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-Project Gutenberg's Las Ilusiones del Doctor Faustino, v.2, by Juan Valera
-
-This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with
-almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or
-re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included
-with this eBook or online at www.gutenberg.org/license
-
-
-Title: Las Ilusiones del Doctor Faustino, v.2
-
-Author: Juan Valera
-
-Release Date: November 2, 2016 [EBook #53436]
-
-Language: Spanish
-
-Character set encoding: UTF-8
-
-*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LAS Ilusiones DEL DOCTOR ***
-
-
-
-
-Produced by Chuck Greif and the Online Distributed
-Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was
-produced from images available at The Internet Archive)
-
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-
- LAS ILUSIONES DEL DOCTOR FAUSTINO
-
-
-
-
- JUAN VALERA
-
- NOVELAS
-
- Las Ilusiones del Doctor Faustino.
-
- II
-
- [Imagen decorativa]
-
- OBRAS COMPLETAS
-
- TOMO VI
-
- Es propiedad.
-
- Derechos reservados.
-
-
-
-
-[Imagen decorativa]
-
-XV.
-
-LA TERTULIA DE LOS TRES DÚOS
-
-
-Respetilla se apresuró á poner en conocimiento de Rosita que su amo iría
-aquella misma noche de tertulia á su casa. No podía dar á Rosita más
-agradable nueva.
-
-Rosita, soltera, con más de veintiocho años, sin haber hallado nunca en
-el lugar hombre á quien sujetar su albedrío, dominando despóticamente en
-su casa, mil veces más libre y señora de su voluntad y de sus acciones
-que una reina no constitucional, no se aburría, porque su actividad y la
-energía de su carácter no eran para que se aburriese, pero se divertía
-poquísimo; asistía á la vida como quien asiste á la representación de un
-drama que le parece tonto y cuyos personajes no le interesan.
-
-Era Rosita perfectamente proporcionada de cuerpo; ni alta ni baja, ni
-delgada ni gruesa. Su tez, bastante morena, era suave y finísima, y
-mostraba en las tersas mejillas vivo color de carmín. Sus labios, un
-poquito abultados, parecían hechos del más rojo coral; y cuando la risa
-los apartaba, lo cual ocurría á menudo, dejaban ver, en una boca algo
-grande, unas encías sanas y limpias y dos filas de dientes y muelas
-blancos, relucientes é iguales. Sombreaba un tanto el labio superior de
-Rosita un bozo sutil, y, como su cabello, negrísimo. Dos obscuros
-lunares, uno en la mejilla izquierda y otro en la barba, hacían el
-efecto de dos hermosas matas de bambú en un prado de flores.
-
-Tenía Rosita la frente pequeña y recta, como la de la Venus de Milo, y
-la nariz de gran belleza plástica, aunque más bien fuerte que afilada.
-Las cejas, dibujadas lindamente, no eran ni muy claras ni muy espesas, y
-las pestañas, larguísimas, se doblaban hacia fuera, formando arcos
-graciosos. El conjunto de todo expresaba una mezcla de malicia,
-soberbia, imperio, alegría, ternura y deseo de amor, imposible de
-describir. Ojos negros y ardientes, lánguidos á veces, á veces activos y
-fulmíneos como dos ametralladoras, iluminaban aquella movible fisonomía.
-
-Ramoncita, la otra hija del Escribano, era blanca, no tenía lunares,
-tenía la boca pequeña, era más alta que Rosita, y pasaba también por más
-guapa; pero ni en media docena de años revelaba Ramoncita, ni al alma
-ni á los sentidos, lo que Rosita en un momento. Rosita, sólo con
-mostrarse, daba idea de la gloria y del infierno; Ramoncita, del limbo.
-
-Aunque Rosita tuvo tentación de adornarse un poco más que de costumbre
-para recibir á don Faustino, vencida la tentación por su orgullo,
-aguardó la llegada del nuevo visitante con el mismo traje de percal, con
-el mismo pañuelo de seda al cuello y con el mismo peinado que de
-costumbre. Ni siquiera renovó las rosas que tenía en el pelo desde por
-la mañana y que estaban marchitas. No hizo más que lo que hacía todas
-las noches antes de acudir á la tertulia; limpiarse los dientes, que
-ella cuidaba mucho, y lavarse las manos, que, por andar con las llaves
-de la despensa ó contando el dinero, ya para recibirle, ya para pagar á
-los trabajadores, requerían este cuidado en mujer tan pulcra. Conviene
-advertir, sin embargo, que ni las manos ni la cara de Rosita se echaban
-á perder fácilmente con las faenas caseras, con el aire del campo y de
-los corrales y con andar por las despensas y las bodegas. Rosita no era
-un ser delicado, era una hermosura de bronce.
-
-El Doctor, acompañado de Respetilla, cumplió su palabra, y entró, poco
-después de las nueve de la noche, de tertulia en casa de las Civiles.
-Rosita, Ramoncita, la confidenta y acompañanta Jacintica, y el futuro
-médico, hijo del boticario, componían toda la reunión.
-
-La conversación fué general durante diez ó doce minutos; pero
-languidecía cada vez más, por la visible propensión de D. Jerónimo, el
-hijo del boticario, á tener apartes con Ramoncita, y la no menos visible
-de Respetilla á entonar un dúo con Jacintica la viuda.
-
-Esta propensión prevaleció al cabo; se apoderó de los ánimos de Rosita y
-del Doctor, y al cuarto de hora de estar el Doctor en la sala baja,
-alumbrada por un esplendoroso velón de Lucena, se habían ya formado
-insensiblemente tres grupos naturales. En un rincón estaban Ramoncita y
-don Jerónimo, charlando en voz baja; en otro rincón Respetilla y
-Jacintica, y en otro rincón, por último, se quedaron Rosita y D.
-Faustino, hablando con tanta confianza y de asuntos tan íntimos como si
-toda la vida se hubiesen tratado.
-
---Nada, Sr. D. Faustino,--decía Rosita,--conviene que cada cual se
-conforme con su suerte. Este lugar es un corral de vacas... convenido;
-pero... ¿dónde irá V. que más valga y menos gaste? Viviendo V. aquí tres
-ó cuatro años, si hay dos ó tres de buenas cosechas, podrá desempeñar su
-caudal y ponerse á flote. Ya desempeñado, y con el crédito de su ilustre
-apellido y de su mucho saber, tal vez no sea difícil que elijan á usted
-diputado. Así fuesen como Villabermeja los demás pueblos del distrito.
-Aquí manda mi padre, y, por consiguiente, mando yo. Si la ocasión se
-presentase y hubiese con quien contar en los otros pueblos, aquí
-volcaríamos el puchero en favor de usted. De este modo iría V. á Madrid
-como debe ir. Entre tanto, siga V. en sus estudios, escriba, medite,
-aumente sus conocimientos; pero no sea tan huraño. El arco no ha de
-estar siempre tendido. Bueno es que tenga el alma sus ratos de solaz y
-esparcimiento. Véngase V. por aquí, y charlaremos y seremos excelentes
-amigos. Yo no soy ninguna sabia, y sólo podré decir á V. cosas vulgares;
-pero tengo recto juicio y acertaré á dar á V. buenos consejos, y tengo
-además el genio tan alegre, que si logro no fastidiar á V., no hay
-término medio, he de lograr también disipar sus melancolías y ponerle
-regocijado, con el regocijo rústico y lugareño que por acá se estila.
-
---¿Cómo había yo de imaginar, querida Rosita--respondió D.
-Faustino,--que había de tener en usted una amiga tan buena? No llegaban
-á mis oídos sino las burlas que V. hacía de mí. Tenía miedo de
-presentarme á V. No debe V. tildarme de huraño.
-
---Es verdad--replicó Rosita,--estábamos mal informados. Nos estimábamos
-sin saberlo; y como no nos conocíamos, trocábamos en odio el afecto, y
-nos hacíamos la guerra. Ahora, que nos conocemos, se trocará el odio en
-amistad. ¿No es así?
-
---Por mi parte, yo no la odié á V. nunca. Ahora, que la conozco, la
-quiero mucho.
-
-El Doctor cogió la mano de Rosita y la estrechó cariñosamente.
-
-El diálogo entre el Doctor y Rosita prosiguió en el mismo tono
-afectuoso, prometiendo el Doctor acudir todas las noches á aquella
-tertulia de los tres dúos.
-
-El Doctor estaba contentísimo de la franqueza, bondad y rapidez con que
-Rosita intimaba con él. Un recelo, no obstante, le atormentaba algo.
-¿Pretendería Rosita que él fuese su novio, y cambiaría en mayor
-aborrecimiento la nueva amistad cuando en el pueblo se divulgase que él
-la visitaba, y Rosita se convenciese de que D. Faustino López de Mendoza
-no aspiraba á casarse con ella?
-
-Movido por este recelo dijo el Doctor á Rosita:
-
---He dicho que vendré aquí todas las noches, sin reflexionarlo bien.
-Para mí no puede haber cosa de mayor gusto; pero ¿qué dirán en el lugar?
-¿No comprometerán á V. mis visitas?
-
-La hija del escribano soltó una carcajada, enseñando todos los blancos
-dientes de su fresca boca.
-
---No se apure V.--dijo,--que yo no tengo miedo de compromisos. Digan lo
-que quieran en el lugar, yo no temo perder mi colocación. Tengo
-veintiocho años cumplidos, y no me he casado porque no he querido ni
-quiero casarme. Soy libre como el aire y sé lo que me importa hacer, y
-hago lo que quiero. Á nadie tengo que dar cuenta de mi vida más que á mi
-padre, y mi padre no me la pide. ¡Bueno fuera que, siendo mayor de edad,
-reina y señora de mi casa, no pudiese yo tratar y hablar con quien me
-gusta!
-
-El _con quien me gusta_ fué acompañado de una mirada muy amorosa de
-aquellos ojos de fuego. Rosita, que era tan soberbia como apasionada,
-añadió después, deseosa de que el Doctor no temiese que ella aspiraba á
-casarse con él:
-
---¿Pues qué, no podremos V. y yo ser amigos, y charlar y reir y hacernos
-compañía en estas soledades, por miedo de que murmuren? ¿Con quién hemos
-de hablar, si no hablamos el uno con el otro? Las mujeres que como yo,
-llegan á los veintiocho años, pasan de la flor de la juventud á la edad
-madura, y no han querido casarse, ni han tenido novio, ni han tenido
-coqueteos siquiera, me parece que tienen derecho á que se las considere
-y respete. No faltaba más sino que yo no pudiese hablar con V. con
-frecuencia, á fin de evitar que dijese algún tonto que anhelaba yo
-enlazarme á la noble familia de los López de Mendoza.
-
---Y ser Condesa de las Esparragueras de la Atalaya,--dijo el Doctor
-riendo.
-
---Y no es mal título--respondió Rosita, poniéndose colorada de que el
-Doctor aludiese á su burla, pero recobrando al punto la
-serenidad:--además, que para titular no le faltan á V. tierras más
-productivas y de más bonito nombre. Y en todo caso, mi padre tiene la
-Nava, Camarena y el Calatraveño, que se prestan á ser títulos, como
-otras fincas de las mejores. Pero no pensemos en necedades. No titulemos
-ni contraigamos matrimonio. Seamos dos _amigos_ leales que se quieren
-bien. Seamos Faustino y _Rosita_. Olvídese V. hasta de que soy una
-mujer. Yo lo tengo olvidado hace tiempo. Míreme V. bien: vestida de
-percal; despeinada casi; con estas rosas ajadas y marchitas--y se las
-arrancó de un tirón;--con esta facha de mayordomo, de aperador ó de ama
-de llaves. Vamos, ¿qué pretensiones he de tener yo con esta facha?--y
-Rosita se puso en pie, riendo, y dió una vuelta para que el Doctor
-mirase el descuido de su traje y su completa ausencia de adorno y
-coquetería. Luego prosiguió:
-
---Varias veces hemos hablado de V. Respetilla y yo, y hemos decidido que
-V. es un penitente del diablo. En esto nos parecemos. Yo soy una
-penitente por el mismo estilo. Salvo que no soy tan seria. Yo me río
-como una loca, hasta de mi penitencia.
-
-En efecto, el Doctor miró detenidamente á Rosita, y vió que tenía
-razón. No había en ella el más ligero asomo de coquetería ó de estudio,
-ni en el vestido ni en el peinado. No había más que la salud y el aseo.
-Parecía, como ya se ha dicho, una estatua de bruñido bronce. La
-intemperie no había ajado ni sus manos ni su cara, que tenían algo de la
-pátina que da el sol de Andalucía á las columnas y á otros monumentos
-artísticos. Su cuerpo, sin corsé ni miriñaque, se dibujaba bajo los
-pliegues del percal, tan gallardo y airoso como el de Diana cazadora.
-
---Todo cuanto ha dicho V.--contestó el Doctor,--me parece la discreción
-misma. Sólo hay un mandato, pues sus insinuaciones son mandatos para mí,
-que creo que no podré cumplir.
-
---¿Y cuál es ese mandato?
-
---Que me olvide de que es V. mujer. Ese es un mandato imposible. Es V.
-mujer, y mujer muy bonita, y V. misma lo siente y lo sabe.
-
-Las rosas marchitas que Rosita había arrancado de sus cabellos y tirado
-al suelo, estaban entre las manos del Doctor.
-
---Estas rosas--dijo,--más bien que de haber sido cortadas, se han
-marchitado de envidia de esa cara tan graciosa. Yo las he de guardar
-como recuerdo.
-
---¡Qué bobería!--dijo Rosita.--¿Para qué ese recuerdo? ¿No vamos á
-vernos diariamente?
-
---Sí; pero ¿y de día? ¿Y cuando no nos veamos?
-
---Dé V. acá esas cosas--dijo Rosita; y se las arrancó al Doctor de entre
-las manos y las echó muy lejos de sí.--Para recuerdo, ya que V. necesita
-recuerdo á fin de no olvidarme, yo le daré otro mil veces mejor.
-
-Abriendo, al decir estas palabras, un poco el pañolito de seda que tenía
-sobre el pecho, metió la mano Rosita y sacó un escapulario de la Virgen
-del Carmen que llevaba pendiente y oculto en aquel sitio.
-
---Tome V. este escapulario y guárdelo como recuerdo mío. Está bordado
-por mí y bendito por el señor Obispo. Bese V.
-
-Y le puso el escapulario en la boca para que le besase.
-
-El Doctor le besó con la mayor devoción, notando que conservaba aún el
-grato calor de quien se le daba.
-
-En estos coloquios se pasó el tiempo hasta que dieron las once.
-
-Jacinta, auxiliada por Respetilla, sirvió entonces la cena á los cuatro
-señoritos, echando los manteles sobre una mesa que había en medio de la
-sala, y trayendo cubiertos, vasos y una limeta de vino añejo. La cena
-consistía en un plato de lomo de cerdo, conservado en manteca y bien
-aliñado, y en otro plato de espárragos trigueros en salsa, con huevos
-estrellados encima. De postres, higos, pasas, peros y arrope.
-
-En la cena reinó la mayor alegría; la conversación volvió á ser general;
-la limeta, que era de cristal y triple que una botella ordinaria, se fué
-quedando vacía; y ya cuando los señoritos estaban en los postres,
-Jacintica y Respetilla se sentaron patriarcalmente en la misma mesa y
-dieron fin de cuanto había quedado.
-
-Á poco volvió de arrullar á su tórtola el Escribano y rico propietario
-D. Juan Crisóstomo Gutiérrez; y alegrándose mucho de ver á sus hijas en
-tan buena compañía, hizo mil cumplimientos al Doctor Faustino.
-
-Á las doce terminó la tertulia, y se retiró el Doctor á su casa, seguido
-de Respetilla, su escudero.
-
-Durante seis noches más siguió el Doctor acudiendo á la casa, cenando
-con las hijas del Escribano, y formando con Rosita uno de los tres dúos
-en que la tertulia estaba dividida.
-
-En la séptima noche, nos permitiremos oir parte del coloquio entre
-Rosita y D. Faustino. Poco antes de las once, hora de la cena, hablaban
-ambos de este modo en un rincón de la sala:
-
---Ya que te empeñas, te tutearé--decía Rosita:--pero soy tan distraída,
-que temo que he de tutearte en público. ¿Qué dirá entonces la gente?
-Vaya, que digan lo que digan. Yo te tuteo..... ¿Y el escapulario, le
-llevas siempre?
-
---Aquí le llevo--contestó el Doctor,--sobre el pecho, por debajo de toda
-la ropa.
-
---¿Me quieres mucho?
-
---Con toda el alma.
-
---Mira, Faustino, querámonos así; pero no nos preguntemos cómo nos
-queremos. Hay un encanto en quererse sin saber cómo, que se desharía si
-nos obstinásemos en definir este afecto. ¿Es amistad? ¿Es amor? ¿Qué es?
-
---Es todo. Es algo de indefinible y poético--contestó D.
-Faustino.--Ignoro cómo te quiero, pero sé que te quiero.
-
---Pues abandonémonos á ese sentimiento indefinible, sin averiguar lo que
-sea en lo presente--dijo Rosita,--sin preveer á dónde nos lleva en lo
-porvenir. ¿No hemos convenido en que somos dos ermitaños, aunque algo
-diabólicos; dos penitentes de extraña condición? Pues bien: yo he oído
-contar de otros dos penitentes que se encontraron una vez en un frondoso
-bosque, desierto y florido, por donde corría un río de claras ondas.
-Atada á la margen estaba una ligera y frágil barquilla. Los ermitaños
-tuvieron el valor de embarcarse, de desatar la barquilla y de
-abandonarse á la corriente, sin saber á dónde los llevaba.--¿Sabes á
-dónde fueron?
-
---¿Pues no lo he de saber?--respondió el Doctor.--Fueron al Paraíso
-terrenal. El querubín que le guarda con una espada de fuego, ó estaba
-dormido ó los quería bien, y no se opuso á su entrada, y entraron, y se
-regalaron allí como unos bienaventurados que eran.
-
---Veo que sabes la historia lo mismo que yo.
-
---Y dime, Rosita, ¿por qué no hemos de tener igual valor y confianza que
-los otros ermitaños? ¿Por qué no nos hemos de embarcar en la barquilla y
-dejarnos llevar de la corriente?
-
---Allá veremos--replicó Rosita.--Eso es para pensado. Por lo pronto no
-estamos mal. Nos hallamos en el bosque frondoso, en el florido desierto,
-á orillas del río de ondas claras. ¿No es ya bastante regalo? ¿No te
-contentas? Anda, ermitaño insaciable, ten calma. Oye cantar los
-pajaritos en el bosque, contempla las florecillas, sueña arrobado
-mirando cómo va corriendo el agua con manso murmullo, coge alguna
-campanilla ó violeta de las que brotan á la orilla del río, y no pienses
-aún en lanzarte á la navegación, ni pidas Paraíso, como quien no pide
-nada. Pues qué, ¿vale tan poco lo presente? El Paraíso mismo, ¿no tiene
-precio, para querer llegar á él sin más ni más? Y el querubín, ¿no podrá
-oponerse á que entremos?
-
---No hay más querubín que tú. Tú eres á la vez ermitaño, querubín y
-Paraíso.
-
-Á este punto llegaban, cuando Jacintica los interrumpió, llamándolos á
-la cena, que estaba ya dispuesta. La conversación tuvo que hacerse
-general. Aquella noche fué más animada que nunca. Jacintica y Respetilla
-se sentaron á la mesa sin ceremonia, poco después de los señoritos. Hubo
-gran tiroteo de chistes y de bolitas de pan. Respetilla, que tenía mil
-habilidades, lució algunas de ellas: cantó como el gallo, ladró como el
-perro, maulló como el gato, zumbó como la abeja y la mosca, rebuznó como
-el burro, é imitó los brincos y movimientos de la rana y del mono.
-Jacintica, que remedaba muy bien á las personas, puso en caricatura á
-varias de las más conocidas en el lugar. Hasta D. Jerónimo, aunque era
-formalísimo, se salió algo de quicio, y procuró contar dos ó tres
-cuentos; pero todos eran sabidos, y, como por allá se dice, se los
-_espachurraron_ con alboroto y risa. Rosita, por último, viendo á todos
-tan amenos y alegres, y considerando que estaban en el mes de Mayo,
-propuso una expedición á la magnífica casería que tenía su padre en la
-Nava.
-
-Los tertulianos aprobaron y aplaudieron con frenesí.
-
---Iremos mañana mismo,--dijo Rosita.--Estas cosas, si se retardan, no se
-hacen. Saldremos de aquí á las tres. Á las tres de la tarde, todos á
-caballo, á mulo ó á burro, en la puerta de casa.
-
---No faltaremos,--contestó el Doctor.
-
---No faltaremos,--repitieron los otros.
-
-Cuando llegó, á poco, el Escribano, Rosita le dió parte del proyecto, y
-el Escribano le aprobó.
-
---Claro está, papá--añadió Rosita,--que tú vendrás acompañándonos.
-
---Pues ¿cómo había de ser de otra suerte?--dijo D. Juan Crisóstomo.
-
---Iremos--prosiguió Rosita,--todos los que estamos aquí, y además, papá
-me permitirá que yo convide á una amiga mía.
-
---Haz como quieras.
-
---Pues, entonces convidaré á Elvirita, y seremos ocho. Buen número, ¿no
-es verdad?
-
---¡Buen número!--exclamó Respetilla.--No hay más que pedir. ¿Qué mejor
-apaño?
-
-Con estas profundas y filosóficas exclamaciones de Respetilla terminó
-cuanto de importante se dijo aquella noche en la tertulia de los tres
-dúos, y los tertulianos se separaron hasta el día siguiente.
-
-
-
-
-[Imagen decorativa]
-
-XVI.
-
-EL PARAÍSO TERRENAL
-
-
-Alguien pensará quizás que, estando de por medio los amores poéticos del
-Doctor con su _inmortal amiga_, había mucho de profanación y de miseria
-humana en enredar con Rosita, la hija del Escribano usurero, otros
-amores bastante vulgares. El Doctor pensaba lo mismo, sobre todo cuando
-no estaba bajo la influencia de Rosita. Cuando hablaba con ella, era el
-Doctor hombre perdido. Desde la cumbre serena y clara de las sublimes
-especulaciones se precipitaba y hundía en un abismo tenebroso.
-
-¿De qué le valía meditar teóricamente en las cosas eternas, en lo
-permanente y absoluto, en el origen, destino y último fin de lo creado,
-si en la práctica venía á caer en ser un camarada de Respetilla y de D.
-Jerónimo, con quienes hacía no ya _partida cuadrada_, sino partida
-cúbica ó casi cúbica?
-
-No pocas razones hallaba el Doctor para disculparse, algunas de las
-cuales no estará de más consignar aquí. María, la _amiga inmortal_, era
-sin duda una mujer que le amaba de un modo noble; pero el Doctor, en
-vista de que ella misma se había descubierto y se había mostrado sin
-ningún prestigio de elevación y tan envuelta en la realidad impura, no
-podía convertirla en una como diosa, en un símbolo de todo lo santo y lo
-bueno: no podía hacer de ella lo que Dante de Beatriz y Petrarca de
-Laura. Exigir además amor exclusivo y fiel, aun siendo posible el
-endiosamiento del ser amado, era empeño superior á nuestra condición
-terrenal, ocultándose como el ser amado se ocultaba. El propio Dante
-había tenido mil prosaicos extravíos, á pesar de Beatriz, y Petrarca, á
-pesar de Laura, no se había descuidado tampoco.
-
-El Doctor, por otra parte, aunque amaba lo ideal, no estaba muy seguro
-de lo que fuese, porque de nada estaba seguro.
-
---Si lo que amo y quiero amar está abstraído, sacado por mí de lo real,
-como si fuera una esencia ó un espíritu destilado ó más bien evaporado
-en el alambique del entendimiento, cierto que sería un absurdo dejar la
-realidad y la substancia por la apariencia, el vapor y la sombra. Ello
-es que no acierto á concebir nada más bello que la forma de una mujer
-bella. Si quiero poética ó artísticamente representarme á una diosa, á
-una ninfa, á una sílfide, á la religión, á la filosofía, tengo que darle
-forma de mujer. Verdad es que le quito imperfecciones y que le añado
-bellezas, que las mujeres que he visto tal vez no tienen; pero, en lo
-esencial, lo que me represento es una mujer. Luego la forma, el ser de
-la mujer es lo más hermoso, deseable, poético y artístico que puede
-concebir y amar el hombre.
-
-En cuanto á las perfecciones y á las imperfecciones, también había mucho
-que dilucidar. El Doctor abrió una vez el libro del orador romano, _De
-natura deorum_, donde se toca magistralmente este punto, y halló que
-hasta los lunares de Rosita pudieran pasar por divinas perfecciones. El
-poeta Alceo estuvo perdidamente enamorado de un lunar: ¿por qué no había
-él de enamorarse de dos lunares?
-
-Hechos estos estudios filosóficos, el Doctor, si bien creyó ver en el
-retrato de la coya ciertas miradas severas, desechó los escrúpulos que
-le asaltaban y se decidió á imitar á su modo al ermitaño de la leyenda,
-entrando en la barquilla y dejándose llevar de la corriente.
-
-Doña Ana sabía ya las visitas de su hijo en casa del Escribano, y estaba
-contrariada; estaba como sobre ascuas. Era duro exigir de un joven que
-se enterrase en vida, que no tratase con nadie. De tratar con alguien
-en Villabermeja, era evidente que lo más _comm’il faut_, _la high life_
-legítima, el verdadero mundo _fashionable_ residía en la tertulia de las
-Civiles. Y, sin embargo, Doña Ana (tan cogotuda la había hecho Dios) se
-avergonzaba de que su hijo cenase con las Civiles y las tratase
-familiarmente, y se asustaba previendo mil compromisos y enredos. Algo
-de esto expuso á su hijo con notable circunspección y prudencia; pero
-todo fué inútil. Á la hora convenida, el Doctor, caballero en su jaca, y
-Respetilla en su mulo, estaban á la puerta de las Civiles para ir á la
-gira campestre.
-
-Rodeada de multitud de chiquillos, salió y se puso en marcha la
-expedición. El Escribano y don Jerónimo iban en sendas mulas con
-aparejos redondos. Rosita á caballo, á la inglesa, con traje de amazona
-hecho en Málaga. Y por último, Ramoncita, Elvirita y Jacintica iban en
-burros con jamugas. Resultaba, pues, que Rosita y el Doctor, que iban al
-lado la una del otro, parecían los reyes de aquella pompa, y los demás
-el séquito ó comitiva. Aquello era lo que vulgarmente se titula dar una
-gran campanada. El lugarcillo se alborotó. Todas las mujeres salían á
-las ventanas para ver pasar á las Civiles y al Doctor Faustino, que
-desempedraban las calles. Se diría que era el triunfo de Rosita, que iba
-luciendo á su cautivo enamorado.
-
-Durante todo el viaje Rosita fué delante siempre con el Doctor al lado,
-el cual le daba la derecha, mientras la anchura del camino lo consintió.
-
-No hacía ni calor ni frío. El tiempo era hermosísimo.
-
-Por medio de viñas y olivares fueron subiendo la falda de uno de los
-cerros que tanto limitan el horizonte bermejino. Á la media legua no se
-veía á un lado y otro ni planta ni hierba alguna, sino piedras enormes.
-El cerro, casi como cortado á tajo, era una masa de áridos peñascos, sin
-capa vegetal. Formando mil revueltas, se prolongaba el camino, que más
-que camino pudiera calificarse de escalera. Sólo caballerías muy
-acostumbradas, como las de que se servían nuestros expedicionarios,
-podían ir por allí sin venir al suelo y derrocar á los jinetes.
-
-Cerca de una hora duró esta ascensión dificultosa. El horizonte iba
-extendiéndose á medida que subían. Al rayar en lo más alto, se
-descubrían desde allí provincias enteras, iluminadas por un sol
-refulgente, y claras y distintas, merced á la transparencia del aire,
-limpio de nieblas y nubes. Se veían en lontananza Sierra Morena, al
-Norte; hacia el Oriente, el picacho de Veleta, cubierto de nieve, y la
-serranía de Ronda hacia el Mediodía. Dentro de estos límites,
-poblaciones blancas y alegres, caseríos, huertas, viñedos, ríos y
-arroyos, bosques de olivos y encinas, santuarios célebres en las cimas
-de varios cerros, y muchísimos sembrados, que verdeaban entonces con
-todo el esplendor de la primavera.
-
---¡Bendito sea Dios!--exclamó Rosita.--¡Qué vista tan hermosa!
-
---Yo no veo más que á tí--contestó el Doctor.--¿Para qué buscar la
-hermosura remota cuando la tengo á mi lado? En tí se cifra todo lo mejor
-de la tierra y del cielo. ¿Para qué cansar la mirada y la mente
-recogiendo la belleza difusa, y para qué abarcar tanto espacio y cuadro
-tan extenso al concebirla toda, si la tengo en tí en compendio y
-resumen?
-
---Cállate, lisonjero, mentiroso; cállate, que me voy á volver tonta y
-presumida con tus elogios. ¿Ves todos esos campos? ¿Ves todas esas
-tierras que desde aquí se divisan? Pues en verdad que nada de por sí
-vale tanto como la Nava, á donde pronto vamos á llegar. El verdadero
-Paraíso terrenal está en la Nava.
-
---Donde quiera que estés tú, estará para mí el Paraíso.
-
-Entre el Doctor y Rosita se cruzaron estas pocas palabras en un momento
-en que pudo el Doctor aproximarse á ella. Casi siempre, durante la
-subida, tenían que ir uno en pos de otro, pues la senda no tenía anchura
-para más, y aspirar á ir dos en fondo por allí hubiera sido exponerse á
-bajar derrumbados.
-
-Respetilla, que iba detrás de Jacintica, como no podía tener _apartes_
-con ella, se distraía cantando coplas de playeras muy amorosas. En todo
-era Respetilla jocoso, menos en esto de cantar las playeras. Las cantaba
-con mucho sentimiento. Era un gemido prolongado que ansiaba llegar al
-cielo; era un suspiro melodioso que traspasaba los corazones. Así iba
-cantando entre otras coplas:
-
- Cuando yo me muera
- Dejaré encargado
- Que con una trenza
- De tu pelo negro
- Me amarren las manos.
-
-Esta oración jaculatoria, esta melancólica saeta hería sin duda el alma
-de la divinidad á quien se dirigía, que no era otra sino Jacintica; mas
-no por eso dejaba de agradar á los demás oyentes. No hay nada que, en
-medio del campo, en la soledad de un camino, cuando se va andando paso á
-paso, tenga mayor hechizo que una copla de playeras bien cantada.
-
-Por último, llegaron todos á lo alto. Un hermoso espectáculo se ofreció
-entonces á sus ojos.
-
-Aquellos peñascos áridos y desnudos se diría que forman como un enorme
-vaso lleno de la tierra más fértil. La Nava es una meseta que tendrá
-por la parte más ancha dos leguas de extensión. Por unos lados se sube á
-la meseta desde terrenos más bajos; por otros, se levantan soberbios
-montes, desde donde descienden varios arroyos abundantes, que fertilizan
-aquel lugar delicioso. En las laderas, que se inclinan hacia la Nava,
-hay viñas, almendros, acebuches y encinas; en la misma Nava, prados
-cubiertos de hierba y de mil géneros de flores silvestres. Los arroyos
-se han abierto cauce, al parecer sin que intervenga la mano del hombre,
-y en sus orillas y cerca de sus orillas se han formado sotos frondosos,
-donde resplandecen los alisos, los álamos blancos y negros, los fresnos
-y los mimbrones. Cuando un arroyo hace remanso, crecen los juncos, las
-espadañas y la juncia; y por todas las orillas embalsaman el ambiente
-los mastranzos, el toronjil y la mejorana.
-
-Florecía entonces todo en los prados, merced á la primavera; y sobre el
-fondo verde de la hierba fresca y tierna lucían, cual rico esmalte ó
-cual bordado primoroso, las nigelas azules, los lirios morados, la
-salvia purpúrea, la amarilla gualda y las blancas margaritas.
-
-Otras mil flores y plantas brotaban espontáneamente por toda aquella
-llanura y al borde del sendero por donde iban ya caminando el Doctor y
-Rosita. Las marimoñas y las mosquetas se podían segar; las adelfas
-arbóreas empezaban á abrir sus capullos y mostrar el color sonrosado de
-sus más tempranas flores, y el romero y el tomillo perfumaban el aire
-puro.
-
-Buscando sombra y frescura, habían acudido allí mil linajes de pájaros,
-como pitirojos, vejetas, oropéndolas, verderoles, gorriones y jilgueros,
-los cuales parecía con sus trinos que saludaban á los recién llegados.
-
-Rosita estaba entusiasmada de todas aquellas bellezas y muy satisfecha
-de mostrar á D. Faustino los encantos de los dominios de su papá, en los
-cuales ya habían entrado. Aunque gentes de otros lugares tenían fincas
-en la Nava, la mejor y más grande era la del escribano D. Juan
-Crisóstomo Gutiérrez.
-
-Poseía éste, en las laderas contiguas á aquel llano, muchas fanegas de
-majuelo, que estaban á la sazón binando más de cincuenta hombres que
-habían venido de varada; y en la misma meseta, muchos prados, donde
-tenía toros bravos, vacas, novillos, ovejas y carneros. El Escribano
-había asimismo circundado de un seto vivo de granados, zarzamora y
-lentisco un buen espacio de tierra, donde tenía un huerto con frutales y
-muchas legumbres. Á la entrada del huerto se parecía la casa de campo,
-capaz, limpia y bonita. Allí había bodegas, lagar, tinado para los
-bueyes, y algunas habitaciones cómodas para los señores.
-
-La placeta, que se extendía delante de la fachada, estaba empedrada de
-redondas chinitas ó piedrezuelas, formando dibujos con sus varios
-colores, como si fuese un rústico mosaico, y todo alrededor había
-higueras, nogales, floridas acacias y una multitud de rosales de todos
-géneros, llenos entonces de rosas blancas, rojas y amarillas.
-
-Una torre de la casería servía de palomar, y las mansas palomas bajaban
-á la placeta y venían casi á posarse sobre las personas, y á tocarse los
-picos y á arrullarse allí sin el menor recelo. Multitud de golondrinas
-habían formado sus nidos entre las tejas salientes y el muro de la
-casería. Aficionadas á la sociedad humana, las golondrinas prorrumpieron
-en jubilosos chirridos cuando llegaron Rosita, el Doctor y los demás de
-la expedición.
-
-La casera, el casero y sus hijos salieron á recibirlos y á tener las
-caballerías, que llevaron á los pesebres.
-
-Ya todos á pie, se formaron cuatro parejas, asidas de los brazos, y se
-fueron á ver el huerto, que era precioso. Aún no había más fruta que
-alguna fresa; pero el lozano y pródigo florecimiento de mil frutales,
-como cerezos, manzanos, membrillos y albaricoqueros, prometía abundante
-cosecha. Quedaban algunas violetas tardías, que era la flor de que más
-gustaba Rosita, y en busca de las violetas se fué Rosita con el Doctor á
-los umbríos, donde, penetrando poco los rayos del sol, se mantenía más
-fresca la tierra y consentía que las violetas durasen.
-
-Allí dijo el Doctor á su compañera:
-
---Todo esto es amenísimo, hechicero; mas, si tú no me amas, me parecerá
-horrible.
-
---¿Pues no te he dicho que te amo?--contestó Rosita.
-
---No basta decirlo--replicó el Doctor.--Mira tú cómo se aman todos los
-seres en esta venturosa estación. Imítalos amando. El aire que se
-respira parece un filtro de amor, y en todos, menos en tí, obra sus
-mágicos efectos.
-
---Déjame ahora tranquila--contestó Rosita.--¿No puedes gozar de la
-felicidad presente, ambicioso, inquieto, anhelante de mayor bien? Oye,
-Faustino: yo no soy calculadora; yo no reflexiono mucho cuando me mueve
-la voluntad algún poderoso estímulo; pero un pensamiento triste me
-conturba á veces. Imagínate que estamos á orillas de aquel río
-misterioso de que habla la leyenda; que esta acequia, que riega el
-huerto, es ese río; que esta hoja seca, que está cerca de la margen, es
-la barquilla que nos convida á aventurarnos en la corriente, y que ya
-nos hemos aventurado. ¿No será posible que nos castigue el cielo, y que
-en vez de ir al Paraíso terrenal vayamos á caer en un precipicio?
-
---Cruel--dijo el Doctor,--si tú me amases no pensarías tanto en lo
-futuro: reconcentrarías tanta felicidad en el momento presente, que
-bastaría con ella á llenar todos los siglos. ¿Qué martirio, qué
-desengaño, qué mal, que viniese más tarde, podría igualar la ventura de
-ahora?
-
-Así se explicaba el Doctor cuando D. Juan Crisóstomo y Elvirita llegaron
-al sitio en que estaban. Luego vinieron también las otras dos parejas, y
-todas juntas rieron y charlaron.
-
-La hora del crepúsculo fué encantadora en aquel sitio. Las flores dieron
-más perfume; el aire se llenó de más grata frescura; los pájaros
-despidieron al sol, que se sepultaba entre nubes de carmín y oro, con
-trinos y gorjeos más amorosos y suaves.
-
-Volvieron al tinado los bueyes y las vacas, y al corral, que servía de
-aprisco, los novillos más tiernos y muchas ovejas con sus recentales.
-Los cincuenta hombres que habían estado binando se vinieron á la
-casería, con el aperador á la cabeza. Todos traían las azadas al hombro,
-menos el aperador, que llevaba la vara, signo de su autoridad y como
-bastón de mando con que dirigía las faenas agrícolas. De la vara, sin
-duda, proviene que cuando van jornaleros á una finca distante de la
-población y duermen en ella, durante algunos días, hasta que terminada
-la obra vuelven al lugar, se diga que van de varada.
-
-La varada debía terminar al día siguiente. Los cincuenta hombres aún
-dormían aquella noche en la casería, donde tenían para dormir una cámara
-espaciosa.
-
-Todo era, pues, animación y bullicio rústico en la puerta y placeta de
-la casería, cuando llegó la noche. Con la venida de los amos no pudo
-menos de prepararse una gran fiesta. La noche convidaba á ello. El cielo
-despejado dejaba que la luna y las estrellas derramasen su luz pálida
-sobre todos los objetos, orlando los árboles con perfiles de plata y
-difundiendo por donde quiera una incierta y vaga claridad. Los
-ruiseñores cantaban en la espesura; los arroyos murmuraban con cierta
-monotonía, y lo apacible y regalado de la noche convidaba á tomar el
-sereno.
-
-Pronto se improvisó un magnífico baile en la ya descrita placeta. Entre
-los jornaleros había dos que habían traído guitarras y que las tocaban
-bien, no sólo de rasgueado, sino de punteo. Cantadores sobraban, y no
-faltaba por cierto gente que bailase. La casera que era joven, las
-Civiles y Elvirita y Jacinta gustaban todas del fandango. Los jornaleros
-más ágiles bailaron con ellas; pero ni D. Juan Crisóstomo, ni D.
-Jerónimo, ni el propio Doctor, á pesar de toda su gravedad filosófica,
-pudieron excusarse de dar unos cuantos brincos y de hacer dos ó tres
-docenas de piruetas y mudanzas.
-
-Respetilla estuvo inspirado, sobre todo hacia lo último de la función,
-porque en medio de ella todos cenaron corderos en caldereta, guisados
-por los pastores, con lo cual se despilfarró el Escribano, cocina de
-habas con cornetillas picantes, y un salmorejo rabioso de puro
-salpimentado. Con estos llamativos de la sed nadie desdeñó el vino de
-las bodegas de la casería, que circuló con profusión en jarros para los
-jornaleros y criados, y en vasos, para los señores. Con el jaleo,
-regocijo, confusión y general tremolina, Rosita y el Doctor pudieron
-decirse cuanto quisieron. El Escribano se puso alegre, y Respetilla
-recitó muy bien, y sin esforzarse, la relación del borracho que habla
-con su novia, y recitó además la relación de _El Ganso de la
-botillería_.
-
-Para que nada faltase, hubo juegos, que Respetilla sabía dirigir y aun
-componer admirablemente. Por _juegos_ se entienden algo como
-representaciones dramáticas, en su forma más ruda. Los actores son
-cómicos y poetas á la vez, y cada uno inventa lo que dice. Uno solo, y
-aquella noche lo fué Respetilla, es el que dirige y compone el argumento
-y plan del drama.
-
-Dos juegos ó dramas hizo y representó Respetilla aquella noche: uno
-histórico y otro fantástico. Versaba el histórico sobre las burlas que
-la reina María Luisa hacía á muchas personas, porque era muy chistosa y
-amiga de burlas. Solo Quevedo puede y sabe más que la reina en esto de
-burlar, y acaba por hacer á la reina una burla más aguda, con lo cual
-quedan las otras vengadas. En este juego hizo Jacintica de reina María
-Luisa, y Respetilla de Quevedo.
-
-El otro juego fué más común y ordinario; fué de los que más se usan en
-las caserías y cortijos. El protagonista es un jornalero decidor,
-enamorado, valeroso y algo borracho; en suma, un Don Juan Tenorio
-plebeyo. Respetilla hizo este papel. Nuestro héroe, aunque comete
-doscientas mil insolencias, se gana la voluntad de San Pedro, de San
-Miguel ó de otro santo; y cuando viene el diablo en su busca para
-llevárselo al infierno, hace que el diablo pase la pena negra y se mofa
-de él á casquillo quitado. Para diablo se busca siempre en estos juegos
-al más bobo que se puede hallar en toda la compañía. Aquella noche
-había, por fortuna, uno muy bobo, y Respetilla hizo reir á su costa,
-obligándole á salir dando bramidos, con unas trébedes en la cabeza, como
-corona del monarca del abismo, á cuatro patas, todo tiznado con hollín
-de la chimenea, y luciendo en cada pie de las trébedes un trapo mojado
-en aceite y encendido como una antorcha.
-
-Todos rieron y celebraron mucho lo mortificado, vejado y rendido que
-quedó el diablo en aquella contienda.
-
-Con esta representación diabólica terminó la función.
-
-En la casa había cuartos de sobra para los señores, y todos fueron á
-acostarse, á su cuarto cada uno, á fin de levantarse temprano y ver
-amanecer en la Nava.
-
-D. Faustino estaba tan embelesado de la fiesta del campo, de aquellas
-escenas primitivas y agrestes, y sobre todo de Rosita, que se creyó
-trasladado á la Edad de oro; se olvidó de sus ilustres progenitores de
-Mendozas, de la coya y hasta de María, y se tuvo por un pastor de
-Arcadia y tuvo á Rosita por su pastora.
-
-Á la mañana siguiente salieron todos á caballo á recorrer la Nava, á ver
-los toros y á visitar el majuelo, donde los trabajadores terminaban ya
-la bina.
-
-El Doctor iba al lado de Rosita, como encadenado por el amor y la
-gratitud. Rosita parecía una reina que mostraba su favorito á los demás
-vasallos. Parecía la reina de Cilicia, Epiaxa, pasando revista con el
-joven Ciro á los bárbaros y á los griegos, ó Catalina II presentando á
-Potemkin á toda su corte.
-
-Por la tarde volvieron los señores al lugar. Los jornaleros, que habían
-ido de varada, volvieron también, y no quedó casa en que no se refiriese
-y comentase el triunfo de Rosita.
-
-Por la noche se suprimió la tertulia de los tres dúos. Á la puerta de la
-casa del Escribano se despidieron todos.
-
---¡Adiós, hasta mañana!--dijo Rosita al Doctor.
-
---¡Adiós, bien mío!
-
---¿Me querrás siempre? ¿Estás contento de mí? ¿Eres dichoso?--añadió
-Rosita en voz baja.
-
-D. Faustino le apretó la mano con efusión y contestó:
-
---Te adoro.
-
-
-
-
-[Imagen decorativa]
-
-XVII.
-
-MÁS PUEDEN CELOS QUE AMOR
-
-
-El Doctor, de vuelta á su casa, fué á ver á su madre y le dió el gusto
-de estar de conversación y de cenar aquella noche con ella, de lo cual
-la tenía muy deseosa, por acudir á la tertulia de las Civiles.
-
-Después de la cena, y retirada el ama Vicenta, que la servía, Doña Ana y
-su hijo hablaron de sus negocios, nada florecientes, y al cabo dijo Doña
-Ana:
-
---Mal estamos, hijo mío; pero te aseguro que hoy me arrepiento de que no
-te hayas ido á Madrid, y sueño con buscar medio de que te vayas, aunque
-sea empeñándonos más.
-
---¿Y por qué, madre mía, quiere V. ahora alejarme de sí?
-
---Voy á decírtelo claro, sin andar con rodeos, como una madre debe
-hablar á su hijo: porque tus relaciones con Rosita me traen
-sobresaltada.
-
---¿He de vivir como en un desierto, sin tener relaciones con nadie?
-
---Tienes razón. Yo debí pensar en eso, y, no ya detenerte, sino
-estimularte para que te fueses de este lugar. Aquí tenías que
-avillanarte por fuerza.
-
---Madre, esa palabra es muy dura. ¿En qué y por qué me he avillanado?
-
---Faustino, no creas que te culpo; casi te excuso. Conozco que no habías
-de vivir, en la flor de tu edad, como vive un anacoreta. Sólo un fervor
-de religión, que por desgracia no tienes, podría haber hecho tal
-milagro. Los hombres, ó por educación ó por naturaleza, carecéis del
-santo pudor; carecéis del estímulo de quien cifra en el recato la honra,
-que es lo que salva á las mujeres.
-
---Aun así, madre mía--dijo el Doctor,--no todas las hermanas de mis
-abuelos, cuando tuvieron hermanas, acabaron por meterse monjas, á fin de
-no emparentar con gente baja y deslustrar el brillo de nuestra familia.
-Algunas se casaron con arrieros enriquecidos, con labriegos dichosos y
-con afortunados contrabandistas. Parientes tenemos por este lado entre
-lo más ruín del lugar.
-
---Lo sé, hijo mío; pero sé también que ningún López de Mendoza, ningún
-varón de tu casta, desde hace siglos, se ha casado jamás con mujer que
-no sea de su clase. ¿Serás tú el primero?
-
---Y á V., madre mía, ¿quién le ha dicho que yo me voy á casar?
-
---Pues entonces, ¿á qué esas visitas? ¿Á qué esos amores? ¿Me negarás
-que los hay? ¿Qué fin, qué desenlace van á tener?
-
-Don Faustino se puso rojo como la grana y bajó los ojos al suelo,
-guardando silencio.
-
---Todo me lo explico--prosiguió Doña Ana;--pero has caído en un error
-harto peligroso; no has comprendido los mil inconvenientes de tu
-conducta. Quiero prescindir del pecado, de la vergüenza, del escándalo
-de unas relaciones amorosas que no se piensa en que tengan por término
-el matrimonio. Quiero suponer, además, que esa Rosita es tan descocada y
-sin decoro que te acepta por amigo, y que no piensa siquiera, por amor á
-su libertad y por seguir siendo señora de sí misma, de su casa y de sus
-bienes, en convertir á su amigo en dueño y marido legítimo. Todo esto
-quiero suponer. ¿Has reflexionado tú el papel que vas á hacer, el papel
-que probablemente estás ya haciendo?
-
-Don Faustino entrevió todo el peso de la acusación de su madre. Se
-sintió abrumado bajo él. No contestó palabra.
-
---Los vicios de un caballero--prosiguió Doña Ana,--no dejan de serlo
-aunque sean de un caballero; pero aún es mayor dolor cuando se llega á
-ser vicioso sin nobleza y sin hidalguía.
-
---V. se propone martirizarme. V. está afrentándome, madre. ¿Qué pretende
-V. decir con eso?
-
---No, hijo de mis entrañas: tu madre, que te ama, no puede afrentarte,
-diga lo que diga. Si mi voz es hoy harto severa, acalla tus pasiones,
-oye en silencio la voz de tu conciencia, y lo será más aún. Lo que yo
-quiero significar (estamos solos y voy á hablarte con crudeza) es que si
-tu mocedad te incitaba á tener amores groseros y vulgares, hubiera sido
-menos indigno, menos impropio de un caballero, buscarlos en una mujer
-pobre, de lo más infeliz del pueblo, á quien, sin engañarla nunca con
-necias esperanzas, hubieras en cierto modo elevado hasta tí: cuya
-miseria hubieras socorrido. Aunque pobre y empeñado, todavía podías
-permitirte este lujo en nuestro miserable lugar. Ante Dios hubieras
-cometido un pecado gravísimo; para los hombres hubiera sido un
-escándalo; pero sobre el escándalo y el pecado no hubiera venido la
-humillación, como viene ahora. La hija del Escribano usurero es rica, te
-agasaja, te lleva á sus posesiones, te muestra á sus criados como si tú
-fueses su criado favorito, su Gerineldos, su... chulo. No falta ahora
-más sino que digan por ahí que te mantiene, ó que te mantenga en efecto.
-
-Tal vez un orgullo aristocrático desmedido exageraba las cosas; pero en
-el fondo había mucho de verdad en lo que Doña Ana estaba diciendo. Don
-Faustino lo sentía así: le irritaba la fiereza de expresión y de
-sentimientos con que su madre le zahería; pero allá en lo más hondo de
-su conciencia se declaraba culpado.
-
---Los jornaleros que han estado binando en la Nava--prosiguió la
-tremenda matrona rondeña,--vuelven contándolo todo según su estilo. Todo
-ha llegado á mis oídos como lo cuentan. La señorita Doña Rosa Gutiérrez
-te obsequia, te favorece, te regala, te encumbra hasta ella, te elige
-por su favorito, te luce como pudiera lucir un brinquillo, se muestra
-espléndida por tu causa, dando á todos para cenar cordero y vino
-generoso; en fin, aparece á los ojos de todos como reina ó emperatriz
-que saca de la nada á uno de sus vasallos, porque le ha caído en gracia.
-
-Los que hayan vivido en una aldea y conozcan sus usos y costumbres,
-comprenderán el furor de Doña Ana, dado su carácter. La malicia de los
-campesinos es sin piedad; y cuantos habían visto á Don Faustino y á
-Rosita en la Nava habían vuelto explicando aquellos amores del modo que
-Doña Ana decía. Por el ama Vicenta y por otros criados sabía Doña Ana
-los comentarios lugareños, y estaba fuera de sí, herida en lo más
-sensible de su alma: en su orgullo aristocrático y en su amor de madre.
-
-Consternado el Doctor, permanecía silencioso y con la cabeza baja.
-
---Créeme, hijo mío, es muy cruel para tu madre lo que está
-sucediendo--prosiguió Doña Ana.--Ya te consideran todos en el lugar como
-el amigo, el protegido de la hija del Escribano. Esta gente soez imagina
-que tú eres para Rosita algo parecido á lo que el vulgo de Madrid
-imaginaría de Godoy con relación á una gran señora. En que te tengan por
-tal han venido á parar todos nuestros sueños ambiciosos, todas nuestras
-ilusiones. Mira qué princesa te tiende la mano y te levanta á su altura.
-Mira qué emperatriz te da su privanza, gentil y valeroso caballero. ¿Fué
-para eso para lo que te concibió y te parió tu madre?
-
-Jamás había visto el Doctor á aquella señora tan irritada y violenta.
-Quería el Doctor disculparse y hasta vindicarse; mas no acertaba á decir
-palabra. En medio de todo, Doña Ana no sospechaba siquiera que las
-relaciones entre Rosita y el Doctor estuviesen tan adelantadas. Amores
-tan por la posta no cabían en la cabeza de la severa hidalga. Temeroso
-Don Faustino, ó de tener que mentir, ó de tener que revelar algo que
-molestaría y afligiría más á Doña Ana, seguía callándose, en actitud
-humilde.
-
-Más mitigada la furia con el silencio y la humildad que con la
-contradicción ó la apología que el Doctor hubiera podido hacer,
-continuó Doña Ana en tono menos acre:
-
---Ten valor, Faustino. Acuérdate de quién eres. Deja de ir todas las
-noches en casa de esas mozuelas. Ve apartándote poco á poco de su trato
-y familiaridad. No te digo que rompas de repente, porque no es justo
-ofender á nadie. El Escribano, además, es malo para enemigo. En un
-instante, si quisiera tomar venganza de tí, podría concitar á nuestros
-acreedores, ejecutarnos, hollarnos, perdernos. Pero si tú, sin faltar á
-la cortesía, pretextando enfermedad ú ocupaciones, vas dejando de ir á
-su casa, ni él ni sus hijas tendrán razón de quejarse. Su venganza se
-limitará á alguna burla tonta como la que hacen de mí. Dirán también de
-tí que eres brujo; que te tratas, como yo, con el Comendador Mendoza,
-con la coya Doña María y con otras almas en pena de nuestra familia.
-
---Madre--contestó al fin el Doctor,--nada puedo prometer á V. ahora;
-pero no dude que deseo complacerla. Por lo pronto sólo diré que no tengo
-yo la culpa de que los jornaleros y las comadres de este lugar
-interpreten mis acciones aviesamente. Baste saber que yo no he dado
-motivo para la censura acerba que V. ha formulado. Podrá haber habido
-imprudencia en mí; pero nada he hecho indigno de un caballero. Si el
-Escribano es rico y nosotros somos pobres, tampoco es culpa mía. ¿Cómo
-quiere V. que me enriquezca en este lugar? Por consejo y excitación de
-V. fuí á vistas de mi prima Costanza y salí desairado. No tema V. que,
-después de aquel escarmiento, vaya yo por mi iniciativa á buscar, ni en
-la hija del Escribano, ni aunque fuera en la hija de un rey, remedio ó
-alivio para la pobreza en que vivimos.
-
-Doña Ana amaba con pasión á su hijo: empezó á sentir que había estado
-con él cruel en demasía; el recuerdo del desaire que por culpa suya
-había sufrido el Doctor de Doña Costancita le ablandó más el corazón; y
-dándose por satisfecha con lo que el Doctor acababa de decir, se levantó
-Doña Ana de su asiento, se echó en los brazos de su hijo y le dió muchos
-besos, vertiendo á la vez amargo llanto.
-
---¡Qué desgracia, hijo mío! ¡Qué desgracia! ¡Somos unos miserables: nos
-miran como á unos pordioseros!
-
-El pobre Doctor consoló á su madre lo mejor que supo y pudo, aunque él
-también tenía harta necesidad de consuelo.
-
-Á poco se retiró Doña Ana á descansar, y el Doctor descendió á sus
-habitaciones del piso bajo. Estaba agitadísimo y no quiso meterse en la
-cama.
-
-Respetilla, según costumbre, acudió á desnudarle. Don Faustino le
-despidió y se quedó en el salón de los retratos.
-
-Don Faustino no pudo ni estudiar, ni escribir, ni leer. Andaba á grandes
-pasos por la sala; meditaba y cavilaba con tal exaltación, que á menudo
-pronunciaba las palabras que acudían á su mente con las ideas, y
-accionaba y manoteaba como un loco.
-
---Tiene razón mi madre--decía,--tiene razón... y eso que no lo sabe
-todo. Me he comprometido neciamente. Es una embriaguez de los sentidos,
-una pasión vulgar la que me ha llevado á tal extremo. ¡Si yo la amara,
-si yo la estimara, aunque fuese hija de Satanás, y no ya del Escribano
-usurero!... Yo la sacaría del lugar, yo me casaría con ella, yo haría
-prodigios para elevarme y conquistar un nombre, una posición, á fin de
-que no se dijese que todo se lo debía. Pero ¿la amo acaso? ¿Es esto
-amor? La violencia de afectos, el delirio que sentí á su lado, ¿en qué
-se parece al amor verdadero? ¡Ah! Yo comprendo el verdadero amor, hasta
-le siento... pero sin objeto. Estoy condenado á llevar en el alma, en
-embrión, todas las excelencias y virtudes, todas las grandes pasiones,
-todos los nobles sentimientos, y no realizo más que lo bajo, lo
-pedestre, lo ínfimo, lo truhanesco, como si fuese el hermano menor de
-Respetilla. Mi Laura, mi Beatriz, mi Julieta, mi Isabel de Segura, ¿en
-quién se han convertido? Y, sin embargo, ella es mejor que yo. Yo soy un
-infame, un embustero, un ingrato. Por amor, sea como sea; por amor á su
-modo, pero ardiente, sincero, generoso, ella me ha mimado, me ha
-lisonjeado, me ha regalado, me ha rendido su voluntad, sin condiciones,
-sin promesas, con ciego abandono. Y yo, aunque la deseo aún, y aunque el
-recuerdo vivo de su ternura conmueve mi ser y le excita á nuevo deleite,
-me atrevo á menospreciarla, en virtud de no sé qué pasiones ideales que
-no realizaré nunca. Cuando miro el centro de mi alma, el abismo que tal
-vez el orgullo abrió allí, me finjo que soy grande como un Dios. Cuando
-miro mis actos y los resortes de mi voluntad, que á tales actos me
-inducen, se me antoja que soy más vil que un perro.
-
-D. Faustino se echó en un sillón que estaba junto á un velador, en medio
-de la sala. Una sola bujía iluminaba aquel recinto.
-
-Allí se entregó el Doctor á nuevas, tristes y profundas meditaciones.
-
-Volvió á mirar en lo más hondo de su alma, y se encontró capaz de toda
-grandeza. ¿Por qué, pues, no hacía sino lo que pudiera hacer el más
-vulgar y bajo de los hombres? ¿Qué resorte le faltaba?
-
-El Doctor discurrió entonces que le faltaba la dicha, que era víctima de
-una fatalidad. Esta fatalidad sólo con la fe podía romperse; pero el
-Doctor no poseía la fe sino á medias. Creía en sí mismo y no creía en
-nada exterior que le llamase, moviese y estimulase.
-
-El mundo no le ofrecía los triunfos, los sublimes amores, la gloria
-pura, las victorias brillantes con que él había soñado y soñaba. El
-mundo hasta entonces no había hecho sino trocar algunas de sus ilusiones
-en desengaños, y hacerle pagar cualquier deleite efímero, cualquiera
-satisfacción de amor propio, con una humillación. El Doctor, por otra
-parte, al descender desde las alturas de sus ensueños, de sus esperanzas
-y quizás de sus ilusiones; al tratar de dar consistencia á todo aquello
-en el mundo real, sólo había logrado rebajarse á sus propios ojos,
-hallarse indigno de sí, desfigurar y manchar y afear el ídolo hermoso,
-el tipo de perfección que de sí mismo había creado en el seno de su
-conciencia, y al que pugnaba por acercarse y por identificarse.
-
-Lleno del espíritu de nuestro siglo, comprendía que el destino, la
-misión del hombre, era realizar en esta vida todas las virtudes,
-potencias y facultades de su alma, contribuyendo así al humano progreso,
-poniendo su piedra en el monumento de la historia, y completando con su
-propio ser, activo, noble y generoso, la dignidad y magnificencia de las
-cosas creadas, entre las cuales y sobre las cuales debía descollar y
-resplandecer el espíritu, la inteligencia, el fuego divino, de que su
-cabeza y su corazón eran foco, templo y morada.
-
-Si nada de esto podía hacer, ¿por qué no huía del mundo? ¿Por qué no se
-ocultaba en un desierto? En vez de ir á Madrid debía ir donde nadie le
-viese. Aquel hastío, aquel odio á la sociedad humana, que en otras
-épocas pobló los yermos y despobló las ciudades, ¿es quizás ahora un
-absurdo anacronismo?
-
-El Doctor imaginaba que sí y que no; imaginaba que el hastío y el odio
-llenaban las almas de muchos hombres; que por momentos llenaban también
-la suya. Pero, ¿dónde estaba la fe, la creencia en un objeto fuera del
-alma y fuera del mundo, ante quien postrándose y humillándose, y con
-quien viniendo á unirse luego, se limpiara el alma de todo pecado,
-desechase toda bajeza y se levantase al fin á aquel grado de perfección
-á donde había aspirado en vano á llegar por sí sola? No; ni el alma del
-Doctor ni otras almas atormentadas como la suya, podían ya huir á la
-Tebaida y renovar los tiempos y los prodigios de los Pablos, Antonios,
-Pacomios é Hilariones. ¿Qué iban á adorar allí, como no fuese el
-espectro de su mismo ser, sublimado y endiosado por la orgullosa
-fantasía?
-
-Para un tormento como el de su alma, se le figuraba á D. Faustino que no
-había más que un remedio: la muerte. Y, sin embargo, apenas pensaba en
-la muerte, todas las esperanzas, todas las ilusiones, todos los
-propósitos de su lozana juventud surgían como de un abismo, y se
-presentaban á sus ojos llenos de luz y belleza, y hacían llegar á sus
-oídos una encantadora armonía. Eran como el cántico de la resurrección
-que su semitocayo el Doctor Fausto creyó oir á los ángeles cuando iba á
-apurar la copa de veneno.
-
-Además, el horror á la nada podía más en el ánimo del Doctor que el
-miedo de las penas eternas, si le hubiera tenido. Quería vivir, pero
-vivir de una vida grande, noble, poderosa, fecunda; de una vida que
-dejase en pos de sí un rastro luminoso é indeleble. El no ver hasta
-entonces el medio de lograr este deseo era lo que le atormentaba; pero
-la confianza en sus propias fuerzas y la risueña esperanza vivían aún en
-su corazón.
-
-Se sentía con bríos para remover todos los obstáculos, para vencer todas
-las dificultades. Sólo un estímulo poderoso le faltaba. Sólo le faltaba
-un agente que pusiese en actividad aquellos bríos; un objeto que
-infundiese en su espíritu la fe, el amor, el entusiasmo suficientes.
-Costancita había sido una coqueta sin corazón; Rosita, aunque graciosa,
-discreta y apasionada, no podía adecuarse al ideal soberbio de sus
-aspiraciones; la _amiga inmortal_ permanecía casi invisible.
-
-¿Por qué no acudía en su auxilio la amiga inmortal, cumpliendo repetidas
-promesas? Fuese quien fuese por su material origen, por su posición
-entre los seres humanos en el momento presente, el Doctor comprendía que
-había en aquella mujer un espíritu igual al suyo, que era cuanto
-encarecimiento podía hacer de ella en su mente presuntuosa.
-
-Mil extrañas ideas cruzaron entonces por el cerebro de D. Faustino. Mil
-deseos y propósitos se ofrecieron á su voluntad. Si hubiera creído en la
-posibilidad de pactar con el diablo, hubiérale dado cuanto hay que dar
-al diablo, á trueque de un ferviente amor, de un punto fijo y radiante,
-que fuese estrella polar en el mar tempestuoso de su vida, y al mismo
-tiempo centro poderosísimo de atracción que le agitase y encaminase.
-
-Era tal el orgullo del Doctor, que uno de los irrebatibles argumentos
-que contra lo sobrenatural se le presentaban era la no intervención de
-nada sobrenatural en su vida. Si no merecía él que los poderes
-superiores buenos ó malos, que el principio de la luz ó el de las
-tinieblas, acudiesen á sus evocaciones y conjuros, le prestasen
-solícitos su apoyo, empleasen en él una providencia especialísima, ¿qué
-otro ser humano había de merecerlo? Quizá no existían tales poderes,
-cuando no se doblegaban á su voluntad ni á su llamamiento respondían.
-
-Postración melancólica abatió al fin el ánimo de D. Faustino, tan
-exaltado hasta entonces. Se juzgó una de las más infelices y cuitadas
-criaturas que había sobre la tierra. Se alucinó hasta creer que la coya
-y las demás imágenes de sus progenitores ilustres le miraban compasivas.
-Lágrimas de despecho brotaron entonces de los ojos del Doctor y
-corrieron por sus mejillas. Aunque por lo común no estén bien las
-lágrimas en un rostro varonil, el dolor que á D. Faustino se las
-arrancaba era tan alto, aunque extraviado, que, sellando su rostro con
-expresión maravillosa, le hacía parecer bellísimo en aquel instante.
-
-Eran más de las dos de la noche. El sombrío aspecto de aquel gran salón;
-el silencio profundo que en torno reinaba; la cercanía del cementerio;
-los retratos mismos, apenas iluminados entonces por una sola bujía; el
-recuerdo de la última aparición de la mujer misteriosa, todo convidaba á
-amarla, á desear aparición nueva.
-
-Iba el Doctor á levantarse del sillón y á abrir la ventana, casi seguro
-de que María estaba junto á él, de que se hallaba parada, con lágrimas
-en los ojos, como la otra vez, de espaldas á la tapia del cementerio,
-cuando se abrió suavemente la puerta y volvió á cerrarse en seguida,
-dando entrada á un bulto negro, cuyos contornos y formas el Doctor no
-distinguía. Sin embargo, así como había presentido que su _amiga
-inmortal_ estaba cerca, antes de que la viese, así reconoció que era
-ella, antes de verla y distinguirla por completo.
-
-La persona que acababa de entrar traía en la mano una linternilla, que,
-vertiendo luz delante de sí, la dejaba en obscuridad ó sombra confusa;
-pero la persona colocó en seguida la linterna sobre la mesa donde
-estaban los búcaros y los vasos de china. Al volver luego la cara, D.
-Faustino, extático, absorto, reconoció á su _amiga inmortal_, más
-hermosa, más gallarda que nunca. Si su mejor concepto de poeta, si su
-más egregio pensamiento hubiera tomado cuerpo humano, no le hubiera
-parecido más bello.
-
-La luz de la bujía, que estaba sobre el velador, dió de lleno en el
-rostro de la _amiga inmortal_ y trajo con el reflejo sus facciones
-armoniosas y nobles á los ojos y al ánimo del Doctor, embelesado y mudo
-de espanto.
-
---Los celos son más poderosos que el amor--dijo María con voz dulcísima
-y triste.--Impulsada por ellos, lo he olvidado todo, lo he atropellado
-todo: he venido á verte. Aquí me tienes.
-
-D. Faustino no pensó en el modo con que aquella mujer había llegado
-hasta allí. Poco le importaba que se hubiese filtrado, como un fantasma,
-por los espesos muros de su casa solariega; que el diablo, para que él
-no se quejase de que no le socorría, se la hubiese traído por el aire, ó
-que hubiese penetrado por un medio natural y sencillo. Lo que le
-importaba era tenerla allí, y sentir, al tenerla allí, una pasión que
-jamás había sentido en toda su plenitud; no una pasión incierta y vaga,
-cuyo valor no resistía al análisis ni al escalpelo de su espíritu
-crítico, sino el amor evidente, perfecto, irresistible, vencedor de las
-otras pasiones y digno de su alma.
-
---Aquí me tienes, Faustino--volvió á decir María.--Una fuerza superior á
-mi voluntad me trae á tí. Soy tuya. ¿No valgo más que... esa otra? ¿No
-lograré que me ames?
-
-El rubor encendió el rostro de D. Faustino. Pensó en que todas las
-palabras de amor, todas las expresiones de ternura, todas las frases de
-afecto y hasta de adoración que pueden dirigirse á una mujer, habían
-sido profanadas en sus labios la noche antes. Nada respondió á María.
-Voló hacia ella y la estrechó frenético entre sus brazos.
-
-
-
-
-[Imagen decorativa]
-
-XVIII.
-
-PACTO AMOROSO
-
-
-Los primeros albores empezaron á penetrar por las mil hendiduras que
-había en las viejas maderas de las ventanas de aquella habitación. El
-canto alegre con que los pajarillos celebraban la venida del día llegó á
-los oídos de D. Faustino y de su amada.
-
-Movida de los celos, atropellando respetos morales y religiosos, roto el
-freno de la prudencia, con ímpetu irresistible de amor, de amor que
-rayaba en fanatismo y que la hacía creer que estaba enlazada al Doctor
-con vínculo eterno, María había caído entre sus brazos.
-
---No me detengas más--dijo desprendiéndose de ellos--; debo partir: no
-me sigas. Cumple el pacto que hemos hecho.
-
---Le cumpliré, por más que sea difícil cumplirle; pero ¿no me dirás la
-razón, el fundamento de ese misterio en que te envuelves?
-
---La razón del misterio es el misterio mismo, y no puedo revelarle.
-Antes quiero que de nuevo me prometas no seguirme; no pensar siquiera en
-explicarte cómo he llegado hasta aquí, y si te lo explicas, ocultártelo
-á tí mismo, si es posible. Por último, no quiero que hables á nadie de
-mí ni de nuestras ocultas entrevistas. ¿Me lo prometes?
-
---Te he dicho que sí, y no faltaré á mi palabra, contestó el Doctor.
-
---Yo te amo con todo mi corazón y soy tuya para siempre--añadió María--.
-Sin embargo, entiéndelo bien: guardo mi libertad para huir de tu lado,
-cuando deba, sin que aspires á detenerme. Cuando yo crea que debo huir,
-no pondrás obstáculo, no preguntarás la razón. Bástete saber que estoy
-ligada á tí con eternas ligaduras. Mi huída te devolverá todo tu
-albedrío; pero yo, aunque de tí me separe un mundo, me consideraré
-siempre como tu fiel compañera, como tu esclava. Tú eres, tú has sido,
-tú serás mi único amor. Tenlo por delirio, pero yo creo que te amo
-eternamente, al través de mil existencias; que eres el alma de mi alma;
-que soy, no ya tu inmortal amiga, sino tu esposa inmortal, la esencia
-dulce y suave de tu propio espíritu.
-
---No, bien mío; tú eres su energía, su vigor, su gloria, la estrella
-que ha de guiarle, el imán que debe atraerle, la virtud divina que es y
-será principio, raíz y manantial constante de todos sus excelsos
-pensamientos y de todos sus actos mejores. El tormento de no amar me
-destrozaba el alma; la sospecha injuriosa de que era incapaz de amar mi
-corazón amargaba mi existencia. Tú has desvanecido la sospecha
-injuriosa; tú has acabado con el tormento. El amor del amor era mi
-martirio. Sin objeto que mi alma juzgase digno de ser amado, mi alma se
-consumía. Hoy mi alma vive en tí: te amo. Esta breve frase, _te amo_,
-profanada mil veces, mil veces pronunciada sin conciencia y sin
-sentimiento, tiene ahora un valor infinito, absoluto.
-
---Otra de las condiciones de nuestro pacto--continuó María, aparentando
-frialdad que su voz trémula desmentía--, condición fundamental para que
-mi orgullo quede tranquilo, y en cierto modo serena mi conciencia, á
-pesar de mi pecado, que Dios con su misericordia quizás me perdone, es
-que yo á nada te obligo ni te comprometo. Tú no debes hoy tal vez, casi
-de seguro no deberás jamás, hacerme tu mujer legítima en esta vida
-transitoria. Tú no puedes tampoco tenerme á tu lado como tu amiga.
-Aunque las causas que me llevan á hacer vida tan misteriosa
-desapareciesen, yo misma no consentiría en agravar el pecado con el
-escándalo. Así, pues, quien no puede ser ni tu amiga ni tu esposa, debe
-quedar libre para huir de tí cuando una imperiosa obligación la llame á
-otro punto.
-
---No me atormentes, María--dijo el Doctor--. No sé quién eres; pero no
-me importa desconocer estas ó aquellas circunstancias vulgares de lo
-menos esencial de tu ser. María, yo conozco tu alma: mi alma se ha
-confundido con tu alma. Quiero ser tu amante, tu esposo ante los
-hombres, como ya lo soy ante Dios.
-
---No blasfemes, Faustino. El delirio de amor que nos une no tiene la
-santidad de un sacramento.
-
---Pues ¿no dices tú misma que eres mi esposa inmortal?
-
---Sí, lo digo y lo creo. Nuestras almas están unidas; pero ¿hemos de
-matarnos impíamente para que esta unión valga? ¿Hemos de prescindir del
-ser corporal que tenemos? ¿Quién ha santificado la unión de Faustino y
-de María, tales como son ahora en la tierra? Esta unión no es posible:
-yo no la quiero. No puede santificarse.
-
---Y ¿por qué?--dijo D. Faustino--. Tú eres libre, tú eres hermosa, tú
-eres sublime. Has venido inmaculada á mis brazos. Me has hecho dueño de
-tu beldad y de tu corazón sin exigir nada en cambio. Yo ahora te lo doy
-todo: mi mano, mi nombre, mi vida. ¿Quieres casarte conmigo?
-
---Nunca.
-
---¿Quieres vivir á mi lado?
-
---Tampoco.
-
---Y ¿por qué te niegas á casarte conmigo? ¿Por qué dices que nunca?
-
-María estuvo un instante suspensa, silenciosa y como meditando. Luego
-dijo:
-
---La sinceridad y el fervor con que me hablas me inducen á proponerte
-una cláusula más en nuestro pacto amoroso. Me has preguntado si me
-casaré contigo, y he contestado: «Nunca». Retiro el _nunca_. Yo estoy
-tan cierta de que siempre te amaré, que te prometo ahora solemnemente
-que, si pasada tu mocedad y realizados ó deshechos tus sueños
-ambiciosos, eres libre, me amas aún, me buscas y vivo, seré tu esposa.
-Antes no es posible... Tú no te comprometes á nada. Sola yo me
-comprometo.
-
---Pues yo te juro que me casaré contigo cuando quieras.
-
---No jures. No acepto tu juramento. Dios no le aceptará tampoco y le
-tendrá por vano. Adiós.
-
-D. Faustino estrechó de nuevo entre sus brazos á la mujer querida. Ella
-logró al cabo desprenderse de aquellas amorosas cadenas, corrió hacia la
-puerta y desapareció sin que el Doctor se atreviese á seguirla.
-
-María había prometido volver á la noche siguiente.
-
-
-
-
-[Imagen decorativa]
-
-XIX.
-
-LOS MILAGROS DEL DESPRECIO
-
-
-Ya no vacilaba ni dudaba D. Faustino. Su alegría era grande. Sentía
-verdadero amor. Creía haber puesto en actividad el enérgico resorte que
-antes faltaba á su alma, y se juzgaba capaz de acometer todas las
-empresas y de abrirse camino al través de todos los peligros y
-dificultades.
-
-Sólo un escrúpulo de conciencia, casi un remordimiento, le atormentaba.
-
-Era cierto que nada había prometido á Rosita; que ningún juramento le
-había hecho; que ninguna palabra le había dado. Pero esto mismo
-ilustraba y ensalzaba más la generosa confianza de la hija del
-Escribano.
-
-D. Faustino estaba decidido á no volver á verla; á sacrificarla á María,
-á quien amaba con pasión, á quien pensaba amar siempre, aunque llegase á
-saber que era la hija del verdugo; pero no podía menos de lamentar el
-inmerecido desdén, el cruelísimo abandono de que iba á ser víctima
-Rosita. Su resolución de no volver á visitarla era, no obstante,
-inquebrantable.
-
-Llegó aquel día la hora de la tertulia de los tres dúos, y Respetilla
-fué solo. Rosita lo extrañó mucho y estuvo triste. Respetilla remedió el
-mal por su cuenta, asegurando con un aplomo envidiable que D. Faustino
-estaba enfermo, en cama. El disgusto de Rosita pasó entonces, de ser
-algo colérico, á ser tierno y piadoso.
-
-Durante cuatro días tuvo Respetilla la habilidad de seguir entreteniendo
-á Rosita con la ficción de que D. Faustino estaba enfermo. Rosita le
-enviaba con Respetilla los más cariñosos recados. Respetilla fingía, de
-parte de su amo, otros recados no menos cariñosos.
-
-Rosita pensó en escribir al Doctor; pero era tan mala su letra y tan
-anárquica su ortografía, que para no desacreditarse no se atrevió á
-escribirle.
-
-Rosita preguntó al médico por la enfermedad de D. Faustino. El médico
-contestó que no le había visitado y que no sabía de tal enfermedad; pero
-Respetilla disipó la sospecha, asegurando que su amo se curaba á sí
-propio.
-
-Como D. Faustino no salía de casa, ni nadie le veía, lo de la enfermedad
-era verosímil.
-
-El Doctor, entre tanto, se calentaba la cabeza discurriendo el modo
-menos malo de romper con Rosita. Pensaba escribirle una carta llena de
-amistosos sentimientos de gratitud y de ternura, despidiéndose de ella
-con razones alambicadas y sofísticas, con quintas esencias y
-tiquis-miquis, más fáciles de inventar así en pelotón que de explicar
-cumplidamente en un escrito.
-
-Arduo empeño era el de escribir la tal carta. El tiempo pasaba y D.
-Faustino no la escribía.
-
-Cuando Respetilla interpelaba á su amo, como varias veces lo hizo, sobre
-los motivos que tenía para no ir á ver á Rosita, D. Faustino, no
-teniendo qué contestar, daba un sofión á Respetilla.
-
-Hasta Doña Ana hallaba mal aquel rompimiento brusco y grosero; y aunque
-no sospechaba cuán estrechos y apretados eran los lazos, extrañó que su
-hijo no volviese en casa de las Civiles; y le excitó á que fuese, y á
-que se apartase del trato de ellas con suavidad y cortesía.
-
-D. Faustino, á pesar de estas juiciosas amonestaciones, estaba tan
-prendado, tan en éxtasis perpetuo, tan elevado en los amores de su
-_amiga inmortal_, que sentía repugnancia invencible por volver á visitar
-á Rosita y á hablar de ella.
-
-Aceptando por bueno el embuste de su criado, el Doctor explicó á su
-madre el súbito abandono en que dejaba á las Civiles, alegando también
-que estaba algo enfermo, pero que iría á verlas cuando estuviese mejor.
-
-Para todos los de la casa, ignorantes del misterio de los amores, la
-enfermedad del Doctor parecía verdadera. Ya no había paseos, ni á pie ni
-á caballo; ya no había combates al sable, y el Doctor, cuando no hablaba
-ni hacía compañía á Doña Ana, se encerraba en sus habitaciones.
-
-Rosita, entre tanto, estaba llena de inquietud. Á veces dudaba de que
-fuese cierta la enfermedad de D. Faustino. Su orgullo y la persuasión en
-que estaba del valer de su ingenio y de su belleza apartaban de su mente
-el horrible recelo de que un tedio súbito, una saciedad desdeñosa, un
-desprecio invencible, hubiesen suplantado en el alma del Doctor aquel
-fervor amoroso que ella había compartido y al que había cedido la noche
-de la Nava. La soberbia montaraz de Rosita y su vanidad de labradora
-rica y de reina de aldea no habían consentido que pusiese condiciones al
-Doctor ni que exigiese de él promesa ni juramento alguno. Rosita no
-había pensado distinta y claramente ni en que D. Faustino se casase con
-ella, ni en nada parecido; pero tampoco había pensado, ni temido por un
-instante, que el amor, satisfecho y pagado, había de alejar de ella á
-aquel hombre, sino que había de aprisionarle más y más y hacerle para
-siempre su siervo... ¡Tan poderosa se creía!
-
-Ahora recelaba, ahora temía, ahora tenía celos, si bien todo de una
-manera vaga y confusa. Cuando esta pasión se apoderaba de su pecho,
-forjaba planes de venganza; maldecía en su interior á don Faustino;
-volvía á llamarle D. Pereciendo, conde de las Esparragueras y abogado
-Peperri; se sentía humillada de haberle querido; deseaba matarle, y
-faltaba poco para que no rugiese como una leona.
-
-Respetilla, imperturbable, intrépido, pertinaz en mentir, seguía
-sosteniendo la enfermedad de su amo. Así templaba la furia de Rosita;
-así lograba aún que su ánimo pasase de los ímpetus iracundos á la
-compasión amorosa.
-
-Por último, Rosita no pudo sufrir más; quiso salir de la duda que la
-atosigaba. Una noche, al llegar Respetilla á la tertulia, tomó Rosita
-por auxiliar á Jacintica, é intimó, ordenó y mandó al buen escudero que
-las llevase á ambas á casa de don Faustino y que la hiciese entrar á
-ella de oculto en la estancia del Doctor, mientras éste cenaba ó
-conversaba con su madre en el piso alto. Así quería, saltando por cima
-de todo respeto, ver á su amigo y cerciorarse de su desgracia ó de su
-dicha. Respetilla aguzó en balde el ingenio para excusarse; Jacintica
-suplicaba: Rosita exigía con imperio. Una y otra sabían que Respetilla
-tenía la llave de la casa en su poder. No hubo más que rendirse. Además,
-Respetilla decía para sus adentros:
-
---¿Qué mal ha de haber en esto? Quizás luego me lo agradezca mi amo. Él
-no viene por aquí por alguna extravagancia que no comprendo. Esto será
-sin duda algo de filosofías que no se me alcanzan. Pero en cuanto mi amo
-vea á Rosita tan guapa, así de repente y como caída del cielo, en su
-propio cuarto, á las once de la noche, vamos, no le parecerá mal. De
-fijo que se alegra.
-
-Hechas estas reflexiones, Respetilla cedió, y cedió con gusto: llevaba
-en su compañía á Jacintica.
-
-Se dispuso que otra criada se quedase haciendo de dueña, y autorizando
-con su presencia los coloquios de Ramoncita y de D. Jerónimo. Al mismo
-D. Jerónimo, que era un bendito, se le persuadió de que Rosita tenía un
-jaquecazo de todos los diablos y que debía irse á acostar. Jacintica se
-fué con Rosita como para cuidarla. Respetilla se despidió á poco rato, y
-las dos mujeres, que estaban aguardándole, en un rincón obscuro del
-portal, con los pañolones por la cabeza, se escabulleron con él, sin ser
-vistas de nadie.
-
-
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-XX.
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-CONTINÚAN LOS MILAGROS.
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-Eran las once de la noche cuando el Doctor bajó de la estancia de su
-madre y entró en el salón de los retratos. Como había dado licencia á
-Respetilla para que no viniese á desnudarle, le creía aún en la tertulia
-de las Civiles, que terminaba á las doce. La amiga inmortal debía llegar
-á las once y media. El Doctor solía luego encerrarse con llave. Tenía
-además prohibido á Respetilla que entrase en su cuarto, como él no le
-llamara. En suma, estaban tomadas todas las precauciones, ó al menos así
-lo creía el Doctor. El triste no sabía lo que se preparaba. Rosita
-estaba ya escondida detrás de una cortina, que cubría la puerta que
-desde el salón de los retratos iba al dormitorio.
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-Cuando vió entrar al Doctor, bueno, sano, alegre y recitando unos versos
-de Zorrilla, que decían:
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- Si eres recuerdo, endulzarás mi vida;
- Si eres remordimiento, te ahogaré,
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-le dió rabia de no hallarle enfermo y triste, y tuvo, no se sabe cómo,
-el desesperado pensamiento de que el recuerdo era el de su amor y de que
-el remordimiento que anhelaba ahogar era ella.
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-Rosita continuó, pues, en acecho, esperando, ó mejor dicho, temiendo la
-aparición de su rival. Ya pensaba que esta rival sería alguna criada de
-la casa, alguna fregona; ya imaginaba que el doctor podría tener su poco
-de brujo, y esto le infundía cierto terror de verse frente á frente con
-espectros, y de figurar en escenas del otro mundo, entre hechiceras,
-magas ó almas en pena; pero su ira era tan grande y sus bríos tan
-varoniles, que estaba resuelta á vengarse del mismo demonio, si venía
-con faldas y en forma de mujer á tener pláticas tiernas con D. Faustino.
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-Hasta sentía Rosita haberse venido desprovista de un par de pistolas ó
-de un puñal siquiera, por lo que pudiese ocurrir. Mucho confiaba, no
-obstante, en su lengua y en sus manos.
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-El Doctor, según costumbre, puso la bujía sobre el velador, se arrellanó
-en el sillón y siguió recitando versos en voz, aunque sumisa, clara:
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- --Yo no sé de tu esencia el misterio,
- Tu nombre y tu vago destino no sé,
- Ni cuál es tu ignorado hemisferio,
- Ni á dónde perdido siguiéndote iré.
- ¡Oh! si gozas de voz y de vida,
- tienes un cuerpo palpable y real,
- Deja al menos, fantasma querida,
- Que goce un instante tu vida inmortal.
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-Los versos hicieron el efecto de una evocación.
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-La puerta se abrió sin ruido. El bulto negro apareció en la sala. Una
-voz argentina contestó á los versos que el Doctor decía, con estos otros
-versos:
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- --Tras de tí por las sombras camino,
- Ni noche ni día descanso sin tí:
- Ser tu esclava, adorarte es mi sino;
- Ya postrada me tienes aquí.
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-María cayó de rodillas á los pies del Doctor. Éste la levantó entre sus
-brazos, dándole mil besos en la frente y en las mejillas sonrosadas y
-hermosas.
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-Rosita no supo contenerse por más tiempo. Casi creía aún que el ser á
-quien D. Faustino abrazaba y besaba tenía algo de sobrenatural y de
-diabólico; pero su forma era de mujer, y la tempestad de los celos hizo
-á Rosita superior á todo miedo supersticioso.
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-Salió de su escondite, se arrojó sobre ellos como un tigre, los separó,
-y encarándose con D. Faustino, que atónito y estupefacto la miraba,
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---Malvado--le dijo,--¿Así pagas mi amor? ¿Por qué me has engañado
-vilmente? ¿Por qué no guardaste para este demonio todas las dulces
-mentiras, todas las emponzoñadas ternuras con que me lisonjeabas y
-cegabas? Y tú, maldita de Dios, ¿de qué aquelarre vienes? ¿Dónde dejaste
-la escoba? ¿De qué lupanar te has escapado?
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-Antes de que D. Faustino se repusiese del asombro; antes de que nadie la
-respondiese, tomó Rosita la luz, y llevándola hacia la cara de María, se
-quedó contemplándola de hito en hito, devorándola con ojos que arrojaban
-fuego y rayos de ira. De súbito soltó Rosita una carcajada sarcástica.
-Su memoria, iluminada por el odio, le había sido fiel. Acababa de
-reconocer á María, á quien desde muy pequeña no había visto.
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---¡Ah! Ya te conozco, infame; ya te conozco, digna manceba de este perro
-judío, hereje, asesino. Tú eres María la seca. ¿Dónde has estado desde
-que tu abominable madre bajó al infierno? ¿Y al ladrón de tu padre no le
-dieron todavía garrote?
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-Dicho esto, y sin dejar tiempo para que nadie la respondiese, Rosita
-volvió á poner la bujía en el velador y se lanzó sobre María, como para
-despedazarla entre sus uñas.
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-María estaba muda, inmóvil, serena, aunque triste, como estatua
-alegórica del dolor resignado llena de cierta soberbia y reposada
-majestad.
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-Rosita la hubiera, sin duda, herido el rostro con sus manos y arrancado
-los cabellos, si el Doctor no hubiese acudido á tiempo, cogiéndola de
-un brazo y separándola con violencia del lado de su rival.
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-¿Quién te ha traído aquí?--dijo el Doctor.--¿Cómo has entrado? Ahora
-mismo te voy á echar á la calle. No chilles, no alborotes, ó te pondré
-una mordaza.
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-Rosita dió un grito agudo.
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---Cállate--dijo el Doctor,--cállate ó te ahogo.
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---No quiero callarme, traidor. No quiero callarme. Como eres un hidalgo
-de gotera, un danzante sin oficio ni beneficio, un tramposo con más
-deudas que vergüenza, has elegido la querida más apropósito para tí.
-Anda, vete con ella; alístate de bandido en la cuadrilla de su padre. El
-Conde de las Esparragueras es el yerno pintiparado de Joselito el Seco.
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-D. Faustino se armó de la paciencia de Job para no pisotear allí aquella
-víbora. Sin responderle palabra, pero sin soltarla del brazo, de que la
-tenía asida fuertemente, la llevó medio arrastrando hacia el cuarto de
-Respetilla.
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-Deseaba el Doctor llamar á su criado sin alborotar la casa y sin dejar
-suelta á Rosita con María, á quien hubiera sido capaz de asesinar. Bien
-calculaba que era Respetilla quien le había traído aquel presente, y
-que, por lo tanto, Respetilla estaba en casa.
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-En efecto, apenas llegó á la puerta del cuarto de su criado y le llamó
-dos ó tres veces, Respetilla apareció, seguido de Jacintica, que
-proseguía con él la tertulia en la otra casa comenzada.
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-Ambos habían dado por cierto que habían proporcionado á sus amos una
-gran ventura, y los suponían ejecutando la segunda parte del Paraíso
-terrenal. Cuando de tan diferente modo los vieron, se llenaron de
-espanto.
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-El Doctor tenía encendidos los ojos como brasas, el rostro pálido,
-trastornadas las facciones. Con la mano que le quedaba libre asió á
-Respetilla de una oreja, y tirando de él, exclamó:
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---No sé cómo no te mato. ¿Por qué has traído á mi casa á esta furia del
-averno? Vamos, pronto, abre la puerta de la calle, y llévatela de nuevo
-sin hacer ruido.
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-Respetilla obedeció; Jacintica fué en pos de Respetilla, y el Doctor,
-detrás de ambos, con Rosita, asida siempre del brazo.
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-Ya en el zaguán, y antes de que Respetilla abriese la puerta, dijo
-Rosita al Doctor:
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---Suéltame el brazo, cruel. ¡Me le destrozas, me le rompes! ¿Qué te hice
-yo para que así me trates? ¿No te he amado? ¿No me he rendido á tu
-voluntad sin condiciones? ¿Quién más humilde, más mansa, más enamorada
-que yo? ¿Por qué me dejas por esa hija del bandido? Abandónala, échala
-á ella, y yo seré tu esclava, besaré la tierra que pisas. Todo te lo
-perdonaré. ¡Perdóname! ¡Ámame!
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---Imposible--respondió el Doctor.--Ni te amo, ni te amaré nunca. Vete.
-Apártate de mi vista.
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-Aquel último arranque de ternura se trocó en más cruda saña con el nuevo
-desprecio. Rosita se revolvió contra el Doctor como un escorpión pisado.
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---Villano--dijo,--te acordarás de mí; me vengaré de un modo sangriento.
-Te he de reducir á la miseria. He de lograr que achicharren en una
-hoguera á la bruja de tu madre.
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-D. Faustino no acertó á tener calma: perdió la paciencia y alzó la mano
-para dar una bofetada á Rosita. Por fortuna se contuvo á tiempo.
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---¡Cobarde! ¡Con una mujer te atreves!
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---No, tú no eres una mujer--respondió el Doctor: tú eres una arpía.
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-Aun no había acabado de pronunciar estas palabras, cuando Rosita se
-arrojó sobre él y con la mano que le quedaba libre le clavó las uñas en
-el rostro, bañándosele en sangre.
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-Lo que antes quedó en amago, tuvo que terminarse entonces. Rosita sintió
-en la mejilla los cinco dedos del Doctor, si bien más trémulos que
-violentos.
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---Mátale, Respetilla; véngame, mátale. Tú eres más fuerte. Tú puedes más
-que él. Son las doce de la noche. Te doy dos mil duros si le matas. Te
-doy tres mil duros y un caballo para que huyas á Gibraltar, y desde allí
-á América. ¡No seas mandria! Mátale; y te harto de oro.
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-Respetilla, sin responder, abrió la puerta y echó á Jacintica á la
-calle. Luego volvió por Rosita y tomándola de manos del Doctor, se la
-llevó en volandas.
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-El Doctor cerró la puerta de la calle, y volvió en busca de su _inmortal
-amiga_.
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-No la halló en el salón. Recorrió los otros cuartos, y no la halló
-tampoco.
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-Sobre la mesa donde el Doctor escribía vió por último un papel, en el
-cual María había escrito lo siguiente:
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-«Motivos muy poderosos me obligan á alejarme de tí. Adiós, quizás para
-siempre.»
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---¡Oh, no te irás!--dijo el Doctor.--Yo rompo el pacto que hice. No
-dejaré que te vayas. Sabré detenerte.
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-Bien había calculado por dónde había entrado María. Sin vacilar, corrió
-con la luz á un patio interior, donde estaba hacinada la leña. Uno de
-los lados del patio estaba formado por el muro del castillo. En el muro
-había una puerta que con el castillo comunicaba.
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-El Doctor dió un empujón á la puerta, pero no cedió. Estaba cerrada con
-llave. La llave que había en la casa, ó se había perdido, ó era la
-llave de que sin duda se servía María. No quedaba más recurso que echar
-la puerta abajo.
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-D. Faustino agarró un hacha de leñador, y dió tres ó cuatro golpes
-furiosos. La puerta, de madera vieja y apolillada, vino á tierra en
-seguida.
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-Con la bujía en una mano y el hacha en la otra penetró entonces el
-Doctor por los pasadizos obscuros, bajo las bóvedas ruinosas y por las
-antiguas salas de armas, llenas de escombros.
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-Ignorante, ó más bien olvidado, de aquel laberinto (aunque no pocas
-veces le había visitado en otro tiempo por curiosidad), tropezó en una
-gruesa piedra que halló á su paso, y para sostenerse y no caer soltó
-maquinalmente el candelero que llevaba en la mano. La luz se apagó, y D.
-Faustino quedó en las tinieblas más completas, sin saber hacia qué lado
-encaminarse á fin de encontrar salida ó volver á su casa á encender de
-nuevo.
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-
-XXI.
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-POR SEGUIR Á UNA MUJER
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-Aunque el Doctor logró recoger á tientas el candelero, de nada le
-servía, sino de estorbo, con la luz apagada. En balde iba buscando
-salida palpando las paredes. No había en aquel obscuro recinto ventana
-ni hueco por donde entrase la luz de la luna, que, si bien en su cuarto
-menguante, iluminaba los cielos en aquella noche de primavera.
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-Un vientecillo fresco susurraba, meciendo las copas de los árboles y
-doblando la hierba; pero el susurro, oído desde el lugar donde el Doctor
-se hallaba, tenía más de medroso que de apacible y grato. Penetrando el
-aire por los pasadizos y aberturas, por donde el Doctor quisiera salir,
-gemía encarcelado en la lobreguez de aquellas ruinas, produciendo mil
-ecos tenues y mil tristes y fantásticos rumores. No menos desagradable
-ruido hacían las ratas que allí abundaban y que corrían alborotadas con
-el extraño y no esperado huésped que había venido á visitar sus
-dominios.
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-Á pesar de todas sus filosofías, el Doctor pensó que no estaba muy bien
-demostrado que no hubiese diablos ó duendes, ú otros monstruos y seres
-sobrenaturales, y tuvo algún miedo de ellos. Sin embargo, la rabia de
-verse burlado y encerrado en aquella á modo de mazmorra, sin poder
-salir, pesó más en su ánimo que la hipotética y vaga aprensión de que
-hubiese diablos y anduviesen cerca. El Doctor, dando forma á su
-pensamiento en resonantes palabras, lanzó, Dios se lo haya perdonado,
-dos ó tres blasfemias espantosas. Como si con su voz le atrajera, sintió
-entonces cerca de sí los pasos de un ser de mucha mayor corpulencia que
-las ratas. Nada se veía en realidad, pero de los ojos del Doctor
-brotaban unos círculos luminosos que se dilataban en el espacio y
-llenaban las tinieblas, ensanchándose cada vez más, como los círculos de
-una fantasmagoría. Dentro de aquellos círculos, rojos á veces, á veces
-entre verdes y amarillos, ora se mostraba Joselito el Seco, con corbatín
-de hierro y sacando un palmo de lengua; ora un espectro de mujer, que ya
-se parecía á María, ya á la coya, ya tenía de ambas; ora otras figuras
-como las que se pintan en los cuadros de las tentaciones de San Antonio.
-No se acobardó por eso el Doctor; antes bien, como para desafiarlo
-todo, blasfemó de nuevo en voz alta.
-
-No bien salió de sus labios la reiterada blasfemia, aquel ser que había
-sentido cerca de sí, se le echó encima. Parecióle al Doctor que le
-enlazaban unos brazos deformes, forzudos, aunque descarnados como los de
-la momia de un gigante, y sintió en su cara el contacto de un rostro
-peludo. El efecto que esto le produjo fué horrible. Casi maquinalmente,
-pues no tuvo fuerzas ni serenidad para reflexionar, dió un empellón al
-monstruo; pero el monstruo, rechazado por un instante, volvió sobre el
-Doctor, y le aplicó un inmundo y frío beso, pasando por su mejilla el
-hirsuto y húmedo hocico.
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-Confesemos que el lance era para asustar á cualquiera. El viento gemía,
-zumbaba, murmuraba, remedando mil voces, cantos, suspiros, sollozos y
-hasta palabras de un mágico y desconocido idioma, y un ser repugnante y
-maravilloso abrazaba y besaba á D. Faustino.
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-D. Faustino se dió á creer, á despecho de su ciencia, que se las había
-con el mismo diablo. Ya vacilaba entre si debía esgrimir el hacha para
-vencer al monstruo ó hacer la señal de la cruz para ahuyentarle, cuando
-éste exhaló un aullido lastimero, que nada tenía de humano.
-
-El Doctor se echó á reir y dijo, algo confuso y vergonzoso:
-
---¡Hola, Faón! ¿Tú por aquí?... ¡Qué demonio de Faón!
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-Era el más hermoso y grande de sus podencos, que, lleno de buen deseo,
-circunspección y prudencia, le había seguido silencioso á fin de no
-espantar la caza, y sin recelar que espantara á su amo.
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-El Doctor pasó la mano por el lomo de Faón, y se cercioró bien de que no
-era otro quien había acudido á sus blasfemias. Confiando en la clara
-inteligencia canina del amante de Safo, esperó que le sacase de aquella
-obscuridad; y para servirse de él como de lazarillo, le ató el pañuelo
-al pescuezo, guardando en la mano uno de los picos.
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-El podenco entendió, con admirable instinto, que le convenía guiar; pero
-no sabía á dónde. Echó á andar, no obstante, y el Doctor le siguió.
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-Pronto llegaron á un punto en que percibió el Doctor que Faón subía.
-Luego tropezó con el primer escalón de una escalera, y subió por ella en
-pos de su perro. Á poco vió el Doctor la luz de la luna, sintió
-vientecillo fresco en la cara y se encontró en el adarve, no lejos de la
-albacara ó torre saliente que comunica con la iglesia por medio del
-arco-pasadizo.
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-Por desgracia, no había medio de penetrar en la albacara desde el
-adarve. No había puerta por allí, y por los angostos tragaluces no cabía
-ningún cuerpo humano, por escuálido que estuviese.
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-El Doctor dió en el suelo con el pie en señal de impaciencia y cólera.
-Faón se puso en marcha de nuevo; bajó por la misma escalera por donde
-había subido, llevando en pos á su amo, y sacándole de aquella
-obscuridad, le condujo á un patio interior del castillo, todo cubierto
-de larga hierba. Aunque el Doctor no era observador muy experto de las
-cosas naturales, no pudo menos de notar sobre la misma hierba, ajada y
-pisada, las huellas recientes de unos pies humanos, ligeros y
-pequeñitos. No se había engañado. María había pasado por allí.
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-Conoció Faón en el ademán de su amo que estaba contento y que era á
-María á quien buscaba, y, dando un ladrido alegre, apretó el paso,
-siguiéndole el Doctor.
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-Entraron en un corredor, llegaron á otra escalera, la subieron y se
-hallaron en el segundo piso de la albacara. En uno de los lados del
-cuadro que aquella estancia formaba, se abría en el muro el pasadizo del
-arco que une el castillo con la iglesia.
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-Don Faustino y Faón atravesaron por el hueco del arco, bajaron por otra
-escalerilla, y se hallaron al fin en el coro de la hermosa iglesia de
-Villabermeja, silenciosa y sombría entonces, aunque tres lámparas ardían
-en su seno: una delante del altar mayor, y otras dos delante de los
-camarines donde estaban el Santo Patrono y Jesús Nazareno.
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-Desde el coro hasta la iglesia pudo bajar el Doctor, sin ningún estorbo,
-por escalera harto conocida y trillada.
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-Ya en la iglesia misma, se dirigió á la puerta de la sacristía. El
-Doctor estaba seguro de que María se había ido por allí. Aunque no
-hubiese estado seguro de ello, los signos que daba Faón de no haber
-perdido la huella le hubieran corroborado en su pensamiento.
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-El disgusto del Doctor fué grandísimo al hallar la puerta de la
-sacristía cerrada con llave. Aquella puerta no era tan fácil de derribar
-como la otra. Estaba formada de espesos tablones de nogal y podía
-resistir sin romperse un diluvio de hachazos.
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-La violencia era inútil; mas, aunque no lo hubiese sido, tal vez no se
-hubiera atrevido el Doctor á emplearla.
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-La puerta de la sacristía estaba al lado del magnífico retablo
-churrigueresco de los López de Mendoza, en cuyo camarín habitaba nuestro
-Padre Jesús. Bajo el piso de grandes losas, que el Doctor hollaba,
-estaba la bóveda sepulcral con los restos de sus ascendientes. Cada paso
-que daba el Doctor sonaba sobre lo hueco, y era repetido por las naves
-del templo solitario, cuyos muros repercutían cualquier ruido. La escasa
-luz que entraba por las claraboyas de la cúpula ó que difundían las
-lámparas, deteniéndose y reflejándose en los altos pilares, poblaba de
-vagarosas sombras todo el recinto, que ya se deshacían, ya se
-agrandaban, ya volvían á desvanecerse, conforme oscilaban las lámparas,
-levemente tocadas por un soplo de aire, ó el mustio resplandor de la
-luna se amortiguaba un poco antes de entrar por las claraboyas, merced
-al paso é interposición de alguna nube. Todo esto infundía cierto
-respeto semi-religioso en el espíritu descreído del Doctor.
-
-No obstante, llamó á la puerta con el hacha, sin tocar de filo. Nadie
-respondió. Llamó más fuerte, y tampoco. Acabó por perder la paciencia:
-por golpear con todo su brío. Cada golpe, duplicado, triplicado,
-quintuplicado por los ecos, parecía un trueno prolongado. Se diría que
-Dios llamaba á juicio á los frailes dominicos y á los Mendozas todos,
-que en sendas criptas estaban enterrados allí; pero ni por esas
-respondió persona viva.
-
-Acercando la boca á la cerradura, gritó varias veces el Doctor:
-
---¡Padre Piñón! ¡Padre Piñón! ¡Padre Piñón! ¿Es V. sordo?
-
-El padre Piñón estaba sordo en efecto. Los gritos del Doctor fueron
-inútiles. No le contestaron.
-
-Una idea súbita atravesó la mente de D. Faustito. Se figuró que había
-tomado una resolución precipitada y absurda en venir por allí. Temió que
-mientras se hartaba de golpear y de gritar en vano, María se escapaba
-por la puerta de la casa del padre Piñón, que daba á la calle.
-
-No bien se le ocurrió esto, el Doctor corrió como un loco hacia el coro,
-y pasó, seguido ya del podenco, por los mismos sitios por donde había
-venido, hasta que llegó al patio del castillo. Allí tomó de nuevo al
-podenco por guía, y el podenco le condujo á la entrada de su casa.
-
-Respetilla, que había vuelto de cumplir con su comisión, sospechó que se
-le había trastornado el juicio á su amo, al verle con el hacha y todo
-descompuesto.
-
-Don Faustino agarró su sombrero á escape y se salió á la calle,
-prohibiendo á Respetilla é impidiendo á Faón que le siguiesen.
-
-En cuatro brincos estuvo á la puerta del padre Piñón, y empezó á dar
-aldabonazos furibundos.
-
-Tal vez por aquel lado se oía mejor, ó tal vez el padre Piñón había
-recobrado el oído. Lo cierto es que á los tres ó cuatro minutos, el
-propio Padre se asomó á una ventana y preguntó:
-
---¿Quién llama á estas horas?
-
---Yo soy--contestó el Doctor.--¿No me conoce V.?
-
---¡Ah! Sí... ¿Hay alguien de peligro?
-
---No hay nadie de peligro; pero que me abran. Tengo que hablar con V.
-
---¡Ea!--se oyó decir al padre Piñón,--despáchate, Antonio, y baja á
-abrir al señorito D. Faustino.
-
-Antes de que siga adelante nuestra historia, conviene informar á los
-lectores de quién era el padre Piñón.
-
-Era el único fraile que del antiguo convento quedaba todavía. Enjuto y
-pequeñuelo, recibió el nombre de padre Piñón, y apenas si nadie
-recordaba su verdadero nombre.
-
-Aunque el edificio en que vivieron los frailes se había vendido y estaba
-sirviendo de molino aceitero, había quedado una habitación cómoda,
-grande y hermosa, aneja á la sacristía. Ésta concedieron por morada las
-gentes del pueblo al padre Piñón, á quien querían mucho.
-
-Allí, teniendo á sus órdenes de noche y de día al sacristán Antonio, y
-de día además á dos monaguillos, cuidaba el padre Piñón del grandioso
-templo, gloria del lugar, y conservaba las ricas casullas, las
-dalmáticas y capas pluviales recamadas de oro, la exquisita ropa blanca,
-como albas, estolas, amitos, sobrepellices y roquetes, llena en gran
-parte de preciosos encajes y bordados, la custodia cuajada de esmeraldas
-y de perlas, y otros ornamentos, joyas y primores artísticos que
-atesoraba la iglesia. Todo esto se hallaba encerrado en armarios,
-alacenas y arcones que había en la sacristía.
-
-El padre Piñón, no sólo encantaba á las gentes del lugar por sus
-virtudes, sino por su alegría, buen humor y dichos agudos. Era un
-dechado de las gracias de la gracia y del poder de la eutropelia, y el
-célebre padre Boneta hubiera sin duda cantado sus loores, si le hubiese
-conocido.
-
-Algunos sujetos sobrado rígidos le acusaban de tener la manga muy ancha;
-pero sin motivo, según hemos llegado á averiguar. Lo cierto es que era
-aún, y sobre todo, había sido en la época de su mayor auge, el confesor
-más buscado, y eso que costaba caro confesarse con él. El antiguo refrán
-que dice: _quien reza y peca la empata_, parecíale abominable. Bien
-sabía él que la bondad de Dios es infinita y que perdona al que llora,
-reza, se arrepiente y hace propósito de la enmienda; pero el mal, hecho
-ya por el pecado, hecho se queda, y no se remedia ni subsana con el
-arrepentimiento ni con la penitencia, como ésta no vaya bien encaminada.
-Á este fin, tenía ideado y ponía en práctica el padre Piñón un sistema
-de penitencia, por medio del cual, ya que los pecados fuesen
-inevitables, lograba sacar provecho de los de los ricos en favor de los
-menesterosos. Teniendo en cuenta, á par de la magnitud del pecado, la
-riqueza del pecador, solía multarle, ya en una docena de huevos, ya en
-una gallina, ya en un jamón, ya en un pavo, ya en alguna cosa de comer ó
-de vestir, que repartía luego á los pobres. Claro está que el padre
-Piñón era prudente, y cuando se trataba de alguna casada á quien había
-que imponer, por ejemplo, un pavo de penitencia, lo hacía con el mayor
-disimulo, á fin de que el marido no se enterase y se echase á cavilar,
-muy escamado, sobre la equivalencia de un pavo en los aranceles
-penitenciarios.
-
-Cuando no había de por medio tales respetos, el pago de la multa era
-público, con lo cual decía el Padre que se conseguía, además, que el
-pecador se avergonzase y buscase, por esta razón más, el corregirse.
-
-No faltarán censores severos que hallen ridículo el método y condenen al
-padre Piñón; pero, ó no lo entiendo, ó el método es tan discreto y
-atinado, que quisiera yo que se generalizase. El padre Piñón no excitaba
-al pecado, ni mucho menos; pero una vez cometido, y castigándole, sacaba
-provecho de él para los desvalidos. ¡Qué diferencia de lo que se
-acostumbra ahora en las grandes ciudades, dando, v. gr., un baile de
-máscaras en beneficio de los niños de la Inclusa, lo cual, hasta
-mirándolo económicamente, es absurdo, pues quizás los ingresos que á la
-cuna se proporcionan están compensados y aun sobrepujados,
-proporcionándole á los pocos meses multitud de nuevos gastos y
-quehaceres!
-
-Las acusaciones de manga ancha que se habían lanzado contra el padre
-Piñón, provenían de los serviles, y tenían otro fundamento. Asegurábase
-que en tiempo del absolutismo, cuando era indispensable proveerse de una
-cédula de haber cumplido con la Iglesia, el padre Piñón daba cédulas á
-los liberales libre-pensadores, en cambio de limosnas; pero esto más
-bien merece elogio, pues evitaba confesiones hipócritas y comuniones
-sacrílegas. Añadíase que el padre de D. Faustino, cuando recibía la
-cédula, daba al padre Piñón media onza de oro, diciéndole:--Vaya, para
-que diga V. unas cuantas misas por el alma de Riego.
-
-En fin, el padre Piñón, pese á quien pese, era mejor que el pan; más
-regocijado que unas sonajas, y tan indulgente y caritativo como un
-ángel. Apenas si había leído más que el Breviario; pero el Breviario se
-le sabía de memoria, comprendiendo todos los bellos pensamientos, todas
-las sentencias sublimes y todos los tesoros poéticos que en dicho libro
-se contienen.
-
-Dispense D. Faustino que le hayamos en apariencia detenido á la puerta
-para dar alguna noticia del padre Piñón, en cuya sala de recibo se
-halló, á poco de haber llamado, introducido y guiado por Antonio.
-
---¿Qué tiene que mandar á su capellán el señorito D. Faustino?--preguntó
-el padre Piñón.
-
---Padre--contestó el Doctor,--omito preámbulos: el disimulo es inútil.
-V. sabe quién es María. Aquí se oculta María. Vengo en su busca. Quiero
-verla. Es mi mujer. Tengo razón y justicia para exigir que no me huya.
-
---¡Hijo mío! ¿Qué locura es esa?
-
---Responda V.--añadió el Doctor.--¿Dónde está María?
-
---Ya que exiges respuesta categórica, te la daré: _Dominus custodivit
-eam ab inimicis et a seductoribus tutavit illam._
-
---Dejémonos de bromas. Ni yo soy su enemigo ni su seductor. No hay para
-qué guardarla de mí.
-
-El Doctor quiso salir de la sala y registrar la casa del Padre, quien le
-contuvo suavemente.
-
-Entonces el Doctor empezó á llamar--¡María, María! no te ocultes de mí.
-No me abandones.
-
-El padre Piñón dijo: _Dominus, inter cætera potentiæ suæ miracula, in
-sexu fragili victoriam contulit._
-
---¿Qué diantres pretende V. significar? ¿De qué victoria habla V.?
-
---_Dominus deduxit illam per vias rectas._
-
-Este último latín hizo dar un salto al pobre Don Faustino.
-
---¡Ah! ¿No me engaña V., Padre? ¿Con que se ha escapado? ¿Á dónde?
-¿Cuándo? ¿Por qué camino?
-
---Hijo, aunque te enfades conmigo, mi deber es arrostrar tu furia.
-María se ha ido; pero no te diré por dónde ni á dónde. No quiero que la
-sigas. Ayer me confesó sus pecados. Como condición de la absolución, le
-impuse que se fuera. Además, había otras razones que la obligaban á
-partir.
-
---¿Qué razones? No hay razón que valga,--dijo el Doctor enojado.
-
---Sí las hay, hijo mío. Hay una persona á quien la naturaleza concedió
-poder sobre ella; pero á quien Dios quitó el derecho de ejercer ese
-poder, en castigo de sus maldades. Esa persona sé yo que la busca; sé
-que ha averiguado ya que estaba en esta casa. Es audaz, terrible...
-Hubiera venido... venía ya á buscarla y á arrancarla de aquí. Por esto
-también ha huído María. No puedo ni debo decirle más.
-
---Yo la hubiera defendido, Padre. Nadie hubiera osado venir á robármela.
-
---¿Y con qué título iba yo á poner á María bajo tu custodia y amparo?
-
---Con el título de mi mujer legítima.
-
---Mira, señorito, los frailes hemos sido siempre esto que llaman ahora
-demócratas, pero entendida la democracia de un modo mejor. Ciertamente
-que yo no me hubiera parado ante ningún humano respeto para disuadir á
-María de que se casase contigo. Hubiera sido un modo de enmendar
-vuestras gravísimas culpas, y yo le hubiera adoptado. María ha sido la
-que se negó resueltamente á casarse. Creyó que era su deber irse y se
-fué.
-
---¿Á dónde ha ido? Dígame V. á dónde.
-
---No puedo.
-
---V. me engaña. Está aquí todavía.
-
---No digas tonterías, D. Faustino--dijo el padre Piñón, algo
-picado.--¿Tengo yo cara de embustero? Te aseguro que María se fué.
-
---Yo saldré ahora mismo en su busca: yo daré con ella; yo la detendré y
-la traeré conmigo.
-
---Haz lo que quieras; pero todo será en balde. Considera, además, que
-Joselito el Seco anda ya cerca, y te expones á caer en sus manos.
-
---Aunque caiga en manos de Lucifer.
-
---¡Ave María Purísima! Estás perdido, loco. Bien puedes decir de tí, con
-el Salmista: _Miser factus sum queniam lumbi mei impleti sunt
-illusionibus._
-
-D. Faustino ni oyó ni contestó más, y salió corriendo de casa del padre
-Piñón. Éste imaginó que el propósito del Doctor de ir en busca de María
-era como una amenaza que no se cumpliría, y se fué á dormir muy
-tranquilo.
-
-Un cuarto de hora después, D. Faustino, solo, caballero en su jaca, que
-había hecho ensillar á escape por Respetilla, y armado con trabuco y
-pistolas, estaba fuera del lugar, camino de la ciudad de..., distante
-tres leguas.
-
-El Doctor había calculado que María no podía haber huído sino en un
-carricoche que, á modo de diligencia, pasaba á las doce por Villabermeja
-é iba á la ciudad de...
-
-Desde esta ciudad salían al amanecer coches para Sevilla, Córdoba y
-Málaga. Si el Doctor alcanzaba á María en el camino ó en dicha ciudad,
-antes de que María saliera en ésta ó en estotra dirección, el Doctor
-conseguía su objeto.
-
-Las dos habían sonado largo rato hacía en el reló de la Iglesia. María
-llevaba más de dos horas de delantera. El Doctor iba á galope por el
-camino.
-
-Más de la mitad llevaba andado, y la jaca, jadeante y cubierta de sudor,
-daba muestras de hallarse rendida de cansancio, cuando el Doctor, tan
-apasionado hasta entonces, que todo lo había hecho sin reflexión, se
-puso á considerar que, con dos horas de delantera que llevaba el
-carricoche, sería imposible alcanzarle en el camino, aunque reventase la
-jaca. Para llegar á la ciudad antes de amanecer había tiempo de sobra,
-aun yendo al paso. El Doctor, pues, si bien devorado por la impaciencia,
-se resignó á proseguir al paso su viaje. En la ciudad de... buscaría á
-María por todas partes, y esperaba que no partiría sin que él la viese.
-
-Al paso iba D. Faustino hacía un cuarto de hora. Á un lado y otro del
-camino había frondosos olivares. La luna brillaba en el cielo despejado
-y con sus rayos argentinos lo iluminaba todo.
-
-Acababa de bajar el Doctor una cuesta muy pendiente, y se hallaba en una
-hondonada, por donde corría un arroyo, en cuyas márgenes había muchos
-álamos y otros árboles y matas, que hacían el paraje sombrío, formando
-verde espesura.
-
-Siempre distraído el Doctor en sus cavilaciones no vió ni oyó que de
-repente salieron en la arboleda cinco hombres á caballo, y con inaudita
-rapidez se le pusieron delante, atajando el camino. No lo advirtió, ó no
-tuvo tiempo para advertirlo; tan ligera fué la maniobra de los jinetes,
-hasta que uno de ellos gritó: ¡Alto ahí!
-
-Entonces vió el Doctor que cuatro de los cinco le apuntaban con las
-escopetas. Quiso volver atrás para escapar, dando un rodeo, y notó que
-otros tres hombres á pie, armados también de escopetas, se le venían
-encima. Estaba completamente cercado, y en tan estrecho círculo, que ni
-para revolverse le quedaba tiempo ni espacio.
-
---¡Ríndete ó mueres!--gritó otro de los de á caballo.
-
-Hallábanse los enemigos tan cerca, y era tan apremiante la situación,
-que todo lo que no fuese rendirse era una temeridad; pero nuestro héroe
-desesperado de que en medio de su viaje le detuviesen, tomó una
-resolución tremenda. Cogió del arzón de la silla una pistola, la montó,
-y apuntando al de á caballo que tenía más cerca, le dijo:
-
---Abre paso, tunante, ó te levanto la tapa de los sesos. Al mismo tiempo
-hirió fuertemente con las espuelas los ijares de la jaca, á fin de salir
-escapado, rompiendo por entre la cuadrilla de foragidos.
-
-Éstos, que tenían también montadas sus armas, apuntando al Doctor,
-hubieran sin duda disparado, dejándole muerto, si la voz del Capitán no
-se hubiera oído á tiempo, diciendo:
-
---No le matéis, no le matéis: es mi paisano Don Faustino López de
-Mendoza.
-
-El Doctor vaciló asimismo un instante en tirar, viendo la generosidad
-que con él se usaba.
-
-Todo esto fué obra de un segundo. La jaca, excitada por los espolazos,
-iba ya á abrirse camino. Al atajar al Doctor los bandidos de á caballo,
-se tocaban con él. Las bocas de las escopetas rozaban su cuerpo. La
-pistola del Doctor podía matar á quemarropa al más cercano de los
-bandidos.
-
-No había ya tiempo de explicaciones ni de transacciones, y, sin duda,
-hubiera habido alguna muerte, á pesar del grito del Capitán, si de
-pronto no se hubiese sentido el Doctor asido fuertemente de uno y otro
-brazo por dos de los de á pie, bastante robustos ambos para arrancarle
-de la silla y dar con él en el suelo por detrás del caballo.
-
-En los esfuerzos que hizo para desasirse, apretó el gatillo y disparó
-la pistola; pero el tiro fué al aire, sin herir á persona alguna.
-
-En el suelo ya, y detenido por los dos que le habían derribado, oyó el
-Doctor la voz del Capitán, que le decía:
-
---Sr. D. Faustino, su merced es mi prisionero. Ríndase su merced, y déme
-palabra de honor de que no intentará huir, de que me seguirá donde le
-lleve y de que no tratará de emplear la fuerza contra nosotros. Su
-merced volverá á montar en su jaca, y esta buena gente le respetará y
-considerará como debe.
-
-D. Faustino no tuvo más remedio que prometer lo que el Capitán le
-exigía.
-
-Apenas lo prometió, uno de los bandidos, que había tomado la jaca de la
-brida, la acercó para que D. Faustino montase, y él, suelto ya, montó en
-la jaca. Obedeciendo luego á una seña del Capitán, entró con los
-bandidos por una vereda que había en medio de los olivares, apartándose
-del camino real en tan belicosa compañía.
-
-
-
-
-[Imagen decorativa]
-
-XXII.
-
-LA VENGANZA DE ROSITA
-
-
-Después de los sucesos que se refieren en el capítulo anterior, había
-pasado ya una semana, y nada se sabía en Villabermeja del paradero de
-Don Faustino. Su madre, llena de angustia, procuraba en balde averiguar
-dónde se hallaba un hijo tan amado.
-
-Rosita, entre tanto, furiosa con los celos y los agravios, difundía por
-todas partes que D. Faustino, prendado de María, había huído con ella,
-sentando plaza de bandolero en la cuadrilla de Joselito el Seco. Como
-alguien afirmase que la noche en que huyó D. Faustino, y como no sólo
-Rosita, sino también Jacintica, diesen por seguros los amores de María
-con el Doctor, nadie dudaba en el lugar, salvo el padre Piñón, de que D.
-Faustino estuviese por su gusto con los bandoleros.
-
-La propia ruina de la casa de los Mendozas hacía verosímil á los ojos de
-aquellos lugareños el que D. Faustino hubiese adoptado determinación
-tan heroica para salir de apuros.
-
-El padre Piñón era el único que sabía que María no se había ido con el
-Doctor, el único que sabía dónde María se hallaba; pero á nadie quería
-confiarlo. Calculaba además que D. Faustino, no por su voluntad, sino
-muy á despecho suyo, había caído en poder de los ladrones; pero, como
-afirmando esto hubiera dado á Doña Ana más pesar que consuelo, el padre
-Piñón se callaba.
-
-Rosita no creía mentir asegurando que el Doctor estaba con María entre
-los bandidos. Rosita lo daba todo por evidente. Su furia celosa la
-estimulaba, pues, de contínuo. Las excitaciones á su padre para que la
-vengase no cesaban á ninguna hora.
-
-D. Juan Crisóstomo Gutiérrez, aunque avaro, usurero y poco escrupuloso
-en punto á moral, tenía dos prendas de carácter que le hubieran movido á
-obrar benignamente en aquella ocasión, si Rosita no le hubiese
-violentado. D. Juan Crisóstomo era compasivo y cobarde.
-
-Por un lado, le inspiraba piedad la aflicción de Doña Ana, y no quería
-acrecentarla. Por otro lado, persuadido, como Rosita, de que D. Faustino
-se había hecho bandolero, temía que viniese á su vez á vengarse, ó
-cogiéndole á él para matarle ó darle, por lo menos, una paliza, ó bien
-yendo á sus caserías para incendiar alguna, ó romper las tinajas y las
-pipas, derramando el aceite, el vino y el vinagre, y haciendo de todo
-una trágica ensalada.
-
-La figura del Doctor Faustino, acompañada de Joselito el Seco y de un
-coro de facinerosos, era la pesadilla del pobre Escribano. Durmiendo
-soñaba con que le habían ya secuestrado y le daban martirio; despierto,
-recelaba descubrir al Doctor ó á algún emisario suyo en cuantos hombres
-venían hacia él.
-
-Pero si el Escribano temblaba de excitar la cólera del Doctor, todavía
-temblaba más delante de Rosita. Rosita le ponía entre la espada y la
-pared. ¿Qué medio le quedaba? ¿Cómo resistir á los mandatos de aquella
-hija imperiosa, de aquel tirano de su voluntad, frenético entonces de
-ira?
-
-No hubo más recurso. El Escribano concitó á los acreedores, que le
-obedecían más que puede obedecer á Rothschild cualquier banquerillo de
-mala muerte, y reunió créditos contra la casa de Mendoza por valor de
-cerca de ocho mil duros. Eran escrituras y pagarés vencidos todos y que
-no se habían renovado, quedando así el deudor al arbitrio de los
-acreedores, quienes seguían cobrando los réditos mientras les convenía ó
-no se enojaban, y quienes, no contentos con los réditos, exigían
-asimismo una gran dosis de humildad y agradecimiento, so pena de
-enojarse y de pedir al punto el capital de la deuda, conminando con la
-ejecución.
-
-Tal era el estado de la casa de los Mendoza, por culpa del difunto D.
-Francisco, y por poca habilidad, descuido y mala ventura de D. Faustino
-y de su madre. Su caudal, mal cultivado por falta de capital, con los
-frutos malbaratados siempre, apenas producía para pagar los enormes
-réditos de aquella deuda. Varias veces se había tratado de vender fincas
-para pagar lo que se debía; pero en los lugares pequeños hay una afición
-extraordinaria á _tirar de los pies á los ahorcados_. Cuantos tienen
-algún dinero andan siempre acechando la ocasión de que alguien esté en
-apuros y quiera ó necesite vender algo para comprárselo por la tercera ó
-cuarta parte de su justo precio. Aun así, piensan que favorecen al
-vendedor, pues le dan dinero, cuyos intereses son grandísimos, á trueque
-de tierras, que producen poco como no se esté sobre ellas y se emplee un
-capital de metálico y de inteligencia en su administración y cultivo.
-
-D. Juan Crisóstomo hizo aún laudables esfuerzos para calmar á Rosita.
-Rosita llegó á decirle que preferiría ser hija de Joselito el Seco á ser
-hija suya; que si la hija de Joselito fuese la agraviada, su padre la
-vengaría.
-
-D. Juan Crisóstomo no quiso ni pudo ser menos que Joselito el Seco, y
-por medio de su aperador envió recado á Respeta, diciéndole que los
-acreedores de los Mendoza no querían aguardar más; que era menester
-pagarles en el término de diez días, y que, de lo contrario, serían
-ejecutados los Mendoza.
-
-Rosita, no contenta con esto, dictó ella misma una carta insolente á
-Doña Ana, amenazándola si no pagaba en el término señalado. El
-Escribano, aunque resistiéndose y con mano temblorosa, tuvo que firmar
-la carta.
-
-Respetilla, cuando se enteró de todo por su padre, fué á casa del
-Escribano, habló con Rosita, le echó en cara su mal proceder y trató de
-suavizarla. Viendo que era inútil la dulzura, empezó á echar fieros y á
-desvergonzarse con Rosita; pero ésta se revolvió enérgica contra él y le
-arrojó de su casa con cajas destempladas. Ganas se le pasaron á
-Respetilla de dar una soba á la hija del Escribano, y aun de sacudir el
-polvo al Escribano mismo; pero el miedo de provocar un lance sangriento
-con algún criado de aquella casa, lance que podía terminar en que le
-enviasen á Ceuta, tuvo á raya los ímpetus de su lealtad y devoción á D.
-Faustino. Harto hizo el fiel escudero con no volver á ir en casa del
-Escribano y privarse del dulce trato de Jacintica, con quien cortó
-relaciones.
-
-Sobre Doña Ana, entre tanto, habían venido todas las penas juntas.
-
-Su hijo no parecía y su inquietud se aumentaba. Para consuelo, la
-amenazaban con la vergüenza de una ejecución, con la ruina total de su
-casa y hacienda.
-
-Lo único que quedaba en casa, ya en el mes de Mayo, era un poco de vino,
-cuyo valor en venta no ascendería á diez mil reales. Doña Ana mandó á
-Respetilla que llamase á los corredores para que le vendiesen por lo que
-quisieran dar. Pero ¿qué eran diez mil reales cuando necesitaba ciento
-sesenta mil?
-
-Doña Ana escudriñó todos sus armarios y cómodas; juntó la poca plata
-labrada y algunos dijecillos que conservaba aún; y aunque tampoco, por
-bien vendidos que fuesen, importarían más de otros diez ó doce mil
-reales, Doña Ana se decidió á venderlos.
-
-Por último, venciendo su extrema repugnancia y sofocando su orgullo,
-acudió á su única amiga de corazón: escribió una carta á la niña
-Araceli, pintándole con vivos colores la terrible cuita en que se
-hallaba y pidiéndole auxilio.
-
-Respetilla, encargado de llevar la carta y las joyas, montó á caballo y
-salió de viaje para el pueblo de la niña Araceli.
-
-La infeliz Doña Ana, no pudiendo resistir por más tiempo tan crueles
-emociones, cayó enferma en cama con una espantosa calentura.
-
-El pueblo, en medio de estos lances, se había dividido en bandos. Unos
-aplaudían la venganza de Rosita; otros la censuraban. Éstos juzgaban
-abominable la conducta del Doctor, á quien ya suponían transformado en
-bandolero; aquéllos pensaban que Rosita era el mismo demonio, y que el
-seducido por ella había sido el Doctor, sin que ella tuviese derecho
-para lamentarse de su abandono y para tomar tan despiadada y bárbara
-venganza. Toda Villabermeja ardía, pues, en chismes, suposiciones y
-disputas.
-
-El padre Piñón era el más decidido partidario de los Mendozas. El médico
-y él venían á visitar con frecuencia á la enferma Doña Ana, y el ama
-Vicenta la cuidaba con el mayor esmero.
-
---¿Dónde habrá ido á parar D. Faustino?--se preguntaba á sí mismo el
-padre Piñón, ya que á nadie se atrevía á confiar sus secretos
-pensamientos.--¿Habrá caído en poder de Joselito? Me temo que sí... Yo
-lo avisaré á María, la cual ya sé que está en salvo, gracias á Dios.
-Allá veremos cómo recobra su libertad el señorito D. Faustino.
-
-
-
-
-[Imagen decorativa]
-
-XXIII.
-
-CONFIDENCIAS DE JOSELITO
-
-
-Fuerza es volver ahora á hablar del Doctor, quien, como sospecharán los
-lectores, seguía en poder de Joselito el Seco.
-
-Á poco de estar con él comprendió el Doctor que Joselito venía en busca
-de su hija, con el intento de robarla de casa del padre Piñón, donde
-había averiguado que se escondía por espías y amigos que tenía en
-Villabermeja.
-
-El padre Piñón y María habían prevenido á tiempo este golpe, huyendo
-ella, sin que se supiese hacia donde.
-
-El Doctor sufrió un prolijo interrogatorio de Joselito, quien, informado
-también de que su hija andaba enamorada del Doctor, no sabía cómo
-explicarse aquel viaje nocturno de D. Faustino.
-
-Joselito no receló que su hija, sabedora de que él venía en su busca, se
-hubiese escapado y que el Doctor fuese persiguiéndola; pero, aunque lo
-hubiese recelado, era ya tarde para alcanzarla. Don Faustino, no
-obstante, ocultó la fuga de María y buscó razones para explicar su viaje
-nocturno, hasta que vió que Joselito, por caminos extraviados, los
-llevaba á Villabermeja, con el evidente propósito de penetrar en casa
-del padre Piñón. Para evitar este lance, el Doctor, ya cerca del pueblo,
-declaró que María había huído y que él había salido persiguiéndola.
-
-Joselito exigió al Doctor su palabra de honor de que decía verdad; y
-convencido de que el Doctor no le engañaba, echó sus cuentas, y decidió
-con gran rabia que ya era imposible alcanzar ni detener á su hija antes
-de que llegase á cierto punto, donde estaba segura.
-
-Desistió, pues, Joselito de entrar en Villabermeja; y él y su partida y
-su prisionero anduvieron, durante muchos días, vagando por diferentes
-sitios, fuera de los caminos reales, y haciendo noche en caserías y
-cortijos, donde Joselito tenía partidarios ó cómplices.
-
-El Doctor, completamente desorientado ya, no sabía en qué punto, ni
-siquiera en qué provincia de Andalucía se encontraba.
-
-Fiado Joselito en la palabra de honor dada por el Doctor y en el
-compromiso que había contraído, le dejaba ir en su jaca, con sus armas,
-y al parecer completamente libre, aunque dos bandidos le vigilasen
-constantemente.
-
-No se permitió al Doctor que escribiese á su madre, por más que lo pidió
-con gran empeño. Por lo demás, estaba todo lo regalado, considerado y
-atendido que en aquella vida era posible.
-
-Algunas veces se apartaron de Joselito varios de la partida, presumiendo
-D. Faustino que fuese para algún lance ó golpe de poca importancia,
-porque luego volvían, y notaba el Doctor que hablaban con el Capitán y
-que dividían y repartían dinero.
-
-Á todo esto, el Doctor se desesperaba cada vez más, rabiaba ó cavilaba,
-y no atinaba con la razón de que así le llevasen cautivo.
-
-Joselito era hombre de tan pocas palabras, que no había modo de que el
-Doctor pusiese nada en claro, por más que le interrogaba.
-
-Una noche, por último, estando en una casería, que debía de ser de algún
-señor rico, pues había cuartos de dormir bastante cómodos y bien
-amueblados, Joselito dijo al Doctor que deseaba hablarle á solas.
-Subieron juntos al cuarto del Doctor, que era el más elegante y lujoso,
-y allí tuvieron la siguiente conferencia:
-
---Sr. D. Faustino--dijo Joselito el Seco,--no era mi intención
-secuestrar á su merced. Yo iba en busca de mi hija; hallé á su merced
-por casualidad; le reconocí, y dé su merced gracias al cielo de mi buena
-memoria y de lo mucho que se parece á su padre, porque si no le
-reconozco, su merced sería ya pasto de los grajos; le reconocí, digo, y
-le he detenido entre los míos. Hoy quiero y debo decirle mis propósitos
-y muchas cosas que me importan y que le importan.
-
---Hable V., Joselito--interrumpió el Doctor:--la curiosidad me consume
-hace días.
-
-Ambos interlocutores se sentaron entonces, frente á frente, en sillas
-que había junto á una mesa sobre la cual estaban dos candeleros de
-cristal con sendas velas ardiendo.
-
-La traza de Joselito era de lo menos patibularia que puede imaginarse.
-Alto y esbelto de cuerpo; la tez blanca, aunque tostada del sol, y el
-pelo negro, si bien con algunas canas. Parecía ser hombre de cuarenta
-años, pero bien conservado y robusto. Los ojos eran entre garzos y
-verdes, rasgados y dulces. Gastaba Joselito patillas y llevaba afeitado
-el bigote, luciendo, en una boca pequeña, dientes blancos, iguales y
-bien formados. En suma, Joselito era un majo muy guapo, y se conocía que
-en su no lejana mocedad habría sido lo que se llama un real mozo.
-
---Aquí donde V. me ve--dijo á D. Faustino,--yo estaba destinado á hacer
-otra vida harto distinta de la que estoy haciendo; pero el hombre
-propone y Dios ó el diablo dispone. Cuando yo tenía diez y ocho años
-estaba de novicio en el convento de Villabermeja. Bien se acordará de
-aquellos tiempos el padre Piñón, que me quería en extremo por el fervor
-y excelente voz con que yo cantaba las cosas de iglesia, y porque me
-suponía tan humilde y sencillo, que siempre andaba diciendo que yo iba á
-ser un santo. Tal vez lo hubiera sido, si no llego á ver á Juanita.
-Antes hubiera cegado. Juanita frecuentaba mucho la iglesia en compañía
-de su madre Doña Petra la viuda. Esta buena señora era muy presumida y
-entonada. Se jactaba de hidalga, y no sin razón. Su madre, la abuela de
-Juanita, había sido una hermana de su abuelo de V., señor D. Faustino.
-El pobre novicio tuvo, pues, la audacia de poner los ojos en una
-parienta de los Mendoza.
-
---¿De quién era viuda Doña Petra?--preguntó el Doctor.
-
---De un arriero enriquecido--contestó Joselito.--Eso importa poco. El
-caso fué que yo me enamoré perdidamente de Juanita. Mis ardientes
-miradas lograron excitar en su alma un amor igual al mío. En la misma
-iglesia nos hablamos con tal recato y disimulo, que Doña Petra no
-sospechó nada. Juanita y yo nos pusimos de acuerdo. Yo me escapaba por
-la noche del convento é iba á verla á su casa, saltando por las tapias
-del corral. Así seguían nuestros misteriosos y felices amores, cuando la
-belleza de Juanita despertó, en una feria, gran cariño en el corazón de
-cierto mayorazgo de la ciudad de..., no distante de Villabermeja. Doña
-Petra concertó el casamiento de Juanita, la cual no se atrevió á
-oponerse; pero me informó de todo al momento. Ambos nos decidimos
-entonces á huir. La noche en que estaba todo dispuesto ya para la fuga,
-que iba á ser en un mulo que había en el convento, llevando yo á las
-ancas á Juanita, fuí á buscarla y á sacarla de su casa. Por desgracia,
-el novio mayorazgo, que rondaba por allí con un criado suyo, me vió
-cuando yo saltaba la tapia del corral, y antes de que cayese yo del otro
-lado, me asió de una pierna, y tirando de mí con violencia, logró
-derribarme en el suelo. Me levanté al punto algo magullado, y antes de
-que me rehiciese me aplicó el mayorazgo tres ó cuatro furiosos
-puntapiés, llamándome ladrón. Casi me derribó en el suelo otra vez, pues
-era hombre forzudo de veras. Á pesar de mi turbación y malas andanzas,
-tuve tiempo de ver y reconocer en quien me maltrataba á mi rival
-aborrecido. Los celos, entonces, y la ira y la vergüenza de verme
-afrentado de un modo tan cruel, me hicieron olvidar toda mi humildad de
-novicio, que tanto el padre Piñón celebraba. Mi antigua mansedumbre se
-trocó de repente en ferocidad y en encono. Las llamas del infierno
-abrasaron mi corazón en deseos de pronta y terrible venganza. El diablo,
-á quien sin duda hube de llamar en mi socorro, me oyó y me proporcionó
-los medios en el acto. Junto al sitio hasta donde el último puntapié me
-había echado había un montón de gruesas piedras. Agarré una, y con la
-velocidad del rayo volví contra mi enemigo, y antes de que tratase de
-parar el golpe, se le dí con tal tino y brío sobre la cabeza, de la cual
-al pegarme había dejado caer el sombrero, que le hundí y rompí los
-huesos de un modo horroroso, haciéndole caer muerto á mis plantas. Fué
-todo esto tan instantáneo, que el criado no había tenido tiempo para
-favorecer á su amo. Cuando le vió caer, sintió miedo de mí y empezó á
-gritar: «¡Al asesino, al asesino!» Lleno yo de terror, todo confuso y
-aturdido, pues era al cabo la primera muerte que hacía, no tuve
-serenidad para huir. Salieron hombres de varias casas; me prendieron; me
-entregaron á la justicia, y, por último, me condenaron á presidio. Con
-los años y las desgracias deseché en presidio los escrúpulos que en el
-convento me habían inspirado; conocí á fondo lo que es la vida, y ví que
-era mala mi estrella y que sólo á fuerza de valor podía yo dominar su
-influjo funesto. Un día, mientras trabajábamos en un camino, concerté
-tan hábilmente las cosas con cuatro compañeros, que logré recobrar mi
-libertad en su compañía, no sin que perdiese la vida uno de los
-capataces que quiso detenernos. Desde entonces ando en este oficio en
-que ahora me vé su merced, y no es posible que ande en otro. Juanita
-murió miserable y deshonrada mientras estaba yo con la cadena. Dejó una
-hija, que es María. Yo adoro á mi hija, señor D. Faustino. La quiero por
-ella y porque es un recuerdo vivo de Juanita; pero María se avergüenza
-de mí, me huye, no quiere verme. Los que la han educado le habrán
-inspirado quizás algunas buenas ideas; pero se han olvidado de
-inspirarle amor y hasta respeto á su padre. Sea yo quien sea, ¿dejaré de
-ser su padre? ¿No es un mandamiento de la ley de Dios el que ella me ame
-y me respete?
-
-Mucho había que contestar á esto; pero al Doctor no le pareció prudente
-ni oportuno ponerse á disputar con Joselito, y permaneció callado.
-
-
-
-
-[Imagen decorativa]
-
-XXIV.
-
-SUNT LACRIMÆ RERUM
-
-
-Viendo Joselito que el Doctor nada contestaba, prosiguió hablando de
-esta manera:
-
---V. no me contesta, Sr. D. Faustino, porque cree que mi hija hace bien
-en huir de mi lado, en aborrecerme, en despreciarme quizás; pero yo me
-examino, me juzgo y no me hallo ni despreciable ni aborrecible. Quiero
-conceder que hubo un momento de mi vida en el cual fuí completamente
-libre y del cual pendió toda mi conducta ulterior. ¿Cuál fué ese
-momento? ¿Fué cuando recibí los puntapiés y demás afrentas del
-mayorazgo? ¿Debí aguantarme y sufrirlos con resignación? ¿Es así como no
-hubiera sido despreciable? ¿Estuvo quizá mi culpa en no medir ni
-calcular bien ni el sitio en que dí con la piedra, ni la violencia que
-la piedra llevaba? ¿Dependió de mí entonces tener serenidad y acierto
-para no matar al mayorazgo y magullarle y vengarme, quedando bien puesto
-mi honor, ó, si los novicios no deben hablar de su honor, mi dignidad
-de hombre? Para evitar aquel trance, ¿debí acaso renunciar al amor de
-Juana, aconsejándole que engañase al mayorazgo y se casase con él, dando
-gusto á su madre, y siguiendo yo de novicio, como si tal cosa? Esto
-hubiera sido muy cómodo para todos, pero hubiera sido muy ruín. Lo
-mejor, dirá V., hubiera sido no enamorarse de Juana, no seducirla. Pero
-ni yo seduje á Juana ni ella me sedujo. Fuímos el uno hacia el otro,
-atraídos por un impulso irresistible, como van el río á la mar y el humo
-á las nubes. Nada... estaba escrito... era mi sino. No lo dude V.: yo
-hubiera sido un santo si no llego á ver á Juana. El diablo se valió de
-ella para perderme y de mí para perderla, sin que ni ella ni yo
-pudiésemos evitarlo.
-
-El Doctor sintió el prurito de contestar á todos aquellos sofismas, con
-los cuales el bandido trataba de justificarse; pero calculó que era
-inútil. Además, no se hallaba el Doctor con autoridad suficiente. Su
-moral era clara y severa en la teoría, pero en la práctica dejaba mucho
-que desear. Concediéndose los mismos bríos de Joselito, el Doctor se
-ponía en su lugar y aceptaba la muerte del mayorazgo como obra suya. No
-hay que decir que los amores con Juana, el saltar por las tapias del
-corral y el proyecto de rapto, no parecían al Doctor impropios de su
-carácter; él hubiera obrado del mismo modo en iguales circunstancias,
-mas sin considerarse por eso exento de culpa. Donde ya veía el Doctor
-una culpa con la que jamás se hubiera manchado, era con la fuga de
-presidio y con haber adoptado después la vida de bandolero. De esto no
-se absolvía el Doctor. ¿Había, sin embargo, razones para absolver á
-Joselito? Tampoco. Los principios de la moral, la ley de la conciencia,
-la intuición viva de lo justo y de lo bueno no resultan de largos y
-prolijos estudios: lo mismo están grabados en el alma del hombre de
-ciencia que en la del campesino más rudo. El que borra, tuerce ó
-desfigura esos principios, esas leyes, esas nociones, es siempre
-responsable, es culpado. El error de su entendimiento implica una falta
-de la voluntad, que se empeña en sofisticar las cosas para acallar la
-voz de la conciencia. No se puede negar que en ciertos pueblos, entre
-gentes selváticas ó bárbaras, esa degradación, ese obscurecimiento de la
-moral es obra de la sociedad entera: el individuo puede, por lo tanto,
-no ser responsable de todo; pero en el seno de la sociedad europea no es
-dable suponer ignorancia ó perversión invencibles. Por más que se
-ahonde, por más que se descienda hasta las últimas capas sociales, no se
-hallará el abismo obscuro donde vive un ser humano sin que la luz
-penetre en su alma y grabe allí las reglas de lo bueno y de lo justo.
-
-Así pensaba el Doctor, en nuestro sentir muy atinadamente, por lo cual
-distaba mucho de justificar á Joselito el Seco y de ver en él una
-víctima de la fatalidad, del sino, según él decía.
-
-Joselito, permaneciendo siempre mudo el Doctor, trató de justificar y
-hasta de glorificar su oficio.
-
-Todo cuanto se ha dicho en libros y periódicos sobre lo mal organizada
-que está la sociedad, sobre el modo que tienen muchos de adquirir la
-riqueza explotando á sus semejantes, sobre el mal uso que de esta misma
-riqueza se hace después, tiranizando y humillando á los pobres, todo se
-lo sabía y lo explicaba Joselito; todo lo ha sabido y explicado, con
-menos método y orden, pero con más viveza y primor de estilo, cuanto
-ladrón ha habido en Andalucía desde hace años. El Tempranillo, el Cojo
-de Encinas Reales, el Chato de Benamejí, los Niños de Écija y tantos
-otros, sabían poco menos en esta censura de la economía social, que
-Proudhon, Fourier ó Cabet pueden haber sabido. Joselito el Seco no se
-quedaba á la zaga.
-
-Tales declamaciones contra la sociedad parecían en aquellos tiempos, y
-aun en años después, tan sin malicia, que las novelas de Eugenio Sué,
-_El Judío errante, Martín el expósito_ y _Los Misterios de París_,
-llenas del espíritu del socialismo, se publicaron en periódicos
-moderados como _El Heraldo_.
-
-Dejando aparte la cuestión de si es ó no justa, y de hasta qué punto lo
-es la censura, no se ha de negar que, aun suponiendo parte de la
-propiedad fundada en el robo, ora por violencia, ora por astucia, no es
-modo de remediarlo robando también por medio de la astucia ó por medio
-de la violencia, ya con la fuerza colectiva y grande de un estado
-revolucionario, ya con la fuerza menos potente de una cuadrilla de
-bandoleros. Joselito el Seco, no obstante, entendía ó quería dar á
-entender que sí, apoyado en un antiguo refrán, cuya importancia es
-inmensa. El refrán dice: _Quien roba al ladrón tiene cien años de
-perdón_; y en este refrán se apoyaba para afirmar, no ya que no cometía
-ningún delito, sino que ejercía todas las obras de misericordia,
-cifradas y compendiadas en una. En efecto, Joselito no robaba jamás sino
-á los ricos, á quienes despojaba sólo de lo que le parecía supérfluo,
-dejándoles lo necesario. Hacía muchas limosnas, socorría no pocas
-necesidades, y enviaba dinero á varios puntos para misas y funciones de
-iglesia, porque era muy buen cristiano. Sostenía Joselito que casi todo
-lo que había robado se lo había robado á ladrones, y los de su cuadrilla
-jamás se echaban sobre la presa sin exclamar: «Rindete, ladrón, y suelta
-la bolsa». La excesiva abundancia de dinero induce además á los hombres
-á que se entreguen á la ociosidad, madre de todos los vicios; á que se
-traten con sibarítico regalo, y á que ofendan á Dios, en suma, por no
-pocos caminos. Por donde Joselito afirmaba que, despojando á muchos de
-lo supérfluo, había contribuído poderosamente á la mejora de sus
-costumbres y les había abierto y allanado el sendero de la virtud.
-
-Después de esta apología, Joselito dió nuevo giro á su discurso, y habló
-de la hacienda y casa de los Mendoza, cuyo estado conocía; lo pintó todo
-como perdido sin remedio, y por último, dió al Doctor las noticias
-recientes, que por sus espías y amigos él había recibido de
-Villabermeja, sobre la venganza de Rosita y la amenaza de ejecución.
-
-El dolor y la rabia de D. Faustino fueron muy grandes al saber tan
-tristes nuevas. Al pensar en el apuro y desconsuelo en que estaría su
-madre, no acertó á contener las lágrimas que brotaron de sus ojos.
-
---¡Por vida del diablo!--dijo Joselito,--¿qué lágrimas son esas? Un
-hombre recio no llora nunca. ¿Quiere V. vengarse? Yo le doy mi auxilio.
-Nada tiene V. ya que esperar de la gente. Rompa V. con toda. Declárele
-la guerra con valor. ¿Sería V. acaso el primer mayorazgo arruinado que
-se ha hecho de los nuestros? Una palabra resuelta de V., y V. es aquí el
-amo. En tres ó cuatro días nos ponemos en la Nava, y hacemos, si V.
-quiere, una atrocidad. El Escribano usurero nos soñará toda la vida. Le
-quebraremos las tinajas, vertiendo el vino y el aceite; le mataremos las
-reses; y si esto no basta, le incendiaremos la casería.
-
-D. Faustino no pudo menos de romper entonces el silencio que hasta allí
-se había impuesto.
-
---Joselito--dijo,--cada hombre tiene su natural y su modo de proceder.
-Yo no quiero probarle á V. que V. obra mal; pero no puedo menos de
-decirle que yo pienso de muy diversa manera y no puedo hacer nada de lo
-que V. hace. El Escribano, usurero por sí ó en nombre de otros, pide lo
-que le pertenece de derecho. Ninguna injuria me infiere. Nada tengo que
-vengar. Aunque mi madre muriese de pena, no pensaría yo que el Escribano
-usurero fuera el causante de su muerte. La culpa sería mía, que con mi
-imprevisión no he sabido evitar tanto bochorno.
-
---Me aflige oir á V., Sr. D. Faustino--replicó Joselito.--No quisiera
-ofender á mi prisionero; mas no puedo resistir á la tentación de decir á
-V. que es V. un blandengue. Es treta muy común negar la injuria para
-excusar el peligro de la venganza. Tiene V. razón: la injuria que no ha
-de ser bien vengada ha de ser bien disimulada.
-
-El Doctor perdió los estribos: se puso más colorado que una amapola; se
-olvidó de que Joselito estaba armado siempre; se olvidó de que á una
-voz de Joselito podrían acudir sus hombres y darle muerte en el acto.
-
---¡Voto á Dios!--dijo,--que yo no disimulo injuria alguna, y menos la de
-V., que es quien me injuria. ¿Piensa el ladrón que todos son de su
-condición? ¿De dónde, por perdido que yo esté, puede V. inferir que yo
-voy á adoptar la infame vida que V. lleva? Repito que el Escribano está
-en su derecho; que no me injuria, y basta que yo lo diga. El Escribano
-obra como quien es: es ruín y obra ruínmente; pero no me injuria.
-
-Joselito, en el primer momento, estuvo á punto de romper la cabeza al
-Doctor, que así se desahogaba. En todos los días de su vida había tenido
-Joselito tanta paciencia. Reportó su cólera. Allá en su interior casi se
-alegró de que la persona de quien su hija andaba enamorada tuviese
-tantos arrestos.
-
---¡Bien está!--dijo.--Á quien hoy toca, no disimular, sino perdonar las
-injurias, es á un servidor de V., Sr. D. Faustino. No disputemos más.
-Cada loco con su tema.
-
---Dispense V., Joselito, si me he exaltado un poco.
-
---La cosa no es para menos. Comprendo que debe de estar V. más quemado
-que candela. Sentiré quemarle más; pero me importa recordar el pacto
-que hemos hecho. V. tiene algo viva la sangre y puede olvidarlo á lo
-mejor. Un caballero tan cabal, que está en su punto, sería una lástima
-que se cegase y faltase á lo pactado.
-
---Yo no faltaré nunca.
-
---Con todo, no está demás recordar á V. que es mi prisionero; que ha
-prometido no huir ni hacer armas contra nosotros, sino seguirme y
-obedecerme.
-
---En cuanto no se oponga á mi honor ni á mis principios.
-
---Convenido. Pues sepa V. ahora, Sr. D. Faustino, que por más que no
-quiera V. ser de nuestra compañía, V. ha de permanecer conmigo á modo de
-cimbel ó reclamo.
-
---¿Qué significa eso?
-
---La cosa es muy sencilla. ¿Para qué sirven el cimbel y el reclamo? Para
-que las avecillas enamoradas acudan donde ellos están. Pues para esto me
-está V. sirviendo. Deseo que mi ingrata hija venga á mí; y ya que no
-venga por amor de su padre, vendrá por amor de usted. Para esto sigue V.
-en mi poder. Luego que venga María, yo concertaré con ella el precio del
-rescate. Yo tengo donde ella viva segura y con mucho regalo. ¿Por qué no
-ha de vivir María donde esté bajo el dominio de su padre, donde su padre
-pueda verla? ¿Por qué ha de andar huyendo siempre de mí?
-
-El plan del bandido era hábil. El Doctor no dudó de que María iba á
-venir en busca de su padre, á fin de salvarle á él del cautiverio. El
-caso era triste. Él iba á tener la culpa de que aquella mujer, que había
-podido hasta entonces librarse de padre tan tremendo y de vivir como su
-cómplice á costa de sus robos, cayese en poder del capitán de
-bandoleros. Las súplicas y los insultos hubieran sido inútiles para
-hacer que Joselito cambiase de propósito. El Doctor se calló por
-consiguiente.
-
-Dos días después del coloquio que acabamos de referir, permanecían aún
-los bandidos y el Doctor en la hermosa casería de que se ha hablado. Sin
-duda esperaban la llegada de alguien: casi de seguro, imaginaba el
-Doctor, esperaban la llegada de María.
-
-Eran las diez de la noche. Se oyeron resonar fuera de la casería los
-cascos de dos caballos, que á poco llegaron y pararon á la puerta.
-Joselito, su tropa y el Doctor se hallaban tomando el fresco en el
-patio, cuando el bandido que estaba de atalaya entró seguido de dos
-hombres. El uno, que parecía criado, venía descubierto; el otro venía
-embozado en su capa hasta los ojos y con el ala del sombrero tapada la
-frente y envueltos en sombra los ojos mismos. Sin desembozarse, sin
-descubrirse, dijo el incógnito:
-
---Á la paz de Dios, caballeros.
-
---Á la paz de Dios--le contestaron.
-
-Encarándose luego con Joselito, añadió:
-
---Dios te guarde. Guíame á un cuarto cualquiera. Tengo que hablarte á
-solas.
-
-Estas palabras, pronunciadas con imperio, fueron oídas con profundo
-respeto por Joselito, que conoció en la voz á quien las pronunciaba.
-Guió, pues, al embozado á un cuarto, donde hizo poner luces. El criado
-quedó en el patio aguardando en silencio. Los caballos en que habían
-venido amo y criado estaban fuera de la casería, atados de la brida á
-unas argollas que al efecto había en la pared.
-
-La conferencia duró más de una hora; y terminada que fué, el embozado
-partió con su acompañante, á quien el mismo Joselito vino á llamar para
-que siguiese á su amo. Las pisadas de los dos caballos que se alejaban
-se oyeron resonar desde el patio.
-
---Señor D. Faustino--dijo entonces Joselito--, tenga su merced la bondad
-de venir conmigo.
-
-El Doctor siguió á Joselito al mismo cuarto donde con el embozado había
-estado hablando. Solos allí, con voz conmovida dijo Joselito al Doctor:
-
---Todos mis planes se han deshecho. Es mi sino. Hay una fuerza superior
-á mi voluntad que me avasalla y sujeta. María no ha muerto; pero V. y yo
-debemos considerarla como muerta. No la volveremos á ver más. Para nada
-le necesito á V. ahora. He prometido además al hombre que acaba de irse
-de este cuarto que pondré á V. en libertad inmediatamente. Voy á cumplir
-la promesa. ¿Quiere usted irse ahora mismo?
-
---Estoy impaciente por ver á mi madre, por salvarla, por consolarla al
-menos. Ahora mismo me voy--contestó el Doctor.
-
-En balde intentó averiguar quién era el personaje misterioso que
-procuraba su libertad, y, sobre todo, cuáles eran el paradero y el
-destino de María, para que tuviese él que considerarla como muerta.
-Joselito no quiso ó no pudo revelarle nada. Mandó que ensillasen la jaca
-del Doctor y que dos de los de más confianza de la cuadrilla se
-preparasen á acompañarle.
-
-Todo dispuesto ya, el Doctor se despidió de Joselito alargándole la
-mano, que éste apretó amistosamente entre las suyas.
-
-Por trochas y atajos, por sendas extraviadas, caminando más de noche que
-de día, llegaron, al tercero, el Doctor y su comitiva á un sitio
-distante media legua de Villabermeja y muy conocido del Doctor, porque
-estaba en el camino de su casa de campo. Allí los bandidos le pidieron
-su venia para volverse. El Doctor se la dió de buen grado, con mil
-gracias por el favor que le habían hecho. Procuró también darles el
-dinero que llevaba consigo; pero la caballerosidad y desprendimiento de
-aquellos valientes no lo consintió.
-
-Empezaba á clarear cuando el Doctor se quedó solo. Era una mañana
-hermosísima. Con la impaciencia de volver á ver á su madre, puso el
-Doctor espuelas á la jaca, y pronto se halló en el lugar y á la puerta
-de su casa, que vió abierta, aunque tan temprano.
-
-Entonces le dió un vuelco el corazón. Presintió una desgracia. Una nube
-de tristeza nubló sus ojos.
-
-Faón fué el primero que salió á recibirle; pero en vez de mostrar
-contento, daba aullidos tristes.
-
-Bajó el Doctor de la jaca, y dejándola en el zaguán, entró por el patio,
-sin hallar á persona alguna. El podenco iba delante, aullando á veces,
-como si quisiera darle una nueva dolorosa.
-
-Al ir á subir la escalera para dirigirse al cuarto de su madre, apareció
-la niña Araceli y se echó en los brazos del Doctor.
-
---¡Hijo mío, hijo mío!--dijo.--¿Dónde has estado? ¡Gracias á Dios que
-sano y salvo te volvemos á ver!
-
---Tía, ¿cómo está V. por aquí? ¿Qué ha pasado?
-
---Tu madre está enferma, hijo mío.
-
---No me oculte V. la verdad, tía. Es inútil. Mi madre...
-
---No subas ahora... está durmiendo.
-
---Está durmiendo un sueño eterno--exclamó el Doctor.--Mi madre ha
-muerto.
-
-La niña Araceli ni afirmó ni negó, pero prorrumpió en amargo llanto.
-
-El Doctor subió precipitadamente la escalera. Iba á dirigirse á la
-alcoba de su madre, cuando el ama Vicenta le detuvo á la puerta,
-diciéndole:
-
---No está aquí.
-
-Instintivamente se fué entonces hacia la sala-estrado. También allí
-estaba á la puerta otra persona: el padre Piñón.
-
---Déjeme V. que entre y la vea,--dijo D. Faustino.
-
-El padre Piñón, juzgando ya inútil todo disimulo, respondió al Doctor:
-
---No entres; no perturbes su reposo: pide á Dios que descanse en paz.
-
-D. Faustino cayó llorando entre los brazos del Padre.
-
---¡Ha muerto!--dijo.
-
---Ha muerto como una santa,--contestó el padre Piñón.
-
---Soy un miserable. Yo la he muerto con mis locuras. ¡Dios mío! ¡Dios
-mío! ¿por qué no me matas á mí?
-
---_Quia Dominus eripuit animam tuam de morte_,--dijo el Padre, que
-siempre llevaba el Breviario en la memoria, y que entonces, además, le
-traía en la mano, abierto por el Oficio de Difuntos.
-
---Hijo mío--añadió,--reza por tu madre, reza por tí; mira que en estas
-grandes tribulaciones el rezar es el mayor consuelo: _Tribulationem et
-dolorem inveni, et nomen Domini invocavi._
-
---Es cierto--respondió D. Faustino;--he hallado la tribulación y el
-dolor, pero no he hallado la fe.
-
---¡Qué horror! Si has de hablar así, vete, no profanes este sitio.
-
-El Doctor tomó entonces maquinalmente el Breviario que tenía el padre
-Piñón. Fijó sus ojos en la página por donde estaba abierto, y leyó unas
-desesperadas sentencias del libro de Job, encarándose al leerlas con el
-Padre, como si le contestara.
-
---Mi alma--dijo--tiene tedio de mi vida. Hablaré con amargura de mi
-alma. Diré á Dios: no quieras condenarme. Manifiéstame por qué me juzgas
-así. ¿Por ventura te parece bien el que me calumnies y me oprimas?
-
-Aterrado el Padre de que así convirtiera el Doctor el bálsamo en veneno,
-le arrancó el Breviario de entre las manos.
-
-D. Faustino se precipitó dentro de la sala.
-
-En medio de ella, en un féretro, entre cuatro blandones ardiendo, hacía
-más de veinticuatro horas que estaba su madre de cuerpo presente.
-
-D. Faustino se acercó al féretro con silencio respetuoso; se hincó de
-rodillas como quien pide perdón, y levantándose luego del suelo, se
-inclinó sobre el rostro de la difunta, le contempló con honda pena, y
-exclamó como si anhelase despertarla:
-
---¡Madre, madre mía!
-
-Respetilla, que estaba velando el cadáver; el padre Piñón; Doña Araceli,
-que había subido, y el ama Vicenta, callaban y lloraban.
-
-El Doctor, aproximando, por último, los labios á la cara pálida y
-desfigurada de Doña Ana, la besó en la frente y en las mejillas.
-
-Los que asistían á este espectáculo se apoderaron de D. Faustino, y casi
-por fuerza le sacaron de allí y se le llevaron á su cuarto.
-
-
-
-
-[Imagen decorativa]
-
-XXV.
-
-LA SOLEDAD
-
-
-El dolor de D. Faustino fué grandísimo en aquellos días. Nació, no sólo
-del amor que profesaba á su madre, sino del remordimiento de haber sido,
-en parte, causa de su muerte.
-
-El Doctor, allá en el seno de su conciencia, recordaba la vida de Doña
-Ana, y comprendía que había sido un prolongado martirio, en que su padre
-y él habían hecho el oficio de verdugos.
-
-Doña Ana, resignada á vivir en Villabermeja, con un espíritu elevado y
-culto, no había tenido con quién entenderse. Su marido, rudo, selvático,
-montaraz, no sabía estimarla. Ni siquiera por gratitud, viéndose tan
-cuidado y respetado, había mostrado amor y consideración á Doña Ana. Con
-sus amores viciosos por la Joya y la Guitarrita, y por otras daifas
-palurdas por el estilo, había humillado cruelmente á su mujer. Ni
-siquiera amistad, ya que no amor, había sabido mostrar á aquella noble
-señora, con quien jamás había acertado á sostener un diálogo que durase
-cinco minutos. En cambio, ora jugando, ora en francachelas, en ferias y
-en excursiones á otros pueblos de Andalucía, ora en regalos á las
-mancebas que había tenido, ora con su desorden, mala administración y
-necios planes, D. Francisco López de Mendoza se había empobrecido y se
-había empeñado.
-
-D. Faustino, lejos de remediar los males de su casa, los había agravado
-más, si no con gastos grandes, con su imprevisión y su descuido y con su
-incapacidad para las cosas prácticas de la vida. Su conducta reciente
-había provocado, por último, la cólera de Rosita, y había traído sobre
-la cabeza de su madre el golpe rudo que, en unión con su fuga y
-cautiverio entre los ladrones, había acabado por matarla. D. Faustino no
-quería perdonarse nada de esto. Estaba inconsolable.
-
-La niña Araceli y el padre Piñón, que eran tan buenos, le hablaban de
-resignación; le decían que era menester conformarse con la voluntad de
-Dios, y aseguraban que Doña Ana, que había sido tan virtuosa no podía
-menos de estar en el cielo. Á par de estas razones, fundadas en la fe,
-sacaba á relucir el padre Piñón, con un candor delicioso y con un
-sentido común exento de sentimentalismo, otros pensamientos y discursos
-que, ya que no convenciesen al Doctor, le hacían sonreir y aliviaban
-algo su pena.
-
---Faustinito--decía el Padre,--no te aflijas tanto. ¿Qué se gana con
-afligirse? ¿Hay nada más natural que morir? Si no se muriese la gente,
-¿cabríamos ya en el mundo? Además, ¿crees tú que nos podríamos sufrir,
-al cabo de cierto tiempo, si fuésemos inmortales? ¡Qué monotonía tan
-inaguantable la de la vida si no hubiera en ella término! Yo creo que en
-este bajo suelo sería peor una vida inmortal que el tormento de quien no
-duerme y se cansa. Al cabo de cierto tiempo de velar y de trabajar, te
-sientes cansado y deseas dormir; pues lo mismo, después de vivir y de
-afanar mucho, se desea la muerte. La muerte es el reposo, es el sueño
-para los que velaron y se fatigaron demasiado. Se me figura á veces que
-en el morir debe de haber muy semejante deleite, aunque mil veces más
-intenso, al del hombre que, después de haber ganado su jornal y empleado
-bien el día en obras útiles y misericordiosas, se tiende en una buena
-cama, estira las piernas y se queda dormido.
-
---Sí, Padre--contestaba el Doctor;--pero ese hombre se duerme con la
-esperanza cierta de despertar á la mañana siguiente y de ver la luz y de
-hallarse más fuerte y brioso.
-
---Pues con más bella y sublime esperanza se entregó tu madre al sueño
-del sepulcro--replicaba el padre Piñón, dejando á un lado sus filosofías
-instintivas y volviendo á su papel de creyente y de sacerdote.--Tu
-madre se entregó al sueño del sepulcro con la esperanza cierta de
-despertar á la mañana, pero á la mañana que no termina ni cansa; de
-gozar de otra luz más hermosa, de gozar de un día eterno, y de recibir
-una magnífica paga, un jornal espléndido por sus trabajos y virtudes.
-Sin duda, que, al morir, la palabra de Dios resonó en el centro de su
-alma, diciendo: _Ego sum resurrectio et vita: qui credit in me, etiam si
-mortuus fuerit, vivet; et omnis qui vivit et credit in me non morietur
-in æternum._
-
-Por desgracia, ni los razonamientos mundanos y filosóficos del padre
-Piñón, ni sus creencias, ni las antífonas del breviario que citaba,
-llevaban el mayor consuelo al ánimo de D. Faustino. Sólo dos personas
-había hallado en el mundo con quienes su corazón verdadera y
-profundamente simpatizase, con quienes su espíritu estuviese en
-comunicación real: su madre y María. Una había muerto; de la otra, tal
-vez para siempre le apartaba un obstáculo invencible. De esto no
-acertaba á consolarse con nada.
-
-Por otra parte, ahora que ya había perdido á su madre, el Doctor se
-echaba en cara su desvío, ó por lo menos su tibieza para con ella. Se
-culpaba de no haberla amado y respetado bastante, y no se lo perdonaba.
-El Doctor se fingía creyente, religioso, por un momento, y comprendía
-que, no sólo el padre Piñón, sino todos los sacerdotes del mundo le
-absolverían de aquellos pecados. Dios, cuya justicia no es mayor que su
-bondad, pues ambas son infinitas, le perdonaría también; pero él no se
-perdonaba. Acumulaba sus faltas como quien hace una suma; y así como por
-más que se esforzase no podía conseguir que tres y dos no fuesen cinco,
-así tampoco podía lograr perdón para aquella suma dentro de su
-conciencia recta y fría como la tabla de sumar ó como un conjunto de
-axiomas. Entonces exclamaba:--¡Qué felicidad es creer en una
-misericordia infinita, en un amor sin límites, que le perdona á uno lo
-que uno mismo no se perdona! Yo tengo en mí un ideal de perfección, que
-sólo me sirve de tormento, porque jamás llego á él; y cuando me examino
-y estudio, veo que me aparto de él y me degrado más cada día. ¡Dichosos
-los que imaginan percibir ó perciben una realidad suprema, cuya bondad
-inagotable los purifica, elevándolos hasta ella!
-
-La niña Araceli procuraba también consolar á D. Faustino; pero lograba
-menos aún que el padre Piñón.
-
-Entre tanto, la niña Araceli había prestado á la casa un servicio
-inmenso. Todo el dinero que tenía ahorrado, que pasaba de dos mil duros,
-le había traído y entregado á Respeta para que pagase á los acreedores.
-La venta de las alhajas de Doña Ana y de los frutos que aun quedaban en
-la casa había producido cerca de otros mil duros. Y por último, la niña
-Araceli, empeñando sus bienes, había traído hasta otros seis mil duros,
-con todo lo cual había nueve mil, y sobraba para salir del apuro y
-salvarse de la ejecución.
-
-Doña Ana logró morir con el consuelo de ver esta gran prueba de amistad
-de la niña Araceli, que vino á cuidarla, recibió su último suspiro y le
-cerró los ojos.
-
-Para el Doctor, aunque agradecido á la niña Araceli, era una humillación
-que hubiese hecho ella lo que él, que tan capaz de todo se juzgaba, no
-había podido hacer. Tenía, además, el Doctor, cierta envidia generosa de
-que la niña Araceli, y no él, hubiese sido quien oyó las últimas
-palabras de la moribunda, y vió apagarse la postrera luz de su dulce
-mirada, y sintió en su rostro, inclinado sobre el lecho de muerte, el
-aliento final de aquel noble pecho.
-
-Como la muerte de Doña Ana había provenido en parte de los disgustos é
-insolencias del Escribano usurero, no dejó de pasar por las mientes del
-Doctor la idea de tomar venganza. Pero pronto la desechó considerándola
-miserable y hasta ridícula. El Escribano, y sobre todo, Rosita, que
-mandaba en el Escribano, no habían recibido sino agravios de la casa de
-los Mendoza; y si los habían satisfecho reclamando lo que les
-pertenecía, nada había que vengar ni nada de que quejarse. Don Faustino
-sólo sentía por el Escribano y por Rosita un desprecio profundo,
-desprecio que estamos nosotros muy lejos de justificar.
-
-D. Juan Crisóstomo Gutiérrez estaba compunjido y aterrado con la muerte
-de Doña Ana y con la venida del Doctor. Unas veces soñaba que la muerta
-entraba en su cuarto de noche y venía á tirarle de los piés; otras veces
-sospechaba que el vivo D. Faustino iba á darle una paliza el día menos
-pensado.
-
-En el pueblo, donde el Escribano era por lo general odiado, como suelen
-ser los ricos por los pobres, sobre todo cuando los ricos no son
-generosos, casi todos los contrarios de los Mendoza, que en un principio
-habían aplaudido la venganza, movidos á compasión por la muerte de Doña
-Ana, se desataban en invectivas contra aquel usurero infame y sin
-entrañas, que era lo menos que de él decían.
-
-Rosita, por su parte, se mostraba sombría y silenciosa, aunque procuraba
-parecer impasible. Si allá en el fondo de su alma pugnaba por surgir el
-arrepentimiento, pronto le sofocaba ella evocando el recuerdo de todas
-las injurias recibidas. La noche de la Nava se presentaba viva en su
-imaginación, con su abandono, con su deleite, con todos sus hermosos
-delirios, que casi al punto se desvanecieron. Estas imágenes eran para
-el corazón de Rosita como una copa donde había gustado néctar y donde no
-había ya sino turbias heces de hiel y veneno. Recordando aquella noche y
-recordando la otra en que sorprendió al Doctor con María, Rosita, lejos
-de arrepentirse, se apesadumbraba de ser una flaca y desvalida mujer, y
-se avergonzaba de no ser bastante valerosa para buscar al Doctor y darle
-de puñaladas.
-
-D. Faustino, lleno de pena, ni quería salir de casa ni tratar de
-negocios, y encargó al padre Piñón para que fuese en casa del Escribano,
-en compañía de Respeta, á pagar lo que debía y á levantar las hipotecas
-que pesaban sobre sus bienes.
-
-De la materialidad de recibir y contar el dinero cuidó Rosita. Durante
-esta prosaica operación, en el despacho particular de la casa, mientras
-su padre estaba en la escribanía, Rosita se quedó á solas con el padre
-Piñón, y éste le dijo:
-
---Ya tienes ahí todo el dinero; ya estás pagada; ya debes estar
-contenta.
-
---¡Ay, padre, padre! La deuda que Faustino contrajo conmigo no se paga
-con todo el oro del mundo. Ni con su sangre y su vida la pagaría.
-
---Eres una pecadora empedernida--replicó el padre Piñón.--Por ahí me
-acusan de que tengo la manga ancha, y es verdad que la tengo. Á mucho
-amor, mucho perdón; tal vez entienda yo muy á la letra aquello de que le
-será perdonado mucho á quien mucho ha amado; pero cuando el amor se
-trueca en odio, te aseguro que se me quitan las ganas de perdonar. Dime,
-desalmada mujer, ¿no te remuerde la conciencia de la muerte de Doña Ana?
-
---Oiga V., Padre, ¿y por qué ha de remorderme la conciencia? ¿Qué culpa
-tengo yo de que la tal señora se haya muerto? La matarían los diablos y
-condenados con quienes andaba de tertulia por la noche. Lo que es
-nosotros nos lavamos las manos. ¡Pues no faltaba más!... Lucidos
-estaríamos si no pudiésemos pedir lo que se nos debe, por temor de que
-los tramposos sensibles y delicados se nos murieran. Vaya... si por tan
-poca cosa diesen los tramposos en la gracia de morirse, España se
-convertiría en un desierto.
-
---En un desierto es en el que yo predico predicándote á tí,--dijo por
-último el Padre Piñón, y selló sus labios.
-
-Tres semanas después de la muerte de su prima, la niña Araceli se volvió
-á su lugar, acompañada de Respeta y otros criados. La niña Araceli hizo
-desde luego donación á D. Faustino de sus dos mil duros ahorrados. D.
-Faustino trató en balde de reconocer aquella deuda y de pagar intereses.
-De los otros seis mil duros que había Doña Araceli tomado prestados con
-hipoteca de sus bienes, el Doctor se comprometió en regla á pagar los
-réditos, para no ser más gravoso á su tía. Tía y sobrino se despidieron
-con lágrimas y tiernos abrazos, á más de tres leguas del lugar, hasta
-donde fué el Doctor acompañándola.
-
-Durante la permanencia de Doña Araceli en Villabermeja al lado de su
-sobrino, á pesar de que éste jamás preguntó por su prima Costanza, Doña
-Araceli, que era locuaz y expansiva, le informó de que la marquesa de
-Guadalbarbo era en extremo dichosa. Su marido la adoraba. La fortuna los
-favorecía. Todo les salía bien. Nadaban en la opulencia. Se habían ido á
-Londres, donde el marqués tenía negocios de banca, y cada día juntaba
-más dinero, sin dejar por eso de conservar todas sus fincas en España y
-aun de comprar otras.
-
-De María es de quien el Doctor hubiera querido saber; pero el único que
-de algo quizás podría informarle era el padre Piñón, que todo se lo
-callaba, afirmando que no sabía dónde María había ido.
-
---Sólo sé--añadía--que te amaba con todo su corazón; que, sin embargo,
-ha debido abandonarte, y que tal vez no la volverás á ver en esta vida.
-
-Sin madre y sin amiga, sin las dos únicas personas á quienes amaba y
-respetaba, se halló el Doctor en la soledad más espantosa. Respetilla
-trataba de entretenerle y distraerle; pero sus noticias y sus chistes no
-le arrancaban ni una sonrisa. El padre Piñón había intimado con D.
-Faustino y venía á verle con frecuencia; pero tampoco el padre Piñón
-penetraba en el alma y en el pensamiento del Doctor. Es cierto que le
-echaba sus sermones, que le citaba versículos y oraciones y sentencias
-del Breviario, y que á veces apelaba al sentido común y razonaba con
-cierta filosofía burda; pero siempre que el Doctor se dignaba dar
-contestación á todo aquello, solía quedarse el Padre en ayunas de lo que
-el Doctor decía, figurándosele que no hablaba en castellano, sino en
-griego. De esta suerte venían á terminar los diálogos entre ambos,
-quedando el Doctor y el clérigo muy poco satisfechos el uno del otro,
-aunque buenos amigos.
-
-Imaginó, pues, el Doctor que su espíritu, en lo que tenía de más íntimo
-y esencial, estaba completamente incomunicado, y que sólo en lo somero,
-vulgar y casi indiferente se tocaba con otros espíritus. Aquel
-aislamiento y aquella soledad se le hicieron insufribles. Entonces pensó
-de nuevo, como ya otras veces había pensado, en la posibilidad de
-entenderse y comunicar con espíritus que no fuesen de los que tenían
-cuerpo humano, y en si esto sería factible por otro medio más sutil que
-la palabra material, que agita el aire y que el aire transmite. Tan
-grande fué el esfuerzo de su fantasía y su contínua preocupación para
-lograr esto, que no pocas noches, en el silencio de su retiro, creyó ver
-á la coya que se destacaba del marco y venía á decirle misteriosos
-discursos, que penetraban en su alma sin pasar por los oídos, y vió de
-nuevo el espectro de María que llegaba hasta él y le infundía en la
-mente y en el corazón sentimientos inefables y conceptos intraducibles
-en toda lengua humana. Aun así, esto no satisfacía al Doctor.
-
---Si el mundo de los espíritus existe--calculaba él,--debe de tener más
-realidad, más ser, más luz y más vida que el mundo de la materia; pero
-en estas apariciones y visiones, y hasta en las ideas que me comunican,
-hay tanto de vago, de inconsistente, de incierto, de crepuscular, que
-sospecho que es un mundo de sombras fantásticas y de quimeras, y no un
-verdadero mundo espiritual éste en que penetro. ¿Quién sabe? Quizás lo
-sobrenatural, el espíritu, no esté por fuera, no esté como separado de
-la naturaleza misma y contraponiéndose á ella. Quizás que la penetre
-toda y la anime. Quizás hago mal en apartarme de la naturaleza para
-hallar el secreto que está en ella misma. ¿Será el universo un torrente
-de vida divina, una revelación sucesiva de las fuerzas permanentes y
-eternas, un hieroglífico lleno de sentido, donde cada cosa es signo,
-cifra, representación de algo oculto, y el todo, para quien logre
-interpretarlo, la solución del enigma? Siendo de este modo, la
-naturaleza sería el manantial del conocimiento del espíritu. En sus
-profundidades estaría el misterio divino. Pero ¿cómo sumirse en esas
-profundidades? Toda la ciencia experimental no traspasa jamás la
-superficie, la corteza: describe minuciosamente la cifra, y no da la
-clave para descubrir lo cifrado. ¿Dónde hallar esa clave? ¿La cábala, la
-magia, la teurgia serán posibles?
-
-El Doctor, á fuerza de no creer en casi nada, empezó á creer un poco en
-las ciencias ocultas.
-
-Á menudo se quedaba mirando á Faón, cuya compañía era la única que no le
-cansaba, y sentía deseo de que el podenco se convirtiese en el diablo;
-pero en seguida negaba resueltamente que el diablo existiese, negando,
-por lo tanto, la magia negra. La magia blanca, la magia no diabólica, es
-la que seguía pareciéndole verdadera. El diablo no servía de nada si un
-fuego, un hálito divino circulaba por el universo todo vivificándole;
-porque lo ínfimo y lo supremo, lo pequeño y lo grande, este mundo
-sublunar y toda la inmensidad del espacio poblado de soles debían de
-estar estrechamente enlazados por aquella fuerza invisible. ¿Y por qué
-el hombre no había de apoderarse de aquella fuerza? Si penetra y anima
-el mundo de los cuerpos, la naturaleza toda, ¿dónde ha de ser más
-enérgica que en la naturaleza humana? Si lo divino se filtra por el
-universo y es el núcleo y constituye la esencia de las cosas, ¿cómo no
-ha de estar asimismo en el centro de nuestro ser, en el abismo de
-nuestra alma? De esta suerte pasaba el Doctor del arte mágica al arte
-mística. Pero ni en el mundo exterior, penetrando en el seno de la
-naturaleza con amor y entusiasmo; ni en el mundo interior de su alma,
-buscando con el mismo entusiasmo y el mismo amor el objeto de su anhelo,
-abstrayéndose de todo lo exterior, mortificando los sentidos é
-imponiendo silencio á las pasiones, acertaba el Doctor á descubrir el
-misterio, á declarar la cifra, á resolver el problema y á proporcionarse
-un interlocutor que le conviniese é interesase más que el padre Piñón y
-que Respetilla.
-
-Tal vez le faltaban libros; tal vez ni de magia ni de mística había
-leído lo bastante, y caminaba á ciegas, queriendo ejercer artes
-dificilísimas, en las que apenas estaba iniciado.
-
-Aunque sólo fuese por esto, el Doctor necesitaba ir á Madrid.
-
-Por otra parte, lejos de aquel centro del movimiento intelectual, poco ó
-mucho, que hay en España, no ya sólo serían estériles los trabajos del
-Doctor, así en la magia como en la mística, en la filosofía y en la
-poesía, sino también en las demás ciencias, artes y disciplinas más
-bajas y vulgares, como la política, por ejemplo.
-
-El Doctor, pues, á los seis meses de muerta su madre, impulsado de las
-antedichas consideraciones, deseoso de acabar de aprenderlo todo, y
-lleno de ambición difusa y de esperanza confusa de ser cuanto hay que
-ser, hombre de Estado, poeta, orador, filósofo, sabio, y hasta mago y
-místico, arregló sus negocios en Villabermeja; jubiló á Respeta, que lo
-deseaba; puso de aperador á Respetilla; reunió hasta doce mil reales; y
-con este dinero, después de una tierna despedida del padre Piñón, de
-Respeta, de Respetilla, del ama Vicenta y del podenco favorito, se
-plantó en la corte y se fué á vivir á una casa de huéspedes, donde por
-un duro diario le daban cuarto, cama, luz, almuerzo, comida y cena.
-
-
-
-
-[Imagen decorativa]
-
-XXVI.
-
-ILUSIONES QUE SE VAN PERDIENDO
-
-
-Toda, casi toda la poesía, cómica y trágica, que había en la persona del
-Doctor y en el ambiente que le circundaba, se disipó al salir de
-Villabermeja. Allí se quedaron los dos uniformes de maestrante y de
-lancero, el bonete y la muceta, los vestidos de majo, la jaca, el
-podenco Faón y el fiel escudero Respetilla. Allí no podía menos de
-quedarse también la noble casa solariega, el castillo de que él era
-alcaide perpetuo, y la bóveda sepulcral donde yacían sus antepasados. De
-señorito principal, aunque semiarruinado, medio ermitaño, medio mágico,
-querido de las mujeres, objeto de adoraciones sublimes y de enconados
-odios, figura novelesca, que ya podía compararse al Edgardo de Walter
-Scott, ya al Manfredo de Byron, se transformó en un aventurero más, en
-un perdido más, de los que vienen á Madrid á buscar fortuna.
-
-Las locuras maravillosas, los conatos de ser teósofo, mágico y místico,
-pasaron en seguida, preocupada la mente con otras aspiraciones más
-vulgares. Las visiones y apariciones fantásticas de los espíritus de la
-coya y de María no se dignaron entrar en la prosaica casa de huéspedes.
-
-Durante muchos años permanecieron vivas, sin embargo, las ilusiones del
-Doctor, aunque todas, una á una, iban lastimándose y quebrándose en la
-piedra de toque del éxito.
-
-Como poeta lírico, llegó á publicar algunas composiciones en periódicos
-literarios; pero la gente estaba ya harta de suspiros, de lamentos y de
-quejas con sonsonete ó cancamurria, y no hizo caso de los versos del
-Doctor.
-
-Hizo el Doctor varias tentativas para ser poeta dramático; pero se quedó
-siempre en las dos ó tres primeras escenas de cada uno de sus dramas. La
-crítica más despiadada acompañaba en su mente á la inspiración ó á lo
-que otros llamarían inspiración; y convenciéndole á tiempo de que estaba
-escribiendo tonterías ó disparates, le forzaba á dejarlos á un lado y á
-que no los concluyese. El hambre no le apretó jamás por tal arte, que le
-llevara á proseguir, para ver si el público, más indulgente ó menos
-juicioso que él, aplaudía lo que él reprobaba, y tomaba por discreto lo
-que él desechaba por sandio.
-
-Creyéndose capaz de ser un gran poeta épico y de compendiar, cifrar y
-resumir en una epopeya colosal toda la civilización presente, con
-iluminaciones, vaticinios y como auroras de la futura, emprendió tres ó
-cuatro veces la susodicha epopeya; pero no pasó nunca de un centenar de
-versos. La perversa crítica acudía á su cuarto de la casa de huéspedes y
-ahuyentaba á las musas á latigazos.
-
-Procuró el Doctor hablar en el Ateneo, y siempre se le trabó la lengua y
-no acertó á decir nada.
-
-Consiguió entrar de redactor en un periódico; pero no sintiendo ni
-sabiendo fingir que sentía la pasión política de otros, y siendo además
-enorme su pereza, tuvo que salirse de la redacción, á fin de que no le
-echaran por inútil.
-
-Embobado con mil ideas de indefinido progreso, de paz, de bienandanza,
-de luz y de gloria para el humano linaje en general, y en particular
-para su patria, se encumbraba á tales alturas, que cuanto acá por la
-tierra nos divide no le importaba un comino. Lo mismo le daba á él de la
-monarquía que de la república, de la Constitución de tal año que de la
-de tal otro, de esta ley electoral que de aquélla, de tal ley de
-Ayuntamientos que de tal otra. Hasta la libertad, que era lo que más
-amaba, considerándola como medio y no como fin, no era para él un ídolo
-á quien no se pudiese en ocasiones dejar de rendir culto y ofrecer
-sacrificios. Extrañaba, pues, el Doctor tanto frenesí, tanto calor
-tanto brío como muchos ponían en la contienda, y se daba á sospechar si
-las opiniones y teorías serían el pretexto, y si el verdadero motivo
-serían las posiciones. En este punto, á pesar de toda su ilustración,
-nuestro doctorcito era un bermejino completo, ó mejor dicho, un lugareño
-español de cualquiera parte, salvo cuatro ó cinco provincias, donde
-saben querer y saben lo que quieren, y por eso traen á mal traer á las
-demás, que tienen la voluntad marchita. Lo cierto era, según el Doctor
-notaba, que cada partido político de los que se disputaban el poder en
-la prensa y en la tribuna se componía de unos cuantos señores visitantes
-de la misma casa ó asistentes á la misma tertulia, los cuales no tenían
-masas de pueblo detrás de sí, salvo varios espoliques que esperaban
-cabalgar en un buen empleo, ni representaban una respetable
-colectividad, ni eran como apoderados ó adalides de los altos intereses,
-ideas, creencias y propósitos de clases enteras. Cada adalid fantaseaba
-allá en su mente el credo que más le convenía y formaba á su antojo un
-partido, del cual se hacía jefe. El Doctor se obstinaba en suponer que á
-casi nadie le interesaba dicho credo más que á los que iban en su virtud
-á tomar el mando; que el pueblo español no distinguía los matices, sino
-los colores más vivos y marcados; que, según lo había declarado el gran
-Donoso, se hartaba pronto de discusiones, de sutilezas y distingos, y
-sólo gustaba de Barrabás ó de Jesús; y que, para pedir á cualquiera de
-estas dos tan opuestas personas, no se valía del derecho de petición, ni
-para proporcionarles un triunfo acudía á las urnas electorales, sino, ó
-bien no hacía nada, ó echaba mano al trabuco.
-
-Estas y otras consideraciones alejaban al Doctor de la política y le
-hacían capaz de exclamar, como aquel viajero de un cuento de Voltaire,
-cuando llegó á Persia, donde ardía la guerra civil, y le preguntaron qué
-prefería, si el carnero blanco ó el carnero negro, que, con tal de que
-el carnero estuviese bien asado, el color de la lana importaba poco; que
-si, ora pidiendo carnero blanco, ora carnero negro, habían de consumir
-en la lucha todos los otros carneros; y que si, ora pidiendo á Jesús,
-ora á Barrabás, habían de hacer siempre barrabasadas, más valía que las
-hiciesen pronto y de común acuerdo, sin pelearse ni arruinarlos á todos.
-
-Si el Doctor se hubiera limitado á sentir y pensar así, aunque nosotros
-hallamos que hubiera sentido y pensado desatinadamente, no le hubiera
-sido perjudicial; pero lo peor era la maldita franqueza de su condición,
-la cual no consentía que se le pudriese en el alma ni sentimiento ni
-pensamiento alguno, por recóndito que debiera tenerse. De este modo--y
-por ser tan escéptico en política,--no consiguió jamás ni siquiera ser
-diputado.
-
-Otra de sus ilusiones, y de las más persistentes y tenaces, fué la de
-creerse un gran filósofo. Mas por lo mismo que tal se creía, le era más
-difícil dar á luz escritos filosóficos. ¿Cómo había él de conformarse
-con ninguno de los sistemas inventados ya en tierras extrañas y
-sucesivamente de moda en nuestro país? No había de ser tradicionalista
-ni flamante tomista; y ni Cousin primero, ni Kant, ni Hegel, ni Krause
-por último, lograron alistarle bajo sus banderas. El Doctor soñaba con
-sacar á relucir, cuando menos el mundo se lo percatase, un nuevo sistema
-todo suyo. Así se pasaban los años y no producía nada. Consolábase, no
-obstante, con una sentencia, que no recordamos bien si es ó no de
-Aristóteles, por la cual se afirma que hasta bien cumplidos los
-cincuenta, no llega el hombre á toda la madurez y plenitud de su
-entendimiento. El Doctor aguardaba, pues, dicha edad para eclipsar á
-Krause, á Kant y á Hegel.
-
-También, pasado ya algún tiempo, y conservando en el alma, sólo como una
-dulce memoria que interiormente la iluminaba, la bella imagen de María,
-trató el Doctor de brillar en la alta sociedad y de ser amado de las
-damas madrileñas; pero esta ilusión fué más vana que las otras. Todo el
-toque de la dificultad, todo el busilis de este negocio, según el Doctor
-había oído decir, estribaba en que alguna muy elevada le quisiese. Las
-otras le tendrían al punto por hombre digno de amor, y acudirían á él
-como á la miel las moscas. Por desgracia, no halló el Doctor á ésta que,
-digámoslo así, había de romper la marcha. No era posible tampoco renovar
-la estratagema de aquel empresario de la plaza de toros, que en tiempo
-en que había menos afición que hoy notó que ningún año iba gente á la
-primera corrida, sino que empezaba la gente á ir á la segunda, y decidió
-dar principio por la segunda para que hubiera gente desde luego. Lo
-cierto es que, sin posición, sin el brillo de la gloria ó de la riqueza
-ó de los mismos triunfos en otros amores, obscuro, algo encogido, pobre
-como las ratas, pisaverde de casa de huéspedes, en suma, es muy difícil
-deslumbrar al bello sexo. No se halla á cada paso una princesa del
-Catay, una Angélica amorosa, que elija por su Medoro á un señorito sin
-nombre, poco ameno además, y dado á melancolías. El Doctor, por lo
-tanto, era en Madrid como aquel Leonardo que Camoens nos pinta en _Los
-Lusiadas_, tan infortunado en amores, que en la propia isla de Venus,
-donde todo estaba dispuesto para agasajar y deleitar á los heroicos
-portugueses, estuvo á pique de no topar con una sola ninfa que se le
-mostrase piadosa y que no huyera de él como de la peste.
-
-Como el Doctor se acicalaba y vestía con alguna elegancia y esmero, iba
-á los teatros, á los bailes y reuniones, y hacía de vez en cuando
-alguna calaverada, por ejemplo, perder quinientos ó mil reales al juego,
-ó ir á comer ó cenar á una fonda, juzgándose por un instante, en aquella
-ocasión, un Sardanápalo ninivita, un Baltasar babilónico, un romano de
-la decadencia ó un mega-duque del Bajo Imperio, siendo esto del Bajo
-Imperio lo que priva más entre los escritores políticos y moralistas al
-considerar el lujo y relajación de nuestra edad, y echarla de Juvenales
-y de Tertulianos severos; y como por otro lado, las poesías líricas, la
-epopeya, los dramas que no llegaban á concluirse, y el sistema
-filosófico que no acababa de inventarse, no producían, ni era natural
-que produjesen, un ochavo, el pobre Doctor estaba casi siempre á la
-cuarta pregunta. El caudal de Villabermeja (aunque, según á mí me han
-asegurado, Respetilla era fiel administrador, por más que parezca
-inverosímil) apenas producía para pagar los réditos de los seis mil
-duros y enviar mil reales mensuales al Doctor, los cuales desaparecían
-casi siempre á los tres ó cuatro días de cobrada la letra.
-
-El Doctor, en estos apuros, empezó á contraer deudas; pero era tan
-inepto en la ciencia práctica del crédito, parte la más esencial de la
-crematística, que sólo acertó á deber al sastre, al zapatero, al
-guantero y á la pupilera, que le pedían de continuo que pagase.
-Entonces, olvidando ya las altas ciencias ocultas á que había pensado
-consagrar su vida, no pensó el Doctor en más ciencias ocultas que en la
-crisopeya. Él, que había soñado con descubrir la fuerza íntima, el
-principio divino que mueve y anima el universo, y apoderarse de él para
-gobernarlo y dirigirlo todo, se limitó entonces á ver cómo lograba
-reunir un poco de dinero, y lo peor es que no lo consiguió.
-
-Con este desengaño acabó por lo que acaban otros y por lo que muchos
-empiezan: por suponer que el presupuesto es el hospicio de los mendigos
-de levita, la sopa de los conventos para la pobretería ilustrada, y el
-refugio y el hospital de los pordioseros leídos. El Doctor pretendió un
-empleo, y al cabo consiguió que se le diesen, de ocho mil reales al año,
-en el Ministerio de la Gobernación. Unas veces cayendo, otras
-levantándose, ya repuesto, ya cesante, ya repuesto otra vez, llegó
-nuestro héroe á tener catorce mil reales de sueldo, catorce años de
-servicio y diez y siete años de vida de Madrid.
-
-Siempre fué el Doctor un detestable empleado; pero no le faltaron amigos
-que le sostuvieran en su empleo.
-
-Claro está que otros, con menos capacidad que el Doctor, llegan á
-directores, á consejeros de Estado y hasta á ministros; así anda ello;
-pero no es menos claro que lo deben á casualidades dichosas (ya se
-entiende que no para el país), y no á todos les han de tocar estas
-casualidades, como no á todos les toca la lotería. Por sus condiciones
-de carácter y de entendimiento, por su idiosincrasia, como se dice tanto
-ahora, no era el Doctor de los que por sí, y sin que interviniesen las
-referidas casualidades, podía ir más allá del punto á donde llegó. Así
-es que no pasó de dicho punto, y gracias.
-
-Toda esta parte de la vida del Doctor se refiere aquí en compendio y á
-escape, porque no importa mucho á la acción ó argumento principal de
-esta verdadera historia, si es que en esta verdadera historia quiere
-concederme el lector que hay una acción única, con unidad clásica y
-patente.
-
-Sea como sea, el Doctor Faustino, avergonzado de no ser más que auxiliar
-en un Ministerio, y esperando siempre el día en que había de elevarse á
-personaje, no quiso volver á poner los pies en Villabermeja, donde había
-pasado por un pozo de ciencia, por un prodigio de talento y por uno de
-los más egregios caballeros, señorones y alcaides perpetuos que jamás
-han existido. Así llegó á la edad de cuarenta y pico de años, harto
-maltratado de la suerte, pero nunca desilusionado.
-
-Todas las noches dejaba para la mañana siguiente el poner manos á la
-obra y el empezar á escribir su gran _Tratado de Filosofía_, ó concluir
-su colosal epopeya, ó resollar con alguna peregrina y pasmosa invención
-que aturdiese á los nacidos. Nada, sin embargo, se realizaba jamás.
-
-Amanecía Dios: el Doctor iba á su oficina á extractar expedientes ó á
-arrullarles el sueño; comía luego sus pícaros garbanzos, cuando no le
-convidaban en alguna casa de fuste, y siempre por las noches andaba de
-tertulia en tertulia. Nadie le quería ni bien ni mal, porque á nadie
-estorbaba, como no fuese á alguien que desease ser auxiliar como él;
-pero el Doctor no tenía un solo conocido que desease tan poco, sino que
-los paisanos deseaban ser ministros ó superintendentes generales de
-Hacienda en Cuba; y los clérigos, arzobispos; y los militares, capitanes
-generales y dictadores. Menester hubiera sido que se allanase el Doctor
-á ir de tertulia á las tiendas de aceite y vinagre para encontrar ya
-muchos envidiosos. Con tan elástico impulso aupaba el trampolín de la
-política, y tan rápido iba haciéndose el turno en los altos icarios, que
-había esperanzas de sobra para cualquier titiritero. El Doctor, en medio
-de todo, conservaba siempre las suyas, risueñas y halagadoras, y
-presentía que, sin saber aún por qué, ni cómo, ni cuándo, acabarían las
-gentes por envidiarle. Con estas esperanzas se distraía y consolaba.
-
-
-
-
-[Imagen decorativa]
-
-XXVII.
-
-CABOS SUELTOS
-
-
-No faltará quien halle inverosímil la poca ó ninguna carrera que hizo en
-Madrid D. Faustino López de Mendoza. Ó D. Faustino era tonto ó no lo
-era, dirán. Si era tonto, debió pintarle tonto el autor de esta
-historia; pero como le ha pintado discreto, aunque extravagante, no se
-comprende cómo no llegó á elevarse en esta sociedad agitadísima y
-revuelta, donde tan fáciles son las elevaciones.
-
-Contra estos argumentos va ya mucho en el capítulo anterior. Sin
-embargo, prefiriendo nosotros pasar por pesados á pasar por aficionados
-á lo inverosímil, vamos á añadir otras razones.
-
-En España está el entendimiento muy repartido: casi no existe la gran
-masa de tontos utilísimos, mansos, gobernables, industriosos,
-trabajadores y fáciles de entusiasmar, que existe en otras naciones más
-dichosas, donde el entendimiento está reconcentrado y como vinculado en
-pocos hombres.
-
-Hay, pues, en España, muchos más de entendimiento que por ahí en otras
-tierras; pero en cambio cabemos á bastante menos entendimiento. Apenas
-si pasa nadie de lo que se llama listo ó travieso. Esta listura ó
-travesura, no auxiliada por gran saber, porque somos perezosos, no da
-para lo bueno el fruto que debiera dar; y por otra parte, como son
-tantos los que la tienen, en mayor ó menor grado, raro es el hombre en
-quien llega á constituir tal excelencia, que le distinga y eleve con el
-asentimiento general sobre el nivel de los otros, y le haga apto para el
-mando. De aquí lo instable de toda dominación y la escasa reverencia con
-que se mira á quien la ejerce. De aquí además el que haya tantos y
-tantos que aspiren á ejercerla, creyéndose con títulos iguales ó
-superiores á los más encumbrados.
-
-En esta perpetua contienda por subir toman parte unos cuantos miles de
-hombres: el proletario de levita. Como hay, cada año casi, caídas y
-encumbramientos, llegan á ser personajes los más capaces sin duda; llega
-á serlo también un tanto por ciento de los meramente listos; pero como
-los listos abundan, los más se quedan tocando tabletas. Lo que sucede es
-que de los que se quedan no nos volvemos á acordar y nos parece que no
-han existido. Sólo de vez en cuando reconocemos y recordamos á tal cual
-de ellos, antiguo compañero de colegio, de universidad ó de los primeros
-años de la vida, en alguien que viene cubierto de harapos á pedirnos
-una limosna ó un empleo de cinco ó seis mil reales, cuando en otro
-tiempo esperaba llegar á duque ó á príncipe, y aun entendía que se
-quedaba corto.
-
-Que el carácter de las personas influye mucho en la diversidad de
-éxitos, es cosa de que no se puede dudar; pero la suerte, el mal llamado
-acaso, esto es, la combinación y enlace de los sucesos, que no hay mente
-humana que prevea, influyen más aún. Por lo demás, lo inexplicable, lo
-misterioso, lo inverosímil en grado superlativo, en cualquiera otro país
-donde, como en España, no haya privilegios aristocráticos ni valga el
-capricho de un rey, es el encumbramiento de la gente inepta por todos
-estilos. Lo que es el que don Faustino se quedase siempre con catorce
-mil reales de sueldo y no pasase más allá, era natural, verosímil y
-justo en todo país, sin que por eso tengamos que calificar de idiota, ni
-de mucho menos, al protagonista de nuestra historia.
-
-El momento de los grandes sucesos que van á terminarla se aproxima ya;
-pero antes nos parece indispensable atar algunos cabos sueltos; decir
-algo de lo que sucedió á varios de los personajes más importantes
-durante los diez y siete años que tan sin dicha perdió en Madrid D.
-Faustino.
-
-El escribano D. Juan Crisóstomo Gutiérrez murió tranquila y
-cristianamente en su lecho. El padre Piñón, que le asistió en aquel
-último trance, exigió de él que se casase con Elvirita. El Escribano se
-casó, reconociendo y legitimando á un hijo que de Elvirita tenía,
-llamado Serafinito, á quien ya hemos visto figurar en la introducción de
-esta historia. Los bienes del Escribano eran tan cuantiosos, que,
-divididos en partes iguales entre sus tres hijos, bastaron á dejarlos
-muy ricos á todos.
-
-En el momento de nuestra historia á que hemos llegado, Serafinito
-permanecía soltero, y Ramoncita hacía años que estaba casada con D.
-Jerónimo, el cual ejercía con gran éxito y tino la medicina en
-Villabermeja. Aunque no tenían hijos que extrechasen los lazos
-conyugales y completasen su dicha, la _Médica_ y el Médico vivían muy
-felices.
-
-Rosita, á pesar de sus lances con D. Faustino, harto escandalosos para
-que pudieran olvidarse, era tan graciosa, tan discreta, tan firme de
-voluntad y tan rica para aquellos lugares, que siguió siendo pretendida
-de muchos. Sólo de ella dependía el hacer ó no lo que se llama un buen
-casamiento.
-
-El amor al régimen autonómico, y tal vez el recuerdo de D. Faustino y de
-su abandono, indujeron á Rosita á que continuase soltera durante algunos
-años más. Según hemos dicho, Rosita era una hermosura de bronce. Llegó á
-los treinta, llegó á los treinta y dos, llegó, en fin, á los treinta y
-ocho, y aun parecía la misma Rosita del día y de la noche de la Nava.
-Sin embargo, al frisar en los cuarenta, aunque su cara y su limpio y
-bien formado cuerpo, con el aseo, el ejercicio constante y los aires
-campesinos, estaban como siempre, sin que la gordura hubiese venido á
-desfigurarlos, ni una delgadez malsana hubiese impreso en su piel
-trigueña, delicada y tersa, ni mancha ni arruga, Rosita hubo de tener
-melancólicos presentimientos de que la vejez empezaba á surgir en las
-profundidades y abismos de su ser, por más que por la superficie no
-apareciera. Aquella mocedad, aquella gallardía, aquella gracia que aun
-conservaba, eran como un milagro de su voluntad enérgica, y el milagro
-podía tener término. Algunas canas que aparecían entre su negra y
-hermosa cabellera eran el único signo exterior que le anunciaba la
-venida de la vejez. Esto bastó, no obstante, para que Rosita pensase con
-espanto en la vejez, y sobre todo en la vejez solitaria. Un deseo
-ambicioso de encumbrarse más, de figurar y de lucir fuera de
-Villabermeja, de triunfos, de esplendores y de conquistas en más vasto
-teatro, y de deslumbrar aún con la luz de su belleza antes que del todo
-se eclipsase, se apoderó entonces del alma de Rosita.
-
-Entre sus pretendientes se contaba D. Claudio Martínez, consecuente
-hombre político, y diputado á Cortes casi perpetuo por el distrito de
-que formaba parte Villabermeja. D. Claudio había hablado cuatro ó cinco
-veces sobre Hacienda en las sesiones del Congreso, y había llegado á ser
-director general en el Ministerio de aquel ramo. Allí se había dado tan
-buena maña, que había formado un capitalito de un par de millones. Era,
-pues, un señor de muchas campanillas, un pájaro de cuenta, en potencia
-propincua de ser ministro, título, banquero, ó las tres cosas.
-
-Solterón de cuarenta y pico de años, estaba bien conservado, y era
-alegre, servicial y ameno. Trataba con tal llaneza á todos sus
-electores, les buscaba tantos empleos, y les desempeñaba tantos encargos
-y comisiones, que era adorado por todo el distrito. Su retrato, ora al
-óleo, ora en fotografía iluminada, resplandecía en las casas
-consistoriales de los cinco ó seis pueblos que el distrito formaban. En
-todos ellos le recibían con repique general de campanas é iluminación
-cuando volvía de Madrid. En todos ellos se daban comilonas, bailes y
-giras campestres en su obsequio. Y de todos ellos le enviaban, cuando
-estaba en Madrid, barriles del mejor vino, piñonate, hojaldres,
-alfajores, arrope y otra multitud de regalos.
-
-No era Rosita mujer que se dejase deslumbrar por tales grandezas. Cuando
-no su claro entendimiento, su instinto hubiera sobrado para darle á
-conocer que D. Claudio era un personaje vulgar; lo que llaman por allá
-un tío. Á veces le comparaba con el cruel alcaide perpetuo, y éste le
-parecía aún de oro puro, y el D. Claudio de muy bajo y ruín metal; pero
-D. Faustino era un dije funesto ó inútil, un primor, una joya que no
-servía para nada, mientras que D. Claudio era y podía ser un instrumento
-provechoso para conseguir multitud de cosas y realizar mil gratos
-ensueños. Rosita concibió la idea de su casamiento con Don Claudio como
-una sociedad en comandita, donde, unidos capitales y aptitudes, podrían
-encumbrarse pronto los socios al pináculo de la riqueza y de los
-honores. Esto la sedujo; y si bien D. Claudio distaba infinito de
-inspirarle amor, como no le inspiraba repugnancia, Rosita se casó con
-Don Claudio.
-
-Años hacía que ambos esposos vivían en Madrid, donde Rosita era admirada
-por su talento y su chiste, y donde aun tenía mil adoradores, aunque ya
-jamona. La casa de D. Claudio era el centro de lo más ilustre y
-empingorotado que había en Madrid en la sociedad de medio pelo. Rosita
-era la _lionne_, la reina, la emperatriz de las cursis. Lo menos catorce
-ó quince poetas, simultánea ó sucesivamente, habían hecho de ella su
-musa, su Laura ó su Beatriz, y le habían compuesto baladas, elegías,
-cantares y doloras. Rosita procuraba hacer creer que sus amores con
-todos estos vates habían sido platónicos, y no hay razón para que no la
-creamos. Propalaban, por último, algunas malas lenguas, que el general
-Pérez era más dichoso, ó dígase no era, como los poetas, tan severo
-secuaz del gran filósofo griego en sus amores con Rosita. Ello es que el
-general Pérez tenía vara alta con todos los ministros, y en particular
-con el de Hacienda y con el director del Tesoro, cerca de los cuales
-prestaba todo su apoyo á Don Claudio, quien siempre tenía pendientes de
-allí una infinidad de enredos, tramoyas y discretas é ingeniosas
-combinaciones para dislocar el dinero, alzándose con él.
-
- Entre la turba perezosa y torpe
- De los demás mortales.
-
-Don Claudio iba aproximándose cada vez más á su ideal, á ser un
-capitalista, cuya misión en el mundo solía comparar él á la de los
-grandes pantanos artificiales, donde se reúnen y acumulan las aguas que
-sirven después para fecundar con su riego inmensos terrenos incultos,
-antes secos y estériles. Considerándose D. Claudio uno de estos
-pantanos, trataba de llenarle y llenarse pronto y bien; su mujer,
-Rosita, le ayudaba como podía.
-
-Don Faustino no había puesto nunca los pies en casa de Rosita; pero la
-saludaba y era saludado por ella cuando la veía por acaso en paseo, en
-los teatros ó en alguna tertulia. Jamás se acercaba á ella, ni la
-hablaba.
-
-Otro personaje importantísimo de nuestra historia, el famoso Joselito el
-Seco, había tenido un fin trágico, como era de presumir, en cumplimiento
-de la sentencia ó refrán que dice: _quien mal anda, mal acaba_. Como
-Joselito era la providencia de la gente menuda; como su rumbo y su
-generosidad no tenían límites, y como las dos terceras partes de lo que
-ganaba en su oficio las repartía caritativamente entre los pobres,
-gastando lo restante con esplendidez de gran señor, no había arriero que
-no le idolatrase, ni ventero ni casero que no le amparase ni ocultase,
-ni coplero rústico que no le celebrase en sus coplas, ni señorito de
-lugar que no procurase ser su amigo, llevado de la cuenta que le tenía,
-y aun de la admiración sincera que sus hazañas, altas caballerías y
-estupendas magnificencias inspiraban. Entre el vulgo de Andalucía
-gozaba, pues, Joselito de tanta popularidad como D. Claudio entre sus
-electores. Así es que no había medio de cogerle, ni vivo ni muerto,
-seguía haciendo de las suyas, paseándose por todas partes como por su
-casa, y campando, en suma, por sus respetos.
-
-De este modo hubiera continuado quizás, aunque hubiese vivido más años
-que Matusalén, si no acontece lo que vamos á referir ahora, valiéndonos
-de una carta de Respetilla á su amo, que trasladamos aquí con fidelidad
-y exactitud.
-
-Dice la carta:
-
-»Villabermeja entera está indignada con lo ocurrido á Joselito el Seco.
-Voy á contárselo á su merced, porque debe interesarle. Permítame su
-merced que tome las cosas de muy atrás para que lo entienda todo.
-
-»Joselito era tan bueno y tan escrupuloso, que no se apoderaba de nada
-de los pobres. Perseguido además en estos últimos años por la Guardia
-civil, no lograba proporcionarse recursos suficientes y andaba muy
-apurado.
-
-»En sus apuros acudió á un amigo rico, al Alcalde de..., en la provincia
-de Málaga, y le rogó con muy buenos modos que le enviase tres mil reales
-á su casería, por donde él pasaría á recogerlos. El Alcalde envió sin
-dificultad los tres mil reales. Al mes volvió Joselito á sus apuros:
-pidió otros tres mil reales y los obtuvo también. Poco después pidió
-cuatro mil. El Alcalde hizo sus observaciones; resistió bastante; pero
-al cabo entregó los cuatro mil reales que Joselito le pedía. Así
-siguieron, Joselito pidiendo y el Alcalde dando, hasta que llegó la
-séptima petición. El Alcalde entonces hubo de sulfurarse. El mismo
-diablo sin duda le inspiró una idea terrible.
-
-»Escribió á Joselito diciéndole, como de costumbre, que el dinero
-estaría á su disposición en la casería en tal día y á tal hora; que
-fuese allí á buscarle; pero el Alcalde, en vez de enviar el dinero,
-envió á la casería con gran sigilo y recato veinte certeros tiradores,
-los más famosos que pudo hallar.
-
-»La casería, como muchas de estas tierras, formaba un cuadrado perfecto.
-El lado de frente ó de la fachada era la habitación de los señores para
-cuando iban allí á pasar una temporada; en el lado derecho estaban las
-caballerizas y el tinado para los bueyes; en el lado izquierdo, las
-bodegas, y á la espalda, el lagar y el molino aceitero. En el centro
-había un ancho patio interior, sobre el cual daban muchas ventanas de
-los cuatros cuerpos ó lados de la fábrica. En dichas ventanas se
-colocaron los tiradores con las escopetas prevenidas y bien cargadas. El
-casero, hombre de mucho estómago y de toda confianza, se había
-comprometido á introducir á Joselito y á su tropa en el patio, á meterse
-luego en la casa y á dejarlos encerrados allí, donde los de las
-escopetas los habían de freir á tiros.
-
-»El plan era tan hábil, que ya el Alcalde daba por segura la muerte de
-todos los ladrones, y creía tocar los laureles que iban á prodigarle por
-haber librado á las gentes de aquel sobresalto continuo.
-
-»Dios, sin embargo, lo dispuso de otra manera. Cuando Joselito iba á
-entrar con su cuadrilla en la casería y en el patio, tuvo cierto
-recelo, y miró al casero con fija atención. Este perdió la serenidad y
-se puso más amarillo que la cera. No fué menester más. Joselito sospechó
-la trama. Conoció, como si lo viese, que había dentro gente oculta para
-matarle y matar á sus camaradas. Joselito era generoso. Supuso que el
-casero cumplía con las órdenes de su amo, y le dejó vivo; pero no
-consintió que ninguno de los suyos entrase en la casería. Todos ellos se
-fueron sin entrar.
-
-»Joselito juró vengarse del Alcalde. Harto calculaba éste que, después
-del mal éxito de su plan, corría el peligro de que Joselito le
-asesinase. El Alcalde se amilanó de tal modo, que no salía del lugar.
-Apenas salía de su casa, sino á las horas en que hay más gente en las
-calles y tomando mil precauciones.
-
-»Nada bastó á libertarle. Una noche, entre nueve y diez, entró Joselito
-á pie en el lugar con ocho de su partida. Lleno de atrevimiento, se fué
-como un rayo á casa del Alcalde. Entró en ella cuando nadie sospechaba
-que pudiera venir. Sus compañeros maniataron, ataron lienzos á la boca y
-amedrentaron á los criados y á las criadas para que no se defendiesen ni
-chillasen. Joselito halló solo y de improviso al Alcalde en su despacho.
-
-»--Encomiéndate á Dios á galope--le dijo--, y reza el credo. No quiero
-que se pierda tu alma. Lo que es con tu cuerpo y con tu vida vas á
-pagar ahora la traición que me hiciste.
-
-»El Alcalde, que conocía bien á Joselito, se persuadió de que no había
-remedio. Los ruegos no hubieran valido de nada. La resistencia era
-inútil también. Joselito le apuntaba con su trabuco, cuya boca casi le
-tocaba en la sien. Al menor movimiento hubiera Joselito disparado. El
-Alcalde, pues, tomó el partido de guardar un digno silencio.
-
-»Pasado un minuto, y calculando ya Joselito que el Alcalde se había
-encomendado á Dios pidiéndole perdón de sus culpas, volvió á decir:
-
-»--Reza el credo.
-
-»Con voz firme y entera empezó á rezar el Alcalde; pero al llegar á
-decir _y en Jesucristo, su único hijo_, Joselito disparó el trabuco y le
-metió en la cabeza todo el plomo y hasta los tacos de que estaba
-cargado.
-
-»Muerto el Alcalde sobre el sillón mismo de su bufete, Joselito salió de
-la casa y del lugar con sus ocho compañeros. Fuera le aguardaban otros
-con los caballos, y montando en ellos, todos se pusieron en salvo.
-
-»El Alcalde no tenía más familia que un hijo de diez y ocho años,
-soltero y guapo mozo. Como aquella noche era sábado, el muchacho, que ya
-tenía barbas muy recias, estaba afeitándose en la barbería.
-
-»Allí vinieron á contarle la espantosa desgracia que acababa de suceder.
-Voló á su casa con la cara á medio afeitar, y vió á su padre, á quien
-amaba de todo corazón, muerto de un modo horrible, con la cabeza
-deshecha.
-
-»Levantando entonces las manos al cielo, sobre el cadáver, caliente aún,
-juró el mozo por cuanto hay de más sagrado no raparse las barbas, no
-comer en mesa con manteles, no desnudarse la ropa que tenía puesta y no
-dormir en cama hasta que matase á todos los ladrones y al capitán de
-ellos, Joselito.
-
-»Cinco años han pasado desde que esto aconteció, y el mozo ha cumplido
-su juramento en cuanto de él dependía. Arruinándose, derritiendo la rica
-herencia que le dejó su padre, ha mantenido una compañía de escopeteros
-de á pie y de á caballo, y ha perseguido y acosado tanto á los ladrones,
-que una vez dos, otra uno, otra cuatro, ha acabado por despacharlos á
-todos al otro mundo. Joselito solo vivía. Ya no había forma de que el
-mozo vengador le encontrase y le matase. De manera que el mozo seguía
-sin mudarse, sin comer á la mesa, sin dormir en cama y sin raparse las
-barbas. Cuentan que ponía miedo su vista.
-
-»Así hubiera seguido largo tiempo, porque Joselito era muy sagaz y
-hábil, y no se dejaba coger fácilmente. Además, Joselito tenía multitud
-de protectores y encubridores. Pero Joselito (Dios le haya perdonado
-con su inagotable misericordia), aunque era un gran pecador, tenía
-golpes y partidas de hidalgo y bien nacido. Harto de aquella
-persecución, envió un recado al hijo del Alcalde con una gitana vieja,
-de quien mucho se fiaba. El recado era que si quería acabar de una vez y
-poder raparse las barbas, que viniese, sin su gente, á donde él
-designara; que, seguros los dos, se verían y terminarían su pleito á
-navajazos, muriendo el uno ó el otro ó ambos, como buenos caballeros.
-Agradó la propuesta al hijo del Alcalde, y previos los juramentos más
-terribles para precaverse de la traición por una y otra parte, el hijo
-del Alcalde y Joselito se vieron en un encinar, y riñeron valerosamente
-con las navajas, sin más testigo que la gitana vieja, la cual, sentada
-en un peñón, miró el combate sin pestañear.
-
-»Joselito era un héroe, señorito, y aunque el hijo del Alcalde tenía
-muchos hígados y manejaba bien el abanico, Joselito pudo más y dicen que
-le mató limpiamente de un navajazo magistral por bajo de la tetilla
-izquierda. Así pasó á mejor vida el hijo del Alcalde, sin haber podido
-raparse las barbas desde que su padre murió.
-
-»Cuando se divulgó esta hazaña, creció la fama de Joselito por toda
-Andalucía, y pronto acudieron á ponerse á sus órdenes hasta siete
-hombres de pelo en pecho. Joselito volvió á encontrarse capitán, con
-una cuadrilla muy respetable de bandoleros.
-
-»Así andaban las cosas, cuando el gobernador de esta provincia discurrió
-una abominable traición, viendo que Joselito era invencible en buena
-lid. Ajustó la muerte de Joselito con un malvado criminal, á quien tenía
-en la cárcel y á quien dió libertad, haciendo correr la voz de que se
-había escapado. Este traidor se unió á la partida de Joselito, ganó la
-voluntad de aquel bandido tan caballero y una noche le asesinó mientras
-dormía. Imagine su merced, señorito, cuán grande y cuán justa será con
-este motivo la indignación de Villabermeja.«Respetilla, acostumbrado á
-mirar como héroes á los bandidos, sobre cuyas hazañas sabía de memoria
-no pocos romances, se extendía después en lamentar la muerte de
-Joselito, en condenar la traición que contra él se había empleado, y en
-celebrar sus _virtudes_. En obsequio de la brevedad, nos parece justo
-suprimir todo esto, limitándonos á afirmar que Respetilla no había leído
-libro alguno socialista, fatalista ni determinista moderno, y que era
-eco de las ideas vulgares más rancias y castizas, cuando disculpaba á
-Joselito de sus crímenes, atribuyéndolo todo al _sino_ y al pícaro
-mundo; esto es, á la organización fatal del individuo y á las faltas,
-vicios y durezas de la sociedad en que vive. No nos gusta sermonear en
-novelas: de un hecho singular sabemos que no deben sacarse
-consecuencias; pero el deplorable entusiasmo que entre los rústicos y
-lugareños suelen inspirar los bandoleros y foragidos es tan general y
-evidente, que á voces proclama que no son ideas nuevas y exóticas, sino
-resabios antiguos los que le producen, contra los cuales más han de
-valer la ilustración y la difusión de las buenas doctrinas filosóficas,
-que la santa ignorancia que suponen muchos que existe y que se debe
-conservar como oro en paño.
-
-Doña Araceli había muerto también, siete años hacía. La buena señora,
-sin dolores, sin violencia, con aquel mismo amor suave, que era el fondo
-de su carácter, había exhalado el último aliento, quedando exánime como
-un pajarito. En su testamento no se olvidó del querido sobrino de
-Villabermeja y le dejó en herencia los seis mil duros de la deuda; pero
-el manirroto de D. Faustino había contraído ya otra deuda mucho mayor
-para poder seguir viviendo en Madrid con sus pocos recursos.
-
-De María nada volvió á saber D. Faustino, ni antes ni después de la
-muerte del padre de ella. El único que en Villabermeja debía saber su
-paradero era el padre Piñón; pero éste nada quería declarar, por más
-que en varias ocasiones el Doctor le había escrito preguntando.
-
-Había habido un personaje bermejino, del que hemos hablado en la
-introducción, sobre el cual recayeron en otro tiempo las sospechas del
-Doctor de que hubiese sido el velador, ocultador y defensor de María.
-Era este personaje el cura Fernández; pero el cura Fernández hacía mucho
-tiempo que no existía. Averiguada con exactitud por el Doctor la fecha
-de su muerte, aparecía posible que él hubiese sido el embozado que tuvo
-con Joselito la conferencia de que resultó su libertad. Á poco hubo de
-morir el cura Fernández. ¿Dónde estaba, pues, María?
-
-El lector no puede haber olvidado al personaje principal de la
-introducción; al verdadero narrador de esta historia, que yo me limito á
-repetir á mi manera; el famoso D. Juan Fresco, sobrino del célebre cura.
-¿Sospechará quizás el lector que María se había ido á América y había
-buscado un refugio cerca de D. Juan Fresco?
-
-El lector perspicaz quizás lo sospeche; pero Don Faustino no podía
-sospecharlo. D. Juan Fresco no tenía más parientes cercanos que el cura
-Fernández; no había escrito á nadie; no conservaba relaciones en
-Villabermeja y nadie le recordaba.
-
-El Doctor, que, para averiguar todo lo que con María se relacionase,
-había hecho mil indagaciones, sólo había puesto en claro que Joselito
-era huérfano de padre y madre cuando á la edad de cuatro años le
-recogieron en el convento, y que su madre, allá en su mocedad primera,
-quince años antes de que Joselito naciese, había tenido otro hijo, que
-se había ido á tierras muy lejanas y de quien hacía cerca de medio siglo
-que nada se sabía. El Doctor no imaginaba siquiera que este otro hijo
-mayor hubiese llegado á ser un Creso.
-
-Ya hemos dicho que, convencido D. Faustino de que sólo el padre Piñón
-sabía el paradero de María, le había escrito varias veces pidiéndole
-noticias. Siempre se había negado á darlas el padre Piñón. Al fin, en
-una carta que recientemente había recibido D. Faustino, el Padre era más
-explícito y se explicaba de este modo:
-
-«Mil y mil veces te lo tengo dicho: sé dónde está María, mas no puedo
-revelártelo. Conténtate con saber que vive, que siempre te ama, que
-merece siempre que la llames tu _inmortal amiga_.
-
-»El ser hija de quien era, y la consideración de que tú, movido de la
-ambición y de la inconstancia propia de la edad juvenil, pudieras
-desdeñarla y hasta aborrecerla, la excitaron á apartarse de tí.
-
-»En esta resolución persiste todavía, si bien amándote siempre. Tal vez
-no alimenta otra esperanza que la de unirse contigo en otra vida mejor.
-
-»Una idea extraña, poco católica, tiene la pobre María. Dios se la
-perdone. Ella es tan buena, que merece el perdón de Dios. Dios me
-perdone á mí también, que disculpo su delirio, por el mucho afecto que
-la profeso. María sigue creyendo que tú y ella os habéis amado siempre
-en otras existencias; que vuestros espíritus están y seguirán enlazados
-siempre, por siglos, y que esta vida que ahora vivís es de prueba para
-los dos.
-
-»Cree María que hay algo en tí que no eres tú; algo que no es tu
-esencia, que no es tu alma, sino tu organismo, tu ser material, el medio
-en que vives, el ambiente que respiras, la sociedad que te rodea, la
-cual no es favorable, en la vida que vivís ahora, á vuestros inmortales
-amores.
-
-»Llevada, sin embargo, hacia tí por un impulso irresistible, María fué
-tuya. Ahora teme, por lo mismo, volver á verte. Si se reuniera contigo y
-algún acto lamentable os separase, poniendo enemistad entre vosotros, la
-unión de vuestros espíritus, que ella cree que ha de trascender á vidas
-ulteriores, se rompería quizás para siempre y ocurriría un divorcio
-eterno. «Prefiero--dice,--al eterno divorcio no verle más, no gozar de
-su compañía, no volver á ser suya en esta vida terrena».
-
-»María, con todo, se muestra más confiada en otras ocasiones, y hasta
-concibe cierta leve esperanza de poder unirse contigo en esta vida, sin
-temor del divorcio eterno, cuando te halles desengañado, cuando el
-dolor purifique tu alma, cuando las ilusiones que te ciegan y perturban
-se desvanezcan del todo».
-
-Esto decía el padre Piñón en su última carta, y éstas eran las únicas
-noticias que de María había recibido el Doctor Faustino, quien seguía su
-vida madrileña, siendo poco más que escribiente, y mal escribiente, á
-las horas de oficina; por la noche, pisaverde que iba de tertulia en
-tertulia; y, cuando se quedaba á solas consigo, filósofo, poeta y
-soñador ambicioso: en suma, si bien seguía amando poéticamente el dulce
-recuerdo de su amiga inmortal, distaba mucho aún de consentir en
-trocarle por la posesión real de aquella hermosa y enamorada mujer, si
-había de dar en cambio todas sus ilusiones, que él no creía tales.
-
-
-
-
-[Imagen decorativa]
-
-XXVIII.
-
-LA CRISIS
-
-
-En esta sazón ocurrió en Madrid una novedad que hizo época en los fastos
-del mundo elegante, y de la cual no quedó periódico que no hablara.
-
-Cansado de vivir en París y en Londres, el opulento Marqués de
-Guadalbarbo volvió á establecerse en la villa del oso y del madroño. Su
-antigua casa, que bien podía calificarse de palacio, había sido
-restaurada y adornada de nuevo con suma elegancia y lujo. Muebles, los
-más primorosos, cuadros bellísimos, estatuas de mármol y bronce, ricos y
-espléndidos tapices, vasos del Japón y de Sèvres, figuritas graciosas de
-porcelana de Sajonia, raros esmaltes de los mejores tiempos, libros
-costosísimos, ó por el esmero de las ediciones y encuadernaciones, ó por
-el escaso número de ejemplares que de ellos se han conservado; todo
-esto, con mil cosas más, que por huir de la prolijidad no se mencionan,
-estaba amontonado en aquella casa, en aparente, aunque hábil y
-concertado desorden, ya en gabinetes tapizados de rica seda, ya en
-salones dorados, ya en otros en cuyos techos lucían pinturas al fresco
-de los más famosos artistas.
-
-No tenía aquella casa el aspecto de un almacén de curiosidades, como
-tienen otras, donde, si hubo vanidad y dinero para comprar, falta aquel
-amor al arte que se refleja en los objetos y los anima. Allí parecía que
-todo estaba cuidado, animado y hasta mimado por una hada. La presencia,
-la huella, el paso y la mano del genio del hogar, se advertían en cada
-primor, en cada adorno, hasta en el ambiente mismo. Se diría que su
-mirada cariñosa lo había bañado todo de luz suave y de perfume poético.
-Las plantas y las flores eran allí más bonitas y tenían un verde más
-vivo, y colores mil veces más puros que en los huertos y jardines.
-Perfiles casi imperceptibles para los no acostumbrados á observar,
-revelaban á cada instante el tino, el buen gusto y la solicitud de una
-mujer aristocrática, linda y discreta.
-
-Esta mujer era nuestra antigua conocida Costancita, después Marquesa de
-Guadalbarbo. Sobre el valor intrínseco que, como piedra preciosa ó como
-perla limpia y de tornasolado oriente al salir de la mina ó del fondo de
-los mares, tenía ella al salir de su lugar de Andalucía, había añadido
-la moderna cultura cuanto tiene de más refinado y exquisito.
-
-Diez y siete años transcurridos sin un disgusto para ella, en el seno
-del más dulce bienestar, adorada de su marido, celebrada por todos,
-inspirando respetuoso amor á los hombres y envidia á las mujeres, no
-habían menoscabado en nada su hermosura. Nadie diría que Costancita
-tenía treinta y cinco años cumplidos. Su boca era tan fresca; su sonrisa
-tan alegre, entre infantil y maliciosa; sus dientes tan blancos; sus
-mejillas tan sonrosadas, y tan tersa y serena su frente, como cuando
-salió en el birlocho á recibir á su primo Faustino, que venía á vistas
-desde Villabermeja.
-
-Aunque la Marquesa tenía dos hijos, el mayor de diez y seis años,
-podríamos seguir ahora diciendo de ella lo que dijimos cuando por
-primera vez la presentamos á nuestros lectores: que su talle era
-flexible, no como una palma, sino como una culebra, y que todo lo que de
-sus formas podía revelarse, presumirse ó conjeturarse, estaba artística
-y sólidamente modelado, sin exceso ni super-abundancia en cosa alguna,
-sino en su punto, con número y medida, guardando las justas
-proporciones, según las reglas del arte.
-
-En el seno de la opulencia y del regalo, nos atreveríamos á añadir que
-Costancita había pasado el tiempo sin que el tiempo marcase en ella su
-rastro destructor, como aquellas princesas encantadas que se conservan
-en el mismo ser en que las cogió el encanto, si no fuese porque había
-habido mudanzas favorables. La tez, de trigueña que era, había adquirido
-una blancura transparente y nítida, propia encarnación de diosa ó de
-ninfa, y no de ser mortal; y las manos también, mejor cuidadas ahora,
-parecían más bellas en contornos y dintornos y en el color y esmalte de
-la carne y de las uñas. En todo esto, aunque hubiese habido alguna
-industria ó artificio, era tan sabia industria y artificio tan sutil,
-que el más severo crítico, el más experto en tales cosas, con ojos de
-lince no lo descubriría.
-
-La Marquesa de Guadalbarbo había deslumbrado y seguía deslumbrando á
-Madrid con la riqueza de sus trajes, con sus joyas y con sus trenes. La
-fama de su virtud era mayor y más envidiable aún. La Marquesa amaba á su
-marido, como una providencia benéfica y munífica, que la cubría de
-diamantes, que llovía oro en su regazo, que satisfacía sin titubear sus
-más costosos y atrevidos caprichos. La suerte del Marqués en los
-negocios relucía en la mente agradecida de la Marquesa como habilidad ó
-como genio. El Marqués le parecía un encantador, que tocaba con su
-varita cualquier esperanza, cualquier ilusión, cualquier antojo,
-cualquier ensueño, y al instante le realizaba, trayéndole por ensalmo
-del mundo de las quimeras y de las sombras al mundo de los seres
-sólidos y consistentes.
-
-La misma Costancita tenía de sí un alto concepto, que la hacía
-invulnerable á no pocas seducciones.
-
-Una mujer pobre, aunque sea el desinterés personificado, suele dejarse
-deslumbrar por la riqueza, por el esplendor, por la magnificencia de un
-galán rico. No tomará nada de él; pero podrá sentirse avasallada y
-pasmada de los coches, de los caballos, del palacio, de la pompa, de la
-atmósfera, en suma, que circunda al galán. Á Costancita nada de esto la
-hacía efecto. Era ó se creía tan rica como cualquiera, y no había lujo,
-ni gala, ni prodigio de la industria ó del arte que lograse aturdirla,
-que excitase su admiración ó su curiosidad.
-
-Una mujer plebeya suele hallar un atractivo invencible en el galán que
-lleva un nombre ilustre. Una mujer que no está en la más alta sociedad
-se hechiza con el galán que brilla en los aristocráticos salones; quizás
-el deseo de presentarse como rival, de vencer y de mortificar á alguna
-gran señora, puede más en ella que todos los propósitos de virtud. Para
-Costancita, que, por sí y por su marido, se creía de la prosapia más
-esclarecida, y que había vivido y resplandecido en los círculos más
-encumbrados de París y de Londres, nada de lo dicho podía perturbar el
-endiosado corazón. Todo lo miraba como por bajo de ella. Nada había que
-no desdeñase.
-
-La fama de la Marquesa de Guadalbarbo se extendía por toda Europa. La
-Marquesa había brillado en Baden, en Brighton, en Spa y en Trouville; en
-los salones del Faubourg Saint-Germain; en los castillos de los lores
-más ilustres de Inglaterra y de Escocia. En Berlín, en Petersburgo, en
-Niza, en Florencia y en Roma tenía amigas que la escribían, adoradores
-que aun suspiraban por ella. Costancita estaba harta de brillar, y casi,
-casi se puede asegurar que había venido á Madrid con el propósito de
-eclipsarse.
-
-En las edades y en los centros de más complicada y refinada
-civilización, en Alejandría por ejemplo, en tiempo de los sucesores del
-hijo de Filipo, y en Versalles, en tiempo de Luis XIV y de Luis XV, es
-cuando, por contraposición, se ha despertado el gusto y hasta la manía
-de la poesía bucólica, del idilio, de la vida campestre, del amor
-sencillo entre pastores y zagalas. Un fenómeno parecido podía observarse
-en el corazón de la bella Marquesa. Vivía gustosa en Madrid; pero de vez
-en cuando atormentaba su corazón cierto prurito de vida patriarcal y
-primitiva. La Marquesa de Guadalbarbo componía á veces idilios
-inefables, allá en el fondo de su alma, en cuya composición entraban por
-mucho los recuerdos de su pequeña ciudad natal, de su jardín, del
-azahar y de las violetas que le embalsamaban, del cielo despejado de
-Andalucía, y de toda aquella existencia menos artificiosa y más próxima
-á la madre naturaleza.
-
-Cansada Costancita de que la admirasen, de ver rendidos á sus pies lores
-ingleses, príncipes rusos, leones parisienses, todo lo que hay de más
-distinguido, soñaba con otra novela; echaba de menos en su vida cierta
-poesía, y la buscaba por otra parte, no en aquello de que estaba
-satisfecha hasta la saciedad.
-
-Mientras el afán de lucir y de ser adorada no se había amortiguado en su
-pecho, la novela, la poesía, el ideal de la Marquesa de Guadalbarbo se
-había realizado en aquellas adoraciones y rendimientos de que había sido
-objeto. Su severa virtud y su fiel amor al respetable Marqués habían
-sido la primera condición de aquel ideal realizado. Faltar en lo más
-mínimo al Marqués de Guadalbarbo, deslustrar su nombre aun sólo con la
-ocasión de una sospecha, hubiera sido para Costancita como arrojarse al
-suelo desde el altar de oro en que estaba subida. Era menester hacer
-creer, era menester que Costancita misma creyese, y nos parece que lo
-creía, que la admiración que le inspiraba la constante dicha del Marqués
-en los negocios, y la gratitud que infundía en el pecho de ella aquella
-esplendidez con que le proporcionaba cuanto quería, era un verdadero
-amor, era una devoción sincera, que hacían de ella y del Marqués un ser
-mismo, ó por lo menos una unidad inseparable, por donde todas aquellas
-magnificencias y esplendores no venían como de fuera y de extraño poder,
-sino que brotaban de la propia condición de Costancita y eran cualidades
-y prendas de su persona.
-
-Así había vivido Costancita, durante diez y siete años, amando al
-Marqués, siendo modelo de madres de familia, pasando entre los
-libertinos por una diosa de mármol, y citada como dechado de fidelidad y
-afecto conyugales por todos los sujetos graves y severos que la
-conocían.
-
-La propia Condesa del Majano, hermana del Marqués, de quien ya hemos
-hablado á nuestros lectores, aunque era la dama más austera y
-descontentadiza de Madrid, estaba encantada de Costancita, y nada tenía
-que censurar en ella, salvo un poco de tibieza en rezos y devociones;
-pero el estímulo de formular esta censura se embotaba en el corazón de
-la Condesa del Majano, quien, como casi todas las mujeres devotas, era
-muy avara, con los presentes y limosnas que Costancita daba para las
-iglesias, conventos de monjas y casas de caridad, de todos los cuales
-presentes era distribuidora la Condesa, luciéndose así y pasando por
-generosa sin gastar un cuarto.
-
-El Marqués de Guadalbarbo había cumplido ya sesenta y seis años de edad;
-pero se conservaba que era un portento. Su vida activa, el montar á
-caballo y el cazar con frecuencia, el buen trato y las satisfacciones de
-todo género, le tenían como remozado.
-
-Cada día el Marqués se aplaudía más á sí propio por el buen tino que
-tuvo en elegir mujer. Costancita, que mimaba las flores, los canarios y
-hasta las joyas y las telas insensibles, ¿cómo no había de mimar, cuidar
-y arrullar y contentar á un marido tan bueno, tan providente, tan
-servicial y tan pródigo? Costancita se desvivía por el Marqués, le
-adivinaba los pensamientos, procuraba que se distrajese, le hacía reir
-con chistes y burlas, le consolaba cuando tenía algún disgusto, siempre
-levísimo, y le cuidaba como á un niño cuando tenía alguna enfermedad,
-también siempre ligera.
-
-Mas, á pesar de todo esto, fuerza es confesar de plano lo que ya hemos
-dejado entrever, lo que hemos indicado hace poco. Costancita se hallaba
-en un momento peligroso de crisis.
-
-El ideal de su vida de hasta entonces estaba ya agotado: había dado de
-sí cuanto podía dar. El incienso de la lisonja, los triunfos de la
-sociedad, las mil pasiones inspiradas por su belleza y sólo pagadas con
-gratitud, de todo esto, permítasenos lo vulgar de la palabra, estaba ya
-más que empalagada Costancita. Hacia deleites más subidos, hacia un
-ideal más bello, hacia una poesía más fogosa aspiraba su alma. Al
-tramontar del sol en una hermosa tarde, cuando el sol tiñe aún de
-topacio y de púrpura los celajes de Occidente, se llena el corazón de
-vaga melancolía y suele forjarse mil extrañas quimeras en arrobos
-inexplicables; así el alma de Costancita, en el luciente y apenas
-empezado ocaso de su duradera y briosa juventud, buscaba melancólica un
-bien extraño, una poesía bella, una luz, un calor suave, un
-contentamiento divino, que alegrasen y alumbrasen la serena tarde de su
-vida.
-
-Una circunstancia casual vino á dar mayor impulso al vuelo del espíritu
-de Costancita en esta dirección romántica y á engolfarle más por el
-misterioso piélago de sus ensueños, lleno todo de sirtes, escollos y
-bajíos.
-
-Los Marqueses de Guadalbarbo recibían una vez por semana, y reunían en
-sus salones á lo más distinguido de Madrid por hermosura, nacimiento,
-fortuna, letras y armas. Los marqueses tenían además, de diario, gente
-convidada á comer. El general Pérez era de los que más frecuentaban la
-casa.
-
-El general Pérez, la índole de cuyas relaciones con Rosita hemos dejado
-en una discreta penumbra, no sólo era un oráculo en política, un poder
-de quien á veces pendía la muerte ó el nacimiento de los Ministerios,
-sino el más pertinaz, confiado, audaz y fatuo de los galanteadores. En
-este linaje de lides, así como en los verdaderos campos de batalla, el
-general Pérez se juzgaba un César, y el _vine, ví y vencí_ no se le
-apartaba del pensamiento, cuando no de los labios.
-
-Este tremendo General, este héroe impertérrito y halagado por mil éxitos
-ruidosos, se consagró completamente á la Marquesa de Guadalbarbo. La
-perseguía con miradas volcánicas, la requebraba con cierto desenfado
-militar, y no quería creer jamás que los desdenes, las burlas y hasta
-las iras á veces de la Marquesa, fuesen iras, burlas y desdenes
-legítimos, sino artificios, fingimiento y tácticas amorosas para hacer
-más deseable la victoria y para dar más precio á la fortaleza que al
-cabo se había de rendir.
-
-La persistencia vanidosa del general Pérez tenía fuera de sí á
-Costancita. Juzgaba ya que dentro de la buena educación y de los
-respetos sociales había hecho cuanto puede hacerse, y aun más de lo que
-puede hacerse, para refrenar al feroz é intrépido guerrero, ó alejarle
-de sí desengañado; pero el ahinco del general Pérez era descomunal,
-rayaba en lo inverosímil.
-
-Acostumbrado el Marqués de Guadalbarbo á que le adorasen á su mujer, y
-confiadísimo además en la virtud de ella, no advertía ó no hacía caso
-del apretado y durísimo asedio en que el General la había puesto.
-Costancita, además, era prudente, y no había de acudir á su marido para
-que la libertase de las impertinencias de aquel presumido galán, para
-que osease á aquel moscón, empeñándole acaso con él en un lance, á par
-que peligroso, ridículo.
-
-Costancita, pues, seguía sufriendo, si bien con impaciencia y disgusto,
-las pretensiones del General, esperando cansarle y apartarle de sí á
-fuerza de seriedad y desvío. Hasta entonces no había comprendido
-Costancita una parte de la mitología: las persecuciones del dios Pan á
-las ninfas, de Apolo á Dafne, y del cíclope Polifemo á Galatea. Ahora,
-_mutatis mutandis_, en vista del modo de vivir actual, mucho más
-ordenado y político, casi se consideraba ella como una Galatea, y miraba
-como á un furioso Polifemo al general Pérez.
-
-Lo que más la molestaba, lo que más hería su orgullo era la majestad del
-General, su creencia mal disimulada de que casi la honraba
-pretendiéndola y sufriendo sus desdenes. Ella, que se creía por cima de
-todos los generales; ella, que sabía que la riqueza y la posición de su
-marido no dependían del favor de ningún repúblico ó gobernante poderoso;
-ella, que comprendía que su marido no necesitaba del Ministro de
-Hacienda, sino que en todo caso, el Ministro de Hacienda necesitaría de
-su marido, perdía la serenidad y se mordía los labios de rabia cuando el
-general Pérez se le acercaba hasta con aire de protección y como
-diciéndole:--Admírese V.: ¿qué no valdrá V., cuán grande no será mi
-amor, cuando sufro tanto, siendo quien soy y pudiendo cuanto puedo?
-
-Acudía por entonces á casa de Costancita todas las noches de tertulia, y
-venía asimismo á comer una vez por semana, nuestro protagonista, su
-desdeñado primo, D. Faustino López de Mendoza.
-
-La suerte habíale mostrado siempre tan adusto ceño, que D. Faustino, á
-pesar de sus ilusiones, había acabado por crearse un carácter del todo
-contrario al del general Pérez. Se había hecho tímido, desconfiado,
-modesto y encogido. Su humildad le dió cierto encanto á los ojos de
-Costancita y le ganó las simpatías del Marqués de Guadalbarbo, quien
-llegó á hacer de él los mayores elogios y á sacarle siempre á relucir
-como ejemplo de los caprichos é injusticias del destino, que le tenía en
-tan bajo lugar, mientras que había encumbrado á tanto zopenco.
-
-Costancita en un principio contradecía á su marido, sosteniendo que el
-no haber hecho carrera D. Faustino era por culpa de su carácter,
-hallando y marcando en él infinidad de defectos; pero el Marqués
-propendía á probar que no había tales defectos, sino que todas eran
-excelencias y perfecciones. La Marquesa se fué poco á poco convenciendo
-de lo que su marido afirmaba. De esta suerte, el Doctor Faustino vino al
-fin á parecerle un sabio marchito en flor, un león á quien han cortado
-las uñas, un genio á quien han arrancado las alas pujantes con que iba á
-encumbrarse al empíreo.
-
-¿Y quién había sido la maga maléfica, la hechicera traidora que había
-hecho tan impía y bárbara amputación de alas y de uñas? Costancita se
-dió á cavilar en esto y á sentir remordimientos que hasta entonces no
-había sentido, y á considerarse bastante culpada.
-
-Entonces recordó con ternura, con cierta tristeza entre dulce y amarga,
-con lánguida y morosa delectación, las veladas y los coloquios por las
-rejas del jardín, las lágrimas que vertió la noche de las calabazas, el
-beso humilde y manso que le dió en la frente su primo en pago de la
-herida que ella le hacía en el alma; y creyó oir el murmullo de la
-fuente de su jardín, y se sintió en la amena soledad nocturna, y vió el
-sereno cielo de Andalucía tachonado de mil y mil claras estrellas, y
-aspiró embriagada el perfume de aquel azahar y de aquellas violetas.
-Todo esto, poetizado, hermoseado, sublimado por la distancia, acudía á
-la memoria como cuento de hadas, con destellos refulgentes, con el
-encanto de la primera juventud, evocada por el recuerdo.
-
-Una piedad infinita penetraba en el corazón de la Marquesa. Quizás ella
-había torcido la suerte de Faustino. Amado por ella, animado, estimulado
-por ella, Faustino hubiera realizado todos sus sueños de gloria. Sus
-ilusiones hubieran sido realidades. Ella quizás había tronchado aquella
-flor cuando se abría al blando soplo de las más nobles esperanzas; ella
-quizás había destrozado las alas de aquel genio; ella quizás había roto
-las mágicas cuerdas de aquella melodiosa arpa, arrojándola después en un
-rincón, como el arpa de los versos de Becker.
-
-Forjábase entonces la Marquesa una existencia fantástica, mil veces más
-bella que la que había pasado. Se representaba á sí misma como la musa,
-el impulso, la inspiración, el resorte enérgico y fecundo en milagros y
-creaciones, de un hombre que tal vez hubiera llenado de gloria á su
-patria. Esto le pareció más bello, más poético, más noble que todos los
-casos, lances y sucesos de su vida real.
-
-Por primera vez, allá en lo íntimo de su conciencia, sin atreverse á
-confesárselo con claridad, columbrándolo apenas, pensó Costancita que
-sólo el egoísmo, el miserable interés, el ansia de goces materiales, el
-afán del lujo y la vanidad la habían guiado y arrastrado á preferir á
-Faustino al Marqués de Guadalbarbo.
-
-Costancita, con todo, no había coqueteado aún en Madrid con D.
-Faustino. Costancita seguía amando y reverenciando al Marqués. Y D.
-Faustino, tan castigado por la mala ventura, no soñaba en que su prima,
-que no le quiso en su tierra, pudiera quererle ahora, cuando ya el
-indigno misterio de su porvenir estaba claro; cuando ya se había
-demostrado con el éxito todo lo vano, infundado y falto de ser de sus
-esperanzas y de sus planes de glorias y triunfos.
-
-Sin embargo, estimulada Costancita por las asiduas pretensiones del
-general Pérez, concibió una idea de todos los diablos. El Marqués no
-había de echar de su lado al General. Cualquier coqueteo con otro
-personaje de primera magnitud no haría sino darle picón y entusiasmarle
-más todavía. El modo de ahuyentar al General y de vengarse de él,
-humillando su soberbia, era buscarle un rival obscuro, modesto, á quien
-ella, con su omnipotencia de gran señora, realzaría por medio de una
-mirada, por el conjuro de un favor. Así remedaría Costancita á Dios
-mismo, arrojando del encumbrado sitial al poderoso y exaltando al
-humilde. Costancita se resolvió, pues, á dar aliento á su pobre primo, á
-sacarle de aquella postración y abatimiento en que se hallaba, á hacerle
-sentir lo que valía, y á ponérsele como rival y contrario al engreído
-General, á ver si reventaba de furor al verse suplantado por un
-empleadillo de catorce mil reales, por poco más de un escribiente; á
-ella además le parecía que aquel escribiente, aquel empleadillo de
-catorce mil reales, valía mil veces más por todos estilos que el general
-Pérez, con todas sus conquistas, y que ella no necesitaba que la gloria
-y la fama del general Pérez ni de nadie reflejasen en su persona para
-esclarecerla. Costancita se creía con sobrado esplendor propio para
-brillar por sí, para iluminar, hermosear y ensalzar cuanto se le
-acercase.
-
-
-
-
-[Imagen decorativa]
-
-XXIX.
-
-Á SECRETO AGRAVIO, SECRETA VENGANZA
-
-
-El Marqués de Guadalbarbo estaba cada día más dispuesto á coadyuvar, sin
-saberlo, al diabólico propósito de Costancita.
-
-El entono y la arrogancia que tenían, ó que él imaginaba que tenían, los
-personajes más eminentes de Madrid, parecíanle tan injustificados, que
-apenas si los podía sufrir. Admirador el Marqués del buen orden,
-grandeza y florecimiento de la Gran Bretaña y de otros Estados de
-Europa, lamentaba como nadie el atraso, el desorden y el desgobierno de
-su patria. Imaginaba, pues, que nuestros próceres y repúblicos, lejos de
-mostrarse soberbios debían estar avergonzados de su ineptitud y llenos
-de la humildad más profunda.
-
-El Marqués, como casi todos los hombres cuyos negocios prosperan, sobre
-todo si no tienen que acusarse de bajezas ni de bellaquerías, estaba
-dotado de un amor propio colosal, y naturalmente le molestaba el de los
-otros, que ni con mucho se le antojaba tan fundado.
-
-Jamás había leído el Marqués el curiosísimo libro del padre Peñalosa,
-titulado _Cinco excelencias del español que despueblan á España_; mas
-aunque le hubiera leído, no cabía en la índole de su entendimiento el
-creer la singular teoría de aquel ingenioso fraile; el cual daba por
-seguro que por ser los españoles tan hidalgos, tan católicos, tan
-realistas, tan generosos y tan guerreros, están siempre tan perdidos.
-Así es que la perdición, según el Marqués, provenía de malas y no de
-buenas cualidades; por donde no cesaba de gruñir y de censurar á sus
-paisanos, si bien descargaba los rayos de su censura sobre las
-eminencias y se mostraba benévolo é indulgente con los humildes y poco
-afortunados.
-
-Como entre estos últimos se contaba el primito D. Faustino, el Marqués
-sentía por él, según ya hemos dicho, una singular predilección, que iba
-en aumento siempre. La prevención con que había mirado al primito,
-cuando le conoció en Andalucía se había disipado por completo. La
-petulancia de la primera juventud, los alardes de impiedad y
-descreimiento, y otras faltas de Don Faustino, se habían enmendado con
-los años y los desengaños. Y por otra parte, el Marqués distaba mucho de
-ver ya en Don Faustino, como había visto en otro tiempo, á un rival que
-venía á robarle sus amores; antes bien veía ahora á un joven infeliz, de
-quien él había triunfado, y cuyo valer y nobles prendas, mientras en más
-se estimasen, daban más precio, mérito é importancia á su victoria.
-Cuanto más alto ponía el Marqués á D. Faustino, allá en su imaginación,
-tanto más ensalzaba el afecto y la libre decisión de Costancita al
-desdeñar á D. Faustino y al preferirle á él.
-
-En tal estado las cosas, las visitas del Doctor á su prima menudeaban
-cada vez más; y si por cualquier motivo nuestro héroe no parecía durante
-dos ó tres días por casa del Marqués, el Marqués le buscaba ó le
-escribía llamándole.
-
-Entre tanto, el infatigable general Pérez, verdadero _poliorcetes_
-amoroso de nuestro siglo, aunque había sido rechazado en todos sus
-asaltos, arremetidas y ataques, seguía con regularidad y sin
-interrupción el cerco de la plaza. Como era un señor de tanto fuste,
-respeto y soberbia, nadie se atrevía casi á acercarse y á hablar con
-Costancita, considerándolo tiempo perdido, merced á aquel tremendo
-espantajo. El general Pérez, con sus miradas y con andar siempre en
-torno de Costancita, hacía una perpetua declaración de bloqueo. Claro
-está que los galanes de Madrid no se arredraban por temor de que el
-general Pérez se los comiera crudos, ni mucho menos; pero cuando veían á
-un conquistador como él tan empeñado en aquella empresa, sin desmayarse
-ni retirarse, tal vez suponían que no era tan mal recibido, y no había
-uno que se atreviese á presentarse como rival para salir derrotado.
-
-Costancita, más harta cada día, empezó á ponerse fuera de sí al ver que
-el cerco se estrechaba y que la incomunicación en que el general Pérez
-quería tenerla iba poco á poco realizándose.
-
-El propio D. Faustino, con la modestia y la timidez que su mala ventura
-le había infundido, sospechó, no que su prima amase al General y
-estuviese con él en relaciones, sino que se deleitaba y enorgullecía de
-la asidua corte de tan eminente personaje. Así es que, no bien veía al
-General al lado de la Marquesa, juzgaba atinado y prudente irse por otra
-parte á fin de no estorbar. Costancita rabiaba y se desesperaba más con
-esto, allá en su interior. El resultado era que hacía extremos cariñosos
-por su primo, que le miraba con ojos llenos de ternura, que le apretaba
-la mano con efusión, y que hasta le hacía elogios á cada paso; pero al
-Doctor se le metió en la cabeza que todo ello era compasión, bondad,
-deseo de levantarle un poco de la postración en que se hallaba; quizás
-algo de leve remordimiento por las crueles calabazas que Costancita le
-había dado en otra época.
-
-La Marquesa de Guadalbarbo empezó á picarse no menos de esta
-impasibilidad del Doctor que de la persecución sin tregua del General.
-Sin poder contenerse, vino entonces á hacer más declarados favores á su
-primo; pero, por declarados que fuesen, el Doctor, ó se los explicaba,
-como antes, por la compasión, ó se daba á cavilar en una cosa que
-desechaba luego como un mal pensamiento, si bien volvía á su imaginación
-con persistencia.--¿Querrá mi prima, se decía, que yo le sirva de
-pantalla para que lo del General no se perciba tanto?
-
-Lo cierto es que esta conducta de D. Faustino, seguida instintivamente
-en fuerza de lo abatido y descorazonado que se hallaba, hubiera sido,
-seguida con toda reflexión y cálculo por un seductor de oficio, la más
-hábil y la más á propósito para rendir á Costancita.
-
-Costancita continuó, pues, favoreciendo á su primo por todos aquellos
-medios indefinibles, vagos y poéticos, que á veces hasta las mujeres
-tontas y vulgares saben emplear, si el amor ó el deseo de ser amadas las
-inspira, y que la Marquesa de Guadalbarbo, tan entendida, tan elegante,
-tan artista en todo, empleaba de una manera deliciosa. El Doctor no se
-creyó amado aún; pero empezó á recordar los antiguos amores y á pintarse
-en el alma los coloquios de la reja del jardín con todas sus
-circunstancias, y á creer que amaba aún á Costancita, á pesar de María.
-
-Esta nueva situación del ánimo del Doctor se hizo patente muy pronto á
-los ojos de la Marquesa, quien advirtió en su primo una dulzura de
-expresión muy grande cuando la miraba, una gratitud profunda cuando ella
-hacía de él algún encomio, y un cuidado y una solicitud rebosando
-sencilla y natural galantería para hacer por ella mil pequeños
-servicios. En persona tan distraída como el Doctor, y que tanto distaba
-de ejercer tales artes por costumbre, casi, casi era esto una
-semideclaración de amor.
-
-Como se pasaba cuatro ó cinco horas diarias en la oficina extractando
-expedientes, y luego otras tantas en la soledad de su cuartucho del
-pupilaje, tratando en balde de dar ser á su epopeya ó de componer su
-nuevo sistema filosófico, el Doctor se creía trasladado al cielo desde
-el purgatorio cuando entraba en aquellos elegantes y ricos salones,
-donde los criados le trataban con una consideración de que no había
-gozado desde que salió de Villabermeja; donde todo despedía dulce olor;
-donde había tantas cosas bonitas, y donde, sobre todo, hallaba á una tan
-bella mujer y tan aristocrática, que se interesaba por él, que le
-preguntaba por su salud con verdadero afecto, que deseaba leer sus
-versos y saber sus filosofías, y que hacía todo esto de un modo tan
-llano y tan discreto, que no advertía jamás el Doctor, aunque era muy
-caviloso, que hubiera afectación en nada, ni que hubiera _sensiblería_,
-ni pedantería, ni que pudiera aparecer el más ligero asomo de ridículo.
-
-Sentía el Doctor tanto bienestar y consolación tan suave en casa de
-Costancita, y en este punto de sus relaciones con ella, que estaba como
-el enfermo cuando halla una postura cómoda y grata, tiene miedo de
-perderla y no se atreve á moverse, ó como quien ha tenido un sueño
-beatífico, cuando se despierta y procura colocarse del mismo modo y
-conciliar el sueño de nuevo para que se repitan idénticas visiones. En
-suma, el Doctor se contentaba con aquello, y no aspiraba á más por miedo
-de perderlo todo.
-
-Una de las noches en que recibía la Marquesa, en el mes de Mayo, el
-general Pérez estuvo pesado y atrevido como nunca; se quejó de que la
-Marquesa no le recibía sino los días de recepción, y se obstinó en
-alcanzar una cita.
-
---Yo tengo que hablar á V. con cierto reposo--dijo á la Marquesa.--Esto
-es terrible. Aquí tiene V. que hacer los honores, y con ese pretexto no
-me hace V. caso; no me oye nunca; cualquier majadero que se acerca me
-interrumpe en lo mejor de mi discurso. Oigame V. antes de condenarme. Á
-nadie se le condena sin oírle.
-
---Pero, General--contestó Costancita, si yo no le condeno á V., si yo le
-oigo; ¿de qué se queja?
-
---Es V. muy cruel. V. se burla de mí.
-
---No me burlo.
-
---¿Por qué no me recibe V. cuando vengo de día?
-
---Porque de día no recibo más que los martes. Venga V. cualquier martes
-y le recibiré.
-
---Eso es; me recibirá V. como á cualquiera otro.
-
---¿Y qué derecho tiene V. á que yo le reciba de diferente manera?
-
---¡Ingrata! ¿Y mi afecto y mi amistad y mi admiración no me dan derecho?
-
---Por eso mismo quizás debo resistirme á recibir á V. Es V. muy
-peligroso,--dijo Costancita riendo.
-
---¿Lo ve V.? Se ríe V. de mí, Marquesa.
-
---No me río de V.; pero no debo recibirle. Por lo mismo que V. me hace
-la corte con tanta asiduidad, no debo recibir á V. para no dar ocasión á
-la maledicencia.
-
---Nadie dirá nada. Recíbame V. una vez sola. Su reputación de V. está
-tan bien sentada, que no murmurará nadie.
-
---Mire V.--dijo Costancita un poco contrariada de que el General tomase
-por lo serio aquella excusa,--harto sé que mi reputación no puede ni
-debe depender de tan poco. V. quiere verme mañana, cuando no recibo á
-los demás mortales. Pues sea. Venga V. mañana. De tres á cuatro.
-Encargaré á los criados que le dejen entrar.
-
---¿Y nada más que á mí solo?
-
---Nada más que á V. solo.
-
-Dicho esto, la Marquesa se fué hacia otra parte, dejando satisfecho al
-general Pérez, aunque acababa de darle la cita para que no creyese que
-temía avistarse con él á solas, ó para que no presumiese que su
-reputación pendía de tan poco, que fuera á perderla por recibirle.
-
-El general Pérez, como todo lo convertía en substancia, se quedó muy
-hueco. Allá, en el fondo de su alma, imaginaba él y pintaba con
-vivísimos colores una lucha muy brava que el amor y la virtud se estaban
-dando en el corazón de Costancita por culpa suya. La concesión de la
-cita le pareció una gran victoria del amor. No comprendió que Costancita
-había cedido á fin de demostrarle que él era para ella un hombre _sin
-consecuencia_. El General la había estrechado tanto, que negándose á
-recibirle, hubiera sido como decir con la Leonor de _El Trovador_:
-
- Libértame de tí; si por tí tiemblo,
- por tí, por mi virtud... ¿no es harto triunfo?
-
-Por no aparecer en la mente del General como diciendo estos dos versos,
-pasó Costancita por la mortificación de verle y oirle á solas.
-
-El General no faltó á la cita. Aunque había sido siempre con otra clase
-de mujeres imitador ó émulo del joven Tarquino, ya sabía él, á pesar de
-su fatuidad, con quién se las había, y estuvo respetuoso, almibarado,
-humilde y rendido. Costancita, con más primores y discreteos que otras,
-dijo en aquella ocasión lo que en ocasiones semejantes dicen siempre
-todas las mujeres: que estimaba al General, que sentía por él una
-amistad viva, que le agradecía lo mucho que la distinguía; pero que á
-nadie amaba de amor, y que en este punto debía el General perder toda
-esperanza.
-
-El desengaño dado por Costancita no pudo ser más explícito ni más claro.
-La vanidad del General no quería, con todo, recibirle. El General siguió
-viendo en espíritu el rudo combate entre el honor y la virtud, el amor y
-la castidad, que destrozaban el alma de Costancita; casi tuvo compasión
-de aquel tumulto de pasiones que había suscitado, y por un arranque de
-generosidad se decidió á tener calma, á encaminar las cosas suavemente y
-á no entrar en la plaza por asalto, llevándolo todo á sangre y fuego. El
-General se propuso ser magnánimo, usar de misericordia y venir de diario
-á moler á Costancita, mostrándose más fino que un coral y más dulce que
-una arropía.
-
-La Marquesa de Guadalbarbo no acertaba á librarse de aquellas visitas
-impertinentes, que tanto la molestaban. En su orgullo, no quería decir
-al General que no viniese á verla á menudo para no comprometerla; y no
-había medio tampoco de hacerle comprender que sus visitas la aburrían.
-En esta situación, el medio de osear al moscón del General, valiéndose
-del Doctor Faustino, se le hizo á Costancita más deseable que nunca. Su
-primo, por otro lado, iba ganando cada vez más en su corazón.
-
-Un día, de sobremesa, mientras que el Marqués hablaba de política con
-otros convidados, Costancita y el Doctor tuvieron el diálogo siguiente:
-
---¿Es posible, Faustino, que tengas tan mala opinión de mí y que me
-creas tan vana y tan poco orgullosa á la vez, que supongas que me
-complazco en la corte que me hace el general Pérez? ¿Qué lustre me doy
-con eso? ¿Necesito yo del General para algo? Mil veces te he dicho que
-me aburre, que me molesta, que no puedo sufrirlo, y tú me oyes siempre
-con visibles muestras de incredulidad.
-
---Francamente, prima--contestó el Doctor,--te lo diré, aunque te enojes:
-yo no comprendo que el General esté hecho tan á prueba de desdenes.
-Cuando viene á verte casi todos los días, cuando está siempre donde tú
-estás, cuando se consagra á adorarte de continuo, no se verá tan mal
-tratado.
-
---Pues se ve; pero él trueca siempre en favores los desvíos, en
-esperanzas los desengaños y en triaca el veneno. Como no le eche á
-puntapiés, se me figura á veces que no tengo medio de echarle.
-
---Ya le echarías, si quisieses--dijo el Doctor.
-
---Pues quiero--respondió Costancita. ¿Te prestas á ayudarme en la
-empresa?
-
---Con mucho gusto. No hay mayor felicidad para mí que la de poder ser
-útil en algo á mi linda prima, que es tan buena y tan cariñosa conmigo.
-
---Bien está. Ya sabes tú cuánto te agradezco el afecto que me tienes,
-cuánto te agradezco tu generosa amistad. ¡Qué noble eres, Faustino! Tú
-deberías guardarme rencor, y no me lo guardas.
-
---¿Y por qué guardarte rencor? No recuerdo yo la despedida por la reja,
-de hace tantos años, sino para confesarme que tuviste razón en
-despedirme. La experiencia de mi vida, mi obscuridad, mi miseria, el mal
-éxito de mis propósitos, han justificado la prudencia y previsión de tu
-padre. Hubiera sido una locura que hubieras unido tu suerte á la mía. No
-me quejo, pues; antes bien te agradezco y guardo en el corazón, como el
-recuerdo más bello de mi vida, la pura esencia de aquellas lágrimas que
-por mí derramaste, y el delicado aroma en que se bañaron mis labios
-cuando por primera y última vez tocaron tu serena frente. Pero no
-hablemos de esto. Vamos á lo que más importa. ¿Qué pides? ¿Qué mandas?
-
---Yo no mando nada: yo te suplico que vengas mañana á verme.
-
---¿Á qué hora?
-
---Ven á las dos y media. Que no faltes.
-
-Costancita citó al Doctor para media hora antes de la hora en que el
-general Pérez solía venir á verla casi todos los días.
-
-Bien sabe el autor ó narrador de esta historia que aquí, como en otros
-pasajes de ella, han de incomodarse los lectores con el héroe principal,
-de quien exigen en novela una fidelidad y una constancia prodigiosas, y
-á quien han de condenar porque ya amaba á María, ya á Costancita, ya á
-las dos á la vez, y porque amó durante algunos días á la misma Rosita;
-pero tire contra él la primera piedra quien en la vida real haya tenido
-menos variaciones, y menos fundadas variaciones en sus amores. El
-desdichado Doctor Faustino había perdido á María quizás para siempre,
-por motivos que el hado adverso había creado. Harto había amado á María,
-harto había guardado y guardaba su imagen en el centro del alma,
-levantándole allí altar como en un santuario; pero también había amado á
-su prima Costanza antes de conocer á María, y no es extraño que
-renaciese ahora en su corazón el primitivo afecto. Además, desde el
-principio de esta historia debe saber el lector que no tratamos de poner
-al Doctor Faustino como ejemplo de virtud y como dechado de
-perfecciones, sino como muestra de lo que pueden viciarse y torcerse un
-claro entendimiento y una voluntad sana con las que vulgarmente se
-llaman ilusiones; esto es, con un concepto demasiado favorable de sí
-mismo, con la persuasión de que los propios merecimientos deben
-allanarnos el camino para el logro de toda esperanza ambiciosa, y con la
-creencia de que el grande hombre está en nosotros en germen, y de que,
-siendo así, sin perseverancia, sin trabajo, sin esfuerzos incesantes,
-sino llevados de la propia naturaleza, hemos de trepar á todas las
-alturas y rodearnos del fulgor inmortal de toda gloria.
-
-Esta condición de carácter del Doctor Faustino es comunísima en el día,
-porque las ambiciones están despiertas y solevantadas, y en el Doctor
-persistían á pesar de mil desengaños amargos. Espíritu poético además,
-sin fe segura y firme en nada, sino en su propio valer, lo cual es
-también harto común por desgracia, el Doctor era como personaje de
-antiguo cuento, que vaga perdido en una selva, en la obscuridad de la
-noche, y corre, ya en pos de una lucecita, ya en pos de otra, de las que
-ve brillar á lo lejos, creyéndolas alternativamente faros que han de
-salvarle. La lucecita que ahora deslumbraba al Doctor y hacia la cual
-corría lleno de esperanza, era de nuevo los ojos de su prima la
-Marquesa. El Doctor acudió á la hora de la cita con algunos minutos de
-anticipación.
-
-Recibióle su prima en un primoroso saloncito, contiguo á su tocador,
-donde ella solía estar á solas leyendo, escribiendo ó soñando, y donde
-recibía á los íntimos. Era lo que llaman _boudoir_, valiéndose de un
-vocablo extranjero. Costancita estaba vestida de mañana, con traje
-gracioso y leve, propio de primavera. Las persianas, echadas, daban una
-media luz muy agradable á todos los objetos. Plantas y flores adornaban
-el saloncito. La Marquesa parecía más fresca, lozana y encantadora que
-todas las flores.
-
-El Doctor hizo mil cumplimientos á su prima. Ella, en cambio, le prodigó
-mil dulces sonrisas y mil afectuosas miradas. No se habló de amor, ni
-pasado ni presente. Se habló de amistad, de cariño indeterminado entre
-ambos; pero, en virtud de esta amistad, de este cariño sin nombre,
-aunque puro y espiritualismo, el Doctor tomó la mano de la Marquesa
-entre las suyas, y la Marquesa se la dejó allí abandonada. El Doctor la
-cubría de besos cuando sonó la campanilla de la puerta principal.
-Costancita se rió.
-
---Éste es--dijo--mi tremendo General, que llega.
-
-El Doctor, que tenía su silla muy cerca del asiento de Costancita, la
-apartó maquinalmente.
-
---No, no--dijo Costancita riendo con más gana todavía,--no apartes tu
-silla; acércala más y que rabie. No te levantes hasta que entre, para
-que te vea sentado muy cerca de mí.
-
-Don Faustino obedeció á la Marquesa, aproximándose á ella cuanto pudo.
-
-Un criado anunció al general Pérez, el cual entró en seguida en el
-saloncito con aire triunfante y glorioso.
-
-Costancita, aunque autora de aquella burla, la hizo involuntariamente
-más eficaz, por su falta de práctica y desenfado para tales negocios,
-poniéndose bastante colorada cuando entró el General. D. Faustino, como
-hacía muchísimo tiempo que no había tenido aventuras galantes, y como
-jamás las había tenido en salones tan aristocráticos y con intervención
-de rivales tan gigantescos y egregios, estaba conmovido y agitadísimo, y
-se puso colorado también. Todo lo notó el General con disgusto mal
-disimulado, á pesar de ser hombre de mundo curtido en todo linaje de
-lances.
-
-La conversación que se siguió no pudo menos de ser embarazosa y fría. La
-cara del General mostraba cada vez más la mal reprimida cólera. Á
-Costancita le retozaba la risa dentro del cuerpo, y apenas si acertaba á
-contenerse. De vez en cuando miraba con ternura á su primo, no
-recatándose para ello del General, sino procurando que el General lo
-advirtiera. Éste, comprendiendo toda la ridiculez que traería consigo el
-enojarse, pugnaba por aparecer sereno y hasta jovial; pero no podía.
-Quiso hablar de cosas indiferentes: de teatros, de literatura y hasta
-de modas, y dijo infinidad de disparates, como persona que delira en
-sueños ó que tiene el espíritu distraído á otros asuntos. Todo esto
-deleitaba á Costancita; la hacía feliz. El General era tan vano, que
-jamás había tenido celos de nadie, y menos aún del Doctor, á quien
-siempre había mirado como á un pariente pobre, á quien daban algún
-amparo en aquella casa y á quien á veces convidaban á la mesa como para
-ejercer la obra de misericordia de dar de comer al hambriento. Ahora el
-General las estaba pagando todas juntas.
-
---Vaya, vaya--dijo, entre otras sandeces,--no esperaba yo encontrarme
-aquí en tan buena compañía.
-
---Favor que V. me hace, mi General,--respondió D. Faustino con suma
-modestia.
-
---¡Quién lo pensara!--prosiguió el General.--¿Hoy no es día de oficina?
-
---Sí, mi General--respondió el Doctor;--pero yo he hecho novillos para
-acompañar y entretener un poco á mi primita, que está algo melancólica.
-
-El General, aun reconociendo el candor con que hablaba D. Faustino, se
-sintió aludido sin intención por aquellas palabras. Se creyó el novillo
-más importante de los que el Doctor había hecho, y que entre el Doctor y
-la Marquesa estaban lidiándole. Poco faltó para que no rompiese en un
-exabrupto de mal humor. Supo, con todo reportarse.
-
---Pues me alegro, amiguito, me alegro. No sabía yo que fuese V. tan
-ameno y divertido.
-
---Lo es, y mucho--exclamó Costancita antes que el Doctor replicase.--V.,
-mi general, no conoce á mi primo ó le ha tratado poco. La suerte le ha
-sido siempre muy adversa, y por eso tiene un empleo de tan corto sueldo
-é importancia; pero no dude V. de que es un hombre de mucho saber y de
-mucho entendimiento y discreción.
-
---Mi General--dijo el Doctor,--mi prima me quiere demasiado. El afecto
-que me profesa la ciega, sin duda, y la excita á hacer de mí los
-encomios menos merecidos.
-
---Crea V., mi General, que no hago sino justicia. Faustino es un hombre
-de los más distinguidos que hay en España; poeta inspirado y elegante,
-filósofo, erudito...
-
---No, Costanza, no me avergüences suponiendo en mí prendas y condiciones
-que nadie reconoce sino tú por lo mucho que me quieres, por lo buena é
-indulgente que eres para conmigo.
-
-La Marquesa y el Doctor siguieron así largo rato, elogiándose
-mutuamente, agradeciéndose los elogios y atribuyéndolos todos al cariño
-que recíprocamente se tenían. En esta blanda contienda tomaban siempre
-por juez al General, que reventaba de furor, que sentía que iba
-perdiendo los estribos, y que advertía en la punta de su lengua cierta
-comezón de poner como chupa de dómine á ambos primos y de armar allí
-mismo un escándalo soberano. Sin embargo, como no tenía derecho para
-quejarse, como conocía que cualquiera imprudencia suya le haría pasar
-por un hombre brutal y mal educado, por un personaje cómico y por un
-cadete de medio siglo, el General se contuvo de nuevo y dijo con marcada
-ironía:
-
---Siento haber llegado en tan mala ocasión. Sin duda que yo, profano en
-la filosofía y en el arte poética, he venido á interrumpir alguna
-lección que el primito estaba dando á V., Marquesa.
-
---Mi General--dijo el Doctor,--yo soy muy humilde para dar lecciones á
-nadie, y menos á mi prima. ¿Cómo enseñarle la poesía, cuando la poesía
-misma es ella?
-
---Aunque disto mucho de ser yo la poesía, mi primo no me daba lección;
-pero si hubiera estado dándomela... (y aquí la Marquesa dulcificó mucho
-la voz y puso en su acento un no sé qué de candoroso y manso, á fin de
-mitigar y embotar la fuerza y la punta que pudiera tener el dardo que
-disparaba); pero si hubiera estado dándomela... V., mi General, no nos
-estorbaba; V. no hubiera perdido nada en recibir... en oir la misma
-lección.
-
-El General echó de menos su sangre fría; conoció que iba á salir con
-alguna barbaridad si permanecía allí más tiempo, y se levantó furioso.
-Ya no pudo disimular su mal humor, y dijo al despedirse:
-
---Yo detesto la poesía, Marquesa: yo soy todo prosa; y como no quiero
-recibir lecciones poéticas ni interrumpir las que á V. da el primito, me
-parece lo mejor eclipsarme. Á los pies de V.
-
-D. Faustino se levantó de su asiento para despedir al General con toda
-cortesía, haciéndole una respetuosa reverencia.
-
---Beso á V. la mano,--le dijo el General.
-
---Mi general, beso á V. la suya,--le contestó D. Faustino.
-
---Vaya V. con Dios, mi General--dijo Costancita con tono melífluo y
-conciliante, como para aplacar un poco la tempestad que había
-levantado.--Veo que está V. algo nervioso hoy, y un si es no es
-disgustado de la poesía. Espero que no duren el mal humor y el disgusto,
-y deseo que, si persevera V. en aborrecer la poesía, me considere y
-tenga por prosa, para que siga estimándome y queriéndome.
-
-Al decir esto, alargó lánguida y graciosamente su blanca y linda mano al
-General, quien no pudo menos de tomarla.
-
-En seguida se fué el General, reconociendo en su interior que lo más
-atinado era irse, suspirando por las edades prehistóricas, ó ya que no,
-por los siglos bárbaros, y renegando de lo que llaman _conveniencias_
-sociales, que no le habían consentido desahogarse, cuando no diciendo
-cuatro frescas á Costancita, porque no era él muy listo de lengua,
-rompiendo en la cabeza del Doctor la mitad de los chirimbolos y
-baratijas que había en aquel _boudoir_, que tan de veras merecía
-entonces su nombre, con arreglo á la etimología.
-
-Claro está, y esto lo comprendía Costancita mejor que nadie, que el
-General, por más deseos que tuviera de vengarse, no se había de allanar
-á provocar á un lance al pobrecillo empleado de catorce mil reales, ni
-mucho menos había de divulgar lo ocurrido para convertirse en la fábula
-de Madrid, haciendo saber que Costancita le había plantado y despreciado
-por semejante trasto, que así llamaba el General á D. Faustino allá en
-el fondo de su corazón.
-
-Costancita, no bien sintió que el General había salido de su casa, se
-acordó de su primera juventud y de la franqueza y naturalidad de
-Andalucía; olvidó por completo su papel de gran señora; volvió á ser la
-muchacha traviesa y alegre, y aflojó la rienda á la risa, que hasta allí
-había tenido refrenada con el freno de la circunspección, y que brotó á
-carcajadas entonces.
-
-El Doctor siguió haciendo el segundo papel en aquel dúo jocoso; y se rió
-también con toda el alma.
-
-Después se miraron ambos con gran seriedad, con fijeza y por un
-movimiento involuntario. Fué una serie de mutuas interrogaciones,
-instintivas y mudas á par de elocuentes, ya que no podían ni debían
-expresarse con palabras.
-
-El interrogatorio, no obstante, estaba claro, patente á los ojos del uno
-y del otro, como si le tuvieran escrito. Contenía, entre otras, las
-siguientes preguntas:
-
-¿Hasta qué punto debemos creer lo que sin duda ha creído de nosotros el
-General?
-
-¿Qué iba de chanzas y qué iba de veras en esto que hemos hecho para
-zapearle?
-
-En suma, ¿nos amamos? Y si nos amamos, ¿cómo nos amamos?
-
-La contestación que ambos dieron al interrogatorio inefable fué bajar
-los ojos y ponerse más colorados que cuando entró el General.
-
-Hubo tres ó cuatro minutos, largos como horas, de peligrosísimo
-silencio.
-
-La silla del Doctor continuaba tan próxima como antes al sofá en que
-estaba Costancita.
-
-El Doctor, casi maquinalmente, volvió á tomarle la mano. Ella volvió á
-dejársela abandonada.
-
-Volvió el Doctor á cubrirla de besos; pero estos besos, después del
-interrogatorio, tenían otra significación y otro valer.
-
-Costancita retiró su mano bruscamente, y dijo, sin marcada angustia ni
-vehemencia de ningún género, pero con digna entereza y con toda la
-frialdad grave que le fué posible afectar:
-
---Vete, Faustino, vete; seamos buenos amigos.
-
-_El seamos buenos amigos_ sonó en los oídos del Doctor con son vago é
-incierto entre súplica y mandato; pero el sentido de la frase se había
-hecho clarísimo en el modo de pronunciarla. Era una prohibición, era una
-limitación, y no una excitación: equivalía á decir _no seamos más que
-amigos buenos_.
-
-El Doctor era bastante serio y delicado para comprender toda la gravedad
-de aquellas palabras de su prima.
-
-Se levantó, tomó su sombrero, y dijo:
-
---Adiós, primita.
-
-Ya había vuelto la espalda, ya estaba cerca de la puerta, ya iba á
-salir, cuando se volvió atrás. Costancita estaba silenciosa. Se acercó á
-ella el Doctor, y repitió, con tono entre resignado, humilde y
-agradecido á la vez:
-
---Seamos buenos amigos.
-
-Al mismo tiempo alargó la mano á su prima como signo y prenda de aquella
-amistad pura. Costancita dió su mano, tan blanca, tan suave, tan bien
-formada. El Doctor no pudo menos de besársela nuevamente, con un respeto
-santo y casto, pero bajo el cual hubo ella de percibir el ardor
-apasionado y duramente reprimido de los labios amorosos.
-
-Luego, como si contrarrestase y venciese una fuerza invencible, que á
-pesar suyo le detenía, el Doctor salió algo precipitadamente de la
-estancia.
-
-Desde aquel día no volvió el General á aparecer en casa de la Marquesa
-de Guadalbarbo sino en los días de recepción y en las noches de
-tertulia. Levantó el sitio de la plaza; calló á todo el mundo el motivo;
-tuvo el buen gusto de no mostrarse muy enojado, y acudió de nuevo á
-consolarse con Rosita, donde halló fácil y pronto perdón de sus
-extravíos.
-
-El Doctor, por su parte, no persistió tampoco en hacer novillos á la
-oficina ó secretaría, y en venir á ver á la Marquesa de mañana; pero
-siguió yendo á su tertulia, y á comer una vez por semana á su mesa.
-
-Aquellos amores, medio reanudados entre ambos después de diez y siete
-años de interrupción, debían concretarse y cifrarse en un sentimiento
-sublime, platónico, purísimo, por respeto al generoso Marqués, que tanto
-los quería, á él como primo y como amigo, y como esposa á ella. Así
-pensaba Costancita. Así pensaba también el Doctor. Sin confiarse estos
-pensamientos, sin ponerse de acuerdo en nada, se diría que se habían
-entendido. Los dos conocían el peligro de verse á solas. Los dos le
-evitaban. Pero viéndose en presencia del Marqués, hablándose tal vez
-algunas palabras aparte cuando lo consentía la sociedad que los rodeada,
-mirándose, estimándose cada vez más, hasta por este heroico sacrificio y
-por esta noble conducta, el afecto de Costancita acabó por trocarse en
-adoración hacia su primo, y la adoración del Doctor por Costancita se
-hizo más ferviente y ciega.
-
-De esta suerte pasó más de un mes, y no fué chico milagro, sin que el
-Doctor y Costancita se encontrasen solos. Al cabo, no obstante,
-aconteció lo que no podía menos de acontecer. No hay para qué culpar ni
-al destino, ni al diablo, ni á nadie. ¿Qué cosa más natural que un
-primo, que entraba con tanta confianza en aquella casa, hallase una
-noche sola á la Marquesa? La Marquesa estaba un poco mala de los nervios
-y se había negado á recibir. Los criados entendieron que la orden no
-rezaba con primo tan querido, é introdujeron al Doctor en el _boudoir_
-que ya conocen nuestros lectores. El Marqués había salido. Eran las once
-de la noche. Sabido es que en Madrid se vela mucho y recibe hasta muy
-tarde.
-
-Á pesar del calor de la estación, el balcón estaba cerrado, de modo que
-la soledad era completa y segura. Del cuarto del tocador contiguo, cuya
-puerta de comunicación aparecía abierta, entraba un dulce vientecillo
-fresco, porque allí estaba de par en par el balcón, que daba sobre el
-jardín.
-
-Costancita se encontraba en el mismo sitio que el día del mal rato que
-ambos dieron al general Pérez. Ella, á causa de su indisposición, no se
-había vestido para comer, y tenía traje de mañana, tan elegante como
-sencillo. Sus hermosos cabellos desordenados la hacían más bonita é
-interesante, y mostraban que había estado recostada y que acababa de
-incorporarse y sentarse para recibir al Doctor.
-
-Estas circunstancias casuales contribuyeron á que la conversación fuese
-más amistosa y más íntima. Hablaron de todo; pero, sin quererlo,
-procurando evitarlo ambos, acabaron por hablar de ellos mismos.
-Costancita dió ocasión, lamentando involuntariamente los cortos medros y
-adelantos del Doctor en carrera y fortuna.
-
---¿Qué quieres?--dijo D. Faustino.--En mí se cumple el refrán que dice:
-_quien mucho abarca, poco aprieta._ No hay ambición que yo no haya
-tenido. Por eso no he visto satisfecha ninguna. Mi espíritu ha divagado,
-se ha distraído en cuantos objetos hay, no con el vuelo recto y firme
-del águila, sino con el revolotear incierto y vacilante del estornino.
-Mi voluntad marchita no ha sabido perseguir cosa alguna con energía. No
-extrañes que esté tan poco medrado. Me faltan los dos resortes más
-poderosos: el amor y la fe en algo fuera de mí.
-
---¿No amas, no crees en nada? Dios mío, ¡qué horror!
-
---Hablo de las cosas de esta vida.
-
---Menos mal; pero aun así es espantoso. ¿Con que no amas á nadie?
-
---He querido amar, he amado; pero el desdén ha muerto al amor. Hace
-algunos días he sentido dentro de mi alma como una gloriosa resurrección
-del amor. ¿Volverá el desdén á matarle?
-
---Si amas de veras, como creo--respondió Costancita, hablando muy
-pausadamente y como si le costase trabajo y vergüenza hablar, y como si
-midiese y pesase las palabras para no decir demasiado, y diciéndolo, no
-obstante, sin poderlo evitar;--si amas de veras, ¿quién podrá
-desdeñarte? El poeta lo ha dicho:
-
-Amor a nullo amato amar perdona.
-
---Además, cuando el que ama vale lo que tú vales, el amor debe ser
-poderoso, incontrastable como la muerte.
-
---El poeta dijo una falsedad--contestó D. Faustino;--ó si es su
-sentencia regla verdadera, yo soy la excepción de la regla. Costanza,
-recuérdalo, yo te amé en otro tiempo y tú no me amaste. Ahora te amo
-más. ¿Me amas?
-
-La Marquesa se arrepintió de sus palabras y se llenó de espanto al oir
-las de su primo, y al notar el fervor con que las pronunciaba. Sintió
-que una fuerza magnética, un poder de atracción superior á todo la
-llevaba hacia su primo; pero lo criminal, lo indigno, lo vilmente
-ingrato de engañar al Marqués de Guadalbarbo no se le ocultaba; surgía
-ya en el seno de su atribulada conciencia como un remordimiento.
-
---Faustino--dijo con acento sumiso y triste,--yo hice mal, hice una
-villanía, fuí una miserable no amándote entonces. No exijas de mí que
-sea más miserable y más villana amándote ahora.
-
---Yo nada exijo, Costanza. El amor no se impone. Si depende de tí el no
-amarme, no me ames. Yo te amo; yo muero de amor por tí.
-
-El Doctor cayó de rodillas á los pies de la Marquesa.
-
---Levántate, tranquilízate. ¡Jesús, Dios mío! ¡Qué locura! ¡Alguien
-puede venir!
-
---¡Ámame!
-
---Ten piedad. Déjame. Huye de aquí. ¿Qué va á ser de nosotros, santos
-cielos?
-
---Ámame, Costanza.
-
---¡Ah, sí... te amo!
-
-El Doctor ciñó en un abrazo febril el cuerpo de la Marquesa, que cedía
-rendida y desfallecida. Sus labios se unieron.
-
-De repente exhaló ella un grito ahogado, y poniendo ambas manos en el
-pecho del Doctor, le rechazó con violencia.
-
---¡Estoy perdida!--dijo con voz tan baja y tan intensa, que más que
-oirlo pudo adivinarlo el Doctor.
-
-La pasión sincera y vehemente los había apartado á ambos del mundo
-exterior; los había hecho insensibles á cuanto los rodeaba; habían
-estado incautos, imprevisores, imprudentísimos, locos.
-
-No habían sentido llegar al Marqués de Guadalbarbo. El Marqués de
-Guadalbarbo acababa de entrar en el saloncito.
-
-El Doctor y la Marquesa se repusieron y tomaron la conveniente actitud;
-pero ¡qué desorden moral en la mente del uno y de la otra! ¡Qué
-consternación y qué vergüenza no se pintaba en sus semblantes!
-
-En cambio, el Marqués mostraba en el suyo la misma serenidad, la misma
-satisfacción de siempre. ¿Habría hecho un milagro el demonio? ¿Habría
-puesto una nube ante los ojos del Marqués para que nada viese?
-
-La esperanza es el último consuelo del corazón más lacerado, y
-Costancita, al reparar lo sereno que su marido estaba, no perdió la
-esperanza.
-
---Niña, hija querida--dijo el Marqués, llamando á su mujer con los
-mismos términos de siempre, donde iban expresados el amor que la tenía y
-la diferencia de edad,--¿estás mejor de salud? Me tenías con cuidado y
-he querido pasar por casa antes de ir al Ministerio de Hacienda. Quiero
-saber cómo te encuentras antes de salir de nuevo... ¡Hola, Faustino! ¿Tú
-por acá?
-
-Y el Marqués estrechó la mano del Doctor, que se la dió avergonzado y
-casi convulso.
-
-La Marquesa dijo tartamudeando, trabándosele la lengua, como si tuviera
-un nudo en la garganta:
-
---Estoy bastante mejor.
-
-D. Faustino, aterrado, nada dijo.
-
-Ó el Marqués no había visto nada, ó no había querido ver nada, ó tuvo
-piedad del martirio, del miedo, de la postración humillante de aquellos
-infelices.
-
-El Marqués dijo que el Ministro de Hacienda le aguardaba, y se volvió á
-la calle.
-
-D. Faustino y Costancita se quedaron solos de nuevo. Ambos, aunque
-apasionados, distaban mucho de estar pervertidos. El terror de ellos no
-era, pues, por el peligro que acababan de correr; era por la conciencia
-de su pecado. Aquel abrazo y aquel beso habían sido un hurto infame. La
-honra, el amor, la confianza generosa del padre de sus hijos, todo había
-sido ofendido por la Marquesa. El Doctor había hecho traición al amigo
-leal, al que más le quería y le estimaba; había intentado robarle su más
-preciado tesoro. Al ser sorprendidos ambos, la cobardía de los
-delincuentes se había pintado en sus rostros, se había revelado en sus
-ademanes. Ambos se habían visto y estaban avergonzados de haberse visto.
-Este sentimiento de su común indignidad y humillación en presencia del
-Marqués pudo más entonces que todo recelo y que el ansia de precaverse
-para lo futuro, ó de remediar, si era posible, el mal causado ya. Apenas
-tuvieron palabras con que hablarse y entenderse.
-
-Largo rato permanecieron mudos.
-
---Vete ya. Vete. ¡Estoy perdida!--dijo ella al fin...
-
---¿Quién sabe?--se atrevió á contestar el Doctor.--Quizás él no ha visto
-nada. De seguro... no ha visto nada... El cielo nos ha protegido.
-
---¡Qué horrible blasfemia! El infierno... tal vez.
-
---Sea el infierno, en buen hora, con tal de que tú no pierdas.
-
---Faustino, vete, déjame; me haces daño en el alma,--exclamó la
-Marquesa, llena de disgusto y angustia.
-
-El Doctor tomó su sombrero, y silencioso, á paso lento, cabizbajo y
-pensativo, salió del salón y de la casa.
-
-Tristes pensamientos y desatinadas medidas iba barajando en su cabeza
-conforme seguía maquinalmente por las calles su acostumbrado camino.
-
---¿Si lo sabrá el Marqués?--se preguntaba.--Es imposible que no lo haya
-visto todo. ¿Qué había de hacer sino disimular ó matarnos allí? Por eso
-disimuló... pero ¿con qué propósito? ¿Irá á vengarse en ella? Yo debo
-evitarlo. Yo debo defenderla.
-
-Luego, harto más abatido, daba el Doctor otro giro á su soliloquio, y se
-decía:
-
---Soy un miserable de la peor condición y especie. Carezco del amor, de
-la energía suficiente para ser virtuoso, para no hacer nada que no pueda
-sostenerse y defenderse á cara descubierta y con la conciencia
-tranquila, hasta en la presencia del mismo Dios, y me faltan bríos y me
-sobran atolondramiento, torpeza y flojedad de ánimo para cometer un
-delito hábilmente, para ser diestro y sereno y valeroso en el pecado.
-Esta enervación de mi carácter me hace feliz y me lleva á hacer
-infelices á cuantas personas he querido.
-
-Así iba discurriendo el Doctor cuando, al volver una esquina se le
-acercó un hombre. Al punto reconoció al Marqués de Guadalbarbo.
-
---Te estaba aguardando. Sígueme,--le dijo el Marqués.
-
-El Doctor le siguió sin contestar.
-
-Á corta distancia de allí se encontraron parado el coche del Marqués.
-
---Sube,--dijo éste al Doctor, y el Doctor entró en el coche.
-
-En seguida entró el Marqués y se sentó á su lado, diciendo al lacayo:
-
---¡Á la quinta!
-
-Los caballos tomaron el trote y empezó á rodar rápidamente el carruaje.
-
-Silencio profundo entre los dos viajeros.
-
-El Doctor había conocido que el Marqués lo sabía todo, y juzgaba de su
-deber darle la satisfacción que quisiese. Por un instante pasó por la
-mente del Doctor la idea de si querría asesinarle el Marqués; pero le
-pareció que, si bien estaba en su derecho, no podrían ser tales sus
-intenciones. El Doctor se llenaba de sonrojo sólo de figurarse que
-preguntaba al Marqués: «¿Qué quieres? ¿Qué pretendes hacer conmigo?»
-Callóse, pues, y se dejó conducir á la quinta sin decir palabra.
-
-Llegaron á la quinta, que está á media legua de Madrid; entraron en
-ella; hizo el Marqués encender luces en un salón que le servía de
-despacho en el piso bajo, y penetró allí solo con Don Faustino, cuando
-se retiró el único criado que había.
-
-El Marqués abrió un armario, sacó del armario una caja, y de la caja un
-par de pistolas, que puso sobre el bufete. Luego rompió el silencio,
-dirigiéndose á D. Faustino, y dijo con la misma calma que si dijese
-«buenas noches»:
-
---Tú eres un ladrón, á quien puedo matar como á un perro. Me has robado
-lo que más amaba; has abusado de mi confianza; has hecho traición á mi
-amistad. Quiero, no obstante, matarte cara á cara y con armas iguales.
-Lo que no quiero es que nadie se entere de que yo soy quien te mato, ni
-que nadie sospeche por qué te mato. Esto sería publicar mi deshonra, la
-de mi mujer y la de mis hijos. Menester es que falten aquí los testigos
-y requisitos de un duelo. No tendremos más testigos que Dios. Mis
-criados se guardarán bien de decir nada, si de algo se enteran. El
-lacayo y el que cuida esta casa son dos ingleses muy sigilosos, muy
-fieles y que me sirven años há. Coge una de esas pistolas; yo tomaré la
-otra.
-
-El Doctor tomó instintivamente una de las dos pistolas, al ver que el
-Marqués se disponía también á tomar una. El acto de armarse fué, pues,
-casi simultáneo. El Doctor no sabía qué decir, y nada decía.
-
---Ahora--prosiguió el Marqués,--vendrás conmigo,--y abrió una puerta que
-daba á los jardines.
-
-Todo estaba solitario. La luna alumbraba bastante. Antes de salir añadió
-el marqués:
-
---Voy á llevarte lejos de aquí, porque los jardines son grandes. Los
-criados así quizás no oigan los tiros. Cuando lleguemos al lugar
-conveniente, nos colocaremos á treinta pasos de distancia, que yo
-mediré. Luego montaremos las armas. Cuando yo diga _¡ya!_ marcharemos el
-uno contra el otro. Cada cual podrá disparar cuando guste. Si tiras
-bien, puedes adelantarte. Si no te fías de tu tino, aguarda hasta
-ponerme en el pecho ó en una sien la boca de la pistola.
-
-El Marqués, terminado este breve discurso, echó á andar, seguido por D.
-Faustino. Pasaron por un hermoso bosque, y llegaron, por último, á un
-sitio llano y sin árboles, junto á las mismas tapias que cercan la
-posesión.
-
-D. Faustino quiso entonces hablar; pero como no juzgaba decoroso tratar
-de disculparse, ni justo jactarse y gloriarse de la injuria que había
-hecho, se limitó á decir:
-
---Costanza es inocente.
-
---Lo sé--contestó el Marqués:--por eso no me vengo de ella, sino de tí.
-
-Midió el Marqués los pasos. D. Faustino se puso en un extremo y él en
-otro.
-
---¡Ya!--exclamó el Marqués no bien montó su pistola y advirtió que el
-Doctor había también montado la suya.
-
-Ambos marcharon el uno contra el otro. El Marqués tenía fama de buen
-tirador, y alguna confianza en su puntería. Por lo mismo, aunque
-injuriado, sentía remordimiento en la conciencia de abusar de su ventaja
-si disparaba desde luego.
-
-Más de la mitad de la distancia que los separaba habían andado ya.
-Estarían á unos catorce ó quince pasos el uno del otro. D. Faustino
-seguía marchando sin disparar. El instinto de conservación y el recelo
-de que se le frustrase la venganza conmovieron el corazón del Marqués.
-Conoció que latía su pecho con violencia, y que su pulso agitado hacía
-que temblase ligeramente su diestra. No pudo contenerse más. El Marqués
-disparó. Al punto advirtió una súbita vacilación en D. Faustino; pero
-pasó en seguida, y D. Faustino siguió avanzando con firmeza, con la
-pistola montada y apuntada contra su adversario.
-
-El Marqués no se explicaba su falta de tino; pero estaba ya casi seguro
-de haber dejado ileso al Doctor. Del fondo de su alma nacían la
-desesperación y el abatimiento. Su deber, no obstante, era continuar
-acercándose á la persona en cuyas manos estaba su vida.
-
-Pronto llegó el Doctor junto al Marqués. En el rostro del Doctor,
-iluminado por la luna, había una profunda y bella expresión de tristeza;
-pero aquel rostro era terrible, espantoso para el Marqués en aquel
-momento.
-
-D. Faustino puso la boca de su pistola casi sobre el pecho del Marqués y
-le miró fijamente. Fué obra de un instante, si bien al Marqués le
-pareció aquel instante un siglo.
-
-El filósofo entonces hubo de pensar á escape en todas sus filosofías. Se
-había sometido, se había resignado al duelo á muerte, por no hallar
-medio decoroso, decente y natural de no aceptarlo. Pero, ya cumplida la
-que juzgó extraña y penosa obligación impuesta por la sociedad, y
-ocasionada por un beso y un abrazo apretadísimo, dados con tan pocas
-precauciones, ¿qué ganaba D. Faustino en matar á aquel pobre viejo, á
-quien había hecho horriblemente desgraciado? Tal vez el Marqués,
-imaginaba además el Doctor, no le había llevado allí por rencor ni con
-saña, sino para cumplir con un deber, del que él presumía que estaba
-pendiente su honra. Todo cumplido, todo consumado ya, acortar la vida de
-aquel hombre, darle allí la muerte, era una barbaridad inútil. Por otra
-parte, el Doctor, aunque por discurso sabía lo poco que vale la vida, la
-respetaba por un invencible sentimiento; el atentar contra la de nadie
-le parecía la mayor de las faltas; le parecía uno de aquellos pecados de
-que él no sabría absolverse jamás. Tales fueron las ideas que se
-agolparon en tumulto en su mente.
-
-El Doctor tiró lejos de sí la pistola, que se disparó al caer en el
-suelo, de la manera más inofensiva.
-
-Luego exclamó el Doctor:
-
---¡Ay Dios mío!
-
-Y cayó de espaldas por tierra, como cogido por un desmayo.
-
-El Marqués se precipitó á levantarle, y al poner las manos sobre su
-cuerpo, advirtió que estaba bañado en sangre.
-
---¡Mi bala le había tocado! ¡Está herido!... La herida tal vez es
-mortal... Es en el pecho... ¡Maldito sea!...
-
-El Marqués, al decir estas frases entrecortadas, no sabía á quién
-maldecir, no sabía á quién echar la culpa de todo. Él, que medio minuto
-antes estaba desesperado de no haber herido ó muerto á D. Faustino,
-estaba ahora desesperado de haberle herido. Él, que se había previamente
-complacido en el misterio de aquel lance, se olvidó del misterio y
-empezó á dar voces, pidiendo socorro á sus criados. Como no lo oían,
-corrió hacia la casa, gritando como un loco:
-
---¡Pedro! ¡Tomás! ¡Pronto... aquí!
-
-Los criados al cabo acudieron.
-
-Don Faustino había recibido un balazo en el pecho, que le había
-atravesado, saliendo la bala por la espalda.
-
-El Marqués, con ayuda de sus criados, le puso vendas para contener la
-hemorragia, y le llevó en su coche, á todo galope de sus caballos, desde
-la quinta á la casa de huéspedes donde moraba.
-
-El Marqués hizo llamar al médico de toda su confianza. Vió el médico la
-herida, y dijo que tal vez no era de peligro, que tal vez no era mortal;
-que la bala había entrado por el lado derecho; que sin ahondar había
-pasado de través, y que acaso no había tocado el pulmón ni roto ningún
-vaso importante. La pérdida de sangre había sido muchísima; pero esto
-mismo, aunque debilitaba al enfermo, podría valerle por otra parte, á
-fin de evitar que sobreviniesen una gran inflamación y mayor calentura.
-
-El Marqués de Guadalbarbo, dejando muy encomendado á su médico y al ama
-de la casa de huéspedes el cuidado del enfermo, se retiró entonces á su
-casa, con la esperanza de que D. Faustino sanaría pronto.
-
-Como el lector recordará, el Marqués había dicho al Doctor que creía
-inocente á Costancita; pero esto lo dijo por orgullo. El no era ciego, y
-había visto perfectamente lo ocurrido. Cuando riñó á balazos con el
-Doctor, creía á su mujer tan culpada como al Doctor mismo. Por desgracia
-ó por fortuna, hay casos inexplicables en el seno del hogar doméstico.
-En lo más recóndito y sagrado de dicho hogar ocurren lances, se ofrecen
-fenómenos psicológicos, que no hay sabio que explique, ni poeta que
-pinte con todos sus curiosos é indescriptibles pormenores. Ello es que
-de la entrevista y larga conferencia que en aquella noche tuvo el
-Marqués con Costancita, Costancita salió para él, en su concepto, tan
-pura, tan inocente, tan impecable como antes. Poco á poco se fueron
-trocando y modificando los recuerdos del Marqués, y las impresiones de
-sus sentidos ofuscados sufrieron la debida rectificación y razonable
-enmienda. El abrazo le pareció que había sido menos estrecho, muchísimo
-menos amante y desmedidamente mucho más respetuoso. La actitud de
-Costancita se transfiguró en la memoria del Marqués, y la vió resistente
-en lugar de verla rendida, y víctima en lugar de verla cómplice. Los
-labios del Doctor, en la misma tabla ó pintura de la memoria del
-Marqués, fueron subiendo poco á poco, desde la boca de Costancita, donde
-estaban antes, hasta tocar con suma ligereza su frente, de la cual casi
-no sintieron el calor y la aterciopelada blandura de la blanca tez, sino
-lo frío é inanimado de algunos ricillos crespos que por allí medio la
-cubrían ó velaban.
-
-El hecho mismo de haber sorprendido á los dos probaba lo impremeditado,
-lo falto de malicia que todo había sido. Á buen seguro que sorprendan
-nunca los maridos á... y el Marqués se citaba una retahila de nombres
-propios de lindas damas, y se gozaba un tanto al considerar la
-diferencia de destino que había entre él y aquellos otros maridos. Al
-Doctor, á cuya generosidad debía infinito, también le disculpaba un
-poco.--¡Qué diantre!--se decía allá en sus adentros.--¡Ella es tan
-guapa.... tan seductora, sin querer! ¡Y el pobrecillo, que debió casarse
-con ella, es tan desgraciado!--Reducido ya el suceso á proporciones
-mínimas, el Marqués le buscaba causas hasta cierto punto plausibles. El
-parentesco cercano, los recuerdos poéticos de la primera juventud, un
-ligero desagravio de las calabazas crueles, recibidas hacía diez y siete
-años... Luego pensaba en las consecuencias para lo futuro, dado que se
-salvase la vida del Doctor, como deseaba, y todo se convertía en una
-adoración mística, en una idolatría sublime, en un petrarquismo
-archiespiritual. Admirábase entonces el Marqués de la entereza de su
-mujer y de su virtud y constancia. Pasaba en revista á todos los
-adoradores que le había conocido, y hallaba más de una docena
-guapísimos, elegantes, primorosos, deseabilísimos... y casi se le
-saltaban las lágrimas de gozo y gratitud al considerar que á todos los
-había despreciado ella por amor suyo, haciendo de él uno de los hombres
-más dignos de envidia que sustenta sobre su corteza este vasto globo que
-habitamos. Diez y siete años de fidelidad, de virtud á prueba de bomba,
-eran una garantía de las más sólidas. Pensaba, por último, el Marqués en
-sus hijos, á quienes quería entrañablemente, y se alegraba de poder
-echar la absolución y la bendición á la hermosa criatura que se los
-había dado, llevándolos antes en su seno. Exageraba, encarecía la
-vehemencia y delicadeza de Costancita, y se arrepentía de haber estado
-tan brutal. Temblaba como un azogado al presumir que ella pudiera
-enfermar con los disgustos que acababa de darle. Recordaba los cuidados,
-los mimos, las regaladas dulzuras con que le arrullaba y encantaba
-siempre Costancita. ¿Cómo romper con ella? ¿Cómo privarse de tanto bien?
-Se moriría el Marqués de pena. Lo que es Costancita, tan pundonorosa,
-tan llena de orgullo, tan noble, se moriría también de sonrojo. ¿Y por
-qué no de pena, como él? ¡Si Costancita le amaba!... Cierto que él
-estaba ya viejecillo y estropeado; pero el alma no envejece, y las
-mujeres en general, y Costancita singularísimamente, son mil veces más
-espiritualistas que los hombres en esto de los amores.
-
-Por medio de tales y de otros parecidos razonamientos, el enojo del
-Marqués fué trocándose en blandura y en indulgencia, y se sintió
-inclinado á perdonar. Al perdón dado sucedieron otros razonamientos más
-amorosos y tiernos aún, y el perdón dado se transformó en perdón pedido.
-Costancita estuvo magnánima. Perdonó al fin al Marqués el que hubiese
-dudado de ella; y majestuosa, después de dar su perdón, subió de nuevo
-al pedestal de oro aquella diosa de la castidad, de la hermosura y de
-la elegancia. El Marqués volvió á encontrarse tan contento, tan dichoso
-y tan satisfecho como antes.
-
-D. Faustino fué el único que pagó el escote de la función; la única
-hostia sacrificada en el altar de Himeneo, para hacer más propicio á
-este dios é impedir que turbase la felicidad completa de aquella rica,
-ilustre y aristocrática familia.
-
-
-
-
-[Imagen decorativa]
-
-XXX.
-
-BODAS TRISTES.
-
-
-Como el Doctor no era personaje político, ni poeta popular y conspicuo,
-pues su grande epopeya estaba por escribir; ni filósofo célebre, porque
-su sistema estaba siempre preparándose, pocos le conocían en Madrid: no
-era sujeto de mucho viso. El lance, además, se había verificado con
-bastante recato. Así es que ni _La Correspondencia_ habló de aquel
-lance. Las personas que le sabían tenían interés en callarle, y le
-callaron.
-
-Los pocos medio ó menos de medio amigos de secretaría ó de la sociedad,
-que estimaban ó querían algo á D. Faustino, vinieron á informarse de su
-salud, y, como se les dijese que el Doctor estaba enfermo de cuidado y
-no se le podía ver, se contentaron con esto y se fueron.
-
-El ama de huéspedes, que quería bien al Doctor, porque el Doctor estaba
-amable con ella, aunque era vieja y fea, se mostró dispuesta á cuidarle
-con el mayor esmero.
-
-El médico se esmeró también, porque el espléndido Marqués de
-Guadalbarbo, su patrono, le recomendó mucho á aquel enfermo.
-
-Á poco de llegar D. Faustino á su casa y de meterse en la cama, le entró
-la fiebre, mas no con tal violencia que perdiese la cabeza.
-
-Durante todo el primer día que se siguió al duelo, el Doctor mantuvo
-firmes sus facultades mentales.
-
-El Marqués de Guadalbarbo vino dos veces á verle, y se consoló mucho con
-las noticias y pronósticos del médico, que fueron favorables.
-
-D. Faustino tuvo, por último, al anochecer de aquel mismo día, una
-visita muy extraña. Aunque el médico había prohibido con toda severidad
-que entrase nadie á ver al enfermo, el ama de huéspedes no pudo resistir
-á las súplicas, y tal vez á los generosos donativos de una bella dama
-que se empeñó en ver á D. Faustino, á quien, según aseguró, tenía que
-comunicar cosas de suma importancia.
-
---Sr. D. Faustino--dijo el ama de huéspedes, entrando en el cuarto del
-enfermo,--hay una señora que desea ver á V. ¿Le hará á V. daño su
-conversación? ¿Le digo que entre?
-
---¿Quién es?--preguntó el Doctor alborozado, imaginando que Costancita
-venía á verle.
-
---Parece francesa, contestó el ama, y esto confirmó más á D. Faustino
-en que era Costancita.
-
---¿Ha dicho su nombre? volvió á preguntar el Doctor.
-
---Sí señor: se llama Doña Etelvina... no sé cuántos; vamos... un
-apellido de extranjis.
-
-Ya nombre tan novelesco y apellido tan incomunicable hicieron dudar al
-Doctor de que fuese Costancita la visitanta; pero,--¿quién sabe?--pensó
-entre sí.--¿Había de dar Costancita su verdadero nombre á esta
-mujer?--Tan natural reflexión hizo revivir en su ánimo la esperanza de
-que fuese Costancita.
-
---Diga V. á esa señora que pase adelante--dijo al fin el Doctor.
-
-Doña Etelvina no se hizo aguardar ni medio minuto. En torno suyo se
-difundía una fragancia exquisita á _oppoponax_, que era entonces el
-perfume más _chic_ y de más alta _nouveauté_ que destilaba por sus
-alambiques _The Crown Perfumery Company_ de Londres. Su traje, su
-sombrerillo, sus movimientos y sus modales, todo era ó aspiraba á ser
-distinguido. Se diría que el último figurín de _La Moda Elegante
-Ilustrada_ había tomado humanas proporciones, se había animado por arte
-mágica y entraba allí de visita. La cara de doña Etelvina parecía ser
-linda y graciosa, á pesar ó á causa del esmalte de cascarilla y de
-carmín extendido artísticamente sobre ella. En el borde de los párpados
-llevaba pintadas unas rayas negras, que hacían más rasgados y brillantes
-los hermosos y dulces ojos.
-
-Miró el Doctor fijamente á doña Etelvina y no la reconoció.
-
-Advirtiéndolo ella, dijo con amistoso desenfado, cuando se fué la
-pupilera y quedaron solos:
-
---¡Qué olvidados tiene V. á sus amigos, señor D. Faustino! ¿No se
-acuerda V. de mí?
-
---Perdóneme V., señora; pero... francamente... no me acuerdo.
-
---Yo soy la antigua doncella de la señora Marquesa de Guadalbarbo. ¿No
-se acuerda V. ahora de Manolilla?
-
---¡Ah, sí!...
-
---He tomado el nombre de Etelvina porque el de Manolilla era vulgar y
-prosaico. Serví muchos años á la señora Marquesa; me casé con monsieur
-Mercier, el jefe de su cocina, eminente químico. Luego enviudé, y con
-los ahorros míos y del difunto, que en paz descanse, dejando la casa de
-la señora Marquesa, he puesto tienda de modas. Ya se conoce que el Sr.
-D. Faustino es un filósofo, que no se preocupa de estos negocios de
-_cocodetería_. Si no, ¿cómo había de ignorar quién es la famosa Etelvina
-Mercier ó la Etelvina á secas? En los círculos aristocráticos no hay
-persona más conocida que yo en el día de hoy. Hago furor. Estoy muy
-_recherchée_.
-
---Me alegro, me alegro en el alma. ¿Y qué la trae á usted por aquí?
-
---Vengo á ver á V. de parte de mi señora. Ella no puede venir. Sería
-comprometerse mucho--dijo en voz baja Etelvina ó Manolilla.
-
-El Doctor nada contestó y exhaló un suspiro. Doña Etelvina prosiguió:
-
---Aquí traigo una carta para V. ¿Podrá V. leerla sin fatigarse?
-
---Sí--respondió el Doctor.
-
-Manolilla entregó la carta, acercó una bujía y el Doctor leyó lo que
-sigue:
-
-«¡Faustino! Sé tu generosidad. ¡Cuánto tengo que agradecerte! La vida
-del padre de mis hijos, mi posición en el mundo, mi honra, todo te lo
-debo. Sin tu generosidad estaría yo viuda y deshonrada, porque el lance
-y las causas del lance, que así es de esperar que queden en el misterio,
-se hubieran divulgado entonces, difamándome y difamando el nombre que
-mis hijos llevan. Si antes te amaba, más te amo hoy. El agradecimiento
-da más fuerza al amor. Aunque mi marido me ha dicho que no tenga
-cuidado, le tengo, y envío á Manolilla, única persona de quien me fío,
-para que me traiga nuevas ciertas de tí. Me es imposible ir yo misma.
-Importa desvanecer toda sospecha. Lo voy consiguiendo; pero paso tan
-aventurado pudiera destruir mi obra. No es por egoismo por lo que
-procuro disipar los recelos del Marqués; es por gratitud. Le debo tanto,
-es tan bueno, es tan dichoso con mi amor, le haría yo tan desgraciado si
-le hiciese dudar de él, que la misma bondad de mi corazón me excita al
-disimulo. Dios me lo perdone. Para ello es menester que, ya que nos
-amamos, sea este amor más precavido, más misterioso, más callado que
-hasta aquí, y que sea también de tal suerte, que ni tú ni yo tengamos
-que avergonzarnos de este amor, ni ante el oculto y severo tribunal de
-nuestra conciencia. Amémonos con el amor purísimo de los ángeles.
-Impulsada por él te escribo, porque conozco tus nobles sentimientos,
-considero que estarás inquieto por mí y quiero tranquilizarte. Dios haga
-que mi carta sea bálsamo para tu herida. Dios, que ve la pureza de mis
-intenciones, te dé pronto la salud, como fervorosamente se lo pide tu
-amantísima prima--_Costanza_.»
-
-En efecto, la carta tranquilizó al Doctor, que, sobre el dolor físico
-que le causaba su herida, sentía el dolor de haber dado motivo á un
-divorcio. No acertaba á explicarse, le parecía un prodigio que
-Costancita hubiese desvanecido lo que ella llamaba sospechas del
-Marqués.--¿Qué demonio de _sospechas_--se decía el Doctor--si nos vió y
-de resultas de habernos visto, me ha atravesado el cuerpo con una bala?
-
-Aquí hemos de confesar que el Doctor hizo además otra reflexión amarga y
-egoísta. Al cabo, aunque era bondadoso, era de carne y hueso como los
-demás mortales. La reflexión fué: «Verdaderamente soy el hombre más
-desgraciado que vive bajo la capa del cielo. Costancita comulga á su
-marido con ruedas de molino y le hace creer lo increíble y negar el
-testimonio de sus propios sentidos; pero esta comunión y esta negación
-llegan tarde para mí. ¡Llegan cuando yo estoy herido!» Al pensar esto,
-el Doctor suspiró con mucha tristeza.
-
-Pronto, no obstante, se mitigó la amargura de aquel pensamiento. El
-Doctor era débil, pero era un bendito. Aunque tenía poca fe, tenía
-muchísima caridad. Fué un consuelo para él la nueva de que Costancita lo
-hubiese arreglado todo con su marido.
-
-En cuanto al amor purísimo de los ángeles, que ella le ofrecía, también
-le pareció cosa de gusto. Para un herido de suma gravedad, desangrado,
-calenturiento, con horribles dolores, no deja de ser un lenitivo
-excelente el amar y el ser amado con el amor purísimo de los ángeles.
-
-Doña Etelvina era una mujer de pro, experimentada y prudente. Como todas
-las mujeres ordinarias que, yendo de un país atrasado como el nuestro,
-pasan algunos años en París ó en Londres ó en ambos puntos, doña
-Etelvina se había hecho insufrible de puro denigradora de su patria,
-que consideraba tierra de bárbaros, y de puro fanatismo y admiración por
-los primores y refinamientos ingleses y franceses. Casi todo le parecía
-_shocking_ y grosero en nuestras costumbres. Nuestra lengua no valía
-para _causer_ ni para hacer _esprit_. Hasta de amor se hablaba mejor y
-con más elegancia en francés ó en inglés que en castellano. _I love you,
-je vous aime,_ eran frases encantadoras, delicadas, mientras que _¡te
-amo!_ ó _¡la amo á V.!_ tenían un énfasis, una hinchazón, una pompa
-inaguantables. Doña Etelvina había adquirido estimación desmedida al
-bienestar material y á los medios de conseguirle; de modo que á Mr.
-Mercier, que no se descuidaba antes, le hizo sisar cuatro veces más
-después del matrimonio. Por último, viéndose ya doña Etelvina tan
-encumbrada y adiestrada en los trotes del _fashion_ y del _dandynismo_,
-tuvo una idea que la dió sumo tormento. Imaginó que debió y pudo haberse
-casado con algún conde, ó por lo menos con algún caballerito principal,
-y que había hecho una verdadera _mésalliance_ casándose con un cocinero.
-Maldecía á cuantos recordaba que le habían aconsejado que se casase,
-sosteniendo que le habían hecho _déchoir_, que habían labrado la
-desgracia de su vida. Cuando se casó, era tan inocente, según decía
-ella, que no sabía lo que era matrimonio, y por eso se casó con un
-hombre que le doblaba la edad. Aborrecía la mentira, vicio propio de
-los pueblos corrompidos como el español; y como aborrecía la mentira,
-decía con la mayor franqueza al infeliz Mr. Mercier que le detestaba,
-que se avergonzaba de él y que soñaba con un caballerito, que era lo que
-le cuadraba á ella. Mr. Mercier, por no matar á palos á su dulce esposa,
-tomó el recurso de morirse, y pasó á mejor vida. Libre ya doña Etelvina
-de aquel monstruo, se hizo modista, ínterin llegaba la ocasión de
-casarse con un conde y hacerse condesa.
-
-Á pesar de sus perversas cualidades, doña Etelvina adoraba á Costancita.
-El método de la franqueza, tan útil para con Mr. Mercier, no debía
-adoptarse con el Marqués de Guadalbarbo, con quien era indispensable
-cierto disimulo. Doña Etelvina calculó, pues, rápida y fríamente, que
-aquella carta podría comprometer á su ama; que el Doctor podría morirse
-y la gente hallar la carta entre sus papeles. Sin mortificar al Doctor,
-con tino y discreción notables, le sacó la carta de la Marquesa de entre
-las manos y allí mismo la hizo pedazos menudos. Luego se despidió con
-mucha finura y cariño del Doctor y se largó á la calle. Para que
-Costancita no tuviese inútiles pesares, fué á verla en seguida; le dió
-cuenta del cumplimiento de su misión y le aseguró que el primo estaría
-bueno y sano en breve.
-
-Todavía estaba lleno el ambiente del perfume del _oppoponax_, cuando
-entró de nuevo el médico en el cuarto del enfermo.
-
---Señora Doña Candelaria--dijo al ama de huéspedes,--¿qué peste es ésta?
-¿Á qué demonios hiede? ¿Quién ha entrado aquí? ¿Van ustedes á matar á
-este desgraciado?
-
-Doña Candelaria, apurada por el médico, confesó de plano, y dijo la
-visita de doña Etelvina, por más que el Doctor le hacía señas para que
-callase.
-
-El médico, que sabía todos los secretos del mundo elegante, se explicó
-al punto la significación y la razón de aquella visita.
-
---Bien está--dijo.--Es necesario que nadie entre aquí en adelante, ni
-con perfumes ni sin ellos. El enfermo, para su pronto restablecimiento,
-no debe hablar con nadie ni recibir visita.
-
-El doctor Calvo, que así se llamaba el médico, era el reverso de la
-medalla del Doctor Faustino en dos ó tres puntos capitales. El doctor
-Calvo no tenía ilusiones de ningún género: era un espíritu prosaico y
-práctico. En cambio se parecía al otro Doctor en no tener creencias y en
-ser bueno de alma á pesar de la falta de fe. El Doctor Faustino le
-inspiró vivas simpatías. Fácilmente adivinó el doctor Calvo la causa del
-lance y de la herida, y se lo guardó todo para su gobierno. Consideró
-que el Marqués de Guadalbarbo, reconciliado ya con su mujer, y sin
-celos, tendría por una desgracia, ó al menos por una molestia, por una
-idea que turbaría su reposo y su buena vida, el que por acaso D.
-Faustino muriese. Como á nada conducía darle este temor y este disgusto
-prematuro, ocultó al Marqués la gravedad de la herida de D. Faustino.
-Calculó también el doctor Calvo que ni los Marqueses de Guadalbarbo, ni
-Doña Etelvina, ni nadie, habían de cuidar al enfermo por mucho que por
-él se interesasen; que la misma pupilera doña Candelaria acabaría por
-hartarse ó tendría que dejarle para acudir á los demás huéspedes, y que
-don Faustino estaba muy expuesto á morir más abandonado que un perro de
-la calle. Esta consideración le llevó á preguntar á doña Candelaria si
-sabía qué amigos y parientes tenía D. Faustino.
-
---Amigos aquí en Madrid...--dijo doña Candelaria,--tiene pocos; no tiene
-ninguno que pueda llamarse tal. ¿Qué quiere V.? Es pobre para vivir
-entre la gente con quien vive. Si hubiera intimado más con los
-escribientes, sus compañeros, tendría amigos quizás. Así no los tiene...
-En punto á parientes... él es un señor muy aristocrático, aunque sin
-blanca casi. Aquí hay tres ó cuatro señores y señoras de título que son
-sus parientes; pero, según me atrevo á conjeturar, el parentesco no le
-coge un galgo. D. Faustino está solo en el mundo; no tiene padre, ni
-madre, ni hermanos. Y como es tan pobretón, bien podemos aplicarle la
-copla que V. sabe.
-
---No, señora, no la sé: ¿cómo es esa copla?
-
---La copla canta:
-
- El que no tiene dinero
- Con el aire es comparado:
- Toditos le huyen el cuerpo,
- No les largue un resfriado.
-
-Convencido el doctor Calvo de que se podía aplicar la copla á D.
-Faustino, preguntó á doña Candelaria si no sabía ella que tuviese aquel
-caballero persona alguna allegada, allá en su tierra, que por él se
-interesase. Doña Candelaria contestó entonces que le había oído hablar
-mucho del administrador de los cuatro terrones que poseía en
-Villabermeja, á quien llamaba Respetilla, y de un cura del mismo lugar,
-nombrado el padre Piñón.
-
-El médico notó bien que lo de Respetilla era apodo, y no halló atinado
-dirigir un telegrama al señor de Respetilla en Villabermeja. El otro
-nombre le pareció menos extraño y sospechoso, y envió aquella misma
-noche un telegrama al señor padre Piñón, en Villabermeja, provincia
-de... avisándole que D. Faustino López de Mendoza estaba enfermo de
-mucho peligro.
-
-No se había equivocado el doctor Calvo. Desde aquella noche se aumentó
-la fiebre de D. Faustino. Cuando al otro día se mitigó la fiebre, una
-debilidad y un atolondramiento grandes embargaban sus sentidos y su
-mente. La idea de la duración, la percepción del tiempo que pasaba y de
-los objetos exteriores, y hasta la conciencia de su propio ser y de sus
-estados sucesivos, empezaron á hacerse confusas y vagas en el espíritu
-del enfermo.
-
-Cada noche era mayor el recargo de la calentura.
-
---¿Qué pronostica V. del enfermo?--preguntaba doña Candelaria al doctor
-Calvo con algún interés...
-
---Para qué ocultárselo á V., señora--contestaba el médico:--está de sumo
-cuidado.
-
---¿Se salvará?
-
---Qué sé yo.
-
---¿Cuánto tiempo podemos estar en esta duda?
-
---Quizás más de veinte días. La inflamación ha producido ya la fiebre
-_traumática_, y ha atacado además cierta membrana que rodea los
-pulmones, la cual, por fortuna, creo que no está perforada. Repito que
-este mal, con el peligro de la muerte, puede durar veinte días, hasta
-cuatro semanas. Conviene mucho reposo, mucho silencio, dieta
-rigorosísima, agua de malvas y flor de violeta; las bebidas que han
-venido de la botica; los cáusticos; en fin, todo lo que he ordenado.
-Doña Candelaria, V. es una excelente mujer. Cuídele V. mucho. Vamos á
-ver si salvamos á este infeliz.
-
-De allí en adelante, cuando la calentura del Doctor no era muy intensa,
-el desfallecimiento, la debilidad le tenía amodorrado. El espíritu, con
-su actividad independiente, trabajaba en lo interior de su ser, pero con
-honda confusión y extraordinario desorden.
-
-Tristes pensamientos, melancólicas imágenes cruzaban por el cerebro y
-poblaban la imaginación de D. Faustino. Á veces veía la muerte cercana,
-como si él se resbalase en el borde de una sima, como si ya fuese
-cayendo en un abismo obscuro. Por un lado gozaba de amargo deleite al
-presentir la paz, el sosiego, el aniquilamiento que le aguardaba.
-Parecíale que se disolvía en un mar infinito; que se unía para siempre
-con lazo de amor á todos los seres; que la guerra, la lucha, el egoísmo
-terminaban. Por otro lado, sentía acerbo dolor de ver que se borraban su
-individualidad y hasta su nombre del libro de la vida. Se le antojaba
-que se hundía, que se iba á fondo en el piélago de la existencia, sin
-dejar rastro, ni huella, ni memoria de haber pasado. Toda aquella
-armonía poética de su alma, todos aquellos conceptos divinos que allí
-habían germinado, iban á desaparecer, sin despertar eco alguno, sin
-abrirse y manifestarse á la luz del día. Al caer en el abismo obscuro,
-veía D. Faustino á Costancita, que sonreía graciosamente y le llamaba á
-sí, y le brindaba con el amor purísimo de los ángeles, de que hablaba su
-carta. D. Faustino quería asirle la mano para que le detuviese; pero
-Costancita la retiraba con terror, temiendo que su amante la arrastrase
-en su caída. Etelvina, entre tanto, bailaba con maravillosa
-desenvoltura, cantaba cancioncillas francesas muy alegres y se burlaba
-de todo. El Marqués de Guadalbarbo acudía por otra parte,
-exclamando:--¡Qué feliz soy! ¡Mucho me ama Costancita!--D. Faustino
-envidiaba su felicidad.
-
-Los recuerdos de Villabermeja, de la Nava, de Rosita, de doña Ana, del
-ama Vicenta, acudían en tumulto en otras ocasiones á perturbar la mente
-del Doctor, combinándose de mil maneras á cual más fantásticas. La
-medida que tiene el tiempo en el mundo real escapaba á la comprensión
-del herido; pero ya advertía vagamente que había pasado tiempo bastante,
-cuando creyó percibir, como realidad y no como vana fantasía, que le
-tomaban la mano, que le miraban con miradas muy tristes, y hasta que le
-decían algunas palabras de consuelo el padre Piñón y Respetilla.
-
-Después volvió el letargo; después se hizo más intenso el delirio
-febril.
-
-La figura de la coya y la imágen de María se confundieron en un solo
-ser, en un solo espectro, que venía á sentarse á la cabecera de la cama
-del Doctor, que le cuidaba, que le besaba y posaba sobre su frente
-calenturienta una mano suave y amorosa.
-
-Más tarde tuvo el Doctor una visión de mayor dulzura y consuelo. Fué
-como si viese su propia alma, la pura esencia de su ser, que, limpia por
-el dolor de toda mancha, tomaba forma celestial de portentosa hermosura.
-Era una virgen en la primera flor de su lozana juventud. Sus ojos azules
-parecían el zafir oriental de serena alborada; su cabellera rubia, oro;
-su sonrisa, las santas esperanzas de otra vida mejor; su talle, esbelto
-y cimbreante, pimpollo del paraíso; sus mejillas, rosas nacidas en otro
-clima más apacible y en más genial y grata primavera. El Doctor se
-reconocía á sí propio en aquella visión, en aquella imágen viva. Todos
-sus ensueños poéticos, que jamás habían adquirido forma adecuada con el
-ritmo y cadencia del verso y del lenguaje; todo lo sano de su filosofía,
-exento ya de dudas y de horribles negaciones; toda la virtud de su
-voluntad, sin vacilación, sin egoísmo y sin incertidumbre, todo se había
-condensado, había tomado cuerpo, se había determinado en aquel
-sobrehumano espectro. La virgen, ora fuese ensueño, ora realidad, le
-miraba con inefable ternura, y D. Faustino, como si fuese ella su propia
-alma, la amaba más que á sí propio, y todos sus pensamientos iban á
-ponerse en ella.
-
-Imaginaba D. Faustino que, no bien aquella virgen penetraba en su
-estancia, cuando la embalsamaba toda un casto perfume de santidad y de
-tranquila beatitud, que traía salud y descanso, y que era harto distinto
-del _oppoponax_ de doña Etelvina.
-
-Otras veces veía D. Faustino en aquella visión á su genio bueno, al
-ángel de su guarda. Blanca estola cubría sus airosas espaldas y su
-virgíneo seno, y de sus espaldas brotaban alas transparentes teñidas de
-clara luz y tornasoladas, como el ópalo, con azul, carmín y nácar. No
-andaba ella: se deslizaba en el ambiente, alzándose del suelo. El
-espíritu del Doctor volaba hasta alcanzarla, y parecía que ella se
-remontaba al empíreo con el espíritu del Doctor, y que ambos penetraban
-juntos en la morada de los bienaventurados: en un yermo ideal, cubierto
-de perennes flores, donde sonaba dulcísima y siempre nueva y encantadora
-melodía, y por donde vagaban santas mujeres, piadosos penitentes, sabios
-llenos de fe profunda, filósofos que no renegaron jamás, héroes,
-mártires, videntes y poetas inspirados, los cuales enseñaron á los
-hombres los caminos de la virtud y de la verdadera gloria.
-
-Poco á poco, con el transcurso del tiempo, se fué despejando la mente de
-D. Faustino. La niebla, al través de la cual los ojos de su espíritu y
-los ojos de su carne se diría que veían las cosas, fué desvaneciéndose y
-perdiéndose.
-
-La conciencia acudió de nuevo á D. Faustino, y con ella la intensidad de
-los dolores físicos, su debilidad, su miserable estado. Horrible
-angustia se apoderó de su alma. Temió haber perdido los deliciosos
-ensueños para no ver ni comprender más que una realidad espantable.
-Aunque sus ojos estaban secos, llegaron á brotar de ellos dos lágrimas,
-que corrieron lentamente por sus hundidas mejillas, en ligero declive,
-por hallarse el enfermo tendido boca arriba y con la cabeza levantada en
-alto por dos ó tres almohadas. Casi al través de aquellas lágrimas
-percibió el enfermo con indecible júbilo, junto á él, con todas las
-condiciones de lo real, en un ambiente sin nube ni niebla, á la joven
-con quien creía haber soñado. Tenía su propio rostro; era más que su
-retrato, si bien revestido de ideal belleza, radiante de juventud,
-iluminado de santidad, lleno de inocencia y de puros, inmaculados
-esplendores.
-
-Haciendo un esfuerzo, con apagada y bronca voz, dijo entonces D.
-Faustino:
-
---¿Quién eres?
-
---Irene, soy Irene,--contestó la joven con voz blanda, que sonó en el
-alma del doliente como música del cielo.
-
-No bien pronunció aquel dulce nombre entró en el cuarto otra mujer. El
-Doctor la vió claramente. Se le había despejado la cabeza. Había
-recobrado el uso de todas sus facultades mentales. Aquella mujer era
-hermosa aún; pero su vida austera y consagrada á la mortificación, sus
-padecimientos morales y los estragos de las grandes pasiones, habían
-encanecido sus negros cabellos y marcado su frente con algunas precoces
-arrugas. Era María.
-
-El Doctor lo comprendió todo.
-
---¡Hija del alma!--exclamó--¡María! ¡Esposa!--añadió luego.
-
-Ambas mujeres se inclinaron sucesivamente sobre la cama y besaron las
-hundidas mejillas de D. Faustino, recomendándole, por amor de Dios y de
-ellas, que permaneciese sosegado.
-
-La patrona, doña Candelaria, estaba de enhorabuena hacía más de una
-semana. Todos sus antiguos huéspedes, que pagaban mal, ó poco y tarde,
-se habían ido, echados por ella, y en cambio tenía de huéspedes al padre
-Piñón y á Respetilla, y lo que es más importante, al rico capitalista D.
-Juan Fernández de Villabermeja, con su sobrina doña María y su preciosa
-hija la señorita doña Irene, y unos cuantos criados, que apenas cabían
-en la casa.
-
-D. Juan Fernández de Villabermeja, á quien todos llamaron después en su
-lugar D. Juan Fresco, había adoptado como hija á su sobrina María. Ésta
-y su hija Irene habían vivido con él en América, hasta que, hacía poco
-tiempo, habían vuelto á Europa y viajado por Italia, Alemania,
-Inglaterra y Francia. En París estaban ya cuando recibieron, desde
-Madrid, un telegrama del padre Piñón, parecido al que recibió el padre
-Piñón del doctor Calvo. Toda aquella familia tomó al punto el
-ferrocarril y se vino á esta corte, alojándose en la pobre é incómoda
-casa de huéspedes, á fin de velar y cuidar á D. Faustino López de
-Mendoza.
-
-María é Irene acudieron con alborozo á ver al tío Juan, después del
-reconocimiento, y le dieron aquella nueva de estar despejada la mente de
-don Faustino, como señal cierta de su mejoría. D. Juan Fresco aparentó
-creer en la mejoría, á fin de no apesadumbrar más á sus sobrinas; pero
-en su interior tuvo por mal síntoma el restablecimiento de las
-facultades mentales.
-
-Cuando vino el doctor Calvo, y después que vió al enfermo, D. Juan
-Fresco habló á solas con él.
-
-El Doctor Calvo le dijo:
-
---Sr. D. Juan, siento tener que dar á V. la razón. La desaparición del
-delirio es un mal síntoma. Acabo de ver á D. Faustino. Me temo que ha
-entrado ya en el tercer período de la enfermedad, del cual pocos salen
-con vida. Su semblante está más alterado y muy pálido; sus ojos,
-espantados y muy abiertos; dilatadas las pupilas; el pulso, más débil y
-frecuente; la transpiración, pegajosa, y cascada y seca la tos. Mucho me
-temo que esta vuelta del juicio ha sido para que venga la agonía. En la
-cara del Sr. D. Faustino empiezan á pintarse todos los rasgos que
-caracterizan lo que llaman los médicos _mors peripneumonicorum_.
-
-Afligidísimo D. Juan Fresco, tuvo que preparar á María y casi
-descubrirle toda la triste verdad. Ella la recibió con dolor profundo,
-pero con la devota resignación de un alma cristiana, bien templada y
-probada por mil pesares y disgustos.
-
-La hija del bandido, aunque había llegado á ser, ó por lo mismo que
-había llegado á ser una riquísima heredera, y aunque tenía una hija, á
-quien deseaba legitimar y dar un ilustre apellido, no había osado pensar
-hasta entonces en el matrimonio; ni siquiera había querido buscar de
-nuevo á su amante. Temía que éste, arrastrado por la ambición, impulsado
-por el orgullo, agitado por otras pasiones, se hastiase de ella luego
-que le diese la mano como legítimo esposo. Temía que el espíritu de ella
-y el de D. Faustino, que por un fanatismo de amor creía ligados con lazo
-estrechísimo, como dos mitades de una existencia completa, si rompían en
-la vida presente el vínculo que formasen, se vieran condenados también á
-un eterno divorcio en la vida futura.
-
-Todo esto había retraído hasta entonces á María hasta de soñar con ser
-la mujer de D. Faustino López de Mendoza.
-
-Ahora no vaciló un instante en dar su mano al moribundo. Llamó al padre
-Piñón y le confió todos sus planes.
-
-Exaltada la mente de D. Faustino con la celestial aparición de su
-hermosa hija, con la vuelta y el reconocimiento de su _amiga inmortal_,
-y con ciertas vislumbres de la eternidad, á cuyas puertas él mismo
-conocía que se hallaba, columbrando ya la luz de sus inefables
-misterios, volvió á tener fe y volvió á sentir la dulzura consoladora de
-las religiosas esperanzas. D. Faustino volvió á ser cristiano como
-cuando niño.
-
-Hallando el padre Piñón tan bien dispuesto á D. Faustino, dió las
-gracias al Altísimo, y oyó la confesión de su amigo y paisano,
-absolviéndole de sus culpas.
-
-Pocas horas después comulgó fervorosamente D. Faustino, y en seguida,
-siendo testigos ó hallándose presentes D. Juan Fernández de
-Villabermeja, el doctor Calvo, Respetilla, doña Candelaria é Irene, casó
-el padre Piñón, provisto del indispensable permiso, á D. Faustino y á
-María, celebrándose y solemnizándose aquellas tristes bodas con el
-llanto de todos.
-
-
-
-
-[Imagen decorativa]
-
-CONCLUSIÓN
-
-
-Quiso la suerte, ó más bien quiso el cielo en sus inexcrutables
-designios, que contra todas las probabilidades, contra todos los
-pronósticos de la ciencia, la vida de D. Faustino se salvara. Vencida la
-crisis mortal de la inflamación de la pleura, que también había afectado
-los pulmones, la herida se cicatrizó con rapidez, uniéndose del modo que
-convenía los tejidos vulnerados. El restablecimiento fué pronto y
-completo.
-
-Diez y seis meses después de las tristes bodas, en el mes de Octubre del
-año siguiente, apenas si nadie recordaba ya la larga y peligrosa
-enfermedad de D. Faustino, su herida y el misterioso lance en que la
-había recibido.
-
-Entonces, sin embargo, no era ya D. Faustino un sujeto obscuro é
-ignorado, sino un personaje de mucho viso y lustre. Sus riquezas, ó
-dígase las de su tío y de su mujer, prestaban brillo, realce y
-notoriedad á todas sus buenas prendas.
-
-D. Faustino, con poco más de cuarenta y cinco años, parecía joven aún y
-era buen mozo y elegante. En sus cabellos rubios no se descubría una
-cana. Vestía con primor y esmero, y sin afectación alguna.
-
-Cuando paseaba en la Fuente Castellana, con su bellísima hija al lado,
-en soberbios caballos ingleses, que él y ella manejaban muy bien, ambos
-excitaban la admiración y el aplauso de los concurrentes á aquel sitio.
-
-La magnífica casa en que vivían estaba abierta á un círculo de gentes
-distinguidas, entre quienes empezaba ya á cobrar D. Faustino fama de
-gran poeta y hasta de sabio.
-
-Rosita, en quien la compasión de ver tan humillado á D. Faustino había
-mitigado antes el rencor antiguo, volvió á sentirle de nuevo al ver á
-don Faustino tan encumbrado y tan dichoso; y la felicidad y el triunfo
-de María la Seca, de la hija del bandido, su aborrecida rival, la
-atormentaron con envidia devoradora.
-
-En la generalidad de las gentes podía más, sin embargo, la simpatía y el
-amor hacia la familia del capitalista D. Juan Fernández de Villabermeja,
-que la envidia de su bienestar y opulencia. Así es que las noticias,
-difundidas por Rosita, de que María era hija de un bandido, lejos de
-causar daño á María, le prestaron cierto encanto novelesco, pasmándose
-todos de su discreción, de su saber, de la nobleza de su carácter, y de
-cómo, desde origen tan humilde, desde el lodo en que nació, había sabido
-elevarse, limpia y pura de toda mancha, salvo la de haberse entregado en
-su mocedad á D. Faustino, movida por un amor invencible, lo cual no
-había alma generosa que no perdonase, y mucho más al ver á Irene, cuya
-hermosura, candor y claro entendimiento eran perpetuo asunto de los
-mayores encomios.
-
-Irene, si era adorada de los hombres, aun era más estimada de las
-mujeres. La ausencia de toda coquetería hacía que no la mirasen como una
-rival. Su religiosidad profunda, su disgusto del mundo sin amargura ni
-acritud, y su amor á las cosas del espíritu, la apartaban de toda
-vanidad mundana y de las galanterías y vulgares amores, elevando al
-cielo sus pensamientos, de donde se diría que, al volver á su alma,
-bañaban su rostro divino en reflejos como de luz increada.
-
-María, su madre, ya hemos dicho que conservaba aún su belleza; pero la
-austeridad de sus costumbres, los recuerdos de su pecado, los
-pensamientos que despertaban en su mente la vida criminal de su padre y
-su muerte trágica, todo concurría á despojarla de aquella ligera
-afabilidad, de aquella alegría graciosa, de aquel trato fácil y ameno,
-que son el principal encanto del amor, y por donde la mujer, ajena ó
-propia, seduce, cautiva y rinde al marido ó al amante. Su amor hacia don
-Faustino era más fervoroso, más sublime, más fuerte que nunca; pero no
-era el amor á quien siguen ó rodean los juegos, las risas y las gracias,
-sino el amor severo, metafísico, casi ultramundano, hijo de la Venus
-Urania, consagrado por el deber y encadenado con un vínculo religioso.
-
-María, además, se hallaba muy quebrantada de salud. Si bien en la
-sociedad procuraba, y lo conseguía, estar muy amable y no mostrar nada
-en su espíritu ni en su carácter que causara extrañeza, en la intimidad
-de su familia tenía prodigiosos éxtasis y arrobos, como si su espíritu
-volase muy lejos de ella á esferas misteriosas y distantes. Ni siquiera
-á su marido se atrevía ella á confiar sus ideas; pero dejaba entrever
-que imaginaba hablar con los espíritus, que recordaba casos de otras
-existencias pasadas, y que tenía, despierta, algo parecido á las lúcidas
-intuiciones del sonambulismo: lo que llaman _segunda vista_. Tristes
-presentimientos agitaban su corazón; mal reprimidos suspiros brotaban á
-veces involuntariamente de sus labios; las lágrimas solían nublar sus
-ojos de pronto, sin ningún aparente motivo.
-
-El Doctor Faustino, á pesar de todo, amaba entrañablemente á María. Su
-amor de padre por Irene era más ferviente aún; pero el Doctor Faustino
-no era feliz tampoco. Con frecuencia, en lo más oculto de su mente, se
-dolía de no haber muerto el día en que reconoció á su hija y le dió su
-nombre.
-
-Los coches, los caballos, la casa lujosísima, todo el bienestar y el
-dinero de que gozaba, eran debidos á la generosidad de D. Juan Fresco;
-él no había sabido ganarlos con su ingenio, con su actividad, con su
-saber y con su trabajo. Esto le tenía avergonzado y confuso. La terrible
-pregunta _¿Para qué sirvo?_ le atosigaba de continuo, y más aún la
-terrible respuesta: _No sirvo para nada_.
-
-Su ambición, ardiente aún, y menos satisfecha que nunca, era para él un
-tormento incesante. Aun había tiempo de satisfacerla. Ahora, sin tener
-que pensar en los apuros pecuniarios, con dinero bastante, podía
-poetizar, filosofar, escribir, mezclarse en los negocios políticos,
-hacerse elegir diputado. El Doctor, no obstante, tenía miedo de acometer
-cualquiera empresa. Si salía mal, no podría achacar el mal éxito á su
-falta de recursos, y el desengaño sería más cruel y más duro.
-
-La fe religiosa, que en lo más grave de su enfermedad, en el período
-crítico, cuando estuvo próximo á la muerte, había venido á consolarle,
-habíase de nuevo apartado de su alma. El Doctor volvió á dudar mucho y
-á negar más; imaginó que aquella vuelta á las antiguas creencias había
-sido efecto de su debilidad y de su postración; tal vez de la larga
-dieta; tal vez de la violenta calentura.
-
-Entre tanto, mientras que su entendimiento, su discurso, su dialéctica
-dudaba ó negaba, su alma afectiva y su fantasía de poeta seguían
-presentándole mil sistemas, doctrinas ó teorías, que le agitaban con el
-deseo ó con el temor de que fuesen verdaderas. Ya en el centro de su ser
-creía columbrar lo infinito, lo divino, lo absoluto, de que estaba
-sediento; ya lo divino le parecía difundido por las entrañas mismas del
-universo todo, á quien prestaba su vida y su armonía. En suma, el Doctor
-ya era místico, ya era teósofo, aunque en ciernes y sin decidirse.
-
-Sus raciocinios le llevaban á lamentarse ó á burlar de las alucinaciones
-de su mujer respecto á espíritus y á existencias pasadas; y sin embargo,
-hasta aquellas mismas creencias, que despreciaba, destruían la
-tranquilidad de su mente. En sueños, dormitando á veces, á veces bien
-despierto, cuando tenía los nervios sobrexcitados, en el silencio de la
-noche, después de larga vigilia, el Doctor veía á su mujer y á la coya
-confundidas en una. Entonces le parecía acordarse de cuando él fué
-guerrero y estuvo en el Perú, y allí la enamoró. Y luego suponía que
-ella, en el orden moral, había adelantado mucho, encaminándose á la
-perfección, y que él se iba quedando muy atrás, por más que María le
-tendía la mano, le alentaba, le guiaba, quería llevársele consigo á más
-altas esferas y á gozar de condición más noble.
-
-Cuando estaba sereno, cuando sus nervios se habían calmado, á la clara
-luz del día, el Doctor se mofaba en su interior de aquellos delirios,
-pensando que su mujer estaba medio loca y que por momentos le comunicaba
-la locura.
-
-La jovialidad de D. Juan Fresco; sus chistes, que todos le reían, en
-particular después de haber comido en su casa, pues tenía buen cocinero
-y mejores vinos; el sereno pensar con que aquel bermejino modelo
-comprendía y ordenaba en su mente los seres todos; la firmeza de su
-carácter y de sus principios, y el buen tino y la seguridad con que
-cuidaba de su hacienda y la acrecentaba, todo esto era antipático para
-D. Faustino, y, sin envidiarlo le vejaba y rebajaba bastante.
-
-D. Juan Fresco preveía, allá en su interior, que aquellas cosas, que
-harto bien iba él trasluciendo, no podían tener término muy dichoso;
-pero no les hallaba remedio y se afanaba por retardar el mal cuanto
-fuese posible, procurando consolarse ya de él como si hubiera sucedido.
-
-La afición de D. Juan Fresco á los bermejinos le indujo á convidar á
-Respetilla á que viniese á pasar un mes en Madrid para que viese bien
-cuanto de notable encierra la corte. Cuando Respetilla había estado la
-otra vez, nada había disfrutado ni visto, á causa de la enfermedad de su
-amo. Ahora que estaba en Madrid de nuevo, D. Juan Fresco se deleitaba en
-ser su _cicerone_. Hizo que el mejor sastre de Madrid le vistiese de
-levita, y le compró en casa de Aimable un sombrero de copa alta, que
-Respetilla llamaba _gavina, chistera, colmena_ ó _castrosa_. La
-admiración de Respetilla por todos los objetos y el modo que tenía de
-considerarlos, encantaban á D. Juan. Mucho gustó á Respetilla la
-Historia Natural; el Palacio le pareció enorme; el Museo de Pinturas no
-le divirtió nada, y donde más gozó fué en los toros y en los bailes del
-teatro de Rivas, viendo _El Descendiente de Barba Azul y Brahma_.
-Aquellas _niñas_ tan ligeras y tan ligeramente vestidas, la luz de
-bengala, la bajada de Barba Azul del castillo con toda su comitiva, los
-quitasoles y el dragón chinesco, le traían maravillado. Las _niñas_, sin
-embargo, eran lo que más le complacía; pero Respetilla hacía ya muchos
-años que se había casado con Jacintica, la antigua criada de Rosita, de
-quien tenía la friolera de nueve hijos como nueve becerros; tenía además
-muchísimo cariño y muchísimo miedo á su mujer, y ni de pensamiento
-siquiera se atrevía á cometer la menor infidelidad. Así es que, si por
-acaso y no reflexionándolo, se dejaba entusiasmar por las _niñas_ un
-poco más de lo justo, luego se le presentaba en la mente la figura de
-Jacintica toda enojada, y se desataba en vituperios y en injurias contra
-las bailarinas, como si fuese un Catón cristiano, ó mejor diremos un San
-Pacomio.
-
-Respetilla vió también y admiró en casa de sus amos, donde entraba ella
-como modista, á su antigua novia Manolilla, pasmándose de que se llamara
-doña Etelvina, y con cierto orgullo de haber estado en relaciones con
-persona tan cabal y de cuenta. Los trajes de doña Etelvina; sus bellos
-colores, rosa de Venus legítima, de la que usaron Lais, Tais y otras
-_heteras_ de Corinto, Atenas y Mileto, y el perfume que ella exhalaba,
-no ya de _oppoponax_, sino de otra esencia más rica, llamada
-_stephanotis_, eran circunstancias que tenían absorto y boquiabierto á
-Respetilla, como si soñase mil portentos; mas ni por esas, y no porque
-respetase á doña Etelvina, sino porque respetaba á la ausente Jacintica,
-madre de los nueve, se atrevió Respetilla á propasarse, sino que, de
-acuerdo ya con su apodo se limitó á decir cuatro cuchufletas á la
-modista elegantona, quien, al fin, por lo singular y peregrino del
-lance, por estar Respetilla muy gracioso con su levita y su _chistera_,
-y por los dulces recuerdos de la juventud y de la patria, hay quien
-sostiene que se le mostraba menos arisca que mansa, y más cocida ó frita
-que cruda.
-
-D. Faustino, en cambio, aunque harto poco disculpable, fuerza es
-confesarlo, no estuvo con Costancita tan firme, no fué tan honrado como
-su antiguo escudero. El _amor purísimo de los ángeles_, que Costancita
-había propuesto y recomendado en su carta, se le guardó D. Faustino para
-su mujer y para su bendita hija; pero la Marquesa de Guadalbarbo
-perturbaba todo su ser, despertaba en su corazón una tempestad de
-pasiones. Costancita misma, irritada por los nuevos obstáculos que entre
-ella y su primo se levantaban, celosa y envidiosa del bien de María, más
-enamorada que nunca, no soñando ya con el idilio, sino con el drama
-vehemente, rompió todo freno, y con otra astucia, con otro cálculo, con
-el mayor recato y disimulo vió y habló á D. Faustino en sitio que ella
-imaginaba que nadie averiguaría.
-
-El Marqués de Guadalbarbo, si bien creyendo á pie juntillas en la
-inocencia de su mujer, vivía muy sobre aviso desde la noche de la
-sorpresa; pero ya Costancita estaba escarmentada, y fueron
-extraordinarias sus precauciones. El Marqués no se percató de nada.
-
-Ni siquiera los maldicientes, que están siempre atisbando, á fin de
-averiguar y referir la crónica escandalosa, tuvieron el menor indicio
-del caso.
-
-Desde que empezaron aquellas misteriosas citas, el Doctor se halló
-atormentado, inquieto al lado de María. Sentíase indigno, se
-avergonzaba de su doblez, de sus mentiras y de su ingratitud; pesábanle
-más en el corazón su pobreza y su incapacidad, y las riquezas y el
-desprendimiento generoso de D. Juan Fresco.
-
-La _segunda vista_, la perspicacia espiritual de María, de nada valió
-para descubrir aquel secreto infame. Su enamorado espíritu entraba ó
-creía entrar en lo más oculto del alma de su marido; pero entraba tan
-lleno de confianza, de veneración y de afecto, que todo lo veía
-hermoseado por una luz pura, y no percibía lo feo y lo deforme.
-
-Atribuyendo María las tristezas del Doctor á noble ambición contrariada
-y á la especie de humillación de verse pobre, siendo ricos su tío y
-ella, empleaba los medios más delicados y discretos para realzar aquel
-ánimo abatido, para darle esperanzas de que sería dichoso en cuanto
-emprendiese, para hacerle creer que de él dependía subir á la cumbre del
-poder y de la gloria, y para persuadirle sobre todo de que él era, en
-absoluto, y singularmente para ella, de tanto valor y de tan gran ser, y
-de precio tan inestimable, que no necesitaba de victorias, ni de
-triunfos, ni de aplausos mundanos, á fin de corroborar, y mucho menos de
-acrecentar en sí tan reconocidas excelencias.
-
-Esta noble conducta de María mortificaba más y más á D. Faustino
-exacerbando sus remordimientos; pero el atractivo y la diabólica
-fascinación que ejercía sobre él Costancita, podían más que todo. D.
-Faustino amaba, reverenciaba, adoraba á María como algo santo,
-celestial, suave, sereno y puro, y buscaba, no obstante, á Costancita,
-arrastrado por el delirio de los sentidos, por el demonio de la vanidad
-y del orgullo, y hasta por el aguijón punzante de los celos, temeroso
-siempre de que si él la dejaba, ella pudiese querer á otro, aunque no
-fuese sino por despecho.
-
-Mucho hubieran durado así las cosas, sin descubrirse nada, si el Doctor
-no hubiese tenido un enemigo vigilante, astuto y cada día más enconado
-contra él y contra su mujer. Este enemigo era Rosita.
-
-Los lazos que la unían al general Pérez se habían estrechado cada vez
-más. Rosita dominaba al conquistador tremebundo; le tenía sujeto,
-avasallado, cambiado de león en cordero. Si ella le consultaba á veces
-sobre los moños, vestidos y adornos que debía ponerse, él la consultaba
-sobre la política. De ella dependía, pues, que el Ministerio durase ó
-cayese, que hubiera ó no otro nuevo pronunciamiento, que cambiase de
-Constitución ó de forma el Estado. En España todo lo podía la tropa; con
-la tropa todo lo podía el general Pérez; con el general Pérez, Rosita.
-De esta suerte, en virtud de tan irrefutable sorites, consideraba
-Rosita que todo dependía de ella. Ella era la Aspasia de aquel Pericles
-flamante.
-
-En medio de tanta gloria, la afrenta que le hizo el Doctor y la
-rivalidad de María vivían en su corazón, á pesar de los años
-transcurridos, y se le corroían como un cáncer.
-
-Como el General no tenía secretos para ella, llegó á decirle hasta el
-mal rato y el picón que le dieron Costancita y el Doctor, protestando
-que si él había pretendido á Costancita, había sido con intento de
-burlarse de ella y de rebajar su orgullo.
-
-Informada Rosita de aquellos amores, suponiéndolos más adelantados de lo
-que estaban entonces, les siguió la pista con encarnizamiento, sagacidad
-y sigilo. Supo que doña Etelvina había sido la doncella de Costancita, y
-conjeturó que no podría menos de ser la persona de toda su confianza
-para ciertos negocios, dado que los hubiese. Bien estimó ella que sería
-difícil, ya que no imposible, que doña Etelvina, por desalmada que
-fuera, hiciese á sabiendas traición á su ama. No procuró, por lo tanto,
-ganarse la voluntad de doña Etelvina, sino la de su principal ayudanta y
-confidenta la señorita Adela, la cual, por lo mismo que doña Etelvina
-andaba siempre tan atareada, era la que acudía á casa de Rosita con
-modas y trajes.
-
-Ganada del todo la señorita Adela, á fuerza de presentes y obsequios,
-nada ocurría en casa de doña Etelvina que Rosita no supiese. Así pasó
-más de un año sin que Rosita averiguase lo que deseaba averiguar; mas,
-por último, premió sus afanes el diablo.
-
-La señorita Adela se impuso, á pesar del recato con que se hacía, y
-transmitió en seguida á Rosita su gran descubrimiento, de que la
-Marquesa de Guadalbarbo iba á casa de la Etelvina, ó bien muy de mañana,
-ó bien al anochecer, entre dos luces, y que allí veía al Doctor, que la
-aguardaba.
-
-Rosita, prodigando entonces el oro, sobornó á la señorita Adela, y la
-comprometió á introducir á una persona en casa de la Etelvina y á
-ocultarla en lugar conveniente para que, sin ser vista de nadie, pudiese
-ver á los amantes en una de sus citas.
-
-Luego la hija del escribano usurero escribió á María un anónimo,
-revelándole la traición de su marido y ofreciéndole _generosamente_ los
-medios de cerciorarse de ella.
-
-El día, la hora, el momento de la cita llegó, según la señorita Adela
-tenía averiguado.
-
-Costancita hubo de quejarse del poco cariño, de la tibieza del Doctor.
-Se mostró celosa de María: dijo que María era más querida que ella.
-
-Embriagado el Doctor por las fascinadoras miradas, por la coquetería
-infernal, por la elegancia, por la hermosura aristocrática y por la
-juventud inmarcesible de su prima, le aseguró que respetaba á su mujer,
-pero que no la amaba; que casi la odiaba por su causa.
-
-El Doctor confirmó tan abominable aserto con un abrazo.
-
-Entonces creyó oir cerca de sí, penetrando en su pecho como agudo puñal,
-un sollozo desgarrador y ahogado.
-
-Se apartó lleno de espanto, de los brazos de Costancita; buscó
-rápidamente, y nada vió en el cuarto en que estaban. Abrió la puerta por
-donde habían entrado, y nada vió tampoco. Abrió, en fin, otra
-puertecilla que daba á otro cuarto interior, que también tenía salida al
-corredor, y encontró vacío el cuarto y la puerta de salida cerrada con
-llave. Interrogó á doña Etelvina sobre las personas que había en casa, y
-doña Etelvina dijo que no había nadie, salvo la señorita Adela, porque
-las oficialas se habían ido ya todas. La señorita Adela era además muy
-de fiar y no sollozaba nunca por tan poco. La señorita Adela,
-interrogada á su vez por doña Etelvina, sostuvo que nadie había entrado
-en casa; que ella estaba al cuidado de todo, y que los criados se
-hallaban en la cocina para evitar que se enterasen de aquellos asuntos.
-
-Costancita decidió entonces que lo del sollozo, que ella no había oído,
-era una locura del Doctor. El Doctor acabó por persuadirse de lo mismo.
-
-Desde aquel día en adelante la tristeza de María fué siendo más honda y
-persistente. Aunque no exhaló la menor queja contra D. Faustino, D.
-Faustino vió á las claras que todo lo sabía. Á pesar de su excepticismo,
-no hallando modo natural de explicárselo, el Doctor imaginó que no era
-vana la _segunda vista_ de María; que su espíritu, desprendiéndose del
-organismo, al cual sólo por un hilo de flúido eléctrico quedaba anudado,
-volaba donde quería y atravesaba los muros y penetraba en los más
-ocultos lugares. El sollozo que él había oído y que no había oído
-Costancita, le pareció un ¡ay! del alma, un gemido espiritual que
-arrancó á María de lo hondo de su ser la horrible frase de que él casi
-la odiaba.
-
-¿Qué satisfacción, qué disculpa, qué palabra de consuelo podía dar D.
-Faustino á su mujer si en efecto lo sabía todo, fuese como fuese?
-
-El Doctor se limitaba, pues, á estar más amable, más dulce, más rendido
-que nunca con ella; pero no intentó explicación ni satisfacción alguna.
-María no se daba por entendida del agravio.
-
-Por último, María cayó postrada en cama con una gravísima enfermedad.
-Sentía en el lado del corazón más calor que de ordinario, y una opresión
-y una fatiga muy grandes. Le pesaba algo dentro del pecho. Á veces le
-daban vahídos. Parecíale luego que le apretaban las entrañas. La
-atormentaban incesantes angustias. El pulso, débil, era desigual y
-precipitado; la respiración, fatigosa y entrecortada de lastimeros
-suspiros.
-
-Su severa y majestuosa hermosura resplandecía más, á pesar de las muchas
-canas que blanqueaban su negra cabellera, porque sus ojos tenían más
-luz, más viveza que en su estado normal, y porque ardiente carmín daba
-color á sus mejillas.
-
-De repente solían acometerle fuertes palpitaciones, que imprimían á su
-seno dolorosas sacudidas: se diría que llegaban á oirse por los que
-estaban cerca los latidos violentos é irregulares de su corazón
-inflamado. De repente también parecía suspenderse el movimiento del
-corazón, y la enferma caía en un desmayo. Siempre, con todo, conservaba
-María su razón despejada; más bien que turbarse ó anublarse, su
-entendimiento mostraba lucidez maravillosa, como si fuese una luz, una
-llama á la cual se acercan substancias combustibles.
-
-El doctor Calvo prescribió dieta, reposo, bebidas refrigerantes y
-sinapismos en los pies; apeló á la homeopatía, y ordenó _ignatia_,
-_pulsatila_ y ácido fosfórico. No se atrevió á ordenar sangrías ni
-sanguijuelas, por medio de la debilidad de la paciente. Al fin confesó á
-D. Juan que el mal no tenía remedio en lo humano.
-
-Realizándose los desconsoladores pronósticos del doctor Calvo, María,
-cumplidos ya todos sus deberes de cristiana, estaba próxima á expirar,
-atendida por su tío y su hija, los cuales reprimían mal el llanto.
-
-D. Faustino, sombrío, mudo, sin lágrimas en los ojos y con negra pena en
-el pecho, estaba de rodillas, junto á la cabecera de la cama. No se
-atrevía á tomar una mano de la moribunda. Apenas si se atrevía á
-mirarla. Lleno de horror y de vergüenza, inclinaba al suelo los ojos.
-
-María hizo un esfuerzo supremo. Miró á su marido con tan benévola
-mirada, con tan santa sonrisa, con unos ojos tan dulces y tan llenos de
-perdón y de amor celestial, que D. Faustino la miró también sin
-atormentador sonrojo y henchido de gratitud y de arrepentimiento.
-Después, con mayor esfuerzo, María alargó la mano á su marido, que la
-tomó entre las suyas y la cubrió de besos respetuosos. Las lágrimas de
-D. Faustino, que habían estado como hielo hiriéndole por dentro, se
-liquidaron entonces, y brotaron de sus ojos, y bañaron la mano de María.
-Con desfallecida voz, con voz muy baja, que nadie sino él pudo oir,
-entrando clara y distinta por los sentidos en su alma, dijo ella de esta
-suerte:
-
---Lo sé todo; lo he visto; lo he oído. Te oí decir que me aborrecías;
-pero nunca pude creerlo. Lo dijiste en un momento de locura. Yo te
-perdono, Faustino; yo te amo. ¡Yo te bendigo! Ámame. No te atormentes
-creyéndote culpado. Vive para nuestra hija. ¡Es tan pura, tan noble, tan
-santa, tan angelical! Es el lazo de nuestras almas. Viviendo para ella,
-vivirás para mí. Por ella estamos más ligados que nunca. No hay entre
-nosotros divorcio eterno, sino eterno consorcio. Te espero allí
-arriba...
-
-Sin más perceptibles suspiros, sin convulsión ni gesto, con dulzura
-inefable, más que como separación dolorosa, como tránsito feliz, cual
-cautivo que recobra la libertad, el espíritu de María abandonó en aquel
-instante su cuerpo hermoso. Aquel corazón fatigadísimo se había rendido
-al cansancio; había ido poco á poco moderando su impulso: se dilató al
-perdonar, y no tuvo fuerzas para contraerse de nuevo, impulsando la
-sangre por las arterias. La circulación cesó para siempre.
-
-D. Faustino, mientras estuvo embelesado, bajo el encanto poderoso de
-aquella voz amada, simpática, que le perdonaba y le bendecía, abrió su
-alma á todas las esperanzas, pensó en el cielo: creyó en el perdón de
-Dios y en su infinita misericordia; juzgó que él mismo sabría perdonarse
-al fin, y columbró el camino de la perfección, del que se había
-extraviado, y consideró posible volver á él venciendo los obstáculos con
-varonil perseverancia.
-
-Muerta María, ahogada su voz, extinguida la antorcha que le guiaba, las
-antiguas é inveteradas especulaciones surgieron de pronto en el ánimo de
-D. Faustino.
-
---Si he cometido una infamia, si soy un miserable--dijo para sí--, y si
-hay una vida eterna, eternamente me lo estaré echando en cara. No me
-limpiaré la mancha. Será un infierno sin redención. Si persiste mi
-individuo, persistirá el egoísmo, que es la esencia de la
-individualidad. ¡Ah, no! Lo malo, lo egoísta, lo impuro, debe morir. Lo
-inmortal, lo eterno, lo divino soy yo, es María, es todo, en lo que
-tenemos de bueno. Ella no era egoísta; ella era todo devoción y
-sacrificio. Como se entregó á mí un día, así se ha entregado á la muerte
-ahora, por completo, toda ella. ¿Qué ha de quedar de ella en otra vida?
-Ella se dió toda. Dios la recibió en su seno. Ella se perdió en la
-absoluta esencia.
-
-Miró luego el Doctor con ojos enjutos y fijos el cadáver de María. Vió
-aquellas formas bellas aún: las imaginó destruídas, feamente
-destrozadas, cayendo en pútrida disolución. Un súbito ataque nervioso se
-siguió á tan crueles pensamientos, no dulcificados ya por el bálsamo de
-las creencias.
-
-El Doctor rompió en una aterradora carcajada.
-
-Acudieron á él su hija y D. Juan; pero fué tarde. El Doctor corrió hacia
-su alcoba, que estaba contigua. Su hija y D. Juan le siguieron. Sobre
-una cómoda había un revólver. D. Faustino le tomó antes que su familia
-llegase. Se metió el cañón en la boca, afirmándole contra el paladar, é
-hizo fuego.
-
-La muerte fué instantánea. D. Faustino cayó por tierra sin movimiento.
-
-Irene, de rodillas, con los ojos levantados al cielo, pedía perdón para
-todos, impetrando la clemencia divina.
-
-D. Juan Fresco estaba trastornado, conmovido espantosamente,
-horrorizado, á pesar de su frescura.
-
- * * * * *
-
-Refulgente de inocencia, en medio de tantos horrores, Irene, disgustada
-del mundo, se decidió á buscar un asilo al pie de los altares. Su alma,
-toda entregada á Dios, no era capaz de compartir los efímeros y falsos
-goces de este mundo con ningún espíritu encarnado en cuerpo humano.
-Serafinito la amaba. Serafinito, que estaba en Madrid estudiando leyes,
-tenía por Irene una verdadera adoración. Irene le amó sólo como á un
-hermano.
-
-La pena del excelente y candoroso Serafinito y las observaciones y
-ruegos de D. Juan no bastaron á persuadirla para que cambiase de
-propósito.
-
-D. Juan Fresco y Serafinito llevaron á Irene á Avila, á los dos meses de
-muertos sus padres, y allí se encerró ella en el convento de San José,
-fundado por Santa Teresa. No bien pasó el noviciado, Irene tomó el velo
-y profesó de carmelita descalza, trocando gustosa por la aspereza
-penitente de aquella austera vida el regalo y el mimo con que había sido
-criada.
-
- * * * * *
-
-Tal fué la triste historia que me contó D. Juan Fresco, cuando no estaba
-presente Serafinito, para que no le diese una congoja.
-
-La moral que D. Juan Fresco sacaba de todo el relato, era que esta
-educación del día forma muchos hombres vanos, presumidos, ambiciosos,
-llenos de mil planes absurdos, que es lo que él llama _ilusiones_, y sin
-firme creencia en nada, y sin energía ni para el bien ni para el mal.
-
---En el día--exclamaba,--los doctores Faustinos abundan:
-
-_Terra malos homines nunc educat atque pusillos_, según cantaba el poeta
-satírico.
-
-D. Juan, no obstante, ora sea porque había cobrado afición á D.
-Faustino, ora porque fuese cierto, sostenía que el Doctor había sido
-hombre de natural nobilísimo y generoso, aunque viciado por una perversa
-educación y por el medio en que había vivido.
-
- * * * * *
-
-Un día, estando yo en Villabermeja, fuí á visitar la iglesia con D. Juan
-Fresco. El padre Piñón, bueno y sano aún, hacía los honores, enseñando
-todas las curiosidades.
-
-Nos paramos delante del altar del Santo Patrono de plata, que, como
-dicen allí, es tamaño como un pepino y hace más milagros que cinco mil
-demonios. Entre los milagros colgados junto al altar, el padre Piñón me
-mostró un Doctor Faustino, hecho de cera, de unas ocho pulgadas de
-largo. Era una ofrenda votiva del ama Vicenta, la cual afirmaba que el
-Santo Patrono había salvado al Doctor de la enfermedad que se siguió al
-duelo con el Marqués de Guadalbarbo.
-
---Mal milagro hizo el Santo, si le hizo--me dijo D. Juan.--¡Cuánto mejor
-hubiera sido que Don Faustino hubiera muerto entonces!
-
---Sr. D. Juan--contestó el padre Piñón,--no diga V. disparates. Si el
-Santo no lo hizo, lo hizo Dios; y lo que Dios hace, bien hecho está,
-aunque nosotros no penetremos la razón y el propósito.
-
- * * * * *
-
-Otro día fuimos á ver la casa solariega de los López de Mendoza.
-
-Allí está aún el retrato de la coya, que, en efecto, según asegura D.
-Juan, se parece mucho á María.
-
-Respetilla, Jacintica y sus nueve vástagos viven felices en el piso bajo
-de aquella casa. El principal está reservado á los recuerdos. Todas las
-habitaciones están cerradas, de modo que en ellas no pueden entrar sino
-los espíritus, dado que los espíritus se complazcan en discurrir por los
-sitios donde vivieron vida mortal, amaron y padecieron.
-
-Todavía queda un rincón de la casa, también en el piso bajo, donde vive
-la pobre ama Vicenta, quien adora la memoria de su niño Faustinito y no
-piensa más que en él.
-
-La afectuosa anciana guarda en un arca, como reliquias venerables, todo
-el traje doctoral, con muceta bordada, bonete y borla, el uniforme de
-lancero de milicianos nacionales, y el uniforme de maestrante de Ronda.
-
-Yo examiné con atención é interés estos objetos, que, cediendo á
-nuestras súplicas, el ama Vicenta nos mostró con orgullo.
-
-D. Juan Fresco, tan enemigo de las ilusiones, exhalando un suspiro y sin
-acritud alguna, me dijo aparte:
-
---Esos objetos simbolizan las causas de la perdición de mi sobrino
-político. El traje de doctor es la vanidad científica, la pedantería
-filosófica, la duda y la incertidumbre sobre cuanto importa para ser
-enérgico en la vida, con energía sana; el uniforme de miliciano nacional
-es símbolo de la confusión que solemos hacer de la verdadera libertad
-con el tumulto, la bullanga y el desorden; y el uniforme de maestrante
-es símbolo de la manía nobiliaria, de donde nacen la pereza, el
-despilfarro y la incapacidad para las faenas y menesteres que dan
-riqueza y prosperidad á las naciones.
-
-Madrid, 1875.
-
-
-
-
-[Imagen decorativa]
-
-POSDATA
-
-
-He estado indeciso entre escribir algo ó callarme acerca de la presente
-edición. Ya se ve que la hago por haberse agotado la primera, á pesar de
-los esfuerzos de profundos críticos á fin de demostrar que el libro es
-malo, que no es novela, y que yo no soy ni puedo ser novelista. Yo no he
-de ir á demostrar lo contrario. Es más: no me importa que se demuestre ó
-no, con tal de que el libro se lea y se venda.
-
-Mi objeto al escribir esta posdata es otro.
-
-Aunque en LAS ILUSIONES DEL DOCTOR FAUSTINO todo está claro, el espíritu
-sutil de ahora enturbia la mayor claridad, y es menester acudir con
-explicaciones y rectificaciones, si no quiere un pobre autor que le
-atribuyan propósitos que jamás tuvo.
-
-Mi idea al componer cuentos, narraciones ó lo que sean, ya que no sean
-novelas, no es probar nada. Para probar tesis, escribiría yo
-disertaciones. Mi intento es hacer una pintura de las costumbres y
-pasiones de nuestra época; una representación fiel y artística de la
-vida humana. De tal pintura ó representación, si estuviere bien hecha,
-sacará cada lector, no una, sino varias enseñanzas, que no dudo que
-podrán serle útiles; pero el principal objeto del autor ha de ser la
-pintura, la obra de arte, y no la enseñanza.
-
-Para la pintura ó representación, ¿cómo he de negar yo que se buscan y
-estudian modelos? Pero la obra de arte no se logra copiándolos
-servilmente. Contra tal sospecha me conviene protestar.
-
-Toda la fábula, en su conjunto, mal ó bien imaginada, es invención mía.
-Nada hay en ella de real y de histórico. Los personajes que en la fábula
-intervienen son también inventados.
-
-Villabermeja es una utopia, aunque para darle color y ser de lugar real,
-tome yo rasgos y perfiles y pormenores de lugares que conozco y donde he
-vivido. De otra suerte, al menos así lo entiendo y lo siento, sin duda
-por la pobreza y esterilidad de mi cerebro, las creaciones del poeta son
-vanas y carecen de verdad y de atractivo. Sobre los rasgos y perfiles
-copiados, mi fantasía ha añadido lo conveniente para la fábula.
-
-Los apodos no tienen chiste, son falsos, cuando no son populares. Es
-menester que los invente ó al menos que los adopte el pueblo. Por eso
-Respeta, Respetilla, D. Juan Fresco, las Civiles y el padre Piñón,
-confieso que no son apodos inventados por mí; yo no hubiera tenido jamás
-la habilidad de inventarlos; pero las personas que en mi narración
-llevan estos apodos, ni en costumbres, ni en circunstancias de la vida,
-ni en lances de fortuna, tienen nada que ver con los seres reales, tal
-vez conocidos en algún lugar con dichos apodos.
-
-Con los nombres de pila y con los apellidos procedo yo en mis novelas de
-un modo idéntico, por este prurito que tengo de remedar la verdad en
-las menudencias. Así, por ejemplo, Pepe Güeto y D. Acisclo son nombres
-que trascienden á mi provincia á cien leguas. Y así también, al hacer
-madre de D. Faustino á una señora principal de Ronda, le dí apellido y
-la hice de una de las familias más principales de aquella ciudad: los
-Escalantes. Del mismo modo, D. Carlos, en _El Comendador Mendoza_,
-lleva, por ser rondeño, el apellido ilustre de Atienza, tan conocido y
-respetado en aquella ciudad. Como ni D. Carlos ni Doña Ana hacen nada
-indecoroso, ningún inconveniente se sigue de que yo les dé tales
-apellidos.
-
-Para los títulos he procedido por manera semejante; y en vez de llamar á
-tal conde el de Prado-Ameno, y al otro marqués el de Monte-Alto, he
-buscado nombres propios de sitios conocidos en mi tierra, como
-Fajalauza, Genazahar y Guadalbarbo.
-
-En anecdotillas ó lances realmente ocurridos, ¿cómo he de negar que
-abundan mis novelas? Con estas verdades, incrustadas en la mentira ó
-ficción poética, se hace verosímil dicha ficción. Verdades son, pues, la
-broma, algo pesada, que dió el cura Fernández al Obispo en la Peña de
-los Enamorados, que se refiere como cierta de otro cura á quien he
-conocido; las circunstancias de la muerte de Joselito el Seco (¿para qué
-negarlo, si nadie lo ignora en Andalucía?), ocurridas en la muerte del
-famoso bandolero Caparrota; y la venganza que tomó Joselito el Seco del
-Alcalde, y la venganza que el hijo del Alcalde tomó luego de Joselito,
-lo cual, con la alteración que á mí me convenía, es historia que he oído
-contar no pocas veces á personas de mi familia, quienes vieron entrar
-en Carratraca al hijo del Alcalde con los últimos bandidos muertos, y no
-rapadas aún las barbas, que él había jurado conservar hasta que vengase
-por completo á su padre.
-
-De las mujeres de mis novelas me interesa asimismo decir algo. Unos
-críticos suponen que son las más tan marisabidillas, que no pueden
-existir en los lugares; y otros, que existen en los lugares, y que yo
-las he copiado sin respeto, y las he sacado á relucir sin consentimiento
-de ellas. Ni una cosa ni otra es cierta. En los lugares de Andalucía
-hay, y puede haber, mujeres que sean la propia discreción y la propia
-elegancia. No es menester nacer en Madrid para eso. Precisamente, de la
-pequeña ciudad cuyo nombre callo, y donde yo supongo educada á
-Costancita y donde Costancita tiene sus devaneos por la reja con el
-Doctor Faustino, han venido á Madrid nada menos que tres mujeres de
-nuestra primera aristocracia, que han brillado y brillan, por hermosura,
-ó por ingenio, ó por todo. Costancita, sin embargo, salvo este
-fundamento real para la verosimilitud; salvo el dato efectivo de que en
-su ciudad se crían mujeres que vienen á ser grandes y elegantísimas
-señoras, en nada se parece, ni por su carácter, ni por los sucesos de su
-vida, á sus simpáticas, bellas y respetables compatriotas. Si he aludido
-á ellas, ha sido para demostrar que no me llevo á un lugar á una señora
-de Madrid y la pongo donde no existe, como los antiguos poetas
-bucólicos, griegos ó franceses, disfrazaban de pastoras á las refinadas
-damas de Alejandría, de París ó de Versalles.
-
-Vengo, por último, al héroe principal de mi novela: al Doctor Faustino.
-No hay personaje, en mi sentir, más dotado de verdad estética. No le
-hay, tampoco, más desprovisto de toda histórica realidad.
-
-Aunque yo soy poco aficionado á símbolos y alegorías, confieso que el
-Doctor Faustino es un personaje que tiene algo de simbólico ó de
-alegórico. Representa, como hombre, á toda la generación mi
-contemporánea: es un doctor Fausto en pequeño, sin magia ya, sin diablo
-y sin poderes sobrenaturales que le den auxilio. Es un compuesto de los
-vicios, ambiciones, ensueños, escepticismo, descreimiento,
-concupiscencias, etc., que afligen ó afligieron á la juventud de mi
-tiempo. En él reúno los tres tipos ó formas principales bajo que se
-presenta el hombre de dicha generación y de cierta clase, si clase
-pueden formar los que gastan levita y no chaqueta. En su alma asisten la
-vana filosofía, la ambición política y la manía aristocrática. Ya sé que
-hay hombres mejores; pero yo no quería escribir la vida de un santo. Sé
-también que los hay más ridículos; pero no quería yo hacer una novela
-enteramente cómica y de figurón. Y sé también que los hay mil veces más
-odiosos y malvados; pero si D. Faustino lo fuese, dejaría de ser algo
-cómico, como yo quería, y dejaría de tener también algo de interesante y
-de patético, como me convenía que tuviese para mi plan de novela, ó de
-lo que yo entiendo por novela, á pesar de los críticos. D. Faustino,
-dado mi plan, no podía ser sino como es. Fausto es más grande; pero
-también es más egoista, más pervertido y más pecaminoso.
-
-En suma, y sea del valer moral de mi héroe lo que se quiera (ó mejor
-dicho, lo que se le antoje á quienes quizá no se ven, y se juzgan la
-virtud misma), para pintar lo interior del alma de mi héroe,
-prescindiendo de lo que le sucede en el mundo, no he tenido más arte que
-mirar en el fondo del alma de no pocos amigos míos y en el fondo de mi
-propia alma, y analizar allí afectos, desengaños, pasiones é ilusiones.
-
-Este análisis, y perdóneseme la inmodestia, creo que está hecho con
-apacible serenidad, con frescura y con tino dignos de mi D. Juan Fresco.
-
-En esto reside, no ya sólo el mérito literario, si tiene alguno, sino
-también la sana moral, de que estoy convencido de que mi novela no
-carece.
-
-Las enfermedades y las deformidades físicas no se curan con sólo
-mirarlas y conocerlas; pero en las enfermedades del alma es ya gran
-remedio el ver y el conocer; y si por gracia de la fantasía poética se
-representan artísticamente esa intuición y ese conocimiento, la cura
-está ya casi realizada. Tal vez á los soberbios, que no quieren ver en
-ellos mismos ni uno solo de los defectos del Doctor Faustino, sea á
-quienes peor y más detestable, moral y literariamente, les parezca su
-historia, que me atrevo, á pesar de todo, á encomendar de nuevo á la
-indulgencia del público ilustrado y desapasionado.
-
-
-
-
-ÍNDICE DEL TOMO II.
-
-
- Páginas.
-
-XV.--LA TERTULIA DE LOS TRES DÚOS 5
-
-XVI.--EL PARAISO TERRENAL 21
-
-XVII.--MÁS PUEDEN CELOS QUE AMOR 39
-
-XVIII.--PACTO AMOROSO 57
-
-XIX.--LOS MILAGROS DEL DESPRECIO 63
-
-XX.--CONTINÚAN LOS MILAGROS 69
-
-XXI.--POR SEGUIR Á UNA MUJER 79
-
-XXII.--LA VENGANZA DE ROSITA 99
-
-XXIII.--CONFIDENCIAS DE JOSELITO 107
-
-XXIV.--SUNT LACRIMÆ RERUM 115
-
-XXV.--LA SOLEDAD 131
-
-XXVI.--ILUSIONES QUE SE VAN PERDIENDO 147
-
-XXVII.--CABOS SUELTOS 159
-
-XXVIII.--LA CRISIS 181
-
-XXIX.--Á SECRETO AGRAVIO, SECRETA VENGANZA 199
-
-XXX.--BODAS TRISTES 243
-
-CONCLUSIÓN 265
-
-POSDATA 291
-
- ACABÓSE DE IMPRIMIR ESTE LIBRO
- EN LA IMPRENTA ALEMANA
- EN MADRID Á XV DÍAS
- DE AGOSTO DE
- MCMVI AÑOS
-
-
-
-
-
-End of the Project Gutenberg EBook of Las Ilusiones del Doctor Faustino, v.2, by
-Juan Valera
-
-*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LAS Ilusiones DEL DOCTOR ***
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-
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-Project Gutenberg-tm is synonymous with the free distribution of
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-and the Foundation web page at http://www.pglaf.org.
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-Foundation
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-501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the
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- The Project Gutenberg eBook ofLas Ilusiones del Doctor Faustino, v.2, por Juan Valera.
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- </head>
-<body>
-
-
-<pre>
-
-Project Gutenberg's Las Ilusiones del Doctor Faustino, v.2, by Juan Valera
-
-This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with
-almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or
-re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included
-with this eBook or online at www.gutenberg.org/license
-
-
-Title: Las Ilusiones del Doctor Faustino, v.2
-
-Author: Juan Valera
-
-Release Date: November 2, 2016 [EBook #53436]
-
-Language: Spanish
-
-Character set encoding: UTF-8
-
-*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LAS Ilusiones DEL DOCTOR ***
-
-
-
-
-Produced by Chuck Greif and the Online Distributed
-Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was
-produced from images available at The Internet Archive)
-
-
-
-
-
-
-</pre>
-
-<hr class="full" />
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_001" id="page_001"></a>{1}</span></p>
-
-<div class="figcenter">
-<img src="images/cover.jpg" width="344" height="496" alt="" title="" />
-</div>
-
-<p class="c">LAS ILUSIONES<br />
-DEL DOCTOR FAUSTINO</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_002" id="page_002"></a>{2}</span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_003" id="page_003"></a>{3}</span>&nbsp; </p>
-
-<p class="sans">JUAN VALERA<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;<br />
-NOVELAS</p>
-
-<h1>Las Ilusiones<br />
-del Doctor Faustino</h1>
-
-<p class="cb">II</p>
-
-<div class="figcenter">
-<img src="images/colofon.png" width="70" height="71" alt="colofón" title="" />
-</div>
-
-<p class="r"><b><span class="sans">OBRAS COMPLETAS<br />
-TOMO VI</span></b><br />
-&mdash;&mdash;&mdash;&mdash;&mdash;&nbsp; &nbsp; &nbsp; <br />
-Es propiedad.&nbsp; &nbsp; &nbsp; <br />
-Derechos reservados.<br />
-&mdash;&mdash;&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<table border="1" cellpadding="5" cellspacing="0" summary="">
-<tr><td align="left"><a href="#INDICE_DEL_TOMO_II">AL ÍNDICE</a></td></tr>
-</table>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_004" id="page_004"></a>{4}</span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_005" id="page_005"></a>{5}</span>&nbsp; </p>
-
-<h2><a name="XV" id="XV"></a>
-<img src="images/ill_pg_005.png"
-width="500"
-alt="[imagen de una barra decorativa]"
-/><br />XV.</h2>
-
-<p class="chead">LA TERTULIA DE LOS TRES DÚOS</p>
-
-<p>Respetilla se apresuró á poner en conocimiento de Rosita que su amo iría
-aquella misma noche de tertulia á su casa. No podía dar á Rosita más
-agradable nueva.</p>
-
-<p>Rosita, soltera, con más de veintiocho años, sin haber hallado nunca en
-el lugar hombre á quien sujetar su albedrío, dominando despóticamente en
-su casa, mil veces más libre y señora de su voluntad y de sus acciones
-que una reina no constitucional, no se aburría, porque su actividad y la
-energía de su carácter no eran para que se aburriese, pero se divertía
-poquísimo; asistía á la vida como quien asiste á la representación de un
-drama que le parece tonto y cuyos personajes no le interesan.</p>
-
-<p>Era Rosita perfectamente proporcionada de cuerpo; ni alta ni baja, ni
-delgada ni gruesa. Su tez,<span class="pagenum"><a name="page_006" id="page_006"></a>{6}</span> bastante morena, era suave y finísima, y
-mostraba en las tersas mejillas vivo color de carmín. Sus labios, un
-poquito abultados, parecían hechos del más rojo coral; y cuando la risa
-los apartaba, lo cual ocurría á menudo, dejaban ver, en una boca algo
-grande, unas encías sanas y limpias y dos filas de dientes y muelas
-blancos, relucientes é iguales. Sombreaba un tanto el labio superior de
-Rosita un bozo sutil, y, como su cabello, negrísimo. Dos obscuros
-lunares, uno en la mejilla izquierda y otro en la barba, hacían el
-efecto de dos hermosas matas de bambú en un prado de flores.</p>
-
-<p>Tenía Rosita la frente pequeña y recta, como la de la Venus de Milo, y
-la nariz de gran belleza plástica, aunque más bien fuerte que afilada.
-Las cejas, dibujadas lindamente, no eran ni muy claras ni muy espesas, y
-las pestañas, larguísimas, se doblaban hacia fuera, formando arcos
-graciosos. El conjunto de todo expresaba una mezcla de malicia,
-soberbia, imperio, alegría, ternura y deseo de amor, imposible de
-describir. Ojos negros y ardientes, lánguidos á veces, á veces activos y
-fulmíneos como dos ametralladoras, iluminaban aquella movible fisonomía.</p>
-
-<p>Ramoncita, la otra hija del Escribano, era blanca, no tenía lunares,
-tenía la boca pequeña, era más alta que Rosita, y pasaba también por más
-guapa; pero ni en media docena de años revelaba<span class="pagenum"><a name="page_007" id="page_007"></a>{7}</span> Ramoncita, ni al alma
-ni á los sentidos, lo que Rosita en un momento. Rosita, sólo con
-mostrarse, daba idea de la gloria y del infierno; Ramoncita, del limbo.</p>
-
-<p>Aunque Rosita tuvo tentación de adornarse un poco más que de costumbre
-para recibir á don Faustino, vencida la tentación por su orgullo,
-aguardó la llegada del nuevo visitante con el mismo traje de percal, con
-el mismo pañuelo de seda al cuello y con el mismo peinado que de
-costumbre. Ni siquiera renovó las rosas que tenía en el pelo desde por
-la mañana y que estaban marchitas. No hizo más que lo que hacía todas
-las noches antes de acudir á la tertulia; limpiarse los dientes, que
-ella cuidaba mucho, y lavarse las manos, que, por andar con las llaves
-de la despensa ó contando el dinero, ya para recibirle, ya para pagar á
-los trabajadores, requerían este cuidado en mujer tan pulcra. Conviene
-advertir, sin embargo, que ni las manos ni la cara de Rosita se echaban
-á perder fácilmente con las faenas caseras, con el aire del campo y de
-los corrales y con andar por las despensas y las bodegas. Rosita no era
-un ser delicado, era una hermosura de bronce.</p>
-
-<p>El Doctor, acompañado de Respetilla, cumplió su palabra, y entró, poco
-después de las nueve de la noche, de tertulia en casa de las Civiles.
-Rosita, Ramoncita, la confidenta y acompañanta Jacintica,<span class="pagenum"><a name="page_008" id="page_008"></a>{8}</span> y el futuro
-médico, hijo del boticario, componían toda la reunión.</p>
-
-<p>La conversación fué general durante diez ó doce minutos; pero
-languidecía cada vez más, por la visible propensión de D. Jerónimo, el
-hijo del boticario, á tener apartes con Ramoncita, y la no menos visible
-de Respetilla á entonar un dúo con Jacintica la viuda.</p>
-
-<p>Esta propensión prevaleció al cabo; se apoderó de los ánimos de Rosita y
-del Doctor, y al cuarto de hora de estar el Doctor en la sala baja,
-alumbrada por un esplendoroso velón de Lucena, se habían ya formado
-insensiblemente tres grupos naturales. En un rincón estaban Ramoncita y
-don Jerónimo, charlando en voz baja; en otro rincón Respetilla y
-Jacintica, y en otro rincón, por último, se quedaron Rosita y D.
-Faustino, hablando con tanta confianza y de asuntos tan íntimos como si
-toda la vida se hubiesen tratado.</p>
-
-<p>&mdash;Nada, Sr. D. Faustino,&mdash;decía Rosita,&mdash;conviene que cada cual se
-conforme con su suerte. Este lugar es un corral de vacas... convenido;
-pero... ¿dónde irá V. que más valga y menos gaste? Viviendo V. aquí tres
-ó cuatro años, si hay dos ó tres de buenas cosechas, podrá desempeñar su
-caudal y ponerse á flote. Ya desempeñado, y con el crédito de su ilustre
-apellido y de su mucho saber, tal vez no sea difícil que elijan á usted
-diputado.<span class="pagenum"><a name="page_009" id="page_009"></a>{9}</span> Así fuesen como Villabermeja los demás pueblos del distrito.
-Aquí manda mi padre, y, por consiguiente, mando yo. Si la ocasión se
-presentase y hubiese con quien contar en los otros pueblos, aquí
-volcaríamos el puchero en favor de usted. De este modo iría V. á Madrid
-como debe ir. Entre tanto, siga V. en sus estudios, escriba, medite,
-aumente sus conocimientos; pero no sea tan huraño. El arco no ha de
-estar siempre tendido. Bueno es que tenga el alma sus ratos de solaz y
-esparcimiento. Véngase V. por aquí, y charlaremos y seremos excelentes
-amigos. Yo no soy ninguna sabia, y sólo podré decir á V. cosas vulgares;
-pero tengo recto juicio y acertaré á dar á V. buenos consejos, y tengo
-además el genio tan alegre, que si logro no fastidiar á V., no hay
-término medio, he de lograr también disipar sus melancolías y ponerle
-regocijado, con el regocijo rústico y lugareño que por acá se estila.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo había yo de imaginar, querida Rosita&mdash;respondió D.
-Faustino,&mdash;que había de tener en usted una amiga tan buena? No llegaban
-á mis oídos sino las burlas que V. hacía de mí. Tenía miedo de
-presentarme á V. No debe V. tildarme de huraño.</p>
-
-<p>&mdash;Es verdad&mdash;replicó Rosita,&mdash;estábamos mal informados. Nos estimábamos
-sin saberlo; y como no nos conocíamos, trocábamos en odio el afecto,<span class="pagenum"><a name="page_010" id="page_010"></a>{10}</span> y
-nos hacíamos la guerra. Ahora, que nos conocemos, se trocará el odio en
-amistad. ¿No es así?</p>
-
-<p>&mdash;Por mi parte, yo no la odié á V. nunca. Ahora, que la conozco, la
-quiero mucho.</p>
-
-<p>El Doctor cogió la mano de Rosita y la estrechó cariñosamente.</p>
-
-<p>El diálogo entre el Doctor y Rosita prosiguió en el mismo tono
-afectuoso, prometiendo el Doctor acudir todas las noches á aquella
-tertulia de los tres dúos.</p>
-
-<p>El Doctor estaba contentísimo de la franqueza, bondad y rapidez con que
-Rosita intimaba con él. Un recelo, no obstante, le atormentaba algo.
-¿Pretendería Rosita que él fuese su novio, y cambiaría en mayor
-aborrecimiento la nueva amistad cuando en el pueblo se divulgase que él
-la visitaba, y Rosita se convenciese de que D. Faustino López de Mendoza
-no aspiraba á casarse con ella?</p>
-
-<p>Movido por este recelo dijo el Doctor á Rosita:</p>
-
-<p>&mdash;He dicho que vendré aquí todas las noches, sin reflexionarlo bien.
-Para mí no puede haber cosa de mayor gusto; pero ¿qué dirán en el lugar?
-¿No comprometerán á V. mis visitas?</p>
-
-<p>La hija del escribano soltó una carcajada, enseñando todos los blancos
-dientes de su fresca boca.</p>
-
-<p>&mdash;No se apure V.&mdash;dijo,&mdash;que yo no tengo miedo de compromisos. Digan lo
-que quieran en el lugar, yo no temo perder mi colocación. Tengo<span class="pagenum"><a name="page_011" id="page_011"></a>{11}</span>
-veintiocho años cumplidos, y no me he casado porque no he querido ni
-quiero casarme. Soy libre como el aire y sé lo que me importa hacer, y
-hago lo que quiero. Á nadie tengo que dar cuenta de mi vida más que á mi
-padre, y mi padre no me la pide. ¡Bueno fuera que, siendo mayor de edad,
-reina y señora de mi casa, no pudiese yo tratar y hablar con quien me
-gusta!</p>
-
-<p>El <i>con quien me gusta</i> fué acompañado de una mirada muy amorosa de
-aquellos ojos de fuego. Rosita, que era tan soberbia como apasionada,
-añadió después, deseosa de que el Doctor no temiese que ella aspiraba á
-casarse con él:</p>
-
-<p>&mdash;¿Pues qué, no podremos V. y yo ser amigos, y charlar y reir y hacernos
-compañía en estas soledades, por miedo de que murmuren? ¿Con quién hemos
-de hablar, si no hablamos el uno con el otro? Las mujeres que como yo,
-llegan á los veintiocho años, pasan de la flor de la juventud á la edad
-madura, y no han querido casarse, ni han tenido novio, ni han tenido
-coqueteos siquiera, me parece que tienen derecho á que se las considere
-y respete. No faltaba más sino que yo no pudiese hablar con V. con
-frecuencia, á fin de evitar que dijese algún tonto que anhelaba yo
-enlazarme á la noble familia de los López de Mendoza.</p>
-
-<p>&mdash;Y ser Condesa de las Esparragueras de la Atalaya,&mdash;dijo el Doctor
-riendo.<span class="pagenum"><a name="page_012" id="page_012"></a>{12}</span></p>
-
-<p>&mdash;Y no es mal título&mdash;respondió Rosita, poniéndose colorada de que el
-Doctor aludiese á su burla, pero recobrando al punto la
-serenidad:&mdash;además, que para titular no le faltan á V. tierras más
-productivas y de más bonito nombre. Y en todo caso, mi padre tiene la
-Nava, Camarena y el Calatraveño, que se prestan á ser títulos, como
-otras fincas de las mejores. Pero no pensemos en necedades. No titulemos
-ni contraigamos matrimonio. Seamos dos <i>amigos</i> leales que se quieren
-bien. Seamos Faustino y <i>Rosita</i>. Olvídese V. hasta de que soy una
-mujer. Yo lo tengo olvidado hace tiempo. Míreme V. bien: vestida de
-percal; despeinada casi; con estas rosas ajadas y marchitas&mdash;y se las
-arrancó de un tirón;&mdash;con esta facha de mayordomo, de aperador ó de ama
-de llaves. Vamos, ¿qué pretensiones he de tener yo con esta facha?&mdash;y
-Rosita se puso en pie, riendo, y dió una vuelta para que el Doctor
-mirase el descuido de su traje y su completa ausencia de adorno y
-coquetería. Luego prosiguió:</p>
-
-<p>&mdash;Varias veces hemos hablado de V. Respetilla y yo, y hemos decidido que
-V. es un penitente del diablo. En esto nos parecemos. Yo soy una
-penitente por el mismo estilo. Salvo que no soy tan seria. Yo me río
-como una loca, hasta de mi penitencia.</p>
-
-<p>En efecto, el Doctor miró detenidamente á Rosita,<span class="pagenum"><a name="page_013" id="page_013"></a>{13}</span> y vió que tenía
-razón. No había en ella el más ligero asomo de coquetería ó de estudio,
-ni en el vestido ni en el peinado. No había más que la salud y el aseo.
-Parecía, como ya se ha dicho, una estatua de bruñido bronce. La
-intemperie no había ajado ni sus manos ni su cara, que tenían algo de la
-pátina que da el sol de Andalucía á las columnas y á otros monumentos
-artísticos. Su cuerpo, sin corsé ni miriñaque, se dibujaba bajo los
-pliegues del percal, tan gallardo y airoso como el de Diana cazadora.</p>
-
-<p>&mdash;Todo cuanto ha dicho V.&mdash;contestó el Doctor,&mdash;me parece la discreción
-misma. Sólo hay un mandato, pues sus insinuaciones son mandatos para mí,
-que creo que no podré cumplir.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y cuál es ese mandato?</p>
-
-<p>&mdash;Que me olvide de que es V. mujer. Ese es un mandato imposible. Es V.
-mujer, y mujer muy bonita, y V. misma lo siente y lo sabe.</p>
-
-<p>Las rosas marchitas que Rosita había arrancado de sus cabellos y tirado
-al suelo, estaban entre las manos del Doctor.</p>
-
-<p>&mdash;Estas rosas&mdash;dijo,&mdash;más bien que de haber sido cortadas, se han
-marchitado de envidia de esa cara tan graciosa. Yo las he de guardar
-como recuerdo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué bobería!&mdash;dijo Rosita.&mdash;¿Para qué ese recuerdo? ¿No vamos á
-vernos diariamente?<span class="pagenum"><a name="page_014" id="page_014"></a>{14}</span></p>
-
-<p>&mdash;Sí; pero ¿y de día? ¿Y cuando no nos veamos?</p>
-
-<p>&mdash;Dé V. acá esas cosas&mdash;dijo Rosita; y se las arrancó al Doctor de entre
-las manos y las echó muy lejos de sí.&mdash;Para recuerdo, ya que V. necesita
-recuerdo á fin de no olvidarme, yo le daré otro mil veces mejor.</p>
-
-<p>Abriendo, al decir estas palabras, un poco el pañolito de seda que tenía
-sobre el pecho, metió la mano Rosita y sacó un escapulario de la Virgen
-del Carmen que llevaba pendiente y oculto en aquel sitio.</p>
-
-<p>&mdash;Tome V. este escapulario y guárdelo como recuerdo mío. Está bordado
-por mí y bendito por el señor Obispo. Bese V.</p>
-
-<p>Y le puso el escapulario en la boca para que le besase.</p>
-
-<p>El Doctor le besó con la mayor devoción, notando que conservaba aún el
-grato calor de quien se le daba.</p>
-
-<p>En estos coloquios se pasó el tiempo hasta que dieron las once.</p>
-
-<p>Jacinta, auxiliada por Respetilla, sirvió entonces la cena á los cuatro
-señoritos, echando los manteles sobre una mesa que había en medio de la
-sala, y trayendo cubiertos, vasos y una limeta de vino añejo. La cena
-consistía en un plato de lomo de cerdo, conservado en manteca y bien
-aliñado, y en otro plato de espárragos trigueros en salsa, con<span class="pagenum"><a name="page_015" id="page_015"></a>{15}</span> huevos
-estrellados encima. De postres, higos, pasas, peros y arrope.</p>
-
-<p>En la cena reinó la mayor alegría; la conversación volvió á ser general;
-la limeta, que era de cristal y triple que una botella ordinaria, se fué
-quedando vacía; y ya cuando los señoritos estaban en los postres,
-Jacintica y Respetilla se sentaron patriarcalmente en la misma mesa y
-dieron fin de cuanto había quedado.</p>
-
-<p>Á poco volvió de arrullar á su tórtola el Escribano y rico propietario
-D. Juan Crisóstomo Gutiérrez; y alegrándose mucho de ver á sus hijas en
-tan buena compañía, hizo mil cumplimientos al Doctor Faustino.</p>
-
-<p>Á las doce terminó la tertulia, y se retiró el Doctor á su casa, seguido
-de Respetilla, su escudero.</p>
-
-<p>Durante seis noches más siguió el Doctor acudiendo á la casa, cenando
-con las hijas del Escribano, y formando con Rosita uno de los tres dúos
-en que la tertulia estaba dividida.</p>
-
-<p>En la séptima noche, nos permitiremos oir parte del coloquio entre
-Rosita y D. Faustino. Poco antes de las once, hora de la cena, hablaban
-ambos de este modo en un rincón de la sala:</p>
-
-<p>&mdash;Ya que te empeñas, te tutearé&mdash;decía Rosita:&mdash;pero soy tan distraída,
-que temo que he de tutearte en público. ¿Qué dirá entonces la gente?<span class="pagenum"><a name="page_016" id="page_016"></a>{16}</span>
-Vaya, que digan lo que digan. Yo te tuteo..... ¿Y el escapulario, le
-llevas siempre?</p>
-
-<p>&mdash;Aquí le llevo&mdash;contestó el Doctor,&mdash;sobre el pecho, por debajo de toda
-la ropa.</p>
-
-<p>&mdash;¿Me quieres mucho?</p>
-
-<p>&mdash;Con toda el alma.</p>
-
-<p>&mdash;Mira, Faustino, querámonos así; pero no nos preguntemos cómo nos
-queremos. Hay un encanto en quererse sin saber cómo, que se desharía si
-nos obstinásemos en definir este afecto. ¿Es amistad? ¿Es amor? ¿Qué es?</p>
-
-<p>&mdash;Es todo. Es algo de indefinible y poético&mdash;contestó D.
-Faustino.&mdash;Ignoro cómo te quiero, pero sé que te quiero.</p>
-
-<p>&mdash;Pues abandonémonos á ese sentimiento indefinible, sin averiguar lo que
-sea en lo presente&mdash;dijo Rosita,&mdash;sin preveer á dónde nos lleva en lo
-porvenir. ¿No hemos convenido en que somos dos ermitaños, aunque algo
-diabólicos; dos penitentes de extraña condición? Pues bien: yo he oído
-contar de otros dos penitentes que se encontraron una vez en un frondoso
-bosque, desierto y florido, por donde corría un río de claras ondas.
-Atada á la margen estaba una ligera y frágil barquilla. Los ermitaños
-tuvieron el valor de embarcarse, de desatar la barquilla y de
-abandonarse á la corriente, sin saber á dónde los llevaba.&mdash;¿Sabes á
-dónde fueron?<span class="pagenum"><a name="page_017" id="page_017"></a>{17}</span></p>
-
-<p>&mdash;¿Pues no lo he de saber?&mdash;respondió el Doctor.&mdash;Fueron al Paraíso
-terrenal. El querubín que le guarda con una espada de fuego, ó estaba
-dormido ó los quería bien, y no se opuso á su entrada, y entraron, y se
-regalaron allí como unos bienaventurados que eran.</p>
-
-<p>&mdash;Veo que sabes la historia lo mismo que yo.</p>
-
-<p>&mdash;Y dime, Rosita, ¿por qué no hemos de tener igual valor y confianza que
-los otros ermitaños? ¿Por qué no nos hemos de embarcar en la barquilla y
-dejarnos llevar de la corriente?</p>
-
-<p>&mdash;Allá veremos&mdash;replicó Rosita.&mdash;Eso es para pensado. Por lo pronto no
-estamos mal. Nos hallamos en el bosque frondoso, en el florido desierto,
-á orillas del río de ondas claras. ¿No es ya bastante regalo? ¿No te
-contentas? Anda, ermitaño insaciable, ten calma. Oye cantar los
-pajaritos en el bosque, contempla las florecillas, sueña arrobado
-mirando cómo va corriendo el agua con manso murmullo, coge alguna
-campanilla ó violeta de las que brotan á la orilla del río, y no pienses
-aún en lanzarte á la navegación, ni pidas Paraíso, como quien no pide
-nada. Pues qué, ¿vale tan poco lo presente? El Paraíso mismo, ¿no tiene
-precio, para querer llegar á él sin más ni más? Y el querubín, ¿no podrá
-oponerse á que entremos?</p>
-
-<p>&mdash;No hay más querubín que tú. Tú eres á la vez ermitaño, querubín y
-Paraíso.<span class="pagenum"><a name="page_018" id="page_018"></a>{18}</span></p>
-
-<p>Á este punto llegaban, cuando Jacintica los interrumpió, llamándolos á
-la cena, que estaba ya dispuesta. La conversación tuvo que hacerse
-general. Aquella noche fué más animada que nunca. Jacintica y Respetilla
-se sentaron á la mesa sin ceremonia, poco después de los señoritos. Hubo
-gran tiroteo de chistes y de bolitas de pan. Respetilla, que tenía mil
-habilidades, lució algunas de ellas: cantó como el gallo, ladró como el
-perro, maulló como el gato, zumbó como la abeja y la mosca, rebuznó como
-el burro, é imitó los brincos y movimientos de la rana y del mono.
-Jacintica, que remedaba muy bien á las personas, puso en caricatura á
-varias de las más conocidas en el lugar. Hasta D. Jerónimo, aunque era
-formalísimo, se salió algo de quicio, y procuró contar dos ó tres
-cuentos; pero todos eran sabidos, y, como por allá se dice, se los
-<i>espachurraron</i> con alboroto y risa. Rosita, por último, viendo á todos
-tan amenos y alegres, y considerando que estaban en el mes de Mayo,
-propuso una expedición á la magnífica casería que tenía su padre en la
-Nava.</p>
-
-<p>Los tertulianos aprobaron y aplaudieron con frenesí.</p>
-
-<p>&mdash;Iremos mañana mismo,&mdash;dijo Rosita.&mdash;Estas cosas, si se retardan, no se
-hacen. Saldremos de aquí á las tres. Á las tres de la tarde, todos á
-caballo, á mulo ó á burro, en la puerta de casa.<span class="pagenum"><a name="page_019" id="page_019"></a>{19}</span></p>
-
-<p>&mdash;No faltaremos,&mdash;contestó el Doctor.</p>
-
-<p>&mdash;No faltaremos,&mdash;repitieron los otros.</p>
-
-<p>Cuando llegó, á poco, el Escribano, Rosita le dió parte del proyecto, y
-el Escribano le aprobó.</p>
-
-<p>&mdash;Claro está, papá&mdash;añadió Rosita,&mdash;que tú vendrás acompañándonos.</p>
-
-<p>&mdash;Pues ¿cómo había de ser de otra suerte?&mdash;dijo D. Juan Crisóstomo.</p>
-
-<p>&mdash;Iremos&mdash;prosiguió Rosita,&mdash;todos los que estamos aquí, y además, papá
-me permitirá que yo convide á una amiga mía.</p>
-
-<p>&mdash;Haz como quieras.</p>
-
-<p>&mdash;Pues, entonces convidaré á Elvirita, y seremos ocho. Buen número, ¿no
-es verdad?</p>
-
-<p>&mdash;¡Buen número!&mdash;exclamó Respetilla.&mdash;No hay más que pedir. ¿Qué mejor
-apaño?</p>
-
-<p>Con estas profundas y filosóficas exclamaciones de Respetilla terminó
-cuanto de importante se dijo aquella noche en la tertulia de los tres
-dúos, y los tertulianos se separaron hasta el día siguiente.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_020" id="page_020"></a>{20}</span></p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_021" id="page_021"></a>{21}</span></p>
-
-<h2><a name="XVI" id="XVI"></a>
-<img src="images/ill_pg_021.png"
-width="500"
-alt="[imagen de una barra decorativa]"
-/><br />XVI.</h2>
-
-<p class="chead">EL PARAÍSO TERRENAL</p>
-
-<p>Alguien pensará quizás que, estando de por medio los amores poéticos del
-Doctor con su <i>inmortal amiga</i>, había mucho de profanación y de miseria
-humana en enredar con Rosita, la hija del Escribano usurero, otros
-amores bastante vulgares. El Doctor pensaba lo mismo, sobre todo cuando
-no estaba bajo la influencia de Rosita. Cuando hablaba con ella, era el
-Doctor hombre perdido. Desde la cumbre serena y clara de las sublimes
-especulaciones se precipitaba y hundía en un abismo tenebroso.</p>
-
-<p>¿De qué le valía meditar teóricamente en las cosas eternas, en lo
-permanente y absoluto, en el origen, destino y último fin de lo creado,
-si en la práctica venía á caer en ser un camarada de Respetilla y de D.
-Jerónimo, con quienes hacía no ya <i>partida cuadrada</i>, sino partida
-cúbica ó casi cúbica?<span class="pagenum"><a name="page_022" id="page_022"></a>{22}</span></p>
-
-<p>No pocas razones hallaba el Doctor para disculparse, algunas de las
-cuales no estará de más consignar aquí. María, la <i>amiga inmortal</i>, era
-sin duda una mujer que le amaba de un modo noble; pero el Doctor, en
-vista de que ella misma se había descubierto y se había mostrado sin
-ningún prestigio de elevación y tan envuelta en la realidad impura, no
-podía convertirla en una como diosa, en un símbolo de todo lo santo y lo
-bueno: no podía hacer de ella lo que Dante de Beatriz y Petrarca de
-Laura. Exigir además amor exclusivo y fiel, aun siendo posible el
-endiosamiento del ser amado, era empeño superior á nuestra condición
-terrenal, ocultándose como el ser amado se ocultaba. El propio Dante
-había tenido mil prosaicos extravíos, á pesar de Beatriz, y Petrarca, á
-pesar de Laura, no se había descuidado tampoco.</p>
-
-<p>El Doctor, por otra parte, aunque amaba lo ideal, no estaba muy seguro
-de lo que fuese, porque de nada estaba seguro.</p>
-
-<p>&mdash;Si lo que amo y quiero amar está abstraído, sacado por mí de lo real,
-como si fuera una esencia ó un espíritu destilado ó más bien evaporado
-en el alambique del entendimiento, cierto que sería un absurdo dejar la
-realidad y la substancia por la apariencia, el vapor y la sombra. Ello
-es que no acierto á concebir nada más bello que la forma de una mujer
-bella. Si quiero poética ó artísticamente<span class="pagenum"><a name="page_023" id="page_023"></a>{23}</span> representarme á una diosa, á
-una ninfa, á una sílfide, á la religión, á la filosofía, tengo que darle
-forma de mujer. Verdad es que le quito imperfecciones y que le añado
-bellezas, que las mujeres que he visto tal vez no tienen; pero, en lo
-esencial, lo que me represento es una mujer. Luego la forma, el ser de
-la mujer es lo más hermoso, deseable, poético y artístico que puede
-concebir y amar el hombre.</p>
-
-<p>En cuanto á las perfecciones y á las imperfecciones, también había mucho
-que dilucidar. El Doctor abrió una vez el libro del orador romano, <i>De
-natura deorum</i>, donde se toca magistralmente este punto, y halló que
-hasta los lunares de Rosita pudieran pasar por divinas perfecciones. El
-poeta Alceo estuvo perdidamente enamorado de un lunar: ¿por qué no había
-él de enamorarse de dos lunares?</p>
-
-<p>Hechos estos estudios filosóficos, el Doctor, si bien creyó ver en el
-retrato de la coya ciertas miradas severas, desechó los escrúpulos que
-le asaltaban y se decidió á imitar á su modo al ermitaño de la leyenda,
-entrando en la barquilla y dejándose llevar de la corriente.</p>
-
-<p>Doña Ana sabía ya las visitas de su hijo en casa del Escribano, y estaba
-contrariada; estaba como sobre ascuas. Era duro exigir de un joven que
-se enterrase en vida, que no tratase con nadie. De<span class="pagenum"><a name="page_024" id="page_024"></a>{24}</span> tratar con alguien
-en Villabermeja, era evidente que lo más <i>comm’il faut</i>, <i>la high life</i>
-legítima, el verdadero mundo <i>fashionable</i> residía en la tertulia de las
-Civiles. Y, sin embargo, Doña Ana (tan cogotuda la había hecho Dios) se
-avergonzaba de que su hijo cenase con las Civiles y las tratase
-familiarmente, y se asustaba previendo mil compromisos y enredos. Algo
-de esto expuso á su hijo con notable circunspección y prudencia; pero
-todo fué inútil. Á la hora convenida, el Doctor, caballero en su jaca, y
-Respetilla en su mulo, estaban á la puerta de las Civiles para ir á la
-gira campestre.</p>
-
-<p>Rodeada de multitud de chiquillos, salió y se puso en marcha la
-expedición. El Escribano y don Jerónimo iban en sendas mulas con
-aparejos redondos. Rosita á caballo, á la inglesa, con traje de amazona
-hecho en Málaga. Y por último, Ramoncita, Elvirita y Jacintica iban en
-burros con jamugas. Resultaba, pues, que Rosita y el Doctor, que iban al
-lado la una del otro, parecían los reyes de aquella pompa, y los demás
-el séquito ó comitiva. Aquello era lo que vulgarmente se titula dar una
-gran campanada. El lugarcillo se alborotó. Todas las mujeres salían á
-las ventanas para ver pasar á las Civiles y al Doctor Faustino, que
-desempedraban las calles. Se diría que era el triunfo de Rosita, que iba
-luciendo á su cautivo enamorado.<span class="pagenum"><a name="page_025" id="page_025"></a>{25}</span></p>
-
-<p>Durante todo el viaje Rosita fué delante siempre con el Doctor al lado,
-el cual le daba la derecha, mientras la anchura del camino lo consintió.</p>
-
-<p>No hacía ni calor ni frío. El tiempo era hermosísimo.</p>
-
-<p>Por medio de viñas y olivares fueron subiendo la falda de uno de los
-cerros que tanto limitan el horizonte bermejino. Á la media legua no se
-veía á un lado y otro ni planta ni hierba alguna, sino piedras enormes.
-El cerro, casi como cortado á tajo, era una masa de áridos peñascos, sin
-capa vegetal. Formando mil revueltas, se prolongaba el camino, que más
-que camino pudiera calificarse de escalera. Sólo caballerías muy
-acostumbradas, como las de que se servían nuestros expedicionarios,
-podían ir por allí sin venir al suelo y derrocar á los jinetes.</p>
-
-<p>Cerca de una hora duró esta ascensión dificultosa. El horizonte iba
-extendiéndose á medida que subían. Al rayar en lo más alto, se
-descubrían desde allí provincias enteras, iluminadas por un sol
-refulgente, y claras y distintas, merced á la transparencia del aire,
-limpio de nieblas y nubes. Se veían en lontananza Sierra Morena, al
-Norte; hacia el Oriente, el picacho de Veleta, cubierto de nieve, y la
-serranía de Ronda hacia el Mediodía. Dentro de estos límites,
-poblaciones blancas y alegres, caseríos, huertas, viñedos, ríos y
-arroyos, bosques de<span class="pagenum"><a name="page_026" id="page_026"></a>{26}</span> olivos y encinas, santuarios célebres en las cimas
-de varios cerros, y muchísimos sembrados, que verdeaban entonces con
-todo el esplendor de la primavera.</p>
-
-<p>&mdash;¡Bendito sea Dios!&mdash;exclamó Rosita.&mdash;¡Qué vista tan hermosa!</p>
-
-<p>&mdash;Yo no veo más que á tí&mdash;contestó el Doctor.&mdash;¿Para qué buscar la
-hermosura remota cuando la tengo á mi lado? En tí se cifra todo lo mejor
-de la tierra y del cielo. ¿Para qué cansar la mirada y la mente
-recogiendo la belleza difusa, y para qué abarcar tanto espacio y cuadro
-tan extenso al concebirla toda, si la tengo en tí en compendio y
-resumen?</p>
-
-<p>&mdash;Cállate, lisonjero, mentiroso; cállate, que me voy á volver tonta y
-presumida con tus elogios. ¿Ves todos esos campos? ¿Ves todas esas
-tierras que desde aquí se divisan? Pues en verdad que nada de por sí
-vale tanto como la Nava, á donde pronto vamos á llegar. El verdadero
-Paraíso terrenal está en la Nava.</p>
-
-<p>&mdash;Donde quiera que estés tú, estará para mí el Paraíso.</p>
-
-<p>Entre el Doctor y Rosita se cruzaron estas pocas palabras en un momento
-en que pudo el Doctor aproximarse á ella. Casi siempre, durante la
-subida, tenían que ir uno en pos de otro, pues la senda no tenía anchura
-para más, y aspirar á ir dos<span class="pagenum"><a name="page_027" id="page_027"></a>{27}</span> en fondo por allí hubiera sido exponerse á
-bajar derrumbados.</p>
-
-<p>Respetilla, que iba detrás de Jacintica, como no podía tener <i>apartes</i>
-con ella, se distraía cantando coplas de playeras muy amorosas. En todo
-era Respetilla jocoso, menos en esto de cantar las playeras. Las cantaba
-con mucho sentimiento. Era un gemido prolongado que ansiaba llegar al
-cielo; era un suspiro melodioso que traspasaba los corazones. Así iba
-cantando entre otras coplas:</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i0">Cuando yo me muera<br /></span>
-<span class="i0">Dejaré encargado<br /></span>
-<span class="i0">Que con una trenza<br /></span>
-<span class="i0">De tu pelo negro<br /></span>
-<span class="i0">Me amarren las manos.<br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p>Esta oración jaculatoria, esta melancólica saeta hería sin duda el alma
-de la divinidad á quien se dirigía, que no era otra sino Jacintica; mas
-no por eso dejaba de agradar á los demás oyentes. No hay nada que, en
-medio del campo, en la soledad de un camino, cuando se va andando paso á
-paso, tenga mayor hechizo que una copla de playeras bien cantada.</p>
-
-<p>Por último, llegaron todos á lo alto. Un hermoso espectáculo se ofreció
-entonces á sus ojos.</p>
-
-<p>Aquellos peñascos áridos y desnudos se diría que forman como un enorme
-vaso lleno de la tierra<span class="pagenum"><a name="page_028" id="page_028"></a>{28}</span> más fértil. La Nava es una meseta que tendrá
-por la parte más ancha dos leguas de extensión. Por unos lados se sube á
-la meseta desde terrenos más bajos; por otros, se levantan soberbios
-montes, desde donde descienden varios arroyos abundantes, que fertilizan
-aquel lugar delicioso. En las laderas, que se inclinan hacia la Nava,
-hay viñas, almendros, acebuches y encinas; en la misma Nava, prados
-cubiertos de hierba y de mil géneros de flores silvestres. Los arroyos
-se han abierto cauce, al parecer sin que intervenga la mano del hombre,
-y en sus orillas y cerca de sus orillas se han formado sotos frondosos,
-donde resplandecen los alisos, los álamos blancos y negros, los fresnos
-y los mimbrones. Cuando un arroyo hace remanso, crecen los juncos, las
-espadañas y la juncia; y por todas las orillas embalsaman el ambiente
-los mastranzos, el toronjil y la mejorana.</p>
-
-<p>Florecía entonces todo en los prados, merced á la primavera; y sobre el
-fondo verde de la hierba fresca y tierna lucían, cual rico esmalte ó
-cual bordado primoroso, las nigelas azules, los lirios morados, la
-salvia purpúrea, la amarilla gualda y las blancas margaritas.</p>
-
-<p>Otras mil flores y plantas brotaban espontáneamente por toda aquella
-llanura y al borde del sendero por donde iban ya caminando el Doctor y
-Rosita. Las marimoñas y las mosquetas se podían<span class="pagenum"><a name="page_029" id="page_029"></a>{29}</span> segar; las adelfas
-arbóreas empezaban á abrir sus capullos y mostrar el color sonrosado de
-sus más tempranas flores, y el romero y el tomillo perfumaban el aire
-puro.</p>
-
-<p>Buscando sombra y frescura, habían acudido allí mil linajes de pájaros,
-como pitirojos, vejetas, oropéndolas, verderoles, gorriones y jilgueros,
-los cuales parecía con sus trinos que saludaban á los recién llegados.</p>
-
-<p>Rosita estaba entusiasmada de todas aquellas bellezas y muy satisfecha
-de mostrar á D. Faustino los encantos de los dominios de su papá, en los
-cuales ya habían entrado. Aunque gentes de otros lugares tenían fincas
-en la Nava, la mejor y más grande era la del escribano D. Juan
-Crisóstomo Gutiérrez.</p>
-
-<p>Poseía éste, en las laderas contiguas á aquel llano, muchas fanegas de
-majuelo, que estaban á la sazón binando más de cincuenta hombres que
-habían venido de varada; y en la misma meseta, muchos prados, donde
-tenía toros bravos, vacas, novillos, ovejas y carneros. El Escribano
-había asimismo circundado de un seto vivo de granados, zarzamora y
-lentisco un buen espacio de tierra, donde tenía un huerto con frutales y
-muchas legumbres. Á la entrada del huerto se parecía la casa de campo,
-capaz, limpia y bonita. Allí había bodegas, lagar, tinado para los
-bueyes, y algunas habitaciones cómodas para los señores.<span class="pagenum"><a name="page_030" id="page_030"></a>{30}</span></p>
-
-<p>La placeta, que se extendía delante de la fachada, estaba empedrada de
-redondas chinitas ó piedrezuelas, formando dibujos con sus varios
-colores, como si fuese un rústico mosaico, y todo alrededor había
-higueras, nogales, floridas acacias y una multitud de rosales de todos
-géneros, llenos entonces de rosas blancas, rojas y amarillas.</p>
-
-<p>Una torre de la casería servía de palomar, y las mansas palomas bajaban
-á la placeta y venían casi á posarse sobre las personas, y á tocarse los
-picos y á arrullarse allí sin el menor recelo. Multitud de golondrinas
-habían formado sus nidos entre las tejas salientes y el muro de la
-casería. Aficionadas á la sociedad humana, las golondrinas prorrumpieron
-en jubilosos chirridos cuando llegaron Rosita, el Doctor y los demás de
-la expedición.</p>
-
-<p>La casera, el casero y sus hijos salieron á recibirlos y á tener las
-caballerías, que llevaron á los pesebres.</p>
-
-<p>Ya todos á pie, se formaron cuatro parejas, asidas de los brazos, y se
-fueron á ver el huerto, que era precioso. Aún no había más fruta que
-alguna fresa; pero el lozano y pródigo florecimiento de mil frutales,
-como cerezos, manzanos, membrillos y albaricoqueros, prometía abundante
-cosecha. Quedaban algunas violetas tardías, que era la flor de que más
-gustaba Rosita, y en busca de las violetas se fué Rosita con el Doctor á
-los umbríos,<span class="pagenum"><a name="page_031" id="page_031"></a>{31}</span> donde, penetrando poco los rayos del sol, se mantenía más
-fresca la tierra y consentía que las violetas durasen.</p>
-
-<p>Allí dijo el Doctor á su compañera:</p>
-
-<p>&mdash;Todo esto es amenísimo, hechicero; mas, si tú no me amas, me parecerá
-horrible.</p>
-
-<p>&mdash;¿Pues no te he dicho que te amo?&mdash;contestó Rosita.</p>
-
-<p>&mdash;No basta decirlo&mdash;replicó el Doctor.&mdash;Mira tú cómo se aman todos los
-seres en esta venturosa estación. Imítalos amando. El aire que se
-respira parece un filtro de amor, y en todos, menos en tí, obra sus
-mágicos efectos.</p>
-
-<p>&mdash;Déjame ahora tranquila&mdash;contestó Rosita.&mdash;¿No puedes gozar de la
-felicidad presente, ambicioso, inquieto, anhelante de mayor bien? Oye,
-Faustino: yo no soy calculadora; yo no reflexiono mucho cuando me mueve
-la voluntad algún poderoso estímulo; pero un pensamiento triste me
-conturba á veces. Imagínate que estamos á orillas de aquel río
-misterioso de que habla la leyenda; que esta acequia, que riega el
-huerto, es ese río; que esta hoja seca, que está cerca de la margen, es
-la barquilla que nos convida á aventurarnos en la corriente, y que ya
-nos hemos aventurado. ¿No será posible que nos castigue el cielo, y que
-en vez de ir al Paraíso terrenal vayamos á caer en un precipicio?<span class="pagenum"><a name="page_032" id="page_032"></a>{32}</span></p>
-
-<p>&mdash;Cruel&mdash;dijo el Doctor,&mdash;si tú me amases no pensarías tanto en lo
-futuro: reconcentrarías tanta felicidad en el momento presente, que
-bastaría con ella á llenar todos los siglos. ¿Qué martirio, qué
-desengaño, qué mal, que viniese más tarde, podría igualar la ventura de
-ahora?</p>
-
-<p>Así se explicaba el Doctor cuando D. Juan Crisóstomo y Elvirita llegaron
-al sitio en que estaban. Luego vinieron también las otras dos parejas, y
-todas juntas rieron y charlaron.</p>
-
-<p>La hora del crepúsculo fué encantadora en aquel sitio. Las flores dieron
-más perfume; el aire se llenó de más grata frescura; los pájaros
-despidieron al sol, que se sepultaba entre nubes de carmín y oro, con
-trinos y gorjeos más amorosos y suaves.</p>
-
-<p>Volvieron al tinado los bueyes y las vacas, y al corral, que servía de
-aprisco, los novillos más tiernos y muchas ovejas con sus recentales.
-Los cincuenta hombres que habían estado binando se vinieron á la
-casería, con el aperador á la cabeza. Todos traían las azadas al hombro,
-menos el aperador, que llevaba la vara, signo de su autoridad y como
-bastón de mando con que dirigía las faenas agrícolas. De la vara, sin
-duda, proviene que cuando van jornaleros á una finca distante de la
-población y duermen en ella, durante algunos días, hasta que terminada
-la obra vuelven al lugar, se diga que van de varada.<span class="pagenum"><a name="page_033" id="page_033"></a>{33}</span></p>
-
-<p>La varada debía terminar al día siguiente. Los cincuenta hombres aún
-dormían aquella noche en la casería, donde tenían para dormir una cámara
-espaciosa.</p>
-
-<p>Todo era, pues, animación y bullicio rústico en la puerta y placeta de
-la casería, cuando llegó la noche. Con la venida de los amos no pudo
-menos de prepararse una gran fiesta. La noche convidaba á ello. El cielo
-despejado dejaba que la luna y las estrellas derramasen su luz pálida
-sobre todos los objetos, orlando los árboles con perfiles de plata y
-difundiendo por donde quiera una incierta y vaga claridad. Los
-ruiseñores cantaban en la espesura; los arroyos murmuraban con cierta
-monotonía, y lo apacible y regalado de la noche convidaba á tomar el
-sereno.</p>
-
-<p>Pronto se improvisó un magnífico baile en la ya descrita placeta. Entre
-los jornaleros había dos que habían traído guitarras y que las tocaban
-bien, no sólo de rasgueado, sino de punteo. Cantadores sobraban, y no
-faltaba por cierto gente que bailase. La casera que era joven, las
-Civiles y Elvirita y Jacinta gustaban todas del fandango. Los jornaleros
-más ágiles bailaron con ellas; pero ni D. Juan Crisóstomo, ni D.
-Jerónimo, ni el propio Doctor, á pesar de toda su gravedad filosófica,
-pudieron excusarse de dar unos cuantos brincos y de hacer dos ó tres
-docenas de piruetas y mudanzas.<span class="pagenum"><a name="page_034" id="page_034"></a>{34}</span></p>
-
-<p>Respetilla estuvo inspirado, sobre todo hacia lo último de la función,
-porque en medio de ella todos cenaron corderos en caldereta, guisados
-por los pastores, con lo cual se despilfarró el Escribano, cocina de
-habas con cornetillas picantes, y un salmorejo rabioso de puro
-salpimentado. Con estos llamativos de la sed nadie desdeñó el vino de
-las bodegas de la casería, que circuló con profusión en jarros para los
-jornaleros y criados, y en vasos, para los señores. Con el jaleo,
-regocijo, confusión y general tremolina, Rosita y el Doctor pudieron
-decirse cuanto quisieron. El Escribano se puso alegre, y Respetilla
-recitó muy bien, y sin esforzarse, la relación del borracho que habla
-con su novia, y recitó además la relación de <i>El Ganso de la
-botillería</i>.</p>
-
-<p>Para que nada faltase, hubo juegos, que Respetilla sabía dirigir y aun
-componer admirablemente. Por <i>juegos</i> se entienden algo como
-representaciones dramáticas, en su forma más ruda. Los actores son
-cómicos y poetas á la vez, y cada uno inventa lo que dice. Uno solo, y
-aquella noche lo fué Respetilla, es el que dirige y compone el argumento
-y plan del drama.</p>
-
-<p>Dos juegos ó dramas hizo y representó Respetilla aquella noche: uno
-histórico y otro fantástico. Versaba el histórico sobre las burlas que
-la reina María Luisa hacía á muchas personas, porque era<span class="pagenum"><a name="page_035" id="page_035"></a>{35}</span> muy chistosa y
-amiga de burlas. Solo Quevedo puede y sabe más que la reina en esto de
-burlar, y acaba por hacer á la reina una burla más aguda, con lo cual
-quedan las otras vengadas. En este juego hizo Jacintica de reina María
-Luisa, y Respetilla de Quevedo.</p>
-
-<p>El otro juego fué más común y ordinario; fué de los que más se usan en
-las caserías y cortijos. El protagonista es un jornalero decidor,
-enamorado, valeroso y algo borracho; en suma, un Don Juan Tenorio
-plebeyo. Respetilla hizo este papel. Nuestro héroe, aunque comete
-doscientas mil insolencias, se gana la voluntad de San Pedro, de San
-Miguel ó de otro santo; y cuando viene el diablo en su busca para
-llevárselo al infierno, hace que el diablo pase la pena negra y se mofa
-de él á casquillo quitado. Para diablo se busca siempre en estos juegos
-al más bobo que se puede hallar en toda la compañía. Aquella noche
-había, por fortuna, uno muy bobo, y Respetilla hizo reir á su costa,
-obligándole á salir dando bramidos, con unas trébedes en la cabeza, como
-corona del monarca del abismo, á cuatro patas, todo tiznado con hollín
-de la chimenea, y luciendo en cada pie de las trébedes un trapo mojado
-en aceite y encendido como una antorcha.</p>
-
-<p>Todos rieron y celebraron mucho lo mortificado, vejado y rendido que
-quedó el diablo en aquella contienda.<span class="pagenum"><a name="page_036" id="page_036"></a>{36}</span></p>
-
-<p>Con esta representación diabólica terminó la función.</p>
-
-<p>En la casa había cuartos de sobra para los señores, y todos fueron á
-acostarse, á su cuarto cada uno, á fin de levantarse temprano y ver
-amanecer en la Nava.</p>
-
-<p>D. Faustino estaba tan embelesado de la fiesta del campo, de aquellas
-escenas primitivas y agrestes, y sobre todo de Rosita, que se creyó
-trasladado á la Edad de oro; se olvidó de sus ilustres progenitores de
-Mendozas, de la coya y hasta de María, y se tuvo por un pastor de
-Arcadia y tuvo á Rosita por su pastora.</p>
-
-<p>Á la mañana siguiente salieron todos á caballo á recorrer la Nava, á ver
-los toros y á visitar el majuelo, donde los trabajadores terminaban ya
-la bina.</p>
-
-<p>El Doctor iba al lado de Rosita, como encadenado por el amor y la
-gratitud. Rosita parecía una reina que mostraba su favorito á los demás
-vasallos. Parecía la reina de Cilicia, Epiaxa, pasando revista con el
-joven Ciro á los bárbaros y á los griegos, ó Catalina II presentando á
-Potemkin á toda su corte.</p>
-
-<p>Por la tarde volvieron los señores al lugar. Los jornaleros, que habían
-ido de varada, volvieron también, y no quedó casa en que no se refiriese
-y comentase el triunfo de Rosita.<span class="pagenum"><a name="page_037" id="page_037"></a>{37}</span></p>
-
-<p>Por la noche se suprimió la tertulia de los tres dúos. Á la puerta de la
-casa del Escribano se despidieron todos.</p>
-
-<p>&mdash;¡Adiós, hasta mañana!&mdash;dijo Rosita al Doctor.</p>
-
-<p>&mdash;¡Adiós, bien mío!</p>
-
-<p>&mdash;¿Me querrás siempre? ¿Estás contento de mí? ¿Eres dichoso?&mdash;añadió
-Rosita en voz baja.</p>
-
-<p>D. Faustino le apretó la mano con efusión y contestó:</p>
-
-<p>&mdash;Te adoro.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_038" id="page_038"></a>{38}</span></p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_039" id="page_039"></a>{39}</span></p>
-
-<h2><a name="XVII" id="XVII"></a>
-<img src="images/ill_pg_039.png"
-width="500"
-alt="[imagen de una barra decorativa]"
-/><br />XVII.</h2>
-
-<p class="chead">MÁS PUEDEN CELOS QUE AMOR</p>
-
-<p>El Doctor, de vuelta á su casa, fué á ver á su madre y le dió el gusto
-de estar de conversación y de cenar aquella noche con ella, de lo cual
-la tenía muy deseosa, por acudir á la tertulia de las Civiles.</p>
-
-<p>Después de la cena, y retirada el ama Vicenta, que la servía, Doña Ana y
-su hijo hablaron de sus negocios, nada florecientes, y al cabo dijo Doña
-Ana:</p>
-
-<p>&mdash;Mal estamos, hijo mío; pero te aseguro que hoy me arrepiento de que no
-te hayas ido á Madrid, y sueño con buscar medio de que te vayas, aunque
-sea empeñándonos más.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y por qué, madre mía, quiere V. ahora alejarme de sí?<span class="pagenum"><a name="page_040" id="page_040"></a>{40}</span></p>
-
-<p>&mdash;Voy á decírtelo claro, sin andar con rodeos, como una madre debe
-hablar á su hijo: porque tus relaciones con Rosita me traen
-sobresaltada.</p>
-
-<p>&mdash;¿He de vivir como en un desierto, sin tener relaciones con nadie?</p>
-
-<p>&mdash;Tienes razón. Yo debí pensar en eso, y, no ya detenerte, sino
-estimularte para que te fueses de este lugar. Aquí tenías que
-avillanarte por fuerza.</p>
-
-<p>&mdash;Madre, esa palabra es muy dura. ¿En qué y por qué me he avillanado?</p>
-
-<p>&mdash;Faustino, no creas que te culpo; casi te excuso. Conozco que no habías
-de vivir, en la flor de tu edad, como vive un anacoreta. Sólo un fervor
-de religión, que por desgracia no tienes, podría haber hecho tal
-milagro. Los hombres, ó por educación ó por naturaleza, carecéis del
-santo pudor; carecéis del estímulo de quien cifra en el recato la honra,
-que es lo que salva á las mujeres.</p>
-
-<p>&mdash;Aun así, madre mía&mdash;dijo el Doctor,&mdash;no todas las hermanas de mis
-abuelos, cuando tuvieron hermanas, acabaron por meterse monjas, á fin de
-no emparentar con gente baja y deslustrar el brillo de nuestra familia.
-Algunas se casaron con arrieros enriquecidos, con labriegos dichosos y
-con afortunados contrabandistas. Parientes tenemos por este lado entre
-lo más ruín del lugar.</p>
-
-<p>&mdash;Lo sé, hijo mío; pero sé también que ningún López de Mendoza, ningún
-varón de tu casta, desde<span class="pagenum"><a name="page_041" id="page_041"></a>{41}</span> hace siglos, se ha casado jamás con mujer que
-no sea de su clase. ¿Serás tú el primero?</p>
-
-<p>&mdash;Y á V., madre mía, ¿quién le ha dicho que yo me voy á casar?</p>
-
-<p>&mdash;Pues entonces, ¿á qué esas visitas? ¿Á qué esos amores? ¿Me negarás
-que los hay? ¿Qué fin, qué desenlace van á tener?</p>
-
-<p>Don Faustino se puso rojo como la grana y bajó los ojos al suelo,
-guardando silencio.</p>
-
-<p>&mdash;Todo me lo explico&mdash;prosiguió Doña Ana;&mdash;pero has caído en un error
-harto peligroso; no has comprendido los mil inconvenientes de tu
-conducta. Quiero prescindir del pecado, de la vergüenza, del escándalo
-de unas relaciones amorosas que no se piensa en que tengan por término
-el matrimonio. Quiero suponer, además, que esa Rosita es tan descocada y
-sin decoro que te acepta por amigo, y que no piensa siquiera, por amor á
-su libertad y por seguir siendo señora de sí misma, de su casa y de sus
-bienes, en convertir á su amigo en dueño y marido legítimo. Todo esto
-quiero suponer. ¿Has reflexionado tú el papel que vas á hacer, el papel
-que probablemente estás ya haciendo?</p>
-
-<p>Don Faustino entrevió todo el peso de la acusación de su madre. Se
-sintió abrumado bajo él. No contestó palabra.</p>
-
-<p>&mdash;Los vicios de un caballero&mdash;prosiguió Doña Ana,&mdash;no dejan de serlo
-aunque sean de un caballero;<span class="pagenum"><a name="page_042" id="page_042"></a>{42}</span> pero aún es mayor dolor cuando se llega á
-ser vicioso sin nobleza y sin hidalguía.</p>
-
-<p>&mdash;V. se propone martirizarme. V. está afrentándome, madre. ¿Qué pretende
-V. decir con eso?</p>
-
-<p>&mdash;No, hijo de mis entrañas: tu madre, que te ama, no puede afrentarte,
-diga lo que diga. Si mi voz es hoy harto severa, acalla tus pasiones,
-oye en silencio la voz de tu conciencia, y lo será más aún. Lo que yo
-quiero significar (estamos solos y voy á hablarte con crudeza) es que si
-tu mocedad te incitaba á tener amores groseros y vulgares, hubiera sido
-menos indigno, menos impropio de un caballero, buscarlos en una mujer
-pobre, de lo más infeliz del pueblo, á quien, sin engañarla nunca con
-necias esperanzas, hubieras en cierto modo elevado hasta tí: cuya
-miseria hubieras socorrido. Aunque pobre y empeñado, todavía podías
-permitirte este lujo en nuestro miserable lugar. Ante Dios hubieras
-cometido un pecado gravísimo; para los hombres hubiera sido un
-escándalo; pero sobre el escándalo y el pecado no hubiera venido la
-humillación, como viene ahora. La hija del Escribano usurero es rica, te
-agasaja, te lleva á sus posesiones, te muestra á sus criados como si tú
-fueses su criado favorito, su Gerineldos, su... chulo. No falta ahora
-más sino que digan por ahí que te mantiene, ó que te mantenga en efecto.</p>
-
-<p>Tal vez un orgullo aristocrático desmedido exageraba<span class="pagenum"><a name="page_043" id="page_043"></a>{43}</span> las cosas; pero en
-el fondo había mucho de verdad en lo que Doña Ana estaba diciendo. Don
-Faustino lo sentía así: le irritaba la fiereza de expresión y de
-sentimientos con que su madre le zahería; pero allá en lo más hondo de
-su conciencia se declaraba culpado.</p>
-
-<p>&mdash;Los jornaleros que han estado binando en la Nava&mdash;prosiguió la
-tremenda matrona rondeña,&mdash;vuelven contándolo todo según su estilo. Todo
-ha llegado á mis oídos como lo cuentan. La señorita Doña Rosa Gutiérrez
-te obsequia, te favorece, te regala, te encumbra hasta ella, te elige
-por su favorito, te luce como pudiera lucir un brinquillo, se muestra
-espléndida por tu causa, dando á todos para cenar cordero y vino
-generoso; en fin, aparece á los ojos de todos como reina ó emperatriz
-que saca de la nada á uno de sus vasallos, porque le ha caído en gracia.</p>
-
-<p>Los que hayan vivido en una aldea y conozcan sus usos y costumbres,
-comprenderán el furor de Doña Ana, dado su carácter. La malicia de los
-campesinos es sin piedad; y cuantos habían visto á Don Faustino y á
-Rosita en la Nava habían vuelto explicando aquellos amores del modo que
-Doña Ana decía. Por el ama Vicenta y por otros criados sabía Doña Ana
-los comentarios lugareños, y estaba fuera de sí, herida en lo más
-sensible de su alma: en su orgullo aristocrático y en su amor de madre.<span class="pagenum"><a name="page_044" id="page_044"></a>{44}</span></p>
-
-<p>Consternado el Doctor, permanecía silencioso y con la cabeza baja.</p>
-
-<p>&mdash;Créeme, hijo mío, es muy cruel para tu madre lo que está
-sucediendo&mdash;prosiguió Doña Ana.&mdash;Ya te consideran todos en el lugar como
-el amigo, el protegido de la hija del Escribano. Esta gente soez imagina
-que tú eres para Rosita algo parecido á lo que el vulgo de Madrid
-imaginaría de Godoy con relación á una gran señora. En que te tengan por
-tal han venido á parar todos nuestros sueños ambiciosos, todas nuestras
-ilusiones. Mira qué princesa te tiende la mano y te levanta á su altura.
-Mira qué emperatriz te da su privanza, gentil y valeroso caballero. ¿Fué
-para eso para lo que te concibió y te parió tu madre?</p>
-
-<p>Jamás había visto el Doctor á aquella señora tan irritada y violenta.
-Quería el Doctor disculparse y hasta vindicarse; mas no acertaba á decir
-palabra. En medio de todo, Doña Ana no sospechaba siquiera que las
-relaciones entre Rosita y el Doctor estuviesen tan adelantadas. Amores
-tan por la posta no cabían en la cabeza de la severa hidalga. Temeroso
-Don Faustino, ó de tener que mentir, ó de tener que revelar algo que
-molestaría y afligiría más á Doña Ana, seguía callándose, en actitud
-humilde.</p>
-
-<p>Más mitigada la furia con el silencio y la humildad que con la
-contradicción ó la apología que el<span class="pagenum"><a name="page_045" id="page_045"></a>{45}</span> Doctor hubiera podido hacer,
-continuó Doña Ana en tono menos acre:</p>
-
-<p>&mdash;Ten valor, Faustino. Acuérdate de quién eres. Deja de ir todas las
-noches en casa de esas mozuelas. Ve apartándote poco á poco de su trato
-y familiaridad. No te digo que rompas de repente, porque no es justo
-ofender á nadie. El Escribano, además, es malo para enemigo. En un
-instante, si quisiera tomar venganza de tí, podría concitar á nuestros
-acreedores, ejecutarnos, hollarnos, perdernos. Pero si tú, sin faltar á
-la cortesía, pretextando enfermedad ú ocupaciones, vas dejando de ir á
-su casa, ni él ni sus hijas tendrán razón de quejarse. Su venganza se
-limitará á alguna burla tonta como la que hacen de mí. Dirán también de
-tí que eres brujo; que te tratas, como yo, con el Comendador Mendoza,
-con la coya Doña María y con otras almas en pena de nuestra familia.</p>
-
-<p>&mdash;Madre&mdash;contestó al fin el Doctor,&mdash;nada puedo prometer á V. ahora;
-pero no dude que deseo complacerla. Por lo pronto sólo diré que no tengo
-yo la culpa de que los jornaleros y las comadres de este lugar
-interpreten mis acciones aviesamente. Baste saber que yo no he dado
-motivo para la censura acerba que V. ha formulado. Podrá haber habido
-imprudencia en mí; pero nada he hecho indigno de un caballero. Si el
-Escribano es rico y nosotros somos pobres, tampoco es culpa mía.<span class="pagenum"><a name="page_046" id="page_046"></a>{46}</span> ¿Cómo
-quiere V. que me enriquezca en este lugar? Por consejo y excitación de
-V. fuí á vistas de mi prima Costanza y salí desairado. No tema V. que,
-después de aquel escarmiento, vaya yo por mi iniciativa á buscar, ni en
-la hija del Escribano, ni aunque fuera en la hija de un rey, remedio ó
-alivio para la pobreza en que vivimos.</p>
-
-<p>Doña Ana amaba con pasión á su hijo: empezó á sentir que había estado
-con él cruel en demasía; el recuerdo del desaire que por culpa suya
-había sufrido el Doctor de Doña Costancita le ablandó más el corazón; y
-dándose por satisfecha con lo que el Doctor acababa de decir, se levantó
-Doña Ana de su asiento, se echó en los brazos de su hijo y le dió muchos
-besos, vertiendo á la vez amargo llanto.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué desgracia, hijo mío! ¡Qué desgracia! ¡Somos unos miserables: nos
-miran como á unos pordioseros!</p>
-
-<p>El pobre Doctor consoló á su madre lo mejor que supo y pudo, aunque él
-también tenía harta necesidad de consuelo.</p>
-
-<p>Á poco se retiró Doña Ana á descansar, y el Doctor descendió á sus
-habitaciones del piso bajo. Estaba agitadísimo y no quiso meterse en la
-cama.</p>
-
-<p>Respetilla, según costumbre, acudió á desnudarle. Don Faustino le
-despidió y se quedó en el salón de los retratos.<span class="pagenum"><a name="page_047" id="page_047"></a>{47}</span></p>
-
-<p>Don Faustino no pudo ni estudiar, ni escribir, ni leer. Andaba á grandes
-pasos por la sala; meditaba y cavilaba con tal exaltación, que á menudo
-pronunciaba las palabras que acudían á su mente con las ideas, y
-accionaba y manoteaba como un loco.</p>
-
-<p>&mdash;Tiene razón mi madre&mdash;decía,&mdash;tiene razón... y eso que no lo sabe
-todo. Me he comprometido neciamente. Es una embriaguez de los sentidos,
-una pasión vulgar la que me ha llevado á tal extremo. ¡Si yo la amara,
-si yo la estimara, aunque fuese hija de Satanás, y no ya del Escribano
-usurero!... Yo la sacaría del lugar, yo me casaría con ella, yo haría
-prodigios para elevarme y conquistar un nombre, una posición, á fin de
-que no se dijese que todo se lo debía. Pero ¿la amo acaso? ¿Es esto
-amor? La violencia de afectos, el delirio que sentí á su lado, ¿en qué
-se parece al amor verdadero? ¡Ah! Yo comprendo el verdadero amor, hasta
-le siento... pero sin objeto. Estoy condenado á llevar en el alma, en
-embrión, todas las excelencias y virtudes, todas las grandes pasiones,
-todos los nobles sentimientos, y no realizo más que lo bajo, lo
-pedestre, lo ínfimo, lo truhanesco, como si fuese el hermano menor de
-Respetilla. Mi Laura, mi Beatriz, mi Julieta, mi Isabel de Segura, ¿en
-quién se han convertido? Y, sin embargo, ella es mejor que yo. Yo soy un
-infame, un embustero, un ingrato. Por amor, sea como sea; por amor á su<span class="pagenum"><a name="page_048" id="page_048"></a>{48}</span>
-modo, pero ardiente, sincero, generoso, ella me ha mimado, me ha
-lisonjeado, me ha regalado, me ha rendido su voluntad, sin condiciones,
-sin promesas, con ciego abandono. Y yo, aunque la deseo aún, y aunque el
-recuerdo vivo de su ternura conmueve mi ser y le excita á nuevo deleite,
-me atrevo á menospreciarla, en virtud de no sé qué pasiones ideales que
-no realizaré nunca. Cuando miro el centro de mi alma, el abismo que tal
-vez el orgullo abrió allí, me finjo que soy grande como un Dios. Cuando
-miro mis actos y los resortes de mi voluntad, que á tales actos me
-inducen, se me antoja que soy más vil que un perro.</p>
-
-<p>D. Faustino se echó en un sillón que estaba junto á un velador, en medio
-de la sala. Una sola bujía iluminaba aquel recinto.</p>
-
-<p>Allí se entregó el Doctor á nuevas, tristes y profundas meditaciones.</p>
-
-<p>Volvió á mirar en lo más hondo de su alma, y se encontró capaz de toda
-grandeza. ¿Por qué, pues, no hacía sino lo que pudiera hacer el más
-vulgar y bajo de los hombres? ¿Qué resorte le faltaba?</p>
-
-<p>El Doctor discurrió entonces que le faltaba la dicha, que era víctima de
-una fatalidad. Esta fatalidad sólo con la fe podía romperse; pero el
-Doctor no poseía la fe sino á medias. Creía en sí mismo y no creía en
-nada exterior que le llamase, moviese y estimulase.<span class="pagenum"><a name="page_049" id="page_049"></a>{49}</span></p>
-
-<p>El mundo no le ofrecía los triunfos, los sublimes amores, la gloria
-pura, las victorias brillantes con que él había soñado y soñaba. El
-mundo hasta entonces no había hecho sino trocar algunas de sus ilusiones
-en desengaños, y hacerle pagar cualquier deleite efímero, cualquiera
-satisfacción de amor propio, con una humillación. El Doctor, por otra
-parte, al descender desde las alturas de sus ensueños, de sus esperanzas
-y quizás de sus ilusiones; al tratar de dar consistencia á todo aquello
-en el mundo real, sólo había logrado rebajarse á sus propios ojos,
-hallarse indigno de sí, desfigurar y manchar y afear el ídolo hermoso,
-el tipo de perfección que de sí mismo había creado en el seno de su
-conciencia, y al que pugnaba por acercarse y por identificarse.</p>
-
-<p>Lleno del espíritu de nuestro siglo, comprendía que el destino, la
-misión del hombre, era realizar en esta vida todas las virtudes,
-potencias y facultades de su alma, contribuyendo así al humano progreso,
-poniendo su piedra en el monumento de la historia, y completando con su
-propio ser, activo, noble y generoso, la dignidad y magnificencia de las
-cosas creadas, entre las cuales y sobre las cuales debía descollar y
-resplandecer el espíritu, la inteligencia, el fuego divino, de que su
-cabeza y su corazón eran foco, templo y morada.</p>
-
-<p>Si nada de esto podía hacer, ¿por qué no huía<span class="pagenum"><a name="page_050" id="page_050"></a>{50}</span> del mundo? ¿Por qué no se
-ocultaba en un desierto? En vez de ir á Madrid debía ir donde nadie le
-viese. Aquel hastío, aquel odio á la sociedad humana, que en otras
-épocas pobló los yermos y despobló las ciudades, ¿es quizás ahora un
-absurdo anacronismo?</p>
-
-<p>El Doctor imaginaba que sí y que no; imaginaba que el hastío y el odio
-llenaban las almas de muchos hombres; que por momentos llenaban también
-la suya. Pero, ¿dónde estaba la fe, la creencia en un objeto fuera del
-alma y fuera del mundo, ante quien postrándose y humillándose, y con
-quien viniendo á unirse luego, se limpiara el alma de todo pecado,
-desechase toda bajeza y se levantase al fin á aquel grado de perfección
-á donde había aspirado en vano á llegar por sí sola? No; ni el alma del
-Doctor ni otras almas atormentadas como la suya, podían ya huir á la
-Tebaida y renovar los tiempos y los prodigios de los Pablos, Antonios,
-Pacomios é Hilariones. ¿Qué iban á adorar allí, como no fuese el
-espectro de su mismo ser, sublimado y endiosado por la orgullosa
-fantasía?</p>
-
-<p>Para un tormento como el de su alma, se le figuraba á D. Faustino que no
-había más que un remedio: la muerte. Y, sin embargo, apenas pensaba en
-la muerte, todas las esperanzas, todas las ilusiones, todos los
-propósitos de su lozana juventud<span class="pagenum"><a name="page_051" id="page_051"></a>{51}</span> surgían como de un abismo, y se
-presentaban á sus ojos llenos de luz y belleza, y hacían llegar á sus
-oídos una encantadora armonía. Eran como el cántico de la resurrección
-que su semitocayo el Doctor Fausto creyó oir á los ángeles cuando iba á
-apurar la copa de veneno.</p>
-
-<p>Además, el horror á la nada podía más en el ánimo del Doctor que el
-miedo de las penas eternas, si le hubiera tenido. Quería vivir, pero
-vivir de una vida grande, noble, poderosa, fecunda; de una vida que
-dejase en pos de sí un rastro luminoso é indeleble. El no ver hasta
-entonces el medio de lograr este deseo era lo que le atormentaba; pero
-la confianza en sus propias fuerzas y la risueña esperanza vivían aún en
-su corazón.</p>
-
-<p>Se sentía con bríos para remover todos los obstáculos, para vencer todas
-las dificultades. Sólo un estímulo poderoso le faltaba. Sólo le faltaba
-un agente que pusiese en actividad aquellos bríos; un objeto que
-infundiese en su espíritu la fe, el amor, el entusiasmo suficientes.
-Costancita había sido una coqueta sin corazón; Rosita, aunque graciosa,
-discreta y apasionada, no podía adecuarse al ideal soberbio de sus
-aspiraciones; la <i>amiga inmortal</i> permanecía casi invisible.</p>
-
-<p>¿Por qué no acudía en su auxilio la amiga inmortal, cumpliendo repetidas
-promesas? Fuese quien fuese por su material origen, por su posición<span class="pagenum"><a name="page_052" id="page_052"></a>{52}</span>
-entre los seres humanos en el momento presente, el Doctor comprendía que
-había en aquella mujer un espíritu igual al suyo, que era cuanto
-encarecimiento podía hacer de ella en su mente presuntuosa.</p>
-
-<p>Mil extrañas ideas cruzaron entonces por el cerebro de D. Faustino. Mil
-deseos y propósitos se ofrecieron á su voluntad. Si hubiera creído en la
-posibilidad de pactar con el diablo, hubiérale dado cuanto hay que dar
-al diablo, á trueque de un ferviente amor, de un punto fijo y radiante,
-que fuese estrella polar en el mar tempestuoso de su vida, y al mismo
-tiempo centro poderosísimo de atracción que le agitase y encaminase.</p>
-
-<p>Era tal el orgullo del Doctor, que uno de los irrebatibles argumentos
-que contra lo sobrenatural se le presentaban era la no intervención de
-nada sobrenatural en su vida. Si no merecía él que los poderes
-superiores buenos ó malos, que el principio de la luz ó el de las
-tinieblas, acudiesen á sus evocaciones y conjuros, le prestasen
-solícitos su apoyo, empleasen en él una providencia especialísima, ¿qué
-otro ser humano había de merecerlo? Quizá no existían tales poderes,
-cuando no se doblegaban á su voluntad ni á su llamamiento respondían.</p>
-
-<p>Postración melancólica abatió al fin el ánimo de D. Faustino, tan
-exaltado hasta entonces. Se juzgó una de las más infelices y cuitadas
-criaturas que<span class="pagenum"><a name="page_053" id="page_053"></a>{53}</span> había sobre la tierra. Se alucinó hasta creer que la coya
-y las demás imágenes de sus progenitores ilustres le miraban compasivas.
-Lágrimas de despecho brotaron entonces de los ojos del Doctor y
-corrieron por sus mejillas. Aunque por lo común no estén bien las
-lágrimas en un rostro varonil, el dolor que á D. Faustino se las
-arrancaba era tan alto, aunque extraviado, que, sellando su rostro con
-expresión maravillosa, le hacía parecer bellísimo en aquel instante.</p>
-
-<p>Eran más de las dos de la noche. El sombrío aspecto de aquel gran salón;
-el silencio profundo que en torno reinaba; la cercanía del cementerio;
-los retratos mismos, apenas iluminados entonces por una sola bujía; el
-recuerdo de la última aparición de la mujer misteriosa, todo convidaba á
-amarla, á desear aparición nueva.</p>
-
-<p>Iba el Doctor á levantarse del sillón y á abrir la ventana, casi seguro
-de que María estaba junto á él, de que se hallaba parada, con lágrimas
-en los ojos, como la otra vez, de espaldas á la tapia del cementerio,
-cuando se abrió suavemente la puerta y volvió á cerrarse en seguida,
-dando entrada á un bulto negro, cuyos contornos y formas el Doctor no
-distinguía. Sin embargo, así como había presentido que su <i>amiga
-inmortal</i> estaba cerca, antes de que la viese, así reconoció que era
-ella, antes de verla y distinguirla por completo.<span class="pagenum"><a name="page_054" id="page_054"></a>{54}</span></p>
-
-<p>La persona que acababa de entrar traía en la mano una linternilla, que,
-vertiendo luz delante de sí, la dejaba en obscuridad ó sombra confusa;
-pero la persona colocó en seguida la linterna sobre la mesa donde
-estaban los búcaros y los vasos de china. Al volver luego la cara, D.
-Faustino, extático, absorto, reconoció á su <i>amiga inmortal</i>, más
-hermosa, más gallarda que nunca. Si su mejor concepto de poeta, si su
-más egregio pensamiento hubiera tomado cuerpo humano, no le hubiera
-parecido más bello.</p>
-
-<p>La luz de la bujía, que estaba sobre el velador, dió de lleno en el
-rostro de la <i>amiga inmortal</i> y trajo con el reflejo sus facciones
-armoniosas y nobles á los ojos y al ánimo del Doctor, embelesado y mudo
-de espanto.</p>
-
-<p>&mdash;Los celos son más poderosos que el amor&mdash;dijo María con voz dulcísima
-y triste.&mdash;Impulsada por ellos, lo he olvidado todo, lo he atropellado
-todo: he venido á verte. Aquí me tienes.</p>
-
-<p>D. Faustino no pensó en el modo con que aquella mujer había llegado
-hasta allí. Poco le importaba que se hubiese filtrado, como un fantasma,
-por los espesos muros de su casa solariega; que el diablo, para que él
-no se quejase de que no le socorría, se la hubiese traído por el aire, ó
-que hubiese penetrado por un medio natural y sencillo. Lo que le
-importaba era tenerla allí, y sentir, al<span class="pagenum"><a name="page_055" id="page_055"></a>{55}</span> tenerla allí, una pasión que
-jamás había sentido en toda su plenitud; no una pasión incierta y vaga,
-cuyo valor no resistía al análisis ni al escalpelo de su espíritu
-crítico, sino el amor evidente, perfecto, irresistible, vencedor de las
-otras pasiones y digno de su alma.</p>
-
-<p>&mdash;Aquí me tienes, Faustino&mdash;volvió á decir María.&mdash;Una fuerza superior á
-mi voluntad me trae á tí. Soy tuya. ¿No valgo más que... esa otra? ¿No
-lograré que me ames?</p>
-
-<p>El rubor encendió el rostro de D. Faustino. Pensó en que todas las
-palabras de amor, todas las expresiones de ternura, todas las frases de
-afecto y hasta de adoración que pueden dirigirse á una mujer, habían
-sido profanadas en sus labios la noche antes. Nada respondió á María.
-Voló hacia ella y la estrechó frenético entre sus brazos.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_056" id="page_056"></a>{56}</span></p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_057" id="page_057"></a>{57}</span></p>
-
-<h2><a name="XVIII" id="XVIII"></a>
-<img src="images/ill_pg_057.png"
-width="500"
-alt="[imagen de una barra decorativa]"
-/><br />XVIII.</h2>
-
-<p class="chead">PACTO AMOROSO</p>
-
-<p>Los primeros albores empezaron á penetrar por las mil hendiduras que
-había en las viejas maderas de las ventanas de aquella habitación. El
-canto alegre con que los pajarillos celebraban la venida del día llegó á
-los oídos de D. Faustino y de su amada.</p>
-
-<p>Movida de los celos, atropellando respetos morales y religiosos, roto el
-freno de la prudencia, con ímpetu irresistible de amor, de amor que
-rayaba en fanatismo y que la hacía creer que estaba enlazada al Doctor
-con vínculo eterno, María había caído entre sus brazos.</p>
-
-<p>&mdash;No me detengas más&mdash;dijo desprendiéndose de ellos&mdash;; debo partir: no
-me sigas. Cumple el pacto que hemos hecho.</p>
-
-<p>&mdash;Le cumpliré, por más que sea difícil cumplirle;<span class="pagenum"><a name="page_058" id="page_058"></a>{58}</span> pero ¿no me dirás la
-razón, el fundamento de ese misterio en que te envuelves?</p>
-
-<p>&mdash;La razón del misterio es el misterio mismo, y no puedo revelarle.
-Antes quiero que de nuevo me prometas no seguirme; no pensar siquiera en
-explicarte cómo he llegado hasta aquí, y si te lo explicas, ocultártelo
-á tí mismo, si es posible. Por último, no quiero que hables á nadie de
-mí ni de nuestras ocultas entrevistas. ¿Me lo prometes?</p>
-
-<p>&mdash;Te he dicho que sí, y no faltaré á mi palabra, contestó el Doctor.</p>
-
-<p>&mdash;Yo te amo con todo mi corazón y soy tuya para siempre&mdash;añadió María&mdash;.
-Sin embargo, entiéndelo bien: guardo mi libertad para huir de tu lado,
-cuando deba, sin que aspires á detenerme. Cuando yo crea que debo huir,
-no pondrás obstáculo, no preguntarás la razón. Bástete saber que estoy
-ligada á tí con eternas ligaduras. Mi huída te devolverá todo tu
-albedrío; pero yo, aunque de tí me separe un mundo, me consideraré
-siempre como tu fiel compañera, como tu esclava. Tú eres, tú has sido,
-tú serás mi único amor. Tenlo por delirio, pero yo creo que te amo
-eternamente, al través de mil existencias; que eres el alma de mi alma;
-que soy, no ya tu inmortal amiga, sino tu esposa inmortal, la esencia
-dulce y suave de tu propio espíritu.</p>
-
-<p>&mdash;No, bien mío; tú eres su energía, su vigor, su<span class="pagenum"><a name="page_059" id="page_059"></a>{59}</span> gloria, la estrella
-que ha de guiarle, el imán que debe atraerle, la virtud divina que es y
-será principio, raíz y manantial constante de todos sus excelsos
-pensamientos y de todos sus actos mejores. El tormento de no amar me
-destrozaba el alma; la sospecha injuriosa de que era incapaz de amar mi
-corazón amargaba mi existencia. Tú has desvanecido la sospecha
-injuriosa; tú has acabado con el tormento. El amor del amor era mi
-martirio. Sin objeto que mi alma juzgase digno de ser amado, mi alma se
-consumía. Hoy mi alma vive en tí: te amo. Esta breve frase, <i>te amo</i>,
-profanada mil veces, mil veces pronunciada sin conciencia y sin
-sentimiento, tiene ahora un valor infinito, absoluto.</p>
-
-<p>&mdash;Otra de las condiciones de nuestro pacto&mdash;continuó María, aparentando
-frialdad que su voz trémula desmentía&mdash;, condición fundamental para que
-mi orgullo quede tranquilo, y en cierto modo serena mi conciencia, á
-pesar de mi pecado, que Dios con su misericordia quizás me perdone, es
-que yo á nada te obligo ni te comprometo. Tú no debes hoy tal vez, casi
-de seguro no deberás jamás, hacerme tu mujer legítima en esta vida
-transitoria. Tú no puedes tampoco tenerme á tu lado como tu amiga.
-Aunque las causas que me llevan á hacer vida tan misteriosa
-desapareciesen, yo misma no consentiría en agravar el pecado con el
-escándalo. Así, pues, quien no puede ser ni tu amiga<span class="pagenum"><a name="page_060" id="page_060"></a>{60}</span> ni tu esposa, debe
-quedar libre para huir de tí cuando una imperiosa obligación la llame á
-otro punto.</p>
-
-<p>&mdash;No me atormentes, María&mdash;dijo el Doctor&mdash;. No sé quién eres; pero no
-me importa desconocer estas ó aquellas circunstancias vulgares de lo
-menos esencial de tu ser. María, yo conozco tu alma: mi alma se ha
-confundido con tu alma. Quiero ser tu amante, tu esposo ante los
-hombres, como ya lo soy ante Dios.</p>
-
-<p>&mdash;No blasfemes, Faustino. El delirio de amor que nos une no tiene la
-santidad de un sacramento.</p>
-
-<p>&mdash;Pues ¿no dices tú misma que eres mi esposa inmortal?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, lo digo y lo creo. Nuestras almas están unidas; pero ¿hemos de
-matarnos impíamente para que esta unión valga? ¿Hemos de prescindir del
-ser corporal que tenemos? ¿Quién ha santificado la unión de Faustino y
-de María, tales como son ahora en la tierra? Esta unión no es posible:
-yo no la quiero. No puede santificarse.</p>
-
-<p>&mdash;Y ¿por qué?&mdash;dijo D. Faustino&mdash;. Tú eres libre, tú eres hermosa, tú
-eres sublime. Has venido inmaculada á mis brazos. Me has hecho dueño de
-tu beldad y de tu corazón sin exigir nada en cambio. Yo ahora te lo doy
-todo: mi mano, mi nombre, mi vida. ¿Quieres casarte conmigo?<span class="pagenum"><a name="page_061" id="page_061"></a>{61}</span></p>
-
-<p>&mdash;Nunca.</p>
-
-<p>&mdash;¿Quieres vivir á mi lado?</p>
-
-<p>&mdash;Tampoco.</p>
-
-<p>&mdash;Y ¿por qué te niegas á casarte conmigo? ¿Por qué dices que nunca?</p>
-
-<p>María estuvo un instante suspensa, silenciosa y como meditando. Luego
-dijo:</p>
-
-<p>&mdash;La sinceridad y el fervor con que me hablas me inducen á proponerte
-una cláusula más en nuestro pacto amoroso. Me has preguntado si me
-casaré contigo, y he contestado: «Nunca». Retiro el <i>nunca</i>. Yo estoy
-tan cierta de que siempre te amaré, que te prometo ahora solemnemente
-que, si pasada tu mocedad y realizados ó deshechos tus sueños
-ambiciosos, eres libre, me amas aún, me buscas y vivo, seré tu esposa.
-Antes no es posible... Tú no te comprometes á nada. Sola yo me
-comprometo.</p>
-
-<p>&mdash;Pues yo te juro que me casaré contigo cuando quieras.</p>
-
-<p>&mdash;No jures. No acepto tu juramento. Dios no le aceptará tampoco y le
-tendrá por vano. Adiós.</p>
-
-<p>D. Faustino estrechó de nuevo entre sus brazos á la mujer querida. Ella
-logró al cabo desprenderse de aquellas amorosas cadenas, corrió hacia la
-puerta y desapareció sin que el Doctor se atreviese á seguirla.</p>
-
-<p>María había prometido volver á la noche siguiente.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_062" id="page_062"></a>{62}</span></p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_063" id="page_063"></a>{63}</span></p>
-
-<h2><a name="XIX" id="XIX"></a>
-<img src="images/ill_pg_063.png"
-width="500"
-alt="[imagen de una barra decorativa]"
-/><br />XIX.</h2>
-
-<p class="chead">LOS MILAGROS DEL DESPRECIO</p>
-
-<p>Ya no vacilaba ni dudaba D. Faustino. Su alegría era grande. Sentía
-verdadero amor. Creía haber puesto en actividad el enérgico resorte que
-antes faltaba á su alma, y se juzgaba capaz de acometer todas las
-empresas y de abrirse camino al través de todos los peligros y
-dificultades.</p>
-
-<p>Sólo un escrúpulo de conciencia, casi un remordimiento, le atormentaba.</p>
-
-<p>Era cierto que nada había prometido á Rosita; que ningún juramento le
-había hecho; que ninguna palabra le había dado. Pero esto mismo
-ilustraba y ensalzaba más la generosa confianza de la hija del
-Escribano.</p>
-
-<p>D. Faustino estaba decidido á no volver á verla; á sacrificarla á María,
-á quien amaba con pasión, á quien pensaba amar siempre, aunque llegase á
-saber que era la hija del verdugo; pero no podía menos de lamentar el
-inmerecido desdén, el cruelísimo<span class="pagenum"><a name="page_064" id="page_064"></a>{64}</span> abandono de que iba á ser víctima
-Rosita. Su resolución de no volver á visitarla era, no obstante,
-inquebrantable.</p>
-
-<p>Llegó aquel día la hora de la tertulia de los tres dúos, y Respetilla
-fué solo. Rosita lo extrañó mucho y estuvo triste. Respetilla remedió el
-mal por su cuenta, asegurando con un aplomo envidiable que D. Faustino
-estaba enfermo, en cama. El disgusto de Rosita pasó entonces, de ser
-algo colérico, á ser tierno y piadoso.</p>
-
-<p>Durante cuatro días tuvo Respetilla la habilidad de seguir entreteniendo
-á Rosita con la ficción de que D. Faustino estaba enfermo. Rosita le
-enviaba con Respetilla los más cariñosos recados. Respetilla fingía, de
-parte de su amo, otros recados no menos cariñosos.</p>
-
-<p>Rosita pensó en escribir al Doctor; pero era tan mala su letra y tan
-anárquica su ortografía, que para no desacreditarse no se atrevió á
-escribirle.</p>
-
-<p>Rosita preguntó al médico por la enfermedad de D. Faustino. El médico
-contestó que no le había visitado y que no sabía de tal enfermedad; pero
-Respetilla disipó la sospecha, asegurando que su amo se curaba á sí
-propio.</p>
-
-<p>Como D. Faustino no salía de casa, ni nadie le veía, lo de la enfermedad
-era verosímil.</p>
-
-<p>El Doctor, entre tanto, se calentaba la cabeza discurriendo el modo
-menos malo de romper con<span class="pagenum"><a name="page_065" id="page_065"></a>{65}</span> Rosita. Pensaba escribirle una carta llena de
-amistosos sentimientos de gratitud y de ternura, despidiéndose de ella
-con razones alambicadas y sofísticas, con quintas esencias y
-tiquis-miquis, más fáciles de inventar así en pelotón que de explicar
-cumplidamente en un escrito.</p>
-
-<p>Arduo empeño era el de escribir la tal carta. El tiempo pasaba y D.
-Faustino no la escribía.</p>
-
-<p>Cuando Respetilla interpelaba á su amo, como varias veces lo hizo, sobre
-los motivos que tenía para no ir á ver á Rosita, D. Faustino, no
-teniendo qué contestar, daba un sofión á Respetilla.</p>
-
-<p>Hasta Doña Ana hallaba mal aquel rompimiento brusco y grosero; y aunque
-no sospechaba cuán estrechos y apretados eran los lazos, extrañó que su
-hijo no volviese en casa de las Civiles; y le excitó á que fuese, y á
-que se apartase del trato de ellas con suavidad y cortesía.</p>
-
-<p>D. Faustino, á pesar de estas juiciosas amonestaciones, estaba tan
-prendado, tan en éxtasis perpetuo, tan elevado en los amores de su
-<i>amiga inmortal</i>, que sentía repugnancia invencible por volver á visitar
-á Rosita y á hablar de ella.</p>
-
-<p>Aceptando por bueno el embuste de su criado, el Doctor explicó á su
-madre el súbito abandono en que dejaba á las Civiles, alegando también
-que estaba algo enfermo, pero que iría á verlas cuando estuviese mejor.<span class="pagenum"><a name="page_066" id="page_066"></a>{66}</span></p>
-
-<p>Para todos los de la casa, ignorantes del misterio de los amores, la
-enfermedad del Doctor parecía verdadera. Ya no había paseos, ni á pie ni
-á caballo; ya no había combates al sable, y el Doctor, cuando no hablaba
-ni hacía compañía á Doña Ana, se encerraba en sus habitaciones.</p>
-
-<p>Rosita, entre tanto, estaba llena de inquietud. Á veces dudaba de que
-fuese cierta la enfermedad de D. Faustino. Su orgullo y la persuasión en
-que estaba del valer de su ingenio y de su belleza apartaban de su mente
-el horrible recelo de que un tedio súbito, una saciedad desdeñosa, un
-desprecio invencible, hubiesen suplantado en el alma del Doctor aquel
-fervor amoroso que ella había compartido y al que había cedido la noche
-de la Nava. La soberbia montaraz de Rosita y su vanidad de labradora
-rica y de reina de aldea no habían consentido que pusiese condiciones al
-Doctor ni que exigiese de él promesa ni juramento alguno. Rosita no
-había pensado distinta y claramente ni en que D. Faustino se casase con
-ella, ni en nada parecido; pero tampoco había pensado, ni temido por un
-instante, que el amor, satisfecho y pagado, había de alejar de ella á
-aquel hombre, sino que había de aprisionarle más y más y hacerle para
-siempre su siervo... ¡Tan poderosa se creía!</p>
-
-<p>Ahora recelaba, ahora temía, ahora tenía celos, si bien todo de una
-manera vaga y confusa. Cuando<span class="pagenum"><a name="page_067" id="page_067"></a>{67}</span> esta pasión se apoderaba de su pecho,
-forjaba planes de venganza; maldecía en su interior á don Faustino;
-volvía á llamarle D. Pereciendo, conde de las Esparragueras y abogado
-Peperri; se sentía humillada de haberle querido; deseaba matarle, y
-faltaba poco para que no rugiese como una leona.</p>
-
-<p>Respetilla, imperturbable, intrépido, pertinaz en mentir, seguía
-sosteniendo la enfermedad de su amo. Así templaba la furia de Rosita;
-así lograba aún que su ánimo pasase de los ímpetus iracundos á la
-compasión amorosa.</p>
-
-<p>Por último, Rosita no pudo sufrir más; quiso salir de la duda que la
-atosigaba. Una noche, al llegar Respetilla á la tertulia, tomó Rosita
-por auxiliar á Jacintica, é intimó, ordenó y mandó al buen escudero que
-las llevase á ambas á casa de don Faustino y que la hiciese entrar á
-ella de oculto en la estancia del Doctor, mientras éste cenaba ó
-conversaba con su madre en el piso alto. Así quería, saltando por cima
-de todo respeto, ver á su amigo y cerciorarse de su desgracia ó de su
-dicha. Respetilla aguzó en balde el ingenio para excusarse; Jacintica
-suplicaba: Rosita exigía con imperio. Una y otra sabían que Respetilla
-tenía la llave de la casa en su poder. No hubo más que rendirse. Además,
-Respetilla decía para sus adentros:</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué mal ha de haber en esto? Quizás luego me lo agradezca mi amo. Él
-no viene por aquí por<span class="pagenum"><a name="page_068" id="page_068"></a>{68}</span> alguna extravagancia que no comprendo. Esto será
-sin duda algo de filosofías que no se me alcanzan. Pero en cuanto mi amo
-vea á Rosita tan guapa, así de repente y como caída del cielo, en su
-propio cuarto, á las once de la noche, vamos, no le parecerá mal. De
-fijo que se alegra.</p>
-
-<p>Hechas estas reflexiones, Respetilla cedió, y cedió con gusto: llevaba
-en su compañía á Jacintica.</p>
-
-<p>Se dispuso que otra criada se quedase haciendo de dueña, y autorizando
-con su presencia los coloquios de Ramoncita y de D. Jerónimo. Al mismo
-D. Jerónimo, que era un bendito, se le persuadió de que Rosita tenía un
-jaquecazo de todos los diablos y que debía irse á acostar. Jacintica se
-fué con Rosita como para cuidarla. Respetilla se despidió á poco rato, y
-las dos mujeres, que estaban aguardándole, en un rincón obscuro del
-portal, con los pañolones por la cabeza, se escabulleron con él, sin ser
-vistas de nadie.<span class="pagenum"><a name="page_069" id="page_069"></a>{69}</span></p>
-
-<h2><a name="XX" id="XX"></a>
-<img src="images/ill_pg_069.png"
-width="500"
-alt="[imagen de una barra decorativa]"
-/><br />XX.</h2>
-
-<p class="chead">CONTINÚAN LOS MILAGROS.</p>
-
-<p>Eran las once de la noche cuando el Doctor bajó de la estancia de su
-madre y entró en el salón de los retratos. Como había dado licencia á
-Respetilla para que no viniese á desnudarle, le creía aún en la tertulia
-de las Civiles, que terminaba á las doce. La amiga inmortal debía llegar
-á las once y media. El Doctor solía luego encerrarse con llave. Tenía
-además prohibido á Respetilla que entrase en su cuarto, como él no le
-llamara. En suma, estaban tomadas todas las precauciones, ó al menos así
-lo creía el Doctor. El triste no sabía lo que se preparaba. Rosita
-estaba ya escondida detrás de una cortina, que cubría la puerta que
-desde el salón de los retratos iba al dormitorio.</p>
-
-<p>Cuando vió entrar al Doctor, bueno, sano, alegre y recitando unos versos
-de Zorrilla, que decían:</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i2">Si eres recuerdo, endulzarás mi vida;<br /></span>
-<span class="i0">Si eres remordimiento, te ahogaré,<br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_070" id="page_070"></a>{70}</span></p>
-
-<p class="nind">le dió rabia de no hallarle enfermo y triste, y tuvo, no se sabe cómo,
-el desesperado pensamiento de que el recuerdo era el de su amor y de que
-el remordimiento que anhelaba ahogar era ella.</p>
-
-<p>Rosita continuó, pues, en acecho, esperando, ó mejor dicho, temiendo la
-aparición de su rival. Ya pensaba que esta rival sería alguna criada de
-la casa, alguna fregona; ya imaginaba que el doctor podría tener su poco
-de brujo, y esto le infundía cierto terror de verse frente á frente con
-espectros, y de figurar en escenas del otro mundo, entre hechiceras,
-magas ó almas en pena; pero su ira era tan grande y sus bríos tan
-varoniles, que estaba resuelta á vengarse del mismo demonio, si venía
-con faldas y en forma de mujer á tener pláticas tiernas con D. Faustino.</p>
-
-<p>Hasta sentía Rosita haberse venido desprovista de un par de pistolas ó
-de un puñal siquiera, por lo que pudiese ocurrir. Mucho confiaba, no
-obstante, en su lengua y en sus manos.</p>
-
-<p>El Doctor, según costumbre, puso la bujía sobre el velador, se arrellanó
-en el sillón y siguió recitando versos en voz, aunque sumisa, clara:</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i2">&mdash;Yo no sé de tu esencia el misterio,<br /></span>
-<span class="i0">Tu nombre y tu vago destino no sé,<br /></span>
-<span class="i0">Ni cuál es tu ignorado hemisferio,<br /></span>
-<span class="i0">Ni á dónde perdido siguiéndote iré.<br /></span>
-<span class="i2">¡Oh! si gozas de voz y de vida,<span class="pagenum"><a name="page_071" id="page_071"></a>{71}</span><br /></span>
-<span class="i0">tienes un cuerpo palpable y real,<br /></span>
-<span class="i0">Deja al menos, fantasma querida,<br /></span>
-<span class="i0">Que goce un instante tu vida inmortal.<br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p>Los versos hicieron el efecto de una evocación.</p>
-
-<p>La puerta se abrió sin ruido. El bulto negro apareció en la sala. Una
-voz argentina contestó á los versos que el Doctor decía, con estos otros
-versos:</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i2">&mdash;Tras de tí por las sombras camino,<br /></span>
-<span class="i0">Ni noche ni día descanso sin tí:<br /></span>
-<span class="i0">Ser tu esclava, adorarte es mi sino;<br /></span>
-<span class="i0">Ya postrada me tienes aquí.<br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p>María cayó de rodillas á los pies del Doctor. Éste la levantó entre sus
-brazos, dándole mil besos en la frente y en las mejillas sonrosadas y
-hermosas.</p>
-
-<p>Rosita no supo contenerse por más tiempo. Casi creía aún que el ser á
-quien D. Faustino abrazaba y besaba tenía algo de sobrenatural y de
-diabólico; pero su forma era de mujer, y la tempestad de los celos hizo
-á Rosita superior á todo miedo supersticioso.</p>
-
-<p>Salió de su escondite, se arrojó sobre ellos como un tigre, los separó,
-y encarándose con D. Faustino, que atónito y estupefacto la miraba,</p>
-
-<p>&mdash;Malvado&mdash;le dijo,&mdash;¿Así pagas mi amor? ¿Por qué me has engañado
-vilmente? ¿Por qué no guardaste<span class="pagenum"><a name="page_072" id="page_072"></a>{72}</span> para este demonio todas las dulces
-mentiras, todas las emponzoñadas ternuras con que me lisonjeabas y
-cegabas? Y tú, maldita de Dios, ¿de qué aquelarre vienes? ¿Dónde dejaste
-la escoba? ¿De qué lupanar te has escapado?</p>
-
-<p>Antes de que D. Faustino se repusiese del asombro; antes de que nadie la
-respondiese, tomó Rosita la luz, y llevándola hacia la cara de María, se
-quedó contemplándola de hito en hito, devorándola con ojos que arrojaban
-fuego y rayos de ira. De súbito soltó Rosita una carcajada sarcástica.
-Su memoria, iluminada por el odio, le había sido fiel. Acababa de
-reconocer á María, á quien desde muy pequeña no había visto.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah! Ya te conozco, infame; ya te conozco, digna manceba de este perro
-judío, hereje, asesino. Tú eres María la seca. ¿Dónde has estado desde
-que tu abominable madre bajó al infierno? ¿Y al ladrón de tu padre no le
-dieron todavía garrote?</p>
-
-<p>Dicho esto, y sin dejar tiempo para que nadie la respondiese, Rosita
-volvió á poner la bujía en el velador y se lanzó sobre María, como para
-despedazarla entre sus uñas.</p>
-
-<p>María estaba muda, inmóvil, serena, aunque triste, como estatua
-alegórica del dolor resignado llena de cierta soberbia y reposada
-majestad.</p>
-
-<p>Rosita la hubiera, sin duda, herido el rostro con sus manos y arrancado
-los cabellos, si el Doctor<span class="pagenum"><a name="page_073" id="page_073"></a>{73}</span> no hubiese acudido á tiempo, cogiéndola de
-un brazo y separándola con violencia del lado de su rival.</p>
-
-<p>¿Quién te ha traído aquí?&mdash;dijo el Doctor.&mdash;¿Cómo has entrado? Ahora
-mismo te voy á echar á la calle. No chilles, no alborotes, ó te pondré
-una mordaza.</p>
-
-<p>Rosita dió un grito agudo.</p>
-
-<p>&mdash;Cállate&mdash;dijo el Doctor,&mdash;cállate ó te ahogo.</p>
-
-<p>&mdash;No quiero callarme, traidor. No quiero callarme. Como eres un hidalgo
-de gotera, un danzante sin oficio ni beneficio, un tramposo con más
-deudas que vergüenza, has elegido la querida más apropósito para tí.
-Anda, vete con ella; alístate de bandido en la cuadrilla de su padre. El
-Conde de las Esparragueras es el yerno pintiparado de Joselito el Seco.</p>
-
-<p>D. Faustino se armó de la paciencia de Job para no pisotear allí aquella
-víbora. Sin responderle palabra, pero sin soltarla del brazo, de que la
-tenía asida fuertemente, la llevó medio arrastrando hacia el cuarto de
-Respetilla.</p>
-
-<p>Deseaba el Doctor llamar á su criado sin alborotar la casa y sin dejar
-suelta á Rosita con María, á quien hubiera sido capaz de asesinar. Bien
-calculaba que era Respetilla quien le había traído aquel presente, y
-que, por lo tanto, Respetilla estaba en casa.<span class="pagenum"><a name="page_074" id="page_074"></a>{74}</span></p>
-
-<p>En efecto, apenas llegó á la puerta del cuarto de su criado y le llamó
-dos ó tres veces, Respetilla apareció, seguido de Jacintica, que
-proseguía con él la tertulia en la otra casa comenzada.</p>
-
-<p>Ambos habían dado por cierto que habían proporcionado á sus amos una
-gran ventura, y los suponían ejecutando la segunda parte del Paraíso
-terrenal. Cuando de tan diferente modo los vieron, se llenaron de
-espanto.</p>
-
-<p>El Doctor tenía encendidos los ojos como brasas, el rostro pálido,
-trastornadas las facciones. Con la mano que le quedaba libre asió á
-Respetilla de una oreja, y tirando de él, exclamó:</p>
-
-<p>&mdash;No sé cómo no te mato. ¿Por qué has traído á mi casa á esta furia del
-averno? Vamos, pronto, abre la puerta de la calle, y llévatela de nuevo
-sin hacer ruido.</p>
-
-<p>Respetilla obedeció; Jacintica fué en pos de Respetilla, y el Doctor,
-detrás de ambos, con Rosita, asida siempre del brazo.</p>
-
-<p>Ya en el zaguán, y antes de que Respetilla abriese la puerta, dijo
-Rosita al Doctor:</p>
-
-<p>&mdash;Suéltame el brazo, cruel. ¡Me le destrozas, me le rompes! ¿Qué te hice
-yo para que así me trates? ¿No te he amado? ¿No me he rendido á tu
-voluntad sin condiciones? ¿Quién más humilde, más mansa, más enamorada
-que yo? ¿Por qué me dejas por esa hija del bandido? Abandónala, échala
-á<span class="pagenum"><a name="page_075" id="page_075"></a>{75}</span> ella, y yo seré tu esclava, besaré la tierra que pisas. Todo te lo
-perdonaré. ¡Perdóname! ¡Ámame!</p>
-
-<p>&mdash;Imposible&mdash;respondió el Doctor.&mdash;Ni te amo, ni te amaré nunca. Vete.
-Apártate de mi vista.</p>
-
-<p>Aquel último arranque de ternura se trocó en más cruda saña con el nuevo
-desprecio. Rosita se revolvió contra el Doctor como un escorpión pisado.</p>
-
-<p>&mdash;Villano&mdash;dijo,&mdash;te acordarás de mí; me vengaré de un modo sangriento.
-Te he de reducir á la miseria. He de lograr que achicharren en una
-hoguera á la bruja de tu madre.</p>
-
-<p>D. Faustino no acertó á tener calma: perdió la paciencia y alzó la mano
-para dar una bofetada á Rosita. Por fortuna se contuvo á tiempo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Cobarde! ¡Con una mujer te atreves!</p>
-
-<p>&mdash;No, tú no eres una mujer&mdash;respondió el Doctor: tú eres una arpía.</p>
-
-<p>Aun no había acabado de pronunciar estas palabras, cuando Rosita se
-arrojó sobre él y con la mano que le quedaba libre le clavó las uñas en
-el rostro, bañándosele en sangre.</p>
-
-<p>Lo que antes quedó en amago, tuvo que terminarse entonces. Rosita sintió
-en la mejilla los cinco dedos del Doctor, si bien más trémulos que
-violentos.</p>
-
-<p>&mdash;Mátale, Respetilla; véngame, mátale. Tú eres más fuerte. Tú puedes más
-que él. Son las doce de<span class="pagenum"><a name="page_076" id="page_076"></a>{76}</span> la noche. Te doy dos mil duros si le matas. Te
-doy tres mil duros y un caballo para que huyas á Gibraltar, y desde allí
-á América. ¡No seas mandria! Mátale; y te harto de oro.</p>
-
-<p>Respetilla, sin responder, abrió la puerta y echó á Jacintica á la
-calle. Luego volvió por Rosita y tomándola de manos del Doctor, se la
-llevó en volandas.</p>
-
-<p>El Doctor cerró la puerta de la calle, y volvió en busca de su <i>inmortal
-amiga</i>.</p>
-
-<p>No la halló en el salón. Recorrió los otros cuartos, y no la halló
-tampoco.</p>
-
-<p>Sobre la mesa donde el Doctor escribía vió por último un papel, en el
-cual María había escrito lo siguiente:</p>
-
-<p>«Motivos muy poderosos me obligan á alejarme de tí. Adiós, quizás para
-siempre.»</p>
-
-<p>&mdash;¡Oh, no te irás!&mdash;dijo el Doctor.&mdash;Yo rompo el pacto que hice. No
-dejaré que te vayas. Sabré detenerte.</p>
-
-<p>Bien había calculado por dónde había entrado María. Sin vacilar, corrió
-con la luz á un patio interior, donde estaba hacinada la leña. Uno de
-los lados del patio estaba formado por el muro del castillo. En el muro
-había una puerta que con el castillo comunicaba.</p>
-
-<p>El Doctor dió un empujón á la puerta, pero no cedió. Estaba cerrada con
-llave. La llave que había<span class="pagenum"><a name="page_077" id="page_077"></a>{77}</span> en la casa, ó se había perdido, ó era la
-llave de que sin duda se servía María. No quedaba más recurso que echar
-la puerta abajo.</p>
-
-<p>D. Faustino agarró un hacha de leñador, y dió tres ó cuatro golpes
-furiosos. La puerta, de madera vieja y apolillada, vino á tierra en
-seguida.</p>
-
-<p>Con la bujía en una mano y el hacha en la otra penetró entonces el
-Doctor por los pasadizos obscuros, bajo las bóvedas ruinosas y por las
-antiguas salas de armas, llenas de escombros.</p>
-
-<p>Ignorante, ó más bien olvidado, de aquel laberinto (aunque no pocas
-veces le había visitado en otro tiempo por curiosidad), tropezó en una
-gruesa piedra que halló á su paso, y para sostenerse y no caer soltó
-maquinalmente el candelero que llevaba en la mano. La luz se apagó, y D.
-Faustino quedó en las tinieblas más completas, sin saber hacia qué lado
-encaminarse á fin de encontrar salida ó volver á su casa á encender de
-nuevo.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_078" id="page_078"></a>{78}</span></p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_079" id="page_079"></a>{79}</span></p>
-
-<h2><a name="XXI" id="XXI"></a>
-<img src="images/ill_pg_079.png"
-width="500"
-alt="[imagen de una barra decorativa]"
-/><br />XXI.</h2>
-
-<p class="chead">POR SEGUIR Á UNA MUJER</p>
-
-<p>Aunque el Doctor logró recoger á tientas el candelero, de nada le
-servía, sino de estorbo, con la luz apagada. En balde iba buscando
-salida palpando las paredes. No había en aquel obscuro recinto ventana
-ni hueco por donde entrase la luz de la luna, que, si bien en su cuarto
-menguante, iluminaba los cielos en aquella noche de primavera.</p>
-
-<p>Un vientecillo fresco susurraba, meciendo las copas de los árboles y
-doblando la hierba; pero el susurro, oído desde el lugar donde el Doctor
-se hallaba, tenía más de medroso que de apacible y grato. Penetrando el
-aire por los pasadizos y aberturas, por donde el Doctor quisiera salir,
-gemía encarcelado en la lobreguez de aquellas ruinas, produciendo mil
-ecos tenues y mil tristes y fantásticos rumores. No menos desagradable
-ruido hacían<span class="pagenum"><a name="page_080" id="page_080"></a>{80}</span> las ratas que allí abundaban y que corrían alborotadas con
-el extraño y no esperado huésped que había venido á visitar sus
-dominios.</p>
-
-<p>Á pesar de todas sus filosofías, el Doctor pensó que no estaba muy bien
-demostrado que no hubiese diablos ó duendes, ú otros monstruos y seres
-sobrenaturales, y tuvo algún miedo de ellos. Sin embargo, la rabia de
-verse burlado y encerrado en aquella á modo de mazmorra, sin poder
-salir, pesó más en su ánimo que la hipotética y vaga aprensión de que
-hubiese diablos y anduviesen cerca. El Doctor, dando forma á su
-pensamiento en resonantes palabras, lanzó, Dios se lo haya perdonado,
-dos ó tres blasfemias espantosas. Como si con su voz le atrajera, sintió
-entonces cerca de sí los pasos de un ser de mucha mayor corpulencia que
-las ratas. Nada se veía en realidad, pero de los ojos del Doctor
-brotaban unos círculos luminosos que se dilataban en el espacio y
-llenaban las tinieblas, ensanchándose cada vez más, como los círculos de
-una fantasmagoría. Dentro de aquellos círculos, rojos á veces, á veces
-entre verdes y amarillos, ora se mostraba Joselito el Seco, con corbatín
-de hierro y sacando un palmo de lengua; ora un espectro de mujer, que ya
-se parecía á María, ya á la coya, ya tenía de ambas; ora otras figuras
-como las que se pintan en los cuadros de las tentaciones de San Antonio.
-No se acobardó por eso el Doctor;<span class="pagenum"><a name="page_081" id="page_081"></a>{81}</span> antes bien, como para desafiarlo
-todo, blasfemó de nuevo en voz alta.</p>
-
-<p>No bien salió de sus labios la reiterada blasfemia, aquel ser que había
-sentido cerca de sí, se le echó encima. Parecióle al Doctor que le
-enlazaban unos brazos deformes, forzudos, aunque descarnados como los de
-la momia de un gigante, y sintió en su cara el contacto de un rostro
-peludo. El efecto que esto le produjo fué horrible. Casi maquinalmente,
-pues no tuvo fuerzas ni serenidad para reflexionar, dió un empellón al
-monstruo; pero el monstruo, rechazado por un instante, volvió sobre el
-Doctor, y le aplicó un inmundo y frío beso, pasando por su mejilla el
-hirsuto y húmedo hocico.</p>
-
-<p>Confesemos que el lance era para asustar á cualquiera. El viento gemía,
-zumbaba, murmuraba, remedando mil voces, cantos, suspiros, sollozos y
-hasta palabras de un mágico y desconocido idioma, y un ser repugnante y
-maravilloso abrazaba y besaba á D. Faustino.</p>
-
-<p>D. Faustino se dió á creer, á despecho de su ciencia, que se las había
-con el mismo diablo. Ya vacilaba entre si debía esgrimir el hacha para
-vencer al monstruo ó hacer la señal de la cruz para ahuyentarle, cuando
-éste exhaló un aullido lastimero, que nada tenía de humano.</p>
-
-<p>El Doctor se echó á reir y dijo, algo confuso y vergonzoso:<span class="pagenum"><a name="page_082" id="page_082"></a>{82}</span></p>
-
-<p>&mdash;¡Hola, Faón! ¿Tú por aquí?... ¡Qué demonio de Faón!</p>
-
-<p>Era el más hermoso y grande de sus podencos, que, lleno de buen deseo,
-circunspección y prudencia, le había seguido silencioso á fin de no
-espantar la caza, y sin recelar que espantara á su amo.</p>
-
-<p>El Doctor pasó la mano por el lomo de Faón, y se cercioró bien de que no
-era otro quien había acudido á sus blasfemias. Confiando en la clara
-inteligencia canina del amante de Safo, esperó que le sacase de aquella
-obscuridad; y para servirse de él como de lazarillo, le ató el pañuelo
-al pescuezo, guardando en la mano uno de los picos.</p>
-
-<p>El podenco entendió, con admirable instinto, que le convenía guiar; pero
-no sabía á dónde. Echó á andar, no obstante, y el Doctor le siguió.</p>
-
-<p>Pronto llegaron á un punto en que percibió el Doctor que Faón subía.
-Luego tropezó con el primer escalón de una escalera, y subió por ella en
-pos de su perro. Á poco vió el Doctor la luz de la luna, sintió
-vientecillo fresco en la cara y se encontró en el adarve, no lejos de la
-albacara ó torre saliente que comunica con la iglesia por medio del
-arco-pasadizo.</p>
-
-<p>Por desgracia, no había medio de penetrar en la albacara desde el
-adarve. No había puerta por allí, y por los angostos tragaluces no cabía
-ningún cuerpo humano, por escuálido que estuviese.<span class="pagenum"><a name="page_083" id="page_083"></a>{83}</span></p>
-
-<p>El Doctor dió en el suelo con el pie en señal de impaciencia y cólera.
-Faón se puso en marcha de nuevo; bajó por la misma escalera por donde
-había subido, llevando en pos á su amo, y sacándole de aquella
-obscuridad, le condujo á un patio interior del castillo, todo cubierto
-de larga hierba. Aunque el Doctor no era observador muy experto de las
-cosas naturales, no pudo menos de notar sobre la misma hierba, ajada y
-pisada, las huellas recientes de unos pies humanos, ligeros y
-pequeñitos. No se había engañado. María había pasado por allí.</p>
-
-<p>Conoció Faón en el ademán de su amo que estaba contento y que era á
-María á quien buscaba, y, dando un ladrido alegre, apretó el paso,
-siguiéndole el Doctor.</p>
-
-<p>Entraron en un corredor, llegaron á otra escalera, la subieron y se
-hallaron en el segundo piso de la albacara. En uno de los lados del
-cuadro que aquella estancia formaba, se abría en el muro el pasadizo del
-arco que une el castillo con la iglesia.</p>
-
-<p>Don Faustino y Faón atravesaron por el hueco del arco, bajaron por otra
-escalerilla, y se hallaron al fin en el coro de la hermosa iglesia de
-Villabermeja, silenciosa y sombría entonces, aunque tres lámparas ardían
-en su seno: una delante del altar mayor, y otras dos delante de los
-camarines donde estaban el Santo Patrono y Jesús Nazareno.<span class="pagenum"><a name="page_084" id="page_084"></a>{84}</span></p>
-
-<p>Desde el coro hasta la iglesia pudo bajar el Doctor, sin ningún estorbo,
-por escalera harto conocida y trillada.</p>
-
-<p>Ya en la iglesia misma, se dirigió á la puerta de la sacristía. El
-Doctor estaba seguro de que María se había ido por allí. Aunque no
-hubiese estado seguro de ello, los signos que daba Faón de no haber
-perdido la huella le hubieran corroborado en su pensamiento.</p>
-
-<p>El disgusto del Doctor fué grandísimo al hallar la puerta de la
-sacristía cerrada con llave. Aquella puerta no era tan fácil de derribar
-como la otra. Estaba formada de espesos tablones de nogal y podía
-resistir sin romperse un diluvio de hachazos.</p>
-
-<p>La violencia era inútil; mas, aunque no lo hubiese sido, tal vez no se
-hubiera atrevido el Doctor á emplearla.</p>
-
-<p>La puerta de la sacristía estaba al lado del magnífico retablo
-churrigueresco de los López de Mendoza, en cuyo camarín habitaba nuestro
-Padre Jesús. Bajo el piso de grandes losas, que el Doctor hollaba,
-estaba la bóveda sepulcral con los restos de sus ascendientes. Cada paso
-que daba el Doctor sonaba sobre lo hueco, y era repetido por las naves
-del templo solitario, cuyos muros repercutían cualquier ruido. La escasa
-luz que entraba por las claraboyas de la cúpula ó que difundían las
-lámparas, deteniéndose y reflejándose en los altos<span class="pagenum"><a name="page_085" id="page_085"></a>{85}</span> pilares, poblaba de
-vagarosas sombras todo el recinto, que ya se deshacían, ya se
-agrandaban, ya volvían á desvanecerse, conforme oscilaban las lámparas,
-levemente tocadas por un soplo de aire, ó el mustio resplandor de la
-luna se amortiguaba un poco antes de entrar por las claraboyas, merced
-al paso é interposición de alguna nube. Todo esto infundía cierto
-respeto semi-religioso en el espíritu descreído del Doctor.</p>
-
-<p>No obstante, llamó á la puerta con el hacha, sin tocar de filo. Nadie
-respondió. Llamó más fuerte, y tampoco. Acabó por perder la paciencia:
-por golpear con todo su brío. Cada golpe, duplicado, triplicado,
-quintuplicado por los ecos, parecía un trueno prolongado. Se diría que
-Dios llamaba á juicio á los frailes dominicos y á los Mendozas todos,
-que en sendas criptas estaban enterrados allí; pero ni por esas
-respondió persona viva.</p>
-
-<p>Acercando la boca á la cerradura, gritó varias veces el Doctor:</p>
-
-<p>&mdash;¡Padre Piñón! ¡Padre Piñón! ¡Padre Piñón! ¿Es V. sordo?</p>
-
-<p>El padre Piñón estaba sordo en efecto. Los gritos del Doctor fueron
-inútiles. No le contestaron.</p>
-
-<p>Una idea súbita atravesó la mente de D. Faustito. Se figuró que había
-tomado una resolución precipitada y absurda en venir por allí. Temió que
-mientras se hartaba de golpear y de gritar en vano,<span class="pagenum"><a name="page_086" id="page_086"></a>{86}</span> María se escapaba
-por la puerta de la casa del padre Piñón, que daba á la calle.</p>
-
-<p>No bien se le ocurrió esto, el Doctor corrió como un loco hacia el coro,
-y pasó, seguido ya del podenco, por los mismos sitios por donde había
-venido, hasta que llegó al patio del castillo. Allí tomó de nuevo al
-podenco por guía, y el podenco le condujo á la entrada de su casa.</p>
-
-<p>Respetilla, que había vuelto de cumplir con su comisión, sospechó que se
-le había trastornado el juicio á su amo, al verle con el hacha y todo
-descompuesto.</p>
-
-<p>Don Faustino agarró su sombrero á escape y se salió á la calle,
-prohibiendo á Respetilla é impidiendo á Faón que le siguiesen.</p>
-
-<p>En cuatro brincos estuvo á la puerta del padre Piñón, y empezó á dar
-aldabonazos furibundos.</p>
-
-<p>Tal vez por aquel lado se oía mejor, ó tal vez el padre Piñón había
-recobrado el oído. Lo cierto es que á los tres ó cuatro minutos, el
-propio Padre se asomó á una ventana y preguntó:</p>
-
-<p>&mdash;¿Quién llama á estas horas?</p>
-
-<p>&mdash;Yo soy&mdash;contestó el Doctor.&mdash;¿No me conoce V.?</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah! Sí... ¿Hay alguien de peligro?</p>
-
-<p>&mdash;No hay nadie de peligro; pero que me abran. Tengo que hablar con V.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ea!&mdash;se oyó decir al padre Piñón,&mdash;despáchate,<span class="pagenum"><a name="page_087" id="page_087"></a>{87}</span> Antonio, y baja á
-abrir al señorito D. Faustino.</p>
-
-<p>Antes de que siga adelante nuestra historia, conviene informar á los
-lectores de quién era el padre Piñón.</p>
-
-<p>Era el único fraile que del antiguo convento quedaba todavía. Enjuto y
-pequeñuelo, recibió el nombre de padre Piñón, y apenas si nadie
-recordaba su verdadero nombre.</p>
-
-<p>Aunque el edificio en que vivieron los frailes se había vendido y estaba
-sirviendo de molino aceitero, había quedado una habitación cómoda,
-grande y hermosa, aneja á la sacristía. Ésta concedieron por morada las
-gentes del pueblo al padre Piñón, á quien querían mucho.</p>
-
-<p>Allí, teniendo á sus órdenes de noche y de día al sacristán Antonio, y
-de día además á dos monaguillos, cuidaba el padre Piñón del grandioso
-templo, gloria del lugar, y conservaba las ricas casullas, las
-dalmáticas y capas pluviales recamadas de oro, la exquisita ropa blanca,
-como albas, estolas, amitos, sobrepellices y roquetes, llena en gran
-parte de preciosos encajes y bordados, la custodia cuajada de esmeraldas
-y de perlas, y otros ornamentos, joyas y primores artísticos que
-atesoraba la iglesia. Todo esto se hallaba encerrado en armarios,
-alacenas y arcones que había en la sacristía.</p>
-
-<p>El padre Piñón, no sólo encantaba á las gentes<span class="pagenum"><a name="page_088" id="page_088"></a>{88}</span> del lugar por sus
-virtudes, sino por su alegría, buen humor y dichos agudos. Era un
-dechado de las gracias de la gracia y del poder de la eutropelia, y el
-célebre padre Boneta hubiera sin duda cantado sus loores, si le hubiese
-conocido.</p>
-
-<p>Algunos sujetos sobrado rígidos le acusaban de tener la manga muy ancha;
-pero sin motivo, según hemos llegado á averiguar. Lo cierto es que era
-aún, y sobre todo, había sido en la época de su mayor auge, el confesor
-más buscado, y eso que costaba caro confesarse con él. El antiguo refrán
-que dice: <i>quien reza y peca la empata</i>, parecíale abominable. Bien
-sabía él que la bondad de Dios es infinita y que perdona al que llora,
-reza, se arrepiente y hace propósito de la enmienda; pero el mal, hecho
-ya por el pecado, hecho se queda, y no se remedia ni subsana con el
-arrepentimiento ni con la penitencia, como ésta no vaya bien encaminada.
-Á este fin, tenía ideado y ponía en práctica el padre Piñón un sistema
-de penitencia, por medio del cual, ya que los pecados fuesen
-inevitables, lograba sacar provecho de los de los ricos en favor de los
-menesterosos. Teniendo en cuenta, á par de la magnitud del pecado, la
-riqueza del pecador, solía multarle, ya en una docena de huevos, ya en
-una gallina, ya en un jamón, ya en un pavo, ya en alguna cosa de comer ó
-de vestir, que repartía luego á los pobres. Claro está que<span class="pagenum"><a name="page_089" id="page_089"></a>{89}</span> el padre
-Piñón era prudente, y cuando se trataba de alguna casada á quien había
-que imponer, por ejemplo, un pavo de penitencia, lo hacía con el mayor
-disimulo, á fin de que el marido no se enterase y se echase á cavilar,
-muy escamado, sobre la equivalencia de un pavo en los aranceles
-penitenciarios.</p>
-
-<p>Cuando no había de por medio tales respetos, el pago de la multa era
-público, con lo cual decía el Padre que se conseguía, además, que el
-pecador se avergonzase y buscase, por esta razón más, el corregirse.</p>
-
-<p>No faltarán censores severos que hallen ridículo el método y condenen al
-padre Piñón; pero, ó no lo entiendo, ó el método es tan discreto y
-atinado, que quisiera yo que se generalizase. El padre Piñón no excitaba
-al pecado, ni mucho menos; pero una vez cometido, y castigándole, sacaba
-provecho de él para los desvalidos. ¡Qué diferencia de lo que se
-acostumbra ahora en las grandes ciudades, dando, v. gr., un baile de
-máscaras en beneficio de los niños de la Inclusa, lo cual, hasta
-mirándolo económicamente, es absurdo, pues quizás los ingresos que á la
-cuna se proporcionan están compensados y aun sobrepujados,
-proporcionándole á los pocos meses multitud de nuevos gastos y
-quehaceres!</p>
-
-<p>Las acusaciones de manga ancha que se habían<span class="pagenum"><a name="page_090" id="page_090"></a>{90}</span> lanzado contra el padre
-Piñón, provenían de los serviles, y tenían otro fundamento. Asegurábase
-que en tiempo del absolutismo, cuando era indispensable proveerse de una
-cédula de haber cumplido con la Iglesia, el padre Piñón daba cédulas á
-los liberales libre-pensadores, en cambio de limosnas; pero esto más
-bien merece elogio, pues evitaba confesiones hipócritas y comuniones
-sacrílegas. Añadíase que el padre de D. Faustino, cuando recibía la
-cédula, daba al padre Piñón media onza de oro, diciéndole:&mdash;Vaya, para
-que diga V. unas cuantas misas por el alma de Riego.</p>
-
-<p>En fin, el padre Piñón, pese á quien pese, era mejor que el pan; más
-regocijado que unas sonajas, y tan indulgente y caritativo como un
-ángel. Apenas si había leído más que el Breviario; pero el Breviario se
-le sabía de memoria, comprendiendo todos los bellos pensamientos, todas
-las sentencias sublimes y todos los tesoros poéticos que en dicho libro
-se contienen.</p>
-
-<p>Dispense D. Faustino que le hayamos en apariencia detenido á la puerta
-para dar alguna noticia del padre Piñón, en cuya sala de recibo se
-halló, á poco de haber llamado, introducido y guiado por Antonio.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué tiene que mandar á su capellán el señorito D. Faustino?&mdash;preguntó
-el padre Piñón.</p>
-
-<p>&mdash;Padre&mdash;contestó el Doctor,&mdash;omito preámbulos:<span class="pagenum"><a name="page_091" id="page_091"></a>{91}</span> el disimulo es inútil.
-V. sabe quién es María. Aquí se oculta María. Vengo en su busca. Quiero
-verla. Es mi mujer. Tengo razón y justicia para exigir que no me huya.</p>
-
-<p>&mdash;¡Hijo mío! ¿Qué locura es esa?</p>
-
-<p>&mdash;Responda V.&mdash;añadió el Doctor.&mdash;¿Dónde está María?</p>
-
-<p>&mdash;Ya que exiges respuesta categórica, te la daré: <i>Dominus custodivit
-eam ab inimicis et a seductoribus tutavit illam.</i></p>
-
-<p>&mdash;Dejémonos de bromas. Ni yo soy su enemigo ni su seductor. No hay para
-qué guardarla de mí.</p>
-
-<p>El Doctor quiso salir de la sala y registrar la casa del Padre, quien le
-contuvo suavemente.</p>
-
-<p>Entonces el Doctor empezó á llamar&mdash;¡María, María! no te ocultes de mí.
-No me abandones.</p>
-
-<p>El padre Piñón dijo: <i>Dominus, inter cætera potentiæ suæ miracula, in
-sexu fragili victoriam contulit.</i></p>
-
-<p>&mdash;¿Qué diantres pretende V. significar? ¿De qué victoria habla V.?</p>
-
-<p>&mdash;<i>Dominus deduxit illam per vias rectas.</i></p>
-
-<p>Este último latín hizo dar un salto al pobre Don Faustino.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah! ¿No me engaña V., Padre? ¿Con que se ha escapado? ¿Á dónde?
-¿Cuándo? ¿Por qué camino?</p>
-
-<p>&mdash;Hijo, aunque te enfades conmigo, mi deber<span class="pagenum"><a name="page_092" id="page_092"></a>{92}</span> es arrostrar tu furia.
-María se ha ido; pero no te diré por dónde ni á dónde. No quiero que la
-sigas. Ayer me confesó sus pecados. Como condición de la absolución, le
-impuse que se fuera. Además, había otras razones que la obligaban á
-partir.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué razones? No hay razón que valga,&mdash;dijo el Doctor enojado.</p>
-
-<p>&mdash;Sí las hay, hijo mío. Hay una persona á quien la naturaleza concedió
-poder sobre ella; pero á quien Dios quitó el derecho de ejercer ese
-poder, en castigo de sus maldades. Esa persona sé yo que la busca; sé
-que ha averiguado ya que estaba en esta casa. Es audaz, terrible...
-Hubiera venido... venía ya á buscarla y á arrancarla de aquí. Por esto
-también ha huído María. No puedo ni debo decirle más.</p>
-
-<p>&mdash;Yo la hubiera defendido, Padre. Nadie hubiera osado venir á robármela.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y con qué título iba yo á poner á María bajo tu custodia y amparo?</p>
-
-<p>&mdash;Con el título de mi mujer legítima.</p>
-
-<p>&mdash;Mira, señorito, los frailes hemos sido siempre esto que llaman ahora
-demócratas, pero entendida la democracia de un modo mejor. Ciertamente
-que yo no me hubiera parado ante ningún humano respeto para disuadir á
-María de que se casase contigo. Hubiera sido un modo de enmendar
-vuestras gravísimas culpas, y yo le hubiera adoptado. María<span class="pagenum"><a name="page_093" id="page_093"></a>{93}</span> ha sido la
-que se negó resueltamente á casarse. Creyó que era su deber irse y se
-fué.</p>
-
-<p>&mdash;¿Á dónde ha ido? Dígame V. á dónde.</p>
-
-<p>&mdash;No puedo.</p>
-
-<p>&mdash;V. me engaña. Está aquí todavía.</p>
-
-<p>&mdash;No digas tonterías, D. Faustino&mdash;dijo el padre Piñón, algo
-picado.&mdash;¿Tengo yo cara de embustero? Te aseguro que María se fué.</p>
-
-<p>&mdash;Yo saldré ahora mismo en su busca: yo daré con ella; yo la detendré y
-la traeré conmigo.</p>
-
-<p>&mdash;Haz lo que quieras; pero todo será en balde. Considera, además, que
-Joselito el Seco anda ya cerca, y te expones á caer en sus manos.</p>
-
-<p>&mdash;Aunque caiga en manos de Lucifer.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ave María Purísima! Estás perdido, loco. Bien puedes decir de tí, con
-el Salmista: <i>Miser factus sum queniam lumbi mei impleti sunt
-illusionibus.</i></p>
-
-<p>D. Faustino ni oyó ni contestó más, y salió corriendo de casa del padre
-Piñón. Éste imaginó que el propósito del Doctor de ir en busca de María
-era como una amenaza que no se cumpliría, y se fué á dormir muy
-tranquilo.</p>
-
-<p>Un cuarto de hora después, D. Faustino, solo, caballero en su jaca, que
-había hecho ensillar á escape por Respetilla, y armado con trabuco y
-pistolas, estaba fuera del lugar, camino de la ciudad de..., distante
-tres leguas.<span class="pagenum"><a name="page_094" id="page_094"></a>{94}</span></p>
-
-<p>El Doctor había calculado que María no podía haber huído sino en un
-carricoche que, á modo de diligencia, pasaba á las doce por Villabermeja
-é iba á la ciudad de...</p>
-
-<p>Desde esta ciudad salían al amanecer coches para Sevilla, Córdoba y
-Málaga. Si el Doctor alcanzaba á María en el camino ó en dicha ciudad,
-antes de que María saliera en ésta ó en estotra dirección, el Doctor
-conseguía su objeto.</p>
-
-<p>Las dos habían sonado largo rato hacía en el reló de la Iglesia. María
-llevaba más de dos horas de delantera. El Doctor iba á galope por el
-camino.</p>
-
-<p>Más de la mitad llevaba andado, y la jaca, jadeante y cubierta de sudor,
-daba muestras de hallarse rendida de cansancio, cuando el Doctor, tan
-apasionado hasta entonces, que todo lo había hecho sin reflexión, se
-puso á considerar que, con dos horas de delantera que llevaba el
-carricoche, sería imposible alcanzarle en el camino, aunque reventase la
-jaca. Para llegar á la ciudad antes de amanecer había tiempo de sobra,
-aun yendo al paso. El Doctor, pues, si bien devorado por la impaciencia,
-se resignó á proseguir al paso su viaje. En la ciudad de... buscaría á
-María por todas partes, y esperaba que no partiría sin que él la viese.</p>
-
-<p>Al paso iba D. Faustino hacía un cuarto de hora. Á un lado y otro del
-camino había frondosos<span class="pagenum"><a name="page_095" id="page_095"></a>{95}</span> olivares. La luna brillaba en el cielo despejado
-y con sus rayos argentinos lo iluminaba todo.</p>
-
-<p>Acababa de bajar el Doctor una cuesta muy pendiente, y se hallaba en una
-hondonada, por donde corría un arroyo, en cuyas márgenes había muchos
-álamos y otros árboles y matas, que hacían el paraje sombrío, formando
-verde espesura.</p>
-
-<p>Siempre distraído el Doctor en sus cavilaciones no vió ni oyó que de
-repente salieron en la arboleda cinco hombres á caballo, y con inaudita
-rapidez se le pusieron delante, atajando el camino. No lo advirtió, ó no
-tuvo tiempo para advertirlo; tan ligera fué la maniobra de los jinetes,
-hasta que uno de ellos gritó: ¡Alto ahí!</p>
-
-<p>Entonces vió el Doctor que cuatro de los cinco le apuntaban con las
-escopetas. Quiso volver atrás para escapar, dando un rodeo, y notó que
-otros tres hombres á pie, armados también de escopetas, se le venían
-encima. Estaba completamente cercado, y en tan estrecho círculo, que ni
-para revolverse le quedaba tiempo ni espacio.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ríndete ó mueres!&mdash;gritó otro de los de á caballo.</p>
-
-<p>Hallábanse los enemigos tan cerca, y era tan apremiante la situación,
-que todo lo que no fuese rendirse era una temeridad; pero nuestro héroe
-desesperado de que en medio de su viaje le detuviesen, tomó una
-resolución tremenda. Cogió del<span class="pagenum"><a name="page_096" id="page_096"></a>{96}</span> arzón de la silla una pistola, la montó,
-y apuntando al de á caballo que tenía más cerca, le dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Abre paso, tunante, ó te levanto la tapa de los sesos. Al mismo tiempo
-hirió fuertemente con las espuelas los ijares de la jaca, á fin de salir
-escapado, rompiendo por entre la cuadrilla de foragidos.</p>
-
-<p>Éstos, que tenían también montadas sus armas, apuntando al Doctor,
-hubieran sin duda disparado, dejándole muerto, si la voz del Capitán no
-se hubiera oído á tiempo, diciendo:</p>
-
-<p>&mdash;No le matéis, no le matéis: es mi paisano Don Faustino López de
-Mendoza.</p>
-
-<p>El Doctor vaciló asimismo un instante en tirar, viendo la generosidad
-que con él se usaba.</p>
-
-<p>Todo esto fué obra de un segundo. La jaca, excitada por los espolazos,
-iba ya á abrirse camino. Al atajar al Doctor los bandidos de á caballo,
-se tocaban con él. Las bocas de las escopetas rozaban su cuerpo. La
-pistola del Doctor podía matar á quemarropa al más cercano de los
-bandidos.</p>
-
-<p>No había ya tiempo de explicaciones ni de transacciones, y, sin duda,
-hubiera habido alguna muerte, á pesar del grito del Capitán, si de
-pronto no se hubiese sentido el Doctor asido fuertemente de uno y otro
-brazo por dos de los de á pie, bastante robustos ambos para arrancarle
-de la silla y dar con él en el suelo por detrás del caballo.</p>
-
-<p>En los esfuerzos que hizo para desasirse, apretó<span class="pagenum"><a name="page_097" id="page_097"></a>{97}</span> el gatillo y disparó
-la pistola; pero el tiro fué al aire, sin herir á persona alguna.</p>
-
-<p>En el suelo ya, y detenido por los dos que le habían derribado, oyó el
-Doctor la voz del Capitán, que le decía:</p>
-
-<p>&mdash;Sr. D. Faustino, su merced es mi prisionero. Ríndase su merced, y déme
-palabra de honor de que no intentará huir, de que me seguirá donde le
-lleve y de que no tratará de emplear la fuerza contra nosotros. Su
-merced volverá á montar en su jaca, y esta buena gente le respetará y
-considerará como debe.</p>
-
-<p>D. Faustino no tuvo más remedio que prometer lo que el Capitán le
-exigía.</p>
-
-<p>Apenas lo prometió, uno de los bandidos, que había tomado la jaca de la
-brida, la acercó para que D. Faustino montase, y él, suelto ya, montó en
-la jaca. Obedeciendo luego á una seña del Capitán, entró con los
-bandidos por una vereda que había en medio de los olivares, apartándose
-del camino real en tan belicosa compañía.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_098" id="page_098"></a>{98}</span></p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_099" id="page_099"></a>{99}</span></p>
-
-<h2><a name="XXII" id="XXII"></a>
-<img src="images/ill_pg_099.png"
-width="500"
-alt="[imagen de una barra decorativa]"
-/><br />XXII.</h2>
-
-<p class="chead">LA VENGANZA DE ROSITA</p>
-
-<p>Después de los sucesos que se refieren en el capítulo anterior, había
-pasado ya una semana, y nada se sabía en Villabermeja del paradero de
-Don Faustino. Su madre, llena de angustia, procuraba en balde averiguar
-dónde se hallaba un hijo tan amado.</p>
-
-<p>Rosita, entre tanto, furiosa con los celos y los agravios, difundía por
-todas partes que D. Faustino, prendado de María, había huído con ella,
-sentando plaza de bandolero en la cuadrilla de Joselito el Seco. Como
-alguien afirmase que la noche en que huyó D. Faustino, y como no sólo
-Rosita, sino también Jacintica, diesen por seguros los amores de María
-con el Doctor, nadie dudaba en el lugar, salvo el padre Piñón, de que D.
-Faustino estuviese por su gusto con los bandoleros.</p>
-
-<p>La propia ruina de la casa de los Mendozas hacía verosímil á los ojos de
-aquellos lugareños el<span class="pagenum"><a name="page_100" id="page_100"></a>{100}</span> que D. Faustino hubiese adoptado determinación
-tan heroica para salir de apuros.</p>
-
-<p>El padre Piñón era el único que sabía que María no se había ido con el
-Doctor, el único que sabía dónde María se hallaba; pero á nadie quería
-confiarlo. Calculaba además que D. Faustino, no por su voluntad, sino
-muy á despecho suyo, había caído en poder de los ladrones; pero, como
-afirmando esto hubiera dado á Doña Ana más pesar que consuelo, el padre
-Piñón se callaba.</p>
-
-<p>Rosita no creía mentir asegurando que el Doctor estaba con María entre
-los bandidos. Rosita lo daba todo por evidente. Su furia celosa la
-estimulaba, pues, de contínuo. Las excitaciones á su padre para que la
-vengase no cesaban á ninguna hora.</p>
-
-<p>D. Juan Crisóstomo Gutiérrez, aunque avaro, usurero y poco escrupuloso
-en punto á moral, tenía dos prendas de carácter que le hubieran movido á
-obrar benignamente en aquella ocasión, si Rosita no le hubiese
-violentado. D. Juan Crisóstomo era compasivo y cobarde.</p>
-
-<p>Por un lado, le inspiraba piedad la aflicción de Doña Ana, y no quería
-acrecentarla. Por otro lado, persuadido, como Rosita, de que D. Faustino
-se había hecho bandolero, temía que viniese á su vez á vengarse, ó
-cogiéndole á él para matarle ó darle, por lo menos, una paliza, ó bien
-yendo á sus caserías<span class="pagenum"><a name="page_101" id="page_101"></a>{101}</span> para incendiar alguna, ó romper las tinajas y las
-pipas, derramando el aceite, el vino y el vinagre, y haciendo de todo
-una trágica ensalada.</p>
-
-<p>La figura del Doctor Faustino, acompañada de Joselito el Seco y de un
-coro de facinerosos, era la pesadilla del pobre Escribano. Durmiendo
-soñaba con que le habían ya secuestrado y le daban martirio; despierto,
-recelaba descubrir al Doctor ó á algún emisario suyo en cuantos hombres
-venían hacia él.</p>
-
-<p>Pero si el Escribano temblaba de excitar la cólera del Doctor, todavía
-temblaba más delante de Rosita. Rosita le ponía entre la espada y la
-pared. ¿Qué medio le quedaba? ¿Cómo resistir á los mandatos de aquella
-hija imperiosa, de aquel tirano de su voluntad, frenético entonces de
-ira?</p>
-
-<p>No hubo más recurso. El Escribano concitó á los acreedores, que le
-obedecían más que puede obedecer á Rothschild cualquier banquerillo de
-mala muerte, y reunió créditos contra la casa de Mendoza por valor de
-cerca de ocho mil duros. Eran escrituras y pagarés vencidos todos y que
-no se habían renovado, quedando así el deudor al arbitrio de los
-acreedores, quienes seguían cobrando los réditos mientras les convenía ó
-no se enojaban, y quienes, no contentos con los réditos, exigían
-asimismo una gran dosis de humildad y agradecimiento, so pena de
-enojarse y de pedir al punto el<span class="pagenum"><a name="page_102" id="page_102"></a>{102}</span> capital de la deuda, conminando con la
-ejecución.</p>
-
-<p>Tal era el estado de la casa de los Mendoza, por culpa del difunto D.
-Francisco, y por poca habilidad, descuido y mala ventura de D. Faustino
-y de su madre. Su caudal, mal cultivado por falta de capital, con los
-frutos malbaratados siempre, apenas producía para pagar los enormes
-réditos de aquella deuda. Varias veces se había tratado de vender fincas
-para pagar lo que se debía; pero en los lugares pequeños hay una afición
-extraordinaria á <i>tirar de los pies á los ahorcados</i>. Cuantos tienen
-algún dinero andan siempre acechando la ocasión de que alguien esté en
-apuros y quiera ó necesite vender algo para comprárselo por la tercera ó
-cuarta parte de su justo precio. Aun así, piensan que favorecen al
-vendedor, pues le dan dinero, cuyos intereses son grandísimos, á trueque
-de tierras, que producen poco como no se esté sobre ellas y se emplee un
-capital de metálico y de inteligencia en su administración y cultivo.</p>
-
-<p>D. Juan Crisóstomo hizo aún laudables esfuerzos para calmar á Rosita.
-Rosita llegó á decirle que preferiría ser hija de Joselito el Seco á ser
-hija suya; que si la hija de Joselito fuese la agraviada, su padre la
-vengaría.</p>
-
-<p>D. Juan Crisóstomo no quiso ni pudo ser menos que Joselito el Seco, y
-por medio de su aperador envió recado á Respeta, diciéndole que los<span class="pagenum"><a name="page_103" id="page_103"></a>{103}</span>
-acreedores de los Mendoza no querían aguardar más; que era menester
-pagarles en el término de diez días, y que, de lo contrario, serían
-ejecutados los Mendoza.</p>
-
-<p>Rosita, no contenta con esto, dictó ella misma una carta insolente á
-Doña Ana, amenazándola si no pagaba en el término señalado. El
-Escribano, aunque resistiéndose y con mano temblorosa, tuvo que firmar
-la carta.</p>
-
-<p>Respetilla, cuando se enteró de todo por su padre, fué á casa del
-Escribano, habló con Rosita, le echó en cara su mal proceder y trató de
-suavizarla. Viendo que era inútil la dulzura, empezó á echar fieros y á
-desvergonzarse con Rosita; pero ésta se revolvió enérgica contra él y le
-arrojó de su casa con cajas destempladas. Ganas se le pasaron á
-Respetilla de dar una soba á la hija del Escribano, y aun de sacudir el
-polvo al Escribano mismo; pero el miedo de provocar un lance sangriento
-con algún criado de aquella casa, lance que podía terminar en que le
-enviasen á Ceuta, tuvo á raya los ímpetus de su lealtad y devoción á D.
-Faustino. Harto hizo el fiel escudero con no volver á ir en casa del
-Escribano y privarse del dulce trato de Jacintica, con quien cortó
-relaciones.</p>
-
-<p>Sobre Doña Ana, entre tanto, habían venido todas las penas juntas.</p>
-
-<p>Su hijo no parecía y su inquietud se aumentaba.<span class="pagenum"><a name="page_104" id="page_104"></a>{104}</span> Para consuelo, la
-amenazaban con la vergüenza de una ejecución, con la ruina total de su
-casa y hacienda.</p>
-
-<p>Lo único que quedaba en casa, ya en el mes de Mayo, era un poco de vino,
-cuyo valor en venta no ascendería á diez mil reales. Doña Ana mandó á
-Respetilla que llamase á los corredores para que le vendiesen por lo que
-quisieran dar. Pero ¿qué eran diez mil reales cuando necesitaba ciento
-sesenta mil?</p>
-
-<p>Doña Ana escudriñó todos sus armarios y cómodas; juntó la poca plata
-labrada y algunos dijecillos que conservaba aún; y aunque tampoco, por
-bien vendidos que fuesen, importarían más de otros diez ó doce mil
-reales, Doña Ana se decidió á venderlos.</p>
-
-<p>Por último, venciendo su extrema repugnancia y sofocando su orgullo,
-acudió á su única amiga de corazón: escribió una carta á la niña
-Araceli, pintándole con vivos colores la terrible cuita en que se
-hallaba y pidiéndole auxilio.</p>
-
-<p>Respetilla, encargado de llevar la carta y las joyas, montó á caballo y
-salió de viaje para el pueblo de la niña Araceli.</p>
-
-<p>La infeliz Doña Ana, no pudiendo resistir por más tiempo tan crueles
-emociones, cayó enferma en cama con una espantosa calentura.</p>
-
-<p>El pueblo, en medio de estos lances, se había dividido<span class="pagenum"><a name="page_105" id="page_105"></a>{105}</span> en bandos. Unos
-aplaudían la venganza de Rosita; otros la censuraban. Éstos juzgaban
-abominable la conducta del Doctor, á quien ya suponían transformado en
-bandolero; aquéllos pensaban que Rosita era el mismo demonio, y que el
-seducido por ella había sido el Doctor, sin que ella tuviese derecho
-para lamentarse de su abandono y para tomar tan despiadada y bárbara
-venganza. Toda Villabermeja ardía, pues, en chismes, suposiciones y
-disputas.</p>
-
-<p>El padre Piñón era el más decidido partidario de los Mendozas. El médico
-y él venían á visitar con frecuencia á la enferma Doña Ana, y el ama
-Vicenta la cuidaba con el mayor esmero.</p>
-
-<p>&mdash;¿Dónde habrá ido á parar D. Faustino?&mdash;se preguntaba á sí mismo el
-padre Piñón, ya que á nadie se atrevía á confiar sus secretos
-pensamientos.&mdash;¿Habrá caído en poder de Joselito? Me temo que sí... Yo
-lo avisaré á María, la cual ya sé que está en salvo, gracias á Dios.
-Allá veremos cómo recobra su libertad el señorito D. Faustino.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_106" id="page_106"></a>{106}</span></p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_107" id="page_107"></a>{107}</span></p>
-
-<h2><a name="XXIII" id="XXIII"></a>
-<img src="images/ill_pg_107.png"
-width="500"
-alt="[imagen de una barra decorativa]"
-/><br />XXIII.</h2>
-
-<p class="chead">CONFIDENCIAS DE JOSELITO</p>
-
-<p>Fuerza es volver ahora á hablar del Doctor, quien, como sospecharán los
-lectores, seguía en poder de Joselito el Seco.</p>
-
-<p>Á poco de estar con él comprendió el Doctor que Joselito venía en busca
-de su hija, con el intento de robarla de casa del padre Piñón, donde
-había averiguado que se escondía por espías y amigos que tenía en
-Villabermeja.</p>
-
-<p>El padre Piñón y María habían prevenido á tiempo este golpe, huyendo
-ella, sin que se supiese hacia donde.</p>
-
-<p>El Doctor sufrió un prolijo interrogatorio de Joselito, quien, informado
-también de que su hija andaba enamorada del Doctor, no sabía cómo
-explicarse aquel viaje nocturno de D. Faustino.</p>
-
-<p>Joselito no receló que su hija, sabedora de que él venía en su busca, se
-hubiese escapado y que el Doctor fuese persiguiéndola; pero, aunque lo
-hubiese recelado, era ya tarde para alcanzarla. Don<span class="pagenum"><a name="page_108" id="page_108"></a>{108}</span> Faustino, no
-obstante, ocultó la fuga de María y buscó razones para explicar su viaje
-nocturno, hasta que vió que Joselito, por caminos extraviados, los
-llevaba á Villabermeja, con el evidente propósito de penetrar en casa
-del padre Piñón. Para evitar este lance, el Doctor, ya cerca del pueblo,
-declaró que María había huído y que él había salido persiguiéndola.</p>
-
-<p>Joselito exigió al Doctor su palabra de honor de que decía verdad; y
-convencido de que el Doctor no le engañaba, echó sus cuentas, y decidió
-con gran rabia que ya era imposible alcanzar ni detener á su hija antes
-de que llegase á cierto punto, donde estaba segura.</p>
-
-<p>Desistió, pues, Joselito de entrar en Villabermeja; y él y su partida y
-su prisionero anduvieron, durante muchos días, vagando por diferentes
-sitios, fuera de los caminos reales, y haciendo noche en caserías y
-cortijos, donde Joselito tenía partidarios ó cómplices.</p>
-
-<p>El Doctor, completamente desorientado ya, no sabía en qué punto, ni
-siquiera en qué provincia de Andalucía se encontraba.</p>
-
-<p>Fiado Joselito en la palabra de honor dada por el Doctor y en el
-compromiso que había contraído, le dejaba ir en su jaca, con sus armas,
-y al parecer completamente libre, aunque dos bandidos le vigilasen
-constantemente.<span class="pagenum"><a name="page_109" id="page_109"></a>{109}</span></p>
-
-<p>No se permitió al Doctor que escribiese á su madre, por más que lo pidió
-con gran empeño. Por lo demás, estaba todo lo regalado, considerado y
-atendido que en aquella vida era posible.</p>
-
-<p>Algunas veces se apartaron de Joselito varios de la partida, presumiendo
-D. Faustino que fuese para algún lance ó golpe de poca importancia,
-porque luego volvían, y notaba el Doctor que hablaban con el Capitán y
-que dividían y repartían dinero.</p>
-
-<p>Á todo esto, el Doctor se desesperaba cada vez más, rabiaba ó cavilaba,
-y no atinaba con la razón de que así le llevasen cautivo.</p>
-
-<p>Joselito era hombre de tan pocas palabras, que no había modo de que el
-Doctor pusiese nada en claro, por más que le interrogaba.</p>
-
-<p>Una noche, por último, estando en una casería, que debía de ser de algún
-señor rico, pues había cuartos de dormir bastante cómodos y bien
-amueblados, Joselito dijo al Doctor que deseaba hablarle á solas.
-Subieron juntos al cuarto del Doctor, que era el más elegante y lujoso,
-y allí tuvieron la siguiente conferencia:</p>
-
-<p>&mdash;Sr. D. Faustino&mdash;dijo Joselito el Seco,&mdash;no era mi intención
-secuestrar á su merced. Yo iba en busca de mi hija; hallé á su merced
-por casualidad; le reconocí, y dé su merced gracias al cielo de mi buena
-memoria y de lo mucho que se parece á su padre, porque si no le
-reconozco, su merced<span class="pagenum"><a name="page_110" id="page_110"></a>{110}</span> sería ya pasto de los grajos; le reconocí, digo, y
-le he detenido entre los míos. Hoy quiero y debo decirle mis propósitos
-y muchas cosas que me importan y que le importan.</p>
-
-<p>&mdash;Hable V., Joselito&mdash;interrumpió el Doctor:&mdash;la curiosidad me consume
-hace días.</p>
-
-<p>Ambos interlocutores se sentaron entonces, frente á frente, en sillas
-que había junto á una mesa sobre la cual estaban dos candeleros de
-cristal con sendas velas ardiendo.</p>
-
-<p>La traza de Joselito era de lo menos patibularia que puede imaginarse.
-Alto y esbelto de cuerpo; la tez blanca, aunque tostada del sol, y el
-pelo negro, si bien con algunas canas. Parecía ser hombre de cuarenta
-años, pero bien conservado y robusto. Los ojos eran entre garzos y
-verdes, rasgados y dulces. Gastaba Joselito patillas y llevaba afeitado
-el bigote, luciendo, en una boca pequeña, dientes blancos, iguales y
-bien formados. En suma, Joselito era un majo muy guapo, y se conocía que
-en su no lejana mocedad habría sido lo que se llama un real mozo.</p>
-
-<p>&mdash;Aquí donde V. me ve&mdash;dijo á D. Faustino,&mdash;yo estaba destinado á hacer
-otra vida harto distinta de la que estoy haciendo; pero el hombre
-propone y Dios ó el diablo dispone. Cuando yo tenía diez y ocho años
-estaba de novicio en el convento de Villabermeja. Bien se acordará de
-aquellos tiempos<span class="pagenum"><a name="page_111" id="page_111"></a>{111}</span> el padre Piñón, que me quería en extremo por el fervor
-y excelente voz con que yo cantaba las cosas de iglesia, y porque me
-suponía tan humilde y sencillo, que siempre andaba diciendo que yo iba á
-ser un santo. Tal vez lo hubiera sido, si no llego á ver á Juanita.
-Antes hubiera cegado. Juanita frecuentaba mucho la iglesia en compañía
-de su madre Doña Petra la viuda. Esta buena señora era muy presumida y
-entonada. Se jactaba de hidalga, y no sin razón. Su madre, la abuela de
-Juanita, había sido una hermana de su abuelo de V., señor D. Faustino.
-El pobre novicio tuvo, pues, la audacia de poner los ojos en una
-parienta de los Mendoza.</p>
-
-<p>&mdash;¿De quién era viuda Doña Petra?&mdash;preguntó el Doctor.</p>
-
-<p>&mdash;De un arriero enriquecido&mdash;contestó Joselito.&mdash;Eso importa poco. El
-caso fué que yo me enamoré perdidamente de Juanita. Mis ardientes
-miradas lograron excitar en su alma un amor igual al mío. En la misma
-iglesia nos hablamos con tal recato y disimulo, que Doña Petra no
-sospechó nada. Juanita y yo nos pusimos de acuerdo. Yo me escapaba por
-la noche del convento é iba á verla á su casa, saltando por las tapias
-del corral. Así seguían nuestros misteriosos y felices amores, cuando la
-belleza de Juanita despertó, en una feria, gran cariño en el corazón de
-cierto mayorazgo de<span class="pagenum"><a name="page_112" id="page_112"></a>{112}</span> la ciudad de..., no distante de Villabermeja. Doña
-Petra concertó el casamiento de Juanita, la cual no se atrevió á
-oponerse; pero me informó de todo al momento. Ambos nos decidimos
-entonces á huir. La noche en que estaba todo dispuesto ya para la fuga,
-que iba á ser en un mulo que había en el convento, llevando yo á las
-ancas á Juanita, fuí á buscarla y á sacarla de su casa. Por desgracia,
-el novio mayorazgo, que rondaba por allí con un criado suyo, me vió
-cuando yo saltaba la tapia del corral, y antes de que cayese yo del otro
-lado, me asió de una pierna, y tirando de mí con violencia, logró
-derribarme en el suelo. Me levanté al punto algo magullado, y antes de
-que me rehiciese me aplicó el mayorazgo tres ó cuatro furiosos
-puntapiés, llamándome ladrón. Casi me derribó en el suelo otra vez, pues
-era hombre forzudo de veras. Á pesar de mi turbación y malas andanzas,
-tuve tiempo de ver y reconocer en quien me maltrataba á mi rival
-aborrecido. Los celos, entonces, y la ira y la vergüenza de verme
-afrentado de un modo tan cruel, me hicieron olvidar toda mi humildad de
-novicio, que tanto el padre Piñón celebraba. Mi antigua mansedumbre se
-trocó de repente en ferocidad y en encono. Las llamas del infierno
-abrasaron mi corazón en deseos de pronta y terrible venganza. El diablo,
-á quien sin duda hube de llamar en mi socorro, me oyó y me proporcionó
-los medios<span class="pagenum"><a name="page_113" id="page_113"></a>{113}</span> en el acto. Junto al sitio hasta donde el último puntapié me
-había echado había un montón de gruesas piedras. Agarré una, y con la
-velocidad del rayo volví contra mi enemigo, y antes de que tratase de
-parar el golpe, se le dí con tal tino y brío sobre la cabeza, de la cual
-al pegarme había dejado caer el sombrero, que le hundí y rompí los
-huesos de un modo horroroso, haciéndole caer muerto á mis plantas. Fué
-todo esto tan instantáneo, que el criado no había tenido tiempo para
-favorecer á su amo. Cuando le vió caer, sintió miedo de mí y empezó á
-gritar: «¡Al asesino, al asesino!» Lleno yo de terror, todo confuso y
-aturdido, pues era al cabo la primera muerte que hacía, no tuve
-serenidad para huir. Salieron hombres de varias casas; me prendieron; me
-entregaron á la justicia, y, por último, me condenaron á presidio. Con
-los años y las desgracias deseché en presidio los escrúpulos que en el
-convento me habían inspirado; conocí á fondo lo que es la vida, y ví que
-era mala mi estrella y que sólo á fuerza de valor podía yo dominar su
-influjo funesto. Un día, mientras trabajábamos en un camino, concerté
-tan hábilmente las cosas con cuatro compañeros, que logré recobrar mi
-libertad en su compañía, no sin que perdiese la vida uno de los
-capataces que quiso detenernos. Desde entonces ando en este oficio en
-que ahora me vé su merced, y no es posible que ande en otro.<span class="pagenum"><a name="page_114" id="page_114"></a>{114}</span> Juanita
-murió miserable y deshonrada mientras estaba yo con la cadena. Dejó una
-hija, que es María. Yo adoro á mi hija, señor D. Faustino. La quiero por
-ella y porque es un recuerdo vivo de Juanita; pero María se avergüenza
-de mí, me huye, no quiere verme. Los que la han educado le habrán
-inspirado quizás algunas buenas ideas; pero se han olvidado de
-inspirarle amor y hasta respeto á su padre. Sea yo quien sea, ¿dejaré de
-ser su padre? ¿No es un mandamiento de la ley de Dios el que ella me ame
-y me respete?</p>
-
-<p>Mucho había que contestar á esto; pero al Doctor no le pareció prudente
-ni oportuno ponerse á disputar con Joselito, y permaneció callado.<span class="pagenum"><a name="page_115" id="page_115"></a>{115}</span></p>
-
-<h2><a name="XXIV" id="XXIV"></a>
-<img src="images/ill_pg_115.png"
-width="500"
-alt="[imagen de una barra decorativa]"
-/><br />XXIV.</h2>
-
-<p class="chead">SUNT LACRIMÆ RERUM</p>
-
-<p>Viendo Joselito que el Doctor nada contestaba, prosiguió hablando de
-esta manera:</p>
-
-<p>&mdash;V. no me contesta, Sr. D. Faustino, porque cree que mi hija hace bien
-en huir de mi lado, en aborrecerme, en despreciarme quizás; pero yo me
-examino, me juzgo y no me hallo ni despreciable ni aborrecible. Quiero
-conceder que hubo un momento de mi vida en el cual fuí completamente
-libre y del cual pendió toda mi conducta ulterior. ¿Cuál fué ese
-momento? ¿Fué cuando recibí los puntapiés y demás afrentas del
-mayorazgo? ¿Debí aguantarme y sufrirlos con resignación? ¿Es así como no
-hubiera sido despreciable? ¿Estuvo quizá mi culpa en no medir ni
-calcular bien ni el sitio en que dí con la piedra, ni la violencia que
-la piedra llevaba? ¿Dependió de mí entonces tener serenidad y acierto
-para no matar al mayorazgo y magullarle y vengarme, quedando bien puesto
-mi<span class="pagenum"><a name="page_116" id="page_116"></a>{116}</span> honor, ó, si los novicios no deben hablar de su honor, mi dignidad
-de hombre? Para evitar aquel trance, ¿debí acaso renunciar al amor de
-Juana, aconsejándole que engañase al mayorazgo y se casase con él, dando
-gusto á su madre, y siguiendo yo de novicio, como si tal cosa? Esto
-hubiera sido muy cómodo para todos, pero hubiera sido muy ruín. Lo
-mejor, dirá V., hubiera sido no enamorarse de Juana, no seducirla. Pero
-ni yo seduje á Juana ni ella me sedujo. Fuímos el uno hacia el otro,
-atraídos por un impulso irresistible, como van el río á la mar y el humo
-á las nubes. Nada... estaba escrito... era mi sino. No lo dude V.: yo
-hubiera sido un santo si no llego á ver á Juana. El diablo se valió de
-ella para perderme y de mí para perderla, sin que ni ella ni yo
-pudiésemos evitarlo.</p>
-
-<p>El Doctor sintió el prurito de contestar á todos aquellos sofismas, con
-los cuales el bandido trataba de justificarse; pero calculó que era
-inútil. Además, no se hallaba el Doctor con autoridad suficiente. Su
-moral era clara y severa en la teoría, pero en la práctica dejaba mucho
-que desear. Concediéndose los mismos bríos de Joselito, el Doctor se
-ponía en su lugar y aceptaba la muerte del mayorazgo como obra suya. No
-hay que decir que los amores con Juana, el saltar por las tapias del
-corral y el proyecto de rapto, no parecían al Doctor impropios de su
-carácter; él hubiera obrado del<span class="pagenum"><a name="page_117" id="page_117"></a>{117}</span> mismo modo en iguales circunstancias,
-mas sin considerarse por eso exento de culpa. Donde ya veía el Doctor
-una culpa con la que jamás se hubiera manchado, era con la fuga de
-presidio y con haber adoptado después la vida de bandolero. De esto no
-se absolvía el Doctor. ¿Había, sin embargo, razones para absolver á
-Joselito? Tampoco. Los principios de la moral, la ley de la conciencia,
-la intuición viva de lo justo y de lo bueno no resultan de largos y
-prolijos estudios: lo mismo están grabados en el alma del hombre de
-ciencia que en la del campesino más rudo. El que borra, tuerce ó
-desfigura esos principios, esas leyes, esas nociones, es siempre
-responsable, es culpado. El error de su entendimiento implica una falta
-de la voluntad, que se empeña en sofisticar las cosas para acallar la
-voz de la conciencia. No se puede negar que en ciertos pueblos, entre
-gentes selváticas ó bárbaras, esa degradación, ese obscurecimiento de la
-moral es obra de la sociedad entera: el individuo puede, por lo tanto,
-no ser responsable de todo; pero en el seno de la sociedad europea no es
-dable suponer ignorancia ó perversión invencibles. Por más que se
-ahonde, por más que se descienda hasta las últimas capas sociales, no se
-hallará el abismo obscuro donde vive un ser humano sin que la luz
-penetre en su alma y grabe allí las reglas de lo bueno y de lo justo.<span class="pagenum"><a name="page_118" id="page_118"></a>{118}</span></p>
-
-<p>Así pensaba el Doctor, en nuestro sentir muy atinadamente, por lo cual
-distaba mucho de justificar á Joselito el Seco y de ver en él una
-víctima de la fatalidad, del sino, según él decía.</p>
-
-<p>Joselito, permaneciendo siempre mudo el Doctor, trató de justificar y
-hasta de glorificar su oficio.</p>
-
-<p>Todo cuanto se ha dicho en libros y periódicos sobre lo mal organizada
-que está la sociedad, sobre el modo que tienen muchos de adquirir la
-riqueza explotando á sus semejantes, sobre el mal uso que de esta misma
-riqueza se hace después, tiranizando y humillando á los pobres, todo se
-lo sabía y lo explicaba Joselito; todo lo ha sabido y explicado, con
-menos método y orden, pero con más viveza y primor de estilo, cuanto
-ladrón ha habido en Andalucía desde hace años. El Tempranillo, el Cojo
-de Encinas Reales, el Chato de Benamejí, los Niños de Écija y tantos
-otros, sabían poco menos en esta censura de la economía social, que
-Proudhon, Fourier ó Cabet pueden haber sabido. Joselito el Seco no se
-quedaba á la zaga.</p>
-
-<p>Tales declamaciones contra la sociedad parecían en aquellos tiempos, y
-aun en años después, tan sin malicia, que las novelas de Eugenio Sué,
-<i>El Judío errante, Martín el expósito</i> y <i>Los Misterios de París</i>,
-llenas del espíritu del socialismo, se publicaron en periódicos
-moderados como <i>El Heraldo</i>.<span class="pagenum"><a name="page_119" id="page_119"></a>{119}</span></p>
-
-<p>Dejando aparte la cuestión de si es ó no justa, y de hasta qué punto lo
-es la censura, no se ha de negar que, aun suponiendo parte de la
-propiedad fundada en el robo, ora por violencia, ora por astucia, no es
-modo de remediarlo robando también por medio de la astucia ó por medio
-de la violencia, ya con la fuerza colectiva y grande de un estado
-revolucionario, ya con la fuerza menos potente de una cuadrilla de
-bandoleros. Joselito el Seco, no obstante, entendía ó quería dar á
-entender que sí, apoyado en un antiguo refrán, cuya importancia es
-inmensa. El refrán dice: <i>Quien roba al ladrón tiene cien años de
-perdón</i>; y en este refrán se apoyaba para afirmar, no ya que no cometía
-ningún delito, sino que ejercía todas las obras de misericordia,
-cifradas y compendiadas en una. En efecto, Joselito no robaba jamás sino
-á los ricos, á quienes despojaba sólo de lo que le parecía supérfluo,
-dejándoles lo necesario. Hacía muchas limosnas, socorría no pocas
-necesidades, y enviaba dinero á varios puntos para misas y funciones de
-iglesia, porque era muy buen cristiano. Sostenía Joselito que casi todo
-lo que había robado se lo había robado á ladrones, y los de su cuadrilla
-jamás se echaban sobre la presa sin exclamar: «Rindete, ladrón, y suelta
-la bolsa». La excesiva abundancia de dinero induce además á los hombres
-á que se entreguen á la ociosidad, madre de todos<span class="pagenum"><a name="page_120" id="page_120"></a>{120}</span> los vicios; á que se
-traten con sibarítico regalo, y á que ofendan á Dios, en suma, por no
-pocos caminos. Por donde Joselito afirmaba que, despojando á muchos de
-lo supérfluo, había contribuído poderosamente á la mejora de sus
-costumbres y les había abierto y allanado el sendero de la virtud.</p>
-
-<p>Después de esta apología, Joselito dió nuevo giro á su discurso, y habló
-de la hacienda y casa de los Mendoza, cuyo estado conocía; lo pintó todo
-como perdido sin remedio, y por último, dió al Doctor las noticias
-recientes, que por sus espías y amigos él había recibido de
-Villabermeja, sobre la venganza de Rosita y la amenaza de ejecución.</p>
-
-<p>El dolor y la rabia de D. Faustino fueron muy grandes al saber tan
-tristes nuevas. Al pensar en el apuro y desconsuelo en que estaría su
-madre, no acertó á contener las lágrimas que brotaron de sus ojos.</p>
-
-<p>&mdash;¡Por vida del diablo!&mdash;dijo Joselito,&mdash;¿qué lágrimas son esas? Un
-hombre recio no llora nunca. ¿Quiere V. vengarse? Yo le doy mi auxilio.
-Nada tiene V. ya que esperar de la gente. Rompa V. con toda. Declárele
-la guerra con valor. ¿Sería V. acaso el primer mayorazgo arruinado que
-se ha hecho de los nuestros? Una palabra resuelta de V., y V. es aquí el
-amo. En tres ó cuatro días nos ponemos en la Nava, y hacemos, si V.
-quiere, una atrocidad.<span class="pagenum"><a name="page_121" id="page_121"></a>{121}</span> El Escribano usurero nos soñará toda la vida. Le
-quebraremos las tinajas, vertiendo el vino y el aceite; le mataremos las
-reses; y si esto no basta, le incendiaremos la casería.</p>
-
-<p>D. Faustino no pudo menos de romper entonces el silencio que hasta allí
-se había impuesto.</p>
-
-<p>&mdash;Joselito&mdash;dijo,&mdash;cada hombre tiene su natural y su modo de proceder.
-Yo no quiero probarle á V. que V. obra mal; pero no puedo menos de
-decirle que yo pienso de muy diversa manera y no puedo hacer nada de lo
-que V. hace. El Escribano, usurero por sí ó en nombre de otros, pide lo
-que le pertenece de derecho. Ninguna injuria me infiere. Nada tengo que
-vengar. Aunque mi madre muriese de pena, no pensaría yo que el Escribano
-usurero fuera el causante de su muerte. La culpa sería mía, que con mi
-imprevisión no he sabido evitar tanto bochorno.</p>
-
-<p>&mdash;Me aflige oir á V., Sr. D. Faustino&mdash;replicó Joselito.&mdash;No quisiera
-ofender á mi prisionero; mas no puedo resistir á la tentación de decir á
-V. que es V. un blandengue. Es treta muy común negar la injuria para
-excusar el peligro de la venganza. Tiene V. razón: la injuria que no ha
-de ser bien vengada ha de ser bien disimulada.</p>
-
-<p>El Doctor perdió los estribos: se puso más colorado que una amapola; se
-olvidó de que Joselito<span class="pagenum"><a name="page_122" id="page_122"></a>{122}</span> estaba armado siempre; se olvidó de que á una
-voz de Joselito podrían acudir sus hombres y darle muerte en el acto.</p>
-
-<p>&mdash;¡Voto á Dios!&mdash;dijo,&mdash;que yo no disimulo injuria alguna, y menos la de
-V., que es quien me injuria. ¿Piensa el ladrón que todos son de su
-condición? ¿De dónde, por perdido que yo esté, puede V. inferir que yo
-voy á adoptar la infame vida que V. lleva? Repito que el Escribano está
-en su derecho; que no me injuria, y basta que yo lo diga. El Escribano
-obra como quien es: es ruín y obra ruínmente; pero no me injuria.</p>
-
-<p>Joselito, en el primer momento, estuvo á punto de romper la cabeza al
-Doctor, que así se desahogaba. En todos los días de su vida había tenido
-Joselito tanta paciencia. Reportó su cólera. Allá en su interior casi se
-alegró de que la persona de quien su hija andaba enamorada tuviese
-tantos arrestos.</p>
-
-<p>&mdash;¡Bien está!&mdash;dijo.&mdash;Á quien hoy toca, no disimular, sino perdonar las
-injurias, es á un servidor de V., Sr. D. Faustino. No disputemos más.
-Cada loco con su tema.</p>
-
-<p>&mdash;Dispense V., Joselito, si me he exaltado un poco.</p>
-
-<p>&mdash;La cosa no es para menos. Comprendo que debe de estar V. más quemado
-que candela. Sentiré quemarle más; pero me importa recordar el<span class="pagenum"><a name="page_123" id="page_123"></a>{123}</span> pacto
-que hemos hecho. V. tiene algo viva la sangre y puede olvidarlo á lo
-mejor. Un caballero tan cabal, que está en su punto, sería una lástima
-que se cegase y faltase á lo pactado.</p>
-
-<p>&mdash;Yo no faltaré nunca.</p>
-
-<p>&mdash;Con todo, no está demás recordar á V. que es mi prisionero; que ha
-prometido no huir ni hacer armas contra nosotros, sino seguirme y
-obedecerme.</p>
-
-<p>&mdash;En cuanto no se oponga á mi honor ni á mis principios.</p>
-
-<p>&mdash;Convenido. Pues sepa V. ahora, Sr. D. Faustino, que por más que no
-quiera V. ser de nuestra compañía, V. ha de permanecer conmigo á modo de
-cimbel ó reclamo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué significa eso?</p>
-
-<p>&mdash;La cosa es muy sencilla. ¿Para qué sirven el cimbel y el reclamo? Para
-que las avecillas enamoradas acudan donde ellos están. Pues para esto me
-está V. sirviendo. Deseo que mi ingrata hija venga á mí; y ya que no
-venga por amor de su padre, vendrá por amor de usted. Para esto sigue V.
-en mi poder. Luego que venga María, yo concertaré con ella el precio del
-rescate. Yo tengo donde ella viva segura y con mucho regalo. ¿Por qué no
-ha de vivir María donde esté bajo el dominio de su padre, donde su padre
-pueda verla? ¿Por qué ha de andar huyendo siempre de mí?<span class="pagenum"><a name="page_124" id="page_124"></a>{124}</span></p>
-
-<p>El plan del bandido era hábil. El Doctor no dudó de que María iba á
-venir en busca de su padre, á fin de salvarle á él del cautiverio. El
-caso era triste. Él iba á tener la culpa de que aquella mujer, que había
-podido hasta entonces librarse de padre tan tremendo y de vivir como su
-cómplice á costa de sus robos, cayese en poder del capitán de
-bandoleros. Las súplicas y los insultos hubieran sido inútiles para
-hacer que Joselito cambiase de propósito. El Doctor se calló por
-consiguiente.</p>
-
-<p>Dos días después del coloquio que acabamos de referir, permanecían aún
-los bandidos y el Doctor en la hermosa casería de que se ha hablado. Sin
-duda esperaban la llegada de alguien: casi de seguro, imaginaba el
-Doctor, esperaban la llegada de María.</p>
-
-<p>Eran las diez de la noche. Se oyeron resonar fuera de la casería los
-cascos de dos caballos, que á poco llegaron y pararon á la puerta.
-Joselito, su tropa y el Doctor se hallaban tomando el fresco en el
-patio, cuando el bandido que estaba de atalaya entró seguido de dos
-hombres. El uno, que parecía criado, venía descubierto; el otro venía
-embozado en su capa hasta los ojos y con el ala del sombrero tapada la
-frente y envueltos en sombra los ojos mismos. Sin desembozarse, sin
-descubrirse, dijo el incógnito:</p>
-
-<p>&mdash;Á la paz de Dios, caballeros.<span class="pagenum"><a name="page_125" id="page_125"></a>{125}</span></p>
-
-<p>&mdash;Á la paz de Dios&mdash;le contestaron.</p>
-
-<p>Encarándose luego con Joselito, añadió:</p>
-
-<p>&mdash;Dios te guarde. Guíame á un cuarto cualquiera. Tengo que hablarte á
-solas.</p>
-
-<p>Estas palabras, pronunciadas con imperio, fueron oídas con profundo
-respeto por Joselito, que conoció en la voz á quien las pronunciaba.
-Guió, pues, al embozado á un cuarto, donde hizo poner luces. El criado
-quedó en el patio aguardando en silencio. Los caballos en que habían
-venido amo y criado estaban fuera de la casería, atados de la brida á
-unas argollas que al efecto había en la pared.</p>
-
-<p>La conferencia duró más de una hora; y terminada que fué, el embozado
-partió con su acompañante, á quien el mismo Joselito vino á llamar para
-que siguiese á su amo. Las pisadas de los dos caballos que se alejaban
-se oyeron resonar desde el patio.</p>
-
-<p>&mdash;Señor D. Faustino&mdash;dijo entonces Joselito&mdash;, tenga su merced la bondad
-de venir conmigo.</p>
-
-<p>El Doctor siguió á Joselito al mismo cuarto donde con el embozado había
-estado hablando. Solos allí, con voz conmovida dijo Joselito al Doctor:</p>
-
-<p>&mdash;Todos mis planes se han deshecho. Es mi sino. Hay una fuerza superior
-á mi voluntad que me avasalla y sujeta. María no ha muerto; pero V. y yo
-debemos considerarla como muerta. No la volveremos á ver más. Para nada
-le necesito á V. ahora. He prometido además al hombre que acaba de irse<span class="pagenum"><a name="page_126" id="page_126"></a>{126}</span>
-de este cuarto que pondré á V. en libertad inmediatamente. Voy á cumplir
-la promesa. ¿Quiere usted irse ahora mismo?</p>
-
-<p>&mdash;Estoy impaciente por ver á mi madre, por salvarla, por consolarla al
-menos. Ahora mismo me voy&mdash;contestó el Doctor.</p>
-
-<p>En balde intentó averiguar quién era el personaje misterioso que
-procuraba su libertad, y, sobre todo, cuáles eran el paradero y el
-destino de María, para que tuviese él que considerarla como muerta.
-Joselito no quiso ó no pudo revelarle nada. Mandó que ensillasen la jaca
-del Doctor y que dos de los de más confianza de la cuadrilla se
-preparasen á acompañarle.</p>
-
-<p>Todo dispuesto ya, el Doctor se despidió de Joselito alargándole la
-mano, que éste apretó amistosamente entre las suyas.</p>
-
-<p>Por trochas y atajos, por sendas extraviadas, caminando más de noche que
-de día, llegaron, al tercero, el Doctor y su comitiva á un sitio
-distante media legua de Villabermeja y muy conocido del Doctor, porque
-estaba en el camino de su casa de campo. Allí los bandidos le pidieron
-su venia para volverse. El Doctor se la dió de buen grado, con mil
-gracias por el favor que le habían hecho. Procuró también darles el
-dinero que llevaba consigo; pero la caballerosidad y desprendimiento de
-aquellos valientes no lo consintió.<span class="pagenum"><a name="page_127" id="page_127"></a>{127}</span></p>
-
-<p>Empezaba á clarear cuando el Doctor se quedó solo. Era una mañana
-hermosísima. Con la impaciencia de volver á ver á su madre, puso el
-Doctor espuelas á la jaca, y pronto se halló en el lugar y á la puerta
-de su casa, que vió abierta, aunque tan temprano.</p>
-
-<p>Entonces le dió un vuelco el corazón. Presintió una desgracia. Una nube
-de tristeza nubló sus ojos.</p>
-
-<p>Faón fué el primero que salió á recibirle; pero en vez de mostrar
-contento, daba aullidos tristes.</p>
-
-<p>Bajó el Doctor de la jaca, y dejándola en el zaguán, entró por el patio,
-sin hallar á persona alguna. El podenco iba delante, aullando á veces,
-como si quisiera darle una nueva dolorosa.</p>
-
-<p>Al ir á subir la escalera para dirigirse al cuarto de su madre, apareció
-la niña Araceli y se echó en los brazos del Doctor.</p>
-
-<p>&mdash;¡Hijo mío, hijo mío!&mdash;dijo.&mdash;¿Dónde has estado? ¡Gracias á Dios que
-sano y salvo te volvemos á ver!</p>
-
-<p>&mdash;Tía, ¿cómo está V. por aquí? ¿Qué ha pasado?</p>
-
-<p>&mdash;Tu madre está enferma, hijo mío.</p>
-
-<p>&mdash;No me oculte V. la verdad, tía. Es inútil. Mi madre...</p>
-
-<p>&mdash;No subas ahora... está durmiendo.</p>
-
-<p>&mdash;Está durmiendo un sueño eterno&mdash;exclamó el Doctor.&mdash;Mi madre ha
-muerto.<span class="pagenum"><a name="page_128" id="page_128"></a>{128}</span></p>
-
-<p>La niña Araceli ni afirmó ni negó, pero prorrumpió en amargo llanto.</p>
-
-<p>El Doctor subió precipitadamente la escalera. Iba á dirigirse á la
-alcoba de su madre, cuando el ama Vicenta le detuvo á la puerta,
-diciéndole:</p>
-
-<p>&mdash;No está aquí.</p>
-
-<p>Instintivamente se fué entonces hacia la sala-estrado. También allí
-estaba á la puerta otra persona: el padre Piñón.</p>
-
-<p>&mdash;Déjeme V. que entre y la vea,&mdash;dijo D. Faustino.</p>
-
-<p>El padre Piñón, juzgando ya inútil todo disimulo, respondió al Doctor:</p>
-
-<p>&mdash;No entres; no perturbes su reposo: pide á Dios que descanse en paz.</p>
-
-<p>D. Faustino cayó llorando entre los brazos del Padre.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ha muerto!&mdash;dijo.</p>
-
-<p>&mdash;Ha muerto como una santa,&mdash;contestó el padre Piñón.</p>
-
-<p>&mdash;Soy un miserable. Yo la he muerto con mis locuras. ¡Dios mío! ¡Dios
-mío! ¿por qué no me matas á mí?</p>
-
-<p>&mdash;<i>Quia Dominus eripuit animam tuam de morte</i>,&mdash;dijo el Padre, que
-siempre llevaba el Breviario en la memoria, y que entonces, además, le
-traía en la mano, abierto por el Oficio de Difuntos.</p>
-
-<p>&mdash;Hijo mío&mdash;añadió,&mdash;reza por tu madre, reza<span class="pagenum"><a name="page_129" id="page_129"></a>{129}</span> por tí; mira que en estas
-grandes tribulaciones el rezar es el mayor consuelo: <i>Tribulationem et
-dolorem inveni, et nomen Domini invocavi.</i></p>
-
-<p>&mdash;Es cierto&mdash;respondió D. Faustino;&mdash;he hallado la tribulación y el
-dolor, pero no he hallado la fe.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué horror! Si has de hablar así, vete, no profanes este sitio.</p>
-
-<p>El Doctor tomó entonces maquinalmente el Breviario que tenía el padre
-Piñón. Fijó sus ojos en la página por donde estaba abierto, y leyó unas
-desesperadas sentencias del libro de Job, encarándose al leerlas con el
-Padre, como si le contestara.</p>
-
-<p>&mdash;Mi alma&mdash;dijo&mdash;tiene tedio de mi vida. Hablaré con amargura de mi
-alma. Diré á Dios: no quieras condenarme. Manifiéstame por qué me juzgas
-así. ¿Por ventura te parece bien el que me calumnies y me oprimas?</p>
-
-<p>Aterrado el Padre de que así convirtiera el Doctor el bálsamo en veneno,
-le arrancó el Breviario de entre las manos.</p>
-
-<p>D. Faustino se precipitó dentro de la sala.</p>
-
-<p>En medio de ella, en un féretro, entre cuatro blandones ardiendo, hacía
-más de veinticuatro horas que estaba su madre de cuerpo presente.</p>
-
-<p>D. Faustino se acercó al féretro con silencio respetuoso; se hincó de
-rodillas como quien pide perdón, y levantándose luego del suelo, se
-inclinó sobre<span class="pagenum"><a name="page_130" id="page_130"></a>{130}</span> el rostro de la difunta, le contempló con honda pena, y
-exclamó como si anhelase despertarla:</p>
-
-<p>&mdash;¡Madre, madre mía!</p>
-
-<p>Respetilla, que estaba velando el cadáver; el padre Piñón; Doña Araceli,
-que había subido, y el ama Vicenta, callaban y lloraban.</p>
-
-<p>El Doctor, aproximando, por último, los labios á la cara pálida y
-desfigurada de Doña Ana, la besó en la frente y en las mejillas.</p>
-
-<p>Los que asistían á este espectáculo se apoderaron de D. Faustino, y casi
-por fuerza le sacaron de allí y se le llevaron á su cuarto.<span class="pagenum"><a name="page_131" id="page_131"></a>{131}</span></p>
-
-<h2><a name="XXV" id="XXV"></a>
-<img src="images/ill_pg_131.png"
-width="500"
-alt="[imagen de una barra decorativa]"
-/><br />XXV.</h2>
-
-<p class="chead">LA SOLEDAD</p>
-
-<p>El dolor de D. Faustino fué grandísimo en aquellos días. Nació, no sólo
-del amor que profesaba á su madre, sino del remordimiento de haber sido,
-en parte, causa de su muerte.</p>
-
-<p>El Doctor, allá en el seno de su conciencia, recordaba la vida de Doña
-Ana, y comprendía que había sido un prolongado martirio, en que su padre
-y él habían hecho el oficio de verdugos.</p>
-
-<p>Doña Ana, resignada á vivir en Villabermeja, con un espíritu elevado y
-culto, no había tenido con quién entenderse. Su marido, rudo, selvático,
-montaraz, no sabía estimarla. Ni siquiera por gratitud, viéndose tan
-cuidado y respetado, había mostrado amor y consideración á Doña Ana. Con
-sus amores viciosos por la Joya y la Guitarrita, y por otras daifas
-palurdas por el estilo, había humillado cruelmente á su mujer. Ni
-siquiera amistad, ya que no amor, había sabido mostrar á aquella noble
-señora, con quien jamás había acertado á<span class="pagenum"><a name="page_132" id="page_132"></a>{132}</span> sostener un diálogo que durase
-cinco minutos. En cambio, ora jugando, ora en francachelas, en ferias y
-en excursiones á otros pueblos de Andalucía, ora en regalos á las
-mancebas que había tenido, ora con su desorden, mala administración y
-necios planes, D. Francisco López de Mendoza se había empobrecido y se
-había empeñado.</p>
-
-<p>D. Faustino, lejos de remediar los males de su casa, los había agravado
-más, si no con gastos grandes, con su imprevisión y su descuido y con su
-incapacidad para las cosas prácticas de la vida. Su conducta reciente
-había provocado, por último, la cólera de Rosita, y había traído sobre
-la cabeza de su madre el golpe rudo que, en unión con su fuga y
-cautiverio entre los ladrones, había acabado por matarla. D. Faustino no
-quería perdonarse nada de esto. Estaba inconsolable.</p>
-
-<p>La niña Araceli y el padre Piñón, que eran tan buenos, le hablaban de
-resignación; le decían que era menester conformarse con la voluntad de
-Dios, y aseguraban que Doña Ana, que había sido tan virtuosa no podía
-menos de estar en el cielo. Á par de estas razones, fundadas en la fe,
-sacaba á relucir el padre Piñón, con un candor delicioso y con un
-sentido común exento de sentimentalismo, otros pensamientos y discursos
-que, ya que no convenciesen al Doctor, le hacían sonreir y aliviaban
-algo su pena.<span class="pagenum"><a name="page_133" id="page_133"></a>{133}</span></p>
-
-<p>&mdash;Faustinito&mdash;decía el Padre,&mdash;no te aflijas tanto. ¿Qué se gana con
-afligirse? ¿Hay nada más natural que morir? Si no se muriese la gente,
-¿cabríamos ya en el mundo? Además, ¿crees tú que nos podríamos sufrir,
-al cabo de cierto tiempo, si fuésemos inmortales? ¡Qué monotonía tan
-inaguantable la de la vida si no hubiera en ella término! Yo creo que en
-este bajo suelo sería peor una vida inmortal que el tormento de quien no
-duerme y se cansa. Al cabo de cierto tiempo de velar y de trabajar, te
-sientes cansado y deseas dormir; pues lo mismo, después de vivir y de
-afanar mucho, se desea la muerte. La muerte es el reposo, es el sueño
-para los que velaron y se fatigaron demasiado. Se me figura á veces que
-en el morir debe de haber muy semejante deleite, aunque mil veces más
-intenso, al del hombre que, después de haber ganado su jornal y empleado
-bien el día en obras útiles y misericordiosas, se tiende en una buena
-cama, estira las piernas y se queda dormido.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, Padre&mdash;contestaba el Doctor;&mdash;pero ese hombre se duerme con la
-esperanza cierta de despertar á la mañana siguiente y de ver la luz y de
-hallarse más fuerte y brioso.</p>
-
-<p>&mdash;Pues con más bella y sublime esperanza se entregó tu madre al sueño
-del sepulcro&mdash;replicaba el padre Piñón, dejando á un lado sus filosofías
-instintivas y volviendo á su papel de creyente<span class="pagenum"><a name="page_134" id="page_134"></a>{134}</span> y de sacerdote.&mdash;Tu
-madre se entregó al sueño del sepulcro con la esperanza cierta de
-despertar á la mañana, pero á la mañana que no termina ni cansa; de
-gozar de otra luz más hermosa, de gozar de un día eterno, y de recibir
-una magnífica paga, un jornal espléndido por sus trabajos y virtudes.
-Sin duda, que, al morir, la palabra de Dios resonó en el centro de su
-alma, diciendo: <i>Ego sum resurrectio et vita: qui credit in me, etiam si
-mortuus fuerit, vivet; et omnis qui vivit et credit in me non morietur
-in æternum.</i></p>
-
-<p>Por desgracia, ni los razonamientos mundanos y filosóficos del padre
-Piñón, ni sus creencias, ni las antífonas del breviario que citaba,
-llevaban el mayor consuelo al ánimo de D. Faustino. Sólo dos personas
-había hallado en el mundo con quienes su corazón verdadera y
-profundamente simpatizase, con quienes su espíritu estuviese en
-comunicación real: su madre y María. Una había muerto; de la otra, tal
-vez para siempre le apartaba un obstáculo invencible. De esto no
-acertaba á consolarse con nada.</p>
-
-<p>Por otra parte, ahora que ya había perdido á su madre, el Doctor se
-echaba en cara su desvío, ó por lo menos su tibieza para con ella. Se
-culpaba de no haberla amado y respetado bastante, y no se lo perdonaba.
-El Doctor se fingía creyente, religioso, por un momento, y comprendía
-que, no<span class="pagenum"><a name="page_135" id="page_135"></a>{135}</span> sólo el padre Piñón, sino todos los sacerdotes del mundo le
-absolverían de aquellos pecados. Dios, cuya justicia no es mayor que su
-bondad, pues ambas son infinitas, le perdonaría también; pero él no se
-perdonaba. Acumulaba sus faltas como quien hace una suma; y así como por
-más que se esforzase no podía conseguir que tres y dos no fuesen cinco,
-así tampoco podía lograr perdón para aquella suma dentro de su
-conciencia recta y fría como la tabla de sumar ó como un conjunto de
-axiomas. Entonces exclamaba:&mdash;¡Qué felicidad es creer en una
-misericordia infinita, en un amor sin límites, que le perdona á uno lo
-que uno mismo no se perdona! Yo tengo en mí un ideal de perfección, que
-sólo me sirve de tormento, porque jamás llego á él; y cuando me examino
-y estudio, veo que me aparto de él y me degrado más cada día. ¡Dichosos
-los que imaginan percibir ó perciben una realidad suprema, cuya bondad
-inagotable los purifica, elevándolos hasta ella!</p>
-
-<p>La niña Araceli procuraba también consolar á D. Faustino; pero lograba
-menos aún que el padre Piñón.</p>
-
-<p>Entre tanto, la niña Araceli había prestado á la casa un servicio
-inmenso. Todo el dinero que tenía ahorrado, que pasaba de dos mil duros,
-le había traído y entregado á Respeta para que pagase á los acreedores.
-La venta de las alhajas de Doña<span class="pagenum"><a name="page_136" id="page_136"></a>{136}</span> Ana y de los frutos que aun quedaban en
-la casa había producido cerca de otros mil duros. Y por último, la niña
-Araceli, empeñando sus bienes, había traído hasta otros seis mil duros,
-con todo lo cual había nueve mil, y sobraba para salir del apuro y
-salvarse de la ejecución.</p>
-
-<p>Doña Ana logró morir con el consuelo de ver esta gran prueba de amistad
-de la niña Araceli, que vino á cuidarla, recibió su último suspiro y le
-cerró los ojos.</p>
-
-<p>Para el Doctor, aunque agradecido á la niña Araceli, era una humillación
-que hubiese hecho ella lo que él, que tan capaz de todo se juzgaba, no
-había podido hacer. Tenía, además, el Doctor, cierta envidia generosa de
-que la niña Araceli, y no él, hubiese sido quien oyó las últimas
-palabras de la moribunda, y vió apagarse la postrera luz de su dulce
-mirada, y sintió en su rostro, inclinado sobre el lecho de muerte, el
-aliento final de aquel noble pecho.</p>
-
-<p>Como la muerte de Doña Ana había provenido en parte de los disgustos é
-insolencias del Escribano usurero, no dejó de pasar por las mientes del
-Doctor la idea de tomar venganza. Pero pronto la desechó considerándola
-miserable y hasta ridícula. El Escribano, y sobre todo, Rosita, que
-mandaba en el Escribano, no habían recibido sino agravios de la casa de
-los Mendoza; y si los habían satisfecho<span class="pagenum"><a name="page_137" id="page_137"></a>{137}</span> reclamando lo que les
-pertenecía, nada había que vengar ni nada de que quejarse. Don Faustino
-sólo sentía por el Escribano y por Rosita un desprecio profundo,
-desprecio que estamos nosotros muy lejos de justificar.</p>
-
-<p>D. Juan Crisóstomo Gutiérrez estaba compunjido y aterrado con la muerte
-de Doña Ana y con la venida del Doctor. Unas veces soñaba que la muerta
-entraba en su cuarto de noche y venía á tirarle de los piés; otras veces
-sospechaba que el vivo D. Faustino iba á darle una paliza el día menos
-pensado.</p>
-
-<p>En el pueblo, donde el Escribano era por lo general odiado, como suelen
-ser los ricos por los pobres, sobre todo cuando los ricos no son
-generosos, casi todos los contrarios de los Mendoza, que en un principio
-habían aplaudido la venganza, movidos á compasión por la muerte de Doña
-Ana, se desataban en invectivas contra aquel usurero infame y sin
-entrañas, que era lo menos que de él decían.</p>
-
-<p>Rosita, por su parte, se mostraba sombría y silenciosa, aunque procuraba
-parecer impasible. Si allá en el fondo de su alma pugnaba por surgir el
-arrepentimiento, pronto le sofocaba ella evocando el recuerdo de todas
-las injurias recibidas. La noche de la Nava se presentaba viva en su
-imaginación, con su abandono, con su deleite, con todos<span class="pagenum"><a name="page_138" id="page_138"></a>{138}</span> sus hermosos
-delirios, que casi al punto se desvanecieron. Estas imágenes eran para
-el corazón de Rosita como una copa donde había gustado néctar y donde no
-había ya sino turbias heces de hiel y veneno. Recordando aquella noche y
-recordando la otra en que sorprendió al Doctor con María, Rosita, lejos
-de arrepentirse, se apesadumbraba de ser una flaca y desvalida mujer, y
-se avergonzaba de no ser bastante valerosa para buscar al Doctor y darle
-de puñaladas.</p>
-
-<p>D. Faustino, lleno de pena, ni quería salir de casa ni tratar de
-negocios, y encargó al padre Piñón para que fuese en casa del Escribano,
-en compañía de Respeta, á pagar lo que debía y á levantar las hipotecas
-que pesaban sobre sus bienes.</p>
-
-<p>De la materialidad de recibir y contar el dinero cuidó Rosita. Durante
-esta prosaica operación, en el despacho particular de la casa, mientras
-su padre estaba en la escribanía, Rosita se quedó á solas con el padre
-Piñón, y éste le dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Ya tienes ahí todo el dinero; ya estás pagada; ya debes estar
-contenta.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ay, padre, padre! La deuda que Faustino contrajo conmigo no se paga
-con todo el oro del mundo. Ni con su sangre y su vida la pagaría.</p>
-
-<p>&mdash;Eres una pecadora empedernida&mdash;replicó el padre Piñón.&mdash;Por ahí me
-acusan de que tengo la manga ancha, y es verdad que la tengo. Á mucho<span class="pagenum"><a name="page_139" id="page_139"></a>{139}</span>
-amor, mucho perdón; tal vez entienda yo muy á la letra aquello de que le
-será perdonado mucho á quien mucho ha amado; pero cuando el amor se
-trueca en odio, te aseguro que se me quitan las ganas de perdonar. Dime,
-desalmada mujer, ¿no te remuerde la conciencia de la muerte de Doña Ana?</p>
-
-<p>&mdash;Oiga V., Padre, ¿y por qué ha de remorderme la conciencia? ¿Qué culpa
-tengo yo de que la tal señora se haya muerto? La matarían los diablos y
-condenados con quienes andaba de tertulia por la noche. Lo que es
-nosotros nos lavamos las manos. ¡Pues no faltaba más!... Lucidos
-estaríamos si no pudiésemos pedir lo que se nos debe, por temor de que
-los tramposos sensibles y delicados se nos murieran. Vaya... si por tan
-poca cosa diesen los tramposos en la gracia de morirse, España se
-convertiría en un desierto.</p>
-
-<p>&mdash;En un desierto es en el que yo predico predicándote á tí,&mdash;dijo por
-último el Padre Piñón, y selló sus labios.</p>
-
-<p>Tres semanas después de la muerte de su prima, la niña Araceli se volvió
-á su lugar, acompañada de Respeta y otros criados. La niña Araceli hizo
-desde luego donación á D. Faustino de sus dos mil duros ahorrados. D.
-Faustino trató en balde de reconocer aquella deuda y de pagar intereses.
-De los otros seis mil duros que había Doña Araceli<span class="pagenum"><a name="page_140" id="page_140"></a>{140}</span> tomado prestados con
-hipoteca de sus bienes, el Doctor se comprometió en regla á pagar los
-réditos, para no ser más gravoso á su tía. Tía y sobrino se despidieron
-con lágrimas y tiernos abrazos, á más de tres leguas del lugar, hasta
-donde fué el Doctor acompañándola.</p>
-
-<p>Durante la permanencia de Doña Araceli en Villabermeja al lado de su
-sobrino, á pesar de que éste jamás preguntó por su prima Costanza, Doña
-Araceli, que era locuaz y expansiva, le informó de que la marquesa de
-Guadalbarbo era en extremo dichosa. Su marido la adoraba. La fortuna los
-favorecía. Todo les salía bien. Nadaban en la opulencia. Se habían ido á
-Londres, donde el marqués tenía negocios de banca, y cada día juntaba
-más dinero, sin dejar por eso de conservar todas sus fincas en España y
-aun de comprar otras.</p>
-
-<p>De María es de quien el Doctor hubiera querido saber; pero el único que
-de algo quizás podría informarle era el padre Piñón, que todo se lo
-callaba, afirmando que no sabía dónde María había ido.</p>
-
-<p>&mdash;Sólo sé&mdash;añadía&mdash;que te amaba con todo su corazón; que, sin embargo,
-ha debido abandonarte, y que tal vez no la volverás á ver en esta vida.</p>
-
-<p>Sin madre y sin amiga, sin las dos únicas personas á quienes amaba y
-respetaba, se halló el Doctor en la soledad más espantosa. Respetilla<span class="pagenum"><a name="page_141" id="page_141"></a>{141}</span>
-trataba de entretenerle y distraerle; pero sus noticias y sus chistes no
-le arrancaban ni una sonrisa. El padre Piñón había intimado con D.
-Faustino y venía á verle con frecuencia; pero tampoco el padre Piñón
-penetraba en el alma y en el pensamiento del Doctor. Es cierto que le
-echaba sus sermones, que le citaba versículos y oraciones y sentencias
-del Breviario, y que á veces apelaba al sentido común y razonaba con
-cierta filosofía burda; pero siempre que el Doctor se dignaba dar
-contestación á todo aquello, solía quedarse el Padre en ayunas de lo que
-el Doctor decía, figurándosele que no hablaba en castellano, sino en
-griego. De esta suerte venían á terminar los diálogos entre ambos,
-quedando el Doctor y el clérigo muy poco satisfechos el uno del otro,
-aunque buenos amigos.</p>
-
-<p>Imaginó, pues, el Doctor que su espíritu, en lo que tenía de más íntimo
-y esencial, estaba completamente incomunicado, y que sólo en lo somero,
-vulgar y casi indiferente se tocaba con otros espíritus. Aquel
-aislamiento y aquella soledad se le hicieron insufribles. Entonces pensó
-de nuevo, como ya otras veces había pensado, en la posibilidad de
-entenderse y comunicar con espíritus que no fuesen de los que tenían
-cuerpo humano, y en si esto sería factible por otro medio más sutil que
-la palabra material, que agita el aire y que el aire transmite. Tan
-grande fué el esfuerzo de su fantasía y<span class="pagenum"><a name="page_142" id="page_142"></a>{142}</span> su contínua preocupación para
-lograr esto, que no pocas noches, en el silencio de su retiro, creyó ver
-á la coya que se destacaba del marco y venía á decirle misteriosos
-discursos, que penetraban en su alma sin pasar por los oídos, y vió de
-nuevo el espectro de María que llegaba hasta él y le infundía en la
-mente y en el corazón sentimientos inefables y conceptos intraducibles
-en toda lengua humana. Aun así, esto no satisfacía al Doctor.</p>
-
-<p>&mdash;Si el mundo de los espíritus existe&mdash;calculaba él,&mdash;debe de tener más
-realidad, más ser, más luz y más vida que el mundo de la materia; pero
-en estas apariciones y visiones, y hasta en las ideas que me comunican,
-hay tanto de vago, de inconsistente, de incierto, de crepuscular, que
-sospecho que es un mundo de sombras fantásticas y de quimeras, y no un
-verdadero mundo espiritual éste en que penetro. ¿Quién sabe? Quizás lo
-sobrenatural, el espíritu, no esté por fuera, no esté como separado de
-la naturaleza misma y contraponiéndose á ella. Quizás que la penetre
-toda y la anime. Quizás hago mal en apartarme de la naturaleza para
-hallar el secreto que está en ella misma. ¿Será el universo un torrente
-de vida divina, una revelación sucesiva de las fuerzas permanentes y
-eternas, un hieroglífico lleno de sentido, donde cada cosa es signo,
-cifra, representación de algo oculto, y el todo, para quien logre
-interpretarlo, la solución del<span class="pagenum"><a name="page_143" id="page_143"></a>{143}</span> enigma? Siendo de este modo, la
-naturaleza sería el manantial del conocimiento del espíritu. En sus
-profundidades estaría el misterio divino. Pero ¿cómo sumirse en esas
-profundidades? Toda la ciencia experimental no traspasa jamás la
-superficie, la corteza: describe minuciosamente la cifra, y no da la
-clave para descubrir lo cifrado. ¿Dónde hallar esa clave? ¿La cábala, la
-magia, la teurgia serán posibles?</p>
-
-<p>El Doctor, á fuerza de no creer en casi nada, empezó á creer un poco en
-las ciencias ocultas.</p>
-
-<p>Á menudo se quedaba mirando á Faón, cuya compañía era la única que no le
-cansaba, y sentía deseo de que el podenco se convirtiese en el diablo;
-pero en seguida negaba resueltamente que el diablo existiese, negando,
-por lo tanto, la magia negra. La magia blanca, la magia no diabólica, es
-la que seguía pareciéndole verdadera. El diablo no servía de nada si un
-fuego, un hálito divino circulaba por el universo todo vivificándole;
-porque lo ínfimo y lo supremo, lo pequeño y lo grande, este mundo
-sublunar y toda la inmensidad del espacio poblado de soles debían de
-estar estrechamente enlazados por aquella fuerza invisible. ¿Y por qué
-el hombre no había de apoderarse de aquella fuerza? Si penetra y anima
-el mundo de los cuerpos, la naturaleza toda, ¿dónde ha de ser más
-enérgica que en la naturaleza humana? Si lo divino se filtra por<span class="pagenum"><a name="page_144" id="page_144"></a>{144}</span> el
-universo y es el núcleo y constituye la esencia de las cosas, ¿cómo no
-ha de estar asimismo en el centro de nuestro ser, en el abismo de
-nuestra alma? De esta suerte pasaba el Doctor del arte mágica al arte
-mística. Pero ni en el mundo exterior, penetrando en el seno de la
-naturaleza con amor y entusiasmo; ni en el mundo interior de su alma,
-buscando con el mismo entusiasmo y el mismo amor el objeto de su anhelo,
-abstrayéndose de todo lo exterior, mortificando los sentidos é
-imponiendo silencio á las pasiones, acertaba el Doctor á descubrir el
-misterio, á declarar la cifra, á resolver el problema y á proporcionarse
-un interlocutor que le conviniese é interesase más que el padre Piñón y
-que Respetilla.</p>
-
-<p>Tal vez le faltaban libros; tal vez ni de magia ni de mística había
-leído lo bastante, y caminaba á ciegas, queriendo ejercer artes
-dificilísimas, en las que apenas estaba iniciado.</p>
-
-<p>Aunque sólo fuese por esto, el Doctor necesitaba ir á Madrid.</p>
-
-<p>Por otra parte, lejos de aquel centro del movimiento intelectual, poco ó
-mucho, que hay en España, no ya sólo serían estériles los trabajos del
-Doctor, así en la magia como en la mística, en la filosofía y en la
-poesía, sino también en las demás ciencias, artes y disciplinas más
-bajas y vulgares, como la política, por ejemplo.<span class="pagenum"><a name="page_145" id="page_145"></a>{145}</span></p>
-
-<p>El Doctor, pues, á los seis meses de muerta su madre, impulsado de las
-antedichas consideraciones, deseoso de acabar de aprenderlo todo, y
-lleno de ambición difusa y de esperanza confusa de ser cuanto hay que
-ser, hombre de Estado, poeta, orador, filósofo, sabio, y hasta mago y
-místico, arregló sus negocios en Villabermeja; jubiló á Respeta, que lo
-deseaba; puso de aperador á Respetilla; reunió hasta doce mil reales; y
-con este dinero, después de una tierna despedida del padre Piñón, de
-Respeta, de Respetilla, del ama Vicenta y del podenco favorito, se
-plantó en la corte y se fué á vivir á una casa de huéspedes, donde por
-un duro diario le daban cuarto, cama, luz, almuerzo, comida y cena.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_146" id="page_146"></a>{146}</span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_147" id="page_147"></a>{147}</span>&nbsp; </p>
-
-<h2><a name="XXVI" id="XXVI"></a>
-<img src="images/ill_pg_147.png"
-width="500"
-alt="[imagen de una barra decorativa]"
-/><br />XXVI.</h2>
-
-<p class="chead">ILUSIONES QUE SE VAN PERDIENDO</p>
-
-<p>Toda, casi toda la poesía, cómica y trágica, que había en la persona del
-Doctor y en el ambiente que le circundaba, se disipó al salir de
-Villabermeja. Allí se quedaron los dos uniformes de maestrante y de
-lancero, el bonete y la muceta, los vestidos de majo, la jaca, el
-podenco Faón y el fiel escudero Respetilla. Allí no podía menos de
-quedarse también la noble casa solariega, el castillo de que él era
-alcaide perpetuo, y la bóveda sepulcral donde yacían sus antepasados. De
-señorito principal, aunque semiarruinado, medio ermitaño, medio mágico,
-querido de las mujeres, objeto de adoraciones sublimes y de enconados
-odios, figura novelesca, que ya podía compararse al Edgardo de Walter
-Scott, ya al Manfredo de Byron, se transformó en un aventurero más, en
-un perdido más, de los que vienen á Madrid á buscar fortuna.</p>
-
-<p>Las locuras maravillosas, los conatos de ser teósofo, mágico y místico,
-pasaron en seguida, preocupada<span class="pagenum"><a name="page_148" id="page_148"></a>{148}</span> la mente con otras aspiraciones más
-vulgares. Las visiones y apariciones fantásticas de los espíritus de la
-coya y de María no se dignaron entrar en la prosaica casa de huéspedes.</p>
-
-<p>Durante muchos años permanecieron vivas, sin embargo, las ilusiones del
-Doctor, aunque todas, una á una, iban lastimándose y quebrándose en la
-piedra de toque del éxito.</p>
-
-<p>Como poeta lírico, llegó á publicar algunas composiciones en periódicos
-literarios; pero la gente estaba ya harta de suspiros, de lamentos y de
-quejas con sonsonete ó cancamurria, y no hizo caso de los versos del
-Doctor.</p>
-
-<p>Hizo el Doctor varias tentativas para ser poeta dramático; pero se quedó
-siempre en las dos ó tres primeras escenas de cada uno de sus dramas. La
-crítica más despiadada acompañaba en su mente á la inspiración ó á lo
-que otros llamarían inspiración; y convenciéndole á tiempo de que estaba
-escribiendo tonterías ó disparates, le forzaba á dejarlos á un lado y á
-que no los concluyese. El hambre no le apretó jamás por tal arte, que le
-llevara á proseguir, para ver si el público, más indulgente ó menos
-juicioso que él, aplaudía lo que él reprobaba, y tomaba por discreto lo
-que él desechaba por sandio.</p>
-
-<p>Creyéndose capaz de ser un gran poeta épico y de compendiar, cifrar y
-resumir en una epopeya<span class="pagenum"><a name="page_149" id="page_149"></a>{149}</span> colosal toda la civilización presente, con
-iluminaciones, vaticinios y como auroras de la futura, emprendió tres ó
-cuatro veces la susodicha epopeya; pero no pasó nunca de un centenar de
-versos. La perversa crítica acudía á su cuarto de la casa de huéspedes y
-ahuyentaba á las musas á latigazos.</p>
-
-<p>Procuró el Doctor hablar en el Ateneo, y siempre se le trabó la lengua y
-no acertó á decir nada.</p>
-
-<p>Consiguió entrar de redactor en un periódico; pero no sintiendo ni
-sabiendo fingir que sentía la pasión política de otros, y siendo además
-enorme su pereza, tuvo que salirse de la redacción, á fin de que no le
-echaran por inútil.</p>
-
-<p>Embobado con mil ideas de indefinido progreso, de paz, de bienandanza,
-de luz y de gloria para el humano linaje en general, y en particular
-para su patria, se encumbraba á tales alturas, que cuanto acá por la
-tierra nos divide no le importaba un comino. Lo mismo le daba á él de la
-monarquía que de la república, de la Constitución de tal año que de la
-de tal otro, de esta ley electoral que de aquélla, de tal ley de
-Ayuntamientos que de tal otra. Hasta la libertad, que era lo que más
-amaba, considerándola como medio y no como fin, no era para él un ídolo
-á quien no se pudiese en ocasiones dejar de rendir culto y ofrecer
-sacrificios. Extrañaba, pues, el Doctor tanto frenesí, tanto calor<span class="pagenum"><a name="page_150" id="page_150"></a>{150}</span>
-tanto brío como muchos ponían en la contienda, y se daba á sospechar si
-las opiniones y teorías serían el pretexto, y si el verdadero motivo
-serían las posiciones. En este punto, á pesar de toda su ilustración,
-nuestro doctorcito era un bermejino completo, ó mejor dicho, un lugareño
-español de cualquiera parte, salvo cuatro ó cinco provincias, donde
-saben querer y saben lo que quieren, y por eso traen á mal traer á las
-demás, que tienen la voluntad marchita. Lo cierto era, según el Doctor
-notaba, que cada partido político de los que se disputaban el poder en
-la prensa y en la tribuna se componía de unos cuantos señores visitantes
-de la misma casa ó asistentes á la misma tertulia, los cuales no tenían
-masas de pueblo detrás de sí, salvo varios espoliques que esperaban
-cabalgar en un buen empleo, ni representaban una respetable
-colectividad, ni eran como apoderados ó adalides de los altos intereses,
-ideas, creencias y propósitos de clases enteras. Cada adalid fantaseaba
-allá en su mente el credo que más le convenía y formaba á su antojo un
-partido, del cual se hacía jefe. El Doctor se obstinaba en suponer que á
-casi nadie le interesaba dicho credo más que á los que iban en su virtud
-á tomar el mando; que el pueblo español no distinguía los matices, sino
-los colores más vivos y marcados; que, según lo había declarado el gran
-Donoso, se hartaba pronto de discusiones, de <span class="pagenum"><a name="page_151" id="page_151"></a>{151}</span>sutilezas y distingos, y
-sólo gustaba de Barrabás ó de Jesús; y que, para pedir á cualquiera de
-estas dos tan opuestas personas, no se valía del derecho de petición, ni
-para proporcionarles un triunfo acudía á las urnas electorales, sino, ó
-bien no hacía nada, ó echaba mano al trabuco.</p>
-
-<p>Estas y otras consideraciones alejaban al Doctor de la política y le
-hacían capaz de exclamar, como aquel viajero de un cuento de Voltaire,
-cuando llegó á Persia, donde ardía la guerra civil, y le preguntaron qué
-prefería, si el carnero blanco ó el carnero negro, que, con tal de que
-el carnero estuviese bien asado, el color de la lana importaba poco; que
-si, ora pidiendo carnero blanco, ora carnero negro, habían de consumir
-en la lucha todos los otros carneros; y que si, ora pidiendo á Jesús,
-ora á Barrabás, habían de hacer siempre barrabasadas, más valía que las
-hiciesen pronto y de común acuerdo, sin pelearse ni arruinarlos á todos.</p>
-
-<p>Si el Doctor se hubiera limitado á sentir y pensar así, aunque nosotros
-hallamos que hubiera sentido y pensado desatinadamente, no le hubiera
-sido perjudicial; pero lo peor era la maldita franqueza de su condición,
-la cual no consentía que se le pudriese en el alma ni sentimiento ni
-pensamiento alguno, por recóndito que debiera tenerse. De este modo&mdash;y
-por ser tan escéptico en política,&mdash;no consiguió jamás ni siquiera ser
-diputado.<span class="pagenum"><a name="page_152" id="page_152"></a>{152}</span></p>
-
-<p>Otra de sus ilusiones, y de las más persistentes y tenaces, fué la de
-creerse un gran filósofo. Mas por lo mismo que tal se creía, le era más
-difícil dar á luz escritos filosóficos. ¿Cómo había él de conformarse
-con ninguno de los sistemas inventados ya en tierras extrañas y
-sucesivamente de moda en nuestro país? No había de ser tradicionalista
-ni flamante tomista; y ni Cousin primero, ni Kant, ni Hegel, ni Krause
-por último, lograron alistarle bajo sus banderas. El Doctor soñaba con
-sacar á relucir, cuando menos el mundo se lo percatase, un nuevo sistema
-todo suyo. Así se pasaban los años y no producía nada. Consolábase, no
-obstante, con una sentencia, que no recordamos bien si es ó no de
-Aristóteles, por la cual se afirma que hasta bien cumplidos los
-cincuenta, no llega el hombre á toda la madurez y plenitud de su
-entendimiento. El Doctor aguardaba, pues, dicha edad para eclipsar á
-Krause, á Kant y á Hegel.</p>
-
-<p>También, pasado ya algún tiempo, y conservando en el alma, sólo como una
-dulce memoria que interiormente la iluminaba, la bella imagen de María,
-trató el Doctor de brillar en la alta sociedad y de ser amado de las
-damas madrileñas; pero esta ilusión fué más vana que las otras. Todo el
-toque de la dificultad, todo el busilis de este negocio, según el Doctor
-había oído decir, estribaba en que alguna muy elevada le quisiese. Las
-otras le tendrían<span class="pagenum"><a name="page_153" id="page_153"></a>{153}</span> al punto por hombre digno de amor, y acudirían á él
-como á la miel las moscas. Por desgracia, no halló el Doctor á ésta que,
-digámoslo así, había de romper la marcha. No era posible tampoco renovar
-la estratagema de aquel empresario de la plaza de toros, que en tiempo
-en que había menos afición que hoy notó que ningún año iba gente á la
-primera corrida, sino que empezaba la gente á ir á la segunda, y decidió
-dar principio por la segunda para que hubiera gente desde luego. Lo
-cierto es que, sin posición, sin el brillo de la gloria ó de la riqueza
-ó de los mismos triunfos en otros amores, obscuro, algo encogido, pobre
-como las ratas, pisaverde de casa de huéspedes, en suma, es muy difícil
-deslumbrar al bello sexo. No se halla á cada paso una princesa del
-Catay, una Angélica amorosa, que elija por su Medoro á un señorito sin
-nombre, poco ameno además, y dado á melancolías. El Doctor, por lo
-tanto, era en Madrid como aquel Leonardo que Camoens nos pinta en <i>Los
-Lusiadas</i>, tan infortunado en amores, que en la propia isla de Venus,
-donde todo estaba dispuesto para agasajar y deleitar á los heroicos
-portugueses, estuvo á pique de no topar con una sola ninfa que se le
-mostrase piadosa y que no huyera de él como de la peste.</p>
-
-<p>Como el Doctor se acicalaba y vestía con alguna elegancia y esmero, iba
-á los teatros, á los bailes y<span class="pagenum"><a name="page_154" id="page_154"></a>{154}</span> reuniones, y hacía de vez en cuando
-alguna calaverada, por ejemplo, perder quinientos ó mil reales al juego,
-ó ir á comer ó cenar á una fonda, juzgándose por un instante, en aquella
-ocasión, un Sardanápalo ninivita, un Baltasar babilónico, un romano de
-la decadencia ó un mega-duque del Bajo Imperio, siendo esto del Bajo
-Imperio lo que priva más entre los escritores políticos y moralistas al
-considerar el lujo y relajación de nuestra edad, y echarla de Juvenales
-y de Tertulianos severos; y como por otro lado, las poesías líricas, la
-epopeya, los dramas que no llegaban á concluirse, y el sistema
-filosófico que no acababa de inventarse, no producían, ni era natural
-que produjesen, un ochavo, el pobre Doctor estaba casi siempre á la
-cuarta pregunta. El caudal de Villabermeja (aunque, según á mí me han
-asegurado, Respetilla era fiel administrador, por más que parezca
-inverosímil) apenas producía para pagar los réditos de los seis mil
-duros y enviar mil reales mensuales al Doctor, los cuales desaparecían
-casi siempre á los tres ó cuatro días de cobrada la letra.</p>
-
-<p>El Doctor, en estos apuros, empezó á contraer deudas; pero era tan
-inepto en la ciencia práctica del crédito, parte la más esencial de la
-crematística, que sólo acertó á deber al sastre, al zapatero, al
-guantero y á la pupilera, que le pedían de continuo<span class="pagenum"><a name="page_155" id="page_155"></a>{155}</span> que pagase.
-Entonces, olvidando ya las altas ciencias ocultas á que había pensado
-consagrar su vida, no pensó el Doctor en más ciencias ocultas que en la
-crisopeya. Él, que había soñado con descubrir la fuerza íntima, el
-principio divino que mueve y anima el universo, y apoderarse de él para
-gobernarlo y dirigirlo todo, se limitó entonces á ver cómo lograba
-reunir un poco de dinero, y lo peor es que no lo consiguió.</p>
-
-<p>Con este desengaño acabó por lo que acaban otros y por lo que muchos
-empiezan: por suponer que el presupuesto es el hospicio de los mendigos
-de levita, la sopa de los conventos para la pobretería ilustrada, y el
-refugio y el hospital de los pordioseros leídos. El Doctor pretendió un
-empleo, y al cabo consiguió que se le diesen, de ocho mil reales al año,
-en el Ministerio de la Gobernación. Unas veces cayendo, otras
-levantándose, ya repuesto, ya cesante, ya repuesto otra vez, llegó
-nuestro héroe á tener catorce mil reales de sueldo, catorce años de
-servicio y diez y siete años de vida de Madrid.</p>
-
-<p>Siempre fué el Doctor un detestable empleado; pero no le faltaron amigos
-que le sostuvieran en su empleo.</p>
-
-<p>Claro está que otros, con menos capacidad que el Doctor, llegan á
-directores, á consejeros de Estado y hasta á ministros; así anda ello;
-pero no<span class="pagenum"><a name="page_156" id="page_156"></a>{156}</span> es menos claro que lo deben á casualidades dichosas (ya se
-entiende que no para el país), y no á todos les han de tocar estas
-casualidades, como no á todos les toca la lotería. Por sus condiciones
-de carácter y de entendimiento, por su idiosincrasia, como se dice tanto
-ahora, no era el Doctor de los que por sí, y sin que interviniesen las
-referidas casualidades, podía ir más allá del punto á donde llegó. Así
-es que no pasó de dicho punto, y gracias.</p>
-
-<p>Toda esta parte de la vida del Doctor se refiere aquí en compendio y á
-escape, porque no importa mucho á la acción ó argumento principal de
-esta verdadera historia, si es que en esta verdadera historia quiere
-concederme el lector que hay una acción única, con unidad clásica y
-patente.</p>
-
-<p>Sea como sea, el Doctor Faustino, avergonzado de no ser más que auxiliar
-en un Ministerio, y esperando siempre el día en que había de elevarse á
-personaje, no quiso volver á poner los pies en Villabermeja, donde había
-pasado por un pozo de ciencia, por un prodigio de talento y por uno de
-los más egregios caballeros, señorones y alcaides perpetuos que jamás
-han existido. Así llegó á la edad de cuarenta y pico de años, harto
-maltratado de la suerte, pero nunca desilusionado.</p>
-
-<p>Todas las noches dejaba para la mañana siguiente<span class="pagenum"><a name="page_157" id="page_157"></a>{157}</span> el poner manos á la
-obra y el empezar á escribir su gran <i>Tratado de Filosofía</i>, ó concluir
-su colosal epopeya, ó resollar con alguna peregrina y pasmosa invención
-que aturdiese á los nacidos. Nada, sin embargo, se realizaba jamás.</p>
-
-<p>Amanecía Dios: el Doctor iba á su oficina á extractar expedientes ó á
-arrullarles el sueño; comía luego sus pícaros garbanzos, cuando no le
-convidaban en alguna casa de fuste, y siempre por las noches andaba de
-tertulia en tertulia. Nadie le quería ni bien ni mal, porque á nadie
-estorbaba, como no fuese á alguien que desease ser auxiliar como él;
-pero el Doctor no tenía un solo conocido que desease tan poco, sino que
-los paisanos deseaban ser ministros ó superintendentes generales de
-Hacienda en Cuba; y los clérigos, arzobispos; y los militares, capitanes
-generales y dictadores. Menester hubiera sido que se allanase el Doctor
-á ir de tertulia á las tiendas de aceite y vinagre para encontrar ya
-muchos envidiosos. Con tan elástico impulso aupaba el trampolín de la
-política, y tan rápido iba haciéndose el turno en los altos icarios, que
-había esperanzas de sobra para cualquier titiritero. El Doctor, en medio
-de todo, conservaba siempre las suyas, risueñas y halagadoras, y
-presentía que, sin saber aún por qué, ni cómo, ni cuándo, acabarían las
-gentes por envidiarle. Con estas esperanzas se distraía y consolaba.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_158" id="page_158"></a>{158}</span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_159" id="page_159"></a>{159}</span>&nbsp; </p>
-
-<h2><a name="XXVII" id="XXVII"></a>
-<img src="images/ill_pg_159.png"
-width="500"
-alt="[imagen de una barra decorativa]"
-/><br />XXVII.</h2>
-
-<p class="chead">CABOS SUELTOS</p>
-
-<p>No faltará quien halle inverosímil la poca ó ninguna carrera que hizo en
-Madrid D. Faustino López de Mendoza. Ó D. Faustino era tonto ó no lo
-era, dirán. Si era tonto, debió pintarle tonto el autor de esta
-historia; pero como le ha pintado discreto, aunque extravagante, no se
-comprende cómo no llegó á elevarse en esta sociedad agitadísima y
-revuelta, donde tan fáciles son las elevaciones.</p>
-
-<p>Contra estos argumentos va ya mucho en el capítulo anterior. Sin
-embargo, prefiriendo nosotros pasar por pesados á pasar por aficionados
-á lo inverosímil, vamos á añadir otras razones.</p>
-
-<p>En España está el entendimiento muy repartido: casi no existe la gran
-masa de tontos utilísimos, mansos, gobernables, industriosos,
-trabajadores y fáciles de entusiasmar, que existe en otras naciones más
-dichosas, donde el entendimiento está reconcentrado y como vinculado en
-pocos hombres.</p>
-
-<p>Hay, pues, en España, muchos más de entendimiento<span class="pagenum"><a name="page_160" id="page_160"></a>{160}</span> que por ahí en otras
-tierras; pero en cambio cabemos á bastante menos entendimiento. Apenas
-si pasa nadie de lo que se llama listo ó travieso. Esta listura ó
-travesura, no auxiliada por gran saber, porque somos perezosos, no da
-para lo bueno el fruto que debiera dar; y por otra parte, como son
-tantos los que la tienen, en mayor ó menor grado, raro es el hombre en
-quien llega á constituir tal excelencia, que le distinga y eleve con el
-asentimiento general sobre el nivel de los otros, y le haga apto para el
-mando. De aquí lo instable de toda dominación y la escasa reverencia con
-que se mira á quien la ejerce. De aquí además el que haya tantos y
-tantos que aspiren á ejercerla, creyéndose con títulos iguales ó
-superiores á los más encumbrados.</p>
-
-<p>En esta perpetua contienda por subir toman parte unos cuantos miles de
-hombres: el proletario de levita. Como hay, cada año casi, caídas y
-encumbramientos, llegan á ser personajes los más capaces sin duda; llega
-á serlo también un tanto por ciento de los meramente listos; pero como
-los listos abundan, los más se quedan tocando tabletas. Lo que sucede es
-que de los que se quedan no nos volvemos á acordar y nos parece que no
-han existido. Sólo de vez en cuando reconocemos y recordamos á tal cual
-de ellos, antiguo compañero de colegio, de universidad ó de los primeros
-años de<span class="pagenum"><a name="page_161" id="page_161"></a>{161}</span> la vida, en alguien que viene cubierto de harapos á pedirnos
-una limosna ó un empleo de cinco ó seis mil reales, cuando en otro
-tiempo esperaba llegar á duque ó á príncipe, y aun entendía que se
-quedaba corto.</p>
-
-<p>Que el carácter de las personas influye mucho en la diversidad de
-éxitos, es cosa de que no se puede dudar; pero la suerte, el mal llamado
-acaso, esto es, la combinación y enlace de los sucesos, que no hay mente
-humana que prevea, influyen más aún. Por lo demás, lo inexplicable, lo
-misterioso, lo inverosímil en grado superlativo, en cualquiera otro país
-donde, como en España, no haya privilegios aristocráticos ni valga el
-capricho de un rey, es el encumbramiento de la gente inepta por todos
-estilos. Lo que es el que don Faustino se quedase siempre con catorce
-mil reales de sueldo y no pasase más allá, era natural, verosímil y
-justo en todo país, sin que por eso tengamos que calificar de idiota, ni
-de mucho menos, al protagonista de nuestra historia.</p>
-
-<p>El momento de los grandes sucesos que van á terminarla se aproxima ya;
-pero antes nos parece indispensable atar algunos cabos sueltos; decir
-algo de lo que sucedió á varios de los personajes más importantes
-durante los diez y siete años que tan sin dicha perdió en Madrid D.
-Faustino.</p>
-
-<p>El escribano D. Juan Crisóstomo Gutiérrez murió<span class="pagenum"><a name="page_162" id="page_162"></a>{162}</span> tranquila y
-cristianamente en su lecho. El padre Piñón, que le asistió en aquel
-último trance, exigió de él que se casase con Elvirita. El Escribano se
-casó, reconociendo y legitimando á un hijo que de Elvirita tenía,
-llamado Serafinito, á quien ya hemos visto figurar en la introducción de
-esta historia. Los bienes del Escribano eran tan cuantiosos, que,
-divididos en partes iguales entre sus tres hijos, bastaron á dejarlos
-muy ricos á todos.</p>
-
-<p>En el momento de nuestra historia á que hemos llegado, Serafinito
-permanecía soltero, y Ramoncita hacía años que estaba casada con D.
-Jerónimo, el cual ejercía con gran éxito y tino la medicina en
-Villabermeja. Aunque no tenían hijos que extrechasen los lazos
-conyugales y completasen su dicha, la <i>Médica</i> y el Médico vivían muy
-felices.</p>
-
-<p>Rosita, á pesar de sus lances con D. Faustino, harto escandalosos para
-que pudieran olvidarse, era tan graciosa, tan discreta, tan firme de
-voluntad y tan rica para aquellos lugares, que siguió siendo pretendida
-de muchos. Sólo de ella dependía el hacer ó no lo que se llama un buen
-casamiento.</p>
-
-<p>El amor al régimen autonómico, y tal vez el recuerdo de D. Faustino y de
-su abandono, indujeron á Rosita á que continuase soltera durante algunos
-años más. Según hemos dicho, Rosita era una hermosura de bronce. Llegó á
-los treinta, llegó á los treinta y dos, llegó, en fin, á los treinta y<span class="pagenum"><a name="page_163" id="page_163"></a>{163}</span>
-ocho, y aun parecía la misma Rosita del día y de la noche de la Nava.
-Sin embargo, al frisar en los cuarenta, aunque su cara y su limpio y
-bien formado cuerpo, con el aseo, el ejercicio constante y los aires
-campesinos, estaban como siempre, sin que la gordura hubiese venido á
-desfigurarlos, ni una delgadez malsana hubiese impreso en su piel
-trigueña, delicada y tersa, ni mancha ni arruga, Rosita hubo de tener
-melancólicos presentimientos de que la vejez empezaba á surgir en las
-profundidades y abismos de su ser, por más que por la superficie no
-apareciera. Aquella mocedad, aquella gallardía, aquella gracia que aun
-conservaba, eran como un milagro de su voluntad enérgica, y el milagro
-podía tener término. Algunas canas que aparecían entre su negra y
-hermosa cabellera eran el único signo exterior que le anunciaba la
-venida de la vejez. Esto bastó, no obstante, para que Rosita pensase con
-espanto en la vejez, y sobre todo en la vejez solitaria. Un deseo
-ambicioso de encumbrarse más, de figurar y de lucir fuera de
-Villabermeja, de triunfos, de esplendores y de conquistas en más vasto
-teatro, y de deslumbrar aún con la luz de su belleza antes que del todo
-se eclipsase, se apoderó entonces del alma de Rosita.</p>
-
-<p>Entre sus pretendientes se contaba D. Claudio Martínez, consecuente
-hombre político, y diputado á Cortes casi perpetuo por el distrito de
-que<span class="pagenum"><a name="page_164" id="page_164"></a>{164}</span> formaba parte Villabermeja. D. Claudio había hablado cuatro ó cinco
-veces sobre Hacienda en las sesiones del Congreso, y había llegado á ser
-director general en el Ministerio de aquel ramo. Allí se había dado tan
-buena maña, que había formado un capitalito de un par de millones. Era,
-pues, un señor de muchas campanillas, un pájaro de cuenta, en potencia
-propincua de ser ministro, título, banquero, ó las tres cosas.</p>
-
-<p>Solterón de cuarenta y pico de años, estaba bien conservado, y era
-alegre, servicial y ameno. Trataba con tal llaneza á todos sus
-electores, les buscaba tantos empleos, y les desempeñaba tantos encargos
-y comisiones, que era adorado por todo el distrito. Su retrato, ora al
-óleo, ora en fotografía iluminada, resplandecía en las casas
-consistoriales de los cinco ó seis pueblos que el distrito formaban. En
-todos ellos le recibían con repique general de campanas é iluminación
-cuando volvía de Madrid. En todos ellos se daban comilonas, bailes y
-giras campestres en su obsequio. Y de todos ellos le enviaban, cuando
-estaba en Madrid, barriles del mejor vino, piñonate, hojaldres,
-alfajores, arrope y otra multitud de regalos.</p>
-
-<p>No era Rosita mujer que se dejase deslumbrar por tales grandezas. Cuando
-no su claro entendimiento, su instinto hubiera sobrado para darle á
-conocer que D. Claudio era un personaje vulgar;<span class="pagenum"><a name="page_165" id="page_165"></a>{165}</span> lo que llaman por allá
-un tío. Á veces le comparaba con el cruel alcaide perpetuo, y éste le
-parecía aún de oro puro, y el D. Claudio de muy bajo y ruín metal; pero
-D. Faustino era un dije funesto ó inútil, un primor, una joya que no
-servía para nada, mientras que D. Claudio era y podía ser un instrumento
-provechoso para conseguir multitud de cosas y realizar mil gratos
-ensueños. Rosita concibió la idea de su casamiento con Don Claudio como
-una sociedad en comandita, donde, unidos capitales y aptitudes, podrían
-encumbrarse pronto los socios al pináculo de la riqueza y de los
-honores. Esto la sedujo; y si bien D. Claudio distaba infinito de
-inspirarle amor, como no le inspiraba repugnancia, Rosita se casó con
-Don Claudio.</p>
-
-<p>Años hacía que ambos esposos vivían en Madrid, donde Rosita era admirada
-por su talento y su chiste, y donde aun tenía mil adoradores, aunque ya
-jamona. La casa de D. Claudio era el centro de lo más ilustre y
-empingorotado que había en Madrid en la sociedad de medio pelo. Rosita
-era la <i>lionne</i>, la reina, la emperatriz de las cursis. Lo menos catorce
-ó quince poetas, simultánea ó sucesivamente, habían hecho de ella su
-musa, su Laura ó su Beatriz, y le habían compuesto baladas, elegías,
-cantares y doloras. Rosita procuraba hacer creer que sus amores con
-todos estos vates<span class="pagenum"><a name="page_166" id="page_166"></a>{166}</span> habían sido platónicos, y no hay razón para que no la
-creamos. Propalaban, por último, algunas malas lenguas, que el general
-Pérez era más dichoso, ó dígase no era, como los poetas, tan severo
-secuaz del gran filósofo griego en sus amores con Rosita. Ello es que el
-general Pérez tenía vara alta con todos los ministros, y en particular
-con el de Hacienda y con el director del Tesoro, cerca de los cuales
-prestaba todo su apoyo á Don Claudio, quien siempre tenía pendientes de
-allí una infinidad de enredos, tramoyas y discretas é ingeniosas
-combinaciones para dislocar el dinero, alzándose con él.</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i0">Entre la turba perezosa y torpe<br /></span>
-<span class="i0">De los demás mortales.<br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p>Don Claudio iba aproximándose cada vez más á su ideal, á ser un
-capitalista, cuya misión en el mundo solía comparar él á la de los
-grandes pantanos artificiales, donde se reúnen y acumulan las aguas que
-sirven después para fecundar con su riego inmensos terrenos incultos,
-antes secos y estériles. Considerándose D. Claudio uno de estos
-pantanos, trataba de llenarle y llenarse pronto y bien; su mujer,
-Rosita, le ayudaba como podía.</p>
-
-<p>Don Faustino no había puesto nunca los pies en casa de Rosita; pero la
-saludaba y era saludado por<span class="pagenum"><a name="page_167" id="page_167"></a>{167}</span> ella cuando la veía por acaso en paseo, en
-los teatros ó en alguna tertulia. Jamás se acercaba á ella, ni la
-hablaba.</p>
-
-<p>Otro personaje importantísimo de nuestra historia, el famoso Joselito el
-Seco, había tenido un fin trágico, como era de presumir, en cumplimiento
-de la sentencia ó refrán que dice: <i>quien mal anda, mal acaba</i>. Como
-Joselito era la providencia de la gente menuda; como su rumbo y su
-generosidad no tenían límites, y como las dos terceras partes de lo que
-ganaba en su oficio las repartía caritativamente entre los pobres,
-gastando lo restante con esplendidez de gran señor, no había arriero que
-no le idolatrase, ni ventero ni casero que no le amparase ni ocultase,
-ni coplero rústico que no le celebrase en sus coplas, ni señorito de
-lugar que no procurase ser su amigo, llevado de la cuenta que le tenía,
-y aun de la admiración sincera que sus hazañas, altas caballerías y
-estupendas magnificencias inspiraban. Entre el vulgo de Andalucía
-gozaba, pues, Joselito de tanta popularidad como D. Claudio entre sus
-electores. Así es que no había medio de cogerle, ni vivo ni muerto,
-seguía haciendo de las suyas, paseándose por todas partes como por su
-casa, y campando, en suma, por sus respetos.</p>
-
-<p>De este modo hubiera continuado quizás, aunque hubiese vivido más años
-que Matusalén, si no<span class="pagenum"><a name="page_168" id="page_168"></a>{168}</span> acontece lo que vamos á referir ahora, valiéndonos
-de una carta de Respetilla á su amo, que trasladamos aquí con fidelidad
-y exactitud.</p>
-
-<p>Dice la carta:</p>
-
-<p>»Villabermeja entera está indignada con lo ocurrido á Joselito el Seco.
-Voy á contárselo á su merced, porque debe interesarle. Permítame su
-merced que tome las cosas de muy atrás para que lo entienda todo.</p>
-
-<p>»Joselito era tan bueno y tan escrupuloso, que no se apoderaba de nada
-de los pobres. Perseguido además en estos últimos años por la Guardia
-civil, no lograba proporcionarse recursos suficientes y andaba muy
-apurado.</p>
-
-<p>»En sus apuros acudió á un amigo rico, al Alcalde de..., en la provincia
-de Málaga, y le rogó con muy buenos modos que le enviase tres mil reales
-á su casería, por donde él pasaría á recogerlos. El Alcalde envió sin
-dificultad los tres mil reales. Al mes volvió Joselito á sus apuros:
-pidió otros tres mil reales y los obtuvo también. Poco después pidió
-cuatro mil. El Alcalde hizo sus observaciones; resistió bastante; pero
-al cabo entregó los cuatro mil reales que Joselito le pedía. Así
-siguieron, Joselito pidiendo y el Alcalde dando, hasta que llegó la
-séptima petición. El Alcalde entonces hubo de sulfurarse. El mismo
-diablo sin duda le inspiró una idea terrible.<span class="pagenum"><a name="page_169" id="page_169"></a>{169}</span></p>
-
-<p>»Escribió á Joselito diciéndole, como de costumbre, que el dinero
-estaría á su disposición en la casería en tal día y á tal hora; que
-fuese allí á buscarle; pero el Alcalde, en vez de enviar el dinero,
-envió á la casería con gran sigilo y recato veinte certeros tiradores,
-los más famosos que pudo hallar.</p>
-
-<p>»La casería, como muchas de estas tierras, formaba un cuadrado perfecto.
-El lado de frente ó de la fachada era la habitación de los señores para
-cuando iban allí á pasar una temporada; en el lado derecho estaban las
-caballerizas y el tinado para los bueyes; en el lado izquierdo, las
-bodegas, y á la espalda, el lagar y el molino aceitero. En el centro
-había un ancho patio interior, sobre el cual daban muchas ventanas de
-los cuatros cuerpos ó lados de la fábrica. En dichas ventanas se
-colocaron los tiradores con las escopetas prevenidas y bien cargadas. El
-casero, hombre de mucho estómago y de toda confianza, se había
-comprometido á introducir á Joselito y á su tropa en el patio, á meterse
-luego en la casa y á dejarlos encerrados allí, donde los de las
-escopetas los habían de freir á tiros.</p>
-
-<p>»El plan era tan hábil, que ya el Alcalde daba por segura la muerte de
-todos los ladrones, y creía tocar los laureles que iban á prodigarle por
-haber librado á las gentes de aquel sobresalto continuo.</p>
-
-<p>»Dios, sin embargo, lo dispuso de otra manera. Cuando Joselito iba á
-entrar con su cuadrilla en la<span class="pagenum"><a name="page_170" id="page_170"></a>{170}</span> casería y en el patio, tuvo cierto
-recelo, y miró al casero con fija atención. Este perdió la serenidad y
-se puso más amarillo que la cera. No fué menester más. Joselito sospechó
-la trama. Conoció, como si lo viese, que había dentro gente oculta para
-matarle y matar á sus camaradas. Joselito era generoso. Supuso que el
-casero cumplía con las órdenes de su amo, y le dejó vivo; pero no
-consintió que ninguno de los suyos entrase en la casería. Todos ellos se
-fueron sin entrar.</p>
-
-<p>»Joselito juró vengarse del Alcalde. Harto calculaba éste que, después
-del mal éxito de su plan, corría el peligro de que Joselito le
-asesinase. El Alcalde se amilanó de tal modo, que no salía del lugar.
-Apenas salía de su casa, sino á las horas en que hay más gente en las
-calles y tomando mil precauciones.</p>
-
-<p>»Nada bastó á libertarle. Una noche, entre nueve y diez, entró Joselito
-á pie en el lugar con ocho de su partida. Lleno de atrevimiento, se fué
-como un rayo á casa del Alcalde. Entró en ella cuando nadie sospechaba
-que pudiera venir. Sus compañeros maniataron, ataron lienzos á la boca y
-amedrentaron á los criados y á las criadas para que no se defendiesen ni
-chillasen. Joselito halló solo y de improviso al Alcalde en su despacho.</p>
-
-<p>»&mdash;Encomiéndate á Dios á galope&mdash;le dijo&mdash;, y reza el credo. No quiero
-que se pierda tu alma. Lo<span class="pagenum"><a name="page_171" id="page_171"></a>{171}</span> que es con tu cuerpo y con tu vida vas á
-pagar ahora la traición que me hiciste.</p>
-
-<p>»El Alcalde, que conocía bien á Joselito, se persuadió de que no había
-remedio. Los ruegos no hubieran valido de nada. La resistencia era
-inútil también. Joselito le apuntaba con su trabuco, cuya boca casi le
-tocaba en la sien. Al menor movimiento hubiera Joselito disparado. El
-Alcalde, pues, tomó el partido de guardar un digno silencio.</p>
-
-<p>»Pasado un minuto, y calculando ya Joselito que el Alcalde se había
-encomendado á Dios pidiéndole perdón de sus culpas, volvió á decir:</p>
-
-<p>»&mdash;Reza el credo.</p>
-
-<p>»Con voz firme y entera empezó á rezar el Alcalde; pero al llegar á
-decir <i>y en Jesucristo, su único hijo</i>, Joselito disparó el trabuco y le
-metió en la cabeza todo el plomo y hasta los tacos de que estaba
-cargado.</p>
-
-<p>»Muerto el Alcalde sobre el sillón mismo de su bufete, Joselito salió de
-la casa y del lugar con sus ocho compañeros. Fuera le aguardaban otros
-con los caballos, y montando en ellos, todos se pusieron en salvo.</p>
-
-<p>»El Alcalde no tenía más familia que un hijo de diez y ocho años,
-soltero y guapo mozo. Como aquella noche era sábado, el muchacho, que ya
-tenía barbas muy recias, estaba afeitándose en la barbería.<span class="pagenum"><a name="page_172" id="page_172"></a>{172}</span></p>
-
-<p>»Allí vinieron á contarle la espantosa desgracia que acababa de suceder.
-Voló á su casa con la cara á medio afeitar, y vió á su padre, á quien
-amaba de todo corazón, muerto de un modo horrible, con la cabeza
-deshecha.</p>
-
-<p>»Levantando entonces las manos al cielo, sobre el cadáver, caliente aún,
-juró el mozo por cuanto hay de más sagrado no raparse las barbas, no
-comer en mesa con manteles, no desnudarse la ropa que tenía puesta y no
-dormir en cama hasta que matase á todos los ladrones y al capitán de
-ellos, Joselito.</p>
-
-<p>»Cinco años han pasado desde que esto aconteció, y el mozo ha cumplido
-su juramento en cuanto de él dependía. Arruinándose, derritiendo la rica
-herencia que le dejó su padre, ha mantenido una compañía de escopeteros
-de á pie y de á caballo, y ha perseguido y acosado tanto á los ladrones,
-que una vez dos, otra uno, otra cuatro, ha acabado por despacharlos á
-todos al otro mundo. Joselito solo vivía. Ya no había forma de que el
-mozo vengador le encontrase y le matase. De manera que el mozo seguía
-sin mudarse, sin comer á la mesa, sin dormir en cama y sin raparse las
-barbas. Cuentan que ponía miedo su vista.</p>
-
-<p>»Así hubiera seguido largo tiempo, porque Joselito era muy sagaz y
-hábil, y no se dejaba coger fácilmente. Además, Joselito tenía multitud
-de protectores<span class="pagenum"><a name="page_173" id="page_173"></a>{173}</span> y encubridores. Pero Joselito (Dios le haya perdonado
-con su inagotable misericordia), aunque era un gran pecador, tenía
-golpes y partidas de hidalgo y bien nacido. Harto de aquella
-persecución, envió un recado al hijo del Alcalde con una gitana vieja,
-de quien mucho se fiaba. El recado era que si quería acabar de una vez y
-poder raparse las barbas, que viniese, sin su gente, á donde él
-designara; que, seguros los dos, se verían y terminarían su pleito á
-navajazos, muriendo el uno ó el otro ó ambos, como buenos caballeros.
-Agradó la propuesta al hijo del Alcalde, y previos los juramentos más
-terribles para precaverse de la traición por una y otra parte, el hijo
-del Alcalde y Joselito se vieron en un encinar, y riñeron valerosamente
-con las navajas, sin más testigo que la gitana vieja, la cual, sentada
-en un peñón, miró el combate sin pestañear.</p>
-
-<p>»Joselito era un héroe, señorito, y aunque el hijo del Alcalde tenía
-muchos hígados y manejaba bien el abanico, Joselito pudo más y dicen que
-le mató limpiamente de un navajazo magistral por bajo de la tetilla
-izquierda. Así pasó á mejor vida el hijo del Alcalde, sin haber podido
-raparse las barbas desde que su padre murió.</p>
-
-<p>»Cuando se divulgó esta hazaña, creció la fama de Joselito por toda
-Andalucía, y pronto acudieron á ponerse á sus órdenes hasta siete
-hombres<span class="pagenum"><a name="page_174" id="page_174"></a>{174}</span> de pelo en pecho. Joselito volvió á encontrarse capitán, con
-una cuadrilla muy respetable de bandoleros.</p>
-
-<p>»Así andaban las cosas, cuando el gobernador de esta provincia discurrió
-una abominable traición, viendo que Joselito era invencible en buena
-lid. Ajustó la muerte de Joselito con un malvado criminal, á quien tenía
-en la cárcel y á quien dió libertad, haciendo correr la voz de que se
-había escapado. Este traidor se unió á la partida de Joselito, ganó la
-voluntad de aquel bandido tan caballero y una noche le asesinó mientras
-dormía. Imagine su merced, señorito, cuán grande y cuán justa será con
-este motivo la indignación de Villabermeja.«Respetilla, acostumbrado á
-mirar como héroes á los bandidos, sobre cuyas hazañas sabía de memoria
-no pocos romances, se extendía después en lamentar la muerte de
-Joselito, en condenar la traición que contra él se había empleado, y en
-celebrar sus <i>virtudes</i>. En obsequio de la brevedad, nos parece justo
-suprimir todo esto, limitándonos á afirmar que Respetilla no había leído
-libro alguno socialista, fatalista ni determinista moderno, y que era
-eco de las ideas vulgares más rancias y castizas, cuando disculpaba á
-Joselito de sus crímenes, atribuyéndolo todo al <i>sino</i> y al pícaro
-mundo; esto es, á la organización fatal del individuo<span class="pagenum"><a name="page_175" id="page_175"></a>{175}</span> y á las faltas,
-vicios y durezas de la sociedad en que vive. No nos gusta sermonear en
-novelas: de un hecho singular sabemos que no deben sacarse
-consecuencias; pero el deplorable entusiasmo que entre los rústicos y
-lugareños suelen inspirar los bandoleros y foragidos es tan general y
-evidente, que á voces proclama que no son ideas nuevas y exóticas, sino
-resabios antiguos los que le producen, contra los cuales más han de
-valer la ilustración y la difusión de las buenas doctrinas filosóficas,
-que la santa ignorancia que suponen muchos que existe y que se debe
-conservar como oro en paño.</p>
-
-<p>Doña Araceli había muerto también, siete años hacía. La buena señora,
-sin dolores, sin violencia, con aquel mismo amor suave, que era el fondo
-de su carácter, había exhalado el último aliento, quedando exánime como
-un pajarito. En su testamento no se olvidó del querido sobrino de
-Villabermeja y le dejó en herencia los seis mil duros de la deuda; pero
-el manirroto de D. Faustino había contraído ya otra deuda mucho mayor
-para poder seguir viviendo en Madrid con sus pocos recursos.</p>
-
-<p>De María nada volvió á saber D. Faustino, ni antes ni después de la
-muerte del padre de ella. El único que en Villabermeja debía saber su
-paradero era el padre Piñón; pero éste nada quería declarar,<span class="pagenum"><a name="page_176" id="page_176"></a>{176}</span> por más
-que en varias ocasiones el Doctor le había escrito preguntando.</p>
-
-<p>Había habido un personaje bermejino, del que hemos hablado en la
-introducción, sobre el cual recayeron en otro tiempo las sospechas del
-Doctor de que hubiese sido el velador, ocultador y defensor de María.
-Era este personaje el cura Fernández; pero el cura Fernández hacía mucho
-tiempo que no existía. Averiguada con exactitud por el Doctor la fecha
-de su muerte, aparecía posible que él hubiese sido el embozado que tuvo
-con Joselito la conferencia de que resultó su libertad. Á poco hubo de
-morir el cura Fernández. ¿Dónde estaba, pues, María?</p>
-
-<p>El lector no puede haber olvidado al personaje principal de la
-introducción; al verdadero narrador de esta historia, que yo me limito á
-repetir á mi manera; el famoso D. Juan Fresco, sobrino del célebre cura.
-¿Sospechará quizás el lector que María se había ido á América y había
-buscado un refugio cerca de D. Juan Fresco?</p>
-
-<p>El lector perspicaz quizás lo sospeche; pero Don Faustino no podía
-sospecharlo. D. Juan Fresco no tenía más parientes cercanos que el cura
-Fernández; no había escrito á nadie; no conservaba relaciones en
-Villabermeja y nadie le recordaba.</p>
-
-<p>El Doctor, que, para averiguar todo lo que con María se relacionase,
-había hecho mil indagaciones,<span class="pagenum"><a name="page_177" id="page_177"></a>{177}</span> sólo había puesto en claro que Joselito
-era huérfano de padre y madre cuando á la edad de cuatro años le
-recogieron en el convento, y que su madre, allá en su mocedad primera,
-quince años antes de que Joselito naciese, había tenido otro hijo, que
-se había ido á tierras muy lejanas y de quien hacía cerca de medio siglo
-que nada se sabía. El Doctor no imaginaba siquiera que este otro hijo
-mayor hubiese llegado á ser un Creso.</p>
-
-<p>Ya hemos dicho que, convencido D. Faustino de que sólo el padre Piñón
-sabía el paradero de María, le había escrito varias veces pidiéndole
-noticias. Siempre se había negado á darlas el padre Piñón. Al fin, en
-una carta que recientemente había recibido D. Faustino, el Padre era más
-explícito y se explicaba de este modo:</p>
-
-<p>«Mil y mil veces te lo tengo dicho: sé dónde está María, mas no puedo
-revelártelo. Conténtate con saber que vive, que siempre te ama, que
-merece siempre que la llames tu <i>inmortal amiga</i>.</p>
-
-<p>»El ser hija de quien era, y la consideración de que tú, movido de la
-ambición y de la inconstancia propia de la edad juvenil, pudieras
-desdeñarla y hasta aborrecerla, la excitaron á apartarse de tí.</p>
-
-<p>»En esta resolución persiste todavía, si bien amándote siempre. Tal vez
-no alimenta otra esperanza que la de unirse contigo en otra vida mejor.</p>
-
-<p>»Una idea extraña, poco católica, tiene la pobre<span class="pagenum"><a name="page_178" id="page_178"></a>{178}</span> María. Dios se la
-perdone. Ella es tan buena, que merece el perdón de Dios. Dios me
-perdone á mí también, que disculpo su delirio, por el mucho afecto que
-la profeso. María sigue creyendo que tú y ella os habéis amado siempre
-en otras existencias; que vuestros espíritus están y seguirán enlazados
-siempre, por siglos, y que esta vida que ahora vivís es de prueba para
-los dos.</p>
-
-<p>»Cree María que hay algo en tí que no eres tú; algo que no es tu
-esencia, que no es tu alma, sino tu organismo, tu ser material, el medio
-en que vives, el ambiente que respiras, la sociedad que te rodea, la
-cual no es favorable, en la vida que vivís ahora, á vuestros inmortales
-amores.</p>
-
-<p>»Llevada, sin embargo, hacia tí por un impulso irresistible, María fué
-tuya. Ahora teme, por lo mismo, volver á verte. Si se reuniera contigo y
-algún acto lamentable os separase, poniendo enemistad entre vosotros, la
-unión de vuestros espíritus, que ella cree que ha de trascender á vidas
-ulteriores, se rompería quizás para siempre y ocurriría un divorcio
-eterno. «Prefiero&mdash;dice,&mdash;al eterno divorcio no verle más, no gozar de
-su compañía, no volver á ser suya en esta vida terrena».</p>
-
-<p>»María, con todo, se muestra más confiada en otras ocasiones, y hasta
-concibe cierta leve esperanza de poder unirse contigo en esta vida, sin
-temor del divorcio eterno, cuando te halles desengañado,<span class="pagenum"><a name="page_179" id="page_179"></a>{179}</span> cuando el
-dolor purifique tu alma, cuando las ilusiones que te ciegan y perturban
-se desvanezcan del todo».</p>
-
-<p>Esto decía el padre Piñón en su última carta, y éstas eran las únicas
-noticias que de María había recibido el Doctor Faustino, quien seguía su
-vida madrileña, siendo poco más que escribiente, y mal escribiente, á
-las horas de oficina; por la noche, pisaverde que iba de tertulia en
-tertulia; y, cuando se quedaba á solas consigo, filósofo, poeta y
-soñador ambicioso: en suma, si bien seguía amando poéticamente el dulce
-recuerdo de su amiga inmortal, distaba mucho aún de consentir en
-trocarle por la posesión real de aquella hermosa y enamorada mujer, si
-había de dar en cambio todas sus ilusiones, que él no creía tales.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_180" id="page_180"></a>{180}</span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_181" id="page_181"></a>{181}</span>&nbsp; </p>
-
-<h2><a name="XXVIII" id="XXVIII"></a>
-<img src="images/ill_pg_181.png"
-width="500"
-alt="[imagen de una barra decorativa]"
-/><br />XXVIII.</h2>
-
-<p class="chead">LA CRISIS</p>
-
-<p>En esta sazón ocurrió en Madrid una novedad que hizo época en los fastos
-del mundo elegante, y de la cual no quedó periódico que no hablara.</p>
-
-<p>Cansado de vivir en París y en Londres, el opulento Marqués de
-Guadalbarbo volvió á establecerse en la villa del oso y del madroño. Su
-antigua casa, que bien podía calificarse de palacio, había sido
-restaurada y adornada de nuevo con suma elegancia y lujo. Muebles, los
-más primorosos, cuadros bellísimos, estatuas de mármol y bronce, ricos y
-espléndidos tapices, vasos del Japón y de Sèvres, figuritas graciosas de
-porcelana de Sajonia, raros esmaltes de los mejores tiempos, libros
-costosísimos, ó por el esmero de las ediciones y encuadernaciones, ó por
-el escaso número de ejemplares que de ellos se han conservado; todo
-esto, con mil cosas más, que por huir de la prolijidad no se mencionan,
-estaba amontonado en aquella<span class="pagenum"><a name="page_182" id="page_182"></a>{182}</span> casa, en aparente, aunque hábil y
-concertado desorden, ya en gabinetes tapizados de rica seda, ya en
-salones dorados, ya en otros en cuyos techos lucían pinturas al fresco
-de los más famosos artistas.</p>
-
-<p>No tenía aquella casa el aspecto de un almacén de curiosidades, como
-tienen otras, donde, si hubo vanidad y dinero para comprar, falta aquel
-amor al arte que se refleja en los objetos y los anima. Allí parecía que
-todo estaba cuidado, animado y hasta mimado por una hada. La presencia,
-la huella, el paso y la mano del genio del hogar, se advertían en cada
-primor, en cada adorno, hasta en el ambiente mismo. Se diría que su
-mirada cariñosa lo había bañado todo de luz suave y de perfume poético.
-Las plantas y las flores eran allí más bonitas y tenían un verde más
-vivo, y colores mil veces más puros que en los huertos y jardines.
-Perfiles casi imperceptibles para los no acostumbrados á observar,
-revelaban á cada instante el tino, el buen gusto y la solicitud de una
-mujer aristocrática, linda y discreta.</p>
-
-<p>Esta mujer era nuestra antigua conocida Costancita, después Marquesa de
-Guadalbarbo. Sobre el valor intrínseco que, como piedra preciosa ó como
-perla limpia y de tornasolado oriente al salir de la mina ó del fondo de
-los mares, tenía ella al salir de su lugar de Andalucía, había añadido
-la<span class="pagenum"><a name="page_183" id="page_183"></a>{183}</span> moderna cultura cuanto tiene de más refinado y exquisito.</p>
-
-<p>Diez y siete años transcurridos sin un disgusto para ella, en el seno
-del más dulce bienestar, adorada de su marido, celebrada por todos,
-inspirando respetuoso amor á los hombres y envidia á las mujeres, no
-habían menoscabado en nada su hermosura. Nadie diría que Costancita
-tenía treinta y cinco años cumplidos. Su boca era tan fresca; su sonrisa
-tan alegre, entre infantil y maliciosa; sus dientes tan blancos; sus
-mejillas tan sonrosadas, y tan tersa y serena su frente, como cuando
-salió en el birlocho á recibir á su primo Faustino, que venía á vistas
-desde Villabermeja.</p>
-
-<p>Aunque la Marquesa tenía dos hijos, el mayor de diez y seis años,
-podríamos seguir ahora diciendo de ella lo que dijimos cuando por
-primera vez la presentamos á nuestros lectores: que su talle era
-flexible, no como una palma, sino como una culebra, y que todo lo que de
-sus formas podía revelarse, presumirse ó conjeturarse, estaba artística
-y sólidamente modelado, sin exceso ni super-abundancia en cosa alguna,
-sino en su punto, con número y medida, guardando las justas
-proporciones, según las reglas del arte.</p>
-
-<p>En el seno de la opulencia y del regalo, nos atreveríamos á añadir que
-Costancita había pasado el tiempo sin que el tiempo marcase en ella su
-rastro<span class="pagenum"><a name="page_184" id="page_184"></a>{184}</span> destructor, como aquellas princesas encantadas que se conservan
-en el mismo ser en que las cogió el encanto, si no fuese porque había
-habido mudanzas favorables. La tez, de trigueña que era, había adquirido
-una blancura transparente y nítida, propia encarnación de diosa ó de
-ninfa, y no de ser mortal; y las manos también, mejor cuidadas ahora,
-parecían más bellas en contornos y dintornos y en el color y esmalte de
-la carne y de las uñas. En todo esto, aunque hubiese habido alguna
-industria ó artificio, era tan sabia industria y artificio tan sutil,
-que el más severo crítico, el más experto en tales cosas, con ojos de
-lince no lo descubriría.</p>
-
-<p>La Marquesa de Guadalbarbo había deslumbrado y seguía deslumbrando á
-Madrid con la riqueza de sus trajes, con sus joyas y con sus trenes. La
-fama de su virtud era mayor y más envidiable aún. La Marquesa amaba á su
-marido, como una providencia benéfica y munífica, que la cubría de
-diamantes, que llovía oro en su regazo, que satisfacía sin titubear sus
-más costosos y atrevidos caprichos. La suerte del Marqués en los
-negocios relucía en la mente agradecida de la Marquesa como habilidad ó
-como genio. El Marqués le parecía un encantador, que tocaba con su
-varita cualquier esperanza, cualquier ilusión, cualquier antojo,
-cualquier ensueño, y al instante le realizaba, trayéndole por ensalmo
-del mundo de las quimeras y de<span class="pagenum"><a name="page_185" id="page_185"></a>{185}</span> las sombras al mundo de los seres
-sólidos y consistentes.</p>
-
-<p>La misma Costancita tenía de sí un alto concepto, que la hacía
-invulnerable á no pocas seducciones.</p>
-
-<p>Una mujer pobre, aunque sea el desinterés personificado, suele dejarse
-deslumbrar por la riqueza, por el esplendor, por la magnificencia de un
-galán rico. No tomará nada de él; pero podrá sentirse avasallada y
-pasmada de los coches, de los caballos, del palacio, de la pompa, de la
-atmósfera, en suma, que circunda al galán. Á Costancita nada de esto la
-hacía efecto. Era ó se creía tan rica como cualquiera, y no había lujo,
-ni gala, ni prodigio de la industria ó del arte que lograse aturdirla,
-que excitase su admiración ó su curiosidad.</p>
-
-<p>Una mujer plebeya suele hallar un atractivo invencible en el galán que
-lleva un nombre ilustre. Una mujer que no está en la más alta sociedad
-se hechiza con el galán que brilla en los aristocráticos salones; quizás
-el deseo de presentarse como rival, de vencer y de mortificar á alguna
-gran señora, puede más en ella que todos los propósitos de virtud. Para
-Costancita, que, por sí y por su marido, se creía de la prosapia más
-esclarecida, y que había vivido y resplandecido en los círculos más
-encumbrados de París y de Londres, nada de lo dicho podía perturbar el
-endiosado corazón. Todo<span class="pagenum"><a name="page_186" id="page_186"></a>{186}</span> lo miraba como por bajo de ella. Nada había que
-no desdeñase.</p>
-
-<p>La fama de la Marquesa de Guadalbarbo se extendía por toda Europa. La
-Marquesa había brillado en Baden, en Brighton, en Spa y en Trouville; en
-los salones del Faubourg Saint-Germain; en los castillos de los lores
-más ilustres de Inglaterra y de Escocia. En Berlín, en Petersburgo, en
-Niza, en Florencia y en Roma tenía amigas que la escribían, adoradores
-que aun suspiraban por ella. Costancita estaba harta de brillar, y casi,
-casi se puede asegurar que había venido á Madrid con el propósito de
-eclipsarse.</p>
-
-<p>En las edades y en los centros de más complicada y refinada
-civilización, en Alejandría por ejemplo, en tiempo de los sucesores del
-hijo de Filipo, y en Versalles, en tiempo de Luis XIV y de Luis XV, es
-cuando, por contraposición, se ha despertado el gusto y hasta la manía
-de la poesía bucólica, del idilio, de la vida campestre, del amor
-sencillo entre pastores y zagalas. Un fenómeno parecido podía observarse
-en el corazón de la bella Marquesa. Vivía gustosa en Madrid; pero de vez
-en cuando atormentaba su corazón cierto prurito de vida patriarcal y
-primitiva. La Marquesa de Guadalbarbo componía á veces idilios
-inefables, allá en el fondo de su alma, en cuya composición entraban por
-mucho los recuerdos de su<span class="pagenum"><a name="page_187" id="page_187"></a>{187}</span> pequeña ciudad natal, de su jardín, del
-azahar y de las violetas que le embalsamaban, del cielo despejado de
-Andalucía, y de toda aquella existencia menos artificiosa y más próxima
-á la madre naturaleza.</p>
-
-<p>Cansada Costancita de que la admirasen, de ver rendidos á sus pies lores
-ingleses, príncipes rusos, leones parisienses, todo lo que hay de más
-distinguido, soñaba con otra novela; echaba de menos en su vida cierta
-poesía, y la buscaba por otra parte, no en aquello de que estaba
-satisfecha hasta la saciedad.</p>
-
-<p>Mientras el afán de lucir y de ser adorada no se había amortiguado en su
-pecho, la novela, la poesía, el ideal de la Marquesa de Guadalbarbo se
-había realizado en aquellas adoraciones y rendimientos de que había sido
-objeto. Su severa virtud y su fiel amor al respetable Marqués habían
-sido la primera condición de aquel ideal realizado. Faltar en lo más
-mínimo al Marqués de Guadalbarbo, deslustrar su nombre aun sólo con la
-ocasión de una sospecha, hubiera sido para Costancita como arrojarse al
-suelo desde el altar de oro en que estaba subida. Era menester hacer
-creer, era menester que Costancita misma creyese, y nos parece que lo
-creía, que la admiración que le inspiraba la constante dicha del Marqués
-en los negocios, y la gratitud que infundía en el pecho de ella aquella
-esplendidez con que le proporcionaba cuanto<span class="pagenum"><a name="page_188" id="page_188"></a>{188}</span> quería, era un verdadero
-amor, era una devoción sincera, que hacían de ella y del Marqués un ser
-mismo, ó por lo menos una unidad inseparable, por donde todas aquellas
-magnificencias y esplendores no venían como de fuera y de extraño poder,
-sino que brotaban de la propia condición de Costancita y eran cualidades
-y prendas de su persona.</p>
-
-<p>Así había vivido Costancita, durante diez y siete años, amando al
-Marqués, siendo modelo de madres de familia, pasando entre los
-libertinos por una diosa de mármol, y citada como dechado de fidelidad y
-afecto conyugales por todos los sujetos graves y severos que la
-conocían.</p>
-
-<p>La propia Condesa del Majano, hermana del Marqués, de quien ya hemos
-hablado á nuestros lectores, aunque era la dama más austera y
-descontentadiza de Madrid, estaba encantada de Costancita, y nada tenía
-que censurar en ella, salvo un poco de tibieza en rezos y devociones;
-pero el estímulo de formular esta censura se embotaba en el corazón de
-la Condesa del Majano, quien, como casi todas las mujeres devotas, era
-muy avara, con los presentes y limosnas que Costancita daba para las
-iglesias, conventos de monjas y casas de caridad, de todos los cuales
-presentes era distribuidora la Condesa, luciéndose así y pasando por
-generosa sin gastar un cuarto.<span class="pagenum"><a name="page_189" id="page_189"></a>{189}</span></p>
-
-<p>El Marqués de Guadalbarbo había cumplido ya sesenta y seis años de edad;
-pero se conservaba que era un portento. Su vida activa, el montar á
-caballo y el cazar con frecuencia, el buen trato y las satisfacciones de
-todo género, le tenían como remozado.</p>
-
-<p>Cada día el Marqués se aplaudía más á sí propio por el buen tino que
-tuvo en elegir mujer. Costancita, que mimaba las flores, los canarios y
-hasta las joyas y las telas insensibles, ¿cómo no había de mimar, cuidar
-y arrullar y contentar á un marido tan bueno, tan providente, tan
-servicial y tan pródigo? Costancita se desvivía por el Marqués, le
-adivinaba los pensamientos, procuraba que se distrajese, le hacía reir
-con chistes y burlas, le consolaba cuando tenía algún disgusto, siempre
-levísimo, y le cuidaba como á un niño cuando tenía alguna enfermedad,
-también siempre ligera.</p>
-
-<p>Mas, á pesar de todo esto, fuerza es confesar de plano lo que ya hemos
-dejado entrever, lo que hemos indicado hace poco. Costancita se hallaba
-en un momento peligroso de crisis.</p>
-
-<p>El ideal de su vida de hasta entonces estaba ya agotado: había dado de
-sí cuanto podía dar. El incienso de la lisonja, los triunfos de la
-sociedad, las mil pasiones inspiradas por su belleza y sólo pagadas con
-gratitud, de todo esto, permítasenos lo vulgar de la palabra, estaba ya
-más que empalagada<span class="pagenum"><a name="page_190" id="page_190"></a>{190}</span> Costancita. Hacia deleites más subidos, hacia un
-ideal más bello, hacia una poesía más fogosa aspiraba su alma. Al
-tramontar del sol en una hermosa tarde, cuando el sol tiñe aún de
-topacio y de púrpura los celajes de Occidente, se llena el corazón de
-vaga melancolía y suele forjarse mil extrañas quimeras en arrobos
-inexplicables; así el alma de Costancita, en el luciente y apenas
-empezado ocaso de su duradera y briosa juventud, buscaba melancólica un
-bien extraño, una poesía bella, una luz, un calor suave, un
-contentamiento divino, que alegrasen y alumbrasen la serena tarde de su
-vida.</p>
-
-<p>Una circunstancia casual vino á dar mayor impulso al vuelo del espíritu
-de Costancita en esta dirección romántica y á engolfarle más por el
-misterioso piélago de sus ensueños, lleno todo de sirtes, escollos y
-bajíos.</p>
-
-<p>Los Marqueses de Guadalbarbo recibían una vez por semana, y reunían en
-sus salones á lo más distinguido de Madrid por hermosura, nacimiento,
-fortuna, letras y armas. Los marqueses tenían además, de diario, gente
-convidada á comer. El general Pérez era de los que más frecuentaban la
-casa.</p>
-
-<p>El general Pérez, la índole de cuyas relaciones con Rosita hemos dejado
-en una discreta penumbra, no sólo era un oráculo en política, un poder
-de quien á veces pendía la muerte ó el nacimiento<span class="pagenum"><a name="page_191" id="page_191"></a>{191}</span> de los Ministerios,
-sino el más pertinaz, confiado, audaz y fatuo de los galanteadores. En
-este linaje de lides, así como en los verdaderos campos de batalla, el
-general Pérez se juzgaba un César, y el <i>vine, ví y vencí</i> no se le
-apartaba del pensamiento, cuando no de los labios.</p>
-
-<p>Este tremendo General, este héroe impertérrito y halagado por mil éxitos
-ruidosos, se consagró completamente á la Marquesa de Guadalbarbo. La
-perseguía con miradas volcánicas, la requebraba con cierto desenfado
-militar, y no quería creer jamás que los desdenes, las burlas y hasta
-las iras á veces de la Marquesa, fuesen iras, burlas y desdenes
-legítimos, sino artificios, fingimiento y tácticas amorosas para hacer
-más deseable la victoria y para dar más precio á la fortaleza que al
-cabo se había de rendir.</p>
-
-<p>La persistencia vanidosa del general Pérez tenía fuera de sí á
-Costancita. Juzgaba ya que dentro de la buena educación y de los
-respetos sociales había hecho cuanto puede hacerse, y aun más de lo que
-puede hacerse, para refrenar al feroz é intrépido guerrero, ó alejarle
-de sí desengañado; pero el ahinco del general Pérez era descomunal,
-rayaba en lo inverosímil.</p>
-
-<p>Acostumbrado el Marqués de Guadalbarbo á que le adorasen á su mujer, y
-confiadísimo además en la virtud de ella, no advertía ó no hacía<span class="pagenum"><a name="page_192" id="page_192"></a>{192}</span> caso
-del apretado y durísimo asedio en que el General la había puesto.
-Costancita, además, era prudente, y no había de acudir á su marido para
-que la libertase de las impertinencias de aquel presumido galán, para
-que osease á aquel moscón, empeñándole acaso con él en un lance, á par
-que peligroso, ridículo.</p>
-
-<p>Costancita, pues, seguía sufriendo, si bien con impaciencia y disgusto,
-las pretensiones del General, esperando cansarle y apartarle de sí á
-fuerza de seriedad y desvío. Hasta entonces no había comprendido
-Costancita una parte de la mitología: las persecuciones del dios Pan á
-las ninfas, de Apolo á Dafne, y del cíclope Polifemo á Galatea. Ahora,
-<i>mutatis mutandis</i>, en vista del modo de vivir actual, mucho más
-ordenado y político, casi se consideraba ella como una Galatea, y miraba
-como á un furioso Polifemo al general Pérez.</p>
-
-<p>Lo que más la molestaba, lo que más hería su orgullo era la majestad del
-General, su creencia mal disimulada de que casi la honraba
-pretendiéndola y sufriendo sus desdenes. Ella, que se creía por cima de
-todos los generales; ella, que sabía que la riqueza y la posición de su
-marido no dependían del favor de ningún repúblico ó gobernante poderoso;
-ella, que comprendía que su marido no necesitaba del Ministro de
-Hacienda, sino que en todo caso, el Ministro de Hacienda necesitaría<span class="pagenum"><a name="page_193" id="page_193"></a>{193}</span> de
-su marido, perdía la serenidad y se mordía los labios de rabia cuando el
-general Pérez se le acercaba hasta con aire de protección y como
-diciéndole:&mdash;Admírese V.: ¿qué no valdrá V., cuán grande no será mi
-amor, cuando sufro tanto, siendo quien soy y pudiendo cuanto puedo?</p>
-
-<p>Acudía por entonces á casa de Costancita todas las noches de tertulia, y
-venía asimismo á comer una vez por semana, nuestro protagonista, su
-desdeñado primo, D. Faustino López de Mendoza.</p>
-
-<p>La suerte habíale mostrado siempre tan adusto ceño, que D. Faustino, á
-pesar de sus ilusiones, había acabado por crearse un carácter del todo
-contrario al del general Pérez. Se había hecho tímido, desconfiado,
-modesto y encogido. Su humildad le dió cierto encanto á los ojos de
-Costancita y le ganó las simpatías del Marqués de Guadalbarbo, quien
-llegó á hacer de él los mayores elogios y á sacarle siempre á relucir
-como ejemplo de los caprichos é injusticias del destino, que le tenía en
-tan bajo lugar, mientras que había encumbrado á tanto zopenco.</p>
-
-<p>Costancita en un principio contradecía á su marido, sosteniendo que el
-no haber hecho carrera D. Faustino era por culpa de su carácter,
-hallando y marcando en él infinidad de defectos; pero el Marqués
-propendía á probar que no había tales defectos, sino que todas eran
-excelencias y perfecciones.<span class="pagenum"><a name="page_194" id="page_194"></a>{194}</span> La Marquesa se fué poco á poco convenciendo
-de lo que su marido afirmaba. De esta suerte, el Doctor Faustino vino al
-fin á parecerle un sabio marchito en flor, un león á quien han cortado
-las uñas, un genio á quien han arrancado las alas pujantes con que iba á
-encumbrarse al empíreo.</p>
-
-<p>¿Y quién había sido la maga maléfica, la hechicera traidora que había
-hecho tan impía y bárbara amputación de alas y de uñas? Costancita se
-dió á cavilar en esto y á sentir remordimientos que hasta entonces no
-había sentido, y á considerarse bastante culpada.</p>
-
-<p>Entonces recordó con ternura, con cierta tristeza entre dulce y amarga,
-con lánguida y morosa delectación, las veladas y los coloquios por las
-rejas del jardín, las lágrimas que vertió la noche de las calabazas, el
-beso humilde y manso que le dió en la frente su primo en pago de la
-herida que ella le hacía en el alma; y creyó oir el murmullo de la
-fuente de su jardín, y se sintió en la amena soledad nocturna, y vió el
-sereno cielo de Andalucía tachonado de mil y mil claras estrellas, y
-aspiró embriagada el perfume de aquel azahar y de aquellas violetas.
-Todo esto, poetizado, hermoseado, sublimado por la distancia, acudía á
-la memoria como cuento de hadas, con destellos refulgentes, con el
-encanto de la primera juventud, evocada por el recuerdo.<span class="pagenum"><a name="page_195" id="page_195"></a>{195}</span></p>
-
-<p>Una piedad infinita penetraba en el corazón de la Marquesa. Quizás ella
-había torcido la suerte de Faustino. Amado por ella, animado, estimulado
-por ella, Faustino hubiera realizado todos sus sueños de gloria. Sus
-ilusiones hubieran sido realidades. Ella quizás había tronchado aquella
-flor cuando se abría al blando soplo de las más nobles esperanzas; ella
-quizás había destrozado las alas de aquel genio; ella quizás había roto
-las mágicas cuerdas de aquella melodiosa arpa, arrojándola después en un
-rincón, como el arpa de los versos de Becker.</p>
-
-<p>Forjábase entonces la Marquesa una existencia fantástica, mil veces más
-bella que la que había pasado. Se representaba á sí misma como la musa,
-el impulso, la inspiración, el resorte enérgico y fecundo en milagros y
-creaciones, de un hombre que tal vez hubiera llenado de gloria á su
-patria. Esto le pareció más bello, más poético, más noble que todos los
-casos, lances y sucesos de su vida real.</p>
-
-<p>Por primera vez, allá en lo íntimo de su conciencia, sin atreverse á
-confesárselo con claridad, columbrándolo apenas, pensó Costancita que
-sólo el egoísmo, el miserable interés, el ansia de goces materiales, el
-afán del lujo y la vanidad la habían guiado y arrastrado á preferir á
-Faustino al Marqués de Guadalbarbo.</p>
-
-<p>Costancita, con todo, no había coqueteado aún<span class="pagenum"><a name="page_196" id="page_196"></a>{196}</span> en Madrid con D.
-Faustino. Costancita seguía amando y reverenciando al Marqués. Y D.
-Faustino, tan castigado por la mala ventura, no soñaba en que su prima,
-que no le quiso en su tierra, pudiera quererle ahora, cuando ya el
-indigno misterio de su porvenir estaba claro; cuando ya se había
-demostrado con el éxito todo lo vano, infundado y falto de ser de sus
-esperanzas y de sus planes de glorias y triunfos.</p>
-
-<p>Sin embargo, estimulada Costancita por las asiduas pretensiones del
-general Pérez, concibió una idea de todos los diablos. El Marqués no
-había de echar de su lado al General. Cualquier coqueteo con otro
-personaje de primera magnitud no haría sino darle picón y entusiasmarle
-más todavía. El modo de ahuyentar al General y de vengarse de él,
-humillando su soberbia, era buscarle un rival obscuro, modesto, á quien
-ella, con su omnipotencia de gran señora, realzaría por medio de una
-mirada, por el conjuro de un favor. Así remedaría Costancita á Dios
-mismo, arrojando del encumbrado sitial al poderoso y exaltando al
-humilde. Costancita se resolvió, pues, á dar aliento á su pobre primo, á
-sacarle de aquella postración y abatimiento en que se hallaba, á hacerle
-sentir lo que valía, y á ponérsele como rival y contrario al engreído
-General, á ver si reventaba de furor al verse suplantado por un
-empleadillo de catorce mil reales,<span class="pagenum"><a name="page_197" id="page_197"></a>{197}</span> por poco más de un escribiente; á
-ella además le parecía que aquel escribiente, aquel empleadillo de
-catorce mil reales, valía mil veces más por todos estilos que el general
-Pérez, con todas sus conquistas, y que ella no necesitaba que la gloria
-y la fama del general Pérez ni de nadie reflejasen en su persona para
-esclarecerla. Costancita se creía con sobrado esplendor propio para
-brillar por sí, para iluminar, hermosear y ensalzar cuanto se le
-acercase.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_198" id="page_198"></a>{198}</span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_199" id="page_199"></a>{199}</span>&nbsp; </p>
-
-<h2><a name="XXIX" id="XXIX"></a>
-<img src="images/ill_pg_199.png"
-width="500"
-alt="[imagen de una barra decorativa]"
-/><br />XXIX.</h2>
-
-<p class="chead">Á SECRETO AGRAVIO, SECRETA VENGANZA</p>
-
-<p>El Marqués de Guadalbarbo estaba cada día más dispuesto á coadyuvar, sin
-saberlo, al diabólico propósito de Costancita.</p>
-
-<p>El entono y la arrogancia que tenían, ó que él imaginaba que tenían, los
-personajes más eminentes de Madrid, parecíanle tan injustificados, que
-apenas si los podía sufrir. Admirador el Marqués del buen orden,
-grandeza y florecimiento de la Gran Bretaña y de otros Estados de
-Europa, lamentaba como nadie el atraso, el desorden y el desgobierno de
-su patria. Imaginaba, pues, que nuestros próceres y repúblicos, lejos de
-mostrarse soberbios debían estar avergonzados de su ineptitud y llenos
-de la humildad más profunda.</p>
-
-<p>El Marqués, como casi todos los hombres cuyos negocios prosperan, sobre
-todo si no tienen que acusarse de bajezas ni de bellaquerías, estaba
-dotado de un amor propio colosal, y naturalmente<span class="pagenum"><a name="page_200" id="page_200"></a>{200}</span> le molestaba el de los
-otros, que ni con mucho se le antojaba tan fundado.</p>
-
-<p>Jamás había leído el Marqués el curiosísimo libro del padre Peñalosa,
-titulado <i>Cinco excelencias del español que despueblan á España</i>; mas
-aunque le hubiera leído, no cabía en la índole de su entendimiento el
-creer la singular teoría de aquel ingenioso fraile; el cual daba por
-seguro que por ser los españoles tan hidalgos, tan católicos, tan
-realistas, tan generosos y tan guerreros, están siempre tan perdidos.
-Así es que la perdición, según el Marqués, provenía de malas y no de
-buenas cualidades; por donde no cesaba de gruñir y de censurar á sus
-paisanos, si bien descargaba los rayos de su censura sobre las
-eminencias y se mostraba benévolo é indulgente con los humildes y poco
-afortunados.</p>
-
-<p>Como entre estos últimos se contaba el primito D. Faustino, el Marqués
-sentía por él, según ya hemos dicho, una singular predilección, que iba
-en aumento siempre. La prevención con que había mirado al primito,
-cuando le conoció en Andalucía se había disipado por completo. La
-petulancia de la primera juventud, los alardes de impiedad y
-descreimiento, y otras faltas de Don Faustino, se habían enmendado con
-los años y los desengaños. Y por otra parte, el Marqués distaba mucho de
-ver ya en Don Faustino, como<span class="pagenum"><a name="page_201" id="page_201"></a>{201}</span> había visto en otro tiempo, á un rival que
-venía á robarle sus amores; antes bien veía ahora á un joven infeliz, de
-quien él había triunfado, y cuyo valer y nobles prendas, mientras en más
-se estimasen, daban más precio, mérito é importancia á su victoria.
-Cuanto más alto ponía el Marqués á D. Faustino, allá en su imaginación,
-tanto más ensalzaba el afecto y la libre decisión de Costancita al
-desdeñar á D. Faustino y al preferirle á él.</p>
-
-<p>En tal estado las cosas, las visitas del Doctor á su prima menudeaban
-cada vez más; y si por cualquier motivo nuestro héroe no parecía durante
-dos ó tres días por casa del Marqués, el Marqués le buscaba ó le
-escribía llamándole.</p>
-
-<p>Entre tanto, el infatigable general Pérez, verdadero <i>poliorcetes</i>
-amoroso de nuestro siglo, aunque había sido rechazado en todos sus
-asaltos, arremetidas y ataques, seguía con regularidad y sin
-interrupción el cerco de la plaza. Como era un señor de tanto fuste,
-respeto y soberbia, nadie se atrevía casi á acercarse y á hablar con
-Costancita, considerándolo tiempo perdido, merced á aquel tremendo
-espantajo. El general Pérez, con sus miradas y con andar siempre en
-torno de Costancita, hacía una perpetua declaración de bloqueo. Claro
-está que los galanes de Madrid no se arredraban por temor de que el
-general Pérez se los comiera crudos, ni mucho menos; pero cuando veían á
-un conquistador<span class="pagenum"><a name="page_202" id="page_202"></a>{202}</span> como él tan empeñado en aquella empresa, sin desmayarse
-ni retirarse, tal vez suponían que no era tan mal recibido, y no había
-uno que se atreviese á presentarse como rival para salir derrotado.</p>
-
-<p>Costancita, más harta cada día, empezó á ponerse fuera de sí al ver que
-el cerco se estrechaba y que la incomunicación en que el general Pérez
-quería tenerla iba poco á poco realizándose.</p>
-
-<p>El propio D. Faustino, con la modestia y la timidez que su mala ventura
-le había infundido, sospechó, no que su prima amase al General y
-estuviese con él en relaciones, sino que se deleitaba y enorgullecía de
-la asidua corte de tan eminente personaje. Así es que, no bien veía al
-General al lado de la Marquesa, juzgaba atinado y prudente irse por otra
-parte á fin de no estorbar. Costancita rabiaba y se desesperaba más con
-esto, allá en su interior. El resultado era que hacía extremos cariñosos
-por su primo, que le miraba con ojos llenos de ternura, que le apretaba
-la mano con efusión, y que hasta le hacía elogios á cada paso; pero al
-Doctor se le metió en la cabeza que todo ello era compasión, bondad,
-deseo de levantarle un poco de la postración en que se hallaba; quizás
-algo de leve remordimiento por las crueles calabazas que Costancita le
-había dado en otra época.</p>
-
-<p>La Marquesa de Guadalbarbo empezó á picarse no menos de esta
-impasibilidad del Doctor que<span class="pagenum"><a name="page_203" id="page_203"></a>{203}</span> de la persecución sin tregua del General.
-Sin poder contenerse, vino entonces á hacer más declarados favores á su
-primo; pero, por declarados que fuesen, el Doctor, ó se los explicaba,
-como antes, por la compasión, ó se daba á cavilar en una cosa que
-desechaba luego como un mal pensamiento, si bien volvía á su imaginación
-con persistencia.&mdash;¿Querrá mi prima, se decía, que yo le sirva de
-pantalla para que lo del General no se perciba tanto?</p>
-
-<p>Lo cierto es que esta conducta de D. Faustino, seguida instintivamente
-en fuerza de lo abatido y descorazonado que se hallaba, hubiera sido,
-seguida con toda reflexión y cálculo por un seductor de oficio, la más
-hábil y la más á propósito para rendir á Costancita.</p>
-
-<p>Costancita continuó, pues, favoreciendo á su primo por todos aquellos
-medios indefinibles, vagos y poéticos, que á veces hasta las mujeres
-tontas y vulgares saben emplear, si el amor ó el deseo de ser amadas las
-inspira, y que la Marquesa de Guadalbarbo, tan entendida, tan elegante,
-tan artista en todo, empleaba de una manera deliciosa. El Doctor no se
-creyó amado aún; pero empezó á recordar los antiguos amores y á pintarse
-en el alma los coloquios de la reja del jardín con todas sus
-circunstancias, y á creer que amaba aún á Costancita, á pesar de María.<span class="pagenum"><a name="page_204" id="page_204"></a>{204}</span></p>
-
-<p>Esta nueva situación del ánimo del Doctor se hizo patente muy pronto á
-los ojos de la Marquesa, quien advirtió en su primo una dulzura de
-expresión muy grande cuando la miraba, una gratitud profunda cuando ella
-hacía de él algún encomio, y un cuidado y una solicitud rebosando
-sencilla y natural galantería para hacer por ella mil pequeños
-servicios. En persona tan distraída como el Doctor, y que tanto distaba
-de ejercer tales artes por costumbre, casi, casi era esto una
-semideclaración de amor.</p>
-
-<p>Como se pasaba cuatro ó cinco horas diarias en la oficina extractando
-expedientes, y luego otras tantas en la soledad de su cuartucho del
-pupilaje, tratando en balde de dar ser á su epopeya ó de componer su
-nuevo sistema filosófico, el Doctor se creía trasladado al cielo desde
-el purgatorio cuando entraba en aquellos elegantes y ricos salones,
-donde los criados le trataban con una consideración de que no había
-gozado desde que salió de Villabermeja; donde todo despedía dulce olor;
-donde había tantas cosas bonitas, y donde, sobre todo, hallaba á una tan
-bella mujer y tan aristocrática, que se interesaba por él, que le
-preguntaba por su salud con verdadero afecto, que deseaba leer sus
-versos y saber sus filosofías, y que hacía todo esto de un modo tan
-llano y tan discreto, que no advertía jamás el Doctor, aunque era muy
-caviloso,<span class="pagenum"><a name="page_205" id="page_205"></a>{205}</span> que hubiera afectación en nada, ni que hubiera <i>sensiblería</i>,
-ni pedantería, ni que pudiera aparecer el más ligero asomo de ridículo.</p>
-
-<p>Sentía el Doctor tanto bienestar y consolación tan suave en casa de
-Costancita, y en este punto de sus relaciones con ella, que estaba como
-el enfermo cuando halla una postura cómoda y grata, tiene miedo de
-perderla y no se atreve á moverse, ó como quien ha tenido un sueño
-beatífico, cuando se despierta y procura colocarse del mismo modo y
-conciliar el sueño de nuevo para que se repitan idénticas visiones. En
-suma, el Doctor se contentaba con aquello, y no aspiraba á más por miedo
-de perderlo todo.</p>
-
-<p>Una de las noches en que recibía la Marquesa, en el mes de Mayo, el
-general Pérez estuvo pesado y atrevido como nunca; se quejó de que la
-Marquesa no le recibía sino los días de recepción, y se obstinó en
-alcanzar una cita.</p>
-
-<p>&mdash;Yo tengo que hablar á V. con cierto reposo&mdash;dijo á la Marquesa.&mdash;Esto
-es terrible. Aquí tiene V. que hacer los honores, y con ese pretexto no
-me hace V. caso; no me oye nunca; cualquier majadero que se acerca me
-interrumpe en lo mejor de mi discurso. Oigame V. antes de condenarme. Á
-nadie se le condena sin oírle.</p>
-
-<p>&mdash;Pero, General&mdash;contestó Costancita, si yo no le condeno á V., si yo le
-oigo; ¿de qué se queja?<span class="pagenum"><a name="page_206" id="page_206"></a>{206}</span></p>
-
-<p>&mdash;Es V. muy cruel. V. se burla de mí.</p>
-
-<p>&mdash;No me burlo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué no me recibe V. cuando vengo de día?</p>
-
-<p>&mdash;Porque de día no recibo más que los martes. Venga V. cualquier martes
-y le recibiré.</p>
-
-<p>&mdash;Eso es; me recibirá V. como á cualquiera otro.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué derecho tiene V. á que yo le reciba de diferente manera?</p>
-
-<p>&mdash;¡Ingrata! ¿Y mi afecto y mi amistad y mi admiración no me dan derecho?</p>
-
-<p>&mdash;Por eso mismo quizás debo resistirme á recibir á V. Es V. muy
-peligroso,&mdash;dijo Costancita riendo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Lo ve V.? Se ríe V. de mí, Marquesa.</p>
-
-<p>&mdash;No me río de V.; pero no debo recibirle. Por lo mismo que V. me hace
-la corte con tanta asiduidad, no debo recibir á V. para no dar ocasión á
-la maledicencia.</p>
-
-<p>&mdash;Nadie dirá nada. Recíbame V. una vez sola. Su reputación de V. está
-tan bien sentada, que no murmurará nadie.</p>
-
-<p>&mdash;Mire V.&mdash;dijo Costancita un poco contrariada de que el General tomase
-por lo serio aquella excusa,&mdash;harto sé que mi reputación no puede ni
-debe depender de tan poco. V. quiere verme mañana, cuando no recibo á
-los demás mortales. Pues sea. Venga V. mañana. De tres á cuatro.
-Encargaré á los criados que le dejen entrar.<span class="pagenum"><a name="page_207" id="page_207"></a>{207}</span></p>
-
-<p>&mdash;¿Y nada más que á mí solo?</p>
-
-<p>&mdash;Nada más que á V. solo.</p>
-
-<p>Dicho esto, la Marquesa se fué hacia otra parte, dejando satisfecho al
-general Pérez, aunque acababa de darle la cita para que no creyese que
-temía avistarse con él á solas, ó para que no presumiese que su
-reputación pendía de tan poco, que fuera á perderla por recibirle.</p>
-
-<p>El general Pérez, como todo lo convertía en substancia, se quedó muy
-hueco. Allá, en el fondo de su alma, imaginaba él y pintaba con
-vivísimos colores una lucha muy brava que el amor y la virtud se estaban
-dando en el corazón de Costancita por culpa suya. La concesión de la
-cita le pareció una gran victoria del amor. No comprendió que Costancita
-había cedido á fin de demostrarle que él era para ella un hombre <i>sin
-consecuencia</i>. El General la había estrechado tanto, que negándose á
-recibirle, hubiera sido como decir con la Leonor de <i>El Trovador</i>:</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i0">Libértame de tí; si por tí tiemblo,<br /></span>
-<span class="i0">por tí, por mi virtud... ¿no es harto triunfo?<br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p>Por no aparecer en la mente del General como diciendo estos dos versos,
-pasó Costancita por la mortificación de verle y oirle á solas.</p>
-
-<p>El General no faltó á la cita. Aunque había sido siempre con otra clase
-de mujeres imitador ó émulo<span class="pagenum"><a name="page_208" id="page_208"></a>{208}</span> del joven Tarquino, ya sabía él, á pesar de
-su fatuidad, con quién se las había, y estuvo respetuoso, almibarado,
-humilde y rendido. Costancita, con más primores y discreteos que otras,
-dijo en aquella ocasión lo que en ocasiones semejantes dicen siempre
-todas las mujeres: que estimaba al General, que sentía por él una
-amistad viva, que le agradecía lo mucho que la distinguía; pero que á
-nadie amaba de amor, y que en este punto debía el General perder toda
-esperanza.</p>
-
-<p>El desengaño dado por Costancita no pudo ser más explícito ni más claro.
-La vanidad del General no quería, con todo, recibirle. El General siguió
-viendo en espíritu el rudo combate entre el honor y la virtud, el amor y
-la castidad, que destrozaban el alma de Costancita; casi tuvo compasión
-de aquel tumulto de pasiones que había suscitado, y por un arranque de
-generosidad se decidió á tener calma, á encaminar las cosas suavemente y
-á no entrar en la plaza por asalto, llevándolo todo á sangre y fuego. El
-General se propuso ser magnánimo, usar de misericordia y venir de diario
-á moler á Costancita, mostrándose más fino que un coral y más dulce que
-una arropía.</p>
-
-<p>La Marquesa de Guadalbarbo no acertaba á librarse de aquellas visitas
-impertinentes, que tanto la molestaban. En su orgullo, no quería decir
-al General que no viniese á verla á menudo para no<span class="pagenum"><a name="page_209" id="page_209"></a>{209}</span> comprometerla; y no
-había medio tampoco de hacerle comprender que sus visitas la aburrían.
-En esta situación, el medio de osear al moscón del General, valiéndose
-del Doctor Faustino, se le hizo á Costancita más deseable que nunca. Su
-primo, por otro lado, iba ganando cada vez más en su corazón.</p>
-
-<p>Un día, de sobremesa, mientras que el Marqués hablaba de política con
-otros convidados, Costancita y el Doctor tuvieron el diálogo siguiente:</p>
-
-<p>&mdash;¿Es posible, Faustino, que tengas tan mala opinión de mí y que me
-creas tan vana y tan poco orgullosa á la vez, que supongas que me
-complazco en la corte que me hace el general Pérez? ¿Qué lustre me doy
-con eso? ¿Necesito yo del General para algo? Mil veces te he dicho que
-me aburre, que me molesta, que no puedo sufrirlo, y tú me oyes siempre
-con visibles muestras de incredulidad.</p>
-
-<p>&mdash;Francamente, prima&mdash;contestó el Doctor,&mdash;te lo diré, aunque te enojes:
-yo no comprendo que el General esté hecho tan á prueba de desdenes.
-Cuando viene á verte casi todos los días, cuando está siempre donde tú
-estás, cuando se consagra á adorarte de continuo, no se verá tan mal
-tratado.</p>
-
-<p>&mdash;Pues se ve; pero él trueca siempre en favores los desvíos, en
-esperanzas los desengaños y en triaca el veneno. Como no le eche á
-puntapiés, se me figura á veces que no tengo medio de echarle.<span class="pagenum"><a name="page_210" id="page_210"></a>{210}</span></p>
-
-<p>&mdash;Ya le echarías, si quisieses&mdash;dijo el Doctor.</p>
-
-<p>&mdash;Pues quiero&mdash;respondió Costancita. ¿Te prestas á ayudarme en la
-empresa?</p>
-
-<p>&mdash;Con mucho gusto. No hay mayor felicidad para mí que la de poder ser
-útil en algo á mi linda prima, que es tan buena y tan cariñosa conmigo.</p>
-
-<p>&mdash;Bien está. Ya sabes tú cuánto te agradezco el afecto que me tienes,
-cuánto te agradezco tu generosa amistad. ¡Qué noble eres, Faustino! Tú
-deberías guardarme rencor, y no me lo guardas.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y por qué guardarte rencor? No recuerdo yo la despedida por la reja,
-de hace tantos años, sino para confesarme que tuviste razón en
-despedirme. La experiencia de mi vida, mi obscuridad, mi miseria, el mal
-éxito de mis propósitos, han justificado la prudencia y previsión de tu
-padre. Hubiera sido una locura que hubieras unido tu suerte á la mía. No
-me quejo, pues; antes bien te agradezco y guardo en el corazón, como el
-recuerdo más bello de mi vida, la pura esencia de aquellas lágrimas que
-por mí derramaste, y el delicado aroma en que se bañaron mis labios
-cuando por primera y última vez tocaron tu serena frente. Pero no
-hablemos de esto. Vamos á lo que más importa. ¿Qué pides? ¿Qué mandas?</p>
-
-<p>&mdash;Yo no mando nada: yo te suplico que vengas mañana á verme.</p>
-
-<p>&mdash;¿Á qué hora?<span class="pagenum"><a name="page_211" id="page_211"></a>{211}</span></p>
-
-<p>&mdash;Ven á las dos y media. Que no faltes.</p>
-
-<p>Costancita citó al Doctor para media hora antes de la hora en que el
-general Pérez solía venir á verla casi todos los días.</p>
-
-<p>Bien sabe el autor ó narrador de esta historia que aquí, como en otros
-pasajes de ella, han de incomodarse los lectores con el héroe principal,
-de quien exigen en novela una fidelidad y una constancia prodigiosas, y
-á quien han de condenar porque ya amaba á María, ya á Costancita, ya á
-las dos á la vez, y porque amó durante algunos días á la misma Rosita;
-pero tire contra él la primera piedra quien en la vida real haya tenido
-menos variaciones, y menos fundadas variaciones en sus amores. El
-desdichado Doctor Faustino había perdido á María quizás para siempre,
-por motivos que el hado adverso había creado. Harto había amado á María,
-harto había guardado y guardaba su imagen en el centro del alma,
-levantándole allí altar como en un santuario; pero también había amado á
-su prima Costanza antes de conocer á María, y no es extraño que
-renaciese ahora en su corazón el primitivo afecto. Además, desde el
-principio de esta historia debe saber el lector que no tratamos de poner
-al Doctor Faustino como ejemplo de virtud y como dechado de
-perfecciones, sino como muestra de lo que pueden viciarse y torcerse un
-claro entendimiento y una voluntad sana con las que<span class="pagenum"><a name="page_212" id="page_212"></a>{212}</span> vulgarmente se
-llaman ilusiones; esto es, con un concepto demasiado favorable de sí
-mismo, con la persuasión de que los propios merecimientos deben
-allanarnos el camino para el logro de toda esperanza ambiciosa, y con la
-creencia de que el grande hombre está en nosotros en germen, y de que,
-siendo así, sin perseverancia, sin trabajo, sin esfuerzos incesantes,
-sino llevados de la propia naturaleza, hemos de trepar á todas las
-alturas y rodearnos del fulgor inmortal de toda gloria.</p>
-
-<p>Esta condición de carácter del Doctor Faustino es comunísima en el día,
-porque las ambiciones están despiertas y solevantadas, y en el Doctor
-persistían á pesar de mil desengaños amargos. Espíritu poético además,
-sin fe segura y firme en nada, sino en su propio valer, lo cual es
-también harto común por desgracia, el Doctor era como personaje de
-antiguo cuento, que vaga perdido en una selva, en la obscuridad de la
-noche, y corre, ya en pos de una lucecita, ya en pos de otra, de las que
-ve brillar á lo lejos, creyéndolas alternativamente faros que han de
-salvarle. La lucecita que ahora deslumbraba al Doctor y hacia la cual
-corría lleno de esperanza, era de nuevo los ojos de su prima la
-Marquesa. El Doctor acudió á la hora de la cita con algunos minutos de
-anticipación.</p>
-
-<p>Recibióle su prima en un primoroso saloncito, contiguo á su tocador,
-donde ella solía estar á solas<span class="pagenum"><a name="page_213" id="page_213"></a>{213}</span> leyendo, escribiendo ó soñando, y donde
-recibía á los íntimos. Era lo que llaman <i>boudoir</i>, valiéndose de un
-vocablo extranjero. Costancita estaba vestida de mañana, con traje
-gracioso y leve, propio de primavera. Las persianas, echadas, daban una
-media luz muy agradable á todos los objetos. Plantas y flores adornaban
-el saloncito. La Marquesa parecía más fresca, lozana y encantadora que
-todas las flores.</p>
-
-<p>El Doctor hizo mil cumplimientos á su prima. Ella, en cambio, le prodigó
-mil dulces sonrisas y mil afectuosas miradas. No se habló de amor, ni
-pasado ni presente. Se habló de amistad, de cariño indeterminado entre
-ambos; pero, en virtud de esta amistad, de este cariño sin nombre,
-aunque puro y espiritualismo, el Doctor tomó la mano de la Marquesa
-entre las suyas, y la Marquesa se la dejó allí abandonada. El Doctor la
-cubría de besos cuando sonó la campanilla de la puerta principal.
-Costancita se rió.</p>
-
-<p>&mdash;Éste es&mdash;dijo&mdash;mi tremendo General, que llega.</p>
-
-<p>El Doctor, que tenía su silla muy cerca del asiento de Costancita, la
-apartó maquinalmente.</p>
-
-<p>&mdash;No, no&mdash;dijo Costancita riendo con más gana todavía,&mdash;no apartes tu
-silla; acércala más y que rabie. No te levantes hasta que entre, para
-que te vea sentado muy cerca de mí.<span class="pagenum"><a name="page_214" id="page_214"></a>{214}</span></p>
-
-<p>Don Faustino obedeció á la Marquesa, aproximándose á ella cuanto pudo.</p>
-
-<p>Un criado anunció al general Pérez, el cual entró en seguida en el
-saloncito con aire triunfante y glorioso.</p>
-
-<p>Costancita, aunque autora de aquella burla, la hizo involuntariamente
-más eficaz, por su falta de práctica y desenfado para tales negocios,
-poniéndose bastante colorada cuando entró el General. D. Faustino, como
-hacía muchísimo tiempo que no había tenido aventuras galantes, y como
-jamás las había tenido en salones tan aristocráticos y con intervención
-de rivales tan gigantescos y egregios, estaba conmovido y agitadísimo, y
-se puso colorado también. Todo lo notó el General con disgusto mal
-disimulado, á pesar de ser hombre de mundo curtido en todo linaje de
-lances.</p>
-
-<p>La conversación que se siguió no pudo menos de ser embarazosa y fría. La
-cara del General mostraba cada vez más la mal reprimida cólera. Á
-Costancita le retozaba la risa dentro del cuerpo, y apenas si acertaba á
-contenerse. De vez en cuando miraba con ternura á su primo, no
-recatándose para ello del General, sino procurando que el General lo
-advirtiera. Éste, comprendiendo toda la ridiculez que traería consigo el
-enojarse, pugnaba por aparecer sereno y hasta jovial; pero no podía.
-Quiso hablar de cosas indiferentes: de teatros, de literatura<span class="pagenum"><a name="page_215" id="page_215"></a>{215}</span> y hasta
-de modas, y dijo infinidad de disparates, como persona que delira en
-sueños ó que tiene el espíritu distraído á otros asuntos. Todo esto
-deleitaba á Costancita; la hacía feliz. El General era tan vano, que
-jamás había tenido celos de nadie, y menos aún del Doctor, á quien
-siempre había mirado como á un pariente pobre, á quien daban algún
-amparo en aquella casa y á quien á veces convidaban á la mesa como para
-ejercer la obra de misericordia de dar de comer al hambriento. Ahora el
-General las estaba pagando todas juntas.</p>
-
-<p>&mdash;Vaya, vaya&mdash;dijo, entre otras sandeces,&mdash;no esperaba yo encontrarme
-aquí en tan buena compañía.</p>
-
-<p>&mdash;Favor que V. me hace, mi General,&mdash;respondió D. Faustino con suma
-modestia.</p>
-
-<p>&mdash;¡Quién lo pensara!&mdash;prosiguió el General.&mdash;¿Hoy no es día de oficina?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, mi General&mdash;respondió el Doctor;&mdash;pero yo he hecho novillos para
-acompañar y entretener un poco á mi primita, que está algo melancólica.</p>
-
-<p>El General, aun reconociendo el candor con que hablaba D. Faustino, se
-sintió aludido sin intención por aquellas palabras. Se creyó el novillo
-más importante de los que el Doctor había hecho, y que entre el Doctor y
-la Marquesa estaban lidiándole.<span class="pagenum"><a name="page_216" id="page_216"></a>{216}</span> Poco faltó para que no rompiese en un
-exabrupto de mal humor. Supo, con todo reportarse.</p>
-
-<p>&mdash;Pues me alegro, amiguito, me alegro. No sabía yo que fuese V. tan
-ameno y divertido.</p>
-
-<p>&mdash;Lo es, y mucho&mdash;exclamó Costancita antes que el Doctor replicase.&mdash;V.,
-mi general, no conoce á mi primo ó le ha tratado poco. La suerte le ha
-sido siempre muy adversa, y por eso tiene un empleo de tan corto sueldo
-é importancia; pero no dude V. de que es un hombre de mucho saber y de
-mucho entendimiento y discreción.</p>
-
-<p>&mdash;Mi General&mdash;dijo el Doctor,&mdash;mi prima me quiere demasiado. El afecto
-que me profesa la ciega, sin duda, y la excita á hacer de mí los
-encomios menos merecidos.</p>
-
-<p>&mdash;Crea V., mi General, que no hago sino justicia. Faustino es un hombre
-de los más distinguidos que hay en España; poeta inspirado y elegante,
-filósofo, erudito...</p>
-
-<p>&mdash;No, Costanza, no me avergüences suponiendo en mí prendas y condiciones
-que nadie reconoce sino tú por lo mucho que me quieres, por lo buena é
-indulgente que eres para conmigo.</p>
-
-<p>La Marquesa y el Doctor siguieron así largo rato, elogiándose
-mutuamente, agradeciéndose los elogios y atribuyéndolos todos al cariño
-que recíprocamente se tenían. En esta blanda contienda tomaban<span class="pagenum"><a name="page_217" id="page_217"></a>{217}</span> siempre
-por juez al General, que reventaba de furor, que sentía que iba
-perdiendo los estribos, y que advertía en la punta de su lengua cierta
-comezón de poner como chupa de dómine á ambos primos y de armar allí
-mismo un escándalo soberano. Sin embargo, como no tenía derecho para
-quejarse, como conocía que cualquiera imprudencia suya le haría pasar
-por un hombre brutal y mal educado, por un personaje cómico y por un
-cadete de medio siglo, el General se contuvo de nuevo y dijo con marcada
-ironía:</p>
-
-<p>&mdash;Siento haber llegado en tan mala ocasión. Sin duda que yo, profano en
-la filosofía y en el arte poética, he venido á interrumpir alguna
-lección que el primito estaba dando á V., Marquesa.</p>
-
-<p>&mdash;Mi General&mdash;dijo el Doctor,&mdash;yo soy muy humilde para dar lecciones á
-nadie, y menos á mi prima. ¿Cómo enseñarle la poesía, cuando la poesía
-misma es ella?</p>
-
-<p>&mdash;Aunque disto mucho de ser yo la poesía, mi primo no me daba lección;
-pero si hubiera estado dándomela... (y aquí la Marquesa dulcificó mucho
-la voz y puso en su acento un no sé qué de candoroso y manso, á fin de
-mitigar y embotar la fuerza y la punta que pudiera tener el dardo que
-disparaba); pero si hubiera estado dándomela... V., mi General, no nos
-estorbaba; V. no hubiera perdido nada en recibir... en oir la misma
-lección.<span class="pagenum"><a name="page_218" id="page_218"></a>{218}</span></p>
-
-<p>El General echó de menos su sangre fría; conoció que iba á salir con
-alguna barbaridad si permanecía allí más tiempo, y se levantó furioso.
-Ya no pudo disimular su mal humor, y dijo al despedirse:</p>
-
-<p>&mdash;Yo detesto la poesía, Marquesa: yo soy todo prosa; y como no quiero
-recibir lecciones poéticas ni interrumpir las que á V. da el primito, me
-parece lo mejor eclipsarme. Á los pies de V.</p>
-
-<p>D. Faustino se levantó de su asiento para despedir al General con toda
-cortesía, haciéndole una respetuosa reverencia.</p>
-
-<p>&mdash;Beso á V. la mano,&mdash;le dijo el General.</p>
-
-<p>&mdash;Mi general, beso á V. la suya,&mdash;le contestó D. Faustino.</p>
-
-<p>&mdash;Vaya V. con Dios, mi General&mdash;dijo Costancita con tono melífluo y
-conciliante, como para aplacar un poco la tempestad que había
-levantado.&mdash;Veo que está V. algo nervioso hoy, y un si es no es
-disgustado de la poesía. Espero que no duren el mal humor y el disgusto,
-y deseo que, si persevera V. en aborrecer la poesía, me considere y
-tenga por prosa, para que siga estimándome y queriéndome.</p>
-
-<p>Al decir esto, alargó lánguida y graciosamente su blanca y linda mano al
-General, quien no pudo menos de tomarla.</p>
-
-<p>En seguida se fué el General, reconociendo en<span class="pagenum"><a name="page_219" id="page_219"></a>{219}</span> su interior que lo más
-atinado era irse, suspirando por las edades prehistóricas, ó ya que no,
-por los siglos bárbaros, y renegando de lo que llaman <i>conveniencias</i>
-sociales, que no le habían consentido desahogarse, cuando no diciendo
-cuatro frescas á Costancita, porque no era él muy listo de lengua,
-rompiendo en la cabeza del Doctor la mitad de los chirimbolos y
-baratijas que había en aquel <i>boudoir</i>, que tan de veras merecía
-entonces su nombre, con arreglo á la etimología.</p>
-
-<p>Claro está, y esto lo comprendía Costancita mejor que nadie, que el
-General, por más deseos que tuviera de vengarse, no se había de allanar
-á provocar á un lance al pobrecillo empleado de catorce mil reales, ni
-mucho menos había de divulgar lo ocurrido para convertirse en la fábula
-de Madrid, haciendo saber que Costancita le había plantado y despreciado
-por semejante trasto, que así llamaba el General á D. Faustino allá en
-el fondo de su corazón.</p>
-
-<p>Costancita, no bien sintió que el General había salido de su casa, se
-acordó de su primera juventud y de la franqueza y naturalidad de
-Andalucía; olvidó por completo su papel de gran señora; volvió á ser la
-muchacha traviesa y alegre, y aflojó la rienda á la risa, que hasta allí
-había tenido refrenada con el freno de la circunspección, y que brotó á
-carcajadas entonces.<span class="pagenum"><a name="page_220" id="page_220"></a>{220}</span></p>
-
-<p>El Doctor siguió haciendo el segundo papel en aquel dúo jocoso; y se rió
-también con toda el alma.</p>
-
-<p>Después se miraron ambos con gran seriedad, con fijeza y por un
-movimiento involuntario. Fué una serie de mutuas interrogaciones,
-instintivas y mudas á par de elocuentes, ya que no podían ni debían
-expresarse con palabras.</p>
-
-<p>El interrogatorio, no obstante, estaba claro, patente á los ojos del uno
-y del otro, como si le tuvieran escrito. Contenía, entre otras, las
-siguientes preguntas:</p>
-
-<p>¿Hasta qué punto debemos creer lo que sin duda ha creído de nosotros el
-General?</p>
-
-<p>¿Qué iba de chanzas y qué iba de veras en esto que hemos hecho para
-zapearle?</p>
-
-<p>En suma, ¿nos amamos? Y si nos amamos, ¿cómo nos amamos?</p>
-
-<p>La contestación que ambos dieron al interrogatorio inefable fué bajar
-los ojos y ponerse más colorados que cuando entró el General.</p>
-
-<p>Hubo tres ó cuatro minutos, largos como horas, de peligrosísimo
-silencio.</p>
-
-<p>La silla del Doctor continuaba tan próxima como antes al sofá en que
-estaba Costancita.</p>
-
-<p>El Doctor, casi maquinalmente, volvió á tomarle la mano. Ella volvió á
-dejársela abandonada.</p>
-
-<p>Volvió el Doctor á cubrirla de besos; pero estos<span class="pagenum"><a name="page_221" id="page_221"></a>{221}</span> besos, después del
-interrogatorio, tenían otra significación y otro valer.</p>
-
-<p>Costancita retiró su mano bruscamente, y dijo, sin marcada angustia ni
-vehemencia de ningún género, pero con digna entereza y con toda la
-frialdad grave que le fué posible afectar:</p>
-
-<p>&mdash;Vete, Faustino, vete; seamos buenos amigos.</p>
-
-<p><i>El seamos buenos amigos</i> sonó en los oídos del Doctor con son vago é
-incierto entre súplica y mandato; pero el sentido de la frase se había
-hecho clarísimo en el modo de pronunciarla. Era una prohibición, era una
-limitación, y no una excitación: equivalía á decir <i>no seamos más que
-amigos buenos</i>.</p>
-
-<p>El Doctor era bastante serio y delicado para comprender toda la gravedad
-de aquellas palabras de su prima.</p>
-
-<p>Se levantó, tomó su sombrero, y dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Adiós, primita.</p>
-
-<p>Ya había vuelto la espalda, ya estaba cerca de la puerta, ya iba á
-salir, cuando se volvió atrás. Costancita estaba silenciosa. Se acercó á
-ella el Doctor, y repitió, con tono entre resignado, humilde y
-agradecido á la vez:</p>
-
-<p>&mdash;Seamos buenos amigos.</p>
-
-<p>Al mismo tiempo alargó la mano á su prima como signo y prenda de aquella
-amistad pura. Costancita dió su mano, tan blanca, tan suave,<span class="pagenum"><a name="page_222" id="page_222"></a>{222}</span> tan bien
-formada. El Doctor no pudo menos de besársela nuevamente, con un respeto
-santo y casto, pero bajo el cual hubo ella de percibir el ardor
-apasionado y duramente reprimido de los labios amorosos.</p>
-
-<p>Luego, como si contrarrestase y venciese una fuerza invencible, que á
-pesar suyo le detenía, el Doctor salió algo precipitadamente de la
-estancia.</p>
-
-<p>Desde aquel día no volvió el General á aparecer en casa de la Marquesa
-de Guadalbarbo sino en los días de recepción y en las noches de
-tertulia. Levantó el sitio de la plaza; calló á todo el mundo el motivo;
-tuvo el buen gusto de no mostrarse muy enojado, y acudió de nuevo á
-consolarse con Rosita, donde halló fácil y pronto perdón de sus
-extravíos.</p>
-
-<p>El Doctor, por su parte, no persistió tampoco en hacer novillos á la
-oficina ó secretaría, y en venir á ver á la Marquesa de mañana; pero
-siguió yendo á su tertulia, y á comer una vez por semana á su mesa.</p>
-
-<p>Aquellos amores, medio reanudados entre ambos después de diez y siete
-años de interrupción, debían concretarse y cifrarse en un sentimiento
-sublime, platónico, purísimo, por respeto al generoso Marqués, que tanto
-los quería, á él como primo y como amigo, y como esposa á ella. Así
-pensaba Costancita. Así pensaba también el Doctor.<span class="pagenum"><a name="page_223" id="page_223"></a>{223}</span> Sin confiarse estos
-pensamientos, sin ponerse de acuerdo en nada, se diría que se habían
-entendido. Los dos conocían el peligro de verse á solas. Los dos le
-evitaban. Pero viéndose en presencia del Marqués, hablándose tal vez
-algunas palabras aparte cuando lo consentía la sociedad que los rodeada,
-mirándose, estimándose cada vez más, hasta por este heroico sacrificio y
-por esta noble conducta, el afecto de Costancita acabó por trocarse en
-adoración hacia su primo, y la adoración del Doctor por Costancita se
-hizo más ferviente y ciega.</p>
-
-<p>De esta suerte pasó más de un mes, y no fué chico milagro, sin que el
-Doctor y Costancita se encontrasen solos. Al cabo, no obstante,
-aconteció lo que no podía menos de acontecer. No hay para qué culpar ni
-al destino, ni al diablo, ni á nadie. ¿Qué cosa más natural que un
-primo, que entraba con tanta confianza en aquella casa, hallase una
-noche sola á la Marquesa? La Marquesa estaba un poco mala de los nervios
-y se había negado á recibir. Los criados entendieron que la orden no
-rezaba con primo tan querido, é introdujeron al Doctor en el <i>boudoir</i>
-que ya conocen nuestros lectores. El Marqués había salido. Eran las once
-de la noche. Sabido es que en Madrid se vela mucho y recibe hasta muy
-tarde.</p>
-
-<p>Á pesar del calor de la estación, el balcón estaba<span class="pagenum"><a name="page_224" id="page_224"></a>{224}</span> cerrado, de modo que
-la soledad era completa y segura. Del cuarto del tocador contiguo, cuya
-puerta de comunicación aparecía abierta, entraba un dulce vientecillo
-fresco, porque allí estaba de par en par el balcón, que daba sobre el
-jardín.</p>
-
-<p>Costancita se encontraba en el mismo sitio que el día del mal rato que
-ambos dieron al general Pérez. Ella, á causa de su indisposición, no se
-había vestido para comer, y tenía traje de mañana, tan elegante como
-sencillo. Sus hermosos cabellos desordenados la hacían más bonita é
-interesante, y mostraban que había estado recostada y que acababa de
-incorporarse y sentarse para recibir al Doctor.</p>
-
-<p>Estas circunstancias casuales contribuyeron á que la conversación fuese
-más amistosa y más íntima. Hablaron de todo; pero, sin quererlo,
-procurando evitarlo ambos, acabaron por hablar de ellos mismos.
-Costancita dió ocasión, lamentando involuntariamente los cortos medros y
-adelantos del Doctor en carrera y fortuna.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué quieres?&mdash;dijo D. Faustino.&mdash;En mí se cumple el refrán que dice:
-<i>quien mucho abarca, poco aprieta.</i> No hay ambición que yo no haya
-tenido. Por eso no he visto satisfecha ninguna. Mi espíritu ha divagado,
-se ha distraído en cuantos objetos hay, no con el vuelo recto y firme
-del águila, sino con el revolotear incierto y vacilante<span class="pagenum"><a name="page_225" id="page_225"></a>{225}</span> del estornino.
-Mi voluntad marchita no ha sabido perseguir cosa alguna con energía. No
-extrañes que esté tan poco medrado. Me faltan los dos resortes más
-poderosos: el amor y la fe en algo fuera de mí.</p>
-
-<p>&mdash;¿No amas, no crees en nada? Dios mío, ¡qué horror!</p>
-
-<p>&mdash;Hablo de las cosas de esta vida.</p>
-
-<p>&mdash;Menos mal; pero aun así es espantoso. ¿Con que no amas á nadie?</p>
-
-<p>&mdash;He querido amar, he amado; pero el desdén ha muerto al amor. Hace
-algunos días he sentido dentro de mi alma como una gloriosa resurrección
-del amor. ¿Volverá el desdén á matarle?</p>
-
-<p>&mdash;Si amas de veras, como creo&mdash;respondió Costancita, hablando muy
-pausadamente y como si le costase trabajo y vergüenza hablar, y como si
-midiese y pesase las palabras para no decir demasiado, y diciéndolo, no
-obstante, sin poderlo evitar;&mdash;si amas de veras, ¿quién podrá
-desdeñarte? El poeta lo ha dicho:</p>
-
-<p>Amor a nullo amato amar perdona.</p>
-
-<p>&mdash;Además, cuando el que ama vale lo que tú vales, el amor debe ser
-poderoso, incontrastable como la muerte.</p>
-
-<p>&mdash;El poeta dijo una falsedad&mdash;contestó D. Faustino;&mdash;ó si es su
-sentencia regla verdadera, yo soy la excepción de la regla. Costanza,
-recuérdalo, yo<span class="pagenum"><a name="page_226" id="page_226"></a>{226}</span> te amé en otro tiempo y tú no me amaste. Ahora te amo
-más. ¿Me amas?</p>
-
-<p>La Marquesa se arrepintió de sus palabras y se llenó de espanto al oir
-las de su primo, y al notar el fervor con que las pronunciaba. Sintió
-que una fuerza magnética, un poder de atracción superior á todo la
-llevaba hacia su primo; pero lo criminal, lo indigno, lo vilmente
-ingrato de engañar al Marqués de Guadalbarbo no se le ocultaba; surgía
-ya en el seno de su atribulada conciencia como un remordimiento.</p>
-
-<p>&mdash;Faustino&mdash;dijo con acento sumiso y triste,&mdash;yo hice mal, hice una
-villanía, fuí una miserable no amándote entonces. No exijas de mí que
-sea más miserable y más villana amándote ahora.</p>
-
-<p>&mdash;Yo nada exijo, Costanza. El amor no se impone. Si depende de tí el no
-amarme, no me ames. Yo te amo; yo muero de amor por tí.</p>
-
-<p>El Doctor cayó de rodillas á los pies de la Marquesa.</p>
-
-<p>&mdash;Levántate, tranquilízate. ¡Jesús, Dios mío! ¡Qué locura! ¡Alguien
-puede venir!</p>
-
-<p>&mdash;¡Ámame!</p>
-
-<p>&mdash;Ten piedad. Déjame. Huye de aquí. ¿Qué va á ser de nosotros, santos
-cielos?</p>
-
-<p>&mdash;Ámame, Costanza.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah, sí... te amo!</p>
-
-<p>El Doctor ciñó en un abrazo febril el cuerpo de<span class="pagenum"><a name="page_227" id="page_227"></a>{227}</span> la Marquesa, que cedía
-rendida y desfallecida. Sus labios se unieron.</p>
-
-<p>De repente exhaló ella un grito ahogado, y poniendo ambas manos en el
-pecho del Doctor, le rechazó con violencia.</p>
-
-<p>&mdash;¡Estoy perdida!&mdash;dijo con voz tan baja y tan intensa, que más que
-oirlo pudo adivinarlo el Doctor.</p>
-
-<p>La pasión sincera y vehemente los había apartado á ambos del mundo
-exterior; los había hecho insensibles á cuanto los rodeaba; habían
-estado incautos, imprevisores, imprudentísimos, locos.</p>
-
-<p>No habían sentido llegar al Marqués de Guadalbarbo. El Marqués de
-Guadalbarbo acababa de entrar en el saloncito.</p>
-
-<p>El Doctor y la Marquesa se repusieron y tomaron la conveniente actitud;
-pero ¡qué desorden moral en la mente del uno y de la otra! ¡Qué
-consternación y qué vergüenza no se pintaba en sus semblantes!</p>
-
-<p>En cambio, el Marqués mostraba en el suyo la misma serenidad, la misma
-satisfacción de siempre. ¿Habría hecho un milagro el demonio? ¿Habría
-puesto una nube ante los ojos del Marqués para que nada viese?</p>
-
-<p>La esperanza es el último consuelo del corazón más lacerado, y
-Costancita, al reparar lo sereno que su marido estaba, no perdió la
-esperanza.<span class="pagenum"><a name="page_228" id="page_228"></a>{228}</span></p>
-
-<p>&mdash;Niña, hija querida&mdash;dijo el Marqués, llamando á su mujer con los
-mismos términos de siempre, donde iban expresados el amor que la tenía y
-la diferencia de edad,&mdash;¿estás mejor de salud? Me tenías con cuidado y
-he querido pasar por casa antes de ir al Ministerio de Hacienda. Quiero
-saber cómo te encuentras antes de salir de nuevo... ¡Hola, Faustino! ¿Tú
-por acá?</p>
-
-<p>Y el Marqués estrechó la mano del Doctor, que se la dió avergonzado y
-casi convulso.</p>
-
-<p>La Marquesa dijo tartamudeando, trabándosele la lengua, como si tuviera
-un nudo en la garganta:</p>
-
-<p>&mdash;Estoy bastante mejor.</p>
-
-<p>D. Faustino, aterrado, nada dijo.</p>
-
-<p>Ó el Marqués no había visto nada, ó no había querido ver nada, ó tuvo
-piedad del martirio, del miedo, de la postración humillante de aquellos
-infelices.</p>
-
-<p>El Marqués dijo que el Ministro de Hacienda le aguardaba, y se volvió á
-la calle.</p>
-
-<p>D. Faustino y Costancita se quedaron solos de nuevo. Ambos, aunque
-apasionados, distaban mucho de estar pervertidos. El terror de ellos no
-era, pues, por el peligro que acababan de correr; era por la conciencia
-de su pecado. Aquel abrazo y aquel beso habían sido un hurto infame. La
-honra, el amor, la confianza generosa del padre de sus hijos, todo había
-sido ofendido por la Marquesa. El<span class="pagenum"><a name="page_229" id="page_229"></a>{229}</span> Doctor había hecho traición al amigo
-leal, al que más le quería y le estimaba; había intentado robarle su más
-preciado tesoro. Al ser sorprendidos ambos, la cobardía de los
-delincuentes se había pintado en sus rostros, se había revelado en sus
-ademanes. Ambos se habían visto y estaban avergonzados de haberse visto.
-Este sentimiento de su común indignidad y humillación en presencia del
-Marqués pudo más entonces que todo recelo y que el ansia de precaverse
-para lo futuro, ó de remediar, si era posible, el mal causado ya. Apenas
-tuvieron palabras con que hablarse y entenderse.</p>
-
-<p>Largo rato permanecieron mudos.</p>
-
-<p>&mdash;Vete ya. Vete. ¡Estoy perdida!&mdash;dijo ella al fin...</p>
-
-<p>&mdash;¿Quién sabe?&mdash;se atrevió á contestar el Doctor.&mdash;Quizás él no ha visto
-nada. De seguro... no ha visto nada... El cielo nos ha protegido.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué horrible blasfemia! El infierno... tal vez.</p>
-
-<p>&mdash;Sea el infierno, en buen hora, con tal de que tú no pierdas.</p>
-
-<p>&mdash;Faustino, vete, déjame; me haces daño en el alma,&mdash;exclamó la
-Marquesa, llena de disgusto y angustia.</p>
-
-<p>El Doctor tomó su sombrero, y silencioso, á paso lento, cabizbajo y
-pensativo, salió del salón y de la casa.</p>
-
-<p>Tristes pensamientos y desatinadas medidas iba barajando en su cabeza
-conforme seguía maquinalmente<span class="pagenum"><a name="page_230" id="page_230"></a>{230}</span> por las calles su acostumbrado camino.</p>
-
-<p>&mdash;¿Si lo sabrá el Marqués?&mdash;se preguntaba.&mdash;Es imposible que no lo haya
-visto todo. ¿Qué había de hacer sino disimular ó matarnos allí? Por eso
-disimuló... pero ¿con qué propósito? ¿Irá á vengarse en ella? Yo debo
-evitarlo. Yo debo defenderla.</p>
-
-<p>Luego, harto más abatido, daba el Doctor otro giro á su soliloquio, y se
-decía:</p>
-
-<p>&mdash;Soy un miserable de la peor condición y especie. Carezco del amor, de
-la energía suficiente para ser virtuoso, para no hacer nada que no pueda
-sostenerse y defenderse á cara descubierta y con la conciencia
-tranquila, hasta en la presencia del mismo Dios, y me faltan bríos y me
-sobran atolondramiento, torpeza y flojedad de ánimo para cometer un
-delito hábilmente, para ser diestro y sereno y valeroso en el pecado.
-Esta enervación de mi carácter me hace feliz y me lleva á hacer
-infelices á cuantas personas he querido.</p>
-
-<p>Así iba discurriendo el Doctor cuando, al volver una esquina se le
-acercó un hombre. Al punto reconoció al Marqués de Guadalbarbo.</p>
-
-<p>&mdash;Te estaba aguardando. Sígueme,&mdash;le dijo el Marqués.</p>
-
-<p>El Doctor le siguió sin contestar.</p>
-
-<p>Á corta distancia de allí se encontraron parado el coche del Marqués.<span class="pagenum"><a name="page_231" id="page_231"></a>{231}</span></p>
-
-<p>&mdash;Sube,&mdash;dijo éste al Doctor, y el Doctor entró en el coche.</p>
-
-<p>En seguida entró el Marqués y se sentó á su lado, diciendo al lacayo:</p>
-
-<p>&mdash;¡Á la quinta!</p>
-
-<p>Los caballos tomaron el trote y empezó á rodar rápidamente el carruaje.</p>
-
-<p>Silencio profundo entre los dos viajeros.</p>
-
-<p>El Doctor había conocido que el Marqués lo sabía todo, y juzgaba de su
-deber darle la satisfacción que quisiese. Por un instante pasó por la
-mente del Doctor la idea de si querría asesinarle el Marqués; pero le
-pareció que, si bien estaba en su derecho, no podrían ser tales sus
-intenciones. El Doctor se llenaba de sonrojo sólo de figurarse que
-preguntaba al Marqués: «¿Qué quieres? ¿Qué pretendes hacer conmigo?»
-Callóse, pues, y se dejó conducir á la quinta sin decir palabra.</p>
-
-<p>Llegaron á la quinta, que está á media legua de Madrid; entraron en
-ella; hizo el Marqués encender luces en un salón que le servía de
-despacho en el piso bajo, y penetró allí solo con Don Faustino, cuando
-se retiró el único criado que había.</p>
-
-<p>El Marqués abrió un armario, sacó del armario una caja, y de la caja un
-par de pistolas, que puso sobre el bufete. Luego rompió el silencio,
-dirigiéndose á D. Faustino, y dijo con la misma calma que si dijese
-«buenas noches»:<span class="pagenum"><a name="page_232" id="page_232"></a>{232}</span></p>
-
-<p>&mdash;Tú eres un ladrón, á quien puedo matar como á un perro. Me has robado
-lo que más amaba; has abusado de mi confianza; has hecho traición á mi
-amistad. Quiero, no obstante, matarte cara á cara y con armas iguales.
-Lo que no quiero es que nadie se entere de que yo soy quien te mato, ni
-que nadie sospeche por qué te mato. Esto sería publicar mi deshonra, la
-de mi mujer y la de mis hijos. Menester es que falten aquí los testigos
-y requisitos de un duelo. No tendremos más testigos que Dios. Mis
-criados se guardarán bien de decir nada, si de algo se enteran. El
-lacayo y el que cuida esta casa son dos ingleses muy sigilosos, muy
-fieles y que me sirven años há. Coge una de esas pistolas; yo tomaré la
-otra.</p>
-
-<p>El Doctor tomó instintivamente una de las dos pistolas, al ver que el
-Marqués se disponía también á tomar una. El acto de armarse fué, pues,
-casi simultáneo. El Doctor no sabía qué decir, y nada decía.</p>
-
-<p>&mdash;Ahora&mdash;prosiguió el Marqués,&mdash;vendrás conmigo,&mdash;y abrió una puerta que
-daba á los jardines.</p>
-
-<p>Todo estaba solitario. La luna alumbraba bastante. Antes de salir añadió
-el marqués:</p>
-
-<p>&mdash;Voy á llevarte lejos de aquí, porque los jardines son grandes. Los
-criados así quizás no oigan los tiros. Cuando lleguemos al lugar
-conveniente, nos colocaremos á treinta pasos de distancia, que<span class="pagenum"><a name="page_233" id="page_233"></a>{233}</span> yo
-mediré. Luego montaremos las armas. Cuando yo diga <i>¡ya!</i> marcharemos el
-uno contra el otro. Cada cual podrá disparar cuando guste. Si tiras
-bien, puedes adelantarte. Si no te fías de tu tino, aguarda hasta
-ponerme en el pecho ó en una sien la boca de la pistola.</p>
-
-<p>El Marqués, terminado este breve discurso, echó á andar, seguido por D.
-Faustino. Pasaron por un hermoso bosque, y llegaron, por último, á un
-sitio llano y sin árboles, junto á las mismas tapias que cercan la
-posesión.</p>
-
-<p>D. Faustino quiso entonces hablar; pero como no juzgaba decoroso tratar
-de disculparse, ni justo jactarse y gloriarse de la injuria que había
-hecho, se limitó á decir:</p>
-
-<p>&mdash;Costanza es inocente.</p>
-
-<p>&mdash;Lo sé&mdash;contestó el Marqués:&mdash;por eso no me vengo de ella, sino de tí.</p>
-
-<p>Midió el Marqués los pasos. D. Faustino se puso en un extremo y él en
-otro.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ya!&mdash;exclamó el Marqués no bien montó su pistola y advirtió que el
-Doctor había también montado la suya.</p>
-
-<p>Ambos marcharon el uno contra el otro. El Marqués tenía fama de buen
-tirador, y alguna confianza en su puntería. Por lo mismo, aunque
-injuriado, sentía remordimiento en la conciencia de abusar de su ventaja
-si disparaba desde luego.<span class="pagenum"><a name="page_234" id="page_234"></a>{234}</span></p>
-
-<p>Más de la mitad de la distancia que los separaba habían andado ya.
-Estarían á unos catorce ó quince pasos el uno del otro. D. Faustino
-seguía marchando sin disparar. El instinto de conservación y el recelo
-de que se le frustrase la venganza conmovieron el corazón del Marqués.
-Conoció que latía su pecho con violencia, y que su pulso agitado hacía
-que temblase ligeramente su diestra. No pudo contenerse más. El Marqués
-disparó. Al punto advirtió una súbita vacilación en D. Faustino; pero
-pasó en seguida, y D. Faustino siguió avanzando con firmeza, con la
-pistola montada y apuntada contra su adversario.</p>
-
-<p>El Marqués no se explicaba su falta de tino; pero estaba ya casi seguro
-de haber dejado ileso al Doctor. Del fondo de su alma nacían la
-desesperación y el abatimiento. Su deber, no obstante, era continuar
-acercándose á la persona en cuyas manos estaba su vida.</p>
-
-<p>Pronto llegó el Doctor junto al Marqués. En el rostro del Doctor,
-iluminado por la luna, había una profunda y bella expresión de tristeza;
-pero aquel rostro era terrible, espantoso para el Marqués en aquel
-momento.</p>
-
-<p>D. Faustino puso la boca de su pistola casi sobre el pecho del Marqués y
-le miró fijamente. Fué obra de un instante, si bien al Marqués le
-pareció aquel instante un siglo.<span class="pagenum"><a name="page_235" id="page_235"></a>{235}</span></p>
-
-<p>El filósofo entonces hubo de pensar á escape en todas sus filosofías. Se
-había sometido, se había resignado al duelo á muerte, por no hallar
-medio decoroso, decente y natural de no aceptarlo. Pero, ya cumplida la
-que juzgó extraña y penosa obligación impuesta por la sociedad, y
-ocasionada por un beso y un abrazo apretadísimo, dados con tan pocas
-precauciones, ¿qué ganaba D. Faustino en matar á aquel pobre viejo, á
-quien había hecho horriblemente desgraciado? Tal vez el Marqués,
-imaginaba además el Doctor, no le había llevado allí por rencor ni con
-saña, sino para cumplir con un deber, del que él presumía que estaba
-pendiente su honra. Todo cumplido, todo consumado ya, acortar la vida de
-aquel hombre, darle allí la muerte, era una barbaridad inútil. Por otra
-parte, el Doctor, aunque por discurso sabía lo poco que vale la vida, la
-respetaba por un invencible sentimiento; el atentar contra la de nadie
-le parecía la mayor de las faltas; le parecía uno de aquellos pecados de
-que él no sabría absolverse jamás. Tales fueron las ideas que se
-agolparon en tumulto en su mente.</p>
-
-<p>El Doctor tiró lejos de sí la pistola, que se disparó al caer en el
-suelo, de la manera más inofensiva.</p>
-
-<p>Luego exclamó el Doctor:</p>
-
-<p>&mdash;¡Ay Dios mío!<span class="pagenum"><a name="page_236" id="page_236"></a>{236}</span></p>
-
-<p>Y cayó de espaldas por tierra, como cogido por un desmayo.</p>
-
-<p>El Marqués se precipitó á levantarle, y al poner las manos sobre su
-cuerpo, advirtió que estaba bañado en sangre.</p>
-
-<p>&mdash;¡Mi bala le había tocado! ¡Está herido!... La herida tal vez es
-mortal... Es en el pecho... ¡Maldito sea!...</p>
-
-<p>El Marqués, al decir estas frases entrecortadas, no sabía á quién
-maldecir, no sabía á quién echar la culpa de todo. Él, que medio minuto
-antes estaba desesperado de no haber herido ó muerto á D. Faustino,
-estaba ahora desesperado de haberle herido. Él, que se había previamente
-complacido en el misterio de aquel lance, se olvidó del misterio y
-empezó á dar voces, pidiendo socorro á sus criados. Como no lo oían,
-corrió hacia la casa, gritando como un loco:</p>
-
-<p>&mdash;¡Pedro! ¡Tomás! ¡Pronto... aquí!</p>
-
-<p>Los criados al cabo acudieron.</p>
-
-<p>Don Faustino había recibido un balazo en el pecho, que le había
-atravesado, saliendo la bala por la espalda.</p>
-
-<p>El Marqués, con ayuda de sus criados, le puso vendas para contener la
-hemorragia, y le llevó en su coche, á todo galope de sus caballos, desde
-la quinta á la casa de huéspedes donde moraba.</p>
-
-<p>El Marqués hizo llamar al médico de toda su<span class="pagenum"><a name="page_237" id="page_237"></a>{237}</span> confianza. Vió el médico la
-herida, y dijo que tal vez no era de peligro, que tal vez no era mortal;
-que la bala había entrado por el lado derecho; que sin ahondar había
-pasado de través, y que acaso no había tocado el pulmón ni roto ningún
-vaso importante. La pérdida de sangre había sido muchísima; pero esto
-mismo, aunque debilitaba al enfermo, podría valerle por otra parte, á
-fin de evitar que sobreviniesen una gran inflamación y mayor calentura.</p>
-
-<p>El Marqués de Guadalbarbo, dejando muy encomendado á su médico y al ama
-de la casa de huéspedes el cuidado del enfermo, se retiró entonces á su
-casa, con la esperanza de que D. Faustino sanaría pronto.</p>
-
-<p>Como el lector recordará, el Marqués había dicho al Doctor que creía
-inocente á Costancita; pero esto lo dijo por orgullo. El no era ciego, y
-había visto perfectamente lo ocurrido. Cuando riñó á balazos con el
-Doctor, creía á su mujer tan culpada como al Doctor mismo. Por desgracia
-ó por fortuna, hay casos inexplicables en el seno del hogar doméstico.
-En lo más recóndito y sagrado de dicho hogar ocurren lances, se ofrecen
-fenómenos psicológicos, que no hay sabio que explique, ni poeta que
-pinte con todos sus curiosos é indescriptibles pormenores. Ello es que
-de la entrevista y larga conferencia que en aquella noche tuvo el
-Marqués<span class="pagenum"><a name="page_238" id="page_238"></a>{238}</span> con Costancita, Costancita salió para él, en su concepto, tan
-pura, tan inocente, tan impecable como antes. Poco á poco se fueron
-trocando y modificando los recuerdos del Marqués, y las impresiones de
-sus sentidos ofuscados sufrieron la debida rectificación y razonable
-enmienda. El abrazo le pareció que había sido menos estrecho, muchísimo
-menos amante y desmedidamente mucho más respetuoso. La actitud de
-Costancita se transfiguró en la memoria del Marqués, y la vió resistente
-en lugar de verla rendida, y víctima en lugar de verla cómplice. Los
-labios del Doctor, en la misma tabla ó pintura de la memoria del
-Marqués, fueron subiendo poco á poco, desde la boca de Costancita, donde
-estaban antes, hasta tocar con suma ligereza su frente, de la cual casi
-no sintieron el calor y la aterciopelada blandura de la blanca tez, sino
-lo frío é inanimado de algunos ricillos crespos que por allí medio la
-cubrían ó velaban.</p>
-
-<p>El hecho mismo de haber sorprendido á los dos probaba lo impremeditado,
-lo falto de malicia que todo había sido. Á buen seguro que sorprendan
-nunca los maridos á... y el Marqués se citaba una retahila de nombres
-propios de lindas damas, y se gozaba un tanto al considerar la
-diferencia de destino que había entre él y aquellos otros maridos. Al
-Doctor, á cuya generosidad debía infinito, también le disculpaba un
-poco.&mdash;¡Qué diantre!&mdash;se<span class="pagenum"><a name="page_239" id="page_239"></a>{239}</span> decía allá en sus adentros.&mdash;¡Ella es tan
-guapa.... tan seductora, sin querer! ¡Y el pobrecillo, que debió casarse
-con ella, es tan desgraciado!&mdash;Reducido ya el suceso á proporciones
-mínimas, el Marqués le buscaba causas hasta cierto punto plausibles. El
-parentesco cercano, los recuerdos poéticos de la primera juventud, un
-ligero desagravio de las calabazas crueles, recibidas hacía diez y siete
-años... Luego pensaba en las consecuencias para lo futuro, dado que se
-salvase la vida del Doctor, como deseaba, y todo se convertía en una
-adoración mística, en una idolatría sublime, en un petrarquismo
-archiespiritual. Admirábase entonces el Marqués de la entereza de su
-mujer y de su virtud y constancia. Pasaba en revista á todos los
-adoradores que le había conocido, y hallaba más de una docena
-guapísimos, elegantes, primorosos, deseabilísimos... y casi se le
-saltaban las lágrimas de gozo y gratitud al considerar que á todos los
-había despreciado ella por amor suyo, haciendo de él uno de los hombres
-más dignos de envidia que sustenta sobre su corteza este vasto globo que
-habitamos. Diez y siete años de fidelidad, de virtud á prueba de bomba,
-eran una garantía de las más sólidas. Pensaba, por último, el Marqués en
-sus hijos, á quienes quería entrañablemente, y se alegraba de poder
-echar la absolución y la bendición á la hermosa criatura que se<span class="pagenum"><a name="page_240" id="page_240"></a>{240}</span> los
-había dado, llevándolos antes en su seno. Exageraba, encarecía la
-vehemencia y delicadeza de Costancita, y se arrepentía de haber estado
-tan brutal. Temblaba como un azogado al presumir que ella pudiera
-enfermar con los disgustos que acababa de darle. Recordaba los cuidados,
-los mimos, las regaladas dulzuras con que le arrullaba y encantaba
-siempre Costancita. ¿Cómo romper con ella? ¿Cómo privarse de tanto bien?
-Se moriría el Marqués de pena. Lo que es Costancita, tan pundonorosa,
-tan llena de orgullo, tan noble, se moriría también de sonrojo. ¿Y por
-qué no de pena, como él? ¡Si Costancita le amaba!... Cierto que él
-estaba ya viejecillo y estropeado; pero el alma no envejece, y las
-mujeres en general, y Costancita singularísimamente, son mil veces más
-espiritualistas que los hombres en esto de los amores.</p>
-
-<p>Por medio de tales y de otros parecidos razonamientos, el enojo del
-Marqués fué trocándose en blandura y en indulgencia, y se sintió
-inclinado á perdonar. Al perdón dado sucedieron otros razonamientos más
-amorosos y tiernos aún, y el perdón dado se transformó en perdón pedido.
-Costancita estuvo magnánima. Perdonó al fin al Marqués el que hubiese
-dudado de ella; y majestuosa, después de dar su perdón, subió de nuevo
-al pedestal de oro aquella diosa de la castidad, de<span class="pagenum"><a name="page_241" id="page_241"></a>{241}</span> la hermosura y de
-la elegancia. El Marqués volvió á encontrarse tan contento, tan dichoso
-y tan satisfecho como antes.</p>
-
-<p>D. Faustino fué el único que pagó el escote de la función; la única
-hostia sacrificada en el altar de Himeneo, para hacer más propicio á
-este dios é impedir que turbase la felicidad completa de aquella rica,
-ilustre y aristocrática familia.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_242" id="page_242"></a>{242}</span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_243" id="page_243"></a>{243}</span>&nbsp; </p>
-
-<h2><a name="XXX" id="XXX"></a>
-<img src="images/ill_pg_243.png"
-width="500"
-alt="[imagen de una barra decorativa]"
-/><br />XXX.</h2>
-
-<p class="chead">BODAS TRISTES.</p>
-
-<p>Como el Doctor no era personaje político, ni poeta popular y conspicuo,
-pues su grande epopeya estaba por escribir; ni filósofo célebre, porque
-su sistema estaba siempre preparándose, pocos le conocían en Madrid: no
-era sujeto de mucho viso. El lance, además, se había verificado con
-bastante recato. Así es que ni <i>La Correspondencia</i> habló de aquel
-lance. Las personas que le sabían tenían interés en callarle, y le
-callaron.</p>
-
-<p>Los pocos medio ó menos de medio amigos de secretaría ó de la sociedad,
-que estimaban ó querían algo á D. Faustino, vinieron á informarse de su
-salud, y, como se les dijese que el Doctor estaba enfermo de cuidado y
-no se le podía ver, se contentaron con esto y se fueron.</p>
-
-<p>El ama de huéspedes, que quería bien al Doctor, porque el Doctor estaba
-amable con ella, aunque era vieja y fea, se mostró dispuesta á cuidarle
-con el mayor esmero.<span class="pagenum"><a name="page_244" id="page_244"></a>{244}</span></p>
-
-<p>El médico se esmeró también, porque el espléndido Marqués de
-Guadalbarbo, su patrono, le recomendó mucho á aquel enfermo.</p>
-
-<p>Á poco de llegar D. Faustino á su casa y de meterse en la cama, le entró
-la fiebre, mas no con tal violencia que perdiese la cabeza.</p>
-
-<p>Durante todo el primer día que se siguió al duelo, el Doctor mantuvo
-firmes sus facultades mentales.</p>
-
-<p>El Marqués de Guadalbarbo vino dos veces á verle, y se consoló mucho con
-las noticias y pronósticos del médico, que fueron favorables.</p>
-
-<p>D. Faustino tuvo, por último, al anochecer de aquel mismo día, una
-visita muy extraña. Aunque el médico había prohibido con toda severidad
-que entrase nadie á ver al enfermo, el ama de huéspedes no pudo resistir
-á las súplicas, y tal vez á los generosos donativos de una bella dama
-que se empeñó en ver á D. Faustino, á quien, según aseguró, tenía que
-comunicar cosas de suma importancia.</p>
-
-<p>&mdash;Sr. D. Faustino&mdash;dijo el ama de huéspedes, entrando en el cuarto del
-enfermo,&mdash;hay una señora que desea ver á V. ¿Le hará á V. daño su
-conversación? ¿Le digo que entre?</p>
-
-<p>&mdash;¿Quién es?&mdash;preguntó el Doctor alborozado, imaginando que Costancita
-venía á verle.</p>
-
-<p>&mdash;Parece francesa, contestó el ama, y esto confirmó<span class="pagenum"><a name="page_245" id="page_245"></a>{245}</span> más á D. Faustino
-en que era Costancita.</p>
-
-<p>&mdash;¿Ha dicho su nombre? volvió á preguntar el Doctor.</p>
-
-<p>&mdash;Sí señor: se llama Doña Etelvina... no sé cuántos; vamos... un
-apellido de extranjis.</p>
-
-<p>Ya nombre tan novelesco y apellido tan incomunicable hicieron dudar al
-Doctor de que fuese Costancita la visitanta; pero,&mdash;¿quién sabe?&mdash;pensó
-entre sí.&mdash;¿Había de dar Costancita su verdadero nombre á esta
-mujer?&mdash;Tan natural reflexión hizo revivir en su ánimo la esperanza de
-que fuese Costancita.</p>
-
-<p>&mdash;Diga V. á esa señora que pase adelante&mdash;dijo al fin el Doctor.</p>
-
-<p>Doña Etelvina no se hizo aguardar ni medio minuto. En torno suyo se
-difundía una fragancia exquisita á <i>oppoponax</i>, que era entonces el
-perfume más <i>chic</i> y de más alta <i>nouveauté</i> que destilaba por sus
-alambiques <i>The Crown Perfumery Company</i> de Londres. Su traje, su
-sombrerillo, sus movimientos y sus modales, todo era ó aspiraba á ser
-distinguido. Se diría que el último figurín de <i>La Moda Elegante
-Ilustrada</i> había tomado humanas proporciones, se había animado por arte
-mágica y entraba allí de visita. La cara de doña Etelvina parecía ser
-linda y graciosa, á pesar ó á causa del esmalte de cascarilla y de
-carmín extendido artísticamente sobre ella. En el<span class="pagenum"><a name="page_246" id="page_246"></a>{246}</span> borde de los párpados
-llevaba pintadas unas rayas negras, que hacían más rasgados y brillantes
-los hermosos y dulces ojos.</p>
-
-<p>Miró el Doctor fijamente á doña Etelvina y no la reconoció.</p>
-
-<p>Advirtiéndolo ella, dijo con amistoso desenfado, cuando se fué la
-pupilera y quedaron solos:</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué olvidados tiene V. á sus amigos, señor D. Faustino! ¿No se
-acuerda V. de mí?</p>
-
-<p>&mdash;Perdóneme V., señora; pero... francamente... no me acuerdo.</p>
-
-<p>&mdash;Yo soy la antigua doncella de la señora Marquesa de Guadalbarbo. ¿No
-se acuerda V. ahora de Manolilla?</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah, sí!...</p>
-
-<p>&mdash;He tomado el nombre de Etelvina porque el de Manolilla era vulgar y
-prosaico. Serví muchos años á la señora Marquesa; me casé con monsieur
-Mercier, el jefe de su cocina, eminente químico. Luego enviudé, y con
-los ahorros míos y del difunto, que en paz descanse, dejando la casa de
-la señora Marquesa, he puesto tienda de modas. Ya se conoce que el Sr.
-D. Faustino es un filósofo, que no se preocupa de estos negocios de
-<i>cocodetería</i>. Si no, ¿cómo había de ignorar quién es la famosa Etelvina
-Mercier ó la Etelvina á secas? En los círculos aristocráticos no hay
-persona más conocida que yo en el día de hoy. Hago furor. Estoy muy
-<i>recherchée</i>.<span class="pagenum"><a name="page_247" id="page_247"></a>{247}</span></p>
-
-<p>&mdash;Me alegro, me alegro en el alma. ¿Y qué la trae á usted por aquí?</p>
-
-<p>&mdash;Vengo á ver á V. de parte de mi señora. Ella no puede venir. Sería
-comprometerse mucho&mdash;dijo en voz baja Etelvina ó Manolilla.</p>
-
-<p>El Doctor nada contestó y exhaló un suspiro. Doña Etelvina prosiguió:</p>
-
-<p>&mdash;Aquí traigo una carta para V. ¿Podrá V. leerla sin fatigarse?</p>
-
-<p>&mdash;Sí&mdash;respondió el Doctor.</p>
-
-<p>Manolilla entregó la carta, acercó una bujía y el Doctor leyó lo que
-sigue:</p>
-
-<p>«¡Faustino! Sé tu generosidad. ¡Cuánto tengo que agradecerte! La vida
-del padre de mis hijos, mi posición en el mundo, mi honra, todo te lo
-debo. Sin tu generosidad estaría yo viuda y deshonrada, porque el lance
-y las causas del lance, que así es de esperar que queden en el misterio,
-se hubieran divulgado entonces, difamándome y difamando el nombre que
-mis hijos llevan. Si antes te amaba, más te amo hoy. El agradecimiento
-da más fuerza al amor. Aunque mi marido me ha dicho que no tenga
-cuidado, le tengo, y envío á Manolilla, única persona de quien me fío,
-para que me traiga nuevas ciertas de tí. Me es imposible ir yo misma.
-Importa desvanecer toda sospecha. Lo voy consiguiendo; pero paso tan
-aventurado pudiera destruir mi obra. No es por egoismo<span class="pagenum"><a name="page_248" id="page_248"></a>{248}</span> por lo que
-procuro disipar los recelos del Marqués; es por gratitud. Le debo tanto,
-es tan bueno, es tan dichoso con mi amor, le haría yo tan desgraciado si
-le hiciese dudar de él, que la misma bondad de mi corazón me excita al
-disimulo. Dios me lo perdone. Para ello es menester que, ya que nos
-amamos, sea este amor más precavido, más misterioso, más callado que
-hasta aquí, y que sea también de tal suerte, que ni tú ni yo tengamos
-que avergonzarnos de este amor, ni ante el oculto y severo tribunal de
-nuestra conciencia. Amémonos con el amor purísimo de los ángeles.
-Impulsada por él te escribo, porque conozco tus nobles sentimientos,
-considero que estarás inquieto por mí y quiero tranquilizarte. Dios haga
-que mi carta sea bálsamo para tu herida. Dios, que ve la pureza de mis
-intenciones, te dé pronto la salud, como fervorosamente se lo pide tu
-amantísima prima&mdash;<i>Costanza</i>.»</p>
-
-<p>En efecto, la carta tranquilizó al Doctor, que, sobre el dolor físico
-que le causaba su herida, sentía el dolor de haber dado motivo á un
-divorcio. No acertaba á explicarse, le parecía un prodigio que
-Costancita hubiese desvanecido lo que ella llamaba sospechas del
-Marqués.&mdash;¿Qué demonio de <i>sospechas</i>&mdash;se decía el Doctor&mdash;si nos vió y
-de resultas de habernos visto, me ha atravesado el cuerpo con una bala?<span class="pagenum"><a name="page_249" id="page_249"></a>{249}</span></p>
-
-<p>Aquí hemos de confesar que el Doctor hizo además otra reflexión amarga y
-egoísta. Al cabo, aunque era bondadoso, era de carne y hueso como los
-demás mortales. La reflexión fué: «Verdaderamente soy el hombre más
-desgraciado que vive bajo la capa del cielo. Costancita comulga á su
-marido con ruedas de molino y le hace creer lo increíble y negar el
-testimonio de sus propios sentidos; pero esta comunión y esta negación
-llegan tarde para mí. ¡Llegan cuando yo estoy herido!» Al pensar esto,
-el Doctor suspiró con mucha tristeza.</p>
-
-<p>Pronto, no obstante, se mitigó la amargura de aquel pensamiento. El
-Doctor era débil, pero era un bendito. Aunque tenía poca fe, tenía
-muchísima caridad. Fué un consuelo para él la nueva de que Costancita lo
-hubiese arreglado todo con su marido.</p>
-
-<p>En cuanto al amor purísimo de los ángeles, que ella le ofrecía, también
-le pareció cosa de gusto. Para un herido de suma gravedad, desangrado,
-calenturiento, con horribles dolores, no deja de ser un lenitivo
-excelente el amar y el ser amado con el amor purísimo de los ángeles.</p>
-
-<p>Doña Etelvina era una mujer de pro, experimentada y prudente. Como todas
-las mujeres ordinarias que, yendo de un país atrasado como el nuestro,
-pasan algunos años en París ó en Londres ó en ambos puntos, doña
-Etelvina se había hecho<span class="pagenum"><a name="page_250" id="page_250"></a>{250}</span> insufrible de puro denigradora de su patria,
-que consideraba tierra de bárbaros, y de puro fanatismo y admiración por
-los primores y refinamientos ingleses y franceses. Casi todo le parecía
-<i>shocking</i> y grosero en nuestras costumbres. Nuestra lengua no valía
-para <i>causer</i> ni para hacer <i>esprit</i>. Hasta de amor se hablaba mejor y
-con más elegancia en francés ó en inglés que en castellano. <i>I love you,
-je vous aime,</i> eran frases encantadoras, delicadas, mientras que <i>¡te
-amo!</i> ó <i>¡la amo á V.!</i> tenían un énfasis, una hinchazón, una pompa
-inaguantables. Doña Etelvina había adquirido estimación desmedida al
-bienestar material y á los medios de conseguirle; de modo que á Mr.
-Mercier, que no se descuidaba antes, le hizo sisar cuatro veces más
-después del matrimonio. Por último, viéndose ya doña Etelvina tan
-encumbrada y adiestrada en los trotes del <i>fashion</i> y del <i>dandynismo</i>,
-tuvo una idea que la dió sumo tormento. Imaginó que debió y pudo haberse
-casado con algún conde, ó por lo menos con algún caballerito principal,
-y que había hecho una verdadera <i>mésalliance</i> casándose con un cocinero.
-Maldecía á cuantos recordaba que le habían aconsejado que se casase,
-sosteniendo que le habían hecho <i>déchoir</i>, que habían labrado la
-desgracia de su vida. Cuando se casó, era tan inocente, según decía
-ella, que no sabía lo que era matrimonio, y por eso se casó con un
-hombre que<span class="pagenum"><a name="page_251" id="page_251"></a>{251}</span> le doblaba la edad. Aborrecía la mentira, vicio propio de
-los pueblos corrompidos como el español; y como aborrecía la mentira,
-decía con la mayor franqueza al infeliz Mr. Mercier que le detestaba,
-que se avergonzaba de él y que soñaba con un caballerito, que era lo que
-le cuadraba á ella. Mr. Mercier, por no matar á palos á su dulce esposa,
-tomó el recurso de morirse, y pasó á mejor vida. Libre ya doña Etelvina
-de aquel monstruo, se hizo modista, ínterin llegaba la ocasión de
-casarse con un conde y hacerse condesa.</p>
-
-<p>Á pesar de sus perversas cualidades, doña Etelvina adoraba á Costancita.
-El método de la franqueza, tan útil para con Mr. Mercier, no debía
-adoptarse con el Marqués de Guadalbarbo, con quien era indispensable
-cierto disimulo. Doña Etelvina calculó, pues, rápida y fríamente, que
-aquella carta podría comprometer á su ama; que el Doctor podría morirse
-y la gente hallar la carta entre sus papeles. Sin mortificar al Doctor,
-con tino y discreción notables, le sacó la carta de la Marquesa de entre
-las manos y allí mismo la hizo pedazos menudos. Luego se despidió con
-mucha finura y cariño del Doctor y se largó á la calle. Para que
-Costancita no tuviese inútiles pesares, fué á verla en seguida; le dió
-cuenta del cumplimiento de su misión y le aseguró que el primo estaría
-bueno y sano en breve.<span class="pagenum"><a name="page_252" id="page_252"></a>{252}</span></p>
-
-<p>Todavía estaba lleno el ambiente del perfume del <i>oppoponax</i>, cuando
-entró de nuevo el médico en el cuarto del enfermo.</p>
-
-<p>&mdash;Señora Doña Candelaria&mdash;dijo al ama de huéspedes,&mdash;¿qué peste es ésta?
-¿Á qué demonios hiede? ¿Quién ha entrado aquí? ¿Van ustedes á matar á
-este desgraciado?</p>
-
-<p>Doña Candelaria, apurada por el médico, confesó de plano, y dijo la
-visita de doña Etelvina, por más que el Doctor le hacía señas para que
-callase.</p>
-
-<p>El médico, que sabía todos los secretos del mundo elegante, se explicó
-al punto la significación y la razón de aquella visita.</p>
-
-<p>&mdash;Bien está&mdash;dijo.&mdash;Es necesario que nadie entre aquí en adelante, ni
-con perfumes ni sin ellos. El enfermo, para su pronto restablecimiento,
-no debe hablar con nadie ni recibir visita.</p>
-
-<p>El doctor Calvo, que así se llamaba el médico, era el reverso de la
-medalla del Doctor Faustino en dos ó tres puntos capitales. El doctor
-Calvo no tenía ilusiones de ningún género: era un espíritu prosaico y
-práctico. En cambio se parecía al otro Doctor en no tener creencias y en
-ser bueno de alma á pesar de la falta de fe. El Doctor Faustino le
-inspiró vivas simpatías. Fácilmente adivinó el doctor Calvo la causa del
-lance y de la herida, y se lo guardó todo para su gobierno. Consideró
-que<span class="pagenum"><a name="page_253" id="page_253"></a>{253}</span> el Marqués de Guadalbarbo, reconciliado ya con su mujer, y sin
-celos, tendría por una desgracia, ó al menos por una molestia, por una
-idea que turbaría su reposo y su buena vida, el que por acaso D.
-Faustino muriese. Como á nada conducía darle este temor y este disgusto
-prematuro, ocultó al Marqués la gravedad de la herida de D. Faustino.
-Calculó también el doctor Calvo que ni los Marqueses de Guadalbarbo, ni
-Doña Etelvina, ni nadie, habían de cuidar al enfermo por mucho que por
-él se interesasen; que la misma pupilera doña Candelaria acabaría por
-hartarse ó tendría que dejarle para acudir á los demás huéspedes, y que
-don Faustino estaba muy expuesto á morir más abandonado que un perro de
-la calle. Esta consideración le llevó á preguntar á doña Candelaria si
-sabía qué amigos y parientes tenía D. Faustino.</p>
-
-<p>&mdash;Amigos aquí en Madrid...&mdash;dijo doña Candelaria,&mdash;tiene pocos; no tiene
-ninguno que pueda llamarse tal. ¿Qué quiere V.? Es pobre para vivir
-entre la gente con quien vive. Si hubiera intimado más con los
-escribientes, sus compañeros, tendría amigos quizás. Así no los tiene...
-En punto á parientes... él es un señor muy aristocrático, aunque sin
-blanca casi. Aquí hay tres ó cuatro señores y señoras de título que son
-sus parientes; pero, según me atrevo á conjeturar, el parentesco no le
-coge un galgo. D. Faustino está solo en el mundo;<span class="pagenum"><a name="page_254" id="page_254"></a>{254}</span> no tiene padre, ni
-madre, ni hermanos. Y como es tan pobretón, bien podemos aplicarle la
-copla que V. sabe.</p>
-
-<p>&mdash;No, señora, no la sé: ¿cómo es esa copla?</p>
-
-<p>&mdash;La copla canta:</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i2">El que no tiene dinero<br /></span>
-<span class="i0">Con el aire es comparado:<br /></span>
-<span class="i0">Toditos le huyen el cuerpo,<br /></span>
-<span class="i0">No les largue un resfriado.<br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p>Convencido el doctor Calvo de que se podía aplicar la copla á D.
-Faustino, preguntó á doña Candelaria si no sabía ella que tuviese aquel
-caballero persona alguna allegada, allá en su tierra, que por él se
-interesase. Doña Candelaria contestó entonces que le había oído hablar
-mucho del administrador de los cuatro terrones que poseía en
-Villabermeja, á quien llamaba Respetilla, y de un cura del mismo lugar,
-nombrado el padre Piñón.</p>
-
-<p>El médico notó bien que lo de Respetilla era apodo, y no halló atinado
-dirigir un telegrama al señor de Respetilla en Villabermeja. El otro
-nombre le pareció menos extraño y sospechoso, y envió aquella misma
-noche un telegrama al señor padre Piñón, en Villabermeja, provincia
-de... avisándole que D. Faustino López de Mendoza estaba enfermo de
-mucho peligro.</p>
-
-<p>No se había equivocado el doctor Calvo. Desde<span class="pagenum"><a name="page_255" id="page_255"></a>{255}</span> aquella noche se aumentó
-la fiebre de D. Faustino. Cuando al otro día se mitigó la fiebre, una
-debilidad y un atolondramiento grandes embargaban sus sentidos y su
-mente. La idea de la duración, la percepción del tiempo que pasaba y de
-los objetos exteriores, y hasta la conciencia de su propio ser y de sus
-estados sucesivos, empezaron á hacerse confusas y vagas en el espíritu
-del enfermo.</p>
-
-<p>Cada noche era mayor el recargo de la calentura.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué pronostica V. del enfermo?&mdash;preguntaba doña Candelaria al doctor
-Calvo con algún interés...</p>
-
-<p>&mdash;Para qué ocultárselo á V., señora&mdash;contestaba el médico:&mdash;está de sumo
-cuidado.</p>
-
-<p>&mdash;¿Se salvará?</p>
-
-<p>&mdash;Qué sé yo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cuánto tiempo podemos estar en esta duda?</p>
-
-<p>&mdash;Quizás más de veinte días. La inflamación ha producido ya la fiebre
-<i>traumática</i>, y ha atacado además cierta membrana que rodea los
-pulmones, la cual, por fortuna, creo que no está perforada. Repito que
-este mal, con el peligro de la muerte, puede durar veinte días, hasta
-cuatro semanas. Conviene mucho reposo, mucho silencio, dieta
-rigorosísima, agua de malvas y flor de violeta; las bebidas que han
-venido de la botica;<span class="pagenum"><a name="page_256" id="page_256"></a>{256}</span> los cáusticos; en fin, todo lo que he ordenado.
-Doña Candelaria, V. es una excelente mujer. Cuídele V. mucho. Vamos á
-ver si salvamos á este infeliz.</p>
-
-<p>De allí en adelante, cuando la calentura del Doctor no era muy intensa,
-el desfallecimiento, la debilidad le tenía amodorrado. El espíritu, con
-su actividad independiente, trabajaba en lo interior de su ser, pero con
-honda confusión y extraordinario desorden.</p>
-
-<p>Tristes pensamientos, melancólicas imágenes cruzaban por el cerebro y
-poblaban la imaginación de D. Faustino. Á veces veía la muerte cercana,
-como si él se resbalase en el borde de una sima, como si ya fuese
-cayendo en un abismo obscuro. Por un lado gozaba de amargo deleite al
-presentir la paz, el sosiego, el aniquilamiento que le aguardaba.
-Parecíale que se disolvía en un mar infinito; que se unía para siempre
-con lazo de amor á todos los seres; que la guerra, la lucha, el egoísmo
-terminaban. Por otro lado, sentía acerbo dolor de ver que se borraban su
-individualidad y hasta su nombre del libro de la vida. Se le antojaba
-que se hundía, que se iba á fondo en el piélago de la existencia, sin
-dejar rastro, ni huella, ni memoria de haber pasado. Toda aquella
-armonía poética de su alma, todos aquellos conceptos divinos que allí
-habían germinado, iban<span class="pagenum"><a name="page_257" id="page_257"></a>{257}</span> á desaparecer, sin despertar eco alguno, sin
-abrirse y manifestarse á la luz del día. Al caer en el abismo obscuro,
-veía D. Faustino á Costancita, que sonreía graciosamente y le llamaba á
-sí, y le brindaba con el amor purísimo de los ángeles, de que hablaba su
-carta. D. Faustino quería asirle la mano para que le detuviese; pero
-Costancita la retiraba con terror, temiendo que su amante la arrastrase
-en su caída. Etelvina, entre tanto, bailaba con maravillosa
-desenvoltura, cantaba cancioncillas francesas muy alegres y se burlaba
-de todo. El Marqués de Guadalbarbo acudía por otra parte,
-exclamando:&mdash;¡Qué feliz soy! ¡Mucho me ama Costancita!&mdash;D. Faustino
-envidiaba su felicidad.</p>
-
-<p>Los recuerdos de Villabermeja, de la Nava, de Rosita, de doña Ana, del
-ama Vicenta, acudían en tumulto en otras ocasiones á perturbar la mente
-del Doctor, combinándose de mil maneras á cual más fantásticas. La
-medida que tiene el tiempo en el mundo real escapaba á la comprensión
-del herido; pero ya advertía vagamente que había pasado tiempo bastante,
-cuando creyó percibir, como realidad y no como vana fantasía, que le
-tomaban la mano, que le miraban con miradas muy tristes, y hasta que le
-decían algunas palabras de consuelo el padre Piñón y Respetilla.</p>
-
-<p>Después volvió el letargo; después se hizo más intenso el delirio
-febril.<span class="pagenum"><a name="page_258" id="page_258"></a>{258}</span></p>
-
-<p>La figura de la coya y la imágen de María se confundieron en un solo
-ser, en un solo espectro, que venía á sentarse á la cabecera de la cama
-del Doctor, que le cuidaba, que le besaba y posaba sobre su frente
-calenturienta una mano suave y amorosa.</p>
-
-<p>Más tarde tuvo el Doctor una visión de mayor dulzura y consuelo. Fué
-como si viese su propia alma, la pura esencia de su ser, que, limpia por
-el dolor de toda mancha, tomaba forma celestial de portentosa hermosura.
-Era una virgen en la primera flor de su lozana juventud. Sus ojos azules
-parecían el zafir oriental de serena alborada; su cabellera rubia, oro;
-su sonrisa, las santas esperanzas de otra vida mejor; su talle, esbelto
-y cimbreante, pimpollo del paraíso; sus mejillas, rosas nacidas en otro
-clima más apacible y en más genial y grata primavera. El Doctor se
-reconocía á sí propio en aquella visión, en aquella imágen viva. Todos
-sus ensueños poéticos, que jamás habían adquirido forma adecuada con el
-ritmo y cadencia del verso y del lenguaje; todo lo sano de su filosofía,
-exento ya de dudas y de horribles negaciones; toda la virtud de su
-voluntad, sin vacilación, sin egoísmo y sin incertidumbre, todo se había
-condensado, había tomado cuerpo, se había determinado en aquel
-sobrehumano espectro. La virgen, ora fuese ensueño, ora realidad, le<span class="pagenum"><a name="page_259" id="page_259"></a>{259}</span>
-miraba con inefable ternura, y D. Faustino, como si fuese ella su propia
-alma, la amaba más que á sí propio, y todos sus pensamientos iban á
-ponerse en ella.</p>
-
-<p>Imaginaba D. Faustino que, no bien aquella virgen penetraba en su
-estancia, cuando la embalsamaba toda un casto perfume de santidad y de
-tranquila beatitud, que traía salud y descanso, y que era harto distinto
-del <i>oppoponax</i> de doña Etelvina.</p>
-
-<p>Otras veces veía D. Faustino en aquella visión á su genio bueno, al
-ángel de su guarda. Blanca estola cubría sus airosas espaldas y su
-virgíneo seno, y de sus espaldas brotaban alas transparentes teñidas de
-clara luz y tornasoladas, como el ópalo, con azul, carmín y nácar. No
-andaba ella: se deslizaba en el ambiente, alzándose del suelo. El
-espíritu del Doctor volaba hasta alcanzarla, y parecía que ella se
-remontaba al empíreo con el espíritu del Doctor, y que ambos penetraban
-juntos en la morada de los bienaventurados: en un yermo ideal, cubierto
-de perennes flores, donde sonaba dulcísima y siempre nueva y encantadora
-melodía, y por donde vagaban santas mujeres, piadosos penitentes, sabios
-llenos de fe profunda, filósofos que no renegaron jamás, héroes,
-mártires, videntes y poetas inspirados, los cuales enseñaron á los
-hombres los caminos de la virtud y de la verdadera gloria.<span class="pagenum"><a name="page_260" id="page_260"></a>{260}</span></p>
-
-<p>Poco á poco, con el transcurso del tiempo, se fué despejando la mente de
-D. Faustino. La niebla, al través de la cual los ojos de su espíritu y
-los ojos de su carne se diría que veían las cosas, fué desvaneciéndose y
-perdiéndose.</p>
-
-<p>La conciencia acudió de nuevo á D. Faustino, y con ella la intensidad de
-los dolores físicos, su debilidad, su miserable estado. Horrible
-angustia se apoderó de su alma. Temió haber perdido los deliciosos
-ensueños para no ver ni comprender más que una realidad espantable.
-Aunque sus ojos estaban secos, llegaron á brotar de ellos dos lágrimas,
-que corrieron lentamente por sus hundidas mejillas, en ligero declive,
-por hallarse el enfermo tendido boca arriba y con la cabeza levantada en
-alto por dos ó tres almohadas. Casi al través de aquellas lágrimas
-percibió el enfermo con indecible júbilo, junto á él, con todas las
-condiciones de lo real, en un ambiente sin nube ni niebla, á la joven
-con quien creía haber soñado. Tenía su propio rostro; era más que su
-retrato, si bien revestido de ideal belleza, radiante de juventud,
-iluminado de santidad, lleno de inocencia y de puros, inmaculados
-esplendores.</p>
-
-<p>Haciendo un esfuerzo, con apagada y bronca voz, dijo entonces D.
-Faustino:</p>
-
-<p>&mdash;¿Quién eres?</p>
-
-<p>&mdash;Irene, soy Irene,&mdash;contestó la joven con voz<span class="pagenum"><a name="page_261" id="page_261"></a>{261}</span> blanda, que sonó en el
-alma del doliente como música del cielo.</p>
-
-<p>No bien pronunció aquel dulce nombre entró en el cuarto otra mujer. El
-Doctor la vió claramente. Se le había despejado la cabeza. Había
-recobrado el uso de todas sus facultades mentales. Aquella mujer era
-hermosa aún; pero su vida austera y consagrada á la mortificación, sus
-padecimientos morales y los estragos de las grandes pasiones, habían
-encanecido sus negros cabellos y marcado su frente con algunas precoces
-arrugas. Era María.</p>
-
-<p>El Doctor lo comprendió todo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Hija del alma!&mdash;exclamó&mdash;¡María! ¡Esposa!&mdash;añadió luego.</p>
-
-<p>Ambas mujeres se inclinaron sucesivamente sobre la cama y besaron las
-hundidas mejillas de D. Faustino, recomendándole, por amor de Dios y de
-ellas, que permaneciese sosegado.</p>
-
-<p>La patrona, doña Candelaria, estaba de enhorabuena hacía más de una
-semana. Todos sus antiguos huéspedes, que pagaban mal, ó poco y tarde,
-se habían ido, echados por ella, y en cambio tenía de huéspedes al padre
-Piñón y á Respetilla, y lo que es más importante, al rico capitalista D.
-Juan Fernández de Villabermeja, con su sobrina doña María y su preciosa
-hija la señorita doña Irene, y unos cuantos criados, que apenas cabían
-en la casa.</p>
-
-<p>D. Juan Fernández de Villabermeja, á quien todos<span class="pagenum"><a name="page_262" id="page_262"></a>{262}</span> llamaron después en su
-lugar D. Juan Fresco, había adoptado como hija á su sobrina María. Ésta
-y su hija Irene habían vivido con él en América, hasta que, hacía poco
-tiempo, habían vuelto á Europa y viajado por Italia, Alemania,
-Inglaterra y Francia. En París estaban ya cuando recibieron, desde
-Madrid, un telegrama del padre Piñón, parecido al que recibió el padre
-Piñón del doctor Calvo. Toda aquella familia tomó al punto el
-ferrocarril y se vino á esta corte, alojándose en la pobre é incómoda
-casa de huéspedes, á fin de velar y cuidar á D. Faustino López de
-Mendoza.</p>
-
-<p>María é Irene acudieron con alborozo á ver al tío Juan, después del
-reconocimiento, y le dieron aquella nueva de estar despejada la mente de
-don Faustino, como señal cierta de su mejoría. D. Juan Fresco aparentó
-creer en la mejoría, á fin de no apesadumbrar más á sus sobrinas; pero
-en su interior tuvo por mal síntoma el restablecimiento de las
-facultades mentales.</p>
-
-<p>Cuando vino el doctor Calvo, y después que vió al enfermo, D. Juan
-Fresco habló á solas con él.</p>
-
-<p>El Doctor Calvo le dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Sr. D. Juan, siento tener que dar á V. la razón. La desaparición del
-delirio es un mal síntoma. Acabo de ver á D. Faustino. Me temo que ha
-entrado ya en el tercer período de la enfermedad, del cual pocos salen
-con vida. Su semblante está más<span class="pagenum"><a name="page_263" id="page_263"></a>{263}</span> alterado y muy pálido; sus ojos,
-espantados y muy abiertos; dilatadas las pupilas; el pulso, más débil y
-frecuente; la transpiración, pegajosa, y cascada y seca la tos. Mucho me
-temo que esta vuelta del juicio ha sido para que venga la agonía. En la
-cara del Sr. D. Faustino empiezan á pintarse todos los rasgos que
-caracterizan lo que llaman los médicos <i>mors peripneumonicorum</i>.</p>
-
-<p>Afligidísimo D. Juan Fresco, tuvo que preparar á María y casi
-descubrirle toda la triste verdad. Ella la recibió con dolor profundo,
-pero con la devota resignación de un alma cristiana, bien templada y
-probada por mil pesares y disgustos.</p>
-
-<p>La hija del bandido, aunque había llegado á ser, ó por lo mismo que
-había llegado á ser una riquísima heredera, y aunque tenía una hija, á
-quien deseaba legitimar y dar un ilustre apellido, no había osado pensar
-hasta entonces en el matrimonio; ni siquiera había querido buscar de
-nuevo á su amante. Temía que éste, arrastrado por la ambición, impulsado
-por el orgullo, agitado por otras pasiones, se hastiase de ella luego
-que le diese la mano como legítimo esposo. Temía que el espíritu de ella
-y el de D. Faustino, que por un fanatismo de amor creía ligados con lazo
-estrechísimo, como dos mitades de una existencia completa, si rompían en
-la vida presente el vínculo que formasen, se vieran condenados también á
-un eterno divorcio en la vida futura.<span class="pagenum"><a name="page_264" id="page_264"></a>{264}</span></p>
-
-<p>Todo esto había retraído hasta entonces á María hasta de soñar con ser
-la mujer de D. Faustino López de Mendoza.</p>
-
-<p>Ahora no vaciló un instante en dar su mano al moribundo. Llamó al padre
-Piñón y le confió todos sus planes.</p>
-
-<p>Exaltada la mente de D. Faustino con la celestial aparición de su
-hermosa hija, con la vuelta y el reconocimiento de su <i>amiga inmortal</i>,
-y con ciertas vislumbres de la eternidad, á cuyas puertas él mismo
-conocía que se hallaba, columbrando ya la luz de sus inefables
-misterios, volvió á tener fe y volvió á sentir la dulzura consoladora de
-las religiosas esperanzas. D. Faustino volvió á ser cristiano como
-cuando niño.</p>
-
-<p>Hallando el padre Piñón tan bien dispuesto á D. Faustino, dió las
-gracias al Altísimo, y oyó la confesión de su amigo y paisano,
-absolviéndole de sus culpas.</p>
-
-<p>Pocas horas después comulgó fervorosamente D. Faustino, y en seguida,
-siendo testigos ó hallándose presentes D. Juan Fernández de
-Villabermeja, el doctor Calvo, Respetilla, doña Candelaria é Irene, casó
-el padre Piñón, provisto del indispensable permiso, á D. Faustino y á
-María, celebrándose y solemnizándose aquellas tristes bodas con el
-llanto de todos.<span class="pagenum"><a name="page_265" id="page_265"></a>{265}</span></p>
-
-<h2><a name="CONCLUSION" id="CONCLUSION"></a>
-<img src="images/ill_pg_265.png"
-width="500"
-alt="[imagen de una barra decorativa]"
-/><br />CONCLUSIÓN</h2>
-
-<p>Quiso la suerte, ó más bien quiso el cielo en sus inexcrutables
-designios, que contra todas las probabilidades, contra todos los
-pronósticos de la ciencia, la vida de D. Faustino se salvara. Vencida la
-crisis mortal de la inflamación de la pleura, que también había afectado
-los pulmones, la herida se cicatrizó con rapidez, uniéndose del modo que
-convenía los tejidos vulnerados. El restablecimiento fué pronto y
-completo.</p>
-
-<p>Diez y seis meses después de las tristes bodas, en el mes de Octubre del
-año siguiente, apenas si nadie recordaba ya la larga y peligrosa
-enfermedad de D. Faustino, su herida y el misterioso lance en que la
-había recibido.</p>
-
-<p>Entonces, sin embargo, no era ya D. Faustino un sujeto obscuro é
-ignorado, sino un personaje de mucho viso y lustre. Sus riquezas, ó
-dígase las<span class="pagenum"><a name="page_266" id="page_266"></a>{266}</span> de su tío y de su mujer, prestaban brillo, realce y
-notoriedad á todas sus buenas prendas.</p>
-
-<p>D. Faustino, con poco más de cuarenta y cinco años, parecía joven aún y
-era buen mozo y elegante. En sus cabellos rubios no se descubría una
-cana. Vestía con primor y esmero, y sin afectación alguna.</p>
-
-<p>Cuando paseaba en la Fuente Castellana, con su bellísima hija al lado,
-en soberbios caballos ingleses, que él y ella manejaban muy bien, ambos
-excitaban la admiración y el aplauso de los concurrentes á aquel sitio.</p>
-
-<p>La magnífica casa en que vivían estaba abierta á un círculo de gentes
-distinguidas, entre quienes empezaba ya á cobrar D. Faustino fama de
-gran poeta y hasta de sabio.</p>
-
-<p>Rosita, en quien la compasión de ver tan humillado á D. Faustino había
-mitigado antes el rencor antiguo, volvió á sentirle de nuevo al ver á
-don Faustino tan encumbrado y tan dichoso; y la felicidad y el triunfo
-de María la Seca, de la hija del bandido, su aborrecida rival, la
-atormentaron con envidia devoradora.</p>
-
-<p>En la generalidad de las gentes podía más, sin embargo, la simpatía y el
-amor hacia la familia del capitalista D. Juan Fernández de Villabermeja,
-que la envidia de su bienestar y opulencia. Así es que las noticias,
-difundidas por Rosita, de que María<span class="pagenum"><a name="page_267" id="page_267"></a>{267}</span> era hija de un bandido, lejos de
-causar daño á María, le prestaron cierto encanto novelesco, pasmándose
-todos de su discreción, de su saber, de la nobleza de su carácter, y de
-cómo, desde origen tan humilde, desde el lodo en que nació, había sabido
-elevarse, limpia y pura de toda mancha, salvo la de haberse entregado en
-su mocedad á D. Faustino, movida por un amor invencible, lo cual no
-había alma generosa que no perdonase, y mucho más al ver á Irene, cuya
-hermosura, candor y claro entendimiento eran perpetuo asunto de los
-mayores encomios.</p>
-
-<p>Irene, si era adorada de los hombres, aun era más estimada de las
-mujeres. La ausencia de toda coquetería hacía que no la mirasen como una
-rival. Su religiosidad profunda, su disgusto del mundo sin amargura ni
-acritud, y su amor á las cosas del espíritu, la apartaban de toda
-vanidad mundana y de las galanterías y vulgares amores, elevando al
-cielo sus pensamientos, de donde se diría que, al volver á su alma,
-bañaban su rostro divino en reflejos como de luz increada.</p>
-
-<p>María, su madre, ya hemos dicho que conservaba aún su belleza; pero la
-austeridad de sus costumbres, los recuerdos de su pecado, los
-pensamientos que despertaban en su mente la vida criminal de su padre y
-su muerte trágica, todo concurría á despojarla de aquella ligera
-afabilidad, de<span class="pagenum"><a name="page_268" id="page_268"></a>{268}</span> aquella alegría graciosa, de aquel trato fácil y ameno,
-que son el principal encanto del amor, y por donde la mujer, ajena ó
-propia, seduce, cautiva y rinde al marido ó al amante. Su amor hacia don
-Faustino era más fervoroso, más sublime, más fuerte que nunca; pero no
-era el amor á quien siguen ó rodean los juegos, las risas y las gracias,
-sino el amor severo, metafísico, casi ultramundano, hijo de la Venus
-Urania, consagrado por el deber y encadenado con un vínculo religioso.</p>
-
-<p>María, además, se hallaba muy quebrantada de salud. Si bien en la
-sociedad procuraba, y lo conseguía, estar muy amable y no mostrar nada
-en su espíritu ni en su carácter que causara extrañeza, en la intimidad
-de su familia tenía prodigiosos éxtasis y arrobos, como si su espíritu
-volase muy lejos de ella á esferas misteriosas y distantes. Ni siquiera
-á su marido se atrevía ella á confiar sus ideas; pero dejaba entrever
-que imaginaba hablar con los espíritus, que recordaba casos de otras
-existencias pasadas, y que tenía, despierta, algo parecido á las lúcidas
-intuiciones del sonambulismo: lo que llaman <i>segunda vista</i>. Tristes
-presentimientos agitaban su corazón; mal reprimidos suspiros brotaban á
-veces involuntariamente de sus labios; las lágrimas solían nublar sus
-ojos de pronto, sin ningún aparente motivo.</p>
-
-<p>El Doctor Faustino, á pesar de todo, amaba entrañablemente<span class="pagenum"><a name="page_269" id="page_269"></a>{269}</span> á María. Su
-amor de padre por Irene era más ferviente aún; pero el Doctor Faustino
-no era feliz tampoco. Con frecuencia, en lo más oculto de su mente, se
-dolía de no haber muerto el día en que reconoció á su hija y le dió su
-nombre.</p>
-
-<p>Los coches, los caballos, la casa lujosísima, todo el bienestar y el
-dinero de que gozaba, eran debidos á la generosidad de D. Juan Fresco;
-él no había sabido ganarlos con su ingenio, con su actividad, con su
-saber y con su trabajo. Esto le tenía avergonzado y confuso. La terrible
-pregunta <i>¿Para qué sirvo?</i> le atosigaba de continuo, y más aún la
-terrible respuesta: <i>No sirvo para nada</i>.</p>
-
-<p>Su ambición, ardiente aún, y menos satisfecha que nunca, era para él un
-tormento incesante. Aun había tiempo de satisfacerla. Ahora, sin tener
-que pensar en los apuros pecuniarios, con dinero bastante, podía
-poetizar, filosofar, escribir, mezclarse en los negocios políticos,
-hacerse elegir diputado. El Doctor, no obstante, tenía miedo de acometer
-cualquiera empresa. Si salía mal, no podría achacar el mal éxito á su
-falta de recursos, y el desengaño sería más cruel y más duro.</p>
-
-<p>La fe religiosa, que en lo más grave de su enfermedad, en el período
-crítico, cuando estuvo próximo á la muerte, había venido á consolarle,
-habíase de nuevo apartado de su alma. El Doctor volvió<span class="pagenum"><a name="page_270" id="page_270"></a>{270}</span> á dudar mucho y
-á negar más; imaginó que aquella vuelta á las antiguas creencias había
-sido efecto de su debilidad y de su postración; tal vez de la larga
-dieta; tal vez de la violenta calentura.</p>
-
-<p>Entre tanto, mientras que su entendimiento, su discurso, su dialéctica
-dudaba ó negaba, su alma afectiva y su fantasía de poeta seguían
-presentándole mil sistemas, doctrinas ó teorías, que le agitaban con el
-deseo ó con el temor de que fuesen verdaderas. Ya en el centro de su ser
-creía columbrar lo infinito, lo divino, lo absoluto, de que estaba
-sediento; ya lo divino le parecía difundido por las entrañas mismas del
-universo todo, á quien prestaba su vida y su armonía. En suma, el Doctor
-ya era místico, ya era teósofo, aunque en ciernes y sin decidirse.</p>
-
-<p>Sus raciocinios le llevaban á lamentarse ó á burlar de las alucinaciones
-de su mujer respecto á espíritus y á existencias pasadas; y sin embargo,
-hasta aquellas mismas creencias, que despreciaba, destruían la
-tranquilidad de su mente. En sueños, dormitando á veces, á veces bien
-despierto, cuando tenía los nervios sobrexcitados, en el silencio de la
-noche, después de larga vigilia, el Doctor veía á su mujer y á la coya
-confundidas en una. Entonces le parecía acordarse de cuando él fué
-guerrero y estuvo en el Perú, y allí la enamoró. Y luego suponía que
-ella, en el orden moral, había adelantado<span class="pagenum"><a name="page_271" id="page_271"></a>{271}</span> mucho, encaminándose á la
-perfección, y que él se iba quedando muy atrás, por más que María le
-tendía la mano, le alentaba, le guiaba, quería llevársele consigo á más
-altas esferas y á gozar de condición más noble.</p>
-
-<p>Cuando estaba sereno, cuando sus nervios se habían calmado, á la clara
-luz del día, el Doctor se mofaba en su interior de aquellos delirios,
-pensando que su mujer estaba medio loca y que por momentos le comunicaba
-la locura.</p>
-
-<p>La jovialidad de D. Juan Fresco; sus chistes, que todos le reían, en
-particular después de haber comido en su casa, pues tenía buen cocinero
-y mejores vinos; el sereno pensar con que aquel bermejino modelo
-comprendía y ordenaba en su mente los seres todos; la firmeza de su
-carácter y de sus principios, y el buen tino y la seguridad con que
-cuidaba de su hacienda y la acrecentaba, todo esto era antipático para
-D. Faustino, y, sin envidiarlo le vejaba y rebajaba bastante.</p>
-
-<p>D. Juan Fresco preveía, allá en su interior, que aquellas cosas, que
-harto bien iba él trasluciendo, no podían tener término muy dichoso;
-pero no les hallaba remedio y se afanaba por retardar el mal cuanto
-fuese posible, procurando consolarse ya de él como si hubiera sucedido.</p>
-
-<p>La afición de D. Juan Fresco á los bermejinos le indujo á convidar á
-Respetilla á que viniese á pasar<span class="pagenum"><a name="page_272" id="page_272"></a>{272}</span> un mes en Madrid para que viese bien
-cuanto de notable encierra la corte. Cuando Respetilla había estado la
-otra vez, nada había disfrutado ni visto, á causa de la enfermedad de su
-amo. Ahora que estaba en Madrid de nuevo, D. Juan Fresco se deleitaba en
-ser su <i>cicerone</i>. Hizo que el mejor sastre de Madrid le vistiese de
-levita, y le compró en casa de Aimable un sombrero de copa alta, que
-Respetilla llamaba <i>gavina, chistera, colmena</i> ó <i>castrosa</i>. La
-admiración de Respetilla por todos los objetos y el modo que tenía de
-considerarlos, encantaban á D. Juan. Mucho gustó á Respetilla la
-Historia Natural; el Palacio le pareció enorme; el Museo de Pinturas no
-le divirtió nada, y donde más gozó fué en los toros y en los bailes del
-teatro de Rivas, viendo <i>El Descendiente de Barba Azul y Brahma</i>.
-Aquellas <i>niñas</i> tan ligeras y tan ligeramente vestidas, la luz de
-bengala, la bajada de Barba Azul del castillo con toda su comitiva, los
-quitasoles y el dragón chinesco, le traían maravillado. Las <i>niñas</i>, sin
-embargo, eran lo que más le complacía; pero Respetilla hacía ya muchos
-años que se había casado con Jacintica, la antigua criada de Rosita, de
-quien tenía la friolera de nueve hijos como nueve becerros; tenía además
-muchísimo cariño y muchísimo miedo á su mujer, y ni de pensamiento
-siquiera se atrevía á cometer la menor infidelidad. Así es que, si por
-acaso y no reflexionándolo, se dejaba entusiasmar<span class="pagenum"><a name="page_273" id="page_273"></a>{273}</span> por las <i>niñas</i> un
-poco más de lo justo, luego se le presentaba en la mente la figura de
-Jacintica toda enojada, y se desataba en vituperios y en injurias contra
-las bailarinas, como si fuese un Catón cristiano, ó mejor diremos un San
-Pacomio.</p>
-
-<p>Respetilla vió también y admiró en casa de sus amos, donde entraba ella
-como modista, á su antigua novia Manolilla, pasmándose de que se llamara
-doña Etelvina, y con cierto orgullo de haber estado en relaciones con
-persona tan cabal y de cuenta. Los trajes de doña Etelvina; sus bellos
-colores, rosa de Venus legítima, de la que usaron Lais, Tais y otras
-<i>heteras</i> de Corinto, Atenas y Mileto, y el perfume que ella exhalaba,
-no ya de <i>oppoponax</i>, sino de otra esencia más rica, llamada
-<i>stephanotis</i>, eran circunstancias que tenían absorto y boquiabierto á
-Respetilla, como si soñase mil portentos; mas ni por esas, y no porque
-respetase á doña Etelvina, sino porque respetaba á la ausente Jacintica,
-madre de los nueve, se atrevió Respetilla á propasarse, sino que, de
-acuerdo ya con su apodo se limitó á decir cuatro cuchufletas á la
-modista elegantona, quien, al fin, por lo singular y peregrino del
-lance, por estar Respetilla muy gracioso con su levita y su <i>chistera</i>,
-y por los dulces recuerdos de la juventud y de la patria, hay quien
-sostiene que se le mostraba menos arisca que mansa, y más cocida ó frita
-que cruda.<span class="pagenum"><a name="page_274" id="page_274"></a>{274}</span></p>
-
-<p>D. Faustino, en cambio, aunque harto poco disculpable, fuerza es
-confesarlo, no estuvo con Costancita tan firme, no fué tan honrado como
-su antiguo escudero. El <i>amor purísimo de los ángeles</i>, que Costancita
-había propuesto y recomendado en su carta, se le guardó D. Faustino para
-su mujer y para su bendita hija; pero la Marquesa de Guadalbarbo
-perturbaba todo su ser, despertaba en su corazón una tempestad de
-pasiones. Costancita misma, irritada por los nuevos obstáculos que entre
-ella y su primo se levantaban, celosa y envidiosa del bien de María, más
-enamorada que nunca, no soñando ya con el idilio, sino con el drama
-vehemente, rompió todo freno, y con otra astucia, con otro cálculo, con
-el mayor recato y disimulo vió y habló á D. Faustino en sitio que ella
-imaginaba que nadie averiguaría.</p>
-
-<p>El Marqués de Guadalbarbo, si bien creyendo á pie juntillas en la
-inocencia de su mujer, vivía muy sobre aviso desde la noche de la
-sorpresa; pero ya Costancita estaba escarmentada, y fueron
-extraordinarias sus precauciones. El Marqués no se percató de nada.</p>
-
-<p>Ni siquiera los maldicientes, que están siempre atisbando, á fin de
-averiguar y referir la crónica escandalosa, tuvieron el menor indicio
-del caso.</p>
-
-<p>Desde que empezaron aquellas misteriosas citas, el Doctor se halló
-atormentado, inquieto al<span class="pagenum"><a name="page_275" id="page_275"></a>{275}</span> lado de María. Sentíase indigno, se
-avergonzaba de su doblez, de sus mentiras y de su ingratitud; pesábanle
-más en el corazón su pobreza y su incapacidad, y las riquezas y el
-desprendimiento generoso de D. Juan Fresco.</p>
-
-<p>La <i>segunda vista</i>, la perspicacia espiritual de María, de nada valió
-para descubrir aquel secreto infame. Su enamorado espíritu entraba ó
-creía entrar en lo más oculto del alma de su marido; pero entraba tan
-lleno de confianza, de veneración y de afecto, que todo lo veía
-hermoseado por una luz pura, y no percibía lo feo y lo deforme.</p>
-
-<p>Atribuyendo María las tristezas del Doctor á noble ambición contrariada
-y á la especie de humillación de verse pobre, siendo ricos su tío y
-ella, empleaba los medios más delicados y discretos para realzar aquel
-ánimo abatido, para darle esperanzas de que sería dichoso en cuanto
-emprendiese, para hacerle creer que de él dependía subir á la cumbre del
-poder y de la gloria, y para persuadirle sobre todo de que él era, en
-absoluto, y singularmente para ella, de tanto valor y de tan gran ser, y
-de precio tan inestimable, que no necesitaba de victorias, ni de
-triunfos, ni de aplausos mundanos, á fin de corroborar, y mucho menos de
-acrecentar en sí tan reconocidas excelencias.</p>
-
-<p>Esta noble conducta de María mortificaba más<span class="pagenum"><a name="page_276" id="page_276"></a>{276}</span> y más á D. Faustino
-exacerbando sus remordimientos; pero el atractivo y la diabólica
-fascinación que ejercía sobre él Costancita, podían más que todo. D.
-Faustino amaba, reverenciaba, adoraba á María como algo santo,
-celestial, suave, sereno y puro, y buscaba, no obstante, á Costancita,
-arrastrado por el delirio de los sentidos, por el demonio de la vanidad
-y del orgullo, y hasta por el aguijón punzante de los celos, temeroso
-siempre de que si él la dejaba, ella pudiese querer á otro, aunque no
-fuese sino por despecho.</p>
-
-<p>Mucho hubieran durado así las cosas, sin descubrirse nada, si el Doctor
-no hubiese tenido un enemigo vigilante, astuto y cada día más enconado
-contra él y contra su mujer. Este enemigo era Rosita.</p>
-
-<p>Los lazos que la unían al general Pérez se habían estrechado cada vez
-más. Rosita dominaba al conquistador tremebundo; le tenía sujeto,
-avasallado, cambiado de león en cordero. Si ella le consultaba á veces
-sobre los moños, vestidos y adornos que debía ponerse, él la consultaba
-sobre la política. De ella dependía, pues, que el Ministerio durase ó
-cayese, que hubiera ó no otro nuevo pronunciamiento, que cambiase de
-Constitución ó de forma el Estado. En España todo lo podía la tropa; con
-la tropa todo lo podía el general Pérez; con el general Pérez, Rosita.
-De esta suerte, en virtud<span class="pagenum"><a name="page_277" id="page_277"></a>{277}</span> de tan irrefutable sorites, consideraba
-Rosita que todo dependía de ella. Ella era la Aspasia de aquel Pericles
-flamante.</p>
-
-<p>En medio de tanta gloria, la afrenta que le hizo el Doctor y la
-rivalidad de María vivían en su corazón, á pesar de los años
-transcurridos, y se le corroían como un cáncer.</p>
-
-<p>Como el General no tenía secretos para ella, llegó á decirle hasta el
-mal rato y el picón que le dieron Costancita y el Doctor, protestando
-que si él había pretendido á Costancita, había sido con intento de
-burlarse de ella y de rebajar su orgullo.</p>
-
-<p>Informada Rosita de aquellos amores, suponiéndolos más adelantados de lo
-que estaban entonces, les siguió la pista con encarnizamiento, sagacidad
-y sigilo. Supo que doña Etelvina había sido la doncella de Costancita, y
-conjeturó que no podría menos de ser la persona de toda su confianza
-para ciertos negocios, dado que los hubiese. Bien estimó ella que sería
-difícil, ya que no imposible, que doña Etelvina, por desalmada que
-fuera, hiciese á sabiendas traición á su ama. No procuró, por lo tanto,
-ganarse la voluntad de doña Etelvina, sino la de su principal ayudanta y
-confidenta la señorita Adela, la cual, por lo mismo que doña Etelvina
-andaba siempre tan atareada, era la que acudía á casa de Rosita con
-modas y trajes.</p>
-
-<p>Ganada del todo la señorita Adela, á fuerza de<span class="pagenum"><a name="page_278" id="page_278"></a>{278}</span> presentes y obsequios,
-nada ocurría en casa de doña Etelvina que Rosita no supiese. Así pasó
-más de un año sin que Rosita averiguase lo que deseaba averiguar; mas,
-por último, premió sus afanes el diablo.</p>
-
-<p>La señorita Adela se impuso, á pesar del recato con que se hacía, y
-transmitió en seguida á Rosita su gran descubrimiento, de que la
-Marquesa de Guadalbarbo iba á casa de la Etelvina, ó bien muy de mañana,
-ó bien al anochecer, entre dos luces, y que allí veía al Doctor, que la
-aguardaba.</p>
-
-<p>Rosita, prodigando entonces el oro, sobornó á la señorita Adela, y la
-comprometió á introducir á una persona en casa de la Etelvina y á
-ocultarla en lugar conveniente para que, sin ser vista de nadie, pudiese
-ver á los amantes en una de sus citas.</p>
-
-<p>Luego la hija del escribano usurero escribió á María un anónimo,
-revelándole la traición de su marido y ofreciéndole <i>generosamente</i> los
-medios de cerciorarse de ella.</p>
-
-<p>El día, la hora, el momento de la cita llegó, según la señorita Adela
-tenía averiguado.</p>
-
-<p>Costancita hubo de quejarse del poco cariño, de la tibieza del Doctor.
-Se mostró celosa de María: dijo que María era más querida que ella.</p>
-
-<p>Embriagado el Doctor por las fascinadoras miradas,<span class="pagenum"><a name="page_279" id="page_279"></a>{279}</span> por la coquetería
-infernal, por la elegancia, por la hermosura aristocrática y por la
-juventud inmarcesible de su prima, le aseguró que respetaba á su mujer,
-pero que no la amaba; que casi la odiaba por su causa.</p>
-
-<p>El Doctor confirmó tan abominable aserto con un abrazo.</p>
-
-<p>Entonces creyó oir cerca de sí, penetrando en su pecho como agudo puñal,
-un sollozo desgarrador y ahogado.</p>
-
-<p>Se apartó lleno de espanto, de los brazos de Costancita; buscó
-rápidamente, y nada vió en el cuarto en que estaban. Abrió la puerta por
-donde habían entrado, y nada vió tampoco. Abrió, en fin, otra
-puertecilla que daba á otro cuarto interior, que también tenía salida al
-corredor, y encontró vacío el cuarto y la puerta de salida cerrada con
-llave. Interrogó á doña Etelvina sobre las personas que había en casa, y
-doña Etelvina dijo que no había nadie, salvo la señorita Adela, porque
-las oficialas se habían ido ya todas. La señorita Adela era además muy
-de fiar y no sollozaba nunca por tan poco. La señorita Adela,
-interrogada á su vez por doña Etelvina, sostuvo que nadie había entrado
-en casa; que ella estaba al cuidado de todo, y que los criados se
-hallaban en la cocina para evitar que se enterasen de aquellos asuntos.</p>
-
-<p>Costancita decidió entonces que lo del sollozo,<span class="pagenum"><a name="page_280" id="page_280"></a>{280}</span> que ella no había oído,
-era una locura del Doctor. El Doctor acabó por persuadirse de lo mismo.</p>
-
-<p>Desde aquel día en adelante la tristeza de María fué siendo más honda y
-persistente. Aunque no exhaló la menor queja contra D. Faustino, D.
-Faustino vió á las claras que todo lo sabía. Á pesar de su excepticismo,
-no hallando modo natural de explicárselo, el Doctor imaginó que no era
-vana la <i>segunda vista</i> de María; que su espíritu, desprendiéndose del
-organismo, al cual sólo por un hilo de flúido eléctrico quedaba anudado,
-volaba donde quería y atravesaba los muros y penetraba en los más
-ocultos lugares. El sollozo que él había oído y que no había oído
-Costancita, le pareció un ¡ay! del alma, un gemido espiritual que
-arrancó á María de lo hondo de su ser la horrible frase de que él casi
-la odiaba.</p>
-
-<p>¿Qué satisfacción, qué disculpa, qué palabra de consuelo podía dar D.
-Faustino á su mujer si en efecto lo sabía todo, fuese como fuese?</p>
-
-<p>El Doctor se limitaba, pues, á estar más amable, más dulce, más rendido
-que nunca con ella; pero no intentó explicación ni satisfacción alguna.
-María no se daba por entendida del agravio.</p>
-
-<p>Por último, María cayó postrada en cama con una gravísima enfermedad.
-Sentía en el lado del corazón más calor que de ordinario, y una opresión
-y una fatiga muy grandes. Le pesaba algo<span class="pagenum"><a name="page_281" id="page_281"></a>{281}</span> dentro del pecho. Á veces le
-daban vahídos. Parecíale luego que le apretaban las entrañas. La
-atormentaban incesantes angustias. El pulso, débil, era desigual y
-precipitado; la respiración, fatigosa y entrecortada de lastimeros
-suspiros.</p>
-
-<p>Su severa y majestuosa hermosura resplandecía más, á pesar de las muchas
-canas que blanqueaban su negra cabellera, porque sus ojos tenían más
-luz, más viveza que en su estado normal, y porque ardiente carmín daba
-color á sus mejillas.</p>
-
-<p>De repente solían acometerle fuertes palpitaciones, que imprimían á su
-seno dolorosas sacudidas: se diría que llegaban á oirse por los que
-estaban cerca los latidos violentos é irregulares de su corazón
-inflamado. De repente también parecía suspenderse el movimiento del
-corazón, y la enferma caía en un desmayo. Siempre, con todo, conservaba
-María su razón despejada; más bien que turbarse ó anublarse, su
-entendimiento mostraba lucidez maravillosa, como si fuese una luz, una
-llama á la cual se acercan substancias combustibles.</p>
-
-<p>El doctor Calvo prescribió dieta, reposo, bebidas refrigerantes y
-sinapismos en los pies; apeló á la homeopatía, y ordenó <i>ignatia</i>,
-<i>pulsatila</i> y ácido fosfórico. No se atrevió á ordenar sangrías ni
-sanguijuelas, por medio de la debilidad de la paciente. Al fin confesó á
-D. Juan que el mal no tenía remedio en lo humano.<span class="pagenum"><a name="page_282" id="page_282"></a>{282}</span></p>
-
-<p>Realizándose los desconsoladores pronósticos del doctor Calvo, María,
-cumplidos ya todos sus deberes de cristiana, estaba próxima á expirar,
-atendida por su tío y su hija, los cuales reprimían mal el llanto.</p>
-
-<p>D. Faustino, sombrío, mudo, sin lágrimas en los ojos y con negra pena en
-el pecho, estaba de rodillas, junto á la cabecera de la cama. No se
-atrevía á tomar una mano de la moribunda. Apenas si se atrevía á
-mirarla. Lleno de horror y de vergüenza, inclinaba al suelo los ojos.</p>
-
-<p>María hizo un esfuerzo supremo. Miró á su marido con tan benévola
-mirada, con tan santa sonrisa, con unos ojos tan dulces y tan llenos de
-perdón y de amor celestial, que D. Faustino la miró también sin
-atormentador sonrojo y henchido de gratitud y de arrepentimiento.
-Después, con mayor esfuerzo, María alargó la mano á su marido, que la
-tomó entre las suyas y la cubrió de besos respetuosos. Las lágrimas de
-D. Faustino, que habían estado como hielo hiriéndole por dentro, se
-liquidaron entonces, y brotaron de sus ojos, y bañaron la mano de María.
-Con desfallecida voz, con voz muy baja, que nadie sino él pudo oir,
-entrando clara y distinta por los sentidos en su alma, dijo ella de esta
-suerte:</p>
-
-<p>&mdash;Lo sé todo; lo he visto; lo he oído. Te oí decir que me aborrecías;
-pero nunca pude creerlo.<span class="pagenum"><a name="page_283" id="page_283"></a>{283}</span> Lo dijiste en un momento de locura. Yo te
-perdono, Faustino; yo te amo. ¡Yo te bendigo! Ámame. No te atormentes
-creyéndote culpado. Vive para nuestra hija. ¡Es tan pura, tan noble, tan
-santa, tan angelical! Es el lazo de nuestras almas. Viviendo para ella,
-vivirás para mí. Por ella estamos más ligados que nunca. No hay entre
-nosotros divorcio eterno, sino eterno consorcio. Te espero allí
-arriba...</p>
-
-<p>Sin más perceptibles suspiros, sin convulsión ni gesto, con dulzura
-inefable, más que como separación dolorosa, como tránsito feliz, cual
-cautivo que recobra la libertad, el espíritu de María abandonó en aquel
-instante su cuerpo hermoso. Aquel corazón fatigadísimo se había rendido
-al cansancio; había ido poco á poco moderando su impulso: se dilató al
-perdonar, y no tuvo fuerzas para contraerse de nuevo, impulsando la
-sangre por las arterias. La circulación cesó para siempre.</p>
-
-<p>D. Faustino, mientras estuvo embelesado, bajo el encanto poderoso de
-aquella voz amada, simpática, que le perdonaba y le bendecía, abrió su
-alma á todas las esperanzas, pensó en el cielo: creyó en el perdón de
-Dios y en su infinita misericordia; juzgó que él mismo sabría perdonarse
-al fin, y columbró el camino de la perfección, del que se había
-extraviado, y consideró posible volver á él venciendo los obstáculos con
-varonil perseverancia.<span class="pagenum"><a name="page_284" id="page_284"></a>{284}</span></p>
-
-<p>Muerta María, ahogada su voz, extinguida la antorcha que le guiaba, las
-antiguas é inveteradas especulaciones surgieron de pronto en el ánimo de
-D. Faustino.</p>
-
-<p>&mdash;Si he cometido una infamia, si soy un miserable&mdash;dijo para sí&mdash;, y si
-hay una vida eterna, eternamente me lo estaré echando en cara. No me
-limpiaré la mancha. Será un infierno sin redención. Si persiste mi
-individuo, persistirá el egoísmo, que es la esencia de la
-individualidad. ¡Ah, no! Lo malo, lo egoísta, lo impuro, debe morir. Lo
-inmortal, lo eterno, lo divino soy yo, es María, es todo, en lo que
-tenemos de bueno. Ella no era egoísta; ella era todo devoción y
-sacrificio. Como se entregó á mí un día, así se ha entregado á la muerte
-ahora, por completo, toda ella. ¿Qué ha de quedar de ella en otra vida?
-Ella se dió toda. Dios la recibió en su seno. Ella se perdió en la
-absoluta esencia.</p>
-
-<p>Miró luego el Doctor con ojos enjutos y fijos el cadáver de María. Vió
-aquellas formas bellas aún: las imaginó destruídas, feamente
-destrozadas, cayendo en pútrida disolución. Un súbito ataque nervioso se
-siguió á tan crueles pensamientos, no dulcificados ya por el bálsamo de
-las creencias.</p>
-
-<p>El Doctor rompió en una aterradora carcajada.</p>
-
-<p>Acudieron á él su hija y D. Juan; pero fué tarde. El Doctor corrió hacia
-su alcoba, que estaba contigua. Su hija y D. Juan le siguieron. Sobre
-una<span class="pagenum"><a name="page_285" id="page_285"></a>{285}</span> cómoda había un revólver. D. Faustino le tomó antes que su familia
-llegase. Se metió el cañón en la boca, afirmándole contra el paladar, é
-hizo fuego.</p>
-
-<p>La muerte fué instantánea. D. Faustino cayó por tierra sin movimiento.</p>
-
-<p>Irene, de rodillas, con los ojos levantados al cielo, pedía perdón para
-todos, impetrando la clemencia divina.</p>
-
-<p>D. Juan Fresco estaba trastornado, conmovido espantosamente,
-horrorizado, á pesar de su frescura.</p>
-
-<hr />
-
-<p>Refulgente de inocencia, en medio de tantos horrores, Irene, disgustada
-del mundo, se decidió á buscar un asilo al pie de los altares. Su alma,
-toda entregada á Dios, no era capaz de compartir los efímeros y falsos
-goces de este mundo con ningún espíritu encarnado en cuerpo humano.
-Serafinito la amaba. Serafinito, que estaba en Madrid estudiando leyes,
-tenía por Irene una verdadera adoración. Irene le amó sólo como á un
-hermano.</p>
-
-<p>La pena del excelente y candoroso Serafinito y las observaciones y
-ruegos de D. Juan no bastaron á persuadirla para que cambiase de
-propósito.</p>
-
-<p>D. Juan Fresco y Serafinito llevaron á Irene á Avila, á los dos meses de
-muertos sus padres, y<span class="pagenum"><a name="page_286" id="page_286"></a>{286}</span> allí se encerró ella en el convento de San José,
-fundado por Santa Teresa. No bien pasó el noviciado, Irene tomó el velo
-y profesó de carmelita descalza, trocando gustosa por la aspereza
-penitente de aquella austera vida el regalo y el mimo con que había sido
-criada.</p>
-
-<hr />
-
-<p>Tal fué la triste historia que me contó D. Juan Fresco, cuando no estaba
-presente Serafinito, para que no le diese una congoja.</p>
-
-<p>La moral que D. Juan Fresco sacaba de todo el relato, era que esta
-educación del día forma muchos hombres vanos, presumidos, ambiciosos,
-llenos de mil planes absurdos, que es lo que él llama <i>ilusiones</i>, y sin
-firme creencia en nada, y sin energía ni para el bien ni para el mal.</p>
-
-<p>&mdash;En el día&mdash;exclamaba,&mdash;los doctores Faustinos abundan:</p>
-
-<p><i>Terra malos homines nunc educat atque pusillos</i>, según cantaba el poeta
-satírico.</p>
-
-<p>D. Juan, no obstante, ora sea porque había cobrado afición á D.
-Faustino, ora porque fuese cierto, sostenía que el Doctor había sido
-hombre de natural nobilísimo y generoso, aunque viciado por una perversa
-educación y por el medio en que había vivido.</p>
-
-<hr />
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_287" id="page_287"></a>{287}</span></p>
-
-<p>Un día, estando yo en Villabermeja, fuí á visitar la iglesia con D. Juan
-Fresco. El padre Piñón, bueno y sano aún, hacía los honores, enseñando
-todas las curiosidades.</p>
-
-<p>Nos paramos delante del altar del Santo Patrono de plata, que, como
-dicen allí, es tamaño como un pepino y hace más milagros que cinco mil
-demonios. Entre los milagros colgados junto al altar, el padre Piñón me
-mostró un Doctor Faustino, hecho de cera, de unas ocho pulgadas de
-largo. Era una ofrenda votiva del ama Vicenta, la cual afirmaba que el
-Santo Patrono había salvado al Doctor de la enfermedad que se siguió al
-duelo con el Marqués de Guadalbarbo.</p>
-
-<p>&mdash;Mal milagro hizo el Santo, si le hizo&mdash;me dijo D. Juan.&mdash;¡Cuánto mejor
-hubiera sido que Don Faustino hubiera muerto entonces!</p>
-
-<p>&mdash;Sr. D. Juan&mdash;contestó el padre Piñón,&mdash;no diga V. disparates. Si el
-Santo no lo hizo, lo hizo Dios; y lo que Dios hace, bien hecho está,
-aunque nosotros no penetremos la razón y el propósito.</p>
-
-<hr />
-
-<p>Otro día fuimos á ver la casa solariega de los López de Mendoza.</p>
-
-<p>Allí está aún el retrato de la coya, que, en efecto, según asegura D.
-Juan, se parece mucho á María.<span class="pagenum"><a name="page_288" id="page_288"></a>{288}</span></p>
-
-<p>Respetilla, Jacintica y sus nueve vástagos viven felices en el piso bajo
-de aquella casa. El principal está reservado á los recuerdos. Todas las
-habitaciones están cerradas, de modo que en ellas no pueden entrar sino
-los espíritus, dado que los espíritus se complazcan en discurrir por los
-sitios donde vivieron vida mortal, amaron y padecieron.</p>
-
-<p>Todavía queda un rincón de la casa, también en el piso bajo, donde vive
-la pobre ama Vicenta, quien adora la memoria de su niño Faustinito y no
-piensa más que en él.</p>
-
-<p>La afectuosa anciana guarda en un arca, como reliquias venerables, todo
-el traje doctoral, con muceta bordada, bonete y borla, el uniforme de
-lancero de milicianos nacionales, y el uniforme de maestrante de Ronda.</p>
-
-<p>Yo examiné con atención é interés estos objetos, que, cediendo á
-nuestras súplicas, el ama Vicenta nos mostró con orgullo.</p>
-
-<p>D. Juan Fresco, tan enemigo de las ilusiones, exhalando un suspiro y sin
-acritud alguna, me dijo aparte:</p>
-
-<p>&mdash;Esos objetos simbolizan las causas de la perdición de mi sobrino
-político. El traje de doctor es la vanidad científica, la pedantería
-filosófica, la duda y la incertidumbre sobre cuanto importa para ser
-enérgico en la vida, con energía sana; el uniforme de miliciano nacional
-es símbolo de la confusión<span class="pagenum"><a name="page_289" id="page_289"></a>{289}</span> que solemos hacer de la verdadera libertad
-con el tumulto, la bullanga y el desorden; y el uniforme de maestrante
-es símbolo de la manía nobiliaria, de donde nacen la pereza, el
-despilfarro y la incapacidad para las faenas y menesteres que dan
-riqueza y prosperidad á las naciones.</p>
-
-<p>Madrid, 1875.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_290" id="page_290"></a>{290}</span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_291" id="page_291"></a>{291}</span>&nbsp; </p>
-
-<h2><a name="POSDATA" id="POSDATA"></a>
-<img src="images/ill_pg_291.png"
-width="500"
-alt="[imagen de una barra decorativa]"
-/><br />POSDATA</h2>
-
-<p>He estado indeciso entre escribir algo ó callarme acerca de la presente
-edición. Ya se ve que la hago por haberse agotado la primera, á pesar de
-los esfuerzos de profundos críticos á fin de demostrar que el libro es
-malo, que no es novela, y que yo no soy ni puedo ser novelista. Yo no he
-de ir á demostrar lo contrario. Es más: no me importa que se demuestre ó
-no, con tal de que el libro se lea y se venda.</p>
-
-<p>Mi objeto al escribir esta posdata es otro.</p>
-
-<p>Aunque en <span class="smcap">LAS ILUSIONES DEL DOCTOR FAUSTINO</span> todo está claro, el espíritu
-sutil de ahora enturbia la mayor claridad, y es menester acudir con
-explicaciones y rectificaciones, si no quiere un pobre autor que le
-atribuyan propósitos que jamás tuvo.</p>
-
-<p>Mi idea al componer cuentos, narraciones ó lo que sean, ya que no sean
-novelas, no es probar nada. Para probar tesis, escribiría yo
-disertaciones. Mi intento es hacer una pintura de las costumbres y
-pasiones de nuestra época; una representación fiel y artística de la
-vida humana. De tal pintura ó representación, si estuviere bien hecha,
-sacará cada lector, no una, sino varias enseñanzas,<span class="pagenum"><a name="page_292" id="page_292"></a>{292}</span> que no dudo que
-podrán serle útiles; pero el principal objeto del autor ha de ser la
-pintura, la obra de arte, y no la enseñanza.</p>
-
-<p>Para la pintura ó representación, ¿cómo he de negar yo que se buscan y
-estudian modelos? Pero la obra de arte no se logra copiándolos
-servilmente. Contra tal sospecha me conviene protestar.</p>
-
-<p>Toda la fábula, en su conjunto, mal ó bien imaginada, es invención mía.
-Nada hay en ella de real y de histórico. Los personajes que en la fábula
-intervienen son también inventados.</p>
-
-<p>Villabermeja es una utopia, aunque para darle color y ser de lugar real,
-tome yo rasgos y perfiles y pormenores de lugares que conozco y donde he
-vivido. De otra suerte, al menos así lo entiendo y lo siento, sin duda
-por la pobreza y esterilidad de mi cerebro, las creaciones del poeta son
-vanas y carecen de verdad y de atractivo. Sobre los rasgos y perfiles
-copiados, mi fantasía ha añadido lo conveniente para la fábula.</p>
-
-<p>Los apodos no tienen chiste, son falsos, cuando no son populares. Es
-menester que los invente ó al menos que los adopte el pueblo. Por eso
-Respeta, Respetilla, D. Juan Fresco, las Civiles y el padre Piñón,
-confieso que no son apodos inventados por mí; yo no hubiera tenido jamás
-la habilidad de inventarlos; pero las personas que en mi narración
-llevan estos apodos, ni en costumbres, ni en circunstancias de la vida,
-ni en lances de fortuna, tienen nada que ver con los seres reales, tal
-vez conocidos en algún lugar con dichos apodos.</p>
-
-<p>Con los nombres de pila y con los apellidos procedo yo en mis novelas de
-un modo idéntico, por este prurito<span class="pagenum"><a name="page_293" id="page_293"></a>{293}</span> que tengo de remedar la verdad en
-las menudencias. Así, por ejemplo, Pepe Güeto y D. Acisclo son nombres
-que trascienden á mi provincia á cien leguas. Y así también, al hacer
-madre de D. Faustino á una señora principal de Ronda, le dí apellido y
-la hice de una de las familias más principales de aquella ciudad: los
-Escalantes. Del mismo modo, D. Carlos, en <i>El Comendador Mendoza</i>,
-lleva, por ser rondeño, el apellido ilustre de Atienza, tan conocido y
-respetado en aquella ciudad. Como ni D. Carlos ni Doña Ana hacen nada
-indecoroso, ningún inconveniente se sigue de que yo les dé tales
-apellidos.</p>
-
-<p>Para los títulos he procedido por manera semejante; y en vez de llamar á
-tal conde el de Prado-Ameno, y al otro marqués el de Monte-Alto, he
-buscado nombres propios de sitios conocidos en mi tierra, como
-Fajalauza, Genazahar y Guadalbarbo.</p>
-
-<p>En anecdotillas ó lances realmente ocurridos, ¿cómo he de negar que
-abundan mis novelas? Con estas verdades, incrustadas en la mentira ó
-ficción poética, se hace verosímil dicha ficción. Verdades son, pues, la
-broma, algo pesada, que dió el cura Fernández al Obispo en la Peña de
-los Enamorados, que se refiere como cierta de otro cura á quien he
-conocido; las circunstancias de la muerte de Joselito el Seco (¿para qué
-negarlo, si nadie lo ignora en Andalucía?), ocurridas en la muerte del
-famoso bandolero Caparrota; y la venganza que tomó Joselito el Seco del
-Alcalde, y la venganza que el hijo del Alcalde tomó luego de Joselito,
-lo cual, con la alteración que á mí me convenía, es historia que he oído
-contar no pocas veces á personas de mi familia, quienes<span class="pagenum"><a name="page_294" id="page_294"></a>{294}</span> vieron entrar
-en Carratraca al hijo del Alcalde con los últimos bandidos muertos, y no
-rapadas aún las barbas, que él había jurado conservar hasta que vengase
-por completo á su padre.</p>
-
-<p>De las mujeres de mis novelas me interesa asimismo decir algo. Unos
-críticos suponen que son las más tan marisabidillas, que no pueden
-existir en los lugares; y otros, que existen en los lugares, y que yo
-las he copiado sin respeto, y las he sacado á relucir sin consentimiento
-de ellas. Ni una cosa ni otra es cierta. En los lugares de Andalucía
-hay, y puede haber, mujeres que sean la propia discreción y la propia
-elegancia. No es menester nacer en Madrid para eso. Precisamente, de la
-pequeña ciudad cuyo nombre callo, y donde yo supongo educada á
-Costancita y donde Costancita tiene sus devaneos por la reja con el
-Doctor Faustino, han venido á Madrid nada menos que tres mujeres de
-nuestra primera aristocracia, que han brillado y brillan, por hermosura,
-ó por ingenio, ó por todo. Costancita, sin embargo, salvo este
-fundamento real para la verosimilitud; salvo el dato efectivo de que en
-su ciudad se crían mujeres que vienen á ser grandes y elegantísimas
-señoras, en nada se parece, ni por su carácter, ni por los sucesos de su
-vida, á sus simpáticas, bellas y respetables compatriotas. Si he aludido
-á ellas, ha sido para demostrar que no me llevo á un lugar á una señora
-de Madrid y la pongo donde no existe, como los antiguos poetas
-bucólicos, griegos ó franceses, disfrazaban de pastoras á las refinadas
-damas de Alejandría, de París ó de Versalles.</p>
-
-<p>Vengo, por último, al héroe principal de mi novela: al Doctor Faustino.
-No hay personaje, en mi sentir, más<span class="pagenum"><a name="page_295" id="page_295"></a>{295}</span> dotado de verdad estética. No le
-hay, tampoco, más desprovisto de toda histórica realidad.</p>
-
-<p>Aunque yo soy poco aficionado á símbolos y alegorías, confieso que el
-Doctor Faustino es un personaje que tiene algo de simbólico ó de
-alegórico. Representa, como hombre, á toda la generación mi
-contemporánea: es un doctor Fausto en pequeño, sin magia ya, sin diablo
-y sin poderes sobrenaturales que le den auxilio. Es un compuesto de los
-vicios, ambiciones, ensueños, escepticismo, descreimiento,
-concupiscencias, etc., que afligen ó afligieron á la juventud de mi
-tiempo. En él reúno los tres tipos ó formas principales bajo que se
-presenta el hombre de dicha generación y de cierta clase, si clase
-pueden formar los que gastan levita y no chaqueta. En su alma asisten la
-vana filosofía, la ambición política y la manía aristocrática. Ya sé que
-hay hombres mejores; pero yo no quería escribir la vida de un santo. Sé
-también que los hay más ridículos; pero no quería yo hacer una novela
-enteramente cómica y de figurón. Y sé también que los hay mil veces más
-odiosos y malvados; pero si D. Faustino lo fuese, dejaría de ser algo
-cómico, como yo quería, y dejaría de tener también algo de interesante y
-de patético, como me convenía que tuviese para mi plan de novela, ó de
-lo que yo entiendo por novela, á pesar de los críticos. D. Faustino,
-dado mi plan, no podía ser sino como es. Fausto es más grande; pero
-también es más egoista, más pervertido y más pecaminoso.</p>
-
-<p>En suma, y sea del valer moral de mi héroe lo que se quiera (ó mejor
-dicho, lo que se le antoje á quienes quizá no se ven, y se juzgan la
-virtud misma), para pintar<span class="pagenum"><a name="page_296" id="page_296"></a>{296}</span> lo interior del alma de mi héroe,
-prescindiendo de lo que le sucede en el mundo, no he tenido más arte que
-mirar en el fondo del alma de no pocos amigos míos y en el fondo de mi
-propia alma, y analizar allí afectos, desengaños, pasiones é ilusiones.</p>
-
-<p>Este análisis, y perdóneseme la inmodestia, creo que está hecho con
-apacible serenidad, con frescura y con tino dignos de mi D. Juan Fresco.</p>
-
-<p>En esto reside, no ya sólo el mérito literario, si tiene alguno, sino
-también la sana moral, de que estoy convencido de que mi novela no
-carece.</p>
-
-<p>Las enfermedades y las deformidades físicas no se curan con sólo
-mirarlas y conocerlas; pero en las enfermedades del alma es ya gran
-remedio el ver y el conocer; y si por gracia de la fantasía poética se
-representan artísticamente esa intuición y ese conocimiento, la cura
-está ya casi realizada. Tal vez á los soberbios, que no quieren ver en
-ellos mismos ni uno solo de los defectos del Doctor Faustino, sea á
-quienes peor y más detestable, moral y literariamente, les parezca su
-historia, que me atrevo, á pesar de todo, á encomendar de nuevo á la
-indulgencia del público ilustrado y desapasionado.<span class="pagenum"><a name="page_297" id="page_297"></a>{297}</span></p>
-
-<h2><a name="INDICE_DEL_TOMO_II" id="INDICE_DEL_TOMO_II"></a>ÍNDICE DEL TOMO II.</h2>
-
-<table border="0" cellpadding="0" cellspacing="0" summary=""
-style="margin:auto auto;max-width:60%;">
-
-<tr><td>&nbsp;</td><td class="rt"><small><i>Páginas.</i></small></td></tr>
-
-<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XV">XV.</a>&mdash;<span class="smcap">La tertulia de los tres dúos</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_005">5</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XVI">XVI.</a>&mdash;<span class="smcap">El Paraiso terrenal</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_021">21</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XVII">XVII.</a>&mdash;<span class="smcap">Más pueden celos que amor</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_039">39</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XVIII">XVIII.</a>&mdash;<span class="smcap">Pacto amoroso</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_057">57</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XIX">XIX.</a>&mdash;<span class="smcap">Los milagros del desprecio</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_063">63</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XX">XX.</a>&mdash;<span class="smcap">Continúan los milagros</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_069">69</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XXI">XXI.</a>&mdash;<span class="smcap">Por seguir á una mujer</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_079">79</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XXII">XXII.</a>&mdash;<span class="smcap">La venganza de Rosita</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_099">99</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XXIII">XXIII.</a>&mdash;<span class="smcap">Confidencias de Joselito</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_107">107</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XXIV">XXIV.</a>&mdash;<span class="smcap">Sunt lacrimæ rerum</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_115">115</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XXV">XXV.</a>&mdash;<span class="smcap">La soledad</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_131">131</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XXVI">XXVI.</a>&mdash;<span class="smcap">Ilusiones que se van perdiendo</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_147">147</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XXVII">XXVII.</a>&mdash;<span class="smcap">Cabos sueltos</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_159">159</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XXVIII">XXVIII.</a>&mdash;<span class="smcap">La crisis</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_181">181</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XXIX">XXIX.</a>&mdash;<span class="smcap">Á secreto agravio, secreta venganza</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_199">199</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top" class="hang"><a href="#XXX">XXX.</a>&mdash;<span class="smcap">Bodas tristes</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_243">243</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top" class="hang"><span class="smcap"><a href="#CONCLUSION">Conclusión</a></span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_265">265</a></td></tr>
-
-<tr><td valign="top" class="hang"><span class="smcap"><a href="#POSDATA">Posdata</a></span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_291">291</a></td></tr>
-</table>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_298" id="page_298"></a>{298}</span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_299" id="page_299"></a>{299}</span>&nbsp; </p>
-
-<p class="c">
-<span class="smcap">Acabóse de imprimir este libro<br />
-en la Imprenta Alemana<br />
-en Madrid á XV días<br />
-de Agosto de<br />
-MCMVI años</span><br />
-</p>
-
-<div class="figcenter">
-<img src="images/ill_pg_295.png" width="50" height="49" alt="" title="" />
-</div>
-
-<hr class="full" />
-
-
-
-
-
-
-
-<pre>
-
-
-
-
-
-End of the Project Gutenberg EBook of Las Ilusiones del Doctor Faustino, v.2, by
-Juan Valera
-
-*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LAS Ilusiones DEL DOCTOR ***
-
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