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If you are not located in the United States, you'll have -to check the laws of the country where you are located before using this ebook. - - - - -Title: La Esfinge Maragata - Novela - - -Author: Concha Espina - - - -Release Date: April 10, 2016 [eBook #51724] - -Language: Spanish - -Character set encoding: UTF-8 - - -***START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LA ESFINGE MARAGATA*** - - -E-text prepared by Giovanni Fini, Carlos Colon, and the Online Distributed -Proofreading Team (http://www.pgdp.net) from page images generously made -available by Internet Archive/Canadian Libraries -(https://archive.org/details/toronto) - - - -Note: Project Gutenberg also has an HTML version of this - file which includes the original text decorations. - See 51724-h.htm or 51724-h.zip: - (http://www.gutenberg.org/files/51724/51724-h/51724-h.htm) - or - (http://www.gutenberg.org/files/51724/51724-h.zip) - - - Images of the original pages are available through - Internet Archive/Canadian Libraries. See - https://archive.org/details/laesfingemaragat00espi - - -NOTA DEL TRANSCRIPTOR: - - Se ha mantenido la acentuación del libro original, que - difiere notablemente de la utilizada en español moderno. - - - - - -LA ESFINGE MARAGATA - -Novela - -Premiada por la Real Academia Española - -(Tercera Edición) - - - * * * * * * - -OBRAS DE CONCHA ESPINA - - - LA NIÑA DE LUZMELA (Novela), 2.ª edición. - - DESPERTAR PARA MORIR (Novela), 2.ª edición. - - AGUA DE NIEVE (Novela), 3.ª edición. - - LA ESFINGE MARAGATA (Novela premiada con el premio - Fastenrath por la Real Academia Española), 3.ª edición. - - LA ROSA DE LOS VIENTOS (Novela), 2.ª edición. - - AL AMOR DE LAS ESTRELLAS (_Mujeres del «Quijote»_). - - RUECAS DE MARFIL (Novelas), 2.ª edición. - - EL JAYÓN (Drama en tres actos). - - PASTORELAS. - - EL METAL DE LOS MUERTOS (Novela), 2.ª edición. - - -TRADUCCIONES: - - AL INGLÉS: - - LA ESFINGE MARAGATA. - LA ROSA DE LOS VIENTOS. - EL JAYÓN. - EL METAL DE LOS MUERTOS. - - AL ALEMÁN: - - LA ESFINGE MARAGATA. - EL JAYÓN. - EL METAL DE LOS MUERTOS. - - AL ITALIANO: - - LA ESFINGE MARAGATA. - EL JAYÓN. - PASTORELAS. - EL METAL DE LOS MUERTOS. - AL AMOR DE LAS ESTRELLAS, 2.ª edición. - - * * * * * * - - -[Illustration: - - -CONCHA ESPINA - -LA ESFINGE MARAGATA - -Novela - -Premiada por la Real Academia Española - - - - - - - -Gil Blas -Renacimiento - -10º Millar Madrid - - - - - Es propiedad de la autora. - - Derechos de reproducción y traducción - reservados para todos los países, - comprendidos Suecia, Noruega y - Rusia. - - Copyright 1920 by Concepción Espina - y Tagle. - - Hechos los depósitos que marca la - Ley para las Repúblicas Americanas. - - - MADRID.—Imprenta de Miguel Albero.—Santa Engracia 155. - - - - -[Illustration] - - - - -I - -EL SUEÑO DE LA HERMOSURA - - -VIBRA el soplo estridente de la máquina que desaloja vapor, cruje con -recio choque una portezuela, algunos pasos vigorosos repercuten en el -andén, silba un pito, tañe una campana, y el convoy trajina, resuella y -huye, dejando la pequeña estación muda y sola, con el ojo de su farol -vigilante encendido en la torva oscuridad de la noche. - -El único viajero que ha subido en San Pedro de Oza es joven, ágil, -buen mozo; lleva un billete de segunda para Madrid, y, apenas salta al -vagón, acomoda su equipaje—una maleta y el portamantas—en la rejilla -del coche. Luego desciñe el tahalí que trae debajo del gabán y lo -asegura cuidadosamente en un rincón. Dentro de su escarcela de viaje -guarda Rogelio Terán—que así se llama el mozo—toda su fortuna: poco -dinero y hartas ilusiones; el manuscrito de una novela; un libro de -memorias con apuntes de peregrino artista, versos, postales y retratos. - -Ocupan el departamento dos señoras. Al tenue claror que la lucecilla -del techo difunde, sólo se logra averiguar que entrambas duermen: la -una sentada a un extremo, con la cabeza envuelta en un abrigo que le -oculta la cara; tendida la otra en sosegada postura bajo la caricia -confortadora de un chal. Las dos permanecen ajenas al arribo del -nuevo viajero; las dos yacen con igual reposo y oscilan con el tren, -esfumadas en la penumbra del breve recinto, insensibles a la vida -maquinal del convoy, como los inanimados contornos de los almohadones -vacíos y los equipajes inertes. - -Distrae el caballero unos minutos en cambiar el hongo por la gorra, -ceñirse una manta a las rodillas y limpiar los lentes con mucha pausa -y pulcritud. Luego previene un cigarrillo, le coloca en los labios con -esa petulancia habitual del fumador, y enciende una cerilla. - -Mas antes de dar lumbre a su tabaco, inclina curioso el busto hacia la -dama, dormida enfrente, de la cual ya ha sorprendido un cándido perfil, -rodeado de cabellos oscuros, en el fonje lecho de la almohada. Con -más audaz resolución descubre ahora las hermosuras de aquel semblante -serenísimo que duerme y sonríe. La llama tembladora del fósforo quema -los dedos cómplices sin que el viajero artista deje de ver y de -admirar: la tez morena clara, de suavísimo color; puras las facciones y -graciosas; párpados grandes y tersos; orla riza y doble de pestañas que -acentúan con apacible sombra el romántico livor de las ojeras; mejillas -carnosas y rosadas; correcta la nariz y encendida la boca, y en las -sienes un oleaje de cabellos negros desprendidos del peinado, que caen -sobre las cejas y nimban la cara como una fuerte corona... - -Tales maravillas cuenta la temblorosa luz al extinguirse de un -soplo, semejante a un suspiro, mientras el ocioso mirón falla en -silencio:—¡Admirable!, ¡admirable!—Y se respalda en el sofá -escudriñando con golosa mirada a la otra incógnita dormida. -Inútilmente: la mantilla o toca que la cela el rostro, no ofrece el -menor señuelo a las audacias del furtivo y galante explorador. El cual, -entonces, se decide a encender su olvidado cigarrillo, y fuma con -impaciente y nervioso afán, puestos los ojos y el corazón en el dulce -misterio de aquella hermosa mujer... - -El tren correo salió de La Coruña a las nueve de la noche; aunque estas -señoras procedan de la capital, ¿cómo a las diez y media se han rendido -ya tan profundamente a la pesadumbre del sueño? Parece que vinieran de -lejanos países, acosadas por la fatiga de muchas horas de insomnio... -¿Viajan las dos juntas?... ¿Las reune el acaso?... ¿Adónde van?... -¿Quiénes son?... - -—Madre e hija—sospecha el curioso, pensando que una moza tan gentil -no anda bien sola por el mundo. Y saborea, con refinamiento exquisito, -la emoción de hallarse de repente, en un recodo de su inquieto -peregrinaje, al lado de una bella desconocida que, en la placidez de la -más absoluta confianza, rueda con él por un camino oscuro. - -El peso voluptuoso de esta meditación inclina otra vez al viajero hacia -la joven. - -—¿Soltera?... ¿Casada?...—murmura interiormente—. Soltera—concluye, -adivinando en las facciones suaves la pureza de la virginidad bajo la -gracia de la primera juventud—. ¡Si parece una niña!... - -La contemplación se hace tan próxima, tan impulsiva y profunda; brilla -en los claros ojos varoniles un deseo de hurto, tan voraz, que la dama -_lo siente_, mortificador, al través del sueño; suspira, se impacienta, -parece que lucha con la imposibilidad de despertarse, y en voz chita, -con enojo y con mimo, protesta: - -—¡Vaya!... - -Iníciase a lo largo del confortable chal una rápida agitación, y, al -punto, la tan sutilmente importunada vuelve a quedar en serena actitud. -De su lindo rostro se ha borrado la repentina mueca infantil que lo -alteró un instante, y la sonrisa florece ahora más clara, más dulce, -mientras el atrevido admirador, replegado en su asiento con mesura, oye -confusamente la voz de la conciencia hidalga, reprobadora de apetitos -locos, y aun el aviso discreto de aquel adagio que dice: - - _Un beso por sorpresa,_ - _es una tontería del que besa._ - -Pero estos estímulos saludables de la prudencia y la honestidad no -penetran mucho en el ánimo del viajero, absorto en otras imprevistas -revelaciones. - -La bella durmiente, al sacudir con disgusto su arrogante cabeza en la -almohada, ha dejado rodar sobre el cuello, libre y redondo, una roja -sarta de corales. - -Y la tercera inclinación de Rogelio Terán hacia el encanto de aquella -mujer, es lúgubre y angustiosa: el hilo encarnado se aparece de pronto -en la dulzura morena de la piel como borde sangriento de una herida; -el semblante, al cambiar de postura, resalta más pálido, en escorzo -bajo la macilenta luz, con la aureola de cabellos brunos en rebelde -y hermosísimo desorden. Ha cambiado así tan de súbito el aspecto de -la viajera, que el asombrado mozo apenas la reconoce: tiene ahora una -belleza trágica, el desolado rostro de una víctima; parece que la -circuyen sombras de fatal predestinación. - -De nuevo, muy de cerca, mas con respeto y solicitud, los zarcos ojos -miopes atisban el femenino perfil y sólo entonces aquella respiración -suave, aquella sonrisa difusa, devuelven al caballero la tranquilidad. - -A este punto una nota blanca ha roto las sombras en el ángulo donde -la viajera apoya los pies, y el artista, triunfante en el abierto -campo de sus exploraciones, distingue una media inmaculada, ceñida a -un alto empeine en el escote del zapato de oreja, bordado y elegante, -nuevos motivos de asombro y cavilación: aquel collar, aquel zapato, -¿pertenecen a una bailarina que viaja en traje de luces, o a una señora -vestida de aldeana por capricho y con lujo? - -La primera suposición parece más verosímil: quizá bajo la estameña -oscura del abrigo, un relámpago de falsa pedrería serpea entre livianos -tules en torno a la farandulera errante. De todas suertes, aquella -mujer no es, de seguro, una campesina auténtica viajando con el vestido -regional de Galicia. Cierto perfume señoril que de la ropa trasciende, -la finura del semblante, el pie lindo y curvado, la garganta mórbida y -dócil, sugieren la idea de una más noble calidad. - -Feliz el caballero con esta certidumbre, se decide a proteger, -solícito, el confiado reposo de la dama. Y mirándola, en tan profundo -sosiego, recuerda haber leído, no sabe dónde, que sólo en la pujante -mocedad se duerme así, con absoluto abandono, con dulzura y pesadez, y -que a este primer descanso antes de las doce de la noche, por lo mucho -que repara y embellece, lo designó cierta famosa actriz con la frase de -_el sueño de la hermosura_. - -Despiertas con esta membranza las más sutiles curiosidades del artista, -muerden la sombra queriendo descubrir cómo la gracia de aquel beleño -reparador presta a los músculos sedante laxitud, y, con una pincelada -invisible, extiende sobre el reposo de las facciones toda la infinita -serenidad de la belleza. - -—_¡El sueño de la hermosura!_—corrobora el viajero, sumido en la -poética sugestión de la frase cuando, de pronto, sobrevienen el taque -brusco de una portezuela, el uniforme del revisor y unas palabras -requeridoras, con barruntos de cortesía: - -—Buenas noches... ¿los billetes?... - -Rogelio busca el suyo sin apartar los ojos del frontero sofá, y mira -atónito cómo la manta encubridora, estremecida por un tardo movimiento, -se yergue, resbala y descubre un peregrino traje de mujer, bajo cuyo -jubón de seda negra se solivia un gallardo busto, mientras una voz -insegura, blanca y musical, prorrumpe: - -—¡Abuela, los billetes!... - -Y el brazo primoroso de la joven se tiende hacia la dama oculta en el -rincón, la mueve, la despierta con mimo y la ayuda a desembarazarse de -ropas y envoltorios. - -Surgen de ellos una cara senil y una mano rugosa; taladra el revisor -los cartoncillos, y se despide con otro portazo. - -Los tres viajeros se miran de hito en hito, con vago asombro de las -dos señoras e interés creciente por parte de Terán, que se lanza a -la cumbre de las más arduas imaginaciones ante aquellas dos mujeres -tan distintas, ataviadas de igual manera exótica, unidas por cercano -parentesco, tal vez precipitadas por la suerte en idéntico destino... -Y, sin embargo, representan dos castas, dos épocas, dos civilizaciones. -En un momento, la perspicaz observación del novelista sorprende, separa -y define: la abuela es una tosca mujer del campo, una esclava del -terruño; tiene el ademán sumiso y torpe, la expresión estólida, y en la -tostada piel surcos y huellas de trabajo y dolor; diríase que la traen -cautiva, que unos grillos feudales la oprimen y torturan, que viene del -pasado, de la edad de las ciegas servidumbres, en tanto que la moza, -linda y elegante, acusa independencia y señorío: todo su porte bizarro -lleva el distintivo moderno de la gracia a la cultura. En esta niña el -traje campesino parece un disfraz caprichoso, mientras en la anciana -tiene un aire de rudeza y humildad, como librea de esclavitud. - -Al discernir de una sola ojeada estas dos existencias, la percepción -delicada y pronta del artista advierte que aquellos ojos, súbitamente -abiertos ante él, le están mirando sin verle. Porque la vieja parece -azorada, distraída en el confín de un pensamiento remoto, del cual -extrae alguna razón muy turbia y difícil; mientras que en las pupilas -de la joven no ha despertado el alma todavía. Y una rara inquietud -acosa al mozo, aguardando que torne aquel espíritu ausente; que luzca -y se agite; que diga su linaje; que descubra algún florido secreto del -mundo interior donde se nutre y sueña. Crece tanto el ansia con que -Rogelio invoca a la dormida esencia de aquel sér, que al fin acude y se -despierta y mira desde los ojos flavos de la dama, sin comprender las -razones de tan extraña sugestión. - -—Duerme, duerme otro rato—murmura la vieja, viendo a la muchacha -revolverse perezosa con los dedos entre los desmandados bucles. - -—Sí; tengo mucho sueño... tengo frío... - -—Te arroparé con la frisa. - -Y la abuela, con gran solicitud, mueve las manos rudas para abrigar a -la joven, otra vez acostada en el sofá. - -Cruza la niña sus pestañas dobles, suspira y se aquieta, alzando el -vuelo de la manta a la altura del rostro, como para recatarlo a las -voraces miradas del viajero: el alma dormida no llegó a despertarse -con toda lucidez en las pupilas soñolientas; si se asomó un momento, -requerida por el audaz reclamo de otro espíritu, cayó otra vez desde la -linde misteriosa en la región del sueño, en el profundo _sueño de la -hermosura_. - - * * * * * - -Así crece la noche, majestuosa y sombría. Rogelio Terán, acosado -por un enjambre de pensamientos, atisba el paisaje tras los vidrios -empañecidos por la escarcha: huyen los árboles y los montes, los -abismos y las cumbres, como un galope de tinieblas en los flancos de -la vía; tiemblan con agudo fulgor las estrellas lejanas en un cielo -inclemente, crudo y glacial. - -Evoca el viajero las veces que se ha sentido, como en este instante, -impresionado por la belleza de una mujer. Y revolviendo las memorias de -su vida, halla en el fondo de cada galante recuerdo una lástima tierna -y aguda, una ardiente conmiseración hacia todas las bellas por él -adoradas un minuto, unas horas quizá, desde una ventanilla transitoria, -en la blandura de un carruaje, en la cubierta de un buque, al compás de -una danza, a los acordes místicos de un órgano... ¡En tantas ocasiones -era posible amar a una mujer! - -Las amó a todas con alma de poeta y persiguió en cada una la sombra de -un misterio, el halo de un sacrificio, la huella de una pesadumbre. -Hijo de una desventurada, a quien vió llorar mucho y morir sonriendo en -plena juventud, padecía la obsesión de los dolores femeninos, como si -en su sangre latiera siempre el temblor de aquellas lágrimas queridas. -Muy sensible por esto, muy humano, ardía en amores vertidos con -suavidad infinita sobre las criaturas y las cosas bellas y humildes; -creyendo vislumbrar un arcano de tristeza detrás de cada hermosura de -mujer, sentíase atacado de melancolía al encuentro de una hermosa. - -Jugaba al amor con timidez, en aventuras fugaces, buscando y huyendo -con sagrados terrores la grande y definitiva pasión de la juventud, la -raíz de la vida, recia y profunda, enhestada desde la tierra al cielo -como una llama, como un grito, como una corona. Quería vivir a flor -de pasiones, amándolo todo con el ímpetu de muchas piedades, cifradas -en el recuerdo de aquella sonrisa maternal que maduró con el reposo -codiciado de la muerte, pero sin esclavizarse a los latidos de un solo -corazón, porque amar al mundo entero era ya un triunfo hermoso del -sentimiento y de la bondad, y lanzarse al abismo del amor único, al -paso de una mujer, era enroscar el alma a la tremenda raiz, que lo -mismo puede erguirse al cielo como una corona victoriosa, que como un -grito lacerante, como una llama fatal. - -Y este pavor augusto a la orilla de las grandes pasiones no carecía de -egoísmo y de pereza. Como un _dilettante_ del amor, pretendía Terán -embellecer su existencia con rasgos de Quijote, al estilo moderno, sin -lastimarse las manos señoriles, sin descomponer la gallarda postura -ni encadenar el voluble corazón. Hidalguía y curiosidad, émulas en el -carácter veleidoso de este hombre, se disputaban la victoria de los -sentidos bajo la guarda prudente de una equilibrada naturaleza y al -través de un temperamento de artista y de epicúreo. En tan complejo -bagaje sentimental no había una sola nota de bellaquería ejercitada ni -de daño propio; pero sí muchos versos ungidos de ternura al margen de -cada amor: de donde se infiere que el poeta andariego era más hidalgo -que curioso, más compasivo que sensual y más artista que mundano, -aunque tuviera mucha sed de novedades, sensaciones y aventuras... - -Mientras avanza el ferrocarril al través de la noche, en pleno -interlunio, Rogelio Terán agita en la memoria el poso romántico de sus -añoranzas, y vuelve con frecuencia los ojos hacia la mocita dormilona, -que, inmóvil, trasunta la estatuaria rigidez de un velado cadáver. - -Supone el viajero que no ha dejado de contemplar aquel perfil inerte, -cuando se despierta y mira el reloj. Son las tres de la mañana y el -tren se ha detenido ante un letrero que dice: «San Clodio». Aquí el -artista se incorpora, sacude el cansancio un minuto, y en pie detrás -de la portezuela, saluda con reverente pensamiento al peregrino autor -de las _Sonatas_, al poeta de _Flor de santidad_, cuya musa galante y -campesina trovó en estas silvestres espesuras páginas deleitosas. - -Y cuando el tren arranca, jadeante y sonoro, Terán, invadido de sueño, -da una vuelta en los almohadones con el fastidio de hallarse mal a -gusto: guarda los lentes, se encasqueta la gorra, y refugiado en un -rincón procura olvidar a su vecina para dormirse, en tanto que la vieja -ha vuelto a desaparecer bajo la nube de sus tocas. - -[Illustration] - - - - -[Illustration] - - - - -II - -MARIFLOR - - -YA la sombra se repliega a los rincones del recinto, y se levanta -sobre el paisaje la peregrina claridad del amanecer, cuando Rogelio -siente una aguda atracción que le estimula y aturde, entre despierto -y dormido, llamándole con fuerza a la realidad desde el confín ignoto -de los sueños. Se endereza al punto, corrige su descuidada actitud, y -clava la ondulante memoria en el sofá de enfrente, murmurando con vivo -azoramiento: - -—Buenos días. - -Responde la dama al saludo matinal, y luego, pensativa, se pregunta -dónde ha oído una voz como aquélla; cuándo viajó, como ahora, con -un mozo rubio, de ojos azules, fino y elegante, que la miraba -mucho:—Nunca—se dice interiormente—; ¡lo he soñado!... - -Al recordar que se despertó un momento antes, enfrente de aquel hombre -dormido, vacila entre la idea remota de haberle visto llegar o de haber -soñado que llegaba. Una rara inquietud la sobrecoge: toda la púrpura -de la sangre se agolpa bajo la tersa piel de sus mejillas; vuelve -los fugitivos ojos hacia la abuela, que aún duerme, y después, para -disimular la turbación, trata de bajar uno de los cristales del coche. - -Le ayuda Terán, inmediatamente, pesaroso de haberse abandonado en -postura tal vez ridícula delante de la hermosa. Ella finge mucho -interés por el indeciso horizonte que clarea en la curva lejana de -las nubes con soñolienta luz. Y él, entretanto, examina afanoso aquel -traje, peculiar de un país que no conoce, aquella figura juvenil donde -reposa la belleza como en ánfora insigne. - -Lleva la niña el clásico manteo, usual en varias regiones españolas: -falda de negro paño con orla recamada, abierta por detrás sobre -un refajo rojo, y encima del jubón un dengue oscuro guarnecido de -terciopelo; delantal de raso con adornos sutiles, gayas flores, aves, -aplicaciones pintorescas y dos cintas bordadas de letreros con borlas -en las puntas; y al busto, bajo la sarta de corales, un gualdo pañuelo -de seda, ornado también de primorosos dibujos. - -Sobre aquel extraordinario golpe de telas joyantes y placenteros -matices, se alzaron para delicia de Terán dos manos lindas, azoradas -como palomas: querían componer unos rizos, mudar unos alfileres, -hurtar la sién a la intrusión huraña de los cabellos sublevados en -los azares de la noche; mas no lograron ninguno de estos propósitos, -y estremecidas de frío, trataron de cerrar otra vez la vidriera. -Interviene de nuevo Terán con galante premura, y después de algunas -frases de agrado y cortesía, los dos mozos se quedan frente a frente, -sentados y amigos, sonriendo con la franca expresión propia de su -vecindad y su juventud; ella, más propicia a responder que a preguntar, -dice que marcha a Astorga con la abuela para vivir en el campo hasta -que regrese su padre, el cual viaja con rumbo a la Argentina. - -¿Que si es maragata? Sí: nació allá abajo, en Valdecruces, silencioso -rincón de Maragatería, pero no conoce el país; muy pequeña, la llevaron -a La Coruña y nunca volvió al pueblo natal, porque a su madre le -gustaba poco. Su madre era costanera, de una playa de Galicia, Bayona, -el vergel más hermoso del mundo... Y la viajera dilata la expresión -infantil de sus ojos garzos, con las plácidas señales de un recuerdo -que huye... - -—Desde que mi madre murió—murmura—tampoco he vuelto allá. Todo me ha -sido adverso desde entonces—añade—: con ella se me fué la alegría, la -fortuna y hasta el mar y la tierra que yo quiero; hasta el traje y el -nombre que yo tuve... - -—¡Cómo!... ¿De verdad?—inquiere el poeta, subyugado por la voz herida -que suena a cristal roto y que se apaga en el estrépito del tren. - -—De verdad: mi padre perdió sus intereses en menos de un año, después -de vivir muchos con holgura, y se embarca pobre, soñando ganar dinero -para mí, enviándome lejos de mi costa, de mis campiñas, de mis -placeres... - -—¿Y de un amor?—pregunta osado el mozo. - -—De todos los amores—dice ella con negligente sonrisa—. Luego -contesta, amable, a muchas cosas que su interlocutor quiere averiguar: - -Sí; ha cambiado de nombre. Se llamaba Florinda, pero la abuela dice que -en tierra de maragatos los nombres «finos» no se usan; que allí suelen -llamar a las mujeres «Marijuana», «Maripepa», «Marirrosa», y que deben -nombrarla _Mariflor_. - -—¡Delicioso!—interrumpe Terán. - -Lleva Florinda sus arreos de maragata, porque el traje de la región es -allí sagrado como un rito, pero no sufrirá la vida de los labradores -en toda su rudeza: ¡le han dicho que es tan triste! El animoso -emigrante ha podido librarla de aquel atroz cautiverio hasta que logre -llevársela consigo o asegurarle definitivamente la independencia. - -—Mediante una boda—insinúa Terán con vaga pesadumbre, entre celoso -y compadecido, sin advertir que quiere penetrar muy de prisa en las -intimidades de la joven. - -Ella no da importancia a la pregunta, y responde con sinceridad: - -—Tal vez casándome sería muy feliz como mi madre, que vivió libre, -alegre y mimada; pero como el padre mío hay pocos hombres... - -Quédase Florinda meditabunda, adormilados los ojos entre las pestañas, -triste soñadora del inseguro porvenir. - -Terán la contempla conmovido ante la dulce ingenuidad que no se recela -ni ofende en aquel interrogatorio de todo punto inesperado: allí están -las íntimas confidencias que él acució unas horas antes, ambicioso y -febril, en las bellas pupilas asombradas de sueño; parece que bajo el -cutis delicado de la viajera se ven pasar las emociones, se sienten los -latidos cordiales de aquella vida, se oye el compás armonioso de aquel -espíritu, como si toda _Mariflor_ se convirtiera en alma de cristal que -vibrase en una voz apacible y se derramara en una sonrisa tenue. - -El foco de compasiones que arde en el corazón del poeta, sube de -improviso hasta los audaces pensamientos, inundando de misericordia la -conciencia varonil. Y Terán presiente, condolecido, la desventura de -aquella mujer que desde la vida muelle y dulce de la ribera mimosa, se -ve empujada, inocente y pobre, al más duro y yermo solar del páramo -legionense, a la tierra mísera y adusta que él recuerda haber cruzado -en rápida correría a los montes del Teleno, y de cuya fosca imagen -guarda una trágica impresión. - -Fué al iniciarse la primavera, como ahora. Varios socios del Club -Alpino español cruzaron la región maragata al firme y lento paso de -las caballerías del país, como perdidas sombras de mundano regocijo, -fuyentes por azar en las yermas soledades de la vida: eran mozos -festeros, exploradores felices de las sierras bravas, jamás cautivos en -una llanura tan triste y tan inútil, sembrada de pueblos estancados y -ruines; llanura esquiva, donde la sangre de la tierra castellana, las -frescas amapolas, corre con estéril pesadumbre, como flujo de entrañas -infecundas. Una mordaza de melancolía hizo enmudecer a los viajeros -desde el puente romano del Gerga, a la salida de Astorga, hasta Boisán, -donde la Naturaleza se embravece y se engalana con raros alardes de -hermosura para subir al Teleno: tomando la «senda de los peregrinos», -Murias de Rechivaldo, Castrillo de los Polvazares y otras poblaciones -de nombre sonoro y muerta fisonomía, se aparecieron en el páramo como -esfinges, al través de los medioevales caminos de herradura; y en el -trágico umbral de estos pueblos mudos, se erguía, como un símbolo de -abandono y desolación, la figura dolorosa de la maragata en brava -intimidad con el trabajo, luchando estoica y ruda contra la invalidez -miserable de la tierra... - -Al fogonazo de aquel recuerdo, Rogelio Terán reconoce el traje y -el tipo de la anciana que duerme; es la misma mujer empedernida y -triste, vieja y sacrificada, que el mozo sorprendió firme en el suelo -como heráldico atributo de esclavitud, en las torvas llanuras de -Maragatería. Pero la muchacha que al otro extremo del coche medita y -sonríe, parece separada de la abuela por siglos de generosidad y de -dulzura: en el cuerpo y en el alma de esta niña gentil, ha posado el -amor un indulto con todo su cortejo de blandas piedades. - -Prende el artista otra vez su atención en la moza, y para disimular un -tumulto loco de reflexiones, por decir algo, dice: - -—¡Es precioso el vestido de usted!... - -—Llevo el de las fiestas—responde Florinda, que sacude con mucha -gracia la flocadura espesa del pañuelo—; lo encargó mi padre para que -yo me hiciese un retrato, y la abuela me lo mandó poner ahora, porque -así dice que no pareceré en el pueblo una extraña... Tendré que hacerme -otro más humilde para todos los días... Con lo que no transijo es en -llevar en la cabeza un pañuelo como la abuelita, ¿lo ha visto usted? - -—Yo sólo quiero ver los espléndidos cabellos de mi amiga _Mariflor_... -¿_Mariflor_, qué? - -—Salvadores. En Valdecruces casi todas las familias se apellidan así. - -—Serán todos parientes. - -—Sí; se casan unos con otros, por lo general. - -—A usted ya le tendrán destinado algún primito. - -—Eso dicen. - -—¿Y se llama...?—insinúa incómodo Terán. - -—Antonio Salvadores. Pero... - -Este _pero_, largo y sonriente, acompañado de un delicioso mohín, -desarruga el entrecejo del poeta. - -—Pero, ¿qué?—interroga apremiante. - -—Que sólo nos conocemos por fotografía. - -—¿Y por cartas? - -—¡Quiá!... Los novios maragatos no se escriben. - -—¿De manera que son ustedes novios, ya de hecho? - -—A estilo del país. El padre de Antonio y el mío eran hermanos y -deseaban esa boda, pero me dejan en libertad de decidirla yo. Y si el -mozo no me gusta... - -—¿Qué tipo tiene? - -—Por el retrato y las noticias que me dan, es grande, moreno, -colorado... - -—¡No se parece a mí!—interrumpe Terán con ingenua lamentación. - -—¿Por qué había de parecerse?—pregunta la muchacha—. Y su risa, que -finge asombro, tiene un matiz muy femenino de curiosidad. Después, en -tono de confidencia, recelando del sueño de la anciana, añade: - -—Mi primo tiene una tienda de comestibles en Valladolid; este año irá -a Valdecruces para la fiesta sacramental, y yo aguardo a conocerle para -decir «que no simpatizamos», y quedar libre de ese compromiso... - -—¡Si usted ha dado ya su consentimiento!...—se duele el joven. - -—¡Qué había yo de dar, criatura!—prorrumpe con mucho desenfado la -mocita. Luego, baja la voz, y el caballero tiene que inclinar el oído -hacia la boca dulce que secretea: - -—En Maragatería, sin contar para nada con los novios, se apalabran las -bodas entre los más próximos parientes de los interesados. Pero, aunque -raras, hay algunas excepciones en esta costumbre; mi padre se enamoró -en la costa y fué muy feliz con una costanera... Por eso no me impone -a mi primo y sólo me ha suplicado que le trate antes de adquirir otras -relaciones. - -—¿Y si a usted le gustara?—inquiere todavía el viajero, sin disimular -su interés. - -Pero _Mariflor_, dictadora desde la señoría de su belleza, deja dormir -en los ojos la mirada, y murmura: - -—¡No es mi ideal un comerciante!... - -Muy respetuoso ante el secreto ideal de aquella niña encantadora, -averigua el poeta con cierta inquietud: - -—¿Qué profesión prefiere usted en un hombre? - -Ella retira con ambas manos los tenebrosos cabellos de su frente, y -contesta devota: - -—La de marino. - -Parece que detrás de esta confesión ha volado muy lejos el alma -de Florinda a perseguir por remotos mares la silueta romántica de -algún velero audaz: tal es la actitud de arrobo a que la muchacha se -abandona. Mas vuelve al punto de aquella ausencia repentina y une dos -cabos sutiles de una ilusión, muy tenue, en esta pregunta, que la hace -enrojecer: - -—¿Ha seguido usted alguna carrera? - -Suelto el corazón delante de aquellos inefables rubores, Terán dice: - -—Las he seguido todas y ninguna, porque soy poeta, soy novelista: -forjo criaturas y sentimientos, vidas y profesiones; creo almas, -caminos, mares y tierras, mundos y cielos, astros y nubes. Bajo la -exaltación de mi pluma surgen dóciles y palpitantes los seres y las -cosas, lo pasado y lo por venir, lo perecedero y lo infinito; el bien, -el mal, la gracia, el arte, la virtud, el dolor... - -Aquel torrente de elocuencia lírica se detiene en un extraño grito -que _Mariflor_ exhala: escuchando estaba el discurso, con los ojos -humedecidos y febriles, subyugada por la vehemencia de aquellas frases -ardientes, cuando, de pronto, un puyazo de luz le dió en la cara y un -tumbo del corazón la obligó a levantarse con el asombro en la boca y en -las pupilas el éxtasis, ante el colosal espectáculo que se ofrecía a -sus ojos en la llanura. Alzóse también el poeta, vuelto con prontitud -hacia donde la niña señalaba, y entrambos, mudos, atónitos, sintieron -en el pecho el golpe de una misma y formidable emoción. - -Había ya el tren salvado el espantoso despeñadero que divide las -tierras galaicas y legionenses, el cauce lúgubre y sonoro del aurífero -río, las hoscas breñas fronterizas, los puentes y los túneles de la -Barosa y Paradela; corría el convoy con fuerte resoplido por la ancha -cuenca del Sil, oculta en el fondo de un mar de vapores, fantástico -mar de cuajadas neblinas, donde se embotaban los rayos del naciente -sol. Pugnaba éste por herir y romper las apretadas ondas de la niebla; -resistía la niebla los ímpetus del encendido rey, ahogando entre -impalpables copos los saetazos de su luz... Súbitamente se alzó el -astro rútilo, irguió la frente sobre el cuajado mar y lanzó por encima -de sus ondas una triunfante llamarada; vino entonces un oportuno y -vigoroso cierzo que agitó las nieblas en raudo torbellino, las desgarró -en jirones, las arrastró con furia, bajo la gloria del sol, lo mismo -que un oleaje de sutiles aguas y espumosas crenchas, entre nimbos de -púrpura y de oro, quiméricos y extraños como una aurora boreal. Pero, -al caer un punto el aire, subió la niebla solapadamente; subió dejando -perezosos vellones en las praderas del Sil; hubo un momento en que, a -ras del tren, que dominaba unas alturas, logró alcanzar la niebla al -disco soberano y sofocar su lumbre; pero los haces del incendio solar, -cada vez más agudos y potentes, se cruzaron veloces por la tierra y -por el cielo, hasta coger entre dos llamas al flotante enemigo, el -cual, acorralado, flexible, retorciéndose como el convulso brazo de un -herido titán, fingió partir el sol en dos mitades, en dos hemisferios -resplandecientes. Fué un espectáculo de hermosa y terrible grandeza, -una visión sideral, un alborecer de los primeros días de la creación: -diríase que dos soles gemelos, dos ígneos meteoros, dos astros rivales -ardían entre el cielo y la tierra, prestos a chocar y convertir el -mundo en un caos de lumbres y vapores. Duró sólo un instante, un breve -y peregrino instante; pues todo el denso jirón de la vencida niebla, -perseguido, acosado, ya en el cielo, ya en el monte, sobre las aguas y -las frondas, se evaporó, copo tras copo, pulverizado y sorbido por el -viento y por el sol. - -[Illustration] - - - - -[Illustration] - - - - -III - -DOS CAMINOS - - -SOBRECOGIDOS por aquel suceso tan extraordinario, y a la vez tan -natural, volvieron el poeta y la niña a entrelazar la mirada y las -confidencias; pero entrambos sentían arder en sus ojos y en sus frases -la llama divina del monstruoso incendio amaneciente, como si con la -tierra y el cielo se hubiesen inflamado también los corazones. - -Rogelio Terán al sentarse ahora, había ocupado un sitio al lado de -Florinda, y se inclinaba muy afanoso, derramando la efusión de su verbo -en el absorto oído de la moza. Ella, un poco alarmada, tendió la vista -alrededor del coche, lleno de sol dorado y frío, y se encontró con -los ojos de la abuela, que, destocada en parte, inmóvil y triste, no -parecía sentir curiosidad ninguna por la insuperable pompa de la mañana -ni por la galante actitud del caballero intruso. - -Siguiendo Terán el camino a la sonrisa de la joven, hallóse también con -la anciana despierta, y trató a su vez de sonreirla. Mas se quedó el -intento extraviado en aquel semblante impasible, todo arado de arrugas, -turbio y doloroso como el crepúsculo de una raza. - -Intervino graciosa _Mariflor_ entre la buena voluntad del artista y el -entorpecimiento de la vieja, explicando con mucho donaire: - -—Abuela: este caballero ya es amigo mío; ha viajado con nosotras toda -la noche... - -Pero la maragata no entendió aquellas razones elocuentes o no la -convencieron, porque después de un murmullo, entre palabra y suspiro, -permaneció muda y pasiva, como si se le importase un ardite del amigo -viajero. El cual preguntó callandito a la muchacha: - -—¿Está sorda? - -—Está triste—murmuró ella por toda explicación, temblando igual que -si la hubiera estremecido el roce de unas alas sombrías. - -El rubio sol, que sin calentar iluminaba el coche, hizo relucir en los -ojos melados de la viajera dos lágrimas fugaces. Y pasó tan lúgubre el -silencio de aquel minuto sobre la voz quejosa, que la marcha del tren, -recia y veloz, parecía una fuga trágica en la desolación del llano. - -Rogelio Terán, cada vez más encendido en la admiración que Florinda le -inspiraba, quiso probar la dulzura de su ingenio en el propósito de -amistarse con la vieja y merecer la solicitud de la moza. - -Ya la curiosidad del viajero estaba servida: mediante la franca -elocuencia de _Mariflor_, y auxiliado por la clave del sentimiento -que los poetas conocen, había leído en aquellas dos almas, arredrada -y hermética la una, abierta la otra y confidente en toda la plenitud -de la esperanza y de las ilusiones. Y con el deseo generoso de pagar -en hidalga moneda aquella sorprendida revelación, inclinóse de nuevo -el artista, devoto y vehemente hacia la niña maragata, y le dijo su -historia, sus anhelos, sus peregrinaciones y aventuras: habló con -urgencia, con inquietud, mirando a menudo el reloj, consultando con -avidez los contornos del camino, avaro del momento fugaz que ya no -volvería sintiendo que se apresuraba, en cada ciego avance del convoy, -la hora oscura de separarse de aquella vida nueva y rara, llena de -sugestión para el poeta. - -Escuchó _Mariflor_ el fogoso relato crédula y maravillada, con los -ojos vendados de fe y acelerado el corazón por la sorpresa: aquel -señor rubio y fino, tan amable y tan elocuente, que sabía mirar con -una fuerza irresistible y extraña hasta el fondo de los pensamientos; -que elaboraba libros y periódicos; que conocía del mar y de la tierra -sirtes y derroteros, borrascas y rumbos, placeres y dolores, quería ser -amigo de _Mariflor_; quería escribirle muchas cartas, hacer para ella -muchos versos, ir a Valdecruces... ¡Válgame Dios, las cosas que la niña -estaba oyendo y contestando sin saber cómo! - -En el apacible rincón del coche había estallado una nube de promesas -y de ruegos, una lluvia de confesiones y de propósitos: la fuente de -la emoción había roto cálida y borbollante en el florido campo de dos -almas juveniles, y el murmullo de las espumas sonaba a la vez con -lastimosas querellas de elegía y alegres modulaciones de epitalamio. - -En medio de aquella ardiente prisa por saber y por contar; en aquel -arrebato confuso de sentimientos y de palabras, alzóse de improviso la -figura torpe de la abuela, preguntando con timidez a _Mariflor_: - -—¿Tienes hambre? - -—¿Hambre?... - -La muchacha tardó en traducir a la realidad este «sustantivo común» que -había sacudido el letargo de la anciana, y al cabo de una sonrisa y de -un esfuerzo, contestó ruborosa: - -—No, abuela. - -Pero la maragata dijo—no sin algunas dificultades, cohibida por -la presencia del caballero—que «era mejor» desayunar antes de la -llegada a Astorga, para emprender desde allí, en seguida, el camino a -Valdecruces. - -—¿Es muy largo?—interrogó el poeta, ganoso de trabar conversación con -la anciana. Ella, indiferente al interés del desconocido, tanteaba su -bagaje en busca de alguna cosa. Y respondió Florinda, turbada otra vez -por la visión del misterioso porvenir: - -—Es muy largo... Al paso de los mulos, llegaremos a la puesta del sol. - -Aquel tono doliente sugirió al artista, con lástima desgarradora, la -imagen de una pobre caravana discurriendo con lentitud en la soledad -gris del páramo... - -Ya la silenciosa abuelita había rescatado, al través de envoltorios y -atadijos, unas viandas, que ofreció con finura y cortedad al caballero; -y él, entonces se levantó con mucha diligencia a buscar en su equipaje -otros regalos: eran cosas delicadas, exquisitos fiambres en muy parcas -raciones, dulces envueltos en rutilantes papeles, y una botella cerrada -a tornillo, de la cual vertió café en un vaso, presentándoselo a la -anciana: - -—Está caliente, abuelita; bebe un poco—dijo _Mariflor_. - -—¿Caliente?—repitió con asombro, mirando muy recelosa el humo que -exhalaba la confortable bebida—. Y ¿quién lo ha calentado? - -—Se conserva así en esa botella, que se llama termo; ¿no lo sabías? - -La maragata movió la cabeza con incredulidad, y tomó el vasito en la -mano lentamente. - -—Bembibre—leyó a este punto la muchacha, mientras el tren se detenía. - -Y ambos jóvenes, olvidando a la abuela y al desayuno, se asomaron a -contemplar el frondoso vergel del Vierzo, plácido como un oasis, en el -austero y noble solar de León. - -—¡Bravo país de poesía y de leyenda, de amor y de piedad!—exclamó el -artista casi en soliloquio, desbocados en su imaginación membranzas y -pensamientos. - -—Yo he leído—murmuró Florinda, también evocadora—una novela que -sucede aquí. - -—_¿El señor de Bembibre?_ - -—Justamente. Es un libro muy hermoso y lastimero, ¿verdad? - -—¡No hay hermosura sin lástima!—repuso el mozo, dolorido, -contemplando a su amiga con beatitud. - -El tren, que hacía rato se engolfaba entre admirables lindes, lanzóse -otra vez a descubrir mieses y quebraduras, vegas y bosques, maravillas -de paisaje y de vegetación, bajo el cielo cobalto, henchido de luz. - -Iba Florinda enlazando con sus propias emociones, memorias tristes de -la bella y desgraciada doña Beatriz de Ossorio, y de su prometido, don -Alvaro Yáñez, tan sin ventura y sin consuelo como la que de amarle -murió, desposada y doncella, en una hora tardía de felicidad... Huyen -las márgenes sinuosas, los castaños y los nogales vides y olivos, -plantas y viveros del Mediodía que este privilegiado rincón leonés -acoge y fecunda delante de las nieves perpetuas. Y a Florinda le parece -escuchar cómo galopa el corcel fogoso donde el señor de Bembibre -lleva en sus brazos a Beatriz, desmayada: las monjas, los abades, los -caballeros del Temple, los religiosos del Cister, la enseña de la -Cruz desplegada al viento en torres y en almenas; todas las imágenes -de pasión, de bravura y de fe que han arraigado los historiadores y -los artistas en el eremítico país del Vierzo, derramaban su romántico -perfume en la imaginación vagabunda de la viajera. - -El mismo aroma legendario y bravío sacudió los nervios de Terán, -mientras la corriente de su alma fluía en tumulto, loca y triste -como la quejumbre del viento en noche de tormenta. También el mozo -sintió que en el paisaje se idealizaba toda la fortaleza augusta de -los monasterios insignes y los castillos bizarros, de las mansiones -feudales y las abadías belicosas. Erectas las alas de la fantasía, el -poeta salva puentes y fosos; discurre con peregrinos y frailes, con -reinas penitentes y obispos ermitaños; oye el clamor de las salmodias -anacoretas y de los señoríos en pugna, y asiste, en un minuto, al -reflorecimiento católico y viril de la región dominada por el báculo -monacal y las encomiendas de los Templarios... - -Así, al través de una tierra tan propicia al ensueño y al amor, -aquellas dos almas fervorosas, contagiadas de lirismos y de ternuras, -cayeron en la embriaguez de idénticas evocaciones... - -Resbalándose bajo la velocidad del convoy, se deslizaba el Vierzo -empapado en bellezas y memorias, fugitivo y rebelde como una ilusión; -y la vieja maragata, con el vaso en la mano todavía, contemplaba muy -confusa al compañero de viaje, después de apurar en furtivos sorbos -hasta la última gota de café. Una mezcla de admiración y de recelo -ponía en el apagado semblante de la anciana, pálida vislumbre de -curiosidad, mientras que en sus labios temblones iniciábase humilde una -frase cortés. - -Y así estuvo, paciente, insinuando el ademán de volver el vasito a -manos de su dueño... El dueño y _Mariflor_, cerrando con mutua mirada, -dulce y honda, el paréntesis de sus fantasías, hablaban en el foco -de luz de las vidrieras, ajenos ya al paisaje y al mundo extendido -fuera de sus corazones. En aquel momento la conversación era trivial; -tornaron a ella con azorante prisa, codiciosos de los minutos que -faltaban para que su camino se dividiese en dos, pero sintiendo la -necesidad de poner un discreto disimulo ante sí mismos en el ardor -de aquella simpatía tan nueva y tan ansiosa: por eso las palabras -no tenían el solo significado de su acepción, y férvidas, vibrantes, -teñíanse en matices y fulgores del oculto sentimiento. - -—¿Le gustan a usted las novelas?—preguntaba Terán. - -—Las novelas y las historias; me gusta mucho leer. - -—Yo le mandaré libros. - -—¿Los que usted escribe? - -—Y otros mejores... ¿Cómo los prefiere? - -—De viajes y aventuras; me encanta que en los libros sucedan muchas -cosas: acciones de guerra, lances de mar, procesos... - -—¿Y amoríos? - -—Sí; pero que terminen en boda—dijo Florinda, y se puso encarnada. - -—Desde anoche—murmuró rendido el poeta—vivo yo una hermosa aventura -«de peregrinaje y de amor...» ¿cómo terminará? - -La encendida llama de los corazones calentó las mejillas de la muchacha -y los acentos del mozo. Y el quebrantado discurso, halagador y -ardiente, volvió a rodar entre el estrépito fragoroso del tren. Cuando -éste se detuvo en la estación de Torre, quedó rota de nuevo aquella -intimidad, imperativa y fuerte, que a sus mismos mantenedores causaba -confusión y asombro. - -Entonces, la pobre abuela, perseverante en su actitud de cortesía, pudo -colocar las palabras y el vaso. - -—Muchas gracias—pronunció quedamente, dando al fin vida y rumbo a la -frase y al movimiento que hacía un buen rato preparaba. - -_Mariflor_ y su galán sintieron un poco de vergüenza al volverse hacia -la abandonada abuelita, y en prueba de sumisión y desagravio fueron a -sentarse al lado suyo. - -El inflamable caballero no había sido tan celoso para amigarse con la -vieja como para conquistar a la niña. Y ahora, impaciente, lamentando -la premura del tiempo, sacudido por un alto impulso de cordialidad -hacia aquella mujer triste y anciana, hubiera deseado poseer algún don -muy valioso para tributárselo en ofrenda devota. - -Pródigo y conciliador, no halla dones, ni siquiera palabras, para -abrirse el camino de aquel inválido corazón de abuela, premioso en dar -noticias de sus sensaciones. - -En tal incertidumbre quédase el muchacho pensativo y mudo, con el vaso -de aluminio entre los dedos. Y se alza otra vez auxiliadora la voz -amable de Florinda, que repite como un eco del discurso anterior: - -—«Abuela, este caballero ya es amigo mío: ha viajado con nosotras toda -la noche...» - -El mozo sonríe y la anciana también. Por lo cual, _Mariflor_, muy -satisfecha, apoya un brazo con mimo en el hombro de la abuelita, y -continúa: - -—Este señor es un poeta; hace libros... los escribe, ¿comprendes? - -—Ya... ya...—susurra la anciana, y sus ojos, grises y mansos, tienen -para el hazañoso doncel un lejano fulgor de admiraciones. - -—Nos va a mandar algunos—promete Florinda insinuante—, y yo te los -leeré para divertirte un poco... Este señor—sigue diciendo—anda solo -por el mundo... También su madre se le ha muerto, lo mismo que a mí; -también su padre está en América... - -—Será usted de León—asegura con respeto la abuelita, que no concibe -una patria más ilustre. - -—Soy montañés, señora; de Villanoble, a la orilla del mar. - -Y con grande sorpresa de Florinda, la abuela se estremece y exclama: - -—¡Villanoble!... Ya conozco ese pueblo; tiene un seminario muy rico, -una playa muy grande, unas casas muy hermosas... ¡Qué lejos está! - -El poeta se entristece, como si al conjuro de la extraña exclamación -el evocado pueblo se alejara, remoto, inabordable. Y la niña pregunta -absorta: - -—¿Pero has estado allí? - -—Estuve. - -—¿Cuándo, abuela?... Yo no lo sabía. - -—Hace ya mucho tiempo; no habías nacido tú; un hermano de tu padre, -seminarista, adoleció en Villanoble; ya estaba yo viuda y los otros -hijos ausentes... Tuve que ir por él. - -—¿Era uno que se murió del pecho? - -—Ese era. - -Bajo la pesadumbre de aquella historia, inclinó la anciana su frente, -pálida como la ceniza, y quedóse tan mustia, que ambos jóvenes -guardaron un silencio piadoso, hasta que la muchacha quiso justificar -aquel grave dolor, explicando: - -—La abuela tuvo trece hijos y no le quedan más que dos. - -—¡Pobre!—compadeció Terán, que adivinaba un mundo oscuro y sublime en -el alma silenciosa de la infeliz mujer. - -Una estación, desierta y soleada, quedó tendida frente al coche; -abrióse de improviso la portezuela, y una pareja de la Guardia civil -se asomó en el vano. Irresolutos, misteriosos, los guardias cerraron -sin subir: eran los únicos viajeros que habían tratado de acompañar al -poeta y a las maragatas en todo el camino. - -Se lanzó el caballero a registrar su _Guía_ con una precipitación algo -alarmante, y advirtió pesaroso: - -—Faltan dos estaciones para Astorga. - -Entreabierta en la consulta la escarcela del peregrino, desbordáronse -postales, cartapacios y libretines, toda la bizarra filiación moral -de una juventud errante y laboriosa. Y mientras tanto, _Mariflor_, -apretándose lagotera contra la abuelita, musitaba: - -—Este amigo nos escribirá; irá a visitarnos... ¿oyes, abuela?... -¿quieres? - -El amigo posó en el regazo de la anciana un montón de postales, -diciendo: - -—Hágame el favor de llevarlas, señora, como un recuerdo mío. - -Sorprendida por aquellos halagos, no supo ella qué responder, y sonrió, -dejándose engañar como una niña, entre frases conquistadoras y dádivas -pueriles. Parecía feliz en aquel instante; desplegaron sus manos -desmañadas las tarjetas sobre el delantal, y apareciéronse allí copias -de mil tesoros: cuadros y estofas de Toledo, tapices de El Escorial, -fuentes de La Granja, palacios salmantinos, joyas árabes y platerescas, -fragura de paisajes montañeses, delicia de jardines andaluces... un -tumulto de arte y de poderío español. A la maragata le sedujeron, -entre las admirables cartulinas, dos de origen mejicano, iluminadas -en colores, reproduciendo la avenida de Juárez y el palacio de Hernán -Cortés: alzólas en los dedos con admiración preferente, y en seguida, -azorada, vergonzosa, lamentó: - -—¡Es lástima; yo no gasto esquelas!... ¡no sé escribir! - -—Pero yo sé—dijo, arrulladora, _Mariflor_, deseando aceptar el -recuerdo. - -—Guárdalas tú, si el señor se empeña—consintió la abuelita—; y dale -las gracias. - -Con los ojos adoradores y solícitos, obedeció la moza, mientras la -vieja logró forzar la dura timidez de su palabra, para decirle al -caballero: - -—Si va por Valdecruces, ya sabe que allí tiene una servidora... - -—Iré, de seguro—respondió el poeta, deslumbrado por la mirada de -Florinda. En aquellos ojos, dulces y resplandecientes, fulgía la -incertidumbre con interrogación muda. - -Cuando iba a despedirse de aquel hombre extraño y amigo para ella, -sentía la muchacha el vago temor de perder la felicidad y la duda de -haberla encontrado. - -El mozo, por su parte, se engolfaba en la emoción de aquella hora, sin -detenerse a descifrar misterios, soñando muy de prisa, a sabiendas de -que iba a despertarse pronto. - - * * * * * - -Y la pobre anciana, tras un senil desbarajuste de ideas en fuga, volvió -a oprimirse el corazón en los rígidos muros de su vida cruel. - -Isócrono, maquinal, el tren corría insensible a las inquietudes de -los tres viajeros, y Florinda tuvo que ayudar a su abuela en los -preparativos de la llegada. Al través de los fardos toscos de aquel -equipaje campesino, las manos ágiles de la niña pusieron su gracia y -su finura en arpilleras y capachos, en los múltiples bultos donde la -vieja se llevaba los más vulgares utensilios del hogar fracasado en La -Coruña: cuanto no había podido venderse por usado y maltrecho. - -La abuelita contaba, meticulosa y torpe:—Uno, dos, tres—tocando con -la punta del índice cada barjuleta y cada zurrón; y la moza suspiró -con fatiga, como si le abrumara el peso de aquella carga miserable, -delatora de inclemente pobreza. - -Se estremecía de compasión Rogelio Terán en el atisbo de aquellos -pormenores: meditándolos estuvo sin saber si admirarse o condolerse de -la rara hermosura de la niña, sin darse cuenta de que no le prestaba -auxilio en el rudo trasiego de alforjas y envoltorios. Cuando acertó a -disculparse, ya _Mariflor_ había terminado su trajín y se colgaba a la -bandolera, sobre el pañuelo floreado y vistoso, un bolsillo elegante -que, entreabierto, exhaló delicadísimo perfume. - -—Es de mi traje de señora—dijo la mocita, respondiendo a la visible -extrañeza de Terán—, de mi _equipo de paisana_—subrayó graciosa y -triste. - -—Así—le replicó el poeta entusiasmado—parece que el dios ciego ha -ofrecido su carcaj simbólico a la reina de Maragatería... - -Y la abuela, en un repente inesperado y brusco, manifestó augural: - -—En nuestro país no se admiten reinas. Allí todas las mujeres somos -esclavas. - -Volvió Florinda el rostro con angustia hacia el camino, y le pareció -que temblaba el paisaje con un doloroso estremecimiento. - -Entraron en la estación de Astorga: los pregones de las clásicas -mantecadas, alguna muestra humilde del traje regional y algún indicio -de tráfico mercantil, daban al andén un poco de carácter y de vida. - -En medio de este cuadro indeciso y mediocre, puso _Mariflor_, con su -belleza original y su lujoso vestido, la nota resonante: detrás de -la abuelita, que ya tenía en torno sus bártulos de arriero, saltó la -moza al andén, apoyada en la mano que le ofrecía Terán con trémula -solicitud; y a pleno sol resplandecieron tanto los colores de su traje -y las dulzuras de su rostro, que en todas las ventanillas del tren y en -todo el recinto de la estación inicióse un movimiento de curiosidad. -No tardó este asombro interrogante en romper las fronteras de la -contemplación muda, estallando en requiebros y alabanzas, del lado -del ferrocarril, al borde de estribos y vidrieras, donde la anónima -condición de «viajeros» suele dar a los hombres mucha osadía y harta -libertad. - -Como un incienso de apoteosis, envolvió a la gentil maragata la nube de -piropos; y el poeta hubiera deseado coronar el homenaje con un vítor -atronador y lanzar luego por el vasto mundo los ecos de su audacia. - -Pero a la vera de Florinda, triunfante y proclamada hermosa, otra -mujer vieja y triste, con igual traje, con igual destino que la joven, -se sumerge en tribulaciones y cuidados en medio de su equipaje ruín. -Y a Terán se le reproduce la visión desoladora del páramo, donde el -viajero no parece hallar término ni alivio a la dureza de la ruta, -como si por ella la vida cruzase extraviada, como si la civilización -se detuviera cobarde y perezosa delante de la tierra hostil, a cuyas -entrañas inclementes sólo manos heroicas de mujer han podido llegar, en -acecho de un fruto esquivo y tardo... - -Las arrogancias de la galantería arden en lumbres de misericordia -cuando el poeta se despide de su amiga con suspiradas frases: una -campana y un silbato le devuelven al tren, ya en movimiento, mientras -_Mariflor_ sonríe con la dócil inmovilidad de un retrato alegre. - -Y los ojos azules, que ya no reflejan la figura ideal de la maragata, -se tornan añorantes hacia el coche, mudo y vacío como la fábrica de un -sueño... - -[Illustration] - - - - -[Illustration] - - - - -IV - -¡PUEBLOS OLVIDADOS! - - -UNA maragata de edad indefinible, a quien la abuela llamó _Chosca_, -había conducido tres cabalgaduras hasta la misma estación. Cargóse -en una de ellas lo más voluminoso del bagaje, y aun pudo hallar la -_Chosca_ un punto de asiento y equilibrio en la cima de aquella -balumba, cuyo difícil acomodo entretuvo a la pobre caravana dos horas -largas de talle. Y aunque la abuela se encaramó también sobre los -repliegues de otro monte de fardos, todavía las menudencias de más -fuste hubieron de refugiarse en las alforjas del mulo cebadero, el -mejor de la recua, cedido por agasajo a _Mariflor_. - -Todo lo miraba la moza fijamente, con una muda actitud, en que al tenaz -recuerdo de las cosas pasadas se sobreponía el propósito firme de -aprender y gustar las cosas nuevas; mujer y curiosa, joven y perspicaz -por añadidura, sintió, a despecho de sus íntimas inquietudes, una -ansiedad respetuosa y fuerte, que la empujaba hacia la tierra madre, -incógnita y callada como un secreto de lo porvenir. ¡Qué ejemplo más -hermoso para cualquier agudo observador, la bizarría y compostura, -la gravedad y ceremonia con que Florinda Salvadores se allanó, sin -melindres ni repulgos, a todas las veleidades de la suerte, y cambiando -de nombre, de traje y de sendero, montó en un mulo, por primera vez en -su vida, con tanta gentileza y señorío como si la tosca jamuga fuese -el blando cojín de un automóvil! Conformidad y audacia dieron alegre -resolución a la moza; y aun fueron parte a erguirla, serena y apacible -en el misterioso rumbo, cierto soplo sutil de fatalismo que sentía en -el alma y un deseo inconsciente de aventura que se le impacientaba en -la imaginación. - -El paso por Astorga tuvo para Florinda rara solemnidad. Quiso la abuela -dar allí algunos recados, hacer algunas compras y cobranzas mediante -papelucos escondidos con minuciosas precauciones en un «cornejal» -de la faltriquera, al amparo de sayales y manteos; a todos estos -menesteres asistía la muchacha desde lo alto de sus jamugas, atisbadora -y vigilante, reflejando en sus pupilas el asombro de la vieja urbe, tan -pobre y tan triste ahora, que ni siquiera guarda los vestigios de su -glorioso ayer. - -¡Cuán desolada y yerta la ciudad _Magnífica y Augusta_! ¿Quién dirá -que fué palenque y tribunal de astures, imperial colonia, centro de -vías romanas y baluarte de sus legiones, botín después del bárbaro y -del moro, joya del terrible Almanzor, pleito y disputa de castellanos -y leoneses? Ya no conserva ni las ruinas de los antiguos monumentos; -hasta aquella robusta fortaleza de sus marqueses y señores, aquel -soberbio castillo que presumía de inmortal, cayó también con los -sillares de las rotas murallas; la recia divisa de Alvar Pérez Ossorio, -que a tantas duras generaciones gritó desde el frontis nobiliario con -orgullosas letras: - - _Do mis armas se posieron_ - _movellas jamás podieron,_ - -vino a dar en ingrata sepultura bajo los residuos de cubos y de -almenas, de capiteles godos y lápidas latinas. ¿Qué rangos, qué -voluntades, qué hierros, piedras y raíces no moverá en el mundo el -ímpetu de los siglos empujando la rueda de la fortuna? - -Así, esta tierra misteriosa, de cuyos primitivos moradores sólo se -sabe el apellido—_amacos_—, o «excelentes guerreros»; este pueblo -viril que grabó en su escudo, como símbolo heroico, una rama de -poderosa encina; este solar privilegiado por cónsules, santos y reyes, -guarnecido de altivas torres y ferradas puertas, ahora vive en el -silencio de las mortales pesadumbres, ahora padece el abandono de los -históricos infortunios. Y, como un fallo de singular predestinación, -acude sobre Astorga el recuerdo de aquellas pretéritas edades, en que -la capital de la región y sus alfoces se llamaron «Asturias»: _¡Pueblos -olvidados!_ - -Una ráfaga de tales penas y de tales memorias aguzó en la fantasía -de _Mariflor_ el ansia ardiente de evocar imágenes y perseguirlas -al través de las silenciosas rúas, sobre el empedrado hostil, entre -el caserío de adobes, simétrico y vulgar. Pero todos los recuerdos -heroicos, todas las evocaciones bizarras, huyen ante el semblante -lastimoso de la Augusta y Magnífica, Muy Noble, Leal y Benemérita, -que, parda, muda, triste y pobre, languidece de añoranzas y pesares -a la sombra de su ilustre catedral, sobre las pálidas favilas de -la historia. Y cuando a fuerza de imaginación y voluntad quiso la -viajera reconstruir en su mente hechos y figuras familiares a la -patria nativa, ya la visión de Astorga, yerma y desamparada, se había -extinguido en el término raso y adusto del horizonte. - -Como fuesen grandes la calma y el regateo con que las compañeras de -Florinda ajustaron sus compras en la plaza _de los cachos_ y en los -soportales de la Plaza Mayor, y no menos prolijos los demás negocios -que la abuela trataba, llegó la media tarde cuando las tres amazonas -salieron por el arrabal de Rectivía para seguir la carretera en busca -de su pueblo. - -De la calmosa estada en la ciudad llevóse _Mariflor_, campo adelante, -el recuerdo de los dos maragatos que en el reloj del Concejo cuentan -con sendos martillos las mustias horas de aquella vida gris; la pareja -simbólica y paciente se hizo un lugar en la memoria de la niña, sobre -la impresión de aquel grave edificio, fuerte reliquia de la pasada -opulencia asturicense. Había preguntado la muchacha por un jardín ameno -que, según sus noticias, era lugar de fiestas estivales y de otros -alicientes para la juventud; aunque la abuela señaló «hacia allí», -sólo pudo Florinda columbrar una mancha verde y risueña, tendida en -la mayor altura de la muralla, sobre el mismo solar que siglos antes -ocupó la Sinagoga, cuando una rica aljama se aposentó en el arrabal de -San Andrés. El perfil airoso de la Catedral y la nobleza de algunas -portadas parroquiales, impresionaron también a la curiosa. Y el -bosquejo heráldico de unos lobos, unas bandas de azur, el león rampante -de gules, coronado de oro, la monteladura de plata, cimeras, escudetes, -lemas y coronas, rezagos de insigne alcurnia sorprendidos al azar en -unos pocos edificios, alumbraron en la mente de Florinda, con pálido -reguero de luz, la nómina confusa y lejana de Ossorios y Escobares, -Turienzos y Pimenteles, Benavides y Juncos, Gagos, Hormazas, Rojas, -Pernías, Manriques... El íntimo vigor de estos recuerdos rehogaba con -orgullosa lumbre las fantasías de la joven, cuando sus ojos se posaron -en el abierto muro, indemne a las cóleras de Witiza y Almanzor... - -Acostumbrada Florinda a escuchar de su padre los frecuentes relatos -de sus aventuras infantiles por los arrabales de la capital, casi a -tientas hallaría rumbo en el camino astorgano que cruzaba por primera -vez. - -Allí a la izquierda, dejando atrás el rasgado cinturón de las -fortificaciones, brota la viejísima Fuente Encalada, de tan henchido -seno, que ni en su estiaje paró nunca de cantar con su rumor sonoro las -penas y las glorias del país. - -Cunde el manantial en aquel punto desde los tiempos fabulosos, y le -alberga un edificio notable, con armas, inscripciones y perfiles -de varios siglos y grande pulcritud. Con abundancia sempiterna ha -prodigado la Fuente sus fidelísimos dones, lo mismo a los _aureros_ -imperiales que a los devotos del _Camino francés_ y a los trajineros -maragatos... Vive apenas la memoria de los primeros poseídos por «la -maldita sed de oro», que, bárbaros de codicia y de furor, vinieron -de todos los confines de la tierra a enriquecerse en nuestras minas -peninsulares: pasaron por aquí los explotadores de las _médulas_ -famosas, y también los cruzados, que en el siglo IX abrieron desde -Francia una difícil ruta para ofrecer homenaje en Compostela al -cuerpo del Apóstol; se han borrado «la vía de la plata» y la de «los -peregrinos» bajo la anchura de una carretera española del siglo -XVIII, en la cual la arriería se extingue impotente contra el raudo -ferrocarril; pasaron y cayeron centurias y generaciones, cetros y -coronas, y al través de las vidas caducas y de las cosas perecederas, -esta fontana dió su latido fecundo y su perenne caricia a todos los -sedientos del camino... - -_Mariflor_ tuvo sed al pasar por aquí. Despertóse en ella el recuerdo -de los años que la fuente contó, rezadora y humilde en la mansa -llanura de los «pueblos olvidados», y quiso gustar del agua fiel; -bebió ansiosa, obsesionada por la inconsciente ilusión de saciarse en -frescuras y deleites de eternidad. - -Al seguir el camino, en tanto que las otras maragatas parecían -insensibles al paisaje y a las emociones, descubrió la moza a la -derecha del manantial cierto prado muelle y jugoso hundido en el -terreno; debía ser el lugar llamado _Era-Gudina_, donde el feudo del -Marqués tuvo un estanque, una barca, una isleta y un bosque. - -A leyenda le supo a _Mariflor_ el supuesto de que allí existiesen -jamás esquife, lago y fronda; pero consultada la abuelita acerca de -tales dudas, dijo con mucha fe que «en tiempo de los moros» aquel -paraje se nombró _La Corona_, y era una hermosura de aguas corrientes, -barquichuelos, árboles y flores... - -Cuando se borraron a extramuros de Astorga aquellas tenues sonrisas de -la vegetación, extendióse la carretera sobre la llanura sin accidentes -ni perfiles, en un horizonte a cuyo fin remoto se cerraban entre nubes -las sierras de la Cepeda y los puertos bravos de Manzanal, Foncebadón y -el Teleno. Si a la vera de un puebluco estancado algún castro ondulaba, -todo su vestido consistía en bajos matorrales y encinas bordes. - -En este cuadro ascético se dibujó el relieve de las tres amazonas, -largo rato, por la amplia carretera, y cuando ya tomaron otro rumbo al -través de una calzada empedernida, la feniciente luz ablandó la dureza -del paisaje, convirtiendo la línea fuerte y sobria en mancha rubia y -dulce, en la cual se alejaron los senderos con misteriosa estela. - -Quedó entonces piadosamente velada la aridez del camino, que al -aventurarse tierra adentro en ingratos recodos, hubiese mostrado a -Florinda más de cerca su desolación; la santa beatitud del anochecer -quiso desceñir su velo romántico sobre la tristeza del erial: una -muselina blanca y rota se arrastraba por el campo en jirones de niebla, -y la serenidad del cielo, pálidamente azul, parecía remansar en la -llanura con infinita mansedumbre. - -_Mariflor_, cansada y soñolienta, aturdida por las emociones y los -sentimientos, se dejó mecer, se dejó llevar entre aquellos cendales de -sombras y de membranzas. El balanceo rítmico de la cabalgadura, algo -semejante al de una embarcación en mar serena, y la plenitud del llano, -sin orillas visibles, nubloso, insondable como un abismo, pusieron a la -amazona en punto de soñar que iba embarcada hacia un quimérico país. -Aquel vaivén de cuna, aquella ilusión de barco aventurero, tenían, -para mayor halago, un cantar peregrino en el eco de dulcísimas frases -lisonjeras que la moza guardaba en su corazón; de tan cordial tesoro -iba ella urdiendo con diligente prisa futuros lances de amor y de -felicidad, solemnes acontecimientos de bodas y placeres que parecían -tener realización positiva y dichosa en la ardiente vida de una -estrella, según lo que la niña se extasiaba, rostro al cielo, absorta y -palpitante. - -Desde el divino espacio cayó de pronto a tierra la evagación de -Florinda, porque una voz había dicho: - -—Ya llegamos... - -Entre el encaje de las sombras, cada vez más espeso, se agazapaban, -abocetados, desvaídos, barruntos de una aldea muy pobre, a juzgar por -los umbrales. Y a _Mariflor_ le acometió de súbito una triste cobardía, -en la cual se mezclaban las inquietudes con inexplicable acidez; -aquella zambullida brusca en otro pueblo, en otra casa, entre personas -desconocidas, rompiendo definitivamente todos los vínculos de su vida -anterior, daba frío y espanto a la muchacha; en un instante recordó -con lucidez lastimosa la dicha que perdió al otro lado de la llanura -maragata, y sintióse tan pequeña, tan incapaz y débil ante el enigma -de su nuevo camino, que anheló no llegar a Valdecruces y quedarse -para siempre mecida en aquel mar firme y silencioso, de tierras y de -sombras. - -Los dulcísimos ojos registraron el cielo con una mirada de angustia, -pero ausente la luna veladora, esquivas las estrellas y pálido el -celaje, el amplio dosel de la noche se mostró cerrado a la muda -plegaria de la moza; hasta la estrellita ardiente donde ella prendió -un momento antes la hoguera de sus ensueños, se había escondido, -casquivana, detrás de un banco de nubes. - -Y estaba allí el pueblo maragato, inmoble y yacente en la penumbra, -como un difunto; y ya la recua se detenía delante de una sombra más -alongada y grave que las del contorno. - -Sonó el chirrido de una puerta, y dos mujeres avanzaron en un foco -macilento de luz. Descabalgó Florinda, trémula y cobarde; sintióse -agasajada por unos besos húmedos y fuertes, por unos brazos recios y -acogedores. Ofrecían a la forastera este recibimiento cordial, Ramona, -nuera y sobrina de la anciana, y Olaya, hija de aquélla, que con sus -cuatro hermanos más pequeños constituyen hogar y familia cerca de la -tía Dolores, protectora también de su nietecilla _Mariflor_. - -Ya estaban reposando los niños, Marinela, Pedro, Carmen y Tomás; y -mientras Olaya hacía los honores a su prima con más cariño que garbo, -Ramona y las otras dos viajeras se afanaban en descargar el equipaje. -Fué la tarea tan minuciosa, que ya la noche había crecido mucho cuando -logró acostarse _Mariflor_, rendida y enervada. - -A la luz vacilante del candil pudo la muchacha aprender que era su -dormitorio el mejor de la casa, «el cuarto de respeto», donde solían -posar los principales huéspedes; y al culminarse en el lecho altísimo -y pomposo, oyó la voz humilde con que su prima la deseó buena noche, -dejando la habitación oscura y cerrada, y advirtiendo: - -—Madre y yo dormimos dambas aquí cerca; no pases cuidado. - -Poco después sintió la muchacha crujir la corvadura de las vigas muy -próximas a su cabeza; andaban pesadamente encima del aposento, hablando -en voces cautelosas. Por debajo de aquel ruido perseguía a _Mariflor_ -entre penumbras de sueño y vislumbres de realidad, la expresión vaga y -triste de un rostro ojizarco, que tan pronto era el de Terán como el -de Olalla. De aquel semblante amigo no quedaron, al fin, más que los -ojos delante de la moza; brillaban azules como las flores del aciano, -como los ojos celtas de la maragata rubia, como los ojos pensativos del -novelista viajero; una clara niebla, que fué espesándose, oscurecíalos -poco a poco... ¿Era un velo de lágrimas?... ¿El cristal de unos -lentes?... _Mariflor_ se había dormido. - - * * * * * - -Después de un sueño largo y juvenil, Florinda despierta y escucha: -escucha la soledad y el silencio, porque todo a su alrededor parece -abandonado y mudo. - -¿Qué hora será? Entra un rayo de sol por la ventanuca, tan alta y -pequeña como la de un camarote; por allí se descubre un pedacito de -cielo cuajado de luz. En la casa, grande y misteriosa, nadie pisa, -nadie levanta la voz, ningún ruido se advierte, y fuera, en aquel -espacio luminoso, abierto quizás al campo, a la calle o al corral, es -la vida un secreto, sin duda, porque ni vuela un ave, ni canta un río, -ni gime una carreta; los rumores aldeanos que Florinda conoce de otros -pueblos, parecen extinguidos aquí. ¿Se habrá quedado ella sola en el -mundo con el sol? - -Pasea por el cuarto los bellos ojos dormilones, un poco ensombrecidos -de vaga pesadumbre: mira su equipaje desparramado en confusión de -cajas y de ropas, y encima del baúl, cruzado todavía de cordeles, -sus arreos de maragata, desceñidos la víspera con laxitud de sueño -y de cansancio. Se asoman los zapatos por debajo de la colcha, muy -escandaloso el escote y algo arrugada la plantilla: parecen asustados, -uno delante de otro, como si quisieran echar a correr; el bolsillo -señoril, colgado del boliche de la cama, con la boca abierta, tiene un -aire de expectación y de asombro, y la filigrana de corales, tendida -al borde de un marco a la cabecera del lecho, corona la figura de -una Virgen ancestral, bajo cuya traza primitiva dice, en letras muy -grandes: _Nuestra Señora la Blanca_. Al volver los ojos hacia ella, -hace Florinda maquinalmente la señal de la cruz. Luego prosigue su -viaje curioso en torno al aposento: es reducido y bajo, con paredes -combas, lamidas de cal, desnudo el tosco viguetaje del techo y pintado -de amarillo, como la puerta y la ventana. Entre un recio arcón de -interesante moldura y un mueble arcaico de alta cajonería, descuella el -lecho, amplio y elevadísimo, duro de entrañas y abrumado de cobertores: -luce colcha tejida a mano, floqueada, con muchos sobrepuestos, un poco -macilenta de blancura, quizá por haber estado largo tiempo en desuso. -Dos sillitas humildes parece que se agachan bajo la pesadumbre de los -equipajes, y algunos clavos suben perdidos por las paredes, sosteniendo -con negligencia varias cosas inútiles: un refajo roto, un cencerro -mudo, una rosa mustia de papel... Ya no hay más utensilios ni más -adornos en el nuevo camarín de _Mariflor_. - -Ella busca, solícita, un espejo, un lavabo, una alfombra, cualquiera -blanda señal de compostura y deleite, y como nada encuentra parecido -a lo que necesita, vuelve la atención a los recuerdos de su llegada, -confusos entre las emociones del viaje y la sorpresa de este peregrino -amanecer. - -Al cabo, como persiste en torno suyo un silencio de inmensidad, y el -sol penetra al aposento por el angosto ventanillo, semejante a la -lucera de un camarote, piensa la infeliz, acunada todavía en su memoria -por el balanceo del mulo y las ilusiones de su navegación por la -llanura, que su bajel ha encallado en una costa salvaje, en una playa -desierta... Pero no: la mar gime, reza, escupe, solloza; tiene lágrimas -y voces y suspiros; es pasión y hermosura, es inquietud y poder, es -dolor y gozo. Y aquí, ¡ni un acento, ni una palpitación, ni un indicio -de que la vida cunda y vibre como en las olas varias de la mar!... - -Cuando empieza la niña a sentir ciertas ansiedades muy parecidas al -miedo, un rumor oscuro, entre queja y gruñido, se percibe en la quietud -silenciosa de la casa. - -—¡Abuela!—grita _Mariflor_ con espanto. - -Nadie la responde. - -—¡Abuela!—repite, loca de terror. Y luego, despavorida, prorrumpe: - -—¡Olalla! - -Al punto, cautamente, se entreabre la maciza puerta y asoma el rostro, -asombrado y grave, de Olalla Salvadores. - -Ante el resplandor bondadoso de aquellos ojos claros, Florinda se -encalma, sonríe y confiesa: - -—Tuve miedo; creí que estaba sola en Valdecruces, y después oí una -especie de quejido como una voz del otro mundo. - -—El gato, que miagó—dice la moza, admirada de los temores de su -prima. Y penetrando en el aposento, le ofrece el desayuno y le -pregunta, con mucha cortesía, cómo ha pasado la noche. - -—Demasiado bien; de un tirón—responde la dormilona, escandalizándose -al saber que son las nueve, que su abuela y su tía andan ya de trajín -fuera de casa, y que los niños se fueron a la escuela muy temprano. - -Mientras se viste _Mariflor_, explica Olalla que la escuela está a tres -kilómetros, en Piedralbina, y también el médico y el boticario. Los -rapaces llevan la comida en una fardela, y no vuelven hasta las seis. - -—¿Y en el invierno?—interroga Florinda. - -Lo mismo: salen de noche y tornan de noche; algunas veces, Tomasín, no -va. - -—¿Cuántos años tiene? - -—Cinco; pero está mayo y robusto. - -—¡Pobre!, ¡dará lástima verle por esas llanadas! - -—Más se fatiga Marinela. - -—Sí; ya sé que está un poco débil. ¿Cómo la dejáis ir? - -—Aquí se aborrece, se pone triste, llora... Y como tanto gusta de -bordar y hacer labores finas, y la maestra la quiere mucho, madre -consiente. - -—Y el médico, ¿qué dice? - -Olalla se encoge de hombros. - -—Dice—murmura—que son males de la edad. Pero para mí la pobre está -entrepechada. - -—¿Cómo? - -—Picada de la tisis, igual que mi padre, igual que tantos de la -familia... - -—¡Calla, mujer! - -A medio ceñir el pesado manteo en torno a la cintura, _Mariflor_ finge -que busca alguna cosa, se mira las manos lentamente, con mucho interés, -y al fin balbuce en imprevisto ruego: - -—¡Quisiera lavarme! - -Olalla, que tiene fija la mirada en una siniestra meditación, se turba, -enrojece, y luego de reflexionar, afirma: - -—Te traeré ahora mismo un cacho con agua. - -—No, yo voy por él; enséñame dónde hallaré lo que necesite. - -Porfían azoradas al lado de la puerta con empeño un poco artificioso, -y ya traspasado el umbral, repara Florinda en su media desnudez, y -pregunta: - -—¿Estamos solas? - -—Solas; yo anduve a modín para no despertarte. - -Desaparece Olalla pisando quedo, como si todavía alguien durmiese; -y la forastera, abocada al corredor, cruza los brazos desnudos para -abrigarse contra un frío sutil que desde la oscuridad la acosa. De -pronto, allí a sus pies, en la masa de sombra y de silencio, el gruñido -y la queja que antes alarmaron a la niña, se juntan y emergen en una -voz que parece humana, que se desgañe y evoca, igual que la de una -criatura. - -Florinda retrocede, presa otra vez de irreflexivo espanto, y para -distraer sus complejas inquietudes, remueve el equipaje, trastea y -alborota, hasta que vuelve su prima trayendo agua en un lebrillo y -colgando en el hombro una toalla de áspera urdimbre, dorada por los -años, olorosa a romero. - -Perpleja _Mariflor_ ante aquel rudimentario servicio, aplaza el -lavatorio y pide ayuda para abrir el baúl; pero Olalla no necesita más -que de sus recios brazos para darle vueltas y dejarle desligado y útil, -con la tapa cómodamente sostenida en la pared. Inclínanse las dos mozas -sobre las túmidas entrañas del cofre, y la viajera desliza su mano en -el fondo, revuelve, palpa atinadora y sonríe levantando en el puño una -cosa menuda y suave que acerca a la nariz de Olalla. - -—¿Huele bien?—pregunta. - -—¡Ah, jabón!... Yo también tuve una pastilla... - -A juzgar por la expresión lejana de los ojos azules, se pierden en -un pasado remoto el aroma y la suavidad de la pastilla que tuvo la -maragata. - -—Ve sacándolo todo—dice la prima con gracia más ligera y alegre—; -después que yo me lave lo arreglaremos juntas y te daré algunos -regalitos para ti y para los nenes. - -En tanto que Florinda se chapuza con fruición, Olalla va cogiendo -las prendas del baúl y colocándolas encima del lecho, tibio todavía -y desdoblado. Se mueve la joven con mucha calma y trata con esmero -aquellas cosas sutiles de la forastera, pero no se detiene a -contemplarlas con excesiva curiosidad. - -Casi todo el lujo del pequeño equipaje consiste en ropa interior; -camisas y pantalones con lazos, sin estrenar, con papeles de colores -que crujen, sedosos, bajo los encajes, como en los equipos de las -novias burguesas: medias caladas, pañolitos bordados y menudos, enaguas -finas, dos peinadores de manga corta, dos blusas áureas, elegantes, y -un solo vestido de luto, modesto, falda y cuerpo ajustado, sin adornos. -Algunos estuches con bagatelas casi infantiles, algunas cajas con -enseres de costura, libros, retratos, envoltorios frágiles y una bolsa -blanca, con puntillas, de cuya boca abierta acaba de salir el perfumado -jabón. - -—Aquí lo tienes todo—dice Olalla, mientras Florinda duda cómo acabará -de vestirse, temiendo estropear el lujoso pañuelo de su traje de fiesta. - -Tras una breve indecisión, que le es habitual, ofrece la prima buscarle -otro; sirve para diario y ella no le usa. Pero debe ser muy difícil -hallarle, porque cuando vuelve con él, ya _Mariflor_ se ha peinado y ha -puesto en orden el dormitorio. - -—Hay uno de cerras, pero no le encuentro—dice Olalla, desplegando un -pañuelo pajizo, de muselina, con orla estampada en vivos colores. - -—Es precioso; ¿por qué no le pones tú? - -—Entre semana, está bueno éste—sonríe la moza, señalando el suyo de -percal, también con florida guirnalda—. Y en la cabeza, ¿no llevas -uno?—interroga. - -—¡Ah, no le quiero... no me gusta!—responde Florinda con tales bríos, -que se avergüenza al punto, y disimula su turbación poniendo en las -manos de Olalla unos envoltorios, a medida que dice: - -—Para Pedro un libro, para Marinela un costurero, para Carmen una -muñeca y para Tomasín un trompo... - -Busca algo en el bolsillo colgado de la cama, y con cierta emoción, -concluye: - -—Para ti mi reloj; toma. - -Sentóse la favorecida ofreciendo lugar en el regazo a los paquetes, -y puso en la palma de su mano morena el relojito de oro y acero, -chiquitín, lustroso y palpitante; le acercó al oído, rió con expresión -de niña, dulcificando la gravedad un poco triste de su semblante, y por -todo comentario dijo: - -—¡Tan pequeño y anda! - -Después miró a su prima suavemente, lamentando: - -—¡Te vas a quedar sin él! - -—Tengo el de mamá, ¿sabes?... Está parado, pero me sirve de recuerdo. - -—¿Se ha roto? - -—No; mi padre quiso tenerle en la hora que ella murió: las tres de la -tarde. - -—¡La hora del Señor!—balbuce Olalla estremecida—. Y con el respeto y -la ternura que en Maragatería se consagra a los muertos, bendice al uso -del país la memoria evocada, pronunciando ferviente: - -—¡Biendichosa! - -Una ráfaga de tristeza suspende el íntimo coloquio y flota en la -humedad de las pupilas, que se inclinan al suelo apesaradas; la muñeca -de Carmen, rompiendo el papel que la envuelve, muestra un brazo rígido, -vestido de rojo, en trágica actitud; en la rústica mano de Olalla -Salvadores, el pulido reloj suena indiferente: _tic-tac_, _tic-tac_... - -Y aquel hálito sonoro y maquinal, aquel firme latido de un industrioso -corazón de acero, lleva extrañamente a las dos muchachas a escuchar el -pulso acelerado de los propios corazones, buenos y juveniles, regados -por una misma sangre generosa. - -Alzase Olalla con ímpetu raro en su naturaleza esquiva y grave, y -las dos mozas se miran en los ojos; los de Florinda, profundos, -inquietantes, de color de miel y de café tostado, en vano provocan una -confidencia trascendente con las aguas serenas y tristes de los ojos -azules; pero el impulso cordial prevalece por debajo del vuelo de las -almas y un pacto de amor se firma con el estallido de un largo beso. - -[Illustration] - - - - -[Illustration] - - - - -V - -VALDECRUCES - - -ALENTADA _Mariflor_ después de tan gentil alianza, se despierta con -alegres ánimos a las realidades de la vida y quiere verlo todo, -registrar su nuevo albergue, asomarse a Valdecruces. - -Aunque pone el pie con alguna medrosa inseguridad en el corredor -oscuro, camina sonriente, como jugando «a la gallina ciega», palpando -la pared con una mano y asiéndose con la otra al vestido de su prima. - -—Avísame; no veo nada—murmura—. ¿Hay que bajar?... ¿Hay que -subir?... ¡Avísame! - -—Hasta que te acostumbres. Yo atino por todos los rincones a cierra -ojos... Ahora sube un pasal... otro... sigue subiendo... ¡ya se ve luz! - -La rendija de una puerta proyectó en los altos escalones una raya de -tenue claridad; chirrió una llave, gimieron unas bisagras y hallóse -Florinda a pleno sol, deslumbrada por el torrente de resplandores -esparcidos en la salita con anchura, mediante los dos amplios huecos de -la solana. - -—¡Qué alegre, qué alegre!—gritó la forastera con encanto—. ¿Y qué se -ve por aquí?—añadió lanzándose curiosa al colgadizo. - -De pronto no vió nada. La luz cruda y fuerte esfumaba el paisaje como -una niebla. Después, dando sombra a los ojos con las dos manos, vió -surgir débilmente el diseño barroso del humilde caserío, techado con -haces secas de paja amortecida, confundiéndose con la tierra en un -mismo color, agachándose como si el peso de la macilenta cobertura -le hiciese caer de hinojos a pedir gracia o misericordia. En aquella -actitud de sumisión y pesadumbre, las casucas agobiadas, reverentes, -exhalaban un humo blanco y fino que parecía el incienso de sus votos y -oraciones. - -_Mariflor_, admirada por la novedad de aquel espectáculo, imaginado -muchas veces al través de referencias y lecturas, exclamó conmovida: - -—¡Valdecruces!... ¡Parece un Nacimiento! Y la iglesia ¿dónde -está?—preguntó. - -—Allende. ¿Ves esta hila de casas? Pues en acabando la ringuilinera, -¿ves un chipitel con una cruz?... Eiquí. - -—¿Aquéllo?—lamentó la exploradora con desilusión. - -—La techumbre es de teja—ponderó Olalla—y por dentro nuestra -parroquia es mejor que la de Piedralbina, es tan buena como la de -Valdespino; hay un Resucitado muy precioso y la Virgen tiene la cara de -marfil. - -—Pero la torre se va a caer, es monstruosa; un montón informe y la -cruz ladeada, ¡qué cosa más singular! - -—¡Si lo que tú dices—protestó Olalla riendo—es el nido de la cigüeña! - -—¡Ah, el nido!... Un nido enorme, ¿verdad?... Un nido tremendo... -¡Qué ganas tenía de verle!... Mi padre no me había dicho que le -tuvierais aquí. - -—Yera de Lagobia, pero el año de la truena se les cayó la torre, y -cuando los pájaros volvieron portaron el nido a Valdecruces. - -—¿Ellos?... ¿Ellos solos? - -—Solicos empezaron, pero la gente les dió ayuda. De primeras el nido -no era tan grande, nada más lo justo para gurar la pájara; después, -cada año atropan dello y ya tanto pesa que hubo de caerse. - -—¿Entonces?... - -—El señor cura, el tío _Chosco_ y el tío Rosendín le apuntalaron. - -—¡Ah, qué bien! Y ahora ¿hay crías? - -—Todavía no está gurona la cigüeña: saca los hijuelos allá para el mes -de junio... ¡Mira, mira el macho! - -Un ave zancuda y blanca, con las puntas de las alas negras, largo el -cuello, las patas y el pico rojos, pasó crotorante y magnífica, con -alado rumbo hacia la torre. - -—¡Qué mansa! ¿Ves? Casi tocó el alar—dijo Olalla, devota. - -Y _Mariflor_ quedóse atenta y muda ante el ave sagrada para los -labradores de Castilla, el ave tutelar de los sembrados, la reina de -los aires campesinos en la madre llanura de la patria. - -—Iré a visitar el nido regio—murmuró ferviente—. Luego lanzó la -vista al horizonte inflamado de luz, llano y calmoso, semejante a una -extensa bahía que se adormeciese inmóvil y sin respiración en el estío. - -Olalla advirtió: - -—Embajo está el huerto. - -—¿Hay flores? - -—De agavanzo y de tomillana, y dos rosales nuevos con ruchos. - -—¿Bajamos? - -—¿No quieres ver primero el palomar? - -—Sí, sí; ya lo creo. - -Ocupaba el carasol la fachada entera del edificio: tenía el suelo -jiboso y crujiente, como todo el piso alto de la casa, trémulo -el carcomido barandaje y cobijadores los aleros, donde anidaban -golondrinas; algunas prendas lacias de ropa pendían a lo largo de él, -y decoraban sus agrietados muros sendos manojos de hierbas medicinales -puestas a secar y «espigos» de legumbres envueltos, con mucha cautela, -para que la simiente en sazón quedase recogida. - -Todos estos detalles sorprendieron los ojos inquiridores que, después, -se posaron con cierta ansiedad en la saluca. - -La cual era espaciosa, baja de techo, con rudo viguetaje pintado de -amarillo, igual que el camarín de _Mariflor_; las paredes, de anémica -palidez, se hundían en muchos sitios, entre mal blanquete y hondas -arrugas, como la faz de viejas presuntuosas en las ciudades festivas. -Un sofá de anea con almohadones de satén, floreados y henchidos, -se extendía en el testero principal, y, encima, elevado y turbio, -inclinábase un espejito, con el alinde picado y el marco negro, en -reverencia inútil ante una visita que jamás llegaba; alrededor de -aquella luna triste y a lo largo de las otras paredes, sendos cromos -con patética historia memoraban la vida de una santa mártir, moza -y gentil; fotografías pálidas, casi incognoscibles, prisioneras en -listones de un dorado remoto, ceñidas por cristales heridos, trepaban -en desordenada ascensión, en una verdadera república de colgajos, -desde las decoraciones viejas de almanaques y el ramo seco de laurel, -hasta las pieles corderinas abiertas en cruz, a medio curtir. Entre -las sillas, muy numerosas, juntas y apretadas en hilera como aguerrida -hueste, delataban, algunas, otros tiempos de más prosperidad para la -familia Salvadores: aquellas de _reps_ y de caoba con el pelote del -asiento mal contenido por desmañadas costuras, con la color verde -convertida en marchitez dorada, como el follaje de otoño; aquellos -dos sillones de gutapercha, despellejados y hundidos, con respaldares -profundos y solícitos brazos; la clásica consola y el amigable velador, -cuentan las abundancias de unos desposorios en que la abuela y su primo -Juan unieron con sus manos las más pudientes fortunas de Valdecruces, -en gran porción de «arrotos» y centenales, «cortinas» y recuas... - -En estas reflexiones se para _Mariflor_, que por su aguda sensibilidad -tiene el privilegio exquisito y amargo de evocar y sufrir el fuyente -roce de las cosas, prestándoles la ternura de su propio sentimiento. - -Inconsciente de este raro don, que preside las existencias escogidas -con la facultad doble de gozar y padecer en grado sumo, la muchacha -reconstruye en un momento la dura cuesta de dolores por la cual los -años, los hijos y la miseria torva del país, han derrumbado casa y -heredad en torno de la abuela envejecida. Y una lástima aguda empaña -aquellos ojos, aún sonrientes a la orgía de luz cuajada en el páramo. - -—La vida de Santa Genoveva, ¿la sabes?—dice Olalla con beatitud, -señalando los historiados cromos que circundan las paredes—. Y viendo -que la prima no da señales de conocer el ejemplar relato, apunta sobre -una imagen de pergeño bravío, y añade con edificadora gracia: - -—Este era el traidor Golo... Aquí—indica en otro cuadro—está la -cierva que criaba en el desierto al niño... - -El dedo bronceado va posándose en cada cristal empañecido y roto, y se -detiene a lo largo de una incisión más hundida y más negra, mientras la -voz enunciadora prorrumpe: - -—Están los vidrios llenos de sedaduras... ¡Los rapaces acaban con todo! - -—Vamos, vamos a ver las palomas—pide Florinda con impaciente -actitud—. Pero Olalla la detiene sin prisa ninguna: - -—¡Ah, fíjate! Estas flores las hizo Marinela... - -Las dos primas, altos los ojos y entreabiertos los labios, contemplan -con aire estúpido una malla colgante del techo, labrada a punto de -aguja y teñida de bermellón, toda ornada de trapos vistosos que la -maestra de Piedralbina ha bautizado con el remoquete ideal de «flores». - -—Muy bien—murmura la forastera, sonriendo generosamente. - -Todavía, antes de salir, Olalla abre una puerta primero y otra después, -frente al carasol, para mostrar a su prima dos habitaciones pequeñas, -llenas de trastos, sin ventanas ni lechos. - -—Mira qué atropos—alude señalando los fardeles, seras y alforjas, en -abandonada confusión—. ¡Todo quedó sin arreglar anoche! - -Y a Florinda le parece descubrir en aquellas palabras un aire brusco, -de tedio y de cansancio. - -—Ahora seremos dos a trajinar en casa—responde afable. - -—¿En casa...? Yo aquí no subo nunca; tengo otras cosas que hacer. - -—Pero no sales al campo—dice _Mariflor_ inquieta, a pesar del -convencimiento que tiene en lo que afirma. - -—¿No es campo el caz de agua donde se lava la ropa, y el huerto de las -legumbres, y la cortina de los panes de trigo...? - -Olalla enumera los diferentes campos de sus labores con cierto calor -impropio de su palabra cantarina y premiosa, pero sin asomo de reproche -o lamento, y aun con vaga sonrisa de orgullo y fortaleza. - -—Hay que coser; hay que guisar—sigue diciendo enfática, engreída en -los altos deberes de su destino. - -—¿Y la _Chosca_?—pregunta _Mariflor_ con desolado acento—,¿Qué hace, -entonces? - -—Servir a las caballerías, mujer, y a los bueyes; andar a las aradas -con las obreras y con mi madre; atropar la leña de más fuste... - -—¿También tu madre...? - -—Agora sí—responde Olalla con imperceptible amargura. - -Se han quedado las dos mozas en la última de las habitaciones, frente -al vano del colgadizo, que extiende en la salita un esplendoroso tapiz -de sol. Con el aire tibio, levemente impregnado en aromas de huertos, -humo de hogares y vahos de pesebres, entra el hondo silencio de la -aldea hasta el rincón donde Olalla y Florinda enmudecen de pronto, -atónitas y mustias, entre mochilas y zurrones, enjalmas y capachos... - -Así las sorprende una cadencia ronca y triste, repetida a lento compás -como un latido que sonara a pena. - -—Son las palomas que arrullan—dice Olalla, levantando los ojos. - -—Llévame donde estén—repite Florinda, hablando quedo, como si temiese -turbar con sus palabras el arrullo. - -La toma su prima por la mano, y en saliendo al corredor cierra la -puerta de modo que la más profunda oscuridad envuelve los pasos de las -dos maragatas. Hácense otra vez torpes los de Florinda. - -—¿Por qué cierras?—murmura—. No tenemos ni una chispa de luz. - -—Es que el gato entra al carasol y escarrama las simientes. - -Como si quisiera protestar del mal propósito que la joven le atribuye, -el animal guaya en la sombra, lastimero y humilde. - -—¡Micho...! ¡Micho—ordena Olalla varias veces, espantándole. - -Palpando de nuevo en las tinieblas, dan las niñas en unos gemidores -peldaños, muy hostiles y maltrechos y llegan al desván, oscuro y -ruinoso, lleno de bálago resbaladizo. Una pared de madera y una -puertecilla, resquebrajadas, transfloran dorado resplandor, dividiendo -en dos mitades el local: allí, al otro lado de la medianería, donde -irradia la luz, suena el arrullo. - -Con suave remezón del maderaje, abre Olalla la palomera, y de pronto -Florinda no ve más que la luz, igual que le sucedió poco antes en el -colgadizo. Recorta el alto ventanal un pedazo de cielo que se convierte -en un chorro de sol dentro del libre refugio de las palomas: blandos -nidales, al arrimo de los adobes, cobijan a las hembras en gestación -y a los polluelos temblorosos; y desde cada nido ocupado, entre -esponjadas plumas, se vuelven los ojitos de las aves a mirar con recelo -en torno suyo. - -—¡Qué preciosas!... ¡Cuántas!... ¡Y no huyen!—exclama con embeleso -_Mariflor_. - -—Son medrosicas, pero no se asedan—dice Olalla, prodigando, graciosa, -una caricia a cada nidal—. Y como su prima quiere ver los pichones -en la mano, toma dos chiquitines bajo las alas de la madre y se los -ofrece. Ella los acoge en el delantal, por temor a que se lastimen -entre los dedos, y también porque la retrae de tocarlos un escrúpulo -repentino. - -—En guarrapas son feucos—pronuncia Olalla sonriente; y antes de -volverlos junto a la azorada paloma, los besa y los guarda entre las -dos manos un instante, encima de su corazón, con dulce gesto maternal. -Del regazo de una hembra febril, levanta después un huevecillo cálido y -terso, y se lo acerca a _Mariflor_, anunciando ponderativa: - -—¡Ponen dos todos los meses! - -—Tendréis un bando muy numeroso. - -—¡Quiá, mujer! Se mueren muchas en la invernada, con el frío y la -nieve, y los pichones más llocidos los vendemos para el mercado de -Astorga y de León. - -—¿No te da lástima? - -—¡Como son para eso! - -Florinda se aturde ante la respuesta razonable y fría, que del reciente -beso y el impulso cordial borra la impresión de ternura y oscurece con -raro misterio el alma de la campesina doncella. - -El cariñoso halago al borde del nido dejó adherida una pluma sutil en -el jubón de Olalla: ¿nada más que esta huella deleznable habrá marcado -la amorosa caricia sobre aquel macizo pecho de mujer?... ¿Nada más? - -Lo duda _Mariflor_ mientras, acuciosa, estudia aquel semblante moreno y -gracioso que cierra a toda asechanza de íntima curiosidad los secretos -de un corazón femenino: sellado con una placidez austera, ecuánime y -dulce, un poco triste, el rostro de Olalla Salvadores es un enigma, -la noble máscara de unos sentimientos absolutamente ignorados y -silenciosos. - -Al contemplarla su prima interrogadora, ella dice amable: - -—Voy a llamar a todo el bando. - -—¿Cuántas parejas tienes? - -—Treinta y tres; aquí dentro no hay ni la mitad. - -—¿Y son todas de la misma casta? - -—Abundan las palomariegas; pero téngolas también de monjil, calzadas, -moñudas, reales, tripolinas... - -De un arcón pequeño, separado del piso por toscos bastidores, vierte -la moza en su delantal una porción de cebada y sube ágilmente hasta -la tronera, apoyando los pies en las quebraduras del muro: acodada en -los umbrales, lanza desde allí con voz atrayente y melosa el familiar -reclamo: - -—Zura, zura... zurita... - -Se remecen los nidos en el palomar, y fuera, un lozano batir de alas -azota la luz; en parejas veloces acude el bando entero a picar en -las manos de la muchacha: hay palomas con rizos; las hay con toca, -con moño, con espuelas; las hay grises, verdosas, azuladas plomizas; -algunas lucen el collar blanco, otras el pico de oro, otras las -patas de luto; aquellas los reflejos metálicos en la pechuga, en las -alas, en las plumitas del colodrillo. Todas las distintas variedades -son domésticas, aclimatadas al campo mediante cruces con las castas -silvestres y tributo de crecida mortandad en los bravos inviernos. - -Rozando las mejillas de la joven, las madres anidadas salieron a -comer; ella hace en la ventana un sitio para que se asomen los ojos de -_Mariflor_, y enumera y define la variedad del bando, junto en apretado -racimo de codicias y de temblores. - -Ha trepado la niña forastera hasta descubrir la techumbre muelle y -sinuosa donde las aves, en montón, arrullan y solicitan el sustento. -Pero la prima Olalla, más complaciente aún, discurre: - -—Te las voy a mandar todas a la palomera. - -Y arroja, sonoro, el contenido de su delantal dentro de la estancia. - -Entonces una impaciente agitación de vuelos lánzase a la ventanuca -desde el techado humilde, entre el pecho de Olalla y la cabeza de -Florinda. Salta al suelo la joven para ver más de cerca a las palomas, -y ellas la miran extrañadas, de medio lado, con un ojo nada más, -mientras que alas y picos sacuden en el aire y en el tillado raudas -notas de instinto y de pasión, sorda y ávida música de picotazos, -aleteos y arrullos, donde la voracidad y los amores cantan con gráficos -acentos sus leyes y sus prerrogativas: las hembras, que en el nido -padecen sagrada calentura maternal, han bajado en volandas sus pichones -al ruedo y les incitan a comer, disputando la ración a las glotonas -más tímidas; muéstranse los machos galantes y los padres solícitos, -se colman los buches, se aquieta el tropel, y Florinda, saturada del -perfume bravío que exhala el palomar, seducida por los iris de las -plumas, agitada por las palpitaciones de las aves, ebria de sol y de -placer, siente con ardorosa plenitud la belleza potente de aquella -vida cándida y salvaje, libre y fecunda, que ahora despliega el vuelo -alto y feliz, en parejas de amor, por el llano luminoso y sin tasa, -nuncio de lo infinito... - -En pos de las palomas, los deslumbrados ojos de Florinda tropiezan con -la figura intrépida de Olalla, exaltada allí en la cumbre del palomar, -en el foco de la cruda luz, con el sereno perfil de realce sobre el -índigo raso de las nubes: despide la muchacha al bando con mimosa -delicia; le riñe y le aconseja con familiares voces; su acento casi -infantil, truncado y leve en aquel íntimo soliloquio, se aduna con los -arrullos de las fugitivas y se pierde en el aire manso, que al roce de -las alas se hace sonoro; el pañizuelo de la cabeza, caído a la espalda, -descubre un rodete rubio, apretado y firme, rutilante sobre la nuca -morena, como una corona de sol encima del trigo segal; mírase el cielo -en los claros ojos, de un azul más profundo en esta hora; las rosas -aldeanas en las mejillas arden con calor juvenil; la melada tez luce su -fino vello de sabrosa fruta y muestran los labios, mórbidos y abiertos, -unos dientes, duros, iguales, blanquísimos. - -Toda la figura de la joven, propicia al atavío regional, señora del -paraje romancesco, sublimada por la fortaleza del sol, se yergue -bellísima y extraña, con la silvestre dulzura de una roja flor de -sangre y de salud, con el donaire rústico de la fuerte amapola, -espontánea sonrisa del erial. - -Atónita _Mariflor_, cual si de pronto viera a su prima convertirse en -otra mujer, sólo recordaba de sus recientes emociones la que incendió -el copo de pluma dejando en el jubón de Olalla la estela de singular -caricia. - -Un toque gemebundo y cansado resonó en el palomar desde las -profundidades del edificio, y al romper el silencio estremeció a la -moza ensalzada en la ventanuca. - -Cuando Olalla saltó diligente junto a su prima, parecía que hubiese -perdido en un segundo el trono sublime de la belleza: en el lago azul -de sus ojos ninguna expresión grande navegaba, un leve azoramiento -físico rizaba apenas en las pupilas el sereno cristal; y en la plebeya -boca, el gesto brusco y la placidez ausente daban aire de abandono -y hastío a la maragata rubia. Quizá era su porte demasiado recio -y su cara harto redonda; tal vez los pies y las manos fuesen muy -varoniles... El copo de pluma había desaparecido de su jubón. - -—No te pongas el pañuelo—suplicó Florinda, viéndole hacer un vivo -ademán para cubrirse la cabeza. Y Olalla, realizando su propósito sin -replicar, lamentóse: - -—¡Las diez sonaron; tendré asurada la olla y la lumbre muerta!... - -Detrás de la débil puertecilla quedábanse la luz y los arrullos, -el aroma agreste de los tálamos, la pura libertad de las alas, y -_Mariflor_, a tiendas por los oscuros escalones, apretaba la mano de su -prima, repitiendo: - -—¡Tienes unas trenzas tan hermosas!... ¿Por qué no las quieres lucir? - -—No se usa. - -—Ponemos esa moda tú y yo. - -—Para ti es diferente... - -—Estás mucho más guapa sin pañuelo. - -Se adensaba la oscuridad delante de sus pasos, como si la noche subiera -del fondo de la casa, y un hálito frío sobrecogió a Florinda, recién -bañada en sol. - -Por los penumbrosos corredores del piso bajo hicieron las dos mozas -rumbo a la cocina, grande y poco alumbrada, con el llar humillado y el -suelo de tierra; taburetes de roble, escaño vetusto, ahumados vasares, -mesa «perezosa» y espetera profusa, decoraban la habitación: pendiente -de las _abregancias_, a plomo sobre el llar, esplendía una caldera -enorme. - -Como Olalla se abismase de hinojos, hurgando la lumbre, soplando en la -ceniza y sacudiendo la olla reseca, dijo _Mariflor_, tímida y sonriente: - -—¿Y mi desayuno? - -—¡Cierto!... ¡Si hoy no sé lo que hago!—murmura Olalla, -impacientándose entre los pucheros—. Mira, aquí tienes sopas... ¿te -gustan? - -—¿Sopas?... ¿De qué? - -—De patatas. - -Una salsa con mucho pimentón subía hasta los bordes de menuda tartera. - -—¿Llamáis sopa a este guiso?—preguntó Florinda, colocando otra vez la -tapa con pulcritud. - -—En el falaje de la tierra se dice así. - -—Pero ¡si hubiese otra cosa!—encareció la pobre ciudadana, mirando -alrededor. - -—Del orco de chorizos puedes cortar. - -—No; algo ligero... - -—Chocolate, café ni cosas finas, eso no hay. - -—¿Y un poco de leche? - -—De las cabras, un poquitín para Tomás y Marinela..., pero te daré -parte. - -—No, no; ya pronto es medio día: aguardo así. - -—¿Vas a fambrear, criatura?... ¡Y anoche apenas cenaste!... Los -nuestros guisotes caldudos no te prestan; tú tienes otro enseño, ¡y -aquí todo es tan mísero!... - -—Olalla, de rodillas, levantando entre el humo del hogar su cara -bondadosa, adquirió nuevamente una expresión de cansancio y pesadumbre, -que la envejeció de pronto, hasta semejarse su sonrisa a la de la -abuela. - -—Me gusta todo; ya lo verás—pronunció _Mariflor_ entonces. Y probó -heroicamente la sopa de patata. - -Se aventuró después en las habitaciones que aún desconocía, en el -corral y el huerto, mientras Olalla, trajinadora, atizaba la lumbre con -raíces de _urz_, hundida en la sombra cenicienta y humeante. - -Los tres dormitorios donde se repartían las mujeres y los niños, -tampoco estaban muy aventajados de claridad: pequeños tragaluces -cruzados de rejas, dábanles aspecto de prisión. Las camas, esponjosas -y limpias, lucían sendos rodapiés de colores; era el piso de tabla, -muy pobre el mueblaje, apretado y confuso. Una pieza que llamaban -_estradín_, y que pudiera haber sido comedor, daba acceso al corral -y a la cocina, y más luz a esta última que su ventana, pequeña y con -cristales completamente ahumados, abierta sobre la silenciosa rúa en -disposición contraria a todo intento de atisbo. A la misma fachada -Norte correspondían la puerta principal y los tragaluces de los -dormitorios. Abríanse al solano, sobre el corral y el huertecillo, la -cuadra, corrida y profunda, el _estradín_ y el gabinete de _Mariflor_, -encima se asomaban a la luz el colgadizo, la sala y el palomar. - -Así que en un periquete visitó Florinda las dependencias interiores, -salió a la corralada y de allí pasó al huerto. - -Era verdad que tenían brotes los dos únicos rosales, precisamente -al pie de aquella ventanuca parecida a la de un camarote. Un solo -arbolito, que a la muchacha le pareció un peral, señoreaba el «vergel», -donde las berzas y los repollos, con las demás vulgares hortalizas -caseras, bien cuidadas en simétricos cuadros, erguían el talante -animoso a los rayos del sol. - -A la vera de árbol, un escañuelo convidaba a sentarse, y aunque -las floridas ramas no fuesen muy frondosas, allí buscó la joven un -refugio a su breve soledad; el perfume delicado de la yema en flor, -el verde tierno de la rizosas legumbres, las débiles ondulaciones de -los rosales y, en las pálidas orillas, las flores de la retama y del -escaramujo escalando la sebe, todos los distintos semblantes del huerto -ruín, tuvieron para _Mariflor_ una vida profunda en aquella hora. -Sutiles emociones la turbaron; sobre la pobreza del paterno solar, la -melancolía insondable del país y el oscuro misterio de las entrevistas -existencias, la moza derramaba la ternura de su abundante corazón, con -el firme propósito de amar y de sufrir... ¿Para merecer...? Sí, para -alcanzar una dicha tan alta y tan ilustre que parecía un sueño, un -imposible. Era preciso que ella, _Mariflor_ Salvadores, la niña mimada -y consentida, conocedora de holguras y de halagos, arrostrase, fuerte -y audaz, las privaciones y los sacrificios, para que Dios, en premio, -la nombrara triunfalmente esposa de un artista, musa de un poeta... -¿Por qué lado, por cuál camino milagroso llegaría a libertarla _Don -Quijote_...? ¡Aún no levanta en sus hombros la cruz y ya la pobre -soñadora se impacienta por la redención! - -Hacia el corral se oyeron unos pasos y Florinda estremecióse -alucinante. Era Olalla, que desde el postigo sonrió, diciendo: - -—¡Qué esfrayadica te quedaste, rapaza! - -—¿No vienes? - -—Tengo que rachar unos tánganos, porque la lumbre no quiere arder. - -Y con gesto prometedor, algo pomposo, añadió alegre: - -—Al escurificar, de fijo recibes alguna visita. - -Quedó el anuncio ondulante en el espacio como una loca patraña contada -por el viento. El cual, presentándose de súbito, llegaba jadeando, con -la respiración férvida y mugiente, lo mismo que una bocanada de siroco. - -Se estremecieron en la falda sequiza del bancal las flores de retama -y agavanzo; el hacha leñadora hendía troncos de brezos con premura -al otro lado de la sebe, y algunos cendales de niebla empañaban el -firmamento azul. - -_Mariflor_ pensaba confusamente en la posibilidad de que en aquellas -casas que vió inclinarse bajo techumbres de cuelmo, hubiese cocinas -oscuras y tristes huertecillos y mozas bellas...; quizá, también, gatos -misteriosos y relojes ocultos, que de cuando en cuando hiciesen rodar -en el silencio un gañido tremulante y una campanada rota... - -[Illustration] - - - - -[Illustration] - - - - -VI - -REALIDAD Y FANTASÍA - - -—A la rapaza forastera, ¿la nombráis _Mariflor_? - -—Nombrámosla. - -—Pues tengo para ella una carta aquí. - -Reposadamente, desde su caballo roano, luengo de crines y -hundido de lomos, abrió el hombruco la remendada valija, sacó -un sobre y leyó en él con lentitud: «León.—Señorita _Mariflor_ -Salvadores.—Astorga.—Valdecruces.» - -—Véla—murmuró, dándosela a Ramona. - -Como ésta llamase a la interesada, el tío Fabián Alonso esperó que -saliera, y, a la luz falleciente del ocaso, la miró de hito en hito así -que ella pareció sobre el fondo oscuro del umbral. - -—¡Guapa moza!—pronunció el viejo. - -Se iba, rumbo adelante, cuando volvió de pronto para decir: - -—¿Conociste «allá abajo» a Fermín Paz? - -—¿El tío Fermín, pariente nuestro, que vive en La Coruña? - -—Ese. - -—Sí que le conozco. - -—Es yerno mío. - -—Sea por muchos años—replicó solícita _Mariflor_, rasgando el -sobre con un alfiler—. Y el cartero hizo dar otra media vuelta a su -cabalgadura, que desapareció cansina en el turbio horizonte del camino. - -Ya en los dedos gentiles de la niña temblaba una esquela. - -—¿Es de tu padre?—preguntó impaciente Ramona. - -—Es—dijo la muchacha enrojeciendo al ver la firma—de un señor que -venía con nosotras en el tren. - -—¿Y te escribe? - -—Prometió que «nos» iba a escribir. - -—¿Le conocías? - -—Le conocí entonces... - -Quedóse Ramona seria, un poco ceñuda. Era una mujer áspera, fuerte y -triste; contaba apenas cuarenta años, y si alguna vez gastó hermosura -no conservaba de ella el menor vestigio; tenía los senos derribados y -marchitas las facciones: seca y dura de miembros, alta y silenciosa, -inspiraba a Florinda un invencible temor. - -Sin saber qué actitud adoptar, con la carta entre las manos, fué la -moza alejándose poco a poco por el pasillo. Ya en su aposento, de -pie sobre una silla para recibir la muriente claridad de la empinada -ventanuca, leyó la esquela, que empezaba en prosa con mucha galanía, y -terminaba en verso, enamorado y sutil. Decía de esta suerte: - -«_Mariflor_ preciosa: ¿Se acuerda usted de nuestra dulce amistad? ¿Se -acuerda usted de nuestra triste despedida? Una semana ha transcurrido -desde entonces y aún se me resiste la certidumbre de aquel encuentro -dichoso, de aquella brusca separación. ¿Fué realidad o fantasía? De -ambas cosas se vale el amor para rendirnos: los grandes amores son el -hallazgo en la realidad de las venturas imaginadas. - -»Dormida la conocí, _Mariflor_, y aún me parece, cuando cierro los -ojos, que la veo dormir, que «la siento» soñar. Usted y el sol -amanecieron a un tiempo en la divina mañana de nuestro viaje; pero -aunque fué tan hermoso el despertar del día, vi que era usted mucho más -bella que la aurora. Bendito el sueño aquél y bendita la jornada que me -hicieron gozar de una alborada tan espléndida. ¡Qué símbolo más noble! -La vida es viaje y sueño: el amor despertar, amanecer... - -»Y volver a vivir lo ya soñado y prometido. Quizás en vez de un -hallazgo sólo sea un reconocimiento. La imagen de usted se me reproduce -en la memoria como trasunto de otra imagen: la de una niña que en la -playa de Vigo conocí hace años y a quien por rara sugestión no he -podido olvidar. Escríbame usted diciendo si se acuerda de haberme visto -antes de ahora; si presiente que nos volveremos a ver pronto. Yo la -escribiré mucho, si usted me lo permite; la mandaré muchos versos; iré -algún día a Valdecruces... - -»No es nueva, no, nuestra amistad: el nombre de usted, su voz y su -semblante despiertan en mi alma el recuerdo de otra dulce entrevista, -las sensaciones imborrables de otro feliz encuentro... - - Tal vez un día en la niñez dichosa - me miraste, al pasar, como una hermana... - ¿No eras tú aquella niña primorosa, - morenita y gitana, - que me besó en la frente, y en mis cabellos rubios - puso sus manos blancas? - ¿No te acuerdas?... Riendo me dijiste - al darme el beso aquel: ¿Cómo te llamas? - Y al escuchar la blanda melodía - de tu pregunta, me nacieron alas, - sentíme ciego de emoción, y el cuento - de mi junquillo se tornó en aljaba. - Y una voz en los aires repetía: - —Soy el amor que pasa, - el niño amor que encontrarás un día - tras de las tempestades de tu alma... - -Sobre la última frase feneció la luz con tales agonías, que _Mariflor_ -leyó el nombre del poeta sólo con el pensamiento, cerrando lentamente -los ojos atormentados en la lectura por la escasez de claridad. Bajo -las pestañas espesas tornáronse entonces visionarias las pupilas, -y persiguieron en remoto confín la figura de un niño ledo y rubio, -con alas y linjavera como el dios amor. ¿Era Rogelio Terán? ¿Era -una cándida imagen de la fantasía, un recuerdo traído a la tierra -misteriosamente desde otro mundo, desde otra existencia olvidada -y oscura? ¿Tornaría alguna vez el viajero para llevar consigo a -_Mariflor_? - -Clara luz de estas firmes ilusiones era la visión continua de unos ojos -azules, pensativos y ardientes... Tenía Florinda la certeza de haberlos -contemplado desde el fondo de su alma, no una vez sola, sino muchas, al -través de toda su vida, quizá en la cara apacible de un niño rubio, en -el semblante audaz del mozo marino que tantos días la miró en el muelle -coruñés, en el rostro varonil del viajero artista que la dijo tristezas -y amores con fina voluntad una mañana...; ¿dónde, dónde había visto -muchas veces aquellos ojos claros y profundos? - -—¿Estás aquí?—preguntaba Marinela entrando pasito. - -Escondió Florinda el billete en el jubón y tendió a su prima la mano -respondiendo negligente: - -—Aquí estaba... - -—¡Qué tenebregura! No te veo. - -Entonces _Mariflor_ se hizo buscar, agazapada y juguetona, hasta que la -chiquilla, zarandeándola suavemente, murmuró contenta: - -—No me espasmas, no—. Y su voz infantil adquirió grave acento para -anunciar:—Ahí está don Miguel, que viene a visitarte. - -Había quedado la témpora de Sur; el ábrego caliente zumbaba en -la llanura y plegaba sus ropajes sonoros contra los hormazos de -las «cortinas» y los adobes del caserío: desde el pajonal de las -techumbres, el bálago, dócil, tendía en los aleros su despeinada -cabellera rubia. - -En el _estradín_, la tía Dolores y Ramona recibían cortésmente al -párroco de Valdecruces, mientras Olalla en la cocina daba de cenar a -los niños. La comunicación con el corral estaba abierta como en el -estío, y el quinqué de petróleo, encendido en honor del señor cura, -ardía resguardándose del viento, cuyas ráfagas ondulantes henchían en -pompa el arambel de la puerta, resto sin duda de más prósperas jornadas. - -En rústico sillón, ni cómodo ni firme, se aposentaba junto a la camilla -don Miguel Fidalgo. Era un sacerdote mozo y arrogante: recién terminada -su carrera había recibido la parroquia de Valdecruces, hasta que un -concurso le permitiese ganar en oposición otra más lucratitiva y bien -dispuesta para lucir sus dotes, las cuales eran muchas y raras. - -Cursó este joven sus estudios en aquel seminario famoso donde se -alcanza autoridad preponderante en las sagradas letras: fué seminarista -en Villanoble, cuyas aulas, al decir de obispos y teólogos, suplen a -las célebres escuelas de Roma. - -Tenía don Miguel los ojos pardos, de color de canela, grandes y -bondadosos. No era de esos curas tímidos que miran a las mujeres de -soslayo, con una cortedad invencible, muchas veces por los hombres -malignos interpretada como hipocresía; él miraba a mozas y a viejas -en los ojos, con los suyos serenos y muy dulces; hablábales con -cariño, mezclado de triste y profunda compasión, y lo mismo su frase -alentadora que su mirada penetrante, gozaban el privilegio de remansar, -como dentro de un lago, las aguas pacíficas de la mansedumbre, en la -llanura abierta y desolada de aquellos corazones femeninos. Al igual -de los ojos, todas las líneas del rostro y continente denotaban, con el -apellido, la hidalguía de don Miguel. - -Al entrar _Mariflor_ en el _estradín_ la miró el sacerdote muy -despacio, y sus claras pupilas se detuvieron mucho en la inquietud -que revelaron las de la moza, ya extasiadas en sutiles arrobos, ya -impacientes en vagas incertidumbres, mudas o locas, siempre febriles y -palpitantes. Los ojos de aquella mujer le dejaron al cura algo perplejo. - -Rodó ceñida y afectuosa la conversación, durante la cual hizo el -párroco a la forastera no pocas preguntas, para sacar en limpio que a -la niña le gustaba Valdecruces, «aunque todo le parecía allí un poco -triste»; que esperaba buenas noticias de su padre, y que admitía con -carácter de provisional y poco duradera su estancia en el pueblo. - -Esto último no lo dijo Florinda claramente, ni tal vez lo pensaba de un -modo definitivo y razonado; era una esperanza que su ingenuo palique -dejaba traslucir en la prolongación suave de los silencios, al separar -las palabras con hilos invisibles de ilusiones, en la rara dulzura -de las frases tendidas con secreto placer hacia lontananzas alegres, -y, sobre todo, en la audaz palpitación de las pupilas, centelleantes -o adormiladas, pero reveladoras de un tumulto de visiones, como esas -aguas oscuras y fuyentes de los ríos norteños, donde nubes, luna y -estrellas, galopan con arrebato en las noches apacibles. - -Atento el sacerdote a estas recónditas particularidades, no parecía -desconocer en absoluto en qué bancos y quebraduras del corazón humano -suelen embravecerse o desmayar las silenciosas aguas del sentimiento, -antes de asomarse a los ojos, imaginarias y calenturientas; si no -acertó que Florinda guardaba en el jubón un mensaje amoroso, no anduvo -lejos de sospecharlo. - -Ella, por su parte, aprendía cómo aquel tío suyo, que adoleció del -pecho en Villanoble, estudiaba en el Seminario con don Miguel, y siendo -ambos nacidos de la misma tierra castellana, la juvenil amistad que -establecieron duró firme entre la familia del estudiante difunto y el -que, con el tiempo, se vino a convertir en párroco de Valdecruces. Y -pensó la niña entonces, con acelerada emoción, que aquel cura sonriente -y afable conocería, de seguro, los azules ojos, tristes y lejanos, que -la hacían soñar... - -Entró Olalla con paso macizo, volviendo atrás la cabeza para decir: - -—¡Vamos! Dad las buenas noches. - -Los rapaces se acobardaban zagueros, arrastrando los pies. - -Pedro, el mayor, venía delante, con la cabeza gacha y el rostro -encendido; era un zagalote de trece años, robusto y humilde, sin -sombra alguna de malicia en los garzos ojos; tenía las facciones -vulgares, sollamada la piel y el cabello rubio; una expresión de bondad -ennoblecía su cara al sonreir. - -Los dos pequeños llevaban también la frente sumisa, y ambos la mano -derecha entre la boca y las narices. Les sacudió su madre un cachete a -cada uno en los dedos pellizcadores, obligándoles a levantar la cabeza. -Y mostraron, con abrumadora timidez, las pupilas cambiantes entre el -gris pálido y el azul desvaído; las líneas del rostro, ordinarias -como las de Pedro; la cabellera dorada y fosca; el color saludable y -atezado, y una graciosa candidez en la cobarde sonrisa. - -Vestían los tres con pobreza, sin nota alguna regional los varones. -La niña llevaba un refajo rojo hasta el tobillo, como las mujeres -del país lo usan también para las faenas campesinas, un jubón pardo -y un delantal de cretona; a la espalda le caía un pañuelo, sin duda -destinado a cubrir la cabeza. - -—Ya sé, ya sé—les dijo el señor cura acariciándoles—que cantáis el -himno del Sagrado Corazón muy lindamente. - -Volvieron a ocultarse las caritas de Carmen y Tomás, y las manos -hurgoneras volvieron hacia el frecuentado camino de las narices. Se -repitieron los mojicones de Ramona, empeñada en conseguir que los niños -hablasen a don Miguel mirándole de frente, «como Dios manda». Pero -Carmen no dijo «esta boca es mía», y el nene rompió a llorar. - -—¡Mostrenco! ¿No te da un rayo de vergüenza?—decía la madre -zarandeándole brusca—. ¿Es propio de la hombredad llorar así? - -Mientras el párroco aseguraba, conciliador, que Tomasín y Carmen eran -unos coristas sobresalientes y que en el mes de junio entonarían en -la iglesia el himno con los demás colegiales, inclinóse Olalla sobre -su hermano hasta quedar casi de rodillas en el suelo; le atrajo, le -secó las lágrimas y otras humedades afines, y le hizo a «escucho» una -promesa. - -—¿También a mí?—murmuró Carmen callandito. - -—A los dos—aseguró la hermana, rodeando el talle de la niña con el -otro brazo. - -Y _Mariflor_, al ver un instante ambas cabecitas inocentes refugiadas -con regalo en el seno de la moza, recordó al punto aquella dulce -caricia en que el pichón recién nacido perdiera un copo de pluma... - -—Van a cantar—anunció Olalla, levantándose alegre. Y ella misma -colocó a los niños cara a la pared sin que nadie más que la forastera -se asombrase de la extraña actitud. Así cantaron, mirando al suelo, de -espaldas al auditorio: las voces tiernas, impregnadas de rubor y de -humildad, tenían un entrañable sentimiento alabando al divino Corazón -de Jesús; al truncarse en los acentos infantiles, el himno, más que -lauro, semejaba una tímida querella. - -Volvióse el cura hacia _Mariflor_ para explicarle: - -—Aquí los niños son tan vergonzosos, que siempre cantan o recitan sin -que se les vea la cara. - -Muda de asombro y de emoción asintió la joven con una sonrisa. Y en los -ojos claros de don Miguel quedó temblando como en un espejo la imagen -de aquella femenina sensibilidad, insólita en el _estradín_ de la tía -Dolores. - -Sin embargo, allí cerca se bañaba en ansiedades el corazón de -otra niña, mas en tan sagrativo silencio, que ni el mirar ni el -sonreir delataban en el rostro de Marinela emociones ocultas. Y fué -verdaderamente sugestiva la prontitud con que el sacerdote se volvió -hacia la zagala buscando en las ondas latentes del sentimiento el -rastro febril de aquel espíritu. - -Ya los nenes habían terminado su canción y dicho «buenas noches» en voz -queda, como un soplo: besaron los tres la mano del cura y se fueron a -dormir escoltados por Olalla. - -Mecíase la abuela al compás de un leve ronquido, acurrucada en su -escañuelo, con los brazos cruzados y la frente caída hacia adelante. -Ramona había cabeceado con disimulo al son del himno devoto. - -El párroco, fijos los ojos en Marinela, preguntó: - -—¿Qué me cuentas tú? - -—Nada, señor—apresuróse a responder la niña—. Pero la madre, -espabilada y pronta, se lanzó a decir: - -—Regáñela, don Miguel; vea cómo enmagrece, amarrida y tribulante como -si la hubieran maleficiado. - -—¡Si estoy buena!—balbució muy confusa la zagala. - -—Diga que miente—siguió diciendo Ramona, puesta en pie, agria y -rústica, manoteando junto a la mozuela, que temerosa se empequeñecía -en su rincón—. Diga que le va a costar muy cara la libredumbre en -que vive; ya con los quince años cumplidos no la podemos sacar de la -escuela sin que llore, ni sabe hacer más que embelecos de flores y -puntillas: ha de casarse sin ánimos para gobernar los atropos de una -casa, cuanti más para salir al campo... - -—No será menester—interrumpió el cura blandamente. - -—Píntame que sí—repuso la madre—. Y luego, menos iracunda y más -triste, añadió:—Esas caminatas a Piedralbina le hacen mal, señor; -la comida trojada le da secaño, y por la tarde llega con trueques y -sudores como si fuera a morirse. Mírela cómo desmerece: poco le halta a -Carmica para abondar tanto como ella. - -Era cierto; la pobre zagala, menuda y gentil, parecía doblarse al peso -de pertinaz quebranto, y la palidez de sus mejillas daba la conmovedora -impresión de esas rosas tenues que esperan el viento de la noche -para deshojarse. El color claro de los ojos celtas era casi verde en -los de esta niña, y ofrecía matices profundos, como aguas de mudable -coloración que reflejan los tonos distintos y movibles del follaje. -Perfecto el óvalo de la cara, prestaba una dulzura angelical a todas -las facciones de Marinela, no muy finas pero armoniosas y subrayadas -por la singular expresión de la sonrisa, rictus amargo y dulce al mismo -tiempo, sorprendente en aquella boca infantil, llena de candor. El -traje de maragata, adulterado y tosco, parecía oprimir con fatiga el -débil cuerpecillo y derrengar las caderas con los pliegues abrumadores; -bajo el pañuelo ceñido a la frente se desfallecía, igual que mies -en sazón, una cabellera pesada y rubia como el oro: toda aquella -incipiente doncellez tenía un flébil aroma de fracaso, una tristeza -inexorable a los estímulos de la juventud. - -—Yo bien quisiera darle pan dondio y otros aliños—decía Ramona, -áspera y conmovida la voz—; yo bien quisiera dejarle hacer su gusto; -pero en casa, dentro de la pobreza, tendría más descanso y más cuido; -el puchero estovado, la solombra gustable... Mire: sémblase ya a la -otra rapaza que adoleció de una manquera, triste y sin remedio, a los -mismos quince años. - -Y adelantándose la mujer, alzó con la mano la barbilla de la joven. - -Deseando el cura remediar el oscuro desconsuelo de la madre, dijo con -sutil agasajo: - -—A quien se parece es a su prima _Mariflor_. - -—Esa está acrianzada de otra manera—respondió Ramona con cierta -acritud. - -Don Miguel, levantándose para despedirse, hizo prometer a las dos -niñas que al día siguiente, domingo, después de misa mayor, irían a -verle: necesitaba hablar mucho con Marinela, y un poquito, también, con -Florinda. - -Rebullóse la abuela y masculló unas frases devotas: hablaba al -sacerdote con mucho respeto, como si no le hubiera conocido estudiante -rapaz. - -Acudió Olalla, requerida por su madre, y todas juntas escoltaron al -huésped hasta la puerta de la corralada, la más próxima a la vivienda -del párroco. - -Cálida era la noche, y un amago de tempestad mugía en el aire fuerte -y oloroso, hurtador de bravíos perfumes al través de la rotunda -paramera, de los huertos en flor, de las «aradas» abiertas en surcos de -esperanza, o fecundas en la tardía preñez de los morenos panes: en la -comba del cielo aborregado, brillaba una estrella. - -Antes de salir, cuando ya gemía el portón, preguntó don Miguel con -alguna zozobra si había noticias de Buenos Aires. - -—No las hay—dijeron a coro las mujeres. - -—Cuando mi padre arribe, escribirá a menudo—añadió Florinda -alentadora. - -—Sí; el señor Martín ha de tranquilizarnos—dijo el cura insinuante, -al otro lado del umbral—. Y la capa henchida por el viento en la -sombra, envolvió al joven apóstol en una nube negra a lo largo de la -rúa... - - * * * * * - -Acostumbrado ya el oído a los grandes silencios de Valdecruces, -Florinda percibió en la casa unos apagados rumores, apenas, al día -siguiente, se asomó la aurora al ventanillo del camarín: poco antes -habían cantado, con estridente son, un gallo y una campana. - -Vistióse la moza con mucha diligencia y se arriesgó audaz en la -penumbra del pasillo. Al verla entrar en la cocina, le preguntó Olalla, -atónita: - -—¿Por qué madrugas tanto? - -—No he podido dormir, y quería hablarte pronto. - -—¿Hablarme? - -—Sí; para que me cuentes muchas cosas que necesito saber. - -—¿Cuálas? - -—Espera. - -Había una grave resolución en el ademán contenido de Florinda, que -llevaba las trenzas colgando, el jubón entreabierto y una ligera -palidez de insomnio en el semblante. Prestó oído a un agudo reclamo que -sonaba hacia el corral:—¡Pulas!... ¡Pulas!... - -—Es mi madre que llama a las gallinas para darles el cebo—dijo Olalla. - -—¿No irá a misa con la abuela, ahora? - -—En cuanto den el segundo toque. - -Como evocado por aquel aviso, el bronce de la parroquia volvió a tañer; -al propio tiempo un gallo volvió a cantar, y en el cansado reloj de la -abuela gimieron cinco profundas campanadas. - -Abrióse la puerta del _estradín_ y un bulto macizo se perfiló en la -claridad: era la _Chosca_, que, en el escaño donde dormía, entre un -cobertor y una albarda, buscó su delantal y su pañuelo. - -Poco después las tres mujeres tomaban el camino de la iglesia. Y en -cuanto _Mariflor_ las sintió salir, dijo a su prima, que aguardaba -curiosa: - -—Cuéntame: ¿es verdad que «no tenemos» con qué darle pan tierno a -Marinela?... ¿Es verdad que somos tan pobres como tu madre dice?... -¿Que tendremos que acudir a labrar las aradas como las más infelices -criaturas? - -—¿Infelices?... ¿Pan tierno?...—repitió Olalla, con sonrisa aparente -y boba. - -—No te rías, mujer. Dime si de veras somos tan desgraciadas. - -—Gastando salud...—arguyó la campesina con ambigüedad. - -—Es que Marinela no la tiene. - -—Ni mi padre tampoco; y hace más de tres años que no manda dinero. El -tío Cristóbal se va quedando con las hipotecas... Ya casi nada de lo -que ves nos pertenece. - -—¿Ni la casa? - -—La casa... entadía sí. Pero sobre ella debemos no sé cuanto. - -—Yo he venido engañada—murmuró con angustia _Mariflor_—. Yo supe que -la abuela se había empobrecido, pero no que estuviese en estos apuros. -Mi padre tampoco lo sabía; él no quiere que salgamos a trabajar; él nos -dejó dinero... - -Aferrábase la moza al paternal apoyo, rebelde contra las fieras -asechanzas de la desventura. Y oyó con espanto que confesaba su prima: - -—Cuando llegasteis, la abuela se lo dió todo al tío Cristóbal. - -—¿Todo? - -—Y aún no llegó para saldar los réditos. - -—Mi padre—repitió la muchacha, crédula y fervorosa—mandará más en -seguida. - -—¡Pero, en el inter!...—lamentóse Olalla, como si de pronto, -encruelecida, no quisiera dar tregua ninguna a tales ilusiones. - -Sintiendo rodar sus lágrimas, cubrióse _Mariflor_ el semblante con las -manos, trémulas y gentiles. - -—¿Lloras?—dice la aldeana con pesar—. No tienes sufrencia, tú que -saldrás luego de estas agruras... - -Y como nada responde _Mariflor_, añade persuasiva: - -—Tendrás un marido haberoso... - -—¿Un marido? - -—¿No te vas a casar este verano? - -—¿Yo?... ¿Con quién? - -—¿Con quién ha de ser, rapaza? - -—No, no; te equivocas. - -—Pero, ¿no sois gustantes Antonio y tú?... - -—¡Si no le conozco! - -—Es tu primo, criatura. - -—Aunque lo sea. - -—Deportoso y bien fachado. - -—No le quiero. - -—¿Qué dices? - -—Lo que oyes... Olalla, escúchame: a mí me gusta un poeta... - -Los ojos azules se dilatan en asombro inaudito, mientras _Mariflor_ -seca su llanto y refiere, con viva luz en las pupilas: - -—Es un caballero que vino con nosotras en el tren. - -—¿Le conocías?—pregunta Olalla lo mismo que Ramona había preguntado. - -—Le conocí entonces... He recibido ayer una carta suya; ¿te lo dijo tu -madre? - -—Ni palabra. - -—Pues me la dieron delante de ella, y parece que se disgustó conmigo; -acaso debí enseñársela... No me atrevo; tu madre no me quiere mucho. - -—Sí, mujer, te quiere; es ella de ese modo: ha perdido el humor con la -muerte de sus hijos y la ruina de la hacienda. - -—¿Y debemos mucho al tío Cristóbal?—averigua _Mariflor_, otra vez -afligida. - -—Dímosle en caución la casa por el último préstamo, y aún no le -hemos pagado todos los haberes... A la abuela le queda, suyo, cuatro -hanegadas, dos parejas, la cortina y el huerto. - -—¡Qué poco, Dios mío! - -—¡Si de «allá» mandasen!... - -—Sí; mandarán—aseguró Florinda con fe—. Pero, una cosa se me ocurre: -¿por qué no acudisteis a Antonio antes que al tío Cristóbal? - -—Porque no vive el tío Bernardo, y la viuda ya sabes que es avarienta -y no nos tiene ley: quiere casar a su hijo con otra, contando que tú -tienes caudal; conque, ¡si se entera de que estamos todos pobres!... -Luego que os caséis, ya es diferente... - -—¡Si yo no me caso con Antonio!—repitió Florinda, ceñuda, bajo la -vibración de su briosa voluntad. - -—¿Hablas de veras?... ¿Vas a coyundarte con un forastero? - -—Con uno que me guste. - -—Será hacendado—repuso Olalla con aplomo. - -—No lo sé, ni me importa. Tiene un mirar que penetra en el corazón, y -sabe escribir libros. - -—¿En romance? - -—De todas las maneras. - -—Eso parece cosa de trufaldines—murmura la campesina con desdén. - -—No te entiendo. - -—De figurones, los que hacen las farsas por «ahí»—, y el despectivo -ademán de la moza se extiende amplio, como si pretendiese abarcar el -mundo que se explaya fuera de Maragatería. - -—¡Qué sabes tú!—arguye _Mariflor_, también desdeñosa—. Mas, de -repente, reprime su orgullo y gime desalada:—¡Ayúdame, por Dios! - -La prima no se conmueve; absorta, alza los hombros, como si no -entendiera aquel lenguaje vehemente y dulce. - -—¡Olalla, no me abandones!—suplica _Mariflor_ con las manos juntas. - -—¿Pero qué, rapaza? - -—No te enfades conmigo tú también; no hables nunca de que me case con -Antonio. - -—En ese entonces, nos abandonas tú... - -—¿Cómo? - -—Sí; con la boda—dice Olalla, elocuente de pronto, lógica y -persuasiva—, la situación de la abuela podía mejorar, salvarse, y la -nuestra lo mismo; saldríamos todos de este sofridero. - -—Mi padre nos salvará—interrumpe Florinda. - -—A eso fué el mío, y... ¡ya ves!—protesta la aldeana—estamos cada -día peor. Y con este malcaso tuyo... ¡tendrá que venir la santiguadora -a desbrujarnos! El primo—añade, viendo a la rebelde aturdida—había de -tenerte como a una visorreina... Manejarías a rodo los caudales... - -—¿Tiene tanto?—pregunta _Mariflor_ maquinalmente. - -—Un multiplicio de capital que pasma. - -—Pues si es rico y es bueno, a pesar de su madre, nos querrá -favorecer... aunque yo me case con otro. Se lo pediré yo; se lo pediré -de rodillas. - -La maragata rubia mueve la cabeza con incredulidad. - -—Es un mozo correcto y caballeril—afirma—; pero, si rompes la boda, -nos dejas a la rasa. - -—¡Cásate tú con él!—prorrumpe _Mariflor_. - -—Con mis padres no pactaron los suyos; a mí no me quiere—dice Olalla, -con la voz empañecida y el semblante arrebolado. - -Y en el silencio penoso que se establece entre las dos mozas, una -campanada hace vibrar su metálico temblor. - -—¡Las cinco y media!—balbuce Olalla, casi con espanto—. Tengo que -hacer la lumbre y los almuerzos. - -—Váse hacia el llar con impulso repentino, pero _Mariflor_ la detiene, -la abraza por la cintura, y, mirándola en los ojos con afán indecible, -implora otra vez: - -—No me abandones; tú me puedes ayudar mucho. - -—¡Ten compasión de mí! - -—Y tú—repite la campesina—, ¿la tendrás de nosotros? - -—Sí; te lo juro: trabajaré contigo, haré lo que me mandes, seré fuerte -y resignada. - -—Pero... ¿la boda?... - -—¿Con el primo?... No, no... Yo buscaré por otro lado la salvación -de la hacienda, si de mí depende que la perdáis: quiero haceros mucho -bien; y tú, en cambio, serás la protectora de los amores míos... ¿Lo -serás? - -Con tanta dulzura se posan las meladas pupilas en los ojos azules, con -tales inflexiones de cariño y vehemencia dice la voz suplicante, que -Olalla, incrédula todavía, transige un poco: - -—¡Si por otro camino no pudieras valer! - -—Sí, sí... haré un milagro. - -—¡Qué aquerenciada estás, criatura!—exclama la campesina, sonriendo -al fin. - -—¡Ya te pusiste contenta!... ¡Cuánto te quiero! Ya eres otra vez mi -amiga, mi hermana... ¡qué alegre estoy, a pesar de todo! - -Y _Mariflor_, con los ojos llenos de llanto y la boca llena de risa, -añade en íntimo «escucho»: - -—Te enseñaré la carta: ya verás qué preciosa escritura. - -—Tengo que hacer la lumbre—insiste la prima. - -—Luego la leeremos callandito. Ahora mándame algo: a ver, ¿qué quieres -que haga? - -—No, mujer; necesitas alindarte para la misa mayor. - -—Como tú; primero he de trabajar en cosa de fuste, que te sirva de -alivio. ¿Qué hago? Dime. - -Ante una insistencia tan ferviente, concede Olalla: - -—Sube a cebar las palomas. - -Y cuando _Mariflor_ corre, satisfecha del mandato, la maragata rubia -insinúa con tímidez: - -—Hay que limpiar la palomina de los nidos, del suelo y las -alcándaras... - -—Todo, todo en un periquete—responde ya de lejos la dulcísima voz. - - * * * * * - -Mas la promesa de Florinda no fué tan cumplidora en prontitud como en -esmero, porque así que la joven se halló en el palomar, sintió mucha -sed de aire y de luz y trepó a saciarse, de bruces en la ventana. Ya -las palomas la conocían y acordaban arrullos para ella. Tendióles sus -dos brazos _Mariflor_, ebria de un loco impulso de abrazar, triste -y feliz, rebosante de angustias y esperanzas. Todos los familiares -infortunios subían en marejada tempestuosa a estallar en su pobre -corazón, apasionado y ardiente. Exaltada por el nuevo sentimiento que -albergaba en él, la niña admitió fácilmente la idea de que su destino -en aquella casa fuese el de redentora; imaginó que Dios ponía en sus -frágiles manos el timón de la nave familiar, sin rumbo en la miseria -del país. Y abrazando en las mansas palomas a su naciente amor, creyó -en el milagro que esperaba para salir triunfante de su arrebatada -empresa. Otra vez la silueta confusa de un Don Quijote singular, con -lentes y aljaba, se adelantó en el campo de la más abundante fantasía, -para ofrecer liberaciones, paz y venturas a la muchacha en un mensaje -que empezaba así:—_Mariflor preciosa..._ - -El repetido golpe de un bastón sobre la tierra y el cascajo de una -tosecilla en la calzada, sacaron a la moza del ensueño y, empinándose -en su observatorio, vió pasar renqueante a la tía Gertrudis, una vieja -con fama de bruja, la primera persona ajena a la familia a quien -_Mariflor_ conoció en Valdecruces. Fué la tarde en que Olalla había -anunciado que llegarían visitas al «escurificar»; apenas sonó en el -portón una recia llamada, corrieron a abrir, y cuando en el umbral -preguntaron con voz rota por la forastera, una ahogada exclamación de -miedo acogió a la tía Gertrudis. - -—Es la bruja—musitaron los nenes al oído de Florinda—; espanta la -leche de las madres y hace mal de ojo a las zagalas. - -—Eso no se dice, es pecado—protestó Marinela, palideciendo a pesar -suyo. - -Y Olalla, con el ceño fruncido y el aire hostil, abrevió la visita todo -lo posible. - -Antes de marcharse, la vieja, después de hacer muchas preguntas a -_Mariflor_, acercóse a mirarla de hito en hito. - -—Para dañarte—murmuró Pedro. - -—Porque es ceganitas—disculpó Marinela. - -Y la mujeruca, présbita y sorda, encorvada y jadeante, masculló una -trémula despedida en el hueco sombrío de su boca sin dientes. - -Cuando hubo desaparecido, contó Marinela que la tía Gertrudis, siendo -moza, quiso casarse con el abuelo Juan, y como él y su gente la -desdeñaron y ella no halló marido, dieron en decir que por venganza les -hacía mal de ojo, que por ella al tío Juan se le morían los hijos y -hasta los nietos picados del «arca», allí donde apenas se conocía esa -terrible enfermedad... - -—Del andancio de las reses y de la quebrantanza de las cosechas -también tiene la culpa—añadió Pedro, rencoroso. - -Y Marinela repitió apacible: - -—Don Miguel ha dicho que es pecado creer eso, que sólo en broma se -puede hablar de brujas. La tía Gertrudis—añadió la zagala con benigno -elogio—no se mete con nadie; ¡es tan pobretica y tan vieja!... Sabe -historias de aparecidos, de príncipes y santos, y en los filandones -divierte mucho a la mocedad... - -Evoca Florinda tal escena al paso torpe de la quintañona, y mientras -se extingue el soniquete de la cachava a lo largo de la calle, remueve -la niña en tropel los recuerdos de todas las desventuras que derrama -el destino sobre la descendencia del tío Juan: miseria, expatriación, -enfermedades, muertes... - -Aquel primer homenaje que recibió en Valdecruces, a media luz, entre -miradas insidiosas y frases oscuras, lo recuerda _Mariflor_ como un -augurio que la hace estremecer. Huye de seguir contemplando la sombra -enemiga que aún se columbra en la calzada, y atisba el horizonte en -persecución de otra más dulce imagen. - -Una niebla morada baja del cielo o sube del erial, borrando límites -y extensiones, ofreciendo viva semejanza con las brumas del paisaje -marino en turbias mañanas de cerrazón. - -Rechazada Florinda por la esquivez de aquel semblante, vuélvese a -buscar el apetecido resplandor alegre dentro de la propia alma; y -derramando su crecida exaltación en delirio de frases, dirige un devoto -discurso a las hermanas palomas, al hermano viento y al ausente padre -sol. - -En la borbollante plática que fluye de los rojos labios como un río -de miel, se mezclan improvisaciones ajenas a la brisa, a la luz y a -las aves; palabras inseguras, balbucientes, en las que se esconde y -torna la enamorada voz, para componer el trozo ingenuo de una epístola, -divagando así: - -—«Muy señor mío...» (No; es poco...) «Amigo inolvidable...» (Es -mucho...) «Estimado...» (¡Uf, qué cursi!... El encabezamiento ya -lo discurriré...) «Recibí su carta...» (Bien; todo esto es fácil. -Después): «Tengo idea de haber encontrado en Vigo un nene muy mono con -los ojos azules y el pelo rubio: llevaba alitas y flechas, y nos dimos -un beso...; ¡pero me parece que era en carnaval!... De todas maneras, -yo le he visto a usted en alguna parte: haré memoria... Con mucho -placer recibiré sus cartas y puede usted venir cuando guste. Aquí hay -un cura que estudió en Villanoble y a quien debe usted de conocer: se -llama don Miguel Fidalgo. Los versos, muy preciosos. Sin más por hoy, -se repite de usted amiga y servidora...» - -Al través de las perplejidades y temores, el gozo y la esperanza -alumbran el semblante de la niña. - -Y rota de repente la niebla, álzase ardiendo el sol en la llanura como -hostia gigante sobre un ara colosal. - -[Illustration] - - - - -[Illustration] - - - - -VII - -LAS SIERVAS DE LA GLEBA - - -EL «crucero» es un punto céntrico del lugar, donde convergen cuatro -calles, anchas y silenciosas, de edificios ruines con techados de -cuelmo, pardos y miserables como la tierra y el camino: una gran cruz -labrada toscamente, ceñida en el suelo por un amago de empalizada, -corrobora el nombre de la triste y muda plazoleta. - -Por allí pasa _Mariflor_ tempranito en esta mañana azul y blanca del -mes de Abril: va la moza vestida con el mismo traje vistoso con que -llegó a Valdecruces hace pocas semanas; pero no es tan fino su calzado -como aquel que traía, ni es tan lindo el pañuelo de su talle. - -Camina muy diligente al lado de la abuela, que disimula sus «tres -veintes» y diez años más—como ella dice—siguiendo con tesón el paso -firme y ligero de la niña. - -Al tomar ambas una de las cuatro calles, en el cruce, un zagal se -aparece por la otra, silbando, con la cabeza gacha y el andar perezoso. - -—Es _Rosicler_, abuelita—advierte la muchacha. - -Levanta la voz y acorta el paso la vieja para decirle: - -—Dios te guarde. - -—Felices, tía Dolores y la compaña—contesta el mozalbete—. Y se para -en seco, turbado y rojo, con visibles afanes de añadir al saludo alguna -cosa. - -Es un maragato que contará hasta diecisiete primaveras, cenceño, de -regular estatura, ojos garzos, tez soleada y boca infantil; tiene el -genio cobarde, el humor alegre, la inteligencia calmosa y el corazón -sano: le llaman _Rosicler_ porque era desde niño risueño y galán. - -—Mucho se madruga—declara al cabo de sus vacilaciones, que hacen a la -doncella sonreir. - -—Mucho no, que ya son las ocho—replica la anciana; y añade con -afabilidad:—¿A dónde vas, hijo?... ¿Solas dejaste las ovejas? - -—Sí, señora; voy a pedirle al amo una razón... Pero torno allá de un -pronto; si vais a las aradas os alcanzo en seguida. - -—Pues aguanta, rapaz, que a las aradas vamos. - -Un instante detuvo el pastor embelesados sus tranquilos ojos en -Florinda, y luego echó a correr con tal celeridad que no tuvo tiempo de -oir la jocunda carcajada de la moza. Puso la tía Dolores un dedo rígido -sobre los labios en señal de silencio, y reprendió suavemente, algo -escandalizada: - -—¡Niña, no te rías así! - -—Pero, abuela; ¿es la plaza un camposanto?... ¿No se puede reír en -Valdecruces? - -—Tan recio no; ya te lo dije. Aquí no parece bien que las mujeres -hagan ruido. - -—Pues lo que es los hombres no han de hacerlo... Como no sean -_Rosicler_, el señor cura, el sacristán, el enterrador, y tres o cuatro -carcamales... - -—Sí; ya no quedamos en el lugar más que los viejos, las mujeres y la -rapacería—suspiró tía Dolores. - -Se extinguió la calle entre las sebes de algunos huertos mustios, y el -camino, abriéndose de pronto a un horizonte vasto, mostró las pardas -tierras movidas por labores recientes, abiertas y solitarias, con el -cuajarón sangriento de algunas amapolas temblando entre las glebas; un -viento blando y dulce besaba la llanura en silenciosa paz. - -Caminaron buen trecho las dos mujeres cuando las dió alcance -_Rosicler_, a paso veloz, con la gorra en la mano y encendido el -semblante. - -—Tardó en despacharme el tío Cristóbal—murmuró—; estaba durmiendo. - -—Estaría; que ya los años le pesan mucho: entró en los noventa y -seis—dijo la abuelita, irguiéndose con arrestos juveniles ante la -evocación venerable de tantos años vivos. - -Ella y el zagal siguieron hablando con mucha parsimonia, doctos y -humildes frente al eterno problema de su vida ruda. - -—Era sobre el sirle mi recado, ¿sabe?—explicó _Rosicler_—. Tengo que -levantar las cancillas y hube de preguntarle al tío Cristóbal hacia -dónde correría el redil. - -—Y de «allá», ¿tuviste carta? - -—Ni carta ni señales... Mi hermano me había prometido que en el mes de -San Pedro, al finar el ajuste, estaría todo a punto para embarcarme yo. - -—Aún falta tiempo. - -—Pero ya van cuatro meses que no escribe. - -—Yo también espero noticias... ¡Siempre esperando! - -—Del señor Martín, ¿verdad? - -—De los dos hijos que me quedan... Isidoro no está bien de salud—se -condolió la anciana. - -—Ahora mi padre le cuidará—dijo Florinda. - -—¡Tu padre iba tan triste! - -La muchacha bajó la cabeza, murmurando: - -—Pero es muy animoso... - -Un gran silencio corría por la tierra; a naciente fulguraba el sol, -enrubesciendo el horizonte, y en una lejanía remota alzábase la silueta -del Teleno, pálida y confusa, como errante jirón de niebla o nube. De -aquel lado venían al término de Valdecruces las tempestades asoladoras, -las fatídicas _truenas_ del estío. Hacia allí miró Florinda cuando -levantó la frente, mientras su abuela se llevaba a los ojos la punta -del delantal, y decía _Rosicler_: - -—Hoy posa en Vigo «el barco»... Quizabes tengamos carta. - -Habíase estrechado la ruta, acosada por los arados terrones; sendas -leves penetraban con misterio en el llano, fugitivas y embozadas, sin -vegetación ni perfumes. De tarde en tarde algunos matojos descoloridos -ofrecían un tropiezo en la vereda, erizados y adustos, como si se -avergonzasen de la luz vernal. - -Llegaron los tres caminantes a la orilla donde una mujer jadeaba, -aguijando, intrépida, su yunta. - -—Dios te ayude—le dijeron al uso del país. - -Y ella, de igual modo, respondió: - -—Bien venidos. - -—¿Son de usted las vacas, tía Dolores?—preguntó el muchacho. - -—Y tuyas. - -—¡Buenas yugadas rendirán!... ¡Miren que la silga!... No hay mejor -pareja en Valdecruces. - -—Háylas, hombre, que el tío Cristóbal las tiene muy llocidas. - -—Pero no tanto—halagó el pastorcillo, fervoroso. - -Y sus devotas frases se posaban en _Mariflor_ con ingenua candidez. - -Ella, agradecida y sonriente, le interrogó: - -—¿De modo que tú también te quieres embarcar? - -—También. Considere que de pastor se gana poco. - -—Pero, ¿le dices de usted?—intervino la tía Dolores—. ¡Si tu abuelo -y el suyo eran hermanos! - -—¡Como no la tengo tratada!... - -—¿Eso qué importa?—pronunció la niña—. Ya ves que yo te hablo con -franqueza de parientes. Conque dime, ¿cuánto ganas? - -—Un duro al año por cada doce ovejas, la comida y alguna ropa. - -—¿Y el rebaño es grande? - -—Hogaño es más chico. - -—¿Dónde le tienes? - -—Vélo va. - -Y el pastor señalaba en el paisaje, raso, un punto quimérico para -Florinda. - -—Yo no distingo más que cielo y tierra—murmuró la moza, entornando -los ojos y haciéndose una pantalla con la mano. - -—Vélo... vélo ende—insistía _Rosicler_, lanzado a su dialecto por la -propia fuerza y concisión de las palabras regionales—. Y con el brazo -tendido hacia el lugar solano del horizonte, trazaba un ademán amplio -y seguro, cobijador, que parecía descubrir a cada res, guardarla y -bendecirla. - -—Pues ¡ni por esas!—lamentóse la muchacha, esforzándose para -encontrar la pista del rebaño—. ¡Ahora!—exclamó de pronto—. ¡Ya, -ya caigo!... Justamente; ellas son: unas vedijas blancas que van y -vienen por allí... ¡Si en este mar de tierra parecen tus ovejas las -espumas!... ¡Las crenchas de las olas, ni más ni menos!... Y para mayor -embuste, entre el oleaje asoma un barco de vela. Mira, _Rosicler_. - -—¡Si es mi cama!—replicó el zagal, soltando la risa. - -—¿Cómo tu cama?... Pero, ¿tú duermes en un globo, ahí en mitad de la -llanura? - -Siguió riendo _Rosicler_ ante la sorpresa de la moza y su ignorancia -en materia de lechos pastoriles. Y como la mujer de la yunta había -suspendido su palique con la tía Dolores, apresuróse ésta a explicar a -Florinda de buen grado, minuciosa y elocuente, de qué artificio vulgar -se componía aquel pobre camastro, que, como en aventuras quijotiles, -tomaba _Mariflor_ por un lecho flotante y prodigioso. - -—Nada de eso, chacha; viene a ser como especie de pernales, con una -tarima; igual que unas trosas, ¿comprendes?... Lo que desde aquí se -distingue mejor, ablancazao, que se te figura la vela de un navío, es -a manera de tabique para que el rapaz se acuche de la lluvia y de los -vientos. - -Decía la maragata con firmeza, dando una entonación grata y solemne a -la clave de aquel menudo secreto, posando en la muchacha los turbios -ojos y la palabra persuasiva, con aire de iniciadora, como quien -descubre a un neófito los ritos de un culto. No parecía aquella misma -anciana que en el tren conocimos, vacilante y mustia, silenciosa y -torpe, asomada a la vida como un espectro de otros siglos. - -Ahora, bajo este cielo fuerte y alto, en este paisaje sin contornos, -llano y rudo, arisco y pobre, en esta senda parda y muda donde la -tierra parece carne de mujer anciana; aquí, en la cumbre de esta meseta -dura y grave, como altar de inmolaciones, tiene la vieja maragata -aureola de símbolo, resplandor santo de reliquia, gracia melancólica de -recuerdo; su carne, estéril y cansada, también parece tierra, tierra -de Castilla, triste y venerable, torturada y heroica. Diríase que, en -murmullo de remotas bizarrías, pasa con sigilo por la llanura un hálito -ancestral de evocaciones, haciendo marco insigne a la figura legendaria -de esta mujer. - -Florinda escucha absorta, con los ojos cautivos de aquel punto blanco, -insurgente y gentil como una vela marina: no otra cosa parece en el -horizonte el hinchado cobijo que flota sobre la cama del pastor. - -—¿Y duermes ahí todo el año?—le pregunta compadecida. - -—Desde que el tiempo abonanza—responde la abuela, mientras el zagal -sonríe, orgulloso de merecer las admiraciones de la moza. - -Vuelve la obrera del arado a pasar cerca del grupo, afanosa y -enfrascada en su labor. - -—Aguarda, Felipa—dícele de pronto la tía Dolores—. Voy a dar yo una -vuelta; luego tú echas las tornas. - -—¡Pero, abuelita!—protesta _Mariflor_ suavemente—. Y ya la abuela, -avanzando entre los terrones, blande la aguijada con muy airosa -disposición y hace retroceder a la yunta mediante la voz usual: - -—¡Tuis... tuis! - -Los animales obedecen mansos, y la maragata hunde la «tiva» en el -surco, sosteniéndola por la rabera con mano firme: brota un chorro de -tierra, débil y roja, en la férrea punta del arado; gime la «gabia», -avanza la yunta y queda abierto al sol un pobre camino de pan. - -Sigue Felipa con mirada inteligente la estela que el trabajo marca en -el suelo. Esta Felipa, ¿cuántos años podrá tener? - -—Cuarenta y cinco lo menos, piensa _Mariflor_, examinándola de reojo. -Pero ella siente la mirada curiosa de la niña, vuelve el rostro -indefinible, borrado, curtido por los aires y los soles, y al sonreir, -complaciente, muestra una dentadura blanca y hermosa, que alumbra como -un rayo de luz toda la cara. - -—Veintiocho años a lo sumo—corrige entonces la doncella, sorprendida. -Y _Rosicler_, cándido y simple, por decir algo, le pregunta: - -—¿Tú no sabes arar? - -—No—contesta prontamente la muchacha. - -—Ya irás aprendiendo; es muy fácil. - -—Mi padre me lo ha prohibido—dice ella estremeciéndose, como si las -palabras del pastor fuesen un augurio—. Y a mi abuela también—añade. - -Supone el zagal que ha cometido una indiscreción, y deseando borrarla -con cualquiera interesante noticia, sale diciendo: - -—Ya llegaron mis ovejas a los alcores. - -De aquel lado tiende Florinda la mirada, y otra vez se confunde entre -la llanura y el celaje, sin distinguir ribazo ni soto alguno: quizá -tiene los ojos ensombrecidos por una triste niebla del corazón. - -Pero tanto señala _Rosicler_ y con tal exactitud «allí á man riesga -del aprisco, una riba que asoma en ras del término», que _Mariflor_ -encuentra la remota blancura del rebaño, como nube de plata caída al -borde del cielo azul. - -—¿Tienes muchas femias?—le pregunta Felipa al pastor. - -—Cuasi por mitades; hay otros tantos marones. - -Como la abuelita los halla distraídos a los tres, al terminar el surco -sigue terciando con mucho brío. Y cuando _Mariflor_ lo advierte y la -llama, ya va lejos, salpicada de tierra, con las manos en pugna y el -cuerpo encorvado. - -—¡Oya, tía Dolores; que la llaman aquí!—vocea el zagal, deseoso de -complacer a la niña—. Pero la anciana sólo acude al redondear la -vuelta; y luego de hacer a Felipa algunas recomendaciones, dice que ya -es hora de seguir el camino hacia la hanegada de Ñanazales: tercian -allí también, y quiere dar un vistazo. - -—Y a la de Abranadillo, ¿cuándo voy?—interroga la obrera. - -—Está el terreno muy cargado; habrá que esperar un poco. - -—En cuanto vengan cuatro días estenos. - -—Justamente. - -—Creí que tenía en fuelga aquella hanegada—dice _Rosicler_. - -—No; antaño estuvo. - -Se despiden la vieja y la moza, en tanto que el zagal y Felipa, al -borde de «la arada», murmuran a dúo: - -—Condiós... - -—Condiós... - -Y al catar el sendero, con rumbo a Ñanazales, Florinda, muy curiosa, -averigua: - -—¿Cuántos años tiene esa mujer, abuela? - -Después de pensarlo mucho, bajo un pliegue pertinaz del entrecejo, -responde la anciana: - -—Habrá entrado ahora en veintitrés. - -—¡Es posible! - -—¿Qué te asusta? - -—¡Si parece mucho mayor! - -—Ya tuvo dos críos. - -—¿Luego está casada? - -—¡Natural, niña! A su edad casi todas las rapazas se han casado aquí. - -—¿Pero con quién, abuela? ¡Si no hay hombres! - -—Viene el mozo de cada una, se casa y luego se vuelve a marchar. - -A los labios dulces de la muchacha asoma una ingenua observación, mas -la contiene, la hace dar un rodeo malicioso, y pregunta con mucha -candidez: - -—¿No ha vuelto el marido de Felipa desde que se casaron? - -—Sí, mujer; ¿no te dije que tienen dos criaturas?... Viene ese, como -la mayor parte dellos, para la fiesta Sacramental; ¿cómo habían, si no, -de nacer hijos?... ¡Se acabaría el mundo! - -_Mariflor_ extiende una mirada angustiosa por los eriales: cruzan -ahora las dos mujeres unos campos en barbecho, donde apenas algunas -hierbecillas brotan y mueren, baladíes, inútiles, fracasado barrunto -de una vegetación miserable: la estepa inundada de luz, calva y mocha, -lisa y gris, silente, inmoble, daba la sensación de un mundo fenecido -o de un planeta huérfano de la humanidad. - -—¡Y este país—pensaba la moza con espanto—es el mundo, «todo el -mundo» para la abuela, para Felipa y mi prima Olalla, para cuantas -infelices nacieron en Valdecruces!... ¡Y aquí es menester que las -mujeres tengan un hijo cada año, maquinales, impávidas, envejecidas por -un trabajo embrutecedor, para que no se agote la raza triste de las -esclavas y de los emigrantes!... - -La niña maragata no reflexiona en tales pesadumbres sin un poco de -ciencia de la vida: conoce países feraces, campos alegres, pueblos -felices, libros generosos, sociedades cultas y humanitarias. Sabe -que al otro lado de la llanura baldía, de la esclavitud y de la -expatriación, hay un verdadero mundo donde el trabajo redime y -ennoblece, donde es arte la belleza y el amor es gloria, la piedad -ternura, el dolor enseñanza y la naturaleza madre. - -Ha estudiado un poquito Florinda Salvadores en el semblante vario -de las almas y de las cosas, por su lado bueno y alentador; de las -costumbres cultas y de las libertades santas, bajo su aspecto femenino -y misericordioso; ha cursado el arte de querer y de sentir, en la -escuela del hogar propio, donde la madre de esta niña, inteligente y -curiosa, fué maestra en amor y solicitud, y maestra también, por un -honrado título, corona de aprovechada mocedad. - -Todo lo que sabe _Mariflor_ y aun mucho que adivina, que presiente y -que busca por el ancho camino de ilusiones donde la ambición suele -perseguir a la felicidad, se le sube ahora a los labios en un ¡ay! -trémulo y ansioso. - -—¿Estás cansada?—le pregunta solícita la abuela. - -—No, señora—balbuce—; voy pensando que son muy tristes estos -parajes, tan solos y tan yermos. - -—¡Jesús, hija, luego te amilanas! Algunas parcelas que ves, quedan de -aramio para el año que viene; no todo es erial. - -—¿Y qué quiere decir «aramio»?... No lo entiendo. - -—Pues que ya llevó la tierra dos labores; pero es sonce el terreno y -no se puede sembrar hasta que descanse. - -—Sonce, ¿significa malo? - -—Eso mismo. Ya vas aprendiendo la nuestra fabla. - -—Algo me enseñó mi padre, que le tenía mucha ley. - -—¿Enseñar?... Él lo iba olvidando. ¡Como no casó en el país! - -Hay un dejo de amargura en esta observación; pero la vieja, adulciendo -al punto sus palabras, dice muy cariñosa: - -—Por aquí, todo a la derechera, llegamos pronto a Ñanazales, y en -redor verás cuántos bagos con gentes y yuntas; es tierra labrantía. Al -otro lado del pueblo ya está madurando la mies. - -—¿De trigo? - -—No, hija, no: de centeno. Aquí el trigo apenas se da. - -—¿Y nunca tenéis pan blanco? - -—Nunca—. Y añadió la maragata un poco secamente:—Pero nos gusta lo -moreno. - -—A mí también—se apresuró a decir, sumisa, _Mariflor_. - -La abuelita ponderó entonces jactanciosa: - -—Recogemos, además, cebada, nabos... y en algunos huertos, muestra de -trigo. - -No pudo la moza menos de suspirar otra vez ante la mención ufana de tan -ricas cosechas. Y así andando y discurriendo sobre las simientes y los -terrones, los añojales y las «aradas», vió _Mariflor_ oscurecerse la -tierra recién movida y destacarse en torno mujeres y yuntas, en grupos -solitarios y activos. - -—¿Qué hacen, abuela?—preguntó. - -—Terciar: es la última labor, por ahora. - -—¿Y no hay ningún hombre, ni uno sólo en el pueblo, que ayude a estas -cuitadas? - -—¡Qué ha de haber, criatura! el que se nos quedase aquí, sería -por no valer, por no servir más que para labores animales. Los -maragatos—añadió envanecida—son muy listos y se ocupan en otras cosas -de más provecho. - -—Y las maragatas, ¿por qué no? - -—¡Diañe!... ¿Ibamos a andar por el mundo con la casa y los críos? -¿Quién, entonces, trabajaba las tierras? - -La joven no se atrevió a contestar, porque en su corazón y en su boca -pugnaba, harto violenta, la rebeldía: allí mismo, delante de sus -ojos, jadeaban yuntas y mujeres con resuello de máquinas, fatales, -impasibles, confundidas con la tierra cruel... - -—Ya estamos en Ñanazales—dijo la tía Dolores—. ¿Ves aquellos búis -moricos?... Son de casa: la mejor pareja del lugar. - -—Y la obrera, ¿quién es?—preguntó la moza en seguida. - -—Una que tú no conoces: está para parir. - -—¿Y trabaja? - -—¡Qué ha de hacer! Así hemos trabajado todas. - -Fuese hacia ella la abuelita, diciéndole a _Mariflor_: - -—Mira, ahí tienes un sentajo: quédate a descansar un poco, que voy a -ver la traza del terreno. - -Y se alejó por la linde menuda, donde la barbechera puso fonje mullida, -amortiguadora de los pasos: delante de los bueyes «moricos» una mujer -esperaba, limpiando la reja con el gavilán. - -Sentóse Florinda en una piedra grande, relieve de majanos divisorios, -y como el sol ya calentaba mucho, se subió hasta la frente, suelto -y libre, el pañolito que sobre el jubón lucía: así quedó desnuda -su garganta, carne fina y trigueña, dorada y dulce como fruto en -sazón. Bajo aquella piel sérica y firme, soliviando los corales de la -gargantilla roja, estalló un sollozo contenido apenas, y la suave faz -mojada en llanto buscó refugio entre las alas del pañuelo. - -No sabe _Mariflor_ por qué llora, ni cuál de las amarguras que conoce -levanta en su espíritu esta repentina tempestad: añoranzas, acaso, de -los padres ausentes en dos mundos distintos y remotos; quizá secretas -aspiraciones de la juventud amenazada; imágenes, tal vez, de otra -vida feliz que ya es recuerdo; todo junto, apremiante y doloroso, -removido por la tristeza infinita del páramo, oprime y sacude el -corazón de la niña maragata... ¡Quién sabe si también las piedades -y las indignaciones alzan su voz de llanto en aquel pecho altivo y -generoso!... - -Aunque no comprende Florinda la razón de aquella angustia impetuosa, -bien quisiera llorar mucho, sólo por el descanso de su alma, que se lo -pide con sordas voces. Pero hace un valiente esfuerzo para tragarse los -sollozos, se enjuga las lágrimas y pretende evadirse a todo trance del -vehemente dolor cuyo motivo determinado ignora. - -Casi duda conseguir este triunfo la muchacha jovial que hace poco reía -en Valdecruces con escándalo de la tía Dolores. Y tanto arrecia el -ímpetu misterioso de la rebelde cuita, que _Mariflor_ cruza sus manos -en actitud devota de plegaria. - -—¡Virgen!—prorrumpe—. Seréname como a las aguas turbias de los ríos, -como a las olas bravas de los mares... - -Al punto un pájaro, escondido entre el barbecho, trasvuela hasta la -orilla de la joven, trinando alegremente. Ella le asusta con su propio -sobresalto, y el pajarillo vuelve entonces a trasvolar, sin suspender -su canción, muy contento de vivir, muy goloso de unas briznas de -hierba, casi invisibles, que se asoman cobardes al pedregal del camino. - -A milagro le trasciende a Florinda aquella aparición, como si fuera -imposible que un ave gorjeara en primavera y habitara feliz en la -llanura de Maragatería. Un resorte, enmohecido en la memoria de la -triste, se mueve de pronto, avanza, busca, y encuentra estas palabras -dulces, que en augusto libro se aprendieron: - -_Yo soy aquel que tiene cuenta con los pajaricos, y provee a las -hormigas, y pinta las flores, y desciende hasta los más viles -gusanos..._ - -Como por arte de magia cede la tormenta de lloros y suspiros que -descargaba, dura, allí, al violento compás de un corazón, y muéstrase -Florinda consolada lo mismo que si el pájaro inocente fuera un -mensajero providencial; cuando él, ahora, reclama y ayea en el -rastrojo, ella sonríe, sin lágrimas ni quebranto. - -Persiguiendo el rumbo de la avecilla dan los ojos de la maragata en -un bancal de brezo florido. Ya va a correr para recibirle como otro -mensaje del divino Artista, cuando la voz de la abuela la detiene: - -—¿Adónde vas, rapaza? - -—A coger esas flores—murmura con el acento aún turbado por la -reciente borrasca de su espíritu. - -Pero la vieja no se fija en ello ni repara tampoco en la lumbre de -pasión y delirio que arde en las mejillas de la joven, ni en el cerco -encarnado de sus ojos; está la tía Dolores preocupada porque, según -dice la obrera, uno de los «moricos» parece triste. - -—¿Y ella, la mujer?—dice Florinda muy apremiante. - -—¿Cuála? - -—Esa que está terciando para ti. - -—Pero, ¿qué hablaste della? ¡Estás boba! - -—Que si gana mucho jornal—pregunta la muchacha algo confusa, sin -atreverse a decir todo lo que se le ocurre. - -—Gana abondo: tres riales y mantenida. - -—Y «abondo», es mucho... ¡Dios mío!—lamenta la niña con terror en lo -profundo de su alma. - -Acércase distraídamente hacia los brezos, mientras inquiere la abuela -con un poco de desdén: - -—¿Te gustan las albaronas? - -—Son éstas, ¿no? - -—Sonlo. También la urz negral da flor. - -—¿Morada? - -—Sí; parece de muertos... Son las más abundantes del país. - -—Y las amapolas—añade Florinda, pensando—, ¡flores de tragedia!... -¿No sabes?—dice de pronto al oir cómo pía el pájaro evocador—. He -visto una codorniz. - -—¡Quiá mujer!... Será un vencejo. - -—Canta muy bien... ¿Oyes? ¡Si fuese una alondra! - -—No, criatura; esas son más tardías y anidan en los trigales verdes; -por aquí escasean. - -Dió prisa la tía Dolores: ya iba el sol muy alto y pudiera la moza -coger un «acaloro» no teniendo costumbre de andar a campo libre. - -Retornando a la aldea, aún pregunta _Mariflor_: - -—¿Es parienta nuestra la que gana tres reales? - -—Algo prima de tu padre viene a ser; hermana de Felipa, pero ellas -se apellidan Alonso. ¡Lástima que a esta pobre la inutilice el parto, -ahora, para dos o tres días! Son buenas servicialas... - -Allá flota el cobijo del pastor como abandonada bandera que ningún -viento agita en el desierto pardo de la llanura; los esquilones del -ganado tañen lentamente al compás del trajín, en algunas «aradas»; -y las mujeres, todas viejas al parecer, todas tristes, anhelantes y -presurosas, gobiernan el yugo al través de los terrazgos: queda el -camino a veces atravesado por el vuelo de un ave. - -—¿No lo ves? Son aviones—corrobora la anciana—; éstos son mansos -como las golondrinas; vienen en la primavera y hacen el nido en los -alares... - -Ya en la linde de Valdecruces, Florinda, con las flores del brezo entre -las manos, vuelve la mirada hacia el erial. Aquel primer paseo por el -campo de Maragatería causa en la joven una impresión indefinible de -angustia y desconsuelo. - -Y aunque se reanima su fe con la memoria del divino Artífice «que pinta -las flores y tiene cuenta con los pájaros», los dulces ojos, serenos -como aurora otoñal, miran afligidos al horizonte. - -[Illustration] - - - - -[Illustration] - - - - -VIII - -LAS DUDAS DE UN APÓSTOL - - -A la sombra de la nublada frente, los ojos de don Miguel estaban -tristes; retirado el sacerdote a su aposento, con las manos entre las -rodillas y el busto inclinado en el «escañil», meditaba sin tregua. - -¡Vaya un conflicto! ¡En buen hora la compasión y la amistad lleváronle -a ser consejero y tutor de la familia Salvadores! Toda la solicitud con -que él defendía los embrollados asuntos de esta pobre gente, no bastaba -a prevenir su adversidad. - -Las noticias de América eran harto desconsoladoras: el padre -de Florinda, «el señor Martín»—según le llamaba el mismo don -Miguel—encontró a su hermano Isidoro muy enfermo, y en manos ajenas -el humilde negocio allí establecido, señuelo de la esperanza familiar, -vorágine que sorbía cuanto la usura prestaba, con subido interés, -sobre el menguado peculio de la tía Dolores. - -Algún socorro llevó a ultramar el segundo emigrante: algo de lo que a -duras penas salvara en el hogar costanero; mas la viril resolución del -señor Martín, expatriándose con la pena de su reciente viudez y dejando -a su hija en Valdecruces, parecía estéril ante la mala ventura que a -todos alcanzaba desde la amarga paramera. - -Ya el ausente maragato le escribía con sigilo al sacerdote, que -juzgaba muy difícil levantar el caído negocio de América sin mucho -más dinero del que llevó; hablaba también de Florinda con tristeza -angustiosa y mostrábase impaciente por conocer el camino de las -negociaciones matrimoniales entre ella y su primo Antonio. «A base de -esa alianza—escribía—quizá fuera posible restaurar la hacienda de -Valdecruces, pero yo quiero dejar a la muchacha en absoluta libertad -para elegir marido: nada ambiciono para mí; por ella y por mi madre -sufro; por este pobre enfermo y por sus hijos me afano». Y añadía: -«Dime tus impresiones. Antonio irá para la fiesta Sacramental; creo que -sigue muy encaprichado por la niña; sabe que está bien educada, que -es hermosa, y, tanto él como su madre, desean lucir en la ciudad una -mujer de buen porte y de finura. Mas yo no quiero engañar a mi sobrino; -si llega la ocasión, hazle saber que perdí casi todo cuanto tenía en -el tiempo en que negociamos la boda bajo la condición de someterla -al gusto de la rapaza; el novio sabe que he delegado en ti todas mis -atribuciones sobre el particular...» - -Recordando la carta confidente, el cura se levantó inquieto y anduvo -por la salita con aire absorto; había recibido otra esquela, y otra -aún, que, distintas y semejantes a la vez, convergían al mismo punto: -el matrimonio de Florinda. - -El pretendiente de Valladolid escribía al párroco diciéndole que, -«sabedor de la tutela que desempeñaba cerca de su prima, tenía el -gusto de comunicarle su propósito de celebrar la boda aquel verano, -aprovechando la ocasión de su viaje a Valdecruces «cuando las fiestas», -puesto que sus muchas ocupaciones le impedirían volver, y ya era hora -de tomar estado... Quedaba en espera del «sí» definitivo para los fines -consiguientes...» - -Y en el mismo correo, también con sobre al señor cura, una letra fina y -nerviosa, clamaba de pronto: - -«¿No te acuerdas de mí?... Considero imposible que me hayas olvidado, -aunque nada contestas cuando van mis renglones a buscarte; soy aquel de -las coplas y de las penas a quien tú exaltabas con elevados discursos -a la orilla del mar, del mar mío que amaste y «sentiste» como un gran -artista. - -»De aquella amistad nuestra guardo yo recuerdos imborrables que ojalá -perduren también en tu memoria; atisbos de tus antiguas confidencias, -raras y profundas como las de un santo; reliquias inefables de la paz -de tus ojos, de la ternura extraña de tu voz. Siento al través de nueve -años de ausencia la codicia de un secreto que en tu alma soñé... No lo -niegues; era un secreto «blanco» y triste (según decimos ahora) que en -vano quise aprisionar en los moldes artificiosos de una fábula... Tú no -hablaste nunca, y aquel misterio quedó en mi fantasía como intangible -estela de visiones que no pueden cuajarse en una estrofa... - -»Quizás haré mal en volver a ti con esta memoria por divisa; quizás te -alarmo y «te escondo» al resucitar de improviso el agudo recuerdo de -mis curiosidades; mi propia imprevisión te prueba la cordialidad de -este impulso. - -»Al regresar de Cuba hace dos años supe en Villanoble que habías -terminado la carrera con mucha brillantez, y te escribí a tu pueblo; -después te mandé mi último libro: no respondiste a mi reclamo. Ahora, -una adorable letra de colegiala ha escrito para mí tu nombre, y -esta providencial noticia tuya que recibo por tan dulce mensajero, -me conmueve con el íntimo temblor de muchas ocultas emociones que -despiertan y vibran, gozan y esperan... - -»Si te asusta mi exordio, si te desplace esta indiscreta persecución -psicológica y sentimental, juro en mi ánima acallar para siempre tales -porfías inquiridoras; y aún le queda a este pobre artista el aspecto de -entrañable amigo y de hombre sensible para quererte y admirarte mucho. - -»Acógeme bajo esta fase de íntima fraternidad que antaño nos unió -por encima de mis inquietudes y de tu reserva; óyeme con tu afable -sonrisa de tolerancia: de mi corazón, que tú conoces de memoria, voy a -mostrarte una página «inédita», que casi yo mismo ignoro. - -»—Ya «te siento pensar» con reflexiva compasión:—¡Cree que está -enamorado!... - -»Tú sabes muchas leyendas de mis amores, y sonríes con incredulidad, -al verme perseguir de buena fe otra dulce mentira... Nada profetizo, -porque me he equivocado muchas veces; mas, honradamente te aseguro que -si éste de hoy no es el «definitivo» amor... está muy cerca de serlo...» - -No acertó el comunicante, suponiendo que el sacerdote hubiera sonreído -en la lectura de esta carta. Aun recordándola ahora, palidecía -ligeramente y plegaba con nueva incertidumbre el entrecejo. Ninguna -personal zozobra le suscitó el escrito del poeta; a las particulares -alusiones con que Rogelio Terán le saludaba, fuéle a don Miguel muy -llano contestar con serena desenvoltura: - -«Cumple ese espontáneo juramento y renuncia de una vez a tus pesquisas -novelables; ni una mala copla podrías ensayar a cuenta de los «secretos -blancos» que me atribuyes, y que sólo existen en tu imaginación.» - -Mayores dificultades tuvo que vencer el cura para contestar al resto -de la carta, donde el artista, en pleno asunto de novela, contaba con -lírico entusiasmo la despedida y el encuentro, origen «aquella nueva -página de un corazón». Desde _el sueño de la hermosura_ sorprendido en -el viaje, hasta el adiós penoso en el andén astorgano, toda la historia -linda y triste pasaba lo mismo que una centella por los enamorados -renglones. Y don Miguel, ingenuamente conmovido por aquella relación -fervorosa y rara, hallóse lejos de sonreir; repercutían en su espíritu -con singulares ecos las exaltaciones generosas reveladas en aquel -párrafo: - -«... Esta niña tan llena de atractivos, que merece llamarse María y -llamarse Flor, me ha mirado con deleite y ternura en dulcísimo abandono -de su alma, y dejándome vivir como un sonámbulo a orilla de la hermosa -realidad, hundióse en desierto camino paramés, al lado de una vieja -lamentable y torpe, con rumbo sabe Dios a cuántas amarguras...» - -—¡Sabe Dios a cuántas!—repetía el sacerdote, saturándose en el -latente aroma de caridad vertido de la pluma del poeta. - -Delatada por el santo perfume, la pura doctrina de un noble corazón -daba su fruto en estas otras frases: - -«Yo sé que esa pobre familia te aprecia como confidente y amigo de su -más íntima confianza; que ponen en tus manos sus asuntos y proyectos, -y que entre _Mariflor_ y un primo suyo median planes de boda no -sancionados aún completamente. ¿Quieres hablarme de estos propósitos? -¿Quieres decirme si dañaré los intereses de la muchacha yendo a -solazarme con su presencia al amparo de tu amistad? Siento la violenta -tentación de volverla a ver.—¿Con qué intenciones?—me preguntas—. Yo -mismo las ignoro en definitiva; desde luego con las de hacerle todo el -bien posible, y ni una sombra de mal siquiera.» - -Al llegar mentalmente a este punto de la lectura, todos los días -repetida de memoria, el párroco de Valdecruces hizo una pausa en su -agitado raciocinio, acodóse en el tosco rastel del antepecho y encendió -con lentitud un cigarro. - -A espaldas del fumador aposentábase la sombra en la modesta salita, -diseñando apenas el perfil de un pupitre y de un sillón y el contorno -de unos altos escabeles. Fuera, se amortecía bajo el crepúsculo un -huertecillo, cuyas legumbres posaban pálido tapiz de verdura sobre el -color ocre de la tierra, y en la apacible lontananza del erial tenía la -muerte de la tarde una serenidad purísima. - -Paseó don Miguel sus claros ojos por el asombrado huerto, por el -deleznable caserío asignado entre calzadas y rúas silenciosas, y los -clavó después en el lueñe horizonte, allí donde sangraba la agonía de -un magnífico sol de mayo, en la serena curva del cielo azul: evocaba el -sacerdote aquel momento en que acudiera _Mariflor_ a su llamada para -responder con claridad a dos trascendentales preguntas:—¿Quería a su -primo por esposo? - -—No, señor—dijo rotundamente la moza sin asomo de vacilaciones. - -—¿Y a Rogelio Terán? - -Aquí, una súbita sorpresa tiñó de grana el semblante de Florinda, la -cual bajó los ojos, torció nerviosa el pico del pañuelo y exclamó lo -mismo que la heroína de Campoamor: - -—«Cómo sabe usted?...» - -Aunque el cura de esta _dolora_ no era «un viejo», para él tuvo la -niña «el pecho de cristal», como en la fábula; y apenas dejó traslucir -los amorosos afanes, tuvo también la palabra expedita para defender -sus preferencias y los libres fueros de su corazón. Ya para entonces -habíase mostrado transparente como el pecho, el cristal de unos ojos -que miraban al párroco de hito en hito, y en los cuales fulgía la -esperanza como un rayo de luna sobre el mar. - -Sintióse conmovido el sacerdote en la contemplación de aquella moza que -miraba de frente como él, sin duda porque tenía muchas cosas buenas -que decir con los ojos oscuros y anhelantes. Y al cabo de innumerables -observaciones y temperamentos, se convino en la plática, requeridora -una triple resolución: escribir al padre el fiel relato de la amorosa -cuita; tratar con el primo, sólo verbalmente, «del asunto», sin -corroborarle entretanto promesa alguna de matrimonio; y responder a -Terán «en la forma que el señor cura lo creyera discreto», dando margen -a las ilusiones que la niña compartía con el poeta. - -Así, _Mariflor_ y don Miguel se propusieron en amigable complicidad -servir a los corazones y a los intereses, con un sentimiento doblemente -caritativo por parte del sacerdote; avaro y generoso a la vez, en el -espíritu ferviente de la enamorada. - -—Yo misma—concluyó por decir aquella tarde—explicaré a Antonio este -verano los motivos de mi negativa y le pediré la protección de su -fortuna para la abuela. Si es bueno y es rico, tanto como dicen, ¿ha -de negarse a salvarnos a todos? Cuanto más que yo no pretendo que nos -regale nada; bastará que nos preste sin usura... - -Y como don Miguel acogiera en silencio el vehemente propósito, añadió -la muchacha con vivísima zozobra: - -—¿Cree usted muy difícil un milagro? - -—Según y conforme... - -—Es que yo le he prometido a Olalla hacer uno, con la ayuda de Dios, -para librar la hacienda de abuelita. - -—¿Y será a base de lo que Antonio te conceda y tú le niegues? - -—¡Eso mismo! ¿Le parece a usted imposible de lograr? - -—¡Oh transparente corazón de mujer—meditó el cura sonriendo—. -¡Mezcla humanísima de egoísmo y caridad, de obstinación y de -ternura!... En fin—dijo sentencioso—: la fe mueve las montañas... -Para Dios no hay imposibles... - -Las últimas palabras del sacerdote extendieron por el dulce rostro de -la niña una expresión de singular confianza. Así, férvida y creyente, -se había despedido _Mariflor_ en aquella entrevista. - -Desde el mismo barandaje donde el cura se apoya, la vió cruzar el -huerto y salir a la penumbra del camino en el preciso instante en que -pasaba _Rosicler_ balanceando su chivata de pastor al compás de una -copla. - -Se saludaron los dos mozos bajo las alas de la brisa, mientras el -paisaje se quedaba dormido en la mansedumbre de la noche y florecía -en astros el profundo cielo. Y cuando ambas siluetas se dibujaron -levemente, ya separadas en la oscuridad, la canción de _Rosicler_ vibró -engreída, dejando en el aire una letra de boda, el jirón de un romance -popular que pregonaba: - - «Mira, niña, lo que haces, - mira lo que vas a hacer, - que el cordón de oro torcido - no se vuelve a destorcer...» - -Trovó un pájaro en su última ronda por el huerto, rodó en las nubes -una estrella rubia, y don Miguel sintió los ojos turbios de lágrimas, -quizá nacidas de la melancolía de la hora, o de aquel recuerdo «blanco -y triste» mentado por el poeta, removido por los acentos de la copla, -por la visión juvenil de la niña y el zagal... - -En este otro crepúsculo, tan espléndido como aquél, la honda meditación -del señor cura tiene cambiantes y matices como la piedra ónice, y el -relámpago de alguna sonrisa aclara a veces el frunce del entrecejo en -la frente del apóstol. El cual, como si hallase súbito remedio a una de -sus perplejidades, arroja por el balcón la punta apagada de su cigarro, -y asomándose a la puerta de la salita, llama de pronto: - -—¡Ascensión!... ¿puedes venir? - -—Voy ahora mismo—responde en el fondo de la casa un agudo acento de -mujer. Y una moza acude en seguida, diciendo al entrar: - -—¿Enciendo luz? - -—Todavía no. Te quería preguntar si conseguiste que Marinela -Salvadores te confiase aquel secreto que tú adivinabas. - -—Y acerté, mismamente. - -—Vamos a ver: ya sabes que no me impulsa la curiosidad a estas -averiguaciones en que tú me ayudas: quiero el bien de la rapaza; curar -esa dolencia, esa misteriosa pesadumbre que nadie conocía... ¿Qué -tiene, en fin? - -—Tiene... vocación de monja. - -—¿Así, en firme, de verdad?—exclama absorto el párroco. - -—De verdad, tío. Si no entra clarisa, se comalece. - -—Pero, ¿de qué le ha quedado eso? - -—De que un día fuimos juntas a Astorga y llevamos de parte de usted un -mandado para la madre abadesa: fué en el mes de abril... - -La muchacha se sienta en un escabel, y el cura, reclinándose en otro, -cerca de la sobrina, escucha con atención, ya bien entrado en el -aposento el silencioso temblor de la noche. - -—Fué en el mes de abril—repite Ascensión después de una pausa, -dando mucho alcance a su confidencia—. Con la madre Rosario salió -al locutorio una novicia a quien yo conocí en la Normal de Oviedo. -Nos dijo que estaba muy gozosa en la clausura, que tenían un jardín -precioso donde cultivaban flores para la Virgen, y que se disfrutaba -un deleite divino en aquella vida. Marinela, que no habló una palabra, -salió de allí tocada de la vocación como por milagro, y desde entonces -conozco que se muere por ser monja. - -—Pero, ¿y la dote?—prorrumpe don Miguel con impaciencia. - -—Por eso la zagala padece; hoy me ha confesado sus pesares al volver -de Piedralbina: ni por soñación espera conseguir los dineros para -entrar en Santa Clara... ¡y llora tanto! - -—¿Y por qué ha de ser en Santa Clara precisamente? Si tiene verdadera -vocación religiosa, bien puede buscar otro convento donde no necesite -llevar mil duros por delante. - -—Ya se lo he dicho yo; pero ella quiere en ese, en ese nada más. ¡Usan -las monjas un traje tan precioso, todo blanco! Y se dedican a plegar la -ropa de los altares, a hacer dulces y labores; ¡cosas finas y santas! - -—Sí—replica el cura remedando el tonillo alabancioso de la moza—, y -a practicar ayunos y vigilias, penitencias y sacrificios. - -Tras un breve silencio, Ascensión añade con tenue ironía: - -—En su casa ayuna Marinela y vive sacrificada... Ser clarisa es -destino envidiable. - -—¿También para ti? - -—¡Yo, como tengo dote y haré buena boda! - -—Porque Máximo tiene dinero, ¿no? - -—¡Claro está! Pero Olalla y Marinela no han de casarse: todo el mundo -dice que la tía Dolores ha perdido el caudal. - -—¿De manera que te parece envidiable el destino de monja para esa -niña, porque no tiene un céntimo? - -—Ya ve... Estar a la sombra en un claustro hermoso, vestida de -azucena, cuidando un jardín para la Virgen, ganando el cielo entre -oraciones y suspiros... es mucha mejor suerte que trabajar la mies como -una mula para comer el pan negro y escaso, y envejecer en la flor de la -mocedad: yo que Marinela, también entraba clarisa. - -—Pero, criatura y ¿la dote? ¿No ves que si ahora le diesen veinte mil -reales a Marinela para profesar en Santa Clara, lo mismo le servían -para casarse? Menos tienes tú y sólo por lo que tienes vas a hacer -una «buena boda», según dices: la pobreza no justifica la vocación -religiosa en este caso, y más vale así, aunque sea imposible realizar -los deseos de tu amiga. - -Ascensión, la maestra elemental, sobrina del señor cura, no enrojece al -sentirse envuelta en tan desnudos comentarios, sino que, reflexiva y -avisada, advierte a la sapiencia y lógica de su tío: - -—Repare que muchos prelados reciben herencias para dotar a las -novicias pobres, pero nunca para dotar a las novias... Hay devotos -ricos que protegen con grande caridad las vocaciones religiosas; hay -plazas de favor en los conventos; y, en un caso de apuro, no teniendo -una mujer nada más que la tierra abajo y el cielo arriba... menos -difícil me parece entrar en la clausura con el hábito que entrar en la -parroquia con el novio... ¿No es verdad? - -La pregunta, certera y amarga, hiende como un dardo la sombra, y el -sacerdote álzase al recibirla y se lleva la mano al pecho igual que si -le sintiese herido. - -Suspira sin responder, da unos pasos a tientas por la estancia y, de -pronto, se dirige hacia el balcón, donde acaba de asomarse la luna bajo -un pálido velo de niebla. - -—¿Enciendo luz?—vuelve a preguntar la moza, dando por concluído el -interrogatorio. - -Y con grave intención, que ella no comprende, el párroco de Valdecruces -avanza en la oscuridad hacia el claror divino y, señalando al cielo, -responde: - -—Deja que ésta me alumbre... - - - - -[Illustration] - - - - -IX - -¡SALVE, MARAGATA! - - -AQUEL jinete que cruzaba la estepa en un mulo, a pleno sol, vagoroso -y audaz, con aires de aventura, parecía, de lejos, _Don Quijote_; -cenceño, flexible, impaciente, exploraba los horizontes y caminos -ensoñando quimeras, igual que el caballero de la _Triste Figura_. Un -pobre _Sancho_ de a pie le acompañaba, ni gordo ni contento, alquilado -en Astorga a la par del mulo; no iban de palique el criado y el señor, -como sucede en las novelas, donde un hidalgo curioso cabalga por país -desconocido a la vera de un guía, y todo se le vuelve al intruso -preguntar al indígena por esto, por lo otro y por lo de más allá. - -Este espolique de ahora no era muy explícito que digamos: corto de -palabras y largo de piernas, quizá pretendiese economizar en saliva lo -que derrochaba en pasos, y así holgaba su boca mientras sudaban sus -pies. - -Tampoco las preguntas del caballero parecían a propósito para -quebrantar la pasiva reserva del peón: interrogaba aquél, confusamente, -sobre agricultura, historia, costumbres y privilegios de la tierra, y -el pobre maragato encogíase de hombros bajo su parda almilla, con ruda -perplejidad. - -—Aquí, de agricultura—supo al fin responder—, pues... el centeno; -de costumbres... nacer, emigrar, morirse, ¡como en todas partes! De -historia... los cuentos de las viejas, patrañas de godos y romanos... -¡vaya usté a averiguar! y de eso otro que usted dice... ¡diájule! non -lo oí mentar nunca... - -Era el espolique un hombre, tosco por su innata rudeza, condenado a -servidumbre, que a la sazón padecía en una posada de la capital. - -El andante caballero, visto de cerca, había trocado el yelmo de -Mambrino por un _jipi_, y la célebre lanza por un vástago de roble; -llevaba un maletín a la grupa, finos guantes en contacto con las -bridas, y áureos lentes sobre los ojos azules; era joven y parecía -feliz. - -Según iba creciendo la mañana, aparecíase, bajo la fuerza del sol, más -vasto el erial, más estéril y solitario. Caía la luz con arrogancia, -en toda la plenitud del mes de junio, y extendía el purísimo celaje -su amplia curva sobre la planicie con una majestad acogedora, llena -de resplandores. Los cascos de la caballería alzaban un eco sordo al -herir el camino polvoriento, y en la orilla de tímidos bancales algunos -brezos violados desfallecían de sed y de tristeza. - -Cansado ya el viajero de pretender la esquiva conversación del -espolique, iba poblando de visiones y recuerdos aquella muda soledad. -Comenzó por discurrir, con acalorada fantasía, si a tales senderos -confusos, todos aridez y desolación, haría referencia aquel fiero -relato de una lucha terrible en que el godo Teodorico destruyó las -tropas del rey suevo, Rechiario, en las _llanuras parámicas_, un -célebre día 3, _antes de las Nonas de octubre_... Apenas evocada esta -bárbara memoria, un nuevo relámpago de la imaginación encendía delante -del viajero las recordaciones caballerescas de cierto famosísimo -hecho de armas que en el siglo XV tuvo lugar a la orilla del _Camino -francés_, en el ancho país de «los pueblos olvidados». - -Y ya no eran indómitas mesnadas las que en sangrientas imágenes -cruzaron la llanura en torno del jinete soñador: los más bizarros -adalides de la Edad Media, en marcial apostura de torneo, acudían -ahora a las brillantes justas del _Paso honroso_, mantenidas por Suero -de Quiñones y otros nueve gentiles caballeros; hasta sesenta y ocho -de lejanos reinos y ciudades sorprendieron con el trote bravo de sus -corceles el silencio profundo de la estepa, codiciando un puesto en la -peregrina lid, donde los defensores se proponían correr _trescientas -lanzas, rompidas por el asta con fierros de Milán_... - -Un caliente arrebato de bravura agitó el renuevo de roble en las ancas -del mulo; dió la bestia un respingo cobarde, y el viajero creyóse -transportado a la famosa liza sobre las relucientes crines de un potro -andaluz. Le enardecieron con singulares bríos los sones de aguda -trompetería _en tono rasgado_ para _romper en batalla_, y vislumbró -en el marco de la insigne fiesta la hermosura exquisita de doña Inés, -doña Beatriz y doña Sol: iban a rescatar sus guantes empeñados por la -galantería de los combatientes. - -De pronto una imagen viva, cándida y humilde, alzó en el polvo del -camino su miserable silueta; llevóse el visionario la mano al _jipi_ -con rendimiento cortés, y una pobre maragata, cabalgadora en lenta -burra, pasó con los ojos bajos, murmurando apenas: - -—Buenos días. - -Al tímido rumor de tal saludo quedó roto el encanto del caballero, el -cual en aquel mismo instante imaginaba descubrirse ante doña Mencía, -la celebrada esposa de don Gonzalo Ruiz de la Vega, dama ilustre cuyo -guante había de rescatar en el _Paso honroso_ el conde de Benavente... - -Suspiró _Don Quijote_, sonriendo; volvió en torno suyo la mirada y -quedó atónito, como sobrecogido por la austeridad infinita del paisaje: -ni una nube corría por el cielo, ni un átomo de vida palpitaba en -el llano. La tierra infecunda se resquebrajaba a trechos, rugosa y -amarilla como el cadáver de una madre vieja en cuyo rostro las lágrimas -dejaron surcos hondos y fríos. - -Al roce súbito de aquella trágica impresión, la fantasía del ecuestre -viajero volvió a encresparse lo mismo que una ola, y tornaron a poblar -la gris llanura un tropel de personajes, surgentes de leyendas y -becerros, códices y archivos; desfilaban en la más pintoresca de las -confusiones; algunos tan despacio como si les adormeciese el son remoto -de antiguos cantares. Mezcláronse las preces sordas de una bárbara -religión primitiva con los salmos rudos del pueblo romano y con las -cristianas oraciones de aquellos devotos que, viviendo en la tierra -la Madre del Salvador, _le mandaron desde Astorga un mensaje verbal a -Palestina_... La figura pálida y lastimera del «Rey Monje», iba, con -los ojos vacíos y los hábitos en túrdigas, arrastrando su pesadumbre -junto al brutal perjeño del rey Mauregato, legislador en fabuloso -tributo _de las cien doncellas_. Después, en la desnuda lejanía, -se perfiló el fantástico ejército que en vísperas de la batalla de -las Navas acudió a las puertas del monasterio de San Isidoro, en la -ciudad de León, a llamar con recios golpes: capitaneaban la hueste -romancesca el Conde Fernán González y el Cid, buscando en su sepulcro -al rey Fernando I para que asistiese con ellos al combate... A la par -de estas visiones legendarias, amacos, asturicenses, celtas, iberos -y romanos, judíos y moros, surgían en quimérico rolde, edificando -y destruyendo con febril ansiedad. Augusto, Vespasiano, Teodorico, -Witiza, Tarik, Almanzor, una apretada nube de conquistadores y vencidos -posaba su ambición y su ideal en los solares rotos, hundiendo bajo la -tierra lanzas y semillas, regándola con lágrimas y con sudores. Mas el -yermo, silencioso, inmutable como la eternidad, no sintió la herida -de los hierros ni la amargura de los llantos; no fecundó una sola -grana de simiente ni ablandó su dureza con el sudor de las audaces -generaciones. Sin amansar su esquivez ni merecerle una sonrisa, le -anduvieron de hinojos ilustres obispos y fervientes misioneros; rudo -campo de penitencia donde sólo florecían sacrificios y austeridades, le -santificaron legiones de creyentes en pos de anacoretas y de apóstoles: -Jenadio, Fructuoso, Valerio, Froilán, Domingo (aquel que se llamó _de -la Calzada_, porque ayudó a labrar con sus manos el _Camino francés_), -santos eran que en el «desierto» de León y de Castilla, con abundantes -compañeros y discípulos, clavaron la Cruz y la oración en gloriosa -campaña espiritual. Y ¿no hubo, entre tantos amores, heroísmos y -proezas, bastante calor humano para dar vida a los eriales solariegos, -para resucitar la muerta llanura?... ¿Cuántos siglos yacía yerto, -insensible como un cadáver, el pobre suelo, hendido igual que un viejo -rostro donde el llanto labró surcos?... ¿Qué pretéritas edades, qué -desconocidas criaturas le sintieron latir rico y preñado como fecunda -tierra del corazón de una patria?... - -¡Eran éstas demasiadas interrogaciones! Aunque el viajero había -refrescado sus memorias y lecturas antes de ponerse en camino, ya le -faltaban a su mental soliloquio documentos y recursos para discutir -las causas de aquella perpetua desolación. Quiso hurtar el fatigado -pensamiento a la sutil y complicada red de tales raciocinios, pero su -noble conciencia de hidalgo y de patriota le acusó de un tanto de -culpa en el abandono y la ingratitud que lamentaba sobre el muerto -camino. ¿Quién mejor que un poeta para abrir a las modernas corrientes -de cultura y piedad un ancho cauce, y fundir en mieses de oro las -entrañas estériles del páramo? - -Alzó el jinete la juvenil cabeza con arrogante impulso, y posó la -caricia de sus ojos azules sobre los escobajos del sendero: quería -enamorarse de aquel vago propósito que de repente le asaltaba; sentir -fuerte y grande el entusiasmo por la liberación de aquella tierra, -solar de una raza insigne, testigo y campo de una historia inmortal, -madre eternamente condenada a la esclavitud de la miseria en el mismo -seno de su floreciente nación. - -Que era empresa de locos aquel sueño, le decía al hidalgo su prudente -egoísmo. Pero las ansiedades del artista y las inquietudes del quijote -respondieron al punto: ¿Acaso con la pluma no tiene una palanca -invencible cada escritor moderno?... ¿No son ahora el libro y el -periódico los vencedores propagandistas de la idea?... - -El mulo se había parado: lanzó un sordo relincho; olfateaba, y tenía en -los belfos una ligera espuma. - -—¿Qué le sucede?—preguntó el caballero mientras arreaba el espolique. - -—Le desazona el secaño—respondió el aludido parcamente. - -Y a la sola noticia de que el animal tenía sed, cambiaron de rumbo -los pensamientos del poeta: sintió el desamparo de la ruta con una -sensación de punzante disgusto; un antojo violento de agua viva, -de agua corriente y bienhechora, le secó las fauces y le enardeció -la frente. Desconcertado y pesaroso, escudriñó la monotonía de los -horizontes con la angustia del náufrago que persigue una vela salvadora -en las desiertas lontananzas del mar. Pero en la vibrante luz ni -las alas de un insecto se mecían; hasta el aire parecía dormido en -la llanura, y la llama del sol, derramando su lumbre en el erial, -semejaba una lámpara encendida sobre enorme sepulcro. - -En vano buscó el jinete algún semblante amigo donde poner con beatitud -la mirada, sedienta de piedad; por toda respuesta a tan ávida pesquisa, -dió el implacable suelo una gris vegetación de cardos marchitos y de -rastreras gatuñas. - -Entonces al poeta le asaltaron enjambres de visiones fugitivas: cortes -y ejércitos, potentados y magnates, artistas y labradores, huían hacia -los valles, hacia los ríos y las costas; buscaban la dulzura de los -bosques y la riqueza de las mieses. Los reyes castellanos, Ordoños -y Bermudos, Urracas y Berenguelas, Fernandos y Alfonsos, sentían en -la pujanza de su corona temblar el espanto del yermo como un trágico -soplo de muerte y exterminio. Y por fin abdicaba—con el abandono y -la expatriación—su omnímodo poder sobre la estepa aquel noble señor -de _diez mil vasallos, siete villas y ochenta y tres pueblos_, Alvar -Pérez Osorio, marqués de Astorga, alférez mayor del Rey, mantenedor -valiente de la bendita Seña en la batalla de Clavijo, el que a los -veintiséis títulos de sus blasones unió la singular grandeza de poderse -llamar «Señor del Páramo»... La solariega casa de Osorio, descendiente -de emperadores orientales, prima de reyes, madre de los condados de -Altamira, de Luna, de Guzmán, de León, de Trastamara y de Cabrera, -raíz y origen de los más puros abolengos españoles, árbitra de las -libertades de Castilla, levantó su hidalgo señorío de los cabezos del -erial, y olvidando la aspereza de tal cuna, indómita y fuerte como el -destino, huyó también a refugiarse en más hospitalario país... - -Allá lejos, donde el cielo y la tierra parecen confundidos en infinita -comunión de inmensidades, aparecióse un punto blanco. Viéndole flamear -distintamente, veloz en el aire con arrogancia majestuosa, murmuraba el -quijote «modernista» en la embriaguez de sus evagaciones: - -—¿Será el lienzo de un barco?... ¿Será la bandera de Clavijo?... - -Historia, fantasía y leyenda, bailaban, locas de remate, bajo la frente -rubia del mozo soñador; preso en la terrible pesadilla del llano, -confundido entre realidades y quimeras, sentía vagamente la sombra del -ensueño, el cansancio del viaje y la amargura del lugar. Quiso vencer -aquel estado de modorra, sacudir el delirio y la fatiga; hizo al cabo -un esfuerzo para recobrar su aplomo, y advirtió, al conseguirlo, que -tenía hambre y que le dolía un poco la cabeza. Miró el reloj: iban a -dar las once. Había salido de Astorga con muy ligero desayuno, y el -camino y el sol estimulaban ahora sus buenas disposiciones para el -almuerzo. - -—¿Qué se ve allí?—preguntó al guía, señalando la única mancha del -horizonte. - -—Es la cigüeña—dijo el maragato, y añadió—: Ya no está lejos -Valdecruces. - -—Ni lienzo navegante, ni enseña heroica—pensó el joven, burlándose -de su visionaria turbación—; son unas alas potentes; por su destino -libres, cautivas por su fidelidad. - -Y quedóse el viajero sumergido en regalada laxitud, en el sedante baño -de poesía que la contemplación del ave le brindaba. - -Todo era manso y fuerte en la vida singular del enorme pájaro: la -reciedumbre de su nido, centenario a veces, puesto en la torre -parroquial debajo de la Cruz, en el apacible corazón de las aldeas; -la ternura delicadísima para con los hijuelos; aquella gracia seria y -noble con que vigila las sembraduras y convive entre los campesinos; -la rara y firme condición de su boda sexual _para toda la vida_; de su -vuelta al mismo terruño para todos los años, y la reposada actitud de -la figura, el paso y el vuelo, que componen armoniosa grandeza con el -matiz austero del paisaje... Cuanto del animal amigo de los hombres -pudo enaltecer el curioso viajero, parecióle conmovedor y simbólico. - -—Una maragata y una cigüeña me han «hecho los honores» del -páramo—meditó, engolfándose en la repentina emoción. - -En aquel momento la breve caravana, doblando una ligera loma, alcanzó -al ave, quieta en el camino; tenía el largo cuello ondulante, y el -pico un poco inclinado hacia la tierra; miraba pensativa los áridos -terrones, como la mujer que al paso del caballero musitó humildemente: -«buenos días». Y siguió esperando, inmóvil en su habitual postura de -meditación y reposo, hasta que llegaron los caminantes: alzó entonces -lentamente sus ojillos de indefinible color, pardos y cenicientos igual -que la estepa; dió algunos pasos con dignidad y compostura, erguido el -cuerpo, mesurado el ademán, y abrió, por fin, las espléndidas alas con -un vuelo fácil y gracioso, desapareciendo del horizonte en majestuosas -espirales. - -No tuvo tiempo el poeta para glosar con sus admiraciones tan peregrino -espectáculo, porque al rendir la imperceptible cumbre, mostró el duro -sendero repetidas señales de dulzura. - -Se alzaba un poco en aquel sitio y por él descendían las tierras en -suaves ondulaciones, amansadas y humildes, con recientes señales de -cultivo y amigables surcos de senderos. - -A preguntas curiosas del jinete dijo el peatón que allí empezaba la -mies de Valdecruces, y que aquellos «bagos» ya tenían hecha la tercera -labor para recibir la simiente «en la semana de los Remedios», al nacer -el otoño. - -Y acosado por nuevas preguntas, explicó el maragato cómo la pobreza -del país no permitía cosechar anualmente en los mismos terrenos, y así -quedaban en _fuelga_ los unos mientras fructificaban los otros. - -—Éstas—añadió en el tecnicismo agrícola del país—estuvieron «de -aramio» siete meses. - -Y señalaba las glebas recién movidas junto a los profundos roderones -del espacioso camino. El cual iba estrechándose con la disimulada -lentitud de un prisionero que al evadirse quiere ocultar su prisa y -su esperanza. De ambos afanes pudiera suspirar el triste fugitivo del -barbecho, buscando la ilusión de una mies, la gracia bienhechora de un -arroyo y el caliente regazo de una aldea. - -Y esta sorda inquietud que parecía latir en la pálida ruta, comunicóse -a los viajeros con impaciencia viva, sin excepción del mulo, apresurado -ahora, olfateador y relinchante por demás. Habían torcido su rumbo por -la estepa, a indicaciones del caballero, que la quiso recorrer toda, y -entraban en Valdecruces por un transitorio vergel de centenos maduros. - -Pocos pasos adelante, columbró ya el jinete la verdosa masa de hojas -y de espigas, un imprevisto oasis que, acosado de cerca por el erial, -parecía surgir inseguro y tembloroso como un atrevimiento de furtivo -amor hacia la esquiva ingratitud. - -Pasó un hálito caliente de primavera sobre el áspero dorso de la -llanura, y las espigas estalladas exhalaron dulcísimo perfume. - -Comenzaban a palidecer las anchas hojas lineales en torno al granado -fruto, muertas ya las sutiles flores en el raquis henchido. Pero aún -flotaba en el ambiente esa especie de niebla azul, producida por aromas -y glumas de la flor. - -Hundiéndose de pronto el forastero en tan inesperado paraíso, imaginó -escuchar una plegaria vehemente y armoniosa en el rumor de aquel vaivén -de espigas, verdes y rubias, con degradaciones de admirables tonos. - -Fuera ya del camino central, guiaba el espolique por las honduras de un -sendero, delicadísima estela de los crecidos centeneles, agitados con -inquietud de marejada. Latía el perfume como un aliento en torno del -jinete, y se asomaban al horizonte, más visibles que en el transcurso -del viaje, los bravos picos del Teleno y Fuencebadón. - -Bien sabía el poeta que la maravilla sorprendente de aquella mies, -rescatada al páramo como botín de durísimo combate, era obra y -tormento de la mujer maragata; que bajo aquel fugitivo mar de -espigas naufragaban oscuramente la juventud y la belleza de unas -abandonadas criaturas, por débiles tenidas en el mundo; que ni la -heroica satisfacción del noble sacrificio acompañaba en su naufragio -a las infelices cautivas de la tierra, del instinto y la ignorancia. -¡Y era el hondo caudal de su ternura, inconsciente, la única fuerza -humana bastante poderosa para hacer vivir y fructificar los indomables -terrones del yermo! - -En la hidalga paramera de León, solar de los más castizos de la raza, -teatro y reliquia de inmortales memorias, duerme el pueblo maragato, -incógnito y oscuro, desprendido con misterioso origen de una remota -progenie. Siglos enteros supervivió a la desolación de los eriales, -solitario en toda la integridad de su rara pureza, embarrancando en -la llanura como un pobre navío que encalla y se sumerge, y al cual se -abandona y olvida en el turbulento mar de la civilización. Pero, al -fin, en la tragedia de este «buque fantasma» se salvaron los fuertes. -Más duros los códigos en los mares de tierra que los que rigen en los -mares de agua, consintieron que en las bárbaras olas del erial se -quedasen cautivos para siempre las mujeres y los niños, mientras los -hombres útiles pedían remolque a la vida del progreso para explotar -sus riberas. Y las pobres maragatas se encontraron solas, condenadas -a no extinguirse nunca, porque los maridos arribaban a menudo hasta -la callada flota que extendieron por el llano estas graves mujeres de -Maragatería: acuden ellos potentes y germinadores a imponer como un -tributo la propagación de la especie, a dejar la semilla de la casta -en las entrañas fecundas de unas hembras, tan capaces, que hasta en el -páramo cruel han producido flores... - -Así discurría con ansia y pesadumbre el andante poeta, enervado por la -fragancia de los centenos, peregrino entre las espigas que palpitaban -con dulce temblor. - -Sentía el mozo levantarse otra vez su inquieta voluntad con el generoso -estímulo de las redenciones. Si era una locura soñar con la liberación -del yermo, no lo era tanto apetecer la de aquellas mujeres miserables. -Y, si aun este propósito fuese desmesurado para acometido por un -corazón, un estro y una pluma, le quedaba al artista la certidumbre de -poder esgrimir con gloria aquellas nobles armas, para rescatar del mar -de tierra, libre y dichosa, a una sola mujer. - -A cada paso del mulo tomaba más cuerpo esta ilusión en los bizarros -sentimientos del joven. - -Si acaso a Valdecruces le empujaban—seguía meditando—la curiosidad -y el antojo, sobre aquellos humanos impulsos labraría con arte y con -misericordia el cauce de ternura por donde corriese el definitivo amor -a formar un sereno remanso. - -Ráfagas de ocultos fervores le sacudían, enardecido y ambicioso, -con las manos trémulas de fiebre, la memoria llena de secretos y el -porvenir cuajado de esperanzas. Todas sus emociones del camino se -condensaron, vibrantes, en aquella última; de cuantas quimeras y -memorias le acompañaron hasta allí, sólo quedaba en su imaginación, -como cifra y símbolo, una bella figura de mujer: adornábase con un -traje regional, acaso descendiente de góticos briales o de gentiles -paños morunos; tenía dulce el rostro como la ilusión del viajero, y el -alma heroica lo mismo que la raza leonesa. - -Reinó esta solitaria imagen como dueña absoluta de tantos pensamientos -impacientes, cuando, ya surcada la mies, se acercó en el paisaje la -arcillosa giba del caserío y una mansa barbechera corrió a confundirse -con las rúas del pueblo. - -En la primera de las cuales se extendía ancho lugar, parecido a una -plaza, decorado en medio con una fuente. Al borde del pilón una mujer -aguardaba que su cántaro se llenase. Iba compuesta al uso del país, -de mucha gala, sin duda por ser domingo, y parecía absorta en la -contemplación de la corriente. - -A este sitio llegaban los viajeros cuando, desde muy cerca, un toque -grave de campana avisó en la parroquia el mediodía. - -Descubrióse el espolique para rezar las oportunas oraciones y le imitó -el caballero, distraído. Mas de pronto, al encontrar junto la fuente, -viva y hermosa la imagen de sus recientes pensamientos, adelantóse -hacia ella enajenado y feliz. - -La sorprendida aguadora levantó su mirada y le brillaron los ojos -como topacios al llenarse de luz; era una mozuela pálida y triste, de -agraciada figura. Advertida por el aviso parroquial, iba a santiguarse, -cuando apareció el forastero y, mirándole con ébria admiración, trazó -aturdidamente la señal de la cruz. - -En la boca del jarro, ahito, rió entonces el agua cantarina, -vertiéndose con dulce murmullo, mientras Rogelio Terán y de la -Hoz, hidalgo montañés, novelista romántico, poeta lírico, hombre -sentimental, mozo gentil, con el _jipi_ en la diestra, declamó -reverente: - -—¡Salve, oh maragata, augusta _Señora del Páramo_, salve! - -Con lo cual la aludida, escandalizada ante una oración nueva, no -escuchada jamás, tuvo al viajero por hereje o por loco; le envolvió un -instante en la mirada de sus ojos verdes y profundos, y abandonando el -cantarillo, echó a correr con las mejillas pintadas de arrebol. - -Aún resonaba la fuga de aquellos pies menudos en la calzada vecina, -cuando el desairado galán sintió con repentinos apremios el aguijón -del hambre, y más sensible la pesadez del dolor de cabeza. Pero en -atravesando la plaza ya le ofreció el reparo apetecido la casita del -cura, puesta con vigilante devoción enfrente de la iglesia. - -Mudo estaba el lugar, como deshabitado y misterioso. La campana piadosa -había cesado de tañer y la cigüeña asomaba sus alas extendidas en la -torre, protegiendo el nido debajo de la cruz. - -Dió el maragato dos recios golpes en el conocido portal de don Miguel, -y bajo el tejaroz de la parroquia volaron con alarma unos vencejos... - -[Illustration] - - - - -[Illustration] - - - - -X - -EL FORASTERO - - -CUANDO llegó a su casa Marinela, jadeante y medrosa, desde el fondo de -la cocina donde la esperaban para comer auguró la madre: - -—Esa coitada rompió el cántaro de fijo. - -Aguardaron todos en muda expectación a que la niña explicase aquel -azoramiento de su vuelta. - -—No rompí el jarro—murmuró ella con timidez—; es que vide a un señor -rezándome, a mí misma, una salve trabucada, tal que si yo fuera la -Virgen... Venía de viaje; está demoniado o es judío. - -—¿Onde fué eso?—preguntó Olalla con asombro mientras los rapaces -corrían a la puerta, y _Mariflor_ iniciaba también un movimiento de -curiosidad. - -—A orilla de la fuente—dijo la aguadora, tomando otra vez el camino -detrás de su prima y de su hermana. - -La tía Dolores no pareció enterarse de la novedad, entretenida con -encender _fuyacos_ en el rescoldo mantenido por las brasas de un tueco. -Y Ramona, cortando lentamente raciones de la hogaza morena, rezongó -aburrida: - -—¡Cuántos parajismos! - -Ni en la calle silenciosa, caldeada por el flamear del sol, ni en la -plaza desierta, vieron los averiguadores rastro alguno del misterioso -forastero. El cantarillo, en colmo, seguía derramando el agua riente, -que al borbollar ahora, parecía esconder en sus cándidas modulaciones -un acento de burla. - -—Tú soñaste, rapaza—le dijeron los curiosos a la pobre Marinela. - -—No soñé—afirmó la niña con mucha seguridad, aún palpitantes de -admiración los profundos ojos. - -—¿Era joven?—aludió Florinda con aire distraído. - -—Mozo y galán; montaba un mulo alto como el nuestro; traía paje y -fardel. - -—¿Por el camino de Astorga? - -La maragata levantó los hombros un poco insegura. - -—Creo—dijo—que venía por la mies... no sé de dónde. - -Y sus pupilas, cambiantes como las piedras preciosas, adquirieron vagos -colores de turquesa. - -Olalla, portadora del cántaro, adelantábase con los niños, y -_Mariflor_, enlazando a su prima por la cintura, preguntaba todavía con -afán: - -—¿Era rubio y usaba lentes? - -—De eso no me acuerdo—balbució la mozuela, buscando ansiosa en su -imaginación los perfiles del rostro aparecido. De repente aseguró -arrobada: - -—Tenía los ojos azules. - -—¿De veras? - -—De verísimas. - -Las dos enmudecieron, con los corazones tan acelerados como si el -color azul fuera para entrambas un abismo... - -Durante la comida no se habló una palabra de la aventura de Marinela; -sólo Pedro miró a la moza por dos veces, haciéndose en la sién un -ademán expresivo, come diciendo: estás «de aquí». La aludida se -impacientó ruborosa, y Olalla puso un dedo sobre los labios con -prudente disimulo, recomendando la paz. - -Comían en torno a una de las «perezosas», con grave compostura y -aplomada lentitud, como si cumpliesen una sagrada obligación. Olalla, -que oficiaba de «sacerdote» en aquella solemne ceremonia, sirvió -primero a Florinda y después a Marinela; luego puso en un mismo plato -las raciones de Pedro y de Tomás; en otro la de Carmina y la suya, y -dejó el resto del caldoso cocido entre su abuela y su madre. Quedaban -así establecidas dos tácitas preferencias, que parecían justas en -consideración al desgano y el esfuerzo de ambas comensales, dueña cada -una de un plato y angustiadas sobre el humo del guisote. - -Era tan visible la repugnancia con que las dos comían, que Ramona, -después de empapujarse varias veces con murmuraciones, atragantadas -entre bocados y sorbos, acabó por decir con aquella su ronca voz, sin -matices ni blanduras: - -—¿Por qué no mojáis mánfanos en la salsa? Hay que comer para trabajar. -¡Vaya unas mozas, que no valéis una escupina!. - -La abuela suspiró con un ¡ay! rutinario, muy tembloroso. Y Olalla posó -interrogantes sus ojos claros en las delincuentes: siempre comían poco; -¡pero lo que es hoy!... Abarcó la mesa en una solícita mirada, sin -tropezar otros manjares que el pan moreno y duro, y volvióse hacia el -llar, desguarnecido de cacerolas, humeante bajo la caldera donde hervía -el agua para la comida del cerdo. Paseó en idénticas persecuciones -las paredes y el techo de la cocina, y después de lanzar sobre su -madre temerosa consulta, que no tuvo respuesta, preguntó a las dos -inapetentes: - -—¿Queréis una febra de bacalao? - -Todos los ojos se volvieron hacia la pobre bacalada, a la cual un -cloque hería prisionera en la altura, pendiente como una interrogación -sobre la estancia miserable. - -Las dos favorecidas por el generoso ofrecimiento se habían apresurado -a hundir en la salsa pedacitos de pan desde que Ramona censuró sus -melindres. Movieron la cabeza diciendo que no ante la perspectiva del -regalo, torpes para hablar, como si una misma angustia les cerrase la -boca, y mirándose con singular emoción, a punto de gemir. - -—No; si tú—saltó la madre iracunda, dirigiéndose a su hija—tienes -gustos muy finos; naciste para canonesa y no llegaste a tiempo. - -La muchacha rompió a llorar con exageradas señales de dolor, como -si otros secretos infortunios le acudiesen a los ojos pungidos de -lágrimas, mientras que su prima, sintiéndose también envuelta en la -insistente acusación, reclamaba su animosa voluntad para serenarse. - -Olalla había palidecido: nada la hacía estremecer como el lloro de sus -hermanos. - -—¡Madre, por Dios!—rogó conciliadora. Y añadió fingiendo -alegría:—Hoy hay postre, que es domingo. - -Los rapaces se miraron sonrientes, y ella, al levantarse con rumbo a un -secreto armario, acarició los hombros de Marinela y le sopló al oído -unas palabras, suaves como zureos de paloma... - -Las manzanas y el queso pusieron a los niños tan alegres, que su -animación llegó a resplandecer un poco en toda la familia, y Olalla, -más libre de cuidados, reveló de pronto un pensamiento que desde la -víspera le venía causando sordas indignaciones: - -—¡Miren que llegar sin un triste céntimo el hombre de Rosenda, tiene -alma! - -Acogió Ramona la conversación con interés agudo, murmurando: - -—Ella hace muy bien en amontonarse. - -—¡Perfectamente! - -—Amontonarse, ¿qué quiere decir?—preguntó _Mariflor_ curiosa. - -Y su tía, más amargo que nunca el acento, explicó entonces: - -—Pues no vivir con «él», no recibirle, negarle hasta el habla. - -La vieja parpadeó muy de prisa, como si espabilase el sueño o -solicitase una gota de llanto para limpiar las nubes de sus ojos. - -—¡Válgame Dios!—prorrumpió únicamente. - -—Sí; válganos a las míseras madres abandonadas con los hijos—clamó la -nuera. - -Un exiguo fulgor, como llegado con fatiga desde muy lejos, chispeó en -las pupilas de la anciana. Y repuso quejosa: - -—No lo dirás por ti. - -—¿Que no? - -—Si el marido no te puede mandar dinero, de lo suyo gastáis... y algo -de los demás. - -—También lo de mis padres lo gastaron los nietos, que yo no me casé -desnuda... y he sudado mucho en somo de la tierra. - -—¡Ansí es la vida! - -—Pero cuando es poco lo que se tiene y lo que se trabaja, al padre -cumple mantener a los hijos... o non facerlos. - -—¡Mujer! - -—Lo que usted oye. - -—¿Y cuando el esposo gasta mala suerte y mala salud?...—subrayó la -vieja, amarilla y temblante como la llama de un cirio. - -—¡Que se chive!—escupió Ramona con brutalidad, poniéndose de pie. - -Su elevada estatura dominó la estancia al ras casi del techo. Extendió -los brazos hacia los relieves de la comida y alzó de una sola vuelta -platos y cucharas, los mendrugos de pan, la fuente y el mantel: todo lo -depositó sin ruido en el rincón donde era costumbre lavar el belezo. -Se puso un delantal de arpillera sobre la saya «rajona» y comenzó -calladamente aquella labor menuda que en los días festivos excusaba a -su hija. - -Sobre el lejano resplandor enceso en los ojos de la anciana, cayó la -rugosa cortina de los párpados. Apoyó la tía Dolores un codo en las -rodillas, en la mano la frente, los pies en un «silletín», y pareció -que se amodorraba en el sopor de una fácil siesta. - -Los rapaces se habían escabullido hacia el corral, y las tres mozas, -descoloridas, inmóviles, se inclinaban en una misma actitud de -sobresalto, como si las aturdiese el rudo peso de aquellas frases que -sonaron a disputa y maldición. - -Olalla, vergonzosa de que su prima sorprendiese tan acerbas -intimidades, quiso, para disimular su disgusto, seguir hablando de -Rosenda Alonso. - -—Es una hija del tío Rosendín, ¿sabes?—le dijo en voz baja a -_Mariflor_. - -—¿El sacristán? - -—Ese. Figúrate que la pobre parió dos mielgos la semana pasada; ¿te -acuerdas? - -—Sí; yo la encontré pocos días antes, que daba compasión... - -Y la muchacha se estremece al recuerdo de aquella criatura sin forma de -mujer, apabilado el rostro, desfallecida como una sombra, arrastrando -con paso vacilante un _feije_ de leña y un vientre enorme. - -—Pues tiene otro rapaz—continúa Olalla—que anda en cuello todavía -y sin qué echar a la boca; cuando va y se le presenta el marido -fambreando también. - -—¿El, es bueno? - -—Serálo; pero es pobre como las mismas ratas. - -—Si se quieren... - -—¿Cómo se han a querer, boba, sin ser dueños ni de un quiñón de tierra? - -Triunfante al exponer aquella rotunda imposibilidad, la joven dice: - -—Con menos apuros las maragatas se amontonan cuando los maridos -vuelven sin dinero. ¿No verdá, Marinela?—y sacude blandamente a la -trasoñada niña. - -Ella parece despertar de una grave meditación, se hace repetir la -pregunta, y luego responde con respetuoso fatalismo: - -—Es el usaje del país. - -Y Florinda, abrumada por la validez indiscutible de tal uso, baja la -frente sin replicar. Otros íntimos anhelos la preocupan, mucho más -agitados desde que Marinela encontró al forastero de los ojos azules... - -Entra Pedro desperezándose, y dice que después del Rosario irá a fincar -los bolos; en su aire aburrido se conoce el deseo de que llegue la -hora. Como parlotea en alta voz, Olalla le advierte por señas que está -durmiendo la abuelita, y él entonces vuelve a salir hacia el corral -donde los chiquillos discuten la posesión de un _rongayo_ de manzana. - -Desde la oscuridad donde trajina, pregunta secamente Ramona: - -—¿No lleváis al chabarco los curros? - -La abuela se estremece sin abrir los ojos, y las muchachas se ponen de -pie como sacudidas por un resorte. - -—Agora mismo—dice la mayor—. Y las otras la siguen con mucha -celeridad, como si les diese miedo quedarse en la cocina. - -La brusca luz de fuera les hace a las tres entornar los párpados. El -_estradín_ está lleno de moscas y de polvo, y el corral, a pleno medio -día, arde y calla, reverberante de sol. - -—¿Onde estarán esos pillavanes?—dice Olalla, viendo que sus hermanos -han desaparecido. - -Se oyen hacia el huerto unas risas pueriles, y las gallinas se -alborotan pedigüeñas delante de las muchachas. - -En la negra habitación que acaban de abandonar parece que con ellas -ha huído la poca luz que había, aquel dorado resplandor que desde el -_estradín_ entraba con un vaho caliente de la tierra. El trashoguero, -embrasado todavía, pone en el hondo llar rojos matices de expirante -lumbre y un olor de agua sucia emerge en el aire con la oscuridad y con -el humo. - -La tía Dolores, apenas salieron las muchachas, se enderezó con -singulares bríos, cerró las dos puertas que daban acceso a la cocina -y, adelantándose en la sombra, segura como un remordimiento, preguntó -hacia el sitio aquel donde se rebullía la nuera: - -—Si viene Isidoro, ¿tú no le recibes? - -Hubo un silencio frío... Se oyó después un «No, señora». - -Menos firme, la voz de la anciana tornó a decir: - -—Y si algún día viene a tu casa Pedro, comalido y pobre, ¿le recibirás? - -Vibró al punto un fuerte «Sí, señora». - -Y la tía Dolores, extendiendo los brazos con un sordo crujido, replicó -anhelante: - -—¡Pues no olvides que esta casa es mía! - -Se quedó allí la vieja, muda y en cruz, sin que el rincón sombrío se -diese por enterado de aquella lógica irrebatible. Porque Ramona, que -ya había acabado de fregar, abrió sin ruido la puerta lindante con la -cuadra y salió llevando la comida para el cerdo... - -El caudal que durante los inviernos pasa trabajador por los molinos, -derivado del Duerma, hace su entrada en Valdecruces bajo la humilde -forma de un arroyo, sujeto a languideces estivales que en ocasiones -llegaron a borrar la estela desmayada. Viene esta caricia de aquel lado -donde madura más temprana la mies, donde no todo el terreno es añojal -y hasta algunas parcelas pueden pomposamente llamarse «de regadío» -cuando los ardientes calores funden en el Teleno heladas nieves, y unos -providenciales arroyatos brindan a este rincón de la llanura el piadoso -murmullo de su limosna. - -Por el mismo lado entró, en este día memorable, un poeta con ínfulas -de libertador, como si todas las sonrisas de la esperanza hubiesen de -llegar a Valdecruces desde allí. - -Mientras Olalla espera que los patos se bañen en el desmedrado -arroyuelo, las otras dos mocitas están muy silenciosas y meditabundas -mirando cómo fluye el tenue hilo de la corriente. Y sin más preámbulo, -como si una invencible preocupación la sugestionase, Marinela dice: - -—Sí, sí; por aquel lado «venía». - -Su voz, impregnada de misterio, balbuce al oído de la enamorada, que se -estremece y se turba: - -—Hace volcán—pronuncia Olalla vagamente—. Y Florinda cubre sus -cabellos con el pañuelo blanco del bolsillo. - -En el sopor fatigoso de la hora fulgura el aire y duerme la tierra, -retostada y sediente, sin que llegue del vecindario un solo suspiro -hasta la calle, desde las ventanas, abiertas como bocas en perezoso -bostezo. - -Han madrugado mucho los calores y los campesinos temen, con razón, que -se les tueste la cosecha antes de estar en punto de segarse. Andan ya -«cogiendo la vez» para los trajines del riego, solicitando hasta la -última gota del agua que empieza a murmurar como en agosto, derretida -en los montes por este mismo ábrego que en la llanura consume los -caudales del Duerna. - -Tales pensamientos se agitan en la mente de Olalla con fatigado -rumbo: este arroyo, vecino de su calle, no le dará corriente para -lavar la ropa, para bañar los patos, para surtir a la cocina; y, sobre -todo, no podrán buscar quien las ayude en las tareas del riego, ni -en las de la _jaja_ y escardadura; quizá tampoco en las de la siega -y la recolección. Las obreras son demasiado pobres para esperar por -los jornales; de América no mandan un céntimo; el tío Cristóbal pide -los haberes o la casa, y la abuelita chochea sin acordarse de lo que -debe, de lo que es suyo, de cuanto sea preciso pagar y conseguir. Ya -volaron los restos de la «matación», y la olla cuece sin «llardo» y -sin «febrayas», como la del último pobre del lugar. Escasea el aceite; -faltan zapatos a los niños; la madre sufre y riñe, con el genio más -adusto que nunca... - -—¡Dios santo!—clama la moza en medio de sus meditaciones, sin poderse -contener. - -—¿Qué sucede?—le pregunta su prima. - -Pero Olalla conoce por instinto el arte de fingir. Su carácter -reservado y oscuro no se presta a las expansiones; siente un salvaje -pudor de aquella terrible miseria que a pasos agigantados se posesiona -de su hogar, y hasta en el seno de la familia procura disimularla, -menos por compasión que por orgullo de mujer fuerte, por extraña -codicia que la empuja con bravo deseo a esconder, como un tesoro, penas -y trabajos para ella sola, hasta donde sea posible. - -—Sucede—responde tranquila—que estáis cogiendo un sofoco sin -necesidá; veivos a casa. - -—No, no—se apresuran a decir las otras con obstinación. - -Y como Olalla siente que la negativa está envuelta en nubes de -inquietud, quiere ahuyentar con frases animosas aquel mudo trastorno, -y balbuce palabras resonantes que tiemblan en la penumbra de los -pensamientos igual que pajarillos lanzados a volar en medio de la noche: - -—Bailaremos a la tarde. Ya Marinela tiene que empezar a ser moza, y -tú habrás aprendido las danzas de aquí, en dos meses que las ves... - -—No aprendo todavía—responde _Mariflor_. - -—No bailo—asegura Marinela. - -Impaciente por aquellos murmullos negativos, Olalla prorrumpe: - -—¡Sodes bobas! - -Sonríe Florinda, deseando mostrarse menos preocupada, pero busca en -vano alguna cosa alegre que decir; y como los «curros» patullan en la -fangosa margen del arroyo, comenta distraídamente. - -—Casi no tienen agua. - -—Sí; el aflujo va mermando con la sequía, y en el bañil de allá bajo -tampoco hay bastante para que las bestias se remojen... - -—¡Si lloviese!—ansía _Mariflor_, sabiendo que se aguarda la lluvia -como un gran beneficio. - -Las tres alzan los ojos con incertidumbre hacia el flamante cielo, -curvado en imperturbable serenidad sobre la aldea, y los tornan después -hacia la calle, que silente y espaciosa como un ejido, huye al campo -con el leve surco del arroyo entre las guijas. - -La doble hilera de casas, puestas holgadamente en su sitio con cierta -urbana solemnidad, se interrumpe a menudo por sebes de huertos, -portones de corrales y afluencias de otras rúas, que también se abren -anchas, calientes y dormidas. - -—Parece que no hay nadie en el pueblo—dice _Mariflor_, dominada por -el agobio profundo de tanta soledad. - -—Están todos echando la sosiega, mujer; ya verás como otros domingos, -a la hora del Rosario y después en el baile, cuánta gente. - -Y Olalla, siempre calmosa, parece que se olvida de recoger sus patos. - -Hasta que llega un perruco con la lengua fuera a beber en el mísero -arroyuelo, y espanta los ánades que salen parpando a las orillas en -torpes vaivenes. - -El gozque, así que sacia la sed, ladra con furia, y cuando las niñas -vuelven la cabeza buscando el motivo de aquel alboroto, ven a Ramona -asomándose a la empalizada del corral. - -—El tercero para las dos—advierte—. ¡Si habéis d’ir al Rosario!... - -A esta sazón rompe a tocar la esquila de la iglesia. - -Aléjase el perro, lanzando sordos gruñidos a la brusca aparición de -Ramona, mientras las muchachas y los patos se recogen. - -Y en la calle, letárgica otra vez, sólo parece vivir el hilo tenue del -arroyo, y un trapo que a lo lejos pone erguida su dudosa blancura, como -anuncio y señal de una taberna. - -Cuando vuelven a caer las tres mozas en el hondo agujero de la cocina, -sienten una frescura penetrante en medio de una densa oscuridad. - -Mas, pronto Olalla descubre en la masa de sombras y de humo a la -_Chosca_, acurrucada en el suelo entre la ceniza, dando sorbos y -bocados voraces a la misteriosa sustancia que extrae de un pucherete. - -En el escaño, donde suele dormir la criada, se ha escondido la tía -Dolores. Allí está inmóvil sobre la ruin yacija, dominada por el -letargo o por el sueño. - -—¿Qué hace usté, abuela?—le pregunta la joven asombrada—¿Duerme -todavía?... ¿No viene a la parroquia? - -La sacude con el temor de que pueda ocurrirle un accidente. - -Pero ella responde levantándose: - -—Ya voy. - -También su voz ahora parece que ha venido de muy lejos, como el fugaz -relámpago que le brilla algunas veces en los ojos. - -Hoy la esquila avisadora voltea con más sutiles vibraciones; algo le -sucede; anuncia una cosa extraordinaria; tiene una doble intención, -oculta en el repique insinuante en los últimos golpes: _Tan... tan... -tan..._ ¿Qué secretos dice a gritos la esquila?... - -Esto se pregunta _Mariflor_ acabándose de vestir, y en tanto que vuelan -como alondras sus deseos. - -Ya las tres maragatas están muy elegantes, que, de la antigua opulencia -familiar, guarda la tía Dolores ricas vestiduras del país: «rodos»; -sayuelos, dengues, arracadas, mandiles y otros aliños de mucha gracia y -mérito, aunque no cotizables para la avaricia del tío Cristóbal, como -los «bagos» y las yuntas. - -Marinela, endomingada desde muy temprano, aguardó en un rincón que las -otras terminasen su arreglo, procurando no estorbar en la estrechez del -gabinete de Florinda, único de la casa donde con el sol entra alegre la -luz. - -Cuando van a salir, llega muy presurosa la sobrina del párroco, con la -mantilla puesta y el rostro encendido. - -—Como tardábais—dice—, vengo por vosotras. Y añade en impaciente -explosión confidencial: - -—¿No sabéis?... Ha llegado a casa de mi tío un señor de Madrid: -escribe libros y cantares, y habla mucho de _Mariflor_. - -—¿Le conocías?—prorrumpe Marinela estupefacta, adivinando que ha -parecido su forastero de los ojos azules. - -La aludida, acelerado el pulso, batiente el corazón, murmura como un -eco de contestaciones idénticas: - -—Venía «con nosotras» en el tren... - -—Sí; es verdad—corrobora Ascensión—, lo ha contado en la mesa, y -como yo he servido la comida lo estuve oyendo todo. - -Olalla oculta impasible sus impresiones, y las pupilas volubles de -Marinela relumbran como dos esmeraldas. - -—¿No está loco?—interroga. - -Y luego que refiere a la sobrina del cura su hallazgo singular del -medio día, ésta clama risueña: - -—¡Andanda con la salve!... Pues el señor que dices está en su sano -juicio, es bien fablado y buen mozo. - -—No llegaremos a tiempo—murmura pasivamente Olalla. - -Movidas por advertencia tan oportuna, salen del gabinete y de nuevo -cruzan las sombras del pasillo y de la cocina, evitando con la puerta -principal el rodeo de la calle. Ni junto al llar ni en el escaño hay -figuras humanas esta vez: la casa, desierta y silenciosa, se agacha -humilde bajo el sol. - -[Illustration] - - - - -[Illustration] - - - - -XI - -LA MUSA ERRANTE - - -—HAY comedia... - -—Hay volatines... ¿Vamos? - -—Díle a madre que nos deje ir... - -—¡Díselo! - -Olalla fingió enojo, deseando complacer a los chiquillos, y lamentóse -en alta voz para que su madre la oyese: - -—¡Cuidao que sois pidones! Por mi parte ya estáis aquí de más. - -—Y mañana no habrá quien les recuerde para ir a la escuela—dijo -Ramona en tono de transigir. - -—¡Ah! Ya les haría yo poner los huesos de punta. - -Las tres caras redondas y apacibles de los niños demostraban insólita -inquietud, porque la esperanza de asistir a una «comedia» en el propio -Valdecruces era cosa verdaderamente absurda, capaz de conmover a todo -el pueblo. - -Nadie supo qué azares enemigos llevaron a los infelices histriones por -aquellas pobres veredas maragatas. Ello fué que, con las penumbras -de la noche, llegó un carro al crucero, se detuvo en una esquina -estratégica y comenzó a desalojar extraños personajes, herramientas -y enseres, bichos y trapos. Salieron de la ambulante guarida tres -viejos y una mujer madura, dos mozas, dos niños y un galán; varios -perros ladraron, chilló un mono, vociferó un lorito y relincharon dos -caballejos y una mula: dió a luz, en fin, el Arca de Noé. - -El asombro de algunos rapaces que presenciaron la llegada, propaló -por el pueblo la noticia, y la soporosa tranquilidad de los vecinos -encendióse con rara turbación. - -Desde el baile, cuando ya se retiraba la gente dominguera en pacífico -desfile, escurriéronse los grupos hasta el Crucero, y, a distancia, con -ciertas precauciones, comentaron la singular visita. - -A la vera del carro fulgían ya, como luciérnagas, algunas luces, y los -juglares, con actividad inconcebible para el atónito público, habían -obtenido del tío Cristóbal, alcalde pedáneo, licencia para celebrar -aquella misma noche una función. - -Entre grandes estrépitos, de escandalosa y memorable resonancia, -un tambor y un cornetín anunciaban, a poco, el _extraordinario -espectáculo_, para las nueve y media en punto. - -Inicióse el pregón al través de las calles con una arenga dicha en -medio de la plaza por el más mozo de los tres viejos. El orador, -después de saludar con leve modulación extranjera al _respetable -público_, ponderó como lo más sorprendente de aquella solemnidad la -«presentación» de la «célebre» _Musa errante_, una dama loca de amor, -que andaba por el mundo gimiendo su querella y que declamaría sus -cuitas en «magníficos versos» ante el _ilustre auditorio_. El cual no -quedó muy enterado de la importancia del anuncio ni muy curioso por el -peregrinaje de la _Musa_. - -Pero se celebrarían también «danzas griegas»; difíciles y peligrosos -ejercicios de gimnasia; burlas de payasos; suertes maravillosas por «el -nunca visto joven Manfredo, malabarista y nigromante». - -Tantas exóticas ponderaciones, comprendidas apenas, enervaron al -«ilustre auditorio» con un fascinador aroma de flores desconocidas. - -Y el violento perfume de la novedad que desvela a los niños impacientes -alrededor de Olalla, llega a trascender en el acento de la madre, -ablandado de pronto. - -Aprovecha la moza esta buena coyuntura para preguntar con su tacto -calmoso de campesina: - -—¿Nos deja ir? - -—Dirnos... ¡Pero solas!... - -—¡Venga usted! - -—Que vaya la abuela. - -La cual tuvo que ser consultada a voces, como si se hubiera quedado -sorda de repente. Y enterándose de que era invitada a «juegos de -farsantes», negóse esquiva y triste, con entumecido movimiento de -cabeza y de labios. - -—Iré yo—murmura Ramona, lanzando a su suegra una mirada baja y fría. - -Cuando buscan a _Mariflor_ para cenar, responde desde el huerto, y -acude sonriente, sin esconder el gozo del semblante. - -Le dicen los chiquillos que van a ir todos «a la comedia», y la -muchacha procura sacudir el entorpecimiento agudo de su alegría para -razonar y entender lo que sucede. Repite en voz alta lo que han dicho -los otros, deseando cerciorarse así de cuanto oye; y su acento resuena -ronco y dulce, embargado por la emoción. - -Todos quedan mudos cuando habla ella, sobrecogidos por la fuerte -caricia de ternura que como encendida fragancia brota en sus frases -pueriles. La miran con vago asombro; resplandece, y sonríe sin cesar, -recién despierta a realidades que sin duda ha soñado; moja con la punta -de los dedos pedacitos de pan en la inevitable salsa, y parece que le -saben muy bien según los multiplica. - -La frugal colación tiene esta noche un gusto nuevo, un incógnito grano -de pimienta que estimula en los paladares el apetito y la sed. Hasta -la inapetente niña de los ojos volubles, come de prisa, alterada y -ansiosa, como si fuese un sápido manjar la «sopa de patata». - -Cuando más se acentúa el incitante sabor que hay en la cena, más se -extiende el silencio en la cocina. Entonces _Mariflor_ revive a sus -anchas las preciadas memorias de aquella tarde, y también la punta -de sus pensamientos mojan pedacitos de ilusiones en la «salsa de la -felicidad»... - -Bendice la niña el instante precioso en que don Miguel le dijo, al -salir de la iglesia:—Aquí está «aquel señor» amigo tuyo—mientras -Rogelio Terán, con aire deslumbrado y feliz, se adelantó a saludarla en -medio de las primas. - -Como él no reconociese en Marinela a la maragata que halló junto a la -fuente, la sobrina del cura hizo el descubrimiento entre rubores de -la moza y cortesanías del galán; después, todos reunidos, se fueron -lentamente hacia el lugar del baile. - -Aprovechando la estrechez de una calleja, dijo Ascensión, oficiosa: - -—Vayan delante ustedes. - -Emparejó a la enamorada con el artista, quedóse del brazo de Marinela y -dejó atrás a Olalla con el sacerdote... - -Bebe _Mariflor_ un sorbo de agua, en la boca misma del cántaro, para -serenar este recuerdo, y quédase confusa ante los murmullos de las -palabras dulces que todavía resuenan en su oído y las consideraciones y -esperanzas que se agitan en su corazón. - -Es a ella, a la triste criatura abandonada entre cuidados y -pesadumbres, a quien un hombre de calidad ha dicho esta tarde: - -—¡Te amo, te amo!... Sueño llevarte en mis brazos, un día, lejos de -Valdecruces; quiero que seas dichosa y que me debas la felicidad; -quiero compartir la vida contigo. ¡Eres mi reina, eres mi musa!... ¿Me -quieres, _Mariflor_? - -—Sí, sí—repite embriagada por la gratitud el eco de una respuesta. - -Y entre las efusiones sentimentales que embargan a la moza, que hinchan -sus pensamientos y los entumecen con divina y cordial calentura, -quedan flotando en obstinada aparición las imágenes más indiferentes; -el gorrito azul de la niña mielga a quien Rosenda Alonso mece en las -rodillas; el severo perfil de las bailadoras que danzan de dos en dos, -con los ojos bajos, el ritmo lento y las castañuelas alborotadas, y el -semblante inmóvil del tío Fabián, agrietado y oscuro como las nueces -secas... - -También la _Chosca_ tenía cara de nuez. Y mirándola con repentina -curiosidad, sintió la muchacha importunas ganas de reir. - -Comía la sirviente a la mesa metiendo su cuchara con acompasado vaivén -en la vasija común a la tía Dolores y a Ramona. Las tres sorbían y -mojaban con lenta moderación, sin hablar y sin mirarse, como viajeros -extraños y adustos a quienes el calor y la sed reúne en el camino a la -sombra de un árbol o en torno a la frescura de una fuente. - -Descubre a estas mujeres _Mariflor_ como a criaturas nunca vistas ni -relacionadas con la sangre de ella, con su casta y origen. - -Y cuando, ya agotado en los platos el _moje_ por mendrugos de pan, se -levantan los comensales para salir, quédase la muchacha sorprendida por -su propia voz que que dice: - -—Adiós, abuela. - - * * * * * - -Apacible y sin estrellas rodaba la noche en el espacio. - -Al caer la tarde, se había extendido sobre el cielo, pálido de calor, -una sutil neblina, delicada y luminosa en su baño de luz crepuscular. -Y al descender la sombra a la llanura, quedó la blanca nube abierta en -los horizontes como un manto refrigerante, encendida por un cándido -resplandor de plenilunio: dulces soplos de viento, que parecían rezar -por los caminos, acabaron de prestar a la noche encantos de primavera. - -El auditorio de los comediantes, compuesto de niños y mujeres, con -algún anciano por rara excepción, se preocupaba de mirar al cielo -tanto como a la vieja alfombra convertida en escenario bajo la trémula -claridad de unos hachones. - -—Píntame que hace viento de Ancares—anunció Olalla con regocijo. - -—Sí; corren unas falispas algo frescas—corroboró Ramona. - -Su acento, amargo siempre, envolvía en la brusca modulación una -violenta ansiedad que halló resonancia febril en el concurso: la -inquietud y el deseo hizo balbucir a todos los labios con sigilosa -esperanza: - -—¡Hace viento de Ancares!... - -Y detrás del feliz augurio, los ojos se volvieron hacia el Norte, -escrutando las nubes encima del caserío, de aquel lado por donde la -lluvia era esperada. - -—¡Señores, atención!—gritó el director de escena, como si advirtiese -que el público se distraía del «maravilloso espectáculo»—. Va a -comenzar la extraordinaria labor del joven Manfredo. - -Ya se habían celebrado las «danzas griegas», un baile triste, lleno de -extrañas figuras y contorsiones, entre una moza muy desabrigada y un -doncel con arreos de baturro. - -Era, sin duda, este mismo «nigromante y malabarista» que jugó con -navajas y botellas, con platos y faroles, tirándolos al aire en -complicadas suertes, para recogerlos con las manos, con la boca y con -los pies. - -En seguida barajó unos resobados naipes y los hizo viajar por todo su -cuerpo. Guardó una carta con mucha pulcritud en la palma de la mano, -advirtiéndole muy finamente: - -—Pasa, monina; pasa, chiquitina... pasa... - -Y al conjuro del ruego mimoso, la sacó de la punta de una bota, -exclamando complacido: - -—¡Ya pasó! - -Aquel público no conocía, en su mayor parte, más tramoyas que las -farsas de los pastores, celebradas por año nuevo en zancos sobre la -nieve, y estaba, en realidad, maravillado. - -—Paez cosa de paganía—murmuró Ramona con recelo. - -—¡De veras!—dijo a su lado, absorto, _Rosicler_. - -Un espacioso rumor llevó sobre el concurso estas palabras que se -condensaron en la frase hostil: - -—¡Esos tíos serán ensalmadores!... - -Y las aguas muertas de todas las pupilas se rizaron con un soplo de -supersticiosa pasión. - -En aquel momento apareció en la plazuela don Miguel con su hermana, su -sobrina y un señor que ya por la tarde estuvo acompañándoles y gastó -inusitado palique con _Mariflor_ Salvadores. - -Acercáronse los recién venidos al grupo que formaba el auditorio, y el -forastero halló manera de llegarse a Florinda, en tanto que el cura -explicaba a Ramona algún asunto muy difícil, a juzgar por lo que ella -dilataba los ojos con un gesto anhelante de comprender: miró por fin -a su sobrina arrobada en silenciosa conversación con el caballero, y -alzó los hombros con brusca señal de indiferencia. Pero su mirada, fija -con dura obstinación en el escenario, ya no vió imágenes distintas -ni participó nuevas impresiones al atormentado pensamiento: toda la -inteligencia de la pobre mujer quedó colmada, inflexible y obtusa bajo -las frases breves del sacerdote. - -El joven Manfredo pedía, con muchas reverencias, un aplauso al -«respetable público», después de complicada serie de habilidades. Y -aquella gente, que no sabía aplaudir, mostróse torpe y seria delante -del ceremonioso malabarista. - -No parecía muy buena la ocasión para alargar la bandeja peticionaria, -y las mujeres se quedaron atónitas ante aquel movimiento repentino del -director de escena. - -Todas las manos se encogieron vacías, y el estupor general daba a -entender cuán sincera existía allí la convicción de que los histriones -fuesen unas criaturas sin hambre y sin cansancio, ni otra misión en el -mundo que la de rodar en una preñada carreta divirtiendo a las gentes. - -—Señores: ¡somos unos pobres artistas!—clamó el director con su -acento italiano y su cara triste. - -Una ráfaga de sorpresa agitó débilmente los inanimados sentimientos del -concurso; pero los rostros continuaron impasibles enfrente del ajeno -dolor. - -Rogelio Terán contemplaba asombrado la escena, quizá sin suponer que en -ninguno de aquellos bolsillos hubiese un solo cobre. - -La limosna del párroco y la del forastero vibraron únicas, con sonoro -repique en la exhausta bandeja. - -Al brillo de la plata, una calurosa actividad reanimó a los artistas. -Pidió el galancete su sombrero al tío _Chosco_, el enterrador, que no -sin vacilaciones alargó la miserable prenda, raída y parda, de alas -abiertas, ceñido el casco por un cordón de colgantes borlas. - -El viejo lucía inmóvil su _garnacha_ venerable, remedo de la gentil -melena de los godos. Y el malabarista sacaba duros, a granel, del -maragato sombrero; hacía sonar con deleite las monedas, y tenía al -público sugestionado con este inverosímil rumor del vil metal. - -Sin que decayese el raro interés que tan peregrino juego despertaba, -anunciaron a toque de corneta la aparición de la _Musa errante_, y el -propio joven Manfredo, sin un solo duro ya en sus manos, adelantóse con -mucha gallardía sobre la alfombra, presentando a la dama. - -Era ésta menuda, frágil y bella; parecía una niña vestida de señora. - -Llevaba flotante la cabellera oscura, el vestido de luto, escotado y -aparatoso, con relumbrones de lentejuelas y sobrepuestos de livianos -tules. Había en su rostro infantil, quebranto y languidez; los ojos, -despiertos y tristes, pedían clemencia en mudo lenguaje; los bracitos -desnudos, agitados en la patética oratoria, se abrían como en demanda -de un abrazo, con la desolada expresión de quien siente una infinita -necesidad de reposo y de auxilio. - -Avanzó enlutada entre los humeantes hachones, con aire visionario y -fúnebre, y comenzó a decir: - - Yo soy una mujer: nací pequeña, - y por dote me dieron - la dulcísima carga dolorosa - de un corazón inmenso. - En este corazón, todo llanuras - y bosques y desiertos, - ha nacido un amor, grande, muy grande, - colosal, gigantesco; - amor que se desborda de la tierra - y que invade los cielos... - Ando la vida muerta de cansancio, - inclinándome al peso - de este afán, al que busca mi esperanza - un horizonte nuevo, - un lugar apacible en que repose - y se derrame luego - con la palabra audaz y victoriosa - dueña de mi secreto. - Yo necesito un mundo que no existe, - el mundo que yo sueño, - donde la voz de mis canciones halle - espacios y silencios; - un mundo que me asile y que me escuche: - ¡le busco, y no le encuentro!... - -Vibró la última estrofa como un gemido y rodó sobre la calma de la -noche con tan anchurosa profundidad, que la errante querella pudo -sentirse peregrina de un mundo nuevo, del mundo silente y espacioso -anhelado por aquel inquieto y henchido corazón. - -Florinda y el poeta se miraron a los ojos con profunda zozobra, -impresionados por la avidez y la inquietud del amoroso romance. Y a las -impasibles aldeanas les pareció sentir en algún punto remoto de su ruda -naturaleza un extraño roce como de brisas o de alas, una desconocida -sensación de impaciencias y ansiedades. - -Aquel sordo torbellino sentimental fué a batir en el pecho de Marinela -con el ímpetu de una marejada tempestuosa. - -Desde el medio día se agitó la zagala en brusco sobresalto hasta la -hora en que vió al forastero junto a _Mariflor_ hablándola con los -labios y con los ojos un divino lenguaje que la niña tradujo con -intuición milagrosa. - -Y esta noche, sacudida por contradictorios sentimientos, perturbada por -singulares impulsos, advirtió de pronto que latía desnudo su corazón al -viento de las estrofas errabundas, como un árbol a quien arrebata su -follaje repentino huracán. - -La voz ardiente de la farandulera desceñía con arrebato vertiginoso la -vestidura de sombras y de ignorancias sobre los exaltados pensamientos -de la joven, y ella veía a la intemperie todo el fermento amargo de sus -desvaríos, todo el caos de sus bellas locuras; pensó que los demás -contemplaban con asombro aquella terrible desnudez espiritual, motivo -de su espanto, y cubrióse con el pañuelo la cara roja de vergüenza. -¡Estaba herida del incurable mal de amores que el romance clamaba! -¡Tenía, como la errante musa, un anhelo infinito sangrando penas en el -inmenso corazón!... - -Y esta misma certidumbre entraba en el ánimo de la moza con nublada -conciencia, como al través de un sueño. Quizá la niña triste iba a -sacudir tamaña pesadilla despertando a su estado interior de oscuridad, -donde ardía como lámpara celeste la vocación religiosa, vacilante y -confusa entre nieblas que servían de pudoroso vestido al inexplorado -sentimiento... - -La figuranta se adelantó en el escenario otra vez. Hablaron con ella el -director y el galán, animándola sin duda a combatir la indiferencia del -público con un nuevo recitado. Y la dama, obediente y humilde, volvió a -extender los trémulos bracitos y a querellarse rostro a las nubes, con -desgarradora expresión de impotencia: - - ¡Todo está dicho ya!... ¡Qué tarde llego!... - Por los hondos caminos de la vida - pasaron vagabundos los poetas - rodando sus cantigas: - cantaron los amores, los olvidos, - anhelos y perfidias, - perdones y venganzas, - zozobras y alegrías. - - Siglos y siglos, por el ancho mundo - la canción peregrina - sube a los montes, baja a los collados, - en los bosques suspira; - cruza mares y ríos, llora y muge - en vientos y celliscas; - se queja en el jardín abandonado, - en las flores marchitas, - en las cosas humildes, en las tumbas, - en las almas sombrías. - - Todo el mundo es querella, todo es himno, - todo el mundo es sollozo y poesía... - Y yo vengo detrás de ese torrente - que al universo encinta, - con una canción nueva entre los labios - sin poder balbucirla: - porque ya no hay palabras, no hay imágenes - ni estrofas ni armonías, - que no rueden al valle penumbroso - y suban a las cimas, - y salven los abismos, - colmando las medidas - de las voces humanas - y los sagrados sones de las liras... - ¡En este mundo lleno de canciones - ya no cabe la mía! - Loca y muda la llevo entre los labios - sin poder balbucirla... - -Bajo las floridas alas de su pañuelo, Marinela rompió a llorar con -un murmullo devaneante de palabras, como si también en sus labios -feneciese una canción muda y loca, de acentos imposibles. - -—¿Qué tienes, criatura?—le preguntó asombrada la sobrina de don -Miguel. - -Se produjo un movimiento de alarma en torno a la llorosa, y su madre la -sacudió por un brazo, ríspida y violenta. - -—¡El tríbulo de siempre!—murmuró. - -Acercóse Olalla muy descolorida, cuando el cura, como si conociera el -origen del súbito desconsuelo y lo creyese justo y necesario, ordenó -que dejasen a la moza llorar. - -El poeta y _Mariflor_ miraron al sacerdote comprendiéndole, mientras -los demás vecinos murmuraban que era aquel llanto un síntoma de -«manquera» incurable. - -La _Musa_ extendía el plato petitorio con el aire indiferente de -costumbre, quizá un poco movido aquella noche por el aspecto singular -del público, por su grave y silenciosa expectación. - -De cerca parecía más mujer y más triste la danzante: se agrandó su -estatura, y las líneas de su rostro aparecieron más cansadas y fuertes. - -Posó en torno suyo una mirada ancha y escrutadora, y para tender el -plato al alcance del cura y de Terán, se mezcló en aquel grupo extraño -donde hasta los niños hablaban en voz chita. - -Entonces, sorprendiendo los ahogados sollozos de Marinela, preguntó -asombrada: - -—¿Por qué llora? - -Su acento dulce y caliente hizo temblar a la afligida, que descubrió el -semblante y acarició con el húmedo cuarzo de sus ojos la figura de la -otra mujer. - -Como nadie respondiese, la comedianta, agitando el velo oscuro de su -cabellera, volvió a decir: - -—¿Por qué llora? - -—Porque le ha conmovido tu declamación—dijo al cabo Terán. - -Puso en la bandeja otra dádiva y averiguó sonriendo: - -—¿De dónde eres? - -—No lo sé... De cualquier parte... De un camino—repuso la andariega. - -—¿Cómo te llamas? - -—_Musa._ - -—Será remote—pronunció una voz tímida. - -—¿Y dónde aprendiste esos romances tan inquietos?—añadió el joven. - -La enlutada sacudió su melena con un gesto peculiar, alzó los hombros y -contestó en frase ambigua: - -—Por ahí... - -Su brazo desnudo parecía extenderse con altivo desdén hacia todos los -horizontes universales. - -—¿Quieres darme una copia de los versos?—le decía Terán curioso. - -—Papá los tiene. - -Papá, que era el director, se había aproximado. Buscó diligente en -sus bolsillos unas hojas escritas a máquina, y luego de escogerlas, -alargólas murmurando: - -—No son éstas las únicas que «hemos vendido», caballero. - -El poeta comprendía y pagaba mientras desfiló el público en silencio, -y don Miguel, sin intimidarse por el escote exagerado, le decía a la -recitadora algunas palabras serenas y apacibles. - -Marinela, que había cesado de llorar, apoyábase en el brazo de -Ascensión, cada vez más vergonzosa, débil, con inexplicable laxitud -de los miembros y del espíritu, como en la crisis de una enfermedad -repentina. Seguía obsesionándola el espanto de ver al aire su corazón -enfermo de ambiciones y de quimeras, dolido de ternuras insensatas, -preñado de un cantar indecible. - -Ramona miraba de reojo a su hija pensando confusamente por dónde -habría venido sobre ella la agravación de sus habituales pesadumbres; -y miraba, sobre todo al galán acompañante de _Mariflor_, sin ver, -entre las brumas del espíritu, las razones que tendría el párroco para -decir que aquel hombre era un buen caballero inspirado en los mejores -propósitos hacia la niña, y a quien era preciso tratar con mucha -discreción. En la oscura cárcel de su inteligencia el instinto le hacía -temer a Ramona una amenaza en el forastero. - -Ya los cómicos apagaron los hachones y recogieron la alfombra, buscando -el refugio de su casa ambulante, apenas visible en el abandono de la -plaza al resplandor mortecino de dos luces. - -Habían retirado en un periquete los bancos y cajones donde se aposentó -una parte del público, y quedaba otra vez la cruz sola y vigilante -en la anchura silenciosa del lugar, abriendo los brazos con infinita -indulgencia, precisamente hacia el rincón donde iban a dormir los -pobres aventureros. - -Divididos en grupos, los curiosos tornaban a sus hogares con la -extrañeza de haberlos abandonado, con el asombro de vagar a tales horas -por las calzadas adormecidas en la noche. - -La presencia de don Miguel les obligó a rechazar suposiciones de -brujería en el raro festejo nocturno, y un alucinamiento de milagro -oprimió sienes y corazones ante la sorpresa de cuantas habilidades -había lucido la farándula, aparecida como un prodigio en aquel olvidado -rincón de la llanura. - -Iba Olalla tirando de sus hermanitos, que volvían los ojos borrachos de -sueño hacia donde se quedaban los farsantes, y la familia de don Miguel -acompañaba a la de Salvadores, siempre inclinado con ansia el forastero -sobre la belleza de _Mariflor_. - -Se había roto el pálido celaje mostrando un fondo azul florecido de -estrellas, y la luna, redonda y ardiente, subía en triunfo por el -firmamento escoltada por tusones livianos de nubes. - -Aquellas ráfagas que la gente anhelosa de lluvia recibió como «viento -de Ancares», no eran más que suspiros de la brisa mojados en la -frescura natural de la noche. Y al mirar descorrido el cortinaje blanco -sobre el índigo dosel, las mujeres suspiraban a la par del viento, y -los ojos contemplaban desconsolado el alto horizonte azul. - -Despidiéronse las dos familias en la plaza donde el forastero encontró -a Marinela; cambiados los adioses, con no poca timidez en algunos -labios, desapareció cada grupo en diferente calle, y como un eco de las -eternas inquietudes humanas, quedó allí solo y despierto el gallardo -temblor de la fuente, compadecido por un rayo de luna. - -[Illustration] - - - - -[Illustration] - - - - -XII - -LA ROSA DEL CORAZÓN - - -AL llegar a Valdecruces conoció Rogelio la situación de la familia -Salvadores; supo asimismo que la boda de Florinda con su primo Antonio -era raíz de una esperanza para la rehabilitación del hogar, y que -la pobre moza, enamorada del poeta, vivía en sorda lucha pugnando -heroicamente por favorecer a los suyos, sin hollar los fueros de su -propio corazón. - -Al oir de labios de don Miguel tales revelaciones, sintió Rogelio una -agudísima piedad, y en un arranque de ternura y gratitud, determinó -acelerar sus propósitos, casarse con la dulce niña y arrebatarla para -siempre a las tristezas y servidumbres del páramo. - -Junto a la noble figura del sacerdote, en aquel ambiente de austeridad -y sacrificio, desbordáronse las compasiones del caballero: vió a la -hermosa doncella condenada a yacer en una vida tan contraria a su -educación y natural finura; admiróla doblemente con instintos de -artista y misericordia de enamorado; encareció sus excelencias y -virtudes, elevándolas a lo sumo de la imaginación, y prometióse con -hidalguía quijotesca «no comer pan a manteles» hasta librar a su dama -de tan penoso cautiverio y hacerla feliz, muy feliz... - -Mas, una vez a solas, pasó por la mente del hidalgo cierta ráfaga de -inquietud. Rogelio no era rico: después de una infancia triste, de una -adolescencia cruel, combatida por muchas pesadumbres, su arte y su -pluma, unidos en esfuerzo quizá no muy constante, pero firme y bien -orientado, comenzaban a subir la dura cuesta de la fama; pero aún no -podía como «el otro» redimir la hacienda de Valdecruces, ni siquiera -ofrecer a su amada más que un porvenir inseguro. Unirse con _Mariflor_, -¿sería, pues, hacerla feliz? - -Miraba Rogelio la vida a lo poeta, desde las cumbres, sin pensar en -las humildes realidades hasta que por su mal tropezaba con ellas. Al -decidir la boda no hallaba para su vida otro refugio que una silenciosa -casita en Villanoble, donde murió su madre, la solitaria mansión -estremecida siempre por las voces del mar. Bello rincón sin duda para -esconder un idilio, para aguardar prósperos tiempos en brazos del amor. -Pero quizá esos tiempos no llegasen nunca; tal vez un día tuviera el -marido que salir del hogar, como antaño su padre, víctima también de -amor y de pobreza, el cual se fué para siempre, aunque tras sí dejaba -una mujer y un niño... - -Al abismarse en las incertidumbres de lo venidero, revivía el mozo las -memorias de su infancia, junto a aquella madre siempre meditabunda, -siempre inquieta, vigilando día y noche los caminos por donde el -ausente pudiera tornar. Recordaba con obsesión de pesadilla los ojos -desmesurados de la infeliz cuando en el horizonte marino aparecía un -buque con rumbo a Santander, la desolación infinita del materno rostro -en constante solicitud sobre los barcos y las olas. Cuando las lágrimas -y el tiempo empañaron la luz de aquellas pupilas dulces y pacientes, la -mujer perseguía al niño para señalar, entre la bruma, el humo ilusorio -de una embarcación, y preguntar ansiosa, como la conocida «hermana» en -el cuento popular de _Barba Azul_: - -—_Rogelio, hijo mío, ¿qué ves?..._ - -Temblaba el poeta ahora, repitiendo con el corazón oprimido por -inexplicables ternuras, su réplica tantas veces balbucida: - -—_No veo más que las aguas y las nubes..._ ¡El no quisiera, por nada -del mundo, ser la causa de que en bocas inocentes hallasen ecos aquella -pregunta y aquella contestación, cifra de tremendo martirio, renovado -al través de toda una vida! - -Era Terán superticioso, creía en los pecados por atavismo. Más de -una vez, pensando en la inconstancia de su padre y en sus propias -flaquezas, huyó de tener novia, prediciendo: - -—Voy a causar su desventura. - -Y a menudo, cuando le enardecían nuevos amores, se observaba con -espanto como si en el fondo de su corazón temiese descubrir el gérmen -de alguna fatalidad hereditaria. Estos mismos terrores le persiguieron -al arribar a Valdecruces, aunque nacía la afición de ahora con tales -ímpetus y ternuras, que llegó a juzgarla definitiva y libre de toda -infidelidad. - -Acalló, pues, al fin, sus sobresaltos e incertidumbres; afirmóse en -la idea de la boda, y así se lo dijo a _Mariflor_. Pero la niña, -preocupada, irresoluta, confesóle, tras violentos sonrojos, que no -podía casarse sin aliviar a su gente de los graves apuros en que -se estaba hundiendo: lo había prometido, lo había jurado... era un -caso de conciencia y de honor. Con tan sublime sinceridad, con tales -aspiraciones generosas resplandecía el propósito de Florinda, que el -caballero enmudeció reverente. - -No aludió ella, ni de lejos, a su primo; antes bien, con singular -delicadeza limitóse a expresar la candorosa confianza que tenía de -intervenir favorablemente en las desventuras familiares. - -—Yo estoy resuelta—dijo—a remediarlas. Es un deber que me impuse. - -—¿Aun a costa de la íntima felicidad?—preguntó Rogelio atónito. - -—A costa de ella, no... pero antes de realizarla, sí... ¡lo he jurado! -Yo no puedo pensar en mi propia felicidad sin resolver la situación -de esta casa. ¿Cómo? No lo sé... En Dios confío. Entretanto, debo -olvidarme de mí misma. - -Dijo la moza con rotunda firmeza; mas la sorda rebeldía de sus -sentimientos hablaban con tal elocuencia en la penumbra de los ojos, -que el poeta sonrió seguro de la pasión con que era amado. - -Y al referir más tarde al cura esta entrevista, difundióse una grata -sorpresa por el rostro franco y abierto de don Miguel. Quiso Terán -entonces, un poco desconfiado, calar los ocultos pensamientos de -su amigo: asociaba su presente actitud con la singular resistencia -de _Mariflor_, adivinando en torno suyo algo más de aquello que ya -sabía... Pero nada pudo inquirir, porque el sacerdote se embozó de -pronto en la reserva peculiar de aquel país, todo calma, recato y -misterio... - - * * * * * - -Suponía don Miguel tan interesada a _Mariflor_ por el poeta, conocíala -tan amorosa y vehemente, que esperaba verla transigir al primer reclamo -de la pasión, escondiendo en olvidados plieguecillos de la conciencia -su afán de caridades. Mas cuando supo que la moza había puesto, incauta -y valiente, condiciones a la propia ventura en beneficio de la ajena, -una conmovedora admiración le dispuso a proteger tales propósitos, -reveladores de heroicas energías y quizás de providenciales designios. - -Así que, poco después, cuando _Mariflor_ fué a casa del párroco en -busca de refugio y de consuelo, animóla con grande ternura. - -—Sí: yo estoy dispuesta a esperar—dijo la niña—, a esperar el -milagro... Pero ¡si viera usted lo que sufro!... Cada día que pasa cae -sobre mi corazón con horrible pesadumbre... Tiemblo por la suerte de -todos mis amores... ¿Hago mal, acaso, queriendo ser feliz? - -—No, hija mía. Yo también quiero que lo seas. Pero hay que tener -presente... - -—¡Qué! ¿Ya no confía usted en Rogelio? - -—¡No confío en la felicidad!—exclamó el sacerdote, recordando a la -madre del poeta—. Además—añadió—, si tú quieres favorecer a los -tuyos... - -—Sí: espero el milagro. - -—Rogelio lo realizaría demasiado tarde... nunca tal vez... La -situación es crítica... Tu primo Antonio... - -—¡Yo no me caso con mi primo!—protestó impaciente la muchacha. - -Y como el sacerdote enmudeciera, ella se cubrió el rostro con las manos. - -—¡Ya no me anima usted!—gimió—, ¡ya me abandona! - -Sin dejarse llevar de toda su compasión, quiso el cura alentarla: - -—No te abandono, mujer. Te animo a ser valiente, a ver claro, a elegir -el camino más corto para llegar al cielo, a desconfiar de la dicha que -buscas en la tierra. ¡Pobre criatura! Debo prevenirte ¡a ti que sueñas -demasiado! - -—Pues soñar, ¿no es vivir... con el espíritu? - -—Sí: cuando no se abandonan los deberes de la implacable realidad... -En fin, no te apures; yo llamaré a tu primo. Mediremos su voluntad, sus -intenciones... - -—Pero diciéndole que no me caso con él—repetía la moza. - -—Yo no intento, hija mía, que tú te sacrifiques. Haz lo que quieras... -Dispuesto está Rogelio a casarse contigo... ¡Piénsalo bien! - -—He jurado ayudar antes de nada a mi familia... - -—Yo te libro de ese juramento. - -—¡Es que me da mucha lástima de todos!—dijo _Mariflor_ en un arranque -de ardorosa piedad. No soy egoísta. Quisiera tener mucho dinero para -darlo a manos llenas a mis parientes, a los extraños, a todos los que -sufren, a todos los que viven muriéndose de pobreza... Pero casarme -con «ese hombre» sólo porque es rico... un hombre a quien no conozco, -a quien no quiero... Mire usted, señor cura: ¡si él tampoco me conoce; -si él tampoco puede quererme! ¿Por qué ha de casarse con una pobrecilla -como yo? En cambio tiene el deber de amparar a la abuela, que es de su -sangre, que es su abuela también... Hablándole al corazón, por fuerza -ha de compadecerse de ella lo mismo que nosotros... ¿No es verdad?... -¡Sí: llámele usted; llámele en seguida! Yo le diré todo esto... Cuando -me escuche, cuando nos mire, si es cristiano, si nos tiene ley, nos -dará su apoyo, salvará nuestra hacienda... Y no será preciso que yo -venda mi corazón por un puñado de dinero... - -A los oídos del sacerdote, acostumbrado a lamentos de cada criatura, no -eran frecuentes palabras como éstas: allí cada mujer llevaba estoica y -firme su cruz en la marea siempre viva de los infortunios, sin tiempo -ni bríos para compadecer los ajenos dolores. Cada vez más prendado del -alma de _Mariflor_, embriagábase el apóstol con las brisas consoladoras -que esta niña llevaba desde la tierra que vive hasta la tierra que -muere, como un soplo de sutiles piedades cultivadas en medio de la -civilización para infundir sus simientes en el páramo. - -—¡Sí, sí!—exclamó don Miguel—. ¡Quién sabe!... Llamaré a tu primo... -Le llamaré en seguida como tú quieres. - -—¿Y acudirá? - -—Creo que sí. - -—¿Antes del _día de agosto_? - -—Antes: la semana que viene. Yo deseo que te tranquilices... Además, -el tío Cristóbal amenaza con el embargo y hay que tomar alguna -determinación. - -—Ayer se llevó la recua. - -—Ya lo sé. - -—Y la _Chosca_. - -—Eso no lo sabía. - -—No le pudimos pagar unos salarios, y como estaba para el cuido de -los animales, pues se marchó también... ¡Pobre! Iba muy triste, con -los tres mulos y la borrica: volvían todos la cabeza hacia el establo -al seguir por primera vez el camino de un albergue nuevo... ¡Daba una -compasión! - -—No quise evitar el despojo—dijo consternado el sacerdote—, porque -de los que os amenazan es el menos perjudicial; realmente una recua, -por mermada que esté, sin terraje propio y sin tráfico, más bien -resulta gravosa... - -—La conservaban por cariño y también por algo de orgullo: ¡es tan -penoso venir a menos!... Aunque me entristeció la despedida de las -bestias, me alegró al fin que cambiaran de amo; estaban, lo mismo que -la _Chosca_, muertas de necesidad... La mujerona infeliz no comía -bastante y se afanaba por darles a ellas de comer, en los rastrojos, -en los alcores, en los añojales... ¡Pobre criatura! Nunca tuvo casa ni -familia: su padre y ella se tratan casi como desconocidos. - -—Y lo son. El tío _Chosco_ «ya no se acuerda» de que esa mujer es -hija suya. Quedó viudo al nacer la desventurada, fuése lejos y cuando -volvió, pobre, viejo y vencido, se miraron como dos extraños... ¡ella -también parecía vieja! - -—Vivió desde niña en trabajosa esclavitud... - -—No da más de sí la caridad de Valdecruces—suspiró don Miguel—. Y -Florinda balbució: - -—¡Cómo ha de darlo! - -Quedóse acongojada, con el pensamiento henchido de penas. - -—Pues ¡y el _Chosco_—insistió luego—, a quien mantiene usted de -limosna, que vive sin más ilusión que la de enterar a sus parientes y -sólo disfruta olfateando los difuntos!... - -Después de una pausa lúgubre, tornó a decir _Mariflor_: - -—¿Cree usted que el tío Cristóbal llegará a embargarnos, a ponernos en -la calle? - -—Es capaz—respondió el cura—. Pero no así de pronto—añadió, viendo -palidecer a la muchacha—. Hicimos la tasación de las caballerías y con -ellas pagasteis el interés de los réditos... - -—¿Interés de intereses?... ¡Válgame la Virgen!... ¿Sabe mi padre que -están así las cosas? - -—Ya le escribí diciéndole toda la verdad, porque ha sido muy dañoso el -engaño en que le tuvo la abuela. - -—Es inocente como una niña; es ignorante y simple: si no fuera por -usted, ya estaría la pobre en medio del arroyo. - -—Ahora, con la pareja de los moricos—insinuó el párroco suavemente, -como si temiese lastimar con las palabras—creo que el feroz -prestamista quedará muy conforme... - -—¿También los bueyes?... ¡Lo que va a sufrir la abuela!... Y, dígame, -no me asusto; dígame si la casa peligra: es lo que más me apura; que -nos echen del hogar de mi padre. - -—No, no; yo haré todos los esfuerzos posibles por evitarlo—repuso el -cura muy conmovido. - -—¡Demasiado hace usted! - -Los ojos de Florinda dijeron estas palabras aún más profundamente que -sus labios. - -—¡Si usted quisiera explicarme—agregó después con vivo rubor—cuánto -debemos a ese hombre y en qué forma!... Yo entiendo algo de cuentas y -necesito ayudar a mi padre con usted. - -Absorto, perplejo, no sabía el cura qué decir, entre el reparo de -abrumar a la muchacha con más hondas preocupaciones y la admiración de -verla sobreponerse a sus íntimas amarguras para socorrer las cuitas -del común hogar. Decidióse de pronto: la mirada firme y escrutadora de -_Mariflor_ no daba treguas. - -—Es más intrincado el asunto de lo que tú te supones—comenzó—. El -pasado mes venció un nuevo empréstito que el tío Cristóbal hizo sobre -la casa, los enseres, el huerto, la cortina y una parcela de regadío -en la mies de Urdiales: tres mil pesetas por todo ello, y no fué poco -para lo que vale aquí la propiedad y lo que hacía temer la usura del -prestamista. Pero no te asombres: ese «rasgo increíble» no solamente -está garantido con hipoteca de las mejores fincas del pueblo, sino -que rentaba de una manera escandalosa. A mayor _generosidad_... mayor -negocio. ¿Comprendes? - -—Sí, señor. - -—Como tu abuela no pagó los intereses nunca y el tío Cristóbal los -cobraba compuestos, la deuda amenazaba doblarse. Así sucedió en otras -ocasiones, y así vuestro pariente se quedó con mucho de este patrimonio -antes de que yo viniera a Valdecruces. - -—¡Y mi padre sin saber nada!—exclama Florinda con desconsuelo. - -Un fuerte impulso confidencial persistía en don Miguel, satisfecho de -hallar al fin en la familia Salvadores una persona razonable. - -—El usurero—continuó—dejaba correr los meses sin apremiaros, -mientras los réditos le enriquecían: la hacienda garantizaba los plazos -vencidos. Pero ya calculó que tenía «derecho» a quedarse con todo y -se resiste a esperar; quiere la casa, los muebles y las fincas de la -hipoteca, o los doce mil reales... Hemos tasado en dos mil los bueyes -moricos y concede un plazo para el resto si se le entregan en seguida -los animales. - -—¡Le costaron a mi padre mil pesetas! - -—¡Sí!; es buena yunta, pero ha trabajado mucho y está maltratada: no -veo además otro medio de obtener un respiro, que debe ser corto, muy -corto, para que los fatales intereses no vuelvan a subir, para que -sacudáis de una vez esta inicua explotación. - -—Sí, sí—decía la moza—. Pero después, ¿qué haremos con poca hacienda -y sin costumbre de trabajar?... Si mi padre no tiene suerte, le veo mal -fin a nuestras angustias: más difícil será evitarlas en lo sucesivo -que ponerles remedio ahora... Diez mil reales—añadió optimista—se -encontrarán fácilmente. - -—¿Crees tú?—interrogó asombradísimo don Miguel. - -—Se me figura...—murmuró azorada la joven, dudando de repente si -habría dicho una inconveniencia: su generosa juventud contaba miles de -reales con mucha facilidad. - -Así, cuando el párroco declaró rotundamente:—Yo no conozco a nadie que -tenga tanto dinero disponible—balbució sobrecogida: - -—¿Le parece a usted mucho? - -—Para darlo o prestarlo a un pobre, me parece una suma fabulosa. -¡Estoy bien seguro de ello! - -—¿Lo ha experimentado usted?—replicó la zagala con la inquietud de -súbita sospecha. - -—Si yo «encontrase», como tú dices, esos miserables cuartos, ¿estaría -vuestra deuda en pie?... No creo en el dinero; no sé dónde se esconde; -no parece por ninguna parte cuando se le busca para hacer caridad: por -no tenerlo sufrí en mi primera juventud los más refinados pesares... - -Triste ráfaga de evocaciones pasó como una nube por la frente del -apóstol. - -—Cursé mis estudios de limosna, sin saborear nunca la posesión de una -peseta; caí en las adversidades de este pueblo sin poder remediarlas, -y cuando las vuestras me tocaron en lo más vivo del corazón, enloquecí -hasta el punto de creer en la existencia del embustero metal: en mi -prisa por salvaros pagué al tío Cristóbal con la dote de Ascensión... - -—¿Qué? - -—¡Y ahora no parece el dinero ni para vosotros ni para mí! - -Alzóse precipitadamente de la silla, pesaroso de haber dejado escapar -semejante confidencia; _Mariflor_, desolada, se había levantado también. - -En el profundo silencio de la tarde descendía la sombra invadiendo la -estancia; asomábase por el abierto balcón el cielo, de color de violeta. - -—No te apures, chiquilla—repuso el cura por decir algo—; he sido un -torpe: no quería contarte así las cosas. - -Con fácil prontitud asociaba Florinda a las últimas revelaciones de su -amigo cierta frase que antes sorprendiera: _un nuevo empréstito_. Y -ahora comprendía el alcance de esas palabras. - -—¿De modo que fué inútil el tremendo sacrificio de usted? - -—¿Tremendo?...—sonrió el cura con generosidad. - -—¿De modo—repetía _Mariflor_ como una sonámbula, dando vueltas por -el despacho—que diez y doce veintidós mil?... ¡Esta sí que es suma -fabulosa! No hay nadie que la tenga «disponible». - -—¡Mujer, no tanto!... Te alucinas... - -La moza no escuchaba razones: en la aterciopelada dulzura de sus -ojos se dilató el espanto de necesitar con urgencia ¡veintidós mil -reales!... una suma tal, que acaso no existiera en el mundo... Sintió -de repente en sus hombros las dos manos de don Miguel. - -—Esto se arregla, ¿entiendes?—dijo el sacerdote—. Esto se arregla -a escape: yo no he agotado todos mis recursos para buscar ese dinero; -me he explicado mal sin querer; te estoy haciendo sufrir de una manera -intolerable. - -—Aunque esto se arregle por milagro de Dios—repuso la joven -obstinadamente—, la abuela volverá a las andadas. Yo no sé cómo -viviendo con tal miseria necesita empeñarse una y otra vez: ¡ya no -confío en apoyar la casa que se hunde! - -—Mira: tu abuela es una calamidad. En la sombra confusa de su vida -brilló sólo un amor: el de la madre. Y esa única luz ha ofuscado a la -pobre mujer en lugar de alumbrarla. Repartió su ciega idolatría entre -los hijos mientras la muerte se los iba arrebatando, y por una de esas -flaquezas propias de criaturas vulgares, concentró después sus desvelos -en uno de los dos que le quedaban. - -—Mi tío Isidoro—suspiró Florinda. - -—Sí; porque tu padre casó con forastera... El predilecto, mal -afortunado en sus negocios mercantiles, emigró hace tres años con la -misma fatalidad que le acompañó en España, y desde entonces, cuanto -pide a su madre, se lo manda ella, escondiéndose de los que debemos -evitar que os arruine a todos sin provecho para ninguno, porque -Isidoro, enfermo y torpe, no sirve para nada. - -—¿Y quién cura esa manía? - -—Yo la curaré ahora que la experiencia me ha prevenido; ahora que tu -padre me ha otorgado poderes y atribuciones para intervenir en cuanto -sea menester. - -—¿Hace mucho que se renovó esa hipoteca?—preguntó la niña -avergonzada. - -—Un año. Apenas la levanté yo, por detrás de mí se volvió a tejer el -enredo. - -—¿Pagó usted muchos intereses? - -—Pocos... - -—¿De verdad? - -—Mujer, no te preocupes—eludió el cura, angustiado por la turbación -de la joven. - -Pero ella, recelosa, alarmadísima, deseando conocer toda la magnitud -del desastre, hacía signos de incredulidad. Y al mismo tiempo que -preguntaba, iba acercándose a la puerta, como si sintiera impulsos de -huir antes de obtener una contestación categórica. - -Don Miguel no quería dejarla marchar tan abrumada. - -—Yo tengo mis planes—dijo aún, reteniéndola;—un programa de nueva -vida para vosotros. - -—¿Cuál? - -—Tú te casas. - -—¿Con quién? - -—Con quien te quiera y te guste, ¡carape! A tu abuela «la declaramos -pródiga»; a Pedro le mandamos a ganarse la vida; Olalla y Ramona -trabajan la mies para mantenerse con la anciana y los pequeños; a -Marinela la buscamos dote para que se haga monja... Esto en el peor de -los casos; si tu padre no tiene suerte y a mí no me toca la lotería... - -Quiso la muchacha sonreir. - -—Pero, trabajar la mies—protestó al cabo—, es una cosa horrible para -Olalla. - -—¿Y no para su madre? - -—También... aunque tiene más costumbre... - -—¡Peor para ella!... ¡Pobre mujer! La quieres poco y vale mucho. - -_Mariflor_, sorprendida, añadió sin defenderse: - -—Pedro es muy niño para salir de casa... La dote de Marinela es muy -difícil de encontrar... - -—En fin, que no estamos conformes—replicó el santo varón algo quejoso. - -—¡Perdóneme, señor cura!—exclamó Florinda muy encarnada—. Dios le -pague cuanto hizo, cuanto hace por nosotros... Así que Antonio llegue, -tomaremos una resolución que le alcance a usted... - -Y antes de salir, ocultando el vivo rubor en el umbral de la puerta, -añadió entre lágrimas: - -—Tengo algunos anillos de oro, el reloj de mi madre, un brazalete... -¡si usted lo quisiera recibir! - -Había juntado las manos en férvida súplica, a punto de caer de -rodillas. Transido de compasión el sacerdote, hizo un ademán brusco y -tierno. - -En aquel instante se oyó el eco de unos pasos en el corral. - -—Es Rogelio, que vuelve de Monredondo—advirtió don Miguel. - -Y la moza, con un signo de silencio en los labios y un presuroso adiós -lleno de suavidades, bajó por la escalera aceleradamente. - -Esquivando al forastero, deslizóse al «cuartico» donde Ascensión cosía, -muy curiosa de la confidencia celebrada en el despacho. - -—¿Qué haces?—dijo _Mariflor_ sin saber lo que preguntaba—. Se había -enjugado los ojos, y a la media luz del aposento escondía mejor las -señales de su angustia. - -—Ya ves—repuso Ascensión desplegando un trozo de blanqueta con el -cual confeccionaba refajos. - -—¿Son para el equipo? - -—Sónlo; esta lana es de la trasquiladura de antaño. ¡Da gusto coserla -cuando se ha visto viva en los animales! - -—¿La has hilado tú? - -—Sí; pero antes lleva muchos trajines. Cada vellón se lava, se -esponja, se escarpena, se abre, se carda y se hila: todo lo hacemos -aquí; después lo tejen en Val de San Lorenzo. - -—Y ¿cuándo es la boda? - -—El día de agosto, a más tardar; durante el mes que viene se leerán -los proclamos. - -—Entonces, mañana será el primero. - -—No; el domingo que sigue. Pero, ¿cuándo es la tuya?... ¿lo hablasteis -arriba?—aludió Ascensión. - -—Vine por asuntos de la abuela... Yo no me caso tan pronto. - -Resonaban pasos y voces en el despacho de don Miguel, y los últimos -alientos de la luz desfallecían en las blancas paredes del «cuartico». - -—Sentiste llegar a don Rogelio, ¿verdad?—interrogó la novia, doblando -su costura. - -—Sí... Ahora me voy: es tarde. - -—Te acompaño hasta la fuente. - -Tomó la muchacha un cántaro en la cocina, y ambas jóvenes salieron sin -hacer ruido. - - * * * * * - -Ascensión Crespo y Fidalgo es una maragata sonriente y graciosa a -quien un leve roce con gentes extrañas a la suya ha dejado suave matiz -de alegría en las palabras y en los pensamientos: posee un título -de maestra elemental que no logra encumbrarla mucho ni distanciarla -moralmente de su país; pero le da cierto lustre entre los vecinos, -aparte su preponderancia como sobrina del párroco y novia de un rico -mercachifle. - -Su madre, hermana mayor del cura, había querido acompañarle en -Valdecruces, no tanto por regir con cariño el hogar del sacerdote como -por tener su sombra. Criáronse un tiempo don Miguel y su hermana bajo -la protección de un tío que dió carrera al varón y legó a la hembra -unos quiñones y unos miles de reales. Viuda ella al recibir la merced, -y madre de dos niñas, casó pronto a la mayor, gracias al olorcillo de -la herencia, con un pariente muy bien establecido: fugaz matrimonio -que en el término de un año desbarató la muerte, llevándose a la recién -casada. Pero el viudo, con la querencia del lar y de la dote, vuelve -ahora en busca de su cuñadita Ascensión, y la madre, que aún llora a la -hija malograda, sonríe ante la suerte de esta otra, convencida de que -un marido con dinero es la suprema felicidad para una mujer. - -Estos son, asimismo, los ideales de la joven maragata. Su rápida -excursión por la Normal de Oviedo no le descubrió muchos horizontes, -ni ensanchó sus miras, ni llegó a turbar hondamente el atávico reposo -de su inteligencia; bastante hizo la moza con suavizar su trato, con -desentumecer un poco la sonrisa y la voz: siguió escribiendo sin -ortografía y leyendo con el tonillo cantarín que aprendió en la aldea; -pero sus modales tuvieron más desenvoltura, sus palabras más camino, y -una gota de la curiosidad del mundo resbalaba, alegre, desde sus ojos -hasta sus labios sin descender nunca hasta el corazón. - -Redimida de las rudas labores campesinas, con su título flamante de -maestra y su rumboso compromiso de boda, gozó la muchacha en el lugar -de todas las preferencias y admiraciones, hasta que llegó Florinda. -Sin ningún mezquino sobresalto prestóse al punto a compartir con ella -el auge de aquellos sutiles privilegios; creyó que su descollante -categoría la designaba para recibir cortésmente a la gentil forastera, -iniciarla en las nuevas costumbres y hacerla, en suma, con la mayor -solicitud, «los honores» del pueblo. Pronto esta buena disposición tuvo -por acicate la simpatía y la curiosidad. Florinda se hizo querer: el -encanto y la dulzura de su carácter se imponía con irresistible gracia, -y el ligero tinte exótico de su persona resplandeció a los ojos de la -maestra cual lejano saludo de las novedades mundanas que ella conocía. -_Mariflor_ miraba a los ojos de la gente; reía alto, lucía el florido -cabello peinado a la moda de las ciudades; tenía pensamientos pulidos, -ideas bizarras que de todo su sér emergían con libres y serenas -emociones... Ninguna zagala de Valdecruces admiró a la forastera con -tanta intuición de sus méritos como la sobrina de don Miguel. - -Ahora, camino de la fuente, Florinda y Ascensión coloquian en afable -intimidad, lejos entre sí los corazones y unidas las existencias -juveniles en el fondo de un mutuo cariño. - -—¿Conque te proclamas el mes que viene? - -—Las dos veces que faltan, sí, porque la primera amonestación lanzóse -ya en enero, cuando nos apalabramos. - -—¡Ah! ¿Es costumbre? - -—¡Natural, mujer, para que se sepa que somos novios! - -—¿Te escribe mucho?—insinúa Florinda, intrigada. - -—Aquí no se usa. - -—¿Pero ni una vez siquiera? - -—Ni una sola. - -—¿Tampoco ha venido a verte? - -—Tampoco; vendrá la víspera del casamiento, y después de la tornaboda -se volverá a partir. Mi madre—añade, ufana, la maestruca—me da el -ajuar de la casa y la dote de cuatro mil pesetas, que administra mi tío. - -Muy descolorida y agitada, comprobando la cuantía de la aterradora -suma, _Mariflor_ pregunta para disimular sus preocupaciones: - -—¿Cómo sabes si quieres a tu novio sin conocerle apenas? - -—Porque fué bueno para la biendichosa. - -—¿Ausente y en un sólo año le pudisteis juzgar? - -—Era deportoso... ¡«mandaba» mucho! - -La risa de la fuente interrumpe la plática, y Ascensión averigua, antes -de despedirse de su compañera: - -—Y tú, ¿cómo quieres a un forastero sin conocerle más que de un viaje, -sin saber de su casta ni de su bolsillo? - -—He hablado mucho con él, con sus ojos y su corazón—balbuce Florinda, -algo confusa—; he leído sus libros y sus cartas... Además, ¿por qué -dices que le quiero? - -—Lo supongo—sonríe la maestra, con pretensiones de sabiduría, -y advierte:—Es muy bien parecido y elegante, de mucha labia y -educación... pero este personal de pluma no suele tener hacienda... -¡Harías mejor boda con Antonio! - -Vibró rudo el consejo sobre el rumor del agua fugitiva, en tanto que se -alejaba _Mariflor_, sonriendo a fuerza de pesadumbre. - -En la profunda calma del ocaso le parece a la moza infeliz que una -vegetación de espinas surge debajo de sus pies y que un lamento corre -por la sombra. Al llegar a su casa, busca refugio en el huertecillo, -pidiéndole a Dios serenidad de ánimo, consuelo y fortaleza. Allí, -escondida entre la única fronda del vergel, siente de súbito en el -rostro el roce de unas alas de mariposa: es la hojita de un capullo que -vuela desde el rosal. - -Atravesado el pecho de las más inefables compasiones, tomó Florinda -el pétalo en sus manos, y con irresistible impulso, quiso volverle a -la yema sonrosada de donde había caído. Pero quedóse inerte, presa de -inexplicable zozobra: era imposible unir la hoja muerta con el retoño -vivo... Y la zagala sentía cómo se deshojaba también, de inexorable -modo, la palpitante rosa de su corazón. - - - - -[Illustration] - - - - -XIII - -SOL DE JUSTICIA - - -UN día y otro posaba el sol adurente sobre la llanura. - -Eran tan placenteras las señales del cielo, que la sequía se convirtió -en seguro peligro para la escasa mies de Valdecruces, y bajo la férula -del tío Cristóbal celebróse con toda exactitud el turno de regar, -aprovechando el agua de los fugitivos arroyos. - -Según había temido Olalla Salvadores, llegó para sus «bagos» la vez -en el riego sin que la familia tuviese con qué buscar obreras; y -al amanecer aquella mañana, Ramona y su hija mayor, silenciosas y -diligentes, salieron hacia los centenales con los aperos necesarios -para «apresar y correr el agua». - -Del mermadísimo patrimonio de la tía Dolores no quedaban a la sazón -más tierras de regadío que las dos hazas de mies adonde las mujeres -se dirigían; y ya estas únicas parcelas estaban hipotecadas al -tío Cristóbal, que nada quiso dar sobre el terreno de secano, las -«hanegadas» de Abranadillo y Ñanazales, tendidas al otro lado del -pueblo, y menesterosas de continuas huelgas por su mucha ruindad. - -Precisamente el viejo acaudalado de Valdecruces poseía tierras -asurcanas de las que iban a regarse, y se mostró aquel año muy -solícito para beneficiar las de sus infelices vecinas, gozándose en la -ambiciosa certeza de unir pronto los diferentes lotes en una sola finca -envidiable, señora de la mies. - -No se durmió el anciano aquella mañana, y apenas calentaba el sol -cuando se aparecía entre los rústicos centenos la imponente figura -de un hombre alto y rojo, curtido y vacilante, con ancho sombrero de -cordón y borlitas, bragas de estameña, polainas de pardillo, y almilla -muy atacada sobre un chaleco de color; calzaba galochas y apoyábase en -un cayado patriarcal. En su rostro, enjuto y boquisumido, asomábanse -unos ojuelos grises, cargados de cejas blancas, turbios y persistentes, -con tenacidad interrogadora. - -A este maragato, rico en relación a la pobreza del país, le respetaban -por el dinero y la autoridad, pero su avaricia inextinguible le hacía -también odioso y temido. A pesar de sus noventa y seis años, manteníase -terco y duro como un roble, y su presencia inspiraba en todas partes -cierta inquietud mezclada de repulsión. - -Un solo hijo, ya viejo, le quedó al tío Cristóbal en la hora de la -viudez; pero este único descendiente, cargado de familia, hubo de -buscar el sustento en tráficos humildes fuera de Valdecruces, pues -todo lo que hizo el codicioso quintañón por la necesitada prole, fué -llevarse a una de las nietas para que le sirviese de criada. Y Facunda -Paz, la moza recogida por el abuelo, no lució nunca en el baile un -rostro complacido, ni un «rodo», mandil o sayo tan donoso como el de -sus vecinas o el de sus mismas hermanas, aunque las prendas de los -antiguos ajuares, mantelos y corpiños, rasos y cúbicas de la abuela se -apolillaban en el fondo de los cerrados cofres. Había trabajado el tío -Cristóbal en Madrid algunos lustros, mercader y agiotista en miserable -escala, establecido allá por los andurriales de la Puerta de Toledo. -Casó, ya hombre maduro, con moza acomodada de su país, y se trasladó a -la aldea sin abandonar los trapicheos mercaderiles; así fué explotando -en oscuros negocios la necesidad tirana del pobre vecindario, sin -compasión de la propia familia, como en el caso de la tía Dolores, de -quien era pariente. - -No amaba este avaro la tierra como las mujeres de Maragatería, con ese -amor recio y generoso que da la sal del llanto y del sudor para abono -del surco en los terrones. Amaba el dominio y la riqueza con mezquinos -alcances, dentro de una pasión raquítica y sin alas. - -Más duro de corazón y de mollera con los años, sentía la embriaguez de -las posesiones a lo grosero y sensual, sin ternuras de enamorado, sólo -con las voracidades torvas del instinto. - -Su torpe codicia iba arrastrándose lo mismo que un reptil por los -barbechos, en la estrechez de la mísera tierra laborable y en el camino -silencioso y triste de las hendidas cabañucas romanas, hasta dar por -chiripa en una casa de adobes, en una recua y un rebaño. - -Ahora zumba el usurero, como un cínife, en torno a la parcela de -regadío donde Olalla y Ramona abren el cauce regador. - -Hipan aspadas las dos mujeres sin resuello ni alivio en la pesadumbre -del trabajo, metidas hasta la cintura en la rota, represando y -corriendo el anhelado camino para el agua. - -—Dios os ayude—dice la trémula voz del tío Cristóbal desde el hoyo -profundo de sus labios. - -Ramona sigue trabajando sin responder, y Olalla pronuncia tímidamente: - -—Bien venido. - -Un golpe de tos atraganta al viejo, y su melena goda se agita en la -inclinada cerviz, como blanco cendal batido por la tormenta sobre un -árbol caduco. - -Alguna cosa impaciente querían decir aquellos labios contraídos en -espantable mueca, en tanto que los ojos, fijos y voraces, escrutaban -a las trabajadoras con ansiedad: sin duda el tío Cristóbal pretendía -enterarse de noticias urgentes antes de acabar de toser. - -Mirábale de reojo la doncella, alarmada y expectante, y Ramona le -volvía la espalda con obstinado tesón, cada vez más hundida en la -rotura, buscando afanosamente el rumbo del arroyo. - -El año anterior no necesitaron las de Salvadores regar sus panes, -porque había llovido en la primavera. Y ahora parecía que la antigua -vecindad del agua huyese como una desconocida a la solicitud de los -audaces brazos femeninos. - -—Hogaño está más lejos—había dicho suspirante la moza, mirando cómo -la gracia apetecida resbalaba por el suave declive de la mies, en -murmullo remoto... - -Ya el tío Cristóbal podía «colocar» aquella urgente pregunta que le -palpitaba en los ojos. Habíase parado al borde de los centenos, erguida -la vejez codiciosa sobre el verde tapiz de los tallos, apoyándose con -fuerza en el bastón. - -Supo el viejo, la víspera, que un galán «señorito» acompañaba, como en -las ciudades, a la prometida de Antonio Salvadores, del rico a quien -él temía casado con _Mariflor_, pero a quien nunca supuso capaz de -favorecer a la familia con desinteresados fines. - -De realizarse pronto la anunciada boda, pudiera suceder que al fincarse -en Valdecruces los novios, levantaran para sí el empeñado patrimonio de -la abuela. Entonces, ¡adiós casa, «bagos», yuntas y «cortina» en la -sombra perseguidos! - -Mas, si por lo contrario, la zagala contrajese nupcias con aquel fino -caballero, él se la llevaría fuera del país; y, donde, con una sola -excepción, todos los vecinos necesitaban limosna, ninguna otra mano se -podía tender hacia la sitiada hacienda. - -No había que pensar en que la defendiesen Isidoro ni Martín Salvadores, -que, a pesar de sus buenas aptitudes para el comercio, naufragaban -también en el maleficio lanzado por la tía Gertrudis sobre la casa del -abuelo Juan. - -Desvelada con estas consideraciones, la astucia del tío Cristóbal se -dejó sorprender por la impaciencia, y quiso averiguar a todo trance lo -que de cierto hubiese en la general suposición del forastero prendado -de la niña. Ya iba a preguntar rotundamente:—¿Conque la rapaza de -Martín hace boda con uno de fuera?—cuando se presentó orillando la -mies, a buen paso y con la azada al hombro, la propia tía Dolores. - -Saludáronse los dos primos con un leve murmullo estupefacto. ¿Qué hace -aquí la sombra de este carcamal?, se dijo la vieja, memorando con -pálida lucidez las celadas rastreras de su pariente. - -Saltó luego a la zanja con más agilidad de la que hubiera podido -suponerse, y escudriñó de soslayo la esquiva catadura del hombre, -crecido desde allí como un gigante, negro y rojo, igual que una -tragedia, sobre la glauca alegría del centeno. - -—¿A qué viene?—preguntaron con acritud dentro del cauce. - -—A trabajar—respondió la anciana llena de bríos. - -Hizo Ramona un gesto desdeñoso, y Olalla suspiró jadeante. - -Alzábase la moza a menudo para medir con los ojos la distancia a cuyo -borde modulaba el arroyuelo su promesa; no era mucha, alcanzada con -la vista: veinte metros escasos. Mas era enorme para hendirla con el -azadón, honda hasta nivelar la altura del terreno con el declive donde -el regajal corría. Y la carne joven, nueva en aquella bárbara lid, -temblaba hecha un ovillo, sudorosa y encendida bajo el implacable sol. - -En cuanto llegó la abuela a meter sus afanosos brazos en la zanja, -Ramona la dejó arañar el escondido seno de la tierra, menos duro que la -capa exterior, y subió infatigable a romper el camino en los abrojos, -sobre el campo de barbecho, mustio y ardiente. - -Rígida la corteza del erial, defendíase con sordas rebeliones del -empuje bravo de la azada. Un hiposo jadeo, semejante a un bramido por -lo amargo, resoplaba en el pecho de la cavadora, y la tierra devolvía -en retumbos persistentes los desesperados golpes, escupiendo su polvo -de cadáver a la roja cara de la mujer. - -Mira la joven con espanto cómo su madre rompe al fin la brecha sin -hacer una pausa ni pronunciar una frase, como poseída de un vértigo -brutal. Da y repite azadazos lo mismo que una furia, con sacudidas -violentas de todo su cuerpo: parece que le crujen los riñones y se le -saltan los ojos; parece que llora a raudales según tiene la faz mojada -de sudor. - -También la anciana contempla absorta el tremendo poderío de una triste -juventud, escondida en la sangre y en la voluntad bajo las injurias de -vientos y de soles, de lágrimas y trabajos. - -Pero al tío Cristóbal no se le da un ardite en aquel imponente pugilato -de la carne heroica y viva con la tierra muerta y dura. - -Impaciente hasta la indignación por la intempestiva llegada de la tía -Dolores, por el silencio hostil de las tres mujeres y el eco retumbante -de la cava, se revuelve el avaricioso con la doble ansiedad de la vejez -que tiembla impotente por cada minuto perdido para sus deseos. - -—¿Conque la rapaza de Martín hace boda con uno de fuera?—pronuncia, -al cabo, después de toser y de escupir. - -Resbaló su pregunta como tañido de campana rota sobre el cauce -entreabierto y los rastrojos: el trajín enervante quedó atravesado por -la sorpresa. - -—¿Qué dice?—murmura con asombro la tía Dolores. - -Olalla da principio en voz queda a una difícil explicación que confunde -a la anciana, y Ramona hiende con nuevos redobles el erial. - -—¡Eh!... ¿no contestáis?—grita el viejo apremiante. - -Ya la abuela va entendiendo un poco: - -—Sí, sí; el señor de Villanoble que viajaba con nosotras en el tren; -el que está con el cura de güéspede y va todos los días a nuestra -casa... Ya, ya... Pero, ¿y el primo Antonio?... ¿Y la boda esperada -como una salvación por la familia? - -—Ya veremos—insinúa Olalla, mientras su madre, muda y sorda, -permanece entregada al trabajo con frenesí. - -—¡Diájule! ¿Os habéis vuelto simples? ¿No queréis contestar?—vocifera -exasperado el tío Cristóbal. - -—No hay que impacientarle mucho—piensa la muchacha, con la serenidad -de su juicio calmoso, y responde: - -—De lo que usté pregunta... no sabemos nada. - -—¿Cómo que no sabéis?... Pues si no es por la moza, ¿por quién viene -ese barbilindo? - -—Por don Miguel. - -—¡Mentira! - -Olalla se encoge de hombros con aquel movimiento brusco, peculiar -en su madre. Y el viejo, sospechando que va por difícil camino su -investigación, hace acopio de paciencia, contiene su ira en un rebufo, -y se deja caer a la sombra del centenal, con el firme propósito de -acechar allí hasta que sepa algo, hasta que aquellas «morugas» hablen o -revienten. - -Entonces Ramona le lanza una mirada oblicua para seguir en actitud de -bestia, con la cabeza gacha y el resoplo bravo, embistiendo contra el -duro rebujal. - -Arde el sol inclemente, con furores de canícula, en gavillas de rayos -violentos, y ya tan alto sube que la sombra de los panes se disipa en -los rastrojos, desamparando al tío Cristóbal. - -Va surgiendo la rotura, roja como una herida en el pálido rostro de la -tierra, bajo la azada prepotente. - -Sigue Olalla el rastro abierto por su madre, y tunde también con bríos -las glebas hostiles; pero necesita descansar a menudo, suspira y se -angustia visiblemente en el esfuerzo. - -De vez en cuando vuelve Ramona la cara, un poco, para murmurar entre -dientes: - -—¡Aguanta, niña! - -Quiere la tía Dolores, en medio de su admiración, aborrecer a la nuera, -odiarla por fuerte y voluntariosa, por dura y audaz. Pero no cabe -ninguna violenta pasión en el pecho cansado de la anciana; sólo puede -amar pasivamente en torno suyo, con un resto del extraño y sombrío amor -que consagró a la tierra: hasta para sufrir tiene estancada la vida -en la petrificación de todos los sentimientos, y es preciso que una -novedad muy cruel la sacuda para que todavía llore o se agite. - -Allí sigue el tío Cristóbal, testarudo, con su pretensión entre las -cejas y su mirada gris fija en el cauce, sin que le apure el resistero -del sol encima de las espaldas. Cansado ya de esperar un indicio que le -lleve a descubrir lo que avizora, concluye por hablar solo y pronuncia -frases alusivas al asunto, llenas de doble sentido, y reticencias, -confiando en que las mujeres, por prurito de replicar, piquen el cebo -de la conversación. - -—No se debe torcer el su inclín a las mozas... Los forasteros también -son buenos maridos... - -Esperaba anhelante, y como nadie respondiese, entre escupitajos y toses -tornó a decir: - -—Aunque a Antonio le hacen rico, no ha de gastar sus haberes aquí; -más le gusta Santa Coloma, el pueblo de su madre... El muchacho es -cabal, no digo que no; pero el mozalbillo de los Madriles debe ser -cosa fina... y ese empleo de escribano que tiene renta ahora muchísimo -dinero... - -Se hunden las azadas en los duros terrones con acentos diferentes y -continuos, brava la una, esforzadísima la otra, débil la tercera en -seniles manos; la luz cuaja la llanura en un incendio; trasvuela un -ave, y dice aún el tío Cristóbal: - -—Sería una machada que despidierais al uno por el otro. Nada más que -con papel y tinta gana éste en un mes tanto como Antonio en un año -con la tienda. Y que la gente de pluma es dadivosa, de mucho rumbo y -generosidá... Buena suerte ha tenido la rapaza... ¿Es aquella que viene -por allí? - -En el fino sendero de la mies aparece una joven lenta y afanosa, con -una cestilla colgada del brazo. - -—Ya es medio día—dice al llegar. - -Y posando su leve carga, se abanica con las dos puntas sueltas del -pañuelo. Por verla el semblante esquivo, se arrastra el anciano sobre -el calcinado polvo, y ella gira disimuladamente el busto sin dejarse -descubrir. - -—¡Eh! muchacha: ¿eres tú la novia del forastero? - -—¿Yo?—prorrumpe absorta Marinela, volviéndose de pronto. - -—¡Ah, no eres tú! - -Terco, obcecado, el tío Cristóbal delira en torno de su idea única, lo -mismo que un demente. - -De roja que es la cara del anciano se ha puesto de color de violeta -y ofrécese tan turbia la mirada de los ojos grises, tan inseguro el -acento de la sumida boca, que Marinela supone borracho a su pariente. - -Vanse hacia el arroyo las dos zagalas para llenar de agua nueva el -cantarillo, que ya varias veces fué a pedir refrigerio a la linfa -murmuradora. - -—¡Llega tan caliente!—lamenta Olalla. - -Colman la vasija, beben las dos, y vuelven a colmarla. - -—¡Está como caldo!—dice la sedienta cavadora—. Después cuchichean, -mirando con recelo hacia la mancha oscura del anciano, medio tendido al -borde de la zanja. - -—¿Se ha vuelto chocho o está bebido?—pregunta Marinela. - -—No, mujer; quiere que le digamos con quién se casa _Mariflor_... - -—¿Y le habéis dicho?:.. - -—¡Qué sabemos nosotras! - -Era la primera vez que las dos hermanas hablaban del asunto. -Considerada como una niña la más joven, solía descubrir los secretos -familiares nada más que con los ojos, sin sorprender casi nunca una -palabra ni una confidencia, expansiones poco frecuentes allí donde -el ritmo de la vida señalaba todas las inquietudes en el silencio -taciturno de las almas. - - * * * * * - -Mientras comieron las trabajadoras, agazapadas en fila sobre el delgado -sendero del centenal, libres apenas de la plenitud del sol que a plomo -caía en la llanura, fué otras dos veces Marinela a llenar el cántaro al -arroyo. - -Había pedido agua el tío Cristóbal, y después de dársela, vertió la -niña el líquido restante y corrió a lavar la boca de barro donde puso -el viejo la suya de color de ceniza. - -Él no se mostró sentido por aquella manifiesta repugnancia, ni pareció -notar el molesto asombro que causaba a las mujeres su tenaz compañía. -Caído en soñolienta modorra, había perdido sin duda la noción del -tiempo, olvidado hasta de zumbar sus maliciosas preguntas. - -Ni el hambre ni el ejemplo le avisaron la hora de comer; ni el tórrido -calor que le cocía dióle impulso de buscar el cobijo de su casa. Cuando -vió hacer a sus vecinas la señal de la cruz, le pareció que sonaba muy -lejos el familiar repique de una campanuca. Y cuando ellas, viéndole -medio dormido y atontado, le dijeron que el sol le iba a dañar, trató -de incorporarse, dió de bruces en la tierra y quedó inmóvil, con la -boca pegada al suelo. - -Miráronse las mujeres con asombro, y como el viejo diese entonces un -fuerte ronquido, Ramona dispuso únicamente: - -—Dejadle que duerma. - -—¿Al sol?—preguntó compasiva Olalla. - -Inició la madre, con algunas vacilaciones, su acostumbrado encogimiento -de hombros, y la muchacha, quitándose el mandil, lo desplegó con -solicitud sobre el ancho sombrero del maragato. - -Poco después, hinojada en el sendero, Marinela recogía los pedacitos de -pan y el hondo cacharro con un resto de «moje», y doliéndole a Ramona -la delgadez endeble de la inclinada cintura y el trasojado semblante de -la niña, preguntó de pronto: - -—¿Por qué has venido tú con esta calor, tan aina de comer? - -—«Ella»—aludió con humildad la joven—iba a fregar el belezo y a -echar las llavazas al cocho... También cebó las gallinas y las palomas, -rachó leña y llevó los «curros» al agua. - -—Abondo es eso...—comentó la madre con invencible desdén. - -A tal punto, lanzó otro ronquido el tío Cristóbal, revolvióse con -sacudidas largas y crujientes, y en un esfuerzo, como si quisiera -levantarse, clavó en tierra las uñas de ambas manos. - -Las mozas habían palidecido. - -—Péme que está enfermo—dijo Olalla—; hincóse al lado suyo y trató de -alzarle la cabeza; pero la sintió agarrotada y rebelde. - -Acudió entonces Ramona, hundió sus recios brazos por debajo del cuerpo -rígido, y de un brusco tirón dió vuelta al hombre: aparecía con el -rostro casi negro, mojado de una espuma sangrienta, los párpados caídos -y la respiración difícil. - -Quedaron aterradas las mujeres. - -—¡Coitado, agoniza!—clamó la tía Dolores llena de medrosa piedad, en -tanto que la nuera pedía con demudado semblante: - -—¡Agua, agua! - -Inclinó Marinela el cántaro tendido. - -—Aún tiene dello...—Daba diente con diente mientras rociaba su madre -la congestionada faz. - -Abrió el moribundo los ojos, torcidos hacia la moza con una mirada -vacilante y sombría, como aquella que buscó a la novia del forastero -antes de decir: - -—¡Ah, no eres tú! - -Torció también la boca, en la mueca de su habitual sonrisa -impertinente, y quedó tieso, inmóvil, con el respiro apenas -perceptible. La tía Dolores le daba pausadamente aire con el delantal; -las muchachas, doloridas y mudas, le hacían sombra con el cuerpo: -seguía Ramona mojándole los pulsos y las sienes, y caía el silencio con -el sol, como un manto de luz sobre el extraño grupo. - -—Encomendémosle—murmuró Olalla arrodillándose. - -—Señor mío Jesucristo—fué diciendo la voz oscura y triste de la -madre, y las otras mujeres repitieron angustiadas la oración hasta el -final. - -No había dado el tío Cristóbal señales de entender el tremendo aviso, -cuando giraron sus pupilas desorbitadas y ciegas, y un estertor hiposo -le silbó dentro del pecho: con el postrer visaje y la última sacudida, -la inerte cabeza saltó desde las manos de Ramona rebotando en el -polvo, y las uñas del moribundo volvieron a clavarse feroces en el -erial. - -—¿Murió?—dijo despavorida Olalla. - -Marinela dió un grito y cerró muy apretados los ojos. - -—Sí, sí; hay que llamar gente,—respondía la madre trazando sobre el -difunto la señal de la cruz—. Y viendo a la zagala tan miedosa, añadió -resoluta: - -—Vai con la cesta y, al tanto, das razón de lo que ocurre. - -—¿A quién? - -—A la familia; ellos avisarán a la Justicia. - -Obedeció la joven con terror y sigilo: sus pies medrosos apenas tocaban -el sendero; su grácil figura desaparecía entre los altos panes. Pero -quizás un leve roce de su brazo, o tal vez un soplo de perezosa brisa, -movió las hojas verdes con rumores suavísimos de «escucho». - -—¡Madre, madre!—gimió la muchacha con espanto. Volvióse atrás -corriendo, y quedó parada al borde de la mies, sin atreverse a salir al -raso donde el muerto dormía. Allí encontró a la abuela, acurrucada en -la linde con cierta indecisión, tentada a la fuga, y detenida por el -trabajo y la caridad. - -—¿Que yé, rapaza?—preguntó con susto. - -—Tengo miedo... me siguen... escuché una voz... - -—¡Te haltan jijas hasta para fuir!—lamentó más distante el acento -brusco de Ramona. - -Y Marinela, inducida por su mismo pavor, asomóse al rebujal desde el -seto vivo de los tallos. - -Vió que Olalla había desaparecido y que su madre, sentada al sol, -impasible y estoica, velaba al muerto. Parecióle el cadáver más rígido -y huraño, con la boca abierta, y la piel del sequizo color de los -abrojos; quedó allí fascinada un minuto, y, de repente, echó a correr -entre la verde masa, por el hilo sutil de los senderos; movía con -los codos el follaje, y el rumor de las hojas sacudidas le causaba -indecible inquietud: todas las crueles fluctuaciones del pánico -vibraban en los tirantes nervios de la doncella, empujando su loca fuga -al través del centenal. - -Cuando llegó desalada al pueblo, no supo cómo hablar en casa del tío -Cristóbal. Entró en la ruin vivienda, que de pobres menesterosos -parecía, y halló a Facunda cosiendo en el clásico _cuartico_, la -pieza que ciertos días solemnes sirve de comedor a los maragatos, -forzosamente colocada entre la cocina y el corral; la misma que en casa -de la tía Dolores han llamado _estradín_ por excepción. - -Ante la absorta mirada de su amiga, Marinela, confusa y torpe, acabó -por decir: - -—Que tu abuelo se ha morido junto a la mies de Urdiales. - -—¿Mi abuelo?... ¿Sábeslo tú?... - -Facunda, con más asombro que dolor, se había puesto de pie. - -—Vengo de allá; le vide. - -—Pero, ¿qué le dió? - -—La muerte repentina. - -—¡Virgen la Blanca!... ¿Y qué hacía allí? - -—Mirando cómo abrían el calce: andamos al riego en nuestra hanegada de -la Urz. - -—¿Asurcana de la nuestra Gobia? - -—¡Velaí! - -Con la costura en la mano, la moza volvió a sentarse enfrente de -Marinela, doblada sobre un escañuelo en actitud de abrumadora fatiga. - -—Pues yo le estaba esperando para comer. - -—¿Y no comiste? - -—Nada. - -Quedaron mudas, mirándose a los ojos con sorpresa, al compás del reloj -que se mecía en su caja de roble, señoreando el _cuartico_. - -Facunda levantó del solado un marchito ramillete de tomillana, y -espantó con lentitud el enjambre zumbador de moscas, desatado en el -aposento. - -—Y al biendichoso—dijo después—, ¿se le saltaría el corazón?... - -—¿El corazón?... Píntame que el mal le dolía en los ojos y en la boca: -echaba espuma entre los labios y tenía el mirar lusco. - -—Salió de casa en ayunas, con una copa de aguardiente. - -—Pues cuenta que derecho fué a la mies. Allí dió en preguntar con -quién se casaba mi prima. - -—¡Andanda! - -—Estaría algo chocho... ¡tantos años! - -—Y la boda ¿es con ese extranjero? - -Pasó un fulgor oscuro por las turquesadas pupilas de Marinela. - -—No sé—balbució, para añadir a poco: - -—Pero, digo yo que sí. - -—Es galán y bien apersonado—musitó en éxtasis Facunda...—¿Tienes -hambre?—preguntó de repente, viendo a su amiga, blanca lo mismo que la -cal, en demudación terrible. - -—No—dijo la otra con la cabeza. - -—Pues ¿qué tienes entonces?... ¡Estás priadica! - -La interrogada sacudió los párpados violentamente para ahuyentar la -nube de su lloro, y pudo con esfuerzo tristísimo decir: - -—Me pasmó el difunto, ¿sabes? - -—¡Ah, ya!... Quedaríase muy feo; ¡sin las armas de Dios! - -—Mi madre le rezó el señor mío. - -—¿Están al riego entodavía? - -—Hasta la noche. La barbechera cae más alta que el regato, y es -menester cavar mucho. - -—¿Quién os ayuda? - -—¡Nadie! - -Al evocar el desamparo de su pobreza con la triste palabra negativa, -por la mente de la joven pasó el reflejo seductor de los caudales del -tío Cristóbal. - -—¡Vais a heredar a rodo!—murmuró fascinada, sin envidia ni rencores. - -Alumbráronse los ojos descoloridos de Facunda y una sonrisa beata se -le cuajó en los labios. Todos los matices de la emoción, suscitada por -aquel anuncio, resplandecieron en esta frase elocuente: - -—Voy a comer... - -Alzóse de nuevo, con ademanes pesados: era gruesa, fuerte, baja; tenía -mejillas carnosas, tez bronceada por el sol, mirada pasiva, y una -insignificante belleza juvenil en el conjunto de la figura. - -Revolvía Marinela su curiosidad alrededor, resumiendo maquinalmente -el inventario del _cuartico_. Y, de pronto, la hizo estremecer una -anguarina del tío Cristóbal, colgada en el apolillado capero, rígida y -sin aire, como una mortaja. - -—Tienes que avisar a la Justicia—le advirtió a la heredera con -solemne tono. - -—¡Ah! ¿Sí?—clamó Facunda, abriendo mucho la boca. - -—¡Natural! - -—¿Quién lo dijo? - -—Mi madre. - -—¿Pero es obligación?... Cuando murió la abuela no llamaron al juez. - -—Porque estuvo en la cama... Cuando el tío Agustín se atolló en la -nieve y amaneció cadáver, vino el Ayuntamiento. - -—Y ¿a quién mando a Piedralbina?—murmuró atribulada la moza, como si -tuviese que realizar una hazaña insuperable. - -—Manda a _Rosicler_. - -—Tiene el aprisco a la mayor lejura, en los alcores del Urcebo... - -—Pues a tu hermano... - -—Anda a la escuela... - -Quedáronse de nuevo silenciosas, sumidas en la preocupación terrible de -aquella grave dificultad. - -Marinela se había puesto de pie, sin apartar mucho los ojos de la -anguarina parda. - -—¿No habrá un motil que te haga el mandado?—murmuró despacito, como -si alguien durmiese. - -Y Facunda, en el mismo tono de misterio, resolvía: - -—Iré yo después de comer y de avisar en casa de mi madre. - -—¡Eso! - -Felices con el hallazgo de aquella inesperada solución, se miraron en -triunfo, sonrientes, como si hubiesen escapado de un enorme peligro. - -Tras largo y duro rechinamiento de resortes, dió el reloj una lenta -campanada, y Marinela, despidiéndose muy lacónica, salió de puntillas, -apresurada y vacilante. - -—Al paso que vas—dijo la dueña de la casa con luminosa -inspiración—podías contarle a don Miguel... - -—¡No puedo, no!—atajó la infeliz, temblando locamente. - -—¿Por qué, criatura? - -—¡No puedo, no!—y agarrada al cestillo, volvió a correr la mozuela -triste, dejando a su vecina con la boca abierta. Pero al doblar la -calle y cruzar la plaza, en el mismo brocal de la memorable fuente la -detuvieron una sombra, una voz y un saludo. Era el propio forastero de -quien la moza huía: llegaba sonreidor y alegre; extendió los brazos -para contener la delirante carrera de la joven, y con audaz halago le -rezó al oído, como un eco de su primera entrevista: - -—¡Salve, maragata! - -Un grito y un sollozo contestaron a la oración devota del poeta... -Tuvo él que sujetar el talle de la moza, fatalmente inclinado hacia el -pilón donde el agua decía la eterna incertidumbre de las cosas humanas. - -—¿Me tienes miedo?—preguntó conmovido, hablando a Marinela de tú, -como a una niña. - -Todo el nublado de las contenidas lágrimas estalló entonces. - -—Pero, ¡siempre lloras!—exclamó Terán con angustia—. ¿Qué tienes?... -¿Por qué sufres? - -Ella se dejó sostener un instante, enloquecida por el desbordado -ensueño de su alma, y al punto quiso huir. - -—¿Temes que te haga daño?... ¿Estás enferma?—seguía el joven -diciendo, con blandura y cariño, sin dejarla escapar. - -—¡No puedo, no!—repitió aún Marinela con gemido impotente, como si ya -no supiese decir otra cosa. - -Y a Rogelio Terán le pareció que la desconsolada frase había causado un -estremecimiento profundo en el transparente corazón del agua. - -—¿Qué tienes, dime?—insistió el poeta. - -Alzóse el lindo rostro con tal expresión de súplica y mansedumbre, que -el caballero aflojó los brazos y dejó partir a la zagala. - -Ya entonces la triste no pretendió correr. Fuése con pie desfallecido, -deshecha en lágrimas y sollozos, dándoles libertad con repentina y -bárbara crudeza, con alarde infantil. - -Sorprendido y emocionado la vió Terán hundirse en la ardiente calle. -No había él ido a Valdecruces para hacer llorar a las mujeres, y su -experiencia, un poco mundana, le advertía de misteriosas culpas en -el llanto de aquella joven. _Mariflor_ le había dicho que su prima -gozaba poca salud, que padecía de tristezas y lloros, y que desde la -noche de la farsa se había puesto mucho más inapetente y melancólica, -más trasoñada y sensible. Por dos veces la encontraron escribiendo el -romance de la _Musa_ entre lágrimas y suspiros. Y Olalla, su compañera -de lecho, contó que la niña por la noche no pegaba los ojos, y que si -acaso al amanecer se adormecía era para soñar con voz alucinante los -versos de la farandulera. - -También supo el forastero por don Miguel, con otros muchos pormenores, -que la zagala tenía vocación de monja. Pero, con su penetrante vista de -buen lector de almas, el poeta adivinó aquella tarde un nuevo aspecto -en la enfermedad complicada de la niña. - -Dióse a estudiar el conflicto con inquietud y lástima, ruano y -meditabundo, al través del pueblo inmóvil, sin advertir que se había -borrado en el rojizo suelo la sombra exigua de las paredes, y que ardía -la luz, como un volcán, vertida a plomo en las silentes calzadas. - -[Illustration] - - - - -[Illustration] - - - - -XIV - -ALMA Y TIERRA - - -DESDE aquel medio día luminoso en que Rogelio Terán llegó a -Maragatería, soñador y aventurero, a semejanza de Don Quijote, habían -transcurrido dos semanas apenas, tiempo harto breve para curiosear la -tierra y el alma de este país incógnito y huraño, tosca reliquia de las -viejas edades, remanso pobre y oscuro de los siglos de hierro. - -Deslizábanse los amores de _Mariflor_ y el poeta como idilio sereno -y apacible en la vida un poco fatigada del mozo, mientras se le iba -mostrando la dulce novia aún más gentil que en el primer encuentro -inolvidable, más esbelta y pensativa, luciendo más su innato señorío -sobre el fondo gris de Valdecruces. - -Cuantas impresiones recibió aquí el artista en sus andanzas tuvieron -una fuerte originalidad. Con grande asombro y compasión aprendía la -dura existencia de este pueblo de mujeres, bravo y taciturno, que -ni el tiempo ni el olvido lograron borrar de las crueldades de la -estepa al través de las centurias: hábitos y costumbres, semblantes -y caracteres, mostráronse al novelista esquivos y asequibles a la -vez, como si el rostro de la aldea, tan cándido y tan rudo, guardara -hondos misterios bajo las tenaces arrugas de los siglos... Calzadas -escabrosas, rúas cenicientas, míseras cabañas, casucas de adobes, -techumbres de bálago, trajes, palabras y tipos, descubiertos al primer -vistazo en toda su interesante rusticidad, callaban la certeza de su -origen y escondían su historia en la penumbra de caminos ignotos: -un marco de nieblas y de sombras envolvió a Valdecruces delante del -forastero, a la luz espléndida del sol. - -En la romántica incertidumbre de sus observaciones veía el poeta surgir -a cada instante el vivo enigma de unos ojos claros, de una boca muda, -de un talle macizo y un lento ademán; la humilde y robusta silueta de -una mujer, de una esfinge tímida, silenciosa, persistente: ¡la esfinge -maragata, el recio arquetipo de la madre antigua, la estampa de ese -pueblo singular petrificado en la llanura como un islote inconmovible -sobre los oleajes de la historia! - -Esta imagen perenne, más diminuta y simple, más asustadiza y torpe, -repetíase pródigamente en los niños: la cara redonda, elevado el -frontal, cóncavo el perfil, los ojos pardos, verdes o azules, con una -vaga tendencia oblicua, daban a todos un aire primitivo de candor y -timidez, un viso triste de pesadumbre y esclavitud. El sesgo leve -de la mirada era nota de cobardía y sumisión más que de recelo o -disimulo; y los gestos pausados, los calmosos debates de la palabra y -el pensamiento para resolver la más sencilla de las dudas, delataban un -cultivo intelectual muy rudimentario, un secular abandono de aquellas -mustias imaginaciones. - -Ningún rasgo masculino altivecía el semblante fusco de la aldea; los -pocos viejos que allí se refugiaban habían perdido la energía viril -lustrando por ajenos países, y en el esfuerzo bravío que sacudía a las -mujeres sobre el páramo, no asomaba ese alarde varonil de que algunas -hembras suelen revestirse al trabajar como los hombres: todo el ímpetu -fuerte de estos brazos, cultivadores del erial, derivaba del materno -amor, fuente inagotable de renunciaciones y heroísmos, divino poder que -allí se manifestaba callado, fatal y oscuro en las almas femeninas. - -A tales conclusiones fué conducido el forastero al través de sus -íntimas charlas con el cura. - -—¿Qué hay—preguntaba Rogelio cada vez más curioso—en estos corazones -tan recatados y sufridos? - -—Hay madres solamente—respondía, melancólico, don Miguel. - -—¿Y el amor sexual, esa lozanísima planta de la juventud que florece -en todos los países del mundo? - -—Estas mujeres sólo conocen la obligación de la esposa que debe -concebir. - -—Pero el sentimiento, la exaltación del espíritu hacia el hombre que -eligen, ¿tampoco lo conocen? - -—No eligen: se les da un marido, y ellas le acatan mientras puede -sostener a la familia. - -—Habrá excepciones. - -—Ninguna. - -—¿En toda la región? - -—En toda... si algún elemento extraño no se mezcla en la vida -maragata...; que no suele mezclarse. - -Bajo el tono apacible de la respuesta creyó Terán percibir una embozada -reconvención. Hallábanse ambos amigos a solas en el despacho del -sacerdote, estimulando su plática con el humo de los cigarros, mientras -el tío Cristóbal agonizaba en la mies. - -Parecía que de intento el cura no quisiera aludir directamente a los -discutidos amores del poeta y _Mariflor_. Y en esta actitud sentía el -mozo latir una sorda hostilidad. - -—¿Yo «sería» en Valdecruces ese «elemento extraño» que tú -dices?—preguntó de repente. - -—¡Quién sabe!—respondióle con tristeza don Miguel. - -—¿Estorbo? - -—¡En mi casa nunca! Pero...—dijo el párroco suavemente—contra -ti se vuelve la realidad; yo dudo que estés destinado a cumplir en -Maragatería una misión redentora, como tú supones. - -—¿Ni siquiera la de salvar a una sola mujer?... ¿no tendrá ella -bastante con mi corazón y con mi vida? - -—Tu vida no depende de ti... Tu corazón... ¡quizá tampoco! - -—¡Hombre! - -—Acuérdate... - -—Si, ya me acuerdo—interrumpió desconcertado el poeta—; pero esa -lúgubre memoria no ha de apartarme para siempre de la felicidad. - -—La felicidad no es de este mundo... - -—Si argumentas así, a lo asceta... - -—¡A lo maragato!—sonrió acerbamente don Miguel. - -—¿Y juzgas que Florinda ha nacido para sacrificarse? - -—Florinda ha nacido para obrar el bien... - -—Como todo fiel cristiano. - -—Pero con especial misión de bienhechora... Oye, Rogelio—añadió el -cura, mirando de frente a su amigo y hablando recio, como quien tomase -de pronto una determinación—. Tus intenciones son muy hermosas. -Viniste a Valdecruces generosamente equivocado detrás de una mujer: si -la quieres «salvar», como tú dices, no interrumpas sus pasos hacia la -más segura y definitiva de las salvaciones. - -—Estorbo: es indudable. - -—Para que ella siga su trazado camino, sí. - -—¿Por qué no me hablaste con esta franqueza desde el primer día? - -—Porque vuestro idilio me perturbó un poco... porque no juzgué tan -firme la perseverancia de _Mariflor_. - -—¿Y ahora? - -—Veo más claro: sacudo la romántica influencia de vuestras -confesiones; miro la realidad de las cosas... No tenemos derecho, ni tú -por egoísmo, ni yo por sensiblería, a impedir la obra de compasión que -ella se propone realizar... Creo, en fin, que debes retirarte en tanto -_Mariflor_ pacta con su primo. - -—Pero, ¿ha sonado la hora? - -—Está al caer. A instancias mías, Antonio adelanta su viaje: llegará -esta semana, cuando menos se piense. - -—Y mi marcha en este caso, ¿no parecerá una cobardía?... Te equivocas -si piensas que me retiene aquí el egoísmo, cuando me asalta la más viva -piedad. - -—¿De una sola y linda mujer? - -—¡Ojalá pudiera yo redimir a otras! - -—¿Y si pudiera Antonio? - -El pretendiente, amoscado, casi ofendido, respondió con ironía: - -—Consintiendo el esposo que la esposa le hable de usted, le sirva y le -acate como a un dios, y reviente en el páramo mientras él se regodea en -la ciudad, ¿así quieres que yo suponga grandes hazañas de un maragato -para su familia?... Aquí tiene «tu protegido» a su gente pudriéndose de -miseria, y no la socorre... - -—El móvil del amor puede inducirle... - -—¡Qué amor ni qué ocho cuartos, hombre! Vosotros hacéis las bodas con -un poco de rutina y otro poco de interés...—Detúvose temiendo ofender -a su huésped, templando la vehemencia de la voz para añadir:—Eso me -has dicho tú... - -—Y es la verdad—repuso don Miguel sin alterarse—. Pero quizá en -otros pueblos más adelantados y felices no se hacen las bodas de más -digna manera: ingredientes distintos, colores más brillantes, disimulo -y finura para dorar la píldora... Al fin y al cabo, matrimonios sin -amor. - -—No siempre. - -—Muy a menudo. - -—Siquiera esos matrimonios no llevarán consigo la injusticia irritante -de causar una víctima sola. - -—Muchas veces, sí: ¡la mujer! - -Alzóse Terán de la silla, nervioso, confundido con el recuerdo de su -madre, que de pronto le pesaba como una losa. También el sacerdote dejó -su escabel; tiró la punta del cigarro y comenzó a decir con la voz -persuasiva y amable: - -—Mira, Rogelio, amigo mío: el amor, ese sentimiento exaltado, -ambicioso, inmortal que nos sacude y nos enciende, esa divina escala -que nos conduce a Dios desde la tierra, sólo por singular prodigio -tiene un peldaño donde puedan abrazarse para ascender unidas dos -criaturas... - -—Bien; y ese peldaño... - -—No se consigue por la curiosidad romántica ni por la compasión que -sientes hacia Florinda Salvadores. De no poder subir con ella en -triunfo por la divina escala, déjala en Valdecruces, que labre aquí -consuelos... - -—¿Y martirios? - -—El hacer bien mitiga el propio dolor, le cura, le recompensa. Quien -más ama, con más brío se inmola... - -—Es decir: ¿que me desahucias definitivamente? - -—No; te aconsejo. Escucha. Ni de este amor que yo digo, ni de ese -otro que tú decías antes—impulsos, deseos y simpatías más o menos -sutiles—, suelen darse aquí las flores; ya te lo he confesado. Pero de -la llama sagrada, del divino soplo, tenemos un trasunto inconsciente -en el amor fortísimo de las madres. Florinda no quedaría huérfana de -todo goce; de este amor puede ella disfrutar con más cordura que otras -mujeres, con más sazón y gracia. - -—¡También con más tristeza! - -—Si se resigna y se conforma, no. Toda la felicidad del mundo -consiste, a mi parecer, en eso: en conformarse. - -Una pausa y un suspiro detuvieron el discurso de don Miguel mientras el -artista murmuraba: - -—¡No has dicho poco! - -Blanda y persuasivamente siguió explicando el cura: - -—En estos matrimonios que, como tú dices bien, ayuntan la costumbre y -la conveniencia, hay, sin embargo, un fondo de respeto y de fidelidad -muy ejemplares. Es cierto que la mujer come en la cocina, sirve -al marido a la mesa, le dice de vos, le teme y le desconoce; que -trabaja en la mies como una sierva y le ve partir sin despecho ni -disgusto. Pero en esto que ella hace y él consiente, no hay deliberada -humillación por una parte ni despotismo por la otra: hay en ambas -actitudes una llaneza antigua, una ruda conformidad. Aquí el alma es -primitiva y simple; las costumbres se han estancado con la vida; ello -es fruto del aislamiento, de la necesidad, de la pobreza: estamos aún -en los tiempos medioevales. - -—Pero los maragatos emigran todos; ¿cómo no toman ejemplo de los -países más cultos? - -—No les impulsa fuera de aquí la ambición tanto como la miseria. Los -que en sus luchas lograron vencer a la ignorancia, han sabido entrar -de lleno en la civilización y honrar a su país. Tenemos en América -letrados, industriales, fundadores de pueblos que han hecho prevalecer -su traje regional y sus familiares virtudes al través de influencias -muy extrañas... Tú sabes que los afortunados son muy pocos. Y la -mayoría de nuestros emigrantes sigue padeciendo la estrechez de la -inteligencia en precaria vida, trabajando en vulgarísimos trajines. -Ellos se consideran una casta aparte en el mundo, y tan apegados están -a sus leyes morales, que no adoptan de las ajenas cosa alguna, ni buena -ni mala. Son padres excelentes, ciudadanos trabajadores, económicos, -fieles y pacíficos. Si no saben sonreir a su esposa ni compadecerla, -tampoco saben engañarla ni pervertirla: no la tratan ni bien ni mal, -porque apenas la tratan. La toman para crear una familia, la sostienen -con arreglo a su posición; y la reciedumbre de estas naturalezas -inalterables descarga ciegamente todo el peso de su brusquedad sobre la -pasiva condición de la mujer; pero sin ensañamiento ni perfidia, con el -fatal poderío del más fuerte. - -—¿Lo encuentras justo? - -—Lo encuentro humano. - -—¿Y lo disculpas? - -—No: lo compadezco. Toda fuente de ternura cegada me produce sed y -tristeza. - -Brillaron húmedos los ojos del sacerdote, al evocar tal vez una -doliente memoria, y Rogelio preguntó, mirándole con suma curiosidad: - -—¿Tu discurso me quiere convencer de que _Mariflor_ necesite uno de -esos maridos... de la Edad Media? Porque todavía no me lo has probado. - -—Nada pretendo probarte; quiero que conozcas toda la posible situación -de Florinda casada con ese hombre que, en el peor de los casos para -ella, no la impediría vivir con desahogo y socorrer a la familia; -quiero que pienses cómo puede ocurrir que la muchacha gane el corazón -de su primo para remediar las desventuras de la abuela. - -—¿Mediante la boda? - -—O sin la boda: lo que ha de suceder no lo sabemos. Y necesito también -decirte que para mí, procurador y abogado de esta pobre gente, no se -trata sólo de Florinda, sino de dos madres infortunadas, de dos hijos -emigrantes y tristes, de cinco criaturas más, cuyo porvenir parece -cifrado en el destino de esa joven... - -—Pero yo sería un cobarde si desmintiera sus esperanzas de felicidad. - -—¡Y dale con la felicidad! Si _Mariflor_ no te hubiera conocido, se -consideraría feliz al hallar un esposo acaudalado y fiel. - -—No sólo de pan se vive... Sería muy desgraciada en la vulgaridad y el -abandono de una existencia semejante... - -Parecía el sacerdote otra vez distraído en lejanas memorias, cuando -murmuró con solemne acento: - -—No es vulgar si solitaria una vida donde el bien se reproduce; el -sacrificio es obra de alto linaje que recibe muy ocultas recompensas. - -—Pero, ¿tú eres un maragato positivista o un místico delirante? - -—Soy un pobre cura de almas que desea cumplir con su deber. La misión -mía es de paz y de amor, y en la dura tierra que labro no puedo soñar -con frutos sino a costa de dolores: me esfuerzo en adulcirlos cuando es -imposible evitarlos. - -—No así con Florinda. - -—Si ella acepta una cruz y yo la enseño a llevarla, ¿no habré -dulcificado su camino? - -—Todos tenemos derecho a buscar un camino sin cruces. - -—No hay quien lo encuentre. - -—Mientras se busca y se confía... - -—Se pierde el tiempo. - -—Se vive con ilusiones. - -—Antes que verlas perecer, es mejor encumbrarlas. - -—Ya ya; siempre el mismo asunto: la otra vida. Dios nos manda también -lograr ésta. - -Abismado nuevamente en remotas membranzas, exclamó el cura: - -—_¡La mujer es un ser misterioso nacido para amar y para sufrir!_ - -—Eso, ¿lo discurres tú?—preguntó impaciente el artista. - -—Son palabras de un filósofo cristiano. Yo las he visto cumplidas en -muchas ocasiones. - -Posó una amarga tristeza en la rotunda afirmación. Terán, absorto, -sombrío, interrogó casi huraño: - -—En fin, ¿qué me pides? - -—Poca cosa: que no reveles a Florinda esta confidencia; que procures -no turbar sus planes; que esperes con prudente actitud, sin desanimar a -la muchacha ni comprometerla. - -—Y ¿crees que debo partir? - -Vaciló don Miguel. - -—Mi casa es siempre tuya—pronunció cordialmente—, pero sería de mal -efecto que Antonio se creyera suplantado antes de negociar con su prima. - -—Nadie más que tú y Olalla sabe de nuestras relaciones. - -—Y todo Valdecruces. Ya te dije por qué el tío Cristóbal quería hacer -patente el inevitable rumor de este amorío; hoy supe, por mi sobrina, -que, valiéndose de _Rosicler_, otros rapaces y algunas mozas, el viejo -trata de que esta misma noche os echen «el rastro». - -—¿Y eso qué es? - -—Una costumbre del país: cuando las zagalas sospechan de una -negociación matrimonial, van de noche, callandito, a poner un reguero -de paja, visible y ufano, desde la vivienda del novio a la de la novia, -con ramificaciones a otras casas, indicando convites al casamiento. A -la puerta de la presunta desposada tejen una especie de colchón con -ramaje y rastrojos. - -—El lecho nupcial—sonrió el artista encantado. - -—Sí; un remedo a la vez insolente y candoroso, increíble en el enorme -pudor de estas mujeres. - -—Pues yo no sé si aquí la castidad sin luchas ni peligros, -eternamente dormida, tendrá mucho mérito a los ojos de Dios... - -—No negarás que es una virtud. - -—O un signo acaso de bárbara esquivez. - -—¿Quién sabe si la civilización al sensibilizarnos y pulirnos, nos -hace más o menos asequibles al mal? - -—Nos hace conscientes, hombre, que es tanto como hacernos -responsables: qué, ¿tiras a retrógrado? - -—Tiro a párroco de Valdecruces, por ahora. - -—Bueno. ¿Y el rastro ése? - -—Es un compromiso oficial de casorio si la moza no protesta. Si -rechaza al pretendiente, o los rumores del noviazgo son inciertos, -ella conduce el surco hasta una laguna, charco o regajal, durante la -siguiente noche. - -—Es curioso. - -—Da margen a una salida nocturna, llena de sigilo y moderación, por -supuesto. He tomado mis precauciones para evitar que os comprometan con -la broma, aunque si persiste el propósito... - -—Marcharé en seguida—dijo Terán reflexionando—, Anunciaré a -_Mariflor_ la posibilidad de que una carta urgente me obligue a -partir... pero mi viaje no será una retirada, sino una tregua: sólo con -esa condición te daré gusto. - -—Ni yo te pido más. Una tregua precisamente, que te dará también -espacio para posar tus impresiones y resolver con toda cordura en -negocio tan importante. - -—Entonces, pasado mañana, si te parece... - -—Muy bien. Dios te ayude. - -Y mucho más satisfechos de lo que hubieran podido suponer durante el -curso de la conversación, bajaron los dos amigos a pedir el yantar. - - * * * * * - -Una hora después, sin cuidarse del sol, rondaba Rogelio la calle de -Florinda, avisado por ella de que estaría sola y podrían hablar un -rato. - -No tardó en aparecer sobre la sebe mazorral, entre rubos y agavanzas, -la gentil cabeza de la moza. Presentóse con una de esas dulces sonrisas -que nacen en los ojos y crecen en los labios, y acogió con apasionada -ternura el credo fervoroso del amante. Él, con mucha suavidad, -deslizó en la plática el temor de una repentina ausencia: sus asuntos -amenazaban llamarle a Madrid de un momento a otro. - -La súbita emoción que encendió el semblante de la joven, mostróla tan -triste, tan pesarosa y estrujada por la vida, allí muda y trémula entre -las zarzas del vallado, que el mozo, vivamente conmovido, le prestó mil -espontáneos juramentos de constancia y fidelidad. - -—Volveré pronto—decía—, cuando tú me asegures que estás dispuesta a -venirte conmigo. - -La miraba, gozoso de saberse profundamente amado, y sufriendo al verla -tan atormentada y dolorosa, visibles ya en su cara los esfuerzos de la -lucha que sostenía con el duro trabajo, apenas caído sobre los débiles -hombros. ¿Qué iba a ser de ella prolongando la amarga situación? De la -cruel servidumbre, ¿la había de redimir el oro del primo o el amor del -poeta? - -Como si la joven adivinase que aquella duda cabía en el pensamiento del -amado, murmuró con furtiva esperanza: - -—¡Sí; volverás pronto! - -Y pudo sonreir: aún dijo alegres frases y devolvió promesas de ardorosa -pasión, cauta y firme contra el primer asalto de una sorda inquietud -que le empañó el terciopelo oscuro de las pupilas, igual que si la -pálida sonrisa de los labios ya no pudiese volver nunca hasta los ojos -donde había nacido. - -Quedaron los novios en verse por la tarde en la mies. Pensaba Florinda -salir a la caída del sol, cuando el agua corriera por los liños en la -hanegada de la Urz, ya vencido el trabajo del riego que traía a la moza -desvelada. - -Despidióse Terán rendidamente, y se alejó despreocupado, con una -ligereza de espíritu indefinible y extraña en aquel momento: sentíase -optimista, lleno de dulces seguridades que apenas tenían raiz en su -conciencia, mecido en vagas ilusiones no menos gratas por imprecisas y -locas. Iba envuelto quizá, en cendales de amor, en el divino manto que -cubre con infinita dulzura a quien lo recibe, y destroza las manos que -lo tejen. - -Así encontró a Marinela, que huía de él y que cayó en sus brazos -derretida en lágrimas. Cuando la dejó partir transido de compasión, -perdió de repente la serena beatitud que le envolvía y hallóse -despierto a sus íntimos cuidados, pesaroso de tocar tantas tristezas, -perdido en confusiones y recelos, como si la zagala enfermiza le -hubiese contagiado con los zollozos todas sus inquietudes y ansiedades. - -Horas enteras vagó irresoluto y febril al través de Valdecruces, -acosado por la opresora sensación de hallarse prisionero. Una angustia -de cárcel le martirizó en cada rúa triste y ardiente. Y el cansancio -y la sed le llevaron a la entrada silenciosa de la taberna, sobre la -cual un lienzo inmóvil y de dudoso color denotaba a estilo del país el -tráfico de vinos. - -Pidió el forastero un vaso y una silla, no sin dar grandes voces, a las -que acudió un anciano. Servido con mucha parsimonia, contemplado con -asombro por una vieja que llegó tras el viejo, supo allí que el tío -Cristóbal Paz había fallecido de un sofoco en la mies. - -—¿Trabajando?—preguntó con lástima. - -—¡Quiá!; no, señor; mirando cómo andaban al riego unas mujeres. - -—¿Las de Salvadores? - -—Esas; ya fué allá don Miguel con el Santolio pero no le alcanzó arma -ninguna; ahora están esperando a la Justicia para levantarle. - -Descansó el poeta unos minutos, pagó con esplendidez el vaso de agua -con vino, y buscó una salida al campo, orientándose hacia naciente. Era -casi la hora de su cita con _Mariflor_; y el trágico acontecimiento de -la tarde parecía propicio a que la presencia del galán en la mies no -inspirase desconfianzas. - -Ya en el libre camino aparece un poco nublado el cielo: tenues vellones -grises circundan el ocaso donde el sol se inclina malherido por la -noche, implacable y rojo sobre la sedienta planicie. - -Cuando Rogelio rinde la finísima senda de la mies y se asoma al campo -baldío donde el cauce se tiende hacia el arroyo, un espectáculo de -tremenda emoción le pasma y le sacude. - -Allí, donde la rotura brava del erial toca en suave cima con el borde -del regatuelo, se yerguen Olalla y Ramona sobre los cárdenos fulgores -de la luz poniente. El ronco retumbar de sus azadas repercute áspero y -terrible, lo mismo que una cava de sepultura; avanzan y tunden las dos -mujeres, solemnes y misteriosas frente al ocaso como si le estuvieran -abriendo una sagrada fosa al astro moribundo; con mucha prisa, antes de -que le envuelva la noche en el sudario gris de la llanura. - -El cadáver del tío Cristóbal duerme en la rastrojera, a medio cubrir -por un piadoso abrazo de retamas; junto a él la tía Dolores reza o -llora, y vigila en una expectación delirante; y en el otro confín del -horizonte una orla de nubes pálidas tiende su pesadumbre a la orilla -del cielo. - - * * * * * - -La respetada hora de la siesta había pasado magnánima aquel día sobre -las cavadoras de la mies de Urdiales. - -Aprovechó Olalla el reglamentario reposo para satisfacer un repentino -impulso de su corazón. Y destacándose valiente en el abrasado rebujal, -cortó en la mustia ribera del arroyo un haz tan grande de retamas como -pudo ceñirle entre sus brazos, bien abiertos, robustos y acogedores. -Aún supo esmerarse con paciente solicitud, escogiendo en el retamal las -flores menos tristes; quería cubrir al muerto contra las moscas y el -sol, y hacerle los honores de la mies con un poco de dulzura. - -Mientras hacinó la pálida genesta sobre el cadáver, las otras dos -mujeres rezaban el rosario, acurrucadas en la linde del plantío. -Contaba Ramona las avemarías por los dedos, murmurando al final de cada -decena, a guisa de responso:—_Requiescanquinpace_. Dijo después la -letanía de la Virgen, en el mismo bárbaro latín, y comenzó a hilvanar -una serie formidable de padrenuestros por las obligaciones del difunto. - -Tranquila, hierática, agotó la mujer el repertorio de las oportunas -preces, con la calmosa ayuda de la vieja, cuando fué Olalla a sentarse -entre las dos, murmurando: - -—¿Qué hará Tirso, el heredero, con nosotras? - -—Quedarse con todo; quitarnos la casa; ese hereda las codicias con los -intereses—respondió la madre—. Su cara morena parecía más oscura, y -su acento, siempre brusco, sonaba más enrudecido. - -Callaron las tres un instante, sobrecogidas bajo la dureza de aquella -afirmación. - -Tirso Paz tenía fama de avaricioso; recibía el caudal paterno después -de una larga vida de privaciones, despechado contra la injusta suerte -del hijo pobre que tiene un padre rico; de seguro heredaba ansioso, -violento, impaciente de poseer, sin lástimas que para su miseria nadie -tuvo, sin treguas piadosas que su mismo padre le enseñó a negar. - -Esta certidumbre tembló, fatídica, al borde de la mies, en el ardiente -silencio lleno de luz, y ahogó sus ansiedades al imperioso aviso de -Ramona que, consultando al sol, pronunció gravemente: - -—Acabóse la sosiega. - -Avanzó hacia el cauce con la azada al hombro; la anciana y la niña la -imitaron y, al pasar junto al muerto, las tres hicieron reverentes la -señal de la cruz. Inició Ramona otra vez la cava con un brío salvaje, -como si la tierra le fuese violentamente aborrecida, como si en cada -golpe de los tundentes brazos pusiera un ímpetu de odio. - -Así avanzó la rotura al correr de las horas, entre una nube de polvo -estéril, pálida sangre de las sequizas entrañas abiertas a la sed del -centeno en furiosa persecución del regajal. - -A menudo la tremenda mujer volvíase hacia la muchacha para decir -sordamente: - -—¡Aguanta, niña! - -Y la pobre bisoña, sin aliento, empapada en sudor, seguía los pasos -de su madre, ya lejos de la abuela, que se quedaba atrás alisando -maquinalmente los terrones movidos, sin saber lo que hacía, como un -instrumento inútil y abandonado. - -Una súbita parálisis de todas sus fuerzas aplastaba a la tía Dolores -en la hendedura, triste y absorta, escarbando el polvo. Sentíase -impotente en el campo por primera vez en su vida. Sobre la infeliz, -esclavizada a la tierra por un amor recio y sombrío, caía el dolor de -la incapacidad con angustiosa certidumbre. Y cuanto más irremediable -era su desventura, más sensible se alzaba en su pecho un oscuro rencor -hacia aquella otra mujer, fuerte y joven que, arrebatándose en el -trabajo como una furia, ordenaba soberbia: - -—¡Aguanta, niña! - -La esposa, inflexible para recibir al esposo pobre y enfermo, podía -enorgullecerse como madre, capaz de acoger a un hijo desgraciado. Pero -la mujer vieja, la inútil labradora, ya no tenía derecho ni a ser madre. - -Así pensaba turbiamente la tía Dolores, recordando, para mayor -pesadumbre, el peligroso albur de sus hipotecas en poder de Tirso Paz, -más temible que el propio tío Cristóbal. Sin mies, sin casa y sin -arrestos para el trabajo, ya no lograría recibir a Isidoro, ni valerle -ni ampararle; ¡ya se había acabado todo para ella en el mundo! - -Probó la triste anciana a reanimar sus bríos, aún recientes, sobre -la bien amada tierra. Quiso sentirla con la fuerte pasión de otras -horas, y dominarla como en días mejores. Se inclinó audaz en el fondo -del cauce, con la azada entre las dos manos, como disponiéndose a -desenterrar con loca angustia sus fuerzas sepultadas y, al impulso del -imposible deseo, cayó de rodillas hasta dar con la frente en el polvo. - -El chasquido agrio de los huesos no resonó tan fuerte como los golpes -de la cava, y la vieja se alzó sin escándalo, vencida y pesarosa como -nunca, a tiempo que una voz apremiaba, cada vez más distante: - -—¡Aguanta, niña! - -Se iba quedando la tía Dolores sola con el muerto; le miró pávida y -entontecida. Sobre él languidecía la genesta, formando un bulto largo y -amarillo a ras de los rastrojos, en el borde de la rota. - -Sentóse cerca la mujer, con los recuerdos medio borrados y la seguridad -de su impotencia convertida en lágrimas y oraciones. - -Algunas veces Olalla, viendo a la abuelita en tan singular actitud, -llegóse a preguntarle si le hacía daño el sol. Ella negaba con un gesto -del mortecino semblante, y la moza corría miseranda al arroyo para -humedecer aquellos labios mudos, preguntando: - -—¿Por qué no busca la solombra? ¿Por qué no quiere descansar dello? - -La abuela balbucía en vago deliquio: - -—¡Aguanta, aguanta! - -Y volvía a quedarse con el difunto, lejos de las cavadoras. - -Comenzó a llegar gente por los senderos de la mies; algunos rapaces, -prófugos de la escuela, algunas ancianas compasivas, el cura, el -sacristán y el enterrador. - -Don Miguel reconoció ligeramente el cadáver, habló con las testigos de -la imprevista muerte, y se volvió a marchar. - -Las mujerucas, sin interrumpir el trabajo de sus vecinas, repitieron -con unción:—¡Biendichoso! - -Fuése el sepulturero a preparar la fosa, con serena delectación, y tío -Rosendín, el sacristán, devolvió respetuosamente a la parroquia los -sagrados óleos que habían acompañado a don Miguel. - -También los chiquillos desfilaron curiosos de ver llegar a la Justicia: -impacientes por escoltarla, y por correr en las callejas del pueblo la -trágica novedad. - -—Hasta la noche no pueden venir los de Piedralbina—había dicho el -sacerdote—. Al paso lento de Facunda es imposible que les llegue el -mensaje antes de las seis. - -Y toda la expectación quedó suspendida para el anunciado desfile. - -Mientras tanto el cauce tocaba ya la ribera del arroyo, y Ramona mandó -a su hija hacer algunos sabios cortes en el terreno de la mies, para -cuando el agua corriese. - -Arrastrándose entre los liños, la moza abrió con un destral leves -surcos en la cabecera de la «hanegada». Y alzóse pronto, ardiendo en -el calor reconcentrado de los panes, congestionada por la postura y el -esfuerzo, para correr a la cumbre de la rota, obediente a la sugestión -del terrible grito: - -—¡Aguanta, niña! - -Unos zarpazos más; un anhelo bravío de respiraciones; la suprema -tensión de los músculos, el último temblor desesperado de los nervios, -y las dos mujeres ven cómo el agua corre, humilde y fácil, convirtiendo -la dura zanja en blando atanor de promesas bienhechoras. - -Tiembla y canta el arroyo, el sol se pone, los panes beben y las -heroínas de la cava, febriles y deshechas, reposan junto al muerto... - -Cuando avanza Terán en el grave escenario, otra sombra le sigue. -Florinda registra también la rastrojera desde el borde de un sendero. -Llegan los dos al grupo singular, le miran silenciosos y escuchan cómo -la abuela dice con furtiva emoción, que parece escapada de un delirio: - -—¡Ya no podré recibir a Isidoro! - -Se vuelve Ramona hacia aquel acento profundo, y sorprendiendo toda la -amargura de la incapacitada madre, piensa de pronto en la propia vejez, -ve de ella un ejemplo en la sombría inutilidad de la anciana, y llora -con violentos sollozos, lívido el semblante reluciente de sudores, -temblando el cuerpo, que despide un áspero olor montuno. - -Florinda y su novio retroceden espantados, sin adivinar el origen de -tan repentino desconsuelo: quizá piensan huir de aquel brusco drama -incomprensible cuando una atracción fuerte les inclina sobre el cadáver -del tío Cristóbal. - -A la dormida luz del anochecer, bajo las retamas que ha movido la -curiosidad, sólo enseña el viejo sus garrosas manos, con las uñas -henchidas de la tierra arrebatada a los rastrojos en el arañazo supremo. - -[Illustration] - - - - -[Illustration] - - - - -XV - -EL MENSAJE DE LAS PALOMAS - - -HOY parte el poeta: después de medio día vendrá junto a los tapiales -del huerto para despedirse de su amada. - -«Volverá pronto». Esta frase se ha repetido muchas veces en pocas -horas, entre enamoradas ponderaciones. Meditándola con invencible -angustia, _Mariflor_, convertida en lavandera, encrespa ropa junto a -Olalla en el caz vecino de su calle. - -Muéstrase el cielo un poco aborrascado, y la temperatura, apacible, -tiene el sutil frescor de la humedad. - -Silenciosas trabajan las dos jóvenes, mucho más hábil _Mariflor_ -de lo que su impericia pudiese prometer. La tristeza le aploma el -pensamiento; mueve las delicadas manos entre espumas como una dócil -máquina insensible. - -Mira Olalla las nubes pensando en la inutilidad del riego, y suspira -al acordarse de la próxima siega: tampoco habrá un jornal para los -segadores, ni un respiro para el descanso, ni una tregua en el bárbaro -trajín, superior al esfuerzo de las pobres mujeres. - -Un vendedor ambulante pasa con su mulo cargado de baratijas y pregona -cansado: - -—¡Tienda... tienda! - -—Vende hilo, agujas, adornos y otras cosas—dice Olalla a su prima con -cierto orgullo. - -—Pero, ¿vende, de veras? - -—¡Natural! - -—Como aquí no hay quien compre... - -—¿No ha de haber? Se le cambian por las mercancías, huevos, lardo, -palomas, simientes... gana mucho. - -En un silencio inalterable y sordo, repercute el eco del pregón: - -—¡Tienda... tienda! - -Al final de la calle, por la plazoleta de la fuente, cruza un maragato -en alta cabalgadura, con equipaje y espolique. - -—¿Tirso Paz?—interroga Olalla con zozobra. - -—Parece joven. Tirso, ¿no es viejo? - -—Dicen que sí: yo no le conozco. - -Se quedan mudas y violentas, procurando ocultarse mutuamente las -íntimas preocupaciones. Y al mediar la mañana terminan su labor. - -No hay nadie en el _estradín_ por donde las dos mozas buscan los -pasillos, tornando a la casa por el corral. - -Marinela, doliente, calla en su dormitorio; y cuando Florinda quiere -abrir el suyo, tropieza un fardo en el suelo y ve sobre la cama ropas -de hombre, unas bragas y una almilla, llenas de polvo. - -—Ha venido tu primo, de repente, sin avisar—dice Ramona detrás de la -muchacha—, y como ésta es la habitación de los forasteros... - -Florinda parece de piedra ante aquel masculino traje maragato. Y -Olalla, que también se asoma al camarín, prorrumpe azorada: - -—¡Ha venido Antonio!... Era aquel viajero que vimos pasar. - -Y palidece como una muerta. - -—Sí; entró por la otra rúa—corrobora la madre con la voz menos agria -que de costumbre. - -—¿Y dónde está? pregunta al cabo Florinda, con aire estúpido. - -—En cuanto se mudó de traje marchó a casa del señor cura: dice que le -ha llamado él y que viene sobre lo de la boda. - -—Pues voy allá, ahora mismo. - -—¿Tú? - -—¡Claro! - -—Nunca vi cosa semejante: ¡una rapaza tratando con el novio del -casamiento! - -—Mi primo no es mi novio; pero si lo fuera, con mucha más razón -necesitaría hablar con él inmediatamente. - -Tan firme era el acento de la niña y tan rotunda su determinación, que -Ramona, obligada a transigir, quiso imponer su autoridad exigiendo: - -—Olalla irá contigo. - -—Que venga. - -Y al volverse hacia su prima, asombróse _Mariflor_ de hallarla sin -colores, desconcertada y absorta. - -—¿No vamos?—le dice. - -—Pero así, sin componernos un poco... - -—Si no tardas... - -—De un volido acabo. - -La maragata rubia desaparece seguida de su madre, mientras Florinda, -sin entrar en la habitación, aguarda impaciente, sufriendo el brusco -asalto de contradictorias emociones. ¿Qué va a conseguir de Antonio? -¿Cómo es él, y cómo la juzgará a ella? Su suerte se decide sin duda -en este día nublado y grave que pasa por Valdecruces tan sigiloso, tan -descolorido... - -Le parece a _Mariflor_ que su prima tarda; se sorprende al considerar -que se está componiendo como para una fiesta, sólo porque ha llegado -Antonio. Y con un inevitable gesto de coquetería, ella se alisa también -con las manos los cabellos, se sacude el vestido y repara los pliegues -del jubón: quizá entrase al gabinete para corregir con más detalles -el tocado, si una instintiva repulsión no la dejara otra vez tan -meditabunda que no se fija en el atavío lujoso con que Olalla vuelve, -ni en su semblante, ya compuesto y servicial. - -Hasta la vivienda del párroco no cruzan las dos primas una sola frase; -pero ya en la puerta de don Miguel, Olalla detiene ansiosa a Florinda, -y murmura difícilmente: - -—¿Qué le vas a decir? - -—Que nos salve. - -—Y... ¿no le quieres? - -—Para marido, no. - -—¡Piénsalo bien!; si le venenas las intenciones, nos dejará en la -misma tribulanza. - -—¡No puedo hacer más! - -Ahora es _Mariflor_ la que palidece y tiembla con un gusto amargo en la -boca y un velo de turbaciones en las pupilas. - -—¿Está arriba Antonio?—pregunta a Ascensión, que la recibe. - -—Está. - -—¿Y... Rogelio? - -—No le he visto salir. - -—Pero, ¿estaba con don Miguel? - -—Estaba. - -—Entonces... - -—No oigo hablar más que a dos personas... Don Rogelio entra y sale a -menudo. - -Cuando la valiente muchacha preguntó a la puerta del despacho:—¿Se -puede?...—un silencio de expectación dió margen al permiso, y la -visita nueva fué acogida con el mayor asombro. - -Hacía poco más de un cuarto de hora que la misma Ascensión pidió allí -audiencia para Antonio Salvadores. - -—Está abajo, preguntando por usted—había anunciado la muchacha a su -tío. - -El sacerdote, sin titubear, contestó: - -—Que suba. - -En tanto que Rogelio decía apresuradamente: - -—Yo me voy. - -Pero con una repentina inspiración le aconsejó su amigo: - -—Entra en mi alcoba. - -—¿A qué?... ¿a escuchar? - -—A enterarte. - -—¿Como en las comedias? - -—Y como en la vida. - -—No; no me gusta... - -—Si te asaltan escrúpulos, hay un falsete; pero quizá te interese lo -que oigas. - -Y como ya resonaban en el pasillo los zapatones del forastero, don -Miguel cerró la puerta acristalada, delante del artista, y le dejó -allí, azorado, a media luz, detenido a pesar suyo por la curiosidad. - -Primero oyó cómo se cruzaron los saludos de rúbrica: una voz recia y -joven alternaba con la de don Miguel. Según aquella voz, el viajero -no había encontrado en casa de la abuela más que a la tía Ramona, y -sin tomar descanso alguno acudía impaciente a la cita con el párroco. -El cual, atacado también de la impaciencia, no anduvo con rodeos -para llegar al fondo de la conversación; y la primera novedad que el -maragato supo, fué que su prima ya no tenía dote. - -—Entonces retiro mi palabra de casamiento—dijo la voz firme, no sin -barruntos de contrariedad. - -Volvióse el poeta con indignación hacia los cristales: los visillos de -tul dejaban entrever la salita mucho más alumbrada que la alcoba, y el -enamorado pudo distinguir al hombre que fué hasta aquel instante su -rival. - -—Tu abuela está en ruina como sus hijos—decía don Miguel, disimulando -con palabras corteses la cólera de su acento—; tiene toda la hacienda -empeñada y padece una vida miserable; tus primas andan al campo como -las más infelices del país, y tú eres rico, y es menester que no las -abandones, por caridad y por obligación. - -La temblorosa llamada de Florinda atajó en los labios de su primo un -reproche violento. - -—¿Obligación?—iba a clamar—. ¿Y para decirme esta me fuerzan a venir? - -Entraron las jóvenes con silenciosa acogida. Olalla, en actitud muy -recoleta, bajaba los ojos jugando con el floquecillo de su elegante -pañuelo; _Mariflor_ paseó por la sala un relámpago febril de sus -pupilas oscuras, y viendo solos al maragato y al sacerdote, recobró un -poco de serenidad. - -—Esta será la hija de mi tío Martín—masculló Antonio después de -saludar embarazosamente. - -—Esta es—dijo el cura. - -—Por muchos años... - -Y se quedó el mozo sin saber cómo atormentar a su sombrero entre las -manos gordinflonas. - -Habíase parado _Mariflor_ junto a su primo, espiándole en muda -pesquisa, llena de esperanza y de inquietud. - -Era ancho, fuerte, carilucio; tenía cortos los brazos, cándidos los -ojos, tímido el porte. Vestía rumboso traje, compuesto de pespunteada -camisa, chaleco rojo con flores y botonadura de plata, bragas de rosel, -sayo de haldetas, atacado por sedoso cordón, botines de paño con ligas -de «viva mi dueño», y churrigueresco cinto donde esplendía otro -galante mote de amorosa finura; bajo las polainas, unos enormes zapatos -de oreja tomaban firme posesión del suelo. - -Para abreviar los enojosos preliminares de la conferencia, don Miguel, -ceñudo, molesto, se apresuró a decir a la muchacha: - -—Antonio ya conoce vuestra situación. Y la tuya, particularmente, le -inclina, por lo visto, a no insistir en sus pretensiones de casamiento. - -Al singular descanso que estas palabras ofrecieron a la moza, mezclóse, -al punto, una viva impresión de repugnancia. ¿Qué iba a pedir al -mezquino corazón de aquel hombre? ¿Cómo sería posible conmoverle, ni -con qué dignidad intentarlo en aquel instante? - -El estupor y la vergüenza no la hicieron bajar los ojos: se los clavó a -su primo honda y calladamente, hasta hacerle sudar y retroceder: nadie -le había mirado así. - -Viéndole tan confuso y torpe, sacrificó ella un fácil desquite, -diciendo, con toda la dulzura de su voz y toda la generosidad de su -espíritu: - -—No te hemos llamado para tratar de bodas, sino para pedirte que -remedies a la abuela hasta que mi padre logre remediarla. Hace tres -meses que vine aquí sin sospechar lo que ocurría, y trato con don -Miguel, nuestro protector, de salvar la hacienda, que se está perdiendo -por ignorancia y timidez... No se atrevió la pobre vieja a confiarse a -ti, que eres rico y dadivoso... - -Subrayó Florinda este prudente discurso con una leve sonrisa irónica, -dulce mohín con el cual perdonaba desde luego el áspero desdén de su -pariente. - -—¿No respondes?—añadió con asombro ante el silencio del maragato. - -Y como aún callase, sudoroso, deshilando las borlas del sombrero, -avanzó la niña y le puso las dos manos en los hombros suavemente, con -familiar llaneza. - -—¡Vamos, primo! Tú eres un hombre educado, un caballero, y no puedes -consentir que la abuela, por faltarle un apoyo, se quede en mitad de la -calle, tan viejecilla, tan triste... ¿No la has visto? Se ha vuelto un -poco chocha con los años y las lágrimas y los dolores... Si tú no la -proteges, se quedará sin tierras y sin yuntas, sin huerto y sin casa. -Todo se lo debe a Tirso Paz, por un puñado del dinero que a ti te sobra. - -—¡Diablo de chiquilla!—musitó el cura. - -Olalla rompió a llorar con grandes hipos, y en la alcoba parecía que -alguien se revolviese. - -Pero Antonio, inmóvil, petrificado bajo los finos dedos de _Mariflor_, -no resollaba. Nunca tuvo cerca de la suya una cara tan hermosa; -jamás una voz parecida sonó tan suave y angelical en aquel oído de -comerciante; ni el mozo suponía que en el mundo existiesen criaturas -con tanta labia, tanto atractivo y tamaño corazón. - -—¿No respondes?—insistió ella, intentando zarandearle con blando -movimiento. - -No consiguió moverle; creyó inútil su generosa hazaña, y los lindos -brazos, afanosos, cayeron sobre el delantal en desfallecida actitud. - -Como si sólo entonces fuese el muchacho dueño de su albedrío, levantó -sus claras pupilas con arrobamiento hacia los ojos que le acechaban. - -Los halló impenetrables, sumergidos en solemnes tinieblas, y volvió a -bajar los suyos con invencible respeto. En tanto, _Mariflor_ leyó en la -repentina mirada tal propósito, que retrocedió convulsa hasta apoyarse -en un escabel. - -—Pues, hablaremos del asunto aquí el párroco y yo—dijo de repente -Antonio con cierto brío. - -Olalla cesó de llorar y Florinda no supo qué decir; sentía congelada -su elocuencia, y no se hubiese atrevido a tender de nuevo los brazos, -persuasiva y deprecante. - -Nadie se había sentado. Don Miguel, perplejo, irresoluto, liaba un -cigarrillo para Antonio, paseando entre la mesa y el balcón, sin -atreverse a hablar por miedo a arrepentirse. Iba cayendo en la cuenta -de que lo hubiera echado todo a perder si Florinda no le acude con el -dominio de su voluntad y el «ángel» de su persona. Mas ¿no iban ya -demasiado lejos las influencias de la muchacha? - -El cura lo temía, viéndola tan ansiosa y escuchando las amigables -razones del primo. - -Se desgarraron doce campanadas en un viejo reloj mural y casi al mismo -tiempo vibró en el aire el agudo tañido de la esquila, volteada en la -parroquia. - -Don Miguel comenzó a rezar «las oraciones»; un murmullo piadoso zumbó -en el aposento; parecía que unas alas invisibles agitasen brisas de paz -sobre las inclinadas frentes. Cuando se alzaron ungidas por la señal -de la cruz, los ojos benignos del sacerdote se posaron en _Mariflor_ -con misericordia. Ella inició una desconcertada sonrisa que pudo ser de -aliento o de quebranto, y don Miguel se resolvió a decir: - -—Bueno, pues Antonio y yo trataremos con calma de vuestros intereses. - -—¡Eso!—aseveró con energía el aludido. - -—Vosotras—añadió el cura—avisaréis en casa que el viajero come hoy -aquí. - -Unas fugaces excusas del invitado, una leve porfía de Olalla para que -les acompañase, y las mozas partieron con la promesa de que Antonio -iría más tarde a visitar a la abuelita. - -Por el camino, la maragata rubia dice muy alegre: - -—De ese lado abesedo sopla mucho el aire; va a llover. - -Y la fresca brisa del Norte que les azota el rostro, le parece a -_Mariflor_ que corre triste, con amargura de lágrimas. Se detiene la -moza a escuchar aquel sordo gemido, inquietante para ella como un -augurio, y Olalla se admira. - -—¿Qué oyes?...—pregunta—. Es el pregón del quincallero. - -Entre los silbos del aire tormentoso, una voz repite con errabunda -melancolía: - -—¡Tienda..., tienda!... - - * * * * * - -Supo Antonio Salvadores que don Miguel tenía en casa un amigo -forastero, el cual aquella misma tarde regresaba a Madrid. Y, de -acuerdo con el cura, consintió el maragato en aplazar toda gestión para -después de la anunciada partida. - -El huésped hizo las presentaciones entre sus comensales con mucha -delicadeza; pero la hora de comer transcurrió silenciosa, bajo la -respectiva preocupación de cada uno, acentuada en Antonio por su gran -cortedad y su recelo al trato con gente de pluma, novelistas a caza de -tipos y de observaciones que, a lo mejor, sacan en los papeles a los -pacíficos ciudadanos. - -Miraba el comerciante de reojo al poeta, sin perder el apetito ni -acertar a decir una palabra. Y el poeta sorprendía con poco disimulo -la ordinariez de aquellos dedos glotones y de aquella boca bezuda, -reluciente de grasa, con tendencia a sonreir y a tragar en golosa -premeditación. - -—¡Un hombre semejante despreciaba a Florinda! - -Esta idea, produciendo sublevaciones bizarras en el ánimo de Terán, -ponía, sin embargo, a sus ojos una sombra de humillación sobre las -excelencias de su novia. - -Mansamente, contra todos los impulsos de la voluntad, un cierto -desencanto se adentraba, furtivo, en el pecho del vate, y galopaba, -rebelde, por tierras de la fantasía, a la vanguardia de los -sentimientos más nobles. Al desaparecer las dificultades en torno de -aquel cariño, en las ambiciones de Terán enfriábase el astro del deseo: -¡humano tributo a la vasta inquietud de la imaginación, que en los -poetas suele tener un dominio incurable! - -Como si una racha de viento borrase de repente en las nubes la colosal -figura de un águila, dejándola convertida en mariposa, así la imagen -de _Mariflor_ venía a quedar en la mente de Rogelio al nivel de -otra zagala, sin ventura y sin novio; el brutal desdén del maragato -desvanecía las fantásticas nubes. - -Acababa el poeta de despedirse de la niña, asaltado por la turbia -impresión de todas aquellas novedades. - -Mostróse cautivo y devoto como siempre, y renovó sus promesas y -afirmaciones con las mismas palabras de otros días; pero en la alta -emoción de aquel instante, solamente los labios de la moza guardaron a -los profundos sentimientos una santa fidelidad. - -—Ahora sí que volverás pronto—dijo la muchacha, tratando de -sonreir—. Ya soy libre como el aire. Mi primo no me quiere porque no -tengo dote, y ya no depende de mi boda el bienestar de la familia; ¿te -lo ha contado don Miguel? - -Ocultaba, modesta, la intención de aquella singular mirada sorprendida -en Antonio. Y sintió el caballero enrojecer su frente al acordarse de -la grosería con que fué rechazada su novia. - -—Algo me ha dicho—balbució, añadiendo en la acerbidad de su encono—. -Tú no debías dirigir la palabra a ese hombre; eres demasiado humilde. - -—¡Si él ayuda a la abuela!... - -—Aunque la ayude. - -Dulcificó al punto sus frases y su acento mientras callaba la niña con -todo el dolor reconcentrado en los ojos. - -Rogelio tenía prisa; le aguardaban para comer y debía salir muy -temprano de Valdecruces a tomar en Astorga el tren de las cinco. -Buscaría el camino más corto por la carretera, huyendo del erial. - -También a _Mariflor_ la esperaban en la cocina delante de la olla, -entre coloquios y comentarios. - -—Te escribiré muchas cartas—prometió el poeta, cada vez más compasivo. - -—¿Y versos?... - -—¡Muchos! - -Sonrió él con deleite, alucinado por la repentina ambición de entonar -canciones pastoriles a la bella musa de los zarzales, allí amorosa en -medio del escaramujo y de las urces. - -Los últimos adioses se cruzaron fervientes; una emoción de arte -prevalecía sobre todos los peligros de la inconstancia. Florinda -acompañó a su novio a lo largo de la rúa con una mirada de ingenua -adoración. - -En la explanada de la fuente el recuerdo de Marinela Salvadores detuvo -al caminante. El candor del agua y los matices verdes y azulinos del -suave manantial, le trajeron con ternura a la memoria la imagen de -la niña, sus ojos zarcos y volubles y aquel saludo lírico que tanto -la asustó a la llegada del forastero; ¿qué había sido de ella? Lo -preguntaría antes de marchar, arrepentido de haber olvidado en absoluto -a la triste zagala que una tarde le dejó sobre el pecho la limosna de -su llanto misterioso. - -Todas las impresiones de aquellos quince días extraños, remansaban de -pronto seductoras en la conciencia del artista, como recordación de un -sueño peregrino que le obligase a sonreir. - -Junto a la parroquia levantó los ojos a la torre, y el lecho vetusto -de la cigüeña le dejó extático una vez más. Ya crotoraban audazmente -los hijuelos bajo las alas regias de la madre, mientras el macho, -solícito como nunca, limpiaba de reptiles la mies y nutría la prole en -incesantes revuelos alrededor del nido. - -El silencio de la calzada, la cobardía de la luz y el semblante -rústico del cuadro, sumergieron a Terán en artísticas divagaciones. -Y se abandonó a gustarlas con el íntimo gozo de saber que las iba a -sustituir por otras nuevas. Puso en sus pensamientos, como romántica -aureola, un incitante sabor de despedida, la dulce lástima de un -abandono que no punza, la perfidia sutil de quien siente por cada -placer desflorado vivas ansias de placeres en flor... - -De toda aquella despiadada dulzura, sólo queda ahora enfrente de -Antonio Salvadores un movimiento de disgusto hacia el zafio mercader -que despertó al prócer caminante embelesado en el más lindo sueño de -su vida. Quiere el soñador compadecerse a sí mismo, como si Antonio -le hubiese causado un grave mal obligándole a partir; y no analiza la -miseria de aquel secreto goce con que parte, ni la llama oscura de -egoísmos que arde en su corazón desde que Florinda se le aparece libre. -Ni siquiera se le ocurre pensar que su viaje ya no es urgente, ni quizá -oportuno; el corazón y la lógica no dicen al novio y al caballero que -la felicidad y el amor le debían detener... - -Se habla en la mesa de que llegó por la mañana, procedente de León, el -heredero del tío Cristóbal Paz. Rogelio calla y apenas come, nervioso y -susceptible, mientras el maragato devora. Don Miguel observa a su amigo -con alguna confusión, y el _Chosco_ avisa que ya está preparado el mulo -con el equipaje. - -Las despedidas son breves, porque el viajero no sabe disimular su -impaciencia; y el enterrador, que oficia de espolique, toma el camino -con la cabalgadura, delante de Terán, a quien acompaña un rato el -sacerdote. - -Ya en mitad de la calle, se vuelve el mozo como si algo se le olvidara. -Ascensión, que aún le despide desde la puerta, averigua complaciente: - -—Qué, ¿dejó alguna cosa? - -—A Marinela Salvadores, ¿qué le ocurre?... No la he visto... - -—Dicen que adolece de medrosía. - -—¡Pobre! - -—Ya le contaré que preguntó por ella. - -—Gracias. - -—Condiós; buen viaje. - -—¡Adiós!... - -Una tirantez extraña enmudece a los dos amigos en los primeros pasos, -camino de la libertadora carretera. - -No habían tenido tiempo de cambiar impresiones desde la llegada del -maragato, y don Miguel mostrábase receloso de la singular actitud del -vate. Éste rompe el silencio con alguna vacilación: - -—¿Has visto qué rufián?—alude, sacudiendo la tierra con un mimbre -espoleador que agita entre los dedos. - -—Ya tienes libre a la paloma—responde el cura, sin declarar que le -inspiran desconfianza las apariencias de Antonio. - -Rogelio, evasivo, empeñándose en tener que estar muy enojado, adopta un -aire de víctima: - -—Si, sí; pero es insufrible someterse a regateos y tapujos con un tipo -semejante. - -—Tú ahora nada arriesgas con la caridad de Florinda, independiente ya -de vuestro amor y de vuestros propósitos. - -—Pues, sin embargo, me duelen estas luchas tan mezquinas y pueriles en -que se apasionan corazones grandes, cuando hay fuera de aquí una vida -fuerte y ancha donde luchar y vencer. - -—¿Vencer?—murmuró el cura incrédulo—. ¡Ay, amigo!, a cualquier cosa -le llamáis en el mundo éxito y logro... La pobre humanidad es en todas -partes la misma; nació propensa a la ambición y al delirio. Mas para -soñar es menester vivir, y para vivir... ¡es preciso comer! Todas las -redenciones espirituales tienen, por culpa de nuestra humana condición, -sus raíces en lo material. Yo me afano porque mis feligreses coman, a -fin de que puedan soñar con algo firme y duradero; si _Mariflor_ me -ayuda esta vez, ¡bendita sea! - -Bajó el poeta la frente un poco avergonzado y taciturno, sobrecogido -por el recuerdo de aquella impetuosa caridad escondida de pronto, y -que dos semanas antes le inflamó con su divina lumbre al través de la -llanura. - -—¡Bravo luchador, que puedes vivir escarbando la tierra y soñando con -el cielo!—exclamó en un arranque de involuntaria admiración. - -—Cumplo mi destino—respondió sencillamente el cura. - -Y ambos permanecieron mudos contemplando el paisaje, siempre raso y -pobre, extendido entre besasanas y calveros, surcado por imperceptibles -rutas hacia la pálida cinta de una carretera que iba a perderse en -el horizonte: era el mismo que Florinda entrevió una tarde de abril, -llegando a Valdecruces enamorada y triste. - -—Hay que aguantar, señor, si no quiere que se le escape el -tren—advirtió el _Chosco_. - -—Sí; nos despediremos—dijo Terán—. A ti también te esperan. - -Y el sacerdote preguntó con un leve acento de ironía: - -—¿Volverás pronto? - -Aquella frase, tan acariciada en las últimas horas, sacudió la -conciencia del viajero. - -—¿Qué duda cabe?... En cuanto me aviséis—aseguró cordial. - -Un fuerte abrazo; promesa de noticias; votos de cariño y gratitud, y el -poeta montó en el mulo, que se alejó con paso rutinero y firme. - -Varias veces volvió el joven la cabeza hacia su amigo y le halló -siempre inmóvil, con los brazos cruzados sobre el pecho en pensativa -y extática actitud. La negrura del hábito sacerdotal emergía fuerte y -rara sobre la yerta amarillez de los añojales. - -—¿Pérfido?—se preguntaba el apóstol con infinita pesadumbre—. No; -un iluso, un equivocado—respondióse, poniendo el dedo en la llaga—. -Los poetas suelen ser como los niños: volubles y crueles... Juegan con -las emociones sin miedo a destrozar un corazón, sea el propio, sea el -ajeno, por pura curiosidad, y, a veces, con el mejor propósito del -mundo... Acaso los poetas, entre todos los hombres, merecen más, por su -condición infantil, las compasivas palabras: «¡Perdónalos, Señor, que -no saben lo que hacen!»... - -Bajo la sugestión de esta noble figura sacerdotal, majestuosa y triste -sobre el adusto llano, caminaba Rogelio, distraído en meditaciones de -todo punto ajenas a su amor. - -—¿Y el secreto de este hombre—se decía—, ese remoto y «blanco» -secreto que yo adivino y que se me escapa tal vez para siempre?... -Y este pueblo extraño, insondable, ¿de dónde procede al fin? ¿Es de -origen oriental? ¿bereber? ¿libio ibérico? _¿nórdico?_... Sufre los -oscuros ensueños de los celtas; tiene la bravura torva de los moriscos -y la fría seriedad de los bretones... Quizá le fundaron los primeros -mudéjares; quizá... - -El cobijo blanco del pastor dió una cándida nota al paisaje, y el -mental discurso quedó roto en la linde de la carretera, donde el -viajero dió el último vistazo a Valdecruces. - -Todavía la silueta del sacerdote, negra y perenne, ponía un punto en la -llanura gris. El caserío se columbraba apenas, confundiendo su pálido -color con los difusos tonos de caminos y celajes. - -Poco después, a los ojos perseguidores del artista, el punto negro -y la línea pálida fueron aplastándose contra la tierra hasta quedar -borrados, confundidos, hechos cenizas del erial y rastrojo miserable -del «aramio». - -Un bando de palomas voló apacible encima del poeta. El cual tuvo un -instante de súbita emoción. Una corazonada le inclinó ferviente en su -cabalgadura, con el _jipi_ en la mano y en los labios un beso, que en -mensaje confió a las avecillas; algo se rompía dulce y noble en aquel -pecho varonil picado de morbosas inquietudes; algo que circulaba por -las venas del mozo como un derrame de ternura y de lástima. - -La sensación fué tan vehemente, que tomó al punto proporciones de -remordimiento. Por primera vez aquel día tumultuoso para la conciencia -de Terán, preguntóse, con repugnancia de su misma pregunta, si le sería -posible haber pensado en abandonar a Florinda. - -—¿Pensarlo?... ¿«Consertir» en pensarlo?—musitó sonriente—¡Jamás! -Volveré a buscarla rendido y fiel. - -Y por debajo de este gentil propósito, el débil sentimiento urdía una -irremediable traición. - - * * * * * - -Durante la silenciosa comida de aquella mañana, tuvo _Mariflor_ -singular empeño en ir y venir al dormitorio de Marinela para llevarle -pan tostado y leche, agua con azúcar, palabras y caricias llenas de -solicitud. - -A cada instante la enamorada triste fingía escuchar su nombre para -levantarse y preguntar: - -—¿Me llamabas?... ¿Qué quieres? - -Con esta maniobra, a la cual se prestaba la preocupación de los demás, -pudo dejar entera en el plato su ración y al fin sentarse junto al -lecho de su prima que, a medio vestir, con el busto levantado sobre las -almohadas y el semblante doloroso, se consumía en extraña enfermedad. - -Hasta el oscuro rincón de la paciente habían volado poco antes rumores -de extraordinaria magnitud; la llegada del primo Antonio y la partida -del forastero—como en Valdecruces llamaban al poeta—resonaron -profundamente en la alcoba. - -Allí encontraba _Mariflor_ hondos y vibrantes los ecos de su angustia, -como si un secreto instinto la dijese que su pesar hallaba en aquel -aposento otro corazón donde repercutir, resignado y humilde. - -Denso vaho de fiebre trascendía de la cama, y la oscuridad, -aposentándose en los rincones, sólo permitía un tenue dibujo a los -perfiles de las cosas. _Mariflor_ buscó las manos de la enferma, que -trasudaba con el aliento hediondo y el pecho agitado. - -—¿Estás peor?—le dijo. - -—Mucho peor. - -—¿De veras? - -—¿No lo ves? - -La interrogación desconsoladora le sonó a Florinda como un reproche. - -—No; no lo veo—repuso, inclinándose ansiosa sobre aquel gemido; sólo -descubrió la amarilla figura de una cara y la inquietante sombra de -unos ojos. Transida de piedad, exploró el recuerdo de los últimos días, -desde que Marinela llegó a casa, llorosa y medio delirante, contando -la muerte del tío Cristóbal. Como entonces entrecortaba su relación -balbuciendo convulsa:—No puedo, no puedo—así, a las instancias que le -hacían para comer y dormir, respondió muchas veces con igual pesaroso -deliquio: - -—No puedo; no puedo... - -La costumbre de verla padecer y dejarla soñar, abandonó a la zagala -enfebrecida y sola en el escondite de su cuarto. - -Desfilaron las mujeres por allí, cada una con la prisa de sus faenas y -el agobio de sus preocupaciones, y la dijeron: - -—¿Quieres algo? - -—Agua—contestó siempre. - -Olalla, por la noche, al acostarse con la enferma, padecía un instante -de inquietud. - -—Tiés tafo nel respiro—observaba—y estás calenturosa. - -Pero la rendía el sueño, y a la mañana, el trabajo, envolviéndola en su -rudo vasallaje, la empujaba fuera del hogar para suplir a la _Chosca_ -en el acarreo de la leña y en el cuidado de la cuadra. - -La tía Dolores descendía a la decrepitud vertiginosamente, como si -alguien la empujase desde la cumbre de la voluntad y del esfuerzo. - -Y Ramona bregaba enfurecida en la mies, sachando entre las pujantes -umbelas, solicitada allí por la blandura que el riego puso en el -sembrado. Si posaba un minuto en la alcoba de su hija, era para fruncir -más el ceño y vaticinar cosas terribles a propósito del maleficio de la -tía Gertrudis. - -No era milagro que desde el hoyo de su cama la enferma recibiese -a _Mariflor_ como un rayo de luz. Durante aquellos tres días de -exacerbado padecer, varias veces una voz suplicante dijo en la alcoba: - -—¡Ven acá!... ¡Quédate un poco junto a mí!... - -Y otra voz, apresurada, inquieta, respondía: - -—Ya voy... Más tarde... Luego iré... - -Florinda, en la congoja de sus pesadumbres y temores, no había tenido -tiempo de acudir al llamado quejumbroso. - -Y Marinela aguardaba consumiéndose de recónditos afanes, con la -obsesión de que en su prima moraba, en espíritu enamorado, el caballero -de los ojos azules. - -Cuando los de ambas muchachas se buscaron en el espejo de las pupilas, -la oscuridad no dijo más que zozobras, temblores y preguntas. - -—¿Qué te duele?—quería _Mariflor_ saber. - -—Nada; me atormentan el miedo y el secaño. - -—¿Y a qué tienes miedo? - -—A morirme... y a otras cosas. - -—Pues vas a vivir, a ponerte buena y a profesar clarisa. - -—No, no. - -—¿Ya no quieres? - -—Querer... sí—pronunció la zagala con alguna indecisión—; pero no -tengo dote. - -—¡Le buscamos! - -—¿Tú? - -—Entre todas. - -—¡Si te casaras con el primo, que es tan pudiente! - -—Eso es imposible. - -—Entonces... con el otro—indagó la niña arrebatada de impaciencia. - -—¡Dios sabe!... O con ninguno. Pero de todas suertes, buscaremos el -dote, si eso te hace feliz. - -Grande confusión produjo el pensamiento de la felicidad, impreciso y -extraño, cual una sombra nueva, bajo la penumbra que las emociones -condensaban en aquel espíritu infantil, alma fina y dócil llena de -miedo y de sed como la carne febril que la envolvía. - -Entre las muchas perplejidades de su imaginación, sólo un deseo -definido apreciaba la enferma: el de tener a Florinda al lado suyo y -sentir el contacto de aquella juventud delicada y hermosa, en la cual -parecían posibles todos los prodigios de las ilusiones. Escuchando -la voz de su prima, viendo su cara, sentía Marinela aclararse sus -nebulosos ensueños, como si un rayo de sol les diese forma y rumbo: -para la inocente ambiciosa, Florinda era la humana realidad de todos -los presentimientos inefables; algo así como un trasunto glorioso de -cuantas quimeras y rebeliones se fraguaban en aquel corazón de niña, -desbocado y herido. - -—¡No te vayas!—suplicó ella mimosa. - -—¡Si me voy a estar contigo toda la tarde!—prometía _Mariflor_ -clemente. - -—¿Ya «te despediste?»—insinuó entonces Marinela, vibrante de -curiosidad. - -—Sí. - -—¿Volverá pronto? - -—Eso dijo. - -—¿Te escribirá mucho? - -—Versos y cartas—confesó la novia. - -Sentía que sólo el corazón de la zagala era allí adicto a sus amores, y -por primera vez hablaba con ella en cómplice secreto. - -—¡Romances!—murmuró la niña con la voz repentinamente ilusionada. - -Y cerrando los ojos, en un espasmo de sentimental deleite, añadió: - -—Dime aquellos de la farandulera, que los aprendimos de memoria. - -Comenzó Florinda a repetir los versos con argentino son, como si el -cristal de su alma resonase al través del recitado. Y escuchaba la -paciente niña empapando su espíritu en las olas del afanoso cantar, con -tan fuerte embriaguez, que le pareció sentir en la carne el escalofrío -de violentas espumas. - -—Basta, basta—gimió—¡me duele! - -—¿Cuál? - -—El romance... el pensamiento... - -—Duerme un poco; no te conviene hablar tanto—aconsejó _Mariflor_, -alarmada por la apariencia del delirio. - -Pero la niña preguntó de pronto con mucha serenidad: - -—Y tú, ¿dónde vas a dormir esta noche? - -—¡Ah, no sé! - -—¿Con la abuela? - -Turbóse la moza: una repugnancia invencible la hizo exclamar: - -—¡No! - -—Entonces, ¿con quién?... No hay más camas. - -—Aunque sea en el escaño de la _Chosca_. - -—¡Mujer! ¡Si aquel rincón hiede! Da tastín a una cosa picante, así -como cuando el queso rancea. - -Alcanzada por un asco irresistible, _Mariflor_ se puso de pie con -instinto de fuga. ¿Dónde iba a dormir aquella noche? - -—Al raso: en el huerto, en el corral—pensó heroica y rebelde. - -Y Marinela, sin enterarse del tremendo sobresalto, murmuraba conmovida: - -—¡Oye! - -—¿Qué? - -—¿Ya «se marchó»? - -La alusión, tácita y dulce, vibró con estremecimiento de saeta. - -—Sí; ya irá por el camino—dijo Florinda amargamente. - -Sus palabras rodaron con un eco profundo, como si dilatasen los -horizontes del viajero en infinita peregrinación. - -—¡Quién fuese paloma!—exclamó la enferma con ardiente arrebato. - -Una imagen de alas libres, de lontananzas azules, de espacios alegres, -de amor y de luz, robó a la novia el pensamiento, en sacudida brusca de -la imaginación. Sentía de pronto la pesadez implacable de la atmósfera, -con tales náuseas y repulsiones, que un indómito impulso de todo su ser -le obligó a decir: - -—Me voy... vuelvo en seguida. - -Y salió escapada del dormitorio, sin tino y sin aliento. - -Buscando aire y claridad, llegó al _estradín_ y se quedó suspensa -delante de las tres mujeres de la casa, que parecían esperar una -visita, sentadas muy ceremoniosamente alrededor del aposento, sin -acordarse, al parecer, de sus cotidianos trajines. - -La abuela había resucitado un poco, listos los ojuelos y solícita la -postura, mientras Ramona doblaba el cuerpo en la silla, vencido por -la costumbre de escarbar los azarbes y los surcos, y lucía Olalla -su pañolito de Toledo, frisado y reluciente, margen de un rostro -impasible. - -No sabía _Mariflor_ cómo esquivarse a la censura de aquel extraño -grupo, silencioso como un tribunal, y azorada murmuró: - -—Marinela necesita que la visite el médico. - -—Aún se le debe el centeno de la iguala—dijo Ramona, acentuando la -sombría dureza de su rostro. - -—No importa; hay que llamarle—se atrevió a replicar Florinda. - -Y Olalla, encendida por el carmín del remordimiento, se puso de pie, -balbuciendo: - -—¿Recayó? - -—Tiene calentura. - -—Habrá que darle agua serenada. - -—Y un fervido esta noche—añadió la madre. - -—Voy a verla—decidió Olalla saliendo del _estradín_, con su paso -corto y solemne, para volver el punto más de prisa, exclamando:—¡No -está en la cama! - -—¿Cómo que no? - -—Ven, ven; no está. - -Las dos mozas corrieron juntas, y detrás gritaron las dos madres. - -—¡Sortilegio, sortilegio!—rugía Ramona, en tanto que la abuela, sin -comprender el motivo de tales alarmas, iba lamentándose: - -—¡Ay... ay!... - -Todas palparon en la oscuridad el vacío lecho, y Ramona se hundió en él -de bruces, relatando conjuros y exorcismos con demente superstición. A -su lado, la tía Dolores seguía gimiendo: - -—¡Ay... ay!... - -Las muchachas buscaban a Marinela por diferentes escondites: no podía -haber corrido mucho en poco tiempo, débil y medio desnuda. - -Todavía, en el asombro de la nueva inquietud, le sonaba a Florinda -con encanto la suspirada frase: ¡quién fuese paloma!, y los pasos -de la joven siguieron maquinalmente el invisible hilo de aquella -fascinación. Desde la penumbra de la escalera ganó la novia, con -gesto iluminado, la cumbre alegre del palomar, y entre el rebullir de -los pichones y el plumaje esponjoso de los nidos, halló a la pobre -Marinela, tiritando y encogida, de hinojos en el suelo. - -—¿Qué haces, criatura?—gritó, corriendo a levantarla. - -Pero ella puso un dedo en los labios con sigiloso ademán. - -—¡Chist!... ¿No oyes muchas alas que baten?... ¡Escucha!... - -—Sí; es que llega el bando—respondió Florinda, asomándose a recibir a -las viajeras, enajenada también por indecibles anhelos. - -—¿De dónde viene? - -—Pues de la llanura, del camino... - -Alado azoramiento de temblores y arrullos invadió el palomar. - -Quizá tocó a las aves un leve espanto en las alas cuando el viento -revolcó los húmedos sollozos en la estepa, aquella tarde triste; quizá -en los picos y en las plumas traían las palomas un mensaje embustero -y perjuro. Si el tempestuoso retornar de las mensajeras encerraba un -fatal designio, Florinda le recibió encima de los labios, sorbiéndole -hasta el corazón en el aire frío de las alas revoladoras, mirando al -nublado cielo con los ojos llenos de lágrimas, y Marinela le esperó -de rodillas, aterrada la frente, sumisa la cerviz, como una humilde -criatura sentenciada al último suplicio. - - - - -[Illustration] - - - - -XVI - -LA TRAGEDIA - - -SOFOCADO y mohíno salió Antonio Salvadores de la segunda conferencia -con don Miguel, luego de afirmar que sólo casándose con Florinda -remediaría los apuros de su gente. - -Había soltado la contradictoria declaración de sus intenciones con la -prisa de quien se descarga de un grave peso. Aceleradamente, lleno de -timidez y de bochorno, se adelantó a decir: - -—Me casaré con «ella» y arreglaremos esas trampas sin demasiados -perjuicios... - -No esperaba el cura tan a quemarropa la presentida capitulación. -Sonrió, avisado, y quiso paliar con diplomacia su respuesta para -no herir de frente el masculino orgullo, muy empinado y hosco en -Maragatería. - -—¡Hombre!—dijo—vamos por partes: la moza oyó que tú la rechazabas; -¿cómo vas a exigir ahora que te quiera?... estará quejosa, ofendida... - -—¿Ella?—dudó Antonio, como extrañando que una mujer pudiese tomar la -seria determinación de ofenderse. Luego, en aquella duda presuntuosa, -abrió su camino oscuro otra sospecha. ¿Y si _Mariflor_ no fuese una -mujer como las demás?... Porque parecía distinta... - -—Usted le dirá que me equivoqué—propuso el mozo—; que no supe -expresarme; que usted me entendió mal y yo no me atreví a desmentirle; -cualquiera disculpa que a mí no se me ocurre. - -Tanta cortesía y previsión eran indicios de firme voluntad -conquistadora. Y don Miguel, perplejo, confiando a la Providencia -el desenlace de aquel conflicto, se limitó a insistir, como medida -de precaución contra un brusco desengaño, en que Florinda era muy -sensible, delicada de pensamientos, dueña y señora de su voluntad por -expreso designio de su padre. - -—Pues usted se entenderá con ella: le dice... - -—No; eso tú. - -—¿Yo? - -—Naturalmente. - -—Usted no me conoce; yo no sirvo para hablar de estas cosas con -rapazas; además, aquí no se usa. - -—Pero tu prima es mujer de ciudad, inteligente y razonable, y tú ya -eres un hombre educado a la moderna. - -—Yo soy el mismo de antaño, don Miguel; y me pongo zarabeto y torpe en -tratándose de finuras: quiero casarme con _Mariflor_; ayúdeme usted y -me daré a buenas en lo de la abuelica. - -Clavado con tenacidad en su deseo, encendido el rostro y la actitud -inquieta, el pretendiente no dió un paso más por el camino adonde se le -quería conducir. - -Y ya mediaba la tarde cuando el cura llevó a su convidado a casa de la -tía Dolores, prometiendo explorar el ánimo de _Mariflor_ y evitarle al -mozo en lo posible, las negociaciones directas con la prima. - -Entraron, pues, los visitantes por la puertona principal, se asomaron -al _estradín_ desde el pasillo, y, no hallando quien los recibiera, -deslizáronse hasta la cocina. Quizá sus mismos pasos, recios sobre las -baldosas, y un repique sonoro del bastón de don Miguel, les impidiese -oir hacia la alcoba de Marinela voces apagadas y sollozos furtivos. - -La moza, sorprendida en el palomar, acababa de aparecer, dócil como -un corderuelo, de la mano de _Mariflor_, y era recibida con espanto -como un ánima del otro mundo. Revolvíase la madre en el dormitorio, -asegurando «que la renovera le había traspuesto de suso a la rapaza -con intención luciferal». A estos aberrados plañidos hacían coro, -augurales, las otras dos mujeres; y en vano Florinda procuraba explicar -que, sin duda, la enferma, necesitando aire en los ardores de la -calentura, había escalado inconsciente el abierto refugio de las -palomas. - -Sin negar ni asentir, acaso contagiada por la superstición de los -hechizos, Marinela gemía, hundiéndose en la cama otra vez y dejando que -su madre la cubriese con un rojo alhamar. - -—Es preciso que sudes—ordenaba Ramona—para que desarrimes la friura -del pecho. - -Y el terrible cobertor fué rodeado con saña al cuerpecillo febril. - -—¡Tengo sede!—lamentaba la niña sollozando. - -—¡Ni una gota de agua, ni una sola!—sentenció la madre severa. - -Y la voz de don Miguel resonó entonces impaciente: - -—¡Ah, de casa!... ¿Dónde estáis? - -Pero ya estaban en la cocina, aceleradas y serviciales, las de -Salvadores, dejando sola con la enferma a _Mariflor_, aplastada bajo -el aire estantío del dormitorio. No permaneció allí mucho tiempo. La -llamaron al compás de unas voces solapadas, y acudió medrosa, con la -incertidumbre en el corazón. - -Iban cayendo en la cocina las precoces tinieblas de aquella tarde gris, -y Antonio había buscado el rincón más oscuro para aposentar su lozana -persona; junto a él quedaron medio escondidas las tres mujeres; de -modo que al entrar la joven, sólo vió al cura, de pie bajo la escasa -claridad del ahumado ventanuco. - -A una indicación del sacerdote le siguió Florinda, pasmada, hacia el -_estradín_, y, traspuesto apenas el umbral, los dos hablaron quedamente -un instante, mientras en el fondo de la cocina se delataban algunos -acentos confabulados y cautelosos. - -Por el sombrío rastro de tales rumores fuese _Mariflor_ derecha hasta -su primo, le puso como por la mañana las suaves manos en los hombros, y -le dijo enérgica y triste: - -—Yo no te pedía nada para mí, y aunque me dieras todo el oro del -mundo, no te puedo querer ni ahora ni nunca. - -Tronaron sordamente unas frases violentas, en voz opaca de mujer, y un -brusco regate hurtó bajo los dedos de la niña el coleto de Antonio. -Libre ella de su grave secreto, volvió a guarecerse junto al sacerdote -que, habiéndola seguido desde el _estradín_, recibía otra vez el -fugitivo resplandor de los cristales, en el centro de la cocina. - -—¿Entonces?...—interrogó Olalla con increíble desparpajo. - -—Antonio dirá—pronunció cohibido el cura. - -Y cuando parecía imposible que el mozo respondiera, atarugado por -timideces y rencores, subrayó con bastantes ánimos: - -—Digo «que nada»; ya lo sabe usted. - -Hipos y quejas estallaron encima de tan ruda afirmación, y allí, en -la cómplice oscuridad, fué pronunciado con odio y amenazas el nombre -«del forastero». Cuanto maldecía Ramona, áspera y cruel, repetíalo -maquinalmente la tía Dolores, mientras Olalla, más prudente y justa, se -atenía a ponderar el común infortunio con ayes quejumbrosos: - -—¡Ay los mis hermanos!... ¡Ay mi abuelica!... - -Desde lejos, Marinela, ardiendo en fiebres del cuerpo y del alma, -estremecida por aquellos extraños gritos, se atrevía también a plañir: - -—¡Tengo sede! - -—¡Qué escándalo!... ¡Esto es una vergüenza!—clamó atónito don -Miguel—. ¡Silencio!—ordenó al punto con una voz estentórea, y el -cuento de su bastón repicó furiosamente en el solado. - -Establecida en apariencia la tranquilidad, dejóse oir el resoplido -de una respiración muy agitada, un trajín de carne ansiosa, como si -jadeando en las tinieblas Antonio se hubiese puesto de pie. - -De pie estaba; había entendido que aquel señor «de pluma», displicente -y finuco, invitado por don Miguel, con mucho golpe de espejuelos y de -romances y poca guita en el bolsillo, le birlaba la novia. ¡Y vive Dios -que no sería así, tan fácilmente! - -Por los fueros de Maragatería, por la honra de su casta, lo juró -Antonio Salvadores. - -Con el estallido de un beso sobre la carnosa cruz del índice y el -pulgar, dió el maragato fe de su altivo juramento, y, arrogante, audaz -como nunca, preguntó: - -—¿Cuánto hace falta para que no lloréis? - -El estupor que estas palabras produjeron, enmudeció al auditorio, hasta -que Florinda, incrédula, quizá un poco mortificadora, dijo sordamente: - -—Para que no lloren, hace falta mucho dinero. - -—¿Cuánto? - -Desde el fondo de la oscuridad, la insistencia de aquella pregunta -parecía algo fantástica. Y la joven, vacilando, como si en sueños -hablase con un duende o respondiera a un conjuro, enumeró: - -—A don Miguel hay que darle cuatro mil pesetas en seguida. - -—¿Qué más? - -—Tres mil se le debían al tío Cristóbal... - -—Al médico le debemos la iguala. - -—Y al boticario treinta riales—apuntaron desde la sombra. - -—¿Qué más?—aguijaba Antonio con tales bríos, que _Mariflor_, -corriendo un loco albur, añadió retadora: - -—Mil duros para reponer los ganados y las fincas... Otros mil para que -Marinela profese en Santa Clara... - -Crujió un escaño bajo el desplome del cuerpo, cuya voz pronunciaba -desoladamente: - -—¡Pues lo doy! - -—¿Todo?—acució Ramona delirante de codicia. - -—Todo... si me caso con «ella»; sois testigos. - -—Eso es imposible... ¡imposible!... - -La indómita repulsa quedó ahogada entre insurgentes voces. - -—¡Podré recibir a Isidoro!—balbució la abuela con extraordinaria -lucidez. - -Y Ramona, en súbito arranque de ternura, dulcificó sus labios al -proferir: - -—¡Mis fiyuelos!... - -Pero el maragato oyó rodar la palabra «imposible» hacia donde la luz -resplandecía, y hazañoso al abrigo de las tinieblas, advirtió con -rotundo acento que apagó el de las mujeres: - -—Yo no mendigo novia: pongo condiciones a la protección que se me -pide; si no convienen, ¡salud!, y que no se me diga una palabra más del -tributo de esta casa. - -—¡Dios mío. Dios mío!—plañía _Mariflor_ con espanto en aquella -negrura, cada vez más espesa, donde las enemigas voces del Destino -ponían cerco a una felicidad inocente. - -De pronto, aquel muro de sombras que disparaba frases como dardos -al corazón de la joven, se removió siniestro, y pedazos vivos de la -implacable fortaleza avanzaron hacia Florinda en forma de tres mujeres -suplicantes y desesperadas. - -Quiso entonces la infeliz asirse al noble apoyo de don Miguel; pero los -hábitos sacerdotales recogían la creciente oscuridad con tan severa -traza, que también tuvo miedo de esta inmóvil persona muda y negra. - -Y en semejante asedio y abandono, huyó la moza, perseguida por su -propio grito atormentado. Ganó el corral, cruzando el _estradín_, y -en plena rúa, corrió ciegamente, bajo la indecisa luz del prematuro -anochecer. - - * * * * * - -Al ocurrir la desalada fuga, quedó en suspenso el vocerío de las -mujeres, y en la prisa por buscar una solución al urgente problema de -la boda, se le ocurrió a Olalla encender el candil. Aunque no alumbró -mucho espacio la crepitante mecha, a su amarilla claridad surgió -abocetada, impaciente en un rincón, la figura de Antonio. - -Se limpiaba el maragato con un pañuelo de colores el sudor copioso de -la frente, y aparecía fatigadísimo, como si allí rindiera en aquel -instante la más dura jornada de su vida. - -—«Ese» no se la lleva a ufo—rezongaba—; cuando yo me planto, no le -hay más terne en todo el reino de León. - -Y bravatero, jactancioso, revolvíase entre el escaño y el llar, y hacía -con el pobre moquero raudos molinetes, en la actitud belicosa del -antiguo fidalgo que empuñase una espada leonesa de dos filos. - -Pero aquella caricatura de perdonavidas, singular en el carácter -apacible de Antonio Salvadores, no mereció la atención de las mujeres -tanto como la quietud del párroco, silencioso y como entumecido en -medio de la estancia. - -—¡Padre!... ¡Don Miguel!... ¡Señor cura...!—clamaron tres voces, -a la rebatiña de palabras insinuantes y cariñosas para sacudir al -ensimismado protector. - -—¡Es verdad!—murmuró él, recordando, como si su espíritu volviese -de un viaje—. Yo tenía que deciros alguna cosa en esta ocasión... -Pues, ya lo estáis viendo: la muchacha «no puede querer» a su primo; -el primo «no quiere» favoreceros a vosotros, y yo, ni puedo ni quiero -sobornar los sentimientos de una doncella para hacer caridades a costa -de perfidias. - -Hablaba despacio, tranquilo; su indignación se abatía sin duda en el -propósito de no intervenir más en aquel triste asunto. Y sus palabras, -escapándose en parte a la penetración de los oyentes, parecían el -resumen de un breve examen de conciencia. - -Don Miguel Fidalgo, místico y piadoso, alma encendida en lumbres de -terrenales sacrificios, se había encariñado con la esperanza de que -_Mariflor_ realizase el acto sublime de tomar, por amor a su familia, -una cruz en los hombros. Sabía el cura muchos secretos de divinas -compensaciones; confiaba poco en la constancia de Rogelio Terán, y -temiendo por la frágil dicha que manejaba el poeta, imaginó poder -asegurarla haciéndola fecunda aprovechando, por decirlo así, el seguro -dolor de una existencia en beneficio de otras pobres vidas y en -simientes de goces inmortales. - -A la luz de tan altos fines, los espejismos de don Miguel pudieron -ser hermosos; pero ahora, de cerca, tocando las salvajes pasiones y -hondas repugnancias que la heroína debiera resistir, un vértigo de -materiales angustias celaron al soñador los excelsos fulgores del -imaginado sacrificio: teorías consoladoras, confianzas secretas y -afanes recónditos, eran torres de viento para el bárbaro empuje de -la miserable escena presenciada. La brusca realidad de aquel contacto -produjo en el apóstol una sensación de pavorosa caída desde las nubes -a la tierra. Convencido de haber soñado a demasiada altura de las -fuerzas humanas, despertábase pesaroso, lleno de compasiones y de -remordimientos, como si el oculto albergue que dió a las esperanzas de -la boda fuese una culpa en la tragedia que sobrevenía. Y compungido por -el tumulto de tales pesadumbres, oyó como decía Olalla: - -—El mal caso de no querer «a éste», es por «el otro». - -—¡Por el amigo de usté!—renegó la madre, hostil. - -Le dolía al cura este recuerdo como el mayor delito de su influencia -sobre la vida de _Mariflor_ en Valdecruces; parecíale imposible haberse -dejado llevar por un sentimiento romántico hasta el punto de compartir -un día con la inexperta moza ilusiones confiadas a un caballero -errante, mariposa de todos los vergeles, giróvago enamorado, de tan -noble intención como firmeza insegura. Despierta la desconfianza que -lejos del amigo pudo adormecerse, crecía en el ánimo del sacerdote -recordando la singular precipitación con que Terán partía, después de -resistirse para conceder una tregua a su enamorada solicitud. En el -preciso momento de quedar la novia libre de morales ligaduras, con que -ella misma por compasión se ataba a una promesa, alejábase el novio -impaciente, reservado, incomprensible... ¡Acaso ya corría en el tren -seducido por todas las atracciones de la vida, sin que en la ambiciosa -cumbre de sus pensamientos la idea del deber tuviese nada más que unos -lejanos resplandores! - -Esta consideración penosa indujo al cura a conmiserar dolorosamente las -humanas flaquezas y a dejar correr una benigna lástima sobre aquellos -toscos espíritus asfixiados por el brutal peso de todas las ignorancias -y de todas las necesidades. Procuró mover los corazones bajo la -espesura de las inteligencias, solicitando mucho cariño y compasión -para Florinda, y quiso de nuevo suponer que la rebelde actitud de -la muchacha con Antonio obedecía a un justo desquite más que a las -rivalidades aludidas por Olalla. - -El maragato, muy en desacuerdo con sus recientes fachendas, apresuróse -ahora, optimista y conciliador, a recoger la tranquilizadora especie; y -sin abdicar de su nativo orgullo, pronunció benévolo: - -—Sí, la rapaza me tiene malquerencia por «aquello» que usté le dijo de -mí... - -Olalla y su madre no se mostraron muy convencidas de semejantes -suposiciones, y permanecieron inquietas, atribuladas por el fracaso -definitivo de la boda; en tanto que la tía Dolores, sin alcanzar -la magnitud de la desgracia, temía un contratiempo en el negocio -matrimonial. Mirando de hito en hito a don Miguel desde el fondo gris -de las pupilas, preguntó medrosa: - -—¡Eh!... ¿qué dicen? ¿Por qué la rapaza fuge? - -Pero su voz se apagó entre los pasos veloces de los niños que -regresaban de Piedralbina con las trojas al hombro y las caras -interrogantes. - -—_Mariflor_ corría llorando—dijeron al entrar. - -—¿Por onde? - -—Por la mies. - -Adoraban los chiquillos a su prima, y la inquietud les daba -atrevimiento para inquirir en el rostro del cura razones de la triste -carrera que ellos no habían podido contener. - -—Volverá—prometió el párroco, seguro—; volverá cariñosa para -vosotros y buena como siempre. - -—Sí, volverá; ¡no tiene hiel!—exclamó Antonio con disimulada -impaciencia. - -Y huyendo de la luz agonizante del candil, atajó en el pasillo al -sacerdote, que ya se despedía. - -—Marcho de madrugada; ¿qué razón llevo?—preguntó solícito. - -—¿De cuál? - -—De la boda. - -—Pues ya lo ves ¡ninguna! - -—Pero... ese escribano de Madrid, ¿ha de tornar? - -—Creo que no. - -—¿Y luego? - -Don Miguel se encogió de hombros, desazonado y aburrido en aquella -burda porfía, repitiendo mentalmente la grave palabra de _Mariflor:_ -«¡Imposible, imposible!» - -No parecía entender el mozo la elocuencia de los silencios ni la -expresión de los ademanes. Y aunque Olalla acudía con el candil, -aparentó el primo estar a oscuras para declarar magnánimo: - -—Yo sostengo mis condiciones. - -Como nadie le respondiese, añadió sobrepujante: - -—Y aguardaré el sí o el no... hasta Navidá. - -—¿Todavía el no?—dijo don Miguel con involuntaria sonrisa. - -Marinela, que escuchaba un murmullo de voces cerca de su alcoba, -dolióse una vez más: - -—¡Tengo sede! - -—Dadle agua a esa criatura—recomendó el párroco al salir. - -En los umbrales del portalón recordó alguna cosa, y se detuvo, -advirtiendo: - -—Tened en cuenta que a mí no me debéis nada. - -—¿Y las cuatro mil?...—quiso Antonio averiguar. - -—Nada, nada—interrumpió el sacerdote, resuelto y apresurado. - -Pero aún se volvió hacia sus feligresas, y encarándose con Ramona, le -dijo con especial tono: - -—Florinda no tiene madre, ¡acuérdate!... - - * * * * * - -Para volver a su hogar aquella misma noche sólo puso la fugitiva por -condición, en forma de sumiso ruego, que la esperase Olalla un poco -tarde, cuando los demás se hubiesen acostado. - -Y desde casa del cura, donde posó al final de su anhelante carrera, fué -acompañada por Ascensión y su madre hasta la puerta del _estradín_. - -De la timidez y sobresalto con que pisó de nuevo la cocina oscura, -solamente Olalla pudo sorprender la emoción. Pero, con los ojos turbios -de sueño, la joven no vió más que una sombra de su prima avanzando -pasito en la punta de los pies. - -Entonces un lamento de fracaso quebró apenas la silenciosa quietud. - -—Dios no quiere hacer el prodigio; ¡no quiere!—sollozó Florinda con -tan penetrante desconsuelo, que Olalla sintió necesidad de abrir los -brazos. - -—¡No llores!—respondió generosa. - -Y su pecho macizo, impasible a menudo, derritióse en blanduras -maternales al echar sobre sí el gran dolor de otra mujer. - -Manaba tan vivo aquel pesar desde la herida tierna de un corazón, -que Olalla la sentía correr como un torrente donde se desbordasen -todas las amarguras del mundo. El deseo imperioso de consolar subió -de las entrañas de la moza, y derramó sus sentimientos más dulces y -protectores en estas elocuentes palabras: - -—¿Quieres un poco de tortilla, un poco de vino que sobró a Antonio? - -Como no pudiese _Mariflor_ responder, siguió diciendo: - -—Lo había guardado para Marinela; pero te lo doy a ti. - -—No, no; gracias—dijo al cabo la favorecida. - -Porfió la maragata rubia con grande solicitud; pero _Mariflor_ la hizo -creer que había cenado ya. Juntas se hundieron en las oscuridades del -pasillo; y Olalla puso el candil en el suelo entre las puertas de dos -habitaciones contiguas. - -—Yo no me desnudo, porque tengo que levantarme al amanecer—dijo, -acompañando a su prima hasta la cama de la abuela. - -Enterada de que Antonio partía muy temprano, advirtió Florinda, -estremeciéndose: - -—No me llamarás a esa hora... - -—No, mujer; nos levantaremos dambas, mi madre y yo. - -Hablaban callandito, y un momento contemplaron mudas a la anciana, -dormida con la boca abierta. - -Estirándose en la semioscuridad con macabra rigidez, la figura yacente -parecía de tal modo un cadáver, que _Mariflor_ llegóse a tocarla -presurosa. - -—¡Está fría!—dijo trémula. - -Pero Olalla, imperturbable, repuso: - -—Los viejos siempre están congelados: y diz que es dañino acuchar con -ellos los rapaces, porque les sacan la calor. Por eso la abuela duerme -sola. - -Un silbido leve, fatigoso, daba noticia de la respiración de la -anciana, y, fuera, otros audaces silbos anunciaron los rigores del -temporal. - -La lluvia estalló sonora sobre el «cuelmo» sedoso de la techumbre, y -toda la casa quedó mecida por el llanto y los suspiros de la noche. - -—¡Dios mío, qué tristeza!—murmuró Florinda desnudándose. - -Había colocado un almohadón a los pies del lecho y desdoblando la ropa -con sigilo, deslizóse en él sin tocar a la anciana. El irresistible -escrúpulo que antes galvanizó a la infeliz, asqueada y vergonzosa, -volvió a poseerla en la orilla de los colchones, empujándola a riesgo -de caer. Resistióse casi adusta cuando Olalla la quiso arropar, y hurtó -el cuello y los brazos desnudos al roce de la sábana. - -—¡Si tienes tanto frío como la abuela!—protestó la prima. - -—¡No importa, no importa!—balbució _Mariflor_, sin saber qué decir, -escalofriada a pesar de la densa espesura del ambiente. Luego añadió -amable: - -—Y tú, ¿vas a quedarte en vela? ¿No tienes frío y sueño? - -—¿Frío en el mes de julio?... ¡Válgame Dios!... Cansada sí que estoy; -agora apago la luz y voy, aspacín, a echarme junto a Marinela. - -—¿Está mejor? - -—No sé; dímosle agua y se durmió; pero arde y tiene temblores. - -—Hay que llamar al médico. - -—Madre no se atreve, por la paga. - -—Pues hay que llamarle—insistió Florinda suspirando. - -Revolvióse un poco la abuela, tembló la moza al borde del colchón, y -Olalla dijo: - -—Duerme; ya es tarde. - -Salió en puntillas, de un soplo mató la luz, y ya entraba en su alcoba -cuando la detuvo un leve reclamo de _Mariflor_. - -—¡Oye!... Ese ruido, aquí cerca, que no es del viento ni de la lluvia, -¿de dónde viene? - -Olalla escuchó un instante, y ahogó su risa al replicar: - -—Es «él»... es Antonio que ronca; ¿tienes miedo? - -[Illustration] - - - - -[Illustration] - - - - -XVII - -DOLOR DE AMOR - - -SOBRE el llanto profundo de aquellas horas tristes, ¡cuántas angustias -rodaron en el alma de _Mariflor_! - -El novio no escribía; mudo en la ausencia, oscurecido como fuyente -sombra, perdía su señuelo, de quijote en la llanura de los «pueblos -olvidados». - -Todos los días procuraba la joven sorprender al tío Fabián Alonso -cuando, caballero en el rucio, repartía al través de Valdecruces la -escasa correspondencia. A la hora del correo, deslizábase _Mariflor_ -al huertecillo en prudente vigilancia. Aprendió a mover un destral, y, -con las sabias advertencias de la prima, fué puliendo los caballones y -limpiando los caminos, precisamente a las seis de la tarde, cuando el -tío Alonso pudiese aparecer sobre la linde antes de dar la vuelta por -la rúa donde la casona abría su entrada principal. Al divisarle, una -terrible emoción perturbaba a la novia, y cuantas inquietudes ocultan -sus resortes en las raíces del deseo, giraban locamente alrededor de la -valija mensajera. - -En aquellos instantes de suprema ansiedad, no había palpitación alguna -en la tierra ni en los cielos que para la joven no alcanzara signos -milagrosos de un augurio; el manso zurear de las palomas, el vuelo -suave de una mariposilla, el murmullo del regato, las señales apacibles -del horizonte, eran nuncios de sonriente promesa. Y, en cambio, -producía en la enamorada cruel zozobra que las aves volasen mudas, que -durmiese el arroyo o que una vedijuela de nube rodara en la limpidez -del cielo azul; así los afanes pendientes del papel amoroso que había -de llegar, padecían indecibles martirios agravados por mil puerilidades -de la impaciencia. - -Ráfagas bruscas del mismo fuerte sentimiento sacudían a _Mariflor_, -supersticiosa o creyente en contradictorio impulso. Tan pronto se -estremecían sus labios con el temblor de una plegaria, confiando a -Dios todas las inquietudes del corazón amante, como bebían sus ojos -en la fuente de imaginarias significaciones, y la nunca dormida -fantasía fraguaba sus quimeras sobre una flor, una zarza, un nublado, -convertidos en talismán. Y cada nuevo desengaño, al doler y pungir como -traiciones, prendía en la esperanza un nuevo estímulo, acendrando el -amor con el dolor. - -Nada preguntaba la niña a don Miguel, y tampoco el sacerdote necesitó -preguntar a la niña. Al encontrarse, ambos se miraban a los ojos con -la costumbre de medirse los claros pensamientos; ella leía reproches -y enemistad para el amado ausente, y aquél encontraba perdones y -disculpas en respuesta a su tácita acusación. - -Transcurrieron en estas ansiedades muchos más días de los que -_Mariflor_ creyera posible resistir. Anduvo como una sonámbula viviendo -en apariencia, desprendida con furioso egoísmo de cuanto no fuese -anhelar noticias de su novio. El pan y el sueño le sabían a lágrimas, -a ofensa el aire y el sol, y a intolerable esclavitud los lazos que la -unían al hogar. Huyó de Marinela, que la llamaba siempre desde el lecho -con una pregunta ardiente entre los labios, y procuró evadirse a toda -intimidad, trabajando sola, en el huerto y la «cortina», convirtiéndose -en hortelana, con indiferencia absurda, sin que la doliese el esfuerzo -ni la dañase el calor. Apenas supo de Olalla y de su madre, que, -laborando en la mies, aparecíanse en la cocina por la noche, mudas y -hambrientas, estoicas, impasibles... La abuela, incapaz como nunca, -gemía por los rincones con el corazón cansado de sufrir, y los niños -tornaban de la escuela descalzos y maltrechos, sin que Florinda lo -advirtiese. - -Generosa con el ingrato, no pudiendo admitir la idea de su olvido, -hasta llegó la joven a creer que hubiese muerto. Imaginó accidentes, -percances y dolencias; se atormentó con las más trágicas suposiciones -y sintió como un vértigo irresistible la atracción de la muerte; -tornábase enfermizo el carmín de sus mejillas, vacilaba su paso y -brillaban sus ojos con la tibia claridad de soles adormecidos. - -Una de aquellas tardes en que acechaba desde el huerto la llegada del -tío Fabián, al oir un chasquido de herraduras en las piedras, tuvo -que arrodillarse para no caer. Quedó inmóvil de hinojos, transida -de emoción, y el viejo, que solía mirarla con regalo y curiosidad, -asomándose a la sebe lo mismo que otros días, hizo un guiño a manera de -saludo, y murmuró, piadoso: - -—Hasta que no ahuyentes a la bruja no recibes esquela. - -Levantóse la niña zozobrante a perseguir el eco de aquel aviso y -le pareció columbrar a la tía Gertrudis inclinada sobre el bastón, -doblando la rúa a pasito menudo y cauteloso. - -Sed de amor y hambre de felicidad dieron ímpetus a Florinda para -correr en pos de la vieja. Pero la calle donde creyó que había -desaparecido, solitaria y misteriosa, no le mostró rastro ninguno. - -Siguió la joven caminando al azar, enardecida por el deseo de pedir a -los ojos nublados de aquella mujer y a su entorpecida voz razones del -maleficio que desde el abuelo Juan alcanzaba a la nieta inocente. - -Aún ardía la tarde, espléndida y dulce. Julio, al morir, agitaba el -abanico dorado de los centenos con una brisa generosa que fingía -murmullos de oleaje. - -No había llovido desde aquella noche triste en que _Mariflor_ -Salvadores lloró acerbamente con las horas, y la tierra, colorada y -sequiza, muerta de sed, emanaba agrestes perfumes en todo el paroxismo -de su excitada vegetación. - -Aromas y rumores brindaron su refrigerante caricia a la desolada moza, -apenas traspuso los linderos del lugar. - -Sabiendo que la tía Gertrudis habitaba en el barrio vecino de la mies, -íbase _Mariflor_ con ciego impulso por las rutas del campo, decidida y -absorta como si caminase derecha hacia lo infinito. - -De pronto, allí, a la orilla de un propicio sendero, encontró a -_Rosicler_. - -—¿Onde vas?—clama el pastor, atónito, delante de la moza. - -Ella se aturde, olvidando a qué esperanza la lleva aquel camino, y en -una repentina evocación de su desventura, dice con acento oscuro: - -—A buscar a la tía Gertrudis. - -—¿La renovera? - -—No sabemos si lo será—responde Florinda un poco avergonzada de -sospechar lo mismo que el pastor. - -—Diz que lo es; y que a tu gente le hace mal de ojo por rencillas que -tuvo con tu abuelo. - -Mientras coloquia el zagal, le seducen extrañamente la cabellera -sombría y la entenebrecida mirada de la joven. - -—¿Gastas poca salud?—pregunta conmovido. - -—Gasto mucha—balbució la enamorada maquinalmente. - -—Píntame que has adelgazao—murmura él, pesaroso—. Y añade, viendo -que la muchacha se quiere despedir: - -—¿Sabes a casa de la bruja? - -—No. - -—¿Entonces?... - -Desconcertada _Mariflor_ intenta continuar su camino, pero el rapaz la -detiene: - -—Yo te enseñaré—dice—. No necesitas dar vuelta a las aradas: según -vamos al pueblo, un poquitín a la derechera, hay una rúa angosta, y -alantre alantre, onde ves una cabaña con hartos boquetes y mucho cembo -en la techumbre, acullá... - -Pero Florinda está llorando. - -No comprende ella por qué su sensibilidad, atrofiada y como inerte -bajo la dureza del dolor, se derrite al contacto de la solicitud -de _Rosicler_. Saborea hieles de lágrimas hace ya muchos días, sin -conseguir el alivio del llanto. Y apenas el zagal pone ingenuamente sus -devociones al servicio de la secreta pesadumbre, estalla la lluvia del -corazón en los ardientes ojos de la novia; un sentimiento fraternal -suaviza la inclemencia del oculto padecer y afloja las bárbaras -ligaduras del silencio y el disimulo en el pobre pecho atormentado. - -Aquella racha de aromas y rumores que antes penetró el alma de la -moza como apacible compañía, fué, sin duda, el anuncio de esta brisa -sentimental que en el abandonado espíritu levantan las solícitas frases -del pastor. - -Sintiendo el apoyo de una fuerza consistente y viva, reacciona -_Mariflor_ y responde a su amigo: - -—Ya no voy adonde dices: me vuelvo a casa. - -—Y, ¿por qué lloras? - -—Porque sí. - -Esta irrebatible lógica desconcierta un poco al zagal, que luego se -rehace y afirma: - -—Ya lo sé: porque se marchó el forastero sin que os echáramos el -rastro... No quiso el señor cura. - -La moza no contesta, distraída en el consuelo de llorar, y, siguiéndola -por los estrechos viales de la mies, el pastor se preocupa meditando en -los motivos del lloro. Porque él oye decir que la niña está solicitada -para Antonio Salvadores, y no es probable que con un pretendiente de -tanta robustidad, hacienda y poderío, ella suspire por un extranjero -«ceganitas y esgamiao». - -—¡No puede ser!—corrobora en voz alta. - -Y, súbito, un razonamiento luminoso le da la clave del enigma: - -—Lloras—dice muy cierto—por las malas nuevas que tuvo de allende el -señor cura. - -—¿Las tuvo? - -—Mi hermano escribió. En la esquela pone que el tío Isidoro adolece -del arca y está «en los últimos»; que su padre quiere llevarse a Pedro, -y que... - -—Pero, ¿a quién se lo escribe? - -—Eso a nosotros, con el sobre a don Miguel, y otra carta semejante -recibió el mismo día, lo cual que dijo: Esta es de Martín. Las tenía en -somo de la mesa cuando llegué a buscar la de mi hermano. - -Sobresaltada y anhelosa, despierta _Mariflor_ desde el infausto sueño -de sus amores a las imponentes realidades de la vida. Sus lágrimas -se borran al calor de los remordimientos y el rudo latigazo de la -conciencia imprime velocidad al paso y al raciocinio de la joven. - -—¡Mi padre!—murmura enajenada. - -Y aquel nombre, dulce y solemne, le suena extraño y nuevo, muy remoto. - -Asustado el zagal, teme haber sido inoportuno, y divaga en -murmuraciones confusas: - -—Yo conté que lo sabías... Quizabes no sea cierto... Podemos ir yo y -tigo a preguntar... - -—Gracias, _Rosicler_: será mejor que vaya sola. - -Es tan visible y lastimoso el esfuerzo con que la niña se dispone a -correr en busca de sus nuevas desgracias, que el pastorcillo siéntese -inclinado a compartirle. Pero no sabe cómo sostener la media cruz de -aquel dolor, y para demostrar siquiera que él también sufre, afligido -murmura: - -—Yo marcharé con Pedro, sabe Dios hasta cuándo. - -—¡Pobre zagal!—lamenta Florinda, volviendo con dulzura la mirada a -los cándidos ojos que la siguen. - -A _Rosicler_ se le enciende el semblante, lanza un fuerte suspiro al -aire claro y esconde en el corazón unos cuantos secretos. - -¡Tal suspiran las mieses, cargadas de misteriosas inquietudes! - - * * * * * - -Don Miguel estaba en Astorga y fué preciso aguardarle, ya que llegaría -de un momento a otro. - -—Anda muy ocupado con el casamiento—dijo Ascensión a su amiga, -recibiéndola cariñosamente. - -La idea de que el cura estuviese negociando un préstamo para la dote, -colmó la pesadumbre de la muchacha. Era la primera vez que se ponía -en contacto con la gente del pueblo desde la llegada del primo y la -partida del novio, y una dolorosa cortedad hacía difíciles sus palabras -y sus averiguaciones. - -—¿Sabes tú lo que ha escrito mi padre?—atrevióse a decir. - -—No sabemos nada. - -Esta prontitud de la respuesta hizo a Florinda comprender que Ascensión -tenía orden de no decirle lo que supiese acerca de aquel punto. Pero -sin duda no le estaba prohibido exacerbar los pesares de la amiga con -crueles alusiones; y, más curiosa que malévola, por saber muchas cosas -que ignoraba, fué diciendo con femenil astucia: - -—¿Tienes buenas noticias de la Corte? - -Inmutada, la triste novia movió negativamente la cabeza. - -—¿Y de Valladolid? - -—Tampoco. - -—Facunda Paz ha dicho que te casas para las Navidades. - -—No es cierto—pudo protestar Florinda con delgada voz. - -—¡Ah! yo creí... ¡Como el primo os lo pone todo tan llano!... La -verdad es—continúa la muchacha al cabo de un inútil silencio—que -habéis tenido mala suerte: la tía Dolores pierde los caudales cuando ya -no puede trabajar; Marinela adolece, para morir cuando caiga la hoja, -y los chicos están abandonados, mientras Olalla y su madre andan de -obreras, si a mano viene. - -—¿De obreras... para los demás?—gime tembloroso, a punto de romperse, -el hilo de la remisa voz. - -—Sí; mañana van para nosotras. - -—Y, ¿a qué trabajo? - -—A la siega. - -—Pero, ¿no vienen hombres de Galicia? - -—Algunos vienen a segar otros centenales de más labor; aquí lo -suelen hacer las segadoras: «éstas» se ofrecieron, y ¡como son buenas -servicialas!... - -Le parece a la novia del poeta que fluctúa un ligero desdén en las -palabras de Ascensión, como si ya fuese irremediable el hundimiento -de la familia Salvadores y esta ruina arrastrase consigo todas las -deferencias que gozó en Valdecruces la niña ciudadana. La jerarquía del -corazón y la superioridad de la inteligencia, pugnan por levantarse -rebeldes sobre el desvalimiento fortúito, mas un pálido sonrojo tiñe la -frente de la orgullosa, y sus labios permanecen inmóviles: se siente -abandonada, pobre como jamás lo estuvo, lejos como nunca de todas las -cumbres que un día creyera poseer. El hondo fragor de sus arrogancias -enmudece esclavo de la fatalidad, cunde silencioso y baldío, derramando -los deseos en las tinieblas. - -Y Ascensión, creciéndose con infantil empaque, según advierte el -profundo descorazonamiento de la niña, adopta un tonillo desusado para -enumerar «las donas» que recibe del novio, presume y alardea entre -manteos, jubones y delantales, esparcidos con hartura por la estancia. - -Cuando llega, a poco, don Miguel y hace que Florinda suba a su -despacho, no puede la muchacha ocultar su aflicción a los ojos del -sacerdote; llora a raudales, derribada en el primer escañuelo que -tropieza, sorda a las preguntas con que el apóstol persigue la -desaforada cuita. - -—De ese modo no se puede vivir, _Mariflor_—prorrumpe don Miguel con -blanda severidad. - -Y la moza, difícilmente, responde: - -—Es que necesito morirme. - -Paseando en torno del parpadeante velón, aguarda el cura que se aquiete -la tremenda crisis de aquel pesar. Y cuando ya parece que a Florinda se -le agotan las lágrimas y sólo quedan en su pecho suspiros, indóciles -como rezago de borrasca furiosa, el confesor acerca un escabel a la -doliente, y ella misma procura abrir el alma a las investigaciones que -la solicitan. - -Fuertes son los quebrantos que la zagala llora, no lo niega don Miguel; -pero no es de criaturas cristianas el abandonarse al infortunio en -estéril desesperación, olvidando la suma bondad de _Aquel que tiene -cuenta con los pajaricos y provee a las hormigas, y pinta las flores, y -desciende hasta los más viles gusanos_. - -Esta prometedora evocación remueve con empuje milagroso las moribundas -fibras de una esperanza. ¡Pues no había olvidado _Mariflor_ aquellas -frases tan dulces y sabidas! Con su recuerdo acuden en tropel los de -la madre muerta y las lecciones aprendidas en su regazo; y un soplo -inmenso de ternura levanta los sombríos pensamientos de la moza. - -Lumbres de la excelsa piedad que alcanza a las hormigas y a las flores -y busca a los gusanos entre el polvo, despiertan con su luz todas -las piedades dormidas en el triste pecho de la enamorada. Y ya en la -torrentera de la juvenil pasión, corren con las amarguras del férvido -caudal muchas compasiones para cuantos seres tiemblan en las ramas -del fracaso y del vencimiento, como aves castigadas por la lluvia en -adversa noche: enternecida bajo la piadosa corriente de un dolor menos -áspero, _Mariflor_ escucha lo que va contando el sacerdote. - -No es cierto que las noticias de América sean tan malas como ha -entendido el simple de _Rosicler_: aunque el tío Isidoro no mejora, los -temores sobre su enfermedad no son definitivos, y los médicos opinan -que la vuelta al terruño quizá operase en el enfermo una beneficiosa -reacción. - -Cuanto al viaje del rapaz, su tío le juzga conveniente, porque, -inútil Isidoro para el trabajo, le hace falta a Martín en el tenducho -una persona de su confianza. ¿Que Pedro es un niño? Más niños y sin -protección alguna emigran otros infelices: es necesario avezarse a la -lucha por la vida y resistirla desde la niñez. - -Tampoco es una desgracia nueva que trabajen a jornal Ramona y su -hija. ¿Qué más tiene el surco propio que el ajeno, si exige el mismo -trabajo, le riega una misma fuente y el beneficio que reporta sabe a -pan moreno de una sola mies?... ¡Un poco de orgullo sacrificado es cosa -tan pueril cuando se piensa que «nuestras propiedades» lindan con el -cementerio!... - -Quiere don Miguel consolar a _Mariflor_ y se esfuerza en aducir -consideraciones de ultrahumana filosofía; pero en el fondo de sus -graves palabras, solloza con tal ímpetu la tragedia del páramo, que se -descubre, arisca, la visión de los añojales, fecundos por el terrible -esfuerzo de las mujeres, confundidos con la tierra común preñada de -despojos, florecida de cruces y de nombres. - -Y el pecho de la enamorada palpita con tan humanos afanes, tan seducido -por las aficiones a la vida y los anhelos de la transitoria felicidad, -que el pobre corazón se retuerce mártir y convulso, loco de pena entre -las lindes pálidas del cementerio y de la mies. - -Sin embargo, es preciso pensar continuamente en los grises caminos -que deslindan «arrotos» y sepulturas. ¿Qué dice el heredero del tío -Cristóbal? ¿Arrebata la hacienda de la familia Salvadores? ¿Se muestra -piadoso?... - -Sí; pues aunque Florinda lo dude, es cierto que Tirso se ha presentado -espontáneamente a don Miguel para decirle que prorroga hasta Navidad -los préstamos otorgados a la tía Dolores. - -—¡Hasta Navidad!... ¡Qué raro es eso! ¿Hablaría Antonio con él? - -No contesta el párroco a esta pregunta, pero de sus frases, vagas, -colige Florinda que no ha sospechado mal. Entonces un atrevido -pensamiento la conforta: ¡si el primo fuera remediando los apuros de la -familia hasta las Navidades! - -Siempre sería ésta una ventaja para todos; además, en cinco meses, -¡pueden ocurrir tantas cosas!... - -En seguida salta la imaginación de la joven a la más urgente de las -deudas familiares; ¿habrá pagado Antonio las cuatro mil pesetas -al cura? Trata Florinda de averiguarlo con dolorosa timidez, y el -sacerdote la interrumpe inquieto y persuasivo: - -—No me debéis nada—murmura—; ni un céntimo; ya lo sabe Antonio. - -—Pero la boda se aproxima... - -—Tengo en el bolsillo las pesetas. - -Como parece que la joven duda, don Miguel desdobla un fajo de billetes -que lleva guardados encima del corazón, y cuenta muy despacio la -interesante cantidad. - -Aún no se aclara el entrecejo de la niña; la nube que le oscurece -persiste inquietadora, porque la hazaña de recuperar aquel dinero le -tiene que haber costado al cura un sacrificio, una humillación, quizá -un bochorno. Pero el bienhechor niega, sonríe: ¿Y si se lo hubieran -regalado?... ¡Vaya con la aprensiva! - -—Usted dijo que a un pobre le era casi imposible lograr ese -préstamo—aduce _Mariflor_ acongojada. - -—Yo suelo equivocarme algunas veces, y tú eres una visionaria que -estás conspirando contra tu salud a fuerza de atormentarte; basta para -afligirnos la situación de la pobre Marinela. Conque, hija mía, a -vivir... y a esperar. - -—¿En quién?—prorrumpe ávida la moza. - -—¿Y me lo preguntas? - -—Sí; ya lo sé: ¡en Dios únicamente!... - -La incertidumbre que interrogó desde los ansiosos labios se condensa -en un gesto de cansancio profundo. Atosigada por las vicisitudes del -Destino, siente Florinda muy lejana la ayuda de Dios, muy alto el -cielo, en inabordable confín, y harto duros en la tierra los desiertos -del olvido cruel. Nostalgias de una felicidad imposible crecen en el -colmado corazón, con apremios tan vivos, que todas las piedades y las -ternuras se encogen relajadas bajo la explosiva fuerza de un solo -anhelo. - -Y audazmente, sin escrúpulos ni rubores, con absoluta necesidad de -asirse a un hilo de esperanza para poder vivir, pregunta la niña: - -—¿No sabe usted nada, nada «de él», ni una palabra siquiera? - -—¡Ni una palabra!—responde el cura con indefinible tono, lleno a la -vez de piedad y acusaciones. Advierte en seguida que su respuesta corta -como un puñal, y ve a la sentenciada palidecer y levantarse al filo de -la rotunda negativa. - -Un violento espasmo sacude la fuerte juventud de _Mariflor_, crispa en -sus labios el pesar una sonrisa helada, y tiembla en sus ojos un ramo -de locura. - -La convulsión de aquella pobre vida y el estrabismo del torturado -entendimiento, piden un socorro eficaz: pero, buscándole con la más -compasiva solicitud, sólo encuentra don Miguel revulsivos y cauterios -que, fundentes, contribuyen a derretir los caudales de bondad -constreñidos en el robusto corazón. - -—Tu padre te escribe—anuncia, fingiendo que no siente ni descubre -aquel martirio—. Aquí está la carta. - -Como la moza no tiende su mano a la misiva y continúa vacilante en los -trágicos límites de la demencia y el desaliento, añade el cura: - -—Tu padre sufre y trabaja por ti; es menester que le confortes. - -—¡Ah, mi padre!—exclama ella como un eco de lejanos cariños y -palabras antiguas. - -—Sí; él, que sólo vive para volver a verte... Y Marinela... ¡escucha!, -Marinela se muere pronto si no la cuidas tú. - -—¿Se muere? - -—¡Claro; nadie la socorre! - -—¡Virgen santa!... - -El párroco ya sabe que el alma de Florinda se resistirá a sucumbir -ante el dolor; la ve arrastrarse hacia la derrota, fascinada por el -abismo de la pena, tornar luego sumisa a los requerimientos del deber; -apagarse, encenderse al soplo de corrientes misteriosas, como una -llama recia y combatida. Él la espera, la busca, y asiste conmovido al -ardoroso combate sentimental. - -Pero la infeliz combatiente descubre el acecho de otra alma y se -esconde, replegada en sí misma, con el supremo recato de los más -íntimos pesares. Y el cura, al fin, ignora qué propósitos triunfan -en la conciencia de _Mariflor_, mientras ella se despide con el aire -pasmado, llevándose la carta. - - * * * * * - -Desfallecen las luces del crepúsculo, y la noche se levanta en el -llano; le parece a Florinda que el silencio cae como una gran oscuridad -sobre la aldea. - -Unos niños juegan al «columbón» en la explanada, pero se columpian sin -hablar ni hacer ruido, y con el propio secreto cunde la cancioncilla de -la fuente, gota a gota. - -El pobre hogar que la enamorada encuentra, está sombrío y silencioso, -lo mismo que Valdecruces. Ella lo pisa con atroz angustia, mas a poco -de acostumbrarse al taciturno ambiente oye cómo también una lágrima -horada este silencio, manando, a hilo, como la fuente de la calle: es -la voz humilde con que Marinela suspira. Al segundo reclamo de esta -gota de pena, siente _Mariflor_ un formidable sacudimiento en todas las -fibras de su alma, y corre hacia el plañido suave. - -—¡Estás sola!—compadece, dando a sus palabras una profunda entonación -de caridad y desagravio. - -—¡Ah, eres tú!—responde la enferma con todo el brío de su acento -débil. - -Y en el abrazo con que se unen en la sombra las dos primas, hay la -dulce solemnidad de una reconciliación. - -—¿Dónde está la abuela? ¿Y los niños?—dice la recién llegada, como si -volviese de un viaje, sin ánimos para preguntar por las esclavas de la -mies. - -—La abuela... por ahí. Los rapaces contentos porque mañana les darán -vacaciones. - -—Y tú, ¿no estás mejor? - -—Al contrario... Pero agora dicen que la hechicera hace igual de -ensalmadora, y que puede curarme. - -—¿La tía Gertrudis? - -—¡Velaí! Si ella me hizo el daño, que me lo quite. - -—Antes tú no creías esas patrañas—protesta Florinda. - -Luego se estremece al recordar que ella también las ha creído: -¿cuándo?... Una vertiginosa sucesión de imágenes la conturba. - -—¿Cuándo?—repite—. ¿En otra vida? ¿En sueños?... - -No; aquella misma tarde, bajo la realidad siniestra de la desgracia. - -Medrosa de hundirse en los suplicios del amoroso padecer, quiere -Florinda esclavizarse a otras emociones que la subyugan el corazón. -Enciende el candil y busca en el rostro de la enferma y en la estancia -miserable el tangible drama familiar. Necesita poner las manos en el -palpitante dolor, en la carne lacerada y febril; necesita escuchar -llantos y gritos, sentir repugnancias y miedos, hasta ahogar las -secretas desesperaciones en una borrachera de amarguras. - -Y lo consigue en parte. Marinela, muy blanca, muy tenue, sin poder -soportar la impresión de la luz, echa sobre las pupilas el lívido -velo de los párpados y sonríe enseñando unos dientes iguales, un poco -amarillentos; su cara infantil se transfigura bajo la corona violenta -de los cabellos esparcidos y vedijosos, y un conjunto indefinible -de alegría y de quebranto presta a las dulces facciones singular -expresión. El lecho, desaseado y hundido, parece un roto bajel, donde -la mozuela sentenciada boga con lentitud hacia la siniestra orilla. -En los rincones del dormitorio emergen sombras y miasmas, y cuando -Florinda alza el candil para juntar en una sola visión todas las -tristezas presentes, alumbra una imagen de Cristo, moribundo en la cruz. - -—Si no es la bruja, ¿quién nos persigue?—balbuce Marinela, recogiendo -el reproche de su prima. Y ésta, sugestionada por el pálido Crucifijo -que se le aparece como emblema del más sublime dolor, pregunta a su -vez. - -—¿Siempre estuvo aquí esta efigie? - -—Siempre. - -—Ahora la veo... - -Bajo el corpiño de la muchacha cruje un papel, quizá empujado por el -tumbo fuerte del corazón que aviva sus emociones. Ella posa la luz en -el suelo y despliega impaciente la carta de su padre. De hinojos, para -mejor alumbrar su lectura, confirma en los renglones amados cuanto -dijera don Miguel; pero añade a lo ya sabido algunos descubrimientos -que la envuelven en su fatal pesadilla de la boda con Antonio. - -El ausente, lleno de cariño y de inquietudes, trata a _Mariflor_ como a -una niña; quiere dejarla en libertad para elegir esposo, y oculta mal -sus temores de que no acierte a lograrlo con serena disposición. En los -consejos que la envía rebosan inconscientes las antiguas esperanzas de -los desposorios con el primo. «Es honrado y bueno, muy traficante; la -ayuda que su capital pudiera prestarnos, sería en estas circunstancias -definitiva para todos». Esto escribe el señor Martín sin conocer aún la -crítica situación de su madre. - -Luego, contestando a las confidencias de la joven, desliza entre -palabras recelosas el sentimiento de una contrariedad: - -«Esa gente de pluma—repite como un eco de todos los pareceres -maragatos—no me inspira confianza; suelen ser hombres andariegos, -imaginantes y lucidos, muy artificiosos y escasos de intereses; en fin, -hija mía, aconséjate mucho del señor cura y que Dios nos auxilie». - -Al través de todo el pliego, un hálito de alarma y de tristeza confunde -a la lectora: el padre se duele de no mandar «posibles», de no tener -con qué realizar el viaje de Pedro ni la repatriación de Isidoro. Y la -nublada frente de la niña se dobla con desmayo sobre la carta, como si -la venciese el agobio de otra nueva responsabilidad. - -Mientras Florinda leyó, fué Marinela haciéndose a la luz amortiguada -desde el suelo, y levantó los párpados poco a poco: el perfil de su -prima, trazado por la sombra con gigante dibujo, llenaba la pared y -tocaba en la techumbre. - -Sonrió la enferma, alegre de encontrar la figura gentil de sus -ensueños, difundida como por milagro en todo el mezquino gabinete, -y deslizóse a orilla de la cama para verla en realidad. Pero un -sobresalto la trastorna cuando descubre la carta entre los dedos -temblones de _Mariflor_. ¿Será del forastero? ¡No parece que está en -romance!... ¡Y si fuera de «él»?... - -Todas las perturbaciones y las incoherencias con que la zagala se -consume en inaudita pasión, se agolpan a los descoloridos labios para -balbucir aquella pregunta. Va a derramarse el ávido acento lo mismo que -un roto caudal de incertidumbres, y al borde sonoro de la palabra se -asustan de repente las emociones silenciosas de la niña. Tanto aprendió -a esconderlas, en el tiempo que vive encerrada con sus incógnitos -pesares, que le han crecido las sombras y los temores alrededor de los -pensamientos y ya el instintivo recato de su alma se cierra, oscuro -para siempre, en la propia timidez y confusión. Al levantar Florinda -los ojos, dócil a la penetrante consulta de otra mirada, ve Marinela -como en un espejo el desastre interior de aquella vida tan hermosa, -y le tiende los brazos en caritativo impulso de socorro. Menguada y -triste es la esperanza que ofrecen desde la navecilla del dolor unos -remos tan frágiles, mas en ellos se apoya con gratitud Florinda, y -levantándose firme, con ellos se abraza, sostenida en el naufragio de -la felicidad. - -—¿Quién nos persigue?—clama otra vez Marinela entre sollozos—. Y -como su prima no responde, añade: - -—La bruja es también sortílega, adivinadora, ¿entiendes?... ¡Vamos a -pedirle que nos ayude! - -_Mariflor_ desciñe sus brazos en torno de la enferma, y señalando en la -pared al Cristo, murmura inspirada: - -—No: ¡a Este!... - -[Illustration] - - - - -[Illustration] - - - - -XVIII - -LA HEROICA HUMILDAD - - -ARROJADAS como dos náufragos a los rigores de la suerte, Olalla y -Ramona siegan sus panes y los ajenos, hacen gavillas y manojos, -_acerandan_ y criban, mueven el trillo, el bieldo y el _calomón_. - -Ningún fiero trabajo se resiste a la necesidad y al brío de estas -mujeres silenciosas y duras, imperturbables. Si Olalla desfallece un -minuto, ebria de calor y de esfuerzo, su madre la sostiene y aguza con -unas sílabas certeras, rápidas como un latigazo: - -—¡Aguanta!—balbuce roncamente. - -Y la moza, bajo el violento acicate de este sordo grito de guerra, -endurece sus músculos y esclaviza su voluntad como una veterana -obrera de la mies. Con tan buenas disposiciones, abundan los jornales -para entrambas, cuando la propia labor les permite aceptarlos, y el -desvalido hogar navega a remolque de las bravas remadoras. - -_Mariflor_ secunda estos afanes con la más ardiente solicitud; su -dolor, reconcentrado y prisionero, yace sin rebeldías, cargado de -cadenas en el fondo del alma juvenil. - -Pero en la valentía con que la muchacha se yergue sobre su desventura, -de frente a la existencia, late el humano propósito de vencer -al Destino a fuerza de abnegación. Encauzado el tumulto de sus -desolaciones, manso ya el torbellino de sus pensamientos, Florinda ha -fijado los ojos en Dios con suprema esperanza; pretende conseguir del -Cristo moribundo, en memoria de su excelso martirio, una revocación de -la sentencia que la confina en Valdecruces, sin amor y sin pan, bajo -el cruel dilema de una boda repugnante o de una miseria definitiva y -horrible. - -Aún confía en el hombre amado, aún le defiende contra las acusaciones -de la realidad. El frío silencio que la persigue con presunciones de -abandono se lo explica como un castigo de la tardanza y resistencia con -que acude a los brazos abiertos de la Cruz. - -Exigente consigo misma, ansiosa de purificarse en el tamiz de todas -las virtudes para merecer la divina compasión, se acusa de no haber -compadecido bastante, de no haber rechazado aversiones y repugnancias -con diligente voluntad; quiere ahora poner sus sacrificios a la -altura de sus anhelos, y se debate en tremendas luchas, porque todos -los dolores le parecen poco finos y apurados para subir por ellos -a la soñada cumbre, y con tales sutilezas se desarrolla su nativa -sensibilidad, que ya teme asomarse al huerto por no interrumpir el -canto de los pájaros y levanta las zarzas del camino para no herirlas -con el pie. - -Al influjo de tan extremada compasión, un poco enfermiza y delirante, -adquiere la casona de la abuela un cariz de blandura, humano y dulce. -La enamorada realiza prodigios de orden y habilidad en torno suyo; -están los niños más aseados y alegres; el menaje más enderezado y -compuesto, y hasta la abuelita menos torpe y abrumada. Sobre todo, -Marinela es quien más plenamente recibe los favores de esta ternura que -invade el hogar como suave regolfo de una marejada asoladora. - -Para traer al médico, luego de saldar la antigua cuenta, Florinda -registró su baúl de ciudadana, y, al cabo de muy tristes y secretas -negociaciones, obtuvo de la sobrina del cura el dinero preciso en -cambio de algunas chucherías que sedujeron a la muchacha. - -La propia _Mariflor_ fué a Piedralbina con las siete pesetas, y a la -tarde siguiente el médico llamó con mucha solemnidad en casa de la tía -Dolores, después de atar a la vilorta del huertecillo las bridas de un -jaco semejante al de Fabián Alonso. - -Joven, endeble y taciturno, el facultativo parecía tan necesitado de -asistencia como poco amigo de prestarla. Comenzó por renegar de la -lobreguez de la alcoba adonde le condujo _Mariflor_, y acabó por decir -que examinaría a la paciente cuando para ello dispusiera de aire y de -luz. - -—La casa es grande—vociferó enojado—; ¿no encuentran ustedes más que -un escondrijo oscuro para esta criatura? - -La abuela se santiguó llena de asombro. ¡Andanda con el mediquín nuevo; -oscura la alcoba, después de haber comprado una vela de las finas para -cuando él llegase! - -Sintió _Mariflor_ mucha vergüenza por lo mismo que le pareció evidente -la justicia con que se censuraban las condiciones del aposento, y -prometió sustituirle al punto por el mejor del edificio. - -Un poco amansado el médico, pulsó a la niña, le miró los ojos y la -lengua, preguntó antecedentes de los progenitores, y, después que la -anciana, con el auxilio de _Mariflor_, hizo un dificultoso relato de -muertes prematuras, recomendó a la enferma sanos alimentos, un tónico -de la botica y baños progresivos de sol. - -Despidióse maravillado de la inteligencia y el interés conque Florinda -le escuchaba, dando señales de comprenderle, y cuando volvió, al cabo -de dos días, halló en mitad de la sala el lecho de Marinela, aireado y -a plena luz. - -No costó poco trabajo subirle allí; tuvieron por loca a quien lo -proponía, y sólo a fuerza de obstinadas solicitudes logróse al cabo la -piadosa intención. - -—¿Un catre en la sala?... ¡Válgame Dios; ya no me queda más que -ver!—había respondido la abuela a las primeras indicaciones de -Florinda, las cuales produjeron igual asombro en las otras mujeres. - -Después de agotar la valerosa enfermera todos sus convincentes -argumentos, comenzó Olalla a mostrarse indecisa. - -—¡Si es necesario!...—insinuó. - -Ramona, siempre con su aire de bestia parda, alzó los hombros en -indefinible actitud. Y Marinela confortó su cuerpo con el sol y las -brisas, mientras la tía Dolores se hacía cruces. - -Para conseguir los sanos alimentos y traer el tónico de Astorga, -volvieron la necesidad por un lado y por otro la codicia, a establecer -secretas relaciones entre el baúl de _Mariflor_ y los armarios de la -maestruca. - -De rodillas, inclinada con desconsuelo sobre los despojos de sus -tiempos felices, buscó la pobre muchas veces algo que cambiar por -dinero. Y poco a poco, la ropa blanca, el rosario de coral, el bolsillo -de piel, las cintas y los adornos señoriles, fueron con mucha cautela a -pulir el equipo de la novia. Como todo ello eran frivolidades de valor -escaso, Florinda dejaba tímidamente que la generosidad de Ascensión -pusiera el precio. Y Ascensión, poco escrupulosa, influída por el -espíritu mercantil de la raza, fué abusando cada vez más de aquellos -apuros y llegó a poseer casi entero el humilde tesoro de su amiga. Ya -no le quedaba a ésta más recurso que el reloj de su madre; era de oro, -de una sola tapa, lindo y pequeño. - -Postrada ante el cofre exhausto, contemplaba la niña su joya con -terrible perplejidad. Hubiera querido no sentir hacia ella un apego -entrañable, no estremecerse con profunda emoción mirando la saetilla, -parada en las tres, como recuerdo de una trágica hora. - -Varias veces, aquel mismo día, salió el estuche rojo de su escondite, -llevado y traído por una mano trémula: _Mariflor_ quería ofrecérselo -a la novia y sonreir valiente al realizar el nuevo sacrificio. Pero -ante sus ojos, turbios de llanto, la vira del reloj temblaba como dedo -convulso que señalase con infinita pena una dulce memoria próxima a -extinguirse. - -En vano la joven apelaba a sus firmes propósitos de someterse bajo el -purgativo dolor con ánimo eficaz; en la sedosa red de sus pestañas -tejía el humano sentimiento una niebla entre el alma y la Cruz... - - * * * * * - -Marinela ha mejorado un poco. Tempranito, antes que abrase el día, baña -su débil pecho en los rayos milagrosos del sol. La pócima confortante -y las comidas, apetitosas algunas veces, la van fortaleciendo; se -levanta, sale al colgadizo cuando la tarde se dulcifica, y percibe sin -cesar el tónico de las brisas puras. - -El médico ha ordenado que duerma sola, con el balcón abierto; pero -ella, lo mismo que su hermana, temen a la noche libre como a emboscado -enemigo, y Florinda tiende su colchón al lado de la enferma para -infundirle ánimos; ambas reposan a pleno aire, al amparo de la luna, -con estupefacción de cuantos vecinos conocen este nuevo sistema de -curar. - -De él se duele Ramona cada vez con más ostensible disgusto; ha querido -oponerle resistencia, pero las súplicas de Florinda obran milagros hace -algún tiempo en aquella singular mujer. Cuando se le acerca la joven -a solicitar su permiso para alguna cosa, reprime un movimiento duro, -esconde la torva decisión de su mirada, y suele decir:—Bueno—alzando -los hombros con su acostumbrada indiferencia—. Sin duda, evoca el -aviso de don Miguel: «Florinda no tiene madre; ¡acuérdate! - -Desde que la muchacha se ocupa con humilde abnegación del hogar y de -los niños, y especialmente de Marinela, diríase que acentúa Ramona -aquella pasiva tolerancia con que recibe cuanto de Florinda procede. -No pregunta de dónde saca ella dineros y entusiasmos para mimar a su -prima; supone vagamente que el párroco la ayuda por compasión, y finge, -como Olalla, no comprenderlo, algo confundidas ambas entre flojos -estímulos de vanidad y gratitud... - -Hoy _Mariflor_ arrostra muy azorada el pálido mirar de la madre; es -menester adquirir un nuevo frasco de medicina, que vale cinco pesetas. -Lo dice así de pronto, seguido, para no amedrentarse demasiado. - -—¡Cinco!—balbuce Ramona. - -Su ronca voz, sin inflexiones, rueda sombría. - -—Malas artes dañaron a la rapaza—murmura—. Y muy peor será acudir -a fabulaciones de ciudades para ponerla buena. Con darle boticas y -cuchifritus, acostarla a la santimperie y tenerla a todas horas a las -clemencias del cielo, no se consigue desfacer el hechizo de la bruja. - -—¡No crea usted en hechicerías!—ruega _Mariflor_ tímidamente. - -Pero Ramona, exaltándose, arguye: - -—¿Voy a creer que es Dios el que me comalece los rapaces y el -esposo, me rebata la hacienda y me tosiga en la sumidad de todos los -trabajos?... ¡No lo tengo merecido! Dios es justo y no puede consentir -que unos gocen de mogollón y otros pujen todas las pestilencias de la -vida. - -Palidece la doncella, creyéndose alcanzada como otras veces por el -despecho de las alusiones, pero la mujerona, mirándola de frente como -no acostumbra, adulce todo lo posible el desabrimiento de su voz, y -añade: - -—Tú eres una párvula sin hiel y no conoces al diablo. - -Suspensa _Mariflor_ ante la benigna frase, atrévese a profundizar con -la mirada en los ojos propicios de Ramona, y le parece sentir cómo se -rompe el hielo del explorado corazón, y un arroyo de ternura rueda -escondido en él... - -Están de sobremesa las cuatro mujeres de la casa, después de cenar. -Alcanzaron permiso los rapaces para correr un rato al fresco de la -noche, y ellas parecen detenidas por una involuntaria laxitud. - -El cansancio y la tristeza ponen su languidez amarga sobre aquellas -actitudes de indecisión y cortedad; el humo las envuelve y el silencio -las colma de profunda melancolía. - -Abre la abuela en prolongando bostezo su desdentada boca, y la voz -suave de Florinda insiste: - -—Marinela sanará si seguimos cuidándola... - -Ramona interrumpe sordamente: - -—No sana, como la bruja no la ensalme. - -—¡Pero si está mucho mejor!... ¿Verdad, Olalla? - -La aludida se estremece lo mismo que si volviera de un desmayo o -despertara de un sueño. Hay que repetirle la pregunta y explicarle el -asunto de la conversación; sólo entonces dice con vaga certidumbre: - -—La meiga puede sanarla. - -—¡Por Dios!... La tía Gertrudis no es meiga. ¿Tú también vas a dudarlo? - -Se encoge de hombros la maragata rubia, igual que suele hacerlo su -madre. Parece que las sensaciones delicadas son ya desconocidas para la -moza, como si con los músculos y la voluntad se le hubiese endurecido -el corazón, palpitando sobre la mies. - -Ramona espabila el candil, junta impaciente los regojos de pan en un -pico de la mesa, y no pudiendo contener el ímpetu de las indignaciones -que la obligan a moverse, prorrumpe: - -—¿Conque no es meiga la tía Gertrudis?... ¿Cómo padeces tú el aojo de -la su visita, si no en la salud en tantas de cosas?... ¿Quién trujo al -forastero trufaldín y te aquerenció con él?... ¿Quién te ofusca para no -reamar a un pretendiente de la garrideza de Antonio?... ¡Ay, rapaza; -afánate por tu prima y verás lo que consigues, si no logras trincar la -intención que nos ofende!... - -No solía Ramona componer tan largos discursos; su voz, escandecida, -tiñóse de emocionante desconsuelo, cuando añadió: - -Yo bien conozco el daño que Marinela padece; por eso fuyo de oyirla -balitar como un corderín, con la secura en la boca y en los ojos la -medrosía... Pedido hube su curación al Santísimo por los alzamientos -del cálice; pero Dios, con ser tan compasionado, permite que Lucifer -conjure contra el pobre manojuelo de mis entrañas... - -Extinguióse la burda queja en un sollozo, y el busto de la madre se -inclinó hacia la orilla de la mesa; algunas lágrimas cayeron sobre los -mendrugos de pan. - -—¡No llore!—murmuró Florinda traspasada de compasión—; ¡no llore! -Dios no deja que el Diablo dañe a los suyos, estoy segura de ello; lo -aprendí en sermones y libros: lo dice don Miguel. - -Ramona movía la cabeza con incredulidad, reprimiendo el llanto. - -—¿Y quién busca el dinero de las medicinas?—dijo al fin, como si -se diese a partido—. Sus ojos enigmáticos se posaban en la moza con -inquietud. - -Ella se ruborizó, y muy emocionada, pensando en su relojito, repuso: - -—Yo buscaré lo suficiente para algunos días; pero ya se me acaba el... -la... el medio de encontrarlo. - -Suspiró la mujer con alivio, sin mostrar desconfianza, admiración -ni curiosidades; secóse los párpados con la punta del mandil, y -comunicativa como jamás lo estuvo, dijo: - -—Mañana van las de Fidalgo a Astorga, y como no tenemos cabalgaduras, -yo había pensado que Olalla fuese con ellas a vender unos palombos; la -prestarían compaña y montaje, y ocasión de mercar zapatos para que los -críos no nos avergüencen el día de la fiesta; pero nos han ofrecido a -las dos jornal. - -—Yo iré—apresuróse a decir _Mariflor_, inspirada en un doble -propósito. - -Admitida inmediatamente la promesa, Ramona tuvo que gritársela a su -hija: - -—¿Te duermes o pasmaste?—voceó adusta. - -—¡Estoy cansa!—lamentó sin bríos la infeliz. - -—¡Pobre!—dijo Florinda entrañando el acento. - -Y un gato flacucho y pintojo lanzó a la mesa elocuentes maullidos... - -La imagen desfallecida de Olalla persiguió a _Mariflor_ toda la noche -como un punzante remordimiento; ¡ella también debía salir al campo, -jornalera y labradora sin condiciones, lo mismo que su prima!... - -Aun en las blandas horas en que el sueño ata las existencias y las -somete a su apacible dominio, velaban los pesares de la joven ocultos -en las sombras del reposo, para erguirse más crueles a la luz de la -realidad, cuando la víctima despertase. - -De tal modo iba ella robusteciendo sus ánimos contra el dolor, que -después de sobreponerse al cobarde anhelo de morir, se lanzaba a -padecer, delirante de heroísmo. Convertida en lavandera y hortelana, la -señorita melindrosa comía el rancho del hogar sin aparente esfuerzo, -mostraba un buen talante a todos los reveses de la pobreza, y se dolía -de no haber pagado su tributo de sudor a la mies. Pero la seguridad -de marchitarse aspada en el potro del trabajo, le causaba terror; ya -le parecía sentir en su florido cuerpo el menoscabo de la belleza, la -invisible garra del sacrificio hundiéndole en el rostro las facciones, -borrando la tersura y la sonrisa de la juventud. Hasta en la raíz -de los cabellos percibía la moza el temblor de tales amenazas: una -crispatura y un frío que acaso la hiciera encanecer. - -Como dormía sin que durmiese su dolor, despertábase algunas mañanas -con el espanto de las pesadillas, creyéndose ya desjarretada y mustia, -igual que tantas infelices de Valdecruces. - -Así recela hoy mismo, y una invencible zozobra la empuja hacia el -espejo. Entre las nubes del cristal resplandecen los veinte años -con tales promesas, que la medrosa no puede menos de sonreir. Se -aproxima al azogue donde irradia la imagen, busca bien en sus rasgos -la hermosura y descubre la piel fina un poco tostada por el sol, las -ojeras teñidas por la preciosa untura de las lágrimas, la boca grave -y dulce, profundo y noble el duelo de los ojos, todo el semblante -embellecido con gracias y tristezas. - -En el nublado espejo de la tía Dolores tembló la luz de una mirada -agradecida, que, al volverse luego, descubrió a Marinela con los ojos -clavados en el Cristo moribundo, ya inseparable compañero de la niña -doliente. - -Avergonzada _Mariflor_ por el contraste que ofrece su frívola consulta -con aquella otra, acude hacia su prima, hunde la cara entre los brazos -de ella para disimular el sonrojo, y pregunta: - -—¿Rezabas? - -—Eso mismo. - -—¿Por quién? - -—Por ti. - -—¡Dios te lo pague! - -La enferma alisa blandamente los cabellos de _Mariflor_, que de pronto -balbuce: - -—¿Tengo canas? - -—¡Josús, mujer!... ¿Canas a tu edade?... Tienes un pelo tan largo y -amoroso que da gusto cariciarlo. - -—¿Sabes que voy a Astorga a vender los pichones?—dice Florinda, -incorporándose para acabar de vestirse. - -—¿Tú? ¿Pues cómo? - -—Anoche ya estabas durmiendo cuando lo dispusimos: tu madre y Olalla -tienen hoy jornal. - -—¿Y quién me cuida? - -—La abuela. - -—¡Ay, no quiere que me bañe el pecho al sol; se duerme, riñe o llora! - -—Yo vuelvo al anochecer. Te traeré la medicina y yemas escarchadas -sólo para ti: son de mucho alimento. - -—¿Pero sabes el camino? - -—Voy con las de Fidalgo. - -—Entonces verás a las clarisas... ¡Dichosa tú! - -—¿Sientes la vocación otra vez? - -—¿Otra vez?—repite Marinela encendida como una rosa. - -—Creí que ya no te acordabas del convento. - -—Acordarme, sí...—murmura la enferma con tan balbuciente seguridad, -que _Mariflor_ la mira llena de asombro: ve que hace esfuerzos para -contener el llanto, se acerca a consolarla, y el incógnito dolor de -aquel pecho herido estalla en sollozante crisis. - -—¿Qué tienes? ¿Por qué lloras? ¡Dime, dime tus penas! - -La sin ventura no responde; gime anhelante, y Olalla sorprende a las -dos primas juntas, en un abrazo tristísimo. - -—¿La despedida os hace duelo?—prorrumpe atónita. Sin esperar la -contestación, añade: - -—Aquí están los palombos: diez parejas. - -Y coloca sobre la cama un escriño pequeño, donde las aves cautivas se -revuelven temblorosas. - -Florinda acaricia a Marinela, que procura serenarse y que poco después -se queda sola frente al balcón abierto, lanzando sus miradas, húmedas -aún, desde la agonía de Cristo a la serenidad resplandeciente de las -nubes. - -[Illustration] - - - - -[Illustration] - - - - -XIX - -EL CASTIGO DE LOS SUEÑOS - - -BIEN acogida _Mariflor_ por las viajeras, tuvo asiento propicio en las -anchas jamugas de la novia, mientras la madre de ésta asilaba a los -pichones en su mulo, prometiendo venderlos ella misma, más artera en -estos negocios que la niña ciudadana. - -—Tú, en cambio—le dijo—, acompañas a Ascensión, faceis compras y -visitas, que ya la boda está adiada y no hay que descuidarse con los -encargos y los aconvidos... - -El cielo, muy tocado de arreboles, anunciaba un día bochornoso, y las -amazonas se proponían llegar a la ciudad antes de que arreciase el -calor, para volver a Valdecruces con la fresca. - -Iba la novia hablando con mucho empaque de los obsequios que había -recibido y de los que aún esperaba: mantellinas con recamos, medias de -seda, lienzos y estofas, anillos, pendientes y collares; ¡le faltaba un -reloj! - -Sintió Florinda triste sobresalto allí donde llevaba oculta la alhaja -de su madre, al lado del corazón. Había resuelto vender el relojito -en Astorga para evitarse el pesar de verle en manos ajenas, y la -humillación de seguir pidiendo mezquinos favores entre gente conocida. -De pronto, considera que es preciso hacerle a la novia un regalo, un -regalo que debe extremarse como prueba de gratitud a don Miguel: y el -deseo expresado por Ascensión le parece un providente aviso contra el -propósito de hurtar la preciada joya a las ilusiones de la maestruca. -Teme que haya poca generosidad en el intento: recuerda con pesadumbre -su baúl vaciado en los cofres de la amiga a cambio de una menguada -limosna; pero aquella amiga fué antes dulce y noble con _Mariflor_, la -recibió en triunfo en el pueblo, colmándola de atenciones, cediéndola -homenajes que ella sola disfrutaba. Y ahora mismo la lleva al lado -suyo cogida por el talle con blandura, la mira y la sonríe confiada y -amable, aunque un poco embaída con su próspera suerte. - -Segura de que en casa de la abuela no habrá un lindo regalo para -Ascensión, va cediendo Florinda al bondadoso impulso de ofrecerle el -relojito que oculta. Al instante se confunde, reflexionando: ¿cómo -entonces comprará lo que Marinela necesita? - -Mejor le parece vender la joya, sumar el dinero con lo que valgan los -palomos, y después de adquirir los menesteres para la enferma y los -zapatos de los niños, comprar también el obsequio para la desposada. -Tendrá que separarse de sus amigas con disimulo antes de hacer la -venta. Entrará en una relojería y... ¿cómo va a decir cuando le -pregunten: ¿qué desea usted? - -Un aturdimiento penosísimo le embarga: oye apenas el palique animado -de Ascensión, procura sostenerle, y teme, al hablar, que el transido -acento delate las interiores cuitas. - -Compadeciendo el propio infortunio, en el alma opulenta de _Mariflor_ -se desborda una gran ternura que sube a los pelados serrijones, corre -por llecas y cambronales, y unge de lástima los abietes ariscos, las -mustias amapolas, los matojos humildes, todo el vago confín de las -veredas blanquecinas. - -¡Qué tristes son estos senderos solitarios! Arden y huyen al través -de pasturajes descoloridos y de rediles temblorosos, sin escuchar la -sonatina de una fuente ni percibir el aroma de una flor. Persíguelos -Florinda con mirada soñadora: parece que van a derramarse en la -infinitud de los horizontes para seguir corriendo a la insondable -eternidad, sin rumbo ni destino. Pero advierte que algunos, -deslizándose entre sebes y hormazos, se confunden a la par de una aldea -en los firmes renglones de una mies y mueren en los surcos, rectos y -hondos, como trazo de una ferviente plegaria dirigida hacia Dios. - -Al descubrir en el erial estas conmovedoras señales de esperanza y -trabajo, la niña triste lanza su imaginación por las llanuras de la -fantasía, y alentada supone que ya está cerca el premio de su martirio. -Quizá Antonio se decide a portarse bien con la abuela; quizá aquella -misma tarde llegue a Valdecruces el esperado aviso de la felicidad: una -carta detenida por azares que nada tengan que ver con la ingratitud y -el desamor. - -Harto encendido el día en resplandores, tocan en la ciudad las -maragatas: intérnase la madre por el callado laberinto de las rúas, y -no se detienen las mozas hasta la puerta del convento. Habían tomado un -camino vecinal junto a la milagrosa ermita del Ecce Homo; dieron desde -allí en el puente del Gerga, rozaron la Fuente Encalada, y por «el -reguero de las monjas» posaron en el umbral de las clarisas. - -Después de un patio silencioso, encuentran dos portalones bajo las alas -del edificio, grande y pesado: se adelantan por uno de ellos, llaman al -torno con suaves golpecitos, y al cabo de prolija explicación les hacen -bir a la «Reja pequeña», un locutorio humilde con apretada celosía. - -La novicia de Oviedo, amiga de Ascensión, recibe con otra monja a las -maragatas. A poco llegan unos señores preguntando por la abadesa, y -aparece la Madre Rosario, fina y dulce, sonriendo en el nimbo de su -manto virginal. - -De un lado y otro de la reja se forman dos grupos susurrantes, y -_Mariflor_, un poco aislada, escucha, distraída primero, interesada al -fin, el relato con que la abadesa satisface la curiosidad de la visita. - -—Sí—murmura—, a mediados del siglo trece, una clarisa del convento -de Salamanca, oriunda de Astorga, vino a fundar aquí. Poco después, -el muy alto y respetable señor don Álvaro Núñez de Trastamara, donó a -la Comunidad este edificio, que en aquella época lucía muy hermosas -proporciones y elegante arquitectura, y que hubo pertenecido con su -templo y aledaños a los ilustres caballeros de Alcántara. - -Habla la Madre con sentida y reposada voz, su figura se yergue -majestuosa entre los pliegues blancos del ropaje; eleva los ojos, -suspira y prosigue: - -—Reyes y próceres de otras centurias concedieron tantos favores a -esta santa Comunidad, que nuestra casa pudo llamarse _Real Convento_; -en testimonio de tal honor conservamos un escudo con castillos y -leones sobre la vivienda del capellán, y en nuestro archivo, bulas y -documentos de esclarecida memoria para la fundación. - -Al otro lado del locutorio decae la charla bajo el dominio que ejerce -el suave acento de la abadesa. - -—¡Qué lista debe de ser!—alude la maestruca mirándola con arrobo. - -Y la novicia responde llena de orgullo: - -—Viene de alto linaje: una antepasada suya fué canóniga de la Catedral -de León. - -—¿De verdá? ¿Pueden ser canónigas las mujeres? - -—En tierras de Castilla, sí. - -La monja que presenciaba la visita quebrantó su grave silencio -argumentando con mucha erudición: - -—El noble señorío de Villalobos goza, como los reyes, privilegio de -canonicato, que por falta de sucesión varonil recayó un tiempo en la -condesa doña Inés, ascendiente de nuestra Madre. - -Por mandato de la cual, sin duda, abrióse de pronto una puertecilla -para que los visitantes pudiesen admirar un bello claustro de arcadas -góticas, bañado en suavísima luz. - -—Es lo único que del antiguo edificio conservamos—dijo la abadesa—; -en el fondo está el jardín; todo ello pertenece a la clausura. - -De la extraña claridad sin tonalidades, trascendía exquisito perfume -de rosas y jazmines, cándido aliento del misterioso vergel; aromas y -resplandores invadieron el locutorio con deleite; y penetrada Florinda -por la singular impresión, dícese codiciosa: - -—¡Qué bien estaría aquí la pobre Marinela! - -Aún responde la Madre Rosario a preguntas de los caballeros: - -—Trastamaras y Osorios—encarece—han sido nuestros más cabales -protectores; al primero debe la Comunidad, entre inmensas mercedes, -el reguero que desde hace siglos viene desde Fuente Encalada a calmar -nuestra sed; todos los días pedimos a Dios por el ánima del insigne -castellano. - -Como si la blandura de la evocación hubiese tenido mágico poder, un -hilo de agua rompió a cantar en el misterio del jardín. Le acordó la -Madre con su cristalino acento para responder a los señores visitantes: - -—Nuestra regla es de mucha pobreza y humildad; comemos de vigilia todo -el año y usamos ropa interior de lana muy gorda, tejida en San Justo... - -Cerróse lentamente el postigo recién abierto, y extinguidos la luz, el -aroma y el rumor que desde el claustro seducían como ilusiones de otro -mundo, vibraron las últimas palabras de la abadesa en la austeridad -penitente del locutorio. - -Un instante después las dos niñas maragatas recobraron su mulo en el -umbral del convento y buscaron las calles céntricas de Astorga, que, -amodorrada al sol, yacía soñolienta y muda. - -Iba _Mariflor_ leyendo los rótulos de las tiendas sin hallar aquel -que temía y deseaba. Cuando hicieron alto en un almacén de tejidos de -la rúa Antigua, Ascensión, sentada cómodamente, titubeando infinitas -veces antes de elegir, parecía dispuesta a no levantarse nunca. Con -el pretexto de ir a la botica, logró la de Salvadores dejarla allí, -perpleja entre nubes de holandas. Y sola ya en la calle, tomó un rumbo -al azar, encomendándose a Dios. - -Antes de salir de Valdecruces había puesto Florinda en marcha el -relojito para romper la inmovilidad de aquella manecilla implacable, -siempre evocadora; le sentía latir junto a su corazón y le dolía en el -pecho acerbamente aquel tenue latido. - -Anduvo apresurada, dobló una esquina y luego otra, registrando carteles -comerciales, hasta que en una vidriera vió algunos relojes de acero -entre dijes y gargantillas. Al otro lado del cristal, en menguado -tenducho, un hombre de triste catadura la recibió sorprendido: - -—¿Qué desea usted, joven? - -Un gato negro levantó perezoso la cabeza y un enjambre de moscas zumbó -en torno a la pregunta. - -—Deseo—balbució la muchacha turbadísima—vender este reloj. - -Tras un prolijo examen de la joya, el comerciante dijo receloso: - -—¿Cuánto pide por él? - -—Sesenta pesetas. - -—Si quiere quince... - -—¡Ah, no!—protestó indignada la infeliz. Y casi arrebatando su tesoro -de las manos extrañas, lanzóse de nuevo a la aventura por las calles. - -Guardaba el relojito entre los dedos convulsamente apretados, y -parecíale sentir en la sangre trasfundido el pulso de metal, como si -otra vida se derramara en la suya. Todo el ímpetu de los recuerdos -latía doloroso en las potentes venas de la moza, bajo aquel doble -ritmo; ternuras maternales, goces de la niñez y florecidas esperanzas -del amor, cegaron con visiones de imposible felicidad los dulces ojos -de la viajera. - -Como llevaba el paso indeciso y extasiado el semblante, los escasos -transeuntes la miraban curiosos. Ella seguía vagando sin rumbo, -repitiendo con mecánica obstinación los nombres de las calles: la -_Redecilla_, la _Culebra_, _Santa Marta_, _Plaza del Seminario_, -_Puerta Obispo_... allí se detuvo sin saber por qué, y quedóse mirando -fijamente al escudo de una casa antigua y señorial. Era el blasón -aparatoso; en campo de gules esplendía un castillo flanqueado por -torres de sable; dos águilas de oro sujetaban una cartela, que decía: - - _Soy morena, pero hermosa._ - -Varias veces leyó la muchacha el mote, con aquella porfía maquinal -interpuesta como una nube entre sus actos y sus pensamientos. - -Bajo el dintel macizo de la portalada aparecieron unas damiselas con -sombreros de moda, abanicos y quitasoles. Mirándolas Florinda recordó, -como un tiempo muy distante, sus años de burguesa ciudadana con arreos -pueriles y melindrosas costumbres. - -Las señoritas, al perder la frescura del portal, comenzaron a darse -aire con mucho ahinco. Entonces _Mariflor_ cayó en la cuenta de que el -bochorno la mortificaba, pero continuó detenida, releyendo con absurda -tenacidad: - - _Soy morena, pero hermosa._ - -De pronto la llamaron: - -—¡Eh, rapaza, _Mariflor_! ¿qué haces ahí? - -La hermana de don Miguel esperaba atónita, contemplando a la niña. - -Ella, al volverse, quedó un momento confusa, y al cabo acertó a decir: - -—Pues buscaba una botica y me he perdido... Ascensión está en un -almacén de la rúa Antigua comprando telas... - -Conforme y calmosa, preguntó la maragata: - -—¿Gustábate el escudo? - -—Sí. - -—Era de un corregidor perpetuo de toda la provincia, consejero del rey -y mayorazgo tan haberoso, que al morirse dejó mil misas añales por su -ánima. - -—¡Ah!... - -—Y escucha: ya que te encontré aquí, sube tú a llevar a doña Serafina -estos dos pichones de parte de mi hermano. - -—¿Cómo?... - -Explicó la mujer que doña Serafina, una astorgana linajuda, era esposa -del actual dueño de la casa, ambos excelentes amigos de don Miguel, -quien les debía grandes favores. - -—Solemos ofrecerles alguna fineza—dijo—y agora pensé guardar para -ellos, a cuenta mía, tus más llocidos palombos... dejé el mulo en la -posada y aquí los traigo... pero me da mucha cortedad subir. - -Ocultó Florinda su joya y, tomando del escriño las aves, entró en el -portal diciéndose: - -—Estos señores deben ser los que le han facilitado al cura la dote de -Ascensión. - -Quedó sorprendida al encontrarse en un claustro, antiguo y apacible -como el del convento, alrededor de un jardín. Siguiéndole, halló la -escalera principal, y al cabo de la misma una puerta franca donde llamó. - -Poco después, por la ancha galería tendida sobre el claustro, se -adelantó una dama hermosa y morena, a tono con el mote de su escudo. -Bajo los negros rizos de la frente resplandecían con singular fulgor -los bellísimos ojos de aquella señora. - -—¿Preguntabas por mí?—dijo con acento afable y triste. - -Segura de que hablaba con doña Serafina, _Mariflor_ le entregó los -pichones de parte de don Miguel Fidalgo. - -Las azoradas avecillas lanzaron el columbino temblor de sus ojuelos de -una a otra mujer, y ambas sintieron, con inefable ternura, palpitar -entre sus manos aquellas vidas cándidas y medrosas. - -Bañado en suave luz cenital yacía el corredor en muda calma, y una rosa -que se asomaba en él desde el jardín, parecía doblegarse al peso de una -idea. - -También Florinda se inclinó de repente para decir con súbita -inspiración: - -—¿Quisiera usted, por casualidad, comprarme este relojito? - -Y mostróle, tan afanosa y conmovida, que la dama dijo al punto: - -—¡Será un recuerdo! - -—De mi madre... - -—¿Cómo te llamas? - -—_Mariflor_ Salvadores. - -—¡Ah, eres tú!—pronunció la señora, avizorando con sabia dulzura el -encendido rostro de la joven—. Aguarda—añadió, desapareciendo en la -galería. - -Volvió al instante, y sobre el reloj que alargaba la moza, puso un -billete de cincuenta pesetas, murmurando: - -—Guarda tu recuerdo, y éste para ti, en nombre de una niña que se -muere. - -—¿Hija de usted? - -Respondieron unos ojos llenos de lágrimas, y los labios mudos de la -madre rozaron en silenciosa despedida la frente de _Mariflor_. - -Duró la escena breves minutos, alucinantes y peregrinos. - -Al verse en la escalera otra vez, el escudo, el mote y la dama hubiesen -girado en la imaginación de Florinda igual que fantásticas visiones, si -el generoso billete no la ofreciera una sensación de realidad. Quiso -contemplar en él un augurio feliz y despertar a los presentimientos -venturosos, mas se detuvo, escuchando unas voces crueles y tranquilas, -fatales como el destino. - -Bajaba un criado detrás de la joven y subía una doncella, que -recatadamente le preguntó: - -—¿Conoces a ésa? - -—Es una pobre maragata de Valdecruces: la señorita le ha dado limosna. - -Y Florinda, con el corazón derribado, abatió la frente una vez más, -humilde al castigo de los sueños... - -[Illustration] - - - - -[Illustration] - - - - -XX - -DULCINEA LABRADORA - - -YA crece agosto, rubio en los centenos, azul en las nubes, cándido en -el aire: el sol abrasa, el viento perfuma; están dormidas las fuentes, -despiertas las dalladoras y animado Valdecruces como nunca lo suele -estar. - -Es que han venido los hombres; cruzan reposadamente las anchurosas -calzadas y las callejas hostiles, en paseos y visitas de anual -conmemoración, y cuando el día languidece, se asoman un poco a los -abrasados caminos de la mies. - -En estas rondas pausadas, algo serias, suelen ir juntos los paisanos -recién venidos; hablan a un mismo tono sereno y amigable, no discuten -ni se alteran jamás, como si para ellos no tuviese problemas la vida ni -dobleces el corazón. - -Por encima de los carrillos colorados y de las bocas sonrientes, al -confortable calor de las sosegadas digestiones, los buenos maragatos -miran a Valdecruces con seráfica beatitud. Olvidaron su dolorosa -infancia de pastores o motiles, de escolares con la ruín troja al -hombro, siempre camino de Piedralbina, entre soles o nieves, acosados -por la miseria del hogar. Y aceptan hoy, como tributo merecido, que el -pueblo se vista de gala para hospedarles, que las esposas y las hijas -les respeten como siervas, y que los niños les huyan con saludable -miedo, como a la suprema representación de la Autoridad y del Poder. - -Durante la magnífica semana de la fiesta Sacramental, sólo en la fecha -culminante del día 15, el clásico «día de Agosto», se suspenden en -Valdecruces las labores del campo. - -No importa que en cada corral las plumas de las aves anuncien -holocaustos festivos; las mujeres se multiplican para servir -regaladamente a los hombres en sus casas y para segar y recoger en las -mieses los centenos maduros. - -Como si el aguijón del servilismo se les hundiera en la carne más -brioso que nunca, fuerzan las maragatas el impulso mecánico de sus -energías, exaltan la pasiva corriente de sus humillaciones, y en un -absoluto renunciamiento a toda beligerancia social, se quedan al margen -de la vida, fuertes, ignorantes, insólitas, ofreciendo a «los amos», -con el más primitivo de los gestos serviciales, la visión placentera -de los hijos criados y felices, de la mesa servida y colmada, del -campo fecundo y alegre: las apariencias de estas horas decorativas -y relumbrantes llenan a los maridos de orgullo entre los forasteros -invitados. - -De Astorga, de León y de otras ciudades más lejanas acuden siempre -algunos curiosos a las típicas fiestas de Maragatería, y son alojados -con singular esplendidez en las casas más pudientes de cada población. -Las comilonas se suceden entonces con frecuencia y abundancia -increíbles; las cocinas pierden su medrosa oscuridad, iluminadas -por «ramayos» crepitantes, y detonan y esplenden como volcanes; -sacrifícanse allí vacas enteras, aves a montones, lechoncillos y -corderos; los manteles no se levantan, no reposan los jarros de vino ni -se disipa el humo de los cigarros. - -Al través del continuo festín, atraviesa la maragata como una sombra -providencial; a todo atiende: sirve, corre, huye asustadiza, recatando -bajo las alas del pañuelo su invencible rubor. Aún suele quedarle -tiempo aquella tarde para _amorenar_ en la mies o echar a remojo las -_garañuelas_ en el regato campesino. Y no dejará de asistir a la -verbena ataviada con su vestido más lujoso, grave, muda y bailadora, en -actitud de ejercer una profesional obligación... - -Este agosto en Valdecruces se suma a los festejos oficiales, los que se -celebrarán en la boda de Ascensión Fidalgo, y la pobre aldea, acosada -por el calor de la llanura y arrostrando con brazos femeninos los rudos -trajines de la recolección, se aturde sorprendida por el sacudimiento -del placer... - -Las de Salvadores no esperan convidados ni preparan festines; callan y -sufren, trabajando con furiosa actividad que arrebata a _Mariflor_ y la -empuja una tarde a la mies. - -Ya Marinela se puede quedar sola: baja a la cocina, sale al corral y al -huerto, cose y atiende un poco a los niños. El médico la supone curada: -hace recomendaciones de higiene y alimentación, y al despedirse asegura -que se debe a la enfermera aquel triunfo. Con la salud retornan los -místicos anhelos de la niña, encaminados y crecientes hacia el convento -de Santa Clara. Y la madre sigue encogiéndose de hombros: no fía mucho -en la robustez ni en la vocación de la mozuela. - -De América no escriben; el párroco evita, compasivo, los interrogadores -ojos de _Mariflor_, a los cuales no sabe qué decir, y ella apura -silenciosa las crueles desesperanzas, dejándose caer en la mansedumbre -secular de aquella vida que la va absorbiendo. - -Cuando sube al grado máximo la fiebre labradora de las mujeres, ya en -torno de las fiestas, hasta la tía Dolores hace gavillas, anda Pedro -muy afanoso, de motil, y _Mariflor_ dice resueltamente a Olalla: - -—Esta tarde voy a la era contigo. - -—¿A trabajar? - -—¡Claro! - -No pareció sorprenderse mucho la maragata rubia. - -—Bueno—responde saliendo del _estradín_, donde aguardan la hora del -jornal. - -—Esa tocha—indicó Marinela cuando vió salir a Olalla—no está en sus -cinco desde el arribaje de Antonio. - -La madre, que dormitaba en una silla, alzó el rostro para decir con -acento desabrido: - -—Y tú, ¿criarás verdete por non fablar? - -—Es que _Mariflor_ no debe ir a la trilla—responde la mozuela con -pesadumbre. - -—¡Ella lo quiso!—exclama Ramona de mal talante. - -Y remanece Olalla, advirtiendo que ha pasado la tregua del medio día. - -Camino de la mies se adelanta la madre con brusca precipitación. Olalla -y su prima salen detrás cogidas del brazo. - -—¿La abuela no viene?—pregunta _Mariflor_ disimulando su angustia. - -—No viene: acerbará en la troje. - -—Y nosotras, ¿qué hacemos? - -—Pues como ya todo está segado, juntaremos gavillas en manojos, ¿sabes? - -—Nada sé; tú me enseñarás. - -Se crece Olalla algo jactanciosa: - -—Sí, mujer; aprendes en un volido. Mira: agora vamos a la arada -del _Gatiñal_, donde ayer estuvimos engavillando madre y yo. Con las -garañuelas, que son cañas de centeno remojadicas y amorosas, atamos las -gavillas en manojos y las amorenamos en un montón. - -—¿En una «morena»? - -—¡Velaí! De allí se cogen para cargar los carros; y en la era se hacen -con la mies pilas muy grandes, hasta que se trille: ¿nunca lo has visto? - -—Nunca. Y aunque mi padre me lo explicaba, confundo las memorias. - -Una nube de pena oscurece la frase, haciéndola temblar. Olalla se anima -y prosigue: - -—Es que las majas llevan muchas labores: luego de tender los manojos, -desfacerlos y echar el trillo, se dan bien de vueltas hasta que se -pone la corona a la trilla. Después hay que atroparla con el calomón, -ponerla en parva, hacerle la limpia con los bieldos y acerandarla con -los cribos. - -—¿Así se recoge? - -—Sí; medímoslo en cuartales de seis heminas, bien limpio de granzas -y de coscojo, y ya tenemos pan seguro. En l’intre van juntando otras -obreras la paja que sirve para cuelmo y la menuda que se llama bálago... - -Recuerda _Mariflor_ estas lecciones con profundo pesar: le sonaron -un tiempo a dulcísima parábola llena de símbolos felices, y ahora le -punzan la carne y el espíritu como anuncios de miseria y esclavitud. - -En el campo anchuroso halla la moza borrados los fugaces senderos de -otros días. Las hoces, al segar la mies, tendieron por el llano una -alfombra rubia y caliente que reverbera al sol. - -Blando soplo de viento besa la cara de las labradoras. Olalla se -recoge, oteando los confines del paisaje con inteligente curiosidad, y -anuncia: - -—Corre una bufina mansa que ayuda mucho a los bieldos en la era. - -—Luego sonríe y añade: - -—Hoy no acongoja tanto la calor; tienes suerte, rapaza. - -Viendo que Florinda no contesta aún, dice alentadora: - -—Y quizabes esta noche dormamos en la trilla toda la mocedad. - -—¡Ah! ¿Sí? - -—Es la costumbre. - -—¿Pero no lo dejáis para la última jornada? - -—Según: hay que facerlo cuando están aquí los hombres, y en pasando -el día de agosto, ya marchan. Estamos a 13 y mañana es la boda; conque -tiene que premitirse bien aina. - -Tocan la arada del _Gatiñal_, y trémula _Mariflor_, pregunta de repente: - -—Dime, Olalla, dime; oye: ¿tú quieres a Antonio? - -—¿El primo? - -—Sí: ¿le quieres... con amor? - -—¡Mujer! - -—¡Contesta! - -—No te entiendo. - -—¿Te gustaría ser su esposa? - -—Con mis padres no pactaron los suyos: ¡la elegida eres tú! - -—Pero, ¿serías feliz si te eligiese? - -Una súbita emoción encendió a Olalla el semblante: quizá en el reino -milagroso del entusiasmo brillaron para ella los únicos resplandores de -su vida. - -Pasó como una ráfaga el dominio de aquella claridad, sobre la placidez -oscura de la moza, que se detuvo, miró a Florinda con los ojos vacíos -de ilusiones, y respondió solemne: - -—Todos seríamos felices si tú le quisieras elegir. - - * * * * * - -Se deslizó clemente la tarde, según Olalla había previsto. La mansa -«bufina» de los llanos de León pasó amable por las mieses y aligeró -los bieldos en la era, con regocijo de las trilladoras. - -Ligeras nubes tremolaron en el firmamento como nuncios de una pálida -noche, y antes de sonar la hora del reposo ya se dió por seguro que la -mocedad cenaría en el campo y dormiría «a la rasa», en cumplimiento de -su fiesta bucólica, celebrada siempre con las solemnidades de un rito. - -Fueron llegando algunos hombres solteros y casados que, muy benévolos, -ayudaron con galante solicitud a las últimas faenas de la tarde. -Quién se entretuvo en rematar una parva, quién manejó las tornaderas -o las maromas del _calomón_, y hasta hubo arrestados varones que se -atrevieron a conducir desde la mies a la era descomunales carros de -«seis en pico»: reinó allí la fraternidad más apacible y acarició el -ventalle de los bieldos muchas dulces sonrisas de mujer. - -El descanso fué alegre: sobre el respeto y el rubor con que las -maragatas trataban a los hombres, puso la anchura de los campos un -generoso perfume de libertad, que desentumeció un poco las almas -femeninas. - -La cena, copiosa y rociada con abundante vino, acabó de infundir -cordiales sentimientos entre el concurso, sin quebrantar el humilde -_vos_ con que las mujeres hablaban a sus esposos. - -Pareció a los maragatos forastera la niña ciudadana de Salvadores, -miráronla con escondida curiosidad, que fué creciendo al advertir el -mutismo de la moza, triste y pasiva, precisamente cuando el raro placer -de la confianza quería dar en Valdecruces su transitoria flor. - -Murmuróse que la tristeza de Florinda había nacido con la ausencia de -un señor «escribiente», prendado de la rapaza en extraño suelo. Se -atribuyó también aquella visible pesadumbre a la situación económica de -la familia, presa en apuros que nunca se pudieron suponer. - -Enlazados con las de Salvadores por vínculos de sangre y lazos de -antigua vecindad, todos en aquel día de expansión hubieran sentido -impulsos compasivos hacia los arruinados parientes, cuyas adversidades -tenían que ser más duras para la forastera, crecida en regalada -juventud. - -Pero mediaba Tirso Paz, asegurando que la tía Dolores levantaría su -quebrantada hacienda cuando en el próximo diciembre se celebrase -la boda de sus nietos Antonio y _Mariflor_, ya que el novio estaba -conforme con servir de sostén al derrumbado hogar; su reciente viaje -parecía confirmarlo así. Decíase que había pactado con el señor cura -las bases de un arreglo definitivo en los asuntos de la abuela, y -que Tirso entraba como acreedor en aquel previo ajuste, aplazado -para realizarse a la par de la boda. Y estos rumores, tan propicios -al bienestar de la niña, se estrellaban contra su actitud visionaria -y doliente; no cabía en la espesura de aquellos espíritus la sutil -posibilidad de que _Mariflor_ rechazase un matrimonio que tales -beneficios reportaría a ella y a los suyos.—¿Estará picada de la bruja -como la otra rapaza?—se había dicho en Valdecruces más de una vez. - -Ahora, en la fiesta, los hombres miran con respeto aquel rostro mudo y -ardiente, como ninguno esquivo; el soberano dolor que irradia, infunde -admiración por su penetrante claridad, desconocida en este país de -sombríos dolores. - -Cuando la flauta y el tamboril acuden a completar el holgorio, nadie -insiste cerca de _Mariflor_ para que baile, y a la orilla se queda sola -y meditabunda, sin que la danza respete a ninguna otra mujer. - -Allá van todas, lentas y obedientes, muchas sin ganas de bailar, -destrozados los cuerpos en la brega del campo, escondidas las almas -sabe Dios en qué recónditos pesares. Se han reunido en la era desde -las mieses, y el tamborilero recluta a las más rezagadas, como atrajo -a los hombres, mozos y viejos: danzan en caprichosos giros llenos de -gravedad y de pudor, cada maragato con dos o más mujeres, quizá porque -la emigración y la ausencia han convertido en uso una necesidad. - -Cae la noche: alta y cumplida la luna, cela entre nubes el disco -rutilante y difunde su luz con recatados matices. - -En una pausa del tamboril, rasga los aires el bárbaro cantar que un -mozo entona, sin gracia ni malicia: - - «Si quieres tener femias - en tus rebaños, - un marón sólo dejes - de pocos años... - Si quieres que la casa - non se te queme, - limpia el sarro a la priula - todos los meses...» - -Vibra alguna zapateta, acompañada del _ru-jú-jú_ potente, el céltico -grito, perpetuado al través de las generaciones españolas, y -languidecen cada vez más las cadencias del «corro» y la «entradilla», -hasta que el baile se extingue y la gente se dispone a dormir. - -Pocos bailadores desfilan camino de sus casas, y la mayoría del -concurso busca reposo en la era, ancha y mullida como enorme lecho -nupcial. - -Si en él duermen las hijas con las madres es porque la costumbre lo -establece, no porque lo necesite el buen decoro de aquella casta -juventud. A ningún marido se le ocurre vigilar a su mujer, y cada cual -se tumba por su lado, con el más impasible humor. - -Ramona, que bailó tiesa y huraña hasta el último instante, es de las -primeras en hallar cómoda postura y permanecer inmóvil, quizá rendida -al sueño. Ella y Olalla no temen a la noche libre, hoy que la tradición -les mulle un dorado mantillo en el terruño. - -Allí cerca reposa Florinda con los miembros lacerados y el alma -zozobrante: apenas consigue sonreir a _Rosicler_, que solícito la -ofrece una almohada de oloroso bálago. Hizo esfuerzos heroicos para -disimular su torpeza de labradora novicia, y la tortura de sus músculos -rebeldes al sufrimiento. Y ahora se aturde bajo los golpes de su -corazón, henchido de lágrimas, constreñido y apremiante, como si fuere -a romperse. - -No sabe cuánto tiempo trasueña, enervada por el cansancio. Oye cerca de -sí un ronquido, y a poco dice tímida una mujer: - -—¿Estades bien, señor? - -Es la hija del tío Fabián, que habla a su esposo, recién llegado de la -Coruña. Él no responde, y Florinda vuelve a sumirse en su angustiosa -laxitud. - -Despierta y delirante se figura reposar en el tren, enfrente de unos -ojos profundos que la penetran y sacuden hasta las entrañas. - -Es tan brusca la turbación con que la joven se estremece, que bajo -su cabeza se desmorona el menudo acervo de la trilla. Perdido el -blando apoyo, álzase lastimada, y sin moverse contempla el singular -espectáculo de aquel pueblo fuerte y joven, áspero hasta en el sueño: -duerme un hijo de Tirso Paz de espaldas a su novia Maricruz; la de -Alonso, a los pies de su marido; lejos del suyo, la del tío Rosendín, y -divorciadas de igual suerte todas las parejas unidas por compromisos y -bendiciones. - -No hay en el silencioso campamento, delante de Florinda, un corazón que -sufra, un afán que despierte ni una esperanza que se agite. - -Las parvas enhiestan en alto como hacia las nubes, entre cuyos girones -aparece la luna desconsolada; de lejano pesebre llega el mugido de -una res en celo, y la desvelada moza bebe insaciable el dolor de la -soledad, más triste que nunca entre el sordo latido de aquellas vidas -y el aroma de aquellos frutos. Entonces siente crecer el peso de las -trenzas en los hombros; en los párpados, la lumbre de la pasión, -y en las mejillas el carmín de la salud: una fragancia de besos le -sube hasta los labios desde el corazón, ebrio de ternuras, y toda su -mocedad, exaltada por el sentimiento, vibra y arde bajo la encubridora -noche. - -[Illustration] - - - - -[Illustration] - - - - -XXI - -SIERVA TE DOY... - - -ROTO ya el pálido celaje, apenas brillaron las estrellas de la mañana -salió el tamborilero a tocar el _Mambrú_ al través de las dormidas -rúas, anunciando alegremente el día de la boda. - -Por deferencias y respetos a don Miguel, se convino, aunque el novio -era viudo, en prescindir de la clásica cencerrada y celebrar los -desposorios con el solemne ceremonial que la costumbre ha convertido en -ley. Y desde muy temprano, algunos vecinos madrugadores atravesaban el -pueblo, en traje de fiesta, para formar la comitiva, bien armados los -hombres de escopetas y trabucos. - -Máximo, el novio, había llegado la víspera, procedente de Gijón; traía -orondo equipaje, con las últimas «donas» para la desposada, dulces y -licores para los próximos banquetes. - -Luego de confesar y examinarse de doctrina, separáronse los prometidos; -ella se encerró en su casa y él fuése a la de su allegado Fermín -Crespo, trajinante en Pontevedra, jefe de familia en Valdecruces. - -Un hijo de este mercader y un nieto del tío Cristóbal—ambos solteros, -por ser la condición indispensable—fueron designados en calidad de -íntimos del contrayente, para «mozos del caldo», especie de gentiles -escuderos al servicio del novio. Facunda Paz y Olalla Salvadores eran -damas de la novia, también «mozas del caldo», de cuyo pomposo remoquete -pudo _Mariflor_ evadirse, no sin algunas porfías. - -Cuando los nuevos redobles del tamboril anunciaron la hora del -almuerzo, llegó a casa de don Miguel un bizarro gentío, la flor y nata -de Valdecruces y no pocos vecinos comarcanos. Para todos había lonchas -de jamón, pavo, perdices, truchas y vino añejo, amén de otros manjares -y escogidos postres. - -Duró hasta las once de la mañana este primer festín, a cuya -terminación, la madrina—una maragata de rumbo—prendió en la cabeza de -la novia fuerte manto de severo color, caído hasta los pies sobre el -lujoso vestido del país. - -Comenzaron a tocar las campanas, y los hombres siguieron a Máximo, -que siempre envuelto en una capa enorme, aparentó ir en busca de la -bendición paternal. Simulada esta ceremonia, ya que el mozo no tenía -padre, volvieron sobre sus pasos entre salvas nutridas, y a la puerta -de don Miguel anunciaron con acento muy grave: - -—Venimos a cumplir una palabra empeñada. - -—Cúmplase norabuena—repuso la madre de Ascensión. - -Y en el umbral, puesta la moza de hinojos, recibió las maternales -bendiciones. - -El séquito varonil partió delante; detrás avanzaron las mujeres, -silenciosas, con intachable compostura; los «mozos del caldo», -dispuestos a correr hasta nueve arrobas de pólvora, dirigían las recias -descargas de los trabucos. - -Para lucirse mejor en el paseo, anduvieron todos a lo largo de la calle -y dieron vuelta por una donde tenía la parroquia otro portal. Allí -esperaba revestido el sacerdote, que permanecía en el templo desde que -muy temprano administró a los novios la comunión. Estaba don Miguel -pálido y triste; no quiso asistir al almuerzo, y suplicó le dispensaran -también de la comida, pretextando no hallarse muy bien de salud. - -Comenzó el acto religioso en la cancela, apretados los contrayentes -por la curiosidad del público no invitado, que tomaba posiciones -horas hacía. Como el atrio era pequeño, muchos testigos se quedaron -fuera, y la calle, resplandeciente de colores y de sol, ofrecía en -toda su esplendidez una gallarda nota regional; finos paños, sedosos -terciopelos, brocateles y tisús, habían salido del fondo de los cofres -y esponjaban al aire su belleza, mucho tiempo cautiva. - -Entre la mocedad estaba _Mariflor_, trasojada y nerviosa, deshaciéndose -en amargura bajo el rumboso atavío. Iba apoyando a Marinela, poco firme -en su primera salida de convaleciente. - -Mientras sudaban los novios con el despiadado abrigo de la capa y el -manto, las mozas, al son de castañuelas y panderos, rompieron a cantar: - - «Ya te sacaron la Cruz - de plata, para casarte; - delante del sacerdote - ya tu palabra entregaste. - Las arras y los anillos - que llevas, niña, en la mano, - son las cadenitas de oro - que te están aprisionando...» - -A cada movimiento de las cantadoras, un vaivén de arrequives y -flocaduras, un relumbrón de filigranas y corales se ufanaron en la luz. - -Encima de la torre, sin temor al bullicioso concurso, las cigüeñas -adiestraban a los hijuelos en sus primeras aventuras por el aire; -giraba el macho en torno de las crías, con una presa en el pico, -instigándolas a seguirle, y la madre volaba también alrededor de ellas, -más abajo, para sostenerlas en sus alas si cayesen. - -Penetró la boda en el templo. Y cuando en él buscaban Marinela y -Florinda un banco donde sentarse, les hizo lugar una vieja con mucha -solicitud. Era la tía Gertrudis, encogida y humilde. Su voz, al rezar, -parecía un gemido; su pobre catadura inspiraba compasión. - -Sobre el grupo que formaban las niñas y la vieja cayeron como un rayo -los ojos de Ramona, pero no se atrevían las muchachas a moverse; -celebrábase ya el Santo Sacrificio, y ellas fijaron su atención en el -altar, reverentes y devotas. - -El «Resucitado» le pareció a Florinda más muerto que nunca, con su -lívido rostro lleno de sangre y la punzadora diadema sobre las sienes: -tenía en una mano la Cruz, y en la otra, que señalaba triunfante al -cielo, le habían colocado un ramuco de flores contrahechas. Quiso -la joven rezarle con calor y confianza, como otras veces; pero un -pesimismo envolvía sus pensamientos en espesas nubes, y las mustias -rosas de trapo, alzadas por el Señor con gesto desfallecido, le -causaron infinitas ganas de llorar... - -La flauta y el tamboril acompañaron el canto de la misa, y la -elevación fué señalada con formidables estampidos de pólvora. -Iniciadas las últimas oraciones, deslizáronse al portal las «mozas del -caldo»—señaladas con mandiles verdes—seguidas por las demás solteras -para ofrecer nuevos cantares a los novios: - - «Sal, casada, de la Iglesia, - que te estamos aguardando - pa darte la norabuena, - que sea por muchos años. - Estímala, caballero, - bien la puedes estimar: - otro la pidió primero, - no se la quisieron dar. - Estímala, caballero, - como una tacita de oro, - que ya tienes mujer buena - para que te sirva en todo...» - -Los cónyuges aparecieron en la lonja parroquial, sudorosos, -acongojados, y allí mismo se apartó Máximo de su esposa para irse con -los hombres a _correr el bollo_. - -A pesar de lo cual, las muchachas, siguiendo al femenino cortejo de -Ascensión, cantaron optimistas, con mucho repique de castañuelas: - - «Por esta calle a la larga - lleva el galán a su dama; - por esta calle arenosa, - lleva el galán a su esposa. - Voló la paloma - por cima la oliva; - vivan muchos años - padrino y madrina. - Voló la paloma - por cima la fuente; - vivan muchos años - todos los presentes. - Ponei, madre, mesa, - manteles de hilo, - que viene tu hija - con el so marido...» - -Encontró la joven en el umbral de su puerta dos sitiales -enguirnaldados, y, por si nadie supiese el destino de ellos, advirtió -muy oportuna la copla: - - Sentaivos, madrina, - en silla florida; - sentaivos, casada, - en silla enramada. - -Sentáronse, en efecto, las dos mujeres, siempre cargada Ascensión -con el duro manto, que después de aquel día sólo en caso de enviudar -debiera ceñirse para los funerales del consorte. Las mozas, colocadas -en dos filas, cantaron _el ramo_, un armadijo de muchos corolines -con ajaracas y dulces. Fué largo y triste el homenaje, salpicado de -consejos y alusiones, y le recibió la moza muy recoleta y compungida, -sin levantar los ojos del suelo ni sonreir al final de la canción: - - «Guapa es la novia cual naide, - guapo el novio cual denguno; - tengan hijos a docenas - y a centenares los mulos.» - -Mientras tanto, los jóvenes corrían en la era «el bollo» del padrino, -un pan de seis libras en forma de pelele, con monedas de plata dentro -de la cabeza. - -Defendíanle los de la boda, al frente los «mozos del caldo», contra -todos los corredores que se presentaban: reglas de tradición daban -derecho a conseguirle. Cuando el vencedor hubo recogido las monedas del -premio, distribuyóse el descabellado monigote entre los concurrentes, -como fórmula que convertía a Máximo en vecino de Valdecruces: el -alcalde pedáneo lo hizo constar así en un acta. - -Todavía cantaron las mozas al llegar los del «bollo» a casa de don -Miguel: - - «Bien vengades, bien vengades, - bien venidos, que seyades...» - -Habían colocado delante de Ascensión un profundo cesto de pan cortado -en pedacitos, que ella repartía a cuantas personas se acercaban a -decirle: - -—¡Dios te haga bien casada! - -Llegóse también la tía Gertrudis, y la moza, vacilando un momento, -dióle su parte con mucha delicadeza, sin tocar la mano extendida en -fino saludo. - -Algunas voces protestaron: - -—¡Fuera la bruja! - -—No azomar a la pobre—dijo una compasiva mujer—; la infelice -perecería de hambre si no fuera por las limosnas del señor cura. - -—Tien mucho rejo; no muere tan aina—rezongó Ramona—. Y a su lado -advirtió una zagala: - -—Creer en agorerías es pecado mortal... - -Cuando el pan de la boda estuvo repartido, sirvióse una gran comida: a -la clásica bizcochada de vino rancio siguió la interminable lista de -viandas fuertes que en un mismo plato compartieron los novios. Por fin, -a media tarde viéronse éstos libres de su parda vestidura matrimonial, -que les fué perdonada a los postres del banquete, para que bailasen -juntos hasta rendirse. - -Ya la madrina _había ofrecido_. Con su moneda de oro sobre una rica -bandeja, pasó delante de los invitados diciendo: - -—Para la rueca y el uso. - -Todos daban: hasta las de Salvadores pusieron sus pesetillas en «la -ofrenda» general. - -Luego pidió el padrino: - -—Para los primeros zapatos del infante. - -Y también hubo dones. - -Es incumbencia de los «mozos del caldo» llevarle a la novia su ajuar -hasta el nuevo domicilio; pero como la recién casada iba a vivir -lindando con su madre, fué para los muchachos cosa de un periquete el -cumplir esta galante obligación. - -Desplegóse luego la danza en toda su brillantez por la ancha rúa, -extendida hasta la iglesia desde la casa parroquial. La fuerte luz del -sol y la majeza de los trajes daban al espectáculo matices de alegría y -de rumbo, que faltaban al baile de la era. Aunque el recogimiento de -las mujeres tenía siempre un cariz de austeridad, parecían ahora menos -cansadas y más felices. Los hombres, de punta en blanco, rozagantes y -orondos, sin reir ni perder su grave actitud, rebosaban satisfacción: -en la portezuela de sus chalecos las rosas tendían magníficos realces -entre el plegado camisolín y la clásica almilla. Cenojiles, cintos y -lazos, daban al viento la ferviente leyenda del amor, encerrada a veces -en el cantarcillo popular: - - «Ahí tienes mi corazón - cerrado con esa llave: - ábrele y verás que en él - sólo tu persona cabe...» - -Empezó la danza por el «baile corrido», girando las parejas con un -lento vaivén, lánguido y señoril, que terminó en compases de jota. -Siguió el llamado «dulzaina»: las mujeres, de dos en fondo, dieron una -vuelta en círculo; delante las doncellas, detrás las casadas, siempre -abstraídas y mudas; iban los hombres en la misma forma, por el lado -exterior del corro femenino, hasta que, a una señal del tamboril, -buscaron parejas, escogiéndolas por orden riguroso, dos para cada uno, -desde las primeras danzantes. Vino después la «entradilla», en la -cual salen bailando los hombres y luego acuden ellas a buscar mozo: -es el baile de los rubores y las zapatetas; las muchachas procuran -elegir a los parientes más próximos, hermanos si es posible. El corro -característico de las bodas le componen las mujeres sin bailar, de -una en una, tocando las castañuelas: abre marcha la madrina, sigue la -novia y van las solteras en último término detrás de las «mozas del -caldo». Esta rueda no se interrumpe cuando intervienen los bailadores -desde la orilla para danzar con dos mujeres, bordando las figuras en -jeroglíficos y detalles de clásico sabor y mucha honestidad. - -En el fondo de la rúa castellana, bajo los resplandores crudos de aquel -cielo de añil, adquiría la artística diversión caracteres de rito, -fabuloso perfume de romance, al que prestaba marco insigne la torre -parroquial con el sagrado nido de la cigüeña. Mas, de pronto, en un -breve descanso del tamboril, iban los hombres _a echar un neto_ sobre -los manteles de la boda, siempre extendidos; y mientras esperaban -jadeantes las mujeres, el encanto de la danza se deshacía y el aroma -del culto viejo convertíase en vulgar olor a vino de Rueda, con agrio -tufo a carne trasudada. - -Así pasaron las horas. El escaso público que no tomaba parte activa en -la fiesta iba cansándose, pero nadie osaba decirlo: seguía corriendo la -pólvora, y los espectadores seguían fijando los ojos en el baile con -atávica devoción. - -Habíase apartado don Miguel en su aposento con la disculpa de un leve -malestar, aunque no quiso perdonarse de tomar café con el padrino y -dirigir desde los balcones alguna curiosa mirada hacia la fiesta. Vió -a _Mariflor_ y su prima del brazo, ambas con el semblante fatigado y -mustio, recostadas en el atrio de la parroquia. Las hubiese invitado -a subir, mas, huyendo la tristeza inconsolable de los garzos ojos, -limitóse a mandar que las ofrecieran sillas. - -Esta previsión colocó a las jóvenes en el punto más visible entre la -concurrencia, bajo el dintel de la casa ornamentado con ramaje de -chopos y negrillos, difícilmente logrado y ya moribundo. - -La preferencia del lugar causó a las favorecidas alguna inquietud, -porque, de soslayo, iban las curiosidades a perseguir con mayor ahinco -el apartamiento de las dos zagalas bellas y tristes. - -—¿No acabará esto pronto?—dijo molesta _Mariflor_. - -—¡Quiá, mujer!; veráste tú: agora bailan hasta la noche, luego cenan -mucho, y todavía cuando están acostados los novios, van los «mozos del -caldo» a llevarles gallina en pepitoria. - -—Ya, ya; ¡linda costumbre!... - -—¡Y comen della!... - -—Pero tú y yo nos marcharemos en cuanto caiga la tarde, porque te va a -hacer daño el relente. - -—No podremos dormir: la mocedad aturde a los vecinos con los -trabucazos, y en cada puerta llama pidiendo aves para la tornaboda. - -—Sí; ya sé que si no se las dan las cogen. - -—Son derechos del novio... Mañana será la misa tempranico, y los -parientes de los desposados llevan la ofrenda al señor cura. - -—Eso no lo sabía. - -—Un cuartillo de grano o poco más: después se repite la fiesta de hoy. - -—¿Tan solemne? - -—Con menos ceremonias: sólo que una moza del caldo baila, llevando -consigo la _pica_, que luego se reparte, un pastel pintado de rojo... - -Calló Marinela, negligente y cansada, suspiró Florinda y comenzó la -tarde a palidecer. Ya iban ellas a retirarse: esperaban una ocasión -para despedirse, cuando el tío Fabián se detuvo allí, extendiendo una -carta: - -—Es para el señor cura—dijo—. ¿Quién la recoge? - -_Mariflor_, de un vistazo, conoció la letra: era de su padre. Y repuso: - -—Yo la subiré; don Miguel debe de estar arriba. - -El viejo, entregándosela, musitó: - -—Mejor te daba una para ti, paloma. - -Desapareció la joven sin responder, y había dominado apenas su -emoción cuando llamó a la puerta del sacerdote, no poco sorprendido -de la visita. Dentro de la carta venía, como de costumbre, otra para -_Mariflor_; sin sentarse, leyeron impacientes cada uno la suya. Después -se miraron, y fué la muchacha la primera en hablar: - -—Dice que me case con Antonio... - -Sonaron las palabras con una amargura indescriptible. - -—Será un consejo. - -—Es una súplica: mi padre se hunde y me pide auxilio. - -Tendió la carta, señalando con un dedo temblón los suplicantes -renglones «... hija mía; sálvanos a todos, y yo aseguro que en -recompensa a tu sacrificio Dios te hará feliz». - -Con profunda lástima levantó el cura los ojos hacia la moza. - -—Lea usted lo que escribe antes—murmuró ella. - -—Sí; me lo figuro: tu primo le propone reforzar aquel negocio con el -capital necesario y bajo la condición de vuestra boda. - -—¿Se lo cuenta a usted? - -—Como a ti. - -—¡Nada, que ese hombre me quiere comprar! - -—No te agravie su procedimiento: con él te da una prueba inaudita de -estimación. - -—¡Pero yo no me puedo vender! - -—Díselo a tu padre honradamente. - -—¡Dios de mi alma! - -—Piensa que no estás obligada al sacrificio, - -—¿Sacrificio?... Mi condescendencia no sería virtud, ya que Rogelio me -abandona. - -Se inclinó sollozante: en sus lágrimas hervía una terrible desolación. - -Don Miguel protesta conmovido: - -—Sí, sí; el que voluntariamente rinde su libertad se sacrifica. - -—Es que no soy libre: le juro, señor cura, que padezco una tremenda -esclavitud... Ya ve usted cómo «se ha portado»; pues no importa: ¡le -quiero, le quiero; no me puedo casar con otro... es imposible! - -—Tranquilízate, niña: vete en paz. Yo escribiré a tu padre cuanto -sucede. - -—¡Dígale que no consiste en mí; que mil vidas diera yo por él; que me -muero de pena al negarle este favor!... - -La ahogaba el llanto; procuró el sacerdote calmarla con exhortaciones -de mucha piedad. Despidióse la muchacha en cuanto pudo, y salió -diciendo: - -—¡Harto le mortifico a usted: Dios le recompense! - -Como la sombra había ganado ya las habitaciones, desde el rellano de la -escalera alumbró don Miguel con cerillas para que _Mariflor_ bajase. - -Iba desalada; huyendo de las luces de la cocina y el «cuartico», -deslizóse al través del portal, hasta asir el brazo de Marinela y -hundirse juntas en el sosiego oscuro de las calles. - -Era tan visible la congoja de la enamorada, que su prima le dijo con -susto: - -—Pero qué, ¿trajo malas razones la esquela? - -—No, no. - -—Vienes tribulante: bajabas a modín como escondida. - -—Por no despedirme... ¡tengo tan poco humor! Mañana daremos una -disculpa... - -—Madre también fué para casa... Oye: ¡qué triste es una boda!... -¿noverdá? A mí me hace duelo sin saber por qué... - -_Mariflor_ sólo pudo contestar con un suspiro. - -[Illustration] - - - - -[Illustration] - - - - -XXII - -LOS MARTILLOS DE LAS HORAS - - -CORRÍA noviembre. Ya en los robles puntisecos y en las oscuras urces -palidecían las hojas para morir enfermas de la fiebre otoñal; el sol -se insinuaba amarillo y remoto, dorando apenas el matiz austero del -paisaje, y en la hidalga llanura de León caían las horas con infinita -pesadumbre... - -Una tarde, muy triste, _Mariflor_ Salvadores tuvo que ir al molino, -distante dos kilómetros del pueblo. - -—Por el vero de la regona—díjole Olalla—no tienes onde perderte. - -Ella se disponía a lavar junto a su madre hasta la noche, y Marinela, -otra vez lastimosa, encogíase cerca de la lumbre. - -Salió _Mariflor_ con su cestilla de centeno al brazo y sus profundas -penas en el alma. Anduvo el camino de la mies, raso y frío, tan solo, -que ni el vuelo de un ave le daba compañía: cigüeñas y golondrinas -emigraron así que el viento comenzó a batir los eriales y la luz -pareció vieja y pálida al través de las nubes. - -Los cigoñinos, al volar valientes y seguros en pos de sus padres, -despertaron en el pecho de Florinda nostalgias de aventuras, loca -impaciencia de albures y horizontes. Las cosas fugitivas le hacían -soñar y padecer: aguas, nublados y vendavales producíanle antojos -inauditos, ansias de convertirse en átomos de aquellas peregrinas -corrientes. - -Hoy todo yace inmóvil alrededor de la moza: camina el silencio en torno -suyo, y ella escucha en la «sonora soledad» caer los instantes bajo -el martillo del tiempo y fluir la vida con sordas palpitaciones que -repercuten en los pulsos y en el corazón de la infeliz. - -¡La vida!... ¿Para qué la quiere? Ya su alma se ha despedido de la -felicidad. Vive _Mariflor_ con los ojos puestos en todo lo que huye, en -todo lo que vuela y muere: cuenta a veces los minutos con furioso deseo -de que pasen: los empuja con el pensamiento; quisiera precipitarlos -a millones en el silo de la eternidad. No es la suya la prisa del -que espera; es la sombría inquietud del que busca la muerte; y, sin -embargo, un violento impulso de esperanza ruge en el tormentoso río de -estas ansiedades. - -No quiere la enamorada confesárselo así, y ahora mismo aprovecha la -muda complicidad de este sendero para romper las cartas de su novio. -Con brusco arrebato las arranca del jubón y las desdobla: son tres. -Rasgadas juntas, va haciéndolas añicos, sin detenerse, apresurada y -triste. - -Las letras de los versos parecen rebelarse en los menudos jirones del -papel, y Florinda huye del galope de su memoria, que repite: - - ...soy el amor que pasa, - el niño amor que encontrarás un día - tras de las tempestades de tu alma... - -A pesar suyo escucha la moza los apasionados ecos de la querella. Se -dulcifica entonces su rostro, y en un repente de inefable ternura -siembra en el páramo los pedacitos de su felicidad, como granas de -amor, algunos caen al agua, a cuya linde camina la joven. - -Quédanse allí los despojos de un cariño, las simientes de una ilusión, -temblando en la apacible linfa, diciendo a los duros terrones un -enamorado «escucho»... - -Cunde el regato fino y silente, corren las nubes amenazadoras, y en la -descolorida lontananza se dibujan los perfiles de la aceña; allá lejos, -una pastoría tiende la corona de su redil junto a la henchida cama del -pastor. - -Recuerda la caminante su primera salida por el campo de Valdecruces y -su encuentro allí con _Rosicler_, el galán pastorcillo que ya emigró, -como las aves. Muchos días anduvo radio y pesaroso alrededor de la -moza, hasta despedirse de ella. ¿Qué la dijo?... ¡Nada! Parecía tener -los ojos cargados de secretos, pero sólo acertó a murmurar: ¡Adiós, -adiós!... Iba llorando. - -—¡Pobre!—balbuce Florinda tras fuerte y hondo suspiro. - -Y amargada después por el acre sabor de tantos infortunios, se enardece -y rebela con el ímpetu de su gran corazón apasionado; ansía que al -despertar el viento en los eriales pueble de frémitos la llanura, torne -lívidas las aguas del arroyo y arrastre granizos y nieves... ¡Quisiera -envolver las desolaciones de su alma en una grandiosa tempestad, en una -formidable desolación del mundo entero!... - -Asomados a las teleras balitan con desconsolada blandura los corderitos -primales, y el rapazuelo guardián entretiene sus ocios evocando al -invierno en lánguida canción: - - «¡Ay noche de Navidad, - ay noche serena y clara!...» - -—Buenas tardes. - -—Bien venida. - -Los ojos del niño siguen con extraño embeleso la gentil figura de -_Mariflor_, que todavía parece forastera y trasciende a encantos -desconocidos en el país. - -—¡Usa la guedeja al aire!—dícese el pastor, absorto en la esplendidez -de los cabellos que la muchacha luce. - -Y ella va mirando cómo crece la regona, según se aproxima al ladrón -abierto en el canal. - -El viento ha despertado: gime y vocea sobre el tríbulo de la mies y -amontona las nubes que al rodar escriben silenciosos renglones en el -agua. - -Hay poca gente en la aceña, que muele despacio, con el cauce débil, -y las maragatas allí reunidas aguardan la lluvia como un beneficio. -Pertenece a varios pueblos esta fábrica, que el Duerna rige y que -sólo en invierno trabaja; las mujeres, que esperan en riguroso turno, -platican con igual lentitud que el molino funciona. De vez en cuando -una se levanta, llena la tolva de cibera, suspira y vuelve a sentarse. -A poco avisa la citola que la rueda se ha parado; hay que esperar que -represe el agua. - -Cuando llega Florinda a pedir turno, algo confusa de su inexperiencia, -la reciben afablemente, la hacen sitio en un escaño, y en voz baja -mencionan la familia de la joven: - -—¡Quien la vió y quien la ve! ¿Noverdá? - -—Sí; ¡con la arrufadía que gastaron! - -—Era gente de mucha tramontana... - -—¡Como tuvieron los haberes a rodo!... - -—¡Y es bellida la moza! - -La cual vió con gusto presentarse a Maricruz, que al regreso de -Piedralbina entraba a pedir un poco de agua y a buscar compañía, si la -hubiese, para volver a Valdecruces. - -—Pues en la sotabasa—le dijeron—tienes colmado un cantarico; y aquí -está la de Salvadores. - -Bebió Maricruz, sonrió a su vecina y sentóse a esperarla. - -—¿Qué hora será?—pregunta una mujer. - -Otra responde: - -—Sin la ruta del sol no es fácil conocerlo. - -Y a la recién llegada le parece que habrán dado las tres. - -—¡Corre mucho frío!—le dicen. - -—Abondo, y cercea. - -—Pos la nieve es segura. - -—Sí; hogaño la tenemos antes de Navidá. - -—Ya de madrugada hubo pinganillos en los alares. - -—Pronto crece el Duerna y tenemos que abrir el fortacán para moler. - -Una moza de Piedralbina anuncia sonriente que las fiestas de año nuevo -van a estar muy preciosas. Y se discute la propiedad con que ese día -los pastores se disfrazan de mujeres para hacer gala de resistencia y -caracterizarse bien de valerosos. Así vestidos se denominan _xiepas_; -bailan en zancos sobre la nieve, cantan y piden aguinaldos en extrañas -procesiones nocturnas, que iluminan con «mechones» y adornan con -tirsos, como los gentiles en las orgías de Baco... - -Poco después, logrado por _Mariflor_ su cestillo de harina, salen de la -aceña las zagalas de Valdecruces. - -—Aguantai—les dijeron—, que no os alcance la nieve. - -Y ya los primeros copos se cuajaban en el aire. - -Quiso Maricruz entretener el camino en amistosa conversación y -mostrarse gentil con la niña ciudadana. Dijo que venía de pagar la -«avenencia» del médico, y preguntó si era verdad que las de Salvadores -esperaban al tío Isidoro. - -—Paez que trae un amago de cáncere—compadeció. - -—No sé—dice vagamente Florinda, observando con admiración a su -compañera—. Es una moza rubia y dulce; siempre que habla sonríe; tiene -seguro el paso, tranquilo el acento, apacibles los ojos, y la boda -apalabrada con un hijo de Tirso Paz. - -El agua de la presa ondula al viento, con profundos sones; el pastor se -ha cobijado, y las nubes, cargadas de cellisca, borran las líneas del -paisaje. - -—¡Buena noche se nuncia para el vuestro filandón!—prorrumpe sonriendo -Maricruz. - -—No irá gente, si nieva. - -—Más de gana, mujer, que habéis un establo bien mullido y anchuroso. -¿Dais entrada a la tía Gertrudis? - -—Si va... - -—Porque endecha unas historias de guerreros y marinos, que da gusto -oyirlas. Ella anduvo en su mocedad por las playas y conoció a maragatos -de mucho enseño, aquistadores que allende fincaron ciudades y ganaron a -pote. - -—Pero, ¿los hubo? - -—Ya lo creo, rapaza. - -—Me lo dicen; lo he leído... - -—¿Y lo dudas? - -—A veces, sí. - -—No conoces bien a estos paisanos; cuando te hagas estadiza entre -nosotros, ¡ya verás! - -—Veo mucha pobreza; las mujeres aquí abandonadas a sus fatigas, los -hombres ausentes, duros. - -—¿Duros?... No te entiendo... Valdecruces es una aldea ruín; pero -Maragatería es muy grande y tiene pueblos ricos y casas a la moda. Por -ahí fuera, los maragatos que hicieron fortuna y recibieron estudios, -son agora señorones de mucha fama. - -—Ya, ya... - -Es tan incrédulo el mohín de Florinda, que Maricruz, despierto su -estímulo regional, prosigue con algún calor: - -—Hay libros que ponen muchas cosas valientes de los maragatos; la -maestra de Piedralbina se los hace leyer a todas las rapazas. - -—Yo no digo mal de estos hombres, que de aquí es mi padre. - -—Y tus agüelos, - -—¡Claro! Digo de las costumbres, de la rudeza del país. ¡Es tan -triste!... Y en los hombres parece que se nota más. - -—Los que no aprenden finuras serán como dices tú; pero más cabales -para el trabajo y la honradez no los encuentras; si dan una palabra la -cumplen, sostienen su familia al tanto de lo que ganan, y el que engañe -a la mujer se deshonra para inseculá... ¡Nunca acontece! - -_Mariflor_ lanza un débil suspiro, y su amiga, creyéndola conforme con -el ardoroso discurso que acaba de pronunciar, se engríe y continúa: - -—Tamién hay maragatos que trovan en la política y escriben en los -papeles. Háilos militares de mucha ufaneza, clérigos de mucha santidá... - -—Ya lo sé. - -—En cuanto los acrianzan fuera de aquí sirven para todo como el -primero: y aun los pastores más esfarrapaos tienen barrunta para -medrar, si a mano viene. - -Ahora Florinda sonríe a pesar suyo. - -—Sí, mujer; acuérdate de aquel rapaz de Iruela que aballadaba ganados -al pie del Teleno. Comiéronle los lobos una res y el pobretico, -temiendo al amo, alejóse por la Sanabria alante. Conque llegó perdido -a Extremadura y por causa de una revolución le echaron para Portugal; -entodavía de allí le desterraron a Ingalaterra, y sin saber la fabla -ni conocer a nadie, entró de sirviente en una relojería: aprendió el -oficio y ya no hubo en todo el orbe otro relojero más famado. - -—Sí, ese era Losada: conozco la historia. Cuando vino a su tierra -después de mucho tiempo, dejó un reloj muy grande en Madrid, regalado -para un edificio de la Puerta del Sol. - -—¿Véslo?... Pues otros pastores de Santa Catalina, parientes de mi -abuela, bajaban con las merinas a Badajoz todos los años, a invernar en -los jarales de un duque al cual nombran del Alba. Ello fué que labrando -la tierra baldía junto al chozo, halláronla fecunda, y cada invierno, -cuando iban ende con los ganados trashumantes, labraban otro poquitín, -hasta que el señor duque les dió permiso para fincar entre sus aradas -dos pueblos, los Antrines, el de arriba y el de embajo... ¿Sabíaslo? - -—Eso no. - -Sonríe triunfante Maricruz y pisa con firme orgullo en el yerto camino. -Florinda, para corresponder a la locuacidad de su compañera, murmura: - -—Tú pareces muy feliz... ¿Cuándo te casas? - -—Neste invierno: aún no está adiada la boda—responde con rubor—. Y -tú para las Navidades ¿eh? Llevas un mozo de mucha hombría... ¡Pa que -veas que hay gente de prez nestas planuras de León! - -Achacando a modestia el silencio de Florinda, no insiste la moza en -este punto, y da otro giro a la plática. - -—¡Cómo sona la nube! - -—¡Sí! - -Ambas jóvenes se detienen un instante a escuchar la furente carrera -de los vientos y a medir con tranquila expectación la preñada negrura -del nublado. Una y otra, por distintas causas, permanecen serenas: ni -a Maricruz le asusta el temporal, por conocerle mucho, ni le halla -_Mariflor_ bastante recio para aturdirse en él. Va pensando que su -alma está más sombría que los cielos, y buscan sus ojos con ansiedad -una huella de la semilla de amor arrojada en la llanura poco antes. -Pero ya las ráfagas tempestuosas verberaron con ímpetu en el suelo, y -al borde del estremecido arroyo no parece rastro ninguno de la siembra -sentimental. - -Y cuando, alucinada, se inclina _Mariflor_ para coger, como una -reliquia, algo blanco y menudo que rueda por allí, levanta un copo de -nieve donde creyó recuperar el adorado fragmento de una carta: en la -ardorosa mano se deshace al punto la vedija glacial... - -—¿Qué te sucede?—pregunta Maricruz, viendo palidecer a su amiga—. -¿Tienes miedo? - -—No. - -El ronco arrullo y el trastornado semblante con que responde, preocupan -a Maricruz. Una impresión extraña y dolorosa turba su silvestre -espíritu. Se enlaza con blandura al brazo de su compañera y dice, -conmovida, sin saber por qué: - -—¿Sigue Marinela mejor? - -—Está lo mismo. - -—¿Aún dormís a la santimperie? - -—Ya no; mi tía se opone desde que empezó el mal tiempo. - -—¡Pobre pitusa!... ¡Y agora, si viene su padre tamién comalido! - -—¡No sé si vendrá!... - -—Ansí dicen que la tía Gertrudis os malface: ¿oístelo? - -_Mariflor_ se había serenado un poco. - -—Eso es mentira—protestó. - -—Yo nunca lo creí: ni es bruja ni prodigiadora... Será, si acaso, -conjurante. - -—Es una triste vieja como las demás. - -—Y mejor: sabe fervorines, cantares y medicinas, que te pasmas. Con -tomillín de un cantero de la huerta y otro yerbato dulce, me curó a mí -antaño la ronquez. - -—Dicen que está muy sola y muy necesitada. - -—Sí; la malfamaron y poco se la ayuda, aunque la juventud no cree, ya, -en los hechizos: son cosas de rapaces y de viejas... - -Apretó a nevar: las muchachas, muy juntas y diligentes, seguían la -margen del arroyo, fiel rumbo hacia Valdecruces en la espesa cerrazón -del horizonte. Ya estaba lejos el cauce del molino, y Maricruz, guiada -por su experiencia campesina, anunció alegre: - -—Pronto llegamos. - -Mas al punto refrenó el paso, prestó oído y añadió pesarosa: - -—¡Ay!... ¡Se ha muerto la tía Mariana! - -—Sí; tocan a difunto—dice Florinda escuchando—, ¿pero cómo sabes que -es por ella? - -—Fíjate en las posas: una... dos... Si hubiera muerto un hombre serían -tres. - -—¡Ah! - -—También el tío _Chosco_ anda malico. - -—¡Pues mira que si se muere el enterrador! - -—Hereda el puesto el sacristán. - -—Y esa tía Mariana, ¿era muy vieja? - -—Sí, mujer: abuela de Facunda por parte de madre. - -—¿Y abuela de tu novio? - -—Velaí. - -—Vamos a rezar por su alma. - -Un devoto murmullo acarició los compungidos semblantes de las mozas, -que llegaban a Valdecruces cuando ya, en precoz anochecer, moría la -tarde, malherida de la nieve. - - * * * * * - -Iba _Mariflor_ tan penetrada por el soplo de la tragedia, que no -experimentó grande inquietud al oir en su casa llantos y quejidos. -Supuso llegada la hora de que la Humanidad, lo mismo que la Naturaleza, -estallase en lamentos. Y las razones de esta lógica explosiva quedaron -atravesadas por una voz lamentable que decía en la sombra del -_estradín_: - -—¡Ay, cómo tardabas!... ¿No sabes que Pedro va a partir y que mi padre -viene a morirse? - -Florinda no supo qué responder, y Marinela, deteniéndola aún por el -brazo, añadió con angustia: - -—Madre dice que nosotras somos harto pobres para socorrer a un -enfermo, y que la abuela ya no tiene casa ni haberes para aconchegar a -su hijo; además, no quiere que mi hermano marche; llora por él clamando -que se le rebatan, que se le quitan: la abuela gime y Olalla paez muda. - -—Pero, ¿quién ha escrito? - -—Tu padre. - -—¿A mí? - -—No: a la abuela. - -—¡A mí ya no me escribe! - -—¡Mujer, la carta pone para ti tantas de cosas! - -Dentro se habían apaciguado un poco las lamentaciones, y _Mariflor_ -siguió escuchando a su prima. - -—Verás: dice la esquela que unos maragatos ricos pagan estos viajes -que te cuento. Mi padre llegará para la Pascua y el rapaz tiene que -salir a primeros de mes con un paisano de Santa Coloma—. Suspiró con -ansia la niña y lamentóse—: ¡Ay, Dios, ya estoy más sediente que -nunca, con un jibro en el pecho y un acor en el alma! - -—Pues hay que tener ánimos—murmuró Florinda maquinalmente. - -—Yo no sirvo para este mundo... ¡Si pudiese entrar en el convento! - -En aquel instante llegaban los niños de la escuela sacudiéndose la -nieve y extendiendo las manos en la oscuridad, con rumbo a la cocina, -donde antes resonaron los lloros. Detrás de los rapaces entraron las -muchachas. - -Ardía en el llar un fuego mortecino y temblaba sobre la mesa la luz -del candil. En viendo Ramona a su hijo mayor, lanzóse a él con ademán -salvaje y comenzó a gritar como si le prestaran sus aullidos todos los -animales maltratados y moribundos: - -—¡Ay fiyuelo, quédome sin tigo!... ¡Te parí de mis entrañas, te -pujé en mis brazos y trabajé para ti como una sierva!... Agora que me -conoces y me quieres, te me quitan... ¡Ay, pituso, non te veré más!... -¡Los mares y los hombres te rebatan!... - -Parecían mordiscos, por lo hambrientos, los besos de la madre; lloraba -toda la familia, y el zagal, asustado, apenas supo decir: - -—¡Volveré pronto! - -—Volverás muriente como tu padre, y yo estaré tocha y ceganitas como -tu abuela, sin nido ni cubil pa tu resguardo; lo mesmo que esa pobre: -¡mira! - -Y conteniendo la explosión de su piedad en el acento ronco y firme, -Ramona empujó a su hijo hasta la anciana. - -Acogióle ella entre sus brazos doblándose, en el sitial, para -recibirle, con tan acongojada pesadumbre, como si del viejo corazón -exprimido cayese en aquel instante la última gota de ternura. - -También Carmen y Tomasín se refugiaron, ronceros y llorones, en -aquella caricia. Estalló un sollozo en el pecho de Olalla, y el triste -concierto de ayes y suspiros volvió a levantar sus desconsoladas notas -en la escena. Ramona, con los ojos fijos en el grupo que formaban los -rapaces y la tía Dolores, fué serenándose hasta sentir un repentino -bienestar que sin saber cómo se le subió a los labios en una dulce -palabra. - -—¡Madre!—dijo. - -Nadie respondía. Las muchachas creyeron que hablaba sola. Pero ella -avanzó resueltamente desde el sitio donde había quedado en pie. Su -larga sombra ganó el techo y llenó la cocina de gigantes perfiles. - -—¡Madre!—iba diciendo—. En los últimos años, endurecido su áspero -carácter por el infortunio, huyó arisca de pronunciar esta suave -palabra. - -—¡Madre!—repitió—; ¿no me oye? - -Y puso las manos con inusitada blandura en los débiles hombros de la -vieja. - -—¡Ah!... ¿Me llamaste a mí? - -—¡Claro! Mire: con llorar, el solevanto que nos acude non se desface y -atribulamos a estas criaturas. - -—¿Qué quieres, hija? - -—Que no llore: es menester que Sidoro la halle moza. - -—¿Pos no dijiste?... - -—Era por decir: usté entodavía tiene salud y casa pa recoger a su hijo. - -—¡Ah!... ¿Consientes?... - -—¿Soy acaso una hereja?... ¿Se iba a quedar el pobre en medio de la -rúa?... Pujaremos por él como cristianas. - -—Mujer, ¡Dios te lo pague! - -—Sí—murmuró Ramona, abrazando otra vez a Pedro—. ¡Dios me lo pagará -cuando vuelva éste!... - -Temblaba Marinela apoyándose en su prima, y las dos, lo mismo que -Olalla, se animaron con aquellas últimas frases. - -—Andaí—ordenó Ramona, alcanzándolas, con un gesto impaciente—. Van a -venir las del filandón y no hay que poner las caras acontecidas. Mañana -hablaremos al señor cura. - -—Denantes—pronunció Marinela aprovechando una cordialidad tan -expresiva y rara—vide a la tía Gertrudis, y me dijo... - -—¿Onde la viste, rutiando por aquí?—interrumpió desabrida la madre. - -—Pasaba sobrazando un atiello de coscoja: ¡casi no podía con él! - -—Bueno; ¿y qué te dijo? - -—Que esta noche vendría al filandón, porque en la so cabaña no tiene -luz para hilar... Yo no me atreví a decirle que no viniera; ¡como don -Miguel manda que se la estime!... - -—Pos... ¡que entre!—concedió Ramona vacilante, mirando a Pedro con -oscura inquietud—. Y agora, las cuchares y el pote: a cenar, pa que -estos críos se acuchen. - -Las pálidas figuras del cuadro se movieron sin ruido, y rodó solitario -en la estancia el son de la esquila parroquial, que aún contaba las -fúnebres posas... - -[Illustration] - - - - -[Illustration] - - - - -XXIII - -PAÑO DE LÁGRIMAS - - -—¡AYMÉ! - -—¿Qué le pasa, tía Gertrudis? - -—Estoy cansosa, niña. - -—¿Y no va a decir aquella relación? - -—¿La de la locecica? - -—Esa. - -—En cuanto repose; todo el día anduve por ribas y cuestos atropando -carrasca antes que cerrase la nieve; y atollecí. - -—En l’intre—propuso entonces Maricruz—jugaremos a los acertijos, -¿queréis? - -Mozas y viejos aceptaron. Una ligera curiosidad alzó los ojos y animó -los semblantes. - -Tenía lugar el clásico «filandón» en la espaciosa cuadra que antaño -albergó las «llocidas» reses de la tía Dolores: un mantillo de bálago, -a modo de tapiz, prestaba calor y blandura al renegrido suelo, y un -candil de petróleo, cebado a escote, daba, pendiente de una viga, más -tufo que luz. - -Toda labor de mujer tenía allí su escuela y ejercicio: hilaban, por lo -común, las más viejas; «calcetaban» y cosían algunas, tejían otras a -ganchillo refajos y gorros infantiles. La tertulia, que se acomodaba -por turno en los establos mejores de la aldea, en el santo suelo y -entre el vaho de los animales, solía terminar cristianamente con el -rezo del rosario. Pero antes se narraban historias, se proponían -adivinanzas y hasta se dejaba correr sobre ruecas y agujas algún -airecillo picante de murmuración. - -Aunque la cuadra de este pobre lar, venido tan a menos, aloja hogaño -muy pocas reses, disfruta por céntrica y espaciosa las preferencias de -Valdecruces, y esta noche la invade un buen número de tertulianas, sin -más compañía de varón que la del tío Rosendín, el viejo sacristán. Allí -parecen también sus hijas Felipa y Rosenda; las nietas del tío Fabián, -con su madre; Ascensión con la suya; Maricruz Alonso y sus hermanas, -las de Crespo, la _Chosca_ y otra porción de mujeres de distintas -edades y parecidas condiciones. - -Mientras fueron llegando, hablóse del temporal, haciendo memoria del -último, que cubrió las casas con _trousas_ formidables, verdaderos -montes de nieve. Felipa dijo que a prevención tenía muchos _fuyacos_ -para alimentar a las ovejas, y el tío Rosendín profetizaba que aunque -arreciase el mal tiempo, aún se podían aprovechar los piornos para -el ganado durante una quincena. Las de Salvadores preguntaron con -mucho interés por el tío _Chosco_, que, según el sacristán, «iba ya -mejorcico». Se comentó en seguida el fallecimiento de la tía Mariana, -lamentando que las de Paz no asistiesen al «filandón».—Velarán el -cadáver de su agüela—opinaron algunas mujeres—. Y otras dijeron -compasivas:—¡Biendichosa!... - -Pero ya juntas las que esta noche se reúnen, piden los acertijos, y la -misma iniciadora lanza el primero: - - «Enas iglesias estoy - entre ferranchos metida, - cuándo allende, cuándo aquende, - cuándo muerta, cuándo viva...» - -—¡La lámpara!—dice riendo el sacristán. - -—¡Usté no vale!—protesta Maricruz. - -En aquel momento Florinda le pregunta con sigilo: - -—¿Cómo no fuiste al velatorio? - -—No acuden mozas cuando fallece una vieja—responde—. Fué mi madre. - -Algunos pretenden averiguar cuántos años tendría la difunta, y -Ascensión dice que no se sabe a punto fijo, porque en los libros -parroquiales sólo consta que «nació el día que se amojonó _Fumiyelamo_». - -—No había yo nacido—apunta la tía Dolores, muy despierta y con cierto -orgullo. - -Y el tío Rosendín, sonriendo malicioso, coloca otra adivinanza: - - «¿Qué cosa yía - la que no has visto nin vi - que no tien color ni olor, - pero mucho gusto sí?» - -Un aire de perplejidad inmoviliza al auditorio. El anciano detiene el -gesto de una contemporánea suya que intenta responder. - -—¡Que acierten las mozas! - -—¡El agua!—prorrumpe una voz juvenil. - -—¡Avemaría!... ¡Tien que ser una cosa que nunca hayas visto! - -Crece la incertidumbre y se suspenden las labores. Después de algunas -respuestas disparatadas, el sacristán dice triunfante: - -—¡El beso! - -—¡Josús!—pronuncian las zagalas, ruborosas. - -Todos ríen, y el viejo, embaído, añade en seguida: - - «Blanco fué mi nacimiento, - verde lluego mi niñez, - mi mocedade encarnada, - negra mi curta vejez.» - -—¡La mora! ¡La mora!—repiten alegres las muchachas. Y como ya suponen -que la tía Gertrudis ha descansado, solicitan otra vez la prometida -narración. - -Mientras la anciana sacude un poco su pensamiento, se oye al aire gemir -y a las ruecas zumbar: algún suspiro acaricia los copos blancos de las -hilanderas. - -—Erase—principió la narradora—una noche muy triste, hace ya cuántos -siglos. Por el mar que le llaman de la muerte, cerca de La Coruña, -navegaba un lembo gobernado por el turco más temido nestas historias -de piratas. Con él iba prisionera una pobre doncellica que el capitán -robó en un castillo principal. Era hija de un señor de salva, tan -hermosa y fina como las febras del oro. Quería el turco esconder a la -moza tierra adentro, y esperaba un señal, una locecica de algunos de -sus piratas que por la riba aquende le buscaban cobil, pero en toda -la ledanía de los mares no pareció ninguna luz... Conque navegaba la -embarcación roncera, en calmería de viento, apocado el velaje y cansos -los marinos, cuando va y luce una flama en una torre que le decían la -Torre del Espejo y se encendía en las noches oscuras para las naos que -llegasen de paz. Dió un brinco el pirata cabe la moza, tomando por seña -de su gente la lumbre del fogaril. Y la infelice doncella clamó al Dios -de los cristianos, que era el suyo, pidiéndole que le sacase de aquella -amaritud... - -Hace una pausa la tía Gertrudis para recordar las frases conmovedoras -de la cautiva, y aunque la misma leyenda se ha repetido muchas veces en -los «filandones», un devoto silencio la circuye ahora, y un aroma de -mar y de aventura la engrandece y ensalza entre sutiles asombros: la -evocación de ese otro llano, inmenso y libre, desconocido y atrayente, -se presenta en los labios de la anciana con imágenes desoladoras, en -que una mujer sufre cautiverio. Y las maragatas sienten batir contra -sus corazones las olas de aquel mar lejano que les lleva los padres, -los hijos y los esposos, fascinándoles con su prometedora anchura, para -engañarles al fin y cautivar la ilusión de infinitas mujeres. - -También para Florinda la llanura amiga de su niñez suena ronca y -extraña en los acentos pavorosos de la tía Gertrudis. Todas las -ilusiones de la moza naufragaron en la amada ribera, y el recuerdo de -su bien perdido se le ofrece como una pálida visión de naves que huyen -y de espumas que gimen: apenas si el perfil de un marino se agita en -estas membranzas como símbolo del primer sueño de amor que la muchacha -tuvo. Por un instante se sorprende ella al caer desde la nube de sus -evocaciones al fondo del establo donde la tertulia aguarda a que se -termine el cuento. Mira absorta a su alrededor y le parece que Marinela -está muy descolorida y que Ramona oculta mal su incertidumbre. - -Pero ya la anciana sigue el relato: - -—...Y en esto que partían el ánima las voces de la inocente, los -mareantes de la embarcación dieron en complañirse y maldecir del -capitán... - -Un estrépito medroso dejó rota la leyenda y en angustia las atenciones. - -—¿Fué tronido?—balbuce una voz. - -Y al mismo tiempo Marinela se dobla desmayada encima de su madre. - -Recíbela Ramona con un ¡ay! tan brusco, que parece un bramido de su -corazón. Deslizando hasta el suelo el cuerpo inerte de la niña, se -arrastra, súbita y fiera, y sacude a la tía Gertrudis por los brazos en -una cruel explosión de frenesí. - -—¡Conjúrala, conjúrala agora mismo—dice tuteándola con -menosprecio—bruja de Lucifer! - -—¿Yo?... ¿Yo?... - -—¡Tú, tú, sortera! - -—Yo non sé conjurar. ¡Soy cristiana y nunca tuve poder con el diañe! - -La voz senil plañía con menos asombro que amargura; aparecía en todos -los semblantes la congoja del pánico, y sólo Florinda se acordaba de -aflojar el corpiño a Marinela. - -—¡Traed vinagre para los pulsos!—pidió vivamente. - -Olalla, levantándose indecisa, declaró: - -—¡Tengo miedo d’ir sola! - -Después de algunas vacilaciones y consultas, encendió un cabo de vela -en el candil y dirigióse con Maricruz hacia el postigo medianero de la -cocina. Pero, sin alcanzarle, se volvió espantada: - -—¡Sonan pasos! - -—Es el viento y la truena—dijo Maricruz más valiente. - -Y apremiaba Florinda: - -—¡Pronto, pronto! - -Ramona, que no había soltado a la tía Gertrudis, trocó de improviso en -súplicas sus delirantes voces: - -—¡Por Dios me la conjure!... ¡Por Nuestra Señora la Blanca!... Daréle -a usted cuanto me pida; mire que va a morir. ¡Aguante, por la Virgen! - -La vieja parecía no escucharla, murmurando llorosa: - -—¡Al cabo los años que non fice mal nenguno, me temen los vecinos como -los rapaces al papón!... - -Unos brazos nerviosos la levantaron de repente, y de un salto la posó -Ramona junto a la enferma, ya reclinada en el regazo de Florinda: - -—¡Dele remedio!... ¡Aplíquele talismán!—gimió de hinojos la madre, -con las manos en cruz. - -—¡Si non gasto sorterías, mujer! - -Alguien aconsejaba: - -—¡Dígale mas que sea una oración! - -—¿Tién fístola? - -—No lo sabemos... - -La tía Gertrudis acercó sus cansadas pupilas al semblante de Marinela, -húmedo y descolorido como si estuviese lavado por los últimos sudores: -había sido inútil la aplicación del vinagre en las sienes y en los -pulsos. - -Suspiró compasiva la anciana y recogióse un momento en solemne actitud -mientras aguardaban todos con ansiedad. De pronto comenzó a decir: - -—«En el nombre del Padre, e del Hijo e del Espíritu Santo: tres -ángeles iban por un camino; encontraron con Nuestro Señor Jesucristo. -¿Dónde vais acá los tres ángeles? Acá vamos al monte Olivete y yerbas e -yungüentos catar para nuestras cuitas e plagas sanar: los tres ángeles -allá iredes; por aquí vendredes; pleito homenaje me faredes, que por -estas palabras precio non llevaredes esceto aceite de olivas e lana -sebosa de ovejas vivas... Conjúrote, plaga o llaga, que no endurezcas -ni libidinezcas por agua ni por viento ni por otro mal tiempo, que -ansí hizo la lanzada que dió Longinos a Nuestro Señor Jesucristo, ni -endureció ni beneció...» - -Abrió los ojos Marinela, tan asombrados y tristes como si girasen ya -tocados por la muerte. Una impresión de maravilla inmovilizó a la -tertulia, y Ramona, febril fluctuando entre el odio y la gratitud, -preguntó a la vieja con ensordecido acento: - -—¿Está ya liberada? - -—¿De quién? - -—Del diablo. - -—Non tornes con embaucos, criatura, que paeces una orate: yo dije la -oración porque está bendita y es buena pa sanar si Dios la acoge. Agora -hay que levar aspacín a la rapaza, aconchegarla bien caliente y darle -un buen fervido. ¿Oyísteis?... - -Bajo las dulces manos de Florinda iba Marinela recobrando el calor y el -pensamiento... - -Aún permanece en mitad de la sala el lecho de la niña. Le comparte -la enfermera, abandonando, por difíciles de cumplir, las órdenes del -médico. - -Ya _Mariflor_ no tiene bríos para cuidar a su prima en lucha con la -miseria y la ignorancia a todas horas; pero allí está vigilante junto a -ella, luego de haber tranquilizado a la familia. - -Cuando ya la tempestad hubo cesado, abrió los postigos del balcón -para asistirse con la claridad de la noche: la luna, baja y fría, -reverberante sobre la nieve, iluminaba a Valdecruces con fantástica luz. - -—¡Agua!—pedía ansiosa Marinela, y después con las manos en la -garganta, se dolía: - -—¡Tengo un ñudo aquí! - -Nerviosa y balbuciente hablaba del convento: sentía correr el agua del -jardín por los claustros, y le mareaba el olor penetrante de las flores. - -—¿Quieres una?—murmuró—. Son para la Virgen... pero te daré esta -purpurina... ¿Oyes los cánticos?... Caen en acordanza... Atiende: - - Yo soy una mujer, nací pequeña - y por dote me dieron - la dulcísima carga dolorosa - de un corazón inmenso... - -¡Esa es la voz de la madre Rosario!... Tengo miedo a la luna... ¡mira -qué cara pone!... Vamos a laudar a Dios también nosotras; canta conmigo. - -Y con tonos de diferentes canciones compuso una muy extraña, cuyo -estribillo se empeñaba en repetir: - - Yo soy una mujer, nací pequeña... - -El acento exaltado de la cantora resonó tristísimo en la estancia, y -_Mariflor_, saturándose de recuerdos y pesadumbres, logró persuadirla -de que no era religioso aquel cantar: - -—Acuérdate que le trajo la farandulera. - -—¡Ah, sí, sí...; una que tenía el corazón roto como yo!... Ven... -¡escucha! - -Y ciñéndole a su prima los brazos al cuello, Marinela suspiró: - -—¿Tienes escondido algún romance? - -—No, mujer, ninguno. - -—Pues oye mi secreto... - - Yo tengo un corazón... - -Esto no te lo digo a ti; se lo digo a Dios, ¡a Ése! - -Volvióse la niña hacia la Cruz, alzada en el muro con la doliente -imagen del Señor, y quiso rezar; pero su entendimiento, obsesionado, -sólo conseguía dar forma a las endechas de la figuranta; y como -una ráfaga de lucidez alumbrase la disparatada oración, Marinela, -acusándose de herejía, acabó por llorar rostro a la Cruz. - -Blanco de aquella lucha, la sagrada efigie atrajo también las miradas -de Florinda, que las estuvo meciendo desde el dolor humano hasta el -dolor divino, con fuertes emociones de piedad. Cerrando los ojos para -mirarse la alterada conciencia, imaginó que volvía a henchírsele -de lágrimas el pecho como en los días en que su desgracia era toda -compasión y ternura: creyó juntar su llanto con el de la enferma y -le pareció que sentía levantarse en su alma el infinito poder del -sacrificio, libre ya de egoístas propósitos, santo y puro, a humilde -semejanza del que probó Jesús agonizante. - -Pero cuando un gemido la hizo recordar, halló sus párpados enjutos y -rebeldes sus pensamientos: ¡sin duda había soñado!... - -Marinela, otra vez delirante, musitó: - -—¡Mira qué volada echó aquella estrellica!... ¿a ver si aflama el -cielo?... Agora la planura es un mar de nieve... - -Tuvo después miedo al gato que maullaba, y estremecióse con los toques -del reloj. Al amanecer, un perro lastimoso la hizo gritar de espanto, -un perro que gañía desesperadamente. - -También se alarmó Florinda con los aullidos lúgubres, pero sin -manifestarlo; puso mucha persuasión en sus palabras tranquilizadoras, -consiguiendo al fin que se durmiese la niña. - -Entonces el frío y el cansancio la inmovilizaron, envuelta en un -chal junto a los cristales: otra vez cerró los ojos abismándose en -desconsoladas meditaciones. Ya estaba allí el cano invierno con su -amenaza de pesadumbres: los lobos a la puerta, el hogar miserable, -dolientes un padre y una hija, cerrados los caminos, yertas las -esperanzas. - -Poco a poco fué rodando la cabeza de _Mariflor_ hasta quedar vencida -sobre el pecho y apoyada en los vidrios. Oía la moza llorar, llorar -mucho a la abuela, a las primas y a los rapaces: una voz, triste y -oscura, clamaba también, entre condolida y furiosa. _Mariflor_ quiso -levantarse para saber el motivo de los llantos aquellos; pero la -detuvo un aire de tempestad que soplaba desde sombría nube. ¿Volvían -los huracanes de la nevasca?... ¡Ah, no!; este viento y esta sombra -eran pliegues alborotados en el manteo de un cura. Don Miguel llegaba -agitadísimo:—¿Oyes llorar?—preguntó—. ¿Quieres tú ser el paño de -todas esas lágrimas?... ¿Di?... ¿quieres?—. Iba la moza a responder y, -como antes Marinela en su delirio, sólo acertó a balbucir el romance de -la comedianta: - - En este corazón, todo llanuras - y bosques y desiertos, - ha nacido un amor... - -Por suerte, la desatinada respuesta quedó ahogada en unos gañidos -resonantes que despertaron a Florinda. - -—¡Otra vez el perro!—murmuró anhelosa. Y aún dominada por la -pesadilla reciente, llevóse las manos al rostro que sentía húmedo: -¿habría llorado?... - -La blancura del paisaje llamó a las ensoñadas pupilas, que al punto se -nublaron de lástima: todo el bando de palomas, hambriento y alicaído, -esperaba en el carasol, y el gesto de la muchacha, al sorprenderle, -inició un arrullo largo y hondo, humilde como el de los niños cuando -piden una caridad por el amor de Dios... - - * * * * * - -Cerca de dos meses guardó en su bolsillo don Miguel una carta de -Rogelio Terán. Solía decirse todas las mañanas: «Hoy se la enseñaré a -_Mariflor_». Y luego sentía una piedad inmensa por aquella esperanza -muda que a veces resurgía en los labios de la moza. - -Ultimamente la pobre enamorada había cambiado mucho. Aparte de aquel -fuego sombrío de sus pupilas y algunos éxtasis profundos que iban a -sorprenderla cuando menos lo esperaba, fué envolviéndola un abatimiento -implacable y empujándola al fatalismo un cansancio lleno de trágicas -inquietudes. - -Y al verla hundirse en el infortunio, dudaba el sacerdote si la lectura -de aquella carta cruel sería un cable salvador tendido por el desengaño -a las últimas energías de la infeliz, o un golpe definitivo para -quebrantárselas sin remedio. - -Esta duda acomete a don Miguel una vez más cuando se dirige hoy a -casa de la tía Dolores. Le acaban de decir que Marinela ha sufrido -la víspera un grave desmayo, y aunque los detalles del suceso le -escandalizan un poco, acude a consolar en lo posible las cuitas de -aquella gente. - -En el portal encontró a Olalla, que le dijo: - -—Voy por el médico. - -—¿Tan mal sigue la enferma para que te arriesgues así? - -—No está el día tempestuoso como ayer. - -—Pero los caminos se han borrado. - -—Acertaré por la lindera del regajal. - -—Aguarda, al menos, que yo suba, y si es preciso buscaremos quien te -acompañe. - -Apareció Ramona, que bajo la mirada severa del sacerdote abatía la suya -enrojeciendo. - -—De modo—pronunció don Miguel—¿que es imposible curarte de la -superstición?... ¡No esperaba yo eso de ti! - -Ella, sin defenderse, comenzó temblorosa a relatar las noticias de -América: el esposo tornaba moribundo y el hijo había de partir agora -mesmo. - -—En l’intre—añadió sollozante—peyora la zagala... y yo dejo la -cordura no sé onde. - -—¡Vaya, vaya por Dios!—compadece el párroco. - -Y suben todos detrás de él, mientras Ramona va diciendo: - -—Anoche la coitada non quiso junto a sí más que a la prima, y hubimos -de acostarnos. Yo acodí madruguera y las hallé a las dos adormentadas: -andamos a modín pa non las recordar. - -—Pues mira tú si duermen. - -Asomó la mujer en la salita y volvióse al punto con un gesto negativo. - -—Pase, pase. - -Don Miguel halló a Marinela con los ojos febriles clavados en la Cruz -y a Florinda con los suyos vueltos al carasol. Ambas se estremecen al -sentir pasos en la estancia y, luego de saludar al sacerdote. Marinela, -descubriendo las palomas, prorrumpe: - -—Vélas, vélas ende... Las pobreticas no encuentran onde pacer: andai -por una cachapada de cebo para echárselo aquí. - -Apresúranse a obedecer los niños, y Florinda, presa de extraña emoción, -se enjuga los ojos murmurando: - -—El hielo de los cristales me humedeció la cara... Dormí y creo que -soñé. - -—¿Algo triste?—pregunta el sacerdote, reparando en la honda inquietud -de las palabras. - -—¿Triste?... Era una cosa tremenda: usted venía a preguntarme... ¡ya -no me acuerdo!—balbuce sordamente. - -Y de pronto don Miguel, con la precipitación de quien realiza un acto -contra su voluntad, busca en el bolsillo una carta y se la entrega a -Florinda: - -—Entérate: ya hace tiempo que la recibí. - -—¿Es de su padre?—dice Ramona. - -—No. - -Un silencio involuntario se establece, y aunque el cura trata de hablar -mientras la muchacha desdobla trémula el papel, sólo consigue que la -tía Dolores ensarte letanías a propósito del hijo viajero: - -—¡Aymé! ¡Si en un santiguo le podiese yo recibir en mis brazos... -¿Arribará para la Pascua?... ¿Nevará en los mares tamién?... Voy -dejarle mi lecho, señor, y las frazadas mejores... Cuando quiera -hojecer la primavera ya estará en siguranza la curación, ¿noverdá?... - -Había salido el sol, pálido y frío. Marinela, al borde de su cama -tendíase hacia él como si le pidiese una limosna de alegría: en -realidad, lo que deseaba era acercarse a _Mariflor_, en cuyas manos se -estremecía la carta de Rogelio. - -Leía la muchacha en el foco de luz: - -«Miguel, amigo mío: No el poeta ni el camarada, el penitente es quien -acude a ti. Cúlpame cuanto quieras; que me castiguen tus indignaciones, -si al fin me absuelve tu piedad. Yo te confieso contrito mi pecado de -inconstancia, mi estéril codicia de emociones, de ternuras y novedades. -Harto me duele esta triste condición: de todas mis culpas, soy, a -la par que el reo, la primera víctima... Tú bien conoces el corazón -humano y, aún mejor, conoces mi voluntad, donde toda flaqueza tiene -su asiento. Quise, fervorosamente, hacer feliz a _Mariflor_, sin -comprender que nunca, nunca lograré la felicidad, ni para mí ni para -nadie. Me engañó la fantasía; hoy reconozco la pequeñez de mi espíritu -que, enamorado de los sueños, se rinde cobardemente al afrontar -las realidades... Perdona mi error, tú, tan seguro, tan cabal, tan -heroico... Perdona también la tardanza de estos renglones que mi mano -te escribe mucho después que los dictase mi conciencia; luché antes de -escribirlos; vacilé y sufrí muchas veces con la pluma sobre el papel: -puedes creerlo. Y también que me falta valor para escribirle a «ella»: -dile que me perdone; que acaso nunca la olvide; que si fuese a buscarla -sería sin duda más culpable que apareciendo hoy a sus ojos como ingrato -y perjuro. Dile...» - -—¿Viene en romance?—preguntó Marinela, impaciente por la prolongación -de la lectura. - -Florinda volvió el rostro, blanco igual que un lirio. La rodeaban -los rapaces, y también Olalla se le iba aproximando; en el fondo de -la salita las dos mujeres cruzaban los brazos sobre el pecho. Ya la -enferma tenía entre las manos el cebo de las palomas. Quejóse de -«asperez» en la garganta, y tornó a preguntar: - -—¿Viene en romance, di? - -—No; ¡viene en prosa! - -Vibró ardiente y sombría la respuesta. Aún quedaba por leer una parte -del pliego, mas, la lectora alzó los ojos, perdidos en una fugitiva -imagen, se pasó una mano por la frente, dobló la carta y, alargándosela -al cura, dijo: - -—Puede usted escribirle a mi padre que me caso con Antonio. - -Su voz era firme, firme también su actitud. Una ráfaga de tragedia, de -tragedia sin sollozos ni palabras, atravesó la salita y puso en todos -los pechos repentino estupor. Tras un silencio angustioso, preguntó el -sacerdote con grave solemnidad: - -—Hija, ¿lo has pensado bien? - -—Sí, señor—repuso ella, altivo el gesto y serena la mirada—. Y a mi -primo... usted hará la merced de darle en mi nombre el sí que estaba -esperando. - -No dijo más. Volvióse hacia el carasol para abrir las vidrieras, tomó -el centeno en su delantal y todo el bando de palomas acudió a saciarse -en el regazo amigo, envolviendo la gentil figura con un manso rumor de -vuelos y de arrullos. La luz del sol, más fuerte al crecer la mañana, -rasgó las brumas y fingió una sonrisa en el duro semblante de la -estepa... - -[Illustration] - - - - -[Illustration] - - - - - _ÍNDICE_ - - - Páginas. - - I. El sueño de la hermosura 5 - - II. _Mariflor_ 15 - - III. Dos caminos 25 - - IV. ¡Pueblos olvidados! 39 - - V. Valdecruces 55 - - VI. Realidad y fantasía 71 - - VII. Las siervas de la gleba 93 - - VIII. Las dudas de un apóstol 109 - - IX. ¡Salve, maragata! 121 - - X. El forastero 135 - - XI. La musa errante 149 - - XII. La rosa del corazón 165 - - XIII. Sol de justicia 183 - - XIV. Alma y tierra 203 - - XV. El mensaje de las palomas 223 - - XVI. La tragedia 247 - - XVII. Dolor de amor 261 - - XVIII. La heroica humildad 279 - - XIX. El castigo de los sueños 291 - - XX. Dulcinea labradora 301 - - XXI. Sierva te doy 313 - - XXII. Los martillos de las horas 325 - - XXIII. Paño de lágrimas 339 - - - - - SE ACABÓ DE IMPRIMIR ESTA OBRA EN - MADRID, AÑO DE MCMXX, EN CASA DE - MIGUEL ALBERO. DECORACIÓN DE - ANTONIO MERLO Y ENRIQUE - VARELA DE SEIJAS - - - - - * * * * * * - - - - -NOTA DEL TRANSCRIPTOR: - -—Los errores obvios de impresión y puntuación han sido corregidos. - - - -***END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LA ESFINGE MARAGATA*** - - -******* This file should be named 51724-0.txt or 51724-0.zip ******* - - -This and all associated files of various formats will be found in: -http://www.gutenberg.org/dirs/5/1/7/2/51724 - - -Updated editions will replace the previous one--the old editions will -be renamed. - -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United -States without permission and without paying copyright -royalties. 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Email contact links and up to -date contact information can be found at the Foundation's web site and -official page at www.gutenberg.org/contact - -For additional contact information: - - Dr. Gregory B. Newby - Chief Executive and Director - gbnewby@pglaf.org - -Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation - -Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide -spread public support and donations to carry out its mission of -increasing the number of public domain and licensed works that can be -freely distributed in machine readable form accessible by the widest -array of equipment including outdated equipment. Many small donations -($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt -status with the IRS. - -The Foundation is committed to complying with the laws regulating -charities and charitable donations in all 50 states of the United -States. 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Thus, we do not -necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper -edition. - -Most people start at our Web site which has the main PG search -facility: www.gutenberg.org - -This Web site includes information about Project Gutenberg-tm, -including how to make donations to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to -subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks. - diff --git a/old/51724-0.zip b/old/51724-0.zip Binary files differdeleted file mode 100644 index d1b4301..0000000 --- a/old/51724-0.zip +++ /dev/null diff --git a/old/51724-h.zip b/old/51724-h.zip Binary files differdeleted file mode 100644 index b0f38f1..0000000 --- a/old/51724-h.zip +++ /dev/null diff --git a/old/51724-h/51724-h.htm b/old/51724-h/51724-h.htm deleted file mode 100644 index 4a177c7..0000000 --- a/old/51724-h/51724-h.htm +++ /dev/null @@ -1,16118 +0,0 @@ -<!DOCTYPE html PUBLIC "-//W3C//DTD XHTML 1.0 Strict//EN" - "http://www.w3.org/TR/xhtml1/DTD/xhtml1-strict.dtd"> -<html xmlns="http://www.w3.org/1999/xhtml"> -<head> -<meta http-equiv="Content-Type" content="text/html; 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You may copy it, give it away or re-use it -under the terms of the Project Gutenberg License included with this -eBook or online at <a -href="http://www.gutenberg.org">www.gutenberg.org</a>. If you are not -located in the United States, you'll have to check the laws of the -country where you are located before using this ebook.</p> -<p>Title: La Esfinge Maragata</p> -<p> Novela</p> -<p>Author: Concha Espina</p> -<p>Release Date: April 10, 2016 [eBook #51724]</p> -<p>Language: Spanish</p> -<p>Character set encoding: UTF-8</p> -<p>***START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LA ESFINGE MARAGATA***</p> -<p> </p> -<h4 class="pc">E-text prepared by Giovanni Fini, Carlos Colon,<br /> - and the Online Distributed Proofreading Team<br /> - (<a href="http://www.pgdp.net">http://www.pgdp.net</a>)<br /> - from page images generously made available by<br /> - Internet Archive/Canadian Libraries<br /> - (<a href="https://archive.org/details/toronto">https://archive.org/details/toronto</a>)</h4> -<p> </p> -<table border="0" style="background-color: #ccccff;margin: 0 auto;" cellpadding="10"> - <tr> - <td valign="top"> - Note: - </td> - <td> - Images of the original pages are available through - Internet Archive/Canadian Libraries. See - <a href="https://archive.org/details/laesfingemaragat00espi"> - https://archive.org/details/laesfingemaragat00espi</a> - </td> - </tr> -</table> -<p> </p> -<div class="limit"> - -<div class="chapter"> -<div class="transnote p4"> -<p class="pc large">NOTA DEL TRANSCRIPTOR:</p> -<p class="ptn">—Se ha mantenido la acentuación del libro original, que difiere -notablemente de la utilizada en español moderno.</p> -</div> -</div> -</div><hr class="full" /> -<p> </p> -<div class="limit"> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_1" id="Page_1">[1]</a></span></p> - -<div class="chapter"> - -<h1 class=" p4 font1">LA ESFINGE MARAGATA</h1> - -<p class="pc2 mid">NOVELA</p> - -<p class="pc2 reduct"><span class="smcap">Premiada por la Real Academia Española</span></p> - - -<p class="pc4 lmid">(TERCERA EDICIÓN)</p> - -<hr class="chap" /> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_2" id="Page_2">[2]</a></span></p> - -<p class="pc4 mid">OBRAS DE CONCHA ESPINA</p> - -<p class="pind p1"><span class="smcap">La niña de Luzmela</span> (Novela), 2.ª edición.</p> -<p class="pind"><span class="smcap">Despertar para morir</span> (Novela), 2.ª edición.</p> -<p class="pind"><span class="smcap">Agua de nieve</span> (Novela), 3.ª edición.</p> -<p class="pind"><span class="smcap">La Esfinge maragata</span> (Novela premiada con el premio -Fastenrath por la Real Academia Española), 3.ª edición.</p> -<p class="pind"><span class="smcap">La Rosa de los Vientos</span> (Novela), 2.ª edición.</p> -<p class="pind"><span class="smcap">Al amor de las estrellas</span> (<i>Mujeres del «Quijote»</i>).</p> -<p class="pind"><span class="smcap">Ruecas de marfil</span> (Novelas), 2.ª edición.</p> -<p class="pind"><span class="smcap">El Jayón</span> (Drama en tres actos).</p> -<p class="pind"><span class="smcap">Pastorelas.</span></p> -<p class="pind"><span class="smcap">El Metal de los Muertos</span> (Novela), 2.ª edición.</p> - -<p class="pn2 lmid">TRADUCCIONES:</p> - -<p class="pi4 p2">AL INGLÉS:</p> - -<p class="pind"><span class="smcap">La esfinge maragata.</span></p> -<p class="pind"><span class="smcap">La rosa de los vientos.</span></p> -<p class="pind"><span class="smcap">El Jayón.</span></p> -<p class="pind"><span class="smcap">El metal de los muertos.</span></p> - -<p class="pi4 p2">AL ALEMÁN:</p> - -<p class="pind p1"><span class="smcap">La esfinge maragata.</span></p> -<p class="pind"><span class="smcap">El Jayón.</span></p> -<p class="pind"><span class="smcap">El metal de los muertos.</span></p> - -<p class="pi4 p2">AL ITALIANO:</p> - -<p class="pind p1"><span class="smcap">La esfinge maragata.</span></p> -<p class="pind"><span class="smcap">El Jayón.</span></p> -<p class="pind"><span class="smcap">Pastorelas.</span></p> -<p class="pind"><span class="smcap">El metal de los muertos.</span></p> -<p class="pind"><span class="smcap">Al amor de las estrellas</span>, 2.ª edición.</p> - -<hr class="chap" /> - -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_3" id="Page_3">[3]</a></span></p> - -<div class="chapter"> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/title.jpg" width="400" height="609" - alt="" - title="" /> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_4" id="Page_4">[4]</a></span></p> - -<div class="limit2 reduct"> -<hr class="d1" /> -<p class="pd">Es propiedad de la autora.</p> -<p class="pd">Derechos de reproducción y traducción -reservados para todos los países, -comprendidos Suecia, Noruega y -Rusia.</p> -<p class="pd">Copyright 1920 by Concepción Espina -y Tagle.</p> -<p class="pd">Hechos los depósitos que marca la -Ley para las Repúblicas Americanas.</p> -<hr class="d2" /> -</div> - -<hr class="d3" /> - -<p class="pc reduct">MADRID.—Imprenta de Miguel Albero.—Santa Engracia 155.</p> - -<hr class="chap" /> - -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_5" id="Page_5">[5]</a></span></p> - -<div class="chapter"> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-005.jpg" width="400" height="153" - alt="" - title="" /> -</div> - -<h2>I<br /><br /> -<span class="pch">EL SUEÑO DE LA HERMOSURA</span></h2> - -<div> - <img class="dc1" src="images/dv.jpg" width="200" height="202" alt=""/> -</div> -<p class="dc13">VIBRA el soplo estridente de la máquina -que desaloja vapor, cruje -con recio choque una portezuela, -algunos pasos vigorosos repercuten -en el andén, silba un -pito, tañe una campana, y el -convoy trajina, resuella y huye, -dejando la pequeña estación -muda y sola, con el ojo de su -farol vigilante encendido en la torva oscuridad de la -noche.</p> - -<p>El único viajero que ha subido en San Pedro de Oza -es joven, ágil, buen mozo; lleva un billete de segunda -para Madrid, y, apenas salta al vagón, acomoda su equipaje—una -maleta y el portamantas—en la rejilla del coche. -Luego desciñe el tahalí que trae debajo del gabán -y lo asegura cuidadosamente en un rincón. Dentro de su -escarcela de viaje guarda Rogelio Terán—que así se -llama el mozo—toda su fortuna: poco dinero y hartas<span class="pagenum"><a name="Page_6" id="Page_6">[6]</a></span> -ilusiones; el manuscrito de una novela; un libro de memorias -con apuntes de peregrino artista, versos, postales -y retratos.</p> - -<p>Ocupan el departamento dos señoras. Al tenue claror -que la lucecilla del techo difunde, sólo se logra averiguar -que entrambas duermen: la una sentada a un extremo, -con la cabeza envuelta en un abrigo que le oculta la -cara; tendida la otra en sosegada postura bajo la caricia -confortadora de un chal. Las dos permanecen ajenas al -arribo del nuevo viajero; las dos yacen con igual reposo -y oscilan con el tren, esfumadas en la penumbra del -breve recinto, insensibles a la vida maquinal del convoy, -como los inanimados contornos de los almohadones vacíos -y los equipajes inertes.</p> - -<p>Distrae el caballero unos minutos en cambiar el hongo -por la gorra, ceñirse una manta a las rodillas y limpiar -los lentes con mucha pausa y pulcritud. Luego previene -un cigarrillo, le coloca en los labios con esa petulancia -habitual del fumador, y enciende una cerilla.</p> - -<p>Mas antes de dar lumbre a su tabaco, inclina curioso -el busto hacia la dama, dormida enfrente, de la cual ya -ha sorprendido un cándido perfil, rodeado de cabellos -oscuros, en el fonje lecho de la almohada. Con más -audaz resolución descubre ahora las hermosuras de aquel -semblante serenísimo que duerme y sonríe. La llama -tembladora del fósforo quema los dedos cómplices sin -que el viajero artista deje de ver y de admirar: la tez -morena clara, de suavísimo color; puras las facciones y -graciosas; párpados grandes y tersos; orla riza y doble de -pestañas que acentúan con apacible sombra el romántico -livor de las ojeras; mejillas carnosas y rosadas; correcta -la nariz y encendida la boca, y en las sienes un -oleaje de cabellos negros desprendidos del peinado, que -caen sobre las cejas y nimban la cara como una fuerte -corona...</p> - -<p>Tales maravillas cuenta la temblorosa luz al extinguirse<span class="pagenum"><a name="Page_7" id="Page_7">[7]</a></span> -de un soplo, semejante a un suspiro, mientras el -ocioso mirón falla en silencio:—¡Admirable!, ¡admirable!—Y -se respalda en el sofá escudriñando con golosa -mirada a la otra incógnita dormida. Inútilmente: la mantilla -o toca que la cela el rostro, no ofrece el menor señuelo -a las audacias del furtivo y galante explorador. El -cual, entonces, se decide a encender su olvidado cigarrillo, -y fuma con impaciente y nervioso afán, puestos -los ojos y el corazón en el dulce misterio de aquella hermosa -mujer...</p> - -<p>El tren correo salió de La Coruña a las nueve de la -noche; aunque estas señoras procedan de la capital, -¿cómo a las diez y media se han rendido ya tan profundamente -a la pesadumbre del sueño? Parece que vinieran -de lejanos países, acosadas por la fatiga de muchas -horas de insomnio... ¿Viajan las dos juntas?... ¿Las reune -el acaso?... ¿Adónde van?... ¿Quiénes son?...</p> - -<p>—Madre e hija—sospecha el curioso, pensando que -una moza tan gentil no anda bien sola por el mundo. Y -saborea, con refinamiento exquisito, la emoción de -hallarse de repente, en un recodo de su inquieto peregrinaje, -al lado de una bella desconocida que, en la placidez -de la más absoluta confianza, rueda con él por un -camino oscuro.</p> - -<p>El peso voluptuoso de esta meditación inclina otra -vez al viajero hacia la joven.</p> - -<p>—¿Soltera?... ¿Casada?...—murmura interiormente—. -Soltera—concluye, adivinando en las facciones suaves -la pureza de la virginidad bajo la gracia de la primera -juventud—. ¡Si parece una niña!...</p> - -<p>La contemplación se hace tan próxima, tan impulsiva -y profunda; brilla en los claros ojos varoniles un deseo -de hurto, tan voraz, que la dama <i>lo siente</i>, mortificador, -al través del sueño; suspira, se impacienta, parece que -lucha con la imposibilidad de despertarse, y en voz -chita, con enojo y con mimo, protesta:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_8" id="Page_8">[8]</a></span></p> - -<p>—¡Vaya!...</p> - -<p>Iníciase a lo largo del confortable chal una rápida agitación, -y, al punto, la tan sutilmente importunada vuelve -a quedar en serena actitud. De su lindo rostro se ha -borrado la repentina mueca infantil que lo alteró un instante, -y la sonrisa florece ahora más clara, más dulce, -mientras el atrevido admirador, replegado en su asiento -con mesura, oye confusamente la voz de la conciencia -hidalga, reprobadora de apetitos locos, y aun el aviso -discreto de aquel adagio que dice:</p> - -<p class="pp7 p1"><i>Un beso por sorpresa,</i></p> -<p class="pp6"><i>es una tontería del que besa.</i></p> - -<p class="p1">Pero estos estímulos saludables de la prudencia y la -honestidad no penetran mucho en el ánimo del viajero, -absorto en otras imprevistas revelaciones.</p> - -<p>La bella durmiente, al sacudir con disgusto su arrogante -cabeza en la almohada, ha dejado rodar sobre el -cuello, libre y redondo, una roja sarta de corales.</p> - -<p>Y la tercera inclinación de Rogelio Terán hacia el encanto -de aquella mujer, es lúgubre y angustiosa: el hilo -encarnado se aparece de pronto en la dulzura morena -de la piel como borde sangriento de una herida; el semblante, -al cambiar de postura, resalta más pálido, en escorzo -bajo la macilenta luz, con la aureola de cabellos -brunos en rebelde y hermosísimo desorden. Ha -cambiado así tan de súbito el aspecto de la viajera, -que el asombrado mozo apenas la reconoce: tiene ahora -una belleza trágica, el desolado rostro de una víctima; -parece que la circuyen sombras de fatal predestinación.</p> - -<p>De nuevo, muy de cerca, mas con respeto y solicitud, -los zarcos ojos miopes atisban el femenino perfil y sólo -entonces aquella respiración suave, aquella sonrisa difusa, -devuelven al caballero la tranquilidad.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_9" id="Page_9">[9]</a></span></p> - -<p>A este punto una nota blanca ha roto las sombras en -el ángulo donde la viajera apoya los pies, y el artista, -triunfante en el abierto campo de sus exploraciones, -distingue una media inmaculada, ceñida a un alto empeine -en el escote del zapato de oreja, bordado y elegante, -nuevos motivos de asombro y cavilación: aquel -collar, aquel zapato, ¿pertenecen a una bailarina que -viaja en traje de luces, o a una señora vestida de aldeana -por capricho y con lujo?</p> - -<p>La primera suposición parece más verosímil: quizá -bajo la estameña oscura del abrigo, un relámpago de -falsa pedrería serpea entre livianos tules en torno a la -farandulera errante. De todas suertes, aquella mujer no -es, de seguro, una campesina auténtica viajando con el -vestido regional de Galicia. Cierto perfume señoril que -de la ropa trasciende, la finura del semblante, el pie lindo -y curvado, la garganta mórbida y dócil, sugieren la -idea de una más noble calidad.</p> - -<p>Feliz el caballero con esta certidumbre, se decide a -proteger, solícito, el confiado reposo de la dama. Y mirándola, -en tan profundo sosiego, recuerda haber leído, -no sabe dónde, que sólo en la pujante mocedad se duerme -así, con absoluto abandono, con dulzura y pesadez, -y que a este primer descanso antes de las doce de la -noche, por lo mucho que repara y embellece, lo designó -cierta famosa actriz con la frase de <i>el sueño de la hermosura</i>.</p> - -<p>Despiertas con esta membranza las más sutiles curiosidades -del artista, muerden la sombra queriendo descubrir -cómo la gracia de aquel beleño reparador presta a -los músculos sedante laxitud, y, con una pincelada invisible, -extiende sobre el reposo de las facciones toda la -infinita serenidad de la belleza.</p> - -<p>—<i>¡El sueño de la hermosura!</i>—corrobora el viajero, -sumido en la poética sugestión de la frase cuando, de -pronto, sobrevienen el taque brusco de una portezuela,<span class="pagenum"><a name="Page_10" id="Page_10">[10]</a></span> -el uniforme del revisor y unas palabras requeridoras, -con barruntos de cortesía:</p> - -<p>—Buenas noches... ¿los billetes?...</p> - -<p>Rogelio busca el suyo sin apartar los ojos del frontero -sofá, y mira atónito cómo la manta encubridora, estremecida -por un tardo movimiento, se yergue, resbala y -descubre un peregrino traje de mujer, bajo cuyo jubón -de seda negra se solivia un gallardo busto, mientras una -voz insegura, blanca y musical, prorrumpe:</p> - -<p>—¡Abuela, los billetes!...</p> - -<p>Y el brazo primoroso de la joven se tiende hacia la -dama oculta en el rincón, la mueve, la despierta con -mimo y la ayuda a desembarazarse de ropas y envoltorios.</p> - -<p>Surgen de ellos una cara senil y una mano rugosa; -taladra el revisor los cartoncillos, y se despide con otro -portazo.</p> - -<p>Los tres viajeros se miran de hito en hito, con vago -asombro de las dos señoras e interés creciente por parte -de Terán, que se lanza a la cumbre de las más arduas -imaginaciones ante aquellas dos mujeres tan distintas, -ataviadas de igual manera exótica, unidas por cercano -parentesco, tal vez precipitadas por la suerte en idéntico -destino... Y, sin embargo, representan dos castas, dos -épocas, dos civilizaciones. En un momento, la perspicaz -observación del novelista sorprende, separa y define: la -abuela es una tosca mujer del campo, una esclava del -terruño; tiene el ademán sumiso y torpe, la expresión -estólida, y en la tostada piel surcos y huellas de trabajo -y dolor; diríase que la traen cautiva, que unos grillos -feudales la oprimen y torturan, que viene del pasado, de -la edad de las ciegas servidumbres, en tanto que la -moza, linda y elegante, acusa independencia y señorío: -todo su porte bizarro lleva el distintivo moderno de la -gracia a la cultura. En esta niña el traje campesino parece -un disfraz caprichoso, mientras en la anciana tiene<span class="pagenum"><a name="Page_11" id="Page_11">[11]</a></span> -un aire de rudeza y humildad, como librea de esclavitud.</p> - -<p>Al discernir de una sola ojeada estas dos existencias, -la percepción delicada y pronta del artista advierte que -aquellos ojos, súbitamente abiertos ante él, le están mirando -sin verle. Porque la vieja parece azorada, distraída -en el confín de un pensamiento remoto, del cual extrae -alguna razón muy turbia y difícil; mientras que en las -pupilas de la joven no ha despertado el alma todavía. Y -una rara inquietud acosa al mozo, aguardando que torne -aquel espíritu ausente; que luzca y se agite; que diga su -linaje; que descubra algún florido secreto del mundo interior -donde se nutre y sueña. Crece tanto el ansia con -que Rogelio invoca a la dormida esencia de aquel sér, -que al fin acude y se despierta y mira desde los ojos -flavos de la dama, sin comprender las razones de tan extraña -sugestión.</p> - -<p>—Duerme, duerme otro rato—murmura la vieja, viendo -a la muchacha revolverse perezosa con los dedos -entre los desmandados bucles.</p> - -<p>—Sí; tengo mucho sueño... tengo frío...</p> - -<p>—Te arroparé con la frisa.</p> - -<p>Y la abuela, con gran solicitud, mueve las manos rudas -para abrigar a la joven, otra vez acostada en el sofá.</p> - -<p>Cruza la niña sus pestañas dobles, suspira y se aquieta, -alzando el vuelo de la manta a la altura del rostro, -como para recatarlo a las voraces miradas del viajero: el -alma dormida no llegó a despertarse con toda lucidez -en las pupilas soñolientas; si se asomó un momento, requerida -por el audaz reclamo de otro espíritu, cayó otra -vez desde la linde misteriosa en la región del sueño, en -el profundo <i>sueño de la hermosura</i>.</p> - -<p class="p2">Así crece la noche, majestuosa y sombría. Rogelio -Terán, acosado por un enjambre de pensamientos, atisba -el paisaje tras los vidrios empañecidos por la escarcha:<span class="pagenum"><a name="Page_12" id="Page_12">[12]</a></span> -huyen los árboles y los montes, los abismos y las cumbres, -como un galope de tinieblas en los flancos de la -vía; tiemblan con agudo fulgor las estrellas lejanas en un -cielo inclemente, crudo y glacial.</p> - -<p>Evoca el viajero las veces que se ha sentido, como en -este instante, impresionado por la belleza de una mujer. -Y revolviendo las memorias de su vida, halla en el fondo -de cada galante recuerdo una lástima tierna y aguda, -una ardiente conmiseración hacia todas las bellas por él -adoradas un minuto, unas horas quizá, desde una ventanilla -transitoria, en la blandura de un carruaje, en la cubierta -de un buque, al compás de una danza, a los acordes -místicos de un órgano... ¡En tantas ocasiones era posible -amar a una mujer!</p> - -<p>Las amó a todas con alma de poeta y persiguió en -cada una la sombra de un misterio, el halo de un sacrificio, -la huella de una pesadumbre. Hijo de una desventurada, -a quien vió llorar mucho y morir sonriendo en -plena juventud, padecía la obsesión de los dolores femeninos, -como si en su sangre latiera siempre el temblor -de aquellas lágrimas queridas. Muy sensible por esto, -muy humano, ardía en amores vertidos con suavidad -infinita sobre las criaturas y las cosas bellas y humildes; -creyendo vislumbrar un arcano de tristeza detrás de -cada hermosura de mujer, sentíase atacado de melancolía -al encuentro de una hermosa.</p> - -<p>Jugaba al amor con timidez, en aventuras fugaces, buscando -y huyendo con sagrados terrores la grande y definitiva -pasión de la juventud, la raíz de la vida, recia y -profunda, enhestada desde la tierra al cielo como una -llama, como un grito, como una corona. Quería vivir a -flor de pasiones, amándolo todo con el ímpetu de muchas -piedades, cifradas en el recuerdo de aquella sonrisa -maternal que maduró con el reposo codiciado de la -muerte, pero sin esclavizarse a los latidos de un solo corazón, -porque amar al mundo entero era ya un triunfo<span class="pagenum"><a name="Page_13" id="Page_13">[13]</a></span> -hermoso del sentimiento y de la bondad, y lanzarse al -abismo del amor único, al paso de una mujer, era enroscar -el alma a la tremenda raiz, que lo mismo puede erguirse -al cielo como una corona victoriosa, que como un -grito lacerante, como una llama fatal.</p> - -<p>Y este pavor augusto a la orilla de las grandes pasiones -no carecía de egoísmo y de pereza. Como un <i>dilettante</i> -del amor, pretendía Terán embellecer su existencia -con rasgos de Quijote, al estilo moderno, sin lastimarse -las manos señoriles, sin descomponer la gallarda -postura ni encadenar el voluble corazón. Hidalguía y curiosidad, -émulas en el carácter veleidoso de este hombre, -se disputaban la victoria de los sentidos bajo la -guarda prudente de una equilibrada naturaleza y al través -de un temperamento de artista y de epicúreo. En -tan complejo bagaje sentimental no había una sola nota -de bellaquería ejercitada ni de daño propio; pero sí muchos -versos ungidos de ternura al margen de cada amor: -de donde se infiere que el poeta andariego era más hidalgo -que curioso, más compasivo que sensual y más artista -que mundano, aunque tuviera mucha sed de novedades, -sensaciones y aventuras...</p> - -<p>Mientras avanza el ferrocarril al través de la noche, en -pleno interlunio, Rogelio Terán agita en la memoria el -poso romántico de sus añoranzas, y vuelve con frecuencia -los ojos hacia la mocita dormilona, que, inmóvil, trasunta -la estatuaria rigidez de un velado cadáver.</p> - -<p>Supone el viajero que no ha dejado de contemplar -aquel perfil inerte, cuando se despierta y mira el reloj. -Son las tres de la mañana y el tren se ha detenido ante -un letrero que dice: «San Clodio». Aquí el artista se incorpora, -sacude el cansancio un minuto, y en pie detrás -de la portezuela, saluda con reverente pensamiento al -peregrino autor de las <i>Sonatas</i>, al poeta de <i>Flor de santidad</i>, -cuya musa galante y campesina trovó en estas silvestres -espesuras páginas deleitosas.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_14" id="Page_14">[14]</a></span></p> - -<p>Y cuando el tren arranca, jadeante y sonoro, Terán, -invadido de sueño, da una vuelta en los almohadones -con el fastidio de hallarse mal a gusto: guarda los lentes, -se encasqueta la gorra, y refugiado en un rincón procura -olvidar a su vecina para dormirse, en tanto que la vieja -ha vuelto a desaparecer bajo la nube de sus tocas.</p> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-014.jpg" width="300" height="256" - alt="" - title="" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_15" id="Page_15">[15]</a></span></p> - -<div class="chapter"> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-015.jpg" width="400" height="156" - alt="" - title="" /> -</div> - -<h2>II<br /><br /> -<span class="pch">MARIFLOR</span></h2> - -<div> - <img class="dc1" src="images/dy.jpg" width="200" height="201" alt=""/> -</div> -<p class="dc13">YA la sombra se repliega a los rincones -del recinto, y se levanta -sobre el paisaje la peregrina claridad -del amanecer, cuando Rogelio -siente una aguda atracción -que le estimula y aturde, entre -despierto y dormido, llamándole -con fuerza a la realidad desde el -confín ignoto de los sueños. Se -endereza al punto, corrige su descuidada actitud, y clava -la ondulante memoria en el sofá de enfrente, murmurando -con vivo azoramiento:</p> - -<p>—Buenos días.</p> - -<p>Responde la dama al saludo matinal, y luego, pensativa, -se pregunta dónde ha oído una voz como aquélla; -cuándo viajó, como ahora, con un mozo rubio, de ojos -azules, fino y elegante, que la miraba mucho:—Nunca—se -dice interiormente—; ¡lo he soñado!...</p> - -<p>Al recordar que se despertó un momento antes, enfrente<span class="pagenum"><a name="Page_16" id="Page_16">[16]</a></span> -de aquel hombre dormido, vacila entre la idea -remota de haberle visto llegar o de haber soñado que -llegaba. Una rara inquietud la sobrecoge: toda la púrpura -de la sangre se agolpa bajo la tersa piel de sus mejillas; -vuelve los fugitivos ojos hacia la abuela, que aún -duerme, y después, para disimular la turbación, trata de -bajar uno de los cristales del coche.</p> - -<p>Le ayuda Terán, inmediatamente, pesaroso de haberse -abandonado en postura tal vez ridícula delante de la -hermosa. Ella finge mucho interés por el indeciso horizonte -que clarea en la curva lejana de las nubes con soñolienta -luz. Y él, entretanto, examina afanoso aquel -traje, peculiar de un país que no conoce, aquella figura -juvenil donde reposa la belleza como en ánfora insigne.</p> - -<p>Lleva la niña el clásico manteo, usual en varias regiones -españolas: falda de negro paño con orla recamada, -abierta por detrás sobre un refajo rojo, y encima del jubón -un dengue oscuro guarnecido de terciopelo; delantal -de raso con adornos sutiles, gayas flores, aves, aplicaciones -pintorescas y dos cintas bordadas de letreros -con borlas en las puntas; y al busto, bajo la sarta de corales, -un gualdo pañuelo de seda, ornado también de -primorosos dibujos.</p> - -<p>Sobre aquel extraordinario golpe de telas joyantes y -placenteros matices, se alzaron para delicia de Terán dos -manos lindas, azoradas como palomas: querían componer -unos rizos, mudar unos alfileres, hurtar la sién a la -intrusión huraña de los cabellos sublevados en los azares -de la noche; mas no lograron ninguno de estos propósitos, -y estremecidas de frío, trataron de cerrar otra vez la -vidriera. Interviene de nuevo Terán con galante premura, -y después de algunas frases de agrado y cortesía, los -dos mozos se quedan frente a frente, sentados y amigos, -sonriendo con la franca expresión propia de su vecindad -y su juventud; ella, más propicia a responder que a preguntar, -dice que marcha a Astorga con la abuela para<span class="pagenum"><a name="Page_17" id="Page_17">[17]</a></span> -vivir en el campo hasta que regrese su padre, el cual -viaja con rumbo a la Argentina.</p> - -<p>¿Que si es maragata? Sí: nació allá abajo, en Valdecruces, -silencioso rincón de Maragatería, pero no conoce -el país; muy pequeña, la llevaron a La Coruña y nunca -volvió al pueblo natal, porque a su madre le gustaba -poco. Su madre era costanera, de una playa de Galicia, -Bayona, el vergel más hermoso del mundo... Y la viajera -dilata la expresión infantil de sus ojos garzos, con las -plácidas señales de un recuerdo que huye...</p> - -<p>—Desde que mi madre murió—murmura—tampoco -he vuelto allá. Todo me ha sido adverso desde entonces—añade—: -con ella se me fué la alegría, la fortuna y -hasta el mar y la tierra que yo quiero; hasta el traje y el -nombre que yo tuve...</p> - -<p>—¡Cómo!... ¿De verdad?—inquiere el poeta, subyugado -por la voz herida que suena a cristal roto y que se -apaga en el estrépito del tren.</p> - -<p>—De verdad: mi padre perdió sus intereses en menos -de un año, después de vivir muchos con holgura, y se -embarca pobre, soñando ganar dinero para mí, enviándome -lejos de mi costa, de mis campiñas, de mis placeres...</p> - -<p>—¿Y de un amor?—pregunta osado el mozo.</p> - -<p>—De todos los amores—dice ella con negligente sonrisa—. -Luego contesta, amable, a muchas cosas que su -interlocutor quiere averiguar:</p> - -<p>Sí; ha cambiado de nombre. Se llamaba Florinda, pero -la abuela dice que en tierra de maragatos los nombres -«finos» no se usan; que allí suelen llamar a las mujeres -«Marijuana», «Maripepa», «Marirrosa», y que deben -nombrarla <i>Mariflor</i>.</p> - -<p>—¡Delicioso!—interrumpe Terán.</p> - -<p>Lleva Florinda sus arreos de maragata, porque el traje -de la región es allí sagrado como un rito, pero no sufrirá -la vida de los labradores en toda su rudeza: ¡le han -dicho que es tan triste! El animoso emigrante ha podido<span class="pagenum"><a name="Page_18" id="Page_18">[18]</a></span> -librarla de aquel atroz cautiverio hasta que logre llevársela -consigo o asegurarle definitivamente la independencia.</p> - -<p>—Mediante una boda—insinúa Terán con vaga pesadumbre, -entre celoso y compadecido, sin advertir que -quiere penetrar muy de prisa en las intimidades de la -joven.</p> - -<p>Ella no da importancia a la pregunta, y responde con -sinceridad:</p> - -<p>—Tal vez casándome sería muy feliz como mi madre, -que vivió libre, alegre y mimada; pero como el padre -mío hay pocos hombres...</p> - -<p>Quédase Florinda meditabunda, adormilados los ojos -entre las pestañas, triste soñadora del inseguro porvenir.</p> - -<p>Terán la contempla conmovido ante la dulce ingenuidad -que no se recela ni ofende en aquel interrogatorio -de todo punto inesperado: allí están las íntimas -confidencias que él acució unas horas antes, ambicioso -y febril, en las bellas pupilas asombradas de sueño; parece -que bajo el cutis delicado de la viajera se ven pasar -las emociones, se sienten los latidos cordiales de -aquella vida, se oye el compás armonioso de aquel espíritu, -como si toda <i>Mariflor</i> se convirtiera en alma de -cristal que vibrase en una voz apacible y se derramara -en una sonrisa tenue.</p> - -<p>El foco de compasiones que arde en el corazón del -poeta, sube de improviso hasta los audaces pensamientos, -inundando de misericordia la conciencia varonil. Y -Terán presiente, condolecido, la desventura de aquella -mujer que desde la vida muelle y dulce de la ribera mimosa, -se ve empujada, inocente y pobre, al más duro y -yermo solar del páramo legionense, a la tierra mísera y -adusta que él recuerda haber cruzado en rápida correría -a los montes del Teleno, y de cuya fosca imagen -guarda una trágica impresión.</p> - -<p>Fué al iniciarse la primavera, como ahora. Varios socios<span class="pagenum"><a name="Page_19" id="Page_19">[19]</a></span> -del Club Alpino español cruzaron la región maragata -al firme y lento paso de las caballerías del país, -como perdidas sombras de mundano regocijo, fuyentes -por azar en las yermas soledades de la vida: eran mozos -festeros, exploradores felices de las sierras bravas, jamás -cautivos en una llanura tan triste y tan inútil, sembrada -de pueblos estancados y ruines; llanura esquiva, -donde la sangre de la tierra castellana, las frescas amapolas, -corre con estéril pesadumbre, como flujo de entrañas -infecundas. Una mordaza de melancolía hizo enmudecer -a los viajeros desde el puente romano del Gerga, -a la salida de Astorga, hasta Boisán, donde la Naturaleza -se embravece y se engalana con raros alardes de -hermosura para subir al Teleno: tomando la «senda de -los peregrinos», Murias de Rechivaldo, Castrillo de los -Polvazares y otras poblaciones de nombre sonoro y -muerta fisonomía, se aparecieron en el páramo como esfinges, -al través de los medioevales caminos de herradura; -y en el trágico umbral de estos pueblos mudos, se -erguía, como un símbolo de abandono y desolación, la -figura dolorosa de la maragata en brava intimidad con -el trabajo, luchando estoica y ruda contra la invalidez -miserable de la tierra...</p> - -<p>Al fogonazo de aquel recuerdo, Rogelio Terán reconoce -el traje y el tipo de la anciana que duerme; es la -misma mujer empedernida y triste, vieja y sacrificada, -que el mozo sorprendió firme en el suelo como heráldico -atributo de esclavitud, en las torvas llanuras de Maragatería. -Pero la muchacha que al otro extremo del -coche medita y sonríe, parece separada de la abuela por -siglos de generosidad y de dulzura: en el cuerpo y en el -alma de esta niña gentil, ha posado el amor un indulto -con todo su cortejo de blandas piedades.</p> - -<p>Prende el artista otra vez su atención en la moza, y -para disimular un tumulto loco de reflexiones, por decir -algo, dice:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_20" id="Page_20">[20]</a></span></p> - -<p>—¡Es precioso el vestido de usted!...</p> - -<p>—Llevo el de las fiestas—responde Florinda, que sacude -con mucha gracia la flocadura espesa del pañuelo—; -lo encargó mi padre para que yo me hiciese un retrato, -y la abuela me lo mandó poner ahora, porque así -dice que no pareceré en el pueblo una extraña... Tendré -que hacerme otro más humilde para todos los días... -Con lo que no transijo es en llevar en la cabeza un pañuelo -como la abuelita, ¿lo ha visto usted?</p> - -<p>—Yo sólo quiero ver los espléndidos cabellos de mi -amiga <i>Mariflor</i>... ¿<i>Mariflor</i>, qué?</p> - -<p>—Salvadores. En Valdecruces casi todas las familias -se apellidan así.</p> - -<p>—Serán todos parientes.</p> - -<p>—Sí; se casan unos con otros, por lo general.</p> - -<p>—A usted ya le tendrán destinado algún primito.</p> - -<p>—Eso dicen.</p> - -<p>—¿Y se llama...?—insinúa incómodo Terán.</p> - -<p>—Antonio Salvadores. Pero...</p> - -<p>Este <i>pero</i>, largo y sonriente, acompañado de un delicioso -mohín, desarruga el entrecejo del poeta.</p> - -<p>—Pero, ¿qué?—interroga apremiante.</p> - -<p>—Que sólo nos conocemos por fotografía.</p> - -<p>—¿Y por cartas?</p> - -<p>—¡Quiá!... Los novios maragatos no se escriben.</p> - -<p>—¿De manera que son ustedes novios, ya de hecho?</p> - -<p>—A estilo del país. El padre de Antonio y el mío eran -hermanos y deseaban esa boda, pero me dejan en libertad -de decidirla yo. Y si el mozo no me gusta...</p> - -<p>—¿Qué tipo tiene?</p> - -<p>—Por el retrato y las noticias que me dan, es grande, -moreno, colorado...</p> - -<p>—¡No se parece a mí!—interrumpe Terán con ingenua -lamentación.</p> - -<p>—¿Por qué había de parecerse?—pregunta la muchacha—. -Y su risa, que finge asombro, tiene un matiz muy<span class="pagenum"><a name="Page_21" id="Page_21">[21]</a></span> -femenino de curiosidad. Después, en tono de confidencia, -recelando del sueño de la anciana, añade:</p> - -<p>—Mi primo tiene una tienda de comestibles en -Valladolid; este año irá a Valdecruces para la fiesta -sacramental, y yo aguardo a conocerle para decir -«que no simpatizamos», y quedar libre de ese compromiso...</p> - -<p>—¡Si usted ha dado ya su consentimiento!...—se duele -el joven.</p> - -<p>—¡Qué había yo de dar, criatura!—prorrumpe con -mucho desenfado la mocita. Luego, baja la voz, y el caballero -tiene que inclinar el oído hacia la boca dulce -que secretea:</p> - -<p>—En Maragatería, sin contar para nada con los novios, -se apalabran las bodas entre los más próximos parientes -de los interesados. Pero, aunque raras, hay algunas -excepciones en esta costumbre; mi padre se enamoró en -la costa y fué muy feliz con una costanera... Por eso no -me impone a mi primo y sólo me ha suplicado que le -trate antes de adquirir otras relaciones.</p> - -<p>—¿Y si a usted le gustara?—inquiere todavía el viajero, -sin disimular su interés.</p> - -<p>Pero <i>Mariflor</i>, dictadora desde la señoría de su belleza, -deja dormir en los ojos la mirada, y murmura:</p> - -<p>—¡No es mi ideal un comerciante!...</p> - -<p>Muy respetuoso ante el secreto ideal de aquella niña -encantadora, averigua el poeta con cierta inquietud:</p> - -<p>—¿Qué profesión prefiere usted en un hombre?</p> - -<p>Ella retira con ambas manos los tenebrosos cabellos -de su frente, y contesta devota:</p> - -<p>—La de marino.</p> - -<p>Parece que detrás de esta confesión ha volado muy -lejos el alma de Florinda a perseguir por remotos mares -la silueta romántica de algún velero audaz: tal es la actitud -de arrobo a que la muchacha se abandona. Mas -vuelve al punto de aquella ausencia repentina y une dos<span class="pagenum"><a name="Page_22" id="Page_22">[22]</a></span> -cabos sutiles de una ilusión, muy tenue, en esta pregunta, -que la hace enrojecer:</p> - -<p>—¿Ha seguido usted alguna carrera?</p> - -<p>Suelto el corazón delante de aquellos inefables rubores, -Terán dice:</p> - -<p>—Las he seguido todas y ninguna, porque soy poeta, -soy novelista: forjo criaturas y sentimientos, vidas y profesiones; -creo almas, caminos, mares y tierras, mundos y -cielos, astros y nubes. Bajo la exaltación de mi pluma -surgen dóciles y palpitantes los seres y las cosas, lo pasado -y lo por venir, lo perecedero y lo infinito; el bien, -el mal, la gracia, el arte, la virtud, el dolor...</p> - -<p>Aquel torrente de elocuencia lírica se detiene en un -extraño grito que <i>Mariflor</i> exhala: escuchando estaba -el discurso, con los ojos humedecidos y febriles, subyugada -por la vehemencia de aquellas frases ardientes, -cuando, de pronto, un puyazo de luz le dió en la cara y -un tumbo del corazón la obligó a levantarse con el -asombro en la boca y en las pupilas el éxtasis, ante el -colosal espectáculo que se ofrecía a sus ojos en la llanura. -Alzóse también el poeta, vuelto con prontitud hacia -donde la niña señalaba, y entrambos, mudos, atónitos, -sintieron en el pecho el golpe de una misma y formidable -emoción.</p> - -<p>Había ya el tren salvado el espantoso despeñadero -que divide las tierras galaicas y legionenses, el cauce lúgubre -y sonoro del aurífero río, las hoscas breñas fronterizas, -los puentes y los túneles de la Barosa y Paradela; -corría el convoy con fuerte resoplido por la ancha -cuenca del Sil, oculta en el fondo de un mar de vapores, -fantástico mar de cuajadas neblinas, donde se embotaban -los rayos del naciente sol. Pugnaba éste por -herir y romper las apretadas ondas de la niebla; resistía -la niebla los ímpetus del encendido rey, ahogando entre -impalpables copos los saetazos de su luz... Súbitamente -se alzó el astro rútilo, irguió la frente sobre el cuajado<span class="pagenum"><a name="Page_23" id="Page_23">[23]</a></span> -mar y lanzó por encima de sus ondas una triunfante llamarada; -vino entonces un oportuno y vigoroso cierzo -que agitó las nieblas en raudo torbellino, las desgarró en -jirones, las arrastró con furia, bajo la gloria del sol, lo -mismo que un oleaje de sutiles aguas y espumosas crenchas, -entre nimbos de púrpura y de oro, quiméricos y -extraños como una aurora boreal. Pero, al caer un punto -el aire, subió la niebla solapadamente; subió dejando perezosos -vellones en las praderas del Sil; hubo un momento -en que, a ras del tren, que dominaba unas alturas, -logró alcanzar la niebla al disco soberano y sofocar -su lumbre; pero los haces del incendio solar, cada vez -más agudos y potentes, se cruzaron veloces por la tierra -y por el cielo, hasta coger entre dos llamas al flotante -enemigo, el cual, acorralado, flexible, retorciéndose -como el convulso brazo de un herido titán, fingió partir -el sol en dos mitades, en dos hemisferios resplandecientes. -Fué un espectáculo de hermosa y terrible grandeza, -una visión sideral, un alborecer de los primeros días de -la creación: diríase que dos soles gemelos, dos ígneos -meteoros, dos astros rivales ardían entre el cielo y la -tierra, prestos a chocar y convertir el mundo en un -caos de lumbres y vapores. Duró sólo un instante, un -breve y peregrino instante; pues todo el denso jirón de -la vencida niebla, perseguido, acosado, ya en el cielo, ya -en el monte, sobre las aguas y las frondas, se evaporó, -copo tras copo, pulverizado y sorbido por el viento y -por el sol.</p> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-023.jpg" width="400" height="175" - alt="" - title="" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_24" id="Page_24">[24]</a></span></p> -<p> </p> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_25" id="Page_25">[25]</a></span></p> - -<div class="chapter"> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-025.jpg" width="400" height="145" - alt="" - title="" /> -</div> - -<h2>III<br /><br /> -<span class="pch">DOS CAMINOS</span></h2> - -<div> - <img class="dc1" src="images/ds.jpg" width="200" height="198" alt=""/> -</div> -<p class="dc13">SOBRECOGIDOS por aquel suceso tan -extraordinario, y a la vez tan -natural, volvieron el poeta y la -niña a entrelazar la mirada y las -confidencias; pero entrambos -sentían arder en sus ojos y en -sus frases la llama divina del -monstruoso incendio amaneciente, -como si con la tierra y el -cielo se hubiesen inflamado también los corazones.</p> - -<p>Rogelio Terán al sentarse ahora, había ocupado un sitio -al lado de Florinda, y se inclinaba muy afanoso, derramando -la efusión de su verbo en el absorto oído de la -moza. Ella, un poco alarmada, tendió la vista alrededor -del coche, lleno de sol dorado y frío, y se encontró con -los ojos de la abuela, que, destocada en parte, inmóvil y -triste, no parecía sentir curiosidad ninguna por la insuperable -pompa de la mañana ni por la galante actitud -del caballero intruso.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_26" id="Page_26">[26]</a></span></p> - -<p>Siguiendo Terán el camino a la sonrisa de la joven, -hallóse también con la anciana despierta, y trató a su -vez de sonreirla. Mas se quedó el intento extraviado en -aquel semblante impasible, todo arado de arrugas, turbio -y doloroso como el crepúsculo de una raza.</p> - -<p>Intervino graciosa <i>Mariflor</i> entre la buena voluntad -del artista y el entorpecimiento de la vieja, explicando -con mucho donaire:</p> - -<p>—Abuela: este caballero ya es amigo mío; ha viajado -con nosotras toda la noche...</p> - -<p>Pero la maragata no entendió aquellas razones elocuentes -o no la convencieron, porque después de un -murmullo, entre palabra y suspiro, permaneció muda y -pasiva, como si se le importase un ardite del amigo viajero. -El cual preguntó callandito a la muchacha:</p> - -<p>—¿Está sorda?</p> - -<p>—Está triste—murmuró ella por toda explicación, -temblando igual que si la hubiera estremecido el roce de -unas alas sombrías.</p> - -<p>El rubio sol, que sin calentar iluminaba el coche, hizo -relucir en los ojos melados de la viajera dos lágrimas fugaces. -Y pasó tan lúgubre el silencio de aquel minuto -sobre la voz quejosa, que la marcha del tren, recia y veloz, -parecía una fuga trágica en la desolación del llano.</p> - -<p>Rogelio Terán, cada vez más encendido en la admiración -que Florinda le inspiraba, quiso probar la dulzura -de su ingenio en el propósito de amistarse con la vieja y -merecer la solicitud de la moza.</p> - -<p>Ya la curiosidad del viajero estaba servida: mediante -la franca elocuencia de <i>Mariflor</i>, y auxiliado por la clave -del sentimiento que los poetas conocen, había leído -en aquellas dos almas, arredrada y hermética la una, -abierta la otra y confidente en toda la plenitud de la esperanza -y de las ilusiones. Y con el deseo generoso de -pagar en hidalga moneda aquella sorprendida revelación, -inclinóse de nuevo el artista, devoto y vehemente<span class="pagenum"><a name="Page_27" id="Page_27">[27]</a></span> -hacia la niña maragata, y le dijo su historia, sus anhelos, -sus peregrinaciones y aventuras: habló con urgencia, con -inquietud, mirando a menudo el reloj, consultando con -avidez los contornos del camino, avaro del momento fugaz -que ya no volvería sintiendo que se apresuraba, en -cada ciego avance del convoy, la hora oscura de separarse -de aquella vida nueva y rara, llena de sugestión para -el poeta.</p> - -<p>Escuchó <i>Mariflor</i> el fogoso relato crédula y maravillada, -con los ojos vendados de fe y acelerado el corazón -por la sorpresa: aquel señor rubio y fino, tan amable -y tan elocuente, que sabía mirar con una fuerza irresistible -y extraña hasta el fondo de los pensamientos; que -elaboraba libros y periódicos; que conocía del mar y de -la tierra sirtes y derroteros, borrascas y rumbos, placeres -y dolores, quería ser amigo de <i>Mariflor</i>; quería escribirle -muchas cartas, hacer para ella muchos versos, ir a -Valdecruces... ¡Válgame Dios, las cosas que la niña estaba -oyendo y contestando sin saber cómo!</p> - -<p>En el apacible rincón del coche había estallado una -nube de promesas y de ruegos, una lluvia de confesiones -y de propósitos: la fuente de la emoción había roto cálida -y borbollante en el florido campo de dos almas juveniles, -y el murmullo de las espumas sonaba a la vez con -lastimosas querellas de elegía y alegres modulaciones de -epitalamio.</p> - -<p>En medio de aquella ardiente prisa por saber y por -contar; en aquel arrebato confuso de sentimientos y de -palabras, alzóse de improviso la figura torpe de la abuela, -preguntando con timidez a <i>Mariflor</i>:</p> - -<p>—¿Tienes hambre?</p> - -<p>—¿Hambre?...</p> - -<p>La muchacha tardó en traducir a la realidad este «sustantivo -común» que había sacudido el letargo de la anciana, -y al cabo de una sonrisa y de un esfuerzo, contestó -ruborosa:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_28" id="Page_28">[28]</a></span></p> - -<p>—No, abuela.</p> - -<p>Pero la maragata dijo—no sin algunas dificultades, cohibida -por la presencia del caballero—que «era mejor» -desayunar antes de la llegada a Astorga, para emprender -desde allí, en seguida, el camino a Valdecruces.</p> - -<p>—¿Es muy largo?—interrogó el poeta, ganoso de trabar -conversación con la anciana. Ella, indiferente al interés -del desconocido, tanteaba su bagaje en busca de -alguna cosa. Y respondió Florinda, turbada otra vez por -la visión del misterioso porvenir:</p> - -<p>—Es muy largo... Al paso de los mulos, llegaremos a -la puesta del sol.</p> - -<p>Aquel tono doliente sugirió al artista, con lástima -desgarradora, la imagen de una pobre caravana discurriendo -con lentitud en la soledad gris del páramo...</p> - -<p>Ya la silenciosa abuelita había rescatado, al través de -envoltorios y atadijos, unas viandas, que ofreció con -finura y cortedad al caballero; y él, entonces se levantó -con mucha diligencia a buscar en su equipaje otros regalos: -eran cosas delicadas, exquisitos fiambres en muy -parcas raciones, dulces envueltos en rutilantes papeles, -y una botella cerrada a tornillo, de la cual vertió café en -un vaso, presentándoselo a la anciana:</p> - -<p>—Está caliente, abuelita; bebe un poco—dijo <i>Mariflor</i>.</p> - -<p>—¿Caliente?—repitió con asombro, mirando muy recelosa -el humo que exhalaba la confortable bebida—. Y -¿quién lo ha calentado?</p> - -<p>—Se conserva así en esa botella, que se llama termo; -¿no lo sabías?</p> - -<p>La maragata movió la cabeza con incredulidad, y -tomó el vasito en la mano lentamente.</p> - -<p>—Bembibre—leyó a este punto la muchacha, mientras -el tren se detenía.</p> - -<p>Y ambos jóvenes, olvidando a la abuela y al desayuno, -se asomaron a contemplar el frondoso vergel del Vierzo,<span class="pagenum"><a name="Page_29" id="Page_29">[29]</a></span> -plácido como un oasis, en el austero y noble solar de -León.</p> - -<p>—¡Bravo país de poesía y de leyenda, de amor y de -piedad!—exclamó el artista casi en soliloquio, desbocados -en su imaginación membranzas y pensamientos.</p> - -<p>—Yo he leído—murmuró Florinda, también evocadora—una -novela que sucede aquí.</p> - -<p>—<i>¿El señor de Bembibre?</i></p> - -<p>—Justamente. Es un libro muy hermoso y lastimero, -¿verdad?</p> - -<p>—¡No hay hermosura sin lástima!—repuso el mozo, -dolorido, contemplando a su amiga con beatitud.</p> - -<p>El tren, que hacía rato se engolfaba entre admirables -lindes, lanzóse otra vez a descubrir mieses y quebraduras, -vegas y bosques, maravillas de paisaje y de vegetación, -bajo el cielo cobalto, henchido de luz.</p> - -<p>Iba Florinda enlazando con sus propias emociones, -memorias tristes de la bella y desgraciada doña Beatriz -de Ossorio, y de su prometido, don Alvaro Yáñez, tan -sin ventura y sin consuelo como la que de amarle murió, -desposada y doncella, en una hora tardía de felicidad... -Huyen las márgenes sinuosas, los castaños y los nogales -vides y olivos, plantas y viveros del Mediodía que este -privilegiado rincón leonés acoge y fecunda delante de -las nieves perpetuas. Y a Florinda le parece escuchar -cómo galopa el corcel fogoso donde el señor de Bembibre -lleva en sus brazos a Beatriz, desmayada: las monjas, -los abades, los caballeros del Temple, los religiosos del -Cister, la enseña de la Cruz desplegada al viento en torres -y en almenas; todas las imágenes de pasión, de -bravura y de fe que han arraigado los historiadores y los -artistas en el eremítico país del Vierzo, derramaban su -romántico perfume en la imaginación vagabunda de la -viajera.</p> - -<p>El mismo aroma legendario y bravío sacudió los nervios -de Terán, mientras la corriente de su alma fluía en<span class="pagenum"><a name="Page_30" id="Page_30">[30]</a></span> -tumulto, loca y triste como la quejumbre del viento en -noche de tormenta. También el mozo sintió que en el -paisaje se idealizaba toda la fortaleza augusta de los -monasterios insignes y los castillos bizarros, de las mansiones -feudales y las abadías belicosas. Erectas las alas -de la fantasía, el poeta salva puentes y fosos; discurre -con peregrinos y frailes, con reinas penitentes y obispos -ermitaños; oye el clamor de las salmodias anacoretas y -de los señoríos en pugna, y asiste, en un minuto, al reflorecimiento -católico y viril de la región dominada por -el báculo monacal y las encomiendas de los Templarios...</p> - -<p>Así, al través de una tierra tan propicia al ensueño y -al amor, aquellas dos almas fervorosas, contagiadas de -lirismos y de ternuras, cayeron en la embriaguez de idénticas -evocaciones...</p> - -<p>Resbalándose bajo la velocidad del convoy, se deslizaba -el Vierzo empapado en bellezas y memorias, fugitivo -y rebelde como una ilusión; y la vieja maragata, -con el vaso en la mano todavía, contemplaba muy confusa -al compañero de viaje, después de apurar en furtivos -sorbos hasta la última gota de café. Una mezcla de -admiración y de recelo ponía en el apagado semblante -de la anciana, pálida vislumbre de curiosidad, mientras -que en sus labios temblones iniciábase humilde una -frase cortés.</p> - -<p>Y así estuvo, paciente, insinuando el ademán de volver -el vasito a manos de su dueño... El dueño y <i>Mariflor</i>, -cerrando con mutua mirada, dulce y honda, el paréntesis -de sus fantasías, hablaban en el foco de luz de -las vidrieras, ajenos ya al paisaje y al mundo extendido -fuera de sus corazones. En aquel momento la conversación -era trivial; tornaron a ella con azorante prisa, codiciosos -de los minutos que faltaban para que su camino -se dividiese en dos, pero sintiendo la necesidad de poner -un discreto disimulo ante sí mismos en el ardor de<span class="pagenum"><a name="Page_31" id="Page_31">[31]</a></span> -aquella simpatía tan nueva y tan ansiosa: por eso las palabras -no tenían el solo significado de su acepción, y -férvidas, vibrantes, teñíanse en matices y fulgores del -oculto sentimiento.</p> - -<p>—¿Le gustan a usted las novelas?—preguntaba Terán.</p> - -<p>—Las novelas y las historias; me gusta mucho leer.</p> - -<p>—Yo le mandaré libros.</p> - -<p>—¿Los que usted escribe?</p> - -<p>—Y otros mejores... ¿Cómo los prefiere?</p> - -<p>—De viajes y aventuras; me encanta que en los libros -sucedan muchas cosas: acciones de guerra, lances de -mar, procesos...</p> - -<p>—¿Y amoríos?</p> - -<p>—Sí; pero que terminen en boda—dijo Florinda, y se -puso encarnada.</p> - -<p>—Desde anoche—murmuró rendido el poeta—vivo -yo una hermosa aventura «de peregrinaje y de amor...» -¿cómo terminará?</p> - -<p>La encendida llama de los corazones calentó las mejillas -de la muchacha y los acentos del mozo. Y el quebrantado -discurso, halagador y ardiente, volvió a rodar -entre el estrépito fragoroso del tren. Cuando éste se detuvo -en la estación de Torre, quedó rota de nuevo -aquella intimidad, imperativa y fuerte, que a sus mismos -mantenedores causaba confusión y asombro.</p> - -<p>Entonces, la pobre abuela, perseverante en su actitud -de cortesía, pudo colocar las palabras y el vaso.</p> - -<p>—Muchas gracias—pronunció quedamente, dando al -fin vida y rumbo a la frase y al movimiento que hacía -un buen rato preparaba.</p> - -<p><i>Mariflor</i> y su galán sintieron un poco de vergüenza -al volverse hacia la abandonada abuelita, y en prueba -de sumisión y desagravio fueron a sentarse al lado -suyo.</p> - -<p>El inflamable caballero no había sido tan celoso para -amigarse con la vieja como para conquistar a la niña. Y<span class="pagenum"><a name="Page_32" id="Page_32">[32]</a></span> -ahora, impaciente, lamentando la premura del tiempo, -sacudido por un alto impulso de cordialidad hacia -aquella mujer triste y anciana, hubiera deseado poseer -algún don muy valioso para tributárselo en ofrenda -devota.</p> - -<p>Pródigo y conciliador, no halla dones, ni siquiera palabras, -para abrirse el camino de aquel inválido corazón -de abuela, premioso en dar noticias de sus sensaciones.</p> - -<p>En tal incertidumbre quédase el muchacho pensativo -y mudo, con el vaso de aluminio entre los dedos. Y se -alza otra vez auxiliadora la voz amable de Florinda, que -repite como un eco del discurso anterior:</p> - -<p>—«Abuela, este caballero ya es amigo mío: ha viajado -con nosotras toda la noche...»</p> - -<p>El mozo sonríe y la anciana también. Por lo cual, <i>Mariflor</i>, -muy satisfecha, apoya un brazo con mimo en el -hombro de la abuelita, y continúa:</p> - -<p>—Este señor es un poeta; hace libros... los escribe, -¿comprendes?</p> - -<p>—Ya... ya...—susurra la anciana, y sus ojos, grises y -mansos, tienen para el hazañoso doncel un lejano fulgor -de admiraciones.</p> - -<p>—Nos va a mandar algunos—promete Florinda insinuante—, -y yo te los leeré para divertirte un poco... Este -señor—sigue diciendo—anda solo por el mundo... -También su madre se le ha muerto, lo mismo que a mí; -también su padre está en América...</p> - -<p>—Será usted de León—asegura con respeto la abuelita, -que no concibe una patria más ilustre.</p> - -<p>—Soy montañés, señora; de Villanoble, a la orilla -del mar.</p> - -<p>Y con grande sorpresa de Florinda, la abuela se estremece -y exclama:</p> - -<p>—¡Villanoble!... Ya conozco ese pueblo; tiene un seminario -muy rico, una playa muy grande, unas casas -muy hermosas... ¡Qué lejos está!</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_33" id="Page_33">[33]</a></span></p> - -<p>El poeta se entristece, como si al conjuro de la extraña -exclamación el evocado pueblo se alejara, remoto, -inabordable. Y la niña pregunta absorta:</p> - -<p>—¿Pero has estado allí?</p> - -<p>—Estuve.</p> - -<p>—¿Cuándo, abuela?... Yo no lo sabía.</p> - -<p>—Hace ya mucho tiempo; no habías nacido tú; un -hermano de tu padre, seminarista, adoleció en Villanoble; -ya estaba yo viuda y los otros hijos ausentes... Tuve -que ir por él.</p> - -<p>—¿Era uno que se murió del pecho?</p> - -<p>—Ese era.</p> - -<p>Bajo la pesadumbre de aquella historia, inclinó la anciana -su frente, pálida como la ceniza, y quedóse tan -mustia, que ambos jóvenes guardaron un silencio piadoso, -hasta que la muchacha quiso justificar aquel grave -dolor, explicando:</p> - -<p>—La abuela tuvo trece hijos y no le quedan más -que dos.</p> - -<p>—¡Pobre!—compadeció Terán, que adivinaba un -mundo oscuro y sublime en el alma silenciosa de la infeliz -mujer.</p> - -<p>Una estación, desierta y soleada, quedó tendida frente -al coche; abrióse de improviso la portezuela, y una pareja -de la Guardia civil se asomó en el vano. Irresolutos, -misteriosos, los guardias cerraron sin subir: eran los -únicos viajeros que habían tratado de acompañar al -poeta y a las maragatas en todo el camino.</p> - -<p>Se lanzó el caballero a registrar su <i>Guía</i> con una precipitación -algo alarmante, y advirtió pesaroso:</p> - -<p>—Faltan dos estaciones para Astorga.</p> - -<p>Entreabierta en la consulta la escarcela del peregrino, -desbordáronse postales, cartapacios y libretines, toda la -bizarra filiación moral de una juventud errante y laboriosa. -Y mientras tanto, <i>Mariflor</i>, apretándose lagotera -contra la abuelita, musitaba:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_34" id="Page_34">[34]</a></span></p> - -<p>—Este amigo nos escribirá; irá a visitarnos... ¿oyes, -abuela?... ¿quieres?</p> - -<p>El amigo posó en el regazo de la anciana un montón -de postales, diciendo:</p> - -<p>—Hágame el favor de llevarlas, señora, como un recuerdo -mío.</p> - -<p>Sorprendida por aquellos halagos, no supo ella qué -responder, y sonrió, dejándose engañar como una niña, -entre frases conquistadoras y dádivas pueriles. Parecía -feliz en aquel instante; desplegaron sus manos desmañadas -las tarjetas sobre el delantal, y apareciéronse allí -copias de mil tesoros: cuadros y estofas de Toledo, tapices -de El Escorial, fuentes de La Granja, palacios salmantinos, -joyas árabes y platerescas, fragura de paisajes -montañeses, delicia de jardines andaluces... un tumulto -de arte y de poderío español. A la maragata le sedujeron, -entre las admirables cartulinas, dos de origen mejicano, -iluminadas en colores, reproduciendo la avenida -de Juárez y el palacio de Hernán Cortés: alzólas en los -dedos con admiración preferente, y en seguida, azorada, -vergonzosa, lamentó:</p> - -<p>—¡Es lástima; yo no gasto esquelas!... ¡no sé escribir!</p> - -<p>—Pero yo sé—dijo, arrulladora, <i>Mariflor</i>, deseando -aceptar el recuerdo.</p> - -<p>—Guárdalas tú, si el señor se empeña—consintió la -abuelita—; y dale las gracias.</p> - -<p>Con los ojos adoradores y solícitos, obedeció la moza, -mientras la vieja logró forzar la dura timidez de su palabra, -para decirle al caballero:</p> - -<p>—Si va por Valdecruces, ya sabe que allí tiene una -servidora...</p> - -<p>—Iré, de seguro—respondió el poeta, deslumbrado -por la mirada de Florinda. En aquellos ojos, dulces y -resplandecientes, fulgía la incertidumbre con interrogación -muda.</p> - -<p>Cuando iba a despedirse de aquel hombre extraño y<span class="pagenum"><a name="Page_35" id="Page_35">[35]</a></span> -amigo para ella, sentía la muchacha el vago temor de -perder la felicidad y la duda de haberla encontrado.</p> - -<p>El mozo, por su parte, se engolfaba en la emoción de -aquella hora, sin detenerse a descifrar misterios, soñando -muy de prisa, a sabiendas de que iba a despertarse -pronto.</p> - -<p class="p2">Y la pobre anciana, tras un senil desbarajuste de ideas -en fuga, volvió a oprimirse el corazón en los rígidos muros -de su vida cruel.</p> - -<p>Isócrono, maquinal, el tren corría insensible a las inquietudes -de los tres viajeros, y Florinda tuvo que ayudar -a su abuela en los preparativos de la llegada. Al -través de los fardos toscos de aquel equipaje campesino, -las manos ágiles de la niña pusieron su gracia y su finura -en arpilleras y capachos, en los múltiples bultos donde -la vieja se llevaba los más vulgares utensilios del hogar -fracasado en La Coruña: cuanto no había podido venderse -por usado y maltrecho.</p> - -<p>La abuelita contaba, meticulosa y torpe:—Uno, dos, -tres—tocando con la punta del índice cada barjuleta y -cada zurrón; y la moza suspiró con fatiga, como si le -abrumara el peso de aquella carga miserable, delatora -de inclemente pobreza.</p> - -<p>Se estremecía de compasión Rogelio Terán en el -atisbo de aquellos pormenores: meditándolos estuvo sin -saber si admirarse o condolerse de la rara hermosura de -la niña, sin darse cuenta de que no le prestaba auxilio -en el rudo trasiego de alforjas y envoltorios. Cuando -acertó a disculparse, ya <i>Mariflor</i> había terminado su -trajín y se colgaba a la bandolera, sobre el pañuelo floreado -y vistoso, un bolsillo elegante que, entreabierto, -exhaló delicadísimo perfume.</p> - -<p>—Es de mi traje de señora—dijo la mocita, respondiendo -a la visible extrañeza de Terán—, de mi <i>equipo -de paisana</i>—subrayó graciosa y triste.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_36" id="Page_36">[36]</a></span></p> - -<p>—Así—le replicó el poeta entusiasmado—parece -que el dios ciego ha ofrecido su carcaj simbólico a la -reina de Maragatería...</p> - -<p>Y la abuela, en un repente inesperado y brusco, manifestó -augural:</p> - -<p>—En nuestro país no se admiten reinas. Allí todas las -mujeres somos esclavas.</p> - -<p>Volvió Florinda el rostro con angustia hacia el camino, -y le pareció que temblaba el paisaje con un doloroso -estremecimiento.</p> - -<p>Entraron en la estación de Astorga: los pregones de -las clásicas mantecadas, alguna muestra humilde del traje -regional y algún indicio de tráfico mercantil, daban al -andén un poco de carácter y de vida.</p> - -<p>En medio de este cuadro indeciso y mediocre, puso -<i>Mariflor</i>, con su belleza original y su lujoso vestido, la -nota resonante: detrás de la abuelita, que ya tenía en -torno sus bártulos de arriero, saltó la moza al andén, -apoyada en la mano que le ofrecía Terán con trémula -solicitud; y a pleno sol resplandecieron tanto los colores -de su traje y las dulzuras de su rostro, que en todas las -ventanillas del tren y en todo el recinto de la estación -inicióse un movimiento de curiosidad. No tardó este -asombro interrogante en romper las fronteras de la -contemplación muda, estallando en requiebros y alabanzas, -del lado del ferrocarril, al borde de estribos y vidrieras, -donde la anónima condición de «viajeros» suele -dar a los hombres mucha osadía y harta libertad.</p> - -<p>Como un incienso de apoteosis, envolvió a la gentil -maragata la nube de piropos; y el poeta hubiera deseado -coronar el homenaje con un vítor atronador y lanzar -luego por el vasto mundo los ecos de su audacia.</p> - -<p>Pero a la vera de Florinda, triunfante y proclamada -hermosa, otra mujer vieja y triste, con igual traje, con -igual destino que la joven, se sumerge en tribulaciones -y cuidados en medio de su equipaje ruín. Y a Terán se<span class="pagenum"><a name="Page_37" id="Page_37">[37]</a></span> -le reproduce la visión desoladora del páramo, donde el -viajero no parece hallar término ni alivio a la dureza de -la ruta, como si por ella la vida cruzase extraviada, como -si la civilización se detuviera cobarde y perezosa delante -de la tierra hostil, a cuyas entrañas inclementes sólo manos -heroicas de mujer han podido llegar, en acecho de -un fruto esquivo y tardo...</p> - -<p>Las arrogancias de la galantería arden en lumbres de -misericordia cuando el poeta se despide de su amiga con -suspiradas frases: una campana y un silbato le devuelven -al tren, ya en movimiento, mientras <i>Mariflor</i> sonríe con -la dócil inmovilidad de un retrato alegre.</p> - -<p>Y los ojos azules, que ya no reflejan la figura ideal de -la maragata, se tornan añorantes hacia el coche, mudo y -vacío como la fábrica de un sueño...</p> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-037.jpg" width="300" height="312" - alt="" - title="" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_38" id="Page_38">[38]</a></span></p> -<p> </p> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_39" id="Page_39">[39]</a></span></p> - -<div class="chapter"> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-039.jpg" width="400" height="175" - alt="" - title="" /> -</div> - -<h2>IV<br /><br /> -<span class="pch">¡PUEBLOS OLVIDADOS!</span></h2> - -<div> - <img class="dc1" src="images/du.jpg" width="200" height="201" alt=""/> -</div> -<p class="dc13">UNA maragata de edad indefinible, -a quien la abuela llamó <i>Chosca</i>, -había conducido tres cabalgaduras -hasta la misma estación. -Cargóse en una de ellas lo más -voluminoso del bagaje, y aun -pudo hallar la <i>Chosca</i> un punto -de asiento y equilibrio en la -cima de aquella balumba, cuyo -difícil acomodo entretuvo a la pobre caravana dos horas -largas de talle. Y aunque la abuela se encaramó también -sobre los repliegues de otro monte de fardos, todavía las -menudencias de más fuste hubieron de refugiarse en las -alforjas del mulo cebadero, el mejor de la recua, cedido -por agasajo a <i>Mariflor</i>.</p> - -<p>Todo lo miraba la moza fijamente, con una muda actitud, -en que al tenaz recuerdo de las cosas pasadas se -sobreponía el propósito firme de aprender y gustar las -cosas nuevas; mujer y curiosa, joven y perspicaz por<span class="pagenum"><a name="Page_40" id="Page_40">[40]</a></span> -añadidura, sintió, a despecho de sus íntimas inquietudes, -una ansiedad respetuosa y fuerte, que la empujaba -hacia la tierra madre, incógnita y callada como un secreto -de lo porvenir. ¡Qué ejemplo más hermoso para cualquier -agudo observador, la bizarría y compostura, la -gravedad y ceremonia con que Florinda Salvadores se -allanó, sin melindres ni repulgos, a todas las veleidades -de la suerte, y cambiando de nombre, de traje y de sendero, -montó en un mulo, por primera vez en su vida, con -tanta gentileza y señorío como si la tosca jamuga fuese -el blando cojín de un automóvil! Conformidad y audacia -dieron alegre resolución a la moza; y aun fueron parte a -erguirla, serena y apacible en el misterioso rumbo, cierto -soplo sutil de fatalismo que sentía en el alma y un deseo -inconsciente de aventura que se le impacientaba en -la imaginación.</p> - -<p>El paso por Astorga tuvo para Florinda rara solemnidad. -Quiso la abuela dar allí algunos recados, hacer algunas -compras y cobranzas mediante papelucos escondidos -con minuciosas precauciones en un «cornejal» de -la faltriquera, al amparo de sayales y manteos; a todos -estos menesteres asistía la muchacha desde lo alto de -sus jamugas, atisbadora y vigilante, reflejando en sus -pupilas el asombro de la vieja urbe, tan pobre y tan triste -ahora, que ni siquiera guarda los vestigios de su glorioso -ayer.</p> - -<p>¡Cuán desolada y yerta la ciudad <i>Magnífica y Augusta</i>! -¿Quién dirá que fué palenque y tribunal de astures, -imperial colonia, centro de vías romanas y baluarte de -sus legiones, botín después del bárbaro y del moro, joya -del terrible Almanzor, pleito y disputa de castellanos y -leoneses? Ya no conserva ni las ruinas de los antiguos -monumentos; hasta aquella robusta fortaleza de sus marqueses -y señores, aquel soberbio castillo que presumía -de inmortal, cayó también con los sillares de las rotas -murallas; la recia divisa de Alvar Pérez Ossorio, que a<span class="pagenum"><a name="Page_41" id="Page_41">[41]</a></span> -tantas duras generaciones gritó desde el frontis nobiliario -con orgullosas letras:</p> - -<p class="pp7 p1"><i>Do mis armas se posieron</i></p> -<p class="pp6"><i>movellas jamás podieron,</i></p> - -<p class="pn1">vino a dar en ingrata sepultura bajo los residuos de -cubos y de almenas, de capiteles godos y lápidas latinas. -¿Qué rangos, qué voluntades, qué hierros, piedras y -raíces no moverá en el mundo el ímpetu de los siglos -empujando la rueda de la fortuna?</p> - -<p>Así, esta tierra misteriosa, de cuyos primitivos moradores -sólo se sabe el apellido—<i>amacos</i>—, o «excelentes -guerreros»; este pueblo viril que grabó en su escudo, -como símbolo heroico, una rama de poderosa encina; -este solar privilegiado por cónsules, santos y reyes, guarnecido -de altivas torres y ferradas puertas, ahora vive -en el silencio de las mortales pesadumbres, ahora padece -el abandono de los históricos infortunios. Y, como un -fallo de singular predestinación, acude sobre Astorga el -recuerdo de aquellas pretéritas edades, en que la capital -de la región y sus alfoces se llamaron «Asturias»: <i>¡Pueblos -olvidados!</i></p> - -<p>Una ráfaga de tales penas y de tales memorias aguzó -en la fantasía de <i>Mariflor</i> el ansia ardiente de evocar -imágenes y perseguirlas al través de las silenciosas rúas, -sobre el empedrado hostil, entre el caserío de adobes, -simétrico y vulgar. Pero todos los recuerdos heroicos, -todas las evocaciones bizarras, huyen ante el semblante -lastimoso de la Augusta y Magnífica, Muy Noble, Leal y -Benemérita, que, parda, muda, triste y pobre, languidece -de añoranzas y pesares a la sombra de su ilustre catedral, -sobre las pálidas favilas de la historia. Y cuando -a fuerza de imaginación y voluntad quiso la viajera reconstruir -en su mente hechos y figuras familiares a la<span class="pagenum"><a name="Page_42" id="Page_42">[42]</a></span> -patria nativa, ya la visión de Astorga, yerma y desamparada, -se había extinguido en el término raso y adusto -del horizonte.</p> - -<p>Como fuesen grandes la calma y el regateo con que -las compañeras de Florinda ajustaron sus compras en la -plaza <i>de los cachos</i> y en los soportales de la Plaza Mayor, -y no menos prolijos los demás negocios que la abuela -trataba, llegó la media tarde cuando las tres amazonas -salieron por el arrabal de Rectivía para seguir la carretera -en busca de su pueblo.</p> - -<p>De la calmosa estada en la ciudad llevóse <i>Mariflor</i>, -campo adelante, el recuerdo de los dos maragatos que -en el reloj del Concejo cuentan con sendos martillos las -mustias horas de aquella vida gris; la pareja simbólica y -paciente se hizo un lugar en la memoria de la niña, sobre -la impresión de aquel grave edificio, fuerte reliquia de -la pasada opulencia asturicense. Había preguntado la -muchacha por un jardín ameno que, según sus noticias, -era lugar de fiestas estivales y de otros alicientes para la -juventud; aunque la abuela señaló «hacia allí», sólo pudo -Florinda columbrar una mancha verde y risueña, tendida -en la mayor altura de la muralla, sobre el mismo solar -que siglos antes ocupó la Sinagoga, cuando una rica -aljama se aposentó en el arrabal de San Andrés. El perfil -airoso de la Catedral y la nobleza de algunas portadas -parroquiales, impresionaron también a la curiosa. Y el -bosquejo heráldico de unos lobos, unas bandas de azur, -el león rampante de gules, coronado de oro, la monteladura -de plata, cimeras, escudetes, lemas y coronas, rezagos -de insigne alcurnia sorprendidos al azar en unos -pocos edificios, alumbraron en la mente de Florinda, con -pálido reguero de luz, la nómina confusa y lejana de -Ossorios y Escobares, Turienzos y Pimenteles, Benavides -y Juncos, Gagos, Hormazas, Rojas, Pernías, Manriques... -El íntimo vigor de estos recuerdos rehogaba con -orgullosa lumbre las fantasías de la joven, cuando sus<span class="pagenum"><a name="Page_43" id="Page_43">[43]</a></span> -ojos se posaron en el abierto muro, indemne a las cóleras -de Witiza y Almanzor...</p> - -<p>Acostumbrada Florinda a escuchar de su padre los -frecuentes relatos de sus aventuras infantiles por los -arrabales de la capital, casi a tientas hallaría rumbo en -el camino astorgano que cruzaba por primera vez.</p> - -<p>Allí a la izquierda, dejando atrás el rasgado cinturón -de las fortificaciones, brota la viejísima Fuente Encalada, -de tan henchido seno, que ni en su estiaje paró nunca -de cantar con su rumor sonoro las penas y las glorias -del país.</p> - -<p>Cunde el manantial en aquel punto desde los tiempos -fabulosos, y le alberga un edificio notable, con armas, -inscripciones y perfiles de varios siglos y grande pulcritud. -Con abundancia sempiterna ha prodigado la Fuente -sus fidelísimos dones, lo mismo a los <i>aureros</i> imperiales -que a los devotos del <i>Camino francés</i> y a los trajineros -maragatos... Vive apenas la memoria de los primeros -poseídos por «la maldita sed de oro», que, bárbaros de -codicia y de furor, vinieron de todos los confines de la -tierra a enriquecerse en nuestras minas peninsulares: pasaron -por aquí los explotadores de las <i>médulas</i> famosas, -y también los cruzados, que en el siglo <span class="smcap">IX</span> abrieron desde -Francia una difícil ruta para ofrecer homenaje en Compostela -al cuerpo del Apóstol; se han borrado «la vía de -la plata» y la de «los peregrinos» bajo la anchura de una -carretera española del siglo <span class="smcap">XVIII</span>, en la cual la arriería -se extingue impotente contra el raudo ferrocarril; pasaron -y cayeron centurias y generaciones, cetros y coronas, -y al través de las vidas caducas y de las cosas perecederas, -esta fontana dió su latido fecundo y su perenne -caricia a todos los sedientos del camino...</p> - -<p><i>Mariflor</i> tuvo sed al pasar por aquí. Despertóse en -ella el recuerdo de los años que la fuente contó, rezadora -y humilde en la mansa llanura de los «pueblos olvidados», -y quiso gustar del agua fiel; bebió ansiosa, obsesionada<span class="pagenum"><a name="Page_44" id="Page_44">[44]</a></span> -por la inconsciente ilusión de saciarse en frescuras -y deleites de eternidad.</p> - -<p>Al seguir el camino, en tanto que las otras maragatas -parecían insensibles al paisaje y a las emociones, descubrió -la moza a la derecha del manantial cierto prado -muelle y jugoso hundido en el terreno; debía ser el -lugar llamado <i>Era-Gudina</i>, donde el feudo del Marqués -tuvo un estanque, una barca, una isleta y un bosque.</p> - -<p>A leyenda le supo a <i>Mariflor</i> el supuesto de que allí -existiesen jamás esquife, lago y fronda; pero consultada la -abuelita acerca de tales dudas, dijo con mucha fe que -«en tiempo de los moros» aquel paraje se nombró <i>La -Corona</i>, y era una hermosura de aguas corrientes, barquichuelos, -árboles y flores...</p> - -<p>Cuando se borraron a extramuros de Astorga aquellas -tenues sonrisas de la vegetación, extendióse la carretera -sobre la llanura sin accidentes ni perfiles, en un horizonte -a cuyo fin remoto se cerraban entre nubes las sierras -de la Cepeda y los puertos bravos de Manzanal, Foncebadón -y el Teleno. Si a la vera de un puebluco estancado -algún castro ondulaba, todo su vestido consistía en bajos -matorrales y encinas bordes.</p> - -<p>En este cuadro ascético se dibujó el relieve de las tres -amazonas, largo rato, por la amplia carretera, y cuando -ya tomaron otro rumbo al través de una calzada empedernida, -la feniciente luz ablandó la dureza del paisaje, -convirtiendo la línea fuerte y sobria en mancha rubia y -dulce, en la cual se alejaron los senderos con misteriosa -estela.</p> - -<p>Quedó entonces piadosamente velada la aridez del -camino, que al aventurarse tierra adentro en ingratos recodos, -hubiese mostrado a Florinda más de cerca su desolación; -la santa beatitud del anochecer quiso desceñir -su velo romántico sobre la tristeza del erial: una muselina -blanca y rota se arrastraba por el campo en jirones -de niebla, y la serenidad del cielo, pálidamente<span class="pagenum"><a name="Page_45" id="Page_45">[45]</a></span> -azul, parecía remansar en la llanura con infinita mansedumbre.</p> - -<p><i>Mariflor</i>, cansada y soñolienta, aturdida por las emociones -y los sentimientos, se dejó mecer, se dejó llevar -entre aquellos cendales de sombras y de membranzas. El -balanceo rítmico de la cabalgadura, algo semejante al de -una embarcación en mar serena, y la plenitud del llano, -sin orillas visibles, nubloso, insondable como un abismo, -pusieron a la amazona en punto de soñar que iba embarcada -hacia un quimérico país. Aquel vaivén de cuna, -aquella ilusión de barco aventurero, tenían, para mayor -halago, un cantar peregrino en el eco de dulcísimas frases -lisonjeras que la moza guardaba en su corazón; de -tan cordial tesoro iba ella urdiendo con diligente prisa -futuros lances de amor y de felicidad, solemnes acontecimientos -de bodas y placeres que parecían tener realización -positiva y dichosa en la ardiente vida de una estrella, -según lo que la niña se extasiaba, rostro al cielo, absorta -y palpitante.</p> - -<p>Desde el divino espacio cayó de pronto a tierra la -evagación de Florinda, porque una voz había dicho:</p> - -<p>—Ya llegamos...</p> - -<p>Entre el encaje de las sombras, cada vez más espeso, -se agazapaban, abocetados, desvaídos, barruntos de una -aldea muy pobre, a juzgar por los umbrales. Y a <i>Mariflor</i> -le acometió de súbito una triste cobardía, en la cual -se mezclaban las inquietudes con inexplicable acidez; -aquella zambullida brusca en otro pueblo, en otra casa, -entre personas desconocidas, rompiendo definitivamente -todos los vínculos de su vida anterior, daba frío y espanto -a la muchacha; en un instante recordó con lucidez -lastimosa la dicha que perdió al otro lado de la llanura -maragata, y sintióse tan pequeña, tan incapaz y débil -ante el enigma de su nuevo camino, que anheló no -llegar a Valdecruces y quedarse para siempre mecida en -aquel mar firme y silencioso, de tierras y de sombras.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_46" id="Page_46">[46]</a></span></p> - -<p>Los dulcísimos ojos registraron el cielo con una mirada -de angustia, pero ausente la luna veladora, esquivas -las estrellas y pálido el celaje, el amplio dosel de la -noche se mostró cerrado a la muda plegaria de la moza; -hasta la estrellita ardiente donde ella prendió un momento -antes la hoguera de sus ensueños, se había escondido, -casquivana, detrás de un banco de nubes.</p> - -<p>Y estaba allí el pueblo maragato, inmoble y yacente -en la penumbra, como un difunto; y ya la recua se detenía -delante de una sombra más alongada y grave que -las del contorno.</p> - -<p>Sonó el chirrido de una puerta, y dos mujeres avanzaron -en un foco macilento de luz. Descabalgó Florinda, -trémula y cobarde; sintióse agasajada por unos besos -húmedos y fuertes, por unos brazos recios y acogedores. -Ofrecían a la forastera este recibimiento cordial, Ramona, -nuera y sobrina de la anciana, y Olaya, hija de aquélla, -que con sus cuatro hermanos más pequeños constituyen -hogar y familia cerca de la tía Dolores, protectora -también de su nietecilla <i>Mariflor</i>.</p> - -<p>Ya estaban reposando los niños, Marinela, Pedro, -Carmen y Tomás; y mientras Olaya hacía los honores a -su prima con más cariño que garbo, Ramona y las otras -dos viajeras se afanaban en descargar el equipaje. Fué la -tarea tan minuciosa, que ya la noche había crecido mucho -cuando logró acostarse <i>Mariflor</i>, rendida y enervada.</p> - -<p>A la luz vacilante del candil pudo la muchacha -aprender que era su dormitorio el mejor de la casa, «el -cuarto de respeto», donde solían posar los principales -huéspedes; y al culminarse en el lecho altísimo y pomposo, -oyó la voz humilde con que su prima la deseó -buena noche, dejando la habitación oscura y cerrada, y -advirtiendo:</p> - -<p>—Madre y yo dormimos dambas aquí cerca; no pases -cuidado.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_47" id="Page_47">[47]</a></span></p> - -<p>Poco después sintió la muchacha crujir la corvadura -de las vigas muy próximas a su cabeza; andaban pesadamente -encima del aposento, hablando en voces cautelosas. -Por debajo de aquel ruido perseguía a <i>Mariflor</i> -entre penumbras de sueño y vislumbres de realidad, la -expresión vaga y triste de un rostro ojizarco, que tan -pronto era el de Terán como el de Olalla. De aquel -semblante amigo no quedaron, al fin, más que los ojos -delante de la moza; brillaban azules como las flores del -aciano, como los ojos celtas de la maragata rubia, como -los ojos pensativos del novelista viajero; una clara niebla, -que fué espesándose, oscurecíalos poco a poco... ¿Era un -velo de lágrimas?... ¿El cristal de unos lentes?... <i>Mariflor</i> -se había dormido.</p> - -<p class="p2">Después de un sueño largo y juvenil, Florinda despierta -y escucha: escucha la soledad y el silencio, porque -todo a su alrededor parece abandonado y mudo.</p> - -<p>¿Qué hora será? Entra un rayo de sol por la ventanuca, -tan alta y pequeña como la de un camarote; por allí -se descubre un pedacito de cielo cuajado de luz. En la -casa, grande y misteriosa, nadie pisa, nadie levanta la -voz, ningún ruido se advierte, y fuera, en aquel espacio -luminoso, abierto quizás al campo, a la calle o al corral, -es la vida un secreto, sin duda, porque ni vuela un ave, -ni canta un río, ni gime una carreta; los rumores aldeanos -que Florinda conoce de otros pueblos, parecen extinguidos -aquí. ¿Se habrá quedado ella sola en el mundo -con el sol?</p> - -<p>Pasea por el cuarto los bellos ojos dormilones, un -poco ensombrecidos de vaga pesadumbre: mira su equipaje -desparramado en confusión de cajas y de ropas, y -encima del baúl, cruzado todavía de cordeles, sus arreos -de maragata, desceñidos la víspera con laxitud de sueño -y de cansancio. Se asoman los zapatos por debajo de -la colcha, muy escandaloso el escote y algo arrugada la<span class="pagenum"><a name="Page_48" id="Page_48">[48]</a></span> -plantilla: parecen asustados, uno delante de otro, como -si quisieran echar a correr; el bolsillo señoril, colgado -del boliche de la cama, con la boca abierta, tiene un aire -de expectación y de asombro, y la filigrana de corales, -tendida al borde de un marco a la cabecera del lecho, -corona la figura de una Virgen ancestral, bajo cuya traza -primitiva dice, en letras muy grandes: <i>Nuestra Señora la -Blanca</i>. Al volver los ojos hacia ella, hace Florinda maquinalmente -la señal de la cruz. Luego prosigue su viaje -curioso en torno al aposento: es reducido y bajo, con -paredes combas, lamidas de cal, desnudo el tosco viguetaje -del techo y pintado de amarillo, como la puerta -y la ventana. Entre un recio arcón de interesante moldura -y un mueble arcaico de alta cajonería, descuella el -lecho, amplio y elevadísimo, duro de entrañas y abrumado -de cobertores: luce colcha tejida a mano, floqueada, -con muchos sobrepuestos, un poco macilenta de -blancura, quizá por haber estado largo tiempo en desuso. -Dos sillitas humildes parece que se agachan bajo la -pesadumbre de los equipajes, y algunos clavos suben -perdidos por las paredes, sosteniendo con negligencia -varias cosas inútiles: un refajo roto, un cencerro mudo, -una rosa mustia de papel... Ya no hay más utensilios ni -más adornos en el nuevo camarín de <i>Mariflor</i>.</p> - -<p>Ella busca, solícita, un espejo, un lavabo, una alfombra, -cualquiera blanda señal de compostura y deleite, y como -nada encuentra parecido a lo que necesita, vuelve la -atención a los recuerdos de su llegada, confusos entre -las emociones del viaje y la sorpresa de este peregrino -amanecer.</p> - -<p>Al cabo, como persiste en torno suyo un silencio de -inmensidad, y el sol penetra al aposento por el angosto -ventanillo, semejante a la lucera de un camarote, piensa -la infeliz, acunada todavía en su memoria por el balanceo -del mulo y las ilusiones de su navegación por la llanura, -que su bajel ha encallado en una costa salvaje, en<span class="pagenum"><a name="Page_49" id="Page_49">[49]</a></span> -una playa desierta... Pero no: la mar gime, reza, escupe, -solloza; tiene lágrimas y voces y suspiros; es pasión y -hermosura, es inquietud y poder, es dolor y gozo. Y -aquí, ¡ni un acento, ni una palpitación, ni un indicio de -que la vida cunda y vibre como en las olas varias de la -mar!...</p> - -<p>Cuando empieza la niña a sentir ciertas ansiedades -muy parecidas al miedo, un rumor oscuro, entre queja -y gruñido, se percibe en la quietud silenciosa de la -casa.</p> - -<p>—¡Abuela!—grita <i>Mariflor</i> con espanto.</p> - -<p>Nadie la responde.</p> - -<p>—¡Abuela!—repite, loca de terror. Y luego, despavorida, -prorrumpe:</p> - -<p>—¡Olalla!</p> - -<p>Al punto, cautamente, se entreabre la maciza puerta -y asoma el rostro, asombrado y grave, de Olalla Salvadores.</p> - -<p>Ante el resplandor bondadoso de aquellos ojos claros, -Florinda se encalma, sonríe y confiesa:</p> - -<p>—Tuve miedo; creí que estaba sola en Valdecruces, -y después oí una especie de quejido como una voz del -otro mundo.</p> - -<p>—El gato, que miagó—dice la moza, admirada de los -temores de su prima. Y penetrando en el aposento, le -ofrece el desayuno y le pregunta, con mucha cortesía, -cómo ha pasado la noche.</p> - -<p>—Demasiado bien; de un tirón—responde la dormilona, -escandalizándose al saber que son las nueve, -que su abuela y su tía andan ya de trajín fuera de -casa, y que los niños se fueron a la escuela muy temprano.</p> - -<p>Mientras se viste <i>Mariflor</i>, explica Olalla que la escuela -está a tres kilómetros, en Piedralbina, y también -el médico y el boticario. Los rapaces llevan la comida -en una fardela, y no vuelven hasta las seis.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_50" id="Page_50">[50]</a></span></p> - -<p>—¿Y en el invierno?—interroga Florinda.</p> - -<p>Lo mismo: salen de noche y tornan de noche; algunas -veces, Tomasín, no va.</p> - -<p>—¿Cuántos años tiene?</p> - -<p>—Cinco; pero está mayo y robusto.</p> - -<p>—¡Pobre!, ¡dará lástima verle por esas llanadas!</p> - -<p>—Más se fatiga Marinela.</p> - -<p>—Sí; ya sé que está un poco débil. ¿Cómo la dejáis -ir?</p> - -<p>—Aquí se aborrece, se pone triste, llora... Y como -tanto gusta de bordar y hacer labores finas, y la maestra -la quiere mucho, madre consiente.</p> - -<p>—Y el médico, ¿qué dice?</p> - -<p>Olalla se encoge de hombros.</p> - -<p>—Dice—murmura—que son males de la edad. Pero -para mí la pobre está entrepechada.</p> - -<p>—¿Cómo?</p> - -<p>—Picada de la tisis, igual que mi padre, igual que tantos -de la familia...</p> - -<p>—¡Calla, mujer!</p> - -<p>A medio ceñir el pesado manteo en torno a la cintura, -<i>Mariflor</i> finge que busca alguna cosa, se mira las -manos lentamente, con mucho interés, y al fin balbuce -en imprevisto ruego:</p> - -<p>—¡Quisiera lavarme!</p> - -<p>Olalla, que tiene fija la mirada en una siniestra meditación, -se turba, enrojece, y luego de reflexionar, -afirma:</p> - -<p>—Te traeré ahora mismo un cacho con agua.</p> - -<p>—No, yo voy por él; enséñame dónde hallaré lo que -necesite.</p> - -<p>Porfían azoradas al lado de la puerta con empeño un -poco artificioso, y ya traspasado el umbral, repara Florinda -en su media desnudez, y pregunta:</p> - -<p>—¿Estamos solas?</p> - -<p>—Solas; yo anduve a modín para no despertarte.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_51" id="Page_51">[51]</a></span></p> - -<p>Desaparece Olalla pisando quedo, como si todavía -alguien durmiese; y la forastera, abocada al corredor, -cruza los brazos desnudos para abrigarse contra un frío -sutil que desde la oscuridad la acosa. De pronto, allí a -sus pies, en la masa de sombra y de silencio, el gruñido -y la queja que antes alarmaron a la niña, se juntan y -emergen en una voz que parece humana, que se desgañe -y evoca, igual que la de una criatura.</p> - -<p>Florinda retrocede, presa otra vez de irreflexivo espanto, -y para distraer sus complejas inquietudes, remueve -el equipaje, trastea y alborota, hasta que vuelve -su prima trayendo agua en un lebrillo y colgando en el -hombro una toalla de áspera urdimbre, dorada por los -años, olorosa a romero.</p> - -<p>Perpleja <i>Mariflor</i> ante aquel rudimentario servicio, -aplaza el lavatorio y pide ayuda para abrir el baúl; pero -Olalla no necesita más que de sus recios brazos para -darle vueltas y dejarle desligado y útil, con la tapa cómodamente -sostenida en la pared. Inclínanse las dos -mozas sobre las túmidas entrañas del cofre, y la viajera -desliza su mano en el fondo, revuelve, palpa atinadora -y sonríe levantando en el puño una cosa menuda y suave -que acerca a la nariz de Olalla.</p> - -<p>—¿Huele bien?—pregunta.</p> - -<p>—¡Ah, jabón!... Yo también tuve una pastilla...</p> - -<p>A juzgar por la expresión lejana de los ojos azules, -se pierden en un pasado remoto el aroma y la suavidad -de la pastilla que tuvo la maragata.</p> - -<p>—Ve sacándolo todo—dice la prima con gracia más -ligera y alegre—; después que yo me lave lo arreglaremos -juntas y te daré algunos regalitos para ti y para los -nenes.</p> - -<p>En tanto que Florinda se chapuza con fruición, Olalla -va cogiendo las prendas del baúl y colocándolas encima -del lecho, tibio todavía y desdoblado. Se mueve la -joven con mucha calma y trata con esmero aquellas cosas<span class="pagenum"><a name="Page_52" id="Page_52">[52]</a></span> -sutiles de la forastera, pero no se detiene a contemplarlas -con excesiva curiosidad.</p> - -<p>Casi todo el lujo del pequeño equipaje consiste en -ropa interior; camisas y pantalones con lazos, sin estrenar, -con papeles de colores que crujen, sedosos, bajo -los encajes, como en los equipos de las novias burguesas: -medias caladas, pañolitos bordados y menudos, enaguas -finas, dos peinadores de manga corta, dos blusas áureas, -elegantes, y un solo vestido de luto, modesto, falda y -cuerpo ajustado, sin adornos. Algunos estuches con bagatelas -casi infantiles, algunas cajas con enseres de costura, -libros, retratos, envoltorios frágiles y una bolsa -blanca, con puntillas, de cuya boca abierta acaba de -salir el perfumado jabón.</p> - -<p>—Aquí lo tienes todo—dice Olalla, mientras Florinda -duda cómo acabará de vestirse, temiendo estropear el -lujoso pañuelo de su traje de fiesta.</p> - -<p>Tras una breve indecisión, que le es habitual, ofrece -la prima buscarle otro; sirve para diario y ella no le usa. -Pero debe ser muy difícil hallarle, porque cuando vuelve -con él, ya <i>Mariflor</i> se ha peinado y ha puesto en orden -el dormitorio.</p> - -<p>—Hay uno de cerras, pero no le encuentro—dice -Olalla, desplegando un pañuelo pajizo, de muselina, con -orla estampada en vivos colores.</p> - -<p>—Es precioso; ¿por qué no le pones tú?</p> - -<p>—Entre semana, está bueno éste—sonríe la moza, -señalando el suyo de percal, también con florida -guirnalda—. Y en la cabeza, ¿no llevas uno?—interroga.</p> - -<p>—¡Ah, no le quiero... no me gusta!—responde Florinda -con tales bríos, que se avergüenza al punto, y disimula -su turbación poniendo en las manos de Olalla unos -envoltorios, a medida que dice:</p> - -<p>—Para Pedro un libro, para Marinela un costurero, -para Carmen una muñeca y para Tomasín un trompo...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_53" id="Page_53">[53]</a></span></p> - -<p>Busca algo en el bolsillo colgado de la cama, y con -cierta emoción, concluye:</p> - -<p>—Para ti mi reloj; toma.</p> - -<p>Sentóse la favorecida ofreciendo lugar en el regazo a -los paquetes, y puso en la palma de su mano morena el -relojito de oro y acero, chiquitín, lustroso y palpitante; -le acercó al oído, rió con expresión de niña, dulcificando -la gravedad un poco triste de su semblante, y por -todo comentario dijo:</p> - -<p>—¡Tan pequeño y anda!</p> - -<p>Después miró a su prima suavemente, lamentando:</p> - -<p>—¡Te vas a quedar sin él!</p> - -<p>—Tengo el de mamá, ¿sabes?... Está parado, pero me -sirve de recuerdo.</p> - -<p>—¿Se ha roto?</p> - -<p>—No; mi padre quiso tenerle en la hora que ella murió: -las tres de la tarde.</p> - -<p>—¡La hora del Señor!—balbuce Olalla estremecida—. -Y con el respeto y la ternura que en Maragatería se consagra -a los muertos, bendice al uso del país la memoria -evocada, pronunciando ferviente:</p> - -<p>—¡Biendichosa!</p> - -<p>Una ráfaga de tristeza suspende el íntimo coloquio y -flota en la humedad de las pupilas, que se inclinan al -suelo apesaradas; la muñeca de Carmen, rompiendo el -papel que la envuelve, muestra un brazo rígido, vestido -de rojo, en trágica actitud; en la rústica mano de Olalla -Salvadores, el pulido reloj suena indiferente: <i>tic-tac</i>, -<i>tic-tac</i>...</p> - -<p>Y aquel hálito sonoro y maquinal, aquel firme latido de -un industrioso corazón de acero, lleva extrañamente a -las dos muchachas a escuchar el pulso acelerado de los -propios corazones, buenos y juveniles, regados por una -misma sangre generosa.</p> - -<p>Alzase Olalla con ímpetu raro en su naturaleza esquiva -y grave, y las dos mozas se miran en los ojos; los de<span class="pagenum"><a name="Page_54" id="Page_54">[54]</a></span> -Florinda, profundos, inquietantes, de color de miel y de -café tostado, en vano provocan una confidencia trascendente -con las aguas serenas y tristes de los ojos azules; -pero el impulso cordial prevalece por debajo del vuelo -de las almas y un pacto de amor se firma con el estallido -de un largo beso.</p> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-054.jpg" width="300" height="329" - alt="" - title="" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_55" id="Page_55">[55]</a></span></p> - -<div class="chapter"> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-005.jpg" width="400" height="153" - alt="" - title="" /> -</div> - -<h2>V<br /><br /> -<span class="pch">VALDECRUCES</span></h2> - -<div> - <img class="dc1" src="images/da.jpg" width="200" height="198" alt=""/> -</div> -<p class="dc13">ALENTADA <i>Mariflor</i> después de tan -gentil alianza, se despierta con -alegres ánimos a las realidades -de la vida y quiere verlo todo, -registrar su nuevo albergue, asomarse -a Valdecruces.</p> - -<p>Aunque pone el pie con alguna -medrosa inseguridad en el -corredor oscuro, camina sonriente, -como jugando «a la gallina ciega», palpando la -pared con una mano y asiéndose con la otra al vestido -de su prima.</p> - -<p>—Avísame; no veo nada—murmura—. ¿Hay que bajar?... -¿Hay que subir?... ¡Avísame!</p> - -<p>—Hasta que te acostumbres. Yo atino por todos los -rincones a cierra ojos... Ahora sube un pasal... otro... sigue -subiendo... ¡ya se ve luz!</p> - -<p>La rendija de una puerta proyectó en los altos escalones -una raya de tenue claridad; chirrió una llave, gimieron<span class="pagenum"><a name="Page_56" id="Page_56">[56]</a></span> -unas bisagras y hallóse Florinda a pleno sol, deslumbrada -por el torrente de resplandores esparcidos en la -salita con anchura, mediante los dos amplios huecos de -la solana.</p> - -<p>—¡Qué alegre, qué alegre!—gritó la forastera con encanto—. -¿Y qué se ve por aquí?—añadió lanzándose curiosa -al colgadizo.</p> - -<p>De pronto no vió nada. La luz cruda y fuerte esfumaba -el paisaje como una niebla. Después, dando sombra -a los ojos con las dos manos, vió surgir débilmente el -diseño barroso del humilde caserío, techado con haces -secas de paja amortecida, confundiéndose con la tierra -en un mismo color, agachándose como si el peso de la -macilenta cobertura le hiciese caer de hinojos a pedir -gracia o misericordia. En aquella actitud de sumisión y -pesadumbre, las casucas agobiadas, reverentes, exhalaban -un humo blanco y fino que parecía el incienso de -sus votos y oraciones.</p> - -<p><i>Mariflor</i>, admirada por la novedad de aquel espectáculo, -imaginado muchas veces al través de referencias -y lecturas, exclamó conmovida:</p> - -<p>—¡Valdecruces!... ¡Parece un Nacimiento! Y la iglesia -¿dónde está?—preguntó.</p> - -<p>—Allende. ¿Ves esta hila de casas? Pues en acabando -la ringuilinera, ¿ves un chipitel con una cruz?... Eiquí.</p> - -<p>—¿Aquéllo?—lamentó la exploradora con desilusión.</p> - -<p>—La techumbre es de teja—ponderó Olalla—y por -dentro nuestra parroquia es mejor que la de Piedralbina, -es tan buena como la de Valdespino; hay un Resucitado -muy precioso y la Virgen tiene la cara de -marfil.</p> - -<p>—Pero la torre se va a caer, es monstruosa; un montón -informe y la cruz ladeada, ¡qué cosa más singular!</p> - -<p>—¡Si lo que tú dices—protestó Olalla riendo—es el -nido de la cigüeña!</p> - -<p>—¡Ah, el nido!... Un nido enorme, ¿verdad?... Un nido<span class="pagenum"><a name="Page_57" id="Page_57">[57]</a></span> -tremendo... ¡Qué ganas tenía de verle!... Mi padre no me -había dicho que le tuvierais aquí.</p> - -<p>—Yera de Lagobia, pero el año de la truena se les -cayó la torre, y cuando los pájaros volvieron portaron el -nido a Valdecruces.</p> - -<p>—¿Ellos?... ¿Ellos solos?</p> - -<p>—Solicos empezaron, pero la gente les dió ayuda. De -primeras el nido no era tan grande, nada más lo justo -para gurar la pájara; después, cada año atropan dello y -ya tanto pesa que hubo de caerse.</p> - -<p>—¿Entonces?...</p> - -<p>—El señor cura, el tío <i>Chosco</i> y el tío Rosendín le -apuntalaron.</p> - -<p>—¡Ah, qué bien! Y ahora ¿hay crías?</p> - -<p>—Todavía no está gurona la cigüeña: saca los hijuelos -allá para el mes de junio... ¡Mira, mira el macho!</p> - -<p>Un ave zancuda y blanca, con las puntas de las alas -negras, largo el cuello, las patas y el pico rojos, pasó -crotorante y magnífica, con alado rumbo hacia la torre.</p> - -<p>—¡Qué mansa! ¿Ves? Casi tocó el alar—dijo Olalla, -devota.</p> - -<p>Y <i>Mariflor</i> quedóse atenta y muda ante el ave sagrada -para los labradores de Castilla, el ave tutelar de los -sembrados, la reina de los aires campesinos en la madre -llanura de la patria.</p> - -<p>—Iré a visitar el nido regio—murmuró ferviente—. -Luego lanzó la vista al horizonte inflamado de luz, llano -y calmoso, semejante a una extensa bahía que se adormeciese -inmóvil y sin respiración en el estío.</p> - -<p>Olalla advirtió:</p> - -<p>—Embajo está el huerto.</p> - -<p>—¿Hay flores?</p> - -<p>—De agavanzo y de tomillana, y dos rosales nuevos -con ruchos.</p> - -<p>—¿Bajamos?</p> - -<p>—¿No quieres ver primero el palomar?</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_58" id="Page_58">[58]</a></span></p> - -<p>—Sí, sí; ya lo creo.</p> - -<p>Ocupaba el carasol la fachada entera del edificio: tenía -el suelo jiboso y crujiente, como todo el piso alto de la -casa, trémulo el carcomido barandaje y cobijadores los -aleros, donde anidaban golondrinas; algunas prendas lacias -de ropa pendían a lo largo de él, y decoraban sus -agrietados muros sendos manojos de hierbas medicinales -puestas a secar y «espigos» de legumbres envueltos, -con mucha cautela, para que la simiente en sazón quedase -recogida.</p> - -<p>Todos estos detalles sorprendieron los ojos inquiridores -que, después, se posaron con cierta ansiedad en la -saluca.</p> - -<p>La cual era espaciosa, baja de techo, con rudo viguetaje -pintado de amarillo, igual que el camarín de <i>Mariflor</i>; -las paredes, de anémica palidez, se hundían en -muchos sitios, entre mal blanquete y hondas arrugas, -como la faz de viejas presuntuosas en las ciudades festivas. -Un sofá de anea con almohadones de satén, floreados -y henchidos, se extendía en el testero principal, y, -encima, elevado y turbio, inclinábase un espejito, con el -alinde picado y el marco negro, en reverencia inútil -ante una visita que jamás llegaba; alrededor de aquella -luna triste y a lo largo de las otras paredes, sendos cromos -con patética historia memoraban la vida de una -santa mártir, moza y gentil; fotografías pálidas, casi incognoscibles, -prisioneras en listones de un dorado remoto, -ceñidas por cristales heridos, trepaban en desordenada -ascensión, en una verdadera república de colgajos, -desde las decoraciones viejas de almanaques y el ramo -seco de laurel, hasta las pieles corderinas abiertas en -cruz, a medio curtir. Entre las sillas, muy numerosas, -juntas y apretadas en hilera como aguerrida hueste, delataban, -algunas, otros tiempos de más prosperidad para -la familia Salvadores: aquellas de <i>reps</i> y de caoba con el -pelote del asiento mal contenido por desmañadas costuras,<span class="pagenum"><a name="Page_59" id="Page_59">[59]</a></span> -con la color verde convertida en marchitez dorada, -como el follaje de otoño; aquellos dos sillones de gutapercha, -despellejados y hundidos, con respaldares profundos -y solícitos brazos; la clásica consola y el amigable -velador, cuentan las abundancias de unos desposorios -en que la abuela y su primo Juan unieron con sus manos -las más pudientes fortunas de Valdecruces, en gran porción -de «arrotos» y centenales, «cortinas» y recuas...</p> - -<p>En estas reflexiones se para <i>Mariflor</i>, que por su -aguda sensibilidad tiene el privilegio exquisito y amargo -de evocar y sufrir el fuyente roce de las cosas, prestándoles -la ternura de su propio sentimiento.</p> - -<p>Inconsciente de este raro don, que preside las existencias -escogidas con la facultad doble de gozar y padecer -en grado sumo, la muchacha reconstruye en un momento -la dura cuesta de dolores por la cual los años, los hijos -y la miseria torva del país, han derrumbado casa y heredad -en torno de la abuela envejecida. Y una lástima -aguda empaña aquellos ojos, aún sonrientes a la orgía de -luz cuajada en el páramo.</p> - -<p>—La vida de Santa Genoveva, ¿la sabes?—dice Olalla -con beatitud, señalando los historiados cromos que circundan -las paredes—. Y viendo que la prima no da señales -de conocer el ejemplar relato, apunta sobre una imagen -de pergeño bravío, y añade con edificadora gracia:</p> - -<p>—Este era el traidor Golo... Aquí—indica en otro cuadro—está -la cierva que criaba en el desierto al niño...</p> - -<p>El dedo bronceado va posándose en cada cristal empañecido -y roto, y se detiene a lo largo de una incisión -más hundida y más negra, mientras la voz enunciadora -prorrumpe:</p> - -<p>—Están los vidrios llenos de sedaduras... ¡Los rapaces -acaban con todo!</p> - -<p>—Vamos, vamos a ver las palomas—pide Florinda -con impaciente actitud—. Pero Olalla la detiene sin prisa -ninguna:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_60" id="Page_60">[60]</a></span></p> - -<p>—¡Ah, fíjate! Estas flores las hizo Marinela...</p> - -<p>Las dos primas, altos los ojos y entreabiertos los labios, -contemplan con aire estúpido una malla colgante -del techo, labrada a punto de aguja y teñida de bermellón, -toda ornada de trapos vistosos que la maestra de -Piedralbina ha bautizado con el remoquete ideal de -«flores».</p> - -<p>—Muy bien—murmura la forastera, sonriendo generosamente.</p> - -<p>Todavía, antes de salir, Olalla abre una puerta primero -y otra después, frente al carasol, para mostrar a su -prima dos habitaciones pequeñas, llenas de trastos, sin -ventanas ni lechos.</p> - -<p>—Mira qué atropos—alude señalando los fardeles, -seras y alforjas, en abandonada confusión—. ¡Todo -quedó sin arreglar anoche!</p> - -<p>Y a Florinda le parece descubrir en aquellas palabras -un aire brusco, de tedio y de cansancio.</p> - -<p>—Ahora seremos dos a trajinar en casa—responde -afable.</p> - -<p>—¿En casa...? Yo aquí no subo nunca; tengo otras cosas -que hacer.</p> - -<p>—Pero no sales al campo—dice <i>Mariflor</i> inquieta, a -pesar del convencimiento que tiene en lo que afirma.</p> - -<p>—¿No es campo el caz de agua donde se lava la ropa, -y el huerto de las legumbres, y la cortina de los panes de -trigo...?</p> - -<p>Olalla enumera los diferentes campos de sus labores -con cierto calor impropio de su palabra cantarina y premiosa, -pero sin asomo de reproche o lamento, y aun con -vaga sonrisa de orgullo y fortaleza.</p> - -<p>—Hay que coser; hay que guisar—sigue diciendo enfática, -engreída en los altos deberes de su destino.</p> - -<p>—¿Y la <i>Chosca</i>?—pregunta <i>Mariflor</i> con desolado -acento—,¿Qué hace, entonces?</p> - -<p>—Servir a las caballerías, mujer, y a los bueyes; andar<span class="pagenum"><a name="Page_61" id="Page_61">[61]</a></span> -a las aradas con las obreras y con mi madre; atropar la -leña de más fuste...</p> - -<p>—¿También tu madre...?</p> - -<p>—Agora sí—responde Olalla con imperceptible amargura.</p> - -<p>Se han quedado las dos mozas en la última de las habitaciones, -frente al vano del colgadizo, que extiende en -la salita un esplendoroso tapiz de sol. Con el aire tibio, -levemente impregnado en aromas de huertos, humo de -hogares y vahos de pesebres, entra el hondo silencio de -la aldea hasta el rincón donde Olalla y Florinda enmudecen -de pronto, atónitas y mustias, entre mochilas y -zurrones, enjalmas y capachos...</p> - -<p>Así las sorprende una cadencia ronca y triste, repetida -a lento compás como un latido que sonara a pena.</p> - -<p>—Son las palomas que arrullan—dice Olalla, levantando -los ojos.</p> - -<p>—Llévame donde estén—repite Florinda, hablando -quedo, como si temiese turbar con sus palabras el -arrullo.</p> - -<p>La toma su prima por la mano, y en saliendo al corredor -cierra la puerta de modo que la más profunda oscuridad -envuelve los pasos de las dos maragatas. Hácense -otra vez torpes los de Florinda.</p> - -<p>—¿Por qué cierras?—murmura—. No tenemos ni una -chispa de luz.</p> - -<p>—Es que el gato entra al carasol y escarrama las simientes.</p> - -<p>Como si quisiera protestar del mal propósito que la -joven le atribuye, el animal guaya en la sombra, lastimero -y humilde.</p> - -<p>—¡Micho...! ¡Micho—ordena Olalla varias veces, espantándole.</p> - -<p>Palpando de nuevo en las tinieblas, dan las niñas en -unos gemidores peldaños, muy hostiles y maltrechos y -llegan al desván, oscuro y ruinoso, lleno de bálago resbaladizo.<span class="pagenum"><a name="Page_62" id="Page_62">[62]</a></span> -Una pared de madera y una puertecilla, resquebrajadas, -transfloran dorado resplandor, dividiendo -en dos mitades el local: allí, al otro lado de la medianería, -donde irradia la luz, suena el arrullo.</p> - -<p>Con suave remezón del maderaje, abre Olalla la palomera, -y de pronto Florinda no ve más que la luz, igual -que le sucedió poco antes en el colgadizo. Recorta el -alto ventanal un pedazo de cielo que se convierte en un -chorro de sol dentro del libre refugio de las palomas: -blandos nidales, al arrimo de los adobes, cobijan a las -hembras en gestación y a los polluelos temblorosos; y -desde cada nido ocupado, entre esponjadas plumas, se -vuelven los ojitos de las aves a mirar con recelo en torno -suyo.</p> - -<p>—¡Qué preciosas!... ¡Cuántas!... ¡Y no huyen!—exclama -con embeleso <i>Mariflor</i>.</p> - -<p>—Son medrosicas, pero no se asedan—dice Olalla, -prodigando, graciosa, una caricia a cada nidal—. Y como -su prima quiere ver los pichones en la mano, toma dos -chiquitines bajo las alas de la madre y se los ofrece. Ella -los acoge en el delantal, por temor a que se lastimen entre -los dedos, y también porque la retrae de tocarlos un -escrúpulo repentino.</p> - -<p>—En guarrapas son feucos—pronuncia Olalla sonriente; -y antes de volverlos junto a la azorada paloma, los -besa y los guarda entre las dos manos un instante, encima -de su corazón, con dulce gesto maternal. Del regazo -de una hembra febril, levanta después un huevecillo cálido -y terso, y se lo acerca a <i>Mariflor</i>, anunciando ponderativa:</p> - -<p>—¡Ponen dos todos los meses!</p> - -<p>—Tendréis un bando muy numeroso.</p> - -<p>—¡Quiá, mujer! Se mueren muchas en la invernada, -con el frío y la nieve, y los pichones más llocidos los -vendemos para el mercado de Astorga y de León.</p> - -<p>—¿No te da lástima?</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_63" id="Page_63">[63]</a></span></p> - -<p>—¡Como son para eso!</p> - -<p>Florinda se aturde ante la respuesta razonable y fría, -que del reciente beso y el impulso cordial borra la impresión -de ternura y oscurece con raro misterio el alma -de la campesina doncella.</p> - -<p>El cariñoso halago al borde del nido dejó adherida -una pluma sutil en el jubón de Olalla: ¿nada más que -esta huella deleznable habrá marcado la amorosa caricia -sobre aquel macizo pecho de mujer?... ¿Nada más?</p> - -<p>Lo duda <i>Mariflor</i> mientras, acuciosa, estudia aquel -semblante moreno y gracioso que cierra a toda asechanza -de íntima curiosidad los secretos de un corazón femenino: -sellado con una placidez austera, ecuánime y dulce, -un poco triste, el rostro de Olalla Salvadores es un -enigma, la noble máscara de unos sentimientos absolutamente -ignorados y silenciosos.</p> - -<p>Al contemplarla su prima interrogadora, ella dice -amable:</p> - -<p>—Voy a llamar a todo el bando.</p> - -<p>—¿Cuántas parejas tienes?</p> - -<p>—Treinta y tres; aquí dentro no hay ni la mitad.</p> - -<p>—¿Y son todas de la misma casta?</p> - -<p>—Abundan las palomariegas; pero téngolas también -de monjil, calzadas, moñudas, reales, tripolinas...</p> - -<p>De un arcón pequeño, separado del piso por toscos -bastidores, vierte la moza en su delantal una porción de -cebada y sube ágilmente hasta la tronera, apoyando los -pies en las quebraduras del muro: acodada en los umbrales, -lanza desde allí con voz atrayente y melosa el familiar -reclamo:</p> - -<p>—Zura, zura... zurita...</p> - -<p>Se remecen los nidos en el palomar, y fuera, un lozano -batir de alas azota la luz; en parejas veloces acude el -bando entero a picar en las manos de la muchacha: hay -palomas con rizos; las hay con toca, con moño, con espuelas; -las hay grises, verdosas, azuladas plomizas; algunas<span class="pagenum"><a name="Page_64" id="Page_64">[64]</a></span> -lucen el collar blanco, otras el pico de oro, otras las -patas de luto; aquellas los reflejos metálicos en la pechuga, -en las alas, en las plumitas del colodrillo. Todas las -distintas variedades son domésticas, aclimatadas al campo -mediante cruces con las castas silvestres y tributo de -crecida mortandad en los bravos inviernos.</p> - -<p>Rozando las mejillas de la joven, las madres anidadas -salieron a comer; ella hace en la ventana un sitio para -que se asomen los ojos de <i>Mariflor</i>, y enumera y define -la variedad del bando, junto en apretado racimo de codicias -y de temblores.</p> - -<p>Ha trepado la niña forastera hasta descubrir la techumbre -muelle y sinuosa donde las aves, en montón, -arrullan y solicitan el sustento. Pero la prima Olalla, -más complaciente aún, discurre:</p> - -<p>—Te las voy a mandar todas a la palomera.</p> - -<p>Y arroja, sonoro, el contenido de su delantal dentro -de la estancia.</p> - -<p>Entonces una impaciente agitación de vuelos lánzase -a la ventanuca desde el techado humilde, entre el pecho -de Olalla y la cabeza de Florinda. Salta al suelo la -joven para ver más de cerca a las palomas, y ellas la -miran extrañadas, de medio lado, con un ojo nada más, -mientras que alas y picos sacuden en el aire y en el tillado -raudas notas de instinto y de pasión, sorda y ávida -música de picotazos, aleteos y arrullos, donde la voracidad -y los amores cantan con gráficos acentos sus leyes -y sus prerrogativas: las hembras, que en el nido padecen -sagrada calentura maternal, han bajado en volandas -sus pichones al ruedo y les incitan a comer, disputando -la ración a las glotonas más tímidas; muéstranse -los machos galantes y los padres solícitos, se colman los -buches, se aquieta el tropel, y Florinda, saturada del -perfume bravío que exhala el palomar, seducida por los -iris de las plumas, agitada por las palpitaciones de las -aves, ebria de sol y de placer, siente con ardorosa plenitud<span class="pagenum"><a name="Page_65" id="Page_65">[65]</a></span> -la belleza potente de aquella vida cándida y salvaje, -libre y fecunda, que ahora despliega el vuelo alto -y feliz, en parejas de amor, por el llano luminoso y sin -tasa, nuncio de lo infinito...</p> - -<p>En pos de las palomas, los deslumbrados ojos de Florinda -tropiezan con la figura intrépida de Olalla, exaltada -allí en la cumbre del palomar, en el foco de la cruda -luz, con el sereno perfil de realce sobre el índigo raso -de las nubes: despide la muchacha al bando con mimosa -delicia; le riñe y le aconseja con familiares voces; su -acento casi infantil, truncado y leve en aquel íntimo soliloquio, -se aduna con los arrullos de las fugitivas y se -pierde en el aire manso, que al roce de las alas se hace -sonoro; el pañizuelo de la cabeza, caído a la espalda, -descubre un rodete rubio, apretado y firme, rutilante -sobre la nuca morena, como una corona de sol encima -del trigo segal; mírase el cielo en los claros ojos, de un -azul más profundo en esta hora; las rosas aldeanas en -las mejillas arden con calor juvenil; la melada tez luce -su fino vello de sabrosa fruta y muestran los labios, -mórbidos y abiertos, unos dientes, duros, iguales, blanquísimos.</p> - -<p>Toda la figura de la joven, propicia al atavío regional, -señora del paraje romancesco, sublimada por la fortaleza -del sol, se yergue bellísima y extraña, con la silvestre -dulzura de una roja flor de sangre y de salud, con el donaire -rústico de la fuerte amapola, espontánea sonrisa -del erial.</p> - -<p>Atónita <i>Mariflor</i>, cual si de pronto viera a su prima -convertirse en otra mujer, sólo recordaba de sus recientes -emociones la que incendió el copo de pluma dejando -en el jubón de Olalla la estela de singular caricia.</p> - -<p>Un toque gemebundo y cansado resonó en el palomar -desde las profundidades del edificio, y al romper el -silencio estremeció a la moza ensalzada en la ventanuca.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_66" id="Page_66">[66]</a></span></p> - -<p>Cuando Olalla saltó diligente junto a su prima, parecía -que hubiese perdido en un segundo el trono sublime -de la belleza: en el lago azul de sus ojos ninguna expresión -grande navegaba, un leve azoramiento físico rizaba -apenas en las pupilas el sereno cristal; y en la plebeya -boca, el gesto brusco y la placidez ausente daban -aire de abandono y hastío a la maragata rubia. Quizá -era su porte demasiado recio y su cara harto redonda; -tal vez los pies y las manos fuesen muy varoniles... El -copo de pluma había desaparecido de su jubón.</p> - -<p>—No te pongas el pañuelo—suplicó Florinda, viéndole -hacer un vivo ademán para cubrirse la cabeza. -Y Olalla, realizando su propósito sin replicar, lamentóse:</p> - -<p>—¡Las diez sonaron; tendré asurada la olla y la lumbre -muerta!...</p> - -<p>Detrás de la débil puertecilla quedábanse la luz y los -arrullos, el aroma agreste de los tálamos, la pura libertad -de las alas, y <i>Mariflor</i>, a tiendas por los oscuros -escalones, apretaba la mano de su prima, repitiendo:</p> - -<p>—¡Tienes unas trenzas tan hermosas!... ¿Por qué no -las quieres lucir?</p> - -<p>—No se usa.</p> - -<p>—Ponemos esa moda tú y yo.</p> - -<p>—Para ti es diferente...</p> - -<p>—Estás mucho más guapa sin pañuelo.</p> - -<p>Se adensaba la oscuridad delante de sus pasos, como -si la noche subiera del fondo de la casa, y un hálito frío -sobrecogió a Florinda, recién bañada en sol.</p> - -<p>Por los penumbrosos corredores del piso bajo hicieron -las dos mozas rumbo a la cocina, grande y poco -alumbrada, con el llar humillado y el suelo de tierra; -taburetes de roble, escaño vetusto, ahumados vasares, -mesa «perezosa» y espetera profusa, decoraban la habitación: -pendiente de las <i>abregancias</i>, a plomo sobre el -llar, esplendía una caldera enorme.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_67" id="Page_67">[67]</a></span></p> - -<p>Como Olalla se abismase de hinojos, hurgando la lumbre, -soplando en la ceniza y sacudiendo la olla reseca, -dijo <i>Mariflor</i>, tímida y sonriente:</p> - -<p>—¿Y mi desayuno?</p> - -<p>—¡Cierto!... ¡Si hoy no sé lo que hago!—murmura -Olalla, impacientándose entre los pucheros—. Mira, aquí -tienes sopas... ¿te gustan?</p> - -<p>—¿Sopas?... ¿De qué?</p> - -<p>—De patatas.</p> - -<p>Una salsa con mucho pimentón subía hasta los bordes -de menuda tartera.</p> - -<p>—¿Llamáis sopa a este guiso?—preguntó Florinda, -colocando otra vez la tapa con pulcritud.</p> - -<p>—En el falaje de la tierra se dice así.</p> - -<p>—Pero ¡si hubiese otra cosa!—encareció la pobre ciudadana, -mirando alrededor.</p> - -<p>—Del orco de chorizos puedes cortar.</p> - -<p>—No; algo ligero...</p> - -<p>—Chocolate, café ni cosas finas, eso no hay.</p> - -<p>—¿Y un poco de leche?</p> - -<p>—De las cabras, un poquitín para Tomás y Marinela..., -pero te daré parte.</p> - -<p>—No, no; ya pronto es medio día: aguardo así.</p> - -<p>—¿Vas a fambrear, criatura?... ¡Y anoche apenas cenaste!... -Los nuestros guisotes caldudos no te prestan; -tú tienes otro enseño, ¡y aquí todo es tan mísero!...</p> - -<p>—Olalla, de rodillas, levantando entre el humo del -hogar su cara bondadosa, adquirió nuevamente una expresión -de cansancio y pesadumbre, que la envejeció de -pronto, hasta semejarse su sonrisa a la de la abuela.</p> - -<p>—Me gusta todo; ya lo verás—pronunció <i>Mariflor</i> -entonces. Y probó heroicamente la sopa de patata.</p> - -<p>Se aventuró después en las habitaciones que aún desconocía, -en el corral y el huerto, mientras Olalla, trajinadora, -atizaba la lumbre con raíces de <i>urz</i>, hundida en -la sombra cenicienta y humeante.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_68" id="Page_68">[68]</a></span></p> - -<p>Los tres dormitorios donde se repartían las mujeres y -los niños, tampoco estaban muy aventajados de claridad: -pequeños tragaluces cruzados de rejas, dábanles -aspecto de prisión. Las camas, esponjosas y limpias, lucían -sendos rodapiés de colores; era el piso de tabla, -muy pobre el mueblaje, apretado y confuso. Una pieza -que llamaban <i>estradín</i>, y que pudiera haber sido comedor, -daba acceso al corral y a la cocina, y más luz a esta -última que su ventana, pequeña y con cristales completamente -ahumados, abierta sobre la silenciosa rúa en -disposición contraria a todo intento de atisbo. A la misma -fachada Norte correspondían la puerta principal y los -tragaluces de los dormitorios. Abríanse al solano, sobre -el corral y el huertecillo, la cuadra, corrida y profunda, -el <i>estradín</i> y el gabinete de <i>Mariflor</i>, encima se asomaban -a la luz el colgadizo, la sala y el palomar.</p> - -<p>Así que en un periquete visitó Florinda las dependencias -interiores, salió a la corralada y de allí pasó al -huerto.</p> - -<p>Era verdad que tenían brotes los dos únicos rosales, -precisamente al pie de aquella ventanuca parecida a la -de un camarote. Un solo arbolito, que a la muchacha le -pareció un peral, señoreaba el «vergel», donde las berzas -y los repollos, con las demás vulgares hortalizas caseras, -bien cuidadas en simétricos cuadros, erguían el -talante animoso a los rayos del sol.</p> - -<p>A la vera de árbol, un escañuelo convidaba a sentarse, -y aunque las floridas ramas no fuesen muy frondosas, -allí buscó la joven un refugio a su breve soledad; el -perfume delicado de la yema en flor, el verde tierno de -la rizosas legumbres, las débiles ondulaciones de los rosales -y, en las pálidas orillas, las flores de la retama y -del escaramujo escalando la sebe, todos los distintos -semblantes del huerto ruín, tuvieron para <i>Mariflor</i> una -vida profunda en aquella hora. Sutiles emociones la turbaron; -sobre la pobreza del paterno solar, la melancolía<span class="pagenum"><a name="Page_69" id="Page_69">[69]</a></span> -insondable del país y el oscuro misterio de las entrevistas -existencias, la moza derramaba la ternura de su -abundante corazón, con el firme propósito de amar y -de sufrir... ¿Para merecer...? Sí, para alcanzar una dicha -tan alta y tan ilustre que parecía un sueño, un imposible. -Era preciso que ella, <i>Mariflor</i> Salvadores, la niña mimada -y consentida, conocedora de holguras y de halagos, -arrostrase, fuerte y audaz, las privaciones y los sacrificios, -para que Dios, en premio, la nombrara triunfalmente -esposa de un artista, musa de un poeta... ¿Por -qué lado, por cuál camino milagroso llegaría a libertarla -<i>Don Quijote</i>...? ¡Aún no levanta en sus hombros la cruz -y ya la pobre soñadora se impacienta por la redención!</p> - -<p>Hacia el corral se oyeron unos pasos y Florinda estremecióse -alucinante. Era Olalla, que desde el postigo -sonrió, diciendo:</p> - -<p>—¡Qué esfrayadica te quedaste, rapaza!</p> - -<p>—¿No vienes?</p> - -<p>—Tengo que rachar unos tánganos, porque la lumbre -no quiere arder.</p> - -<p>Y con gesto prometedor, algo pomposo, añadió -alegre:</p> - -<p>—Al escurificar, de fijo recibes alguna visita.</p> - -<p>Quedó el anuncio ondulante en el espacio como una -loca patraña contada por el viento. El cual, presentándose -de súbito, llegaba jadeando, con la respiración -férvida y mugiente, lo mismo que una bocanada de -siroco.</p> - -<p>Se estremecieron en la falda sequiza del bancal las -flores de retama y agavanzo; el hacha leñadora hendía -troncos de brezos con premura al otro lado de la sebe, -y algunos cendales de niebla empañaban el firmamento -azul.</p> - -<p><i>Mariflor</i> pensaba confusamente en la posibilidad de -que en aquellas casas que vió inclinarse bajo techumbres<span class="pagenum"><a name="Page_70" id="Page_70">[70]</a></span> -de cuelmo, hubiese cocinas oscuras y tristes huertecillos -y mozas bellas...; quizá, también, gatos misteriosos -y relojes ocultos, que de cuando en cuando hiciesen -rodar en el silencio un gañido tremulante y una campanada -rota...</p> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-070.jpg" width="300" height="244" - alt="" - title="" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_71" id="Page_71">[71]</a></span></p> - -<div class="chapter"> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-015.jpg" width="400" height="156" - alt="" - title="" /> -</div> - -<h2>VI<br /><br /> -<span class="pch">REALIDAD Y FANTASÍA</span></h2> - -<div> - <img class="dc1" src="images/da.jpg" width="200" height="198" alt=""/> -</div> -<p class="dc24">—A la rapaza forastera, ¿la nombráis -<i>Mariflor</i>?</p> - -<p>—Nombrámosla.</p> - -<p>—Pues tengo para ella una -carta aquí.</p> - -<p>Reposadamente, desde su caballo -roano, luengo de crines y -hundido de lomos, abrió el hombruco -la remendada valija, sacó -un sobre y leyó en él con lentitud: «León.—Señorita <i>Mariflor</i> -Salvadores.—Astorga.—Valdecruces.»</p> - -<p>—Véla—murmuró, dándosela a Ramona.</p> - -<p>Como ésta llamase a la interesada, el tío Fabián Alonso -esperó que saliera, y, a la luz falleciente del ocaso, la -miró de hito en hito así que ella pareció sobre el fondo -oscuro del umbral.</p> - -<p>—¡Guapa moza!—pronunció el viejo.</p> - -<p>Se iba, rumbo adelante, cuando volvió de pronto -para decir:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_72" id="Page_72">[72]</a></span></p> - -<p>—¿Conociste «allá abajo» a Fermín Paz?</p> - -<p>—¿El tío Fermín, pariente nuestro, que vive en La -Coruña?</p> - -<p>—Ese.</p> - -<p>—Sí que le conozco.</p> - -<p>—Es yerno mío.</p> - -<p>—Sea por muchos años—replicó solícita <i>Mariflor</i>, -rasgando el sobre con un alfiler—. Y el cartero hizo dar -otra media vuelta a su cabalgadura, que desapareció -cansina en el turbio horizonte del camino.</p> - -<p>Ya en los dedos gentiles de la niña temblaba una esquela.</p> - -<p>—¿Es de tu padre?—preguntó impaciente Ramona.</p> - -<p>—Es—dijo la muchacha enrojeciendo al ver la firma—de -un señor que venía con nosotras en el tren.</p> - -<p>—¿Y te escribe?</p> - -<p>—Prometió que «nos» iba a escribir.</p> - -<p>—¿Le conocías?</p> - -<p>—Le conocí entonces...</p> - -<p>Quedóse Ramona seria, un poco ceñuda. Era una mujer -áspera, fuerte y triste; contaba apenas cuarenta años, -y si alguna vez gastó hermosura no conservaba de ella -el menor vestigio; tenía los senos derribados y marchitas -las facciones: seca y dura de miembros, alta y silenciosa, -inspiraba a Florinda un invencible temor.</p> - -<p>Sin saber qué actitud adoptar, con la carta entre las -manos, fué la moza alejándose poco a poco por el pasillo. -Ya en su aposento, de pie sobre una silla para recibir -la muriente claridad de la empinada ventanuca, leyó -la esquela, que empezaba en prosa con mucha galanía, -y terminaba en verso, enamorado y sutil. Decía de esta -suerte:</p> - -<p>«<i>Mariflor</i> preciosa: ¿Se acuerda usted de nuestra -dulce amistad? ¿Se acuerda usted de nuestra triste despedida? -Una semana ha transcurrido desde entonces y -aún se me resiste la certidumbre de aquel encuentro dichoso,<span class="pagenum"><a name="Page_73" id="Page_73">[73]</a></span> -de aquella brusca separación. ¿Fué realidad o -fantasía? De ambas cosas se vale el amor para rendirnos: -los grandes amores son el hallazgo en la realidad de las -venturas imaginadas.</p> - -<p>»Dormida la conocí, <i>Mariflor</i>, y aún me parece, -cuando cierro los ojos, que la veo dormir, que «la siento» -soñar. Usted y el sol amanecieron a un tiempo en la -divina mañana de nuestro viaje; pero aunque fué tan -hermoso el despertar del día, vi que era usted mucho -más bella que la aurora. Bendito el sueño aquél y bendita -la jornada que me hicieron gozar de una alborada tan -espléndida. ¡Qué símbolo más noble! La vida es viaje y -sueño: el amor despertar, amanecer...</p> - -<p>»Y volver a vivir lo ya soñado y prometido. Quizás en -vez de un hallazgo sólo sea un reconocimiento. La imagen -de usted se me reproduce en la memoria como trasunto -de otra imagen: la de una niña que en la playa de -Vigo conocí hace años y a quien por rara sugestión no -he podido olvidar. Escríbame usted diciendo si se acuerda -de haberme visto antes de ahora; si presiente que nos -volveremos a ver pronto. Yo la escribiré mucho, si usted -me lo permite; la mandaré muchos versos; iré algún día -a Valdecruces...</p> - -<p>»No es nueva, no, nuestra amistad: el nombre de -usted, su voz y su semblante despiertan en mi alma el -recuerdo de otra dulce entrevista, las sensaciones imborrables -de otro feliz encuentro...</p> - -<p class="pp7 p1">Tal vez un día en la niñez dichosa</p> -<p class="pp8">me miraste, al pasar, como una hermana...</p> -<p class="pp7">¿No eras tú aquella niña primorosa,</p> -<p class="pp10">morenita y gitana,</p> -<p class="pp6">que me besó en la frente, y en mis cabellos rubios</p> -<p class="pp10">puso sus manos blancas?</p> -<p class="pp7">¿No te acuerdas?... Riendo me dijiste</p> -<p class="pp6">al darme el beso aquel: ¿Cómo te llamas?</p> -<p class="pp7">Y al escuchar la blanda melodía</p> -<p class="pp6">de tu pregunta, me nacieron alas,<br /> -sentíme ciego de emoción, y el cuento<br /> -de mi junquillo se tornó en aljaba.</p> -<p class="pp7">Y una voz en los aires repetía:<span class="pagenum"><a name="Page_74" id="Page_74">[74]</a></span></p> -<p class="pp6">—Soy el amor que pasa,<br /> -el niño amor que encontrarás un día<br /> -tras de las tempestades de tu alma...</p> - -<p class="p1">Sobre la última frase feneció la luz con tales agonías, -que <i>Mariflor</i> leyó el nombre del poeta sólo con el pensamiento, -cerrando lentamente los ojos atormentados en -la lectura por la escasez de claridad. Bajo las pestañas -espesas tornáronse entonces visionarias las pupilas, y -persiguieron en remoto confín la figura de un niño ledo -y rubio, con alas y linjavera como el dios amor. ¿Era Rogelio -Terán? ¿Era una cándida imagen de la fantasía, un -recuerdo traído a la tierra misteriosamente desde otro -mundo, desde otra existencia olvidada y oscura? ¿Tornaría -alguna vez el viajero para llevar consigo a <i>Mariflor</i>?</p> - -<p>Clara luz de estas firmes ilusiones era la visión continua -de unos ojos azules, pensativos y ardientes... Tenía -Florinda la certeza de haberlos contemplado desde el -fondo de su alma, no una vez sola, sino muchas, al través -de toda su vida, quizá en la cara apacible de un niño -rubio, en el semblante audaz del mozo marino que tantos -días la miró en el muelle coruñés, en el rostro varonil del -viajero artista que la dijo tristezas y amores con fina voluntad -una mañana...; ¿dónde, dónde había visto muchas -veces aquellos ojos claros y profundos?</p> - -<p>—¿Estás aquí?—preguntaba Marinela entrando pasito.</p> - -<p>Escondió Florinda el billete en el jubón y tendió a su -prima la mano respondiendo negligente:</p> - -<p>—Aquí estaba...</p> - -<p>—¡Qué tenebregura! No te veo.</p> - -<p>Entonces <i>Mariflor</i> se hizo buscar, agazapada y juguetona, -hasta que la chiquilla, zarandeándola suavemente, -murmuró contenta:</p> - -<p>—No me espasmas, no—. Y su voz infantil adquirió -grave acento para anunciar:—Ahí está don Miguel, que -viene a visitarte.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_75" id="Page_75">[75]</a></span></p> - -<p>Había quedado la témpora de Sur; el ábrego caliente -zumbaba en la llanura y plegaba sus ropajes sonoros -contra los hormazos de las «cortinas» y los adobes del -caserío: desde el pajonal de las techumbres, el bálago, -dócil, tendía en los aleros su despeinada cabellera rubia.</p> - -<p>En el <i>estradín</i>, la tía Dolores y Ramona recibían cortésmente -al párroco de Valdecruces, mientras Olalla en -la cocina daba de cenar a los niños. La comunicación -con el corral estaba abierta como en el estío, y el quinqué -de petróleo, encendido en honor del señor cura, ardía -resguardándose del viento, cuyas ráfagas ondulantes -henchían en pompa el arambel de la puerta, resto sin -duda de más prósperas jornadas.</p> - -<p>En rústico sillón, ni cómodo ni firme, se aposentaba -junto a la camilla don Miguel Fidalgo. Era un sacerdote -mozo y arrogante: recién terminada su carrera había recibido -la parroquia de Valdecruces, hasta que un concurso -le permitiese ganar en oposición otra más lucratitiva -y bien dispuesta para lucir sus dotes, las cuales eran -muchas y raras.</p> - -<p>Cursó este joven sus estudios en aquel seminario famoso -donde se alcanza autoridad preponderante en las -sagradas letras: fué seminarista en Villanoble, cuyas -aulas, al decir de obispos y teólogos, suplen a las célebres -escuelas de Roma.</p> - -<p>Tenía don Miguel los ojos pardos, de color de canela, -grandes y bondadosos. No era de esos curas tímidos que -miran a las mujeres de soslayo, con una cortedad invencible, -muchas veces por los hombres malignos interpretada -como hipocresía; él miraba a mozas y a viejas en los -ojos, con los suyos serenos y muy dulces; hablábales con -cariño, mezclado de triste y profunda compasión, y lo -mismo su frase alentadora que su mirada penetrante, gozaban -el privilegio de remansar, como dentro de un lago, -las aguas pacíficas de la mansedumbre, en la llanura -abierta y desolada de aquellos corazones femeninos. Al<span class="pagenum"><a name="Page_76" id="Page_76">[76]</a></span> -igual de los ojos, todas las líneas del rostro y continente -denotaban, con el apellido, la hidalguía de don Miguel.</p> - -<p>Al entrar <i>Mariflor</i> en el <i>estradín</i> la miró el sacerdote -muy despacio, y sus claras pupilas se detuvieron mucho -en la inquietud que revelaron las de la moza, ya extasiadas -en sutiles arrobos, ya impacientes en vagas incertidumbres, -mudas o locas, siempre febriles y palpitantes. -Los ojos de aquella mujer le dejaron al cura algo perplejo.</p> - -<p>Rodó ceñida y afectuosa la conversación, durante la -cual hizo el párroco a la forastera no pocas preguntas, -para sacar en limpio que a la niña le gustaba Valdecruces, -«aunque todo le parecía allí un poco triste»; que esperaba -buenas noticias de su padre, y que admitía con -carácter de provisional y poco duradera su estancia en -el pueblo.</p> - -<p>Esto último no lo dijo Florinda claramente, ni tal vez -lo pensaba de un modo definitivo y razonado; era una -esperanza que su ingenuo palique dejaba traslucir en la -prolongación suave de los silencios, al separar las palabras -con hilos invisibles de ilusiones, en la rara dulzura -de las frases tendidas con secreto placer hacia lontananzas -alegres, y, sobre todo, en la audaz palpitación de las -pupilas, centelleantes o adormiladas, pero reveladoras -de un tumulto de visiones, como esas aguas oscuras y -fuyentes de los ríos norteños, donde nubes, luna y estrellas, -galopan con arrebato en las noches apacibles.</p> - -<p>Atento el sacerdote a estas recónditas particularidades, -no parecía desconocer en absoluto en qué bancos y -quebraduras del corazón humano suelen embravecerse o -desmayar las silenciosas aguas del sentimiento, antes de -asomarse a los ojos, imaginarias y calenturientas; si no -acertó que Florinda guardaba en el jubón un mensaje -amoroso, no anduvo lejos de sospecharlo.</p> - -<p>Ella, por su parte, aprendía cómo aquel tío suyo, que<span class="pagenum"><a name="Page_77" id="Page_77">[77]</a></span> -adoleció del pecho en Villanoble, estudiaba en el Seminario -con don Miguel, y siendo ambos nacidos de la -misma tierra castellana, la juvenil amistad que establecieron -duró firme entre la familia del estudiante difunto -y el que, con el tiempo, se vino a convertir en párroco -de Valdecruces. Y pensó la niña entonces, con acelerada -emoción, que aquel cura sonriente y afable conocería, -de seguro, los azules ojos, tristes y lejanos, que la -hacían soñar...</p> - -<p>Entró Olalla con paso macizo, volviendo atrás la cabeza -para decir:</p> - -<p>—¡Vamos! Dad las buenas noches.</p> - -<p>Los rapaces se acobardaban zagueros, arrastrando los -pies.</p> - -<p>Pedro, el mayor, venía delante, con la cabeza gacha y -el rostro encendido; era un zagalote de trece años, robusto -y humilde, sin sombra alguna de malicia en los -garzos ojos; tenía las facciones vulgares, sollamada la -piel y el cabello rubio; una expresión de bondad ennoblecía -su cara al sonreir.</p> - -<p>Los dos pequeños llevaban también la frente sumisa, -y ambos la mano derecha entre la boca y las narices. -Les sacudió su madre un cachete a cada uno en los dedos -pellizcadores, obligándoles a levantar la cabeza. Y -mostraron, con abrumadora timidez, las pupilas cambiantes -entre el gris pálido y el azul desvaído; las líneas -del rostro, ordinarias como las de Pedro; la cabellera dorada -y fosca; el color saludable y atezado, y una graciosa -candidez en la cobarde sonrisa.</p> - -<p>Vestían los tres con pobreza, sin nota alguna regional -los varones. La niña llevaba un refajo rojo hasta el tobillo, -como las mujeres del país lo usan también para las -faenas campesinas, un jubón pardo y un delantal de cretona; -a la espalda le caía un pañuelo, sin duda destinado -a cubrir la cabeza.</p> - -<p>—Ya sé, ya sé—les dijo el señor cura acariciándoles—que<span class="pagenum"><a name="Page_78" id="Page_78">[78]</a></span> -cantáis el himno del Sagrado Corazón muy lindamente.</p> - -<p>Volvieron a ocultarse las caritas de Carmen y Tomás, -y las manos hurgoneras volvieron hacia el frecuentado -camino de las narices. Se repitieron los mojicones de -Ramona, empeñada en conseguir que los niños hablasen -a don Miguel mirándole de frente, «como Dios manda». -Pero Carmen no dijo «esta boca es mía», y el nene rompió -a llorar.</p> - -<p>—¡Mostrenco! ¿No te da un rayo de vergüenza?—decía -la madre zarandeándole brusca—. ¿Es propio de la -hombredad llorar así?</p> - -<p>Mientras el párroco aseguraba, conciliador, que Tomasín -y Carmen eran unos coristas sobresalientes y que en -el mes de junio entonarían en la iglesia el himno con los -demás colegiales, inclinóse Olalla sobre su hermano hasta -quedar casi de rodillas en el suelo; le atrajo, le secó -las lágrimas y otras humedades afines, y le hizo a «escucho» -una promesa.</p> - -<p>—¿También a mí?—murmuró Carmen callandito.</p> - -<p>—A los dos—aseguró la hermana, rodeando el talle -de la niña con el otro brazo.</p> - -<p>Y <i>Mariflor</i>, al ver un instante ambas cabecitas inocentes -refugiadas con regalo en el seno de la moza, recordó -al punto aquella dulce caricia en que el pichón -recién nacido perdiera un copo de pluma...</p> - -<p>—Van a cantar—anunció Olalla, levantándose alegre. -Y ella misma colocó a los niños cara a la pared sin que -nadie más que la forastera se asombrase de la extraña -actitud. Así cantaron, mirando al suelo, de espaldas al -auditorio: las voces tiernas, impregnadas de rubor y de -humildad, tenían un entrañable sentimiento alabando al -divino Corazón de Jesús; al truncarse en los acentos infantiles, -el himno, más que lauro, semejaba una tímida -querella.</p> - -<p>Volvióse el cura hacia <i>Mariflor</i> para explicarle:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_79" id="Page_79">[79]</a></span></p> - -<p>—Aquí los niños son tan vergonzosos, que siempre -cantan o recitan sin que se les vea la cara.</p> - -<p>Muda de asombro y de emoción asintió la joven con -una sonrisa. Y en los ojos claros de don Miguel quedó -temblando como en un espejo la imagen de aquella femenina -sensibilidad, insólita en el <i>estradín</i> de la tía Dolores.</p> - -<p>Sin embargo, allí cerca se bañaba en ansiedades el -corazón de otra niña, mas en tan sagrativo silencio, que -ni el mirar ni el sonreir delataban en el rostro de Marinela -emociones ocultas. Y fué verdaderamente sugestiva -la prontitud con que el sacerdote se volvió hacia la zagala -buscando en las ondas latentes del sentimiento el -rastro febril de aquel espíritu.</p> - -<p>Ya los nenes habían terminado su canción y dicho -«buenas noches» en voz queda, como un soplo: besaron -los tres la mano del cura y se fueron a dormir escoltados -por Olalla.</p> - -<p>Mecíase la abuela al compás de un leve ronquido, -acurrucada en su escañuelo, con los brazos cruzados y la -frente caída hacia adelante. Ramona había cabeceado con -disimulo al son del himno devoto.</p> - -<p>El párroco, fijos los ojos en Marinela, preguntó:</p> - -<p>—¿Qué me cuentas tú?</p> - -<p>—Nada, señor—apresuróse a responder la niña—. -Pero la madre, espabilada y pronta, se lanzó a decir:</p> - -<p>—Regáñela, don Miguel; vea cómo enmagrece, amarrida -y tribulante como si la hubieran maleficiado.</p> - -<p>—¡Si estoy buena!—balbució muy confusa la zagala.</p> - -<p>—Diga que miente—siguió diciendo Ramona, puesta -en pie, agria y rústica, manoteando junto a la mozuela, -que temerosa se empequeñecía en su rincón—. Diga que -le va a costar muy cara la libredumbre en que vive; ya -con los quince años cumplidos no la podemos sacar de -la escuela sin que llore, ni sabe hacer más que embelecos -de flores y puntillas: ha de casarse sin ánimos para<span class="pagenum"><a name="Page_80" id="Page_80">[80]</a></span> -gobernar los atropos de una casa, cuanti más para salir -al campo...</p> - -<p>—No será menester—interrumpió el cura blandamente.</p> - -<p>—Píntame que sí—repuso la madre—. Y luego, menos -iracunda y más triste, añadió:—Esas caminatas a Piedralbina -le hacen mal, señor; la comida trojada le da secaño, -y por la tarde llega con trueques y sudores como -si fuera a morirse. Mírela cómo desmerece: poco le halta -a Carmica para abondar tanto como ella.</p> - -<p>Era cierto; la pobre zagala, menuda y gentil, parecía -doblarse al peso de pertinaz quebranto, y la palidez de -sus mejillas daba la conmovedora impresión de esas rosas -tenues que esperan el viento de la noche para deshojarse. -El color claro de los ojos celtas era casi verde en los -de esta niña, y ofrecía matices profundos, como aguas -de mudable coloración que reflejan los tonos distintos y -movibles del follaje. Perfecto el óvalo de la cara, prestaba -una dulzura angelical a todas las facciones de Marinela, -no muy finas pero armoniosas y subrayadas por la -singular expresión de la sonrisa, rictus amargo y dulce al -mismo tiempo, sorprendente en aquella boca infantil, -llena de candor. El traje de maragata, adulterado y tosco, -parecía oprimir con fatiga el débil cuerpecillo y derrengar -las caderas con los pliegues abrumadores; bajo el pañuelo -ceñido a la frente se desfallecía, igual que mies en -sazón, una cabellera pesada y rubia como el oro: toda -aquella incipiente doncellez tenía un flébil aroma de -fracaso, una tristeza inexorable a los estímulos de la juventud.</p> - -<p>—Yo bien quisiera darle pan dondio y otros aliños—decía -Ramona, áspera y conmovida la voz—; yo bien -quisiera dejarle hacer su gusto; pero en casa, dentro de -la pobreza, tendría más descanso y más cuido; el puchero -estovado, la solombra gustable... Mire: sémblase ya a -la otra rapaza que adoleció de una manquera, triste y sin -remedio, a los mismos quince años.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_81" id="Page_81">[81]</a></span></p> - -<p>Y adelantándose la mujer, alzó con la mano la barbilla -de la joven.</p> - -<p>Deseando el cura remediar el oscuro desconsuelo de -la madre, dijo con sutil agasajo:</p> - -<p>—A quien se parece es a su prima <i>Mariflor</i>.</p> - -<p>—Esa está acrianzada de otra manera—respondió -Ramona con cierta acritud.</p> - -<p>Don Miguel, levantándose para despedirse, hizo prometer -a las dos niñas que al día siguiente, domingo, después -de misa mayor, irían a verle: necesitaba hablar mucho -con Marinela, y un poquito, también, con Florinda.</p> - -<p>Rebullóse la abuela y masculló unas frases devotas: -hablaba al sacerdote con mucho respeto, como si no le -hubiera conocido estudiante rapaz.</p> - -<p>Acudió Olalla, requerida por su madre, y todas juntas -escoltaron al huésped hasta la puerta de la corralada, la -más próxima a la vivienda del párroco.</p> - -<p>Cálida era la noche, y un amago de tempestad mugía -en el aire fuerte y oloroso, hurtador de bravíos perfumes -al través de la rotunda paramera, de los huertos en flor, -de las «aradas» abiertas en surcos de esperanza, o fecundas -en la tardía preñez de los morenos panes: en la comba -del cielo aborregado, brillaba una estrella.</p> - -<p>Antes de salir, cuando ya gemía el portón, preguntó -don Miguel con alguna zozobra si había noticias de -Buenos Aires.</p> - -<p>—No las hay—dijeron a coro las mujeres.</p> - -<p>—Cuando mi padre arribe, escribirá a menudo—añadió -Florinda alentadora.</p> - -<p>—Sí; el señor Martín ha de tranquilizarnos—dijo el -cura insinuante, al otro lado del umbral—. Y la capa henchida -por el viento en la sombra, envolvió al joven -apóstol en una nube negra a lo largo de la rúa...</p> - -<p class="p2">Acostumbrado ya el oído a los grandes silencios de -Valdecruces, Florinda percibió en la casa unos apagados<span class="pagenum"><a name="Page_82" id="Page_82">[82]</a></span> -rumores, apenas, al día siguiente, se asomó la aurora -al ventanillo del camarín: poco antes habían cantado, -con estridente son, un gallo y una campana.</p> - -<p>Vistióse la moza con mucha diligencia y se arriesgó -audaz en la penumbra del pasillo. Al verla entrar en la -cocina, le preguntó Olalla, atónita:</p> - -<p>—¿Por qué madrugas tanto?</p> - -<p>—No he podido dormir, y quería hablarte pronto.</p> - -<p>—¿Hablarme?</p> - -<p>—Sí; para que me cuentes muchas cosas que necesito -saber.</p> - -<p>—¿Cuálas?</p> - -<p>—Espera.</p> - -<p>Había una grave resolución en el ademán contenido -de Florinda, que llevaba las trenzas colgando, el jubón -entreabierto y una ligera palidez de insomnio en el semblante. -Prestó oído a un agudo reclamo que sonaba hacia -el corral:—¡Pulas!... ¡Pulas!...</p> - -<p>—Es mi madre que llama a las gallinas para darles el -cebo—dijo Olalla.</p> - -<p>—¿No irá a misa con la abuela, ahora?</p> - -<p>—En cuanto den el segundo toque.</p> - -<p>Como evocado por aquel aviso, el bronce de la parroquia -volvió a tañer; al propio tiempo un gallo volvió -a cantar, y en el cansado reloj de la abuela gimieron -cinco profundas campanadas.</p> - -<p>Abrióse la puerta del <i>estradín</i> y un bulto macizo se -perfiló en la claridad: era la <i>Chosca</i>, que, en el escaño -donde dormía, entre un cobertor y una albarda, buscó -su delantal y su pañuelo.</p> - -<p>Poco después las tres mujeres tomaban el camino -de la iglesia. Y en cuanto <i>Mariflor</i> las sintió salir, dijo -a su prima, que aguardaba curiosa:</p> - -<p>—Cuéntame: ¿es verdad que «no tenemos» con qué -darle pan tierno a Marinela?... ¿Es verdad que somos tan -pobres como tu madre dice?... ¿Que tendremos que<span class="pagenum"><a name="Page_83" id="Page_83">[83]</a></span> -acudir a labrar las aradas como las más infelices criaturas?</p> - -<p>—¿Infelices?... ¿Pan tierno?...—repitió Olalla, con sonrisa -aparente y boba.</p> - -<p>—No te rías, mujer. Dime si de veras somos tan desgraciadas.</p> - -<p>—Gastando salud...—arguyó la campesina con ambigüedad.</p> - -<p>—Es que Marinela no la tiene.</p> - -<p>—Ni mi padre tampoco; y hace más de tres años que -no manda dinero. El tío Cristóbal se va quedando con -las hipotecas... Ya casi nada de lo que ves nos pertenece.</p> - -<p>—¿Ni la casa?</p> - -<p>—La casa... entadía sí. Pero sobre ella debemos no -sé cuanto.</p> - -<p>—Yo he venido engañada—murmuró con angustia -<i>Mariflor</i>—. Yo supe que la abuela se había empobrecido, -pero no que estuviese en estos apuros. Mi padre -tampoco lo sabía; él no quiere que salgamos a trabajar; -él nos dejó dinero...</p> - -<p>Aferrábase la moza al paternal apoyo, rebelde contra -las fieras asechanzas de la desventura. Y oyó con espanto -que confesaba su prima:</p> - -<p>—Cuando llegasteis, la abuela se lo dió todo al tío -Cristóbal.</p> - -<p>—¿Todo?</p> - -<p>—Y aún no llegó para saldar los réditos.</p> - -<p>—Mi padre—repitió la muchacha, crédula y fervorosa—mandará -más en seguida.</p> - -<p>—¡Pero, en el inter!...—lamentóse Olalla, como si de -pronto, encruelecida, no quisiera dar tregua ninguna a -tales ilusiones.</p> - -<p>Sintiendo rodar sus lágrimas, cubrióse <i>Mariflor</i> el -semblante con las manos, trémulas y gentiles.</p> - -<p>—¿Lloras?—dice la aldeana con pesar—. No tienes -sufrencia, tú que saldrás luego de estas agruras...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_84" id="Page_84">[84]</a></span></p> - -<p>Y como nada responde <i>Mariflor</i>, añade persuasiva:</p> - -<p>—Tendrás un marido haberoso...</p> - -<p>—¿Un marido?</p> - -<p>—¿No te vas a casar este verano?</p> - -<p>—¿Yo?... ¿Con quién?</p> - -<p>—¿Con quién ha de ser, rapaza?</p> - -<p>—No, no; te equivocas.</p> - -<p>—Pero, ¿no sois gustantes Antonio y tú?...</p> - -<p>—¡Si no le conozco!</p> - -<p>—Es tu primo, criatura.</p> - -<p>—Aunque lo sea.</p> - -<p>—Deportoso y bien fachado.</p> - -<p>—No le quiero.</p> - -<p>—¿Qué dices?</p> - -<p>—Lo que oyes... Olalla, escúchame: a mí me gusta un -poeta...</p> - -<p>Los ojos azules se dilatan en asombro inaudito, mientras -<i>Mariflor</i> seca su llanto y refiere, con viva luz en las -pupilas:</p> - -<p>—Es un caballero que vino con nosotras en el -tren.</p> - -<p>—¿Le conocías?—pregunta Olalla lo mismo que Ramona -había preguntado.</p> - -<p>—Le conocí entonces... He recibido ayer una carta -suya; ¿te lo dijo tu madre?</p> - -<p>—Ni palabra.</p> - -<p>—Pues me la dieron delante de ella, y parece que se -disgustó conmigo; acaso debí enseñársela... No me atrevo; -tu madre no me quiere mucho.</p> - -<p>—Sí, mujer, te quiere; es ella de ese modo: ha perdido -el humor con la muerte de sus hijos y la ruina de la -hacienda.</p> - -<p>—¿Y debemos mucho al tío Cristóbal?—averigua <i>Mariflor</i>, -otra vez afligida.</p> - -<p>—Dímosle en caución la casa por el último préstamo, -y aún no le hemos pagado todos los haberes... A la<span class="pagenum"><a name="Page_85" id="Page_85">[85]</a></span> -abuela le queda, suyo, cuatro hanegadas, dos parejas, la -cortina y el huerto.</p> - -<p>—¡Qué poco, Dios mío!</p> - -<p>—¡Si de «allá» mandasen!...</p> - -<p>—Sí; mandarán—aseguró Florinda con fe—. Pero, -una cosa se me ocurre: ¿por qué no acudisteis a Antonio -antes que al tío Cristóbal?</p> - -<p>—Porque no vive el tío Bernardo, y la viuda ya sabes -que es avarienta y no nos tiene ley: quiere casar a su -hijo con otra, contando que tú tienes caudal; conque, -¡si se entera de que estamos todos pobres!... Luego que -os caséis, ya es diferente...</p> - -<p>—¡Si yo no me caso con Antonio!—repitió Florinda, -ceñuda, bajo la vibración de su briosa voluntad.</p> - -<p>—¿Hablas de veras?... ¿Vas a coyundarte con un forastero?</p> - -<p>—Con uno que me guste.</p> - -<p>—Será hacendado—repuso Olalla con aplomo.</p> - -<p>—No lo sé, ni me importa. Tiene un mirar que penetra -en el corazón, y sabe escribir libros.</p> - -<p>—¿En romance?</p> - -<p>—De todas las maneras.</p> - -<p>—Eso parece cosa de trufaldines—murmura la campesina -con desdén.</p> - -<p>—No te entiendo.</p> - -<p>—De figurones, los que hacen las farsas por «ahí»—, -y el despectivo ademán de la moza se extiende amplio, -como si pretendiese abarcar el mundo que se explaya -fuera de Maragatería.</p> - -<p>—¡Qué sabes tú!—arguye <i>Mariflor</i>, también desdeñosa—. -Mas, de repente, reprime su orgullo y gime desalada:—¡Ayúdame, -por Dios!</p> - -<p>La prima no se conmueve; absorta, alza los hombros, -como si no entendiera aquel lenguaje vehemente y dulce.</p> - -<p>—¡Olalla, no me abandones!—suplica <i>Mariflor</i> con -las manos juntas.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_86" id="Page_86">[86]</a></span></p> - -<p>—¿Pero qué, rapaza?</p> - -<p>—No te enfades conmigo tú también; no hables nunca -de que me case con Antonio.</p> - -<p>—En ese entonces, nos abandonas tú...</p> - -<p>—¿Cómo?</p> - -<p>—Sí; con la boda—dice Olalla, elocuente de pronto, -lógica y persuasiva—, la situación de la abuela podía -mejorar, salvarse, y la nuestra lo mismo; saldríamos todos -de este sofridero.</p> - -<p>—Mi padre nos salvará—interrumpe Florinda.</p> - -<p>—A eso fué el mío, y... ¡ya ves!—protesta la aldeana—estamos -cada día peor. Y con este malcaso tuyo... ¡tendrá -que venir la santiguadora a desbrujarnos! El primo—añade, -viendo a la rebelde aturdida—había de tenerte -como a una visorreina... Manejarías a rodo los caudales...</p> - -<p>—¿Tiene tanto?—pregunta <i>Mariflor</i> maquinalmente.</p> - -<p>—Un multiplicio de capital que pasma.</p> - -<p>—Pues si es rico y es bueno, a pesar de su madre, nos -querrá favorecer... aunque yo me case con otro. Se lo -pediré yo; se lo pediré de rodillas.</p> - -<p>La maragata rubia mueve la cabeza con incredulidad.</p> - -<p>—Es un mozo correcto y caballeril—afirma—; pero, -si rompes la boda, nos dejas a la rasa.</p> - -<p>—¡Cásate tú con él!—prorrumpe <i>Mariflor</i>.</p> - -<p>—Con mis padres no pactaron los suyos; a mí no me -quiere—dice Olalla, con la voz empañecida y el semblante -arrebolado.</p> - -<p>Y en el silencio penoso que se establece entre las -dos mozas, una campanada hace vibrar su metálico -temblor.</p> - -<p>—¡Las cinco y media!—balbuce Olalla, casi con espanto—. -Tengo que hacer la lumbre y los almuerzos.</p> - -<p>—Váse hacia el llar con impulso repentino, pero <i>Mariflor</i> -la detiene, la abraza por la cintura, y, mirándola -en los ojos con afán indecible, implora otra vez:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_87" id="Page_87">[87]</a></span></p> - -<p>—No me abandones; tú me puedes ayudar mucho.</p> - -<p>—¡Ten compasión de mí!</p> - -<p>—Y tú—repite la campesina—, ¿la tendrás de nosotros?</p> - -<p>—Sí; te lo juro: trabajaré contigo, haré lo que me -mandes, seré fuerte y resignada.</p> - -<p>—Pero... ¿la boda?...</p> - -<p>—¿Con el primo?... No, no... Yo buscaré por otro -lado la salvación de la hacienda, si de mí depende -que la perdáis: quiero haceros mucho bien; y tú, en cambio, -serás la protectora de los amores míos... ¿Lo serás?</p> - -<p>Con tanta dulzura se posan las meladas pupilas en los -ojos azules, con tales inflexiones de cariño y vehemencia -dice la voz suplicante, que Olalla, incrédula todavía, -transige un poco:</p> - -<p>—¡Si por otro camino no pudieras valer!</p> - -<p>—Sí, sí... haré un milagro.</p> - -<p>—¡Qué aquerenciada estás, criatura!—exclama la -campesina, sonriendo al fin.</p> - -<p>—¡Ya te pusiste contenta!... ¡Cuánto te quiero! Ya -eres otra vez mi amiga, mi hermana... ¡qué alegre estoy, -a pesar de todo!</p> - -<p>Y <i>Mariflor</i>, con los ojos llenos de llanto y la boca -llena de risa, añade en íntimo «escucho»:</p> - -<p>—Te enseñaré la carta: ya verás qué preciosa escritura.</p> - -<p>—Tengo que hacer la lumbre—insiste la prima.</p> - -<p>—Luego la leeremos callandito. Ahora mándame -algo: a ver, ¿qué quieres que haga?</p> - -<p>—No, mujer; necesitas alindarte para la misa mayor.</p> - -<p>—Como tú; primero he de trabajar en cosa de fuste, -que te sirva de alivio. ¿Qué hago? Dime.</p> - -<p>Ante una insistencia tan ferviente, concede Olalla:</p> - -<p>—Sube a cebar las palomas.</p> - -<p>Y cuando <i>Mariflor</i> corre, satisfecha del mandato, la -maragata rubia insinúa con tímidez:</p> - -<p>—Hay que limpiar la palomina de los nidos, del suelo -y las alcándaras...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_88" id="Page_88">[88]</a></span></p> - -<p>—Todo, todo en un periquete—responde ya de lejos -la dulcísima voz.</p> - -<p class="p2">Mas la promesa de Florinda no fué tan cumplidora en -prontitud como en esmero, porque así que la joven se -halló en el palomar, sintió mucha sed de aire y de luz y -trepó a saciarse, de bruces en la ventana. Ya las palomas -la conocían y acordaban arrullos para ella. Tendióles -sus dos brazos <i>Mariflor</i>, ebria de un loco impulso -de abrazar, triste y feliz, rebosante de angustias y esperanzas. -Todos los familiares infortunios subían en marejada -tempestuosa a estallar en su pobre corazón, apasionado -y ardiente. Exaltada por el nuevo sentimiento que -albergaba en él, la niña admitió fácilmente la idea de -que su destino en aquella casa fuese el de redentora; -imaginó que Dios ponía en sus frágiles manos el timón -de la nave familiar, sin rumbo en la miseria del país. Y -abrazando en las mansas palomas a su naciente amor, -creyó en el milagro que esperaba para salir triunfante -de su arrebatada empresa. Otra vez la silueta confusa -de un Don Quijote singular, con lentes y aljaba, se adelantó -en el campo de la más abundante fantasía, para -ofrecer liberaciones, paz y venturas a la muchacha en un -mensaje que empezaba así:—<i>Mariflor preciosa...</i></p> - -<p>El repetido golpe de un bastón sobre la tierra y el -cascajo de una tosecilla en la calzada, sacaron a la moza -del ensueño y, empinándose en su observatorio, vió pasar -renqueante a la tía Gertrudis, una vieja con fama de -bruja, la primera persona ajena a la familia a quien -<i>Mariflor</i> conoció en Valdecruces. Fué la tarde en que -Olalla había anunciado que llegarían visitas al «escurificar»; -apenas sonó en el portón una recia llamada, corrieron -a abrir, y cuando en el umbral preguntaron con -voz rota por la forastera, una ahogada exclamación de -miedo acogió a la tía Gertrudis.</p> - -<p>—Es la bruja—musitaron los nenes al oído de Florinda—;<span class="pagenum"><a name="Page_89" id="Page_89">[89]</a></span> -espanta la leche de las madres y hace mal de ojo -a las zagalas.</p> - -<p>—Eso no se dice, es pecado—protestó Marinela, palideciendo -a pesar suyo.</p> - -<p>Y Olalla, con el ceño fruncido y el aire hostil, abrevió -la visita todo lo posible.</p> - -<p>Antes de marcharse, la vieja, después de hacer muchas -preguntas a <i>Mariflor</i>, acercóse a mirarla de hito en hito.</p> - -<p>—Para dañarte—murmuró Pedro.</p> - -<p>—Porque es ceganitas—disculpó Marinela.</p> - -<p>Y la mujeruca, présbita y sorda, encorvada y jadeante, -masculló una trémula despedida en el hueco sombrío -de su boca sin dientes.</p> - -<p>Cuando hubo desaparecido, contó Marinela que la tía -Gertrudis, siendo moza, quiso casarse con el abuelo Juan, -y como él y su gente la desdeñaron y ella no halló marido, -dieron en decir que por venganza les hacía mal de -ojo, que por ella al tío Juan se le morían los hijos y -hasta los nietos picados del «arca», allí donde apenas se -conocía esa terrible enfermedad...</p> - -<p>—Del andancio de las reses y de la quebrantanza de -las cosechas también tiene la culpa—añadió Pedro, rencoroso.</p> - -<p>Y Marinela repitió apacible:</p> - -<p>—Don Miguel ha dicho que es pecado creer eso, que -sólo en broma se puede hablar de brujas. La tía Gertrudis—añadió -la zagala con benigno elogio—no se mete -con nadie; ¡es tan pobretica y tan vieja!... Sabe historias -de aparecidos, de príncipes y santos, y en los filandones -divierte mucho a la mocedad...</p> - -<p>Evoca Florinda tal escena al paso torpe de la quintañona, -y mientras se extingue el soniquete de la cachava -a lo largo de la calle, remueve la niña en tropel los recuerdos -de todas las desventuras que derrama el destino -sobre la descendencia del tío Juan: miseria, expatriación, -enfermedades, muertes...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_90" id="Page_90">[90]</a></span></p> - -<p>Aquel primer homenaje que recibió en Valdecruces, -a media luz, entre miradas insidiosas y frases oscuras, lo -recuerda <i>Mariflor</i> como un augurio que la hace estremecer. -Huye de seguir contemplando la sombra enemiga -que aún se columbra en la calzada, y atisba el horizonte -en persecución de otra más dulce imagen.</p> - -<p>Una niebla morada baja del cielo o sube del erial, borrando -límites y extensiones, ofreciendo viva semejanza -con las brumas del paisaje marino en turbias mañanas -de cerrazón.</p> - -<p>Rechazada Florinda por la esquivez de aquel semblante, -vuélvese a buscar el apetecido resplandor alegre -dentro de la propia alma; y derramando su crecida exaltación -en delirio de frases, dirige un devoto discurso a -las hermanas palomas, al hermano viento y al ausente -padre sol.</p> - -<p>En la borbollante plática que fluye de los rojos labios -como un río de miel, se mezclan improvisaciones ajenas -a la brisa, a la luz y a las aves; palabras inseguras, balbucientes, -en las que se esconde y torna la enamorada -voz, para componer el trozo ingenuo de una epístola, divagando -así:</p> - -<p>—«Muy señor mío...» (No; es poco...) «Amigo inolvidable...» -(Es mucho...) «Estimado...» (¡Uf, qué cursi!... -El encabezamiento ya lo discurriré...) «Recibí su carta...» -(Bien; todo esto es fácil. Después): «Tengo idea de haber -encontrado en Vigo un nene muy mono con los ojos -azules y el pelo rubio: llevaba alitas y flechas, y nos -dimos un beso...; ¡pero me parece que era en carnaval!... -De todas maneras, yo le he visto a usted en alguna parte: -haré memoria... Con mucho placer recibiré sus cartas y -puede usted venir cuando guste. Aquí hay un cura que -estudió en Villanoble y a quien debe usted de conocer: -se llama don Miguel Fidalgo. Los versos, muy preciosos. -Sin más por hoy, se repite de usted amiga y servidora...»</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_91" id="Page_91">[91]</a></span></p> - -<p>Al través de las perplejidades y temores, el gozo y la -esperanza alumbran el semblante de la niña.</p> - -<p>Y rota de repente la niebla, álzase ardiendo el sol en la -llanura como hostia gigante sobre un ara colosal.</p> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-014.jpg" width="300" height="256" - alt="" - title="" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_92" id="Page_92">[92]</a></span></p> -<p> </p> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_93" id="Page_93">[93]</a></span></p> - -<div class="chapter"> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-025.jpg" width="400" height="145" - alt="" - title="" /> -</div> - -<h2>VII<br /><br /> -<span class="pch">LAS SIERVAS DE LA GLEBA</span></h2> - -<div> - <img class="dc1" src="images/de.jpg" width="200" height="201" alt=""/> -</div> -<p class="dc13">EL «crucero» es un punto céntrico -del lugar, donde convergen cuatro -calles, anchas y silenciosas, -de edificios ruines con techados -de cuelmo, pardos y miserables -como la tierra y el camino: una -gran cruz labrada toscamente, -ceñida en el suelo por un amago -de empalizada, corrobora el -nombre de la triste y muda plazoleta.</p> - -<p>Por allí pasa <i>Mariflor</i> tempranito en esta mañana azul -y blanca del mes de Abril: va la moza vestida con el -mismo traje vistoso con que llegó a Valdecruces hace -pocas semanas; pero no es tan fino su calzado como aquel -que traía, ni es tan lindo el pañuelo de su talle.</p> - -<p>Camina muy diligente al lado de la abuela, que disimula -sus «tres veintes» y diez años más—como ella dice—siguiendo -con tesón el paso firme y ligero de la niña.</p> - -<p>Al tomar ambas una de las cuatro calles, en el cruce,<span class="pagenum"><a name="Page_94" id="Page_94">[94]</a></span> -un zagal se aparece por la otra, silbando, con la cabeza -gacha y el andar perezoso.</p> - -<p>—Es <i>Rosicler</i>, abuelita—advierte la muchacha.</p> - -<p>Levanta la voz y acorta el paso la vieja para decirle:</p> - -<p>—Dios te guarde.</p> - -<p>—Felices, tía Dolores y la compaña—contesta el mozalbete—. -Y se para en seco, turbado y rojo, con visibles -afanes de añadir al saludo alguna cosa.</p> - -<p>Es un maragato que contará hasta diecisiete primaveras, -cenceño, de regular estatura, ojos garzos, tez soleada -y boca infantil; tiene el genio cobarde, el humor -alegre, la inteligencia calmosa y el corazón sano: le -llaman <i>Rosicler</i> porque era desde niño risueño y galán.</p> - -<p>—Mucho se madruga—declara al cabo de sus vacilaciones, -que hacen a la doncella sonreir.</p> - -<p>—Mucho no, que ya son las ocho—replica la anciana; -y añade con afabilidad:—¿A dónde vas, hijo?... ¿Solas -dejaste las ovejas?</p> - -<p>—Sí, señora; voy a pedirle al amo una razón... Pero -torno allá de un pronto; si vais a las aradas os alcanzo en -seguida.</p> - -<p>—Pues aguanta, rapaz, que a las aradas vamos.</p> - -<p>Un instante detuvo el pastor embelesados sus tranquilos -ojos en Florinda, y luego echó a correr con tal celeridad -que no tuvo tiempo de oir la jocunda carcajada de -la moza. Puso la tía Dolores un dedo rígido sobre los labios -en señal de silencio, y reprendió suavemente, algo -escandalizada:</p> - -<p>—¡Niña, no te rías así!</p> - -<p>—Pero, abuela; ¿es la plaza un camposanto?... ¿No se -puede reír en Valdecruces?</p> - -<p>—Tan recio no; ya te lo dije. Aquí no parece bien que -las mujeres hagan ruido.</p> - -<p>—Pues lo que es los hombres no han de hacerlo... -Como no sean <i>Rosicler</i>, el señor cura, el sacristán, el enterrador, -y tres o cuatro carcamales...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_95" id="Page_95">[95]</a></span></p> - -<p>—Sí; ya no quedamos en el lugar más que los viejos, -las mujeres y la rapacería—suspiró tía Dolores.</p> - -<p>Se extinguió la calle entre las sebes de algunos huertos -mustios, y el camino, abriéndose de pronto a un horizonte -vasto, mostró las pardas tierras movidas por labores -recientes, abiertas y solitarias, con el cuajarón -sangriento de algunas amapolas temblando entre las -glebas; un viento blando y dulce besaba la llanura en silenciosa -paz.</p> - -<p>Caminaron buen trecho las dos mujeres cuando las dió -alcance <i>Rosicler</i>, a paso veloz, con la gorra en la mano -y encendido el semblante.</p> - -<p>—Tardó en despacharme el tío Cristóbal—murmuró—; -estaba durmiendo.</p> - -<p>—Estaría; que ya los años le pesan mucho: entró en -los noventa y seis—dijo la abuelita, irguiéndose con -arrestos juveniles ante la evocación venerable de tantos -años vivos.</p> - -<p>Ella y el zagal siguieron hablando con mucha parsimonia, -doctos y humildes frente al eterno problema de -su vida ruda.</p> - -<p>—Era sobre el sirle mi recado, ¿sabe?—explicó <i>Rosicler</i>—. -Tengo que levantar las cancillas y hube de preguntarle -al tío Cristóbal hacia dónde correría el redil.</p> - -<p>—Y de «allá», ¿tuviste carta?</p> - -<p>—Ni carta ni señales... Mi hermano me había prometido -que en el mes de San Pedro, al finar el ajuste, estaría -todo a punto para embarcarme yo.</p> - -<p>—Aún falta tiempo.</p> - -<p>—Pero ya van cuatro meses que no escribe.</p> - -<p>—Yo también espero noticias... ¡Siempre esperando!</p> - -<p>—Del señor Martín, ¿verdad?</p> - -<p>—De los dos hijos que me quedan... Isidoro no está -bien de salud—se condolió la anciana.</p> - -<p>—Ahora mi padre le cuidará—dijo Florinda.</p> - -<p>—¡Tu padre iba tan triste!</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_96" id="Page_96">[96]</a></span></p> - -<p>La muchacha bajó la cabeza, murmurando:</p> - -<p>—Pero es muy animoso...</p> - -<p>Un gran silencio corría por la tierra; a naciente fulguraba -el sol, enrubesciendo el horizonte, y en una lejanía -remota alzábase la silueta del Teleno, pálida y confusa, -como errante jirón de niebla o nube. De aquel lado -venían al término de Valdecruces las tempestades asoladoras, -las fatídicas <i>truenas</i> del estío. Hacia allí miró Florinda -cuando levantó la frente, mientras su abuela se llevaba -a los ojos la punta del delantal, y decía <i>Rosicler</i>:</p> - -<p>—Hoy posa en Vigo «el barco»... Quizabes tengamos -carta.</p> - -<p>Habíase estrechado la ruta, acosada por los arados terrones; -sendas leves penetraban con misterio en el llano, -fugitivas y embozadas, sin vegetación ni perfumes. De -tarde en tarde algunos matojos descoloridos ofrecían un -tropiezo en la vereda, erizados y adustos, como si se -avergonzasen de la luz vernal.</p> - -<p>Llegaron los tres caminantes a la orilla donde una -mujer jadeaba, aguijando, intrépida, su yunta.</p> - -<p>—Dios te ayude—le dijeron al uso del país.</p> - -<p>Y ella, de igual modo, respondió:</p> - -<p>—Bien venidos.</p> - -<p>—¿Son de usted las vacas, tía Dolores?—preguntó el -muchacho.</p> - -<p>—Y tuyas.</p> - -<p>—¡Buenas yugadas rendirán!... ¡Miren que la silga!... -No hay mejor pareja en Valdecruces.</p> - -<p>—Háylas, hombre, que el tío Cristóbal las tiene muy -llocidas.</p> - -<p>—Pero no tanto—halagó el pastorcillo, fervoroso.</p> - -<p>Y sus devotas frases se posaban en <i>Mariflor</i> con ingenua -candidez.</p> - -<p>Ella, agradecida y sonriente, le interrogó:</p> - -<p>—¿De modo que tú también te quieres embarcar?</p> - -<p>—También. Considere que de pastor se gana poco.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_97" id="Page_97">[97]</a></span></p> - -<p>—Pero, ¿le dices de usted?—intervino la tía Dolores—. -¡Si tu abuelo y el suyo eran hermanos!</p> - -<p>—¡Como no la tengo tratada!...</p> - -<p>—¿Eso qué importa?—pronunció la niña—. Ya ves -que yo te hablo con franqueza de parientes. Conque -dime, ¿cuánto ganas?</p> - -<p>—Un duro al año por cada doce ovejas, la comida y -alguna ropa.</p> - -<p>—¿Y el rebaño es grande?</p> - -<p>—Hogaño es más chico.</p> - -<p>—¿Dónde le tienes?</p> - -<p>—Vélo va.</p> - -<p>Y el pastor señalaba en el paisaje, raso, un punto quimérico -para Florinda.</p> - -<p>—Yo no distingo más que cielo y tierra—murmuró la -moza, entornando los ojos y haciéndose una pantalla con -la mano.</p> - -<p>—Vélo... vélo ende—insistía <i>Rosicler</i>, lanzado a su -dialecto por la propia fuerza y concisión de las palabras -regionales—. Y con el brazo tendido hacia el lugar solano -del horizonte, trazaba un ademán amplio y seguro, cobijador, -que parecía descubrir a cada res, guardarla y bendecirla.</p> - -<p>—Pues ¡ni por esas!—lamentóse la muchacha, esforzándose -para encontrar la pista del rebaño—. ¡Ahora!—exclamó -de pronto—. ¡Ya, ya caigo!... Justamente; ellas -son: unas vedijas blancas que van y vienen por allí... ¡Si -en este mar de tierra parecen tus ovejas las espumas!... -¡Las crenchas de las olas, ni más ni menos!... Y para mayor -embuste, entre el oleaje asoma un barco de vela. -Mira, <i>Rosicler</i>.</p> - -<p>—¡Si es mi cama!—replicó el zagal, soltando la risa.</p> - -<p>—¿Cómo tu cama?... Pero, ¿tú duermes en un globo, -ahí en mitad de la llanura?</p> - -<p>Siguió riendo <i>Rosicler</i> ante la sorpresa de la moza y -su ignorancia en materia de lechos pastoriles. Y como la<span class="pagenum"><a name="Page_98" id="Page_98">[98]</a></span> -mujer de la yunta había suspendido su palique con la tía -Dolores, apresuróse ésta a explicar a Florinda de buen -grado, minuciosa y elocuente, de qué artificio vulgar se -componía aquel pobre camastro, que, como en aventuras -quijotiles, tomaba <i>Mariflor</i> por un lecho flotante y -prodigioso.</p> - -<p>—Nada de eso, chacha; viene a ser como especie de -pernales, con una tarima; igual que unas trosas, ¿comprendes?... -Lo que desde aquí se distingue mejor, ablancazao, -que se te figura la vela de un navío, es a manera -de tabique para que el rapaz se acuche de la lluvia y de -los vientos.</p> - -<p>Decía la maragata con firmeza, dando una entonación -grata y solemne a la clave de aquel menudo secreto, posando -en la muchacha los turbios ojos y la palabra persuasiva, -con aire de iniciadora, como quien descubre a -un neófito los ritos de un culto. No parecía aquella misma -anciana que en el tren conocimos, vacilante y mustia, -silenciosa y torpe, asomada a la vida como un espectro -de otros siglos.</p> - -<p>Ahora, bajo este cielo fuerte y alto, en este paisaje sin -contornos, llano y rudo, arisco y pobre, en esta senda -parda y muda donde la tierra parece carne de mujer anciana; -aquí, en la cumbre de esta meseta dura y grave, -como altar de inmolaciones, tiene la vieja maragata -aureola de símbolo, resplandor santo de reliquia, gracia -melancólica de recuerdo; su carne, estéril y cansada, -también parece tierra, tierra de Castilla, triste y venerable, -torturada y heroica. Diríase que, en murmullo de remotas -bizarrías, pasa con sigilo por la llanura un hálito -ancestral de evocaciones, haciendo marco insigne a la -figura legendaria de esta mujer.</p> - -<p>Florinda escucha absorta, con los ojos cautivos de -aquel punto blanco, insurgente y gentil como una vela -marina: no otra cosa parece en el horizonte el hinchado -cobijo que flota sobre la cama del pastor.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_99" id="Page_99">[99]</a></span></p> - -<p>—¿Y duermes ahí todo el año?—le pregunta compadecida.</p> - -<p>—Desde que el tiempo abonanza—responde la abuela, -mientras el zagal sonríe, orgulloso de merecer las -admiraciones de la moza.</p> - -<p>Vuelve la obrera del arado a pasar cerca del grupo, -afanosa y enfrascada en su labor.</p> - -<p>—Aguarda, Felipa—dícele de pronto la tía Dolores—. -Voy a dar yo una vuelta; luego tú echas las -tornas.</p> - -<p>—¡Pero, abuelita!—protesta <i>Mariflor</i> suavemente—. Y -ya la abuela, avanzando entre los terrones, blande la -aguijada con muy airosa disposición y hace retroceder -a la yunta mediante la voz usual:</p> - -<p>—¡Tuis... tuis!</p> - -<p>Los animales obedecen mansos, y la maragata hunde -la «tiva» en el surco, sosteniéndola por la rabera con -mano firme: brota un chorro de tierra, débil y roja, en -la férrea punta del arado; gime la «gabia», avanza la -yunta y queda abierto al sol un pobre camino de pan.</p> - -<p>Sigue Felipa con mirada inteligente la estela que el -trabajo marca en el suelo. Esta Felipa, ¿cuántos años podrá -tener?</p> - -<p>—Cuarenta y cinco lo menos, piensa <i>Mariflor</i>, examinándola -de reojo. Pero ella siente la mirada curiosa -de la niña, vuelve el rostro indefinible, borrado, curtido -por los aires y los soles, y al sonreir, complaciente, -muestra una dentadura blanca y hermosa, que alumbra -como un rayo de luz toda la cara.</p> - -<p>—Veintiocho años a lo sumo—corrige entonces la -doncella, sorprendida. Y <i>Rosicler</i>, cándido y simple, por -decir algo, le pregunta:</p> - -<p>—¿Tú no sabes arar?</p> - -<p>—No—contesta prontamente la muchacha.</p> - -<p>—Ya irás aprendiendo; es muy fácil.</p> - -<p>—Mi padre me lo ha prohibido—dice ella estremeciéndose,<span class="pagenum"><a name="Page_100" id="Page_100">[100]</a></span> -como si las palabras del pastor fuesen un augurio—. -Y a mi abuela también—añade.</p> - -<p>Supone el zagal que ha cometido una indiscreción, y -deseando borrarla con cualquiera interesante noticia, -sale diciendo:</p> - -<p>—Ya llegaron mis ovejas a los alcores.</p> - -<p>De aquel lado tiende Florinda la mirada, y otra vez -se confunde entre la llanura y el celaje, sin distinguir ribazo -ni soto alguno: quizá tiene los ojos ensombrecidos -por una triste niebla del corazón.</p> - -<p>Pero tanto señala <i>Rosicler</i> y con tal exactitud «allí á -man riesga del aprisco, una riba que asoma en ras del -término», que <i>Mariflor</i> encuentra la remota blancura -del rebaño, como nube de plata caída al borde del cielo -azul.</p> - -<p>—¿Tienes muchas femias?—le pregunta Felipa al -pastor.</p> - -<p>—Cuasi por mitades; hay otros tantos marones.</p> - -<p>Como la abuelita los halla distraídos a los tres, al terminar -el surco sigue terciando con mucho brío. Y cuando -<i>Mariflor</i> lo advierte y la llama, ya va lejos, salpicada -de tierra, con las manos en pugna y el cuerpo encorvado.</p> - -<p>—¡Oya, tía Dolores; que la llaman aquí!—vocea el zagal, -deseoso de complacer a la niña—. Pero la anciana -sólo acude al redondear la vuelta; y luego de hacer a -Felipa algunas recomendaciones, dice que ya es hora de -seguir el camino hacia la hanegada de Ñanazales: tercian -allí también, y quiere dar un vistazo.</p> - -<p>—Y a la de Abranadillo, ¿cuándo voy?—interroga la -obrera.</p> - -<p>—Está el terreno muy cargado; habrá que esperar un -poco.</p> - -<p>—En cuanto vengan cuatro días estenos.</p> - -<p>—Justamente.</p> - -<p>—Creí que tenía en fuelga aquella hanegada—dice -<i>Rosicler</i>.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_101" id="Page_101">[101]</a></span></p> - -<p>—No; antaño estuvo.</p> - -<p>Se despiden la vieja y la moza, en tanto que el zagal -y Felipa, al borde de «la arada», murmuran a dúo:</p> - -<p>—Condiós...</p> - -<p>—Condiós...</p> - -<p>Y al catar el sendero, con rumbo a Ñanazales, Florinda, -muy curiosa, averigua:</p> - -<p>—¿Cuántos años tiene esa mujer, abuela?</p> - -<p>Después de pensarlo mucho, bajo un pliegue pertinaz -del entrecejo, responde la anciana:</p> - -<p>—Habrá entrado ahora en veintitrés.</p> - -<p>—¡Es posible!</p> - -<p>—¿Qué te asusta?</p> - -<p>—¡Si parece mucho mayor!</p> - -<p>—Ya tuvo dos críos.</p> - -<p>—¿Luego está casada?</p> - -<p>—¡Natural, niña! A su edad casi todas las rapazas se -han casado aquí.</p> - -<p>—¿Pero con quién, abuela? ¡Si no hay hombres!</p> - -<p>—Viene el mozo de cada una, se casa y luego se -vuelve a marchar.</p> - -<p>A los labios dulces de la muchacha asoma una ingenua -observación, mas la contiene, la hace dar un rodeo -malicioso, y pregunta con mucha candidez:</p> - -<p>—¿No ha vuelto el marido de Felipa desde que se casaron?</p> - -<p>—Sí, mujer; ¿no te dije que tienen dos criaturas?... -Viene ese, como la mayor parte dellos, para la fiesta Sacramental; -¿cómo habían, si no, de nacer hijos?... ¡Se -acabaría el mundo!</p> - -<p><i>Mariflor</i> extiende una mirada angustiosa por los eriales: -cruzan ahora las dos mujeres unos campos en barbecho, -donde apenas algunas hierbecillas brotan y mueren, -baladíes, inútiles, fracasado barrunto de una vegetación -miserable: la estepa inundada de luz, calva y mocha, -lisa y gris, silente, inmoble, daba la sensación de un<span class="pagenum"><a name="Page_102" id="Page_102">[102]</a></span> -mundo fenecido o de un planeta huérfano de la humanidad.</p> - -<p>—¡Y este país—pensaba la moza con espanto—es el -mundo, «todo el mundo» para la abuela, para Felipa y -mi prima Olalla, para cuantas infelices nacieron en Valdecruces!... -¡Y aquí es menester que las mujeres tengan -un hijo cada año, maquinales, impávidas, envejecidas -por un trabajo embrutecedor, para que no se agote la -raza triste de las esclavas y de los emigrantes!...</p> - -<p>La niña maragata no reflexiona en tales pesadumbres -sin un poco de ciencia de la vida: conoce países feraces, -campos alegres, pueblos felices, libros generosos, sociedades -cultas y humanitarias. Sabe que al otro lado de la -llanura baldía, de la esclavitud y de la expatriación, hay -un verdadero mundo donde el trabajo redime y ennoblece, -donde es arte la belleza y el amor es gloria, la -piedad ternura, el dolor enseñanza y la naturaleza -madre.</p> - -<p>Ha estudiado un poquito Florinda Salvadores en el -semblante vario de las almas y de las cosas, por su lado -bueno y alentador; de las costumbres cultas y de las libertades -santas, bajo su aspecto femenino y misericordioso; -ha cursado el arte de querer y de sentir, en la escuela -del hogar propio, donde la madre de esta niña, -inteligente y curiosa, fué maestra en amor y solicitud, y -maestra también, por un honrado título, corona de -aprovechada mocedad.</p> - -<p>Todo lo que sabe <i>Mariflor</i> y aun mucho que adivina, -que presiente y que busca por el ancho camino de ilusiones -donde la ambición suele perseguir a la felicidad, -se le sube ahora a los labios en un ¡ay! trémulo y ansioso.</p> - -<p>—¿Estás cansada?—le pregunta solícita la abuela.</p> - -<p>—No, señora—balbuce—; voy pensando que son muy -tristes estos parajes, tan solos y tan yermos.</p> - -<p>—¡Jesús, hija, luego te amilanas! Algunas parcelas que<span class="pagenum"><a name="Page_103" id="Page_103">[103]</a></span> -ves, quedan de aramio para el año que viene; no todo -es erial.</p> - -<p>—¿Y qué quiere decir «aramio»?... No lo entiendo.</p> - -<p>—Pues que ya llevó la tierra dos labores; pero es -sonce el terreno y no se puede sembrar hasta que descanse.</p> - -<p>—Sonce, ¿significa malo?</p> - -<p>—Eso mismo. Ya vas aprendiendo la nuestra fabla.</p> - -<p>—Algo me enseñó mi padre, que le tenía mucha -ley.</p> - -<p>—¿Enseñar?... Él lo iba olvidando. ¡Como no casó en -el país!</p> - -<p>Hay un dejo de amargura en esta observación; pero -la vieja, adulciendo al punto sus palabras, dice muy cariñosa:</p> - -<p>—Por aquí, todo a la derechera, llegamos pronto a -Ñanazales, y en redor verás cuántos bagos con gentes y -yuntas; es tierra labrantía. Al otro lado del pueblo ya -está madurando la mies.</p> - -<p>—¿De trigo?</p> - -<p>—No, hija, no: de centeno. Aquí el trigo apenas -se da.</p> - -<p>—¿Y nunca tenéis pan blanco?</p> - -<p>—Nunca—. Y añadió la maragata un poco secamente:—Pero -nos gusta lo moreno.</p> - -<p>—A mí también—se apresuró a decir, sumisa, <i>Mariflor</i>.</p> - -<p>La abuelita ponderó entonces jactanciosa:</p> - -<p>—Recogemos, además, cebada, nabos... y en algunos -huertos, muestra de trigo.</p> - -<p>No pudo la moza menos de suspirar otra vez ante la -mención ufana de tan ricas cosechas. Y así andando y -discurriendo sobre las simientes y los terrones, los añojales -y las «aradas», vió <i>Mariflor</i> oscurecerse la tierra -recién movida y destacarse en torno mujeres y yuntas, -en grupos solitarios y activos.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_104" id="Page_104">[104]</a></span></p> - -<p>—¿Qué hacen, abuela?—preguntó.</p> - -<p>—Terciar: es la última labor, por ahora.</p> - -<p>—¿Y no hay ningún hombre, ni uno sólo en el pueblo, -que ayude a estas cuitadas?</p> - -<p>—¡Qué ha de haber, criatura! el que se nos quedase -aquí, sería por no valer, por no servir más que para labores -animales. Los maragatos—añadió envanecida—son -muy listos y se ocupan en otras cosas de más provecho.</p> - -<p>—Y las maragatas, ¿por qué no?</p> - -<p>—¡Diañe!... ¿Ibamos a andar por el mundo con la casa -y los críos? ¿Quién, entonces, trabajaba las tierras?</p> - -<p>La joven no se atrevió a contestar, porque en su corazón -y en su boca pugnaba, harto violenta, la rebeldía: -allí mismo, delante de sus ojos, jadeaban yuntas y mujeres -con resuello de máquinas, fatales, impasibles, confundidas -con la tierra cruel...</p> - -<p>—Ya estamos en Ñanazales—dijo la tía Dolores—. -¿Ves aquellos búis moricos?... Son de casa: la mejor pareja -del lugar.</p> - -<p>—Y la obrera, ¿quién es?—preguntó la moza en seguida.</p> - -<p>—Una que tú no conoces: está para parir.</p> - -<p>—¿Y trabaja?</p> - -<p>—¡Qué ha de hacer! Así hemos trabajado todas.</p> - -<p>Fuese hacia ella la abuelita, diciéndole a <i>Mariflor</i>:</p> - -<p>—Mira, ahí tienes un sentajo: quédate a descansar un -poco, que voy a ver la traza del terreno.</p> - -<p>Y se alejó por la linde menuda, donde la barbechera -puso fonje mullida, amortiguadora de los pasos: delante -de los bueyes «moricos» una mujer esperaba, limpiando -la reja con el gavilán.</p> - -<p>Sentóse Florinda en una piedra grande, relieve de -majanos divisorios, y como el sol ya calentaba mucho, -se subió hasta la frente, suelto y libre, el pañolito que -sobre el jubón lucía: así quedó desnuda su garganta,<span class="pagenum"><a name="Page_105" id="Page_105">[105]</a></span> -carne fina y trigueña, dorada y dulce como fruto en sazón. -Bajo aquella piel sérica y firme, soliviando los corales -de la gargantilla roja, estalló un sollozo contenido -apenas, y la suave faz mojada en llanto buscó refugio -entre las alas del pañuelo.</p> - -<p>No sabe <i>Mariflor</i> por qué llora, ni cuál de las amarguras -que conoce levanta en su espíritu esta repentina -tempestad: añoranzas, acaso, de los padres ausentes en -dos mundos distintos y remotos; quizá secretas aspiraciones -de la juventud amenazada; imágenes, tal vez, de -otra vida feliz que ya es recuerdo; todo junto, apremiante -y doloroso, removido por la tristeza infinita del -páramo, oprime y sacude el corazón de la niña maragata... -¡Quién sabe si también las piedades y las indignaciones -alzan su voz de llanto en aquel pecho altivo y -generoso!...</p> - -<p>Aunque no comprende Florinda la razón de aquella -angustia impetuosa, bien quisiera llorar mucho, sólo por -el descanso de su alma, que se lo pide con sordas voces. -Pero hace un valiente esfuerzo para tragarse los sollozos, -se enjuga las lágrimas y pretende evadirse a todo trance -del vehemente dolor cuyo motivo determinado ignora.</p> - -<p>Casi duda conseguir este triunfo la muchacha jovial -que hace poco reía en Valdecruces con escándalo de la -tía Dolores. Y tanto arrecia el ímpetu misterioso de la -rebelde cuita, que <i>Mariflor</i> cruza sus manos en actitud -devota de plegaria.</p> - -<p>—¡Virgen!—prorrumpe—. Seréname como a las aguas -turbias de los ríos, como a las olas bravas de los -mares...</p> - -<p>Al punto un pájaro, escondido entre el barbecho, trasvuela -hasta la orilla de la joven, trinando alegremente. -Ella le asusta con su propio sobresalto, y el pajarillo -vuelve entonces a trasvolar, sin suspender su canción, -muy contento de vivir, muy goloso de unas briznas de<span class="pagenum"><a name="Page_106" id="Page_106">[106]</a></span> -hierba, casi invisibles, que se asoman cobardes al pedregal -del camino.</p> - -<p>A milagro le trasciende a Florinda aquella aparición, -como si fuera imposible que un ave gorjeara en primavera -y habitara feliz en la llanura de Maragatería. Un -resorte, enmohecido en la memoria de la triste, se mueve -de pronto, avanza, busca, y encuentra estas palabras -dulces, que en augusto libro se aprendieron:</p> - -<p><i>Yo soy aquel que tiene cuenta con los pajaricos, y provee -a las hormigas, y pinta las flores, y desciende hasta -los más viles gusanos...</i></p> - -<p>Como por arte de magia cede la tormenta de lloros y -suspiros que descargaba, dura, allí, al violento compás -de un corazón, y muéstrase Florinda consolada lo mismo -que si el pájaro inocente fuera un mensajero providencial; -cuando él, ahora, reclama y ayea en el rastrojo, -ella sonríe, sin lágrimas ni quebranto.</p> - -<p>Persiguiendo el rumbo de la avecilla dan los ojos de -la maragata en un bancal de brezo florido. Ya va a correr -para recibirle como otro mensaje del divino Artista, -cuando la voz de la abuela la detiene:</p> - -<p>—¿Adónde vas, rapaza?</p> - -<p>—A coger esas flores—murmura con el acento aún -turbado por la reciente borrasca de su espíritu.</p> - -<p>Pero la vieja no se fija en ello ni repara tampoco en la -lumbre de pasión y delirio que arde en las mejillas de la -joven, ni en el cerco encarnado de sus ojos; está la tía -Dolores preocupada porque, según dice la obrera, uno -de los «moricos» parece triste.</p> - -<p>—¿Y ella, la mujer?—dice Florinda muy apremiante.</p> - -<p>—¿Cuála?</p> - -<p>—Esa que está terciando para ti.</p> - -<p>—Pero, ¿qué hablaste della? ¡Estás boba!</p> - -<p>—Que si gana mucho jornal—pregunta la muchacha -algo confusa, sin atreverse a decir todo lo que se le -ocurre.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_107" id="Page_107">[107]</a></span></p> - -<p>—Gana abondo: tres riales y mantenida.</p> - -<p>—Y «abondo», es mucho... ¡Dios mío!—lamenta la -niña con terror en lo profundo de su alma.</p> - -<p>Acércase distraídamente hacia los brezos, mientras inquiere -la abuela con un poco de desdén:</p> - -<p>—¿Te gustan las albaronas?</p> - -<p>—Son éstas, ¿no?</p> - -<p>—Sonlo. También la urz negral da flor.</p> - -<p>—¿Morada?</p> - -<p>—Sí; parece de muertos... Son las más abundantes del -país.</p> - -<p>—Y las amapolas—añade Florinda, pensando—, ¡flores -de tragedia!... ¿No sabes?—dice de pronto al oir cómo -pía el pájaro evocador—. He visto una codorniz.</p> - -<p>—¡Quiá mujer!... Será un vencejo.</p> - -<p>—Canta muy bien... ¿Oyes? ¡Si fuese una alondra!</p> - -<p>—No, criatura; esas son más tardías y anidan en los trigales -verdes; por aquí escasean.</p> - -<p>Dió prisa la tía Dolores: ya iba el sol muy alto y pudiera -la moza coger un «acaloro» no teniendo costumbre -de andar a campo libre.</p> - -<p>Retornando a la aldea, aún pregunta <i>Mariflor</i>:</p> - -<p>—¿Es parienta nuestra la que gana tres reales?</p> - -<p>—Algo prima de tu padre viene a ser; hermana de -Felipa, pero ellas se apellidan Alonso. ¡Lástima que a -esta pobre la inutilice el parto, ahora, para dos o tres -días! Son buenas servicialas...</p> - -<p>Allá flota el cobijo del pastor como abandonada bandera -que ningún viento agita en el desierto pardo de la -llanura; los esquilones del ganado tañen lentamente al -compás del trajín, en algunas «aradas»; y las mujeres, -todas viejas al parecer, todas tristes, anhelantes y presurosas, -gobiernan el yugo al través de los terrazgos: -queda el camino a veces atravesado por el vuelo de -un ave.</p> - -<p>—¿No lo ves? Son aviones—corrobora la anciana—;<span class="pagenum"><a name="Page_108" id="Page_108">[108]</a></span> -éstos son mansos como las golondrinas; vienen en la -primavera y hacen el nido en los alares...</p> - -<p>Ya en la linde de Valdecruces, Florinda, con las flores -del brezo entre las manos, vuelve la mirada hacia el -erial. Aquel primer paseo por el campo de Maragatería -causa en la joven una impresión indefinible de angustia -y desconsuelo.</p> - -<p>Y aunque se reanima su fe con la memoria del divino -Artífice «que pinta las flores y tiene cuenta con los pájaros», -los dulces ojos, serenos como aurora otoñal, miran -afligidos al horizonte.</p> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-037.jpg" width="300" height="312" - alt="" - title="" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_109" id="Page_109">[109]</a></span></p> - -<div class="chapter"> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-039.jpg" width="400" height="175" - alt="" - title="" /> -</div> - -<h2>VIII<br /><br /> -<span class="pch">LAS DUDAS DE UN APÓSTOL</span></h2> - -<div> - <img class="dc1" src="images/da.jpg" width="200" height="198" alt=""/> -</div> -<p class="dc13">A la sombra de la nublada frente, los -ojos de don Miguel estaban tristes; -retirado el sacerdote a su -aposento, con las manos entre -las rodillas y el busto inclinado -en el «escañil», meditaba sin -tregua.</p> - -<p>¡Vaya un conflicto! ¡En buen -hora la compasión y la amistad -lleváronle a ser consejero y tutor de la familia Salvadores! -Toda la solicitud con que él defendía los embrollados -asuntos de esta pobre gente, no bastaba a prevenir -su adversidad.</p> - -<p>Las noticias de América eran harto desconsoladoras: -el padre de Florinda, «el señor Martín»—según le llamaba -el mismo don Miguel—encontró a su hermano -Isidoro muy enfermo, y en manos ajenas el humilde negocio -allí establecido, señuelo de la esperanza familiar, -vorágine que sorbía cuanto la usura prestaba, con subido<span class="pagenum"><a name="Page_110" id="Page_110">[110]</a></span> -interés, sobre el menguado peculio de la tía Dolores.</p> - -<p>Algún socorro llevó a ultramar el segundo emigrante: -algo de lo que a duras penas salvara en el hogar costanero; -mas la viril resolución del señor Martín, expatriándose -con la pena de su reciente viudez y dejando a -su hija en Valdecruces, parecía estéril ante la mala ventura -que a todos alcanzaba desde la amarga paramera.</p> - -<p>Ya el ausente maragato le escribía con sigilo al sacerdote, -que juzgaba muy difícil levantar el caído negocio -de América sin mucho más dinero del que llevó; hablaba -también de Florinda con tristeza angustiosa y mostrábase -impaciente por conocer el camino de las negociaciones -matrimoniales entre ella y su primo Antonio. -«A base de esa alianza—escribía—quizá fuera posible -restaurar la hacienda de Valdecruces, pero yo quiero -dejar a la muchacha en absoluta libertad para elegir marido: -nada ambiciono para mí; por ella y por mi madre -sufro; por este pobre enfermo y por sus hijos me afano». -Y añadía: «Dime tus impresiones. Antonio irá para la -fiesta Sacramental; creo que sigue muy encaprichado por -la niña; sabe que está bien educada, que es hermosa, y, -tanto él como su madre, desean lucir en la ciudad una -mujer de buen porte y de finura. Mas yo no quiero engañar -a mi sobrino; si llega la ocasión, hazle saber que -perdí casi todo cuanto tenía en el tiempo en que negociamos -la boda bajo la condición de someterla al gusto -de la rapaza; el novio sabe que he delegado en ti todas -mis atribuciones sobre el particular...»</p> - -<p>Recordando la carta confidente, el cura se levantó inquieto -y anduvo por la salita con aire absorto; había recibido -otra esquela, y otra aún, que, distintas y semejantes -a la vez, convergían al mismo punto: el matrimonio -de Florinda.</p> - -<p>El pretendiente de Valladolid escribía al párroco diciéndole -que, «sabedor de la tutela que desempeñaba<span class="pagenum"><a name="Page_111" id="Page_111">[111]</a></span> -cerca de su prima, tenía el gusto de comunicarle su propósito -de celebrar la boda aquel verano, aprovechando -la ocasión de su viaje a Valdecruces «cuando las fiestas», -puesto que sus muchas ocupaciones le impedirían volver, -y ya era hora de tomar estado... Quedaba en espera del -«sí» definitivo para los fines consiguientes...»</p> - -<p>Y en el mismo correo, también con sobre al señor -cura, una letra fina y nerviosa, clamaba de pronto:</p> - -<p>«¿No te acuerdas de mí?... Considero imposible que -me hayas olvidado, aunque nada contestas cuando van -mis renglones a buscarte; soy aquel de las coplas y de -las penas a quien tú exaltabas con elevados discursos a -la orilla del mar, del mar mío que amaste y «sentiste» -como un gran artista.</p> - -<p>»De aquella amistad nuestra guardo yo recuerdos imborrables -que ojalá perduren también en tu memoria; -atisbos de tus antiguas confidencias, raras y profundas -como las de un santo; reliquias inefables de la paz de tus -ojos, de la ternura extraña de tu voz. Siento al través de -nueve años de ausencia la codicia de un secreto que en -tu alma soñé... No lo niegues; era un secreto «blanco» -y triste (según decimos ahora) que en vano quise aprisionar -en los moldes artificiosos de una fábula... Tú no -hablaste nunca, y aquel misterio quedó en mi fantasía -como intangible estela de visiones que no pueden cuajarse -en una estrofa...</p> - -<p>»Quizás haré mal en volver a ti con esta memoria por -divisa; quizás te alarmo y «te escondo» al resucitar de -improviso el agudo recuerdo de mis curiosidades; mi -propia imprevisión te prueba la cordialidad de este impulso.</p> - -<p>»Al regresar de Cuba hace dos años supe en Villanoble -que habías terminado la carrera con mucha brillantez, -y te escribí a tu pueblo; después te mandé mi último -libro: no respondiste a mi reclamo. Ahora, una adorable -letra de colegiala ha escrito para mí tu nombre, y<span class="pagenum"><a name="Page_112" id="Page_112">[112]</a></span> -esta providencial noticia tuya que recibo por tan dulce -mensajero, me conmueve con el íntimo temblor de -muchas ocultas emociones que despiertan y vibran, gozan -y esperan...</p> - -<p>»Si te asusta mi exordio, si te desplace esta indiscreta -persecución psicológica y sentimental, juro en mi ánima -acallar para siempre tales porfías inquiridoras; y aún le -queda a este pobre artista el aspecto de entrañable -amigo y de hombre sensible para quererte y admirarte -mucho.</p> - -<p>»Acógeme bajo esta fase de íntima fraternidad que antaño -nos unió por encima de mis inquietudes y de tu reserva; -óyeme con tu afable sonrisa de tolerancia: de mi -corazón, que tú conoces de memoria, voy a mostrarte -una página «inédita», que casi yo mismo ignoro.</p> - -<p>»—Ya «te siento pensar» con reflexiva compasión:—¡Cree -que está enamorado!...</p> - -<p>»Tú sabes muchas leyendas de mis amores, y sonríes -con incredulidad, al verme perseguir de buena fe otra -dulce mentira... Nada profetizo, porque me he equivocado -muchas veces; mas, honradamente te aseguro que si -éste de hoy no es el «definitivo» amor... está muy cerca -de serlo...»</p> - -<p>No acertó el comunicante, suponiendo que el sacerdote -hubiera sonreído en la lectura de esta carta. Aun recordándola -ahora, palidecía ligeramente y plegaba con -nueva incertidumbre el entrecejo. Ninguna personal zozobra -le suscitó el escrito del poeta; a las particulares -alusiones con que Rogelio Terán le saludaba, fuéle a -don Miguel muy llano contestar con serena desenvoltura:</p> - -<p>«Cumple ese espontáneo juramento y renuncia de una -vez a tus pesquisas novelables; ni una mala copla podrías -ensayar a cuenta de los «secretos blancos» que me -atribuyes, y que sólo existen en tu imaginación.»</p> - -<p>Mayores dificultades tuvo que vencer el cura para<span class="pagenum"><a name="Page_113" id="Page_113">[113]</a></span> -contestar al resto de la carta, donde el artista, en pleno -asunto de novela, contaba con lírico entusiasmo la despedida -y el encuentro, origen «aquella nueva página de -un corazón». Desde <i>el sueño de la hermosura</i> sorprendido -en el viaje, hasta el adiós penoso en el andén astorgano, -toda la historia linda y triste pasaba lo mismo que -una centella por los enamorados renglones. Y don Miguel, -ingenuamente conmovido por aquella relación fervorosa -y rara, hallóse lejos de sonreir; repercutían en su -espíritu con singulares ecos las exaltaciones generosas -reveladas en aquel párrafo:</p> - -<p>«... Esta niña tan llena de atractivos, que merece llamarse -María y llamarse Flor, me ha mirado con deleite y -ternura en dulcísimo abandono de su alma, y dejándome -vivir como un sonámbulo a orilla de la hermosa realidad, -hundióse en desierto camino paramés, al lado de una -vieja lamentable y torpe, con rumbo sabe Dios a cuántas -amarguras...»</p> - -<p>—¡Sabe Dios a cuántas!—repetía el sacerdote, saturándose -en el latente aroma de caridad vertido de la -pluma del poeta.</p> - -<p>Delatada por el santo perfume, la pura doctrina de un -noble corazón daba su fruto en estas otras frases:</p> - -<p>«Yo sé que esa pobre familia te aprecia como confidente -y amigo de su más íntima confianza; que ponen en -tus manos sus asuntos y proyectos, y que entre <i>Mariflor</i> -y un primo suyo median planes de boda no sancionados -aún completamente. ¿Quieres hablarme de estos -propósitos? ¿Quieres decirme si dañaré los intereses de -la muchacha yendo a solazarme con su presencia al amparo -de tu amistad? Siento la violenta tentación de volverla -a ver.—¿Con qué intenciones?—me preguntas—. -Yo mismo las ignoro en definitiva; desde luego con las -de hacerle todo el bien posible, y ni una sombra de mal -siquiera.»</p> - -<p>Al llegar mentalmente a este punto de la lectura, todos<span class="pagenum"><a name="Page_114" id="Page_114">[114]</a></span> -los días repetida de memoria, el párroco de Valdecruces -hizo una pausa en su agitado raciocinio, acodóse -en el tosco rastel del antepecho y encendió con lentitud -un cigarro.</p> - -<p>A espaldas del fumador aposentábase la sombra en la -modesta salita, diseñando apenas el perfil de un pupitre -y de un sillón y el contorno de unos altos escabeles. -Fuera, se amortecía bajo el crepúsculo un huertecillo, -cuyas legumbres posaban pálido tapiz de verdura sobre -el color ocre de la tierra, y en la apacible lontananza del -erial tenía la muerte de la tarde una serenidad purísima.</p> - -<p>Paseó don Miguel sus claros ojos por el asombrado -huerto, por el deleznable caserío asignado entre calzadas -y rúas silenciosas, y los clavó después en el lueñe -horizonte, allí donde sangraba la agonía de un magnífico -sol de mayo, en la serena curva del cielo azul: evocaba -el sacerdote aquel momento en que acudiera <i>Mariflor</i> -a su llamada para responder con claridad a dos trascendentales -preguntas:—¿Quería a su primo por esposo?</p> - -<p>—No, señor—dijo rotundamente la moza sin asomo -de vacilaciones.</p> - -<p>—¿Y a Rogelio Terán?</p> - -<p>Aquí, una súbita sorpresa tiñó de grana el semblante -de Florinda, la cual bajó los ojos, torció nerviosa el pico -del pañuelo y exclamó lo mismo que la heroína de -Campoamor:</p> - -<p>—«Cómo sabe usted?...»</p> - -<p>Aunque el cura de esta <i>dolora</i> no era «un viejo», para -él tuvo la niña «el pecho de cristal», como en la fábula; -y apenas dejó traslucir los amorosos afanes, tuvo también -la palabra expedita para defender sus preferencias -y los libres fueros de su corazón. Ya para entonces habíase -mostrado transparente como el pecho, el cristal de -unos ojos que miraban al párroco de hito en hito, y en -los cuales fulgía la esperanza como un rayo de luna sobre -el mar.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_115" id="Page_115">[115]</a></span></p> - -<p>Sintióse conmovido el sacerdote en la contemplación -de aquella moza que miraba de frente como él, sin duda -porque tenía muchas cosas buenas que decir con los -ojos oscuros y anhelantes. Y al cabo de innumerables -observaciones y temperamentos, se convino en la plática, -requeridora una triple resolución: escribir al padre el -fiel relato de la amorosa cuita; tratar con el primo, sólo -verbalmente, «del asunto», sin corroborarle entretanto -promesa alguna de matrimonio; y responder a Terán «en -la forma que el señor cura lo creyera discreto», dando -margen a las ilusiones que la niña compartía con el -poeta.</p> - -<p>Así, <i>Mariflor</i> y don Miguel se propusieron en amigable -complicidad servir a los corazones y a los intereses, -con un sentimiento doblemente caritativo por parte del -sacerdote; avaro y generoso a la vez, en el espíritu ferviente -de la enamorada.</p> - -<p>—Yo misma—concluyó por decir aquella tarde—explicaré -a Antonio este verano los motivos de mi negativa -y le pediré la protección de su fortuna para la abuela. -Si es bueno y es rico, tanto como dicen, ¿ha de negarse -a salvarnos a todos? Cuanto más que yo no pretendo que -nos regale nada; bastará que nos preste sin usura...</p> - -<p>Y como don Miguel acogiera en silencio el vehemente -propósito, añadió la muchacha con vivísima zozobra:</p> - -<p>—¿Cree usted muy difícil un milagro?</p> - -<p>—Según y conforme...</p> - -<p>—Es que yo le he prometido a Olalla hacer uno, con -la ayuda de Dios, para librar la hacienda de abuelita.</p> - -<p>—¿Y será a base de lo que Antonio te conceda y tú le -niegues?</p> - -<p>—¡Eso mismo! ¿Le parece a usted imposible de lograr?</p> - -<p>—¡Oh transparente corazón de mujer—meditó el cura -sonriendo—. ¡Mezcla humanísima de egoísmo y caridad, -de obstinación y de ternura!... En fin—dijo sentencioso—:<span class="pagenum"><a name="Page_116" id="Page_116">[116]</a></span> -la fe mueve las montañas... Para Dios no hay -imposibles...</p> - -<p>Las últimas palabras del sacerdote extendieron por el -dulce rostro de la niña una expresión de singular confianza. -Así, férvida y creyente, se había despedido <i>Mariflor</i> -en aquella entrevista.</p> - -<p>Desde el mismo barandaje donde el cura se apoya, la -vió cruzar el huerto y salir a la penumbra del camino en -el preciso instante en que pasaba <i>Rosicler</i> balanceando -su chivata de pastor al compás de una copla.</p> - -<p>Se saludaron los dos mozos bajo las alas de la brisa, -mientras el paisaje se quedaba dormido en la mansedumbre -de la noche y florecía en astros el profundo cielo. -Y cuando ambas siluetas se dibujaron levemente, ya -separadas en la oscuridad, la canción de <i>Rosicler</i> vibró -engreída, dejando en el aire una letra de boda, el jirón -de un romance popular que pregonaba:</p> - -<p class="pp7 p1">«Mira, niña, lo que haces,</p> -<p class="pp6">mira lo que vas a hacer,<br /> -que el cordón de oro torcido<br /> -no se vuelve a destorcer...»</p> - -<p class="p1">Trovó un pájaro en su última ronda por el huerto, -rodó en las nubes una estrella rubia, y don Miguel sintió -los ojos turbios de lágrimas, quizá nacidas de la melancolía -de la hora, o de aquel recuerdo «blanco y triste» -mentado por el poeta, removido por los acentos de -la copla, por la visión juvenil de la niña y el zagal...</p> - -<p>En este otro crepúsculo, tan espléndido como aquél, -la honda meditación del señor cura tiene cambiantes y -matices como la piedra ónice, y el relámpago de alguna -sonrisa aclara a veces el frunce del entrecejo en la frente -del apóstol. El cual, como si hallase súbito remedio -a una de sus perplejidades, arroja por el balcón la punta -apagada de su cigarro, y asomándose a la puerta de la -salita, llama de pronto:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_117" id="Page_117">[117]</a></span></p> - -<p>—¡Ascensión!... ¿puedes venir?</p> - -<p>—Voy ahora mismo—responde en el fondo de la casa -un agudo acento de mujer. Y una moza acude en seguida, -diciendo al entrar:</p> - -<p>—¿Enciendo luz?</p> - -<p>—Todavía no. Te quería preguntar si conseguiste que -Marinela Salvadores te confiase aquel secreto que tú -adivinabas.</p> - -<p>—Y acerté, mismamente.</p> - -<p>—Vamos a ver: ya sabes que no me impulsa la curiosidad -a estas averiguaciones en que tú me ayudas: quiero -el bien de la rapaza; curar esa dolencia, esa misteriosa -pesadumbre que nadie conocía... ¿Qué tiene, -en fin?</p> - -<p>—Tiene... vocación de monja.</p> - -<p>—¿Así, en firme, de verdad?—exclama absorto el párroco.</p> - -<p>—De verdad, tío. Si no entra clarisa, se comalece.</p> - -<p>—Pero, ¿de qué le ha quedado eso?</p> - -<p>—De que un día fuimos juntas a Astorga y llevamos -de parte de usted un mandado para la madre abadesa: -fué en el mes de abril...</p> - -<p>La muchacha se sienta en un escabel, y el cura, reclinándose -en otro, cerca de la sobrina, escucha con -atención, ya bien entrado en el aposento el silencioso -temblor de la noche.</p> - -<p>—Fué en el mes de abril—repite Ascensión después de -una pausa, dando mucho alcance a su confidencia—. Con -la madre Rosario salió al locutorio una novicia a quien -yo conocí en la Normal de Oviedo. Nos dijo que estaba -muy gozosa en la clausura, que tenían un jardín precioso -donde cultivaban flores para la Virgen, y que se disfrutaba -un deleite divino en aquella vida. Marinela, que -no habló una palabra, salió de allí tocada de la vocación -como por milagro, y desde entonces conozco que -se muere por ser monja.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_118" id="Page_118">[118]</a></span></p> - -<p>—Pero, ¿y la dote?—prorrumpe don Miguel con impaciencia.</p> - -<p>—Por eso la zagala padece; hoy me ha confesado sus -pesares al volver de Piedralbina: ni por soñación espera -conseguir los dineros para entrar en Santa Clara... ¡y -llora tanto!</p> - -<p>—¿Y por qué ha de ser en Santa Clara precisamente? -Si tiene verdadera vocación religiosa, bien puede buscar -otro convento donde no necesite llevar mil duros -por delante.</p> - -<p>—Ya se lo he dicho yo; pero ella quiere en ese, en -ese nada más. ¡Usan las monjas un traje tan precioso, -todo blanco! Y se dedican a plegar la ropa de los altares, -a hacer dulces y labores; ¡cosas finas y santas!</p> - -<p>—Sí—replica el cura remedando el tonillo alabancioso -de la moza—, y a practicar ayunos y vigilias, penitencias -y sacrificios.</p> - -<p>Tras un breve silencio, Ascensión añade con tenue -ironía:</p> - -<p>—En su casa ayuna Marinela y vive sacrificada... Ser -clarisa es destino envidiable.</p> - -<p>—¿También para ti?</p> - -<p>—¡Yo, como tengo dote y haré buena boda!</p> - -<p>—Porque Máximo tiene dinero, ¿no?</p> - -<p>—¡Claro está! Pero Olalla y Marinela no han de casarse: -todo el mundo dice que la tía Dolores ha perdido -el caudal.</p> - -<p>—¿De manera que te parece envidiable el destino de -monja para esa niña, porque no tiene un céntimo?</p> - -<p>—Ya ve... Estar a la sombra en un claustro hermoso, -vestida de azucena, cuidando un jardín para la Virgen, -ganando el cielo entre oraciones y suspiros... es mucha -mejor suerte que trabajar la mies como una mula para -comer el pan negro y escaso, y envejecer en la flor de -la mocedad: yo que Marinela, también entraba clarisa.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_119" id="Page_119">[119]</a></span></p> - -<p>—Pero, criatura y ¿la dote? ¿No ves que si ahora le -diesen veinte mil reales a Marinela para profesar en Santa -Clara, lo mismo le servían para casarse? Menos tienes tú -y sólo por lo que tienes vas a hacer una «buena boda», -según dices: la pobreza no justifica la vocación religiosa -en este caso, y más vale así, aunque sea imposible realizar -los deseos de tu amiga.</p> - -<p>Ascensión, la maestra elemental, sobrina del señor -cura, no enrojece al sentirse envuelta en tan desnudos -comentarios, sino que, reflexiva y avisada, advierte a la -sapiencia y lógica de su tío:</p> - -<p>—Repare que muchos prelados reciben herencias -para dotar a las novicias pobres, pero nunca para dotar -a las novias... Hay devotos ricos que protegen con grande -caridad las vocaciones religiosas; hay plazas de favor -en los conventos; y, en un caso de apuro, no teniendo -una mujer nada más que la tierra abajo y el cielo arriba... -menos difícil me parece entrar en la clausura con -el hábito que entrar en la parroquia con el novio... ¿No -es verdad?</p> - -<p>La pregunta, certera y amarga, hiende como un dardo -la sombra, y el sacerdote álzase al recibirla y se lleva -la mano al pecho igual que si le sintiese herido.</p> - -<p>Suspira sin responder, da unos pasos a tientas por la -estancia y, de pronto, se dirige hacia el balcón, donde -acaba de asomarse la luna bajo un pálido velo de -niebla.</p> - -<p>—¿Enciendo luz?—vuelve a preguntar la moza, dando -por concluído el interrogatorio.</p> - -<p>Y con grave intención, que ella no comprende, el párroco -de Valdecruces avanza en la oscuridad hacia el -claror divino y, señalando al cielo, responde:</p> - -<p>—Deja que ésta me alumbre...</p> - -<hr class="chap" /> - -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_120" id="Page_120">[120]</a></span></p> -<p> </p> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_121" id="Page_121">[121]</a></span></p> - -<div class="chapter"> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-005.jpg" width="400" height="153" - alt="" - title="" /> -</div> - -<h2>IX<br /><br /> -<span class="pch">¡SALVE, MARAGATA!</span></h2> - -<div> - <img class="dc1" src="images/da.jpg" width="200" height="198" alt=""/> -</div> -<p class="dc13">AQUEL jinete que cruzaba la estepa -en un mulo, a pleno sol, vagoroso -y audaz, con aires de aventura, -parecía, de lejos, <i>Don Quijote</i>; -cenceño, flexible, impaciente, -exploraba los horizontes -y caminos ensoñando quimeras, -igual que el caballero de la -<i>Triste Figura</i>. Un pobre <i>Sancho</i> -de a pie le acompañaba, ni gordo ni contento, alquilado -en Astorga a la par del mulo; no iban de palique -el criado y el señor, como sucede en las novelas, -donde un hidalgo curioso cabalga por país desconocido -a la vera de un guía, y todo se le vuelve al intruso preguntar -al indígena por esto, por lo otro y por lo de -más allá.</p> - -<p>Este espolique de ahora no era muy explícito que -digamos: corto de palabras y largo de piernas, quizá -pretendiese economizar en saliva lo que derrochaba<span class="pagenum"><a name="Page_122" id="Page_122">[122]</a></span> -en pasos, y así holgaba su boca mientras sudaban sus -pies.</p> - -<p>Tampoco las preguntas del caballero parecían a propósito -para quebrantar la pasiva reserva del peón: interrogaba -aquél, confusamente, sobre agricultura, historia, -costumbres y privilegios de la tierra, y el pobre maragato -encogíase de hombros bajo su parda almilla, con ruda -perplejidad.</p> - -<p>—Aquí, de agricultura—supo al fin responder—, -pues... el centeno; de costumbres... nacer, emigrar, morirse, -¡como en todas partes! De historia... los cuentos -de las viejas, patrañas de godos y romanos... ¡vaya usté -a averiguar! y de eso otro que usted dice... ¡diájule! non -lo oí mentar nunca...</p> - -<p>Era el espolique un hombre, tosco por su innata rudeza, -condenado a servidumbre, que a la sazón padecía -en una posada de la capital.</p> - -<p>El andante caballero, visto de cerca, había trocado -el yelmo de Mambrino por un <i>jipi</i>, y la célebre lanza -por un vástago de roble; llevaba un maletín a la grupa, -finos guantes en contacto con las bridas, y áureos lentes -sobre los ojos azules; era joven y parecía feliz.</p> - -<p>Según iba creciendo la mañana, aparecíase, bajo la -fuerza del sol, más vasto el erial, más estéril y solitario. -Caía la luz con arrogancia, en toda la plenitud del mes -de junio, y extendía el purísimo celaje su amplia curva -sobre la planicie con una majestad acogedora, llena de -resplandores. Los cascos de la caballería alzaban un eco -sordo al herir el camino polvoriento, y en la orilla de -tímidos bancales algunos brezos violados desfallecían de -sed y de tristeza.</p> - -<p>Cansado ya el viajero de pretender la esquiva conversación -del espolique, iba poblando de visiones y recuerdos -aquella muda soledad. Comenzó por discurrir, -con acalorada fantasía, si a tales senderos confusos, todos -aridez y desolación, haría referencia aquel fiero relato<span class="pagenum"><a name="Page_123" id="Page_123">[123]</a></span> -de una lucha terrible en que el godo Teodorico -destruyó las tropas del rey suevo, Rechiario, en las <i>llanuras -parámicas</i>, un célebre día 3, <i>antes de las Nonas -de octubre</i>... Apenas evocada esta bárbara memoria, un -nuevo relámpago de la imaginación encendía delante del -viajero las recordaciones caballerescas de cierto famosísimo -hecho de armas que en el siglo <span class="smcap">XV</span> tuvo lugar -a la orilla del <i>Camino francés</i>, en el ancho país de «los -pueblos olvidados».</p> - -<p>Y ya no eran indómitas mesnadas las que en sangrientas -imágenes cruzaron la llanura en torno del jinete soñador: -los más bizarros adalides de la Edad Media, en -marcial apostura de torneo, acudían ahora a las brillantes -justas del <i>Paso honroso</i>, mantenidas por Suero de -Quiñones y otros nueve gentiles caballeros; hasta sesenta -y ocho de lejanos reinos y ciudades sorprendieron -con el trote bravo de sus corceles el silencio profundo -de la estepa, codiciando un puesto en la peregrina lid, -donde los defensores se proponían correr <i>trescientas -lanzas, rompidas por el asta con fierros de Milán</i>...</p> - -<p>Un caliente arrebato de bravura agitó el renuevo de -roble en las ancas del mulo; dió la bestia un respingo -cobarde, y el viajero creyóse transportado a la famosa -liza sobre las relucientes crines de un potro andaluz. Le -enardecieron con singulares bríos los sones de aguda -trompetería <i>en tono rasgado</i> para <i>romper en batalla</i>, y -vislumbró en el marco de la insigne fiesta la hermosura -exquisita de doña Inés, doña Beatriz y doña Sol: iban a -rescatar sus guantes empeñados por la galantería de los -combatientes.</p> - -<p>De pronto una imagen viva, cándida y humilde, alzó -en el polvo del camino su miserable silueta; llevóse el -visionario la mano al <i>jipi</i> con rendimiento cortés, y una -pobre maragata, cabalgadora en lenta burra, pasó con -los ojos bajos, murmurando apenas:</p> - -<p>—Buenos días.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_124" id="Page_124">[124]</a></span></p> - -<p>Al tímido rumor de tal saludo quedó roto el encanto -del caballero, el cual en aquel mismo instante imaginaba -descubrirse ante doña Mencía, la celebrada esposa de -don Gonzalo Ruiz de la Vega, dama ilustre cuyo guante -había de rescatar en el <i>Paso honroso</i> el conde de Benavente...</p> - -<p>Suspiró <i>Don Quijote</i>, sonriendo; volvió en torno -suyo la mirada y quedó atónito, como sobrecogido por -la austeridad infinita del paisaje: ni una nube corría por -el cielo, ni un átomo de vida palpitaba en el llano. La -tierra infecunda se resquebrajaba a trechos, rugosa y -amarilla como el cadáver de una madre vieja en cuyo -rostro las lágrimas dejaron surcos hondos y fríos.</p> - -<p>Al roce súbito de aquella trágica impresión, la fantasía -del ecuestre viajero volvió a encresparse lo mismo -que una ola, y tornaron a poblar la gris llanura un tropel -de personajes, surgentes de leyendas y becerros, códices -y archivos; desfilaban en la más pintoresca de las -confusiones; algunos tan despacio como si les adormeciese -el son remoto de antiguos cantares. Mezcláronse -las preces sordas de una bárbara religión primitiva con -los salmos rudos del pueblo romano y con las cristianas -oraciones de aquellos devotos que, viviendo en la tierra -la Madre del Salvador, <i>le mandaron desde Astorga un -mensaje verbal a Palestina</i>... La figura pálida y lastimera -del «Rey Monje», iba, con los ojos vacíos y los hábitos -en túrdigas, arrastrando su pesadumbre junto al -brutal perjeño del rey Mauregato, legislador en fabuloso -tributo <i>de las cien doncellas</i>. Después, en la desnuda lejanía, -se perfiló el fantástico ejército que en vísperas de -la batalla de las Navas acudió a las puertas del monasterio -de San Isidoro, en la ciudad de León, a llamar con -recios golpes: capitaneaban la hueste romancesca el -Conde Fernán González y el Cid, buscando en su sepulcro -al rey Fernando I para que asistiese con ellos al -combate... A la par de estas visiones legendarias, amacos,<span class="pagenum"><a name="Page_125" id="Page_125">[125]</a></span> -asturicenses, celtas, iberos y romanos, judíos y -moros, surgían en quimérico rolde, edificando y destruyendo -con febril ansiedad. Augusto, Vespasiano, Teodorico, -Witiza, Tarik, Almanzor, una apretada nube de -conquistadores y vencidos posaba su ambición y su ideal -en los solares rotos, hundiendo bajo la tierra lanzas y semillas, -regándola con lágrimas y con sudores. Mas el -yermo, silencioso, inmutable como la eternidad, no sintió -la herida de los hierros ni la amargura de los llantos; no -fecundó una sola grana de simiente ni ablandó su dureza -con el sudor de las audaces generaciones. Sin amansar -su esquivez ni merecerle una sonrisa, le anduvieron de -hinojos ilustres obispos y fervientes misioneros; rudo -campo de penitencia donde sólo florecían sacrificios y -austeridades, le santificaron legiones de creyentes en pos -de anacoretas y de apóstoles: Jenadio, Fructuoso, Valerio, -Froilán, Domingo (aquel que se llamó <i>de la Calzada</i>, -porque ayudó a labrar con sus manos el <i>Camino francés</i>), -santos eran que en el «desierto» de León y de Castilla, -con abundantes compañeros y discípulos, clavaron -la Cruz y la oración en gloriosa campaña espiritual. Y -¿no hubo, entre tantos amores, heroísmos y proezas, -bastante calor humano para dar vida a los eriales solariegos, -para resucitar la muerta llanura?... ¿Cuántos siglos -yacía yerto, insensible como un cadáver, el pobre suelo, -hendido igual que un viejo rostro donde el llanto labró -surcos?... ¿Qué pretéritas edades, qué desconocidas criaturas -le sintieron latir rico y preñado como fecunda tierra -del corazón de una patria?...</p> - -<p>¡Eran éstas demasiadas interrogaciones! Aunque el -viajero había refrescado sus memorias y lecturas antes de -ponerse en camino, ya le faltaban a su mental soliloquio -documentos y recursos para discutir las causas de aquella -perpetua desolación. Quiso hurtar el fatigado pensamiento -a la sutil y complicada red de tales raciocinios, -pero su noble conciencia de hidalgo y de patriota le<span class="pagenum"><a name="Page_126" id="Page_126">[126]</a></span> -acusó de un tanto de culpa en el abandono y la ingratitud -que lamentaba sobre el muerto camino. ¿Quién mejor -que un poeta para abrir a las modernas corrientes de -cultura y piedad un ancho cauce, y fundir en mieses de -oro las entrañas estériles del páramo?</p> - -<p>Alzó el jinete la juvenil cabeza con arrogante impulso, -y posó la caricia de sus ojos azules sobre los escobajos -del sendero: quería enamorarse de aquel vago propósito -que de repente le asaltaba; sentir fuerte y grande el entusiasmo -por la liberación de aquella tierra, solar de una -raza insigne, testigo y campo de una historia inmortal, -madre eternamente condenada a la esclavitud de la miseria -en el mismo seno de su floreciente nación.</p> - -<p>Que era empresa de locos aquel sueño, le decía al -hidalgo su prudente egoísmo. Pero las ansiedades del -artista y las inquietudes del quijote respondieron al -punto: ¿Acaso con la pluma no tiene una palanca invencible -cada escritor moderno?... ¿No son ahora el libro -y el periódico los vencedores propagandistas de la -idea?...</p> - -<p>El mulo se había parado: lanzó un sordo relincho; olfateaba, -y tenía en los belfos una ligera espuma.</p> - -<p>—¿Qué le sucede?—preguntó el caballero mientras -arreaba el espolique.</p> - -<p>—Le desazona el secaño—respondió el aludido parcamente.</p> - -<p>Y a la sola noticia de que el animal tenía sed, cambiaron -de rumbo los pensamientos del poeta: sintió el -desamparo de la ruta con una sensación de punzante disgusto; -un antojo violento de agua viva, de agua corriente -y bienhechora, le secó las fauces y le enardeció la -frente. Desconcertado y pesaroso, escudriñó la monotonía -de los horizontes con la angustia del náufrago que -persigue una vela salvadora en las desiertas lontananzas -del mar. Pero en la vibrante luz ni las alas de un insecto -se mecían; hasta el aire parecía dormido en la llanura, y<span class="pagenum"><a name="Page_127" id="Page_127">[127]</a></span> -la llama del sol, derramando su lumbre en el erial, semejaba -una lámpara encendida sobre enorme sepulcro.</p> - -<p>En vano buscó el jinete algún semblante amigo donde -poner con beatitud la mirada, sedienta de piedad; por -toda respuesta a tan ávida pesquisa, dió el implacable -suelo una gris vegetación de cardos marchitos y de rastreras -gatuñas.</p> - -<p>Entonces al poeta le asaltaron enjambres de visiones -fugitivas: cortes y ejércitos, potentados y magnates, artistas -y labradores, huían hacia los valles, hacia los ríos -y las costas; buscaban la dulzura de los bosques y la riqueza -de las mieses. Los reyes castellanos, Ordoños y -Bermudos, Urracas y Berenguelas, Fernandos y Alfonsos, -sentían en la pujanza de su corona temblar el espanto -del yermo como un trágico soplo de muerte y exterminio. -Y por fin abdicaba—con el abandono y la expatriación—su -omnímodo poder sobre la estepa aquel -noble señor de <i>diez mil vasallos, siete villas y ochenta y -tres pueblos</i>, Alvar Pérez Osorio, marqués de Astorga, -alférez mayor del Rey, mantenedor valiente de la bendita -Seña en la batalla de Clavijo, el que a los veintiséis títulos -de sus blasones unió la singular grandeza de poderse -llamar «Señor del Páramo»... La solariega casa de -Osorio, descendiente de emperadores orientales, prima -de reyes, madre de los condados de Altamira, de Luna, -de Guzmán, de León, de Trastamara y de Cabrera, raíz -y origen de los más puros abolengos españoles, árbitra -de las libertades de Castilla, levantó su hidalgo señorío -de los cabezos del erial, y olvidando la aspereza de tal -cuna, indómita y fuerte como el destino, huyó también -a refugiarse en más hospitalario país...</p> - -<p>Allá lejos, donde el cielo y la tierra parecen confundidos -en infinita comunión de inmensidades, aparecióse -un punto blanco. Viéndole flamear distintamente, veloz -en el aire con arrogancia majestuosa, murmuraba el quijote -«modernista» en la embriaguez de sus evagaciones:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_128" id="Page_128">[128]</a></span></p> - -<p>—¿Será el lienzo de un barco?... ¿Será la bandera de -Clavijo?...</p> - -<p>Historia, fantasía y leyenda, bailaban, locas de remate, -bajo la frente rubia del mozo soñador; preso en la terrible -pesadilla del llano, confundido entre realidades y -quimeras, sentía vagamente la sombra del ensueño, el -cansancio del viaje y la amargura del lugar. Quiso vencer -aquel estado de modorra, sacudir el delirio y la fatiga; -hizo al cabo un esfuerzo para recobrar su aplomo, y -advirtió, al conseguirlo, que tenía hambre y que le dolía -un poco la cabeza. Miró el reloj: iban a dar las once. -Había salido de Astorga con muy ligero desayuno, y el -camino y el sol estimulaban ahora sus buenas disposiciones -para el almuerzo.</p> - -<p>—¿Qué se ve allí?—preguntó al guía, señalando la única -mancha del horizonte.</p> - -<p>—Es la cigüeña—dijo el maragato, y añadió—: Ya no -está lejos Valdecruces.</p> - -<p>—Ni lienzo navegante, ni enseña heroica—pensó el -joven, burlándose de su visionaria turbación—; son -unas alas potentes; por su destino libres, cautivas por su -fidelidad.</p> - -<p>Y quedóse el viajero sumergido en regalada laxitud, -en el sedante baño de poesía que la contemplación del -ave le brindaba.</p> - -<p>Todo era manso y fuerte en la vida singular del enorme -pájaro: la reciedumbre de su nido, centenario a veces, -puesto en la torre parroquial debajo de la Cruz, en -el apacible corazón de las aldeas; la ternura delicadísima -para con los hijuelos; aquella gracia seria y noble con -que vigila las sembraduras y convive entre los campesinos; -la rara y firme condición de su boda sexual <i>para -toda la vida</i>; de su vuelta al mismo terruño para todos -los años, y la reposada actitud de la figura, el paso y el -vuelo, que componen armoniosa grandeza con el matiz -austero del paisaje... Cuanto del animal amigo de los<span class="pagenum"><a name="Page_129" id="Page_129">[129]</a></span> -hombres pudo enaltecer el curioso viajero, parecióle -conmovedor y simbólico.</p> - -<p>—Una maragata y una cigüeña me han «hecho los -honores» del páramo—meditó, engolfándose en la repentina -emoción.</p> - -<p>En aquel momento la breve caravana, doblando una -ligera loma, alcanzó al ave, quieta en el camino; tenía el -largo cuello ondulante, y el pico un poco inclinado hacia -la tierra; miraba pensativa los áridos terrones, como -la mujer que al paso del caballero musitó humildemente: -«buenos días». Y siguió esperando, inmóvil en su habitual -postura de meditación y reposo, hasta que llegaron -los caminantes: alzó entonces lentamente sus ojillos de -indefinible color, pardos y cenicientos igual que la estepa; -dió algunos pasos con dignidad y compostura, erguido -el cuerpo, mesurado el ademán, y abrió, por fin, -las espléndidas alas con un vuelo fácil y gracioso, desapareciendo -del horizonte en majestuosas espirales.</p> - -<p>No tuvo tiempo el poeta para glosar con sus admiraciones -tan peregrino espectáculo, porque al rendir la -imperceptible cumbre, mostró el duro sendero repetidas -señales de dulzura.</p> - -<p>Se alzaba un poco en aquel sitio y por él descendían -las tierras en suaves ondulaciones, amansadas y humildes, -con recientes señales de cultivo y amigables surcos -de senderos.</p> - -<p>A preguntas curiosas del jinete dijo el peatón que allí -empezaba la mies de Valdecruces, y que aquellos «bagos» -ya tenían hecha la tercera labor para recibir la simiente -«en la semana de los Remedios», al nacer el otoño.</p> - -<p>Y acosado por nuevas preguntas, explicó el maragato -cómo la pobreza del país no permitía cosechar anualmente -en los mismos terrenos, y así quedaban en <i>fuelga</i> -los unos mientras fructificaban los otros.</p> - -<p>—Éstas—añadió en el tecnicismo agrícola del país—estuvieron -«de aramio» siete meses.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_130" id="Page_130">[130]</a></span></p> - -<p>Y señalaba las glebas recién movidas junto a los profundos -roderones del espacioso camino. El cual iba estrechándose -con la disimulada lentitud de un prisionero -que al evadirse quiere ocultar su prisa y su esperanza. -De ambos afanes pudiera suspirar el triste fugitivo del -barbecho, buscando la ilusión de una mies, la gracia -bienhechora de un arroyo y el caliente regazo de una -aldea.</p> - -<p>Y esta sorda inquietud que parecía latir en la pálida -ruta, comunicóse a los viajeros con impaciencia viva, sin -excepción del mulo, apresurado ahora, olfateador y relinchante -por demás. Habían torcido su rumbo por la estepa, -a indicaciones del caballero, que la quiso recorrer -toda, y entraban en Valdecruces por un transitorio vergel -de centenos maduros.</p> - -<p>Pocos pasos adelante, columbró ya el jinete la verdosa -masa de hojas y de espigas, un imprevisto oasis que, -acosado de cerca por el erial, parecía surgir inseguro y -tembloroso como un atrevimiento de furtivo amor hacia -la esquiva ingratitud.</p> - -<p>Pasó un hálito caliente de primavera sobre el áspero -dorso de la llanura, y las espigas estalladas exhalaron -dulcísimo perfume.</p> - -<p>Comenzaban a palidecer las anchas hojas lineales en -torno al granado fruto, muertas ya las sutiles flores en el -raquis henchido. Pero aún flotaba en el ambiente esa especie -de niebla azul, producida por aromas y glumas de -la flor.</p> - -<p>Hundiéndose de pronto el forastero en tan inesperado -paraíso, imaginó escuchar una plegaria vehemente y armoniosa -en el rumor de aquel vaivén de espigas, verdes -y rubias, con degradaciones de admirables tonos.</p> - -<p>Fuera ya del camino central, guiaba el espolique por -las honduras de un sendero, delicadísima estela de los -crecidos centeneles, agitados con inquietud de marejada. -Latía el perfume como un aliento en torno del jinete,<span class="pagenum"><a name="Page_131" id="Page_131">[131]</a></span> -y se asomaban al horizonte, más visibles que en el -transcurso del viaje, los bravos picos del Teleno y Fuencebadón.</p> - -<p>Bien sabía el poeta que la maravilla sorprendente de -aquella mies, rescatada al páramo como botín de durísimo -combate, era obra y tormento de la mujer maragata; -que bajo aquel fugitivo mar de espigas naufragaban oscuramente -la juventud y la belleza de unas abandonadas -criaturas, por débiles tenidas en el mundo; que ni la heroica -satisfacción del noble sacrificio acompañaba en su -naufragio a las infelices cautivas de la tierra, del instinto -y la ignorancia. ¡Y era el hondo caudal de su ternura, -inconsciente, la única fuerza humana bastante poderosa -para hacer vivir y fructificar los indomables terrones del -yermo!</p> - -<p>En la hidalga paramera de León, solar de los más castizos -de la raza, teatro y reliquia de inmortales memorias, -duerme el pueblo maragato, incógnito y oscuro, -desprendido con misterioso origen de una remota progenie. -Siglos enteros supervivió a la desolación de los -eriales, solitario en toda la integridad de su rara pureza, -embarrancando en la llanura como un pobre navío que -encalla y se sumerge, y al cual se abandona y olvida en -el turbulento mar de la civilización. Pero, al fin, en la -tragedia de este «buque fantasma» se salvaron los fuertes. -Más duros los códigos en los mares de tierra que los -que rigen en los mares de agua, consintieron que en las -bárbaras olas del erial se quedasen cautivos para siempre -las mujeres y los niños, mientras los hombres útiles -pedían remolque a la vida del progreso para explotar -sus riberas. Y las pobres maragatas se encontraron solas, -condenadas a no extinguirse nunca, porque los maridos -arribaban a menudo hasta la callada flota que extendieron -por el llano estas graves mujeres de Maragatería: -acuden ellos potentes y germinadores a imponer -como un tributo la propagación de la especie, a dejar la<span class="pagenum"><a name="Page_132" id="Page_132">[132]</a></span> -semilla de la casta en las entrañas fecundas de unas hembras, -tan capaces, que hasta en el páramo cruel han producido -flores...</p> - -<p>Así discurría con ansia y pesadumbre el andante poeta, -enervado por la fragancia de los centenos, peregrino -entre las espigas que palpitaban con dulce temblor.</p> - -<p>Sentía el mozo levantarse otra vez su inquieta voluntad -con el generoso estímulo de las redenciones. Si era -una locura soñar con la liberación del yermo, no lo era -tanto apetecer la de aquellas mujeres miserables. Y, si -aun este propósito fuese desmesurado para acometido -por un corazón, un estro y una pluma, le quedaba al artista -la certidumbre de poder esgrimir con gloria aquellas -nobles armas, para rescatar del mar de tierra, libre -y dichosa, a una sola mujer.</p> - -<p>A cada paso del mulo tomaba más cuerpo esta ilusión -en los bizarros sentimientos del joven.</p> - -<p>Si acaso a Valdecruces le empujaban—seguía meditando—la -curiosidad y el antojo, sobre aquellos humanos -impulsos labraría con arte y con misericordia el -cauce de ternura por donde corriese el definitivo amor -a formar un sereno remanso.</p> - -<p>Ráfagas de ocultos fervores le sacudían, enardecido y -ambicioso, con las manos trémulas de fiebre, la memoria -llena de secretos y el porvenir cuajado de esperanzas. -Todas sus emociones del camino se condensaron, vibrantes, -en aquella última; de cuantas quimeras y memorias -le acompañaron hasta allí, sólo quedaba en su imaginación, -como cifra y símbolo, una bella figura de mujer: -adornábase con un traje regional, acaso descendiente -de góticos briales o de gentiles paños morunos; -tenía dulce el rostro como la ilusión del viajero, y el -alma heroica lo mismo que la raza leonesa.</p> - -<p>Reinó esta solitaria imagen como dueña absoluta de -tantos pensamientos impacientes, cuando, ya surcada la -mies, se acercó en el paisaje la arcillosa giba del caserío<span class="pagenum"><a name="Page_133" id="Page_133">[133]</a></span> -y una mansa barbechera corrió a confundirse con las -rúas del pueblo.</p> - -<p>En la primera de las cuales se extendía ancho lugar, -parecido a una plaza, decorado en medio con una fuente. -Al borde del pilón una mujer aguardaba que su cántaro -se llenase. Iba compuesta al uso del país, de mucha -gala, sin duda por ser domingo, y parecía absorta en la -contemplación de la corriente.</p> - -<p>A este sitio llegaban los viajeros cuando, desde muy -cerca, un toque grave de campana avisó en la parroquia -el mediodía.</p> - -<p>Descubrióse el espolique para rezar las oportunas oraciones -y le imitó el caballero, distraído. Mas de pronto, -al encontrar junto la fuente, viva y hermosa la imagen de -sus recientes pensamientos, adelantóse hacia ella enajenado -y feliz.</p> - -<p>La sorprendida aguadora levantó su mirada y le brillaron -los ojos como topacios al llenarse de luz; era una -mozuela pálida y triste, de agraciada figura. Advertida -por el aviso parroquial, iba a santiguarse, cuando apareció -el forastero y, mirándole con ébria admiración, trazó -aturdidamente la señal de la cruz.</p> - -<p>En la boca del jarro, ahito, rió entonces el agua cantarina, -vertiéndose con dulce murmullo, mientras Rogelio -Terán y de la Hoz, hidalgo montañés, novelista romántico, -poeta lírico, hombre sentimental, mozo gentil, -con el <i>jipi</i> en la diestra, declamó reverente:</p> - -<p>—¡Salve, oh maragata, augusta <i>Señora del Páramo</i>, -salve!</p> - -<p>Con lo cual la aludida, escandalizada ante una oración -nueva, no escuchada jamás, tuvo al viajero por hereje o -por loco; le envolvió un instante en la mirada de sus -ojos verdes y profundos, y abandonando el cantarillo, -echó a correr con las mejillas pintadas de arrebol.</p> - -<p>Aún resonaba la fuga de aquellos pies menudos en la -calzada vecina, cuando el desairado galán sintió con repentinos<span class="pagenum"><a name="Page_134" id="Page_134">[134]</a></span> -apremios el aguijón del hambre, y más sensible -la pesadez del dolor de cabeza. Pero en atravesando la -plaza ya le ofreció el reparo apetecido la casita del cura, -puesta con vigilante devoción enfrente de la iglesia.</p> - -<p>Mudo estaba el lugar, como deshabitado y misterioso. -La campana piadosa había cesado de tañer y la cigüeña -asomaba sus alas extendidas en la torre, protegiendo el -nido debajo de la cruz.</p> - -<p>Dió el maragato dos recios golpes en el conocido -portal de don Miguel, y bajo el tejaroz de la parroquia -volaron con alarma unos vencejos...</p> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-070.jpg" width="300" height="244" - alt="" - title="" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_135" id="Page_135">[135]</a></span></p> - -<div class="chapter"> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-015.jpg" width="400" height="156" - alt="" - title="" /> -</div> - -<h2>X<br /><br /> -<span class="pch">EL FORASTERO</span></h2> - -<div> - <img class="dc1" src="images/dc.jpg" width="200" height="196" alt=""/> -</div> -<p class="dc13">CUANDO llegó a su casa Marinela, -jadeante y medrosa, desde el -fondo de la cocina donde la esperaban -para comer auguró la -madre:</p> - -<p>—Esa coitada rompió el cántaro -de fijo.</p> - -<p>Aguardaron todos en muda -expectación a que la niña explicase -aquel azoramiento de su vuelta.</p> - -<p>—No rompí el jarro—murmuró ella con timidez—; es -que vide a un señor rezándome, a mí misma, una salve -trabucada, tal que si yo fuera la Virgen... Venía de viaje; -está demoniado o es judío.</p> - -<p>—¿Onde fué eso?—preguntó Olalla con asombro -mientras los rapaces corrían a la puerta, y <i>Mariflor</i> iniciaba -también un movimiento de curiosidad.</p> - -<p>—A orilla de la fuente—dijo la aguadora, tomando -otra vez el camino detrás de su prima y de su hermana.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_136" id="Page_136">[136]</a></span></p> - -<p>La tía Dolores no pareció enterarse de la novedad, -entretenida con encender <i>fuyacos</i> en el rescoldo mantenido -por las brasas de un tueco. Y Ramona, cortando -lentamente raciones de la hogaza morena, rezongó aburrida:</p> - -<p>—¡Cuántos parajismos!</p> - -<p>Ni en la calle silenciosa, caldeada por el flamear del -sol, ni en la plaza desierta, vieron los averiguadores -rastro alguno del misterioso forastero. El cantarillo, en -colmo, seguía derramando el agua riente, que al borbollar -ahora, parecía esconder en sus cándidas modulaciones -un acento de burla.</p> - -<p>—Tú soñaste, rapaza—le dijeron los curiosos a la pobre -Marinela.</p> - -<p>—No soñé—afirmó la niña con mucha seguridad, aún -palpitantes de admiración los profundos ojos.</p> - -<p>—¿Era joven?—aludió Florinda con aire distraído.</p> - -<p>—Mozo y galán; montaba un mulo alto como el nuestro; -traía paje y fardel.</p> - -<p>—¿Por el camino de Astorga?</p> - -<p>La maragata levantó los hombros un poco insegura.</p> - -<p>—Creo—dijo—que venía por la mies... no sé de -dónde.</p> - -<p>Y sus pupilas, cambiantes como las piedras preciosas, -adquirieron vagos colores de turquesa.</p> - -<p>Olalla, portadora del cántaro, adelantábase con los -niños, y <i>Mariflor</i>, enlazando a su prima por la cintura, -preguntaba todavía con afán:</p> - -<p>—¿Era rubio y usaba lentes?</p> - -<p>—De eso no me acuerdo—balbució la mozuela, buscando -ansiosa en su imaginación los perfiles del rostro -aparecido. De repente aseguró arrobada:</p> - -<p>—Tenía los ojos azules.</p> - -<p>—¿De veras?</p> - -<p>—De verísimas.</p> - -<p>Las dos enmudecieron, con los corazones tan acelerados<span class="pagenum"><a name="Page_137" id="Page_137">[137]</a></span> -como si el color azul fuera para entrambas un -abismo...</p> - -<p>Durante la comida no se habló una palabra de la -aventura de Marinela; sólo Pedro miró a la moza por -dos veces, haciéndose en la sién un ademán expresivo, -come diciendo: estás «de aquí». La aludida se impacientó -ruborosa, y Olalla puso un dedo sobre los labios con -prudente disimulo, recomendando la paz.</p> - -<p>Comían en torno a una de las «perezosas», con grave -compostura y aplomada lentitud, como si cumpliesen -una sagrada obligación. Olalla, que oficiaba de «sacerdote» -en aquella solemne ceremonia, sirvió primero a -Florinda y después a Marinela; luego puso en un mismo -plato las raciones de Pedro y de Tomás; en otro la de -Carmina y la suya, y dejó el resto del caldoso cocido -entre su abuela y su madre. Quedaban así establecidas -dos tácitas preferencias, que parecían justas en consideración -al desgano y el esfuerzo de ambas comensales, -dueña cada una de un plato y angustiadas sobre el -humo del guisote.</p> - -<p>Era tan visible la repugnancia con que las dos comían, -que Ramona, después de empapujarse varias veces -con murmuraciones, atragantadas entre bocados y -sorbos, acabó por decir con aquella su ronca voz, sin -matices ni blanduras:</p> - -<p>—¿Por qué no mojáis mánfanos en la salsa? Hay que -comer para trabajar. ¡Vaya unas mozas, que no valéis -una escupina!.</p> - -<p>La abuela suspiró con un ¡ay! rutinario, muy tembloroso. -Y Olalla posó interrogantes sus ojos claros en las -delincuentes: siempre comían poco; ¡pero lo que es -hoy!... Abarcó la mesa en una solícita mirada, sin tropezar -otros manjares que el pan moreno y duro, y volvióse -hacia el llar, desguarnecido de cacerolas, humeante -bajo la caldera donde hervía el agua para la comida -del cerdo. Paseó en idénticas persecuciones las paredes<span class="pagenum"><a name="Page_138" id="Page_138">[138]</a></span> -y el techo de la cocina, y después de lanzar sobre -su madre temerosa consulta, que no tuvo respuesta, -preguntó a las dos inapetentes:</p> - -<p>—¿Queréis una febra de bacalao?</p> - -<p>Todos los ojos se volvieron hacia la pobre bacalada, -a la cual un cloque hería prisionera en la altura, pendiente -como una interrogación sobre la estancia miserable.</p> - -<p>Las dos favorecidas por el generoso ofrecimiento se -habían apresurado a hundir en la salsa pedacitos de pan -desde que Ramona censuró sus melindres. Movieron la -cabeza diciendo que no ante la perspectiva del regalo, -torpes para hablar, como si una misma angustia les cerrase -la boca, y mirándose con singular emoción, a punto -de gemir.</p> - -<p>—No; si tú—saltó la madre iracunda, dirigiéndose a -su hija—tienes gustos muy finos; naciste para canonesa -y no llegaste a tiempo.</p> - -<p>La muchacha rompió a llorar con exageradas señales -de dolor, como si otros secretos infortunios le acudiesen -a los ojos pungidos de lágrimas, mientras que su prima, -sintiéndose también envuelta en la insistente acusación, -reclamaba su animosa voluntad para serenarse.</p> - -<p>Olalla había palidecido: nada la hacía estremecer -como el lloro de sus hermanos.</p> - -<p>—¡Madre, por Dios!—rogó conciliadora. Y añadió fingiendo -alegría:—Hoy hay postre, que es domingo.</p> - -<p>Los rapaces se miraron sonrientes, y ella, al levantarse -con rumbo a un secreto armario, acarició los hombros -de Marinela y le sopló al oído unas palabras, suaves -como zureos de paloma...</p> - -<p>Las manzanas y el queso pusieron a los niños tan -alegres, que su animación llegó a resplandecer un poco -en toda la familia, y Olalla, más libre de cuidados, reveló -de pronto un pensamiento que desde la víspera le -venía causando sordas indignaciones:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_139" id="Page_139">[139]</a></span></p> - -<p>—¡Miren que llegar sin un triste céntimo el hombre de -Rosenda, tiene alma!</p> - -<p>Acogió Ramona la conversación con interés agudo, -murmurando:</p> - -<p>—Ella hace muy bien en amontonarse.</p> - -<p>—¡Perfectamente!</p> - -<p>—Amontonarse, ¿qué quiere decir?—preguntó <i>Mariflor</i> -curiosa.</p> - -<p>Y su tía, más amargo que nunca el acento, explicó entonces:</p> - -<p>—Pues no vivir con «él», no recibirle, negarle hasta -el habla.</p> - -<p>La vieja parpadeó muy de prisa, como si espabilase el -sueño o solicitase una gota de llanto para limpiar las -nubes de sus ojos.</p> - -<p>—¡Válgame Dios!—prorrumpió únicamente.</p> - -<p>—Sí; válganos a las míseras madres abandonadas con -los hijos—clamó la nuera.</p> - -<p>Un exiguo fulgor, como llegado con fatiga desde muy -lejos, chispeó en las pupilas de la anciana. Y repuso -quejosa:</p> - -<p>—No lo dirás por ti.</p> - -<p>—¿Que no?</p> - -<p>—Si el marido no te puede mandar dinero, de lo -suyo gastáis... y algo de los demás.</p> - -<p>—También lo de mis padres lo gastaron los nietos, que -yo no me casé desnuda... y he sudado mucho en somo -de la tierra.</p> - -<p>—¡Ansí es la vida!</p> - -<p>—Pero cuando es poco lo que se tiene y lo que se trabaja, -al padre cumple mantener a los hijos... o non facerlos.</p> - -<p>—¡Mujer!</p> - -<p>—Lo que usted oye.</p> - -<p>—¿Y cuando el esposo gasta mala suerte y mala salud?...—subrayó -la vieja, amarilla y temblante como la -llama de un cirio.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_140" id="Page_140">[140]</a></span></p> - -<p>—¡Que se chive!—escupió Ramona con brutalidad, -poniéndose de pie.</p> - -<p>Su elevada estatura dominó la estancia al ras casi del -techo. Extendió los brazos hacia los relieves de la comida -y alzó de una sola vuelta platos y cucharas, los mendrugos -de pan, la fuente y el mantel: todo lo depositó -sin ruido en el rincón donde era costumbre lavar el belezo. -Se puso un delantal de arpillera sobre la saya «rajona» -y comenzó calladamente aquella labor menuda que -en los días festivos excusaba a su hija.</p> - -<p>Sobre el lejano resplandor enceso en los ojos de la anciana, -cayó la rugosa cortina de los párpados. Apoyó la -tía Dolores un codo en las rodillas, en la mano la frente, -los pies en un «silletín», y pareció que se amodorraba en -el sopor de una fácil siesta.</p> - -<p>Los rapaces se habían escabullido hacia el corral, y las -tres mozas, descoloridas, inmóviles, se inclinaban en una -misma actitud de sobresalto, como si las aturdiese el rudo -peso de aquellas frases que sonaron a disputa y maldición.</p> - -<p>Olalla, vergonzosa de que su prima sorprendiese tan -acerbas intimidades, quiso, para disimular su disgusto, -seguir hablando de Rosenda Alonso.</p> - -<p>—Es una hija del tío Rosendín, ¿sabes?—le dijo en -voz baja a <i>Mariflor</i>.</p> - -<p>—¿El sacristán?</p> - -<p>—Ese. Figúrate que la pobre parió dos mielgos la semana -pasada; ¿te acuerdas?</p> - -<p>—Sí; yo la encontré pocos días antes, que daba compasión...</p> - -<p>Y la muchacha se estremece al recuerdo de aquella -criatura sin forma de mujer, apabilado el rostro, desfallecida -como una sombra, arrastrando con paso vacilante -un <i>feije</i> de leña y un vientre enorme.</p> - -<p>—Pues tiene otro rapaz—continúa Olalla—que anda -en cuello todavía y sin qué echar a la boca; cuando va -y se le presenta el marido fambreando también.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_141" id="Page_141">[141]</a></span></p> - -<p>—¿El, es bueno?</p> - -<p>—Serálo; pero es pobre como las mismas ratas.</p> - -<p>—Si se quieren...</p> - -<p>—¿Cómo se han a querer, boba, sin ser dueños ni de -un quiñón de tierra?</p> - -<p>Triunfante al exponer aquella rotunda imposibilidad, -la joven dice:</p> - -<p>—Con menos apuros las maragatas se amontonan -cuando los maridos vuelven sin dinero. ¿No verdá, Marinela?—y -sacude blandamente a la trasoñada niña.</p> - -<p>Ella parece despertar de una grave meditación, se -hace repetir la pregunta, y luego responde con respetuoso -fatalismo:</p> - -<p>—Es el usaje del país.</p> - -<p>Y Florinda, abrumada por la validez indiscutible de -tal uso, baja la frente sin replicar. Otros íntimos anhelos -la preocupan, mucho más agitados desde que Marinela -encontró al forastero de los ojos azules...</p> - -<p>Entra Pedro desperezándose, y dice que después del -Rosario irá a fincar los bolos; en su aire aburrido se conoce -el deseo de que llegue la hora. Como parlotea en -alta voz, Olalla le advierte por señas que está durmiendo -la abuelita, y él entonces vuelve a salir hacia el corral -donde los chiquillos discuten la posesión de un <i>rongayo</i> -de manzana.</p> - -<p>Desde la oscuridad donde trajina, pregunta secamente -Ramona:</p> - -<p>—¿No lleváis al chabarco los curros?</p> - -<p>La abuela se estremece sin abrir los ojos, y las muchachas -se ponen de pie como sacudidas por un resorte.</p> - -<p>—Agora mismo—dice la mayor—. Y las otras la siguen -con mucha celeridad, como si les diese miedo quedarse -en la cocina.</p> - -<p>La brusca luz de fuera les hace a las tres entornar los -párpados. El <i>estradín</i> está lleno de moscas y de polvo,<span class="pagenum"><a name="Page_142" id="Page_142">[142]</a></span> -y el corral, a pleno medio día, arde y calla, reverberante -de sol.</p> - -<p>—¿Onde estarán esos pillavanes?—dice Olalla, viendo -que sus hermanos han desaparecido.</p> - -<p>Se oyen hacia el huerto unas risas pueriles, y las -gallinas se alborotan pedigüeñas delante de las muchachas.</p> - -<p>En la negra habitación que acaban de abandonar parece -que con ellas ha huído la poca luz que había, aquel -dorado resplandor que desde el <i>estradín</i> entraba con un -vaho caliente de la tierra. El trashoguero, embrasado todavía, -pone en el hondo llar rojos matices de expirante -lumbre y un olor de agua sucia emerge en el aire con la -oscuridad y con el humo.</p> - -<p>La tía Dolores, apenas salieron las muchachas, se enderezó -con singulares bríos, cerró las dos puertas que -daban acceso a la cocina y, adelantándose en la sombra, -segura como un remordimiento, preguntó hacia el sitio -aquel donde se rebullía la nuera:</p> - -<p>—Si viene Isidoro, ¿tú no le recibes?</p> - -<p>Hubo un silencio frío... Se oyó después un «No, señora».</p> - -<p>Menos firme, la voz de la anciana tornó a decir:</p> - -<p>—Y si algún día viene a tu casa Pedro, comalido y pobre, -¿le recibirás?</p> - -<p>Vibró al punto un fuerte «Sí, señora».</p> - -<p>Y la tía Dolores, extendiendo los brazos con un sordo -crujido, replicó anhelante:</p> - -<p>—¡Pues no olvides que esta casa es mía!</p> - -<p>Se quedó allí la vieja, muda y en cruz, sin que el rincón -sombrío se diese por enterado de aquella lógica irrebatible. -Porque Ramona, que ya había acabado de fregar, -abrió sin ruido la puerta lindante con la cuadra y -salió llevando la comida para el cerdo...</p> - -<p>El caudal que durante los inviernos pasa trabajador -por los molinos, derivado del Duerma, hace su entrada<span class="pagenum"><a name="Page_143" id="Page_143">[143]</a></span> -en Valdecruces bajo la humilde forma de un arroyo, sujeto -a languideces estivales que en ocasiones llegaron a -borrar la estela desmayada. Viene esta caricia de aquel -lado donde madura más temprana la mies, donde no -todo el terreno es añojal y hasta algunas parcelas pueden -pomposamente llamarse «de regadío» cuando los ardientes -calores funden en el Teleno heladas nieves, y -unos providenciales arroyatos brindan a este rincón de -la llanura el piadoso murmullo de su limosna.</p> - -<p>Por el mismo lado entró, en este día memorable, un -poeta con ínfulas de libertador, como si todas las sonrisas -de la esperanza hubiesen de llegar a Valdecruces -desde allí.</p> - -<p>Mientras Olalla espera que los patos se bañen en el -desmedrado arroyuelo, las otras dos mocitas están muy -silenciosas y meditabundas mirando cómo fluye el tenue -hilo de la corriente. Y sin más preámbulo, como si una -invencible preocupación la sugestionase, Marinela dice:</p> - -<p>—Sí, sí; por aquel lado «venía».</p> - -<p>Su voz, impregnada de misterio, balbuce al oído de la -enamorada, que se estremece y se turba:</p> - -<p>—Hace volcán—pronuncia Olalla vagamente—. Y -Florinda cubre sus cabellos con el pañuelo blanco del -bolsillo.</p> - -<p>En el sopor fatigoso de la hora fulgura el aire y duerme -la tierra, retostada y sediente, sin que llegue del vecindario -un solo suspiro hasta la calle, desde las ventanas, -abiertas como bocas en perezoso bostezo.</p> - -<p>Han madrugado mucho los calores y los campesinos -temen, con razón, que se les tueste la cosecha antes de -estar en punto de segarse. Andan ya «cogiendo la vez» -para los trajines del riego, solicitando hasta la última -gota del agua que empieza a murmurar como en agosto, -derretida en los montes por este mismo ábrego que en -la llanura consume los caudales del Duerna.</p> - -<p>Tales pensamientos se agitan en la mente de Olalla<span class="pagenum"><a name="Page_144" id="Page_144">[144]</a></span> -con fatigado rumbo: este arroyo, vecino de su calle, no -le dará corriente para lavar la ropa, para bañar los patos, -para surtir a la cocina; y, sobre todo, no podrán buscar -quien las ayude en las tareas del riego, ni en las de -la <i>jaja</i> y escardadura; quizá tampoco en las de la siega -y la recolección. Las obreras son demasiado pobres para -esperar por los jornales; de América no mandan un céntimo; -el tío Cristóbal pide los haberes o la casa, y la -abuelita chochea sin acordarse de lo que debe, de lo que -es suyo, de cuanto sea preciso pagar y conseguir. Ya volaron -los restos de la «matación», y la olla cuece sin -«llardo» y sin «febrayas», como la del último pobre del -lugar. Escasea el aceite; faltan zapatos a los niños; la madre -sufre y riñe, con el genio más adusto que nunca...</p> - -<p>—¡Dios santo!—clama la moza en medio de sus meditaciones, -sin poderse contener.</p> - -<p>—¿Qué sucede?—le pregunta su prima.</p> - -<p>Pero Olalla conoce por instinto el arte de fingir. Su -carácter reservado y oscuro no se presta a las expansiones; -siente un salvaje pudor de aquella terrible miseria -que a pasos agigantados se posesiona de su hogar, y -hasta en el seno de la familia procura disimularla, menos -por compasión que por orgullo de mujer fuerte, por extraña -codicia que la empuja con bravo deseo a esconder, -como un tesoro, penas y trabajos para ella sola, hasta -donde sea posible.</p> - -<p>—Sucede—responde tranquila—que estáis cogiendo -un sofoco sin necesidá; veivos a casa.</p> - -<p>—No, no—se apresuran a decir las otras con obstinación.</p> - -<p>Y como Olalla siente que la negativa está envuelta en -nubes de inquietud, quiere ahuyentar con frases animosas -aquel mudo trastorno, y balbuce palabras resonantes -que tiemblan en la penumbra de los pensamientos igual -que pajarillos lanzados a volar en medio de la noche:</p> - -<p>—Bailaremos a la tarde. Ya Marinela tiene que empezar<span class="pagenum"><a name="Page_145" id="Page_145">[145]</a></span> -a ser moza, y tú habrás aprendido las danzas de aquí, -en dos meses que las ves...</p> - -<p>—No aprendo todavía—responde <i>Mariflor</i>.</p> - -<p>—No bailo—asegura Marinela.</p> - -<p>Impaciente por aquellos murmullos negativos, Olalla -prorrumpe:</p> - -<p>—¡Sodes bobas!</p> - -<p>Sonríe Florinda, deseando mostrarse menos preocupada, -pero busca en vano alguna cosa alegre que decir; -y como los «curros» patullan en la fangosa margen del -arroyo, comenta distraídamente.</p> - -<p>—Casi no tienen agua.</p> - -<p>—Sí; el aflujo va mermando con la sequía, y en el bañil -de allá bajo tampoco hay bastante para que las bestias -se remojen...</p> - -<p>—¡Si lloviese!—ansía <i>Mariflor</i>, sabiendo que se -aguarda la lluvia como un gran beneficio.</p> - -<p>Las tres alzan los ojos con incertidumbre hacia el flamante -cielo, curvado en imperturbable serenidad sobre -la aldea, y los tornan después hacia la calle, que silente -y espaciosa como un ejido, huye al campo con el leve -surco del arroyo entre las guijas.</p> - -<p>La doble hilera de casas, puestas holgadamente en su -sitio con cierta urbana solemnidad, se interrumpe a -menudo por sebes de huertos, portones de corrales y -afluencias de otras rúas, que también se abren anchas, -calientes y dormidas.</p> - -<p>—Parece que no hay nadie en el pueblo—dice <i>Mariflor</i>, -dominada por el agobio profundo de tanta soledad.</p> - -<p>—Están todos echando la sosiega, mujer; ya verás -como otros domingos, a la hora del Rosario y después -en el baile, cuánta gente.</p> - -<p>Y Olalla, siempre calmosa, parece que se olvida de recoger -sus patos.</p> - -<p>Hasta que llega un perruco con la lengua fuera a beber<span class="pagenum"><a name="Page_146" id="Page_146">[146]</a></span> -en el mísero arroyuelo, y espanta los ánades que salen -parpando a las orillas en torpes vaivenes.</p> - -<p>El gozque, así que sacia la sed, ladra con furia, y -cuando las niñas vuelven la cabeza buscando el motivo -de aquel alboroto, ven a Ramona asomándose a la empalizada -del corral.</p> - -<p>—El tercero para las dos—advierte—. ¡Si habéis d’ir -al Rosario!...</p> - -<p>A esta sazón rompe a tocar la esquila de la iglesia.</p> - -<p>Aléjase el perro, lanzando sordos gruñidos a la brusca -aparición de Ramona, mientras las muchachas y los patos -se recogen.</p> - -<p>Y en la calle, letárgica otra vez, sólo parece vivir el -hilo tenue del arroyo, y un trapo que a lo lejos pone erguida -su dudosa blancura, como anuncio y señal de una -taberna.</p> - -<p>Cuando vuelven a caer las tres mozas en el hondo -agujero de la cocina, sienten una frescura penetrante en -medio de una densa oscuridad.</p> - -<p>Mas, pronto Olalla descubre en la masa de sombras y -de humo a la <i>Chosca</i>, acurrucada en el suelo entre la ceniza, -dando sorbos y bocados voraces a la misteriosa -sustancia que extrae de un pucherete.</p> - -<p>En el escaño, donde suele dormir la criada, se ha escondido -la tía Dolores. Allí está inmóvil sobre la ruin -yacija, dominada por el letargo o por el sueño.</p> - -<p>—¿Qué hace usté, abuela?—le pregunta la joven -asombrada—¿Duerme todavía?... ¿No viene a la parroquia?</p> - -<p>La sacude con el temor de que pueda ocurrirle un -accidente.</p> - -<p>Pero ella responde levantándose:</p> - -<p>—Ya voy.</p> - -<p>También su voz ahora parece que ha venido de muy -lejos, como el fugaz relámpago que le brilla algunas -veces en los ojos.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_147" id="Page_147">[147]</a></span></p> - -<p>Hoy la esquila avisadora voltea con más sutiles vibraciones; -algo le sucede; anuncia una cosa extraordinaria; -tiene una doble intención, oculta en el repique insinuante -en los últimos golpes: <i>Tan... tan... tan...</i> ¿Qué secretos -dice a gritos la esquila?...</p> - -<p>Esto se pregunta <i>Mariflor</i> acabándose de vestir, y en -tanto que vuelan como alondras sus deseos.</p> - -<p>Ya las tres maragatas están muy elegantes, que, de la -antigua opulencia familiar, guarda la tía Dolores ricas -vestiduras del país: «rodos»; sayuelos, dengues, arracadas, -mandiles y otros aliños de mucha gracia y mérito, -aunque no cotizables para la avaricia del tío Cristóbal, -como los «bagos» y las yuntas.</p> - -<p>Marinela, endomingada desde muy temprano, aguardó -en un rincón que las otras terminasen su arreglo, procurando -no estorbar en la estrechez del gabinete de Florinda, -único de la casa donde con el sol entra alegre -la luz.</p> - -<p>Cuando van a salir, llega muy presurosa la sobrina del -párroco, con la mantilla puesta y el rostro encendido.</p> - -<p>—Como tardábais—dice—, vengo por vosotras. Y -añade en impaciente explosión confidencial:</p> - -<p>—¿No sabéis?... Ha llegado a casa de mi tío un señor -de Madrid: escribe libros y cantares, y habla mucho de -<i>Mariflor</i>.</p> - -<p>—¿Le conocías?—prorrumpe Marinela estupefacta, -adivinando que ha parecido su forastero de los ojos -azules.</p> - -<p>La aludida, acelerado el pulso, batiente el corazón, -murmura como un eco de contestaciones idénticas:</p> - -<p>—Venía «con nosotras» en el tren...</p> - -<p>—Sí; es verdad—corrobora Ascensión—, lo ha contado -en la mesa, y como yo he servido la comida lo estuve -oyendo todo.</p> - -<p>Olalla oculta impasible sus impresiones, y las pupilas -volubles de Marinela relumbran como dos esmeraldas.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_148" id="Page_148">[148]</a></span></p> - -<p>—¿No está loco?—interroga.</p> - -<p>Y luego que refiere a la sobrina del cura su hallazgo -singular del medio día, ésta clama risueña:</p> - -<p>—¡Andanda con la salve!... Pues el señor que dices -está en su sano juicio, es bien fablado y buen mozo.</p> - -<p>—No llegaremos a tiempo—murmura pasivamente -Olalla.</p> - -<p>Movidas por advertencia tan oportuna, salen del gabinete -y de nuevo cruzan las sombras del pasillo y de la -cocina, evitando con la puerta principal el rodeo de la -calle. Ni junto al llar ni en el escaño hay figuras humanas -esta vez: la casa, desierta y silenciosa, se agacha humilde -bajo el sol.</p> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-014.jpg" width="300" height="256" - alt="" - title="" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_149" id="Page_149">[149]</a></span></p> - -<div class="chapter"> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-025.jpg" width="400" height="145" - alt="" - title="" /> -</div> - -<h2>XI<br /><br /> -<span class="pch">LA MUSA ERRANTE</span></h2> - -<div> - <img class="dc1" src="images/dh.jpg" width="200" height="196" alt=""/> -</div> -<p class="dc24">—HAY comedia...</p> - -<p>—Hay volatines... ¿Vamos?</p> - -<p>—Díle a madre que nos deje -ir...</p> - -<p>—¡Díselo!</p> - -<p>Olalla fingió enojo, deseando -complacer a los chiquillos, y lamentóse -en alta voz para que su -madre la oyese:</p> - -<p>—¡Cuidao que sois pidones! Por mi parte ya estáis -aquí de más.</p> - -<p>—Y mañana no habrá quien les recuerde para ir a la -escuela—dijo Ramona en tono de transigir.</p> - -<p>—¡Ah! Ya les haría yo poner los huesos de punta.</p> - -<p>Las tres caras redondas y apacibles de los niños demostraban -insólita inquietud, porque la esperanza de -asistir a una «comedia» en el propio Valdecruces era -cosa verdaderamente absurda, capaz de conmover a -todo el pueblo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_150" id="Page_150">[150]</a></span></p> - -<p>Nadie supo qué azares enemigos llevaron a los infelices -histriones por aquellas pobres veredas maragatas. -Ello fué que, con las penumbras de la noche, llegó un -carro al crucero, se detuvo en una esquina estratégica y -comenzó a desalojar extraños personajes, herramientas -y enseres, bichos y trapos. Salieron de la ambulante -guarida tres viejos y una mujer madura, dos mozas, dos -niños y un galán; varios perros ladraron, chilló un mono, -vociferó un lorito y relincharon dos caballejos y una -mula: dió a luz, en fin, el Arca de Noé.</p> - -<p>El asombro de algunos rapaces que presenciaron la -llegada, propaló por el pueblo la noticia, y la soporosa -tranquilidad de los vecinos encendióse con rara turbación.</p> - -<p>Desde el baile, cuando ya se retiraba la gente dominguera -en pacífico desfile, escurriéronse los grupos hasta -el Crucero, y, a distancia, con ciertas precauciones, comentaron -la singular visita.</p> - -<p>A la vera del carro fulgían ya, como luciérnagas, algunas -luces, y los juglares, con actividad inconcebible -para el atónito público, habían obtenido del tío Cristóbal, -alcalde pedáneo, licencia para celebrar aquella -misma noche una función.</p> - -<p>Entre grandes estrépitos, de escandalosa y memorable -resonancia, un tambor y un cornetín anunciaban, a -poco, el <i>extraordinario espectáculo</i>, para las nueve y -media en punto.</p> - -<p>Inicióse el pregón al través de las calles con una arenga -dicha en medio de la plaza por el más mozo de los -tres viejos. El orador, después de saludar con leve modulación -extranjera al <i>respetable público</i>, ponderó como -lo más sorprendente de aquella solemnidad la «presentación» -de la «célebre» <i>Musa errante</i>, una dama loca de -amor, que andaba por el mundo gimiendo su querella y -que declamaría sus cuitas en «magníficos versos» ante el -<i>ilustre auditorio</i>. El cual no quedó muy enterado de la<span class="pagenum"><a name="Page_151" id="Page_151">[151]</a></span> -importancia del anuncio ni muy curioso por el peregrinaje -de la <i>Musa</i>.</p> - -<p>Pero se celebrarían también «danzas griegas»; difíciles -y peligrosos ejercicios de gimnasia; burlas de payasos; -suertes maravillosas por «el nunca visto joven Manfredo, -malabarista y nigromante».</p> - -<p>Tantas exóticas ponderaciones, comprendidas apenas, -enervaron al «ilustre auditorio» con un fascinador aroma -de flores desconocidas.</p> - -<p>Y el violento perfume de la novedad que desvela a -los niños impacientes alrededor de Olalla, llega a trascender -en el acento de la madre, ablandado de pronto.</p> - -<p>Aprovecha la moza esta buena coyuntura para preguntar -con su tacto calmoso de campesina:</p> - -<p>—¿Nos deja ir?</p> - -<p>—Dirnos... ¡Pero solas!...</p> - -<p>—¡Venga usted!</p> - -<p>—Que vaya la abuela.</p> - -<p>La cual tuvo que ser consultada a voces, como si se -hubiera quedado sorda de repente. Y enterándose de -que era invitada a «juegos de farsantes», negóse esquiva -y triste, con entumecido movimiento de cabeza y de -labios.</p> - -<p>—Iré yo—murmura Ramona, lanzando a su suegra -una mirada baja y fría.</p> - -<p>Cuando buscan a <i>Mariflor</i> para cenar, responde desde -el huerto, y acude sonriente, sin esconder el gozo del -semblante.</p> - -<p>Le dicen los chiquillos que van a ir todos «a la comedia», -y la muchacha procura sacudir el entorpecimiento -agudo de su alegría para razonar y entender lo -que sucede. Repite en voz alta lo que han dicho los -otros, deseando cerciorarse así de cuanto oye; y su -acento resuena ronco y dulce, embargado por la emoción.</p> - -<p>Todos quedan mudos cuando habla ella, sobrecogidos<span class="pagenum"><a name="Page_152" id="Page_152">[152]</a></span> -por la fuerte caricia de ternura que como encendida -fragancia brota en sus frases pueriles. La miran con -vago asombro; resplandece, y sonríe sin cesar, recién -despierta a realidades que sin duda ha soñado; moja -con la punta de los dedos pedacitos de pan en la inevitable -salsa, y parece que le saben muy bien según los -multiplica.</p> - -<p>La frugal colación tiene esta noche un gusto nuevo, -un incógnito grano de pimienta que estimula en los paladares -el apetito y la sed. Hasta la inapetente niña de -los ojos volubles, come de prisa, alterada y ansiosa, -como si fuese un sápido manjar la «sopa de patata».</p> - -<p>Cuando más se acentúa el incitante sabor que hay en -la cena, más se extiende el silencio en la cocina. Entonces -<i>Mariflor</i> revive a sus anchas las preciadas memorias -de aquella tarde, y también la punta de sus pensamientos -mojan pedacitos de ilusiones en la «salsa de la -felicidad»...</p> - -<p>Bendice la niña el instante precioso en que don Miguel -le dijo, al salir de la iglesia:—Aquí está «aquel -señor» amigo tuyo—mientras Rogelio Terán, con aire -deslumbrado y feliz, se adelantó a saludarla en medio -de las primas.</p> - -<p>Como él no reconociese en Marinela a la maragata -que halló junto a la fuente, la sobrina del cura hizo el -descubrimiento entre rubores de la moza y cortesanías -del galán; después, todos reunidos, se fueron lentamente -hacia el lugar del baile.</p> - -<p>Aprovechando la estrechez de una calleja, dijo Ascensión, -oficiosa:</p> - -<p>—Vayan delante ustedes.</p> - -<p>Emparejó a la enamorada con el artista, quedóse del -brazo de Marinela y dejó atrás a Olalla con el sacerdote...</p> - -<p>Bebe <i>Mariflor</i> un sorbo de agua, en la boca misma -del cántaro, para serenar este recuerdo, y quédase confusa<span class="pagenum"><a name="Page_153" id="Page_153">[153]</a></span> -ante los murmullos de las palabras dulces que todavía -resuenan en su oído y las consideraciones y esperanzas -que se agitan en su corazón.</p> - -<p>Es a ella, a la triste criatura abandonada entre cuidados -y pesadumbres, a quien un hombre de calidad ha -dicho esta tarde:</p> - -<p>—¡Te amo, te amo!... Sueño llevarte en mis brazos, -un día, lejos de Valdecruces; quiero que seas dichosa y -que me debas la felicidad; quiero compartir la vida -contigo. ¡Eres mi reina, eres mi musa!... ¿Me quieres, -<i>Mariflor</i>?</p> - -<p>—Sí, sí—repite embriagada por la gratitud el eco de -una respuesta.</p> - -<p>Y entre las efusiones sentimentales que embargan a -la moza, que hinchan sus pensamientos y los entumecen -con divina y cordial calentura, quedan flotando en -obstinada aparición las imágenes más indiferentes; el -gorrito azul de la niña mielga a quien Rosenda Alonso -mece en las rodillas; el severo perfil de las bailadoras -que danzan de dos en dos, con los ojos bajos, el ritmo -lento y las castañuelas alborotadas, y el semblante inmóvil -del tío Fabián, agrietado y oscuro como las nueces -secas...</p> - -<p>También la <i>Chosca</i> tenía cara de nuez. Y mirándola -con repentina curiosidad, sintió la muchacha importunas -ganas de reir.</p> - -<p>Comía la sirviente a la mesa metiendo su cuchara con -acompasado vaivén en la vasija común a la tía Dolores -y a Ramona. Las tres sorbían y mojaban con lenta moderación, -sin hablar y sin mirarse, como viajeros extraños -y adustos a quienes el calor y la sed reúne en el camino -a la sombra de un árbol o en torno a la frescura -de una fuente.</p> - -<p>Descubre a estas mujeres <i>Mariflor</i> como a criaturas -nunca vistas ni relacionadas con la sangre de ella, con -su casta y origen.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_154" id="Page_154">[154]</a></span></p> - -<p>Y cuando, ya agotado en los platos el <i>moje</i> por mendrugos -de pan, se levantan los comensales para salir, -quédase la muchacha sorprendida por su propia voz que -que dice:</p> - -<p>—Adiós, abuela.</p> - -<p class="p2">Apacible y sin estrellas rodaba la noche en el espacio.</p> - -<p>Al caer la tarde, se había extendido sobre el cielo, -pálido de calor, una sutil neblina, delicada y luminosa -en su baño de luz crepuscular. Y al descender la sombra -a la llanura, quedó la blanca nube abierta en los horizontes -como un manto refrigerante, encendida por un -cándido resplandor de plenilunio: dulces soplos de viento, -que parecían rezar por los caminos, acabaron de -prestar a la noche encantos de primavera.</p> - -<p>El auditorio de los comediantes, compuesto de niños -y mujeres, con algún anciano por rara excepción, se -preocupaba de mirar al cielo tanto como a la vieja alfombra -convertida en escenario bajo la trémula claridad -de unos hachones.</p> - -<p>—Píntame que hace viento de Ancares—anunció -Olalla con regocijo.</p> - -<p>—Sí; corren unas falispas algo frescas—corroboró -Ramona.</p> - -<p>Su acento, amargo siempre, envolvía en la brusca -modulación una violenta ansiedad que halló resonancia -febril en el concurso: la inquietud y el deseo hizo balbucir -a todos los labios con sigilosa esperanza:</p> - -<p>—¡Hace viento de Ancares!...</p> - -<p>Y detrás del feliz augurio, los ojos se volvieron hacia -el Norte, escrutando las nubes encima del caserío, de -aquel lado por donde la lluvia era esperada.</p> - -<p>—¡Señores, atención!—gritó el director de escena, -como si advirtiese que el público se distraía del «maravilloso -espectáculo»—. Va a comenzar la extraordinaria -labor del joven Manfredo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_155" id="Page_155">[155]</a></span></p> - -<p>Ya se habían celebrado las «danzas griegas», un baile -triste, lleno de extrañas figuras y contorsiones, entre -una moza muy desabrigada y un doncel con arreos de -baturro.</p> - -<p>Era, sin duda, este mismo «nigromante y malabarista» -que jugó con navajas y botellas, con platos y faroles, -tirándolos al aire en complicadas suertes, para recogerlos -con las manos, con la boca y con los pies.</p> - -<p>En seguida barajó unos resobados naipes y los hizo -viajar por todo su cuerpo. Guardó una carta con mucha -pulcritud en la palma de la mano, advirtiéndole muy -finamente:</p> - -<p>—Pasa, monina; pasa, chiquitina... pasa...</p> - -<p>Y al conjuro del ruego mimoso, la sacó de la punta -de una bota, exclamando complacido:</p> - -<p>—¡Ya pasó!</p> - -<p>Aquel público no conocía, en su mayor parte, más -tramoyas que las farsas de los pastores, celebradas por -año nuevo en zancos sobre la nieve, y estaba, en realidad, -maravillado.</p> - -<p>—Paez cosa de paganía—murmuró Ramona con recelo.</p> - -<p>—¡De veras!—dijo a su lado, absorto, <i>Rosicler</i>.</p> - -<p>Un espacioso rumor llevó sobre el concurso estas palabras -que se condensaron en la frase hostil:</p> - -<p>—¡Esos tíos serán ensalmadores!...</p> - -<p>Y las aguas muertas de todas las pupilas se rizaron -con un soplo de supersticiosa pasión.</p> - -<p>En aquel momento apareció en la plazuela don Miguel -con su hermana, su sobrina y un señor que ya por -la tarde estuvo acompañándoles y gastó inusitado palique -con <i>Mariflor</i> Salvadores.</p> - -<p>Acercáronse los recién venidos al grupo que formaba -el auditorio, y el forastero halló manera de llegarse a -Florinda, en tanto que el cura explicaba a Ramona algún -asunto muy difícil, a juzgar por lo que ella dilataba<span class="pagenum"><a name="Page_156" id="Page_156">[156]</a></span> -los ojos con un gesto anhelante de comprender: miró -por fin a su sobrina arrobada en silenciosa conversación -con el caballero, y alzó los hombros con brusca señal -de indiferencia. Pero su mirada, fija con dura obstinación -en el escenario, ya no vió imágenes distintas ni participó -nuevas impresiones al atormentado pensamiento: -toda la inteligencia de la pobre mujer quedó colmada, -inflexible y obtusa bajo las frases breves del sacerdote.</p> - -<p>El joven Manfredo pedía, con muchas reverencias, -un aplauso al «respetable público», después de complicada -serie de habilidades. Y aquella gente, que no sabía -aplaudir, mostróse torpe y seria delante del ceremonioso -malabarista.</p> - -<p>No parecía muy buena la ocasión para alargar la bandeja -peticionaria, y las mujeres se quedaron atónitas -ante aquel movimiento repentino del director de escena.</p> - -<p>Todas las manos se encogieron vacías, y el estupor -general daba a entender cuán sincera existía allí la convicción -de que los histriones fuesen unas criaturas sin -hambre y sin cansancio, ni otra misión en el mundo que -la de rodar en una preñada carreta divirtiendo a las -gentes.</p> - -<p>—Señores: ¡somos unos pobres artistas!—clamó el -director con su acento italiano y su cara triste.</p> - -<p>Una ráfaga de sorpresa agitó débilmente los inanimados -sentimientos del concurso; pero los rostros continuaron -impasibles enfrente del ajeno dolor.</p> - -<p>Rogelio Terán contemplaba asombrado la escena, -quizá sin suponer que en ninguno de aquellos bolsillos -hubiese un solo cobre.</p> - -<p>La limosna del párroco y la del forastero vibraron -únicas, con sonoro repique en la exhausta bandeja.</p> - -<p>Al brillo de la plata, una calurosa actividad reanimó -a los artistas. Pidió el galancete su sombrero al tío <i>Chosco</i>, -el enterrador, que no sin vacilaciones alargó la miserable<span class="pagenum"><a name="Page_157" id="Page_157">[157]</a></span> -prenda, raída y parda, de alas abiertas, ceñido el -casco por un cordón de colgantes borlas.</p> - -<p>El viejo lucía inmóvil su <i>garnacha</i> venerable, remedo -de la gentil melena de los godos. Y el malabarista sacaba -duros, a granel, del maragato sombrero; hacía sonar -con deleite las monedas, y tenía al público sugestionado -con este inverosímil rumor del vil metal.</p> - -<p>Sin que decayese el raro interés que tan peregrino -juego despertaba, anunciaron a toque de corneta la aparición -de la <i>Musa errante</i>, y el propio joven Manfredo, -sin un solo duro ya en sus manos, adelantóse con mucha -gallardía sobre la alfombra, presentando a la dama.</p> - -<p>Era ésta menuda, frágil y bella; parecía una niña vestida -de señora.</p> - -<p>Llevaba flotante la cabellera oscura, el vestido de luto, -escotado y aparatoso, con relumbrones de lentejuelas y -sobrepuestos de livianos tules. Había en su rostro infantil, -quebranto y languidez; los ojos, despiertos y tristes, -pedían clemencia en mudo lenguaje; los bracitos desnudos, -agitados en la patética oratoria, se abrían como en -demanda de un abrazo, con la desolada expresión de -quien siente una infinita necesidad de reposo y de -auxilio.</p> - -<p>Avanzó enlutada entre los humeantes hachones, con -aire visionario y fúnebre, y comenzó a decir:</p> - -<p class="pp7 p1">Yo soy una mujer: nací pequeña,</p> -<p class="pp6">y por dote me dieron<br /> -la dulcísima carga dolorosa<br /> -de un corazón inmenso.<br /> -En este corazón, todo llanuras<br /> -y bosques y desiertos,<br /> -ha nacido un amor, grande, muy grande,<br /> -colosal, gigantesco;<br /> -amor que se desborda de la tierra<br /> -y que invade los cielos...<br /> -Ando la vida muerta de cansancio,<br /> -inclinándome al peso<br /> -de este afán, al que busca mi esperanza<br /> -<span class="pagenum"><a name="Page_158" id="Page_158">[158]</a></span>un horizonte nuevo,<br /> -un lugar apacible en que repose<br /> -y se derrame luego<br /> -con la palabra audaz y victoriosa<br /> -dueña de mi secreto.<br /> -Yo necesito un mundo que no existe,<br /> -el mundo que yo sueño,<br /> -donde la voz de mis canciones halle<br /> -espacios y silencios;<br /> -un mundo que me asile y que me escuche:<br /> -¡le busco, y no le encuentro!...</p> - -<p class="p1">Vibró la última estrofa como un gemido y rodó sobre -la calma de la noche con tan anchurosa profundidad, -que la errante querella pudo sentirse peregrina de un -mundo nuevo, del mundo silente y espacioso anhelado -por aquel inquieto y henchido corazón.</p> - -<p>Florinda y el poeta se miraron a los ojos con profunda -zozobra, impresionados por la avidez y la inquietud -del amoroso romance. Y a las impasibles aldeanas les -pareció sentir en algún punto remoto de su ruda naturaleza -un extraño roce como de brisas o de alas, una -desconocida sensación de impaciencias y ansiedades.</p> - -<p>Aquel sordo torbellino sentimental fué a batir en el -pecho de Marinela con el ímpetu de una marejada tempestuosa.</p> - -<p>Desde el medio día se agitó la zagala en brusco sobresalto -hasta la hora en que vió al forastero junto a -<i>Mariflor</i> hablándola con los labios y con los ojos un divino -lenguaje que la niña tradujo con intuición milagrosa.</p> - -<p>Y esta noche, sacudida por contradictorios sentimientos, -perturbada por singulares impulsos, advirtió de -pronto que latía desnudo su corazón al viento de las estrofas -errabundas, como un árbol a quien arrebata su -follaje repentino huracán.</p> - -<p>La voz ardiente de la farandulera desceñía con arrebato -vertiginoso la vestidura de sombras y de ignorancias -sobre los exaltados pensamientos de la joven, y ella -veía a la intemperie todo el fermento amargo de sus -desvaríos, todo el caos de sus bellas locuras; pensó que<span class="pagenum"><a name="Page_159" id="Page_159">[159]</a></span> -los demás contemplaban con asombro aquella terrible -desnudez espiritual, motivo de su espanto, y cubrióse -con el pañuelo la cara roja de vergüenza. ¡Estaba herida -del incurable mal de amores que el romance clamaba! -¡Tenía, como la errante musa, un anhelo infinito sangrando -penas en el inmenso corazón!...</p> - -<p>Y esta misma certidumbre entraba en el ánimo de la -moza con nublada conciencia, como al través de un -sueño. Quizá la niña triste iba a sacudir tamaña pesadilla -despertando a su estado interior de oscuridad, donde -ardía como lámpara celeste la vocación religiosa, vacilante -y confusa entre nieblas que servían de pudoroso -vestido al inexplorado sentimiento...</p> - -<p>La figuranta se adelantó en el escenario otra vez. Hablaron -con ella el director y el galán, animándola sin -duda a combatir la indiferencia del público con un nuevo -recitado. Y la dama, obediente y humilde, volvió a extender -los trémulos bracitos y a querellarse rostro a las -nubes, con desgarradora expresión de impotencia:</p> - -<p class="pp7 p1">¡Todo está dicho ya!... ¡Qué tarde llego!...</p> -<p class="pp6">Por los hondos caminos de la vida<br /> -pasaron vagabundos los poetas<br /> -rodando sus cantigas:<br /> -cantaron los amores, los olvidos,<br /> -anhelos y perfidias,<br /> -perdones y venganzas,<br /> -zozobras y alegrías.</p> -<p class="pp7">Siglos y siglos, por el ancho mundo</p> -<p class="pp6">la canción peregrina<br /> -sube a los montes, baja a los collados,<br /> -en los bosques suspira;<br /> -cruza mares y ríos, llora y muge<br /> -en vientos y celliscas;<br /> -se queja en el jardín abandonado,<br /> -en las flores marchitas,<br /> -en las cosas humildes, en las tumbas,<br /> -en las almas sombrías.</p> -<p class="pp7">Todo el mundo es querella, todo es himno,</p> -<p class="pp6">todo el mundo es sollozo y poesía...<br /> -Y yo vengo detrás de ese torrente<br /> -<span class="pagenum"><a name="Page_160" id="Page_160">[160]</a></span>que al universo encinta,<br /> -con una canción nueva entre los labios<br /> -sin poder balbucirla:<br /> -porque ya no hay palabras, no hay imágenes<br /> -ni estrofas ni armonías,<br /> -que no rueden al valle penumbroso<br /> -y suban a las cimas,<br /> -y salven los abismos,<br /> -colmando las medidas<br /> -de las voces humanas<br /> -y los sagrados sones de las liras...<br /> -¡En este mundo lleno de canciones<br /> -ya no cabe la mía!<br /> -Loca y muda la llevo entre los labios<br /> -sin poder balbucirla...</p> - -<p class="p1">Bajo las floridas alas de su pañuelo, Marinela rompió -a llorar con un murmullo devaneante de palabras, como -si también en sus labios feneciese una canción muda y -loca, de acentos imposibles.</p> - -<p>—¿Qué tienes, criatura?—le preguntó asombrada la sobrina -de don Miguel.</p> - -<p>Se produjo un movimiento de alarma en torno a la -llorosa, y su madre la sacudió por un brazo, ríspida y -violenta.</p> - -<p>—¡El tríbulo de siempre!—murmuró.</p> - -<p>Acercóse Olalla muy descolorida, cuando el cura, -como si conociera el origen del súbito desconsuelo y lo -creyese justo y necesario, ordenó que dejasen a la moza -llorar.</p> - -<p>El poeta y <i>Mariflor</i> miraron al sacerdote comprendiéndole, -mientras los demás vecinos murmuraban que -era aquel llanto un síntoma de «manquera» incurable.</p> - -<p>La <i>Musa</i> extendía el plato petitorio con el aire indiferente -de costumbre, quizá un poco movido aquella noche -por el aspecto singular del público, por su grave y -silenciosa expectación.</p> - -<p>De cerca parecía más mujer y más triste la danzante: -se agrandó su estatura, y las líneas de su rostro aparecieron -más cansadas y fuertes.</p> - -<p>Posó en torno suyo una mirada ancha y escrutadora,<span class="pagenum"><a name="Page_161" id="Page_161">[161]</a></span> -y para tender el plato al alcance del cura y de Terán, se -mezcló en aquel grupo extraño donde hasta los niños -hablaban en voz chita.</p> - -<p>Entonces, sorprendiendo los ahogados sollozos de -Marinela, preguntó asombrada:</p> - -<p>—¿Por qué llora?</p> - -<p>Su acento dulce y caliente hizo temblar a la afligida, -que descubrió el semblante y acarició con el húmedo -cuarzo de sus ojos la figura de la otra mujer.</p> - -<p>Como nadie respondiese, la comedianta, agitando el -velo oscuro de su cabellera, volvió a decir:</p> - -<p>—¿Por qué llora?</p> - -<p>—Porque le ha conmovido tu declamación—dijo al -cabo Terán.</p> - -<p>Puso en la bandeja otra dádiva y averiguó sonriendo:</p> - -<p>—¿De dónde eres?</p> - -<p>—No lo sé... De cualquier parte... De un camino—repuso -la andariega.</p> - -<p>—¿Cómo te llamas?</p> - -<p>—<i>Musa.</i></p> - -<p>—Será remote—pronunció una voz tímida.</p> - -<p>—¿Y dónde aprendiste esos romances tan inquietos?—añadió -el joven.</p> - -<p>La enlutada sacudió su melena con un gesto peculiar, -alzó los hombros y contestó en frase ambigua:</p> - -<p>—Por ahí...</p> - -<p>Su brazo desnudo parecía extenderse con altivo desdén -hacia todos los horizontes universales.</p> - -<p>—¿Quieres darme una copia de los versos?—le decía -Terán curioso.</p> - -<p>—Papá los tiene.</p> - -<p>Papá, que era el director, se había aproximado. Buscó -diligente en sus bolsillos unas hojas escritas a máquina, -y luego de escogerlas, alargólas murmurando:</p> - -<p>—No son éstas las únicas que «hemos vendido», caballero.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_162" id="Page_162">[162]</a></span></p> - -<p>El poeta comprendía y pagaba mientras desfiló el público -en silencio, y don Miguel, sin intimidarse por el escote -exagerado, le decía a la recitadora algunas palabras -serenas y apacibles.</p> - -<p>Marinela, que había cesado de llorar, apoyábase en el -brazo de Ascensión, cada vez más vergonzosa, débil, con -inexplicable laxitud de los miembros y del espíritu, -como en la crisis de una enfermedad repentina. Seguía -obsesionándola el espanto de ver al aire su corazón enfermo -de ambiciones y de quimeras, dolido de ternuras -insensatas, preñado de un cantar indecible.</p> - -<p>Ramona miraba de reojo a su hija pensando confusamente -por dónde habría venido sobre ella la agravación -de sus habituales pesadumbres; y miraba, sobre todo al -galán acompañante de <i>Mariflor</i>, sin ver, entre las brumas -del espíritu, las razones que tendría el párroco para -decir que aquel hombre era un buen caballero inspirado -en los mejores propósitos hacia la niña, y a quien era -preciso tratar con mucha discreción. En la oscura cárcel -de su inteligencia el instinto le hacía temer a Ramona -una amenaza en el forastero.</p> - -<p>Ya los cómicos apagaron los hachones y recogieron -la alfombra, buscando el refugio de su casa ambulante, -apenas visible en el abandono de la plaza al resplandor -mortecino de dos luces.</p> - -<p>Habían retirado en un periquete los bancos y cajones -donde se aposentó una parte del público, y quedaba -otra vez la cruz sola y vigilante en la anchura silenciosa -del lugar, abriendo los brazos con infinita indulgencia, -precisamente hacia el rincón donde iban a dormir los -pobres aventureros.</p> - -<p>Divididos en grupos, los curiosos tornaban a sus hogares -con la extrañeza de haberlos abandonado, con el -asombro de vagar a tales horas por las calzadas adormecidas -en la noche.</p> - -<p>La presencia de don Miguel les obligó a rechazar suposiciones<span class="pagenum"><a name="Page_163" id="Page_163">[163]</a></span> -de brujería en el raro festejo nocturno, y un -alucinamiento de milagro oprimió sienes y corazones -ante la sorpresa de cuantas habilidades había lucido la -farándula, aparecida como un prodigio en aquel olvidado -rincón de la llanura.</p> - -<p>Iba Olalla tirando de sus hermanitos, que volvían los -ojos borrachos de sueño hacia donde se quedaban los -farsantes, y la familia de don Miguel acompañaba a la de -Salvadores, siempre inclinado con ansia el forastero sobre -la belleza de <i>Mariflor</i>.</p> - -<p>Se había roto el pálido celaje mostrando un fondo -azul florecido de estrellas, y la luna, redonda y ardiente, -subía en triunfo por el firmamento escoltada por tusones -livianos de nubes.</p> - -<p>Aquellas ráfagas que la gente anhelosa de lluvia recibió -como «viento de Ancares», no eran más que suspiros -de la brisa mojados en la frescura natural de la noche. -Y al mirar descorrido el cortinaje blanco sobre el -índigo dosel, las mujeres suspiraban a la par del viento, -y los ojos contemplaban desconsolado el alto horizonte -azul.</p> - -<p>Despidiéronse las dos familias en la plaza donde el forastero -encontró a Marinela; cambiados los adioses, con -no poca timidez en algunos labios, desapareció cada grupo -en diferente calle, y como un eco de las eternas inquietudes -humanas, quedó allí solo y despierto el gallardo -temblor de la fuente, compadecido por un rayo de -luna.</p> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-023.jpg" width="400" height="175" - alt="" - title="" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_164" id="Page_164">[164]</a></span></p> -<p> </p> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_165" id="Page_165">[165]</a></span></p> - -<div class="chapter"> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-039.jpg" width="400" height="175" - alt="" - title="" /> -</div> - -<h2>XII<br /><br /> -<span class="pch">LA ROSA DEL CORAZÓN</span></h2> - -<div> - <img class="dc1" src="images/da.jpg" width="200" height="198" alt=""/> -</div> -<p class="dc13">AL llegar a Valdecruces conoció Rogelio -la situación de la familia -Salvadores; supo asimismo que -la boda de Florinda con su primo -Antonio era raíz de una esperanza -para la rehabilitación del -hogar, y que la pobre moza, enamorada -del poeta, vivía en sorda -lucha pugnando heroicamente -por favorecer a los suyos, sin hollar los fueros de su -propio corazón.</p> - -<p>Al oir de labios de don Miguel tales revelaciones, -sintió Rogelio una agudísima piedad, y en un arranque -de ternura y gratitud, determinó acelerar sus propósitos, -casarse con la dulce niña y arrebatarla para siempre a -las tristezas y servidumbres del páramo.</p> - -<p>Junto a la noble figura del sacerdote, en aquel ambiente -de austeridad y sacrificio, desbordáronse las compasiones -del caballero: vió a la hermosa doncella condenada<span class="pagenum"><a name="Page_166" id="Page_166">[166]</a></span> -a yacer en una vida tan contraria a su educación y -natural finura; admiróla doblemente con instintos de artista -y misericordia de enamorado; encareció sus excelencias -y virtudes, elevándolas a lo sumo de la imaginación, -y prometióse con hidalguía quijotesca «no comer -pan a manteles» hasta librar a su dama de tan penoso -cautiverio y hacerla feliz, muy feliz...</p> - -<p>Mas, una vez a solas, pasó por la mente del hidalgo -cierta ráfaga de inquietud. Rogelio no era rico: después -de una infancia triste, de una adolescencia cruel, combatida -por muchas pesadumbres, su arte y su pluma, -unidos en esfuerzo quizá no muy constante, pero firme -y bien orientado, comenzaban a subir la dura cuesta de -la fama; pero aún no podía como «el otro» redimir la -hacienda de Valdecruces, ni siquiera ofrecer a su amada -más que un porvenir inseguro. Unirse con <i>Mariflor</i>, -¿sería, pues, hacerla feliz?</p> - -<p>Miraba Rogelio la vida a lo poeta, desde las cumbres, -sin pensar en las humildes realidades hasta que por su -mal tropezaba con ellas. Al decidir la boda no hallaba -para su vida otro refugio que una silenciosa casita en -Villanoble, donde murió su madre, la solitaria mansión -estremecida siempre por las voces del mar. Bello rincón -sin duda para esconder un idilio, para aguardar prósperos -tiempos en brazos del amor. Pero quizá esos tiempos -no llegasen nunca; tal vez un día tuviera el marido que -salir del hogar, como antaño su padre, víctima también -de amor y de pobreza, el cual se fué para siempre, -aunque tras sí dejaba una mujer y un niño...</p> - -<p>Al abismarse en las incertidumbres de lo venidero, revivía -el mozo las memorias de su infancia, junto a aquella -madre siempre meditabunda, siempre inquieta, vigilando -día y noche los caminos por donde el ausente pudiera -tornar. Recordaba con obsesión de pesadilla los -ojos desmesurados de la infeliz cuando en el horizonte -marino aparecía un buque con rumbo a Santander, la<span class="pagenum"><a name="Page_167" id="Page_167">[167]</a></span> -desolación infinita del materno rostro en constante solicitud -sobre los barcos y las olas. Cuando las lágrimas -y el tiempo empañaron la luz de aquellas pupilas dulces -y pacientes, la mujer perseguía al niño para señalar, entre -la bruma, el humo ilusorio de una embarcación, y preguntar -ansiosa, como la conocida «hermana» en el cuento -popular de <i>Barba Azul</i>:</p> - -<p>—<i>Rogelio, hijo mío, ¿qué ves?...</i></p> - -<p>Temblaba el poeta ahora, repitiendo con el corazón -oprimido por inexplicables ternuras, su réplica tantas -veces balbucida:</p> - -<p>—<i>No veo más que las aguas y las nubes...</i> ¡El no quisiera, -por nada del mundo, ser la causa de que en bocas -inocentes hallasen ecos aquella pregunta y aquella contestación, -cifra de tremendo martirio, renovado al través -de toda una vida!</p> - -<p>Era Terán superticioso, creía en los pecados por -atavismo. Más de una vez, pensando en la inconstancia -de su padre y en sus propias flaquezas, huyó de tener -novia, prediciendo:</p> - -<p>—Voy a causar su desventura.</p> - -<p>Y a menudo, cuando le enardecían nuevos amores, se -observaba con espanto como si en el fondo de su corazón -temiese descubrir el gérmen de alguna fatalidad hereditaria. -Estos mismos terrores le persiguieron al arribar -a Valdecruces, aunque nacía la afición de ahora con -tales ímpetus y ternuras, que llegó a juzgarla definitiva -y libre de toda infidelidad.</p> - -<p>Acalló, pues, al fin, sus sobresaltos e incertidumbres; -afirmóse en la idea de la boda, y así se lo dijo a -<i>Mariflor</i>. Pero la niña, preocupada, irresoluta, confesóle, -tras violentos sonrojos, que no podía casarse sin -aliviar a su gente de los graves apuros en que se estaba -hundiendo: lo había prometido, lo había jurado... -era un caso de conciencia y de honor. Con tan sublime -sinceridad, con tales aspiraciones generosas resplandecía<span class="pagenum"><a name="Page_168" id="Page_168">[168]</a></span> -el propósito de Florinda, que el caballero enmudeció -reverente.</p> - -<p>No aludió ella, ni de lejos, a su primo; antes bien, con -singular delicadeza limitóse a expresar la candorosa confianza -que tenía de intervenir favorablemente en las desventuras -familiares.</p> - -<p>—Yo estoy resuelta—dijo—a remediarlas. Es un -deber que me impuse.</p> - -<p>—¿Aun a costa de la íntima felicidad?—preguntó Rogelio -atónito.</p> - -<p>—A costa de ella, no... pero antes de realizarla, sí... -¡lo he jurado! Yo no puedo pensar en mi propia felicidad -sin resolver la situación de esta casa. ¿Cómo? No lo -sé... En Dios confío. Entretanto, debo olvidarme de mí -misma.</p> - -<p>Dijo la moza con rotunda firmeza; mas la sorda rebeldía -de sus sentimientos hablaban con tal elocuencia en -la penumbra de los ojos, que el poeta sonrió seguro de -la pasión con que era amado.</p> - -<p>Y al referir más tarde al cura esta entrevista, difundióse -una grata sorpresa por el rostro franco y abierto -de don Miguel. Quiso Terán entonces, un poco desconfiado, -calar los ocultos pensamientos de su amigo: asociaba -su presente actitud con la singular resistencia de -<i>Mariflor</i>, adivinando en torno suyo algo más de aquello -que ya sabía... Pero nada pudo inquirir, porque el sacerdote -se embozó de pronto en la reserva peculiar de aquel -país, todo calma, recato y misterio...</p> - -<p class="p2">Suponía don Miguel tan interesada a <i>Mariflor</i> por el -poeta, conocíala tan amorosa y vehemente, que esperaba -verla transigir al primer reclamo de la pasión, escondiendo -en olvidados plieguecillos de la conciencia su -afán de caridades. Mas cuando supo que la moza había -puesto, incauta y valiente, condiciones a la propia ventura -en beneficio de la ajena, una conmovedora admiración<span class="pagenum"><a name="Page_169" id="Page_169">[169]</a></span> -le dispuso a proteger tales propósitos, reveladores -de heroicas energías y quizás de providenciales designios.</p> - -<p>Así que, poco después, cuando <i>Mariflor</i> fué a casa -del párroco en busca de refugio y de consuelo, animóla -con grande ternura.</p> - -<p>—Sí: yo estoy dispuesta a esperar—dijo la niña—, a -esperar el milagro... Pero ¡si viera usted lo que sufro!... -Cada día que pasa cae sobre mi corazón con horrible -pesadumbre... Tiemblo por la suerte de todos mis amores... -¿Hago mal, acaso, queriendo ser feliz?</p> - -<p>—No, hija mía. Yo también quiero que lo seas. Pero -hay que tener presente...</p> - -<p>—¡Qué! ¿Ya no confía usted en Rogelio?</p> - -<p>—¡No confío en la felicidad!—exclamó el sacerdote, -recordando a la madre del poeta—. Además—añadió—, -si tú quieres favorecer a los tuyos...</p> - -<p>—Sí: espero el milagro.</p> - -<p>—Rogelio lo realizaría demasiado tarde... nunca tal -vez... La situación es crítica... Tu primo Antonio...</p> - -<p>—¡Yo no me caso con mi primo!—protestó impaciente -la muchacha.</p> - -<p>Y como el sacerdote enmudeciera, ella se cubrió el -rostro con las manos.</p> - -<p>—¡Ya no me anima usted!—gimió—, ¡ya me abandona!</p> - -<p>Sin dejarse llevar de toda su compasión, quiso el cura -alentarla:</p> - -<p>—No te abandono, mujer. Te animo a ser valiente, a -ver claro, a elegir el camino más corto para llegar al -cielo, a desconfiar de la dicha que buscas en la tierra. -¡Pobre criatura! Debo prevenirte ¡a ti que sueñas demasiado!</p> - -<p>—Pues soñar, ¿no es vivir... con el espíritu?</p> - -<p>—Sí: cuando no se abandonan los deberes de la implacable -realidad... En fin, no te apures; yo llamaré a tu -primo. Mediremos su voluntad, sus intenciones...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_170" id="Page_170">[170]</a></span></p> - -<p>—Pero diciéndole que no me caso con él—repetía la -moza.</p> - -<p>—Yo no intento, hija mía, que tú te sacrifiques. Haz -lo que quieras... Dispuesto está Rogelio a casarse contigo... -¡Piénsalo bien!</p> - -<p>—He jurado ayudar antes de nada a mi familia...</p> - -<p>—Yo te libro de ese juramento.</p> - -<p>—¡Es que me da mucha lástima de todos!—dijo <i>Mariflor</i> -en un arranque de ardorosa piedad. No soy -egoísta. Quisiera tener mucho dinero para darlo a manos -llenas a mis parientes, a los extraños, a todos los que -sufren, a todos los que viven muriéndose de pobreza... -Pero casarme con «ese hombre» sólo porque es rico... -un hombre a quien no conozco, a quien no quiero... -Mire usted, señor cura: ¡si él tampoco me conoce; si él -tampoco puede quererme! ¿Por qué ha de casarse con -una pobrecilla como yo? En cambio tiene el deber de -amparar a la abuela, que es de su sangre, que es su -abuela también... Hablándole al corazón, por fuerza ha -de compadecerse de ella lo mismo que nosotros... ¿No -es verdad?... ¡Sí: llámele usted; llámele en seguida! Yo le -diré todo esto... Cuando me escuche, cuando nos mire, -si es cristiano, si nos tiene ley, nos dará su apoyo, salvará -nuestra hacienda... Y no será preciso que yo venda -mi corazón por un puñado de dinero...</p> - -<p>A los oídos del sacerdote, acostumbrado a lamentos -de cada criatura, no eran frecuentes palabras como éstas: -allí cada mujer llevaba estoica y firme su cruz en la -marea siempre viva de los infortunios, sin tiempo ni -bríos para compadecer los ajenos dolores. Cada vez más -prendado del alma de <i>Mariflor</i>, embriagábase el apóstol -con las brisas consoladoras que esta niña llevaba -desde la tierra que vive hasta la tierra que muere, -como un soplo de sutiles piedades cultivadas en medio -de la civilización para infundir sus simientes en el páramo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_171" id="Page_171">[171]</a></span></p> - -<p>—¡Sí, sí!—exclamó don Miguel—. ¡Quién sabe!... -Llamaré a tu primo... Le llamaré en seguida como tú -quieres.</p> - -<p>—¿Y acudirá?</p> - -<p>—Creo que sí.</p> - -<p>—¿Antes del <i>día de agosto</i>?</p> - -<p>—Antes: la semana que viene. Yo deseo que te tranquilices... -Además, el tío Cristóbal amenaza con el embargo -y hay que tomar alguna determinación.</p> - -<p>—Ayer se llevó la recua.</p> - -<p>—Ya lo sé.</p> - -<p>—Y la <i>Chosca</i>.</p> - -<p>—Eso no lo sabía.</p> - -<p>—No le pudimos pagar unos salarios, y como estaba -para el cuido de los animales, pues se marchó también... -¡Pobre! Iba muy triste, con los tres mulos y la borrica: -volvían todos la cabeza hacia el establo al seguir por -primera vez el camino de un albergue nuevo... ¡Daba -una compasión!</p> - -<p>—No quise evitar el despojo—dijo consternado el -sacerdote—, porque de los que os amenazan es el menos -perjudicial; realmente una recua, por mermada que -esté, sin terraje propio y sin tráfico, más bien resulta -gravosa...</p> - -<p>—La conservaban por cariño y también por algo de -orgullo: ¡es tan penoso venir a menos!... Aunque me entristeció -la despedida de las bestias, me alegró al fin que -cambiaran de amo; estaban, lo mismo que la <i>Chosca</i>, -muertas de necesidad... La mujerona infeliz no comía -bastante y se afanaba por darles a ellas de comer, en los -rastrojos, en los alcores, en los añojales... ¡Pobre criatura! -Nunca tuvo casa ni familia: su padre y ella se tratan -casi como desconocidos.</p> - -<p>—Y lo son. El tío <i>Chosco</i> «ya no se acuerda» de que -esa mujer es hija suya. Quedó viudo al nacer la desventurada, -fuése lejos y cuando volvió, pobre, viejo y vencido,<span class="pagenum"><a name="Page_172" id="Page_172">[172]</a></span> -se miraron como dos extraños... ¡ella también parecía -vieja!</p> - -<p>—Vivió desde niña en trabajosa esclavitud...</p> - -<p>—No da más de sí la caridad de Valdecruces—suspiró -don Miguel—. Y Florinda balbució:</p> - -<p>—¡Cómo ha de darlo!</p> - -<p>Quedóse acongojada, con el pensamiento henchido de -penas.</p> - -<p>—Pues ¡y el <i>Chosco</i>—insistió luego—, a quien mantiene -usted de limosna, que vive sin más ilusión que la de -enterar a sus parientes y sólo disfruta olfateando los difuntos!...</p> - -<p>Después de una pausa lúgubre, tornó a decir <i>Mariflor</i>:</p> - -<p>—¿Cree usted que el tío Cristóbal llegará a embargarnos, -a ponernos en la calle?</p> - -<p>—Es capaz—respondió el cura—. Pero no así de -pronto—añadió, viendo palidecer a la muchacha—. Hicimos -la tasación de las caballerías y con ellas pagasteis -el interés de los réditos...</p> - -<p>—¿Interés de intereses?... ¡Válgame la Virgen!... ¿Sabe -mi padre que están así las cosas?</p> - -<p>—Ya le escribí diciéndole toda la verdad, porque ha -sido muy dañoso el engaño en que le tuvo la abuela.</p> - -<p>—Es inocente como una niña; es ignorante y simple: -si no fuera por usted, ya estaría la pobre en medio del -arroyo.</p> - -<p>—Ahora, con la pareja de los moricos—insinuó el párroco -suavemente, como si temiese lastimar con las palabras—creo -que el feroz prestamista quedará muy conforme...</p> - -<p>—¿También los bueyes?... ¡Lo que va a sufrir la abuela!... -Y, dígame, no me asusto; dígame si la casa peligra: -es lo que más me apura; que nos echen del hogar -de mi padre.</p> - -<p>—No, no; yo haré todos los esfuerzos posibles por -evitarlo—repuso el cura muy conmovido.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_173" id="Page_173">[173]</a></span></p> - -<p>—¡Demasiado hace usted!</p> - -<p>Los ojos de Florinda dijeron estas palabras aún más -profundamente que sus labios.</p> - -<p>—¡Si usted quisiera explicarme—agregó después con -vivo rubor—cuánto debemos a ese hombre y en qué -forma!... Yo entiendo algo de cuentas y necesito ayudar -a mi padre con usted.</p> - -<p>Absorto, perplejo, no sabía el cura qué decir, entre -el reparo de abrumar a la muchacha con más hondas -preocupaciones y la admiración de verla sobreponerse -a sus íntimas amarguras para socorrer las cuitas del común -hogar. Decidióse de pronto: la mirada firme y escrutadora -de <i>Mariflor</i> no daba treguas.</p> - -<p>—Es más intrincado el asunto de lo que tú te supones—comenzó—. -El pasado mes venció un nuevo empréstito -que el tío Cristóbal hizo sobre la casa, los enseres, -el huerto, la cortina y una parcela de regadío en la -mies de Urdiales: tres mil pesetas por todo ello, y no -fué poco para lo que vale aquí la propiedad y lo que -hacía temer la usura del prestamista. Pero no te asombres: -ese «rasgo increíble» no solamente está garantido -con hipoteca de las mejores fincas del pueblo, sino que -rentaba de una manera escandalosa. A mayor <i>generosidad</i>... -mayor negocio. ¿Comprendes?</p> - -<p>—Sí, señor.</p> - -<p>—Como tu abuela no pagó los intereses nunca y el -tío Cristóbal los cobraba compuestos, la deuda amenazaba -doblarse. Así sucedió en otras ocasiones, y así vuestro -pariente se quedó con mucho de este patrimonio -antes de que yo viniera a Valdecruces.</p> - -<p>—¡Y mi padre sin saber nada!—exclama Florinda con -desconsuelo.</p> - -<p>Un fuerte impulso confidencial persistía en don Miguel, -satisfecho de hallar al fin en la familia Salvadores -una persona razonable.</p> - -<p>—El usurero—continuó—dejaba correr los meses sin<span class="pagenum"><a name="Page_174" id="Page_174">[174]</a></span> -apremiaros, mientras los réditos le enriquecían: la hacienda -garantizaba los plazos vencidos. Pero ya calculó -que tenía «derecho» a quedarse con todo y se resiste a -esperar; quiere la casa, los muebles y las fincas de la hipoteca, -o los doce mil reales... Hemos tasado en dos mil -los bueyes moricos y concede un plazo para el resto si -se le entregan en seguida los animales.</p> - -<p>—¡Le costaron a mi padre mil pesetas!</p> - -<p>—¡Sí!; es buena yunta, pero ha trabajado mucho y -está maltratada: no veo además otro medio de obtener -un respiro, que debe ser corto, muy corto, para que los -fatales intereses no vuelvan a subir, para que sacudáis -de una vez esta inicua explotación.</p> - -<p>—Sí, sí—decía la moza—. Pero después, ¿qué haremos -con poca hacienda y sin costumbre de trabajar?... -Si mi padre no tiene suerte, le veo mal fin a nuestras -angustias: más difícil será evitarlas en lo sucesivo que -ponerles remedio ahora... Diez mil reales—añadió optimista—se -encontrarán fácilmente.</p> - -<p>—¿Crees tú?—interrogó asombradísimo don Miguel.</p> - -<p>—Se me figura...—murmuró azorada la joven, dudando -de repente si habría dicho una inconveniencia: su generosa -juventud contaba miles de reales con mucha facilidad.</p> - -<p>Así, cuando el párroco declaró rotundamente:—Yo -no conozco a nadie que tenga tanto dinero disponible—balbució -sobrecogida:</p> - -<p>—¿Le parece a usted mucho?</p> - -<p>—Para darlo o prestarlo a un pobre, me parece una -suma fabulosa. ¡Estoy bien seguro de ello!</p> - -<p>—¿Lo ha experimentado usted?—replicó la zagala con -la inquietud de súbita sospecha.</p> - -<p>—Si yo «encontrase», como tú dices, esos miserables -cuartos, ¿estaría vuestra deuda en pie?... No creo en el -dinero; no sé dónde se esconde; no parece por ninguna -parte cuando se le busca para hacer caridad: por no tenerlo<span class="pagenum"><a name="Page_175" id="Page_175">[175]</a></span> -sufrí en mi primera juventud los más refinados -pesares...</p> - -<p>Triste ráfaga de evocaciones pasó como una nube -por la frente del apóstol.</p> - -<p>—Cursé mis estudios de limosna, sin saborear nunca la -posesión de una peseta; caí en las adversidades de este -pueblo sin poder remediarlas, y cuando las vuestras me -tocaron en lo más vivo del corazón, enloquecí hasta el -punto de creer en la existencia del embustero metal: en -mi prisa por salvaros pagué al tío Cristóbal con la dote -de Ascensión...</p> - -<p>—¿Qué?</p> - -<p>—¡Y ahora no parece el dinero ni para vosotros ni -para mí!</p> - -<p>Alzóse precipitadamente de la silla, pesaroso de haber -dejado escapar semejante confidencia; <i>Mariflor</i>, desolada, -se había levantado también.</p> - -<p>En el profundo silencio de la tarde descendía la sombra -invadiendo la estancia; asomábase por el abierto balcón -el cielo, de color de violeta.</p> - -<p>—No te apures, chiquilla—repuso el cura por decir -algo—; he sido un torpe: no quería contarte así las -cosas.</p> - -<p>Con fácil prontitud asociaba Florinda a las últimas revelaciones -de su amigo cierta frase que antes sorprendiera: -<i>un nuevo empréstito</i>. Y ahora comprendía el alcance -de esas palabras.</p> - -<p>—¿De modo que fué inútil el tremendo sacrificio de -usted?</p> - -<p>—¿Tremendo?...—sonrió el cura con generosidad.</p> - -<p>—¿De modo—repetía <i>Mariflor</i> como una sonámbula, -dando vueltas por el despacho—que diez y doce veintidós -mil?... ¡Esta sí que es suma fabulosa! No hay nadie -que la tenga «disponible».</p> - -<p>—¡Mujer, no tanto!... Te alucinas...</p> - -<p>La moza no escuchaba razones: en la aterciopelada<span class="pagenum"><a name="Page_176" id="Page_176">[176]</a></span> -dulzura de sus ojos se dilató el espanto de necesitar con -urgencia ¡veintidós mil reales!... una suma tal, que acaso -no existiera en el mundo... Sintió de repente en sus -hombros las dos manos de don Miguel.</p> - -<p>—Esto se arregla, ¿entiendes?—dijo el sacerdote—. -Esto se arregla a escape: yo no he agotado todos mis -recursos para buscar ese dinero; me he explicado mal -sin querer; te estoy haciendo sufrir de una manera intolerable.</p> - -<p>—Aunque esto se arregle por milagro de Dios—repuso -la joven obstinadamente—, la abuela volverá a las andadas. -Yo no sé cómo viviendo con tal miseria necesita -empeñarse una y otra vez: ¡ya no confío en apoyar la -casa que se hunde!</p> - -<p>—Mira: tu abuela es una calamidad. En la sombra -confusa de su vida brilló sólo un amor: el de la madre. -Y esa única luz ha ofuscado a la pobre mujer en lugar -de alumbrarla. Repartió su ciega idolatría entre los hijos -mientras la muerte se los iba arrebatando, y por una de -esas flaquezas propias de criaturas vulgares, concentró -después sus desvelos en uno de los dos que le quedaban.</p> - -<p>—Mi tío Isidoro—suspiró Florinda.</p> - -<p>—Sí; porque tu padre casó con forastera... El predilecto, -mal afortunado en sus negocios mercantiles, emigró -hace tres años con la misma fatalidad que le acompañó -en España, y desde entonces, cuanto pide a su madre, -se lo manda ella, escondiéndose de los que debemos -evitar que os arruine a todos sin provecho para ninguno, -porque Isidoro, enfermo y torpe, no sirve para -nada.</p> - -<p>—¿Y quién cura esa manía?</p> - -<p>—Yo la curaré ahora que la experiencia me ha prevenido; -ahora que tu padre me ha otorgado poderes y -atribuciones para intervenir en cuanto sea menester.</p> - -<p>—¿Hace mucho que se renovó esa hipoteca?—preguntó -la niña avergonzada.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_177" id="Page_177">[177]</a></span></p> - -<p>—Un año. Apenas la levanté yo, por detrás de mí se -volvió a tejer el enredo.</p> - -<p>—¿Pagó usted muchos intereses?</p> - -<p>—Pocos...</p> - -<p>—¿De verdad?</p> - -<p>—Mujer, no te preocupes—eludió el cura, angustiado -por la turbación de la joven.</p> - -<p>Pero ella, recelosa, alarmadísima, deseando conocer -toda la magnitud del desastre, hacía signos de incredulidad. -Y al mismo tiempo que preguntaba, iba acercándose -a la puerta, como si sintiera impulsos de huir antes -de obtener una contestación categórica.</p> - -<p>Don Miguel no quería dejarla marchar tan abrumada.</p> - -<p>—Yo tengo mis planes—dijo aún, reteniéndola;—un -programa de nueva vida para vosotros.</p> - -<p>—¿Cuál?</p> - -<p>—Tú te casas.</p> - -<p>—¿Con quién?</p> - -<p>—Con quien te quiera y te guste, ¡carape! A tu abuela -«la declaramos pródiga»; a Pedro le mandamos a ganarse -la vida; Olalla y Ramona trabajan la mies para -mantenerse con la anciana y los pequeños; a Marinela la -buscamos dote para que se haga monja... Esto en el peor -de los casos; si tu padre no tiene suerte y a mí no me -toca la lotería...</p> - -<p>Quiso la muchacha sonreir.</p> - -<p>—Pero, trabajar la mies—protestó al cabo—, es una -cosa horrible para Olalla.</p> - -<p>—¿Y no para su madre?</p> - -<p>—También... aunque tiene más costumbre...</p> - -<p>—¡Peor para ella!... ¡Pobre mujer! La quieres poco y -vale mucho.</p> - -<p><i>Mariflor</i>, sorprendida, añadió sin defenderse:</p> - -<p>—Pedro es muy niño para salir de casa... La dote de -Marinela es muy difícil de encontrar...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_178" id="Page_178">[178]</a></span></p> - -<p>—En fin, que no estamos conformes—replicó el santo -varón algo quejoso.</p> - -<p>—¡Perdóneme, señor cura!—exclamó Florinda muy -encarnada—. Dios le pague cuanto hizo, cuanto hace -por nosotros... Así que Antonio llegue, tomaremos una -resolución que le alcance a usted...</p> - -<p>Y antes de salir, ocultando el vivo rubor en el umbral -de la puerta, añadió entre lágrimas:</p> - -<p>—Tengo algunos anillos de oro, el reloj de mi madre, -un brazalete... ¡si usted lo quisiera recibir!</p> - -<p>Había juntado las manos en férvida súplica, a punto -de caer de rodillas. Transido de compasión el sacerdote, -hizo un ademán brusco y tierno.</p> - -<p>En aquel instante se oyó el eco de unos pasos en el -corral.</p> - -<p>—Es Rogelio, que vuelve de Monredondo—advirtió -don Miguel.</p> - -<p>Y la moza, con un signo de silencio en los labios y un -presuroso adiós lleno de suavidades, bajó por la escalera -aceleradamente.</p> - -<p>Esquivando al forastero, deslizóse al «cuartico» donde -Ascensión cosía, muy curiosa de la confidencia celebrada -en el despacho.</p> - -<p>—¿Qué haces?—dijo <i>Mariflor</i> sin saber lo que preguntaba—. -Se había enjugado los ojos, y a la media -luz del aposento escondía mejor las señales de su angustia.</p> - -<p>—Ya ves—repuso Ascensión desplegando un trozo de -blanqueta con el cual confeccionaba refajos.</p> - -<p>—¿Son para el equipo?</p> - -<p>—Sónlo; esta lana es de la trasquiladura de antaño. -¡Da gusto coserla cuando se ha visto viva en los animales!</p> - -<p>—¿La has hilado tú?</p> - -<p>—Sí; pero antes lleva muchos trajines. Cada vellón se -lava, se esponja, se escarpena, se abre, se carda y se hila:<span class="pagenum"><a name="Page_179" id="Page_179">[179]</a></span> -todo lo hacemos aquí; después lo tejen en Val de San -Lorenzo.</p> - -<p>—Y ¿cuándo es la boda?</p> - -<p>—El día de agosto, a más tardar; durante el mes que -viene se leerán los proclamos.</p> - -<p>—Entonces, mañana será el primero.</p> - -<p>—No; el domingo que sigue. Pero, ¿cuándo es la tuya?... -¿lo hablasteis arriba?—aludió Ascensión.</p> - -<p>—Vine por asuntos de la abuela... Yo no me caso tan -pronto.</p> - -<p>Resonaban pasos y voces en el despacho de don Miguel, -y los últimos alientos de la luz desfallecían en las -blancas paredes del «cuartico».</p> - -<p>—Sentiste llegar a don Rogelio, ¿verdad?—interrogó -la novia, doblando su costura.</p> - -<p>—Sí... Ahora me voy: es tarde.</p> - -<p>—Te acompaño hasta la fuente.</p> - -<p>Tomó la muchacha un cántaro en la cocina, y ambas -jóvenes salieron sin hacer ruido.</p> - -<p class="p2">Ascensión Crespo y Fidalgo es una maragata sonriente -y graciosa a quien un leve roce con gentes extrañas a -la suya ha dejado suave matiz de alegría en las palabras -y en los pensamientos: posee un título de maestra elemental -que no logra encumbrarla mucho ni distanciarla -moralmente de su país; pero le da cierto lustre entre los -vecinos, aparte su preponderancia como sobrina del párroco -y novia de un rico mercachifle.</p> - -<p>Su madre, hermana mayor del cura, había querido -acompañarle en Valdecruces, no tanto por regir con cariño -el hogar del sacerdote como por tener su sombra. -Criáronse un tiempo don Miguel y su hermana bajo la -protección de un tío que dió carrera al varón y legó a la -hembra unos quiñones y unos miles de reales. Viuda -ella al recibir la merced, y madre de dos niñas, casó -pronto a la mayor, gracias al olorcillo de la herencia,<span class="pagenum"><a name="Page_180" id="Page_180">[180]</a></span> -con un pariente muy bien establecido: fugaz matrimonio -que en el término de un año desbarató la muerte, llevándose -a la recién casada. Pero el viudo, con la querencia -del lar y de la dote, vuelve ahora en busca de su cuñadita -Ascensión, y la madre, que aún llora a la hija malograda, -sonríe ante la suerte de esta otra, convencida de -que un marido con dinero es la suprema felicidad para -una mujer.</p> - -<p>Estos son, asimismo, los ideales de la joven maragata. -Su rápida excursión por la Normal de Oviedo no le descubrió -muchos horizontes, ni ensanchó sus miras, ni -llegó a turbar hondamente el atávico reposo de su inteligencia; -bastante hizo la moza con suavizar su trato, -con desentumecer un poco la sonrisa y la voz: siguió escribiendo -sin ortografía y leyendo con el tonillo cantarín -que aprendió en la aldea; pero sus modales tuvieron -más desenvoltura, sus palabras más camino, y una gota -de la curiosidad del mundo resbalaba, alegre, desde sus -ojos hasta sus labios sin descender nunca hasta el corazón.</p> - -<p>Redimida de las rudas labores campesinas, con su título -flamante de maestra y su rumboso compromiso de -boda, gozó la muchacha en el lugar de todas las preferencias -y admiraciones, hasta que llegó Florinda. Sin -ningún mezquino sobresalto prestóse al punto a compartir -con ella el auge de aquellos sutiles privilegios; -creyó que su descollante categoría la designaba para -recibir cortésmente a la gentil forastera, iniciarla en las -nuevas costumbres y hacerla, en suma, con la mayor -solicitud, «los honores» del pueblo. Pronto esta buena -disposición tuvo por acicate la simpatía y la curiosidad. -Florinda se hizo querer: el encanto y la dulzura de su -carácter se imponía con irresistible gracia, y el ligero -tinte exótico de su persona resplandeció a los ojos de la -maestra cual lejano saludo de las novedades mundanas -que ella conocía. <i>Mariflor</i> miraba a los ojos de la gente;<span class="pagenum"><a name="Page_181" id="Page_181">[181]</a></span> -reía alto, lucía el florido cabello peinado a la moda de -las ciudades; tenía pensamientos pulidos, ideas bizarras -que de todo su sér emergían con libres y serenas -emociones... Ninguna zagala de Valdecruces admiró a la -forastera con tanta intuición de sus méritos como la sobrina -de don Miguel.</p> - -<p>Ahora, camino de la fuente, Florinda y Ascensión coloquian -en afable intimidad, lejos entre sí los corazones -y unidas las existencias juveniles en el fondo de un mutuo -cariño.</p> - -<p>—¿Conque te proclamas el mes que viene?</p> - -<p>—Las dos veces que faltan, sí, porque la primera -amonestación lanzóse ya en enero, cuando nos apalabramos.</p> - -<p>—¡Ah! ¿Es costumbre?</p> - -<p>—¡Natural, mujer, para que se sepa que somos novios!</p> - -<p>—¿Te escribe mucho?—insinúa Florinda, intrigada.</p> - -<p>—Aquí no se usa.</p> - -<p>—¿Pero ni una vez siquiera?</p> - -<p>—Ni una sola.</p> - -<p>—¿Tampoco ha venido a verte?</p> - -<p>—Tampoco; vendrá la víspera del casamiento, y después -de la tornaboda se volverá a partir. Mi madre—añade, -ufana, la maestruca—me da el ajuar de la casa y -la dote de cuatro mil pesetas, que administra mi tío.</p> - -<p>Muy descolorida y agitada, comprobando la cuantía -de la aterradora suma, <i>Mariflor</i> pregunta para disimular -sus preocupaciones:</p> - -<p>—¿Cómo sabes si quieres a tu novio sin conocerle -apenas?</p> - -<p>—Porque fué bueno para la biendichosa.</p> - -<p>—¿Ausente y en un sólo año le pudisteis juzgar?</p> - -<p>—Era deportoso... ¡«mandaba» mucho!</p> - -<p>La risa de la fuente interrumpe la plática, y Ascensión -averigua, antes de despedirse de su compañera:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_182" id="Page_182">[182]</a></span></p> - -<p>—Y tú, ¿cómo quieres a un forastero sin conocerle -más que de un viaje, sin saber de su casta ni de su -bolsillo?</p> - -<p>—He hablado mucho con él, con sus ojos y su corazón—balbuce -Florinda, algo confusa—; he leído sus -libros y sus cartas... Además, ¿por qué dices que le -quiero?</p> - -<p>—Lo supongo—sonríe la maestra, con pretensiones -de sabiduría, y advierte:—Es muy bien parecido y elegante, -de mucha labia y educación... pero este personal -de pluma no suele tener hacienda... ¡Harías mejor boda -con Antonio!</p> - -<p>Vibró rudo el consejo sobre el rumor del agua fugitiva, -en tanto que se alejaba <i>Mariflor</i>, sonriendo a fuerza -de pesadumbre.</p> - -<p>En la profunda calma del ocaso le parece a la moza -infeliz que una vegetación de espinas surge debajo de -sus pies y que un lamento corre por la sombra. Al -llegar a su casa, busca refugio en el huertecillo, pidiéndole -a Dios serenidad de ánimo, consuelo y fortaleza. -Allí, escondida entre la única fronda del vergel, -siente de súbito en el rostro el roce de unas alas de -mariposa: es la hojita de un capullo que vuela desde el -rosal.</p> - -<p>Atravesado el pecho de las más inefables compasiones, -tomó Florinda el pétalo en sus manos, y con irresistible -impulso, quiso volverle a la yema sonrosada de -donde había caído. Pero quedóse inerte, presa de inexplicable -zozobra: era imposible unir la hoja muerta -con el retoño vivo... Y la zagala sentía cómo se deshojaba -también, de inexorable modo, la palpitante rosa -de su corazón.</p> - -<hr class="chap" /> - -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_183" id="Page_183">[183]</a></span></p> - -<div class="chapter"> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-005.jpg" width="400" height="153" - alt="" - title="" /> -</div> - - -<h2>XIII<br /><br /> -<span class="pch">SOL DE JUSTICIA</span></h2> - -<div> - <img class="dc1" src="images/du.jpg" width="200" height="201" alt=""/> -</div> -<p class="dc13">UN día y otro posaba el sol adurente -sobre la llanura.</p> - -<p>Eran tan placenteras las señales -del cielo, que la sequía se -convirtió en seguro peligro para -la escasa mies de Valdecruces, y -bajo la férula del tío Cristóbal -celebróse con toda exactitud el -turno de regar, aprovechando el -agua de los fugitivos arroyos.</p> - -<p>Según había temido Olalla Salvadores, llegó para sus -«bagos» la vez en el riego sin que la familia tuviese con -qué buscar obreras; y al amanecer aquella mañana, Ramona -y su hija mayor, silenciosas y diligentes, salieron -hacia los centenales con los aperos necesarios para -«apresar y correr el agua».</p> - -<p>Del mermadísimo patrimonio de la tía Dolores no -quedaban a la sazón más tierras de regadío que las dos -hazas de mies adonde las mujeres se dirigían; y ya estas<span class="pagenum"><a name="Page_184" id="Page_184">[184]</a></span> -únicas parcelas estaban hipotecadas al tío Cristóbal, que -nada quiso dar sobre el terreno de secano, las «hanegadas» -de Abranadillo y Ñanazales, tendidas al otro lado -del pueblo, y menesterosas de continuas huelgas por su -mucha ruindad.</p> - -<p>Precisamente el viejo acaudalado de Valdecruces poseía -tierras asurcanas de las que iban a regarse, y se -mostró aquel año muy solícito para beneficiar las de sus -infelices vecinas, gozándose en la ambiciosa certeza de -unir pronto los diferentes lotes en una sola finca envidiable, -señora de la mies.</p> - -<p>No se durmió el anciano aquella mañana, y apenas calentaba -el sol cuando se aparecía entre los rústicos centenos -la imponente figura de un hombre alto y rojo, curtido -y vacilante, con ancho sombrero de cordón y borlitas, -bragas de estameña, polainas de pardillo, y almilla -muy atacada sobre un chaleco de color; calzaba galochas -y apoyábase en un cayado patriarcal. En su rostro, -enjuto y boquisumido, asomábanse unos ojuelos grises, -cargados de cejas blancas, turbios y persistentes, con tenacidad -interrogadora.</p> - -<p>A este maragato, rico en relación a la pobreza del -país, le respetaban por el dinero y la autoridad, pero su -avaricia inextinguible le hacía también odioso y temido. -A pesar de sus noventa y seis años, manteníase terco y -duro como un roble, y su presencia inspiraba en todas -partes cierta inquietud mezclada de repulsión.</p> - -<p>Un solo hijo, ya viejo, le quedó al tío Cristóbal en la -hora de la viudez; pero este único descendiente, cargado -de familia, hubo de buscar el sustento en tráficos humildes -fuera de Valdecruces, pues todo lo que hizo el -codicioso quintañón por la necesitada prole, fué llevarse -a una de las nietas para que le sirviese de criada. Y Facunda -Paz, la moza recogida por el abuelo, no lució -nunca en el baile un rostro complacido, ni un «rodo», -mandil o sayo tan donoso como el de sus vecinas o el<span class="pagenum"><a name="Page_185" id="Page_185">[185]</a></span> -de sus mismas hermanas, aunque las prendas de los antiguos -ajuares, mantelos y corpiños, rasos y cúbicas de la -abuela se apolillaban en el fondo de los cerrados cofres. -Había trabajado el tío Cristóbal en Madrid algunos lustros, -mercader y agiotista en miserable escala, establecido -allá por los andurriales de la Puerta de Toledo. Casó, -ya hombre maduro, con moza acomodada de su país, y -se trasladó a la aldea sin abandonar los trapicheos mercaderiles; -así fué explotando en oscuros negocios la necesidad -tirana del pobre vecindario, sin compasión de la -propia familia, como en el caso de la tía Dolores, de -quien era pariente.</p> - -<p>No amaba este avaro la tierra como las mujeres de -Maragatería, con ese amor recio y generoso que da -la sal del llanto y del sudor para abono del surco en -los terrones. Amaba el dominio y la riqueza con mezquinos -alcances, dentro de una pasión raquítica y sin -alas.</p> - -<p>Más duro de corazón y de mollera con los años, sentía -la embriaguez de las posesiones a lo grosero y sensual, -sin ternuras de enamorado, sólo con las voracidades -torvas del instinto.</p> - -<p>Su torpe codicia iba arrastrándose lo mismo que un -reptil por los barbechos, en la estrechez de la mísera -tierra laborable y en el camino silencioso y triste de las -hendidas cabañucas romanas, hasta dar por chiripa en -una casa de adobes, en una recua y un rebaño.</p> - -<p>Ahora zumba el usurero, como un cínife, en torno a la -parcela de regadío donde Olalla y Ramona abren el -cauce regador.</p> - -<p>Hipan aspadas las dos mujeres sin resuello ni alivio en -la pesadumbre del trabajo, metidas hasta la cintura en -la rota, represando y corriendo el anhelado camino para -el agua.</p> - -<p>—Dios os ayude—dice la trémula voz del tío Cristóbal -desde el hoyo profundo de sus labios.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_186" id="Page_186">[186]</a></span></p> - -<p>Ramona sigue trabajando sin responder, y Olalla pronuncia -tímidamente:</p> - -<p>—Bien venido.</p> - -<p>Un golpe de tos atraganta al viejo, y su melena goda -se agita en la inclinada cerviz, como blanco cendal batido -por la tormenta sobre un árbol caduco.</p> - -<p>Alguna cosa impaciente querían decir aquellos labios -contraídos en espantable mueca, en tanto que los ojos, -fijos y voraces, escrutaban a las trabajadoras con ansiedad: -sin duda el tío Cristóbal pretendía enterarse de noticias -urgentes antes de acabar de toser.</p> - -<p>Mirábale de reojo la doncella, alarmada y expectante, -y Ramona le volvía la espalda con obstinado tesón, cada -vez más hundida en la rotura, buscando afanosamente el -rumbo del arroyo.</p> - -<p>El año anterior no necesitaron las de Salvadores regar -sus panes, porque había llovido en la primavera. Y ahora -parecía que la antigua vecindad del agua huyese como -una desconocida a la solicitud de los audaces brazos femeninos.</p> - -<p>—Hogaño está más lejos—había dicho suspirante la -moza, mirando cómo la gracia apetecida resbalaba por -el suave declive de la mies, en murmullo remoto...</p> - -<p>Ya el tío Cristóbal podía «colocar» aquella urgente -pregunta que le palpitaba en los ojos. Habíase parado al -borde de los centenos, erguida la vejez codiciosa sobre -el verde tapiz de los tallos, apoyándose con fuerza en el -bastón.</p> - -<p>Supo el viejo, la víspera, que un galán «señorito» -acompañaba, como en las ciudades, a la prometida de -Antonio Salvadores, del rico a quien él temía casado con -<i>Mariflor</i>, pero a quien nunca supuso capaz de favorecer -a la familia con desinteresados fines.</p> - -<p>De realizarse pronto la anunciada boda, pudiera suceder -que al fincarse en Valdecruces los novios, levantaran -para sí el empeñado patrimonio de la abuela. Entonces,<span class="pagenum"><a name="Page_187" id="Page_187">[187]</a></span> -¡adiós casa, «bagos», yuntas y «cortina» en la -sombra perseguidos!</p> - -<p>Mas, si por lo contrario, la zagala contrajese nupcias -con aquel fino caballero, él se la llevaría fuera del país; -y, donde, con una sola excepción, todos los vecinos necesitaban -limosna, ninguna otra mano se podía tender -hacia la sitiada hacienda.</p> - -<p>No había que pensar en que la defendiesen Isidoro -ni Martín Salvadores, que, a pesar de sus buenas aptitudes -para el comercio, naufragaban también en el maleficio -lanzado por la tía Gertrudis sobre la casa del abuelo -Juan.</p> - -<p>Desvelada con estas consideraciones, la astucia del tío -Cristóbal se dejó sorprender por la impaciencia, y quiso -averiguar a todo trance lo que de cierto hubiese en la -general suposición del forastero prendado de la niña. Ya -iba a preguntar rotundamente:—¿Conque la rapaza de -Martín hace boda con uno de fuera?—cuando se presentó -orillando la mies, a buen paso y con la azada al hombro, -la propia tía Dolores.</p> - -<p>Saludáronse los dos primos con un leve murmullo estupefacto. -¿Qué hace aquí la sombra de este carcamal?, -se dijo la vieja, memorando con pálida lucidez las celadas -rastreras de su pariente.</p> - -<p>Saltó luego a la zanja con más agilidad de la que hubiera -podido suponerse, y escudriñó de soslayo la esquiva -catadura del hombre, crecido desde allí como un gigante, -negro y rojo, igual que una tragedia, sobre la -glauca alegría del centeno.</p> - -<p>—¿A qué viene?—preguntaron con acritud dentro del -cauce.</p> - -<p>—A trabajar—respondió la anciana llena de bríos.</p> - -<p>Hizo Ramona un gesto desdeñoso, y Olalla suspiró -jadeante.</p> - -<p>Alzábase la moza a menudo para medir con los ojos -la distancia a cuyo borde modulaba el arroyuelo su promesa;<span class="pagenum"><a name="Page_188" id="Page_188">[188]</a></span> -no era mucha, alcanzada con la vista: veinte metros -escasos. Mas era enorme para hendirla con el azadón, -honda hasta nivelar la altura del terreno con el -declive donde el regajal corría. Y la carne joven, nueva -en aquella bárbara lid, temblaba hecha un ovillo, sudorosa -y encendida bajo el implacable sol.</p> - -<p>En cuanto llegó la abuela a meter sus afanosos brazos -en la zanja, Ramona la dejó arañar el escondido seno -de la tierra, menos duro que la capa exterior, y subió -infatigable a romper el camino en los abrojos, sobre el -campo de barbecho, mustio y ardiente.</p> - -<p>Rígida la corteza del erial, defendíase con sordas rebeliones -del empuje bravo de la azada. Un hiposo jadeo, -semejante a un bramido por lo amargo, resoplaba -en el pecho de la cavadora, y la tierra devolvía en retumbos -persistentes los desesperados golpes, escupiendo -su polvo de cadáver a la roja cara de la mujer.</p> - -<p>Mira la joven con espanto cómo su madre rompe al -fin la brecha sin hacer una pausa ni pronunciar una frase, -como poseída de un vértigo brutal. Da y repite azadazos -lo mismo que una furia, con sacudidas violentas -de todo su cuerpo: parece que le crujen los riñones y se -le saltan los ojos; parece que llora a raudales según tiene -la faz mojada de sudor.</p> - -<p>También la anciana contempla absorta el tremendo -poderío de una triste juventud, escondida en la sangre -y en la voluntad bajo las injurias de vientos y de soles, -de lágrimas y trabajos.</p> - -<p>Pero al tío Cristóbal no se le da un ardite en aquel -imponente pugilato de la carne heroica y viva con la -tierra muerta y dura.</p> - -<p>Impaciente hasta la indignación por la intempestiva -llegada de la tía Dolores, por el silencio hostil de las -tres mujeres y el eco retumbante de la cava, se revuelve -el avaricioso con la doble ansiedad de la vejez que tiembla -impotente por cada minuto perdido para sus deseos.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_189" id="Page_189">[189]</a></span></p> - -<p>—¿Conque la rapaza de Martín hace boda con uno de -fuera?—pronuncia, al cabo, después de toser y de escupir.</p> - -<p>Resbaló su pregunta como tañido de campana rota -sobre el cauce entreabierto y los rastrojos: el trajín enervante -quedó atravesado por la sorpresa.</p> - -<p>—¿Qué dice?—murmura con asombro la tía Dolores.</p> - -<p>Olalla da principio en voz queda a una difícil explicación -que confunde a la anciana, y Ramona hiende con -nuevos redobles el erial.</p> - -<p>—¡Eh!... ¿no contestáis?—grita el viejo apremiante.</p> - -<p>Ya la abuela va entendiendo un poco:</p> - -<p>—Sí, sí; el señor de Villanoble que viajaba con nosotras -en el tren; el que está con el cura de güéspede y -va todos los días a nuestra casa... Ya, ya... Pero, ¿y el -primo Antonio?... ¿Y la boda esperada como una salvación -por la familia?</p> - -<p>—Ya veremos—insinúa Olalla, mientras su madre, -muda y sorda, permanece entregada al trabajo con frenesí.</p> - -<p>—¡Diájule! ¿Os habéis vuelto simples? ¿No queréis -contestar?—vocifera exasperado el tío Cristóbal.</p> - -<p>—No hay que impacientarle mucho—piensa la muchacha, -con la serenidad de su juicio calmoso, y responde:</p> - -<p>—De lo que usté pregunta... no sabemos nada.</p> - -<p>—¿Cómo que no sabéis?... Pues si no es por la moza, -¿por quién viene ese barbilindo?</p> - -<p>—Por don Miguel.</p> - -<p>—¡Mentira!</p> - -<p>Olalla se encoge de hombros con aquel movimiento -brusco, peculiar en su madre. Y el viejo, sospechando -que va por difícil camino su investigación, hace acopio -de paciencia, contiene su ira en un rebufo, y se deja -caer a la sombra del centenal, con el firme propósito -de acechar allí hasta que sepa algo, hasta que aquellas -«morugas» hablen o revienten.</p> - -<p>Entonces Ramona le lanza una mirada oblicua para<span class="pagenum"><a name="Page_190" id="Page_190">[190]</a></span> -seguir en actitud de bestia, con la cabeza gacha y el resoplo -bravo, embistiendo contra el duro rebujal.</p> - -<p>Arde el sol inclemente, con furores de canícula, en -gavillas de rayos violentos, y ya tan alto sube que la -sombra de los panes se disipa en los rastrojos, desamparando -al tío Cristóbal.</p> - -<p>Va surgiendo la rotura, roja como una herida en el -pálido rostro de la tierra, bajo la azada prepotente.</p> - -<p>Sigue Olalla el rastro abierto por su madre, y tunde -también con bríos las glebas hostiles; pero necesita descansar -a menudo, suspira y se angustia visiblemente en -el esfuerzo.</p> - -<p>De vez en cuando vuelve Ramona la cara, un poco, -para murmurar entre dientes:</p> - -<p>—¡Aguanta, niña!</p> - -<p>Quiere la tía Dolores, en medio de su admiración, -aborrecer a la nuera, odiarla por fuerte y voluntariosa, -por dura y audaz. Pero no cabe ninguna violenta pasión -en el pecho cansado de la anciana; sólo puede amar pasivamente -en torno suyo, con un resto del extraño y -sombrío amor que consagró a la tierra: hasta para sufrir -tiene estancada la vida en la petrificación de todos -los sentimientos, y es preciso que una novedad muy -cruel la sacuda para que todavía llore o se agite.</p> - -<p>Allí sigue el tío Cristóbal, testarudo, con su pretensión -entre las cejas y su mirada gris fija en el cauce, sin que -le apure el resistero del sol encima de las espaldas. Cansado -ya de esperar un indicio que le lleve a descubrir lo -que avizora, concluye por hablar solo y pronuncia frases -alusivas al asunto, llenas de doble sentido, y reticencias, -confiando en que las mujeres, por prurito de replicar, -piquen el cebo de la conversación.</p> - -<p>—No se debe torcer el su inclín a las mozas... Los forasteros -también son buenos maridos...</p> - -<p>Esperaba anhelante, y como nadie respondiese, entre -escupitajos y toses tornó a decir:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_191" id="Page_191">[191]</a></span></p> - -<p>—Aunque a Antonio le hacen rico, no ha de gastar -sus haberes aquí; más le gusta Santa Coloma, el pueblo -de su madre... El muchacho es cabal, no digo que no; -pero el mozalbillo de los Madriles debe ser cosa fina... y -ese empleo de escribano que tiene renta ahora muchísimo -dinero...</p> - -<p>Se hunden las azadas en los duros terrones con acentos -diferentes y continuos, brava la una, esforzadísima la -otra, débil la tercera en seniles manos; la luz cuaja la llanura -en un incendio; trasvuela un ave, y dice aún el tío -Cristóbal:</p> - -<p>—Sería una machada que despidierais al uno por el -otro. Nada más que con papel y tinta gana éste en un -mes tanto como Antonio en un año con la tienda. Y que -la gente de pluma es dadivosa, de mucho rumbo y generosidá... -Buena suerte ha tenido la rapaza... ¿Es aquella -que viene por allí?</p> - -<p>En el fino sendero de la mies aparece una joven -lenta y afanosa, con una cestilla colgada del brazo.</p> - -<p>—Ya es medio día—dice al llegar.</p> - -<p>Y posando su leve carga, se abanica con las dos -puntas sueltas del pañuelo. Por verla el semblante esquivo, -se arrastra el anciano sobre el calcinado polvo, -y ella gira disimuladamente el busto sin dejarse descubrir.</p> - -<p>—¡Eh! muchacha: ¿eres tú la novia del forastero?</p> - -<p>—¿Yo?—prorrumpe absorta Marinela, volviéndose de -pronto.</p> - -<p>—¡Ah, no eres tú!</p> - -<p>Terco, obcecado, el tío Cristóbal delira en torno de su -idea única, lo mismo que un demente.</p> - -<p>De roja que es la cara del anciano se ha puesto de color -de violeta y ofrécese tan turbia la mirada de los ojos -grises, tan inseguro el acento de la sumida boca, que -Marinela supone borracho a su pariente.</p> - -<p>Vanse hacia el arroyo las dos zagalas para llenar de<span class="pagenum"><a name="Page_192" id="Page_192">[192]</a></span> -agua nueva el cantarillo, que ya varias veces fué a pedir -refrigerio a la linfa murmuradora.</p> - -<p>—¡Llega tan caliente!—lamenta Olalla.</p> - -<p>Colman la vasija, beben las dos, y vuelven a colmarla.</p> - -<p>—¡Está como caldo!—dice la sedienta cavadora—. -Después cuchichean, mirando con recelo hacia la mancha -oscura del anciano, medio tendido al borde de la -zanja.</p> - -<p>—¿Se ha vuelto chocho o está bebido?—pregunta -Marinela.</p> - -<p>—No, mujer; quiere que le digamos con quién se casa -<i>Mariflor</i>...</p> - -<p>—¿Y le habéis dicho?:..</p> - -<p>—¡Qué sabemos nosotras!</p> - -<p>Era la primera vez que las dos hermanas hablaban del -asunto. Considerada como una niña la más joven, solía -descubrir los secretos familiares nada más que con los -ojos, sin sorprender casi nunca una palabra ni una confidencia, -expansiones poco frecuentes allí donde el ritmo -de la vida señalaba todas las inquietudes en el silencio -taciturno de las almas.</p> - -<p class="p2">Mientras comieron las trabajadoras, agazapadas en fila -sobre el delgado sendero del centenal, libres apenas de -la plenitud del sol que a plomo caía en la llanura, fué -otras dos veces Marinela a llenar el cántaro al arroyo.</p> - -<p>Había pedido agua el tío Cristóbal, y después de dársela, -vertió la niña el líquido restante y corrió a lavar la -boca de barro donde puso el viejo la suya de color de -ceniza.</p> - -<p>Él no se mostró sentido por aquella manifiesta repugnancia, -ni pareció notar el molesto asombro que causaba -a las mujeres su tenaz compañía. Caído en soñolienta -modorra, había perdido sin duda la noción del tiempo, -olvidado hasta de zumbar sus maliciosas preguntas.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_193" id="Page_193">[193]</a></span></p> - -<p>Ni el hambre ni el ejemplo le avisaron la hora de comer; -ni el tórrido calor que le cocía dióle impulso de -buscar el cobijo de su casa. Cuando vió hacer a sus vecinas -la señal de la cruz, le pareció que sonaba muy lejos -el familiar repique de una campanuca. Y cuando -ellas, viéndole medio dormido y atontado, le dijeron -que el sol le iba a dañar, trató de incorporarse, dió de -bruces en la tierra y quedó inmóvil, con la boca pegada -al suelo.</p> - -<p>Miráronse las mujeres con asombro, y como el viejo -diese entonces un fuerte ronquido, Ramona dispuso únicamente:</p> - -<p>—Dejadle que duerma.</p> - -<p>—¿Al sol?—preguntó compasiva Olalla.</p> - -<p>Inició la madre, con algunas vacilaciones, su acostumbrado -encogimiento de hombros, y la muchacha, quitándose -el mandil, lo desplegó con solicitud sobre el ancho -sombrero del maragato.</p> - -<p>Poco después, hinojada en el sendero, Marinela recogía -los pedacitos de pan y el hondo cacharro con un resto -de «moje», y doliéndole a Ramona la delgadez endeble -de la inclinada cintura y el trasojado semblante de la -niña, preguntó de pronto:</p> - -<p>—¿Por qué has venido tú con esta calor, tan aina de -comer?</p> - -<p>—«Ella»—aludió con humildad la joven—iba a fregar -el belezo y a echar las llavazas al cocho... También cebó -las gallinas y las palomas, rachó leña y llevó los «curros» -al agua.</p> - -<p>—Abondo es eso...—comentó la madre con invencible -desdén.</p> - -<p>A tal punto, lanzó otro ronquido el tío Cristóbal, revolvióse -con sacudidas largas y crujientes, y en un esfuerzo, -como si quisiera levantarse, clavó en tierra las -uñas de ambas manos.</p> - -<p>Las mozas habían palidecido.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_194" id="Page_194">[194]</a></span></p> - -<p>—Péme que está enfermo—dijo Olalla—; hincóse al -lado suyo y trató de alzarle la cabeza; pero la sintió agarrotada -y rebelde.</p> - -<p>Acudió entonces Ramona, hundió sus recios brazos -por debajo del cuerpo rígido, y de un brusco tirón dió -vuelta al hombre: aparecía con el rostro casi negro, mojado -de una espuma sangrienta, los párpados caídos y la -respiración difícil.</p> - -<p>Quedaron aterradas las mujeres.</p> - -<p>—¡Coitado, agoniza!—clamó la tía Dolores llena de -medrosa piedad, en tanto que la nuera pedía con demudado -semblante:</p> - -<p>—¡Agua, agua!</p> - -<p>Inclinó Marinela el cántaro tendido.</p> - -<p>—Aún tiene dello...—Daba diente con diente mientras -rociaba su madre la congestionada faz.</p> - -<p>Abrió el moribundo los ojos, torcidos hacia la moza -con una mirada vacilante y sombría, como aquella que -buscó a la novia del forastero antes de decir:</p> - -<p>—¡Ah, no eres tú!</p> - -<p>Torció también la boca, en la mueca de su habitual -sonrisa impertinente, y quedó tieso, inmóvil, con el respiro -apenas perceptible. La tía Dolores le daba pausadamente -aire con el delantal; las muchachas, doloridas -y mudas, le hacían sombra con el cuerpo: seguía Ramona -mojándole los pulsos y las sienes, y caía el silencio -con el sol, como un manto de luz sobre el extraño -grupo.</p> - -<p>—Encomendémosle—murmuró Olalla arrodillándose.</p> - -<p>—Señor mío Jesucristo—fué diciendo la voz oscura y -triste de la madre, y las otras mujeres repitieron angustiadas -la oración hasta el final.</p> - -<p>No había dado el tío Cristóbal señales de entender el -tremendo aviso, cuando giraron sus pupilas desorbitadas -y ciegas, y un estertor hiposo le silbó dentro del pecho: -con el postrer visaje y la última sacudida, la inerte cabeza<span class="pagenum"><a name="Page_195" id="Page_195">[195]</a></span> -saltó desde las manos de Ramona rebotando en el -polvo, y las uñas del moribundo volvieron a clavarse -feroces en el erial.</p> - -<p>—¿Murió?—dijo despavorida Olalla.</p> - -<p>Marinela dió un grito y cerró muy apretados los ojos.</p> - -<p>—Sí, sí; hay que llamar gente,—respondía la madre -trazando sobre el difunto la señal de la cruz—. Y viendo -a la zagala tan miedosa, añadió resoluta:</p> - -<p>—Vai con la cesta y, al tanto, das razón de lo que -ocurre.</p> - -<p>—¿A quién?</p> - -<p>—A la familia; ellos avisarán a la Justicia.</p> - -<p>Obedeció la joven con terror y sigilo: sus pies medrosos -apenas tocaban el sendero; su grácil figura desaparecía -entre los altos panes. Pero quizás un leve roce de -su brazo, o tal vez un soplo de perezosa brisa, movió las -hojas verdes con rumores suavísimos de «escucho».</p> - -<p>—¡Madre, madre!—gimió la muchacha con espanto. -Volvióse atrás corriendo, y quedó parada al borde de la -mies, sin atreverse a salir al raso donde el muerto dormía. -Allí encontró a la abuela, acurrucada en la linde con -cierta indecisión, tentada a la fuga, y detenida por el trabajo -y la caridad.</p> - -<p>—¿Que yé, rapaza?—preguntó con susto.</p> - -<p>—Tengo miedo... me siguen... escuché una voz...</p> - -<p>—¡Te haltan jijas hasta para fuir!—lamentó más distante -el acento brusco de Ramona.</p> - -<p>Y Marinela, inducida por su mismo pavor, asomóse -al rebujal desde el seto vivo de los tallos.</p> - -<p>Vió que Olalla había desaparecido y que su madre, -sentada al sol, impasible y estoica, velaba al muerto. -Parecióle el cadáver más rígido y huraño, con la boca -abierta, y la piel del sequizo color de los abrojos; quedó -allí fascinada un minuto, y, de repente, echó a correr -entre la verde masa, por el hilo sutil de los senderos; -movía con los codos el follaje, y el rumor de las hojas<span class="pagenum"><a name="Page_196" id="Page_196">[196]</a></span> -sacudidas le causaba indecible inquietud: todas las crueles -fluctuaciones del pánico vibraban en los tirantes -nervios de la doncella, empujando su loca fuga al través -del centenal.</p> - -<p>Cuando llegó desalada al pueblo, no supo cómo hablar -en casa del tío Cristóbal. Entró en la ruin vivienda, que -de pobres menesterosos parecía, y halló a Facunda cosiendo -en el clásico <i>cuartico</i>, la pieza que ciertos días solemnes -sirve de comedor a los maragatos, forzosamente -colocada entre la cocina y el corral; la misma que en -casa de la tía Dolores han llamado <i>estradín</i> por excepción.</p> - -<p>Ante la absorta mirada de su amiga, Marinela, confusa -y torpe, acabó por decir:</p> - -<p>—Que tu abuelo se ha morido junto a la mies de Urdiales.</p> - -<p>—¿Mi abuelo?... ¿Sábeslo tú?...</p> - -<p>Facunda, con más asombro que dolor, se había puesto -de pie.</p> - -<p>—Vengo de allá; le vide.</p> - -<p>—Pero, ¿qué le dió?</p> - -<p>—La muerte repentina.</p> - -<p>—¡Virgen la Blanca!... ¿Y qué hacía allí?</p> - -<p>—Mirando cómo abrían el calce: andamos al riego en -nuestra hanegada de la Urz.</p> - -<p>—¿Asurcana de la nuestra Gobia?</p> - -<p>—¡Velaí!</p> - -<p>Con la costura en la mano, la moza volvió a sentarse -enfrente de Marinela, doblada sobre un escañuelo en actitud -de abrumadora fatiga.</p> - -<p>—Pues yo le estaba esperando para comer.</p> - -<p>—¿Y no comiste?</p> - -<p>—Nada.</p> - -<p>Quedaron mudas, mirándose a los ojos con sorpresa, -al compás del reloj que se mecía en su caja de roble, señoreando -el <i>cuartico</i>.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_197" id="Page_197">[197]</a></span></p> - -<p>Facunda levantó del solado un marchito ramillete de -tomillana, y espantó con lentitud el enjambre zumbador -de moscas, desatado en el aposento.</p> - -<p>—Y al biendichoso—dijo después—, ¿se le saltaría el -corazón?...</p> - -<p>—¿El corazón?... Píntame que el mal le dolía en los -ojos y en la boca: echaba espuma entre los labios y tenía -el mirar lusco.</p> - -<p>—Salió de casa en ayunas, con una copa de aguardiente.</p> - -<p>—Pues cuenta que derecho fué a la mies. Allí dió en -preguntar con quién se casaba mi prima.</p> - -<p>—¡Andanda!</p> - -<p>—Estaría algo chocho... ¡tantos años!</p> - -<p>—Y la boda ¿es con ese extranjero?</p> - -<p>Pasó un fulgor oscuro por las turquesadas pupilas de -Marinela.</p> - -<p>—No sé—balbució, para añadir a poco:</p> - -<p>—Pero, digo yo que sí.</p> - -<p>—Es galán y bien apersonado—musitó en éxtasis -Facunda...—¿Tienes hambre?—preguntó de repente, -viendo a su amiga, blanca lo mismo que la cal, en demudación -terrible.</p> - -<p>—No—dijo la otra con la cabeza.</p> - -<p>—Pues ¿qué tienes entonces?... ¡Estás priadica!</p> - -<p>La interrogada sacudió los párpados violentamente -para ahuyentar la nube de su lloro, y pudo con esfuerzo -tristísimo decir:</p> - -<p>—Me pasmó el difunto, ¿sabes?</p> - -<p>—¡Ah, ya!... Quedaríase muy feo; ¡sin las armas de -Dios!</p> - -<p>—Mi madre le rezó el señor mío.</p> - -<p>—¿Están al riego entodavía?</p> - -<p>—Hasta la noche. La barbechera cae más alta que el -regato, y es menester cavar mucho.</p> - -<p>—¿Quién os ayuda?</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_198" id="Page_198">[198]</a></span></p> - -<p>—¡Nadie!</p> - -<p>Al evocar el desamparo de su pobreza con la triste -palabra negativa, por la mente de la joven pasó el reflejo -seductor de los caudales del tío Cristóbal.</p> - -<p>—¡Vais a heredar a rodo!—murmuró fascinada, sin -envidia ni rencores.</p> - -<p>Alumbráronse los ojos descoloridos de Facunda y una -sonrisa beata se le cuajó en los labios. Todos los matices -de la emoción, suscitada por aquel anuncio, resplandecieron -en esta frase elocuente:</p> - -<p>—Voy a comer...</p> - -<p>Alzóse de nuevo, con ademanes pesados: era gruesa, -fuerte, baja; tenía mejillas carnosas, tez bronceada por el -sol, mirada pasiva, y una insignificante belleza juvenil en -el conjunto de la figura.</p> - -<p>Revolvía Marinela su curiosidad alrededor, resumiendo -maquinalmente el inventario del <i>cuartico</i>. Y, de -pronto, la hizo estremecer una anguarina del tío Cristóbal, -colgada en el apolillado capero, rígida y sin aire, -como una mortaja.</p> - -<p>—Tienes que avisar a la Justicia—le advirtió a la heredera -con solemne tono.</p> - -<p>—¡Ah! ¿Sí?—clamó Facunda, abriendo mucho la -boca.</p> - -<p>—¡Natural!</p> - -<p>—¿Quién lo dijo?</p> - -<p>—Mi madre.</p> - -<p>—¿Pero es obligación?... Cuando murió la abuela no -llamaron al juez.</p> - -<p>—Porque estuvo en la cama... Cuando el tío Agustín -se atolló en la nieve y amaneció cadáver, vino el Ayuntamiento.</p> - -<p>—Y ¿a quién mando a Piedralbina?—murmuró atribulada -la moza, como si tuviese que realizar una hazaña -insuperable.</p> - -<p>—Manda a <i>Rosicler</i>.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_199" id="Page_199">[199]</a></span></p> - -<p>—Tiene el aprisco a la mayor lejura, en los alcores -del Urcebo...</p> - -<p>—Pues a tu hermano...</p> - -<p>—Anda a la escuela...</p> - -<p>Quedáronse de nuevo silenciosas, sumidas en la preocupación -terrible de aquella grave dificultad.</p> - -<p>Marinela se había puesto de pie, sin apartar mucho -los ojos de la anguarina parda.</p> - -<p>—¿No habrá un motil que te haga el mandado?—murmuró -despacito, como si alguien durmiese.</p> - -<p>Y Facunda, en el mismo tono de misterio, resolvía:</p> - -<p>—Iré yo después de comer y de avisar en casa de mi -madre.</p> - -<p>—¡Eso!</p> - -<p>Felices con el hallazgo de aquella inesperada solución, -se miraron en triunfo, sonrientes, como si hubiesen escapado -de un enorme peligro.</p> - -<p>Tras largo y duro rechinamiento de resortes, dió el -reloj una lenta campanada, y Marinela, despidiéndose -muy lacónica, salió de puntillas, apresurada y vacilante.</p> - -<p>—Al paso que vas—dijo la dueña de la casa con luminosa -inspiración—podías contarle a don Miguel...</p> - -<p>—¡No puedo, no!—atajó la infeliz, temblando locamente.</p> - -<p>—¿Por qué, criatura?</p> - -<p>—¡No puedo, no!—y agarrada al cestillo, volvió a correr -la mozuela triste, dejando a su vecina con la boca -abierta. Pero al doblar la calle y cruzar la plaza, en el -mismo brocal de la memorable fuente la detuvieron una -sombra, una voz y un saludo. Era el propio forastero -de quien la moza huía: llegaba sonreidor y alegre; extendió -los brazos para contener la delirante carrera de -la joven, y con audaz halago le rezó al oído, como un -eco de su primera entrevista:</p> - -<p>—¡Salve, maragata!</p> - -<p>Un grito y un sollozo contestaron a la oración devota<span class="pagenum"><a name="Page_200" id="Page_200">[200]</a></span> -del poeta... Tuvo él que sujetar el talle de la moza, fatalmente -inclinado hacia el pilón donde el agua decía la -eterna incertidumbre de las cosas humanas.</p> - -<p>—¿Me tienes miedo?—preguntó conmovido, hablando -a Marinela de tú, como a una niña.</p> - -<p>Todo el nublado de las contenidas lágrimas estalló -entonces.</p> - -<p>—Pero, ¡siempre lloras!—exclamó Terán con angustia—. -¿Qué tienes?... ¿Por qué sufres?</p> - -<p>Ella se dejó sostener un instante, enloquecida por el -desbordado ensueño de su alma, y al punto quiso huir.</p> - -<p>—¿Temes que te haga daño?... ¿Estás enferma?—seguía -el joven diciendo, con blandura y cariño, sin dejarla -escapar.</p> - -<p>—¡No puedo, no!—repitió aún Marinela con gemido -impotente, como si ya no supiese decir otra cosa.</p> - -<p>Y a Rogelio Terán le pareció que la desconsolada -frase había causado un estremecimiento profundo en el -transparente corazón del agua.</p> - -<p>—¿Qué tienes, dime?—insistió el poeta.</p> - -<p>Alzóse el lindo rostro con tal expresión de súplica y -mansedumbre, que el caballero aflojó los brazos y dejó -partir a la zagala.</p> - -<p>Ya entonces la triste no pretendió correr. Fuése con -pie desfallecido, deshecha en lágrimas y sollozos, dándoles -libertad con repentina y bárbara crudeza, con -alarde infantil.</p> - -<p>Sorprendido y emocionado la vió Terán hundirse en -la ardiente calle. No había él ido a Valdecruces para -hacer llorar a las mujeres, y su experiencia, un poco -mundana, le advertía de misteriosas culpas en el llanto de -aquella joven. <i>Mariflor</i> le había dicho que su prima gozaba -poca salud, que padecía de tristezas y lloros, y que -desde la noche de la farsa se había puesto mucho más -inapetente y melancólica, más trasoñada y sensible. Por -dos veces la encontraron escribiendo el romance de la<span class="pagenum"><a name="Page_201" id="Page_201">[201]</a></span> -<i>Musa</i> entre lágrimas y suspiros. Y Olalla, su compañera -de lecho, contó que la niña por la noche no pegaba los -ojos, y que si acaso al amanecer se adormecía era para -soñar con voz alucinante los versos de la farandulera.</p> - -<p>También supo el forastero por don Miguel, con otros -muchos pormenores, que la zagala tenía vocación de -monja. Pero, con su penetrante vista de buen lector de -almas, el poeta adivinó aquella tarde un nuevo aspecto -en la enfermedad complicada de la niña.</p> - -<p>Dióse a estudiar el conflicto con inquietud y lástima, -ruano y meditabundo, al través del pueblo inmóvil, sin -advertir que se había borrado en el rojizo suelo la -sombra exigua de las paredes, y que ardía la luz, como -un volcán, vertida a plomo en las silentes calzadas.</p> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-037.jpg" width="300" height="312" - alt="" - title="" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_202" id="Page_202">[202]</a></span></p> -<p> </p> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_203" id="Page_203">[203]</a></span></p> - -<div class="chapter"> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-015.jpg" width="400" height="156" - alt="" - title="" /> -</div> - -<h2>XIV<br /><br /> -<span class="pch">ALMA Y TIERRA</span></h2> - -<div> - <img class="dc1" src="images/dd.jpg" width="200" height="197" alt=""/> -</div> -<p class="dc13">DESDE aquel medio día luminoso en -que Rogelio Terán llegó a Maragatería, -soñador y aventurero, -a semejanza de Don Quijote, -habían transcurrido dos semanas -apenas, tiempo harto breve -para curiosear la tierra y el alma -de este país incógnito y huraño, -tosca reliquia de las viejas edades, -remanso pobre y oscuro de los siglos de hierro.</p> - -<p>Deslizábanse los amores de <i>Mariflor</i> y el poeta como -idilio sereno y apacible en la vida un poco fatigada del -mozo, mientras se le iba mostrando la dulce novia aún -más gentil que en el primer encuentro inolvidable, más -esbelta y pensativa, luciendo más su innato señorío sobre -el fondo gris de Valdecruces.</p> - -<p>Cuantas impresiones recibió aquí el artista en sus andanzas -tuvieron una fuerte originalidad. Con grande -asombro y compasión aprendía la dura existencia de este<span class="pagenum"><a name="Page_204" id="Page_204">[204]</a></span> -pueblo de mujeres, bravo y taciturno, que ni el tiempo -ni el olvido lograron borrar de las crueldades de la estepa -al través de las centurias: hábitos y costumbres, semblantes -y caracteres, mostráronse al novelista esquivos y -asequibles a la vez, como si el rostro de la aldea, tan -cándido y tan rudo, guardara hondos misterios bajo las -tenaces arrugas de los siglos... Calzadas escabrosas, rúas -cenicientas, míseras cabañas, casucas de adobes, techumbres -de bálago, trajes, palabras y tipos, descubiertos al -primer vistazo en toda su interesante rusticidad, callaban -la certeza de su origen y escondían su historia en la penumbra -de caminos ignotos: un marco de nieblas y de -sombras envolvió a Valdecruces delante del forastero, a -la luz espléndida del sol.</p> - -<p>En la romántica incertidumbre de sus observaciones -veía el poeta surgir a cada instante el vivo enigma de -unos ojos claros, de una boca muda, de un talle macizo -y un lento ademán; la humilde y robusta silueta de una -mujer, de una esfinge tímida, silenciosa, persistente: ¡la -esfinge maragata, el recio arquetipo de la madre antigua, -la estampa de ese pueblo singular petrificado en la llanura -como un islote inconmovible sobre los oleajes de la -historia!</p> - -<p>Esta imagen perenne, más diminuta y simple, más -asustadiza y torpe, repetíase pródigamente en los niños: -la cara redonda, elevado el frontal, cóncavo el perfil, los -ojos pardos, verdes o azules, con una vaga tendencia -oblicua, daban a todos un aire primitivo de candor y timidez, -un viso triste de pesadumbre y esclavitud. El -sesgo leve de la mirada era nota de cobardía y sumisión -más que de recelo o disimulo; y los gestos pausados, los -calmosos debates de la palabra y el pensamiento para -resolver la más sencilla de las dudas, delataban un cultivo -intelectual muy rudimentario, un secular abandono -de aquellas mustias imaginaciones.</p> - -<p>Ningún rasgo masculino altivecía el semblante fusco<span class="pagenum"><a name="Page_205" id="Page_205">[205]</a></span> -de la aldea; los pocos viejos que allí se refugiaban habían -perdido la energía viril lustrando por ajenos países, y en -el esfuerzo bravío que sacudía a las mujeres sobre el páramo, -no asomaba ese alarde varonil de que algunas -hembras suelen revestirse al trabajar como los hombres: -todo el ímpetu fuerte de estos brazos, cultivadores del -erial, derivaba del materno amor, fuente inagotable de -renunciaciones y heroísmos, divino poder que allí se -manifestaba callado, fatal y oscuro en las almas femeninas.</p> - -<p>A tales conclusiones fué conducido el forastero al -través de sus íntimas charlas con el cura.</p> - -<p>—¿Qué hay—preguntaba Rogelio cada vez más curioso—en -estos corazones tan recatados y sufridos?</p> - -<p>—Hay madres solamente—respondía, melancólico, -don Miguel.</p> - -<p>—¿Y el amor sexual, esa lozanísima planta de la juventud -que florece en todos los países del mundo?</p> - -<p>—Estas mujeres sólo conocen la obligación de la esposa -que debe concebir.</p> - -<p>—Pero el sentimiento, la exaltación del espíritu hacia -el hombre que eligen, ¿tampoco lo conocen?</p> - -<p>—No eligen: se les da un marido, y ellas le acatan -mientras puede sostener a la familia.</p> - -<p>—Habrá excepciones.</p> - -<p>—Ninguna.</p> - -<p>—¿En toda la región?</p> - -<p>—En toda... si algún elemento extraño no se mezcla -en la vida maragata...; que no suele mezclarse.</p> - -<p>Bajo el tono apacible de la respuesta creyó Terán -percibir una embozada reconvención. Hallábanse ambos -amigos a solas en el despacho del sacerdote, estimulando -su plática con el humo de los cigarros, mientras el tío -Cristóbal agonizaba en la mies.</p> - -<p>Parecía que de intento el cura no quisiera aludir directamente -a los discutidos amores del poeta y <i>Mariflor</i>.<span class="pagenum"><a name="Page_206" id="Page_206">[206]</a></span> -Y en esta actitud sentía el mozo latir una sorda hostilidad.</p> - -<p>—¿Yo «sería» en Valdecruces ese «elemento extraño» -que tú dices?—preguntó de repente.</p> - -<p>—¡Quién sabe!—respondióle con tristeza don Miguel.</p> - -<p>—¿Estorbo?</p> - -<p>—¡En mi casa nunca! Pero...—dijo el párroco suavemente—contra -ti se vuelve la realidad; yo dudo que -estés destinado a cumplir en Maragatería una misión redentora, -como tú supones.</p> - -<p>—¿Ni siquiera la de salvar a una sola mujer?... ¿no tendrá -ella bastante con mi corazón y con mi vida?</p> - -<p>—Tu vida no depende de ti... Tu corazón... ¡quizá -tampoco!</p> - -<p>—¡Hombre!</p> - -<p>—Acuérdate...</p> - -<p>—Si, ya me acuerdo—interrumpió desconcertado el -poeta—; pero esa lúgubre memoria no ha de apartarme -para siempre de la felicidad.</p> - -<p>—La felicidad no es de este mundo...</p> - -<p>—Si argumentas así, a lo asceta...</p> - -<p>—¡A lo maragato!—sonrió acerbamente don Miguel.</p> - -<p>—¿Y juzgas que Florinda ha nacido para sacrificarse?</p> - -<p>—Florinda ha nacido para obrar el bien...</p> - -<p>—Como todo fiel cristiano.</p> - -<p>—Pero con especial misión de bienhechora... Oye, -Rogelio—añadió el cura, mirando de frente a su amigo -y hablando recio, como quien tomase de pronto una determinación—. -Tus intenciones son muy hermosas. Viniste -a Valdecruces generosamente equivocado detrás -de una mujer: si la quieres «salvar», como tú dices, no -interrumpas sus pasos hacia la más segura y definitiva -de las salvaciones.</p> - -<p>—Estorbo: es indudable.</p> - -<p>—Para que ella siga su trazado camino, sí.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_207" id="Page_207">[207]</a></span></p> - -<p>—¿Por qué no me hablaste con esta franqueza desde -el primer día?</p> - -<p>—Porque vuestro idilio me perturbó un poco... porque -no juzgué tan firme la perseverancia de <i>Mariflor</i>.</p> - -<p>—¿Y ahora?</p> - -<p>—Veo más claro: sacudo la romántica influencia de -vuestras confesiones; miro la realidad de las cosas... No -tenemos derecho, ni tú por egoísmo, ni yo por sensiblería, -a impedir la obra de compasión que ella se propone -realizar... Creo, en fin, que debes retirarte en tanto <i>Mariflor</i> -pacta con su primo.</p> - -<p>—Pero, ¿ha sonado la hora?</p> - -<p>—Está al caer. A instancias mías, Antonio adelanta -su viaje: llegará esta semana, cuando menos se piense.</p> - -<p>—Y mi marcha en este caso, ¿no parecerá una cobardía?... -Te equivocas si piensas que me retiene aquí el -egoísmo, cuando me asalta la más viva piedad.</p> - -<p>—¿De una sola y linda mujer?</p> - -<p>—¡Ojalá pudiera yo redimir a otras!</p> - -<p>—¿Y si pudiera Antonio?</p> - -<p>El pretendiente, amoscado, casi ofendido, respondió -con ironía:</p> - -<p>—Consintiendo el esposo que la esposa le hable de -usted, le sirva y le acate como a un dios, y reviente en -el páramo mientras él se regodea en la ciudad, ¿así quieres -que yo suponga grandes hazañas de un maragato -para su familia?... Aquí tiene «tu protegido» a su gente -pudriéndose de miseria, y no la socorre...</p> - -<p>—El móvil del amor puede inducirle...</p> - -<p>—¡Qué amor ni qué ocho cuartos, hombre! Vosotros -hacéis las bodas con un poco de rutina y otro poco de -interés...—Detúvose temiendo ofender a su huésped, -templando la vehemencia de la voz para añadir:—Eso -me has dicho tú...</p> - -<p>—Y es la verdad—repuso don Miguel sin alterarse—. -Pero quizá en otros pueblos más adelantados y felices<span class="pagenum"><a name="Page_208" id="Page_208">[208]</a></span> -no se hacen las bodas de más digna manera: ingredientes -distintos, colores más brillantes, disimulo y finura -para dorar la píldora... Al fin y al cabo, matrimonios -sin amor.</p> - -<p>—No siempre.</p> - -<p>—Muy a menudo.</p> - -<p>—Siquiera esos matrimonios no llevarán consigo la -injusticia irritante de causar una víctima sola.</p> - -<p>—Muchas veces, sí: ¡la mujer!</p> - -<p>Alzóse Terán de la silla, nervioso, confundido con el -recuerdo de su madre, que de pronto le pesaba como -una losa. También el sacerdote dejó su escabel; tiró la -punta del cigarro y comenzó a decir con la voz persuasiva -y amable:</p> - -<p>—Mira, Rogelio, amigo mío: el amor, ese sentimiento -exaltado, ambicioso, inmortal que nos sacude y nos enciende, -esa divina escala que nos conduce a Dios desde -la tierra, sólo por singular prodigio tiene un peldaño -donde puedan abrazarse para ascender unidas dos criaturas...</p> - -<p>—Bien; y ese peldaño...</p> - -<p>—No se consigue por la curiosidad romántica ni por -la compasión que sientes hacia Florinda Salvadores. -De no poder subir con ella en triunfo por la divina escala, -déjala en Valdecruces, que labre aquí consuelos...</p> - -<p>—¿Y martirios?</p> - -<p>—El hacer bien mitiga el propio dolor, le cura, le recompensa. -Quien más ama, con más brío se inmola...</p> - -<p>—Es decir: ¿que me desahucias definitivamente?</p> - -<p>—No; te aconsejo. Escucha. Ni de este amor que yo -digo, ni de ese otro que tú decías antes—impulsos, deseos -y simpatías más o menos sutiles—, suelen darse -aquí las flores; ya te lo he confesado. Pero de la llama -sagrada, del divino soplo, tenemos un trasunto inconsciente -en el amor fortísimo de las madres. Florinda no -quedaría huérfana de todo goce; de este amor puede<span class="pagenum"><a name="Page_209" id="Page_209">[209]</a></span> -ella disfrutar con más cordura que otras mujeres, con -más sazón y gracia.</p> - -<p>—¡También con más tristeza!</p> - -<p>—Si se resigna y se conforma, no. Toda la felicidad -del mundo consiste, a mi parecer, en eso: en conformarse.</p> - -<p>Una pausa y un suspiro detuvieron el discurso de -don Miguel mientras el artista murmuraba:</p> - -<p>—¡No has dicho poco!</p> - -<p>Blanda y persuasivamente siguió explicando el cura:</p> - -<p>—En estos matrimonios que, como tú dices bien, -ayuntan la costumbre y la conveniencia, hay, sin embargo, -un fondo de respeto y de fidelidad muy ejemplares. -Es cierto que la mujer come en la cocina, sirve al marido -a la mesa, le dice de vos, le teme y le desconoce; -que trabaja en la mies como una sierva y le ve partir -sin despecho ni disgusto. Pero en esto que ella hace -y él consiente, no hay deliberada humillación por una -parte ni despotismo por la otra: hay en ambas actitudes -una llaneza antigua, una ruda conformidad. Aquí el alma -es primitiva y simple; las costumbres se han estancado -con la vida; ello es fruto del aislamiento, de la necesidad, -de la pobreza: estamos aún en los tiempos medioevales.</p> - -<p>—Pero los maragatos emigran todos; ¿cómo no toman -ejemplo de los países más cultos?</p> - -<p>—No les impulsa fuera de aquí la ambición tanto -como la miseria. Los que en sus luchas lograron vencer -a la ignorancia, han sabido entrar de lleno en la civilización -y honrar a su país. Tenemos en América letrados, -industriales, fundadores de pueblos que han hecho -prevalecer su traje regional y sus familiares virtudes al -través de influencias muy extrañas... Tú sabes que los -afortunados son muy pocos. Y la mayoría de nuestros -emigrantes sigue padeciendo la estrechez de la inteligencia -en precaria vida, trabajando en vulgarísimos trajines.<span class="pagenum"><a name="Page_210" id="Page_210">[210]</a></span> -Ellos se consideran una casta aparte en el mundo, -y tan apegados están a sus leyes morales, que no adoptan -de las ajenas cosa alguna, ni buena ni mala. Son padres -excelentes, ciudadanos trabajadores, económicos, -fieles y pacíficos. Si no saben sonreir a su esposa ni -compadecerla, tampoco saben engañarla ni pervertirla: -no la tratan ni bien ni mal, porque apenas la tratan. La -toman para crear una familia, la sostienen con arreglo -a su posición; y la reciedumbre de estas naturalezas inalterables -descarga ciegamente todo el peso de su brusquedad -sobre la pasiva condición de la mujer; pero sin -ensañamiento ni perfidia, con el fatal poderío del más -fuerte.</p> - -<p>—¿Lo encuentras justo?</p> - -<p>—Lo encuentro humano.</p> - -<p>—¿Y lo disculpas?</p> - -<p>—No: lo compadezco. Toda fuente de ternura cegada -me produce sed y tristeza.</p> - -<p>Brillaron húmedos los ojos del sacerdote, al evocar tal -vez una doliente memoria, y Rogelio preguntó, mirándole -con suma curiosidad:</p> - -<p>—¿Tu discurso me quiere convencer de que <i>Mariflor</i> -necesite uno de esos maridos... de la Edad Media? Porque -todavía no me lo has probado.</p> - -<p>—Nada pretendo probarte; quiero que conozcas toda -la posible situación de Florinda casada con ese hombre -que, en el peor de los casos para ella, no la impediría -vivir con desahogo y socorrer a la familia; quiero que -pienses cómo puede ocurrir que la muchacha gane el -corazón de su primo para remediar las desventuras de la -abuela.</p> - -<p>—¿Mediante la boda?</p> - -<p>—O sin la boda: lo que ha de suceder no lo sabemos. -Y necesito también decirte que para mí, procurador y -abogado de esta pobre gente, no se trata sólo de Florinda, -sino de dos madres infortunadas, de dos hijos<span class="pagenum"><a name="Page_211" id="Page_211">[211]</a></span> -emigrantes y tristes, de cinco criaturas más, cuyo porvenir -parece cifrado en el destino de esa joven...</p> - -<p>—Pero yo sería un cobarde si desmintiera sus esperanzas -de felicidad.</p> - -<p>—¡Y dale con la felicidad! Si <i>Mariflor</i> no te hubiera -conocido, se consideraría feliz al hallar un esposo acaudalado -y fiel.</p> - -<p>—No sólo de pan se vive... Sería muy desgraciada -en la vulgaridad y el abandono de una existencia semejante...</p> - -<p>Parecía el sacerdote otra vez distraído en lejanas memorias, -cuando murmuró con solemne acento:</p> - -<p>—No es vulgar si solitaria una vida donde el bien se -reproduce; el sacrificio es obra de alto linaje que recibe -muy ocultas recompensas.</p> - -<p>—Pero, ¿tú eres un maragato positivista o un místico -delirante?</p> - -<p>—Soy un pobre cura de almas que desea cumplir con -su deber. La misión mía es de paz y de amor, y en la -dura tierra que labro no puedo soñar con frutos sino a -costa de dolores: me esfuerzo en adulcirlos cuando es -imposible evitarlos.</p> - -<p>—No así con Florinda.</p> - -<p>—Si ella acepta una cruz y yo la enseño a llevarla, ¿no -habré dulcificado su camino?</p> - -<p>—Todos tenemos derecho a buscar un camino sin -cruces.</p> - -<p>—No hay quien lo encuentre.</p> - -<p>—Mientras se busca y se confía...</p> - -<p>—Se pierde el tiempo.</p> - -<p>—Se vive con ilusiones.</p> - -<p>—Antes que verlas perecer, es mejor encumbrarlas.</p> - -<p>—Ya ya; siempre el mismo asunto: la otra vida. Dios -nos manda también lograr ésta.</p> - -<p>Abismado nuevamente en remotas membranzas, exclamó -el cura:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_212" id="Page_212">[212]</a></span></p> - -<p>—<i>¡La mujer es un ser misterioso nacido para amar y -para sufrir!</i></p> - -<p>—Eso, ¿lo discurres tú?—preguntó impaciente el artista.</p> - -<p>—Son palabras de un filósofo cristiano. Yo las he -visto cumplidas en muchas ocasiones.</p> - -<p>Posó una amarga tristeza en la rotunda afirmación. -Terán, absorto, sombrío, interrogó casi huraño:</p> - -<p>—En fin, ¿qué me pides?</p> - -<p>—Poca cosa: que no reveles a Florinda esta confidencia; -que procures no turbar sus planes; que esperes con -prudente actitud, sin desanimar a la muchacha ni comprometerla.</p> - -<p>—Y ¿crees que debo partir?</p> - -<p>Vaciló don Miguel.</p> - -<p>—Mi casa es siempre tuya—pronunció cordialmente—, -pero sería de mal efecto que Antonio se creyera -suplantado antes de negociar con su prima.</p> - -<p>—Nadie más que tú y Olalla sabe de nuestras relaciones.</p> - -<p>—Y todo Valdecruces. Ya te dije por qué el tío Cristóbal -quería hacer patente el inevitable rumor de este -amorío; hoy supe, por mi sobrina, que, valiéndose de -<i>Rosicler</i>, otros rapaces y algunas mozas, el viejo trata -de que esta misma noche os echen «el rastro».</p> - -<p>—¿Y eso qué es?</p> - -<p>—Una costumbre del país: cuando las zagalas sospechan -de una negociación matrimonial, van de noche, -callandito, a poner un reguero de paja, visible y ufano, -desde la vivienda del novio a la de la novia, con ramificaciones -a otras casas, indicando convites al casamiento. -A la puerta de la presunta desposada tejen una especie -de colchón con ramaje y rastrojos.</p> - -<p>—El lecho nupcial—sonrió el artista encantado.</p> - -<p>—Sí; un remedo a la vez insolente y candoroso, increíble -en el enorme pudor de estas mujeres.</p> - -<p>—Pues yo no sé si aquí la castidad sin luchas ni peligros,<span class="pagenum"><a name="Page_213" id="Page_213">[213]</a></span> -eternamente dormida, tendrá mucho mérito a los -ojos de Dios...</p> - -<p>—No negarás que es una virtud.</p> - -<p>—O un signo acaso de bárbara esquivez.</p> - -<p>—¿Quién sabe si la civilización al sensibilizarnos y pulirnos, -nos hace más o menos asequibles al mal?</p> - -<p>—Nos hace conscientes, hombre, que es tanto como -hacernos responsables: qué, ¿tiras a retrógrado?</p> - -<p>—Tiro a párroco de Valdecruces, por ahora.</p> - -<p>—Bueno. ¿Y el rastro ése?</p> - -<p>—Es un compromiso oficial de casorio si la moza no -protesta. Si rechaza al pretendiente, o los rumores del -noviazgo son inciertos, ella conduce el surco hasta una -laguna, charco o regajal, durante la siguiente noche.</p> - -<p>—Es curioso.</p> - -<p>—Da margen a una salida nocturna, llena de sigilo y -moderación, por supuesto. He tomado mis precauciones -para evitar que os comprometan con la broma, aunque -si persiste el propósito...</p> - -<p>—Marcharé en seguida—dijo Terán reflexionando—, -Anunciaré a <i>Mariflor</i> la posibilidad de que una carta -urgente me obligue a partir... pero mi viaje no será una -retirada, sino una tregua: sólo con esa condición te daré -gusto.</p> - -<p>—Ni yo te pido más. Una tregua precisamente, que -te dará también espacio para posar tus impresiones y -resolver con toda cordura en negocio tan importante.</p> - -<p>—Entonces, pasado mañana, si te parece...</p> - -<p>—Muy bien. Dios te ayude.</p> - -<p>Y mucho más satisfechos de lo que hubieran podido -suponer durante el curso de la conversación, bajaron los -dos amigos a pedir el yantar.</p> - -<p class="p2">Una hora después, sin cuidarse del sol, rondaba Rogelio -la calle de Florinda, avisado por ella de que estaría -sola y podrían hablar un rato.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_214" id="Page_214">[214]</a></span></p> - -<p>No tardó en aparecer sobre la sebe mazorral, entre -rubos y agavanzas, la gentil cabeza de la moza. Presentóse -con una de esas dulces sonrisas que nacen en los -ojos y crecen en los labios, y acogió con apasionada -ternura el credo fervoroso del amante. Él, con mucha -suavidad, deslizó en la plática el temor de una repentina -ausencia: sus asuntos amenazaban llamarle a Madrid de -un momento a otro.</p> - -<p>La súbita emoción que encendió el semblante de la -joven, mostróla tan triste, tan pesarosa y estrujada por -la vida, allí muda y trémula entre las zarzas del vallado, -que el mozo, vivamente conmovido, le prestó mil espontáneos -juramentos de constancia y fidelidad.</p> - -<p>—Volveré pronto—decía—, cuando tú me asegures -que estás dispuesta a venirte conmigo.</p> - -<p>La miraba, gozoso de saberse profundamente amado, -y sufriendo al verla tan atormentada y dolorosa, visibles -ya en su cara los esfuerzos de la lucha que sostenía con -el duro trabajo, apenas caído sobre los débiles hombros. -¿Qué iba a ser de ella prolongando la amarga situación? -De la cruel servidumbre, ¿la había de redimir el oro del -primo o el amor del poeta?</p> - -<p>Como si la joven adivinase que aquella duda cabía en -el pensamiento del amado, murmuró con furtiva esperanza:</p> - -<p>—¡Sí; volverás pronto!</p> - -<p>Y pudo sonreir: aún dijo alegres frases y devolvió promesas -de ardorosa pasión, cauta y firme contra el primer -asalto de una sorda inquietud que le empañó el terciopelo -oscuro de las pupilas, igual que si la pálida sonrisa -de los labios ya no pudiese volver nunca hasta los ojos -donde había nacido.</p> - -<p>Quedaron los novios en verse por la tarde en la mies. -Pensaba Florinda salir a la caída del sol, cuando el agua -corriera por los liños en la hanegada de la Urz, ya vencido -el trabajo del riego que traía a la moza desvelada.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_215" id="Page_215">[215]</a></span></p> - -<p>Despidióse Terán rendidamente, y se alejó despreocupado, -con una ligereza de espíritu indefinible y extraña -en aquel momento: sentíase optimista, lleno de dulces -seguridades que apenas tenían raiz en su conciencia, mecido -en vagas ilusiones no menos gratas por imprecisas -y locas. Iba envuelto quizá, en cendales de amor, en el -divino manto que cubre con infinita dulzura a quien lo -recibe, y destroza las manos que lo tejen.</p> - -<p>Así encontró a Marinela, que huía de él y que cayó en -sus brazos derretida en lágrimas. Cuando la dejó partir -transido de compasión, perdió de repente la serena beatitud -que le envolvía y hallóse despierto a sus íntimos -cuidados, pesaroso de tocar tantas tristezas, perdido en -confusiones y recelos, como si la zagala enfermiza le hubiese -contagiado con los zollozos todas sus inquietudes y -ansiedades.</p> - -<p>Horas enteras vagó irresoluto y febril al través de Valdecruces, -acosado por la opresora sensación de hallarse -prisionero. Una angustia de cárcel le martirizó en cada -rúa triste y ardiente. Y el cansancio y la sed le llevaron -a la entrada silenciosa de la taberna, sobre la cual un -lienzo inmóvil y de dudoso color denotaba a estilo del -país el tráfico de vinos.</p> - -<p>Pidió el forastero un vaso y una silla, no sin dar grandes -voces, a las que acudió un anciano. Servido con mucha -parsimonia, contemplado con asombro por una vieja -que llegó tras el viejo, supo allí que el tío Cristóbal -Paz había fallecido de un sofoco en la mies.</p> - -<p>—¿Trabajando?—preguntó con lástima.</p> - -<p>—¡Quiá!; no, señor; mirando cómo andaban al riego -unas mujeres.</p> - -<p>—¿Las de Salvadores?</p> - -<p>—Esas; ya fué allá don Miguel con el Santolio pero no -le alcanzó arma ninguna; ahora están esperando a la Justicia -para levantarle.</p> - -<p>Descansó el poeta unos minutos, pagó con esplendidez<span class="pagenum"><a name="Page_216" id="Page_216">[216]</a></span> -el vaso de agua con vino, y buscó una salida al campo, -orientándose hacia naciente. Era casi la hora de su -cita con <i>Mariflor</i>; y el trágico acontecimiento de la tarde -parecía propicio a que la presencia del galán en la -mies no inspirase desconfianzas.</p> - -<p>Ya en el libre camino aparece un poco nublado el cielo: -tenues vellones grises circundan el ocaso donde el sol -se inclina malherido por la noche, implacable y rojo sobre -la sedienta planicie.</p> - -<p>Cuando Rogelio rinde la finísima senda de la mies y se -asoma al campo baldío donde el cauce se tiende hacia el -arroyo, un espectáculo de tremenda emoción le pasma y -le sacude.</p> - -<p>Allí, donde la rotura brava del erial toca en suave cima -con el borde del regatuelo, se yerguen Olalla y Ramona -sobre los cárdenos fulgores de la luz poniente. El -ronco retumbar de sus azadas repercute áspero y terrible, -lo mismo que una cava de sepultura; avanzan y tunden -las dos mujeres, solemnes y misteriosas frente al -ocaso como si le estuvieran abriendo una sagrada fosa al -astro moribundo; con mucha prisa, antes de que le envuelva -la noche en el sudario gris de la llanura.</p> - -<p>El cadáver del tío Cristóbal duerme en la rastrojera, -a medio cubrir por un piadoso abrazo de retamas; junto -a él la tía Dolores reza o llora, y vigila en una expectación -delirante; y en el otro confín del horizonte una orla -de nubes pálidas tiende su pesadumbre a la orilla del -cielo.</p> - -<p class="p2">La respetada hora de la siesta había pasado magnánima -aquel día sobre las cavadoras de la mies de Urdiales.</p> - -<p>Aprovechó Olalla el reglamentario reposo para satisfacer -un repentino impulso de su corazón. Y destacándose -valiente en el abrasado rebujal, cortó en la mustia -ribera del arroyo un haz tan grande de retamas como -pudo ceñirle entre sus brazos, bien abiertos, robustos y<span class="pagenum"><a name="Page_217" id="Page_217">[217]</a></span> -acogedores. Aún supo esmerarse con paciente solicitud, -escogiendo en el retamal las flores menos tristes; quería -cubrir al muerto contra las moscas y el sol, y hacerle los -honores de la mies con un poco de dulzura.</p> - -<p>Mientras hacinó la pálida genesta sobre el cadáver, -las otras dos mujeres rezaban el rosario, acurrucadas en -la linde del plantío. Contaba Ramona las avemarías por -los dedos, murmurando al final de cada decena, a guisa -de responso:—<i>Requiescanquinpace</i>. Dijo después la letanía -de la Virgen, en el mismo bárbaro latín, y comenzó -a hilvanar una serie formidable de padrenuestros -por las obligaciones del difunto.</p> - -<p>Tranquila, hierática, agotó la mujer el repertorio de -las oportunas preces, con la calmosa ayuda de la vieja, -cuando fué Olalla a sentarse entre las dos, murmurando:</p> - -<p>—¿Qué hará Tirso, el heredero, con nosotras?</p> - -<p>—Quedarse con todo; quitarnos la casa; ese hereda -las codicias con los intereses—respondió la madre—. Su -cara morena parecía más oscura, y su acento, siempre -brusco, sonaba más enrudecido.</p> - -<p>Callaron las tres un instante, sobrecogidas bajo la dureza -de aquella afirmación.</p> - -<p>Tirso Paz tenía fama de avaricioso; recibía el caudal -paterno después de una larga vida de privaciones, despechado -contra la injusta suerte del hijo pobre que tiene -un padre rico; de seguro heredaba ansioso, violento, -impaciente de poseer, sin lástimas que para su miseria -nadie tuvo, sin treguas piadosas que su mismo padre le -enseñó a negar.</p> - -<p>Esta certidumbre tembló, fatídica, al borde de la mies, -en el ardiente silencio lleno de luz, y ahogó sus ansiedades -al imperioso aviso de Ramona que, consultando al -sol, pronunció gravemente:</p> - -<p>—Acabóse la sosiega.</p> - -<p>Avanzó hacia el cauce con la azada al hombro; la anciana -y la niña la imitaron y, al pasar junto al muerto,<span class="pagenum"><a name="Page_218" id="Page_218">[218]</a></span> -las tres hicieron reverentes la señal de la cruz. Inició -Ramona otra vez la cava con un brío salvaje, como si la -tierra le fuese violentamente aborrecida, como si en cada -golpe de los tundentes brazos pusiera un ímpetu de -odio.</p> - -<p>Así avanzó la rotura al correr de las horas, entre una -nube de polvo estéril, pálida sangre de las sequizas entrañas -abiertas a la sed del centeno en furiosa persecución -del regajal.</p> - -<p>A menudo la tremenda mujer volvíase hacia la muchacha -para decir sordamente:</p> - -<p>—¡Aguanta, niña!</p> - -<p>Y la pobre bisoña, sin aliento, empapada en sudor, -seguía los pasos de su madre, ya lejos de la abuela, que -se quedaba atrás alisando maquinalmente los terrones -movidos, sin saber lo que hacía, como un instrumento -inútil y abandonado.</p> - -<p>Una súbita parálisis de todas sus fuerzas aplastaba a la -tía Dolores en la hendedura, triste y absorta, escarbando -el polvo. Sentíase impotente en el campo por primera -vez en su vida. Sobre la infeliz, esclavizada a la tierra -por un amor recio y sombrío, caía el dolor de la incapacidad -con angustiosa certidumbre. Y cuanto más irremediable -era su desventura, más sensible se alzaba en -su pecho un oscuro rencor hacia aquella otra mujer, -fuerte y joven que, arrebatándose en el trabajo como -una furia, ordenaba soberbia:</p> - -<p>—¡Aguanta, niña!</p> - -<p>La esposa, inflexible para recibir al esposo pobre y -enfermo, podía enorgullecerse como madre, capaz de -acoger a un hijo desgraciado. Pero la mujer vieja, la -inútil labradora, ya no tenía derecho ni a ser madre.</p> - -<p>Así pensaba turbiamente la tía Dolores, recordando, -para mayor pesadumbre, el peligroso albur de sus hipotecas -en poder de Tirso Paz, más temible que el propio -tío Cristóbal. Sin mies, sin casa y sin arrestos para el trabajo,<span class="pagenum"><a name="Page_219" id="Page_219">[219]</a></span> -ya no lograría recibir a Isidoro, ni valerle ni ampararle; -¡ya se había acabado todo para ella en el mundo!</p> - -<p>Probó la triste anciana a reanimar sus bríos, aún recientes, -sobre la bien amada tierra. Quiso sentirla con la -fuerte pasión de otras horas, y dominarla como en días -mejores. Se inclinó audaz en el fondo del cauce, con la -azada entre las dos manos, como disponiéndose a desenterrar -con loca angustia sus fuerzas sepultadas y, al impulso -del imposible deseo, cayó de rodillas hasta dar con -la frente en el polvo.</p> - -<p>El chasquido agrio de los huesos no resonó tan fuerte -como los golpes de la cava, y la vieja se alzó sin escándalo, -vencida y pesarosa como nunca, a tiempo que una -voz apremiaba, cada vez más distante:</p> - -<p>—¡Aguanta, niña!</p> - -<p>Se iba quedando la tía Dolores sola con el muerto; -le miró pávida y entontecida. Sobre él languidecía la genesta, -formando un bulto largo y amarillo a ras de los -rastrojos, en el borde de la rota.</p> - -<p>Sentóse cerca la mujer, con los recuerdos medio borrados -y la seguridad de su impotencia convertida en -lágrimas y oraciones.</p> - -<p>Algunas veces Olalla, viendo a la abuelita en tan singular -actitud, llegóse a preguntarle si le hacía daño el -sol. Ella negaba con un gesto del mortecino semblante, -y la moza corría miseranda al arroyo para humedecer -aquellos labios mudos, preguntando:</p> - -<p>—¿Por qué no busca la solombra? ¿Por qué no quiere -descansar dello?</p> - -<p>La abuela balbucía en vago deliquio:</p> - -<p>—¡Aguanta, aguanta!</p> - -<p>Y volvía a quedarse con el difunto, lejos de las cavadoras.</p> - -<p>Comenzó a llegar gente por los senderos de la mies; -algunos rapaces, prófugos de la escuela, algunas ancianas -compasivas, el cura, el sacristán y el enterrador.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_220" id="Page_220">[220]</a></span></p> - -<p>Don Miguel reconoció ligeramente el cadáver, habló -con las testigos de la imprevista muerte, y se volvió a -marchar.</p> - -<p>Las mujerucas, sin interrumpir el trabajo de sus vecinas, -repitieron con unción:—¡Biendichoso!</p> - -<p>Fuése el sepulturero a preparar la fosa, con serena -delectación, y tío Rosendín, el sacristán, devolvió respetuosamente -a la parroquia los sagrados óleos que habían -acompañado a don Miguel.</p> - -<p>También los chiquillos desfilaron curiosos de ver -llegar a la Justicia: impacientes por escoltarla, y por -correr en las callejas del pueblo la trágica novedad.</p> - -<p>—Hasta la noche no pueden venir los de Piedralbina—había -dicho el sacerdote—. Al paso lento de Facunda -es imposible que les llegue el mensaje antes de -las seis.</p> - -<p>Y toda la expectación quedó suspendida para el anunciado -desfile.</p> - -<p>Mientras tanto el cauce tocaba ya la ribera del arroyo, -y Ramona mandó a su hija hacer algunos sabios cortes -en el terreno de la mies, para cuando el agua corriese.</p> - -<p>Arrastrándose entre los liños, la moza abrió con un -destral leves surcos en la cabecera de la «hanegada». Y -alzóse pronto, ardiendo en el calor reconcentrado de los -panes, congestionada por la postura y el esfuerzo, para -correr a la cumbre de la rota, obediente a la sugestión -del terrible grito:</p> - -<p>—¡Aguanta, niña!</p> - -<p>Unos zarpazos más; un anhelo bravío de respiraciones; -la suprema tensión de los músculos, el último temblor -desesperado de los nervios, y las dos mujeres ven -cómo el agua corre, humilde y fácil, convirtiendo la dura -zanja en blando atanor de promesas bienhechoras.</p> - -<p>Tiembla y canta el arroyo, el sol se pone, los panes -beben y las heroínas de la cava, febriles y deshechas, reposan -junto al muerto...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_221" id="Page_221">[221]</a></span></p> - -<p>Cuando avanza Terán en el grave escenario, otra -sombra le sigue. Florinda registra también la rastrojera -desde el borde de un sendero. Llegan los dos al grupo -singular, le miran silenciosos y escuchan cómo la abuela -dice con furtiva emoción, que parece escapada de un -delirio:</p> - -<p>—¡Ya no podré recibir a Isidoro!</p> - -<p>Se vuelve Ramona hacia aquel acento profundo, y sorprendiendo -toda la amargura de la incapacitada madre, -piensa de pronto en la propia vejez, ve de ella un ejemplo -en la sombría inutilidad de la anciana, y llora con -violentos sollozos, lívido el semblante reluciente de sudores, -temblando el cuerpo, que despide un áspero olor -montuno.</p> - -<p>Florinda y su novio retroceden espantados, sin adivinar -el origen de tan repentino desconsuelo: quizá piensan -huir de aquel brusco drama incomprensible cuando -una atracción fuerte les inclina sobre el cadáver del tío -Cristóbal.</p> - -<p>A la dormida luz del anochecer, bajo las retamas que -ha movido la curiosidad, sólo enseña el viejo sus garrosas -manos, con las uñas henchidas de la tierra arrebatada -a los rastrojos en el arañazo supremo.</p> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-023.jpg" width="400" height="175" - alt="" - title="" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_222" id="Page_222">[222]</a></span></p> -<p> </p> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_223" id="Page_223">[223]</a></span></p> - -<div class="chapter"> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-025.jpg" width="400" height="145" - alt="" - title="" /> -</div> - -<h2>XV<br /><br /> -<span class="pch">EL MENSAJE DE LAS PALOMAS</span></h2> - -<div> - <img class="dc1" src="images/dh.jpg" width="200" height="196" alt=""/> -</div> -<p class="dc13">HOY parte el poeta: después de medio -día vendrá junto a los tapiales -del huerto para despedirse -de su amada.</p> - -<p>«Volverá pronto». Esta frase -se ha repetido muchas veces en -pocas horas, entre enamoradas -ponderaciones. Meditándola con -invencible angustia, <i>Mariflor</i>, -convertida en lavandera, encrespa ropa junto a Olalla -en el caz vecino de su calle.</p> - -<p>Muéstrase el cielo un poco aborrascado, y la temperatura, -apacible, tiene el sutil frescor de la humedad.</p> - -<p>Silenciosas trabajan las dos jóvenes, mucho más hábil -<i>Mariflor</i> de lo que su impericia pudiese prometer. La -tristeza le aploma el pensamiento; mueve las delicadas -manos entre espumas como una dócil máquina insensible.</p> - -<p>Mira Olalla las nubes pensando en la inutilidad del<span class="pagenum"><a name="Page_224" id="Page_224">[224]</a></span> -riego, y suspira al acordarse de la próxima siega: tampoco -habrá un jornal para los segadores, ni un respiro para -el descanso, ni una tregua en el bárbaro trajín, superior -al esfuerzo de las pobres mujeres.</p> - -<p>Un vendedor ambulante pasa con su mulo cargado de -baratijas y pregona cansado:</p> - -<p>—¡Tienda... tienda!</p> - -<p>—Vende hilo, agujas, adornos y otras cosas—dice -Olalla a su prima con cierto orgullo.</p> - -<p>—Pero, ¿vende, de veras?</p> - -<p>—¡Natural!</p> - -<p>—Como aquí no hay quien compre...</p> - -<p>—¿No ha de haber? Se le cambian por las mercancías, -huevos, lardo, palomas, simientes... gana mucho.</p> - -<p>En un silencio inalterable y sordo, repercute el eco del -pregón:</p> - -<p>—¡Tienda... tienda!</p> - -<p>Al final de la calle, por la plazoleta de la fuente, cruza -un maragato en alta cabalgadura, con equipaje y espolique.</p> - -<p>—¿Tirso Paz?—interroga Olalla con zozobra.</p> - -<p>—Parece joven. Tirso, ¿no es viejo?</p> - -<p>—Dicen que sí: yo no le conozco.</p> - -<p>Se quedan mudas y violentas, procurando ocultarse -mutuamente las íntimas preocupaciones. Y al mediar la -mañana terminan su labor.</p> - -<p>No hay nadie en el <i>estradín</i> por donde las dos mozas -buscan los pasillos, tornando a la casa por el corral.</p> - -<p>Marinela, doliente, calla en su dormitorio; y cuando -Florinda quiere abrir el suyo, tropieza un fardo en el -suelo y ve sobre la cama ropas de hombre, unas bragas -y una almilla, llenas de polvo.</p> - -<p>—Ha venido tu primo, de repente, sin avisar—dice -Ramona detrás de la muchacha—, y como ésta es la habitación -de los forasteros...</p> - -<p>Florinda parece de piedra ante aquel masculino traje<span class="pagenum"><a name="Page_225" id="Page_225">[225]</a></span> -maragato. Y Olalla, que también se asoma al camarín, -prorrumpe azorada:</p> - -<p>—¡Ha venido Antonio!... Era aquel viajero que vimos -pasar.</p> - -<p>Y palidece como una muerta.</p> - -<p>—Sí; entró por la otra rúa—corrobora la madre con -la voz menos agria que de costumbre.</p> - -<p>—¿Y dónde está? pregunta al cabo Florinda, con aire -estúpido.</p> - -<p>—En cuanto se mudó de traje marchó a casa del -señor cura: dice que le ha llamado él y que viene sobre -lo de la boda.</p> - -<p>—Pues voy allá, ahora mismo.</p> - -<p>—¿Tú?</p> - -<p>—¡Claro!</p> - -<p>—Nunca vi cosa semejante: ¡una rapaza tratando con -el novio del casamiento!</p> - -<p>—Mi primo no es mi novio; pero si lo fuera, con -mucha más razón necesitaría hablar con él inmediatamente.</p> - -<p>Tan firme era el acento de la niña y tan rotunda su -determinación, que Ramona, obligada a transigir, quiso -imponer su autoridad exigiendo:</p> - -<p>—Olalla irá contigo.</p> - -<p>—Que venga.</p> - -<p>Y al volverse hacia su prima, asombróse <i>Mariflor</i> de -hallarla sin colores, desconcertada y absorta.</p> - -<p>—¿No vamos?—le dice.</p> - -<p>—Pero así, sin componernos un poco...</p> - -<p>—Si no tardas...</p> - -<p>—De un volido acabo.</p> - -<p>La maragata rubia desaparece seguida de su madre, -mientras Florinda, sin entrar en la habitación, aguarda -impaciente, sufriendo el brusco asalto de contradictorias -emociones. ¿Qué va a conseguir de Antonio? ¿Cómo es -él, y cómo la juzgará a ella? Su suerte se decide sin duda<span class="pagenum"><a name="Page_226" id="Page_226">[226]</a></span> -en este día nublado y grave que pasa por Valdecruces -tan sigiloso, tan descolorido...</p> - -<p>Le parece a <i>Mariflor</i> que su prima tarda; se sorprende -al considerar que se está componiendo como para -una fiesta, sólo porque ha llegado Antonio. Y con un -inevitable gesto de coquetería, ella se alisa también con -las manos los cabellos, se sacude el vestido y repara los -pliegues del jubón: quizá entrase al gabinete para corregir -con más detalles el tocado, si una instintiva repulsión -no la dejara otra vez tan meditabunda que no se fija en -el atavío lujoso con que Olalla vuelve, ni en su semblante, -ya compuesto y servicial.</p> - -<p>Hasta la vivienda del párroco no cruzan las dos primas -una sola frase; pero ya en la puerta de don Miguel, -Olalla detiene ansiosa a Florinda, y murmura difícilmente:</p> - -<p>—¿Qué le vas a decir?</p> - -<p>—Que nos salve.</p> - -<p>—Y... ¿no le quieres?</p> - -<p>—Para marido, no.</p> - -<p>—¡Piénsalo bien!; si le venenas las intenciones, nos dejará -en la misma tribulanza.</p> - -<p>—¡No puedo hacer más!</p> - -<p>Ahora es <i>Mariflor</i> la que palidece y tiembla con un -gusto amargo en la boca y un velo de turbaciones en las -pupilas.</p> - -<p>—¿Está arriba Antonio?—pregunta a Ascensión, que -la recibe.</p> - -<p>—Está.</p> - -<p>—¿Y... Rogelio?</p> - -<p>—No le he visto salir.</p> - -<p>—Pero, ¿estaba con don Miguel?</p> - -<p>—Estaba.</p> - -<p>—Entonces...</p> - -<p>—No oigo hablar más que a dos personas... Don Rogelio -entra y sale a menudo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_227" id="Page_227">[227]</a></span></p> - -<p>Cuando la valiente muchacha preguntó a la puerta -del despacho:—¿Se puede?...—un silencio de expectación -dió margen al permiso, y la visita nueva fué acogida -con el mayor asombro.</p> - -<p>Hacía poco más de un cuarto de hora que la misma -Ascensión pidió allí audiencia para Antonio Salvadores.</p> - -<p>—Está abajo, preguntando por usted—había anunciado -la muchacha a su tío.</p> - -<p>El sacerdote, sin titubear, contestó:</p> - -<p>—Que suba.</p> - -<p>En tanto que Rogelio decía apresuradamente:</p> - -<p>—Yo me voy.</p> - -<p>Pero con una repentina inspiración le aconsejó su -amigo:</p> - -<p>—Entra en mi alcoba.</p> - -<p>—¿A qué?... ¿a escuchar?</p> - -<p>—A enterarte.</p> - -<p>—¿Como en las comedias?</p> - -<p>—Y como en la vida.</p> - -<p>—No; no me gusta...</p> - -<p>—Si te asaltan escrúpulos, hay un falsete; pero quizá -te interese lo que oigas.</p> - -<p>Y como ya resonaban en el pasillo los zapatones del -forastero, don Miguel cerró la puerta acristalada, delante -del artista, y le dejó allí, azorado, a media luz, detenido -a pesar suyo por la curiosidad.</p> - -<p>Primero oyó cómo se cruzaron los saludos de rúbrica: -una voz recia y joven alternaba con la de don Miguel. -Según aquella voz, el viajero no había encontrado -en casa de la abuela más que a la tía Ramona, y sin tomar -descanso alguno acudía impaciente a la cita con el -párroco. El cual, atacado también de la impaciencia, no -anduvo con rodeos para llegar al fondo de la conversación; -y la primera novedad que el maragato supo, fué -que su prima ya no tenía dote.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_228" id="Page_228">[228]</a></span></p> - -<p>—Entonces retiro mi palabra de casamiento—dijo la -voz firme, no sin barruntos de contrariedad.</p> - -<p>Volvióse el poeta con indignación hacia los cristales: -los visillos de tul dejaban entrever la salita mucho más -alumbrada que la alcoba, y el enamorado pudo distinguir -al hombre que fué hasta aquel instante su rival.</p> - -<p>—Tu abuela está en ruina como sus hijos—decía don -Miguel, disimulando con palabras corteses la cólera de -su acento—; tiene toda la hacienda empeñada y padece -una vida miserable; tus primas andan al campo como las -más infelices del país, y tú eres rico, y es menester que -no las abandones, por caridad y por obligación.</p> - -<p>La temblorosa llamada de Florinda atajó en los labios -de su primo un reproche violento.</p> - -<p>—¿Obligación?—iba a clamar—. ¿Y para decirme esta -me fuerzan a venir?</p> - -<p>Entraron las jóvenes con silenciosa acogida. Olalla, -en actitud muy recoleta, bajaba los ojos jugando con el -floquecillo de su elegante pañuelo; <i>Mariflor</i> paseó por -la sala un relámpago febril de sus pupilas oscuras, y -viendo solos al maragato y al sacerdote, recobró un -poco de serenidad.</p> - -<p>—Esta será la hija de mi tío Martín—masculló Antonio -después de saludar embarazosamente.</p> - -<p>—Esta es—dijo el cura.</p> - -<p>—Por muchos años...</p> - -<p>Y se quedó el mozo sin saber cómo atormentar a su -sombrero entre las manos gordinflonas.</p> - -<p>Habíase parado <i>Mariflor</i> junto a su primo, espiándole -en muda pesquisa, llena de esperanza y de inquietud.</p> - -<p>Era ancho, fuerte, carilucio; tenía cortos los brazos, -cándidos los ojos, tímido el porte. Vestía rumboso traje, -compuesto de pespunteada camisa, chaleco rojo con -flores y botonadura de plata, bragas de rosel, sayo de -haldetas, atacado por sedoso cordón, botines de paño -con ligas de «viva mi dueño», y churrigueresco cinto<span class="pagenum"><a name="Page_229" id="Page_229">[229]</a></span> -donde esplendía otro galante mote de amorosa finura; -bajo las polainas, unos enormes zapatos de oreja tomaban -firme posesión del suelo.</p> - -<p>Para abreviar los enojosos preliminares de la conferencia, -don Miguel, ceñudo, molesto, se apresuró a decir -a la muchacha:</p> - -<p>—Antonio ya conoce vuestra situación. Y la tuya, particularmente, -le inclina, por lo visto, a no insistir en sus -pretensiones de casamiento.</p> - -<p>Al singular descanso que estas palabras ofrecieron a -la moza, mezclóse, al punto, una viva impresión de repugnancia. -¿Qué iba a pedir al mezquino corazón de -aquel hombre? ¿Cómo sería posible conmoverle, ni con -qué dignidad intentarlo en aquel instante?</p> - -<p>El estupor y la vergüenza no la hicieron bajar los ojos: -se los clavó a su primo honda y calladamente, hasta hacerle -sudar y retroceder: nadie le había mirado así.</p> - -<p>Viéndole tan confuso y torpe, sacrificó ella un fácil -desquite, diciendo, con toda la dulzura de su voz y toda -la generosidad de su espíritu:</p> - -<p>—No te hemos llamado para tratar de bodas, sino -para pedirte que remedies a la abuela hasta que mi padre -logre remediarla. Hace tres meses que vine aquí sin -sospechar lo que ocurría, y trato con don Miguel, nuestro -protector, de salvar la hacienda, que se está perdiendo -por ignorancia y timidez... No se atrevió la pobre -vieja a confiarse a ti, que eres rico y dadivoso...</p> - -<p>Subrayó Florinda este prudente discurso con una leve -sonrisa irónica, dulce mohín con el cual perdonaba desde -luego el áspero desdén de su pariente.</p> - -<p>—¿No respondes?—añadió con asombro ante el silencio -del maragato.</p> - -<p>Y como aún callase, sudoroso, deshilando las borlas -del sombrero, avanzó la niña y le puso las dos manos -en los hombros suavemente, con familiar llaneza.</p> - -<p>—¡Vamos, primo! Tú eres un hombre educado, un<span class="pagenum"><a name="Page_230" id="Page_230">[230]</a></span> -caballero, y no puedes consentir que la abuela, por faltarle -un apoyo, se quede en mitad de la calle, tan -viejecilla, tan triste... ¿No la has visto? Se ha vuelto un -poco chocha con los años y las lágrimas y los dolores... -Si tú no la proteges, se quedará sin tierras y sin yuntas, -sin huerto y sin casa. Todo se lo debe a Tirso Paz, por -un puñado del dinero que a ti te sobra.</p> - -<p>—¡Diablo de chiquilla!—musitó el cura.</p> - -<p>Olalla rompió a llorar con grandes hipos, y en la alcoba -parecía que alguien se revolviese.</p> - -<p>Pero Antonio, inmóvil, petrificado bajo los finos dedos -de <i>Mariflor</i>, no resollaba. Nunca tuvo cerca de la -suya una cara tan hermosa; jamás una voz parecida sonó -tan suave y angelical en aquel oído de comerciante; ni -el mozo suponía que en el mundo existiesen criaturas -con tanta labia, tanto atractivo y tamaño corazón.</p> - -<p>—¿No respondes?—insistió ella, intentando zarandearle -con blando movimiento.</p> - -<p>No consiguió moverle; creyó inútil su generosa hazaña, -y los lindos brazos, afanosos, cayeron sobre el delantal -en desfallecida actitud.</p> - -<p>Como si sólo entonces fuese el muchacho dueño de su -albedrío, levantó sus claras pupilas con arrobamiento -hacia los ojos que le acechaban.</p> - -<p>Los halló impenetrables, sumergidos en solemnes tinieblas, -y volvió a bajar los suyos con invencible respeto. -En tanto, <i>Mariflor</i> leyó en la repentina mirada tal -propósito, que retrocedió convulsa hasta apoyarse en un -escabel.</p> - -<p>—Pues, hablaremos del asunto aquí el párroco y yo—dijo -de repente Antonio con cierto brío.</p> - -<p>Olalla cesó de llorar y Florinda no supo qué decir; -sentía congelada su elocuencia, y no se hubiese atrevido -a tender de nuevo los brazos, persuasiva y deprecante.</p> - -<p>Nadie se había sentado. Don Miguel, perplejo, irresoluto, -liaba un cigarrillo para Antonio, paseando entre la<span class="pagenum"><a name="Page_231" id="Page_231">[231]</a></span> -mesa y el balcón, sin atreverse a hablar por miedo a -arrepentirse. Iba cayendo en la cuenta de que lo hubiera -echado todo a perder si Florinda no le acude con el -dominio de su voluntad y el «ángel» de su persona. Mas -¿no iban ya demasiado lejos las influencias de la muchacha?</p> - -<p>El cura lo temía, viéndola tan ansiosa y escuchando -las amigables razones del primo.</p> - -<p>Se desgarraron doce campanadas en un viejo reloj -mural y casi al mismo tiempo vibró en el aire el agudo -tañido de la esquila, volteada en la parroquia.</p> - -<p>Don Miguel comenzó a rezar «las oraciones»; un murmullo -piadoso zumbó en el aposento; parecía que unas -alas invisibles agitasen brisas de paz sobre las inclinadas -frentes. Cuando se alzaron ungidas por la señal de la -cruz, los ojos benignos del sacerdote se posaron en <i>Mariflor</i> -con misericordia. Ella inició una desconcertada -sonrisa que pudo ser de aliento o de quebranto, y don -Miguel se resolvió a decir:</p> - -<p>—Bueno, pues Antonio y yo trataremos con calma de -vuestros intereses.</p> - -<p>—¡Eso!—aseveró con energía el aludido.</p> - -<p>—Vosotras—añadió el cura—avisaréis en casa que el -viajero come hoy aquí.</p> - -<p>Unas fugaces excusas del invitado, una leve porfía de -Olalla para que les acompañase, y las mozas partieron -con la promesa de que Antonio iría más tarde a visitar a -la abuelita.</p> - -<p>Por el camino, la maragata rubia dice muy alegre:</p> - -<p>—De ese lado abesedo sopla mucho el aire; va a -llover.</p> - -<p>Y la fresca brisa del Norte que les azota el rostro, le -parece a <i>Mariflor</i> que corre triste, con amargura de lágrimas. -Se detiene la moza a escuchar aquel sordo gemido, -inquietante para ella como un augurio, y Olalla se -admira.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_232" id="Page_232">[232]</a></span></p> - -<p>—¿Qué oyes?...—pregunta—. Es el pregón del quincallero.</p> - -<p>Entre los silbos del aire tormentoso, una voz repite -con errabunda melancolía:</p> - -<p>—¡Tienda..., tienda!...</p> - -<p class="p2">Supo Antonio Salvadores que don Miguel tenía en -casa un amigo forastero, el cual aquella misma tarde regresaba -a Madrid. Y, de acuerdo con el cura, consintió -el maragato en aplazar toda gestión para después de la -anunciada partida.</p> - -<p>El huésped hizo las presentaciones entre sus comensales -con mucha delicadeza; pero la hora de comer transcurrió -silenciosa, bajo la respectiva preocupación de -cada uno, acentuada en Antonio por su gran cortedad y -su recelo al trato con gente de pluma, novelistas a caza -de tipos y de observaciones que, a lo mejor, sacan en los -papeles a los pacíficos ciudadanos.</p> - -<p>Miraba el comerciante de reojo al poeta, sin perder el -apetito ni acertar a decir una palabra. Y el poeta sorprendía -con poco disimulo la ordinariez de aquellos dedos -glotones y de aquella boca bezuda, reluciente de -grasa, con tendencia a sonreir y a tragar en golosa premeditación.</p> - -<p>—¡Un hombre semejante despreciaba a Florinda!</p> - -<p>Esta idea, produciendo sublevaciones bizarras en el -ánimo de Terán, ponía, sin embargo, a sus ojos una sombra -de humillación sobre las excelencias de su novia.</p> - -<p>Mansamente, contra todos los impulsos de la voluntad, -un cierto desencanto se adentraba, furtivo, en el pecho -del vate, y galopaba, rebelde, por tierras de la fantasía, -a la vanguardia de los sentimientos más nobles. Al -desaparecer las dificultades en torno de aquel cariño, en -las ambiciones de Terán enfriábase el astro del deseo: -¡humano tributo a la vasta inquietud de la imaginación, -que en los poetas suele tener un dominio incurable!</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_233" id="Page_233">[233]</a></span></p> - -<p>Como si una racha de viento borrase de repente en -las nubes la colosal figura de un águila, dejándola convertida -en mariposa, así la imagen de <i>Mariflor</i> venía a -quedar en la mente de Rogelio al nivel de otra zagala, -sin ventura y sin novio; el brutal desdén del maragato -desvanecía las fantásticas nubes.</p> - -<p>Acababa el poeta de despedirse de la niña, asaltado -por la turbia impresión de todas aquellas novedades.</p> - -<p>Mostróse cautivo y devoto como siempre, y renovó -sus promesas y afirmaciones con las mismas palabras de -otros días; pero en la alta emoción de aquel instante, solamente -los labios de la moza guardaron a los profundos -sentimientos una santa fidelidad.</p> - -<p>—Ahora sí que volverás pronto—dijo la muchacha, -tratando de sonreir—. Ya soy libre como el aire. Mi primo -no me quiere porque no tengo dote, y ya no depende -de mi boda el bienestar de la familia; ¿te lo ha contado -don Miguel?</p> - -<p>Ocultaba, modesta, la intención de aquella singular -mirada sorprendida en Antonio. Y sintió el caballero enrojecer -su frente al acordarse de la grosería con que fué -rechazada su novia.</p> - -<p>—Algo me ha dicho—balbució, añadiendo en la acerbidad -de su encono—. Tú no debías dirigir la palabra a -ese hombre; eres demasiado humilde.</p> - -<p>—¡Si él ayuda a la abuela!...</p> - -<p>—Aunque la ayude.</p> - -<p>Dulcificó al punto sus frases y su acento mientras callaba -la niña con todo el dolor reconcentrado en los -ojos.</p> - -<p>Rogelio tenía prisa; le aguardaban para comer y debía -salir muy temprano de Valdecruces a tomar en Astorga -el tren de las cinco. Buscaría el camino más corto por la -carretera, huyendo del erial.</p> - -<p>También a <i>Mariflor</i> la esperaban en la cocina delante -de la olla, entre coloquios y comentarios.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_234" id="Page_234">[234]</a></span></p> - -<p>—Te escribiré muchas cartas—prometió el poeta, -cada vez más compasivo.</p> - -<p>—¿Y versos?...</p> - -<p>—¡Muchos!</p> - -<p>Sonrió él con deleite, alucinado por la repentina ambición -de entonar canciones pastoriles a la bella musa -de los zarzales, allí amorosa en medio del escaramujo y -de las urces.</p> - -<p>Los últimos adioses se cruzaron fervientes; una emoción -de arte prevalecía sobre todos los peligros de la -inconstancia. Florinda acompañó a su novio a lo largo de -la rúa con una mirada de ingenua adoración.</p> - -<p>En la explanada de la fuente el recuerdo de Marinela -Salvadores detuvo al caminante. El candor del agua y -los matices verdes y azulinos del suave manantial, le -trajeron con ternura a la memoria la imagen de la niña, -sus ojos zarcos y volubles y aquel saludo lírico que tanto -la asustó a la llegada del forastero; ¿qué había sido de -ella? Lo preguntaría antes de marchar, arrepentido de -haber olvidado en absoluto a la triste zagala que una -tarde le dejó sobre el pecho la limosna de su llanto misterioso.</p> - -<p>Todas las impresiones de aquellos quince días extraños, -remansaban de pronto seductoras en la conciencia -del artista, como recordación de un sueño peregrino -que le obligase a sonreir.</p> - -<p>Junto a la parroquia levantó los ojos a la torre, y el -lecho vetusto de la cigüeña le dejó extático una vez más. -Ya crotoraban audazmente los hijuelos bajo las alas regias -de la madre, mientras el macho, solícito como nunca, -limpiaba de reptiles la mies y nutría la prole en incesantes -revuelos alrededor del nido.</p> - -<p>El silencio de la calzada, la cobardía de la luz y el -semblante rústico del cuadro, sumergieron a Terán en -artísticas divagaciones. Y se abandonó a gustarlas con el -íntimo gozo de saber que las iba a sustituir por otras nuevas.<span class="pagenum"><a name="Page_235" id="Page_235">[235]</a></span> -Puso en sus pensamientos, como romántica aureola, -un incitante sabor de despedida, la dulce lástima de un -abandono que no punza, la perfidia sutil de quien siente -por cada placer desflorado vivas ansias de placeres -en flor...</p> - -<p>De toda aquella despiadada dulzura, sólo queda ahora -enfrente de Antonio Salvadores un movimiento de -disgusto hacia el zafio mercader que despertó al prócer -caminante embelesado en el más lindo sueño de su vida. -Quiere el soñador compadecerse a sí mismo, como si -Antonio le hubiese causado un grave mal obligándole a -partir; y no analiza la miseria de aquel secreto goce con -que parte, ni la llama oscura de egoísmos que arde en -su corazón desde que Florinda se le aparece libre. Ni -siquiera se le ocurre pensar que su viaje ya no es urgente, -ni quizá oportuno; el corazón y la lógica no dicen -al novio y al caballero que la felicidad y el amor le debían -detener...</p> - -<p>Se habla en la mesa de que llegó por la mañana, procedente -de León, el heredero del tío Cristóbal Paz. Rogelio -calla y apenas come, nervioso y susceptible, mientras -el maragato devora. Don Miguel observa a su amigo -con alguna confusión, y el <i>Chosco</i> avisa que ya está preparado -el mulo con el equipaje.</p> - -<p>Las despedidas son breves, porque el viajero no sabe -disimular su impaciencia; y el enterrador, que oficia de -espolique, toma el camino con la cabalgadura, delante -de Terán, a quien acompaña un rato el sacerdote.</p> - -<p>Ya en mitad de la calle, se vuelve el mozo como si -algo se le olvidara. Ascensión, que aún le despide desde -la puerta, averigua complaciente:</p> - -<p>—Qué, ¿dejó alguna cosa?</p> - -<p>—A Marinela Salvadores, ¿qué le ocurre?... No la he -visto...</p> - -<p>—Dicen que adolece de medrosía.</p> - -<p>—¡Pobre!</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_236" id="Page_236">[236]</a></span></p> - -<p>—Ya le contaré que preguntó por ella.</p> - -<p>—Gracias.</p> - -<p>—Condiós; buen viaje.</p> - -<p>—¡Adiós!...</p> - -<p>Una tirantez extraña enmudece a los dos amigos en -los primeros pasos, camino de la libertadora carretera.</p> - -<p>No habían tenido tiempo de cambiar impresiones desde -la llegada del maragato, y don Miguel mostrábase -receloso de la singular actitud del vate. Éste rompe el -silencio con alguna vacilación:</p> - -<p>—¿Has visto qué rufián?—alude, sacudiendo la tierra -con un mimbre espoleador que agita entre los -dedos.</p> - -<p>—Ya tienes libre a la paloma—responde el cura, sin -declarar que le inspiran desconfianza las apariencias de -Antonio.</p> - -<p>Rogelio, evasivo, empeñándose en tener que estar -muy enojado, adopta un aire de víctima:</p> - -<p>—Si, sí; pero es insufrible someterse a regateos y tapujos -con un tipo semejante.</p> - -<p>—Tú ahora nada arriesgas con la caridad de Florinda, -independiente ya de vuestro amor y de vuestros -propósitos.</p> - -<p>—Pues, sin embargo, me duelen estas luchas tan -mezquinas y pueriles en que se apasionan corazones -grandes, cuando hay fuera de aquí una vida fuerte y -ancha donde luchar y vencer.</p> - -<p>—¿Vencer?—murmuró el cura incrédulo—. ¡Ay, amigo!, -a cualquier cosa le llamáis en el mundo éxito y logro... -La pobre humanidad es en todas partes la misma; -nació propensa a la ambición y al delirio. Mas para soñar -es menester vivir, y para vivir... ¡es preciso comer! -Todas las redenciones espirituales tienen, por culpa de -nuestra humana condición, sus raíces en lo material. Yo -me afano porque mis feligreses coman, a fin de que puedan<span class="pagenum"><a name="Page_237" id="Page_237">[237]</a></span> -soñar con algo firme y duradero; si <i>Mariflor</i> me -ayuda esta vez, ¡bendita sea!</p> - -<p>Bajó el poeta la frente un poco avergonzado y taciturno, -sobrecogido por el recuerdo de aquella impetuosa -caridad escondida de pronto, y que dos semanas -antes le inflamó con su divina lumbre al través de la -llanura.</p> - -<p>—¡Bravo luchador, que puedes vivir escarbando la -tierra y soñando con el cielo!—exclamó en un arranque -de involuntaria admiración.</p> - -<p>—Cumplo mi destino—respondió sencillamente el -cura.</p> - -<p>Y ambos permanecieron mudos contemplando el paisaje, -siempre raso y pobre, extendido entre besasanas y -calveros, surcado por imperceptibles rutas hacia la pálida -cinta de una carretera que iba a perderse en el horizonte: -era el mismo que Florinda entrevió una tarde de -abril, llegando a Valdecruces enamorada y triste.</p> - -<p>—Hay que aguantar, señor, si no quiere que se le escape -el tren—advirtió el <i>Chosco</i>.</p> - -<p>—Sí; nos despediremos—dijo Terán—. A ti también -te esperan.</p> - -<p>Y el sacerdote preguntó con un leve acento de ironía:</p> - -<p>—¿Volverás pronto?</p> - -<p>Aquella frase, tan acariciada en las últimas horas, sacudió -la conciencia del viajero.</p> - -<p>—¿Qué duda cabe?... En cuanto me aviséis—aseguró -cordial.</p> - -<p>Un fuerte abrazo; promesa de noticias; votos de cariño -y gratitud, y el poeta montó en el mulo, que se alejó -con paso rutinero y firme.</p> - -<p>Varias veces volvió el joven la cabeza hacia su amigo -y le halló siempre inmóvil, con los brazos cruzados sobre -el pecho en pensativa y extática actitud. La negrura del -hábito sacerdotal emergía fuerte y rara sobre la yerta -amarillez de los añojales.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_238" id="Page_238">[238]</a></span></p> - -<p>—¿Pérfido?—se preguntaba el apóstol con infinita pesadumbre—. -No; un iluso, un equivocado—respondióse, -poniendo el dedo en la llaga—. Los poetas suelen ser -como los niños: volubles y crueles... Juegan con las emociones -sin miedo a destrozar un corazón, sea el propio, -sea el ajeno, por pura curiosidad, y, a veces, con el -mejor propósito del mundo... Acaso los poetas, entre -todos los hombres, merecen más, por su condición infantil, -las compasivas palabras: «¡Perdónalos, Señor, que -no saben lo que hacen!»...</p> - -<p>Bajo la sugestión de esta noble figura sacerdotal, majestuosa -y triste sobre el adusto llano, caminaba Rogelio, -distraído en meditaciones de todo punto ajenas a su -amor.</p> - -<p>—¿Y el secreto de este hombre—se decía—, ese remoto -y «blanco» secreto que yo adivino y que se me escapa -tal vez para siempre?... Y este pueblo extraño, insondable, -¿de dónde procede al fin? ¿Es de origen oriental? -¿bereber? ¿libio ibérico? <i>¿nórdico?</i>... Sufre los oscuros -ensueños de los celtas; tiene la bravura torva de los moriscos -y la fría seriedad de los bretones... Quizá le fundaron -los primeros mudéjares; quizá...</p> - -<p>El cobijo blanco del pastor dió una cándida nota al -paisaje, y el mental discurso quedó roto en la linde de la -carretera, donde el viajero dió el último vistazo a Valdecruces.</p> - -<p>Todavía la silueta del sacerdote, negra y perenne, -ponía un punto en la llanura gris. El caserío se columbraba -apenas, confundiendo su pálido color con los difusos -tonos de caminos y celajes.</p> - -<p>Poco después, a los ojos perseguidores del artista, el -punto negro y la línea pálida fueron aplastándose contra -la tierra hasta quedar borrados, confundidos, hechos cenizas -del erial y rastrojo miserable del «aramio».</p> - -<p>Un bando de palomas voló apacible encima del poeta. -El cual tuvo un instante de súbita emoción. Una corazonada<span class="pagenum"><a name="Page_239" id="Page_239">[239]</a></span> -le inclinó ferviente en su cabalgadura, con el -<i>jipi</i> en la mano y en los labios un beso, que en mensaje -confió a las avecillas; algo se rompía dulce y noble en -aquel pecho varonil picado de morbosas inquietudes; -algo que circulaba por las venas del mozo como un derrame -de ternura y de lástima.</p> - -<p>La sensación fué tan vehemente, que tomó al punto -proporciones de remordimiento. Por primera vez aquel -día tumultuoso para la conciencia de Terán, preguntóse, -con repugnancia de su misma pregunta, si le sería posible -haber pensado en abandonar a Florinda.</p> - -<p>—¿Pensarlo?... ¿«Consertir» en pensarlo?—musitó sonriente—¡Jamás! -Volveré a buscarla rendido y fiel.</p> - -<p>Y por debajo de este gentil propósito, el débil sentimiento -urdía una irremediable traición.</p> - -<p class="p2">Durante la silenciosa comida de aquella mañana, tuvo -<i>Mariflor</i> singular empeño en ir y venir al dormitorio de -Marinela para llevarle pan tostado y leche, agua con -azúcar, palabras y caricias llenas de solicitud.</p> - -<p>A cada instante la enamorada triste fingía escuchar su -nombre para levantarse y preguntar:</p> - -<p>—¿Me llamabas?... ¿Qué quieres?</p> - -<p>Con esta maniobra, a la cual se prestaba la preocupación -de los demás, pudo dejar entera en el plato su ración -y al fin sentarse junto al lecho de su prima que, a -medio vestir, con el busto levantado sobre las almohadas -y el semblante doloroso, se consumía en extraña enfermedad.</p> - -<p>Hasta el oscuro rincón de la paciente habían volado -poco antes rumores de extraordinaria magnitud; la llegada -del primo Antonio y la partida del forastero—como -en Valdecruces llamaban al poeta—resonaron profundamente -en la alcoba.</p> - -<p>Allí encontraba <i>Mariflor</i> hondos y vibrantes los ecos -de su angustia, como si un secreto instinto la dijese que<span class="pagenum"><a name="Page_240" id="Page_240">[240]</a></span> -su pesar hallaba en aquel aposento otro corazón donde -repercutir, resignado y humilde.</p> - -<p>Denso vaho de fiebre trascendía de la cama, y la oscuridad, -aposentándose en los rincones, sólo permitía un -tenue dibujo a los perfiles de las cosas. <i>Mariflor</i> buscó -las manos de la enferma, que trasudaba con el aliento -hediondo y el pecho agitado.</p> - -<p>—¿Estás peor?—le dijo.</p> - -<p>—Mucho peor.</p> - -<p>—¿De veras?</p> - -<p>—¿No lo ves?</p> - -<p>La interrogación desconsoladora le sonó a Florinda -como un reproche.</p> - -<p>—No; no lo veo—repuso, inclinándose ansiosa sobre -aquel gemido; sólo descubrió la amarilla figura de una -cara y la inquietante sombra de unos ojos. Transida de -piedad, exploró el recuerdo de los últimos días, desde -que Marinela llegó a casa, llorosa y medio delirante, -contando la muerte del tío Cristóbal. Como entonces -entrecortaba su relación balbuciendo convulsa:—No -puedo, no puedo—así, a las instancias que le hacían -para comer y dormir, respondió muchas veces con igual -pesaroso deliquio:</p> - -<p>—No puedo; no puedo...</p> - -<p>La costumbre de verla padecer y dejarla soñar, abandonó -a la zagala enfebrecida y sola en el escondite de -su cuarto.</p> - -<p>Desfilaron las mujeres por allí, cada una con la prisa -de sus faenas y el agobio de sus preocupaciones, y la dijeron:</p> - -<p>—¿Quieres algo?</p> - -<p>—Agua—contestó siempre.</p> - -<p>Olalla, por la noche, al acostarse con la enferma, padecía -un instante de inquietud.</p> - -<p>—Tiés tafo nel respiro—observaba—y estás calenturosa.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_241" id="Page_241">[241]</a></span></p> - -<p>Pero la rendía el sueño, y a la mañana, el trabajo, envolviéndola -en su rudo vasallaje, la empujaba fuera del -hogar para suplir a la <i>Chosca</i> en el acarreo de la leña y -en el cuidado de la cuadra.</p> - -<p>La tía Dolores descendía a la decrepitud vertiginosamente, -como si alguien la empujase desde la cumbre de -la voluntad y del esfuerzo.</p> - -<p>Y Ramona bregaba enfurecida en la mies, sachando -entre las pujantes umbelas, solicitada allí por la blandura -que el riego puso en el sembrado. Si posaba un minuto -en la alcoba de su hija, era para fruncir más el ceño -y vaticinar cosas terribles a propósito del maleficio de la -tía Gertrudis.</p> - -<p>No era milagro que desde el hoyo de su cama la enferma -recibiese a <i>Mariflor</i> como un rayo de luz. Durante -aquellos tres días de exacerbado padecer, varias -veces una voz suplicante dijo en la alcoba:</p> - -<p>—¡Ven acá!... ¡Quédate un poco junto a mí!...</p> - -<p>Y otra voz, apresurada, inquieta, respondía:</p> - -<p>—Ya voy... Más tarde... Luego iré...</p> - -<p>Florinda, en la congoja de sus pesadumbres y temores, -no había tenido tiempo de acudir al llamado quejumbroso.</p> - -<p>Y Marinela aguardaba consumiéndose de recónditos -afanes, con la obsesión de que en su prima moraba, en -espíritu enamorado, el caballero de los ojos azules.</p> - -<p>Cuando los de ambas muchachas se buscaron en el -espejo de las pupilas, la oscuridad no dijo más que zozobras, -temblores y preguntas.</p> - -<p>—¿Qué te duele?—quería <i>Mariflor</i> saber.</p> - -<p>—Nada; me atormentan el miedo y el secaño.</p> - -<p>—¿Y a qué tienes miedo?</p> - -<p>—A morirme... y a otras cosas.</p> - -<p>—Pues vas a vivir, a ponerte buena y a profesar clarisa.</p> - -<p>—No, no.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_242" id="Page_242">[242]</a></span></p> - -<p>—¿Ya no quieres?</p> - -<p>—Querer... sí—pronunció la zagala con alguna indecisión—; -pero no tengo dote.</p> - -<p>—¡Le buscamos!</p> - -<p>—¿Tú?</p> - -<p>—Entre todas.</p> - -<p>—¡Si te casaras con el primo, que es tan pudiente!</p> - -<p>—Eso es imposible.</p> - -<p>—Entonces... con el otro—indagó la niña arrebatada -de impaciencia.</p> - -<p>—¡Dios sabe!... O con ninguno. Pero de todas suertes, -buscaremos el dote, si eso te hace feliz.</p> - -<p>Grande confusión produjo el pensamiento de la felicidad, -impreciso y extraño, cual una sombra nueva, bajo -la penumbra que las emociones condensaban en aquel -espíritu infantil, alma fina y dócil llena de miedo y de -sed como la carne febril que la envolvía.</p> - -<p>Entre las muchas perplejidades de su imaginación, -sólo un deseo definido apreciaba la enferma: el de tener -a Florinda al lado suyo y sentir el contacto de aquella -juventud delicada y hermosa, en la cual parecían posibles -todos los prodigios de las ilusiones. Escuchando la -voz de su prima, viendo su cara, sentía Marinela aclararse -sus nebulosos ensueños, como si un rayo de sol les -diese forma y rumbo: para la inocente ambiciosa, Florinda -era la humana realidad de todos los presentimientos -inefables; algo así como un trasunto glorioso de cuantas -quimeras y rebeliones se fraguaban en aquel corazón de -niña, desbocado y herido.</p> - -<p>—¡No te vayas!—suplicó ella mimosa.</p> - -<p>—¡Si me voy a estar contigo toda la tarde!—prometía -<i>Mariflor</i> clemente.</p> - -<p>—¿Ya «te despediste?»—insinuó entonces Marinela, -vibrante de curiosidad.</p> - -<p>—Sí.</p> - -<p>—¿Volverá pronto?</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_243" id="Page_243">[243]</a></span></p> - -<p>—Eso dijo.</p> - -<p>—¿Te escribirá mucho?</p> - -<p>—Versos y cartas—confesó la novia.</p> - -<p>Sentía que sólo el corazón de la zagala era allí adicto -a sus amores, y por primera vez hablaba con ella en -cómplice secreto.</p> - -<p>—¡Romances!—murmuró la niña con la voz repentinamente -ilusionada.</p> - -<p>Y cerrando los ojos, en un espasmo de sentimental -deleite, añadió:</p> - -<p>—Dime aquellos de la farandulera, que los aprendimos -de memoria.</p> - -<p>Comenzó Florinda a repetir los versos con argentino -son, como si el cristal de su alma resonase al través del -recitado. Y escuchaba la paciente niña empapando su -espíritu en las olas del afanoso cantar, con tan fuerte -embriaguez, que le pareció sentir en la carne el escalofrío -de violentas espumas.</p> - -<p>—Basta, basta—gimió—¡me duele!</p> - -<p>—¿Cuál?</p> - -<p>—El romance... el pensamiento...</p> - -<p>—Duerme un poco; no te conviene hablar tanto—aconsejó -<i>Mariflor</i>, alarmada por la apariencia del delirio.</p> - -<p>Pero la niña preguntó de pronto con mucha serenidad:</p> - -<p>—Y tú, ¿dónde vas a dormir esta noche?</p> - -<p>—¡Ah, no sé!</p> - -<p>—¿Con la abuela?</p> - -<p>Turbóse la moza: una repugnancia invencible la hizo -exclamar:</p> - -<p>—¡No!</p> - -<p>—Entonces, ¿con quién?... No hay más camas.</p> - -<p>—Aunque sea en el escaño de la <i>Chosca</i>.</p> - -<p>—¡Mujer! ¡Si aquel rincón hiede! Da tastín a una cosa -picante, así como cuando el queso rancea.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_244" id="Page_244">[244]</a></span></p> - -<p>Alcanzada por un asco irresistible, <i>Mariflor</i> se puso -de pie con instinto de fuga. ¿Dónde iba a dormir aquella -noche?</p> - -<p>—Al raso: en el huerto, en el corral—pensó heroica y -rebelde.</p> - -<p>Y Marinela, sin enterarse del tremendo sobresalto, -murmuraba conmovida:</p> - -<p>—¡Oye!</p> - -<p>—¿Qué?</p> - -<p>—¿Ya «se marchó»?</p> - -<p>La alusión, tácita y dulce, vibró con estremecimiento -de saeta.</p> - -<p>—Sí; ya irá por el camino—dijo Florinda amargamente.</p> - -<p>Sus palabras rodaron con un eco profundo, como si -dilatasen los horizontes del viajero en infinita peregrinación.</p> - -<p>—¡Quién fuese paloma!—exclamó la enferma con ardiente -arrebato.</p> - -<p>Una imagen de alas libres, de lontananzas azules, de -espacios alegres, de amor y de luz, robó a la novia el -pensamiento, en sacudida brusca de la imaginación. -Sentía de pronto la pesadez implacable de la atmósfera, -con tales náuseas y repulsiones, que un indómito impulso -de todo su ser le obligó a decir:</p> - -<p>—Me voy... vuelvo en seguida.</p> - -<p>Y salió escapada del dormitorio, sin tino y sin aliento.</p> - -<p>Buscando aire y claridad, llegó al <i>estradín</i> y se quedó -suspensa delante de las tres mujeres de la casa, que parecían -esperar una visita, sentadas muy ceremoniosamente -alrededor del aposento, sin acordarse, al parecer, -de sus cotidianos trajines.</p> - -<p>La abuela había resucitado un poco, listos los ojuelos -y solícita la postura, mientras Ramona doblaba el cuerpo -en la silla, vencido por la costumbre de escarbar los -azarbes y los surcos, y lucía Olalla su pañolito de Toledo, -frisado y reluciente, margen de un rostro impasible.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_245" id="Page_245">[245]</a></span></p> - -<p>No sabía <i>Mariflor</i> cómo esquivarse a la censura de -aquel extraño grupo, silencioso como un tribunal, y azorada -murmuró:</p> - -<p>—Marinela necesita que la visite el médico.</p> - -<p>—Aún se le debe el centeno de la iguala—dijo Ramona, -acentuando la sombría dureza de su rostro.</p> - -<p>—No importa; hay que llamarle—se atrevió a replicar -Florinda.</p> - -<p>Y Olalla, encendida por el carmín del remordimiento, -se puso de pie, balbuciendo:</p> - -<p>—¿Recayó?</p> - -<p>—Tiene calentura.</p> - -<p>—Habrá que darle agua serenada.</p> - -<p>—Y un fervido esta noche—añadió la madre.</p> - -<p>—Voy a verla—decidió Olalla saliendo del <i>estradín</i>, -con su paso corto y solemne, para volver el punto más -de prisa, exclamando:—¡No está en la cama!</p> - -<p>—¿Cómo que no?</p> - -<p>—Ven, ven; no está.</p> - -<p>Las dos mozas corrieron juntas, y detrás gritaron las -dos madres.</p> - -<p>—¡Sortilegio, sortilegio!—rugía Ramona, en tanto que -la abuela, sin comprender el motivo de tales alarmas, iba -lamentándose:</p> - -<p>—¡Ay... ay!...</p> - -<p>Todas palparon en la oscuridad el vacío lecho, y Ramona -se hundió en él de bruces, relatando conjuros y -exorcismos con demente superstición. A su lado, la tía -Dolores seguía gimiendo:</p> - -<p>—¡Ay... ay!...</p> - -<p>Las muchachas buscaban a Marinela por diferentes -escondites: no podía haber corrido mucho en poco tiempo, -débil y medio desnuda.</p> - -<p>Todavía, en el asombro de la nueva inquietud, le sonaba -a Florinda con encanto la suspirada frase: ¡quién -fuese paloma!, y los pasos de la joven siguieron maquinalmente<span class="pagenum"><a name="Page_246" id="Page_246">[246]</a></span> -el invisible hilo de aquella fascinación. Desde -la penumbra de la escalera ganó la novia, con gesto iluminado, -la cumbre alegre del palomar, y entre el rebullir -de los pichones y el plumaje esponjoso de los nidos, -halló a la pobre Marinela, tiritando y encogida, de hinojos -en el suelo.</p> - -<p>—¿Qué haces, criatura?—gritó, corriendo a levantarla.</p> - -<p>Pero ella puso un dedo en los labios con sigiloso -ademán.</p> - -<p>—¡Chist!... ¿No oyes muchas alas que baten?... ¡Escucha!...</p> - -<p>—Sí; es que llega el bando—respondió Florinda, -asomándose a recibir a las viajeras, enajenada también -por indecibles anhelos.</p> - -<p>—¿De dónde viene?</p> - -<p>—Pues de la llanura, del camino...</p> - -<p>Alado azoramiento de temblores y arrullos invadió el -palomar.</p> - -<p>Quizá tocó a las aves un leve espanto en las alas cuando -el viento revolcó los húmedos sollozos en la estepa, -aquella tarde triste; quizá en los picos y en las plumas -traían las palomas un mensaje embustero y perjuro. Si el -tempestuoso retornar de las mensajeras encerraba un fatal -designio, Florinda le recibió encima de los labios, sorbiéndole -hasta el corazón en el aire frío de las alas revoladoras, -mirando al nublado cielo con los ojos llenos de -lágrimas, y Marinela le esperó de rodillas, aterrada la -frente, sumisa la cerviz, como una humilde criatura sentenciada -al último suplicio.</p> - -<hr class="chap" /> - -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_247" id="Page_247">[247]</a></span></p> - -<div class="chapter"> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-039.jpg" width="400" height="175" - alt="" - title="" /> -</div> - -<h2>XVI<br /><br /> -<span class="pch">LA TRAGEDIA</span></h2> - -<div> - <img class="dc1" src="images/ds.jpg" width="200" height="198" alt=""/> -</div> -<p class="dc13">SOFOCADO y mohíno salió Antonio -Salvadores de la segunda conferencia -con don Miguel, luego de -afirmar que sólo casándose con -Florinda remediaría los apuros -de su gente.</p> - -<p>Había soltado la contradictoria -declaración de sus intenciones -con la prisa de quien se descarga -de un grave peso. Aceleradamente, lleno de timidez -y de bochorno, se adelantó a decir:</p> - -<p>—Me casaré con «ella» y arreglaremos esas trampas -sin demasiados perjuicios...</p> - -<p>No esperaba el cura tan a quemarropa la presentida -capitulación. Sonrió, avisado, y quiso paliar con diplomacia -su respuesta para no herir de frente el masculino orgullo, -muy empinado y hosco en Maragatería.</p> - -<p>—¡Hombre!—dijo—vamos por partes: la moza oyó<span class="pagenum"><a name="Page_248" id="Page_248">[248]</a></span> -que tú la rechazabas; ¿cómo vas a exigir ahora que te -quiera?... estará quejosa, ofendida...</p> - -<p>—¿Ella?—dudó Antonio, como extrañando que una -mujer pudiese tomar la seria determinación de ofenderse. -Luego, en aquella duda presuntuosa, abrió su camino -oscuro otra sospecha. ¿Y si <i>Mariflor</i> no fuese -una mujer como las demás?... Porque parecía distinta...</p> - -<p>—Usted le dirá que me equivoqué—propuso el -mozo—; que no supe expresarme; que usted me entendió -mal y yo no me atreví a desmentirle; cualquiera disculpa -que a mí no se me ocurre.</p> - -<p>Tanta cortesía y previsión eran indicios de firme voluntad -conquistadora. Y don Miguel, perplejo, confiando -a la Providencia el desenlace de aquel conflicto, se -limitó a insistir, como medida de precaución contra un -brusco desengaño, en que Florinda era muy sensible, -delicada de pensamientos, dueña y señora de su voluntad -por expreso designio de su padre.</p> - -<p>—Pues usted se entenderá con ella: le dice...</p> - -<p>—No; eso tú.</p> - -<p>—¿Yo?</p> - -<p>—Naturalmente.</p> - -<p>—Usted no me conoce; yo no sirvo para hablar de -estas cosas con rapazas; además, aquí no se usa.</p> - -<p>—Pero tu prima es mujer de ciudad, inteligente y razonable, -y tú ya eres un hombre educado a la moderna.</p> - -<p>—Yo soy el mismo de antaño, don Miguel; y me -pongo zarabeto y torpe en tratándose de finuras: quiero -casarme con <i>Mariflor</i>; ayúdeme usted y me daré a -buenas en lo de la abuelica.</p> - -<p>Clavado con tenacidad en su deseo, encendido el rostro -y la actitud inquieta, el pretendiente no dió un paso -más por el camino adonde se le quería conducir.</p> - -<p>Y ya mediaba la tarde cuando el cura llevó a su convidado -a casa de la tía Dolores, prometiendo explorar<span class="pagenum"><a name="Page_249" id="Page_249">[249]</a></span> -el ánimo de <i>Mariflor</i> y evitarle al mozo en lo posible, las -negociaciones directas con la prima.</p> - -<p>Entraron, pues, los visitantes por la puertona principal, -se asomaron al <i>estradín</i> desde el pasillo, y, no hallando -quien los recibiera, deslizáronse hasta la cocina. -Quizá sus mismos pasos, recios sobre las baldosas, y un -repique sonoro del bastón de don Miguel, les impidiese -oir hacia la alcoba de Marinela voces apagadas y sollozos -furtivos.</p> - -<p>La moza, sorprendida en el palomar, acababa de aparecer, -dócil como un corderuelo, de la mano de <i>Mariflor</i>, -y era recibida con espanto como un ánima del otro -mundo. Revolvíase la madre en el dormitorio, asegurando -«que la renovera le había traspuesto de suso a la -rapaza con intención luciferal». A estos aberrados plañidos -hacían coro, augurales, las otras dos mujeres; y en -vano Florinda procuraba explicar que, sin duda, la enferma, -necesitando aire en los ardores de la calentura, -había escalado inconsciente el abierto refugio de las palomas.</p> - -<p>Sin negar ni asentir, acaso contagiada por la superstición -de los hechizos, Marinela gemía, hundiéndose en -la cama otra vez y dejando que su madre la cubriese -con un rojo alhamar.</p> - -<p>—Es preciso que sudes—ordenaba Ramona—para -que desarrimes la friura del pecho.</p> - -<p>Y el terrible cobertor fué rodeado con saña al cuerpecillo -febril.</p> - -<p>—¡Tengo sede!—lamentaba la niña sollozando.</p> - -<p>—¡Ni una gota de agua, ni una sola!—sentenció la -madre severa.</p> - -<p>Y la voz de don Miguel resonó entonces impaciente:</p> - -<p>—¡Ah, de casa!... ¿Dónde estáis?</p> - -<p>Pero ya estaban en la cocina, aceleradas y serviciales, -las de Salvadores, dejando sola con la enferma a <i>Mariflor</i>, -aplastada bajo el aire estantío del dormitorio. No<span class="pagenum"><a name="Page_250" id="Page_250">[250]</a></span> -permaneció allí mucho tiempo. La llamaron al compás -de unas voces solapadas, y acudió medrosa, con la incertidumbre -en el corazón.</p> - -<p>Iban cayendo en la cocina las precoces tinieblas de -aquella tarde gris, y Antonio había buscado el rincón -más oscuro para aposentar su lozana persona; junto a él -quedaron medio escondidas las tres mujeres; de modo -que al entrar la joven, sólo vió al cura, de pie bajo la -escasa claridad del ahumado ventanuco.</p> - -<p>A una indicación del sacerdote le siguió Florinda, -pasmada, hacia el <i>estradín</i>, y, traspuesto apenas el umbral, -los dos hablaron quedamente un instante, mientras -en el fondo de la cocina se delataban algunos acentos -confabulados y cautelosos.</p> - -<p>Por el sombrío rastro de tales rumores fuese <i>Mariflor</i> -derecha hasta su primo, le puso como por la mañana -las suaves manos en los hombros, y le dijo enérgica y -triste:</p> - -<p>—Yo no te pedía nada para mí, y aunque me dieras -todo el oro del mundo, no te puedo querer ni ahora ni -nunca.</p> - -<p>Tronaron sordamente unas frases violentas, en voz -opaca de mujer, y un brusco regate hurtó bajo los dedos -de la niña el coleto de Antonio. Libre ella de su grave -secreto, volvió a guarecerse junto al sacerdote que, habiéndola -seguido desde el <i>estradín</i>, recibía otra vez el -fugitivo resplandor de los cristales, en el centro de la -cocina.</p> - -<p>—¿Entonces?...—interrogó Olalla con increíble desparpajo.</p> - -<p>—Antonio dirá—pronunció cohibido el cura.</p> - -<p>Y cuando parecía imposible que el mozo respondiera, -atarugado por timideces y rencores, subrayó con bastantes -ánimos:</p> - -<p>—Digo «que nada»; ya lo sabe usted.</p> - -<p>Hipos y quejas estallaron encima de tan ruda afirmación,<span class="pagenum"><a name="Page_251" id="Page_251">[251]</a></span> -y allí, en la cómplice oscuridad, fué pronunciado -con odio y amenazas el nombre «del forastero». Cuanto -maldecía Ramona, áspera y cruel, repetíalo maquinalmente -la tía Dolores, mientras Olalla, más prudente y -justa, se atenía a ponderar el común infortunio con ayes -quejumbrosos:</p> - -<p>—¡Ay los mis hermanos!... ¡Ay mi abuelica!...</p> - -<p>Desde lejos, Marinela, ardiendo en fiebres del cuerpo -y del alma, estremecida por aquellos extraños gritos, se -atrevía también a plañir:</p> - -<p>—¡Tengo sede!</p> - -<p>—¡Qué escándalo!... ¡Esto es una vergüenza!—clamó -atónito don Miguel—. ¡Silencio!—ordenó al punto con -una voz estentórea, y el cuento de su bastón repicó furiosamente -en el solado.</p> - -<p>Establecida en apariencia la tranquilidad, dejóse oir el -resoplido de una respiración muy agitada, un trajín de -carne ansiosa, como si jadeando en las tinieblas Antonio -se hubiese puesto de pie.</p> - -<p>De pie estaba; había entendido que aquel señor «de -pluma», displicente y finuco, invitado por don Miguel, -con mucho golpe de espejuelos y de romances y poca -guita en el bolsillo, le birlaba la novia. ¡Y vive Dios que -no sería así, tan fácilmente!</p> - -<p>Por los fueros de Maragatería, por la honra de su casta, -lo juró Antonio Salvadores.</p> - -<p>Con el estallido de un beso sobre la carnosa cruz del -índice y el pulgar, dió el maragato fe de su altivo juramento, -y, arrogante, audaz como nunca, preguntó:</p> - -<p>—¿Cuánto hace falta para que no lloréis?</p> - -<p>El estupor que estas palabras produjeron, enmudeció -al auditorio, hasta que Florinda, incrédula, quizá un -poco mortificadora, dijo sordamente:</p> - -<p>—Para que no lloren, hace falta mucho dinero.</p> - -<p>—¿Cuánto?</p> - -<p>Desde el fondo de la oscuridad, la insistencia de<span class="pagenum"><a name="Page_252" id="Page_252">[252]</a></span> -aquella pregunta parecía algo fantástica. Y la joven, vacilando, -como si en sueños hablase con un duende o -respondiera a un conjuro, enumeró:</p> - -<p>—A don Miguel hay que darle cuatro mil pesetas en -seguida.</p> - -<p>—¿Qué más?</p> - -<p>—Tres mil se le debían al tío Cristóbal...</p> - -<p>—Al médico le debemos la iguala.</p> - -<p>—Y al boticario treinta riales—apuntaron desde la -sombra.</p> - -<p>—¿Qué más?—aguijaba Antonio con tales bríos, que -<i>Mariflor</i>, corriendo un loco albur, añadió retadora:</p> - -<p>—Mil duros para reponer los ganados y las fincas... -Otros mil para que Marinela profese en Santa Clara...</p> - -<p>Crujió un escaño bajo el desplome del cuerpo, cuya -voz pronunciaba desoladamente:</p> - -<p>—¡Pues lo doy!</p> - -<p>—¿Todo?—acució Ramona delirante de codicia.</p> - -<p>—Todo... si me caso con «ella»; sois testigos.</p> - -<p>—Eso es imposible... ¡imposible!...</p> - -<p>La indómita repulsa quedó ahogada entre insurgentes -voces.</p> - -<p>—¡Podré recibir a Isidoro!—balbució la abuela con -extraordinaria lucidez.</p> - -<p>Y Ramona, en súbito arranque de ternura, dulcificó -sus labios al proferir:</p> - -<p>—¡Mis fiyuelos!...</p> - -<p>Pero el maragato oyó rodar la palabra «imposible» -hacia donde la luz resplandecía, y hazañoso al abrigo de -las tinieblas, advirtió con rotundo acento que apagó el -de las mujeres:</p> - -<p>—Yo no mendigo novia: pongo condiciones a la protección -que se me pide; si no convienen, ¡salud!, y que -no se me diga una palabra más del tributo de esta casa.</p> - -<p>—¡Dios mío. Dios mío!—plañía <i>Mariflor</i> con espanto -en aquella negrura, cada vez más espesa, donde las<span class="pagenum"><a name="Page_253" id="Page_253">[253]</a></span> -enemigas voces del Destino ponían cerco a una felicidad -inocente.</p> - -<p>De pronto, aquel muro de sombras que disparaba frases -como dardos al corazón de la joven, se removió siniestro, -y pedazos vivos de la implacable fortaleza avanzaron -hacia Florinda en forma de tres mujeres suplicantes -y desesperadas.</p> - -<p>Quiso entonces la infeliz asirse al noble apoyo de don -Miguel; pero los hábitos sacerdotales recogían la creciente -oscuridad con tan severa traza, que también tuvo -miedo de esta inmóvil persona muda y negra.</p> - -<p>Y en semejante asedio y abandono, huyó la moza, perseguida -por su propio grito atormentado. Ganó el corral, -cruzando el <i>estradín</i>, y en plena rúa, corrió ciegamente, -bajo la indecisa luz del prematuro anochecer.</p> - -<p class="p2">Al ocurrir la desalada fuga, quedó en suspenso el vocerío -de las mujeres, y en la prisa por buscar una solución -al urgente problema de la boda, se le ocurrió a -Olalla encender el candil. Aunque no alumbró mucho -espacio la crepitante mecha, a su amarilla claridad surgió -abocetada, impaciente en un rincón, la figura de Antonio.</p> - -<p>Se limpiaba el maragato con un pañuelo de colores el -sudor copioso de la frente, y aparecía fatigadísimo, -como si allí rindiera en aquel instante la más dura jornada -de su vida.</p> - -<p>—«Ese» no se la lleva a ufo—rezongaba—; cuando -yo me planto, no le hay más terne en todo el reino de -León.</p> - -<p>Y bravatero, jactancioso, revolvíase entre el escaño y -el llar, y hacía con el pobre moquero raudos molinetes, -en la actitud belicosa del antiguo fidalgo que empuñase -una espada leonesa de dos filos.</p> - -<p>Pero aquella caricatura de perdonavidas, singular en -el carácter apacible de Antonio Salvadores, no mereció<span class="pagenum"><a name="Page_254" id="Page_254">[254]</a></span> -la atención de las mujeres tanto como la quietud del párroco, -silencioso y como entumecido en medio de la estancia.</p> - -<p>—¡Padre!... ¡Don Miguel!... ¡Señor cura...!—clamaron -tres voces, a la rebatiña de palabras insinuantes y cariñosas -para sacudir al ensimismado protector.</p> - -<p>—¡Es verdad!—murmuró él, recordando, como si su -espíritu volviese de un viaje—. Yo tenía que deciros alguna -cosa en esta ocasión... Pues, ya lo estáis viendo: la -muchacha «no puede querer» a su primo; el primo «no -quiere» favoreceros a vosotros, y yo, ni puedo ni quiero -sobornar los sentimientos de una doncella para hacer caridades -a costa de perfidias.</p> - -<p>Hablaba despacio, tranquilo; su indignación se abatía -sin duda en el propósito de no intervenir más en aquel -triste asunto. Y sus palabras, escapándose en parte a la -penetración de los oyentes, parecían el resumen de un -breve examen de conciencia.</p> - -<p>Don Miguel Fidalgo, místico y piadoso, alma encendida -en lumbres de terrenales sacrificios, se había encariñado -con la esperanza de que <i>Mariflor</i> realizase el acto -sublime de tomar, por amor a su familia, una cruz en los -hombros. Sabía el cura muchos secretos de divinas compensaciones; -confiaba poco en la constancia de Rogelio -Terán, y temiendo por la frágil dicha que manejaba el -poeta, imaginó poder asegurarla haciéndola fecunda -aprovechando, por decirlo así, el seguro dolor de una -existencia en beneficio de otras pobres vidas y en simientes -de goces inmortales.</p> - -<p>A la luz de tan altos fines, los espejismos de don Miguel -pudieron ser hermosos; pero ahora, de cerca, tocando -las salvajes pasiones y hondas repugnancias que la -heroína debiera resistir, un vértigo de materiales angustias -celaron al soñador los excelsos fulgores del imaginado -sacrificio: teorías consoladoras, confianzas secretas y -afanes recónditos, eran torres de viento para el bárbaro<span class="pagenum"><a name="Page_255" id="Page_255">[255]</a></span> -empuje de la miserable escena presenciada. La brusca -realidad de aquel contacto produjo en el apóstol una -sensación de pavorosa caída desde las nubes a la tierra. -Convencido de haber soñado a demasiada altura de las -fuerzas humanas, despertábase pesaroso, lleno de compasiones -y de remordimientos, como si el oculto albergue -que dió a las esperanzas de la boda fuese una culpa -en la tragedia que sobrevenía. Y compungido por el tumulto -de tales pesadumbres, oyó como decía Olalla:</p> - -<p>—El mal caso de no querer «a éste», es por «el otro».</p> - -<p>—¡Por el amigo de usté!—renegó la madre, hostil.</p> - -<p>Le dolía al cura este recuerdo como el mayor delito -de su influencia sobre la vida de <i>Mariflor</i> en Valdecruces; -parecíale imposible haberse dejado llevar por un -sentimiento romántico hasta el punto de compartir un -día con la inexperta moza ilusiones confiadas a un caballero -errante, mariposa de todos los vergeles, giróvago -enamorado, de tan noble intención como firmeza insegura. -Despierta la desconfianza que lejos del amigo pudo -adormecerse, crecía en el ánimo del sacerdote recordando -la singular precipitación con que Terán partía, después -de resistirse para conceder una tregua a su enamorada -solicitud. En el preciso momento de quedar la -novia libre de morales ligaduras, con que ella misma por -compasión se ataba a una promesa, alejábase el novio -impaciente, reservado, incomprensible... ¡Acaso ya corría -en el tren seducido por todas las atracciones de la vida, -sin que en la ambiciosa cumbre de sus pensamientos la -idea del deber tuviese nada más que unos lejanos resplandores!</p> - -<p>Esta consideración penosa indujo al cura a conmiserar -dolorosamente las humanas flaquezas y a dejar correr -una benigna lástima sobre aquellos toscos espíritus asfixiados -por el brutal peso de todas las ignorancias y de -todas las necesidades. Procuró mover los corazones bajo -la espesura de las inteligencias, solicitando mucho cariño<span class="pagenum"><a name="Page_256" id="Page_256">[256]</a></span> -y compasión para Florinda, y quiso de nuevo suponer -que la rebelde actitud de la muchacha con Antonio -obedecía a un justo desquite más que a las rivalidades -aludidas por Olalla.</p> - -<p>El maragato, muy en desacuerdo con sus recientes fachendas, -apresuróse ahora, optimista y conciliador, a recoger -la tranquilizadora especie; y sin abdicar de su nativo -orgullo, pronunció benévolo:</p> - -<p>—Sí, la rapaza me tiene malquerencia por «aquello» -que usté le dijo de mí...</p> - -<p>Olalla y su madre no se mostraron muy convencidas -de semejantes suposiciones, y permanecieron inquietas, -atribuladas por el fracaso definitivo de la boda; en tanto -que la tía Dolores, sin alcanzar la magnitud de la desgracia, -temía un contratiempo en el negocio matrimonial. -Mirando de hito en hito a don Miguel desde el fondo -gris de las pupilas, preguntó medrosa:</p> - -<p>—¡Eh!... ¿qué dicen? ¿Por qué la rapaza fuge?</p> - -<p>Pero su voz se apagó entre los pasos veloces de los -niños que regresaban de Piedralbina con las trojas al -hombro y las caras interrogantes.</p> - -<p>—<i>Mariflor</i> corría llorando—dijeron al entrar.</p> - -<p>—¿Por onde?</p> - -<p>—Por la mies.</p> - -<p>Adoraban los chiquillos a su prima, y la inquietud les -daba atrevimiento para inquirir en el rostro del cura razones -de la triste carrera que ellos no habían podido -contener.</p> - -<p>—Volverá—prometió el párroco, seguro—; volverá -cariñosa para vosotros y buena como siempre.</p> - -<p>—Sí, volverá; ¡no tiene hiel!—exclamó Antonio con -disimulada impaciencia.</p> - -<p>Y huyendo de la luz agonizante del candil, atajó en el -pasillo al sacerdote, que ya se despedía.</p> - -<p>—Marcho de madrugada; ¿qué razón llevo?—preguntó -solícito.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_257" id="Page_257">[257]</a></span></p> - -<p>—¿De cuál?</p> - -<p>—De la boda.</p> - -<p>—Pues ya lo ves ¡ninguna!</p> - -<p>—Pero... ese escribano de Madrid, ¿ha de tornar?</p> - -<p>—Creo que no.</p> - -<p>—¿Y luego?</p> - -<p>Don Miguel se encogió de hombros, desazonado y -aburrido en aquella burda porfía, repitiendo mentalmente -la grave palabra de <i>Mariflor:</i> «¡Imposible, imposible!»</p> - -<p>No parecía entender el mozo la elocuencia de los silencios -ni la expresión de los ademanes. Y aunque Olalla -acudía con el candil, aparentó el primo estar a oscuras -para declarar magnánimo:</p> - -<p>—Yo sostengo mis condiciones.</p> - -<p>Como nadie le respondiese, añadió sobrepujante:</p> - -<p>—Y aguardaré el sí o el no... hasta Navidá.</p> - -<p>—¿Todavía el no?—dijo don Miguel con involuntaria -sonrisa.</p> - -<p>Marinela, que escuchaba un murmullo de voces cerca -de su alcoba, dolióse una vez más:</p> - -<p>—¡Tengo sede!</p> - -<p>—Dadle agua a esa criatura—recomendó el párroco -al salir.</p> - -<p>En los umbrales del portalón recordó alguna cosa, y se -detuvo, advirtiendo:</p> - -<p>—Tened en cuenta que a mí no me debéis nada.</p> - -<p>—¿Y las cuatro mil?...—quiso Antonio averiguar.</p> - -<p>—Nada, nada—interrumpió el sacerdote, resuelto y -apresurado.</p> - -<p>Pero aún se volvió hacia sus feligresas, y encarándose -con Ramona, le dijo con especial tono:</p> - -<p>—Florinda no tiene madre, ¡acuérdate!...</p> - -<p class="p2">Para volver a su hogar aquella misma noche sólo puso -la fugitiva por condición, en forma de sumiso ruego, que<span class="pagenum"><a name="Page_258" id="Page_258">[258]</a></span> -la esperase Olalla un poco tarde, cuando los demás se -hubiesen acostado.</p> - -<p>Y desde casa del cura, donde posó al final de su anhelante -carrera, fué acompañada por Ascensión y su madre -hasta la puerta del <i>estradín</i>.</p> - -<p>De la timidez y sobresalto con que pisó de nuevo la -cocina oscura, solamente Olalla pudo sorprender la emoción. -Pero, con los ojos turbios de sueño, la joven no vió -más que una sombra de su prima avanzando pasito en -la punta de los pies.</p> - -<p>Entonces un lamento de fracaso quebró apenas la silenciosa -quietud.</p> - -<p>—Dios no quiere hacer el prodigio; ¡no quiere!—sollozó -Florinda con tan penetrante desconsuelo, que Olalla -sintió necesidad de abrir los brazos.</p> - -<p>—¡No llores!—respondió generosa.</p> - -<p>Y su pecho macizo, impasible a menudo, derritióse en -blanduras maternales al echar sobre sí el gran dolor de -otra mujer.</p> - -<p>Manaba tan vivo aquel pesar desde la herida tierna de -un corazón, que Olalla la sentía correr como un torrente -donde se desbordasen todas las amarguras del mundo. -El deseo imperioso de consolar subió de las entrañas de -la moza, y derramó sus sentimientos más dulces y protectores -en estas elocuentes palabras:</p> - -<p>—¿Quieres un poco de tortilla, un poco de vino que -sobró a Antonio?</p> - -<p>Como no pudiese <i>Mariflor</i> responder, siguió diciendo:</p> - -<p>—Lo había guardado para Marinela; pero te lo -doy a ti.</p> - -<p>—No, no; gracias—dijo al cabo la favorecida.</p> - -<p>Porfió la maragata rubia con grande solicitud; pero -<i>Mariflor</i> la hizo creer que había cenado ya. Juntas se -hundieron en las oscuridades del pasillo; y Olalla puso -el candil en el suelo entre las puertas de dos habitaciones -contiguas.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_259" id="Page_259">[259]</a></span></p> - -<p>—Yo no me desnudo, porque tengo que levantarme -al amanecer—dijo, acompañando a su prima hasta la -cama de la abuela.</p> - -<p>Enterada de que Antonio partía muy temprano, advirtió -Florinda, estremeciéndose:</p> - -<p>—No me llamarás a esa hora...</p> - -<p>—No, mujer; nos levantaremos dambas, mi madre -y yo.</p> - -<p>Hablaban callandito, y un momento contemplaron -mudas a la anciana, dormida con la boca abierta.</p> - -<p>Estirándose en la semioscuridad con macabra rigidez, -la figura yacente parecía de tal modo un cadáver, que -<i>Mariflor</i> llegóse a tocarla presurosa.</p> - -<p>—¡Está fría!—dijo trémula.</p> - -<p>Pero Olalla, imperturbable, repuso:</p> - -<p>—Los viejos siempre están congelados: y diz que es -dañino acuchar con ellos los rapaces, porque les sacan -la calor. Por eso la abuela duerme sola.</p> - -<p>Un silbido leve, fatigoso, daba noticia de la respiración -de la anciana, y, fuera, otros audaces silbos anunciaron -los rigores del temporal.</p> - -<p>La lluvia estalló sonora sobre el «cuelmo» sedoso de -la techumbre, y toda la casa quedó mecida por el llanto -y los suspiros de la noche.</p> - -<p>—¡Dios mío, qué tristeza!—murmuró Florinda desnudándose.</p> - -<p>Había colocado un almohadón a los pies del lecho y -desdoblando la ropa con sigilo, deslizóse en él sin tocar -a la anciana. El irresistible escrúpulo que antes galvanizó -a la infeliz, asqueada y vergonzosa, volvió a poseerla -en la orilla de los colchones, empujándola a riesgo de -caer. Resistióse casi adusta cuando Olalla la quiso arropar, -y hurtó el cuello y los brazos desnudos al roce de la -sábana.</p> - -<p>—¡Si tienes tanto frío como la abuela!—protestó la -prima.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_260" id="Page_260">[260]</a></span></p> - -<p>—¡No importa, no importa!—balbució <i>Mariflor</i>, sin -saber qué decir, escalofriada a pesar de la densa espesura -del ambiente. Luego añadió amable:</p> - -<p>—Y tú, ¿vas a quedarte en vela? ¿No tienes frío y -sueño?</p> - -<p>—¿Frío en el mes de julio?... ¡Válgame Dios!... Cansada -sí que estoy; agora apago la luz y voy, aspacín, a -echarme junto a Marinela.</p> - -<p>—¿Está mejor?</p> - -<p>—No sé; dímosle agua y se durmió; pero arde y tiene -temblores.</p> - -<p>—Hay que llamar al médico.</p> - -<p>—Madre no se atreve, por la paga.</p> - -<p>—Pues hay que llamarle—insistió Florinda suspirando.</p> - -<p>Revolvióse un poco la abuela, tembló la moza al borde -del colchón, y Olalla dijo:</p> - -<p>—Duerme; ya es tarde.</p> - -<p>Salió en puntillas, de un soplo mató la luz, y ya entraba -en su alcoba cuando la detuvo un leve reclamo de -<i>Mariflor</i>.</p> - -<p>—¡Oye!... Ese ruido, aquí cerca, que no es del viento -ni de la lluvia, ¿de dónde viene?</p> - -<p>Olalla escuchó un instante, y ahogó su risa al replicar:</p> - -<p>—Es «él»... es Antonio que ronca; ¿tienes miedo?</p> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-023.jpg" width="400" height="175" - alt="" - title="" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_261" id="Page_261">[261]</a></span></p> - -<div class="chapter"> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-005.jpg" width="400" height="153" - alt="" - title="" /> -</div> - -<h2>XVII<br /><br /> -<span class="pch">DOLOR DE AMOR</span></h2> - -<div> - <img class="dc1" src="images/ds.jpg" width="200" height="198" alt=""/> -</div> -<p class="dc13">SOBRE el llanto profundo de aquellas -horas tristes, ¡cuántas angustias -rodaron en el alma de <i>Mariflor</i>!</p> - -<p>El novio no escribía; mudo -en la ausencia, oscurecido como -fuyente sombra, perdía su señuelo, -de quijote en la llanura -de los «pueblos olvidados».</p> - -<p>Todos los días procuraba la joven sorprender al tío -Fabián Alonso cuando, caballero en el rucio, repartía -al través de Valdecruces la escasa correspondencia. A -la hora del correo, deslizábase <i>Mariflor</i> al huertecillo -en prudente vigilancia. Aprendió a mover un destral, y, -con las sabias advertencias de la prima, fué puliendo los -caballones y limpiando los caminos, precisamente a las -seis de la tarde, cuando el tío Alonso pudiese aparecer -sobre la linde antes de dar la vuelta por la rúa donde la -casona abría su entrada principal. Al divisarle, una terrible<span class="pagenum"><a name="Page_262" id="Page_262">[262]</a></span> -emoción perturbaba a la novia, y cuantas inquietudes -ocultan sus resortes en las raíces del deseo, giraban -locamente alrededor de la valija mensajera.</p> - -<p>En aquellos instantes de suprema ansiedad, no había -palpitación alguna en la tierra ni en los cielos que para -la joven no alcanzara signos milagrosos de un augurio; -el manso zurear de las palomas, el vuelo suave de una -mariposilla, el murmullo del regato, las señales apacibles -del horizonte, eran nuncios de sonriente promesa. Y, -en cambio, producía en la enamorada cruel zozobra que -las aves volasen mudas, que durmiese el arroyo o que -una vedijuela de nube rodara en la limpidez del cielo -azul; así los afanes pendientes del papel amoroso que -había de llegar, padecían indecibles martirios agravados -por mil puerilidades de la impaciencia.</p> - -<p>Ráfagas bruscas del mismo fuerte sentimiento sacudían -a <i>Mariflor</i>, supersticiosa o creyente en contradictorio -impulso. Tan pronto se estremecían sus labios con -el temblor de una plegaria, confiando a Dios todas las -inquietudes del corazón amante, como bebían sus ojos -en la fuente de imaginarias significaciones, y la nunca -dormida fantasía fraguaba sus quimeras sobre una flor, -una zarza, un nublado, convertidos en talismán. Y cada -nuevo desengaño, al doler y pungir como traiciones, -prendía en la esperanza un nuevo estímulo, acendrando -el amor con el dolor.</p> - -<p>Nada preguntaba la niña a don Miguel, y tampoco el -sacerdote necesitó preguntar a la niña. Al encontrarse, -ambos se miraban a los ojos con la costumbre de medirse -los claros pensamientos; ella leía reproches y enemistad -para el amado ausente, y aquél encontraba perdones -y disculpas en respuesta a su tácita acusación.</p> - -<p>Transcurrieron en estas ansiedades muchos más días -de los que <i>Mariflor</i> creyera posible resistir. Anduvo -como una sonámbula viviendo en apariencia, desprendida -con furioso egoísmo de cuanto no fuese anhelar noticias<span class="pagenum"><a name="Page_263" id="Page_263">[263]</a></span> -de su novio. El pan y el sueño le sabían a lágrimas, -a ofensa el aire y el sol, y a intolerable esclavitud -los lazos que la unían al hogar. Huyó de Marinela, que -la llamaba siempre desde el lecho con una pregunta ardiente -entre los labios, y procuró evadirse a toda intimidad, -trabajando sola, en el huerto y la «cortina», convirtiéndose -en hortelana, con indiferencia absurda, sin -que la doliese el esfuerzo ni la dañase el calor. Apenas -supo de Olalla y de su madre, que, laborando en la -mies, aparecíanse en la cocina por la noche, mudas y -hambrientas, estoicas, impasibles... La abuela, incapaz -como nunca, gemía por los rincones con el corazón cansado -de sufrir, y los niños tornaban de la escuela descalzos -y maltrechos, sin que Florinda lo advirtiese.</p> - -<p>Generosa con el ingrato, no pudiendo admitir la idea -de su olvido, hasta llegó la joven a creer que hubiese -muerto. Imaginó accidentes, percances y dolencias; se -atormentó con las más trágicas suposiciones y sintió -como un vértigo irresistible la atracción de la muerte; -tornábase enfermizo el carmín de sus mejillas, vacilaba -su paso y brillaban sus ojos con la tibia claridad de soles -adormecidos.</p> - -<p>Una de aquellas tardes en que acechaba desde el -huerto la llegada del tío Fabián, al oir un chasquido de -herraduras en las piedras, tuvo que arrodillarse para no -caer. Quedó inmóvil de hinojos, transida de emoción, y -el viejo, que solía mirarla con regalo y curiosidad, asomándose -a la sebe lo mismo que otros días, hizo un guiño -a manera de saludo, y murmuró, piadoso:</p> - -<p>—Hasta que no ahuyentes a la bruja no recibes esquela.</p> - -<p>Levantóse la niña zozobrante a perseguir el eco de -aquel aviso y le pareció columbrar a la tía Gertrudis inclinada -sobre el bastón, doblando la rúa a pasito menudo -y cauteloso.</p> - -<p>Sed de amor y hambre de felicidad dieron ímpetus a<span class="pagenum"><a name="Page_264" id="Page_264">[264]</a></span> -Florinda para correr en pos de la vieja. Pero la calle -donde creyó que había desaparecido, solitaria y misteriosa, -no le mostró rastro ninguno.</p> - -<p>Siguió la joven caminando al azar, enardecida por el -deseo de pedir a los ojos nublados de aquella mujer y a -su entorpecida voz razones del maleficio que desde el -abuelo Juan alcanzaba a la nieta inocente.</p> - -<p>Aún ardía la tarde, espléndida y dulce. Julio, al morir, -agitaba el abanico dorado de los centenos con una brisa -generosa que fingía murmullos de oleaje.</p> - -<p>No había llovido desde aquella noche triste en que -<i>Mariflor</i> Salvadores lloró acerbamente con las horas, -y la tierra, colorada y sequiza, muerta de sed, emanaba -agrestes perfumes en todo el paroxismo de su excitada -vegetación.</p> - -<p>Aromas y rumores brindaron su refrigerante caricia a -la desolada moza, apenas traspuso los linderos del -lugar.</p> - -<p>Sabiendo que la tía Gertrudis habitaba en el barrio -vecino de la mies, íbase <i>Mariflor</i> con ciego impulso por -las rutas del campo, decidida y absorta como si caminase -derecha hacia lo infinito.</p> - -<p>De pronto, allí, a la orilla de un propicio sendero, encontró -a <i>Rosicler</i>.</p> - -<p>—¿Onde vas?—clama el pastor, atónito, delante de la -moza.</p> - -<p>Ella se aturde, olvidando a qué esperanza la lleva -aquel camino, y en una repentina evocación de su desventura, -dice con acento oscuro:</p> - -<p>—A buscar a la tía Gertrudis.</p> - -<p>—¿La renovera?</p> - -<p>—No sabemos si lo será—responde Florinda un poco -avergonzada de sospechar lo mismo que el pastor.</p> - -<p>—Diz que lo es; y que a tu gente le hace mal de ojo -por rencillas que tuvo con tu abuelo.</p> - -<p>Mientras coloquia el zagal, le seducen extrañamente<span class="pagenum"><a name="Page_265" id="Page_265">[265]</a></span> -la cabellera sombría y la entenebrecida mirada de la -joven.</p> - -<p>—¿Gastas poca salud?—pregunta conmovido.</p> - -<p>—Gasto mucha—balbució la enamorada maquinalmente.</p> - -<p>—Píntame que has adelgazao—murmura él, pesaroso—. -Y añade, viendo que la muchacha se quiere despedir:</p> - -<p>—¿Sabes a casa de la bruja?</p> - -<p>—No.</p> - -<p>—¿Entonces?...</p> - -<p>Desconcertada <i>Mariflor</i> intenta continuar su camino, -pero el rapaz la detiene:</p> - -<p>—Yo te enseñaré—dice—. No necesitas dar vuelta a -las aradas: según vamos al pueblo, un poquitín a la derechera, -hay una rúa angosta, y alantre alantre, onde -ves una cabaña con hartos boquetes y mucho cembo -en la techumbre, acullá...</p> - -<p>Pero Florinda está llorando.</p> - -<p>No comprende ella por qué su sensibilidad, atrofiada -y como inerte bajo la dureza del dolor, se derrite al -contacto de la solicitud de <i>Rosicler</i>. Saborea hieles de -lágrimas hace ya muchos días, sin conseguir el alivio -del llanto. Y apenas el zagal pone ingenuamente sus devociones -al servicio de la secreta pesadumbre, estalla la -lluvia del corazón en los ardientes ojos de la novia; un -sentimiento fraternal suaviza la inclemencia del oculto -padecer y afloja las bárbaras ligaduras del silencio y el -disimulo en el pobre pecho atormentado.</p> - -<p>Aquella racha de aromas y rumores que antes penetró -el alma de la moza como apacible compañía, fué, sin -duda, el anuncio de esta brisa sentimental que en el -abandonado espíritu levantan las solícitas frases del -pastor.</p> - -<p>Sintiendo el apoyo de una fuerza consistente y viva, -reacciona <i>Mariflor</i> y responde a su amigo:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_266" id="Page_266">[266]</a></span></p> - -<p>—Ya no voy adonde dices: me vuelvo a casa.</p> - -<p>—Y, ¿por qué lloras?</p> - -<p>—Porque sí.</p> - -<p>Esta irrebatible lógica desconcierta un poco al zagal, -que luego se rehace y afirma:</p> - -<p>—Ya lo sé: porque se marchó el forastero sin que os -echáramos el rastro... No quiso el señor cura.</p> - -<p>La moza no contesta, distraída en el consuelo de llorar, -y, siguiéndola por los estrechos viales de la mies, el -pastor se preocupa meditando en los motivos del lloro. -Porque él oye decir que la niña está solicitada para Antonio -Salvadores, y no es probable que con un pretendiente -de tanta robustidad, hacienda y poderío, ella -suspire por un extranjero «ceganitas y esgamiao».</p> - -<p>—¡No puede ser!—corrobora en voz alta.</p> - -<p>Y, súbito, un razonamiento luminoso le da la clave -del enigma:</p> - -<p>—Lloras—dice muy cierto—por las malas nuevas que -tuvo de allende el señor cura.</p> - -<p>—¿Las tuvo?</p> - -<p>—Mi hermano escribió. En la esquela pone que el tío -Isidoro adolece del arca y está «en los últimos»; que su -padre quiere llevarse a Pedro, y que...</p> - -<p>—Pero, ¿a quién se lo escribe?</p> - -<p>—Eso a nosotros, con el sobre a don Miguel, y otra -carta semejante recibió el mismo día, lo cual que dijo: -Esta es de Martín. Las tenía en somo de la mesa cuando -llegué a buscar la de mi hermano.</p> - -<p>Sobresaltada y anhelosa, despierta <i>Mariflor</i> desde el -infausto sueño de sus amores a las imponentes realidades -de la vida. Sus lágrimas se borran al calor de los remordimientos -y el rudo latigazo de la conciencia imprime velocidad -al paso y al raciocinio de la joven.</p> - -<p>—¡Mi padre!—murmura enajenada.</p> - -<p>Y aquel nombre, dulce y solemne, le suena extraño y -nuevo, muy remoto.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_267" id="Page_267">[267]</a></span></p> - -<p>Asustado el zagal, teme haber sido inoportuno, y divaga -en murmuraciones confusas:</p> - -<p>—Yo conté que lo sabías... Quizabes no sea cierto... -Podemos ir yo y tigo a preguntar...</p> - -<p>—Gracias, <i>Rosicler</i>: será mejor que vaya sola.</p> - -<p>Es tan visible y lastimoso el esfuerzo con que la niña -se dispone a correr en busca de sus nuevas desgracias, -que el pastorcillo siéntese inclinado a compartirle. Pero -no sabe cómo sostener la media cruz de aquel dolor, y -para demostrar siquiera que él también sufre, afligido -murmura:</p> - -<p>—Yo marcharé con Pedro, sabe Dios hasta cuándo.</p> - -<p>—¡Pobre zagal!—lamenta Florinda, volviendo con -dulzura la mirada a los cándidos ojos que la siguen.</p> - -<p>A <i>Rosicler</i> se le enciende el semblante, lanza un fuerte -suspiro al aire claro y esconde en el corazón unos -cuantos secretos.</p> - -<p>¡Tal suspiran las mieses, cargadas de misteriosas inquietudes!</p> - -<p class="p2">Don Miguel estaba en Astorga y fué preciso aguardarle, -ya que llegaría de un momento a otro.</p> - -<p>—Anda muy ocupado con el casamiento—dijo Ascensión -a su amiga, recibiéndola cariñosamente.</p> - -<p>La idea de que el cura estuviese negociando un préstamo -para la dote, colmó la pesadumbre de la muchacha. -Era la primera vez que se ponía en contacto con la -gente del pueblo desde la llegada del primo y la partida -del novio, y una dolorosa cortedad hacía difíciles sus -palabras y sus averiguaciones.</p> - -<p>—¿Sabes tú lo que ha escrito mi padre?—atrevióse a -decir.</p> - -<p>—No sabemos nada.</p> - -<p>Esta prontitud de la respuesta hizo a Florinda comprender -que Ascensión tenía orden de no decirle lo que -supiese acerca de aquel punto. Pero sin duda no le estaba<span class="pagenum"><a name="Page_268" id="Page_268">[268]</a></span> -prohibido exacerbar los pesares de la amiga con -crueles alusiones; y, más curiosa que malévola, por saber -muchas cosas que ignoraba, fué diciendo con femenil -astucia:</p> - -<p>—¿Tienes buenas noticias de la Corte?</p> - -<p>Inmutada, la triste novia movió negativamente la -cabeza.</p> - -<p>—¿Y de Valladolid?</p> - -<p>—Tampoco.</p> - -<p>—Facunda Paz ha dicho que te casas para las Navidades.</p> - -<p>—No es cierto—pudo protestar Florinda con delgada -voz.</p> - -<p>—¡Ah! yo creí... ¡Como el primo os lo pone todo -tan llano!... La verdad es—continúa la muchacha al -cabo de un inútil silencio—que habéis tenido mala -suerte: la tía Dolores pierde los caudales cuando ya no -puede trabajar; Marinela adolece, para morir cuando -caiga la hoja, y los chicos están abandonados, mientras -Olalla y su madre andan de obreras, si a mano -viene.</p> - -<p>—¿De obreras... para los demás?—gime tembloroso, -a punto de romperse, el hilo de la remisa voz.</p> - -<p>—Sí; mañana van para nosotras.</p> - -<p>—Y, ¿a qué trabajo?</p> - -<p>—A la siega.</p> - -<p>—Pero, ¿no vienen hombres de Galicia?</p> - -<p>—Algunos vienen a segar otros centenales de más -labor; aquí lo suelen hacer las segadoras: «éstas» se ofrecieron, -y ¡como son buenas servicialas!...</p> - -<p>Le parece a la novia del poeta que fluctúa un ligero -desdén en las palabras de Ascensión, como si ya fuese -irremediable el hundimiento de la familia Salvadores y -esta ruina arrastrase consigo todas las deferencias que -gozó en Valdecruces la niña ciudadana. La jerarquía del -corazón y la superioridad de la inteligencia, pugnan por<span class="pagenum"><a name="Page_269" id="Page_269">[269]</a></span> -levantarse rebeldes sobre el desvalimiento fortúito, mas -un pálido sonrojo tiñe la frente de la orgullosa, y sus labios -permanecen inmóviles: se siente abandonada, pobre -como jamás lo estuvo, lejos como nunca de todas las -cumbres que un día creyera poseer. El hondo fragor de -sus arrogancias enmudece esclavo de la fatalidad, cunde -silencioso y baldío, derramando los deseos en las tinieblas.</p> - -<p>Y Ascensión, creciéndose con infantil empaque, según -advierte el profundo descorazonamiento de la niña, -adopta un tonillo desusado para enumerar «las donas» -que recibe del novio, presume y alardea entre manteos, -jubones y delantales, esparcidos con hartura por la estancia.</p> - -<p>Cuando llega, a poco, don Miguel y hace que Florinda -suba a su despacho, no puede la muchacha ocultar -su aflicción a los ojos del sacerdote; llora a raudales, derribada -en el primer escañuelo que tropieza, sorda a las -preguntas con que el apóstol persigue la desaforada cuita.</p> - -<p>—De ese modo no se puede vivir, <i>Mariflor</i>—prorrumpe -don Miguel con blanda severidad.</p> - -<p>Y la moza, difícilmente, responde:</p> - -<p>—Es que necesito morirme.</p> - -<p>Paseando en torno del parpadeante velón, aguarda el -cura que se aquiete la tremenda crisis de aquel pesar. Y -cuando ya parece que a Florinda se le agotan las lágrimas -y sólo quedan en su pecho suspiros, indóciles como -rezago de borrasca furiosa, el confesor acerca un escabel -a la doliente, y ella misma procura abrir el alma a las -investigaciones que la solicitan.</p> - -<p>Fuertes son los quebrantos que la zagala llora, no lo -niega don Miguel; pero no es de criaturas cristianas el -abandonarse al infortunio en estéril desesperación, olvidando -la suma bondad de <i>Aquel que tiene cuenta con los -pajaricos y provee a las hormigas, y pinta las flores, y -desciende hasta los más viles gusanos</i>.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_270" id="Page_270">[270]</a></span></p> - -<p>Esta prometedora evocación remueve con empuje milagroso -las moribundas fibras de una esperanza. ¡Pues -no había olvidado <i>Mariflor</i> aquellas frases tan dulces y -sabidas! Con su recuerdo acuden en tropel los de la -madre muerta y las lecciones aprendidas en su regazo; -y un soplo inmenso de ternura levanta los sombríos pensamientos -de la moza.</p> - -<p>Lumbres de la excelsa piedad que alcanza a las hormigas -y a las flores y busca a los gusanos entre el polvo, -despiertan con su luz todas las piedades dormidas en el -triste pecho de la enamorada. Y ya en la torrentera de la -juvenil pasión, corren con las amarguras del férvido -caudal muchas compasiones para cuantos seres tiemblan -en las ramas del fracaso y del vencimiento, como aves -castigadas por la lluvia en adversa noche: enternecida -bajo la piadosa corriente de un dolor menos áspero, <i>Mariflor</i> -escucha lo que va contando el sacerdote.</p> - -<p>No es cierto que las noticias de América sean tan malas -como ha entendido el simple de <i>Rosicler</i>: aunque el -tío Isidoro no mejora, los temores sobre su enfermedad -no son definitivos, y los médicos opinan que la vuelta al -terruño quizá operase en el enfermo una beneficiosa reacción.</p> - -<p>Cuanto al viaje del rapaz, su tío le juzga conveniente, -porque, inútil Isidoro para el trabajo, le hace falta a -Martín en el tenducho una persona de su confianza. -¿Que Pedro es un niño? Más niños y sin protección alguna -emigran otros infelices: es necesario avezarse a la lucha -por la vida y resistirla desde la niñez.</p> - -<p>Tampoco es una desgracia nueva que trabajen a jornal -Ramona y su hija. ¿Qué más tiene el surco propio -que el ajeno, si exige el mismo trabajo, le riega una misma -fuente y el beneficio que reporta sabe a pan moreno -de una sola mies?... ¡Un poco de orgullo sacrificado es -cosa tan pueril cuando se piensa que «nuestras propiedades» -lindan con el cementerio!...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_271" id="Page_271">[271]</a></span></p> - -<p>Quiere don Miguel consolar a <i>Mariflor</i> y se esfuerza -en aducir consideraciones de ultrahumana filosofía; pero -en el fondo de sus graves palabras, solloza con tal ímpetu -la tragedia del páramo, que se descubre, arisca, la visión -de los añojales, fecundos por el terrible esfuerzo de -las mujeres, confundidos con la tierra común preñada de -despojos, florecida de cruces y de nombres.</p> - -<p>Y el pecho de la enamorada palpita con tan humanos -afanes, tan seducido por las aficiones a la vida y los anhelos -de la transitoria felicidad, que el pobre corazón se -retuerce mártir y convulso, loco de pena entre las lindes -pálidas del cementerio y de la mies.</p> - -<p>Sin embargo, es preciso pensar continuamente en los -grises caminos que deslindan «arrotos» y sepulturas. -¿Qué dice el heredero del tío Cristóbal? ¿Arrebata la hacienda -de la familia Salvadores? ¿Se muestra piadoso?...</p> - -<p>Sí; pues aunque Florinda lo dude, es cierto que Tirso -se ha presentado espontáneamente a don Miguel para -decirle que prorroga hasta Navidad los préstamos otorgados -a la tía Dolores.</p> - -<p>—¡Hasta Navidad!... ¡Qué raro es eso! ¿Hablaría Antonio -con él?</p> - -<p>No contesta el párroco a esta pregunta, pero de sus -frases, vagas, colige Florinda que no ha sospechado mal. -Entonces un atrevido pensamiento la conforta: ¡si el -primo fuera remediando los apuros de la familia hasta -las Navidades!</p> - -<p>Siempre sería ésta una ventaja para todos; además, en -cinco meses, ¡pueden ocurrir tantas cosas!...</p> - -<p>En seguida salta la imaginación de la joven a la más -urgente de las deudas familiares; ¿habrá pagado Antonio -las cuatro mil pesetas al cura? Trata Florinda de averiguarlo -con dolorosa timidez, y el sacerdote la interrumpe -inquieto y persuasivo:</p> - -<p>—No me debéis nada—murmura—; ni un céntimo; ya -lo sabe Antonio.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_272" id="Page_272">[272]</a></span></p> - -<p>—Pero la boda se aproxima...</p> - -<p>—Tengo en el bolsillo las pesetas.</p> - -<p>Como parece que la joven duda, don Miguel desdobla -un fajo de billetes que lleva guardados encima del -corazón, y cuenta muy despacio la interesante cantidad.</p> - -<p>Aún no se aclara el entrecejo de la niña; la nube que -le oscurece persiste inquietadora, porque la hazaña de -recuperar aquel dinero le tiene que haber costado al -cura un sacrificio, una humillación, quizá un bochorno. -Pero el bienhechor niega, sonríe: ¿Y si se lo hubieran -regalado?... ¡Vaya con la aprensiva!</p> - -<p>—Usted dijo que a un pobre le era casi imposible lograr -ese préstamo—aduce <i>Mariflor</i> acongojada.</p> - -<p>—Yo suelo equivocarme algunas veces, y tú eres una -visionaria que estás conspirando contra tu salud a fuerza -de atormentarte; basta para afligirnos la situación de -la pobre Marinela. Conque, hija mía, a vivir... y a esperar.</p> - -<p>—¿En quién?—prorrumpe ávida la moza.</p> - -<p>—¿Y me lo preguntas?</p> - -<p>—Sí; ya lo sé: ¡en Dios únicamente!...</p> - -<p>La incertidumbre que interrogó desde los ansiosos labios -se condensa en un gesto de cansancio profundo. -Atosigada por las vicisitudes del Destino, siente Florinda -muy lejana la ayuda de Dios, muy alto el cielo, en inabordable -confín, y harto duros en la tierra los desiertos -del olvido cruel. Nostalgias de una felicidad imposible -crecen en el colmado corazón, con apremios tan vivos, -que todas las piedades y las ternuras se encogen relajadas -bajo la explosiva fuerza de un solo anhelo.</p> - -<p>Y audazmente, sin escrúpulos ni rubores, con absoluta -necesidad de asirse a un hilo de esperanza para poder -vivir, pregunta la niña:</p> - -<p>—¿No sabe usted nada, nada «de él», ni una palabra -siquiera?</p> - -<p>—¡Ni una palabra!—responde el cura con indefinible<span class="pagenum"><a name="Page_273" id="Page_273">[273]</a></span> -tono, lleno a la vez de piedad y acusaciones. Advierte -en seguida que su respuesta corta como un puñal, y ve -a la sentenciada palidecer y levantarse al filo de la rotunda -negativa.</p> - -<p>Un violento espasmo sacude la fuerte juventud de -<i>Mariflor</i>, crispa en sus labios el pesar una sonrisa helada, -y tiembla en sus ojos un ramo de locura.</p> - -<p>La convulsión de aquella pobre vida y el estrabismo -del torturado entendimiento, piden un socorro eficaz: -pero, buscándole con la más compasiva solicitud, sólo -encuentra don Miguel revulsivos y cauterios que, fundentes, -contribuyen a derretir los caudales de bondad -constreñidos en el robusto corazón.</p> - -<p>—Tu padre te escribe—anuncia, fingiendo que no -siente ni descubre aquel martirio—. Aquí está la carta.</p> - -<p>Como la moza no tiende su mano a la misiva y continúa -vacilante en los trágicos límites de la demencia y el -desaliento, añade el cura:</p> - -<p>—Tu padre sufre y trabaja por ti; es menester que le -confortes.</p> - -<p>—¡Ah, mi padre!—exclama ella como un eco de lejanos -cariños y palabras antiguas.</p> - -<p>—Sí; él, que sólo vive para volver a verte... Y Marinela... -¡escucha!, Marinela se muere pronto si no la cuidas -tú.</p> - -<p>—¿Se muere?</p> - -<p>—¡Claro; nadie la socorre!</p> - -<p>—¡Virgen santa!...</p> - -<p>El párroco ya sabe que el alma de Florinda se resistirá -a sucumbir ante el dolor; la ve arrastrarse hacia la derrota, -fascinada por el abismo de la pena, tornar luego -sumisa a los requerimientos del deber; apagarse, encenderse -al soplo de corrientes misteriosas, como una llama -recia y combatida. Él la espera, la busca, y asiste conmovido -al ardoroso combate sentimental.</p> - -<p>Pero la infeliz combatiente descubre el acecho de otra<span class="pagenum"><a name="Page_274" id="Page_274">[274]</a></span> -alma y se esconde, replegada en sí misma, con el supremo -recato de los más íntimos pesares. Y el cura, al fin, -ignora qué propósitos triunfan en la conciencia de <i>Mariflor</i>, -mientras ella se despide con el aire pasmado, llevándose -la carta.</p> - -<p class="p2">Desfallecen las luces del crepúsculo, y la noche se -levanta en el llano; le parece a Florinda que el silencio -cae como una gran oscuridad sobre la aldea.</p> - -<p>Unos niños juegan al «columbón» en la explanada, -pero se columpian sin hablar ni hacer ruido, y con el -propio secreto cunde la cancioncilla de la fuente, gota -a gota.</p> - -<p>El pobre hogar que la enamorada encuentra, está -sombrío y silencioso, lo mismo que Valdecruces. Ella -lo pisa con atroz angustia, mas a poco de acostumbrarse -al taciturno ambiente oye cómo también una lágrima -horada este silencio, manando, a hilo, como la fuente -de la calle: es la voz humilde con que Marinela suspira. -Al segundo reclamo de esta gota de pena, siente <i>Mariflor</i> -un formidable sacudimiento en todas las fibras de -su alma, y corre hacia el plañido suave.</p> - -<p>—¡Estás sola!—compadece, dando a sus palabras una -profunda entonación de caridad y desagravio.</p> - -<p>—¡Ah, eres tú!—responde la enferma con todo el -brío de su acento débil.</p> - -<p>Y en el abrazo con que se unen en la sombra las dos -primas, hay la dulce solemnidad de una reconciliación.</p> - -<p>—¿Dónde está la abuela? ¿Y los niños?—dice la recién -llegada, como si volviese de un viaje, sin ánimos para -preguntar por las esclavas de la mies.</p> - -<p>—La abuela... por ahí. Los rapaces contentos porque -mañana les darán vacaciones.</p> - -<p>—Y tú, ¿no estás mejor?</p> - -<p>—Al contrario... Pero agora dicen que la hechicera -hace igual de ensalmadora, y que puede curarme.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_275" id="Page_275">[275]</a></span></p> - -<p>—¿La tía Gertrudis?</p> - -<p>—¡Velaí! Si ella me hizo el daño, que me lo quite.</p> - -<p>—Antes tú no creías esas patrañas—protesta Florinda.</p> - -<p>Luego se estremece al recordar que ella también las -ha creído: ¿cuándo?... Una vertiginosa sucesión de imágenes -la conturba.</p> - -<p>—¿Cuándo?—repite—. ¿En otra vida? ¿En sueños?...</p> - -<p>No; aquella misma tarde, bajo la realidad siniestra de -la desgracia.</p> - -<p>Medrosa de hundirse en los suplicios del amoroso padecer, -quiere Florinda esclavizarse a otras emociones -que la subyugan el corazón. Enciende el candil y busca -en el rostro de la enferma y en la estancia miserable el -tangible drama familiar. Necesita poner las manos en el -palpitante dolor, en la carne lacerada y febril; necesita -escuchar llantos y gritos, sentir repugnancias y miedos, -hasta ahogar las secretas desesperaciones en una borrachera -de amarguras.</p> - -<p>Y lo consigue en parte. Marinela, muy blanca, muy -tenue, sin poder soportar la impresión de la luz, echa -sobre las pupilas el lívido velo de los párpados y sonríe -enseñando unos dientes iguales, un poco amarillentos; -su cara infantil se transfigura bajo la corona violenta -de los cabellos esparcidos y vedijosos, y un conjunto -indefinible de alegría y de quebranto presta a las dulces -facciones singular expresión. El lecho, desaseado y hundido, -parece un roto bajel, donde la mozuela sentenciada -boga con lentitud hacia la siniestra orilla. En los rincones -del dormitorio emergen sombras y miasmas, y -cuando Florinda alza el candil para juntar en una sola -visión todas las tristezas presentes, alumbra una imagen -de Cristo, moribundo en la cruz.</p> - -<p>—Si no es la bruja, ¿quién nos persigue?—balbuce -Marinela, recogiendo el reproche de su prima. Y ésta, -sugestionada por el pálido Crucifijo que se le aparece<span class="pagenum"><a name="Page_276" id="Page_276">[276]</a></span> -como emblema del más sublime dolor, pregunta a -su vez.</p> - -<p>—¿Siempre estuvo aquí esta efigie?</p> - -<p>—Siempre.</p> - -<p>—Ahora la veo...</p> - -<p>Bajo el corpiño de la muchacha cruje un papel, quizá -empujado por el tumbo fuerte del corazón que aviva sus -emociones. Ella posa la luz en el suelo y despliega impaciente -la carta de su padre. De hinojos, para mejor -alumbrar su lectura, confirma en los renglones amados -cuanto dijera don Miguel; pero añade a lo ya sabido algunos -descubrimientos que la envuelven en su fatal pesadilla -de la boda con Antonio.</p> - -<p>El ausente, lleno de cariño y de inquietudes, trata a -<i>Mariflor</i> como a una niña; quiere dejarla en libertad -para elegir esposo, y oculta mal sus temores de que no -acierte a lograrlo con serena disposición. En los consejos -que la envía rebosan inconscientes las antiguas esperanzas -de los desposorios con el primo. «Es honrado y -bueno, muy traficante; la ayuda que su capital pudiera -prestarnos, sería en estas circunstancias definitiva para -todos». Esto escribe el señor Martín sin conocer aún la -crítica situación de su madre.</p> - -<p>Luego, contestando a las confidencias de la joven, -desliza entre palabras recelosas el sentimiento de una -contrariedad:</p> - -<p>«Esa gente de pluma—repite como un eco de todos -los pareceres maragatos—no me inspira confianza; -suelen ser hombres andariegos, imaginantes y lucidos, -muy artificiosos y escasos de intereses; en fin, hija mía, -aconséjate mucho del señor cura y que Dios nos auxilie».</p> - -<p>Al través de todo el pliego, un hálito de alarma y de -tristeza confunde a la lectora: el padre se duele de no -mandar «posibles», de no tener con qué realizar el viaje -de Pedro ni la repatriación de Isidoro. Y la nublada<span class="pagenum"><a name="Page_277" id="Page_277">[277]</a></span> -frente de la niña se dobla con desmayo sobre la carta, -como si la venciese el agobio de otra nueva responsabilidad.</p> - -<p>Mientras Florinda leyó, fué Marinela haciéndose a la -luz amortiguada desde el suelo, y levantó los párpados -poco a poco: el perfil de su prima, trazado por la sombra -con gigante dibujo, llenaba la pared y tocaba en la -techumbre.</p> - -<p>Sonrió la enferma, alegre de encontrar la figura gentil -de sus ensueños, difundida como por milagro en todo -el mezquino gabinete, y deslizóse a orilla de la cama -para verla en realidad. Pero un sobresalto la trastorna -cuando descubre la carta entre los dedos temblones de -<i>Mariflor</i>. ¿Será del forastero? ¡No parece que está en romance!... -¡Y si fuera de «él»?...</p> - -<p>Todas las perturbaciones y las incoherencias con que -la zagala se consume en inaudita pasión, se agolpan a -los descoloridos labios para balbucir aquella pregunta. -Va a derramarse el ávido acento lo mismo que un roto -caudal de incertidumbres, y al borde sonoro de la palabra -se asustan de repente las emociones silenciosas de la -niña. Tanto aprendió a esconderlas, en el tiempo que -vive encerrada con sus incógnitos pesares, que le han -crecido las sombras y los temores alrededor de los pensamientos -y ya el instintivo recato de su alma se cierra, -oscuro para siempre, en la propia timidez y confusión. -Al levantar Florinda los ojos, dócil a la penetrante consulta -de otra mirada, ve Marinela como en un espejo el -desastre interior de aquella vida tan hermosa, y le tiende -los brazos en caritativo impulso de socorro. Menguada y -triste es la esperanza que ofrecen desde la navecilla del -dolor unos remos tan frágiles, mas en ellos se apoya con -gratitud Florinda, y levantándose firme, con ellos se -abraza, sostenida en el naufragio de la felicidad.</p> - -<p>—¿Quién nos persigue?—clama otra vez Marinela -entre sollozos—. Y como su prima no responde, añade:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_278" id="Page_278">[278]</a></span></p> - -<p>—La bruja es también sortílega, adivinadora, ¿entiendes?... -¡Vamos a pedirle que nos ayude!</p> - -<p><i>Mariflor</i> desciñe sus brazos en torno de la enferma, y -señalando en la pared al Cristo, murmura inspirada:</p> - -<p>—No: ¡a Este!...</p> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-054.jpg" width="300" height="329" - alt="" - title="" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_279" id="Page_279">[279]</a></span></p> - -<div class="chapter"> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-015.jpg" width="400" height="156" - alt="" - title="" /> -</div> - -<h2>XVIII<br /><br /> -<span class="pch">LA HEROICA HUMILDAD</span></h2> - -<div> - <img class="dc1" src="images/da.jpg" width="200" height="198" alt=""/> -</div> -<p class="dc13">ARROJADAS como dos náufragos a -los rigores de la suerte, Olalla y -Ramona siegan sus panes y los -ajenos, hacen gavillas y manojos, -<i>acerandan</i> y criban, mueven -el trillo, el bieldo y el <i>calomón</i>.</p> - -<p>Ningún fiero trabajo se resiste -a la necesidad y al brío de estas -mujeres silenciosas y duras, imperturbables. -Si Olalla desfallece un minuto, ebria de -calor y de esfuerzo, su madre la sostiene y aguza con -unas sílabas certeras, rápidas como un latigazo:</p> - -<p>—¡Aguanta!—balbuce roncamente.</p> - -<p>Y la moza, bajo el violento acicate de este sordo grito -de guerra, endurece sus músculos y esclaviza su voluntad -como una veterana obrera de la mies. Con tan buenas -disposiciones, abundan los jornales para entrambas, -cuando la propia labor les permite aceptarlos, y el desvalido -hogar navega a remolque de las bravas remadoras.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_280" id="Page_280">[280]</a></span></p> - -<p><i>Mariflor</i> secunda estos afanes con la más ardiente solicitud; -su dolor, reconcentrado y prisionero, yace sin -rebeldías, cargado de cadenas en el fondo del alma juvenil.</p> - -<p>Pero en la valentía con que la muchacha se yergue -sobre su desventura, de frente a la existencia, late el humano -propósito de vencer al Destino a fuerza de abnegación. -Encauzado el tumulto de sus desolaciones, manso -ya el torbellino de sus pensamientos, Florinda ha fijado -los ojos en Dios con suprema esperanza; pretende conseguir -del Cristo moribundo, en memoria de su excelso -martirio, una revocación de la sentencia que la confina -en Valdecruces, sin amor y sin pan, bajo el cruel dilema -de una boda repugnante o de una miseria definitiva y -horrible.</p> - -<p>Aún confía en el hombre amado, aún le defiende contra -las acusaciones de la realidad. El frío silencio que la -persigue con presunciones de abandono se lo explica -como un castigo de la tardanza y resistencia con que -acude a los brazos abiertos de la Cruz.</p> - -<p>Exigente consigo misma, ansiosa de purificarse en el -tamiz de todas las virtudes para merecer la divina compasión, -se acusa de no haber compadecido bastante, de -no haber rechazado aversiones y repugnancias con diligente -voluntad; quiere ahora poner sus sacrificios a la -altura de sus anhelos, y se debate en tremendas luchas, -porque todos los dolores le parecen poco finos y apurados -para subir por ellos a la soñada cumbre, y con tales -sutilezas se desarrolla su nativa sensibilidad, que ya teme -asomarse al huerto por no interrumpir el canto de los -pájaros y levanta las zarzas del camino para no herirlas -con el pie.</p> - -<p>Al influjo de tan extremada compasión, un poco enfermiza -y delirante, adquiere la casona de la abuela un -cariz de blandura, humano y dulce. La enamorada realiza -prodigios de orden y habilidad en torno suyo; están<span class="pagenum"><a name="Page_281" id="Page_281">[281]</a></span> -los niños más aseados y alegres; el menaje más enderezado -y compuesto, y hasta la abuelita menos torpe y -abrumada. Sobre todo, Marinela es quien más plenamente -recibe los favores de esta ternura que invade el hogar -como suave regolfo de una marejada asoladora.</p> - -<p>Para traer al médico, luego de saldar la antigua cuenta, -Florinda registró su baúl de ciudadana, y, al cabo de -muy tristes y secretas negociaciones, obtuvo de la sobrina -del cura el dinero preciso en cambio de algunas -chucherías que sedujeron a la muchacha.</p> - -<p>La propia <i>Mariflor</i> fué a Piedralbina con las siete pesetas, -y a la tarde siguiente el médico llamó con mucha -solemnidad en casa de la tía Dolores, después de atar a -la vilorta del huertecillo las bridas de un jaco semejante -al de Fabián Alonso.</p> - -<p>Joven, endeble y taciturno, el facultativo parecía tan -necesitado de asistencia como poco amigo de prestarla. -Comenzó por renegar de la lobreguez de la alcoba adonde -le condujo <i>Mariflor</i>, y acabó por decir que examinaría -a la paciente cuando para ello dispusiera de aire y de -luz.</p> - -<p>—La casa es grande—vociferó enojado—; ¿no encuentran -ustedes más que un escondrijo oscuro para -esta criatura?</p> - -<p>La abuela se santiguó llena de asombro. ¡Andanda -con el mediquín nuevo; oscura la alcoba, después de -haber comprado una vela de las finas para cuando él -llegase!</p> - -<p>Sintió <i>Mariflor</i> mucha vergüenza por lo mismo que -le pareció evidente la justicia con que se censuraban las -condiciones del aposento, y prometió sustituirle al punto -por el mejor del edificio.</p> - -<p>Un poco amansado el médico, pulsó a la niña, le miró -los ojos y la lengua, preguntó antecedentes de los progenitores, -y, después que la anciana, con el auxilio de -<i>Mariflor</i>, hizo un dificultoso relato de muertes prematuras,<span class="pagenum"><a name="Page_282" id="Page_282">[282]</a></span> -recomendó a la enferma sanos alimentos, un tónico -de la botica y baños progresivos de sol.</p> - -<p>Despidióse maravillado de la inteligencia y el interés -conque Florinda le escuchaba, dando señales de comprenderle, -y cuando volvió, al cabo de dos días, halló en -mitad de la sala el lecho de Marinela, aireado y a plena -luz.</p> - -<p>No costó poco trabajo subirle allí; tuvieron por loca a -quien lo proponía, y sólo a fuerza de obstinadas solicitudes -logróse al cabo la piadosa intención.</p> - -<p>—¿Un catre en la sala?... ¡Válgame Dios; ya no me -queda más que ver!—había respondido la abuela a las -primeras indicaciones de Florinda, las cuales produjeron -igual asombro en las otras mujeres.</p> - -<p>Después de agotar la valerosa enfermera todos sus -convincentes argumentos, comenzó Olalla a mostrarse -indecisa.</p> - -<p>—¡Si es necesario!...—insinuó.</p> - -<p>Ramona, siempre con su aire de bestia parda, alzó los -hombros en indefinible actitud. Y Marinela confortó su -cuerpo con el sol y las brisas, mientras la tía Dolores se -hacía cruces.</p> - -<p>Para conseguir los sanos alimentos y traer el tónico -de Astorga, volvieron la necesidad por un lado y por -otro la codicia, a establecer secretas relaciones entre el -baúl de <i>Mariflor</i> y los armarios de la maestruca.</p> - -<p>De rodillas, inclinada con desconsuelo sobre los despojos -de sus tiempos felices, buscó la pobre muchas veces -algo que cambiar por dinero. Y poco a poco, la ropa -blanca, el rosario de coral, el bolsillo de piel, las cintas -y los adornos señoriles, fueron con mucha cautela a pulir -el equipo de la novia. Como todo ello eran frivolidades -de valor escaso, Florinda dejaba tímidamente que la generosidad -de Ascensión pusiera el precio. Y Ascensión, -poco escrupulosa, influída por el espíritu mercantil de la -raza, fué abusando cada vez más de aquellos apuros y<span class="pagenum"><a name="Page_283" id="Page_283">[283]</a></span> -llegó a poseer casi entero el humilde tesoro de su amiga. -Ya no le quedaba a ésta más recurso que el reloj de -su madre; era de oro, de una sola tapa, lindo y pequeño.</p> - -<p>Postrada ante el cofre exhausto, contemplaba la niña -su joya con terrible perplejidad. Hubiera querido no -sentir hacia ella un apego entrañable, no estremecerse -con profunda emoción mirando la saetilla, parada en las -tres, como recuerdo de una trágica hora.</p> - -<p>Varias veces, aquel mismo día, salió el estuche rojo de -su escondite, llevado y traído por una mano trémula: -<i>Mariflor</i> quería ofrecérselo a la novia y sonreir valiente -al realizar el nuevo sacrificio. Pero ante sus ojos, turbios -de llanto, la vira del reloj temblaba como dedo convulso -que señalase con infinita pena una dulce memoria -próxima a extinguirse.</p> - -<p>En vano la joven apelaba a sus firmes propósitos de -someterse bajo el purgativo dolor con ánimo eficaz; en -la sedosa red de sus pestañas tejía el humano sentimiento -una niebla entre el alma y la Cruz...</p> - -<p class="p2">Marinela ha mejorado un poco. Tempranito, antes que -abrase el día, baña su débil pecho en los rayos milagrosos -del sol. La pócima confortante y las comidas, apetitosas -algunas veces, la van fortaleciendo; se levanta, sale -al colgadizo cuando la tarde se dulcifica, y percibe sin -cesar el tónico de las brisas puras.</p> - -<p>El médico ha ordenado que duerma sola, con el balcón -abierto; pero ella, lo mismo que su hermana, temen -a la noche libre como a emboscado enemigo, y Florinda -tiende su colchón al lado de la enferma para infundirle -ánimos; ambas reposan a pleno aire, al amparo de la -luna, con estupefacción de cuantos vecinos conocen este -nuevo sistema de curar.</p> - -<p>De él se duele Ramona cada vez con más ostensible -disgusto; ha querido oponerle resistencia, pero las súplicas -de Florinda obran milagros hace algún tiempo en<span class="pagenum"><a name="Page_284" id="Page_284">[284]</a></span> -aquella singular mujer. Cuando se le acerca la joven a -solicitar su permiso para alguna cosa, reprime un movimiento -duro, esconde la torva decisión de su mirada, y -suele decir:—Bueno—alzando los hombros con su acostumbrada -indiferencia—. Sin duda, evoca el aviso de don -Miguel: «Florinda no tiene madre; ¡acuérdate!</p> - -<p>Desde que la muchacha se ocupa con humilde abnegación -del hogar y de los niños, y especialmente de -Marinela, diríase que acentúa Ramona aquella pasiva tolerancia -con que recibe cuanto de Florinda procede. No -pregunta de dónde saca ella dineros y entusiasmos para -mimar a su prima; supone vagamente que el párroco la -ayuda por compasión, y finge, como Olalla, no comprenderlo, -algo confundidas ambas entre flojos estímulos de -vanidad y gratitud...</p> - -<p>Hoy <i>Mariflor</i> arrostra muy azorada el pálido mirar de -la madre; es menester adquirir un nuevo frasco de medicina, -que vale cinco pesetas. Lo dice así de pronto, seguido, -para no amedrentarse demasiado.</p> - -<p>—¡Cinco!—balbuce Ramona.</p> - -<p>Su ronca voz, sin inflexiones, rueda sombría.</p> - -<p>—Malas artes dañaron a la rapaza—murmura—. Y -muy peor será acudir a fabulaciones de ciudades para -ponerla buena. Con darle boticas y cuchifritus, acostarla -a la santimperie y tenerla a todas horas a las clemencias -del cielo, no se consigue desfacer el hechizo de la -bruja.</p> - -<p>—¡No crea usted en hechicerías!—ruega <i>Mariflor</i> tímidamente.</p> - -<p>Pero Ramona, exaltándose, arguye:</p> - -<p>—¿Voy a creer que es Dios el que me comalece los -rapaces y el esposo, me rebata la hacienda y me tosiga -en la sumidad de todos los trabajos?... ¡No lo tengo merecido! -Dios es justo y no puede consentir que unos gocen -de mogollón y otros pujen todas las pestilencias de -la vida.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_285" id="Page_285">[285]</a></span></p> - -<p>Palidece la doncella, creyéndose alcanzada como otras -veces por el despecho de las alusiones, pero la mujerona, -mirándola de frente como no acostumbra, adulce -todo lo posible el desabrimiento de su voz, y añade:</p> - -<p>—Tú eres una párvula sin hiel y no conoces al diablo.</p> - -<p>Suspensa <i>Mariflor</i> ante la benigna frase, atrévese a -profundizar con la mirada en los ojos propicios de Ramona, -y le parece sentir cómo se rompe el hielo del explorado -corazón, y un arroyo de ternura rueda escondido -en él...</p> - -<p>Están de sobremesa las cuatro mujeres de la casa, -después de cenar. Alcanzaron permiso los rapaces para -correr un rato al fresco de la noche, y ellas parecen detenidas -por una involuntaria laxitud.</p> - -<p>El cansancio y la tristeza ponen su languidez amarga -sobre aquellas actitudes de indecisión y cortedad; el -humo las envuelve y el silencio las colma de profunda -melancolía.</p> - -<p>Abre la abuela en prolongando bostezo su desdentada -boca, y la voz suave de Florinda insiste:</p> - -<p>—Marinela sanará si seguimos cuidándola...</p> - -<p>Ramona interrumpe sordamente:</p> - -<p>—No sana, como la bruja no la ensalme.</p> - -<p>—¡Pero si está mucho mejor!... ¿Verdad, Olalla?</p> - -<p>La aludida se estremece lo mismo que si volviera de -un desmayo o despertara de un sueño. Hay que repetirle -la pregunta y explicarle el asunto de la conversación; -sólo entonces dice con vaga certidumbre:</p> - -<p>—La meiga puede sanarla.</p> - -<p>—¡Por Dios!... La tía Gertrudis no es meiga. ¿Tú también -vas a dudarlo?</p> - -<p>Se encoge de hombros la maragata rubia, igual que -suele hacerlo su madre. Parece que las sensaciones delicadas -son ya desconocidas para la moza, como si con -los músculos y la voluntad se le hubiese endurecido el -corazón, palpitando sobre la mies.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_286" id="Page_286">[286]</a></span></p> - -<p>Ramona espabila el candil, junta impaciente los regojos -de pan en un pico de la mesa, y no pudiendo contener -el ímpetu de las indignaciones que la obligan a moverse, -prorrumpe:</p> - -<p>—¿Conque no es meiga la tía Gertrudis?... ¿Cómo padeces -tú el aojo de la su visita, si no en la salud en tantas -de cosas?... ¿Quién trujo al forastero trufaldín y te -aquerenció con él?... ¿Quién te ofusca para no reamar a -un pretendiente de la garrideza de Antonio?... ¡Ay, rapaza; -afánate por tu prima y verás lo que consigues, si no -logras trincar la intención que nos ofende!...</p> - -<p>No solía Ramona componer tan largos discursos; su -voz, escandecida, tiñóse de emocionante desconsuelo, -cuando añadió:</p> - -<p>Yo bien conozco el daño que Marinela padece; por -eso fuyo de oyirla balitar como un corderín, con la secura -en la boca y en los ojos la medrosía... Pedido hube -su curación al Santísimo por los alzamientos del cálice; -pero Dios, con ser tan compasionado, permite que Lucifer -conjure contra el pobre manojuelo de mis entrañas...</p> - -<p>Extinguióse la burda queja en un sollozo, y el busto -de la madre se inclinó hacia la orilla de la mesa; algunas -lágrimas cayeron sobre los mendrugos de pan.</p> - -<p>—¡No llore!—murmuró Florinda traspasada de compasión—; -¡no llore! Dios no deja que el Diablo dañe a -los suyos, estoy segura de ello; lo aprendí en sermones -y libros: lo dice don Miguel.</p> - -<p>Ramona movía la cabeza con incredulidad, reprimiendo -el llanto.</p> - -<p>—¿Y quién busca el dinero de las medicinas?—dijo al -fin, como si se diese a partido—. Sus ojos enigmáticos -se posaban en la moza con inquietud.</p> - -<p>Ella se ruborizó, y muy emocionada, pensando en su -relojito, repuso:</p> - -<p>—Yo buscaré lo suficiente para algunos días; pero ya -se me acaba el... la... el medio de encontrarlo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_287" id="Page_287">[287]</a></span></p> - -<p>Suspiró la mujer con alivio, sin mostrar desconfianza, -admiración ni curiosidades; secóse los párpados con la -punta del mandil, y comunicativa como jamás lo estuvo, -dijo:</p> - -<p>—Mañana van las de Fidalgo a Astorga, y como no -tenemos cabalgaduras, yo había pensado que Olalla -fuese con ellas a vender unos palombos; la prestarían -compaña y montaje, y ocasión de mercar zapatos para -que los críos no nos avergüencen el día de la fiesta; pero -nos han ofrecido a las dos jornal.</p> - -<p>—Yo iré—apresuróse a decir <i>Mariflor</i>, inspirada en -un doble propósito.</p> - -<p>Admitida inmediatamente la promesa, Ramona tuvo -que gritársela a su hija:</p> - -<p>—¿Te duermes o pasmaste?—voceó adusta.</p> - -<p>—¡Estoy cansa!—lamentó sin bríos la infeliz.</p> - -<p>—¡Pobre!—dijo Florinda entrañando el acento.</p> - -<p>Y un gato flacucho y pintojo lanzó a la mesa elocuentes -maullidos...</p> - -<p>La imagen desfallecida de Olalla persiguió a <i>Mariflor</i> -toda la noche como un punzante remordimiento; ¡ella -también debía salir al campo, jornalera y labradora sin -condiciones, lo mismo que su prima!...</p> - -<p>Aun en las blandas horas en que el sueño ata las -existencias y las somete a su apacible dominio, velaban -los pesares de la joven ocultos en las sombras del reposo, -para erguirse más crueles a la luz de la realidad, -cuando la víctima despertase.</p> - -<p>De tal modo iba ella robusteciendo sus ánimos contra -el dolor, que después de sobreponerse al cobarde anhelo -de morir, se lanzaba a padecer, delirante de heroísmo. -Convertida en lavandera y hortelana, la señorita melindrosa -comía el rancho del hogar sin aparente esfuerzo, -mostraba un buen talante a todos los reveses de la pobreza, -y se dolía de no haber pagado su tributo de sudor -a la mies. Pero la seguridad de marchitarse aspada en<span class="pagenum"><a name="Page_288" id="Page_288">[288]</a></span> -el potro del trabajo, le causaba terror; ya le parecía -sentir en su florido cuerpo el menoscabo de la belleza, -la invisible garra del sacrificio hundiéndole en el rostro -las facciones, borrando la tersura y la sonrisa de la juventud. -Hasta en la raíz de los cabellos percibía la moza -el temblor de tales amenazas: una crispatura y un frío -que acaso la hiciera encanecer.</p> - -<p>Como dormía sin que durmiese su dolor, despertábase -algunas mañanas con el espanto de las pesadillas, creyéndose -ya desjarretada y mustia, igual que tantas infelices -de Valdecruces.</p> - -<p>Así recela hoy mismo, y una invencible zozobra la empuja -hacia el espejo. Entre las nubes del cristal resplandecen -los veinte años con tales promesas, que la medrosa -no puede menos de sonreir. Se aproxima al azogue -donde irradia la imagen, busca bien en sus rasgos la hermosura -y descubre la piel fina un poco tostada por el -sol, las ojeras teñidas por la preciosa untura de las lágrimas, -la boca grave y dulce, profundo y noble el duelo -de los ojos, todo el semblante embellecido con gracias -y tristezas.</p> - -<p>En el nublado espejo de la tía Dolores tembló la luz -de una mirada agradecida, que, al volverse luego, descubrió -a Marinela con los ojos clavados en el Cristo moribundo, -ya inseparable compañero de la niña doliente.</p> - -<p>Avergonzada <i>Mariflor</i> por el contraste que ofrece su -frívola consulta con aquella otra, acude hacia su prima, -hunde la cara entre los brazos de ella para disimular el -sonrojo, y pregunta:</p> - -<p>—¿Rezabas?</p> - -<p>—Eso mismo.</p> - -<p>—¿Por quién?</p> - -<p>—Por ti.</p> - -<p>—¡Dios te lo pague!</p> - -<p>La enferma alisa blandamente los cabellos de <i>Mariflor</i>, -que de pronto balbuce:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_289" id="Page_289">[289]</a></span></p> - -<p>—¿Tengo canas?</p> - -<p>—¡Josús, mujer!... ¿Canas a tu edade?... Tienes un pelo -tan largo y amoroso que da gusto cariciarlo.</p> - -<p>—¿Sabes que voy a Astorga a vender los pichones?—dice -Florinda, incorporándose para acabar de vestirse.</p> - -<p>—¿Tú? ¿Pues cómo?</p> - -<p>—Anoche ya estabas durmiendo cuando lo dispusimos: -tu madre y Olalla tienen hoy jornal.</p> - -<p>—¿Y quién me cuida?</p> - -<p>—La abuela.</p> - -<p>—¡Ay, no quiere que me bañe el pecho al sol; se -duerme, riñe o llora!</p> - -<p>—Yo vuelvo al anochecer. Te traeré la medicina y -yemas escarchadas sólo para ti: son de mucho alimento.</p> - -<p>—¿Pero sabes el camino?</p> - -<p>—Voy con las de Fidalgo.</p> - -<p>—Entonces verás a las clarisas... ¡Dichosa tú!</p> - -<p>—¿Sientes la vocación otra vez?</p> - -<p>—¿Otra vez?—repite Marinela encendida como una -rosa.</p> - -<p>—Creí que ya no te acordabas del convento.</p> - -<p>—Acordarme, sí...—murmura la enferma con tan balbuciente -seguridad, que <i>Mariflor</i> la mira llena de asombro: -ve que hace esfuerzos para contener el llanto, se -acerca a consolarla, y el incógnito dolor de aquel pecho -herido estalla en sollozante crisis.</p> - -<p>—¿Qué tienes? ¿Por qué lloras? ¡Dime, dime tus -penas!</p> - -<p>La sin ventura no responde; gime anhelante, y Olalla -sorprende a las dos primas juntas, en un abrazo tristísimo.</p> - -<p>—¿La despedida os hace duelo?—prorrumpe atónita. -Sin esperar la contestación, añade:</p> - -<p>—Aquí están los palombos: diez parejas.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_290" id="Page_290">[290]</a></span></p> - -<p>Y coloca sobre la cama un escriño pequeño, donde las -aves cautivas se revuelven temblorosas.</p> - -<p>Florinda acaricia a Marinela, que procura serenarse y -que poco después se queda sola frente al balcón abierto, -lanzando sus miradas, húmedas aún, desde la agonía de -Cristo a la serenidad resplandeciente de las nubes.</p> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-014.jpg" width="300" height="256" - alt="" - title="" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_291" id="Page_291">[291]</a></span></p> - -<div class="chapter"> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-025.jpg" width="400" height="145" - alt="" - title="" /> -</div> - -<h2>XIX<br /><br /> -<span class="pch">EL CASTIGO DE LOS SUEÑOS</span></h2> - -<div> - <img class="dc1" src="images/db.jpg" width="200" height="196" alt=""/> -</div> -<p class="dc13">BIEN acogida <i>Mariflor</i> por las viajeras, -tuvo asiento propicio en las -anchas jamugas de la novia, -mientras la madre de ésta asilaba -a los pichones en su mulo, prometiendo -venderlos ella misma, -más artera en estos negocios -que la niña ciudadana.</p> - -<p>—Tú, en cambio—le dijo—, -acompañas a Ascensión, faceis compras y visitas, que ya -la boda está adiada y no hay que descuidarse con los encargos -y los aconvidos...</p> - -<p>El cielo, muy tocado de arreboles, anunciaba un día -bochornoso, y las amazonas se proponían llegar a la ciudad -antes de que arreciase el calor, para volver a Valdecruces -con la fresca.</p> - -<p>Iba la novia hablando con mucho empaque de los -obsequios que había recibido y de los que aún esperaba: -mantellinas con recamos, medias de seda, lienzos y estofas, -anillos, pendientes y collares; ¡le faltaba un reloj!</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_292" id="Page_292">[292]</a></span></p> - -<p>Sintió Florinda triste sobresalto allí donde llevaba -oculta la alhaja de su madre, al lado del corazón. Había -resuelto vender el relojito en Astorga para evitarse el -pesar de verle en manos ajenas, y la humillación de seguir -pidiendo mezquinos favores entre gente conocida. -De pronto, considera que es preciso hacerle a la novia -un regalo, un regalo que debe extremarse como prueba -de gratitud a don Miguel: y el deseo expresado por Ascensión -le parece un providente aviso contra el propósito -de hurtar la preciada joya a las ilusiones de la maestruca. -Teme que haya poca generosidad en el intento: -recuerda con pesadumbre su baúl vaciado en los cofres -de la amiga a cambio de una menguada limosna; pero -aquella amiga fué antes dulce y noble con <i>Mariflor</i>, la -recibió en triunfo en el pueblo, colmándola de atenciones, -cediéndola homenajes que ella sola disfrutaba. Y -ahora mismo la lleva al lado suyo cogida por el talle con -blandura, la mira y la sonríe confiada y amable, aunque -un poco embaída con su próspera suerte.</p> - -<p>Segura de que en casa de la abuela no habrá un lindo -regalo para Ascensión, va cediendo Florinda al bondadoso -impulso de ofrecerle el relojito que oculta. Al instante -se confunde, reflexionando: ¿cómo entonces comprará -lo que Marinela necesita?</p> - -<p>Mejor le parece vender la joya, sumar el dinero con lo -que valgan los palomos, y después de adquirir los menesteres -para la enferma y los zapatos de los niños, comprar -también el obsequio para la desposada. Tendrá que -separarse de sus amigas con disimulo antes de hacer la -venta. Entrará en una relojería y... ¿cómo va a decir -cuando le pregunten: ¿qué desea usted?</p> - -<p>Un aturdimiento penosísimo le embarga: oye apenas -el palique animado de Ascensión, procura sostenerle, y -teme, al hablar, que el transido acento delate las interiores -cuitas.</p> - -<p>Compadeciendo el propio infortunio, en el alma opulenta<span class="pagenum"><a name="Page_293" id="Page_293">[293]</a></span> -de <i>Mariflor</i> se desborda una gran ternura que -sube a los pelados serrijones, corre por llecas y cambronales, -y unge de lástima los abietes ariscos, las mustias -amapolas, los matojos humildes, todo el vago confín de -las veredas blanquecinas.</p> - -<p>¡Qué tristes son estos senderos solitarios! Arden y -huyen al través de pasturajes descoloridos y de rediles -temblorosos, sin escuchar la sonatina de una fuente ni -percibir el aroma de una flor. Persíguelos Florinda con -mirada soñadora: parece que van a derramarse en la infinitud -de los horizontes para seguir corriendo a la insondable -eternidad, sin rumbo ni destino. Pero advierte -que algunos, deslizándose entre sebes y hormazos, se -confunden a la par de una aldea en los firmes renglones -de una mies y mueren en los surcos, rectos y hondos, -como trazo de una ferviente plegaria dirigida hacia Dios.</p> - -<p>Al descubrir en el erial estas conmovedoras señales de -esperanza y trabajo, la niña triste lanza su imaginación -por las llanuras de la fantasía, y alentada supone que ya -está cerca el premio de su martirio. Quizá Antonio se -decide a portarse bien con la abuela; quizá aquella misma -tarde llegue a Valdecruces el esperado aviso de la -felicidad: una carta detenida por azares que nada tengan -que ver con la ingratitud y el desamor.</p> - -<p>Harto encendido el día en resplandores, tocan en la -ciudad las maragatas: intérnase la madre por el callado -laberinto de las rúas, y no se detienen las mozas hasta la -puerta del convento. Habían tomado un camino vecinal -junto a la milagrosa ermita del Ecce Homo; dieron desde -allí en el puente del Gerga, rozaron la Fuente Encalada, -y por «el reguero de las monjas» posaron en el umbral -de las clarisas.</p> - -<p>Después de un patio silencioso, encuentran dos portalones -bajo las alas del edificio, grande y pesado: se -adelantan por uno de ellos, llaman al torno con suaves -golpecitos, y al cabo de prolija explicación les hacen bir<span class="pagenum"><a name="Page_294" id="Page_294">[294]</a></span> -a la «Reja pequeña», un locutorio humilde con apretada -celosía.</p> - -<p>La novicia de Oviedo, amiga de Ascensión, recibe -con otra monja a las maragatas. A poco llegan unos señores -preguntando por la abadesa, y aparece la Madre -Rosario, fina y dulce, sonriendo en el nimbo de su manto -virginal.</p> - -<p>De un lado y otro de la reja se forman dos grupos susurrantes, -y <i>Mariflor</i>, un poco aislada, escucha, distraída -primero, interesada al fin, el relato con que la abadesa -satisface la curiosidad de la visita.</p> - -<p>—Sí—murmura—, a mediados del siglo trece, una -clarisa del convento de Salamanca, oriunda de Astorga, -vino a fundar aquí. Poco después, el muy alto y respetable -señor don Álvaro Núñez de Trastamara, donó a la -Comunidad este edificio, que en aquella época lucía muy -hermosas proporciones y elegante arquitectura, y que -hubo pertenecido con su templo y aledaños a los ilustres -caballeros de Alcántara.</p> - -<p>Habla la Madre con sentida y reposada voz, su figura -se yergue majestuosa entre los pliegues blancos del ropaje; -eleva los ojos, suspira y prosigue:</p> - -<p>—Reyes y próceres de otras centurias concedieron -tantos favores a esta santa Comunidad, que nuestra casa -pudo llamarse <i>Real Convento</i>; en testimonio de tal honor -conservamos un escudo con castillos y leones sobre la -vivienda del capellán, y en nuestro archivo, bulas y documentos -de esclarecida memoria para la fundación.</p> - -<p>Al otro lado del locutorio decae la charla bajo el dominio -que ejerce el suave acento de la abadesa.</p> - -<p>—¡Qué lista debe de ser!—alude la maestruca mirándola -con arrobo.</p> - -<p>Y la novicia responde llena de orgullo:</p> - -<p>—Viene de alto linaje: una antepasada suya fué canóniga -de la Catedral de León.</p> - -<p>—¿De verdá? ¿Pueden ser canónigas las mujeres?</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_295" id="Page_295">[295]</a></span></p> - -<p>—En tierras de Castilla, sí.</p> - -<p>La monja que presenciaba la visita quebrantó su grave -silencio argumentando con mucha erudición:</p> - -<p>—El noble señorío de Villalobos goza, como los reyes, -privilegio de canonicato, que por falta de sucesión -varonil recayó un tiempo en la condesa doña Inés, ascendiente -de nuestra Madre.</p> - -<p>Por mandato de la cual, sin duda, abrióse de pronto -una puertecilla para que los visitantes pudiesen admirar -un bello claustro de arcadas góticas, bañado en suavísima -luz.</p> - -<p>—Es lo único que del antiguo edificio conservamos—dijo -la abadesa—; en el fondo está el jardín; todo ello -pertenece a la clausura.</p> - -<p>De la extraña claridad sin tonalidades, trascendía exquisito -perfume de rosas y jazmines, cándido aliento del -misterioso vergel; aromas y resplandores invadieron el -locutorio con deleite; y penetrada Florinda por la singular -impresión, dícese codiciosa:</p> - -<p>—¡Qué bien estaría aquí la pobre Marinela!</p> - -<p>Aún responde la Madre Rosario a preguntas de los -caballeros:</p> - -<p>—Trastamaras y Osorios—encarece—han sido nuestros -más cabales protectores; al primero debe la Comunidad, -entre inmensas mercedes, el reguero que desde -hace siglos viene desde Fuente Encalada a calmar nuestra -sed; todos los días pedimos a Dios por el ánima del -insigne castellano.</p> - -<p>Como si la blandura de la evocación hubiese tenido -mágico poder, un hilo de agua rompió a cantar en el -misterio del jardín. Le acordó la Madre con su cristalino -acento para responder a los señores visitantes:</p> - -<p>—Nuestra regla es de mucha pobreza y humildad; -comemos de vigilia todo el año y usamos ropa interior -de lana muy gorda, tejida en San Justo...</p> - -<p>Cerróse lentamente el postigo recién abierto, y extinguidos<span class="pagenum"><a name="Page_296" id="Page_296">[296]</a></span> -la luz, el aroma y el rumor que desde el claustro -seducían como ilusiones de otro mundo, vibraron las últimas -palabras de la abadesa en la austeridad penitente -del locutorio.</p> - -<p>Un instante después las dos niñas maragatas recobraron -su mulo en el umbral del convento y buscaron las -calles céntricas de Astorga, que, amodorrada al sol, yacía -soñolienta y muda.</p> - -<p>Iba <i>Mariflor</i> leyendo los rótulos de las tiendas sin -hallar aquel que temía y deseaba. Cuando hicieron alto -en un almacén de tejidos de la rúa Antigua, Ascensión, -sentada cómodamente, titubeando infinitas veces antes -de elegir, parecía dispuesta a no levantarse nunca. Con -el pretexto de ir a la botica, logró la de Salvadores dejarla -allí, perpleja entre nubes de holandas. Y sola ya en -la calle, tomó un rumbo al azar, encomendándose a -Dios.</p> - -<p>Antes de salir de Valdecruces había puesto Florinda -en marcha el relojito para romper la inmovilidad de -aquella manecilla implacable, siempre evocadora; le sentía -latir junto a su corazón y le dolía en el pecho acerbamente -aquel tenue latido.</p> - -<p>Anduvo apresurada, dobló una esquina y luego otra, -registrando carteles comerciales, hasta que en una vidriera -vió algunos relojes de acero entre dijes y gargantillas. -Al otro lado del cristal, en menguado tenducho, -un hombre de triste catadura la recibió sorprendido:</p> - -<p>—¿Qué desea usted, joven?</p> - -<p>Un gato negro levantó perezoso la cabeza y un enjambre -de moscas zumbó en torno a la pregunta.</p> - -<p>—Deseo—balbució la muchacha turbadísima—vender -este reloj.</p> - -<p>Tras un prolijo examen de la joya, el comerciante -dijo receloso:</p> - -<p>—¿Cuánto pide por él?</p> - -<p>—Sesenta pesetas.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_297" id="Page_297">[297]</a></span></p> - -<p>—Si quiere quince...</p> - -<p>—¡Ah, no!—protestó indignada la infeliz. Y casi arrebatando -su tesoro de las manos extrañas, lanzóse de -nuevo a la aventura por las calles.</p> - -<p>Guardaba el relojito entre los dedos convulsamente -apretados, y parecíale sentir en la sangre trasfundido el -pulso de metal, como si otra vida se derramara en la -suya. Todo el ímpetu de los recuerdos latía doloroso en -las potentes venas de la moza, bajo aquel doble ritmo; -ternuras maternales, goces de la niñez y florecidas esperanzas -del amor, cegaron con visiones de imposible -felicidad los dulces ojos de la viajera.</p> - -<p>Como llevaba el paso indeciso y extasiado el semblante, -los escasos transeuntes la miraban curiosos. Ella -seguía vagando sin rumbo, repitiendo con mecánica obstinación -los nombres de las calles: la <i>Redecilla</i>, la <i>Culebra</i>, -<i>Santa Marta</i>, <i>Plaza del Seminario</i>, <i>Puerta Obispo</i>... -allí se detuvo sin saber por qué, y quedóse mirando -fijamente al escudo de una casa antigua y señorial. Era -el blasón aparatoso; en campo de gules esplendía un -castillo flanqueado por torres de sable; dos águilas de -oro sujetaban una cartela, que decía:</p> - -<p class="pc1"><i>Soy morena, pero hermosa.</i></p> - -<p class="p1">Varias veces leyó la muchacha el mote, con aquella -porfía maquinal interpuesta como una nube entre sus -actos y sus pensamientos.</p> - -<p>Bajo el dintel macizo de la portalada aparecieron unas -damiselas con sombreros de moda, abanicos y quitasoles. -Mirándolas Florinda recordó, como un tiempo muy -distante, sus años de burguesa ciudadana con arreos -pueriles y melindrosas costumbres.</p> - -<p>Las señoritas, al perder la frescura del portal, comenzaron -a darse aire con mucho ahinco. Entonces <i>Mariflor</i> -cayó en la cuenta de que el bochorno la mortificaba,<span class="pagenum"><a name="Page_298" id="Page_298">[298]</a></span> -pero continuó detenida, releyendo con absurda tenacidad:</p> - -<p class="pc1"><i>Soy morena, pero hermosa.</i></p> - -<p class="p1">De pronto la llamaron:</p> - -<p>—¡Eh, rapaza, <i>Mariflor</i>! ¿qué haces ahí?</p> - -<p>La hermana de don Miguel esperaba atónita, contemplando -a la niña.</p> - -<p>Ella, al volverse, quedó un momento confusa, y al -cabo acertó a decir:</p> - -<p>—Pues buscaba una botica y me he perdido... Ascensión -está en un almacén de la rúa Antigua comprando -telas...</p> - -<p>Conforme y calmosa, preguntó la maragata:</p> - -<p>—¿Gustábate el escudo?</p> - -<p>—Sí.</p> - -<p>—Era de un corregidor perpetuo de toda la provincia, -consejero del rey y mayorazgo tan haberoso, que al -morirse dejó mil misas añales por su ánima.</p> - -<p>—¡Ah!...</p> - -<p>—Y escucha: ya que te encontré aquí, sube tú a llevar -a doña Serafina estos dos pichones de parte de mi -hermano.</p> - -<p>—¿Cómo?...</p> - -<p>Explicó la mujer que doña Serafina, una astorgana -linajuda, era esposa del actual dueño de la casa, ambos -excelentes amigos de don Miguel, quien les debía grandes -favores.</p> - -<p>—Solemos ofrecerles alguna fineza—dijo—y agora -pensé guardar para ellos, a cuenta mía, tus más llocidos -palombos... dejé el mulo en la posada y aquí los traigo... -pero me da mucha cortedad subir.</p> - -<p>Ocultó Florinda su joya y, tomando del escriño las -aves, entró en el portal diciéndose:</p> - -<p>—Estos señores deben ser los que le han facilitado al -cura la dote de Ascensión.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_299" id="Page_299">[299]</a></span></p> - -<p>Quedó sorprendida al encontrarse en un claustro, antiguo -y apacible como el del convento, alrededor de un -jardín. Siguiéndole, halló la escalera principal, y al cabo -de la misma una puerta franca donde llamó.</p> - -<p>Poco después, por la ancha galería tendida sobre el -claustro, se adelantó una dama hermosa y morena, a -tono con el mote de su escudo. Bajo los negros rizos de -la frente resplandecían con singular fulgor los bellísimos -ojos de aquella señora.</p> - -<p>—¿Preguntabas por mí?—dijo con acento afable y -triste.</p> - -<p>Segura de que hablaba con doña Serafina, <i>Mariflor</i> -le entregó los pichones de parte de don Miguel Fidalgo.</p> - -<p>Las azoradas avecillas lanzaron el columbino temblor -de sus ojuelos de una a otra mujer, y ambas sintieron, -con inefable ternura, palpitar entre sus manos aquellas -vidas cándidas y medrosas.</p> - -<p>Bañado en suave luz cenital yacía el corredor en -muda calma, y una rosa que se asomaba en él desde el -jardín, parecía doblegarse al peso de una idea.</p> - -<p>También Florinda se inclinó de repente para decir -con súbita inspiración:</p> - -<p>—¿Quisiera usted, por casualidad, comprarme este -relojito?</p> - -<p>Y mostróle, tan afanosa y conmovida, que la dama -dijo al punto:</p> - -<p>—¡Será un recuerdo!</p> - -<p>—De mi madre...</p> - -<p>—¿Cómo te llamas?</p> - -<p>—<i>Mariflor</i> Salvadores.</p> - -<p>—¡Ah, eres tú!—pronunció la señora, avizorando con -sabia dulzura el encendido rostro de la joven—. Aguarda—añadió, -desapareciendo en la galería.</p> - -<p>Volvió al instante, y sobre el reloj que alargaba la -moza, puso un billete de cincuenta pesetas, murmurando:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_300" id="Page_300">[300]</a></span></p> - -<p>—Guarda tu recuerdo, y éste para ti, en nombre de -una niña que se muere.</p> - -<p>—¿Hija de usted?</p> - -<p>Respondieron unos ojos llenos de lágrimas, y los labios -mudos de la madre rozaron en silenciosa despedida -la frente de <i>Mariflor</i>.</p> - -<p>Duró la escena breves minutos, alucinantes y peregrinos.</p> - -<p>Al verse en la escalera otra vez, el escudo, el mote y -la dama hubiesen girado en la imaginación de Florinda -igual que fantásticas visiones, si el generoso billete no -la ofreciera una sensación de realidad. Quiso contemplar -en él un augurio feliz y despertar a los presentimientos -venturosos, mas se detuvo, escuchando unas voces -crueles y tranquilas, fatales como el destino.</p> - -<p>Bajaba un criado detrás de la joven y subía una doncella, -que recatadamente le preguntó:</p> - -<p>—¿Conoces a ésa?</p> - -<p>—Es una pobre maragata de Valdecruces: la señorita -le ha dado limosna.</p> - -<p>Y Florinda, con el corazón derribado, abatió la frente -una vez más, humilde al castigo de los sueños...</p> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-070.jpg" width="300" height="244" - alt="" - title="" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_301" id="Page_301">[301]</a></span></p> - -<div class="chapter"> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-039.jpg" width="400" height="175" - alt="" - title="" /> -</div> - -<h2>XX<br /><br /> -<span class="pch">DULCINEA LABRADORA</span></h2> - -<div> - <img class="dc1" src="images/dy.jpg" width="200" height="201" alt=""/> -</div> -<p class="dc13">YA crece agosto, rubio en los centenos, -azul en las nubes, cándido -en el aire: el sol abrasa, el viento -perfuma; están dormidas las -fuentes, despiertas las dalladoras -y animado Valdecruces como -nunca lo suele estar.</p> - -<p>Es que han venido los hombres; -cruzan reposadamente las -anchurosas calzadas y las callejas hostiles, en paseos y visitas -de anual conmemoración, y cuando el día languidece, -se asoman un poco a los abrasados caminos de la -mies.</p> - -<p>En estas rondas pausadas, algo serias, suelen ir juntos -los paisanos recién venidos; hablan a un mismo tono sereno -y amigable, no discuten ni se alteran jamás, como -si para ellos no tuviese problemas la vida ni dobleces el -corazón.</p> - -<p>Por encima de los carrillos colorados y de las bocas<span class="pagenum"><a name="Page_302" id="Page_302">[302]</a></span> -sonrientes, al confortable calor de las sosegadas digestiones, -los buenos maragatos miran a Valdecruces con -seráfica beatitud. Olvidaron su dolorosa infancia de pastores -o motiles, de escolares con la ruín troja al hombro, -siempre camino de Piedralbina, entre soles o nieves, -acosados por la miseria del hogar. Y aceptan hoy, como -tributo merecido, que el pueblo se vista de gala para -hospedarles, que las esposas y las hijas les respeten como -siervas, y que los niños les huyan con saludable miedo, -como a la suprema representación de la Autoridad y del -Poder.</p> - -<p>Durante la magnífica semana de la fiesta Sacramental, -sólo en la fecha culminante del día 15, el clásico «día de -Agosto», se suspenden en Valdecruces las labores del -campo.</p> - -<p>No importa que en cada corral las plumas de las aves -anuncien holocaustos festivos; las mujeres se multiplican -para servir regaladamente a los hombres en sus casas -y para segar y recoger en las mieses los centenos maduros.</p> - -<p>Como si el aguijón del servilismo se les hundiera en -la carne más brioso que nunca, fuerzan las maragatas el -impulso mecánico de sus energías, exaltan la pasiva corriente -de sus humillaciones, y en un absoluto renunciamiento -a toda beligerancia social, se quedan al margen -de la vida, fuertes, ignorantes, insólitas, ofreciendo a -«los amos», con el más primitivo de los gestos serviciales, -la visión placentera de los hijos criados y felices, de -la mesa servida y colmada, del campo fecundo y alegre: -las apariencias de estas horas decorativas y relumbrantes -llenan a los maridos de orgullo entre los forasteros -invitados.</p> - -<p>De Astorga, de León y de otras ciudades más lejanas -acuden siempre algunos curiosos a las típicas fiestas de -Maragatería, y son alojados con singular esplendidez en -las casas más pudientes de cada población. Las comilonas<span class="pagenum"><a name="Page_303" id="Page_303">[303]</a></span> -se suceden entonces con frecuencia y abundancia -increíbles; las cocinas pierden su medrosa oscuridad, iluminadas -por «ramayos» crepitantes, y detonan y esplenden -como volcanes; sacrifícanse allí vacas enteras, aves -a montones, lechoncillos y corderos; los manteles no se -levantan, no reposan los jarros de vino ni se disipa el -humo de los cigarros.</p> - -<p>Al través del continuo festín, atraviesa la maragata -como una sombra providencial; a todo atiende: sirve, -corre, huye asustadiza, recatando bajo las alas del pañuelo -su invencible rubor. Aún suele quedarle tiempo -aquella tarde para <i>amorenar</i> en la mies o echar a remojo -las <i>garañuelas</i> en el regato campesino. Y no dejará de -asistir a la verbena ataviada con su vestido más lujoso, -grave, muda y bailadora, en actitud de ejercer una profesional -obligación...</p> - -<p>Este agosto en Valdecruces se suma a los festejos oficiales, -los que se celebrarán en la boda de Ascensión Fidalgo, -y la pobre aldea, acosada por el calor de la llanura -y arrostrando con brazos femeninos los rudos trajines -de la recolección, se aturde sorprendida por el sacudimiento -del placer...</p> - -<p>Las de Salvadores no esperan convidados ni preparan -festines; callan y sufren, trabajando con furiosa actividad -que arrebata a <i>Mariflor</i> y la empuja una tarde a la mies.</p> - -<p>Ya Marinela se puede quedar sola: baja a la cocina, -sale al corral y al huerto, cose y atiende un poco a los -niños. El médico la supone curada: hace recomendaciones -de higiene y alimentación, y al despedirse asegura -que se debe a la enfermera aquel triunfo. Con la salud -retornan los místicos anhelos de la niña, encaminados y -crecientes hacia el convento de Santa Clara. Y la madre -sigue encogiéndose de hombros: no fía mucho en la robustez -ni en la vocación de la mozuela.</p> - -<p>De América no escriben; el párroco evita, compasivo, -los interrogadores ojos de <i>Mariflor</i>, a los cuales no sabe<span class="pagenum"><a name="Page_304" id="Page_304">[304]</a></span> -qué decir, y ella apura silenciosa las crueles desesperanzas, -dejándose caer en la mansedumbre secular de aquella -vida que la va absorbiendo.</p> - -<p>Cuando sube al grado máximo la fiebre labradora de -las mujeres, ya en torno de las fiestas, hasta la tía Dolores -hace gavillas, anda Pedro muy afanoso, de motil, y -<i>Mariflor</i> dice resueltamente a Olalla:</p> - -<p>—Esta tarde voy a la era contigo.</p> - -<p>—¿A trabajar?</p> - -<p>—¡Claro!</p> - -<p>No pareció sorprenderse mucho la maragata rubia.</p> - -<p>—Bueno—responde saliendo del <i>estradín</i>, donde -aguardan la hora del jornal.</p> - -<p>—Esa tocha—indicó Marinela cuando vió salir a -Olalla—no está en sus cinco desde el arribaje de Antonio.</p> - -<p>La madre, que dormitaba en una silla, alzó el rostro -para decir con acento desabrido:</p> - -<p>—Y tú, ¿criarás verdete por non fablar?</p> - -<p>—Es que <i>Mariflor</i> no debe ir a la trilla—responde la -mozuela con pesadumbre.</p> - -<p>—¡Ella lo quiso!—exclama Ramona de mal talante.</p> - -<p>Y remanece Olalla, advirtiendo que ha pasado la tregua -del medio día.</p> - -<p>Camino de la mies se adelanta la madre con brusca -precipitación. Olalla y su prima salen detrás cogidas del -brazo.</p> - -<p>—¿La abuela no viene?—pregunta <i>Mariflor</i> disimulando -su angustia.</p> - -<p>—No viene: acerbará en la troje.</p> - -<p>—Y nosotras, ¿qué hacemos?</p> - -<p>—Pues como ya todo está segado, juntaremos gavillas -en manojos, ¿sabes?</p> - -<p>—Nada sé; tú me enseñarás.</p> - -<p>Se crece Olalla algo jactanciosa:</p> - -<p>—Sí, mujer; aprendes en un volido. Mira: agora vamos<span class="pagenum"><a name="Page_305" id="Page_305">[305]</a></span> -a la arada del <i>Gatiñal</i>, donde ayer estuvimos engavillando -madre y yo. Con las garañuelas, que son cañas de -centeno remojadicas y amorosas, atamos las gavillas en -manojos y las amorenamos en un montón.</p> - -<p>—¿En una «morena»?</p> - -<p>—¡Velaí! De allí se cogen para cargar los carros; y en -la era se hacen con la mies pilas muy grandes, hasta que -se trille: ¿nunca lo has visto?</p> - -<p>—Nunca. Y aunque mi padre me lo explicaba, confundo -las memorias.</p> - -<p>Una nube de pena oscurece la frase, haciéndola temblar. -Olalla se anima y prosigue:</p> - -<p>—Es que las majas llevan muchas labores: luego de -tender los manojos, desfacerlos y echar el trillo, se dan -bien de vueltas hasta que se pone la corona a la trilla. -Después hay que atroparla con el calomón, ponerla en -parva, hacerle la limpia con los bieldos y acerandarla -con los cribos.</p> - -<p>—¿Así se recoge?</p> - -<p>—Sí; medímoslo en cuartales de seis heminas, bien -limpio de granzas y de coscojo, y ya tenemos pan seguro. -En l’intre van juntando otras obreras la paja que sirve -para cuelmo y la menuda que se llama bálago...</p> - -<p>Recuerda <i>Mariflor</i> estas lecciones con profundo pesar: -le sonaron un tiempo a dulcísima parábola llena de -símbolos felices, y ahora le punzan la carne y el espíritu -como anuncios de miseria y esclavitud.</p> - -<p>En el campo anchuroso halla la moza borrados los fugaces -senderos de otros días. Las hoces, al segar la mies, -tendieron por el llano una alfombra rubia y caliente que -reverbera al sol.</p> - -<p>Blando soplo de viento besa la cara de las labradoras. -Olalla se recoge, oteando los confines del paisaje con inteligente -curiosidad, y anuncia:</p> - -<p>—Corre una bufina mansa que ayuda mucho a los -bieldos en la era.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_306" id="Page_306">[306]</a></span></p> - -<p>—Luego sonríe y añade:</p> - -<p>—Hoy no acongoja tanto la calor; tienes suerte, -rapaza.</p> - -<p>Viendo que Florinda no contesta aún, dice alentadora:</p> - -<p>—Y quizabes esta noche dormamos en la trilla toda la -mocedad.</p> - -<p>—¡Ah! ¿Sí?</p> - -<p>—Es la costumbre.</p> - -<p>—¿Pero no lo dejáis para la última jornada?</p> - -<p>—Según: hay que facerlo cuando están aquí los hombres, -y en pasando el día de agosto, ya marchan. Estamos -a 13 y mañana es la boda; conque tiene que premitirse -bien aina.</p> - -<p>Tocan la arada del <i>Gatiñal</i>, y trémula <i>Mariflor</i>, pregunta -de repente:</p> - -<p>—Dime, Olalla, dime; oye: ¿tú quieres a Antonio?</p> - -<p>—¿El primo?</p> - -<p>—Sí: ¿le quieres... con amor?</p> - -<p>—¡Mujer!</p> - -<p>—¡Contesta!</p> - -<p>—No te entiendo.</p> - -<p>—¿Te gustaría ser su esposa?</p> - -<p>—Con mis padres no pactaron los suyos: ¡la elegida -eres tú!</p> - -<p>—Pero, ¿serías feliz si te eligiese?</p> - -<p>Una súbita emoción encendió a Olalla el semblante: -quizá en el reino milagroso del entusiasmo brillaron para -ella los únicos resplandores de su vida.</p> - -<p>Pasó como una ráfaga el dominio de aquella claridad, -sobre la placidez oscura de la moza, que se detuvo, miró -a Florinda con los ojos vacíos de ilusiones, y respondió -solemne:</p> - -<p>—Todos seríamos felices si tú le quisieras elegir.</p> - -<p class="p2">Se deslizó clemente la tarde, según Olalla había previsto. -La mansa «bufina» de los llanos de León pasó<span class="pagenum"><a name="Page_307" id="Page_307">[307]</a></span> -amable por las mieses y aligeró los bieldos en la era, con -regocijo de las trilladoras.</p> - -<p>Ligeras nubes tremolaron en el firmamento como nuncios -de una pálida noche, y antes de sonar la hora del -reposo ya se dió por seguro que la mocedad cenaría en -el campo y dormiría «a la rasa», en cumplimiento de su -fiesta bucólica, celebrada siempre con las solemnidades -de un rito.</p> - -<p>Fueron llegando algunos hombres solteros y casados -que, muy benévolos, ayudaron con galante solicitud a -las últimas faenas de la tarde. Quién se entretuvo en rematar -una parva, quién manejó las tornaderas o las maromas -del <i>calomón</i>, y hasta hubo arrestados varones que -se atrevieron a conducir desde la mies a la era descomunales -carros de «seis en pico»: reinó allí la fraternidad -más apacible y acarició el ventalle de los bieldos muchas -dulces sonrisas de mujer.</p> - -<p>El descanso fué alegre: sobre el respeto y el rubor con -que las maragatas trataban a los hombres, puso la anchura -de los campos un generoso perfume de libertad, -que desentumeció un poco las almas femeninas.</p> - -<p>La cena, copiosa y rociada con abundante vino, acabó -de infundir cordiales sentimientos entre el concurso, sin -quebrantar el humilde <i>vos</i> con que las mujeres hablaban -a sus esposos.</p> - -<p>Pareció a los maragatos forastera la niña ciudadana de -Salvadores, miráronla con escondida curiosidad, que fué -creciendo al advertir el mutismo de la moza, triste y pasiva, -precisamente cuando el raro placer de la confianza -quería dar en Valdecruces su transitoria flor.</p> - -<p>Murmuróse que la tristeza de Florinda había nacido -con la ausencia de un señor «escribiente», prendado de -la rapaza en extraño suelo. Se atribuyó también aquella -visible pesadumbre a la situación económica de la familia, -presa en apuros que nunca se pudieron suponer.</p> - -<p>Enlazados con las de Salvadores por vínculos de sangre<span class="pagenum"><a name="Page_308" id="Page_308">[308]</a></span> -y lazos de antigua vecindad, todos en aquel día de -expansión hubieran sentido impulsos compasivos hacia -los arruinados parientes, cuyas adversidades tenían que -ser más duras para la forastera, crecida en regalada juventud.</p> - -<p>Pero mediaba Tirso Paz, asegurando que la tía Dolores -levantaría su quebrantada hacienda cuando en el -próximo diciembre se celebrase la boda de sus nietos -Antonio y <i>Mariflor</i>, ya que el novio estaba conforme -con servir de sostén al derrumbado hogar; su reciente -viaje parecía confirmarlo así. Decíase que había pactado -con el señor cura las bases de un arreglo definitivo en -los asuntos de la abuela, y que Tirso entraba como -acreedor en aquel previo ajuste, aplazado para realizarse -a la par de la boda. Y estos rumores, tan propicios al -bienestar de la niña, se estrellaban contra su actitud visionaria -y doliente; no cabía en la espesura de aquellos -espíritus la sutil posibilidad de que <i>Mariflor</i> rechazase -un matrimonio que tales beneficios reportaría a ella y a -los suyos.—¿Estará picada de la bruja como la otra rapaza?—se -había dicho en Valdecruces más de una vez.</p> - -<p>Ahora, en la fiesta, los hombres miran con respeto -aquel rostro mudo y ardiente, como ninguno esquivo; el -soberano dolor que irradia, infunde admiración por su -penetrante claridad, desconocida en este país de sombríos -dolores.</p> - -<p>Cuando la flauta y el tamboril acuden a completar el -holgorio, nadie insiste cerca de <i>Mariflor</i> para que baile, -y a la orilla se queda sola y meditabunda, sin que la -danza respete a ninguna otra mujer.</p> - -<p>Allá van todas, lentas y obedientes, muchas sin ganas -de bailar, destrozados los cuerpos en la brega del campo, -escondidas las almas sabe Dios en qué recónditos -pesares. Se han reunido en la era desde las mieses, y el -tamborilero recluta a las más rezagadas, como atrajo a -los hombres, mozos y viejos: danzan en caprichosos giros<span class="pagenum"><a name="Page_309" id="Page_309">[309]</a></span> -llenos de gravedad y de pudor, cada maragato con -dos o más mujeres, quizá porque la emigración y la -ausencia han convertido en uso una necesidad.</p> - -<p>Cae la noche: alta y cumplida la luna, cela entre nubes -el disco rutilante y difunde su luz con recatados matices.</p> - -<p>En una pausa del tamboril, rasga los aires el bárbaro -cantar que un mozo entona, sin gracia ni malicia:</p> - -<p class="pp7q p1">«Si quieres tener femias</p> -<p class="pp8">en tus rebaños,</p> -<p class="pp6">un marón sólo dejes</p> -<p class="pp8">de pocos años...</p> -<p class="pp7">Si quieres que la casa</p> -<p class="pp8">non se te queme,</p> -<p class="pp6">limpia el sarro a la priula</p> -<p class="pp8">todos los meses...»</p> - -<p class="p1">Vibra alguna zapateta, acompañada del <i>ru-jú-jú</i> potente, -el céltico grito, perpetuado al través de las generaciones -españolas, y languidecen cada vez más las cadencias -del «corro» y la «entradilla», hasta que el baile -se extingue y la gente se dispone a dormir.</p> - -<p>Pocos bailadores desfilan camino de sus casas, y la -mayoría del concurso busca reposo en la era, ancha y -mullida como enorme lecho nupcial.</p> - -<p>Si en él duermen las hijas con las madres es porque -la costumbre lo establece, no porque lo necesite el buen -decoro de aquella casta juventud. A ningún marido se le -ocurre vigilar a su mujer, y cada cual se tumba por su -lado, con el más impasible humor.</p> - -<p>Ramona, que bailó tiesa y huraña hasta el último instante, -es de las primeras en hallar cómoda postura y -permanecer inmóvil, quizá rendida al sueño. Ella y Olalla -no temen a la noche libre, hoy que la tradición les -mulle un dorado mantillo en el terruño.</p> - -<p>Allí cerca reposa Florinda con los miembros lacerados -y el alma zozobrante: apenas consigue sonreir a <i>Rosicler</i>,<span class="pagenum"><a name="Page_310" id="Page_310">[310]</a></span> -que solícito la ofrece una almohada de oloroso -bálago. Hizo esfuerzos heroicos para disimular su torpeza -de labradora novicia, y la tortura de sus músculos rebeldes -al sufrimiento. Y ahora se aturde bajo los golpes -de su corazón, henchido de lágrimas, constreñido y -apremiante, como si fuere a romperse.</p> - -<p>No sabe cuánto tiempo trasueña, enervada por el cansancio. -Oye cerca de sí un ronquido, y a poco dice tímida -una mujer:</p> - -<p>—¿Estades bien, señor?</p> - -<p>Es la hija del tío Fabián, que habla a su esposo, recién -llegado de la Coruña. Él no responde, y Florinda -vuelve a sumirse en su angustiosa laxitud.</p> - -<p>Despierta y delirante se figura reposar en el tren, enfrente -de unos ojos profundos que la penetran y sacuden -hasta las entrañas.</p> - -<p>Es tan brusca la turbación con que la joven se estremece, -que bajo su cabeza se desmorona el menudo -acervo de la trilla. Perdido el blando apoyo, álzase lastimada, -y sin moverse contempla el singular espectáculo -de aquel pueblo fuerte y joven, áspero hasta en el sueño: -duerme un hijo de Tirso Paz de espaldas a su novia Maricruz; -la de Alonso, a los pies de su marido; lejos del -suyo, la del tío Rosendín, y divorciadas de igual suerte -todas las parejas unidas por compromisos y bendiciones.</p> - -<p>No hay en el silencioso campamento, delante de Florinda, -un corazón que sufra, un afán que despierte ni -una esperanza que se agite.</p> - -<p>Las parvas enhiestan en alto como hacia las nubes, -entre cuyos girones aparece la luna desconsolada; de -lejano pesebre llega el mugido de una res en celo, y la -desvelada moza bebe insaciable el dolor de la soledad, -más triste que nunca entre el sordo latido de aquellas -vidas y el aroma de aquellos frutos. Entonces siente crecer -el peso de las trenzas en los hombros; en los párpados,<span class="pagenum"><a name="Page_311" id="Page_311">[311]</a></span> -la lumbre de la pasión, y en las mejillas el carmín -de la salud: una fragancia de besos le sube hasta los labios -desde el corazón, ebrio de ternuras, y toda su mocedad, -exaltada por el sentimiento, vibra y arde bajo la -encubridora noche.</p> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-037.jpg" width="300" height="312" - alt="" - title="" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_312" id="Page_312">[312]</a></span></p> -<p> </p> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_313" id="Page_313">[313]</a></span></p> - -<div class="chapter"> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-005.jpg" width="400" height="153" - alt="" - title="" /> -</div> - -<h2>XXI<br /><br /> -<span class="pch">SIERVA TE DOY...</span></h2> - -<div> - <img class="dc1" src="images/dr.jpg" width="200" height="198" alt=""/> -</div> -<p class="dc13">ROTO ya el pálido celaje, apenas -brillaron las estrellas de la mañana -salió el tamborilero a tocar -el <i>Mambrú</i> al través de las dormidas -rúas, anunciando alegremente -el día de la boda.</p> - -<p>Por deferencias y respetos a -don Miguel, se convino, aunque -el novio era viudo, en prescindir -de la clásica cencerrada y celebrar los desposorios con -el solemne ceremonial que la costumbre ha convertido -en ley. Y desde muy temprano, algunos vecinos madrugadores -atravesaban el pueblo, en traje de fiesta, para -formar la comitiva, bien armados los hombres de escopetas -y trabucos.</p> - -<p>Máximo, el novio, había llegado la víspera, procedente -de Gijón; traía orondo equipaje, con las últimas «donas» -para la desposada, dulces y licores para los próximos -banquetes.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_314" id="Page_314">[314]</a></span></p> - -<p>Luego de confesar y examinarse de doctrina, separáronse -los prometidos; ella se encerró en su casa y él fuése -a la de su allegado Fermín Crespo, trajinante en Pontevedra, -jefe de familia en Valdecruces.</p> - -<p>Un hijo de este mercader y un nieto del tío Cristóbal—ambos -solteros, por ser la condición indispensable—fueron -designados en calidad de íntimos del contrayente, -para «mozos del caldo», especie de gentiles -escuderos al servicio del novio. Facunda Paz y Olalla -Salvadores eran damas de la novia, también «mozas del -caldo», de cuyo pomposo remoquete pudo <i>Mariflor</i> -evadirse, no sin algunas porfías.</p> - -<p>Cuando los nuevos redobles del tamboril anunciaron -la hora del almuerzo, llegó a casa de don Miguel un bizarro -gentío, la flor y nata de Valdecruces y no pocos -vecinos comarcanos. Para todos había lonchas de jamón, -pavo, perdices, truchas y vino añejo, amén de otros -manjares y escogidos postres.</p> - -<p>Duró hasta las once de la mañana este primer festín, -a cuya terminación, la madrina—una maragata de rumbo—prendió -en la cabeza de la novia fuerte manto de -severo color, caído hasta los pies sobre el lujoso vestido -del país.</p> - -<p>Comenzaron a tocar las campanas, y los hombres siguieron -a Máximo, que siempre envuelto en una capa -enorme, aparentó ir en busca de la bendición paternal. -Simulada esta ceremonia, ya que el mozo no tenía padre, -volvieron sobre sus pasos entre salvas nutridas, y a la -puerta de don Miguel anunciaron con acento muy -grave:</p> - -<p>—Venimos a cumplir una palabra empeñada.</p> - -<p>—Cúmplase norabuena—repuso la madre de Ascensión.</p> - -<p>Y en el umbral, puesta la moza de hinojos, recibió las -maternales bendiciones.</p> - -<p>El séquito varonil partió delante; detrás avanzaron<span class="pagenum"><a name="Page_315" id="Page_315">[315]</a></span> -las mujeres, silenciosas, con intachable compostura; los -«mozos del caldo», dispuestos a correr hasta nueve -arrobas de pólvora, dirigían las recias descargas de los -trabucos.</p> - -<p>Para lucirse mejor en el paseo, anduvieron todos a lo -largo de la calle y dieron vuelta por una donde tenía la -parroquia otro portal. Allí esperaba revestido el sacerdote, -que permanecía en el templo desde que muy temprano -administró a los novios la comunión. Estaba don -Miguel pálido y triste; no quiso asistir al almuerzo, y suplicó -le dispensaran también de la comida, pretextando -no hallarse muy bien de salud.</p> - -<p>Comenzó el acto religioso en la cancela, apretados los -contrayentes por la curiosidad del público no invitado, -que tomaba posiciones horas hacía. Como el atrio era -pequeño, muchos testigos se quedaron fuera, y la calle, -resplandeciente de colores y de sol, ofrecía en toda su -esplendidez una gallarda nota regional; finos paños, sedosos -terciopelos, brocateles y tisús, habían salido del -fondo de los cofres y esponjaban al aire su belleza, mucho -tiempo cautiva.</p> - -<p>Entre la mocedad estaba <i>Mariflor</i>, trasojada y nerviosa, -deshaciéndose en amargura bajo el rumboso atavío. -Iba apoyando a Marinela, poco firme en su primera -salida de convaleciente.</p> - -<p>Mientras sudaban los novios con el despiadado abrigo -de la capa y el manto, las mozas, al son de castañuelas -y panderos, rompieron a cantar:</p> - -<p class="pp7q p1">«Ya te sacaron la Cruz</p> -<p class="pp6">de plata, para casarte;<br /> -delante del sacerdote<br /> -ya tu palabra entregaste.</p> -<p class="pp7">Las arras y los anillos</p> -<p class="pp6">que llevas, niña, en la mano,<br /> -son las cadenitas de oro<br /> -que te están aprisionando...»</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_316" id="Page_316">[316]</a></span></p> - -<p class="p1">A cada movimiento de las cantadoras, un vaivén de -arrequives y flocaduras, un relumbrón de filigranas y corales -se ufanaron en la luz.</p> - -<p>Encima de la torre, sin temor al bullicioso concurso, -las cigüeñas adiestraban a los hijuelos en sus primeras -aventuras por el aire; giraba el macho en torno de las -crías, con una presa en el pico, instigándolas a seguirle, -y la madre volaba también alrededor de ellas, más abajo, -para sostenerlas en sus alas si cayesen.</p> - -<p>Penetró la boda en el templo. Y cuando en él buscaban -Marinela y Florinda un banco donde sentarse, -les hizo lugar una vieja con mucha solicitud. Era la -tía Gertrudis, encogida y humilde. Su voz, al rezar, parecía -un gemido; su pobre catadura inspiraba compasión.</p> - -<p>Sobre el grupo que formaban las niñas y la vieja cayeron -como un rayo los ojos de Ramona, pero no se -atrevían las muchachas a moverse; celebrábase ya el -Santo Sacrificio, y ellas fijaron su atención en el altar, -reverentes y devotas.</p> - -<p>El «Resucitado» le pareció a Florinda más muerto -que nunca, con su lívido rostro lleno de sangre y la punzadora -diadema sobre las sienes: tenía en una mano la -Cruz, y en la otra, que señalaba triunfante al cielo, le -habían colocado un ramuco de flores contrahechas. -Quiso la joven rezarle con calor y confianza, como otras -veces; pero un pesimismo envolvía sus pensamientos en -espesas nubes, y las mustias rosas de trapo, alzadas por -el Señor con gesto desfallecido, le causaron infinitas ganas -de llorar...</p> - -<p>La flauta y el tamboril acompañaron el canto de la -misa, y la elevación fué señalada con formidables estampidos -de pólvora. Iniciadas las últimas oraciones, -deslizáronse al portal las «mozas del caldo»—señaladas -con mandiles verdes—seguidas por las demás solteras -para ofrecer nuevos cantares a los novios:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_317" id="Page_317">[317]</a></span></p> - -<p class="pp7q p1">«Sal, casada, de la Iglesia,</p> -<p class="pp6">que te estamos aguardando<br /> -pa darte la norabuena,<br /> -que sea por muchos años.</p> -<p class="pp7">Estímala, caballero,</p> -<p class="pp6">bien la puedes estimar:<br /> -otro la pidió primero,<br /> -no se la quisieron dar.</p> -<p class="pp7">Estímala, caballero,</p> -<p class="pp6">como una tacita de oro,<br /> -que ya tienes mujer buena<br /> -para que te sirva en todo...»</p> - -<p class="p1">Los cónyuges aparecieron en la lonja parroquial, sudorosos, -acongojados, y allí mismo se apartó Máximo -de su esposa para irse con los hombres a <i>correr el bollo</i>.</p> - -<p>A pesar de lo cual, las muchachas, siguiendo al femenino -cortejo de Ascensión, cantaron optimistas, con mucho -repique de castañuelas:</p> - -<p class="pp7q p1">«Por esta calle a la larga</p> -<p class="pp6">lleva el galán a su dama;<br /> -por esta calle arenosa,<br /> -lleva el galán a su esposa.</p> -<p class="pp8">Voló la paloma</p> -<p class="pp7">por cima la oliva;<br /> -vivan muchos años<br /> -padrino y madrina.</p> -<p class="pp8">Voló la paloma</p> -<p class="pp7">por cima la fuente;<br /> -vivan muchos años<br /> -todos los presentes.</p> -<p class="pp8">Ponei, madre, mesa,</p> -<p class="pp7">manteles de hilo,<br /> -que viene tu hija<br /> -con el so marido...»</p> - -<p class="p1">Encontró la joven en el umbral de su puerta dos sitiales -enguirnaldados, y, por si nadie supiese el destino de -ellos, advirtió muy oportuna la copla:</p> - -<p class="pp7 p1">Sentaivos, madrina,</p> -<p class="pp6">en silla florida;<br /> -sentaivos, casada,<br /> -en silla enramada.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_318" id="Page_318">[318]</a></span></p> - -<p class="p1">Sentáronse, en efecto, las dos mujeres, siempre cargada -Ascensión con el duro manto, que después de -aquel día sólo en caso de enviudar debiera ceñirse para -los funerales del consorte. Las mozas, colocadas en dos -filas, cantaron <i>el ramo</i>, un armadijo de muchos corolines -con ajaracas y dulces. Fué largo y triste el homenaje, -salpicado de consejos y alusiones, y le recibió la moza -muy recoleta y compungida, sin levantar los ojos del -suelo ni sonreir al final de la canción:</p> - -<p class="pp8 p1">«Guapa es la novia cual naide,</p> -<p class="pp7">guapo el novio cual denguno;<br /> -tengan hijos a docenas<br /> -y a centenares los mulos.»</p> - -<p class="p1">Mientras tanto, los jóvenes corrían en la era «el bollo» -del padrino, un pan de seis libras en forma de pelele, -con monedas de plata dentro de la cabeza.</p> - -<p>Defendíanle los de la boda, al frente los «mozos del -caldo», contra todos los corredores que se presentaban: -reglas de tradición daban derecho a conseguirle. Cuando -el vencedor hubo recogido las monedas del premio, distribuyóse -el descabellado monigote entre los concurrentes, -como fórmula que convertía a Máximo en vecino de -Valdecruces: el alcalde pedáneo lo hizo constar así en -un acta.</p> - -<p>Todavía cantaron las mozas al llegar los del «bollo» a -casa de don Miguel:</p> - -<p class="pp7q p1">«Bien vengades, bien vengades,</p> -<p class="pp6">bien venidos, que seyades...»</p> - -<p class="p1">Habían colocado delante de Ascensión un profundo -cesto de pan cortado en pedacitos, que ella repartía a -cuantas personas se acercaban a decirle:</p> - -<p>—¡Dios te haga bien casada!</p> - -<p>Llegóse también la tía Gertrudis, y la moza, vacilando<span class="pagenum"><a name="Page_319" id="Page_319">[319]</a></span> -un momento, dióle su parte con mucha delicadeza, sin -tocar la mano extendida en fino saludo.</p> - -<p>Algunas voces protestaron:</p> - -<p>—¡Fuera la bruja!</p> - -<p>—No azomar a la pobre—dijo una compasiva mujer—; -la infelice perecería de hambre si no fuera por las -limosnas del señor cura.</p> - -<p>—Tien mucho rejo; no muere tan aina—rezongó Ramona—. -Y a su lado advirtió una zagala:</p> - -<p>—Creer en agorerías es pecado mortal...</p> - -<p>Cuando el pan de la boda estuvo repartido, sirvióse -una gran comida: a la clásica bizcochada de vino rancio -siguió la interminable lista de viandas fuertes que en un -mismo plato compartieron los novios. Por fin, a media -tarde viéronse éstos libres de su parda vestidura matrimonial, -que les fué perdonada a los postres del banquete, -para que bailasen juntos hasta rendirse.</p> - -<p>Ya la madrina <i>había ofrecido</i>. Con su moneda de oro -sobre una rica bandeja, pasó delante de los invitados -diciendo:</p> - -<p>—Para la rueca y el uso.</p> - -<p>Todos daban: hasta las de Salvadores pusieron sus -pesetillas en «la ofrenda» general.</p> - -<p>Luego pidió el padrino:</p> - -<p>—Para los primeros zapatos del infante.</p> - -<p>Y también hubo dones.</p> - -<p>Es incumbencia de los «mozos del caldo» llevarle a la -novia su ajuar hasta el nuevo domicilio; pero como la -recién casada iba a vivir lindando con su madre, fué -para los muchachos cosa de un periquete el cumplir esta -galante obligación.</p> - -<p>Desplegóse luego la danza en toda su brillantez por la -ancha rúa, extendida hasta la iglesia desde la casa parroquial. -La fuerte luz del sol y la majeza de los trajes -daban al espectáculo matices de alegría y de rumbo, -que faltaban al baile de la era. Aunque el recogimiento<span class="pagenum"><a name="Page_320" id="Page_320">[320]</a></span> -de las mujeres tenía siempre un cariz de austeridad, parecían -ahora menos cansadas y más felices. Los hombres, -de punta en blanco, rozagantes y orondos, sin reir -ni perder su grave actitud, rebosaban satisfacción: en la -portezuela de sus chalecos las rosas tendían magníficos -realces entre el plegado camisolín y la clásica almilla. -Cenojiles, cintos y lazos, daban al viento la ferviente leyenda -del amor, encerrada a veces en el cantarcillo popular:</p> - -<p class="pp7q p1">«Ahí tienes mi corazón</p> -<p class="pp6">cerrado con esa llave:<br /> -ábrele y verás que en él<br /> -sólo tu persona cabe...»</p> - -<p class="p1">Empezó la danza por el «baile corrido», girando las -parejas con un lento vaivén, lánguido y señoril, que terminó -en compases de jota. Siguió el llamado «dulzaina»: -las mujeres, de dos en fondo, dieron una vuelta en -círculo; delante las doncellas, detrás las casadas, siempre -abstraídas y mudas; iban los hombres en la misma -forma, por el lado exterior del corro femenino, hasta -que, a una señal del tamboril, buscaron parejas, escogiéndolas -por orden riguroso, dos para cada uno, desde -las primeras danzantes. Vino después la «entradilla», en -la cual salen bailando los hombres y luego acuden ellas -a buscar mozo: es el baile de los rubores y las zapatetas; -las muchachas procuran elegir a los parientes más próximos, -hermanos si es posible. El corro característico -de las bodas le componen las mujeres sin bailar, de una -en una, tocando las castañuelas: abre marcha la madrina, -sigue la novia y van las solteras en último término detrás -de las «mozas del caldo». Esta rueda no se interrumpe -cuando intervienen los bailadores desde la orilla para -danzar con dos mujeres, bordando las figuras en jeroglíficos -y detalles de clásico sabor y mucha honestidad.</p> - -<p>En el fondo de la rúa castellana, bajo los resplandores -crudos de aquel cielo de añil, adquiría la artística diversión<span class="pagenum"><a name="Page_321" id="Page_321">[321]</a></span> -caracteres de rito, fabuloso perfume de romance, al -que prestaba marco insigne la torre parroquial con el -sagrado nido de la cigüeña. Mas, de pronto, en un breve -descanso del tamboril, iban los hombres <i>a echar un neto</i> -sobre los manteles de la boda, siempre extendidos; y -mientras esperaban jadeantes las mujeres, el encanto de -la danza se deshacía y el aroma del culto viejo convertíase -en vulgar olor a vino de Rueda, con agrio tufo a -carne trasudada.</p> - -<p>Así pasaron las horas. El escaso público que no tomaba -parte activa en la fiesta iba cansándose, pero nadie -osaba decirlo: seguía corriendo la pólvora, y los espectadores -seguían fijando los ojos en el baile con atávica -devoción.</p> - -<p>Habíase apartado don Miguel en su aposento con la -disculpa de un leve malestar, aunque no quiso perdonarse -de tomar café con el padrino y dirigir desde los -balcones alguna curiosa mirada hacia la fiesta. Vió a -<i>Mariflor</i> y su prima del brazo, ambas con el semblante -fatigado y mustio, recostadas en el atrio de la parroquia. -Las hubiese invitado a subir, mas, huyendo la tristeza -inconsolable de los garzos ojos, limitóse a mandar que -las ofrecieran sillas.</p> - -<p>Esta previsión colocó a las jóvenes en el punto más -visible entre la concurrencia, bajo el dintel de la casa -ornamentado con ramaje de chopos y negrillos, difícilmente -logrado y ya moribundo.</p> - -<p>La preferencia del lugar causó a las favorecidas alguna -inquietud, porque, de soslayo, iban las curiosidades -a perseguir con mayor ahinco el apartamiento de las dos -zagalas bellas y tristes.</p> - -<p>—¿No acabará esto pronto?—dijo molesta <i>Mariflor</i>.</p> - -<p>—¡Quiá, mujer!; veráste tú: agora bailan hasta la noche, -luego cenan mucho, y todavía cuando están acostados -los novios, van los «mozos del caldo» a llevarles -gallina en pepitoria.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_322" id="Page_322">[322]</a></span></p> - -<p>—Ya, ya; ¡linda costumbre!...</p> - -<p>—¡Y comen della!...</p> - -<p>—Pero tú y yo nos marcharemos en cuanto caiga la -tarde, porque te va a hacer daño el relente.</p> - -<p>—No podremos dormir: la mocedad aturde a los vecinos -con los trabucazos, y en cada puerta llama pidiendo -aves para la tornaboda.</p> - -<p>—Sí; ya sé que si no se las dan las cogen.</p> - -<p>—Son derechos del novio... Mañana será la misa tempranico, -y los parientes de los desposados llevan la -ofrenda al señor cura.</p> - -<p>—Eso no lo sabía.</p> - -<p>—Un cuartillo de grano o poco más: después se repite -la fiesta de hoy.</p> - -<p>—¿Tan solemne?</p> - -<p>—Con menos ceremonias: sólo que una moza del -caldo baila, llevando consigo la <i>pica</i>, que luego se reparte, -un pastel pintado de rojo...</p> - -<p>Calló Marinela, negligente y cansada, suspiró Florinda -y comenzó la tarde a palidecer. Ya iban ellas a retirarse: -esperaban una ocasión para despedirse, cuando el tío Fabián -se detuvo allí, extendiendo una carta:</p> - -<p>—Es para el señor cura—dijo—. ¿Quién la recoge?</p> - -<p><i>Mariflor</i>, de un vistazo, conoció la letra: era de su padre. -Y repuso:</p> - -<p>—Yo la subiré; don Miguel debe de estar arriba.</p> - -<p>El viejo, entregándosela, musitó:</p> - -<p>—Mejor te daba una para ti, paloma.</p> - -<p>Desapareció la joven sin responder, y había dominado -apenas su emoción cuando llamó a la puerta del sacerdote, -no poco sorprendido de la visita. Dentro de la -carta venía, como de costumbre, otra para <i>Mariflor</i>; sin -sentarse, leyeron impacientes cada uno la suya. Después -se miraron, y fué la muchacha la primera en hablar:</p> - -<p>—Dice que me case con Antonio...</p> - -<p>Sonaron las palabras con una amargura indescriptible.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_323" id="Page_323">[323]</a></span></p> - -<p>—Será un consejo.</p> - -<p>—Es una súplica: mi padre se hunde y me pide -auxilio.</p> - -<p>Tendió la carta, señalando con un dedo temblón los -suplicantes renglones «... hija mía; sálvanos a todos, y yo -aseguro que en recompensa a tu sacrificio Dios te hará -feliz».</p> - -<p>Con profunda lástima levantó el cura los ojos hacia -la moza.</p> - -<p>—Lea usted lo que escribe antes—murmuró ella.</p> - -<p>—Sí; me lo figuro: tu primo le propone reforzar aquel -negocio con el capital necesario y bajo la condición de -vuestra boda.</p> - -<p>—¿Se lo cuenta a usted?</p> - -<p>—Como a ti.</p> - -<p>—¡Nada, que ese hombre me quiere comprar!</p> - -<p>—No te agravie su procedimiento: con él te da una -prueba inaudita de estimación.</p> - -<p>—¡Pero yo no me puedo vender!</p> - -<p>—Díselo a tu padre honradamente.</p> - -<p>—¡Dios de mi alma!</p> - -<p>—Piensa que no estás obligada al sacrificio,</p> - -<p>—¿Sacrificio?... Mi condescendencia no sería virtud, -ya que Rogelio me abandona.</p> - -<p>Se inclinó sollozante: en sus lágrimas hervía una terrible -desolación.</p> - -<p>Don Miguel protesta conmovido:</p> - -<p>—Sí, sí; el que voluntariamente rinde su libertad se -sacrifica.</p> - -<p>—Es que no soy libre: le juro, señor cura, que padezco -una tremenda esclavitud... Ya ve usted cómo «se ha -portado»; pues no importa: ¡le quiero, le quiero; no me -puedo casar con otro... es imposible!</p> - -<p>—Tranquilízate, niña: vete en paz. Yo escribiré a tu -padre cuanto sucede.</p> - -<p>—¡Dígale que no consiste en mí; que mil vidas diera<span class="pagenum"><a name="Page_324" id="Page_324">[324]</a></span> -yo por él; que me muero de pena al negarle este -favor!...</p> - -<p>La ahogaba el llanto; procuró el sacerdote calmarla -con exhortaciones de mucha piedad. Despidióse la muchacha -en cuanto pudo, y salió diciendo:</p> - -<p>—¡Harto le mortifico a usted: Dios le recompense!</p> - -<p>Como la sombra había ganado ya las habitaciones, -desde el rellano de la escalera alumbró don Miguel con -cerillas para que <i>Mariflor</i> bajase.</p> - -<p>Iba desalada; huyendo de las luces de la cocina y -el «cuartico», deslizóse al través del portal, hasta asir el -brazo de Marinela y hundirse juntas en el sosiego oscuro -de las calles.</p> - -<p>Era tan visible la congoja de la enamorada, que su -prima le dijo con susto:</p> - -<p>—Pero qué, ¿trajo malas razones la esquela?</p> - -<p>—No, no.</p> - -<p>—Vienes tribulante: bajabas a modín como escondida.</p> - -<p>—Por no despedirme... ¡tengo tan poco humor! Mañana -daremos una disculpa...</p> - -<p>—Madre también fué para casa... Oye: ¡qué triste es -una boda!... ¿noverdá? A mí me hace duelo sin saber -por qué...</p> - -<p><i>Mariflor</i> sólo pudo contestar con un suspiro.</p> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-023.jpg" width="400" height="175" - alt="" - title="" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_325" id="Page_325">[325]</a></span></p> - -<div class="chapter"> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-015.jpg" width="400" height="156" - alt="" - title="" /> -</div> - -<h2>XXII<br /><br /> -<span class="pch">LOS MARTILLOS DE LAS HORAS</span></h2> - -<div> - <img class="dc1" src="images/dc.jpg" width="200" height="196" alt=""/> -</div> -<p class="dc13">CORRÍA noviembre. Ya en los robles -puntisecos y en las oscuras -urces palidecían las hojas para -morir enfermas de la fiebre otoñal; -el sol se insinuaba amarillo -y remoto, dorando apenas el -matiz austero del paisaje, y en la -hidalga llanura de León caían las -horas con infinita pesadumbre...</p> - -<p>Una tarde, muy triste, <i>Mariflor</i> Salvadores tuvo que -ir al molino, distante dos kilómetros del pueblo.</p> - -<p>—Por el vero de la regona—díjole Olalla—no tienes -onde perderte.</p> - -<p>Ella se disponía a lavar junto a su madre hasta la noche, -y Marinela, otra vez lastimosa, encogíase cerca de -la lumbre.</p> - -<p>Salió <i>Mariflor</i> con su cestilla de centeno al brazo y -sus profundas penas en el alma. Anduvo el camino de la -mies, raso y frío, tan solo, que ni el vuelo de un ave le<span class="pagenum"><a name="Page_326" id="Page_326">[326]</a></span> -daba compañía: cigüeñas y golondrinas emigraron así -que el viento comenzó a batir los eriales y la luz pareció -vieja y pálida al través de las nubes.</p> - -<p>Los cigoñinos, al volar valientes y seguros en pos de -sus padres, despertaron en el pecho de Florinda nostalgias -de aventuras, loca impaciencia de albures y horizontes. -Las cosas fugitivas le hacían soñar y padecer: -aguas, nublados y vendavales producíanle antojos inauditos, -ansias de convertirse en átomos de aquellas peregrinas -corrientes.</p> - -<p>Hoy todo yace inmóvil alrededor de la moza: camina -el silencio en torno suyo, y ella escucha en la «sonora -soledad» caer los instantes bajo el martillo del tiempo y -fluir la vida con sordas palpitaciones que repercuten en -los pulsos y en el corazón de la infeliz.</p> - -<p>¡La vida!... ¿Para qué la quiere? Ya su alma se ha despedido -de la felicidad. Vive <i>Mariflor</i> con los ojos puestos -en todo lo que huye, en todo lo que vuela y muere: -cuenta a veces los minutos con furioso deseo de que pasen: -los empuja con el pensamiento; quisiera precipitarlos -a millones en el silo de la eternidad. No es la suya la prisa -del que espera; es la sombría inquietud del que busca -la muerte; y, sin embargo, un violento impulso de esperanza -ruge en el tormentoso río de estas ansiedades.</p> - -<p>No quiere la enamorada confesárselo así, y ahora mismo -aprovecha la muda complicidad de este sendero -para romper las cartas de su novio. Con brusco arrebato -las arranca del jubón y las desdobla: son tres. Rasgadas -juntas, va haciéndolas añicos, sin detenerse, apresurada -y triste.</p> - -<p>Las letras de los versos parecen rebelarse en los menudos -jirones del papel, y Florinda huye del galope de -su memoria, que repite:</p> - -<p class="pp7 p1">...soy el amor que pasa,</p> -<p class="pp6">el niño amor que encontrarás un día<br /> -tras de las tempestades de tu alma...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_327" id="Page_327">[327]</a></span></p> - -<p class="p1">A pesar suyo escucha la moza los apasionados ecos de -la querella. Se dulcifica entonces su rostro, y en un repente -de inefable ternura siembra en el páramo los pedacitos -de su felicidad, como granas de amor, algunos -caen al agua, a cuya linde camina la joven.</p> - -<p>Quédanse allí los despojos de un cariño, las simientes -de una ilusión, temblando en la apacible linfa, diciendo -a los duros terrones un enamorado «escucho»...</p> - -<p>Cunde el regato fino y silente, corren las nubes amenazadoras, -y en la descolorida lontananza se dibujan -los perfiles de la aceña; allá lejos, una pastoría tiende -la corona de su redil junto a la henchida cama del -pastor.</p> - -<p>Recuerda la caminante su primera salida por el campo -de Valdecruces y su encuentro allí con <i>Rosicler</i>, el galán -pastorcillo que ya emigró, como las aves. Muchos -días anduvo radio y pesaroso alrededor de la moza, hasta -despedirse de ella. ¿Qué la dijo?... ¡Nada! Parecía tener -los ojos cargados de secretos, pero sólo acertó a -murmurar: ¡Adiós, adiós!... Iba llorando.</p> - -<p>—¡Pobre!—balbuce Florinda tras fuerte y hondo suspiro.</p> - -<p>Y amargada después por el acre sabor de tantos infortunios, -se enardece y rebela con el ímpetu de su gran -corazón apasionado; ansía que al despertar el viento en -los eriales pueble de frémitos la llanura, torne lívidas las -aguas del arroyo y arrastre granizos y nieves... ¡Quisiera -envolver las desolaciones de su alma en una grandiosa -tempestad, en una formidable desolación del mundo entero!...</p> - -<p>Asomados a las teleras balitan con desconsolada blandura -los corderitos primales, y el rapazuelo guardián entretiene -sus ocios evocando al invierno en lánguida canción:</p> - -<p class="pp7q p1">«¡Ay noche de Navidad,</p> -<p class="pp6">ay noche serena y clara!...»</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_328" id="Page_328">[328]</a></span></p> - -<p class="p1">—Buenas tardes.</p> - -<p>—Bien venida.</p> - -<p>Los ojos del niño siguen con extraño embeleso la gentil -figura de <i>Mariflor</i>, que todavía parece forastera y -trasciende a encantos desconocidos en el país.</p> - -<p>—¡Usa la guedeja al aire!—dícese el pastor, absorto en -la esplendidez de los cabellos que la muchacha luce.</p> - -<p>Y ella va mirando cómo crece la regona, según se -aproxima al ladrón abierto en el canal.</p> - -<p>El viento ha despertado: gime y vocea sobre el tríbulo -de la mies y amontona las nubes que al rodar escriben -silenciosos renglones en el agua.</p> - -<p>Hay poca gente en la aceña, que muele despacio, con -el cauce débil, y las maragatas allí reunidas aguardan la -lluvia como un beneficio. Pertenece a varios pueblos -esta fábrica, que el Duerna rige y que sólo en invierno -trabaja; las mujeres, que esperan en riguroso turno, platican -con igual lentitud que el molino funciona. De vez -en cuando una se levanta, llena la tolva de cibera, suspira -y vuelve a sentarse. A poco avisa la citola que la rueda -se ha parado; hay que esperar que represe el agua.</p> - -<p>Cuando llega Florinda a pedir turno, algo confusa de -su inexperiencia, la reciben afablemente, la hacen sitio -en un escaño, y en voz baja mencionan la familia de la -joven:</p> - -<p>—¡Quien la vió y quien la ve! ¿Noverdá?</p> - -<p>—Sí; ¡con la arrufadía que gastaron!</p> - -<p>—Era gente de mucha tramontana...</p> - -<p>—¡Como tuvieron los haberes a rodo!...</p> - -<p>—¡Y es bellida la moza!</p> - -<p>La cual vió con gusto presentarse a Maricruz, que al -regreso de Piedralbina entraba a pedir un poco de agua -y a buscar compañía, si la hubiese, para volver a Valdecruces.</p> - -<p>—Pues en la sotabasa—le dijeron—tienes colmado -un cantarico; y aquí está la de Salvadores.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_329" id="Page_329">[329]</a></span></p> - -<p>Bebió Maricruz, sonrió a su vecina y sentóse a esperarla.</p> - -<p>—¿Qué hora será?—pregunta una mujer.</p> - -<p>Otra responde:</p> - -<p>—Sin la ruta del sol no es fácil conocerlo.</p> - -<p>Y a la recién llegada le parece que habrán dado las -tres.</p> - -<p>—¡Corre mucho frío!—le dicen.</p> - -<p>—Abondo, y cercea.</p> - -<p>—Pos la nieve es segura.</p> - -<p>—Sí; hogaño la tenemos antes de Navidá.</p> - -<p>—Ya de madrugada hubo pinganillos en los alares.</p> - -<p>—Pronto crece el Duerna y tenemos que abrir el fortacán -para moler.</p> - -<p>Una moza de Piedralbina anuncia sonriente que las -fiestas de año nuevo van a estar muy preciosas. Y se discute -la propiedad con que ese día los pastores se disfrazan -de mujeres para hacer gala de resistencia y caracterizarse -bien de valerosos. Así vestidos se denominan -<i>xiepas</i>; bailan en zancos sobre la nieve, cantan y piden -aguinaldos en extrañas procesiones nocturnas, que iluminan -con «mechones» y adornan con tirsos, como los -gentiles en las orgías de Baco...</p> - -<p>Poco después, logrado por <i>Mariflor</i> su cestillo de harina, -salen de la aceña las zagalas de Valdecruces.</p> - -<p>—Aguantai—les dijeron—, que no os alcance la -nieve.</p> - -<p>Y ya los primeros copos se cuajaban en el aire.</p> - -<p>Quiso Maricruz entretener el camino en amistosa conversación -y mostrarse gentil con la niña ciudadana. Dijo -que venía de pagar la «avenencia» del médico, y preguntó -si era verdad que las de Salvadores esperaban al -tío Isidoro.</p> - -<p>—Paez que trae un amago de cáncere—compadeció.</p> - -<p>—No sé—dice vagamente Florinda, observando con<span class="pagenum"><a name="Page_330" id="Page_330">[330]</a></span> -admiración a su compañera—. Es una moza rubia y dulce; -siempre que habla sonríe; tiene seguro el paso, tranquilo -el acento, apacibles los ojos, y la boda apalabrada con -un hijo de Tirso Paz.</p> - -<p>El agua de la presa ondula al viento, con profundos -sones; el pastor se ha cobijado, y las nubes, cargadas de -cellisca, borran las líneas del paisaje.</p> - -<p>—¡Buena noche se nuncia para el vuestro filandón!—prorrumpe -sonriendo Maricruz.</p> - -<p>—No irá gente, si nieva.</p> - -<p>—Más de gana, mujer, que habéis un establo bien -mullido y anchuroso. ¿Dais entrada a la tía Gertrudis?</p> - -<p>—Si va...</p> - -<p>—Porque endecha unas historias de guerreros y marinos, -que da gusto oyirlas. Ella anduvo en su mocedad -por las playas y conoció a maragatos de mucho enseño, -aquistadores que allende fincaron ciudades y ganaron -a pote.</p> - -<p>—Pero, ¿los hubo?</p> - -<p>—Ya lo creo, rapaza.</p> - -<p>—Me lo dicen; lo he leído...</p> - -<p>—¿Y lo dudas?</p> - -<p>—A veces, sí.</p> - -<p>—No conoces bien a estos paisanos; cuando te hagas -estadiza entre nosotros, ¡ya verás!</p> - -<p>—Veo mucha pobreza; las mujeres aquí abandonadas -a sus fatigas, los hombres ausentes, duros.</p> - -<p>—¿Duros?... No te entiendo... Valdecruces es una aldea -ruín; pero Maragatería es muy grande y tiene pueblos -ricos y casas a la moda. Por ahí fuera, los maragatos que -hicieron fortuna y recibieron estudios, son agora señorones -de mucha fama.</p> - -<p>—Ya, ya...</p> - -<p>Es tan incrédulo el mohín de Florinda, que Maricruz, -despierto su estímulo regional, prosigue con algún -calor:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_331" id="Page_331">[331]</a></span></p> - -<p>—Hay libros que ponen muchas cosas valientes de los -maragatos; la maestra de Piedralbina se los hace leyer a -todas las rapazas.</p> - -<p>—Yo no digo mal de estos hombres, que de aquí es -mi padre.</p> - -<p>—Y tus agüelos,</p> - -<p>—¡Claro! Digo de las costumbres, de la rudeza del -país. ¡Es tan triste!... Y en los hombres parece que se -nota más.</p> - -<p>—Los que no aprenden finuras serán como dices tú; -pero más cabales para el trabajo y la honradez no los -encuentras; si dan una palabra la cumplen, sostienen su -familia al tanto de lo que ganan, y el que engañe a la -mujer se deshonra para inseculá... ¡Nunca acontece!</p> - -<p><i>Mariflor</i> lanza un débil suspiro, y su amiga, creyéndola -conforme con el ardoroso discurso que acaba de -pronunciar, se engríe y continúa:</p> - -<p>—Tamién hay maragatos que trovan en la política y -escriben en los papeles. Háilos militares de mucha ufaneza, -clérigos de mucha santidá...</p> - -<p>—Ya lo sé.</p> - -<p>—En cuanto los acrianzan fuera de aquí sirven para -todo como el primero: y aun los pastores más esfarrapaos -tienen barrunta para medrar, si a mano viene.</p> - -<p>Ahora Florinda sonríe a pesar suyo.</p> - -<p>—Sí, mujer; acuérdate de aquel rapaz de Iruela que -aballadaba ganados al pie del Teleno. Comiéronle los -lobos una res y el pobretico, temiendo al amo, alejóse -por la Sanabria alante. Conque llegó perdido a Extremadura -y por causa de una revolución le echaron para -Portugal; entodavía de allí le desterraron a Ingalaterra, -y sin saber la fabla ni conocer a nadie, entró de sirviente -en una relojería: aprendió el oficio y ya no hubo en -todo el orbe otro relojero más famado.</p> - -<p>—Sí, ese era Losada: conozco la historia. Cuando -vino a su tierra después de mucho tiempo, dejó un reloj<span class="pagenum"><a name="Page_332" id="Page_332">[332]</a></span> -muy grande en Madrid, regalado para un edificio de la -Puerta del Sol.</p> - -<p>—¿Véslo?... Pues otros pastores de Santa Catalina, parientes -de mi abuela, bajaban con las merinas a Badajoz -todos los años, a invernar en los jarales de un duque al -cual nombran del Alba. Ello fué que labrando la tierra -baldía junto al chozo, halláronla fecunda, y cada invierno, -cuando iban ende con los ganados trashumantes, labraban -otro poquitín, hasta que el señor duque les dió permiso -para fincar entre sus aradas dos pueblos, los Antrines, -el de arriba y el de embajo... ¿Sabíaslo?</p> - -<p>—Eso no.</p> - -<p>Sonríe triunfante Maricruz y pisa con firme orgullo en -el yerto camino. Florinda, para corresponder a la locuacidad -de su compañera, murmura:</p> - -<p>—Tú pareces muy feliz... ¿Cuándo te casas?</p> - -<p>—Neste invierno: aún no está adiada la boda—responde -con rubor—. Y tú para las Navidades ¿eh? Llevas -un mozo de mucha hombría... ¡Pa que veas que hay -gente de prez nestas planuras de León!</p> - -<p>Achacando a modestia el silencio de Florinda, no -insiste la moza en este punto, y da otro giro a la plática.</p> - -<p>—¡Cómo sona la nube!</p> - -<p>—¡Sí!</p> - -<p>Ambas jóvenes se detienen un instante a escuchar la -furente carrera de los vientos y a medir con tranquila -expectación la preñada negrura del nublado. Una y otra, -por distintas causas, permanecen serenas: ni a Maricruz -le asusta el temporal, por conocerle mucho, ni le -halla <i>Mariflor</i> bastante recio para aturdirse en él. Va -pensando que su alma está más sombría que los cielos, -y buscan sus ojos con ansiedad una huella de la semilla -de amor arrojada en la llanura poco antes. Pero ya las -ráfagas tempestuosas verberaron con ímpetu en el suelo, -y al borde del estremecido arroyo no parece rastro ninguno -de la siembra sentimental.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_333" id="Page_333">[333]</a></span></p> - -<p>Y cuando, alucinada, se inclina <i>Mariflor</i> para coger, -como una reliquia, algo blanco y menudo que rueda por -allí, levanta un copo de nieve donde creyó recuperar el -adorado fragmento de una carta: en la ardorosa mano -se deshace al punto la vedija glacial...</p> - -<p>—¿Qué te sucede?—pregunta Maricruz, viendo palidecer -a su amiga—. ¿Tienes miedo?</p> - -<p>—No.</p> - -<p>El ronco arrullo y el trastornado semblante con que -responde, preocupan a Maricruz. Una impresión extraña -y dolorosa turba su silvestre espíritu. Se enlaza con -blandura al brazo de su compañera y dice, conmovida, -sin saber por qué:</p> - -<p>—¿Sigue Marinela mejor?</p> - -<p>—Está lo mismo.</p> - -<p>—¿Aún dormís a la santimperie?</p> - -<p>—Ya no; mi tía se opone desde que empezó el mal -tiempo.</p> - -<p>—¡Pobre pitusa!... ¡Y agora, si viene su padre tamién -comalido!</p> - -<p>—¡No sé si vendrá!...</p> - -<p>—Ansí dicen que la tía Gertrudis os malface: ¿oístelo?</p> - -<p><i>Mariflor</i> se había serenado un poco.</p> - -<p>—Eso es mentira—protestó.</p> - -<p>—Yo nunca lo creí: ni es bruja ni prodigiadora... -Será, si acaso, conjurante.</p> - -<p>—Es una triste vieja como las demás.</p> - -<p>—Y mejor: sabe fervorines, cantares y medicinas, que -te pasmas. Con tomillín de un cantero de la huerta y -otro yerbato dulce, me curó a mí antaño la ronquez.</p> - -<p>—Dicen que está muy sola y muy necesitada.</p> - -<p>—Sí; la malfamaron y poco se la ayuda, aunque la juventud -no cree, ya, en los hechizos: son cosas de rapaces -y de viejas...</p> - -<p>Apretó a nevar: las muchachas, muy juntas y diligentes, -seguían la margen del arroyo, fiel rumbo hacia Valdecruces<span class="pagenum"><a name="Page_334" id="Page_334">[334]</a></span> -en la espesa cerrazón del horizonte. Ya estaba -lejos el cauce del molino, y Maricruz, guiada por su experiencia -campesina, anunció alegre:</p> - -<p>—Pronto llegamos.</p> - -<p>Mas al punto refrenó el paso, prestó oído y añadió -pesarosa:</p> - -<p>—¡Ay!... ¡Se ha muerto la tía Mariana!</p> - -<p>—Sí; tocan a difunto—dice Florinda escuchando—, -¿pero cómo sabes que es por ella?</p> - -<p>—Fíjate en las posas: una... dos... Si hubiera muerto -un hombre serían tres.</p> - -<p>—¡Ah!</p> - -<p>—También el tío <i>Chosco</i> anda malico.</p> - -<p>—¡Pues mira que si se muere el enterrador!</p> - -<p>—Hereda el puesto el sacristán.</p> - -<p>—Y esa tía Mariana, ¿era muy vieja?</p> - -<p>—Sí, mujer: abuela de Facunda por parte de madre.</p> - -<p>—¿Y abuela de tu novio?</p> - -<p>—Velaí.</p> - -<p>—Vamos a rezar por su alma.</p> - -<p>Un devoto murmullo acarició los compungidos semblantes -de las mozas, que llegaban a Valdecruces cuando -ya, en precoz anochecer, moría la tarde, malherida -de la nieve.</p> - -<p class="p2">Iba <i>Mariflor</i> tan penetrada por el soplo de la tragedia, -que no experimentó grande inquietud al oir en su -casa llantos y quejidos. Supuso llegada la hora de que -la Humanidad, lo mismo que la Naturaleza, estallase en -lamentos. Y las razones de esta lógica explosiva quedaron -atravesadas por una voz lamentable que decía en -la sombra del <i>estradín</i>:</p> - -<p>—¡Ay, cómo tardabas!... ¿No sabes que Pedro va a -partir y que mi padre viene a morirse?</p> - -<p>Florinda no supo qué responder, y Marinela, deteniéndola -aún por el brazo, añadió con angustia:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_335" id="Page_335">[335]</a></span></p> - -<p>—Madre dice que nosotras somos harto pobres para -socorrer a un enfermo, y que la abuela ya no tiene casa -ni haberes para aconchegar a su hijo; además, no quiere -que mi hermano marche; llora por él clamando que -se le rebatan, que se le quitan: la abuela gime y Olalla -paez muda.</p> - -<p>—Pero, ¿quién ha escrito?</p> - -<p>—Tu padre.</p> - -<p>—¿A mí?</p> - -<p>—No: a la abuela.</p> - -<p>—¡A mí ya no me escribe!</p> - -<p>—¡Mujer, la carta pone para ti tantas de cosas!</p> - -<p>Dentro se habían apaciguado un poco las lamentaciones, -y <i>Mariflor</i> siguió escuchando a su prima.</p> - -<p>—Verás: dice la esquela que unos maragatos ricos -pagan estos viajes que te cuento. Mi padre llegará para -la Pascua y el rapaz tiene que salir a primeros de mes -con un paisano de Santa Coloma—. Suspiró con ansia -la niña y lamentóse—: ¡Ay, Dios, ya estoy más sediente -que nunca, con un jibro en el pecho y un acor en -el alma!</p> - -<p>—Pues hay que tener ánimos—murmuró Florinda -maquinalmente.</p> - -<p>—Yo no sirvo para este mundo... ¡Si pudiese entrar -en el convento!</p> - -<p>En aquel instante llegaban los niños de la escuela sacudiéndose -la nieve y extendiendo las manos en la oscuridad, -con rumbo a la cocina, donde antes resonaron -los lloros. Detrás de los rapaces entraron las muchachas.</p> - -<p>Ardía en el llar un fuego mortecino y temblaba sobre -la mesa la luz del candil. En viendo Ramona a su hijo -mayor, lanzóse a él con ademán salvaje y comenzó a -gritar como si le prestaran sus aullidos todos los animales -maltratados y moribundos:</p> - -<p>—¡Ay fiyuelo, quédome sin tigo!... ¡Te parí de mis entrañas,<span class="pagenum"><a name="Page_336" id="Page_336">[336]</a></span> -te pujé en mis brazos y trabajé para ti como una -sierva!... Agora que me conoces y me quieres, te me -quitan... ¡Ay, pituso, non te veré más!... ¡Los mares y los -hombres te rebatan!...</p> - -<p>Parecían mordiscos, por lo hambrientos, los besos de -la madre; lloraba toda la familia, y el zagal, asustado, -apenas supo decir:</p> - -<p>—¡Volveré pronto!</p> - -<p>—Volverás muriente como tu padre, y yo estaré tocha -y ceganitas como tu abuela, sin nido ni cubil pa tu -resguardo; lo mesmo que esa pobre: ¡mira!</p> - -<p>Y conteniendo la explosión de su piedad en el acento -ronco y firme, Ramona empujó a su hijo hasta la anciana.</p> - -<p>Acogióle ella entre sus brazos doblándose, en el sitial, -para recibirle, con tan acongojada pesadumbre, como si -del viejo corazón exprimido cayese en aquel instante la -última gota de ternura.</p> - -<p>También Carmen y Tomasín se refugiaron, ronceros -y llorones, en aquella caricia. Estalló un sollozo en el pecho -de Olalla, y el triste concierto de ayes y suspiros -volvió a levantar sus desconsoladas notas en la escena. -Ramona, con los ojos fijos en el grupo que formaban los -rapaces y la tía Dolores, fué serenándose hasta sentir un -repentino bienestar que sin saber cómo se le subió a los -labios en una dulce palabra.</p> - -<p>—¡Madre!—dijo.</p> - -<p>Nadie respondía. Las muchachas creyeron que hablaba -sola. Pero ella avanzó resueltamente desde el sitio -donde había quedado en pie. Su larga sombra ganó el -techo y llenó la cocina de gigantes perfiles.</p> - -<p>—¡Madre!—iba diciendo—. En los últimos años, endurecido -su áspero carácter por el infortunio, huyó arisca -de pronunciar esta suave palabra.</p> - -<p>—¡Madre!—repitió—; ¿no me oye?</p> - -<p>Y puso las manos con inusitada blandura en los débiles -hombros de la vieja.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_337" id="Page_337">[337]</a></span></p> - -<p>—¡Ah!... ¿Me llamaste a mí?</p> - -<p>—¡Claro! Mire: con llorar, el solevanto que nos acude -non se desface y atribulamos a estas criaturas.</p> - -<p>—¿Qué quieres, hija?</p> - -<p>—Que no llore: es menester que Sidoro la halle moza.</p> - -<p>—¿Pos no dijiste?...</p> - -<p>—Era por decir: usté entodavía tiene salud y casa pa -recoger a su hijo.</p> - -<p>—¡Ah!... ¿Consientes?...</p> - -<p>—¿Soy acaso una hereja?... ¿Se iba a quedar el pobre -en medio de la rúa?... Pujaremos por él como cristianas.</p> - -<p>—Mujer, ¡Dios te lo pague!</p> - -<p>—Sí—murmuró Ramona, abrazando otra vez a Pedro—. -¡Dios me lo pagará cuando vuelva éste!...</p> - -<p>Temblaba Marinela apoyándose en su prima, y las dos, -lo mismo que Olalla, se animaron con aquellas últimas -frases.</p> - -<p>—Andaí—ordenó Ramona, alcanzándolas, con un -gesto impaciente—. Van a venir las del filandón y no -hay que poner las caras acontecidas. Mañana hablaremos -al señor cura.</p> - -<p>—Denantes—pronunció Marinela aprovechando una -cordialidad tan expresiva y rara—vide a la tía Gertrudis, -y me dijo...</p> - -<p>—¿Onde la viste, rutiando por aquí?—interrumpió -desabrida la madre.</p> - -<p>—Pasaba sobrazando un atiello de coscoja: ¡casi no -podía con él!</p> - -<p>—Bueno; ¿y qué te dijo?</p> - -<p>—Que esta noche vendría al filandón, porque en la -so cabaña no tiene luz para hilar... Yo no me atreví a -decirle que no viniera; ¡como don Miguel manda que se -la estime!...</p> - -<p>—Pos... ¡que entre!—concedió Ramona vacilante, mirando -a Pedro con oscura inquietud—. Y agora, las cuchares<span class="pagenum"><a name="Page_338" id="Page_338">[338]</a></span> -y el pote: a cenar, pa que estos críos se acuchen.</p> - -<p>Las pálidas figuras del cuadro se movieron sin ruido, -y rodó solitario en la estancia el son de la esquila parroquial, -que aún contaba las fúnebres posas...</p> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-054.jpg" width="300" height="329" - alt="" - title="" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_339" id="Page_339">[339]</a></span></p> - -<div class="chapter"> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-025.jpg" width="400" height="145" - alt="" - title="" /> -</div> - -<h2>XXIII<br /><br /> -<span class="pch">PAÑO DE LÁGRIMAS</span></h2> - -<div> - <img class="dc1" src="images/da.jpg" width="200" height="198" alt=""/> -</div> -<p class="dc20">—¡AYMÉ!</p> - -<p>—¿Qué le pasa, tía Gertrudis?</p> - -<p>—Estoy cansosa, niña.</p> - -<p>—¿Y no va a decir aquella relación?</p> - -<p>—¿La de la locecica?</p> - -<p>—Esa.</p> - -<p>—En cuanto repose; todo el -día anduve por ribas y cuestos -atropando carrasca antes que cerrase la nieve; y atollecí.</p> - -<p>—En l’intre—propuso entonces Maricruz—jugaremos -a los acertijos, ¿queréis?</p> - -<p>Mozas y viejos aceptaron. Una ligera curiosidad alzó -los ojos y animó los semblantes.</p> - -<p>Tenía lugar el clásico «filandón» en la espaciosa cuadra -que antaño albergó las «llocidas» reses de la tía Dolores: -un mantillo de bálago, a modo de tapiz, prestaba -calor y blandura al renegrido suelo, y un candil de petróleo, -cebado a escote, daba, pendiente de una viga, -más tufo que luz.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_340" id="Page_340">[340]</a></span></p> - -<p>Toda labor de mujer tenía allí su escuela y ejercicio: -hilaban, por lo común, las más viejas; «calcetaban» y cosían -algunas, tejían otras a ganchillo refajos y gorros infantiles. -La tertulia, que se acomodaba por turno en los -establos mejores de la aldea, en el santo suelo y entre el -vaho de los animales, solía terminar cristianamente con -el rezo del rosario. Pero antes se narraban historias, se -proponían adivinanzas y hasta se dejaba correr sobre -ruecas y agujas algún airecillo picante de murmuración.</p> - -<p>Aunque la cuadra de este pobre lar, venido tan a menos, -aloja hogaño muy pocas reses, disfruta por céntrica -y espaciosa las preferencias de Valdecruces, y esta noche -la invade un buen número de tertulianas, sin más -compañía de varón que la del tío Rosendín, el viejo sacristán. -Allí parecen también sus hijas Felipa y Rosenda; -las nietas del tío Fabián, con su madre; Ascensión -con la suya; Maricruz Alonso y sus hermanas, las de -Crespo, la <i>Chosca</i> y otra porción de mujeres de distintas -edades y parecidas condiciones.</p> - -<p>Mientras fueron llegando, hablóse del temporal, haciendo -memoria del último, que cubrió las casas con -<i>trousas</i> formidables, verdaderos montes de nieve. Felipa -dijo que a prevención tenía muchos <i>fuyacos</i> para alimentar -a las ovejas, y el tío Rosendín profetizaba que -aunque arreciase el mal tiempo, aún se podían aprovechar -los piornos para el ganado durante una quincena. -Las de Salvadores preguntaron con mucho interés por -el tío <i>Chosco</i>, que, según el sacristán, «iba ya mejorcico». -Se comentó en seguida el fallecimiento de la tía -Mariana, lamentando que las de Paz no asistiesen al -«filandón».—Velarán el cadáver de su agüela—opinaron -algunas mujeres—. Y otras dijeron compasivas:—¡Biendichosa!...</p> - -<p>Pero ya juntas las que esta noche se reúnen, piden los -acertijos, y la misma iniciadora lanza el primero:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_341" id="Page_341">[341]</a></span></p> - -<p class="pp7q p1">«Enas iglesias estoy</p> -<p class="pp6">entre ferranchos metida,<br /> -cuándo allende, cuándo aquende,<br /> -cuándo muerta, cuándo viva...»</p> - -<p class="p1">—¡La lámpara!—dice riendo el sacristán.</p> - -<p>—¡Usté no vale!—protesta Maricruz.</p> - -<p>En aquel momento Florinda le pregunta con sigilo:</p> - -<p>—¿Cómo no fuiste al velatorio?</p> - -<p>—No acuden mozas cuando fallece una vieja—responde—. -Fué mi madre.</p> - -<p>Algunos pretenden averiguar cuántos años tendría la -difunta, y Ascensión dice que no se sabe a punto fijo, -porque en los libros parroquiales sólo consta que «nació -el día que se amojonó <i>Fumiyelamo</i>».</p> - -<p>—No había yo nacido—apunta la tía Dolores, muy -despierta y con cierto orgullo.</p> - -<p>Y el tío Rosendín, sonriendo malicioso, coloca otra -adivinanza:</p> - -<p class="pp7q p1">«¿Qué cosa yía</p> -<p class="pp6">la que no has visto nin vi<br /> -que no tien color ni olor,<br /> -pero mucho gusto sí?»</p> - -<p class="p1">Un aire de perplejidad inmoviliza al auditorio. El anciano -detiene el gesto de una contemporánea suya que -intenta responder.</p> - -<p>—¡Que acierten las mozas!</p> - -<p>—¡El agua!—prorrumpe una voz juvenil.</p> - -<p>—¡Avemaría!... ¡Tien que ser una cosa que nunca -hayas visto!</p> - -<p>Crece la incertidumbre y se suspenden las labores. -Después de algunas respuestas disparatadas, el sacristán -dice triunfante:</p> - -<p>—¡El beso!</p> - -<p>—¡Josús!—pronuncian las zagalas, ruborosas.</p> - -<p>Todos ríen, y el viejo, embaído, añade en seguida:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_342" id="Page_342">[342]</a></span></p> - -<p class="pp7q p1">«Blanco fué mi nacimiento,</p> -<p class="pp6">verde lluego mi niñez,<br /> -mi mocedade encarnada,<br /> -negra mi curta vejez.»</p> - -<p class="p1">—¡La mora! ¡La mora!—repiten alegres las muchachas. -Y como ya suponen que la tía Gertrudis ha descansado, -solicitan otra vez la prometida narración.</p> - -<p>Mientras la anciana sacude un poco su pensamiento, -se oye al aire gemir y a las ruecas zumbar: algún suspiro -acaricia los copos blancos de las hilanderas.</p> - -<p>—Erase—principió la narradora—una noche muy -triste, hace ya cuántos siglos. Por el mar que le llaman -de la muerte, cerca de La Coruña, navegaba un lembo -gobernado por el turco más temido nestas historias de -piratas. Con él iba prisionera una pobre doncellica que -el capitán robó en un castillo principal. Era hija de un -señor de salva, tan hermosa y fina como las febras del -oro. Quería el turco esconder a la moza tierra adentro, -y esperaba un señal, una locecica de algunos de sus piratas -que por la riba aquende le buscaban cobil, pero en -toda la ledanía de los mares no pareció ninguna luz... -Conque navegaba la embarcación roncera, en calmería -de viento, apocado el velaje y cansos los marinos, cuando -va y luce una flama en una torre que le decían la Torre -del Espejo y se encendía en las noches oscuras para -las naos que llegasen de paz. Dió un brinco el pirata -cabe la moza, tomando por seña de su gente la lumbre -del fogaril. Y la infelice doncella clamó al Dios de los -cristianos, que era el suyo, pidiéndole que le sacase de -aquella amaritud...</p> - -<p>Hace una pausa la tía Gertrudis para recordar las frases -conmovedoras de la cautiva, y aunque la misma leyenda -se ha repetido muchas veces en los «filandones», -un devoto silencio la circuye ahora, y un aroma de mar y -de aventura la engrandece y ensalza entre sutiles asombros: -la evocación de ese otro llano, inmenso y libre,<span class="pagenum"><a name="Page_343" id="Page_343">[343]</a></span> -desconocido y atrayente, se presenta en los labios de la -anciana con imágenes desoladoras, en que una mujer -sufre cautiverio. Y las maragatas sienten batir contra sus -corazones las olas de aquel mar lejano que les lleva los -padres, los hijos y los esposos, fascinándoles con su prometedora -anchura, para engañarles al fin y cautivar la -ilusión de infinitas mujeres.</p> - -<p>También para Florinda la llanura amiga de su niñez -suena ronca y extraña en los acentos pavorosos de la tía -Gertrudis. Todas las ilusiones de la moza naufragaron en -la amada ribera, y el recuerdo de su bien perdido se le -ofrece como una pálida visión de naves que huyen y de -espumas que gimen: apenas si el perfil de un marino se -agita en estas membranzas como símbolo del primer -sueño de amor que la muchacha tuvo. Por un instante -se sorprende ella al caer desde la nube de sus evocaciones -al fondo del establo donde la tertulia aguarda a que -se termine el cuento. Mira absorta a su alrededor y le -parece que Marinela está muy descolorida y que Ramona -oculta mal su incertidumbre.</p> - -<p>Pero ya la anciana sigue el relato:</p> - -<p>—...Y en esto que partían el ánima las voces de la -inocente, los mareantes de la embarcación dieron en -complañirse y maldecir del capitán...</p> - -<p>Un estrépito medroso dejó rota la leyenda y en angustia -las atenciones.</p> - -<p>—¿Fué tronido?—balbuce una voz.</p> - -<p>Y al mismo tiempo Marinela se dobla desmayada encima -de su madre.</p> - -<p>Recíbela Ramona con un ¡ay! tan brusco, que parece -un bramido de su corazón. Deslizando hasta el suelo el -cuerpo inerte de la niña, se arrastra, súbita y fiera, y sacude -a la tía Gertrudis por los brazos en una cruel explosión -de frenesí.</p> - -<p>—¡Conjúrala, conjúrala agora mismo—dice tuteándola -con menosprecio—bruja de Lucifer!</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_344" id="Page_344">[344]</a></span></p> - -<p>—¿Yo?... ¿Yo?...</p> - -<p>—¡Tú, tú, sortera!</p> - -<p>—Yo non sé conjurar. ¡Soy cristiana y nunca tuve -poder con el diañe!</p> - -<p>La voz senil plañía con menos asombro que amargura; -aparecía en todos los semblantes la congoja del pánico, -y sólo Florinda se acordaba de aflojar el corpiño a -Marinela.</p> - -<p>—¡Traed vinagre para los pulsos!—pidió vivamente.</p> - -<p>Olalla, levantándose indecisa, declaró:</p> - -<p>—¡Tengo miedo d’ir sola!</p> - -<p>Después de algunas vacilaciones y consultas, encendió -un cabo de vela en el candil y dirigióse con Maricruz -hacia el postigo medianero de la cocina. Pero, sin -alcanzarle, se volvió espantada:</p> - -<p>—¡Sonan pasos!</p> - -<p>—Es el viento y la truena—dijo Maricruz más valiente.</p> - -<p>Y apremiaba Florinda:</p> - -<p>—¡Pronto, pronto!</p> - -<p>Ramona, que no había soltado a la tía Gertrudis, trocó -de improviso en súplicas sus delirantes voces:</p> - -<p>—¡Por Dios me la conjure!... ¡Por Nuestra Señora la -Blanca!... Daréle a usted cuanto me pida; mire que va a -morir. ¡Aguante, por la Virgen!</p> - -<p>La vieja parecía no escucharla, murmurando llorosa:</p> - -<p>—¡Al cabo los años que non fice mal nenguno, me -temen los vecinos como los rapaces al papón!...</p> - -<p>Unos brazos nerviosos la levantaron de repente, y de -un salto la posó Ramona junto a la enferma, ya reclinada -en el regazo de Florinda:</p> - -<p>—¡Dele remedio!... ¡Aplíquele talismán!—gimió de -hinojos la madre, con las manos en cruz.</p> - -<p>—¡Si non gasto sorterías, mujer!</p> - -<p>Alguien aconsejaba:</p> - -<p>—¡Dígale mas que sea una oración!</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_345" id="Page_345">[345]</a></span></p> - -<p>—¿Tién fístola?</p> - -<p>—No lo sabemos...</p> - -<p>La tía Gertrudis acercó sus cansadas pupilas al semblante -de Marinela, húmedo y descolorido como si estuviese -lavado por los últimos sudores: había sido inútil la -aplicación del vinagre en las sienes y en los pulsos.</p> - -<p>Suspiró compasiva la anciana y recogióse un momento -en solemne actitud mientras aguardaban todos con -ansiedad. De pronto comenzó a decir:</p> - -<p>—«En el nombre del Padre, e del Hijo e del Espíritu -Santo: tres ángeles iban por un camino; encontraron con -Nuestro Señor Jesucristo. ¿Dónde vais acá los tres ángeles? -Acá vamos al monte Olivete y yerbas e yungüentos -catar para nuestras cuitas e plagas sanar: los tres ángeles -allá iredes; por aquí vendredes; pleito homenaje me -faredes, que por estas palabras precio non llevaredes esceto -aceite de olivas e lana sebosa de ovejas vivas... -Conjúrote, plaga o llaga, que no endurezcas ni libidinezcas -por agua ni por viento ni por otro mal tiempo, que -ansí hizo la lanzada que dió Longinos a Nuestro Señor -Jesucristo, ni endureció ni beneció...»</p> - -<p>Abrió los ojos Marinela, tan asombrados y tristes como -si girasen ya tocados por la muerte. Una impresión de -maravilla inmovilizó a la tertulia, y Ramona, febril fluctuando -entre el odio y la gratitud, preguntó a la vieja -con ensordecido acento:</p> - -<p>—¿Está ya liberada?</p> - -<p>—¿De quién?</p> - -<p>—Del diablo.</p> - -<p>—Non tornes con embaucos, criatura, que paeces una -orate: yo dije la oración porque está bendita y es buena -pa sanar si Dios la acoge. Agora hay que levar aspacín -a la rapaza, aconchegarla bien caliente y darle un buen -fervido. ¿Oyísteis?...</p> - -<p>Bajo las dulces manos de Florinda iba Marinela recobrando -el calor y el pensamiento...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_346" id="Page_346">[346]</a></span></p> - -<p>Aún permanece en mitad de la sala el lecho de la niña. -Le comparte la enfermera, abandonando, por difíciles de -cumplir, las órdenes del médico.</p> - -<p>Ya <i>Mariflor</i> no tiene bríos para cuidar a su prima en -lucha con la miseria y la ignorancia a todas horas; pero -allí está vigilante junto a ella, luego de haber tranquilizado -a la familia.</p> - -<p>Cuando ya la tempestad hubo cesado, abrió los postigos -del balcón para asistirse con la claridad de la noche: -la luna, baja y fría, reverberante sobre la nieve, iluminaba -a Valdecruces con fantástica luz.</p> - -<p>—¡Agua!—pedía ansiosa Marinela, y después con las -manos en la garganta, se dolía:</p> - -<p>—¡Tengo un ñudo aquí!</p> - -<p>Nerviosa y balbuciente hablaba del convento: sentía -correr el agua del jardín por los claustros, y le mareaba -el olor penetrante de las flores.</p> - -<p>—¿Quieres una?—murmuró—. Son para la Virgen... -pero te daré esta purpurina... ¿Oyes los cánticos?... Caen -en acordanza... Atiende:</p> - -<p class="pp7 p1">Yo soy una mujer, nací pequeña</p> -<p class="pp6">y por dote me dieron<br /> -la dulcísima carga dolorosa<br /> -de un corazón inmenso...</p> - -<p class="p1">¡Esa es la voz de la madre Rosario!... Tengo miedo a -la luna... ¡mira qué cara pone!... Vamos a laudar a Dios -también nosotras; canta conmigo.</p> - -<p>Y con tonos de diferentes canciones compuso una -muy extraña, cuyo estribillo se empeñaba en repetir:</p> - -<p class="pp7 p1">Yo soy una mujer, nací pequeña...</p> - -<p class="p1">El acento exaltado de la cantora resonó tristísimo en -la estancia, y <i>Mariflor</i>, saturándose de recuerdos y pesadumbres,<span class="pagenum"><a name="Page_347" id="Page_347">[347]</a></span> -logró persuadirla de que no era religioso -aquel cantar:</p> - -<p>—Acuérdate que le trajo la farandulera.</p> - -<p>—¡Ah, sí, sí...; una que tenía el corazón roto como -yo!... Ven... ¡escucha!</p> - -<p>Y ciñéndole a su prima los brazos al cuello, Marinela -suspiró:</p> - -<p>—¿Tienes escondido algún romance?</p> - -<p>—No, mujer, ninguno.</p> - -<p>—Pues oye mi secreto...</p> - -<p class="pp7 p1">Yo tengo un corazón...</p> - -<p class="p1">Esto no te lo digo a ti; se lo digo a Dios, ¡a Ése!</p> - -<p>Volvióse la niña hacia la Cruz, alzada en el muro con -la doliente imagen del Señor, y quiso rezar; pero su entendimiento, -obsesionado, sólo conseguía dar forma a las -endechas de la figuranta; y como una ráfaga de lucidez -alumbrase la disparatada oración, Marinela, acusándose -de herejía, acabó por llorar rostro a la Cruz.</p> - -<p>Blanco de aquella lucha, la sagrada efigie atrajo también -las miradas de Florinda, que las estuvo meciendo -desde el dolor humano hasta el dolor divino, con fuertes -emociones de piedad. Cerrando los ojos para mirarse -la alterada conciencia, imaginó que volvía a henchírsele -de lágrimas el pecho como en los días en que su desgracia -era toda compasión y ternura: creyó juntar su -llanto con el de la enferma y le pareció que sentía levantarse -en su alma el infinito poder del sacrificio, libre -ya de egoístas propósitos, santo y puro, a humilde semejanza -del que probó Jesús agonizante.</p> - -<p>Pero cuando un gemido la hizo recordar, halló sus -párpados enjutos y rebeldes sus pensamientos: ¡sin duda -había soñado!...</p> - -<p>Marinela, otra vez delirante, musitó:</p> - -<p>—¡Mira qué volada echó aquella estrellica!... ¿a ver<span class="pagenum"><a name="Page_348" id="Page_348">[348]</a></span> -si aflama el cielo?... Agora la planura es un mar de nieve...</p> - -<p>Tuvo después miedo al gato que maullaba, y estremecióse -con los toques del reloj. Al amanecer, un perro -lastimoso la hizo gritar de espanto, un perro que gañía -desesperadamente.</p> - -<p>También se alarmó Florinda con los aullidos lúgubres, -pero sin manifestarlo; puso mucha persuasión en sus palabras -tranquilizadoras, consiguiendo al fin que se durmiese -la niña.</p> - -<p>Entonces el frío y el cansancio la inmovilizaron, envuelta -en un chal junto a los cristales: otra vez cerró los -ojos abismándose en desconsoladas meditaciones. Ya estaba -allí el cano invierno con su amenaza de pesadumbres: -los lobos a la puerta, el hogar miserable, dolientes -un padre y una hija, cerrados los caminos, yertas las esperanzas.</p> - -<p>Poco a poco fué rodando la cabeza de <i>Mariflor</i> hasta -quedar vencida sobre el pecho y apoyada en los vidrios. -Oía la moza llorar, llorar mucho a la abuela, a las primas -y a los rapaces: una voz, triste y oscura, clamaba -también, entre condolida y furiosa. <i>Mariflor</i> quiso levantarse -para saber el motivo de los llantos aquellos; -pero la detuvo un aire de tempestad que soplaba desde -sombría nube. ¿Volvían los huracanes de la nevasca?... -¡Ah, no!; este viento y esta sombra eran pliegues alborotados -en el manteo de un cura. Don Miguel llegaba -agitadísimo:—¿Oyes llorar?—preguntó—. ¿Quieres tú ser -el paño de todas esas lágrimas?... ¿Di?... ¿quieres?—. Iba -la moza a responder y, como antes Marinela en su delirio, -sólo acertó a balbucir el romance de la comedianta:</p> - -<p class="pp7 p1">En este corazón, todo llanuras</p> -<p class="pp6">y bosques y desiertos,<br /> -ha nacido un amor...</p> - -<p class="p1">Por suerte, la desatinada respuesta quedó ahogada en -unos gañidos resonantes que despertaron a Florinda.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_349" id="Page_349">[349]</a></span></p> - -<p>—¡Otra vez el perro!—murmuró anhelosa. Y aún dominada -por la pesadilla reciente, llevóse las manos al -rostro que sentía húmedo: ¿habría llorado?...</p> - -<p>La blancura del paisaje llamó a las ensoñadas pupilas, -que al punto se nublaron de lástima: todo el bando de -palomas, hambriento y alicaído, esperaba en el carasol, -y el gesto de la muchacha, al sorprenderle, inició un -arrullo largo y hondo, humilde como el de los niños -cuando piden una caridad por el amor de Dios...</p> - -<p class="p2">Cerca de dos meses guardó en su bolsillo don Miguel -una carta de Rogelio Terán. Solía decirse todas las mañanas: -«Hoy se la enseñaré a <i>Mariflor</i>». Y luego sentía -una piedad inmensa por aquella esperanza muda que a -veces resurgía en los labios de la moza.</p> - -<p>Ultimamente la pobre enamorada había cambiado -mucho. Aparte de aquel fuego sombrío de sus pupilas y -algunos éxtasis profundos que iban a sorprenderla cuando -menos lo esperaba, fué envolviéndola un abatimiento -implacable y empujándola al fatalismo un cansancio -lleno de trágicas inquietudes.</p> - -<p>Y al verla hundirse en el infortunio, dudaba el sacerdote -si la lectura de aquella carta cruel sería un cable -salvador tendido por el desengaño a las últimas energías -de la infeliz, o un golpe definitivo para quebrantárselas -sin remedio.</p> - -<p>Esta duda acomete a don Miguel una vez más cuando -se dirige hoy a casa de la tía Dolores. Le acaban de decir -que Marinela ha sufrido la víspera un grave desmayo, -y aunque los detalles del suceso le escandalizan un -poco, acude a consolar en lo posible las cuitas de aquella -gente.</p> - -<p>En el portal encontró a Olalla, que le dijo:</p> - -<p>—Voy por el médico.</p> - -<p>—¿Tan mal sigue la enferma para que te arriesgues -así?</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_350" id="Page_350">[350]</a></span></p> - -<p>—No está el día tempestuoso como ayer.</p> - -<p>—Pero los caminos se han borrado.</p> - -<p>—Acertaré por la lindera del regajal.</p> - -<p>—Aguarda, al menos, que yo suba, y si es preciso -buscaremos quien te acompañe.</p> - -<p>Apareció Ramona, que bajo la mirada severa del sacerdote -abatía la suya enrojeciendo.</p> - -<p>—De modo—pronunció don Miguel—¿que es imposible -curarte de la superstición?... ¡No esperaba yo eso -de ti!</p> - -<p>Ella, sin defenderse, comenzó temblorosa a relatar las -noticias de América: el esposo tornaba moribundo y el -hijo había de partir agora mesmo.</p> - -<p>—En l’intre—añadió sollozante—peyora la zagala... -y yo dejo la cordura no sé onde.</p> - -<p>—¡Vaya, vaya por Dios!—compadece el párroco.</p> - -<p>Y suben todos detrás de él, mientras Ramona va diciendo:</p> - -<p>—Anoche la coitada non quiso junto a sí más que a la -prima, y hubimos de acostarnos. Yo acodí madruguera -y las hallé a las dos adormentadas: andamos a modín pa -non las recordar.</p> - -<p>—Pues mira tú si duermen.</p> - -<p>Asomó la mujer en la salita y volvióse al punto con -un gesto negativo.</p> - -<p>—Pase, pase.</p> - -<p>Don Miguel halló a Marinela con los ojos febriles -clavados en la Cruz y a Florinda con los suyos vueltos al -carasol. Ambas se estremecen al sentir pasos en la estancia -y, luego de saludar al sacerdote. Marinela, descubriendo -las palomas, prorrumpe:</p> - -<p>—Vélas, vélas ende... Las pobreticas no encuentran -onde pacer: andai por una cachapada de cebo para echárselo -aquí.</p> - -<p>Apresúranse a obedecer los niños, y Florinda, presa -de extraña emoción, se enjuga los ojos murmurando:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_351" id="Page_351">[351]</a></span></p> - -<p>—El hielo de los cristales me humedeció la cara... -Dormí y creo que soñé.</p> - -<p>—¿Algo triste?—pregunta el sacerdote, reparando en -la honda inquietud de las palabras.</p> - -<p>—¿Triste?... Era una cosa tremenda: usted venía a preguntarme... -¡ya no me acuerdo!—balbuce sordamente.</p> - -<p>Y de pronto don Miguel, con la precipitación de -quien realiza un acto contra su voluntad, busca en el -bolsillo una carta y se la entrega a Florinda:</p> - -<p>—Entérate: ya hace tiempo que la recibí.</p> - -<p>—¿Es de su padre?—dice Ramona.</p> - -<p>—No.</p> - -<p>Un silencio involuntario se establece, y aunque el cura -trata de hablar mientras la muchacha desdobla trémula -el papel, sólo consigue que la tía Dolores ensarte letanías -a propósito del hijo viajero:</p> - -<p>—¡Aymé! ¡Si en un santiguo le podiese yo recibir en -mis brazos... ¿Arribará para la Pascua?... ¿Nevará en los -mares tamién?... Voy dejarle mi lecho, señor, y las frazadas -mejores... Cuando quiera hojecer la primavera ya -estará en siguranza la curación, ¿noverdá?...</p> - -<p>Había salido el sol, pálido y frío. Marinela, al borde de -su cama tendíase hacia él como si le pidiese una limosna -de alegría: en realidad, lo que deseaba era acercarse -a <i>Mariflor</i>, en cuyas manos se estremecía la carta de -Rogelio.</p> - -<p>Leía la muchacha en el foco de luz:</p> - -<p>«Miguel, amigo mío: No el poeta ni el camarada, el -penitente es quien acude a ti. Cúlpame cuanto quieras; -que me castiguen tus indignaciones, si al fin me absuelve -tu piedad. Yo te confieso contrito mi pecado de inconstancia, -mi estéril codicia de emociones, de ternuras -y novedades. Harto me duele esta triste condición: de -todas mis culpas, soy, a la par que el reo, la primera -víctima... Tú bien conoces el corazón humano y, aún -mejor, conoces mi voluntad, donde toda flaqueza tiene<span class="pagenum"><a name="Page_352" id="Page_352">[352]</a></span> -su asiento. Quise, fervorosamente, hacer feliz a <i>Mariflor</i>, -sin comprender que nunca, nunca lograré la felicidad, -ni para mí ni para nadie. Me engañó la fantasía; hoy -reconozco la pequeñez de mi espíritu que, enamorado -de los sueños, se rinde cobardemente al afrontar las realidades... -Perdona mi error, tú, tan seguro, tan cabal, tan -heroico... Perdona también la tardanza de estos renglones -que mi mano te escribe mucho después que los dictase -mi conciencia; luché antes de escribirlos; vacilé y -sufrí muchas veces con la pluma sobre el papel: puedes -creerlo. Y también que me falta valor para escribirle a -«ella»: dile que me perdone; que acaso nunca la olvide; -que si fuese a buscarla sería sin duda más culpable que -apareciendo hoy a sus ojos como ingrato y perjuro. -Dile...»</p> - -<p>—¿Viene en romance?—preguntó Marinela, impaciente -por la prolongación de la lectura.</p> - -<p>Florinda volvió el rostro, blanco igual que un lirio. La -rodeaban los rapaces, y también Olalla se le iba aproximando; -en el fondo de la salita las dos mujeres cruzaban -los brazos sobre el pecho. Ya la enferma tenía entre las -manos el cebo de las palomas. Quejóse de «asperez» en -la garganta, y tornó a preguntar:</p> - -<p>—¿Viene en romance, di?</p> - -<p>—No; ¡viene en prosa!</p> - -<p>Vibró ardiente y sombría la respuesta. Aún quedaba -por leer una parte del pliego, mas, la lectora alzó los -ojos, perdidos en una fugitiva imagen, se pasó una mano -por la frente, dobló la carta y, alargándosela al cura, dijo:</p> - -<p>—Puede usted escribirle a mi padre que me caso con -Antonio.</p> - -<p>Su voz era firme, firme también su actitud. Una ráfaga -de tragedia, de tragedia sin sollozos ni palabras, atravesó -la salita y puso en todos los pechos repentino estupor. -Tras un silencio angustioso, preguntó el sacerdote -con grave solemnidad:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_353" id="Page_353">[353]</a></span></p> - -<p>—Hija, ¿lo has pensado bien?</p> - -<p>—Sí, señor—repuso ella, altivo el gesto y serena la -mirada—. Y a mi primo... usted hará la merced de darle -en mi nombre el sí que estaba esperando.</p> - -<p>No dijo más. Volvióse hacia el carasol para abrir las -vidrieras, tomó el centeno en su delantal y todo el bando -de palomas acudió a saciarse en el regazo amigo, envolviendo -la gentil figura con un manso rumor de vuelos y -de arrullos. La luz del sol, más fuerte al crecer la mañana, -rasgó las brumas y fingió una sonrisa en el duro semblante -de la estepa...</p> - -<div class="figcenter"> - <img src="images/ill-054.jpg" width="300" height="329" - alt="" - title="" /> -</div> - -<hr class="chap" /> - -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_354" id="Page_354">[354]</a></span></p> -<p> </p> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_355" id="Page_355">[355]</a></span></p> - -<div class="chapter"> - -<h2 class="p4"><i>ÍNDICE</i></h2> - -<table id="toc" summary="cont"> - - <tr> - <td> </td> - <td colspan="2" class="tdr2"><span class="small u">Páginas.</span></td> - </tr> - - <tr> - <td class="tdr1">I.</td> - <td class="tdl1">El sueño de la hermosura</td> - <td class="tdr2"><a href="#Page_5">5</a></td> - </tr> - - <tr> - <td class="tdr1">II.</td> - <td class="tdl1"><i>Mariflor</i></td> - <td class="tdr2"><a href="#Page_15">15</a></td> - </tr> - - <tr> - <td class="tdr1">III.</td> - <td class="tdl1">Dos caminos</td> - <td class="tdr2"><a href="#Page_25">25</a></td> - </tr> - - <tr> - <td class="tdr1">IV.</td> - <td class="tdl1">¡Pueblos olvidados!</td> - <td class="tdr2"><a href="#Page_39">39</a></td> - </tr> - - <tr> - <td class="tdr1">V.</td> - <td class="tdl1">Valdecruces</td> - <td class="tdr2"><a href="#Page_55">55</a></td> - </tr> - - <tr> - <td class="tdr1">VI.</td> - <td class="tdl1">Realidad y fantasía</td> - <td class="tdr2"><a href="#Page_71">71</a></td> - </tr> - - <tr> - <td class="tdr1">VII.</td> - <td class="tdl1">Las siervas de la gleba</td> - <td class="tdr2"><a href="#Page_93">93</a></td> - </tr> - - <tr> - <td class="tdr1">VIII.</td> - <td class="tdl1">Las dudas de un apóstol</td> - <td class="tdr2"><a href="#Page_109">109</a></td> - </tr> - - <tr> - <td class="tdr1">IX.</td> - <td class="tdl1">¡Salve, maragata!</td> - <td class="tdr2"><a href="#Page_121">121</a></td> - </tr> - - <tr> - <td class="tdr1">X.</td> - <td class="tdl1">El forastero</td> - <td class="tdr2"><a href="#Page_135">135</a></td> - </tr> - - <tr> - <td class="tdr1">XI.</td> - <td class="tdl1">La musa errante</td> - <td class="tdr2"><a href="#Page_149">149</a></td> - </tr> - - <tr> - <td class="tdr1">XII.</td> - <td class="tdl1">La rosa del corazón</td> - <td class="tdr2"><a href="#Page_165">165</a></td> - </tr> - - <tr> - <td class="tdr1">XIII.</td> - <td class="tdl1">Sol de justicia</td> - <td class="tdr2"><a href="#Page_183">183</a></td> - </tr> - - <tr> - <td class="tdr1">XIV.</td> - <td class="tdl1">Alma y tierra</td> - <td class="tdr2"><a href="#Page_203">203</a></td> - </tr> - - <tr> - <td class="tdr1">XV.</td> - <td class="tdl1">El mensaje de las palomas</td> - <td class="tdr2"><a href="#Page_223">223</a></td> - </tr> - - <tr> - <td class="tdr1">XVI.</td> - <td class="tdl1">La tragedia</td> - <td class="tdr2"><a href="#Page_247">247</a></td> - </tr> - - <tr> - <td class="tdr1">XVII.</td> - <td class="tdl1">Dolor de amor</td> - <td class="tdr2"><a href="#Page_261">261</a></td> - </tr> - - <tr> - <td class="tdr1">XVIII.</td> - <td class="tdl1">La heroica humildad</td> - <td class="tdr2"><a href="#Page_279">279</a></td> - </tr> - - <tr> - <td class="tdr1">XIX.</td> - <td class="tdl1">El castigo de los sueños</td> - <td class="tdr2"><a href="#Page_291">291</a></td> - </tr> - - <tr> - <td class="tdr1">XX.</td> - <td class="tdl1">Dulcinea labradora</td> - <td class="tdr2"><a href="#Page_301">301</a></td> - </tr> - - <tr> - <td class="tdr1">XXI.</td> - <td class="tdl1">Sierva te doy</td> - <td class="tdr2"><a href="#Page_313">313</a></td> - </tr> - - <tr> - <td class="tdr1">XXII.</td> - <td class="tdl1">Los martillos de las horas</td> - <td class="tdr2"><a href="#Page_325">325</a></td> - </tr> - - <tr> - <td class="tdr1">XXIII.</td> - <td class="tdl1">Paño de lágrimas</td> - <td class="tdr2"><a href="#Page_339">339</a></td> - </tr> - -</table> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_356" id="Page_356">[356]</a></span></p> -<p> </p> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_357" id="Page_357">[357]</a></span></p> - - -<p class="pc4">SE ACABÓ DE IMPRIMIR ESTA OBRA EN<br /> -MADRID, AÑO DE MCMXX, EN CASA DE<br /> -MIGUEL ALBERO. DECORACIÓN DE<br /> -ANTONIO MERLO Y ENRIQUE<br /> -VARELA DE SEIJAS</p> -</div> - -<p> </p> -<p> </p> -<hr class="chap" /> -<p> </p> -<div class="chapter"> -<div class="transnote p4"> -<p class="pc large">NOTA DEL TRANSCRIPTOR:</p> -<p class="ptn">—Los errores obvios de impresión y puntuación han sido corregidos.</p> -<p class="ptn">—El transcriptor de este libro creó la imagen de tapa utilizando la -portada del libro original. La nueva imagen pertenece al dominio público.</p> -</div> -</div> -</div> - -<p> </p> -<hr class="full" /> -<p>***END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LA ESFINGE MARAGATA***</p> -<p>******* This file should be named 51724-h.htm or 51724-h.zip *******</p> -<p>This and all associated files of various formats will be found in:<br /> -<a href="http://www.gutenberg.org/dirs/5/1/7/2/51724">http://www.gutenberg.org/5/1/7/2/51724</a></p> -<p> -Updated editions will replace the previous one--the old editions will -be renamed.</p> - -<p>Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United -States without permission and without paying copyright -royalties. 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Redistribution is subject to the -trademark license, especially commercial redistribution. -</p> - -<h2>START: FULL LICENSE<br /> -<br /> -THE FULL PROJECT GUTENBERG LICENSE<br /> -PLEASE READ THIS BEFORE YOU DISTRIBUTE OR USE THIS WORK</h2> - -<p>To protect the Project Gutenberg-tm mission of promoting the free -distribution of electronic works, by using or distributing this work -(or any other work associated in any way with the phrase "Project -Gutenberg"), you agree to comply with all the terms of the Full -Project Gutenberg-tm License available with this file or online at -www.gutenberg.org/license.</p> - -<h3>Section 1. General Terms of Use and Redistributing Project -Gutenberg-tm electronic works</h3> - -<p>1.A. By reading or using any part of this Project Gutenberg-tm -electronic work, you indicate that you have read, understand, agree to -and accept all the terms of this license and intellectual property -(trademark/copyright) agreement. 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Information about the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation</h3> - -<p>The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit -501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the -state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal -Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification -number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by -U.S. federal laws and your state's laws.</p> - -<p>The Foundation's principal office is in Fairbanks, Alaska, with the -mailing address: PO Box 750175, Fairbanks, AK 99775, but its -volunteers and employees are scattered throughout numerous -locations. Its business office is located at 809 North 1500 West, Salt -Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up to -date contact information can be found at the Foundation's web site and -official page at www.gutenberg.org/contact</p> - -<p>For additional contact information:</p> - -<p> Dr. Gregory B. Newby<br /> - Chief Executive and Director<br /> - gbnewby@pglaf.org</p> - -<h3>Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation</h3> - -<p>Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide -spread public support and donations to carry out its mission of -increasing the number of public domain and licensed works that can be -freely distributed in machine readable form accessible by the widest -array of equipment including outdated equipment. Many small donations -($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt -status with the IRS.</p> - -<p>The Foundation is committed to complying with the laws regulating -charities and charitable donations in all 50 states of the United -States. 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Thus, we do not -necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper -edition.</p> - -<p>Most people start at our Web site which has the main PG search -facility: www.gutenberg.org</p> - -<p>This Web site includes information about Project Gutenberg-tm, -including how to make donations to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to -subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks.</p> - -</body> -</html> - diff --git a/old/51724-h/images/cover.jpg b/old/51724-h/images/cover.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 546c721..0000000 --- a/old/51724-h/images/cover.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/51724-h/images/da.jpg b/old/51724-h/images/da.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 721b650..0000000 --- a/old/51724-h/images/da.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/51724-h/images/db.jpg b/old/51724-h/images/db.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index acd3402..0000000 --- a/old/51724-h/images/db.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/51724-h/images/dc.jpg b/old/51724-h/images/dc.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 6bfbce1..0000000 --- a/old/51724-h/images/dc.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/51724-h/images/dd.jpg b/old/51724-h/images/dd.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 5b70149..0000000 --- a/old/51724-h/images/dd.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/51724-h/images/de.jpg b/old/51724-h/images/de.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index b5d27d3..0000000 --- a/old/51724-h/images/de.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/51724-h/images/dh.jpg b/old/51724-h/images/dh.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 4969f81..0000000 --- a/old/51724-h/images/dh.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/51724-h/images/dr.jpg b/old/51724-h/images/dr.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 6e51bc3..0000000 --- a/old/51724-h/images/dr.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/51724-h/images/ds.jpg b/old/51724-h/images/ds.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index fc1d411..0000000 --- a/old/51724-h/images/ds.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/51724-h/images/du.jpg b/old/51724-h/images/du.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 1f0ffd7..0000000 --- a/old/51724-h/images/du.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/51724-h/images/dv.jpg b/old/51724-h/images/dv.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 928e70b..0000000 --- a/old/51724-h/images/dv.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/51724-h/images/dy.jpg b/old/51724-h/images/dy.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 751c6ed..0000000 --- a/old/51724-h/images/dy.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/51724-h/images/ill-005.jpg b/old/51724-h/images/ill-005.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index bea20bf..0000000 --- a/old/51724-h/images/ill-005.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/51724-h/images/ill-014.jpg b/old/51724-h/images/ill-014.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index bdff445..0000000 --- a/old/51724-h/images/ill-014.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/51724-h/images/ill-015.jpg b/old/51724-h/images/ill-015.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 0dde316..0000000 --- a/old/51724-h/images/ill-015.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/51724-h/images/ill-023.jpg b/old/51724-h/images/ill-023.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index f33f068..0000000 --- a/old/51724-h/images/ill-023.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/51724-h/images/ill-025.jpg b/old/51724-h/images/ill-025.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index dfc421f..0000000 --- a/old/51724-h/images/ill-025.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/51724-h/images/ill-037.jpg b/old/51724-h/images/ill-037.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 7436888..0000000 --- a/old/51724-h/images/ill-037.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/51724-h/images/ill-039.jpg b/old/51724-h/images/ill-039.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 9830f8c..0000000 --- a/old/51724-h/images/ill-039.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/51724-h/images/ill-054.jpg b/old/51724-h/images/ill-054.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 7a86cb2..0000000 --- a/old/51724-h/images/ill-054.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/51724-h/images/ill-070.jpg b/old/51724-h/images/ill-070.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 7da785e..0000000 --- a/old/51724-h/images/ill-070.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/51724-h/images/title.jpg b/old/51724-h/images/title.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index fc64f04..0000000 --- a/old/51724-h/images/title.jpg +++ /dev/null |
