summaryrefslogtreecommitdiff
diff options
context:
space:
mode:
-rw-r--r--.gitattributes4
-rw-r--r--LICENSE.txt11
-rw-r--r--README.md2
-rw-r--r--old/51724-0.txt13432
-rw-r--r--old/51724-0.zipbin233015 -> 0 bytes
-rw-r--r--old/51724-h.zipbin745024 -> 0 bytes
-rw-r--r--old/51724-h/51724-h.htm16118
-rw-r--r--old/51724-h/images/cover.jpgbin56873 -> 0 bytes
-rw-r--r--old/51724-h/images/da.jpgbin19687 -> 0 bytes
-rw-r--r--old/51724-h/images/db.jpgbin19107 -> 0 bytes
-rw-r--r--old/51724-h/images/dc.jpgbin19938 -> 0 bytes
-rw-r--r--old/51724-h/images/dd.jpgbin18789 -> 0 bytes
-rw-r--r--old/51724-h/images/de.jpgbin19345 -> 0 bytes
-rw-r--r--old/51724-h/images/dh.jpgbin17427 -> 0 bytes
-rw-r--r--old/51724-h/images/dr.jpgbin19522 -> 0 bytes
-rw-r--r--old/51724-h/images/ds.jpgbin18758 -> 0 bytes
-rw-r--r--old/51724-h/images/du.jpgbin19722 -> 0 bytes
-rw-r--r--old/51724-h/images/dv.jpgbin26395 -> 0 bytes
-rw-r--r--old/51724-h/images/dy.jpgbin20545 -> 0 bytes
-rw-r--r--old/51724-h/images/ill-005.jpgbin18721 -> 0 bytes
-rw-r--r--old/51724-h/images/ill-014.jpgbin14076 -> 0 bytes
-rw-r--r--old/51724-h/images/ill-015.jpgbin16635 -> 0 bytes
-rw-r--r--old/51724-h/images/ill-023.jpgbin11212 -> 0 bytes
-rw-r--r--old/51724-h/images/ill-025.jpgbin20671 -> 0 bytes
-rw-r--r--old/51724-h/images/ill-037.jpgbin16871 -> 0 bytes
-rw-r--r--old/51724-h/images/ill-039.jpgbin15138 -> 0 bytes
-rw-r--r--old/51724-h/images/ill-054.jpgbin18481 -> 0 bytes
-rw-r--r--old/51724-h/images/ill-070.jpgbin12713 -> 0 bytes
-rw-r--r--old/51724-h/images/title.jpgbin84591 -> 0 bytes
29 files changed, 17 insertions, 29550 deletions
diff --git a/.gitattributes b/.gitattributes
new file mode 100644
index 0000000..d7b82bc
--- /dev/null
+++ b/.gitattributes
@@ -0,0 +1,4 @@
+*.txt text eol=lf
+*.htm text eol=lf
+*.html text eol=lf
+*.md text eol=lf
diff --git a/LICENSE.txt b/LICENSE.txt
new file mode 100644
index 0000000..6312041
--- /dev/null
+++ b/LICENSE.txt
@@ -0,0 +1,11 @@
+This eBook, including all associated images, markup, improvements,
+metadata, and any other content or labor, has been confirmed to be
+in the PUBLIC DOMAIN IN THE UNITED STATES.
+
+Procedures for determining public domain status are described in
+the "Copyright How-To" at https://www.gutenberg.org.
+
+No investigation has been made concerning possible copyrights in
+jurisdictions other than the United States. Anyone seeking to utilize
+this eBook outside of the United States should confirm copyright
+status under the laws that apply to them.
diff --git a/README.md b/README.md
new file mode 100644
index 0000000..397deb3
--- /dev/null
+++ b/README.md
@@ -0,0 +1,2 @@
+Project Gutenberg (https://www.gutenberg.org) public repository for
+eBook #51724 (https://www.gutenberg.org/ebooks/51724)
diff --git a/old/51724-0.txt b/old/51724-0.txt
deleted file mode 100644
index d58b56a..0000000
--- a/old/51724-0.txt
+++ /dev/null
@@ -1,13432 +0,0 @@
-The Project Gutenberg eBook, La Esfinge Maragata, by Concha Espina
-
-
-This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and most
-other parts of the world at no cost and with almost no restrictions
-whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of
-the Project Gutenberg License included with this eBook or online at
-www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you'll have
-to check the laws of the country where you are located before using this ebook.
-
-
-
-
-Title: La Esfinge Maragata
- Novela
-
-
-Author: Concha Espina
-
-
-
-Release Date: April 10, 2016 [eBook #51724]
-
-Language: Spanish
-
-Character set encoding: UTF-8
-
-
-***START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LA ESFINGE MARAGATA***
-
-
-E-text prepared by Giovanni Fini, Carlos Colon, and the Online Distributed
-Proofreading Team (http://www.pgdp.net) from page images generously made
-available by Internet Archive/Canadian Libraries
-(https://archive.org/details/toronto)
-
-
-
-Note: Project Gutenberg also has an HTML version of this
- file which includes the original text decorations.
- See 51724-h.htm or 51724-h.zip:
- (http://www.gutenberg.org/files/51724/51724-h/51724-h.htm)
- or
- (http://www.gutenberg.org/files/51724/51724-h.zip)
-
-
- Images of the original pages are available through
- Internet Archive/Canadian Libraries. See
- https://archive.org/details/laesfingemaragat00espi
-
-
-NOTA DEL TRANSCRIPTOR:
-
- Se ha mantenido la acentuación del libro original, que
- difiere notablemente de la utilizada en español moderno.
-
-
-
-
-
-LA ESFINGE MARAGATA
-
-Novela
-
-Premiada por la Real Academia Española
-
-(Tercera Edición)
-
-
- * * * * * *
-
-OBRAS DE CONCHA ESPINA
-
-
- LA NIÑA DE LUZMELA (Novela), 2.ª edición.
-
- DESPERTAR PARA MORIR (Novela), 2.ª edición.
-
- AGUA DE NIEVE (Novela), 3.ª edición.
-
- LA ESFINGE MARAGATA (Novela premiada con el premio
- Fastenrath por la Real Academia Española), 3.ª edición.
-
- LA ROSA DE LOS VIENTOS (Novela), 2.ª edición.
-
- AL AMOR DE LAS ESTRELLAS (_Mujeres del «Quijote»_).
-
- RUECAS DE MARFIL (Novelas), 2.ª edición.
-
- EL JAYÓN (Drama en tres actos).
-
- PASTORELAS.
-
- EL METAL DE LOS MUERTOS (Novela), 2.ª edición.
-
-
-TRADUCCIONES:
-
- AL INGLÉS:
-
- LA ESFINGE MARAGATA.
- LA ROSA DE LOS VIENTOS.
- EL JAYÓN.
- EL METAL DE LOS MUERTOS.
-
- AL ALEMÁN:
-
- LA ESFINGE MARAGATA.
- EL JAYÓN.
- EL METAL DE LOS MUERTOS.
-
- AL ITALIANO:
-
- LA ESFINGE MARAGATA.
- EL JAYÓN.
- PASTORELAS.
- EL METAL DE LOS MUERTOS.
- AL AMOR DE LAS ESTRELLAS, 2.ª edición.
-
- * * * * * *
-
-
-[Illustration:
-
-
-CONCHA ESPINA
-
-LA ESFINGE MARAGATA
-
-Novela
-
-Premiada por la Real Academia Española
-
-
-
-
-
-
-
-Gil Blas
-Renacimiento
-
-10º Millar Madrid
-
-
-
-
- Es propiedad de la autora.
-
- Derechos de reproducción y traducción
- reservados para todos los países,
- comprendidos Suecia, Noruega y
- Rusia.
-
- Copyright 1920 by Concepción Espina
- y Tagle.
-
- Hechos los depósitos que marca la
- Ley para las Repúblicas Americanas.
-
-
- MADRID.—Imprenta de Miguel Albero.—Santa Engracia 155.
-
-
-
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-I
-
-EL SUEÑO DE LA HERMOSURA
-
-
-VIBRA el soplo estridente de la máquina que desaloja vapor, cruje con
-recio choque una portezuela, algunos pasos vigorosos repercuten en el
-andén, silba un pito, tañe una campana, y el convoy trajina, resuella y
-huye, dejando la pequeña estación muda y sola, con el ojo de su farol
-vigilante encendido en la torva oscuridad de la noche.
-
-El único viajero que ha subido en San Pedro de Oza es joven, ágil,
-buen mozo; lleva un billete de segunda para Madrid, y, apenas salta al
-vagón, acomoda su equipaje—una maleta y el portamantas—en la rejilla
-del coche. Luego desciñe el tahalí que trae debajo del gabán y lo
-asegura cuidadosamente en un rincón. Dentro de su escarcela de viaje
-guarda Rogelio Terán—que así se llama el mozo—toda su fortuna: poco
-dinero y hartas ilusiones; el manuscrito de una novela; un libro de
-memorias con apuntes de peregrino artista, versos, postales y retratos.
-
-Ocupan el departamento dos señoras. Al tenue claror que la lucecilla
-del techo difunde, sólo se logra averiguar que entrambas duermen: la
-una sentada a un extremo, con la cabeza envuelta en un abrigo que le
-oculta la cara; tendida la otra en sosegada postura bajo la caricia
-confortadora de un chal. Las dos permanecen ajenas al arribo del
-nuevo viajero; las dos yacen con igual reposo y oscilan con el tren,
-esfumadas en la penumbra del breve recinto, insensibles a la vida
-maquinal del convoy, como los inanimados contornos de los almohadones
-vacíos y los equipajes inertes.
-
-Distrae el caballero unos minutos en cambiar el hongo por la gorra,
-ceñirse una manta a las rodillas y limpiar los lentes con mucha pausa
-y pulcritud. Luego previene un cigarrillo, le coloca en los labios con
-esa petulancia habitual del fumador, y enciende una cerilla.
-
-Mas antes de dar lumbre a su tabaco, inclina curioso el busto hacia la
-dama, dormida enfrente, de la cual ya ha sorprendido un cándido perfil,
-rodeado de cabellos oscuros, en el fonje lecho de la almohada. Con
-más audaz resolución descubre ahora las hermosuras de aquel semblante
-serenísimo que duerme y sonríe. La llama tembladora del fósforo quema
-los dedos cómplices sin que el viajero artista deje de ver y de
-admirar: la tez morena clara, de suavísimo color; puras las facciones y
-graciosas; párpados grandes y tersos; orla riza y doble de pestañas que
-acentúan con apacible sombra el romántico livor de las ojeras; mejillas
-carnosas y rosadas; correcta la nariz y encendida la boca, y en las
-sienes un oleaje de cabellos negros desprendidos del peinado, que caen
-sobre las cejas y nimban la cara como una fuerte corona...
-
-Tales maravillas cuenta la temblorosa luz al extinguirse de un
-soplo, semejante a un suspiro, mientras el ocioso mirón falla en
-silencio:—¡Admirable!, ¡admirable!—Y se respalda en el sofá
-escudriñando con golosa mirada a la otra incógnita dormida.
-Inútilmente: la mantilla o toca que la cela el rostro, no ofrece el
-menor señuelo a las audacias del furtivo y galante explorador. El cual,
-entonces, se decide a encender su olvidado cigarrillo, y fuma con
-impaciente y nervioso afán, puestos los ojos y el corazón en el dulce
-misterio de aquella hermosa mujer...
-
-El tren correo salió de La Coruña a las nueve de la noche; aunque estas
-señoras procedan de la capital, ¿cómo a las diez y media se han rendido
-ya tan profundamente a la pesadumbre del sueño? Parece que vinieran de
-lejanos países, acosadas por la fatiga de muchas horas de insomnio...
-¿Viajan las dos juntas?... ¿Las reune el acaso?... ¿Adónde van?...
-¿Quiénes son?...
-
-—Madre e hija—sospecha el curioso, pensando que una moza tan gentil
-no anda bien sola por el mundo. Y saborea, con refinamiento exquisito,
-la emoción de hallarse de repente, en un recodo de su inquieto
-peregrinaje, al lado de una bella desconocida que, en la placidez de la
-más absoluta confianza, rueda con él por un camino oscuro.
-
-El peso voluptuoso de esta meditación inclina otra vez al viajero hacia
-la joven.
-
-—¿Soltera?... ¿Casada?...—murmura interiormente—. Soltera—concluye,
-adivinando en las facciones suaves la pureza de la virginidad bajo la
-gracia de la primera juventud—. ¡Si parece una niña!...
-
-La contemplación se hace tan próxima, tan impulsiva y profunda; brilla
-en los claros ojos varoniles un deseo de hurto, tan voraz, que la dama
-_lo siente_, mortificador, al través del sueño; suspira, se impacienta,
-parece que lucha con la imposibilidad de despertarse, y en voz chita,
-con enojo y con mimo, protesta:
-
-—¡Vaya!...
-
-Iníciase a lo largo del confortable chal una rápida agitación, y, al
-punto, la tan sutilmente importunada vuelve a quedar en serena actitud.
-De su lindo rostro se ha borrado la repentina mueca infantil que lo
-alteró un instante, y la sonrisa florece ahora más clara, más dulce,
-mientras el atrevido admirador, replegado en su asiento con mesura, oye
-confusamente la voz de la conciencia hidalga, reprobadora de apetitos
-locos, y aun el aviso discreto de aquel adagio que dice:
-
- _Un beso por sorpresa,_
- _es una tontería del que besa._
-
-Pero estos estímulos saludables de la prudencia y la honestidad no
-penetran mucho en el ánimo del viajero, absorto en otras imprevistas
-revelaciones.
-
-La bella durmiente, al sacudir con disgusto su arrogante cabeza en la
-almohada, ha dejado rodar sobre el cuello, libre y redondo, una roja
-sarta de corales.
-
-Y la tercera inclinación de Rogelio Terán hacia el encanto de aquella
-mujer, es lúgubre y angustiosa: el hilo encarnado se aparece de pronto
-en la dulzura morena de la piel como borde sangriento de una herida;
-el semblante, al cambiar de postura, resalta más pálido, en escorzo
-bajo la macilenta luz, con la aureola de cabellos brunos en rebelde
-y hermosísimo desorden. Ha cambiado así tan de súbito el aspecto de
-la viajera, que el asombrado mozo apenas la reconoce: tiene ahora una
-belleza trágica, el desolado rostro de una víctima; parece que la
-circuyen sombras de fatal predestinación.
-
-De nuevo, muy de cerca, mas con respeto y solicitud, los zarcos ojos
-miopes atisban el femenino perfil y sólo entonces aquella respiración
-suave, aquella sonrisa difusa, devuelven al caballero la tranquilidad.
-
-A este punto una nota blanca ha roto las sombras en el ángulo donde
-la viajera apoya los pies, y el artista, triunfante en el abierto
-campo de sus exploraciones, distingue una media inmaculada, ceñida a
-un alto empeine en el escote del zapato de oreja, bordado y elegante,
-nuevos motivos de asombro y cavilación: aquel collar, aquel zapato,
-¿pertenecen a una bailarina que viaja en traje de luces, o a una señora
-vestida de aldeana por capricho y con lujo?
-
-La primera suposición parece más verosímil: quizá bajo la estameña
-oscura del abrigo, un relámpago de falsa pedrería serpea entre livianos
-tules en torno a la farandulera errante. De todas suertes, aquella
-mujer no es, de seguro, una campesina auténtica viajando con el vestido
-regional de Galicia. Cierto perfume señoril que de la ropa trasciende,
-la finura del semblante, el pie lindo y curvado, la garganta mórbida y
-dócil, sugieren la idea de una más noble calidad.
-
-Feliz el caballero con esta certidumbre, se decide a proteger,
-solícito, el confiado reposo de la dama. Y mirándola, en tan profundo
-sosiego, recuerda haber leído, no sabe dónde, que sólo en la pujante
-mocedad se duerme así, con absoluto abandono, con dulzura y pesadez, y
-que a este primer descanso antes de las doce de la noche, por lo mucho
-que repara y embellece, lo designó cierta famosa actriz con la frase de
-_el sueño de la hermosura_.
-
-Despiertas con esta membranza las más sutiles curiosidades del artista,
-muerden la sombra queriendo descubrir cómo la gracia de aquel beleño
-reparador presta a los músculos sedante laxitud, y, con una pincelada
-invisible, extiende sobre el reposo de las facciones toda la infinita
-serenidad de la belleza.
-
-—_¡El sueño de la hermosura!_—corrobora el viajero, sumido en la
-poética sugestión de la frase cuando, de pronto, sobrevienen el taque
-brusco de una portezuela, el uniforme del revisor y unas palabras
-requeridoras, con barruntos de cortesía:
-
-—Buenas noches... ¿los billetes?...
-
-Rogelio busca el suyo sin apartar los ojos del frontero sofá, y mira
-atónito cómo la manta encubridora, estremecida por un tardo movimiento,
-se yergue, resbala y descubre un peregrino traje de mujer, bajo cuyo
-jubón de seda negra se solivia un gallardo busto, mientras una voz
-insegura, blanca y musical, prorrumpe:
-
-—¡Abuela, los billetes!...
-
-Y el brazo primoroso de la joven se tiende hacia la dama oculta en el
-rincón, la mueve, la despierta con mimo y la ayuda a desembarazarse de
-ropas y envoltorios.
-
-Surgen de ellos una cara senil y una mano rugosa; taladra el revisor
-los cartoncillos, y se despide con otro portazo.
-
-Los tres viajeros se miran de hito en hito, con vago asombro de las
-dos señoras e interés creciente por parte de Terán, que se lanza a
-la cumbre de las más arduas imaginaciones ante aquellas dos mujeres
-tan distintas, ataviadas de igual manera exótica, unidas por cercano
-parentesco, tal vez precipitadas por la suerte en idéntico destino...
-Y, sin embargo, representan dos castas, dos épocas, dos civilizaciones.
-En un momento, la perspicaz observación del novelista sorprende, separa
-y define: la abuela es una tosca mujer del campo, una esclava del
-terruño; tiene el ademán sumiso y torpe, la expresión estólida, y en la
-tostada piel surcos y huellas de trabajo y dolor; diríase que la traen
-cautiva, que unos grillos feudales la oprimen y torturan, que viene del
-pasado, de la edad de las ciegas servidumbres, en tanto que la moza,
-linda y elegante, acusa independencia y señorío: todo su porte bizarro
-lleva el distintivo moderno de la gracia a la cultura. En esta niña el
-traje campesino parece un disfraz caprichoso, mientras en la anciana
-tiene un aire de rudeza y humildad, como librea de esclavitud.
-
-Al discernir de una sola ojeada estas dos existencias, la percepción
-delicada y pronta del artista advierte que aquellos ojos, súbitamente
-abiertos ante él, le están mirando sin verle. Porque la vieja parece
-azorada, distraída en el confín de un pensamiento remoto, del cual
-extrae alguna razón muy turbia y difícil; mientras que en las pupilas
-de la joven no ha despertado el alma todavía. Y una rara inquietud
-acosa al mozo, aguardando que torne aquel espíritu ausente; que luzca
-y se agite; que diga su linaje; que descubra algún florido secreto del
-mundo interior donde se nutre y sueña. Crece tanto el ansia con que
-Rogelio invoca a la dormida esencia de aquel sér, que al fin acude y se
-despierta y mira desde los ojos flavos de la dama, sin comprender las
-razones de tan extraña sugestión.
-
-—Duerme, duerme otro rato—murmura la vieja, viendo a la muchacha
-revolverse perezosa con los dedos entre los desmandados bucles.
-
-—Sí; tengo mucho sueño... tengo frío...
-
-—Te arroparé con la frisa.
-
-Y la abuela, con gran solicitud, mueve las manos rudas para abrigar a
-la joven, otra vez acostada en el sofá.
-
-Cruza la niña sus pestañas dobles, suspira y se aquieta, alzando el
-vuelo de la manta a la altura del rostro, como para recatarlo a las
-voraces miradas del viajero: el alma dormida no llegó a despertarse
-con toda lucidez en las pupilas soñolientas; si se asomó un momento,
-requerida por el audaz reclamo de otro espíritu, cayó otra vez desde la
-linde misteriosa en la región del sueño, en el profundo _sueño de la
-hermosura_.
-
- * * * * *
-
-Así crece la noche, majestuosa y sombría. Rogelio Terán, acosado
-por un enjambre de pensamientos, atisba el paisaje tras los vidrios
-empañecidos por la escarcha: huyen los árboles y los montes, los
-abismos y las cumbres, como un galope de tinieblas en los flancos de
-la vía; tiemblan con agudo fulgor las estrellas lejanas en un cielo
-inclemente, crudo y glacial.
-
-Evoca el viajero las veces que se ha sentido, como en este instante,
-impresionado por la belleza de una mujer. Y revolviendo las memorias de
-su vida, halla en el fondo de cada galante recuerdo una lástima tierna
-y aguda, una ardiente conmiseración hacia todas las bellas por él
-adoradas un minuto, unas horas quizá, desde una ventanilla transitoria,
-en la blandura de un carruaje, en la cubierta de un buque, al compás de
-una danza, a los acordes místicos de un órgano... ¡En tantas ocasiones
-era posible amar a una mujer!
-
-Las amó a todas con alma de poeta y persiguió en cada una la sombra de
-un misterio, el halo de un sacrificio, la huella de una pesadumbre.
-Hijo de una desventurada, a quien vió llorar mucho y morir sonriendo en
-plena juventud, padecía la obsesión de los dolores femeninos, como si
-en su sangre latiera siempre el temblor de aquellas lágrimas queridas.
-Muy sensible por esto, muy humano, ardía en amores vertidos con
-suavidad infinita sobre las criaturas y las cosas bellas y humildes;
-creyendo vislumbrar un arcano de tristeza detrás de cada hermosura de
-mujer, sentíase atacado de melancolía al encuentro de una hermosa.
-
-Jugaba al amor con timidez, en aventuras fugaces, buscando y huyendo
-con sagrados terrores la grande y definitiva pasión de la juventud, la
-raíz de la vida, recia y profunda, enhestada desde la tierra al cielo
-como una llama, como un grito, como una corona. Quería vivir a flor
-de pasiones, amándolo todo con el ímpetu de muchas piedades, cifradas
-en el recuerdo de aquella sonrisa maternal que maduró con el reposo
-codiciado de la muerte, pero sin esclavizarse a los latidos de un solo
-corazón, porque amar al mundo entero era ya un triunfo hermoso del
-sentimiento y de la bondad, y lanzarse al abismo del amor único, al
-paso de una mujer, era enroscar el alma a la tremenda raiz, que lo
-mismo puede erguirse al cielo como una corona victoriosa, que como un
-grito lacerante, como una llama fatal.
-
-Y este pavor augusto a la orilla de las grandes pasiones no carecía de
-egoísmo y de pereza. Como un _dilettante_ del amor, pretendía Terán
-embellecer su existencia con rasgos de Quijote, al estilo moderno, sin
-lastimarse las manos señoriles, sin descomponer la gallarda postura
-ni encadenar el voluble corazón. Hidalguía y curiosidad, émulas en el
-carácter veleidoso de este hombre, se disputaban la victoria de los
-sentidos bajo la guarda prudente de una equilibrada naturaleza y al
-través de un temperamento de artista y de epicúreo. En tan complejo
-bagaje sentimental no había una sola nota de bellaquería ejercitada ni
-de daño propio; pero sí muchos versos ungidos de ternura al margen de
-cada amor: de donde se infiere que el poeta andariego era más hidalgo
-que curioso, más compasivo que sensual y más artista que mundano,
-aunque tuviera mucha sed de novedades, sensaciones y aventuras...
-
-Mientras avanza el ferrocarril al través de la noche, en pleno
-interlunio, Rogelio Terán agita en la memoria el poso romántico de sus
-añoranzas, y vuelve con frecuencia los ojos hacia la mocita dormilona,
-que, inmóvil, trasunta la estatuaria rigidez de un velado cadáver.
-
-Supone el viajero que no ha dejado de contemplar aquel perfil inerte,
-cuando se despierta y mira el reloj. Son las tres de la mañana y el
-tren se ha detenido ante un letrero que dice: «San Clodio». Aquí el
-artista se incorpora, sacude el cansancio un minuto, y en pie detrás
-de la portezuela, saluda con reverente pensamiento al peregrino autor
-de las _Sonatas_, al poeta de _Flor de santidad_, cuya musa galante y
-campesina trovó en estas silvestres espesuras páginas deleitosas.
-
-Y cuando el tren arranca, jadeante y sonoro, Terán, invadido de sueño,
-da una vuelta en los almohadones con el fastidio de hallarse mal a
-gusto: guarda los lentes, se encasqueta la gorra, y refugiado en un
-rincón procura olvidar a su vecina para dormirse, en tanto que la vieja
-ha vuelto a desaparecer bajo la nube de sus tocas.
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-II
-
-MARIFLOR
-
-
-YA la sombra se repliega a los rincones del recinto, y se levanta
-sobre el paisaje la peregrina claridad del amanecer, cuando Rogelio
-siente una aguda atracción que le estimula y aturde, entre despierto
-y dormido, llamándole con fuerza a la realidad desde el confín ignoto
-de los sueños. Se endereza al punto, corrige su descuidada actitud, y
-clava la ondulante memoria en el sofá de enfrente, murmurando con vivo
-azoramiento:
-
-—Buenos días.
-
-Responde la dama al saludo matinal, y luego, pensativa, se pregunta
-dónde ha oído una voz como aquélla; cuándo viajó, como ahora, con
-un mozo rubio, de ojos azules, fino y elegante, que la miraba
-mucho:—Nunca—se dice interiormente—; ¡lo he soñado!...
-
-Al recordar que se despertó un momento antes, enfrente de aquel hombre
-dormido, vacila entre la idea remota de haberle visto llegar o de haber
-soñado que llegaba. Una rara inquietud la sobrecoge: toda la púrpura
-de la sangre se agolpa bajo la tersa piel de sus mejillas; vuelve
-los fugitivos ojos hacia la abuela, que aún duerme, y después, para
-disimular la turbación, trata de bajar uno de los cristales del coche.
-
-Le ayuda Terán, inmediatamente, pesaroso de haberse abandonado en
-postura tal vez ridícula delante de la hermosa. Ella finge mucho
-interés por el indeciso horizonte que clarea en la curva lejana de
-las nubes con soñolienta luz. Y él, entretanto, examina afanoso aquel
-traje, peculiar de un país que no conoce, aquella figura juvenil donde
-reposa la belleza como en ánfora insigne.
-
-Lleva la niña el clásico manteo, usual en varias regiones españolas:
-falda de negro paño con orla recamada, abierta por detrás sobre
-un refajo rojo, y encima del jubón un dengue oscuro guarnecido de
-terciopelo; delantal de raso con adornos sutiles, gayas flores, aves,
-aplicaciones pintorescas y dos cintas bordadas de letreros con borlas
-en las puntas; y al busto, bajo la sarta de corales, un gualdo pañuelo
-de seda, ornado también de primorosos dibujos.
-
-Sobre aquel extraordinario golpe de telas joyantes y placenteros
-matices, se alzaron para delicia de Terán dos manos lindas, azoradas
-como palomas: querían componer unos rizos, mudar unos alfileres,
-hurtar la sién a la intrusión huraña de los cabellos sublevados en
-los azares de la noche; mas no lograron ninguno de estos propósitos,
-y estremecidas de frío, trataron de cerrar otra vez la vidriera.
-Interviene de nuevo Terán con galante premura, y después de algunas
-frases de agrado y cortesía, los dos mozos se quedan frente a frente,
-sentados y amigos, sonriendo con la franca expresión propia de su
-vecindad y su juventud; ella, más propicia a responder que a preguntar,
-dice que marcha a Astorga con la abuela para vivir en el campo hasta
-que regrese su padre, el cual viaja con rumbo a la Argentina.
-
-¿Que si es maragata? Sí: nació allá abajo, en Valdecruces, silencioso
-rincón de Maragatería, pero no conoce el país; muy pequeña, la llevaron
-a La Coruña y nunca volvió al pueblo natal, porque a su madre le
-gustaba poco. Su madre era costanera, de una playa de Galicia, Bayona,
-el vergel más hermoso del mundo... Y la viajera dilata la expresión
-infantil de sus ojos garzos, con las plácidas señales de un recuerdo
-que huye...
-
-—Desde que mi madre murió—murmura—tampoco he vuelto allá. Todo me ha
-sido adverso desde entonces—añade—: con ella se me fué la alegría, la
-fortuna y hasta el mar y la tierra que yo quiero; hasta el traje y el
-nombre que yo tuve...
-
-—¡Cómo!... ¿De verdad?—inquiere el poeta, subyugado por la voz herida
-que suena a cristal roto y que se apaga en el estrépito del tren.
-
-—De verdad: mi padre perdió sus intereses en menos de un año, después
-de vivir muchos con holgura, y se embarca pobre, soñando ganar dinero
-para mí, enviándome lejos de mi costa, de mis campiñas, de mis
-placeres...
-
-—¿Y de un amor?—pregunta osado el mozo.
-
-—De todos los amores—dice ella con negligente sonrisa—. Luego
-contesta, amable, a muchas cosas que su interlocutor quiere averiguar:
-
-Sí; ha cambiado de nombre. Se llamaba Florinda, pero la abuela dice que
-en tierra de maragatos los nombres «finos» no se usan; que allí suelen
-llamar a las mujeres «Marijuana», «Maripepa», «Marirrosa», y que deben
-nombrarla _Mariflor_.
-
-—¡Delicioso!—interrumpe Terán.
-
-Lleva Florinda sus arreos de maragata, porque el traje de la región es
-allí sagrado como un rito, pero no sufrirá la vida de los labradores
-en toda su rudeza: ¡le han dicho que es tan triste! El animoso
-emigrante ha podido librarla de aquel atroz cautiverio hasta que logre
-llevársela consigo o asegurarle definitivamente la independencia.
-
-—Mediante una boda—insinúa Terán con vaga pesadumbre, entre celoso
-y compadecido, sin advertir que quiere penetrar muy de prisa en las
-intimidades de la joven.
-
-Ella no da importancia a la pregunta, y responde con sinceridad:
-
-—Tal vez casándome sería muy feliz como mi madre, que vivió libre,
-alegre y mimada; pero como el padre mío hay pocos hombres...
-
-Quédase Florinda meditabunda, adormilados los ojos entre las pestañas,
-triste soñadora del inseguro porvenir.
-
-Terán la contempla conmovido ante la dulce ingenuidad que no se recela
-ni ofende en aquel interrogatorio de todo punto inesperado: allí están
-las íntimas confidencias que él acució unas horas antes, ambicioso y
-febril, en las bellas pupilas asombradas de sueño; parece que bajo el
-cutis delicado de la viajera se ven pasar las emociones, se sienten los
-latidos cordiales de aquella vida, se oye el compás armonioso de aquel
-espíritu, como si toda _Mariflor_ se convirtiera en alma de cristal que
-vibrase en una voz apacible y se derramara en una sonrisa tenue.
-
-El foco de compasiones que arde en el corazón del poeta, sube de
-improviso hasta los audaces pensamientos, inundando de misericordia la
-conciencia varonil. Y Terán presiente, condolecido, la desventura de
-aquella mujer que desde la vida muelle y dulce de la ribera mimosa, se
-ve empujada, inocente y pobre, al más duro y yermo solar del páramo
-legionense, a la tierra mísera y adusta que él recuerda haber cruzado
-en rápida correría a los montes del Teleno, y de cuya fosca imagen
-guarda una trágica impresión.
-
-Fué al iniciarse la primavera, como ahora. Varios socios del Club
-Alpino español cruzaron la región maragata al firme y lento paso de
-las caballerías del país, como perdidas sombras de mundano regocijo,
-fuyentes por azar en las yermas soledades de la vida: eran mozos
-festeros, exploradores felices de las sierras bravas, jamás cautivos en
-una llanura tan triste y tan inútil, sembrada de pueblos estancados y
-ruines; llanura esquiva, donde la sangre de la tierra castellana, las
-frescas amapolas, corre con estéril pesadumbre, como flujo de entrañas
-infecundas. Una mordaza de melancolía hizo enmudecer a los viajeros
-desde el puente romano del Gerga, a la salida de Astorga, hasta Boisán,
-donde la Naturaleza se embravece y se engalana con raros alardes de
-hermosura para subir al Teleno: tomando la «senda de los peregrinos»,
-Murias de Rechivaldo, Castrillo de los Polvazares y otras poblaciones
-de nombre sonoro y muerta fisonomía, se aparecieron en el páramo como
-esfinges, al través de los medioevales caminos de herradura; y en el
-trágico umbral de estos pueblos mudos, se erguía, como un símbolo de
-abandono y desolación, la figura dolorosa de la maragata en brava
-intimidad con el trabajo, luchando estoica y ruda contra la invalidez
-miserable de la tierra...
-
-Al fogonazo de aquel recuerdo, Rogelio Terán reconoce el traje y
-el tipo de la anciana que duerme; es la misma mujer empedernida y
-triste, vieja y sacrificada, que el mozo sorprendió firme en el suelo
-como heráldico atributo de esclavitud, en las torvas llanuras de
-Maragatería. Pero la muchacha que al otro extremo del coche medita y
-sonríe, parece separada de la abuela por siglos de generosidad y de
-dulzura: en el cuerpo y en el alma de esta niña gentil, ha posado el
-amor un indulto con todo su cortejo de blandas piedades.
-
-Prende el artista otra vez su atención en la moza, y para disimular un
-tumulto loco de reflexiones, por decir algo, dice:
-
-—¡Es precioso el vestido de usted!...
-
-—Llevo el de las fiestas—responde Florinda, que sacude con mucha
-gracia la flocadura espesa del pañuelo—; lo encargó mi padre para que
-yo me hiciese un retrato, y la abuela me lo mandó poner ahora, porque
-así dice que no pareceré en el pueblo una extraña... Tendré que hacerme
-otro más humilde para todos los días... Con lo que no transijo es en
-llevar en la cabeza un pañuelo como la abuelita, ¿lo ha visto usted?
-
-—Yo sólo quiero ver los espléndidos cabellos de mi amiga _Mariflor_...
-¿_Mariflor_, qué?
-
-—Salvadores. En Valdecruces casi todas las familias se apellidan así.
-
-—Serán todos parientes.
-
-—Sí; se casan unos con otros, por lo general.
-
-—A usted ya le tendrán destinado algún primito.
-
-—Eso dicen.
-
-—¿Y se llama...?—insinúa incómodo Terán.
-
-—Antonio Salvadores. Pero...
-
-Este _pero_, largo y sonriente, acompañado de un delicioso mohín,
-desarruga el entrecejo del poeta.
-
-—Pero, ¿qué?—interroga apremiante.
-
-—Que sólo nos conocemos por fotografía.
-
-—¿Y por cartas?
-
-—¡Quiá!... Los novios maragatos no se escriben.
-
-—¿De manera que son ustedes novios, ya de hecho?
-
-—A estilo del país. El padre de Antonio y el mío eran hermanos y
-deseaban esa boda, pero me dejan en libertad de decidirla yo. Y si el
-mozo no me gusta...
-
-—¿Qué tipo tiene?
-
-—Por el retrato y las noticias que me dan, es grande, moreno,
-colorado...
-
-—¡No se parece a mí!—interrumpe Terán con ingenua lamentación.
-
-—¿Por qué había de parecerse?—pregunta la muchacha—. Y su risa, que
-finge asombro, tiene un matiz muy femenino de curiosidad. Después, en
-tono de confidencia, recelando del sueño de la anciana, añade:
-
-—Mi primo tiene una tienda de comestibles en Valladolid; este año irá
-a Valdecruces para la fiesta sacramental, y yo aguardo a conocerle para
-decir «que no simpatizamos», y quedar libre de ese compromiso...
-
-—¡Si usted ha dado ya su consentimiento!...—se duele el joven.
-
-—¡Qué había yo de dar, criatura!—prorrumpe con mucho desenfado la
-mocita. Luego, baja la voz, y el caballero tiene que inclinar el oído
-hacia la boca dulce que secretea:
-
-—En Maragatería, sin contar para nada con los novios, se apalabran las
-bodas entre los más próximos parientes de los interesados. Pero, aunque
-raras, hay algunas excepciones en esta costumbre; mi padre se enamoró
-en la costa y fué muy feliz con una costanera... Por eso no me impone
-a mi primo y sólo me ha suplicado que le trate antes de adquirir otras
-relaciones.
-
-—¿Y si a usted le gustara?—inquiere todavía el viajero, sin disimular
-su interés.
-
-Pero _Mariflor_, dictadora desde la señoría de su belleza, deja dormir
-en los ojos la mirada, y murmura:
-
-—¡No es mi ideal un comerciante!...
-
-Muy respetuoso ante el secreto ideal de aquella niña encantadora,
-averigua el poeta con cierta inquietud:
-
-—¿Qué profesión prefiere usted en un hombre?
-
-Ella retira con ambas manos los tenebrosos cabellos de su frente, y
-contesta devota:
-
-—La de marino.
-
-Parece que detrás de esta confesión ha volado muy lejos el alma
-de Florinda a perseguir por remotos mares la silueta romántica de
-algún velero audaz: tal es la actitud de arrobo a que la muchacha se
-abandona. Mas vuelve al punto de aquella ausencia repentina y une dos
-cabos sutiles de una ilusión, muy tenue, en esta pregunta, que la hace
-enrojecer:
-
-—¿Ha seguido usted alguna carrera?
-
-Suelto el corazón delante de aquellos inefables rubores, Terán dice:
-
-—Las he seguido todas y ninguna, porque soy poeta, soy novelista:
-forjo criaturas y sentimientos, vidas y profesiones; creo almas,
-caminos, mares y tierras, mundos y cielos, astros y nubes. Bajo la
-exaltación de mi pluma surgen dóciles y palpitantes los seres y las
-cosas, lo pasado y lo por venir, lo perecedero y lo infinito; el bien,
-el mal, la gracia, el arte, la virtud, el dolor...
-
-Aquel torrente de elocuencia lírica se detiene en un extraño grito
-que _Mariflor_ exhala: escuchando estaba el discurso, con los ojos
-humedecidos y febriles, subyugada por la vehemencia de aquellas frases
-ardientes, cuando, de pronto, un puyazo de luz le dió en la cara y un
-tumbo del corazón la obligó a levantarse con el asombro en la boca y en
-las pupilas el éxtasis, ante el colosal espectáculo que se ofrecía a
-sus ojos en la llanura. Alzóse también el poeta, vuelto con prontitud
-hacia donde la niña señalaba, y entrambos, mudos, atónitos, sintieron
-en el pecho el golpe de una misma y formidable emoción.
-
-Había ya el tren salvado el espantoso despeñadero que divide las
-tierras galaicas y legionenses, el cauce lúgubre y sonoro del aurífero
-río, las hoscas breñas fronterizas, los puentes y los túneles de la
-Barosa y Paradela; corría el convoy con fuerte resoplido por la ancha
-cuenca del Sil, oculta en el fondo de un mar de vapores, fantástico
-mar de cuajadas neblinas, donde se embotaban los rayos del naciente
-sol. Pugnaba éste por herir y romper las apretadas ondas de la niebla;
-resistía la niebla los ímpetus del encendido rey, ahogando entre
-impalpables copos los saetazos de su luz... Súbitamente se alzó el
-astro rútilo, irguió la frente sobre el cuajado mar y lanzó por encima
-de sus ondas una triunfante llamarada; vino entonces un oportuno y
-vigoroso cierzo que agitó las nieblas en raudo torbellino, las desgarró
-en jirones, las arrastró con furia, bajo la gloria del sol, lo mismo
-que un oleaje de sutiles aguas y espumosas crenchas, entre nimbos de
-púrpura y de oro, quiméricos y extraños como una aurora boreal. Pero,
-al caer un punto el aire, subió la niebla solapadamente; subió dejando
-perezosos vellones en las praderas del Sil; hubo un momento en que, a
-ras del tren, que dominaba unas alturas, logró alcanzar la niebla al
-disco soberano y sofocar su lumbre; pero los haces del incendio solar,
-cada vez más agudos y potentes, se cruzaron veloces por la tierra y
-por el cielo, hasta coger entre dos llamas al flotante enemigo, el
-cual, acorralado, flexible, retorciéndose como el convulso brazo de un
-herido titán, fingió partir el sol en dos mitades, en dos hemisferios
-resplandecientes. Fué un espectáculo de hermosa y terrible grandeza,
-una visión sideral, un alborecer de los primeros días de la creación:
-diríase que dos soles gemelos, dos ígneos meteoros, dos astros rivales
-ardían entre el cielo y la tierra, prestos a chocar y convertir el
-mundo en un caos de lumbres y vapores. Duró sólo un instante, un breve
-y peregrino instante; pues todo el denso jirón de la vencida niebla,
-perseguido, acosado, ya en el cielo, ya en el monte, sobre las aguas y
-las frondas, se evaporó, copo tras copo, pulverizado y sorbido por el
-viento y por el sol.
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-III
-
-DOS CAMINOS
-
-
-SOBRECOGIDOS por aquel suceso tan extraordinario, y a la vez tan
-natural, volvieron el poeta y la niña a entrelazar la mirada y las
-confidencias; pero entrambos sentían arder en sus ojos y en sus frases
-la llama divina del monstruoso incendio amaneciente, como si con la
-tierra y el cielo se hubiesen inflamado también los corazones.
-
-Rogelio Terán al sentarse ahora, había ocupado un sitio al lado de
-Florinda, y se inclinaba muy afanoso, derramando la efusión de su verbo
-en el absorto oído de la moza. Ella, un poco alarmada, tendió la vista
-alrededor del coche, lleno de sol dorado y frío, y se encontró con
-los ojos de la abuela, que, destocada en parte, inmóvil y triste, no
-parecía sentir curiosidad ninguna por la insuperable pompa de la mañana
-ni por la galante actitud del caballero intruso.
-
-Siguiendo Terán el camino a la sonrisa de la joven, hallóse también con
-la anciana despierta, y trató a su vez de sonreirla. Mas se quedó el
-intento extraviado en aquel semblante impasible, todo arado de arrugas,
-turbio y doloroso como el crepúsculo de una raza.
-
-Intervino graciosa _Mariflor_ entre la buena voluntad del artista y el
-entorpecimiento de la vieja, explicando con mucho donaire:
-
-—Abuela: este caballero ya es amigo mío; ha viajado con nosotras toda
-la noche...
-
-Pero la maragata no entendió aquellas razones elocuentes o no la
-convencieron, porque después de un murmullo, entre palabra y suspiro,
-permaneció muda y pasiva, como si se le importase un ardite del amigo
-viajero. El cual preguntó callandito a la muchacha:
-
-—¿Está sorda?
-
-—Está triste—murmuró ella por toda explicación, temblando igual que
-si la hubiera estremecido el roce de unas alas sombrías.
-
-El rubio sol, que sin calentar iluminaba el coche, hizo relucir en los
-ojos melados de la viajera dos lágrimas fugaces. Y pasó tan lúgubre el
-silencio de aquel minuto sobre la voz quejosa, que la marcha del tren,
-recia y veloz, parecía una fuga trágica en la desolación del llano.
-
-Rogelio Terán, cada vez más encendido en la admiración que Florinda le
-inspiraba, quiso probar la dulzura de su ingenio en el propósito de
-amistarse con la vieja y merecer la solicitud de la moza.
-
-Ya la curiosidad del viajero estaba servida: mediante la franca
-elocuencia de _Mariflor_, y auxiliado por la clave del sentimiento
-que los poetas conocen, había leído en aquellas dos almas, arredrada
-y hermética la una, abierta la otra y confidente en toda la plenitud
-de la esperanza y de las ilusiones. Y con el deseo generoso de pagar
-en hidalga moneda aquella sorprendida revelación, inclinóse de nuevo
-el artista, devoto y vehemente hacia la niña maragata, y le dijo su
-historia, sus anhelos, sus peregrinaciones y aventuras: habló con
-urgencia, con inquietud, mirando a menudo el reloj, consultando con
-avidez los contornos del camino, avaro del momento fugaz que ya no
-volvería sintiendo que se apresuraba, en cada ciego avance del convoy,
-la hora oscura de separarse de aquella vida nueva y rara, llena de
-sugestión para el poeta.
-
-Escuchó _Mariflor_ el fogoso relato crédula y maravillada, con los
-ojos vendados de fe y acelerado el corazón por la sorpresa: aquel
-señor rubio y fino, tan amable y tan elocuente, que sabía mirar con
-una fuerza irresistible y extraña hasta el fondo de los pensamientos;
-que elaboraba libros y periódicos; que conocía del mar y de la tierra
-sirtes y derroteros, borrascas y rumbos, placeres y dolores, quería ser
-amigo de _Mariflor_; quería escribirle muchas cartas, hacer para ella
-muchos versos, ir a Valdecruces... ¡Válgame Dios, las cosas que la niña
-estaba oyendo y contestando sin saber cómo!
-
-En el apacible rincón del coche había estallado una nube de promesas
-y de ruegos, una lluvia de confesiones y de propósitos: la fuente de
-la emoción había roto cálida y borbollante en el florido campo de dos
-almas juveniles, y el murmullo de las espumas sonaba a la vez con
-lastimosas querellas de elegía y alegres modulaciones de epitalamio.
-
-En medio de aquella ardiente prisa por saber y por contar; en aquel
-arrebato confuso de sentimientos y de palabras, alzóse de improviso la
-figura torpe de la abuela, preguntando con timidez a _Mariflor_:
-
-—¿Tienes hambre?
-
-—¿Hambre?...
-
-La muchacha tardó en traducir a la realidad este «sustantivo común» que
-había sacudido el letargo de la anciana, y al cabo de una sonrisa y de
-un esfuerzo, contestó ruborosa:
-
-—No, abuela.
-
-Pero la maragata dijo—no sin algunas dificultades, cohibida por
-la presencia del caballero—que «era mejor» desayunar antes de la
-llegada a Astorga, para emprender desde allí, en seguida, el camino a
-Valdecruces.
-
-—¿Es muy largo?—interrogó el poeta, ganoso de trabar conversación con
-la anciana. Ella, indiferente al interés del desconocido, tanteaba su
-bagaje en busca de alguna cosa. Y respondió Florinda, turbada otra vez
-por la visión del misterioso porvenir:
-
-—Es muy largo... Al paso de los mulos, llegaremos a la puesta del sol.
-
-Aquel tono doliente sugirió al artista, con lástima desgarradora, la
-imagen de una pobre caravana discurriendo con lentitud en la soledad
-gris del páramo...
-
-Ya la silenciosa abuelita había rescatado, al través de envoltorios y
-atadijos, unas viandas, que ofreció con finura y cortedad al caballero;
-y él, entonces se levantó con mucha diligencia a buscar en su equipaje
-otros regalos: eran cosas delicadas, exquisitos fiambres en muy parcas
-raciones, dulces envueltos en rutilantes papeles, y una botella cerrada
-a tornillo, de la cual vertió café en un vaso, presentándoselo a la
-anciana:
-
-—Está caliente, abuelita; bebe un poco—dijo _Mariflor_.
-
-—¿Caliente?—repitió con asombro, mirando muy recelosa el humo que
-exhalaba la confortable bebida—. Y ¿quién lo ha calentado?
-
-—Se conserva así en esa botella, que se llama termo; ¿no lo sabías?
-
-La maragata movió la cabeza con incredulidad, y tomó el vasito en la
-mano lentamente.
-
-—Bembibre—leyó a este punto la muchacha, mientras el tren se detenía.
-
-Y ambos jóvenes, olvidando a la abuela y al desayuno, se asomaron a
-contemplar el frondoso vergel del Vierzo, plácido como un oasis, en el
-austero y noble solar de León.
-
-—¡Bravo país de poesía y de leyenda, de amor y de piedad!—exclamó el
-artista casi en soliloquio, desbocados en su imaginación membranzas y
-pensamientos.
-
-—Yo he leído—murmuró Florinda, también evocadora—una novela que
-sucede aquí.
-
-—_¿El señor de Bembibre?_
-
-—Justamente. Es un libro muy hermoso y lastimero, ¿verdad?
-
-—¡No hay hermosura sin lástima!—repuso el mozo, dolorido,
-contemplando a su amiga con beatitud.
-
-El tren, que hacía rato se engolfaba entre admirables lindes, lanzóse
-otra vez a descubrir mieses y quebraduras, vegas y bosques, maravillas
-de paisaje y de vegetación, bajo el cielo cobalto, henchido de luz.
-
-Iba Florinda enlazando con sus propias emociones, memorias tristes de
-la bella y desgraciada doña Beatriz de Ossorio, y de su prometido, don
-Alvaro Yáñez, tan sin ventura y sin consuelo como la que de amarle
-murió, desposada y doncella, en una hora tardía de felicidad... Huyen
-las márgenes sinuosas, los castaños y los nogales vides y olivos,
-plantas y viveros del Mediodía que este privilegiado rincón leonés
-acoge y fecunda delante de las nieves perpetuas. Y a Florinda le parece
-escuchar cómo galopa el corcel fogoso donde el señor de Bembibre
-lleva en sus brazos a Beatriz, desmayada: las monjas, los abades, los
-caballeros del Temple, los religiosos del Cister, la enseña de la
-Cruz desplegada al viento en torres y en almenas; todas las imágenes
-de pasión, de bravura y de fe que han arraigado los historiadores y
-los artistas en el eremítico país del Vierzo, derramaban su romántico
-perfume en la imaginación vagabunda de la viajera.
-
-El mismo aroma legendario y bravío sacudió los nervios de Terán,
-mientras la corriente de su alma fluía en tumulto, loca y triste
-como la quejumbre del viento en noche de tormenta. También el mozo
-sintió que en el paisaje se idealizaba toda la fortaleza augusta de
-los monasterios insignes y los castillos bizarros, de las mansiones
-feudales y las abadías belicosas. Erectas las alas de la fantasía, el
-poeta salva puentes y fosos; discurre con peregrinos y frailes, con
-reinas penitentes y obispos ermitaños; oye el clamor de las salmodias
-anacoretas y de los señoríos en pugna, y asiste, en un minuto, al
-reflorecimiento católico y viril de la región dominada por el báculo
-monacal y las encomiendas de los Templarios...
-
-Así, al través de una tierra tan propicia al ensueño y al amor,
-aquellas dos almas fervorosas, contagiadas de lirismos y de ternuras,
-cayeron en la embriaguez de idénticas evocaciones...
-
-Resbalándose bajo la velocidad del convoy, se deslizaba el Vierzo
-empapado en bellezas y memorias, fugitivo y rebelde como una ilusión;
-y la vieja maragata, con el vaso en la mano todavía, contemplaba muy
-confusa al compañero de viaje, después de apurar en furtivos sorbos
-hasta la última gota de café. Una mezcla de admiración y de recelo
-ponía en el apagado semblante de la anciana, pálida vislumbre de
-curiosidad, mientras que en sus labios temblones iniciábase humilde una
-frase cortés.
-
-Y así estuvo, paciente, insinuando el ademán de volver el vasito a
-manos de su dueño... El dueño y _Mariflor_, cerrando con mutua mirada,
-dulce y honda, el paréntesis de sus fantasías, hablaban en el foco
-de luz de las vidrieras, ajenos ya al paisaje y al mundo extendido
-fuera de sus corazones. En aquel momento la conversación era trivial;
-tornaron a ella con azorante prisa, codiciosos de los minutos que
-faltaban para que su camino se dividiese en dos, pero sintiendo la
-necesidad de poner un discreto disimulo ante sí mismos en el ardor
-de aquella simpatía tan nueva y tan ansiosa: por eso las palabras
-no tenían el solo significado de su acepción, y férvidas, vibrantes,
-teñíanse en matices y fulgores del oculto sentimiento.
-
-—¿Le gustan a usted las novelas?—preguntaba Terán.
-
-—Las novelas y las historias; me gusta mucho leer.
-
-—Yo le mandaré libros.
-
-—¿Los que usted escribe?
-
-—Y otros mejores... ¿Cómo los prefiere?
-
-—De viajes y aventuras; me encanta que en los libros sucedan muchas
-cosas: acciones de guerra, lances de mar, procesos...
-
-—¿Y amoríos?
-
-—Sí; pero que terminen en boda—dijo Florinda, y se puso encarnada.
-
-—Desde anoche—murmuró rendido el poeta—vivo yo una hermosa aventura
-«de peregrinaje y de amor...» ¿cómo terminará?
-
-La encendida llama de los corazones calentó las mejillas de la muchacha
-y los acentos del mozo. Y el quebrantado discurso, halagador y
-ardiente, volvió a rodar entre el estrépito fragoroso del tren. Cuando
-éste se detuvo en la estación de Torre, quedó rota de nuevo aquella
-intimidad, imperativa y fuerte, que a sus mismos mantenedores causaba
-confusión y asombro.
-
-Entonces, la pobre abuela, perseverante en su actitud de cortesía, pudo
-colocar las palabras y el vaso.
-
-—Muchas gracias—pronunció quedamente, dando al fin vida y rumbo a la
-frase y al movimiento que hacía un buen rato preparaba.
-
-_Mariflor_ y su galán sintieron un poco de vergüenza al volverse hacia
-la abandonada abuelita, y en prueba de sumisión y desagravio fueron a
-sentarse al lado suyo.
-
-El inflamable caballero no había sido tan celoso para amigarse con la
-vieja como para conquistar a la niña. Y ahora, impaciente, lamentando
-la premura del tiempo, sacudido por un alto impulso de cordialidad
-hacia aquella mujer triste y anciana, hubiera deseado poseer algún don
-muy valioso para tributárselo en ofrenda devota.
-
-Pródigo y conciliador, no halla dones, ni siquiera palabras, para
-abrirse el camino de aquel inválido corazón de abuela, premioso en dar
-noticias de sus sensaciones.
-
-En tal incertidumbre quédase el muchacho pensativo y mudo, con el vaso
-de aluminio entre los dedos. Y se alza otra vez auxiliadora la voz
-amable de Florinda, que repite como un eco del discurso anterior:
-
-—«Abuela, este caballero ya es amigo mío: ha viajado con nosotras toda
-la noche...»
-
-El mozo sonríe y la anciana también. Por lo cual, _Mariflor_, muy
-satisfecha, apoya un brazo con mimo en el hombro de la abuelita, y
-continúa:
-
-—Este señor es un poeta; hace libros... los escribe, ¿comprendes?
-
-—Ya... ya...—susurra la anciana, y sus ojos, grises y mansos, tienen
-para el hazañoso doncel un lejano fulgor de admiraciones.
-
-—Nos va a mandar algunos—promete Florinda insinuante—, y yo te los
-leeré para divertirte un poco... Este señor—sigue diciendo—anda solo
-por el mundo... También su madre se le ha muerto, lo mismo que a mí;
-también su padre está en América...
-
-—Será usted de León—asegura con respeto la abuelita, que no concibe
-una patria más ilustre.
-
-—Soy montañés, señora; de Villanoble, a la orilla del mar.
-
-Y con grande sorpresa de Florinda, la abuela se estremece y exclama:
-
-—¡Villanoble!... Ya conozco ese pueblo; tiene un seminario muy rico,
-una playa muy grande, unas casas muy hermosas... ¡Qué lejos está!
-
-El poeta se entristece, como si al conjuro de la extraña exclamación
-el evocado pueblo se alejara, remoto, inabordable. Y la niña pregunta
-absorta:
-
-—¿Pero has estado allí?
-
-—Estuve.
-
-—¿Cuándo, abuela?... Yo no lo sabía.
-
-—Hace ya mucho tiempo; no habías nacido tú; un hermano de tu padre,
-seminarista, adoleció en Villanoble; ya estaba yo viuda y los otros
-hijos ausentes... Tuve que ir por él.
-
-—¿Era uno que se murió del pecho?
-
-—Ese era.
-
-Bajo la pesadumbre de aquella historia, inclinó la anciana su frente,
-pálida como la ceniza, y quedóse tan mustia, que ambos jóvenes
-guardaron un silencio piadoso, hasta que la muchacha quiso justificar
-aquel grave dolor, explicando:
-
-—La abuela tuvo trece hijos y no le quedan más que dos.
-
-—¡Pobre!—compadeció Terán, que adivinaba un mundo oscuro y sublime en
-el alma silenciosa de la infeliz mujer.
-
-Una estación, desierta y soleada, quedó tendida frente al coche;
-abrióse de improviso la portezuela, y una pareja de la Guardia civil
-se asomó en el vano. Irresolutos, misteriosos, los guardias cerraron
-sin subir: eran los únicos viajeros que habían tratado de acompañar al
-poeta y a las maragatas en todo el camino.
-
-Se lanzó el caballero a registrar su _Guía_ con una precipitación algo
-alarmante, y advirtió pesaroso:
-
-—Faltan dos estaciones para Astorga.
-
-Entreabierta en la consulta la escarcela del peregrino, desbordáronse
-postales, cartapacios y libretines, toda la bizarra filiación moral
-de una juventud errante y laboriosa. Y mientras tanto, _Mariflor_,
-apretándose lagotera contra la abuelita, musitaba:
-
-—Este amigo nos escribirá; irá a visitarnos... ¿oyes, abuela?...
-¿quieres?
-
-El amigo posó en el regazo de la anciana un montón de postales,
-diciendo:
-
-—Hágame el favor de llevarlas, señora, como un recuerdo mío.
-
-Sorprendida por aquellos halagos, no supo ella qué responder, y sonrió,
-dejándose engañar como una niña, entre frases conquistadoras y dádivas
-pueriles. Parecía feliz en aquel instante; desplegaron sus manos
-desmañadas las tarjetas sobre el delantal, y apareciéronse allí copias
-de mil tesoros: cuadros y estofas de Toledo, tapices de El Escorial,
-fuentes de La Granja, palacios salmantinos, joyas árabes y platerescas,
-fragura de paisajes montañeses, delicia de jardines andaluces... un
-tumulto de arte y de poderío español. A la maragata le sedujeron,
-entre las admirables cartulinas, dos de origen mejicano, iluminadas
-en colores, reproduciendo la avenida de Juárez y el palacio de Hernán
-Cortés: alzólas en los dedos con admiración preferente, y en seguida,
-azorada, vergonzosa, lamentó:
-
-—¡Es lástima; yo no gasto esquelas!... ¡no sé escribir!
-
-—Pero yo sé—dijo, arrulladora, _Mariflor_, deseando aceptar el
-recuerdo.
-
-—Guárdalas tú, si el señor se empeña—consintió la abuelita—; y dale
-las gracias.
-
-Con los ojos adoradores y solícitos, obedeció la moza, mientras la
-vieja logró forzar la dura timidez de su palabra, para decirle al
-caballero:
-
-—Si va por Valdecruces, ya sabe que allí tiene una servidora...
-
-—Iré, de seguro—respondió el poeta, deslumbrado por la mirada de
-Florinda. En aquellos ojos, dulces y resplandecientes, fulgía la
-incertidumbre con interrogación muda.
-
-Cuando iba a despedirse de aquel hombre extraño y amigo para ella,
-sentía la muchacha el vago temor de perder la felicidad y la duda de
-haberla encontrado.
-
-El mozo, por su parte, se engolfaba en la emoción de aquella hora, sin
-detenerse a descifrar misterios, soñando muy de prisa, a sabiendas de
-que iba a despertarse pronto.
-
- * * * * *
-
-Y la pobre anciana, tras un senil desbarajuste de ideas en fuga, volvió
-a oprimirse el corazón en los rígidos muros de su vida cruel.
-
-Isócrono, maquinal, el tren corría insensible a las inquietudes de
-los tres viajeros, y Florinda tuvo que ayudar a su abuela en los
-preparativos de la llegada. Al través de los fardos toscos de aquel
-equipaje campesino, las manos ágiles de la niña pusieron su gracia y
-su finura en arpilleras y capachos, en los múltiples bultos donde la
-vieja se llevaba los más vulgares utensilios del hogar fracasado en La
-Coruña: cuanto no había podido venderse por usado y maltrecho.
-
-La abuelita contaba, meticulosa y torpe:—Uno, dos, tres—tocando con
-la punta del índice cada barjuleta y cada zurrón; y la moza suspiró
-con fatiga, como si le abrumara el peso de aquella carga miserable,
-delatora de inclemente pobreza.
-
-Se estremecía de compasión Rogelio Terán en el atisbo de aquellos
-pormenores: meditándolos estuvo sin saber si admirarse o condolerse de
-la rara hermosura de la niña, sin darse cuenta de que no le prestaba
-auxilio en el rudo trasiego de alforjas y envoltorios. Cuando acertó a
-disculparse, ya _Mariflor_ había terminado su trajín y se colgaba a la
-bandolera, sobre el pañuelo floreado y vistoso, un bolsillo elegante
-que, entreabierto, exhaló delicadísimo perfume.
-
-—Es de mi traje de señora—dijo la mocita, respondiendo a la visible
-extrañeza de Terán—, de mi _equipo de paisana_—subrayó graciosa y
-triste.
-
-—Así—le replicó el poeta entusiasmado—parece que el dios ciego ha
-ofrecido su carcaj simbólico a la reina de Maragatería...
-
-Y la abuela, en un repente inesperado y brusco, manifestó augural:
-
-—En nuestro país no se admiten reinas. Allí todas las mujeres somos
-esclavas.
-
-Volvió Florinda el rostro con angustia hacia el camino, y le pareció
-que temblaba el paisaje con un doloroso estremecimiento.
-
-Entraron en la estación de Astorga: los pregones de las clásicas
-mantecadas, alguna muestra humilde del traje regional y algún indicio
-de tráfico mercantil, daban al andén un poco de carácter y de vida.
-
-En medio de este cuadro indeciso y mediocre, puso _Mariflor_, con su
-belleza original y su lujoso vestido, la nota resonante: detrás de
-la abuelita, que ya tenía en torno sus bártulos de arriero, saltó la
-moza al andén, apoyada en la mano que le ofrecía Terán con trémula
-solicitud; y a pleno sol resplandecieron tanto los colores de su traje
-y las dulzuras de su rostro, que en todas las ventanillas del tren y en
-todo el recinto de la estación inicióse un movimiento de curiosidad.
-No tardó este asombro interrogante en romper las fronteras de la
-contemplación muda, estallando en requiebros y alabanzas, del lado
-del ferrocarril, al borde de estribos y vidrieras, donde la anónima
-condición de «viajeros» suele dar a los hombres mucha osadía y harta
-libertad.
-
-Como un incienso de apoteosis, envolvió a la gentil maragata la nube de
-piropos; y el poeta hubiera deseado coronar el homenaje con un vítor
-atronador y lanzar luego por el vasto mundo los ecos de su audacia.
-
-Pero a la vera de Florinda, triunfante y proclamada hermosa, otra
-mujer vieja y triste, con igual traje, con igual destino que la joven,
-se sumerge en tribulaciones y cuidados en medio de su equipaje ruín.
-Y a Terán se le reproduce la visión desoladora del páramo, donde el
-viajero no parece hallar término ni alivio a la dureza de la ruta,
-como si por ella la vida cruzase extraviada, como si la civilización
-se detuviera cobarde y perezosa delante de la tierra hostil, a cuyas
-entrañas inclementes sólo manos heroicas de mujer han podido llegar, en
-acecho de un fruto esquivo y tardo...
-
-Las arrogancias de la galantería arden en lumbres de misericordia
-cuando el poeta se despide de su amiga con suspiradas frases: una
-campana y un silbato le devuelven al tren, ya en movimiento, mientras
-_Mariflor_ sonríe con la dócil inmovilidad de un retrato alegre.
-
-Y los ojos azules, que ya no reflejan la figura ideal de la maragata,
-se tornan añorantes hacia el coche, mudo y vacío como la fábrica de un
-sueño...
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-IV
-
-¡PUEBLOS OLVIDADOS!
-
-
-UNA maragata de edad indefinible, a quien la abuela llamó _Chosca_,
-había conducido tres cabalgaduras hasta la misma estación. Cargóse
-en una de ellas lo más voluminoso del bagaje, y aun pudo hallar la
-_Chosca_ un punto de asiento y equilibrio en la cima de aquella
-balumba, cuyo difícil acomodo entretuvo a la pobre caravana dos horas
-largas de talle. Y aunque la abuela se encaramó también sobre los
-repliegues de otro monte de fardos, todavía las menudencias de más
-fuste hubieron de refugiarse en las alforjas del mulo cebadero, el
-mejor de la recua, cedido por agasajo a _Mariflor_.
-
-Todo lo miraba la moza fijamente, con una muda actitud, en que al tenaz
-recuerdo de las cosas pasadas se sobreponía el propósito firme de
-aprender y gustar las cosas nuevas; mujer y curiosa, joven y perspicaz
-por añadidura, sintió, a despecho de sus íntimas inquietudes, una
-ansiedad respetuosa y fuerte, que la empujaba hacia la tierra madre,
-incógnita y callada como un secreto de lo porvenir. ¡Qué ejemplo más
-hermoso para cualquier agudo observador, la bizarría y compostura,
-la gravedad y ceremonia con que Florinda Salvadores se allanó, sin
-melindres ni repulgos, a todas las veleidades de la suerte, y cambiando
-de nombre, de traje y de sendero, montó en un mulo, por primera vez en
-su vida, con tanta gentileza y señorío como si la tosca jamuga fuese
-el blando cojín de un automóvil! Conformidad y audacia dieron alegre
-resolución a la moza; y aun fueron parte a erguirla, serena y apacible
-en el misterioso rumbo, cierto soplo sutil de fatalismo que sentía en
-el alma y un deseo inconsciente de aventura que se le impacientaba en
-la imaginación.
-
-El paso por Astorga tuvo para Florinda rara solemnidad. Quiso la abuela
-dar allí algunos recados, hacer algunas compras y cobranzas mediante
-papelucos escondidos con minuciosas precauciones en un «cornejal»
-de la faltriquera, al amparo de sayales y manteos; a todos estos
-menesteres asistía la muchacha desde lo alto de sus jamugas, atisbadora
-y vigilante, reflejando en sus pupilas el asombro de la vieja urbe, tan
-pobre y tan triste ahora, que ni siquiera guarda los vestigios de su
-glorioso ayer.
-
-¡Cuán desolada y yerta la ciudad _Magnífica y Augusta_! ¿Quién dirá
-que fué palenque y tribunal de astures, imperial colonia, centro de
-vías romanas y baluarte de sus legiones, botín después del bárbaro y
-del moro, joya del terrible Almanzor, pleito y disputa de castellanos
-y leoneses? Ya no conserva ni las ruinas de los antiguos monumentos;
-hasta aquella robusta fortaleza de sus marqueses y señores, aquel
-soberbio castillo que presumía de inmortal, cayó también con los
-sillares de las rotas murallas; la recia divisa de Alvar Pérez Ossorio,
-que a tantas duras generaciones gritó desde el frontis nobiliario con
-orgullosas letras:
-
- _Do mis armas se posieron_
- _movellas jamás podieron,_
-
-vino a dar en ingrata sepultura bajo los residuos de cubos y de
-almenas, de capiteles godos y lápidas latinas. ¿Qué rangos, qué
-voluntades, qué hierros, piedras y raíces no moverá en el mundo el
-ímpetu de los siglos empujando la rueda de la fortuna?
-
-Así, esta tierra misteriosa, de cuyos primitivos moradores sólo se
-sabe el apellido—_amacos_—, o «excelentes guerreros»; este pueblo
-viril que grabó en su escudo, como símbolo heroico, una rama de
-poderosa encina; este solar privilegiado por cónsules, santos y reyes,
-guarnecido de altivas torres y ferradas puertas, ahora vive en el
-silencio de las mortales pesadumbres, ahora padece el abandono de los
-históricos infortunios. Y, como un fallo de singular predestinación,
-acude sobre Astorga el recuerdo de aquellas pretéritas edades, en que
-la capital de la región y sus alfoces se llamaron «Asturias»: _¡Pueblos
-olvidados!_
-
-Una ráfaga de tales penas y de tales memorias aguzó en la fantasía
-de _Mariflor_ el ansia ardiente de evocar imágenes y perseguirlas
-al través de las silenciosas rúas, sobre el empedrado hostil, entre
-el caserío de adobes, simétrico y vulgar. Pero todos los recuerdos
-heroicos, todas las evocaciones bizarras, huyen ante el semblante
-lastimoso de la Augusta y Magnífica, Muy Noble, Leal y Benemérita,
-que, parda, muda, triste y pobre, languidece de añoranzas y pesares
-a la sombra de su ilustre catedral, sobre las pálidas favilas de
-la historia. Y cuando a fuerza de imaginación y voluntad quiso la
-viajera reconstruir en su mente hechos y figuras familiares a la
-patria nativa, ya la visión de Astorga, yerma y desamparada, se había
-extinguido en el término raso y adusto del horizonte.
-
-Como fuesen grandes la calma y el regateo con que las compañeras de
-Florinda ajustaron sus compras en la plaza _de los cachos_ y en los
-soportales de la Plaza Mayor, y no menos prolijos los demás negocios
-que la abuela trataba, llegó la media tarde cuando las tres amazonas
-salieron por el arrabal de Rectivía para seguir la carretera en busca
-de su pueblo.
-
-De la calmosa estada en la ciudad llevóse _Mariflor_, campo adelante,
-el recuerdo de los dos maragatos que en el reloj del Concejo cuentan
-con sendos martillos las mustias horas de aquella vida gris; la pareja
-simbólica y paciente se hizo un lugar en la memoria de la niña, sobre
-la impresión de aquel grave edificio, fuerte reliquia de la pasada
-opulencia asturicense. Había preguntado la muchacha por un jardín ameno
-que, según sus noticias, era lugar de fiestas estivales y de otros
-alicientes para la juventud; aunque la abuela señaló «hacia allí»,
-sólo pudo Florinda columbrar una mancha verde y risueña, tendida en
-la mayor altura de la muralla, sobre el mismo solar que siglos antes
-ocupó la Sinagoga, cuando una rica aljama se aposentó en el arrabal de
-San Andrés. El perfil airoso de la Catedral y la nobleza de algunas
-portadas parroquiales, impresionaron también a la curiosa. Y el
-bosquejo heráldico de unos lobos, unas bandas de azur, el león rampante
-de gules, coronado de oro, la monteladura de plata, cimeras, escudetes,
-lemas y coronas, rezagos de insigne alcurnia sorprendidos al azar en
-unos pocos edificios, alumbraron en la mente de Florinda, con pálido
-reguero de luz, la nómina confusa y lejana de Ossorios y Escobares,
-Turienzos y Pimenteles, Benavides y Juncos, Gagos, Hormazas, Rojas,
-Pernías, Manriques... El íntimo vigor de estos recuerdos rehogaba con
-orgullosa lumbre las fantasías de la joven, cuando sus ojos se posaron
-en el abierto muro, indemne a las cóleras de Witiza y Almanzor...
-
-Acostumbrada Florinda a escuchar de su padre los frecuentes relatos
-de sus aventuras infantiles por los arrabales de la capital, casi a
-tientas hallaría rumbo en el camino astorgano que cruzaba por primera
-vez.
-
-Allí a la izquierda, dejando atrás el rasgado cinturón de las
-fortificaciones, brota la viejísima Fuente Encalada, de tan henchido
-seno, que ni en su estiaje paró nunca de cantar con su rumor sonoro las
-penas y las glorias del país.
-
-Cunde el manantial en aquel punto desde los tiempos fabulosos, y le
-alberga un edificio notable, con armas, inscripciones y perfiles
-de varios siglos y grande pulcritud. Con abundancia sempiterna ha
-prodigado la Fuente sus fidelísimos dones, lo mismo a los _aureros_
-imperiales que a los devotos del _Camino francés_ y a los trajineros
-maragatos... Vive apenas la memoria de los primeros poseídos por «la
-maldita sed de oro», que, bárbaros de codicia y de furor, vinieron
-de todos los confines de la tierra a enriquecerse en nuestras minas
-peninsulares: pasaron por aquí los explotadores de las _médulas_
-famosas, y también los cruzados, que en el siglo IX abrieron desde
-Francia una difícil ruta para ofrecer homenaje en Compostela al
-cuerpo del Apóstol; se han borrado «la vía de la plata» y la de «los
-peregrinos» bajo la anchura de una carretera española del siglo
-XVIII, en la cual la arriería se extingue impotente contra el raudo
-ferrocarril; pasaron y cayeron centurias y generaciones, cetros y
-coronas, y al través de las vidas caducas y de las cosas perecederas,
-esta fontana dió su latido fecundo y su perenne caricia a todos los
-sedientos del camino...
-
-_Mariflor_ tuvo sed al pasar por aquí. Despertóse en ella el recuerdo
-de los años que la fuente contó, rezadora y humilde en la mansa
-llanura de los «pueblos olvidados», y quiso gustar del agua fiel;
-bebió ansiosa, obsesionada por la inconsciente ilusión de saciarse en
-frescuras y deleites de eternidad.
-
-Al seguir el camino, en tanto que las otras maragatas parecían
-insensibles al paisaje y a las emociones, descubrió la moza a la
-derecha del manantial cierto prado muelle y jugoso hundido en el
-terreno; debía ser el lugar llamado _Era-Gudina_, donde el feudo del
-Marqués tuvo un estanque, una barca, una isleta y un bosque.
-
-A leyenda le supo a _Mariflor_ el supuesto de que allí existiesen
-jamás esquife, lago y fronda; pero consultada la abuelita acerca de
-tales dudas, dijo con mucha fe que «en tiempo de los moros» aquel
-paraje se nombró _La Corona_, y era una hermosura de aguas corrientes,
-barquichuelos, árboles y flores...
-
-Cuando se borraron a extramuros de Astorga aquellas tenues sonrisas de
-la vegetación, extendióse la carretera sobre la llanura sin accidentes
-ni perfiles, en un horizonte a cuyo fin remoto se cerraban entre nubes
-las sierras de la Cepeda y los puertos bravos de Manzanal, Foncebadón y
-el Teleno. Si a la vera de un puebluco estancado algún castro ondulaba,
-todo su vestido consistía en bajos matorrales y encinas bordes.
-
-En este cuadro ascético se dibujó el relieve de las tres amazonas,
-largo rato, por la amplia carretera, y cuando ya tomaron otro rumbo al
-través de una calzada empedernida, la feniciente luz ablandó la dureza
-del paisaje, convirtiendo la línea fuerte y sobria en mancha rubia y
-dulce, en la cual se alejaron los senderos con misteriosa estela.
-
-Quedó entonces piadosamente velada la aridez del camino, que al
-aventurarse tierra adentro en ingratos recodos, hubiese mostrado a
-Florinda más de cerca su desolación; la santa beatitud del anochecer
-quiso desceñir su velo romántico sobre la tristeza del erial: una
-muselina blanca y rota se arrastraba por el campo en jirones de niebla,
-y la serenidad del cielo, pálidamente azul, parecía remansar en la
-llanura con infinita mansedumbre.
-
-_Mariflor_, cansada y soñolienta, aturdida por las emociones y los
-sentimientos, se dejó mecer, se dejó llevar entre aquellos cendales de
-sombras y de membranzas. El balanceo rítmico de la cabalgadura, algo
-semejante al de una embarcación en mar serena, y la plenitud del llano,
-sin orillas visibles, nubloso, insondable como un abismo, pusieron a la
-amazona en punto de soñar que iba embarcada hacia un quimérico país.
-Aquel vaivén de cuna, aquella ilusión de barco aventurero, tenían,
-para mayor halago, un cantar peregrino en el eco de dulcísimas frases
-lisonjeras que la moza guardaba en su corazón; de tan cordial tesoro
-iba ella urdiendo con diligente prisa futuros lances de amor y de
-felicidad, solemnes acontecimientos de bodas y placeres que parecían
-tener realización positiva y dichosa en la ardiente vida de una
-estrella, según lo que la niña se extasiaba, rostro al cielo, absorta y
-palpitante.
-
-Desde el divino espacio cayó de pronto a tierra la evagación de
-Florinda, porque una voz había dicho:
-
-—Ya llegamos...
-
-Entre el encaje de las sombras, cada vez más espeso, se agazapaban,
-abocetados, desvaídos, barruntos de una aldea muy pobre, a juzgar por
-los umbrales. Y a _Mariflor_ le acometió de súbito una triste cobardía,
-en la cual se mezclaban las inquietudes con inexplicable acidez;
-aquella zambullida brusca en otro pueblo, en otra casa, entre personas
-desconocidas, rompiendo definitivamente todos los vínculos de su vida
-anterior, daba frío y espanto a la muchacha; en un instante recordó
-con lucidez lastimosa la dicha que perdió al otro lado de la llanura
-maragata, y sintióse tan pequeña, tan incapaz y débil ante el enigma
-de su nuevo camino, que anheló no llegar a Valdecruces y quedarse
-para siempre mecida en aquel mar firme y silencioso, de tierras y de
-sombras.
-
-Los dulcísimos ojos registraron el cielo con una mirada de angustia,
-pero ausente la luna veladora, esquivas las estrellas y pálido el
-celaje, el amplio dosel de la noche se mostró cerrado a la muda
-plegaria de la moza; hasta la estrellita ardiente donde ella prendió
-un momento antes la hoguera de sus ensueños, se había escondido,
-casquivana, detrás de un banco de nubes.
-
-Y estaba allí el pueblo maragato, inmoble y yacente en la penumbra,
-como un difunto; y ya la recua se detenía delante de una sombra más
-alongada y grave que las del contorno.
-
-Sonó el chirrido de una puerta, y dos mujeres avanzaron en un foco
-macilento de luz. Descabalgó Florinda, trémula y cobarde; sintióse
-agasajada por unos besos húmedos y fuertes, por unos brazos recios y
-acogedores. Ofrecían a la forastera este recibimiento cordial, Ramona,
-nuera y sobrina de la anciana, y Olaya, hija de aquélla, que con sus
-cuatro hermanos más pequeños constituyen hogar y familia cerca de la
-tía Dolores, protectora también de su nietecilla _Mariflor_.
-
-Ya estaban reposando los niños, Marinela, Pedro, Carmen y Tomás; y
-mientras Olaya hacía los honores a su prima con más cariño que garbo,
-Ramona y las otras dos viajeras se afanaban en descargar el equipaje.
-Fué la tarea tan minuciosa, que ya la noche había crecido mucho cuando
-logró acostarse _Mariflor_, rendida y enervada.
-
-A la luz vacilante del candil pudo la muchacha aprender que era su
-dormitorio el mejor de la casa, «el cuarto de respeto», donde solían
-posar los principales huéspedes; y al culminarse en el lecho altísimo
-y pomposo, oyó la voz humilde con que su prima la deseó buena noche,
-dejando la habitación oscura y cerrada, y advirtiendo:
-
-—Madre y yo dormimos dambas aquí cerca; no pases cuidado.
-
-Poco después sintió la muchacha crujir la corvadura de las vigas muy
-próximas a su cabeza; andaban pesadamente encima del aposento, hablando
-en voces cautelosas. Por debajo de aquel ruido perseguía a _Mariflor_
-entre penumbras de sueño y vislumbres de realidad, la expresión vaga y
-triste de un rostro ojizarco, que tan pronto era el de Terán como el
-de Olalla. De aquel semblante amigo no quedaron, al fin, más que los
-ojos delante de la moza; brillaban azules como las flores del aciano,
-como los ojos celtas de la maragata rubia, como los ojos pensativos del
-novelista viajero; una clara niebla, que fué espesándose, oscurecíalos
-poco a poco... ¿Era un velo de lágrimas?... ¿El cristal de unos
-lentes?... _Mariflor_ se había dormido.
-
- * * * * *
-
-Después de un sueño largo y juvenil, Florinda despierta y escucha:
-escucha la soledad y el silencio, porque todo a su alrededor parece
-abandonado y mudo.
-
-¿Qué hora será? Entra un rayo de sol por la ventanuca, tan alta y
-pequeña como la de un camarote; por allí se descubre un pedacito de
-cielo cuajado de luz. En la casa, grande y misteriosa, nadie pisa,
-nadie levanta la voz, ningún ruido se advierte, y fuera, en aquel
-espacio luminoso, abierto quizás al campo, a la calle o al corral, es
-la vida un secreto, sin duda, porque ni vuela un ave, ni canta un río,
-ni gime una carreta; los rumores aldeanos que Florinda conoce de otros
-pueblos, parecen extinguidos aquí. ¿Se habrá quedado ella sola en el
-mundo con el sol?
-
-Pasea por el cuarto los bellos ojos dormilones, un poco ensombrecidos
-de vaga pesadumbre: mira su equipaje desparramado en confusión de
-cajas y de ropas, y encima del baúl, cruzado todavía de cordeles,
-sus arreos de maragata, desceñidos la víspera con laxitud de sueño
-y de cansancio. Se asoman los zapatos por debajo de la colcha, muy
-escandaloso el escote y algo arrugada la plantilla: parecen asustados,
-uno delante de otro, como si quisieran echar a correr; el bolsillo
-señoril, colgado del boliche de la cama, con la boca abierta, tiene un
-aire de expectación y de asombro, y la filigrana de corales, tendida
-al borde de un marco a la cabecera del lecho, corona la figura de
-una Virgen ancestral, bajo cuya traza primitiva dice, en letras muy
-grandes: _Nuestra Señora la Blanca_. Al volver los ojos hacia ella,
-hace Florinda maquinalmente la señal de la cruz. Luego prosigue su
-viaje curioso en torno al aposento: es reducido y bajo, con paredes
-combas, lamidas de cal, desnudo el tosco viguetaje del techo y pintado
-de amarillo, como la puerta y la ventana. Entre un recio arcón de
-interesante moldura y un mueble arcaico de alta cajonería, descuella el
-lecho, amplio y elevadísimo, duro de entrañas y abrumado de cobertores:
-luce colcha tejida a mano, floqueada, con muchos sobrepuestos, un poco
-macilenta de blancura, quizá por haber estado largo tiempo en desuso.
-Dos sillitas humildes parece que se agachan bajo la pesadumbre de los
-equipajes, y algunos clavos suben perdidos por las paredes, sosteniendo
-con negligencia varias cosas inútiles: un refajo roto, un cencerro
-mudo, una rosa mustia de papel... Ya no hay más utensilios ni más
-adornos en el nuevo camarín de _Mariflor_.
-
-Ella busca, solícita, un espejo, un lavabo, una alfombra, cualquiera
-blanda señal de compostura y deleite, y como nada encuentra parecido
-a lo que necesita, vuelve la atención a los recuerdos de su llegada,
-confusos entre las emociones del viaje y la sorpresa de este peregrino
-amanecer.
-
-Al cabo, como persiste en torno suyo un silencio de inmensidad, y el
-sol penetra al aposento por el angosto ventanillo, semejante a la
-lucera de un camarote, piensa la infeliz, acunada todavía en su memoria
-por el balanceo del mulo y las ilusiones de su navegación por la
-llanura, que su bajel ha encallado en una costa salvaje, en una playa
-desierta... Pero no: la mar gime, reza, escupe, solloza; tiene lágrimas
-y voces y suspiros; es pasión y hermosura, es inquietud y poder, es
-dolor y gozo. Y aquí, ¡ni un acento, ni una palpitación, ni un indicio
-de que la vida cunda y vibre como en las olas varias de la mar!...
-
-Cuando empieza la niña a sentir ciertas ansiedades muy parecidas al
-miedo, un rumor oscuro, entre queja y gruñido, se percibe en la quietud
-silenciosa de la casa.
-
-—¡Abuela!—grita _Mariflor_ con espanto.
-
-Nadie la responde.
-
-—¡Abuela!—repite, loca de terror. Y luego, despavorida, prorrumpe:
-
-—¡Olalla!
-
-Al punto, cautamente, se entreabre la maciza puerta y asoma el rostro,
-asombrado y grave, de Olalla Salvadores.
-
-Ante el resplandor bondadoso de aquellos ojos claros, Florinda se
-encalma, sonríe y confiesa:
-
-—Tuve miedo; creí que estaba sola en Valdecruces, y después oí una
-especie de quejido como una voz del otro mundo.
-
-—El gato, que miagó—dice la moza, admirada de los temores de su
-prima. Y penetrando en el aposento, le ofrece el desayuno y le
-pregunta, con mucha cortesía, cómo ha pasado la noche.
-
-—Demasiado bien; de un tirón—responde la dormilona, escandalizándose
-al saber que son las nueve, que su abuela y su tía andan ya de trajín
-fuera de casa, y que los niños se fueron a la escuela muy temprano.
-
-Mientras se viste _Mariflor_, explica Olalla que la escuela está a tres
-kilómetros, en Piedralbina, y también el médico y el boticario. Los
-rapaces llevan la comida en una fardela, y no vuelven hasta las seis.
-
-—¿Y en el invierno?—interroga Florinda.
-
-Lo mismo: salen de noche y tornan de noche; algunas veces, Tomasín, no
-va.
-
-—¿Cuántos años tiene?
-
-—Cinco; pero está mayo y robusto.
-
-—¡Pobre!, ¡dará lástima verle por esas llanadas!
-
-—Más se fatiga Marinela.
-
-—Sí; ya sé que está un poco débil. ¿Cómo la dejáis ir?
-
-—Aquí se aborrece, se pone triste, llora... Y como tanto gusta de
-bordar y hacer labores finas, y la maestra la quiere mucho, madre
-consiente.
-
-—Y el médico, ¿qué dice?
-
-Olalla se encoge de hombros.
-
-—Dice—murmura—que son males de la edad. Pero para mí la pobre está
-entrepechada.
-
-—¿Cómo?
-
-—Picada de la tisis, igual que mi padre, igual que tantos de la
-familia...
-
-—¡Calla, mujer!
-
-A medio ceñir el pesado manteo en torno a la cintura, _Mariflor_ finge
-que busca alguna cosa, se mira las manos lentamente, con mucho interés,
-y al fin balbuce en imprevisto ruego:
-
-—¡Quisiera lavarme!
-
-Olalla, que tiene fija la mirada en una siniestra meditación, se turba,
-enrojece, y luego de reflexionar, afirma:
-
-—Te traeré ahora mismo un cacho con agua.
-
-—No, yo voy por él; enséñame dónde hallaré lo que necesite.
-
-Porfían azoradas al lado de la puerta con empeño un poco artificioso,
-y ya traspasado el umbral, repara Florinda en su media desnudez, y
-pregunta:
-
-—¿Estamos solas?
-
-—Solas; yo anduve a modín para no despertarte.
-
-Desaparece Olalla pisando quedo, como si todavía alguien durmiese;
-y la forastera, abocada al corredor, cruza los brazos desnudos para
-abrigarse contra un frío sutil que desde la oscuridad la acosa. De
-pronto, allí a sus pies, en la masa de sombra y de silencio, el gruñido
-y la queja que antes alarmaron a la niña, se juntan y emergen en una
-voz que parece humana, que se desgañe y evoca, igual que la de una
-criatura.
-
-Florinda retrocede, presa otra vez de irreflexivo espanto, y para
-distraer sus complejas inquietudes, remueve el equipaje, trastea y
-alborota, hasta que vuelve su prima trayendo agua en un lebrillo y
-colgando en el hombro una toalla de áspera urdimbre, dorada por los
-años, olorosa a romero.
-
-Perpleja _Mariflor_ ante aquel rudimentario servicio, aplaza el
-lavatorio y pide ayuda para abrir el baúl; pero Olalla no necesita más
-que de sus recios brazos para darle vueltas y dejarle desligado y útil,
-con la tapa cómodamente sostenida en la pared. Inclínanse las dos mozas
-sobre las túmidas entrañas del cofre, y la viajera desliza su mano en
-el fondo, revuelve, palpa atinadora y sonríe levantando en el puño una
-cosa menuda y suave que acerca a la nariz de Olalla.
-
-—¿Huele bien?—pregunta.
-
-—¡Ah, jabón!... Yo también tuve una pastilla...
-
-A juzgar por la expresión lejana de los ojos azules, se pierden en
-un pasado remoto el aroma y la suavidad de la pastilla que tuvo la
-maragata.
-
-—Ve sacándolo todo—dice la prima con gracia más ligera y alegre—;
-después que yo me lave lo arreglaremos juntas y te daré algunos
-regalitos para ti y para los nenes.
-
-En tanto que Florinda se chapuza con fruición, Olalla va cogiendo
-las prendas del baúl y colocándolas encima del lecho, tibio todavía
-y desdoblado. Se mueve la joven con mucha calma y trata con esmero
-aquellas cosas sutiles de la forastera, pero no se detiene a
-contemplarlas con excesiva curiosidad.
-
-Casi todo el lujo del pequeño equipaje consiste en ropa interior;
-camisas y pantalones con lazos, sin estrenar, con papeles de colores
-que crujen, sedosos, bajo los encajes, como en los equipos de las
-novias burguesas: medias caladas, pañolitos bordados y menudos, enaguas
-finas, dos peinadores de manga corta, dos blusas áureas, elegantes, y
-un solo vestido de luto, modesto, falda y cuerpo ajustado, sin adornos.
-Algunos estuches con bagatelas casi infantiles, algunas cajas con
-enseres de costura, libros, retratos, envoltorios frágiles y una bolsa
-blanca, con puntillas, de cuya boca abierta acaba de salir el perfumado
-jabón.
-
-—Aquí lo tienes todo—dice Olalla, mientras Florinda duda cómo acabará
-de vestirse, temiendo estropear el lujoso pañuelo de su traje de fiesta.
-
-Tras una breve indecisión, que le es habitual, ofrece la prima buscarle
-otro; sirve para diario y ella no le usa. Pero debe ser muy difícil
-hallarle, porque cuando vuelve con él, ya _Mariflor_ se ha peinado y ha
-puesto en orden el dormitorio.
-
-—Hay uno de cerras, pero no le encuentro—dice Olalla, desplegando un
-pañuelo pajizo, de muselina, con orla estampada en vivos colores.
-
-—Es precioso; ¿por qué no le pones tú?
-
-—Entre semana, está bueno éste—sonríe la moza, señalando el suyo de
-percal, también con florida guirnalda—. Y en la cabeza, ¿no llevas
-uno?—interroga.
-
-—¡Ah, no le quiero... no me gusta!—responde Florinda con tales bríos,
-que se avergüenza al punto, y disimula su turbación poniendo en las
-manos de Olalla unos envoltorios, a medida que dice:
-
-—Para Pedro un libro, para Marinela un costurero, para Carmen una
-muñeca y para Tomasín un trompo...
-
-Busca algo en el bolsillo colgado de la cama, y con cierta emoción,
-concluye:
-
-—Para ti mi reloj; toma.
-
-Sentóse la favorecida ofreciendo lugar en el regazo a los paquetes,
-y puso en la palma de su mano morena el relojito de oro y acero,
-chiquitín, lustroso y palpitante; le acercó al oído, rió con expresión
-de niña, dulcificando la gravedad un poco triste de su semblante, y por
-todo comentario dijo:
-
-—¡Tan pequeño y anda!
-
-Después miró a su prima suavemente, lamentando:
-
-—¡Te vas a quedar sin él!
-
-—Tengo el de mamá, ¿sabes?... Está parado, pero me sirve de recuerdo.
-
-—¿Se ha roto?
-
-—No; mi padre quiso tenerle en la hora que ella murió: las tres de la
-tarde.
-
-—¡La hora del Señor!—balbuce Olalla estremecida—. Y con el respeto y
-la ternura que en Maragatería se consagra a los muertos, bendice al uso
-del país la memoria evocada, pronunciando ferviente:
-
-—¡Biendichosa!
-
-Una ráfaga de tristeza suspende el íntimo coloquio y flota en la
-humedad de las pupilas, que se inclinan al suelo apesaradas; la muñeca
-de Carmen, rompiendo el papel que la envuelve, muestra un brazo rígido,
-vestido de rojo, en trágica actitud; en la rústica mano de Olalla
-Salvadores, el pulido reloj suena indiferente: _tic-tac_, _tic-tac_...
-
-Y aquel hálito sonoro y maquinal, aquel firme latido de un industrioso
-corazón de acero, lleva extrañamente a las dos muchachas a escuchar el
-pulso acelerado de los propios corazones, buenos y juveniles, regados
-por una misma sangre generosa.
-
-Alzase Olalla con ímpetu raro en su naturaleza esquiva y grave, y
-las dos mozas se miran en los ojos; los de Florinda, profundos,
-inquietantes, de color de miel y de café tostado, en vano provocan una
-confidencia trascendente con las aguas serenas y tristes de los ojos
-azules; pero el impulso cordial prevalece por debajo del vuelo de las
-almas y un pacto de amor se firma con el estallido de un largo beso.
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-V
-
-VALDECRUCES
-
-
-ALENTADA _Mariflor_ después de tan gentil alianza, se despierta con
-alegres ánimos a las realidades de la vida y quiere verlo todo,
-registrar su nuevo albergue, asomarse a Valdecruces.
-
-Aunque pone el pie con alguna medrosa inseguridad en el corredor
-oscuro, camina sonriente, como jugando «a la gallina ciega», palpando
-la pared con una mano y asiéndose con la otra al vestido de su prima.
-
-—Avísame; no veo nada—murmura—. ¿Hay que bajar?... ¿Hay que
-subir?... ¡Avísame!
-
-—Hasta que te acostumbres. Yo atino por todos los rincones a cierra
-ojos... Ahora sube un pasal... otro... sigue subiendo... ¡ya se ve luz!
-
-La rendija de una puerta proyectó en los altos escalones una raya de
-tenue claridad; chirrió una llave, gimieron unas bisagras y hallóse
-Florinda a pleno sol, deslumbrada por el torrente de resplandores
-esparcidos en la salita con anchura, mediante los dos amplios huecos de
-la solana.
-
-—¡Qué alegre, qué alegre!—gritó la forastera con encanto—. ¿Y qué se
-ve por aquí?—añadió lanzándose curiosa al colgadizo.
-
-De pronto no vió nada. La luz cruda y fuerte esfumaba el paisaje como
-una niebla. Después, dando sombra a los ojos con las dos manos, vió
-surgir débilmente el diseño barroso del humilde caserío, techado con
-haces secas de paja amortecida, confundiéndose con la tierra en un
-mismo color, agachándose como si el peso de la macilenta cobertura
-le hiciese caer de hinojos a pedir gracia o misericordia. En aquella
-actitud de sumisión y pesadumbre, las casucas agobiadas, reverentes,
-exhalaban un humo blanco y fino que parecía el incienso de sus votos y
-oraciones.
-
-_Mariflor_, admirada por la novedad de aquel espectáculo, imaginado
-muchas veces al través de referencias y lecturas, exclamó conmovida:
-
-—¡Valdecruces!... ¡Parece un Nacimiento! Y la iglesia ¿dónde
-está?—preguntó.
-
-—Allende. ¿Ves esta hila de casas? Pues en acabando la ringuilinera,
-¿ves un chipitel con una cruz?... Eiquí.
-
-—¿Aquéllo?—lamentó la exploradora con desilusión.
-
-—La techumbre es de teja—ponderó Olalla—y por dentro nuestra
-parroquia es mejor que la de Piedralbina, es tan buena como la de
-Valdespino; hay un Resucitado muy precioso y la Virgen tiene la cara de
-marfil.
-
-—Pero la torre se va a caer, es monstruosa; un montón informe y la
-cruz ladeada, ¡qué cosa más singular!
-
-—¡Si lo que tú dices—protestó Olalla riendo—es el nido de la cigüeña!
-
-—¡Ah, el nido!... Un nido enorme, ¿verdad?... Un nido tremendo...
-¡Qué ganas tenía de verle!... Mi padre no me había dicho que le
-tuvierais aquí.
-
-—Yera de Lagobia, pero el año de la truena se les cayó la torre, y
-cuando los pájaros volvieron portaron el nido a Valdecruces.
-
-—¿Ellos?... ¿Ellos solos?
-
-—Solicos empezaron, pero la gente les dió ayuda. De primeras el nido
-no era tan grande, nada más lo justo para gurar la pájara; después,
-cada año atropan dello y ya tanto pesa que hubo de caerse.
-
-—¿Entonces?...
-
-—El señor cura, el tío _Chosco_ y el tío Rosendín le apuntalaron.
-
-—¡Ah, qué bien! Y ahora ¿hay crías?
-
-—Todavía no está gurona la cigüeña: saca los hijuelos allá para el mes
-de junio... ¡Mira, mira el macho!
-
-Un ave zancuda y blanca, con las puntas de las alas negras, largo el
-cuello, las patas y el pico rojos, pasó crotorante y magnífica, con
-alado rumbo hacia la torre.
-
-—¡Qué mansa! ¿Ves? Casi tocó el alar—dijo Olalla, devota.
-
-Y _Mariflor_ quedóse atenta y muda ante el ave sagrada para los
-labradores de Castilla, el ave tutelar de los sembrados, la reina de
-los aires campesinos en la madre llanura de la patria.
-
-—Iré a visitar el nido regio—murmuró ferviente—. Luego lanzó la
-vista al horizonte inflamado de luz, llano y calmoso, semejante a una
-extensa bahía que se adormeciese inmóvil y sin respiración en el estío.
-
-Olalla advirtió:
-
-—Embajo está el huerto.
-
-—¿Hay flores?
-
-—De agavanzo y de tomillana, y dos rosales nuevos con ruchos.
-
-—¿Bajamos?
-
-—¿No quieres ver primero el palomar?
-
-—Sí, sí; ya lo creo.
-
-Ocupaba el carasol la fachada entera del edificio: tenía el suelo
-jiboso y crujiente, como todo el piso alto de la casa, trémulo
-el carcomido barandaje y cobijadores los aleros, donde anidaban
-golondrinas; algunas prendas lacias de ropa pendían a lo largo de él,
-y decoraban sus agrietados muros sendos manojos de hierbas medicinales
-puestas a secar y «espigos» de legumbres envueltos, con mucha cautela,
-para que la simiente en sazón quedase recogida.
-
-Todos estos detalles sorprendieron los ojos inquiridores que, después,
-se posaron con cierta ansiedad en la saluca.
-
-La cual era espaciosa, baja de techo, con rudo viguetaje pintado de
-amarillo, igual que el camarín de _Mariflor_; las paredes, de anémica
-palidez, se hundían en muchos sitios, entre mal blanquete y hondas
-arrugas, como la faz de viejas presuntuosas en las ciudades festivas.
-Un sofá de anea con almohadones de satén, floreados y henchidos,
-se extendía en el testero principal, y, encima, elevado y turbio,
-inclinábase un espejito, con el alinde picado y el marco negro, en
-reverencia inútil ante una visita que jamás llegaba; alrededor de
-aquella luna triste y a lo largo de las otras paredes, sendos cromos
-con patética historia memoraban la vida de una santa mártir, moza
-y gentil; fotografías pálidas, casi incognoscibles, prisioneras en
-listones de un dorado remoto, ceñidas por cristales heridos, trepaban
-en desordenada ascensión, en una verdadera república de colgajos,
-desde las decoraciones viejas de almanaques y el ramo seco de laurel,
-hasta las pieles corderinas abiertas en cruz, a medio curtir. Entre
-las sillas, muy numerosas, juntas y apretadas en hilera como aguerrida
-hueste, delataban, algunas, otros tiempos de más prosperidad para la
-familia Salvadores: aquellas de _reps_ y de caoba con el pelote del
-asiento mal contenido por desmañadas costuras, con la color verde
-convertida en marchitez dorada, como el follaje de otoño; aquellos
-dos sillones de gutapercha, despellejados y hundidos, con respaldares
-profundos y solícitos brazos; la clásica consola y el amigable velador,
-cuentan las abundancias de unos desposorios en que la abuela y su primo
-Juan unieron con sus manos las más pudientes fortunas de Valdecruces,
-en gran porción de «arrotos» y centenales, «cortinas» y recuas...
-
-En estas reflexiones se para _Mariflor_, que por su aguda sensibilidad
-tiene el privilegio exquisito y amargo de evocar y sufrir el fuyente
-roce de las cosas, prestándoles la ternura de su propio sentimiento.
-
-Inconsciente de este raro don, que preside las existencias escogidas
-con la facultad doble de gozar y padecer en grado sumo, la muchacha
-reconstruye en un momento la dura cuesta de dolores por la cual los
-años, los hijos y la miseria torva del país, han derrumbado casa y
-heredad en torno de la abuela envejecida. Y una lástima aguda empaña
-aquellos ojos, aún sonrientes a la orgía de luz cuajada en el páramo.
-
-—La vida de Santa Genoveva, ¿la sabes?—dice Olalla con beatitud,
-señalando los historiados cromos que circundan las paredes—. Y viendo
-que la prima no da señales de conocer el ejemplar relato, apunta sobre
-una imagen de pergeño bravío, y añade con edificadora gracia:
-
-—Este era el traidor Golo... Aquí—indica en otro cuadro—está la
-cierva que criaba en el desierto al niño...
-
-El dedo bronceado va posándose en cada cristal empañecido y roto, y se
-detiene a lo largo de una incisión más hundida y más negra, mientras la
-voz enunciadora prorrumpe:
-
-—Están los vidrios llenos de sedaduras... ¡Los rapaces acaban con todo!
-
-—Vamos, vamos a ver las palomas—pide Florinda con impaciente
-actitud—. Pero Olalla la detiene sin prisa ninguna:
-
-—¡Ah, fíjate! Estas flores las hizo Marinela...
-
-Las dos primas, altos los ojos y entreabiertos los labios, contemplan
-con aire estúpido una malla colgante del techo, labrada a punto de
-aguja y teñida de bermellón, toda ornada de trapos vistosos que la
-maestra de Piedralbina ha bautizado con el remoquete ideal de «flores».
-
-—Muy bien—murmura la forastera, sonriendo generosamente.
-
-Todavía, antes de salir, Olalla abre una puerta primero y otra después,
-frente al carasol, para mostrar a su prima dos habitaciones pequeñas,
-llenas de trastos, sin ventanas ni lechos.
-
-—Mira qué atropos—alude señalando los fardeles, seras y alforjas, en
-abandonada confusión—. ¡Todo quedó sin arreglar anoche!
-
-Y a Florinda le parece descubrir en aquellas palabras un aire brusco,
-de tedio y de cansancio.
-
-—Ahora seremos dos a trajinar en casa—responde afable.
-
-—¿En casa...? Yo aquí no subo nunca; tengo otras cosas que hacer.
-
-—Pero no sales al campo—dice _Mariflor_ inquieta, a pesar del
-convencimiento que tiene en lo que afirma.
-
-—¿No es campo el caz de agua donde se lava la ropa, y el huerto de las
-legumbres, y la cortina de los panes de trigo...?
-
-Olalla enumera los diferentes campos de sus labores con cierto calor
-impropio de su palabra cantarina y premiosa, pero sin asomo de reproche
-o lamento, y aun con vaga sonrisa de orgullo y fortaleza.
-
-—Hay que coser; hay que guisar—sigue diciendo enfática, engreída en
-los altos deberes de su destino.
-
-—¿Y la _Chosca_?—pregunta _Mariflor_ con desolado acento—,¿Qué hace,
-entonces?
-
-—Servir a las caballerías, mujer, y a los bueyes; andar a las aradas
-con las obreras y con mi madre; atropar la leña de más fuste...
-
-—¿También tu madre...?
-
-—Agora sí—responde Olalla con imperceptible amargura.
-
-Se han quedado las dos mozas en la última de las habitaciones, frente
-al vano del colgadizo, que extiende en la salita un esplendoroso tapiz
-de sol. Con el aire tibio, levemente impregnado en aromas de huertos,
-humo de hogares y vahos de pesebres, entra el hondo silencio de la
-aldea hasta el rincón donde Olalla y Florinda enmudecen de pronto,
-atónitas y mustias, entre mochilas y zurrones, enjalmas y capachos...
-
-Así las sorprende una cadencia ronca y triste, repetida a lento compás
-como un latido que sonara a pena.
-
-—Son las palomas que arrullan—dice Olalla, levantando los ojos.
-
-—Llévame donde estén—repite Florinda, hablando quedo, como si temiese
-turbar con sus palabras el arrullo.
-
-La toma su prima por la mano, y en saliendo al corredor cierra la
-puerta de modo que la más profunda oscuridad envuelve los pasos de las
-dos maragatas. Hácense otra vez torpes los de Florinda.
-
-—¿Por qué cierras?—murmura—. No tenemos ni una chispa de luz.
-
-—Es que el gato entra al carasol y escarrama las simientes.
-
-Como si quisiera protestar del mal propósito que la joven le atribuye,
-el animal guaya en la sombra, lastimero y humilde.
-
-—¡Micho...! ¡Micho—ordena Olalla varias veces, espantándole.
-
-Palpando de nuevo en las tinieblas, dan las niñas en unos gemidores
-peldaños, muy hostiles y maltrechos y llegan al desván, oscuro y
-ruinoso, lleno de bálago resbaladizo. Una pared de madera y una
-puertecilla, resquebrajadas, transfloran dorado resplandor, dividiendo
-en dos mitades el local: allí, al otro lado de la medianería, donde
-irradia la luz, suena el arrullo.
-
-Con suave remezón del maderaje, abre Olalla la palomera, y de pronto
-Florinda no ve más que la luz, igual que le sucedió poco antes en el
-colgadizo. Recorta el alto ventanal un pedazo de cielo que se convierte
-en un chorro de sol dentro del libre refugio de las palomas: blandos
-nidales, al arrimo de los adobes, cobijan a las hembras en gestación
-y a los polluelos temblorosos; y desde cada nido ocupado, entre
-esponjadas plumas, se vuelven los ojitos de las aves a mirar con recelo
-en torno suyo.
-
-—¡Qué preciosas!... ¡Cuántas!... ¡Y no huyen!—exclama con embeleso
-_Mariflor_.
-
-—Son medrosicas, pero no se asedan—dice Olalla, prodigando, graciosa,
-una caricia a cada nidal—. Y como su prima quiere ver los pichones
-en la mano, toma dos chiquitines bajo las alas de la madre y se los
-ofrece. Ella los acoge en el delantal, por temor a que se lastimen
-entre los dedos, y también porque la retrae de tocarlos un escrúpulo
-repentino.
-
-—En guarrapas son feucos—pronuncia Olalla sonriente; y antes de
-volverlos junto a la azorada paloma, los besa y los guarda entre las
-dos manos un instante, encima de su corazón, con dulce gesto maternal.
-Del regazo de una hembra febril, levanta después un huevecillo cálido y
-terso, y se lo acerca a _Mariflor_, anunciando ponderativa:
-
-—¡Ponen dos todos los meses!
-
-—Tendréis un bando muy numeroso.
-
-—¡Quiá, mujer! Se mueren muchas en la invernada, con el frío y la
-nieve, y los pichones más llocidos los vendemos para el mercado de
-Astorga y de León.
-
-—¿No te da lástima?
-
-—¡Como son para eso!
-
-Florinda se aturde ante la respuesta razonable y fría, que del reciente
-beso y el impulso cordial borra la impresión de ternura y oscurece con
-raro misterio el alma de la campesina doncella.
-
-El cariñoso halago al borde del nido dejó adherida una pluma sutil en
-el jubón de Olalla: ¿nada más que esta huella deleznable habrá marcado
-la amorosa caricia sobre aquel macizo pecho de mujer?... ¿Nada más?
-
-Lo duda _Mariflor_ mientras, acuciosa, estudia aquel semblante moreno y
-gracioso que cierra a toda asechanza de íntima curiosidad los secretos
-de un corazón femenino: sellado con una placidez austera, ecuánime y
-dulce, un poco triste, el rostro de Olalla Salvadores es un enigma,
-la noble máscara de unos sentimientos absolutamente ignorados y
-silenciosos.
-
-Al contemplarla su prima interrogadora, ella dice amable:
-
-—Voy a llamar a todo el bando.
-
-—¿Cuántas parejas tienes?
-
-—Treinta y tres; aquí dentro no hay ni la mitad.
-
-—¿Y son todas de la misma casta?
-
-—Abundan las palomariegas; pero téngolas también de monjil, calzadas,
-moñudas, reales, tripolinas...
-
-De un arcón pequeño, separado del piso por toscos bastidores, vierte
-la moza en su delantal una porción de cebada y sube ágilmente hasta
-la tronera, apoyando los pies en las quebraduras del muro: acodada en
-los umbrales, lanza desde allí con voz atrayente y melosa el familiar
-reclamo:
-
-—Zura, zura... zurita...
-
-Se remecen los nidos en el palomar, y fuera, un lozano batir de alas
-azota la luz; en parejas veloces acude el bando entero a picar en
-las manos de la muchacha: hay palomas con rizos; las hay con toca,
-con moño, con espuelas; las hay grises, verdosas, azuladas plomizas;
-algunas lucen el collar blanco, otras el pico de oro, otras las
-patas de luto; aquellas los reflejos metálicos en la pechuga, en las
-alas, en las plumitas del colodrillo. Todas las distintas variedades
-son domésticas, aclimatadas al campo mediante cruces con las castas
-silvestres y tributo de crecida mortandad en los bravos inviernos.
-
-Rozando las mejillas de la joven, las madres anidadas salieron a
-comer; ella hace en la ventana un sitio para que se asomen los ojos de
-_Mariflor_, y enumera y define la variedad del bando, junto en apretado
-racimo de codicias y de temblores.
-
-Ha trepado la niña forastera hasta descubrir la techumbre muelle y
-sinuosa donde las aves, en montón, arrullan y solicitan el sustento.
-Pero la prima Olalla, más complaciente aún, discurre:
-
-—Te las voy a mandar todas a la palomera.
-
-Y arroja, sonoro, el contenido de su delantal dentro de la estancia.
-
-Entonces una impaciente agitación de vuelos lánzase a la ventanuca
-desde el techado humilde, entre el pecho de Olalla y la cabeza de
-Florinda. Salta al suelo la joven para ver más de cerca a las palomas,
-y ellas la miran extrañadas, de medio lado, con un ojo nada más,
-mientras que alas y picos sacuden en el aire y en el tillado raudas
-notas de instinto y de pasión, sorda y ávida música de picotazos,
-aleteos y arrullos, donde la voracidad y los amores cantan con gráficos
-acentos sus leyes y sus prerrogativas: las hembras, que en el nido
-padecen sagrada calentura maternal, han bajado en volandas sus pichones
-al ruedo y les incitan a comer, disputando la ración a las glotonas
-más tímidas; muéstranse los machos galantes y los padres solícitos,
-se colman los buches, se aquieta el tropel, y Florinda, saturada del
-perfume bravío que exhala el palomar, seducida por los iris de las
-plumas, agitada por las palpitaciones de las aves, ebria de sol y de
-placer, siente con ardorosa plenitud la belleza potente de aquella
-vida cándida y salvaje, libre y fecunda, que ahora despliega el vuelo
-alto y feliz, en parejas de amor, por el llano luminoso y sin tasa,
-nuncio de lo infinito...
-
-En pos de las palomas, los deslumbrados ojos de Florinda tropiezan con
-la figura intrépida de Olalla, exaltada allí en la cumbre del palomar,
-en el foco de la cruda luz, con el sereno perfil de realce sobre el
-índigo raso de las nubes: despide la muchacha al bando con mimosa
-delicia; le riñe y le aconseja con familiares voces; su acento casi
-infantil, truncado y leve en aquel íntimo soliloquio, se aduna con los
-arrullos de las fugitivas y se pierde en el aire manso, que al roce de
-las alas se hace sonoro; el pañizuelo de la cabeza, caído a la espalda,
-descubre un rodete rubio, apretado y firme, rutilante sobre la nuca
-morena, como una corona de sol encima del trigo segal; mírase el cielo
-en los claros ojos, de un azul más profundo en esta hora; las rosas
-aldeanas en las mejillas arden con calor juvenil; la melada tez luce su
-fino vello de sabrosa fruta y muestran los labios, mórbidos y abiertos,
-unos dientes, duros, iguales, blanquísimos.
-
-Toda la figura de la joven, propicia al atavío regional, señora del
-paraje romancesco, sublimada por la fortaleza del sol, se yergue
-bellísima y extraña, con la silvestre dulzura de una roja flor de
-sangre y de salud, con el donaire rústico de la fuerte amapola,
-espontánea sonrisa del erial.
-
-Atónita _Mariflor_, cual si de pronto viera a su prima convertirse en
-otra mujer, sólo recordaba de sus recientes emociones la que incendió
-el copo de pluma dejando en el jubón de Olalla la estela de singular
-caricia.
-
-Un toque gemebundo y cansado resonó en el palomar desde las
-profundidades del edificio, y al romper el silencio estremeció a la
-moza ensalzada en la ventanuca.
-
-Cuando Olalla saltó diligente junto a su prima, parecía que hubiese
-perdido en un segundo el trono sublime de la belleza: en el lago azul
-de sus ojos ninguna expresión grande navegaba, un leve azoramiento
-físico rizaba apenas en las pupilas el sereno cristal; y en la plebeya
-boca, el gesto brusco y la placidez ausente daban aire de abandono
-y hastío a la maragata rubia. Quizá era su porte demasiado recio
-y su cara harto redonda; tal vez los pies y las manos fuesen muy
-varoniles... El copo de pluma había desaparecido de su jubón.
-
-—No te pongas el pañuelo—suplicó Florinda, viéndole hacer un vivo
-ademán para cubrirse la cabeza. Y Olalla, realizando su propósito sin
-replicar, lamentóse:
-
-—¡Las diez sonaron; tendré asurada la olla y la lumbre muerta!...
-
-Detrás de la débil puertecilla quedábanse la luz y los arrullos,
-el aroma agreste de los tálamos, la pura libertad de las alas, y
-_Mariflor_, a tiendas por los oscuros escalones, apretaba la mano de su
-prima, repitiendo:
-
-—¡Tienes unas trenzas tan hermosas!... ¿Por qué no las quieres lucir?
-
-—No se usa.
-
-—Ponemos esa moda tú y yo.
-
-—Para ti es diferente...
-
-—Estás mucho más guapa sin pañuelo.
-
-Se adensaba la oscuridad delante de sus pasos, como si la noche subiera
-del fondo de la casa, y un hálito frío sobrecogió a Florinda, recién
-bañada en sol.
-
-Por los penumbrosos corredores del piso bajo hicieron las dos mozas
-rumbo a la cocina, grande y poco alumbrada, con el llar humillado y el
-suelo de tierra; taburetes de roble, escaño vetusto, ahumados vasares,
-mesa «perezosa» y espetera profusa, decoraban la habitación: pendiente
-de las _abregancias_, a plomo sobre el llar, esplendía una caldera
-enorme.
-
-Como Olalla se abismase de hinojos, hurgando la lumbre, soplando en la
-ceniza y sacudiendo la olla reseca, dijo _Mariflor_, tímida y sonriente:
-
-—¿Y mi desayuno?
-
-—¡Cierto!... ¡Si hoy no sé lo que hago!—murmura Olalla,
-impacientándose entre los pucheros—. Mira, aquí tienes sopas... ¿te
-gustan?
-
-—¿Sopas?... ¿De qué?
-
-—De patatas.
-
-Una salsa con mucho pimentón subía hasta los bordes de menuda tartera.
-
-—¿Llamáis sopa a este guiso?—preguntó Florinda, colocando otra vez la
-tapa con pulcritud.
-
-—En el falaje de la tierra se dice así.
-
-—Pero ¡si hubiese otra cosa!—encareció la pobre ciudadana, mirando
-alrededor.
-
-—Del orco de chorizos puedes cortar.
-
-—No; algo ligero...
-
-—Chocolate, café ni cosas finas, eso no hay.
-
-—¿Y un poco de leche?
-
-—De las cabras, un poquitín para Tomás y Marinela..., pero te daré
-parte.
-
-—No, no; ya pronto es medio día: aguardo así.
-
-—¿Vas a fambrear, criatura?... ¡Y anoche apenas cenaste!... Los
-nuestros guisotes caldudos no te prestan; tú tienes otro enseño, ¡y
-aquí todo es tan mísero!...
-
-—Olalla, de rodillas, levantando entre el humo del hogar su cara
-bondadosa, adquirió nuevamente una expresión de cansancio y pesadumbre,
-que la envejeció de pronto, hasta semejarse su sonrisa a la de la
-abuela.
-
-—Me gusta todo; ya lo verás—pronunció _Mariflor_ entonces. Y probó
-heroicamente la sopa de patata.
-
-Se aventuró después en las habitaciones que aún desconocía, en el
-corral y el huerto, mientras Olalla, trajinadora, atizaba la lumbre con
-raíces de _urz_, hundida en la sombra cenicienta y humeante.
-
-Los tres dormitorios donde se repartían las mujeres y los niños,
-tampoco estaban muy aventajados de claridad: pequeños tragaluces
-cruzados de rejas, dábanles aspecto de prisión. Las camas, esponjosas
-y limpias, lucían sendos rodapiés de colores; era el piso de tabla,
-muy pobre el mueblaje, apretado y confuso. Una pieza que llamaban
-_estradín_, y que pudiera haber sido comedor, daba acceso al corral
-y a la cocina, y más luz a esta última que su ventana, pequeña y con
-cristales completamente ahumados, abierta sobre la silenciosa rúa en
-disposición contraria a todo intento de atisbo. A la misma fachada
-Norte correspondían la puerta principal y los tragaluces de los
-dormitorios. Abríanse al solano, sobre el corral y el huertecillo, la
-cuadra, corrida y profunda, el _estradín_ y el gabinete de _Mariflor_,
-encima se asomaban a la luz el colgadizo, la sala y el palomar.
-
-Así que en un periquete visitó Florinda las dependencias interiores,
-salió a la corralada y de allí pasó al huerto.
-
-Era verdad que tenían brotes los dos únicos rosales, precisamente
-al pie de aquella ventanuca parecida a la de un camarote. Un solo
-arbolito, que a la muchacha le pareció un peral, señoreaba el «vergel»,
-donde las berzas y los repollos, con las demás vulgares hortalizas
-caseras, bien cuidadas en simétricos cuadros, erguían el talante
-animoso a los rayos del sol.
-
-A la vera de árbol, un escañuelo convidaba a sentarse, y aunque
-las floridas ramas no fuesen muy frondosas, allí buscó la joven un
-refugio a su breve soledad; el perfume delicado de la yema en flor,
-el verde tierno de la rizosas legumbres, las débiles ondulaciones de
-los rosales y, en las pálidas orillas, las flores de la retama y del
-escaramujo escalando la sebe, todos los distintos semblantes del huerto
-ruín, tuvieron para _Mariflor_ una vida profunda en aquella hora.
-Sutiles emociones la turbaron; sobre la pobreza del paterno solar, la
-melancolía insondable del país y el oscuro misterio de las entrevistas
-existencias, la moza derramaba la ternura de su abundante corazón, con
-el firme propósito de amar y de sufrir... ¿Para merecer...? Sí, para
-alcanzar una dicha tan alta y tan ilustre que parecía un sueño, un
-imposible. Era preciso que ella, _Mariflor_ Salvadores, la niña mimada
-y consentida, conocedora de holguras y de halagos, arrostrase, fuerte
-y audaz, las privaciones y los sacrificios, para que Dios, en premio,
-la nombrara triunfalmente esposa de un artista, musa de un poeta...
-¿Por qué lado, por cuál camino milagroso llegaría a libertarla _Don
-Quijote_...? ¡Aún no levanta en sus hombros la cruz y ya la pobre
-soñadora se impacienta por la redención!
-
-Hacia el corral se oyeron unos pasos y Florinda estremecióse
-alucinante. Era Olalla, que desde el postigo sonrió, diciendo:
-
-—¡Qué esfrayadica te quedaste, rapaza!
-
-—¿No vienes?
-
-—Tengo que rachar unos tánganos, porque la lumbre no quiere arder.
-
-Y con gesto prometedor, algo pomposo, añadió alegre:
-
-—Al escurificar, de fijo recibes alguna visita.
-
-Quedó el anuncio ondulante en el espacio como una loca patraña contada
-por el viento. El cual, presentándose de súbito, llegaba jadeando, con
-la respiración férvida y mugiente, lo mismo que una bocanada de siroco.
-
-Se estremecieron en la falda sequiza del bancal las flores de retama
-y agavanzo; el hacha leñadora hendía troncos de brezos con premura
-al otro lado de la sebe, y algunos cendales de niebla empañaban el
-firmamento azul.
-
-_Mariflor_ pensaba confusamente en la posibilidad de que en aquellas
-casas que vió inclinarse bajo techumbres de cuelmo, hubiese cocinas
-oscuras y tristes huertecillos y mozas bellas...; quizá, también, gatos
-misteriosos y relojes ocultos, que de cuando en cuando hiciesen rodar
-en el silencio un gañido tremulante y una campanada rota...
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-VI
-
-REALIDAD Y FANTASÍA
-
-
-—A la rapaza forastera, ¿la nombráis _Mariflor_?
-
-—Nombrámosla.
-
-—Pues tengo para ella una carta aquí.
-
-Reposadamente, desde su caballo roano, luengo de crines y
-hundido de lomos, abrió el hombruco la remendada valija, sacó
-un sobre y leyó en él con lentitud: «León.—Señorita _Mariflor_
-Salvadores.—Astorga.—Valdecruces.»
-
-—Véla—murmuró, dándosela a Ramona.
-
-Como ésta llamase a la interesada, el tío Fabián Alonso esperó que
-saliera, y, a la luz falleciente del ocaso, la miró de hito en hito así
-que ella pareció sobre el fondo oscuro del umbral.
-
-—¡Guapa moza!—pronunció el viejo.
-
-Se iba, rumbo adelante, cuando volvió de pronto para decir:
-
-—¿Conociste «allá abajo» a Fermín Paz?
-
-—¿El tío Fermín, pariente nuestro, que vive en La Coruña?
-
-—Ese.
-
-—Sí que le conozco.
-
-—Es yerno mío.
-
-—Sea por muchos años—replicó solícita _Mariflor_, rasgando el
-sobre con un alfiler—. Y el cartero hizo dar otra media vuelta a su
-cabalgadura, que desapareció cansina en el turbio horizonte del camino.
-
-Ya en los dedos gentiles de la niña temblaba una esquela.
-
-—¿Es de tu padre?—preguntó impaciente Ramona.
-
-—Es—dijo la muchacha enrojeciendo al ver la firma—de un señor que
-venía con nosotras en el tren.
-
-—¿Y te escribe?
-
-—Prometió que «nos» iba a escribir.
-
-—¿Le conocías?
-
-—Le conocí entonces...
-
-Quedóse Ramona seria, un poco ceñuda. Era una mujer áspera, fuerte y
-triste; contaba apenas cuarenta años, y si alguna vez gastó hermosura
-no conservaba de ella el menor vestigio; tenía los senos derribados y
-marchitas las facciones: seca y dura de miembros, alta y silenciosa,
-inspiraba a Florinda un invencible temor.
-
-Sin saber qué actitud adoptar, con la carta entre las manos, fué la
-moza alejándose poco a poco por el pasillo. Ya en su aposento, de
-pie sobre una silla para recibir la muriente claridad de la empinada
-ventanuca, leyó la esquela, que empezaba en prosa con mucha galanía, y
-terminaba en verso, enamorado y sutil. Decía de esta suerte:
-
-«_Mariflor_ preciosa: ¿Se acuerda usted de nuestra dulce amistad? ¿Se
-acuerda usted de nuestra triste despedida? Una semana ha transcurrido
-desde entonces y aún se me resiste la certidumbre de aquel encuentro
-dichoso, de aquella brusca separación. ¿Fué realidad o fantasía? De
-ambas cosas se vale el amor para rendirnos: los grandes amores son el
-hallazgo en la realidad de las venturas imaginadas.
-
-»Dormida la conocí, _Mariflor_, y aún me parece, cuando cierro los
-ojos, que la veo dormir, que «la siento» soñar. Usted y el sol
-amanecieron a un tiempo en la divina mañana de nuestro viaje; pero
-aunque fué tan hermoso el despertar del día, vi que era usted mucho más
-bella que la aurora. Bendito el sueño aquél y bendita la jornada que me
-hicieron gozar de una alborada tan espléndida. ¡Qué símbolo más noble!
-La vida es viaje y sueño: el amor despertar, amanecer...
-
-»Y volver a vivir lo ya soñado y prometido. Quizás en vez de un
-hallazgo sólo sea un reconocimiento. La imagen de usted se me reproduce
-en la memoria como trasunto de otra imagen: la de una niña que en la
-playa de Vigo conocí hace años y a quien por rara sugestión no he
-podido olvidar. Escríbame usted diciendo si se acuerda de haberme visto
-antes de ahora; si presiente que nos volveremos a ver pronto. Yo la
-escribiré mucho, si usted me lo permite; la mandaré muchos versos; iré
-algún día a Valdecruces...
-
-»No es nueva, no, nuestra amistad: el nombre de usted, su voz y su
-semblante despiertan en mi alma el recuerdo de otra dulce entrevista,
-las sensaciones imborrables de otro feliz encuentro...
-
- Tal vez un día en la niñez dichosa
- me miraste, al pasar, como una hermana...
- ¿No eras tú aquella niña primorosa,
- morenita y gitana,
- que me besó en la frente, y en mis cabellos rubios
- puso sus manos blancas?
- ¿No te acuerdas?... Riendo me dijiste
- al darme el beso aquel: ¿Cómo te llamas?
- Y al escuchar la blanda melodía
- de tu pregunta, me nacieron alas,
- sentíme ciego de emoción, y el cuento
- de mi junquillo se tornó en aljaba.
- Y una voz en los aires repetía:
- —Soy el amor que pasa,
- el niño amor que encontrarás un día
- tras de las tempestades de tu alma...
-
-Sobre la última frase feneció la luz con tales agonías, que _Mariflor_
-leyó el nombre del poeta sólo con el pensamiento, cerrando lentamente
-los ojos atormentados en la lectura por la escasez de claridad. Bajo
-las pestañas espesas tornáronse entonces visionarias las pupilas,
-y persiguieron en remoto confín la figura de un niño ledo y rubio,
-con alas y linjavera como el dios amor. ¿Era Rogelio Terán? ¿Era
-una cándida imagen de la fantasía, un recuerdo traído a la tierra
-misteriosamente desde otro mundo, desde otra existencia olvidada
-y oscura? ¿Tornaría alguna vez el viajero para llevar consigo a
-_Mariflor_?
-
-Clara luz de estas firmes ilusiones era la visión continua de unos ojos
-azules, pensativos y ardientes... Tenía Florinda la certeza de haberlos
-contemplado desde el fondo de su alma, no una vez sola, sino muchas, al
-través de toda su vida, quizá en la cara apacible de un niño rubio, en
-el semblante audaz del mozo marino que tantos días la miró en el muelle
-coruñés, en el rostro varonil del viajero artista que la dijo tristezas
-y amores con fina voluntad una mañana...; ¿dónde, dónde había visto
-muchas veces aquellos ojos claros y profundos?
-
-—¿Estás aquí?—preguntaba Marinela entrando pasito.
-
-Escondió Florinda el billete en el jubón y tendió a su prima la mano
-respondiendo negligente:
-
-—Aquí estaba...
-
-—¡Qué tenebregura! No te veo.
-
-Entonces _Mariflor_ se hizo buscar, agazapada y juguetona, hasta que la
-chiquilla, zarandeándola suavemente, murmuró contenta:
-
-—No me espasmas, no—. Y su voz infantil adquirió grave acento para
-anunciar:—Ahí está don Miguel, que viene a visitarte.
-
-Había quedado la témpora de Sur; el ábrego caliente zumbaba en
-la llanura y plegaba sus ropajes sonoros contra los hormazos de
-las «cortinas» y los adobes del caserío: desde el pajonal de las
-techumbres, el bálago, dócil, tendía en los aleros su despeinada
-cabellera rubia.
-
-En el _estradín_, la tía Dolores y Ramona recibían cortésmente al
-párroco de Valdecruces, mientras Olalla en la cocina daba de cenar a
-los niños. La comunicación con el corral estaba abierta como en el
-estío, y el quinqué de petróleo, encendido en honor del señor cura,
-ardía resguardándose del viento, cuyas ráfagas ondulantes henchían en
-pompa el arambel de la puerta, resto sin duda de más prósperas jornadas.
-
-En rústico sillón, ni cómodo ni firme, se aposentaba junto a la camilla
-don Miguel Fidalgo. Era un sacerdote mozo y arrogante: recién terminada
-su carrera había recibido la parroquia de Valdecruces, hasta que un
-concurso le permitiese ganar en oposición otra más lucratitiva y bien
-dispuesta para lucir sus dotes, las cuales eran muchas y raras.
-
-Cursó este joven sus estudios en aquel seminario famoso donde se
-alcanza autoridad preponderante en las sagradas letras: fué seminarista
-en Villanoble, cuyas aulas, al decir de obispos y teólogos, suplen a
-las célebres escuelas de Roma.
-
-Tenía don Miguel los ojos pardos, de color de canela, grandes y
-bondadosos. No era de esos curas tímidos que miran a las mujeres de
-soslayo, con una cortedad invencible, muchas veces por los hombres
-malignos interpretada como hipocresía; él miraba a mozas y a viejas
-en los ojos, con los suyos serenos y muy dulces; hablábales con
-cariño, mezclado de triste y profunda compasión, y lo mismo su frase
-alentadora que su mirada penetrante, gozaban el privilegio de remansar,
-como dentro de un lago, las aguas pacíficas de la mansedumbre, en la
-llanura abierta y desolada de aquellos corazones femeninos. Al igual
-de los ojos, todas las líneas del rostro y continente denotaban, con el
-apellido, la hidalguía de don Miguel.
-
-Al entrar _Mariflor_ en el _estradín_ la miró el sacerdote muy
-despacio, y sus claras pupilas se detuvieron mucho en la inquietud
-que revelaron las de la moza, ya extasiadas en sutiles arrobos, ya
-impacientes en vagas incertidumbres, mudas o locas, siempre febriles y
-palpitantes. Los ojos de aquella mujer le dejaron al cura algo perplejo.
-
-Rodó ceñida y afectuosa la conversación, durante la cual hizo el
-párroco a la forastera no pocas preguntas, para sacar en limpio que a
-la niña le gustaba Valdecruces, «aunque todo le parecía allí un poco
-triste»; que esperaba buenas noticias de su padre, y que admitía con
-carácter de provisional y poco duradera su estancia en el pueblo.
-
-Esto último no lo dijo Florinda claramente, ni tal vez lo pensaba de un
-modo definitivo y razonado; era una esperanza que su ingenuo palique
-dejaba traslucir en la prolongación suave de los silencios, al separar
-las palabras con hilos invisibles de ilusiones, en la rara dulzura
-de las frases tendidas con secreto placer hacia lontananzas alegres,
-y, sobre todo, en la audaz palpitación de las pupilas, centelleantes
-o adormiladas, pero reveladoras de un tumulto de visiones, como esas
-aguas oscuras y fuyentes de los ríos norteños, donde nubes, luna y
-estrellas, galopan con arrebato en las noches apacibles.
-
-Atento el sacerdote a estas recónditas particularidades, no parecía
-desconocer en absoluto en qué bancos y quebraduras del corazón humano
-suelen embravecerse o desmayar las silenciosas aguas del sentimiento,
-antes de asomarse a los ojos, imaginarias y calenturientas; si no
-acertó que Florinda guardaba en el jubón un mensaje amoroso, no anduvo
-lejos de sospecharlo.
-
-Ella, por su parte, aprendía cómo aquel tío suyo, que adoleció del
-pecho en Villanoble, estudiaba en el Seminario con don Miguel, y siendo
-ambos nacidos de la misma tierra castellana, la juvenil amistad que
-establecieron duró firme entre la familia del estudiante difunto y el
-que, con el tiempo, se vino a convertir en párroco de Valdecruces. Y
-pensó la niña entonces, con acelerada emoción, que aquel cura sonriente
-y afable conocería, de seguro, los azules ojos, tristes y lejanos, que
-la hacían soñar...
-
-Entró Olalla con paso macizo, volviendo atrás la cabeza para decir:
-
-—¡Vamos! Dad las buenas noches.
-
-Los rapaces se acobardaban zagueros, arrastrando los pies.
-
-Pedro, el mayor, venía delante, con la cabeza gacha y el rostro
-encendido; era un zagalote de trece años, robusto y humilde, sin
-sombra alguna de malicia en los garzos ojos; tenía las facciones
-vulgares, sollamada la piel y el cabello rubio; una expresión de bondad
-ennoblecía su cara al sonreir.
-
-Los dos pequeños llevaban también la frente sumisa, y ambos la mano
-derecha entre la boca y las narices. Les sacudió su madre un cachete a
-cada uno en los dedos pellizcadores, obligándoles a levantar la cabeza.
-Y mostraron, con abrumadora timidez, las pupilas cambiantes entre el
-gris pálido y el azul desvaído; las líneas del rostro, ordinarias
-como las de Pedro; la cabellera dorada y fosca; el color saludable y
-atezado, y una graciosa candidez en la cobarde sonrisa.
-
-Vestían los tres con pobreza, sin nota alguna regional los varones.
-La niña llevaba un refajo rojo hasta el tobillo, como las mujeres
-del país lo usan también para las faenas campesinas, un jubón pardo
-y un delantal de cretona; a la espalda le caía un pañuelo, sin duda
-destinado a cubrir la cabeza.
-
-—Ya sé, ya sé—les dijo el señor cura acariciándoles—que cantáis el
-himno del Sagrado Corazón muy lindamente.
-
-Volvieron a ocultarse las caritas de Carmen y Tomás, y las manos
-hurgoneras volvieron hacia el frecuentado camino de las narices. Se
-repitieron los mojicones de Ramona, empeñada en conseguir que los niños
-hablasen a don Miguel mirándole de frente, «como Dios manda». Pero
-Carmen no dijo «esta boca es mía», y el nene rompió a llorar.
-
-—¡Mostrenco! ¿No te da un rayo de vergüenza?—decía la madre
-zarandeándole brusca—. ¿Es propio de la hombredad llorar así?
-
-Mientras el párroco aseguraba, conciliador, que Tomasín y Carmen eran
-unos coristas sobresalientes y que en el mes de junio entonarían en
-la iglesia el himno con los demás colegiales, inclinóse Olalla sobre
-su hermano hasta quedar casi de rodillas en el suelo; le atrajo, le
-secó las lágrimas y otras humedades afines, y le hizo a «escucho» una
-promesa.
-
-—¿También a mí?—murmuró Carmen callandito.
-
-—A los dos—aseguró la hermana, rodeando el talle de la niña con el
-otro brazo.
-
-Y _Mariflor_, al ver un instante ambas cabecitas inocentes refugiadas
-con regalo en el seno de la moza, recordó al punto aquella dulce
-caricia en que el pichón recién nacido perdiera un copo de pluma...
-
-—Van a cantar—anunció Olalla, levantándose alegre. Y ella misma
-colocó a los niños cara a la pared sin que nadie más que la forastera
-se asombrase de la extraña actitud. Así cantaron, mirando al suelo, de
-espaldas al auditorio: las voces tiernas, impregnadas de rubor y de
-humildad, tenían un entrañable sentimiento alabando al divino Corazón
-de Jesús; al truncarse en los acentos infantiles, el himno, más que
-lauro, semejaba una tímida querella.
-
-Volvióse el cura hacia _Mariflor_ para explicarle:
-
-—Aquí los niños son tan vergonzosos, que siempre cantan o recitan sin
-que se les vea la cara.
-
-Muda de asombro y de emoción asintió la joven con una sonrisa. Y en los
-ojos claros de don Miguel quedó temblando como en un espejo la imagen
-de aquella femenina sensibilidad, insólita en el _estradín_ de la tía
-Dolores.
-
-Sin embargo, allí cerca se bañaba en ansiedades el corazón de
-otra niña, mas en tan sagrativo silencio, que ni el mirar ni el
-sonreir delataban en el rostro de Marinela emociones ocultas. Y fué
-verdaderamente sugestiva la prontitud con que el sacerdote se volvió
-hacia la zagala buscando en las ondas latentes del sentimiento el
-rastro febril de aquel espíritu.
-
-Ya los nenes habían terminado su canción y dicho «buenas noches» en voz
-queda, como un soplo: besaron los tres la mano del cura y se fueron a
-dormir escoltados por Olalla.
-
-Mecíase la abuela al compás de un leve ronquido, acurrucada en su
-escañuelo, con los brazos cruzados y la frente caída hacia adelante.
-Ramona había cabeceado con disimulo al son del himno devoto.
-
-El párroco, fijos los ojos en Marinela, preguntó:
-
-—¿Qué me cuentas tú?
-
-—Nada, señor—apresuróse a responder la niña—. Pero la madre,
-espabilada y pronta, se lanzó a decir:
-
-—Regáñela, don Miguel; vea cómo enmagrece, amarrida y tribulante como
-si la hubieran maleficiado.
-
-—¡Si estoy buena!—balbució muy confusa la zagala.
-
-—Diga que miente—siguió diciendo Ramona, puesta en pie, agria y
-rústica, manoteando junto a la mozuela, que temerosa se empequeñecía
-en su rincón—. Diga que le va a costar muy cara la libredumbre en
-que vive; ya con los quince años cumplidos no la podemos sacar de la
-escuela sin que llore, ni sabe hacer más que embelecos de flores y
-puntillas: ha de casarse sin ánimos para gobernar los atropos de una
-casa, cuanti más para salir al campo...
-
-—No será menester—interrumpió el cura blandamente.
-
-—Píntame que sí—repuso la madre—. Y luego, menos iracunda y más
-triste, añadió:—Esas caminatas a Piedralbina le hacen mal, señor;
-la comida trojada le da secaño, y por la tarde llega con trueques y
-sudores como si fuera a morirse. Mírela cómo desmerece: poco le halta a
-Carmica para abondar tanto como ella.
-
-Era cierto; la pobre zagala, menuda y gentil, parecía doblarse al peso
-de pertinaz quebranto, y la palidez de sus mejillas daba la conmovedora
-impresión de esas rosas tenues que esperan el viento de la noche
-para deshojarse. El color claro de los ojos celtas era casi verde en
-los de esta niña, y ofrecía matices profundos, como aguas de mudable
-coloración que reflejan los tonos distintos y movibles del follaje.
-Perfecto el óvalo de la cara, prestaba una dulzura angelical a todas
-las facciones de Marinela, no muy finas pero armoniosas y subrayadas
-por la singular expresión de la sonrisa, rictus amargo y dulce al mismo
-tiempo, sorprendente en aquella boca infantil, llena de candor. El
-traje de maragata, adulterado y tosco, parecía oprimir con fatiga el
-débil cuerpecillo y derrengar las caderas con los pliegues abrumadores;
-bajo el pañuelo ceñido a la frente se desfallecía, igual que mies
-en sazón, una cabellera pesada y rubia como el oro: toda aquella
-incipiente doncellez tenía un flébil aroma de fracaso, una tristeza
-inexorable a los estímulos de la juventud.
-
-—Yo bien quisiera darle pan dondio y otros aliños—decía Ramona,
-áspera y conmovida la voz—; yo bien quisiera dejarle hacer su gusto;
-pero en casa, dentro de la pobreza, tendría más descanso y más cuido;
-el puchero estovado, la solombra gustable... Mire: sémblase ya a la
-otra rapaza que adoleció de una manquera, triste y sin remedio, a los
-mismos quince años.
-
-Y adelantándose la mujer, alzó con la mano la barbilla de la joven.
-
-Deseando el cura remediar el oscuro desconsuelo de la madre, dijo con
-sutil agasajo:
-
-—A quien se parece es a su prima _Mariflor_.
-
-—Esa está acrianzada de otra manera—respondió Ramona con cierta
-acritud.
-
-Don Miguel, levantándose para despedirse, hizo prometer a las dos
-niñas que al día siguiente, domingo, después de misa mayor, irían a
-verle: necesitaba hablar mucho con Marinela, y un poquito, también, con
-Florinda.
-
-Rebullóse la abuela y masculló unas frases devotas: hablaba al
-sacerdote con mucho respeto, como si no le hubiera conocido estudiante
-rapaz.
-
-Acudió Olalla, requerida por su madre, y todas juntas escoltaron al
-huésped hasta la puerta de la corralada, la más próxima a la vivienda
-del párroco.
-
-Cálida era la noche, y un amago de tempestad mugía en el aire fuerte
-y oloroso, hurtador de bravíos perfumes al través de la rotunda
-paramera, de los huertos en flor, de las «aradas» abiertas en surcos de
-esperanza, o fecundas en la tardía preñez de los morenos panes: en la
-comba del cielo aborregado, brillaba una estrella.
-
-Antes de salir, cuando ya gemía el portón, preguntó don Miguel con
-alguna zozobra si había noticias de Buenos Aires.
-
-—No las hay—dijeron a coro las mujeres.
-
-—Cuando mi padre arribe, escribirá a menudo—añadió Florinda
-alentadora.
-
-—Sí; el señor Martín ha de tranquilizarnos—dijo el cura insinuante,
-al otro lado del umbral—. Y la capa henchida por el viento en la
-sombra, envolvió al joven apóstol en una nube negra a lo largo de la
-rúa...
-
- * * * * *
-
-Acostumbrado ya el oído a los grandes silencios de Valdecruces,
-Florinda percibió en la casa unos apagados rumores, apenas, al día
-siguiente, se asomó la aurora al ventanillo del camarín: poco antes
-habían cantado, con estridente son, un gallo y una campana.
-
-Vistióse la moza con mucha diligencia y se arriesgó audaz en la
-penumbra del pasillo. Al verla entrar en la cocina, le preguntó Olalla,
-atónita:
-
-—¿Por qué madrugas tanto?
-
-—No he podido dormir, y quería hablarte pronto.
-
-—¿Hablarme?
-
-—Sí; para que me cuentes muchas cosas que necesito saber.
-
-—¿Cuálas?
-
-—Espera.
-
-Había una grave resolución en el ademán contenido de Florinda, que
-llevaba las trenzas colgando, el jubón entreabierto y una ligera
-palidez de insomnio en el semblante. Prestó oído a un agudo reclamo que
-sonaba hacia el corral:—¡Pulas!... ¡Pulas!...
-
-—Es mi madre que llama a las gallinas para darles el cebo—dijo Olalla.
-
-—¿No irá a misa con la abuela, ahora?
-
-—En cuanto den el segundo toque.
-
-Como evocado por aquel aviso, el bronce de la parroquia volvió a tañer;
-al propio tiempo un gallo volvió a cantar, y en el cansado reloj de la
-abuela gimieron cinco profundas campanadas.
-
-Abrióse la puerta del _estradín_ y un bulto macizo se perfiló en la
-claridad: era la _Chosca_, que, en el escaño donde dormía, entre un
-cobertor y una albarda, buscó su delantal y su pañuelo.
-
-Poco después las tres mujeres tomaban el camino de la iglesia. Y en
-cuanto _Mariflor_ las sintió salir, dijo a su prima, que aguardaba
-curiosa:
-
-—Cuéntame: ¿es verdad que «no tenemos» con qué darle pan tierno a
-Marinela?... ¿Es verdad que somos tan pobres como tu madre dice?...
-¿Que tendremos que acudir a labrar las aradas como las más infelices
-criaturas?
-
-—¿Infelices?... ¿Pan tierno?...—repitió Olalla, con sonrisa aparente
-y boba.
-
-—No te rías, mujer. Dime si de veras somos tan desgraciadas.
-
-—Gastando salud...—arguyó la campesina con ambigüedad.
-
-—Es que Marinela no la tiene.
-
-—Ni mi padre tampoco; y hace más de tres años que no manda dinero. El
-tío Cristóbal se va quedando con las hipotecas... Ya casi nada de lo
-que ves nos pertenece.
-
-—¿Ni la casa?
-
-—La casa... entadía sí. Pero sobre ella debemos no sé cuanto.
-
-—Yo he venido engañada—murmuró con angustia _Mariflor_—. Yo supe que
-la abuela se había empobrecido, pero no que estuviese en estos apuros.
-Mi padre tampoco lo sabía; él no quiere que salgamos a trabajar; él nos
-dejó dinero...
-
-Aferrábase la moza al paternal apoyo, rebelde contra las fieras
-asechanzas de la desventura. Y oyó con espanto que confesaba su prima:
-
-—Cuando llegasteis, la abuela se lo dió todo al tío Cristóbal.
-
-—¿Todo?
-
-—Y aún no llegó para saldar los réditos.
-
-—Mi padre—repitió la muchacha, crédula y fervorosa—mandará más en
-seguida.
-
-—¡Pero, en el inter!...—lamentóse Olalla, como si de pronto,
-encruelecida, no quisiera dar tregua ninguna a tales ilusiones.
-
-Sintiendo rodar sus lágrimas, cubrióse _Mariflor_ el semblante con las
-manos, trémulas y gentiles.
-
-—¿Lloras?—dice la aldeana con pesar—. No tienes sufrencia, tú que
-saldrás luego de estas agruras...
-
-Y como nada responde _Mariflor_, añade persuasiva:
-
-—Tendrás un marido haberoso...
-
-—¿Un marido?
-
-—¿No te vas a casar este verano?
-
-—¿Yo?... ¿Con quién?
-
-—¿Con quién ha de ser, rapaza?
-
-—No, no; te equivocas.
-
-—Pero, ¿no sois gustantes Antonio y tú?...
-
-—¡Si no le conozco!
-
-—Es tu primo, criatura.
-
-—Aunque lo sea.
-
-—Deportoso y bien fachado.
-
-—No le quiero.
-
-—¿Qué dices?
-
-—Lo que oyes... Olalla, escúchame: a mí me gusta un poeta...
-
-Los ojos azules se dilatan en asombro inaudito, mientras _Mariflor_
-seca su llanto y refiere, con viva luz en las pupilas:
-
-—Es un caballero que vino con nosotras en el tren.
-
-—¿Le conocías?—pregunta Olalla lo mismo que Ramona había preguntado.
-
-—Le conocí entonces... He recibido ayer una carta suya; ¿te lo dijo tu
-madre?
-
-—Ni palabra.
-
-—Pues me la dieron delante de ella, y parece que se disgustó conmigo;
-acaso debí enseñársela... No me atrevo; tu madre no me quiere mucho.
-
-—Sí, mujer, te quiere; es ella de ese modo: ha perdido el humor con la
-muerte de sus hijos y la ruina de la hacienda.
-
-—¿Y debemos mucho al tío Cristóbal?—averigua _Mariflor_, otra vez
-afligida.
-
-—Dímosle en caución la casa por el último préstamo, y aún no le
-hemos pagado todos los haberes... A la abuela le queda, suyo, cuatro
-hanegadas, dos parejas, la cortina y el huerto.
-
-—¡Qué poco, Dios mío!
-
-—¡Si de «allá» mandasen!...
-
-—Sí; mandarán—aseguró Florinda con fe—. Pero, una cosa se me ocurre:
-¿por qué no acudisteis a Antonio antes que al tío Cristóbal?
-
-—Porque no vive el tío Bernardo, y la viuda ya sabes que es avarienta
-y no nos tiene ley: quiere casar a su hijo con otra, contando que tú
-tienes caudal; conque, ¡si se entera de que estamos todos pobres!...
-Luego que os caséis, ya es diferente...
-
-—¡Si yo no me caso con Antonio!—repitió Florinda, ceñuda, bajo la
-vibración de su briosa voluntad.
-
-—¿Hablas de veras?... ¿Vas a coyundarte con un forastero?
-
-—Con uno que me guste.
-
-—Será hacendado—repuso Olalla con aplomo.
-
-—No lo sé, ni me importa. Tiene un mirar que penetra en el corazón, y
-sabe escribir libros.
-
-—¿En romance?
-
-—De todas las maneras.
-
-—Eso parece cosa de trufaldines—murmura la campesina con desdén.
-
-—No te entiendo.
-
-—De figurones, los que hacen las farsas por «ahí»—, y el despectivo
-ademán de la moza se extiende amplio, como si pretendiese abarcar el
-mundo que se explaya fuera de Maragatería.
-
-—¡Qué sabes tú!—arguye _Mariflor_, también desdeñosa—. Mas, de
-repente, reprime su orgullo y gime desalada:—¡Ayúdame, por Dios!
-
-La prima no se conmueve; absorta, alza los hombros, como si no
-entendiera aquel lenguaje vehemente y dulce.
-
-—¡Olalla, no me abandones!—suplica _Mariflor_ con las manos juntas.
-
-—¿Pero qué, rapaza?
-
-—No te enfades conmigo tú también; no hables nunca de que me case con
-Antonio.
-
-—En ese entonces, nos abandonas tú...
-
-—¿Cómo?
-
-—Sí; con la boda—dice Olalla, elocuente de pronto, lógica y
-persuasiva—, la situación de la abuela podía mejorar, salvarse, y la
-nuestra lo mismo; saldríamos todos de este sofridero.
-
-—Mi padre nos salvará—interrumpe Florinda.
-
-—A eso fué el mío, y... ¡ya ves!—protesta la aldeana—estamos cada
-día peor. Y con este malcaso tuyo... ¡tendrá que venir la santiguadora
-a desbrujarnos! El primo—añade, viendo a la rebelde aturdida—había de
-tenerte como a una visorreina... Manejarías a rodo los caudales...
-
-—¿Tiene tanto?—pregunta _Mariflor_ maquinalmente.
-
-—Un multiplicio de capital que pasma.
-
-—Pues si es rico y es bueno, a pesar de su madre, nos querrá
-favorecer... aunque yo me case con otro. Se lo pediré yo; se lo pediré
-de rodillas.
-
-La maragata rubia mueve la cabeza con incredulidad.
-
-—Es un mozo correcto y caballeril—afirma—; pero, si rompes la boda,
-nos dejas a la rasa.
-
-—¡Cásate tú con él!—prorrumpe _Mariflor_.
-
-—Con mis padres no pactaron los suyos; a mí no me quiere—dice Olalla,
-con la voz empañecida y el semblante arrebolado.
-
-Y en el silencio penoso que se establece entre las dos mozas, una
-campanada hace vibrar su metálico temblor.
-
-—¡Las cinco y media!—balbuce Olalla, casi con espanto—. Tengo que
-hacer la lumbre y los almuerzos.
-
-—Váse hacia el llar con impulso repentino, pero _Mariflor_ la detiene,
-la abraza por la cintura, y, mirándola en los ojos con afán indecible,
-implora otra vez:
-
-—No me abandones; tú me puedes ayudar mucho.
-
-—¡Ten compasión de mí!
-
-—Y tú—repite la campesina—, ¿la tendrás de nosotros?
-
-—Sí; te lo juro: trabajaré contigo, haré lo que me mandes, seré fuerte
-y resignada.
-
-—Pero... ¿la boda?...
-
-—¿Con el primo?... No, no... Yo buscaré por otro lado la salvación
-de la hacienda, si de mí depende que la perdáis: quiero haceros mucho
-bien; y tú, en cambio, serás la protectora de los amores míos... ¿Lo
-serás?
-
-Con tanta dulzura se posan las meladas pupilas en los ojos azules, con
-tales inflexiones de cariño y vehemencia dice la voz suplicante, que
-Olalla, incrédula todavía, transige un poco:
-
-—¡Si por otro camino no pudieras valer!
-
-—Sí, sí... haré un milagro.
-
-—¡Qué aquerenciada estás, criatura!—exclama la campesina, sonriendo
-al fin.
-
-—¡Ya te pusiste contenta!... ¡Cuánto te quiero! Ya eres otra vez mi
-amiga, mi hermana... ¡qué alegre estoy, a pesar de todo!
-
-Y _Mariflor_, con los ojos llenos de llanto y la boca llena de risa,
-añade en íntimo «escucho»:
-
-—Te enseñaré la carta: ya verás qué preciosa escritura.
-
-—Tengo que hacer la lumbre—insiste la prima.
-
-—Luego la leeremos callandito. Ahora mándame algo: a ver, ¿qué quieres
-que haga?
-
-—No, mujer; necesitas alindarte para la misa mayor.
-
-—Como tú; primero he de trabajar en cosa de fuste, que te sirva de
-alivio. ¿Qué hago? Dime.
-
-Ante una insistencia tan ferviente, concede Olalla:
-
-—Sube a cebar las palomas.
-
-Y cuando _Mariflor_ corre, satisfecha del mandato, la maragata rubia
-insinúa con tímidez:
-
-—Hay que limpiar la palomina de los nidos, del suelo y las
-alcándaras...
-
-—Todo, todo en un periquete—responde ya de lejos la dulcísima voz.
-
- * * * * *
-
-Mas la promesa de Florinda no fué tan cumplidora en prontitud como en
-esmero, porque así que la joven se halló en el palomar, sintió mucha
-sed de aire y de luz y trepó a saciarse, de bruces en la ventana. Ya
-las palomas la conocían y acordaban arrullos para ella. Tendióles sus
-dos brazos _Mariflor_, ebria de un loco impulso de abrazar, triste
-y feliz, rebosante de angustias y esperanzas. Todos los familiares
-infortunios subían en marejada tempestuosa a estallar en su pobre
-corazón, apasionado y ardiente. Exaltada por el nuevo sentimiento que
-albergaba en él, la niña admitió fácilmente la idea de que su destino
-en aquella casa fuese el de redentora; imaginó que Dios ponía en sus
-frágiles manos el timón de la nave familiar, sin rumbo en la miseria
-del país. Y abrazando en las mansas palomas a su naciente amor, creyó
-en el milagro que esperaba para salir triunfante de su arrebatada
-empresa. Otra vez la silueta confusa de un Don Quijote singular, con
-lentes y aljaba, se adelantó en el campo de la más abundante fantasía,
-para ofrecer liberaciones, paz y venturas a la muchacha en un mensaje
-que empezaba así:—_Mariflor preciosa..._
-
-El repetido golpe de un bastón sobre la tierra y el cascajo de una
-tosecilla en la calzada, sacaron a la moza del ensueño y, empinándose
-en su observatorio, vió pasar renqueante a la tía Gertrudis, una vieja
-con fama de bruja, la primera persona ajena a la familia a quien
-_Mariflor_ conoció en Valdecruces. Fué la tarde en que Olalla había
-anunciado que llegarían visitas al «escurificar»; apenas sonó en el
-portón una recia llamada, corrieron a abrir, y cuando en el umbral
-preguntaron con voz rota por la forastera, una ahogada exclamación de
-miedo acogió a la tía Gertrudis.
-
-—Es la bruja—musitaron los nenes al oído de Florinda—; espanta la
-leche de las madres y hace mal de ojo a las zagalas.
-
-—Eso no se dice, es pecado—protestó Marinela, palideciendo a pesar
-suyo.
-
-Y Olalla, con el ceño fruncido y el aire hostil, abrevió la visita todo
-lo posible.
-
-Antes de marcharse, la vieja, después de hacer muchas preguntas a
-_Mariflor_, acercóse a mirarla de hito en hito.
-
-—Para dañarte—murmuró Pedro.
-
-—Porque es ceganitas—disculpó Marinela.
-
-Y la mujeruca, présbita y sorda, encorvada y jadeante, masculló una
-trémula despedida en el hueco sombrío de su boca sin dientes.
-
-Cuando hubo desaparecido, contó Marinela que la tía Gertrudis, siendo
-moza, quiso casarse con el abuelo Juan, y como él y su gente la
-desdeñaron y ella no halló marido, dieron en decir que por venganza les
-hacía mal de ojo, que por ella al tío Juan se le morían los hijos y
-hasta los nietos picados del «arca», allí donde apenas se conocía esa
-terrible enfermedad...
-
-—Del andancio de las reses y de la quebrantanza de las cosechas
-también tiene la culpa—añadió Pedro, rencoroso.
-
-Y Marinela repitió apacible:
-
-—Don Miguel ha dicho que es pecado creer eso, que sólo en broma se
-puede hablar de brujas. La tía Gertrudis—añadió la zagala con benigno
-elogio—no se mete con nadie; ¡es tan pobretica y tan vieja!... Sabe
-historias de aparecidos, de príncipes y santos, y en los filandones
-divierte mucho a la mocedad...
-
-Evoca Florinda tal escena al paso torpe de la quintañona, y mientras
-se extingue el soniquete de la cachava a lo largo de la calle, remueve
-la niña en tropel los recuerdos de todas las desventuras que derrama
-el destino sobre la descendencia del tío Juan: miseria, expatriación,
-enfermedades, muertes...
-
-Aquel primer homenaje que recibió en Valdecruces, a media luz, entre
-miradas insidiosas y frases oscuras, lo recuerda _Mariflor_ como un
-augurio que la hace estremecer. Huye de seguir contemplando la sombra
-enemiga que aún se columbra en la calzada, y atisba el horizonte en
-persecución de otra más dulce imagen.
-
-Una niebla morada baja del cielo o sube del erial, borrando límites
-y extensiones, ofreciendo viva semejanza con las brumas del paisaje
-marino en turbias mañanas de cerrazón.
-
-Rechazada Florinda por la esquivez de aquel semblante, vuélvese a
-buscar el apetecido resplandor alegre dentro de la propia alma; y
-derramando su crecida exaltación en delirio de frases, dirige un devoto
-discurso a las hermanas palomas, al hermano viento y al ausente padre
-sol.
-
-En la borbollante plática que fluye de los rojos labios como un río
-de miel, se mezclan improvisaciones ajenas a la brisa, a la luz y a
-las aves; palabras inseguras, balbucientes, en las que se esconde y
-torna la enamorada voz, para componer el trozo ingenuo de una epístola,
-divagando así:
-
-—«Muy señor mío...» (No; es poco...) «Amigo inolvidable...» (Es
-mucho...) «Estimado...» (¡Uf, qué cursi!... El encabezamiento ya
-lo discurriré...) «Recibí su carta...» (Bien; todo esto es fácil.
-Después): «Tengo idea de haber encontrado en Vigo un nene muy mono con
-los ojos azules y el pelo rubio: llevaba alitas y flechas, y nos dimos
-un beso...; ¡pero me parece que era en carnaval!... De todas maneras,
-yo le he visto a usted en alguna parte: haré memoria... Con mucho
-placer recibiré sus cartas y puede usted venir cuando guste. Aquí hay
-un cura que estudió en Villanoble y a quien debe usted de conocer: se
-llama don Miguel Fidalgo. Los versos, muy preciosos. Sin más por hoy,
-se repite de usted amiga y servidora...»
-
-Al través de las perplejidades y temores, el gozo y la esperanza
-alumbran el semblante de la niña.
-
-Y rota de repente la niebla, álzase ardiendo el sol en la llanura como
-hostia gigante sobre un ara colosal.
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-VII
-
-LAS SIERVAS DE LA GLEBA
-
-
-EL «crucero» es un punto céntrico del lugar, donde convergen cuatro
-calles, anchas y silenciosas, de edificios ruines con techados de
-cuelmo, pardos y miserables como la tierra y el camino: una gran cruz
-labrada toscamente, ceñida en el suelo por un amago de empalizada,
-corrobora el nombre de la triste y muda plazoleta.
-
-Por allí pasa _Mariflor_ tempranito en esta mañana azul y blanca del
-mes de Abril: va la moza vestida con el mismo traje vistoso con que
-llegó a Valdecruces hace pocas semanas; pero no es tan fino su calzado
-como aquel que traía, ni es tan lindo el pañuelo de su talle.
-
-Camina muy diligente al lado de la abuela, que disimula sus «tres
-veintes» y diez años más—como ella dice—siguiendo con tesón el paso
-firme y ligero de la niña.
-
-Al tomar ambas una de las cuatro calles, en el cruce, un zagal se
-aparece por la otra, silbando, con la cabeza gacha y el andar perezoso.
-
-—Es _Rosicler_, abuelita—advierte la muchacha.
-
-Levanta la voz y acorta el paso la vieja para decirle:
-
-—Dios te guarde.
-
-—Felices, tía Dolores y la compaña—contesta el mozalbete—. Y se para
-en seco, turbado y rojo, con visibles afanes de añadir al saludo alguna
-cosa.
-
-Es un maragato que contará hasta diecisiete primaveras, cenceño, de
-regular estatura, ojos garzos, tez soleada y boca infantil; tiene el
-genio cobarde, el humor alegre, la inteligencia calmosa y el corazón
-sano: le llaman _Rosicler_ porque era desde niño risueño y galán.
-
-—Mucho se madruga—declara al cabo de sus vacilaciones, que hacen a la
-doncella sonreir.
-
-—Mucho no, que ya son las ocho—replica la anciana; y añade con
-afabilidad:—¿A dónde vas, hijo?... ¿Solas dejaste las ovejas?
-
-—Sí, señora; voy a pedirle al amo una razón... Pero torno allá de un
-pronto; si vais a las aradas os alcanzo en seguida.
-
-—Pues aguanta, rapaz, que a las aradas vamos.
-
-Un instante detuvo el pastor embelesados sus tranquilos ojos en
-Florinda, y luego echó a correr con tal celeridad que no tuvo tiempo de
-oir la jocunda carcajada de la moza. Puso la tía Dolores un dedo rígido
-sobre los labios en señal de silencio, y reprendió suavemente, algo
-escandalizada:
-
-—¡Niña, no te rías así!
-
-—Pero, abuela; ¿es la plaza un camposanto?... ¿No se puede reír en
-Valdecruces?
-
-—Tan recio no; ya te lo dije. Aquí no parece bien que las mujeres
-hagan ruido.
-
-—Pues lo que es los hombres no han de hacerlo... Como no sean
-_Rosicler_, el señor cura, el sacristán, el enterrador, y tres o cuatro
-carcamales...
-
-—Sí; ya no quedamos en el lugar más que los viejos, las mujeres y la
-rapacería—suspiró tía Dolores.
-
-Se extinguió la calle entre las sebes de algunos huertos mustios, y el
-camino, abriéndose de pronto a un horizonte vasto, mostró las pardas
-tierras movidas por labores recientes, abiertas y solitarias, con el
-cuajarón sangriento de algunas amapolas temblando entre las glebas; un
-viento blando y dulce besaba la llanura en silenciosa paz.
-
-Caminaron buen trecho las dos mujeres cuando las dió alcance
-_Rosicler_, a paso veloz, con la gorra en la mano y encendido el
-semblante.
-
-—Tardó en despacharme el tío Cristóbal—murmuró—; estaba durmiendo.
-
-—Estaría; que ya los años le pesan mucho: entró en los noventa y
-seis—dijo la abuelita, irguiéndose con arrestos juveniles ante la
-evocación venerable de tantos años vivos.
-
-Ella y el zagal siguieron hablando con mucha parsimonia, doctos y
-humildes frente al eterno problema de su vida ruda.
-
-—Era sobre el sirle mi recado, ¿sabe?—explicó _Rosicler_—. Tengo que
-levantar las cancillas y hube de preguntarle al tío Cristóbal hacia
-dónde correría el redil.
-
-—Y de «allá», ¿tuviste carta?
-
-—Ni carta ni señales... Mi hermano me había prometido que en el mes de
-San Pedro, al finar el ajuste, estaría todo a punto para embarcarme yo.
-
-—Aún falta tiempo.
-
-—Pero ya van cuatro meses que no escribe.
-
-—Yo también espero noticias... ¡Siempre esperando!
-
-—Del señor Martín, ¿verdad?
-
-—De los dos hijos que me quedan... Isidoro no está bien de salud—se
-condolió la anciana.
-
-—Ahora mi padre le cuidará—dijo Florinda.
-
-—¡Tu padre iba tan triste!
-
-La muchacha bajó la cabeza, murmurando:
-
-—Pero es muy animoso...
-
-Un gran silencio corría por la tierra; a naciente fulguraba el sol,
-enrubesciendo el horizonte, y en una lejanía remota alzábase la silueta
-del Teleno, pálida y confusa, como errante jirón de niebla o nube. De
-aquel lado venían al término de Valdecruces las tempestades asoladoras,
-las fatídicas _truenas_ del estío. Hacia allí miró Florinda cuando
-levantó la frente, mientras su abuela se llevaba a los ojos la punta
-del delantal, y decía _Rosicler_:
-
-—Hoy posa en Vigo «el barco»... Quizabes tengamos carta.
-
-Habíase estrechado la ruta, acosada por los arados terrones; sendas
-leves penetraban con misterio en el llano, fugitivas y embozadas, sin
-vegetación ni perfumes. De tarde en tarde algunos matojos descoloridos
-ofrecían un tropiezo en la vereda, erizados y adustos, como si se
-avergonzasen de la luz vernal.
-
-Llegaron los tres caminantes a la orilla donde una mujer jadeaba,
-aguijando, intrépida, su yunta.
-
-—Dios te ayude—le dijeron al uso del país.
-
-Y ella, de igual modo, respondió:
-
-—Bien venidos.
-
-—¿Son de usted las vacas, tía Dolores?—preguntó el muchacho.
-
-—Y tuyas.
-
-—¡Buenas yugadas rendirán!... ¡Miren que la silga!... No hay mejor
-pareja en Valdecruces.
-
-—Háylas, hombre, que el tío Cristóbal las tiene muy llocidas.
-
-—Pero no tanto—halagó el pastorcillo, fervoroso.
-
-Y sus devotas frases se posaban en _Mariflor_ con ingenua candidez.
-
-Ella, agradecida y sonriente, le interrogó:
-
-—¿De modo que tú también te quieres embarcar?
-
-—También. Considere que de pastor se gana poco.
-
-—Pero, ¿le dices de usted?—intervino la tía Dolores—. ¡Si tu abuelo
-y el suyo eran hermanos!
-
-—¡Como no la tengo tratada!...
-
-—¿Eso qué importa?—pronunció la niña—. Ya ves que yo te hablo con
-franqueza de parientes. Conque dime, ¿cuánto ganas?
-
-—Un duro al año por cada doce ovejas, la comida y alguna ropa.
-
-—¿Y el rebaño es grande?
-
-—Hogaño es más chico.
-
-—¿Dónde le tienes?
-
-—Vélo va.
-
-Y el pastor señalaba en el paisaje, raso, un punto quimérico para
-Florinda.
-
-—Yo no distingo más que cielo y tierra—murmuró la moza, entornando
-los ojos y haciéndose una pantalla con la mano.
-
-—Vélo... vélo ende—insistía _Rosicler_, lanzado a su dialecto por la
-propia fuerza y concisión de las palabras regionales—. Y con el brazo
-tendido hacia el lugar solano del horizonte, trazaba un ademán amplio
-y seguro, cobijador, que parecía descubrir a cada res, guardarla y
-bendecirla.
-
-—Pues ¡ni por esas!—lamentóse la muchacha, esforzándose para
-encontrar la pista del rebaño—. ¡Ahora!—exclamó de pronto—. ¡Ya,
-ya caigo!... Justamente; ellas son: unas vedijas blancas que van y
-vienen por allí... ¡Si en este mar de tierra parecen tus ovejas las
-espumas!... ¡Las crenchas de las olas, ni más ni menos!... Y para mayor
-embuste, entre el oleaje asoma un barco de vela. Mira, _Rosicler_.
-
-—¡Si es mi cama!—replicó el zagal, soltando la risa.
-
-—¿Cómo tu cama?... Pero, ¿tú duermes en un globo, ahí en mitad de la
-llanura?
-
-Siguió riendo _Rosicler_ ante la sorpresa de la moza y su ignorancia
-en materia de lechos pastoriles. Y como la mujer de la yunta había
-suspendido su palique con la tía Dolores, apresuróse ésta a explicar a
-Florinda de buen grado, minuciosa y elocuente, de qué artificio vulgar
-se componía aquel pobre camastro, que, como en aventuras quijotiles,
-tomaba _Mariflor_ por un lecho flotante y prodigioso.
-
-—Nada de eso, chacha; viene a ser como especie de pernales, con una
-tarima; igual que unas trosas, ¿comprendes?... Lo que desde aquí se
-distingue mejor, ablancazao, que se te figura la vela de un navío, es
-a manera de tabique para que el rapaz se acuche de la lluvia y de los
-vientos.
-
-Decía la maragata con firmeza, dando una entonación grata y solemne a
-la clave de aquel menudo secreto, posando en la muchacha los turbios
-ojos y la palabra persuasiva, con aire de iniciadora, como quien
-descubre a un neófito los ritos de un culto. No parecía aquella misma
-anciana que en el tren conocimos, vacilante y mustia, silenciosa y
-torpe, asomada a la vida como un espectro de otros siglos.
-
-Ahora, bajo este cielo fuerte y alto, en este paisaje sin contornos,
-llano y rudo, arisco y pobre, en esta senda parda y muda donde la
-tierra parece carne de mujer anciana; aquí, en la cumbre de esta meseta
-dura y grave, como altar de inmolaciones, tiene la vieja maragata
-aureola de símbolo, resplandor santo de reliquia, gracia melancólica de
-recuerdo; su carne, estéril y cansada, también parece tierra, tierra
-de Castilla, triste y venerable, torturada y heroica. Diríase que, en
-murmullo de remotas bizarrías, pasa con sigilo por la llanura un hálito
-ancestral de evocaciones, haciendo marco insigne a la figura legendaria
-de esta mujer.
-
-Florinda escucha absorta, con los ojos cautivos de aquel punto blanco,
-insurgente y gentil como una vela marina: no otra cosa parece en el
-horizonte el hinchado cobijo que flota sobre la cama del pastor.
-
-—¿Y duermes ahí todo el año?—le pregunta compadecida.
-
-—Desde que el tiempo abonanza—responde la abuela, mientras el zagal
-sonríe, orgulloso de merecer las admiraciones de la moza.
-
-Vuelve la obrera del arado a pasar cerca del grupo, afanosa y
-enfrascada en su labor.
-
-—Aguarda, Felipa—dícele de pronto la tía Dolores—. Voy a dar yo una
-vuelta; luego tú echas las tornas.
-
-—¡Pero, abuelita!—protesta _Mariflor_ suavemente—. Y ya la abuela,
-avanzando entre los terrones, blande la aguijada con muy airosa
-disposición y hace retroceder a la yunta mediante la voz usual:
-
-—¡Tuis... tuis!
-
-Los animales obedecen mansos, y la maragata hunde la «tiva» en el
-surco, sosteniéndola por la rabera con mano firme: brota un chorro de
-tierra, débil y roja, en la férrea punta del arado; gime la «gabia»,
-avanza la yunta y queda abierto al sol un pobre camino de pan.
-
-Sigue Felipa con mirada inteligente la estela que el trabajo marca en
-el suelo. Esta Felipa, ¿cuántos años podrá tener?
-
-—Cuarenta y cinco lo menos, piensa _Mariflor_, examinándola de reojo.
-Pero ella siente la mirada curiosa de la niña, vuelve el rostro
-indefinible, borrado, curtido por los aires y los soles, y al sonreir,
-complaciente, muestra una dentadura blanca y hermosa, que alumbra como
-un rayo de luz toda la cara.
-
-—Veintiocho años a lo sumo—corrige entonces la doncella, sorprendida.
-Y _Rosicler_, cándido y simple, por decir algo, le pregunta:
-
-—¿Tú no sabes arar?
-
-—No—contesta prontamente la muchacha.
-
-—Ya irás aprendiendo; es muy fácil.
-
-—Mi padre me lo ha prohibido—dice ella estremeciéndose, como si las
-palabras del pastor fuesen un augurio—. Y a mi abuela también—añade.
-
-Supone el zagal que ha cometido una indiscreción, y deseando borrarla
-con cualquiera interesante noticia, sale diciendo:
-
-—Ya llegaron mis ovejas a los alcores.
-
-De aquel lado tiende Florinda la mirada, y otra vez se confunde entre
-la llanura y el celaje, sin distinguir ribazo ni soto alguno: quizá
-tiene los ojos ensombrecidos por una triste niebla del corazón.
-
-Pero tanto señala _Rosicler_ y con tal exactitud «allí á man riesga
-del aprisco, una riba que asoma en ras del término», que _Mariflor_
-encuentra la remota blancura del rebaño, como nube de plata caída al
-borde del cielo azul.
-
-—¿Tienes muchas femias?—le pregunta Felipa al pastor.
-
-—Cuasi por mitades; hay otros tantos marones.
-
-Como la abuelita los halla distraídos a los tres, al terminar el surco
-sigue terciando con mucho brío. Y cuando _Mariflor_ lo advierte y la
-llama, ya va lejos, salpicada de tierra, con las manos en pugna y el
-cuerpo encorvado.
-
-—¡Oya, tía Dolores; que la llaman aquí!—vocea el zagal, deseoso de
-complacer a la niña—. Pero la anciana sólo acude al redondear la
-vuelta; y luego de hacer a Felipa algunas recomendaciones, dice que ya
-es hora de seguir el camino hacia la hanegada de Ñanazales: tercian
-allí también, y quiere dar un vistazo.
-
-—Y a la de Abranadillo, ¿cuándo voy?—interroga la obrera.
-
-—Está el terreno muy cargado; habrá que esperar un poco.
-
-—En cuanto vengan cuatro días estenos.
-
-—Justamente.
-
-—Creí que tenía en fuelga aquella hanegada—dice _Rosicler_.
-
-—No; antaño estuvo.
-
-Se despiden la vieja y la moza, en tanto que el zagal y Felipa, al
-borde de «la arada», murmuran a dúo:
-
-—Condiós...
-
-—Condiós...
-
-Y al catar el sendero, con rumbo a Ñanazales, Florinda, muy curiosa,
-averigua:
-
-—¿Cuántos años tiene esa mujer, abuela?
-
-Después de pensarlo mucho, bajo un pliegue pertinaz del entrecejo,
-responde la anciana:
-
-—Habrá entrado ahora en veintitrés.
-
-—¡Es posible!
-
-—¿Qué te asusta?
-
-—¡Si parece mucho mayor!
-
-—Ya tuvo dos críos.
-
-—¿Luego está casada?
-
-—¡Natural, niña! A su edad casi todas las rapazas se han casado aquí.
-
-—¿Pero con quién, abuela? ¡Si no hay hombres!
-
-—Viene el mozo de cada una, se casa y luego se vuelve a marchar.
-
-A los labios dulces de la muchacha asoma una ingenua observación, mas
-la contiene, la hace dar un rodeo malicioso, y pregunta con mucha
-candidez:
-
-—¿No ha vuelto el marido de Felipa desde que se casaron?
-
-—Sí, mujer; ¿no te dije que tienen dos criaturas?... Viene ese, como
-la mayor parte dellos, para la fiesta Sacramental; ¿cómo habían, si no,
-de nacer hijos?... ¡Se acabaría el mundo!
-
-_Mariflor_ extiende una mirada angustiosa por los eriales: cruzan
-ahora las dos mujeres unos campos en barbecho, donde apenas algunas
-hierbecillas brotan y mueren, baladíes, inútiles, fracasado barrunto
-de una vegetación miserable: la estepa inundada de luz, calva y mocha,
-lisa y gris, silente, inmoble, daba la sensación de un mundo fenecido
-o de un planeta huérfano de la humanidad.
-
-—¡Y este país—pensaba la moza con espanto—es el mundo, «todo el
-mundo» para la abuela, para Felipa y mi prima Olalla, para cuantas
-infelices nacieron en Valdecruces!... ¡Y aquí es menester que las
-mujeres tengan un hijo cada año, maquinales, impávidas, envejecidas por
-un trabajo embrutecedor, para que no se agote la raza triste de las
-esclavas y de los emigrantes!...
-
-La niña maragata no reflexiona en tales pesadumbres sin un poco de
-ciencia de la vida: conoce países feraces, campos alegres, pueblos
-felices, libros generosos, sociedades cultas y humanitarias. Sabe
-que al otro lado de la llanura baldía, de la esclavitud y de la
-expatriación, hay un verdadero mundo donde el trabajo redime y
-ennoblece, donde es arte la belleza y el amor es gloria, la piedad
-ternura, el dolor enseñanza y la naturaleza madre.
-
-Ha estudiado un poquito Florinda Salvadores en el semblante vario
-de las almas y de las cosas, por su lado bueno y alentador; de las
-costumbres cultas y de las libertades santas, bajo su aspecto femenino
-y misericordioso; ha cursado el arte de querer y de sentir, en la
-escuela del hogar propio, donde la madre de esta niña, inteligente y
-curiosa, fué maestra en amor y solicitud, y maestra también, por un
-honrado título, corona de aprovechada mocedad.
-
-Todo lo que sabe _Mariflor_ y aun mucho que adivina, que presiente y
-que busca por el ancho camino de ilusiones donde la ambición suele
-perseguir a la felicidad, se le sube ahora a los labios en un ¡ay!
-trémulo y ansioso.
-
-—¿Estás cansada?—le pregunta solícita la abuela.
-
-—No, señora—balbuce—; voy pensando que son muy tristes estos
-parajes, tan solos y tan yermos.
-
-—¡Jesús, hija, luego te amilanas! Algunas parcelas que ves, quedan de
-aramio para el año que viene; no todo es erial.
-
-—¿Y qué quiere decir «aramio»?... No lo entiendo.
-
-—Pues que ya llevó la tierra dos labores; pero es sonce el terreno y
-no se puede sembrar hasta que descanse.
-
-—Sonce, ¿significa malo?
-
-—Eso mismo. Ya vas aprendiendo la nuestra fabla.
-
-—Algo me enseñó mi padre, que le tenía mucha ley.
-
-—¿Enseñar?... Él lo iba olvidando. ¡Como no casó en el país!
-
-Hay un dejo de amargura en esta observación; pero la vieja, adulciendo
-al punto sus palabras, dice muy cariñosa:
-
-—Por aquí, todo a la derechera, llegamos pronto a Ñanazales, y en
-redor verás cuántos bagos con gentes y yuntas; es tierra labrantía. Al
-otro lado del pueblo ya está madurando la mies.
-
-—¿De trigo?
-
-—No, hija, no: de centeno. Aquí el trigo apenas se da.
-
-—¿Y nunca tenéis pan blanco?
-
-—Nunca—. Y añadió la maragata un poco secamente:—Pero nos gusta lo
-moreno.
-
-—A mí también—se apresuró a decir, sumisa, _Mariflor_.
-
-La abuelita ponderó entonces jactanciosa:
-
-—Recogemos, además, cebada, nabos... y en algunos huertos, muestra de
-trigo.
-
-No pudo la moza menos de suspirar otra vez ante la mención ufana de tan
-ricas cosechas. Y así andando y discurriendo sobre las simientes y los
-terrones, los añojales y las «aradas», vió _Mariflor_ oscurecerse la
-tierra recién movida y destacarse en torno mujeres y yuntas, en grupos
-solitarios y activos.
-
-—¿Qué hacen, abuela?—preguntó.
-
-—Terciar: es la última labor, por ahora.
-
-—¿Y no hay ningún hombre, ni uno sólo en el pueblo, que ayude a estas
-cuitadas?
-
-—¡Qué ha de haber, criatura! el que se nos quedase aquí, sería
-por no valer, por no servir más que para labores animales. Los
-maragatos—añadió envanecida—son muy listos y se ocupan en otras cosas
-de más provecho.
-
-—Y las maragatas, ¿por qué no?
-
-—¡Diañe!... ¿Ibamos a andar por el mundo con la casa y los críos?
-¿Quién, entonces, trabajaba las tierras?
-
-La joven no se atrevió a contestar, porque en su corazón y en su boca
-pugnaba, harto violenta, la rebeldía: allí mismo, delante de sus
-ojos, jadeaban yuntas y mujeres con resuello de máquinas, fatales,
-impasibles, confundidas con la tierra cruel...
-
-—Ya estamos en Ñanazales—dijo la tía Dolores—. ¿Ves aquellos búis
-moricos?... Son de casa: la mejor pareja del lugar.
-
-—Y la obrera, ¿quién es?—preguntó la moza en seguida.
-
-—Una que tú no conoces: está para parir.
-
-—¿Y trabaja?
-
-—¡Qué ha de hacer! Así hemos trabajado todas.
-
-Fuese hacia ella la abuelita, diciéndole a _Mariflor_:
-
-—Mira, ahí tienes un sentajo: quédate a descansar un poco, que voy a
-ver la traza del terreno.
-
-Y se alejó por la linde menuda, donde la barbechera puso fonje mullida,
-amortiguadora de los pasos: delante de los bueyes «moricos» una mujer
-esperaba, limpiando la reja con el gavilán.
-
-Sentóse Florinda en una piedra grande, relieve de majanos divisorios,
-y como el sol ya calentaba mucho, se subió hasta la frente, suelto
-y libre, el pañolito que sobre el jubón lucía: así quedó desnuda
-su garganta, carne fina y trigueña, dorada y dulce como fruto en
-sazón. Bajo aquella piel sérica y firme, soliviando los corales de la
-gargantilla roja, estalló un sollozo contenido apenas, y la suave faz
-mojada en llanto buscó refugio entre las alas del pañuelo.
-
-No sabe _Mariflor_ por qué llora, ni cuál de las amarguras que conoce
-levanta en su espíritu esta repentina tempestad: añoranzas, acaso, de
-los padres ausentes en dos mundos distintos y remotos; quizá secretas
-aspiraciones de la juventud amenazada; imágenes, tal vez, de otra
-vida feliz que ya es recuerdo; todo junto, apremiante y doloroso,
-removido por la tristeza infinita del páramo, oprime y sacude el
-corazón de la niña maragata... ¡Quién sabe si también las piedades
-y las indignaciones alzan su voz de llanto en aquel pecho altivo y
-generoso!...
-
-Aunque no comprende Florinda la razón de aquella angustia impetuosa,
-bien quisiera llorar mucho, sólo por el descanso de su alma, que se lo
-pide con sordas voces. Pero hace un valiente esfuerzo para tragarse los
-sollozos, se enjuga las lágrimas y pretende evadirse a todo trance del
-vehemente dolor cuyo motivo determinado ignora.
-
-Casi duda conseguir este triunfo la muchacha jovial que hace poco reía
-en Valdecruces con escándalo de la tía Dolores. Y tanto arrecia el
-ímpetu misterioso de la rebelde cuita, que _Mariflor_ cruza sus manos
-en actitud devota de plegaria.
-
-—¡Virgen!—prorrumpe—. Seréname como a las aguas turbias de los ríos,
-como a las olas bravas de los mares...
-
-Al punto un pájaro, escondido entre el barbecho, trasvuela hasta la
-orilla de la joven, trinando alegremente. Ella le asusta con su propio
-sobresalto, y el pajarillo vuelve entonces a trasvolar, sin suspender
-su canción, muy contento de vivir, muy goloso de unas briznas de
-hierba, casi invisibles, que se asoman cobardes al pedregal del camino.
-
-A milagro le trasciende a Florinda aquella aparición, como si fuera
-imposible que un ave gorjeara en primavera y habitara feliz en la
-llanura de Maragatería. Un resorte, enmohecido en la memoria de la
-triste, se mueve de pronto, avanza, busca, y encuentra estas palabras
-dulces, que en augusto libro se aprendieron:
-
-_Yo soy aquel que tiene cuenta con los pajaricos, y provee a las
-hormigas, y pinta las flores, y desciende hasta los más viles
-gusanos..._
-
-Como por arte de magia cede la tormenta de lloros y suspiros que
-descargaba, dura, allí, al violento compás de un corazón, y muéstrase
-Florinda consolada lo mismo que si el pájaro inocente fuera un
-mensajero providencial; cuando él, ahora, reclama y ayea en el
-rastrojo, ella sonríe, sin lágrimas ni quebranto.
-
-Persiguiendo el rumbo de la avecilla dan los ojos de la maragata en
-un bancal de brezo florido. Ya va a correr para recibirle como otro
-mensaje del divino Artista, cuando la voz de la abuela la detiene:
-
-—¿Adónde vas, rapaza?
-
-—A coger esas flores—murmura con el acento aún turbado por la
-reciente borrasca de su espíritu.
-
-Pero la vieja no se fija en ello ni repara tampoco en la lumbre de
-pasión y delirio que arde en las mejillas de la joven, ni en el cerco
-encarnado de sus ojos; está la tía Dolores preocupada porque, según
-dice la obrera, uno de los «moricos» parece triste.
-
-—¿Y ella, la mujer?—dice Florinda muy apremiante.
-
-—¿Cuála?
-
-—Esa que está terciando para ti.
-
-—Pero, ¿qué hablaste della? ¡Estás boba!
-
-—Que si gana mucho jornal—pregunta la muchacha algo confusa, sin
-atreverse a decir todo lo que se le ocurre.
-
-—Gana abondo: tres riales y mantenida.
-
-—Y «abondo», es mucho... ¡Dios mío!—lamenta la niña con terror en lo
-profundo de su alma.
-
-Acércase distraídamente hacia los brezos, mientras inquiere la abuela
-con un poco de desdén:
-
-—¿Te gustan las albaronas?
-
-—Son éstas, ¿no?
-
-—Sonlo. También la urz negral da flor.
-
-—¿Morada?
-
-—Sí; parece de muertos... Son las más abundantes del país.
-
-—Y las amapolas—añade Florinda, pensando—, ¡flores de tragedia!...
-¿No sabes?—dice de pronto al oir cómo pía el pájaro evocador—. He
-visto una codorniz.
-
-—¡Quiá mujer!... Será un vencejo.
-
-—Canta muy bien... ¿Oyes? ¡Si fuese una alondra!
-
-—No, criatura; esas son más tardías y anidan en los trigales verdes;
-por aquí escasean.
-
-Dió prisa la tía Dolores: ya iba el sol muy alto y pudiera la moza
-coger un «acaloro» no teniendo costumbre de andar a campo libre.
-
-Retornando a la aldea, aún pregunta _Mariflor_:
-
-—¿Es parienta nuestra la que gana tres reales?
-
-—Algo prima de tu padre viene a ser; hermana de Felipa, pero ellas
-se apellidan Alonso. ¡Lástima que a esta pobre la inutilice el parto,
-ahora, para dos o tres días! Son buenas servicialas...
-
-Allá flota el cobijo del pastor como abandonada bandera que ningún
-viento agita en el desierto pardo de la llanura; los esquilones del
-ganado tañen lentamente al compás del trajín, en algunas «aradas»;
-y las mujeres, todas viejas al parecer, todas tristes, anhelantes y
-presurosas, gobiernan el yugo al través de los terrazgos: queda el
-camino a veces atravesado por el vuelo de un ave.
-
-—¿No lo ves? Son aviones—corrobora la anciana—; éstos son mansos
-como las golondrinas; vienen en la primavera y hacen el nido en los
-alares...
-
-Ya en la linde de Valdecruces, Florinda, con las flores del brezo entre
-las manos, vuelve la mirada hacia el erial. Aquel primer paseo por el
-campo de Maragatería causa en la joven una impresión indefinible de
-angustia y desconsuelo.
-
-Y aunque se reanima su fe con la memoria del divino Artífice «que pinta
-las flores y tiene cuenta con los pájaros», los dulces ojos, serenos
-como aurora otoñal, miran afligidos al horizonte.
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-VIII
-
-LAS DUDAS DE UN APÓSTOL
-
-
-A la sombra de la nublada frente, los ojos de don Miguel estaban
-tristes; retirado el sacerdote a su aposento, con las manos entre las
-rodillas y el busto inclinado en el «escañil», meditaba sin tregua.
-
-¡Vaya un conflicto! ¡En buen hora la compasión y la amistad lleváronle
-a ser consejero y tutor de la familia Salvadores! Toda la solicitud con
-que él defendía los embrollados asuntos de esta pobre gente, no bastaba
-a prevenir su adversidad.
-
-Las noticias de América eran harto desconsoladoras: el padre
-de Florinda, «el señor Martín»—según le llamaba el mismo don
-Miguel—encontró a su hermano Isidoro muy enfermo, y en manos ajenas
-el humilde negocio allí establecido, señuelo de la esperanza familiar,
-vorágine que sorbía cuanto la usura prestaba, con subido interés,
-sobre el menguado peculio de la tía Dolores.
-
-Algún socorro llevó a ultramar el segundo emigrante: algo de lo que a
-duras penas salvara en el hogar costanero; mas la viril resolución del
-señor Martín, expatriándose con la pena de su reciente viudez y dejando
-a su hija en Valdecruces, parecía estéril ante la mala ventura que a
-todos alcanzaba desde la amarga paramera.
-
-Ya el ausente maragato le escribía con sigilo al sacerdote, que
-juzgaba muy difícil levantar el caído negocio de América sin mucho
-más dinero del que llevó; hablaba también de Florinda con tristeza
-angustiosa y mostrábase impaciente por conocer el camino de las
-negociaciones matrimoniales entre ella y su primo Antonio. «A base de
-esa alianza—escribía—quizá fuera posible restaurar la hacienda de
-Valdecruces, pero yo quiero dejar a la muchacha en absoluta libertad
-para elegir marido: nada ambiciono para mí; por ella y por mi madre
-sufro; por este pobre enfermo y por sus hijos me afano». Y añadía:
-«Dime tus impresiones. Antonio irá para la fiesta Sacramental; creo que
-sigue muy encaprichado por la niña; sabe que está bien educada, que
-es hermosa, y, tanto él como su madre, desean lucir en la ciudad una
-mujer de buen porte y de finura. Mas yo no quiero engañar a mi sobrino;
-si llega la ocasión, hazle saber que perdí casi todo cuanto tenía en
-el tiempo en que negociamos la boda bajo la condición de someterla
-al gusto de la rapaza; el novio sabe que he delegado en ti todas mis
-atribuciones sobre el particular...»
-
-Recordando la carta confidente, el cura se levantó inquieto y anduvo
-por la salita con aire absorto; había recibido otra esquela, y otra
-aún, que, distintas y semejantes a la vez, convergían al mismo punto:
-el matrimonio de Florinda.
-
-El pretendiente de Valladolid escribía al párroco diciéndole que,
-«sabedor de la tutela que desempeñaba cerca de su prima, tenía el
-gusto de comunicarle su propósito de celebrar la boda aquel verano,
-aprovechando la ocasión de su viaje a Valdecruces «cuando las fiestas»,
-puesto que sus muchas ocupaciones le impedirían volver, y ya era hora
-de tomar estado... Quedaba en espera del «sí» definitivo para los fines
-consiguientes...»
-
-Y en el mismo correo, también con sobre al señor cura, una letra fina y
-nerviosa, clamaba de pronto:
-
-«¿No te acuerdas de mí?... Considero imposible que me hayas olvidado,
-aunque nada contestas cuando van mis renglones a buscarte; soy aquel de
-las coplas y de las penas a quien tú exaltabas con elevados discursos
-a la orilla del mar, del mar mío que amaste y «sentiste» como un gran
-artista.
-
-»De aquella amistad nuestra guardo yo recuerdos imborrables que ojalá
-perduren también en tu memoria; atisbos de tus antiguas confidencias,
-raras y profundas como las de un santo; reliquias inefables de la paz
-de tus ojos, de la ternura extraña de tu voz. Siento al través de nueve
-años de ausencia la codicia de un secreto que en tu alma soñé... No lo
-niegues; era un secreto «blanco» y triste (según decimos ahora) que en
-vano quise aprisionar en los moldes artificiosos de una fábula... Tú no
-hablaste nunca, y aquel misterio quedó en mi fantasía como intangible
-estela de visiones que no pueden cuajarse en una estrofa...
-
-»Quizás haré mal en volver a ti con esta memoria por divisa; quizás te
-alarmo y «te escondo» al resucitar de improviso el agudo recuerdo de
-mis curiosidades; mi propia imprevisión te prueba la cordialidad de
-este impulso.
-
-»Al regresar de Cuba hace dos años supe en Villanoble que habías
-terminado la carrera con mucha brillantez, y te escribí a tu pueblo;
-después te mandé mi último libro: no respondiste a mi reclamo. Ahora,
-una adorable letra de colegiala ha escrito para mí tu nombre, y
-esta providencial noticia tuya que recibo por tan dulce mensajero,
-me conmueve con el íntimo temblor de muchas ocultas emociones que
-despiertan y vibran, gozan y esperan...
-
-»Si te asusta mi exordio, si te desplace esta indiscreta persecución
-psicológica y sentimental, juro en mi ánima acallar para siempre tales
-porfías inquiridoras; y aún le queda a este pobre artista el aspecto de
-entrañable amigo y de hombre sensible para quererte y admirarte mucho.
-
-»Acógeme bajo esta fase de íntima fraternidad que antaño nos unió
-por encima de mis inquietudes y de tu reserva; óyeme con tu afable
-sonrisa de tolerancia: de mi corazón, que tú conoces de memoria, voy a
-mostrarte una página «inédita», que casi yo mismo ignoro.
-
-»—Ya «te siento pensar» con reflexiva compasión:—¡Cree que está
-enamorado!...
-
-»Tú sabes muchas leyendas de mis amores, y sonríes con incredulidad,
-al verme perseguir de buena fe otra dulce mentira... Nada profetizo,
-porque me he equivocado muchas veces; mas, honradamente te aseguro que
-si éste de hoy no es el «definitivo» amor... está muy cerca de serlo...»
-
-No acertó el comunicante, suponiendo que el sacerdote hubiera sonreído
-en la lectura de esta carta. Aun recordándola ahora, palidecía
-ligeramente y plegaba con nueva incertidumbre el entrecejo. Ninguna
-personal zozobra le suscitó el escrito del poeta; a las particulares
-alusiones con que Rogelio Terán le saludaba, fuéle a don Miguel muy
-llano contestar con serena desenvoltura:
-
-«Cumple ese espontáneo juramento y renuncia de una vez a tus pesquisas
-novelables; ni una mala copla podrías ensayar a cuenta de los «secretos
-blancos» que me atribuyes, y que sólo existen en tu imaginación.»
-
-Mayores dificultades tuvo que vencer el cura para contestar al resto
-de la carta, donde el artista, en pleno asunto de novela, contaba con
-lírico entusiasmo la despedida y el encuentro, origen «aquella nueva
-página de un corazón». Desde _el sueño de la hermosura_ sorprendido en
-el viaje, hasta el adiós penoso en el andén astorgano, toda la historia
-linda y triste pasaba lo mismo que una centella por los enamorados
-renglones. Y don Miguel, ingenuamente conmovido por aquella relación
-fervorosa y rara, hallóse lejos de sonreir; repercutían en su espíritu
-con singulares ecos las exaltaciones generosas reveladas en aquel
-párrafo:
-
-«... Esta niña tan llena de atractivos, que merece llamarse María y
-llamarse Flor, me ha mirado con deleite y ternura en dulcísimo abandono
-de su alma, y dejándome vivir como un sonámbulo a orilla de la hermosa
-realidad, hundióse en desierto camino paramés, al lado de una vieja
-lamentable y torpe, con rumbo sabe Dios a cuántas amarguras...»
-
-—¡Sabe Dios a cuántas!—repetía el sacerdote, saturándose en el
-latente aroma de caridad vertido de la pluma del poeta.
-
-Delatada por el santo perfume, la pura doctrina de un noble corazón
-daba su fruto en estas otras frases:
-
-«Yo sé que esa pobre familia te aprecia como confidente y amigo de su
-más íntima confianza; que ponen en tus manos sus asuntos y proyectos,
-y que entre _Mariflor_ y un primo suyo median planes de boda no
-sancionados aún completamente. ¿Quieres hablarme de estos propósitos?
-¿Quieres decirme si dañaré los intereses de la muchacha yendo a
-solazarme con su presencia al amparo de tu amistad? Siento la violenta
-tentación de volverla a ver.—¿Con qué intenciones?—me preguntas—. Yo
-mismo las ignoro en definitiva; desde luego con las de hacerle todo el
-bien posible, y ni una sombra de mal siquiera.»
-
-Al llegar mentalmente a este punto de la lectura, todos los días
-repetida de memoria, el párroco de Valdecruces hizo una pausa en su
-agitado raciocinio, acodóse en el tosco rastel del antepecho y encendió
-con lentitud un cigarro.
-
-A espaldas del fumador aposentábase la sombra en la modesta salita,
-diseñando apenas el perfil de un pupitre y de un sillón y el contorno
-de unos altos escabeles. Fuera, se amortecía bajo el crepúsculo un
-huertecillo, cuyas legumbres posaban pálido tapiz de verdura sobre el
-color ocre de la tierra, y en la apacible lontananza del erial tenía la
-muerte de la tarde una serenidad purísima.
-
-Paseó don Miguel sus claros ojos por el asombrado huerto, por el
-deleznable caserío asignado entre calzadas y rúas silenciosas, y los
-clavó después en el lueñe horizonte, allí donde sangraba la agonía de
-un magnífico sol de mayo, en la serena curva del cielo azul: evocaba el
-sacerdote aquel momento en que acudiera _Mariflor_ a su llamada para
-responder con claridad a dos trascendentales preguntas:—¿Quería a su
-primo por esposo?
-
-—No, señor—dijo rotundamente la moza sin asomo de vacilaciones.
-
-—¿Y a Rogelio Terán?
-
-Aquí, una súbita sorpresa tiñó de grana el semblante de Florinda, la
-cual bajó los ojos, torció nerviosa el pico del pañuelo y exclamó lo
-mismo que la heroína de Campoamor:
-
-—«Cómo sabe usted?...»
-
-Aunque el cura de esta _dolora_ no era «un viejo», para él tuvo la
-niña «el pecho de cristal», como en la fábula; y apenas dejó traslucir
-los amorosos afanes, tuvo también la palabra expedita para defender
-sus preferencias y los libres fueros de su corazón. Ya para entonces
-habíase mostrado transparente como el pecho, el cristal de unos ojos
-que miraban al párroco de hito en hito, y en los cuales fulgía la
-esperanza como un rayo de luna sobre el mar.
-
-Sintióse conmovido el sacerdote en la contemplación de aquella moza que
-miraba de frente como él, sin duda porque tenía muchas cosas buenas
-que decir con los ojos oscuros y anhelantes. Y al cabo de innumerables
-observaciones y temperamentos, se convino en la plática, requeridora
-una triple resolución: escribir al padre el fiel relato de la amorosa
-cuita; tratar con el primo, sólo verbalmente, «del asunto», sin
-corroborarle entretanto promesa alguna de matrimonio; y responder a
-Terán «en la forma que el señor cura lo creyera discreto», dando margen
-a las ilusiones que la niña compartía con el poeta.
-
-Así, _Mariflor_ y don Miguel se propusieron en amigable complicidad
-servir a los corazones y a los intereses, con un sentimiento doblemente
-caritativo por parte del sacerdote; avaro y generoso a la vez, en el
-espíritu ferviente de la enamorada.
-
-—Yo misma—concluyó por decir aquella tarde—explicaré a Antonio este
-verano los motivos de mi negativa y le pediré la protección de su
-fortuna para la abuela. Si es bueno y es rico, tanto como dicen, ¿ha
-de negarse a salvarnos a todos? Cuanto más que yo no pretendo que nos
-regale nada; bastará que nos preste sin usura...
-
-Y como don Miguel acogiera en silencio el vehemente propósito, añadió
-la muchacha con vivísima zozobra:
-
-—¿Cree usted muy difícil un milagro?
-
-—Según y conforme...
-
-—Es que yo le he prometido a Olalla hacer uno, con la ayuda de Dios,
-para librar la hacienda de abuelita.
-
-—¿Y será a base de lo que Antonio te conceda y tú le niegues?
-
-—¡Eso mismo! ¿Le parece a usted imposible de lograr?
-
-—¡Oh transparente corazón de mujer—meditó el cura sonriendo—.
-¡Mezcla humanísima de egoísmo y caridad, de obstinación y de
-ternura!... En fin—dijo sentencioso—: la fe mueve las montañas...
-Para Dios no hay imposibles...
-
-Las últimas palabras del sacerdote extendieron por el dulce rostro de
-la niña una expresión de singular confianza. Así, férvida y creyente,
-se había despedido _Mariflor_ en aquella entrevista.
-
-Desde el mismo barandaje donde el cura se apoya, la vió cruzar el
-huerto y salir a la penumbra del camino en el preciso instante en que
-pasaba _Rosicler_ balanceando su chivata de pastor al compás de una
-copla.
-
-Se saludaron los dos mozos bajo las alas de la brisa, mientras el
-paisaje se quedaba dormido en la mansedumbre de la noche y florecía
-en astros el profundo cielo. Y cuando ambas siluetas se dibujaron
-levemente, ya separadas en la oscuridad, la canción de _Rosicler_ vibró
-engreída, dejando en el aire una letra de boda, el jirón de un romance
-popular que pregonaba:
-
- «Mira, niña, lo que haces,
- mira lo que vas a hacer,
- que el cordón de oro torcido
- no se vuelve a destorcer...»
-
-Trovó un pájaro en su última ronda por el huerto, rodó en las nubes
-una estrella rubia, y don Miguel sintió los ojos turbios de lágrimas,
-quizá nacidas de la melancolía de la hora, o de aquel recuerdo «blanco
-y triste» mentado por el poeta, removido por los acentos de la copla,
-por la visión juvenil de la niña y el zagal...
-
-En este otro crepúsculo, tan espléndido como aquél, la honda meditación
-del señor cura tiene cambiantes y matices como la piedra ónice, y el
-relámpago de alguna sonrisa aclara a veces el frunce del entrecejo en
-la frente del apóstol. El cual, como si hallase súbito remedio a una de
-sus perplejidades, arroja por el balcón la punta apagada de su cigarro,
-y asomándose a la puerta de la salita, llama de pronto:
-
-—¡Ascensión!... ¿puedes venir?
-
-—Voy ahora mismo—responde en el fondo de la casa un agudo acento de
-mujer. Y una moza acude en seguida, diciendo al entrar:
-
-—¿Enciendo luz?
-
-—Todavía no. Te quería preguntar si conseguiste que Marinela
-Salvadores te confiase aquel secreto que tú adivinabas.
-
-—Y acerté, mismamente.
-
-—Vamos a ver: ya sabes que no me impulsa la curiosidad a estas
-averiguaciones en que tú me ayudas: quiero el bien de la rapaza; curar
-esa dolencia, esa misteriosa pesadumbre que nadie conocía... ¿Qué
-tiene, en fin?
-
-—Tiene... vocación de monja.
-
-—¿Así, en firme, de verdad?—exclama absorto el párroco.
-
-—De verdad, tío. Si no entra clarisa, se comalece.
-
-—Pero, ¿de qué le ha quedado eso?
-
-—De que un día fuimos juntas a Astorga y llevamos de parte de usted un
-mandado para la madre abadesa: fué en el mes de abril...
-
-La muchacha se sienta en un escabel, y el cura, reclinándose en otro,
-cerca de la sobrina, escucha con atención, ya bien entrado en el
-aposento el silencioso temblor de la noche.
-
-—Fué en el mes de abril—repite Ascensión después de una pausa,
-dando mucho alcance a su confidencia—. Con la madre Rosario salió
-al locutorio una novicia a quien yo conocí en la Normal de Oviedo.
-Nos dijo que estaba muy gozosa en la clausura, que tenían un jardín
-precioso donde cultivaban flores para la Virgen, y que se disfrutaba
-un deleite divino en aquella vida. Marinela, que no habló una palabra,
-salió de allí tocada de la vocación como por milagro, y desde entonces
-conozco que se muere por ser monja.
-
-—Pero, ¿y la dote?—prorrumpe don Miguel con impaciencia.
-
-—Por eso la zagala padece; hoy me ha confesado sus pesares al volver
-de Piedralbina: ni por soñación espera conseguir los dineros para
-entrar en Santa Clara... ¡y llora tanto!
-
-—¿Y por qué ha de ser en Santa Clara precisamente? Si tiene verdadera
-vocación religiosa, bien puede buscar otro convento donde no necesite
-llevar mil duros por delante.
-
-—Ya se lo he dicho yo; pero ella quiere en ese, en ese nada más. ¡Usan
-las monjas un traje tan precioso, todo blanco! Y se dedican a plegar la
-ropa de los altares, a hacer dulces y labores; ¡cosas finas y santas!
-
-—Sí—replica el cura remedando el tonillo alabancioso de la moza—, y
-a practicar ayunos y vigilias, penitencias y sacrificios.
-
-Tras un breve silencio, Ascensión añade con tenue ironía:
-
-—En su casa ayuna Marinela y vive sacrificada... Ser clarisa es
-destino envidiable.
-
-—¿También para ti?
-
-—¡Yo, como tengo dote y haré buena boda!
-
-—Porque Máximo tiene dinero, ¿no?
-
-—¡Claro está! Pero Olalla y Marinela no han de casarse: todo el mundo
-dice que la tía Dolores ha perdido el caudal.
-
-—¿De manera que te parece envidiable el destino de monja para esa
-niña, porque no tiene un céntimo?
-
-—Ya ve... Estar a la sombra en un claustro hermoso, vestida de
-azucena, cuidando un jardín para la Virgen, ganando el cielo entre
-oraciones y suspiros... es mucha mejor suerte que trabajar la mies como
-una mula para comer el pan negro y escaso, y envejecer en la flor de la
-mocedad: yo que Marinela, también entraba clarisa.
-
-—Pero, criatura y ¿la dote? ¿No ves que si ahora le diesen veinte mil
-reales a Marinela para profesar en Santa Clara, lo mismo le servían
-para casarse? Menos tienes tú y sólo por lo que tienes vas a hacer
-una «buena boda», según dices: la pobreza no justifica la vocación
-religiosa en este caso, y más vale así, aunque sea imposible realizar
-los deseos de tu amiga.
-
-Ascensión, la maestra elemental, sobrina del señor cura, no enrojece al
-sentirse envuelta en tan desnudos comentarios, sino que, reflexiva y
-avisada, advierte a la sapiencia y lógica de su tío:
-
-—Repare que muchos prelados reciben herencias para dotar a las
-novicias pobres, pero nunca para dotar a las novias... Hay devotos
-ricos que protegen con grande caridad las vocaciones religiosas; hay
-plazas de favor en los conventos; y, en un caso de apuro, no teniendo
-una mujer nada más que la tierra abajo y el cielo arriba... menos
-difícil me parece entrar en la clausura con el hábito que entrar en la
-parroquia con el novio... ¿No es verdad?
-
-La pregunta, certera y amarga, hiende como un dardo la sombra, y el
-sacerdote álzase al recibirla y se lleva la mano al pecho igual que si
-le sintiese herido.
-
-Suspira sin responder, da unos pasos a tientas por la estancia y, de
-pronto, se dirige hacia el balcón, donde acaba de asomarse la luna bajo
-un pálido velo de niebla.
-
-—¿Enciendo luz?—vuelve a preguntar la moza, dando por concluído el
-interrogatorio.
-
-Y con grave intención, que ella no comprende, el párroco de Valdecruces
-avanza en la oscuridad hacia el claror divino y, señalando al cielo,
-responde:
-
-—Deja que ésta me alumbre...
-
-
-
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-IX
-
-¡SALVE, MARAGATA!
-
-
-AQUEL jinete que cruzaba la estepa en un mulo, a pleno sol, vagoroso
-y audaz, con aires de aventura, parecía, de lejos, _Don Quijote_;
-cenceño, flexible, impaciente, exploraba los horizontes y caminos
-ensoñando quimeras, igual que el caballero de la _Triste Figura_. Un
-pobre _Sancho_ de a pie le acompañaba, ni gordo ni contento, alquilado
-en Astorga a la par del mulo; no iban de palique el criado y el señor,
-como sucede en las novelas, donde un hidalgo curioso cabalga por país
-desconocido a la vera de un guía, y todo se le vuelve al intruso
-preguntar al indígena por esto, por lo otro y por lo de más allá.
-
-Este espolique de ahora no era muy explícito que digamos: corto de
-palabras y largo de piernas, quizá pretendiese economizar en saliva lo
-que derrochaba en pasos, y así holgaba su boca mientras sudaban sus
-pies.
-
-Tampoco las preguntas del caballero parecían a propósito para
-quebrantar la pasiva reserva del peón: interrogaba aquél, confusamente,
-sobre agricultura, historia, costumbres y privilegios de la tierra, y
-el pobre maragato encogíase de hombros bajo su parda almilla, con ruda
-perplejidad.
-
-—Aquí, de agricultura—supo al fin responder—, pues... el centeno;
-de costumbres... nacer, emigrar, morirse, ¡como en todas partes! De
-historia... los cuentos de las viejas, patrañas de godos y romanos...
-¡vaya usté a averiguar! y de eso otro que usted dice... ¡diájule! non
-lo oí mentar nunca...
-
-Era el espolique un hombre, tosco por su innata rudeza, condenado a
-servidumbre, que a la sazón padecía en una posada de la capital.
-
-El andante caballero, visto de cerca, había trocado el yelmo de
-Mambrino por un _jipi_, y la célebre lanza por un vástago de roble;
-llevaba un maletín a la grupa, finos guantes en contacto con las
-bridas, y áureos lentes sobre los ojos azules; era joven y parecía
-feliz.
-
-Según iba creciendo la mañana, aparecíase, bajo la fuerza del sol, más
-vasto el erial, más estéril y solitario. Caía la luz con arrogancia,
-en toda la plenitud del mes de junio, y extendía el purísimo celaje
-su amplia curva sobre la planicie con una majestad acogedora, llena
-de resplandores. Los cascos de la caballería alzaban un eco sordo al
-herir el camino polvoriento, y en la orilla de tímidos bancales algunos
-brezos violados desfallecían de sed y de tristeza.
-
-Cansado ya el viajero de pretender la esquiva conversación del
-espolique, iba poblando de visiones y recuerdos aquella muda soledad.
-Comenzó por discurrir, con acalorada fantasía, si a tales senderos
-confusos, todos aridez y desolación, haría referencia aquel fiero
-relato de una lucha terrible en que el godo Teodorico destruyó las
-tropas del rey suevo, Rechiario, en las _llanuras parámicas_, un
-célebre día 3, _antes de las Nonas de octubre_... Apenas evocada esta
-bárbara memoria, un nuevo relámpago de la imaginación encendía delante
-del viajero las recordaciones caballerescas de cierto famosísimo
-hecho de armas que en el siglo XV tuvo lugar a la orilla del _Camino
-francés_, en el ancho país de «los pueblos olvidados».
-
-Y ya no eran indómitas mesnadas las que en sangrientas imágenes
-cruzaron la llanura en torno del jinete soñador: los más bizarros
-adalides de la Edad Media, en marcial apostura de torneo, acudían
-ahora a las brillantes justas del _Paso honroso_, mantenidas por Suero
-de Quiñones y otros nueve gentiles caballeros; hasta sesenta y ocho
-de lejanos reinos y ciudades sorprendieron con el trote bravo de sus
-corceles el silencio profundo de la estepa, codiciando un puesto en la
-peregrina lid, donde los defensores se proponían correr _trescientas
-lanzas, rompidas por el asta con fierros de Milán_...
-
-Un caliente arrebato de bravura agitó el renuevo de roble en las ancas
-del mulo; dió la bestia un respingo cobarde, y el viajero creyóse
-transportado a la famosa liza sobre las relucientes crines de un potro
-andaluz. Le enardecieron con singulares bríos los sones de aguda
-trompetería _en tono rasgado_ para _romper en batalla_, y vislumbró
-en el marco de la insigne fiesta la hermosura exquisita de doña Inés,
-doña Beatriz y doña Sol: iban a rescatar sus guantes empeñados por la
-galantería de los combatientes.
-
-De pronto una imagen viva, cándida y humilde, alzó en el polvo del
-camino su miserable silueta; llevóse el visionario la mano al _jipi_
-con rendimiento cortés, y una pobre maragata, cabalgadora en lenta
-burra, pasó con los ojos bajos, murmurando apenas:
-
-—Buenos días.
-
-Al tímido rumor de tal saludo quedó roto el encanto del caballero, el
-cual en aquel mismo instante imaginaba descubrirse ante doña Mencía,
-la celebrada esposa de don Gonzalo Ruiz de la Vega, dama ilustre cuyo
-guante había de rescatar en el _Paso honroso_ el conde de Benavente...
-
-Suspiró _Don Quijote_, sonriendo; volvió en torno suyo la mirada y
-quedó atónito, como sobrecogido por la austeridad infinita del paisaje:
-ni una nube corría por el cielo, ni un átomo de vida palpitaba en
-el llano. La tierra infecunda se resquebrajaba a trechos, rugosa y
-amarilla como el cadáver de una madre vieja en cuyo rostro las lágrimas
-dejaron surcos hondos y fríos.
-
-Al roce súbito de aquella trágica impresión, la fantasía del ecuestre
-viajero volvió a encresparse lo mismo que una ola, y tornaron a poblar
-la gris llanura un tropel de personajes, surgentes de leyendas y
-becerros, códices y archivos; desfilaban en la más pintoresca de las
-confusiones; algunos tan despacio como si les adormeciese el son remoto
-de antiguos cantares. Mezcláronse las preces sordas de una bárbara
-religión primitiva con los salmos rudos del pueblo romano y con las
-cristianas oraciones de aquellos devotos que, viviendo en la tierra
-la Madre del Salvador, _le mandaron desde Astorga un mensaje verbal a
-Palestina_... La figura pálida y lastimera del «Rey Monje», iba, con
-los ojos vacíos y los hábitos en túrdigas, arrastrando su pesadumbre
-junto al brutal perjeño del rey Mauregato, legislador en fabuloso
-tributo _de las cien doncellas_. Después, en la desnuda lejanía,
-se perfiló el fantástico ejército que en vísperas de la batalla de
-las Navas acudió a las puertas del monasterio de San Isidoro, en la
-ciudad de León, a llamar con recios golpes: capitaneaban la hueste
-romancesca el Conde Fernán González y el Cid, buscando en su sepulcro
-al rey Fernando I para que asistiese con ellos al combate... A la par
-de estas visiones legendarias, amacos, asturicenses, celtas, iberos
-y romanos, judíos y moros, surgían en quimérico rolde, edificando
-y destruyendo con febril ansiedad. Augusto, Vespasiano, Teodorico,
-Witiza, Tarik, Almanzor, una apretada nube de conquistadores y vencidos
-posaba su ambición y su ideal en los solares rotos, hundiendo bajo la
-tierra lanzas y semillas, regándola con lágrimas y con sudores. Mas el
-yermo, silencioso, inmutable como la eternidad, no sintió la herida
-de los hierros ni la amargura de los llantos; no fecundó una sola
-grana de simiente ni ablandó su dureza con el sudor de las audaces
-generaciones. Sin amansar su esquivez ni merecerle una sonrisa, le
-anduvieron de hinojos ilustres obispos y fervientes misioneros; rudo
-campo de penitencia donde sólo florecían sacrificios y austeridades, le
-santificaron legiones de creyentes en pos de anacoretas y de apóstoles:
-Jenadio, Fructuoso, Valerio, Froilán, Domingo (aquel que se llamó _de
-la Calzada_, porque ayudó a labrar con sus manos el _Camino francés_),
-santos eran que en el «desierto» de León y de Castilla, con abundantes
-compañeros y discípulos, clavaron la Cruz y la oración en gloriosa
-campaña espiritual. Y ¿no hubo, entre tantos amores, heroísmos y
-proezas, bastante calor humano para dar vida a los eriales solariegos,
-para resucitar la muerta llanura?... ¿Cuántos siglos yacía yerto,
-insensible como un cadáver, el pobre suelo, hendido igual que un viejo
-rostro donde el llanto labró surcos?... ¿Qué pretéritas edades, qué
-desconocidas criaturas le sintieron latir rico y preñado como fecunda
-tierra del corazón de una patria?...
-
-¡Eran éstas demasiadas interrogaciones! Aunque el viajero había
-refrescado sus memorias y lecturas antes de ponerse en camino, ya le
-faltaban a su mental soliloquio documentos y recursos para discutir
-las causas de aquella perpetua desolación. Quiso hurtar el fatigado
-pensamiento a la sutil y complicada red de tales raciocinios, pero su
-noble conciencia de hidalgo y de patriota le acusó de un tanto de
-culpa en el abandono y la ingratitud que lamentaba sobre el muerto
-camino. ¿Quién mejor que un poeta para abrir a las modernas corrientes
-de cultura y piedad un ancho cauce, y fundir en mieses de oro las
-entrañas estériles del páramo?
-
-Alzó el jinete la juvenil cabeza con arrogante impulso, y posó la
-caricia de sus ojos azules sobre los escobajos del sendero: quería
-enamorarse de aquel vago propósito que de repente le asaltaba; sentir
-fuerte y grande el entusiasmo por la liberación de aquella tierra,
-solar de una raza insigne, testigo y campo de una historia inmortal,
-madre eternamente condenada a la esclavitud de la miseria en el mismo
-seno de su floreciente nación.
-
-Que era empresa de locos aquel sueño, le decía al hidalgo su prudente
-egoísmo. Pero las ansiedades del artista y las inquietudes del quijote
-respondieron al punto: ¿Acaso con la pluma no tiene una palanca
-invencible cada escritor moderno?... ¿No son ahora el libro y el
-periódico los vencedores propagandistas de la idea?...
-
-El mulo se había parado: lanzó un sordo relincho; olfateaba, y tenía en
-los belfos una ligera espuma.
-
-—¿Qué le sucede?—preguntó el caballero mientras arreaba el espolique.
-
-—Le desazona el secaño—respondió el aludido parcamente.
-
-Y a la sola noticia de que el animal tenía sed, cambiaron de rumbo
-los pensamientos del poeta: sintió el desamparo de la ruta con una
-sensación de punzante disgusto; un antojo violento de agua viva,
-de agua corriente y bienhechora, le secó las fauces y le enardeció
-la frente. Desconcertado y pesaroso, escudriñó la monotonía de los
-horizontes con la angustia del náufrago que persigue una vela salvadora
-en las desiertas lontananzas del mar. Pero en la vibrante luz ni
-las alas de un insecto se mecían; hasta el aire parecía dormido en
-la llanura, y la llama del sol, derramando su lumbre en el erial,
-semejaba una lámpara encendida sobre enorme sepulcro.
-
-En vano buscó el jinete algún semblante amigo donde poner con beatitud
-la mirada, sedienta de piedad; por toda respuesta a tan ávida pesquisa,
-dió el implacable suelo una gris vegetación de cardos marchitos y de
-rastreras gatuñas.
-
-Entonces al poeta le asaltaron enjambres de visiones fugitivas: cortes
-y ejércitos, potentados y magnates, artistas y labradores, huían hacia
-los valles, hacia los ríos y las costas; buscaban la dulzura de los
-bosques y la riqueza de las mieses. Los reyes castellanos, Ordoños
-y Bermudos, Urracas y Berenguelas, Fernandos y Alfonsos, sentían en
-la pujanza de su corona temblar el espanto del yermo como un trágico
-soplo de muerte y exterminio. Y por fin abdicaba—con el abandono y
-la expatriación—su omnímodo poder sobre la estepa aquel noble señor
-de _diez mil vasallos, siete villas y ochenta y tres pueblos_, Alvar
-Pérez Osorio, marqués de Astorga, alférez mayor del Rey, mantenedor
-valiente de la bendita Seña en la batalla de Clavijo, el que a los
-veintiséis títulos de sus blasones unió la singular grandeza de poderse
-llamar «Señor del Páramo»... La solariega casa de Osorio, descendiente
-de emperadores orientales, prima de reyes, madre de los condados de
-Altamira, de Luna, de Guzmán, de León, de Trastamara y de Cabrera,
-raíz y origen de los más puros abolengos españoles, árbitra de las
-libertades de Castilla, levantó su hidalgo señorío de los cabezos del
-erial, y olvidando la aspereza de tal cuna, indómita y fuerte como el
-destino, huyó también a refugiarse en más hospitalario país...
-
-Allá lejos, donde el cielo y la tierra parecen confundidos en infinita
-comunión de inmensidades, aparecióse un punto blanco. Viéndole flamear
-distintamente, veloz en el aire con arrogancia majestuosa, murmuraba el
-quijote «modernista» en la embriaguez de sus evagaciones:
-
-—¿Será el lienzo de un barco?... ¿Será la bandera de Clavijo?...
-
-Historia, fantasía y leyenda, bailaban, locas de remate, bajo la frente
-rubia del mozo soñador; preso en la terrible pesadilla del llano,
-confundido entre realidades y quimeras, sentía vagamente la sombra del
-ensueño, el cansancio del viaje y la amargura del lugar. Quiso vencer
-aquel estado de modorra, sacudir el delirio y la fatiga; hizo al cabo
-un esfuerzo para recobrar su aplomo, y advirtió, al conseguirlo, que
-tenía hambre y que le dolía un poco la cabeza. Miró el reloj: iban a
-dar las once. Había salido de Astorga con muy ligero desayuno, y el
-camino y el sol estimulaban ahora sus buenas disposiciones para el
-almuerzo.
-
-—¿Qué se ve allí?—preguntó al guía, señalando la única mancha del
-horizonte.
-
-—Es la cigüeña—dijo el maragato, y añadió—: Ya no está lejos
-Valdecruces.
-
-—Ni lienzo navegante, ni enseña heroica—pensó el joven, burlándose
-de su visionaria turbación—; son unas alas potentes; por su destino
-libres, cautivas por su fidelidad.
-
-Y quedóse el viajero sumergido en regalada laxitud, en el sedante baño
-de poesía que la contemplación del ave le brindaba.
-
-Todo era manso y fuerte en la vida singular del enorme pájaro: la
-reciedumbre de su nido, centenario a veces, puesto en la torre
-parroquial debajo de la Cruz, en el apacible corazón de las aldeas;
-la ternura delicadísima para con los hijuelos; aquella gracia seria y
-noble con que vigila las sembraduras y convive entre los campesinos;
-la rara y firme condición de su boda sexual _para toda la vida_; de su
-vuelta al mismo terruño para todos los años, y la reposada actitud de
-la figura, el paso y el vuelo, que componen armoniosa grandeza con el
-matiz austero del paisaje... Cuanto del animal amigo de los hombres
-pudo enaltecer el curioso viajero, parecióle conmovedor y simbólico.
-
-—Una maragata y una cigüeña me han «hecho los honores» del
-páramo—meditó, engolfándose en la repentina emoción.
-
-En aquel momento la breve caravana, doblando una ligera loma, alcanzó
-al ave, quieta en el camino; tenía el largo cuello ondulante, y el
-pico un poco inclinado hacia la tierra; miraba pensativa los áridos
-terrones, como la mujer que al paso del caballero musitó humildemente:
-«buenos días». Y siguió esperando, inmóvil en su habitual postura de
-meditación y reposo, hasta que llegaron los caminantes: alzó entonces
-lentamente sus ojillos de indefinible color, pardos y cenicientos igual
-que la estepa; dió algunos pasos con dignidad y compostura, erguido el
-cuerpo, mesurado el ademán, y abrió, por fin, las espléndidas alas con
-un vuelo fácil y gracioso, desapareciendo del horizonte en majestuosas
-espirales.
-
-No tuvo tiempo el poeta para glosar con sus admiraciones tan peregrino
-espectáculo, porque al rendir la imperceptible cumbre, mostró el duro
-sendero repetidas señales de dulzura.
-
-Se alzaba un poco en aquel sitio y por él descendían las tierras en
-suaves ondulaciones, amansadas y humildes, con recientes señales de
-cultivo y amigables surcos de senderos.
-
-A preguntas curiosas del jinete dijo el peatón que allí empezaba la
-mies de Valdecruces, y que aquellos «bagos» ya tenían hecha la tercera
-labor para recibir la simiente «en la semana de los Remedios», al nacer
-el otoño.
-
-Y acosado por nuevas preguntas, explicó el maragato cómo la pobreza
-del país no permitía cosechar anualmente en los mismos terrenos, y así
-quedaban en _fuelga_ los unos mientras fructificaban los otros.
-
-—Éstas—añadió en el tecnicismo agrícola del país—estuvieron «de
-aramio» siete meses.
-
-Y señalaba las glebas recién movidas junto a los profundos roderones
-del espacioso camino. El cual iba estrechándose con la disimulada
-lentitud de un prisionero que al evadirse quiere ocultar su prisa y
-su esperanza. De ambos afanes pudiera suspirar el triste fugitivo del
-barbecho, buscando la ilusión de una mies, la gracia bienhechora de un
-arroyo y el caliente regazo de una aldea.
-
-Y esta sorda inquietud que parecía latir en la pálida ruta, comunicóse
-a los viajeros con impaciencia viva, sin excepción del mulo, apresurado
-ahora, olfateador y relinchante por demás. Habían torcido su rumbo por
-la estepa, a indicaciones del caballero, que la quiso recorrer toda, y
-entraban en Valdecruces por un transitorio vergel de centenos maduros.
-
-Pocos pasos adelante, columbró ya el jinete la verdosa masa de hojas
-y de espigas, un imprevisto oasis que, acosado de cerca por el erial,
-parecía surgir inseguro y tembloroso como un atrevimiento de furtivo
-amor hacia la esquiva ingratitud.
-
-Pasó un hálito caliente de primavera sobre el áspero dorso de la
-llanura, y las espigas estalladas exhalaron dulcísimo perfume.
-
-Comenzaban a palidecer las anchas hojas lineales en torno al granado
-fruto, muertas ya las sutiles flores en el raquis henchido. Pero aún
-flotaba en el ambiente esa especie de niebla azul, producida por aromas
-y glumas de la flor.
-
-Hundiéndose de pronto el forastero en tan inesperado paraíso, imaginó
-escuchar una plegaria vehemente y armoniosa en el rumor de aquel vaivén
-de espigas, verdes y rubias, con degradaciones de admirables tonos.
-
-Fuera ya del camino central, guiaba el espolique por las honduras de un
-sendero, delicadísima estela de los crecidos centeneles, agitados con
-inquietud de marejada. Latía el perfume como un aliento en torno del
-jinete, y se asomaban al horizonte, más visibles que en el transcurso
-del viaje, los bravos picos del Teleno y Fuencebadón.
-
-Bien sabía el poeta que la maravilla sorprendente de aquella mies,
-rescatada al páramo como botín de durísimo combate, era obra y
-tormento de la mujer maragata; que bajo aquel fugitivo mar de
-espigas naufragaban oscuramente la juventud y la belleza de unas
-abandonadas criaturas, por débiles tenidas en el mundo; que ni la
-heroica satisfacción del noble sacrificio acompañaba en su naufragio
-a las infelices cautivas de la tierra, del instinto y la ignorancia.
-¡Y era el hondo caudal de su ternura, inconsciente, la única fuerza
-humana bastante poderosa para hacer vivir y fructificar los indomables
-terrones del yermo!
-
-En la hidalga paramera de León, solar de los más castizos de la raza,
-teatro y reliquia de inmortales memorias, duerme el pueblo maragato,
-incógnito y oscuro, desprendido con misterioso origen de una remota
-progenie. Siglos enteros supervivió a la desolación de los eriales,
-solitario en toda la integridad de su rara pureza, embarrancando en
-la llanura como un pobre navío que encalla y se sumerge, y al cual se
-abandona y olvida en el turbulento mar de la civilización. Pero, al
-fin, en la tragedia de este «buque fantasma» se salvaron los fuertes.
-Más duros los códigos en los mares de tierra que los que rigen en los
-mares de agua, consintieron que en las bárbaras olas del erial se
-quedasen cautivos para siempre las mujeres y los niños, mientras los
-hombres útiles pedían remolque a la vida del progreso para explotar
-sus riberas. Y las pobres maragatas se encontraron solas, condenadas
-a no extinguirse nunca, porque los maridos arribaban a menudo hasta
-la callada flota que extendieron por el llano estas graves mujeres de
-Maragatería: acuden ellos potentes y germinadores a imponer como un
-tributo la propagación de la especie, a dejar la semilla de la casta
-en las entrañas fecundas de unas hembras, tan capaces, que hasta en el
-páramo cruel han producido flores...
-
-Así discurría con ansia y pesadumbre el andante poeta, enervado por la
-fragancia de los centenos, peregrino entre las espigas que palpitaban
-con dulce temblor.
-
-Sentía el mozo levantarse otra vez su inquieta voluntad con el generoso
-estímulo de las redenciones. Si era una locura soñar con la liberación
-del yermo, no lo era tanto apetecer la de aquellas mujeres miserables.
-Y, si aun este propósito fuese desmesurado para acometido por un
-corazón, un estro y una pluma, le quedaba al artista la certidumbre de
-poder esgrimir con gloria aquellas nobles armas, para rescatar del mar
-de tierra, libre y dichosa, a una sola mujer.
-
-A cada paso del mulo tomaba más cuerpo esta ilusión en los bizarros
-sentimientos del joven.
-
-Si acaso a Valdecruces le empujaban—seguía meditando—la curiosidad
-y el antojo, sobre aquellos humanos impulsos labraría con arte y con
-misericordia el cauce de ternura por donde corriese el definitivo amor
-a formar un sereno remanso.
-
-Ráfagas de ocultos fervores le sacudían, enardecido y ambicioso,
-con las manos trémulas de fiebre, la memoria llena de secretos y el
-porvenir cuajado de esperanzas. Todas sus emociones del camino se
-condensaron, vibrantes, en aquella última; de cuantas quimeras y
-memorias le acompañaron hasta allí, sólo quedaba en su imaginación,
-como cifra y símbolo, una bella figura de mujer: adornábase con un
-traje regional, acaso descendiente de góticos briales o de gentiles
-paños morunos; tenía dulce el rostro como la ilusión del viajero, y el
-alma heroica lo mismo que la raza leonesa.
-
-Reinó esta solitaria imagen como dueña absoluta de tantos pensamientos
-impacientes, cuando, ya surcada la mies, se acercó en el paisaje la
-arcillosa giba del caserío y una mansa barbechera corrió a confundirse
-con las rúas del pueblo.
-
-En la primera de las cuales se extendía ancho lugar, parecido a una
-plaza, decorado en medio con una fuente. Al borde del pilón una mujer
-aguardaba que su cántaro se llenase. Iba compuesta al uso del país,
-de mucha gala, sin duda por ser domingo, y parecía absorta en la
-contemplación de la corriente.
-
-A este sitio llegaban los viajeros cuando, desde muy cerca, un toque
-grave de campana avisó en la parroquia el mediodía.
-
-Descubrióse el espolique para rezar las oportunas oraciones y le imitó
-el caballero, distraído. Mas de pronto, al encontrar junto la fuente,
-viva y hermosa la imagen de sus recientes pensamientos, adelantóse
-hacia ella enajenado y feliz.
-
-La sorprendida aguadora levantó su mirada y le brillaron los ojos
-como topacios al llenarse de luz; era una mozuela pálida y triste, de
-agraciada figura. Advertida por el aviso parroquial, iba a santiguarse,
-cuando apareció el forastero y, mirándole con ébria admiración, trazó
-aturdidamente la señal de la cruz.
-
-En la boca del jarro, ahito, rió entonces el agua cantarina,
-vertiéndose con dulce murmullo, mientras Rogelio Terán y de la
-Hoz, hidalgo montañés, novelista romántico, poeta lírico, hombre
-sentimental, mozo gentil, con el _jipi_ en la diestra, declamó
-reverente:
-
-—¡Salve, oh maragata, augusta _Señora del Páramo_, salve!
-
-Con lo cual la aludida, escandalizada ante una oración nueva, no
-escuchada jamás, tuvo al viajero por hereje o por loco; le envolvió un
-instante en la mirada de sus ojos verdes y profundos, y abandonando el
-cantarillo, echó a correr con las mejillas pintadas de arrebol.
-
-Aún resonaba la fuga de aquellos pies menudos en la calzada vecina,
-cuando el desairado galán sintió con repentinos apremios el aguijón
-del hambre, y más sensible la pesadez del dolor de cabeza. Pero en
-atravesando la plaza ya le ofreció el reparo apetecido la casita del
-cura, puesta con vigilante devoción enfrente de la iglesia.
-
-Mudo estaba el lugar, como deshabitado y misterioso. La campana piadosa
-había cesado de tañer y la cigüeña asomaba sus alas extendidas en la
-torre, protegiendo el nido debajo de la cruz.
-
-Dió el maragato dos recios golpes en el conocido portal de don Miguel,
-y bajo el tejaroz de la parroquia volaron con alarma unos vencejos...
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-X
-
-EL FORASTERO
-
-
-CUANDO llegó a su casa Marinela, jadeante y medrosa, desde el fondo de
-la cocina donde la esperaban para comer auguró la madre:
-
-—Esa coitada rompió el cántaro de fijo.
-
-Aguardaron todos en muda expectación a que la niña explicase aquel
-azoramiento de su vuelta.
-
-—No rompí el jarro—murmuró ella con timidez—; es que vide a un señor
-rezándome, a mí misma, una salve trabucada, tal que si yo fuera la
-Virgen... Venía de viaje; está demoniado o es judío.
-
-—¿Onde fué eso?—preguntó Olalla con asombro mientras los rapaces
-corrían a la puerta, y _Mariflor_ iniciaba también un movimiento de
-curiosidad.
-
-—A orilla de la fuente—dijo la aguadora, tomando otra vez el camino
-detrás de su prima y de su hermana.
-
-La tía Dolores no pareció enterarse de la novedad, entretenida con
-encender _fuyacos_ en el rescoldo mantenido por las brasas de un tueco.
-Y Ramona, cortando lentamente raciones de la hogaza morena, rezongó
-aburrida:
-
-—¡Cuántos parajismos!
-
-Ni en la calle silenciosa, caldeada por el flamear del sol, ni en la
-plaza desierta, vieron los averiguadores rastro alguno del misterioso
-forastero. El cantarillo, en colmo, seguía derramando el agua riente,
-que al borbollar ahora, parecía esconder en sus cándidas modulaciones
-un acento de burla.
-
-—Tú soñaste, rapaza—le dijeron los curiosos a la pobre Marinela.
-
-—No soñé—afirmó la niña con mucha seguridad, aún palpitantes de
-admiración los profundos ojos.
-
-—¿Era joven?—aludió Florinda con aire distraído.
-
-—Mozo y galán; montaba un mulo alto como el nuestro; traía paje y
-fardel.
-
-—¿Por el camino de Astorga?
-
-La maragata levantó los hombros un poco insegura.
-
-—Creo—dijo—que venía por la mies... no sé de dónde.
-
-Y sus pupilas, cambiantes como las piedras preciosas, adquirieron vagos
-colores de turquesa.
-
-Olalla, portadora del cántaro, adelantábase con los niños, y
-_Mariflor_, enlazando a su prima por la cintura, preguntaba todavía con
-afán:
-
-—¿Era rubio y usaba lentes?
-
-—De eso no me acuerdo—balbució la mozuela, buscando ansiosa en su
-imaginación los perfiles del rostro aparecido. De repente aseguró
-arrobada:
-
-—Tenía los ojos azules.
-
-—¿De veras?
-
-—De verísimas.
-
-Las dos enmudecieron, con los corazones tan acelerados como si el
-color azul fuera para entrambas un abismo...
-
-Durante la comida no se habló una palabra de la aventura de Marinela;
-sólo Pedro miró a la moza por dos veces, haciéndose en la sién un
-ademán expresivo, come diciendo: estás «de aquí». La aludida se
-impacientó ruborosa, y Olalla puso un dedo sobre los labios con
-prudente disimulo, recomendando la paz.
-
-Comían en torno a una de las «perezosas», con grave compostura y
-aplomada lentitud, como si cumpliesen una sagrada obligación. Olalla,
-que oficiaba de «sacerdote» en aquella solemne ceremonia, sirvió
-primero a Florinda y después a Marinela; luego puso en un mismo plato
-las raciones de Pedro y de Tomás; en otro la de Carmina y la suya, y
-dejó el resto del caldoso cocido entre su abuela y su madre. Quedaban
-así establecidas dos tácitas preferencias, que parecían justas en
-consideración al desgano y el esfuerzo de ambas comensales, dueña cada
-una de un plato y angustiadas sobre el humo del guisote.
-
-Era tan visible la repugnancia con que las dos comían, que Ramona,
-después de empapujarse varias veces con murmuraciones, atragantadas
-entre bocados y sorbos, acabó por decir con aquella su ronca voz, sin
-matices ni blanduras:
-
-—¿Por qué no mojáis mánfanos en la salsa? Hay que comer para trabajar.
-¡Vaya unas mozas, que no valéis una escupina!.
-
-La abuela suspiró con un ¡ay! rutinario, muy tembloroso. Y Olalla posó
-interrogantes sus ojos claros en las delincuentes: siempre comían poco;
-¡pero lo que es hoy!... Abarcó la mesa en una solícita mirada, sin
-tropezar otros manjares que el pan moreno y duro, y volvióse hacia el
-llar, desguarnecido de cacerolas, humeante bajo la caldera donde hervía
-el agua para la comida del cerdo. Paseó en idénticas persecuciones
-las paredes y el techo de la cocina, y después de lanzar sobre su
-madre temerosa consulta, que no tuvo respuesta, preguntó a las dos
-inapetentes:
-
-—¿Queréis una febra de bacalao?
-
-Todos los ojos se volvieron hacia la pobre bacalada, a la cual un
-cloque hería prisionera en la altura, pendiente como una interrogación
-sobre la estancia miserable.
-
-Las dos favorecidas por el generoso ofrecimiento se habían apresurado
-a hundir en la salsa pedacitos de pan desde que Ramona censuró sus
-melindres. Movieron la cabeza diciendo que no ante la perspectiva del
-regalo, torpes para hablar, como si una misma angustia les cerrase la
-boca, y mirándose con singular emoción, a punto de gemir.
-
-—No; si tú—saltó la madre iracunda, dirigiéndose a su hija—tienes
-gustos muy finos; naciste para canonesa y no llegaste a tiempo.
-
-La muchacha rompió a llorar con exageradas señales de dolor, como
-si otros secretos infortunios le acudiesen a los ojos pungidos de
-lágrimas, mientras que su prima, sintiéndose también envuelta en la
-insistente acusación, reclamaba su animosa voluntad para serenarse.
-
-Olalla había palidecido: nada la hacía estremecer como el lloro de sus
-hermanos.
-
-—¡Madre, por Dios!—rogó conciliadora. Y añadió fingiendo
-alegría:—Hoy hay postre, que es domingo.
-
-Los rapaces se miraron sonrientes, y ella, al levantarse con rumbo a un
-secreto armario, acarició los hombros de Marinela y le sopló al oído
-unas palabras, suaves como zureos de paloma...
-
-Las manzanas y el queso pusieron a los niños tan alegres, que su
-animación llegó a resplandecer un poco en toda la familia, y Olalla,
-más libre de cuidados, reveló de pronto un pensamiento que desde la
-víspera le venía causando sordas indignaciones:
-
-—¡Miren que llegar sin un triste céntimo el hombre de Rosenda, tiene
-alma!
-
-Acogió Ramona la conversación con interés agudo, murmurando:
-
-—Ella hace muy bien en amontonarse.
-
-—¡Perfectamente!
-
-—Amontonarse, ¿qué quiere decir?—preguntó _Mariflor_ curiosa.
-
-Y su tía, más amargo que nunca el acento, explicó entonces:
-
-—Pues no vivir con «él», no recibirle, negarle hasta el habla.
-
-La vieja parpadeó muy de prisa, como si espabilase el sueño o
-solicitase una gota de llanto para limpiar las nubes de sus ojos.
-
-—¡Válgame Dios!—prorrumpió únicamente.
-
-—Sí; válganos a las míseras madres abandonadas con los hijos—clamó la
-nuera.
-
-Un exiguo fulgor, como llegado con fatiga desde muy lejos, chispeó en
-las pupilas de la anciana. Y repuso quejosa:
-
-—No lo dirás por ti.
-
-—¿Que no?
-
-—Si el marido no te puede mandar dinero, de lo suyo gastáis... y algo
-de los demás.
-
-—También lo de mis padres lo gastaron los nietos, que yo no me casé
-desnuda... y he sudado mucho en somo de la tierra.
-
-—¡Ansí es la vida!
-
-—Pero cuando es poco lo que se tiene y lo que se trabaja, al padre
-cumple mantener a los hijos... o non facerlos.
-
-—¡Mujer!
-
-—Lo que usted oye.
-
-—¿Y cuando el esposo gasta mala suerte y mala salud?...—subrayó la
-vieja, amarilla y temblante como la llama de un cirio.
-
-—¡Que se chive!—escupió Ramona con brutalidad, poniéndose de pie.
-
-Su elevada estatura dominó la estancia al ras casi del techo. Extendió
-los brazos hacia los relieves de la comida y alzó de una sola vuelta
-platos y cucharas, los mendrugos de pan, la fuente y el mantel: todo lo
-depositó sin ruido en el rincón donde era costumbre lavar el belezo.
-Se puso un delantal de arpillera sobre la saya «rajona» y comenzó
-calladamente aquella labor menuda que en los días festivos excusaba a
-su hija.
-
-Sobre el lejano resplandor enceso en los ojos de la anciana, cayó la
-rugosa cortina de los párpados. Apoyó la tía Dolores un codo en las
-rodillas, en la mano la frente, los pies en un «silletín», y pareció
-que se amodorraba en el sopor de una fácil siesta.
-
-Los rapaces se habían escabullido hacia el corral, y las tres mozas,
-descoloridas, inmóviles, se inclinaban en una misma actitud de
-sobresalto, como si las aturdiese el rudo peso de aquellas frases que
-sonaron a disputa y maldición.
-
-Olalla, vergonzosa de que su prima sorprendiese tan acerbas
-intimidades, quiso, para disimular su disgusto, seguir hablando de
-Rosenda Alonso.
-
-—Es una hija del tío Rosendín, ¿sabes?—le dijo en voz baja a
-_Mariflor_.
-
-—¿El sacristán?
-
-—Ese. Figúrate que la pobre parió dos mielgos la semana pasada; ¿te
-acuerdas?
-
-—Sí; yo la encontré pocos días antes, que daba compasión...
-
-Y la muchacha se estremece al recuerdo de aquella criatura sin forma de
-mujer, apabilado el rostro, desfallecida como una sombra, arrastrando
-con paso vacilante un _feije_ de leña y un vientre enorme.
-
-—Pues tiene otro rapaz—continúa Olalla—que anda en cuello todavía
-y sin qué echar a la boca; cuando va y se le presenta el marido
-fambreando también.
-
-—¿El, es bueno?
-
-—Serálo; pero es pobre como las mismas ratas.
-
-—Si se quieren...
-
-—¿Cómo se han a querer, boba, sin ser dueños ni de un quiñón de tierra?
-
-Triunfante al exponer aquella rotunda imposibilidad, la joven dice:
-
-—Con menos apuros las maragatas se amontonan cuando los maridos
-vuelven sin dinero. ¿No verdá, Marinela?—y sacude blandamente a la
-trasoñada niña.
-
-Ella parece despertar de una grave meditación, se hace repetir la
-pregunta, y luego responde con respetuoso fatalismo:
-
-—Es el usaje del país.
-
-Y Florinda, abrumada por la validez indiscutible de tal uso, baja la
-frente sin replicar. Otros íntimos anhelos la preocupan, mucho más
-agitados desde que Marinela encontró al forastero de los ojos azules...
-
-Entra Pedro desperezándose, y dice que después del Rosario irá a fincar
-los bolos; en su aire aburrido se conoce el deseo de que llegue la
-hora. Como parlotea en alta voz, Olalla le advierte por señas que está
-durmiendo la abuelita, y él entonces vuelve a salir hacia el corral
-donde los chiquillos discuten la posesión de un _rongayo_ de manzana.
-
-Desde la oscuridad donde trajina, pregunta secamente Ramona:
-
-—¿No lleváis al chabarco los curros?
-
-La abuela se estremece sin abrir los ojos, y las muchachas se ponen de
-pie como sacudidas por un resorte.
-
-—Agora mismo—dice la mayor—. Y las otras la siguen con mucha
-celeridad, como si les diese miedo quedarse en la cocina.
-
-La brusca luz de fuera les hace a las tres entornar los párpados. El
-_estradín_ está lleno de moscas y de polvo, y el corral, a pleno medio
-día, arde y calla, reverberante de sol.
-
-—¿Onde estarán esos pillavanes?—dice Olalla, viendo que sus hermanos
-han desaparecido.
-
-Se oyen hacia el huerto unas risas pueriles, y las gallinas se
-alborotan pedigüeñas delante de las muchachas.
-
-En la negra habitación que acaban de abandonar parece que con ellas
-ha huído la poca luz que había, aquel dorado resplandor que desde el
-_estradín_ entraba con un vaho caliente de la tierra. El trashoguero,
-embrasado todavía, pone en el hondo llar rojos matices de expirante
-lumbre y un olor de agua sucia emerge en el aire con la oscuridad y con
-el humo.
-
-La tía Dolores, apenas salieron las muchachas, se enderezó con
-singulares bríos, cerró las dos puertas que daban acceso a la cocina
-y, adelantándose en la sombra, segura como un remordimiento, preguntó
-hacia el sitio aquel donde se rebullía la nuera:
-
-—Si viene Isidoro, ¿tú no le recibes?
-
-Hubo un silencio frío... Se oyó después un «No, señora».
-
-Menos firme, la voz de la anciana tornó a decir:
-
-—Y si algún día viene a tu casa Pedro, comalido y pobre, ¿le recibirás?
-
-Vibró al punto un fuerte «Sí, señora».
-
-Y la tía Dolores, extendiendo los brazos con un sordo crujido, replicó
-anhelante:
-
-—¡Pues no olvides que esta casa es mía!
-
-Se quedó allí la vieja, muda y en cruz, sin que el rincón sombrío se
-diese por enterado de aquella lógica irrebatible. Porque Ramona, que
-ya había acabado de fregar, abrió sin ruido la puerta lindante con la
-cuadra y salió llevando la comida para el cerdo...
-
-El caudal que durante los inviernos pasa trabajador por los molinos,
-derivado del Duerma, hace su entrada en Valdecruces bajo la humilde
-forma de un arroyo, sujeto a languideces estivales que en ocasiones
-llegaron a borrar la estela desmayada. Viene esta caricia de aquel lado
-donde madura más temprana la mies, donde no todo el terreno es añojal
-y hasta algunas parcelas pueden pomposamente llamarse «de regadío»
-cuando los ardientes calores funden en el Teleno heladas nieves, y unos
-providenciales arroyatos brindan a este rincón de la llanura el piadoso
-murmullo de su limosna.
-
-Por el mismo lado entró, en este día memorable, un poeta con ínfulas
-de libertador, como si todas las sonrisas de la esperanza hubiesen de
-llegar a Valdecruces desde allí.
-
-Mientras Olalla espera que los patos se bañen en el desmedrado
-arroyuelo, las otras dos mocitas están muy silenciosas y meditabundas
-mirando cómo fluye el tenue hilo de la corriente. Y sin más preámbulo,
-como si una invencible preocupación la sugestionase, Marinela dice:
-
-—Sí, sí; por aquel lado «venía».
-
-Su voz, impregnada de misterio, balbuce al oído de la enamorada, que se
-estremece y se turba:
-
-—Hace volcán—pronuncia Olalla vagamente—. Y Florinda cubre sus
-cabellos con el pañuelo blanco del bolsillo.
-
-En el sopor fatigoso de la hora fulgura el aire y duerme la tierra,
-retostada y sediente, sin que llegue del vecindario un solo suspiro
-hasta la calle, desde las ventanas, abiertas como bocas en perezoso
-bostezo.
-
-Han madrugado mucho los calores y los campesinos temen, con razón, que
-se les tueste la cosecha antes de estar en punto de segarse. Andan ya
-«cogiendo la vez» para los trajines del riego, solicitando hasta la
-última gota del agua que empieza a murmurar como en agosto, derretida
-en los montes por este mismo ábrego que en la llanura consume los
-caudales del Duerna.
-
-Tales pensamientos se agitan en la mente de Olalla con fatigado
-rumbo: este arroyo, vecino de su calle, no le dará corriente para
-lavar la ropa, para bañar los patos, para surtir a la cocina; y, sobre
-todo, no podrán buscar quien las ayude en las tareas del riego, ni
-en las de la _jaja_ y escardadura; quizá tampoco en las de la siega
-y la recolección. Las obreras son demasiado pobres para esperar por
-los jornales; de América no mandan un céntimo; el tío Cristóbal pide
-los haberes o la casa, y la abuelita chochea sin acordarse de lo que
-debe, de lo que es suyo, de cuanto sea preciso pagar y conseguir. Ya
-volaron los restos de la «matación», y la olla cuece sin «llardo» y
-sin «febrayas», como la del último pobre del lugar. Escasea el aceite;
-faltan zapatos a los niños; la madre sufre y riñe, con el genio más
-adusto que nunca...
-
-—¡Dios santo!—clama la moza en medio de sus meditaciones, sin poderse
-contener.
-
-—¿Qué sucede?—le pregunta su prima.
-
-Pero Olalla conoce por instinto el arte de fingir. Su carácter
-reservado y oscuro no se presta a las expansiones; siente un salvaje
-pudor de aquella terrible miseria que a pasos agigantados se posesiona
-de su hogar, y hasta en el seno de la familia procura disimularla,
-menos por compasión que por orgullo de mujer fuerte, por extraña
-codicia que la empuja con bravo deseo a esconder, como un tesoro, penas
-y trabajos para ella sola, hasta donde sea posible.
-
-—Sucede—responde tranquila—que estáis cogiendo un sofoco sin
-necesidá; veivos a casa.
-
-—No, no—se apresuran a decir las otras con obstinación.
-
-Y como Olalla siente que la negativa está envuelta en nubes de
-inquietud, quiere ahuyentar con frases animosas aquel mudo trastorno,
-y balbuce palabras resonantes que tiemblan en la penumbra de los
-pensamientos igual que pajarillos lanzados a volar en medio de la noche:
-
-—Bailaremos a la tarde. Ya Marinela tiene que empezar a ser moza, y
-tú habrás aprendido las danzas de aquí, en dos meses que las ves...
-
-—No aprendo todavía—responde _Mariflor_.
-
-—No bailo—asegura Marinela.
-
-Impaciente por aquellos murmullos negativos, Olalla prorrumpe:
-
-—¡Sodes bobas!
-
-Sonríe Florinda, deseando mostrarse menos preocupada, pero busca en
-vano alguna cosa alegre que decir; y como los «curros» patullan en la
-fangosa margen del arroyo, comenta distraídamente.
-
-—Casi no tienen agua.
-
-—Sí; el aflujo va mermando con la sequía, y en el bañil de allá bajo
-tampoco hay bastante para que las bestias se remojen...
-
-—¡Si lloviese!—ansía _Mariflor_, sabiendo que se aguarda la lluvia
-como un gran beneficio.
-
-Las tres alzan los ojos con incertidumbre hacia el flamante cielo,
-curvado en imperturbable serenidad sobre la aldea, y los tornan después
-hacia la calle, que silente y espaciosa como un ejido, huye al campo
-con el leve surco del arroyo entre las guijas.
-
-La doble hilera de casas, puestas holgadamente en su sitio con cierta
-urbana solemnidad, se interrumpe a menudo por sebes de huertos,
-portones de corrales y afluencias de otras rúas, que también se abren
-anchas, calientes y dormidas.
-
-—Parece que no hay nadie en el pueblo—dice _Mariflor_, dominada por
-el agobio profundo de tanta soledad.
-
-—Están todos echando la sosiega, mujer; ya verás como otros domingos,
-a la hora del Rosario y después en el baile, cuánta gente.
-
-Y Olalla, siempre calmosa, parece que se olvida de recoger sus patos.
-
-Hasta que llega un perruco con la lengua fuera a beber en el mísero
-arroyuelo, y espanta los ánades que salen parpando a las orillas en
-torpes vaivenes.
-
-El gozque, así que sacia la sed, ladra con furia, y cuando las niñas
-vuelven la cabeza buscando el motivo de aquel alboroto, ven a Ramona
-asomándose a la empalizada del corral.
-
-—El tercero para las dos—advierte—. ¡Si habéis d’ir al Rosario!...
-
-A esta sazón rompe a tocar la esquila de la iglesia.
-
-Aléjase el perro, lanzando sordos gruñidos a la brusca aparición de
-Ramona, mientras las muchachas y los patos se recogen.
-
-Y en la calle, letárgica otra vez, sólo parece vivir el hilo tenue del
-arroyo, y un trapo que a lo lejos pone erguida su dudosa blancura, como
-anuncio y señal de una taberna.
-
-Cuando vuelven a caer las tres mozas en el hondo agujero de la cocina,
-sienten una frescura penetrante en medio de una densa oscuridad.
-
-Mas, pronto Olalla descubre en la masa de sombras y de humo a la
-_Chosca_, acurrucada en el suelo entre la ceniza, dando sorbos y
-bocados voraces a la misteriosa sustancia que extrae de un pucherete.
-
-En el escaño, donde suele dormir la criada, se ha escondido la tía
-Dolores. Allí está inmóvil sobre la ruin yacija, dominada por el
-letargo o por el sueño.
-
-—¿Qué hace usté, abuela?—le pregunta la joven asombrada—¿Duerme
-todavía?... ¿No viene a la parroquia?
-
-La sacude con el temor de que pueda ocurrirle un accidente.
-
-Pero ella responde levantándose:
-
-—Ya voy.
-
-También su voz ahora parece que ha venido de muy lejos, como el fugaz
-relámpago que le brilla algunas veces en los ojos.
-
-Hoy la esquila avisadora voltea con más sutiles vibraciones; algo le
-sucede; anuncia una cosa extraordinaria; tiene una doble intención,
-oculta en el repique insinuante en los últimos golpes: _Tan... tan...
-tan..._ ¿Qué secretos dice a gritos la esquila?...
-
-Esto se pregunta _Mariflor_ acabándose de vestir, y en tanto que vuelan
-como alondras sus deseos.
-
-Ya las tres maragatas están muy elegantes, que, de la antigua opulencia
-familiar, guarda la tía Dolores ricas vestiduras del país: «rodos»;
-sayuelos, dengues, arracadas, mandiles y otros aliños de mucha gracia y
-mérito, aunque no cotizables para la avaricia del tío Cristóbal, como
-los «bagos» y las yuntas.
-
-Marinela, endomingada desde muy temprano, aguardó en un rincón que las
-otras terminasen su arreglo, procurando no estorbar en la estrechez del
-gabinete de Florinda, único de la casa donde con el sol entra alegre la
-luz.
-
-Cuando van a salir, llega muy presurosa la sobrina del párroco, con la
-mantilla puesta y el rostro encendido.
-
-—Como tardábais—dice—, vengo por vosotras. Y añade en impaciente
-explosión confidencial:
-
-—¿No sabéis?... Ha llegado a casa de mi tío un señor de Madrid:
-escribe libros y cantares, y habla mucho de _Mariflor_.
-
-—¿Le conocías?—prorrumpe Marinela estupefacta, adivinando que ha
-parecido su forastero de los ojos azules.
-
-La aludida, acelerado el pulso, batiente el corazón, murmura como un
-eco de contestaciones idénticas:
-
-—Venía «con nosotras» en el tren...
-
-—Sí; es verdad—corrobora Ascensión—, lo ha contado en la mesa, y
-como yo he servido la comida lo estuve oyendo todo.
-
-Olalla oculta impasible sus impresiones, y las pupilas volubles de
-Marinela relumbran como dos esmeraldas.
-
-—¿No está loco?—interroga.
-
-Y luego que refiere a la sobrina del cura su hallazgo singular del
-medio día, ésta clama risueña:
-
-—¡Andanda con la salve!... Pues el señor que dices está en su sano
-juicio, es bien fablado y buen mozo.
-
-—No llegaremos a tiempo—murmura pasivamente Olalla.
-
-Movidas por advertencia tan oportuna, salen del gabinete y de nuevo
-cruzan las sombras del pasillo y de la cocina, evitando con la puerta
-principal el rodeo de la calle. Ni junto al llar ni en el escaño hay
-figuras humanas esta vez: la casa, desierta y silenciosa, se agacha
-humilde bajo el sol.
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-XI
-
-LA MUSA ERRANTE
-
-
-—HAY comedia...
-
-—Hay volatines... ¿Vamos?
-
-—Díle a madre que nos deje ir...
-
-—¡Díselo!
-
-Olalla fingió enojo, deseando complacer a los chiquillos, y lamentóse
-en alta voz para que su madre la oyese:
-
-—¡Cuidao que sois pidones! Por mi parte ya estáis aquí de más.
-
-—Y mañana no habrá quien les recuerde para ir a la escuela—dijo
-Ramona en tono de transigir.
-
-—¡Ah! Ya les haría yo poner los huesos de punta.
-
-Las tres caras redondas y apacibles de los niños demostraban insólita
-inquietud, porque la esperanza de asistir a una «comedia» en el propio
-Valdecruces era cosa verdaderamente absurda, capaz de conmover a todo
-el pueblo.
-
-Nadie supo qué azares enemigos llevaron a los infelices histriones por
-aquellas pobres veredas maragatas. Ello fué que, con las penumbras
-de la noche, llegó un carro al crucero, se detuvo en una esquina
-estratégica y comenzó a desalojar extraños personajes, herramientas
-y enseres, bichos y trapos. Salieron de la ambulante guarida tres
-viejos y una mujer madura, dos mozas, dos niños y un galán; varios
-perros ladraron, chilló un mono, vociferó un lorito y relincharon dos
-caballejos y una mula: dió a luz, en fin, el Arca de Noé.
-
-El asombro de algunos rapaces que presenciaron la llegada, propaló
-por el pueblo la noticia, y la soporosa tranquilidad de los vecinos
-encendióse con rara turbación.
-
-Desde el baile, cuando ya se retiraba la gente dominguera en pacífico
-desfile, escurriéronse los grupos hasta el Crucero, y, a distancia, con
-ciertas precauciones, comentaron la singular visita.
-
-A la vera del carro fulgían ya, como luciérnagas, algunas luces, y los
-juglares, con actividad inconcebible para el atónito público, habían
-obtenido del tío Cristóbal, alcalde pedáneo, licencia para celebrar
-aquella misma noche una función.
-
-Entre grandes estrépitos, de escandalosa y memorable resonancia,
-un tambor y un cornetín anunciaban, a poco, el _extraordinario
-espectáculo_, para las nueve y media en punto.
-
-Inicióse el pregón al través de las calles con una arenga dicha en
-medio de la plaza por el más mozo de los tres viejos. El orador,
-después de saludar con leve modulación extranjera al _respetable
-público_, ponderó como lo más sorprendente de aquella solemnidad la
-«presentación» de la «célebre» _Musa errante_, una dama loca de amor,
-que andaba por el mundo gimiendo su querella y que declamaría sus
-cuitas en «magníficos versos» ante el _ilustre auditorio_. El cual no
-quedó muy enterado de la importancia del anuncio ni muy curioso por el
-peregrinaje de la _Musa_.
-
-Pero se celebrarían también «danzas griegas»; difíciles y peligrosos
-ejercicios de gimnasia; burlas de payasos; suertes maravillosas por «el
-nunca visto joven Manfredo, malabarista y nigromante».
-
-Tantas exóticas ponderaciones, comprendidas apenas, enervaron al
-«ilustre auditorio» con un fascinador aroma de flores desconocidas.
-
-Y el violento perfume de la novedad que desvela a los niños impacientes
-alrededor de Olalla, llega a trascender en el acento de la madre,
-ablandado de pronto.
-
-Aprovecha la moza esta buena coyuntura para preguntar con su tacto
-calmoso de campesina:
-
-—¿Nos deja ir?
-
-—Dirnos... ¡Pero solas!...
-
-—¡Venga usted!
-
-—Que vaya la abuela.
-
-La cual tuvo que ser consultada a voces, como si se hubiera quedado
-sorda de repente. Y enterándose de que era invitada a «juegos de
-farsantes», negóse esquiva y triste, con entumecido movimiento de
-cabeza y de labios.
-
-—Iré yo—murmura Ramona, lanzando a su suegra una mirada baja y fría.
-
-Cuando buscan a _Mariflor_ para cenar, responde desde el huerto, y
-acude sonriente, sin esconder el gozo del semblante.
-
-Le dicen los chiquillos que van a ir todos «a la comedia», y la
-muchacha procura sacudir el entorpecimiento agudo de su alegría para
-razonar y entender lo que sucede. Repite en voz alta lo que han dicho
-los otros, deseando cerciorarse así de cuanto oye; y su acento resuena
-ronco y dulce, embargado por la emoción.
-
-Todos quedan mudos cuando habla ella, sobrecogidos por la fuerte
-caricia de ternura que como encendida fragancia brota en sus frases
-pueriles. La miran con vago asombro; resplandece, y sonríe sin cesar,
-recién despierta a realidades que sin duda ha soñado; moja con la punta
-de los dedos pedacitos de pan en la inevitable salsa, y parece que le
-saben muy bien según los multiplica.
-
-La frugal colación tiene esta noche un gusto nuevo, un incógnito grano
-de pimienta que estimula en los paladares el apetito y la sed. Hasta
-la inapetente niña de los ojos volubles, come de prisa, alterada y
-ansiosa, como si fuese un sápido manjar la «sopa de patata».
-
-Cuando más se acentúa el incitante sabor que hay en la cena, más se
-extiende el silencio en la cocina. Entonces _Mariflor_ revive a sus
-anchas las preciadas memorias de aquella tarde, y también la punta
-de sus pensamientos mojan pedacitos de ilusiones en la «salsa de la
-felicidad»...
-
-Bendice la niña el instante precioso en que don Miguel le dijo, al
-salir de la iglesia:—Aquí está «aquel señor» amigo tuyo—mientras
-Rogelio Terán, con aire deslumbrado y feliz, se adelantó a saludarla en
-medio de las primas.
-
-Como él no reconociese en Marinela a la maragata que halló junto a la
-fuente, la sobrina del cura hizo el descubrimiento entre rubores de
-la moza y cortesanías del galán; después, todos reunidos, se fueron
-lentamente hacia el lugar del baile.
-
-Aprovechando la estrechez de una calleja, dijo Ascensión, oficiosa:
-
-—Vayan delante ustedes.
-
-Emparejó a la enamorada con el artista, quedóse del brazo de Marinela y
-dejó atrás a Olalla con el sacerdote...
-
-Bebe _Mariflor_ un sorbo de agua, en la boca misma del cántaro, para
-serenar este recuerdo, y quédase confusa ante los murmullos de las
-palabras dulces que todavía resuenan en su oído y las consideraciones y
-esperanzas que se agitan en su corazón.
-
-Es a ella, a la triste criatura abandonada entre cuidados y
-pesadumbres, a quien un hombre de calidad ha dicho esta tarde:
-
-—¡Te amo, te amo!... Sueño llevarte en mis brazos, un día, lejos de
-Valdecruces; quiero que seas dichosa y que me debas la felicidad;
-quiero compartir la vida contigo. ¡Eres mi reina, eres mi musa!... ¿Me
-quieres, _Mariflor_?
-
-—Sí, sí—repite embriagada por la gratitud el eco de una respuesta.
-
-Y entre las efusiones sentimentales que embargan a la moza, que hinchan
-sus pensamientos y los entumecen con divina y cordial calentura,
-quedan flotando en obstinada aparición las imágenes más indiferentes;
-el gorrito azul de la niña mielga a quien Rosenda Alonso mece en las
-rodillas; el severo perfil de las bailadoras que danzan de dos en dos,
-con los ojos bajos, el ritmo lento y las castañuelas alborotadas, y el
-semblante inmóvil del tío Fabián, agrietado y oscuro como las nueces
-secas...
-
-También la _Chosca_ tenía cara de nuez. Y mirándola con repentina
-curiosidad, sintió la muchacha importunas ganas de reir.
-
-Comía la sirviente a la mesa metiendo su cuchara con acompasado vaivén
-en la vasija común a la tía Dolores y a Ramona. Las tres sorbían y
-mojaban con lenta moderación, sin hablar y sin mirarse, como viajeros
-extraños y adustos a quienes el calor y la sed reúne en el camino a la
-sombra de un árbol o en torno a la frescura de una fuente.
-
-Descubre a estas mujeres _Mariflor_ como a criaturas nunca vistas ni
-relacionadas con la sangre de ella, con su casta y origen.
-
-Y cuando, ya agotado en los platos el _moje_ por mendrugos de pan, se
-levantan los comensales para salir, quédase la muchacha sorprendida por
-su propia voz que que dice:
-
-—Adiós, abuela.
-
- * * * * *
-
-Apacible y sin estrellas rodaba la noche en el espacio.
-
-Al caer la tarde, se había extendido sobre el cielo, pálido de calor,
-una sutil neblina, delicada y luminosa en su baño de luz crepuscular.
-Y al descender la sombra a la llanura, quedó la blanca nube abierta en
-los horizontes como un manto refrigerante, encendida por un cándido
-resplandor de plenilunio: dulces soplos de viento, que parecían rezar
-por los caminos, acabaron de prestar a la noche encantos de primavera.
-
-El auditorio de los comediantes, compuesto de niños y mujeres, con
-algún anciano por rara excepción, se preocupaba de mirar al cielo
-tanto como a la vieja alfombra convertida en escenario bajo la trémula
-claridad de unos hachones.
-
-—Píntame que hace viento de Ancares—anunció Olalla con regocijo.
-
-—Sí; corren unas falispas algo frescas—corroboró Ramona.
-
-Su acento, amargo siempre, envolvía en la brusca modulación una
-violenta ansiedad que halló resonancia febril en el concurso: la
-inquietud y el deseo hizo balbucir a todos los labios con sigilosa
-esperanza:
-
-—¡Hace viento de Ancares!...
-
-Y detrás del feliz augurio, los ojos se volvieron hacia el Norte,
-escrutando las nubes encima del caserío, de aquel lado por donde la
-lluvia era esperada.
-
-—¡Señores, atención!—gritó el director de escena, como si advirtiese
-que el público se distraía del «maravilloso espectáculo»—. Va a
-comenzar la extraordinaria labor del joven Manfredo.
-
-Ya se habían celebrado las «danzas griegas», un baile triste, lleno de
-extrañas figuras y contorsiones, entre una moza muy desabrigada y un
-doncel con arreos de baturro.
-
-Era, sin duda, este mismo «nigromante y malabarista» que jugó con
-navajas y botellas, con platos y faroles, tirándolos al aire en
-complicadas suertes, para recogerlos con las manos, con la boca y con
-los pies.
-
-En seguida barajó unos resobados naipes y los hizo viajar por todo su
-cuerpo. Guardó una carta con mucha pulcritud en la palma de la mano,
-advirtiéndole muy finamente:
-
-—Pasa, monina; pasa, chiquitina... pasa...
-
-Y al conjuro del ruego mimoso, la sacó de la punta de una bota,
-exclamando complacido:
-
-—¡Ya pasó!
-
-Aquel público no conocía, en su mayor parte, más tramoyas que las
-farsas de los pastores, celebradas por año nuevo en zancos sobre la
-nieve, y estaba, en realidad, maravillado.
-
-—Paez cosa de paganía—murmuró Ramona con recelo.
-
-—¡De veras!—dijo a su lado, absorto, _Rosicler_.
-
-Un espacioso rumor llevó sobre el concurso estas palabras que se
-condensaron en la frase hostil:
-
-—¡Esos tíos serán ensalmadores!...
-
-Y las aguas muertas de todas las pupilas se rizaron con un soplo de
-supersticiosa pasión.
-
-En aquel momento apareció en la plazuela don Miguel con su hermana, su
-sobrina y un señor que ya por la tarde estuvo acompañándoles y gastó
-inusitado palique con _Mariflor_ Salvadores.
-
-Acercáronse los recién venidos al grupo que formaba el auditorio, y el
-forastero halló manera de llegarse a Florinda, en tanto que el cura
-explicaba a Ramona algún asunto muy difícil, a juzgar por lo que ella
-dilataba los ojos con un gesto anhelante de comprender: miró por fin
-a su sobrina arrobada en silenciosa conversación con el caballero, y
-alzó los hombros con brusca señal de indiferencia. Pero su mirada, fija
-con dura obstinación en el escenario, ya no vió imágenes distintas
-ni participó nuevas impresiones al atormentado pensamiento: toda la
-inteligencia de la pobre mujer quedó colmada, inflexible y obtusa bajo
-las frases breves del sacerdote.
-
-El joven Manfredo pedía, con muchas reverencias, un aplauso al
-«respetable público», después de complicada serie de habilidades. Y
-aquella gente, que no sabía aplaudir, mostróse torpe y seria delante
-del ceremonioso malabarista.
-
-No parecía muy buena la ocasión para alargar la bandeja peticionaria,
-y las mujeres se quedaron atónitas ante aquel movimiento repentino del
-director de escena.
-
-Todas las manos se encogieron vacías, y el estupor general daba a
-entender cuán sincera existía allí la convicción de que los histriones
-fuesen unas criaturas sin hambre y sin cansancio, ni otra misión en el
-mundo que la de rodar en una preñada carreta divirtiendo a las gentes.
-
-—Señores: ¡somos unos pobres artistas!—clamó el director con su
-acento italiano y su cara triste.
-
-Una ráfaga de sorpresa agitó débilmente los inanimados sentimientos del
-concurso; pero los rostros continuaron impasibles enfrente del ajeno
-dolor.
-
-Rogelio Terán contemplaba asombrado la escena, quizá sin suponer que en
-ninguno de aquellos bolsillos hubiese un solo cobre.
-
-La limosna del párroco y la del forastero vibraron únicas, con sonoro
-repique en la exhausta bandeja.
-
-Al brillo de la plata, una calurosa actividad reanimó a los artistas.
-Pidió el galancete su sombrero al tío _Chosco_, el enterrador, que no
-sin vacilaciones alargó la miserable prenda, raída y parda, de alas
-abiertas, ceñido el casco por un cordón de colgantes borlas.
-
-El viejo lucía inmóvil su _garnacha_ venerable, remedo de la gentil
-melena de los godos. Y el malabarista sacaba duros, a granel, del
-maragato sombrero; hacía sonar con deleite las monedas, y tenía al
-público sugestionado con este inverosímil rumor del vil metal.
-
-Sin que decayese el raro interés que tan peregrino juego despertaba,
-anunciaron a toque de corneta la aparición de la _Musa errante_, y el
-propio joven Manfredo, sin un solo duro ya en sus manos, adelantóse con
-mucha gallardía sobre la alfombra, presentando a la dama.
-
-Era ésta menuda, frágil y bella; parecía una niña vestida de señora.
-
-Llevaba flotante la cabellera oscura, el vestido de luto, escotado y
-aparatoso, con relumbrones de lentejuelas y sobrepuestos de livianos
-tules. Había en su rostro infantil, quebranto y languidez; los ojos,
-despiertos y tristes, pedían clemencia en mudo lenguaje; los bracitos
-desnudos, agitados en la patética oratoria, se abrían como en demanda
-de un abrazo, con la desolada expresión de quien siente una infinita
-necesidad de reposo y de auxilio.
-
-Avanzó enlutada entre los humeantes hachones, con aire visionario y
-fúnebre, y comenzó a decir:
-
- Yo soy una mujer: nací pequeña,
- y por dote me dieron
- la dulcísima carga dolorosa
- de un corazón inmenso.
- En este corazón, todo llanuras
- y bosques y desiertos,
- ha nacido un amor, grande, muy grande,
- colosal, gigantesco;
- amor que se desborda de la tierra
- y que invade los cielos...
- Ando la vida muerta de cansancio,
- inclinándome al peso
- de este afán, al que busca mi esperanza
- un horizonte nuevo,
- un lugar apacible en que repose
- y se derrame luego
- con la palabra audaz y victoriosa
- dueña de mi secreto.
- Yo necesito un mundo que no existe,
- el mundo que yo sueño,
- donde la voz de mis canciones halle
- espacios y silencios;
- un mundo que me asile y que me escuche:
- ¡le busco, y no le encuentro!...
-
-Vibró la última estrofa como un gemido y rodó sobre la calma de la
-noche con tan anchurosa profundidad, que la errante querella pudo
-sentirse peregrina de un mundo nuevo, del mundo silente y espacioso
-anhelado por aquel inquieto y henchido corazón.
-
-Florinda y el poeta se miraron a los ojos con profunda zozobra,
-impresionados por la avidez y la inquietud del amoroso romance. Y a las
-impasibles aldeanas les pareció sentir en algún punto remoto de su ruda
-naturaleza un extraño roce como de brisas o de alas, una desconocida
-sensación de impaciencias y ansiedades.
-
-Aquel sordo torbellino sentimental fué a batir en el pecho de Marinela
-con el ímpetu de una marejada tempestuosa.
-
-Desde el medio día se agitó la zagala en brusco sobresalto hasta la
-hora en que vió al forastero junto a _Mariflor_ hablándola con los
-labios y con los ojos un divino lenguaje que la niña tradujo con
-intuición milagrosa.
-
-Y esta noche, sacudida por contradictorios sentimientos, perturbada por
-singulares impulsos, advirtió de pronto que latía desnudo su corazón al
-viento de las estrofas errabundas, como un árbol a quien arrebata su
-follaje repentino huracán.
-
-La voz ardiente de la farandulera desceñía con arrebato vertiginoso la
-vestidura de sombras y de ignorancias sobre los exaltados pensamientos
-de la joven, y ella veía a la intemperie todo el fermento amargo de sus
-desvaríos, todo el caos de sus bellas locuras; pensó que los demás
-contemplaban con asombro aquella terrible desnudez espiritual, motivo
-de su espanto, y cubrióse con el pañuelo la cara roja de vergüenza.
-¡Estaba herida del incurable mal de amores que el romance clamaba!
-¡Tenía, como la errante musa, un anhelo infinito sangrando penas en el
-inmenso corazón!...
-
-Y esta misma certidumbre entraba en el ánimo de la moza con nublada
-conciencia, como al través de un sueño. Quizá la niña triste iba a
-sacudir tamaña pesadilla despertando a su estado interior de oscuridad,
-donde ardía como lámpara celeste la vocación religiosa, vacilante y
-confusa entre nieblas que servían de pudoroso vestido al inexplorado
-sentimiento...
-
-La figuranta se adelantó en el escenario otra vez. Hablaron con ella el
-director y el galán, animándola sin duda a combatir la indiferencia del
-público con un nuevo recitado. Y la dama, obediente y humilde, volvió a
-extender los trémulos bracitos y a querellarse rostro a las nubes, con
-desgarradora expresión de impotencia:
-
- ¡Todo está dicho ya!... ¡Qué tarde llego!...
- Por los hondos caminos de la vida
- pasaron vagabundos los poetas
- rodando sus cantigas:
- cantaron los amores, los olvidos,
- anhelos y perfidias,
- perdones y venganzas,
- zozobras y alegrías.
-
- Siglos y siglos, por el ancho mundo
- la canción peregrina
- sube a los montes, baja a los collados,
- en los bosques suspira;
- cruza mares y ríos, llora y muge
- en vientos y celliscas;
- se queja en el jardín abandonado,
- en las flores marchitas,
- en las cosas humildes, en las tumbas,
- en las almas sombrías.
-
- Todo el mundo es querella, todo es himno,
- todo el mundo es sollozo y poesía...
- Y yo vengo detrás de ese torrente
- que al universo encinta,
- con una canción nueva entre los labios
- sin poder balbucirla:
- porque ya no hay palabras, no hay imágenes
- ni estrofas ni armonías,
- que no rueden al valle penumbroso
- y suban a las cimas,
- y salven los abismos,
- colmando las medidas
- de las voces humanas
- y los sagrados sones de las liras...
- ¡En este mundo lleno de canciones
- ya no cabe la mía!
- Loca y muda la llevo entre los labios
- sin poder balbucirla...
-
-Bajo las floridas alas de su pañuelo, Marinela rompió a llorar con
-un murmullo devaneante de palabras, como si también en sus labios
-feneciese una canción muda y loca, de acentos imposibles.
-
-—¿Qué tienes, criatura?—le preguntó asombrada la sobrina de don
-Miguel.
-
-Se produjo un movimiento de alarma en torno a la llorosa, y su madre la
-sacudió por un brazo, ríspida y violenta.
-
-—¡El tríbulo de siempre!—murmuró.
-
-Acercóse Olalla muy descolorida, cuando el cura, como si conociera el
-origen del súbito desconsuelo y lo creyese justo y necesario, ordenó
-que dejasen a la moza llorar.
-
-El poeta y _Mariflor_ miraron al sacerdote comprendiéndole, mientras
-los demás vecinos murmuraban que era aquel llanto un síntoma de
-«manquera» incurable.
-
-La _Musa_ extendía el plato petitorio con el aire indiferente de
-costumbre, quizá un poco movido aquella noche por el aspecto singular
-del público, por su grave y silenciosa expectación.
-
-De cerca parecía más mujer y más triste la danzante: se agrandó su
-estatura, y las líneas de su rostro aparecieron más cansadas y fuertes.
-
-Posó en torno suyo una mirada ancha y escrutadora, y para tender el
-plato al alcance del cura y de Terán, se mezcló en aquel grupo extraño
-donde hasta los niños hablaban en voz chita.
-
-Entonces, sorprendiendo los ahogados sollozos de Marinela, preguntó
-asombrada:
-
-—¿Por qué llora?
-
-Su acento dulce y caliente hizo temblar a la afligida, que descubrió el
-semblante y acarició con el húmedo cuarzo de sus ojos la figura de la
-otra mujer.
-
-Como nadie respondiese, la comedianta, agitando el velo oscuro de su
-cabellera, volvió a decir:
-
-—¿Por qué llora?
-
-—Porque le ha conmovido tu declamación—dijo al cabo Terán.
-
-Puso en la bandeja otra dádiva y averiguó sonriendo:
-
-—¿De dónde eres?
-
-—No lo sé... De cualquier parte... De un camino—repuso la andariega.
-
-—¿Cómo te llamas?
-
-—_Musa._
-
-—Será remote—pronunció una voz tímida.
-
-—¿Y dónde aprendiste esos romances tan inquietos?—añadió el joven.
-
-La enlutada sacudió su melena con un gesto peculiar, alzó los hombros y
-contestó en frase ambigua:
-
-—Por ahí...
-
-Su brazo desnudo parecía extenderse con altivo desdén hacia todos los
-horizontes universales.
-
-—¿Quieres darme una copia de los versos?—le decía Terán curioso.
-
-—Papá los tiene.
-
-Papá, que era el director, se había aproximado. Buscó diligente en
-sus bolsillos unas hojas escritas a máquina, y luego de escogerlas,
-alargólas murmurando:
-
-—No son éstas las únicas que «hemos vendido», caballero.
-
-El poeta comprendía y pagaba mientras desfiló el público en silencio,
-y don Miguel, sin intimidarse por el escote exagerado, le decía a la
-recitadora algunas palabras serenas y apacibles.
-
-Marinela, que había cesado de llorar, apoyábase en el brazo de
-Ascensión, cada vez más vergonzosa, débil, con inexplicable laxitud
-de los miembros y del espíritu, como en la crisis de una enfermedad
-repentina. Seguía obsesionándola el espanto de ver al aire su corazón
-enfermo de ambiciones y de quimeras, dolido de ternuras insensatas,
-preñado de un cantar indecible.
-
-Ramona miraba de reojo a su hija pensando confusamente por dónde
-habría venido sobre ella la agravación de sus habituales pesadumbres;
-y miraba, sobre todo al galán acompañante de _Mariflor_, sin ver,
-entre las brumas del espíritu, las razones que tendría el párroco para
-decir que aquel hombre era un buen caballero inspirado en los mejores
-propósitos hacia la niña, y a quien era preciso tratar con mucha
-discreción. En la oscura cárcel de su inteligencia el instinto le hacía
-temer a Ramona una amenaza en el forastero.
-
-Ya los cómicos apagaron los hachones y recogieron la alfombra, buscando
-el refugio de su casa ambulante, apenas visible en el abandono de la
-plaza al resplandor mortecino de dos luces.
-
-Habían retirado en un periquete los bancos y cajones donde se aposentó
-una parte del público, y quedaba otra vez la cruz sola y vigilante
-en la anchura silenciosa del lugar, abriendo los brazos con infinita
-indulgencia, precisamente hacia el rincón donde iban a dormir los
-pobres aventureros.
-
-Divididos en grupos, los curiosos tornaban a sus hogares con la
-extrañeza de haberlos abandonado, con el asombro de vagar a tales horas
-por las calzadas adormecidas en la noche.
-
-La presencia de don Miguel les obligó a rechazar suposiciones de
-brujería en el raro festejo nocturno, y un alucinamiento de milagro
-oprimió sienes y corazones ante la sorpresa de cuantas habilidades
-había lucido la farándula, aparecida como un prodigio en aquel olvidado
-rincón de la llanura.
-
-Iba Olalla tirando de sus hermanitos, que volvían los ojos borrachos de
-sueño hacia donde se quedaban los farsantes, y la familia de don Miguel
-acompañaba a la de Salvadores, siempre inclinado con ansia el forastero
-sobre la belleza de _Mariflor_.
-
-Se había roto el pálido celaje mostrando un fondo azul florecido de
-estrellas, y la luna, redonda y ardiente, subía en triunfo por el
-firmamento escoltada por tusones livianos de nubes.
-
-Aquellas ráfagas que la gente anhelosa de lluvia recibió como «viento
-de Ancares», no eran más que suspiros de la brisa mojados en la
-frescura natural de la noche. Y al mirar descorrido el cortinaje blanco
-sobre el índigo dosel, las mujeres suspiraban a la par del viento, y
-los ojos contemplaban desconsolado el alto horizonte azul.
-
-Despidiéronse las dos familias en la plaza donde el forastero encontró
-a Marinela; cambiados los adioses, con no poca timidez en algunos
-labios, desapareció cada grupo en diferente calle, y como un eco de las
-eternas inquietudes humanas, quedó allí solo y despierto el gallardo
-temblor de la fuente, compadecido por un rayo de luna.
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-XII
-
-LA ROSA DEL CORAZÓN
-
-
-AL llegar a Valdecruces conoció Rogelio la situación de la familia
-Salvadores; supo asimismo que la boda de Florinda con su primo Antonio
-era raíz de una esperanza para la rehabilitación del hogar, y que
-la pobre moza, enamorada del poeta, vivía en sorda lucha pugnando
-heroicamente por favorecer a los suyos, sin hollar los fueros de su
-propio corazón.
-
-Al oir de labios de don Miguel tales revelaciones, sintió Rogelio una
-agudísima piedad, y en un arranque de ternura y gratitud, determinó
-acelerar sus propósitos, casarse con la dulce niña y arrebatarla para
-siempre a las tristezas y servidumbres del páramo.
-
-Junto a la noble figura del sacerdote, en aquel ambiente de austeridad
-y sacrificio, desbordáronse las compasiones del caballero: vió a la
-hermosa doncella condenada a yacer en una vida tan contraria a su
-educación y natural finura; admiróla doblemente con instintos de
-artista y misericordia de enamorado; encareció sus excelencias y
-virtudes, elevándolas a lo sumo de la imaginación, y prometióse con
-hidalguía quijotesca «no comer pan a manteles» hasta librar a su dama
-de tan penoso cautiverio y hacerla feliz, muy feliz...
-
-Mas, una vez a solas, pasó por la mente del hidalgo cierta ráfaga de
-inquietud. Rogelio no era rico: después de una infancia triste, de una
-adolescencia cruel, combatida por muchas pesadumbres, su arte y su
-pluma, unidos en esfuerzo quizá no muy constante, pero firme y bien
-orientado, comenzaban a subir la dura cuesta de la fama; pero aún no
-podía como «el otro» redimir la hacienda de Valdecruces, ni siquiera
-ofrecer a su amada más que un porvenir inseguro. Unirse con _Mariflor_,
-¿sería, pues, hacerla feliz?
-
-Miraba Rogelio la vida a lo poeta, desde las cumbres, sin pensar en
-las humildes realidades hasta que por su mal tropezaba con ellas. Al
-decidir la boda no hallaba para su vida otro refugio que una silenciosa
-casita en Villanoble, donde murió su madre, la solitaria mansión
-estremecida siempre por las voces del mar. Bello rincón sin duda para
-esconder un idilio, para aguardar prósperos tiempos en brazos del amor.
-Pero quizá esos tiempos no llegasen nunca; tal vez un día tuviera el
-marido que salir del hogar, como antaño su padre, víctima también de
-amor y de pobreza, el cual se fué para siempre, aunque tras sí dejaba
-una mujer y un niño...
-
-Al abismarse en las incertidumbres de lo venidero, revivía el mozo las
-memorias de su infancia, junto a aquella madre siempre meditabunda,
-siempre inquieta, vigilando día y noche los caminos por donde el
-ausente pudiera tornar. Recordaba con obsesión de pesadilla los ojos
-desmesurados de la infeliz cuando en el horizonte marino aparecía un
-buque con rumbo a Santander, la desolación infinita del materno rostro
-en constante solicitud sobre los barcos y las olas. Cuando las lágrimas
-y el tiempo empañaron la luz de aquellas pupilas dulces y pacientes, la
-mujer perseguía al niño para señalar, entre la bruma, el humo ilusorio
-de una embarcación, y preguntar ansiosa, como la conocida «hermana» en
-el cuento popular de _Barba Azul_:
-
-—_Rogelio, hijo mío, ¿qué ves?..._
-
-Temblaba el poeta ahora, repitiendo con el corazón oprimido por
-inexplicables ternuras, su réplica tantas veces balbucida:
-
-—_No veo más que las aguas y las nubes..._ ¡El no quisiera, por nada
-del mundo, ser la causa de que en bocas inocentes hallasen ecos aquella
-pregunta y aquella contestación, cifra de tremendo martirio, renovado
-al través de toda una vida!
-
-Era Terán superticioso, creía en los pecados por atavismo. Más de
-una vez, pensando en la inconstancia de su padre y en sus propias
-flaquezas, huyó de tener novia, prediciendo:
-
-—Voy a causar su desventura.
-
-Y a menudo, cuando le enardecían nuevos amores, se observaba con
-espanto como si en el fondo de su corazón temiese descubrir el gérmen
-de alguna fatalidad hereditaria. Estos mismos terrores le persiguieron
-al arribar a Valdecruces, aunque nacía la afición de ahora con tales
-ímpetus y ternuras, que llegó a juzgarla definitiva y libre de toda
-infidelidad.
-
-Acalló, pues, al fin, sus sobresaltos e incertidumbres; afirmóse en
-la idea de la boda, y así se lo dijo a _Mariflor_. Pero la niña,
-preocupada, irresoluta, confesóle, tras violentos sonrojos, que no
-podía casarse sin aliviar a su gente de los graves apuros en que
-se estaba hundiendo: lo había prometido, lo había jurado... era un
-caso de conciencia y de honor. Con tan sublime sinceridad, con tales
-aspiraciones generosas resplandecía el propósito de Florinda, que el
-caballero enmudeció reverente.
-
-No aludió ella, ni de lejos, a su primo; antes bien, con singular
-delicadeza limitóse a expresar la candorosa confianza que tenía de
-intervenir favorablemente en las desventuras familiares.
-
-—Yo estoy resuelta—dijo—a remediarlas. Es un deber que me impuse.
-
-—¿Aun a costa de la íntima felicidad?—preguntó Rogelio atónito.
-
-—A costa de ella, no... pero antes de realizarla, sí... ¡lo he jurado!
-Yo no puedo pensar en mi propia felicidad sin resolver la situación
-de esta casa. ¿Cómo? No lo sé... En Dios confío. Entretanto, debo
-olvidarme de mí misma.
-
-Dijo la moza con rotunda firmeza; mas la sorda rebeldía de sus
-sentimientos hablaban con tal elocuencia en la penumbra de los ojos,
-que el poeta sonrió seguro de la pasión con que era amado.
-
-Y al referir más tarde al cura esta entrevista, difundióse una grata
-sorpresa por el rostro franco y abierto de don Miguel. Quiso Terán
-entonces, un poco desconfiado, calar los ocultos pensamientos de
-su amigo: asociaba su presente actitud con la singular resistencia
-de _Mariflor_, adivinando en torno suyo algo más de aquello que ya
-sabía... Pero nada pudo inquirir, porque el sacerdote se embozó de
-pronto en la reserva peculiar de aquel país, todo calma, recato y
-misterio...
-
- * * * * *
-
-Suponía don Miguel tan interesada a _Mariflor_ por el poeta, conocíala
-tan amorosa y vehemente, que esperaba verla transigir al primer reclamo
-de la pasión, escondiendo en olvidados plieguecillos de la conciencia
-su afán de caridades. Mas cuando supo que la moza había puesto, incauta
-y valiente, condiciones a la propia ventura en beneficio de la ajena,
-una conmovedora admiración le dispuso a proteger tales propósitos,
-reveladores de heroicas energías y quizás de providenciales designios.
-
-Así que, poco después, cuando _Mariflor_ fué a casa del párroco en
-busca de refugio y de consuelo, animóla con grande ternura.
-
-—Sí: yo estoy dispuesta a esperar—dijo la niña—, a esperar el
-milagro... Pero ¡si viera usted lo que sufro!... Cada día que pasa cae
-sobre mi corazón con horrible pesadumbre... Tiemblo por la suerte de
-todos mis amores... ¿Hago mal, acaso, queriendo ser feliz?
-
-—No, hija mía. Yo también quiero que lo seas. Pero hay que tener
-presente...
-
-—¡Qué! ¿Ya no confía usted en Rogelio?
-
-—¡No confío en la felicidad!—exclamó el sacerdote, recordando a la
-madre del poeta—. Además—añadió—, si tú quieres favorecer a los
-tuyos...
-
-—Sí: espero el milagro.
-
-—Rogelio lo realizaría demasiado tarde... nunca tal vez... La
-situación es crítica... Tu primo Antonio...
-
-—¡Yo no me caso con mi primo!—protestó impaciente la muchacha.
-
-Y como el sacerdote enmudeciera, ella se cubrió el rostro con las manos.
-
-—¡Ya no me anima usted!—gimió—, ¡ya me abandona!
-
-Sin dejarse llevar de toda su compasión, quiso el cura alentarla:
-
-—No te abandono, mujer. Te animo a ser valiente, a ver claro, a elegir
-el camino más corto para llegar al cielo, a desconfiar de la dicha que
-buscas en la tierra. ¡Pobre criatura! Debo prevenirte ¡a ti que sueñas
-demasiado!
-
-—Pues soñar, ¿no es vivir... con el espíritu?
-
-—Sí: cuando no se abandonan los deberes de la implacable realidad...
-En fin, no te apures; yo llamaré a tu primo. Mediremos su voluntad, sus
-intenciones...
-
-—Pero diciéndole que no me caso con él—repetía la moza.
-
-—Yo no intento, hija mía, que tú te sacrifiques. Haz lo que quieras...
-Dispuesto está Rogelio a casarse contigo... ¡Piénsalo bien!
-
-—He jurado ayudar antes de nada a mi familia...
-
-—Yo te libro de ese juramento.
-
-—¡Es que me da mucha lástima de todos!—dijo _Mariflor_ en un arranque
-de ardorosa piedad. No soy egoísta. Quisiera tener mucho dinero para
-darlo a manos llenas a mis parientes, a los extraños, a todos los que
-sufren, a todos los que viven muriéndose de pobreza... Pero casarme
-con «ese hombre» sólo porque es rico... un hombre a quien no conozco,
-a quien no quiero... Mire usted, señor cura: ¡si él tampoco me conoce;
-si él tampoco puede quererme! ¿Por qué ha de casarse con una pobrecilla
-como yo? En cambio tiene el deber de amparar a la abuela, que es de su
-sangre, que es su abuela también... Hablándole al corazón, por fuerza
-ha de compadecerse de ella lo mismo que nosotros... ¿No es verdad?...
-¡Sí: llámele usted; llámele en seguida! Yo le diré todo esto... Cuando
-me escuche, cuando nos mire, si es cristiano, si nos tiene ley, nos
-dará su apoyo, salvará nuestra hacienda... Y no será preciso que yo
-venda mi corazón por un puñado de dinero...
-
-A los oídos del sacerdote, acostumbrado a lamentos de cada criatura, no
-eran frecuentes palabras como éstas: allí cada mujer llevaba estoica y
-firme su cruz en la marea siempre viva de los infortunios, sin tiempo
-ni bríos para compadecer los ajenos dolores. Cada vez más prendado del
-alma de _Mariflor_, embriagábase el apóstol con las brisas consoladoras
-que esta niña llevaba desde la tierra que vive hasta la tierra que
-muere, como un soplo de sutiles piedades cultivadas en medio de la
-civilización para infundir sus simientes en el páramo.
-
-—¡Sí, sí!—exclamó don Miguel—. ¡Quién sabe!... Llamaré a tu primo...
-Le llamaré en seguida como tú quieres.
-
-—¿Y acudirá?
-
-—Creo que sí.
-
-—¿Antes del _día de agosto_?
-
-—Antes: la semana que viene. Yo deseo que te tranquilices... Además,
-el tío Cristóbal amenaza con el embargo y hay que tomar alguna
-determinación.
-
-—Ayer se llevó la recua.
-
-—Ya lo sé.
-
-—Y la _Chosca_.
-
-—Eso no lo sabía.
-
-—No le pudimos pagar unos salarios, y como estaba para el cuido de
-los animales, pues se marchó también... ¡Pobre! Iba muy triste, con
-los tres mulos y la borrica: volvían todos la cabeza hacia el establo
-al seguir por primera vez el camino de un albergue nuevo... ¡Daba una
-compasión!
-
-—No quise evitar el despojo—dijo consternado el sacerdote—, porque
-de los que os amenazan es el menos perjudicial; realmente una recua,
-por mermada que esté, sin terraje propio y sin tráfico, más bien
-resulta gravosa...
-
-—La conservaban por cariño y también por algo de orgullo: ¡es tan
-penoso venir a menos!... Aunque me entristeció la despedida de las
-bestias, me alegró al fin que cambiaran de amo; estaban, lo mismo que
-la _Chosca_, muertas de necesidad... La mujerona infeliz no comía
-bastante y se afanaba por darles a ellas de comer, en los rastrojos,
-en los alcores, en los añojales... ¡Pobre criatura! Nunca tuvo casa ni
-familia: su padre y ella se tratan casi como desconocidos.
-
-—Y lo son. El tío _Chosco_ «ya no se acuerda» de que esa mujer es
-hija suya. Quedó viudo al nacer la desventurada, fuése lejos y cuando
-volvió, pobre, viejo y vencido, se miraron como dos extraños... ¡ella
-también parecía vieja!
-
-—Vivió desde niña en trabajosa esclavitud...
-
-—No da más de sí la caridad de Valdecruces—suspiró don Miguel—. Y
-Florinda balbució:
-
-—¡Cómo ha de darlo!
-
-Quedóse acongojada, con el pensamiento henchido de penas.
-
-—Pues ¡y el _Chosco_—insistió luego—, a quien mantiene usted de
-limosna, que vive sin más ilusión que la de enterar a sus parientes y
-sólo disfruta olfateando los difuntos!...
-
-Después de una pausa lúgubre, tornó a decir _Mariflor_:
-
-—¿Cree usted que el tío Cristóbal llegará a embargarnos, a ponernos en
-la calle?
-
-—Es capaz—respondió el cura—. Pero no así de pronto—añadió, viendo
-palidecer a la muchacha—. Hicimos la tasación de las caballerías y con
-ellas pagasteis el interés de los réditos...
-
-—¿Interés de intereses?... ¡Válgame la Virgen!... ¿Sabe mi padre que
-están así las cosas?
-
-—Ya le escribí diciéndole toda la verdad, porque ha sido muy dañoso el
-engaño en que le tuvo la abuela.
-
-—Es inocente como una niña; es ignorante y simple: si no fuera por
-usted, ya estaría la pobre en medio del arroyo.
-
-—Ahora, con la pareja de los moricos—insinuó el párroco suavemente,
-como si temiese lastimar con las palabras—creo que el feroz
-prestamista quedará muy conforme...
-
-—¿También los bueyes?... ¡Lo que va a sufrir la abuela!... Y, dígame,
-no me asusto; dígame si la casa peligra: es lo que más me apura; que
-nos echen del hogar de mi padre.
-
-—No, no; yo haré todos los esfuerzos posibles por evitarlo—repuso el
-cura muy conmovido.
-
-—¡Demasiado hace usted!
-
-Los ojos de Florinda dijeron estas palabras aún más profundamente que
-sus labios.
-
-—¡Si usted quisiera explicarme—agregó después con vivo rubor—cuánto
-debemos a ese hombre y en qué forma!... Yo entiendo algo de cuentas y
-necesito ayudar a mi padre con usted.
-
-Absorto, perplejo, no sabía el cura qué decir, entre el reparo de
-abrumar a la muchacha con más hondas preocupaciones y la admiración de
-verla sobreponerse a sus íntimas amarguras para socorrer las cuitas
-del común hogar. Decidióse de pronto: la mirada firme y escrutadora de
-_Mariflor_ no daba treguas.
-
-—Es más intrincado el asunto de lo que tú te supones—comenzó—. El
-pasado mes venció un nuevo empréstito que el tío Cristóbal hizo sobre
-la casa, los enseres, el huerto, la cortina y una parcela de regadío
-en la mies de Urdiales: tres mil pesetas por todo ello, y no fué poco
-para lo que vale aquí la propiedad y lo que hacía temer la usura del
-prestamista. Pero no te asombres: ese «rasgo increíble» no solamente
-está garantido con hipoteca de las mejores fincas del pueblo, sino
-que rentaba de una manera escandalosa. A mayor _generosidad_... mayor
-negocio. ¿Comprendes?
-
-—Sí, señor.
-
-—Como tu abuela no pagó los intereses nunca y el tío Cristóbal los
-cobraba compuestos, la deuda amenazaba doblarse. Así sucedió en otras
-ocasiones, y así vuestro pariente se quedó con mucho de este patrimonio
-antes de que yo viniera a Valdecruces.
-
-—¡Y mi padre sin saber nada!—exclama Florinda con desconsuelo.
-
-Un fuerte impulso confidencial persistía en don Miguel, satisfecho de
-hallar al fin en la familia Salvadores una persona razonable.
-
-—El usurero—continuó—dejaba correr los meses sin apremiaros,
-mientras los réditos le enriquecían: la hacienda garantizaba los plazos
-vencidos. Pero ya calculó que tenía «derecho» a quedarse con todo y
-se resiste a esperar; quiere la casa, los muebles y las fincas de la
-hipoteca, o los doce mil reales... Hemos tasado en dos mil los bueyes
-moricos y concede un plazo para el resto si se le entregan en seguida
-los animales.
-
-—¡Le costaron a mi padre mil pesetas!
-
-—¡Sí!; es buena yunta, pero ha trabajado mucho y está maltratada: no
-veo además otro medio de obtener un respiro, que debe ser corto, muy
-corto, para que los fatales intereses no vuelvan a subir, para que
-sacudáis de una vez esta inicua explotación.
-
-—Sí, sí—decía la moza—. Pero después, ¿qué haremos con poca hacienda
-y sin costumbre de trabajar?... Si mi padre no tiene suerte, le veo mal
-fin a nuestras angustias: más difícil será evitarlas en lo sucesivo
-que ponerles remedio ahora... Diez mil reales—añadió optimista—se
-encontrarán fácilmente.
-
-—¿Crees tú?—interrogó asombradísimo don Miguel.
-
-—Se me figura...—murmuró azorada la joven, dudando de repente si
-habría dicho una inconveniencia: su generosa juventud contaba miles de
-reales con mucha facilidad.
-
-Así, cuando el párroco declaró rotundamente:—Yo no conozco a nadie que
-tenga tanto dinero disponible—balbució sobrecogida:
-
-—¿Le parece a usted mucho?
-
-—Para darlo o prestarlo a un pobre, me parece una suma fabulosa.
-¡Estoy bien seguro de ello!
-
-—¿Lo ha experimentado usted?—replicó la zagala con la inquietud de
-súbita sospecha.
-
-—Si yo «encontrase», como tú dices, esos miserables cuartos, ¿estaría
-vuestra deuda en pie?... No creo en el dinero; no sé dónde se esconde;
-no parece por ninguna parte cuando se le busca para hacer caridad: por
-no tenerlo sufrí en mi primera juventud los más refinados pesares...
-
-Triste ráfaga de evocaciones pasó como una nube por la frente del
-apóstol.
-
-—Cursé mis estudios de limosna, sin saborear nunca la posesión de una
-peseta; caí en las adversidades de este pueblo sin poder remediarlas,
-y cuando las vuestras me tocaron en lo más vivo del corazón, enloquecí
-hasta el punto de creer en la existencia del embustero metal: en mi
-prisa por salvaros pagué al tío Cristóbal con la dote de Ascensión...
-
-—¿Qué?
-
-—¡Y ahora no parece el dinero ni para vosotros ni para mí!
-
-Alzóse precipitadamente de la silla, pesaroso de haber dejado escapar
-semejante confidencia; _Mariflor_, desolada, se había levantado también.
-
-En el profundo silencio de la tarde descendía la sombra invadiendo la
-estancia; asomábase por el abierto balcón el cielo, de color de violeta.
-
-—No te apures, chiquilla—repuso el cura por decir algo—; he sido un
-torpe: no quería contarte así las cosas.
-
-Con fácil prontitud asociaba Florinda a las últimas revelaciones de su
-amigo cierta frase que antes sorprendiera: _un nuevo empréstito_. Y
-ahora comprendía el alcance de esas palabras.
-
-—¿De modo que fué inútil el tremendo sacrificio de usted?
-
-—¿Tremendo?...—sonrió el cura con generosidad.
-
-—¿De modo—repetía _Mariflor_ como una sonámbula, dando vueltas por
-el despacho—que diez y doce veintidós mil?... ¡Esta sí que es suma
-fabulosa! No hay nadie que la tenga «disponible».
-
-—¡Mujer, no tanto!... Te alucinas...
-
-La moza no escuchaba razones: en la aterciopelada dulzura de sus
-ojos se dilató el espanto de necesitar con urgencia ¡veintidós mil
-reales!... una suma tal, que acaso no existiera en el mundo... Sintió
-de repente en sus hombros las dos manos de don Miguel.
-
-—Esto se arregla, ¿entiendes?—dijo el sacerdote—. Esto se arregla
-a escape: yo no he agotado todos mis recursos para buscar ese dinero;
-me he explicado mal sin querer; te estoy haciendo sufrir de una manera
-intolerable.
-
-—Aunque esto se arregle por milagro de Dios—repuso la joven
-obstinadamente—, la abuela volverá a las andadas. Yo no sé cómo
-viviendo con tal miseria necesita empeñarse una y otra vez: ¡ya no
-confío en apoyar la casa que se hunde!
-
-—Mira: tu abuela es una calamidad. En la sombra confusa de su vida
-brilló sólo un amor: el de la madre. Y esa única luz ha ofuscado a la
-pobre mujer en lugar de alumbrarla. Repartió su ciega idolatría entre
-los hijos mientras la muerte se los iba arrebatando, y por una de esas
-flaquezas propias de criaturas vulgares, concentró después sus desvelos
-en uno de los dos que le quedaban.
-
-—Mi tío Isidoro—suspiró Florinda.
-
-—Sí; porque tu padre casó con forastera... El predilecto, mal
-afortunado en sus negocios mercantiles, emigró hace tres años con la
-misma fatalidad que le acompañó en España, y desde entonces, cuanto
-pide a su madre, se lo manda ella, escondiéndose de los que debemos
-evitar que os arruine a todos sin provecho para ninguno, porque
-Isidoro, enfermo y torpe, no sirve para nada.
-
-—¿Y quién cura esa manía?
-
-—Yo la curaré ahora que la experiencia me ha prevenido; ahora que tu
-padre me ha otorgado poderes y atribuciones para intervenir en cuanto
-sea menester.
-
-—¿Hace mucho que se renovó esa hipoteca?—preguntó la niña
-avergonzada.
-
-—Un año. Apenas la levanté yo, por detrás de mí se volvió a tejer el
-enredo.
-
-—¿Pagó usted muchos intereses?
-
-—Pocos...
-
-—¿De verdad?
-
-—Mujer, no te preocupes—eludió el cura, angustiado por la turbación
-de la joven.
-
-Pero ella, recelosa, alarmadísima, deseando conocer toda la magnitud
-del desastre, hacía signos de incredulidad. Y al mismo tiempo que
-preguntaba, iba acercándose a la puerta, como si sintiera impulsos de
-huir antes de obtener una contestación categórica.
-
-Don Miguel no quería dejarla marchar tan abrumada.
-
-—Yo tengo mis planes—dijo aún, reteniéndola;—un programa de nueva
-vida para vosotros.
-
-—¿Cuál?
-
-—Tú te casas.
-
-—¿Con quién?
-
-—Con quien te quiera y te guste, ¡carape! A tu abuela «la declaramos
-pródiga»; a Pedro le mandamos a ganarse la vida; Olalla y Ramona
-trabajan la mies para mantenerse con la anciana y los pequeños; a
-Marinela la buscamos dote para que se haga monja... Esto en el peor de
-los casos; si tu padre no tiene suerte y a mí no me toca la lotería...
-
-Quiso la muchacha sonreir.
-
-—Pero, trabajar la mies—protestó al cabo—, es una cosa horrible para
-Olalla.
-
-—¿Y no para su madre?
-
-—También... aunque tiene más costumbre...
-
-—¡Peor para ella!... ¡Pobre mujer! La quieres poco y vale mucho.
-
-_Mariflor_, sorprendida, añadió sin defenderse:
-
-—Pedro es muy niño para salir de casa... La dote de Marinela es muy
-difícil de encontrar...
-
-—En fin, que no estamos conformes—replicó el santo varón algo quejoso.
-
-—¡Perdóneme, señor cura!—exclamó Florinda muy encarnada—. Dios le
-pague cuanto hizo, cuanto hace por nosotros... Así que Antonio llegue,
-tomaremos una resolución que le alcance a usted...
-
-Y antes de salir, ocultando el vivo rubor en el umbral de la puerta,
-añadió entre lágrimas:
-
-—Tengo algunos anillos de oro, el reloj de mi madre, un brazalete...
-¡si usted lo quisiera recibir!
-
-Había juntado las manos en férvida súplica, a punto de caer de
-rodillas. Transido de compasión el sacerdote, hizo un ademán brusco y
-tierno.
-
-En aquel instante se oyó el eco de unos pasos en el corral.
-
-—Es Rogelio, que vuelve de Monredondo—advirtió don Miguel.
-
-Y la moza, con un signo de silencio en los labios y un presuroso adiós
-lleno de suavidades, bajó por la escalera aceleradamente.
-
-Esquivando al forastero, deslizóse al «cuartico» donde Ascensión cosía,
-muy curiosa de la confidencia celebrada en el despacho.
-
-—¿Qué haces?—dijo _Mariflor_ sin saber lo que preguntaba—. Se había
-enjugado los ojos, y a la media luz del aposento escondía mejor las
-señales de su angustia.
-
-—Ya ves—repuso Ascensión desplegando un trozo de blanqueta con el
-cual confeccionaba refajos.
-
-—¿Son para el equipo?
-
-—Sónlo; esta lana es de la trasquiladura de antaño. ¡Da gusto coserla
-cuando se ha visto viva en los animales!
-
-—¿La has hilado tú?
-
-—Sí; pero antes lleva muchos trajines. Cada vellón se lava, se
-esponja, se escarpena, se abre, se carda y se hila: todo lo hacemos
-aquí; después lo tejen en Val de San Lorenzo.
-
-—Y ¿cuándo es la boda?
-
-—El día de agosto, a más tardar; durante el mes que viene se leerán
-los proclamos.
-
-—Entonces, mañana será el primero.
-
-—No; el domingo que sigue. Pero, ¿cuándo es la tuya?... ¿lo hablasteis
-arriba?—aludió Ascensión.
-
-—Vine por asuntos de la abuela... Yo no me caso tan pronto.
-
-Resonaban pasos y voces en el despacho de don Miguel, y los últimos
-alientos de la luz desfallecían en las blancas paredes del «cuartico».
-
-—Sentiste llegar a don Rogelio, ¿verdad?—interrogó la novia, doblando
-su costura.
-
-—Sí... Ahora me voy: es tarde.
-
-—Te acompaño hasta la fuente.
-
-Tomó la muchacha un cántaro en la cocina, y ambas jóvenes salieron sin
-hacer ruido.
-
- * * * * *
-
-Ascensión Crespo y Fidalgo es una maragata sonriente y graciosa a
-quien un leve roce con gentes extrañas a la suya ha dejado suave matiz
-de alegría en las palabras y en los pensamientos: posee un título
-de maestra elemental que no logra encumbrarla mucho ni distanciarla
-moralmente de su país; pero le da cierto lustre entre los vecinos,
-aparte su preponderancia como sobrina del párroco y novia de un rico
-mercachifle.
-
-Su madre, hermana mayor del cura, había querido acompañarle en
-Valdecruces, no tanto por regir con cariño el hogar del sacerdote como
-por tener su sombra. Criáronse un tiempo don Miguel y su hermana bajo
-la protección de un tío que dió carrera al varón y legó a la hembra
-unos quiñones y unos miles de reales. Viuda ella al recibir la merced,
-y madre de dos niñas, casó pronto a la mayor, gracias al olorcillo de
-la herencia, con un pariente muy bien establecido: fugaz matrimonio
-que en el término de un año desbarató la muerte, llevándose a la recién
-casada. Pero el viudo, con la querencia del lar y de la dote, vuelve
-ahora en busca de su cuñadita Ascensión, y la madre, que aún llora a la
-hija malograda, sonríe ante la suerte de esta otra, convencida de que
-un marido con dinero es la suprema felicidad para una mujer.
-
-Estos son, asimismo, los ideales de la joven maragata. Su rápida
-excursión por la Normal de Oviedo no le descubrió muchos horizontes,
-ni ensanchó sus miras, ni llegó a turbar hondamente el atávico reposo
-de su inteligencia; bastante hizo la moza con suavizar su trato, con
-desentumecer un poco la sonrisa y la voz: siguió escribiendo sin
-ortografía y leyendo con el tonillo cantarín que aprendió en la aldea;
-pero sus modales tuvieron más desenvoltura, sus palabras más camino, y
-una gota de la curiosidad del mundo resbalaba, alegre, desde sus ojos
-hasta sus labios sin descender nunca hasta el corazón.
-
-Redimida de las rudas labores campesinas, con su título flamante de
-maestra y su rumboso compromiso de boda, gozó la muchacha en el lugar
-de todas las preferencias y admiraciones, hasta que llegó Florinda.
-Sin ningún mezquino sobresalto prestóse al punto a compartir con ella
-el auge de aquellos sutiles privilegios; creyó que su descollante
-categoría la designaba para recibir cortésmente a la gentil forastera,
-iniciarla en las nuevas costumbres y hacerla, en suma, con la mayor
-solicitud, «los honores» del pueblo. Pronto esta buena disposición tuvo
-por acicate la simpatía y la curiosidad. Florinda se hizo querer: el
-encanto y la dulzura de su carácter se imponía con irresistible gracia,
-y el ligero tinte exótico de su persona resplandeció a los ojos de la
-maestra cual lejano saludo de las novedades mundanas que ella conocía.
-_Mariflor_ miraba a los ojos de la gente; reía alto, lucía el florido
-cabello peinado a la moda de las ciudades; tenía pensamientos pulidos,
-ideas bizarras que de todo su sér emergían con libres y serenas
-emociones... Ninguna zagala de Valdecruces admiró a la forastera con
-tanta intuición de sus méritos como la sobrina de don Miguel.
-
-Ahora, camino de la fuente, Florinda y Ascensión coloquian en afable
-intimidad, lejos entre sí los corazones y unidas las existencias
-juveniles en el fondo de un mutuo cariño.
-
-—¿Conque te proclamas el mes que viene?
-
-—Las dos veces que faltan, sí, porque la primera amonestación lanzóse
-ya en enero, cuando nos apalabramos.
-
-—¡Ah! ¿Es costumbre?
-
-—¡Natural, mujer, para que se sepa que somos novios!
-
-—¿Te escribe mucho?—insinúa Florinda, intrigada.
-
-—Aquí no se usa.
-
-—¿Pero ni una vez siquiera?
-
-—Ni una sola.
-
-—¿Tampoco ha venido a verte?
-
-—Tampoco; vendrá la víspera del casamiento, y después de la tornaboda
-se volverá a partir. Mi madre—añade, ufana, la maestruca—me da el
-ajuar de la casa y la dote de cuatro mil pesetas, que administra mi tío.
-
-Muy descolorida y agitada, comprobando la cuantía de la aterradora
-suma, _Mariflor_ pregunta para disimular sus preocupaciones:
-
-—¿Cómo sabes si quieres a tu novio sin conocerle apenas?
-
-—Porque fué bueno para la biendichosa.
-
-—¿Ausente y en un sólo año le pudisteis juzgar?
-
-—Era deportoso... ¡«mandaba» mucho!
-
-La risa de la fuente interrumpe la plática, y Ascensión averigua, antes
-de despedirse de su compañera:
-
-—Y tú, ¿cómo quieres a un forastero sin conocerle más que de un viaje,
-sin saber de su casta ni de su bolsillo?
-
-—He hablado mucho con él, con sus ojos y su corazón—balbuce Florinda,
-algo confusa—; he leído sus libros y sus cartas... Además, ¿por qué
-dices que le quiero?
-
-—Lo supongo—sonríe la maestra, con pretensiones de sabiduría,
-y advierte:—Es muy bien parecido y elegante, de mucha labia y
-educación... pero este personal de pluma no suele tener hacienda...
-¡Harías mejor boda con Antonio!
-
-Vibró rudo el consejo sobre el rumor del agua fugitiva, en tanto que se
-alejaba _Mariflor_, sonriendo a fuerza de pesadumbre.
-
-En la profunda calma del ocaso le parece a la moza infeliz que una
-vegetación de espinas surge debajo de sus pies y que un lamento corre
-por la sombra. Al llegar a su casa, busca refugio en el huertecillo,
-pidiéndole a Dios serenidad de ánimo, consuelo y fortaleza. Allí,
-escondida entre la única fronda del vergel, siente de súbito en el
-rostro el roce de unas alas de mariposa: es la hojita de un capullo que
-vuela desde el rosal.
-
-Atravesado el pecho de las más inefables compasiones, tomó Florinda
-el pétalo en sus manos, y con irresistible impulso, quiso volverle a
-la yema sonrosada de donde había caído. Pero quedóse inerte, presa de
-inexplicable zozobra: era imposible unir la hoja muerta con el retoño
-vivo... Y la zagala sentía cómo se deshojaba también, de inexorable
-modo, la palpitante rosa de su corazón.
-
-
-
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-XIII
-
-SOL DE JUSTICIA
-
-
-UN día y otro posaba el sol adurente sobre la llanura.
-
-Eran tan placenteras las señales del cielo, que la sequía se convirtió
-en seguro peligro para la escasa mies de Valdecruces, y bajo la férula
-del tío Cristóbal celebróse con toda exactitud el turno de regar,
-aprovechando el agua de los fugitivos arroyos.
-
-Según había temido Olalla Salvadores, llegó para sus «bagos» la vez
-en el riego sin que la familia tuviese con qué buscar obreras; y
-al amanecer aquella mañana, Ramona y su hija mayor, silenciosas y
-diligentes, salieron hacia los centenales con los aperos necesarios
-para «apresar y correr el agua».
-
-Del mermadísimo patrimonio de la tía Dolores no quedaban a la sazón
-más tierras de regadío que las dos hazas de mies adonde las mujeres
-se dirigían; y ya estas únicas parcelas estaban hipotecadas al
-tío Cristóbal, que nada quiso dar sobre el terreno de secano, las
-«hanegadas» de Abranadillo y Ñanazales, tendidas al otro lado del
-pueblo, y menesterosas de continuas huelgas por su mucha ruindad.
-
-Precisamente el viejo acaudalado de Valdecruces poseía tierras
-asurcanas de las que iban a regarse, y se mostró aquel año muy
-solícito para beneficiar las de sus infelices vecinas, gozándose en la
-ambiciosa certeza de unir pronto los diferentes lotes en una sola finca
-envidiable, señora de la mies.
-
-No se durmió el anciano aquella mañana, y apenas calentaba el sol
-cuando se aparecía entre los rústicos centenos la imponente figura
-de un hombre alto y rojo, curtido y vacilante, con ancho sombrero de
-cordón y borlitas, bragas de estameña, polainas de pardillo, y almilla
-muy atacada sobre un chaleco de color; calzaba galochas y apoyábase en
-un cayado patriarcal. En su rostro, enjuto y boquisumido, asomábanse
-unos ojuelos grises, cargados de cejas blancas, turbios y persistentes,
-con tenacidad interrogadora.
-
-A este maragato, rico en relación a la pobreza del país, le respetaban
-por el dinero y la autoridad, pero su avaricia inextinguible le hacía
-también odioso y temido. A pesar de sus noventa y seis años, manteníase
-terco y duro como un roble, y su presencia inspiraba en todas partes
-cierta inquietud mezclada de repulsión.
-
-Un solo hijo, ya viejo, le quedó al tío Cristóbal en la hora de la
-viudez; pero este único descendiente, cargado de familia, hubo de
-buscar el sustento en tráficos humildes fuera de Valdecruces, pues
-todo lo que hizo el codicioso quintañón por la necesitada prole, fué
-llevarse a una de las nietas para que le sirviese de criada. Y Facunda
-Paz, la moza recogida por el abuelo, no lució nunca en el baile un
-rostro complacido, ni un «rodo», mandil o sayo tan donoso como el de
-sus vecinas o el de sus mismas hermanas, aunque las prendas de los
-antiguos ajuares, mantelos y corpiños, rasos y cúbicas de la abuela se
-apolillaban en el fondo de los cerrados cofres. Había trabajado el tío
-Cristóbal en Madrid algunos lustros, mercader y agiotista en miserable
-escala, establecido allá por los andurriales de la Puerta de Toledo.
-Casó, ya hombre maduro, con moza acomodada de su país, y se trasladó a
-la aldea sin abandonar los trapicheos mercaderiles; así fué explotando
-en oscuros negocios la necesidad tirana del pobre vecindario, sin
-compasión de la propia familia, como en el caso de la tía Dolores, de
-quien era pariente.
-
-No amaba este avaro la tierra como las mujeres de Maragatería, con ese
-amor recio y generoso que da la sal del llanto y del sudor para abono
-del surco en los terrones. Amaba el dominio y la riqueza con mezquinos
-alcances, dentro de una pasión raquítica y sin alas.
-
-Más duro de corazón y de mollera con los años, sentía la embriaguez de
-las posesiones a lo grosero y sensual, sin ternuras de enamorado, sólo
-con las voracidades torvas del instinto.
-
-Su torpe codicia iba arrastrándose lo mismo que un reptil por los
-barbechos, en la estrechez de la mísera tierra laborable y en el camino
-silencioso y triste de las hendidas cabañucas romanas, hasta dar por
-chiripa en una casa de adobes, en una recua y un rebaño.
-
-Ahora zumba el usurero, como un cínife, en torno a la parcela de
-regadío donde Olalla y Ramona abren el cauce regador.
-
-Hipan aspadas las dos mujeres sin resuello ni alivio en la pesadumbre
-del trabajo, metidas hasta la cintura en la rota, represando y
-corriendo el anhelado camino para el agua.
-
-—Dios os ayude—dice la trémula voz del tío Cristóbal desde el hoyo
-profundo de sus labios.
-
-Ramona sigue trabajando sin responder, y Olalla pronuncia tímidamente:
-
-—Bien venido.
-
-Un golpe de tos atraganta al viejo, y su melena goda se agita en la
-inclinada cerviz, como blanco cendal batido por la tormenta sobre un
-árbol caduco.
-
-Alguna cosa impaciente querían decir aquellos labios contraídos en
-espantable mueca, en tanto que los ojos, fijos y voraces, escrutaban
-a las trabajadoras con ansiedad: sin duda el tío Cristóbal pretendía
-enterarse de noticias urgentes antes de acabar de toser.
-
-Mirábale de reojo la doncella, alarmada y expectante, y Ramona le
-volvía la espalda con obstinado tesón, cada vez más hundida en la
-rotura, buscando afanosamente el rumbo del arroyo.
-
-El año anterior no necesitaron las de Salvadores regar sus panes,
-porque había llovido en la primavera. Y ahora parecía que la antigua
-vecindad del agua huyese como una desconocida a la solicitud de los
-audaces brazos femeninos.
-
-—Hogaño está más lejos—había dicho suspirante la moza, mirando cómo
-la gracia apetecida resbalaba por el suave declive de la mies, en
-murmullo remoto...
-
-Ya el tío Cristóbal podía «colocar» aquella urgente pregunta que le
-palpitaba en los ojos. Habíase parado al borde de los centenos, erguida
-la vejez codiciosa sobre el verde tapiz de los tallos, apoyándose con
-fuerza en el bastón.
-
-Supo el viejo, la víspera, que un galán «señorito» acompañaba, como en
-las ciudades, a la prometida de Antonio Salvadores, del rico a quien
-él temía casado con _Mariflor_, pero a quien nunca supuso capaz de
-favorecer a la familia con desinteresados fines.
-
-De realizarse pronto la anunciada boda, pudiera suceder que al fincarse
-en Valdecruces los novios, levantaran para sí el empeñado patrimonio de
-la abuela. Entonces, ¡adiós casa, «bagos», yuntas y «cortina» en la
-sombra perseguidos!
-
-Mas, si por lo contrario, la zagala contrajese nupcias con aquel fino
-caballero, él se la llevaría fuera del país; y, donde, con una sola
-excepción, todos los vecinos necesitaban limosna, ninguna otra mano se
-podía tender hacia la sitiada hacienda.
-
-No había que pensar en que la defendiesen Isidoro ni Martín Salvadores,
-que, a pesar de sus buenas aptitudes para el comercio, naufragaban
-también en el maleficio lanzado por la tía Gertrudis sobre la casa del
-abuelo Juan.
-
-Desvelada con estas consideraciones, la astucia del tío Cristóbal se
-dejó sorprender por la impaciencia, y quiso averiguar a todo trance lo
-que de cierto hubiese en la general suposición del forastero prendado
-de la niña. Ya iba a preguntar rotundamente:—¿Conque la rapaza de
-Martín hace boda con uno de fuera?—cuando se presentó orillando la
-mies, a buen paso y con la azada al hombro, la propia tía Dolores.
-
-Saludáronse los dos primos con un leve murmullo estupefacto. ¿Qué hace
-aquí la sombra de este carcamal?, se dijo la vieja, memorando con
-pálida lucidez las celadas rastreras de su pariente.
-
-Saltó luego a la zanja con más agilidad de la que hubiera podido
-suponerse, y escudriñó de soslayo la esquiva catadura del hombre,
-crecido desde allí como un gigante, negro y rojo, igual que una
-tragedia, sobre la glauca alegría del centeno.
-
-—¿A qué viene?—preguntaron con acritud dentro del cauce.
-
-—A trabajar—respondió la anciana llena de bríos.
-
-Hizo Ramona un gesto desdeñoso, y Olalla suspiró jadeante.
-
-Alzábase la moza a menudo para medir con los ojos la distancia a cuyo
-borde modulaba el arroyuelo su promesa; no era mucha, alcanzada con
-la vista: veinte metros escasos. Mas era enorme para hendirla con el
-azadón, honda hasta nivelar la altura del terreno con el declive donde
-el regajal corría. Y la carne joven, nueva en aquella bárbara lid,
-temblaba hecha un ovillo, sudorosa y encendida bajo el implacable sol.
-
-En cuanto llegó la abuela a meter sus afanosos brazos en la zanja,
-Ramona la dejó arañar el escondido seno de la tierra, menos duro que la
-capa exterior, y subió infatigable a romper el camino en los abrojos,
-sobre el campo de barbecho, mustio y ardiente.
-
-Rígida la corteza del erial, defendíase con sordas rebeliones del
-empuje bravo de la azada. Un hiposo jadeo, semejante a un bramido por
-lo amargo, resoplaba en el pecho de la cavadora, y la tierra devolvía
-en retumbos persistentes los desesperados golpes, escupiendo su polvo
-de cadáver a la roja cara de la mujer.
-
-Mira la joven con espanto cómo su madre rompe al fin la brecha sin
-hacer una pausa ni pronunciar una frase, como poseída de un vértigo
-brutal. Da y repite azadazos lo mismo que una furia, con sacudidas
-violentas de todo su cuerpo: parece que le crujen los riñones y se le
-saltan los ojos; parece que llora a raudales según tiene la faz mojada
-de sudor.
-
-También la anciana contempla absorta el tremendo poderío de una triste
-juventud, escondida en la sangre y en la voluntad bajo las injurias de
-vientos y de soles, de lágrimas y trabajos.
-
-Pero al tío Cristóbal no se le da un ardite en aquel imponente pugilato
-de la carne heroica y viva con la tierra muerta y dura.
-
-Impaciente hasta la indignación por la intempestiva llegada de la tía
-Dolores, por el silencio hostil de las tres mujeres y el eco retumbante
-de la cava, se revuelve el avaricioso con la doble ansiedad de la vejez
-que tiembla impotente por cada minuto perdido para sus deseos.
-
-—¿Conque la rapaza de Martín hace boda con uno de fuera?—pronuncia,
-al cabo, después de toser y de escupir.
-
-Resbaló su pregunta como tañido de campana rota sobre el cauce
-entreabierto y los rastrojos: el trajín enervante quedó atravesado por
-la sorpresa.
-
-—¿Qué dice?—murmura con asombro la tía Dolores.
-
-Olalla da principio en voz queda a una difícil explicación que confunde
-a la anciana, y Ramona hiende con nuevos redobles el erial.
-
-—¡Eh!... ¿no contestáis?—grita el viejo apremiante.
-
-Ya la abuela va entendiendo un poco:
-
-—Sí, sí; el señor de Villanoble que viajaba con nosotras en el tren;
-el que está con el cura de güéspede y va todos los días a nuestra
-casa... Ya, ya... Pero, ¿y el primo Antonio?... ¿Y la boda esperada
-como una salvación por la familia?
-
-—Ya veremos—insinúa Olalla, mientras su madre, muda y sorda,
-permanece entregada al trabajo con frenesí.
-
-—¡Diájule! ¿Os habéis vuelto simples? ¿No queréis contestar?—vocifera
-exasperado el tío Cristóbal.
-
-—No hay que impacientarle mucho—piensa la muchacha, con la serenidad
-de su juicio calmoso, y responde:
-
-—De lo que usté pregunta... no sabemos nada.
-
-—¿Cómo que no sabéis?... Pues si no es por la moza, ¿por quién viene
-ese barbilindo?
-
-—Por don Miguel.
-
-—¡Mentira!
-
-Olalla se encoge de hombros con aquel movimiento brusco, peculiar
-en su madre. Y el viejo, sospechando que va por difícil camino su
-investigación, hace acopio de paciencia, contiene su ira en un rebufo,
-y se deja caer a la sombra del centenal, con el firme propósito de
-acechar allí hasta que sepa algo, hasta que aquellas «morugas» hablen o
-revienten.
-
-Entonces Ramona le lanza una mirada oblicua para seguir en actitud de
-bestia, con la cabeza gacha y el resoplo bravo, embistiendo contra el
-duro rebujal.
-
-Arde el sol inclemente, con furores de canícula, en gavillas de rayos
-violentos, y ya tan alto sube que la sombra de los panes se disipa en
-los rastrojos, desamparando al tío Cristóbal.
-
-Va surgiendo la rotura, roja como una herida en el pálido rostro de la
-tierra, bajo la azada prepotente.
-
-Sigue Olalla el rastro abierto por su madre, y tunde también con bríos
-las glebas hostiles; pero necesita descansar a menudo, suspira y se
-angustia visiblemente en el esfuerzo.
-
-De vez en cuando vuelve Ramona la cara, un poco, para murmurar entre
-dientes:
-
-—¡Aguanta, niña!
-
-Quiere la tía Dolores, en medio de su admiración, aborrecer a la nuera,
-odiarla por fuerte y voluntariosa, por dura y audaz. Pero no cabe
-ninguna violenta pasión en el pecho cansado de la anciana; sólo puede
-amar pasivamente en torno suyo, con un resto del extraño y sombrío amor
-que consagró a la tierra: hasta para sufrir tiene estancada la vida
-en la petrificación de todos los sentimientos, y es preciso que una
-novedad muy cruel la sacuda para que todavía llore o se agite.
-
-Allí sigue el tío Cristóbal, testarudo, con su pretensión entre las
-cejas y su mirada gris fija en el cauce, sin que le apure el resistero
-del sol encima de las espaldas. Cansado ya de esperar un indicio que le
-lleve a descubrir lo que avizora, concluye por hablar solo y pronuncia
-frases alusivas al asunto, llenas de doble sentido, y reticencias,
-confiando en que las mujeres, por prurito de replicar, piquen el cebo
-de la conversación.
-
-—No se debe torcer el su inclín a las mozas... Los forasteros también
-son buenos maridos...
-
-Esperaba anhelante, y como nadie respondiese, entre escupitajos y toses
-tornó a decir:
-
-—Aunque a Antonio le hacen rico, no ha de gastar sus haberes aquí;
-más le gusta Santa Coloma, el pueblo de su madre... El muchacho es
-cabal, no digo que no; pero el mozalbillo de los Madriles debe ser
-cosa fina... y ese empleo de escribano que tiene renta ahora muchísimo
-dinero...
-
-Se hunden las azadas en los duros terrones con acentos diferentes y
-continuos, brava la una, esforzadísima la otra, débil la tercera en
-seniles manos; la luz cuaja la llanura en un incendio; trasvuela un
-ave, y dice aún el tío Cristóbal:
-
-—Sería una machada que despidierais al uno por el otro. Nada más que
-con papel y tinta gana éste en un mes tanto como Antonio en un año
-con la tienda. Y que la gente de pluma es dadivosa, de mucho rumbo y
-generosidá... Buena suerte ha tenido la rapaza... ¿Es aquella que viene
-por allí?
-
-En el fino sendero de la mies aparece una joven lenta y afanosa, con
-una cestilla colgada del brazo.
-
-—Ya es medio día—dice al llegar.
-
-Y posando su leve carga, se abanica con las dos puntas sueltas del
-pañuelo. Por verla el semblante esquivo, se arrastra el anciano sobre
-el calcinado polvo, y ella gira disimuladamente el busto sin dejarse
-descubrir.
-
-—¡Eh! muchacha: ¿eres tú la novia del forastero?
-
-—¿Yo?—prorrumpe absorta Marinela, volviéndose de pronto.
-
-—¡Ah, no eres tú!
-
-Terco, obcecado, el tío Cristóbal delira en torno de su idea única, lo
-mismo que un demente.
-
-De roja que es la cara del anciano se ha puesto de color de violeta
-y ofrécese tan turbia la mirada de los ojos grises, tan inseguro el
-acento de la sumida boca, que Marinela supone borracho a su pariente.
-
-Vanse hacia el arroyo las dos zagalas para llenar de agua nueva el
-cantarillo, que ya varias veces fué a pedir refrigerio a la linfa
-murmuradora.
-
-—¡Llega tan caliente!—lamenta Olalla.
-
-Colman la vasija, beben las dos, y vuelven a colmarla.
-
-—¡Está como caldo!—dice la sedienta cavadora—. Después cuchichean,
-mirando con recelo hacia la mancha oscura del anciano, medio tendido al
-borde de la zanja.
-
-—¿Se ha vuelto chocho o está bebido?—pregunta Marinela.
-
-—No, mujer; quiere que le digamos con quién se casa _Mariflor_...
-
-—¿Y le habéis dicho?:..
-
-—¡Qué sabemos nosotras!
-
-Era la primera vez que las dos hermanas hablaban del asunto.
-Considerada como una niña la más joven, solía descubrir los secretos
-familiares nada más que con los ojos, sin sorprender casi nunca una
-palabra ni una confidencia, expansiones poco frecuentes allí donde
-el ritmo de la vida señalaba todas las inquietudes en el silencio
-taciturno de las almas.
-
- * * * * *
-
-Mientras comieron las trabajadoras, agazapadas en fila sobre el delgado
-sendero del centenal, libres apenas de la plenitud del sol que a plomo
-caía en la llanura, fué otras dos veces Marinela a llenar el cántaro al
-arroyo.
-
-Había pedido agua el tío Cristóbal, y después de dársela, vertió la
-niña el líquido restante y corrió a lavar la boca de barro donde puso
-el viejo la suya de color de ceniza.
-
-Él no se mostró sentido por aquella manifiesta repugnancia, ni pareció
-notar el molesto asombro que causaba a las mujeres su tenaz compañía.
-Caído en soñolienta modorra, había perdido sin duda la noción del
-tiempo, olvidado hasta de zumbar sus maliciosas preguntas.
-
-Ni el hambre ni el ejemplo le avisaron la hora de comer; ni el tórrido
-calor que le cocía dióle impulso de buscar el cobijo de su casa. Cuando
-vió hacer a sus vecinas la señal de la cruz, le pareció que sonaba muy
-lejos el familiar repique de una campanuca. Y cuando ellas, viéndole
-medio dormido y atontado, le dijeron que el sol le iba a dañar, trató
-de incorporarse, dió de bruces en la tierra y quedó inmóvil, con la
-boca pegada al suelo.
-
-Miráronse las mujeres con asombro, y como el viejo diese entonces un
-fuerte ronquido, Ramona dispuso únicamente:
-
-—Dejadle que duerma.
-
-—¿Al sol?—preguntó compasiva Olalla.
-
-Inició la madre, con algunas vacilaciones, su acostumbrado encogimiento
-de hombros, y la muchacha, quitándose el mandil, lo desplegó con
-solicitud sobre el ancho sombrero del maragato.
-
-Poco después, hinojada en el sendero, Marinela recogía los pedacitos de
-pan y el hondo cacharro con un resto de «moje», y doliéndole a Ramona
-la delgadez endeble de la inclinada cintura y el trasojado semblante de
-la niña, preguntó de pronto:
-
-—¿Por qué has venido tú con esta calor, tan aina de comer?
-
-—«Ella»—aludió con humildad la joven—iba a fregar el belezo y a
-echar las llavazas al cocho... También cebó las gallinas y las palomas,
-rachó leña y llevó los «curros» al agua.
-
-—Abondo es eso...—comentó la madre con invencible desdén.
-
-A tal punto, lanzó otro ronquido el tío Cristóbal, revolvióse con
-sacudidas largas y crujientes, y en un esfuerzo, como si quisiera
-levantarse, clavó en tierra las uñas de ambas manos.
-
-Las mozas habían palidecido.
-
-—Péme que está enfermo—dijo Olalla—; hincóse al lado suyo y trató de
-alzarle la cabeza; pero la sintió agarrotada y rebelde.
-
-Acudió entonces Ramona, hundió sus recios brazos por debajo del cuerpo
-rígido, y de un brusco tirón dió vuelta al hombre: aparecía con el
-rostro casi negro, mojado de una espuma sangrienta, los párpados caídos
-y la respiración difícil.
-
-Quedaron aterradas las mujeres.
-
-—¡Coitado, agoniza!—clamó la tía Dolores llena de medrosa piedad, en
-tanto que la nuera pedía con demudado semblante:
-
-—¡Agua, agua!
-
-Inclinó Marinela el cántaro tendido.
-
-—Aún tiene dello...—Daba diente con diente mientras rociaba su madre
-la congestionada faz.
-
-Abrió el moribundo los ojos, torcidos hacia la moza con una mirada
-vacilante y sombría, como aquella que buscó a la novia del forastero
-antes de decir:
-
-—¡Ah, no eres tú!
-
-Torció también la boca, en la mueca de su habitual sonrisa
-impertinente, y quedó tieso, inmóvil, con el respiro apenas
-perceptible. La tía Dolores le daba pausadamente aire con el delantal;
-las muchachas, doloridas y mudas, le hacían sombra con el cuerpo:
-seguía Ramona mojándole los pulsos y las sienes, y caía el silencio con
-el sol, como un manto de luz sobre el extraño grupo.
-
-—Encomendémosle—murmuró Olalla arrodillándose.
-
-—Señor mío Jesucristo—fué diciendo la voz oscura y triste de la
-madre, y las otras mujeres repitieron angustiadas la oración hasta el
-final.
-
-No había dado el tío Cristóbal señales de entender el tremendo aviso,
-cuando giraron sus pupilas desorbitadas y ciegas, y un estertor hiposo
-le silbó dentro del pecho: con el postrer visaje y la última sacudida,
-la inerte cabeza saltó desde las manos de Ramona rebotando en el
-polvo, y las uñas del moribundo volvieron a clavarse feroces en el
-erial.
-
-—¿Murió?—dijo despavorida Olalla.
-
-Marinela dió un grito y cerró muy apretados los ojos.
-
-—Sí, sí; hay que llamar gente,—respondía la madre trazando sobre el
-difunto la señal de la cruz—. Y viendo a la zagala tan miedosa, añadió
-resoluta:
-
-—Vai con la cesta y, al tanto, das razón de lo que ocurre.
-
-—¿A quién?
-
-—A la familia; ellos avisarán a la Justicia.
-
-Obedeció la joven con terror y sigilo: sus pies medrosos apenas tocaban
-el sendero; su grácil figura desaparecía entre los altos panes. Pero
-quizás un leve roce de su brazo, o tal vez un soplo de perezosa brisa,
-movió las hojas verdes con rumores suavísimos de «escucho».
-
-—¡Madre, madre!—gimió la muchacha con espanto. Volvióse atrás
-corriendo, y quedó parada al borde de la mies, sin atreverse a salir al
-raso donde el muerto dormía. Allí encontró a la abuela, acurrucada en
-la linde con cierta indecisión, tentada a la fuga, y detenida por el
-trabajo y la caridad.
-
-—¿Que yé, rapaza?—preguntó con susto.
-
-—Tengo miedo... me siguen... escuché una voz...
-
-—¡Te haltan jijas hasta para fuir!—lamentó más distante el acento
-brusco de Ramona.
-
-Y Marinela, inducida por su mismo pavor, asomóse al rebujal desde el
-seto vivo de los tallos.
-
-Vió que Olalla había desaparecido y que su madre, sentada al sol,
-impasible y estoica, velaba al muerto. Parecióle el cadáver más rígido
-y huraño, con la boca abierta, y la piel del sequizo color de los
-abrojos; quedó allí fascinada un minuto, y, de repente, echó a correr
-entre la verde masa, por el hilo sutil de los senderos; movía con
-los codos el follaje, y el rumor de las hojas sacudidas le causaba
-indecible inquietud: todas las crueles fluctuaciones del pánico
-vibraban en los tirantes nervios de la doncella, empujando su loca fuga
-al través del centenal.
-
-Cuando llegó desalada al pueblo, no supo cómo hablar en casa del tío
-Cristóbal. Entró en la ruin vivienda, que de pobres menesterosos
-parecía, y halló a Facunda cosiendo en el clásico _cuartico_, la
-pieza que ciertos días solemnes sirve de comedor a los maragatos,
-forzosamente colocada entre la cocina y el corral; la misma que en casa
-de la tía Dolores han llamado _estradín_ por excepción.
-
-Ante la absorta mirada de su amiga, Marinela, confusa y torpe, acabó
-por decir:
-
-—Que tu abuelo se ha morido junto a la mies de Urdiales.
-
-—¿Mi abuelo?... ¿Sábeslo tú?...
-
-Facunda, con más asombro que dolor, se había puesto de pie.
-
-—Vengo de allá; le vide.
-
-—Pero, ¿qué le dió?
-
-—La muerte repentina.
-
-—¡Virgen la Blanca!... ¿Y qué hacía allí?
-
-—Mirando cómo abrían el calce: andamos al riego en nuestra hanegada de
-la Urz.
-
-—¿Asurcana de la nuestra Gobia?
-
-—¡Velaí!
-
-Con la costura en la mano, la moza volvió a sentarse enfrente de
-Marinela, doblada sobre un escañuelo en actitud de abrumadora fatiga.
-
-—Pues yo le estaba esperando para comer.
-
-—¿Y no comiste?
-
-—Nada.
-
-Quedaron mudas, mirándose a los ojos con sorpresa, al compás del reloj
-que se mecía en su caja de roble, señoreando el _cuartico_.
-
-Facunda levantó del solado un marchito ramillete de tomillana, y
-espantó con lentitud el enjambre zumbador de moscas, desatado en el
-aposento.
-
-—Y al biendichoso—dijo después—, ¿se le saltaría el corazón?...
-
-—¿El corazón?... Píntame que el mal le dolía en los ojos y en la boca:
-echaba espuma entre los labios y tenía el mirar lusco.
-
-—Salió de casa en ayunas, con una copa de aguardiente.
-
-—Pues cuenta que derecho fué a la mies. Allí dió en preguntar con
-quién se casaba mi prima.
-
-—¡Andanda!
-
-—Estaría algo chocho... ¡tantos años!
-
-—Y la boda ¿es con ese extranjero?
-
-Pasó un fulgor oscuro por las turquesadas pupilas de Marinela.
-
-—No sé—balbució, para añadir a poco:
-
-—Pero, digo yo que sí.
-
-—Es galán y bien apersonado—musitó en éxtasis Facunda...—¿Tienes
-hambre?—preguntó de repente, viendo a su amiga, blanca lo mismo que la
-cal, en demudación terrible.
-
-—No—dijo la otra con la cabeza.
-
-—Pues ¿qué tienes entonces?... ¡Estás priadica!
-
-La interrogada sacudió los párpados violentamente para ahuyentar la
-nube de su lloro, y pudo con esfuerzo tristísimo decir:
-
-—Me pasmó el difunto, ¿sabes?
-
-—¡Ah, ya!... Quedaríase muy feo; ¡sin las armas de Dios!
-
-—Mi madre le rezó el señor mío.
-
-—¿Están al riego entodavía?
-
-—Hasta la noche. La barbechera cae más alta que el regato, y es
-menester cavar mucho.
-
-—¿Quién os ayuda?
-
-—¡Nadie!
-
-Al evocar el desamparo de su pobreza con la triste palabra negativa,
-por la mente de la joven pasó el reflejo seductor de los caudales del
-tío Cristóbal.
-
-—¡Vais a heredar a rodo!—murmuró fascinada, sin envidia ni rencores.
-
-Alumbráronse los ojos descoloridos de Facunda y una sonrisa beata se
-le cuajó en los labios. Todos los matices de la emoción, suscitada por
-aquel anuncio, resplandecieron en esta frase elocuente:
-
-—Voy a comer...
-
-Alzóse de nuevo, con ademanes pesados: era gruesa, fuerte, baja; tenía
-mejillas carnosas, tez bronceada por el sol, mirada pasiva, y una
-insignificante belleza juvenil en el conjunto de la figura.
-
-Revolvía Marinela su curiosidad alrededor, resumiendo maquinalmente
-el inventario del _cuartico_. Y, de pronto, la hizo estremecer una
-anguarina del tío Cristóbal, colgada en el apolillado capero, rígida y
-sin aire, como una mortaja.
-
-—Tienes que avisar a la Justicia—le advirtió a la heredera con
-solemne tono.
-
-—¡Ah! ¿Sí?—clamó Facunda, abriendo mucho la boca.
-
-—¡Natural!
-
-—¿Quién lo dijo?
-
-—Mi madre.
-
-—¿Pero es obligación?... Cuando murió la abuela no llamaron al juez.
-
-—Porque estuvo en la cama... Cuando el tío Agustín se atolló en la
-nieve y amaneció cadáver, vino el Ayuntamiento.
-
-—Y ¿a quién mando a Piedralbina?—murmuró atribulada la moza, como si
-tuviese que realizar una hazaña insuperable.
-
-—Manda a _Rosicler_.
-
-—Tiene el aprisco a la mayor lejura, en los alcores del Urcebo...
-
-—Pues a tu hermano...
-
-—Anda a la escuela...
-
-Quedáronse de nuevo silenciosas, sumidas en la preocupación terrible de
-aquella grave dificultad.
-
-Marinela se había puesto de pie, sin apartar mucho los ojos de la
-anguarina parda.
-
-—¿No habrá un motil que te haga el mandado?—murmuró despacito, como
-si alguien durmiese.
-
-Y Facunda, en el mismo tono de misterio, resolvía:
-
-—Iré yo después de comer y de avisar en casa de mi madre.
-
-—¡Eso!
-
-Felices con el hallazgo de aquella inesperada solución, se miraron en
-triunfo, sonrientes, como si hubiesen escapado de un enorme peligro.
-
-Tras largo y duro rechinamiento de resortes, dió el reloj una lenta
-campanada, y Marinela, despidiéndose muy lacónica, salió de puntillas,
-apresurada y vacilante.
-
-—Al paso que vas—dijo la dueña de la casa con luminosa
-inspiración—podías contarle a don Miguel...
-
-—¡No puedo, no!—atajó la infeliz, temblando locamente.
-
-—¿Por qué, criatura?
-
-—¡No puedo, no!—y agarrada al cestillo, volvió a correr la mozuela
-triste, dejando a su vecina con la boca abierta. Pero al doblar la
-calle y cruzar la plaza, en el mismo brocal de la memorable fuente la
-detuvieron una sombra, una voz y un saludo. Era el propio forastero de
-quien la moza huía: llegaba sonreidor y alegre; extendió los brazos
-para contener la delirante carrera de la joven, y con audaz halago le
-rezó al oído, como un eco de su primera entrevista:
-
-—¡Salve, maragata!
-
-Un grito y un sollozo contestaron a la oración devota del poeta...
-Tuvo él que sujetar el talle de la moza, fatalmente inclinado hacia el
-pilón donde el agua decía la eterna incertidumbre de las cosas humanas.
-
-—¿Me tienes miedo?—preguntó conmovido, hablando a Marinela de tú,
-como a una niña.
-
-Todo el nublado de las contenidas lágrimas estalló entonces.
-
-—Pero, ¡siempre lloras!—exclamó Terán con angustia—. ¿Qué tienes?...
-¿Por qué sufres?
-
-Ella se dejó sostener un instante, enloquecida por el desbordado
-ensueño de su alma, y al punto quiso huir.
-
-—¿Temes que te haga daño?... ¿Estás enferma?—seguía el joven
-diciendo, con blandura y cariño, sin dejarla escapar.
-
-—¡No puedo, no!—repitió aún Marinela con gemido impotente, como si ya
-no supiese decir otra cosa.
-
-Y a Rogelio Terán le pareció que la desconsolada frase había causado un
-estremecimiento profundo en el transparente corazón del agua.
-
-—¿Qué tienes, dime?—insistió el poeta.
-
-Alzóse el lindo rostro con tal expresión de súplica y mansedumbre, que
-el caballero aflojó los brazos y dejó partir a la zagala.
-
-Ya entonces la triste no pretendió correr. Fuése con pie desfallecido,
-deshecha en lágrimas y sollozos, dándoles libertad con repentina y
-bárbara crudeza, con alarde infantil.
-
-Sorprendido y emocionado la vió Terán hundirse en la ardiente calle.
-No había él ido a Valdecruces para hacer llorar a las mujeres, y su
-experiencia, un poco mundana, le advertía de misteriosas culpas en
-el llanto de aquella joven. _Mariflor_ le había dicho que su prima
-gozaba poca salud, que padecía de tristezas y lloros, y que desde la
-noche de la farsa se había puesto mucho más inapetente y melancólica,
-más trasoñada y sensible. Por dos veces la encontraron escribiendo el
-romance de la _Musa_ entre lágrimas y suspiros. Y Olalla, su compañera
-de lecho, contó que la niña por la noche no pegaba los ojos, y que si
-acaso al amanecer se adormecía era para soñar con voz alucinante los
-versos de la farandulera.
-
-También supo el forastero por don Miguel, con otros muchos pormenores,
-que la zagala tenía vocación de monja. Pero, con su penetrante vista de
-buen lector de almas, el poeta adivinó aquella tarde un nuevo aspecto
-en la enfermedad complicada de la niña.
-
-Dióse a estudiar el conflicto con inquietud y lástima, ruano y
-meditabundo, al través del pueblo inmóvil, sin advertir que se había
-borrado en el rojizo suelo la sombra exigua de las paredes, y que ardía
-la luz, como un volcán, vertida a plomo en las silentes calzadas.
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-XIV
-
-ALMA Y TIERRA
-
-
-DESDE aquel medio día luminoso en que Rogelio Terán llegó a
-Maragatería, soñador y aventurero, a semejanza de Don Quijote, habían
-transcurrido dos semanas apenas, tiempo harto breve para curiosear la
-tierra y el alma de este país incógnito y huraño, tosca reliquia de las
-viejas edades, remanso pobre y oscuro de los siglos de hierro.
-
-Deslizábanse los amores de _Mariflor_ y el poeta como idilio sereno
-y apacible en la vida un poco fatigada del mozo, mientras se le iba
-mostrando la dulce novia aún más gentil que en el primer encuentro
-inolvidable, más esbelta y pensativa, luciendo más su innato señorío
-sobre el fondo gris de Valdecruces.
-
-Cuantas impresiones recibió aquí el artista en sus andanzas tuvieron
-una fuerte originalidad. Con grande asombro y compasión aprendía la
-dura existencia de este pueblo de mujeres, bravo y taciturno, que
-ni el tiempo ni el olvido lograron borrar de las crueldades de la
-estepa al través de las centurias: hábitos y costumbres, semblantes
-y caracteres, mostráronse al novelista esquivos y asequibles a la
-vez, como si el rostro de la aldea, tan cándido y tan rudo, guardara
-hondos misterios bajo las tenaces arrugas de los siglos... Calzadas
-escabrosas, rúas cenicientas, míseras cabañas, casucas de adobes,
-techumbres de bálago, trajes, palabras y tipos, descubiertos al primer
-vistazo en toda su interesante rusticidad, callaban la certeza de su
-origen y escondían su historia en la penumbra de caminos ignotos:
-un marco de nieblas y de sombras envolvió a Valdecruces delante del
-forastero, a la luz espléndida del sol.
-
-En la romántica incertidumbre de sus observaciones veía el poeta surgir
-a cada instante el vivo enigma de unos ojos claros, de una boca muda,
-de un talle macizo y un lento ademán; la humilde y robusta silueta de
-una mujer, de una esfinge tímida, silenciosa, persistente: ¡la esfinge
-maragata, el recio arquetipo de la madre antigua, la estampa de ese
-pueblo singular petrificado en la llanura como un islote inconmovible
-sobre los oleajes de la historia!
-
-Esta imagen perenne, más diminuta y simple, más asustadiza y torpe,
-repetíase pródigamente en los niños: la cara redonda, elevado el
-frontal, cóncavo el perfil, los ojos pardos, verdes o azules, con una
-vaga tendencia oblicua, daban a todos un aire primitivo de candor y
-timidez, un viso triste de pesadumbre y esclavitud. El sesgo leve
-de la mirada era nota de cobardía y sumisión más que de recelo o
-disimulo; y los gestos pausados, los calmosos debates de la palabra y
-el pensamiento para resolver la más sencilla de las dudas, delataban un
-cultivo intelectual muy rudimentario, un secular abandono de aquellas
-mustias imaginaciones.
-
-Ningún rasgo masculino altivecía el semblante fusco de la aldea; los
-pocos viejos que allí se refugiaban habían perdido la energía viril
-lustrando por ajenos países, y en el esfuerzo bravío que sacudía a las
-mujeres sobre el páramo, no asomaba ese alarde varonil de que algunas
-hembras suelen revestirse al trabajar como los hombres: todo el ímpetu
-fuerte de estos brazos, cultivadores del erial, derivaba del materno
-amor, fuente inagotable de renunciaciones y heroísmos, divino poder que
-allí se manifestaba callado, fatal y oscuro en las almas femeninas.
-
-A tales conclusiones fué conducido el forastero al través de sus
-íntimas charlas con el cura.
-
-—¿Qué hay—preguntaba Rogelio cada vez más curioso—en estos corazones
-tan recatados y sufridos?
-
-—Hay madres solamente—respondía, melancólico, don Miguel.
-
-—¿Y el amor sexual, esa lozanísima planta de la juventud que florece
-en todos los países del mundo?
-
-—Estas mujeres sólo conocen la obligación de la esposa que debe
-concebir.
-
-—Pero el sentimiento, la exaltación del espíritu hacia el hombre que
-eligen, ¿tampoco lo conocen?
-
-—No eligen: se les da un marido, y ellas le acatan mientras puede
-sostener a la familia.
-
-—Habrá excepciones.
-
-—Ninguna.
-
-—¿En toda la región?
-
-—En toda... si algún elemento extraño no se mezcla en la vida
-maragata...; que no suele mezclarse.
-
-Bajo el tono apacible de la respuesta creyó Terán percibir una embozada
-reconvención. Hallábanse ambos amigos a solas en el despacho del
-sacerdote, estimulando su plática con el humo de los cigarros, mientras
-el tío Cristóbal agonizaba en la mies.
-
-Parecía que de intento el cura no quisiera aludir directamente a los
-discutidos amores del poeta y _Mariflor_. Y en esta actitud sentía el
-mozo latir una sorda hostilidad.
-
-—¿Yo «sería» en Valdecruces ese «elemento extraño» que tú
-dices?—preguntó de repente.
-
-—¡Quién sabe!—respondióle con tristeza don Miguel.
-
-—¿Estorbo?
-
-—¡En mi casa nunca! Pero...—dijo el párroco suavemente—contra
-ti se vuelve la realidad; yo dudo que estés destinado a cumplir en
-Maragatería una misión redentora, como tú supones.
-
-—¿Ni siquiera la de salvar a una sola mujer?... ¿no tendrá ella
-bastante con mi corazón y con mi vida?
-
-—Tu vida no depende de ti... Tu corazón... ¡quizá tampoco!
-
-—¡Hombre!
-
-—Acuérdate...
-
-—Si, ya me acuerdo—interrumpió desconcertado el poeta—; pero esa
-lúgubre memoria no ha de apartarme para siempre de la felicidad.
-
-—La felicidad no es de este mundo...
-
-—Si argumentas así, a lo asceta...
-
-—¡A lo maragato!—sonrió acerbamente don Miguel.
-
-—¿Y juzgas que Florinda ha nacido para sacrificarse?
-
-—Florinda ha nacido para obrar el bien...
-
-—Como todo fiel cristiano.
-
-—Pero con especial misión de bienhechora... Oye, Rogelio—añadió el
-cura, mirando de frente a su amigo y hablando recio, como quien tomase
-de pronto una determinación—. Tus intenciones son muy hermosas.
-Viniste a Valdecruces generosamente equivocado detrás de una mujer: si
-la quieres «salvar», como tú dices, no interrumpas sus pasos hacia la
-más segura y definitiva de las salvaciones.
-
-—Estorbo: es indudable.
-
-—Para que ella siga su trazado camino, sí.
-
-—¿Por qué no me hablaste con esta franqueza desde el primer día?
-
-—Porque vuestro idilio me perturbó un poco... porque no juzgué tan
-firme la perseverancia de _Mariflor_.
-
-—¿Y ahora?
-
-—Veo más claro: sacudo la romántica influencia de vuestras
-confesiones; miro la realidad de las cosas... No tenemos derecho, ni tú
-por egoísmo, ni yo por sensiblería, a impedir la obra de compasión que
-ella se propone realizar... Creo, en fin, que debes retirarte en tanto
-_Mariflor_ pacta con su primo.
-
-—Pero, ¿ha sonado la hora?
-
-—Está al caer. A instancias mías, Antonio adelanta su viaje: llegará
-esta semana, cuando menos se piense.
-
-—Y mi marcha en este caso, ¿no parecerá una cobardía?... Te equivocas
-si piensas que me retiene aquí el egoísmo, cuando me asalta la más viva
-piedad.
-
-—¿De una sola y linda mujer?
-
-—¡Ojalá pudiera yo redimir a otras!
-
-—¿Y si pudiera Antonio?
-
-El pretendiente, amoscado, casi ofendido, respondió con ironía:
-
-—Consintiendo el esposo que la esposa le hable de usted, le sirva y le
-acate como a un dios, y reviente en el páramo mientras él se regodea en
-la ciudad, ¿así quieres que yo suponga grandes hazañas de un maragato
-para su familia?... Aquí tiene «tu protegido» a su gente pudriéndose de
-miseria, y no la socorre...
-
-—El móvil del amor puede inducirle...
-
-—¡Qué amor ni qué ocho cuartos, hombre! Vosotros hacéis las bodas con
-un poco de rutina y otro poco de interés...—Detúvose temiendo ofender
-a su huésped, templando la vehemencia de la voz para añadir:—Eso me
-has dicho tú...
-
-—Y es la verdad—repuso don Miguel sin alterarse—. Pero quizá en
-otros pueblos más adelantados y felices no se hacen las bodas de más
-digna manera: ingredientes distintos, colores más brillantes, disimulo
-y finura para dorar la píldora... Al fin y al cabo, matrimonios sin
-amor.
-
-—No siempre.
-
-—Muy a menudo.
-
-—Siquiera esos matrimonios no llevarán consigo la injusticia irritante
-de causar una víctima sola.
-
-—Muchas veces, sí: ¡la mujer!
-
-Alzóse Terán de la silla, nervioso, confundido con el recuerdo de su
-madre, que de pronto le pesaba como una losa. También el sacerdote dejó
-su escabel; tiró la punta del cigarro y comenzó a decir con la voz
-persuasiva y amable:
-
-—Mira, Rogelio, amigo mío: el amor, ese sentimiento exaltado,
-ambicioso, inmortal que nos sacude y nos enciende, esa divina escala
-que nos conduce a Dios desde la tierra, sólo por singular prodigio
-tiene un peldaño donde puedan abrazarse para ascender unidas dos
-criaturas...
-
-—Bien; y ese peldaño...
-
-—No se consigue por la curiosidad romántica ni por la compasión que
-sientes hacia Florinda Salvadores. De no poder subir con ella en
-triunfo por la divina escala, déjala en Valdecruces, que labre aquí
-consuelos...
-
-—¿Y martirios?
-
-—El hacer bien mitiga el propio dolor, le cura, le recompensa. Quien
-más ama, con más brío se inmola...
-
-—Es decir: ¿que me desahucias definitivamente?
-
-—No; te aconsejo. Escucha. Ni de este amor que yo digo, ni de ese
-otro que tú decías antes—impulsos, deseos y simpatías más o menos
-sutiles—, suelen darse aquí las flores; ya te lo he confesado. Pero de
-la llama sagrada, del divino soplo, tenemos un trasunto inconsciente
-en el amor fortísimo de las madres. Florinda no quedaría huérfana de
-todo goce; de este amor puede ella disfrutar con más cordura que otras
-mujeres, con más sazón y gracia.
-
-—¡También con más tristeza!
-
-—Si se resigna y se conforma, no. Toda la felicidad del mundo
-consiste, a mi parecer, en eso: en conformarse.
-
-Una pausa y un suspiro detuvieron el discurso de don Miguel mientras el
-artista murmuraba:
-
-—¡No has dicho poco!
-
-Blanda y persuasivamente siguió explicando el cura:
-
-—En estos matrimonios que, como tú dices bien, ayuntan la costumbre y
-la conveniencia, hay, sin embargo, un fondo de respeto y de fidelidad
-muy ejemplares. Es cierto que la mujer come en la cocina, sirve
-al marido a la mesa, le dice de vos, le teme y le desconoce; que
-trabaja en la mies como una sierva y le ve partir sin despecho ni
-disgusto. Pero en esto que ella hace y él consiente, no hay deliberada
-humillación por una parte ni despotismo por la otra: hay en ambas
-actitudes una llaneza antigua, una ruda conformidad. Aquí el alma es
-primitiva y simple; las costumbres se han estancado con la vida; ello
-es fruto del aislamiento, de la necesidad, de la pobreza: estamos aún
-en los tiempos medioevales.
-
-—Pero los maragatos emigran todos; ¿cómo no toman ejemplo de los
-países más cultos?
-
-—No les impulsa fuera de aquí la ambición tanto como la miseria. Los
-que en sus luchas lograron vencer a la ignorancia, han sabido entrar
-de lleno en la civilización y honrar a su país. Tenemos en América
-letrados, industriales, fundadores de pueblos que han hecho prevalecer
-su traje regional y sus familiares virtudes al través de influencias
-muy extrañas... Tú sabes que los afortunados son muy pocos. Y la
-mayoría de nuestros emigrantes sigue padeciendo la estrechez de la
-inteligencia en precaria vida, trabajando en vulgarísimos trajines.
-Ellos se consideran una casta aparte en el mundo, y tan apegados están
-a sus leyes morales, que no adoptan de las ajenas cosa alguna, ni buena
-ni mala. Son padres excelentes, ciudadanos trabajadores, económicos,
-fieles y pacíficos. Si no saben sonreir a su esposa ni compadecerla,
-tampoco saben engañarla ni pervertirla: no la tratan ni bien ni mal,
-porque apenas la tratan. La toman para crear una familia, la sostienen
-con arreglo a su posición; y la reciedumbre de estas naturalezas
-inalterables descarga ciegamente todo el peso de su brusquedad sobre la
-pasiva condición de la mujer; pero sin ensañamiento ni perfidia, con el
-fatal poderío del más fuerte.
-
-—¿Lo encuentras justo?
-
-—Lo encuentro humano.
-
-—¿Y lo disculpas?
-
-—No: lo compadezco. Toda fuente de ternura cegada me produce sed y
-tristeza.
-
-Brillaron húmedos los ojos del sacerdote, al evocar tal vez una
-doliente memoria, y Rogelio preguntó, mirándole con suma curiosidad:
-
-—¿Tu discurso me quiere convencer de que _Mariflor_ necesite uno de
-esos maridos... de la Edad Media? Porque todavía no me lo has probado.
-
-—Nada pretendo probarte; quiero que conozcas toda la posible situación
-de Florinda casada con ese hombre que, en el peor de los casos para
-ella, no la impediría vivir con desahogo y socorrer a la familia;
-quiero que pienses cómo puede ocurrir que la muchacha gane el corazón
-de su primo para remediar las desventuras de la abuela.
-
-—¿Mediante la boda?
-
-—O sin la boda: lo que ha de suceder no lo sabemos. Y necesito también
-decirte que para mí, procurador y abogado de esta pobre gente, no se
-trata sólo de Florinda, sino de dos madres infortunadas, de dos hijos
-emigrantes y tristes, de cinco criaturas más, cuyo porvenir parece
-cifrado en el destino de esa joven...
-
-—Pero yo sería un cobarde si desmintiera sus esperanzas de felicidad.
-
-—¡Y dale con la felicidad! Si _Mariflor_ no te hubiera conocido, se
-consideraría feliz al hallar un esposo acaudalado y fiel.
-
-—No sólo de pan se vive... Sería muy desgraciada en la vulgaridad y el
-abandono de una existencia semejante...
-
-Parecía el sacerdote otra vez distraído en lejanas memorias, cuando
-murmuró con solemne acento:
-
-—No es vulgar si solitaria una vida donde el bien se reproduce; el
-sacrificio es obra de alto linaje que recibe muy ocultas recompensas.
-
-—Pero, ¿tú eres un maragato positivista o un místico delirante?
-
-—Soy un pobre cura de almas que desea cumplir con su deber. La misión
-mía es de paz y de amor, y en la dura tierra que labro no puedo soñar
-con frutos sino a costa de dolores: me esfuerzo en adulcirlos cuando es
-imposible evitarlos.
-
-—No así con Florinda.
-
-—Si ella acepta una cruz y yo la enseño a llevarla, ¿no habré
-dulcificado su camino?
-
-—Todos tenemos derecho a buscar un camino sin cruces.
-
-—No hay quien lo encuentre.
-
-—Mientras se busca y se confía...
-
-—Se pierde el tiempo.
-
-—Se vive con ilusiones.
-
-—Antes que verlas perecer, es mejor encumbrarlas.
-
-—Ya ya; siempre el mismo asunto: la otra vida. Dios nos manda también
-lograr ésta.
-
-Abismado nuevamente en remotas membranzas, exclamó el cura:
-
-—_¡La mujer es un ser misterioso nacido para amar y para sufrir!_
-
-—Eso, ¿lo discurres tú?—preguntó impaciente el artista.
-
-—Son palabras de un filósofo cristiano. Yo las he visto cumplidas en
-muchas ocasiones.
-
-Posó una amarga tristeza en la rotunda afirmación. Terán, absorto,
-sombrío, interrogó casi huraño:
-
-—En fin, ¿qué me pides?
-
-—Poca cosa: que no reveles a Florinda esta confidencia; que procures
-no turbar sus planes; que esperes con prudente actitud, sin desanimar a
-la muchacha ni comprometerla.
-
-—Y ¿crees que debo partir?
-
-Vaciló don Miguel.
-
-—Mi casa es siempre tuya—pronunció cordialmente—, pero sería de mal
-efecto que Antonio se creyera suplantado antes de negociar con su prima.
-
-—Nadie más que tú y Olalla sabe de nuestras relaciones.
-
-—Y todo Valdecruces. Ya te dije por qué el tío Cristóbal quería hacer
-patente el inevitable rumor de este amorío; hoy supe, por mi sobrina,
-que, valiéndose de _Rosicler_, otros rapaces y algunas mozas, el viejo
-trata de que esta misma noche os echen «el rastro».
-
-—¿Y eso qué es?
-
-—Una costumbre del país: cuando las zagalas sospechan de una
-negociación matrimonial, van de noche, callandito, a poner un reguero
-de paja, visible y ufano, desde la vivienda del novio a la de la novia,
-con ramificaciones a otras casas, indicando convites al casamiento. A
-la puerta de la presunta desposada tejen una especie de colchón con
-ramaje y rastrojos.
-
-—El lecho nupcial—sonrió el artista encantado.
-
-—Sí; un remedo a la vez insolente y candoroso, increíble en el enorme
-pudor de estas mujeres.
-
-—Pues yo no sé si aquí la castidad sin luchas ni peligros,
-eternamente dormida, tendrá mucho mérito a los ojos de Dios...
-
-—No negarás que es una virtud.
-
-—O un signo acaso de bárbara esquivez.
-
-—¿Quién sabe si la civilización al sensibilizarnos y pulirnos, nos
-hace más o menos asequibles al mal?
-
-—Nos hace conscientes, hombre, que es tanto como hacernos
-responsables: qué, ¿tiras a retrógrado?
-
-—Tiro a párroco de Valdecruces, por ahora.
-
-—Bueno. ¿Y el rastro ése?
-
-—Es un compromiso oficial de casorio si la moza no protesta. Si
-rechaza al pretendiente, o los rumores del noviazgo son inciertos,
-ella conduce el surco hasta una laguna, charco o regajal, durante la
-siguiente noche.
-
-—Es curioso.
-
-—Da margen a una salida nocturna, llena de sigilo y moderación, por
-supuesto. He tomado mis precauciones para evitar que os comprometan con
-la broma, aunque si persiste el propósito...
-
-—Marcharé en seguida—dijo Terán reflexionando—, Anunciaré a
-_Mariflor_ la posibilidad de que una carta urgente me obligue a
-partir... pero mi viaje no será una retirada, sino una tregua: sólo con
-esa condición te daré gusto.
-
-—Ni yo te pido más. Una tregua precisamente, que te dará también
-espacio para posar tus impresiones y resolver con toda cordura en
-negocio tan importante.
-
-—Entonces, pasado mañana, si te parece...
-
-—Muy bien. Dios te ayude.
-
-Y mucho más satisfechos de lo que hubieran podido suponer durante el
-curso de la conversación, bajaron los dos amigos a pedir el yantar.
-
- * * * * *
-
-Una hora después, sin cuidarse del sol, rondaba Rogelio la calle de
-Florinda, avisado por ella de que estaría sola y podrían hablar un
-rato.
-
-No tardó en aparecer sobre la sebe mazorral, entre rubos y agavanzas,
-la gentil cabeza de la moza. Presentóse con una de esas dulces sonrisas
-que nacen en los ojos y crecen en los labios, y acogió con apasionada
-ternura el credo fervoroso del amante. Él, con mucha suavidad,
-deslizó en la plática el temor de una repentina ausencia: sus asuntos
-amenazaban llamarle a Madrid de un momento a otro.
-
-La súbita emoción que encendió el semblante de la joven, mostróla tan
-triste, tan pesarosa y estrujada por la vida, allí muda y trémula entre
-las zarzas del vallado, que el mozo, vivamente conmovido, le prestó mil
-espontáneos juramentos de constancia y fidelidad.
-
-—Volveré pronto—decía—, cuando tú me asegures que estás dispuesta a
-venirte conmigo.
-
-La miraba, gozoso de saberse profundamente amado, y sufriendo al verla
-tan atormentada y dolorosa, visibles ya en su cara los esfuerzos de la
-lucha que sostenía con el duro trabajo, apenas caído sobre los débiles
-hombros. ¿Qué iba a ser de ella prolongando la amarga situación? De la
-cruel servidumbre, ¿la había de redimir el oro del primo o el amor del
-poeta?
-
-Como si la joven adivinase que aquella duda cabía en el pensamiento del
-amado, murmuró con furtiva esperanza:
-
-—¡Sí; volverás pronto!
-
-Y pudo sonreir: aún dijo alegres frases y devolvió promesas de ardorosa
-pasión, cauta y firme contra el primer asalto de una sorda inquietud
-que le empañó el terciopelo oscuro de las pupilas, igual que si la
-pálida sonrisa de los labios ya no pudiese volver nunca hasta los ojos
-donde había nacido.
-
-Quedaron los novios en verse por la tarde en la mies. Pensaba Florinda
-salir a la caída del sol, cuando el agua corriera por los liños en la
-hanegada de la Urz, ya vencido el trabajo del riego que traía a la moza
-desvelada.
-
-Despidióse Terán rendidamente, y se alejó despreocupado, con una
-ligereza de espíritu indefinible y extraña en aquel momento: sentíase
-optimista, lleno de dulces seguridades que apenas tenían raiz en su
-conciencia, mecido en vagas ilusiones no menos gratas por imprecisas y
-locas. Iba envuelto quizá, en cendales de amor, en el divino manto que
-cubre con infinita dulzura a quien lo recibe, y destroza las manos que
-lo tejen.
-
-Así encontró a Marinela, que huía de él y que cayó en sus brazos
-derretida en lágrimas. Cuando la dejó partir transido de compasión,
-perdió de repente la serena beatitud que le envolvía y hallóse
-despierto a sus íntimos cuidados, pesaroso de tocar tantas tristezas,
-perdido en confusiones y recelos, como si la zagala enfermiza le
-hubiese contagiado con los zollozos todas sus inquietudes y ansiedades.
-
-Horas enteras vagó irresoluto y febril al través de Valdecruces,
-acosado por la opresora sensación de hallarse prisionero. Una angustia
-de cárcel le martirizó en cada rúa triste y ardiente. Y el cansancio
-y la sed le llevaron a la entrada silenciosa de la taberna, sobre la
-cual un lienzo inmóvil y de dudoso color denotaba a estilo del país el
-tráfico de vinos.
-
-Pidió el forastero un vaso y una silla, no sin dar grandes voces, a las
-que acudió un anciano. Servido con mucha parsimonia, contemplado con
-asombro por una vieja que llegó tras el viejo, supo allí que el tío
-Cristóbal Paz había fallecido de un sofoco en la mies.
-
-—¿Trabajando?—preguntó con lástima.
-
-—¡Quiá!; no, señor; mirando cómo andaban al riego unas mujeres.
-
-—¿Las de Salvadores?
-
-—Esas; ya fué allá don Miguel con el Santolio pero no le alcanzó arma
-ninguna; ahora están esperando a la Justicia para levantarle.
-
-Descansó el poeta unos minutos, pagó con esplendidez el vaso de agua
-con vino, y buscó una salida al campo, orientándose hacia naciente. Era
-casi la hora de su cita con _Mariflor_; y el trágico acontecimiento de
-la tarde parecía propicio a que la presencia del galán en la mies no
-inspirase desconfianzas.
-
-Ya en el libre camino aparece un poco nublado el cielo: tenues vellones
-grises circundan el ocaso donde el sol se inclina malherido por la
-noche, implacable y rojo sobre la sedienta planicie.
-
-Cuando Rogelio rinde la finísima senda de la mies y se asoma al campo
-baldío donde el cauce se tiende hacia el arroyo, un espectáculo de
-tremenda emoción le pasma y le sacude.
-
-Allí, donde la rotura brava del erial toca en suave cima con el borde
-del regatuelo, se yerguen Olalla y Ramona sobre los cárdenos fulgores
-de la luz poniente. El ronco retumbar de sus azadas repercute áspero y
-terrible, lo mismo que una cava de sepultura; avanzan y tunden las dos
-mujeres, solemnes y misteriosas frente al ocaso como si le estuvieran
-abriendo una sagrada fosa al astro moribundo; con mucha prisa, antes de
-que le envuelva la noche en el sudario gris de la llanura.
-
-El cadáver del tío Cristóbal duerme en la rastrojera, a medio cubrir
-por un piadoso abrazo de retamas; junto a él la tía Dolores reza o
-llora, y vigila en una expectación delirante; y en el otro confín del
-horizonte una orla de nubes pálidas tiende su pesadumbre a la orilla
-del cielo.
-
- * * * * *
-
-La respetada hora de la siesta había pasado magnánima aquel día sobre
-las cavadoras de la mies de Urdiales.
-
-Aprovechó Olalla el reglamentario reposo para satisfacer un repentino
-impulso de su corazón. Y destacándose valiente en el abrasado rebujal,
-cortó en la mustia ribera del arroyo un haz tan grande de retamas como
-pudo ceñirle entre sus brazos, bien abiertos, robustos y acogedores.
-Aún supo esmerarse con paciente solicitud, escogiendo en el retamal las
-flores menos tristes; quería cubrir al muerto contra las moscas y el
-sol, y hacerle los honores de la mies con un poco de dulzura.
-
-Mientras hacinó la pálida genesta sobre el cadáver, las otras dos
-mujeres rezaban el rosario, acurrucadas en la linde del plantío.
-Contaba Ramona las avemarías por los dedos, murmurando al final de cada
-decena, a guisa de responso:—_Requiescanquinpace_. Dijo después la
-letanía de la Virgen, en el mismo bárbaro latín, y comenzó a hilvanar
-una serie formidable de padrenuestros por las obligaciones del difunto.
-
-Tranquila, hierática, agotó la mujer el repertorio de las oportunas
-preces, con la calmosa ayuda de la vieja, cuando fué Olalla a sentarse
-entre las dos, murmurando:
-
-—¿Qué hará Tirso, el heredero, con nosotras?
-
-—Quedarse con todo; quitarnos la casa; ese hereda las codicias con los
-intereses—respondió la madre—. Su cara morena parecía más oscura, y
-su acento, siempre brusco, sonaba más enrudecido.
-
-Callaron las tres un instante, sobrecogidas bajo la dureza de aquella
-afirmación.
-
-Tirso Paz tenía fama de avaricioso; recibía el caudal paterno después
-de una larga vida de privaciones, despechado contra la injusta suerte
-del hijo pobre que tiene un padre rico; de seguro heredaba ansioso,
-violento, impaciente de poseer, sin lástimas que para su miseria nadie
-tuvo, sin treguas piadosas que su mismo padre le enseñó a negar.
-
-Esta certidumbre tembló, fatídica, al borde de la mies, en el ardiente
-silencio lleno de luz, y ahogó sus ansiedades al imperioso aviso de
-Ramona que, consultando al sol, pronunció gravemente:
-
-—Acabóse la sosiega.
-
-Avanzó hacia el cauce con la azada al hombro; la anciana y la niña la
-imitaron y, al pasar junto al muerto, las tres hicieron reverentes la
-señal de la cruz. Inició Ramona otra vez la cava con un brío salvaje,
-como si la tierra le fuese violentamente aborrecida, como si en cada
-golpe de los tundentes brazos pusiera un ímpetu de odio.
-
-Así avanzó la rotura al correr de las horas, entre una nube de polvo
-estéril, pálida sangre de las sequizas entrañas abiertas a la sed del
-centeno en furiosa persecución del regajal.
-
-A menudo la tremenda mujer volvíase hacia la muchacha para decir
-sordamente:
-
-—¡Aguanta, niña!
-
-Y la pobre bisoña, sin aliento, empapada en sudor, seguía los pasos
-de su madre, ya lejos de la abuela, que se quedaba atrás alisando
-maquinalmente los terrones movidos, sin saber lo que hacía, como un
-instrumento inútil y abandonado.
-
-Una súbita parálisis de todas sus fuerzas aplastaba a la tía Dolores
-en la hendedura, triste y absorta, escarbando el polvo. Sentíase
-impotente en el campo por primera vez en su vida. Sobre la infeliz,
-esclavizada a la tierra por un amor recio y sombrío, caía el dolor de
-la incapacidad con angustiosa certidumbre. Y cuanto más irremediable
-era su desventura, más sensible se alzaba en su pecho un oscuro rencor
-hacia aquella otra mujer, fuerte y joven que, arrebatándose en el
-trabajo como una furia, ordenaba soberbia:
-
-—¡Aguanta, niña!
-
-La esposa, inflexible para recibir al esposo pobre y enfermo, podía
-enorgullecerse como madre, capaz de acoger a un hijo desgraciado. Pero
-la mujer vieja, la inútil labradora, ya no tenía derecho ni a ser madre.
-
-Así pensaba turbiamente la tía Dolores, recordando, para mayor
-pesadumbre, el peligroso albur de sus hipotecas en poder de Tirso Paz,
-más temible que el propio tío Cristóbal. Sin mies, sin casa y sin
-arrestos para el trabajo, ya no lograría recibir a Isidoro, ni valerle
-ni ampararle; ¡ya se había acabado todo para ella en el mundo!
-
-Probó la triste anciana a reanimar sus bríos, aún recientes, sobre
-la bien amada tierra. Quiso sentirla con la fuerte pasión de otras
-horas, y dominarla como en días mejores. Se inclinó audaz en el fondo
-del cauce, con la azada entre las dos manos, como disponiéndose a
-desenterrar con loca angustia sus fuerzas sepultadas y, al impulso del
-imposible deseo, cayó de rodillas hasta dar con la frente en el polvo.
-
-El chasquido agrio de los huesos no resonó tan fuerte como los golpes
-de la cava, y la vieja se alzó sin escándalo, vencida y pesarosa como
-nunca, a tiempo que una voz apremiaba, cada vez más distante:
-
-—¡Aguanta, niña!
-
-Se iba quedando la tía Dolores sola con el muerto; le miró pávida y
-entontecida. Sobre él languidecía la genesta, formando un bulto largo y
-amarillo a ras de los rastrojos, en el borde de la rota.
-
-Sentóse cerca la mujer, con los recuerdos medio borrados y la seguridad
-de su impotencia convertida en lágrimas y oraciones.
-
-Algunas veces Olalla, viendo a la abuelita en tan singular actitud,
-llegóse a preguntarle si le hacía daño el sol. Ella negaba con un gesto
-del mortecino semblante, y la moza corría miseranda al arroyo para
-humedecer aquellos labios mudos, preguntando:
-
-—¿Por qué no busca la solombra? ¿Por qué no quiere descansar dello?
-
-La abuela balbucía en vago deliquio:
-
-—¡Aguanta, aguanta!
-
-Y volvía a quedarse con el difunto, lejos de las cavadoras.
-
-Comenzó a llegar gente por los senderos de la mies; algunos rapaces,
-prófugos de la escuela, algunas ancianas compasivas, el cura, el
-sacristán y el enterrador.
-
-Don Miguel reconoció ligeramente el cadáver, habló con las testigos de
-la imprevista muerte, y se volvió a marchar.
-
-Las mujerucas, sin interrumpir el trabajo de sus vecinas, repitieron
-con unción:—¡Biendichoso!
-
-Fuése el sepulturero a preparar la fosa, con serena delectación, y tío
-Rosendín, el sacristán, devolvió respetuosamente a la parroquia los
-sagrados óleos que habían acompañado a don Miguel.
-
-También los chiquillos desfilaron curiosos de ver llegar a la Justicia:
-impacientes por escoltarla, y por correr en las callejas del pueblo la
-trágica novedad.
-
-—Hasta la noche no pueden venir los de Piedralbina—había dicho el
-sacerdote—. Al paso lento de Facunda es imposible que les llegue el
-mensaje antes de las seis.
-
-Y toda la expectación quedó suspendida para el anunciado desfile.
-
-Mientras tanto el cauce tocaba ya la ribera del arroyo, y Ramona mandó
-a su hija hacer algunos sabios cortes en el terreno de la mies, para
-cuando el agua corriese.
-
-Arrastrándose entre los liños, la moza abrió con un destral leves
-surcos en la cabecera de la «hanegada». Y alzóse pronto, ardiendo en
-el calor reconcentrado de los panes, congestionada por la postura y el
-esfuerzo, para correr a la cumbre de la rota, obediente a la sugestión
-del terrible grito:
-
-—¡Aguanta, niña!
-
-Unos zarpazos más; un anhelo bravío de respiraciones; la suprema
-tensión de los músculos, el último temblor desesperado de los nervios,
-y las dos mujeres ven cómo el agua corre, humilde y fácil, convirtiendo
-la dura zanja en blando atanor de promesas bienhechoras.
-
-Tiembla y canta el arroyo, el sol se pone, los panes beben y las
-heroínas de la cava, febriles y deshechas, reposan junto al muerto...
-
-Cuando avanza Terán en el grave escenario, otra sombra le sigue.
-Florinda registra también la rastrojera desde el borde de un sendero.
-Llegan los dos al grupo singular, le miran silenciosos y escuchan cómo
-la abuela dice con furtiva emoción, que parece escapada de un delirio:
-
-—¡Ya no podré recibir a Isidoro!
-
-Se vuelve Ramona hacia aquel acento profundo, y sorprendiendo toda la
-amargura de la incapacitada madre, piensa de pronto en la propia vejez,
-ve de ella un ejemplo en la sombría inutilidad de la anciana, y llora
-con violentos sollozos, lívido el semblante reluciente de sudores,
-temblando el cuerpo, que despide un áspero olor montuno.
-
-Florinda y su novio retroceden espantados, sin adivinar el origen de
-tan repentino desconsuelo: quizá piensan huir de aquel brusco drama
-incomprensible cuando una atracción fuerte les inclina sobre el cadáver
-del tío Cristóbal.
-
-A la dormida luz del anochecer, bajo las retamas que ha movido la
-curiosidad, sólo enseña el viejo sus garrosas manos, con las uñas
-henchidas de la tierra arrebatada a los rastrojos en el arañazo supremo.
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-XV
-
-EL MENSAJE DE LAS PALOMAS
-
-
-HOY parte el poeta: después de medio día vendrá junto a los tapiales
-del huerto para despedirse de su amada.
-
-«Volverá pronto». Esta frase se ha repetido muchas veces en pocas
-horas, entre enamoradas ponderaciones. Meditándola con invencible
-angustia, _Mariflor_, convertida en lavandera, encrespa ropa junto a
-Olalla en el caz vecino de su calle.
-
-Muéstrase el cielo un poco aborrascado, y la temperatura, apacible,
-tiene el sutil frescor de la humedad.
-
-Silenciosas trabajan las dos jóvenes, mucho más hábil _Mariflor_
-de lo que su impericia pudiese prometer. La tristeza le aploma el
-pensamiento; mueve las delicadas manos entre espumas como una dócil
-máquina insensible.
-
-Mira Olalla las nubes pensando en la inutilidad del riego, y suspira
-al acordarse de la próxima siega: tampoco habrá un jornal para los
-segadores, ni un respiro para el descanso, ni una tregua en el bárbaro
-trajín, superior al esfuerzo de las pobres mujeres.
-
-Un vendedor ambulante pasa con su mulo cargado de baratijas y pregona
-cansado:
-
-—¡Tienda... tienda!
-
-—Vende hilo, agujas, adornos y otras cosas—dice Olalla a su prima con
-cierto orgullo.
-
-—Pero, ¿vende, de veras?
-
-—¡Natural!
-
-—Como aquí no hay quien compre...
-
-—¿No ha de haber? Se le cambian por las mercancías, huevos, lardo,
-palomas, simientes... gana mucho.
-
-En un silencio inalterable y sordo, repercute el eco del pregón:
-
-—¡Tienda... tienda!
-
-Al final de la calle, por la plazoleta de la fuente, cruza un maragato
-en alta cabalgadura, con equipaje y espolique.
-
-—¿Tirso Paz?—interroga Olalla con zozobra.
-
-—Parece joven. Tirso, ¿no es viejo?
-
-—Dicen que sí: yo no le conozco.
-
-Se quedan mudas y violentas, procurando ocultarse mutuamente las
-íntimas preocupaciones. Y al mediar la mañana terminan su labor.
-
-No hay nadie en el _estradín_ por donde las dos mozas buscan los
-pasillos, tornando a la casa por el corral.
-
-Marinela, doliente, calla en su dormitorio; y cuando Florinda quiere
-abrir el suyo, tropieza un fardo en el suelo y ve sobre la cama ropas
-de hombre, unas bragas y una almilla, llenas de polvo.
-
-—Ha venido tu primo, de repente, sin avisar—dice Ramona detrás de la
-muchacha—, y como ésta es la habitación de los forasteros...
-
-Florinda parece de piedra ante aquel masculino traje maragato. Y
-Olalla, que también se asoma al camarín, prorrumpe azorada:
-
-—¡Ha venido Antonio!... Era aquel viajero que vimos pasar.
-
-Y palidece como una muerta.
-
-—Sí; entró por la otra rúa—corrobora la madre con la voz menos agria
-que de costumbre.
-
-—¿Y dónde está? pregunta al cabo Florinda, con aire estúpido.
-
-—En cuanto se mudó de traje marchó a casa del señor cura: dice que le
-ha llamado él y que viene sobre lo de la boda.
-
-—Pues voy allá, ahora mismo.
-
-—¿Tú?
-
-—¡Claro!
-
-—Nunca vi cosa semejante: ¡una rapaza tratando con el novio del
-casamiento!
-
-—Mi primo no es mi novio; pero si lo fuera, con mucha más razón
-necesitaría hablar con él inmediatamente.
-
-Tan firme era el acento de la niña y tan rotunda su determinación, que
-Ramona, obligada a transigir, quiso imponer su autoridad exigiendo:
-
-—Olalla irá contigo.
-
-—Que venga.
-
-Y al volverse hacia su prima, asombróse _Mariflor_ de hallarla sin
-colores, desconcertada y absorta.
-
-—¿No vamos?—le dice.
-
-—Pero así, sin componernos un poco...
-
-—Si no tardas...
-
-—De un volido acabo.
-
-La maragata rubia desaparece seguida de su madre, mientras Florinda,
-sin entrar en la habitación, aguarda impaciente, sufriendo el brusco
-asalto de contradictorias emociones. ¿Qué va a conseguir de Antonio?
-¿Cómo es él, y cómo la juzgará a ella? Su suerte se decide sin duda
-en este día nublado y grave que pasa por Valdecruces tan sigiloso, tan
-descolorido...
-
-Le parece a _Mariflor_ que su prima tarda; se sorprende al considerar
-que se está componiendo como para una fiesta, sólo porque ha llegado
-Antonio. Y con un inevitable gesto de coquetería, ella se alisa también
-con las manos los cabellos, se sacude el vestido y repara los pliegues
-del jubón: quizá entrase al gabinete para corregir con más detalles
-el tocado, si una instintiva repulsión no la dejara otra vez tan
-meditabunda que no se fija en el atavío lujoso con que Olalla vuelve,
-ni en su semblante, ya compuesto y servicial.
-
-Hasta la vivienda del párroco no cruzan las dos primas una sola frase;
-pero ya en la puerta de don Miguel, Olalla detiene ansiosa a Florinda,
-y murmura difícilmente:
-
-—¿Qué le vas a decir?
-
-—Que nos salve.
-
-—Y... ¿no le quieres?
-
-—Para marido, no.
-
-—¡Piénsalo bien!; si le venenas las intenciones, nos dejará en la
-misma tribulanza.
-
-—¡No puedo hacer más!
-
-Ahora es _Mariflor_ la que palidece y tiembla con un gusto amargo en la
-boca y un velo de turbaciones en las pupilas.
-
-—¿Está arriba Antonio?—pregunta a Ascensión, que la recibe.
-
-—Está.
-
-—¿Y... Rogelio?
-
-—No le he visto salir.
-
-—Pero, ¿estaba con don Miguel?
-
-—Estaba.
-
-—Entonces...
-
-—No oigo hablar más que a dos personas... Don Rogelio entra y sale a
-menudo.
-
-Cuando la valiente muchacha preguntó a la puerta del despacho:—¿Se
-puede?...—un silencio de expectación dió margen al permiso, y la
-visita nueva fué acogida con el mayor asombro.
-
-Hacía poco más de un cuarto de hora que la misma Ascensión pidió allí
-audiencia para Antonio Salvadores.
-
-—Está abajo, preguntando por usted—había anunciado la muchacha a su
-tío.
-
-El sacerdote, sin titubear, contestó:
-
-—Que suba.
-
-En tanto que Rogelio decía apresuradamente:
-
-—Yo me voy.
-
-Pero con una repentina inspiración le aconsejó su amigo:
-
-—Entra en mi alcoba.
-
-—¿A qué?... ¿a escuchar?
-
-—A enterarte.
-
-—¿Como en las comedias?
-
-—Y como en la vida.
-
-—No; no me gusta...
-
-—Si te asaltan escrúpulos, hay un falsete; pero quizá te interese lo
-que oigas.
-
-Y como ya resonaban en el pasillo los zapatones del forastero, don
-Miguel cerró la puerta acristalada, delante del artista, y le dejó
-allí, azorado, a media luz, detenido a pesar suyo por la curiosidad.
-
-Primero oyó cómo se cruzaron los saludos de rúbrica: una voz recia y
-joven alternaba con la de don Miguel. Según aquella voz, el viajero
-no había encontrado en casa de la abuela más que a la tía Ramona, y
-sin tomar descanso alguno acudía impaciente a la cita con el párroco.
-El cual, atacado también de la impaciencia, no anduvo con rodeos
-para llegar al fondo de la conversación; y la primera novedad que el
-maragato supo, fué que su prima ya no tenía dote.
-
-—Entonces retiro mi palabra de casamiento—dijo la voz firme, no sin
-barruntos de contrariedad.
-
-Volvióse el poeta con indignación hacia los cristales: los visillos de
-tul dejaban entrever la salita mucho más alumbrada que la alcoba, y el
-enamorado pudo distinguir al hombre que fué hasta aquel instante su
-rival.
-
-—Tu abuela está en ruina como sus hijos—decía don Miguel, disimulando
-con palabras corteses la cólera de su acento—; tiene toda la hacienda
-empeñada y padece una vida miserable; tus primas andan al campo como
-las más infelices del país, y tú eres rico, y es menester que no las
-abandones, por caridad y por obligación.
-
-La temblorosa llamada de Florinda atajó en los labios de su primo un
-reproche violento.
-
-—¿Obligación?—iba a clamar—. ¿Y para decirme esta me fuerzan a venir?
-
-Entraron las jóvenes con silenciosa acogida. Olalla, en actitud muy
-recoleta, bajaba los ojos jugando con el floquecillo de su elegante
-pañuelo; _Mariflor_ paseó por la sala un relámpago febril de sus
-pupilas oscuras, y viendo solos al maragato y al sacerdote, recobró un
-poco de serenidad.
-
-—Esta será la hija de mi tío Martín—masculló Antonio después de
-saludar embarazosamente.
-
-—Esta es—dijo el cura.
-
-—Por muchos años...
-
-Y se quedó el mozo sin saber cómo atormentar a su sombrero entre las
-manos gordinflonas.
-
-Habíase parado _Mariflor_ junto a su primo, espiándole en muda
-pesquisa, llena de esperanza y de inquietud.
-
-Era ancho, fuerte, carilucio; tenía cortos los brazos, cándidos los
-ojos, tímido el porte. Vestía rumboso traje, compuesto de pespunteada
-camisa, chaleco rojo con flores y botonadura de plata, bragas de rosel,
-sayo de haldetas, atacado por sedoso cordón, botines de paño con ligas
-de «viva mi dueño», y churrigueresco cinto donde esplendía otro
-galante mote de amorosa finura; bajo las polainas, unos enormes zapatos
-de oreja tomaban firme posesión del suelo.
-
-Para abreviar los enojosos preliminares de la conferencia, don Miguel,
-ceñudo, molesto, se apresuró a decir a la muchacha:
-
-—Antonio ya conoce vuestra situación. Y la tuya, particularmente, le
-inclina, por lo visto, a no insistir en sus pretensiones de casamiento.
-
-Al singular descanso que estas palabras ofrecieron a la moza, mezclóse,
-al punto, una viva impresión de repugnancia. ¿Qué iba a pedir al
-mezquino corazón de aquel hombre? ¿Cómo sería posible conmoverle, ni
-con qué dignidad intentarlo en aquel instante?
-
-El estupor y la vergüenza no la hicieron bajar los ojos: se los clavó a
-su primo honda y calladamente, hasta hacerle sudar y retroceder: nadie
-le había mirado así.
-
-Viéndole tan confuso y torpe, sacrificó ella un fácil desquite,
-diciendo, con toda la dulzura de su voz y toda la generosidad de su
-espíritu:
-
-—No te hemos llamado para tratar de bodas, sino para pedirte que
-remedies a la abuela hasta que mi padre logre remediarla. Hace tres
-meses que vine aquí sin sospechar lo que ocurría, y trato con don
-Miguel, nuestro protector, de salvar la hacienda, que se está perdiendo
-por ignorancia y timidez... No se atrevió la pobre vieja a confiarse a
-ti, que eres rico y dadivoso...
-
-Subrayó Florinda este prudente discurso con una leve sonrisa irónica,
-dulce mohín con el cual perdonaba desde luego el áspero desdén de su
-pariente.
-
-—¿No respondes?—añadió con asombro ante el silencio del maragato.
-
-Y como aún callase, sudoroso, deshilando las borlas del sombrero,
-avanzó la niña y le puso las dos manos en los hombros suavemente, con
-familiar llaneza.
-
-—¡Vamos, primo! Tú eres un hombre educado, un caballero, y no puedes
-consentir que la abuela, por faltarle un apoyo, se quede en mitad de la
-calle, tan viejecilla, tan triste... ¿No la has visto? Se ha vuelto un
-poco chocha con los años y las lágrimas y los dolores... Si tú no la
-proteges, se quedará sin tierras y sin yuntas, sin huerto y sin casa.
-Todo se lo debe a Tirso Paz, por un puñado del dinero que a ti te sobra.
-
-—¡Diablo de chiquilla!—musitó el cura.
-
-Olalla rompió a llorar con grandes hipos, y en la alcoba parecía que
-alguien se revolviese.
-
-Pero Antonio, inmóvil, petrificado bajo los finos dedos de _Mariflor_,
-no resollaba. Nunca tuvo cerca de la suya una cara tan hermosa;
-jamás una voz parecida sonó tan suave y angelical en aquel oído de
-comerciante; ni el mozo suponía que en el mundo existiesen criaturas
-con tanta labia, tanto atractivo y tamaño corazón.
-
-—¿No respondes?—insistió ella, intentando zarandearle con blando
-movimiento.
-
-No consiguió moverle; creyó inútil su generosa hazaña, y los lindos
-brazos, afanosos, cayeron sobre el delantal en desfallecida actitud.
-
-Como si sólo entonces fuese el muchacho dueño de su albedrío, levantó
-sus claras pupilas con arrobamiento hacia los ojos que le acechaban.
-
-Los halló impenetrables, sumergidos en solemnes tinieblas, y volvió a
-bajar los suyos con invencible respeto. En tanto, _Mariflor_ leyó en la
-repentina mirada tal propósito, que retrocedió convulsa hasta apoyarse
-en un escabel.
-
-—Pues, hablaremos del asunto aquí el párroco y yo—dijo de repente
-Antonio con cierto brío.
-
-Olalla cesó de llorar y Florinda no supo qué decir; sentía congelada
-su elocuencia, y no se hubiese atrevido a tender de nuevo los brazos,
-persuasiva y deprecante.
-
-Nadie se había sentado. Don Miguel, perplejo, irresoluto, liaba un
-cigarrillo para Antonio, paseando entre la mesa y el balcón, sin
-atreverse a hablar por miedo a arrepentirse. Iba cayendo en la cuenta
-de que lo hubiera echado todo a perder si Florinda no le acude con el
-dominio de su voluntad y el «ángel» de su persona. Mas ¿no iban ya
-demasiado lejos las influencias de la muchacha?
-
-El cura lo temía, viéndola tan ansiosa y escuchando las amigables
-razones del primo.
-
-Se desgarraron doce campanadas en un viejo reloj mural y casi al mismo
-tiempo vibró en el aire el agudo tañido de la esquila, volteada en la
-parroquia.
-
-Don Miguel comenzó a rezar «las oraciones»; un murmullo piadoso zumbó
-en el aposento; parecía que unas alas invisibles agitasen brisas de paz
-sobre las inclinadas frentes. Cuando se alzaron ungidas por la señal
-de la cruz, los ojos benignos del sacerdote se posaron en _Mariflor_
-con misericordia. Ella inició una desconcertada sonrisa que pudo ser de
-aliento o de quebranto, y don Miguel se resolvió a decir:
-
-—Bueno, pues Antonio y yo trataremos con calma de vuestros intereses.
-
-—¡Eso!—aseveró con energía el aludido.
-
-—Vosotras—añadió el cura—avisaréis en casa que el viajero come hoy
-aquí.
-
-Unas fugaces excusas del invitado, una leve porfía de Olalla para que
-les acompañase, y las mozas partieron con la promesa de que Antonio
-iría más tarde a visitar a la abuelita.
-
-Por el camino, la maragata rubia dice muy alegre:
-
-—De ese lado abesedo sopla mucho el aire; va a llover.
-
-Y la fresca brisa del Norte que les azota el rostro, le parece a
-_Mariflor_ que corre triste, con amargura de lágrimas. Se detiene la
-moza a escuchar aquel sordo gemido, inquietante para ella como un
-augurio, y Olalla se admira.
-
-—¿Qué oyes?...—pregunta—. Es el pregón del quincallero.
-
-Entre los silbos del aire tormentoso, una voz repite con errabunda
-melancolía:
-
-—¡Tienda..., tienda!...
-
- * * * * *
-
-Supo Antonio Salvadores que don Miguel tenía en casa un amigo
-forastero, el cual aquella misma tarde regresaba a Madrid. Y, de
-acuerdo con el cura, consintió el maragato en aplazar toda gestión para
-después de la anunciada partida.
-
-El huésped hizo las presentaciones entre sus comensales con mucha
-delicadeza; pero la hora de comer transcurrió silenciosa, bajo la
-respectiva preocupación de cada uno, acentuada en Antonio por su gran
-cortedad y su recelo al trato con gente de pluma, novelistas a caza de
-tipos y de observaciones que, a lo mejor, sacan en los papeles a los
-pacíficos ciudadanos.
-
-Miraba el comerciante de reojo al poeta, sin perder el apetito ni
-acertar a decir una palabra. Y el poeta sorprendía con poco disimulo
-la ordinariez de aquellos dedos glotones y de aquella boca bezuda,
-reluciente de grasa, con tendencia a sonreir y a tragar en golosa
-premeditación.
-
-—¡Un hombre semejante despreciaba a Florinda!
-
-Esta idea, produciendo sublevaciones bizarras en el ánimo de Terán,
-ponía, sin embargo, a sus ojos una sombra de humillación sobre las
-excelencias de su novia.
-
-Mansamente, contra todos los impulsos de la voluntad, un cierto
-desencanto se adentraba, furtivo, en el pecho del vate, y galopaba,
-rebelde, por tierras de la fantasía, a la vanguardia de los
-sentimientos más nobles. Al desaparecer las dificultades en torno de
-aquel cariño, en las ambiciones de Terán enfriábase el astro del deseo:
-¡humano tributo a la vasta inquietud de la imaginación, que en los
-poetas suele tener un dominio incurable!
-
-Como si una racha de viento borrase de repente en las nubes la colosal
-figura de un águila, dejándola convertida en mariposa, así la imagen
-de _Mariflor_ venía a quedar en la mente de Rogelio al nivel de
-otra zagala, sin ventura y sin novio; el brutal desdén del maragato
-desvanecía las fantásticas nubes.
-
-Acababa el poeta de despedirse de la niña, asaltado por la turbia
-impresión de todas aquellas novedades.
-
-Mostróse cautivo y devoto como siempre, y renovó sus promesas y
-afirmaciones con las mismas palabras de otros días; pero en la alta
-emoción de aquel instante, solamente los labios de la moza guardaron a
-los profundos sentimientos una santa fidelidad.
-
-—Ahora sí que volverás pronto—dijo la muchacha, tratando de
-sonreir—. Ya soy libre como el aire. Mi primo no me quiere porque no
-tengo dote, y ya no depende de mi boda el bienestar de la familia; ¿te
-lo ha contado don Miguel?
-
-Ocultaba, modesta, la intención de aquella singular mirada sorprendida
-en Antonio. Y sintió el caballero enrojecer su frente al acordarse de
-la grosería con que fué rechazada su novia.
-
-—Algo me ha dicho—balbució, añadiendo en la acerbidad de su encono—.
-Tú no debías dirigir la palabra a ese hombre; eres demasiado humilde.
-
-—¡Si él ayuda a la abuela!...
-
-—Aunque la ayude.
-
-Dulcificó al punto sus frases y su acento mientras callaba la niña con
-todo el dolor reconcentrado en los ojos.
-
-Rogelio tenía prisa; le aguardaban para comer y debía salir muy
-temprano de Valdecruces a tomar en Astorga el tren de las cinco.
-Buscaría el camino más corto por la carretera, huyendo del erial.
-
-También a _Mariflor_ la esperaban en la cocina delante de la olla,
-entre coloquios y comentarios.
-
-—Te escribiré muchas cartas—prometió el poeta, cada vez más compasivo.
-
-—¿Y versos?...
-
-—¡Muchos!
-
-Sonrió él con deleite, alucinado por la repentina ambición de entonar
-canciones pastoriles a la bella musa de los zarzales, allí amorosa en
-medio del escaramujo y de las urces.
-
-Los últimos adioses se cruzaron fervientes; una emoción de arte
-prevalecía sobre todos los peligros de la inconstancia. Florinda
-acompañó a su novio a lo largo de la rúa con una mirada de ingenua
-adoración.
-
-En la explanada de la fuente el recuerdo de Marinela Salvadores detuvo
-al caminante. El candor del agua y los matices verdes y azulinos del
-suave manantial, le trajeron con ternura a la memoria la imagen de
-la niña, sus ojos zarcos y volubles y aquel saludo lírico que tanto
-la asustó a la llegada del forastero; ¿qué había sido de ella? Lo
-preguntaría antes de marchar, arrepentido de haber olvidado en absoluto
-a la triste zagala que una tarde le dejó sobre el pecho la limosna de
-su llanto misterioso.
-
-Todas las impresiones de aquellos quince días extraños, remansaban de
-pronto seductoras en la conciencia del artista, como recordación de un
-sueño peregrino que le obligase a sonreir.
-
-Junto a la parroquia levantó los ojos a la torre, y el lecho vetusto
-de la cigüeña le dejó extático una vez más. Ya crotoraban audazmente
-los hijuelos bajo las alas regias de la madre, mientras el macho,
-solícito como nunca, limpiaba de reptiles la mies y nutría la prole en
-incesantes revuelos alrededor del nido.
-
-El silencio de la calzada, la cobardía de la luz y el semblante
-rústico del cuadro, sumergieron a Terán en artísticas divagaciones.
-Y se abandonó a gustarlas con el íntimo gozo de saber que las iba a
-sustituir por otras nuevas. Puso en sus pensamientos, como romántica
-aureola, un incitante sabor de despedida, la dulce lástima de un
-abandono que no punza, la perfidia sutil de quien siente por cada
-placer desflorado vivas ansias de placeres en flor...
-
-De toda aquella despiadada dulzura, sólo queda ahora enfrente de
-Antonio Salvadores un movimiento de disgusto hacia el zafio mercader
-que despertó al prócer caminante embelesado en el más lindo sueño de
-su vida. Quiere el soñador compadecerse a sí mismo, como si Antonio
-le hubiese causado un grave mal obligándole a partir; y no analiza la
-miseria de aquel secreto goce con que parte, ni la llama oscura de
-egoísmos que arde en su corazón desde que Florinda se le aparece libre.
-Ni siquiera se le ocurre pensar que su viaje ya no es urgente, ni quizá
-oportuno; el corazón y la lógica no dicen al novio y al caballero que
-la felicidad y el amor le debían detener...
-
-Se habla en la mesa de que llegó por la mañana, procedente de León, el
-heredero del tío Cristóbal Paz. Rogelio calla y apenas come, nervioso y
-susceptible, mientras el maragato devora. Don Miguel observa a su amigo
-con alguna confusión, y el _Chosco_ avisa que ya está preparado el mulo
-con el equipaje.
-
-Las despedidas son breves, porque el viajero no sabe disimular su
-impaciencia; y el enterrador, que oficia de espolique, toma el camino
-con la cabalgadura, delante de Terán, a quien acompaña un rato el
-sacerdote.
-
-Ya en mitad de la calle, se vuelve el mozo como si algo se le olvidara.
-Ascensión, que aún le despide desde la puerta, averigua complaciente:
-
-—Qué, ¿dejó alguna cosa?
-
-—A Marinela Salvadores, ¿qué le ocurre?... No la he visto...
-
-—Dicen que adolece de medrosía.
-
-—¡Pobre!
-
-—Ya le contaré que preguntó por ella.
-
-—Gracias.
-
-—Condiós; buen viaje.
-
-—¡Adiós!...
-
-Una tirantez extraña enmudece a los dos amigos en los primeros pasos,
-camino de la libertadora carretera.
-
-No habían tenido tiempo de cambiar impresiones desde la llegada del
-maragato, y don Miguel mostrábase receloso de la singular actitud del
-vate. Éste rompe el silencio con alguna vacilación:
-
-—¿Has visto qué rufián?—alude, sacudiendo la tierra con un mimbre
-espoleador que agita entre los dedos.
-
-—Ya tienes libre a la paloma—responde el cura, sin declarar que le
-inspiran desconfianza las apariencias de Antonio.
-
-Rogelio, evasivo, empeñándose en tener que estar muy enojado, adopta un
-aire de víctima:
-
-—Si, sí; pero es insufrible someterse a regateos y tapujos con un tipo
-semejante.
-
-—Tú ahora nada arriesgas con la caridad de Florinda, independiente ya
-de vuestro amor y de vuestros propósitos.
-
-—Pues, sin embargo, me duelen estas luchas tan mezquinas y pueriles en
-que se apasionan corazones grandes, cuando hay fuera de aquí una vida
-fuerte y ancha donde luchar y vencer.
-
-—¿Vencer?—murmuró el cura incrédulo—. ¡Ay, amigo!, a cualquier cosa
-le llamáis en el mundo éxito y logro... La pobre humanidad es en todas
-partes la misma; nació propensa a la ambición y al delirio. Mas para
-soñar es menester vivir, y para vivir... ¡es preciso comer! Todas las
-redenciones espirituales tienen, por culpa de nuestra humana condición,
-sus raíces en lo material. Yo me afano porque mis feligreses coman, a
-fin de que puedan soñar con algo firme y duradero; si _Mariflor_ me
-ayuda esta vez, ¡bendita sea!
-
-Bajó el poeta la frente un poco avergonzado y taciturno, sobrecogido
-por el recuerdo de aquella impetuosa caridad escondida de pronto, y
-que dos semanas antes le inflamó con su divina lumbre al través de la
-llanura.
-
-—¡Bravo luchador, que puedes vivir escarbando la tierra y soñando con
-el cielo!—exclamó en un arranque de involuntaria admiración.
-
-—Cumplo mi destino—respondió sencillamente el cura.
-
-Y ambos permanecieron mudos contemplando el paisaje, siempre raso y
-pobre, extendido entre besasanas y calveros, surcado por imperceptibles
-rutas hacia la pálida cinta de una carretera que iba a perderse en
-el horizonte: era el mismo que Florinda entrevió una tarde de abril,
-llegando a Valdecruces enamorada y triste.
-
-—Hay que aguantar, señor, si no quiere que se le escape el
-tren—advirtió el _Chosco_.
-
-—Sí; nos despediremos—dijo Terán—. A ti también te esperan.
-
-Y el sacerdote preguntó con un leve acento de ironía:
-
-—¿Volverás pronto?
-
-Aquella frase, tan acariciada en las últimas horas, sacudió la
-conciencia del viajero.
-
-—¿Qué duda cabe?... En cuanto me aviséis—aseguró cordial.
-
-Un fuerte abrazo; promesa de noticias; votos de cariño y gratitud, y el
-poeta montó en el mulo, que se alejó con paso rutinero y firme.
-
-Varias veces volvió el joven la cabeza hacia su amigo y le halló
-siempre inmóvil, con los brazos cruzados sobre el pecho en pensativa
-y extática actitud. La negrura del hábito sacerdotal emergía fuerte y
-rara sobre la yerta amarillez de los añojales.
-
-—¿Pérfido?—se preguntaba el apóstol con infinita pesadumbre—. No;
-un iluso, un equivocado—respondióse, poniendo el dedo en la llaga—.
-Los poetas suelen ser como los niños: volubles y crueles... Juegan con
-las emociones sin miedo a destrozar un corazón, sea el propio, sea el
-ajeno, por pura curiosidad, y, a veces, con el mejor propósito del
-mundo... Acaso los poetas, entre todos los hombres, merecen más, por su
-condición infantil, las compasivas palabras: «¡Perdónalos, Señor, que
-no saben lo que hacen!»...
-
-Bajo la sugestión de esta noble figura sacerdotal, majestuosa y triste
-sobre el adusto llano, caminaba Rogelio, distraído en meditaciones de
-todo punto ajenas a su amor.
-
-—¿Y el secreto de este hombre—se decía—, ese remoto y «blanco»
-secreto que yo adivino y que se me escapa tal vez para siempre?...
-Y este pueblo extraño, insondable, ¿de dónde procede al fin? ¿Es de
-origen oriental? ¿bereber? ¿libio ibérico? _¿nórdico?_... Sufre los
-oscuros ensueños de los celtas; tiene la bravura torva de los moriscos
-y la fría seriedad de los bretones... Quizá le fundaron los primeros
-mudéjares; quizá...
-
-El cobijo blanco del pastor dió una cándida nota al paisaje, y el
-mental discurso quedó roto en la linde de la carretera, donde el
-viajero dió el último vistazo a Valdecruces.
-
-Todavía la silueta del sacerdote, negra y perenne, ponía un punto en la
-llanura gris. El caserío se columbraba apenas, confundiendo su pálido
-color con los difusos tonos de caminos y celajes.
-
-Poco después, a los ojos perseguidores del artista, el punto negro
-y la línea pálida fueron aplastándose contra la tierra hasta quedar
-borrados, confundidos, hechos cenizas del erial y rastrojo miserable
-del «aramio».
-
-Un bando de palomas voló apacible encima del poeta. El cual tuvo un
-instante de súbita emoción. Una corazonada le inclinó ferviente en su
-cabalgadura, con el _jipi_ en la mano y en los labios un beso, que en
-mensaje confió a las avecillas; algo se rompía dulce y noble en aquel
-pecho varonil picado de morbosas inquietudes; algo que circulaba por
-las venas del mozo como un derrame de ternura y de lástima.
-
-La sensación fué tan vehemente, que tomó al punto proporciones de
-remordimiento. Por primera vez aquel día tumultuoso para la conciencia
-de Terán, preguntóse, con repugnancia de su misma pregunta, si le sería
-posible haber pensado en abandonar a Florinda.
-
-—¿Pensarlo?... ¿«Consertir» en pensarlo?—musitó sonriente—¡Jamás!
-Volveré a buscarla rendido y fiel.
-
-Y por debajo de este gentil propósito, el débil sentimiento urdía una
-irremediable traición.
-
- * * * * *
-
-Durante la silenciosa comida de aquella mañana, tuvo _Mariflor_
-singular empeño en ir y venir al dormitorio de Marinela para llevarle
-pan tostado y leche, agua con azúcar, palabras y caricias llenas de
-solicitud.
-
-A cada instante la enamorada triste fingía escuchar su nombre para
-levantarse y preguntar:
-
-—¿Me llamabas?... ¿Qué quieres?
-
-Con esta maniobra, a la cual se prestaba la preocupación de los demás,
-pudo dejar entera en el plato su ración y al fin sentarse junto al
-lecho de su prima que, a medio vestir, con el busto levantado sobre las
-almohadas y el semblante doloroso, se consumía en extraña enfermedad.
-
-Hasta el oscuro rincón de la paciente habían volado poco antes rumores
-de extraordinaria magnitud; la llegada del primo Antonio y la partida
-del forastero—como en Valdecruces llamaban al poeta—resonaron
-profundamente en la alcoba.
-
-Allí encontraba _Mariflor_ hondos y vibrantes los ecos de su angustia,
-como si un secreto instinto la dijese que su pesar hallaba en aquel
-aposento otro corazón donde repercutir, resignado y humilde.
-
-Denso vaho de fiebre trascendía de la cama, y la oscuridad,
-aposentándose en los rincones, sólo permitía un tenue dibujo a los
-perfiles de las cosas. _Mariflor_ buscó las manos de la enferma, que
-trasudaba con el aliento hediondo y el pecho agitado.
-
-—¿Estás peor?—le dijo.
-
-—Mucho peor.
-
-—¿De veras?
-
-—¿No lo ves?
-
-La interrogación desconsoladora le sonó a Florinda como un reproche.
-
-—No; no lo veo—repuso, inclinándose ansiosa sobre aquel gemido; sólo
-descubrió la amarilla figura de una cara y la inquietante sombra de
-unos ojos. Transida de piedad, exploró el recuerdo de los últimos días,
-desde que Marinela llegó a casa, llorosa y medio delirante, contando
-la muerte del tío Cristóbal. Como entonces entrecortaba su relación
-balbuciendo convulsa:—No puedo, no puedo—así, a las instancias que le
-hacían para comer y dormir, respondió muchas veces con igual pesaroso
-deliquio:
-
-—No puedo; no puedo...
-
-La costumbre de verla padecer y dejarla soñar, abandonó a la zagala
-enfebrecida y sola en el escondite de su cuarto.
-
-Desfilaron las mujeres por allí, cada una con la prisa de sus faenas y
-el agobio de sus preocupaciones, y la dijeron:
-
-—¿Quieres algo?
-
-—Agua—contestó siempre.
-
-Olalla, por la noche, al acostarse con la enferma, padecía un instante
-de inquietud.
-
-—Tiés tafo nel respiro—observaba—y estás calenturosa.
-
-Pero la rendía el sueño, y a la mañana, el trabajo, envolviéndola en su
-rudo vasallaje, la empujaba fuera del hogar para suplir a la _Chosca_
-en el acarreo de la leña y en el cuidado de la cuadra.
-
-La tía Dolores descendía a la decrepitud vertiginosamente, como si
-alguien la empujase desde la cumbre de la voluntad y del esfuerzo.
-
-Y Ramona bregaba enfurecida en la mies, sachando entre las pujantes
-umbelas, solicitada allí por la blandura que el riego puso en el
-sembrado. Si posaba un minuto en la alcoba de su hija, era para fruncir
-más el ceño y vaticinar cosas terribles a propósito del maleficio de la
-tía Gertrudis.
-
-No era milagro que desde el hoyo de su cama la enferma recibiese
-a _Mariflor_ como un rayo de luz. Durante aquellos tres días de
-exacerbado padecer, varias veces una voz suplicante dijo en la alcoba:
-
-—¡Ven acá!... ¡Quédate un poco junto a mí!...
-
-Y otra voz, apresurada, inquieta, respondía:
-
-—Ya voy... Más tarde... Luego iré...
-
-Florinda, en la congoja de sus pesadumbres y temores, no había tenido
-tiempo de acudir al llamado quejumbroso.
-
-Y Marinela aguardaba consumiéndose de recónditos afanes, con la
-obsesión de que en su prima moraba, en espíritu enamorado, el caballero
-de los ojos azules.
-
-Cuando los de ambas muchachas se buscaron en el espejo de las pupilas,
-la oscuridad no dijo más que zozobras, temblores y preguntas.
-
-—¿Qué te duele?—quería _Mariflor_ saber.
-
-—Nada; me atormentan el miedo y el secaño.
-
-—¿Y a qué tienes miedo?
-
-—A morirme... y a otras cosas.
-
-—Pues vas a vivir, a ponerte buena y a profesar clarisa.
-
-—No, no.
-
-—¿Ya no quieres?
-
-—Querer... sí—pronunció la zagala con alguna indecisión—; pero no
-tengo dote.
-
-—¡Le buscamos!
-
-—¿Tú?
-
-—Entre todas.
-
-—¡Si te casaras con el primo, que es tan pudiente!
-
-—Eso es imposible.
-
-—Entonces... con el otro—indagó la niña arrebatada de impaciencia.
-
-—¡Dios sabe!... O con ninguno. Pero de todas suertes, buscaremos el
-dote, si eso te hace feliz.
-
-Grande confusión produjo el pensamiento de la felicidad, impreciso y
-extraño, cual una sombra nueva, bajo la penumbra que las emociones
-condensaban en aquel espíritu infantil, alma fina y dócil llena de
-miedo y de sed como la carne febril que la envolvía.
-
-Entre las muchas perplejidades de su imaginación, sólo un deseo
-definido apreciaba la enferma: el de tener a Florinda al lado suyo y
-sentir el contacto de aquella juventud delicada y hermosa, en la cual
-parecían posibles todos los prodigios de las ilusiones. Escuchando
-la voz de su prima, viendo su cara, sentía Marinela aclararse sus
-nebulosos ensueños, como si un rayo de sol les diese forma y rumbo:
-para la inocente ambiciosa, Florinda era la humana realidad de todos
-los presentimientos inefables; algo así como un trasunto glorioso de
-cuantas quimeras y rebeliones se fraguaban en aquel corazón de niña,
-desbocado y herido.
-
-—¡No te vayas!—suplicó ella mimosa.
-
-—¡Si me voy a estar contigo toda la tarde!—prometía _Mariflor_
-clemente.
-
-—¿Ya «te despediste?»—insinuó entonces Marinela, vibrante de
-curiosidad.
-
-—Sí.
-
-—¿Volverá pronto?
-
-—Eso dijo.
-
-—¿Te escribirá mucho?
-
-—Versos y cartas—confesó la novia.
-
-Sentía que sólo el corazón de la zagala era allí adicto a sus amores, y
-por primera vez hablaba con ella en cómplice secreto.
-
-—¡Romances!—murmuró la niña con la voz repentinamente ilusionada.
-
-Y cerrando los ojos, en un espasmo de sentimental deleite, añadió:
-
-—Dime aquellos de la farandulera, que los aprendimos de memoria.
-
-Comenzó Florinda a repetir los versos con argentino son, como si el
-cristal de su alma resonase al través del recitado. Y escuchaba la
-paciente niña empapando su espíritu en las olas del afanoso cantar, con
-tan fuerte embriaguez, que le pareció sentir en la carne el escalofrío
-de violentas espumas.
-
-—Basta, basta—gimió—¡me duele!
-
-—¿Cuál?
-
-—El romance... el pensamiento...
-
-—Duerme un poco; no te conviene hablar tanto—aconsejó _Mariflor_,
-alarmada por la apariencia del delirio.
-
-Pero la niña preguntó de pronto con mucha serenidad:
-
-—Y tú, ¿dónde vas a dormir esta noche?
-
-—¡Ah, no sé!
-
-—¿Con la abuela?
-
-Turbóse la moza: una repugnancia invencible la hizo exclamar:
-
-—¡No!
-
-—Entonces, ¿con quién?... No hay más camas.
-
-—Aunque sea en el escaño de la _Chosca_.
-
-—¡Mujer! ¡Si aquel rincón hiede! Da tastín a una cosa picante, así
-como cuando el queso rancea.
-
-Alcanzada por un asco irresistible, _Mariflor_ se puso de pie con
-instinto de fuga. ¿Dónde iba a dormir aquella noche?
-
-—Al raso: en el huerto, en el corral—pensó heroica y rebelde.
-
-Y Marinela, sin enterarse del tremendo sobresalto, murmuraba conmovida:
-
-—¡Oye!
-
-—¿Qué?
-
-—¿Ya «se marchó»?
-
-La alusión, tácita y dulce, vibró con estremecimiento de saeta.
-
-—Sí; ya irá por el camino—dijo Florinda amargamente.
-
-Sus palabras rodaron con un eco profundo, como si dilatasen los
-horizontes del viajero en infinita peregrinación.
-
-—¡Quién fuese paloma!—exclamó la enferma con ardiente arrebato.
-
-Una imagen de alas libres, de lontananzas azules, de espacios alegres,
-de amor y de luz, robó a la novia el pensamiento, en sacudida brusca de
-la imaginación. Sentía de pronto la pesadez implacable de la atmósfera,
-con tales náuseas y repulsiones, que un indómito impulso de todo su ser
-le obligó a decir:
-
-—Me voy... vuelvo en seguida.
-
-Y salió escapada del dormitorio, sin tino y sin aliento.
-
-Buscando aire y claridad, llegó al _estradín_ y se quedó suspensa
-delante de las tres mujeres de la casa, que parecían esperar una
-visita, sentadas muy ceremoniosamente alrededor del aposento, sin
-acordarse, al parecer, de sus cotidianos trajines.
-
-La abuela había resucitado un poco, listos los ojuelos y solícita la
-postura, mientras Ramona doblaba el cuerpo en la silla, vencido por
-la costumbre de escarbar los azarbes y los surcos, y lucía Olalla
-su pañolito de Toledo, frisado y reluciente, margen de un rostro
-impasible.
-
-No sabía _Mariflor_ cómo esquivarse a la censura de aquel extraño
-grupo, silencioso como un tribunal, y azorada murmuró:
-
-—Marinela necesita que la visite el médico.
-
-—Aún se le debe el centeno de la iguala—dijo Ramona, acentuando la
-sombría dureza de su rostro.
-
-—No importa; hay que llamarle—se atrevió a replicar Florinda.
-
-Y Olalla, encendida por el carmín del remordimiento, se puso de pie,
-balbuciendo:
-
-—¿Recayó?
-
-—Tiene calentura.
-
-—Habrá que darle agua serenada.
-
-—Y un fervido esta noche—añadió la madre.
-
-—Voy a verla—decidió Olalla saliendo del _estradín_, con su paso
-corto y solemne, para volver el punto más de prisa, exclamando:—¡No
-está en la cama!
-
-—¿Cómo que no?
-
-—Ven, ven; no está.
-
-Las dos mozas corrieron juntas, y detrás gritaron las dos madres.
-
-—¡Sortilegio, sortilegio!—rugía Ramona, en tanto que la abuela, sin
-comprender el motivo de tales alarmas, iba lamentándose:
-
-—¡Ay... ay!...
-
-Todas palparon en la oscuridad el vacío lecho, y Ramona se hundió en él
-de bruces, relatando conjuros y exorcismos con demente superstición. A
-su lado, la tía Dolores seguía gimiendo:
-
-—¡Ay... ay!...
-
-Las muchachas buscaban a Marinela por diferentes escondites: no podía
-haber corrido mucho en poco tiempo, débil y medio desnuda.
-
-Todavía, en el asombro de la nueva inquietud, le sonaba a Florinda
-con encanto la suspirada frase: ¡quién fuese paloma!, y los pasos
-de la joven siguieron maquinalmente el invisible hilo de aquella
-fascinación. Desde la penumbra de la escalera ganó la novia, con
-gesto iluminado, la cumbre alegre del palomar, y entre el rebullir de
-los pichones y el plumaje esponjoso de los nidos, halló a la pobre
-Marinela, tiritando y encogida, de hinojos en el suelo.
-
-—¿Qué haces, criatura?—gritó, corriendo a levantarla.
-
-Pero ella puso un dedo en los labios con sigiloso ademán.
-
-—¡Chist!... ¿No oyes muchas alas que baten?... ¡Escucha!...
-
-—Sí; es que llega el bando—respondió Florinda, asomándose a recibir a
-las viajeras, enajenada también por indecibles anhelos.
-
-—¿De dónde viene?
-
-—Pues de la llanura, del camino...
-
-Alado azoramiento de temblores y arrullos invadió el palomar.
-
-Quizá tocó a las aves un leve espanto en las alas cuando el viento
-revolcó los húmedos sollozos en la estepa, aquella tarde triste; quizá
-en los picos y en las plumas traían las palomas un mensaje embustero
-y perjuro. Si el tempestuoso retornar de las mensajeras encerraba un
-fatal designio, Florinda le recibió encima de los labios, sorbiéndole
-hasta el corazón en el aire frío de las alas revoladoras, mirando al
-nublado cielo con los ojos llenos de lágrimas, y Marinela le esperó
-de rodillas, aterrada la frente, sumisa la cerviz, como una humilde
-criatura sentenciada al último suplicio.
-
-
-
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-XVI
-
-LA TRAGEDIA
-
-
-SOFOCADO y mohíno salió Antonio Salvadores de la segunda conferencia
-con don Miguel, luego de afirmar que sólo casándose con Florinda
-remediaría los apuros de su gente.
-
-Había soltado la contradictoria declaración de sus intenciones con la
-prisa de quien se descarga de un grave peso. Aceleradamente, lleno de
-timidez y de bochorno, se adelantó a decir:
-
-—Me casaré con «ella» y arreglaremos esas trampas sin demasiados
-perjuicios...
-
-No esperaba el cura tan a quemarropa la presentida capitulación.
-Sonrió, avisado, y quiso paliar con diplomacia su respuesta para
-no herir de frente el masculino orgullo, muy empinado y hosco en
-Maragatería.
-
-—¡Hombre!—dijo—vamos por partes: la moza oyó que tú la rechazabas;
-¿cómo vas a exigir ahora que te quiera?... estará quejosa, ofendida...
-
-—¿Ella?—dudó Antonio, como extrañando que una mujer pudiese tomar la
-seria determinación de ofenderse. Luego, en aquella duda presuntuosa,
-abrió su camino oscuro otra sospecha. ¿Y si _Mariflor_ no fuese una
-mujer como las demás?... Porque parecía distinta...
-
-—Usted le dirá que me equivoqué—propuso el mozo—; que no supe
-expresarme; que usted me entendió mal y yo no me atreví a desmentirle;
-cualquiera disculpa que a mí no se me ocurre.
-
-Tanta cortesía y previsión eran indicios de firme voluntad
-conquistadora. Y don Miguel, perplejo, confiando a la Providencia
-el desenlace de aquel conflicto, se limitó a insistir, como medida
-de precaución contra un brusco desengaño, en que Florinda era muy
-sensible, delicada de pensamientos, dueña y señora de su voluntad por
-expreso designio de su padre.
-
-—Pues usted se entenderá con ella: le dice...
-
-—No; eso tú.
-
-—¿Yo?
-
-—Naturalmente.
-
-—Usted no me conoce; yo no sirvo para hablar de estas cosas con
-rapazas; además, aquí no se usa.
-
-—Pero tu prima es mujer de ciudad, inteligente y razonable, y tú ya
-eres un hombre educado a la moderna.
-
-—Yo soy el mismo de antaño, don Miguel; y me pongo zarabeto y torpe en
-tratándose de finuras: quiero casarme con _Mariflor_; ayúdeme usted y
-me daré a buenas en lo de la abuelica.
-
-Clavado con tenacidad en su deseo, encendido el rostro y la actitud
-inquieta, el pretendiente no dió un paso más por el camino adonde se le
-quería conducir.
-
-Y ya mediaba la tarde cuando el cura llevó a su convidado a casa de la
-tía Dolores, prometiendo explorar el ánimo de _Mariflor_ y evitarle al
-mozo en lo posible, las negociaciones directas con la prima.
-
-Entraron, pues, los visitantes por la puertona principal, se asomaron
-al _estradín_ desde el pasillo, y, no hallando quien los recibiera,
-deslizáronse hasta la cocina. Quizá sus mismos pasos, recios sobre las
-baldosas, y un repique sonoro del bastón de don Miguel, les impidiese
-oir hacia la alcoba de Marinela voces apagadas y sollozos furtivos.
-
-La moza, sorprendida en el palomar, acababa de aparecer, dócil como
-un corderuelo, de la mano de _Mariflor_, y era recibida con espanto
-como un ánima del otro mundo. Revolvíase la madre en el dormitorio,
-asegurando «que la renovera le había traspuesto de suso a la rapaza
-con intención luciferal». A estos aberrados plañidos hacían coro,
-augurales, las otras dos mujeres; y en vano Florinda procuraba explicar
-que, sin duda, la enferma, necesitando aire en los ardores de la
-calentura, había escalado inconsciente el abierto refugio de las
-palomas.
-
-Sin negar ni asentir, acaso contagiada por la superstición de los
-hechizos, Marinela gemía, hundiéndose en la cama otra vez y dejando que
-su madre la cubriese con un rojo alhamar.
-
-—Es preciso que sudes—ordenaba Ramona—para que desarrimes la friura
-del pecho.
-
-Y el terrible cobertor fué rodeado con saña al cuerpecillo febril.
-
-—¡Tengo sede!—lamentaba la niña sollozando.
-
-—¡Ni una gota de agua, ni una sola!—sentenció la madre severa.
-
-Y la voz de don Miguel resonó entonces impaciente:
-
-—¡Ah, de casa!... ¿Dónde estáis?
-
-Pero ya estaban en la cocina, aceleradas y serviciales, las de
-Salvadores, dejando sola con la enferma a _Mariflor_, aplastada bajo
-el aire estantío del dormitorio. No permaneció allí mucho tiempo. La
-llamaron al compás de unas voces solapadas, y acudió medrosa, con la
-incertidumbre en el corazón.
-
-Iban cayendo en la cocina las precoces tinieblas de aquella tarde gris,
-y Antonio había buscado el rincón más oscuro para aposentar su lozana
-persona; junto a él quedaron medio escondidas las tres mujeres; de
-modo que al entrar la joven, sólo vió al cura, de pie bajo la escasa
-claridad del ahumado ventanuco.
-
-A una indicación del sacerdote le siguió Florinda, pasmada, hacia el
-_estradín_, y, traspuesto apenas el umbral, los dos hablaron quedamente
-un instante, mientras en el fondo de la cocina se delataban algunos
-acentos confabulados y cautelosos.
-
-Por el sombrío rastro de tales rumores fuese _Mariflor_ derecha hasta
-su primo, le puso como por la mañana las suaves manos en los hombros, y
-le dijo enérgica y triste:
-
-—Yo no te pedía nada para mí, y aunque me dieras todo el oro del
-mundo, no te puedo querer ni ahora ni nunca.
-
-Tronaron sordamente unas frases violentas, en voz opaca de mujer, y un
-brusco regate hurtó bajo los dedos de la niña el coleto de Antonio.
-Libre ella de su grave secreto, volvió a guarecerse junto al sacerdote
-que, habiéndola seguido desde el _estradín_, recibía otra vez el
-fugitivo resplandor de los cristales, en el centro de la cocina.
-
-—¿Entonces?...—interrogó Olalla con increíble desparpajo.
-
-—Antonio dirá—pronunció cohibido el cura.
-
-Y cuando parecía imposible que el mozo respondiera, atarugado por
-timideces y rencores, subrayó con bastantes ánimos:
-
-—Digo «que nada»; ya lo sabe usted.
-
-Hipos y quejas estallaron encima de tan ruda afirmación, y allí, en
-la cómplice oscuridad, fué pronunciado con odio y amenazas el nombre
-«del forastero». Cuanto maldecía Ramona, áspera y cruel, repetíalo
-maquinalmente la tía Dolores, mientras Olalla, más prudente y justa, se
-atenía a ponderar el común infortunio con ayes quejumbrosos:
-
-—¡Ay los mis hermanos!... ¡Ay mi abuelica!...
-
-Desde lejos, Marinela, ardiendo en fiebres del cuerpo y del alma,
-estremecida por aquellos extraños gritos, se atrevía también a plañir:
-
-—¡Tengo sede!
-
-—¡Qué escándalo!... ¡Esto es una vergüenza!—clamó atónito don
-Miguel—. ¡Silencio!—ordenó al punto con una voz estentórea, y el
-cuento de su bastón repicó furiosamente en el solado.
-
-Establecida en apariencia la tranquilidad, dejóse oir el resoplido
-de una respiración muy agitada, un trajín de carne ansiosa, como si
-jadeando en las tinieblas Antonio se hubiese puesto de pie.
-
-De pie estaba; había entendido que aquel señor «de pluma», displicente
-y finuco, invitado por don Miguel, con mucho golpe de espejuelos y de
-romances y poca guita en el bolsillo, le birlaba la novia. ¡Y vive Dios
-que no sería así, tan fácilmente!
-
-Por los fueros de Maragatería, por la honra de su casta, lo juró
-Antonio Salvadores.
-
-Con el estallido de un beso sobre la carnosa cruz del índice y el
-pulgar, dió el maragato fe de su altivo juramento, y, arrogante, audaz
-como nunca, preguntó:
-
-—¿Cuánto hace falta para que no lloréis?
-
-El estupor que estas palabras produjeron, enmudeció al auditorio, hasta
-que Florinda, incrédula, quizá un poco mortificadora, dijo sordamente:
-
-—Para que no lloren, hace falta mucho dinero.
-
-—¿Cuánto?
-
-Desde el fondo de la oscuridad, la insistencia de aquella pregunta
-parecía algo fantástica. Y la joven, vacilando, como si en sueños
-hablase con un duende o respondiera a un conjuro, enumeró:
-
-—A don Miguel hay que darle cuatro mil pesetas en seguida.
-
-—¿Qué más?
-
-—Tres mil se le debían al tío Cristóbal...
-
-—Al médico le debemos la iguala.
-
-—Y al boticario treinta riales—apuntaron desde la sombra.
-
-—¿Qué más?—aguijaba Antonio con tales bríos, que _Mariflor_,
-corriendo un loco albur, añadió retadora:
-
-—Mil duros para reponer los ganados y las fincas... Otros mil para que
-Marinela profese en Santa Clara...
-
-Crujió un escaño bajo el desplome del cuerpo, cuya voz pronunciaba
-desoladamente:
-
-—¡Pues lo doy!
-
-—¿Todo?—acució Ramona delirante de codicia.
-
-—Todo... si me caso con «ella»; sois testigos.
-
-—Eso es imposible... ¡imposible!...
-
-La indómita repulsa quedó ahogada entre insurgentes voces.
-
-—¡Podré recibir a Isidoro!—balbució la abuela con extraordinaria
-lucidez.
-
-Y Ramona, en súbito arranque de ternura, dulcificó sus labios al
-proferir:
-
-—¡Mis fiyuelos!...
-
-Pero el maragato oyó rodar la palabra «imposible» hacia donde la luz
-resplandecía, y hazañoso al abrigo de las tinieblas, advirtió con
-rotundo acento que apagó el de las mujeres:
-
-—Yo no mendigo novia: pongo condiciones a la protección que se me
-pide; si no convienen, ¡salud!, y que no se me diga una palabra más del
-tributo de esta casa.
-
-—¡Dios mío. Dios mío!—plañía _Mariflor_ con espanto en aquella
-negrura, cada vez más espesa, donde las enemigas voces del Destino
-ponían cerco a una felicidad inocente.
-
-De pronto, aquel muro de sombras que disparaba frases como dardos
-al corazón de la joven, se removió siniestro, y pedazos vivos de la
-implacable fortaleza avanzaron hacia Florinda en forma de tres mujeres
-suplicantes y desesperadas.
-
-Quiso entonces la infeliz asirse al noble apoyo de don Miguel; pero los
-hábitos sacerdotales recogían la creciente oscuridad con tan severa
-traza, que también tuvo miedo de esta inmóvil persona muda y negra.
-
-Y en semejante asedio y abandono, huyó la moza, perseguida por su
-propio grito atormentado. Ganó el corral, cruzando el _estradín_, y
-en plena rúa, corrió ciegamente, bajo la indecisa luz del prematuro
-anochecer.
-
- * * * * *
-
-Al ocurrir la desalada fuga, quedó en suspenso el vocerío de las
-mujeres, y en la prisa por buscar una solución al urgente problema de
-la boda, se le ocurrió a Olalla encender el candil. Aunque no alumbró
-mucho espacio la crepitante mecha, a su amarilla claridad surgió
-abocetada, impaciente en un rincón, la figura de Antonio.
-
-Se limpiaba el maragato con un pañuelo de colores el sudor copioso de
-la frente, y aparecía fatigadísimo, como si allí rindiera en aquel
-instante la más dura jornada de su vida.
-
-—«Ese» no se la lleva a ufo—rezongaba—; cuando yo me planto, no le
-hay más terne en todo el reino de León.
-
-Y bravatero, jactancioso, revolvíase entre el escaño y el llar, y hacía
-con el pobre moquero raudos molinetes, en la actitud belicosa del
-antiguo fidalgo que empuñase una espada leonesa de dos filos.
-
-Pero aquella caricatura de perdonavidas, singular en el carácter
-apacible de Antonio Salvadores, no mereció la atención de las mujeres
-tanto como la quietud del párroco, silencioso y como entumecido en
-medio de la estancia.
-
-—¡Padre!... ¡Don Miguel!... ¡Señor cura...!—clamaron tres voces,
-a la rebatiña de palabras insinuantes y cariñosas para sacudir al
-ensimismado protector.
-
-—¡Es verdad!—murmuró él, recordando, como si su espíritu volviese
-de un viaje—. Yo tenía que deciros alguna cosa en esta ocasión...
-Pues, ya lo estáis viendo: la muchacha «no puede querer» a su primo;
-el primo «no quiere» favoreceros a vosotros, y yo, ni puedo ni quiero
-sobornar los sentimientos de una doncella para hacer caridades a costa
-de perfidias.
-
-Hablaba despacio, tranquilo; su indignación se abatía sin duda en el
-propósito de no intervenir más en aquel triste asunto. Y sus palabras,
-escapándose en parte a la penetración de los oyentes, parecían el
-resumen de un breve examen de conciencia.
-
-Don Miguel Fidalgo, místico y piadoso, alma encendida en lumbres de
-terrenales sacrificios, se había encariñado con la esperanza de que
-_Mariflor_ realizase el acto sublime de tomar, por amor a su familia,
-una cruz en los hombros. Sabía el cura muchos secretos de divinas
-compensaciones; confiaba poco en la constancia de Rogelio Terán, y
-temiendo por la frágil dicha que manejaba el poeta, imaginó poder
-asegurarla haciéndola fecunda aprovechando, por decirlo así, el seguro
-dolor de una existencia en beneficio de otras pobres vidas y en
-simientes de goces inmortales.
-
-A la luz de tan altos fines, los espejismos de don Miguel pudieron
-ser hermosos; pero ahora, de cerca, tocando las salvajes pasiones y
-hondas repugnancias que la heroína debiera resistir, un vértigo de
-materiales angustias celaron al soñador los excelsos fulgores del
-imaginado sacrificio: teorías consoladoras, confianzas secretas y
-afanes recónditos, eran torres de viento para el bárbaro empuje de
-la miserable escena presenciada. La brusca realidad de aquel contacto
-produjo en el apóstol una sensación de pavorosa caída desde las nubes
-a la tierra. Convencido de haber soñado a demasiada altura de las
-fuerzas humanas, despertábase pesaroso, lleno de compasiones y de
-remordimientos, como si el oculto albergue que dió a las esperanzas de
-la boda fuese una culpa en la tragedia que sobrevenía. Y compungido por
-el tumulto de tales pesadumbres, oyó como decía Olalla:
-
-—El mal caso de no querer «a éste», es por «el otro».
-
-—¡Por el amigo de usté!—renegó la madre, hostil.
-
-Le dolía al cura este recuerdo como el mayor delito de su influencia
-sobre la vida de _Mariflor_ en Valdecruces; parecíale imposible haberse
-dejado llevar por un sentimiento romántico hasta el punto de compartir
-un día con la inexperta moza ilusiones confiadas a un caballero
-errante, mariposa de todos los vergeles, giróvago enamorado, de tan
-noble intención como firmeza insegura. Despierta la desconfianza que
-lejos del amigo pudo adormecerse, crecía en el ánimo del sacerdote
-recordando la singular precipitación con que Terán partía, después de
-resistirse para conceder una tregua a su enamorada solicitud. En el
-preciso momento de quedar la novia libre de morales ligaduras, con que
-ella misma por compasión se ataba a una promesa, alejábase el novio
-impaciente, reservado, incomprensible... ¡Acaso ya corría en el tren
-seducido por todas las atracciones de la vida, sin que en la ambiciosa
-cumbre de sus pensamientos la idea del deber tuviese nada más que unos
-lejanos resplandores!
-
-Esta consideración penosa indujo al cura a conmiserar dolorosamente las
-humanas flaquezas y a dejar correr una benigna lástima sobre aquellos
-toscos espíritus asfixiados por el brutal peso de todas las ignorancias
-y de todas las necesidades. Procuró mover los corazones bajo la
-espesura de las inteligencias, solicitando mucho cariño y compasión
-para Florinda, y quiso de nuevo suponer que la rebelde actitud de
-la muchacha con Antonio obedecía a un justo desquite más que a las
-rivalidades aludidas por Olalla.
-
-El maragato, muy en desacuerdo con sus recientes fachendas, apresuróse
-ahora, optimista y conciliador, a recoger la tranquilizadora especie; y
-sin abdicar de su nativo orgullo, pronunció benévolo:
-
-—Sí, la rapaza me tiene malquerencia por «aquello» que usté le dijo de
-mí...
-
-Olalla y su madre no se mostraron muy convencidas de semejantes
-suposiciones, y permanecieron inquietas, atribuladas por el fracaso
-definitivo de la boda; en tanto que la tía Dolores, sin alcanzar
-la magnitud de la desgracia, temía un contratiempo en el negocio
-matrimonial. Mirando de hito en hito a don Miguel desde el fondo gris
-de las pupilas, preguntó medrosa:
-
-—¡Eh!... ¿qué dicen? ¿Por qué la rapaza fuge?
-
-Pero su voz se apagó entre los pasos veloces de los niños que
-regresaban de Piedralbina con las trojas al hombro y las caras
-interrogantes.
-
-—_Mariflor_ corría llorando—dijeron al entrar.
-
-—¿Por onde?
-
-—Por la mies.
-
-Adoraban los chiquillos a su prima, y la inquietud les daba
-atrevimiento para inquirir en el rostro del cura razones de la triste
-carrera que ellos no habían podido contener.
-
-—Volverá—prometió el párroco, seguro—; volverá cariñosa para
-vosotros y buena como siempre.
-
-—Sí, volverá; ¡no tiene hiel!—exclamó Antonio con disimulada
-impaciencia.
-
-Y huyendo de la luz agonizante del candil, atajó en el pasillo al
-sacerdote, que ya se despedía.
-
-—Marcho de madrugada; ¿qué razón llevo?—preguntó solícito.
-
-—¿De cuál?
-
-—De la boda.
-
-—Pues ya lo ves ¡ninguna!
-
-—Pero... ese escribano de Madrid, ¿ha de tornar?
-
-—Creo que no.
-
-—¿Y luego?
-
-Don Miguel se encogió de hombros, desazonado y aburrido en aquella
-burda porfía, repitiendo mentalmente la grave palabra de _Mariflor:_
-«¡Imposible, imposible!»
-
-No parecía entender el mozo la elocuencia de los silencios ni la
-expresión de los ademanes. Y aunque Olalla acudía con el candil,
-aparentó el primo estar a oscuras para declarar magnánimo:
-
-—Yo sostengo mis condiciones.
-
-Como nadie le respondiese, añadió sobrepujante:
-
-—Y aguardaré el sí o el no... hasta Navidá.
-
-—¿Todavía el no?—dijo don Miguel con involuntaria sonrisa.
-
-Marinela, que escuchaba un murmullo de voces cerca de su alcoba,
-dolióse una vez más:
-
-—¡Tengo sede!
-
-—Dadle agua a esa criatura—recomendó el párroco al salir.
-
-En los umbrales del portalón recordó alguna cosa, y se detuvo,
-advirtiendo:
-
-—Tened en cuenta que a mí no me debéis nada.
-
-—¿Y las cuatro mil?...—quiso Antonio averiguar.
-
-—Nada, nada—interrumpió el sacerdote, resuelto y apresurado.
-
-Pero aún se volvió hacia sus feligresas, y encarándose con Ramona, le
-dijo con especial tono:
-
-—Florinda no tiene madre, ¡acuérdate!...
-
- * * * * *
-
-Para volver a su hogar aquella misma noche sólo puso la fugitiva por
-condición, en forma de sumiso ruego, que la esperase Olalla un poco
-tarde, cuando los demás se hubiesen acostado.
-
-Y desde casa del cura, donde posó al final de su anhelante carrera, fué
-acompañada por Ascensión y su madre hasta la puerta del _estradín_.
-
-De la timidez y sobresalto con que pisó de nuevo la cocina oscura,
-solamente Olalla pudo sorprender la emoción. Pero, con los ojos turbios
-de sueño, la joven no vió más que una sombra de su prima avanzando
-pasito en la punta de los pies.
-
-Entonces un lamento de fracaso quebró apenas la silenciosa quietud.
-
-—Dios no quiere hacer el prodigio; ¡no quiere!—sollozó Florinda con
-tan penetrante desconsuelo, que Olalla sintió necesidad de abrir los
-brazos.
-
-—¡No llores!—respondió generosa.
-
-Y su pecho macizo, impasible a menudo, derritióse en blanduras
-maternales al echar sobre sí el gran dolor de otra mujer.
-
-Manaba tan vivo aquel pesar desde la herida tierna de un corazón,
-que Olalla la sentía correr como un torrente donde se desbordasen
-todas las amarguras del mundo. El deseo imperioso de consolar subió
-de las entrañas de la moza, y derramó sus sentimientos más dulces y
-protectores en estas elocuentes palabras:
-
-—¿Quieres un poco de tortilla, un poco de vino que sobró a Antonio?
-
-Como no pudiese _Mariflor_ responder, siguió diciendo:
-
-—Lo había guardado para Marinela; pero te lo doy a ti.
-
-—No, no; gracias—dijo al cabo la favorecida.
-
-Porfió la maragata rubia con grande solicitud; pero _Mariflor_ la hizo
-creer que había cenado ya. Juntas se hundieron en las oscuridades del
-pasillo; y Olalla puso el candil en el suelo entre las puertas de dos
-habitaciones contiguas.
-
-—Yo no me desnudo, porque tengo que levantarme al amanecer—dijo,
-acompañando a su prima hasta la cama de la abuela.
-
-Enterada de que Antonio partía muy temprano, advirtió Florinda,
-estremeciéndose:
-
-—No me llamarás a esa hora...
-
-—No, mujer; nos levantaremos dambas, mi madre y yo.
-
-Hablaban callandito, y un momento contemplaron mudas a la anciana,
-dormida con la boca abierta.
-
-Estirándose en la semioscuridad con macabra rigidez, la figura yacente
-parecía de tal modo un cadáver, que _Mariflor_ llegóse a tocarla
-presurosa.
-
-—¡Está fría!—dijo trémula.
-
-Pero Olalla, imperturbable, repuso:
-
-—Los viejos siempre están congelados: y diz que es dañino acuchar con
-ellos los rapaces, porque les sacan la calor. Por eso la abuela duerme
-sola.
-
-Un silbido leve, fatigoso, daba noticia de la respiración de la
-anciana, y, fuera, otros audaces silbos anunciaron los rigores del
-temporal.
-
-La lluvia estalló sonora sobre el «cuelmo» sedoso de la techumbre, y
-toda la casa quedó mecida por el llanto y los suspiros de la noche.
-
-—¡Dios mío, qué tristeza!—murmuró Florinda desnudándose.
-
-Había colocado un almohadón a los pies del lecho y desdoblando la ropa
-con sigilo, deslizóse en él sin tocar a la anciana. El irresistible
-escrúpulo que antes galvanizó a la infeliz, asqueada y vergonzosa,
-volvió a poseerla en la orilla de los colchones, empujándola a riesgo
-de caer. Resistióse casi adusta cuando Olalla la quiso arropar, y hurtó
-el cuello y los brazos desnudos al roce de la sábana.
-
-—¡Si tienes tanto frío como la abuela!—protestó la prima.
-
-—¡No importa, no importa!—balbució _Mariflor_, sin saber qué decir,
-escalofriada a pesar de la densa espesura del ambiente. Luego añadió
-amable:
-
-—Y tú, ¿vas a quedarte en vela? ¿No tienes frío y sueño?
-
-—¿Frío en el mes de julio?... ¡Válgame Dios!... Cansada sí que estoy;
-agora apago la luz y voy, aspacín, a echarme junto a Marinela.
-
-—¿Está mejor?
-
-—No sé; dímosle agua y se durmió; pero arde y tiene temblores.
-
-—Hay que llamar al médico.
-
-—Madre no se atreve, por la paga.
-
-—Pues hay que llamarle—insistió Florinda suspirando.
-
-Revolvióse un poco la abuela, tembló la moza al borde del colchón, y
-Olalla dijo:
-
-—Duerme; ya es tarde.
-
-Salió en puntillas, de un soplo mató la luz, y ya entraba en su alcoba
-cuando la detuvo un leve reclamo de _Mariflor_.
-
-—¡Oye!... Ese ruido, aquí cerca, que no es del viento ni de la lluvia,
-¿de dónde viene?
-
-Olalla escuchó un instante, y ahogó su risa al replicar:
-
-—Es «él»... es Antonio que ronca; ¿tienes miedo?
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-XVII
-
-DOLOR DE AMOR
-
-
-SOBRE el llanto profundo de aquellas horas tristes, ¡cuántas angustias
-rodaron en el alma de _Mariflor_!
-
-El novio no escribía; mudo en la ausencia, oscurecido como fuyente
-sombra, perdía su señuelo, de quijote en la llanura de los «pueblos
-olvidados».
-
-Todos los días procuraba la joven sorprender al tío Fabián Alonso
-cuando, caballero en el rucio, repartía al través de Valdecruces la
-escasa correspondencia. A la hora del correo, deslizábase _Mariflor_
-al huertecillo en prudente vigilancia. Aprendió a mover un destral, y,
-con las sabias advertencias de la prima, fué puliendo los caballones y
-limpiando los caminos, precisamente a las seis de la tarde, cuando el
-tío Alonso pudiese aparecer sobre la linde antes de dar la vuelta por
-la rúa donde la casona abría su entrada principal. Al divisarle, una
-terrible emoción perturbaba a la novia, y cuantas inquietudes ocultan
-sus resortes en las raíces del deseo, giraban locamente alrededor de la
-valija mensajera.
-
-En aquellos instantes de suprema ansiedad, no había palpitación alguna
-en la tierra ni en los cielos que para la joven no alcanzara signos
-milagrosos de un augurio; el manso zurear de las palomas, el vuelo
-suave de una mariposilla, el murmullo del regato, las señales apacibles
-del horizonte, eran nuncios de sonriente promesa. Y, en cambio,
-producía en la enamorada cruel zozobra que las aves volasen mudas, que
-durmiese el arroyo o que una vedijuela de nube rodara en la limpidez
-del cielo azul; así los afanes pendientes del papel amoroso que había
-de llegar, padecían indecibles martirios agravados por mil puerilidades
-de la impaciencia.
-
-Ráfagas bruscas del mismo fuerte sentimiento sacudían a _Mariflor_,
-supersticiosa o creyente en contradictorio impulso. Tan pronto se
-estremecían sus labios con el temblor de una plegaria, confiando a
-Dios todas las inquietudes del corazón amante, como bebían sus ojos
-en la fuente de imaginarias significaciones, y la nunca dormida
-fantasía fraguaba sus quimeras sobre una flor, una zarza, un nublado,
-convertidos en talismán. Y cada nuevo desengaño, al doler y pungir como
-traiciones, prendía en la esperanza un nuevo estímulo, acendrando el
-amor con el dolor.
-
-Nada preguntaba la niña a don Miguel, y tampoco el sacerdote necesitó
-preguntar a la niña. Al encontrarse, ambos se miraban a los ojos con
-la costumbre de medirse los claros pensamientos; ella leía reproches
-y enemistad para el amado ausente, y aquél encontraba perdones y
-disculpas en respuesta a su tácita acusación.
-
-Transcurrieron en estas ansiedades muchos más días de los que
-_Mariflor_ creyera posible resistir. Anduvo como una sonámbula viviendo
-en apariencia, desprendida con furioso egoísmo de cuanto no fuese
-anhelar noticias de su novio. El pan y el sueño le sabían a lágrimas,
-a ofensa el aire y el sol, y a intolerable esclavitud los lazos que la
-unían al hogar. Huyó de Marinela, que la llamaba siempre desde el lecho
-con una pregunta ardiente entre los labios, y procuró evadirse a toda
-intimidad, trabajando sola, en el huerto y la «cortina», convirtiéndose
-en hortelana, con indiferencia absurda, sin que la doliese el esfuerzo
-ni la dañase el calor. Apenas supo de Olalla y de su madre, que,
-laborando en la mies, aparecíanse en la cocina por la noche, mudas y
-hambrientas, estoicas, impasibles... La abuela, incapaz como nunca,
-gemía por los rincones con el corazón cansado de sufrir, y los niños
-tornaban de la escuela descalzos y maltrechos, sin que Florinda lo
-advirtiese.
-
-Generosa con el ingrato, no pudiendo admitir la idea de su olvido,
-hasta llegó la joven a creer que hubiese muerto. Imaginó accidentes,
-percances y dolencias; se atormentó con las más trágicas suposiciones
-y sintió como un vértigo irresistible la atracción de la muerte;
-tornábase enfermizo el carmín de sus mejillas, vacilaba su paso y
-brillaban sus ojos con la tibia claridad de soles adormecidos.
-
-Una de aquellas tardes en que acechaba desde el huerto la llegada del
-tío Fabián, al oir un chasquido de herraduras en las piedras, tuvo
-que arrodillarse para no caer. Quedó inmóvil de hinojos, transida
-de emoción, y el viejo, que solía mirarla con regalo y curiosidad,
-asomándose a la sebe lo mismo que otros días, hizo un guiño a manera de
-saludo, y murmuró, piadoso:
-
-—Hasta que no ahuyentes a la bruja no recibes esquela.
-
-Levantóse la niña zozobrante a perseguir el eco de aquel aviso y
-le pareció columbrar a la tía Gertrudis inclinada sobre el bastón,
-doblando la rúa a pasito menudo y cauteloso.
-
-Sed de amor y hambre de felicidad dieron ímpetus a Florinda para
-correr en pos de la vieja. Pero la calle donde creyó que había
-desaparecido, solitaria y misteriosa, no le mostró rastro ninguno.
-
-Siguió la joven caminando al azar, enardecida por el deseo de pedir a
-los ojos nublados de aquella mujer y a su entorpecida voz razones del
-maleficio que desde el abuelo Juan alcanzaba a la nieta inocente.
-
-Aún ardía la tarde, espléndida y dulce. Julio, al morir, agitaba el
-abanico dorado de los centenos con una brisa generosa que fingía
-murmullos de oleaje.
-
-No había llovido desde aquella noche triste en que _Mariflor_
-Salvadores lloró acerbamente con las horas, y la tierra, colorada y
-sequiza, muerta de sed, emanaba agrestes perfumes en todo el paroxismo
-de su excitada vegetación.
-
-Aromas y rumores brindaron su refrigerante caricia a la desolada moza,
-apenas traspuso los linderos del lugar.
-
-Sabiendo que la tía Gertrudis habitaba en el barrio vecino de la mies,
-íbase _Mariflor_ con ciego impulso por las rutas del campo, decidida y
-absorta como si caminase derecha hacia lo infinito.
-
-De pronto, allí, a la orilla de un propicio sendero, encontró a
-_Rosicler_.
-
-—¿Onde vas?—clama el pastor, atónito, delante de la moza.
-
-Ella se aturde, olvidando a qué esperanza la lleva aquel camino, y en
-una repentina evocación de su desventura, dice con acento oscuro:
-
-—A buscar a la tía Gertrudis.
-
-—¿La renovera?
-
-—No sabemos si lo será—responde Florinda un poco avergonzada de
-sospechar lo mismo que el pastor.
-
-—Diz que lo es; y que a tu gente le hace mal de ojo por rencillas que
-tuvo con tu abuelo.
-
-Mientras coloquia el zagal, le seducen extrañamente la cabellera
-sombría y la entenebrecida mirada de la joven.
-
-—¿Gastas poca salud?—pregunta conmovido.
-
-—Gasto mucha—balbució la enamorada maquinalmente.
-
-—Píntame que has adelgazao—murmura él, pesaroso—. Y añade, viendo
-que la muchacha se quiere despedir:
-
-—¿Sabes a casa de la bruja?
-
-—No.
-
-—¿Entonces?...
-
-Desconcertada _Mariflor_ intenta continuar su camino, pero el rapaz la
-detiene:
-
-—Yo te enseñaré—dice—. No necesitas dar vuelta a las aradas: según
-vamos al pueblo, un poquitín a la derechera, hay una rúa angosta, y
-alantre alantre, onde ves una cabaña con hartos boquetes y mucho cembo
-en la techumbre, acullá...
-
-Pero Florinda está llorando.
-
-No comprende ella por qué su sensibilidad, atrofiada y como inerte
-bajo la dureza del dolor, se derrite al contacto de la solicitud
-de _Rosicler_. Saborea hieles de lágrimas hace ya muchos días, sin
-conseguir el alivio del llanto. Y apenas el zagal pone ingenuamente sus
-devociones al servicio de la secreta pesadumbre, estalla la lluvia del
-corazón en los ardientes ojos de la novia; un sentimiento fraternal
-suaviza la inclemencia del oculto padecer y afloja las bárbaras
-ligaduras del silencio y el disimulo en el pobre pecho atormentado.
-
-Aquella racha de aromas y rumores que antes penetró el alma de la
-moza como apacible compañía, fué, sin duda, el anuncio de esta brisa
-sentimental que en el abandonado espíritu levantan las solícitas frases
-del pastor.
-
-Sintiendo el apoyo de una fuerza consistente y viva, reacciona
-_Mariflor_ y responde a su amigo:
-
-—Ya no voy adonde dices: me vuelvo a casa.
-
-—Y, ¿por qué lloras?
-
-—Porque sí.
-
-Esta irrebatible lógica desconcierta un poco al zagal, que luego se
-rehace y afirma:
-
-—Ya lo sé: porque se marchó el forastero sin que os echáramos el
-rastro... No quiso el señor cura.
-
-La moza no contesta, distraída en el consuelo de llorar, y, siguiéndola
-por los estrechos viales de la mies, el pastor se preocupa meditando en
-los motivos del lloro. Porque él oye decir que la niña está solicitada
-para Antonio Salvadores, y no es probable que con un pretendiente de
-tanta robustidad, hacienda y poderío, ella suspire por un extranjero
-«ceganitas y esgamiao».
-
-—¡No puede ser!—corrobora en voz alta.
-
-Y, súbito, un razonamiento luminoso le da la clave del enigma:
-
-—Lloras—dice muy cierto—por las malas nuevas que tuvo de allende el
-señor cura.
-
-—¿Las tuvo?
-
-—Mi hermano escribió. En la esquela pone que el tío Isidoro adolece
-del arca y está «en los últimos»; que su padre quiere llevarse a Pedro,
-y que...
-
-—Pero, ¿a quién se lo escribe?
-
-—Eso a nosotros, con el sobre a don Miguel, y otra carta semejante
-recibió el mismo día, lo cual que dijo: Esta es de Martín. Las tenía en
-somo de la mesa cuando llegué a buscar la de mi hermano.
-
-Sobresaltada y anhelosa, despierta _Mariflor_ desde el infausto sueño
-de sus amores a las imponentes realidades de la vida. Sus lágrimas
-se borran al calor de los remordimientos y el rudo latigazo de la
-conciencia imprime velocidad al paso y al raciocinio de la joven.
-
-—¡Mi padre!—murmura enajenada.
-
-Y aquel nombre, dulce y solemne, le suena extraño y nuevo, muy remoto.
-
-Asustado el zagal, teme haber sido inoportuno, y divaga en
-murmuraciones confusas:
-
-—Yo conté que lo sabías... Quizabes no sea cierto... Podemos ir yo y
-tigo a preguntar...
-
-—Gracias, _Rosicler_: será mejor que vaya sola.
-
-Es tan visible y lastimoso el esfuerzo con que la niña se dispone a
-correr en busca de sus nuevas desgracias, que el pastorcillo siéntese
-inclinado a compartirle. Pero no sabe cómo sostener la media cruz de
-aquel dolor, y para demostrar siquiera que él también sufre, afligido
-murmura:
-
-—Yo marcharé con Pedro, sabe Dios hasta cuándo.
-
-—¡Pobre zagal!—lamenta Florinda, volviendo con dulzura la mirada a
-los cándidos ojos que la siguen.
-
-A _Rosicler_ se le enciende el semblante, lanza un fuerte suspiro al
-aire claro y esconde en el corazón unos cuantos secretos.
-
-¡Tal suspiran las mieses, cargadas de misteriosas inquietudes!
-
- * * * * *
-
-Don Miguel estaba en Astorga y fué preciso aguardarle, ya que llegaría
-de un momento a otro.
-
-—Anda muy ocupado con el casamiento—dijo Ascensión a su amiga,
-recibiéndola cariñosamente.
-
-La idea de que el cura estuviese negociando un préstamo para la dote,
-colmó la pesadumbre de la muchacha. Era la primera vez que se ponía
-en contacto con la gente del pueblo desde la llegada del primo y la
-partida del novio, y una dolorosa cortedad hacía difíciles sus palabras
-y sus averiguaciones.
-
-—¿Sabes tú lo que ha escrito mi padre?—atrevióse a decir.
-
-—No sabemos nada.
-
-Esta prontitud de la respuesta hizo a Florinda comprender que Ascensión
-tenía orden de no decirle lo que supiese acerca de aquel punto. Pero
-sin duda no le estaba prohibido exacerbar los pesares de la amiga con
-crueles alusiones; y, más curiosa que malévola, por saber muchas cosas
-que ignoraba, fué diciendo con femenil astucia:
-
-—¿Tienes buenas noticias de la Corte?
-
-Inmutada, la triste novia movió negativamente la cabeza.
-
-—¿Y de Valladolid?
-
-—Tampoco.
-
-—Facunda Paz ha dicho que te casas para las Navidades.
-
-—No es cierto—pudo protestar Florinda con delgada voz.
-
-—¡Ah! yo creí... ¡Como el primo os lo pone todo tan llano!... La
-verdad es—continúa la muchacha al cabo de un inútil silencio—que
-habéis tenido mala suerte: la tía Dolores pierde los caudales cuando ya
-no puede trabajar; Marinela adolece, para morir cuando caiga la hoja,
-y los chicos están abandonados, mientras Olalla y su madre andan de
-obreras, si a mano viene.
-
-—¿De obreras... para los demás?—gime tembloroso, a punto de romperse,
-el hilo de la remisa voz.
-
-—Sí; mañana van para nosotras.
-
-—Y, ¿a qué trabajo?
-
-—A la siega.
-
-—Pero, ¿no vienen hombres de Galicia?
-
-—Algunos vienen a segar otros centenales de más labor; aquí lo
-suelen hacer las segadoras: «éstas» se ofrecieron, y ¡como son buenas
-servicialas!...
-
-Le parece a la novia del poeta que fluctúa un ligero desdén en las
-palabras de Ascensión, como si ya fuese irremediable el hundimiento
-de la familia Salvadores y esta ruina arrastrase consigo todas las
-deferencias que gozó en Valdecruces la niña ciudadana. La jerarquía del
-corazón y la superioridad de la inteligencia, pugnan por levantarse
-rebeldes sobre el desvalimiento fortúito, mas un pálido sonrojo tiñe la
-frente de la orgullosa, y sus labios permanecen inmóviles: se siente
-abandonada, pobre como jamás lo estuvo, lejos como nunca de todas las
-cumbres que un día creyera poseer. El hondo fragor de sus arrogancias
-enmudece esclavo de la fatalidad, cunde silencioso y baldío, derramando
-los deseos en las tinieblas.
-
-Y Ascensión, creciéndose con infantil empaque, según advierte el
-profundo descorazonamiento de la niña, adopta un tonillo desusado para
-enumerar «las donas» que recibe del novio, presume y alardea entre
-manteos, jubones y delantales, esparcidos con hartura por la estancia.
-
-Cuando llega, a poco, don Miguel y hace que Florinda suba a su
-despacho, no puede la muchacha ocultar su aflicción a los ojos del
-sacerdote; llora a raudales, derribada en el primer escañuelo que
-tropieza, sorda a las preguntas con que el apóstol persigue la
-desaforada cuita.
-
-—De ese modo no se puede vivir, _Mariflor_—prorrumpe don Miguel con
-blanda severidad.
-
-Y la moza, difícilmente, responde:
-
-—Es que necesito morirme.
-
-Paseando en torno del parpadeante velón, aguarda el cura que se aquiete
-la tremenda crisis de aquel pesar. Y cuando ya parece que a Florinda se
-le agotan las lágrimas y sólo quedan en su pecho suspiros, indóciles
-como rezago de borrasca furiosa, el confesor acerca un escabel a la
-doliente, y ella misma procura abrir el alma a las investigaciones que
-la solicitan.
-
-Fuertes son los quebrantos que la zagala llora, no lo niega don Miguel;
-pero no es de criaturas cristianas el abandonarse al infortunio en
-estéril desesperación, olvidando la suma bondad de _Aquel que tiene
-cuenta con los pajaricos y provee a las hormigas, y pinta las flores, y
-desciende hasta los más viles gusanos_.
-
-Esta prometedora evocación remueve con empuje milagroso las moribundas
-fibras de una esperanza. ¡Pues no había olvidado _Mariflor_ aquellas
-frases tan dulces y sabidas! Con su recuerdo acuden en tropel los de
-la madre muerta y las lecciones aprendidas en su regazo; y un soplo
-inmenso de ternura levanta los sombríos pensamientos de la moza.
-
-Lumbres de la excelsa piedad que alcanza a las hormigas y a las flores
-y busca a los gusanos entre el polvo, despiertan con su luz todas
-las piedades dormidas en el triste pecho de la enamorada. Y ya en la
-torrentera de la juvenil pasión, corren con las amarguras del férvido
-caudal muchas compasiones para cuantos seres tiemblan en las ramas
-del fracaso y del vencimiento, como aves castigadas por la lluvia en
-adversa noche: enternecida bajo la piadosa corriente de un dolor menos
-áspero, _Mariflor_ escucha lo que va contando el sacerdote.
-
-No es cierto que las noticias de América sean tan malas como ha
-entendido el simple de _Rosicler_: aunque el tío Isidoro no mejora, los
-temores sobre su enfermedad no son definitivos, y los médicos opinan
-que la vuelta al terruño quizá operase en el enfermo una beneficiosa
-reacción.
-
-Cuanto al viaje del rapaz, su tío le juzga conveniente, porque,
-inútil Isidoro para el trabajo, le hace falta a Martín en el tenducho
-una persona de su confianza. ¿Que Pedro es un niño? Más niños y sin
-protección alguna emigran otros infelices: es necesario avezarse a la
-lucha por la vida y resistirla desde la niñez.
-
-Tampoco es una desgracia nueva que trabajen a jornal Ramona y su
-hija. ¿Qué más tiene el surco propio que el ajeno, si exige el mismo
-trabajo, le riega una misma fuente y el beneficio que reporta sabe a
-pan moreno de una sola mies?... ¡Un poco de orgullo sacrificado es cosa
-tan pueril cuando se piensa que «nuestras propiedades» lindan con el
-cementerio!...
-
-Quiere don Miguel consolar a _Mariflor_ y se esfuerza en aducir
-consideraciones de ultrahumana filosofía; pero en el fondo de sus
-graves palabras, solloza con tal ímpetu la tragedia del páramo, que se
-descubre, arisca, la visión de los añojales, fecundos por el terrible
-esfuerzo de las mujeres, confundidos con la tierra común preñada de
-despojos, florecida de cruces y de nombres.
-
-Y el pecho de la enamorada palpita con tan humanos afanes, tan seducido
-por las aficiones a la vida y los anhelos de la transitoria felicidad,
-que el pobre corazón se retuerce mártir y convulso, loco de pena entre
-las lindes pálidas del cementerio y de la mies.
-
-Sin embargo, es preciso pensar continuamente en los grises caminos
-que deslindan «arrotos» y sepulturas. ¿Qué dice el heredero del tío
-Cristóbal? ¿Arrebata la hacienda de la familia Salvadores? ¿Se muestra
-piadoso?...
-
-Sí; pues aunque Florinda lo dude, es cierto que Tirso se ha presentado
-espontáneamente a don Miguel para decirle que prorroga hasta Navidad
-los préstamos otorgados a la tía Dolores.
-
-—¡Hasta Navidad!... ¡Qué raro es eso! ¿Hablaría Antonio con él?
-
-No contesta el párroco a esta pregunta, pero de sus frases, vagas,
-colige Florinda que no ha sospechado mal. Entonces un atrevido
-pensamiento la conforta: ¡si el primo fuera remediando los apuros de la
-familia hasta las Navidades!
-
-Siempre sería ésta una ventaja para todos; además, en cinco meses,
-¡pueden ocurrir tantas cosas!...
-
-En seguida salta la imaginación de la joven a la más urgente de las
-deudas familiares; ¿habrá pagado Antonio las cuatro mil pesetas
-al cura? Trata Florinda de averiguarlo con dolorosa timidez, y el
-sacerdote la interrumpe inquieto y persuasivo:
-
-—No me debéis nada—murmura—; ni un céntimo; ya lo sabe Antonio.
-
-—Pero la boda se aproxima...
-
-—Tengo en el bolsillo las pesetas.
-
-Como parece que la joven duda, don Miguel desdobla un fajo de billetes
-que lleva guardados encima del corazón, y cuenta muy despacio la
-interesante cantidad.
-
-Aún no se aclara el entrecejo de la niña; la nube que le oscurece
-persiste inquietadora, porque la hazaña de recuperar aquel dinero le
-tiene que haber costado al cura un sacrificio, una humillación, quizá
-un bochorno. Pero el bienhechor niega, sonríe: ¿Y si se lo hubieran
-regalado?... ¡Vaya con la aprensiva!
-
-—Usted dijo que a un pobre le era casi imposible lograr ese
-préstamo—aduce _Mariflor_ acongojada.
-
-—Yo suelo equivocarme algunas veces, y tú eres una visionaria que
-estás conspirando contra tu salud a fuerza de atormentarte; basta para
-afligirnos la situación de la pobre Marinela. Conque, hija mía, a
-vivir... y a esperar.
-
-—¿En quién?—prorrumpe ávida la moza.
-
-—¿Y me lo preguntas?
-
-—Sí; ya lo sé: ¡en Dios únicamente!...
-
-La incertidumbre que interrogó desde los ansiosos labios se condensa
-en un gesto de cansancio profundo. Atosigada por las vicisitudes del
-Destino, siente Florinda muy lejana la ayuda de Dios, muy alto el
-cielo, en inabordable confín, y harto duros en la tierra los desiertos
-del olvido cruel. Nostalgias de una felicidad imposible crecen en el
-colmado corazón, con apremios tan vivos, que todas las piedades y las
-ternuras se encogen relajadas bajo la explosiva fuerza de un solo
-anhelo.
-
-Y audazmente, sin escrúpulos ni rubores, con absoluta necesidad de
-asirse a un hilo de esperanza para poder vivir, pregunta la niña:
-
-—¿No sabe usted nada, nada «de él», ni una palabra siquiera?
-
-—¡Ni una palabra!—responde el cura con indefinible tono, lleno a la
-vez de piedad y acusaciones. Advierte en seguida que su respuesta corta
-como un puñal, y ve a la sentenciada palidecer y levantarse al filo de
-la rotunda negativa.
-
-Un violento espasmo sacude la fuerte juventud de _Mariflor_, crispa en
-sus labios el pesar una sonrisa helada, y tiembla en sus ojos un ramo
-de locura.
-
-La convulsión de aquella pobre vida y el estrabismo del torturado
-entendimiento, piden un socorro eficaz: pero, buscándole con la más
-compasiva solicitud, sólo encuentra don Miguel revulsivos y cauterios
-que, fundentes, contribuyen a derretir los caudales de bondad
-constreñidos en el robusto corazón.
-
-—Tu padre te escribe—anuncia, fingiendo que no siente ni descubre
-aquel martirio—. Aquí está la carta.
-
-Como la moza no tiende su mano a la misiva y continúa vacilante en los
-trágicos límites de la demencia y el desaliento, añade el cura:
-
-—Tu padre sufre y trabaja por ti; es menester que le confortes.
-
-—¡Ah, mi padre!—exclama ella como un eco de lejanos cariños y
-palabras antiguas.
-
-—Sí; él, que sólo vive para volver a verte... Y Marinela... ¡escucha!,
-Marinela se muere pronto si no la cuidas tú.
-
-—¿Se muere?
-
-—¡Claro; nadie la socorre!
-
-—¡Virgen santa!...
-
-El párroco ya sabe que el alma de Florinda se resistirá a sucumbir
-ante el dolor; la ve arrastrarse hacia la derrota, fascinada por el
-abismo de la pena, tornar luego sumisa a los requerimientos del deber;
-apagarse, encenderse al soplo de corrientes misteriosas, como una
-llama recia y combatida. Él la espera, la busca, y asiste conmovido al
-ardoroso combate sentimental.
-
-Pero la infeliz combatiente descubre el acecho de otra alma y se
-esconde, replegada en sí misma, con el supremo recato de los más
-íntimos pesares. Y el cura, al fin, ignora qué propósitos triunfan
-en la conciencia de _Mariflor_, mientras ella se despide con el aire
-pasmado, llevándose la carta.
-
- * * * * *
-
-Desfallecen las luces del crepúsculo, y la noche se levanta en el
-llano; le parece a Florinda que el silencio cae como una gran oscuridad
-sobre la aldea.
-
-Unos niños juegan al «columbón» en la explanada, pero se columpian sin
-hablar ni hacer ruido, y con el propio secreto cunde la cancioncilla de
-la fuente, gota a gota.
-
-El pobre hogar que la enamorada encuentra, está sombrío y silencioso,
-lo mismo que Valdecruces. Ella lo pisa con atroz angustia, mas a poco
-de acostumbrarse al taciturno ambiente oye cómo también una lágrima
-horada este silencio, manando, a hilo, como la fuente de la calle: es
-la voz humilde con que Marinela suspira. Al segundo reclamo de esta
-gota de pena, siente _Mariflor_ un formidable sacudimiento en todas las
-fibras de su alma, y corre hacia el plañido suave.
-
-—¡Estás sola!—compadece, dando a sus palabras una profunda entonación
-de caridad y desagravio.
-
-—¡Ah, eres tú!—responde la enferma con todo el brío de su acento
-débil.
-
-Y en el abrazo con que se unen en la sombra las dos primas, hay la
-dulce solemnidad de una reconciliación.
-
-—¿Dónde está la abuela? ¿Y los niños?—dice la recién llegada, como si
-volviese de un viaje, sin ánimos para preguntar por las esclavas de la
-mies.
-
-—La abuela... por ahí. Los rapaces contentos porque mañana les darán
-vacaciones.
-
-—Y tú, ¿no estás mejor?
-
-—Al contrario... Pero agora dicen que la hechicera hace igual de
-ensalmadora, y que puede curarme.
-
-—¿La tía Gertrudis?
-
-—¡Velaí! Si ella me hizo el daño, que me lo quite.
-
-—Antes tú no creías esas patrañas—protesta Florinda.
-
-Luego se estremece al recordar que ella también las ha creído:
-¿cuándo?... Una vertiginosa sucesión de imágenes la conturba.
-
-—¿Cuándo?—repite—. ¿En otra vida? ¿En sueños?...
-
-No; aquella misma tarde, bajo la realidad siniestra de la desgracia.
-
-Medrosa de hundirse en los suplicios del amoroso padecer, quiere
-Florinda esclavizarse a otras emociones que la subyugan el corazón.
-Enciende el candil y busca en el rostro de la enferma y en la estancia
-miserable el tangible drama familiar. Necesita poner las manos en el
-palpitante dolor, en la carne lacerada y febril; necesita escuchar
-llantos y gritos, sentir repugnancias y miedos, hasta ahogar las
-secretas desesperaciones en una borrachera de amarguras.
-
-Y lo consigue en parte. Marinela, muy blanca, muy tenue, sin poder
-soportar la impresión de la luz, echa sobre las pupilas el lívido
-velo de los párpados y sonríe enseñando unos dientes iguales, un poco
-amarillentos; su cara infantil se transfigura bajo la corona violenta
-de los cabellos esparcidos y vedijosos, y un conjunto indefinible
-de alegría y de quebranto presta a las dulces facciones singular
-expresión. El lecho, desaseado y hundido, parece un roto bajel, donde
-la mozuela sentenciada boga con lentitud hacia la siniestra orilla.
-En los rincones del dormitorio emergen sombras y miasmas, y cuando
-Florinda alza el candil para juntar en una sola visión todas las
-tristezas presentes, alumbra una imagen de Cristo, moribundo en la cruz.
-
-—Si no es la bruja, ¿quién nos persigue?—balbuce Marinela, recogiendo
-el reproche de su prima. Y ésta, sugestionada por el pálido Crucifijo
-que se le aparece como emblema del más sublime dolor, pregunta a su
-vez.
-
-—¿Siempre estuvo aquí esta efigie?
-
-—Siempre.
-
-—Ahora la veo...
-
-Bajo el corpiño de la muchacha cruje un papel, quizá empujado por el
-tumbo fuerte del corazón que aviva sus emociones. Ella posa la luz en
-el suelo y despliega impaciente la carta de su padre. De hinojos, para
-mejor alumbrar su lectura, confirma en los renglones amados cuanto
-dijera don Miguel; pero añade a lo ya sabido algunos descubrimientos
-que la envuelven en su fatal pesadilla de la boda con Antonio.
-
-El ausente, lleno de cariño y de inquietudes, trata a _Mariflor_ como a
-una niña; quiere dejarla en libertad para elegir esposo, y oculta mal
-sus temores de que no acierte a lograrlo con serena disposición. En los
-consejos que la envía rebosan inconscientes las antiguas esperanzas de
-los desposorios con el primo. «Es honrado y bueno, muy traficante; la
-ayuda que su capital pudiera prestarnos, sería en estas circunstancias
-definitiva para todos». Esto escribe el señor Martín sin conocer aún la
-crítica situación de su madre.
-
-Luego, contestando a las confidencias de la joven, desliza entre
-palabras recelosas el sentimiento de una contrariedad:
-
-«Esa gente de pluma—repite como un eco de todos los pareceres
-maragatos—no me inspira confianza; suelen ser hombres andariegos,
-imaginantes y lucidos, muy artificiosos y escasos de intereses; en fin,
-hija mía, aconséjate mucho del señor cura y que Dios nos auxilie».
-
-Al través de todo el pliego, un hálito de alarma y de tristeza confunde
-a la lectora: el padre se duele de no mandar «posibles», de no tener
-con qué realizar el viaje de Pedro ni la repatriación de Isidoro. Y la
-nublada frente de la niña se dobla con desmayo sobre la carta, como si
-la venciese el agobio de otra nueva responsabilidad.
-
-Mientras Florinda leyó, fué Marinela haciéndose a la luz amortiguada
-desde el suelo, y levantó los párpados poco a poco: el perfil de su
-prima, trazado por la sombra con gigante dibujo, llenaba la pared y
-tocaba en la techumbre.
-
-Sonrió la enferma, alegre de encontrar la figura gentil de sus
-ensueños, difundida como por milagro en todo el mezquino gabinete,
-y deslizóse a orilla de la cama para verla en realidad. Pero un
-sobresalto la trastorna cuando descubre la carta entre los dedos
-temblones de _Mariflor_. ¿Será del forastero? ¡No parece que está en
-romance!... ¡Y si fuera de «él»?...
-
-Todas las perturbaciones y las incoherencias con que la zagala se
-consume en inaudita pasión, se agolpan a los descoloridos labios para
-balbucir aquella pregunta. Va a derramarse el ávido acento lo mismo que
-un roto caudal de incertidumbres, y al borde sonoro de la palabra se
-asustan de repente las emociones silenciosas de la niña. Tanto aprendió
-a esconderlas, en el tiempo que vive encerrada con sus incógnitos
-pesares, que le han crecido las sombras y los temores alrededor de los
-pensamientos y ya el instintivo recato de su alma se cierra, oscuro
-para siempre, en la propia timidez y confusión. Al levantar Florinda
-los ojos, dócil a la penetrante consulta de otra mirada, ve Marinela
-como en un espejo el desastre interior de aquella vida tan hermosa,
-y le tiende los brazos en caritativo impulso de socorro. Menguada y
-triste es la esperanza que ofrecen desde la navecilla del dolor unos
-remos tan frágiles, mas en ellos se apoya con gratitud Florinda, y
-levantándose firme, con ellos se abraza, sostenida en el naufragio de
-la felicidad.
-
-—¿Quién nos persigue?—clama otra vez Marinela entre sollozos—. Y
-como su prima no responde, añade:
-
-—La bruja es también sortílega, adivinadora, ¿entiendes?... ¡Vamos a
-pedirle que nos ayude!
-
-_Mariflor_ desciñe sus brazos en torno de la enferma, y señalando en la
-pared al Cristo, murmura inspirada:
-
-—No: ¡a Este!...
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-XVIII
-
-LA HEROICA HUMILDAD
-
-
-ARROJADAS como dos náufragos a los rigores de la suerte, Olalla y
-Ramona siegan sus panes y los ajenos, hacen gavillas y manojos,
-_acerandan_ y criban, mueven el trillo, el bieldo y el _calomón_.
-
-Ningún fiero trabajo se resiste a la necesidad y al brío de estas
-mujeres silenciosas y duras, imperturbables. Si Olalla desfallece un
-minuto, ebria de calor y de esfuerzo, su madre la sostiene y aguza con
-unas sílabas certeras, rápidas como un latigazo:
-
-—¡Aguanta!—balbuce roncamente.
-
-Y la moza, bajo el violento acicate de este sordo grito de guerra,
-endurece sus músculos y esclaviza su voluntad como una veterana
-obrera de la mies. Con tan buenas disposiciones, abundan los jornales
-para entrambas, cuando la propia labor les permite aceptarlos, y el
-desvalido hogar navega a remolque de las bravas remadoras.
-
-_Mariflor_ secunda estos afanes con la más ardiente solicitud; su
-dolor, reconcentrado y prisionero, yace sin rebeldías, cargado de
-cadenas en el fondo del alma juvenil.
-
-Pero en la valentía con que la muchacha se yergue sobre su desventura,
-de frente a la existencia, late el humano propósito de vencer
-al Destino a fuerza de abnegación. Encauzado el tumulto de sus
-desolaciones, manso ya el torbellino de sus pensamientos, Florinda ha
-fijado los ojos en Dios con suprema esperanza; pretende conseguir del
-Cristo moribundo, en memoria de su excelso martirio, una revocación de
-la sentencia que la confina en Valdecruces, sin amor y sin pan, bajo
-el cruel dilema de una boda repugnante o de una miseria definitiva y
-horrible.
-
-Aún confía en el hombre amado, aún le defiende contra las acusaciones
-de la realidad. El frío silencio que la persigue con presunciones de
-abandono se lo explica como un castigo de la tardanza y resistencia con
-que acude a los brazos abiertos de la Cruz.
-
-Exigente consigo misma, ansiosa de purificarse en el tamiz de todas
-las virtudes para merecer la divina compasión, se acusa de no haber
-compadecido bastante, de no haber rechazado aversiones y repugnancias
-con diligente voluntad; quiere ahora poner sus sacrificios a la
-altura de sus anhelos, y se debate en tremendas luchas, porque todos
-los dolores le parecen poco finos y apurados para subir por ellos
-a la soñada cumbre, y con tales sutilezas se desarrolla su nativa
-sensibilidad, que ya teme asomarse al huerto por no interrumpir el
-canto de los pájaros y levanta las zarzas del camino para no herirlas
-con el pie.
-
-Al influjo de tan extremada compasión, un poco enfermiza y delirante,
-adquiere la casona de la abuela un cariz de blandura, humano y dulce.
-La enamorada realiza prodigios de orden y habilidad en torno suyo;
-están los niños más aseados y alegres; el menaje más enderezado y
-compuesto, y hasta la abuelita menos torpe y abrumada. Sobre todo,
-Marinela es quien más plenamente recibe los favores de esta ternura que
-invade el hogar como suave regolfo de una marejada asoladora.
-
-Para traer al médico, luego de saldar la antigua cuenta, Florinda
-registró su baúl de ciudadana, y, al cabo de muy tristes y secretas
-negociaciones, obtuvo de la sobrina del cura el dinero preciso en
-cambio de algunas chucherías que sedujeron a la muchacha.
-
-La propia _Mariflor_ fué a Piedralbina con las siete pesetas, y a la
-tarde siguiente el médico llamó con mucha solemnidad en casa de la tía
-Dolores, después de atar a la vilorta del huertecillo las bridas de un
-jaco semejante al de Fabián Alonso.
-
-Joven, endeble y taciturno, el facultativo parecía tan necesitado de
-asistencia como poco amigo de prestarla. Comenzó por renegar de la
-lobreguez de la alcoba adonde le condujo _Mariflor_, y acabó por decir
-que examinaría a la paciente cuando para ello dispusiera de aire y de
-luz.
-
-—La casa es grande—vociferó enojado—; ¿no encuentran ustedes más que
-un escondrijo oscuro para esta criatura?
-
-La abuela se santiguó llena de asombro. ¡Andanda con el mediquín nuevo;
-oscura la alcoba, después de haber comprado una vela de las finas para
-cuando él llegase!
-
-Sintió _Mariflor_ mucha vergüenza por lo mismo que le pareció evidente
-la justicia con que se censuraban las condiciones del aposento, y
-prometió sustituirle al punto por el mejor del edificio.
-
-Un poco amansado el médico, pulsó a la niña, le miró los ojos y la
-lengua, preguntó antecedentes de los progenitores, y, después que la
-anciana, con el auxilio de _Mariflor_, hizo un dificultoso relato de
-muertes prematuras, recomendó a la enferma sanos alimentos, un tónico
-de la botica y baños progresivos de sol.
-
-Despidióse maravillado de la inteligencia y el interés conque Florinda
-le escuchaba, dando señales de comprenderle, y cuando volvió, al cabo
-de dos días, halló en mitad de la sala el lecho de Marinela, aireado y
-a plena luz.
-
-No costó poco trabajo subirle allí; tuvieron por loca a quien lo
-proponía, y sólo a fuerza de obstinadas solicitudes logróse al cabo la
-piadosa intención.
-
-—¿Un catre en la sala?... ¡Válgame Dios; ya no me queda más que
-ver!—había respondido la abuela a las primeras indicaciones de
-Florinda, las cuales produjeron igual asombro en las otras mujeres.
-
-Después de agotar la valerosa enfermera todos sus convincentes
-argumentos, comenzó Olalla a mostrarse indecisa.
-
-—¡Si es necesario!...—insinuó.
-
-Ramona, siempre con su aire de bestia parda, alzó los hombros en
-indefinible actitud. Y Marinela confortó su cuerpo con el sol y las
-brisas, mientras la tía Dolores se hacía cruces.
-
-Para conseguir los sanos alimentos y traer el tónico de Astorga,
-volvieron la necesidad por un lado y por otro la codicia, a establecer
-secretas relaciones entre el baúl de _Mariflor_ y los armarios de la
-maestruca.
-
-De rodillas, inclinada con desconsuelo sobre los despojos de sus
-tiempos felices, buscó la pobre muchas veces algo que cambiar por
-dinero. Y poco a poco, la ropa blanca, el rosario de coral, el bolsillo
-de piel, las cintas y los adornos señoriles, fueron con mucha cautela a
-pulir el equipo de la novia. Como todo ello eran frivolidades de valor
-escaso, Florinda dejaba tímidamente que la generosidad de Ascensión
-pusiera el precio. Y Ascensión, poco escrupulosa, influída por el
-espíritu mercantil de la raza, fué abusando cada vez más de aquellos
-apuros y llegó a poseer casi entero el humilde tesoro de su amiga. Ya
-no le quedaba a ésta más recurso que el reloj de su madre; era de oro,
-de una sola tapa, lindo y pequeño.
-
-Postrada ante el cofre exhausto, contemplaba la niña su joya con
-terrible perplejidad. Hubiera querido no sentir hacia ella un apego
-entrañable, no estremecerse con profunda emoción mirando la saetilla,
-parada en las tres, como recuerdo de una trágica hora.
-
-Varias veces, aquel mismo día, salió el estuche rojo de su escondite,
-llevado y traído por una mano trémula: _Mariflor_ quería ofrecérselo
-a la novia y sonreir valiente al realizar el nuevo sacrificio. Pero
-ante sus ojos, turbios de llanto, la vira del reloj temblaba como dedo
-convulso que señalase con infinita pena una dulce memoria próxima a
-extinguirse.
-
-En vano la joven apelaba a sus firmes propósitos de someterse bajo el
-purgativo dolor con ánimo eficaz; en la sedosa red de sus pestañas
-tejía el humano sentimiento una niebla entre el alma y la Cruz...
-
- * * * * *
-
-Marinela ha mejorado un poco. Tempranito, antes que abrase el día, baña
-su débil pecho en los rayos milagrosos del sol. La pócima confortante
-y las comidas, apetitosas algunas veces, la van fortaleciendo; se
-levanta, sale al colgadizo cuando la tarde se dulcifica, y percibe sin
-cesar el tónico de las brisas puras.
-
-El médico ha ordenado que duerma sola, con el balcón abierto; pero
-ella, lo mismo que su hermana, temen a la noche libre como a emboscado
-enemigo, y Florinda tiende su colchón al lado de la enferma para
-infundirle ánimos; ambas reposan a pleno aire, al amparo de la luna,
-con estupefacción de cuantos vecinos conocen este nuevo sistema de
-curar.
-
-De él se duele Ramona cada vez con más ostensible disgusto; ha querido
-oponerle resistencia, pero las súplicas de Florinda obran milagros hace
-algún tiempo en aquella singular mujer. Cuando se le acerca la joven
-a solicitar su permiso para alguna cosa, reprime un movimiento duro,
-esconde la torva decisión de su mirada, y suele decir:—Bueno—alzando
-los hombros con su acostumbrada indiferencia—. Sin duda, evoca el
-aviso de don Miguel: «Florinda no tiene madre; ¡acuérdate!
-
-Desde que la muchacha se ocupa con humilde abnegación del hogar y de
-los niños, y especialmente de Marinela, diríase que acentúa Ramona
-aquella pasiva tolerancia con que recibe cuanto de Florinda procede.
-No pregunta de dónde saca ella dineros y entusiasmos para mimar a su
-prima; supone vagamente que el párroco la ayuda por compasión, y finge,
-como Olalla, no comprenderlo, algo confundidas ambas entre flojos
-estímulos de vanidad y gratitud...
-
-Hoy _Mariflor_ arrostra muy azorada el pálido mirar de la madre; es
-menester adquirir un nuevo frasco de medicina, que vale cinco pesetas.
-Lo dice así de pronto, seguido, para no amedrentarse demasiado.
-
-—¡Cinco!—balbuce Ramona.
-
-Su ronca voz, sin inflexiones, rueda sombría.
-
-—Malas artes dañaron a la rapaza—murmura—. Y muy peor será acudir
-a fabulaciones de ciudades para ponerla buena. Con darle boticas y
-cuchifritus, acostarla a la santimperie y tenerla a todas horas a las
-clemencias del cielo, no se consigue desfacer el hechizo de la bruja.
-
-—¡No crea usted en hechicerías!—ruega _Mariflor_ tímidamente.
-
-Pero Ramona, exaltándose, arguye:
-
-—¿Voy a creer que es Dios el que me comalece los rapaces y el
-esposo, me rebata la hacienda y me tosiga en la sumidad de todos los
-trabajos?... ¡No lo tengo merecido! Dios es justo y no puede consentir
-que unos gocen de mogollón y otros pujen todas las pestilencias de la
-vida.
-
-Palidece la doncella, creyéndose alcanzada como otras veces por el
-despecho de las alusiones, pero la mujerona, mirándola de frente como
-no acostumbra, adulce todo lo posible el desabrimiento de su voz, y
-añade:
-
-—Tú eres una párvula sin hiel y no conoces al diablo.
-
-Suspensa _Mariflor_ ante la benigna frase, atrévese a profundizar con
-la mirada en los ojos propicios de Ramona, y le parece sentir cómo se
-rompe el hielo del explorado corazón, y un arroyo de ternura rueda
-escondido en él...
-
-Están de sobremesa las cuatro mujeres de la casa, después de cenar.
-Alcanzaron permiso los rapaces para correr un rato al fresco de la
-noche, y ellas parecen detenidas por una involuntaria laxitud.
-
-El cansancio y la tristeza ponen su languidez amarga sobre aquellas
-actitudes de indecisión y cortedad; el humo las envuelve y el silencio
-las colma de profunda melancolía.
-
-Abre la abuela en prolongando bostezo su desdentada boca, y la voz
-suave de Florinda insiste:
-
-—Marinela sanará si seguimos cuidándola...
-
-Ramona interrumpe sordamente:
-
-—No sana, como la bruja no la ensalme.
-
-—¡Pero si está mucho mejor!... ¿Verdad, Olalla?
-
-La aludida se estremece lo mismo que si volviera de un desmayo o
-despertara de un sueño. Hay que repetirle la pregunta y explicarle el
-asunto de la conversación; sólo entonces dice con vaga certidumbre:
-
-—La meiga puede sanarla.
-
-—¡Por Dios!... La tía Gertrudis no es meiga. ¿Tú también vas a dudarlo?
-
-Se encoge de hombros la maragata rubia, igual que suele hacerlo su
-madre. Parece que las sensaciones delicadas son ya desconocidas para la
-moza, como si con los músculos y la voluntad se le hubiese endurecido
-el corazón, palpitando sobre la mies.
-
-Ramona espabila el candil, junta impaciente los regojos de pan en un
-pico de la mesa, y no pudiendo contener el ímpetu de las indignaciones
-que la obligan a moverse, prorrumpe:
-
-—¿Conque no es meiga la tía Gertrudis?... ¿Cómo padeces tú el aojo de
-la su visita, si no en la salud en tantas de cosas?... ¿Quién trujo al
-forastero trufaldín y te aquerenció con él?... ¿Quién te ofusca para no
-reamar a un pretendiente de la garrideza de Antonio?... ¡Ay, rapaza;
-afánate por tu prima y verás lo que consigues, si no logras trincar la
-intención que nos ofende!...
-
-No solía Ramona componer tan largos discursos; su voz, escandecida,
-tiñóse de emocionante desconsuelo, cuando añadió:
-
-Yo bien conozco el daño que Marinela padece; por eso fuyo de oyirla
-balitar como un corderín, con la secura en la boca y en los ojos la
-medrosía... Pedido hube su curación al Santísimo por los alzamientos
-del cálice; pero Dios, con ser tan compasionado, permite que Lucifer
-conjure contra el pobre manojuelo de mis entrañas...
-
-Extinguióse la burda queja en un sollozo, y el busto de la madre se
-inclinó hacia la orilla de la mesa; algunas lágrimas cayeron sobre los
-mendrugos de pan.
-
-—¡No llore!—murmuró Florinda traspasada de compasión—; ¡no llore!
-Dios no deja que el Diablo dañe a los suyos, estoy segura de ello; lo
-aprendí en sermones y libros: lo dice don Miguel.
-
-Ramona movía la cabeza con incredulidad, reprimiendo el llanto.
-
-—¿Y quién busca el dinero de las medicinas?—dijo al fin, como si
-se diese a partido—. Sus ojos enigmáticos se posaban en la moza con
-inquietud.
-
-Ella se ruborizó, y muy emocionada, pensando en su relojito, repuso:
-
-—Yo buscaré lo suficiente para algunos días; pero ya se me acaba el...
-la... el medio de encontrarlo.
-
-Suspiró la mujer con alivio, sin mostrar desconfianza, admiración
-ni curiosidades; secóse los párpados con la punta del mandil, y
-comunicativa como jamás lo estuvo, dijo:
-
-—Mañana van las de Fidalgo a Astorga, y como no tenemos cabalgaduras,
-yo había pensado que Olalla fuese con ellas a vender unos palombos; la
-prestarían compaña y montaje, y ocasión de mercar zapatos para que los
-críos no nos avergüencen el día de la fiesta; pero nos han ofrecido a
-las dos jornal.
-
-—Yo iré—apresuróse a decir _Mariflor_, inspirada en un doble
-propósito.
-
-Admitida inmediatamente la promesa, Ramona tuvo que gritársela a su
-hija:
-
-—¿Te duermes o pasmaste?—voceó adusta.
-
-—¡Estoy cansa!—lamentó sin bríos la infeliz.
-
-—¡Pobre!—dijo Florinda entrañando el acento.
-
-Y un gato flacucho y pintojo lanzó a la mesa elocuentes maullidos...
-
-La imagen desfallecida de Olalla persiguió a _Mariflor_ toda la noche
-como un punzante remordimiento; ¡ella también debía salir al campo,
-jornalera y labradora sin condiciones, lo mismo que su prima!...
-
-Aun en las blandas horas en que el sueño ata las existencias y las
-somete a su apacible dominio, velaban los pesares de la joven ocultos
-en las sombras del reposo, para erguirse más crueles a la luz de la
-realidad, cuando la víctima despertase.
-
-De tal modo iba ella robusteciendo sus ánimos contra el dolor, que
-después de sobreponerse al cobarde anhelo de morir, se lanzaba a
-padecer, delirante de heroísmo. Convertida en lavandera y hortelana, la
-señorita melindrosa comía el rancho del hogar sin aparente esfuerzo,
-mostraba un buen talante a todos los reveses de la pobreza, y se dolía
-de no haber pagado su tributo de sudor a la mies. Pero la seguridad
-de marchitarse aspada en el potro del trabajo, le causaba terror; ya
-le parecía sentir en su florido cuerpo el menoscabo de la belleza, la
-invisible garra del sacrificio hundiéndole en el rostro las facciones,
-borrando la tersura y la sonrisa de la juventud. Hasta en la raíz
-de los cabellos percibía la moza el temblor de tales amenazas: una
-crispatura y un frío que acaso la hiciera encanecer.
-
-Como dormía sin que durmiese su dolor, despertábase algunas mañanas
-con el espanto de las pesadillas, creyéndose ya desjarretada y mustia,
-igual que tantas infelices de Valdecruces.
-
-Así recela hoy mismo, y una invencible zozobra la empuja hacia el
-espejo. Entre las nubes del cristal resplandecen los veinte años
-con tales promesas, que la medrosa no puede menos de sonreir. Se
-aproxima al azogue donde irradia la imagen, busca bien en sus rasgos
-la hermosura y descubre la piel fina un poco tostada por el sol, las
-ojeras teñidas por la preciosa untura de las lágrimas, la boca grave
-y dulce, profundo y noble el duelo de los ojos, todo el semblante
-embellecido con gracias y tristezas.
-
-En el nublado espejo de la tía Dolores tembló la luz de una mirada
-agradecida, que, al volverse luego, descubrió a Marinela con los ojos
-clavados en el Cristo moribundo, ya inseparable compañero de la niña
-doliente.
-
-Avergonzada _Mariflor_ por el contraste que ofrece su frívola consulta
-con aquella otra, acude hacia su prima, hunde la cara entre los brazos
-de ella para disimular el sonrojo, y pregunta:
-
-—¿Rezabas?
-
-—Eso mismo.
-
-—¿Por quién?
-
-—Por ti.
-
-—¡Dios te lo pague!
-
-La enferma alisa blandamente los cabellos de _Mariflor_, que de pronto
-balbuce:
-
-—¿Tengo canas?
-
-—¡Josús, mujer!... ¿Canas a tu edade?... Tienes un pelo tan largo y
-amoroso que da gusto cariciarlo.
-
-—¿Sabes que voy a Astorga a vender los pichones?—dice Florinda,
-incorporándose para acabar de vestirse.
-
-—¿Tú? ¿Pues cómo?
-
-—Anoche ya estabas durmiendo cuando lo dispusimos: tu madre y Olalla
-tienen hoy jornal.
-
-—¿Y quién me cuida?
-
-—La abuela.
-
-—¡Ay, no quiere que me bañe el pecho al sol; se duerme, riñe o llora!
-
-—Yo vuelvo al anochecer. Te traeré la medicina y yemas escarchadas
-sólo para ti: son de mucho alimento.
-
-—¿Pero sabes el camino?
-
-—Voy con las de Fidalgo.
-
-—Entonces verás a las clarisas... ¡Dichosa tú!
-
-—¿Sientes la vocación otra vez?
-
-—¿Otra vez?—repite Marinela encendida como una rosa.
-
-—Creí que ya no te acordabas del convento.
-
-—Acordarme, sí...—murmura la enferma con tan balbuciente seguridad,
-que _Mariflor_ la mira llena de asombro: ve que hace esfuerzos para
-contener el llanto, se acerca a consolarla, y el incógnito dolor de
-aquel pecho herido estalla en sollozante crisis.
-
-—¿Qué tienes? ¿Por qué lloras? ¡Dime, dime tus penas!
-
-La sin ventura no responde; gime anhelante, y Olalla sorprende a las
-dos primas juntas, en un abrazo tristísimo.
-
-—¿La despedida os hace duelo?—prorrumpe atónita. Sin esperar la
-contestación, añade:
-
-—Aquí están los palombos: diez parejas.
-
-Y coloca sobre la cama un escriño pequeño, donde las aves cautivas se
-revuelven temblorosas.
-
-Florinda acaricia a Marinela, que procura serenarse y que poco después
-se queda sola frente al balcón abierto, lanzando sus miradas, húmedas
-aún, desde la agonía de Cristo a la serenidad resplandeciente de las
-nubes.
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-XIX
-
-EL CASTIGO DE LOS SUEÑOS
-
-
-BIEN acogida _Mariflor_ por las viajeras, tuvo asiento propicio en las
-anchas jamugas de la novia, mientras la madre de ésta asilaba a los
-pichones en su mulo, prometiendo venderlos ella misma, más artera en
-estos negocios que la niña ciudadana.
-
-—Tú, en cambio—le dijo—, acompañas a Ascensión, faceis compras y
-visitas, que ya la boda está adiada y no hay que descuidarse con los
-encargos y los aconvidos...
-
-El cielo, muy tocado de arreboles, anunciaba un día bochornoso, y las
-amazonas se proponían llegar a la ciudad antes de que arreciase el
-calor, para volver a Valdecruces con la fresca.
-
-Iba la novia hablando con mucho empaque de los obsequios que había
-recibido y de los que aún esperaba: mantellinas con recamos, medias de
-seda, lienzos y estofas, anillos, pendientes y collares; ¡le faltaba un
-reloj!
-
-Sintió Florinda triste sobresalto allí donde llevaba oculta la alhaja
-de su madre, al lado del corazón. Había resuelto vender el relojito
-en Astorga para evitarse el pesar de verle en manos ajenas, y la
-humillación de seguir pidiendo mezquinos favores entre gente conocida.
-De pronto, considera que es preciso hacerle a la novia un regalo, un
-regalo que debe extremarse como prueba de gratitud a don Miguel: y el
-deseo expresado por Ascensión le parece un providente aviso contra el
-propósito de hurtar la preciada joya a las ilusiones de la maestruca.
-Teme que haya poca generosidad en el intento: recuerda con pesadumbre
-su baúl vaciado en los cofres de la amiga a cambio de una menguada
-limosna; pero aquella amiga fué antes dulce y noble con _Mariflor_, la
-recibió en triunfo en el pueblo, colmándola de atenciones, cediéndola
-homenajes que ella sola disfrutaba. Y ahora mismo la lleva al lado
-suyo cogida por el talle con blandura, la mira y la sonríe confiada y
-amable, aunque un poco embaída con su próspera suerte.
-
-Segura de que en casa de la abuela no habrá un lindo regalo para
-Ascensión, va cediendo Florinda al bondadoso impulso de ofrecerle el
-relojito que oculta. Al instante se confunde, reflexionando: ¿cómo
-entonces comprará lo que Marinela necesita?
-
-Mejor le parece vender la joya, sumar el dinero con lo que valgan los
-palomos, y después de adquirir los menesteres para la enferma y los
-zapatos de los niños, comprar también el obsequio para la desposada.
-Tendrá que separarse de sus amigas con disimulo antes de hacer la
-venta. Entrará en una relojería y... ¿cómo va a decir cuando le
-pregunten: ¿qué desea usted?
-
-Un aturdimiento penosísimo le embarga: oye apenas el palique animado
-de Ascensión, procura sostenerle, y teme, al hablar, que el transido
-acento delate las interiores cuitas.
-
-Compadeciendo el propio infortunio, en el alma opulenta de _Mariflor_
-se desborda una gran ternura que sube a los pelados serrijones, corre
-por llecas y cambronales, y unge de lástima los abietes ariscos, las
-mustias amapolas, los matojos humildes, todo el vago confín de las
-veredas blanquecinas.
-
-¡Qué tristes son estos senderos solitarios! Arden y huyen al través
-de pasturajes descoloridos y de rediles temblorosos, sin escuchar la
-sonatina de una fuente ni percibir el aroma de una flor. Persíguelos
-Florinda con mirada soñadora: parece que van a derramarse en la
-infinitud de los horizontes para seguir corriendo a la insondable
-eternidad, sin rumbo ni destino. Pero advierte que algunos,
-deslizándose entre sebes y hormazos, se confunden a la par de una aldea
-en los firmes renglones de una mies y mueren en los surcos, rectos y
-hondos, como trazo de una ferviente plegaria dirigida hacia Dios.
-
-Al descubrir en el erial estas conmovedoras señales de esperanza y
-trabajo, la niña triste lanza su imaginación por las llanuras de la
-fantasía, y alentada supone que ya está cerca el premio de su martirio.
-Quizá Antonio se decide a portarse bien con la abuela; quizá aquella
-misma tarde llegue a Valdecruces el esperado aviso de la felicidad: una
-carta detenida por azares que nada tengan que ver con la ingratitud y
-el desamor.
-
-Harto encendido el día en resplandores, tocan en la ciudad las
-maragatas: intérnase la madre por el callado laberinto de las rúas, y
-no se detienen las mozas hasta la puerta del convento. Habían tomado un
-camino vecinal junto a la milagrosa ermita del Ecce Homo; dieron desde
-allí en el puente del Gerga, rozaron la Fuente Encalada, y por «el
-reguero de las monjas» posaron en el umbral de las clarisas.
-
-Después de un patio silencioso, encuentran dos portalones bajo las alas
-del edificio, grande y pesado: se adelantan por uno de ellos, llaman al
-torno con suaves golpecitos, y al cabo de prolija explicación les hacen
-bir a la «Reja pequeña», un locutorio humilde con apretada celosía.
-
-La novicia de Oviedo, amiga de Ascensión, recibe con otra monja a las
-maragatas. A poco llegan unos señores preguntando por la abadesa, y
-aparece la Madre Rosario, fina y dulce, sonriendo en el nimbo de su
-manto virginal.
-
-De un lado y otro de la reja se forman dos grupos susurrantes, y
-_Mariflor_, un poco aislada, escucha, distraída primero, interesada al
-fin, el relato con que la abadesa satisface la curiosidad de la visita.
-
-—Sí—murmura—, a mediados del siglo trece, una clarisa del convento
-de Salamanca, oriunda de Astorga, vino a fundar aquí. Poco después,
-el muy alto y respetable señor don Álvaro Núñez de Trastamara, donó a
-la Comunidad este edificio, que en aquella época lucía muy hermosas
-proporciones y elegante arquitectura, y que hubo pertenecido con su
-templo y aledaños a los ilustres caballeros de Alcántara.
-
-Habla la Madre con sentida y reposada voz, su figura se yergue
-majestuosa entre los pliegues blancos del ropaje; eleva los ojos,
-suspira y prosigue:
-
-—Reyes y próceres de otras centurias concedieron tantos favores a
-esta santa Comunidad, que nuestra casa pudo llamarse _Real Convento_;
-en testimonio de tal honor conservamos un escudo con castillos y
-leones sobre la vivienda del capellán, y en nuestro archivo, bulas y
-documentos de esclarecida memoria para la fundación.
-
-Al otro lado del locutorio decae la charla bajo el dominio que ejerce
-el suave acento de la abadesa.
-
-—¡Qué lista debe de ser!—alude la maestruca mirándola con arrobo.
-
-Y la novicia responde llena de orgullo:
-
-—Viene de alto linaje: una antepasada suya fué canóniga de la Catedral
-de León.
-
-—¿De verdá? ¿Pueden ser canónigas las mujeres?
-
-—En tierras de Castilla, sí.
-
-La monja que presenciaba la visita quebrantó su grave silencio
-argumentando con mucha erudición:
-
-—El noble señorío de Villalobos goza, como los reyes, privilegio de
-canonicato, que por falta de sucesión varonil recayó un tiempo en la
-condesa doña Inés, ascendiente de nuestra Madre.
-
-Por mandato de la cual, sin duda, abrióse de pronto una puertecilla
-para que los visitantes pudiesen admirar un bello claustro de arcadas
-góticas, bañado en suavísima luz.
-
-—Es lo único que del antiguo edificio conservamos—dijo la abadesa—;
-en el fondo está el jardín; todo ello pertenece a la clausura.
-
-De la extraña claridad sin tonalidades, trascendía exquisito perfume
-de rosas y jazmines, cándido aliento del misterioso vergel; aromas y
-resplandores invadieron el locutorio con deleite; y penetrada Florinda
-por la singular impresión, dícese codiciosa:
-
-—¡Qué bien estaría aquí la pobre Marinela!
-
-Aún responde la Madre Rosario a preguntas de los caballeros:
-
-—Trastamaras y Osorios—encarece—han sido nuestros más cabales
-protectores; al primero debe la Comunidad, entre inmensas mercedes,
-el reguero que desde hace siglos viene desde Fuente Encalada a calmar
-nuestra sed; todos los días pedimos a Dios por el ánima del insigne
-castellano.
-
-Como si la blandura de la evocación hubiese tenido mágico poder, un
-hilo de agua rompió a cantar en el misterio del jardín. Le acordó la
-Madre con su cristalino acento para responder a los señores visitantes:
-
-—Nuestra regla es de mucha pobreza y humildad; comemos de vigilia todo
-el año y usamos ropa interior de lana muy gorda, tejida en San Justo...
-
-Cerróse lentamente el postigo recién abierto, y extinguidos la luz, el
-aroma y el rumor que desde el claustro seducían como ilusiones de otro
-mundo, vibraron las últimas palabras de la abadesa en la austeridad
-penitente del locutorio.
-
-Un instante después las dos niñas maragatas recobraron su mulo en el
-umbral del convento y buscaron las calles céntricas de Astorga, que,
-amodorrada al sol, yacía soñolienta y muda.
-
-Iba _Mariflor_ leyendo los rótulos de las tiendas sin hallar aquel
-que temía y deseaba. Cuando hicieron alto en un almacén de tejidos de
-la rúa Antigua, Ascensión, sentada cómodamente, titubeando infinitas
-veces antes de elegir, parecía dispuesta a no levantarse nunca. Con
-el pretexto de ir a la botica, logró la de Salvadores dejarla allí,
-perpleja entre nubes de holandas. Y sola ya en la calle, tomó un rumbo
-al azar, encomendándose a Dios.
-
-Antes de salir de Valdecruces había puesto Florinda en marcha el
-relojito para romper la inmovilidad de aquella manecilla implacable,
-siempre evocadora; le sentía latir junto a su corazón y le dolía en el
-pecho acerbamente aquel tenue latido.
-
-Anduvo apresurada, dobló una esquina y luego otra, registrando carteles
-comerciales, hasta que en una vidriera vió algunos relojes de acero
-entre dijes y gargantillas. Al otro lado del cristal, en menguado
-tenducho, un hombre de triste catadura la recibió sorprendido:
-
-—¿Qué desea usted, joven?
-
-Un gato negro levantó perezoso la cabeza y un enjambre de moscas zumbó
-en torno a la pregunta.
-
-—Deseo—balbució la muchacha turbadísima—vender este reloj.
-
-Tras un prolijo examen de la joya, el comerciante dijo receloso:
-
-—¿Cuánto pide por él?
-
-—Sesenta pesetas.
-
-—Si quiere quince...
-
-—¡Ah, no!—protestó indignada la infeliz. Y casi arrebatando su tesoro
-de las manos extrañas, lanzóse de nuevo a la aventura por las calles.
-
-Guardaba el relojito entre los dedos convulsamente apretados, y
-parecíale sentir en la sangre trasfundido el pulso de metal, como si
-otra vida se derramara en la suya. Todo el ímpetu de los recuerdos
-latía doloroso en las potentes venas de la moza, bajo aquel doble
-ritmo; ternuras maternales, goces de la niñez y florecidas esperanzas
-del amor, cegaron con visiones de imposible felicidad los dulces ojos
-de la viajera.
-
-Como llevaba el paso indeciso y extasiado el semblante, los escasos
-transeuntes la miraban curiosos. Ella seguía vagando sin rumbo,
-repitiendo con mecánica obstinación los nombres de las calles: la
-_Redecilla_, la _Culebra_, _Santa Marta_, _Plaza del Seminario_,
-_Puerta Obispo_... allí se detuvo sin saber por qué, y quedóse mirando
-fijamente al escudo de una casa antigua y señorial. Era el blasón
-aparatoso; en campo de gules esplendía un castillo flanqueado por
-torres de sable; dos águilas de oro sujetaban una cartela, que decía:
-
- _Soy morena, pero hermosa._
-
-Varias veces leyó la muchacha el mote, con aquella porfía maquinal
-interpuesta como una nube entre sus actos y sus pensamientos.
-
-Bajo el dintel macizo de la portalada aparecieron unas damiselas con
-sombreros de moda, abanicos y quitasoles. Mirándolas Florinda recordó,
-como un tiempo muy distante, sus años de burguesa ciudadana con arreos
-pueriles y melindrosas costumbres.
-
-Las señoritas, al perder la frescura del portal, comenzaron a darse
-aire con mucho ahinco. Entonces _Mariflor_ cayó en la cuenta de que el
-bochorno la mortificaba, pero continuó detenida, releyendo con absurda
-tenacidad:
-
- _Soy morena, pero hermosa._
-
-De pronto la llamaron:
-
-—¡Eh, rapaza, _Mariflor_! ¿qué haces ahí?
-
-La hermana de don Miguel esperaba atónita, contemplando a la niña.
-
-Ella, al volverse, quedó un momento confusa, y al cabo acertó a decir:
-
-—Pues buscaba una botica y me he perdido... Ascensión está en un
-almacén de la rúa Antigua comprando telas...
-
-Conforme y calmosa, preguntó la maragata:
-
-—¿Gustábate el escudo?
-
-—Sí.
-
-—Era de un corregidor perpetuo de toda la provincia, consejero del rey
-y mayorazgo tan haberoso, que al morirse dejó mil misas añales por su
-ánima.
-
-—¡Ah!...
-
-—Y escucha: ya que te encontré aquí, sube tú a llevar a doña Serafina
-estos dos pichones de parte de mi hermano.
-
-—¿Cómo?...
-
-Explicó la mujer que doña Serafina, una astorgana linajuda, era esposa
-del actual dueño de la casa, ambos excelentes amigos de don Miguel,
-quien les debía grandes favores.
-
-—Solemos ofrecerles alguna fineza—dijo—y agora pensé guardar para
-ellos, a cuenta mía, tus más llocidos palombos... dejé el mulo en la
-posada y aquí los traigo... pero me da mucha cortedad subir.
-
-Ocultó Florinda su joya y, tomando del escriño las aves, entró en el
-portal diciéndose:
-
-—Estos señores deben ser los que le han facilitado al cura la dote de
-Ascensión.
-
-Quedó sorprendida al encontrarse en un claustro, antiguo y apacible
-como el del convento, alrededor de un jardín. Siguiéndole, halló la
-escalera principal, y al cabo de la misma una puerta franca donde llamó.
-
-Poco después, por la ancha galería tendida sobre el claustro, se
-adelantó una dama hermosa y morena, a tono con el mote de su escudo.
-Bajo los negros rizos de la frente resplandecían con singular fulgor
-los bellísimos ojos de aquella señora.
-
-—¿Preguntabas por mí?—dijo con acento afable y triste.
-
-Segura de que hablaba con doña Serafina, _Mariflor_ le entregó los
-pichones de parte de don Miguel Fidalgo.
-
-Las azoradas avecillas lanzaron el columbino temblor de sus ojuelos de
-una a otra mujer, y ambas sintieron, con inefable ternura, palpitar
-entre sus manos aquellas vidas cándidas y medrosas.
-
-Bañado en suave luz cenital yacía el corredor en muda calma, y una rosa
-que se asomaba en él desde el jardín, parecía doblegarse al peso de una
-idea.
-
-También Florinda se inclinó de repente para decir con súbita
-inspiración:
-
-—¿Quisiera usted, por casualidad, comprarme este relojito?
-
-Y mostróle, tan afanosa y conmovida, que la dama dijo al punto:
-
-—¡Será un recuerdo!
-
-—De mi madre...
-
-—¿Cómo te llamas?
-
-—_Mariflor_ Salvadores.
-
-—¡Ah, eres tú!—pronunció la señora, avizorando con sabia dulzura el
-encendido rostro de la joven—. Aguarda—añadió, desapareciendo en la
-galería.
-
-Volvió al instante, y sobre el reloj que alargaba la moza, puso un
-billete de cincuenta pesetas, murmurando:
-
-—Guarda tu recuerdo, y éste para ti, en nombre de una niña que se
-muere.
-
-—¿Hija de usted?
-
-Respondieron unos ojos llenos de lágrimas, y los labios mudos de la
-madre rozaron en silenciosa despedida la frente de _Mariflor_.
-
-Duró la escena breves minutos, alucinantes y peregrinos.
-
-Al verse en la escalera otra vez, el escudo, el mote y la dama hubiesen
-girado en la imaginación de Florinda igual que fantásticas visiones, si
-el generoso billete no la ofreciera una sensación de realidad. Quiso
-contemplar en él un augurio feliz y despertar a los presentimientos
-venturosos, mas se detuvo, escuchando unas voces crueles y tranquilas,
-fatales como el destino.
-
-Bajaba un criado detrás de la joven y subía una doncella, que
-recatadamente le preguntó:
-
-—¿Conoces a ésa?
-
-—Es una pobre maragata de Valdecruces: la señorita le ha dado limosna.
-
-Y Florinda, con el corazón derribado, abatió la frente una vez más,
-humilde al castigo de los sueños...
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-XX
-
-DULCINEA LABRADORA
-
-
-YA crece agosto, rubio en los centenos, azul en las nubes, cándido en
-el aire: el sol abrasa, el viento perfuma; están dormidas las fuentes,
-despiertas las dalladoras y animado Valdecruces como nunca lo suele
-estar.
-
-Es que han venido los hombres; cruzan reposadamente las anchurosas
-calzadas y las callejas hostiles, en paseos y visitas de anual
-conmemoración, y cuando el día languidece, se asoman un poco a los
-abrasados caminos de la mies.
-
-En estas rondas pausadas, algo serias, suelen ir juntos los paisanos
-recién venidos; hablan a un mismo tono sereno y amigable, no discuten
-ni se alteran jamás, como si para ellos no tuviese problemas la vida ni
-dobleces el corazón.
-
-Por encima de los carrillos colorados y de las bocas sonrientes, al
-confortable calor de las sosegadas digestiones, los buenos maragatos
-miran a Valdecruces con seráfica beatitud. Olvidaron su dolorosa
-infancia de pastores o motiles, de escolares con la ruín troja al
-hombro, siempre camino de Piedralbina, entre soles o nieves, acosados
-por la miseria del hogar. Y aceptan hoy, como tributo merecido, que el
-pueblo se vista de gala para hospedarles, que las esposas y las hijas
-les respeten como siervas, y que los niños les huyan con saludable
-miedo, como a la suprema representación de la Autoridad y del Poder.
-
-Durante la magnífica semana de la fiesta Sacramental, sólo en la fecha
-culminante del día 15, el clásico «día de Agosto», se suspenden en
-Valdecruces las labores del campo.
-
-No importa que en cada corral las plumas de las aves anuncien
-holocaustos festivos; las mujeres se multiplican para servir
-regaladamente a los hombres en sus casas y para segar y recoger en las
-mieses los centenos maduros.
-
-Como si el aguijón del servilismo se les hundiera en la carne más
-brioso que nunca, fuerzan las maragatas el impulso mecánico de sus
-energías, exaltan la pasiva corriente de sus humillaciones, y en un
-absoluto renunciamiento a toda beligerancia social, se quedan al margen
-de la vida, fuertes, ignorantes, insólitas, ofreciendo a «los amos»,
-con el más primitivo de los gestos serviciales, la visión placentera
-de los hijos criados y felices, de la mesa servida y colmada, del
-campo fecundo y alegre: las apariencias de estas horas decorativas
-y relumbrantes llenan a los maridos de orgullo entre los forasteros
-invitados.
-
-De Astorga, de León y de otras ciudades más lejanas acuden siempre
-algunos curiosos a las típicas fiestas de Maragatería, y son alojados
-con singular esplendidez en las casas más pudientes de cada población.
-Las comilonas se suceden entonces con frecuencia y abundancia
-increíbles; las cocinas pierden su medrosa oscuridad, iluminadas
-por «ramayos» crepitantes, y detonan y esplenden como volcanes;
-sacrifícanse allí vacas enteras, aves a montones, lechoncillos y
-corderos; los manteles no se levantan, no reposan los jarros de vino ni
-se disipa el humo de los cigarros.
-
-Al través del continuo festín, atraviesa la maragata como una sombra
-providencial; a todo atiende: sirve, corre, huye asustadiza, recatando
-bajo las alas del pañuelo su invencible rubor. Aún suele quedarle
-tiempo aquella tarde para _amorenar_ en la mies o echar a remojo las
-_garañuelas_ en el regato campesino. Y no dejará de asistir a la
-verbena ataviada con su vestido más lujoso, grave, muda y bailadora, en
-actitud de ejercer una profesional obligación...
-
-Este agosto en Valdecruces se suma a los festejos oficiales, los que se
-celebrarán en la boda de Ascensión Fidalgo, y la pobre aldea, acosada
-por el calor de la llanura y arrostrando con brazos femeninos los rudos
-trajines de la recolección, se aturde sorprendida por el sacudimiento
-del placer...
-
-Las de Salvadores no esperan convidados ni preparan festines; callan y
-sufren, trabajando con furiosa actividad que arrebata a _Mariflor_ y la
-empuja una tarde a la mies.
-
-Ya Marinela se puede quedar sola: baja a la cocina, sale al corral y al
-huerto, cose y atiende un poco a los niños. El médico la supone curada:
-hace recomendaciones de higiene y alimentación, y al despedirse asegura
-que se debe a la enfermera aquel triunfo. Con la salud retornan los
-místicos anhelos de la niña, encaminados y crecientes hacia el convento
-de Santa Clara. Y la madre sigue encogiéndose de hombros: no fía mucho
-en la robustez ni en la vocación de la mozuela.
-
-De América no escriben; el párroco evita, compasivo, los interrogadores
-ojos de _Mariflor_, a los cuales no sabe qué decir, y ella apura
-silenciosa las crueles desesperanzas, dejándose caer en la mansedumbre
-secular de aquella vida que la va absorbiendo.
-
-Cuando sube al grado máximo la fiebre labradora de las mujeres, ya en
-torno de las fiestas, hasta la tía Dolores hace gavillas, anda Pedro
-muy afanoso, de motil, y _Mariflor_ dice resueltamente a Olalla:
-
-—Esta tarde voy a la era contigo.
-
-—¿A trabajar?
-
-—¡Claro!
-
-No pareció sorprenderse mucho la maragata rubia.
-
-—Bueno—responde saliendo del _estradín_, donde aguardan la hora del
-jornal.
-
-—Esa tocha—indicó Marinela cuando vió salir a Olalla—no está en sus
-cinco desde el arribaje de Antonio.
-
-La madre, que dormitaba en una silla, alzó el rostro para decir con
-acento desabrido:
-
-—Y tú, ¿criarás verdete por non fablar?
-
-—Es que _Mariflor_ no debe ir a la trilla—responde la mozuela con
-pesadumbre.
-
-—¡Ella lo quiso!—exclama Ramona de mal talante.
-
-Y remanece Olalla, advirtiendo que ha pasado la tregua del medio día.
-
-Camino de la mies se adelanta la madre con brusca precipitación. Olalla
-y su prima salen detrás cogidas del brazo.
-
-—¿La abuela no viene?—pregunta _Mariflor_ disimulando su angustia.
-
-—No viene: acerbará en la troje.
-
-—Y nosotras, ¿qué hacemos?
-
-—Pues como ya todo está segado, juntaremos gavillas en manojos, ¿sabes?
-
-—Nada sé; tú me enseñarás.
-
-Se crece Olalla algo jactanciosa:
-
-—Sí, mujer; aprendes en un volido. Mira: agora vamos a la arada
-del _Gatiñal_, donde ayer estuvimos engavillando madre y yo. Con las
-garañuelas, que son cañas de centeno remojadicas y amorosas, atamos las
-gavillas en manojos y las amorenamos en un montón.
-
-—¿En una «morena»?
-
-—¡Velaí! De allí se cogen para cargar los carros; y en la era se hacen
-con la mies pilas muy grandes, hasta que se trille: ¿nunca lo has visto?
-
-—Nunca. Y aunque mi padre me lo explicaba, confundo las memorias.
-
-Una nube de pena oscurece la frase, haciéndola temblar. Olalla se anima
-y prosigue:
-
-—Es que las majas llevan muchas labores: luego de tender los manojos,
-desfacerlos y echar el trillo, se dan bien de vueltas hasta que se
-pone la corona a la trilla. Después hay que atroparla con el calomón,
-ponerla en parva, hacerle la limpia con los bieldos y acerandarla con
-los cribos.
-
-—¿Así se recoge?
-
-—Sí; medímoslo en cuartales de seis heminas, bien limpio de granzas
-y de coscojo, y ya tenemos pan seguro. En l’intre van juntando otras
-obreras la paja que sirve para cuelmo y la menuda que se llama bálago...
-
-Recuerda _Mariflor_ estas lecciones con profundo pesar: le sonaron
-un tiempo a dulcísima parábola llena de símbolos felices, y ahora le
-punzan la carne y el espíritu como anuncios de miseria y esclavitud.
-
-En el campo anchuroso halla la moza borrados los fugaces senderos de
-otros días. Las hoces, al segar la mies, tendieron por el llano una
-alfombra rubia y caliente que reverbera al sol.
-
-Blando soplo de viento besa la cara de las labradoras. Olalla se
-recoge, oteando los confines del paisaje con inteligente curiosidad, y
-anuncia:
-
-—Corre una bufina mansa que ayuda mucho a los bieldos en la era.
-
-—Luego sonríe y añade:
-
-—Hoy no acongoja tanto la calor; tienes suerte, rapaza.
-
-Viendo que Florinda no contesta aún, dice alentadora:
-
-—Y quizabes esta noche dormamos en la trilla toda la mocedad.
-
-—¡Ah! ¿Sí?
-
-—Es la costumbre.
-
-—¿Pero no lo dejáis para la última jornada?
-
-—Según: hay que facerlo cuando están aquí los hombres, y en pasando
-el día de agosto, ya marchan. Estamos a 13 y mañana es la boda; conque
-tiene que premitirse bien aina.
-
-Tocan la arada del _Gatiñal_, y trémula _Mariflor_, pregunta de repente:
-
-—Dime, Olalla, dime; oye: ¿tú quieres a Antonio?
-
-—¿El primo?
-
-—Sí: ¿le quieres... con amor?
-
-—¡Mujer!
-
-—¡Contesta!
-
-—No te entiendo.
-
-—¿Te gustaría ser su esposa?
-
-—Con mis padres no pactaron los suyos: ¡la elegida eres tú!
-
-—Pero, ¿serías feliz si te eligiese?
-
-Una súbita emoción encendió a Olalla el semblante: quizá en el reino
-milagroso del entusiasmo brillaron para ella los únicos resplandores de
-su vida.
-
-Pasó como una ráfaga el dominio de aquella claridad, sobre la placidez
-oscura de la moza, que se detuvo, miró a Florinda con los ojos vacíos
-de ilusiones, y respondió solemne:
-
-—Todos seríamos felices si tú le quisieras elegir.
-
- * * * * *
-
-Se deslizó clemente la tarde, según Olalla había previsto. La mansa
-«bufina» de los llanos de León pasó amable por las mieses y aligeró
-los bieldos en la era, con regocijo de las trilladoras.
-
-Ligeras nubes tremolaron en el firmamento como nuncios de una pálida
-noche, y antes de sonar la hora del reposo ya se dió por seguro que la
-mocedad cenaría en el campo y dormiría «a la rasa», en cumplimiento de
-su fiesta bucólica, celebrada siempre con las solemnidades de un rito.
-
-Fueron llegando algunos hombres solteros y casados que, muy benévolos,
-ayudaron con galante solicitud a las últimas faenas de la tarde.
-Quién se entretuvo en rematar una parva, quién manejó las tornaderas
-o las maromas del _calomón_, y hasta hubo arrestados varones que se
-atrevieron a conducir desde la mies a la era descomunales carros de
-«seis en pico»: reinó allí la fraternidad más apacible y acarició el
-ventalle de los bieldos muchas dulces sonrisas de mujer.
-
-El descanso fué alegre: sobre el respeto y el rubor con que las
-maragatas trataban a los hombres, puso la anchura de los campos un
-generoso perfume de libertad, que desentumeció un poco las almas
-femeninas.
-
-La cena, copiosa y rociada con abundante vino, acabó de infundir
-cordiales sentimientos entre el concurso, sin quebrantar el humilde
-_vos_ con que las mujeres hablaban a sus esposos.
-
-Pareció a los maragatos forastera la niña ciudadana de Salvadores,
-miráronla con escondida curiosidad, que fué creciendo al advertir el
-mutismo de la moza, triste y pasiva, precisamente cuando el raro placer
-de la confianza quería dar en Valdecruces su transitoria flor.
-
-Murmuróse que la tristeza de Florinda había nacido con la ausencia de
-un señor «escribiente», prendado de la rapaza en extraño suelo. Se
-atribuyó también aquella visible pesadumbre a la situación económica de
-la familia, presa en apuros que nunca se pudieron suponer.
-
-Enlazados con las de Salvadores por vínculos de sangre y lazos de
-antigua vecindad, todos en aquel día de expansión hubieran sentido
-impulsos compasivos hacia los arruinados parientes, cuyas adversidades
-tenían que ser más duras para la forastera, crecida en regalada
-juventud.
-
-Pero mediaba Tirso Paz, asegurando que la tía Dolores levantaría su
-quebrantada hacienda cuando en el próximo diciembre se celebrase
-la boda de sus nietos Antonio y _Mariflor_, ya que el novio estaba
-conforme con servir de sostén al derrumbado hogar; su reciente viaje
-parecía confirmarlo así. Decíase que había pactado con el señor cura
-las bases de un arreglo definitivo en los asuntos de la abuela, y
-que Tirso entraba como acreedor en aquel previo ajuste, aplazado
-para realizarse a la par de la boda. Y estos rumores, tan propicios
-al bienestar de la niña, se estrellaban contra su actitud visionaria
-y doliente; no cabía en la espesura de aquellos espíritus la sutil
-posibilidad de que _Mariflor_ rechazase un matrimonio que tales
-beneficios reportaría a ella y a los suyos.—¿Estará picada de la bruja
-como la otra rapaza?—se había dicho en Valdecruces más de una vez.
-
-Ahora, en la fiesta, los hombres miran con respeto aquel rostro mudo y
-ardiente, como ninguno esquivo; el soberano dolor que irradia, infunde
-admiración por su penetrante claridad, desconocida en este país de
-sombríos dolores.
-
-Cuando la flauta y el tamboril acuden a completar el holgorio, nadie
-insiste cerca de _Mariflor_ para que baile, y a la orilla se queda sola
-y meditabunda, sin que la danza respete a ninguna otra mujer.
-
-Allá van todas, lentas y obedientes, muchas sin ganas de bailar,
-destrozados los cuerpos en la brega del campo, escondidas las almas
-sabe Dios en qué recónditos pesares. Se han reunido en la era desde
-las mieses, y el tamborilero recluta a las más rezagadas, como atrajo
-a los hombres, mozos y viejos: danzan en caprichosos giros llenos de
-gravedad y de pudor, cada maragato con dos o más mujeres, quizá porque
-la emigración y la ausencia han convertido en uso una necesidad.
-
-Cae la noche: alta y cumplida la luna, cela entre nubes el disco
-rutilante y difunde su luz con recatados matices.
-
-En una pausa del tamboril, rasga los aires el bárbaro cantar que un
-mozo entona, sin gracia ni malicia:
-
- «Si quieres tener femias
- en tus rebaños,
- un marón sólo dejes
- de pocos años...
- Si quieres que la casa
- non se te queme,
- limpia el sarro a la priula
- todos los meses...»
-
-Vibra alguna zapateta, acompañada del _ru-jú-jú_ potente, el céltico
-grito, perpetuado al través de las generaciones españolas, y
-languidecen cada vez más las cadencias del «corro» y la «entradilla»,
-hasta que el baile se extingue y la gente se dispone a dormir.
-
-Pocos bailadores desfilan camino de sus casas, y la mayoría del
-concurso busca reposo en la era, ancha y mullida como enorme lecho
-nupcial.
-
-Si en él duermen las hijas con las madres es porque la costumbre lo
-establece, no porque lo necesite el buen decoro de aquella casta
-juventud. A ningún marido se le ocurre vigilar a su mujer, y cada cual
-se tumba por su lado, con el más impasible humor.
-
-Ramona, que bailó tiesa y huraña hasta el último instante, es de las
-primeras en hallar cómoda postura y permanecer inmóvil, quizá rendida
-al sueño. Ella y Olalla no temen a la noche libre, hoy que la tradición
-les mulle un dorado mantillo en el terruño.
-
-Allí cerca reposa Florinda con los miembros lacerados y el alma
-zozobrante: apenas consigue sonreir a _Rosicler_, que solícito la
-ofrece una almohada de oloroso bálago. Hizo esfuerzos heroicos para
-disimular su torpeza de labradora novicia, y la tortura de sus músculos
-rebeldes al sufrimiento. Y ahora se aturde bajo los golpes de su
-corazón, henchido de lágrimas, constreñido y apremiante, como si fuere
-a romperse.
-
-No sabe cuánto tiempo trasueña, enervada por el cansancio. Oye cerca de
-sí un ronquido, y a poco dice tímida una mujer:
-
-—¿Estades bien, señor?
-
-Es la hija del tío Fabián, que habla a su esposo, recién llegado de la
-Coruña. Él no responde, y Florinda vuelve a sumirse en su angustiosa
-laxitud.
-
-Despierta y delirante se figura reposar en el tren, enfrente de unos
-ojos profundos que la penetran y sacuden hasta las entrañas.
-
-Es tan brusca la turbación con que la joven se estremece, que bajo
-su cabeza se desmorona el menudo acervo de la trilla. Perdido el
-blando apoyo, álzase lastimada, y sin moverse contempla el singular
-espectáculo de aquel pueblo fuerte y joven, áspero hasta en el sueño:
-duerme un hijo de Tirso Paz de espaldas a su novia Maricruz; la de
-Alonso, a los pies de su marido; lejos del suyo, la del tío Rosendín, y
-divorciadas de igual suerte todas las parejas unidas por compromisos y
-bendiciones.
-
-No hay en el silencioso campamento, delante de Florinda, un corazón que
-sufra, un afán que despierte ni una esperanza que se agite.
-
-Las parvas enhiestan en alto como hacia las nubes, entre cuyos girones
-aparece la luna desconsolada; de lejano pesebre llega el mugido de
-una res en celo, y la desvelada moza bebe insaciable el dolor de la
-soledad, más triste que nunca entre el sordo latido de aquellas vidas
-y el aroma de aquellos frutos. Entonces siente crecer el peso de las
-trenzas en los hombros; en los párpados, la lumbre de la pasión,
-y en las mejillas el carmín de la salud: una fragancia de besos le
-sube hasta los labios desde el corazón, ebrio de ternuras, y toda su
-mocedad, exaltada por el sentimiento, vibra y arde bajo la encubridora
-noche.
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-XXI
-
-SIERVA TE DOY...
-
-
-ROTO ya el pálido celaje, apenas brillaron las estrellas de la mañana
-salió el tamborilero a tocar el _Mambrú_ al través de las dormidas
-rúas, anunciando alegremente el día de la boda.
-
-Por deferencias y respetos a don Miguel, se convino, aunque el novio
-era viudo, en prescindir de la clásica cencerrada y celebrar los
-desposorios con el solemne ceremonial que la costumbre ha convertido en
-ley. Y desde muy temprano, algunos vecinos madrugadores atravesaban el
-pueblo, en traje de fiesta, para formar la comitiva, bien armados los
-hombres de escopetas y trabucos.
-
-Máximo, el novio, había llegado la víspera, procedente de Gijón; traía
-orondo equipaje, con las últimas «donas» para la desposada, dulces y
-licores para los próximos banquetes.
-
-Luego de confesar y examinarse de doctrina, separáronse los prometidos;
-ella se encerró en su casa y él fuése a la de su allegado Fermín
-Crespo, trajinante en Pontevedra, jefe de familia en Valdecruces.
-
-Un hijo de este mercader y un nieto del tío Cristóbal—ambos solteros,
-por ser la condición indispensable—fueron designados en calidad de
-íntimos del contrayente, para «mozos del caldo», especie de gentiles
-escuderos al servicio del novio. Facunda Paz y Olalla Salvadores eran
-damas de la novia, también «mozas del caldo», de cuyo pomposo remoquete
-pudo _Mariflor_ evadirse, no sin algunas porfías.
-
-Cuando los nuevos redobles del tamboril anunciaron la hora del
-almuerzo, llegó a casa de don Miguel un bizarro gentío, la flor y nata
-de Valdecruces y no pocos vecinos comarcanos. Para todos había lonchas
-de jamón, pavo, perdices, truchas y vino añejo, amén de otros manjares
-y escogidos postres.
-
-Duró hasta las once de la mañana este primer festín, a cuya
-terminación, la madrina—una maragata de rumbo—prendió en la cabeza de
-la novia fuerte manto de severo color, caído hasta los pies sobre el
-lujoso vestido del país.
-
-Comenzaron a tocar las campanas, y los hombres siguieron a Máximo,
-que siempre envuelto en una capa enorme, aparentó ir en busca de la
-bendición paternal. Simulada esta ceremonia, ya que el mozo no tenía
-padre, volvieron sobre sus pasos entre salvas nutridas, y a la puerta
-de don Miguel anunciaron con acento muy grave:
-
-—Venimos a cumplir una palabra empeñada.
-
-—Cúmplase norabuena—repuso la madre de Ascensión.
-
-Y en el umbral, puesta la moza de hinojos, recibió las maternales
-bendiciones.
-
-El séquito varonil partió delante; detrás avanzaron las mujeres,
-silenciosas, con intachable compostura; los «mozos del caldo»,
-dispuestos a correr hasta nueve arrobas de pólvora, dirigían las recias
-descargas de los trabucos.
-
-Para lucirse mejor en el paseo, anduvieron todos a lo largo de la calle
-y dieron vuelta por una donde tenía la parroquia otro portal. Allí
-esperaba revestido el sacerdote, que permanecía en el templo desde que
-muy temprano administró a los novios la comunión. Estaba don Miguel
-pálido y triste; no quiso asistir al almuerzo, y suplicó le dispensaran
-también de la comida, pretextando no hallarse muy bien de salud.
-
-Comenzó el acto religioso en la cancela, apretados los contrayentes
-por la curiosidad del público no invitado, que tomaba posiciones
-horas hacía. Como el atrio era pequeño, muchos testigos se quedaron
-fuera, y la calle, resplandeciente de colores y de sol, ofrecía en
-toda su esplendidez una gallarda nota regional; finos paños, sedosos
-terciopelos, brocateles y tisús, habían salido del fondo de los cofres
-y esponjaban al aire su belleza, mucho tiempo cautiva.
-
-Entre la mocedad estaba _Mariflor_, trasojada y nerviosa, deshaciéndose
-en amargura bajo el rumboso atavío. Iba apoyando a Marinela, poco firme
-en su primera salida de convaleciente.
-
-Mientras sudaban los novios con el despiadado abrigo de la capa y el
-manto, las mozas, al son de castañuelas y panderos, rompieron a cantar:
-
- «Ya te sacaron la Cruz
- de plata, para casarte;
- delante del sacerdote
- ya tu palabra entregaste.
- Las arras y los anillos
- que llevas, niña, en la mano,
- son las cadenitas de oro
- que te están aprisionando...»
-
-A cada movimiento de las cantadoras, un vaivén de arrequives y
-flocaduras, un relumbrón de filigranas y corales se ufanaron en la luz.
-
-Encima de la torre, sin temor al bullicioso concurso, las cigüeñas
-adiestraban a los hijuelos en sus primeras aventuras por el aire;
-giraba el macho en torno de las crías, con una presa en el pico,
-instigándolas a seguirle, y la madre volaba también alrededor de ellas,
-más abajo, para sostenerlas en sus alas si cayesen.
-
-Penetró la boda en el templo. Y cuando en él buscaban Marinela y
-Florinda un banco donde sentarse, les hizo lugar una vieja con mucha
-solicitud. Era la tía Gertrudis, encogida y humilde. Su voz, al rezar,
-parecía un gemido; su pobre catadura inspiraba compasión.
-
-Sobre el grupo que formaban las niñas y la vieja cayeron como un rayo
-los ojos de Ramona, pero no se atrevían las muchachas a moverse;
-celebrábase ya el Santo Sacrificio, y ellas fijaron su atención en el
-altar, reverentes y devotas.
-
-El «Resucitado» le pareció a Florinda más muerto que nunca, con su
-lívido rostro lleno de sangre y la punzadora diadema sobre las sienes:
-tenía en una mano la Cruz, y en la otra, que señalaba triunfante al
-cielo, le habían colocado un ramuco de flores contrahechas. Quiso
-la joven rezarle con calor y confianza, como otras veces; pero un
-pesimismo envolvía sus pensamientos en espesas nubes, y las mustias
-rosas de trapo, alzadas por el Señor con gesto desfallecido, le
-causaron infinitas ganas de llorar...
-
-La flauta y el tamboril acompañaron el canto de la misa, y la
-elevación fué señalada con formidables estampidos de pólvora.
-Iniciadas las últimas oraciones, deslizáronse al portal las «mozas del
-caldo»—señaladas con mandiles verdes—seguidas por las demás solteras
-para ofrecer nuevos cantares a los novios:
-
- «Sal, casada, de la Iglesia,
- que te estamos aguardando
- pa darte la norabuena,
- que sea por muchos años.
- Estímala, caballero,
- bien la puedes estimar:
- otro la pidió primero,
- no se la quisieron dar.
- Estímala, caballero,
- como una tacita de oro,
- que ya tienes mujer buena
- para que te sirva en todo...»
-
-Los cónyuges aparecieron en la lonja parroquial, sudorosos,
-acongojados, y allí mismo se apartó Máximo de su esposa para irse con
-los hombres a _correr el bollo_.
-
-A pesar de lo cual, las muchachas, siguiendo al femenino cortejo de
-Ascensión, cantaron optimistas, con mucho repique de castañuelas:
-
- «Por esta calle a la larga
- lleva el galán a su dama;
- por esta calle arenosa,
- lleva el galán a su esposa.
- Voló la paloma
- por cima la oliva;
- vivan muchos años
- padrino y madrina.
- Voló la paloma
- por cima la fuente;
- vivan muchos años
- todos los presentes.
- Ponei, madre, mesa,
- manteles de hilo,
- que viene tu hija
- con el so marido...»
-
-Encontró la joven en el umbral de su puerta dos sitiales
-enguirnaldados, y, por si nadie supiese el destino de ellos, advirtió
-muy oportuna la copla:
-
- Sentaivos, madrina,
- en silla florida;
- sentaivos, casada,
- en silla enramada.
-
-Sentáronse, en efecto, las dos mujeres, siempre cargada Ascensión
-con el duro manto, que después de aquel día sólo en caso de enviudar
-debiera ceñirse para los funerales del consorte. Las mozas, colocadas
-en dos filas, cantaron _el ramo_, un armadijo de muchos corolines
-con ajaracas y dulces. Fué largo y triste el homenaje, salpicado de
-consejos y alusiones, y le recibió la moza muy recoleta y compungida,
-sin levantar los ojos del suelo ni sonreir al final de la canción:
-
- «Guapa es la novia cual naide,
- guapo el novio cual denguno;
- tengan hijos a docenas
- y a centenares los mulos.»
-
-Mientras tanto, los jóvenes corrían en la era «el bollo» del padrino,
-un pan de seis libras en forma de pelele, con monedas de plata dentro
-de la cabeza.
-
-Defendíanle los de la boda, al frente los «mozos del caldo», contra
-todos los corredores que se presentaban: reglas de tradición daban
-derecho a conseguirle. Cuando el vencedor hubo recogido las monedas del
-premio, distribuyóse el descabellado monigote entre los concurrentes,
-como fórmula que convertía a Máximo en vecino de Valdecruces: el
-alcalde pedáneo lo hizo constar así en un acta.
-
-Todavía cantaron las mozas al llegar los del «bollo» a casa de don
-Miguel:
-
- «Bien vengades, bien vengades,
- bien venidos, que seyades...»
-
-Habían colocado delante de Ascensión un profundo cesto de pan cortado
-en pedacitos, que ella repartía a cuantas personas se acercaban a
-decirle:
-
-—¡Dios te haga bien casada!
-
-Llegóse también la tía Gertrudis, y la moza, vacilando un momento,
-dióle su parte con mucha delicadeza, sin tocar la mano extendida en
-fino saludo.
-
-Algunas voces protestaron:
-
-—¡Fuera la bruja!
-
-—No azomar a la pobre—dijo una compasiva mujer—; la infelice
-perecería de hambre si no fuera por las limosnas del señor cura.
-
-—Tien mucho rejo; no muere tan aina—rezongó Ramona—. Y a su lado
-advirtió una zagala:
-
-—Creer en agorerías es pecado mortal...
-
-Cuando el pan de la boda estuvo repartido, sirvióse una gran comida: a
-la clásica bizcochada de vino rancio siguió la interminable lista de
-viandas fuertes que en un mismo plato compartieron los novios. Por fin,
-a media tarde viéronse éstos libres de su parda vestidura matrimonial,
-que les fué perdonada a los postres del banquete, para que bailasen
-juntos hasta rendirse.
-
-Ya la madrina _había ofrecido_. Con su moneda de oro sobre una rica
-bandeja, pasó delante de los invitados diciendo:
-
-—Para la rueca y el uso.
-
-Todos daban: hasta las de Salvadores pusieron sus pesetillas en «la
-ofrenda» general.
-
-Luego pidió el padrino:
-
-—Para los primeros zapatos del infante.
-
-Y también hubo dones.
-
-Es incumbencia de los «mozos del caldo» llevarle a la novia su ajuar
-hasta el nuevo domicilio; pero como la recién casada iba a vivir
-lindando con su madre, fué para los muchachos cosa de un periquete el
-cumplir esta galante obligación.
-
-Desplegóse luego la danza en toda su brillantez por la ancha rúa,
-extendida hasta la iglesia desde la casa parroquial. La fuerte luz del
-sol y la majeza de los trajes daban al espectáculo matices de alegría y
-de rumbo, que faltaban al baile de la era. Aunque el recogimiento de
-las mujeres tenía siempre un cariz de austeridad, parecían ahora menos
-cansadas y más felices. Los hombres, de punta en blanco, rozagantes y
-orondos, sin reir ni perder su grave actitud, rebosaban satisfacción:
-en la portezuela de sus chalecos las rosas tendían magníficos realces
-entre el plegado camisolín y la clásica almilla. Cenojiles, cintos y
-lazos, daban al viento la ferviente leyenda del amor, encerrada a veces
-en el cantarcillo popular:
-
- «Ahí tienes mi corazón
- cerrado con esa llave:
- ábrele y verás que en él
- sólo tu persona cabe...»
-
-Empezó la danza por el «baile corrido», girando las parejas con un
-lento vaivén, lánguido y señoril, que terminó en compases de jota.
-Siguió el llamado «dulzaina»: las mujeres, de dos en fondo, dieron una
-vuelta en círculo; delante las doncellas, detrás las casadas, siempre
-abstraídas y mudas; iban los hombres en la misma forma, por el lado
-exterior del corro femenino, hasta que, a una señal del tamboril,
-buscaron parejas, escogiéndolas por orden riguroso, dos para cada uno,
-desde las primeras danzantes. Vino después la «entradilla», en la
-cual salen bailando los hombres y luego acuden ellas a buscar mozo:
-es el baile de los rubores y las zapatetas; las muchachas procuran
-elegir a los parientes más próximos, hermanos si es posible. El corro
-característico de las bodas le componen las mujeres sin bailar, de
-una en una, tocando las castañuelas: abre marcha la madrina, sigue la
-novia y van las solteras en último término detrás de las «mozas del
-caldo». Esta rueda no se interrumpe cuando intervienen los bailadores
-desde la orilla para danzar con dos mujeres, bordando las figuras en
-jeroglíficos y detalles de clásico sabor y mucha honestidad.
-
-En el fondo de la rúa castellana, bajo los resplandores crudos de aquel
-cielo de añil, adquiría la artística diversión caracteres de rito,
-fabuloso perfume de romance, al que prestaba marco insigne la torre
-parroquial con el sagrado nido de la cigüeña. Mas, de pronto, en un
-breve descanso del tamboril, iban los hombres _a echar un neto_ sobre
-los manteles de la boda, siempre extendidos; y mientras esperaban
-jadeantes las mujeres, el encanto de la danza se deshacía y el aroma
-del culto viejo convertíase en vulgar olor a vino de Rueda, con agrio
-tufo a carne trasudada.
-
-Así pasaron las horas. El escaso público que no tomaba parte activa en
-la fiesta iba cansándose, pero nadie osaba decirlo: seguía corriendo la
-pólvora, y los espectadores seguían fijando los ojos en el baile con
-atávica devoción.
-
-Habíase apartado don Miguel en su aposento con la disculpa de un leve
-malestar, aunque no quiso perdonarse de tomar café con el padrino y
-dirigir desde los balcones alguna curiosa mirada hacia la fiesta. Vió
-a _Mariflor_ y su prima del brazo, ambas con el semblante fatigado y
-mustio, recostadas en el atrio de la parroquia. Las hubiese invitado
-a subir, mas, huyendo la tristeza inconsolable de los garzos ojos,
-limitóse a mandar que las ofrecieran sillas.
-
-Esta previsión colocó a las jóvenes en el punto más visible entre la
-concurrencia, bajo el dintel de la casa ornamentado con ramaje de
-chopos y negrillos, difícilmente logrado y ya moribundo.
-
-La preferencia del lugar causó a las favorecidas alguna inquietud,
-porque, de soslayo, iban las curiosidades a perseguir con mayor ahinco
-el apartamiento de las dos zagalas bellas y tristes.
-
-—¿No acabará esto pronto?—dijo molesta _Mariflor_.
-
-—¡Quiá, mujer!; veráste tú: agora bailan hasta la noche, luego cenan
-mucho, y todavía cuando están acostados los novios, van los «mozos del
-caldo» a llevarles gallina en pepitoria.
-
-—Ya, ya; ¡linda costumbre!...
-
-—¡Y comen della!...
-
-—Pero tú y yo nos marcharemos en cuanto caiga la tarde, porque te va a
-hacer daño el relente.
-
-—No podremos dormir: la mocedad aturde a los vecinos con los
-trabucazos, y en cada puerta llama pidiendo aves para la tornaboda.
-
-—Sí; ya sé que si no se las dan las cogen.
-
-—Son derechos del novio... Mañana será la misa tempranico, y los
-parientes de los desposados llevan la ofrenda al señor cura.
-
-—Eso no lo sabía.
-
-—Un cuartillo de grano o poco más: después se repite la fiesta de hoy.
-
-—¿Tan solemne?
-
-—Con menos ceremonias: sólo que una moza del caldo baila, llevando
-consigo la _pica_, que luego se reparte, un pastel pintado de rojo...
-
-Calló Marinela, negligente y cansada, suspiró Florinda y comenzó la
-tarde a palidecer. Ya iban ellas a retirarse: esperaban una ocasión
-para despedirse, cuando el tío Fabián se detuvo allí, extendiendo una
-carta:
-
-—Es para el señor cura—dijo—. ¿Quién la recoge?
-
-_Mariflor_, de un vistazo, conoció la letra: era de su padre. Y repuso:
-
-—Yo la subiré; don Miguel debe de estar arriba.
-
-El viejo, entregándosela, musitó:
-
-—Mejor te daba una para ti, paloma.
-
-Desapareció la joven sin responder, y había dominado apenas su
-emoción cuando llamó a la puerta del sacerdote, no poco sorprendido
-de la visita. Dentro de la carta venía, como de costumbre, otra para
-_Mariflor_; sin sentarse, leyeron impacientes cada uno la suya. Después
-se miraron, y fué la muchacha la primera en hablar:
-
-—Dice que me case con Antonio...
-
-Sonaron las palabras con una amargura indescriptible.
-
-—Será un consejo.
-
-—Es una súplica: mi padre se hunde y me pide auxilio.
-
-Tendió la carta, señalando con un dedo temblón los suplicantes
-renglones «... hija mía; sálvanos a todos, y yo aseguro que en
-recompensa a tu sacrificio Dios te hará feliz».
-
-Con profunda lástima levantó el cura los ojos hacia la moza.
-
-—Lea usted lo que escribe antes—murmuró ella.
-
-—Sí; me lo figuro: tu primo le propone reforzar aquel negocio con el
-capital necesario y bajo la condición de vuestra boda.
-
-—¿Se lo cuenta a usted?
-
-—Como a ti.
-
-—¡Nada, que ese hombre me quiere comprar!
-
-—No te agravie su procedimiento: con él te da una prueba inaudita de
-estimación.
-
-—¡Pero yo no me puedo vender!
-
-—Díselo a tu padre honradamente.
-
-—¡Dios de mi alma!
-
-—Piensa que no estás obligada al sacrificio,
-
-—¿Sacrificio?... Mi condescendencia no sería virtud, ya que Rogelio me
-abandona.
-
-Se inclinó sollozante: en sus lágrimas hervía una terrible desolación.
-
-Don Miguel protesta conmovido:
-
-—Sí, sí; el que voluntariamente rinde su libertad se sacrifica.
-
-—Es que no soy libre: le juro, señor cura, que padezco una tremenda
-esclavitud... Ya ve usted cómo «se ha portado»; pues no importa: ¡le
-quiero, le quiero; no me puedo casar con otro... es imposible!
-
-—Tranquilízate, niña: vete en paz. Yo escribiré a tu padre cuanto
-sucede.
-
-—¡Dígale que no consiste en mí; que mil vidas diera yo por él; que me
-muero de pena al negarle este favor!...
-
-La ahogaba el llanto; procuró el sacerdote calmarla con exhortaciones
-de mucha piedad. Despidióse la muchacha en cuanto pudo, y salió
-diciendo:
-
-—¡Harto le mortifico a usted: Dios le recompense!
-
-Como la sombra había ganado ya las habitaciones, desde el rellano de la
-escalera alumbró don Miguel con cerillas para que _Mariflor_ bajase.
-
-Iba desalada; huyendo de las luces de la cocina y el «cuartico»,
-deslizóse al través del portal, hasta asir el brazo de Marinela y
-hundirse juntas en el sosiego oscuro de las calles.
-
-Era tan visible la congoja de la enamorada, que su prima le dijo con
-susto:
-
-—Pero qué, ¿trajo malas razones la esquela?
-
-—No, no.
-
-—Vienes tribulante: bajabas a modín como escondida.
-
-—Por no despedirme... ¡tengo tan poco humor! Mañana daremos una
-disculpa...
-
-—Madre también fué para casa... Oye: ¡qué triste es una boda!...
-¿noverdá? A mí me hace duelo sin saber por qué...
-
-_Mariflor_ sólo pudo contestar con un suspiro.
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-XXII
-
-LOS MARTILLOS DE LAS HORAS
-
-
-CORRÍA noviembre. Ya en los robles puntisecos y en las oscuras urces
-palidecían las hojas para morir enfermas de la fiebre otoñal; el sol
-se insinuaba amarillo y remoto, dorando apenas el matiz austero del
-paisaje, y en la hidalga llanura de León caían las horas con infinita
-pesadumbre...
-
-Una tarde, muy triste, _Mariflor_ Salvadores tuvo que ir al molino,
-distante dos kilómetros del pueblo.
-
-—Por el vero de la regona—díjole Olalla—no tienes onde perderte.
-
-Ella se disponía a lavar junto a su madre hasta la noche, y Marinela,
-otra vez lastimosa, encogíase cerca de la lumbre.
-
-Salió _Mariflor_ con su cestilla de centeno al brazo y sus profundas
-penas en el alma. Anduvo el camino de la mies, raso y frío, tan solo,
-que ni el vuelo de un ave le daba compañía: cigüeñas y golondrinas
-emigraron así que el viento comenzó a batir los eriales y la luz
-pareció vieja y pálida al través de las nubes.
-
-Los cigoñinos, al volar valientes y seguros en pos de sus padres,
-despertaron en el pecho de Florinda nostalgias de aventuras, loca
-impaciencia de albures y horizontes. Las cosas fugitivas le hacían
-soñar y padecer: aguas, nublados y vendavales producíanle antojos
-inauditos, ansias de convertirse en átomos de aquellas peregrinas
-corrientes.
-
-Hoy todo yace inmóvil alrededor de la moza: camina el silencio en torno
-suyo, y ella escucha en la «sonora soledad» caer los instantes bajo
-el martillo del tiempo y fluir la vida con sordas palpitaciones que
-repercuten en los pulsos y en el corazón de la infeliz.
-
-¡La vida!... ¿Para qué la quiere? Ya su alma se ha despedido de la
-felicidad. Vive _Mariflor_ con los ojos puestos en todo lo que huye, en
-todo lo que vuela y muere: cuenta a veces los minutos con furioso deseo
-de que pasen: los empuja con el pensamiento; quisiera precipitarlos
-a millones en el silo de la eternidad. No es la suya la prisa del
-que espera; es la sombría inquietud del que busca la muerte; y, sin
-embargo, un violento impulso de esperanza ruge en el tormentoso río de
-estas ansiedades.
-
-No quiere la enamorada confesárselo así, y ahora mismo aprovecha la
-muda complicidad de este sendero para romper las cartas de su novio.
-Con brusco arrebato las arranca del jubón y las desdobla: son tres.
-Rasgadas juntas, va haciéndolas añicos, sin detenerse, apresurada y
-triste.
-
-Las letras de los versos parecen rebelarse en los menudos jirones del
-papel, y Florinda huye del galope de su memoria, que repite:
-
- ...soy el amor que pasa,
- el niño amor que encontrarás un día
- tras de las tempestades de tu alma...
-
-A pesar suyo escucha la moza los apasionados ecos de la querella. Se
-dulcifica entonces su rostro, y en un repente de inefable ternura
-siembra en el páramo los pedacitos de su felicidad, como granas de
-amor, algunos caen al agua, a cuya linde camina la joven.
-
-Quédanse allí los despojos de un cariño, las simientes de una ilusión,
-temblando en la apacible linfa, diciendo a los duros terrones un
-enamorado «escucho»...
-
-Cunde el regato fino y silente, corren las nubes amenazadoras, y en la
-descolorida lontananza se dibujan los perfiles de la aceña; allá lejos,
-una pastoría tiende la corona de su redil junto a la henchida cama del
-pastor.
-
-Recuerda la caminante su primera salida por el campo de Valdecruces y
-su encuentro allí con _Rosicler_, el galán pastorcillo que ya emigró,
-como las aves. Muchos días anduvo radio y pesaroso alrededor de la
-moza, hasta despedirse de ella. ¿Qué la dijo?... ¡Nada! Parecía tener
-los ojos cargados de secretos, pero sólo acertó a murmurar: ¡Adiós,
-adiós!... Iba llorando.
-
-—¡Pobre!—balbuce Florinda tras fuerte y hondo suspiro.
-
-Y amargada después por el acre sabor de tantos infortunios, se enardece
-y rebela con el ímpetu de su gran corazón apasionado; ansía que al
-despertar el viento en los eriales pueble de frémitos la llanura, torne
-lívidas las aguas del arroyo y arrastre granizos y nieves... ¡Quisiera
-envolver las desolaciones de su alma en una grandiosa tempestad, en una
-formidable desolación del mundo entero!...
-
-Asomados a las teleras balitan con desconsolada blandura los corderitos
-primales, y el rapazuelo guardián entretiene sus ocios evocando al
-invierno en lánguida canción:
-
- «¡Ay noche de Navidad,
- ay noche serena y clara!...»
-
-—Buenas tardes.
-
-—Bien venida.
-
-Los ojos del niño siguen con extraño embeleso la gentil figura de
-_Mariflor_, que todavía parece forastera y trasciende a encantos
-desconocidos en el país.
-
-—¡Usa la guedeja al aire!—dícese el pastor, absorto en la esplendidez
-de los cabellos que la muchacha luce.
-
-Y ella va mirando cómo crece la regona, según se aproxima al ladrón
-abierto en el canal.
-
-El viento ha despertado: gime y vocea sobre el tríbulo de la mies y
-amontona las nubes que al rodar escriben silenciosos renglones en el
-agua.
-
-Hay poca gente en la aceña, que muele despacio, con el cauce débil,
-y las maragatas allí reunidas aguardan la lluvia como un beneficio.
-Pertenece a varios pueblos esta fábrica, que el Duerna rige y que
-sólo en invierno trabaja; las mujeres, que esperan en riguroso turno,
-platican con igual lentitud que el molino funciona. De vez en cuando
-una se levanta, llena la tolva de cibera, suspira y vuelve a sentarse.
-A poco avisa la citola que la rueda se ha parado; hay que esperar que
-represe el agua.
-
-Cuando llega Florinda a pedir turno, algo confusa de su inexperiencia,
-la reciben afablemente, la hacen sitio en un escaño, y en voz baja
-mencionan la familia de la joven:
-
-—¡Quien la vió y quien la ve! ¿Noverdá?
-
-—Sí; ¡con la arrufadía que gastaron!
-
-—Era gente de mucha tramontana...
-
-—¡Como tuvieron los haberes a rodo!...
-
-—¡Y es bellida la moza!
-
-La cual vió con gusto presentarse a Maricruz, que al regreso de
-Piedralbina entraba a pedir un poco de agua y a buscar compañía, si la
-hubiese, para volver a Valdecruces.
-
-—Pues en la sotabasa—le dijeron—tienes colmado un cantarico; y aquí
-está la de Salvadores.
-
-Bebió Maricruz, sonrió a su vecina y sentóse a esperarla.
-
-—¿Qué hora será?—pregunta una mujer.
-
-Otra responde:
-
-—Sin la ruta del sol no es fácil conocerlo.
-
-Y a la recién llegada le parece que habrán dado las tres.
-
-—¡Corre mucho frío!—le dicen.
-
-—Abondo, y cercea.
-
-—Pos la nieve es segura.
-
-—Sí; hogaño la tenemos antes de Navidá.
-
-—Ya de madrugada hubo pinganillos en los alares.
-
-—Pronto crece el Duerna y tenemos que abrir el fortacán para moler.
-
-Una moza de Piedralbina anuncia sonriente que las fiestas de año nuevo
-van a estar muy preciosas. Y se discute la propiedad con que ese día
-los pastores se disfrazan de mujeres para hacer gala de resistencia y
-caracterizarse bien de valerosos. Así vestidos se denominan _xiepas_;
-bailan en zancos sobre la nieve, cantan y piden aguinaldos en extrañas
-procesiones nocturnas, que iluminan con «mechones» y adornan con
-tirsos, como los gentiles en las orgías de Baco...
-
-Poco después, logrado por _Mariflor_ su cestillo de harina, salen de la
-aceña las zagalas de Valdecruces.
-
-—Aguantai—les dijeron—, que no os alcance la nieve.
-
-Y ya los primeros copos se cuajaban en el aire.
-
-Quiso Maricruz entretener el camino en amistosa conversación y
-mostrarse gentil con la niña ciudadana. Dijo que venía de pagar la
-«avenencia» del médico, y preguntó si era verdad que las de Salvadores
-esperaban al tío Isidoro.
-
-—Paez que trae un amago de cáncere—compadeció.
-
-—No sé—dice vagamente Florinda, observando con admiración a su
-compañera—. Es una moza rubia y dulce; siempre que habla sonríe; tiene
-seguro el paso, tranquilo el acento, apacibles los ojos, y la boda
-apalabrada con un hijo de Tirso Paz.
-
-El agua de la presa ondula al viento, con profundos sones; el pastor se
-ha cobijado, y las nubes, cargadas de cellisca, borran las líneas del
-paisaje.
-
-—¡Buena noche se nuncia para el vuestro filandón!—prorrumpe sonriendo
-Maricruz.
-
-—No irá gente, si nieva.
-
-—Más de gana, mujer, que habéis un establo bien mullido y anchuroso.
-¿Dais entrada a la tía Gertrudis?
-
-—Si va...
-
-—Porque endecha unas historias de guerreros y marinos, que da gusto
-oyirlas. Ella anduvo en su mocedad por las playas y conoció a maragatos
-de mucho enseño, aquistadores que allende fincaron ciudades y ganaron a
-pote.
-
-—Pero, ¿los hubo?
-
-—Ya lo creo, rapaza.
-
-—Me lo dicen; lo he leído...
-
-—¿Y lo dudas?
-
-—A veces, sí.
-
-—No conoces bien a estos paisanos; cuando te hagas estadiza entre
-nosotros, ¡ya verás!
-
-—Veo mucha pobreza; las mujeres aquí abandonadas a sus fatigas, los
-hombres ausentes, duros.
-
-—¿Duros?... No te entiendo... Valdecruces es una aldea ruín; pero
-Maragatería es muy grande y tiene pueblos ricos y casas a la moda. Por
-ahí fuera, los maragatos que hicieron fortuna y recibieron estudios,
-son agora señorones de mucha fama.
-
-—Ya, ya...
-
-Es tan incrédulo el mohín de Florinda, que Maricruz, despierto su
-estímulo regional, prosigue con algún calor:
-
-—Hay libros que ponen muchas cosas valientes de los maragatos; la
-maestra de Piedralbina se los hace leyer a todas las rapazas.
-
-—Yo no digo mal de estos hombres, que de aquí es mi padre.
-
-—Y tus agüelos,
-
-—¡Claro! Digo de las costumbres, de la rudeza del país. ¡Es tan
-triste!... Y en los hombres parece que se nota más.
-
-—Los que no aprenden finuras serán como dices tú; pero más cabales
-para el trabajo y la honradez no los encuentras; si dan una palabra la
-cumplen, sostienen su familia al tanto de lo que ganan, y el que engañe
-a la mujer se deshonra para inseculá... ¡Nunca acontece!
-
-_Mariflor_ lanza un débil suspiro, y su amiga, creyéndola conforme con
-el ardoroso discurso que acaba de pronunciar, se engríe y continúa:
-
-—Tamién hay maragatos que trovan en la política y escriben en los
-papeles. Háilos militares de mucha ufaneza, clérigos de mucha santidá...
-
-—Ya lo sé.
-
-—En cuanto los acrianzan fuera de aquí sirven para todo como el
-primero: y aun los pastores más esfarrapaos tienen barrunta para
-medrar, si a mano viene.
-
-Ahora Florinda sonríe a pesar suyo.
-
-—Sí, mujer; acuérdate de aquel rapaz de Iruela que aballadaba ganados
-al pie del Teleno. Comiéronle los lobos una res y el pobretico,
-temiendo al amo, alejóse por la Sanabria alante. Conque llegó perdido
-a Extremadura y por causa de una revolución le echaron para Portugal;
-entodavía de allí le desterraron a Ingalaterra, y sin saber la fabla
-ni conocer a nadie, entró de sirviente en una relojería: aprendió el
-oficio y ya no hubo en todo el orbe otro relojero más famado.
-
-—Sí, ese era Losada: conozco la historia. Cuando vino a su tierra
-después de mucho tiempo, dejó un reloj muy grande en Madrid, regalado
-para un edificio de la Puerta del Sol.
-
-—¿Véslo?... Pues otros pastores de Santa Catalina, parientes de mi
-abuela, bajaban con las merinas a Badajoz todos los años, a invernar en
-los jarales de un duque al cual nombran del Alba. Ello fué que labrando
-la tierra baldía junto al chozo, halláronla fecunda, y cada invierno,
-cuando iban ende con los ganados trashumantes, labraban otro poquitín,
-hasta que el señor duque les dió permiso para fincar entre sus aradas
-dos pueblos, los Antrines, el de arriba y el de embajo... ¿Sabíaslo?
-
-—Eso no.
-
-Sonríe triunfante Maricruz y pisa con firme orgullo en el yerto camino.
-Florinda, para corresponder a la locuacidad de su compañera, murmura:
-
-—Tú pareces muy feliz... ¿Cuándo te casas?
-
-—Neste invierno: aún no está adiada la boda—responde con rubor—. Y
-tú para las Navidades ¿eh? Llevas un mozo de mucha hombría... ¡Pa que
-veas que hay gente de prez nestas planuras de León!
-
-Achacando a modestia el silencio de Florinda, no insiste la moza en
-este punto, y da otro giro a la plática.
-
-—¡Cómo sona la nube!
-
-—¡Sí!
-
-Ambas jóvenes se detienen un instante a escuchar la furente carrera
-de los vientos y a medir con tranquila expectación la preñada negrura
-del nublado. Una y otra, por distintas causas, permanecen serenas: ni
-a Maricruz le asusta el temporal, por conocerle mucho, ni le halla
-_Mariflor_ bastante recio para aturdirse en él. Va pensando que su
-alma está más sombría que los cielos, y buscan sus ojos con ansiedad
-una huella de la semilla de amor arrojada en la llanura poco antes.
-Pero ya las ráfagas tempestuosas verberaron con ímpetu en el suelo, y
-al borde del estremecido arroyo no parece rastro ninguno de la siembra
-sentimental.
-
-Y cuando, alucinada, se inclina _Mariflor_ para coger, como una
-reliquia, algo blanco y menudo que rueda por allí, levanta un copo de
-nieve donde creyó recuperar el adorado fragmento de una carta: en la
-ardorosa mano se deshace al punto la vedija glacial...
-
-—¿Qué te sucede?—pregunta Maricruz, viendo palidecer a su amiga—.
-¿Tienes miedo?
-
-—No.
-
-El ronco arrullo y el trastornado semblante con que responde, preocupan
-a Maricruz. Una impresión extraña y dolorosa turba su silvestre
-espíritu. Se enlaza con blandura al brazo de su compañera y dice,
-conmovida, sin saber por qué:
-
-—¿Sigue Marinela mejor?
-
-—Está lo mismo.
-
-—¿Aún dormís a la santimperie?
-
-—Ya no; mi tía se opone desde que empezó el mal tiempo.
-
-—¡Pobre pitusa!... ¡Y agora, si viene su padre tamién comalido!
-
-—¡No sé si vendrá!...
-
-—Ansí dicen que la tía Gertrudis os malface: ¿oístelo?
-
-_Mariflor_ se había serenado un poco.
-
-—Eso es mentira—protestó.
-
-—Yo nunca lo creí: ni es bruja ni prodigiadora... Será, si acaso,
-conjurante.
-
-—Es una triste vieja como las demás.
-
-—Y mejor: sabe fervorines, cantares y medicinas, que te pasmas. Con
-tomillín de un cantero de la huerta y otro yerbato dulce, me curó a mí
-antaño la ronquez.
-
-—Dicen que está muy sola y muy necesitada.
-
-—Sí; la malfamaron y poco se la ayuda, aunque la juventud no cree, ya,
-en los hechizos: son cosas de rapaces y de viejas...
-
-Apretó a nevar: las muchachas, muy juntas y diligentes, seguían la
-margen del arroyo, fiel rumbo hacia Valdecruces en la espesa cerrazón
-del horizonte. Ya estaba lejos el cauce del molino, y Maricruz, guiada
-por su experiencia campesina, anunció alegre:
-
-—Pronto llegamos.
-
-Mas al punto refrenó el paso, prestó oído y añadió pesarosa:
-
-—¡Ay!... ¡Se ha muerto la tía Mariana!
-
-—Sí; tocan a difunto—dice Florinda escuchando—, ¿pero cómo sabes que
-es por ella?
-
-—Fíjate en las posas: una... dos... Si hubiera muerto un hombre serían
-tres.
-
-—¡Ah!
-
-—También el tío _Chosco_ anda malico.
-
-—¡Pues mira que si se muere el enterrador!
-
-—Hereda el puesto el sacristán.
-
-—Y esa tía Mariana, ¿era muy vieja?
-
-—Sí, mujer: abuela de Facunda por parte de madre.
-
-—¿Y abuela de tu novio?
-
-—Velaí.
-
-—Vamos a rezar por su alma.
-
-Un devoto murmullo acarició los compungidos semblantes de las mozas,
-que llegaban a Valdecruces cuando ya, en precoz anochecer, moría la
-tarde, malherida de la nieve.
-
- * * * * *
-
-Iba _Mariflor_ tan penetrada por el soplo de la tragedia, que no
-experimentó grande inquietud al oir en su casa llantos y quejidos.
-Supuso llegada la hora de que la Humanidad, lo mismo que la Naturaleza,
-estallase en lamentos. Y las razones de esta lógica explosiva quedaron
-atravesadas por una voz lamentable que decía en la sombra del
-_estradín_:
-
-—¡Ay, cómo tardabas!... ¿No sabes que Pedro va a partir y que mi padre
-viene a morirse?
-
-Florinda no supo qué responder, y Marinela, deteniéndola aún por el
-brazo, añadió con angustia:
-
-—Madre dice que nosotras somos harto pobres para socorrer a un
-enfermo, y que la abuela ya no tiene casa ni haberes para aconchegar a
-su hijo; además, no quiere que mi hermano marche; llora por él clamando
-que se le rebatan, que se le quitan: la abuela gime y Olalla paez muda.
-
-—Pero, ¿quién ha escrito?
-
-—Tu padre.
-
-—¿A mí?
-
-—No: a la abuela.
-
-—¡A mí ya no me escribe!
-
-—¡Mujer, la carta pone para ti tantas de cosas!
-
-Dentro se habían apaciguado un poco las lamentaciones, y _Mariflor_
-siguió escuchando a su prima.
-
-—Verás: dice la esquela que unos maragatos ricos pagan estos viajes
-que te cuento. Mi padre llegará para la Pascua y el rapaz tiene que
-salir a primeros de mes con un paisano de Santa Coloma—. Suspiró con
-ansia la niña y lamentóse—: ¡Ay, Dios, ya estoy más sediente que
-nunca, con un jibro en el pecho y un acor en el alma!
-
-—Pues hay que tener ánimos—murmuró Florinda maquinalmente.
-
-—Yo no sirvo para este mundo... ¡Si pudiese entrar en el convento!
-
-En aquel instante llegaban los niños de la escuela sacudiéndose la
-nieve y extendiendo las manos en la oscuridad, con rumbo a la cocina,
-donde antes resonaron los lloros. Detrás de los rapaces entraron las
-muchachas.
-
-Ardía en el llar un fuego mortecino y temblaba sobre la mesa la luz
-del candil. En viendo Ramona a su hijo mayor, lanzóse a él con ademán
-salvaje y comenzó a gritar como si le prestaran sus aullidos todos los
-animales maltratados y moribundos:
-
-—¡Ay fiyuelo, quédome sin tigo!... ¡Te parí de mis entrañas, te
-pujé en mis brazos y trabajé para ti como una sierva!... Agora que me
-conoces y me quieres, te me quitan... ¡Ay, pituso, non te veré más!...
-¡Los mares y los hombres te rebatan!...
-
-Parecían mordiscos, por lo hambrientos, los besos de la madre; lloraba
-toda la familia, y el zagal, asustado, apenas supo decir:
-
-—¡Volveré pronto!
-
-—Volverás muriente como tu padre, y yo estaré tocha y ceganitas como
-tu abuela, sin nido ni cubil pa tu resguardo; lo mesmo que esa pobre:
-¡mira!
-
-Y conteniendo la explosión de su piedad en el acento ronco y firme,
-Ramona empujó a su hijo hasta la anciana.
-
-Acogióle ella entre sus brazos doblándose, en el sitial, para
-recibirle, con tan acongojada pesadumbre, como si del viejo corazón
-exprimido cayese en aquel instante la última gota de ternura.
-
-También Carmen y Tomasín se refugiaron, ronceros y llorones, en
-aquella caricia. Estalló un sollozo en el pecho de Olalla, y el triste
-concierto de ayes y suspiros volvió a levantar sus desconsoladas notas
-en la escena. Ramona, con los ojos fijos en el grupo que formaban los
-rapaces y la tía Dolores, fué serenándose hasta sentir un repentino
-bienestar que sin saber cómo se le subió a los labios en una dulce
-palabra.
-
-—¡Madre!—dijo.
-
-Nadie respondía. Las muchachas creyeron que hablaba sola. Pero ella
-avanzó resueltamente desde el sitio donde había quedado en pie. Su
-larga sombra ganó el techo y llenó la cocina de gigantes perfiles.
-
-—¡Madre!—iba diciendo—. En los últimos años, endurecido su áspero
-carácter por el infortunio, huyó arisca de pronunciar esta suave
-palabra.
-
-—¡Madre!—repitió—; ¿no me oye?
-
-Y puso las manos con inusitada blandura en los débiles hombros de la
-vieja.
-
-—¡Ah!... ¿Me llamaste a mí?
-
-—¡Claro! Mire: con llorar, el solevanto que nos acude non se desface y
-atribulamos a estas criaturas.
-
-—¿Qué quieres, hija?
-
-—Que no llore: es menester que Sidoro la halle moza.
-
-—¿Pos no dijiste?...
-
-—Era por decir: usté entodavía tiene salud y casa pa recoger a su hijo.
-
-—¡Ah!... ¿Consientes?...
-
-—¿Soy acaso una hereja?... ¿Se iba a quedar el pobre en medio de la
-rúa?... Pujaremos por él como cristianas.
-
-—Mujer, ¡Dios te lo pague!
-
-—Sí—murmuró Ramona, abrazando otra vez a Pedro—. ¡Dios me lo pagará
-cuando vuelva éste!...
-
-Temblaba Marinela apoyándose en su prima, y las dos, lo mismo que
-Olalla, se animaron con aquellas últimas frases.
-
-—Andaí—ordenó Ramona, alcanzándolas, con un gesto impaciente—. Van a
-venir las del filandón y no hay que poner las caras acontecidas. Mañana
-hablaremos al señor cura.
-
-—Denantes—pronunció Marinela aprovechando una cordialidad tan
-expresiva y rara—vide a la tía Gertrudis, y me dijo...
-
-—¿Onde la viste, rutiando por aquí?—interrumpió desabrida la madre.
-
-—Pasaba sobrazando un atiello de coscoja: ¡casi no podía con él!
-
-—Bueno; ¿y qué te dijo?
-
-—Que esta noche vendría al filandón, porque en la so cabaña no tiene
-luz para hilar... Yo no me atreví a decirle que no viniera; ¡como don
-Miguel manda que se la estime!...
-
-—Pos... ¡que entre!—concedió Ramona vacilante, mirando a Pedro con
-oscura inquietud—. Y agora, las cuchares y el pote: a cenar, pa que
-estos críos se acuchen.
-
-Las pálidas figuras del cuadro se movieron sin ruido, y rodó solitario
-en la estancia el son de la esquila parroquial, que aún contaba las
-fúnebres posas...
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-XXIII
-
-PAÑO DE LÁGRIMAS
-
-
-—¡AYMÉ!
-
-—¿Qué le pasa, tía Gertrudis?
-
-—Estoy cansosa, niña.
-
-—¿Y no va a decir aquella relación?
-
-—¿La de la locecica?
-
-—Esa.
-
-—En cuanto repose; todo el día anduve por ribas y cuestos atropando
-carrasca antes que cerrase la nieve; y atollecí.
-
-—En l’intre—propuso entonces Maricruz—jugaremos a los acertijos,
-¿queréis?
-
-Mozas y viejos aceptaron. Una ligera curiosidad alzó los ojos y animó
-los semblantes.
-
-Tenía lugar el clásico «filandón» en la espaciosa cuadra que antaño
-albergó las «llocidas» reses de la tía Dolores: un mantillo de bálago,
-a modo de tapiz, prestaba calor y blandura al renegrido suelo, y un
-candil de petróleo, cebado a escote, daba, pendiente de una viga, más
-tufo que luz.
-
-Toda labor de mujer tenía allí su escuela y ejercicio: hilaban, por lo
-común, las más viejas; «calcetaban» y cosían algunas, tejían otras a
-ganchillo refajos y gorros infantiles. La tertulia, que se acomodaba
-por turno en los establos mejores de la aldea, en el santo suelo y
-entre el vaho de los animales, solía terminar cristianamente con el
-rezo del rosario. Pero antes se narraban historias, se proponían
-adivinanzas y hasta se dejaba correr sobre ruecas y agujas algún
-airecillo picante de murmuración.
-
-Aunque la cuadra de este pobre lar, venido tan a menos, aloja hogaño
-muy pocas reses, disfruta por céntrica y espaciosa las preferencias de
-Valdecruces, y esta noche la invade un buen número de tertulianas, sin
-más compañía de varón que la del tío Rosendín, el viejo sacristán. Allí
-parecen también sus hijas Felipa y Rosenda; las nietas del tío Fabián,
-con su madre; Ascensión con la suya; Maricruz Alonso y sus hermanas,
-las de Crespo, la _Chosca_ y otra porción de mujeres de distintas
-edades y parecidas condiciones.
-
-Mientras fueron llegando, hablóse del temporal, haciendo memoria del
-último, que cubrió las casas con _trousas_ formidables, verdaderos
-montes de nieve. Felipa dijo que a prevención tenía muchos _fuyacos_
-para alimentar a las ovejas, y el tío Rosendín profetizaba que aunque
-arreciase el mal tiempo, aún se podían aprovechar los piornos para
-el ganado durante una quincena. Las de Salvadores preguntaron con
-mucho interés por el tío _Chosco_, que, según el sacristán, «iba ya
-mejorcico». Se comentó en seguida el fallecimiento de la tía Mariana,
-lamentando que las de Paz no asistiesen al «filandón».—Velarán el
-cadáver de su agüela—opinaron algunas mujeres—. Y otras dijeron
-compasivas:—¡Biendichosa!...
-
-Pero ya juntas las que esta noche se reúnen, piden los acertijos, y la
-misma iniciadora lanza el primero:
-
- «Enas iglesias estoy
- entre ferranchos metida,
- cuándo allende, cuándo aquende,
- cuándo muerta, cuándo viva...»
-
-—¡La lámpara!—dice riendo el sacristán.
-
-—¡Usté no vale!—protesta Maricruz.
-
-En aquel momento Florinda le pregunta con sigilo:
-
-—¿Cómo no fuiste al velatorio?
-
-—No acuden mozas cuando fallece una vieja—responde—. Fué mi madre.
-
-Algunos pretenden averiguar cuántos años tendría la difunta, y
-Ascensión dice que no se sabe a punto fijo, porque en los libros
-parroquiales sólo consta que «nació el día que se amojonó _Fumiyelamo_».
-
-—No había yo nacido—apunta la tía Dolores, muy despierta y con cierto
-orgullo.
-
-Y el tío Rosendín, sonriendo malicioso, coloca otra adivinanza:
-
- «¿Qué cosa yía
- la que no has visto nin vi
- que no tien color ni olor,
- pero mucho gusto sí?»
-
-Un aire de perplejidad inmoviliza al auditorio. El anciano detiene el
-gesto de una contemporánea suya que intenta responder.
-
-—¡Que acierten las mozas!
-
-—¡El agua!—prorrumpe una voz juvenil.
-
-—¡Avemaría!... ¡Tien que ser una cosa que nunca hayas visto!
-
-Crece la incertidumbre y se suspenden las labores. Después de algunas
-respuestas disparatadas, el sacristán dice triunfante:
-
-—¡El beso!
-
-—¡Josús!—pronuncian las zagalas, ruborosas.
-
-Todos ríen, y el viejo, embaído, añade en seguida:
-
- «Blanco fué mi nacimiento,
- verde lluego mi niñez,
- mi mocedade encarnada,
- negra mi curta vejez.»
-
-—¡La mora! ¡La mora!—repiten alegres las muchachas. Y como ya suponen
-que la tía Gertrudis ha descansado, solicitan otra vez la prometida
-narración.
-
-Mientras la anciana sacude un poco su pensamiento, se oye al aire gemir
-y a las ruecas zumbar: algún suspiro acaricia los copos blancos de las
-hilanderas.
-
-—Erase—principió la narradora—una noche muy triste, hace ya cuántos
-siglos. Por el mar que le llaman de la muerte, cerca de La Coruña,
-navegaba un lembo gobernado por el turco más temido nestas historias
-de piratas. Con él iba prisionera una pobre doncellica que el capitán
-robó en un castillo principal. Era hija de un señor de salva, tan
-hermosa y fina como las febras del oro. Quería el turco esconder a la
-moza tierra adentro, y esperaba un señal, una locecica de algunos de
-sus piratas que por la riba aquende le buscaban cobil, pero en toda
-la ledanía de los mares no pareció ninguna luz... Conque navegaba la
-embarcación roncera, en calmería de viento, apocado el velaje y cansos
-los marinos, cuando va y luce una flama en una torre que le decían la
-Torre del Espejo y se encendía en las noches oscuras para las naos que
-llegasen de paz. Dió un brinco el pirata cabe la moza, tomando por seña
-de su gente la lumbre del fogaril. Y la infelice doncella clamó al Dios
-de los cristianos, que era el suyo, pidiéndole que le sacase de aquella
-amaritud...
-
-Hace una pausa la tía Gertrudis para recordar las frases conmovedoras
-de la cautiva, y aunque la misma leyenda se ha repetido muchas veces en
-los «filandones», un devoto silencio la circuye ahora, y un aroma de
-mar y de aventura la engrandece y ensalza entre sutiles asombros: la
-evocación de ese otro llano, inmenso y libre, desconocido y atrayente,
-se presenta en los labios de la anciana con imágenes desoladoras, en
-que una mujer sufre cautiverio. Y las maragatas sienten batir contra
-sus corazones las olas de aquel mar lejano que les lleva los padres,
-los hijos y los esposos, fascinándoles con su prometedora anchura, para
-engañarles al fin y cautivar la ilusión de infinitas mujeres.
-
-También para Florinda la llanura amiga de su niñez suena ronca y
-extraña en los acentos pavorosos de la tía Gertrudis. Todas las
-ilusiones de la moza naufragaron en la amada ribera, y el recuerdo de
-su bien perdido se le ofrece como una pálida visión de naves que huyen
-y de espumas que gimen: apenas si el perfil de un marino se agita en
-estas membranzas como símbolo del primer sueño de amor que la muchacha
-tuvo. Por un instante se sorprende ella al caer desde la nube de sus
-evocaciones al fondo del establo donde la tertulia aguarda a que se
-termine el cuento. Mira absorta a su alrededor y le parece que Marinela
-está muy descolorida y que Ramona oculta mal su incertidumbre.
-
-Pero ya la anciana sigue el relato:
-
-—...Y en esto que partían el ánima las voces de la inocente, los
-mareantes de la embarcación dieron en complañirse y maldecir del
-capitán...
-
-Un estrépito medroso dejó rota la leyenda y en angustia las atenciones.
-
-—¿Fué tronido?—balbuce una voz.
-
-Y al mismo tiempo Marinela se dobla desmayada encima de su madre.
-
-Recíbela Ramona con un ¡ay! tan brusco, que parece un bramido de su
-corazón. Deslizando hasta el suelo el cuerpo inerte de la niña, se
-arrastra, súbita y fiera, y sacude a la tía Gertrudis por los brazos en
-una cruel explosión de frenesí.
-
-—¡Conjúrala, conjúrala agora mismo—dice tuteándola con
-menosprecio—bruja de Lucifer!
-
-—¿Yo?... ¿Yo?...
-
-—¡Tú, tú, sortera!
-
-—Yo non sé conjurar. ¡Soy cristiana y nunca tuve poder con el diañe!
-
-La voz senil plañía con menos asombro que amargura; aparecía en todos
-los semblantes la congoja del pánico, y sólo Florinda se acordaba de
-aflojar el corpiño a Marinela.
-
-—¡Traed vinagre para los pulsos!—pidió vivamente.
-
-Olalla, levantándose indecisa, declaró:
-
-—¡Tengo miedo d’ir sola!
-
-Después de algunas vacilaciones y consultas, encendió un cabo de vela
-en el candil y dirigióse con Maricruz hacia el postigo medianero de la
-cocina. Pero, sin alcanzarle, se volvió espantada:
-
-—¡Sonan pasos!
-
-—Es el viento y la truena—dijo Maricruz más valiente.
-
-Y apremiaba Florinda:
-
-—¡Pronto, pronto!
-
-Ramona, que no había soltado a la tía Gertrudis, trocó de improviso en
-súplicas sus delirantes voces:
-
-—¡Por Dios me la conjure!... ¡Por Nuestra Señora la Blanca!... Daréle
-a usted cuanto me pida; mire que va a morir. ¡Aguante, por la Virgen!
-
-La vieja parecía no escucharla, murmurando llorosa:
-
-—¡Al cabo los años que non fice mal nenguno, me temen los vecinos como
-los rapaces al papón!...
-
-Unos brazos nerviosos la levantaron de repente, y de un salto la posó
-Ramona junto a la enferma, ya reclinada en el regazo de Florinda:
-
-—¡Dele remedio!... ¡Aplíquele talismán!—gimió de hinojos la madre,
-con las manos en cruz.
-
-—¡Si non gasto sorterías, mujer!
-
-Alguien aconsejaba:
-
-—¡Dígale mas que sea una oración!
-
-—¿Tién fístola?
-
-—No lo sabemos...
-
-La tía Gertrudis acercó sus cansadas pupilas al semblante de Marinela,
-húmedo y descolorido como si estuviese lavado por los últimos sudores:
-había sido inútil la aplicación del vinagre en las sienes y en los
-pulsos.
-
-Suspiró compasiva la anciana y recogióse un momento en solemne actitud
-mientras aguardaban todos con ansiedad. De pronto comenzó a decir:
-
-—«En el nombre del Padre, e del Hijo e del Espíritu Santo: tres
-ángeles iban por un camino; encontraron con Nuestro Señor Jesucristo.
-¿Dónde vais acá los tres ángeles? Acá vamos al monte Olivete y yerbas e
-yungüentos catar para nuestras cuitas e plagas sanar: los tres ángeles
-allá iredes; por aquí vendredes; pleito homenaje me faredes, que por
-estas palabras precio non llevaredes esceto aceite de olivas e lana
-sebosa de ovejas vivas... Conjúrote, plaga o llaga, que no endurezcas
-ni libidinezcas por agua ni por viento ni por otro mal tiempo, que
-ansí hizo la lanzada que dió Longinos a Nuestro Señor Jesucristo, ni
-endureció ni beneció...»
-
-Abrió los ojos Marinela, tan asombrados y tristes como si girasen ya
-tocados por la muerte. Una impresión de maravilla inmovilizó a la
-tertulia, y Ramona, febril fluctuando entre el odio y la gratitud,
-preguntó a la vieja con ensordecido acento:
-
-—¿Está ya liberada?
-
-—¿De quién?
-
-—Del diablo.
-
-—Non tornes con embaucos, criatura, que paeces una orate: yo dije la
-oración porque está bendita y es buena pa sanar si Dios la acoge. Agora
-hay que levar aspacín a la rapaza, aconchegarla bien caliente y darle
-un buen fervido. ¿Oyísteis?...
-
-Bajo las dulces manos de Florinda iba Marinela recobrando el calor y el
-pensamiento...
-
-Aún permanece en mitad de la sala el lecho de la niña. Le comparte
-la enfermera, abandonando, por difíciles de cumplir, las órdenes del
-médico.
-
-Ya _Mariflor_ no tiene bríos para cuidar a su prima en lucha con la
-miseria y la ignorancia a todas horas; pero allí está vigilante junto a
-ella, luego de haber tranquilizado a la familia.
-
-Cuando ya la tempestad hubo cesado, abrió los postigos del balcón
-para asistirse con la claridad de la noche: la luna, baja y fría,
-reverberante sobre la nieve, iluminaba a Valdecruces con fantástica luz.
-
-—¡Agua!—pedía ansiosa Marinela, y después con las manos en la
-garganta, se dolía:
-
-—¡Tengo un ñudo aquí!
-
-Nerviosa y balbuciente hablaba del convento: sentía correr el agua del
-jardín por los claustros, y le mareaba el olor penetrante de las flores.
-
-—¿Quieres una?—murmuró—. Son para la Virgen... pero te daré esta
-purpurina... ¿Oyes los cánticos?... Caen en acordanza... Atiende:
-
- Yo soy una mujer, nací pequeña
- y por dote me dieron
- la dulcísima carga dolorosa
- de un corazón inmenso...
-
-¡Esa es la voz de la madre Rosario!... Tengo miedo a la luna... ¡mira
-qué cara pone!... Vamos a laudar a Dios también nosotras; canta conmigo.
-
-Y con tonos de diferentes canciones compuso una muy extraña, cuyo
-estribillo se empeñaba en repetir:
-
- Yo soy una mujer, nací pequeña...
-
-El acento exaltado de la cantora resonó tristísimo en la estancia, y
-_Mariflor_, saturándose de recuerdos y pesadumbres, logró persuadirla
-de que no era religioso aquel cantar:
-
-—Acuérdate que le trajo la farandulera.
-
-—¡Ah, sí, sí...; una que tenía el corazón roto como yo!... Ven...
-¡escucha!
-
-Y ciñéndole a su prima los brazos al cuello, Marinela suspiró:
-
-—¿Tienes escondido algún romance?
-
-—No, mujer, ninguno.
-
-—Pues oye mi secreto...
-
- Yo tengo un corazón...
-
-Esto no te lo digo a ti; se lo digo a Dios, ¡a Ése!
-
-Volvióse la niña hacia la Cruz, alzada en el muro con la doliente
-imagen del Señor, y quiso rezar; pero su entendimiento, obsesionado,
-sólo conseguía dar forma a las endechas de la figuranta; y como
-una ráfaga de lucidez alumbrase la disparatada oración, Marinela,
-acusándose de herejía, acabó por llorar rostro a la Cruz.
-
-Blanco de aquella lucha, la sagrada efigie atrajo también las miradas
-de Florinda, que las estuvo meciendo desde el dolor humano hasta el
-dolor divino, con fuertes emociones de piedad. Cerrando los ojos para
-mirarse la alterada conciencia, imaginó que volvía a henchírsele
-de lágrimas el pecho como en los días en que su desgracia era toda
-compasión y ternura: creyó juntar su llanto con el de la enferma y
-le pareció que sentía levantarse en su alma el infinito poder del
-sacrificio, libre ya de egoístas propósitos, santo y puro, a humilde
-semejanza del que probó Jesús agonizante.
-
-Pero cuando un gemido la hizo recordar, halló sus párpados enjutos y
-rebeldes sus pensamientos: ¡sin duda había soñado!...
-
-Marinela, otra vez delirante, musitó:
-
-—¡Mira qué volada echó aquella estrellica!... ¿a ver si aflama el
-cielo?... Agora la planura es un mar de nieve...
-
-Tuvo después miedo al gato que maullaba, y estremecióse con los toques
-del reloj. Al amanecer, un perro lastimoso la hizo gritar de espanto,
-un perro que gañía desesperadamente.
-
-También se alarmó Florinda con los aullidos lúgubres, pero sin
-manifestarlo; puso mucha persuasión en sus palabras tranquilizadoras,
-consiguiendo al fin que se durmiese la niña.
-
-Entonces el frío y el cansancio la inmovilizaron, envuelta en un
-chal junto a los cristales: otra vez cerró los ojos abismándose en
-desconsoladas meditaciones. Ya estaba allí el cano invierno con su
-amenaza de pesadumbres: los lobos a la puerta, el hogar miserable,
-dolientes un padre y una hija, cerrados los caminos, yertas las
-esperanzas.
-
-Poco a poco fué rodando la cabeza de _Mariflor_ hasta quedar vencida
-sobre el pecho y apoyada en los vidrios. Oía la moza llorar, llorar
-mucho a la abuela, a las primas y a los rapaces: una voz, triste y
-oscura, clamaba también, entre condolida y furiosa. _Mariflor_ quiso
-levantarse para saber el motivo de los llantos aquellos; pero la
-detuvo un aire de tempestad que soplaba desde sombría nube. ¿Volvían
-los huracanes de la nevasca?... ¡Ah, no!; este viento y esta sombra
-eran pliegues alborotados en el manteo de un cura. Don Miguel llegaba
-agitadísimo:—¿Oyes llorar?—preguntó—. ¿Quieres tú ser el paño de
-todas esas lágrimas?... ¿Di?... ¿quieres?—. Iba la moza a responder y,
-como antes Marinela en su delirio, sólo acertó a balbucir el romance de
-la comedianta:
-
- En este corazón, todo llanuras
- y bosques y desiertos,
- ha nacido un amor...
-
-Por suerte, la desatinada respuesta quedó ahogada en unos gañidos
-resonantes que despertaron a Florinda.
-
-—¡Otra vez el perro!—murmuró anhelosa. Y aún dominada por la
-pesadilla reciente, llevóse las manos al rostro que sentía húmedo:
-¿habría llorado?...
-
-La blancura del paisaje llamó a las ensoñadas pupilas, que al punto se
-nublaron de lástima: todo el bando de palomas, hambriento y alicaído,
-esperaba en el carasol, y el gesto de la muchacha, al sorprenderle,
-inició un arrullo largo y hondo, humilde como el de los niños cuando
-piden una caridad por el amor de Dios...
-
- * * * * *
-
-Cerca de dos meses guardó en su bolsillo don Miguel una carta de
-Rogelio Terán. Solía decirse todas las mañanas: «Hoy se la enseñaré a
-_Mariflor_». Y luego sentía una piedad inmensa por aquella esperanza
-muda que a veces resurgía en los labios de la moza.
-
-Ultimamente la pobre enamorada había cambiado mucho. Aparte de aquel
-fuego sombrío de sus pupilas y algunos éxtasis profundos que iban a
-sorprenderla cuando menos lo esperaba, fué envolviéndola un abatimiento
-implacable y empujándola al fatalismo un cansancio lleno de trágicas
-inquietudes.
-
-Y al verla hundirse en el infortunio, dudaba el sacerdote si la lectura
-de aquella carta cruel sería un cable salvador tendido por el desengaño
-a las últimas energías de la infeliz, o un golpe definitivo para
-quebrantárselas sin remedio.
-
-Esta duda acomete a don Miguel una vez más cuando se dirige hoy a
-casa de la tía Dolores. Le acaban de decir que Marinela ha sufrido
-la víspera un grave desmayo, y aunque los detalles del suceso le
-escandalizan un poco, acude a consolar en lo posible las cuitas de
-aquella gente.
-
-En el portal encontró a Olalla, que le dijo:
-
-—Voy por el médico.
-
-—¿Tan mal sigue la enferma para que te arriesgues así?
-
-—No está el día tempestuoso como ayer.
-
-—Pero los caminos se han borrado.
-
-—Acertaré por la lindera del regajal.
-
-—Aguarda, al menos, que yo suba, y si es preciso buscaremos quien te
-acompañe.
-
-Apareció Ramona, que bajo la mirada severa del sacerdote abatía la suya
-enrojeciendo.
-
-—De modo—pronunció don Miguel—¿que es imposible curarte de la
-superstición?... ¡No esperaba yo eso de ti!
-
-Ella, sin defenderse, comenzó temblorosa a relatar las noticias de
-América: el esposo tornaba moribundo y el hijo había de partir agora
-mesmo.
-
-—En l’intre—añadió sollozante—peyora la zagala... y yo dejo la
-cordura no sé onde.
-
-—¡Vaya, vaya por Dios!—compadece el párroco.
-
-Y suben todos detrás de él, mientras Ramona va diciendo:
-
-—Anoche la coitada non quiso junto a sí más que a la prima, y hubimos
-de acostarnos. Yo acodí madruguera y las hallé a las dos adormentadas:
-andamos a modín pa non las recordar.
-
-—Pues mira tú si duermen.
-
-Asomó la mujer en la salita y volvióse al punto con un gesto negativo.
-
-—Pase, pase.
-
-Don Miguel halló a Marinela con los ojos febriles clavados en la Cruz
-y a Florinda con los suyos vueltos al carasol. Ambas se estremecen al
-sentir pasos en la estancia y, luego de saludar al sacerdote. Marinela,
-descubriendo las palomas, prorrumpe:
-
-—Vélas, vélas ende... Las pobreticas no encuentran onde pacer: andai
-por una cachapada de cebo para echárselo aquí.
-
-Apresúranse a obedecer los niños, y Florinda, presa de extraña emoción,
-se enjuga los ojos murmurando:
-
-—El hielo de los cristales me humedeció la cara... Dormí y creo que
-soñé.
-
-—¿Algo triste?—pregunta el sacerdote, reparando en la honda inquietud
-de las palabras.
-
-—¿Triste?... Era una cosa tremenda: usted venía a preguntarme... ¡ya
-no me acuerdo!—balbuce sordamente.
-
-Y de pronto don Miguel, con la precipitación de quien realiza un acto
-contra su voluntad, busca en el bolsillo una carta y se la entrega a
-Florinda:
-
-—Entérate: ya hace tiempo que la recibí.
-
-—¿Es de su padre?—dice Ramona.
-
-—No.
-
-Un silencio involuntario se establece, y aunque el cura trata de hablar
-mientras la muchacha desdobla trémula el papel, sólo consigue que la
-tía Dolores ensarte letanías a propósito del hijo viajero:
-
-—¡Aymé! ¡Si en un santiguo le podiese yo recibir en mis brazos...
-¿Arribará para la Pascua?... ¿Nevará en los mares tamién?... Voy
-dejarle mi lecho, señor, y las frazadas mejores... Cuando quiera
-hojecer la primavera ya estará en siguranza la curación, ¿noverdá?...
-
-Había salido el sol, pálido y frío. Marinela, al borde de su cama
-tendíase hacia él como si le pidiese una limosna de alegría: en
-realidad, lo que deseaba era acercarse a _Mariflor_, en cuyas manos se
-estremecía la carta de Rogelio.
-
-Leía la muchacha en el foco de luz:
-
-«Miguel, amigo mío: No el poeta ni el camarada, el penitente es quien
-acude a ti. Cúlpame cuanto quieras; que me castiguen tus indignaciones,
-si al fin me absuelve tu piedad. Yo te confieso contrito mi pecado de
-inconstancia, mi estéril codicia de emociones, de ternuras y novedades.
-Harto me duele esta triste condición: de todas mis culpas, soy, a
-la par que el reo, la primera víctima... Tú bien conoces el corazón
-humano y, aún mejor, conoces mi voluntad, donde toda flaqueza tiene
-su asiento. Quise, fervorosamente, hacer feliz a _Mariflor_, sin
-comprender que nunca, nunca lograré la felicidad, ni para mí ni para
-nadie. Me engañó la fantasía; hoy reconozco la pequeñez de mi espíritu
-que, enamorado de los sueños, se rinde cobardemente al afrontar
-las realidades... Perdona mi error, tú, tan seguro, tan cabal, tan
-heroico... Perdona también la tardanza de estos renglones que mi mano
-te escribe mucho después que los dictase mi conciencia; luché antes de
-escribirlos; vacilé y sufrí muchas veces con la pluma sobre el papel:
-puedes creerlo. Y también que me falta valor para escribirle a «ella»:
-dile que me perdone; que acaso nunca la olvide; que si fuese a buscarla
-sería sin duda más culpable que apareciendo hoy a sus ojos como ingrato
-y perjuro. Dile...»
-
-—¿Viene en romance?—preguntó Marinela, impaciente por la prolongación
-de la lectura.
-
-Florinda volvió el rostro, blanco igual que un lirio. La rodeaban
-los rapaces, y también Olalla se le iba aproximando; en el fondo de
-la salita las dos mujeres cruzaban los brazos sobre el pecho. Ya la
-enferma tenía entre las manos el cebo de las palomas. Quejóse de
-«asperez» en la garganta, y tornó a preguntar:
-
-—¿Viene en romance, di?
-
-—No; ¡viene en prosa!
-
-Vibró ardiente y sombría la respuesta. Aún quedaba por leer una parte
-del pliego, mas, la lectora alzó los ojos, perdidos en una fugitiva
-imagen, se pasó una mano por la frente, dobló la carta y, alargándosela
-al cura, dijo:
-
-—Puede usted escribirle a mi padre que me caso con Antonio.
-
-Su voz era firme, firme también su actitud. Una ráfaga de tragedia, de
-tragedia sin sollozos ni palabras, atravesó la salita y puso en todos
-los pechos repentino estupor. Tras un silencio angustioso, preguntó el
-sacerdote con grave solemnidad:
-
-—Hija, ¿lo has pensado bien?
-
-—Sí, señor—repuso ella, altivo el gesto y serena la mirada—. Y a mi
-primo... usted hará la merced de darle en mi nombre el sí que estaba
-esperando.
-
-No dijo más. Volvióse hacia el carasol para abrir las vidrieras, tomó
-el centeno en su delantal y todo el bando de palomas acudió a saciarse
-en el regazo amigo, envolviendo la gentil figura con un manso rumor de
-vuelos y de arrullos. La luz del sol, más fuerte al crecer la mañana,
-rasgó las brumas y fingió una sonrisa en el duro semblante de la
-estepa...
-
-[Illustration]
-
-
-
-
-[Illustration]
-
-
-
-
- _ÍNDICE_
-
-
- Páginas.
-
- I. El sueño de la hermosura 5
-
- II. _Mariflor_ 15
-
- III. Dos caminos 25
-
- IV. ¡Pueblos olvidados! 39
-
- V. Valdecruces 55
-
- VI. Realidad y fantasía 71
-
- VII. Las siervas de la gleba 93
-
- VIII. Las dudas de un apóstol 109
-
- IX. ¡Salve, maragata! 121
-
- X. El forastero 135
-
- XI. La musa errante 149
-
- XII. La rosa del corazón 165
-
- XIII. Sol de justicia 183
-
- XIV. Alma y tierra 203
-
- XV. El mensaje de las palomas 223
-
- XVI. La tragedia 247
-
- XVII. Dolor de amor 261
-
- XVIII. La heroica humildad 279
-
- XIX. El castigo de los sueños 291
-
- XX. Dulcinea labradora 301
-
- XXI. Sierva te doy 313
-
- XXII. Los martillos de las horas 325
-
- XXIII. Paño de lágrimas 339
-
-
-
-
- SE ACABÓ DE IMPRIMIR ESTA OBRA EN
- MADRID, AÑO DE MCMXX, EN CASA DE
- MIGUEL ALBERO. DECORACIÓN DE
- ANTONIO MERLO Y ENRIQUE
- VARELA DE SEIJAS
-
-
-
-
- * * * * * *
-
-
-
-
-NOTA DEL TRANSCRIPTOR:
-
-—Los errores obvios de impresión y puntuación han sido corregidos.
-
-
-
-***END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LA ESFINGE MARAGATA***
-
-
-******* This file should be named 51724-0.txt or 51724-0.zip *******
-
-
-This and all associated files of various formats will be found in:
-http://www.gutenberg.org/dirs/5/1/7/2/51724
-
-
-Updated editions will replace the previous one--the old editions will
-be renamed.
-
-Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright
-law means that no one owns a United States copyright in these works,
-so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United
-States without permission and without paying copyright
-royalties. Special rules, set forth in the General Terms of Use part
-of this license, apply to copying and distributing Project
-Gutenberg-tm electronic works to protect the PROJECT GUTENBERG-tm
-concept and trademark. Project Gutenberg is a registered trademark,
-and may not be used if you charge for the eBooks, unless you receive
-specific permission. If you do not charge anything for copies of this
-eBook, complying with the rules is very easy. You may use this eBook
-for nearly any purpose such as creation of derivative works, reports,
-performances and research. They may be modified and printed and given
-away--you may do practically ANYTHING in the United States with eBooks
-not protected by U.S. copyright law. Redistribution is subject to the
-trademark license, especially commercial redistribution.
-
-START: FULL LICENSE
-
-THE FULL PROJECT GUTENBERG LICENSE
-PLEASE READ THIS BEFORE YOU DISTRIBUTE OR USE THIS WORK
-
-To protect the Project Gutenberg-tm mission of promoting the free
-distribution of electronic works, by using or distributing this work
-(or any other work associated in any way with the phrase "Project
-Gutenberg"), you agree to comply with all the terms of the Full
-Project Gutenberg-tm License available with this file or online at
-www.gutenberg.org/license.
-
-Section 1. General Terms of Use and Redistributing Project
-Gutenberg-tm electronic works
-
-1.A. By reading or using any part of this Project Gutenberg-tm
-electronic work, you indicate that you have read, understand, agree to
-and accept all the terms of this license and intellectual property
-(trademark/copyright) agreement. If you do not agree to abide by all
-the terms of this agreement, you must cease using and return or
-destroy all copies of Project Gutenberg-tm electronic works in your
-possession. If you paid a fee for obtaining a copy of or access to a
-Project Gutenberg-tm electronic work and you do not agree to be bound
-by the terms of this agreement, you may obtain a refund from the
-person or entity to whom you paid the fee as set forth in paragraph
-1.E.8.
-
-1.B. "Project Gutenberg" is a registered trademark. It may only be
-used on or associated in any way with an electronic work by people who
-agree to be bound by the terms of this agreement. There are a few
-things that you can do with most Project Gutenberg-tm electronic works
-even without complying with the full terms of this agreement. See
-paragraph 1.C below. There are a lot of things you can do with Project
-Gutenberg-tm electronic works if you follow the terms of this
-agreement and help preserve free future access to Project Gutenberg-tm
-electronic works. See paragraph 1.E below.
-
-1.C. The Project Gutenberg Literary Archive Foundation ("the
-Foundation" or PGLAF), owns a compilation copyright in the collection
-of Project Gutenberg-tm electronic works. Nearly all the individual
-works in the collection are in the public domain in the United
-States. If an individual work is unprotected by copyright law in the
-United States and you are located in the United States, we do not
-claim a right to prevent you from copying, distributing, performing,
-displaying or creating derivative works based on the work as long as
-all references to Project Gutenberg are removed. Of course, we hope
-that you will support the Project Gutenberg-tm mission of promoting
-free access to electronic works by freely sharing Project Gutenberg-tm
-works in compliance with the terms of this agreement for keeping the
-Project Gutenberg-tm name associated with the work. You can easily
-comply with the terms of this agreement by keeping this work in the
-same format with its attached full Project Gutenberg-tm License when
-you share it without charge with others.
-
-1.D. The copyright laws of the place where you are located also govern
-what you can do with this work. Copyright laws in most countries are
-in a constant state of change. If you are outside the United States,
-check the laws of your country in addition to the terms of this
-agreement before downloading, copying, displaying, performing,
-distributing or creating derivative works based on this work or any
-other Project Gutenberg-tm work. The Foundation makes no
-representations concerning the copyright status of any work in any
-country outside the United States.
-
-1.E. Unless you have removed all references to Project Gutenberg:
-
-1.E.1. The following sentence, with active links to, or other
-immediate access to, the full Project Gutenberg-tm License must appear
-prominently whenever any copy of a Project Gutenberg-tm work (any work
-on which the phrase "Project Gutenberg" appears, or with which the
-phrase "Project Gutenberg" is associated) is accessed, displayed,
-performed, viewed, copied or distributed:
-
- This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and
- most other parts of the world at no cost and with almost no
- restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it
- under the terms of the Project Gutenberg License included with this
- eBook or online at www.gutenberg.org. If you are not located in the
- United States, you'll have to check the laws of the country where you
- are located before using this ebook.
-
-1.E.2. If an individual Project Gutenberg-tm electronic work is
-derived from texts not protected by U.S. copyright law (does not
-contain a notice indicating that it is posted with permission of the
-copyright holder), the work can be copied and distributed to anyone in
-the United States without paying any fees or charges. If you are
-redistributing or providing access to a work with the phrase "Project
-Gutenberg" associated with or appearing on the work, you must comply
-either with the requirements of paragraphs 1.E.1 through 1.E.7 or
-obtain permission for the use of the work and the Project Gutenberg-tm
-trademark as set forth in paragraphs 1.E.8 or 1.E.9.
-
-1.E.3. If an individual Project Gutenberg-tm electronic work is posted
-with the permission of the copyright holder, your use and distribution
-must comply with both paragraphs 1.E.1 through 1.E.7 and any
-additional terms imposed by the copyright holder. Additional terms
-will be linked to the Project Gutenberg-tm License for all works
-posted with the permission of the copyright holder found at the
-beginning of this work.
-
-1.E.4. Do not unlink or detach or remove the full Project Gutenberg-tm
-License terms from this work, or any files containing a part of this
-work or any other work associated with Project Gutenberg-tm.
-
-1.E.5. Do not copy, display, perform, distribute or redistribute this
-electronic work, or any part of this electronic work, without
-prominently displaying the sentence set forth in paragraph 1.E.1 with
-active links or immediate access to the full terms of the Project
-Gutenberg-tm License.
-
-1.E.6. You may convert to and distribute this work in any binary,
-compressed, marked up, nonproprietary or proprietary form, including
-any word processing or hypertext form. However, if you provide access
-to or distribute copies of a Project Gutenberg-tm work in a format
-other than "Plain Vanilla ASCII" or other format used in the official
-version posted on the official Project Gutenberg-tm web site
-(www.gutenberg.org), you must, at no additional cost, fee or expense
-to the user, provide a copy, a means of exporting a copy, or a means
-of obtaining a copy upon request, of the work in its original "Plain
-Vanilla ASCII" or other form. Any alternate format must include the
-full Project Gutenberg-tm License as specified in paragraph 1.E.1.
-
-1.E.7. Do not charge a fee for access to, viewing, displaying,
-performing, copying or distributing any Project Gutenberg-tm works
-unless you comply with paragraph 1.E.8 or 1.E.9.
-
-1.E.8. You may charge a reasonable fee for copies of or providing
-access to or distributing Project Gutenberg-tm electronic works
-provided that
-
-* You pay a royalty fee of 20% of the gross profits you derive from
- the use of Project Gutenberg-tm works calculated using the method
- you already use to calculate your applicable taxes. The fee is owed
- to the owner of the Project Gutenberg-tm trademark, but he has
- agreed to donate royalties under this paragraph to the Project
- Gutenberg Literary Archive Foundation. Royalty payments must be paid
- within 60 days following each date on which you prepare (or are
- legally required to prepare) your periodic tax returns. Royalty
- payments should be clearly marked as such and sent to the Project
- Gutenberg Literary Archive Foundation at the address specified in
- Section 4, "Information about donations to the Project Gutenberg
- Literary Archive Foundation."
-
-* You provide a full refund of any money paid by a user who notifies
- you in writing (or by e-mail) within 30 days of receipt that s/he
- does not agree to the terms of the full Project Gutenberg-tm
- License. You must require such a user to return or destroy all
- copies of the works possessed in a physical medium and discontinue
- all use of and all access to other copies of Project Gutenberg-tm
- works.
-
-* You provide, in accordance with paragraph 1.F.3, a full refund of
- any money paid for a work or a replacement copy, if a defect in the
- electronic work is discovered and reported to you within 90 days of
- receipt of the work.
-
-* You comply with all other terms of this agreement for free
- distribution of Project Gutenberg-tm works.
-
-1.E.9. If you wish to charge a fee or distribute a Project
-Gutenberg-tm electronic work or group of works on different terms than
-are set forth in this agreement, you must obtain permission in writing
-from both the Project Gutenberg Literary Archive Foundation and The
-Project Gutenberg Trademark LLC, the owner of the Project Gutenberg-tm
-trademark. Contact the Foundation as set forth in Section 3 below.
-
-1.F.
-
-1.F.1. Project Gutenberg volunteers and employees expend considerable
-effort to identify, do copyright research on, transcribe and proofread
-works not protected by U.S. copyright law in creating the Project
-Gutenberg-tm collection. Despite these efforts, Project Gutenberg-tm
-electronic works, and the medium on which they may be stored, may
-contain "Defects," such as, but not limited to, incomplete, inaccurate
-or corrupt data, transcription errors, a copyright or other
-intellectual property infringement, a defective or damaged disk or
-other medium, a computer virus, or computer codes that damage or
-cannot be read by your equipment.
-
-1.F.2. LIMITED WARRANTY, DISCLAIMER OF DAMAGES - Except for the "Right
-of Replacement or Refund" described in paragraph 1.F.3, the Project
-Gutenberg Literary Archive Foundation, the owner of the Project
-Gutenberg-tm trademark, and any other party distributing a Project
-Gutenberg-tm electronic work under this agreement, disclaim all
-liability to you for damages, costs and expenses, including legal
-fees. YOU AGREE THAT YOU HAVE NO REMEDIES FOR NEGLIGENCE, STRICT
-LIABILITY, BREACH OF WARRANTY OR BREACH OF CONTRACT EXCEPT THOSE
-PROVIDED IN PARAGRAPH 1.F.3. YOU AGREE THAT THE FOUNDATION, THE
-TRADEMARK OWNER, AND ANY DISTRIBUTOR UNDER THIS AGREEMENT WILL NOT BE
-LIABLE TO YOU FOR ACTUAL, DIRECT, INDIRECT, CONSEQUENTIAL, PUNITIVE OR
-INCIDENTAL DAMAGES EVEN IF YOU GIVE NOTICE OF THE POSSIBILITY OF SUCH
-DAMAGE.
-
-1.F.3. LIMITED RIGHT OF REPLACEMENT OR REFUND - If you discover a
-defect in this electronic work within 90 days of receiving it, you can
-receive a refund of the money (if any) you paid for it by sending a
-written explanation to the person you received the work from. If you
-received the work on a physical medium, you must return the medium
-with your written explanation. The person or entity that provided you
-with the defective work may elect to provide a replacement copy in
-lieu of a refund. If you received the work electronically, the person
-or entity providing it to you may choose to give you a second
-opportunity to receive the work electronically in lieu of a refund. If
-the second copy is also defective, you may demand a refund in writing
-without further opportunities to fix the problem.
-
-1.F.4. Except for the limited right of replacement or refund set forth
-in paragraph 1.F.3, this work is provided to you 'AS-IS', WITH NO
-OTHER WARRANTIES OF ANY KIND, EXPRESS OR IMPLIED, INCLUDING BUT NOT
-LIMITED TO WARRANTIES OF MERCHANTABILITY OR FITNESS FOR ANY PURPOSE.
-
-1.F.5. Some states do not allow disclaimers of certain implied
-warranties or the exclusion or limitation of certain types of
-damages. If any disclaimer or limitation set forth in this agreement
-violates the law of the state applicable to this agreement, the
-agreement shall be interpreted to make the maximum disclaimer or
-limitation permitted by the applicable state law. The invalidity or
-unenforceability of any provision of this agreement shall not void the
-remaining provisions.
-
-1.F.6. INDEMNITY - You agree to indemnify and hold the Foundation, the
-trademark owner, any agent or employee of the Foundation, anyone
-providing copies of Project Gutenberg-tm electronic works in
-accordance with this agreement, and any volunteers associated with the
-production, promotion and distribution of Project Gutenberg-tm
-electronic works, harmless from all liability, costs and expenses,
-including legal fees, that arise directly or indirectly from any of
-the following which you do or cause to occur: (a) distribution of this
-or any Project Gutenberg-tm work, (b) alteration, modification, or
-additions or deletions to any Project Gutenberg-tm work, and (c) any
-Defect you cause.
-
-Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg-tm
-
-Project Gutenberg-tm is synonymous with the free distribution of
-electronic works in formats readable by the widest variety of
-computers including obsolete, old, middle-aged and new computers. It
-exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations
-from people in all walks of life.
-
-Volunteers and financial support to provide volunteers with the
-assistance they need are critical to reaching Project Gutenberg-tm's
-goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will
-remain freely available for generations to come. In 2001, the Project
-Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure
-and permanent future for Project Gutenberg-tm and future
-generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see
-Sections 3 and 4 and the Foundation information page at
-www.gutenberg.org
-
-Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation
-
-The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit
-501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the
-state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal
-Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification
-number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by
-U.S. federal laws and your state's laws.
-
-The Foundation's principal office is in Fairbanks, Alaska, with the
-mailing address: PO Box 750175, Fairbanks, AK 99775, but its
-volunteers and employees are scattered throughout numerous
-locations. Its business office is located at 809 North 1500 West, Salt
-Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up to
-date contact information can be found at the Foundation's web site and
-official page at www.gutenberg.org/contact
-
-For additional contact information:
-
- Dr. Gregory B. Newby
- Chief Executive and Director
- gbnewby@pglaf.org
-
-Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg
-Literary Archive Foundation
-
-Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide
-spread public support and donations to carry out its mission of
-increasing the number of public domain and licensed works that can be
-freely distributed in machine readable form accessible by the widest
-array of equipment including outdated equipment. Many small donations
-($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt
-status with the IRS.
-
-The Foundation is committed to complying with the laws regulating
-charities and charitable donations in all 50 states of the United
-States. Compliance requirements are not uniform and it takes a
-considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up
-with these requirements. We do not solicit donations in locations
-where we have not received written confirmation of compliance. To SEND
-DONATIONS or determine the status of compliance for any particular
-state visit www.gutenberg.org/donate
-
-While we cannot and do not solicit contributions from states where we
-have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition
-against accepting unsolicited donations from donors in such states who
-approach us with offers to donate.
-
-International donations are gratefully accepted, but we cannot make
-any statements concerning tax treatment of donations received from
-outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff.
-
-Please check the Project Gutenberg Web pages for current donation
-methods and addresses. Donations are accepted in a number of other
-ways including checks, online payments and credit card donations. To
-donate, please visit: www.gutenberg.org/donate
-
-Section 5. General Information About Project Gutenberg-tm electronic works.
-
-Professor Michael S. Hart was the originator of the Project
-Gutenberg-tm concept of a library of electronic works that could be
-freely shared with anyone. For forty years, he produced and
-distributed Project Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of
-volunteer support.
-
-Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed
-editions, all of which are confirmed as not protected by copyright in
-the U.S. unless a copyright notice is included. Thus, we do not
-necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper
-edition.
-
-Most people start at our Web site which has the main PG search
-facility: www.gutenberg.org
-
-This Web site includes information about Project Gutenberg-tm,
-including how to make donations to the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to
-subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks.
-
diff --git a/old/51724-0.zip b/old/51724-0.zip
deleted file mode 100644
index d1b4301..0000000
--- a/old/51724-0.zip
+++ /dev/null
Binary files differ
diff --git a/old/51724-h.zip b/old/51724-h.zip
deleted file mode 100644
index b0f38f1..0000000
--- a/old/51724-h.zip
+++ /dev/null
Binary files differ
diff --git a/old/51724-h/51724-h.htm b/old/51724-h/51724-h.htm
deleted file mode 100644
index 4a177c7..0000000
--- a/old/51724-h/51724-h.htm
+++ /dev/null
@@ -1,16118 +0,0 @@
-<!DOCTYPE html PUBLIC "-//W3C//DTD XHTML 1.0 Strict//EN"
- "http://www.w3.org/TR/xhtml1/DTD/xhtml1-strict.dtd">
-<html xmlns="http://www.w3.org/1999/xhtml">
-<head>
-<meta http-equiv="Content-Type" content="text/html; charset=UTF-8" />
-<title>The Project Gutenberg eBook of La Esfinge Maragata, by Concha Espina</title>
- <link rel="coverpage" href="images/cover.jpg" />
- <style type="text/css">
-
-body {margin-left: 10%; margin-right: 10%;}
-div.limit {max-width: 35em; margin-left: auto; margin-right: auto;}
-div.limit2 {max-width: 18em; margin-left: 16em; margin-right: auto;}
-.font1 {font-family: sans-serif, serif;}
-.u {text-decoration: underline;}
-div.chapter {page-break-before: always;}
-
- h1 {text-align: center; clear: both;}
- h2 {text-align: center; clear: both; margin-bottom: 2em;}
-
-p {margin-top: 0.2em; text-align: justify; margin-bottom: 0em; text-indent: 1.5em;}
-.pd {margin-top: 0.2em; text-align: justify; margin-bottom: 0em; text-indent: 1em;}
-.pind {margin-top: 0em; text-indent: 0em; text-align: left; padding-left: 2em; text-indent: -2em;}
-.pi4 {text-indent: 0em; text-align: left; padding-left: 4em;}
-.pc {text-align: center; text-indent: 0em;}
-.pch {font-size: 80%;}
-.pn1 {margin-top: 1em; text-align: justify; margin-bottom: 0em; text-indent: 0em;}
-.pn2 {margin-top: 2em; text-align: justify; margin-bottom: 0em; text-indent: 0em;}
-.pc1 {margin-top: 1em; text-align: center; text-indent: 0em;}
-.pc2 {margin-top: 2em; text-align: center; text-indent: 0em;}
-.pc4 {margin-top: 4em; text-align: center; text-indent: 0em;}
-.pp6 {margin-top: 0em; font-size: 90%; text-align: left; margin-bottom: 0em; padding-left: 6em; text-indent: 0em;}
-.pp7 {margin-top: 0em; font-size: 90%; text-align: left; margin-bottom: 0em; padding-left: 7em; text-indent: 0em;}
-.pp7q {margin-top: 0em; font-size: 90%; text-align: left; margin-bottom: 0em; padding-left: 7em; text-indent: -0.45em;}
-.pp8 {margin-top: 0em; font-size: 90%; text-align: left; margin-bottom: 0em; padding-left: 8em; text-indent: 0em;}
-.pp10 {margin-top: 0em; font-size: 90%; text-align: left; margin-bottom: 0em; padding-left: 10em; text-indent: 0em;}
-.ptn {margin-top: 0.3em; text-align: justify; text-indent: -1em; margin-left: 2%;}
-
-.p1 {margin-top: 1em;}
-.p2 {margin-top: 2em;}
-.p4 {margin-top: 4em;}
-
-.small {font-size: 75%;}
-.reduct {font-size: 90%;}
-.lmid {font-size: 110%;}
-.mid {font-size: 125%;}
-.large {font-size: 150%;}
-
-hr {width: 33%; margin-top: 2em; margin-bottom: 2em; margin-left: 33.5%; margin-right: 33.5%; clear: both;}
-hr.chap {width: 65%; margin-left: 17.5%; margin-right: 17.5%;}
-hr.d1 {width: 95%; margin-left: 2.5%; margin-right: 2.5%; margin-top: 4em; margin-bottom: 0.5em;}
-hr.d2 {width: 95%; margin-left: 2.5%; margin-right: 2.5%; margin-top: 0.5em; margin-bottom: 4em;}
-hr.d3 {width: 65%; margin-left: 17.5%; margin-right: 17.5%; margin-top: 4em; margin-bottom: 0.5em;}
-
-table {margin-left: auto; margin-right: auto;}
-#toc {width: 70%; line-height: 1em; margin-top: 1em;}
-
- .tdl1 {text-align: justify; vertical-align: top; padding-left: 1.5em; text-indent: -1em; width: 1em;}
- .tdr1 {text-align: right; width: 1em; vertical-align: top;}
- .tdr2 {text-align: right; width: 1em; vertical-align: bottom;}
-
-.figcenter {margin: auto; text-align: center; margin-top: 2em; margin-bottom: 2em;}
-
-.pagenum { /* visibility: hidden; */ position: absolute; left: 94%; color: gray;
- font-size: smaller; text-align: right; text-indent: 0em; font-style: normal; font-weight: normal;}
-
-.figcenter {margin: auto; text-align: center; margin-top: 2em; margin-bottom: 2em;}
-
-.smcap {font-variant: small-caps;}
-
-img.dc1 {float: left; margin: 0 0.5em 0 0; position: relative; z-index: 1;}
-
-p.dc13,
-p.dc20,
-p.dc24
- {text-indent: 0em;}
-
-p.dc13:first-letter,
-p.dc20:first-letter,
-p.dc24:first-letter
- {padding-right: .2em;}
-
-p.dc13:first-letter {margin-left: -1.3em;}
-p.dc20:first-letter {margin-left: -2em;}
-p.dc24:first-letter {margin-left: -2.4em;}
-
-@media handheld{
- img.dc1 {display: none;
- visibility: hidden;}
-
- p.dc13:first-letter,
- p.dc20:first-letter,
- p.dc24:first-letter
- {padding-right: 0em;
- margin-left: 0em;}
-}
-
-.transnote {background-color: #E6E6FA; color: black; font-size:smaller; padding:0.5em; margin-bottom:5em; font-family:sans-serif, serif; }
-
- hr.full { width: 100%;
- margin-top: 3em;
- margin-bottom: 0em;
- margin-left: auto;
- margin-right: auto;
- height: 4px;
- border-width: 4px 0 0 0; /* remove all borders except the top one */
- border-style: solid;
- border-color: #000000;
- clear: both; }
- </style>
-</head>
-<body>
-<h1>The Project Gutenberg eBook, La Esfinge Maragata, by Concha Espina</h1>
-<p>This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States
-and most other parts of the world at no cost and with almost no
-restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it
-under the terms of the Project Gutenberg License included with this
-eBook or online at <a
-href="http://www.gutenberg.org">www.gutenberg.org</a>. If you are not
-located in the United States, you'll have to check the laws of the
-country where you are located before using this ebook.</p>
-<p>Title: La Esfinge Maragata</p>
-<p> Novela</p>
-<p>Author: Concha Espina</p>
-<p>Release Date: April 10, 2016 [eBook #51724]</p>
-<p>Language: Spanish</p>
-<p>Character set encoding: UTF-8</p>
-<p>***START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LA ESFINGE MARAGATA***</p>
-<p>&nbsp;</p>
-<h4 class="pc">E-text prepared by Giovanni Fini, Carlos Colon,<br />
- and the Online Distributed Proofreading Team<br />
- (<a href="http://www.pgdp.net">http://www.pgdp.net</a>)<br />
- from page images generously made available by<br />
- Internet Archive/Canadian Libraries<br />
- (<a href="https://archive.org/details/toronto">https://archive.org/details/toronto</a>)</h4>
-<p>&nbsp;</p>
-<table border="0" style="background-color: #ccccff;margin: 0 auto;" cellpadding="10">
- <tr>
- <td valign="top">
- Note:
- </td>
- <td>
- Images of the original pages are available through
- Internet Archive/Canadian Libraries. See
- <a href="https://archive.org/details/laesfingemaragat00espi">
- https://archive.org/details/laesfingemaragat00espi</a>
- </td>
- </tr>
-</table>
-<p>&nbsp;</p>
-<div class="limit">
-
-<div class="chapter">
-<div class="transnote p4">
-<p class="pc large">NOTA DEL TRANSCRIPTOR:</p>
-<p class="ptn">&mdash;Se ha mantenido la acentuación del libro original, que difiere
-notablemente de la utilizada en español moderno.</p>
-</div>
-</div>
-</div><hr class="full" />
-<p>&nbsp;</p>
-<div class="limit">
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_1" id="Page_1">[1]</a></span></p>
-
-<div class="chapter">
-
-<h1 class=" p4 font1">LA ESFINGE MARAGATA</h1>
-
-<p class="pc2 mid">NOVELA</p>
-
-<p class="pc2 reduct"><span class="smcap">Premiada por la Real Academia Española</span></p>
-
-
-<p class="pc4 lmid">(TERCERA EDICIÓN)</p>
-
-<hr class="chap" />
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_2" id="Page_2">[2]</a></span></p>
-
-<p class="pc4 mid">OBRAS DE CONCHA ESPINA</p>
-
-<p class="pind p1"><span class="smcap">La niña de Luzmela</span> (Novela), 2.ª edición.</p>
-<p class="pind"><span class="smcap">Despertar para morir</span> (Novela), 2.ª edición.</p>
-<p class="pind"><span class="smcap">Agua de nieve</span> (Novela), 3.ª edición.</p>
-<p class="pind"><span class="smcap">La Esfinge maragata</span> (Novela premiada con el premio
-Fastenrath por la Real Academia Española), 3.ª edición.</p>
-<p class="pind"><span class="smcap">La Rosa de los Vientos</span> (Novela), 2.ª edición.</p>
-<p class="pind"><span class="smcap">Al amor de las estrellas</span> (<i>Mujeres del «Quijote»</i>).</p>
-<p class="pind"><span class="smcap">Ruecas de marfil</span> (Novelas), 2.ª edición.</p>
-<p class="pind"><span class="smcap">El Jayón</span> (Drama en tres actos).</p>
-<p class="pind"><span class="smcap">Pastorelas.</span></p>
-<p class="pind"><span class="smcap">El Metal de los Muertos</span> (Novela), 2.ª edición.</p>
-
-<p class="pn2 lmid">TRADUCCIONES:</p>
-
-<p class="pi4 p2">AL INGLÉS:</p>
-
-<p class="pind"><span class="smcap">La esfinge maragata.</span></p>
-<p class="pind"><span class="smcap">La rosa de los vientos.</span></p>
-<p class="pind"><span class="smcap">El Jayón.</span></p>
-<p class="pind"><span class="smcap">El metal de los muertos.</span></p>
-
-<p class="pi4 p2">AL ALEMÁN:</p>
-
-<p class="pind p1"><span class="smcap">La esfinge maragata.</span></p>
-<p class="pind"><span class="smcap">El Jayón.</span></p>
-<p class="pind"><span class="smcap">El metal de los muertos.</span></p>
-
-<p class="pi4 p2">AL ITALIANO:</p>
-
-<p class="pind p1"><span class="smcap">La esfinge maragata.</span></p>
-<p class="pind"><span class="smcap">El Jayón.</span></p>
-<p class="pind"><span class="smcap">Pastorelas.</span></p>
-<p class="pind"><span class="smcap">El metal de los muertos.</span></p>
-<p class="pind"><span class="smcap">Al amor de las estrellas</span>, 2.ª edición.</p>
-
-<hr class="chap" />
-
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_3" id="Page_3">[3]</a></span></p>
-
-<div class="chapter">
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/title.jpg" width="400" height="609"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_4" id="Page_4">[4]</a></span></p>
-
-<div class="limit2 reduct">
-<hr class="d1" />
-<p class="pd">Es propiedad de la autora.</p>
-<p class="pd">Derechos de reproducción y traducción
-reservados para todos los países,
-comprendidos Suecia, Noruega y
-Rusia.</p>
-<p class="pd">Copyright 1920 by Concepción Espina
-y Tagle.</p>
-<p class="pd">Hechos los depósitos que marca la
-Ley para las Repúblicas Americanas.</p>
-<hr class="d2" />
-</div>
-
-<hr class="d3" />
-
-<p class="pc reduct">MADRID.&mdash;Imprenta de Miguel Albero.&mdash;Santa Engracia 155.</p>
-
-<hr class="chap" />
-
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_5" id="Page_5">[5]</a></span></p>
-
-<div class="chapter">
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-005.jpg" width="400" height="153"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<h2>I<br /><br />
-<span class="pch">EL SUEÑO DE LA HERMOSURA</span></h2>
-
-<div>
- <img class="dc1" src="images/dv.jpg" width="200" height="202" alt=""/>
-</div>
-<p class="dc13">VIBRA el soplo estridente de la máquina
-que desaloja vapor, cruje
-con recio choque una portezuela,
-algunos pasos vigorosos repercuten
-en el andén, silba un
-pito, tañe una campana, y el
-convoy trajina, resuella y huye,
-dejando la pequeña estación
-muda y sola, con el ojo de su
-farol vigilante encendido en la torva oscuridad de la
-noche.</p>
-
-<p>El único viajero que ha subido en San Pedro de Oza
-es joven, ágil, buen mozo; lleva un billete de segunda
-para Madrid, y, apenas salta al vagón, acomoda su equipaje&mdash;una
-maleta y el portamantas&mdash;en la rejilla del coche.
-Luego desciñe el tahalí que trae debajo del gabán
-y lo asegura cuidadosamente en un rincón. Dentro de su
-escarcela de viaje guarda Rogelio Terán&mdash;que así se
-llama el mozo&mdash;toda su fortuna: poco dinero y hartas<span class="pagenum"><a name="Page_6" id="Page_6">[6]</a></span>
-ilusiones; el manuscrito de una novela; un libro de memorias
-con apuntes de peregrino artista, versos, postales
-y retratos.</p>
-
-<p>Ocupan el departamento dos señoras. Al tenue claror
-que la lucecilla del techo difunde, sólo se logra averiguar
-que entrambas duermen: la una sentada a un extremo,
-con la cabeza envuelta en un abrigo que le oculta la
-cara; tendida la otra en sosegada postura bajo la caricia
-confortadora de un chal. Las dos permanecen ajenas al
-arribo del nuevo viajero; las dos yacen con igual reposo
-y oscilan con el tren, esfumadas en la penumbra del
-breve recinto, insensibles a la vida maquinal del convoy,
-como los inanimados contornos de los almohadones vacíos
-y los equipajes inertes.</p>
-
-<p>Distrae el caballero unos minutos en cambiar el hongo
-por la gorra, ceñirse una manta a las rodillas y limpiar
-los lentes con mucha pausa y pulcritud. Luego previene
-un cigarrillo, le coloca en los labios con esa petulancia
-habitual del fumador, y enciende una cerilla.</p>
-
-<p>Mas antes de dar lumbre a su tabaco, inclina curioso
-el busto hacia la dama, dormida enfrente, de la cual ya
-ha sorprendido un cándido perfil, rodeado de cabellos
-oscuros, en el fonje lecho de la almohada. Con más
-audaz resolución descubre ahora las hermosuras de aquel
-semblante serenísimo que duerme y sonríe. La llama
-tembladora del fósforo quema los dedos cómplices sin
-que el viajero artista deje de ver y de admirar: la tez
-morena clara, de suavísimo color; puras las facciones y
-graciosas; párpados grandes y tersos; orla riza y doble de
-pestañas que acentúan con apacible sombra el romántico
-livor de las ojeras; mejillas carnosas y rosadas; correcta
-la nariz y encendida la boca, y en las sienes un
-oleaje de cabellos negros desprendidos del peinado, que
-caen sobre las cejas y nimban la cara como una fuerte
-corona...</p>
-
-<p>Tales maravillas cuenta la temblorosa luz al extinguirse<span class="pagenum"><a name="Page_7" id="Page_7">[7]</a></span>
-de un soplo, semejante a un suspiro, mientras el
-ocioso mirón falla en silencio:&mdash;¡Admirable!, ¡admirable!&mdash;Y
-se respalda en el sofá escudriñando con golosa
-mirada a la otra incógnita dormida. Inútilmente: la mantilla
-o toca que la cela el rostro, no ofrece el menor señuelo
-a las audacias del furtivo y galante explorador. El
-cual, entonces, se decide a encender su olvidado cigarrillo,
-y fuma con impaciente y nervioso afán, puestos
-los ojos y el corazón en el dulce misterio de aquella hermosa
-mujer...</p>
-
-<p>El tren correo salió de La Coruña a las nueve de la
-noche; aunque estas señoras procedan de la capital,
-¿cómo a las diez y media se han rendido ya tan profundamente
-a la pesadumbre del sueño? Parece que vinieran
-de lejanos países, acosadas por la fatiga de muchas
-horas de insomnio... ¿Viajan las dos juntas?... ¿Las reune
-el acaso?... ¿Adónde van?... ¿Quiénes son?...</p>
-
-<p>&mdash;Madre e hija&mdash;sospecha el curioso, pensando que
-una moza tan gentil no anda bien sola por el mundo. Y
-saborea, con refinamiento exquisito, la emoción de
-hallarse de repente, en un recodo de su inquieto peregrinaje,
-al lado de una bella desconocida que, en la placidez
-de la más absoluta confianza, rueda con él por un
-camino oscuro.</p>
-
-<p>El peso voluptuoso de esta meditación inclina otra
-vez al viajero hacia la joven.</p>
-
-<p>&mdash;¿Soltera?... ¿Casada?...&mdash;murmura interiormente&mdash;.
-Soltera&mdash;concluye, adivinando en las facciones suaves
-la pureza de la virginidad bajo la gracia de la primera
-juventud&mdash;. ¡Si parece una niña!...</p>
-
-<p>La contemplación se hace tan próxima, tan impulsiva
-y profunda; brilla en los claros ojos varoniles un deseo
-de hurto, tan voraz, que la dama <i>lo siente</i>, mortificador,
-al través del sueño; suspira, se impacienta, parece que
-lucha con la imposibilidad de despertarse, y en voz
-chita, con enojo y con mimo, protesta:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_8" id="Page_8">[8]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¡Vaya!...</p>
-
-<p>Iníciase a lo largo del confortable chal una rápida agitación,
-y, al punto, la tan sutilmente importunada vuelve
-a quedar en serena actitud. De su lindo rostro se ha
-borrado la repentina mueca infantil que lo alteró un instante,
-y la sonrisa florece ahora más clara, más dulce,
-mientras el atrevido admirador, replegado en su asiento
-con mesura, oye confusamente la voz de la conciencia
-hidalga, reprobadora de apetitos locos, y aun el aviso
-discreto de aquel adagio que dice:</p>
-
-<p class="pp7 p1"><i>Un beso por sorpresa,</i></p>
-<p class="pp6"><i>es una tontería del que besa.</i></p>
-
-<p class="p1">Pero estos estímulos saludables de la prudencia y la
-honestidad no penetran mucho en el ánimo del viajero,
-absorto en otras imprevistas revelaciones.</p>
-
-<p>La bella durmiente, al sacudir con disgusto su arrogante
-cabeza en la almohada, ha dejado rodar sobre el
-cuello, libre y redondo, una roja sarta de corales.</p>
-
-<p>Y la tercera inclinación de Rogelio Terán hacia el encanto
-de aquella mujer, es lúgubre y angustiosa: el hilo
-encarnado se aparece de pronto en la dulzura morena
-de la piel como borde sangriento de una herida; el semblante,
-al cambiar de postura, resalta más pálido, en escorzo
-bajo la macilenta luz, con la aureola de cabellos
-brunos en rebelde y hermosísimo desorden. Ha
-cambiado así tan de súbito el aspecto de la viajera,
-que el asombrado mozo apenas la reconoce: tiene ahora
-una belleza trágica, el desolado rostro de una víctima;
-parece que la circuyen sombras de fatal predestinación.</p>
-
-<p>De nuevo, muy de cerca, mas con respeto y solicitud,
-los zarcos ojos miopes atisban el femenino perfil y sólo
-entonces aquella respiración suave, aquella sonrisa difusa,
-devuelven al caballero la tranquilidad.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_9" id="Page_9">[9]</a></span></p>
-
-<p>A este punto una nota blanca ha roto las sombras en
-el ángulo donde la viajera apoya los pies, y el artista,
-triunfante en el abierto campo de sus exploraciones,
-distingue una media inmaculada, ceñida a un alto empeine
-en el escote del zapato de oreja, bordado y elegante,
-nuevos motivos de asombro y cavilación: aquel
-collar, aquel zapato, ¿pertenecen a una bailarina que
-viaja en traje de luces, o a una señora vestida de aldeana
-por capricho y con lujo?</p>
-
-<p>La primera suposición parece más verosímil: quizá
-bajo la estameña oscura del abrigo, un relámpago de
-falsa pedrería serpea entre livianos tules en torno a la
-farandulera errante. De todas suertes, aquella mujer no
-es, de seguro, una campesina auténtica viajando con el
-vestido regional de Galicia. Cierto perfume señoril que
-de la ropa trasciende, la finura del semblante, el pie lindo
-y curvado, la garganta mórbida y dócil, sugieren la
-idea de una más noble calidad.</p>
-
-<p>Feliz el caballero con esta certidumbre, se decide a
-proteger, solícito, el confiado reposo de la dama. Y mirándola,
-en tan profundo sosiego, recuerda haber leído,
-no sabe dónde, que sólo en la pujante mocedad se duerme
-así, con absoluto abandono, con dulzura y pesadez,
-y que a este primer descanso antes de las doce de la
-noche, por lo mucho que repara y embellece, lo designó
-cierta famosa actriz con la frase de <i>el sueño de la hermosura</i>.</p>
-
-<p>Despiertas con esta membranza las más sutiles curiosidades
-del artista, muerden la sombra queriendo descubrir
-cómo la gracia de aquel beleño reparador presta a
-los músculos sedante laxitud, y, con una pincelada invisible,
-extiende sobre el reposo de las facciones toda la
-infinita serenidad de la belleza.</p>
-
-<p>&mdash;<i>¡El sueño de la hermosura!</i>&mdash;corrobora el viajero,
-sumido en la poética sugestión de la frase cuando, de
-pronto, sobrevienen el taque brusco de una portezuela,<span class="pagenum"><a name="Page_10" id="Page_10">[10]</a></span>
-el uniforme del revisor y unas palabras requeridoras,
-con barruntos de cortesía:</p>
-
-<p>&mdash;Buenas noches... ¿los billetes?...</p>
-
-<p>Rogelio busca el suyo sin apartar los ojos del frontero
-sofá, y mira atónito cómo la manta encubridora, estremecida
-por un tardo movimiento, se yergue, resbala y
-descubre un peregrino traje de mujer, bajo cuyo jubón
-de seda negra se solivia un gallardo busto, mientras una
-voz insegura, blanca y musical, prorrumpe:</p>
-
-<p>&mdash;¡Abuela, los billetes!...</p>
-
-<p>Y el brazo primoroso de la joven se tiende hacia la
-dama oculta en el rincón, la mueve, la despierta con
-mimo y la ayuda a desembarazarse de ropas y envoltorios.</p>
-
-<p>Surgen de ellos una cara senil y una mano rugosa;
-taladra el revisor los cartoncillos, y se despide con otro
-portazo.</p>
-
-<p>Los tres viajeros se miran de hito en hito, con vago
-asombro de las dos señoras e interés creciente por parte
-de Terán, que se lanza a la cumbre de las más arduas
-imaginaciones ante aquellas dos mujeres tan distintas,
-ataviadas de igual manera exótica, unidas por cercano
-parentesco, tal vez precipitadas por la suerte en idéntico
-destino... Y, sin embargo, representan dos castas, dos
-épocas, dos civilizaciones. En un momento, la perspicaz
-observación del novelista sorprende, separa y define: la
-abuela es una tosca mujer del campo, una esclava del
-terruño; tiene el ademán sumiso y torpe, la expresión
-estólida, y en la tostada piel surcos y huellas de trabajo
-y dolor; diríase que la traen cautiva, que unos grillos
-feudales la oprimen y torturan, que viene del pasado, de
-la edad de las ciegas servidumbres, en tanto que la
-moza, linda y elegante, acusa independencia y señorío:
-todo su porte bizarro lleva el distintivo moderno de la
-gracia a la cultura. En esta niña el traje campesino parece
-un disfraz caprichoso, mientras en la anciana tiene<span class="pagenum"><a name="Page_11" id="Page_11">[11]</a></span>
-un aire de rudeza y humildad, como librea de esclavitud.</p>
-
-<p>Al discernir de una sola ojeada estas dos existencias,
-la percepción delicada y pronta del artista advierte que
-aquellos ojos, súbitamente abiertos ante él, le están mirando
-sin verle. Porque la vieja parece azorada, distraída
-en el confín de un pensamiento remoto, del cual extrae
-alguna razón muy turbia y difícil; mientras que en las
-pupilas de la joven no ha despertado el alma todavía. Y
-una rara inquietud acosa al mozo, aguardando que torne
-aquel espíritu ausente; que luzca y se agite; que diga su
-linaje; que descubra algún florido secreto del mundo interior
-donde se nutre y sueña. Crece tanto el ansia con
-que Rogelio invoca a la dormida esencia de aquel sér,
-que al fin acude y se despierta y mira desde los ojos
-flavos de la dama, sin comprender las razones de tan extraña
-sugestión.</p>
-
-<p>&mdash;Duerme, duerme otro rato&mdash;murmura la vieja, viendo
-a la muchacha revolverse perezosa con los dedos
-entre los desmandados bucles.</p>
-
-<p>&mdash;Sí; tengo mucho sueño... tengo frío...</p>
-
-<p>&mdash;Te arroparé con la frisa.</p>
-
-<p>Y la abuela, con gran solicitud, mueve las manos rudas
-para abrigar a la joven, otra vez acostada en el sofá.</p>
-
-<p>Cruza la niña sus pestañas dobles, suspira y se aquieta,
-alzando el vuelo de la manta a la altura del rostro,
-como para recatarlo a las voraces miradas del viajero: el
-alma dormida no llegó a despertarse con toda lucidez
-en las pupilas soñolientas; si se asomó un momento, requerida
-por el audaz reclamo de otro espíritu, cayó otra
-vez desde la linde misteriosa en la región del sueño, en
-el profundo <i>sueño de la hermosura</i>.</p>
-
-<p class="p2">Así crece la noche, majestuosa y sombría. Rogelio
-Terán, acosado por un enjambre de pensamientos, atisba
-el paisaje tras los vidrios empañecidos por la escarcha:<span class="pagenum"><a name="Page_12" id="Page_12">[12]</a></span>
-huyen los árboles y los montes, los abismos y las cumbres,
-como un galope de tinieblas en los flancos de la
-vía; tiemblan con agudo fulgor las estrellas lejanas en un
-cielo inclemente, crudo y glacial.</p>
-
-<p>Evoca el viajero las veces que se ha sentido, como en
-este instante, impresionado por la belleza de una mujer.
-Y revolviendo las memorias de su vida, halla en el fondo
-de cada galante recuerdo una lástima tierna y aguda,
-una ardiente conmiseración hacia todas las bellas por él
-adoradas un minuto, unas horas quizá, desde una ventanilla
-transitoria, en la blandura de un carruaje, en la cubierta
-de un buque, al compás de una danza, a los acordes
-místicos de un órgano... ¡En tantas ocasiones era posible
-amar a una mujer!</p>
-
-<p>Las amó a todas con alma de poeta y persiguió en
-cada una la sombra de un misterio, el halo de un sacrificio,
-la huella de una pesadumbre. Hijo de una desventurada,
-a quien vió llorar mucho y morir sonriendo en
-plena juventud, padecía la obsesión de los dolores femeninos,
-como si en su sangre latiera siempre el temblor
-de aquellas lágrimas queridas. Muy sensible por esto,
-muy humano, ardía en amores vertidos con suavidad
-infinita sobre las criaturas y las cosas bellas y humildes;
-creyendo vislumbrar un arcano de tristeza detrás de
-cada hermosura de mujer, sentíase atacado de melancolía
-al encuentro de una hermosa.</p>
-
-<p>Jugaba al amor con timidez, en aventuras fugaces, buscando
-y huyendo con sagrados terrores la grande y definitiva
-pasión de la juventud, la raíz de la vida, recia y
-profunda, enhestada desde la tierra al cielo como una
-llama, como un grito, como una corona. Quería vivir a
-flor de pasiones, amándolo todo con el ímpetu de muchas
-piedades, cifradas en el recuerdo de aquella sonrisa
-maternal que maduró con el reposo codiciado de la
-muerte, pero sin esclavizarse a los latidos de un solo corazón,
-porque amar al mundo entero era ya un triunfo<span class="pagenum"><a name="Page_13" id="Page_13">[13]</a></span>
-hermoso del sentimiento y de la bondad, y lanzarse al
-abismo del amor único, al paso de una mujer, era enroscar
-el alma a la tremenda raiz, que lo mismo puede erguirse
-al cielo como una corona victoriosa, que como un
-grito lacerante, como una llama fatal.</p>
-
-<p>Y este pavor augusto a la orilla de las grandes pasiones
-no carecía de egoísmo y de pereza. Como un <i>dilettante</i>
-del amor, pretendía Terán embellecer su existencia
-con rasgos de Quijote, al estilo moderno, sin lastimarse
-las manos señoriles, sin descomponer la gallarda
-postura ni encadenar el voluble corazón. Hidalguía y curiosidad,
-émulas en el carácter veleidoso de este hombre,
-se disputaban la victoria de los sentidos bajo la
-guarda prudente de una equilibrada naturaleza y al través
-de un temperamento de artista y de epicúreo. En
-tan complejo bagaje sentimental no había una sola nota
-de bellaquería ejercitada ni de daño propio; pero sí muchos
-versos ungidos de ternura al margen de cada amor:
-de donde se infiere que el poeta andariego era más hidalgo
-que curioso, más compasivo que sensual y más artista
-que mundano, aunque tuviera mucha sed de novedades,
-sensaciones y aventuras...</p>
-
-<p>Mientras avanza el ferrocarril al través de la noche, en
-pleno interlunio, Rogelio Terán agita en la memoria el
-poso romántico de sus añoranzas, y vuelve con frecuencia
-los ojos hacia la mocita dormilona, que, inmóvil, trasunta
-la estatuaria rigidez de un velado cadáver.</p>
-
-<p>Supone el viajero que no ha dejado de contemplar
-aquel perfil inerte, cuando se despierta y mira el reloj.
-Son las tres de la mañana y el tren se ha detenido ante
-un letrero que dice: «San Clodio». Aquí el artista se incorpora,
-sacude el cansancio un minuto, y en pie detrás
-de la portezuela, saluda con reverente pensamiento al
-peregrino autor de las <i>Sonatas</i>, al poeta de <i>Flor de santidad</i>,
-cuya musa galante y campesina trovó en estas silvestres
-espesuras páginas deleitosas.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_14" id="Page_14">[14]</a></span></p>
-
-<p>Y cuando el tren arranca, jadeante y sonoro, Terán,
-invadido de sueño, da una vuelta en los almohadones
-con el fastidio de hallarse mal a gusto: guarda los lentes,
-se encasqueta la gorra, y refugiado en un rincón procura
-olvidar a su vecina para dormirse, en tanto que la vieja
-ha vuelto a desaparecer bajo la nube de sus tocas.</p>
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-014.jpg" width="300" height="256"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_15" id="Page_15">[15]</a></span></p>
-
-<div class="chapter">
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-015.jpg" width="400" height="156"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<h2>II<br /><br />
-<span class="pch">MARIFLOR</span></h2>
-
-<div>
- <img class="dc1" src="images/dy.jpg" width="200" height="201" alt=""/>
-</div>
-<p class="dc13">YA la sombra se repliega a los rincones
-del recinto, y se levanta
-sobre el paisaje la peregrina claridad
-del amanecer, cuando Rogelio
-siente una aguda atracción
-que le estimula y aturde, entre
-despierto y dormido, llamándole
-con fuerza a la realidad desde el
-confín ignoto de los sueños. Se
-endereza al punto, corrige su descuidada actitud, y clava
-la ondulante memoria en el sofá de enfrente, murmurando
-con vivo azoramiento:</p>
-
-<p>&mdash;Buenos días.</p>
-
-<p>Responde la dama al saludo matinal, y luego, pensativa,
-se pregunta dónde ha oído una voz como aquélla;
-cuándo viajó, como ahora, con un mozo rubio, de ojos
-azules, fino y elegante, que la miraba mucho:&mdash;Nunca&mdash;se
-dice interiormente&mdash;; ¡lo he soñado!...</p>
-
-<p>Al recordar que se despertó un momento antes, enfrente<span class="pagenum"><a name="Page_16" id="Page_16">[16]</a></span>
-de aquel hombre dormido, vacila entre la idea
-remota de haberle visto llegar o de haber soñado que
-llegaba. Una rara inquietud la sobrecoge: toda la púrpura
-de la sangre se agolpa bajo la tersa piel de sus mejillas;
-vuelve los fugitivos ojos hacia la abuela, que aún
-duerme, y después, para disimular la turbación, trata de
-bajar uno de los cristales del coche.</p>
-
-<p>Le ayuda Terán, inmediatamente, pesaroso de haberse
-abandonado en postura tal vez ridícula delante de la
-hermosa. Ella finge mucho interés por el indeciso horizonte
-que clarea en la curva lejana de las nubes con soñolienta
-luz. Y él, entretanto, examina afanoso aquel
-traje, peculiar de un país que no conoce, aquella figura
-juvenil donde reposa la belleza como en ánfora insigne.</p>
-
-<p>Lleva la niña el clásico manteo, usual en varias regiones
-españolas: falda de negro paño con orla recamada,
-abierta por detrás sobre un refajo rojo, y encima del jubón
-un dengue oscuro guarnecido de terciopelo; delantal
-de raso con adornos sutiles, gayas flores, aves, aplicaciones
-pintorescas y dos cintas bordadas de letreros
-con borlas en las puntas; y al busto, bajo la sarta de corales,
-un gualdo pañuelo de seda, ornado también de
-primorosos dibujos.</p>
-
-<p>Sobre aquel extraordinario golpe de telas joyantes y
-placenteros matices, se alzaron para delicia de Terán dos
-manos lindas, azoradas como palomas: querían componer
-unos rizos, mudar unos alfileres, hurtar la sién a la
-intrusión huraña de los cabellos sublevados en los azares
-de la noche; mas no lograron ninguno de estos propósitos,
-y estremecidas de frío, trataron de cerrar otra vez la
-vidriera. Interviene de nuevo Terán con galante premura,
-y después de algunas frases de agrado y cortesía, los
-dos mozos se quedan frente a frente, sentados y amigos,
-sonriendo con la franca expresión propia de su vecindad
-y su juventud; ella, más propicia a responder que a preguntar,
-dice que marcha a Astorga con la abuela para<span class="pagenum"><a name="Page_17" id="Page_17">[17]</a></span>
-vivir en el campo hasta que regrese su padre, el cual
-viaja con rumbo a la Argentina.</p>
-
-<p>¿Que si es maragata? Sí: nació allá abajo, en Valdecruces,
-silencioso rincón de Maragatería, pero no conoce
-el país; muy pequeña, la llevaron a La Coruña y nunca
-volvió al pueblo natal, porque a su madre le gustaba
-poco. Su madre era costanera, de una playa de Galicia,
-Bayona, el vergel más hermoso del mundo... Y la viajera
-dilata la expresión infantil de sus ojos garzos, con las
-plácidas señales de un recuerdo que huye...</p>
-
-<p>&mdash;Desde que mi madre murió&mdash;murmura&mdash;tampoco
-he vuelto allá. Todo me ha sido adverso desde entonces&mdash;añade&mdash;:
-con ella se me fué la alegría, la fortuna y
-hasta el mar y la tierra que yo quiero; hasta el traje y el
-nombre que yo tuve...</p>
-
-<p>&mdash;¡Cómo!... ¿De verdad?&mdash;inquiere el poeta, subyugado
-por la voz herida que suena a cristal roto y que se
-apaga en el estrépito del tren.</p>
-
-<p>&mdash;De verdad: mi padre perdió sus intereses en menos
-de un año, después de vivir muchos con holgura, y se
-embarca pobre, soñando ganar dinero para mí, enviándome
-lejos de mi costa, de mis campiñas, de mis placeres...</p>
-
-<p>&mdash;¿Y de un amor?&mdash;pregunta osado el mozo.</p>
-
-<p>&mdash;De todos los amores&mdash;dice ella con negligente sonrisa&mdash;.
-Luego contesta, amable, a muchas cosas que su
-interlocutor quiere averiguar:</p>
-
-<p>Sí; ha cambiado de nombre. Se llamaba Florinda, pero
-la abuela dice que en tierra de maragatos los nombres
-«finos» no se usan; que allí suelen llamar a las mujeres
-«Marijuana», «Maripepa», «Marirrosa», y que deben
-nombrarla <i>Mariflor</i>.</p>
-
-<p>&mdash;¡Delicioso!&mdash;interrumpe Terán.</p>
-
-<p>Lleva Florinda sus arreos de maragata, porque el traje
-de la región es allí sagrado como un rito, pero no sufrirá
-la vida de los labradores en toda su rudeza: ¡le han
-dicho que es tan triste! El animoso emigrante ha podido<span class="pagenum"><a name="Page_18" id="Page_18">[18]</a></span>
-librarla de aquel atroz cautiverio hasta que logre llevársela
-consigo o asegurarle definitivamente la independencia.</p>
-
-<p>&mdash;Mediante una boda&mdash;insinúa Terán con vaga pesadumbre,
-entre celoso y compadecido, sin advertir que
-quiere penetrar muy de prisa en las intimidades de la
-joven.</p>
-
-<p>Ella no da importancia a la pregunta, y responde con
-sinceridad:</p>
-
-<p>&mdash;Tal vez casándome sería muy feliz como mi madre,
-que vivió libre, alegre y mimada; pero como el padre
-mío hay pocos hombres...</p>
-
-<p>Quédase Florinda meditabunda, adormilados los ojos
-entre las pestañas, triste soñadora del inseguro porvenir.</p>
-
-<p>Terán la contempla conmovido ante la dulce ingenuidad
-que no se recela ni ofende en aquel interrogatorio
-de todo punto inesperado: allí están las íntimas
-confidencias que él acució unas horas antes, ambicioso
-y febril, en las bellas pupilas asombradas de sueño; parece
-que bajo el cutis delicado de la viajera se ven pasar
-las emociones, se sienten los latidos cordiales de
-aquella vida, se oye el compás armonioso de aquel espíritu,
-como si toda <i>Mariflor</i> se convirtiera en alma de
-cristal que vibrase en una voz apacible y se derramara
-en una sonrisa tenue.</p>
-
-<p>El foco de compasiones que arde en el corazón del
-poeta, sube de improviso hasta los audaces pensamientos,
-inundando de misericordia la conciencia varonil. Y
-Terán presiente, condolecido, la desventura de aquella
-mujer que desde la vida muelle y dulce de la ribera mimosa,
-se ve empujada, inocente y pobre, al más duro y
-yermo solar del páramo legionense, a la tierra mísera y
-adusta que él recuerda haber cruzado en rápida correría
-a los montes del Teleno, y de cuya fosca imagen
-guarda una trágica impresión.</p>
-
-<p>Fué al iniciarse la primavera, como ahora. Varios socios<span class="pagenum"><a name="Page_19" id="Page_19">[19]</a></span>
-del Club Alpino español cruzaron la región maragata
-al firme y lento paso de las caballerías del país,
-como perdidas sombras de mundano regocijo, fuyentes
-por azar en las yermas soledades de la vida: eran mozos
-festeros, exploradores felices de las sierras bravas, jamás
-cautivos en una llanura tan triste y tan inútil, sembrada
-de pueblos estancados y ruines; llanura esquiva,
-donde la sangre de la tierra castellana, las frescas amapolas,
-corre con estéril pesadumbre, como flujo de entrañas
-infecundas. Una mordaza de melancolía hizo enmudecer
-a los viajeros desde el puente romano del Gerga,
-a la salida de Astorga, hasta Boisán, donde la Naturaleza
-se embravece y se engalana con raros alardes de
-hermosura para subir al Teleno: tomando la «senda de
-los peregrinos», Murias de Rechivaldo, Castrillo de los
-Polvazares y otras poblaciones de nombre sonoro y
-muerta fisonomía, se aparecieron en el páramo como esfinges,
-al través de los medioevales caminos de herradura;
-y en el trágico umbral de estos pueblos mudos, se
-erguía, como un símbolo de abandono y desolación, la
-figura dolorosa de la maragata en brava intimidad con
-el trabajo, luchando estoica y ruda contra la invalidez
-miserable de la tierra...</p>
-
-<p>Al fogonazo de aquel recuerdo, Rogelio Terán reconoce
-el traje y el tipo de la anciana que duerme; es la
-misma mujer empedernida y triste, vieja y sacrificada,
-que el mozo sorprendió firme en el suelo como heráldico
-atributo de esclavitud, en las torvas llanuras de Maragatería.
-Pero la muchacha que al otro extremo del
-coche medita y sonríe, parece separada de la abuela por
-siglos de generosidad y de dulzura: en el cuerpo y en el
-alma de esta niña gentil, ha posado el amor un indulto
-con todo su cortejo de blandas piedades.</p>
-
-<p>Prende el artista otra vez su atención en la moza, y
-para disimular un tumulto loco de reflexiones, por decir
-algo, dice:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_20" id="Page_20">[20]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¡Es precioso el vestido de usted!...</p>
-
-<p>&mdash;Llevo el de las fiestas&mdash;responde Florinda, que sacude
-con mucha gracia la flocadura espesa del pañuelo&mdash;;
-lo encargó mi padre para que yo me hiciese un retrato,
-y la abuela me lo mandó poner ahora, porque así
-dice que no pareceré en el pueblo una extraña... Tendré
-que hacerme otro más humilde para todos los días...
-Con lo que no transijo es en llevar en la cabeza un pañuelo
-como la abuelita, ¿lo ha visto usted?</p>
-
-<p>&mdash;Yo sólo quiero ver los espléndidos cabellos de mi
-amiga <i>Mariflor</i>... ¿<i>Mariflor</i>, qué?</p>
-
-<p>&mdash;Salvadores. En Valdecruces casi todas las familias
-se apellidan así.</p>
-
-<p>&mdash;Serán todos parientes.</p>
-
-<p>&mdash;Sí; se casan unos con otros, por lo general.</p>
-
-<p>&mdash;A usted ya le tendrán destinado algún primito.</p>
-
-<p>&mdash;Eso dicen.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y se llama...?&mdash;insinúa incómodo Terán.</p>
-
-<p>&mdash;Antonio Salvadores. Pero...</p>
-
-<p>Este <i>pero</i>, largo y sonriente, acompañado de un delicioso
-mohín, desarruga el entrecejo del poeta.</p>
-
-<p>&mdash;Pero, ¿qué?&mdash;interroga apremiante.</p>
-
-<p>&mdash;Que sólo nos conocemos por fotografía.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y por cartas?</p>
-
-<p>&mdash;¡Quiá!... Los novios maragatos no se escriben.</p>
-
-<p>&mdash;¿De manera que son ustedes novios, ya de hecho?</p>
-
-<p>&mdash;A estilo del país. El padre de Antonio y el mío eran
-hermanos y deseaban esa boda, pero me dejan en libertad
-de decidirla yo. Y si el mozo no me gusta...</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué tipo tiene?</p>
-
-<p>&mdash;Por el retrato y las noticias que me dan, es grande,
-moreno, colorado...</p>
-
-<p>&mdash;¡No se parece a mí!&mdash;interrumpe Terán con ingenua
-lamentación.</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué había de parecerse?&mdash;pregunta la muchacha&mdash;.
-Y su risa, que finge asombro, tiene un matiz muy<span class="pagenum"><a name="Page_21" id="Page_21">[21]</a></span>
-femenino de curiosidad. Después, en tono de confidencia,
-recelando del sueño de la anciana, añade:</p>
-
-<p>&mdash;Mi primo tiene una tienda de comestibles en
-Valladolid; este año irá a Valdecruces para la fiesta
-sacramental, y yo aguardo a conocerle para decir
-«que no simpatizamos», y quedar libre de ese compromiso...</p>
-
-<p>&mdash;¡Si usted ha dado ya su consentimiento!...&mdash;se duele
-el joven.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué había yo de dar, criatura!&mdash;prorrumpe con
-mucho desenfado la mocita. Luego, baja la voz, y el caballero
-tiene que inclinar el oído hacia la boca dulce
-que secretea:</p>
-
-<p>&mdash;En Maragatería, sin contar para nada con los novios,
-se apalabran las bodas entre los más próximos parientes
-de los interesados. Pero, aunque raras, hay algunas
-excepciones en esta costumbre; mi padre se enamoró en
-la costa y fué muy feliz con una costanera... Por eso no
-me impone a mi primo y sólo me ha suplicado que le
-trate antes de adquirir otras relaciones.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y si a usted le gustara?&mdash;inquiere todavía el viajero,
-sin disimular su interés.</p>
-
-<p>Pero <i>Mariflor</i>, dictadora desde la señoría de su belleza,
-deja dormir en los ojos la mirada, y murmura:</p>
-
-<p>&mdash;¡No es mi ideal un comerciante!...</p>
-
-<p>Muy respetuoso ante el secreto ideal de aquella niña
-encantadora, averigua el poeta con cierta inquietud:</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué profesión prefiere usted en un hombre?</p>
-
-<p>Ella retira con ambas manos los tenebrosos cabellos
-de su frente, y contesta devota:</p>
-
-<p>&mdash;La de marino.</p>
-
-<p>Parece que detrás de esta confesión ha volado muy
-lejos el alma de Florinda a perseguir por remotos mares
-la silueta romántica de algún velero audaz: tal es la actitud
-de arrobo a que la muchacha se abandona. Mas
-vuelve al punto de aquella ausencia repentina y une dos<span class="pagenum"><a name="Page_22" id="Page_22">[22]</a></span>
-cabos sutiles de una ilusión, muy tenue, en esta pregunta,
-que la hace enrojecer:</p>
-
-<p>&mdash;¿Ha seguido usted alguna carrera?</p>
-
-<p>Suelto el corazón delante de aquellos inefables rubores,
-Terán dice:</p>
-
-<p>&mdash;Las he seguido todas y ninguna, porque soy poeta,
-soy novelista: forjo criaturas y sentimientos, vidas y profesiones;
-creo almas, caminos, mares y tierras, mundos y
-cielos, astros y nubes. Bajo la exaltación de mi pluma
-surgen dóciles y palpitantes los seres y las cosas, lo pasado
-y lo por venir, lo perecedero y lo infinito; el bien,
-el mal, la gracia, el arte, la virtud, el dolor...</p>
-
-<p>Aquel torrente de elocuencia lírica se detiene en un
-extraño grito que <i>Mariflor</i> exhala: escuchando estaba
-el discurso, con los ojos humedecidos y febriles, subyugada
-por la vehemencia de aquellas frases ardientes,
-cuando, de pronto, un puyazo de luz le dió en la cara y
-un tumbo del corazón la obligó a levantarse con el
-asombro en la boca y en las pupilas el éxtasis, ante el
-colosal espectáculo que se ofrecía a sus ojos en la llanura.
-Alzóse también el poeta, vuelto con prontitud hacia
-donde la niña señalaba, y entrambos, mudos, atónitos,
-sintieron en el pecho el golpe de una misma y formidable
-emoción.</p>
-
-<p>Había ya el tren salvado el espantoso despeñadero
-que divide las tierras galaicas y legionenses, el cauce lúgubre
-y sonoro del aurífero río, las hoscas breñas fronterizas,
-los puentes y los túneles de la Barosa y Paradela;
-corría el convoy con fuerte resoplido por la ancha
-cuenca del Sil, oculta en el fondo de un mar de vapores,
-fantástico mar de cuajadas neblinas, donde se embotaban
-los rayos del naciente sol. Pugnaba éste por
-herir y romper las apretadas ondas de la niebla; resistía
-la niebla los ímpetus del encendido rey, ahogando entre
-impalpables copos los saetazos de su luz... Súbitamente
-se alzó el astro rútilo, irguió la frente sobre el cuajado<span class="pagenum"><a name="Page_23" id="Page_23">[23]</a></span>
-mar y lanzó por encima de sus ondas una triunfante llamarada;
-vino entonces un oportuno y vigoroso cierzo
-que agitó las nieblas en raudo torbellino, las desgarró en
-jirones, las arrastró con furia, bajo la gloria del sol, lo
-mismo que un oleaje de sutiles aguas y espumosas crenchas,
-entre nimbos de púrpura y de oro, quiméricos y
-extraños como una aurora boreal. Pero, al caer un punto
-el aire, subió la niebla solapadamente; subió dejando perezosos
-vellones en las praderas del Sil; hubo un momento
-en que, a ras del tren, que dominaba unas alturas,
-logró alcanzar la niebla al disco soberano y sofocar
-su lumbre; pero los haces del incendio solar, cada vez
-más agudos y potentes, se cruzaron veloces por la tierra
-y por el cielo, hasta coger entre dos llamas al flotante
-enemigo, el cual, acorralado, flexible, retorciéndose
-como el convulso brazo de un herido titán, fingió partir
-el sol en dos mitades, en dos hemisferios resplandecientes.
-Fué un espectáculo de hermosa y terrible grandeza,
-una visión sideral, un alborecer de los primeros días de
-la creación: diríase que dos soles gemelos, dos ígneos
-meteoros, dos astros rivales ardían entre el cielo y la
-tierra, prestos a chocar y convertir el mundo en un
-caos de lumbres y vapores. Duró sólo un instante, un
-breve y peregrino instante; pues todo el denso jirón de
-la vencida niebla, perseguido, acosado, ya en el cielo, ya
-en el monte, sobre las aguas y las frondas, se evaporó,
-copo tras copo, pulverizado y sorbido por el viento y
-por el sol.</p>
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-023.jpg" width="400" height="175"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_24" id="Page_24">[24]</a></span></p>
-<p>&nbsp;</p>
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_25" id="Page_25">[25]</a></span></p>
-
-<div class="chapter">
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-025.jpg" width="400" height="145"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<h2>III<br /><br />
-<span class="pch">DOS CAMINOS</span></h2>
-
-<div>
- <img class="dc1" src="images/ds.jpg" width="200" height="198" alt=""/>
-</div>
-<p class="dc13">SOBRECOGIDOS por aquel suceso tan
-extraordinario, y a la vez tan
-natural, volvieron el poeta y la
-niña a entrelazar la mirada y las
-confidencias; pero entrambos
-sentían arder en sus ojos y en
-sus frases la llama divina del
-monstruoso incendio amaneciente,
-como si con la tierra y el
-cielo se hubiesen inflamado también los corazones.</p>
-
-<p>Rogelio Terán al sentarse ahora, había ocupado un sitio
-al lado de Florinda, y se inclinaba muy afanoso, derramando
-la efusión de su verbo en el absorto oído de la
-moza. Ella, un poco alarmada, tendió la vista alrededor
-del coche, lleno de sol dorado y frío, y se encontró con
-los ojos de la abuela, que, destocada en parte, inmóvil y
-triste, no parecía sentir curiosidad ninguna por la insuperable
-pompa de la mañana ni por la galante actitud
-del caballero intruso.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_26" id="Page_26">[26]</a></span></p>
-
-<p>Siguiendo Terán el camino a la sonrisa de la joven,
-hallóse también con la anciana despierta, y trató a su
-vez de sonreirla. Mas se quedó el intento extraviado en
-aquel semblante impasible, todo arado de arrugas, turbio
-y doloroso como el crepúsculo de una raza.</p>
-
-<p>Intervino graciosa <i>Mariflor</i> entre la buena voluntad
-del artista y el entorpecimiento de la vieja, explicando
-con mucho donaire:</p>
-
-<p>&mdash;Abuela: este caballero ya es amigo mío; ha viajado
-con nosotras toda la noche...</p>
-
-<p>Pero la maragata no entendió aquellas razones elocuentes
-o no la convencieron, porque después de un
-murmullo, entre palabra y suspiro, permaneció muda y
-pasiva, como si se le importase un ardite del amigo viajero.
-El cual preguntó callandito a la muchacha:</p>
-
-<p>&mdash;¿Está sorda?</p>
-
-<p>&mdash;Está triste&mdash;murmuró ella por toda explicación,
-temblando igual que si la hubiera estremecido el roce de
-unas alas sombrías.</p>
-
-<p>El rubio sol, que sin calentar iluminaba el coche, hizo
-relucir en los ojos melados de la viajera dos lágrimas fugaces.
-Y pasó tan lúgubre el silencio de aquel minuto
-sobre la voz quejosa, que la marcha del tren, recia y veloz,
-parecía una fuga trágica en la desolación del llano.</p>
-
-<p>Rogelio Terán, cada vez más encendido en la admiración
-que Florinda le inspiraba, quiso probar la dulzura
-de su ingenio en el propósito de amistarse con la vieja y
-merecer la solicitud de la moza.</p>
-
-<p>Ya la curiosidad del viajero estaba servida: mediante
-la franca elocuencia de <i>Mariflor</i>, y auxiliado por la clave
-del sentimiento que los poetas conocen, había leído
-en aquellas dos almas, arredrada y hermética la una,
-abierta la otra y confidente en toda la plenitud de la esperanza
-y de las ilusiones. Y con el deseo generoso de
-pagar en hidalga moneda aquella sorprendida revelación,
-inclinóse de nuevo el artista, devoto y vehemente<span class="pagenum"><a name="Page_27" id="Page_27">[27]</a></span>
-hacia la niña maragata, y le dijo su historia, sus anhelos,
-sus peregrinaciones y aventuras: habló con urgencia, con
-inquietud, mirando a menudo el reloj, consultando con
-avidez los contornos del camino, avaro del momento fugaz
-que ya no volvería sintiendo que se apresuraba, en
-cada ciego avance del convoy, la hora oscura de separarse
-de aquella vida nueva y rara, llena de sugestión para
-el poeta.</p>
-
-<p>Escuchó <i>Mariflor</i> el fogoso relato crédula y maravillada,
-con los ojos vendados de fe y acelerado el corazón
-por la sorpresa: aquel señor rubio y fino, tan amable
-y tan elocuente, que sabía mirar con una fuerza irresistible
-y extraña hasta el fondo de los pensamientos; que
-elaboraba libros y periódicos; que conocía del mar y de
-la tierra sirtes y derroteros, borrascas y rumbos, placeres
-y dolores, quería ser amigo de <i>Mariflor</i>; quería escribirle
-muchas cartas, hacer para ella muchos versos, ir a
-Valdecruces... ¡Válgame Dios, las cosas que la niña estaba
-oyendo y contestando sin saber cómo!</p>
-
-<p>En el apacible rincón del coche había estallado una
-nube de promesas y de ruegos, una lluvia de confesiones
-y de propósitos: la fuente de la emoción había roto cálida
-y borbollante en el florido campo de dos almas juveniles,
-y el murmullo de las espumas sonaba a la vez con
-lastimosas querellas de elegía y alegres modulaciones de
-epitalamio.</p>
-
-<p>En medio de aquella ardiente prisa por saber y por
-contar; en aquel arrebato confuso de sentimientos y de
-palabras, alzóse de improviso la figura torpe de la abuela,
-preguntando con timidez a <i>Mariflor</i>:</p>
-
-<p>&mdash;¿Tienes hambre?</p>
-
-<p>&mdash;¿Hambre?...</p>
-
-<p>La muchacha tardó en traducir a la realidad este «sustantivo
-común» que había sacudido el letargo de la anciana,
-y al cabo de una sonrisa y de un esfuerzo, contestó
-ruborosa:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_28" id="Page_28">[28]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;No, abuela.</p>
-
-<p>Pero la maragata dijo&mdash;no sin algunas dificultades, cohibida
-por la presencia del caballero&mdash;que «era mejor»
-desayunar antes de la llegada a Astorga, para emprender
-desde allí, en seguida, el camino a Valdecruces.</p>
-
-<p>&mdash;¿Es muy largo?&mdash;interrogó el poeta, ganoso de trabar
-conversación con la anciana. Ella, indiferente al interés
-del desconocido, tanteaba su bagaje en busca de
-alguna cosa. Y respondió Florinda, turbada otra vez por
-la visión del misterioso porvenir:</p>
-
-<p>&mdash;Es muy largo... Al paso de los mulos, llegaremos a
-la puesta del sol.</p>
-
-<p>Aquel tono doliente sugirió al artista, con lástima
-desgarradora, la imagen de una pobre caravana discurriendo
-con lentitud en la soledad gris del páramo...</p>
-
-<p>Ya la silenciosa abuelita había rescatado, al través de
-envoltorios y atadijos, unas viandas, que ofreció con
-finura y cortedad al caballero; y él, entonces se levantó
-con mucha diligencia a buscar en su equipaje otros regalos:
-eran cosas delicadas, exquisitos fiambres en muy
-parcas raciones, dulces envueltos en rutilantes papeles,
-y una botella cerrada a tornillo, de la cual vertió café en
-un vaso, presentándoselo a la anciana:</p>
-
-<p>&mdash;Está caliente, abuelita; bebe un poco&mdash;dijo <i>Mariflor</i>.</p>
-
-<p>&mdash;¿Caliente?&mdash;repitió con asombro, mirando muy recelosa
-el humo que exhalaba la confortable bebida&mdash;. Y
-¿quién lo ha calentado?</p>
-
-<p>&mdash;Se conserva así en esa botella, que se llama termo;
-¿no lo sabías?</p>
-
-<p>La maragata movió la cabeza con incredulidad, y
-tomó el vasito en la mano lentamente.</p>
-
-<p>&mdash;Bembibre&mdash;leyó a este punto la muchacha, mientras
-el tren se detenía.</p>
-
-<p>Y ambos jóvenes, olvidando a la abuela y al desayuno,
-se asomaron a contemplar el frondoso vergel del Vierzo,<span class="pagenum"><a name="Page_29" id="Page_29">[29]</a></span>
-plácido como un oasis, en el austero y noble solar de
-León.</p>
-
-<p>&mdash;¡Bravo país de poesía y de leyenda, de amor y de
-piedad!&mdash;exclamó el artista casi en soliloquio, desbocados
-en su imaginación membranzas y pensamientos.</p>
-
-<p>&mdash;Yo he leído&mdash;murmuró Florinda, también evocadora&mdash;una
-novela que sucede aquí.</p>
-
-<p>&mdash;<i>¿El señor de Bembibre?</i></p>
-
-<p>&mdash;Justamente. Es un libro muy hermoso y lastimero,
-¿verdad?</p>
-
-<p>&mdash;¡No hay hermosura sin lástima!&mdash;repuso el mozo,
-dolorido, contemplando a su amiga con beatitud.</p>
-
-<p>El tren, que hacía rato se engolfaba entre admirables
-lindes, lanzóse otra vez a descubrir mieses y quebraduras,
-vegas y bosques, maravillas de paisaje y de vegetación,
-bajo el cielo cobalto, henchido de luz.</p>
-
-<p>Iba Florinda enlazando con sus propias emociones,
-memorias tristes de la bella y desgraciada doña Beatriz
-de Ossorio, y de su prometido, don Alvaro Yáñez, tan
-sin ventura y sin consuelo como la que de amarle murió,
-desposada y doncella, en una hora tardía de felicidad...
-Huyen las márgenes sinuosas, los castaños y los nogales
-vides y olivos, plantas y viveros del Mediodía que este
-privilegiado rincón leonés acoge y fecunda delante de
-las nieves perpetuas. Y a Florinda le parece escuchar
-cómo galopa el corcel fogoso donde el señor de Bembibre
-lleva en sus brazos a Beatriz, desmayada: las monjas,
-los abades, los caballeros del Temple, los religiosos del
-Cister, la enseña de la Cruz desplegada al viento en torres
-y en almenas; todas las imágenes de pasión, de
-bravura y de fe que han arraigado los historiadores y los
-artistas en el eremítico país del Vierzo, derramaban su
-romántico perfume en la imaginación vagabunda de la
-viajera.</p>
-
-<p>El mismo aroma legendario y bravío sacudió los nervios
-de Terán, mientras la corriente de su alma fluía en<span class="pagenum"><a name="Page_30" id="Page_30">[30]</a></span>
-tumulto, loca y triste como la quejumbre del viento en
-noche de tormenta. También el mozo sintió que en el
-paisaje se idealizaba toda la fortaleza augusta de los
-monasterios insignes y los castillos bizarros, de las mansiones
-feudales y las abadías belicosas. Erectas las alas
-de la fantasía, el poeta salva puentes y fosos; discurre
-con peregrinos y frailes, con reinas penitentes y obispos
-ermitaños; oye el clamor de las salmodias anacoretas y
-de los señoríos en pugna, y asiste, en un minuto, al reflorecimiento
-católico y viril de la región dominada por
-el báculo monacal y las encomiendas de los Templarios...</p>
-
-<p>Así, al través de una tierra tan propicia al ensueño y
-al amor, aquellas dos almas fervorosas, contagiadas de
-lirismos y de ternuras, cayeron en la embriaguez de idénticas
-evocaciones...</p>
-
-<p>Resbalándose bajo la velocidad del convoy, se deslizaba
-el Vierzo empapado en bellezas y memorias, fugitivo
-y rebelde como una ilusión; y la vieja maragata,
-con el vaso en la mano todavía, contemplaba muy confusa
-al compañero de viaje, después de apurar en furtivos
-sorbos hasta la última gota de café. Una mezcla de
-admiración y de recelo ponía en el apagado semblante
-de la anciana, pálida vislumbre de curiosidad, mientras
-que en sus labios temblones iniciábase humilde una
-frase cortés.</p>
-
-<p>Y así estuvo, paciente, insinuando el ademán de volver
-el vasito a manos de su dueño... El dueño y <i>Mariflor</i>,
-cerrando con mutua mirada, dulce y honda, el paréntesis
-de sus fantasías, hablaban en el foco de luz de
-las vidrieras, ajenos ya al paisaje y al mundo extendido
-fuera de sus corazones. En aquel momento la conversación
-era trivial; tornaron a ella con azorante prisa, codiciosos
-de los minutos que faltaban para que su camino
-se dividiese en dos, pero sintiendo la necesidad de poner
-un discreto disimulo ante sí mismos en el ardor de<span class="pagenum"><a name="Page_31" id="Page_31">[31]</a></span>
-aquella simpatía tan nueva y tan ansiosa: por eso las palabras
-no tenían el solo significado de su acepción, y
-férvidas, vibrantes, teñíanse en matices y fulgores del
-oculto sentimiento.</p>
-
-<p>&mdash;¿Le gustan a usted las novelas?&mdash;preguntaba Terán.</p>
-
-<p>&mdash;Las novelas y las historias; me gusta mucho leer.</p>
-
-<p>&mdash;Yo le mandaré libros.</p>
-
-<p>&mdash;¿Los que usted escribe?</p>
-
-<p>&mdash;Y otros mejores... ¿Cómo los prefiere?</p>
-
-<p>&mdash;De viajes y aventuras; me encanta que en los libros
-sucedan muchas cosas: acciones de guerra, lances de
-mar, procesos...</p>
-
-<p>&mdash;¿Y amoríos?</p>
-
-<p>&mdash;Sí; pero que terminen en boda&mdash;dijo Florinda, y se
-puso encarnada.</p>
-
-<p>&mdash;Desde anoche&mdash;murmuró rendido el poeta&mdash;vivo
-yo una hermosa aventura «de peregrinaje y de amor...»
-¿cómo terminará?</p>
-
-<p>La encendida llama de los corazones calentó las mejillas
-de la muchacha y los acentos del mozo. Y el quebrantado
-discurso, halagador y ardiente, volvió a rodar
-entre el estrépito fragoroso del tren. Cuando éste se detuvo
-en la estación de Torre, quedó rota de nuevo
-aquella intimidad, imperativa y fuerte, que a sus mismos
-mantenedores causaba confusión y asombro.</p>
-
-<p>Entonces, la pobre abuela, perseverante en su actitud
-de cortesía, pudo colocar las palabras y el vaso.</p>
-
-<p>&mdash;Muchas gracias&mdash;pronunció quedamente, dando al
-fin vida y rumbo a la frase y al movimiento que hacía
-un buen rato preparaba.</p>
-
-<p><i>Mariflor</i> y su galán sintieron un poco de vergüenza
-al volverse hacia la abandonada abuelita, y en prueba
-de sumisión y desagravio fueron a sentarse al lado
-suyo.</p>
-
-<p>El inflamable caballero no había sido tan celoso para
-amigarse con la vieja como para conquistar a la niña. Y<span class="pagenum"><a name="Page_32" id="Page_32">[32]</a></span>
-ahora, impaciente, lamentando la premura del tiempo,
-sacudido por un alto impulso de cordialidad hacia
-aquella mujer triste y anciana, hubiera deseado poseer
-algún don muy valioso para tributárselo en ofrenda
-devota.</p>
-
-<p>Pródigo y conciliador, no halla dones, ni siquiera palabras,
-para abrirse el camino de aquel inválido corazón
-de abuela, premioso en dar noticias de sus sensaciones.</p>
-
-<p>En tal incertidumbre quédase el muchacho pensativo
-y mudo, con el vaso de aluminio entre los dedos. Y se
-alza otra vez auxiliadora la voz amable de Florinda, que
-repite como un eco del discurso anterior:</p>
-
-<p>&mdash;«Abuela, este caballero ya es amigo mío: ha viajado
-con nosotras toda la noche...»</p>
-
-<p>El mozo sonríe y la anciana también. Por lo cual, <i>Mariflor</i>,
-muy satisfecha, apoya un brazo con mimo en el
-hombro de la abuelita, y continúa:</p>
-
-<p>&mdash;Este señor es un poeta; hace libros... los escribe,
-¿comprendes?</p>
-
-<p>&mdash;Ya... ya...&mdash;susurra la anciana, y sus ojos, grises y
-mansos, tienen para el hazañoso doncel un lejano fulgor
-de admiraciones.</p>
-
-<p>&mdash;Nos va a mandar algunos&mdash;promete Florinda insinuante&mdash;,
-y yo te los leeré para divertirte un poco... Este
-señor&mdash;sigue diciendo&mdash;anda solo por el mundo...
-También su madre se le ha muerto, lo mismo que a mí;
-también su padre está en América...</p>
-
-<p>&mdash;Será usted de León&mdash;asegura con respeto la abuelita,
-que no concibe una patria más ilustre.</p>
-
-<p>&mdash;Soy montañés, señora; de Villanoble, a la orilla
-del mar.</p>
-
-<p>Y con grande sorpresa de Florinda, la abuela se estremece
-y exclama:</p>
-
-<p>&mdash;¡Villanoble!... Ya conozco ese pueblo; tiene un seminario
-muy rico, una playa muy grande, unas casas
-muy hermosas... ¡Qué lejos está!</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_33" id="Page_33">[33]</a></span></p>
-
-<p>El poeta se entristece, como si al conjuro de la extraña
-exclamación el evocado pueblo se alejara, remoto,
-inabordable. Y la niña pregunta absorta:</p>
-
-<p>&mdash;¿Pero has estado allí?</p>
-
-<p>&mdash;Estuve.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cuándo, abuela?... Yo no lo sabía.</p>
-
-<p>&mdash;Hace ya mucho tiempo; no habías nacido tú; un
-hermano de tu padre, seminarista, adoleció en Villanoble;
-ya estaba yo viuda y los otros hijos ausentes... Tuve
-que ir por él.</p>
-
-<p>&mdash;¿Era uno que se murió del pecho?</p>
-
-<p>&mdash;Ese era.</p>
-
-<p>Bajo la pesadumbre de aquella historia, inclinó la anciana
-su frente, pálida como la ceniza, y quedóse tan
-mustia, que ambos jóvenes guardaron un silencio piadoso,
-hasta que la muchacha quiso justificar aquel grave
-dolor, explicando:</p>
-
-<p>&mdash;La abuela tuvo trece hijos y no le quedan más
-que dos.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pobre!&mdash;compadeció Terán, que adivinaba un
-mundo oscuro y sublime en el alma silenciosa de la infeliz
-mujer.</p>
-
-<p>Una estación, desierta y soleada, quedó tendida frente
-al coche; abrióse de improviso la portezuela, y una pareja
-de la Guardia civil se asomó en el vano. Irresolutos,
-misteriosos, los guardias cerraron sin subir: eran los
-únicos viajeros que habían tratado de acompañar al
-poeta y a las maragatas en todo el camino.</p>
-
-<p>Se lanzó el caballero a registrar su <i>Guía</i> con una precipitación
-algo alarmante, y advirtió pesaroso:</p>
-
-<p>&mdash;Faltan dos estaciones para Astorga.</p>
-
-<p>Entreabierta en la consulta la escarcela del peregrino,
-desbordáronse postales, cartapacios y libretines, toda la
-bizarra filiación moral de una juventud errante y laboriosa.
-Y mientras tanto, <i>Mariflor</i>, apretándose lagotera
-contra la abuelita, musitaba:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_34" id="Page_34">[34]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Este amigo nos escribirá; irá a visitarnos... ¿oyes,
-abuela?... ¿quieres?</p>
-
-<p>El amigo posó en el regazo de la anciana un montón
-de postales, diciendo:</p>
-
-<p>&mdash;Hágame el favor de llevarlas, señora, como un recuerdo
-mío.</p>
-
-<p>Sorprendida por aquellos halagos, no supo ella qué
-responder, y sonrió, dejándose engañar como una niña,
-entre frases conquistadoras y dádivas pueriles. Parecía
-feliz en aquel instante; desplegaron sus manos desmañadas
-las tarjetas sobre el delantal, y apareciéronse allí
-copias de mil tesoros: cuadros y estofas de Toledo, tapices
-de El Escorial, fuentes de La Granja, palacios salmantinos,
-joyas árabes y platerescas, fragura de paisajes
-montañeses, delicia de jardines andaluces... un tumulto
-de arte y de poderío español. A la maragata le sedujeron,
-entre las admirables cartulinas, dos de origen mejicano,
-iluminadas en colores, reproduciendo la avenida
-de Juárez y el palacio de Hernán Cortés: alzólas en los
-dedos con admiración preferente, y en seguida, azorada,
-vergonzosa, lamentó:</p>
-
-<p>&mdash;¡Es lástima; yo no gasto esquelas!... ¡no sé escribir!</p>
-
-<p>&mdash;Pero yo sé&mdash;dijo, arrulladora, <i>Mariflor</i>, deseando
-aceptar el recuerdo.</p>
-
-<p>&mdash;Guárdalas tú, si el señor se empeña&mdash;consintió la
-abuelita&mdash;; y dale las gracias.</p>
-
-<p>Con los ojos adoradores y solícitos, obedeció la moza,
-mientras la vieja logró forzar la dura timidez de su palabra,
-para decirle al caballero:</p>
-
-<p>&mdash;Si va por Valdecruces, ya sabe que allí tiene una
-servidora...</p>
-
-<p>&mdash;Iré, de seguro&mdash;respondió el poeta, deslumbrado
-por la mirada de Florinda. En aquellos ojos, dulces y
-resplandecientes, fulgía la incertidumbre con interrogación
-muda.</p>
-
-<p>Cuando iba a despedirse de aquel hombre extraño y<span class="pagenum"><a name="Page_35" id="Page_35">[35]</a></span>
-amigo para ella, sentía la muchacha el vago temor de
-perder la felicidad y la duda de haberla encontrado.</p>
-
-<p>El mozo, por su parte, se engolfaba en la emoción de
-aquella hora, sin detenerse a descifrar misterios, soñando
-muy de prisa, a sabiendas de que iba a despertarse
-pronto.</p>
-
-<p class="p2">Y la pobre anciana, tras un senil desbarajuste de ideas
-en fuga, volvió a oprimirse el corazón en los rígidos muros
-de su vida cruel.</p>
-
-<p>Isócrono, maquinal, el tren corría insensible a las inquietudes
-de los tres viajeros, y Florinda tuvo que ayudar
-a su abuela en los preparativos de la llegada. Al
-través de los fardos toscos de aquel equipaje campesino,
-las manos ágiles de la niña pusieron su gracia y su finura
-en arpilleras y capachos, en los múltiples bultos donde
-la vieja se llevaba los más vulgares utensilios del hogar
-fracasado en La Coruña: cuanto no había podido venderse
-por usado y maltrecho.</p>
-
-<p>La abuelita contaba, meticulosa y torpe:&mdash;Uno, dos,
-tres&mdash;tocando con la punta del índice cada barjuleta y
-cada zurrón; y la moza suspiró con fatiga, como si le
-abrumara el peso de aquella carga miserable, delatora
-de inclemente pobreza.</p>
-
-<p>Se estremecía de compasión Rogelio Terán en el
-atisbo de aquellos pormenores: meditándolos estuvo sin
-saber si admirarse o condolerse de la rara hermosura de
-la niña, sin darse cuenta de que no le prestaba auxilio
-en el rudo trasiego de alforjas y envoltorios. Cuando
-acertó a disculparse, ya <i>Mariflor</i> había terminado su
-trajín y se colgaba a la bandolera, sobre el pañuelo floreado
-y vistoso, un bolsillo elegante que, entreabierto,
-exhaló delicadísimo perfume.</p>
-
-<p>&mdash;Es de mi traje de señora&mdash;dijo la mocita, respondiendo
-a la visible extrañeza de Terán&mdash;, de mi <i>equipo
-de paisana</i>&mdash;subrayó graciosa y triste.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_36" id="Page_36">[36]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Así&mdash;le replicó el poeta entusiasmado&mdash;parece
-que el dios ciego ha ofrecido su carcaj simbólico a la
-reina de Maragatería...</p>
-
-<p>Y la abuela, en un repente inesperado y brusco, manifestó
-augural:</p>
-
-<p>&mdash;En nuestro país no se admiten reinas. Allí todas las
-mujeres somos esclavas.</p>
-
-<p>Volvió Florinda el rostro con angustia hacia el camino,
-y le pareció que temblaba el paisaje con un doloroso
-estremecimiento.</p>
-
-<p>Entraron en la estación de Astorga: los pregones de
-las clásicas mantecadas, alguna muestra humilde del traje
-regional y algún indicio de tráfico mercantil, daban al
-andén un poco de carácter y de vida.</p>
-
-<p>En medio de este cuadro indeciso y mediocre, puso
-<i>Mariflor</i>, con su belleza original y su lujoso vestido, la
-nota resonante: detrás de la abuelita, que ya tenía en
-torno sus bártulos de arriero, saltó la moza al andén,
-apoyada en la mano que le ofrecía Terán con trémula
-solicitud; y a pleno sol resplandecieron tanto los colores
-de su traje y las dulzuras de su rostro, que en todas las
-ventanillas del tren y en todo el recinto de la estación
-inicióse un movimiento de curiosidad. No tardó este
-asombro interrogante en romper las fronteras de la
-contemplación muda, estallando en requiebros y alabanzas,
-del lado del ferrocarril, al borde de estribos y vidrieras,
-donde la anónima condición de «viajeros» suele
-dar a los hombres mucha osadía y harta libertad.</p>
-
-<p>Como un incienso de apoteosis, envolvió a la gentil
-maragata la nube de piropos; y el poeta hubiera deseado
-coronar el homenaje con un vítor atronador y lanzar
-luego por el vasto mundo los ecos de su audacia.</p>
-
-<p>Pero a la vera de Florinda, triunfante y proclamada
-hermosa, otra mujer vieja y triste, con igual traje, con
-igual destino que la joven, se sumerge en tribulaciones
-y cuidados en medio de su equipaje ruín. Y a Terán se<span class="pagenum"><a name="Page_37" id="Page_37">[37]</a></span>
-le reproduce la visión desoladora del páramo, donde el
-viajero no parece hallar término ni alivio a la dureza de
-la ruta, como si por ella la vida cruzase extraviada, como
-si la civilización se detuviera cobarde y perezosa delante
-de la tierra hostil, a cuyas entrañas inclementes sólo manos
-heroicas de mujer han podido llegar, en acecho de
-un fruto esquivo y tardo...</p>
-
-<p>Las arrogancias de la galantería arden en lumbres de
-misericordia cuando el poeta se despide de su amiga con
-suspiradas frases: una campana y un silbato le devuelven
-al tren, ya en movimiento, mientras <i>Mariflor</i> sonríe con
-la dócil inmovilidad de un retrato alegre.</p>
-
-<p>Y los ojos azules, que ya no reflejan la figura ideal de
-la maragata, se tornan añorantes hacia el coche, mudo y
-vacío como la fábrica de un sueño...</p>
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-037.jpg" width="300" height="312"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_38" id="Page_38">[38]</a></span></p>
-<p>&nbsp;</p>
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_39" id="Page_39">[39]</a></span></p>
-
-<div class="chapter">
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-039.jpg" width="400" height="175"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<h2>IV<br /><br />
-<span class="pch">¡PUEBLOS OLVIDADOS!</span></h2>
-
-<div>
- <img class="dc1" src="images/du.jpg" width="200" height="201" alt=""/>
-</div>
-<p class="dc13">UNA maragata de edad indefinible,
-a quien la abuela llamó <i>Chosca</i>,
-había conducido tres cabalgaduras
-hasta la misma estación.
-Cargóse en una de ellas lo más
-voluminoso del bagaje, y aun
-pudo hallar la <i>Chosca</i> un punto
-de asiento y equilibrio en la
-cima de aquella balumba, cuyo
-difícil acomodo entretuvo a la pobre caravana dos horas
-largas de talle. Y aunque la abuela se encaramó también
-sobre los repliegues de otro monte de fardos, todavía las
-menudencias de más fuste hubieron de refugiarse en las
-alforjas del mulo cebadero, el mejor de la recua, cedido
-por agasajo a <i>Mariflor</i>.</p>
-
-<p>Todo lo miraba la moza fijamente, con una muda actitud,
-en que al tenaz recuerdo de las cosas pasadas se
-sobreponía el propósito firme de aprender y gustar las
-cosas nuevas; mujer y curiosa, joven y perspicaz por<span class="pagenum"><a name="Page_40" id="Page_40">[40]</a></span>
-añadidura, sintió, a despecho de sus íntimas inquietudes,
-una ansiedad respetuosa y fuerte, que la empujaba
-hacia la tierra madre, incógnita y callada como un secreto
-de lo porvenir. ¡Qué ejemplo más hermoso para cualquier
-agudo observador, la bizarría y compostura, la
-gravedad y ceremonia con que Florinda Salvadores se
-allanó, sin melindres ni repulgos, a todas las veleidades
-de la suerte, y cambiando de nombre, de traje y de sendero,
-montó en un mulo, por primera vez en su vida, con
-tanta gentileza y señorío como si la tosca jamuga fuese
-el blando cojín de un automóvil! Conformidad y audacia
-dieron alegre resolución a la moza; y aun fueron parte a
-erguirla, serena y apacible en el misterioso rumbo, cierto
-soplo sutil de fatalismo que sentía en el alma y un deseo
-inconsciente de aventura que se le impacientaba en
-la imaginación.</p>
-
-<p>El paso por Astorga tuvo para Florinda rara solemnidad.
-Quiso la abuela dar allí algunos recados, hacer algunas
-compras y cobranzas mediante papelucos escondidos
-con minuciosas precauciones en un «cornejal» de
-la faltriquera, al amparo de sayales y manteos; a todos
-estos menesteres asistía la muchacha desde lo alto de
-sus jamugas, atisbadora y vigilante, reflejando en sus
-pupilas el asombro de la vieja urbe, tan pobre y tan triste
-ahora, que ni siquiera guarda los vestigios de su glorioso
-ayer.</p>
-
-<p>¡Cuán desolada y yerta la ciudad <i>Magnífica y Augusta</i>!
-¿Quién dirá que fué palenque y tribunal de astures,
-imperial colonia, centro de vías romanas y baluarte de
-sus legiones, botín después del bárbaro y del moro, joya
-del terrible Almanzor, pleito y disputa de castellanos y
-leoneses? Ya no conserva ni las ruinas de los antiguos
-monumentos; hasta aquella robusta fortaleza de sus marqueses
-y señores, aquel soberbio castillo que presumía
-de inmortal, cayó también con los sillares de las rotas
-murallas; la recia divisa de Alvar Pérez Ossorio, que a<span class="pagenum"><a name="Page_41" id="Page_41">[41]</a></span>
-tantas duras generaciones gritó desde el frontis nobiliario
-con orgullosas letras:</p>
-
-<p class="pp7 p1"><i>Do mis armas se posieron</i></p>
-<p class="pp6"><i>movellas jamás podieron,</i></p>
-
-<p class="pn1">vino a dar en ingrata sepultura bajo los residuos de
-cubos y de almenas, de capiteles godos y lápidas latinas.
-¿Qué rangos, qué voluntades, qué hierros, piedras y
-raíces no moverá en el mundo el ímpetu de los siglos
-empujando la rueda de la fortuna?</p>
-
-<p>Así, esta tierra misteriosa, de cuyos primitivos moradores
-sólo se sabe el apellido&mdash;<i>amacos</i>&mdash;, o «excelentes
-guerreros»; este pueblo viril que grabó en su escudo,
-como símbolo heroico, una rama de poderosa encina;
-este solar privilegiado por cónsules, santos y reyes, guarnecido
-de altivas torres y ferradas puertas, ahora vive
-en el silencio de las mortales pesadumbres, ahora padece
-el abandono de los históricos infortunios. Y, como un
-fallo de singular predestinación, acude sobre Astorga el
-recuerdo de aquellas pretéritas edades, en que la capital
-de la región y sus alfoces se llamaron «Asturias»: <i>¡Pueblos
-olvidados!</i></p>
-
-<p>Una ráfaga de tales penas y de tales memorias aguzó
-en la fantasía de <i>Mariflor</i> el ansia ardiente de evocar
-imágenes y perseguirlas al través de las silenciosas rúas,
-sobre el empedrado hostil, entre el caserío de adobes,
-simétrico y vulgar. Pero todos los recuerdos heroicos,
-todas las evocaciones bizarras, huyen ante el semblante
-lastimoso de la Augusta y Magnífica, Muy Noble, Leal y
-Benemérita, que, parda, muda, triste y pobre, languidece
-de añoranzas y pesares a la sombra de su ilustre catedral,
-sobre las pálidas favilas de la historia. Y cuando
-a fuerza de imaginación y voluntad quiso la viajera reconstruir
-en su mente hechos y figuras familiares a la<span class="pagenum"><a name="Page_42" id="Page_42">[42]</a></span>
-patria nativa, ya la visión de Astorga, yerma y desamparada,
-se había extinguido en el término raso y adusto
-del horizonte.</p>
-
-<p>Como fuesen grandes la calma y el regateo con que
-las compañeras de Florinda ajustaron sus compras en la
-plaza <i>de los cachos</i> y en los soportales de la Plaza Mayor,
-y no menos prolijos los demás negocios que la abuela
-trataba, llegó la media tarde cuando las tres amazonas
-salieron por el arrabal de Rectivía para seguir la carretera
-en busca de su pueblo.</p>
-
-<p>De la calmosa estada en la ciudad llevóse <i>Mariflor</i>,
-campo adelante, el recuerdo de los dos maragatos que
-en el reloj del Concejo cuentan con sendos martillos las
-mustias horas de aquella vida gris; la pareja simbólica y
-paciente se hizo un lugar en la memoria de la niña, sobre
-la impresión de aquel grave edificio, fuerte reliquia de
-la pasada opulencia asturicense. Había preguntado la
-muchacha por un jardín ameno que, según sus noticias,
-era lugar de fiestas estivales y de otros alicientes para la
-juventud; aunque la abuela señaló «hacia allí», sólo pudo
-Florinda columbrar una mancha verde y risueña, tendida
-en la mayor altura de la muralla, sobre el mismo solar
-que siglos antes ocupó la Sinagoga, cuando una rica
-aljama se aposentó en el arrabal de San Andrés. El perfil
-airoso de la Catedral y la nobleza de algunas portadas
-parroquiales, impresionaron también a la curiosa. Y el
-bosquejo heráldico de unos lobos, unas bandas de azur,
-el león rampante de gules, coronado de oro, la monteladura
-de plata, cimeras, escudetes, lemas y coronas, rezagos
-de insigne alcurnia sorprendidos al azar en unos
-pocos edificios, alumbraron en la mente de Florinda, con
-pálido reguero de luz, la nómina confusa y lejana de
-Ossorios y Escobares, Turienzos y Pimenteles, Benavides
-y Juncos, Gagos, Hormazas, Rojas, Pernías, Manriques...
-El íntimo vigor de estos recuerdos rehogaba con
-orgullosa lumbre las fantasías de la joven, cuando sus<span class="pagenum"><a name="Page_43" id="Page_43">[43]</a></span>
-ojos se posaron en el abierto muro, indemne a las cóleras
-de Witiza y Almanzor...</p>
-
-<p>Acostumbrada Florinda a escuchar de su padre los
-frecuentes relatos de sus aventuras infantiles por los
-arrabales de la capital, casi a tientas hallaría rumbo en
-el camino astorgano que cruzaba por primera vez.</p>
-
-<p>Allí a la izquierda, dejando atrás el rasgado cinturón
-de las fortificaciones, brota la viejísima Fuente Encalada,
-de tan henchido seno, que ni en su estiaje paró nunca
-de cantar con su rumor sonoro las penas y las glorias
-del país.</p>
-
-<p>Cunde el manantial en aquel punto desde los tiempos
-fabulosos, y le alberga un edificio notable, con armas,
-inscripciones y perfiles de varios siglos y grande pulcritud.
-Con abundancia sempiterna ha prodigado la Fuente
-sus fidelísimos dones, lo mismo a los <i>aureros</i> imperiales
-que a los devotos del <i>Camino francés</i> y a los trajineros
-maragatos... Vive apenas la memoria de los primeros
-poseídos por «la maldita sed de oro», que, bárbaros de
-codicia y de furor, vinieron de todos los confines de la
-tierra a enriquecerse en nuestras minas peninsulares: pasaron
-por aquí los explotadores de las <i>médulas</i> famosas,
-y también los cruzados, que en el siglo <span class="smcap">IX</span> abrieron desde
-Francia una difícil ruta para ofrecer homenaje en Compostela
-al cuerpo del Apóstol; se han borrado «la vía de
-la plata» y la de «los peregrinos» bajo la anchura de una
-carretera española del siglo <span class="smcap">XVIII</span>, en la cual la arriería
-se extingue impotente contra el raudo ferrocarril; pasaron
-y cayeron centurias y generaciones, cetros y coronas,
-y al través de las vidas caducas y de las cosas perecederas,
-esta fontana dió su latido fecundo y su perenne
-caricia a todos los sedientos del camino...</p>
-
-<p><i>Mariflor</i> tuvo sed al pasar por aquí. Despertóse en
-ella el recuerdo de los años que la fuente contó, rezadora
-y humilde en la mansa llanura de los «pueblos olvidados»,
-y quiso gustar del agua fiel; bebió ansiosa, obsesionada<span class="pagenum"><a name="Page_44" id="Page_44">[44]</a></span>
-por la inconsciente ilusión de saciarse en frescuras
-y deleites de eternidad.</p>
-
-<p>Al seguir el camino, en tanto que las otras maragatas
-parecían insensibles al paisaje y a las emociones, descubrió
-la moza a la derecha del manantial cierto prado
-muelle y jugoso hundido en el terreno; debía ser el
-lugar llamado <i>Era-Gudina</i>, donde el feudo del Marqués
-tuvo un estanque, una barca, una isleta y un bosque.</p>
-
-<p>A leyenda le supo a <i>Mariflor</i> el supuesto de que allí
-existiesen jamás esquife, lago y fronda; pero consultada la
-abuelita acerca de tales dudas, dijo con mucha fe que
-«en tiempo de los moros» aquel paraje se nombró <i>La
-Corona</i>, y era una hermosura de aguas corrientes, barquichuelos,
-árboles y flores...</p>
-
-<p>Cuando se borraron a extramuros de Astorga aquellas
-tenues sonrisas de la vegetación, extendióse la carretera
-sobre la llanura sin accidentes ni perfiles, en un horizonte
-a cuyo fin remoto se cerraban entre nubes las sierras
-de la Cepeda y los puertos bravos de Manzanal, Foncebadón
-y el Teleno. Si a la vera de un puebluco estancado
-algún castro ondulaba, todo su vestido consistía en bajos
-matorrales y encinas bordes.</p>
-
-<p>En este cuadro ascético se dibujó el relieve de las tres
-amazonas, largo rato, por la amplia carretera, y cuando
-ya tomaron otro rumbo al través de una calzada empedernida,
-la feniciente luz ablandó la dureza del paisaje,
-convirtiendo la línea fuerte y sobria en mancha rubia y
-dulce, en la cual se alejaron los senderos con misteriosa
-estela.</p>
-
-<p>Quedó entonces piadosamente velada la aridez del
-camino, que al aventurarse tierra adentro en ingratos recodos,
-hubiese mostrado a Florinda más de cerca su desolación;
-la santa beatitud del anochecer quiso desceñir
-su velo romántico sobre la tristeza del erial: una muselina
-blanca y rota se arrastraba por el campo en jirones
-de niebla, y la serenidad del cielo, pálidamente<span class="pagenum"><a name="Page_45" id="Page_45">[45]</a></span>
-azul, parecía remansar en la llanura con infinita mansedumbre.</p>
-
-<p><i>Mariflor</i>, cansada y soñolienta, aturdida por las emociones
-y los sentimientos, se dejó mecer, se dejó llevar
-entre aquellos cendales de sombras y de membranzas. El
-balanceo rítmico de la cabalgadura, algo semejante al de
-una embarcación en mar serena, y la plenitud del llano,
-sin orillas visibles, nubloso, insondable como un abismo,
-pusieron a la amazona en punto de soñar que iba embarcada
-hacia un quimérico país. Aquel vaivén de cuna,
-aquella ilusión de barco aventurero, tenían, para mayor
-halago, un cantar peregrino en el eco de dulcísimas frases
-lisonjeras que la moza guardaba en su corazón; de
-tan cordial tesoro iba ella urdiendo con diligente prisa
-futuros lances de amor y de felicidad, solemnes acontecimientos
-de bodas y placeres que parecían tener realización
-positiva y dichosa en la ardiente vida de una estrella,
-según lo que la niña se extasiaba, rostro al cielo, absorta
-y palpitante.</p>
-
-<p>Desde el divino espacio cayó de pronto a tierra la
-evagación de Florinda, porque una voz había dicho:</p>
-
-<p>&mdash;Ya llegamos...</p>
-
-<p>Entre el encaje de las sombras, cada vez más espeso,
-se agazapaban, abocetados, desvaídos, barruntos de una
-aldea muy pobre, a juzgar por los umbrales. Y a <i>Mariflor</i>
-le acometió de súbito una triste cobardía, en la cual
-se mezclaban las inquietudes con inexplicable acidez;
-aquella zambullida brusca en otro pueblo, en otra casa,
-entre personas desconocidas, rompiendo definitivamente
-todos los vínculos de su vida anterior, daba frío y espanto
-a la muchacha; en un instante recordó con lucidez
-lastimosa la dicha que perdió al otro lado de la llanura
-maragata, y sintióse tan pequeña, tan incapaz y débil
-ante el enigma de su nuevo camino, que anheló no
-llegar a Valdecruces y quedarse para siempre mecida en
-aquel mar firme y silencioso, de tierras y de sombras.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_46" id="Page_46">[46]</a></span></p>
-
-<p>Los dulcísimos ojos registraron el cielo con una mirada
-de angustia, pero ausente la luna veladora, esquivas
-las estrellas y pálido el celaje, el amplio dosel de la
-noche se mostró cerrado a la muda plegaria de la moza;
-hasta la estrellita ardiente donde ella prendió un momento
-antes la hoguera de sus ensueños, se había escondido,
-casquivana, detrás de un banco de nubes.</p>
-
-<p>Y estaba allí el pueblo maragato, inmoble y yacente
-en la penumbra, como un difunto; y ya la recua se detenía
-delante de una sombra más alongada y grave que
-las del contorno.</p>
-
-<p>Sonó el chirrido de una puerta, y dos mujeres avanzaron
-en un foco macilento de luz. Descabalgó Florinda,
-trémula y cobarde; sintióse agasajada por unos besos
-húmedos y fuertes, por unos brazos recios y acogedores.
-Ofrecían a la forastera este recibimiento cordial, Ramona,
-nuera y sobrina de la anciana, y Olaya, hija de aquélla,
-que con sus cuatro hermanos más pequeños constituyen
-hogar y familia cerca de la tía Dolores, protectora
-también de su nietecilla <i>Mariflor</i>.</p>
-
-<p>Ya estaban reposando los niños, Marinela, Pedro,
-Carmen y Tomás; y mientras Olaya hacía los honores a
-su prima con más cariño que garbo, Ramona y las otras
-dos viajeras se afanaban en descargar el equipaje. Fué la
-tarea tan minuciosa, que ya la noche había crecido mucho
-cuando logró acostarse <i>Mariflor</i>, rendida y enervada.</p>
-
-<p>A la luz vacilante del candil pudo la muchacha
-aprender que era su dormitorio el mejor de la casa, «el
-cuarto de respeto», donde solían posar los principales
-huéspedes; y al culminarse en el lecho altísimo y pomposo,
-oyó la voz humilde con que su prima la deseó
-buena noche, dejando la habitación oscura y cerrada, y
-advirtiendo:</p>
-
-<p>&mdash;Madre y yo dormimos dambas aquí cerca; no pases
-cuidado.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_47" id="Page_47">[47]</a></span></p>
-
-<p>Poco después sintió la muchacha crujir la corvadura
-de las vigas muy próximas a su cabeza; andaban pesadamente
-encima del aposento, hablando en voces cautelosas.
-Por debajo de aquel ruido perseguía a <i>Mariflor</i>
-entre penumbras de sueño y vislumbres de realidad, la
-expresión vaga y triste de un rostro ojizarco, que tan
-pronto era el de Terán como el de Olalla. De aquel
-semblante amigo no quedaron, al fin, más que los ojos
-delante de la moza; brillaban azules como las flores del
-aciano, como los ojos celtas de la maragata rubia, como
-los ojos pensativos del novelista viajero; una clara niebla,
-que fué espesándose, oscurecíalos poco a poco... ¿Era un
-velo de lágrimas?... ¿El cristal de unos lentes?... <i>Mariflor</i>
-se había dormido.</p>
-
-<p class="p2">Después de un sueño largo y juvenil, Florinda despierta
-y escucha: escucha la soledad y el silencio, porque
-todo a su alrededor parece abandonado y mudo.</p>
-
-<p>¿Qué hora será? Entra un rayo de sol por la ventanuca,
-tan alta y pequeña como la de un camarote; por allí
-se descubre un pedacito de cielo cuajado de luz. En la
-casa, grande y misteriosa, nadie pisa, nadie levanta la
-voz, ningún ruido se advierte, y fuera, en aquel espacio
-luminoso, abierto quizás al campo, a la calle o al corral,
-es la vida un secreto, sin duda, porque ni vuela un ave,
-ni canta un río, ni gime una carreta; los rumores aldeanos
-que Florinda conoce de otros pueblos, parecen extinguidos
-aquí. ¿Se habrá quedado ella sola en el mundo
-con el sol?</p>
-
-<p>Pasea por el cuarto los bellos ojos dormilones, un
-poco ensombrecidos de vaga pesadumbre: mira su equipaje
-desparramado en confusión de cajas y de ropas, y
-encima del baúl, cruzado todavía de cordeles, sus arreos
-de maragata, desceñidos la víspera con laxitud de sueño
-y de cansancio. Se asoman los zapatos por debajo de
-la colcha, muy escandaloso el escote y algo arrugada la<span class="pagenum"><a name="Page_48" id="Page_48">[48]</a></span>
-plantilla: parecen asustados, uno delante de otro, como
-si quisieran echar a correr; el bolsillo señoril, colgado
-del boliche de la cama, con la boca abierta, tiene un aire
-de expectación y de asombro, y la filigrana de corales,
-tendida al borde de un marco a la cabecera del lecho,
-corona la figura de una Virgen ancestral, bajo cuya traza
-primitiva dice, en letras muy grandes: <i>Nuestra Señora la
-Blanca</i>. Al volver los ojos hacia ella, hace Florinda maquinalmente
-la señal de la cruz. Luego prosigue su viaje
-curioso en torno al aposento: es reducido y bajo, con
-paredes combas, lamidas de cal, desnudo el tosco viguetaje
-del techo y pintado de amarillo, como la puerta
-y la ventana. Entre un recio arcón de interesante moldura
-y un mueble arcaico de alta cajonería, descuella el
-lecho, amplio y elevadísimo, duro de entrañas y abrumado
-de cobertores: luce colcha tejida a mano, floqueada,
-con muchos sobrepuestos, un poco macilenta de
-blancura, quizá por haber estado largo tiempo en desuso.
-Dos sillitas humildes parece que se agachan bajo la
-pesadumbre de los equipajes, y algunos clavos suben
-perdidos por las paredes, sosteniendo con negligencia
-varias cosas inútiles: un refajo roto, un cencerro mudo,
-una rosa mustia de papel... Ya no hay más utensilios ni
-más adornos en el nuevo camarín de <i>Mariflor</i>.</p>
-
-<p>Ella busca, solícita, un espejo, un lavabo, una alfombra,
-cualquiera blanda señal de compostura y deleite, y como
-nada encuentra parecido a lo que necesita, vuelve la
-atención a los recuerdos de su llegada, confusos entre
-las emociones del viaje y la sorpresa de este peregrino
-amanecer.</p>
-
-<p>Al cabo, como persiste en torno suyo un silencio de
-inmensidad, y el sol penetra al aposento por el angosto
-ventanillo, semejante a la lucera de un camarote, piensa
-la infeliz, acunada todavía en su memoria por el balanceo
-del mulo y las ilusiones de su navegación por la llanura,
-que su bajel ha encallado en una costa salvaje, en<span class="pagenum"><a name="Page_49" id="Page_49">[49]</a></span>
-una playa desierta... Pero no: la mar gime, reza, escupe,
-solloza; tiene lágrimas y voces y suspiros; es pasión y
-hermosura, es inquietud y poder, es dolor y gozo. Y
-aquí, ¡ni un acento, ni una palpitación, ni un indicio de
-que la vida cunda y vibre como en las olas varias de la
-mar!...</p>
-
-<p>Cuando empieza la niña a sentir ciertas ansiedades
-muy parecidas al miedo, un rumor oscuro, entre queja
-y gruñido, se percibe en la quietud silenciosa de la
-casa.</p>
-
-<p>&mdash;¡Abuela!&mdash;grita <i>Mariflor</i> con espanto.</p>
-
-<p>Nadie la responde.</p>
-
-<p>&mdash;¡Abuela!&mdash;repite, loca de terror. Y luego, despavorida,
-prorrumpe:</p>
-
-<p>&mdash;¡Olalla!</p>
-
-<p>Al punto, cautamente, se entreabre la maciza puerta
-y asoma el rostro, asombrado y grave, de Olalla Salvadores.</p>
-
-<p>Ante el resplandor bondadoso de aquellos ojos claros,
-Florinda se encalma, sonríe y confiesa:</p>
-
-<p>&mdash;Tuve miedo; creí que estaba sola en Valdecruces,
-y después oí una especie de quejido como una voz del
-otro mundo.</p>
-
-<p>&mdash;El gato, que miagó&mdash;dice la moza, admirada de los
-temores de su prima. Y penetrando en el aposento, le
-ofrece el desayuno y le pregunta, con mucha cortesía,
-cómo ha pasado la noche.</p>
-
-<p>&mdash;Demasiado bien; de un tirón&mdash;responde la dormilona,
-escandalizándose al saber que son las nueve,
-que su abuela y su tía andan ya de trajín fuera de
-casa, y que los niños se fueron a la escuela muy temprano.</p>
-
-<p>Mientras se viste <i>Mariflor</i>, explica Olalla que la escuela
-está a tres kilómetros, en Piedralbina, y también
-el médico y el boticario. Los rapaces llevan la comida
-en una fardela, y no vuelven hasta las seis.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_50" id="Page_50">[50]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¿Y en el invierno?&mdash;interroga Florinda.</p>
-
-<p>Lo mismo: salen de noche y tornan de noche; algunas
-veces, Tomasín, no va.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cuántos años tiene?</p>
-
-<p>&mdash;Cinco; pero está mayo y robusto.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pobre!, ¡dará lástima verle por esas llanadas!</p>
-
-<p>&mdash;Más se fatiga Marinela.</p>
-
-<p>&mdash;Sí; ya sé que está un poco débil. ¿Cómo la dejáis
-ir?</p>
-
-<p>&mdash;Aquí se aborrece, se pone triste, llora... Y como
-tanto gusta de bordar y hacer labores finas, y la maestra
-la quiere mucho, madre consiente.</p>
-
-<p>&mdash;Y el médico, ¿qué dice?</p>
-
-<p>Olalla se encoge de hombros.</p>
-
-<p>&mdash;Dice&mdash;murmura&mdash;que son males de la edad. Pero
-para mí la pobre está entrepechada.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo?</p>
-
-<p>&mdash;Picada de la tisis, igual que mi padre, igual que tantos
-de la familia...</p>
-
-<p>&mdash;¡Calla, mujer!</p>
-
-<p>A medio ceñir el pesado manteo en torno a la cintura,
-<i>Mariflor</i> finge que busca alguna cosa, se mira las
-manos lentamente, con mucho interés, y al fin balbuce
-en imprevisto ruego:</p>
-
-<p>&mdash;¡Quisiera lavarme!</p>
-
-<p>Olalla, que tiene fija la mirada en una siniestra meditación,
-se turba, enrojece, y luego de reflexionar,
-afirma:</p>
-
-<p>&mdash;Te traeré ahora mismo un cacho con agua.</p>
-
-<p>&mdash;No, yo voy por él; enséñame dónde hallaré lo que
-necesite.</p>
-
-<p>Porfían azoradas al lado de la puerta con empeño un
-poco artificioso, y ya traspasado el umbral, repara Florinda
-en su media desnudez, y pregunta:</p>
-
-<p>&mdash;¿Estamos solas?</p>
-
-<p>&mdash;Solas; yo anduve a modín para no despertarte.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_51" id="Page_51">[51]</a></span></p>
-
-<p>Desaparece Olalla pisando quedo, como si todavía
-alguien durmiese; y la forastera, abocada al corredor,
-cruza los brazos desnudos para abrigarse contra un frío
-sutil que desde la oscuridad la acosa. De pronto, allí a
-sus pies, en la masa de sombra y de silencio, el gruñido
-y la queja que antes alarmaron a la niña, se juntan y
-emergen en una voz que parece humana, que se desgañe
-y evoca, igual que la de una criatura.</p>
-
-<p>Florinda retrocede, presa otra vez de irreflexivo espanto,
-y para distraer sus complejas inquietudes, remueve
-el equipaje, trastea y alborota, hasta que vuelve
-su prima trayendo agua en un lebrillo y colgando en el
-hombro una toalla de áspera urdimbre, dorada por los
-años, olorosa a romero.</p>
-
-<p>Perpleja <i>Mariflor</i> ante aquel rudimentario servicio,
-aplaza el lavatorio y pide ayuda para abrir el baúl; pero
-Olalla no necesita más que de sus recios brazos para
-darle vueltas y dejarle desligado y útil, con la tapa cómodamente
-sostenida en la pared. Inclínanse las dos
-mozas sobre las túmidas entrañas del cofre, y la viajera
-desliza su mano en el fondo, revuelve, palpa atinadora
-y sonríe levantando en el puño una cosa menuda y suave
-que acerca a la nariz de Olalla.</p>
-
-<p>&mdash;¿Huele bien?&mdash;pregunta.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah, jabón!... Yo también tuve una pastilla...</p>
-
-<p>A juzgar por la expresión lejana de los ojos azules,
-se pierden en un pasado remoto el aroma y la suavidad
-de la pastilla que tuvo la maragata.</p>
-
-<p>&mdash;Ve sacándolo todo&mdash;dice la prima con gracia más
-ligera y alegre&mdash;; después que yo me lave lo arreglaremos
-juntas y te daré algunos regalitos para ti y para los
-nenes.</p>
-
-<p>En tanto que Florinda se chapuza con fruición, Olalla
-va cogiendo las prendas del baúl y colocándolas encima
-del lecho, tibio todavía y desdoblado. Se mueve la
-joven con mucha calma y trata con esmero aquellas cosas<span class="pagenum"><a name="Page_52" id="Page_52">[52]</a></span>
-sutiles de la forastera, pero no se detiene a contemplarlas
-con excesiva curiosidad.</p>
-
-<p>Casi todo el lujo del pequeño equipaje consiste en
-ropa interior; camisas y pantalones con lazos, sin estrenar,
-con papeles de colores que crujen, sedosos, bajo
-los encajes, como en los equipos de las novias burguesas:
-medias caladas, pañolitos bordados y menudos, enaguas
-finas, dos peinadores de manga corta, dos blusas áureas,
-elegantes, y un solo vestido de luto, modesto, falda y
-cuerpo ajustado, sin adornos. Algunos estuches con bagatelas
-casi infantiles, algunas cajas con enseres de costura,
-libros, retratos, envoltorios frágiles y una bolsa
-blanca, con puntillas, de cuya boca abierta acaba de
-salir el perfumado jabón.</p>
-
-<p>&mdash;Aquí lo tienes todo&mdash;dice Olalla, mientras Florinda
-duda cómo acabará de vestirse, temiendo estropear el
-lujoso pañuelo de su traje de fiesta.</p>
-
-<p>Tras una breve indecisión, que le es habitual, ofrece
-la prima buscarle otro; sirve para diario y ella no le usa.
-Pero debe ser muy difícil hallarle, porque cuando vuelve
-con él, ya <i>Mariflor</i> se ha peinado y ha puesto en orden
-el dormitorio.</p>
-
-<p>&mdash;Hay uno de cerras, pero no le encuentro&mdash;dice
-Olalla, desplegando un pañuelo pajizo, de muselina, con
-orla estampada en vivos colores.</p>
-
-<p>&mdash;Es precioso; ¿por qué no le pones tú?</p>
-
-<p>&mdash;Entre semana, está bueno éste&mdash;sonríe la moza,
-señalando el suyo de percal, también con florida
-guirnalda&mdash;. Y en la cabeza, ¿no llevas uno?&mdash;interroga.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah, no le quiero... no me gusta!&mdash;responde Florinda
-con tales bríos, que se avergüenza al punto, y disimula
-su turbación poniendo en las manos de Olalla unos
-envoltorios, a medida que dice:</p>
-
-<p>&mdash;Para Pedro un libro, para Marinela un costurero,
-para Carmen una muñeca y para Tomasín un trompo...</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_53" id="Page_53">[53]</a></span></p>
-
-<p>Busca algo en el bolsillo colgado de la cama, y con
-cierta emoción, concluye:</p>
-
-<p>&mdash;Para ti mi reloj; toma.</p>
-
-<p>Sentóse la favorecida ofreciendo lugar en el regazo a
-los paquetes, y puso en la palma de su mano morena el
-relojito de oro y acero, chiquitín, lustroso y palpitante;
-le acercó al oído, rió con expresión de niña, dulcificando
-la gravedad un poco triste de su semblante, y por
-todo comentario dijo:</p>
-
-<p>&mdash;¡Tan pequeño y anda!</p>
-
-<p>Después miró a su prima suavemente, lamentando:</p>
-
-<p>&mdash;¡Te vas a quedar sin él!</p>
-
-<p>&mdash;Tengo el de mamá, ¿sabes?... Está parado, pero me
-sirve de recuerdo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Se ha roto?</p>
-
-<p>&mdash;No; mi padre quiso tenerle en la hora que ella murió:
-las tres de la tarde.</p>
-
-<p>&mdash;¡La hora del Señor!&mdash;balbuce Olalla estremecida&mdash;.
-Y con el respeto y la ternura que en Maragatería se consagra
-a los muertos, bendice al uso del país la memoria
-evocada, pronunciando ferviente:</p>
-
-<p>&mdash;¡Biendichosa!</p>
-
-<p>Una ráfaga de tristeza suspende el íntimo coloquio y
-flota en la humedad de las pupilas, que se inclinan al
-suelo apesaradas; la muñeca de Carmen, rompiendo el
-papel que la envuelve, muestra un brazo rígido, vestido
-de rojo, en trágica actitud; en la rústica mano de Olalla
-Salvadores, el pulido reloj suena indiferente: <i>tic-tac</i>,
-<i>tic-tac</i>...</p>
-
-<p>Y aquel hálito sonoro y maquinal, aquel firme latido de
-un industrioso corazón de acero, lleva extrañamente a
-las dos muchachas a escuchar el pulso acelerado de los
-propios corazones, buenos y juveniles, regados por una
-misma sangre generosa.</p>
-
-<p>Alzase Olalla con ímpetu raro en su naturaleza esquiva
-y grave, y las dos mozas se miran en los ojos; los de<span class="pagenum"><a name="Page_54" id="Page_54">[54]</a></span>
-Florinda, profundos, inquietantes, de color de miel y de
-café tostado, en vano provocan una confidencia trascendente
-con las aguas serenas y tristes de los ojos azules;
-pero el impulso cordial prevalece por debajo del vuelo
-de las almas y un pacto de amor se firma con el estallido
-de un largo beso.</p>
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-054.jpg" width="300" height="329"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_55" id="Page_55">[55]</a></span></p>
-
-<div class="chapter">
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-005.jpg" width="400" height="153"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<h2>V<br /><br />
-<span class="pch">VALDECRUCES</span></h2>
-
-<div>
- <img class="dc1" src="images/da.jpg" width="200" height="198" alt=""/>
-</div>
-<p class="dc13">ALENTADA <i>Mariflor</i> después de tan
-gentil alianza, se despierta con
-alegres ánimos a las realidades
-de la vida y quiere verlo todo,
-registrar su nuevo albergue, asomarse
-a Valdecruces.</p>
-
-<p>Aunque pone el pie con alguna
-medrosa inseguridad en el
-corredor oscuro, camina sonriente,
-como jugando «a la gallina ciega», palpando la
-pared con una mano y asiéndose con la otra al vestido
-de su prima.</p>
-
-<p>&mdash;Avísame; no veo nada&mdash;murmura&mdash;. ¿Hay que bajar?...
-¿Hay que subir?... ¡Avísame!</p>
-
-<p>&mdash;Hasta que te acostumbres. Yo atino por todos los
-rincones a cierra ojos... Ahora sube un pasal... otro... sigue
-subiendo... ¡ya se ve luz!</p>
-
-<p>La rendija de una puerta proyectó en los altos escalones
-una raya de tenue claridad; chirrió una llave, gimieron<span class="pagenum"><a name="Page_56" id="Page_56">[56]</a></span>
-unas bisagras y hallóse Florinda a pleno sol, deslumbrada
-por el torrente de resplandores esparcidos en la
-salita con anchura, mediante los dos amplios huecos de
-la solana.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué alegre, qué alegre!&mdash;gritó la forastera con encanto&mdash;.
-¿Y qué se ve por aquí?&mdash;añadió lanzándose curiosa
-al colgadizo.</p>
-
-<p>De pronto no vió nada. La luz cruda y fuerte esfumaba
-el paisaje como una niebla. Después, dando sombra
-a los ojos con las dos manos, vió surgir débilmente el
-diseño barroso del humilde caserío, techado con haces
-secas de paja amortecida, confundiéndose con la tierra
-en un mismo color, agachándose como si el peso de la
-macilenta cobertura le hiciese caer de hinojos a pedir
-gracia o misericordia. En aquella actitud de sumisión y
-pesadumbre, las casucas agobiadas, reverentes, exhalaban
-un humo blanco y fino que parecía el incienso de
-sus votos y oraciones.</p>
-
-<p><i>Mariflor</i>, admirada por la novedad de aquel espectáculo,
-imaginado muchas veces al través de referencias
-y lecturas, exclamó conmovida:</p>
-
-<p>&mdash;¡Valdecruces!... ¡Parece un Nacimiento! Y la iglesia
-¿dónde está?&mdash;preguntó.</p>
-
-<p>&mdash;Allende. ¿Ves esta hila de casas? Pues en acabando
-la ringuilinera, ¿ves un chipitel con una cruz?... Eiquí.</p>
-
-<p>&mdash;¿Aquéllo?&mdash;lamentó la exploradora con desilusión.</p>
-
-<p>&mdash;La techumbre es de teja&mdash;ponderó Olalla&mdash;y por
-dentro nuestra parroquia es mejor que la de Piedralbina,
-es tan buena como la de Valdespino; hay un Resucitado
-muy precioso y la Virgen tiene la cara de
-marfil.</p>
-
-<p>&mdash;Pero la torre se va a caer, es monstruosa; un montón
-informe y la cruz ladeada, ¡qué cosa más singular!</p>
-
-<p>&mdash;¡Si lo que tú dices&mdash;protestó Olalla riendo&mdash;es el
-nido de la cigüeña!</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah, el nido!... Un nido enorme, ¿verdad?... Un nido<span class="pagenum"><a name="Page_57" id="Page_57">[57]</a></span>
-tremendo... ¡Qué ganas tenía de verle!... Mi padre no me
-había dicho que le tuvierais aquí.</p>
-
-<p>&mdash;Yera de Lagobia, pero el año de la truena se les
-cayó la torre, y cuando los pájaros volvieron portaron el
-nido a Valdecruces.</p>
-
-<p>&mdash;¿Ellos?... ¿Ellos solos?</p>
-
-<p>&mdash;Solicos empezaron, pero la gente les dió ayuda. De
-primeras el nido no era tan grande, nada más lo justo
-para gurar la pájara; después, cada año atropan dello y
-ya tanto pesa que hubo de caerse.</p>
-
-<p>&mdash;¿Entonces?...</p>
-
-<p>&mdash;El señor cura, el tío <i>Chosco</i> y el tío Rosendín le
-apuntalaron.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah, qué bien! Y ahora ¿hay crías?</p>
-
-<p>&mdash;Todavía no está gurona la cigüeña: saca los hijuelos
-allá para el mes de junio... ¡Mira, mira el macho!</p>
-
-<p>Un ave zancuda y blanca, con las puntas de las alas
-negras, largo el cuello, las patas y el pico rojos, pasó
-crotorante y magnífica, con alado rumbo hacia la torre.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué mansa! ¿Ves? Casi tocó el alar&mdash;dijo Olalla,
-devota.</p>
-
-<p>Y <i>Mariflor</i> quedóse atenta y muda ante el ave sagrada
-para los labradores de Castilla, el ave tutelar de los
-sembrados, la reina de los aires campesinos en la madre
-llanura de la patria.</p>
-
-<p>&mdash;Iré a visitar el nido regio&mdash;murmuró ferviente&mdash;.
-Luego lanzó la vista al horizonte inflamado de luz, llano
-y calmoso, semejante a una extensa bahía que se adormeciese
-inmóvil y sin respiración en el estío.</p>
-
-<p>Olalla advirtió:</p>
-
-<p>&mdash;Embajo está el huerto.</p>
-
-<p>&mdash;¿Hay flores?</p>
-
-<p>&mdash;De agavanzo y de tomillana, y dos rosales nuevos
-con ruchos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Bajamos?</p>
-
-<p>&mdash;¿No quieres ver primero el palomar?</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_58" id="Page_58">[58]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Sí, sí; ya lo creo.</p>
-
-<p>Ocupaba el carasol la fachada entera del edificio: tenía
-el suelo jiboso y crujiente, como todo el piso alto de la
-casa, trémulo el carcomido barandaje y cobijadores los
-aleros, donde anidaban golondrinas; algunas prendas lacias
-de ropa pendían a lo largo de él, y decoraban sus
-agrietados muros sendos manojos de hierbas medicinales
-puestas a secar y «espigos» de legumbres envueltos,
-con mucha cautela, para que la simiente en sazón quedase
-recogida.</p>
-
-<p>Todos estos detalles sorprendieron los ojos inquiridores
-que, después, se posaron con cierta ansiedad en la
-saluca.</p>
-
-<p>La cual era espaciosa, baja de techo, con rudo viguetaje
-pintado de amarillo, igual que el camarín de <i>Mariflor</i>;
-las paredes, de anémica palidez, se hundían en
-muchos sitios, entre mal blanquete y hondas arrugas,
-como la faz de viejas presuntuosas en las ciudades festivas.
-Un sofá de anea con almohadones de satén, floreados
-y henchidos, se extendía en el testero principal, y,
-encima, elevado y turbio, inclinábase un espejito, con el
-alinde picado y el marco negro, en reverencia inútil
-ante una visita que jamás llegaba; alrededor de aquella
-luna triste y a lo largo de las otras paredes, sendos cromos
-con patética historia memoraban la vida de una
-santa mártir, moza y gentil; fotografías pálidas, casi incognoscibles,
-prisioneras en listones de un dorado remoto,
-ceñidas por cristales heridos, trepaban en desordenada
-ascensión, en una verdadera república de colgajos,
-desde las decoraciones viejas de almanaques y el ramo
-seco de laurel, hasta las pieles corderinas abiertas en
-cruz, a medio curtir. Entre las sillas, muy numerosas,
-juntas y apretadas en hilera como aguerrida hueste, delataban,
-algunas, otros tiempos de más prosperidad para
-la familia Salvadores: aquellas de <i>reps</i> y de caoba con el
-pelote del asiento mal contenido por desmañadas costuras,<span class="pagenum"><a name="Page_59" id="Page_59">[59]</a></span>
-con la color verde convertida en marchitez dorada,
-como el follaje de otoño; aquellos dos sillones de gutapercha,
-despellejados y hundidos, con respaldares profundos
-y solícitos brazos; la clásica consola y el amigable
-velador, cuentan las abundancias de unos desposorios
-en que la abuela y su primo Juan unieron con sus manos
-las más pudientes fortunas de Valdecruces, en gran porción
-de «arrotos» y centenales, «cortinas» y recuas...</p>
-
-<p>En estas reflexiones se para <i>Mariflor</i>, que por su
-aguda sensibilidad tiene el privilegio exquisito y amargo
-de evocar y sufrir el fuyente roce de las cosas, prestándoles
-la ternura de su propio sentimiento.</p>
-
-<p>Inconsciente de este raro don, que preside las existencias
-escogidas con la facultad doble de gozar y padecer
-en grado sumo, la muchacha reconstruye en un momento
-la dura cuesta de dolores por la cual los años, los hijos
-y la miseria torva del país, han derrumbado casa y heredad
-en torno de la abuela envejecida. Y una lástima
-aguda empaña aquellos ojos, aún sonrientes a la orgía de
-luz cuajada en el páramo.</p>
-
-<p>&mdash;La vida de Santa Genoveva, ¿la sabes?&mdash;dice Olalla
-con beatitud, señalando los historiados cromos que circundan
-las paredes&mdash;. Y viendo que la prima no da señales
-de conocer el ejemplar relato, apunta sobre una imagen
-de pergeño bravío, y añade con edificadora gracia:</p>
-
-<p>&mdash;Este era el traidor Golo... Aquí&mdash;indica en otro cuadro&mdash;está
-la cierva que criaba en el desierto al niño...</p>
-
-<p>El dedo bronceado va posándose en cada cristal empañecido
-y roto, y se detiene a lo largo de una incisión
-más hundida y más negra, mientras la voz enunciadora
-prorrumpe:</p>
-
-<p>&mdash;Están los vidrios llenos de sedaduras... ¡Los rapaces
-acaban con todo!</p>
-
-<p>&mdash;Vamos, vamos a ver las palomas&mdash;pide Florinda
-con impaciente actitud&mdash;. Pero Olalla la detiene sin prisa
-ninguna:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_60" id="Page_60">[60]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¡Ah, fíjate! Estas flores las hizo Marinela...</p>
-
-<p>Las dos primas, altos los ojos y entreabiertos los labios,
-contemplan con aire estúpido una malla colgante
-del techo, labrada a punto de aguja y teñida de bermellón,
-toda ornada de trapos vistosos que la maestra de
-Piedralbina ha bautizado con el remoquete ideal de
-«flores».</p>
-
-<p>&mdash;Muy bien&mdash;murmura la forastera, sonriendo generosamente.</p>
-
-<p>Todavía, antes de salir, Olalla abre una puerta primero
-y otra después, frente al carasol, para mostrar a su
-prima dos habitaciones pequeñas, llenas de trastos, sin
-ventanas ni lechos.</p>
-
-<p>&mdash;Mira qué atropos&mdash;alude señalando los fardeles,
-seras y alforjas, en abandonada confusión&mdash;. ¡Todo
-quedó sin arreglar anoche!</p>
-
-<p>Y a Florinda le parece descubrir en aquellas palabras
-un aire brusco, de tedio y de cansancio.</p>
-
-<p>&mdash;Ahora seremos dos a trajinar en casa&mdash;responde
-afable.</p>
-
-<p>&mdash;¿En casa...? Yo aquí no subo nunca; tengo otras cosas
-que hacer.</p>
-
-<p>&mdash;Pero no sales al campo&mdash;dice <i>Mariflor</i> inquieta, a
-pesar del convencimiento que tiene en lo que afirma.</p>
-
-<p>&mdash;¿No es campo el caz de agua donde se lava la ropa,
-y el huerto de las legumbres, y la cortina de los panes de
-trigo...?</p>
-
-<p>Olalla enumera los diferentes campos de sus labores
-con cierto calor impropio de su palabra cantarina y premiosa,
-pero sin asomo de reproche o lamento, y aun con
-vaga sonrisa de orgullo y fortaleza.</p>
-
-<p>&mdash;Hay que coser; hay que guisar&mdash;sigue diciendo enfática,
-engreída en los altos deberes de su destino.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y la <i>Chosca</i>?&mdash;pregunta <i>Mariflor</i> con desolado
-acento&mdash;,¿Qué hace, entonces?</p>
-
-<p>&mdash;Servir a las caballerías, mujer, y a los bueyes; andar<span class="pagenum"><a name="Page_61" id="Page_61">[61]</a></span>
-a las aradas con las obreras y con mi madre; atropar la
-leña de más fuste...</p>
-
-<p>&mdash;¿También tu madre...?</p>
-
-<p>&mdash;Agora sí&mdash;responde Olalla con imperceptible amargura.</p>
-
-<p>Se han quedado las dos mozas en la última de las habitaciones,
-frente al vano del colgadizo, que extiende en
-la salita un esplendoroso tapiz de sol. Con el aire tibio,
-levemente impregnado en aromas de huertos, humo de
-hogares y vahos de pesebres, entra el hondo silencio de
-la aldea hasta el rincón donde Olalla y Florinda enmudecen
-de pronto, atónitas y mustias, entre mochilas y
-zurrones, enjalmas y capachos...</p>
-
-<p>Así las sorprende una cadencia ronca y triste, repetida
-a lento compás como un latido que sonara a pena.</p>
-
-<p>&mdash;Son las palomas que arrullan&mdash;dice Olalla, levantando
-los ojos.</p>
-
-<p>&mdash;Llévame donde estén&mdash;repite Florinda, hablando
-quedo, como si temiese turbar con sus palabras el
-arrullo.</p>
-
-<p>La toma su prima por la mano, y en saliendo al corredor
-cierra la puerta de modo que la más profunda oscuridad
-envuelve los pasos de las dos maragatas. Hácense
-otra vez torpes los de Florinda.</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué cierras?&mdash;murmura&mdash;. No tenemos ni una
-chispa de luz.</p>
-
-<p>&mdash;Es que el gato entra al carasol y escarrama las simientes.</p>
-
-<p>Como si quisiera protestar del mal propósito que la
-joven le atribuye, el animal guaya en la sombra, lastimero
-y humilde.</p>
-
-<p>&mdash;¡Micho...! ¡Micho&mdash;ordena Olalla varias veces, espantándole.</p>
-
-<p>Palpando de nuevo en las tinieblas, dan las niñas en
-unos gemidores peldaños, muy hostiles y maltrechos y
-llegan al desván, oscuro y ruinoso, lleno de bálago resbaladizo.<span class="pagenum"><a name="Page_62" id="Page_62">[62]</a></span>
-Una pared de madera y una puertecilla, resquebrajadas,
-transfloran dorado resplandor, dividiendo
-en dos mitades el local: allí, al otro lado de la medianería,
-donde irradia la luz, suena el arrullo.</p>
-
-<p>Con suave remezón del maderaje, abre Olalla la palomera,
-y de pronto Florinda no ve más que la luz, igual
-que le sucedió poco antes en el colgadizo. Recorta el
-alto ventanal un pedazo de cielo que se convierte en un
-chorro de sol dentro del libre refugio de las palomas:
-blandos nidales, al arrimo de los adobes, cobijan a las
-hembras en gestación y a los polluelos temblorosos; y
-desde cada nido ocupado, entre esponjadas plumas, se
-vuelven los ojitos de las aves a mirar con recelo en torno
-suyo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué preciosas!... ¡Cuántas!... ¡Y no huyen!&mdash;exclama
-con embeleso <i>Mariflor</i>.</p>
-
-<p>&mdash;Son medrosicas, pero no se asedan&mdash;dice Olalla,
-prodigando, graciosa, una caricia a cada nidal&mdash;. Y como
-su prima quiere ver los pichones en la mano, toma dos
-chiquitines bajo las alas de la madre y se los ofrece. Ella
-los acoge en el delantal, por temor a que se lastimen entre
-los dedos, y también porque la retrae de tocarlos un
-escrúpulo repentino.</p>
-
-<p>&mdash;En guarrapas son feucos&mdash;pronuncia Olalla sonriente;
-y antes de volverlos junto a la azorada paloma, los
-besa y los guarda entre las dos manos un instante, encima
-de su corazón, con dulce gesto maternal. Del regazo
-de una hembra febril, levanta después un huevecillo cálido
-y terso, y se lo acerca a <i>Mariflor</i>, anunciando ponderativa:</p>
-
-<p>&mdash;¡Ponen dos todos los meses!</p>
-
-<p>&mdash;Tendréis un bando muy numeroso.</p>
-
-<p>&mdash;¡Quiá, mujer! Se mueren muchas en la invernada,
-con el frío y la nieve, y los pichones más llocidos los
-vendemos para el mercado de Astorga y de León.</p>
-
-<p>&mdash;¿No te da lástima?</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_63" id="Page_63">[63]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¡Como son para eso!</p>
-
-<p>Florinda se aturde ante la respuesta razonable y fría,
-que del reciente beso y el impulso cordial borra la impresión
-de ternura y oscurece con raro misterio el alma
-de la campesina doncella.</p>
-
-<p>El cariñoso halago al borde del nido dejó adherida
-una pluma sutil en el jubón de Olalla: ¿nada más que
-esta huella deleznable habrá marcado la amorosa caricia
-sobre aquel macizo pecho de mujer?... ¿Nada más?</p>
-
-<p>Lo duda <i>Mariflor</i> mientras, acuciosa, estudia aquel
-semblante moreno y gracioso que cierra a toda asechanza
-de íntima curiosidad los secretos de un corazón femenino:
-sellado con una placidez austera, ecuánime y dulce,
-un poco triste, el rostro de Olalla Salvadores es un
-enigma, la noble máscara de unos sentimientos absolutamente
-ignorados y silenciosos.</p>
-
-<p>Al contemplarla su prima interrogadora, ella dice
-amable:</p>
-
-<p>&mdash;Voy a llamar a todo el bando.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cuántas parejas tienes?</p>
-
-<p>&mdash;Treinta y tres; aquí dentro no hay ni la mitad.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y son todas de la misma casta?</p>
-
-<p>&mdash;Abundan las palomariegas; pero téngolas también
-de monjil, calzadas, moñudas, reales, tripolinas...</p>
-
-<p>De un arcón pequeño, separado del piso por toscos
-bastidores, vierte la moza en su delantal una porción de
-cebada y sube ágilmente hasta la tronera, apoyando los
-pies en las quebraduras del muro: acodada en los umbrales,
-lanza desde allí con voz atrayente y melosa el familiar
-reclamo:</p>
-
-<p>&mdash;Zura, zura... zurita...</p>
-
-<p>Se remecen los nidos en el palomar, y fuera, un lozano
-batir de alas azota la luz; en parejas veloces acude el
-bando entero a picar en las manos de la muchacha: hay
-palomas con rizos; las hay con toca, con moño, con espuelas;
-las hay grises, verdosas, azuladas plomizas; algunas<span class="pagenum"><a name="Page_64" id="Page_64">[64]</a></span>
-lucen el collar blanco, otras el pico de oro, otras las
-patas de luto; aquellas los reflejos metálicos en la pechuga,
-en las alas, en las plumitas del colodrillo. Todas las
-distintas variedades son domésticas, aclimatadas al campo
-mediante cruces con las castas silvestres y tributo de
-crecida mortandad en los bravos inviernos.</p>
-
-<p>Rozando las mejillas de la joven, las madres anidadas
-salieron a comer; ella hace en la ventana un sitio para
-que se asomen los ojos de <i>Mariflor</i>, y enumera y define
-la variedad del bando, junto en apretado racimo de codicias
-y de temblores.</p>
-
-<p>Ha trepado la niña forastera hasta descubrir la techumbre
-muelle y sinuosa donde las aves, en montón,
-arrullan y solicitan el sustento. Pero la prima Olalla,
-más complaciente aún, discurre:</p>
-
-<p>&mdash;Te las voy a mandar todas a la palomera.</p>
-
-<p>Y arroja, sonoro, el contenido de su delantal dentro
-de la estancia.</p>
-
-<p>Entonces una impaciente agitación de vuelos lánzase
-a la ventanuca desde el techado humilde, entre el pecho
-de Olalla y la cabeza de Florinda. Salta al suelo la
-joven para ver más de cerca a las palomas, y ellas la
-miran extrañadas, de medio lado, con un ojo nada más,
-mientras que alas y picos sacuden en el aire y en el tillado
-raudas notas de instinto y de pasión, sorda y ávida
-música de picotazos, aleteos y arrullos, donde la voracidad
-y los amores cantan con gráficos acentos sus leyes
-y sus prerrogativas: las hembras, que en el nido padecen
-sagrada calentura maternal, han bajado en volandas
-sus pichones al ruedo y les incitan a comer, disputando
-la ración a las glotonas más tímidas; muéstranse
-los machos galantes y los padres solícitos, se colman los
-buches, se aquieta el tropel, y Florinda, saturada del
-perfume bravío que exhala el palomar, seducida por los
-iris de las plumas, agitada por las palpitaciones de las
-aves, ebria de sol y de placer, siente con ardorosa plenitud<span class="pagenum"><a name="Page_65" id="Page_65">[65]</a></span>
-la belleza potente de aquella vida cándida y salvaje,
-libre y fecunda, que ahora despliega el vuelo alto
-y feliz, en parejas de amor, por el llano luminoso y sin
-tasa, nuncio de lo infinito...</p>
-
-<p>En pos de las palomas, los deslumbrados ojos de Florinda
-tropiezan con la figura intrépida de Olalla, exaltada
-allí en la cumbre del palomar, en el foco de la cruda
-luz, con el sereno perfil de realce sobre el índigo raso
-de las nubes: despide la muchacha al bando con mimosa
-delicia; le riñe y le aconseja con familiares voces; su
-acento casi infantil, truncado y leve en aquel íntimo soliloquio,
-se aduna con los arrullos de las fugitivas y se
-pierde en el aire manso, que al roce de las alas se hace
-sonoro; el pañizuelo de la cabeza, caído a la espalda,
-descubre un rodete rubio, apretado y firme, rutilante
-sobre la nuca morena, como una corona de sol encima
-del trigo segal; mírase el cielo en los claros ojos, de un
-azul más profundo en esta hora; las rosas aldeanas en
-las mejillas arden con calor juvenil; la melada tez luce
-su fino vello de sabrosa fruta y muestran los labios,
-mórbidos y abiertos, unos dientes, duros, iguales, blanquísimos.</p>
-
-<p>Toda la figura de la joven, propicia al atavío regional,
-señora del paraje romancesco, sublimada por la fortaleza
-del sol, se yergue bellísima y extraña, con la silvestre
-dulzura de una roja flor de sangre y de salud, con el donaire
-rústico de la fuerte amapola, espontánea sonrisa
-del erial.</p>
-
-<p>Atónita <i>Mariflor</i>, cual si de pronto viera a su prima
-convertirse en otra mujer, sólo recordaba de sus recientes
-emociones la que incendió el copo de pluma dejando
-en el jubón de Olalla la estela de singular caricia.</p>
-
-<p>Un toque gemebundo y cansado resonó en el palomar
-desde las profundidades del edificio, y al romper el
-silencio estremeció a la moza ensalzada en la ventanuca.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_66" id="Page_66">[66]</a></span></p>
-
-<p>Cuando Olalla saltó diligente junto a su prima, parecía
-que hubiese perdido en un segundo el trono sublime
-de la belleza: en el lago azul de sus ojos ninguna expresión
-grande navegaba, un leve azoramiento físico rizaba
-apenas en las pupilas el sereno cristal; y en la plebeya
-boca, el gesto brusco y la placidez ausente daban
-aire de abandono y hastío a la maragata rubia. Quizá
-era su porte demasiado recio y su cara harto redonda;
-tal vez los pies y las manos fuesen muy varoniles... El
-copo de pluma había desaparecido de su jubón.</p>
-
-<p>&mdash;No te pongas el pañuelo&mdash;suplicó Florinda, viéndole
-hacer un vivo ademán para cubrirse la cabeza.
-Y Olalla, realizando su propósito sin replicar, lamentóse:</p>
-
-<p>&mdash;¡Las diez sonaron; tendré asurada la olla y la lumbre
-muerta!...</p>
-
-<p>Detrás de la débil puertecilla quedábanse la luz y los
-arrullos, el aroma agreste de los tálamos, la pura libertad
-de las alas, y <i>Mariflor</i>, a tiendas por los oscuros
-escalones, apretaba la mano de su prima, repitiendo:</p>
-
-<p>&mdash;¡Tienes unas trenzas tan hermosas!... ¿Por qué no
-las quieres lucir?</p>
-
-<p>&mdash;No se usa.</p>
-
-<p>&mdash;Ponemos esa moda tú y yo.</p>
-
-<p>&mdash;Para ti es diferente...</p>
-
-<p>&mdash;Estás mucho más guapa sin pañuelo.</p>
-
-<p>Se adensaba la oscuridad delante de sus pasos, como
-si la noche subiera del fondo de la casa, y un hálito frío
-sobrecogió a Florinda, recién bañada en sol.</p>
-
-<p>Por los penumbrosos corredores del piso bajo hicieron
-las dos mozas rumbo a la cocina, grande y poco
-alumbrada, con el llar humillado y el suelo de tierra;
-taburetes de roble, escaño vetusto, ahumados vasares,
-mesa «perezosa» y espetera profusa, decoraban la habitación:
-pendiente de las <i>abregancias</i>, a plomo sobre el
-llar, esplendía una caldera enorme.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_67" id="Page_67">[67]</a></span></p>
-
-<p>Como Olalla se abismase de hinojos, hurgando la lumbre,
-soplando en la ceniza y sacudiendo la olla reseca,
-dijo <i>Mariflor</i>, tímida y sonriente:</p>
-
-<p>&mdash;¿Y mi desayuno?</p>
-
-<p>&mdash;¡Cierto!... ¡Si hoy no sé lo que hago!&mdash;murmura
-Olalla, impacientándose entre los pucheros&mdash;. Mira, aquí
-tienes sopas... ¿te gustan?</p>
-
-<p>&mdash;¿Sopas?... ¿De qué?</p>
-
-<p>&mdash;De patatas.</p>
-
-<p>Una salsa con mucho pimentón subía hasta los bordes
-de menuda tartera.</p>
-
-<p>&mdash;¿Llamáis sopa a este guiso?&mdash;preguntó Florinda,
-colocando otra vez la tapa con pulcritud.</p>
-
-<p>&mdash;En el falaje de la tierra se dice así.</p>
-
-<p>&mdash;Pero ¡si hubiese otra cosa!&mdash;encareció la pobre ciudadana,
-mirando alrededor.</p>
-
-<p>&mdash;Del orco de chorizos puedes cortar.</p>
-
-<p>&mdash;No; algo ligero...</p>
-
-<p>&mdash;Chocolate, café ni cosas finas, eso no hay.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y un poco de leche?</p>
-
-<p>&mdash;De las cabras, un poquitín para Tomás y Marinela...,
-pero te daré parte.</p>
-
-<p>&mdash;No, no; ya pronto es medio día: aguardo así.</p>
-
-<p>&mdash;¿Vas a fambrear, criatura?... ¡Y anoche apenas cenaste!...
-Los nuestros guisotes caldudos no te prestan;
-tú tienes otro enseño, ¡y aquí todo es tan mísero!...</p>
-
-<p>&mdash;Olalla, de rodillas, levantando entre el humo del
-hogar su cara bondadosa, adquirió nuevamente una expresión
-de cansancio y pesadumbre, que la envejeció de
-pronto, hasta semejarse su sonrisa a la de la abuela.</p>
-
-<p>&mdash;Me gusta todo; ya lo verás&mdash;pronunció <i>Mariflor</i>
-entonces. Y probó heroicamente la sopa de patata.</p>
-
-<p>Se aventuró después en las habitaciones que aún desconocía,
-en el corral y el huerto, mientras Olalla, trajinadora,
-atizaba la lumbre con raíces de <i>urz</i>, hundida en
-la sombra cenicienta y humeante.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_68" id="Page_68">[68]</a></span></p>
-
-<p>Los tres dormitorios donde se repartían las mujeres y
-los niños, tampoco estaban muy aventajados de claridad:
-pequeños tragaluces cruzados de rejas, dábanles
-aspecto de prisión. Las camas, esponjosas y limpias, lucían
-sendos rodapiés de colores; era el piso de tabla,
-muy pobre el mueblaje, apretado y confuso. Una pieza
-que llamaban <i>estradín</i>, y que pudiera haber sido comedor,
-daba acceso al corral y a la cocina, y más luz a esta
-última que su ventana, pequeña y con cristales completamente
-ahumados, abierta sobre la silenciosa rúa en
-disposición contraria a todo intento de atisbo. A la misma
-fachada Norte correspondían la puerta principal y los
-tragaluces de los dormitorios. Abríanse al solano, sobre
-el corral y el huertecillo, la cuadra, corrida y profunda,
-el <i>estradín</i> y el gabinete de <i>Mariflor</i>, encima se asomaban
-a la luz el colgadizo, la sala y el palomar.</p>
-
-<p>Así que en un periquete visitó Florinda las dependencias
-interiores, salió a la corralada y de allí pasó al
-huerto.</p>
-
-<p>Era verdad que tenían brotes los dos únicos rosales,
-precisamente al pie de aquella ventanuca parecida a la
-de un camarote. Un solo arbolito, que a la muchacha le
-pareció un peral, señoreaba el «vergel», donde las berzas
-y los repollos, con las demás vulgares hortalizas caseras,
-bien cuidadas en simétricos cuadros, erguían el
-talante animoso a los rayos del sol.</p>
-
-<p>A la vera de árbol, un escañuelo convidaba a sentarse,
-y aunque las floridas ramas no fuesen muy frondosas,
-allí buscó la joven un refugio a su breve soledad; el
-perfume delicado de la yema en flor, el verde tierno de
-la rizosas legumbres, las débiles ondulaciones de los rosales
-y, en las pálidas orillas, las flores de la retama y
-del escaramujo escalando la sebe, todos los distintos
-semblantes del huerto ruín, tuvieron para <i>Mariflor</i> una
-vida profunda en aquella hora. Sutiles emociones la turbaron;
-sobre la pobreza del paterno solar, la melancolía<span class="pagenum"><a name="Page_69" id="Page_69">[69]</a></span>
-insondable del país y el oscuro misterio de las entrevistas
-existencias, la moza derramaba la ternura de su
-abundante corazón, con el firme propósito de amar y
-de sufrir... ¿Para merecer...? Sí, para alcanzar una dicha
-tan alta y tan ilustre que parecía un sueño, un imposible.
-Era preciso que ella, <i>Mariflor</i> Salvadores, la niña mimada
-y consentida, conocedora de holguras y de halagos,
-arrostrase, fuerte y audaz, las privaciones y los sacrificios,
-para que Dios, en premio, la nombrara triunfalmente
-esposa de un artista, musa de un poeta... ¿Por
-qué lado, por cuál camino milagroso llegaría a libertarla
-<i>Don Quijote</i>...? ¡Aún no levanta en sus hombros la cruz
-y ya la pobre soñadora se impacienta por la redención!</p>
-
-<p>Hacia el corral se oyeron unos pasos y Florinda estremecióse
-alucinante. Era Olalla, que desde el postigo
-sonrió, diciendo:</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué esfrayadica te quedaste, rapaza!</p>
-
-<p>&mdash;¿No vienes?</p>
-
-<p>&mdash;Tengo que rachar unos tánganos, porque la lumbre
-no quiere arder.</p>
-
-<p>Y con gesto prometedor, algo pomposo, añadió
-alegre:</p>
-
-<p>&mdash;Al escurificar, de fijo recibes alguna visita.</p>
-
-<p>Quedó el anuncio ondulante en el espacio como una
-loca patraña contada por el viento. El cual, presentándose
-de súbito, llegaba jadeando, con la respiración
-férvida y mugiente, lo mismo que una bocanada de
-siroco.</p>
-
-<p>Se estremecieron en la falda sequiza del bancal las
-flores de retama y agavanzo; el hacha leñadora hendía
-troncos de brezos con premura al otro lado de la sebe,
-y algunos cendales de niebla empañaban el firmamento
-azul.</p>
-
-<p><i>Mariflor</i> pensaba confusamente en la posibilidad de
-que en aquellas casas que vió inclinarse bajo techumbres<span class="pagenum"><a name="Page_70" id="Page_70">[70]</a></span>
-de cuelmo, hubiese cocinas oscuras y tristes huertecillos
-y mozas bellas...; quizá, también, gatos misteriosos
-y relojes ocultos, que de cuando en cuando hiciesen
-rodar en el silencio un gañido tremulante y una campanada
-rota...</p>
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-070.jpg" width="300" height="244"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_71" id="Page_71">[71]</a></span></p>
-
-<div class="chapter">
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-015.jpg" width="400" height="156"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<h2>VI<br /><br />
-<span class="pch">REALIDAD Y FANTASÍA</span></h2>
-
-<div>
- <img class="dc1" src="images/da.jpg" width="200" height="198" alt=""/>
-</div>
-<p class="dc24">&mdash;A la rapaza forastera, ¿la nombráis
-<i>Mariflor</i>?</p>
-
-<p>&mdash;Nombrámosla.</p>
-
-<p>&mdash;Pues tengo para ella una
-carta aquí.</p>
-
-<p>Reposadamente, desde su caballo
-roano, luengo de crines y
-hundido de lomos, abrió el hombruco
-la remendada valija, sacó
-un sobre y leyó en él con lentitud: «León.&mdash;Señorita <i>Mariflor</i>
-Salvadores.&mdash;Astorga.&mdash;Valdecruces.»</p>
-
-<p>&mdash;Véla&mdash;murmuró, dándosela a Ramona.</p>
-
-<p>Como ésta llamase a la interesada, el tío Fabián Alonso
-esperó que saliera, y, a la luz falleciente del ocaso, la
-miró de hito en hito así que ella pareció sobre el fondo
-oscuro del umbral.</p>
-
-<p>&mdash;¡Guapa moza!&mdash;pronunció el viejo.</p>
-
-<p>Se iba, rumbo adelante, cuando volvió de pronto
-para decir:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_72" id="Page_72">[72]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¿Conociste «allá abajo» a Fermín Paz?</p>
-
-<p>&mdash;¿El tío Fermín, pariente nuestro, que vive en La
-Coruña?</p>
-
-<p>&mdash;Ese.</p>
-
-<p>&mdash;Sí que le conozco.</p>
-
-<p>&mdash;Es yerno mío.</p>
-
-<p>&mdash;Sea por muchos años&mdash;replicó solícita <i>Mariflor</i>,
-rasgando el sobre con un alfiler&mdash;. Y el cartero hizo dar
-otra media vuelta a su cabalgadura, que desapareció
-cansina en el turbio horizonte del camino.</p>
-
-<p>Ya en los dedos gentiles de la niña temblaba una esquela.</p>
-
-<p>&mdash;¿Es de tu padre?&mdash;preguntó impaciente Ramona.</p>
-
-<p>&mdash;Es&mdash;dijo la muchacha enrojeciendo al ver la firma&mdash;de
-un señor que venía con nosotras en el tren.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y te escribe?</p>
-
-<p>&mdash;Prometió que «nos» iba a escribir.</p>
-
-<p>&mdash;¿Le conocías?</p>
-
-<p>&mdash;Le conocí entonces...</p>
-
-<p>Quedóse Ramona seria, un poco ceñuda. Era una mujer
-áspera, fuerte y triste; contaba apenas cuarenta años,
-y si alguna vez gastó hermosura no conservaba de ella
-el menor vestigio; tenía los senos derribados y marchitas
-las facciones: seca y dura de miembros, alta y silenciosa,
-inspiraba a Florinda un invencible temor.</p>
-
-<p>Sin saber qué actitud adoptar, con la carta entre las
-manos, fué la moza alejándose poco a poco por el pasillo.
-Ya en su aposento, de pie sobre una silla para recibir
-la muriente claridad de la empinada ventanuca, leyó
-la esquela, que empezaba en prosa con mucha galanía,
-y terminaba en verso, enamorado y sutil. Decía de esta
-suerte:</p>
-
-<p>«<i>Mariflor</i> preciosa: ¿Se acuerda usted de nuestra
-dulce amistad? ¿Se acuerda usted de nuestra triste despedida?
-Una semana ha transcurrido desde entonces y
-aún se me resiste la certidumbre de aquel encuentro dichoso,<span class="pagenum"><a name="Page_73" id="Page_73">[73]</a></span>
-de aquella brusca separación. ¿Fué realidad o
-fantasía? De ambas cosas se vale el amor para rendirnos:
-los grandes amores son el hallazgo en la realidad de las
-venturas imaginadas.</p>
-
-<p>»Dormida la conocí, <i>Mariflor</i>, y aún me parece,
-cuando cierro los ojos, que la veo dormir, que «la siento»
-soñar. Usted y el sol amanecieron a un tiempo en la
-divina mañana de nuestro viaje; pero aunque fué tan
-hermoso el despertar del día, vi que era usted mucho
-más bella que la aurora. Bendito el sueño aquél y bendita
-la jornada que me hicieron gozar de una alborada tan
-espléndida. ¡Qué símbolo más noble! La vida es viaje y
-sueño: el amor despertar, amanecer...</p>
-
-<p>»Y volver a vivir lo ya soñado y prometido. Quizás en
-vez de un hallazgo sólo sea un reconocimiento. La imagen
-de usted se me reproduce en la memoria como trasunto
-de otra imagen: la de una niña que en la playa de
-Vigo conocí hace años y a quien por rara sugestión no
-he podido olvidar. Escríbame usted diciendo si se acuerda
-de haberme visto antes de ahora; si presiente que nos
-volveremos a ver pronto. Yo la escribiré mucho, si usted
-me lo permite; la mandaré muchos versos; iré algún día
-a Valdecruces...</p>
-
-<p>»No es nueva, no, nuestra amistad: el nombre de
-usted, su voz y su semblante despiertan en mi alma el
-recuerdo de otra dulce entrevista, las sensaciones imborrables
-de otro feliz encuentro...</p>
-
-<p class="pp7 p1">Tal vez un día en la niñez dichosa</p>
-<p class="pp8">me miraste, al pasar, como una hermana...</p>
-<p class="pp7">¿No eras tú aquella niña primorosa,</p>
-<p class="pp10">morenita y gitana,</p>
-<p class="pp6">que me besó en la frente, y en mis cabellos rubios</p>
-<p class="pp10">puso sus manos blancas?</p>
-<p class="pp7">¿No te acuerdas?... Riendo me dijiste</p>
-<p class="pp6">al darme el beso aquel: ¿Cómo te llamas?</p>
-<p class="pp7">Y al escuchar la blanda melodía</p>
-<p class="pp6">de tu pregunta, me nacieron alas,<br />
-sentíme ciego de emoción, y el cuento<br />
-de mi junquillo se tornó en aljaba.</p>
-<p class="pp7">Y una voz en los aires repetía:<span class="pagenum"><a name="Page_74" id="Page_74">[74]</a></span></p>
-<p class="pp6">&mdash;Soy el amor que pasa,<br />
-el niño amor que encontrarás un día<br />
-tras de las tempestades de tu alma...</p>
-
-<p class="p1">Sobre la última frase feneció la luz con tales agonías,
-que <i>Mariflor</i> leyó el nombre del poeta sólo con el pensamiento,
-cerrando lentamente los ojos atormentados en
-la lectura por la escasez de claridad. Bajo las pestañas
-espesas tornáronse entonces visionarias las pupilas, y
-persiguieron en remoto confín la figura de un niño ledo
-y rubio, con alas y linjavera como el dios amor. ¿Era Rogelio
-Terán? ¿Era una cándida imagen de la fantasía, un
-recuerdo traído a la tierra misteriosamente desde otro
-mundo, desde otra existencia olvidada y oscura? ¿Tornaría
-alguna vez el viajero para llevar consigo a <i>Mariflor</i>?</p>
-
-<p>Clara luz de estas firmes ilusiones era la visión continua
-de unos ojos azules, pensativos y ardientes... Tenía
-Florinda la certeza de haberlos contemplado desde el
-fondo de su alma, no una vez sola, sino muchas, al través
-de toda su vida, quizá en la cara apacible de un niño
-rubio, en el semblante audaz del mozo marino que tantos
-días la miró en el muelle coruñés, en el rostro varonil del
-viajero artista que la dijo tristezas y amores con fina voluntad
-una mañana...; ¿dónde, dónde había visto muchas
-veces aquellos ojos claros y profundos?</p>
-
-<p>&mdash;¿Estás aquí?&mdash;preguntaba Marinela entrando pasito.</p>
-
-<p>Escondió Florinda el billete en el jubón y tendió a su
-prima la mano respondiendo negligente:</p>
-
-<p>&mdash;Aquí estaba...</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué tenebregura! No te veo.</p>
-
-<p>Entonces <i>Mariflor</i> se hizo buscar, agazapada y juguetona,
-hasta que la chiquilla, zarandeándola suavemente,
-murmuró contenta:</p>
-
-<p>&mdash;No me espasmas, no&mdash;. Y su voz infantil adquirió
-grave acento para anunciar:&mdash;Ahí está don Miguel, que
-viene a visitarte.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_75" id="Page_75">[75]</a></span></p>
-
-<p>Había quedado la témpora de Sur; el ábrego caliente
-zumbaba en la llanura y plegaba sus ropajes sonoros
-contra los hormazos de las «cortinas» y los adobes del
-caserío: desde el pajonal de las techumbres, el bálago,
-dócil, tendía en los aleros su despeinada cabellera rubia.</p>
-
-<p>En el <i>estradín</i>, la tía Dolores y Ramona recibían cortésmente
-al párroco de Valdecruces, mientras Olalla en
-la cocina daba de cenar a los niños. La comunicación
-con el corral estaba abierta como en el estío, y el quinqué
-de petróleo, encendido en honor del señor cura, ardía
-resguardándose del viento, cuyas ráfagas ondulantes
-henchían en pompa el arambel de la puerta, resto sin
-duda de más prósperas jornadas.</p>
-
-<p>En rústico sillón, ni cómodo ni firme, se aposentaba
-junto a la camilla don Miguel Fidalgo. Era un sacerdote
-mozo y arrogante: recién terminada su carrera había recibido
-la parroquia de Valdecruces, hasta que un concurso
-le permitiese ganar en oposición otra más lucratitiva
-y bien dispuesta para lucir sus dotes, las cuales eran
-muchas y raras.</p>
-
-<p>Cursó este joven sus estudios en aquel seminario famoso
-donde se alcanza autoridad preponderante en las
-sagradas letras: fué seminarista en Villanoble, cuyas
-aulas, al decir de obispos y teólogos, suplen a las célebres
-escuelas de Roma.</p>
-
-<p>Tenía don Miguel los ojos pardos, de color de canela,
-grandes y bondadosos. No era de esos curas tímidos que
-miran a las mujeres de soslayo, con una cortedad invencible,
-muchas veces por los hombres malignos interpretada
-como hipocresía; él miraba a mozas y a viejas en los
-ojos, con los suyos serenos y muy dulces; hablábales con
-cariño, mezclado de triste y profunda compasión, y lo
-mismo su frase alentadora que su mirada penetrante, gozaban
-el privilegio de remansar, como dentro de un lago,
-las aguas pacíficas de la mansedumbre, en la llanura
-abierta y desolada de aquellos corazones femeninos. Al<span class="pagenum"><a name="Page_76" id="Page_76">[76]</a></span>
-igual de los ojos, todas las líneas del rostro y continente
-denotaban, con el apellido, la hidalguía de don Miguel.</p>
-
-<p>Al entrar <i>Mariflor</i> en el <i>estradín</i> la miró el sacerdote
-muy despacio, y sus claras pupilas se detuvieron mucho
-en la inquietud que revelaron las de la moza, ya extasiadas
-en sutiles arrobos, ya impacientes en vagas incertidumbres,
-mudas o locas, siempre febriles y palpitantes.
-Los ojos de aquella mujer le dejaron al cura algo perplejo.</p>
-
-<p>Rodó ceñida y afectuosa la conversación, durante la
-cual hizo el párroco a la forastera no pocas preguntas,
-para sacar en limpio que a la niña le gustaba Valdecruces,
-«aunque todo le parecía allí un poco triste»; que esperaba
-buenas noticias de su padre, y que admitía con
-carácter de provisional y poco duradera su estancia en
-el pueblo.</p>
-
-<p>Esto último no lo dijo Florinda claramente, ni tal vez
-lo pensaba de un modo definitivo y razonado; era una
-esperanza que su ingenuo palique dejaba traslucir en la
-prolongación suave de los silencios, al separar las palabras
-con hilos invisibles de ilusiones, en la rara dulzura
-de las frases tendidas con secreto placer hacia lontananzas
-alegres, y, sobre todo, en la audaz palpitación de las
-pupilas, centelleantes o adormiladas, pero reveladoras
-de un tumulto de visiones, como esas aguas oscuras y
-fuyentes de los ríos norteños, donde nubes, luna y estrellas,
-galopan con arrebato en las noches apacibles.</p>
-
-<p>Atento el sacerdote a estas recónditas particularidades,
-no parecía desconocer en absoluto en qué bancos y
-quebraduras del corazón humano suelen embravecerse o
-desmayar las silenciosas aguas del sentimiento, antes de
-asomarse a los ojos, imaginarias y calenturientas; si no
-acertó que Florinda guardaba en el jubón un mensaje
-amoroso, no anduvo lejos de sospecharlo.</p>
-
-<p>Ella, por su parte, aprendía cómo aquel tío suyo, que<span class="pagenum"><a name="Page_77" id="Page_77">[77]</a></span>
-adoleció del pecho en Villanoble, estudiaba en el Seminario
-con don Miguel, y siendo ambos nacidos de la
-misma tierra castellana, la juvenil amistad que establecieron
-duró firme entre la familia del estudiante difunto
-y el que, con el tiempo, se vino a convertir en párroco
-de Valdecruces. Y pensó la niña entonces, con acelerada
-emoción, que aquel cura sonriente y afable conocería,
-de seguro, los azules ojos, tristes y lejanos, que la
-hacían soñar...</p>
-
-<p>Entró Olalla con paso macizo, volviendo atrás la cabeza
-para decir:</p>
-
-<p>&mdash;¡Vamos! Dad las buenas noches.</p>
-
-<p>Los rapaces se acobardaban zagueros, arrastrando los
-pies.</p>
-
-<p>Pedro, el mayor, venía delante, con la cabeza gacha y
-el rostro encendido; era un zagalote de trece años, robusto
-y humilde, sin sombra alguna de malicia en los
-garzos ojos; tenía las facciones vulgares, sollamada la
-piel y el cabello rubio; una expresión de bondad ennoblecía
-su cara al sonreir.</p>
-
-<p>Los dos pequeños llevaban también la frente sumisa,
-y ambos la mano derecha entre la boca y las narices.
-Les sacudió su madre un cachete a cada uno en los dedos
-pellizcadores, obligándoles a levantar la cabeza. Y
-mostraron, con abrumadora timidez, las pupilas cambiantes
-entre el gris pálido y el azul desvaído; las líneas
-del rostro, ordinarias como las de Pedro; la cabellera dorada
-y fosca; el color saludable y atezado, y una graciosa
-candidez en la cobarde sonrisa.</p>
-
-<p>Vestían los tres con pobreza, sin nota alguna regional
-los varones. La niña llevaba un refajo rojo hasta el tobillo,
-como las mujeres del país lo usan también para las
-faenas campesinas, un jubón pardo y un delantal de cretona;
-a la espalda le caía un pañuelo, sin duda destinado
-a cubrir la cabeza.</p>
-
-<p>&mdash;Ya sé, ya sé&mdash;les dijo el señor cura acariciándoles&mdash;que<span class="pagenum"><a name="Page_78" id="Page_78">[78]</a></span>
-cantáis el himno del Sagrado Corazón muy lindamente.</p>
-
-<p>Volvieron a ocultarse las caritas de Carmen y Tomás,
-y las manos hurgoneras volvieron hacia el frecuentado
-camino de las narices. Se repitieron los mojicones de
-Ramona, empeñada en conseguir que los niños hablasen
-a don Miguel mirándole de frente, «como Dios manda».
-Pero Carmen no dijo «esta boca es mía», y el nene rompió
-a llorar.</p>
-
-<p>&mdash;¡Mostrenco! ¿No te da un rayo de vergüenza?&mdash;decía
-la madre zarandeándole brusca&mdash;. ¿Es propio de la
-hombredad llorar así?</p>
-
-<p>Mientras el párroco aseguraba, conciliador, que Tomasín
-y Carmen eran unos coristas sobresalientes y que en
-el mes de junio entonarían en la iglesia el himno con los
-demás colegiales, inclinóse Olalla sobre su hermano hasta
-quedar casi de rodillas en el suelo; le atrajo, le secó
-las lágrimas y otras humedades afines, y le hizo a «escucho»
-una promesa.</p>
-
-<p>&mdash;¿También a mí?&mdash;murmuró Carmen callandito.</p>
-
-<p>&mdash;A los dos&mdash;aseguró la hermana, rodeando el talle
-de la niña con el otro brazo.</p>
-
-<p>Y <i>Mariflor</i>, al ver un instante ambas cabecitas inocentes
-refugiadas con regalo en el seno de la moza, recordó
-al punto aquella dulce caricia en que el pichón
-recién nacido perdiera un copo de pluma...</p>
-
-<p>&mdash;Van a cantar&mdash;anunció Olalla, levantándose alegre.
-Y ella misma colocó a los niños cara a la pared sin que
-nadie más que la forastera se asombrase de la extraña
-actitud. Así cantaron, mirando al suelo, de espaldas al
-auditorio: las voces tiernas, impregnadas de rubor y de
-humildad, tenían un entrañable sentimiento alabando al
-divino Corazón de Jesús; al truncarse en los acentos infantiles,
-el himno, más que lauro, semejaba una tímida
-querella.</p>
-
-<p>Volvióse el cura hacia <i>Mariflor</i> para explicarle:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_79" id="Page_79">[79]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Aquí los niños son tan vergonzosos, que siempre
-cantan o recitan sin que se les vea la cara.</p>
-
-<p>Muda de asombro y de emoción asintió la joven con
-una sonrisa. Y en los ojos claros de don Miguel quedó
-temblando como en un espejo la imagen de aquella femenina
-sensibilidad, insólita en el <i>estradín</i> de la tía Dolores.</p>
-
-<p>Sin embargo, allí cerca se bañaba en ansiedades el
-corazón de otra niña, mas en tan sagrativo silencio, que
-ni el mirar ni el sonreir delataban en el rostro de Marinela
-emociones ocultas. Y fué verdaderamente sugestiva
-la prontitud con que el sacerdote se volvió hacia la zagala
-buscando en las ondas latentes del sentimiento el
-rastro febril de aquel espíritu.</p>
-
-<p>Ya los nenes habían terminado su canción y dicho
-«buenas noches» en voz queda, como un soplo: besaron
-los tres la mano del cura y se fueron a dormir escoltados
-por Olalla.</p>
-
-<p>Mecíase la abuela al compás de un leve ronquido,
-acurrucada en su escañuelo, con los brazos cruzados y la
-frente caída hacia adelante. Ramona había cabeceado con
-disimulo al son del himno devoto.</p>
-
-<p>El párroco, fijos los ojos en Marinela, preguntó:</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué me cuentas tú?</p>
-
-<p>&mdash;Nada, señor&mdash;apresuróse a responder la niña&mdash;.
-Pero la madre, espabilada y pronta, se lanzó a decir:</p>
-
-<p>&mdash;Regáñela, don Miguel; vea cómo enmagrece, amarrida
-y tribulante como si la hubieran maleficiado.</p>
-
-<p>&mdash;¡Si estoy buena!&mdash;balbució muy confusa la zagala.</p>
-
-<p>&mdash;Diga que miente&mdash;siguió diciendo Ramona, puesta
-en pie, agria y rústica, manoteando junto a la mozuela,
-que temerosa se empequeñecía en su rincón&mdash;. Diga que
-le va a costar muy cara la libredumbre en que vive; ya
-con los quince años cumplidos no la podemos sacar de
-la escuela sin que llore, ni sabe hacer más que embelecos
-de flores y puntillas: ha de casarse sin ánimos para<span class="pagenum"><a name="Page_80" id="Page_80">[80]</a></span>
-gobernar los atropos de una casa, cuanti más para salir
-al campo...</p>
-
-<p>&mdash;No será menester&mdash;interrumpió el cura blandamente.</p>
-
-<p>&mdash;Píntame que sí&mdash;repuso la madre&mdash;. Y luego, menos
-iracunda y más triste, añadió:&mdash;Esas caminatas a Piedralbina
-le hacen mal, señor; la comida trojada le da secaño,
-y por la tarde llega con trueques y sudores como
-si fuera a morirse. Mírela cómo desmerece: poco le halta
-a Carmica para abondar tanto como ella.</p>
-
-<p>Era cierto; la pobre zagala, menuda y gentil, parecía
-doblarse al peso de pertinaz quebranto, y la palidez de
-sus mejillas daba la conmovedora impresión de esas rosas
-tenues que esperan el viento de la noche para deshojarse.
-El color claro de los ojos celtas era casi verde en los
-de esta niña, y ofrecía matices profundos, como aguas
-de mudable coloración que reflejan los tonos distintos y
-movibles del follaje. Perfecto el óvalo de la cara, prestaba
-una dulzura angelical a todas las facciones de Marinela,
-no muy finas pero armoniosas y subrayadas por la
-singular expresión de la sonrisa, rictus amargo y dulce al
-mismo tiempo, sorprendente en aquella boca infantil,
-llena de candor. El traje de maragata, adulterado y tosco,
-parecía oprimir con fatiga el débil cuerpecillo y derrengar
-las caderas con los pliegues abrumadores; bajo el pañuelo
-ceñido a la frente se desfallecía, igual que mies en
-sazón, una cabellera pesada y rubia como el oro: toda
-aquella incipiente doncellez tenía un flébil aroma de
-fracaso, una tristeza inexorable a los estímulos de la juventud.</p>
-
-<p>&mdash;Yo bien quisiera darle pan dondio y otros aliños&mdash;decía
-Ramona, áspera y conmovida la voz&mdash;; yo bien
-quisiera dejarle hacer su gusto; pero en casa, dentro de
-la pobreza, tendría más descanso y más cuido; el puchero
-estovado, la solombra gustable... Mire: sémblase ya a
-la otra rapaza que adoleció de una manquera, triste y sin
-remedio, a los mismos quince años.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_81" id="Page_81">[81]</a></span></p>
-
-<p>Y adelantándose la mujer, alzó con la mano la barbilla
-de la joven.</p>
-
-<p>Deseando el cura remediar el oscuro desconsuelo de
-la madre, dijo con sutil agasajo:</p>
-
-<p>&mdash;A quien se parece es a su prima <i>Mariflor</i>.</p>
-
-<p>&mdash;Esa está acrianzada de otra manera&mdash;respondió
-Ramona con cierta acritud.</p>
-
-<p>Don Miguel, levantándose para despedirse, hizo prometer
-a las dos niñas que al día siguiente, domingo, después
-de misa mayor, irían a verle: necesitaba hablar mucho
-con Marinela, y un poquito, también, con Florinda.</p>
-
-<p>Rebullóse la abuela y masculló unas frases devotas:
-hablaba al sacerdote con mucho respeto, como si no le
-hubiera conocido estudiante rapaz.</p>
-
-<p>Acudió Olalla, requerida por su madre, y todas juntas
-escoltaron al huésped hasta la puerta de la corralada, la
-más próxima a la vivienda del párroco.</p>
-
-<p>Cálida era la noche, y un amago de tempestad mugía
-en el aire fuerte y oloroso, hurtador de bravíos perfumes
-al través de la rotunda paramera, de los huertos en flor,
-de las «aradas» abiertas en surcos de esperanza, o fecundas
-en la tardía preñez de los morenos panes: en la comba
-del cielo aborregado, brillaba una estrella.</p>
-
-<p>Antes de salir, cuando ya gemía el portón, preguntó
-don Miguel con alguna zozobra si había noticias de
-Buenos Aires.</p>
-
-<p>&mdash;No las hay&mdash;dijeron a coro las mujeres.</p>
-
-<p>&mdash;Cuando mi padre arribe, escribirá a menudo&mdash;añadió
-Florinda alentadora.</p>
-
-<p>&mdash;Sí; el señor Martín ha de tranquilizarnos&mdash;dijo el
-cura insinuante, al otro lado del umbral&mdash;. Y la capa henchida
-por el viento en la sombra, envolvió al joven
-apóstol en una nube negra a lo largo de la rúa...</p>
-
-<p class="p2">Acostumbrado ya el oído a los grandes silencios de
-Valdecruces, Florinda percibió en la casa unos apagados<span class="pagenum"><a name="Page_82" id="Page_82">[82]</a></span>
-rumores, apenas, al día siguiente, se asomó la aurora
-al ventanillo del camarín: poco antes habían cantado,
-con estridente son, un gallo y una campana.</p>
-
-<p>Vistióse la moza con mucha diligencia y se arriesgó
-audaz en la penumbra del pasillo. Al verla entrar en la
-cocina, le preguntó Olalla, atónita:</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué madrugas tanto?</p>
-
-<p>&mdash;No he podido dormir, y quería hablarte pronto.</p>
-
-<p>&mdash;¿Hablarme?</p>
-
-<p>&mdash;Sí; para que me cuentes muchas cosas que necesito
-saber.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cuálas?</p>
-
-<p>&mdash;Espera.</p>
-
-<p>Había una grave resolución en el ademán contenido
-de Florinda, que llevaba las trenzas colgando, el jubón
-entreabierto y una ligera palidez de insomnio en el semblante.
-Prestó oído a un agudo reclamo que sonaba hacia
-el corral:&mdash;¡Pulas!... ¡Pulas!...</p>
-
-<p>&mdash;Es mi madre que llama a las gallinas para darles el
-cebo&mdash;dijo Olalla.</p>
-
-<p>&mdash;¿No irá a misa con la abuela, ahora?</p>
-
-<p>&mdash;En cuanto den el segundo toque.</p>
-
-<p>Como evocado por aquel aviso, el bronce de la parroquia
-volvió a tañer; al propio tiempo un gallo volvió
-a cantar, y en el cansado reloj de la abuela gimieron
-cinco profundas campanadas.</p>
-
-<p>Abrióse la puerta del <i>estradín</i> y un bulto macizo se
-perfiló en la claridad: era la <i>Chosca</i>, que, en el escaño
-donde dormía, entre un cobertor y una albarda, buscó
-su delantal y su pañuelo.</p>
-
-<p>Poco después las tres mujeres tomaban el camino
-de la iglesia. Y en cuanto <i>Mariflor</i> las sintió salir, dijo
-a su prima, que aguardaba curiosa:</p>
-
-<p>&mdash;Cuéntame: ¿es verdad que «no tenemos» con qué
-darle pan tierno a Marinela?... ¿Es verdad que somos tan
-pobres como tu madre dice?... ¿Que tendremos que<span class="pagenum"><a name="Page_83" id="Page_83">[83]</a></span>
-acudir a labrar las aradas como las más infelices criaturas?</p>
-
-<p>&mdash;¿Infelices?... ¿Pan tierno?...&mdash;repitió Olalla, con sonrisa
-aparente y boba.</p>
-
-<p>&mdash;No te rías, mujer. Dime si de veras somos tan desgraciadas.</p>
-
-<p>&mdash;Gastando salud...&mdash;arguyó la campesina con ambigüedad.</p>
-
-<p>&mdash;Es que Marinela no la tiene.</p>
-
-<p>&mdash;Ni mi padre tampoco; y hace más de tres años que
-no manda dinero. El tío Cristóbal se va quedando con
-las hipotecas... Ya casi nada de lo que ves nos pertenece.</p>
-
-<p>&mdash;¿Ni la casa?</p>
-
-<p>&mdash;La casa... entadía sí. Pero sobre ella debemos no
-sé cuanto.</p>
-
-<p>&mdash;Yo he venido engañada&mdash;murmuró con angustia
-<i>Mariflor</i>&mdash;. Yo supe que la abuela se había empobrecido,
-pero no que estuviese en estos apuros. Mi padre
-tampoco lo sabía; él no quiere que salgamos a trabajar;
-él nos dejó dinero...</p>
-
-<p>Aferrábase la moza al paternal apoyo, rebelde contra
-las fieras asechanzas de la desventura. Y oyó con espanto
-que confesaba su prima:</p>
-
-<p>&mdash;Cuando llegasteis, la abuela se lo dió todo al tío
-Cristóbal.</p>
-
-<p>&mdash;¿Todo?</p>
-
-<p>&mdash;Y aún no llegó para saldar los réditos.</p>
-
-<p>&mdash;Mi padre&mdash;repitió la muchacha, crédula y fervorosa&mdash;mandará
-más en seguida.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pero, en el inter!...&mdash;lamentóse Olalla, como si de
-pronto, encruelecida, no quisiera dar tregua ninguna a
-tales ilusiones.</p>
-
-<p>Sintiendo rodar sus lágrimas, cubrióse <i>Mariflor</i> el
-semblante con las manos, trémulas y gentiles.</p>
-
-<p>&mdash;¿Lloras?&mdash;dice la aldeana con pesar&mdash;. No tienes
-sufrencia, tú que saldrás luego de estas agruras...</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_84" id="Page_84">[84]</a></span></p>
-
-<p>Y como nada responde <i>Mariflor</i>, añade persuasiva:</p>
-
-<p>&mdash;Tendrás un marido haberoso...</p>
-
-<p>&mdash;¿Un marido?</p>
-
-<p>&mdash;¿No te vas a casar este verano?</p>
-
-<p>&mdash;¿Yo?... ¿Con quién?</p>
-
-<p>&mdash;¿Con quién ha de ser, rapaza?</p>
-
-<p>&mdash;No, no; te equivocas.</p>
-
-<p>&mdash;Pero, ¿no sois gustantes Antonio y tú?...</p>
-
-<p>&mdash;¡Si no le conozco!</p>
-
-<p>&mdash;Es tu primo, criatura.</p>
-
-<p>&mdash;Aunque lo sea.</p>
-
-<p>&mdash;Deportoso y bien fachado.</p>
-
-<p>&mdash;No le quiero.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué dices?</p>
-
-<p>&mdash;Lo que oyes... Olalla, escúchame: a mí me gusta un
-poeta...</p>
-
-<p>Los ojos azules se dilatan en asombro inaudito, mientras
-<i>Mariflor</i> seca su llanto y refiere, con viva luz en las
-pupilas:</p>
-
-<p>&mdash;Es un caballero que vino con nosotras en el
-tren.</p>
-
-<p>&mdash;¿Le conocías?&mdash;pregunta Olalla lo mismo que Ramona
-había preguntado.</p>
-
-<p>&mdash;Le conocí entonces... He recibido ayer una carta
-suya; ¿te lo dijo tu madre?</p>
-
-<p>&mdash;Ni palabra.</p>
-
-<p>&mdash;Pues me la dieron delante de ella, y parece que se
-disgustó conmigo; acaso debí enseñársela... No me atrevo;
-tu madre no me quiere mucho.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, mujer, te quiere; es ella de ese modo: ha perdido
-el humor con la muerte de sus hijos y la ruina de la
-hacienda.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y debemos mucho al tío Cristóbal?&mdash;averigua <i>Mariflor</i>,
-otra vez afligida.</p>
-
-<p>&mdash;Dímosle en caución la casa por el último préstamo,
-y aún no le hemos pagado todos los haberes... A la<span class="pagenum"><a name="Page_85" id="Page_85">[85]</a></span>
-abuela le queda, suyo, cuatro hanegadas, dos parejas, la
-cortina y el huerto.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué poco, Dios mío!</p>
-
-<p>&mdash;¡Si de «allá» mandasen!...</p>
-
-<p>&mdash;Sí; mandarán&mdash;aseguró Florinda con fe&mdash;. Pero,
-una cosa se me ocurre: ¿por qué no acudisteis a Antonio
-antes que al tío Cristóbal?</p>
-
-<p>&mdash;Porque no vive el tío Bernardo, y la viuda ya sabes
-que es avarienta y no nos tiene ley: quiere casar a su
-hijo con otra, contando que tú tienes caudal; conque,
-¡si se entera de que estamos todos pobres!... Luego que
-os caséis, ya es diferente...</p>
-
-<p>&mdash;¡Si yo no me caso con Antonio!&mdash;repitió Florinda,
-ceñuda, bajo la vibración de su briosa voluntad.</p>
-
-<p>&mdash;¿Hablas de veras?... ¿Vas a coyundarte con un forastero?</p>
-
-<p>&mdash;Con uno que me guste.</p>
-
-<p>&mdash;Será hacendado&mdash;repuso Olalla con aplomo.</p>
-
-<p>&mdash;No lo sé, ni me importa. Tiene un mirar que penetra
-en el corazón, y sabe escribir libros.</p>
-
-<p>&mdash;¿En romance?</p>
-
-<p>&mdash;De todas las maneras.</p>
-
-<p>&mdash;Eso parece cosa de trufaldines&mdash;murmura la campesina
-con desdén.</p>
-
-<p>&mdash;No te entiendo.</p>
-
-<p>&mdash;De figurones, los que hacen las farsas por «ahí»&mdash;,
-y el despectivo ademán de la moza se extiende amplio,
-como si pretendiese abarcar el mundo que se explaya
-fuera de Maragatería.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué sabes tú!&mdash;arguye <i>Mariflor</i>, también desdeñosa&mdash;.
-Mas, de repente, reprime su orgullo y gime desalada:&mdash;¡Ayúdame,
-por Dios!</p>
-
-<p>La prima no se conmueve; absorta, alza los hombros,
-como si no entendiera aquel lenguaje vehemente y dulce.</p>
-
-<p>&mdash;¡Olalla, no me abandones!&mdash;suplica <i>Mariflor</i> con
-las manos juntas.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_86" id="Page_86">[86]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¿Pero qué, rapaza?</p>
-
-<p>&mdash;No te enfades conmigo tú también; no hables nunca
-de que me case con Antonio.</p>
-
-<p>&mdash;En ese entonces, nos abandonas tú...</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo?</p>
-
-<p>&mdash;Sí; con la boda&mdash;dice Olalla, elocuente de pronto,
-lógica y persuasiva&mdash;, la situación de la abuela podía
-mejorar, salvarse, y la nuestra lo mismo; saldríamos todos
-de este sofridero.</p>
-
-<p>&mdash;Mi padre nos salvará&mdash;interrumpe Florinda.</p>
-
-<p>&mdash;A eso fué el mío, y... ¡ya ves!&mdash;protesta la aldeana&mdash;estamos
-cada día peor. Y con este malcaso tuyo... ¡tendrá
-que venir la santiguadora a desbrujarnos! El primo&mdash;añade,
-viendo a la rebelde aturdida&mdash;había de tenerte
-como a una visorreina... Manejarías a rodo los caudales...</p>
-
-<p>&mdash;¿Tiene tanto?&mdash;pregunta <i>Mariflor</i> maquinalmente.</p>
-
-<p>&mdash;Un multiplicio de capital que pasma.</p>
-
-<p>&mdash;Pues si es rico y es bueno, a pesar de su madre, nos
-querrá favorecer... aunque yo me case con otro. Se lo
-pediré yo; se lo pediré de rodillas.</p>
-
-<p>La maragata rubia mueve la cabeza con incredulidad.</p>
-
-<p>&mdash;Es un mozo correcto y caballeril&mdash;afirma&mdash;; pero,
-si rompes la boda, nos dejas a la rasa.</p>
-
-<p>&mdash;¡Cásate tú con él!&mdash;prorrumpe <i>Mariflor</i>.</p>
-
-<p>&mdash;Con mis padres no pactaron los suyos; a mí no me
-quiere&mdash;dice Olalla, con la voz empañecida y el semblante
-arrebolado.</p>
-
-<p>Y en el silencio penoso que se establece entre las
-dos mozas, una campanada hace vibrar su metálico
-temblor.</p>
-
-<p>&mdash;¡Las cinco y media!&mdash;balbuce Olalla, casi con espanto&mdash;.
-Tengo que hacer la lumbre y los almuerzos.</p>
-
-<p>&mdash;Váse hacia el llar con impulso repentino, pero <i>Mariflor</i>
-la detiene, la abraza por la cintura, y, mirándola
-en los ojos con afán indecible, implora otra vez:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_87" id="Page_87">[87]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;No me abandones; tú me puedes ayudar mucho.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ten compasión de mí!</p>
-
-<p>&mdash;Y tú&mdash;repite la campesina&mdash;, ¿la tendrás de nosotros?</p>
-
-<p>&mdash;Sí; te lo juro: trabajaré contigo, haré lo que me
-mandes, seré fuerte y resignada.</p>
-
-<p>&mdash;Pero... ¿la boda?...</p>
-
-<p>&mdash;¿Con el primo?... No, no... Yo buscaré por otro
-lado la salvación de la hacienda, si de mí depende
-que la perdáis: quiero haceros mucho bien; y tú, en cambio,
-serás la protectora de los amores míos... ¿Lo serás?</p>
-
-<p>Con tanta dulzura se posan las meladas pupilas en los
-ojos azules, con tales inflexiones de cariño y vehemencia
-dice la voz suplicante, que Olalla, incrédula todavía,
-transige un poco:</p>
-
-<p>&mdash;¡Si por otro camino no pudieras valer!</p>
-
-<p>&mdash;Sí, sí... haré un milagro.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué aquerenciada estás, criatura!&mdash;exclama la
-campesina, sonriendo al fin.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ya te pusiste contenta!... ¡Cuánto te quiero! Ya
-eres otra vez mi amiga, mi hermana... ¡qué alegre estoy,
-a pesar de todo!</p>
-
-<p>Y <i>Mariflor</i>, con los ojos llenos de llanto y la boca
-llena de risa, añade en íntimo «escucho»:</p>
-
-<p>&mdash;Te enseñaré la carta: ya verás qué preciosa escritura.</p>
-
-<p>&mdash;Tengo que hacer la lumbre&mdash;insiste la prima.</p>
-
-<p>&mdash;Luego la leeremos callandito. Ahora mándame
-algo: a ver, ¿qué quieres que haga?</p>
-
-<p>&mdash;No, mujer; necesitas alindarte para la misa mayor.</p>
-
-<p>&mdash;Como tú; primero he de trabajar en cosa de fuste,
-que te sirva de alivio. ¿Qué hago? Dime.</p>
-
-<p>Ante una insistencia tan ferviente, concede Olalla:</p>
-
-<p>&mdash;Sube a cebar las palomas.</p>
-
-<p>Y cuando <i>Mariflor</i> corre, satisfecha del mandato, la
-maragata rubia insinúa con tímidez:</p>
-
-<p>&mdash;Hay que limpiar la palomina de los nidos, del suelo
-y las alcándaras...</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_88" id="Page_88">[88]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Todo, todo en un periquete&mdash;responde ya de lejos
-la dulcísima voz.</p>
-
-<p class="p2">Mas la promesa de Florinda no fué tan cumplidora en
-prontitud como en esmero, porque así que la joven se
-halló en el palomar, sintió mucha sed de aire y de luz y
-trepó a saciarse, de bruces en la ventana. Ya las palomas
-la conocían y acordaban arrullos para ella. Tendióles
-sus dos brazos <i>Mariflor</i>, ebria de un loco impulso
-de abrazar, triste y feliz, rebosante de angustias y esperanzas.
-Todos los familiares infortunios subían en marejada
-tempestuosa a estallar en su pobre corazón, apasionado
-y ardiente. Exaltada por el nuevo sentimiento que
-albergaba en él, la niña admitió fácilmente la idea de
-que su destino en aquella casa fuese el de redentora;
-imaginó que Dios ponía en sus frágiles manos el timón
-de la nave familiar, sin rumbo en la miseria del país. Y
-abrazando en las mansas palomas a su naciente amor,
-creyó en el milagro que esperaba para salir triunfante
-de su arrebatada empresa. Otra vez la silueta confusa
-de un Don Quijote singular, con lentes y aljaba, se adelantó
-en el campo de la más abundante fantasía, para
-ofrecer liberaciones, paz y venturas a la muchacha en un
-mensaje que empezaba así:&mdash;<i>Mariflor preciosa...</i></p>
-
-<p>El repetido golpe de un bastón sobre la tierra y el
-cascajo de una tosecilla en la calzada, sacaron a la moza
-del ensueño y, empinándose en su observatorio, vió pasar
-renqueante a la tía Gertrudis, una vieja con fama de
-bruja, la primera persona ajena a la familia a quien
-<i>Mariflor</i> conoció en Valdecruces. Fué la tarde en que
-Olalla había anunciado que llegarían visitas al «escurificar»;
-apenas sonó en el portón una recia llamada, corrieron
-a abrir, y cuando en el umbral preguntaron con
-voz rota por la forastera, una ahogada exclamación de
-miedo acogió a la tía Gertrudis.</p>
-
-<p>&mdash;Es la bruja&mdash;musitaron los nenes al oído de Florinda&mdash;;<span class="pagenum"><a name="Page_89" id="Page_89">[89]</a></span>
-espanta la leche de las madres y hace mal de ojo
-a las zagalas.</p>
-
-<p>&mdash;Eso no se dice, es pecado&mdash;protestó Marinela, palideciendo
-a pesar suyo.</p>
-
-<p>Y Olalla, con el ceño fruncido y el aire hostil, abrevió
-la visita todo lo posible.</p>
-
-<p>Antes de marcharse, la vieja, después de hacer muchas
-preguntas a <i>Mariflor</i>, acercóse a mirarla de hito en hito.</p>
-
-<p>&mdash;Para dañarte&mdash;murmuró Pedro.</p>
-
-<p>&mdash;Porque es ceganitas&mdash;disculpó Marinela.</p>
-
-<p>Y la mujeruca, présbita y sorda, encorvada y jadeante,
-masculló una trémula despedida en el hueco sombrío
-de su boca sin dientes.</p>
-
-<p>Cuando hubo desaparecido, contó Marinela que la tía
-Gertrudis, siendo moza, quiso casarse con el abuelo Juan,
-y como él y su gente la desdeñaron y ella no halló marido,
-dieron en decir que por venganza les hacía mal de
-ojo, que por ella al tío Juan se le morían los hijos y
-hasta los nietos picados del «arca», allí donde apenas se
-conocía esa terrible enfermedad...</p>
-
-<p>&mdash;Del andancio de las reses y de la quebrantanza de
-las cosechas también tiene la culpa&mdash;añadió Pedro, rencoroso.</p>
-
-<p>Y Marinela repitió apacible:</p>
-
-<p>&mdash;Don Miguel ha dicho que es pecado creer eso, que
-sólo en broma se puede hablar de brujas. La tía Gertrudis&mdash;añadió
-la zagala con benigno elogio&mdash;no se mete
-con nadie; ¡es tan pobretica y tan vieja!... Sabe historias
-de aparecidos, de príncipes y santos, y en los filandones
-divierte mucho a la mocedad...</p>
-
-<p>Evoca Florinda tal escena al paso torpe de la quintañona,
-y mientras se extingue el soniquete de la cachava
-a lo largo de la calle, remueve la niña en tropel los recuerdos
-de todas las desventuras que derrama el destino
-sobre la descendencia del tío Juan: miseria, expatriación,
-enfermedades, muertes...</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_90" id="Page_90">[90]</a></span></p>
-
-<p>Aquel primer homenaje que recibió en Valdecruces,
-a media luz, entre miradas insidiosas y frases oscuras, lo
-recuerda <i>Mariflor</i> como un augurio que la hace estremecer.
-Huye de seguir contemplando la sombra enemiga
-que aún se columbra en la calzada, y atisba el horizonte
-en persecución de otra más dulce imagen.</p>
-
-<p>Una niebla morada baja del cielo o sube del erial, borrando
-límites y extensiones, ofreciendo viva semejanza
-con las brumas del paisaje marino en turbias mañanas
-de cerrazón.</p>
-
-<p>Rechazada Florinda por la esquivez de aquel semblante,
-vuélvese a buscar el apetecido resplandor alegre
-dentro de la propia alma; y derramando su crecida exaltación
-en delirio de frases, dirige un devoto discurso a
-las hermanas palomas, al hermano viento y al ausente
-padre sol.</p>
-
-<p>En la borbollante plática que fluye de los rojos labios
-como un río de miel, se mezclan improvisaciones ajenas
-a la brisa, a la luz y a las aves; palabras inseguras, balbucientes,
-en las que se esconde y torna la enamorada
-voz, para componer el trozo ingenuo de una epístola, divagando
-así:</p>
-
-<p>&mdash;«Muy señor mío...» (No; es poco...) «Amigo inolvidable...»
-(Es mucho...) «Estimado...» (¡Uf, qué cursi!...
-El encabezamiento ya lo discurriré...) «Recibí su carta...»
-(Bien; todo esto es fácil. Después): «Tengo idea de haber
-encontrado en Vigo un nene muy mono con los ojos
-azules y el pelo rubio: llevaba alitas y flechas, y nos
-dimos un beso...; ¡pero me parece que era en carnaval!...
-De todas maneras, yo le he visto a usted en alguna parte:
-haré memoria... Con mucho placer recibiré sus cartas y
-puede usted venir cuando guste. Aquí hay un cura que
-estudió en Villanoble y a quien debe usted de conocer:
-se llama don Miguel Fidalgo. Los versos, muy preciosos.
-Sin más por hoy, se repite de usted amiga y servidora...»</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_91" id="Page_91">[91]</a></span></p>
-
-<p>Al través de las perplejidades y temores, el gozo y la
-esperanza alumbran el semblante de la niña.</p>
-
-<p>Y rota de repente la niebla, álzase ardiendo el sol en la
-llanura como hostia gigante sobre un ara colosal.</p>
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-014.jpg" width="300" height="256"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_92" id="Page_92">[92]</a></span></p>
-<p>&nbsp;</p>
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_93" id="Page_93">[93]</a></span></p>
-
-<div class="chapter">
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-025.jpg" width="400" height="145"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<h2>VII<br /><br />
-<span class="pch">LAS SIERVAS DE LA GLEBA</span></h2>
-
-<div>
- <img class="dc1" src="images/de.jpg" width="200" height="201" alt=""/>
-</div>
-<p class="dc13">EL «crucero» es un punto céntrico
-del lugar, donde convergen cuatro
-calles, anchas y silenciosas,
-de edificios ruines con techados
-de cuelmo, pardos y miserables
-como la tierra y el camino: una
-gran cruz labrada toscamente,
-ceñida en el suelo por un amago
-de empalizada, corrobora el
-nombre de la triste y muda plazoleta.</p>
-
-<p>Por allí pasa <i>Mariflor</i> tempranito en esta mañana azul
-y blanca del mes de Abril: va la moza vestida con el
-mismo traje vistoso con que llegó a Valdecruces hace
-pocas semanas; pero no es tan fino su calzado como aquel
-que traía, ni es tan lindo el pañuelo de su talle.</p>
-
-<p>Camina muy diligente al lado de la abuela, que disimula
-sus «tres veintes» y diez años más&mdash;como ella dice&mdash;siguiendo
-con tesón el paso firme y ligero de la niña.</p>
-
-<p>Al tomar ambas una de las cuatro calles, en el cruce,<span class="pagenum"><a name="Page_94" id="Page_94">[94]</a></span>
-un zagal se aparece por la otra, silbando, con la cabeza
-gacha y el andar perezoso.</p>
-
-<p>&mdash;Es <i>Rosicler</i>, abuelita&mdash;advierte la muchacha.</p>
-
-<p>Levanta la voz y acorta el paso la vieja para decirle:</p>
-
-<p>&mdash;Dios te guarde.</p>
-
-<p>&mdash;Felices, tía Dolores y la compaña&mdash;contesta el mozalbete&mdash;.
-Y se para en seco, turbado y rojo, con visibles
-afanes de añadir al saludo alguna cosa.</p>
-
-<p>Es un maragato que contará hasta diecisiete primaveras,
-cenceño, de regular estatura, ojos garzos, tez soleada
-y boca infantil; tiene el genio cobarde, el humor
-alegre, la inteligencia calmosa y el corazón sano: le
-llaman <i>Rosicler</i> porque era desde niño risueño y galán.</p>
-
-<p>&mdash;Mucho se madruga&mdash;declara al cabo de sus vacilaciones,
-que hacen a la doncella sonreir.</p>
-
-<p>&mdash;Mucho no, que ya son las ocho&mdash;replica la anciana;
-y añade con afabilidad:&mdash;¿A dónde vas, hijo?... ¿Solas
-dejaste las ovejas?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, señora; voy a pedirle al amo una razón... Pero
-torno allá de un pronto; si vais a las aradas os alcanzo en
-seguida.</p>
-
-<p>&mdash;Pues aguanta, rapaz, que a las aradas vamos.</p>
-
-<p>Un instante detuvo el pastor embelesados sus tranquilos
-ojos en Florinda, y luego echó a correr con tal celeridad
-que no tuvo tiempo de oir la jocunda carcajada de
-la moza. Puso la tía Dolores un dedo rígido sobre los labios
-en señal de silencio, y reprendió suavemente, algo
-escandalizada:</p>
-
-<p>&mdash;¡Niña, no te rías así!</p>
-
-<p>&mdash;Pero, abuela; ¿es la plaza un camposanto?... ¿No se
-puede reír en Valdecruces?</p>
-
-<p>&mdash;Tan recio no; ya te lo dije. Aquí no parece bien que
-las mujeres hagan ruido.</p>
-
-<p>&mdash;Pues lo que es los hombres no han de hacerlo...
-Como no sean <i>Rosicler</i>, el señor cura, el sacristán, el enterrador,
-y tres o cuatro carcamales...</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_95" id="Page_95">[95]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Sí; ya no quedamos en el lugar más que los viejos,
-las mujeres y la rapacería&mdash;suspiró tía Dolores.</p>
-
-<p>Se extinguió la calle entre las sebes de algunos huertos
-mustios, y el camino, abriéndose de pronto a un horizonte
-vasto, mostró las pardas tierras movidas por labores
-recientes, abiertas y solitarias, con el cuajarón
-sangriento de algunas amapolas temblando entre las
-glebas; un viento blando y dulce besaba la llanura en silenciosa
-paz.</p>
-
-<p>Caminaron buen trecho las dos mujeres cuando las dió
-alcance <i>Rosicler</i>, a paso veloz, con la gorra en la mano
-y encendido el semblante.</p>
-
-<p>&mdash;Tardó en despacharme el tío Cristóbal&mdash;murmuró&mdash;;
-estaba durmiendo.</p>
-
-<p>&mdash;Estaría; que ya los años le pesan mucho: entró en
-los noventa y seis&mdash;dijo la abuelita, irguiéndose con
-arrestos juveniles ante la evocación venerable de tantos
-años vivos.</p>
-
-<p>Ella y el zagal siguieron hablando con mucha parsimonia,
-doctos y humildes frente al eterno problema de
-su vida ruda.</p>
-
-<p>&mdash;Era sobre el sirle mi recado, ¿sabe?&mdash;explicó <i>Rosicler</i>&mdash;.
-Tengo que levantar las cancillas y hube de preguntarle
-al tío Cristóbal hacia dónde correría el redil.</p>
-
-<p>&mdash;Y de «allá», ¿tuviste carta?</p>
-
-<p>&mdash;Ni carta ni señales... Mi hermano me había prometido
-que en el mes de San Pedro, al finar el ajuste, estaría
-todo a punto para embarcarme yo.</p>
-
-<p>&mdash;Aún falta tiempo.</p>
-
-<p>&mdash;Pero ya van cuatro meses que no escribe.</p>
-
-<p>&mdash;Yo también espero noticias... ¡Siempre esperando!</p>
-
-<p>&mdash;Del señor Martín, ¿verdad?</p>
-
-<p>&mdash;De los dos hijos que me quedan... Isidoro no está
-bien de salud&mdash;se condolió la anciana.</p>
-
-<p>&mdash;Ahora mi padre le cuidará&mdash;dijo Florinda.</p>
-
-<p>&mdash;¡Tu padre iba tan triste!</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_96" id="Page_96">[96]</a></span></p>
-
-<p>La muchacha bajó la cabeza, murmurando:</p>
-
-<p>&mdash;Pero es muy animoso...</p>
-
-<p>Un gran silencio corría por la tierra; a naciente fulguraba
-el sol, enrubesciendo el horizonte, y en una lejanía
-remota alzábase la silueta del Teleno, pálida y confusa,
-como errante jirón de niebla o nube. De aquel lado
-venían al término de Valdecruces las tempestades asoladoras,
-las fatídicas <i>truenas</i> del estío. Hacia allí miró Florinda
-cuando levantó la frente, mientras su abuela se llevaba
-a los ojos la punta del delantal, y decía <i>Rosicler</i>:</p>
-
-<p>&mdash;Hoy posa en Vigo «el barco»... Quizabes tengamos
-carta.</p>
-
-<p>Habíase estrechado la ruta, acosada por los arados terrones;
-sendas leves penetraban con misterio en el llano,
-fugitivas y embozadas, sin vegetación ni perfumes. De
-tarde en tarde algunos matojos descoloridos ofrecían un
-tropiezo en la vereda, erizados y adustos, como si se
-avergonzasen de la luz vernal.</p>
-
-<p>Llegaron los tres caminantes a la orilla donde una
-mujer jadeaba, aguijando, intrépida, su yunta.</p>
-
-<p>&mdash;Dios te ayude&mdash;le dijeron al uso del país.</p>
-
-<p>Y ella, de igual modo, respondió:</p>
-
-<p>&mdash;Bien venidos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Son de usted las vacas, tía Dolores?&mdash;preguntó el
-muchacho.</p>
-
-<p>&mdash;Y tuyas.</p>
-
-<p>&mdash;¡Buenas yugadas rendirán!... ¡Miren que la silga!...
-No hay mejor pareja en Valdecruces.</p>
-
-<p>&mdash;Háylas, hombre, que el tío Cristóbal las tiene muy
-llocidas.</p>
-
-<p>&mdash;Pero no tanto&mdash;halagó el pastorcillo, fervoroso.</p>
-
-<p>Y sus devotas frases se posaban en <i>Mariflor</i> con ingenua
-candidez.</p>
-
-<p>Ella, agradecida y sonriente, le interrogó:</p>
-
-<p>&mdash;¿De modo que tú también te quieres embarcar?</p>
-
-<p>&mdash;También. Considere que de pastor se gana poco.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_97" id="Page_97">[97]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Pero, ¿le dices de usted?&mdash;intervino la tía Dolores&mdash;.
-¡Si tu abuelo y el suyo eran hermanos!</p>
-
-<p>&mdash;¡Como no la tengo tratada!...</p>
-
-<p>&mdash;¿Eso qué importa?&mdash;pronunció la niña&mdash;. Ya ves
-que yo te hablo con franqueza de parientes. Conque
-dime, ¿cuánto ganas?</p>
-
-<p>&mdash;Un duro al año por cada doce ovejas, la comida y
-alguna ropa.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y el rebaño es grande?</p>
-
-<p>&mdash;Hogaño es más chico.</p>
-
-<p>&mdash;¿Dónde le tienes?</p>
-
-<p>&mdash;Vélo va.</p>
-
-<p>Y el pastor señalaba en el paisaje, raso, un punto quimérico
-para Florinda.</p>
-
-<p>&mdash;Yo no distingo más que cielo y tierra&mdash;murmuró la
-moza, entornando los ojos y haciéndose una pantalla con
-la mano.</p>
-
-<p>&mdash;Vélo... vélo ende&mdash;insistía <i>Rosicler</i>, lanzado a su
-dialecto por la propia fuerza y concisión de las palabras
-regionales&mdash;. Y con el brazo tendido hacia el lugar solano
-del horizonte, trazaba un ademán amplio y seguro, cobijador,
-que parecía descubrir a cada res, guardarla y bendecirla.</p>
-
-<p>&mdash;Pues ¡ni por esas!&mdash;lamentóse la muchacha, esforzándose
-para encontrar la pista del rebaño&mdash;. ¡Ahora!&mdash;exclamó
-de pronto&mdash;. ¡Ya, ya caigo!... Justamente; ellas
-son: unas vedijas blancas que van y vienen por allí... ¡Si
-en este mar de tierra parecen tus ovejas las espumas!...
-¡Las crenchas de las olas, ni más ni menos!... Y para mayor
-embuste, entre el oleaje asoma un barco de vela.
-Mira, <i>Rosicler</i>.</p>
-
-<p>&mdash;¡Si es mi cama!&mdash;replicó el zagal, soltando la risa.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo tu cama?... Pero, ¿tú duermes en un globo,
-ahí en mitad de la llanura?</p>
-
-<p>Siguió riendo <i>Rosicler</i> ante la sorpresa de la moza y
-su ignorancia en materia de lechos pastoriles. Y como la<span class="pagenum"><a name="Page_98" id="Page_98">[98]</a></span>
-mujer de la yunta había suspendido su palique con la tía
-Dolores, apresuróse ésta a explicar a Florinda de buen
-grado, minuciosa y elocuente, de qué artificio vulgar se
-componía aquel pobre camastro, que, como en aventuras
-quijotiles, tomaba <i>Mariflor</i> por un lecho flotante y
-prodigioso.</p>
-
-<p>&mdash;Nada de eso, chacha; viene a ser como especie de
-pernales, con una tarima; igual que unas trosas, ¿comprendes?...
-Lo que desde aquí se distingue mejor, ablancazao,
-que se te figura la vela de un navío, es a manera
-de tabique para que el rapaz se acuche de la lluvia y de
-los vientos.</p>
-
-<p>Decía la maragata con firmeza, dando una entonación
-grata y solemne a la clave de aquel menudo secreto, posando
-en la muchacha los turbios ojos y la palabra persuasiva,
-con aire de iniciadora, como quien descubre a
-un neófito los ritos de un culto. No parecía aquella misma
-anciana que en el tren conocimos, vacilante y mustia,
-silenciosa y torpe, asomada a la vida como un espectro
-de otros siglos.</p>
-
-<p>Ahora, bajo este cielo fuerte y alto, en este paisaje sin
-contornos, llano y rudo, arisco y pobre, en esta senda
-parda y muda donde la tierra parece carne de mujer anciana;
-aquí, en la cumbre de esta meseta dura y grave,
-como altar de inmolaciones, tiene la vieja maragata
-aureola de símbolo, resplandor santo de reliquia, gracia
-melancólica de recuerdo; su carne, estéril y cansada,
-también parece tierra, tierra de Castilla, triste y venerable,
-torturada y heroica. Diríase que, en murmullo de remotas
-bizarrías, pasa con sigilo por la llanura un hálito
-ancestral de evocaciones, haciendo marco insigne a la
-figura legendaria de esta mujer.</p>
-
-<p>Florinda escucha absorta, con los ojos cautivos de
-aquel punto blanco, insurgente y gentil como una vela
-marina: no otra cosa parece en el horizonte el hinchado
-cobijo que flota sobre la cama del pastor.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_99" id="Page_99">[99]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¿Y duermes ahí todo el año?&mdash;le pregunta compadecida.</p>
-
-<p>&mdash;Desde que el tiempo abonanza&mdash;responde la abuela,
-mientras el zagal sonríe, orgulloso de merecer las
-admiraciones de la moza.</p>
-
-<p>Vuelve la obrera del arado a pasar cerca del grupo,
-afanosa y enfrascada en su labor.</p>
-
-<p>&mdash;Aguarda, Felipa&mdash;dícele de pronto la tía Dolores&mdash;.
-Voy a dar yo una vuelta; luego tú echas las
-tornas.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pero, abuelita!&mdash;protesta <i>Mariflor</i> suavemente&mdash;. Y
-ya la abuela, avanzando entre los terrones, blande la
-aguijada con muy airosa disposición y hace retroceder
-a la yunta mediante la voz usual:</p>
-
-<p>&mdash;¡Tuis... tuis!</p>
-
-<p>Los animales obedecen mansos, y la maragata hunde
-la «tiva» en el surco, sosteniéndola por la rabera con
-mano firme: brota un chorro de tierra, débil y roja, en
-la férrea punta del arado; gime la «gabia», avanza la
-yunta y queda abierto al sol un pobre camino de pan.</p>
-
-<p>Sigue Felipa con mirada inteligente la estela que el
-trabajo marca en el suelo. Esta Felipa, ¿cuántos años podrá
-tener?</p>
-
-<p>&mdash;Cuarenta y cinco lo menos, piensa <i>Mariflor</i>, examinándola
-de reojo. Pero ella siente la mirada curiosa
-de la niña, vuelve el rostro indefinible, borrado, curtido
-por los aires y los soles, y al sonreir, complaciente,
-muestra una dentadura blanca y hermosa, que alumbra
-como un rayo de luz toda la cara.</p>
-
-<p>&mdash;Veintiocho años a lo sumo&mdash;corrige entonces la
-doncella, sorprendida. Y <i>Rosicler</i>, cándido y simple, por
-decir algo, le pregunta:</p>
-
-<p>&mdash;¿Tú no sabes arar?</p>
-
-<p>&mdash;No&mdash;contesta prontamente la muchacha.</p>
-
-<p>&mdash;Ya irás aprendiendo; es muy fácil.</p>
-
-<p>&mdash;Mi padre me lo ha prohibido&mdash;dice ella estremeciéndose,<span class="pagenum"><a name="Page_100" id="Page_100">[100]</a></span>
-como si las palabras del pastor fuesen un augurio&mdash;.
-Y a mi abuela también&mdash;añade.</p>
-
-<p>Supone el zagal que ha cometido una indiscreción, y
-deseando borrarla con cualquiera interesante noticia,
-sale diciendo:</p>
-
-<p>&mdash;Ya llegaron mis ovejas a los alcores.</p>
-
-<p>De aquel lado tiende Florinda la mirada, y otra vez
-se confunde entre la llanura y el celaje, sin distinguir ribazo
-ni soto alguno: quizá tiene los ojos ensombrecidos
-por una triste niebla del corazón.</p>
-
-<p>Pero tanto señala <i>Rosicler</i> y con tal exactitud «allí á
-man riesga del aprisco, una riba que asoma en ras del
-término», que <i>Mariflor</i> encuentra la remota blancura
-del rebaño, como nube de plata caída al borde del cielo
-azul.</p>
-
-<p>&mdash;¿Tienes muchas femias?&mdash;le pregunta Felipa al
-pastor.</p>
-
-<p>&mdash;Cuasi por mitades; hay otros tantos marones.</p>
-
-<p>Como la abuelita los halla distraídos a los tres, al terminar
-el surco sigue terciando con mucho brío. Y cuando
-<i>Mariflor</i> lo advierte y la llama, ya va lejos, salpicada
-de tierra, con las manos en pugna y el cuerpo encorvado.</p>
-
-<p>&mdash;¡Oya, tía Dolores; que la llaman aquí!&mdash;vocea el zagal,
-deseoso de complacer a la niña&mdash;. Pero la anciana
-sólo acude al redondear la vuelta; y luego de hacer a
-Felipa algunas recomendaciones, dice que ya es hora de
-seguir el camino hacia la hanegada de Ñanazales: tercian
-allí también, y quiere dar un vistazo.</p>
-
-<p>&mdash;Y a la de Abranadillo, ¿cuándo voy?&mdash;interroga la
-obrera.</p>
-
-<p>&mdash;Está el terreno muy cargado; habrá que esperar un
-poco.</p>
-
-<p>&mdash;En cuanto vengan cuatro días estenos.</p>
-
-<p>&mdash;Justamente.</p>
-
-<p>&mdash;Creí que tenía en fuelga aquella hanegada&mdash;dice
-<i>Rosicler</i>.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_101" id="Page_101">[101]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;No; antaño estuvo.</p>
-
-<p>Se despiden la vieja y la moza, en tanto que el zagal
-y Felipa, al borde de «la arada», murmuran a dúo:</p>
-
-<p>&mdash;Condiós...</p>
-
-<p>&mdash;Condiós...</p>
-
-<p>Y al catar el sendero, con rumbo a Ñanazales, Florinda,
-muy curiosa, averigua:</p>
-
-<p>&mdash;¿Cuántos años tiene esa mujer, abuela?</p>
-
-<p>Después de pensarlo mucho, bajo un pliegue pertinaz
-del entrecejo, responde la anciana:</p>
-
-<p>&mdash;Habrá entrado ahora en veintitrés.</p>
-
-<p>&mdash;¡Es posible!</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué te asusta?</p>
-
-<p>&mdash;¡Si parece mucho mayor!</p>
-
-<p>&mdash;Ya tuvo dos críos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Luego está casada?</p>
-
-<p>&mdash;¡Natural, niña! A su edad casi todas las rapazas se
-han casado aquí.</p>
-
-<p>&mdash;¿Pero con quién, abuela? ¡Si no hay hombres!</p>
-
-<p>&mdash;Viene el mozo de cada una, se casa y luego se
-vuelve a marchar.</p>
-
-<p>A los labios dulces de la muchacha asoma una ingenua
-observación, mas la contiene, la hace dar un rodeo
-malicioso, y pregunta con mucha candidez:</p>
-
-<p>&mdash;¿No ha vuelto el marido de Felipa desde que se casaron?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, mujer; ¿no te dije que tienen dos criaturas?...
-Viene ese, como la mayor parte dellos, para la fiesta Sacramental;
-¿cómo habían, si no, de nacer hijos?... ¡Se
-acabaría el mundo!</p>
-
-<p><i>Mariflor</i> extiende una mirada angustiosa por los eriales:
-cruzan ahora las dos mujeres unos campos en barbecho,
-donde apenas algunas hierbecillas brotan y mueren,
-baladíes, inútiles, fracasado barrunto de una vegetación
-miserable: la estepa inundada de luz, calva y mocha,
-lisa y gris, silente, inmoble, daba la sensación de un<span class="pagenum"><a name="Page_102" id="Page_102">[102]</a></span>
-mundo fenecido o de un planeta huérfano de la humanidad.</p>
-
-<p>&mdash;¡Y este país&mdash;pensaba la moza con espanto&mdash;es el
-mundo, «todo el mundo» para la abuela, para Felipa y
-mi prima Olalla, para cuantas infelices nacieron en Valdecruces!...
-¡Y aquí es menester que las mujeres tengan
-un hijo cada año, maquinales, impávidas, envejecidas
-por un trabajo embrutecedor, para que no se agote la
-raza triste de las esclavas y de los emigrantes!...</p>
-
-<p>La niña maragata no reflexiona en tales pesadumbres
-sin un poco de ciencia de la vida: conoce países feraces,
-campos alegres, pueblos felices, libros generosos, sociedades
-cultas y humanitarias. Sabe que al otro lado de la
-llanura baldía, de la esclavitud y de la expatriación, hay
-un verdadero mundo donde el trabajo redime y ennoblece,
-donde es arte la belleza y el amor es gloria, la
-piedad ternura, el dolor enseñanza y la naturaleza
-madre.</p>
-
-<p>Ha estudiado un poquito Florinda Salvadores en el
-semblante vario de las almas y de las cosas, por su lado
-bueno y alentador; de las costumbres cultas y de las libertades
-santas, bajo su aspecto femenino y misericordioso;
-ha cursado el arte de querer y de sentir, en la escuela
-del hogar propio, donde la madre de esta niña,
-inteligente y curiosa, fué maestra en amor y solicitud, y
-maestra también, por un honrado título, corona de
-aprovechada mocedad.</p>
-
-<p>Todo lo que sabe <i>Mariflor</i> y aun mucho que adivina,
-que presiente y que busca por el ancho camino de ilusiones
-donde la ambición suele perseguir a la felicidad,
-se le sube ahora a los labios en un ¡ay! trémulo y ansioso.</p>
-
-<p>&mdash;¿Estás cansada?&mdash;le pregunta solícita la abuela.</p>
-
-<p>&mdash;No, señora&mdash;balbuce&mdash;; voy pensando que son muy
-tristes estos parajes, tan solos y tan yermos.</p>
-
-<p>&mdash;¡Jesús, hija, luego te amilanas! Algunas parcelas que<span class="pagenum"><a name="Page_103" id="Page_103">[103]</a></span>
-ves, quedan de aramio para el año que viene; no todo
-es erial.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué quiere decir «aramio»?... No lo entiendo.</p>
-
-<p>&mdash;Pues que ya llevó la tierra dos labores; pero es
-sonce el terreno y no se puede sembrar hasta que descanse.</p>
-
-<p>&mdash;Sonce, ¿significa malo?</p>
-
-<p>&mdash;Eso mismo. Ya vas aprendiendo la nuestra fabla.</p>
-
-<p>&mdash;Algo me enseñó mi padre, que le tenía mucha
-ley.</p>
-
-<p>&mdash;¿Enseñar?... Él lo iba olvidando. ¡Como no casó en
-el país!</p>
-
-<p>Hay un dejo de amargura en esta observación; pero
-la vieja, adulciendo al punto sus palabras, dice muy cariñosa:</p>
-
-<p>&mdash;Por aquí, todo a la derechera, llegamos pronto a
-Ñanazales, y en redor verás cuántos bagos con gentes y
-yuntas; es tierra labrantía. Al otro lado del pueblo ya
-está madurando la mies.</p>
-
-<p>&mdash;¿De trigo?</p>
-
-<p>&mdash;No, hija, no: de centeno. Aquí el trigo apenas
-se da.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y nunca tenéis pan blanco?</p>
-
-<p>&mdash;Nunca&mdash;. Y añadió la maragata un poco secamente:&mdash;Pero
-nos gusta lo moreno.</p>
-
-<p>&mdash;A mí también&mdash;se apresuró a decir, sumisa, <i>Mariflor</i>.</p>
-
-<p>La abuelita ponderó entonces jactanciosa:</p>
-
-<p>&mdash;Recogemos, además, cebada, nabos... y en algunos
-huertos, muestra de trigo.</p>
-
-<p>No pudo la moza menos de suspirar otra vez ante la
-mención ufana de tan ricas cosechas. Y así andando y
-discurriendo sobre las simientes y los terrones, los añojales
-y las «aradas», vió <i>Mariflor</i> oscurecerse la tierra
-recién movida y destacarse en torno mujeres y yuntas,
-en grupos solitarios y activos.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_104" id="Page_104">[104]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¿Qué hacen, abuela?&mdash;preguntó.</p>
-
-<p>&mdash;Terciar: es la última labor, por ahora.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y no hay ningún hombre, ni uno sólo en el pueblo,
-que ayude a estas cuitadas?</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué ha de haber, criatura! el que se nos quedase
-aquí, sería por no valer, por no servir más que para labores
-animales. Los maragatos&mdash;añadió envanecida&mdash;son
-muy listos y se ocupan en otras cosas de más provecho.</p>
-
-<p>&mdash;Y las maragatas, ¿por qué no?</p>
-
-<p>&mdash;¡Diañe!... ¿Ibamos a andar por el mundo con la casa
-y los críos? ¿Quién, entonces, trabajaba las tierras?</p>
-
-<p>La joven no se atrevió a contestar, porque en su corazón
-y en su boca pugnaba, harto violenta, la rebeldía:
-allí mismo, delante de sus ojos, jadeaban yuntas y mujeres
-con resuello de máquinas, fatales, impasibles, confundidas
-con la tierra cruel...</p>
-
-<p>&mdash;Ya estamos en Ñanazales&mdash;dijo la tía Dolores&mdash;.
-¿Ves aquellos búis moricos?... Son de casa: la mejor pareja
-del lugar.</p>
-
-<p>&mdash;Y la obrera, ¿quién es?&mdash;preguntó la moza en seguida.</p>
-
-<p>&mdash;Una que tú no conoces: está para parir.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y trabaja?</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué ha de hacer! Así hemos trabajado todas.</p>
-
-<p>Fuese hacia ella la abuelita, diciéndole a <i>Mariflor</i>:</p>
-
-<p>&mdash;Mira, ahí tienes un sentajo: quédate a descansar un
-poco, que voy a ver la traza del terreno.</p>
-
-<p>Y se alejó por la linde menuda, donde la barbechera
-puso fonje mullida, amortiguadora de los pasos: delante
-de los bueyes «moricos» una mujer esperaba, limpiando
-la reja con el gavilán.</p>
-
-<p>Sentóse Florinda en una piedra grande, relieve de
-majanos divisorios, y como el sol ya calentaba mucho,
-se subió hasta la frente, suelto y libre, el pañolito que
-sobre el jubón lucía: así quedó desnuda su garganta,<span class="pagenum"><a name="Page_105" id="Page_105">[105]</a></span>
-carne fina y trigueña, dorada y dulce como fruto en sazón.
-Bajo aquella piel sérica y firme, soliviando los corales
-de la gargantilla roja, estalló un sollozo contenido
-apenas, y la suave faz mojada en llanto buscó refugio
-entre las alas del pañuelo.</p>
-
-<p>No sabe <i>Mariflor</i> por qué llora, ni cuál de las amarguras
-que conoce levanta en su espíritu esta repentina
-tempestad: añoranzas, acaso, de los padres ausentes en
-dos mundos distintos y remotos; quizá secretas aspiraciones
-de la juventud amenazada; imágenes, tal vez, de
-otra vida feliz que ya es recuerdo; todo junto, apremiante
-y doloroso, removido por la tristeza infinita del
-páramo, oprime y sacude el corazón de la niña maragata...
-¡Quién sabe si también las piedades y las indignaciones
-alzan su voz de llanto en aquel pecho altivo y
-generoso!...</p>
-
-<p>Aunque no comprende Florinda la razón de aquella
-angustia impetuosa, bien quisiera llorar mucho, sólo por
-el descanso de su alma, que se lo pide con sordas voces.
-Pero hace un valiente esfuerzo para tragarse los sollozos,
-se enjuga las lágrimas y pretende evadirse a todo trance
-del vehemente dolor cuyo motivo determinado ignora.</p>
-
-<p>Casi duda conseguir este triunfo la muchacha jovial
-que hace poco reía en Valdecruces con escándalo de la
-tía Dolores. Y tanto arrecia el ímpetu misterioso de la
-rebelde cuita, que <i>Mariflor</i> cruza sus manos en actitud
-devota de plegaria.</p>
-
-<p>&mdash;¡Virgen!&mdash;prorrumpe&mdash;. Seréname como a las aguas
-turbias de los ríos, como a las olas bravas de los
-mares...</p>
-
-<p>Al punto un pájaro, escondido entre el barbecho, trasvuela
-hasta la orilla de la joven, trinando alegremente.
-Ella le asusta con su propio sobresalto, y el pajarillo
-vuelve entonces a trasvolar, sin suspender su canción,
-muy contento de vivir, muy goloso de unas briznas de<span class="pagenum"><a name="Page_106" id="Page_106">[106]</a></span>
-hierba, casi invisibles, que se asoman cobardes al pedregal
-del camino.</p>
-
-<p>A milagro le trasciende a Florinda aquella aparición,
-como si fuera imposible que un ave gorjeara en primavera
-y habitara feliz en la llanura de Maragatería. Un
-resorte, enmohecido en la memoria de la triste, se mueve
-de pronto, avanza, busca, y encuentra estas palabras
-dulces, que en augusto libro se aprendieron:</p>
-
-<p><i>Yo soy aquel que tiene cuenta con los pajaricos, y provee
-a las hormigas, y pinta las flores, y desciende hasta
-los más viles gusanos...</i></p>
-
-<p>Como por arte de magia cede la tormenta de lloros y
-suspiros que descargaba, dura, allí, al violento compás
-de un corazón, y muéstrase Florinda consolada lo mismo
-que si el pájaro inocente fuera un mensajero providencial;
-cuando él, ahora, reclama y ayea en el rastrojo,
-ella sonríe, sin lágrimas ni quebranto.</p>
-
-<p>Persiguiendo el rumbo de la avecilla dan los ojos de
-la maragata en un bancal de brezo florido. Ya va a correr
-para recibirle como otro mensaje del divino Artista,
-cuando la voz de la abuela la detiene:</p>
-
-<p>&mdash;¿Adónde vas, rapaza?</p>
-
-<p>&mdash;A coger esas flores&mdash;murmura con el acento aún
-turbado por la reciente borrasca de su espíritu.</p>
-
-<p>Pero la vieja no se fija en ello ni repara tampoco en la
-lumbre de pasión y delirio que arde en las mejillas de la
-joven, ni en el cerco encarnado de sus ojos; está la tía
-Dolores preocupada porque, según dice la obrera, uno
-de los «moricos» parece triste.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y ella, la mujer?&mdash;dice Florinda muy apremiante.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cuála?</p>
-
-<p>&mdash;Esa que está terciando para ti.</p>
-
-<p>&mdash;Pero, ¿qué hablaste della? ¡Estás boba!</p>
-
-<p>&mdash;Que si gana mucho jornal&mdash;pregunta la muchacha
-algo confusa, sin atreverse a decir todo lo que se le
-ocurre.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_107" id="Page_107">[107]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Gana abondo: tres riales y mantenida.</p>
-
-<p>&mdash;Y «abondo», es mucho... ¡Dios mío!&mdash;lamenta la
-niña con terror en lo profundo de su alma.</p>
-
-<p>Acércase distraídamente hacia los brezos, mientras inquiere
-la abuela con un poco de desdén:</p>
-
-<p>&mdash;¿Te gustan las albaronas?</p>
-
-<p>&mdash;Son éstas, ¿no?</p>
-
-<p>&mdash;Sonlo. También la urz negral da flor.</p>
-
-<p>&mdash;¿Morada?</p>
-
-<p>&mdash;Sí; parece de muertos... Son las más abundantes del
-país.</p>
-
-<p>&mdash;Y las amapolas&mdash;añade Florinda, pensando&mdash;, ¡flores
-de tragedia!... ¿No sabes?&mdash;dice de pronto al oir cómo
-pía el pájaro evocador&mdash;. He visto una codorniz.</p>
-
-<p>&mdash;¡Quiá mujer!... Será un vencejo.</p>
-
-<p>&mdash;Canta muy bien... ¿Oyes? ¡Si fuese una alondra!</p>
-
-<p>&mdash;No, criatura; esas son más tardías y anidan en los trigales
-verdes; por aquí escasean.</p>
-
-<p>Dió prisa la tía Dolores: ya iba el sol muy alto y pudiera
-la moza coger un «acaloro» no teniendo costumbre
-de andar a campo libre.</p>
-
-<p>Retornando a la aldea, aún pregunta <i>Mariflor</i>:</p>
-
-<p>&mdash;¿Es parienta nuestra la que gana tres reales?</p>
-
-<p>&mdash;Algo prima de tu padre viene a ser; hermana de
-Felipa, pero ellas se apellidan Alonso. ¡Lástima que a
-esta pobre la inutilice el parto, ahora, para dos o tres
-días! Son buenas servicialas...</p>
-
-<p>Allá flota el cobijo del pastor como abandonada bandera
-que ningún viento agita en el desierto pardo de la
-llanura; los esquilones del ganado tañen lentamente al
-compás del trajín, en algunas «aradas»; y las mujeres,
-todas viejas al parecer, todas tristes, anhelantes y presurosas,
-gobiernan el yugo al través de los terrazgos:
-queda el camino a veces atravesado por el vuelo de
-un ave.</p>
-
-<p>&mdash;¿No lo ves? Son aviones&mdash;corrobora la anciana&mdash;;<span class="pagenum"><a name="Page_108" id="Page_108">[108]</a></span>
-éstos son mansos como las golondrinas; vienen en la
-primavera y hacen el nido en los alares...</p>
-
-<p>Ya en la linde de Valdecruces, Florinda, con las flores
-del brezo entre las manos, vuelve la mirada hacia el
-erial. Aquel primer paseo por el campo de Maragatería
-causa en la joven una impresión indefinible de angustia
-y desconsuelo.</p>
-
-<p>Y aunque se reanima su fe con la memoria del divino
-Artífice «que pinta las flores y tiene cuenta con los pájaros»,
-los dulces ojos, serenos como aurora otoñal, miran
-afligidos al horizonte.</p>
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-037.jpg" width="300" height="312"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_109" id="Page_109">[109]</a></span></p>
-
-<div class="chapter">
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-039.jpg" width="400" height="175"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<h2>VIII<br /><br />
-<span class="pch">LAS DUDAS DE UN APÓSTOL</span></h2>
-
-<div>
- <img class="dc1" src="images/da.jpg" width="200" height="198" alt=""/>
-</div>
-<p class="dc13">A la sombra de la nublada frente, los
-ojos de don Miguel estaban tristes;
-retirado el sacerdote a su
-aposento, con las manos entre
-las rodillas y el busto inclinado
-en el «escañil», meditaba sin
-tregua.</p>
-
-<p>¡Vaya un conflicto! ¡En buen
-hora la compasión y la amistad
-lleváronle a ser consejero y tutor de la familia Salvadores!
-Toda la solicitud con que él defendía los embrollados
-asuntos de esta pobre gente, no bastaba a prevenir
-su adversidad.</p>
-
-<p>Las noticias de América eran harto desconsoladoras:
-el padre de Florinda, «el señor Martín»&mdash;según le llamaba
-el mismo don Miguel&mdash;encontró a su hermano
-Isidoro muy enfermo, y en manos ajenas el humilde negocio
-allí establecido, señuelo de la esperanza familiar,
-vorágine que sorbía cuanto la usura prestaba, con subido<span class="pagenum"><a name="Page_110" id="Page_110">[110]</a></span>
-interés, sobre el menguado peculio de la tía Dolores.</p>
-
-<p>Algún socorro llevó a ultramar el segundo emigrante:
-algo de lo que a duras penas salvara en el hogar costanero;
-mas la viril resolución del señor Martín, expatriándose
-con la pena de su reciente viudez y dejando a
-su hija en Valdecruces, parecía estéril ante la mala ventura
-que a todos alcanzaba desde la amarga paramera.</p>
-
-<p>Ya el ausente maragato le escribía con sigilo al sacerdote,
-que juzgaba muy difícil levantar el caído negocio
-de América sin mucho más dinero del que llevó; hablaba
-también de Florinda con tristeza angustiosa y mostrábase
-impaciente por conocer el camino de las negociaciones
-matrimoniales entre ella y su primo Antonio.
-«A base de esa alianza&mdash;escribía&mdash;quizá fuera posible
-restaurar la hacienda de Valdecruces, pero yo quiero
-dejar a la muchacha en absoluta libertad para elegir marido:
-nada ambiciono para mí; por ella y por mi madre
-sufro; por este pobre enfermo y por sus hijos me afano».
-Y añadía: «Dime tus impresiones. Antonio irá para la
-fiesta Sacramental; creo que sigue muy encaprichado por
-la niña; sabe que está bien educada, que es hermosa, y,
-tanto él como su madre, desean lucir en la ciudad una
-mujer de buen porte y de finura. Mas yo no quiero engañar
-a mi sobrino; si llega la ocasión, hazle saber que
-perdí casi todo cuanto tenía en el tiempo en que negociamos
-la boda bajo la condición de someterla al gusto
-de la rapaza; el novio sabe que he delegado en ti todas
-mis atribuciones sobre el particular...»</p>
-
-<p>Recordando la carta confidente, el cura se levantó inquieto
-y anduvo por la salita con aire absorto; había recibido
-otra esquela, y otra aún, que, distintas y semejantes
-a la vez, convergían al mismo punto: el matrimonio
-de Florinda.</p>
-
-<p>El pretendiente de Valladolid escribía al párroco diciéndole
-que, «sabedor de la tutela que desempeñaba<span class="pagenum"><a name="Page_111" id="Page_111">[111]</a></span>
-cerca de su prima, tenía el gusto de comunicarle su propósito
-de celebrar la boda aquel verano, aprovechando
-la ocasión de su viaje a Valdecruces «cuando las fiestas»,
-puesto que sus muchas ocupaciones le impedirían volver,
-y ya era hora de tomar estado... Quedaba en espera del
-«sí» definitivo para los fines consiguientes...»</p>
-
-<p>Y en el mismo correo, también con sobre al señor
-cura, una letra fina y nerviosa, clamaba de pronto:</p>
-
-<p>«¿No te acuerdas de mí?... Considero imposible que
-me hayas olvidado, aunque nada contestas cuando van
-mis renglones a buscarte; soy aquel de las coplas y de
-las penas a quien tú exaltabas con elevados discursos a
-la orilla del mar, del mar mío que amaste y «sentiste»
-como un gran artista.</p>
-
-<p>»De aquella amistad nuestra guardo yo recuerdos imborrables
-que ojalá perduren también en tu memoria;
-atisbos de tus antiguas confidencias, raras y profundas
-como las de un santo; reliquias inefables de la paz de tus
-ojos, de la ternura extraña de tu voz. Siento al través de
-nueve años de ausencia la codicia de un secreto que en
-tu alma soñé... No lo niegues; era un secreto «blanco»
-y triste (según decimos ahora) que en vano quise aprisionar
-en los moldes artificiosos de una fábula... Tú no
-hablaste nunca, y aquel misterio quedó en mi fantasía
-como intangible estela de visiones que no pueden cuajarse
-en una estrofa...</p>
-
-<p>»Quizás haré mal en volver a ti con esta memoria por
-divisa; quizás te alarmo y «te escondo» al resucitar de
-improviso el agudo recuerdo de mis curiosidades; mi
-propia imprevisión te prueba la cordialidad de este impulso.</p>
-
-<p>»Al regresar de Cuba hace dos años supe en Villanoble
-que habías terminado la carrera con mucha brillantez,
-y te escribí a tu pueblo; después te mandé mi último
-libro: no respondiste a mi reclamo. Ahora, una adorable
-letra de colegiala ha escrito para mí tu nombre, y<span class="pagenum"><a name="Page_112" id="Page_112">[112]</a></span>
-esta providencial noticia tuya que recibo por tan dulce
-mensajero, me conmueve con el íntimo temblor de
-muchas ocultas emociones que despiertan y vibran, gozan
-y esperan...</p>
-
-<p>»Si te asusta mi exordio, si te desplace esta indiscreta
-persecución psicológica y sentimental, juro en mi ánima
-acallar para siempre tales porfías inquiridoras; y aún le
-queda a este pobre artista el aspecto de entrañable
-amigo y de hombre sensible para quererte y admirarte
-mucho.</p>
-
-<p>»Acógeme bajo esta fase de íntima fraternidad que antaño
-nos unió por encima de mis inquietudes y de tu reserva;
-óyeme con tu afable sonrisa de tolerancia: de mi
-corazón, que tú conoces de memoria, voy a mostrarte
-una página «inédita», que casi yo mismo ignoro.</p>
-
-<p>»&mdash;Ya «te siento pensar» con reflexiva compasión:&mdash;¡Cree
-que está enamorado!...</p>
-
-<p>»Tú sabes muchas leyendas de mis amores, y sonríes
-con incredulidad, al verme perseguir de buena fe otra
-dulce mentira... Nada profetizo, porque me he equivocado
-muchas veces; mas, honradamente te aseguro que si
-éste de hoy no es el «definitivo» amor... está muy cerca
-de serlo...»</p>
-
-<p>No acertó el comunicante, suponiendo que el sacerdote
-hubiera sonreído en la lectura de esta carta. Aun recordándola
-ahora, palidecía ligeramente y plegaba con
-nueva incertidumbre el entrecejo. Ninguna personal zozobra
-le suscitó el escrito del poeta; a las particulares
-alusiones con que Rogelio Terán le saludaba, fuéle a
-don Miguel muy llano contestar con serena desenvoltura:</p>
-
-<p>«Cumple ese espontáneo juramento y renuncia de una
-vez a tus pesquisas novelables; ni una mala copla podrías
-ensayar a cuenta de los «secretos blancos» que me
-atribuyes, y que sólo existen en tu imaginación.»</p>
-
-<p>Mayores dificultades tuvo que vencer el cura para<span class="pagenum"><a name="Page_113" id="Page_113">[113]</a></span>
-contestar al resto de la carta, donde el artista, en pleno
-asunto de novela, contaba con lírico entusiasmo la despedida
-y el encuentro, origen «aquella nueva página de
-un corazón». Desde <i>el sueño de la hermosura</i> sorprendido
-en el viaje, hasta el adiós penoso en el andén astorgano,
-toda la historia linda y triste pasaba lo mismo que
-una centella por los enamorados renglones. Y don Miguel,
-ingenuamente conmovido por aquella relación fervorosa
-y rara, hallóse lejos de sonreir; repercutían en su
-espíritu con singulares ecos las exaltaciones generosas
-reveladas en aquel párrafo:</p>
-
-<p>«... Esta niña tan llena de atractivos, que merece llamarse
-María y llamarse Flor, me ha mirado con deleite y
-ternura en dulcísimo abandono de su alma, y dejándome
-vivir como un sonámbulo a orilla de la hermosa realidad,
-hundióse en desierto camino paramés, al lado de una
-vieja lamentable y torpe, con rumbo sabe Dios a cuántas
-amarguras...»</p>
-
-<p>&mdash;¡Sabe Dios a cuántas!&mdash;repetía el sacerdote, saturándose
-en el latente aroma de caridad vertido de la
-pluma del poeta.</p>
-
-<p>Delatada por el santo perfume, la pura doctrina de un
-noble corazón daba su fruto en estas otras frases:</p>
-
-<p>«Yo sé que esa pobre familia te aprecia como confidente
-y amigo de su más íntima confianza; que ponen en
-tus manos sus asuntos y proyectos, y que entre <i>Mariflor</i>
-y un primo suyo median planes de boda no sancionados
-aún completamente. ¿Quieres hablarme de estos
-propósitos? ¿Quieres decirme si dañaré los intereses de
-la muchacha yendo a solazarme con su presencia al amparo
-de tu amistad? Siento la violenta tentación de volverla
-a ver.&mdash;¿Con qué intenciones?&mdash;me preguntas&mdash;.
-Yo mismo las ignoro en definitiva; desde luego con las
-de hacerle todo el bien posible, y ni una sombra de mal
-siquiera.»</p>
-
-<p>Al llegar mentalmente a este punto de la lectura, todos<span class="pagenum"><a name="Page_114" id="Page_114">[114]</a></span>
-los días repetida de memoria, el párroco de Valdecruces
-hizo una pausa en su agitado raciocinio, acodóse
-en el tosco rastel del antepecho y encendió con lentitud
-un cigarro.</p>
-
-<p>A espaldas del fumador aposentábase la sombra en la
-modesta salita, diseñando apenas el perfil de un pupitre
-y de un sillón y el contorno de unos altos escabeles.
-Fuera, se amortecía bajo el crepúsculo un huertecillo,
-cuyas legumbres posaban pálido tapiz de verdura sobre
-el color ocre de la tierra, y en la apacible lontananza del
-erial tenía la muerte de la tarde una serenidad purísima.</p>
-
-<p>Paseó don Miguel sus claros ojos por el asombrado
-huerto, por el deleznable caserío asignado entre calzadas
-y rúas silenciosas, y los clavó después en el lueñe
-horizonte, allí donde sangraba la agonía de un magnífico
-sol de mayo, en la serena curva del cielo azul: evocaba
-el sacerdote aquel momento en que acudiera <i>Mariflor</i>
-a su llamada para responder con claridad a dos trascendentales
-preguntas:&mdash;¿Quería a su primo por esposo?</p>
-
-<p>&mdash;No, señor&mdash;dijo rotundamente la moza sin asomo
-de vacilaciones.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y a Rogelio Terán?</p>
-
-<p>Aquí, una súbita sorpresa tiñó de grana el semblante
-de Florinda, la cual bajó los ojos, torció nerviosa el pico
-del pañuelo y exclamó lo mismo que la heroína de
-Campoamor:</p>
-
-<p>&mdash;«Cómo sabe usted?...»</p>
-
-<p>Aunque el cura de esta <i>dolora</i> no era «un viejo», para
-él tuvo la niña «el pecho de cristal», como en la fábula;
-y apenas dejó traslucir los amorosos afanes, tuvo también
-la palabra expedita para defender sus preferencias
-y los libres fueros de su corazón. Ya para entonces habíase
-mostrado transparente como el pecho, el cristal de
-unos ojos que miraban al párroco de hito en hito, y en
-los cuales fulgía la esperanza como un rayo de luna sobre
-el mar.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_115" id="Page_115">[115]</a></span></p>
-
-<p>Sintióse conmovido el sacerdote en la contemplación
-de aquella moza que miraba de frente como él, sin duda
-porque tenía muchas cosas buenas que decir con los
-ojos oscuros y anhelantes. Y al cabo de innumerables
-observaciones y temperamentos, se convino en la plática,
-requeridora una triple resolución: escribir al padre el
-fiel relato de la amorosa cuita; tratar con el primo, sólo
-verbalmente, «del asunto», sin corroborarle entretanto
-promesa alguna de matrimonio; y responder a Terán «en
-la forma que el señor cura lo creyera discreto», dando
-margen a las ilusiones que la niña compartía con el
-poeta.</p>
-
-<p>Así, <i>Mariflor</i> y don Miguel se propusieron en amigable
-complicidad servir a los corazones y a los intereses,
-con un sentimiento doblemente caritativo por parte del
-sacerdote; avaro y generoso a la vez, en el espíritu ferviente
-de la enamorada.</p>
-
-<p>&mdash;Yo misma&mdash;concluyó por decir aquella tarde&mdash;explicaré
-a Antonio este verano los motivos de mi negativa
-y le pediré la protección de su fortuna para la abuela.
-Si es bueno y es rico, tanto como dicen, ¿ha de negarse
-a salvarnos a todos? Cuanto más que yo no pretendo que
-nos regale nada; bastará que nos preste sin usura...</p>
-
-<p>Y como don Miguel acogiera en silencio el vehemente
-propósito, añadió la muchacha con vivísima zozobra:</p>
-
-<p>&mdash;¿Cree usted muy difícil un milagro?</p>
-
-<p>&mdash;Según y conforme...</p>
-
-<p>&mdash;Es que yo le he prometido a Olalla hacer uno, con
-la ayuda de Dios, para librar la hacienda de abuelita.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y será a base de lo que Antonio te conceda y tú le
-niegues?</p>
-
-<p>&mdash;¡Eso mismo! ¿Le parece a usted imposible de lograr?</p>
-
-<p>&mdash;¡Oh transparente corazón de mujer&mdash;meditó el cura
-sonriendo&mdash;. ¡Mezcla humanísima de egoísmo y caridad,
-de obstinación y de ternura!... En fin&mdash;dijo sentencioso&mdash;:<span class="pagenum"><a name="Page_116" id="Page_116">[116]</a></span>
-la fe mueve las montañas... Para Dios no hay
-imposibles...</p>
-
-<p>Las últimas palabras del sacerdote extendieron por el
-dulce rostro de la niña una expresión de singular confianza.
-Así, férvida y creyente, se había despedido <i>Mariflor</i>
-en aquella entrevista.</p>
-
-<p>Desde el mismo barandaje donde el cura se apoya, la
-vió cruzar el huerto y salir a la penumbra del camino en
-el preciso instante en que pasaba <i>Rosicler</i> balanceando
-su chivata de pastor al compás de una copla.</p>
-
-<p>Se saludaron los dos mozos bajo las alas de la brisa,
-mientras el paisaje se quedaba dormido en la mansedumbre
-de la noche y florecía en astros el profundo cielo.
-Y cuando ambas siluetas se dibujaron levemente, ya
-separadas en la oscuridad, la canción de <i>Rosicler</i> vibró
-engreída, dejando en el aire una letra de boda, el jirón
-de un romance popular que pregonaba:</p>
-
-<p class="pp7 p1">«Mira, niña, lo que haces,</p>
-<p class="pp6">mira lo que vas a hacer,<br />
-que el cordón de oro torcido<br />
-no se vuelve a destorcer...»</p>
-
-<p class="p1">Trovó un pájaro en su última ronda por el huerto,
-rodó en las nubes una estrella rubia, y don Miguel sintió
-los ojos turbios de lágrimas, quizá nacidas de la melancolía
-de la hora, o de aquel recuerdo «blanco y triste»
-mentado por el poeta, removido por los acentos de
-la copla, por la visión juvenil de la niña y el zagal...</p>
-
-<p>En este otro crepúsculo, tan espléndido como aquél,
-la honda meditación del señor cura tiene cambiantes y
-matices como la piedra ónice, y el relámpago de alguna
-sonrisa aclara a veces el frunce del entrecejo en la frente
-del apóstol. El cual, como si hallase súbito remedio
-a una de sus perplejidades, arroja por el balcón la punta
-apagada de su cigarro, y asomándose a la puerta de la
-salita, llama de pronto:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_117" id="Page_117">[117]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¡Ascensión!... ¿puedes venir?</p>
-
-<p>&mdash;Voy ahora mismo&mdash;responde en el fondo de la casa
-un agudo acento de mujer. Y una moza acude en seguida,
-diciendo al entrar:</p>
-
-<p>&mdash;¿Enciendo luz?</p>
-
-<p>&mdash;Todavía no. Te quería preguntar si conseguiste que
-Marinela Salvadores te confiase aquel secreto que tú
-adivinabas.</p>
-
-<p>&mdash;Y acerté, mismamente.</p>
-
-<p>&mdash;Vamos a ver: ya sabes que no me impulsa la curiosidad
-a estas averiguaciones en que tú me ayudas: quiero
-el bien de la rapaza; curar esa dolencia, esa misteriosa
-pesadumbre que nadie conocía... ¿Qué tiene,
-en fin?</p>
-
-<p>&mdash;Tiene... vocación de monja.</p>
-
-<p>&mdash;¿Así, en firme, de verdad?&mdash;exclama absorto el párroco.</p>
-
-<p>&mdash;De verdad, tío. Si no entra clarisa, se comalece.</p>
-
-<p>&mdash;Pero, ¿de qué le ha quedado eso?</p>
-
-<p>&mdash;De que un día fuimos juntas a Astorga y llevamos
-de parte de usted un mandado para la madre abadesa:
-fué en el mes de abril...</p>
-
-<p>La muchacha se sienta en un escabel, y el cura, reclinándose
-en otro, cerca de la sobrina, escucha con
-atención, ya bien entrado en el aposento el silencioso
-temblor de la noche.</p>
-
-<p>&mdash;Fué en el mes de abril&mdash;repite Ascensión después de
-una pausa, dando mucho alcance a su confidencia&mdash;. Con
-la madre Rosario salió al locutorio una novicia a quien
-yo conocí en la Normal de Oviedo. Nos dijo que estaba
-muy gozosa en la clausura, que tenían un jardín precioso
-donde cultivaban flores para la Virgen, y que se disfrutaba
-un deleite divino en aquella vida. Marinela, que
-no habló una palabra, salió de allí tocada de la vocación
-como por milagro, y desde entonces conozco que
-se muere por ser monja.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_118" id="Page_118">[118]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Pero, ¿y la dote?&mdash;prorrumpe don Miguel con impaciencia.</p>
-
-<p>&mdash;Por eso la zagala padece; hoy me ha confesado sus
-pesares al volver de Piedralbina: ni por soñación espera
-conseguir los dineros para entrar en Santa Clara... ¡y
-llora tanto!</p>
-
-<p>&mdash;¿Y por qué ha de ser en Santa Clara precisamente?
-Si tiene verdadera vocación religiosa, bien puede buscar
-otro convento donde no necesite llevar mil duros
-por delante.</p>
-
-<p>&mdash;Ya se lo he dicho yo; pero ella quiere en ese, en
-ese nada más. ¡Usan las monjas un traje tan precioso,
-todo blanco! Y se dedican a plegar la ropa de los altares,
-a hacer dulces y labores; ¡cosas finas y santas!</p>
-
-<p>&mdash;Sí&mdash;replica el cura remedando el tonillo alabancioso
-de la moza&mdash;, y a practicar ayunos y vigilias, penitencias
-y sacrificios.</p>
-
-<p>Tras un breve silencio, Ascensión añade con tenue
-ironía:</p>
-
-<p>&mdash;En su casa ayuna Marinela y vive sacrificada... Ser
-clarisa es destino envidiable.</p>
-
-<p>&mdash;¿También para ti?</p>
-
-<p>&mdash;¡Yo, como tengo dote y haré buena boda!</p>
-
-<p>&mdash;Porque Máximo tiene dinero, ¿no?</p>
-
-<p>&mdash;¡Claro está! Pero Olalla y Marinela no han de casarse:
-todo el mundo dice que la tía Dolores ha perdido
-el caudal.</p>
-
-<p>&mdash;¿De manera que te parece envidiable el destino de
-monja para esa niña, porque no tiene un céntimo?</p>
-
-<p>&mdash;Ya ve... Estar a la sombra en un claustro hermoso,
-vestida de azucena, cuidando un jardín para la Virgen,
-ganando el cielo entre oraciones y suspiros... es mucha
-mejor suerte que trabajar la mies como una mula para
-comer el pan negro y escaso, y envejecer en la flor de
-la mocedad: yo que Marinela, también entraba clarisa.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_119" id="Page_119">[119]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Pero, criatura y ¿la dote? ¿No ves que si ahora le
-diesen veinte mil reales a Marinela para profesar en Santa
-Clara, lo mismo le servían para casarse? Menos tienes tú
-y sólo por lo que tienes vas a hacer una «buena boda»,
-según dices: la pobreza no justifica la vocación religiosa
-en este caso, y más vale así, aunque sea imposible realizar
-los deseos de tu amiga.</p>
-
-<p>Ascensión, la maestra elemental, sobrina del señor
-cura, no enrojece al sentirse envuelta en tan desnudos
-comentarios, sino que, reflexiva y avisada, advierte a la
-sapiencia y lógica de su tío:</p>
-
-<p>&mdash;Repare que muchos prelados reciben herencias
-para dotar a las novicias pobres, pero nunca para dotar
-a las novias... Hay devotos ricos que protegen con grande
-caridad las vocaciones religiosas; hay plazas de favor
-en los conventos; y, en un caso de apuro, no teniendo
-una mujer nada más que la tierra abajo y el cielo arriba...
-menos difícil me parece entrar en la clausura con
-el hábito que entrar en la parroquia con el novio... ¿No
-es verdad?</p>
-
-<p>La pregunta, certera y amarga, hiende como un dardo
-la sombra, y el sacerdote álzase al recibirla y se lleva
-la mano al pecho igual que si le sintiese herido.</p>
-
-<p>Suspira sin responder, da unos pasos a tientas por la
-estancia y, de pronto, se dirige hacia el balcón, donde
-acaba de asomarse la luna bajo un pálido velo de
-niebla.</p>
-
-<p>&mdash;¿Enciendo luz?&mdash;vuelve a preguntar la moza, dando
-por concluído el interrogatorio.</p>
-
-<p>Y con grave intención, que ella no comprende, el párroco
-de Valdecruces avanza en la oscuridad hacia el
-claror divino y, señalando al cielo, responde:</p>
-
-<p>&mdash;Deja que ésta me alumbre...</p>
-
-<hr class="chap" />
-
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_120" id="Page_120">[120]</a></span></p>
-<p>&nbsp;</p>
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_121" id="Page_121">[121]</a></span></p>
-
-<div class="chapter">
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-005.jpg" width="400" height="153"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<h2>IX<br /><br />
-<span class="pch">¡SALVE, MARAGATA!</span></h2>
-
-<div>
- <img class="dc1" src="images/da.jpg" width="200" height="198" alt=""/>
-</div>
-<p class="dc13">AQUEL jinete que cruzaba la estepa
-en un mulo, a pleno sol, vagoroso
-y audaz, con aires de aventura,
-parecía, de lejos, <i>Don Quijote</i>;
-cenceño, flexible, impaciente,
-exploraba los horizontes
-y caminos ensoñando quimeras,
-igual que el caballero de la
-<i>Triste Figura</i>. Un pobre <i>Sancho</i>
-de a pie le acompañaba, ni gordo ni contento, alquilado
-en Astorga a la par del mulo; no iban de palique
-el criado y el señor, como sucede en las novelas,
-donde un hidalgo curioso cabalga por país desconocido
-a la vera de un guía, y todo se le vuelve al intruso preguntar
-al indígena por esto, por lo otro y por lo de
-más allá.</p>
-
-<p>Este espolique de ahora no era muy explícito que
-digamos: corto de palabras y largo de piernas, quizá
-pretendiese economizar en saliva lo que derrochaba<span class="pagenum"><a name="Page_122" id="Page_122">[122]</a></span>
-en pasos, y así holgaba su boca mientras sudaban sus
-pies.</p>
-
-<p>Tampoco las preguntas del caballero parecían a propósito
-para quebrantar la pasiva reserva del peón: interrogaba
-aquél, confusamente, sobre agricultura, historia,
-costumbres y privilegios de la tierra, y el pobre maragato
-encogíase de hombros bajo su parda almilla, con ruda
-perplejidad.</p>
-
-<p>&mdash;Aquí, de agricultura&mdash;supo al fin responder&mdash;,
-pues... el centeno; de costumbres... nacer, emigrar, morirse,
-¡como en todas partes! De historia... los cuentos
-de las viejas, patrañas de godos y romanos... ¡vaya usté
-a averiguar! y de eso otro que usted dice... ¡diájule! non
-lo oí mentar nunca...</p>
-
-<p>Era el espolique un hombre, tosco por su innata rudeza,
-condenado a servidumbre, que a la sazón padecía
-en una posada de la capital.</p>
-
-<p>El andante caballero, visto de cerca, había trocado
-el yelmo de Mambrino por un <i>jipi</i>, y la célebre lanza
-por un vástago de roble; llevaba un maletín a la grupa,
-finos guantes en contacto con las bridas, y áureos lentes
-sobre los ojos azules; era joven y parecía feliz.</p>
-
-<p>Según iba creciendo la mañana, aparecíase, bajo la
-fuerza del sol, más vasto el erial, más estéril y solitario.
-Caía la luz con arrogancia, en toda la plenitud del mes
-de junio, y extendía el purísimo celaje su amplia curva
-sobre la planicie con una majestad acogedora, llena de
-resplandores. Los cascos de la caballería alzaban un eco
-sordo al herir el camino polvoriento, y en la orilla de
-tímidos bancales algunos brezos violados desfallecían de
-sed y de tristeza.</p>
-
-<p>Cansado ya el viajero de pretender la esquiva conversación
-del espolique, iba poblando de visiones y recuerdos
-aquella muda soledad. Comenzó por discurrir,
-con acalorada fantasía, si a tales senderos confusos, todos
-aridez y desolación, haría referencia aquel fiero relato<span class="pagenum"><a name="Page_123" id="Page_123">[123]</a></span>
-de una lucha terrible en que el godo Teodorico
-destruyó las tropas del rey suevo, Rechiario, en las <i>llanuras
-parámicas</i>, un célebre día 3, <i>antes de las Nonas
-de octubre</i>... Apenas evocada esta bárbara memoria, un
-nuevo relámpago de la imaginación encendía delante del
-viajero las recordaciones caballerescas de cierto famosísimo
-hecho de armas que en el siglo <span class="smcap">XV</span> tuvo lugar
-a la orilla del <i>Camino francés</i>, en el ancho país de «los
-pueblos olvidados».</p>
-
-<p>Y ya no eran indómitas mesnadas las que en sangrientas
-imágenes cruzaron la llanura en torno del jinete soñador:
-los más bizarros adalides de la Edad Media, en
-marcial apostura de torneo, acudían ahora a las brillantes
-justas del <i>Paso honroso</i>, mantenidas por Suero de
-Quiñones y otros nueve gentiles caballeros; hasta sesenta
-y ocho de lejanos reinos y ciudades sorprendieron
-con el trote bravo de sus corceles el silencio profundo
-de la estepa, codiciando un puesto en la peregrina lid,
-donde los defensores se proponían correr <i>trescientas
-lanzas, rompidas por el asta con fierros de Milán</i>...</p>
-
-<p>Un caliente arrebato de bravura agitó el renuevo de
-roble en las ancas del mulo; dió la bestia un respingo
-cobarde, y el viajero creyóse transportado a la famosa
-liza sobre las relucientes crines de un potro andaluz. Le
-enardecieron con singulares bríos los sones de aguda
-trompetería <i>en tono rasgado</i> para <i>romper en batalla</i>, y
-vislumbró en el marco de la insigne fiesta la hermosura
-exquisita de doña Inés, doña Beatriz y doña Sol: iban a
-rescatar sus guantes empeñados por la galantería de los
-combatientes.</p>
-
-<p>De pronto una imagen viva, cándida y humilde, alzó
-en el polvo del camino su miserable silueta; llevóse el
-visionario la mano al <i>jipi</i> con rendimiento cortés, y una
-pobre maragata, cabalgadora en lenta burra, pasó con
-los ojos bajos, murmurando apenas:</p>
-
-<p>&mdash;Buenos días.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_124" id="Page_124">[124]</a></span></p>
-
-<p>Al tímido rumor de tal saludo quedó roto el encanto
-del caballero, el cual en aquel mismo instante imaginaba
-descubrirse ante doña Mencía, la celebrada esposa de
-don Gonzalo Ruiz de la Vega, dama ilustre cuyo guante
-había de rescatar en el <i>Paso honroso</i> el conde de Benavente...</p>
-
-<p>Suspiró <i>Don Quijote</i>, sonriendo; volvió en torno
-suyo la mirada y quedó atónito, como sobrecogido por
-la austeridad infinita del paisaje: ni una nube corría por
-el cielo, ni un átomo de vida palpitaba en el llano. La
-tierra infecunda se resquebrajaba a trechos, rugosa y
-amarilla como el cadáver de una madre vieja en cuyo
-rostro las lágrimas dejaron surcos hondos y fríos.</p>
-
-<p>Al roce súbito de aquella trágica impresión, la fantasía
-del ecuestre viajero volvió a encresparse lo mismo
-que una ola, y tornaron a poblar la gris llanura un tropel
-de personajes, surgentes de leyendas y becerros, códices
-y archivos; desfilaban en la más pintoresca de las
-confusiones; algunos tan despacio como si les adormeciese
-el son remoto de antiguos cantares. Mezcláronse
-las preces sordas de una bárbara religión primitiva con
-los salmos rudos del pueblo romano y con las cristianas
-oraciones de aquellos devotos que, viviendo en la tierra
-la Madre del Salvador, <i>le mandaron desde Astorga un
-mensaje verbal a Palestina</i>... La figura pálida y lastimera
-del «Rey Monje», iba, con los ojos vacíos y los hábitos
-en túrdigas, arrastrando su pesadumbre junto al
-brutal perjeño del rey Mauregato, legislador en fabuloso
-tributo <i>de las cien doncellas</i>. Después, en la desnuda lejanía,
-se perfiló el fantástico ejército que en vísperas de
-la batalla de las Navas acudió a las puertas del monasterio
-de San Isidoro, en la ciudad de León, a llamar con
-recios golpes: capitaneaban la hueste romancesca el
-Conde Fernán González y el Cid, buscando en su sepulcro
-al rey Fernando I para que asistiese con ellos al
-combate... A la par de estas visiones legendarias, amacos,<span class="pagenum"><a name="Page_125" id="Page_125">[125]</a></span>
-asturicenses, celtas, iberos y romanos, judíos y
-moros, surgían en quimérico rolde, edificando y destruyendo
-con febril ansiedad. Augusto, Vespasiano, Teodorico,
-Witiza, Tarik, Almanzor, una apretada nube de
-conquistadores y vencidos posaba su ambición y su ideal
-en los solares rotos, hundiendo bajo la tierra lanzas y semillas,
-regándola con lágrimas y con sudores. Mas el
-yermo, silencioso, inmutable como la eternidad, no sintió
-la herida de los hierros ni la amargura de los llantos; no
-fecundó una sola grana de simiente ni ablandó su dureza
-con el sudor de las audaces generaciones. Sin amansar
-su esquivez ni merecerle una sonrisa, le anduvieron de
-hinojos ilustres obispos y fervientes misioneros; rudo
-campo de penitencia donde sólo florecían sacrificios y
-austeridades, le santificaron legiones de creyentes en pos
-de anacoretas y de apóstoles: Jenadio, Fructuoso, Valerio,
-Froilán, Domingo (aquel que se llamó <i>de la Calzada</i>,
-porque ayudó a labrar con sus manos el <i>Camino francés</i>),
-santos eran que en el «desierto» de León y de Castilla,
-con abundantes compañeros y discípulos, clavaron
-la Cruz y la oración en gloriosa campaña espiritual. Y
-¿no hubo, entre tantos amores, heroísmos y proezas,
-bastante calor humano para dar vida a los eriales solariegos,
-para resucitar la muerta llanura?... ¿Cuántos siglos
-yacía yerto, insensible como un cadáver, el pobre suelo,
-hendido igual que un viejo rostro donde el llanto labró
-surcos?... ¿Qué pretéritas edades, qué desconocidas criaturas
-le sintieron latir rico y preñado como fecunda tierra
-del corazón de una patria?...</p>
-
-<p>¡Eran éstas demasiadas interrogaciones! Aunque el
-viajero había refrescado sus memorias y lecturas antes de
-ponerse en camino, ya le faltaban a su mental soliloquio
-documentos y recursos para discutir las causas de aquella
-perpetua desolación. Quiso hurtar el fatigado pensamiento
-a la sutil y complicada red de tales raciocinios,
-pero su noble conciencia de hidalgo y de patriota le<span class="pagenum"><a name="Page_126" id="Page_126">[126]</a></span>
-acusó de un tanto de culpa en el abandono y la ingratitud
-que lamentaba sobre el muerto camino. ¿Quién mejor
-que un poeta para abrir a las modernas corrientes de
-cultura y piedad un ancho cauce, y fundir en mieses de
-oro las entrañas estériles del páramo?</p>
-
-<p>Alzó el jinete la juvenil cabeza con arrogante impulso,
-y posó la caricia de sus ojos azules sobre los escobajos
-del sendero: quería enamorarse de aquel vago propósito
-que de repente le asaltaba; sentir fuerte y grande el entusiasmo
-por la liberación de aquella tierra, solar de una
-raza insigne, testigo y campo de una historia inmortal,
-madre eternamente condenada a la esclavitud de la miseria
-en el mismo seno de su floreciente nación.</p>
-
-<p>Que era empresa de locos aquel sueño, le decía al
-hidalgo su prudente egoísmo. Pero las ansiedades del
-artista y las inquietudes del quijote respondieron al
-punto: ¿Acaso con la pluma no tiene una palanca invencible
-cada escritor moderno?... ¿No son ahora el libro
-y el periódico los vencedores propagandistas de la
-idea?...</p>
-
-<p>El mulo se había parado: lanzó un sordo relincho; olfateaba,
-y tenía en los belfos una ligera espuma.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué le sucede?&mdash;preguntó el caballero mientras
-arreaba el espolique.</p>
-
-<p>&mdash;Le desazona el secaño&mdash;respondió el aludido parcamente.</p>
-
-<p>Y a la sola noticia de que el animal tenía sed, cambiaron
-de rumbo los pensamientos del poeta: sintió el
-desamparo de la ruta con una sensación de punzante disgusto;
-un antojo violento de agua viva, de agua corriente
-y bienhechora, le secó las fauces y le enardeció la
-frente. Desconcertado y pesaroso, escudriñó la monotonía
-de los horizontes con la angustia del náufrago que
-persigue una vela salvadora en las desiertas lontananzas
-del mar. Pero en la vibrante luz ni las alas de un insecto
-se mecían; hasta el aire parecía dormido en la llanura, y<span class="pagenum"><a name="Page_127" id="Page_127">[127]</a></span>
-la llama del sol, derramando su lumbre en el erial, semejaba
-una lámpara encendida sobre enorme sepulcro.</p>
-
-<p>En vano buscó el jinete algún semblante amigo donde
-poner con beatitud la mirada, sedienta de piedad; por
-toda respuesta a tan ávida pesquisa, dió el implacable
-suelo una gris vegetación de cardos marchitos y de rastreras
-gatuñas.</p>
-
-<p>Entonces al poeta le asaltaron enjambres de visiones
-fugitivas: cortes y ejércitos, potentados y magnates, artistas
-y labradores, huían hacia los valles, hacia los ríos
-y las costas; buscaban la dulzura de los bosques y la riqueza
-de las mieses. Los reyes castellanos, Ordoños y
-Bermudos, Urracas y Berenguelas, Fernandos y Alfonsos,
-sentían en la pujanza de su corona temblar el espanto
-del yermo como un trágico soplo de muerte y exterminio.
-Y por fin abdicaba&mdash;con el abandono y la expatriación&mdash;su
-omnímodo poder sobre la estepa aquel
-noble señor de <i>diez mil vasallos, siete villas y ochenta y
-tres pueblos</i>, Alvar Pérez Osorio, marqués de Astorga,
-alférez mayor del Rey, mantenedor valiente de la bendita
-Seña en la batalla de Clavijo, el que a los veintiséis títulos
-de sus blasones unió la singular grandeza de poderse
-llamar «Señor del Páramo»... La solariega casa de
-Osorio, descendiente de emperadores orientales, prima
-de reyes, madre de los condados de Altamira, de Luna,
-de Guzmán, de León, de Trastamara y de Cabrera, raíz
-y origen de los más puros abolengos españoles, árbitra
-de las libertades de Castilla, levantó su hidalgo señorío
-de los cabezos del erial, y olvidando la aspereza de tal
-cuna, indómita y fuerte como el destino, huyó también
-a refugiarse en más hospitalario país...</p>
-
-<p>Allá lejos, donde el cielo y la tierra parecen confundidos
-en infinita comunión de inmensidades, aparecióse
-un punto blanco. Viéndole flamear distintamente, veloz
-en el aire con arrogancia majestuosa, murmuraba el quijote
-«modernista» en la embriaguez de sus evagaciones:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_128" id="Page_128">[128]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¿Será el lienzo de un barco?... ¿Será la bandera de
-Clavijo?...</p>
-
-<p>Historia, fantasía y leyenda, bailaban, locas de remate,
-bajo la frente rubia del mozo soñador; preso en la terrible
-pesadilla del llano, confundido entre realidades y
-quimeras, sentía vagamente la sombra del ensueño, el
-cansancio del viaje y la amargura del lugar. Quiso vencer
-aquel estado de modorra, sacudir el delirio y la fatiga;
-hizo al cabo un esfuerzo para recobrar su aplomo, y
-advirtió, al conseguirlo, que tenía hambre y que le dolía
-un poco la cabeza. Miró el reloj: iban a dar las once.
-Había salido de Astorga con muy ligero desayuno, y el
-camino y el sol estimulaban ahora sus buenas disposiciones
-para el almuerzo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué se ve allí?&mdash;preguntó al guía, señalando la única
-mancha del horizonte.</p>
-
-<p>&mdash;Es la cigüeña&mdash;dijo el maragato, y añadió&mdash;: Ya no
-está lejos Valdecruces.</p>
-
-<p>&mdash;Ni lienzo navegante, ni enseña heroica&mdash;pensó el
-joven, burlándose de su visionaria turbación&mdash;; son
-unas alas potentes; por su destino libres, cautivas por su
-fidelidad.</p>
-
-<p>Y quedóse el viajero sumergido en regalada laxitud,
-en el sedante baño de poesía que la contemplación del
-ave le brindaba.</p>
-
-<p>Todo era manso y fuerte en la vida singular del enorme
-pájaro: la reciedumbre de su nido, centenario a veces,
-puesto en la torre parroquial debajo de la Cruz, en
-el apacible corazón de las aldeas; la ternura delicadísima
-para con los hijuelos; aquella gracia seria y noble con
-que vigila las sembraduras y convive entre los campesinos;
-la rara y firme condición de su boda sexual <i>para
-toda la vida</i>; de su vuelta al mismo terruño para todos
-los años, y la reposada actitud de la figura, el paso y el
-vuelo, que componen armoniosa grandeza con el matiz
-austero del paisaje... Cuanto del animal amigo de los<span class="pagenum"><a name="Page_129" id="Page_129">[129]</a></span>
-hombres pudo enaltecer el curioso viajero, parecióle
-conmovedor y simbólico.</p>
-
-<p>&mdash;Una maragata y una cigüeña me han «hecho los
-honores» del páramo&mdash;meditó, engolfándose en la repentina
-emoción.</p>
-
-<p>En aquel momento la breve caravana, doblando una
-ligera loma, alcanzó al ave, quieta en el camino; tenía el
-largo cuello ondulante, y el pico un poco inclinado hacia
-la tierra; miraba pensativa los áridos terrones, como
-la mujer que al paso del caballero musitó humildemente:
-«buenos días». Y siguió esperando, inmóvil en su habitual
-postura de meditación y reposo, hasta que llegaron
-los caminantes: alzó entonces lentamente sus ojillos de
-indefinible color, pardos y cenicientos igual que la estepa;
-dió algunos pasos con dignidad y compostura, erguido
-el cuerpo, mesurado el ademán, y abrió, por fin,
-las espléndidas alas con un vuelo fácil y gracioso, desapareciendo
-del horizonte en majestuosas espirales.</p>
-
-<p>No tuvo tiempo el poeta para glosar con sus admiraciones
-tan peregrino espectáculo, porque al rendir la
-imperceptible cumbre, mostró el duro sendero repetidas
-señales de dulzura.</p>
-
-<p>Se alzaba un poco en aquel sitio y por él descendían
-las tierras en suaves ondulaciones, amansadas y humildes,
-con recientes señales de cultivo y amigables surcos
-de senderos.</p>
-
-<p>A preguntas curiosas del jinete dijo el peatón que allí
-empezaba la mies de Valdecruces, y que aquellos «bagos»
-ya tenían hecha la tercera labor para recibir la simiente
-«en la semana de los Remedios», al nacer el otoño.</p>
-
-<p>Y acosado por nuevas preguntas, explicó el maragato
-cómo la pobreza del país no permitía cosechar anualmente
-en los mismos terrenos, y así quedaban en <i>fuelga</i>
-los unos mientras fructificaban los otros.</p>
-
-<p>&mdash;Éstas&mdash;añadió en el tecnicismo agrícola del país&mdash;estuvieron
-«de aramio» siete meses.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_130" id="Page_130">[130]</a></span></p>
-
-<p>Y señalaba las glebas recién movidas junto a los profundos
-roderones del espacioso camino. El cual iba estrechándose
-con la disimulada lentitud de un prisionero
-que al evadirse quiere ocultar su prisa y su esperanza.
-De ambos afanes pudiera suspirar el triste fugitivo del
-barbecho, buscando la ilusión de una mies, la gracia
-bienhechora de un arroyo y el caliente regazo de una
-aldea.</p>
-
-<p>Y esta sorda inquietud que parecía latir en la pálida
-ruta, comunicóse a los viajeros con impaciencia viva, sin
-excepción del mulo, apresurado ahora, olfateador y relinchante
-por demás. Habían torcido su rumbo por la estepa,
-a indicaciones del caballero, que la quiso recorrer
-toda, y entraban en Valdecruces por un transitorio vergel
-de centenos maduros.</p>
-
-<p>Pocos pasos adelante, columbró ya el jinete la verdosa
-masa de hojas y de espigas, un imprevisto oasis que,
-acosado de cerca por el erial, parecía surgir inseguro y
-tembloroso como un atrevimiento de furtivo amor hacia
-la esquiva ingratitud.</p>
-
-<p>Pasó un hálito caliente de primavera sobre el áspero
-dorso de la llanura, y las espigas estalladas exhalaron
-dulcísimo perfume.</p>
-
-<p>Comenzaban a palidecer las anchas hojas lineales en
-torno al granado fruto, muertas ya las sutiles flores en el
-raquis henchido. Pero aún flotaba en el ambiente esa especie
-de niebla azul, producida por aromas y glumas de
-la flor.</p>
-
-<p>Hundiéndose de pronto el forastero en tan inesperado
-paraíso, imaginó escuchar una plegaria vehemente y armoniosa
-en el rumor de aquel vaivén de espigas, verdes
-y rubias, con degradaciones de admirables tonos.</p>
-
-<p>Fuera ya del camino central, guiaba el espolique por
-las honduras de un sendero, delicadísima estela de los
-crecidos centeneles, agitados con inquietud de marejada.
-Latía el perfume como un aliento en torno del jinete,<span class="pagenum"><a name="Page_131" id="Page_131">[131]</a></span>
-y se asomaban al horizonte, más visibles que en el
-transcurso del viaje, los bravos picos del Teleno y Fuencebadón.</p>
-
-<p>Bien sabía el poeta que la maravilla sorprendente de
-aquella mies, rescatada al páramo como botín de durísimo
-combate, era obra y tormento de la mujer maragata;
-que bajo aquel fugitivo mar de espigas naufragaban oscuramente
-la juventud y la belleza de unas abandonadas
-criaturas, por débiles tenidas en el mundo; que ni la heroica
-satisfacción del noble sacrificio acompañaba en su
-naufragio a las infelices cautivas de la tierra, del instinto
-y la ignorancia. ¡Y era el hondo caudal de su ternura,
-inconsciente, la única fuerza humana bastante poderosa
-para hacer vivir y fructificar los indomables terrones del
-yermo!</p>
-
-<p>En la hidalga paramera de León, solar de los más castizos
-de la raza, teatro y reliquia de inmortales memorias,
-duerme el pueblo maragato, incógnito y oscuro,
-desprendido con misterioso origen de una remota progenie.
-Siglos enteros supervivió a la desolación de los
-eriales, solitario en toda la integridad de su rara pureza,
-embarrancando en la llanura como un pobre navío que
-encalla y se sumerge, y al cual se abandona y olvida en
-el turbulento mar de la civilización. Pero, al fin, en la
-tragedia de este «buque fantasma» se salvaron los fuertes.
-Más duros los códigos en los mares de tierra que los
-que rigen en los mares de agua, consintieron que en las
-bárbaras olas del erial se quedasen cautivos para siempre
-las mujeres y los niños, mientras los hombres útiles
-pedían remolque a la vida del progreso para explotar
-sus riberas. Y las pobres maragatas se encontraron solas,
-condenadas a no extinguirse nunca, porque los maridos
-arribaban a menudo hasta la callada flota que extendieron
-por el llano estas graves mujeres de Maragatería:
-acuden ellos potentes y germinadores a imponer
-como un tributo la propagación de la especie, a dejar la<span class="pagenum"><a name="Page_132" id="Page_132">[132]</a></span>
-semilla de la casta en las entrañas fecundas de unas hembras,
-tan capaces, que hasta en el páramo cruel han producido
-flores...</p>
-
-<p>Así discurría con ansia y pesadumbre el andante poeta,
-enervado por la fragancia de los centenos, peregrino
-entre las espigas que palpitaban con dulce temblor.</p>
-
-<p>Sentía el mozo levantarse otra vez su inquieta voluntad
-con el generoso estímulo de las redenciones. Si era
-una locura soñar con la liberación del yermo, no lo era
-tanto apetecer la de aquellas mujeres miserables. Y, si
-aun este propósito fuese desmesurado para acometido
-por un corazón, un estro y una pluma, le quedaba al artista
-la certidumbre de poder esgrimir con gloria aquellas
-nobles armas, para rescatar del mar de tierra, libre
-y dichosa, a una sola mujer.</p>
-
-<p>A cada paso del mulo tomaba más cuerpo esta ilusión
-en los bizarros sentimientos del joven.</p>
-
-<p>Si acaso a Valdecruces le empujaban&mdash;seguía meditando&mdash;la
-curiosidad y el antojo, sobre aquellos humanos
-impulsos labraría con arte y con misericordia el
-cauce de ternura por donde corriese el definitivo amor
-a formar un sereno remanso.</p>
-
-<p>Ráfagas de ocultos fervores le sacudían, enardecido y
-ambicioso, con las manos trémulas de fiebre, la memoria
-llena de secretos y el porvenir cuajado de esperanzas.
-Todas sus emociones del camino se condensaron, vibrantes,
-en aquella última; de cuantas quimeras y memorias
-le acompañaron hasta allí, sólo quedaba en su imaginación,
-como cifra y símbolo, una bella figura de mujer:
-adornábase con un traje regional, acaso descendiente
-de góticos briales o de gentiles paños morunos;
-tenía dulce el rostro como la ilusión del viajero, y el
-alma heroica lo mismo que la raza leonesa.</p>
-
-<p>Reinó esta solitaria imagen como dueña absoluta de
-tantos pensamientos impacientes, cuando, ya surcada la
-mies, se acercó en el paisaje la arcillosa giba del caserío<span class="pagenum"><a name="Page_133" id="Page_133">[133]</a></span>
-y una mansa barbechera corrió a confundirse con las
-rúas del pueblo.</p>
-
-<p>En la primera de las cuales se extendía ancho lugar,
-parecido a una plaza, decorado en medio con una fuente.
-Al borde del pilón una mujer aguardaba que su cántaro
-se llenase. Iba compuesta al uso del país, de mucha
-gala, sin duda por ser domingo, y parecía absorta en la
-contemplación de la corriente.</p>
-
-<p>A este sitio llegaban los viajeros cuando, desde muy
-cerca, un toque grave de campana avisó en la parroquia
-el mediodía.</p>
-
-<p>Descubrióse el espolique para rezar las oportunas oraciones
-y le imitó el caballero, distraído. Mas de pronto,
-al encontrar junto la fuente, viva y hermosa la imagen de
-sus recientes pensamientos, adelantóse hacia ella enajenado
-y feliz.</p>
-
-<p>La sorprendida aguadora levantó su mirada y le brillaron
-los ojos como topacios al llenarse de luz; era una
-mozuela pálida y triste, de agraciada figura. Advertida
-por el aviso parroquial, iba a santiguarse, cuando apareció
-el forastero y, mirándole con ébria admiración, trazó
-aturdidamente la señal de la cruz.</p>
-
-<p>En la boca del jarro, ahito, rió entonces el agua cantarina,
-vertiéndose con dulce murmullo, mientras Rogelio
-Terán y de la Hoz, hidalgo montañés, novelista romántico,
-poeta lírico, hombre sentimental, mozo gentil,
-con el <i>jipi</i> en la diestra, declamó reverente:</p>
-
-<p>&mdash;¡Salve, oh maragata, augusta <i>Señora del Páramo</i>,
-salve!</p>
-
-<p>Con lo cual la aludida, escandalizada ante una oración
-nueva, no escuchada jamás, tuvo al viajero por hereje o
-por loco; le envolvió un instante en la mirada de sus
-ojos verdes y profundos, y abandonando el cantarillo,
-echó a correr con las mejillas pintadas de arrebol.</p>
-
-<p>Aún resonaba la fuga de aquellos pies menudos en la
-calzada vecina, cuando el desairado galán sintió con repentinos<span class="pagenum"><a name="Page_134" id="Page_134">[134]</a></span>
-apremios el aguijón del hambre, y más sensible
-la pesadez del dolor de cabeza. Pero en atravesando la
-plaza ya le ofreció el reparo apetecido la casita del cura,
-puesta con vigilante devoción enfrente de la iglesia.</p>
-
-<p>Mudo estaba el lugar, como deshabitado y misterioso.
-La campana piadosa había cesado de tañer y la cigüeña
-asomaba sus alas extendidas en la torre, protegiendo el
-nido debajo de la cruz.</p>
-
-<p>Dió el maragato dos recios golpes en el conocido
-portal de don Miguel, y bajo el tejaroz de la parroquia
-volaron con alarma unos vencejos...</p>
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-070.jpg" width="300" height="244"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_135" id="Page_135">[135]</a></span></p>
-
-<div class="chapter">
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-015.jpg" width="400" height="156"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<h2>X<br /><br />
-<span class="pch">EL FORASTERO</span></h2>
-
-<div>
- <img class="dc1" src="images/dc.jpg" width="200" height="196" alt=""/>
-</div>
-<p class="dc13">CUANDO llegó a su casa Marinela,
-jadeante y medrosa, desde el
-fondo de la cocina donde la esperaban
-para comer auguró la
-madre:</p>
-
-<p>&mdash;Esa coitada rompió el cántaro
-de fijo.</p>
-
-<p>Aguardaron todos en muda
-expectación a que la niña explicase
-aquel azoramiento de su vuelta.</p>
-
-<p>&mdash;No rompí el jarro&mdash;murmuró ella con timidez&mdash;; es
-que vide a un señor rezándome, a mí misma, una salve
-trabucada, tal que si yo fuera la Virgen... Venía de viaje;
-está demoniado o es judío.</p>
-
-<p>&mdash;¿Onde fué eso?&mdash;preguntó Olalla con asombro
-mientras los rapaces corrían a la puerta, y <i>Mariflor</i> iniciaba
-también un movimiento de curiosidad.</p>
-
-<p>&mdash;A orilla de la fuente&mdash;dijo la aguadora, tomando
-otra vez el camino detrás de su prima y de su hermana.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_136" id="Page_136">[136]</a></span></p>
-
-<p>La tía Dolores no pareció enterarse de la novedad,
-entretenida con encender <i>fuyacos</i> en el rescoldo mantenido
-por las brasas de un tueco. Y Ramona, cortando
-lentamente raciones de la hogaza morena, rezongó aburrida:</p>
-
-<p>&mdash;¡Cuántos parajismos!</p>
-
-<p>Ni en la calle silenciosa, caldeada por el flamear del
-sol, ni en la plaza desierta, vieron los averiguadores
-rastro alguno del misterioso forastero. El cantarillo, en
-colmo, seguía derramando el agua riente, que al borbollar
-ahora, parecía esconder en sus cándidas modulaciones
-un acento de burla.</p>
-
-<p>&mdash;Tú soñaste, rapaza&mdash;le dijeron los curiosos a la pobre
-Marinela.</p>
-
-<p>&mdash;No soñé&mdash;afirmó la niña con mucha seguridad, aún
-palpitantes de admiración los profundos ojos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Era joven?&mdash;aludió Florinda con aire distraído.</p>
-
-<p>&mdash;Mozo y galán; montaba un mulo alto como el nuestro;
-traía paje y fardel.</p>
-
-<p>&mdash;¿Por el camino de Astorga?</p>
-
-<p>La maragata levantó los hombros un poco insegura.</p>
-
-<p>&mdash;Creo&mdash;dijo&mdash;que venía por la mies... no sé de
-dónde.</p>
-
-<p>Y sus pupilas, cambiantes como las piedras preciosas,
-adquirieron vagos colores de turquesa.</p>
-
-<p>Olalla, portadora del cántaro, adelantábase con los
-niños, y <i>Mariflor</i>, enlazando a su prima por la cintura,
-preguntaba todavía con afán:</p>
-
-<p>&mdash;¿Era rubio y usaba lentes?</p>
-
-<p>&mdash;De eso no me acuerdo&mdash;balbució la mozuela, buscando
-ansiosa en su imaginación los perfiles del rostro
-aparecido. De repente aseguró arrobada:</p>
-
-<p>&mdash;Tenía los ojos azules.</p>
-
-<p>&mdash;¿De veras?</p>
-
-<p>&mdash;De verísimas.</p>
-
-<p>Las dos enmudecieron, con los corazones tan acelerados<span class="pagenum"><a name="Page_137" id="Page_137">[137]</a></span>
-como si el color azul fuera para entrambas un
-abismo...</p>
-
-<p>Durante la comida no se habló una palabra de la
-aventura de Marinela; sólo Pedro miró a la moza por
-dos veces, haciéndose en la sién un ademán expresivo,
-come diciendo: estás «de aquí». La aludida se impacientó
-ruborosa, y Olalla puso un dedo sobre los labios con
-prudente disimulo, recomendando la paz.</p>
-
-<p>Comían en torno a una de las «perezosas», con grave
-compostura y aplomada lentitud, como si cumpliesen
-una sagrada obligación. Olalla, que oficiaba de «sacerdote»
-en aquella solemne ceremonia, sirvió primero a
-Florinda y después a Marinela; luego puso en un mismo
-plato las raciones de Pedro y de Tomás; en otro la de
-Carmina y la suya, y dejó el resto del caldoso cocido
-entre su abuela y su madre. Quedaban así establecidas
-dos tácitas preferencias, que parecían justas en consideración
-al desgano y el esfuerzo de ambas comensales,
-dueña cada una de un plato y angustiadas sobre el
-humo del guisote.</p>
-
-<p>Era tan visible la repugnancia con que las dos comían,
-que Ramona, después de empapujarse varias veces
-con murmuraciones, atragantadas entre bocados y
-sorbos, acabó por decir con aquella su ronca voz, sin
-matices ni blanduras:</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué no mojáis mánfanos en la salsa? Hay que
-comer para trabajar. ¡Vaya unas mozas, que no valéis
-una escupina!.</p>
-
-<p>La abuela suspiró con un ¡ay! rutinario, muy tembloroso.
-Y Olalla posó interrogantes sus ojos claros en las
-delincuentes: siempre comían poco; ¡pero lo que es
-hoy!... Abarcó la mesa en una solícita mirada, sin tropezar
-otros manjares que el pan moreno y duro, y volvióse
-hacia el llar, desguarnecido de cacerolas, humeante
-bajo la caldera donde hervía el agua para la comida
-del cerdo. Paseó en idénticas persecuciones las paredes<span class="pagenum"><a name="Page_138" id="Page_138">[138]</a></span>
-y el techo de la cocina, y después de lanzar sobre
-su madre temerosa consulta, que no tuvo respuesta,
-preguntó a las dos inapetentes:</p>
-
-<p>&mdash;¿Queréis una febra de bacalao?</p>
-
-<p>Todos los ojos se volvieron hacia la pobre bacalada,
-a la cual un cloque hería prisionera en la altura, pendiente
-como una interrogación sobre la estancia miserable.</p>
-
-<p>Las dos favorecidas por el generoso ofrecimiento se
-habían apresurado a hundir en la salsa pedacitos de pan
-desde que Ramona censuró sus melindres. Movieron la
-cabeza diciendo que no ante la perspectiva del regalo,
-torpes para hablar, como si una misma angustia les cerrase
-la boca, y mirándose con singular emoción, a punto
-de gemir.</p>
-
-<p>&mdash;No; si tú&mdash;saltó la madre iracunda, dirigiéndose a
-su hija&mdash;tienes gustos muy finos; naciste para canonesa
-y no llegaste a tiempo.</p>
-
-<p>La muchacha rompió a llorar con exageradas señales
-de dolor, como si otros secretos infortunios le acudiesen
-a los ojos pungidos de lágrimas, mientras que su prima,
-sintiéndose también envuelta en la insistente acusación,
-reclamaba su animosa voluntad para serenarse.</p>
-
-<p>Olalla había palidecido: nada la hacía estremecer
-como el lloro de sus hermanos.</p>
-
-<p>&mdash;¡Madre, por Dios!&mdash;rogó conciliadora. Y añadió fingiendo
-alegría:&mdash;Hoy hay postre, que es domingo.</p>
-
-<p>Los rapaces se miraron sonrientes, y ella, al levantarse
-con rumbo a un secreto armario, acarició los hombros
-de Marinela y le sopló al oído unas palabras, suaves
-como zureos de paloma...</p>
-
-<p>Las manzanas y el queso pusieron a los niños tan
-alegres, que su animación llegó a resplandecer un poco
-en toda la familia, y Olalla, más libre de cuidados, reveló
-de pronto un pensamiento que desde la víspera le
-venía causando sordas indignaciones:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_139" id="Page_139">[139]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¡Miren que llegar sin un triste céntimo el hombre de
-Rosenda, tiene alma!</p>
-
-<p>Acogió Ramona la conversación con interés agudo,
-murmurando:</p>
-
-<p>&mdash;Ella hace muy bien en amontonarse.</p>
-
-<p>&mdash;¡Perfectamente!</p>
-
-<p>&mdash;Amontonarse, ¿qué quiere decir?&mdash;preguntó <i>Mariflor</i>
-curiosa.</p>
-
-<p>Y su tía, más amargo que nunca el acento, explicó entonces:</p>
-
-<p>&mdash;Pues no vivir con «él», no recibirle, negarle hasta
-el habla.</p>
-
-<p>La vieja parpadeó muy de prisa, como si espabilase el
-sueño o solicitase una gota de llanto para limpiar las
-nubes de sus ojos.</p>
-
-<p>&mdash;¡Válgame Dios!&mdash;prorrumpió únicamente.</p>
-
-<p>&mdash;Sí; válganos a las míseras madres abandonadas con
-los hijos&mdash;clamó la nuera.</p>
-
-<p>Un exiguo fulgor, como llegado con fatiga desde muy
-lejos, chispeó en las pupilas de la anciana. Y repuso
-quejosa:</p>
-
-<p>&mdash;No lo dirás por ti.</p>
-
-<p>&mdash;¿Que no?</p>
-
-<p>&mdash;Si el marido no te puede mandar dinero, de lo
-suyo gastáis... y algo de los demás.</p>
-
-<p>&mdash;También lo de mis padres lo gastaron los nietos, que
-yo no me casé desnuda... y he sudado mucho en somo
-de la tierra.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ansí es la vida!</p>
-
-<p>&mdash;Pero cuando es poco lo que se tiene y lo que se trabaja,
-al padre cumple mantener a los hijos... o non facerlos.</p>
-
-<p>&mdash;¡Mujer!</p>
-
-<p>&mdash;Lo que usted oye.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y cuando el esposo gasta mala suerte y mala salud?...&mdash;subrayó
-la vieja, amarilla y temblante como la
-llama de un cirio.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_140" id="Page_140">[140]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¡Que se chive!&mdash;escupió Ramona con brutalidad,
-poniéndose de pie.</p>
-
-<p>Su elevada estatura dominó la estancia al ras casi del
-techo. Extendió los brazos hacia los relieves de la comida
-y alzó de una sola vuelta platos y cucharas, los mendrugos
-de pan, la fuente y el mantel: todo lo depositó
-sin ruido en el rincón donde era costumbre lavar el belezo.
-Se puso un delantal de arpillera sobre la saya «rajona»
-y comenzó calladamente aquella labor menuda que
-en los días festivos excusaba a su hija.</p>
-
-<p>Sobre el lejano resplandor enceso en los ojos de la anciana,
-cayó la rugosa cortina de los párpados. Apoyó la
-tía Dolores un codo en las rodillas, en la mano la frente,
-los pies en un «silletín», y pareció que se amodorraba en
-el sopor de una fácil siesta.</p>
-
-<p>Los rapaces se habían escabullido hacia el corral, y las
-tres mozas, descoloridas, inmóviles, se inclinaban en una
-misma actitud de sobresalto, como si las aturdiese el rudo
-peso de aquellas frases que sonaron a disputa y maldición.</p>
-
-<p>Olalla, vergonzosa de que su prima sorprendiese tan
-acerbas intimidades, quiso, para disimular su disgusto,
-seguir hablando de Rosenda Alonso.</p>
-
-<p>&mdash;Es una hija del tío Rosendín, ¿sabes?&mdash;le dijo en
-voz baja a <i>Mariflor</i>.</p>
-
-<p>&mdash;¿El sacristán?</p>
-
-<p>&mdash;Ese. Figúrate que la pobre parió dos mielgos la semana
-pasada; ¿te acuerdas?</p>
-
-<p>&mdash;Sí; yo la encontré pocos días antes, que daba compasión...</p>
-
-<p>Y la muchacha se estremece al recuerdo de aquella
-criatura sin forma de mujer, apabilado el rostro, desfallecida
-como una sombra, arrastrando con paso vacilante
-un <i>feije</i> de leña y un vientre enorme.</p>
-
-<p>&mdash;Pues tiene otro rapaz&mdash;continúa Olalla&mdash;que anda
-en cuello todavía y sin qué echar a la boca; cuando va
-y se le presenta el marido fambreando también.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_141" id="Page_141">[141]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¿El, es bueno?</p>
-
-<p>&mdash;Serálo; pero es pobre como las mismas ratas.</p>
-
-<p>&mdash;Si se quieren...</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo se han a querer, boba, sin ser dueños ni de
-un quiñón de tierra?</p>
-
-<p>Triunfante al exponer aquella rotunda imposibilidad,
-la joven dice:</p>
-
-<p>&mdash;Con menos apuros las maragatas se amontonan
-cuando los maridos vuelven sin dinero. ¿No verdá, Marinela?&mdash;y
-sacude blandamente a la trasoñada niña.</p>
-
-<p>Ella parece despertar de una grave meditación, se
-hace repetir la pregunta, y luego responde con respetuoso
-fatalismo:</p>
-
-<p>&mdash;Es el usaje del país.</p>
-
-<p>Y Florinda, abrumada por la validez indiscutible de
-tal uso, baja la frente sin replicar. Otros íntimos anhelos
-la preocupan, mucho más agitados desde que Marinela
-encontró al forastero de los ojos azules...</p>
-
-<p>Entra Pedro desperezándose, y dice que después del
-Rosario irá a fincar los bolos; en su aire aburrido se conoce
-el deseo de que llegue la hora. Como parlotea en
-alta voz, Olalla le advierte por señas que está durmiendo
-la abuelita, y él entonces vuelve a salir hacia el corral
-donde los chiquillos discuten la posesión de un <i>rongayo</i>
-de manzana.</p>
-
-<p>Desde la oscuridad donde trajina, pregunta secamente
-Ramona:</p>
-
-<p>&mdash;¿No lleváis al chabarco los curros?</p>
-
-<p>La abuela se estremece sin abrir los ojos, y las muchachas
-se ponen de pie como sacudidas por un resorte.</p>
-
-<p>&mdash;Agora mismo&mdash;dice la mayor&mdash;. Y las otras la siguen
-con mucha celeridad, como si les diese miedo quedarse
-en la cocina.</p>
-
-<p>La brusca luz de fuera les hace a las tres entornar los
-párpados. El <i>estradín</i> está lleno de moscas y de polvo,<span class="pagenum"><a name="Page_142" id="Page_142">[142]</a></span>
-y el corral, a pleno medio día, arde y calla, reverberante
-de sol.</p>
-
-<p>&mdash;¿Onde estarán esos pillavanes?&mdash;dice Olalla, viendo
-que sus hermanos han desaparecido.</p>
-
-<p>Se oyen hacia el huerto unas risas pueriles, y las
-gallinas se alborotan pedigüeñas delante de las muchachas.</p>
-
-<p>En la negra habitación que acaban de abandonar parece
-que con ellas ha huído la poca luz que había, aquel
-dorado resplandor que desde el <i>estradín</i> entraba con un
-vaho caliente de la tierra. El trashoguero, embrasado todavía,
-pone en el hondo llar rojos matices de expirante
-lumbre y un olor de agua sucia emerge en el aire con la
-oscuridad y con el humo.</p>
-
-<p>La tía Dolores, apenas salieron las muchachas, se enderezó
-con singulares bríos, cerró las dos puertas que
-daban acceso a la cocina y, adelantándose en la sombra,
-segura como un remordimiento, preguntó hacia el sitio
-aquel donde se rebullía la nuera:</p>
-
-<p>&mdash;Si viene Isidoro, ¿tú no le recibes?</p>
-
-<p>Hubo un silencio frío... Se oyó después un «No, señora».</p>
-
-<p>Menos firme, la voz de la anciana tornó a decir:</p>
-
-<p>&mdash;Y si algún día viene a tu casa Pedro, comalido y pobre,
-¿le recibirás?</p>
-
-<p>Vibró al punto un fuerte «Sí, señora».</p>
-
-<p>Y la tía Dolores, extendiendo los brazos con un sordo
-crujido, replicó anhelante:</p>
-
-<p>&mdash;¡Pues no olvides que esta casa es mía!</p>
-
-<p>Se quedó allí la vieja, muda y en cruz, sin que el rincón
-sombrío se diese por enterado de aquella lógica irrebatible.
-Porque Ramona, que ya había acabado de fregar,
-abrió sin ruido la puerta lindante con la cuadra y
-salió llevando la comida para el cerdo...</p>
-
-<p>El caudal que durante los inviernos pasa trabajador
-por los molinos, derivado del Duerma, hace su entrada<span class="pagenum"><a name="Page_143" id="Page_143">[143]</a></span>
-en Valdecruces bajo la humilde forma de un arroyo, sujeto
-a languideces estivales que en ocasiones llegaron a
-borrar la estela desmayada. Viene esta caricia de aquel
-lado donde madura más temprana la mies, donde no
-todo el terreno es añojal y hasta algunas parcelas pueden
-pomposamente llamarse «de regadío» cuando los ardientes
-calores funden en el Teleno heladas nieves, y
-unos providenciales arroyatos brindan a este rincón de
-la llanura el piadoso murmullo de su limosna.</p>
-
-<p>Por el mismo lado entró, en este día memorable, un
-poeta con ínfulas de libertador, como si todas las sonrisas
-de la esperanza hubiesen de llegar a Valdecruces
-desde allí.</p>
-
-<p>Mientras Olalla espera que los patos se bañen en el
-desmedrado arroyuelo, las otras dos mocitas están muy
-silenciosas y meditabundas mirando cómo fluye el tenue
-hilo de la corriente. Y sin más preámbulo, como si una
-invencible preocupación la sugestionase, Marinela dice:</p>
-
-<p>&mdash;Sí, sí; por aquel lado «venía».</p>
-
-<p>Su voz, impregnada de misterio, balbuce al oído de la
-enamorada, que se estremece y se turba:</p>
-
-<p>&mdash;Hace volcán&mdash;pronuncia Olalla vagamente&mdash;. Y
-Florinda cubre sus cabellos con el pañuelo blanco del
-bolsillo.</p>
-
-<p>En el sopor fatigoso de la hora fulgura el aire y duerme
-la tierra, retostada y sediente, sin que llegue del vecindario
-un solo suspiro hasta la calle, desde las ventanas,
-abiertas como bocas en perezoso bostezo.</p>
-
-<p>Han madrugado mucho los calores y los campesinos
-temen, con razón, que se les tueste la cosecha antes de
-estar en punto de segarse. Andan ya «cogiendo la vez»
-para los trajines del riego, solicitando hasta la última
-gota del agua que empieza a murmurar como en agosto,
-derretida en los montes por este mismo ábrego que en
-la llanura consume los caudales del Duerna.</p>
-
-<p>Tales pensamientos se agitan en la mente de Olalla<span class="pagenum"><a name="Page_144" id="Page_144">[144]</a></span>
-con fatigado rumbo: este arroyo, vecino de su calle, no
-le dará corriente para lavar la ropa, para bañar los patos,
-para surtir a la cocina; y, sobre todo, no podrán buscar
-quien las ayude en las tareas del riego, ni en las de
-la <i>jaja</i> y escardadura; quizá tampoco en las de la siega
-y la recolección. Las obreras son demasiado pobres para
-esperar por los jornales; de América no mandan un céntimo;
-el tío Cristóbal pide los haberes o la casa, y la
-abuelita chochea sin acordarse de lo que debe, de lo que
-es suyo, de cuanto sea preciso pagar y conseguir. Ya volaron
-los restos de la «matación», y la olla cuece sin
-«llardo» y sin «febrayas», como la del último pobre del
-lugar. Escasea el aceite; faltan zapatos a los niños; la madre
-sufre y riñe, con el genio más adusto que nunca...</p>
-
-<p>&mdash;¡Dios santo!&mdash;clama la moza en medio de sus meditaciones,
-sin poderse contener.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué sucede?&mdash;le pregunta su prima.</p>
-
-<p>Pero Olalla conoce por instinto el arte de fingir. Su
-carácter reservado y oscuro no se presta a las expansiones;
-siente un salvaje pudor de aquella terrible miseria
-que a pasos agigantados se posesiona de su hogar, y
-hasta en el seno de la familia procura disimularla, menos
-por compasión que por orgullo de mujer fuerte, por extraña
-codicia que la empuja con bravo deseo a esconder,
-como un tesoro, penas y trabajos para ella sola, hasta
-donde sea posible.</p>
-
-<p>&mdash;Sucede&mdash;responde tranquila&mdash;que estáis cogiendo
-un sofoco sin necesidá; veivos a casa.</p>
-
-<p>&mdash;No, no&mdash;se apresuran a decir las otras con obstinación.</p>
-
-<p>Y como Olalla siente que la negativa está envuelta en
-nubes de inquietud, quiere ahuyentar con frases animosas
-aquel mudo trastorno, y balbuce palabras resonantes
-que tiemblan en la penumbra de los pensamientos igual
-que pajarillos lanzados a volar en medio de la noche:</p>
-
-<p>&mdash;Bailaremos a la tarde. Ya Marinela tiene que empezar<span class="pagenum"><a name="Page_145" id="Page_145">[145]</a></span>
-a ser moza, y tú habrás aprendido las danzas de aquí,
-en dos meses que las ves...</p>
-
-<p>&mdash;No aprendo todavía&mdash;responde <i>Mariflor</i>.</p>
-
-<p>&mdash;No bailo&mdash;asegura Marinela.</p>
-
-<p>Impaciente por aquellos murmullos negativos, Olalla
-prorrumpe:</p>
-
-<p>&mdash;¡Sodes bobas!</p>
-
-<p>Sonríe Florinda, deseando mostrarse menos preocupada,
-pero busca en vano alguna cosa alegre que decir;
-y como los «curros» patullan en la fangosa margen del
-arroyo, comenta distraídamente.</p>
-
-<p>&mdash;Casi no tienen agua.</p>
-
-<p>&mdash;Sí; el aflujo va mermando con la sequía, y en el bañil
-de allá bajo tampoco hay bastante para que las bestias
-se remojen...</p>
-
-<p>&mdash;¡Si lloviese!&mdash;ansía <i>Mariflor</i>, sabiendo que se
-aguarda la lluvia como un gran beneficio.</p>
-
-<p>Las tres alzan los ojos con incertidumbre hacia el flamante
-cielo, curvado en imperturbable serenidad sobre
-la aldea, y los tornan después hacia la calle, que silente
-y espaciosa como un ejido, huye al campo con el leve
-surco del arroyo entre las guijas.</p>
-
-<p>La doble hilera de casas, puestas holgadamente en su
-sitio con cierta urbana solemnidad, se interrumpe a
-menudo por sebes de huertos, portones de corrales y
-afluencias de otras rúas, que también se abren anchas,
-calientes y dormidas.</p>
-
-<p>&mdash;Parece que no hay nadie en el pueblo&mdash;dice <i>Mariflor</i>,
-dominada por el agobio profundo de tanta soledad.</p>
-
-<p>&mdash;Están todos echando la sosiega, mujer; ya verás
-como otros domingos, a la hora del Rosario y después
-en el baile, cuánta gente.</p>
-
-<p>Y Olalla, siempre calmosa, parece que se olvida de recoger
-sus patos.</p>
-
-<p>Hasta que llega un perruco con la lengua fuera a beber<span class="pagenum"><a name="Page_146" id="Page_146">[146]</a></span>
-en el mísero arroyuelo, y espanta los ánades que salen
-parpando a las orillas en torpes vaivenes.</p>
-
-<p>El gozque, así que sacia la sed, ladra con furia, y
-cuando las niñas vuelven la cabeza buscando el motivo
-de aquel alboroto, ven a Ramona asomándose a la empalizada
-del corral.</p>
-
-<p>&mdash;El tercero para las dos&mdash;advierte&mdash;. ¡Si habéis d’ir
-al Rosario!...</p>
-
-<p>A esta sazón rompe a tocar la esquila de la iglesia.</p>
-
-<p>Aléjase el perro, lanzando sordos gruñidos a la brusca
-aparición de Ramona, mientras las muchachas y los patos
-se recogen.</p>
-
-<p>Y en la calle, letárgica otra vez, sólo parece vivir el
-hilo tenue del arroyo, y un trapo que a lo lejos pone erguida
-su dudosa blancura, como anuncio y señal de una
-taberna.</p>
-
-<p>Cuando vuelven a caer las tres mozas en el hondo
-agujero de la cocina, sienten una frescura penetrante en
-medio de una densa oscuridad.</p>
-
-<p>Mas, pronto Olalla descubre en la masa de sombras y
-de humo a la <i>Chosca</i>, acurrucada en el suelo entre la ceniza,
-dando sorbos y bocados voraces a la misteriosa
-sustancia que extrae de un pucherete.</p>
-
-<p>En el escaño, donde suele dormir la criada, se ha escondido
-la tía Dolores. Allí está inmóvil sobre la ruin
-yacija, dominada por el letargo o por el sueño.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué hace usté, abuela?&mdash;le pregunta la joven
-asombrada&mdash;¿Duerme todavía?... ¿No viene a la parroquia?</p>
-
-<p>La sacude con el temor de que pueda ocurrirle un
-accidente.</p>
-
-<p>Pero ella responde levantándose:</p>
-
-<p>&mdash;Ya voy.</p>
-
-<p>También su voz ahora parece que ha venido de muy
-lejos, como el fugaz relámpago que le brilla algunas
-veces en los ojos.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_147" id="Page_147">[147]</a></span></p>
-
-<p>Hoy la esquila avisadora voltea con más sutiles vibraciones;
-algo le sucede; anuncia una cosa extraordinaria;
-tiene una doble intención, oculta en el repique insinuante
-en los últimos golpes: <i>Tan... tan... tan...</i> ¿Qué secretos
-dice a gritos la esquila?...</p>
-
-<p>Esto se pregunta <i>Mariflor</i> acabándose de vestir, y en
-tanto que vuelan como alondras sus deseos.</p>
-
-<p>Ya las tres maragatas están muy elegantes, que, de la
-antigua opulencia familiar, guarda la tía Dolores ricas
-vestiduras del país: «rodos»; sayuelos, dengues, arracadas,
-mandiles y otros aliños de mucha gracia y mérito,
-aunque no cotizables para la avaricia del tío Cristóbal,
-como los «bagos» y las yuntas.</p>
-
-<p>Marinela, endomingada desde muy temprano, aguardó
-en un rincón que las otras terminasen su arreglo, procurando
-no estorbar en la estrechez del gabinete de Florinda,
-único de la casa donde con el sol entra alegre
-la luz.</p>
-
-<p>Cuando van a salir, llega muy presurosa la sobrina del
-párroco, con la mantilla puesta y el rostro encendido.</p>
-
-<p>&mdash;Como tardábais&mdash;dice&mdash;, vengo por vosotras. Y
-añade en impaciente explosión confidencial:</p>
-
-<p>&mdash;¿No sabéis?... Ha llegado a casa de mi tío un señor
-de Madrid: escribe libros y cantares, y habla mucho de
-<i>Mariflor</i>.</p>
-
-<p>&mdash;¿Le conocías?&mdash;prorrumpe Marinela estupefacta,
-adivinando que ha parecido su forastero de los ojos
-azules.</p>
-
-<p>La aludida, acelerado el pulso, batiente el corazón,
-murmura como un eco de contestaciones idénticas:</p>
-
-<p>&mdash;Venía «con nosotras» en el tren...</p>
-
-<p>&mdash;Sí; es verdad&mdash;corrobora Ascensión&mdash;, lo ha contado
-en la mesa, y como yo he servido la comida lo estuve
-oyendo todo.</p>
-
-<p>Olalla oculta impasible sus impresiones, y las pupilas
-volubles de Marinela relumbran como dos esmeraldas.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_148" id="Page_148">[148]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¿No está loco?&mdash;interroga.</p>
-
-<p>Y luego que refiere a la sobrina del cura su hallazgo
-singular del medio día, ésta clama risueña:</p>
-
-<p>&mdash;¡Andanda con la salve!... Pues el señor que dices
-está en su sano juicio, es bien fablado y buen mozo.</p>
-
-<p>&mdash;No llegaremos a tiempo&mdash;murmura pasivamente
-Olalla.</p>
-
-<p>Movidas por advertencia tan oportuna, salen del gabinete
-y de nuevo cruzan las sombras del pasillo y de la
-cocina, evitando con la puerta principal el rodeo de la
-calle. Ni junto al llar ni en el escaño hay figuras humanas
-esta vez: la casa, desierta y silenciosa, se agacha humilde
-bajo el sol.</p>
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-014.jpg" width="300" height="256"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_149" id="Page_149">[149]</a></span></p>
-
-<div class="chapter">
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-025.jpg" width="400" height="145"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<h2>XI<br /><br />
-<span class="pch">LA MUSA ERRANTE</span></h2>
-
-<div>
- <img class="dc1" src="images/dh.jpg" width="200" height="196" alt=""/>
-</div>
-<p class="dc24">&mdash;HAY comedia...</p>
-
-<p>&mdash;Hay volatines... ¿Vamos?</p>
-
-<p>&mdash;Díle a madre que nos deje
-ir...</p>
-
-<p>&mdash;¡Díselo!</p>
-
-<p>Olalla fingió enojo, deseando
-complacer a los chiquillos, y lamentóse
-en alta voz para que su
-madre la oyese:</p>
-
-<p>&mdash;¡Cuidao que sois pidones! Por mi parte ya estáis
-aquí de más.</p>
-
-<p>&mdash;Y mañana no habrá quien les recuerde para ir a la
-escuela&mdash;dijo Ramona en tono de transigir.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah! Ya les haría yo poner los huesos de punta.</p>
-
-<p>Las tres caras redondas y apacibles de los niños demostraban
-insólita inquietud, porque la esperanza de
-asistir a una «comedia» en el propio Valdecruces era
-cosa verdaderamente absurda, capaz de conmover a
-todo el pueblo.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_150" id="Page_150">[150]</a></span></p>
-
-<p>Nadie supo qué azares enemigos llevaron a los infelices
-histriones por aquellas pobres veredas maragatas.
-Ello fué que, con las penumbras de la noche, llegó un
-carro al crucero, se detuvo en una esquina estratégica y
-comenzó a desalojar extraños personajes, herramientas
-y enseres, bichos y trapos. Salieron de la ambulante
-guarida tres viejos y una mujer madura, dos mozas, dos
-niños y un galán; varios perros ladraron, chilló un mono,
-vociferó un lorito y relincharon dos caballejos y una
-mula: dió a luz, en fin, el Arca de Noé.</p>
-
-<p>El asombro de algunos rapaces que presenciaron la
-llegada, propaló por el pueblo la noticia, y la soporosa
-tranquilidad de los vecinos encendióse con rara turbación.</p>
-
-<p>Desde el baile, cuando ya se retiraba la gente dominguera
-en pacífico desfile, escurriéronse los grupos hasta
-el Crucero, y, a distancia, con ciertas precauciones, comentaron
-la singular visita.</p>
-
-<p>A la vera del carro fulgían ya, como luciérnagas, algunas
-luces, y los juglares, con actividad inconcebible
-para el atónito público, habían obtenido del tío Cristóbal,
-alcalde pedáneo, licencia para celebrar aquella
-misma noche una función.</p>
-
-<p>Entre grandes estrépitos, de escandalosa y memorable
-resonancia, un tambor y un cornetín anunciaban, a
-poco, el <i>extraordinario espectáculo</i>, para las nueve y
-media en punto.</p>
-
-<p>Inicióse el pregón al través de las calles con una arenga
-dicha en medio de la plaza por el más mozo de los
-tres viejos. El orador, después de saludar con leve modulación
-extranjera al <i>respetable público</i>, ponderó como
-lo más sorprendente de aquella solemnidad la «presentación»
-de la «célebre» <i>Musa errante</i>, una dama loca de
-amor, que andaba por el mundo gimiendo su querella y
-que declamaría sus cuitas en «magníficos versos» ante el
-<i>ilustre auditorio</i>. El cual no quedó muy enterado de la<span class="pagenum"><a name="Page_151" id="Page_151">[151]</a></span>
-importancia del anuncio ni muy curioso por el peregrinaje
-de la <i>Musa</i>.</p>
-
-<p>Pero se celebrarían también «danzas griegas»; difíciles
-y peligrosos ejercicios de gimnasia; burlas de payasos;
-suertes maravillosas por «el nunca visto joven Manfredo,
-malabarista y nigromante».</p>
-
-<p>Tantas exóticas ponderaciones, comprendidas apenas,
-enervaron al «ilustre auditorio» con un fascinador aroma
-de flores desconocidas.</p>
-
-<p>Y el violento perfume de la novedad que desvela a
-los niños impacientes alrededor de Olalla, llega a trascender
-en el acento de la madre, ablandado de pronto.</p>
-
-<p>Aprovecha la moza esta buena coyuntura para preguntar
-con su tacto calmoso de campesina:</p>
-
-<p>&mdash;¿Nos deja ir?</p>
-
-<p>&mdash;Dirnos... ¡Pero solas!...</p>
-
-<p>&mdash;¡Venga usted!</p>
-
-<p>&mdash;Que vaya la abuela.</p>
-
-<p>La cual tuvo que ser consultada a voces, como si se
-hubiera quedado sorda de repente. Y enterándose de
-que era invitada a «juegos de farsantes», negóse esquiva
-y triste, con entumecido movimiento de cabeza y de
-labios.</p>
-
-<p>&mdash;Iré yo&mdash;murmura Ramona, lanzando a su suegra
-una mirada baja y fría.</p>
-
-<p>Cuando buscan a <i>Mariflor</i> para cenar, responde desde
-el huerto, y acude sonriente, sin esconder el gozo del
-semblante.</p>
-
-<p>Le dicen los chiquillos que van a ir todos «a la comedia»,
-y la muchacha procura sacudir el entorpecimiento
-agudo de su alegría para razonar y entender lo
-que sucede. Repite en voz alta lo que han dicho los
-otros, deseando cerciorarse así de cuanto oye; y su
-acento resuena ronco y dulce, embargado por la emoción.</p>
-
-<p>Todos quedan mudos cuando habla ella, sobrecogidos<span class="pagenum"><a name="Page_152" id="Page_152">[152]</a></span>
-por la fuerte caricia de ternura que como encendida
-fragancia brota en sus frases pueriles. La miran con
-vago asombro; resplandece, y sonríe sin cesar, recién
-despierta a realidades que sin duda ha soñado; moja
-con la punta de los dedos pedacitos de pan en la inevitable
-salsa, y parece que le saben muy bien según los
-multiplica.</p>
-
-<p>La frugal colación tiene esta noche un gusto nuevo,
-un incógnito grano de pimienta que estimula en los paladares
-el apetito y la sed. Hasta la inapetente niña de
-los ojos volubles, come de prisa, alterada y ansiosa,
-como si fuese un sápido manjar la «sopa de patata».</p>
-
-<p>Cuando más se acentúa el incitante sabor que hay en
-la cena, más se extiende el silencio en la cocina. Entonces
-<i>Mariflor</i> revive a sus anchas las preciadas memorias
-de aquella tarde, y también la punta de sus pensamientos
-mojan pedacitos de ilusiones en la «salsa de la
-felicidad»...</p>
-
-<p>Bendice la niña el instante precioso en que don Miguel
-le dijo, al salir de la iglesia:&mdash;Aquí está «aquel
-señor» amigo tuyo&mdash;mientras Rogelio Terán, con aire
-deslumbrado y feliz, se adelantó a saludarla en medio
-de las primas.</p>
-
-<p>Como él no reconociese en Marinela a la maragata
-que halló junto a la fuente, la sobrina del cura hizo el
-descubrimiento entre rubores de la moza y cortesanías
-del galán; después, todos reunidos, se fueron lentamente
-hacia el lugar del baile.</p>
-
-<p>Aprovechando la estrechez de una calleja, dijo Ascensión,
-oficiosa:</p>
-
-<p>&mdash;Vayan delante ustedes.</p>
-
-<p>Emparejó a la enamorada con el artista, quedóse del
-brazo de Marinela y dejó atrás a Olalla con el sacerdote...</p>
-
-<p>Bebe <i>Mariflor</i> un sorbo de agua, en la boca misma
-del cántaro, para serenar este recuerdo, y quédase confusa<span class="pagenum"><a name="Page_153" id="Page_153">[153]</a></span>
-ante los murmullos de las palabras dulces que todavía
-resuenan en su oído y las consideraciones y esperanzas
-que se agitan en su corazón.</p>
-
-<p>Es a ella, a la triste criatura abandonada entre cuidados
-y pesadumbres, a quien un hombre de calidad ha
-dicho esta tarde:</p>
-
-<p>&mdash;¡Te amo, te amo!... Sueño llevarte en mis brazos,
-un día, lejos de Valdecruces; quiero que seas dichosa y
-que me debas la felicidad; quiero compartir la vida
-contigo. ¡Eres mi reina, eres mi musa!... ¿Me quieres,
-<i>Mariflor</i>?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, sí&mdash;repite embriagada por la gratitud el eco de
-una respuesta.</p>
-
-<p>Y entre las efusiones sentimentales que embargan a
-la moza, que hinchan sus pensamientos y los entumecen
-con divina y cordial calentura, quedan flotando en
-obstinada aparición las imágenes más indiferentes; el
-gorrito azul de la niña mielga a quien Rosenda Alonso
-mece en las rodillas; el severo perfil de las bailadoras
-que danzan de dos en dos, con los ojos bajos, el ritmo
-lento y las castañuelas alborotadas, y el semblante inmóvil
-del tío Fabián, agrietado y oscuro como las nueces
-secas...</p>
-
-<p>También la <i>Chosca</i> tenía cara de nuez. Y mirándola
-con repentina curiosidad, sintió la muchacha importunas
-ganas de reir.</p>
-
-<p>Comía la sirviente a la mesa metiendo su cuchara con
-acompasado vaivén en la vasija común a la tía Dolores
-y a Ramona. Las tres sorbían y mojaban con lenta moderación,
-sin hablar y sin mirarse, como viajeros extraños
-y adustos a quienes el calor y la sed reúne en el camino
-a la sombra de un árbol o en torno a la frescura
-de una fuente.</p>
-
-<p>Descubre a estas mujeres <i>Mariflor</i> como a criaturas
-nunca vistas ni relacionadas con la sangre de ella, con
-su casta y origen.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_154" id="Page_154">[154]</a></span></p>
-
-<p>Y cuando, ya agotado en los platos el <i>moje</i> por mendrugos
-de pan, se levantan los comensales para salir,
-quédase la muchacha sorprendida por su propia voz que
-que dice:</p>
-
-<p>&mdash;Adiós, abuela.</p>
-
-<p class="p2">Apacible y sin estrellas rodaba la noche en el espacio.</p>
-
-<p>Al caer la tarde, se había extendido sobre el cielo,
-pálido de calor, una sutil neblina, delicada y luminosa
-en su baño de luz crepuscular. Y al descender la sombra
-a la llanura, quedó la blanca nube abierta en los horizontes
-como un manto refrigerante, encendida por un
-cándido resplandor de plenilunio: dulces soplos de viento,
-que parecían rezar por los caminos, acabaron de
-prestar a la noche encantos de primavera.</p>
-
-<p>El auditorio de los comediantes, compuesto de niños
-y mujeres, con algún anciano por rara excepción, se
-preocupaba de mirar al cielo tanto como a la vieja alfombra
-convertida en escenario bajo la trémula claridad
-de unos hachones.</p>
-
-<p>&mdash;Píntame que hace viento de Ancares&mdash;anunció
-Olalla con regocijo.</p>
-
-<p>&mdash;Sí; corren unas falispas algo frescas&mdash;corroboró
-Ramona.</p>
-
-<p>Su acento, amargo siempre, envolvía en la brusca
-modulación una violenta ansiedad que halló resonancia
-febril en el concurso: la inquietud y el deseo hizo balbucir
-a todos los labios con sigilosa esperanza:</p>
-
-<p>&mdash;¡Hace viento de Ancares!...</p>
-
-<p>Y detrás del feliz augurio, los ojos se volvieron hacia
-el Norte, escrutando las nubes encima del caserío, de
-aquel lado por donde la lluvia era esperada.</p>
-
-<p>&mdash;¡Señores, atención!&mdash;gritó el director de escena,
-como si advirtiese que el público se distraía del «maravilloso
-espectáculo»&mdash;. Va a comenzar la extraordinaria
-labor del joven Manfredo.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_155" id="Page_155">[155]</a></span></p>
-
-<p>Ya se habían celebrado las «danzas griegas», un baile
-triste, lleno de extrañas figuras y contorsiones, entre
-una moza muy desabrigada y un doncel con arreos de
-baturro.</p>
-
-<p>Era, sin duda, este mismo «nigromante y malabarista»
-que jugó con navajas y botellas, con platos y faroles,
-tirándolos al aire en complicadas suertes, para recogerlos
-con las manos, con la boca y con los pies.</p>
-
-<p>En seguida barajó unos resobados naipes y los hizo
-viajar por todo su cuerpo. Guardó una carta con mucha
-pulcritud en la palma de la mano, advirtiéndole muy
-finamente:</p>
-
-<p>&mdash;Pasa, monina; pasa, chiquitina... pasa...</p>
-
-<p>Y al conjuro del ruego mimoso, la sacó de la punta
-de una bota, exclamando complacido:</p>
-
-<p>&mdash;¡Ya pasó!</p>
-
-<p>Aquel público no conocía, en su mayor parte, más
-tramoyas que las farsas de los pastores, celebradas por
-año nuevo en zancos sobre la nieve, y estaba, en realidad,
-maravillado.</p>
-
-<p>&mdash;Paez cosa de paganía&mdash;murmuró Ramona con recelo.</p>
-
-<p>&mdash;¡De veras!&mdash;dijo a su lado, absorto, <i>Rosicler</i>.</p>
-
-<p>Un espacioso rumor llevó sobre el concurso estas palabras
-que se condensaron en la frase hostil:</p>
-
-<p>&mdash;¡Esos tíos serán ensalmadores!...</p>
-
-<p>Y las aguas muertas de todas las pupilas se rizaron
-con un soplo de supersticiosa pasión.</p>
-
-<p>En aquel momento apareció en la plazuela don Miguel
-con su hermana, su sobrina y un señor que ya por
-la tarde estuvo acompañándoles y gastó inusitado palique
-con <i>Mariflor</i> Salvadores.</p>
-
-<p>Acercáronse los recién venidos al grupo que formaba
-el auditorio, y el forastero halló manera de llegarse a
-Florinda, en tanto que el cura explicaba a Ramona algún
-asunto muy difícil, a juzgar por lo que ella dilataba<span class="pagenum"><a name="Page_156" id="Page_156">[156]</a></span>
-los ojos con un gesto anhelante de comprender: miró
-por fin a su sobrina arrobada en silenciosa conversación
-con el caballero, y alzó los hombros con brusca señal
-de indiferencia. Pero su mirada, fija con dura obstinación
-en el escenario, ya no vió imágenes distintas ni participó
-nuevas impresiones al atormentado pensamiento:
-toda la inteligencia de la pobre mujer quedó colmada,
-inflexible y obtusa bajo las frases breves del sacerdote.</p>
-
-<p>El joven Manfredo pedía, con muchas reverencias,
-un aplauso al «respetable público», después de complicada
-serie de habilidades. Y aquella gente, que no sabía
-aplaudir, mostróse torpe y seria delante del ceremonioso
-malabarista.</p>
-
-<p>No parecía muy buena la ocasión para alargar la bandeja
-peticionaria, y las mujeres se quedaron atónitas
-ante aquel movimiento repentino del director de escena.</p>
-
-<p>Todas las manos se encogieron vacías, y el estupor
-general daba a entender cuán sincera existía allí la convicción
-de que los histriones fuesen unas criaturas sin
-hambre y sin cansancio, ni otra misión en el mundo que
-la de rodar en una preñada carreta divirtiendo a las
-gentes.</p>
-
-<p>&mdash;Señores: ¡somos unos pobres artistas!&mdash;clamó el
-director con su acento italiano y su cara triste.</p>
-
-<p>Una ráfaga de sorpresa agitó débilmente los inanimados
-sentimientos del concurso; pero los rostros continuaron
-impasibles enfrente del ajeno dolor.</p>
-
-<p>Rogelio Terán contemplaba asombrado la escena,
-quizá sin suponer que en ninguno de aquellos bolsillos
-hubiese un solo cobre.</p>
-
-<p>La limosna del párroco y la del forastero vibraron
-únicas, con sonoro repique en la exhausta bandeja.</p>
-
-<p>Al brillo de la plata, una calurosa actividad reanimó
-a los artistas. Pidió el galancete su sombrero al tío <i>Chosco</i>,
-el enterrador, que no sin vacilaciones alargó la miserable<span class="pagenum"><a name="Page_157" id="Page_157">[157]</a></span>
-prenda, raída y parda, de alas abiertas, ceñido el
-casco por un cordón de colgantes borlas.</p>
-
-<p>El viejo lucía inmóvil su <i>garnacha</i> venerable, remedo
-de la gentil melena de los godos. Y el malabarista sacaba
-duros, a granel, del maragato sombrero; hacía sonar
-con deleite las monedas, y tenía al público sugestionado
-con este inverosímil rumor del vil metal.</p>
-
-<p>Sin que decayese el raro interés que tan peregrino
-juego despertaba, anunciaron a toque de corneta la aparición
-de la <i>Musa errante</i>, y el propio joven Manfredo,
-sin un solo duro ya en sus manos, adelantóse con mucha
-gallardía sobre la alfombra, presentando a la dama.</p>
-
-<p>Era ésta menuda, frágil y bella; parecía una niña vestida
-de señora.</p>
-
-<p>Llevaba flotante la cabellera oscura, el vestido de luto,
-escotado y aparatoso, con relumbrones de lentejuelas y
-sobrepuestos de livianos tules. Había en su rostro infantil,
-quebranto y languidez; los ojos, despiertos y tristes,
-pedían clemencia en mudo lenguaje; los bracitos desnudos,
-agitados en la patética oratoria, se abrían como en
-demanda de un abrazo, con la desolada expresión de
-quien siente una infinita necesidad de reposo y de
-auxilio.</p>
-
-<p>Avanzó enlutada entre los humeantes hachones, con
-aire visionario y fúnebre, y comenzó a decir:</p>
-
-<p class="pp7 p1">Yo soy una mujer: nací pequeña,</p>
-<p class="pp6">y por dote me dieron<br />
-la dulcísima carga dolorosa<br />
-de un corazón inmenso.<br />
-En este corazón, todo llanuras<br />
-y bosques y desiertos,<br />
-ha nacido un amor, grande, muy grande,<br />
-colosal, gigantesco;<br />
-amor que se desborda de la tierra<br />
-y que invade los cielos...<br />
-Ando la vida muerta de cansancio,<br />
-inclinándome al peso<br />
-de este afán, al que busca mi esperanza<br />
-<span class="pagenum"><a name="Page_158" id="Page_158">[158]</a></span>un horizonte nuevo,<br />
-un lugar apacible en que repose<br />
-y se derrame luego<br />
-con la palabra audaz y victoriosa<br />
-dueña de mi secreto.<br />
-Yo necesito un mundo que no existe,<br />
-el mundo que yo sueño,<br />
-donde la voz de mis canciones halle<br />
-espacios y silencios;<br />
-un mundo que me asile y que me escuche:<br />
-¡le busco, y no le encuentro!...</p>
-
-<p class="p1">Vibró la última estrofa como un gemido y rodó sobre
-la calma de la noche con tan anchurosa profundidad,
-que la errante querella pudo sentirse peregrina de un
-mundo nuevo, del mundo silente y espacioso anhelado
-por aquel inquieto y henchido corazón.</p>
-
-<p>Florinda y el poeta se miraron a los ojos con profunda
-zozobra, impresionados por la avidez y la inquietud
-del amoroso romance. Y a las impasibles aldeanas les
-pareció sentir en algún punto remoto de su ruda naturaleza
-un extraño roce como de brisas o de alas, una
-desconocida sensación de impaciencias y ansiedades.</p>
-
-<p>Aquel sordo torbellino sentimental fué a batir en el
-pecho de Marinela con el ímpetu de una marejada tempestuosa.</p>
-
-<p>Desde el medio día se agitó la zagala en brusco sobresalto
-hasta la hora en que vió al forastero junto a
-<i>Mariflor</i> hablándola con los labios y con los ojos un divino
-lenguaje que la niña tradujo con intuición milagrosa.</p>
-
-<p>Y esta noche, sacudida por contradictorios sentimientos,
-perturbada por singulares impulsos, advirtió de
-pronto que latía desnudo su corazón al viento de las estrofas
-errabundas, como un árbol a quien arrebata su
-follaje repentino huracán.</p>
-
-<p>La voz ardiente de la farandulera desceñía con arrebato
-vertiginoso la vestidura de sombras y de ignorancias
-sobre los exaltados pensamientos de la joven, y ella
-veía a la intemperie todo el fermento amargo de sus
-desvaríos, todo el caos de sus bellas locuras; pensó que<span class="pagenum"><a name="Page_159" id="Page_159">[159]</a></span>
-los demás contemplaban con asombro aquella terrible
-desnudez espiritual, motivo de su espanto, y cubrióse
-con el pañuelo la cara roja de vergüenza. ¡Estaba herida
-del incurable mal de amores que el romance clamaba!
-¡Tenía, como la errante musa, un anhelo infinito sangrando
-penas en el inmenso corazón!...</p>
-
-<p>Y esta misma certidumbre entraba en el ánimo de la
-moza con nublada conciencia, como al través de un
-sueño. Quizá la niña triste iba a sacudir tamaña pesadilla
-despertando a su estado interior de oscuridad, donde
-ardía como lámpara celeste la vocación religiosa, vacilante
-y confusa entre nieblas que servían de pudoroso
-vestido al inexplorado sentimiento...</p>
-
-<p>La figuranta se adelantó en el escenario otra vez. Hablaron
-con ella el director y el galán, animándola sin
-duda a combatir la indiferencia del público con un nuevo
-recitado. Y la dama, obediente y humilde, volvió a extender
-los trémulos bracitos y a querellarse rostro a las
-nubes, con desgarradora expresión de impotencia:</p>
-
-<p class="pp7 p1">¡Todo está dicho ya!... ¡Qué tarde llego!...</p>
-<p class="pp6">Por los hondos caminos de la vida<br />
-pasaron vagabundos los poetas<br />
-rodando sus cantigas:<br />
-cantaron los amores, los olvidos,<br />
-anhelos y perfidias,<br />
-perdones y venganzas,<br />
-zozobras y alegrías.</p>
-<p class="pp7">Siglos y siglos, por el ancho mundo</p>
-<p class="pp6">la canción peregrina<br />
-sube a los montes, baja a los collados,<br />
-en los bosques suspira;<br />
-cruza mares y ríos, llora y muge<br />
-en vientos y celliscas;<br />
-se queja en el jardín abandonado,<br />
-en las flores marchitas,<br />
-en las cosas humildes, en las tumbas,<br />
-en las almas sombrías.</p>
-<p class="pp7">Todo el mundo es querella, todo es himno,</p>
-<p class="pp6">todo el mundo es sollozo y poesía...<br />
-Y yo vengo detrás de ese torrente<br />
-<span class="pagenum"><a name="Page_160" id="Page_160">[160]</a></span>que al universo encinta,<br />
-con una canción nueva entre los labios<br />
-sin poder balbucirla:<br />
-porque ya no hay palabras, no hay imágenes<br />
-ni estrofas ni armonías,<br />
-que no rueden al valle penumbroso<br />
-y suban a las cimas,<br />
-y salven los abismos,<br />
-colmando las medidas<br />
-de las voces humanas<br />
-y los sagrados sones de las liras...<br />
-¡En este mundo lleno de canciones<br />
-ya no cabe la mía!<br />
-Loca y muda la llevo entre los labios<br />
-sin poder balbucirla...</p>
-
-<p class="p1">Bajo las floridas alas de su pañuelo, Marinela rompió
-a llorar con un murmullo devaneante de palabras, como
-si también en sus labios feneciese una canción muda y
-loca, de acentos imposibles.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué tienes, criatura?&mdash;le preguntó asombrada la sobrina
-de don Miguel.</p>
-
-<p>Se produjo un movimiento de alarma en torno a la
-llorosa, y su madre la sacudió por un brazo, ríspida y
-violenta.</p>
-
-<p>&mdash;¡El tríbulo de siempre!&mdash;murmuró.</p>
-
-<p>Acercóse Olalla muy descolorida, cuando el cura,
-como si conociera el origen del súbito desconsuelo y lo
-creyese justo y necesario, ordenó que dejasen a la moza
-llorar.</p>
-
-<p>El poeta y <i>Mariflor</i> miraron al sacerdote comprendiéndole,
-mientras los demás vecinos murmuraban que
-era aquel llanto un síntoma de «manquera» incurable.</p>
-
-<p>La <i>Musa</i> extendía el plato petitorio con el aire indiferente
-de costumbre, quizá un poco movido aquella noche
-por el aspecto singular del público, por su grave y
-silenciosa expectación.</p>
-
-<p>De cerca parecía más mujer y más triste la danzante:
-se agrandó su estatura, y las líneas de su rostro aparecieron
-más cansadas y fuertes.</p>
-
-<p>Posó en torno suyo una mirada ancha y escrutadora,<span class="pagenum"><a name="Page_161" id="Page_161">[161]</a></span>
-y para tender el plato al alcance del cura y de Terán, se
-mezcló en aquel grupo extraño donde hasta los niños
-hablaban en voz chita.</p>
-
-<p>Entonces, sorprendiendo los ahogados sollozos de
-Marinela, preguntó asombrada:</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué llora?</p>
-
-<p>Su acento dulce y caliente hizo temblar a la afligida,
-que descubrió el semblante y acarició con el húmedo
-cuarzo de sus ojos la figura de la otra mujer.</p>
-
-<p>Como nadie respondiese, la comedianta, agitando el
-velo oscuro de su cabellera, volvió a decir:</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué llora?</p>
-
-<p>&mdash;Porque le ha conmovido tu declamación&mdash;dijo al
-cabo Terán.</p>
-
-<p>Puso en la bandeja otra dádiva y averiguó sonriendo:</p>
-
-<p>&mdash;¿De dónde eres?</p>
-
-<p>&mdash;No lo sé... De cualquier parte... De un camino&mdash;repuso
-la andariega.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo te llamas?</p>
-
-<p>&mdash;<i>Musa.</i></p>
-
-<p>&mdash;Será remote&mdash;pronunció una voz tímida.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y dónde aprendiste esos romances tan inquietos?&mdash;añadió
-el joven.</p>
-
-<p>La enlutada sacudió su melena con un gesto peculiar,
-alzó los hombros y contestó en frase ambigua:</p>
-
-<p>&mdash;Por ahí...</p>
-
-<p>Su brazo desnudo parecía extenderse con altivo desdén
-hacia todos los horizontes universales.</p>
-
-<p>&mdash;¿Quieres darme una copia de los versos?&mdash;le decía
-Terán curioso.</p>
-
-<p>&mdash;Papá los tiene.</p>
-
-<p>Papá, que era el director, se había aproximado. Buscó
-diligente en sus bolsillos unas hojas escritas a máquina,
-y luego de escogerlas, alargólas murmurando:</p>
-
-<p>&mdash;No son éstas las únicas que «hemos vendido», caballero.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_162" id="Page_162">[162]</a></span></p>
-
-<p>El poeta comprendía y pagaba mientras desfiló el público
-en silencio, y don Miguel, sin intimidarse por el escote
-exagerado, le decía a la recitadora algunas palabras
-serenas y apacibles.</p>
-
-<p>Marinela, que había cesado de llorar, apoyábase en el
-brazo de Ascensión, cada vez más vergonzosa, débil, con
-inexplicable laxitud de los miembros y del espíritu,
-como en la crisis de una enfermedad repentina. Seguía
-obsesionándola el espanto de ver al aire su corazón enfermo
-de ambiciones y de quimeras, dolido de ternuras
-insensatas, preñado de un cantar indecible.</p>
-
-<p>Ramona miraba de reojo a su hija pensando confusamente
-por dónde habría venido sobre ella la agravación
-de sus habituales pesadumbres; y miraba, sobre todo al
-galán acompañante de <i>Mariflor</i>, sin ver, entre las brumas
-del espíritu, las razones que tendría el párroco para
-decir que aquel hombre era un buen caballero inspirado
-en los mejores propósitos hacia la niña, y a quien era
-preciso tratar con mucha discreción. En la oscura cárcel
-de su inteligencia el instinto le hacía temer a Ramona
-una amenaza en el forastero.</p>
-
-<p>Ya los cómicos apagaron los hachones y recogieron
-la alfombra, buscando el refugio de su casa ambulante,
-apenas visible en el abandono de la plaza al resplandor
-mortecino de dos luces.</p>
-
-<p>Habían retirado en un periquete los bancos y cajones
-donde se aposentó una parte del público, y quedaba
-otra vez la cruz sola y vigilante en la anchura silenciosa
-del lugar, abriendo los brazos con infinita indulgencia,
-precisamente hacia el rincón donde iban a dormir los
-pobres aventureros.</p>
-
-<p>Divididos en grupos, los curiosos tornaban a sus hogares
-con la extrañeza de haberlos abandonado, con el
-asombro de vagar a tales horas por las calzadas adormecidas
-en la noche.</p>
-
-<p>La presencia de don Miguel les obligó a rechazar suposiciones<span class="pagenum"><a name="Page_163" id="Page_163">[163]</a></span>
-de brujería en el raro festejo nocturno, y un
-alucinamiento de milagro oprimió sienes y corazones
-ante la sorpresa de cuantas habilidades había lucido la
-farándula, aparecida como un prodigio en aquel olvidado
-rincón de la llanura.</p>
-
-<p>Iba Olalla tirando de sus hermanitos, que volvían los
-ojos borrachos de sueño hacia donde se quedaban los
-farsantes, y la familia de don Miguel acompañaba a la de
-Salvadores, siempre inclinado con ansia el forastero sobre
-la belleza de <i>Mariflor</i>.</p>
-
-<p>Se había roto el pálido celaje mostrando un fondo
-azul florecido de estrellas, y la luna, redonda y ardiente,
-subía en triunfo por el firmamento escoltada por tusones
-livianos de nubes.</p>
-
-<p>Aquellas ráfagas que la gente anhelosa de lluvia recibió
-como «viento de Ancares», no eran más que suspiros
-de la brisa mojados en la frescura natural de la noche.
-Y al mirar descorrido el cortinaje blanco sobre el
-índigo dosel, las mujeres suspiraban a la par del viento,
-y los ojos contemplaban desconsolado el alto horizonte
-azul.</p>
-
-<p>Despidiéronse las dos familias en la plaza donde el forastero
-encontró a Marinela; cambiados los adioses, con
-no poca timidez en algunos labios, desapareció cada grupo
-en diferente calle, y como un eco de las eternas inquietudes
-humanas, quedó allí solo y despierto el gallardo
-temblor de la fuente, compadecido por un rayo de
-luna.</p>
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-023.jpg" width="400" height="175"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_164" id="Page_164">[164]</a></span></p>
-<p>&nbsp;</p>
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_165" id="Page_165">[165]</a></span></p>
-
-<div class="chapter">
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-039.jpg" width="400" height="175"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<h2>XII<br /><br />
-<span class="pch">LA ROSA DEL CORAZÓN</span></h2>
-
-<div>
- <img class="dc1" src="images/da.jpg" width="200" height="198" alt=""/>
-</div>
-<p class="dc13">AL llegar a Valdecruces conoció Rogelio
-la situación de la familia
-Salvadores; supo asimismo que
-la boda de Florinda con su primo
-Antonio era raíz de una esperanza
-para la rehabilitación del
-hogar, y que la pobre moza, enamorada
-del poeta, vivía en sorda
-lucha pugnando heroicamente
-por favorecer a los suyos, sin hollar los fueros de su
-propio corazón.</p>
-
-<p>Al oir de labios de don Miguel tales revelaciones,
-sintió Rogelio una agudísima piedad, y en un arranque
-de ternura y gratitud, determinó acelerar sus propósitos,
-casarse con la dulce niña y arrebatarla para siempre a
-las tristezas y servidumbres del páramo.</p>
-
-<p>Junto a la noble figura del sacerdote, en aquel ambiente
-de austeridad y sacrificio, desbordáronse las compasiones
-del caballero: vió a la hermosa doncella condenada<span class="pagenum"><a name="Page_166" id="Page_166">[166]</a></span>
-a yacer en una vida tan contraria a su educación y
-natural finura; admiróla doblemente con instintos de artista
-y misericordia de enamorado; encareció sus excelencias
-y virtudes, elevándolas a lo sumo de la imaginación,
-y prometióse con hidalguía quijotesca «no comer
-pan a manteles» hasta librar a su dama de tan penoso
-cautiverio y hacerla feliz, muy feliz...</p>
-
-<p>Mas, una vez a solas, pasó por la mente del hidalgo
-cierta ráfaga de inquietud. Rogelio no era rico: después
-de una infancia triste, de una adolescencia cruel, combatida
-por muchas pesadumbres, su arte y su pluma,
-unidos en esfuerzo quizá no muy constante, pero firme
-y bien orientado, comenzaban a subir la dura cuesta de
-la fama; pero aún no podía como «el otro» redimir la
-hacienda de Valdecruces, ni siquiera ofrecer a su amada
-más que un porvenir inseguro. Unirse con <i>Mariflor</i>,
-¿sería, pues, hacerla feliz?</p>
-
-<p>Miraba Rogelio la vida a lo poeta, desde las cumbres,
-sin pensar en las humildes realidades hasta que por su
-mal tropezaba con ellas. Al decidir la boda no hallaba
-para su vida otro refugio que una silenciosa casita en
-Villanoble, donde murió su madre, la solitaria mansión
-estremecida siempre por las voces del mar. Bello rincón
-sin duda para esconder un idilio, para aguardar prósperos
-tiempos en brazos del amor. Pero quizá esos tiempos
-no llegasen nunca; tal vez un día tuviera el marido que
-salir del hogar, como antaño su padre, víctima también
-de amor y de pobreza, el cual se fué para siempre,
-aunque tras sí dejaba una mujer y un niño...</p>
-
-<p>Al abismarse en las incertidumbres de lo venidero, revivía
-el mozo las memorias de su infancia, junto a aquella
-madre siempre meditabunda, siempre inquieta, vigilando
-día y noche los caminos por donde el ausente pudiera
-tornar. Recordaba con obsesión de pesadilla los
-ojos desmesurados de la infeliz cuando en el horizonte
-marino aparecía un buque con rumbo a Santander, la<span class="pagenum"><a name="Page_167" id="Page_167">[167]</a></span>
-desolación infinita del materno rostro en constante solicitud
-sobre los barcos y las olas. Cuando las lágrimas
-y el tiempo empañaron la luz de aquellas pupilas dulces
-y pacientes, la mujer perseguía al niño para señalar, entre
-la bruma, el humo ilusorio de una embarcación, y preguntar
-ansiosa, como la conocida «hermana» en el cuento
-popular de <i>Barba Azul</i>:</p>
-
-<p>&mdash;<i>Rogelio, hijo mío, ¿qué ves?...</i></p>
-
-<p>Temblaba el poeta ahora, repitiendo con el corazón
-oprimido por inexplicables ternuras, su réplica tantas
-veces balbucida:</p>
-
-<p>&mdash;<i>No veo más que las aguas y las nubes...</i> ¡El no quisiera,
-por nada del mundo, ser la causa de que en bocas
-inocentes hallasen ecos aquella pregunta y aquella contestación,
-cifra de tremendo martirio, renovado al través
-de toda una vida!</p>
-
-<p>Era Terán superticioso, creía en los pecados por
-atavismo. Más de una vez, pensando en la inconstancia
-de su padre y en sus propias flaquezas, huyó de tener
-novia, prediciendo:</p>
-
-<p>&mdash;Voy a causar su desventura.</p>
-
-<p>Y a menudo, cuando le enardecían nuevos amores, se
-observaba con espanto como si en el fondo de su corazón
-temiese descubrir el gérmen de alguna fatalidad hereditaria.
-Estos mismos terrores le persiguieron al arribar
-a Valdecruces, aunque nacía la afición de ahora con
-tales ímpetus y ternuras, que llegó a juzgarla definitiva
-y libre de toda infidelidad.</p>
-
-<p>Acalló, pues, al fin, sus sobresaltos e incertidumbres;
-afirmóse en la idea de la boda, y así se lo dijo a
-<i>Mariflor</i>. Pero la niña, preocupada, irresoluta, confesóle,
-tras violentos sonrojos, que no podía casarse sin
-aliviar a su gente de los graves apuros en que se estaba
-hundiendo: lo había prometido, lo había jurado...
-era un caso de conciencia y de honor. Con tan sublime
-sinceridad, con tales aspiraciones generosas resplandecía<span class="pagenum"><a name="Page_168" id="Page_168">[168]</a></span>
-el propósito de Florinda, que el caballero enmudeció
-reverente.</p>
-
-<p>No aludió ella, ni de lejos, a su primo; antes bien, con
-singular delicadeza limitóse a expresar la candorosa confianza
-que tenía de intervenir favorablemente en las desventuras
-familiares.</p>
-
-<p>&mdash;Yo estoy resuelta&mdash;dijo&mdash;a remediarlas. Es un
-deber que me impuse.</p>
-
-<p>&mdash;¿Aun a costa de la íntima felicidad?&mdash;preguntó Rogelio
-atónito.</p>
-
-<p>&mdash;A costa de ella, no... pero antes de realizarla, sí...
-¡lo he jurado! Yo no puedo pensar en mi propia felicidad
-sin resolver la situación de esta casa. ¿Cómo? No lo
-sé... En Dios confío. Entretanto, debo olvidarme de mí
-misma.</p>
-
-<p>Dijo la moza con rotunda firmeza; mas la sorda rebeldía
-de sus sentimientos hablaban con tal elocuencia en
-la penumbra de los ojos, que el poeta sonrió seguro de
-la pasión con que era amado.</p>
-
-<p>Y al referir más tarde al cura esta entrevista, difundióse
-una grata sorpresa por el rostro franco y abierto
-de don Miguel. Quiso Terán entonces, un poco desconfiado,
-calar los ocultos pensamientos de su amigo: asociaba
-su presente actitud con la singular resistencia de
-<i>Mariflor</i>, adivinando en torno suyo algo más de aquello
-que ya sabía... Pero nada pudo inquirir, porque el sacerdote
-se embozó de pronto en la reserva peculiar de aquel
-país, todo calma, recato y misterio...</p>
-
-<p class="p2">Suponía don Miguel tan interesada a <i>Mariflor</i> por el
-poeta, conocíala tan amorosa y vehemente, que esperaba
-verla transigir al primer reclamo de la pasión, escondiendo
-en olvidados plieguecillos de la conciencia su
-afán de caridades. Mas cuando supo que la moza había
-puesto, incauta y valiente, condiciones a la propia ventura
-en beneficio de la ajena, una conmovedora admiración<span class="pagenum"><a name="Page_169" id="Page_169">[169]</a></span>
-le dispuso a proteger tales propósitos, reveladores
-de heroicas energías y quizás de providenciales designios.</p>
-
-<p>Así que, poco después, cuando <i>Mariflor</i> fué a casa
-del párroco en busca de refugio y de consuelo, animóla
-con grande ternura.</p>
-
-<p>&mdash;Sí: yo estoy dispuesta a esperar&mdash;dijo la niña&mdash;, a
-esperar el milagro... Pero ¡si viera usted lo que sufro!...
-Cada día que pasa cae sobre mi corazón con horrible
-pesadumbre... Tiemblo por la suerte de todos mis amores...
-¿Hago mal, acaso, queriendo ser feliz?</p>
-
-<p>&mdash;No, hija mía. Yo también quiero que lo seas. Pero
-hay que tener presente...</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué! ¿Ya no confía usted en Rogelio?</p>
-
-<p>&mdash;¡No confío en la felicidad!&mdash;exclamó el sacerdote,
-recordando a la madre del poeta&mdash;. Además&mdash;añadió&mdash;,
-si tú quieres favorecer a los tuyos...</p>
-
-<p>&mdash;Sí: espero el milagro.</p>
-
-<p>&mdash;Rogelio lo realizaría demasiado tarde... nunca tal
-vez... La situación es crítica... Tu primo Antonio...</p>
-
-<p>&mdash;¡Yo no me caso con mi primo!&mdash;protestó impaciente
-la muchacha.</p>
-
-<p>Y como el sacerdote enmudeciera, ella se cubrió el
-rostro con las manos.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ya no me anima usted!&mdash;gimió&mdash;, ¡ya me abandona!</p>
-
-<p>Sin dejarse llevar de toda su compasión, quiso el cura
-alentarla:</p>
-
-<p>&mdash;No te abandono, mujer. Te animo a ser valiente, a
-ver claro, a elegir el camino más corto para llegar al
-cielo, a desconfiar de la dicha que buscas en la tierra.
-¡Pobre criatura! Debo prevenirte ¡a ti que sueñas demasiado!</p>
-
-<p>&mdash;Pues soñar, ¿no es vivir... con el espíritu?</p>
-
-<p>&mdash;Sí: cuando no se abandonan los deberes de la implacable
-realidad... En fin, no te apures; yo llamaré a tu
-primo. Mediremos su voluntad, sus intenciones...</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_170" id="Page_170">[170]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Pero diciéndole que no me caso con él&mdash;repetía la
-moza.</p>
-
-<p>&mdash;Yo no intento, hija mía, que tú te sacrifiques. Haz
-lo que quieras... Dispuesto está Rogelio a casarse contigo...
-¡Piénsalo bien!</p>
-
-<p>&mdash;He jurado ayudar antes de nada a mi familia...</p>
-
-<p>&mdash;Yo te libro de ese juramento.</p>
-
-<p>&mdash;¡Es que me da mucha lástima de todos!&mdash;dijo <i>Mariflor</i>
-en un arranque de ardorosa piedad. No soy
-egoísta. Quisiera tener mucho dinero para darlo a manos
-llenas a mis parientes, a los extraños, a todos los que
-sufren, a todos los que viven muriéndose de pobreza...
-Pero casarme con «ese hombre» sólo porque es rico...
-un hombre a quien no conozco, a quien no quiero...
-Mire usted, señor cura: ¡si él tampoco me conoce; si él
-tampoco puede quererme! ¿Por qué ha de casarse con
-una pobrecilla como yo? En cambio tiene el deber de
-amparar a la abuela, que es de su sangre, que es su
-abuela también... Hablándole al corazón, por fuerza ha
-de compadecerse de ella lo mismo que nosotros... ¿No
-es verdad?... ¡Sí: llámele usted; llámele en seguida! Yo le
-diré todo esto... Cuando me escuche, cuando nos mire,
-si es cristiano, si nos tiene ley, nos dará su apoyo, salvará
-nuestra hacienda... Y no será preciso que yo venda
-mi corazón por un puñado de dinero...</p>
-
-<p>A los oídos del sacerdote, acostumbrado a lamentos
-de cada criatura, no eran frecuentes palabras como éstas:
-allí cada mujer llevaba estoica y firme su cruz en la
-marea siempre viva de los infortunios, sin tiempo ni
-bríos para compadecer los ajenos dolores. Cada vez más
-prendado del alma de <i>Mariflor</i>, embriagábase el apóstol
-con las brisas consoladoras que esta niña llevaba
-desde la tierra que vive hasta la tierra que muere,
-como un soplo de sutiles piedades cultivadas en medio
-de la civilización para infundir sus simientes en el páramo.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_171" id="Page_171">[171]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¡Sí, sí!&mdash;exclamó don Miguel&mdash;. ¡Quién sabe!...
-Llamaré a tu primo... Le llamaré en seguida como tú
-quieres.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y acudirá?</p>
-
-<p>&mdash;Creo que sí.</p>
-
-<p>&mdash;¿Antes del <i>día de agosto</i>?</p>
-
-<p>&mdash;Antes: la semana que viene. Yo deseo que te tranquilices...
-Además, el tío Cristóbal amenaza con el embargo
-y hay que tomar alguna determinación.</p>
-
-<p>&mdash;Ayer se llevó la recua.</p>
-
-<p>&mdash;Ya lo sé.</p>
-
-<p>&mdash;Y la <i>Chosca</i>.</p>
-
-<p>&mdash;Eso no lo sabía.</p>
-
-<p>&mdash;No le pudimos pagar unos salarios, y como estaba
-para el cuido de los animales, pues se marchó también...
-¡Pobre! Iba muy triste, con los tres mulos y la borrica:
-volvían todos la cabeza hacia el establo al seguir por
-primera vez el camino de un albergue nuevo... ¡Daba
-una compasión!</p>
-
-<p>&mdash;No quise evitar el despojo&mdash;dijo consternado el
-sacerdote&mdash;, porque de los que os amenazan es el menos
-perjudicial; realmente una recua, por mermada que
-esté, sin terraje propio y sin tráfico, más bien resulta
-gravosa...</p>
-
-<p>&mdash;La conservaban por cariño y también por algo de
-orgullo: ¡es tan penoso venir a menos!... Aunque me entristeció
-la despedida de las bestias, me alegró al fin que
-cambiaran de amo; estaban, lo mismo que la <i>Chosca</i>,
-muertas de necesidad... La mujerona infeliz no comía
-bastante y se afanaba por darles a ellas de comer, en los
-rastrojos, en los alcores, en los añojales... ¡Pobre criatura!
-Nunca tuvo casa ni familia: su padre y ella se tratan
-casi como desconocidos.</p>
-
-<p>&mdash;Y lo son. El tío <i>Chosco</i> «ya no se acuerda» de que
-esa mujer es hija suya. Quedó viudo al nacer la desventurada,
-fuése lejos y cuando volvió, pobre, viejo y vencido,<span class="pagenum"><a name="Page_172" id="Page_172">[172]</a></span>
-se miraron como dos extraños... ¡ella también parecía
-vieja!</p>
-
-<p>&mdash;Vivió desde niña en trabajosa esclavitud...</p>
-
-<p>&mdash;No da más de sí la caridad de Valdecruces&mdash;suspiró
-don Miguel&mdash;. Y Florinda balbució:</p>
-
-<p>&mdash;¡Cómo ha de darlo!</p>
-
-<p>Quedóse acongojada, con el pensamiento henchido de
-penas.</p>
-
-<p>&mdash;Pues ¡y el <i>Chosco</i>&mdash;insistió luego&mdash;, a quien mantiene
-usted de limosna, que vive sin más ilusión que la de
-enterar a sus parientes y sólo disfruta olfateando los difuntos!...</p>
-
-<p>Después de una pausa lúgubre, tornó a decir <i>Mariflor</i>:</p>
-
-<p>&mdash;¿Cree usted que el tío Cristóbal llegará a embargarnos,
-a ponernos en la calle?</p>
-
-<p>&mdash;Es capaz&mdash;respondió el cura&mdash;. Pero no así de
-pronto&mdash;añadió, viendo palidecer a la muchacha&mdash;. Hicimos
-la tasación de las caballerías y con ellas pagasteis
-el interés de los réditos...</p>
-
-<p>&mdash;¿Interés de intereses?... ¡Válgame la Virgen!... ¿Sabe
-mi padre que están así las cosas?</p>
-
-<p>&mdash;Ya le escribí diciéndole toda la verdad, porque ha
-sido muy dañoso el engaño en que le tuvo la abuela.</p>
-
-<p>&mdash;Es inocente como una niña; es ignorante y simple:
-si no fuera por usted, ya estaría la pobre en medio del
-arroyo.</p>
-
-<p>&mdash;Ahora, con la pareja de los moricos&mdash;insinuó el párroco
-suavemente, como si temiese lastimar con las palabras&mdash;creo
-que el feroz prestamista quedará muy conforme...</p>
-
-<p>&mdash;¿También los bueyes?... ¡Lo que va a sufrir la abuela!...
-Y, dígame, no me asusto; dígame si la casa peligra:
-es lo que más me apura; que nos echen del hogar
-de mi padre.</p>
-
-<p>&mdash;No, no; yo haré todos los esfuerzos posibles por
-evitarlo&mdash;repuso el cura muy conmovido.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_173" id="Page_173">[173]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¡Demasiado hace usted!</p>
-
-<p>Los ojos de Florinda dijeron estas palabras aún más
-profundamente que sus labios.</p>
-
-<p>&mdash;¡Si usted quisiera explicarme&mdash;agregó después con
-vivo rubor&mdash;cuánto debemos a ese hombre y en qué
-forma!... Yo entiendo algo de cuentas y necesito ayudar
-a mi padre con usted.</p>
-
-<p>Absorto, perplejo, no sabía el cura qué decir, entre
-el reparo de abrumar a la muchacha con más hondas
-preocupaciones y la admiración de verla sobreponerse
-a sus íntimas amarguras para socorrer las cuitas del común
-hogar. Decidióse de pronto: la mirada firme y escrutadora
-de <i>Mariflor</i> no daba treguas.</p>
-
-<p>&mdash;Es más intrincado el asunto de lo que tú te supones&mdash;comenzó&mdash;.
-El pasado mes venció un nuevo empréstito
-que el tío Cristóbal hizo sobre la casa, los enseres,
-el huerto, la cortina y una parcela de regadío en la
-mies de Urdiales: tres mil pesetas por todo ello, y no
-fué poco para lo que vale aquí la propiedad y lo que
-hacía temer la usura del prestamista. Pero no te asombres:
-ese «rasgo increíble» no solamente está garantido
-con hipoteca de las mejores fincas del pueblo, sino que
-rentaba de una manera escandalosa. A mayor <i>generosidad</i>...
-mayor negocio. ¿Comprendes?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, señor.</p>
-
-<p>&mdash;Como tu abuela no pagó los intereses nunca y el
-tío Cristóbal los cobraba compuestos, la deuda amenazaba
-doblarse. Así sucedió en otras ocasiones, y así vuestro
-pariente se quedó con mucho de este patrimonio
-antes de que yo viniera a Valdecruces.</p>
-
-<p>&mdash;¡Y mi padre sin saber nada!&mdash;exclama Florinda con
-desconsuelo.</p>
-
-<p>Un fuerte impulso confidencial persistía en don Miguel,
-satisfecho de hallar al fin en la familia Salvadores
-una persona razonable.</p>
-
-<p>&mdash;El usurero&mdash;continuó&mdash;dejaba correr los meses sin<span class="pagenum"><a name="Page_174" id="Page_174">[174]</a></span>
-apremiaros, mientras los réditos le enriquecían: la hacienda
-garantizaba los plazos vencidos. Pero ya calculó
-que tenía «derecho» a quedarse con todo y se resiste a
-esperar; quiere la casa, los muebles y las fincas de la hipoteca,
-o los doce mil reales... Hemos tasado en dos mil
-los bueyes moricos y concede un plazo para el resto si
-se le entregan en seguida los animales.</p>
-
-<p>&mdash;¡Le costaron a mi padre mil pesetas!</p>
-
-<p>&mdash;¡Sí!; es buena yunta, pero ha trabajado mucho y
-está maltratada: no veo además otro medio de obtener
-un respiro, que debe ser corto, muy corto, para que los
-fatales intereses no vuelvan a subir, para que sacudáis
-de una vez esta inicua explotación.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, sí&mdash;decía la moza&mdash;. Pero después, ¿qué haremos
-con poca hacienda y sin costumbre de trabajar?...
-Si mi padre no tiene suerte, le veo mal fin a nuestras
-angustias: más difícil será evitarlas en lo sucesivo que
-ponerles remedio ahora... Diez mil reales&mdash;añadió optimista&mdash;se
-encontrarán fácilmente.</p>
-
-<p>&mdash;¿Crees tú?&mdash;interrogó asombradísimo don Miguel.</p>
-
-<p>&mdash;Se me figura...&mdash;murmuró azorada la joven, dudando
-de repente si habría dicho una inconveniencia: su generosa
-juventud contaba miles de reales con mucha facilidad.</p>
-
-<p>Así, cuando el párroco declaró rotundamente:&mdash;Yo
-no conozco a nadie que tenga tanto dinero disponible&mdash;balbució
-sobrecogida:</p>
-
-<p>&mdash;¿Le parece a usted mucho?</p>
-
-<p>&mdash;Para darlo o prestarlo a un pobre, me parece una
-suma fabulosa. ¡Estoy bien seguro de ello!</p>
-
-<p>&mdash;¿Lo ha experimentado usted?&mdash;replicó la zagala con
-la inquietud de súbita sospecha.</p>
-
-<p>&mdash;Si yo «encontrase», como tú dices, esos miserables
-cuartos, ¿estaría vuestra deuda en pie?... No creo en el
-dinero; no sé dónde se esconde; no parece por ninguna
-parte cuando se le busca para hacer caridad: por no tenerlo<span class="pagenum"><a name="Page_175" id="Page_175">[175]</a></span>
-sufrí en mi primera juventud los más refinados
-pesares...</p>
-
-<p>Triste ráfaga de evocaciones pasó como una nube
-por la frente del apóstol.</p>
-
-<p>&mdash;Cursé mis estudios de limosna, sin saborear nunca la
-posesión de una peseta; caí en las adversidades de este
-pueblo sin poder remediarlas, y cuando las vuestras me
-tocaron en lo más vivo del corazón, enloquecí hasta el
-punto de creer en la existencia del embustero metal: en
-mi prisa por salvaros pagué al tío Cristóbal con la dote
-de Ascensión...</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué?</p>
-
-<p>&mdash;¡Y ahora no parece el dinero ni para vosotros ni
-para mí!</p>
-
-<p>Alzóse precipitadamente de la silla, pesaroso de haber
-dejado escapar semejante confidencia; <i>Mariflor</i>, desolada,
-se había levantado también.</p>
-
-<p>En el profundo silencio de la tarde descendía la sombra
-invadiendo la estancia; asomábase por el abierto balcón
-el cielo, de color de violeta.</p>
-
-<p>&mdash;No te apures, chiquilla&mdash;repuso el cura por decir
-algo&mdash;; he sido un torpe: no quería contarte así las
-cosas.</p>
-
-<p>Con fácil prontitud asociaba Florinda a las últimas revelaciones
-de su amigo cierta frase que antes sorprendiera:
-<i>un nuevo empréstito</i>. Y ahora comprendía el alcance
-de esas palabras.</p>
-
-<p>&mdash;¿De modo que fué inútil el tremendo sacrificio de
-usted?</p>
-
-<p>&mdash;¿Tremendo?...&mdash;sonrió el cura con generosidad.</p>
-
-<p>&mdash;¿De modo&mdash;repetía <i>Mariflor</i> como una sonámbula,
-dando vueltas por el despacho&mdash;que diez y doce veintidós
-mil?... ¡Esta sí que es suma fabulosa! No hay nadie
-que la tenga «disponible».</p>
-
-<p>&mdash;¡Mujer, no tanto!... Te alucinas...</p>
-
-<p>La moza no escuchaba razones: en la aterciopelada<span class="pagenum"><a name="Page_176" id="Page_176">[176]</a></span>
-dulzura de sus ojos se dilató el espanto de necesitar con
-urgencia ¡veintidós mil reales!... una suma tal, que acaso
-no existiera en el mundo... Sintió de repente en sus
-hombros las dos manos de don Miguel.</p>
-
-<p>&mdash;Esto se arregla, ¿entiendes?&mdash;dijo el sacerdote&mdash;.
-Esto se arregla a escape: yo no he agotado todos mis
-recursos para buscar ese dinero; me he explicado mal
-sin querer; te estoy haciendo sufrir de una manera intolerable.</p>
-
-<p>&mdash;Aunque esto se arregle por milagro de Dios&mdash;repuso
-la joven obstinadamente&mdash;, la abuela volverá a las andadas.
-Yo no sé cómo viviendo con tal miseria necesita
-empeñarse una y otra vez: ¡ya no confío en apoyar la
-casa que se hunde!</p>
-
-<p>&mdash;Mira: tu abuela es una calamidad. En la sombra
-confusa de su vida brilló sólo un amor: el de la madre.
-Y esa única luz ha ofuscado a la pobre mujer en lugar
-de alumbrarla. Repartió su ciega idolatría entre los hijos
-mientras la muerte se los iba arrebatando, y por una de
-esas flaquezas propias de criaturas vulgares, concentró
-después sus desvelos en uno de los dos que le quedaban.</p>
-
-<p>&mdash;Mi tío Isidoro&mdash;suspiró Florinda.</p>
-
-<p>&mdash;Sí; porque tu padre casó con forastera... El predilecto,
-mal afortunado en sus negocios mercantiles, emigró
-hace tres años con la misma fatalidad que le acompañó
-en España, y desde entonces, cuanto pide a su madre,
-se lo manda ella, escondiéndose de los que debemos
-evitar que os arruine a todos sin provecho para ninguno,
-porque Isidoro, enfermo y torpe, no sirve para
-nada.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y quién cura esa manía?</p>
-
-<p>&mdash;Yo la curaré ahora que la experiencia me ha prevenido;
-ahora que tu padre me ha otorgado poderes y
-atribuciones para intervenir en cuanto sea menester.</p>
-
-<p>&mdash;¿Hace mucho que se renovó esa hipoteca?&mdash;preguntó
-la niña avergonzada.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_177" id="Page_177">[177]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Un año. Apenas la levanté yo, por detrás de mí se
-volvió a tejer el enredo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Pagó usted muchos intereses?</p>
-
-<p>&mdash;Pocos...</p>
-
-<p>&mdash;¿De verdad?</p>
-
-<p>&mdash;Mujer, no te preocupes&mdash;eludió el cura, angustiado
-por la turbación de la joven.</p>
-
-<p>Pero ella, recelosa, alarmadísima, deseando conocer
-toda la magnitud del desastre, hacía signos de incredulidad.
-Y al mismo tiempo que preguntaba, iba acercándose
-a la puerta, como si sintiera impulsos de huir antes
-de obtener una contestación categórica.</p>
-
-<p>Don Miguel no quería dejarla marchar tan abrumada.</p>
-
-<p>&mdash;Yo tengo mis planes&mdash;dijo aún, reteniéndola;&mdash;un
-programa de nueva vida para vosotros.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cuál?</p>
-
-<p>&mdash;Tú te casas.</p>
-
-<p>&mdash;¿Con quién?</p>
-
-<p>&mdash;Con quien te quiera y te guste, ¡carape! A tu abuela
-«la declaramos pródiga»; a Pedro le mandamos a ganarse
-la vida; Olalla y Ramona trabajan la mies para
-mantenerse con la anciana y los pequeños; a Marinela la
-buscamos dote para que se haga monja... Esto en el peor
-de los casos; si tu padre no tiene suerte y a mí no me
-toca la lotería...</p>
-
-<p>Quiso la muchacha sonreir.</p>
-
-<p>&mdash;Pero, trabajar la mies&mdash;protestó al cabo&mdash;, es una
-cosa horrible para Olalla.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y no para su madre?</p>
-
-<p>&mdash;También... aunque tiene más costumbre...</p>
-
-<p>&mdash;¡Peor para ella!... ¡Pobre mujer! La quieres poco y
-vale mucho.</p>
-
-<p><i>Mariflor</i>, sorprendida, añadió sin defenderse:</p>
-
-<p>&mdash;Pedro es muy niño para salir de casa... La dote de
-Marinela es muy difícil de encontrar...</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_178" id="Page_178">[178]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;En fin, que no estamos conformes&mdash;replicó el santo
-varón algo quejoso.</p>
-
-<p>&mdash;¡Perdóneme, señor cura!&mdash;exclamó Florinda muy
-encarnada&mdash;. Dios le pague cuanto hizo, cuanto hace
-por nosotros... Así que Antonio llegue, tomaremos una
-resolución que le alcance a usted...</p>
-
-<p>Y antes de salir, ocultando el vivo rubor en el umbral
-de la puerta, añadió entre lágrimas:</p>
-
-<p>&mdash;Tengo algunos anillos de oro, el reloj de mi madre,
-un brazalete... ¡si usted lo quisiera recibir!</p>
-
-<p>Había juntado las manos en férvida súplica, a punto
-de caer de rodillas. Transido de compasión el sacerdote,
-hizo un ademán brusco y tierno.</p>
-
-<p>En aquel instante se oyó el eco de unos pasos en el
-corral.</p>
-
-<p>&mdash;Es Rogelio, que vuelve de Monredondo&mdash;advirtió
-don Miguel.</p>
-
-<p>Y la moza, con un signo de silencio en los labios y un
-presuroso adiós lleno de suavidades, bajó por la escalera
-aceleradamente.</p>
-
-<p>Esquivando al forastero, deslizóse al «cuartico» donde
-Ascensión cosía, muy curiosa de la confidencia celebrada
-en el despacho.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué haces?&mdash;dijo <i>Mariflor</i> sin saber lo que preguntaba&mdash;.
-Se había enjugado los ojos, y a la media
-luz del aposento escondía mejor las señales de su angustia.</p>
-
-<p>&mdash;Ya ves&mdash;repuso Ascensión desplegando un trozo de
-blanqueta con el cual confeccionaba refajos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Son para el equipo?</p>
-
-<p>&mdash;Sónlo; esta lana es de la trasquiladura de antaño.
-¡Da gusto coserla cuando se ha visto viva en los animales!</p>
-
-<p>&mdash;¿La has hilado tú?</p>
-
-<p>&mdash;Sí; pero antes lleva muchos trajines. Cada vellón se
-lava, se esponja, se escarpena, se abre, se carda y se hila:<span class="pagenum"><a name="Page_179" id="Page_179">[179]</a></span>
-todo lo hacemos aquí; después lo tejen en Val de San
-Lorenzo.</p>
-
-<p>&mdash;Y ¿cuándo es la boda?</p>
-
-<p>&mdash;El día de agosto, a más tardar; durante el mes que
-viene se leerán los proclamos.</p>
-
-<p>&mdash;Entonces, mañana será el primero.</p>
-
-<p>&mdash;No; el domingo que sigue. Pero, ¿cuándo es la tuya?...
-¿lo hablasteis arriba?&mdash;aludió Ascensión.</p>
-
-<p>&mdash;Vine por asuntos de la abuela... Yo no me caso tan
-pronto.</p>
-
-<p>Resonaban pasos y voces en el despacho de don Miguel,
-y los últimos alientos de la luz desfallecían en las
-blancas paredes del «cuartico».</p>
-
-<p>&mdash;Sentiste llegar a don Rogelio, ¿verdad?&mdash;interrogó
-la novia, doblando su costura.</p>
-
-<p>&mdash;Sí... Ahora me voy: es tarde.</p>
-
-<p>&mdash;Te acompaño hasta la fuente.</p>
-
-<p>Tomó la muchacha un cántaro en la cocina, y ambas
-jóvenes salieron sin hacer ruido.</p>
-
-<p class="p2">Ascensión Crespo y Fidalgo es una maragata sonriente
-y graciosa a quien un leve roce con gentes extrañas a
-la suya ha dejado suave matiz de alegría en las palabras
-y en los pensamientos: posee un título de maestra elemental
-que no logra encumbrarla mucho ni distanciarla
-moralmente de su país; pero le da cierto lustre entre los
-vecinos, aparte su preponderancia como sobrina del párroco
-y novia de un rico mercachifle.</p>
-
-<p>Su madre, hermana mayor del cura, había querido
-acompañarle en Valdecruces, no tanto por regir con cariño
-el hogar del sacerdote como por tener su sombra.
-Criáronse un tiempo don Miguel y su hermana bajo la
-protección de un tío que dió carrera al varón y legó a la
-hembra unos quiñones y unos miles de reales. Viuda
-ella al recibir la merced, y madre de dos niñas, casó
-pronto a la mayor, gracias al olorcillo de la herencia,<span class="pagenum"><a name="Page_180" id="Page_180">[180]</a></span>
-con un pariente muy bien establecido: fugaz matrimonio
-que en el término de un año desbarató la muerte, llevándose
-a la recién casada. Pero el viudo, con la querencia
-del lar y de la dote, vuelve ahora en busca de su cuñadita
-Ascensión, y la madre, que aún llora a la hija malograda,
-sonríe ante la suerte de esta otra, convencida de
-que un marido con dinero es la suprema felicidad para
-una mujer.</p>
-
-<p>Estos son, asimismo, los ideales de la joven maragata.
-Su rápida excursión por la Normal de Oviedo no le descubrió
-muchos horizontes, ni ensanchó sus miras, ni
-llegó a turbar hondamente el atávico reposo de su inteligencia;
-bastante hizo la moza con suavizar su trato,
-con desentumecer un poco la sonrisa y la voz: siguió escribiendo
-sin ortografía y leyendo con el tonillo cantarín
-que aprendió en la aldea; pero sus modales tuvieron
-más desenvoltura, sus palabras más camino, y una gota
-de la curiosidad del mundo resbalaba, alegre, desde sus
-ojos hasta sus labios sin descender nunca hasta el corazón.</p>
-
-<p>Redimida de las rudas labores campesinas, con su título
-flamante de maestra y su rumboso compromiso de
-boda, gozó la muchacha en el lugar de todas las preferencias
-y admiraciones, hasta que llegó Florinda. Sin
-ningún mezquino sobresalto prestóse al punto a compartir
-con ella el auge de aquellos sutiles privilegios;
-creyó que su descollante categoría la designaba para
-recibir cortésmente a la gentil forastera, iniciarla en las
-nuevas costumbres y hacerla, en suma, con la mayor
-solicitud, «los honores» del pueblo. Pronto esta buena
-disposición tuvo por acicate la simpatía y la curiosidad.
-Florinda se hizo querer: el encanto y la dulzura de su
-carácter se imponía con irresistible gracia, y el ligero
-tinte exótico de su persona resplandeció a los ojos de la
-maestra cual lejano saludo de las novedades mundanas
-que ella conocía. <i>Mariflor</i> miraba a los ojos de la gente;<span class="pagenum"><a name="Page_181" id="Page_181">[181]</a></span>
-reía alto, lucía el florido cabello peinado a la moda de
-las ciudades; tenía pensamientos pulidos, ideas bizarras
-que de todo su sér emergían con libres y serenas
-emociones... Ninguna zagala de Valdecruces admiró a la
-forastera con tanta intuición de sus méritos como la sobrina
-de don Miguel.</p>
-
-<p>Ahora, camino de la fuente, Florinda y Ascensión coloquian
-en afable intimidad, lejos entre sí los corazones
-y unidas las existencias juveniles en el fondo de un mutuo
-cariño.</p>
-
-<p>&mdash;¿Conque te proclamas el mes que viene?</p>
-
-<p>&mdash;Las dos veces que faltan, sí, porque la primera
-amonestación lanzóse ya en enero, cuando nos apalabramos.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah! ¿Es costumbre?</p>
-
-<p>&mdash;¡Natural, mujer, para que se sepa que somos novios!</p>
-
-<p>&mdash;¿Te escribe mucho?&mdash;insinúa Florinda, intrigada.</p>
-
-<p>&mdash;Aquí no se usa.</p>
-
-<p>&mdash;¿Pero ni una vez siquiera?</p>
-
-<p>&mdash;Ni una sola.</p>
-
-<p>&mdash;¿Tampoco ha venido a verte?</p>
-
-<p>&mdash;Tampoco; vendrá la víspera del casamiento, y después
-de la tornaboda se volverá a partir. Mi madre&mdash;añade,
-ufana, la maestruca&mdash;me da el ajuar de la casa y
-la dote de cuatro mil pesetas, que administra mi tío.</p>
-
-<p>Muy descolorida y agitada, comprobando la cuantía
-de la aterradora suma, <i>Mariflor</i> pregunta para disimular
-sus preocupaciones:</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo sabes si quieres a tu novio sin conocerle
-apenas?</p>
-
-<p>&mdash;Porque fué bueno para la biendichosa.</p>
-
-<p>&mdash;¿Ausente y en un sólo año le pudisteis juzgar?</p>
-
-<p>&mdash;Era deportoso... ¡«mandaba» mucho!</p>
-
-<p>La risa de la fuente interrumpe la plática, y Ascensión
-averigua, antes de despedirse de su compañera:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_182" id="Page_182">[182]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Y tú, ¿cómo quieres a un forastero sin conocerle
-más que de un viaje, sin saber de su casta ni de su
-bolsillo?</p>
-
-<p>&mdash;He hablado mucho con él, con sus ojos y su corazón&mdash;balbuce
-Florinda, algo confusa&mdash;; he leído sus
-libros y sus cartas... Además, ¿por qué dices que le
-quiero?</p>
-
-<p>&mdash;Lo supongo&mdash;sonríe la maestra, con pretensiones
-de sabiduría, y advierte:&mdash;Es muy bien parecido y elegante,
-de mucha labia y educación... pero este personal
-de pluma no suele tener hacienda... ¡Harías mejor boda
-con Antonio!</p>
-
-<p>Vibró rudo el consejo sobre el rumor del agua fugitiva,
-en tanto que se alejaba <i>Mariflor</i>, sonriendo a fuerza
-de pesadumbre.</p>
-
-<p>En la profunda calma del ocaso le parece a la moza
-infeliz que una vegetación de espinas surge debajo de
-sus pies y que un lamento corre por la sombra. Al
-llegar a su casa, busca refugio en el huertecillo, pidiéndole
-a Dios serenidad de ánimo, consuelo y fortaleza.
-Allí, escondida entre la única fronda del vergel,
-siente de súbito en el rostro el roce de unas alas de
-mariposa: es la hojita de un capullo que vuela desde el
-rosal.</p>
-
-<p>Atravesado el pecho de las más inefables compasiones,
-tomó Florinda el pétalo en sus manos, y con irresistible
-impulso, quiso volverle a la yema sonrosada de
-donde había caído. Pero quedóse inerte, presa de inexplicable
-zozobra: era imposible unir la hoja muerta
-con el retoño vivo... Y la zagala sentía cómo se deshojaba
-también, de inexorable modo, la palpitante rosa
-de su corazón.</p>
-
-<hr class="chap" />
-
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_183" id="Page_183">[183]</a></span></p>
-
-<div class="chapter">
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-005.jpg" width="400" height="153"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-
-<h2>XIII<br /><br />
-<span class="pch">SOL DE JUSTICIA</span></h2>
-
-<div>
- <img class="dc1" src="images/du.jpg" width="200" height="201" alt=""/>
-</div>
-<p class="dc13">UN día y otro posaba el sol adurente
-sobre la llanura.</p>
-
-<p>Eran tan placenteras las señales
-del cielo, que la sequía se
-convirtió en seguro peligro para
-la escasa mies de Valdecruces, y
-bajo la férula del tío Cristóbal
-celebróse con toda exactitud el
-turno de regar, aprovechando el
-agua de los fugitivos arroyos.</p>
-
-<p>Según había temido Olalla Salvadores, llegó para sus
-«bagos» la vez en el riego sin que la familia tuviese con
-qué buscar obreras; y al amanecer aquella mañana, Ramona
-y su hija mayor, silenciosas y diligentes, salieron
-hacia los centenales con los aperos necesarios para
-«apresar y correr el agua».</p>
-
-<p>Del mermadísimo patrimonio de la tía Dolores no
-quedaban a la sazón más tierras de regadío que las dos
-hazas de mies adonde las mujeres se dirigían; y ya estas<span class="pagenum"><a name="Page_184" id="Page_184">[184]</a></span>
-únicas parcelas estaban hipotecadas al tío Cristóbal, que
-nada quiso dar sobre el terreno de secano, las «hanegadas»
-de Abranadillo y Ñanazales, tendidas al otro lado
-del pueblo, y menesterosas de continuas huelgas por su
-mucha ruindad.</p>
-
-<p>Precisamente el viejo acaudalado de Valdecruces poseía
-tierras asurcanas de las que iban a regarse, y se
-mostró aquel año muy solícito para beneficiar las de sus
-infelices vecinas, gozándose en la ambiciosa certeza de
-unir pronto los diferentes lotes en una sola finca envidiable,
-señora de la mies.</p>
-
-<p>No se durmió el anciano aquella mañana, y apenas calentaba
-el sol cuando se aparecía entre los rústicos centenos
-la imponente figura de un hombre alto y rojo, curtido
-y vacilante, con ancho sombrero de cordón y borlitas,
-bragas de estameña, polainas de pardillo, y almilla
-muy atacada sobre un chaleco de color; calzaba galochas
-y apoyábase en un cayado patriarcal. En su rostro,
-enjuto y boquisumido, asomábanse unos ojuelos grises,
-cargados de cejas blancas, turbios y persistentes, con tenacidad
-interrogadora.</p>
-
-<p>A este maragato, rico en relación a la pobreza del
-país, le respetaban por el dinero y la autoridad, pero su
-avaricia inextinguible le hacía también odioso y temido.
-A pesar de sus noventa y seis años, manteníase terco y
-duro como un roble, y su presencia inspiraba en todas
-partes cierta inquietud mezclada de repulsión.</p>
-
-<p>Un solo hijo, ya viejo, le quedó al tío Cristóbal en la
-hora de la viudez; pero este único descendiente, cargado
-de familia, hubo de buscar el sustento en tráficos humildes
-fuera de Valdecruces, pues todo lo que hizo el
-codicioso quintañón por la necesitada prole, fué llevarse
-a una de las nietas para que le sirviese de criada. Y Facunda
-Paz, la moza recogida por el abuelo, no lució
-nunca en el baile un rostro complacido, ni un «rodo»,
-mandil o sayo tan donoso como el de sus vecinas o el<span class="pagenum"><a name="Page_185" id="Page_185">[185]</a></span>
-de sus mismas hermanas, aunque las prendas de los antiguos
-ajuares, mantelos y corpiños, rasos y cúbicas de la
-abuela se apolillaban en el fondo de los cerrados cofres.
-Había trabajado el tío Cristóbal en Madrid algunos lustros,
-mercader y agiotista en miserable escala, establecido
-allá por los andurriales de la Puerta de Toledo. Casó,
-ya hombre maduro, con moza acomodada de su país, y
-se trasladó a la aldea sin abandonar los trapicheos mercaderiles;
-así fué explotando en oscuros negocios la necesidad
-tirana del pobre vecindario, sin compasión de la
-propia familia, como en el caso de la tía Dolores, de
-quien era pariente.</p>
-
-<p>No amaba este avaro la tierra como las mujeres de
-Maragatería, con ese amor recio y generoso que da
-la sal del llanto y del sudor para abono del surco en
-los terrones. Amaba el dominio y la riqueza con mezquinos
-alcances, dentro de una pasión raquítica y sin
-alas.</p>
-
-<p>Más duro de corazón y de mollera con los años, sentía
-la embriaguez de las posesiones a lo grosero y sensual,
-sin ternuras de enamorado, sólo con las voracidades
-torvas del instinto.</p>
-
-<p>Su torpe codicia iba arrastrándose lo mismo que un
-reptil por los barbechos, en la estrechez de la mísera
-tierra laborable y en el camino silencioso y triste de las
-hendidas cabañucas romanas, hasta dar por chiripa en
-una casa de adobes, en una recua y un rebaño.</p>
-
-<p>Ahora zumba el usurero, como un cínife, en torno a la
-parcela de regadío donde Olalla y Ramona abren el
-cauce regador.</p>
-
-<p>Hipan aspadas las dos mujeres sin resuello ni alivio en
-la pesadumbre del trabajo, metidas hasta la cintura en
-la rota, represando y corriendo el anhelado camino para
-el agua.</p>
-
-<p>&mdash;Dios os ayude&mdash;dice la trémula voz del tío Cristóbal
-desde el hoyo profundo de sus labios.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_186" id="Page_186">[186]</a></span></p>
-
-<p>Ramona sigue trabajando sin responder, y Olalla pronuncia
-tímidamente:</p>
-
-<p>&mdash;Bien venido.</p>
-
-<p>Un golpe de tos atraganta al viejo, y su melena goda
-se agita en la inclinada cerviz, como blanco cendal batido
-por la tormenta sobre un árbol caduco.</p>
-
-<p>Alguna cosa impaciente querían decir aquellos labios
-contraídos en espantable mueca, en tanto que los ojos,
-fijos y voraces, escrutaban a las trabajadoras con ansiedad:
-sin duda el tío Cristóbal pretendía enterarse de noticias
-urgentes antes de acabar de toser.</p>
-
-<p>Mirábale de reojo la doncella, alarmada y expectante,
-y Ramona le volvía la espalda con obstinado tesón, cada
-vez más hundida en la rotura, buscando afanosamente el
-rumbo del arroyo.</p>
-
-<p>El año anterior no necesitaron las de Salvadores regar
-sus panes, porque había llovido en la primavera. Y ahora
-parecía que la antigua vecindad del agua huyese como
-una desconocida a la solicitud de los audaces brazos femeninos.</p>
-
-<p>&mdash;Hogaño está más lejos&mdash;había dicho suspirante la
-moza, mirando cómo la gracia apetecida resbalaba por
-el suave declive de la mies, en murmullo remoto...</p>
-
-<p>Ya el tío Cristóbal podía «colocar» aquella urgente
-pregunta que le palpitaba en los ojos. Habíase parado al
-borde de los centenos, erguida la vejez codiciosa sobre
-el verde tapiz de los tallos, apoyándose con fuerza en el
-bastón.</p>
-
-<p>Supo el viejo, la víspera, que un galán «señorito»
-acompañaba, como en las ciudades, a la prometida de
-Antonio Salvadores, del rico a quien él temía casado con
-<i>Mariflor</i>, pero a quien nunca supuso capaz de favorecer
-a la familia con desinteresados fines.</p>
-
-<p>De realizarse pronto la anunciada boda, pudiera suceder
-que al fincarse en Valdecruces los novios, levantaran
-para sí el empeñado patrimonio de la abuela. Entonces,<span class="pagenum"><a name="Page_187" id="Page_187">[187]</a></span>
-¡adiós casa, «bagos», yuntas y «cortina» en la
-sombra perseguidos!</p>
-
-<p>Mas, si por lo contrario, la zagala contrajese nupcias
-con aquel fino caballero, él se la llevaría fuera del país;
-y, donde, con una sola excepción, todos los vecinos necesitaban
-limosna, ninguna otra mano se podía tender
-hacia la sitiada hacienda.</p>
-
-<p>No había que pensar en que la defendiesen Isidoro
-ni Martín Salvadores, que, a pesar de sus buenas aptitudes
-para el comercio, naufragaban también en el maleficio
-lanzado por la tía Gertrudis sobre la casa del abuelo
-Juan.</p>
-
-<p>Desvelada con estas consideraciones, la astucia del tío
-Cristóbal se dejó sorprender por la impaciencia, y quiso
-averiguar a todo trance lo que de cierto hubiese en la
-general suposición del forastero prendado de la niña. Ya
-iba a preguntar rotundamente:&mdash;¿Conque la rapaza de
-Martín hace boda con uno de fuera?&mdash;cuando se presentó
-orillando la mies, a buen paso y con la azada al hombro,
-la propia tía Dolores.</p>
-
-<p>Saludáronse los dos primos con un leve murmullo estupefacto.
-¿Qué hace aquí la sombra de este carcamal?,
-se dijo la vieja, memorando con pálida lucidez las celadas
-rastreras de su pariente.</p>
-
-<p>Saltó luego a la zanja con más agilidad de la que hubiera
-podido suponerse, y escudriñó de soslayo la esquiva
-catadura del hombre, crecido desde allí como un gigante,
-negro y rojo, igual que una tragedia, sobre la
-glauca alegría del centeno.</p>
-
-<p>&mdash;¿A qué viene?&mdash;preguntaron con acritud dentro del
-cauce.</p>
-
-<p>&mdash;A trabajar&mdash;respondió la anciana llena de bríos.</p>
-
-<p>Hizo Ramona un gesto desdeñoso, y Olalla suspiró
-jadeante.</p>
-
-<p>Alzábase la moza a menudo para medir con los ojos
-la distancia a cuyo borde modulaba el arroyuelo su promesa;<span class="pagenum"><a name="Page_188" id="Page_188">[188]</a></span>
-no era mucha, alcanzada con la vista: veinte metros
-escasos. Mas era enorme para hendirla con el azadón,
-honda hasta nivelar la altura del terreno con el
-declive donde el regajal corría. Y la carne joven, nueva
-en aquella bárbara lid, temblaba hecha un ovillo, sudorosa
-y encendida bajo el implacable sol.</p>
-
-<p>En cuanto llegó la abuela a meter sus afanosos brazos
-en la zanja, Ramona la dejó arañar el escondido seno
-de la tierra, menos duro que la capa exterior, y subió
-infatigable a romper el camino en los abrojos, sobre el
-campo de barbecho, mustio y ardiente.</p>
-
-<p>Rígida la corteza del erial, defendíase con sordas rebeliones
-del empuje bravo de la azada. Un hiposo jadeo,
-semejante a un bramido por lo amargo, resoplaba
-en el pecho de la cavadora, y la tierra devolvía en retumbos
-persistentes los desesperados golpes, escupiendo
-su polvo de cadáver a la roja cara de la mujer.</p>
-
-<p>Mira la joven con espanto cómo su madre rompe al
-fin la brecha sin hacer una pausa ni pronunciar una frase,
-como poseída de un vértigo brutal. Da y repite azadazos
-lo mismo que una furia, con sacudidas violentas
-de todo su cuerpo: parece que le crujen los riñones y se
-le saltan los ojos; parece que llora a raudales según tiene
-la faz mojada de sudor.</p>
-
-<p>También la anciana contempla absorta el tremendo
-poderío de una triste juventud, escondida en la sangre
-y en la voluntad bajo las injurias de vientos y de soles,
-de lágrimas y trabajos.</p>
-
-<p>Pero al tío Cristóbal no se le da un ardite en aquel
-imponente pugilato de la carne heroica y viva con la
-tierra muerta y dura.</p>
-
-<p>Impaciente hasta la indignación por la intempestiva
-llegada de la tía Dolores, por el silencio hostil de las
-tres mujeres y el eco retumbante de la cava, se revuelve
-el avaricioso con la doble ansiedad de la vejez que tiembla
-impotente por cada minuto perdido para sus deseos.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_189" id="Page_189">[189]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¿Conque la rapaza de Martín hace boda con uno de
-fuera?&mdash;pronuncia, al cabo, después de toser y de escupir.</p>
-
-<p>Resbaló su pregunta como tañido de campana rota
-sobre el cauce entreabierto y los rastrojos: el trajín enervante
-quedó atravesado por la sorpresa.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué dice?&mdash;murmura con asombro la tía Dolores.</p>
-
-<p>Olalla da principio en voz queda a una difícil explicación
-que confunde a la anciana, y Ramona hiende con
-nuevos redobles el erial.</p>
-
-<p>&mdash;¡Eh!... ¿no contestáis?&mdash;grita el viejo apremiante.</p>
-
-<p>Ya la abuela va entendiendo un poco:</p>
-
-<p>&mdash;Sí, sí; el señor de Villanoble que viajaba con nosotras
-en el tren; el que está con el cura de güéspede y
-va todos los días a nuestra casa... Ya, ya... Pero, ¿y el
-primo Antonio?... ¿Y la boda esperada como una salvación
-por la familia?</p>
-
-<p>&mdash;Ya veremos&mdash;insinúa Olalla, mientras su madre,
-muda y sorda, permanece entregada al trabajo con frenesí.</p>
-
-<p>&mdash;¡Diájule! ¿Os habéis vuelto simples? ¿No queréis
-contestar?&mdash;vocifera exasperado el tío Cristóbal.</p>
-
-<p>&mdash;No hay que impacientarle mucho&mdash;piensa la muchacha,
-con la serenidad de su juicio calmoso, y responde:</p>
-
-<p>&mdash;De lo que usté pregunta... no sabemos nada.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo que no sabéis?... Pues si no es por la moza,
-¿por quién viene ese barbilindo?</p>
-
-<p>&mdash;Por don Miguel.</p>
-
-<p>&mdash;¡Mentira!</p>
-
-<p>Olalla se encoge de hombros con aquel movimiento
-brusco, peculiar en su madre. Y el viejo, sospechando
-que va por difícil camino su investigación, hace acopio
-de paciencia, contiene su ira en un rebufo, y se deja
-caer a la sombra del centenal, con el firme propósito
-de acechar allí hasta que sepa algo, hasta que aquellas
-«morugas» hablen o revienten.</p>
-
-<p>Entonces Ramona le lanza una mirada oblicua para<span class="pagenum"><a name="Page_190" id="Page_190">[190]</a></span>
-seguir en actitud de bestia, con la cabeza gacha y el resoplo
-bravo, embistiendo contra el duro rebujal.</p>
-
-<p>Arde el sol inclemente, con furores de canícula, en
-gavillas de rayos violentos, y ya tan alto sube que la
-sombra de los panes se disipa en los rastrojos, desamparando
-al tío Cristóbal.</p>
-
-<p>Va surgiendo la rotura, roja como una herida en el
-pálido rostro de la tierra, bajo la azada prepotente.</p>
-
-<p>Sigue Olalla el rastro abierto por su madre, y tunde
-también con bríos las glebas hostiles; pero necesita descansar
-a menudo, suspira y se angustia visiblemente en
-el esfuerzo.</p>
-
-<p>De vez en cuando vuelve Ramona la cara, un poco,
-para murmurar entre dientes:</p>
-
-<p>&mdash;¡Aguanta, niña!</p>
-
-<p>Quiere la tía Dolores, en medio de su admiración,
-aborrecer a la nuera, odiarla por fuerte y voluntariosa,
-por dura y audaz. Pero no cabe ninguna violenta pasión
-en el pecho cansado de la anciana; sólo puede amar pasivamente
-en torno suyo, con un resto del extraño y
-sombrío amor que consagró a la tierra: hasta para sufrir
-tiene estancada la vida en la petrificación de todos
-los sentimientos, y es preciso que una novedad muy
-cruel la sacuda para que todavía llore o se agite.</p>
-
-<p>Allí sigue el tío Cristóbal, testarudo, con su pretensión
-entre las cejas y su mirada gris fija en el cauce, sin que
-le apure el resistero del sol encima de las espaldas. Cansado
-ya de esperar un indicio que le lleve a descubrir lo
-que avizora, concluye por hablar solo y pronuncia frases
-alusivas al asunto, llenas de doble sentido, y reticencias,
-confiando en que las mujeres, por prurito de replicar,
-piquen el cebo de la conversación.</p>
-
-<p>&mdash;No se debe torcer el su inclín a las mozas... Los forasteros
-también son buenos maridos...</p>
-
-<p>Esperaba anhelante, y como nadie respondiese, entre
-escupitajos y toses tornó a decir:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_191" id="Page_191">[191]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Aunque a Antonio le hacen rico, no ha de gastar
-sus haberes aquí; más le gusta Santa Coloma, el pueblo
-de su madre... El muchacho es cabal, no digo que no;
-pero el mozalbillo de los Madriles debe ser cosa fina... y
-ese empleo de escribano que tiene renta ahora muchísimo
-dinero...</p>
-
-<p>Se hunden las azadas en los duros terrones con acentos
-diferentes y continuos, brava la una, esforzadísima la
-otra, débil la tercera en seniles manos; la luz cuaja la llanura
-en un incendio; trasvuela un ave, y dice aún el tío
-Cristóbal:</p>
-
-<p>&mdash;Sería una machada que despidierais al uno por el
-otro. Nada más que con papel y tinta gana éste en un
-mes tanto como Antonio en un año con la tienda. Y que
-la gente de pluma es dadivosa, de mucho rumbo y generosidá...
-Buena suerte ha tenido la rapaza... ¿Es aquella
-que viene por allí?</p>
-
-<p>En el fino sendero de la mies aparece una joven
-lenta y afanosa, con una cestilla colgada del brazo.</p>
-
-<p>&mdash;Ya es medio día&mdash;dice al llegar.</p>
-
-<p>Y posando su leve carga, se abanica con las dos
-puntas sueltas del pañuelo. Por verla el semblante esquivo,
-se arrastra el anciano sobre el calcinado polvo,
-y ella gira disimuladamente el busto sin dejarse descubrir.</p>
-
-<p>&mdash;¡Eh! muchacha: ¿eres tú la novia del forastero?</p>
-
-<p>&mdash;¿Yo?&mdash;prorrumpe absorta Marinela, volviéndose de
-pronto.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah, no eres tú!</p>
-
-<p>Terco, obcecado, el tío Cristóbal delira en torno de su
-idea única, lo mismo que un demente.</p>
-
-<p>De roja que es la cara del anciano se ha puesto de color
-de violeta y ofrécese tan turbia la mirada de los ojos
-grises, tan inseguro el acento de la sumida boca, que
-Marinela supone borracho a su pariente.</p>
-
-<p>Vanse hacia el arroyo las dos zagalas para llenar de<span class="pagenum"><a name="Page_192" id="Page_192">[192]</a></span>
-agua nueva el cantarillo, que ya varias veces fué a pedir
-refrigerio a la linfa murmuradora.</p>
-
-<p>&mdash;¡Llega tan caliente!&mdash;lamenta Olalla.</p>
-
-<p>Colman la vasija, beben las dos, y vuelven a colmarla.</p>
-
-<p>&mdash;¡Está como caldo!&mdash;dice la sedienta cavadora&mdash;.
-Después cuchichean, mirando con recelo hacia la mancha
-oscura del anciano, medio tendido al borde de la
-zanja.</p>
-
-<p>&mdash;¿Se ha vuelto chocho o está bebido?&mdash;pregunta
-Marinela.</p>
-
-<p>&mdash;No, mujer; quiere que le digamos con quién se casa
-<i>Mariflor</i>...</p>
-
-<p>&mdash;¿Y le habéis dicho?:..</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué sabemos nosotras!</p>
-
-<p>Era la primera vez que las dos hermanas hablaban del
-asunto. Considerada como una niña la más joven, solía
-descubrir los secretos familiares nada más que con los
-ojos, sin sorprender casi nunca una palabra ni una confidencia,
-expansiones poco frecuentes allí donde el ritmo
-de la vida señalaba todas las inquietudes en el silencio
-taciturno de las almas.</p>
-
-<p class="p2">Mientras comieron las trabajadoras, agazapadas en fila
-sobre el delgado sendero del centenal, libres apenas de
-la plenitud del sol que a plomo caía en la llanura, fué
-otras dos veces Marinela a llenar el cántaro al arroyo.</p>
-
-<p>Había pedido agua el tío Cristóbal, y después de dársela,
-vertió la niña el líquido restante y corrió a lavar la
-boca de barro donde puso el viejo la suya de color de
-ceniza.</p>
-
-<p>Él no se mostró sentido por aquella manifiesta repugnancia,
-ni pareció notar el molesto asombro que causaba
-a las mujeres su tenaz compañía. Caído en soñolienta
-modorra, había perdido sin duda la noción del tiempo,
-olvidado hasta de zumbar sus maliciosas preguntas.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_193" id="Page_193">[193]</a></span></p>
-
-<p>Ni el hambre ni el ejemplo le avisaron la hora de comer;
-ni el tórrido calor que le cocía dióle impulso de
-buscar el cobijo de su casa. Cuando vió hacer a sus vecinas
-la señal de la cruz, le pareció que sonaba muy lejos
-el familiar repique de una campanuca. Y cuando
-ellas, viéndole medio dormido y atontado, le dijeron
-que el sol le iba a dañar, trató de incorporarse, dió de
-bruces en la tierra y quedó inmóvil, con la boca pegada
-al suelo.</p>
-
-<p>Miráronse las mujeres con asombro, y como el viejo
-diese entonces un fuerte ronquido, Ramona dispuso únicamente:</p>
-
-<p>&mdash;Dejadle que duerma.</p>
-
-<p>&mdash;¿Al sol?&mdash;preguntó compasiva Olalla.</p>
-
-<p>Inició la madre, con algunas vacilaciones, su acostumbrado
-encogimiento de hombros, y la muchacha, quitándose
-el mandil, lo desplegó con solicitud sobre el ancho
-sombrero del maragato.</p>
-
-<p>Poco después, hinojada en el sendero, Marinela recogía
-los pedacitos de pan y el hondo cacharro con un resto
-de «moje», y doliéndole a Ramona la delgadez endeble
-de la inclinada cintura y el trasojado semblante de la
-niña, preguntó de pronto:</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué has venido tú con esta calor, tan aina de
-comer?</p>
-
-<p>&mdash;«Ella»&mdash;aludió con humildad la joven&mdash;iba a fregar
-el belezo y a echar las llavazas al cocho... También cebó
-las gallinas y las palomas, rachó leña y llevó los «curros»
-al agua.</p>
-
-<p>&mdash;Abondo es eso...&mdash;comentó la madre con invencible
-desdén.</p>
-
-<p>A tal punto, lanzó otro ronquido el tío Cristóbal, revolvióse
-con sacudidas largas y crujientes, y en un esfuerzo,
-como si quisiera levantarse, clavó en tierra las
-uñas de ambas manos.</p>
-
-<p>Las mozas habían palidecido.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_194" id="Page_194">[194]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Péme que está enfermo&mdash;dijo Olalla&mdash;; hincóse al
-lado suyo y trató de alzarle la cabeza; pero la sintió agarrotada
-y rebelde.</p>
-
-<p>Acudió entonces Ramona, hundió sus recios brazos
-por debajo del cuerpo rígido, y de un brusco tirón dió
-vuelta al hombre: aparecía con el rostro casi negro, mojado
-de una espuma sangrienta, los párpados caídos y la
-respiración difícil.</p>
-
-<p>Quedaron aterradas las mujeres.</p>
-
-<p>&mdash;¡Coitado, agoniza!&mdash;clamó la tía Dolores llena de
-medrosa piedad, en tanto que la nuera pedía con demudado
-semblante:</p>
-
-<p>&mdash;¡Agua, agua!</p>
-
-<p>Inclinó Marinela el cántaro tendido.</p>
-
-<p>&mdash;Aún tiene dello...&mdash;Daba diente con diente mientras
-rociaba su madre la congestionada faz.</p>
-
-<p>Abrió el moribundo los ojos, torcidos hacia la moza
-con una mirada vacilante y sombría, como aquella que
-buscó a la novia del forastero antes de decir:</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah, no eres tú!</p>
-
-<p>Torció también la boca, en la mueca de su habitual
-sonrisa impertinente, y quedó tieso, inmóvil, con el respiro
-apenas perceptible. La tía Dolores le daba pausadamente
-aire con el delantal; las muchachas, doloridas
-y mudas, le hacían sombra con el cuerpo: seguía Ramona
-mojándole los pulsos y las sienes, y caía el silencio
-con el sol, como un manto de luz sobre el extraño
-grupo.</p>
-
-<p>&mdash;Encomendémosle&mdash;murmuró Olalla arrodillándose.</p>
-
-<p>&mdash;Señor mío Jesucristo&mdash;fué diciendo la voz oscura y
-triste de la madre, y las otras mujeres repitieron angustiadas
-la oración hasta el final.</p>
-
-<p>No había dado el tío Cristóbal señales de entender el
-tremendo aviso, cuando giraron sus pupilas desorbitadas
-y ciegas, y un estertor hiposo le silbó dentro del pecho:
-con el postrer visaje y la última sacudida, la inerte cabeza<span class="pagenum"><a name="Page_195" id="Page_195">[195]</a></span>
-saltó desde las manos de Ramona rebotando en el
-polvo, y las uñas del moribundo volvieron a clavarse
-feroces en el erial.</p>
-
-<p>&mdash;¿Murió?&mdash;dijo despavorida Olalla.</p>
-
-<p>Marinela dió un grito y cerró muy apretados los ojos.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, sí; hay que llamar gente,&mdash;respondía la madre
-trazando sobre el difunto la señal de la cruz&mdash;. Y viendo
-a la zagala tan miedosa, añadió resoluta:</p>
-
-<p>&mdash;Vai con la cesta y, al tanto, das razón de lo que
-ocurre.</p>
-
-<p>&mdash;¿A quién?</p>
-
-<p>&mdash;A la familia; ellos avisarán a la Justicia.</p>
-
-<p>Obedeció la joven con terror y sigilo: sus pies medrosos
-apenas tocaban el sendero; su grácil figura desaparecía
-entre los altos panes. Pero quizás un leve roce de
-su brazo, o tal vez un soplo de perezosa brisa, movió las
-hojas verdes con rumores suavísimos de «escucho».</p>
-
-<p>&mdash;¡Madre, madre!&mdash;gimió la muchacha con espanto.
-Volvióse atrás corriendo, y quedó parada al borde de la
-mies, sin atreverse a salir al raso donde el muerto dormía.
-Allí encontró a la abuela, acurrucada en la linde con
-cierta indecisión, tentada a la fuga, y detenida por el trabajo
-y la caridad.</p>
-
-<p>&mdash;¿Que yé, rapaza?&mdash;preguntó con susto.</p>
-
-<p>&mdash;Tengo miedo... me siguen... escuché una voz...</p>
-
-<p>&mdash;¡Te haltan jijas hasta para fuir!&mdash;lamentó más distante
-el acento brusco de Ramona.</p>
-
-<p>Y Marinela, inducida por su mismo pavor, asomóse
-al rebujal desde el seto vivo de los tallos.</p>
-
-<p>Vió que Olalla había desaparecido y que su madre,
-sentada al sol, impasible y estoica, velaba al muerto.
-Parecióle el cadáver más rígido y huraño, con la boca
-abierta, y la piel del sequizo color de los abrojos; quedó
-allí fascinada un minuto, y, de repente, echó a correr
-entre la verde masa, por el hilo sutil de los senderos;
-movía con los codos el follaje, y el rumor de las hojas<span class="pagenum"><a name="Page_196" id="Page_196">[196]</a></span>
-sacudidas le causaba indecible inquietud: todas las crueles
-fluctuaciones del pánico vibraban en los tirantes
-nervios de la doncella, empujando su loca fuga al través
-del centenal.</p>
-
-<p>Cuando llegó desalada al pueblo, no supo cómo hablar
-en casa del tío Cristóbal. Entró en la ruin vivienda, que
-de pobres menesterosos parecía, y halló a Facunda cosiendo
-en el clásico <i>cuartico</i>, la pieza que ciertos días solemnes
-sirve de comedor a los maragatos, forzosamente
-colocada entre la cocina y el corral; la misma que en
-casa de la tía Dolores han llamado <i>estradín</i> por excepción.</p>
-
-<p>Ante la absorta mirada de su amiga, Marinela, confusa
-y torpe, acabó por decir:</p>
-
-<p>&mdash;Que tu abuelo se ha morido junto a la mies de Urdiales.</p>
-
-<p>&mdash;¿Mi abuelo?... ¿Sábeslo tú?...</p>
-
-<p>Facunda, con más asombro que dolor, se había puesto
-de pie.</p>
-
-<p>&mdash;Vengo de allá; le vide.</p>
-
-<p>&mdash;Pero, ¿qué le dió?</p>
-
-<p>&mdash;La muerte repentina.</p>
-
-<p>&mdash;¡Virgen la Blanca!... ¿Y qué hacía allí?</p>
-
-<p>&mdash;Mirando cómo abrían el calce: andamos al riego en
-nuestra hanegada de la Urz.</p>
-
-<p>&mdash;¿Asurcana de la nuestra Gobia?</p>
-
-<p>&mdash;¡Velaí!</p>
-
-<p>Con la costura en la mano, la moza volvió a sentarse
-enfrente de Marinela, doblada sobre un escañuelo en actitud
-de abrumadora fatiga.</p>
-
-<p>&mdash;Pues yo le estaba esperando para comer.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y no comiste?</p>
-
-<p>&mdash;Nada.</p>
-
-<p>Quedaron mudas, mirándose a los ojos con sorpresa,
-al compás del reloj que se mecía en su caja de roble, señoreando
-el <i>cuartico</i>.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_197" id="Page_197">[197]</a></span></p>
-
-<p>Facunda levantó del solado un marchito ramillete de
-tomillana, y espantó con lentitud el enjambre zumbador
-de moscas, desatado en el aposento.</p>
-
-<p>&mdash;Y al biendichoso&mdash;dijo después&mdash;, ¿se le saltaría el
-corazón?...</p>
-
-<p>&mdash;¿El corazón?... Píntame que el mal le dolía en los
-ojos y en la boca: echaba espuma entre los labios y tenía
-el mirar lusco.</p>
-
-<p>&mdash;Salió de casa en ayunas, con una copa de aguardiente.</p>
-
-<p>&mdash;Pues cuenta que derecho fué a la mies. Allí dió en
-preguntar con quién se casaba mi prima.</p>
-
-<p>&mdash;¡Andanda!</p>
-
-<p>&mdash;Estaría algo chocho... ¡tantos años!</p>
-
-<p>&mdash;Y la boda ¿es con ese extranjero?</p>
-
-<p>Pasó un fulgor oscuro por las turquesadas pupilas de
-Marinela.</p>
-
-<p>&mdash;No sé&mdash;balbució, para añadir a poco:</p>
-
-<p>&mdash;Pero, digo yo que sí.</p>
-
-<p>&mdash;Es galán y bien apersonado&mdash;musitó en éxtasis
-Facunda...&mdash;¿Tienes hambre?&mdash;preguntó de repente,
-viendo a su amiga, blanca lo mismo que la cal, en demudación
-terrible.</p>
-
-<p>&mdash;No&mdash;dijo la otra con la cabeza.</p>
-
-<p>&mdash;Pues ¿qué tienes entonces?... ¡Estás priadica!</p>
-
-<p>La interrogada sacudió los párpados violentamente
-para ahuyentar la nube de su lloro, y pudo con esfuerzo
-tristísimo decir:</p>
-
-<p>&mdash;Me pasmó el difunto, ¿sabes?</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah, ya!... Quedaríase muy feo; ¡sin las armas de
-Dios!</p>
-
-<p>&mdash;Mi madre le rezó el señor mío.</p>
-
-<p>&mdash;¿Están al riego entodavía?</p>
-
-<p>&mdash;Hasta la noche. La barbechera cae más alta que el
-regato, y es menester cavar mucho.</p>
-
-<p>&mdash;¿Quién os ayuda?</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_198" id="Page_198">[198]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¡Nadie!</p>
-
-<p>Al evocar el desamparo de su pobreza con la triste
-palabra negativa, por la mente de la joven pasó el reflejo
-seductor de los caudales del tío Cristóbal.</p>
-
-<p>&mdash;¡Vais a heredar a rodo!&mdash;murmuró fascinada, sin
-envidia ni rencores.</p>
-
-<p>Alumbráronse los ojos descoloridos de Facunda y una
-sonrisa beata se le cuajó en los labios. Todos los matices
-de la emoción, suscitada por aquel anuncio, resplandecieron
-en esta frase elocuente:</p>
-
-<p>&mdash;Voy a comer...</p>
-
-<p>Alzóse de nuevo, con ademanes pesados: era gruesa,
-fuerte, baja; tenía mejillas carnosas, tez bronceada por el
-sol, mirada pasiva, y una insignificante belleza juvenil en
-el conjunto de la figura.</p>
-
-<p>Revolvía Marinela su curiosidad alrededor, resumiendo
-maquinalmente el inventario del <i>cuartico</i>. Y, de
-pronto, la hizo estremecer una anguarina del tío Cristóbal,
-colgada en el apolillado capero, rígida y sin aire,
-como una mortaja.</p>
-
-<p>&mdash;Tienes que avisar a la Justicia&mdash;le advirtió a la heredera
-con solemne tono.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah! ¿Sí?&mdash;clamó Facunda, abriendo mucho la
-boca.</p>
-
-<p>&mdash;¡Natural!</p>
-
-<p>&mdash;¿Quién lo dijo?</p>
-
-<p>&mdash;Mi madre.</p>
-
-<p>&mdash;¿Pero es obligación?... Cuando murió la abuela no
-llamaron al juez.</p>
-
-<p>&mdash;Porque estuvo en la cama... Cuando el tío Agustín
-se atolló en la nieve y amaneció cadáver, vino el Ayuntamiento.</p>
-
-<p>&mdash;Y ¿a quién mando a Piedralbina?&mdash;murmuró atribulada
-la moza, como si tuviese que realizar una hazaña
-insuperable.</p>
-
-<p>&mdash;Manda a <i>Rosicler</i>.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_199" id="Page_199">[199]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Tiene el aprisco a la mayor lejura, en los alcores
-del Urcebo...</p>
-
-<p>&mdash;Pues a tu hermano...</p>
-
-<p>&mdash;Anda a la escuela...</p>
-
-<p>Quedáronse de nuevo silenciosas, sumidas en la preocupación
-terrible de aquella grave dificultad.</p>
-
-<p>Marinela se había puesto de pie, sin apartar mucho
-los ojos de la anguarina parda.</p>
-
-<p>&mdash;¿No habrá un motil que te haga el mandado?&mdash;murmuró
-despacito, como si alguien durmiese.</p>
-
-<p>Y Facunda, en el mismo tono de misterio, resolvía:</p>
-
-<p>&mdash;Iré yo después de comer y de avisar en casa de mi
-madre.</p>
-
-<p>&mdash;¡Eso!</p>
-
-<p>Felices con el hallazgo de aquella inesperada solución,
-se miraron en triunfo, sonrientes, como si hubiesen escapado
-de un enorme peligro.</p>
-
-<p>Tras largo y duro rechinamiento de resortes, dió el
-reloj una lenta campanada, y Marinela, despidiéndose
-muy lacónica, salió de puntillas, apresurada y vacilante.</p>
-
-<p>&mdash;Al paso que vas&mdash;dijo la dueña de la casa con luminosa
-inspiración&mdash;podías contarle a don Miguel...</p>
-
-<p>&mdash;¡No puedo, no!&mdash;atajó la infeliz, temblando locamente.</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué, criatura?</p>
-
-<p>&mdash;¡No puedo, no!&mdash;y agarrada al cestillo, volvió a correr
-la mozuela triste, dejando a su vecina con la boca
-abierta. Pero al doblar la calle y cruzar la plaza, en el
-mismo brocal de la memorable fuente la detuvieron una
-sombra, una voz y un saludo. Era el propio forastero
-de quien la moza huía: llegaba sonreidor y alegre; extendió
-los brazos para contener la delirante carrera de
-la joven, y con audaz halago le rezó al oído, como un
-eco de su primera entrevista:</p>
-
-<p>&mdash;¡Salve, maragata!</p>
-
-<p>Un grito y un sollozo contestaron a la oración devota<span class="pagenum"><a name="Page_200" id="Page_200">[200]</a></span>
-del poeta... Tuvo él que sujetar el talle de la moza, fatalmente
-inclinado hacia el pilón donde el agua decía la
-eterna incertidumbre de las cosas humanas.</p>
-
-<p>&mdash;¿Me tienes miedo?&mdash;preguntó conmovido, hablando
-a Marinela de tú, como a una niña.</p>
-
-<p>Todo el nublado de las contenidas lágrimas estalló
-entonces.</p>
-
-<p>&mdash;Pero, ¡siempre lloras!&mdash;exclamó Terán con angustia&mdash;.
-¿Qué tienes?... ¿Por qué sufres?</p>
-
-<p>Ella se dejó sostener un instante, enloquecida por el
-desbordado ensueño de su alma, y al punto quiso huir.</p>
-
-<p>&mdash;¿Temes que te haga daño?... ¿Estás enferma?&mdash;seguía
-el joven diciendo, con blandura y cariño, sin dejarla
-escapar.</p>
-
-<p>&mdash;¡No puedo, no!&mdash;repitió aún Marinela con gemido
-impotente, como si ya no supiese decir otra cosa.</p>
-
-<p>Y a Rogelio Terán le pareció que la desconsolada
-frase había causado un estremecimiento profundo en el
-transparente corazón del agua.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué tienes, dime?&mdash;insistió el poeta.</p>
-
-<p>Alzóse el lindo rostro con tal expresión de súplica y
-mansedumbre, que el caballero aflojó los brazos y dejó
-partir a la zagala.</p>
-
-<p>Ya entonces la triste no pretendió correr. Fuése con
-pie desfallecido, deshecha en lágrimas y sollozos, dándoles
-libertad con repentina y bárbara crudeza, con
-alarde infantil.</p>
-
-<p>Sorprendido y emocionado la vió Terán hundirse en
-la ardiente calle. No había él ido a Valdecruces para
-hacer llorar a las mujeres, y su experiencia, un poco
-mundana, le advertía de misteriosas culpas en el llanto de
-aquella joven. <i>Mariflor</i> le había dicho que su prima gozaba
-poca salud, que padecía de tristezas y lloros, y que
-desde la noche de la farsa se había puesto mucho más
-inapetente y melancólica, más trasoñada y sensible. Por
-dos veces la encontraron escribiendo el romance de la<span class="pagenum"><a name="Page_201" id="Page_201">[201]</a></span>
-<i>Musa</i> entre lágrimas y suspiros. Y Olalla, su compañera
-de lecho, contó que la niña por la noche no pegaba los
-ojos, y que si acaso al amanecer se adormecía era para
-soñar con voz alucinante los versos de la farandulera.</p>
-
-<p>También supo el forastero por don Miguel, con otros
-muchos pormenores, que la zagala tenía vocación de
-monja. Pero, con su penetrante vista de buen lector de
-almas, el poeta adivinó aquella tarde un nuevo aspecto
-en la enfermedad complicada de la niña.</p>
-
-<p>Dióse a estudiar el conflicto con inquietud y lástima,
-ruano y meditabundo, al través del pueblo inmóvil, sin
-advertir que se había borrado en el rojizo suelo la
-sombra exigua de las paredes, y que ardía la luz, como
-un volcán, vertida a plomo en las silentes calzadas.</p>
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-037.jpg" width="300" height="312"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_202" id="Page_202">[202]</a></span></p>
-<p>&nbsp;</p>
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_203" id="Page_203">[203]</a></span></p>
-
-<div class="chapter">
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-015.jpg" width="400" height="156"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<h2>XIV<br /><br />
-<span class="pch">ALMA Y TIERRA</span></h2>
-
-<div>
- <img class="dc1" src="images/dd.jpg" width="200" height="197" alt=""/>
-</div>
-<p class="dc13">DESDE aquel medio día luminoso en
-que Rogelio Terán llegó a Maragatería,
-soñador y aventurero,
-a semejanza de Don Quijote,
-habían transcurrido dos semanas
-apenas, tiempo harto breve
-para curiosear la tierra y el alma
-de este país incógnito y huraño,
-tosca reliquia de las viejas edades,
-remanso pobre y oscuro de los siglos de hierro.</p>
-
-<p>Deslizábanse los amores de <i>Mariflor</i> y el poeta como
-idilio sereno y apacible en la vida un poco fatigada del
-mozo, mientras se le iba mostrando la dulce novia aún
-más gentil que en el primer encuentro inolvidable, más
-esbelta y pensativa, luciendo más su innato señorío sobre
-el fondo gris de Valdecruces.</p>
-
-<p>Cuantas impresiones recibió aquí el artista en sus andanzas
-tuvieron una fuerte originalidad. Con grande
-asombro y compasión aprendía la dura existencia de este<span class="pagenum"><a name="Page_204" id="Page_204">[204]</a></span>
-pueblo de mujeres, bravo y taciturno, que ni el tiempo
-ni el olvido lograron borrar de las crueldades de la estepa
-al través de las centurias: hábitos y costumbres, semblantes
-y caracteres, mostráronse al novelista esquivos y
-asequibles a la vez, como si el rostro de la aldea, tan
-cándido y tan rudo, guardara hondos misterios bajo las
-tenaces arrugas de los siglos... Calzadas escabrosas, rúas
-cenicientas, míseras cabañas, casucas de adobes, techumbres
-de bálago, trajes, palabras y tipos, descubiertos al
-primer vistazo en toda su interesante rusticidad, callaban
-la certeza de su origen y escondían su historia en la penumbra
-de caminos ignotos: un marco de nieblas y de
-sombras envolvió a Valdecruces delante del forastero, a
-la luz espléndida del sol.</p>
-
-<p>En la romántica incertidumbre de sus observaciones
-veía el poeta surgir a cada instante el vivo enigma de
-unos ojos claros, de una boca muda, de un talle macizo
-y un lento ademán; la humilde y robusta silueta de una
-mujer, de una esfinge tímida, silenciosa, persistente: ¡la
-esfinge maragata, el recio arquetipo de la madre antigua,
-la estampa de ese pueblo singular petrificado en la llanura
-como un islote inconmovible sobre los oleajes de la
-historia!</p>
-
-<p>Esta imagen perenne, más diminuta y simple, más
-asustadiza y torpe, repetíase pródigamente en los niños:
-la cara redonda, elevado el frontal, cóncavo el perfil, los
-ojos pardos, verdes o azules, con una vaga tendencia
-oblicua, daban a todos un aire primitivo de candor y timidez,
-un viso triste de pesadumbre y esclavitud. El
-sesgo leve de la mirada era nota de cobardía y sumisión
-más que de recelo o disimulo; y los gestos pausados, los
-calmosos debates de la palabra y el pensamiento para
-resolver la más sencilla de las dudas, delataban un cultivo
-intelectual muy rudimentario, un secular abandono
-de aquellas mustias imaginaciones.</p>
-
-<p>Ningún rasgo masculino altivecía el semblante fusco<span class="pagenum"><a name="Page_205" id="Page_205">[205]</a></span>
-de la aldea; los pocos viejos que allí se refugiaban habían
-perdido la energía viril lustrando por ajenos países, y en
-el esfuerzo bravío que sacudía a las mujeres sobre el páramo,
-no asomaba ese alarde varonil de que algunas
-hembras suelen revestirse al trabajar como los hombres:
-todo el ímpetu fuerte de estos brazos, cultivadores del
-erial, derivaba del materno amor, fuente inagotable de
-renunciaciones y heroísmos, divino poder que allí se
-manifestaba callado, fatal y oscuro en las almas femeninas.</p>
-
-<p>A tales conclusiones fué conducido el forastero al
-través de sus íntimas charlas con el cura.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué hay&mdash;preguntaba Rogelio cada vez más curioso&mdash;en
-estos corazones tan recatados y sufridos?</p>
-
-<p>&mdash;Hay madres solamente&mdash;respondía, melancólico,
-don Miguel.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y el amor sexual, esa lozanísima planta de la juventud
-que florece en todos los países del mundo?</p>
-
-<p>&mdash;Estas mujeres sólo conocen la obligación de la esposa
-que debe concebir.</p>
-
-<p>&mdash;Pero el sentimiento, la exaltación del espíritu hacia
-el hombre que eligen, ¿tampoco lo conocen?</p>
-
-<p>&mdash;No eligen: se les da un marido, y ellas le acatan
-mientras puede sostener a la familia.</p>
-
-<p>&mdash;Habrá excepciones.</p>
-
-<p>&mdash;Ninguna.</p>
-
-<p>&mdash;¿En toda la región?</p>
-
-<p>&mdash;En toda... si algún elemento extraño no se mezcla
-en la vida maragata...; que no suele mezclarse.</p>
-
-<p>Bajo el tono apacible de la respuesta creyó Terán
-percibir una embozada reconvención. Hallábanse ambos
-amigos a solas en el despacho del sacerdote, estimulando
-su plática con el humo de los cigarros, mientras el tío
-Cristóbal agonizaba en la mies.</p>
-
-<p>Parecía que de intento el cura no quisiera aludir directamente
-a los discutidos amores del poeta y <i>Mariflor</i>.<span class="pagenum"><a name="Page_206" id="Page_206">[206]</a></span>
-Y en esta actitud sentía el mozo latir una sorda hostilidad.</p>
-
-<p>&mdash;¿Yo «sería» en Valdecruces ese «elemento extraño»
-que tú dices?&mdash;preguntó de repente.</p>
-
-<p>&mdash;¡Quién sabe!&mdash;respondióle con tristeza don Miguel.</p>
-
-<p>&mdash;¿Estorbo?</p>
-
-<p>&mdash;¡En mi casa nunca! Pero...&mdash;dijo el párroco suavemente&mdash;contra
-ti se vuelve la realidad; yo dudo que
-estés destinado a cumplir en Maragatería una misión redentora,
-como tú supones.</p>
-
-<p>&mdash;¿Ni siquiera la de salvar a una sola mujer?... ¿no tendrá
-ella bastante con mi corazón y con mi vida?</p>
-
-<p>&mdash;Tu vida no depende de ti... Tu corazón... ¡quizá
-tampoco!</p>
-
-<p>&mdash;¡Hombre!</p>
-
-<p>&mdash;Acuérdate...</p>
-
-<p>&mdash;Si, ya me acuerdo&mdash;interrumpió desconcertado el
-poeta&mdash;; pero esa lúgubre memoria no ha de apartarme
-para siempre de la felicidad.</p>
-
-<p>&mdash;La felicidad no es de este mundo...</p>
-
-<p>&mdash;Si argumentas así, a lo asceta...</p>
-
-<p>&mdash;¡A lo maragato!&mdash;sonrió acerbamente don Miguel.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y juzgas que Florinda ha nacido para sacrificarse?</p>
-
-<p>&mdash;Florinda ha nacido para obrar el bien...</p>
-
-<p>&mdash;Como todo fiel cristiano.</p>
-
-<p>&mdash;Pero con especial misión de bienhechora... Oye,
-Rogelio&mdash;añadió el cura, mirando de frente a su amigo
-y hablando recio, como quien tomase de pronto una determinación&mdash;.
-Tus intenciones son muy hermosas. Viniste
-a Valdecruces generosamente equivocado detrás
-de una mujer: si la quieres «salvar», como tú dices, no
-interrumpas sus pasos hacia la más segura y definitiva
-de las salvaciones.</p>
-
-<p>&mdash;Estorbo: es indudable.</p>
-
-<p>&mdash;Para que ella siga su trazado camino, sí.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_207" id="Page_207">[207]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué no me hablaste con esta franqueza desde
-el primer día?</p>
-
-<p>&mdash;Porque vuestro idilio me perturbó un poco... porque
-no juzgué tan firme la perseverancia de <i>Mariflor</i>.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y ahora?</p>
-
-<p>&mdash;Veo más claro: sacudo la romántica influencia de
-vuestras confesiones; miro la realidad de las cosas... No
-tenemos derecho, ni tú por egoísmo, ni yo por sensiblería,
-a impedir la obra de compasión que ella se propone
-realizar... Creo, en fin, que debes retirarte en tanto <i>Mariflor</i>
-pacta con su primo.</p>
-
-<p>&mdash;Pero, ¿ha sonado la hora?</p>
-
-<p>&mdash;Está al caer. A instancias mías, Antonio adelanta
-su viaje: llegará esta semana, cuando menos se piense.</p>
-
-<p>&mdash;Y mi marcha en este caso, ¿no parecerá una cobardía?...
-Te equivocas si piensas que me retiene aquí el
-egoísmo, cuando me asalta la más viva piedad.</p>
-
-<p>&mdash;¿De una sola y linda mujer?</p>
-
-<p>&mdash;¡Ojalá pudiera yo redimir a otras!</p>
-
-<p>&mdash;¿Y si pudiera Antonio?</p>
-
-<p>El pretendiente, amoscado, casi ofendido, respondió
-con ironía:</p>
-
-<p>&mdash;Consintiendo el esposo que la esposa le hable de
-usted, le sirva y le acate como a un dios, y reviente en
-el páramo mientras él se regodea en la ciudad, ¿así quieres
-que yo suponga grandes hazañas de un maragato
-para su familia?... Aquí tiene «tu protegido» a su gente
-pudriéndose de miseria, y no la socorre...</p>
-
-<p>&mdash;El móvil del amor puede inducirle...</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué amor ni qué ocho cuartos, hombre! Vosotros
-hacéis las bodas con un poco de rutina y otro poco de
-interés...&mdash;Detúvose temiendo ofender a su huésped,
-templando la vehemencia de la voz para añadir:&mdash;Eso
-me has dicho tú...</p>
-
-<p>&mdash;Y es la verdad&mdash;repuso don Miguel sin alterarse&mdash;.
-Pero quizá en otros pueblos más adelantados y felices<span class="pagenum"><a name="Page_208" id="Page_208">[208]</a></span>
-no se hacen las bodas de más digna manera: ingredientes
-distintos, colores más brillantes, disimulo y finura
-para dorar la píldora... Al fin y al cabo, matrimonios
-sin amor.</p>
-
-<p>&mdash;No siempre.</p>
-
-<p>&mdash;Muy a menudo.</p>
-
-<p>&mdash;Siquiera esos matrimonios no llevarán consigo la
-injusticia irritante de causar una víctima sola.</p>
-
-<p>&mdash;Muchas veces, sí: ¡la mujer!</p>
-
-<p>Alzóse Terán de la silla, nervioso, confundido con el
-recuerdo de su madre, que de pronto le pesaba como
-una losa. También el sacerdote dejó su escabel; tiró la
-punta del cigarro y comenzó a decir con la voz persuasiva
-y amable:</p>
-
-<p>&mdash;Mira, Rogelio, amigo mío: el amor, ese sentimiento
-exaltado, ambicioso, inmortal que nos sacude y nos enciende,
-esa divina escala que nos conduce a Dios desde
-la tierra, sólo por singular prodigio tiene un peldaño
-donde puedan abrazarse para ascender unidas dos criaturas...</p>
-
-<p>&mdash;Bien; y ese peldaño...</p>
-
-<p>&mdash;No se consigue por la curiosidad romántica ni por
-la compasión que sientes hacia Florinda Salvadores.
-De no poder subir con ella en triunfo por la divina escala,
-déjala en Valdecruces, que labre aquí consuelos...</p>
-
-<p>&mdash;¿Y martirios?</p>
-
-<p>&mdash;El hacer bien mitiga el propio dolor, le cura, le recompensa.
-Quien más ama, con más brío se inmola...</p>
-
-<p>&mdash;Es decir: ¿que me desahucias definitivamente?</p>
-
-<p>&mdash;No; te aconsejo. Escucha. Ni de este amor que yo
-digo, ni de ese otro que tú decías antes&mdash;impulsos, deseos
-y simpatías más o menos sutiles&mdash;, suelen darse
-aquí las flores; ya te lo he confesado. Pero de la llama
-sagrada, del divino soplo, tenemos un trasunto inconsciente
-en el amor fortísimo de las madres. Florinda no
-quedaría huérfana de todo goce; de este amor puede<span class="pagenum"><a name="Page_209" id="Page_209">[209]</a></span>
-ella disfrutar con más cordura que otras mujeres, con
-más sazón y gracia.</p>
-
-<p>&mdash;¡También con más tristeza!</p>
-
-<p>&mdash;Si se resigna y se conforma, no. Toda la felicidad
-del mundo consiste, a mi parecer, en eso: en conformarse.</p>
-
-<p>Una pausa y un suspiro detuvieron el discurso de
-don Miguel mientras el artista murmuraba:</p>
-
-<p>&mdash;¡No has dicho poco!</p>
-
-<p>Blanda y persuasivamente siguió explicando el cura:</p>
-
-<p>&mdash;En estos matrimonios que, como tú dices bien,
-ayuntan la costumbre y la conveniencia, hay, sin embargo,
-un fondo de respeto y de fidelidad muy ejemplares.
-Es cierto que la mujer come en la cocina, sirve al marido
-a la mesa, le dice de vos, le teme y le desconoce;
-que trabaja en la mies como una sierva y le ve partir
-sin despecho ni disgusto. Pero en esto que ella hace
-y él consiente, no hay deliberada humillación por una
-parte ni despotismo por la otra: hay en ambas actitudes
-una llaneza antigua, una ruda conformidad. Aquí el alma
-es primitiva y simple; las costumbres se han estancado
-con la vida; ello es fruto del aislamiento, de la necesidad,
-de la pobreza: estamos aún en los tiempos medioevales.</p>
-
-<p>&mdash;Pero los maragatos emigran todos; ¿cómo no toman
-ejemplo de los países más cultos?</p>
-
-<p>&mdash;No les impulsa fuera de aquí la ambición tanto
-como la miseria. Los que en sus luchas lograron vencer
-a la ignorancia, han sabido entrar de lleno en la civilización
-y honrar a su país. Tenemos en América letrados,
-industriales, fundadores de pueblos que han hecho
-prevalecer su traje regional y sus familiares virtudes al
-través de influencias muy extrañas... Tú sabes que los
-afortunados son muy pocos. Y la mayoría de nuestros
-emigrantes sigue padeciendo la estrechez de la inteligencia
-en precaria vida, trabajando en vulgarísimos trajines.<span class="pagenum"><a name="Page_210" id="Page_210">[210]</a></span>
-Ellos se consideran una casta aparte en el mundo,
-y tan apegados están a sus leyes morales, que no adoptan
-de las ajenas cosa alguna, ni buena ni mala. Son padres
-excelentes, ciudadanos trabajadores, económicos,
-fieles y pacíficos. Si no saben sonreir a su esposa ni
-compadecerla, tampoco saben engañarla ni pervertirla:
-no la tratan ni bien ni mal, porque apenas la tratan. La
-toman para crear una familia, la sostienen con arreglo
-a su posición; y la reciedumbre de estas naturalezas inalterables
-descarga ciegamente todo el peso de su brusquedad
-sobre la pasiva condición de la mujer; pero sin
-ensañamiento ni perfidia, con el fatal poderío del más
-fuerte.</p>
-
-<p>&mdash;¿Lo encuentras justo?</p>
-
-<p>&mdash;Lo encuentro humano.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y lo disculpas?</p>
-
-<p>&mdash;No: lo compadezco. Toda fuente de ternura cegada
-me produce sed y tristeza.</p>
-
-<p>Brillaron húmedos los ojos del sacerdote, al evocar tal
-vez una doliente memoria, y Rogelio preguntó, mirándole
-con suma curiosidad:</p>
-
-<p>&mdash;¿Tu discurso me quiere convencer de que <i>Mariflor</i>
-necesite uno de esos maridos... de la Edad Media? Porque
-todavía no me lo has probado.</p>
-
-<p>&mdash;Nada pretendo probarte; quiero que conozcas toda
-la posible situación de Florinda casada con ese hombre
-que, en el peor de los casos para ella, no la impediría
-vivir con desahogo y socorrer a la familia; quiero que
-pienses cómo puede ocurrir que la muchacha gane el
-corazón de su primo para remediar las desventuras de la
-abuela.</p>
-
-<p>&mdash;¿Mediante la boda?</p>
-
-<p>&mdash;O sin la boda: lo que ha de suceder no lo sabemos.
-Y necesito también decirte que para mí, procurador y
-abogado de esta pobre gente, no se trata sólo de Florinda,
-sino de dos madres infortunadas, de dos hijos<span class="pagenum"><a name="Page_211" id="Page_211">[211]</a></span>
-emigrantes y tristes, de cinco criaturas más, cuyo porvenir
-parece cifrado en el destino de esa joven...</p>
-
-<p>&mdash;Pero yo sería un cobarde si desmintiera sus esperanzas
-de felicidad.</p>
-
-<p>&mdash;¡Y dale con la felicidad! Si <i>Mariflor</i> no te hubiera
-conocido, se consideraría feliz al hallar un esposo acaudalado
-y fiel.</p>
-
-<p>&mdash;No sólo de pan se vive... Sería muy desgraciada
-en la vulgaridad y el abandono de una existencia semejante...</p>
-
-<p>Parecía el sacerdote otra vez distraído en lejanas memorias,
-cuando murmuró con solemne acento:</p>
-
-<p>&mdash;No es vulgar si solitaria una vida donde el bien se
-reproduce; el sacrificio es obra de alto linaje que recibe
-muy ocultas recompensas.</p>
-
-<p>&mdash;Pero, ¿tú eres un maragato positivista o un místico
-delirante?</p>
-
-<p>&mdash;Soy un pobre cura de almas que desea cumplir con
-su deber. La misión mía es de paz y de amor, y en la
-dura tierra que labro no puedo soñar con frutos sino a
-costa de dolores: me esfuerzo en adulcirlos cuando es
-imposible evitarlos.</p>
-
-<p>&mdash;No así con Florinda.</p>
-
-<p>&mdash;Si ella acepta una cruz y yo la enseño a llevarla, ¿no
-habré dulcificado su camino?</p>
-
-<p>&mdash;Todos tenemos derecho a buscar un camino sin
-cruces.</p>
-
-<p>&mdash;No hay quien lo encuentre.</p>
-
-<p>&mdash;Mientras se busca y se confía...</p>
-
-<p>&mdash;Se pierde el tiempo.</p>
-
-<p>&mdash;Se vive con ilusiones.</p>
-
-<p>&mdash;Antes que verlas perecer, es mejor encumbrarlas.</p>
-
-<p>&mdash;Ya ya; siempre el mismo asunto: la otra vida. Dios
-nos manda también lograr ésta.</p>
-
-<p>Abismado nuevamente en remotas membranzas, exclamó
-el cura:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_212" id="Page_212">[212]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;<i>¡La mujer es un ser misterioso nacido para amar y
-para sufrir!</i></p>
-
-<p>&mdash;Eso, ¿lo discurres tú?&mdash;preguntó impaciente el artista.</p>
-
-<p>&mdash;Son palabras de un filósofo cristiano. Yo las he
-visto cumplidas en muchas ocasiones.</p>
-
-<p>Posó una amarga tristeza en la rotunda afirmación.
-Terán, absorto, sombrío, interrogó casi huraño:</p>
-
-<p>&mdash;En fin, ¿qué me pides?</p>
-
-<p>&mdash;Poca cosa: que no reveles a Florinda esta confidencia;
-que procures no turbar sus planes; que esperes con
-prudente actitud, sin desanimar a la muchacha ni comprometerla.</p>
-
-<p>&mdash;Y ¿crees que debo partir?</p>
-
-<p>Vaciló don Miguel.</p>
-
-<p>&mdash;Mi casa es siempre tuya&mdash;pronunció cordialmente&mdash;,
-pero sería de mal efecto que Antonio se creyera
-suplantado antes de negociar con su prima.</p>
-
-<p>&mdash;Nadie más que tú y Olalla sabe de nuestras relaciones.</p>
-
-<p>&mdash;Y todo Valdecruces. Ya te dije por qué el tío Cristóbal
-quería hacer patente el inevitable rumor de este
-amorío; hoy supe, por mi sobrina, que, valiéndose de
-<i>Rosicler</i>, otros rapaces y algunas mozas, el viejo trata
-de que esta misma noche os echen «el rastro».</p>
-
-<p>&mdash;¿Y eso qué es?</p>
-
-<p>&mdash;Una costumbre del país: cuando las zagalas sospechan
-de una negociación matrimonial, van de noche,
-callandito, a poner un reguero de paja, visible y ufano,
-desde la vivienda del novio a la de la novia, con ramificaciones
-a otras casas, indicando convites al casamiento.
-A la puerta de la presunta desposada tejen una especie
-de colchón con ramaje y rastrojos.</p>
-
-<p>&mdash;El lecho nupcial&mdash;sonrió el artista encantado.</p>
-
-<p>&mdash;Sí; un remedo a la vez insolente y candoroso, increíble
-en el enorme pudor de estas mujeres.</p>
-
-<p>&mdash;Pues yo no sé si aquí la castidad sin luchas ni peligros,<span class="pagenum"><a name="Page_213" id="Page_213">[213]</a></span>
-eternamente dormida, tendrá mucho mérito a los
-ojos de Dios...</p>
-
-<p>&mdash;No negarás que es una virtud.</p>
-
-<p>&mdash;O un signo acaso de bárbara esquivez.</p>
-
-<p>&mdash;¿Quién sabe si la civilización al sensibilizarnos y pulirnos,
-nos hace más o menos asequibles al mal?</p>
-
-<p>&mdash;Nos hace conscientes, hombre, que es tanto como
-hacernos responsables: qué, ¿tiras a retrógrado?</p>
-
-<p>&mdash;Tiro a párroco de Valdecruces, por ahora.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno. ¿Y el rastro ése?</p>
-
-<p>&mdash;Es un compromiso oficial de casorio si la moza no
-protesta. Si rechaza al pretendiente, o los rumores del
-noviazgo son inciertos, ella conduce el surco hasta una
-laguna, charco o regajal, durante la siguiente noche.</p>
-
-<p>&mdash;Es curioso.</p>
-
-<p>&mdash;Da margen a una salida nocturna, llena de sigilo y
-moderación, por supuesto. He tomado mis precauciones
-para evitar que os comprometan con la broma, aunque
-si persiste el propósito...</p>
-
-<p>&mdash;Marcharé en seguida&mdash;dijo Terán reflexionando&mdash;,
-Anunciaré a <i>Mariflor</i> la posibilidad de que una carta
-urgente me obligue a partir... pero mi viaje no será una
-retirada, sino una tregua: sólo con esa condición te daré
-gusto.</p>
-
-<p>&mdash;Ni yo te pido más. Una tregua precisamente, que
-te dará también espacio para posar tus impresiones y
-resolver con toda cordura en negocio tan importante.</p>
-
-<p>&mdash;Entonces, pasado mañana, si te parece...</p>
-
-<p>&mdash;Muy bien. Dios te ayude.</p>
-
-<p>Y mucho más satisfechos de lo que hubieran podido
-suponer durante el curso de la conversación, bajaron los
-dos amigos a pedir el yantar.</p>
-
-<p class="p2">Una hora después, sin cuidarse del sol, rondaba Rogelio
-la calle de Florinda, avisado por ella de que estaría
-sola y podrían hablar un rato.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_214" id="Page_214">[214]</a></span></p>
-
-<p>No tardó en aparecer sobre la sebe mazorral, entre
-rubos y agavanzas, la gentil cabeza de la moza. Presentóse
-con una de esas dulces sonrisas que nacen en los
-ojos y crecen en los labios, y acogió con apasionada
-ternura el credo fervoroso del amante. Él, con mucha
-suavidad, deslizó en la plática el temor de una repentina
-ausencia: sus asuntos amenazaban llamarle a Madrid de
-un momento a otro.</p>
-
-<p>La súbita emoción que encendió el semblante de la
-joven, mostróla tan triste, tan pesarosa y estrujada por
-la vida, allí muda y trémula entre las zarzas del vallado,
-que el mozo, vivamente conmovido, le prestó mil espontáneos
-juramentos de constancia y fidelidad.</p>
-
-<p>&mdash;Volveré pronto&mdash;decía&mdash;, cuando tú me asegures
-que estás dispuesta a venirte conmigo.</p>
-
-<p>La miraba, gozoso de saberse profundamente amado,
-y sufriendo al verla tan atormentada y dolorosa, visibles
-ya en su cara los esfuerzos de la lucha que sostenía con
-el duro trabajo, apenas caído sobre los débiles hombros.
-¿Qué iba a ser de ella prolongando la amarga situación?
-De la cruel servidumbre, ¿la había de redimir el oro del
-primo o el amor del poeta?</p>
-
-<p>Como si la joven adivinase que aquella duda cabía en
-el pensamiento del amado, murmuró con furtiva esperanza:</p>
-
-<p>&mdash;¡Sí; volverás pronto!</p>
-
-<p>Y pudo sonreir: aún dijo alegres frases y devolvió promesas
-de ardorosa pasión, cauta y firme contra el primer
-asalto de una sorda inquietud que le empañó el terciopelo
-oscuro de las pupilas, igual que si la pálida sonrisa
-de los labios ya no pudiese volver nunca hasta los ojos
-donde había nacido.</p>
-
-<p>Quedaron los novios en verse por la tarde en la mies.
-Pensaba Florinda salir a la caída del sol, cuando el agua
-corriera por los liños en la hanegada de la Urz, ya vencido
-el trabajo del riego que traía a la moza desvelada.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_215" id="Page_215">[215]</a></span></p>
-
-<p>Despidióse Terán rendidamente, y se alejó despreocupado,
-con una ligereza de espíritu indefinible y extraña
-en aquel momento: sentíase optimista, lleno de dulces
-seguridades que apenas tenían raiz en su conciencia, mecido
-en vagas ilusiones no menos gratas por imprecisas
-y locas. Iba envuelto quizá, en cendales de amor, en el
-divino manto que cubre con infinita dulzura a quien lo
-recibe, y destroza las manos que lo tejen.</p>
-
-<p>Así encontró a Marinela, que huía de él y que cayó en
-sus brazos derretida en lágrimas. Cuando la dejó partir
-transido de compasión, perdió de repente la serena beatitud
-que le envolvía y hallóse despierto a sus íntimos
-cuidados, pesaroso de tocar tantas tristezas, perdido en
-confusiones y recelos, como si la zagala enfermiza le hubiese
-contagiado con los zollozos todas sus inquietudes y
-ansiedades.</p>
-
-<p>Horas enteras vagó irresoluto y febril al través de Valdecruces,
-acosado por la opresora sensación de hallarse
-prisionero. Una angustia de cárcel le martirizó en cada
-rúa triste y ardiente. Y el cansancio y la sed le llevaron
-a la entrada silenciosa de la taberna, sobre la cual un
-lienzo inmóvil y de dudoso color denotaba a estilo del
-país el tráfico de vinos.</p>
-
-<p>Pidió el forastero un vaso y una silla, no sin dar grandes
-voces, a las que acudió un anciano. Servido con mucha
-parsimonia, contemplado con asombro por una vieja
-que llegó tras el viejo, supo allí que el tío Cristóbal
-Paz había fallecido de un sofoco en la mies.</p>
-
-<p>&mdash;¿Trabajando?&mdash;preguntó con lástima.</p>
-
-<p>&mdash;¡Quiá!; no, señor; mirando cómo andaban al riego
-unas mujeres.</p>
-
-<p>&mdash;¿Las de Salvadores?</p>
-
-<p>&mdash;Esas; ya fué allá don Miguel con el Santolio pero no
-le alcanzó arma ninguna; ahora están esperando a la Justicia
-para levantarle.</p>
-
-<p>Descansó el poeta unos minutos, pagó con esplendidez<span class="pagenum"><a name="Page_216" id="Page_216">[216]</a></span>
-el vaso de agua con vino, y buscó una salida al campo,
-orientándose hacia naciente. Era casi la hora de su
-cita con <i>Mariflor</i>; y el trágico acontecimiento de la tarde
-parecía propicio a que la presencia del galán en la
-mies no inspirase desconfianzas.</p>
-
-<p>Ya en el libre camino aparece un poco nublado el cielo:
-tenues vellones grises circundan el ocaso donde el sol
-se inclina malherido por la noche, implacable y rojo sobre
-la sedienta planicie.</p>
-
-<p>Cuando Rogelio rinde la finísima senda de la mies y se
-asoma al campo baldío donde el cauce se tiende hacia el
-arroyo, un espectáculo de tremenda emoción le pasma y
-le sacude.</p>
-
-<p>Allí, donde la rotura brava del erial toca en suave cima
-con el borde del regatuelo, se yerguen Olalla y Ramona
-sobre los cárdenos fulgores de la luz poniente. El
-ronco retumbar de sus azadas repercute áspero y terrible,
-lo mismo que una cava de sepultura; avanzan y tunden
-las dos mujeres, solemnes y misteriosas frente al
-ocaso como si le estuvieran abriendo una sagrada fosa al
-astro moribundo; con mucha prisa, antes de que le envuelva
-la noche en el sudario gris de la llanura.</p>
-
-<p>El cadáver del tío Cristóbal duerme en la rastrojera,
-a medio cubrir por un piadoso abrazo de retamas; junto
-a él la tía Dolores reza o llora, y vigila en una expectación
-delirante; y en el otro confín del horizonte una orla
-de nubes pálidas tiende su pesadumbre a la orilla del
-cielo.</p>
-
-<p class="p2">La respetada hora de la siesta había pasado magnánima
-aquel día sobre las cavadoras de la mies de Urdiales.</p>
-
-<p>Aprovechó Olalla el reglamentario reposo para satisfacer
-un repentino impulso de su corazón. Y destacándose
-valiente en el abrasado rebujal, cortó en la mustia
-ribera del arroyo un haz tan grande de retamas como
-pudo ceñirle entre sus brazos, bien abiertos, robustos y<span class="pagenum"><a name="Page_217" id="Page_217">[217]</a></span>
-acogedores. Aún supo esmerarse con paciente solicitud,
-escogiendo en el retamal las flores menos tristes; quería
-cubrir al muerto contra las moscas y el sol, y hacerle los
-honores de la mies con un poco de dulzura.</p>
-
-<p>Mientras hacinó la pálida genesta sobre el cadáver,
-las otras dos mujeres rezaban el rosario, acurrucadas en
-la linde del plantío. Contaba Ramona las avemarías por
-los dedos, murmurando al final de cada decena, a guisa
-de responso:&mdash;<i>Requiescanquinpace</i>. Dijo después la letanía
-de la Virgen, en el mismo bárbaro latín, y comenzó
-a hilvanar una serie formidable de padrenuestros
-por las obligaciones del difunto.</p>
-
-<p>Tranquila, hierática, agotó la mujer el repertorio de
-las oportunas preces, con la calmosa ayuda de la vieja,
-cuando fué Olalla a sentarse entre las dos, murmurando:</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué hará Tirso, el heredero, con nosotras?</p>
-
-<p>&mdash;Quedarse con todo; quitarnos la casa; ese hereda
-las codicias con los intereses&mdash;respondió la madre&mdash;. Su
-cara morena parecía más oscura, y su acento, siempre
-brusco, sonaba más enrudecido.</p>
-
-<p>Callaron las tres un instante, sobrecogidas bajo la dureza
-de aquella afirmación.</p>
-
-<p>Tirso Paz tenía fama de avaricioso; recibía el caudal
-paterno después de una larga vida de privaciones, despechado
-contra la injusta suerte del hijo pobre que tiene
-un padre rico; de seguro heredaba ansioso, violento,
-impaciente de poseer, sin lástimas que para su miseria
-nadie tuvo, sin treguas piadosas que su mismo padre le
-enseñó a negar.</p>
-
-<p>Esta certidumbre tembló, fatídica, al borde de la mies,
-en el ardiente silencio lleno de luz, y ahogó sus ansiedades
-al imperioso aviso de Ramona que, consultando al
-sol, pronunció gravemente:</p>
-
-<p>&mdash;Acabóse la sosiega.</p>
-
-<p>Avanzó hacia el cauce con la azada al hombro; la anciana
-y la niña la imitaron y, al pasar junto al muerto,<span class="pagenum"><a name="Page_218" id="Page_218">[218]</a></span>
-las tres hicieron reverentes la señal de la cruz. Inició
-Ramona otra vez la cava con un brío salvaje, como si la
-tierra le fuese violentamente aborrecida, como si en cada
-golpe de los tundentes brazos pusiera un ímpetu de
-odio.</p>
-
-<p>Así avanzó la rotura al correr de las horas, entre una
-nube de polvo estéril, pálida sangre de las sequizas entrañas
-abiertas a la sed del centeno en furiosa persecución
-del regajal.</p>
-
-<p>A menudo la tremenda mujer volvíase hacia la muchacha
-para decir sordamente:</p>
-
-<p>&mdash;¡Aguanta, niña!</p>
-
-<p>Y la pobre bisoña, sin aliento, empapada en sudor,
-seguía los pasos de su madre, ya lejos de la abuela, que
-se quedaba atrás alisando maquinalmente los terrones
-movidos, sin saber lo que hacía, como un instrumento
-inútil y abandonado.</p>
-
-<p>Una súbita parálisis de todas sus fuerzas aplastaba a la
-tía Dolores en la hendedura, triste y absorta, escarbando
-el polvo. Sentíase impotente en el campo por primera
-vez en su vida. Sobre la infeliz, esclavizada a la tierra
-por un amor recio y sombrío, caía el dolor de la incapacidad
-con angustiosa certidumbre. Y cuanto más irremediable
-era su desventura, más sensible se alzaba en
-su pecho un oscuro rencor hacia aquella otra mujer,
-fuerte y joven que, arrebatándose en el trabajo como
-una furia, ordenaba soberbia:</p>
-
-<p>&mdash;¡Aguanta, niña!</p>
-
-<p>La esposa, inflexible para recibir al esposo pobre y
-enfermo, podía enorgullecerse como madre, capaz de
-acoger a un hijo desgraciado. Pero la mujer vieja, la
-inútil labradora, ya no tenía derecho ni a ser madre.</p>
-
-<p>Así pensaba turbiamente la tía Dolores, recordando,
-para mayor pesadumbre, el peligroso albur de sus hipotecas
-en poder de Tirso Paz, más temible que el propio
-tío Cristóbal. Sin mies, sin casa y sin arrestos para el trabajo,<span class="pagenum"><a name="Page_219" id="Page_219">[219]</a></span>
-ya no lograría recibir a Isidoro, ni valerle ni ampararle;
-¡ya se había acabado todo para ella en el mundo!</p>
-
-<p>Probó la triste anciana a reanimar sus bríos, aún recientes,
-sobre la bien amada tierra. Quiso sentirla con la
-fuerte pasión de otras horas, y dominarla como en días
-mejores. Se inclinó audaz en el fondo del cauce, con la
-azada entre las dos manos, como disponiéndose a desenterrar
-con loca angustia sus fuerzas sepultadas y, al impulso
-del imposible deseo, cayó de rodillas hasta dar con
-la frente en el polvo.</p>
-
-<p>El chasquido agrio de los huesos no resonó tan fuerte
-como los golpes de la cava, y la vieja se alzó sin escándalo,
-vencida y pesarosa como nunca, a tiempo que una
-voz apremiaba, cada vez más distante:</p>
-
-<p>&mdash;¡Aguanta, niña!</p>
-
-<p>Se iba quedando la tía Dolores sola con el muerto;
-le miró pávida y entontecida. Sobre él languidecía la genesta,
-formando un bulto largo y amarillo a ras de los
-rastrojos, en el borde de la rota.</p>
-
-<p>Sentóse cerca la mujer, con los recuerdos medio borrados
-y la seguridad de su impotencia convertida en
-lágrimas y oraciones.</p>
-
-<p>Algunas veces Olalla, viendo a la abuelita en tan singular
-actitud, llegóse a preguntarle si le hacía daño el
-sol. Ella negaba con un gesto del mortecino semblante,
-y la moza corría miseranda al arroyo para humedecer
-aquellos labios mudos, preguntando:</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué no busca la solombra? ¿Por qué no quiere
-descansar dello?</p>
-
-<p>La abuela balbucía en vago deliquio:</p>
-
-<p>&mdash;¡Aguanta, aguanta!</p>
-
-<p>Y volvía a quedarse con el difunto, lejos de las cavadoras.</p>
-
-<p>Comenzó a llegar gente por los senderos de la mies;
-algunos rapaces, prófugos de la escuela, algunas ancianas
-compasivas, el cura, el sacristán y el enterrador.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_220" id="Page_220">[220]</a></span></p>
-
-<p>Don Miguel reconoció ligeramente el cadáver, habló
-con las testigos de la imprevista muerte, y se volvió a
-marchar.</p>
-
-<p>Las mujerucas, sin interrumpir el trabajo de sus vecinas,
-repitieron con unción:&mdash;¡Biendichoso!</p>
-
-<p>Fuése el sepulturero a preparar la fosa, con serena
-delectación, y tío Rosendín, el sacristán, devolvió respetuosamente
-a la parroquia los sagrados óleos que habían
-acompañado a don Miguel.</p>
-
-<p>También los chiquillos desfilaron curiosos de ver
-llegar a la Justicia: impacientes por escoltarla, y por
-correr en las callejas del pueblo la trágica novedad.</p>
-
-<p>&mdash;Hasta la noche no pueden venir los de Piedralbina&mdash;había
-dicho el sacerdote&mdash;. Al paso lento de Facunda
-es imposible que les llegue el mensaje antes de
-las seis.</p>
-
-<p>Y toda la expectación quedó suspendida para el anunciado
-desfile.</p>
-
-<p>Mientras tanto el cauce tocaba ya la ribera del arroyo,
-y Ramona mandó a su hija hacer algunos sabios cortes
-en el terreno de la mies, para cuando el agua corriese.</p>
-
-<p>Arrastrándose entre los liños, la moza abrió con un
-destral leves surcos en la cabecera de la «hanegada». Y
-alzóse pronto, ardiendo en el calor reconcentrado de los
-panes, congestionada por la postura y el esfuerzo, para
-correr a la cumbre de la rota, obediente a la sugestión
-del terrible grito:</p>
-
-<p>&mdash;¡Aguanta, niña!</p>
-
-<p>Unos zarpazos más; un anhelo bravío de respiraciones;
-la suprema tensión de los músculos, el último temblor
-desesperado de los nervios, y las dos mujeres ven
-cómo el agua corre, humilde y fácil, convirtiendo la dura
-zanja en blando atanor de promesas bienhechoras.</p>
-
-<p>Tiembla y canta el arroyo, el sol se pone, los panes
-beben y las heroínas de la cava, febriles y deshechas, reposan
-junto al muerto...</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_221" id="Page_221">[221]</a></span></p>
-
-<p>Cuando avanza Terán en el grave escenario, otra
-sombra le sigue. Florinda registra también la rastrojera
-desde el borde de un sendero. Llegan los dos al grupo
-singular, le miran silenciosos y escuchan cómo la abuela
-dice con furtiva emoción, que parece escapada de un
-delirio:</p>
-
-<p>&mdash;¡Ya no podré recibir a Isidoro!</p>
-
-<p>Se vuelve Ramona hacia aquel acento profundo, y sorprendiendo
-toda la amargura de la incapacitada madre,
-piensa de pronto en la propia vejez, ve de ella un ejemplo
-en la sombría inutilidad de la anciana, y llora con
-violentos sollozos, lívido el semblante reluciente de sudores,
-temblando el cuerpo, que despide un áspero olor
-montuno.</p>
-
-<p>Florinda y su novio retroceden espantados, sin adivinar
-el origen de tan repentino desconsuelo: quizá piensan
-huir de aquel brusco drama incomprensible cuando
-una atracción fuerte les inclina sobre el cadáver del tío
-Cristóbal.</p>
-
-<p>A la dormida luz del anochecer, bajo las retamas que
-ha movido la curiosidad, sólo enseña el viejo sus garrosas
-manos, con las uñas henchidas de la tierra arrebatada
-a los rastrojos en el arañazo supremo.</p>
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-023.jpg" width="400" height="175"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_222" id="Page_222">[222]</a></span></p>
-<p>&nbsp;</p>
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_223" id="Page_223">[223]</a></span></p>
-
-<div class="chapter">
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-025.jpg" width="400" height="145"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<h2>XV<br /><br />
-<span class="pch">EL MENSAJE DE LAS PALOMAS</span></h2>
-
-<div>
- <img class="dc1" src="images/dh.jpg" width="200" height="196" alt=""/>
-</div>
-<p class="dc13">HOY parte el poeta: después de medio
-día vendrá junto a los tapiales
-del huerto para despedirse
-de su amada.</p>
-
-<p>«Volverá pronto». Esta frase
-se ha repetido muchas veces en
-pocas horas, entre enamoradas
-ponderaciones. Meditándola con
-invencible angustia, <i>Mariflor</i>,
-convertida en lavandera, encrespa ropa junto a Olalla
-en el caz vecino de su calle.</p>
-
-<p>Muéstrase el cielo un poco aborrascado, y la temperatura,
-apacible, tiene el sutil frescor de la humedad.</p>
-
-<p>Silenciosas trabajan las dos jóvenes, mucho más hábil
-<i>Mariflor</i> de lo que su impericia pudiese prometer. La
-tristeza le aploma el pensamiento; mueve las delicadas
-manos entre espumas como una dócil máquina insensible.</p>
-
-<p>Mira Olalla las nubes pensando en la inutilidad del<span class="pagenum"><a name="Page_224" id="Page_224">[224]</a></span>
-riego, y suspira al acordarse de la próxima siega: tampoco
-habrá un jornal para los segadores, ni un respiro para
-el descanso, ni una tregua en el bárbaro trajín, superior
-al esfuerzo de las pobres mujeres.</p>
-
-<p>Un vendedor ambulante pasa con su mulo cargado de
-baratijas y pregona cansado:</p>
-
-<p>&mdash;¡Tienda... tienda!</p>
-
-<p>&mdash;Vende hilo, agujas, adornos y otras cosas&mdash;dice
-Olalla a su prima con cierto orgullo.</p>
-
-<p>&mdash;Pero, ¿vende, de veras?</p>
-
-<p>&mdash;¡Natural!</p>
-
-<p>&mdash;Como aquí no hay quien compre...</p>
-
-<p>&mdash;¿No ha de haber? Se le cambian por las mercancías,
-huevos, lardo, palomas, simientes... gana mucho.</p>
-
-<p>En un silencio inalterable y sordo, repercute el eco del
-pregón:</p>
-
-<p>&mdash;¡Tienda... tienda!</p>
-
-<p>Al final de la calle, por la plazoleta de la fuente, cruza
-un maragato en alta cabalgadura, con equipaje y espolique.</p>
-
-<p>&mdash;¿Tirso Paz?&mdash;interroga Olalla con zozobra.</p>
-
-<p>&mdash;Parece joven. Tirso, ¿no es viejo?</p>
-
-<p>&mdash;Dicen que sí: yo no le conozco.</p>
-
-<p>Se quedan mudas y violentas, procurando ocultarse
-mutuamente las íntimas preocupaciones. Y al mediar la
-mañana terminan su labor.</p>
-
-<p>No hay nadie en el <i>estradín</i> por donde las dos mozas
-buscan los pasillos, tornando a la casa por el corral.</p>
-
-<p>Marinela, doliente, calla en su dormitorio; y cuando
-Florinda quiere abrir el suyo, tropieza un fardo en el
-suelo y ve sobre la cama ropas de hombre, unas bragas
-y una almilla, llenas de polvo.</p>
-
-<p>&mdash;Ha venido tu primo, de repente, sin avisar&mdash;dice
-Ramona detrás de la muchacha&mdash;, y como ésta es la habitación
-de los forasteros...</p>
-
-<p>Florinda parece de piedra ante aquel masculino traje<span class="pagenum"><a name="Page_225" id="Page_225">[225]</a></span>
-maragato. Y Olalla, que también se asoma al camarín,
-prorrumpe azorada:</p>
-
-<p>&mdash;¡Ha venido Antonio!... Era aquel viajero que vimos
-pasar.</p>
-
-<p>Y palidece como una muerta.</p>
-
-<p>&mdash;Sí; entró por la otra rúa&mdash;corrobora la madre con
-la voz menos agria que de costumbre.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y dónde está? pregunta al cabo Florinda, con aire
-estúpido.</p>
-
-<p>&mdash;En cuanto se mudó de traje marchó a casa del
-señor cura: dice que le ha llamado él y que viene sobre
-lo de la boda.</p>
-
-<p>&mdash;Pues voy allá, ahora mismo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Tú?</p>
-
-<p>&mdash;¡Claro!</p>
-
-<p>&mdash;Nunca vi cosa semejante: ¡una rapaza tratando con
-el novio del casamiento!</p>
-
-<p>&mdash;Mi primo no es mi novio; pero si lo fuera, con
-mucha más razón necesitaría hablar con él inmediatamente.</p>
-
-<p>Tan firme era el acento de la niña y tan rotunda su
-determinación, que Ramona, obligada a transigir, quiso
-imponer su autoridad exigiendo:</p>
-
-<p>&mdash;Olalla irá contigo.</p>
-
-<p>&mdash;Que venga.</p>
-
-<p>Y al volverse hacia su prima, asombróse <i>Mariflor</i> de
-hallarla sin colores, desconcertada y absorta.</p>
-
-<p>&mdash;¿No vamos?&mdash;le dice.</p>
-
-<p>&mdash;Pero así, sin componernos un poco...</p>
-
-<p>&mdash;Si no tardas...</p>
-
-<p>&mdash;De un volido acabo.</p>
-
-<p>La maragata rubia desaparece seguida de su madre,
-mientras Florinda, sin entrar en la habitación, aguarda
-impaciente, sufriendo el brusco asalto de contradictorias
-emociones. ¿Qué va a conseguir de Antonio? ¿Cómo es
-él, y cómo la juzgará a ella? Su suerte se decide sin duda<span class="pagenum"><a name="Page_226" id="Page_226">[226]</a></span>
-en este día nublado y grave que pasa por Valdecruces
-tan sigiloso, tan descolorido...</p>
-
-<p>Le parece a <i>Mariflor</i> que su prima tarda; se sorprende
-al considerar que se está componiendo como para
-una fiesta, sólo porque ha llegado Antonio. Y con un
-inevitable gesto de coquetería, ella se alisa también con
-las manos los cabellos, se sacude el vestido y repara los
-pliegues del jubón: quizá entrase al gabinete para corregir
-con más detalles el tocado, si una instintiva repulsión
-no la dejara otra vez tan meditabunda que no se fija en
-el atavío lujoso con que Olalla vuelve, ni en su semblante,
-ya compuesto y servicial.</p>
-
-<p>Hasta la vivienda del párroco no cruzan las dos primas
-una sola frase; pero ya en la puerta de don Miguel,
-Olalla detiene ansiosa a Florinda, y murmura difícilmente:</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué le vas a decir?</p>
-
-<p>&mdash;Que nos salve.</p>
-
-<p>&mdash;Y... ¿no le quieres?</p>
-
-<p>&mdash;Para marido, no.</p>
-
-<p>&mdash;¡Piénsalo bien!; si le venenas las intenciones, nos dejará
-en la misma tribulanza.</p>
-
-<p>&mdash;¡No puedo hacer más!</p>
-
-<p>Ahora es <i>Mariflor</i> la que palidece y tiembla con un
-gusto amargo en la boca y un velo de turbaciones en las
-pupilas.</p>
-
-<p>&mdash;¿Está arriba Antonio?&mdash;pregunta a Ascensión, que
-la recibe.</p>
-
-<p>&mdash;Está.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y... Rogelio?</p>
-
-<p>&mdash;No le he visto salir.</p>
-
-<p>&mdash;Pero, ¿estaba con don Miguel?</p>
-
-<p>&mdash;Estaba.</p>
-
-<p>&mdash;Entonces...</p>
-
-<p>&mdash;No oigo hablar más que a dos personas... Don Rogelio
-entra y sale a menudo.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_227" id="Page_227">[227]</a></span></p>
-
-<p>Cuando la valiente muchacha preguntó a la puerta
-del despacho:&mdash;¿Se puede?...&mdash;un silencio de expectación
-dió margen al permiso, y la visita nueva fué acogida
-con el mayor asombro.</p>
-
-<p>Hacía poco más de un cuarto de hora que la misma
-Ascensión pidió allí audiencia para Antonio Salvadores.</p>
-
-<p>&mdash;Está abajo, preguntando por usted&mdash;había anunciado
-la muchacha a su tío.</p>
-
-<p>El sacerdote, sin titubear, contestó:</p>
-
-<p>&mdash;Que suba.</p>
-
-<p>En tanto que Rogelio decía apresuradamente:</p>
-
-<p>&mdash;Yo me voy.</p>
-
-<p>Pero con una repentina inspiración le aconsejó su
-amigo:</p>
-
-<p>&mdash;Entra en mi alcoba.</p>
-
-<p>&mdash;¿A qué?... ¿a escuchar?</p>
-
-<p>&mdash;A enterarte.</p>
-
-<p>&mdash;¿Como en las comedias?</p>
-
-<p>&mdash;Y como en la vida.</p>
-
-<p>&mdash;No; no me gusta...</p>
-
-<p>&mdash;Si te asaltan escrúpulos, hay un falsete; pero quizá
-te interese lo que oigas.</p>
-
-<p>Y como ya resonaban en el pasillo los zapatones del
-forastero, don Miguel cerró la puerta acristalada, delante
-del artista, y le dejó allí, azorado, a media luz, detenido
-a pesar suyo por la curiosidad.</p>
-
-<p>Primero oyó cómo se cruzaron los saludos de rúbrica:
-una voz recia y joven alternaba con la de don Miguel.
-Según aquella voz, el viajero no había encontrado
-en casa de la abuela más que a la tía Ramona, y sin tomar
-descanso alguno acudía impaciente a la cita con el
-párroco. El cual, atacado también de la impaciencia, no
-anduvo con rodeos para llegar al fondo de la conversación;
-y la primera novedad que el maragato supo, fué
-que su prima ya no tenía dote.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_228" id="Page_228">[228]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Entonces retiro mi palabra de casamiento&mdash;dijo la
-voz firme, no sin barruntos de contrariedad.</p>
-
-<p>Volvióse el poeta con indignación hacia los cristales:
-los visillos de tul dejaban entrever la salita mucho más
-alumbrada que la alcoba, y el enamorado pudo distinguir
-al hombre que fué hasta aquel instante su rival.</p>
-
-<p>&mdash;Tu abuela está en ruina como sus hijos&mdash;decía don
-Miguel, disimulando con palabras corteses la cólera de
-su acento&mdash;; tiene toda la hacienda empeñada y padece
-una vida miserable; tus primas andan al campo como las
-más infelices del país, y tú eres rico, y es menester que
-no las abandones, por caridad y por obligación.</p>
-
-<p>La temblorosa llamada de Florinda atajó en los labios
-de su primo un reproche violento.</p>
-
-<p>&mdash;¿Obligación?&mdash;iba a clamar&mdash;. ¿Y para decirme esta
-me fuerzan a venir?</p>
-
-<p>Entraron las jóvenes con silenciosa acogida. Olalla,
-en actitud muy recoleta, bajaba los ojos jugando con el
-floquecillo de su elegante pañuelo; <i>Mariflor</i> paseó por
-la sala un relámpago febril de sus pupilas oscuras, y
-viendo solos al maragato y al sacerdote, recobró un
-poco de serenidad.</p>
-
-<p>&mdash;Esta será la hija de mi tío Martín&mdash;masculló Antonio
-después de saludar embarazosamente.</p>
-
-<p>&mdash;Esta es&mdash;dijo el cura.</p>
-
-<p>&mdash;Por muchos años...</p>
-
-<p>Y se quedó el mozo sin saber cómo atormentar a su
-sombrero entre las manos gordinflonas.</p>
-
-<p>Habíase parado <i>Mariflor</i> junto a su primo, espiándole
-en muda pesquisa, llena de esperanza y de inquietud.</p>
-
-<p>Era ancho, fuerte, carilucio; tenía cortos los brazos,
-cándidos los ojos, tímido el porte. Vestía rumboso traje,
-compuesto de pespunteada camisa, chaleco rojo con
-flores y botonadura de plata, bragas de rosel, sayo de
-haldetas, atacado por sedoso cordón, botines de paño
-con ligas de «viva mi dueño», y churrigueresco cinto<span class="pagenum"><a name="Page_229" id="Page_229">[229]</a></span>
-donde esplendía otro galante mote de amorosa finura;
-bajo las polainas, unos enormes zapatos de oreja tomaban
-firme posesión del suelo.</p>
-
-<p>Para abreviar los enojosos preliminares de la conferencia,
-don Miguel, ceñudo, molesto, se apresuró a decir
-a la muchacha:</p>
-
-<p>&mdash;Antonio ya conoce vuestra situación. Y la tuya, particularmente,
-le inclina, por lo visto, a no insistir en sus
-pretensiones de casamiento.</p>
-
-<p>Al singular descanso que estas palabras ofrecieron a
-la moza, mezclóse, al punto, una viva impresión de repugnancia.
-¿Qué iba a pedir al mezquino corazón de
-aquel hombre? ¿Cómo sería posible conmoverle, ni con
-qué dignidad intentarlo en aquel instante?</p>
-
-<p>El estupor y la vergüenza no la hicieron bajar los ojos:
-se los clavó a su primo honda y calladamente, hasta hacerle
-sudar y retroceder: nadie le había mirado así.</p>
-
-<p>Viéndole tan confuso y torpe, sacrificó ella un fácil
-desquite, diciendo, con toda la dulzura de su voz y toda
-la generosidad de su espíritu:</p>
-
-<p>&mdash;No te hemos llamado para tratar de bodas, sino
-para pedirte que remedies a la abuela hasta que mi padre
-logre remediarla. Hace tres meses que vine aquí sin
-sospechar lo que ocurría, y trato con don Miguel, nuestro
-protector, de salvar la hacienda, que se está perdiendo
-por ignorancia y timidez... No se atrevió la pobre
-vieja a confiarse a ti, que eres rico y dadivoso...</p>
-
-<p>Subrayó Florinda este prudente discurso con una leve
-sonrisa irónica, dulce mohín con el cual perdonaba desde
-luego el áspero desdén de su pariente.</p>
-
-<p>&mdash;¿No respondes?&mdash;añadió con asombro ante el silencio
-del maragato.</p>
-
-<p>Y como aún callase, sudoroso, deshilando las borlas
-del sombrero, avanzó la niña y le puso las dos manos
-en los hombros suavemente, con familiar llaneza.</p>
-
-<p>&mdash;¡Vamos, primo! Tú eres un hombre educado, un<span class="pagenum"><a name="Page_230" id="Page_230">[230]</a></span>
-caballero, y no puedes consentir que la abuela, por faltarle
-un apoyo, se quede en mitad de la calle, tan
-viejecilla, tan triste... ¿No la has visto? Se ha vuelto un
-poco chocha con los años y las lágrimas y los dolores...
-Si tú no la proteges, se quedará sin tierras y sin yuntas,
-sin huerto y sin casa. Todo se lo debe a Tirso Paz, por
-un puñado del dinero que a ti te sobra.</p>
-
-<p>&mdash;¡Diablo de chiquilla!&mdash;musitó el cura.</p>
-
-<p>Olalla rompió a llorar con grandes hipos, y en la alcoba
-parecía que alguien se revolviese.</p>
-
-<p>Pero Antonio, inmóvil, petrificado bajo los finos dedos
-de <i>Mariflor</i>, no resollaba. Nunca tuvo cerca de la
-suya una cara tan hermosa; jamás una voz parecida sonó
-tan suave y angelical en aquel oído de comerciante; ni
-el mozo suponía que en el mundo existiesen criaturas
-con tanta labia, tanto atractivo y tamaño corazón.</p>
-
-<p>&mdash;¿No respondes?&mdash;insistió ella, intentando zarandearle
-con blando movimiento.</p>
-
-<p>No consiguió moverle; creyó inútil su generosa hazaña,
-y los lindos brazos, afanosos, cayeron sobre el delantal
-en desfallecida actitud.</p>
-
-<p>Como si sólo entonces fuese el muchacho dueño de su
-albedrío, levantó sus claras pupilas con arrobamiento
-hacia los ojos que le acechaban.</p>
-
-<p>Los halló impenetrables, sumergidos en solemnes tinieblas,
-y volvió a bajar los suyos con invencible respeto.
-En tanto, <i>Mariflor</i> leyó en la repentina mirada tal
-propósito, que retrocedió convulsa hasta apoyarse en un
-escabel.</p>
-
-<p>&mdash;Pues, hablaremos del asunto aquí el párroco y yo&mdash;dijo
-de repente Antonio con cierto brío.</p>
-
-<p>Olalla cesó de llorar y Florinda no supo qué decir;
-sentía congelada su elocuencia, y no se hubiese atrevido
-a tender de nuevo los brazos, persuasiva y deprecante.</p>
-
-<p>Nadie se había sentado. Don Miguel, perplejo, irresoluto,
-liaba un cigarrillo para Antonio, paseando entre la<span class="pagenum"><a name="Page_231" id="Page_231">[231]</a></span>
-mesa y el balcón, sin atreverse a hablar por miedo a
-arrepentirse. Iba cayendo en la cuenta de que lo hubiera
-echado todo a perder si Florinda no le acude con el
-dominio de su voluntad y el «ángel» de su persona. Mas
-¿no iban ya demasiado lejos las influencias de la muchacha?</p>
-
-<p>El cura lo temía, viéndola tan ansiosa y escuchando
-las amigables razones del primo.</p>
-
-<p>Se desgarraron doce campanadas en un viejo reloj
-mural y casi al mismo tiempo vibró en el aire el agudo
-tañido de la esquila, volteada en la parroquia.</p>
-
-<p>Don Miguel comenzó a rezar «las oraciones»; un murmullo
-piadoso zumbó en el aposento; parecía que unas
-alas invisibles agitasen brisas de paz sobre las inclinadas
-frentes. Cuando se alzaron ungidas por la señal de la
-cruz, los ojos benignos del sacerdote se posaron en <i>Mariflor</i>
-con misericordia. Ella inició una desconcertada
-sonrisa que pudo ser de aliento o de quebranto, y don
-Miguel se resolvió a decir:</p>
-
-<p>&mdash;Bueno, pues Antonio y yo trataremos con calma de
-vuestros intereses.</p>
-
-<p>&mdash;¡Eso!&mdash;aseveró con energía el aludido.</p>
-
-<p>&mdash;Vosotras&mdash;añadió el cura&mdash;avisaréis en casa que el
-viajero come hoy aquí.</p>
-
-<p>Unas fugaces excusas del invitado, una leve porfía de
-Olalla para que les acompañase, y las mozas partieron
-con la promesa de que Antonio iría más tarde a visitar a
-la abuelita.</p>
-
-<p>Por el camino, la maragata rubia dice muy alegre:</p>
-
-<p>&mdash;De ese lado abesedo sopla mucho el aire; va a
-llover.</p>
-
-<p>Y la fresca brisa del Norte que les azota el rostro, le
-parece a <i>Mariflor</i> que corre triste, con amargura de lágrimas.
-Se detiene la moza a escuchar aquel sordo gemido,
-inquietante para ella como un augurio, y Olalla se
-admira.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_232" id="Page_232">[232]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¿Qué oyes?...&mdash;pregunta&mdash;. Es el pregón del quincallero.</p>
-
-<p>Entre los silbos del aire tormentoso, una voz repite
-con errabunda melancolía:</p>
-
-<p>&mdash;¡Tienda..., tienda!...</p>
-
-<p class="p2">Supo Antonio Salvadores que don Miguel tenía en
-casa un amigo forastero, el cual aquella misma tarde regresaba
-a Madrid. Y, de acuerdo con el cura, consintió
-el maragato en aplazar toda gestión para después de la
-anunciada partida.</p>
-
-<p>El huésped hizo las presentaciones entre sus comensales
-con mucha delicadeza; pero la hora de comer transcurrió
-silenciosa, bajo la respectiva preocupación de
-cada uno, acentuada en Antonio por su gran cortedad y
-su recelo al trato con gente de pluma, novelistas a caza
-de tipos y de observaciones que, a lo mejor, sacan en los
-papeles a los pacíficos ciudadanos.</p>
-
-<p>Miraba el comerciante de reojo al poeta, sin perder el
-apetito ni acertar a decir una palabra. Y el poeta sorprendía
-con poco disimulo la ordinariez de aquellos dedos
-glotones y de aquella boca bezuda, reluciente de
-grasa, con tendencia a sonreir y a tragar en golosa premeditación.</p>
-
-<p>&mdash;¡Un hombre semejante despreciaba a Florinda!</p>
-
-<p>Esta idea, produciendo sublevaciones bizarras en el
-ánimo de Terán, ponía, sin embargo, a sus ojos una sombra
-de humillación sobre las excelencias de su novia.</p>
-
-<p>Mansamente, contra todos los impulsos de la voluntad,
-un cierto desencanto se adentraba, furtivo, en el pecho
-del vate, y galopaba, rebelde, por tierras de la fantasía,
-a la vanguardia de los sentimientos más nobles. Al
-desaparecer las dificultades en torno de aquel cariño, en
-las ambiciones de Terán enfriábase el astro del deseo:
-¡humano tributo a la vasta inquietud de la imaginación,
-que en los poetas suele tener un dominio incurable!</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_233" id="Page_233">[233]</a></span></p>
-
-<p>Como si una racha de viento borrase de repente en
-las nubes la colosal figura de un águila, dejándola convertida
-en mariposa, así la imagen de <i>Mariflor</i> venía a
-quedar en la mente de Rogelio al nivel de otra zagala,
-sin ventura y sin novio; el brutal desdén del maragato
-desvanecía las fantásticas nubes.</p>
-
-<p>Acababa el poeta de despedirse de la niña, asaltado
-por la turbia impresión de todas aquellas novedades.</p>
-
-<p>Mostróse cautivo y devoto como siempre, y renovó
-sus promesas y afirmaciones con las mismas palabras de
-otros días; pero en la alta emoción de aquel instante, solamente
-los labios de la moza guardaron a los profundos
-sentimientos una santa fidelidad.</p>
-
-<p>&mdash;Ahora sí que volverás pronto&mdash;dijo la muchacha,
-tratando de sonreir&mdash;. Ya soy libre como el aire. Mi primo
-no me quiere porque no tengo dote, y ya no depende
-de mi boda el bienestar de la familia; ¿te lo ha contado
-don Miguel?</p>
-
-<p>Ocultaba, modesta, la intención de aquella singular
-mirada sorprendida en Antonio. Y sintió el caballero enrojecer
-su frente al acordarse de la grosería con que fué
-rechazada su novia.</p>
-
-<p>&mdash;Algo me ha dicho&mdash;balbució, añadiendo en la acerbidad
-de su encono&mdash;. Tú no debías dirigir la palabra a
-ese hombre; eres demasiado humilde.</p>
-
-<p>&mdash;¡Si él ayuda a la abuela!...</p>
-
-<p>&mdash;Aunque la ayude.</p>
-
-<p>Dulcificó al punto sus frases y su acento mientras callaba
-la niña con todo el dolor reconcentrado en los
-ojos.</p>
-
-<p>Rogelio tenía prisa; le aguardaban para comer y debía
-salir muy temprano de Valdecruces a tomar en Astorga
-el tren de las cinco. Buscaría el camino más corto por la
-carretera, huyendo del erial.</p>
-
-<p>También a <i>Mariflor</i> la esperaban en la cocina delante
-de la olla, entre coloquios y comentarios.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_234" id="Page_234">[234]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Te escribiré muchas cartas&mdash;prometió el poeta,
-cada vez más compasivo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y versos?...</p>
-
-<p>&mdash;¡Muchos!</p>
-
-<p>Sonrió él con deleite, alucinado por la repentina ambición
-de entonar canciones pastoriles a la bella musa
-de los zarzales, allí amorosa en medio del escaramujo y
-de las urces.</p>
-
-<p>Los últimos adioses se cruzaron fervientes; una emoción
-de arte prevalecía sobre todos los peligros de la
-inconstancia. Florinda acompañó a su novio a lo largo de
-la rúa con una mirada de ingenua adoración.</p>
-
-<p>En la explanada de la fuente el recuerdo de Marinela
-Salvadores detuvo al caminante. El candor del agua y
-los matices verdes y azulinos del suave manantial, le
-trajeron con ternura a la memoria la imagen de la niña,
-sus ojos zarcos y volubles y aquel saludo lírico que tanto
-la asustó a la llegada del forastero; ¿qué había sido de
-ella? Lo preguntaría antes de marchar, arrepentido de
-haber olvidado en absoluto a la triste zagala que una
-tarde le dejó sobre el pecho la limosna de su llanto misterioso.</p>
-
-<p>Todas las impresiones de aquellos quince días extraños,
-remansaban de pronto seductoras en la conciencia
-del artista, como recordación de un sueño peregrino
-que le obligase a sonreir.</p>
-
-<p>Junto a la parroquia levantó los ojos a la torre, y el
-lecho vetusto de la cigüeña le dejó extático una vez más.
-Ya crotoraban audazmente los hijuelos bajo las alas regias
-de la madre, mientras el macho, solícito como nunca,
-limpiaba de reptiles la mies y nutría la prole en incesantes
-revuelos alrededor del nido.</p>
-
-<p>El silencio de la calzada, la cobardía de la luz y el
-semblante rústico del cuadro, sumergieron a Terán en
-artísticas divagaciones. Y se abandonó a gustarlas con el
-íntimo gozo de saber que las iba a sustituir por otras nuevas.<span class="pagenum"><a name="Page_235" id="Page_235">[235]</a></span>
-Puso en sus pensamientos, como romántica aureola,
-un incitante sabor de despedida, la dulce lástima de un
-abandono que no punza, la perfidia sutil de quien siente
-por cada placer desflorado vivas ansias de placeres
-en flor...</p>
-
-<p>De toda aquella despiadada dulzura, sólo queda ahora
-enfrente de Antonio Salvadores un movimiento de
-disgusto hacia el zafio mercader que despertó al prócer
-caminante embelesado en el más lindo sueño de su vida.
-Quiere el soñador compadecerse a sí mismo, como si
-Antonio le hubiese causado un grave mal obligándole a
-partir; y no analiza la miseria de aquel secreto goce con
-que parte, ni la llama oscura de egoísmos que arde en
-su corazón desde que Florinda se le aparece libre. Ni
-siquiera se le ocurre pensar que su viaje ya no es urgente,
-ni quizá oportuno; el corazón y la lógica no dicen
-al novio y al caballero que la felicidad y el amor le debían
-detener...</p>
-
-<p>Se habla en la mesa de que llegó por la mañana, procedente
-de León, el heredero del tío Cristóbal Paz. Rogelio
-calla y apenas come, nervioso y susceptible, mientras
-el maragato devora. Don Miguel observa a su amigo
-con alguna confusión, y el <i>Chosco</i> avisa que ya está preparado
-el mulo con el equipaje.</p>
-
-<p>Las despedidas son breves, porque el viajero no sabe
-disimular su impaciencia; y el enterrador, que oficia de
-espolique, toma el camino con la cabalgadura, delante
-de Terán, a quien acompaña un rato el sacerdote.</p>
-
-<p>Ya en mitad de la calle, se vuelve el mozo como si
-algo se le olvidara. Ascensión, que aún le despide desde
-la puerta, averigua complaciente:</p>
-
-<p>&mdash;Qué, ¿dejó alguna cosa?</p>
-
-<p>&mdash;A Marinela Salvadores, ¿qué le ocurre?... No la he
-visto...</p>
-
-<p>&mdash;Dicen que adolece de medrosía.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pobre!</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_236" id="Page_236">[236]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Ya le contaré que preguntó por ella.</p>
-
-<p>&mdash;Gracias.</p>
-
-<p>&mdash;Condiós; buen viaje.</p>
-
-<p>&mdash;¡Adiós!...</p>
-
-<p>Una tirantez extraña enmudece a los dos amigos en
-los primeros pasos, camino de la libertadora carretera.</p>
-
-<p>No habían tenido tiempo de cambiar impresiones desde
-la llegada del maragato, y don Miguel mostrábase
-receloso de la singular actitud del vate. Éste rompe el
-silencio con alguna vacilación:</p>
-
-<p>&mdash;¿Has visto qué rufián?&mdash;alude, sacudiendo la tierra
-con un mimbre espoleador que agita entre los
-dedos.</p>
-
-<p>&mdash;Ya tienes libre a la paloma&mdash;responde el cura, sin
-declarar que le inspiran desconfianza las apariencias de
-Antonio.</p>
-
-<p>Rogelio, evasivo, empeñándose en tener que estar
-muy enojado, adopta un aire de víctima:</p>
-
-<p>&mdash;Si, sí; pero es insufrible someterse a regateos y tapujos
-con un tipo semejante.</p>
-
-<p>&mdash;Tú ahora nada arriesgas con la caridad de Florinda,
-independiente ya de vuestro amor y de vuestros
-propósitos.</p>
-
-<p>&mdash;Pues, sin embargo, me duelen estas luchas tan
-mezquinas y pueriles en que se apasionan corazones
-grandes, cuando hay fuera de aquí una vida fuerte y
-ancha donde luchar y vencer.</p>
-
-<p>&mdash;¿Vencer?&mdash;murmuró el cura incrédulo&mdash;. ¡Ay, amigo!,
-a cualquier cosa le llamáis en el mundo éxito y logro...
-La pobre humanidad es en todas partes la misma;
-nació propensa a la ambición y al delirio. Mas para soñar
-es menester vivir, y para vivir... ¡es preciso comer!
-Todas las redenciones espirituales tienen, por culpa de
-nuestra humana condición, sus raíces en lo material. Yo
-me afano porque mis feligreses coman, a fin de que puedan<span class="pagenum"><a name="Page_237" id="Page_237">[237]</a></span>
-soñar con algo firme y duradero; si <i>Mariflor</i> me
-ayuda esta vez, ¡bendita sea!</p>
-
-<p>Bajó el poeta la frente un poco avergonzado y taciturno,
-sobrecogido por el recuerdo de aquella impetuosa
-caridad escondida de pronto, y que dos semanas
-antes le inflamó con su divina lumbre al través de la
-llanura.</p>
-
-<p>&mdash;¡Bravo luchador, que puedes vivir escarbando la
-tierra y soñando con el cielo!&mdash;exclamó en un arranque
-de involuntaria admiración.</p>
-
-<p>&mdash;Cumplo mi destino&mdash;respondió sencillamente el
-cura.</p>
-
-<p>Y ambos permanecieron mudos contemplando el paisaje,
-siempre raso y pobre, extendido entre besasanas y
-calveros, surcado por imperceptibles rutas hacia la pálida
-cinta de una carretera que iba a perderse en el horizonte:
-era el mismo que Florinda entrevió una tarde de
-abril, llegando a Valdecruces enamorada y triste.</p>
-
-<p>&mdash;Hay que aguantar, señor, si no quiere que se le escape
-el tren&mdash;advirtió el <i>Chosco</i>.</p>
-
-<p>&mdash;Sí; nos despediremos&mdash;dijo Terán&mdash;. A ti también
-te esperan.</p>
-
-<p>Y el sacerdote preguntó con un leve acento de ironía:</p>
-
-<p>&mdash;¿Volverás pronto?</p>
-
-<p>Aquella frase, tan acariciada en las últimas horas, sacudió
-la conciencia del viajero.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué duda cabe?... En cuanto me aviséis&mdash;aseguró
-cordial.</p>
-
-<p>Un fuerte abrazo; promesa de noticias; votos de cariño
-y gratitud, y el poeta montó en el mulo, que se alejó
-con paso rutinero y firme.</p>
-
-<p>Varias veces volvió el joven la cabeza hacia su amigo
-y le halló siempre inmóvil, con los brazos cruzados sobre
-el pecho en pensativa y extática actitud. La negrura del
-hábito sacerdotal emergía fuerte y rara sobre la yerta
-amarillez de los añojales.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_238" id="Page_238">[238]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¿Pérfido?&mdash;se preguntaba el apóstol con infinita pesadumbre&mdash;.
-No; un iluso, un equivocado&mdash;respondióse,
-poniendo el dedo en la llaga&mdash;. Los poetas suelen ser
-como los niños: volubles y crueles... Juegan con las emociones
-sin miedo a destrozar un corazón, sea el propio,
-sea el ajeno, por pura curiosidad, y, a veces, con el
-mejor propósito del mundo... Acaso los poetas, entre
-todos los hombres, merecen más, por su condición infantil,
-las compasivas palabras: «¡Perdónalos, Señor, que
-no saben lo que hacen!»...</p>
-
-<p>Bajo la sugestión de esta noble figura sacerdotal, majestuosa
-y triste sobre el adusto llano, caminaba Rogelio,
-distraído en meditaciones de todo punto ajenas a su
-amor.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y el secreto de este hombre&mdash;se decía&mdash;, ese remoto
-y «blanco» secreto que yo adivino y que se me escapa
-tal vez para siempre?... Y este pueblo extraño, insondable,
-¿de dónde procede al fin? ¿Es de origen oriental?
-¿bereber? ¿libio ibérico? <i>¿nórdico?</i>... Sufre los oscuros
-ensueños de los celtas; tiene la bravura torva de los moriscos
-y la fría seriedad de los bretones... Quizá le fundaron
-los primeros mudéjares; quizá...</p>
-
-<p>El cobijo blanco del pastor dió una cándida nota al
-paisaje, y el mental discurso quedó roto en la linde de la
-carretera, donde el viajero dió el último vistazo a Valdecruces.</p>
-
-<p>Todavía la silueta del sacerdote, negra y perenne,
-ponía un punto en la llanura gris. El caserío se columbraba
-apenas, confundiendo su pálido color con los difusos
-tonos de caminos y celajes.</p>
-
-<p>Poco después, a los ojos perseguidores del artista, el
-punto negro y la línea pálida fueron aplastándose contra
-la tierra hasta quedar borrados, confundidos, hechos cenizas
-del erial y rastrojo miserable del «aramio».</p>
-
-<p>Un bando de palomas voló apacible encima del poeta.
-El cual tuvo un instante de súbita emoción. Una corazonada<span class="pagenum"><a name="Page_239" id="Page_239">[239]</a></span>
-le inclinó ferviente en su cabalgadura, con el
-<i>jipi</i> en la mano y en los labios un beso, que en mensaje
-confió a las avecillas; algo se rompía dulce y noble en
-aquel pecho varonil picado de morbosas inquietudes;
-algo que circulaba por las venas del mozo como un derrame
-de ternura y de lástima.</p>
-
-<p>La sensación fué tan vehemente, que tomó al punto
-proporciones de remordimiento. Por primera vez aquel
-día tumultuoso para la conciencia de Terán, preguntóse,
-con repugnancia de su misma pregunta, si le sería posible
-haber pensado en abandonar a Florinda.</p>
-
-<p>&mdash;¿Pensarlo?... ¿«Consertir» en pensarlo?&mdash;musitó sonriente&mdash;¡Jamás!
-Volveré a buscarla rendido y fiel.</p>
-
-<p>Y por debajo de este gentil propósito, el débil sentimiento
-urdía una irremediable traición.</p>
-
-<p class="p2">Durante la silenciosa comida de aquella mañana, tuvo
-<i>Mariflor</i> singular empeño en ir y venir al dormitorio de
-Marinela para llevarle pan tostado y leche, agua con
-azúcar, palabras y caricias llenas de solicitud.</p>
-
-<p>A cada instante la enamorada triste fingía escuchar su
-nombre para levantarse y preguntar:</p>
-
-<p>&mdash;¿Me llamabas?... ¿Qué quieres?</p>
-
-<p>Con esta maniobra, a la cual se prestaba la preocupación
-de los demás, pudo dejar entera en el plato su ración
-y al fin sentarse junto al lecho de su prima que, a
-medio vestir, con el busto levantado sobre las almohadas
-y el semblante doloroso, se consumía en extraña enfermedad.</p>
-
-<p>Hasta el oscuro rincón de la paciente habían volado
-poco antes rumores de extraordinaria magnitud; la llegada
-del primo Antonio y la partida del forastero&mdash;como
-en Valdecruces llamaban al poeta&mdash;resonaron profundamente
-en la alcoba.</p>
-
-<p>Allí encontraba <i>Mariflor</i> hondos y vibrantes los ecos
-de su angustia, como si un secreto instinto la dijese que<span class="pagenum"><a name="Page_240" id="Page_240">[240]</a></span>
-su pesar hallaba en aquel aposento otro corazón donde
-repercutir, resignado y humilde.</p>
-
-<p>Denso vaho de fiebre trascendía de la cama, y la oscuridad,
-aposentándose en los rincones, sólo permitía un
-tenue dibujo a los perfiles de las cosas. <i>Mariflor</i> buscó
-las manos de la enferma, que trasudaba con el aliento
-hediondo y el pecho agitado.</p>
-
-<p>&mdash;¿Estás peor?&mdash;le dijo.</p>
-
-<p>&mdash;Mucho peor.</p>
-
-<p>&mdash;¿De veras?</p>
-
-<p>&mdash;¿No lo ves?</p>
-
-<p>La interrogación desconsoladora le sonó a Florinda
-como un reproche.</p>
-
-<p>&mdash;No; no lo veo&mdash;repuso, inclinándose ansiosa sobre
-aquel gemido; sólo descubrió la amarilla figura de una
-cara y la inquietante sombra de unos ojos. Transida de
-piedad, exploró el recuerdo de los últimos días, desde
-que Marinela llegó a casa, llorosa y medio delirante,
-contando la muerte del tío Cristóbal. Como entonces
-entrecortaba su relación balbuciendo convulsa:&mdash;No
-puedo, no puedo&mdash;así, a las instancias que le hacían
-para comer y dormir, respondió muchas veces con igual
-pesaroso deliquio:</p>
-
-<p>&mdash;No puedo; no puedo...</p>
-
-<p>La costumbre de verla padecer y dejarla soñar, abandonó
-a la zagala enfebrecida y sola en el escondite de
-su cuarto.</p>
-
-<p>Desfilaron las mujeres por allí, cada una con la prisa
-de sus faenas y el agobio de sus preocupaciones, y la dijeron:</p>
-
-<p>&mdash;¿Quieres algo?</p>
-
-<p>&mdash;Agua&mdash;contestó siempre.</p>
-
-<p>Olalla, por la noche, al acostarse con la enferma, padecía
-un instante de inquietud.</p>
-
-<p>&mdash;Tiés tafo nel respiro&mdash;observaba&mdash;y estás calenturosa.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_241" id="Page_241">[241]</a></span></p>
-
-<p>Pero la rendía el sueño, y a la mañana, el trabajo, envolviéndola
-en su rudo vasallaje, la empujaba fuera del
-hogar para suplir a la <i>Chosca</i> en el acarreo de la leña y
-en el cuidado de la cuadra.</p>
-
-<p>La tía Dolores descendía a la decrepitud vertiginosamente,
-como si alguien la empujase desde la cumbre de
-la voluntad y del esfuerzo.</p>
-
-<p>Y Ramona bregaba enfurecida en la mies, sachando
-entre las pujantes umbelas, solicitada allí por la blandura
-que el riego puso en el sembrado. Si posaba un minuto
-en la alcoba de su hija, era para fruncir más el ceño
-y vaticinar cosas terribles a propósito del maleficio de la
-tía Gertrudis.</p>
-
-<p>No era milagro que desde el hoyo de su cama la enferma
-recibiese a <i>Mariflor</i> como un rayo de luz. Durante
-aquellos tres días de exacerbado padecer, varias
-veces una voz suplicante dijo en la alcoba:</p>
-
-<p>&mdash;¡Ven acá!... ¡Quédate un poco junto a mí!...</p>
-
-<p>Y otra voz, apresurada, inquieta, respondía:</p>
-
-<p>&mdash;Ya voy... Más tarde... Luego iré...</p>
-
-<p>Florinda, en la congoja de sus pesadumbres y temores,
-no había tenido tiempo de acudir al llamado quejumbroso.</p>
-
-<p>Y Marinela aguardaba consumiéndose de recónditos
-afanes, con la obsesión de que en su prima moraba, en
-espíritu enamorado, el caballero de los ojos azules.</p>
-
-<p>Cuando los de ambas muchachas se buscaron en el
-espejo de las pupilas, la oscuridad no dijo más que zozobras,
-temblores y preguntas.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué te duele?&mdash;quería <i>Mariflor</i> saber.</p>
-
-<p>&mdash;Nada; me atormentan el miedo y el secaño.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y a qué tienes miedo?</p>
-
-<p>&mdash;A morirme... y a otras cosas.</p>
-
-<p>&mdash;Pues vas a vivir, a ponerte buena y a profesar clarisa.</p>
-
-<p>&mdash;No, no.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_242" id="Page_242">[242]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¿Ya no quieres?</p>
-
-<p>&mdash;Querer... sí&mdash;pronunció la zagala con alguna indecisión&mdash;;
-pero no tengo dote.</p>
-
-<p>&mdash;¡Le buscamos!</p>
-
-<p>&mdash;¿Tú?</p>
-
-<p>&mdash;Entre todas.</p>
-
-<p>&mdash;¡Si te casaras con el primo, que es tan pudiente!</p>
-
-<p>&mdash;Eso es imposible.</p>
-
-<p>&mdash;Entonces... con el otro&mdash;indagó la niña arrebatada
-de impaciencia.</p>
-
-<p>&mdash;¡Dios sabe!... O con ninguno. Pero de todas suertes,
-buscaremos el dote, si eso te hace feliz.</p>
-
-<p>Grande confusión produjo el pensamiento de la felicidad,
-impreciso y extraño, cual una sombra nueva, bajo
-la penumbra que las emociones condensaban en aquel
-espíritu infantil, alma fina y dócil llena de miedo y de
-sed como la carne febril que la envolvía.</p>
-
-<p>Entre las muchas perplejidades de su imaginación,
-sólo un deseo definido apreciaba la enferma: el de tener
-a Florinda al lado suyo y sentir el contacto de aquella
-juventud delicada y hermosa, en la cual parecían posibles
-todos los prodigios de las ilusiones. Escuchando la
-voz de su prima, viendo su cara, sentía Marinela aclararse
-sus nebulosos ensueños, como si un rayo de sol les
-diese forma y rumbo: para la inocente ambiciosa, Florinda
-era la humana realidad de todos los presentimientos
-inefables; algo así como un trasunto glorioso de cuantas
-quimeras y rebeliones se fraguaban en aquel corazón de
-niña, desbocado y herido.</p>
-
-<p>&mdash;¡No te vayas!&mdash;suplicó ella mimosa.</p>
-
-<p>&mdash;¡Si me voy a estar contigo toda la tarde!&mdash;prometía
-<i>Mariflor</i> clemente.</p>
-
-<p>&mdash;¿Ya «te despediste?»&mdash;insinuó entonces Marinela,
-vibrante de curiosidad.</p>
-
-<p>&mdash;Sí.</p>
-
-<p>&mdash;¿Volverá pronto?</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_243" id="Page_243">[243]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Eso dijo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Te escribirá mucho?</p>
-
-<p>&mdash;Versos y cartas&mdash;confesó la novia.</p>
-
-<p>Sentía que sólo el corazón de la zagala era allí adicto
-a sus amores, y por primera vez hablaba con ella en
-cómplice secreto.</p>
-
-<p>&mdash;¡Romances!&mdash;murmuró la niña con la voz repentinamente
-ilusionada.</p>
-
-<p>Y cerrando los ojos, en un espasmo de sentimental
-deleite, añadió:</p>
-
-<p>&mdash;Dime aquellos de la farandulera, que los aprendimos
-de memoria.</p>
-
-<p>Comenzó Florinda a repetir los versos con argentino
-son, como si el cristal de su alma resonase al través del
-recitado. Y escuchaba la paciente niña empapando su
-espíritu en las olas del afanoso cantar, con tan fuerte
-embriaguez, que le pareció sentir en la carne el escalofrío
-de violentas espumas.</p>
-
-<p>&mdash;Basta, basta&mdash;gimió&mdash;¡me duele!</p>
-
-<p>&mdash;¿Cuál?</p>
-
-<p>&mdash;El romance... el pensamiento...</p>
-
-<p>&mdash;Duerme un poco; no te conviene hablar tanto&mdash;aconsejó
-<i>Mariflor</i>, alarmada por la apariencia del delirio.</p>
-
-<p>Pero la niña preguntó de pronto con mucha serenidad:</p>
-
-<p>&mdash;Y tú, ¿dónde vas a dormir esta noche?</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah, no sé!</p>
-
-<p>&mdash;¿Con la abuela?</p>
-
-<p>Turbóse la moza: una repugnancia invencible la hizo
-exclamar:</p>
-
-<p>&mdash;¡No!</p>
-
-<p>&mdash;Entonces, ¿con quién?... No hay más camas.</p>
-
-<p>&mdash;Aunque sea en el escaño de la <i>Chosca</i>.</p>
-
-<p>&mdash;¡Mujer! ¡Si aquel rincón hiede! Da tastín a una cosa
-picante, así como cuando el queso rancea.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_244" id="Page_244">[244]</a></span></p>
-
-<p>Alcanzada por un asco irresistible, <i>Mariflor</i> se puso
-de pie con instinto de fuga. ¿Dónde iba a dormir aquella
-noche?</p>
-
-<p>&mdash;Al raso: en el huerto, en el corral&mdash;pensó heroica y
-rebelde.</p>
-
-<p>Y Marinela, sin enterarse del tremendo sobresalto,
-murmuraba conmovida:</p>
-
-<p>&mdash;¡Oye!</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué?</p>
-
-<p>&mdash;¿Ya «se marchó»?</p>
-
-<p>La alusión, tácita y dulce, vibró con estremecimiento
-de saeta.</p>
-
-<p>&mdash;Sí; ya irá por el camino&mdash;dijo Florinda amargamente.</p>
-
-<p>Sus palabras rodaron con un eco profundo, como si
-dilatasen los horizontes del viajero en infinita peregrinación.</p>
-
-<p>&mdash;¡Quién fuese paloma!&mdash;exclamó la enferma con ardiente
-arrebato.</p>
-
-<p>Una imagen de alas libres, de lontananzas azules, de
-espacios alegres, de amor y de luz, robó a la novia el
-pensamiento, en sacudida brusca de la imaginación.
-Sentía de pronto la pesadez implacable de la atmósfera,
-con tales náuseas y repulsiones, que un indómito impulso
-de todo su ser le obligó a decir:</p>
-
-<p>&mdash;Me voy... vuelvo en seguida.</p>
-
-<p>Y salió escapada del dormitorio, sin tino y sin aliento.</p>
-
-<p>Buscando aire y claridad, llegó al <i>estradín</i> y se quedó
-suspensa delante de las tres mujeres de la casa, que parecían
-esperar una visita, sentadas muy ceremoniosamente
-alrededor del aposento, sin acordarse, al parecer,
-de sus cotidianos trajines.</p>
-
-<p>La abuela había resucitado un poco, listos los ojuelos
-y solícita la postura, mientras Ramona doblaba el cuerpo
-en la silla, vencido por la costumbre de escarbar los
-azarbes y los surcos, y lucía Olalla su pañolito de Toledo,
-frisado y reluciente, margen de un rostro impasible.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_245" id="Page_245">[245]</a></span></p>
-
-<p>No sabía <i>Mariflor</i> cómo esquivarse a la censura de
-aquel extraño grupo, silencioso como un tribunal, y azorada
-murmuró:</p>
-
-<p>&mdash;Marinela necesita que la visite el médico.</p>
-
-<p>&mdash;Aún se le debe el centeno de la iguala&mdash;dijo Ramona,
-acentuando la sombría dureza de su rostro.</p>
-
-<p>&mdash;No importa; hay que llamarle&mdash;se atrevió a replicar
-Florinda.</p>
-
-<p>Y Olalla, encendida por el carmín del remordimiento,
-se puso de pie, balbuciendo:</p>
-
-<p>&mdash;¿Recayó?</p>
-
-<p>&mdash;Tiene calentura.</p>
-
-<p>&mdash;Habrá que darle agua serenada.</p>
-
-<p>&mdash;Y un fervido esta noche&mdash;añadió la madre.</p>
-
-<p>&mdash;Voy a verla&mdash;decidió Olalla saliendo del <i>estradín</i>,
-con su paso corto y solemne, para volver el punto más
-de prisa, exclamando:&mdash;¡No está en la cama!</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo que no?</p>
-
-<p>&mdash;Ven, ven; no está.</p>
-
-<p>Las dos mozas corrieron juntas, y detrás gritaron las
-dos madres.</p>
-
-<p>&mdash;¡Sortilegio, sortilegio!&mdash;rugía Ramona, en tanto que
-la abuela, sin comprender el motivo de tales alarmas, iba
-lamentándose:</p>
-
-<p>&mdash;¡Ay... ay!...</p>
-
-<p>Todas palparon en la oscuridad el vacío lecho, y Ramona
-se hundió en él de bruces, relatando conjuros y
-exorcismos con demente superstición. A su lado, la tía
-Dolores seguía gimiendo:</p>
-
-<p>&mdash;¡Ay... ay!...</p>
-
-<p>Las muchachas buscaban a Marinela por diferentes
-escondites: no podía haber corrido mucho en poco tiempo,
-débil y medio desnuda.</p>
-
-<p>Todavía, en el asombro de la nueva inquietud, le sonaba
-a Florinda con encanto la suspirada frase: ¡quién
-fuese paloma!, y los pasos de la joven siguieron maquinalmente<span class="pagenum"><a name="Page_246" id="Page_246">[246]</a></span>
-el invisible hilo de aquella fascinación. Desde
-la penumbra de la escalera ganó la novia, con gesto iluminado,
-la cumbre alegre del palomar, y entre el rebullir
-de los pichones y el plumaje esponjoso de los nidos,
-halló a la pobre Marinela, tiritando y encogida, de hinojos
-en el suelo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué haces, criatura?&mdash;gritó, corriendo a levantarla.</p>
-
-<p>Pero ella puso un dedo en los labios con sigiloso
-ademán.</p>
-
-<p>&mdash;¡Chist!... ¿No oyes muchas alas que baten?... ¡Escucha!...</p>
-
-<p>&mdash;Sí; es que llega el bando&mdash;respondió Florinda,
-asomándose a recibir a las viajeras, enajenada también
-por indecibles anhelos.</p>
-
-<p>&mdash;¿De dónde viene?</p>
-
-<p>&mdash;Pues de la llanura, del camino...</p>
-
-<p>Alado azoramiento de temblores y arrullos invadió el
-palomar.</p>
-
-<p>Quizá tocó a las aves un leve espanto en las alas cuando
-el viento revolcó los húmedos sollozos en la estepa,
-aquella tarde triste; quizá en los picos y en las plumas
-traían las palomas un mensaje embustero y perjuro. Si el
-tempestuoso retornar de las mensajeras encerraba un fatal
-designio, Florinda le recibió encima de los labios, sorbiéndole
-hasta el corazón en el aire frío de las alas revoladoras,
-mirando al nublado cielo con los ojos llenos de
-lágrimas, y Marinela le esperó de rodillas, aterrada la
-frente, sumisa la cerviz, como una humilde criatura sentenciada
-al último suplicio.</p>
-
-<hr class="chap" />
-
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_247" id="Page_247">[247]</a></span></p>
-
-<div class="chapter">
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-039.jpg" width="400" height="175"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<h2>XVI<br /><br />
-<span class="pch">LA TRAGEDIA</span></h2>
-
-<div>
- <img class="dc1" src="images/ds.jpg" width="200" height="198" alt=""/>
-</div>
-<p class="dc13">SOFOCADO y mohíno salió Antonio
-Salvadores de la segunda conferencia
-con don Miguel, luego de
-afirmar que sólo casándose con
-Florinda remediaría los apuros
-de su gente.</p>
-
-<p>Había soltado la contradictoria
-declaración de sus intenciones
-con la prisa de quien se descarga
-de un grave peso. Aceleradamente, lleno de timidez
-y de bochorno, se adelantó a decir:</p>
-
-<p>&mdash;Me casaré con «ella» y arreglaremos esas trampas
-sin demasiados perjuicios...</p>
-
-<p>No esperaba el cura tan a quemarropa la presentida
-capitulación. Sonrió, avisado, y quiso paliar con diplomacia
-su respuesta para no herir de frente el masculino orgullo,
-muy empinado y hosco en Maragatería.</p>
-
-<p>&mdash;¡Hombre!&mdash;dijo&mdash;vamos por partes: la moza oyó<span class="pagenum"><a name="Page_248" id="Page_248">[248]</a></span>
-que tú la rechazabas; ¿cómo vas a exigir ahora que te
-quiera?... estará quejosa, ofendida...</p>
-
-<p>&mdash;¿Ella?&mdash;dudó Antonio, como extrañando que una
-mujer pudiese tomar la seria determinación de ofenderse.
-Luego, en aquella duda presuntuosa, abrió su camino
-oscuro otra sospecha. ¿Y si <i>Mariflor</i> no fuese
-una mujer como las demás?... Porque parecía distinta...</p>
-
-<p>&mdash;Usted le dirá que me equivoqué&mdash;propuso el
-mozo&mdash;; que no supe expresarme; que usted me entendió
-mal y yo no me atreví a desmentirle; cualquiera disculpa
-que a mí no se me ocurre.</p>
-
-<p>Tanta cortesía y previsión eran indicios de firme voluntad
-conquistadora. Y don Miguel, perplejo, confiando
-a la Providencia el desenlace de aquel conflicto, se
-limitó a insistir, como medida de precaución contra un
-brusco desengaño, en que Florinda era muy sensible,
-delicada de pensamientos, dueña y señora de su voluntad
-por expreso designio de su padre.</p>
-
-<p>&mdash;Pues usted se entenderá con ella: le dice...</p>
-
-<p>&mdash;No; eso tú.</p>
-
-<p>&mdash;¿Yo?</p>
-
-<p>&mdash;Naturalmente.</p>
-
-<p>&mdash;Usted no me conoce; yo no sirvo para hablar de
-estas cosas con rapazas; además, aquí no se usa.</p>
-
-<p>&mdash;Pero tu prima es mujer de ciudad, inteligente y razonable,
-y tú ya eres un hombre educado a la moderna.</p>
-
-<p>&mdash;Yo soy el mismo de antaño, don Miguel; y me
-pongo zarabeto y torpe en tratándose de finuras: quiero
-casarme con <i>Mariflor</i>; ayúdeme usted y me daré a
-buenas en lo de la abuelica.</p>
-
-<p>Clavado con tenacidad en su deseo, encendido el rostro
-y la actitud inquieta, el pretendiente no dió un paso
-más por el camino adonde se le quería conducir.</p>
-
-<p>Y ya mediaba la tarde cuando el cura llevó a su convidado
-a casa de la tía Dolores, prometiendo explorar<span class="pagenum"><a name="Page_249" id="Page_249">[249]</a></span>
-el ánimo de <i>Mariflor</i> y evitarle al mozo en lo posible, las
-negociaciones directas con la prima.</p>
-
-<p>Entraron, pues, los visitantes por la puertona principal,
-se asomaron al <i>estradín</i> desde el pasillo, y, no hallando
-quien los recibiera, deslizáronse hasta la cocina.
-Quizá sus mismos pasos, recios sobre las baldosas, y un
-repique sonoro del bastón de don Miguel, les impidiese
-oir hacia la alcoba de Marinela voces apagadas y sollozos
-furtivos.</p>
-
-<p>La moza, sorprendida en el palomar, acababa de aparecer,
-dócil como un corderuelo, de la mano de <i>Mariflor</i>,
-y era recibida con espanto como un ánima del otro
-mundo. Revolvíase la madre en el dormitorio, asegurando
-«que la renovera le había traspuesto de suso a la
-rapaza con intención luciferal». A estos aberrados plañidos
-hacían coro, augurales, las otras dos mujeres; y en
-vano Florinda procuraba explicar que, sin duda, la enferma,
-necesitando aire en los ardores de la calentura,
-había escalado inconsciente el abierto refugio de las palomas.</p>
-
-<p>Sin negar ni asentir, acaso contagiada por la superstición
-de los hechizos, Marinela gemía, hundiéndose en
-la cama otra vez y dejando que su madre la cubriese
-con un rojo alhamar.</p>
-
-<p>&mdash;Es preciso que sudes&mdash;ordenaba Ramona&mdash;para
-que desarrimes la friura del pecho.</p>
-
-<p>Y el terrible cobertor fué rodeado con saña al cuerpecillo
-febril.</p>
-
-<p>&mdash;¡Tengo sede!&mdash;lamentaba la niña sollozando.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ni una gota de agua, ni una sola!&mdash;sentenció la
-madre severa.</p>
-
-<p>Y la voz de don Miguel resonó entonces impaciente:</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah, de casa!... ¿Dónde estáis?</p>
-
-<p>Pero ya estaban en la cocina, aceleradas y serviciales,
-las de Salvadores, dejando sola con la enferma a <i>Mariflor</i>,
-aplastada bajo el aire estantío del dormitorio. No<span class="pagenum"><a name="Page_250" id="Page_250">[250]</a></span>
-permaneció allí mucho tiempo. La llamaron al compás
-de unas voces solapadas, y acudió medrosa, con la incertidumbre
-en el corazón.</p>
-
-<p>Iban cayendo en la cocina las precoces tinieblas de
-aquella tarde gris, y Antonio había buscado el rincón
-más oscuro para aposentar su lozana persona; junto a él
-quedaron medio escondidas las tres mujeres; de modo
-que al entrar la joven, sólo vió al cura, de pie bajo la
-escasa claridad del ahumado ventanuco.</p>
-
-<p>A una indicación del sacerdote le siguió Florinda,
-pasmada, hacia el <i>estradín</i>, y, traspuesto apenas el umbral,
-los dos hablaron quedamente un instante, mientras
-en el fondo de la cocina se delataban algunos acentos
-confabulados y cautelosos.</p>
-
-<p>Por el sombrío rastro de tales rumores fuese <i>Mariflor</i>
-derecha hasta su primo, le puso como por la mañana
-las suaves manos en los hombros, y le dijo enérgica y
-triste:</p>
-
-<p>&mdash;Yo no te pedía nada para mí, y aunque me dieras
-todo el oro del mundo, no te puedo querer ni ahora ni
-nunca.</p>
-
-<p>Tronaron sordamente unas frases violentas, en voz
-opaca de mujer, y un brusco regate hurtó bajo los dedos
-de la niña el coleto de Antonio. Libre ella de su grave
-secreto, volvió a guarecerse junto al sacerdote que, habiéndola
-seguido desde el <i>estradín</i>, recibía otra vez el
-fugitivo resplandor de los cristales, en el centro de la
-cocina.</p>
-
-<p>&mdash;¿Entonces?...&mdash;interrogó Olalla con increíble desparpajo.</p>
-
-<p>&mdash;Antonio dirá&mdash;pronunció cohibido el cura.</p>
-
-<p>Y cuando parecía imposible que el mozo respondiera,
-atarugado por timideces y rencores, subrayó con bastantes
-ánimos:</p>
-
-<p>&mdash;Digo «que nada»; ya lo sabe usted.</p>
-
-<p>Hipos y quejas estallaron encima de tan ruda afirmación,<span class="pagenum"><a name="Page_251" id="Page_251">[251]</a></span>
-y allí, en la cómplice oscuridad, fué pronunciado
-con odio y amenazas el nombre «del forastero». Cuanto
-maldecía Ramona, áspera y cruel, repetíalo maquinalmente
-la tía Dolores, mientras Olalla, más prudente y
-justa, se atenía a ponderar el común infortunio con ayes
-quejumbrosos:</p>
-
-<p>&mdash;¡Ay los mis hermanos!... ¡Ay mi abuelica!...</p>
-
-<p>Desde lejos, Marinela, ardiendo en fiebres del cuerpo
-y del alma, estremecida por aquellos extraños gritos, se
-atrevía también a plañir:</p>
-
-<p>&mdash;¡Tengo sede!</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué escándalo!... ¡Esto es una vergüenza!&mdash;clamó
-atónito don Miguel&mdash;. ¡Silencio!&mdash;ordenó al punto con
-una voz estentórea, y el cuento de su bastón repicó furiosamente
-en el solado.</p>
-
-<p>Establecida en apariencia la tranquilidad, dejóse oir el
-resoplido de una respiración muy agitada, un trajín de
-carne ansiosa, como si jadeando en las tinieblas Antonio
-se hubiese puesto de pie.</p>
-
-<p>De pie estaba; había entendido que aquel señor «de
-pluma», displicente y finuco, invitado por don Miguel,
-con mucho golpe de espejuelos y de romances y poca
-guita en el bolsillo, le birlaba la novia. ¡Y vive Dios que
-no sería así, tan fácilmente!</p>
-
-<p>Por los fueros de Maragatería, por la honra de su casta,
-lo juró Antonio Salvadores.</p>
-
-<p>Con el estallido de un beso sobre la carnosa cruz del
-índice y el pulgar, dió el maragato fe de su altivo juramento,
-y, arrogante, audaz como nunca, preguntó:</p>
-
-<p>&mdash;¿Cuánto hace falta para que no lloréis?</p>
-
-<p>El estupor que estas palabras produjeron, enmudeció
-al auditorio, hasta que Florinda, incrédula, quizá un
-poco mortificadora, dijo sordamente:</p>
-
-<p>&mdash;Para que no lloren, hace falta mucho dinero.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cuánto?</p>
-
-<p>Desde el fondo de la oscuridad, la insistencia de<span class="pagenum"><a name="Page_252" id="Page_252">[252]</a></span>
-aquella pregunta parecía algo fantástica. Y la joven, vacilando,
-como si en sueños hablase con un duende o
-respondiera a un conjuro, enumeró:</p>
-
-<p>&mdash;A don Miguel hay que darle cuatro mil pesetas en
-seguida.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué más?</p>
-
-<p>&mdash;Tres mil se le debían al tío Cristóbal...</p>
-
-<p>&mdash;Al médico le debemos la iguala.</p>
-
-<p>&mdash;Y al boticario treinta riales&mdash;apuntaron desde la
-sombra.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué más?&mdash;aguijaba Antonio con tales bríos, que
-<i>Mariflor</i>, corriendo un loco albur, añadió retadora:</p>
-
-<p>&mdash;Mil duros para reponer los ganados y las fincas...
-Otros mil para que Marinela profese en Santa Clara...</p>
-
-<p>Crujió un escaño bajo el desplome del cuerpo, cuya
-voz pronunciaba desoladamente:</p>
-
-<p>&mdash;¡Pues lo doy!</p>
-
-<p>&mdash;¿Todo?&mdash;acució Ramona delirante de codicia.</p>
-
-<p>&mdash;Todo... si me caso con «ella»; sois testigos.</p>
-
-<p>&mdash;Eso es imposible... ¡imposible!...</p>
-
-<p>La indómita repulsa quedó ahogada entre insurgentes
-voces.</p>
-
-<p>&mdash;¡Podré recibir a Isidoro!&mdash;balbució la abuela con
-extraordinaria lucidez.</p>
-
-<p>Y Ramona, en súbito arranque de ternura, dulcificó
-sus labios al proferir:</p>
-
-<p>&mdash;¡Mis fiyuelos!...</p>
-
-<p>Pero el maragato oyó rodar la palabra «imposible»
-hacia donde la luz resplandecía, y hazañoso al abrigo de
-las tinieblas, advirtió con rotundo acento que apagó el
-de las mujeres:</p>
-
-<p>&mdash;Yo no mendigo novia: pongo condiciones a la protección
-que se me pide; si no convienen, ¡salud!, y que
-no se me diga una palabra más del tributo de esta casa.</p>
-
-<p>&mdash;¡Dios mío. Dios mío!&mdash;plañía <i>Mariflor</i> con espanto
-en aquella negrura, cada vez más espesa, donde las<span class="pagenum"><a name="Page_253" id="Page_253">[253]</a></span>
-enemigas voces del Destino ponían cerco a una felicidad
-inocente.</p>
-
-<p>De pronto, aquel muro de sombras que disparaba frases
-como dardos al corazón de la joven, se removió siniestro,
-y pedazos vivos de la implacable fortaleza avanzaron
-hacia Florinda en forma de tres mujeres suplicantes
-y desesperadas.</p>
-
-<p>Quiso entonces la infeliz asirse al noble apoyo de don
-Miguel; pero los hábitos sacerdotales recogían la creciente
-oscuridad con tan severa traza, que también tuvo
-miedo de esta inmóvil persona muda y negra.</p>
-
-<p>Y en semejante asedio y abandono, huyó la moza, perseguida
-por su propio grito atormentado. Ganó el corral,
-cruzando el <i>estradín</i>, y en plena rúa, corrió ciegamente,
-bajo la indecisa luz del prematuro anochecer.</p>
-
-<p class="p2">Al ocurrir la desalada fuga, quedó en suspenso el vocerío
-de las mujeres, y en la prisa por buscar una solución
-al urgente problema de la boda, se le ocurrió a
-Olalla encender el candil. Aunque no alumbró mucho
-espacio la crepitante mecha, a su amarilla claridad surgió
-abocetada, impaciente en un rincón, la figura de Antonio.</p>
-
-<p>Se limpiaba el maragato con un pañuelo de colores el
-sudor copioso de la frente, y aparecía fatigadísimo,
-como si allí rindiera en aquel instante la más dura jornada
-de su vida.</p>
-
-<p>&mdash;«Ese» no se la lleva a ufo&mdash;rezongaba&mdash;; cuando
-yo me planto, no le hay más terne en todo el reino de
-León.</p>
-
-<p>Y bravatero, jactancioso, revolvíase entre el escaño y
-el llar, y hacía con el pobre moquero raudos molinetes,
-en la actitud belicosa del antiguo fidalgo que empuñase
-una espada leonesa de dos filos.</p>
-
-<p>Pero aquella caricatura de perdonavidas, singular en
-el carácter apacible de Antonio Salvadores, no mereció<span class="pagenum"><a name="Page_254" id="Page_254">[254]</a></span>
-la atención de las mujeres tanto como la quietud del párroco,
-silencioso y como entumecido en medio de la estancia.</p>
-
-<p>&mdash;¡Padre!... ¡Don Miguel!... ¡Señor cura...!&mdash;clamaron
-tres voces, a la rebatiña de palabras insinuantes y cariñosas
-para sacudir al ensimismado protector.</p>
-
-<p>&mdash;¡Es verdad!&mdash;murmuró él, recordando, como si su
-espíritu volviese de un viaje&mdash;. Yo tenía que deciros alguna
-cosa en esta ocasión... Pues, ya lo estáis viendo: la
-muchacha «no puede querer» a su primo; el primo «no
-quiere» favoreceros a vosotros, y yo, ni puedo ni quiero
-sobornar los sentimientos de una doncella para hacer caridades
-a costa de perfidias.</p>
-
-<p>Hablaba despacio, tranquilo; su indignación se abatía
-sin duda en el propósito de no intervenir más en aquel
-triste asunto. Y sus palabras, escapándose en parte a la
-penetración de los oyentes, parecían el resumen de un
-breve examen de conciencia.</p>
-
-<p>Don Miguel Fidalgo, místico y piadoso, alma encendida
-en lumbres de terrenales sacrificios, se había encariñado
-con la esperanza de que <i>Mariflor</i> realizase el acto
-sublime de tomar, por amor a su familia, una cruz en los
-hombros. Sabía el cura muchos secretos de divinas compensaciones;
-confiaba poco en la constancia de Rogelio
-Terán, y temiendo por la frágil dicha que manejaba el
-poeta, imaginó poder asegurarla haciéndola fecunda
-aprovechando, por decirlo así, el seguro dolor de una
-existencia en beneficio de otras pobres vidas y en simientes
-de goces inmortales.</p>
-
-<p>A la luz de tan altos fines, los espejismos de don Miguel
-pudieron ser hermosos; pero ahora, de cerca, tocando
-las salvajes pasiones y hondas repugnancias que la
-heroína debiera resistir, un vértigo de materiales angustias
-celaron al soñador los excelsos fulgores del imaginado
-sacrificio: teorías consoladoras, confianzas secretas y
-afanes recónditos, eran torres de viento para el bárbaro<span class="pagenum"><a name="Page_255" id="Page_255">[255]</a></span>
-empuje de la miserable escena presenciada. La brusca
-realidad de aquel contacto produjo en el apóstol una
-sensación de pavorosa caída desde las nubes a la tierra.
-Convencido de haber soñado a demasiada altura de las
-fuerzas humanas, despertábase pesaroso, lleno de compasiones
-y de remordimientos, como si el oculto albergue
-que dió a las esperanzas de la boda fuese una culpa
-en la tragedia que sobrevenía. Y compungido por el tumulto
-de tales pesadumbres, oyó como decía Olalla:</p>
-
-<p>&mdash;El mal caso de no querer «a éste», es por «el otro».</p>
-
-<p>&mdash;¡Por el amigo de usté!&mdash;renegó la madre, hostil.</p>
-
-<p>Le dolía al cura este recuerdo como el mayor delito
-de su influencia sobre la vida de <i>Mariflor</i> en Valdecruces;
-parecíale imposible haberse dejado llevar por un
-sentimiento romántico hasta el punto de compartir un
-día con la inexperta moza ilusiones confiadas a un caballero
-errante, mariposa de todos los vergeles, giróvago
-enamorado, de tan noble intención como firmeza insegura.
-Despierta la desconfianza que lejos del amigo pudo
-adormecerse, crecía en el ánimo del sacerdote recordando
-la singular precipitación con que Terán partía, después
-de resistirse para conceder una tregua a su enamorada
-solicitud. En el preciso momento de quedar la
-novia libre de morales ligaduras, con que ella misma por
-compasión se ataba a una promesa, alejábase el novio
-impaciente, reservado, incomprensible... ¡Acaso ya corría
-en el tren seducido por todas las atracciones de la vida,
-sin que en la ambiciosa cumbre de sus pensamientos la
-idea del deber tuviese nada más que unos lejanos resplandores!</p>
-
-<p>Esta consideración penosa indujo al cura a conmiserar
-dolorosamente las humanas flaquezas y a dejar correr
-una benigna lástima sobre aquellos toscos espíritus asfixiados
-por el brutal peso de todas las ignorancias y de
-todas las necesidades. Procuró mover los corazones bajo
-la espesura de las inteligencias, solicitando mucho cariño<span class="pagenum"><a name="Page_256" id="Page_256">[256]</a></span>
-y compasión para Florinda, y quiso de nuevo suponer
-que la rebelde actitud de la muchacha con Antonio
-obedecía a un justo desquite más que a las rivalidades
-aludidas por Olalla.</p>
-
-<p>El maragato, muy en desacuerdo con sus recientes fachendas,
-apresuróse ahora, optimista y conciliador, a recoger
-la tranquilizadora especie; y sin abdicar de su nativo
-orgullo, pronunció benévolo:</p>
-
-<p>&mdash;Sí, la rapaza me tiene malquerencia por «aquello»
-que usté le dijo de mí...</p>
-
-<p>Olalla y su madre no se mostraron muy convencidas
-de semejantes suposiciones, y permanecieron inquietas,
-atribuladas por el fracaso definitivo de la boda; en tanto
-que la tía Dolores, sin alcanzar la magnitud de la desgracia,
-temía un contratiempo en el negocio matrimonial.
-Mirando de hito en hito a don Miguel desde el fondo
-gris de las pupilas, preguntó medrosa:</p>
-
-<p>&mdash;¡Eh!... ¿qué dicen? ¿Por qué la rapaza fuge?</p>
-
-<p>Pero su voz se apagó entre los pasos veloces de los
-niños que regresaban de Piedralbina con las trojas al
-hombro y las caras interrogantes.</p>
-
-<p>&mdash;<i>Mariflor</i> corría llorando&mdash;dijeron al entrar.</p>
-
-<p>&mdash;¿Por onde?</p>
-
-<p>&mdash;Por la mies.</p>
-
-<p>Adoraban los chiquillos a su prima, y la inquietud les
-daba atrevimiento para inquirir en el rostro del cura razones
-de la triste carrera que ellos no habían podido
-contener.</p>
-
-<p>&mdash;Volverá&mdash;prometió el párroco, seguro&mdash;; volverá
-cariñosa para vosotros y buena como siempre.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, volverá; ¡no tiene hiel!&mdash;exclamó Antonio con
-disimulada impaciencia.</p>
-
-<p>Y huyendo de la luz agonizante del candil, atajó en el
-pasillo al sacerdote, que ya se despedía.</p>
-
-<p>&mdash;Marcho de madrugada; ¿qué razón llevo?&mdash;preguntó
-solícito.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_257" id="Page_257">[257]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¿De cuál?</p>
-
-<p>&mdash;De la boda.</p>
-
-<p>&mdash;Pues ya lo ves ¡ninguna!</p>
-
-<p>&mdash;Pero... ese escribano de Madrid, ¿ha de tornar?</p>
-
-<p>&mdash;Creo que no.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y luego?</p>
-
-<p>Don Miguel se encogió de hombros, desazonado y
-aburrido en aquella burda porfía, repitiendo mentalmente
-la grave palabra de <i>Mariflor:</i> «¡Imposible, imposible!»</p>
-
-<p>No parecía entender el mozo la elocuencia de los silencios
-ni la expresión de los ademanes. Y aunque Olalla
-acudía con el candil, aparentó el primo estar a oscuras
-para declarar magnánimo:</p>
-
-<p>&mdash;Yo sostengo mis condiciones.</p>
-
-<p>Como nadie le respondiese, añadió sobrepujante:</p>
-
-<p>&mdash;Y aguardaré el sí o el no... hasta Navidá.</p>
-
-<p>&mdash;¿Todavía el no?&mdash;dijo don Miguel con involuntaria
-sonrisa.</p>
-
-<p>Marinela, que escuchaba un murmullo de voces cerca
-de su alcoba, dolióse una vez más:</p>
-
-<p>&mdash;¡Tengo sede!</p>
-
-<p>&mdash;Dadle agua a esa criatura&mdash;recomendó el párroco
-al salir.</p>
-
-<p>En los umbrales del portalón recordó alguna cosa, y se
-detuvo, advirtiendo:</p>
-
-<p>&mdash;Tened en cuenta que a mí no me debéis nada.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y las cuatro mil?...&mdash;quiso Antonio averiguar.</p>
-
-<p>&mdash;Nada, nada&mdash;interrumpió el sacerdote, resuelto y
-apresurado.</p>
-
-<p>Pero aún se volvió hacia sus feligresas, y encarándose
-con Ramona, le dijo con especial tono:</p>
-
-<p>&mdash;Florinda no tiene madre, ¡acuérdate!...</p>
-
-<p class="p2">Para volver a su hogar aquella misma noche sólo puso
-la fugitiva por condición, en forma de sumiso ruego, que<span class="pagenum"><a name="Page_258" id="Page_258">[258]</a></span>
-la esperase Olalla un poco tarde, cuando los demás se
-hubiesen acostado.</p>
-
-<p>Y desde casa del cura, donde posó al final de su anhelante
-carrera, fué acompañada por Ascensión y su madre
-hasta la puerta del <i>estradín</i>.</p>
-
-<p>De la timidez y sobresalto con que pisó de nuevo la
-cocina oscura, solamente Olalla pudo sorprender la emoción.
-Pero, con los ojos turbios de sueño, la joven no vió
-más que una sombra de su prima avanzando pasito en
-la punta de los pies.</p>
-
-<p>Entonces un lamento de fracaso quebró apenas la silenciosa
-quietud.</p>
-
-<p>&mdash;Dios no quiere hacer el prodigio; ¡no quiere!&mdash;sollozó
-Florinda con tan penetrante desconsuelo, que Olalla
-sintió necesidad de abrir los brazos.</p>
-
-<p>&mdash;¡No llores!&mdash;respondió generosa.</p>
-
-<p>Y su pecho macizo, impasible a menudo, derritióse en
-blanduras maternales al echar sobre sí el gran dolor de
-otra mujer.</p>
-
-<p>Manaba tan vivo aquel pesar desde la herida tierna de
-un corazón, que Olalla la sentía correr como un torrente
-donde se desbordasen todas las amarguras del mundo.
-El deseo imperioso de consolar subió de las entrañas de
-la moza, y derramó sus sentimientos más dulces y protectores
-en estas elocuentes palabras:</p>
-
-<p>&mdash;¿Quieres un poco de tortilla, un poco de vino que
-sobró a Antonio?</p>
-
-<p>Como no pudiese <i>Mariflor</i> responder, siguió diciendo:</p>
-
-<p>&mdash;Lo había guardado para Marinela; pero te lo
-doy a ti.</p>
-
-<p>&mdash;No, no; gracias&mdash;dijo al cabo la favorecida.</p>
-
-<p>Porfió la maragata rubia con grande solicitud; pero
-<i>Mariflor</i> la hizo creer que había cenado ya. Juntas se
-hundieron en las oscuridades del pasillo; y Olalla puso
-el candil en el suelo entre las puertas de dos habitaciones
-contiguas.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_259" id="Page_259">[259]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Yo no me desnudo, porque tengo que levantarme
-al amanecer&mdash;dijo, acompañando a su prima hasta la
-cama de la abuela.</p>
-
-<p>Enterada de que Antonio partía muy temprano, advirtió
-Florinda, estremeciéndose:</p>
-
-<p>&mdash;No me llamarás a esa hora...</p>
-
-<p>&mdash;No, mujer; nos levantaremos dambas, mi madre
-y yo.</p>
-
-<p>Hablaban callandito, y un momento contemplaron
-mudas a la anciana, dormida con la boca abierta.</p>
-
-<p>Estirándose en la semioscuridad con macabra rigidez,
-la figura yacente parecía de tal modo un cadáver, que
-<i>Mariflor</i> llegóse a tocarla presurosa.</p>
-
-<p>&mdash;¡Está fría!&mdash;dijo trémula.</p>
-
-<p>Pero Olalla, imperturbable, repuso:</p>
-
-<p>&mdash;Los viejos siempre están congelados: y diz que es
-dañino acuchar con ellos los rapaces, porque les sacan
-la calor. Por eso la abuela duerme sola.</p>
-
-<p>Un silbido leve, fatigoso, daba noticia de la respiración
-de la anciana, y, fuera, otros audaces silbos anunciaron
-los rigores del temporal.</p>
-
-<p>La lluvia estalló sonora sobre el «cuelmo» sedoso de
-la techumbre, y toda la casa quedó mecida por el llanto
-y los suspiros de la noche.</p>
-
-<p>&mdash;¡Dios mío, qué tristeza!&mdash;murmuró Florinda desnudándose.</p>
-
-<p>Había colocado un almohadón a los pies del lecho y
-desdoblando la ropa con sigilo, deslizóse en él sin tocar
-a la anciana. El irresistible escrúpulo que antes galvanizó
-a la infeliz, asqueada y vergonzosa, volvió a poseerla
-en la orilla de los colchones, empujándola a riesgo de
-caer. Resistióse casi adusta cuando Olalla la quiso arropar,
-y hurtó el cuello y los brazos desnudos al roce de la
-sábana.</p>
-
-<p>&mdash;¡Si tienes tanto frío como la abuela!&mdash;protestó la
-prima.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_260" id="Page_260">[260]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¡No importa, no importa!&mdash;balbució <i>Mariflor</i>, sin
-saber qué decir, escalofriada a pesar de la densa espesura
-del ambiente. Luego añadió amable:</p>
-
-<p>&mdash;Y tú, ¿vas a quedarte en vela? ¿No tienes frío y
-sueño?</p>
-
-<p>&mdash;¿Frío en el mes de julio?... ¡Válgame Dios!... Cansada
-sí que estoy; agora apago la luz y voy, aspacín, a
-echarme junto a Marinela.</p>
-
-<p>&mdash;¿Está mejor?</p>
-
-<p>&mdash;No sé; dímosle agua y se durmió; pero arde y tiene
-temblores.</p>
-
-<p>&mdash;Hay que llamar al médico.</p>
-
-<p>&mdash;Madre no se atreve, por la paga.</p>
-
-<p>&mdash;Pues hay que llamarle&mdash;insistió Florinda suspirando.</p>
-
-<p>Revolvióse un poco la abuela, tembló la moza al borde
-del colchón, y Olalla dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Duerme; ya es tarde.</p>
-
-<p>Salió en puntillas, de un soplo mató la luz, y ya entraba
-en su alcoba cuando la detuvo un leve reclamo de
-<i>Mariflor</i>.</p>
-
-<p>&mdash;¡Oye!... Ese ruido, aquí cerca, que no es del viento
-ni de la lluvia, ¿de dónde viene?</p>
-
-<p>Olalla escuchó un instante, y ahogó su risa al replicar:</p>
-
-<p>&mdash;Es «él»... es Antonio que ronca; ¿tienes miedo?</p>
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-023.jpg" width="400" height="175"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_261" id="Page_261">[261]</a></span></p>
-
-<div class="chapter">
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-005.jpg" width="400" height="153"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<h2>XVII<br /><br />
-<span class="pch">DOLOR DE AMOR</span></h2>
-
-<div>
- <img class="dc1" src="images/ds.jpg" width="200" height="198" alt=""/>
-</div>
-<p class="dc13">SOBRE el llanto profundo de aquellas
-horas tristes, ¡cuántas angustias
-rodaron en el alma de <i>Mariflor</i>!</p>
-
-<p>El novio no escribía; mudo
-en la ausencia, oscurecido como
-fuyente sombra, perdía su señuelo,
-de quijote en la llanura
-de los «pueblos olvidados».</p>
-
-<p>Todos los días procuraba la joven sorprender al tío
-Fabián Alonso cuando, caballero en el rucio, repartía
-al través de Valdecruces la escasa correspondencia. A
-la hora del correo, deslizábase <i>Mariflor</i> al huertecillo
-en prudente vigilancia. Aprendió a mover un destral, y,
-con las sabias advertencias de la prima, fué puliendo los
-caballones y limpiando los caminos, precisamente a las
-seis de la tarde, cuando el tío Alonso pudiese aparecer
-sobre la linde antes de dar la vuelta por la rúa donde la
-casona abría su entrada principal. Al divisarle, una terrible<span class="pagenum"><a name="Page_262" id="Page_262">[262]</a></span>
-emoción perturbaba a la novia, y cuantas inquietudes
-ocultan sus resortes en las raíces del deseo, giraban
-locamente alrededor de la valija mensajera.</p>
-
-<p>En aquellos instantes de suprema ansiedad, no había
-palpitación alguna en la tierra ni en los cielos que para
-la joven no alcanzara signos milagrosos de un augurio;
-el manso zurear de las palomas, el vuelo suave de una
-mariposilla, el murmullo del regato, las señales apacibles
-del horizonte, eran nuncios de sonriente promesa. Y,
-en cambio, producía en la enamorada cruel zozobra que
-las aves volasen mudas, que durmiese el arroyo o que
-una vedijuela de nube rodara en la limpidez del cielo
-azul; así los afanes pendientes del papel amoroso que
-había de llegar, padecían indecibles martirios agravados
-por mil puerilidades de la impaciencia.</p>
-
-<p>Ráfagas bruscas del mismo fuerte sentimiento sacudían
-a <i>Mariflor</i>, supersticiosa o creyente en contradictorio
-impulso. Tan pronto se estremecían sus labios con
-el temblor de una plegaria, confiando a Dios todas las
-inquietudes del corazón amante, como bebían sus ojos
-en la fuente de imaginarias significaciones, y la nunca
-dormida fantasía fraguaba sus quimeras sobre una flor,
-una zarza, un nublado, convertidos en talismán. Y cada
-nuevo desengaño, al doler y pungir como traiciones,
-prendía en la esperanza un nuevo estímulo, acendrando
-el amor con el dolor.</p>
-
-<p>Nada preguntaba la niña a don Miguel, y tampoco el
-sacerdote necesitó preguntar a la niña. Al encontrarse,
-ambos se miraban a los ojos con la costumbre de medirse
-los claros pensamientos; ella leía reproches y enemistad
-para el amado ausente, y aquél encontraba perdones
-y disculpas en respuesta a su tácita acusación.</p>
-
-<p>Transcurrieron en estas ansiedades muchos más días
-de los que <i>Mariflor</i> creyera posible resistir. Anduvo
-como una sonámbula viviendo en apariencia, desprendida
-con furioso egoísmo de cuanto no fuese anhelar noticias<span class="pagenum"><a name="Page_263" id="Page_263">[263]</a></span>
-de su novio. El pan y el sueño le sabían a lágrimas,
-a ofensa el aire y el sol, y a intolerable esclavitud
-los lazos que la unían al hogar. Huyó de Marinela, que
-la llamaba siempre desde el lecho con una pregunta ardiente
-entre los labios, y procuró evadirse a toda intimidad,
-trabajando sola, en el huerto y la «cortina», convirtiéndose
-en hortelana, con indiferencia absurda, sin
-que la doliese el esfuerzo ni la dañase el calor. Apenas
-supo de Olalla y de su madre, que, laborando en la
-mies, aparecíanse en la cocina por la noche, mudas y
-hambrientas, estoicas, impasibles... La abuela, incapaz
-como nunca, gemía por los rincones con el corazón cansado
-de sufrir, y los niños tornaban de la escuela descalzos
-y maltrechos, sin que Florinda lo advirtiese.</p>
-
-<p>Generosa con el ingrato, no pudiendo admitir la idea
-de su olvido, hasta llegó la joven a creer que hubiese
-muerto. Imaginó accidentes, percances y dolencias; se
-atormentó con las más trágicas suposiciones y sintió
-como un vértigo irresistible la atracción de la muerte;
-tornábase enfermizo el carmín de sus mejillas, vacilaba
-su paso y brillaban sus ojos con la tibia claridad de soles
-adormecidos.</p>
-
-<p>Una de aquellas tardes en que acechaba desde el
-huerto la llegada del tío Fabián, al oir un chasquido de
-herraduras en las piedras, tuvo que arrodillarse para no
-caer. Quedó inmóvil de hinojos, transida de emoción, y
-el viejo, que solía mirarla con regalo y curiosidad, asomándose
-a la sebe lo mismo que otros días, hizo un guiño
-a manera de saludo, y murmuró, piadoso:</p>
-
-<p>&mdash;Hasta que no ahuyentes a la bruja no recibes esquela.</p>
-
-<p>Levantóse la niña zozobrante a perseguir el eco de
-aquel aviso y le pareció columbrar a la tía Gertrudis inclinada
-sobre el bastón, doblando la rúa a pasito menudo
-y cauteloso.</p>
-
-<p>Sed de amor y hambre de felicidad dieron ímpetus a<span class="pagenum"><a name="Page_264" id="Page_264">[264]</a></span>
-Florinda para correr en pos de la vieja. Pero la calle
-donde creyó que había desaparecido, solitaria y misteriosa,
-no le mostró rastro ninguno.</p>
-
-<p>Siguió la joven caminando al azar, enardecida por el
-deseo de pedir a los ojos nublados de aquella mujer y a
-su entorpecida voz razones del maleficio que desde el
-abuelo Juan alcanzaba a la nieta inocente.</p>
-
-<p>Aún ardía la tarde, espléndida y dulce. Julio, al morir,
-agitaba el abanico dorado de los centenos con una brisa
-generosa que fingía murmullos de oleaje.</p>
-
-<p>No había llovido desde aquella noche triste en que
-<i>Mariflor</i> Salvadores lloró acerbamente con las horas,
-y la tierra, colorada y sequiza, muerta de sed, emanaba
-agrestes perfumes en todo el paroxismo de su excitada
-vegetación.</p>
-
-<p>Aromas y rumores brindaron su refrigerante caricia a
-la desolada moza, apenas traspuso los linderos del
-lugar.</p>
-
-<p>Sabiendo que la tía Gertrudis habitaba en el barrio
-vecino de la mies, íbase <i>Mariflor</i> con ciego impulso por
-las rutas del campo, decidida y absorta como si caminase
-derecha hacia lo infinito.</p>
-
-<p>De pronto, allí, a la orilla de un propicio sendero, encontró
-a <i>Rosicler</i>.</p>
-
-<p>&mdash;¿Onde vas?&mdash;clama el pastor, atónito, delante de la
-moza.</p>
-
-<p>Ella se aturde, olvidando a qué esperanza la lleva
-aquel camino, y en una repentina evocación de su desventura,
-dice con acento oscuro:</p>
-
-<p>&mdash;A buscar a la tía Gertrudis.</p>
-
-<p>&mdash;¿La renovera?</p>
-
-<p>&mdash;No sabemos si lo será&mdash;responde Florinda un poco
-avergonzada de sospechar lo mismo que el pastor.</p>
-
-<p>&mdash;Diz que lo es; y que a tu gente le hace mal de ojo
-por rencillas que tuvo con tu abuelo.</p>
-
-<p>Mientras coloquia el zagal, le seducen extrañamente<span class="pagenum"><a name="Page_265" id="Page_265">[265]</a></span>
-la cabellera sombría y la entenebrecida mirada de la
-joven.</p>
-
-<p>&mdash;¿Gastas poca salud?&mdash;pregunta conmovido.</p>
-
-<p>&mdash;Gasto mucha&mdash;balbució la enamorada maquinalmente.</p>
-
-<p>&mdash;Píntame que has adelgazao&mdash;murmura él, pesaroso&mdash;.
-Y añade, viendo que la muchacha se quiere despedir:</p>
-
-<p>&mdash;¿Sabes a casa de la bruja?</p>
-
-<p>&mdash;No.</p>
-
-<p>&mdash;¿Entonces?...</p>
-
-<p>Desconcertada <i>Mariflor</i> intenta continuar su camino,
-pero el rapaz la detiene:</p>
-
-<p>&mdash;Yo te enseñaré&mdash;dice&mdash;. No necesitas dar vuelta a
-las aradas: según vamos al pueblo, un poquitín a la derechera,
-hay una rúa angosta, y alantre alantre, onde
-ves una cabaña con hartos boquetes y mucho cembo
-en la techumbre, acullá...</p>
-
-<p>Pero Florinda está llorando.</p>
-
-<p>No comprende ella por qué su sensibilidad, atrofiada
-y como inerte bajo la dureza del dolor, se derrite al
-contacto de la solicitud de <i>Rosicler</i>. Saborea hieles de
-lágrimas hace ya muchos días, sin conseguir el alivio
-del llanto. Y apenas el zagal pone ingenuamente sus devociones
-al servicio de la secreta pesadumbre, estalla la
-lluvia del corazón en los ardientes ojos de la novia; un
-sentimiento fraternal suaviza la inclemencia del oculto
-padecer y afloja las bárbaras ligaduras del silencio y el
-disimulo en el pobre pecho atormentado.</p>
-
-<p>Aquella racha de aromas y rumores que antes penetró
-el alma de la moza como apacible compañía, fué, sin
-duda, el anuncio de esta brisa sentimental que en el
-abandonado espíritu levantan las solícitas frases del
-pastor.</p>
-
-<p>Sintiendo el apoyo de una fuerza consistente y viva,
-reacciona <i>Mariflor</i> y responde a su amigo:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_266" id="Page_266">[266]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Ya no voy adonde dices: me vuelvo a casa.</p>
-
-<p>&mdash;Y, ¿por qué lloras?</p>
-
-<p>&mdash;Porque sí.</p>
-
-<p>Esta irrebatible lógica desconcierta un poco al zagal,
-que luego se rehace y afirma:</p>
-
-<p>&mdash;Ya lo sé: porque se marchó el forastero sin que os
-echáramos el rastro... No quiso el señor cura.</p>
-
-<p>La moza no contesta, distraída en el consuelo de llorar,
-y, siguiéndola por los estrechos viales de la mies, el
-pastor se preocupa meditando en los motivos del lloro.
-Porque él oye decir que la niña está solicitada para Antonio
-Salvadores, y no es probable que con un pretendiente
-de tanta robustidad, hacienda y poderío, ella
-suspire por un extranjero «ceganitas y esgamiao».</p>
-
-<p>&mdash;¡No puede ser!&mdash;corrobora en voz alta.</p>
-
-<p>Y, súbito, un razonamiento luminoso le da la clave
-del enigma:</p>
-
-<p>&mdash;Lloras&mdash;dice muy cierto&mdash;por las malas nuevas que
-tuvo de allende el señor cura.</p>
-
-<p>&mdash;¿Las tuvo?</p>
-
-<p>&mdash;Mi hermano escribió. En la esquela pone que el tío
-Isidoro adolece del arca y está «en los últimos»; que su
-padre quiere llevarse a Pedro, y que...</p>
-
-<p>&mdash;Pero, ¿a quién se lo escribe?</p>
-
-<p>&mdash;Eso a nosotros, con el sobre a don Miguel, y otra
-carta semejante recibió el mismo día, lo cual que dijo:
-Esta es de Martín. Las tenía en somo de la mesa cuando
-llegué a buscar la de mi hermano.</p>
-
-<p>Sobresaltada y anhelosa, despierta <i>Mariflor</i> desde el
-infausto sueño de sus amores a las imponentes realidades
-de la vida. Sus lágrimas se borran al calor de los remordimientos
-y el rudo latigazo de la conciencia imprime velocidad
-al paso y al raciocinio de la joven.</p>
-
-<p>&mdash;¡Mi padre!&mdash;murmura enajenada.</p>
-
-<p>Y aquel nombre, dulce y solemne, le suena extraño y
-nuevo, muy remoto.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_267" id="Page_267">[267]</a></span></p>
-
-<p>Asustado el zagal, teme haber sido inoportuno, y divaga
-en murmuraciones confusas:</p>
-
-<p>&mdash;Yo conté que lo sabías... Quizabes no sea cierto...
-Podemos ir yo y tigo a preguntar...</p>
-
-<p>&mdash;Gracias, <i>Rosicler</i>: será mejor que vaya sola.</p>
-
-<p>Es tan visible y lastimoso el esfuerzo con que la niña
-se dispone a correr en busca de sus nuevas desgracias,
-que el pastorcillo siéntese inclinado a compartirle. Pero
-no sabe cómo sostener la media cruz de aquel dolor, y
-para demostrar siquiera que él también sufre, afligido
-murmura:</p>
-
-<p>&mdash;Yo marcharé con Pedro, sabe Dios hasta cuándo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pobre zagal!&mdash;lamenta Florinda, volviendo con
-dulzura la mirada a los cándidos ojos que la siguen.</p>
-
-<p>A <i>Rosicler</i> se le enciende el semblante, lanza un fuerte
-suspiro al aire claro y esconde en el corazón unos
-cuantos secretos.</p>
-
-<p>¡Tal suspiran las mieses, cargadas de misteriosas inquietudes!</p>
-
-<p class="p2">Don Miguel estaba en Astorga y fué preciso aguardarle,
-ya que llegaría de un momento a otro.</p>
-
-<p>&mdash;Anda muy ocupado con el casamiento&mdash;dijo Ascensión
-a su amiga, recibiéndola cariñosamente.</p>
-
-<p>La idea de que el cura estuviese negociando un préstamo
-para la dote, colmó la pesadumbre de la muchacha.
-Era la primera vez que se ponía en contacto con la
-gente del pueblo desde la llegada del primo y la partida
-del novio, y una dolorosa cortedad hacía difíciles sus
-palabras y sus averiguaciones.</p>
-
-<p>&mdash;¿Sabes tú lo que ha escrito mi padre?&mdash;atrevióse a
-decir.</p>
-
-<p>&mdash;No sabemos nada.</p>
-
-<p>Esta prontitud de la respuesta hizo a Florinda comprender
-que Ascensión tenía orden de no decirle lo que
-supiese acerca de aquel punto. Pero sin duda no le estaba<span class="pagenum"><a name="Page_268" id="Page_268">[268]</a></span>
-prohibido exacerbar los pesares de la amiga con
-crueles alusiones; y, más curiosa que malévola, por saber
-muchas cosas que ignoraba, fué diciendo con femenil
-astucia:</p>
-
-<p>&mdash;¿Tienes buenas noticias de la Corte?</p>
-
-<p>Inmutada, la triste novia movió negativamente la
-cabeza.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y de Valladolid?</p>
-
-<p>&mdash;Tampoco.</p>
-
-<p>&mdash;Facunda Paz ha dicho que te casas para las Navidades.</p>
-
-<p>&mdash;No es cierto&mdash;pudo protestar Florinda con delgada
-voz.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah! yo creí... ¡Como el primo os lo pone todo
-tan llano!... La verdad es&mdash;continúa la muchacha al
-cabo de un inútil silencio&mdash;que habéis tenido mala
-suerte: la tía Dolores pierde los caudales cuando ya no
-puede trabajar; Marinela adolece, para morir cuando
-caiga la hoja, y los chicos están abandonados, mientras
-Olalla y su madre andan de obreras, si a mano
-viene.</p>
-
-<p>&mdash;¿De obreras... para los demás?&mdash;gime tembloroso,
-a punto de romperse, el hilo de la remisa voz.</p>
-
-<p>&mdash;Sí; mañana van para nosotras.</p>
-
-<p>&mdash;Y, ¿a qué trabajo?</p>
-
-<p>&mdash;A la siega.</p>
-
-<p>&mdash;Pero, ¿no vienen hombres de Galicia?</p>
-
-<p>&mdash;Algunos vienen a segar otros centenales de más
-labor; aquí lo suelen hacer las segadoras: «éstas» se ofrecieron,
-y ¡como son buenas servicialas!...</p>
-
-<p>Le parece a la novia del poeta que fluctúa un ligero
-desdén en las palabras de Ascensión, como si ya fuese
-irremediable el hundimiento de la familia Salvadores y
-esta ruina arrastrase consigo todas las deferencias que
-gozó en Valdecruces la niña ciudadana. La jerarquía del
-corazón y la superioridad de la inteligencia, pugnan por<span class="pagenum"><a name="Page_269" id="Page_269">[269]</a></span>
-levantarse rebeldes sobre el desvalimiento fortúito, mas
-un pálido sonrojo tiñe la frente de la orgullosa, y sus labios
-permanecen inmóviles: se siente abandonada, pobre
-como jamás lo estuvo, lejos como nunca de todas las
-cumbres que un día creyera poseer. El hondo fragor de
-sus arrogancias enmudece esclavo de la fatalidad, cunde
-silencioso y baldío, derramando los deseos en las tinieblas.</p>
-
-<p>Y Ascensión, creciéndose con infantil empaque, según
-advierte el profundo descorazonamiento de la niña,
-adopta un tonillo desusado para enumerar «las donas»
-que recibe del novio, presume y alardea entre manteos,
-jubones y delantales, esparcidos con hartura por la estancia.</p>
-
-<p>Cuando llega, a poco, don Miguel y hace que Florinda
-suba a su despacho, no puede la muchacha ocultar
-su aflicción a los ojos del sacerdote; llora a raudales, derribada
-en el primer escañuelo que tropieza, sorda a las
-preguntas con que el apóstol persigue la desaforada cuita.</p>
-
-<p>&mdash;De ese modo no se puede vivir, <i>Mariflor</i>&mdash;prorrumpe
-don Miguel con blanda severidad.</p>
-
-<p>Y la moza, difícilmente, responde:</p>
-
-<p>&mdash;Es que necesito morirme.</p>
-
-<p>Paseando en torno del parpadeante velón, aguarda el
-cura que se aquiete la tremenda crisis de aquel pesar. Y
-cuando ya parece que a Florinda se le agotan las lágrimas
-y sólo quedan en su pecho suspiros, indóciles como
-rezago de borrasca furiosa, el confesor acerca un escabel
-a la doliente, y ella misma procura abrir el alma a las
-investigaciones que la solicitan.</p>
-
-<p>Fuertes son los quebrantos que la zagala llora, no lo
-niega don Miguel; pero no es de criaturas cristianas el
-abandonarse al infortunio en estéril desesperación, olvidando
-la suma bondad de <i>Aquel que tiene cuenta con los
-pajaricos y provee a las hormigas, y pinta las flores, y
-desciende hasta los más viles gusanos</i>.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_270" id="Page_270">[270]</a></span></p>
-
-<p>Esta prometedora evocación remueve con empuje milagroso
-las moribundas fibras de una esperanza. ¡Pues
-no había olvidado <i>Mariflor</i> aquellas frases tan dulces y
-sabidas! Con su recuerdo acuden en tropel los de la
-madre muerta y las lecciones aprendidas en su regazo;
-y un soplo inmenso de ternura levanta los sombríos pensamientos
-de la moza.</p>
-
-<p>Lumbres de la excelsa piedad que alcanza a las hormigas
-y a las flores y busca a los gusanos entre el polvo,
-despiertan con su luz todas las piedades dormidas en el
-triste pecho de la enamorada. Y ya en la torrentera de la
-juvenil pasión, corren con las amarguras del férvido
-caudal muchas compasiones para cuantos seres tiemblan
-en las ramas del fracaso y del vencimiento, como aves
-castigadas por la lluvia en adversa noche: enternecida
-bajo la piadosa corriente de un dolor menos áspero, <i>Mariflor</i>
-escucha lo que va contando el sacerdote.</p>
-
-<p>No es cierto que las noticias de América sean tan malas
-como ha entendido el simple de <i>Rosicler</i>: aunque el
-tío Isidoro no mejora, los temores sobre su enfermedad
-no son definitivos, y los médicos opinan que la vuelta al
-terruño quizá operase en el enfermo una beneficiosa reacción.</p>
-
-<p>Cuanto al viaje del rapaz, su tío le juzga conveniente,
-porque, inútil Isidoro para el trabajo, le hace falta a
-Martín en el tenducho una persona de su confianza.
-¿Que Pedro es un niño? Más niños y sin protección alguna
-emigran otros infelices: es necesario avezarse a la lucha
-por la vida y resistirla desde la niñez.</p>
-
-<p>Tampoco es una desgracia nueva que trabajen a jornal
-Ramona y su hija. ¿Qué más tiene el surco propio
-que el ajeno, si exige el mismo trabajo, le riega una misma
-fuente y el beneficio que reporta sabe a pan moreno
-de una sola mies?... ¡Un poco de orgullo sacrificado es
-cosa tan pueril cuando se piensa que «nuestras propiedades»
-lindan con el cementerio!...</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_271" id="Page_271">[271]</a></span></p>
-
-<p>Quiere don Miguel consolar a <i>Mariflor</i> y se esfuerza
-en aducir consideraciones de ultrahumana filosofía; pero
-en el fondo de sus graves palabras, solloza con tal ímpetu
-la tragedia del páramo, que se descubre, arisca, la visión
-de los añojales, fecundos por el terrible esfuerzo de
-las mujeres, confundidos con la tierra común preñada de
-despojos, florecida de cruces y de nombres.</p>
-
-<p>Y el pecho de la enamorada palpita con tan humanos
-afanes, tan seducido por las aficiones a la vida y los anhelos
-de la transitoria felicidad, que el pobre corazón se
-retuerce mártir y convulso, loco de pena entre las lindes
-pálidas del cementerio y de la mies.</p>
-
-<p>Sin embargo, es preciso pensar continuamente en los
-grises caminos que deslindan «arrotos» y sepulturas.
-¿Qué dice el heredero del tío Cristóbal? ¿Arrebata la hacienda
-de la familia Salvadores? ¿Se muestra piadoso?...</p>
-
-<p>Sí; pues aunque Florinda lo dude, es cierto que Tirso
-se ha presentado espontáneamente a don Miguel para
-decirle que prorroga hasta Navidad los préstamos otorgados
-a la tía Dolores.</p>
-
-<p>&mdash;¡Hasta Navidad!... ¡Qué raro es eso! ¿Hablaría Antonio
-con él?</p>
-
-<p>No contesta el párroco a esta pregunta, pero de sus
-frases, vagas, colige Florinda que no ha sospechado mal.
-Entonces un atrevido pensamiento la conforta: ¡si el
-primo fuera remediando los apuros de la familia hasta
-las Navidades!</p>
-
-<p>Siempre sería ésta una ventaja para todos; además, en
-cinco meses, ¡pueden ocurrir tantas cosas!...</p>
-
-<p>En seguida salta la imaginación de la joven a la más
-urgente de las deudas familiares; ¿habrá pagado Antonio
-las cuatro mil pesetas al cura? Trata Florinda de averiguarlo
-con dolorosa timidez, y el sacerdote la interrumpe
-inquieto y persuasivo:</p>
-
-<p>&mdash;No me debéis nada&mdash;murmura&mdash;; ni un céntimo; ya
-lo sabe Antonio.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_272" id="Page_272">[272]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Pero la boda se aproxima...</p>
-
-<p>&mdash;Tengo en el bolsillo las pesetas.</p>
-
-<p>Como parece que la joven duda, don Miguel desdobla
-un fajo de billetes que lleva guardados encima del
-corazón, y cuenta muy despacio la interesante cantidad.</p>
-
-<p>Aún no se aclara el entrecejo de la niña; la nube que
-le oscurece persiste inquietadora, porque la hazaña de
-recuperar aquel dinero le tiene que haber costado al
-cura un sacrificio, una humillación, quizá un bochorno.
-Pero el bienhechor niega, sonríe: ¿Y si se lo hubieran
-regalado?... ¡Vaya con la aprensiva!</p>
-
-<p>&mdash;Usted dijo que a un pobre le era casi imposible lograr
-ese préstamo&mdash;aduce <i>Mariflor</i> acongojada.</p>
-
-<p>&mdash;Yo suelo equivocarme algunas veces, y tú eres una
-visionaria que estás conspirando contra tu salud a fuerza
-de atormentarte; basta para afligirnos la situación de
-la pobre Marinela. Conque, hija mía, a vivir... y a esperar.</p>
-
-<p>&mdash;¿En quién?&mdash;prorrumpe ávida la moza.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y me lo preguntas?</p>
-
-<p>&mdash;Sí; ya lo sé: ¡en Dios únicamente!...</p>
-
-<p>La incertidumbre que interrogó desde los ansiosos labios
-se condensa en un gesto de cansancio profundo.
-Atosigada por las vicisitudes del Destino, siente Florinda
-muy lejana la ayuda de Dios, muy alto el cielo, en inabordable
-confín, y harto duros en la tierra los desiertos
-del olvido cruel. Nostalgias de una felicidad imposible
-crecen en el colmado corazón, con apremios tan vivos,
-que todas las piedades y las ternuras se encogen relajadas
-bajo la explosiva fuerza de un solo anhelo.</p>
-
-<p>Y audazmente, sin escrúpulos ni rubores, con absoluta
-necesidad de asirse a un hilo de esperanza para poder
-vivir, pregunta la niña:</p>
-
-<p>&mdash;¿No sabe usted nada, nada «de él», ni una palabra
-siquiera?</p>
-
-<p>&mdash;¡Ni una palabra!&mdash;responde el cura con indefinible<span class="pagenum"><a name="Page_273" id="Page_273">[273]</a></span>
-tono, lleno a la vez de piedad y acusaciones. Advierte
-en seguida que su respuesta corta como un puñal, y ve
-a la sentenciada palidecer y levantarse al filo de la rotunda
-negativa.</p>
-
-<p>Un violento espasmo sacude la fuerte juventud de
-<i>Mariflor</i>, crispa en sus labios el pesar una sonrisa helada,
-y tiembla en sus ojos un ramo de locura.</p>
-
-<p>La convulsión de aquella pobre vida y el estrabismo
-del torturado entendimiento, piden un socorro eficaz:
-pero, buscándole con la más compasiva solicitud, sólo
-encuentra don Miguel revulsivos y cauterios que, fundentes,
-contribuyen a derretir los caudales de bondad
-constreñidos en el robusto corazón.</p>
-
-<p>&mdash;Tu padre te escribe&mdash;anuncia, fingiendo que no
-siente ni descubre aquel martirio&mdash;. Aquí está la carta.</p>
-
-<p>Como la moza no tiende su mano a la misiva y continúa
-vacilante en los trágicos límites de la demencia y el
-desaliento, añade el cura:</p>
-
-<p>&mdash;Tu padre sufre y trabaja por ti; es menester que le
-confortes.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah, mi padre!&mdash;exclama ella como un eco de lejanos
-cariños y palabras antiguas.</p>
-
-<p>&mdash;Sí; él, que sólo vive para volver a verte... Y Marinela...
-¡escucha!, Marinela se muere pronto si no la cuidas
-tú.</p>
-
-<p>&mdash;¿Se muere?</p>
-
-<p>&mdash;¡Claro; nadie la socorre!</p>
-
-<p>&mdash;¡Virgen santa!...</p>
-
-<p>El párroco ya sabe que el alma de Florinda se resistirá
-a sucumbir ante el dolor; la ve arrastrarse hacia la derrota,
-fascinada por el abismo de la pena, tornar luego
-sumisa a los requerimientos del deber; apagarse, encenderse
-al soplo de corrientes misteriosas, como una llama
-recia y combatida. Él la espera, la busca, y asiste conmovido
-al ardoroso combate sentimental.</p>
-
-<p>Pero la infeliz combatiente descubre el acecho de otra<span class="pagenum"><a name="Page_274" id="Page_274">[274]</a></span>
-alma y se esconde, replegada en sí misma, con el supremo
-recato de los más íntimos pesares. Y el cura, al fin,
-ignora qué propósitos triunfan en la conciencia de <i>Mariflor</i>,
-mientras ella se despide con el aire pasmado, llevándose
-la carta.</p>
-
-<p class="p2">Desfallecen las luces del crepúsculo, y la noche se
-levanta en el llano; le parece a Florinda que el silencio
-cae como una gran oscuridad sobre la aldea.</p>
-
-<p>Unos niños juegan al «columbón» en la explanada,
-pero se columpian sin hablar ni hacer ruido, y con el
-propio secreto cunde la cancioncilla de la fuente, gota
-a gota.</p>
-
-<p>El pobre hogar que la enamorada encuentra, está
-sombrío y silencioso, lo mismo que Valdecruces. Ella
-lo pisa con atroz angustia, mas a poco de acostumbrarse
-al taciturno ambiente oye cómo también una lágrima
-horada este silencio, manando, a hilo, como la fuente
-de la calle: es la voz humilde con que Marinela suspira.
-Al segundo reclamo de esta gota de pena, siente <i>Mariflor</i>
-un formidable sacudimiento en todas las fibras de
-su alma, y corre hacia el plañido suave.</p>
-
-<p>&mdash;¡Estás sola!&mdash;compadece, dando a sus palabras una
-profunda entonación de caridad y desagravio.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah, eres tú!&mdash;responde la enferma con todo el
-brío de su acento débil.</p>
-
-<p>Y en el abrazo con que se unen en la sombra las dos
-primas, hay la dulce solemnidad de una reconciliación.</p>
-
-<p>&mdash;¿Dónde está la abuela? ¿Y los niños?&mdash;dice la recién
-llegada, como si volviese de un viaje, sin ánimos para
-preguntar por las esclavas de la mies.</p>
-
-<p>&mdash;La abuela... por ahí. Los rapaces contentos porque
-mañana les darán vacaciones.</p>
-
-<p>&mdash;Y tú, ¿no estás mejor?</p>
-
-<p>&mdash;Al contrario... Pero agora dicen que la hechicera
-hace igual de ensalmadora, y que puede curarme.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_275" id="Page_275">[275]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¿La tía Gertrudis?</p>
-
-<p>&mdash;¡Velaí! Si ella me hizo el daño, que me lo quite.</p>
-
-<p>&mdash;Antes tú no creías esas patrañas&mdash;protesta Florinda.</p>
-
-<p>Luego se estremece al recordar que ella también las
-ha creído: ¿cuándo?... Una vertiginosa sucesión de imágenes
-la conturba.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cuándo?&mdash;repite&mdash;. ¿En otra vida? ¿En sueños?...</p>
-
-<p>No; aquella misma tarde, bajo la realidad siniestra de
-la desgracia.</p>
-
-<p>Medrosa de hundirse en los suplicios del amoroso padecer,
-quiere Florinda esclavizarse a otras emociones
-que la subyugan el corazón. Enciende el candil y busca
-en el rostro de la enferma y en la estancia miserable el
-tangible drama familiar. Necesita poner las manos en el
-palpitante dolor, en la carne lacerada y febril; necesita
-escuchar llantos y gritos, sentir repugnancias y miedos,
-hasta ahogar las secretas desesperaciones en una borrachera
-de amarguras.</p>
-
-<p>Y lo consigue en parte. Marinela, muy blanca, muy
-tenue, sin poder soportar la impresión de la luz, echa
-sobre las pupilas el lívido velo de los párpados y sonríe
-enseñando unos dientes iguales, un poco amarillentos;
-su cara infantil se transfigura bajo la corona violenta
-de los cabellos esparcidos y vedijosos, y un conjunto
-indefinible de alegría y de quebranto presta a las dulces
-facciones singular expresión. El lecho, desaseado y hundido,
-parece un roto bajel, donde la mozuela sentenciada
-boga con lentitud hacia la siniestra orilla. En los rincones
-del dormitorio emergen sombras y miasmas, y
-cuando Florinda alza el candil para juntar en una sola
-visión todas las tristezas presentes, alumbra una imagen
-de Cristo, moribundo en la cruz.</p>
-
-<p>&mdash;Si no es la bruja, ¿quién nos persigue?&mdash;balbuce
-Marinela, recogiendo el reproche de su prima. Y ésta,
-sugestionada por el pálido Crucifijo que se le aparece<span class="pagenum"><a name="Page_276" id="Page_276">[276]</a></span>
-como emblema del más sublime dolor, pregunta a
-su vez.</p>
-
-<p>&mdash;¿Siempre estuvo aquí esta efigie?</p>
-
-<p>&mdash;Siempre.</p>
-
-<p>&mdash;Ahora la veo...</p>
-
-<p>Bajo el corpiño de la muchacha cruje un papel, quizá
-empujado por el tumbo fuerte del corazón que aviva sus
-emociones. Ella posa la luz en el suelo y despliega impaciente
-la carta de su padre. De hinojos, para mejor
-alumbrar su lectura, confirma en los renglones amados
-cuanto dijera don Miguel; pero añade a lo ya sabido algunos
-descubrimientos que la envuelven en su fatal pesadilla
-de la boda con Antonio.</p>
-
-<p>El ausente, lleno de cariño y de inquietudes, trata a
-<i>Mariflor</i> como a una niña; quiere dejarla en libertad
-para elegir esposo, y oculta mal sus temores de que no
-acierte a lograrlo con serena disposición. En los consejos
-que la envía rebosan inconscientes las antiguas esperanzas
-de los desposorios con el primo. «Es honrado y
-bueno, muy traficante; la ayuda que su capital pudiera
-prestarnos, sería en estas circunstancias definitiva para
-todos». Esto escribe el señor Martín sin conocer aún la
-crítica situación de su madre.</p>
-
-<p>Luego, contestando a las confidencias de la joven,
-desliza entre palabras recelosas el sentimiento de una
-contrariedad:</p>
-
-<p>«Esa gente de pluma&mdash;repite como un eco de todos
-los pareceres maragatos&mdash;no me inspira confianza;
-suelen ser hombres andariegos, imaginantes y lucidos,
-muy artificiosos y escasos de intereses; en fin, hija mía,
-aconséjate mucho del señor cura y que Dios nos auxilie».</p>
-
-<p>Al través de todo el pliego, un hálito de alarma y de
-tristeza confunde a la lectora: el padre se duele de no
-mandar «posibles», de no tener con qué realizar el viaje
-de Pedro ni la repatriación de Isidoro. Y la nublada<span class="pagenum"><a name="Page_277" id="Page_277">[277]</a></span>
-frente de la niña se dobla con desmayo sobre la carta,
-como si la venciese el agobio de otra nueva responsabilidad.</p>
-
-<p>Mientras Florinda leyó, fué Marinela haciéndose a la
-luz amortiguada desde el suelo, y levantó los párpados
-poco a poco: el perfil de su prima, trazado por la sombra
-con gigante dibujo, llenaba la pared y tocaba en la
-techumbre.</p>
-
-<p>Sonrió la enferma, alegre de encontrar la figura gentil
-de sus ensueños, difundida como por milagro en todo
-el mezquino gabinete, y deslizóse a orilla de la cama
-para verla en realidad. Pero un sobresalto la trastorna
-cuando descubre la carta entre los dedos temblones de
-<i>Mariflor</i>. ¿Será del forastero? ¡No parece que está en romance!...
-¡Y si fuera de «él»?...</p>
-
-<p>Todas las perturbaciones y las incoherencias con que
-la zagala se consume en inaudita pasión, se agolpan a
-los descoloridos labios para balbucir aquella pregunta.
-Va a derramarse el ávido acento lo mismo que un roto
-caudal de incertidumbres, y al borde sonoro de la palabra
-se asustan de repente las emociones silenciosas de la
-niña. Tanto aprendió a esconderlas, en el tiempo que
-vive encerrada con sus incógnitos pesares, que le han
-crecido las sombras y los temores alrededor de los pensamientos
-y ya el instintivo recato de su alma se cierra,
-oscuro para siempre, en la propia timidez y confusión.
-Al levantar Florinda los ojos, dócil a la penetrante consulta
-de otra mirada, ve Marinela como en un espejo el
-desastre interior de aquella vida tan hermosa, y le tiende
-los brazos en caritativo impulso de socorro. Menguada y
-triste es la esperanza que ofrecen desde la navecilla del
-dolor unos remos tan frágiles, mas en ellos se apoya con
-gratitud Florinda, y levantándose firme, con ellos se
-abraza, sostenida en el naufragio de la felicidad.</p>
-
-<p>&mdash;¿Quién nos persigue?&mdash;clama otra vez Marinela
-entre sollozos&mdash;. Y como su prima no responde, añade:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_278" id="Page_278">[278]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;La bruja es también sortílega, adivinadora, ¿entiendes?...
-¡Vamos a pedirle que nos ayude!</p>
-
-<p><i>Mariflor</i> desciñe sus brazos en torno de la enferma, y
-señalando en la pared al Cristo, murmura inspirada:</p>
-
-<p>&mdash;No: ¡a Este!...</p>
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-054.jpg" width="300" height="329"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_279" id="Page_279">[279]</a></span></p>
-
-<div class="chapter">
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-015.jpg" width="400" height="156"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<h2>XVIII<br /><br />
-<span class="pch">LA HEROICA HUMILDAD</span></h2>
-
-<div>
- <img class="dc1" src="images/da.jpg" width="200" height="198" alt=""/>
-</div>
-<p class="dc13">ARROJADAS como dos náufragos a
-los rigores de la suerte, Olalla y
-Ramona siegan sus panes y los
-ajenos, hacen gavillas y manojos,
-<i>acerandan</i> y criban, mueven
-el trillo, el bieldo y el <i>calomón</i>.</p>
-
-<p>Ningún fiero trabajo se resiste
-a la necesidad y al brío de estas
-mujeres silenciosas y duras, imperturbables.
-Si Olalla desfallece un minuto, ebria de
-calor y de esfuerzo, su madre la sostiene y aguza con
-unas sílabas certeras, rápidas como un latigazo:</p>
-
-<p>&mdash;¡Aguanta!&mdash;balbuce roncamente.</p>
-
-<p>Y la moza, bajo el violento acicate de este sordo grito
-de guerra, endurece sus músculos y esclaviza su voluntad
-como una veterana obrera de la mies. Con tan buenas
-disposiciones, abundan los jornales para entrambas,
-cuando la propia labor les permite aceptarlos, y el desvalido
-hogar navega a remolque de las bravas remadoras.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_280" id="Page_280">[280]</a></span></p>
-
-<p><i>Mariflor</i> secunda estos afanes con la más ardiente solicitud;
-su dolor, reconcentrado y prisionero, yace sin
-rebeldías, cargado de cadenas en el fondo del alma juvenil.</p>
-
-<p>Pero en la valentía con que la muchacha se yergue
-sobre su desventura, de frente a la existencia, late el humano
-propósito de vencer al Destino a fuerza de abnegación.
-Encauzado el tumulto de sus desolaciones, manso
-ya el torbellino de sus pensamientos, Florinda ha fijado
-los ojos en Dios con suprema esperanza; pretende conseguir
-del Cristo moribundo, en memoria de su excelso
-martirio, una revocación de la sentencia que la confina
-en Valdecruces, sin amor y sin pan, bajo el cruel dilema
-de una boda repugnante o de una miseria definitiva y
-horrible.</p>
-
-<p>Aún confía en el hombre amado, aún le defiende contra
-las acusaciones de la realidad. El frío silencio que la
-persigue con presunciones de abandono se lo explica
-como un castigo de la tardanza y resistencia con que
-acude a los brazos abiertos de la Cruz.</p>
-
-<p>Exigente consigo misma, ansiosa de purificarse en el
-tamiz de todas las virtudes para merecer la divina compasión,
-se acusa de no haber compadecido bastante, de
-no haber rechazado aversiones y repugnancias con diligente
-voluntad; quiere ahora poner sus sacrificios a la
-altura de sus anhelos, y se debate en tremendas luchas,
-porque todos los dolores le parecen poco finos y apurados
-para subir por ellos a la soñada cumbre, y con tales
-sutilezas se desarrolla su nativa sensibilidad, que ya teme
-asomarse al huerto por no interrumpir el canto de los
-pájaros y levanta las zarzas del camino para no herirlas
-con el pie.</p>
-
-<p>Al influjo de tan extremada compasión, un poco enfermiza
-y delirante, adquiere la casona de la abuela un
-cariz de blandura, humano y dulce. La enamorada realiza
-prodigios de orden y habilidad en torno suyo; están<span class="pagenum"><a name="Page_281" id="Page_281">[281]</a></span>
-los niños más aseados y alegres; el menaje más enderezado
-y compuesto, y hasta la abuelita menos torpe y
-abrumada. Sobre todo, Marinela es quien más plenamente
-recibe los favores de esta ternura que invade el hogar
-como suave regolfo de una marejada asoladora.</p>
-
-<p>Para traer al médico, luego de saldar la antigua cuenta,
-Florinda registró su baúl de ciudadana, y, al cabo de
-muy tristes y secretas negociaciones, obtuvo de la sobrina
-del cura el dinero preciso en cambio de algunas
-chucherías que sedujeron a la muchacha.</p>
-
-<p>La propia <i>Mariflor</i> fué a Piedralbina con las siete pesetas,
-y a la tarde siguiente el médico llamó con mucha
-solemnidad en casa de la tía Dolores, después de atar a
-la vilorta del huertecillo las bridas de un jaco semejante
-al de Fabián Alonso.</p>
-
-<p>Joven, endeble y taciturno, el facultativo parecía tan
-necesitado de asistencia como poco amigo de prestarla.
-Comenzó por renegar de la lobreguez de la alcoba adonde
-le condujo <i>Mariflor</i>, y acabó por decir que examinaría
-a la paciente cuando para ello dispusiera de aire y de
-luz.</p>
-
-<p>&mdash;La casa es grande&mdash;vociferó enojado&mdash;; ¿no encuentran
-ustedes más que un escondrijo oscuro para
-esta criatura?</p>
-
-<p>La abuela se santiguó llena de asombro. ¡Andanda
-con el mediquín nuevo; oscura la alcoba, después de
-haber comprado una vela de las finas para cuando él
-llegase!</p>
-
-<p>Sintió <i>Mariflor</i> mucha vergüenza por lo mismo que
-le pareció evidente la justicia con que se censuraban las
-condiciones del aposento, y prometió sustituirle al punto
-por el mejor del edificio.</p>
-
-<p>Un poco amansado el médico, pulsó a la niña, le miró
-los ojos y la lengua, preguntó antecedentes de los progenitores,
-y, después que la anciana, con el auxilio de
-<i>Mariflor</i>, hizo un dificultoso relato de muertes prematuras,<span class="pagenum"><a name="Page_282" id="Page_282">[282]</a></span>
-recomendó a la enferma sanos alimentos, un tónico
-de la botica y baños progresivos de sol.</p>
-
-<p>Despidióse maravillado de la inteligencia y el interés
-conque Florinda le escuchaba, dando señales de comprenderle,
-y cuando volvió, al cabo de dos días, halló en
-mitad de la sala el lecho de Marinela, aireado y a plena
-luz.</p>
-
-<p>No costó poco trabajo subirle allí; tuvieron por loca a
-quien lo proponía, y sólo a fuerza de obstinadas solicitudes
-logróse al cabo la piadosa intención.</p>
-
-<p>&mdash;¿Un catre en la sala?... ¡Válgame Dios; ya no me
-queda más que ver!&mdash;había respondido la abuela a las
-primeras indicaciones de Florinda, las cuales produjeron
-igual asombro en las otras mujeres.</p>
-
-<p>Después de agotar la valerosa enfermera todos sus
-convincentes argumentos, comenzó Olalla a mostrarse
-indecisa.</p>
-
-<p>&mdash;¡Si es necesario!...&mdash;insinuó.</p>
-
-<p>Ramona, siempre con su aire de bestia parda, alzó los
-hombros en indefinible actitud. Y Marinela confortó su
-cuerpo con el sol y las brisas, mientras la tía Dolores se
-hacía cruces.</p>
-
-<p>Para conseguir los sanos alimentos y traer el tónico
-de Astorga, volvieron la necesidad por un lado y por
-otro la codicia, a establecer secretas relaciones entre el
-baúl de <i>Mariflor</i> y los armarios de la maestruca.</p>
-
-<p>De rodillas, inclinada con desconsuelo sobre los despojos
-de sus tiempos felices, buscó la pobre muchas veces
-algo que cambiar por dinero. Y poco a poco, la ropa
-blanca, el rosario de coral, el bolsillo de piel, las cintas
-y los adornos señoriles, fueron con mucha cautela a pulir
-el equipo de la novia. Como todo ello eran frivolidades
-de valor escaso, Florinda dejaba tímidamente que la generosidad
-de Ascensión pusiera el precio. Y Ascensión,
-poco escrupulosa, influída por el espíritu mercantil de la
-raza, fué abusando cada vez más de aquellos apuros y<span class="pagenum"><a name="Page_283" id="Page_283">[283]</a></span>
-llegó a poseer casi entero el humilde tesoro de su amiga.
-Ya no le quedaba a ésta más recurso que el reloj de
-su madre; era de oro, de una sola tapa, lindo y pequeño.</p>
-
-<p>Postrada ante el cofre exhausto, contemplaba la niña
-su joya con terrible perplejidad. Hubiera querido no
-sentir hacia ella un apego entrañable, no estremecerse
-con profunda emoción mirando la saetilla, parada en las
-tres, como recuerdo de una trágica hora.</p>
-
-<p>Varias veces, aquel mismo día, salió el estuche rojo de
-su escondite, llevado y traído por una mano trémula:
-<i>Mariflor</i> quería ofrecérselo a la novia y sonreir valiente
-al realizar el nuevo sacrificio. Pero ante sus ojos, turbios
-de llanto, la vira del reloj temblaba como dedo convulso
-que señalase con infinita pena una dulce memoria
-próxima a extinguirse.</p>
-
-<p>En vano la joven apelaba a sus firmes propósitos de
-someterse bajo el purgativo dolor con ánimo eficaz; en
-la sedosa red de sus pestañas tejía el humano sentimiento
-una niebla entre el alma y la Cruz...</p>
-
-<p class="p2">Marinela ha mejorado un poco. Tempranito, antes que
-abrase el día, baña su débil pecho en los rayos milagrosos
-del sol. La pócima confortante y las comidas, apetitosas
-algunas veces, la van fortaleciendo; se levanta, sale
-al colgadizo cuando la tarde se dulcifica, y percibe sin
-cesar el tónico de las brisas puras.</p>
-
-<p>El médico ha ordenado que duerma sola, con el balcón
-abierto; pero ella, lo mismo que su hermana, temen
-a la noche libre como a emboscado enemigo, y Florinda
-tiende su colchón al lado de la enferma para infundirle
-ánimos; ambas reposan a pleno aire, al amparo de la
-luna, con estupefacción de cuantos vecinos conocen este
-nuevo sistema de curar.</p>
-
-<p>De él se duele Ramona cada vez con más ostensible
-disgusto; ha querido oponerle resistencia, pero las súplicas
-de Florinda obran milagros hace algún tiempo en<span class="pagenum"><a name="Page_284" id="Page_284">[284]</a></span>
-aquella singular mujer. Cuando se le acerca la joven a
-solicitar su permiso para alguna cosa, reprime un movimiento
-duro, esconde la torva decisión de su mirada, y
-suele decir:&mdash;Bueno&mdash;alzando los hombros con su acostumbrada
-indiferencia&mdash;. Sin duda, evoca el aviso de don
-Miguel: «Florinda no tiene madre; ¡acuérdate!</p>
-
-<p>Desde que la muchacha se ocupa con humilde abnegación
-del hogar y de los niños, y especialmente de
-Marinela, diríase que acentúa Ramona aquella pasiva tolerancia
-con que recibe cuanto de Florinda procede. No
-pregunta de dónde saca ella dineros y entusiasmos para
-mimar a su prima; supone vagamente que el párroco la
-ayuda por compasión, y finge, como Olalla, no comprenderlo,
-algo confundidas ambas entre flojos estímulos de
-vanidad y gratitud...</p>
-
-<p>Hoy <i>Mariflor</i> arrostra muy azorada el pálido mirar de
-la madre; es menester adquirir un nuevo frasco de medicina,
-que vale cinco pesetas. Lo dice así de pronto, seguido,
-para no amedrentarse demasiado.</p>
-
-<p>&mdash;¡Cinco!&mdash;balbuce Ramona.</p>
-
-<p>Su ronca voz, sin inflexiones, rueda sombría.</p>
-
-<p>&mdash;Malas artes dañaron a la rapaza&mdash;murmura&mdash;. Y
-muy peor será acudir a fabulaciones de ciudades para
-ponerla buena. Con darle boticas y cuchifritus, acostarla
-a la santimperie y tenerla a todas horas a las clemencias
-del cielo, no se consigue desfacer el hechizo de la
-bruja.</p>
-
-<p>&mdash;¡No crea usted en hechicerías!&mdash;ruega <i>Mariflor</i> tímidamente.</p>
-
-<p>Pero Ramona, exaltándose, arguye:</p>
-
-<p>&mdash;¿Voy a creer que es Dios el que me comalece los
-rapaces y el esposo, me rebata la hacienda y me tosiga
-en la sumidad de todos los trabajos?... ¡No lo tengo merecido!
-Dios es justo y no puede consentir que unos gocen
-de mogollón y otros pujen todas las pestilencias de
-la vida.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_285" id="Page_285">[285]</a></span></p>
-
-<p>Palidece la doncella, creyéndose alcanzada como otras
-veces por el despecho de las alusiones, pero la mujerona,
-mirándola de frente como no acostumbra, adulce
-todo lo posible el desabrimiento de su voz, y añade:</p>
-
-<p>&mdash;Tú eres una párvula sin hiel y no conoces al diablo.</p>
-
-<p>Suspensa <i>Mariflor</i> ante la benigna frase, atrévese a
-profundizar con la mirada en los ojos propicios de Ramona,
-y le parece sentir cómo se rompe el hielo del explorado
-corazón, y un arroyo de ternura rueda escondido
-en él...</p>
-
-<p>Están de sobremesa las cuatro mujeres de la casa,
-después de cenar. Alcanzaron permiso los rapaces para
-correr un rato al fresco de la noche, y ellas parecen detenidas
-por una involuntaria laxitud.</p>
-
-<p>El cansancio y la tristeza ponen su languidez amarga
-sobre aquellas actitudes de indecisión y cortedad; el
-humo las envuelve y el silencio las colma de profunda
-melancolía.</p>
-
-<p>Abre la abuela en prolongando bostezo su desdentada
-boca, y la voz suave de Florinda insiste:</p>
-
-<p>&mdash;Marinela sanará si seguimos cuidándola...</p>
-
-<p>Ramona interrumpe sordamente:</p>
-
-<p>&mdash;No sana, como la bruja no la ensalme.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pero si está mucho mejor!... ¿Verdad, Olalla?</p>
-
-<p>La aludida se estremece lo mismo que si volviera de
-un desmayo o despertara de un sueño. Hay que repetirle
-la pregunta y explicarle el asunto de la conversación;
-sólo entonces dice con vaga certidumbre:</p>
-
-<p>&mdash;La meiga puede sanarla.</p>
-
-<p>&mdash;¡Por Dios!... La tía Gertrudis no es meiga. ¿Tú también
-vas a dudarlo?</p>
-
-<p>Se encoge de hombros la maragata rubia, igual que
-suele hacerlo su madre. Parece que las sensaciones delicadas
-son ya desconocidas para la moza, como si con
-los músculos y la voluntad se le hubiese endurecido el
-corazón, palpitando sobre la mies.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_286" id="Page_286">[286]</a></span></p>
-
-<p>Ramona espabila el candil, junta impaciente los regojos
-de pan en un pico de la mesa, y no pudiendo contener
-el ímpetu de las indignaciones que la obligan a moverse,
-prorrumpe:</p>
-
-<p>&mdash;¿Conque no es meiga la tía Gertrudis?... ¿Cómo padeces
-tú el aojo de la su visita, si no en la salud en tantas
-de cosas?... ¿Quién trujo al forastero trufaldín y te
-aquerenció con él?... ¿Quién te ofusca para no reamar a
-un pretendiente de la garrideza de Antonio?... ¡Ay, rapaza;
-afánate por tu prima y verás lo que consigues, si no
-logras trincar la intención que nos ofende!...</p>
-
-<p>No solía Ramona componer tan largos discursos; su
-voz, escandecida, tiñóse de emocionante desconsuelo,
-cuando añadió:</p>
-
-<p>Yo bien conozco el daño que Marinela padece; por
-eso fuyo de oyirla balitar como un corderín, con la secura
-en la boca y en los ojos la medrosía... Pedido hube
-su curación al Santísimo por los alzamientos del cálice;
-pero Dios, con ser tan compasionado, permite que Lucifer
-conjure contra el pobre manojuelo de mis entrañas...</p>
-
-<p>Extinguióse la burda queja en un sollozo, y el busto
-de la madre se inclinó hacia la orilla de la mesa; algunas
-lágrimas cayeron sobre los mendrugos de pan.</p>
-
-<p>&mdash;¡No llore!&mdash;murmuró Florinda traspasada de compasión&mdash;;
-¡no llore! Dios no deja que el Diablo dañe a
-los suyos, estoy segura de ello; lo aprendí en sermones
-y libros: lo dice don Miguel.</p>
-
-<p>Ramona movía la cabeza con incredulidad, reprimiendo
-el llanto.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y quién busca el dinero de las medicinas?&mdash;dijo al
-fin, como si se diese a partido&mdash;. Sus ojos enigmáticos
-se posaban en la moza con inquietud.</p>
-
-<p>Ella se ruborizó, y muy emocionada, pensando en su
-relojito, repuso:</p>
-
-<p>&mdash;Yo buscaré lo suficiente para algunos días; pero ya
-se me acaba el... la... el medio de encontrarlo.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_287" id="Page_287">[287]</a></span></p>
-
-<p>Suspiró la mujer con alivio, sin mostrar desconfianza,
-admiración ni curiosidades; secóse los párpados con la
-punta del mandil, y comunicativa como jamás lo estuvo,
-dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Mañana van las de Fidalgo a Astorga, y como no
-tenemos cabalgaduras, yo había pensado que Olalla
-fuese con ellas a vender unos palombos; la prestarían
-compaña y montaje, y ocasión de mercar zapatos para
-que los críos no nos avergüencen el día de la fiesta; pero
-nos han ofrecido a las dos jornal.</p>
-
-<p>&mdash;Yo iré&mdash;apresuróse a decir <i>Mariflor</i>, inspirada en
-un doble propósito.</p>
-
-<p>Admitida inmediatamente la promesa, Ramona tuvo
-que gritársela a su hija:</p>
-
-<p>&mdash;¿Te duermes o pasmaste?&mdash;voceó adusta.</p>
-
-<p>&mdash;¡Estoy cansa!&mdash;lamentó sin bríos la infeliz.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pobre!&mdash;dijo Florinda entrañando el acento.</p>
-
-<p>Y un gato flacucho y pintojo lanzó a la mesa elocuentes
-maullidos...</p>
-
-<p>La imagen desfallecida de Olalla persiguió a <i>Mariflor</i>
-toda la noche como un punzante remordimiento; ¡ella
-también debía salir al campo, jornalera y labradora sin
-condiciones, lo mismo que su prima!...</p>
-
-<p>Aun en las blandas horas en que el sueño ata las
-existencias y las somete a su apacible dominio, velaban
-los pesares de la joven ocultos en las sombras del reposo,
-para erguirse más crueles a la luz de la realidad,
-cuando la víctima despertase.</p>
-
-<p>De tal modo iba ella robusteciendo sus ánimos contra
-el dolor, que después de sobreponerse al cobarde anhelo
-de morir, se lanzaba a padecer, delirante de heroísmo.
-Convertida en lavandera y hortelana, la señorita melindrosa
-comía el rancho del hogar sin aparente esfuerzo,
-mostraba un buen talante a todos los reveses de la pobreza,
-y se dolía de no haber pagado su tributo de sudor
-a la mies. Pero la seguridad de marchitarse aspada en<span class="pagenum"><a name="Page_288" id="Page_288">[288]</a></span>
-el potro del trabajo, le causaba terror; ya le parecía
-sentir en su florido cuerpo el menoscabo de la belleza,
-la invisible garra del sacrificio hundiéndole en el rostro
-las facciones, borrando la tersura y la sonrisa de la juventud.
-Hasta en la raíz de los cabellos percibía la moza
-el temblor de tales amenazas: una crispatura y un frío
-que acaso la hiciera encanecer.</p>
-
-<p>Como dormía sin que durmiese su dolor, despertábase
-algunas mañanas con el espanto de las pesadillas, creyéndose
-ya desjarretada y mustia, igual que tantas infelices
-de Valdecruces.</p>
-
-<p>Así recela hoy mismo, y una invencible zozobra la empuja
-hacia el espejo. Entre las nubes del cristal resplandecen
-los veinte años con tales promesas, que la medrosa
-no puede menos de sonreir. Se aproxima al azogue
-donde irradia la imagen, busca bien en sus rasgos la hermosura
-y descubre la piel fina un poco tostada por el
-sol, las ojeras teñidas por la preciosa untura de las lágrimas,
-la boca grave y dulce, profundo y noble el duelo
-de los ojos, todo el semblante embellecido con gracias
-y tristezas.</p>
-
-<p>En el nublado espejo de la tía Dolores tembló la luz
-de una mirada agradecida, que, al volverse luego, descubrió
-a Marinela con los ojos clavados en el Cristo moribundo,
-ya inseparable compañero de la niña doliente.</p>
-
-<p>Avergonzada <i>Mariflor</i> por el contraste que ofrece su
-frívola consulta con aquella otra, acude hacia su prima,
-hunde la cara entre los brazos de ella para disimular el
-sonrojo, y pregunta:</p>
-
-<p>&mdash;¿Rezabas?</p>
-
-<p>&mdash;Eso mismo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Por quién?</p>
-
-<p>&mdash;Por ti.</p>
-
-<p>&mdash;¡Dios te lo pague!</p>
-
-<p>La enferma alisa blandamente los cabellos de <i>Mariflor</i>,
-que de pronto balbuce:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_289" id="Page_289">[289]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¿Tengo canas?</p>
-
-<p>&mdash;¡Josús, mujer!... ¿Canas a tu edade?... Tienes un pelo
-tan largo y amoroso que da gusto cariciarlo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Sabes que voy a Astorga a vender los pichones?&mdash;dice
-Florinda, incorporándose para acabar de vestirse.</p>
-
-<p>&mdash;¿Tú? ¿Pues cómo?</p>
-
-<p>&mdash;Anoche ya estabas durmiendo cuando lo dispusimos:
-tu madre y Olalla tienen hoy jornal.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y quién me cuida?</p>
-
-<p>&mdash;La abuela.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ay, no quiere que me bañe el pecho al sol; se
-duerme, riñe o llora!</p>
-
-<p>&mdash;Yo vuelvo al anochecer. Te traeré la medicina y
-yemas escarchadas sólo para ti: son de mucho alimento.</p>
-
-<p>&mdash;¿Pero sabes el camino?</p>
-
-<p>&mdash;Voy con las de Fidalgo.</p>
-
-<p>&mdash;Entonces verás a las clarisas... ¡Dichosa tú!</p>
-
-<p>&mdash;¿Sientes la vocación otra vez?</p>
-
-<p>&mdash;¿Otra vez?&mdash;repite Marinela encendida como una
-rosa.</p>
-
-<p>&mdash;Creí que ya no te acordabas del convento.</p>
-
-<p>&mdash;Acordarme, sí...&mdash;murmura la enferma con tan balbuciente
-seguridad, que <i>Mariflor</i> la mira llena de asombro:
-ve que hace esfuerzos para contener el llanto, se
-acerca a consolarla, y el incógnito dolor de aquel pecho
-herido estalla en sollozante crisis.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué tienes? ¿Por qué lloras? ¡Dime, dime tus
-penas!</p>
-
-<p>La sin ventura no responde; gime anhelante, y Olalla
-sorprende a las dos primas juntas, en un abrazo tristísimo.</p>
-
-<p>&mdash;¿La despedida os hace duelo?&mdash;prorrumpe atónita.
-Sin esperar la contestación, añade:</p>
-
-<p>&mdash;Aquí están los palombos: diez parejas.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_290" id="Page_290">[290]</a></span></p>
-
-<p>Y coloca sobre la cama un escriño pequeño, donde las
-aves cautivas se revuelven temblorosas.</p>
-
-<p>Florinda acaricia a Marinela, que procura serenarse y
-que poco después se queda sola frente al balcón abierto,
-lanzando sus miradas, húmedas aún, desde la agonía de
-Cristo a la serenidad resplandeciente de las nubes.</p>
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-014.jpg" width="300" height="256"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_291" id="Page_291">[291]</a></span></p>
-
-<div class="chapter">
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-025.jpg" width="400" height="145"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<h2>XIX<br /><br />
-<span class="pch">EL CASTIGO DE LOS SUEÑOS</span></h2>
-
-<div>
- <img class="dc1" src="images/db.jpg" width="200" height="196" alt=""/>
-</div>
-<p class="dc13">BIEN acogida <i>Mariflor</i> por las viajeras,
-tuvo asiento propicio en las
-anchas jamugas de la novia,
-mientras la madre de ésta asilaba
-a los pichones en su mulo, prometiendo
-venderlos ella misma,
-más artera en estos negocios
-que la niña ciudadana.</p>
-
-<p>&mdash;Tú, en cambio&mdash;le dijo&mdash;,
-acompañas a Ascensión, faceis compras y visitas, que ya
-la boda está adiada y no hay que descuidarse con los encargos
-y los aconvidos...</p>
-
-<p>El cielo, muy tocado de arreboles, anunciaba un día
-bochornoso, y las amazonas se proponían llegar a la ciudad
-antes de que arreciase el calor, para volver a Valdecruces
-con la fresca.</p>
-
-<p>Iba la novia hablando con mucho empaque de los
-obsequios que había recibido y de los que aún esperaba:
-mantellinas con recamos, medias de seda, lienzos y estofas,
-anillos, pendientes y collares; ¡le faltaba un reloj!</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_292" id="Page_292">[292]</a></span></p>
-
-<p>Sintió Florinda triste sobresalto allí donde llevaba
-oculta la alhaja de su madre, al lado del corazón. Había
-resuelto vender el relojito en Astorga para evitarse el
-pesar de verle en manos ajenas, y la humillación de seguir
-pidiendo mezquinos favores entre gente conocida.
-De pronto, considera que es preciso hacerle a la novia
-un regalo, un regalo que debe extremarse como prueba
-de gratitud a don Miguel: y el deseo expresado por Ascensión
-le parece un providente aviso contra el propósito
-de hurtar la preciada joya a las ilusiones de la maestruca.
-Teme que haya poca generosidad en el intento:
-recuerda con pesadumbre su baúl vaciado en los cofres
-de la amiga a cambio de una menguada limosna; pero
-aquella amiga fué antes dulce y noble con <i>Mariflor</i>, la
-recibió en triunfo en el pueblo, colmándola de atenciones,
-cediéndola homenajes que ella sola disfrutaba. Y
-ahora mismo la lleva al lado suyo cogida por el talle con
-blandura, la mira y la sonríe confiada y amable, aunque
-un poco embaída con su próspera suerte.</p>
-
-<p>Segura de que en casa de la abuela no habrá un lindo
-regalo para Ascensión, va cediendo Florinda al bondadoso
-impulso de ofrecerle el relojito que oculta. Al instante
-se confunde, reflexionando: ¿cómo entonces comprará
-lo que Marinela necesita?</p>
-
-<p>Mejor le parece vender la joya, sumar el dinero con lo
-que valgan los palomos, y después de adquirir los menesteres
-para la enferma y los zapatos de los niños, comprar
-también el obsequio para la desposada. Tendrá que
-separarse de sus amigas con disimulo antes de hacer la
-venta. Entrará en una relojería y... ¿cómo va a decir
-cuando le pregunten: ¿qué desea usted?</p>
-
-<p>Un aturdimiento penosísimo le embarga: oye apenas
-el palique animado de Ascensión, procura sostenerle, y
-teme, al hablar, que el transido acento delate las interiores
-cuitas.</p>
-
-<p>Compadeciendo el propio infortunio, en el alma opulenta<span class="pagenum"><a name="Page_293" id="Page_293">[293]</a></span>
-de <i>Mariflor</i> se desborda una gran ternura que
-sube a los pelados serrijones, corre por llecas y cambronales,
-y unge de lástima los abietes ariscos, las mustias
-amapolas, los matojos humildes, todo el vago confín de
-las veredas blanquecinas.</p>
-
-<p>¡Qué tristes son estos senderos solitarios! Arden y
-huyen al través de pasturajes descoloridos y de rediles
-temblorosos, sin escuchar la sonatina de una fuente ni
-percibir el aroma de una flor. Persíguelos Florinda con
-mirada soñadora: parece que van a derramarse en la infinitud
-de los horizontes para seguir corriendo a la insondable
-eternidad, sin rumbo ni destino. Pero advierte
-que algunos, deslizándose entre sebes y hormazos, se
-confunden a la par de una aldea en los firmes renglones
-de una mies y mueren en los surcos, rectos y hondos,
-como trazo de una ferviente plegaria dirigida hacia Dios.</p>
-
-<p>Al descubrir en el erial estas conmovedoras señales de
-esperanza y trabajo, la niña triste lanza su imaginación
-por las llanuras de la fantasía, y alentada supone que ya
-está cerca el premio de su martirio. Quizá Antonio se
-decide a portarse bien con la abuela; quizá aquella misma
-tarde llegue a Valdecruces el esperado aviso de la
-felicidad: una carta detenida por azares que nada tengan
-que ver con la ingratitud y el desamor.</p>
-
-<p>Harto encendido el día en resplandores, tocan en la
-ciudad las maragatas: intérnase la madre por el callado
-laberinto de las rúas, y no se detienen las mozas hasta la
-puerta del convento. Habían tomado un camino vecinal
-junto a la milagrosa ermita del Ecce Homo; dieron desde
-allí en el puente del Gerga, rozaron la Fuente Encalada,
-y por «el reguero de las monjas» posaron en el umbral
-de las clarisas.</p>
-
-<p>Después de un patio silencioso, encuentran dos portalones
-bajo las alas del edificio, grande y pesado: se
-adelantan por uno de ellos, llaman al torno con suaves
-golpecitos, y al cabo de prolija explicación les hacen bir<span class="pagenum"><a name="Page_294" id="Page_294">[294]</a></span>
-a la «Reja pequeña», un locutorio humilde con apretada
-celosía.</p>
-
-<p>La novicia de Oviedo, amiga de Ascensión, recibe
-con otra monja a las maragatas. A poco llegan unos señores
-preguntando por la abadesa, y aparece la Madre
-Rosario, fina y dulce, sonriendo en el nimbo de su manto
-virginal.</p>
-
-<p>De un lado y otro de la reja se forman dos grupos susurrantes,
-y <i>Mariflor</i>, un poco aislada, escucha, distraída
-primero, interesada al fin, el relato con que la abadesa
-satisface la curiosidad de la visita.</p>
-
-<p>&mdash;Sí&mdash;murmura&mdash;, a mediados del siglo trece, una
-clarisa del convento de Salamanca, oriunda de Astorga,
-vino a fundar aquí. Poco después, el muy alto y respetable
-señor don Álvaro Núñez de Trastamara, donó a la
-Comunidad este edificio, que en aquella época lucía muy
-hermosas proporciones y elegante arquitectura, y que
-hubo pertenecido con su templo y aledaños a los ilustres
-caballeros de Alcántara.</p>
-
-<p>Habla la Madre con sentida y reposada voz, su figura
-se yergue majestuosa entre los pliegues blancos del ropaje;
-eleva los ojos, suspira y prosigue:</p>
-
-<p>&mdash;Reyes y próceres de otras centurias concedieron
-tantos favores a esta santa Comunidad, que nuestra casa
-pudo llamarse <i>Real Convento</i>; en testimonio de tal honor
-conservamos un escudo con castillos y leones sobre la
-vivienda del capellán, y en nuestro archivo, bulas y documentos
-de esclarecida memoria para la fundación.</p>
-
-<p>Al otro lado del locutorio decae la charla bajo el dominio
-que ejerce el suave acento de la abadesa.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué lista debe de ser!&mdash;alude la maestruca mirándola
-con arrobo.</p>
-
-<p>Y la novicia responde llena de orgullo:</p>
-
-<p>&mdash;Viene de alto linaje: una antepasada suya fué canóniga
-de la Catedral de León.</p>
-
-<p>&mdash;¿De verdá? ¿Pueden ser canónigas las mujeres?</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_295" id="Page_295">[295]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;En tierras de Castilla, sí.</p>
-
-<p>La monja que presenciaba la visita quebrantó su grave
-silencio argumentando con mucha erudición:</p>
-
-<p>&mdash;El noble señorío de Villalobos goza, como los reyes,
-privilegio de canonicato, que por falta de sucesión
-varonil recayó un tiempo en la condesa doña Inés, ascendiente
-de nuestra Madre.</p>
-
-<p>Por mandato de la cual, sin duda, abrióse de pronto
-una puertecilla para que los visitantes pudiesen admirar
-un bello claustro de arcadas góticas, bañado en suavísima
-luz.</p>
-
-<p>&mdash;Es lo único que del antiguo edificio conservamos&mdash;dijo
-la abadesa&mdash;; en el fondo está el jardín; todo ello
-pertenece a la clausura.</p>
-
-<p>De la extraña claridad sin tonalidades, trascendía exquisito
-perfume de rosas y jazmines, cándido aliento del
-misterioso vergel; aromas y resplandores invadieron el
-locutorio con deleite; y penetrada Florinda por la singular
-impresión, dícese codiciosa:</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué bien estaría aquí la pobre Marinela!</p>
-
-<p>Aún responde la Madre Rosario a preguntas de los
-caballeros:</p>
-
-<p>&mdash;Trastamaras y Osorios&mdash;encarece&mdash;han sido nuestros
-más cabales protectores; al primero debe la Comunidad,
-entre inmensas mercedes, el reguero que desde
-hace siglos viene desde Fuente Encalada a calmar nuestra
-sed; todos los días pedimos a Dios por el ánima del
-insigne castellano.</p>
-
-<p>Como si la blandura de la evocación hubiese tenido
-mágico poder, un hilo de agua rompió a cantar en el
-misterio del jardín. Le acordó la Madre con su cristalino
-acento para responder a los señores visitantes:</p>
-
-<p>&mdash;Nuestra regla es de mucha pobreza y humildad;
-comemos de vigilia todo el año y usamos ropa interior
-de lana muy gorda, tejida en San Justo...</p>
-
-<p>Cerróse lentamente el postigo recién abierto, y extinguidos<span class="pagenum"><a name="Page_296" id="Page_296">[296]</a></span>
-la luz, el aroma y el rumor que desde el claustro
-seducían como ilusiones de otro mundo, vibraron las últimas
-palabras de la abadesa en la austeridad penitente
-del locutorio.</p>
-
-<p>Un instante después las dos niñas maragatas recobraron
-su mulo en el umbral del convento y buscaron las
-calles céntricas de Astorga, que, amodorrada al sol, yacía
-soñolienta y muda.</p>
-
-<p>Iba <i>Mariflor</i> leyendo los rótulos de las tiendas sin
-hallar aquel que temía y deseaba. Cuando hicieron alto
-en un almacén de tejidos de la rúa Antigua, Ascensión,
-sentada cómodamente, titubeando infinitas veces antes
-de elegir, parecía dispuesta a no levantarse nunca. Con
-el pretexto de ir a la botica, logró la de Salvadores dejarla
-allí, perpleja entre nubes de holandas. Y sola ya en
-la calle, tomó un rumbo al azar, encomendándose a
-Dios.</p>
-
-<p>Antes de salir de Valdecruces había puesto Florinda
-en marcha el relojito para romper la inmovilidad de
-aquella manecilla implacable, siempre evocadora; le sentía
-latir junto a su corazón y le dolía en el pecho acerbamente
-aquel tenue latido.</p>
-
-<p>Anduvo apresurada, dobló una esquina y luego otra,
-registrando carteles comerciales, hasta que en una vidriera
-vió algunos relojes de acero entre dijes y gargantillas.
-Al otro lado del cristal, en menguado tenducho,
-un hombre de triste catadura la recibió sorprendido:</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué desea usted, joven?</p>
-
-<p>Un gato negro levantó perezoso la cabeza y un enjambre
-de moscas zumbó en torno a la pregunta.</p>
-
-<p>&mdash;Deseo&mdash;balbució la muchacha turbadísima&mdash;vender
-este reloj.</p>
-
-<p>Tras un prolijo examen de la joya, el comerciante
-dijo receloso:</p>
-
-<p>&mdash;¿Cuánto pide por él?</p>
-
-<p>&mdash;Sesenta pesetas.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_297" id="Page_297">[297]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Si quiere quince...</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah, no!&mdash;protestó indignada la infeliz. Y casi arrebatando
-su tesoro de las manos extrañas, lanzóse de
-nuevo a la aventura por las calles.</p>
-
-<p>Guardaba el relojito entre los dedos convulsamente
-apretados, y parecíale sentir en la sangre trasfundido el
-pulso de metal, como si otra vida se derramara en la
-suya. Todo el ímpetu de los recuerdos latía doloroso en
-las potentes venas de la moza, bajo aquel doble ritmo;
-ternuras maternales, goces de la niñez y florecidas esperanzas
-del amor, cegaron con visiones de imposible
-felicidad los dulces ojos de la viajera.</p>
-
-<p>Como llevaba el paso indeciso y extasiado el semblante,
-los escasos transeuntes la miraban curiosos. Ella
-seguía vagando sin rumbo, repitiendo con mecánica obstinación
-los nombres de las calles: la <i>Redecilla</i>, la <i>Culebra</i>,
-<i>Santa Marta</i>, <i>Plaza del Seminario</i>, <i>Puerta Obispo</i>...
-allí se detuvo sin saber por qué, y quedóse mirando
-fijamente al escudo de una casa antigua y señorial. Era
-el blasón aparatoso; en campo de gules esplendía un
-castillo flanqueado por torres de sable; dos águilas de
-oro sujetaban una cartela, que decía:</p>
-
-<p class="pc1"><i>Soy morena, pero hermosa.</i></p>
-
-<p class="p1">Varias veces leyó la muchacha el mote, con aquella
-porfía maquinal interpuesta como una nube entre sus
-actos y sus pensamientos.</p>
-
-<p>Bajo el dintel macizo de la portalada aparecieron unas
-damiselas con sombreros de moda, abanicos y quitasoles.
-Mirándolas Florinda recordó, como un tiempo muy
-distante, sus años de burguesa ciudadana con arreos
-pueriles y melindrosas costumbres.</p>
-
-<p>Las señoritas, al perder la frescura del portal, comenzaron
-a darse aire con mucho ahinco. Entonces <i>Mariflor</i>
-cayó en la cuenta de que el bochorno la mortificaba,<span class="pagenum"><a name="Page_298" id="Page_298">[298]</a></span>
-pero continuó detenida, releyendo con absurda tenacidad:</p>
-
-<p class="pc1"><i>Soy morena, pero hermosa.</i></p>
-
-<p class="p1">De pronto la llamaron:</p>
-
-<p>&mdash;¡Eh, rapaza, <i>Mariflor</i>! ¿qué haces ahí?</p>
-
-<p>La hermana de don Miguel esperaba atónita, contemplando
-a la niña.</p>
-
-<p>Ella, al volverse, quedó un momento confusa, y al
-cabo acertó a decir:</p>
-
-<p>&mdash;Pues buscaba una botica y me he perdido... Ascensión
-está en un almacén de la rúa Antigua comprando
-telas...</p>
-
-<p>Conforme y calmosa, preguntó la maragata:</p>
-
-<p>&mdash;¿Gustábate el escudo?</p>
-
-<p>&mdash;Sí.</p>
-
-<p>&mdash;Era de un corregidor perpetuo de toda la provincia,
-consejero del rey y mayorazgo tan haberoso, que al
-morirse dejó mil misas añales por su ánima.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah!...</p>
-
-<p>&mdash;Y escucha: ya que te encontré aquí, sube tú a llevar
-a doña Serafina estos dos pichones de parte de mi
-hermano.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo?...</p>
-
-<p>Explicó la mujer que doña Serafina, una astorgana
-linajuda, era esposa del actual dueño de la casa, ambos
-excelentes amigos de don Miguel, quien les debía grandes
-favores.</p>
-
-<p>&mdash;Solemos ofrecerles alguna fineza&mdash;dijo&mdash;y agora
-pensé guardar para ellos, a cuenta mía, tus más llocidos
-palombos... dejé el mulo en la posada y aquí los traigo...
-pero me da mucha cortedad subir.</p>
-
-<p>Ocultó Florinda su joya y, tomando del escriño las
-aves, entró en el portal diciéndose:</p>
-
-<p>&mdash;Estos señores deben ser los que le han facilitado al
-cura la dote de Ascensión.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_299" id="Page_299">[299]</a></span></p>
-
-<p>Quedó sorprendida al encontrarse en un claustro, antiguo
-y apacible como el del convento, alrededor de un
-jardín. Siguiéndole, halló la escalera principal, y al cabo
-de la misma una puerta franca donde llamó.</p>
-
-<p>Poco después, por la ancha galería tendida sobre el
-claustro, se adelantó una dama hermosa y morena, a
-tono con el mote de su escudo. Bajo los negros rizos de
-la frente resplandecían con singular fulgor los bellísimos
-ojos de aquella señora.</p>
-
-<p>&mdash;¿Preguntabas por mí?&mdash;dijo con acento afable y
-triste.</p>
-
-<p>Segura de que hablaba con doña Serafina, <i>Mariflor</i>
-le entregó los pichones de parte de don Miguel Fidalgo.</p>
-
-<p>Las azoradas avecillas lanzaron el columbino temblor
-de sus ojuelos de una a otra mujer, y ambas sintieron,
-con inefable ternura, palpitar entre sus manos aquellas
-vidas cándidas y medrosas.</p>
-
-<p>Bañado en suave luz cenital yacía el corredor en
-muda calma, y una rosa que se asomaba en él desde el
-jardín, parecía doblegarse al peso de una idea.</p>
-
-<p>También Florinda se inclinó de repente para decir
-con súbita inspiración:</p>
-
-<p>&mdash;¿Quisiera usted, por casualidad, comprarme este
-relojito?</p>
-
-<p>Y mostróle, tan afanosa y conmovida, que la dama
-dijo al punto:</p>
-
-<p>&mdash;¡Será un recuerdo!</p>
-
-<p>&mdash;De mi madre...</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo te llamas?</p>
-
-<p>&mdash;<i>Mariflor</i> Salvadores.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah, eres tú!&mdash;pronunció la señora, avizorando con
-sabia dulzura el encendido rostro de la joven&mdash;. Aguarda&mdash;añadió,
-desapareciendo en la galería.</p>
-
-<p>Volvió al instante, y sobre el reloj que alargaba la
-moza, puso un billete de cincuenta pesetas, murmurando:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_300" id="Page_300">[300]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Guarda tu recuerdo, y éste para ti, en nombre de
-una niña que se muere.</p>
-
-<p>&mdash;¿Hija de usted?</p>
-
-<p>Respondieron unos ojos llenos de lágrimas, y los labios
-mudos de la madre rozaron en silenciosa despedida
-la frente de <i>Mariflor</i>.</p>
-
-<p>Duró la escena breves minutos, alucinantes y peregrinos.</p>
-
-<p>Al verse en la escalera otra vez, el escudo, el mote y
-la dama hubiesen girado en la imaginación de Florinda
-igual que fantásticas visiones, si el generoso billete no
-la ofreciera una sensación de realidad. Quiso contemplar
-en él un augurio feliz y despertar a los presentimientos
-venturosos, mas se detuvo, escuchando unas voces
-crueles y tranquilas, fatales como el destino.</p>
-
-<p>Bajaba un criado detrás de la joven y subía una doncella,
-que recatadamente le preguntó:</p>
-
-<p>&mdash;¿Conoces a ésa?</p>
-
-<p>&mdash;Es una pobre maragata de Valdecruces: la señorita
-le ha dado limosna.</p>
-
-<p>Y Florinda, con el corazón derribado, abatió la frente
-una vez más, humilde al castigo de los sueños...</p>
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-070.jpg" width="300" height="244"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_301" id="Page_301">[301]</a></span></p>
-
-<div class="chapter">
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-039.jpg" width="400" height="175"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<h2>XX<br /><br />
-<span class="pch">DULCINEA LABRADORA</span></h2>
-
-<div>
- <img class="dc1" src="images/dy.jpg" width="200" height="201" alt=""/>
-</div>
-<p class="dc13">YA crece agosto, rubio en los centenos,
-azul en las nubes, cándido
-en el aire: el sol abrasa, el viento
-perfuma; están dormidas las
-fuentes, despiertas las dalladoras
-y animado Valdecruces como
-nunca lo suele estar.</p>
-
-<p>Es que han venido los hombres;
-cruzan reposadamente las
-anchurosas calzadas y las callejas hostiles, en paseos y visitas
-de anual conmemoración, y cuando el día languidece,
-se asoman un poco a los abrasados caminos de la
-mies.</p>
-
-<p>En estas rondas pausadas, algo serias, suelen ir juntos
-los paisanos recién venidos; hablan a un mismo tono sereno
-y amigable, no discuten ni se alteran jamás, como
-si para ellos no tuviese problemas la vida ni dobleces el
-corazón.</p>
-
-<p>Por encima de los carrillos colorados y de las bocas<span class="pagenum"><a name="Page_302" id="Page_302">[302]</a></span>
-sonrientes, al confortable calor de las sosegadas digestiones,
-los buenos maragatos miran a Valdecruces con
-seráfica beatitud. Olvidaron su dolorosa infancia de pastores
-o motiles, de escolares con la ruín troja al hombro,
-siempre camino de Piedralbina, entre soles o nieves,
-acosados por la miseria del hogar. Y aceptan hoy, como
-tributo merecido, que el pueblo se vista de gala para
-hospedarles, que las esposas y las hijas les respeten como
-siervas, y que los niños les huyan con saludable miedo,
-como a la suprema representación de la Autoridad y del
-Poder.</p>
-
-<p>Durante la magnífica semana de la fiesta Sacramental,
-sólo en la fecha culminante del día 15, el clásico «día de
-Agosto», se suspenden en Valdecruces las labores del
-campo.</p>
-
-<p>No importa que en cada corral las plumas de las aves
-anuncien holocaustos festivos; las mujeres se multiplican
-para servir regaladamente a los hombres en sus casas
-y para segar y recoger en las mieses los centenos maduros.</p>
-
-<p>Como si el aguijón del servilismo se les hundiera en
-la carne más brioso que nunca, fuerzan las maragatas el
-impulso mecánico de sus energías, exaltan la pasiva corriente
-de sus humillaciones, y en un absoluto renunciamiento
-a toda beligerancia social, se quedan al margen
-de la vida, fuertes, ignorantes, insólitas, ofreciendo a
-«los amos», con el más primitivo de los gestos serviciales,
-la visión placentera de los hijos criados y felices, de
-la mesa servida y colmada, del campo fecundo y alegre:
-las apariencias de estas horas decorativas y relumbrantes
-llenan a los maridos de orgullo entre los forasteros
-invitados.</p>
-
-<p>De Astorga, de León y de otras ciudades más lejanas
-acuden siempre algunos curiosos a las típicas fiestas de
-Maragatería, y son alojados con singular esplendidez en
-las casas más pudientes de cada población. Las comilonas<span class="pagenum"><a name="Page_303" id="Page_303">[303]</a></span>
-se suceden entonces con frecuencia y abundancia
-increíbles; las cocinas pierden su medrosa oscuridad, iluminadas
-por «ramayos» crepitantes, y detonan y esplenden
-como volcanes; sacrifícanse allí vacas enteras, aves
-a montones, lechoncillos y corderos; los manteles no se
-levantan, no reposan los jarros de vino ni se disipa el
-humo de los cigarros.</p>
-
-<p>Al través del continuo festín, atraviesa la maragata
-como una sombra providencial; a todo atiende: sirve,
-corre, huye asustadiza, recatando bajo las alas del pañuelo
-su invencible rubor. Aún suele quedarle tiempo
-aquella tarde para <i>amorenar</i> en la mies o echar a remojo
-las <i>garañuelas</i> en el regato campesino. Y no dejará de
-asistir a la verbena ataviada con su vestido más lujoso,
-grave, muda y bailadora, en actitud de ejercer una profesional
-obligación...</p>
-
-<p>Este agosto en Valdecruces se suma a los festejos oficiales,
-los que se celebrarán en la boda de Ascensión Fidalgo,
-y la pobre aldea, acosada por el calor de la llanura
-y arrostrando con brazos femeninos los rudos trajines
-de la recolección, se aturde sorprendida por el sacudimiento
-del placer...</p>
-
-<p>Las de Salvadores no esperan convidados ni preparan
-festines; callan y sufren, trabajando con furiosa actividad
-que arrebata a <i>Mariflor</i> y la empuja una tarde a la mies.</p>
-
-<p>Ya Marinela se puede quedar sola: baja a la cocina,
-sale al corral y al huerto, cose y atiende un poco a los
-niños. El médico la supone curada: hace recomendaciones
-de higiene y alimentación, y al despedirse asegura
-que se debe a la enfermera aquel triunfo. Con la salud
-retornan los místicos anhelos de la niña, encaminados y
-crecientes hacia el convento de Santa Clara. Y la madre
-sigue encogiéndose de hombros: no fía mucho en la robustez
-ni en la vocación de la mozuela.</p>
-
-<p>De América no escriben; el párroco evita, compasivo,
-los interrogadores ojos de <i>Mariflor</i>, a los cuales no sabe<span class="pagenum"><a name="Page_304" id="Page_304">[304]</a></span>
-qué decir, y ella apura silenciosa las crueles desesperanzas,
-dejándose caer en la mansedumbre secular de aquella
-vida que la va absorbiendo.</p>
-
-<p>Cuando sube al grado máximo la fiebre labradora de
-las mujeres, ya en torno de las fiestas, hasta la tía Dolores
-hace gavillas, anda Pedro muy afanoso, de motil, y
-<i>Mariflor</i> dice resueltamente a Olalla:</p>
-
-<p>&mdash;Esta tarde voy a la era contigo.</p>
-
-<p>&mdash;¿A trabajar?</p>
-
-<p>&mdash;¡Claro!</p>
-
-<p>No pareció sorprenderse mucho la maragata rubia.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno&mdash;responde saliendo del <i>estradín</i>, donde
-aguardan la hora del jornal.</p>
-
-<p>&mdash;Esa tocha&mdash;indicó Marinela cuando vió salir a
-Olalla&mdash;no está en sus cinco desde el arribaje de Antonio.</p>
-
-<p>La madre, que dormitaba en una silla, alzó el rostro
-para decir con acento desabrido:</p>
-
-<p>&mdash;Y tú, ¿criarás verdete por non fablar?</p>
-
-<p>&mdash;Es que <i>Mariflor</i> no debe ir a la trilla&mdash;responde la
-mozuela con pesadumbre.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ella lo quiso!&mdash;exclama Ramona de mal talante.</p>
-
-<p>Y remanece Olalla, advirtiendo que ha pasado la tregua
-del medio día.</p>
-
-<p>Camino de la mies se adelanta la madre con brusca
-precipitación. Olalla y su prima salen detrás cogidas del
-brazo.</p>
-
-<p>&mdash;¿La abuela no viene?&mdash;pregunta <i>Mariflor</i> disimulando
-su angustia.</p>
-
-<p>&mdash;No viene: acerbará en la troje.</p>
-
-<p>&mdash;Y nosotras, ¿qué hacemos?</p>
-
-<p>&mdash;Pues como ya todo está segado, juntaremos gavillas
-en manojos, ¿sabes?</p>
-
-<p>&mdash;Nada sé; tú me enseñarás.</p>
-
-<p>Se crece Olalla algo jactanciosa:</p>
-
-<p>&mdash;Sí, mujer; aprendes en un volido. Mira: agora vamos<span class="pagenum"><a name="Page_305" id="Page_305">[305]</a></span>
-a la arada del <i>Gatiñal</i>, donde ayer estuvimos engavillando
-madre y yo. Con las garañuelas, que son cañas de
-centeno remojadicas y amorosas, atamos las gavillas en
-manojos y las amorenamos en un montón.</p>
-
-<p>&mdash;¿En una «morena»?</p>
-
-<p>&mdash;¡Velaí! De allí se cogen para cargar los carros; y en
-la era se hacen con la mies pilas muy grandes, hasta que
-se trille: ¿nunca lo has visto?</p>
-
-<p>&mdash;Nunca. Y aunque mi padre me lo explicaba, confundo
-las memorias.</p>
-
-<p>Una nube de pena oscurece la frase, haciéndola temblar.
-Olalla se anima y prosigue:</p>
-
-<p>&mdash;Es que las majas llevan muchas labores: luego de
-tender los manojos, desfacerlos y echar el trillo, se dan
-bien de vueltas hasta que se pone la corona a la trilla.
-Después hay que atroparla con el calomón, ponerla en
-parva, hacerle la limpia con los bieldos y acerandarla
-con los cribos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Así se recoge?</p>
-
-<p>&mdash;Sí; medímoslo en cuartales de seis heminas, bien
-limpio de granzas y de coscojo, y ya tenemos pan seguro.
-En l’intre van juntando otras obreras la paja que sirve
-para cuelmo y la menuda que se llama bálago...</p>
-
-<p>Recuerda <i>Mariflor</i> estas lecciones con profundo pesar:
-le sonaron un tiempo a dulcísima parábola llena de
-símbolos felices, y ahora le punzan la carne y el espíritu
-como anuncios de miseria y esclavitud.</p>
-
-<p>En el campo anchuroso halla la moza borrados los fugaces
-senderos de otros días. Las hoces, al segar la mies,
-tendieron por el llano una alfombra rubia y caliente que
-reverbera al sol.</p>
-
-<p>Blando soplo de viento besa la cara de las labradoras.
-Olalla se recoge, oteando los confines del paisaje con inteligente
-curiosidad, y anuncia:</p>
-
-<p>&mdash;Corre una bufina mansa que ayuda mucho a los
-bieldos en la era.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_306" id="Page_306">[306]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Luego sonríe y añade:</p>
-
-<p>&mdash;Hoy no acongoja tanto la calor; tienes suerte,
-rapaza.</p>
-
-<p>Viendo que Florinda no contesta aún, dice alentadora:</p>
-
-<p>&mdash;Y quizabes esta noche dormamos en la trilla toda la
-mocedad.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah! ¿Sí?</p>
-
-<p>&mdash;Es la costumbre.</p>
-
-<p>&mdash;¿Pero no lo dejáis para la última jornada?</p>
-
-<p>&mdash;Según: hay que facerlo cuando están aquí los hombres,
-y en pasando el día de agosto, ya marchan. Estamos
-a 13 y mañana es la boda; conque tiene que premitirse
-bien aina.</p>
-
-<p>Tocan la arada del <i>Gatiñal</i>, y trémula <i>Mariflor</i>, pregunta
-de repente:</p>
-
-<p>&mdash;Dime, Olalla, dime; oye: ¿tú quieres a Antonio?</p>
-
-<p>&mdash;¿El primo?</p>
-
-<p>&mdash;Sí: ¿le quieres... con amor?</p>
-
-<p>&mdash;¡Mujer!</p>
-
-<p>&mdash;¡Contesta!</p>
-
-<p>&mdash;No te entiendo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Te gustaría ser su esposa?</p>
-
-<p>&mdash;Con mis padres no pactaron los suyos: ¡la elegida
-eres tú!</p>
-
-<p>&mdash;Pero, ¿serías feliz si te eligiese?</p>
-
-<p>Una súbita emoción encendió a Olalla el semblante:
-quizá en el reino milagroso del entusiasmo brillaron para
-ella los únicos resplandores de su vida.</p>
-
-<p>Pasó como una ráfaga el dominio de aquella claridad,
-sobre la placidez oscura de la moza, que se detuvo, miró
-a Florinda con los ojos vacíos de ilusiones, y respondió
-solemne:</p>
-
-<p>&mdash;Todos seríamos felices si tú le quisieras elegir.</p>
-
-<p class="p2">Se deslizó clemente la tarde, según Olalla había previsto.
-La mansa «bufina» de los llanos de León pasó<span class="pagenum"><a name="Page_307" id="Page_307">[307]</a></span>
-amable por las mieses y aligeró los bieldos en la era, con
-regocijo de las trilladoras.</p>
-
-<p>Ligeras nubes tremolaron en el firmamento como nuncios
-de una pálida noche, y antes de sonar la hora del
-reposo ya se dió por seguro que la mocedad cenaría en
-el campo y dormiría «a la rasa», en cumplimiento de su
-fiesta bucólica, celebrada siempre con las solemnidades
-de un rito.</p>
-
-<p>Fueron llegando algunos hombres solteros y casados
-que, muy benévolos, ayudaron con galante solicitud a
-las últimas faenas de la tarde. Quién se entretuvo en rematar
-una parva, quién manejó las tornaderas o las maromas
-del <i>calomón</i>, y hasta hubo arrestados varones que
-se atrevieron a conducir desde la mies a la era descomunales
-carros de «seis en pico»: reinó allí la fraternidad
-más apacible y acarició el ventalle de los bieldos muchas
-dulces sonrisas de mujer.</p>
-
-<p>El descanso fué alegre: sobre el respeto y el rubor con
-que las maragatas trataban a los hombres, puso la anchura
-de los campos un generoso perfume de libertad,
-que desentumeció un poco las almas femeninas.</p>
-
-<p>La cena, copiosa y rociada con abundante vino, acabó
-de infundir cordiales sentimientos entre el concurso, sin
-quebrantar el humilde <i>vos</i> con que las mujeres hablaban
-a sus esposos.</p>
-
-<p>Pareció a los maragatos forastera la niña ciudadana de
-Salvadores, miráronla con escondida curiosidad, que fué
-creciendo al advertir el mutismo de la moza, triste y pasiva,
-precisamente cuando el raro placer de la confianza
-quería dar en Valdecruces su transitoria flor.</p>
-
-<p>Murmuróse que la tristeza de Florinda había nacido
-con la ausencia de un señor «escribiente», prendado de
-la rapaza en extraño suelo. Se atribuyó también aquella
-visible pesadumbre a la situación económica de la familia,
-presa en apuros que nunca se pudieron suponer.</p>
-
-<p>Enlazados con las de Salvadores por vínculos de sangre<span class="pagenum"><a name="Page_308" id="Page_308">[308]</a></span>
-y lazos de antigua vecindad, todos en aquel día de
-expansión hubieran sentido impulsos compasivos hacia
-los arruinados parientes, cuyas adversidades tenían que
-ser más duras para la forastera, crecida en regalada juventud.</p>
-
-<p>Pero mediaba Tirso Paz, asegurando que la tía Dolores
-levantaría su quebrantada hacienda cuando en el
-próximo diciembre se celebrase la boda de sus nietos
-Antonio y <i>Mariflor</i>, ya que el novio estaba conforme
-con servir de sostén al derrumbado hogar; su reciente
-viaje parecía confirmarlo así. Decíase que había pactado
-con el señor cura las bases de un arreglo definitivo en
-los asuntos de la abuela, y que Tirso entraba como
-acreedor en aquel previo ajuste, aplazado para realizarse
-a la par de la boda. Y estos rumores, tan propicios al
-bienestar de la niña, se estrellaban contra su actitud visionaria
-y doliente; no cabía en la espesura de aquellos
-espíritus la sutil posibilidad de que <i>Mariflor</i> rechazase
-un matrimonio que tales beneficios reportaría a ella y a
-los suyos.&mdash;¿Estará picada de la bruja como la otra rapaza?&mdash;se
-había dicho en Valdecruces más de una vez.</p>
-
-<p>Ahora, en la fiesta, los hombres miran con respeto
-aquel rostro mudo y ardiente, como ninguno esquivo; el
-soberano dolor que irradia, infunde admiración por su
-penetrante claridad, desconocida en este país de sombríos
-dolores.</p>
-
-<p>Cuando la flauta y el tamboril acuden a completar el
-holgorio, nadie insiste cerca de <i>Mariflor</i> para que baile,
-y a la orilla se queda sola y meditabunda, sin que la
-danza respete a ninguna otra mujer.</p>
-
-<p>Allá van todas, lentas y obedientes, muchas sin ganas
-de bailar, destrozados los cuerpos en la brega del campo,
-escondidas las almas sabe Dios en qué recónditos
-pesares. Se han reunido en la era desde las mieses, y el
-tamborilero recluta a las más rezagadas, como atrajo a
-los hombres, mozos y viejos: danzan en caprichosos giros<span class="pagenum"><a name="Page_309" id="Page_309">[309]</a></span>
-llenos de gravedad y de pudor, cada maragato con
-dos o más mujeres, quizá porque la emigración y la
-ausencia han convertido en uso una necesidad.</p>
-
-<p>Cae la noche: alta y cumplida la luna, cela entre nubes
-el disco rutilante y difunde su luz con recatados matices.</p>
-
-<p>En una pausa del tamboril, rasga los aires el bárbaro
-cantar que un mozo entona, sin gracia ni malicia:</p>
-
-<p class="pp7q p1">«Si quieres tener femias</p>
-<p class="pp8">en tus rebaños,</p>
-<p class="pp6">un marón sólo dejes</p>
-<p class="pp8">de pocos años...</p>
-<p class="pp7">Si quieres que la casa</p>
-<p class="pp8">non se te queme,</p>
-<p class="pp6">limpia el sarro a la priula</p>
-<p class="pp8">todos los meses...»</p>
-
-<p class="p1">Vibra alguna zapateta, acompañada del <i>ru-jú-jú</i> potente,
-el céltico grito, perpetuado al través de las generaciones
-españolas, y languidecen cada vez más las cadencias
-del «corro» y la «entradilla», hasta que el baile
-se extingue y la gente se dispone a dormir.</p>
-
-<p>Pocos bailadores desfilan camino de sus casas, y la
-mayoría del concurso busca reposo en la era, ancha y
-mullida como enorme lecho nupcial.</p>
-
-<p>Si en él duermen las hijas con las madres es porque
-la costumbre lo establece, no porque lo necesite el buen
-decoro de aquella casta juventud. A ningún marido se le
-ocurre vigilar a su mujer, y cada cual se tumba por su
-lado, con el más impasible humor.</p>
-
-<p>Ramona, que bailó tiesa y huraña hasta el último instante,
-es de las primeras en hallar cómoda postura y
-permanecer inmóvil, quizá rendida al sueño. Ella y Olalla
-no temen a la noche libre, hoy que la tradición les
-mulle un dorado mantillo en el terruño.</p>
-
-<p>Allí cerca reposa Florinda con los miembros lacerados
-y el alma zozobrante: apenas consigue sonreir a <i>Rosicler</i>,<span class="pagenum"><a name="Page_310" id="Page_310">[310]</a></span>
-que solícito la ofrece una almohada de oloroso
-bálago. Hizo esfuerzos heroicos para disimular su torpeza
-de labradora novicia, y la tortura de sus músculos rebeldes
-al sufrimiento. Y ahora se aturde bajo los golpes
-de su corazón, henchido de lágrimas, constreñido y
-apremiante, como si fuere a romperse.</p>
-
-<p>No sabe cuánto tiempo trasueña, enervada por el cansancio.
-Oye cerca de sí un ronquido, y a poco dice tímida
-una mujer:</p>
-
-<p>&mdash;¿Estades bien, señor?</p>
-
-<p>Es la hija del tío Fabián, que habla a su esposo, recién
-llegado de la Coruña. Él no responde, y Florinda
-vuelve a sumirse en su angustiosa laxitud.</p>
-
-<p>Despierta y delirante se figura reposar en el tren, enfrente
-de unos ojos profundos que la penetran y sacuden
-hasta las entrañas.</p>
-
-<p>Es tan brusca la turbación con que la joven se estremece,
-que bajo su cabeza se desmorona el menudo
-acervo de la trilla. Perdido el blando apoyo, álzase lastimada,
-y sin moverse contempla el singular espectáculo
-de aquel pueblo fuerte y joven, áspero hasta en el sueño:
-duerme un hijo de Tirso Paz de espaldas a su novia Maricruz;
-la de Alonso, a los pies de su marido; lejos del
-suyo, la del tío Rosendín, y divorciadas de igual suerte
-todas las parejas unidas por compromisos y bendiciones.</p>
-
-<p>No hay en el silencioso campamento, delante de Florinda,
-un corazón que sufra, un afán que despierte ni
-una esperanza que se agite.</p>
-
-<p>Las parvas enhiestan en alto como hacia las nubes,
-entre cuyos girones aparece la luna desconsolada; de
-lejano pesebre llega el mugido de una res en celo, y la
-desvelada moza bebe insaciable el dolor de la soledad,
-más triste que nunca entre el sordo latido de aquellas
-vidas y el aroma de aquellos frutos. Entonces siente crecer
-el peso de las trenzas en los hombros; en los párpados,<span class="pagenum"><a name="Page_311" id="Page_311">[311]</a></span>
-la lumbre de la pasión, y en las mejillas el carmín
-de la salud: una fragancia de besos le sube hasta los labios
-desde el corazón, ebrio de ternuras, y toda su mocedad,
-exaltada por el sentimiento, vibra y arde bajo la
-encubridora noche.</p>
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-037.jpg" width="300" height="312"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_312" id="Page_312">[312]</a></span></p>
-<p>&nbsp;</p>
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_313" id="Page_313">[313]</a></span></p>
-
-<div class="chapter">
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-005.jpg" width="400" height="153"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<h2>XXI<br /><br />
-<span class="pch">SIERVA TE DOY...</span></h2>
-
-<div>
- <img class="dc1" src="images/dr.jpg" width="200" height="198" alt=""/>
-</div>
-<p class="dc13">ROTO ya el pálido celaje, apenas
-brillaron las estrellas de la mañana
-salió el tamborilero a tocar
-el <i>Mambrú</i> al través de las dormidas
-rúas, anunciando alegremente
-el día de la boda.</p>
-
-<p>Por deferencias y respetos a
-don Miguel, se convino, aunque
-el novio era viudo, en prescindir
-de la clásica cencerrada y celebrar los desposorios con
-el solemne ceremonial que la costumbre ha convertido
-en ley. Y desde muy temprano, algunos vecinos madrugadores
-atravesaban el pueblo, en traje de fiesta, para
-formar la comitiva, bien armados los hombres de escopetas
-y trabucos.</p>
-
-<p>Máximo, el novio, había llegado la víspera, procedente
-de Gijón; traía orondo equipaje, con las últimas «donas»
-para la desposada, dulces y licores para los próximos
-banquetes.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_314" id="Page_314">[314]</a></span></p>
-
-<p>Luego de confesar y examinarse de doctrina, separáronse
-los prometidos; ella se encerró en su casa y él fuése
-a la de su allegado Fermín Crespo, trajinante en Pontevedra,
-jefe de familia en Valdecruces.</p>
-
-<p>Un hijo de este mercader y un nieto del tío Cristóbal&mdash;ambos
-solteros, por ser la condición indispensable&mdash;fueron
-designados en calidad de íntimos del contrayente,
-para «mozos del caldo», especie de gentiles
-escuderos al servicio del novio. Facunda Paz y Olalla
-Salvadores eran damas de la novia, también «mozas del
-caldo», de cuyo pomposo remoquete pudo <i>Mariflor</i>
-evadirse, no sin algunas porfías.</p>
-
-<p>Cuando los nuevos redobles del tamboril anunciaron
-la hora del almuerzo, llegó a casa de don Miguel un bizarro
-gentío, la flor y nata de Valdecruces y no pocos
-vecinos comarcanos. Para todos había lonchas de jamón,
-pavo, perdices, truchas y vino añejo, amén de otros
-manjares y escogidos postres.</p>
-
-<p>Duró hasta las once de la mañana este primer festín,
-a cuya terminación, la madrina&mdash;una maragata de rumbo&mdash;prendió
-en la cabeza de la novia fuerte manto de
-severo color, caído hasta los pies sobre el lujoso vestido
-del país.</p>
-
-<p>Comenzaron a tocar las campanas, y los hombres siguieron
-a Máximo, que siempre envuelto en una capa
-enorme, aparentó ir en busca de la bendición paternal.
-Simulada esta ceremonia, ya que el mozo no tenía padre,
-volvieron sobre sus pasos entre salvas nutridas, y a la
-puerta de don Miguel anunciaron con acento muy
-grave:</p>
-
-<p>&mdash;Venimos a cumplir una palabra empeñada.</p>
-
-<p>&mdash;Cúmplase norabuena&mdash;repuso la madre de Ascensión.</p>
-
-<p>Y en el umbral, puesta la moza de hinojos, recibió las
-maternales bendiciones.</p>
-
-<p>El séquito varonil partió delante; detrás avanzaron<span class="pagenum"><a name="Page_315" id="Page_315">[315]</a></span>
-las mujeres, silenciosas, con intachable compostura; los
-«mozos del caldo», dispuestos a correr hasta nueve
-arrobas de pólvora, dirigían las recias descargas de los
-trabucos.</p>
-
-<p>Para lucirse mejor en el paseo, anduvieron todos a lo
-largo de la calle y dieron vuelta por una donde tenía la
-parroquia otro portal. Allí esperaba revestido el sacerdote,
-que permanecía en el templo desde que muy temprano
-administró a los novios la comunión. Estaba don
-Miguel pálido y triste; no quiso asistir al almuerzo, y suplicó
-le dispensaran también de la comida, pretextando
-no hallarse muy bien de salud.</p>
-
-<p>Comenzó el acto religioso en la cancela, apretados los
-contrayentes por la curiosidad del público no invitado,
-que tomaba posiciones horas hacía. Como el atrio era
-pequeño, muchos testigos se quedaron fuera, y la calle,
-resplandeciente de colores y de sol, ofrecía en toda su
-esplendidez una gallarda nota regional; finos paños, sedosos
-terciopelos, brocateles y tisús, habían salido del
-fondo de los cofres y esponjaban al aire su belleza, mucho
-tiempo cautiva.</p>
-
-<p>Entre la mocedad estaba <i>Mariflor</i>, trasojada y nerviosa,
-deshaciéndose en amargura bajo el rumboso atavío.
-Iba apoyando a Marinela, poco firme en su primera
-salida de convaleciente.</p>
-
-<p>Mientras sudaban los novios con el despiadado abrigo
-de la capa y el manto, las mozas, al son de castañuelas
-y panderos, rompieron a cantar:</p>
-
-<p class="pp7q p1">«Ya te sacaron la Cruz</p>
-<p class="pp6">de plata, para casarte;<br />
-delante del sacerdote<br />
-ya tu palabra entregaste.</p>
-<p class="pp7">Las arras y los anillos</p>
-<p class="pp6">que llevas, niña, en la mano,<br />
-son las cadenitas de oro<br />
-que te están aprisionando...»</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_316" id="Page_316">[316]</a></span></p>
-
-<p class="p1">A cada movimiento de las cantadoras, un vaivén de
-arrequives y flocaduras, un relumbrón de filigranas y corales
-se ufanaron en la luz.</p>
-
-<p>Encima de la torre, sin temor al bullicioso concurso,
-las cigüeñas adiestraban a los hijuelos en sus primeras
-aventuras por el aire; giraba el macho en torno de las
-crías, con una presa en el pico, instigándolas a seguirle,
-y la madre volaba también alrededor de ellas, más abajo,
-para sostenerlas en sus alas si cayesen.</p>
-
-<p>Penetró la boda en el templo. Y cuando en él buscaban
-Marinela y Florinda un banco donde sentarse,
-les hizo lugar una vieja con mucha solicitud. Era la
-tía Gertrudis, encogida y humilde. Su voz, al rezar, parecía
-un gemido; su pobre catadura inspiraba compasión.</p>
-
-<p>Sobre el grupo que formaban las niñas y la vieja cayeron
-como un rayo los ojos de Ramona, pero no se
-atrevían las muchachas a moverse; celebrábase ya el
-Santo Sacrificio, y ellas fijaron su atención en el altar,
-reverentes y devotas.</p>
-
-<p>El «Resucitado» le pareció a Florinda más muerto
-que nunca, con su lívido rostro lleno de sangre y la punzadora
-diadema sobre las sienes: tenía en una mano la
-Cruz, y en la otra, que señalaba triunfante al cielo, le
-habían colocado un ramuco de flores contrahechas.
-Quiso la joven rezarle con calor y confianza, como otras
-veces; pero un pesimismo envolvía sus pensamientos en
-espesas nubes, y las mustias rosas de trapo, alzadas por
-el Señor con gesto desfallecido, le causaron infinitas ganas
-de llorar...</p>
-
-<p>La flauta y el tamboril acompañaron el canto de la
-misa, y la elevación fué señalada con formidables estampidos
-de pólvora. Iniciadas las últimas oraciones,
-deslizáronse al portal las «mozas del caldo»&mdash;señaladas
-con mandiles verdes&mdash;seguidas por las demás solteras
-para ofrecer nuevos cantares a los novios:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_317" id="Page_317">[317]</a></span></p>
-
-<p class="pp7q p1">«Sal, casada, de la Iglesia,</p>
-<p class="pp6">que te estamos aguardando<br />
-pa darte la norabuena,<br />
-que sea por muchos años.</p>
-<p class="pp7">Estímala, caballero,</p>
-<p class="pp6">bien la puedes estimar:<br />
-otro la pidió primero,<br />
-no se la quisieron dar.</p>
-<p class="pp7">Estímala, caballero,</p>
-<p class="pp6">como una tacita de oro,<br />
-que ya tienes mujer buena<br />
-para que te sirva en todo...»</p>
-
-<p class="p1">Los cónyuges aparecieron en la lonja parroquial, sudorosos,
-acongojados, y allí mismo se apartó Máximo
-de su esposa para irse con los hombres a <i>correr el bollo</i>.</p>
-
-<p>A pesar de lo cual, las muchachas, siguiendo al femenino
-cortejo de Ascensión, cantaron optimistas, con mucho
-repique de castañuelas:</p>
-
-<p class="pp7q p1">«Por esta calle a la larga</p>
-<p class="pp6">lleva el galán a su dama;<br />
-por esta calle arenosa,<br />
-lleva el galán a su esposa.</p>
-<p class="pp8">Voló la paloma</p>
-<p class="pp7">por cima la oliva;<br />
-vivan muchos años<br />
-padrino y madrina.</p>
-<p class="pp8">Voló la paloma</p>
-<p class="pp7">por cima la fuente;<br />
-vivan muchos años<br />
-todos los presentes.</p>
-<p class="pp8">Ponei, madre, mesa,</p>
-<p class="pp7">manteles de hilo,<br />
-que viene tu hija<br />
-con el so marido...»</p>
-
-<p class="p1">Encontró la joven en el umbral de su puerta dos sitiales
-enguirnaldados, y, por si nadie supiese el destino de
-ellos, advirtió muy oportuna la copla:</p>
-
-<p class="pp7 p1">Sentaivos, madrina,</p>
-<p class="pp6">en silla florida;<br />
-sentaivos, casada,<br />
-en silla enramada.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_318" id="Page_318">[318]</a></span></p>
-
-<p class="p1">Sentáronse, en efecto, las dos mujeres, siempre cargada
-Ascensión con el duro manto, que después de
-aquel día sólo en caso de enviudar debiera ceñirse para
-los funerales del consorte. Las mozas, colocadas en dos
-filas, cantaron <i>el ramo</i>, un armadijo de muchos corolines
-con ajaracas y dulces. Fué largo y triste el homenaje,
-salpicado de consejos y alusiones, y le recibió la moza
-muy recoleta y compungida, sin levantar los ojos del
-suelo ni sonreir al final de la canción:</p>
-
-<p class="pp8 p1">«Guapa es la novia cual naide,</p>
-<p class="pp7">guapo el novio cual denguno;<br />
-tengan hijos a docenas<br />
-y a centenares los mulos.»</p>
-
-<p class="p1">Mientras tanto, los jóvenes corrían en la era «el bollo»
-del padrino, un pan de seis libras en forma de pelele,
-con monedas de plata dentro de la cabeza.</p>
-
-<p>Defendíanle los de la boda, al frente los «mozos del
-caldo», contra todos los corredores que se presentaban:
-reglas de tradición daban derecho a conseguirle. Cuando
-el vencedor hubo recogido las monedas del premio, distribuyóse
-el descabellado monigote entre los concurrentes,
-como fórmula que convertía a Máximo en vecino de
-Valdecruces: el alcalde pedáneo lo hizo constar así en
-un acta.</p>
-
-<p>Todavía cantaron las mozas al llegar los del «bollo» a
-casa de don Miguel:</p>
-
-<p class="pp7q p1">«Bien vengades, bien vengades,</p>
-<p class="pp6">bien venidos, que seyades...»</p>
-
-<p class="p1">Habían colocado delante de Ascensión un profundo
-cesto de pan cortado en pedacitos, que ella repartía a
-cuantas personas se acercaban a decirle:</p>
-
-<p>&mdash;¡Dios te haga bien casada!</p>
-
-<p>Llegóse también la tía Gertrudis, y la moza, vacilando<span class="pagenum"><a name="Page_319" id="Page_319">[319]</a></span>
-un momento, dióle su parte con mucha delicadeza, sin
-tocar la mano extendida en fino saludo.</p>
-
-<p>Algunas voces protestaron:</p>
-
-<p>&mdash;¡Fuera la bruja!</p>
-
-<p>&mdash;No azomar a la pobre&mdash;dijo una compasiva mujer&mdash;;
-la infelice perecería de hambre si no fuera por las
-limosnas del señor cura.</p>
-
-<p>&mdash;Tien mucho rejo; no muere tan aina&mdash;rezongó Ramona&mdash;.
-Y a su lado advirtió una zagala:</p>
-
-<p>&mdash;Creer en agorerías es pecado mortal...</p>
-
-<p>Cuando el pan de la boda estuvo repartido, sirvióse
-una gran comida: a la clásica bizcochada de vino rancio
-siguió la interminable lista de viandas fuertes que en un
-mismo plato compartieron los novios. Por fin, a media
-tarde viéronse éstos libres de su parda vestidura matrimonial,
-que les fué perdonada a los postres del banquete,
-para que bailasen juntos hasta rendirse.</p>
-
-<p>Ya la madrina <i>había ofrecido</i>. Con su moneda de oro
-sobre una rica bandeja, pasó delante de los invitados
-diciendo:</p>
-
-<p>&mdash;Para la rueca y el uso.</p>
-
-<p>Todos daban: hasta las de Salvadores pusieron sus
-pesetillas en «la ofrenda» general.</p>
-
-<p>Luego pidió el padrino:</p>
-
-<p>&mdash;Para los primeros zapatos del infante.</p>
-
-<p>Y también hubo dones.</p>
-
-<p>Es incumbencia de los «mozos del caldo» llevarle a la
-novia su ajuar hasta el nuevo domicilio; pero como la
-recién casada iba a vivir lindando con su madre, fué
-para los muchachos cosa de un periquete el cumplir esta
-galante obligación.</p>
-
-<p>Desplegóse luego la danza en toda su brillantez por la
-ancha rúa, extendida hasta la iglesia desde la casa parroquial.
-La fuerte luz del sol y la majeza de los trajes
-daban al espectáculo matices de alegría y de rumbo,
-que faltaban al baile de la era. Aunque el recogimiento<span class="pagenum"><a name="Page_320" id="Page_320">[320]</a></span>
-de las mujeres tenía siempre un cariz de austeridad, parecían
-ahora menos cansadas y más felices. Los hombres,
-de punta en blanco, rozagantes y orondos, sin reir
-ni perder su grave actitud, rebosaban satisfacción: en la
-portezuela de sus chalecos las rosas tendían magníficos
-realces entre el plegado camisolín y la clásica almilla.
-Cenojiles, cintos y lazos, daban al viento la ferviente leyenda
-del amor, encerrada a veces en el cantarcillo popular:</p>
-
-<p class="pp7q p1">«Ahí tienes mi corazón</p>
-<p class="pp6">cerrado con esa llave:<br />
-ábrele y verás que en él<br />
-sólo tu persona cabe...»</p>
-
-<p class="p1">Empezó la danza por el «baile corrido», girando las
-parejas con un lento vaivén, lánguido y señoril, que terminó
-en compases de jota. Siguió el llamado «dulzaina»:
-las mujeres, de dos en fondo, dieron una vuelta en
-círculo; delante las doncellas, detrás las casadas, siempre
-abstraídas y mudas; iban los hombres en la misma
-forma, por el lado exterior del corro femenino, hasta
-que, a una señal del tamboril, buscaron parejas, escogiéndolas
-por orden riguroso, dos para cada uno, desde
-las primeras danzantes. Vino después la «entradilla», en
-la cual salen bailando los hombres y luego acuden ellas
-a buscar mozo: es el baile de los rubores y las zapatetas;
-las muchachas procuran elegir a los parientes más próximos,
-hermanos si es posible. El corro característico
-de las bodas le componen las mujeres sin bailar, de una
-en una, tocando las castañuelas: abre marcha la madrina,
-sigue la novia y van las solteras en último término detrás
-de las «mozas del caldo». Esta rueda no se interrumpe
-cuando intervienen los bailadores desde la orilla para
-danzar con dos mujeres, bordando las figuras en jeroglíficos
-y detalles de clásico sabor y mucha honestidad.</p>
-
-<p>En el fondo de la rúa castellana, bajo los resplandores
-crudos de aquel cielo de añil, adquiría la artística diversión<span class="pagenum"><a name="Page_321" id="Page_321">[321]</a></span>
-caracteres de rito, fabuloso perfume de romance, al
-que prestaba marco insigne la torre parroquial con el
-sagrado nido de la cigüeña. Mas, de pronto, en un breve
-descanso del tamboril, iban los hombres <i>a echar un neto</i>
-sobre los manteles de la boda, siempre extendidos; y
-mientras esperaban jadeantes las mujeres, el encanto de
-la danza se deshacía y el aroma del culto viejo convertíase
-en vulgar olor a vino de Rueda, con agrio tufo a
-carne trasudada.</p>
-
-<p>Así pasaron las horas. El escaso público que no tomaba
-parte activa en la fiesta iba cansándose, pero nadie
-osaba decirlo: seguía corriendo la pólvora, y los espectadores
-seguían fijando los ojos en el baile con atávica
-devoción.</p>
-
-<p>Habíase apartado don Miguel en su aposento con la
-disculpa de un leve malestar, aunque no quiso perdonarse
-de tomar café con el padrino y dirigir desde los
-balcones alguna curiosa mirada hacia la fiesta. Vió a
-<i>Mariflor</i> y su prima del brazo, ambas con el semblante
-fatigado y mustio, recostadas en el atrio de la parroquia.
-Las hubiese invitado a subir, mas, huyendo la tristeza
-inconsolable de los garzos ojos, limitóse a mandar que
-las ofrecieran sillas.</p>
-
-<p>Esta previsión colocó a las jóvenes en el punto más
-visible entre la concurrencia, bajo el dintel de la casa
-ornamentado con ramaje de chopos y negrillos, difícilmente
-logrado y ya moribundo.</p>
-
-<p>La preferencia del lugar causó a las favorecidas alguna
-inquietud, porque, de soslayo, iban las curiosidades
-a perseguir con mayor ahinco el apartamiento de las dos
-zagalas bellas y tristes.</p>
-
-<p>&mdash;¿No acabará esto pronto?&mdash;dijo molesta <i>Mariflor</i>.</p>
-
-<p>&mdash;¡Quiá, mujer!; veráste tú: agora bailan hasta la noche,
-luego cenan mucho, y todavía cuando están acostados
-los novios, van los «mozos del caldo» a llevarles
-gallina en pepitoria.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_322" id="Page_322">[322]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Ya, ya; ¡linda costumbre!...</p>
-
-<p>&mdash;¡Y comen della!...</p>
-
-<p>&mdash;Pero tú y yo nos marcharemos en cuanto caiga la
-tarde, porque te va a hacer daño el relente.</p>
-
-<p>&mdash;No podremos dormir: la mocedad aturde a los vecinos
-con los trabucazos, y en cada puerta llama pidiendo
-aves para la tornaboda.</p>
-
-<p>&mdash;Sí; ya sé que si no se las dan las cogen.</p>
-
-<p>&mdash;Son derechos del novio... Mañana será la misa tempranico,
-y los parientes de los desposados llevan la
-ofrenda al señor cura.</p>
-
-<p>&mdash;Eso no lo sabía.</p>
-
-<p>&mdash;Un cuartillo de grano o poco más: después se repite
-la fiesta de hoy.</p>
-
-<p>&mdash;¿Tan solemne?</p>
-
-<p>&mdash;Con menos ceremonias: sólo que una moza del
-caldo baila, llevando consigo la <i>pica</i>, que luego se reparte,
-un pastel pintado de rojo...</p>
-
-<p>Calló Marinela, negligente y cansada, suspiró Florinda
-y comenzó la tarde a palidecer. Ya iban ellas a retirarse:
-esperaban una ocasión para despedirse, cuando el tío Fabián
-se detuvo allí, extendiendo una carta:</p>
-
-<p>&mdash;Es para el señor cura&mdash;dijo&mdash;. ¿Quién la recoge?</p>
-
-<p><i>Mariflor</i>, de un vistazo, conoció la letra: era de su padre.
-Y repuso:</p>
-
-<p>&mdash;Yo la subiré; don Miguel debe de estar arriba.</p>
-
-<p>El viejo, entregándosela, musitó:</p>
-
-<p>&mdash;Mejor te daba una para ti, paloma.</p>
-
-<p>Desapareció la joven sin responder, y había dominado
-apenas su emoción cuando llamó a la puerta del sacerdote,
-no poco sorprendido de la visita. Dentro de la
-carta venía, como de costumbre, otra para <i>Mariflor</i>; sin
-sentarse, leyeron impacientes cada uno la suya. Después
-se miraron, y fué la muchacha la primera en hablar:</p>
-
-<p>&mdash;Dice que me case con Antonio...</p>
-
-<p>Sonaron las palabras con una amargura indescriptible.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_323" id="Page_323">[323]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Será un consejo.</p>
-
-<p>&mdash;Es una súplica: mi padre se hunde y me pide
-auxilio.</p>
-
-<p>Tendió la carta, señalando con un dedo temblón los
-suplicantes renglones «... hija mía; sálvanos a todos, y yo
-aseguro que en recompensa a tu sacrificio Dios te hará
-feliz».</p>
-
-<p>Con profunda lástima levantó el cura los ojos hacia
-la moza.</p>
-
-<p>&mdash;Lea usted lo que escribe antes&mdash;murmuró ella.</p>
-
-<p>&mdash;Sí; me lo figuro: tu primo le propone reforzar aquel
-negocio con el capital necesario y bajo la condición de
-vuestra boda.</p>
-
-<p>&mdash;¿Se lo cuenta a usted?</p>
-
-<p>&mdash;Como a ti.</p>
-
-<p>&mdash;¡Nada, que ese hombre me quiere comprar!</p>
-
-<p>&mdash;No te agravie su procedimiento: con él te da una
-prueba inaudita de estimación.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pero yo no me puedo vender!</p>
-
-<p>&mdash;Díselo a tu padre honradamente.</p>
-
-<p>&mdash;¡Dios de mi alma!</p>
-
-<p>&mdash;Piensa que no estás obligada al sacrificio,</p>
-
-<p>&mdash;¿Sacrificio?... Mi condescendencia no sería virtud,
-ya que Rogelio me abandona.</p>
-
-<p>Se inclinó sollozante: en sus lágrimas hervía una terrible
-desolación.</p>
-
-<p>Don Miguel protesta conmovido:</p>
-
-<p>&mdash;Sí, sí; el que voluntariamente rinde su libertad se
-sacrifica.</p>
-
-<p>&mdash;Es que no soy libre: le juro, señor cura, que padezco
-una tremenda esclavitud... Ya ve usted cómo «se ha
-portado»; pues no importa: ¡le quiero, le quiero; no me
-puedo casar con otro... es imposible!</p>
-
-<p>&mdash;Tranquilízate, niña: vete en paz. Yo escribiré a tu
-padre cuanto sucede.</p>
-
-<p>&mdash;¡Dígale que no consiste en mí; que mil vidas diera<span class="pagenum"><a name="Page_324" id="Page_324">[324]</a></span>
-yo por él; que me muero de pena al negarle este
-favor!...</p>
-
-<p>La ahogaba el llanto; procuró el sacerdote calmarla
-con exhortaciones de mucha piedad. Despidióse la muchacha
-en cuanto pudo, y salió diciendo:</p>
-
-<p>&mdash;¡Harto le mortifico a usted: Dios le recompense!</p>
-
-<p>Como la sombra había ganado ya las habitaciones,
-desde el rellano de la escalera alumbró don Miguel con
-cerillas para que <i>Mariflor</i> bajase.</p>
-
-<p>Iba desalada; huyendo de las luces de la cocina y
-el «cuartico», deslizóse al través del portal, hasta asir el
-brazo de Marinela y hundirse juntas en el sosiego oscuro
-de las calles.</p>
-
-<p>Era tan visible la congoja de la enamorada, que su
-prima le dijo con susto:</p>
-
-<p>&mdash;Pero qué, ¿trajo malas razones la esquela?</p>
-
-<p>&mdash;No, no.</p>
-
-<p>&mdash;Vienes tribulante: bajabas a modín como escondida.</p>
-
-<p>&mdash;Por no despedirme... ¡tengo tan poco humor! Mañana
-daremos una disculpa...</p>
-
-<p>&mdash;Madre también fué para casa... Oye: ¡qué triste es
-una boda!... ¿noverdá? A mí me hace duelo sin saber
-por qué...</p>
-
-<p><i>Mariflor</i> sólo pudo contestar con un suspiro.</p>
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-023.jpg" width="400" height="175"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_325" id="Page_325">[325]</a></span></p>
-
-<div class="chapter">
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-015.jpg" width="400" height="156"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<h2>XXII<br /><br />
-<span class="pch">LOS MARTILLOS DE LAS HORAS</span></h2>
-
-<div>
- <img class="dc1" src="images/dc.jpg" width="200" height="196" alt=""/>
-</div>
-<p class="dc13">CORRÍA noviembre. Ya en los robles
-puntisecos y en las oscuras
-urces palidecían las hojas para
-morir enfermas de la fiebre otoñal;
-el sol se insinuaba amarillo
-y remoto, dorando apenas el
-matiz austero del paisaje, y en la
-hidalga llanura de León caían las
-horas con infinita pesadumbre...</p>
-
-<p>Una tarde, muy triste, <i>Mariflor</i> Salvadores tuvo que
-ir al molino, distante dos kilómetros del pueblo.</p>
-
-<p>&mdash;Por el vero de la regona&mdash;díjole Olalla&mdash;no tienes
-onde perderte.</p>
-
-<p>Ella se disponía a lavar junto a su madre hasta la noche,
-y Marinela, otra vez lastimosa, encogíase cerca de
-la lumbre.</p>
-
-<p>Salió <i>Mariflor</i> con su cestilla de centeno al brazo y
-sus profundas penas en el alma. Anduvo el camino de la
-mies, raso y frío, tan solo, que ni el vuelo de un ave le<span class="pagenum"><a name="Page_326" id="Page_326">[326]</a></span>
-daba compañía: cigüeñas y golondrinas emigraron así
-que el viento comenzó a batir los eriales y la luz pareció
-vieja y pálida al través de las nubes.</p>
-
-<p>Los cigoñinos, al volar valientes y seguros en pos de
-sus padres, despertaron en el pecho de Florinda nostalgias
-de aventuras, loca impaciencia de albures y horizontes.
-Las cosas fugitivas le hacían soñar y padecer:
-aguas, nublados y vendavales producíanle antojos inauditos,
-ansias de convertirse en átomos de aquellas peregrinas
-corrientes.</p>
-
-<p>Hoy todo yace inmóvil alrededor de la moza: camina
-el silencio en torno suyo, y ella escucha en la «sonora
-soledad» caer los instantes bajo el martillo del tiempo y
-fluir la vida con sordas palpitaciones que repercuten en
-los pulsos y en el corazón de la infeliz.</p>
-
-<p>¡La vida!... ¿Para qué la quiere? Ya su alma se ha despedido
-de la felicidad. Vive <i>Mariflor</i> con los ojos puestos
-en todo lo que huye, en todo lo que vuela y muere:
-cuenta a veces los minutos con furioso deseo de que pasen:
-los empuja con el pensamiento; quisiera precipitarlos
-a millones en el silo de la eternidad. No es la suya la prisa
-del que espera; es la sombría inquietud del que busca
-la muerte; y, sin embargo, un violento impulso de esperanza
-ruge en el tormentoso río de estas ansiedades.</p>
-
-<p>No quiere la enamorada confesárselo así, y ahora mismo
-aprovecha la muda complicidad de este sendero
-para romper las cartas de su novio. Con brusco arrebato
-las arranca del jubón y las desdobla: son tres. Rasgadas
-juntas, va haciéndolas añicos, sin detenerse, apresurada
-y triste.</p>
-
-<p>Las letras de los versos parecen rebelarse en los menudos
-jirones del papel, y Florinda huye del galope de
-su memoria, que repite:</p>
-
-<p class="pp7 p1">...soy el amor que pasa,</p>
-<p class="pp6">el niño amor que encontrarás un día<br />
-tras de las tempestades de tu alma...</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_327" id="Page_327">[327]</a></span></p>
-
-<p class="p1">A pesar suyo escucha la moza los apasionados ecos de
-la querella. Se dulcifica entonces su rostro, y en un repente
-de inefable ternura siembra en el páramo los pedacitos
-de su felicidad, como granas de amor, algunos
-caen al agua, a cuya linde camina la joven.</p>
-
-<p>Quédanse allí los despojos de un cariño, las simientes
-de una ilusión, temblando en la apacible linfa, diciendo
-a los duros terrones un enamorado «escucho»...</p>
-
-<p>Cunde el regato fino y silente, corren las nubes amenazadoras,
-y en la descolorida lontananza se dibujan
-los perfiles de la aceña; allá lejos, una pastoría tiende
-la corona de su redil junto a la henchida cama del
-pastor.</p>
-
-<p>Recuerda la caminante su primera salida por el campo
-de Valdecruces y su encuentro allí con <i>Rosicler</i>, el galán
-pastorcillo que ya emigró, como las aves. Muchos
-días anduvo radio y pesaroso alrededor de la moza, hasta
-despedirse de ella. ¿Qué la dijo?... ¡Nada! Parecía tener
-los ojos cargados de secretos, pero sólo acertó a
-murmurar: ¡Adiós, adiós!... Iba llorando.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pobre!&mdash;balbuce Florinda tras fuerte y hondo suspiro.</p>
-
-<p>Y amargada después por el acre sabor de tantos infortunios,
-se enardece y rebela con el ímpetu de su gran
-corazón apasionado; ansía que al despertar el viento en
-los eriales pueble de frémitos la llanura, torne lívidas las
-aguas del arroyo y arrastre granizos y nieves... ¡Quisiera
-envolver las desolaciones de su alma en una grandiosa
-tempestad, en una formidable desolación del mundo entero!...</p>
-
-<p>Asomados a las teleras balitan con desconsolada blandura
-los corderitos primales, y el rapazuelo guardián entretiene
-sus ocios evocando al invierno en lánguida canción:</p>
-
-<p class="pp7q p1">«¡Ay noche de Navidad,</p>
-<p class="pp6">ay noche serena y clara!...»</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_328" id="Page_328">[328]</a></span></p>
-
-<p class="p1">&mdash;Buenas tardes.</p>
-
-<p>&mdash;Bien venida.</p>
-
-<p>Los ojos del niño siguen con extraño embeleso la gentil
-figura de <i>Mariflor</i>, que todavía parece forastera y
-trasciende a encantos desconocidos en el país.</p>
-
-<p>&mdash;¡Usa la guedeja al aire!&mdash;dícese el pastor, absorto en
-la esplendidez de los cabellos que la muchacha luce.</p>
-
-<p>Y ella va mirando cómo crece la regona, según se
-aproxima al ladrón abierto en el canal.</p>
-
-<p>El viento ha despertado: gime y vocea sobre el tríbulo
-de la mies y amontona las nubes que al rodar escriben
-silenciosos renglones en el agua.</p>
-
-<p>Hay poca gente en la aceña, que muele despacio, con
-el cauce débil, y las maragatas allí reunidas aguardan la
-lluvia como un beneficio. Pertenece a varios pueblos
-esta fábrica, que el Duerna rige y que sólo en invierno
-trabaja; las mujeres, que esperan en riguroso turno, platican
-con igual lentitud que el molino funciona. De vez
-en cuando una se levanta, llena la tolva de cibera, suspira
-y vuelve a sentarse. A poco avisa la citola que la rueda
-se ha parado; hay que esperar que represe el agua.</p>
-
-<p>Cuando llega Florinda a pedir turno, algo confusa de
-su inexperiencia, la reciben afablemente, la hacen sitio
-en un escaño, y en voz baja mencionan la familia de la
-joven:</p>
-
-<p>&mdash;¡Quien la vió y quien la ve! ¿Noverdá?</p>
-
-<p>&mdash;Sí; ¡con la arrufadía que gastaron!</p>
-
-<p>&mdash;Era gente de mucha tramontana...</p>
-
-<p>&mdash;¡Como tuvieron los haberes a rodo!...</p>
-
-<p>&mdash;¡Y es bellida la moza!</p>
-
-<p>La cual vió con gusto presentarse a Maricruz, que al
-regreso de Piedralbina entraba a pedir un poco de agua
-y a buscar compañía, si la hubiese, para volver a Valdecruces.</p>
-
-<p>&mdash;Pues en la sotabasa&mdash;le dijeron&mdash;tienes colmado
-un cantarico; y aquí está la de Salvadores.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_329" id="Page_329">[329]</a></span></p>
-
-<p>Bebió Maricruz, sonrió a su vecina y sentóse a esperarla.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué hora será?&mdash;pregunta una mujer.</p>
-
-<p>Otra responde:</p>
-
-<p>&mdash;Sin la ruta del sol no es fácil conocerlo.</p>
-
-<p>Y a la recién llegada le parece que habrán dado las
-tres.</p>
-
-<p>&mdash;¡Corre mucho frío!&mdash;le dicen.</p>
-
-<p>&mdash;Abondo, y cercea.</p>
-
-<p>&mdash;Pos la nieve es segura.</p>
-
-<p>&mdash;Sí; hogaño la tenemos antes de Navidá.</p>
-
-<p>&mdash;Ya de madrugada hubo pinganillos en los alares.</p>
-
-<p>&mdash;Pronto crece el Duerna y tenemos que abrir el fortacán
-para moler.</p>
-
-<p>Una moza de Piedralbina anuncia sonriente que las
-fiestas de año nuevo van a estar muy preciosas. Y se discute
-la propiedad con que ese día los pastores se disfrazan
-de mujeres para hacer gala de resistencia y caracterizarse
-bien de valerosos. Así vestidos se denominan
-<i>xiepas</i>; bailan en zancos sobre la nieve, cantan y piden
-aguinaldos en extrañas procesiones nocturnas, que iluminan
-con «mechones» y adornan con tirsos, como los
-gentiles en las orgías de Baco...</p>
-
-<p>Poco después, logrado por <i>Mariflor</i> su cestillo de harina,
-salen de la aceña las zagalas de Valdecruces.</p>
-
-<p>&mdash;Aguantai&mdash;les dijeron&mdash;, que no os alcance la
-nieve.</p>
-
-<p>Y ya los primeros copos se cuajaban en el aire.</p>
-
-<p>Quiso Maricruz entretener el camino en amistosa conversación
-y mostrarse gentil con la niña ciudadana. Dijo
-que venía de pagar la «avenencia» del médico, y preguntó
-si era verdad que las de Salvadores esperaban al
-tío Isidoro.</p>
-
-<p>&mdash;Paez que trae un amago de cáncere&mdash;compadeció.</p>
-
-<p>&mdash;No sé&mdash;dice vagamente Florinda, observando con<span class="pagenum"><a name="Page_330" id="Page_330">[330]</a></span>
-admiración a su compañera&mdash;. Es una moza rubia y dulce;
-siempre que habla sonríe; tiene seguro el paso, tranquilo
-el acento, apacibles los ojos, y la boda apalabrada con
-un hijo de Tirso Paz.</p>
-
-<p>El agua de la presa ondula al viento, con profundos
-sones; el pastor se ha cobijado, y las nubes, cargadas de
-cellisca, borran las líneas del paisaje.</p>
-
-<p>&mdash;¡Buena noche se nuncia para el vuestro filandón!&mdash;prorrumpe
-sonriendo Maricruz.</p>
-
-<p>&mdash;No irá gente, si nieva.</p>
-
-<p>&mdash;Más de gana, mujer, que habéis un establo bien
-mullido y anchuroso. ¿Dais entrada a la tía Gertrudis?</p>
-
-<p>&mdash;Si va...</p>
-
-<p>&mdash;Porque endecha unas historias de guerreros y marinos,
-que da gusto oyirlas. Ella anduvo en su mocedad
-por las playas y conoció a maragatos de mucho enseño,
-aquistadores que allende fincaron ciudades y ganaron
-a pote.</p>
-
-<p>&mdash;Pero, ¿los hubo?</p>
-
-<p>&mdash;Ya lo creo, rapaza.</p>
-
-<p>&mdash;Me lo dicen; lo he leído...</p>
-
-<p>&mdash;¿Y lo dudas?</p>
-
-<p>&mdash;A veces, sí.</p>
-
-<p>&mdash;No conoces bien a estos paisanos; cuando te hagas
-estadiza entre nosotros, ¡ya verás!</p>
-
-<p>&mdash;Veo mucha pobreza; las mujeres aquí abandonadas
-a sus fatigas, los hombres ausentes, duros.</p>
-
-<p>&mdash;¿Duros?... No te entiendo... Valdecruces es una aldea
-ruín; pero Maragatería es muy grande y tiene pueblos
-ricos y casas a la moda. Por ahí fuera, los maragatos que
-hicieron fortuna y recibieron estudios, son agora señorones
-de mucha fama.</p>
-
-<p>&mdash;Ya, ya...</p>
-
-<p>Es tan incrédulo el mohín de Florinda, que Maricruz,
-despierto su estímulo regional, prosigue con algún
-calor:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_331" id="Page_331">[331]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Hay libros que ponen muchas cosas valientes de los
-maragatos; la maestra de Piedralbina se los hace leyer a
-todas las rapazas.</p>
-
-<p>&mdash;Yo no digo mal de estos hombres, que de aquí es
-mi padre.</p>
-
-<p>&mdash;Y tus agüelos,</p>
-
-<p>&mdash;¡Claro! Digo de las costumbres, de la rudeza del
-país. ¡Es tan triste!... Y en los hombres parece que se
-nota más.</p>
-
-<p>&mdash;Los que no aprenden finuras serán como dices tú;
-pero más cabales para el trabajo y la honradez no los
-encuentras; si dan una palabra la cumplen, sostienen su
-familia al tanto de lo que ganan, y el que engañe a la
-mujer se deshonra para inseculá... ¡Nunca acontece!</p>
-
-<p><i>Mariflor</i> lanza un débil suspiro, y su amiga, creyéndola
-conforme con el ardoroso discurso que acaba de
-pronunciar, se engríe y continúa:</p>
-
-<p>&mdash;Tamién hay maragatos que trovan en la política y
-escriben en los papeles. Háilos militares de mucha ufaneza,
-clérigos de mucha santidá...</p>
-
-<p>&mdash;Ya lo sé.</p>
-
-<p>&mdash;En cuanto los acrianzan fuera de aquí sirven para
-todo como el primero: y aun los pastores más esfarrapaos
-tienen barrunta para medrar, si a mano viene.</p>
-
-<p>Ahora Florinda sonríe a pesar suyo.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, mujer; acuérdate de aquel rapaz de Iruela que
-aballadaba ganados al pie del Teleno. Comiéronle los
-lobos una res y el pobretico, temiendo al amo, alejóse
-por la Sanabria alante. Conque llegó perdido a Extremadura
-y por causa de una revolución le echaron para
-Portugal; entodavía de allí le desterraron a Ingalaterra,
-y sin saber la fabla ni conocer a nadie, entró de sirviente
-en una relojería: aprendió el oficio y ya no hubo en
-todo el orbe otro relojero más famado.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, ese era Losada: conozco la historia. Cuando
-vino a su tierra después de mucho tiempo, dejó un reloj<span class="pagenum"><a name="Page_332" id="Page_332">[332]</a></span>
-muy grande en Madrid, regalado para un edificio de la
-Puerta del Sol.</p>
-
-<p>&mdash;¿Véslo?... Pues otros pastores de Santa Catalina, parientes
-de mi abuela, bajaban con las merinas a Badajoz
-todos los años, a invernar en los jarales de un duque al
-cual nombran del Alba. Ello fué que labrando la tierra
-baldía junto al chozo, halláronla fecunda, y cada invierno,
-cuando iban ende con los ganados trashumantes, labraban
-otro poquitín, hasta que el señor duque les dió permiso
-para fincar entre sus aradas dos pueblos, los Antrines,
-el de arriba y el de embajo... ¿Sabíaslo?</p>
-
-<p>&mdash;Eso no.</p>
-
-<p>Sonríe triunfante Maricruz y pisa con firme orgullo en
-el yerto camino. Florinda, para corresponder a la locuacidad
-de su compañera, murmura:</p>
-
-<p>&mdash;Tú pareces muy feliz... ¿Cuándo te casas?</p>
-
-<p>&mdash;Neste invierno: aún no está adiada la boda&mdash;responde
-con rubor&mdash;. Y tú para las Navidades ¿eh? Llevas
-un mozo de mucha hombría... ¡Pa que veas que hay
-gente de prez nestas planuras de León!</p>
-
-<p>Achacando a modestia el silencio de Florinda, no
-insiste la moza en este punto, y da otro giro a la plática.</p>
-
-<p>&mdash;¡Cómo sona la nube!</p>
-
-<p>&mdash;¡Sí!</p>
-
-<p>Ambas jóvenes se detienen un instante a escuchar la
-furente carrera de los vientos y a medir con tranquila
-expectación la preñada negrura del nublado. Una y otra,
-por distintas causas, permanecen serenas: ni a Maricruz
-le asusta el temporal, por conocerle mucho, ni le
-halla <i>Mariflor</i> bastante recio para aturdirse en él. Va
-pensando que su alma está más sombría que los cielos,
-y buscan sus ojos con ansiedad una huella de la semilla
-de amor arrojada en la llanura poco antes. Pero ya las
-ráfagas tempestuosas verberaron con ímpetu en el suelo,
-y al borde del estremecido arroyo no parece rastro ninguno
-de la siembra sentimental.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_333" id="Page_333">[333]</a></span></p>
-
-<p>Y cuando, alucinada, se inclina <i>Mariflor</i> para coger,
-como una reliquia, algo blanco y menudo que rueda por
-allí, levanta un copo de nieve donde creyó recuperar el
-adorado fragmento de una carta: en la ardorosa mano
-se deshace al punto la vedija glacial...</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué te sucede?&mdash;pregunta Maricruz, viendo palidecer
-a su amiga&mdash;. ¿Tienes miedo?</p>
-
-<p>&mdash;No.</p>
-
-<p>El ronco arrullo y el trastornado semblante con que
-responde, preocupan a Maricruz. Una impresión extraña
-y dolorosa turba su silvestre espíritu. Se enlaza con
-blandura al brazo de su compañera y dice, conmovida,
-sin saber por qué:</p>
-
-<p>&mdash;¿Sigue Marinela mejor?</p>
-
-<p>&mdash;Está lo mismo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Aún dormís a la santimperie?</p>
-
-<p>&mdash;Ya no; mi tía se opone desde que empezó el mal
-tiempo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pobre pitusa!... ¡Y agora, si viene su padre tamién
-comalido!</p>
-
-<p>&mdash;¡No sé si vendrá!...</p>
-
-<p>&mdash;Ansí dicen que la tía Gertrudis os malface: ¿oístelo?</p>
-
-<p><i>Mariflor</i> se había serenado un poco.</p>
-
-<p>&mdash;Eso es mentira&mdash;protestó.</p>
-
-<p>&mdash;Yo nunca lo creí: ni es bruja ni prodigiadora...
-Será, si acaso, conjurante.</p>
-
-<p>&mdash;Es una triste vieja como las demás.</p>
-
-<p>&mdash;Y mejor: sabe fervorines, cantares y medicinas, que
-te pasmas. Con tomillín de un cantero de la huerta y
-otro yerbato dulce, me curó a mí antaño la ronquez.</p>
-
-<p>&mdash;Dicen que está muy sola y muy necesitada.</p>
-
-<p>&mdash;Sí; la malfamaron y poco se la ayuda, aunque la juventud
-no cree, ya, en los hechizos: son cosas de rapaces
-y de viejas...</p>
-
-<p>Apretó a nevar: las muchachas, muy juntas y diligentes,
-seguían la margen del arroyo, fiel rumbo hacia Valdecruces<span class="pagenum"><a name="Page_334" id="Page_334">[334]</a></span>
-en la espesa cerrazón del horizonte. Ya estaba
-lejos el cauce del molino, y Maricruz, guiada por su experiencia
-campesina, anunció alegre:</p>
-
-<p>&mdash;Pronto llegamos.</p>
-
-<p>Mas al punto refrenó el paso, prestó oído y añadió
-pesarosa:</p>
-
-<p>&mdash;¡Ay!... ¡Se ha muerto la tía Mariana!</p>
-
-<p>&mdash;Sí; tocan a difunto&mdash;dice Florinda escuchando&mdash;,
-¿pero cómo sabes que es por ella?</p>
-
-<p>&mdash;Fíjate en las posas: una... dos... Si hubiera muerto
-un hombre serían tres.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah!</p>
-
-<p>&mdash;También el tío <i>Chosco</i> anda malico.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pues mira que si se muere el enterrador!</p>
-
-<p>&mdash;Hereda el puesto el sacristán.</p>
-
-<p>&mdash;Y esa tía Mariana, ¿era muy vieja?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, mujer: abuela de Facunda por parte de madre.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y abuela de tu novio?</p>
-
-<p>&mdash;Velaí.</p>
-
-<p>&mdash;Vamos a rezar por su alma.</p>
-
-<p>Un devoto murmullo acarició los compungidos semblantes
-de las mozas, que llegaban a Valdecruces cuando
-ya, en precoz anochecer, moría la tarde, malherida
-de la nieve.</p>
-
-<p class="p2">Iba <i>Mariflor</i> tan penetrada por el soplo de la tragedia,
-que no experimentó grande inquietud al oir en su
-casa llantos y quejidos. Supuso llegada la hora de que
-la Humanidad, lo mismo que la Naturaleza, estallase en
-lamentos. Y las razones de esta lógica explosiva quedaron
-atravesadas por una voz lamentable que decía en
-la sombra del <i>estradín</i>:</p>
-
-<p>&mdash;¡Ay, cómo tardabas!... ¿No sabes que Pedro va a
-partir y que mi padre viene a morirse?</p>
-
-<p>Florinda no supo qué responder, y Marinela, deteniéndola
-aún por el brazo, añadió con angustia:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_335" id="Page_335">[335]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Madre dice que nosotras somos harto pobres para
-socorrer a un enfermo, y que la abuela ya no tiene casa
-ni haberes para aconchegar a su hijo; además, no quiere
-que mi hermano marche; llora por él clamando que
-se le rebatan, que se le quitan: la abuela gime y Olalla
-paez muda.</p>
-
-<p>&mdash;Pero, ¿quién ha escrito?</p>
-
-<p>&mdash;Tu padre.</p>
-
-<p>&mdash;¿A mí?</p>
-
-<p>&mdash;No: a la abuela.</p>
-
-<p>&mdash;¡A mí ya no me escribe!</p>
-
-<p>&mdash;¡Mujer, la carta pone para ti tantas de cosas!</p>
-
-<p>Dentro se habían apaciguado un poco las lamentaciones,
-y <i>Mariflor</i> siguió escuchando a su prima.</p>
-
-<p>&mdash;Verás: dice la esquela que unos maragatos ricos
-pagan estos viajes que te cuento. Mi padre llegará para
-la Pascua y el rapaz tiene que salir a primeros de mes
-con un paisano de Santa Coloma&mdash;. Suspiró con ansia
-la niña y lamentóse&mdash;: ¡Ay, Dios, ya estoy más sediente
-que nunca, con un jibro en el pecho y un acor en
-el alma!</p>
-
-<p>&mdash;Pues hay que tener ánimos&mdash;murmuró Florinda
-maquinalmente.</p>
-
-<p>&mdash;Yo no sirvo para este mundo... ¡Si pudiese entrar
-en el convento!</p>
-
-<p>En aquel instante llegaban los niños de la escuela sacudiéndose
-la nieve y extendiendo las manos en la oscuridad,
-con rumbo a la cocina, donde antes resonaron
-los lloros. Detrás de los rapaces entraron las muchachas.</p>
-
-<p>Ardía en el llar un fuego mortecino y temblaba sobre
-la mesa la luz del candil. En viendo Ramona a su hijo
-mayor, lanzóse a él con ademán salvaje y comenzó a
-gritar como si le prestaran sus aullidos todos los animales
-maltratados y moribundos:</p>
-
-<p>&mdash;¡Ay fiyuelo, quédome sin tigo!... ¡Te parí de mis entrañas,<span class="pagenum"><a name="Page_336" id="Page_336">[336]</a></span>
-te pujé en mis brazos y trabajé para ti como una
-sierva!... Agora que me conoces y me quieres, te me
-quitan... ¡Ay, pituso, non te veré más!... ¡Los mares y los
-hombres te rebatan!...</p>
-
-<p>Parecían mordiscos, por lo hambrientos, los besos de
-la madre; lloraba toda la familia, y el zagal, asustado,
-apenas supo decir:</p>
-
-<p>&mdash;¡Volveré pronto!</p>
-
-<p>&mdash;Volverás muriente como tu padre, y yo estaré tocha
-y ceganitas como tu abuela, sin nido ni cubil pa tu
-resguardo; lo mesmo que esa pobre: ¡mira!</p>
-
-<p>Y conteniendo la explosión de su piedad en el acento
-ronco y firme, Ramona empujó a su hijo hasta la anciana.</p>
-
-<p>Acogióle ella entre sus brazos doblándose, en el sitial,
-para recibirle, con tan acongojada pesadumbre, como si
-del viejo corazón exprimido cayese en aquel instante la
-última gota de ternura.</p>
-
-<p>También Carmen y Tomasín se refugiaron, ronceros
-y llorones, en aquella caricia. Estalló un sollozo en el pecho
-de Olalla, y el triste concierto de ayes y suspiros
-volvió a levantar sus desconsoladas notas en la escena.
-Ramona, con los ojos fijos en el grupo que formaban los
-rapaces y la tía Dolores, fué serenándose hasta sentir un
-repentino bienestar que sin saber cómo se le subió a los
-labios en una dulce palabra.</p>
-
-<p>&mdash;¡Madre!&mdash;dijo.</p>
-
-<p>Nadie respondía. Las muchachas creyeron que hablaba
-sola. Pero ella avanzó resueltamente desde el sitio
-donde había quedado en pie. Su larga sombra ganó el
-techo y llenó la cocina de gigantes perfiles.</p>
-
-<p>&mdash;¡Madre!&mdash;iba diciendo&mdash;. En los últimos años, endurecido
-su áspero carácter por el infortunio, huyó arisca
-de pronunciar esta suave palabra.</p>
-
-<p>&mdash;¡Madre!&mdash;repitió&mdash;; ¿no me oye?</p>
-
-<p>Y puso las manos con inusitada blandura en los débiles
-hombros de la vieja.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_337" id="Page_337">[337]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¡Ah!... ¿Me llamaste a mí?</p>
-
-<p>&mdash;¡Claro! Mire: con llorar, el solevanto que nos acude
-non se desface y atribulamos a estas criaturas.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué quieres, hija?</p>
-
-<p>&mdash;Que no llore: es menester que Sidoro la halle moza.</p>
-
-<p>&mdash;¿Pos no dijiste?...</p>
-
-<p>&mdash;Era por decir: usté entodavía tiene salud y casa pa
-recoger a su hijo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah!... ¿Consientes?...</p>
-
-<p>&mdash;¿Soy acaso una hereja?... ¿Se iba a quedar el pobre
-en medio de la rúa?... Pujaremos por él como cristianas.</p>
-
-<p>&mdash;Mujer, ¡Dios te lo pague!</p>
-
-<p>&mdash;Sí&mdash;murmuró Ramona, abrazando otra vez a Pedro&mdash;.
-¡Dios me lo pagará cuando vuelva éste!...</p>
-
-<p>Temblaba Marinela apoyándose en su prima, y las dos,
-lo mismo que Olalla, se animaron con aquellas últimas
-frases.</p>
-
-<p>&mdash;Andaí&mdash;ordenó Ramona, alcanzándolas, con un
-gesto impaciente&mdash;. Van a venir las del filandón y no
-hay que poner las caras acontecidas. Mañana hablaremos
-al señor cura.</p>
-
-<p>&mdash;Denantes&mdash;pronunció Marinela aprovechando una
-cordialidad tan expresiva y rara&mdash;vide a la tía Gertrudis,
-y me dijo...</p>
-
-<p>&mdash;¿Onde la viste, rutiando por aquí?&mdash;interrumpió
-desabrida la madre.</p>
-
-<p>&mdash;Pasaba sobrazando un atiello de coscoja: ¡casi no
-podía con él!</p>
-
-<p>&mdash;Bueno; ¿y qué te dijo?</p>
-
-<p>&mdash;Que esta noche vendría al filandón, porque en la
-so cabaña no tiene luz para hilar... Yo no me atreví a
-decirle que no viniera; ¡como don Miguel manda que se
-la estime!...</p>
-
-<p>&mdash;Pos... ¡que entre!&mdash;concedió Ramona vacilante, mirando
-a Pedro con oscura inquietud&mdash;. Y agora, las cuchares<span class="pagenum"><a name="Page_338" id="Page_338">[338]</a></span>
-y el pote: a cenar, pa que estos críos se acuchen.</p>
-
-<p>Las pálidas figuras del cuadro se movieron sin ruido,
-y rodó solitario en la estancia el son de la esquila parroquial,
-que aún contaba las fúnebres posas...</p>
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-054.jpg" width="300" height="329"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_339" id="Page_339">[339]</a></span></p>
-
-<div class="chapter">
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-025.jpg" width="400" height="145"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<h2>XXIII<br /><br />
-<span class="pch">PAÑO DE LÁGRIMAS</span></h2>
-
-<div>
- <img class="dc1" src="images/da.jpg" width="200" height="198" alt=""/>
-</div>
-<p class="dc20">&mdash;¡AYMÉ!</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué le pasa, tía Gertrudis?</p>
-
-<p>&mdash;Estoy cansosa, niña.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y no va a decir aquella relación?</p>
-
-<p>&mdash;¿La de la locecica?</p>
-
-<p>&mdash;Esa.</p>
-
-<p>&mdash;En cuanto repose; todo el
-día anduve por ribas y cuestos
-atropando carrasca antes que cerrase la nieve; y atollecí.</p>
-
-<p>&mdash;En l’intre&mdash;propuso entonces Maricruz&mdash;jugaremos
-a los acertijos, ¿queréis?</p>
-
-<p>Mozas y viejos aceptaron. Una ligera curiosidad alzó
-los ojos y animó los semblantes.</p>
-
-<p>Tenía lugar el clásico «filandón» en la espaciosa cuadra
-que antaño albergó las «llocidas» reses de la tía Dolores:
-un mantillo de bálago, a modo de tapiz, prestaba
-calor y blandura al renegrido suelo, y un candil de petróleo,
-cebado a escote, daba, pendiente de una viga,
-más tufo que luz.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_340" id="Page_340">[340]</a></span></p>
-
-<p>Toda labor de mujer tenía allí su escuela y ejercicio:
-hilaban, por lo común, las más viejas; «calcetaban» y cosían
-algunas, tejían otras a ganchillo refajos y gorros infantiles.
-La tertulia, que se acomodaba por turno en los
-establos mejores de la aldea, en el santo suelo y entre el
-vaho de los animales, solía terminar cristianamente con
-el rezo del rosario. Pero antes se narraban historias, se
-proponían adivinanzas y hasta se dejaba correr sobre
-ruecas y agujas algún airecillo picante de murmuración.</p>
-
-<p>Aunque la cuadra de este pobre lar, venido tan a menos,
-aloja hogaño muy pocas reses, disfruta por céntrica
-y espaciosa las preferencias de Valdecruces, y esta noche
-la invade un buen número de tertulianas, sin más
-compañía de varón que la del tío Rosendín, el viejo sacristán.
-Allí parecen también sus hijas Felipa y Rosenda;
-las nietas del tío Fabián, con su madre; Ascensión
-con la suya; Maricruz Alonso y sus hermanas, las de
-Crespo, la <i>Chosca</i> y otra porción de mujeres de distintas
-edades y parecidas condiciones.</p>
-
-<p>Mientras fueron llegando, hablóse del temporal, haciendo
-memoria del último, que cubrió las casas con
-<i>trousas</i> formidables, verdaderos montes de nieve. Felipa
-dijo que a prevención tenía muchos <i>fuyacos</i> para alimentar
-a las ovejas, y el tío Rosendín profetizaba que
-aunque arreciase el mal tiempo, aún se podían aprovechar
-los piornos para el ganado durante una quincena.
-Las de Salvadores preguntaron con mucho interés por
-el tío <i>Chosco</i>, que, según el sacristán, «iba ya mejorcico».
-Se comentó en seguida el fallecimiento de la tía
-Mariana, lamentando que las de Paz no asistiesen al
-«filandón».&mdash;Velarán el cadáver de su agüela&mdash;opinaron
-algunas mujeres&mdash;. Y otras dijeron compasivas:&mdash;¡Biendichosa!...</p>
-
-<p>Pero ya juntas las que esta noche se reúnen, piden los
-acertijos, y la misma iniciadora lanza el primero:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_341" id="Page_341">[341]</a></span></p>
-
-<p class="pp7q p1">«Enas iglesias estoy</p>
-<p class="pp6">entre ferranchos metida,<br />
-cuándo allende, cuándo aquende,<br />
-cuándo muerta, cuándo viva...»</p>
-
-<p class="p1">&mdash;¡La lámpara!&mdash;dice riendo el sacristán.</p>
-
-<p>&mdash;¡Usté no vale!&mdash;protesta Maricruz.</p>
-
-<p>En aquel momento Florinda le pregunta con sigilo:</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo no fuiste al velatorio?</p>
-
-<p>&mdash;No acuden mozas cuando fallece una vieja&mdash;responde&mdash;.
-Fué mi madre.</p>
-
-<p>Algunos pretenden averiguar cuántos años tendría la
-difunta, y Ascensión dice que no se sabe a punto fijo,
-porque en los libros parroquiales sólo consta que «nació
-el día que se amojonó <i>Fumiyelamo</i>».</p>
-
-<p>&mdash;No había yo nacido&mdash;apunta la tía Dolores, muy
-despierta y con cierto orgullo.</p>
-
-<p>Y el tío Rosendín, sonriendo malicioso, coloca otra
-adivinanza:</p>
-
-<p class="pp7q p1">«¿Qué cosa yía</p>
-<p class="pp6">la que no has visto nin vi<br />
-que no tien color ni olor,<br />
-pero mucho gusto sí?»</p>
-
-<p class="p1">Un aire de perplejidad inmoviliza al auditorio. El anciano
-detiene el gesto de una contemporánea suya que
-intenta responder.</p>
-
-<p>&mdash;¡Que acierten las mozas!</p>
-
-<p>&mdash;¡El agua!&mdash;prorrumpe una voz juvenil.</p>
-
-<p>&mdash;¡Avemaría!... ¡Tien que ser una cosa que nunca
-hayas visto!</p>
-
-<p>Crece la incertidumbre y se suspenden las labores.
-Después de algunas respuestas disparatadas, el sacristán
-dice triunfante:</p>
-
-<p>&mdash;¡El beso!</p>
-
-<p>&mdash;¡Josús!&mdash;pronuncian las zagalas, ruborosas.</p>
-
-<p>Todos ríen, y el viejo, embaído, añade en seguida:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_342" id="Page_342">[342]</a></span></p>
-
-<p class="pp7q p1">«Blanco fué mi nacimiento,</p>
-<p class="pp6">verde lluego mi niñez,<br />
-mi mocedade encarnada,<br />
-negra mi curta vejez.»</p>
-
-<p class="p1">&mdash;¡La mora! ¡La mora!&mdash;repiten alegres las muchachas.
-Y como ya suponen que la tía Gertrudis ha descansado,
-solicitan otra vez la prometida narración.</p>
-
-<p>Mientras la anciana sacude un poco su pensamiento,
-se oye al aire gemir y a las ruecas zumbar: algún suspiro
-acaricia los copos blancos de las hilanderas.</p>
-
-<p>&mdash;Erase&mdash;principió la narradora&mdash;una noche muy
-triste, hace ya cuántos siglos. Por el mar que le llaman
-de la muerte, cerca de La Coruña, navegaba un lembo
-gobernado por el turco más temido nestas historias de
-piratas. Con él iba prisionera una pobre doncellica que
-el capitán robó en un castillo principal. Era hija de un
-señor de salva, tan hermosa y fina como las febras del
-oro. Quería el turco esconder a la moza tierra adentro,
-y esperaba un señal, una locecica de algunos de sus piratas
-que por la riba aquende le buscaban cobil, pero en
-toda la ledanía de los mares no pareció ninguna luz...
-Conque navegaba la embarcación roncera, en calmería
-de viento, apocado el velaje y cansos los marinos, cuando
-va y luce una flama en una torre que le decían la Torre
-del Espejo y se encendía en las noches oscuras para
-las naos que llegasen de paz. Dió un brinco el pirata
-cabe la moza, tomando por seña de su gente la lumbre
-del fogaril. Y la infelice doncella clamó al Dios de los
-cristianos, que era el suyo, pidiéndole que le sacase de
-aquella amaritud...</p>
-
-<p>Hace una pausa la tía Gertrudis para recordar las frases
-conmovedoras de la cautiva, y aunque la misma leyenda
-se ha repetido muchas veces en los «filandones»,
-un devoto silencio la circuye ahora, y un aroma de mar y
-de aventura la engrandece y ensalza entre sutiles asombros:
-la evocación de ese otro llano, inmenso y libre,<span class="pagenum"><a name="Page_343" id="Page_343">[343]</a></span>
-desconocido y atrayente, se presenta en los labios de la
-anciana con imágenes desoladoras, en que una mujer
-sufre cautiverio. Y las maragatas sienten batir contra sus
-corazones las olas de aquel mar lejano que les lleva los
-padres, los hijos y los esposos, fascinándoles con su prometedora
-anchura, para engañarles al fin y cautivar la
-ilusión de infinitas mujeres.</p>
-
-<p>También para Florinda la llanura amiga de su niñez
-suena ronca y extraña en los acentos pavorosos de la tía
-Gertrudis. Todas las ilusiones de la moza naufragaron en
-la amada ribera, y el recuerdo de su bien perdido se le
-ofrece como una pálida visión de naves que huyen y de
-espumas que gimen: apenas si el perfil de un marino se
-agita en estas membranzas como símbolo del primer
-sueño de amor que la muchacha tuvo. Por un instante
-se sorprende ella al caer desde la nube de sus evocaciones
-al fondo del establo donde la tertulia aguarda a que
-se termine el cuento. Mira absorta a su alrededor y le
-parece que Marinela está muy descolorida y que Ramona
-oculta mal su incertidumbre.</p>
-
-<p>Pero ya la anciana sigue el relato:</p>
-
-<p>&mdash;...Y en esto que partían el ánima las voces de la
-inocente, los mareantes de la embarcación dieron en
-complañirse y maldecir del capitán...</p>
-
-<p>Un estrépito medroso dejó rota la leyenda y en angustia
-las atenciones.</p>
-
-<p>&mdash;¿Fué tronido?&mdash;balbuce una voz.</p>
-
-<p>Y al mismo tiempo Marinela se dobla desmayada encima
-de su madre.</p>
-
-<p>Recíbela Ramona con un ¡ay! tan brusco, que parece
-un bramido de su corazón. Deslizando hasta el suelo el
-cuerpo inerte de la niña, se arrastra, súbita y fiera, y sacude
-a la tía Gertrudis por los brazos en una cruel explosión
-de frenesí.</p>
-
-<p>&mdash;¡Conjúrala, conjúrala agora mismo&mdash;dice tuteándola
-con menosprecio&mdash;bruja de Lucifer!</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_344" id="Page_344">[344]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¿Yo?... ¿Yo?...</p>
-
-<p>&mdash;¡Tú, tú, sortera!</p>
-
-<p>&mdash;Yo non sé conjurar. ¡Soy cristiana y nunca tuve
-poder con el diañe!</p>
-
-<p>La voz senil plañía con menos asombro que amargura;
-aparecía en todos los semblantes la congoja del pánico,
-y sólo Florinda se acordaba de aflojar el corpiño a
-Marinela.</p>
-
-<p>&mdash;¡Traed vinagre para los pulsos!&mdash;pidió vivamente.</p>
-
-<p>Olalla, levantándose indecisa, declaró:</p>
-
-<p>&mdash;¡Tengo miedo d’ir sola!</p>
-
-<p>Después de algunas vacilaciones y consultas, encendió
-un cabo de vela en el candil y dirigióse con Maricruz
-hacia el postigo medianero de la cocina. Pero, sin
-alcanzarle, se volvió espantada:</p>
-
-<p>&mdash;¡Sonan pasos!</p>
-
-<p>&mdash;Es el viento y la truena&mdash;dijo Maricruz más valiente.</p>
-
-<p>Y apremiaba Florinda:</p>
-
-<p>&mdash;¡Pronto, pronto!</p>
-
-<p>Ramona, que no había soltado a la tía Gertrudis, trocó
-de improviso en súplicas sus delirantes voces:</p>
-
-<p>&mdash;¡Por Dios me la conjure!... ¡Por Nuestra Señora la
-Blanca!... Daréle a usted cuanto me pida; mire que va a
-morir. ¡Aguante, por la Virgen!</p>
-
-<p>La vieja parecía no escucharla, murmurando llorosa:</p>
-
-<p>&mdash;¡Al cabo los años que non fice mal nenguno, me
-temen los vecinos como los rapaces al papón!...</p>
-
-<p>Unos brazos nerviosos la levantaron de repente, y de
-un salto la posó Ramona junto a la enferma, ya reclinada
-en el regazo de Florinda:</p>
-
-<p>&mdash;¡Dele remedio!... ¡Aplíquele talismán!&mdash;gimió de
-hinojos la madre, con las manos en cruz.</p>
-
-<p>&mdash;¡Si non gasto sorterías, mujer!</p>
-
-<p>Alguien aconsejaba:</p>
-
-<p>&mdash;¡Dígale mas que sea una oración!</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_345" id="Page_345">[345]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¿Tién fístola?</p>
-
-<p>&mdash;No lo sabemos...</p>
-
-<p>La tía Gertrudis acercó sus cansadas pupilas al semblante
-de Marinela, húmedo y descolorido como si estuviese
-lavado por los últimos sudores: había sido inútil la
-aplicación del vinagre en las sienes y en los pulsos.</p>
-
-<p>Suspiró compasiva la anciana y recogióse un momento
-en solemne actitud mientras aguardaban todos con
-ansiedad. De pronto comenzó a decir:</p>
-
-<p>&mdash;«En el nombre del Padre, e del Hijo e del Espíritu
-Santo: tres ángeles iban por un camino; encontraron con
-Nuestro Señor Jesucristo. ¿Dónde vais acá los tres ángeles?
-Acá vamos al monte Olivete y yerbas e yungüentos
-catar para nuestras cuitas e plagas sanar: los tres ángeles
-allá iredes; por aquí vendredes; pleito homenaje me
-faredes, que por estas palabras precio non llevaredes esceto
-aceite de olivas e lana sebosa de ovejas vivas...
-Conjúrote, plaga o llaga, que no endurezcas ni libidinezcas
-por agua ni por viento ni por otro mal tiempo, que
-ansí hizo la lanzada que dió Longinos a Nuestro Señor
-Jesucristo, ni endureció ni beneció...»</p>
-
-<p>Abrió los ojos Marinela, tan asombrados y tristes como
-si girasen ya tocados por la muerte. Una impresión de
-maravilla inmovilizó a la tertulia, y Ramona, febril fluctuando
-entre el odio y la gratitud, preguntó a la vieja
-con ensordecido acento:</p>
-
-<p>&mdash;¿Está ya liberada?</p>
-
-<p>&mdash;¿De quién?</p>
-
-<p>&mdash;Del diablo.</p>
-
-<p>&mdash;Non tornes con embaucos, criatura, que paeces una
-orate: yo dije la oración porque está bendita y es buena
-pa sanar si Dios la acoge. Agora hay que levar aspacín
-a la rapaza, aconchegarla bien caliente y darle un buen
-fervido. ¿Oyísteis?...</p>
-
-<p>Bajo las dulces manos de Florinda iba Marinela recobrando
-el calor y el pensamiento...</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_346" id="Page_346">[346]</a></span></p>
-
-<p>Aún permanece en mitad de la sala el lecho de la niña.
-Le comparte la enfermera, abandonando, por difíciles de
-cumplir, las órdenes del médico.</p>
-
-<p>Ya <i>Mariflor</i> no tiene bríos para cuidar a su prima en
-lucha con la miseria y la ignorancia a todas horas; pero
-allí está vigilante junto a ella, luego de haber tranquilizado
-a la familia.</p>
-
-<p>Cuando ya la tempestad hubo cesado, abrió los postigos
-del balcón para asistirse con la claridad de la noche:
-la luna, baja y fría, reverberante sobre la nieve, iluminaba
-a Valdecruces con fantástica luz.</p>
-
-<p>&mdash;¡Agua!&mdash;pedía ansiosa Marinela, y después con las
-manos en la garganta, se dolía:</p>
-
-<p>&mdash;¡Tengo un ñudo aquí!</p>
-
-<p>Nerviosa y balbuciente hablaba del convento: sentía
-correr el agua del jardín por los claustros, y le mareaba
-el olor penetrante de las flores.</p>
-
-<p>&mdash;¿Quieres una?&mdash;murmuró&mdash;. Son para la Virgen...
-pero te daré esta purpurina... ¿Oyes los cánticos?... Caen
-en acordanza... Atiende:</p>
-
-<p class="pp7 p1">Yo soy una mujer, nací pequeña</p>
-<p class="pp6">y por dote me dieron<br />
-la dulcísima carga dolorosa<br />
-de un corazón inmenso...</p>
-
-<p class="p1">¡Esa es la voz de la madre Rosario!... Tengo miedo a
-la luna... ¡mira qué cara pone!... Vamos a laudar a Dios
-también nosotras; canta conmigo.</p>
-
-<p>Y con tonos de diferentes canciones compuso una
-muy extraña, cuyo estribillo se empeñaba en repetir:</p>
-
-<p class="pp7 p1">Yo soy una mujer, nací pequeña...</p>
-
-<p class="p1">El acento exaltado de la cantora resonó tristísimo en
-la estancia, y <i>Mariflor</i>, saturándose de recuerdos y pesadumbres,<span class="pagenum"><a name="Page_347" id="Page_347">[347]</a></span>
-logró persuadirla de que no era religioso
-aquel cantar:</p>
-
-<p>&mdash;Acuérdate que le trajo la farandulera.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah, sí, sí...; una que tenía el corazón roto como
-yo!... Ven... ¡escucha!</p>
-
-<p>Y ciñéndole a su prima los brazos al cuello, Marinela
-suspiró:</p>
-
-<p>&mdash;¿Tienes escondido algún romance?</p>
-
-<p>&mdash;No, mujer, ninguno.</p>
-
-<p>&mdash;Pues oye mi secreto...</p>
-
-<p class="pp7 p1">Yo tengo un corazón...</p>
-
-<p class="p1">Esto no te lo digo a ti; se lo digo a Dios, ¡a Ése!</p>
-
-<p>Volvióse la niña hacia la Cruz, alzada en el muro con
-la doliente imagen del Señor, y quiso rezar; pero su entendimiento,
-obsesionado, sólo conseguía dar forma a las
-endechas de la figuranta; y como una ráfaga de lucidez
-alumbrase la disparatada oración, Marinela, acusándose
-de herejía, acabó por llorar rostro a la Cruz.</p>
-
-<p>Blanco de aquella lucha, la sagrada efigie atrajo también
-las miradas de Florinda, que las estuvo meciendo
-desde el dolor humano hasta el dolor divino, con fuertes
-emociones de piedad. Cerrando los ojos para mirarse
-la alterada conciencia, imaginó que volvía a henchírsele
-de lágrimas el pecho como en los días en que su desgracia
-era toda compasión y ternura: creyó juntar su
-llanto con el de la enferma y le pareció que sentía levantarse
-en su alma el infinito poder del sacrificio, libre
-ya de egoístas propósitos, santo y puro, a humilde semejanza
-del que probó Jesús agonizante.</p>
-
-<p>Pero cuando un gemido la hizo recordar, halló sus
-párpados enjutos y rebeldes sus pensamientos: ¡sin duda
-había soñado!...</p>
-
-<p>Marinela, otra vez delirante, musitó:</p>
-
-<p>&mdash;¡Mira qué volada echó aquella estrellica!... ¿a ver<span class="pagenum"><a name="Page_348" id="Page_348">[348]</a></span>
-si aflama el cielo?... Agora la planura es un mar de nieve...</p>
-
-<p>Tuvo después miedo al gato que maullaba, y estremecióse
-con los toques del reloj. Al amanecer, un perro
-lastimoso la hizo gritar de espanto, un perro que gañía
-desesperadamente.</p>
-
-<p>También se alarmó Florinda con los aullidos lúgubres,
-pero sin manifestarlo; puso mucha persuasión en sus palabras
-tranquilizadoras, consiguiendo al fin que se durmiese
-la niña.</p>
-
-<p>Entonces el frío y el cansancio la inmovilizaron, envuelta
-en un chal junto a los cristales: otra vez cerró los
-ojos abismándose en desconsoladas meditaciones. Ya estaba
-allí el cano invierno con su amenaza de pesadumbres:
-los lobos a la puerta, el hogar miserable, dolientes
-un padre y una hija, cerrados los caminos, yertas las esperanzas.</p>
-
-<p>Poco a poco fué rodando la cabeza de <i>Mariflor</i> hasta
-quedar vencida sobre el pecho y apoyada en los vidrios.
-Oía la moza llorar, llorar mucho a la abuela, a las primas
-y a los rapaces: una voz, triste y oscura, clamaba
-también, entre condolida y furiosa. <i>Mariflor</i> quiso levantarse
-para saber el motivo de los llantos aquellos;
-pero la detuvo un aire de tempestad que soplaba desde
-sombría nube. ¿Volvían los huracanes de la nevasca?...
-¡Ah, no!; este viento y esta sombra eran pliegues alborotados
-en el manteo de un cura. Don Miguel llegaba
-agitadísimo:&mdash;¿Oyes llorar?&mdash;preguntó&mdash;. ¿Quieres tú ser
-el paño de todas esas lágrimas?... ¿Di?... ¿quieres?&mdash;. Iba
-la moza a responder y, como antes Marinela en su delirio,
-sólo acertó a balbucir el romance de la comedianta:</p>
-
-<p class="pp7 p1">En este corazón, todo llanuras</p>
-<p class="pp6">y bosques y desiertos,<br />
-ha nacido un amor...</p>
-
-<p class="p1">Por suerte, la desatinada respuesta quedó ahogada en
-unos gañidos resonantes que despertaron a Florinda.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_349" id="Page_349">[349]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¡Otra vez el perro!&mdash;murmuró anhelosa. Y aún dominada
-por la pesadilla reciente, llevóse las manos al
-rostro que sentía húmedo: ¿habría llorado?...</p>
-
-<p>La blancura del paisaje llamó a las ensoñadas pupilas,
-que al punto se nublaron de lástima: todo el bando de
-palomas, hambriento y alicaído, esperaba en el carasol,
-y el gesto de la muchacha, al sorprenderle, inició un
-arrullo largo y hondo, humilde como el de los niños
-cuando piden una caridad por el amor de Dios...</p>
-
-<p class="p2">Cerca de dos meses guardó en su bolsillo don Miguel
-una carta de Rogelio Terán. Solía decirse todas las mañanas:
-«Hoy se la enseñaré a <i>Mariflor</i>». Y luego sentía
-una piedad inmensa por aquella esperanza muda que a
-veces resurgía en los labios de la moza.</p>
-
-<p>Ultimamente la pobre enamorada había cambiado
-mucho. Aparte de aquel fuego sombrío de sus pupilas y
-algunos éxtasis profundos que iban a sorprenderla cuando
-menos lo esperaba, fué envolviéndola un abatimiento
-implacable y empujándola al fatalismo un cansancio
-lleno de trágicas inquietudes.</p>
-
-<p>Y al verla hundirse en el infortunio, dudaba el sacerdote
-si la lectura de aquella carta cruel sería un cable
-salvador tendido por el desengaño a las últimas energías
-de la infeliz, o un golpe definitivo para quebrantárselas
-sin remedio.</p>
-
-<p>Esta duda acomete a don Miguel una vez más cuando
-se dirige hoy a casa de la tía Dolores. Le acaban de decir
-que Marinela ha sufrido la víspera un grave desmayo,
-y aunque los detalles del suceso le escandalizan un
-poco, acude a consolar en lo posible las cuitas de aquella
-gente.</p>
-
-<p>En el portal encontró a Olalla, que le dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Voy por el médico.</p>
-
-<p>&mdash;¿Tan mal sigue la enferma para que te arriesgues
-así?</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_350" id="Page_350">[350]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;No está el día tempestuoso como ayer.</p>
-
-<p>&mdash;Pero los caminos se han borrado.</p>
-
-<p>&mdash;Acertaré por la lindera del regajal.</p>
-
-<p>&mdash;Aguarda, al menos, que yo suba, y si es preciso
-buscaremos quien te acompañe.</p>
-
-<p>Apareció Ramona, que bajo la mirada severa del sacerdote
-abatía la suya enrojeciendo.</p>
-
-<p>&mdash;De modo&mdash;pronunció don Miguel&mdash;¿que es imposible
-curarte de la superstición?... ¡No esperaba yo eso
-de ti!</p>
-
-<p>Ella, sin defenderse, comenzó temblorosa a relatar las
-noticias de América: el esposo tornaba moribundo y el
-hijo había de partir agora mesmo.</p>
-
-<p>&mdash;En l’intre&mdash;añadió sollozante&mdash;peyora la zagala...
-y yo dejo la cordura no sé onde.</p>
-
-<p>&mdash;¡Vaya, vaya por Dios!&mdash;compadece el párroco.</p>
-
-<p>Y suben todos detrás de él, mientras Ramona va diciendo:</p>
-
-<p>&mdash;Anoche la coitada non quiso junto a sí más que a la
-prima, y hubimos de acostarnos. Yo acodí madruguera
-y las hallé a las dos adormentadas: andamos a modín pa
-non las recordar.</p>
-
-<p>&mdash;Pues mira tú si duermen.</p>
-
-<p>Asomó la mujer en la salita y volvióse al punto con
-un gesto negativo.</p>
-
-<p>&mdash;Pase, pase.</p>
-
-<p>Don Miguel halló a Marinela con los ojos febriles
-clavados en la Cruz y a Florinda con los suyos vueltos al
-carasol. Ambas se estremecen al sentir pasos en la estancia
-y, luego de saludar al sacerdote. Marinela, descubriendo
-las palomas, prorrumpe:</p>
-
-<p>&mdash;Vélas, vélas ende... Las pobreticas no encuentran
-onde pacer: andai por una cachapada de cebo para echárselo
-aquí.</p>
-
-<p>Apresúranse a obedecer los niños, y Florinda, presa
-de extraña emoción, se enjuga los ojos murmurando:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_351" id="Page_351">[351]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;El hielo de los cristales me humedeció la cara...
-Dormí y creo que soñé.</p>
-
-<p>&mdash;¿Algo triste?&mdash;pregunta el sacerdote, reparando en
-la honda inquietud de las palabras.</p>
-
-<p>&mdash;¿Triste?... Era una cosa tremenda: usted venía a preguntarme...
-¡ya no me acuerdo!&mdash;balbuce sordamente.</p>
-
-<p>Y de pronto don Miguel, con la precipitación de
-quien realiza un acto contra su voluntad, busca en el
-bolsillo una carta y se la entrega a Florinda:</p>
-
-<p>&mdash;Entérate: ya hace tiempo que la recibí.</p>
-
-<p>&mdash;¿Es de su padre?&mdash;dice Ramona.</p>
-
-<p>&mdash;No.</p>
-
-<p>Un silencio involuntario se establece, y aunque el cura
-trata de hablar mientras la muchacha desdobla trémula
-el papel, sólo consigue que la tía Dolores ensarte letanías
-a propósito del hijo viajero:</p>
-
-<p>&mdash;¡Aymé! ¡Si en un santiguo le podiese yo recibir en
-mis brazos... ¿Arribará para la Pascua?... ¿Nevará en los
-mares tamién?... Voy dejarle mi lecho, señor, y las frazadas
-mejores... Cuando quiera hojecer la primavera ya
-estará en siguranza la curación, ¿noverdá?...</p>
-
-<p>Había salido el sol, pálido y frío. Marinela, al borde de
-su cama tendíase hacia él como si le pidiese una limosna
-de alegría: en realidad, lo que deseaba era acercarse
-a <i>Mariflor</i>, en cuyas manos se estremecía la carta de
-Rogelio.</p>
-
-<p>Leía la muchacha en el foco de luz:</p>
-
-<p>«Miguel, amigo mío: No el poeta ni el camarada, el
-penitente es quien acude a ti. Cúlpame cuanto quieras;
-que me castiguen tus indignaciones, si al fin me absuelve
-tu piedad. Yo te confieso contrito mi pecado de inconstancia,
-mi estéril codicia de emociones, de ternuras
-y novedades. Harto me duele esta triste condición: de
-todas mis culpas, soy, a la par que el reo, la primera
-víctima... Tú bien conoces el corazón humano y, aún
-mejor, conoces mi voluntad, donde toda flaqueza tiene<span class="pagenum"><a name="Page_352" id="Page_352">[352]</a></span>
-su asiento. Quise, fervorosamente, hacer feliz a <i>Mariflor</i>,
-sin comprender que nunca, nunca lograré la felicidad,
-ni para mí ni para nadie. Me engañó la fantasía; hoy
-reconozco la pequeñez de mi espíritu que, enamorado
-de los sueños, se rinde cobardemente al afrontar las realidades...
-Perdona mi error, tú, tan seguro, tan cabal, tan
-heroico... Perdona también la tardanza de estos renglones
-que mi mano te escribe mucho después que los dictase
-mi conciencia; luché antes de escribirlos; vacilé y
-sufrí muchas veces con la pluma sobre el papel: puedes
-creerlo. Y también que me falta valor para escribirle a
-«ella»: dile que me perdone; que acaso nunca la olvide;
-que si fuese a buscarla sería sin duda más culpable que
-apareciendo hoy a sus ojos como ingrato y perjuro.
-Dile...»</p>
-
-<p>&mdash;¿Viene en romance?&mdash;preguntó Marinela, impaciente
-por la prolongación de la lectura.</p>
-
-<p>Florinda volvió el rostro, blanco igual que un lirio. La
-rodeaban los rapaces, y también Olalla se le iba aproximando;
-en el fondo de la salita las dos mujeres cruzaban
-los brazos sobre el pecho. Ya la enferma tenía entre las
-manos el cebo de las palomas. Quejóse de «asperez» en
-la garganta, y tornó a preguntar:</p>
-
-<p>&mdash;¿Viene en romance, di?</p>
-
-<p>&mdash;No; ¡viene en prosa!</p>
-
-<p>Vibró ardiente y sombría la respuesta. Aún quedaba
-por leer una parte del pliego, mas, la lectora alzó los
-ojos, perdidos en una fugitiva imagen, se pasó una mano
-por la frente, dobló la carta y, alargándosela al cura, dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Puede usted escribirle a mi padre que me caso con
-Antonio.</p>
-
-<p>Su voz era firme, firme también su actitud. Una ráfaga
-de tragedia, de tragedia sin sollozos ni palabras, atravesó
-la salita y puso en todos los pechos repentino estupor.
-Tras un silencio angustioso, preguntó el sacerdote
-con grave solemnidad:</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_353" id="Page_353">[353]</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Hija, ¿lo has pensado bien?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, señor&mdash;repuso ella, altivo el gesto y serena la
-mirada&mdash;. Y a mi primo... usted hará la merced de darle
-en mi nombre el sí que estaba esperando.</p>
-
-<p>No dijo más. Volvióse hacia el carasol para abrir las
-vidrieras, tomó el centeno en su delantal y todo el bando
-de palomas acudió a saciarse en el regazo amigo, envolviendo
-la gentil figura con un manso rumor de vuelos y
-de arrullos. La luz del sol, más fuerte al crecer la mañana,
-rasgó las brumas y fingió una sonrisa en el duro semblante
-de la estepa...</p>
-
-<div class="figcenter">
- <img src="images/ill-054.jpg" width="300" height="329"
- alt=""
- title="" />
-</div>
-
-<hr class="chap" />
-
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_354" id="Page_354">[354]</a></span></p>
-<p>&nbsp;</p>
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_355" id="Page_355">[355]</a></span></p>
-
-<div class="chapter">
-
-<h2 class="p4"><i>ÍNDICE</i></h2>
-
-<table id="toc" summary="cont">
-
- <tr>
- <td> </td>
- <td colspan="2" class="tdr2"><span class="small u">Páginas.</span></td>
- </tr>
-
- <tr>
- <td class="tdr1">I.</td>
- <td class="tdl1">El sueño de la hermosura</td>
- <td class="tdr2"><a href="#Page_5">5</a></td>
- </tr>
-
- <tr>
- <td class="tdr1">II.</td>
- <td class="tdl1"><i>Mariflor</i></td>
- <td class="tdr2"><a href="#Page_15">15</a></td>
- </tr>
-
- <tr>
- <td class="tdr1">III.</td>
- <td class="tdl1">Dos caminos</td>
- <td class="tdr2"><a href="#Page_25">25</a></td>
- </tr>
-
- <tr>
- <td class="tdr1">IV.</td>
- <td class="tdl1">¡Pueblos olvidados!</td>
- <td class="tdr2"><a href="#Page_39">39</a></td>
- </tr>
-
- <tr>
- <td class="tdr1">V.</td>
- <td class="tdl1">Valdecruces</td>
- <td class="tdr2"><a href="#Page_55">55</a></td>
- </tr>
-
- <tr>
- <td class="tdr1">VI.</td>
- <td class="tdl1">Realidad y fantasía</td>
- <td class="tdr2"><a href="#Page_71">71</a></td>
- </tr>
-
- <tr>
- <td class="tdr1">VII.</td>
- <td class="tdl1">Las siervas de la gleba</td>
- <td class="tdr2"><a href="#Page_93">93</a></td>
- </tr>
-
- <tr>
- <td class="tdr1">VIII.</td>
- <td class="tdl1">Las dudas de un apóstol</td>
- <td class="tdr2"><a href="#Page_109">109</a></td>
- </tr>
-
- <tr>
- <td class="tdr1">IX.</td>
- <td class="tdl1">¡Salve, maragata!</td>
- <td class="tdr2"><a href="#Page_121">121</a></td>
- </tr>
-
- <tr>
- <td class="tdr1">X.</td>
- <td class="tdl1">El forastero</td>
- <td class="tdr2"><a href="#Page_135">135</a></td>
- </tr>
-
- <tr>
- <td class="tdr1">XI.</td>
- <td class="tdl1">La musa errante</td>
- <td class="tdr2"><a href="#Page_149">149</a></td>
- </tr>
-
- <tr>
- <td class="tdr1">XII.</td>
- <td class="tdl1">La rosa del corazón</td>
- <td class="tdr2"><a href="#Page_165">165</a></td>
- </tr>
-
- <tr>
- <td class="tdr1">XIII.</td>
- <td class="tdl1">Sol de justicia</td>
- <td class="tdr2"><a href="#Page_183">183</a></td>
- </tr>
-
- <tr>
- <td class="tdr1">XIV.</td>
- <td class="tdl1">Alma y tierra</td>
- <td class="tdr2"><a href="#Page_203">203</a></td>
- </tr>
-
- <tr>
- <td class="tdr1">XV.</td>
- <td class="tdl1">El mensaje de las palomas</td>
- <td class="tdr2"><a href="#Page_223">223</a></td>
- </tr>
-
- <tr>
- <td class="tdr1">XVI.</td>
- <td class="tdl1">La tragedia</td>
- <td class="tdr2"><a href="#Page_247">247</a></td>
- </tr>
-
- <tr>
- <td class="tdr1">XVII.</td>
- <td class="tdl1">Dolor de amor</td>
- <td class="tdr2"><a href="#Page_261">261</a></td>
- </tr>
-
- <tr>
- <td class="tdr1">XVIII.</td>
- <td class="tdl1">La heroica humildad</td>
- <td class="tdr2"><a href="#Page_279">279</a></td>
- </tr>
-
- <tr>
- <td class="tdr1">XIX.</td>
- <td class="tdl1">El castigo de los sueños</td>
- <td class="tdr2"><a href="#Page_291">291</a></td>
- </tr>
-
- <tr>
- <td class="tdr1">XX.</td>
- <td class="tdl1">Dulcinea labradora</td>
- <td class="tdr2"><a href="#Page_301">301</a></td>
- </tr>
-
- <tr>
- <td class="tdr1">XXI.</td>
- <td class="tdl1">Sierva te doy</td>
- <td class="tdr2"><a href="#Page_313">313</a></td>
- </tr>
-
- <tr>
- <td class="tdr1">XXII.</td>
- <td class="tdl1">Los martillos de las horas</td>
- <td class="tdr2"><a href="#Page_325">325</a></td>
- </tr>
-
- <tr>
- <td class="tdr1">XXIII.</td>
- <td class="tdl1">Paño de lágrimas</td>
- <td class="tdr2"><a href="#Page_339">339</a></td>
- </tr>
-
-</table>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_356" id="Page_356">[356]</a></span></p>
-<p>&nbsp;</p>
-<p><span class="pagenum"><a name="Page_357" id="Page_357">[357]</a></span></p>
-
-
-<p class="pc4">SE ACABÓ DE IMPRIMIR ESTA OBRA EN<br />
-MADRID, AÑO DE MCMXX, EN CASA DE<br />
-MIGUEL ALBERO. DECORACIÓN DE<br />
-ANTONIO MERLO Y ENRIQUE<br />
-VARELA DE SEIJAS</p>
-</div>
-
-<p>&nbsp;</p>
-<p>&nbsp;</p>
-<hr class="chap" />
-<p>&nbsp;</p>
-<div class="chapter">
-<div class="transnote p4">
-<p class="pc large">NOTA DEL TRANSCRIPTOR:</p>
-<p class="ptn">&mdash;Los errores obvios de impresión y puntuación han sido corregidos.</p>
-<p class="ptn">&mdash;El transcriptor de este libro creó la imagen de tapa utilizando la
-portada del libro original. La nueva imagen pertenece al dominio público.</p>
-</div>
-</div>
-</div>
-
-<p>&nbsp;</p>
-<hr class="full" />
-<p>***END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LA ESFINGE MARAGATA***</p>
-<p>******* This file should be named 51724-h.htm or 51724-h.zip *******</p>
-<p>This and all associated files of various formats will be found in:<br />
-<a href="http://www.gutenberg.org/dirs/5/1/7/2/51724">http://www.gutenberg.org/5/1/7/2/51724</a></p>
-<p>
-Updated editions will replace the previous one--the old editions will
-be renamed.</p>
-
-<p>Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright
-law means that no one owns a United States copyright in these works,
-so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United
-States without permission and without paying copyright
-royalties. Special rules, set forth in the General Terms of Use part
-of this license, apply to copying and distributing Project
-Gutenberg-tm electronic works to protect the PROJECT GUTENBERG-tm
-concept and trademark. Project Gutenberg is a registered trademark,
-and may not be used if you charge for the eBooks, unless you receive
-specific permission. If you do not charge anything for copies of this
-eBook, complying with the rules is very easy. You may use this eBook
-for nearly any purpose such as creation of derivative works, reports,
-performances and research. They may be modified and printed and given
-away--you may do practically ANYTHING in the United States with eBooks
-not protected by U.S. copyright law. Redistribution is subject to the
-trademark license, especially commercial redistribution.
-</p>
-
-<h2>START: FULL LICENSE<br />
-<br />
-THE FULL PROJECT GUTENBERG LICENSE<br />
-PLEASE READ THIS BEFORE YOU DISTRIBUTE OR USE THIS WORK</h2>
-
-<p>To protect the Project Gutenberg-tm mission of promoting the free
-distribution of electronic works, by using or distributing this work
-(or any other work associated in any way with the phrase "Project
-Gutenberg"), you agree to comply with all the terms of the Full
-Project Gutenberg-tm License available with this file or online at
-www.gutenberg.org/license.</p>
-
-<h3>Section 1. General Terms of Use and Redistributing Project
-Gutenberg-tm electronic works</h3>
-
-<p>1.A. By reading or using any part of this Project Gutenberg-tm
-electronic work, you indicate that you have read, understand, agree to
-and accept all the terms of this license and intellectual property
-(trademark/copyright) agreement. If you do not agree to abide by all
-the terms of this agreement, you must cease using and return or
-destroy all copies of Project Gutenberg-tm electronic works in your
-possession. If you paid a fee for obtaining a copy of or access to a
-Project Gutenberg-tm electronic work and you do not agree to be bound
-by the terms of this agreement, you may obtain a refund from the
-person or entity to whom you paid the fee as set forth in paragraph
-1.E.8.</p>
-
-<p>1.B. "Project Gutenberg" is a registered trademark. It may only be
-used on or associated in any way with an electronic work by people who
-agree to be bound by the terms of this agreement. There are a few
-things that you can do with most Project Gutenberg-tm electronic works
-even without complying with the full terms of this agreement. See
-paragraph 1.C below. There are a lot of things you can do with Project
-Gutenberg-tm electronic works if you follow the terms of this
-agreement and help preserve free future access to Project Gutenberg-tm
-electronic works. See paragraph 1.E below.</p>
-
-<p>1.C. The Project Gutenberg Literary Archive Foundation ("the
-Foundation" or PGLAF), owns a compilation copyright in the collection
-of Project Gutenberg-tm electronic works. Nearly all the individual
-works in the collection are in the public domain in the United
-States. If an individual work is unprotected by copyright law in the
-United States and you are located in the United States, we do not
-claim a right to prevent you from copying, distributing, performing,
-displaying or creating derivative works based on the work as long as
-all references to Project Gutenberg are removed. Of course, we hope
-that you will support the Project Gutenberg-tm mission of promoting
-free access to electronic works by freely sharing Project Gutenberg-tm
-works in compliance with the terms of this agreement for keeping the
-Project Gutenberg-tm name associated with the work. You can easily
-comply with the terms of this agreement by keeping this work in the
-same format with its attached full Project Gutenberg-tm License when
-you share it without charge with others.</p>
-
-<p>1.D. The copyright laws of the place where you are located also govern
-what you can do with this work. Copyright laws in most countries are
-in a constant state of change. If you are outside the United States,
-check the laws of your country in addition to the terms of this
-agreement before downloading, copying, displaying, performing,
-distributing or creating derivative works based on this work or any
-other Project Gutenberg-tm work. The Foundation makes no
-representations concerning the copyright status of any work in any
-country outside the United States.</p>
-
-<p>1.E. Unless you have removed all references to Project Gutenberg:</p>
-
-<p>1.E.1. The following sentence, with active links to, or other
-immediate access to, the full Project Gutenberg-tm License must appear
-prominently whenever any copy of a Project Gutenberg-tm work (any work
-on which the phrase "Project Gutenberg" appears, or with which the
-phrase "Project Gutenberg" is associated) is accessed, displayed,
-performed, viewed, copied or distributed:</p>
-
-<blockquote><p>This eBook is for the use of anyone anywhere in the United
- States and most other parts of the world at no cost and with almost
- no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use
- it under the terms of the Project Gutenberg License included with
- this eBook or online
- at <a href="http://www.gutenberg.org">www.gutenberg.org</a>. If you
- are not located in the United States, you'll have to check the laws
- of the country where you are located before using this
- ebook.</p></blockquote>
-
-<p>1.E.2. If an individual Project Gutenberg-tm electronic work is
-derived from texts not protected by U.S. copyright law (does not
-contain a notice indicating that it is posted with permission of the
-copyright holder), the work can be copied and distributed to anyone in
-the United States without paying any fees or charges. If you are
-redistributing or providing access to a work with the phrase "Project
-Gutenberg" associated with or appearing on the work, you must comply
-either with the requirements of paragraphs 1.E.1 through 1.E.7 or
-obtain permission for the use of the work and the Project Gutenberg-tm
-trademark as set forth in paragraphs 1.E.8 or 1.E.9.</p>
-
-<p>1.E.3. If an individual Project Gutenberg-tm electronic work is posted
-with the permission of the copyright holder, your use and distribution
-must comply with both paragraphs 1.E.1 through 1.E.7 and any
-additional terms imposed by the copyright holder. Additional terms
-will be linked to the Project Gutenberg-tm License for all works
-posted with the permission of the copyright holder found at the
-beginning of this work.</p>
-
-<p>1.E.4. Do not unlink or detach or remove the full Project Gutenberg-tm
-License terms from this work, or any files containing a part of this
-work or any other work associated with Project Gutenberg-tm.</p>
-
-<p>1.E.5. Do not copy, display, perform, distribute or redistribute this
-electronic work, or any part of this electronic work, without
-prominently displaying the sentence set forth in paragraph 1.E.1 with
-active links or immediate access to the full terms of the Project
-Gutenberg-tm License.</p>
-
-<p>1.E.6. You may convert to and distribute this work in any binary,
-compressed, marked up, nonproprietary or proprietary form, including
-any word processing or hypertext form. However, if you provide access
-to or distribute copies of a Project Gutenberg-tm work in a format
-other than "Plain Vanilla ASCII" or other format used in the official
-version posted on the official Project Gutenberg-tm web site
-(www.gutenberg.org), you must, at no additional cost, fee or expense
-to the user, provide a copy, a means of exporting a copy, or a means
-of obtaining a copy upon request, of the work in its original "Plain
-Vanilla ASCII" or other form. Any alternate format must include the
-full Project Gutenberg-tm License as specified in paragraph 1.E.1.</p>
-
-<p>1.E.7. Do not charge a fee for access to, viewing, displaying,
-performing, copying or distributing any Project Gutenberg-tm works
-unless you comply with paragraph 1.E.8 or 1.E.9.</p>
-
-<p>1.E.8. You may charge a reasonable fee for copies of or providing
-access to or distributing Project Gutenberg-tm electronic works
-provided that</p>
-
-<ul>
-<li>You pay a royalty fee of 20% of the gross profits you derive from
- the use of Project Gutenberg-tm works calculated using the method
- you already use to calculate your applicable taxes. The fee is owed
- to the owner of the Project Gutenberg-tm trademark, but he has
- agreed to donate royalties under this paragraph to the Project
- Gutenberg Literary Archive Foundation. Royalty payments must be paid
- within 60 days following each date on which you prepare (or are
- legally required to prepare) your periodic tax returns. Royalty
- payments should be clearly marked as such and sent to the Project
- Gutenberg Literary Archive Foundation at the address specified in
- Section 4, "Information about donations to the Project Gutenberg
- Literary Archive Foundation."</li>
-
-<li>You provide a full refund of any money paid by a user who notifies
- you in writing (or by e-mail) within 30 days of receipt that s/he
- does not agree to the terms of the full Project Gutenberg-tm
- License. You must require such a user to return or destroy all
- copies of the works possessed in a physical medium and discontinue
- all use of and all access to other copies of Project Gutenberg-tm
- works.</li>
-
-<li>You provide, in accordance with paragraph 1.F.3, a full refund of
- any money paid for a work or a replacement copy, if a defect in the
- electronic work is discovered and reported to you within 90 days of
- receipt of the work.</li>
-
-<li>You comply with all other terms of this agreement for free
- distribution of Project Gutenberg-tm works.</li>
-</ul>
-
-<p>1.E.9. If you wish to charge a fee or distribute a Project
-Gutenberg-tm electronic work or group of works on different terms than
-are set forth in this agreement, you must obtain permission in writing
-from both the Project Gutenberg Literary Archive Foundation and The
-Project Gutenberg Trademark LLC, the owner of the Project Gutenberg-tm
-trademark. Contact the Foundation as set forth in Section 3 below.</p>
-
-<p>1.F.</p>
-
-<p>1.F.1. Project Gutenberg volunteers and employees expend considerable
-effort to identify, do copyright research on, transcribe and proofread
-works not protected by U.S. copyright law in creating the Project
-Gutenberg-tm collection. Despite these efforts, Project Gutenberg-tm
-electronic works, and the medium on which they may be stored, may
-contain "Defects," such as, but not limited to, incomplete, inaccurate
-or corrupt data, transcription errors, a copyright or other
-intellectual property infringement, a defective or damaged disk or
-other medium, a computer virus, or computer codes that damage or
-cannot be read by your equipment.</p>
-
-<p>1.F.2. LIMITED WARRANTY, DISCLAIMER OF DAMAGES - Except for the "Right
-of Replacement or Refund" described in paragraph 1.F.3, the Project
-Gutenberg Literary Archive Foundation, the owner of the Project
-Gutenberg-tm trademark, and any other party distributing a Project
-Gutenberg-tm electronic work under this agreement, disclaim all
-liability to you for damages, costs and expenses, including legal
-fees. YOU AGREE THAT YOU HAVE NO REMEDIES FOR NEGLIGENCE, STRICT
-LIABILITY, BREACH OF WARRANTY OR BREACH OF CONTRACT EXCEPT THOSE
-PROVIDED IN PARAGRAPH 1.F.3. YOU AGREE THAT THE FOUNDATION, THE
-TRADEMARK OWNER, AND ANY DISTRIBUTOR UNDER THIS AGREEMENT WILL NOT BE
-LIABLE TO YOU FOR ACTUAL, DIRECT, INDIRECT, CONSEQUENTIAL, PUNITIVE OR
-INCIDENTAL DAMAGES EVEN IF YOU GIVE NOTICE OF THE POSSIBILITY OF SUCH
-DAMAGE.</p>
-
-<p>1.F.3. LIMITED RIGHT OF REPLACEMENT OR REFUND - If you discover a
-defect in this electronic work within 90 days of receiving it, you can
-receive a refund of the money (if any) you paid for it by sending a
-written explanation to the person you received the work from. If you
-received the work on a physical medium, you must return the medium
-with your written explanation. The person or entity that provided you
-with the defective work may elect to provide a replacement copy in
-lieu of a refund. If you received the work electronically, the person
-or entity providing it to you may choose to give you a second
-opportunity to receive the work electronically in lieu of a refund. If
-the second copy is also defective, you may demand a refund in writing
-without further opportunities to fix the problem.</p>
-
-<p>1.F.4. Except for the limited right of replacement or refund set forth
-in paragraph 1.F.3, this work is provided to you 'AS-IS', WITH NO
-OTHER WARRANTIES OF ANY KIND, EXPRESS OR IMPLIED, INCLUDING BUT NOT
-LIMITED TO WARRANTIES OF MERCHANTABILITY OR FITNESS FOR ANY PURPOSE.</p>
-
-<p>1.F.5. Some states do not allow disclaimers of certain implied
-warranties or the exclusion or limitation of certain types of
-damages. If any disclaimer or limitation set forth in this agreement
-violates the law of the state applicable to this agreement, the
-agreement shall be interpreted to make the maximum disclaimer or
-limitation permitted by the applicable state law. The invalidity or
-unenforceability of any provision of this agreement shall not void the
-remaining provisions.</p>
-
-<p>1.F.6. INDEMNITY - You agree to indemnify and hold the Foundation, the
-trademark owner, any agent or employee of the Foundation, anyone
-providing copies of Project Gutenberg-tm electronic works in
-accordance with this agreement, and any volunteers associated with the
-production, promotion and distribution of Project Gutenberg-tm
-electronic works, harmless from all liability, costs and expenses,
-including legal fees, that arise directly or indirectly from any of
-the following which you do or cause to occur: (a) distribution of this
-or any Project Gutenberg-tm work, (b) alteration, modification, or
-additions or deletions to any Project Gutenberg-tm work, and (c) any
-Defect you cause. </p>
-
-<h3>Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg-tm</h3>
-
-<p>Project Gutenberg-tm is synonymous with the free distribution of
-electronic works in formats readable by the widest variety of
-computers including obsolete, old, middle-aged and new computers. It
-exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations
-from people in all walks of life.</p>
-
-<p>Volunteers and financial support to provide volunteers with the
-assistance they need are critical to reaching Project Gutenberg-tm's
-goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will
-remain freely available for generations to come. In 2001, the Project
-Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure
-and permanent future for Project Gutenberg-tm and future
-generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see
-Sections 3 and 4 and the Foundation information page at
-www.gutenberg.org.</p>
-
-<h3>Section 3. Information about the Project Gutenberg
-Literary Archive Foundation</h3>
-
-<p>The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit
-501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the
-state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal
-Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification
-number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by
-U.S. federal laws and your state's laws.</p>
-
-<p>The Foundation's principal office is in Fairbanks, Alaska, with the
-mailing address: PO Box 750175, Fairbanks, AK 99775, but its
-volunteers and employees are scattered throughout numerous
-locations. Its business office is located at 809 North 1500 West, Salt
-Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up to
-date contact information can be found at the Foundation's web site and
-official page at www.gutenberg.org/contact</p>
-
-<p>For additional contact information:</p>
-
-<p> Dr. Gregory B. Newby<br />
- Chief Executive and Director<br />
- gbnewby@pglaf.org</p>
-
-<h3>Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg
-Literary Archive Foundation</h3>
-
-<p>Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide
-spread public support and donations to carry out its mission of
-increasing the number of public domain and licensed works that can be
-freely distributed in machine readable form accessible by the widest
-array of equipment including outdated equipment. Many small donations
-($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt
-status with the IRS.</p>
-
-<p>The Foundation is committed to complying with the laws regulating
-charities and charitable donations in all 50 states of the United
-States. Compliance requirements are not uniform and it takes a
-considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up
-with these requirements. We do not solicit donations in locations
-where we have not received written confirmation of compliance. To SEND
-DONATIONS or determine the status of compliance for any particular
-state visit <a href="http://www.gutenberg.org/donate">www.gutenberg.org/donate</a>.</p>
-
-<p>While we cannot and do not solicit contributions from states where we
-have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition
-against accepting unsolicited donations from donors in such states who
-approach us with offers to donate.</p>
-
-<p>International donations are gratefully accepted, but we cannot make
-any statements concerning tax treatment of donations received from
-outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff.</p>
-
-<p>Please check the Project Gutenberg Web pages for current donation
-methods and addresses. Donations are accepted in a number of other
-ways including checks, online payments and credit card donations. To
-donate, please visit: www.gutenberg.org/donate</p>
-
-<h3>Section 5. General Information About Project Gutenberg-tm electronic works.</h3>
-
-<p>Professor Michael S. Hart was the originator of the Project
-Gutenberg-tm concept of a library of electronic works that could be
-freely shared with anyone. For forty years, he produced and
-distributed Project Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of
-volunteer support.</p>
-
-<p>Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed
-editions, all of which are confirmed as not protected by copyright in
-the U.S. unless a copyright notice is included. Thus, we do not
-necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper
-edition.</p>
-
-<p>Most people start at our Web site which has the main PG search
-facility: www.gutenberg.org</p>
-
-<p>This Web site includes information about Project Gutenberg-tm,
-including how to make donations to the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to
-subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks.</p>
-
-</body>
-</html>
-
diff --git a/old/51724-h/images/cover.jpg b/old/51724-h/images/cover.jpg
deleted file mode 100644
index 546c721..0000000
--- a/old/51724-h/images/cover.jpg
+++ /dev/null
Binary files differ
diff --git a/old/51724-h/images/da.jpg b/old/51724-h/images/da.jpg
deleted file mode 100644
index 721b650..0000000
--- a/old/51724-h/images/da.jpg
+++ /dev/null
Binary files differ
diff --git a/old/51724-h/images/db.jpg b/old/51724-h/images/db.jpg
deleted file mode 100644
index acd3402..0000000
--- a/old/51724-h/images/db.jpg
+++ /dev/null
Binary files differ
diff --git a/old/51724-h/images/dc.jpg b/old/51724-h/images/dc.jpg
deleted file mode 100644
index 6bfbce1..0000000
--- a/old/51724-h/images/dc.jpg
+++ /dev/null
Binary files differ
diff --git a/old/51724-h/images/dd.jpg b/old/51724-h/images/dd.jpg
deleted file mode 100644
index 5b70149..0000000
--- a/old/51724-h/images/dd.jpg
+++ /dev/null
Binary files differ
diff --git a/old/51724-h/images/de.jpg b/old/51724-h/images/de.jpg
deleted file mode 100644
index b5d27d3..0000000
--- a/old/51724-h/images/de.jpg
+++ /dev/null
Binary files differ
diff --git a/old/51724-h/images/dh.jpg b/old/51724-h/images/dh.jpg
deleted file mode 100644
index 4969f81..0000000
--- a/old/51724-h/images/dh.jpg
+++ /dev/null
Binary files differ
diff --git a/old/51724-h/images/dr.jpg b/old/51724-h/images/dr.jpg
deleted file mode 100644
index 6e51bc3..0000000
--- a/old/51724-h/images/dr.jpg
+++ /dev/null
Binary files differ
diff --git a/old/51724-h/images/ds.jpg b/old/51724-h/images/ds.jpg
deleted file mode 100644
index fc1d411..0000000
--- a/old/51724-h/images/ds.jpg
+++ /dev/null
Binary files differ
diff --git a/old/51724-h/images/du.jpg b/old/51724-h/images/du.jpg
deleted file mode 100644
index 1f0ffd7..0000000
--- a/old/51724-h/images/du.jpg
+++ /dev/null
Binary files differ
diff --git a/old/51724-h/images/dv.jpg b/old/51724-h/images/dv.jpg
deleted file mode 100644
index 928e70b..0000000
--- a/old/51724-h/images/dv.jpg
+++ /dev/null
Binary files differ
diff --git a/old/51724-h/images/dy.jpg b/old/51724-h/images/dy.jpg
deleted file mode 100644
index 751c6ed..0000000
--- a/old/51724-h/images/dy.jpg
+++ /dev/null
Binary files differ
diff --git a/old/51724-h/images/ill-005.jpg b/old/51724-h/images/ill-005.jpg
deleted file mode 100644
index bea20bf..0000000
--- a/old/51724-h/images/ill-005.jpg
+++ /dev/null
Binary files differ
diff --git a/old/51724-h/images/ill-014.jpg b/old/51724-h/images/ill-014.jpg
deleted file mode 100644
index bdff445..0000000
--- a/old/51724-h/images/ill-014.jpg
+++ /dev/null
Binary files differ
diff --git a/old/51724-h/images/ill-015.jpg b/old/51724-h/images/ill-015.jpg
deleted file mode 100644
index 0dde316..0000000
--- a/old/51724-h/images/ill-015.jpg
+++ /dev/null
Binary files differ
diff --git a/old/51724-h/images/ill-023.jpg b/old/51724-h/images/ill-023.jpg
deleted file mode 100644
index f33f068..0000000
--- a/old/51724-h/images/ill-023.jpg
+++ /dev/null
Binary files differ
diff --git a/old/51724-h/images/ill-025.jpg b/old/51724-h/images/ill-025.jpg
deleted file mode 100644
index dfc421f..0000000
--- a/old/51724-h/images/ill-025.jpg
+++ /dev/null
Binary files differ
diff --git a/old/51724-h/images/ill-037.jpg b/old/51724-h/images/ill-037.jpg
deleted file mode 100644
index 7436888..0000000
--- a/old/51724-h/images/ill-037.jpg
+++ /dev/null
Binary files differ
diff --git a/old/51724-h/images/ill-039.jpg b/old/51724-h/images/ill-039.jpg
deleted file mode 100644
index 9830f8c..0000000
--- a/old/51724-h/images/ill-039.jpg
+++ /dev/null
Binary files differ
diff --git a/old/51724-h/images/ill-054.jpg b/old/51724-h/images/ill-054.jpg
deleted file mode 100644
index 7a86cb2..0000000
--- a/old/51724-h/images/ill-054.jpg
+++ /dev/null
Binary files differ
diff --git a/old/51724-h/images/ill-070.jpg b/old/51724-h/images/ill-070.jpg
deleted file mode 100644
index 7da785e..0000000
--- a/old/51724-h/images/ill-070.jpg
+++ /dev/null
Binary files differ
diff --git a/old/51724-h/images/title.jpg b/old/51724-h/images/title.jpg
deleted file mode 100644
index fc64f04..0000000
--- a/old/51724-h/images/title.jpg
+++ /dev/null
Binary files differ