idolillo que había engendrado. Si pasaba un año -entero en Madrid, al cabo renegaba de la educación -madrileña, y decía que no había en la capital de -España maestros dignos de su hija. Levantaba la -casa, trasladábase á París, y allí parecía más contento -de la enseñanza; pero después de algunos -meses comenzaba á protestar el patriotismo, y -temía que Rita se hiciera más francesa que española, -lo cual sería como ser menos hija de Cofiño.</p> - -<p>En estas idas y venidas pasaron los años, y se -gastó mucho dinero; y cuando ya creyó completa la -educación de su ángel vestido de largo, se fijó en la -corte de España, donde pasaban los inviernos. El -verano y algo del otoño los repartía entre Vigo y -una quinta deliciosa que había comprado el rico -librero cerca de Pontevedra á orillas del poético -Lerez.</p> - -<p>Don Elías, si no todos, conservaba algunos de -sus millones, y si algo de su capital perdió en una -empresa periodística en que se metió, por una especie -de palingenesia de la vanidad, aún sacó, amén -de las manos en la cabeza, incólumes unos doscientos -mil duros y el propósito de no meterse en malos -negocios, por halagüeños que fuesen para su -amor propio.</p> - -<p>Más poderosa que él su afición á las letras, que -se irritaba de nuevo con la proximidad de la vejez, -le obligaba á procurar el trato de los escritores, y -no siempre de balde. Su primera vanidad era Rita; -esbelta, blanca, discreta hasta en el modo de andar, -elegante, que se movía con una aprensión de alas<span class="pagenum"><a id="Page_308"></a>[Pg 308]</span> -en los hombros, que miraba á todo como al cielo -azul, seria y dulce, sin más que un poco de acíbar -de ironía en la punta de la lengua para el mal cuando -era ridículo, y para la ignorancia cuando recaía -en varón constante obligado á saber lo que pregonaba -tener al dedillo. Pero la segunda vanidad de -Cofiño, poco menos fuerte, era la amistad de los -grandes literatos. Cuando era pobre todavía y redactaba -periódicos, tenía don Elías gusto más difícil; -le asustaba la idea de tragarlas como puños, de -admirar lo malo por bueno: pero ahora, el bienestar -y los años le habían hecho más benévolo y estragado -en parte el paladar. Ya tenía por grandes escritores -á los que no pasaban de medianos, y aun á -algunos que, apurada la cuenta, serían malos probablemente. -Él, que no necesitaba de nadie, por tal -de ser amigo de <em>notabilidades</em>, adulaba á los mismos -á quienes solía dar de comer; y á más de un parásito -suyo le hizo la corte con una humildad indigna -de su carácter, altivo en los demás negocios. Á los -académicos les alababa el diccionario y el purismo, -y la parsimonia de su vida literaria, y con ellos hablaba -de líneas griegas, de <em>castidad clásica</em>, y de los -modelos. Con los autores revolucionarios se explicaba -de otro modo, y decía pestes de los ratones de -biblioteca y de las “frías convenciones del pseudo -clasicismo”. Á los jóvenes les concedía que había -que reemplazar á los ídolos caducos; á los viejos, -que con ellos se moriría el arte. Y esto lo hacía el -pobre don Elías por estar bien con todos, por ser -amigo de todos, y porque la experiencia le había -enseñado que el manjar de esta clase de dioses es<span class="pagenum"><a id="Page_309"></a>[Pg 309]</span> -la murmuración, y que en sus altares, más que el -incienso, se estima la sangre de literato degollado -vivo sobre el ara.</p> - -<p>Todo ello se le podía perdonar al antiguo librero, -porque el fin que se proponía no era bajo, ni -siquiera interesado. Pero lo que no tenía perdón -era su empeño de casar á Rita con un literato ilustre, -ó por lo menos que estuviese en camino de -serlo. Merecía Rita por su hermosura de rubia esbelta, -de rubia con un <em>matiz</em> de andaluza, suave, -mezclado con otros de ángel y de mujer seria; por -su educación completa, discreta y oportuna, por su -candor, por su talento un poco avergonzado de sí -mismo, y por los tesoros de virtud casera que todo -lo suyo anunciaba, desde el modo de besar á un -niño hasta la manera de doblar la mantilla, merecía -por todo eso, y por su fortuna sana, aunque no fabulosa, -un novio á pedir de boca, una gran proporción, -algo así como un ministro, ó un banquero, ó -un hombre honrado y guapo por lo menos. Pero -don Elías exigía á todo pretendiente posible la condición -de literato, y bastante conocido.</p> - - -<h3>II</h3> - -<p>Augusto Rejoncillo, hijo legítimo de legítimo -matrimonio de don Roque, magistrado del Supremo, -y de doña Olegaria Martín y Martín, difunta, -se hizo doctor en ambos derechos á los veinte años,<span class="pagenum"><a id="Page_310"></a>[Pg 310]</span> -doctor en ciencias físicas y matemáticas á los veintidós, -y doctor en filosofía y letras á los veintitrés. -Pero desde que tomó la primera borla empezó á -figurar y á ser secretario de todo, y á pedir la palabra -en la Academia de Jurisprudencia, y á decir: -“Entiendo yo, señores”, y “tengo para mí”.</p> - -<p>Y no era que tuviese para sí, sino que quería -tener y retener y guardar para la vejez, por lo cual -él y su papá bebían los vientos; y apenas se formaba -un nuevo partido político, allí estaba Rejoncillo -de los primeros, muy limpio, muy guapo (porque -era buen mozo, vistoso), de levita ceñida, sombrero -reluciente y guantes de pespuntes colorados y gordos. -No lo había como él para alborotar ni para -manipulaciones electorales. Había él hecho más -mesas que el más acreditado ebanista, y el que quisiera -ser presidente de alguna cosa, no tenía más -que encargárselo.</p> - -<p>Era colaborador de varios periódicos, pero confesaba -que le cargaba la prensa; él prefería la tribuna. -Á las redacciones iba de parte del jefe de semana -(es decir, el jefe del partido ó de la partida en -que <em>militaba</em> aquella semana Augusto); llevaba <em>bombos</em> -escritos por el mismo jefe ó por Rejoncillo, pero -inspirados en todo caso por el jefe. Para esto y para -pedir las butacas del Real ó los billetes de un baile, -solía presentarse en las oficinas de los periódicos, -de las que salía pronto, porque le cargaban los periodistas -humildes, y sobre todo los que presumían -de literatos.</p> - -<p>“Él también escribía”, pero no letras de molde, -en papel de muchas pesetas; escribía pedimentos y<span class="pagenum"><a id="Page_311"></a>[Pg 311]</span> -demás lucubraciones de litigio. Era pasante en casa -de un abogado famoso, que era también jefe de -grupo en el Congreso, y presidente de dos consejos -administrativos de empresas ferrocarrileras.</p> - -<p>Tanto como despreciaba la literatura, respetaba y -admiraba el foro Rejoncillo; pero no como fin “último”, -según decía él, sino como preparación para la -política y ayuda de gastos.</p> - -<p>Él pensaba hacerse famoso como político, y de -este modo ganar clientes en cuanto abogado; y una -vez abogado con pleitos, sacar partido de esto para -ganar en categoría política. Era lo corriente, y Rejoncillo -nunca hacía más que lo corriente, que era -lo mejor. Sólo que lo hacía con mucho empuje.</p> - -<p>Eso sí: los empujones de Rejoncillo eran formidables; -si para ocupar un puesto que le convenía -tenía que acometer á un pobre prójimo colocado al -borde del abismo, por ejemplo, al borde del viaducto -de la calle de Segovia, Rejoncillo no vacilaba un -momento, y daba un codazo, ó aunque fuera una -patada, en el vientre del estorbo, y se quedaba tan -fresco como Segismundo en <cite>La vida es sueño</cite>, diciendo -para su capote: “¡Vive Dios, que pudo ser!” -Para que la conciencia no le remordiera, se había -hecho á su tiempo debido escéptico de los disimulados, -que son los que tienen más gracia; escéptico -que guardaba su opinión y profesaba la corriente y -defendía todo lo estable, todo lo viejo, todo lo que -“podía llegar á ser gobierno, en suma”.</p> - -<p>En un té político-literario conoció Augusto á Cofiño -y á su hija. Rita había ido á semejante fiesta -porque el ama de la casa era tan política como su<span class="pagenum"><a id="Page_312"></a>[Pg 312]</span> -esposo, ó más, y había convidado á las amigas. Cofiño -había aceptado la invitación, porque el político -era además literato. Hubo brindis, y Rejoncillo, -pulcro, estirado, serio, con unos puños de camisa -que daban gloria y despedían rayos de blancura, -habló como un sacamuelas ilustrado, imitando el -estilo y criterio del amo de la casa. <em>Hizo furor.</em> Fué -el suyo el discurso de la noche. ¡Qué bien había -sabido tratar las áridas materias políticas y administrativas -con imágenes pintorescas y otros recursos -retóricos, á fin de que no se aburrieran las señoras! -Habló del calor del hogar con motivo de insultar -al ministro de Hacienda; demostró que el impuesto -equivalente al de la sal conspiraba contra -esa piedra angular del edificio social que se llama -la familia; y una vez dentro de la familia, hizo prodigios -de elocuencia. ¿Por qué se perdió Francia? -Por la disolución de la familia. ¿Por qué España se -conservaba? Por la vida de familia. Hizo el panegírico -de la madre, el elogio de la abuela, la apoteosis -del padre y del hijo, y hasta tuvo arranques -patéticos en pro de los criados fieles y antiguos. -Pues bien: todo aquello quería destruirlo en <em>un hora</em> -(un hora dijo) el ministro de Hacienda. Síntesis: -que el único ministerio viable sería el que formase -el amo de la casa. De cuya esposa era amante Rejoncillo, -según malas lenguas.</p> - -<p>El triunfo de Augusto fué solemne. Al día siguiente -hablaron de él los periódicos. El amo de la -casa del té le hizo secretario suyo. Y él, enterado -de que una joven, Rita, que le había aplaudido -mucho aquella noche, era rica, se propuso tomar<span class="pagenum"><a id="Page_313"></a>[Pg 313]</span> -aquella plaza y se hizo presentar en casa de Cofiño.</p> - - -<h3>III</h3> - -<p>Antonio Reyes era un joven rubio, de lentes, delgado -y alto; tosía mucho, pero con gracia; con una -especie de modestia de enfermo crónico cansado de -molestar al mundo entero. Este modo de toser y la -barba de oro fina, aguda y recortada, había llamado -la atención de Rita Cofiño en la tertulia de cierto -marqués literato, adonde la llevaba de tarde en -tarde don Elías.</p> - -<p>“El de la tos” le llamaba ella para sus adentros. -Mientras multitud de poetas recitaban versos y el -concurso aplaudía, y se hablaba alto, y se reía y gritaba, -entre el bullicio Rita percibía la tos de Reyes, -y cada vez sentía más simpatía por aquel muchacho, -y más deseo de cuidarle aquel catarro en que -él parecía no pensar. No sabía por qué, la hija de -Cofiño encontraba en aquel ruido seco de la tos -algo familiar, algo digno de atención, una cosa mucho -más interesante que todas aquellas quejas rimadas -con que los poetas se lamentaban entre dos -candelabros, como si la tertulia pudiera mejorar su -suerte y arreglar el pícaro mundo.</p> - -<p>Agapito Milfuegos leía poemas caóticos, de los -que resultaba que el universo era una broma de -mala ley inventada por Dios para mortificarle á él, -al mísero Agapito. Restituto Mata se quejaba en <em>so<span class="pagenum"><a id="Page_314"></a>[Pg 314]</span>netos -esculturales</em> de una novia de Tierra de Campos, -que le había dejado por un cosechero; Roque -Sarga lamentaba en romances heroicos (no tan heroicos -como los oyentes) la pérdida de la fe, y Pepe -Tudela cantaba la electricidad, el descubrimiento -del microscopio y la materia radiante. Antonio Reyes -tosía.</p> - -<p>Rita no habló nunca con Antonio en aquella tertulia. -Pocos meses después de haberse fijado ella -en él, dejó de sonar allí la tos interesante.</p> - -<p>—¿Y Reyes?—dijo cualquiera una noche.</p> - -<p>—Se ha ido á París—respondieron.</p> - -<p>—¿Quién es ese Reyes?—preguntó Rita á su padre -al volver á casa.</p> - -<p>—¿Antonio Reyes?—Un excéntrico, un holgazán, -un muchacho que vale mucho, pero que no quiere -trabajar. Es decir..., lee..., sabe..., entiende...; pero -nadie le conoce. Ahora se ha ido á París de corresponsal -de un periódico, de corresponsal político..., -cualquier cosa..., á ganar los garbanzos...; es decir, -los garbanzos no, porque allí no los comerá... Es -lástima; vale, vale...; entiende, lee mucho, conoce -todo lo moderno...; pero no trabaja, no escribe. Es -muy orgulloso. Además, está malo; ¿no le oías -toser? Un catarro crónico..., y la solitaria; además -de eso, una tenia... Creo que es gastrónomo... y -que come mucho... Es un escéptico, un estómago -que piensa.</p> - -<p>Rita no volvió á ver á Reyes, ni á oir hablar de -él, en mucho tiempo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_315"></a>[Pg 315]</span></p> - - -<h3>IV</h3> - -<p>—De cuatro á cinco, no lo olvide usted; el viernes...—dijo -una voz de mujer, vibrante, dulcemente -imperiosa; y una mano corta y fina, cubierta de -guante blanco, que subía brazo arriba, sacudió con -fuerza otra mano delgada y larga.</p> - -<p>Regina Theil de Fajardo se despedía de Antonio -Reyes, recordándole la promesa de asistir á su tertulia -vespertina del viernes. Montó ella en su coche, -que desapareció en la sombra; y Reyes, que -había ratificado su promesa inclinando la cabeza y -sonriendo, quedóse á pie entre los rails del tranvía -sobre el lodo. La sonrisa continuaba en su rostro, -pero tenía otro <em>color</em>; ahora expresaba una complacencia -entre melancólica y maliciosa.</p> - -<p>El silbido de un tranvía que se acercaba de frente -con un ojo de fuego rojo en medio de su mancha -negra, obligó á Reyes á salir de su abstracción. En -dos saltos se puso en la acera, y subió por la calle -de Alcalá hacia el Suizo.</p> - -<p>Era una noche de Mayo. Había llovido toda la -tarde entre relámpagos y truenos, y la tempestad se -despedía murmurando á lo lejos, como perro gruñón -que de mal grado obedece á la voz que le impone -silencio. El Madrid que goza se echaba á la -calle á pie ó en coche, con el afán de saborear sus -ordinarios placeres nocturnos. Después de una tarde -larga, aburrida, pasada entre paredes, se aspi<span class="pagenum"><a id="Page_316"></a>[Pg 316]</span>raba -con redoblada delicia el aire libre, y se buscaba -con prisa y afán pueril el espectáculo esperado y -querido, el rincón del café, que es casi una propiedad, -la tertulia, en fin, la costumbre deliciosa y -cara.</p> - -<p>Antonio Reyes entró en el Suizo Nuevo, y se -acercó á una mesa de las más próximas á la calle.</p> - -<p>—Se han ido todos—dijo al verle don Elías Cofiño, -que le esperaba leyendo <cite>La Correspondencia</cite>.—¿Cómo -ha tardado usted tanto? ¿Sabe usted lo de -Augusto?</p> - -<p>—¿Qué Augusto?—preguntó Reyes, mientras se -quitaba un guante, distraído, y sonriendo todavía á -sus ideas.</p> - -<p>—¿Qué Augusto ha de ser? Rejoncillo.</p> - -<p>—¿Qué le pasa?—dijo Antonio con gesto de mal -humor, como quien elude una conversación inoportuna.</p> - -<p>—¡Que al fin le han hecho subsecretario!</p> - -<p>—¡Bah!</p> - -<p>—¡Es un escándalo!</p> - -<p>—¿Por qué?</p> - -<p>—¿Cómo que por qué? Porque no tiene méritos -suficientes... Yo no le niego talento... Es orador... -Es valiente, audaz... Sabe vivir... Dígalo si no su -<cite>Historia del Parlamentarismo</cite>, en que resulta que -el mejor orador del mundo es el marqués de los -Cenojiles, el marido de su querida...</p> - -<p>Antonio, que tenía cara de vinagre desde que -oyera la noticia que escandalizaba á Cofiño, se -mordió los labios y sintió que la sangre se le caía -del rostro hacia el pecho.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_317"></a>[Pg 317]</span></p> - -<p>—No diga usted... absurdos—(murmuró entre airado -y displicente).—No son dignas de que usted -las repita esas calumnias de idiotas y envidiosos. -Regina es incapaz de...</p> - -<p>—¿De faltar al marqués?</p> - -<p>—No..., no digo eso. De querer á Rejoncillo. Es -una mujer de talento.</p> - -<p>Don Elías encogió los hombros. No quería disputar. -No creía á Regina incapaz de querer á cualquiera. -¡Le había conocido él cada amante! Pero no -se trataba de eso. Lo que don Elías quería demostrar -era que Rejoncillo no merecía ser subsecretario -de Ultramar, al menos por ahora.</p> - -<p>—Pero, ¿usted cree que tiene suficiente talla política -para subsecretario?</p> - -<p>Reyes contestó con un gesto de indiferencia. -Quería dar á entender que no le gustaba la conversación, -por insignificante.</p> - -<p>—¿Ha estado aquí Celestino?—preguntó, por -hablar de otra cosa.</p> - -<p>—¡Pobre! Sí.</p> - -<p>—¿Se ha quejado del palo?</p> - -<p>—Es un bendito. Él no dice nada; pero ese diablo -de Enjuto sacó la conversación; le preguntó si anoche -le habían hecho salir al escenario todavía..., y -él se puso colorado y dijo que sí, entre dientes, -como si se avergonzara de los aplausos del público. -La verdad es que el artículo de Juanito no tiene -vuelta de hoja; es implacable, pero no hay quien -las mueva, tiene razón; el drama es malo, perro, y -no merece más que el desprecio y la broma...</p> - -<p>—Pues bien aplaudió usted la noche del estreno...</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_318"></a>[Pg 318]</span></p> - -<p>—Diré á usted: la impresión... así, la primera -impresión... no es mala; y como es amigo Celestino, -y el público se entusiasmaba...; pero Reseco ha -puesto los puntos sobre las i i. ¡Ése sí que tiene -talento!</p> - -<p>Otra vez se le avinagró el gesto á Reyes. Sacudió -un guante sobre la mesa y se puso de pie. -Aquella noche estaba inaguantable don Elías; no decía -más que necedades. “No había peor bicho que -el aficionado de la literatura”. Sin poder remediarlo, -y después de un bostezo, dijo Antonio:</p> - -<p>—Reseco..., ¡ps!..., en tierra de ciegos... En París -Reseco sería uno de tantos muchachos de <i lang="en" xml:lang="en">sprit</i>; -aquí es el terror de los tontos y de los Celestinos.</p> - -<p>Don Elías admiraba al tal Reseco, aunque no le -era simpático; pero la opinión de Reyes, que venía -de París, de vivir entre los literatos de moda, le -parecía muy respetable. Sí; Antoñico, como él le -llamaba delante de gente para indicar la confianza -con que le trataba; Antoñico frecuentaba en París -las <i lang="fr" xml:lang="fr">brasseries</i>, donde tomaban café, cerveza ó chocolate -ó ajenjo notables <em>parnasianos</em>, ilustres pseudónimos -de la <i lang="fr" xml:lang="fr">petite-presse</i> y de algunos periódicos -de los grandes; Antoñico había sido corresponsal -parisiense de un periódico de mucha circulación, y -el tono desdeñoso con que hablaba en sus cartas de -ciertas celebridades francesas y españolas, había -sobrecogido á don Elías, y le había hecho traspasar -poco á poco su consideración de aquellas celebridades -maltratadas al que las zahería. Cofiño siempre -había sido un poco blando en materia de opiniones; -pero los años le habían convertido en cera<span class="pagenum"><a id="Page_319"></a>[Pg 319]</span> -puesta al fuego. Cualquier libro, comedia, discurso, -artículo, ó lo que fuese, le entusiasmaba fácilmente; -pero una opinión contraria expuesta con valentía, -con desprecio franco y con dejos de superioridad -burlona y desdeñosa, le aterraba, le hacía ver -un talento colosal en el que de tal manera censuraba; -dejaba de admirar el libro, comedia, discurso ó -lo que fuese para someterse al tirano, al crítico que -había subvertido sus ideas y consagrarle culto idolátrico, -mientras no hubiera mejor postor: otro crítico -más fuerte, más burlón, más desengañado y -más desdeñoso.</p> - -<p>Comprendió vagamente don Elías que á Reyes -le disgustaba, por lo menos aquella noche, hablar -de Reseco y hablar de Rejoncillo; y como la actualidad -del día eran la subsecretaría del uno y el <em>palo</em> -que el otro le había dado al pobre Celestino, y don -Elías difícilmente hablaba de cosa que no fuese la -actualidad literaria, ó á lo menos política de los cafés, -teatros, ateneos y plazuelas, pensó que lo mejor -era callarse y levantar la sesión. Y se puso en -pie también, preguntando:</p> - -<p>—¿Viene usted á Rivas?</p> - -<p>—¿Al estreno de Fernando? Antes la muerte. No, -señor, tengo que hacer.</p> - -<p>—Lo siento. Yo... tengo que ir... Me cargan las -zarzuelas de Fernandito...; pero tengo que ir...; es -un compromiso... Además, tengo que recoger á -Rita, que está en el palco de... (don Elías se turbó -un poco, recordando lo que antes había dicho), en -el palco de Cenojiles.</p> - -<p>—¿Con Regina?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_320"></a>[Pg 320]</span></p> - -<p>—Sí, con la marquesa... Conque, ¿no viene usted?</p> - -<p>Antonio vaciló.</p> - -<p>—No (dijo, después de pensarlo mucho); no...; -tengo que hacer...; acaso... allá... al final, á la hora -del triunfo.</p> - -<p>—Ó de la silba...</p> - -<p>—¡Bah! Será triunfo... ¡Ya no hay más que triunfos! -Hasta mañana ó hasta luego...</p> - - -<h3>V</h3> - -<p>Reyes anhelaba quedarse solo con sus pensamientos; -reanudar las visiones agradables que le -habían acompañado desde la Cibeles al Suizo; pero, -¡cosa rara!, en cuanto desapareció don Elías, se encontró -peor, menos libre, más disgustado. Recordó -que cuando era niño y se divertía cantando á solas -ó declamando, si un importuno le interrumpía un -momento, al volver á sus gritos y canciones ya lo -hacía sin gusto, con desabrimiento y algo avergonzado, -hasta dejar sus juegos y romper á llorar. -Una impresión análoga sentía ahora: aquel tonto -de don Elías le había hecho caer del quinto cielo; -le había hecho derrumbarse desde gratas ilusiones -que halagaban la vanidad, los sentidos y tal vez -algo del corazón, á los cantos rodados de la crónica -del día; había caído de cabeza sobre la subsecretaría -de Rejoncillo y sus presuntos amores con la -de Cenojiles; y después, de necedad en necedad,<span class="pagenum"><a id="Page_321"></a>[Pg 321]</span> -había rebotado sobre el artículo de Reseco...; y... -“¡que un majadero pudiera tener tanta influencia en -sus pensamientos!” Antonio emprendió la marcha -por la calle de Sevilla hacia la del Príncipe, decidido -á olvidar todo aquello y á volver á la idea dulcísima -(sí, dulcísima, por más que coqueteando consigo -mismo quisiera negárselo), de sus relaciones -casi seguras, seguras, con Regina Theil. Pero, -nada; los halagüeños pensamientos no volvían; no -se ataban aquellos hilos rotos de la novela que ya -él había comenzado á hilvanar, sin quererlo, mientras -subía por la calle de Alcalá. En vez de aventuras -graciosas y picantes, representábasele entre los -ojos y las losas mojadas y relucientes á trechos, la -imagen abstracta de la subsecretaría de Rejoncillo; -era vaga, confusa, unas veces en figuras de letras -de molde medio borradas, tal como podrían leerse -en <cite>La Correspondencia</cite>; otras veces en la forma -de un sillón lujoso, algo sobado, no se sabía si de -raso, si de piel, ni de qué estructura..., y á lo mejor, -¡zás! Rejoncillo vestido de frac, con gran pechera -reluciente, saltando de suelto en suelto por -los de <cite>La Correspondencia</cite>, hasta plantarse en el de -su subsecretaría; ó bien saludando á muchos señores -en una sala, que era igual que el vestíbulo del -Principal, á pesar de ser una sala. “¡Quería decirse -que estaba soñando despierto, y que el sueño, á -pesar de la voluntad vigilante, se empeñaba en ser -estúpido, disparatado!”</p> - -<p>Y Reyes se detuvo ante los resplandores de las -cucharas junto al escaparate de Meneses. Como si -obedeciera á una sugestión, clavaba los ojos sin po<span class="pagenum"><a id="Page_322"></a>[Pg 322]</span>der -remediarlo en aquellos reflejos de blancura. No -había motivo para dar un paso adelante ni para -darlo hacia atrás, y se estuvo quieto ante la luz. No -sabía adónde ir: ahora se le ocurría recordar que -no tenía plan para aquella noche: un cuarto de hora -antes hubiera jurado que le faltaría tiempo para -todo lo que debía hacer antes de acostarse, para lo -mucho que iba á divertirse..., y resultaba que no -había tal cosa; que no tenía plan, que no había pensado -nada, que no tenía dónde pasar el rato, para -olvidar aquellas necedades que se le clavaban en la -cabeza. ¿Por qué no estaba ya contento? ¿Por qué -aquel optimismo, que casi como un zumbido agradable -de oídos, ó mejor como una sinfonía, le había -acompañado por la calle de Alcalá arriba, ahora -se había convertido en <i lang="en" xml:lang="en">spleen</i> mortal? “Hablemos -claro: ¿le tengo yo envidia á Rejoncillo?” Y Antonio -sonrió de tal modo, que cualquier transeúnte -hubiera podido creer que se estaba burlando de la -plata Meneses. “¡Envidia á Rejoncillo!” El pensamiento -le pareció tan ridículo, la reacción del orgullo -fué tan fuerte que, como si todas aquellas pasiones -que le tenían parado en la acera se hubiesen -convertido en descarga eléctrica, dió Antonio media -vuelta automática, echó á andar hacia la Carrera -de San Jerónimo, descendió por ésta, atravesó la -Puerta del Sol, tomó por la calle de la Montera arriba -y entró en el Ateneo.</p> - -<p>Se vió, sin saber cómo, en aquellos pasillos tristes -y obscuros, llenos de humo: allí el calor parecía -una pasta pesada que flotaba en el aire, y que se -tragaba y se pegaba al estómago. Sin saber cómo<span class="pagenum"><a id="Page_323"></a>[Pg 323]</span> -tampoco, sin darse cuenta de que la voluntad interviniese -en sus movimientos, llegó al salón de periódicos, -se fué hacia el extremo de la mesa, y se -sentó decidido á no mirar más que papeles extranjeros, -por lo menos coloniales, que de fijo no hablarían -de la subsecretaría de Rejoncillo. Á él mismo -le parecía mentira verse repasando las columnas -de una colección de <cite>Diarios de la Marina</cite>.</p> - -<p>Después tomó <cite>Le Journal de Petersbourg</cite>..., que -estaba cerca. Allí se hablaba, en una correspondencia -de París, de las últimas poesías de un escritor -francés á quien trataba él. Esta consideración fué -un ligero tónico. Reyes fué acercándose á los periódicos -españoles; desde la mitad de la mesa comenzaban -á verse acá y allá ejemplares borrosos -de <cite>La Correspondencia</cite>; tenían algo de pastel de -aceite apestoso acabado de salir del horno. No pudo -menos; hizo lo que todos los presentes: cogió <cite>La -Correspondencia</cite>. En la segunda plana, en medio -de la tercera columna, estaba la noticia, poco más -ó menos como él la había visto sobre las losas húmedas -y brillantes de la calle de Sevilla. Allí estaban -Augusto Rejoncillo y su subsecretaría; era, -efectivamente, la de Ultramar. Era un hecho el -nombramiento; nada de reclamo, no; un hecho: se -había firmado el decreto.</p> - -<p>“¡Qué país!”—se puso á pensar Reyes, sin darse -cuenta de ello; él, que hacía alarde desde muy antiguo -de despreciar el país absolutamente y no acordarse -de él para nada.—“¡Qué país!” “Todo está perdido; -pero ¡esto es demasiado! Esto da náuseas. -¿Quién quiere ya ser nada? Diputación, cartera...,<span class="pagenum"><a id="Page_324"></a>[Pg 324]</span> -¿qué sería todo eso para el amor propio? Nada..., -peor, un insulto... ¿Cómo me había de halagar á mí -ser ministro... habiendo sido antes Rejoncillo subsecretario? -Por este lado no hay que buscar ya nunca -nada; la política ya no es carrera para un hombre -como yo; es una humillación, es una calleja inmunda; -hay que tomar en serio esta resolución estoica -de no querer ser diputado ni ministro, ni nada -de eso, por dignidad, por decoro”. Y en el cerebro -de Reyes estalló la idea fugaz y brillante de ser jefe -de un nuevo partido, que llamó en francés, para -sus adentros, el partido <em>zutista</em>, el de “no ha lugar -á deliberar, el de la anulación de la política, el partido -<em>anarquista</em> de la aristocracia del talento y de la -distinción”. Sí, había que matar la política, convertirla -en oficio de menestrales, dársela á los zapateros, -á los que no saben leer ni escribir: un político -era un hombre grosero, de alma de madera, limitado -en ambiciones y gustos, un ser antipático: había -que proclamar el <em>zutismo</em> ó <em>chusismo</em>, la abstención; -las personas de gusto, de talento, de espíritu -noble y delicado no necesitaban gobernar ni ser gobernadas. -“Iremos al Congreso para cerrarlo y tirar -la llave á un pozo”—pensaba decir en el programa -del partido. Por supuesto, que en Reyes estos conatos -de grandes resoluciones eran <em>relámpagos de -calor</em>, menos, fuegos de artificio á que él no daba -ninguna importancia. Dejaba que la fantasía construyera -á su antojo aquellos palacios de humo, y -después se quedaba tan impasible, decidido á no -meterse en nada. Sin embargo, la idea del partido -<em>zutista</em> era hermosa, aunque irrealizable. Sobre<span class="pagenum"><a id="Page_325"></a>[Pg 325]</span> -todo, había servido para elevarle á sus propios -ojos, “sobre aquellas miserias de subsecretarías y -Rejoncillos”. “No, él no tenía envidia á aquel mamarracho; -de esto estaba... seguro”; pero el pensar -en ello, el irritarse ante la majadería del ministerio -que hacía tal nombramiento, ya era indigno de Antonio -Reyes; el hombre que llevaba dentro de la -cabeza el plan de aquella novela, que no acababa de -escribir por lo mucho que despreciaba al público -que la había de leer.</p> - -<p>En el salón de periódicos comenzó cierto movimiento -de sillas y murmullo de conversaciones en -voz baja. Los socios pasaban á la cátedra pública. -Los gritos de un conserje sonaban á lo lejos, diciendo: -“¡Sección de ciencias morales y políticas! -¡Sección de ciencias morales y políticas!...”</p> - - -<h3>VI</h3> - -<p>La cabeza de Cervantes de yeso, cubierta de polvo, -bostezaba sobre una columna de madera, sumida -en la sombra; y los ojos de Reyes, fijos en -ella, querían arrancarle el secreto de su hastío infinito -en aquella vida de perpetua discusión académica, -donde los hijos enclenques de un siglo echado -á perder á lo mejor de sus años, gastaban la poca -y mala sangre que tenían en calentarse los cascos -discurriendo y vociferando por culpa de mil palabras -y distingos inútiles, de que el buen Cervantes<span class="pagenum"><a id="Page_326"></a>[Pg 326]</span> -no había oído jamás hablar en vida. Sobre todo, la -sección de ciencias morales y políticas (pensaba Reyes -que debía de pensar el busto pálido y sucio) era -cosa para volver el estómago á una estatua que ni -siquiera lo tenía. Malo era oir á aquellos caballeros -reñir, con motivo de negarle á Cristo la divinidad ó -concedérsela; malo también aguantarlos cuando hablaban -de <em>los ideales del arte</em>, de que él, Cervantes, -nada había sabido nunca; pero todo era menos detestable -que las discusiones políticas y sociológicas, -donde cuanto había en Madrid de necedad y majadería -ilustrada se atrevía á pedir la palabra y á vociferar -sus sandeces, ya retrógradas, ya avanzadas -como un adelantado mayor. Aquellos socios, pensaba -Reyes, se dividían en derecha é izquierda, -como si á todos ellos no los uniera su nativo cretinismo -en un gran partido, el partido del <em>bocio invisible</em>, -del nihilismo intelectual. Sí, todos eran unos, -y ellos creían que no; todos eran topos, empeñados -en ver claro en las más arduas cuestiones del mundo, -las cuestiones prácticas de la vida común y solidaria, -que no podrán ser planteadas con alguna -probabilidad de acierto hasta que cientos y cientos -de ciencias auxiliares y preparatorias se hayan formado, -desarrollado y perfeccionado. Entretanto, y -hasta que los hombres verdaderamente sabios, de -un porvenir muy lejano, muy lejano, tal vez de nunca, -tomaran por su cuenta esta materia, la ventilaban -con fórmulas de vaciedades históricas ó filosóficas -todos aquellos anémicos de alma, más despreciables -todavía que los políticos prácticos, empíricos; -porque éstos, al fin, iban detrás de un interés<span class="pagenum"><a id="Page_327"></a>[Pg 327]</span> -real, por una pasión propia, cierta, la ambición, por -baja que fuese. El miserable que en nuestros tiempos -de caos intelectual se dedica á la política abstracta, -á las ciencias sociales, le parecía á Reyes el -representante genuino de la estupidez humana, -irremediable, en que él creía como en un dogma. Y -si Antonio despreciaba aún á los que pasaban por -sabios en estas materias, ¡qué sentiría ante aquellos -buenos señores y jóvenes imberbes, que repetían -allí por milésima vez las teorías más traídas y llevadas -de unas y otras escuelas!</p> - -<p>Años atrás, antes de irse él á París se hablaba -en la sección de ciencias morales y políticas de la -<em>cuestión social en conjunto</em>, y se discutía si la habría -ó no la habría. Los señores <em>de enfrente</em>, los de la -derecha (Reyes se sentaba á la izquierda, cerca de -un balcón escondido en las tinieblas), acababan por -asegurar que siempre <em>habría pobres entre vosotros</em>, -y con otros cinco ó seis textos del Evangelio daban -por resuelta la cuestión. Los de la izquierda, con -motivo de estas citas, negaban la divinidad de Jesucristo; -y con gran escándalo de algunos socios muy -amigos del orden y de asistir á todas las sesiones, -«se pasaba de una sección á otra indebidamente»; -pero no importaba, ya se sabía que siempre se iba -á dar allí, y el presidente, experto y tolerante, no -ponía veto á las citas de un krausista de tendencias -demagógicas, que “con todo el respeto debido al -Nazareno”, ponía al cristianismo como chupa de -dómine, negando que él, Fernando Chispas, le debiera -cosa alguna (á quien él debía era á la patrona), -pues lo que el cristianismo tenía de bueno, lo<span class="pagenum"><a id="Page_328"></a>[Pg 328]</span> -debía á la filosofía platónica, á los sabios de Egipto, -de Persia, y en fin, de cualquier parte, pero no -á su propio esfuerzo. De una en otra se llegaba á -discutir todo el dogma, toda la moral y toda la disciplina. -Un caballero que hablaba todos los años tres -ó cuatro veces en todas las secciones, se levantaba -á echarle en cara á la religión de Jesús, según venía -haciendo desde ocho años á aquella parte, á echarle -en cara que colocase á los ladrones en los altares, -y perdonase á los grandes criminales por un -solo rasgo de contrición, estando á los últimos. -Y citaba <cite>La Devoción de la Cruz</cite>, escandalizándose -de la moral relajada de Calderón y de la -Iglesia.</p> - -<p>Entonces surgía en la derecha un hegeliano católico, -casi siempre consejero de Estado, gran -maestro en el manejo del difumino filosófico. “Se -levantaba, decía, á encauzar el debate, á elevarlo á -la región pura de las ideas”; y la emprendía con -<cite>Emmanuel</cite> Kant (así le llamaba), Fichte, Schelling y -Hegel, que eran los cuatro filósofos que citaba en -esta época todo el mundo, exponiendo sus respectivas -doctrinas en cuatro palabras. Los krausistas de -escalera abajo replicaban, llenos de una unción -filosófico-teológica, como pudiera tenerla un <i lang="en" xml:lang="en">bulldog</i> -amaestrado; y con estudiada preterición citaban -al mundo entero, menos á Krause, el maestro, -encontrando la causa de tantos y tantos errores -como, en efecto, deslucen la historia del pensamiento -humano, en la falta de método, y sobre -todo en no comenzar ó discurrir cada cual desde el -primer día que se le ocurrió discurrir, por el yo,<span class="pagenum"><a id="Page_329"></a>[Pg 329]</span> -no como mero pensamiento, sino en todo lo que en -la realidad es...</p> - -<p>Todo esto era hacía años, antes de irse él, Reyes, -á París. Ahora, recordando semejantes escaramuzas, -y contemplando lo presente, sentía cierta tristeza, -que era producida por la romántica perspectiva -de los recuerdos.</p> - -<p>En aquellas famosas discusiones, en que Cristo -lo pagaba todo, había á lo menos cierta libertad de -la fantasía; á veces eran aquellas locuras ideales -morales en el fondo, no extrañas por completo á las -sugestiones naturales de la moral práctica; en fin, él -les reconocía cierta bondad y cierta poesía, que tal -vez se debía á no ser posible que aquello volviese; -tal vez no tenían más poesía que la que ve la memoria -en todo lo muerto. Ahora el <em>positivismo</em> era -el rey de las discusiones. Los oradores de derecha -é izquierda se atenían á los hechos, agarrados -á ellos como las lapas á las peñas. Aquello no era -una filosofía; era un <em>artículo de París</em>, la cuestión -de los quince, ó el acertijo gráfico que se llama -“¿dónde está la pastora?” Caballeros que nunca -habían visto un cadáver hablaban de anatomía y -de fisiología, y cualquiera podría pensar que pasaban -la vida en el anfiteatro rompiendo huesos, metidos -en entrañas humanas, calientes y sangrando, -hasta las rodillas. Había allí una carnicería teórica. -Las mismas palabras del tecnicismo fisiológico iban -y venían mil veces, sin que las comprendiera casi -nadie; el individuo era el protoplasma, la familia -la célula, y la sociedad un tejido..., un tejido de -disparates.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_330"></a>[Pg 330]</span></p> - -<p>Antonio, muy satisfecho en el fondo de su alma, -porque penetraba todo lo que había de ridículo en -aquella bacanal de la necedad libre-pensadora, se -levantó de su butaca azul y salió á los pasillos, -dejando con la palabra en la boca á un medicucho, -que había aprendido en los manuales de Letourneau -toda aquella masa incoherente de datos problemáticos -y casi siempre insignificantes.</p> - -<p>—¡Tontos, todos tontos!—pensaba: y una ola de -agua rosada le bañaba el espíritu. Ya no se acordaba -de Rejoncillo, ni de Reseco; la sensación de -una superioridad casi tangible le llenaba el ánimo; -sí, sí, era evidente; aquellos hombres que quedaban -allí dentro dando voces ó escuchando con atención -seria, algunos de los cuales tenían fama de talentudos, -eran inferiores á él con mucho, incapaces de -ver el aspecto cómico de semejantes disputas, la -necedad hereditaria que asomaba en tamaño apasionamiento -por ideas insustanciales, falsas, sin -aplicación posible, sin relación con el mundo serio, -digno y noble de la realidad misteriosa.</p> - -<p>En los pasillos también se disputaba. Eran algunos -jóvenes que, sin sospecharlo siquiera Reyes, -despreciaban las disputas de la sección. Hablaban -también de filosofía, pero no tenía nada que ver su -discusión con la de allá dentro: éstos habían venido -á parar á la cuestión de si había ó no metafísica, á -partir de la última novela publicada en Francia. -Antonio se acercó al grupo, y no estuvo contento -mientras notó alguna originalidad y fuerza en la -argumentación. Un joven moreno, pálido, de ojos -azules claros y muy redondos, soñadores, ó por lo<span class="pagenum"><a id="Page_331"></a>[Pg 331]</span> -menos distraídos, hablaba con descuido, sin atar -las frases, pero con buen sentido y con entusiasmo -contenido.</p> - -<p>—¿Quién duda, señores, que, en efecto, el positivismo -ha de ir... no digo que sea en este siglo, ¿eh? -pero ha de ir poco á poco..., vamos, modificándose, -cambiando, para acabar por ser una nueva metafísica?...</p> - -<p>—Esa tendencia ya aparece en algunos escritores—, -dijo otro, pequeño, rubio, vivaracho, de lentes, -que gesticulaba mucho, y al cual el moreno, el -distraído, oía con atención cariñosa. Siguió hablando -el chiquitín de escritores alemanes modernísimos -que repasaban la filosofía de Kant, y la de -Fichte, y la de Hegel para ver de encontrar en ella -bases nuevas de una metafísica que había que construir -á todo trance.</p> - -<p>Entonces Reyes sonrió con disimulado desprecio, -satisfecho, y se apartó también de aquel grupo. Al -fin había encontrado lo que quería. “También aquéllos -disparataban; creían en resurrecciones metafísicas; -¡bah!, tontos como los otros, como los positivistas -de café, como los pobres diablos de allá dentro, -aunque no lo fueran tanto.”</p> - -<p>Salió del Ateneo. El cielo se había despejado; los -últimos nubarrones se amontonaban huyendo hacia -el Norte; las estrellas brillaban como si las acabaran -de lavar; una poesía sensual bajaba del infinito -oscuro.</p> - -<p>Reyes comparó al Ateneo con el cielo estrellado -y salió perdiendo el Ateneo. Debía estar prohibido -discutir los grandes problemas de la vida univer<span class="pagenum"><a id="Page_332"></a>[Pg 332]</span>sal, -sobre todo cuando se era un <em>cretino</em>. Las estrellas, -que de fijo sabían más de esas cosas sublimes -que los hombres, callaban eternamente; callaban y -brillaban. Reyes, en el fondo de su alma, se sintió -digno de ser estrella.</p> - -<p>Bajó la calle de la Montera. El reloj del Principal -dió las diez. Una mujer triste se acercó á Antonio -rebozada en un mantón gris, con una mano -envuelta en el mantón y aplicada á la boca. Él la -miró sin verla, y no oyó lo que ella dijo; pero una -asociación de ideas, de que él mismo no se dió -cuenta, le hizo acordarse de repente de su aventura -iniciada. Regina Theil estaba en Rivas. ¡Oh! ¡el -amor, el galanteo! Un temblor dulce le sacudió el -cuerpo. Á dos pasos tenía un coche de punto. El -cochero dormía; le despertó dándole con el bastón -en un hombro, montó y dijo al cerrar la portezuela:</p> - -<p>—¡Á Rivas, corre!</p> - - -<h3>VII</h3> - -<p>La berlina, destartalada, vieja y sucia, subió al -galope del triste caballo blanco, flaco y de pelo fino, -por la cuesta de la calle de Alcalá. Antonio, en -cuanto el traqueo de las ruedas desvencijadas le -sacudió el cuerpo, sintió una reacción del espíritu, -que le hizo saltar desde el deleite casi místico de la -vanidad halagada en su contemplación solitaria, á -una ternura sin nombre, que buscaba alimento en<span class="pagenum"><a id="Page_333"></a>[Pg 333]</span> -recuerdos muy lejanos y vagos. Era una voluptuosidad -entre dulce y amarga esforzarse en estar triste, -melancólico por lo menos, en aquellos momentos -en que el orgullo satisfecho le gritaba en los -oídos que el mundo era hermoso, dramática la vida, -grande él, el hijo de su padre. El run, run de los -vidrios saltando sobre la madera, el ruido continuo -y sordo de las ruedas, le iban sonando á canción -de nodriza; gotas de la reciente tormenta, que aún -resbalan en zig-zag por los cristales, tomaban de -las luces de la calle fantásticos reflejos, y con -refracciones caprichosas mostraban los objetos en -formas disparatadas. Un olor punzante, indefinible, -pero muy conocido (olor de coche de alquiler lo -llamaba él para sus adentros), le traía multitud de -recuerdos viejos; y se vió de repente sentado en la -ceja de otro coche como aquél, á los cinco años, -entre las rodillas de un señor delgado, que era su -padre, su padre que le oprimía dulcemente el cuerpecito -menudo con los huesos de sus piernas flacas -y nerviosas. ¡Qué lejos estaba todo aquello! ¡Qué -diferente era el mundo que veía entre sueños de -una conciencia que nace, aquel niño precoz, del -mundo verdadero, el de ahora!</p> - -<p>Las rodillas del padre eran almohada dura, pero -que al niño se le antojaba muy blanda, suave, almohada -de aquella cabeza rubia, un poco grande, poblada -de fantasmas antes de tiempo, siempre con -tendencias á inclinarse, apoyándose, para soñar.</p> - -<p>Reyes atribuía á los recuerdos de su infancia un -interés supremo; conservábalos con vigorosa memoria -y con una precisión plástica que le encantaba;<span class="pagenum"><a id="Page_334"></a>[Pg 334]</span> -los repasaba muy á menudo como los cantos de un -poema querido. Como aquella poesía de sus primeras -visiones no había otra; desde los seis años su -vida interior comenzaba á admirarle; su precocidad -extraordinaria había sido un secreto para el -mundo; era un niño taciturno, que miraba sin verlas -apenas las cosas exteriores.</p> - -<p>La realidad, tal como era desde que él tenía recuerdos, -le había parecido despreciable; sólo podía -valer transformándola, viendo en ella otras cosas; -la actividad era lo peor de la realidad; era enojosa, -insustancial; los resultados que complacían á todos, -le repugnaban; el querer hacer bien algo, era una -ambición de los demás, pequeña, sin sentido. De -todo esto había salido muy temprano una injusticia -constante del mundo para con él. Nadie le apreciaba -en lo que valía; nadie le conocía; sólo su padre -le adivinaba, por amor. En la escuela, donde había -puesto los pies muy pocas veces, otros ganaban -premios con estrepitosos alardes de sabiduría infantil; -él entraba, los pocos días que entraba, llorando; -érale imposible recordar las lecciones aprendidas -al pie de la letra; sabíalas mejor que los otros, -estaba seguro de comprenderlas y el maestro siempre -torcía el gesto, porque Antonio tartamudeaba y -decía una cosa por otra. En las reuniones de familia, -donde se celebraban improvisados certámenes -de gracias infantiles, el chico de Reyes siempre -quedaba oscurecido por sus primitos, que saltaban -mejor, declamaban escenas de Zorrilla y García -Gutiérrez, recitaban fábulas y tenían <em>salidas</em> graciosas. -Se acordaba como si fueran de aquel ins<span class="pagenum"><a id="Page_335"></a>[Pg 335]</span>tante, -de los elogios fríos, de los besos helados con -que amigos y parientes le acariciaban por complacer -á su padre, que sonreía con tristeza y siempre -acudía después de los otros á calentarle el alma con -un beso fuerte, apretado y con un estrujón entre las -rodillas temblonas y huesudas. Su padre comprendía -que los demás no encontraban ninguna gracia -en su hijo. Á los dos se les olvidaba pronto y la -familia entera se consagraba á cantar las alabanzas -del diablejo de Alberto, del chistosísimo Justo, de -Sebastián el sabio, que á los siete años anunciaban -seguras glorias de la familia de los Valcárcel.</p> - -<p>Emma Valcárcel se llamaba su madre.</p> - -<p>La imagen de aquella mujer flaca, enferma, de -una hermosura arruinada, que jamás había visto él -en su esplendor de juventud sana y alegre, llenó el -cerebro de Antonio. Este recuerdo fué un dolor positivo; -no tenía la triste voluptuosidad alambicada -de los otros.</p> - -<p>“¡Mi madre!...” dijo en voz alta Reyes; y apoyó -la cabeza en la fría y resquebrajada gutapercha que -guarnecía el coche miserable. Encogió los hombros, -cerró los ojos y sintió en ellos lágrimas. El ruido de -los cristales y de las ruedas, más fuerte ahora, le -resonaba dentro del cráneo; ya no era como canto -de nodriza; tomó un ritmo extraño de coro infernal, -parecido al de los demonios en <cite>El Roberto</cite>.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_336"></a>[Pg 336]<br /><a id="Page_337"></a>[Pg 337]<br /><a id="Page_338"></a>[Pg 338]</span></p> - -<div class="footnotes"><h3>NOTAS:</h3> - -<div class="footnote"> - -<p><a id="Footnote_2" href="#FNanchor_2" class="label">[2]</a> La novela <cite>Su único hijo</cite> ha sido ya publicada y -forma el tomo segundo de estas obras completas; de -<cite>Una medianía</cite>, que iba á ser continuación de la anterior, -tan sólo ha escrito Clarín el presente fragmento. No -obstante hallarse incompleto (lo mismo que el cuento -<cite>Feminismo</cite>, del que no se publicó más que lo reproducido -anteriormente), creemos que debe figurar en este -tomo, en la seguridad de que el público lo encontrará -interesante.</p></div></div> - -<div style='display:block; margin-top:4em'>*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK DOCTOR SUTILIS ***</div> -<div style='text-align:left'> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Updated editions will replace the previous one—the old editions will -be renamed. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United -States without permission and without paying copyright -royalties. 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By reading or using any part of this Project Gutenberg™ -electronic work, you indicate that you have read, understand, agree to -and accept all the terms of this license and intellectual property -(trademark/copyright) agreement. If you do not agree to abide by all -the terms of this agreement, you must cease using and return or -destroy all copies of Project Gutenberg™ electronic works in your -possession. If you paid a fee for obtaining a copy of or access to a -Project Gutenberg™ electronic work and you do not agree to be bound -by the terms of this agreement, you may obtain a refund from the person -or entity to whom you paid the fee as set forth in paragraph 1.E.8. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -1.B. “Project Gutenberg” is a registered trademark. It may only be -used on or associated in any way with an electronic work by people who -agree to be bound by the terms of this agreement. 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If any disclaimer or limitation set forth in this agreement -violates the law of the state applicable to this agreement, the -agreement shall be interpreted to make the maximum disclaimer or -limitation permitted by the applicable state law. The invalidity or -unenforceability of any provision of this agreement shall not void the -remaining provisions. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -1.F.6. 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Information about the Mission of Project Gutenberg™ -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Project Gutenberg™ is synonymous with the free distribution of -electronic works in formats readable by the widest variety of -computers including obsolete, old, middle-aged and new computers. It -exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations -from people in all walks of life. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Volunteers and financial support to provide volunteers with the -assistance they need are critical to reaching Project Gutenberg™’s -goals and ensuring that the Project Gutenberg™ collection will -remain freely available for generations to come. In 2001, the Project -Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure -and permanent future for Project Gutenberg™ and future -generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see -Sections 3 and 4 and the Foundation information page at www.gutenberg.org. -</div> - -<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'> -Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non-profit -501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the -state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal -Revenue Service. The Foundation’s EIN or federal tax identification -number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by -U.S. federal laws and your state’s laws. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -The Foundation’s business office is located at 809 North 1500 West, -Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up -to date contact information can be found at the Foundation’s website -and official page at www.gutenberg.org/contact -</div> - -<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'> -Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Project Gutenberg™ depends upon and cannot survive without widespread -public support and donations to carry out its mission of -increasing the number of public domain and licensed works that can be -freely distributed in machine-readable form accessible by the widest -array of equipment including outdated equipment. Many small donations -($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt -status with the IRS. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -The Foundation is committed to complying with the laws regulating -charities and charitable donations in all 50 states of the United -States. Compliance requirements are not uniform and it takes a -considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up -with these requirements. We do not solicit donations in locations -where we have not received written confirmation of compliance. To SEND -DONATIONS or determine the status of compliance for any particular state -visit <a href="https://www.gutenberg.org/donate/">www.gutenberg.org/donate</a>. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -While we cannot and do not solicit contributions from states where we -have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition -against accepting unsolicited donations from donors in such states who -approach us with offers to donate. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -International donations are gratefully accepted, but we cannot make -any statements concerning tax treatment of donations received from -outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Please check the Project Gutenberg web pages for current donation -methods and addresses. 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Thus, we do not -necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper -edition. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Most people start at our website which has the main PG search -facility: <a href="https://www.gutenberg.org">www.gutenberg.org</a>. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -This website includes information about Project Gutenberg™, -including how to make donations to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to -subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks. -</div> - -</div> - -</body> -</html> diff --git a/old/64589-h/images/cover.jpg b/old/64589-h/images/cover.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index bc899d8..0000000 --- a/old/64589-h/images/cover.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/64589-h/images/titlep-ilo.jpg b/old/64589-h/images/titlep-ilo.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 601802c..0000000 --- a/old/64589-h/images/titlep-ilo.jpg +++ /dev/null |
