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| author | Roger Frank <rfrank@pglaf.org> | 2025-10-14 18:39:54 -0700 |
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| committer | Roger Frank <rfrank@pglaf.org> | 2025-10-14 18:39:54 -0700 |
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diff --git a/44358-h/44358-h.htm b/44358-h/44358-h.htm new file mode 100644 index 0000000..542c481 --- /dev/null +++ b/44358-h/44358-h.htm @@ -0,0 +1,6082 @@ +<!DOCTYPE html PUBLIC "-//W3C//DTD XHTML 1.0 Strict//EN" + "http://www.w3.org/TR/xhtml1/DTD/xhtml1-strict.dtd"> +<html xmlns="http://www.w3.org/1999/xhtml" xml:lang="es" lang="es"> + <head> + <meta http-equiv="Content-Type" content="text/html;charset=UTF-8" /> + <meta http-equiv="Content-Style-Type" content="text/css" /> + <title> + The Project Gutenberg eBook of La tía Tula by Miguel de Unamuno. + </title> + <link rel="coverpage" href="images/cover.jpg" /> + <style type="text/css"> + +body { + margin-left: 10%; + margin-right: 10%; +} + + h1,h2,h3{ + text-align: center; /* all headings centered */ + clear: both; + line-height: 2; +} + +h1 {margin-top: 2em; margin-bottom: 2em;} + +h2 {margin-top: 4em; margin-bottom: 2em;} + + +p { + margin-top: .75em; + text-align: justify; + margin-bottom: .75em; + } + + .p2 {margin-top: 2em;} + .p4 {margin-top: 4em;} + .p6 {margin-top: 6em;} + .ht {page-break-after: always;} + +hr { + width: 33%; + margin-top: 2em; + margin-bottom: 2em; + margin-left: auto; + margin-right: auto; + clear: both; +} + +hr.tb {width: 5%; margin-top: 2em; margin-bottom: 2em;} +hr.chap {width: 15%; margin-top: 2em; margin-bottom: 2em; + page-break-after: always;} + + + +.pagenum { /* uncomment the next line for invisible page numbers */ + /* visibility: hidden; */ + position: absolute; + left: 92%; + font-size: smaller; + text-align: right; + /* not bold */ + font-weight: normal; + /* not italic */ + font-style: normal; + /* not small cap */ + font-variant: normal; +} /* page numbers */ + + +.center {text-align: center;} +.smcap {font-variant: small-caps;} +.large {font-size: large;} +.right {text-align: right;} +.indenr5 {padding-right: 25px;} + +.i2 {margin-left: 2em;} +.i5 {margin-left: 5em;} + + +/* Transcriber's notes */ +.box {margin: auto; + border: 1px solid; + padding: 1em; + background-color: #F0FFFF; + width: 25em;} + + +@media print +{ + + hr.tb + { + width: 5%; + margin-left: 47.5%; + margin-top: 2em; + margin-bottom: 2em; + } + + hr.chap + { + width: 15%; + margin-left: 42.5%; + margin-top: 2em; + margin-bottom: 2em; + } +} + +@media handheld +{ + body + { + margin: 0; + padding: 0; + width: 90%; + } + + .box + { + width: auto; + } + + hr.tb + { + width: 5%; + margin-left: 47.5%; + margin-top: 2em; + margin-bottom: 2em; + } + + hr.chap + { + width: 15%; + margin-left: 42.5%; + margin-top: 2em; + margin-bottom: 2em; + } + +} + </style> + </head> +<body> +<div>*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK 44358 ***</div> + +<p class="box">Nota del Transcriptor:<br/><br/> + Errores obvios de imprenta han sido corregidos.<br/> + Páginas en blanco han sido eliminadas.<br/> +</p> + + + +<p class="center large p6">MIGUEL DE UNAMUNO</p> + +<h1>LA TIA TULA</h1> +<p class="center">(NOVELA)</p> + +<p class="center p6 ht">RENACIMIENTO<br /> +<span class="smcap">SAN MARCOS</span>, 42<br /> +MADRID<br /> +1921</p> + + + + +<p class="right p6">ES PROPIEDAD</p> + + +<p class="center p6">Copyright 1921 by Miguel de Unamuno.</p> + + +<p class="center p6 ht">Imprenta de Juan Pueyo. Luna, 29. Teléf. 14-30.—Madrid.</p> + + + + +<p class="p6"><span class="pagenum"><a name="Page_5" id="Page_5">[5]</a></span></p> + + + + +<h2><i>PROLOGO</i></h2> +<p class="center">(<i>QUE PUEDE SALTAR EL LECTOR DE NOVELAS</i>)</p> + + +<p class="p2">«<span class="smcap">Tenía</span> <i>uno (hermano) casi de mi edad, que era +el que yo más quería, aunque a todos tenía +gran amor y ellos a mí; juntábamonos entrambos +a leer vidas de santos... Espantábanos mucho +el decir en lo que leíamos que pena y gloria +eran para siempre. Acaecíanos estar muchos ratos +tratando desto, y gustábamos de decir muchas +veces para siempre, siempre, siempre. En +pronunciar esto mucho rato era el Señor servido, +me quedase en esta niñez imprimido el camino +de la verdad. De que vi que era imposible ir +adonde me matasen por Dios, ordenábamos ser +ermitaños, y en una huerta que había en casa +procurábamos, como podíamos, hacer ermitas<span class="pagenum"><a name="Page_6" id="Page_6">[6]</a></span> +poniendo unas pedrecillas, que luego se nos +caían, y ansí no hallábamos remedio en nada +para nuestro deseo; que ahora me pone devoción +ver cómo me daba Dios tan presto lo que yo +perdí por mi culpa.</i>»</p> + +<hr class="tb" /> + +<p>«<i>Acuérdome que cuando murió mi madre quedé +yo de edad de doce años, poco menos; como +yo comencé a entender lo que había perdido, +afligida fuíme a una imagen de Nuestra Señora +y supliquela fuese mi madre con muchas lágrimas. +Paréceme que aunque se hizo con simpleza, +que me ha valido, pues conocidamente he hallado +a esta Virgen Soberana en cuanto me he encomendado +a ella, y, en fin, me ha tornado a sí.</i>»</p> + +<p class="i5"><i>(Del capítulo I de la Vida de la Santa Madre +Teresa de Jesús, que escribió ella misma por +mandado de su confesor.)</i></p> + +<p>«<i>Sea (Dios) alabado por siempre, que tanta +merced ha hecho a vuestra merced, pues le ha +dado mujer, con quien pueda tener mucho descanso. +Sea mucho de enhorabuena, que harto +consuelo es para mí pensar que le tiene. A la +señora doña María beso siempre las manos muchas +veces; aquí tiene una capellana y muchas.<span class="pagenum"><a name="Page_7" id="Page_7">[7]</a></span> +Harto quisiéramos poderla gozar; mas si había +de ser con los trabajos que por acá hay, más +quiero que tenga allá sosiego, que verla acá +padecer.</i>»</p> + +<p class="i5">(<i>De una carta que desde Avila, a 15 de diciembre +de 1581, dirigió la Santa Madre, y Tía, +Teresa de Jesús, a su sobrino don Lorenzo de +Cepeda, que estaba en Indias, en el Perú, donde +se casó con doña María de Hinojosa, que es la +señora doña María de que se habla en ella</i>)</p> + +<p><i>En el capítulo II de la misma susomentada +Vida, dice la Santa Madre Teresa de Jesús que +era moza «aficionada a leer libros de caballerías»—los +suyos lo son, a lo divino—y en uno +de los sonetos, de nuestro Rosario de ellos, la hemos +llamado</i></p> + +<p class="i5"><i>Quijotesa</i></p> +<p class="i2"><i>a lo divino, que dejó asentada</i><br /> +<i>nuestra España inmoral, cuya es la empresa:</i><br /> +<i>sólo existe lo eterno; ¡Dios o nada!</i><br /></p> + +<p><i>Lo que acaso alguien crea que diferencia a +Santa Teresa de Don Quijote, es que éste, el Caballero—y +tío, tío de su inmortal sobrina—se +puso en ridículo y fué el ludibrio y juguete de +padres y madres, de zánganos y de reinas; pero +¿es que Santa Teresa escapó al ridículo? ¿Es que<span class="pagenum"><a name="Page_8" id="Page_8">[8]</a></span> +no se burlaron de ella? ¿Es que no se estima hoy +por muchos quijotesco, o sea ridículo, su instituto, +y aventurera, de caballería andante, su obra y +su vida?</i></p> + +<p><i>No crea el lector, por lo que precede, que el relato +que se sigue y va a leer es, en modo alguno, +un comentario a la vida de la Santa española. +¡No, nada de esto! Ni pensábamos en Teresa de +Jesús al emprenderlo y desarrollarlo; ni en Don +Quijote. Ha sido después de haberlo terminado, +cuando aun para nuestro ánimo, que lo concibió, +resultó una novedad este parangón, cuando hemos +descubierto las raíces de este relato novelesco. +Nos fué oculto su más hondo sentido al emprenderlo. +No hemos visto sino después, al hacer +sobre él examen de conciencia de autor, sus raíces +teresianas y quijotescas. Que son una misma raíz.</i></p> + +<p><i>¿Es acaso éste un libro de caballerías? Como +el lector quiera tomarlo... Tal vez a alguno pueda +parecerle una novela agiográfica, de vida de santos. +Es, de todos modos, una novela, podemos +asegurarlo.</i></p> + +<p><i>No se nos ocurrió a nosotros, sino que fué +cosa de un amigo, francés por más señas, el notar +que la inspiración—¡perdón!—de nuestra<span class="pagenum"><a name="Page_9" id="Page_9">[9]</a></span> +nivola</i> Niebla <i>era de la misma raíz que la de</i> La +vida es sueño, <i>de Calderón. Mas en este otro +caso ha sido cosa nuestra el descubrir, después +de concluída esta novela que tienes a la vista, +lector, sus raíces quijotescas y teresianas. Lo que +no quiere decir ¡claro está! que lo que aquí se +cuenta no haya podido pasar fuera de España.</i></p> + +<hr class="tb" /> + +<p><i>Antes de terminar este Prólogo queremos hacer +otra observación, que le podrá parecer a alguien +quizás sutileza de lingüista y filólogo, y no +lo es sino de psicología. Aunque ¿es la psicología +algo más que lingüística y filología?</i></p> + +<p><i>La observación es que así como tenemos la +palabra</i> paternal <i>y</i> paternidad, <i>que derivan de</i> +pater, <i>padre, y</i> maternal <i>y</i> maternidad, <i>de</i> mater, +<i>madre, y no es lo mismo, ni mucho menos, lo paternal +y lo maternal, ni la paternidad y la maternidad, +es extraño que junto a</i> fraternal <i>y</i> fraternidad, +<i>de</i> frater, <i>hermano, no tengamos</i> sororal +<i>y</i> sororidad, <i>de</i> soror, <i>hermana. En latín hay</i> +sororius, a, um, <i>lo de la hermana, y el verbo</i> sororiare, +<i>crecer por igual y juntamente.</i></p> + +<p><i>Se nos dirá que la</i> sororidad <i>equivaldría a la</i><span class="pagenum"><a name="Page_10" id="Page_10">[10]</a></span> +fraternidad, <i>mas no lo creemos así. Como si en +latín tuviese la hija un apelativo de raíz distinta +que el de hijo, valdría la pena de distinguir entre +las dos filialidades.</i></p> + +<p>Sororidad <i>fué la de la admirable Antígona, +esta santa del paganismo helénico, la hija de +Edipo, que sufrió martirio por amor a su hermano +Polinices, y por confesar su fe de que +las leyes eternas de la conciencia, las que rigen +en el eterno mundo de los muertos, en el +mundo de la inmortalidad, no son las que forjan +los déspotas y tiranos de la tierra, como era +Creonte.</i></p> + +<p><i>Cuando en la tragedia sofocleana Creonte le +acusa a su sobrina Antígona de haber faltado a +la ley, al mandato regio, rindiendo servicio fúnebre +a su hermano, el fratricida, hay entre aquéllos +este duelo de palabras:</i></p> + +<p>«A.—<i>No es nada feo honrar a los de la misma +entraña...</i></p> + +<p>»Cr.—<i>¿No era de tu sangre también el que +murió contra él?</i></p> + +<p>»A.—<i>De la misma, por madre y padre...</i></p> + +<p>»Cr.—<i>¿Y cómo rindes a éste un honor impío?</i></p> + +<p>»A.—<i>No diría eso el muerto...</i></p><p><span class="pagenum"><a name="Page_11" id="Page_11">[11]</a></span></p> + +<p>»Cr.—<i>Pero es que le honras igual que al +impío...</i></p> + +<p>»A.—<i>No murió su siervo, sino su hermano...</i></p> + +<p>»Cr.—<i>Asolando esta tierra, y el otro defendiéndola...</i></p> + +<p>»A.—<i>El otro mundo, sin embargo, gusta de +igualdad ante la ley...</i></p> + +<p>»Cr.—<i>¿Cómo ha de ser igual para el vil que +para el noble?</i></p> + +<p>»A.—<i>Quién sabe si estas máximas son santas +allí abajo...</i>»</p> + +<p class="i5">(<i>Antígona</i>, versos 511-521.)</p> + +<hr class="tb" /> + +<p><i>¿Es que acaso lo que a Antígona le permitió +descubrir esa ley eterna, apareciendo a los ojos +de los ciudadanos de Tebas y de Creonte, su tío, +como una anarquista, no fué el que era, por terrible +decreto del Hado, hermana carnal de su +propio padre, Edipo? Con el que había ejercido +oficio de</i> sororidad <i>también.</i></p> + +<p><i>El acto</i> sororio <i>de Antígona dando tierra al +cadáver insepulto de su hermano y librándolo +así del furor regio de su tío Creonte, parecióle a +éste un acto de anarquista. «¡No hay mal mayor +que el de la anarquía!»—declaraba el tirano—.</i><span class="pagenum"><a name="Page_12" id="Page_12">[12]</a></span> +(Antígona, <i>verso 672</i>.) <i>¿Anarquía? ¿Civilización?</i></p> + +<p><i>Antígona, la anarquista según su tío, el tirano +Creonte, modelo de virilidad, pero no de humanidad; +Antígona, hermana de su padre Edipo y, +por lo tanto, tía de su hermano Polinices, representa +acaso la domesticidad religiosa, la religión +doméstica, la del hogar, frente a la civilidad política +y tiránica, a la tiranía civil, y acaso también +la domesticación frente a la civilización. ¿Aunque +es posible civilizarse sin haberse domesticado +antes? ¿Caben civilidad y civilización donde no +tienen como cimientos domesticidad y domesticación?</i></p> + +<p><i>Hablamos de</i> patrias <i>y sobre ellas de</i> fraternidad +<i>universal, pero no es una sutileza lingüística +el sostener que no pueden prosperar sino sobre</i> +matrias <i>y</i> sororidad. <i>Y habrá barbarie de guerras +devastadoras, y otros estragos, mientras sean los +zánganos, que revolotean en torno de la reina +para fecundarla y devorar la miel que no hicieron, +los que rijan las colmenas.</i></p> + +<p><i>¿Guerras? El primer acto guerrero fué, según +lo que llamamos Historia Sagrada, la de la Biblia, +el asesinato de Abel por su hermano Caín. +Fué una muerte fraternal, entre hermanos, el primer<span class="pagenum"><a name="Page_13" id="Page_13">[13]</a></span> +acto de fraternidad. Y dice el Génesis que +fué Caín, el fratricida, el que primero edificó una +ciudad, a la que llamó del nombre de su hijo—habido +en una hermana—Henoc.</i> (<i>Gén. IV, 17.</i>) +<i>Y en aquella ciudad,</i> polis, <i>debió empezar la vida +civil, política, la civilidad y la civilización. Obra, +como se ve, del fratricida. Y cuando, siglos más +tarde, nuestro Lucano, español, llamó a las guerras +entre César y Pompeyo</i> plusquam civilia, +<i>más que civiles—lo dice en el primer verso de su</i> +Pharsalia—<i>quiere decir</i> fraternales. <i>Las guerras +más que civiles son las fraternales.</i></p> + +<p><i>Aristóteles le llamó al hombre</i> zoon politicon, +<i>esto es, animal civil o ciudadano—no político, que +esto es no traducir—animal que tiende a vivir en +ciudades, en mazorcas de casas estadizas, arraigadas +en tierra por cimientos, y ése es el hombre +y, sobre todo, el varón. Animal civil, urbano, fraternal +y... fratricida. Pero ese animal civil, ¿no +ha de depurarse por acción doméstica? Y el hogar, +el verdadero hogar, ¿no ha de encontrarse +lo mismo en la tienda del pastor errante que se +planta al azar de los caminos? Y Antígona acompañó +a su padre, ciego y errante, por los senderos +del desierto, hasta que desapareció en Colono.<span class="pagenum"><a name="Page_14" id="Page_14">[14]</a></span> +¡Pobre civilidad fraternal, cainita, si no hubiera +la domesticidad sororia!...</i></p> + +<p><i>Va, pues, el fundamento de la civilidad, la domesticidad, +de mano en mano de hermanas, de +tías. O de esposas de espíritu, castísimas, como +aquella Abisag, la sunamita de que se nos habla +en el capítulo I del libro I de los Reyes, aquella +doncella que le llevaron al viejo rey David, ya +cercano a su muerte, para que le mantuviese en +la puesta de su vida, abrigándole y calentándole +en la cama mientras dormía. Y Abisag le sacrificó +su maternidad, permaneció virgen por él—pues +David no la conoció—y fué causa de que +más luego Salomón, el hijo del pecado de David +con la adúltera Betsabé, hiciese matar a Adonías, +su hermanastro, hijo de David y de Hagit, porque +pretendió para mujer a Abisag, la última +reina con David, pensando así heredar a éste su +reino.</i></p> + +<p><i>Pero a esta Abisag y a su suerte y a su sentido +pensamos dedicar todo un libro que no será precisamente +una novela. Ni una</i> nivola.</p> + +<p><i>Y ahora el lector que ha leído este prólogo—que +no es necesario para inteligencia en lo que +sigue—puede pasar a hacer conocimiento con<span class="pagenum"><a name="Page_15" id="Page_15">[15]</a></span> +la tía Tula, que si supo de Santa Teresa y de +Don Quijote, acaso no supo ni de Antígona la +griega ni de Abisag la israelita.</i></p> + +<p><i>En mi novela</i> Abel Sánchez <i>intenté escarbar +en ciertos sótanos y escondrijos del corazón, en +ciertas catacumbas del alma, adonde no gustan +descender los más de los mortales. Creen que en +esas catacumbas hay muertos, a los que lo mejor +es no visitar, y esos muertos, sin embargo, nos +gobiernan. Es la herencia de Caín. Y aquí, en +esta novela, he intentado escarbar en otros sótanos +y escondrijos. Y como no ha faltado quien +me haya dicho que aquello era inhumano, no faltará +quien me lo diga, aunque en otro sentido, de +esto. Aquello pareció a alguien inhumano por +viril, por fraternal; esto lo parecerá acaso por +femenil, por sororio. Sin que quepa negar que el +varón hereda femenidad de su madre y la mujer +virilidad de su padre. ¿O es que el zángano no +tiene algo de abeja y la abeja algo de zángano? +O hay, si se quiere,</i> abejos <i>y</i> zánganas.</p> + +<p><i>Y nada más, que no debo hacer una novela +sobre otra novela.</i></p> + +<p class="i5"><i>En Salamanca, ciudad, en el día de los Desposorios +de Nuestra Señora del año de gracia +milésimo novecentésimo y vigésimo.</i></p> + +<hr class="chap" /> + +<p class="p6"><span class="pagenum"><a name="Page_17" id="Page_17">[17]</a></span></p> + + + + +<h2>I</h2> + +<p><span class="smcap">Era</span> a Rosa y no a su hermana Gertrudis, que +siempre salía de casa con ella, a quien ceñían +aquellas ansiosas miradas que les enderezaba +Ramiro. O por lo menos, así lo creían ambos, +Ramiro y Rosa, al atraerse el uno al otro.</p> + +<p>Formaban las dos hermanas, siempre juntas, +aunque no por eso unidas siempre, una pareja +al parecer indisoluble, y como un solo valor. +Era la hermosura espléndida y algún tanto provocativa +de Rosa, flor de carne que se abría a +flor del cielo a toda luz y todo viento, la que llevaba +de primera vez las miradas a la pareja; pero +eran luego los ojos tenaces de Gertrudis los que +sujetaban a los ojos que se habían fijado en +ellos y los que a la par les ponían raya. Hubo +quien al verlas pasar preparó algún chicoleo un +poco más subido de tono; mas tuvo que contenerse +<span class="pagenum"><a name="Page_18" id="Page_18">[18]</a></span> +al tropezar con el reproche de aquellos +ojos de Gertrudis, que hablaban mudamente de +seriedad. «Con esta pareja no se juega», parecía +decir con sus miradas silenciosas.</p> + +<p>Y bien miradas y de cerca aún despertaba más +Gertrudis el ansia de goce. Mientras su hermana +Rosa abría espléndidamente a todo viento y +toda luz la flor de su encarnadura, ella era como +un cofre cerrado y sellado en que se adivina un +tesoro de ternuras y delicias secretas.</p> + +<p>Pero Ramiro, que llevaba el alma toda a flor +de los ojos, no creyó ver más que a Rosa, y a +Rosa se dirigió desde luego.</p> + +<p>—Sabes que me ha escrito—le dijo ésta a su +hermana.</p> + +<p>—Sí, vi la carta.</p> + +<p>—¿Cómo? ¿que la viste? ¿es que me espías?</p> + +<p>—¿Podía dejar de haberla visto? No, yo no +espío nunca, ya lo sabes, y has dicho eso no +más que por decirlo...</p> + +<p>—Tienes razón, Tula, perdónamelo.</p> + +<p>—Sí, una vez más, porque tú eres así. Yo no +espío, pero tampoco oculto nunca nada. Vi la +carta.</p> + +<p>—Ya lo sé; ya lo sé...</p> + +<p><span class="pagenum"><a name="Page_19" id="Page_19">[19]</a></span> +—He visto la carta y la esperaba.</p> + +<p>—Y bien, ¿qué te parece de Ramiro?</p> + +<p>—No le conozco.</p> + +<p>—Pero no hace falta conocer a un hombre +para decir lo que le parece a una de él.</p> + +<p>—A mí, sí.</p> + +<p>—Pero lo que se ve, lo que está a la vista...</p> + +<p>—Ni de eso puedo juzgar sin conocerle.</p> + +<p>—¿Es que no tienes ojos en la cara?</p> + +<p>—Acaso no los tenga así...; ya sabes que soy +corta de vista.</p> + +<p>—¡Pretextos! Pues mira, chica, es un guapo +mozo.</p> + +<p>—Así parece.</p> + +<p>—Y simpático.</p> + +<p>—Con que te lo sea a ti, basta.</p> + +<p>—¿Pero es que crees que le he dicho ya +que sí?</p> + +<p>—Sé que se lo dirás al cabo, y basta.</p> + +<p>—No importa; hay que hacerle esperar y hasta +rabiar un poco...</p> + +<p>—¿Para qué?</p> + +<p>—Hay que hacerse valer.</p> + +<p>—Así no te haces valer, Rosa; y ese coqueteo +es cosa muy fea.</p> + +<p><span class="pagenum"><a name="Page_20" id="Page_20">[20]</a></span> +—De modo que tú...</p> + +<p>—A mí no se me ha dirigido.</p> + +<p>—¿Y si se hubiera dirigido a ti?</p> + +<p>—No sirve preguntar cosas sin sustancia.</p> + +<p>—Pero tú, si a ti se te dirige, ¿qué le habrías +contestado?</p> + +<p>—Yo no he dicho que me parece un guapo +mozo y que es simpático, y por eso me habría +puesto a estudiarle...</p> + +<p>—Y entretanto si iba a otra...</p> + +<p>—Es lo más probable.</p> + +<p>—Pues así, hija, ya puedes prepararte...</p> + +<p>—Sí, a ser tía.</p> + +<p>—¿Cómo tía?</p> + +<p>—Tía de tus hijos, Rosa.</p> + +<p>—¡Eh, qué cosas tienes!—y se le quebró +la voz.</p> + +<p>—Vamos, Rosita, no te pongas así, y perdóname—le +dijo dándole un beso.</p> + +<p>—Pero si vuelves...</p> + +<p>—¡No, no volveré!</p> + +<p>—Y bien, ¿qué le digo?</p> + +<p>—¡Dile que sí!</p> + +<p>—Pero pensará que soy demasiado fácil...</p> + +<p>—¡Entonces dile que no!</p> + +<p><span class="pagenum"><a name="Page_21" id="Page_21">[21]</a></span> +—Pero es que...</p> + +<p>—Sí, que te parece un guapo mozo y simpático. +Dile, pues, que sí y no andes con más +coqueterías, que eso es feo. Dile que sí. Después +de todo, no es fácil que se te presente mejor +partido. Ramiro está muy bien, es hijo +solo...</p> + +<p>—Yo no he hablado de eso.</p> + +<p>—Pero yo hablo de ello, Rosa, y es igual.</p> + +<p>—¿Y no dirán, Tula, que tengo ganas de +novio?</p> + +<p>—Y dirán bien.</p> + +<p>—¿Otra vez, Tula?</p> + +<p>—Y ciento. Tienes ganas de novio y es natural +que las tengas. ¿Para qué si no te hizo Dios +tan guapa?</p> + +<p>—¡Guasitas no!</p> + +<p>—Ya sabes que yo no me guaseo. Parézcanos +bien o mal, nuestra carrera es el matrimonio o +el convento; tú no tienes vocación de monja; +Dios te hizo para el mundo y el hogar... vamos, +para madre de familia... No vas a quedarte a vestir +imágenes. Dile, pues, que sí.</p> + +<p>—¿Y tú?</p> + +<p>—¿Cómo yo?</p> + +<p><span class="pagenum"><a name="Page_22" id="Page_22">[22]</a></span> +—Que tú, luego...</p> + +<p>—A mí déjame.</p> + +<p>Al día siguiente de estas palabras estaban ya +en lo que se llaman relaciones amorosas Rosa +y Ramiro.</p> + +<p>Lo que empezó a cuajar la soledad de Gertrudis.</p> + +<p>Vivían las dos hermanas, huérfanas de padre +y madre desde muy niñas, con un tío materno, +sacerdote, que no las mantenía, pues ellas disfrutaban +de un pequeño patrimonio que les permitía +sostenerse en la holgura de la modestia, +pero les daba buenos consejos a la hora de +comer, en la mesa, dejándolas, por lo demás, a +la guía de su buen natural. Los buenos consejos +eran consejos de libros, los mismos que le servían +a don Primitivo para formar sus escasos +sermones.</p> + +<p>«Además—se decía a sí mismo con muy buen +acierto don Primitivo—¿para qué me voy a meter +en sus inclinaciones y sentimientos íntimos? Lo +mejor es no hablarlas mucho de eso, que se les +abre demasiado los ojos. Aunque... ¿abrirles? +¡Bah! bien abiertos los tienen, sobre todo las +mujeres. Nosotros los hombres no sabemos una +<span class="pagenum"><a name="Page_23" id="Page_23">[23]</a></span> +palabra de esas cosas. Y los curas, menos. Todo +lo que nos dicen los libros son pataratas. ¡Y luego, +me mete un miedo esa Tulilla...! Delante de ella +no me atrevo... no me atrevo... ¡Tiene unas preguntas +la mocita! ¡Y cuando me mira tan seria, +tan seria... con esos ojazos tristes—los de mi +hermana, los de mi madre, Dios las tenga en +su santa gloria!—¡Esos ojazos de luto que se le +meten a uno en el corazón...! Muy serios, sí, +pero riéndose con el rabillo. Parecen decirme: +«¡no diga usted más bobadas, tío!» ¡El demonio +de la chiquilla! ¡Todavía me acuerdo el día en +que se empeñó en ir, con su hermana, a oirme +aquel sermoncete; el rato que pasé, Jesús Santo! +¡Todo se me volvía apartar mis ojos de ella por +no cortarme; pero nada, ella tirando de los míos! +Lo mismo, lo mismito me pasaba con su santa +madre, mi hermana, y con mi santa madre, Dios +las tenga en su gloria. Jamás pude predicar a +mis anchas delante de ellas, y por eso les tenía +dicho que no fuesen a oirme. Madre iba, pero +iba a hurtadillas, sin decírmelo, y se ponía detrás +de la columna, donde yo no le viera, y luego no +me decía nada de mi sermón. Y lo mismo hacía +mi hermana. Pero yo sé lo que ésta pensaba, +<span class="pagenum"><a name="Page_24" id="Page_24">[24]</a></span> +aunque tan cristiana, lo sé. «¡Bobadas de hombres!» +Y lo mismo piensa esta mocita, estoy de +ello seguro. No, no, ¿delante de ella predicar? +¿Yo? ¿Darle consejos? Una vez se le escapó lo +de <i>¡bobadas de hombres!</i> y no dirigiéndose a mí, +no, pero yo le entiendo...»</p> + +<p>El pobre señor sentía un profundísimo respeto, +mezclado de admiración, por su sobrina +Gertrudis. Tenía el sentimiento de que la sabiduría +iba en su linaje por vía femenina, que su +madre había sido la providencia inteligente de +la casa en que se crió, que su hermana lo había +sido en la suya, tan breve. Y en cuanto a su +otra sobrina, a Rosa, le bastaba para protección +y guía con su hermana. «Pero qué hermosa +la ha hecho Dios, Dios sea alabado—se decía—; +esta chica o hace un gran matrimonio, +con quien ella quiera, o no tienen los mozos de +hoy ojos en la cara.»</p> + +<p>Y un día fué Gertrudis la que, después que +Rosa se levantó de la mesa fingiendo sentirse +algo indispuesta, al quedarse a solas con su tío, +le dijo:</p> + +<p>—Tengo que decirle a usted, tío, una cosa +muy grave.</p> + +<p><span class="pagenum"><a name="Page_25" id="Page_25">[25]</a></span> +—Muy grave..., muy grave...—y el pobre señor +se azaró, creyendo observar que los rabillos +de los ojazos tan serios de su sobrina se reían +maliciosamente.</p> + +<p>—Sí, muy grave.</p> + +<p>—Bueno, pues desembucha, hija, que aquí estamos +los dos para tomar un consejo.</p> + +<p>—El caso es que Rosa tiene ya novio.</p> + +<p>—¿Y no es más que eso?</p> + +<p>—Pero novio formal, ¿eh?, tío.</p> + +<p>—Vamos, sí, para que yo los case.</p> + +<p>—¡Naturalmente!</p> + +<p>—Y a ti, ¿qué te parece de él?</p> + +<p>—Aun no ha preguntado usted quién es...</p> + +<p>—¿Y qué más da, si yo apenas conozco a +nadie? A ti qué te parece de él, contesta.</p> + +<p>—Pues tampoco yo le conozco.</p> + +<p>—¿Pero no sabes quién es, tú?</p> + +<p>—Sí, sé cómo se llama y de qué familia es y...</p> + +<p>—¡Basta! ¿Qué te parece?</p> + +<p>—Que es un buen partido para Rosa y que +se querrán.</p> + +<p>—¿Pero es que no se quieren ya?</p> + +<p>—¿Pero cree usted, tío, que pueden empezar +queriéndose?</p> + +<p><span class="pagenum"><a name="Page_26" id="Page_26">[26]</a></span> +—Pues así dicen, chiquilla, y hasta que eso +viene como un rayo...</p> + +<p>—Son decires, tío.</p> + +<p>—Así será; basta que tú lo digas.</p> + +<p>—Ramiro..., Ramiro Cuadrado...</p> + +<p>—¿Pero es el hijo de doña Venancia, la viuda? +¡Acabáramos! No hay más que hablar.</p> + +<p>—A Ramiro, tío, se le ha metido Rosa por los +ojos y cree estar enamorado de ella...</p> + +<p>—Y lo estará, Tulilla, lo estará...</p> + +<p>—Eso digo yo, tío, que lo estará. Porque como +es hombre de vergüenza y de palabra, acabará +por cobrar cariño a aquella con la que se ha +comprometido ya. No le creo hombre de volver +atrás.</p> + +<p>—¿Y ella?</p> + +<p>—¿Quién? ¿Mi hermana? A ella le pasará lo +mismo.</p> + +<p>—Sabes más que San Agustín, hija.</p> + +<p>—Esto no se aprende, tío.</p> + +<p>—¡Pues que se casen, los bendigo y sanseacabó!</p> + +<p>—¡O sanseempezó! Pero hay que casarlos y +pronto. Antes que él se vuelva...</p> + +<p>—Pero temes tú que él pueda volverse...</p> + +<p><span class="pagenum"><a name="Page_27" id="Page_27">[27]</a></span> +—Yo siempre temo de los hombres, tío.</p> + +<p>—¿Y de las mujeres no?</p> + +<p>—Esos temores deben quedar para los hombres. +Pero sin ánimo de ofender al sexo... fuerte, +¿no se dice así?, le digo que la constancia, que +la fortaleza está más bien de parte nuestra...</p> + +<p>—Si todas fueran como tú, chiquilla, lo creería +así, pero...</p> + +<p>—¿Pero qué?</p> + +<p>—¡Que tú eres excepcional, Tulilla!</p> + +<p>—Le he oído a usted más de una vez, tío, que +las excepciones confirman la regla...</p> + +<p>—Vamos, que me aturdes... Pues bien, los casaremos, +no sea que se vuelva él... o ella...</p> + +<p>Por los ojos de Gertrudis pasó como la sombra +de una nube de borrasca, y si se hubiera podido +oir el silencio habríase oído que en las bóvedas +de los sótanos de su alma resonaba como +un eco repetido y que va perdiéndose a lo lejos +aquello de «o ella...»</p> +<hr class="chap" /> + +<p class="p6"><span class="pagenum"><a name="Page_29" id="Page_29">[29]</a></span></p> + + +<h2>II</h2> + + +<p>¿<span class="smcap">Pero</span> qué le pasaba a Ramiro, en relaciones +ya, y en relaciones formales, con Rosa, y +poco menos que entrando en la casa? ¿Qué dilaciones +y qué frialdades eran aquéllas?</p> + +<p>—Mira, Tula, yo no le entiendo; cada vez le +entiendo menos. Parece que está siempre distraído +y como si estuviese pensando en otra +cosa—o en otra persona, ¡quién sabe!—o temiendo +que alguien nos vaya a sorprender de +pronto. Y cuando le tiro algún avance y le hablo, +así como quien no quiere la cosa, del fin +que deben tener nuestras relaciones, hace como +que no oye y como si estuviera atendiendo a +otra...</p> + +<p>—Es porque le hablas como quien no quiere +la cosa. Háblale como quien la quiere.</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_30" id="Page_30">[30]</a></span></p> + +<p>—¡Eso es, y que piense que tengo prisa por +casarme!</p> + +<p>—¡Pues que lo piense! ¿No es acaso así?</p> + +<p>—¿Pero crees tú, Tula, que yo estoy rabiando +por casarme?</p> + +<p>—¿Le quieres?</p> + +<p>—Eso nada tiene que ver...</p> + +<p>—¿Le quieres, di?</p> + +<p>—Pues mira...</p> + +<p>—¡Pues mira, no! ¿le quieres? ¡sí o no!</p> + +<p>Rosa bajó la frente con los ojos, arrebolóse +toda y llorándole la voz tartamudeó:</p> + +<p>—Tienes unas cosas, Tula; ¡pareces un confesor!</p> + +<p>Gertrudis tomó la mano de su hermana, con +otra le hizo levantar la frente, le clavó los ojos +en los ojos y le dijo:</p> + +<p>—Vivimos solas, hermana...</p> + +<p>—¿Y el tío?</p> + +<p>—Vivimos solas, te he dicho. Las mujeres vivimos +siempre solas. El pobre tío es un santo, +pero un santo de libro, y aunque cura, al fin y +al cabo hombre.</p> + +<p>—Pero confiesa...</p> + +<p>—Acaso por eso sabe menos. Además, se le<span class="pagenum"><a name="Page_31" id="Page_31">[31]</a></span> +olvida. Y así debe ser. Vivimos solas, te he dicho. +Y ahora lo que debes hacer es confesarte aquí, +pero confesarte a ti misma. ¿Le quieres? repito.</p> + +<p>La pobre Rosa se echó a llorar.</p> + +<p>—¿Le quieres?—sonó la voz implacable.</p> + +<p>Y Rosa llegó a fingirse que aquella pregunta, +en una voz pastosa y solemne y que parecía venir +de las lontananzas de la vida común de la +pureza, era su propia voz, era acaso la de su madre +común.</p> + +<p>—Sí, creo que le querré... mucho... mucho...—exclamó +en voz baja y sollozando.</p> + +<p>—¡Sí, le querrás mucho y él te querrá más aún!</p> + +<p>—¿Y cómo lo sabes?</p> + +<p>—Yo sé que te querrá.</p> + +<p>—Entonces, ¿por qué está distraído? ¿por qué +rehuye el que abordemos lo del casorio?</p> + +<p>—¡Yo le hablaré de eso, Rosa, déjalo de mi +cuenta!</p> + +<p>—¿Tú?</p> + +<p>—¡Yo, sí! ¿Tiene algo de extraño?</p> + +<p>—Pero...</p> + +<p>—A mí no puede cohibirme el temor que a ti +te cohibe.</p> + +<p>—Pero dirá que rabio por casarme.</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_32" id="Page_32">[32]</a></span></p> + +<p>—¡No, no dirá eso! Dirá, si quiere, que es a +mí a quien me conviene que tú te cases para facilitar +así el que se me pretenda o para quedarme +a mandar aquí sola; y las dos cosas son, como +sabes, dos disparates. Dirá lo que quiera, pero +yo me las arreglaré.</p> + +<p>Rosa cayó en brazos de su hermana, que le +dijo al oído:</p> + +<p>—¿Y luego, tienes que quererle mucho, eh?</p> + +<p>—¿Y por qué me dices tú eso, Tula?</p> + +<p>—Porque es tu deber.</p> + +<p>Y al otro día, al ir Ramiro a visitar a su novia, +encontróse con la otra, con la hermana. Demudósele +el semblante y se le vió vacilar. La seriedad +de aquellos serenos ojazos de luto le concentró +la sangre toda en el corazón.</p> + +<p>—¿Y Rosa?—preguntó sin oirse.</p> + +<p>—Rosa ha salido y soy yo quien tengo ahora +que hablarte.</p> + +<p>—¿Tú?—dijo con labios que le temblaban.</p> + +<p>-¡Sí, yo!</p> + +<p>—¡Grave te pones, chica!—y se esforzó en +reirse.</p> + +<p>—Nací con esa gravedad encima, dicen. El +tío asegura que la heredé de mi madre, su her<span class="pagenum"><a name="Page_33" id="Page_33">[33]</a></span>mana, +y de mi abuela, su madre. No lo sé, ni me +importa. Lo que sí sé es que me gustan las cosas +sencillas y derechas y sin engaño.</p> + +<p>—¿Por qué lo dices, Tula?</p> + +<p>—¿Y por qué rehuyes hablar de vuestro casamiento +a mi hermana? Vamos, dímelo, ¿por qué?</p> + +<p>El pobre mozo inclinó la frente arrebolada de +vergüenza. Sentíase herido por un golpe inesperado.</p> + +<p>—Tú le pediste relaciones con buen fin, como +dicen los inocentes.</p> + +<p>—¡Tula!</p> + +<p>—¡Nada de Tula! Tú te pusiste con ella en +relaciones para hacerla tu mujer y madre de tus +hijos...</p> + +<p>—¡Pero qué de prisa vas...!—y volvió a esforzarse +a reirse.</p> + +<p>—Es que hay que ir de prisa, porque la vida +es corta.</p> + +<p>—¡La vida es corta! ¡y lo dice a los veintidós +años!</p> + +<p>—Más corta aún. Pues bien, ¿piensas casarte +con Rosa, sí o no?</p> + +<p>—¡Pues qué duda cabe!—y al decirlo le temblaba +el cuerpo todo.</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_34" id="Page_34">[34]</a></span></p> + +<p>—Pues si piensas casarte con ella, ¿por qué +diferirlo así?</p> + +<p>—Somos aún jóvenes...</p> + +<p>—¡Mejor!</p> + +<p>—Tenemos que probarnos...</p> + +<p>—¿Qué, qué es eso? ¿qué es eso de probaros? +¿Crees que la conocerás mejor dentro de +un año? Peor, mucho peor...</p> + +<p>—Y si luego...</p> + +<p>—¡No pensaste en eso al pedir la entrada aquí!</p> + +<p>—Pero, Tula...</p> + +<p>—¡Nada de Tula! ¿La quieres, sí o no?</p> + +<p>—¿Puedes dudarlo, Tula?</p> + +<p>—¡Te he dicho que nada de Tula! ¿La quieres?</p> + +<p>—¡Claro que la quiero!</p> + +<p>—Pues la querrás más todavía. Será una buena +mujer para ti. Haréis un buen matrimonio.</p> + +<p>—Y con tu consejo...</p> + +<p>—Nada de consejo. ¡Yo haré una buena tía, y +basta!</p> + +<p>Ramiro pareció luchar un breve rato consigo +mismo y como si buscase algo, y al cabo, con +un gesto de desesperada resolución, exclamó:</p> + +<p>—¡Pues bien, Gertrudis, quiero decirte toda +la verdad!</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_35" id="Page_35">[35]</a></span></p> + +<p>—No tienes que decirme más verdad—le atajó +severamente—; me has dicho que quieres a +Rosa y que estás resuelto a casarte con ella; +todo lo demás de la verdad es a ella a quien se +la tienes que decir luego que os caséis.</p> + +<p>—Pero hay cosas...</p> + +<p>—No, no hay cosas que no se deba decir a +la mujer...</p> + +<p>—¡Pero, Tula!</p> + +<p>—Nada de Tula, te he dicho. Si la quieres, a +casarte con ella, y si no la quieres, estás de más +en esta casa.</p> + +<p>Estas palabras le brotaron de los labios fríos +y mientras se le paraba el corazón. Siguió a +ellas un silencio de hielo, y durante él la sangre, +antes represada y ahora suelta, le encendió la +cara a la hermana. Y entonces, en el silencio +agorero, podía oírsele el galope trepidante del +corazón.</p> + +<p>Al siguiente día se fijaba el de la boda.</p> + +<hr class="chap" /> + +<p class="p6"><span class="pagenum"><a name="Page_37" id="Page_37">[37]</a></span></p> + + + + +<h2>III</h2> + + +<p><span class="smcap">Don</span> Primitivo autorizó y bendijo la boda de +Ramiro con Rosa. Y nadie estuvo en ella +más alegre que lo estuvo Gertrudis. A tal punto, +que su alegría sorprendió a cuantos la conocían, +sin que faltara quien creyese que tenía muy poco +de natural.</p> + +<p>Fuéronse a su casa los recién casados, y Rosa +reclamaba a ella de continuo la presencia de su +hermana. Gertrudis le replicaba que a los novios +les convenía soledad.</p> + +<p>—Pero si es al contrario, hija, si nunca he +sentido más tu falta; ahora es cuando comprendo +lo que te quería.</p> + +<p>Y poníase a abrazarla y besuquearla.</p> + +<p>—Sí, sí—le replicaba Gertrudis sonriendo +gravemente—; vuestra felicidad necesita de testi<span class="pagenum"><a name="Page_38" id="Page_38">[38]</a></span>gos; +se os acrecienta la dicha sabiendo que otros +se dan cuenta de ella.</p> + +<p>Ibase, pues, de cuando en cuando a hacerles +compañía; a comer con ellos alguna vez. Su hermana +le hacía las más ostentosas demostraciones +de cariño, y luego a su marido, que, por su +parte, aparecía como avergonzado ante su cuñada.</p> + +<p>—Mira—llegó a decirle una vez Gertrudis a +su hermana ante aquellas señales—, no te pongas +así, tan babosa. No parece sino que has inventado +lo del matrimonio.</p> + +<p>Un día vió un perrito en la casa.</p> + +<p>—Y esto ¿qué es?</p> + +<p>—Un perro, chica, ¿no lo ves?</p> + +<p>—¿Y cómo ha venido?</p> + +<p>—Lo encontré ahí, en la calle, abandonado y +medio muerto, me dió lástima, le traje, le di de +comer, le curé y aquí le tengo—y lo acariciaba +en su regazo y le daba besos en el hocico.</p> + +<p>—Pues mira, Rosa, me parece que debes regalar +el perrito, porque el que le mates me parece +una crueldad.</p> + +<p>—¿Regalarle? Y ¿por qué? Mira, Tití—y al +decirlo apechugaba contra su seno al animali<span class="pagenum"><a name="Page_39" id="Page_39">[39]</a></span>to—, +me dicen que te eche. ¿Adónde irás tú, pobrecito?</p> + +<p>—Vamos, vamos, no seas chiquilla y no lo +tomes así. ¿A que tu marido es de mi opinión?</p> + +<p>—¡Claro, en cuanto se lo digas! Como tú eres +la sabia...</p> + +<p>—Déjate de esas cosas y deja al perro.</p> + +<p>—Pero ¿qué? ¿Crees que tendrá Ramiro celos?</p> + +<p>—Nunca creí, Rosa, que el matrimonio pudiese +entontecer así.</p> + +<p>Cuando llegó Ramiro y se enteró de la pequeña +disputa por lo del perro, no se atrevió a dar +la razón ni a la una ni a la otra, declarando que +la cosa no tenía importancia.</p> + +<p>—No, nada la tiene y lo tiene todo, según—dijo +Gertrudis—. Pero en eso hay algo de chiquillada, +y aún más. Serás capaz, Rosa, de haberte +traído aquella pepona que guardas desde +que nos dieron dos, una a ti y a mí otra, siendo +niñas, y serás capaz de haberla puesto ocupando +su silla...</p> + +<p>—Exacto; allí está, en la sala, con su mejor +traje, ocupando toda una silla de respeto. ¿La +quieres ver?</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_40" id="Page_40">[40]</a></span></p> + +<p>—Así es—asintió Ramiro.</p> + +<p>—Bueno, ya la quitarás de allí...</p> + +<p>—Quia, hija, la guardaré...</p> + +<p>—Sí, para juguete de tus hijas...</p> + +<p>—¡Qué cosas se te ocurren, Tula...!—y se +arreboló.</p> + +<p>—No, es a ti a quien se te ocurren cosas como +la del perro.</p> + +<p>—Y tú—exclamó Rosa, tratando de desasirse +de aquella inquisitoria que le molestaba—¿no +tienes también tu pepona? ¿La has dado, o deshecho +acaso?</p> + +<p>—No—respondióle resueltamente su hermana—, +pero la tengo guardada.</p> + +<p>—¡Y tan guardada que no se la he podido +descubrir nunca...!</p> + +<p>—Es que Gertrudis la guarda para sí sola—dijo +Ramiro sin saber lo que decía.</p> + +<p>—Dios sabe para qué la guardo. Es un talismán +de mi niñez.</p> + +<p>El que iba poco, poquísimo, por casa del nuevo +matrimonio era el bueno de don Primitivo. +«El onceno no estorbar»—decía.</p> + +<p>Corrían los días, todos iguales, en una y otra +casa. Gertrudis se había propuesto visitar lo me<span class="pagenum"><a name="Page_41" id="Page_41">[41]</a></span>nos +posible a su hermana, pero ésta venía a buscarla +en cuanto pasaba un par de días sin que se +viesen. «¿Pero qué, estás mala, chica? ¿O te sigue +estorbando el perro? Porque si es así, mira, +le echaré. ¿Por qué me dejas así, sola?»</p> + +<p>—¿Sola, Rosa? ¿Sola? ¿Y tu marido?</p> + +<p>—Pero él se tiene que ir a sus asuntos...</p> + +<p>—O los inventa...</p> + +<p>—¿Qué, es que crees que me deja aposta? +¿Es que sabes algo? ¡Dilo, Tula, por lo que más +quieras, por nuestra madre dímelo!</p> + +<p>—No, es que os aburrís de vuestra felicidad +y de vuestra soledad. Ya le echarás el perro o si +no te darán antojos, y será peor.</p> + +<p>—No digas esas cosas.</p> + +<p>—Te darán antojos—replicó con más firmeza.</p> + +<p>Y cuando al fin fué un día a decirle que había +regalado el perrito, Gertrudis, sonriendo gravemente +y acariciándola como a una niña, le preguntó +al oído: «¿Por miedo a los antojos, eh?» +Y al oir en respuesta un susurrado «¡sí!» abrazó +a su hermana con una efusión de que ésta no +la creía capaz.</p> + +<p>—Ahora va de veras, Rosa; ahora no os abu<span class="pagenum"><a name="Page_42" id="Page_42">[42]</a></span>rriréis +de la felicidad ni de la soledad y tendrá +varios asuntos tu marido. Esto era lo que os faltaba...</p> + +<p>—Y acaso lo que te faltaba... ¿no es así, hermanita?</p> + +<p>—¿Y a ti quién te ha dicho eso?</p> + +<p>—Mira, aunque soy tan tonta, como he vivido +siempre contigo...</p> + +<p>—¡Bueno, déjate de bromas!</p> + +<p>Y desde entonces empezó Gertrudis a frecuentar +más la casa de su hermana.</p> + +<hr class="chap" /> + +<p class="p6"><span class="pagenum"><a name="Page_43" id="Page_43">[43]</a></span></p> + + + + +<h2>IV</h2> + + +<p><span class="smcap">En</span> el parto de Rosa, que fué durísimo, nadie +estuvo más serena y valerosa que Gertrudis. +Creeríase que era una veterana en asistir a trances +tales. Llegó a haber peligro de muerte para +la madre o la cría que hubiera de salir, y el médico +llegó a hablar de sacársela viva o muerta.</p> + +<p>—¿Muerta?—exclamó Gertrudis—; ¡eso sí +que no!</p> + +<p>—¿Pero no ve usted—exclamó el médico—que +aunque se muera el crío queda la madre +para hacer otros, mientras que si se muere ella +no es lo mismo?</p> + +<p>Pasó rápidamente por el magín de Gertrudis +replicarle que quedaban otras madres, pero se +contuvo e insistió:</p> + +<p>—Muerta, ¡no!, ¡nunca! Y hay, además, que +salvar un alma.</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_44" id="Page_44">[44]</a></span></p> + +<p>La pobre parturienta ni se enteraba de cosa +alguna. Hasta que, rendida al combate, dió a luz +un niño.</p> + +<p>Recojiólo Gertrudis con avidez, y como si +nunca hubiera hecho otra cosa lo lavó y envolvió +en sus pañales.</p> + +<p>—Es usted comadrona de nacimiento—le +dijo el médico.</p> + +<p>Tomó la criaturita y se la llevó a su padre, +que en un rincón, aterrado y como contrito de +una falta, aguardaba la noticia de la muerte de +su mujer.</p> + +<p>—¡Aquí tienes tu primer hijo, Ramiro; mírale +qué hermoso!</p> + +<p>Pero al levantar la vista el padre, libre del +peso de su angustia, no vió sino los ojazos de +su cuñada, que irradiaban una luz nueva, más +negra pero más brillante que la de antes. Y al ir +a besar a aquel rollo de carne que le presentaban +como su hijo rozó su mejilla, encendida, con +la de Gertrudis.</p> + +<p>—Ahora—le dijo tranquilamente ésta—ve a +dar las gracias a tu mujer, a pedirle perdón y a +animarla.</p> + +<p>—¿A pedirle perdón?</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_45" id="Page_45">[45]</a></span></p> + +<p>—Sí, a pedirle perdón.</p> + +<p>—¿Y por qué?</p> + +<p>—Yo me entiendo y ella te entenderá. Y en +cuanto a éste—y al decirlo apretábalo contra su +seno palpitante—corre ya de mi cuenta, y o poco +he de poder o haré de él un hombre.</p> + +<p>La casa le daba vueltas en derredor a Ramiro. +Y del fondo de su alma salíale una voz diciendo: +«¿Cuál es la madre?»</p> + +<p>Poco después ponía Gertrudis cuidadosamente +el niño al lado de la madre, que parecía +dormir extenuada y con la cara blanca como la +nieve. Pero Rosa entreabrió los ojos y se encontró +con los de su hermana. Al ver a ésta una +corriente de ánimo recorrió el cuerpo todo victorioso +de la nueva madre.</p> + +<p>—¡Tula!—gimió.</p> + +<p>—Aquí estoy, Rosa, aquí estaré. Ahora descansa. +Cuando sea le das de mamar a este crío +para que se calle. De todo lo demás no te preocupes.</p> + +<p>—Creí morirme, Tula. Aun ahora me parece +que sueño muerta. Y me daba tanta pena de +Ramiro...</p> + +<p>—Cállate. El médico ha dicho que no hables<span class="pagenum"><a name="Page_46" id="Page_46">[46]</a></span> +mucho. El pobre Ramiro estaba más muerto que +tú. ¡Ahora, ánimo, y a otra!</p> + +<p>La enferma sonrió tristemente.</p> + +<p>—Este se llamará Ramiro, como su padre—decretó +luego Gertrudis en pequeño consejo de +familia—y la otra, porque la siguiente será niña, +Gertrudis como yo.</p> + +<p>—¿Pero ya estás pensando en otra—exclamó +don Primitivo—y tu pobre hermana de por poco +se queda en el trance?</p> + +<p>—¿Y qué hacer?—replicó ella—; ¿para qué +se han casado si no? ¿No es así, Ramiro?—y le +clavó los ojos.</p> + +<p>—Ahora lo que importa es que se reponga—dijo +el marido sobrecojiéndose bajo aquella +mirada.</p> + +<p>—¡Bah!, de estas dolencias se repone una +mujer pronto.</p> + +<p>—Bien dice el médico, sobrina, que parece +como si hubieras nacido comadrona.</p> + +<p>—Toda mujer nace madre, tío.</p> + +<p>Y lo dijo con tan íntima solemnidad casera, que +Ramiro se sintió presa de un indefinible desasosiego +y de un extraño remordimiento. «¿Querré +yo a mi mujer como se merece?»—se decía.</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_47" id="Page_47">[47]</a></span></p> + +<p>—Y ahora, Ramiro—le dijo su cuñada—ya +puedes decir que tienes mujer.</p> + +<p>Y a partir de entonces no faltó Gertrudis un +solo día de casa de su hermana. Ella era quien +desnudaba y vestía y cuidaba al niño hasta que +su madre pudiera hacerlo.</p> + +<p>La cual se repuso muy pronto y su hermosura +se redondeó más. A la vez extremó sus ternuras +para con su marido y aun llegó a culparle de que +se le mostraba esquivo.</p> + +<p>—Temí por tu vida—le dijo su marido—y +estaba aterrado. Aterrado y desesperado y lleno +de remordimiento.</p> + +<p>—Remordimiento, ¿por qué?</p> + +<p>—¡Si llegas a morirte me pego un tiro!</p> + +<p>—¡Quia! ¿a qué? «Cosas de hombres», que +diría Tula. Pero eso ya pasó y ya sé lo que es.</p> + +<p>—¿Y no has quedado escarmentada, Rosa?</p> + +<p>—¿Escarmentada?—y cojiendo a su marido, +echándole los brazos al cuello, apechugándole +fuertemente a sí, le dijo al oído con un aliento +que se lo quemaba:—¡A otra, Ramiro, a +otra! ¡Ahora sí que te quiero! ¡Y aunque me +mates!</p> + +<p>Gertrudis en tanto arrollaba al niño, celosa<span class="pagenum"><a name="Page_48" id="Page_48">[48]</a></span> +de que no se percatase—¡inocente!—de los ardores +de sus padres.</p> + +<p>Era como una preocupación en la tía la de ir +sustrayendo al niño, ya desde su más tierna edad +de inconciencia, de conocer, ni en las más leves +y remotas señales, el amor de que había +brotado. Colgóle al cuello desde luego una medalla +de la Santísima Virgen, de la Virgen Madre, +con su Niño en brazos.</p> + +<p>Con frecuencia, cuando veía que su hermana, +la madre, se impacientaba en acallar al niño o al +envolverlo en sus pañales, le decía:</p> + +<p>—Dámelo, Rosa, dámelo, y vete a entretener +a tu marido...</p> + +<p>—Pero, Tula...</p> + +<p>—Sí, tú tienes que atender a los dos y yo sólo +a éste.</p> + +<p>—Tienes, Tula, una manera de decir las cosas...</p> + +<p>—No seas niña, ea, que eres ya toda una señora +mamá. Y da gracias a Dios que podamos +así repartirnos el trabajo.</p> + +<p>—Tula... Tula...</p> + +<p>—Ramiro... Ramiro... Rosa.</p> + +<p>La madre se amoscaba, pero iba a su marido.</p> + +<p>Y así pasaba el tiempo y llegó otra cría, una niña.</p> + +<hr class="chap" /> + +<p class="p6"><span class="pagenum"><a name="Page_49" id="Page_49">[49]</a></span></p> + + + + +<h2>V</h2> + + +<p>A poco de nacer la niña encontraron un día +muerto al bueno de don Primitivo. Gertrudis +le amortajó después de haberle lavado—quería +que fuese limpio a la tumba—con el +mismo esmero con que había envuelto en pañales +a sus sobrinos recién nacidos. Y a solas en +el cuarto con el cuerpo del buen anciano, le +lloró como no se creyera capaz de hacerlo. +«Nunca habría creído que le quisiese tanto—se +dijo—; era un bendito; de poco llega a hacerme +creer que soy un pozo de prudencia; ¡era tan +sencillo!»</p> + +<p>—Fué nuestro padre—le dijo a su hermana—y +jamás le oímos una palabra más alta que otra.</p> + +<p>—¡Claro!—exclamó Rosa—; como que siempre +nos dejó hacer nuestra santísima voluntad.</p> + +<p>—Porque sabía, Rosa, que su sola presencia<span class="pagenum"><a name="Page_50" id="Page_50">[50]</a></span> +santificaba nuestra voluntad. Fué nuestro padre; +él nos educó. Y para educarnos le bastó +la trasparencia de su vida, tan sencilla, tan +clara...</p> + +<p>—Es verdad, sí—dijo Rosa con los ojos henchidos +de lágrimas—, como sencillo no he conocido +otro.</p> + +<p>—Nos habría sido imposible, hermana, habernos +criado en un hogar más limpio que éste.</p> + +<p>—¿Qué quieres decir con eso, Tula?</p> + +<p>—El nos llenó la vida casi silenciosamente +casi sin decirnos palabra, con el culto de la Santísima +Virgen Madre y con el culto también de +nuestra madre, su hermana, y de nuestra abuela, +su madre. ¿Te acuerdas cuando por las noches +nos hacía rezar el rosario, cómo le cambiaba la +voz al llegar a aquel padrenuestro y avemaría +por el eterno descanso del alma de nuestra madre, +y luego aquellos otros por el de su madre, +nuestra abuela, a las que no conocimos? En +aquel rosario nos daba madre y en aquel rosario +te enseñó a serlo.</p> + +<p>—¡Y a ti, Tula, a ti!—exclamó entre sollozos +Rosa.</p> + +<p>—¿A mí?</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_51" id="Page_51">[51]</a></span></p> + +<p>—¡A ti, sí, a ti! ¿Quién, si no, es la verdadera +madre de mis hijos?</p> + +<p>—Deja ahora eso. Y ahí le tienes, un santo +silencioso. Me han dicho que las pobres beatas +lloraban algunas veces al oirle predicar +sin percibir ni una sola de sus palabras. Y +lo comprendo. Su voz sola era un consejo +de serenidad amorosa. ¡Y ahora, Rosa, el rosario!</p> + +<p>Arrodilláronse las dos hermanas al pie del lecho +mortuorio de su tío y rezaron el mismo rosario +que con él habían rezado durante tantos +años, con dos padrenuestros y avemarías por el +eterno descanso de las almas de su madre y de +la del que yacía allí muerto, a que añadieron +otro padrenuestro y otra avemaría por el alma +del recién bienaventurado. Y las lenguas de +manso y dulce fuego de los dos cirios que ardían +a un lado y otro del cadáver, haciendo brillar su +frente, tan blanca como la cera de ellos, parecían, +vibrando al compás del rezo, acompañar en sus +oraciones a las dos hermanas. Una paz entrañable +irradiaba de aquella muerte. Levantáronse +del suelo las dos hermanas, la pareja; besaron, +primero Gertrudis y Rosa después, la frente cé<span class="pagenum"><a name="Page_52" id="Page_52">[52]</a></span>rea +del anciano y abrazáronse luego con los ojos +ya enjutos.</p> + +<p>—Y ahora—le dijo Gertrudis a su hermana al +oído—a querer mucho a tu marido, a hacerle dichoso +y... ¡a darnos muchos hijos!</p> + +<p>—Y ahora—le respondió Rosa—te vendrás a +vivir con nosotros, por supuesto.</p> + +<p>—¡No, eso no!—exclamó súbitamente la otra.</p> + +<p>—¿Cómo que no? Y lo dices de un modo...</p> + +<p>—Sí, sí, hermana; perdóname la viveza, perdónamela, +¿me la perdonas?—e hizo mención, +ante el cadáver, de volver a arrodillarse.</p> + +<p>—Vaya, no te pongas así, Tula, que no es +para tanto. Tienes unos prontos...</p> + +<p>—Es verdad, pero me los perdonas, ¿no es +verdad, Rosa?, me los perdonas.</p> + +<p>—Eso ni se pregunta. Pero te vendrás con +nosotros...</p> + +<p>—No insistas, Rosa, no insistas...</p> + +<p>—¿Qué? ¿No te vendrás? Dejarás a tus sobrinos, +más bien tus hijos casi...</p> + +<p>—Pero si no los he dejado un día...</p> + +<p>—¿Te vendrás?</p> + +<p>—Lo pensaré, Rosa, lo pensaré...</p> + +<p>—Bueno, pues no insisto.</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_53" id="Page_53">[53]</a></span></p> + +<p>Pero a los pocos días insistió, y Gertrudis se +defendía.</p> + +<p>—No, no; no quiero estorbaros...</p> + +<p>—¿Estorbarnos? ¿qué dices, Tula?</p> + +<p>—Los casados casa quieren.</p> + +<p>—¿Y no puede ser la tuya también?</p> + +<p>—No, no; aunque tú no lo creas, yo os quitaría +libertad. ¿No es así, Ramiro?</p> + +<p>—No... no veo...—balbuceó el marido confuso, +como casi siempre le ocurría, ante la inesperada +interpelación de su cuñada.</p> + +<p>—Sí, Rosa; tu marido, aunque no lo dice, +comprende que un matrimonio, y más un matrimonio +joven como vosotros y en plena producción, +necesita estar solo. Yo, la tía, vendré a +mis horas a ir enseñando a vuestros hijos todo +aquello en que no podáis ocuparos.</p> + +<p>Y allá seguía yendo, a las veces desde muy +temprano, encontrándose con el niño ya levantado, +pero no así sus padres. «Cuando digo que +hago yo aquí falta»—se decía.</p> + +<hr class="chap" /> + +<p class="p6"><span class="pagenum"><a name="Page_55" id="Page_55">[55]</a></span></p> + + + + +<h2>VI</h2> + + +<p><span class="smcap">Venía</span> ya el tercer hijo al matrimonio. Rosa +empezaba a quejarse de su fecundidad. +«Vamos a cargarnos de hijos»—decía. A lo que +su hermana: «¿Pues para qué os habéis casado?»</p> + +<p>El embarazo fué molestísimo para la madre y +tenía que descuidar más que antes a sus otros +hijos, que así quedaban al cuidado de su tía, encantada +de que se los dejasen. Y hasta consiguió +llevárselos más de un día a su casa, a su +solitario hogar de soltera, donde vivía con la +vieja criada que fué de don Primitivo, y donde +los retenía. Y los pequeñuelos se apegaban con +ciego cariño a aquella mujer severa y grave.</p> + +<p>Ramiro, malhumorado antes en los últimos +meses de los embarazos de su mujer, malhumor +que desasosegaba a Gertrudis, ahora lo estaba +más.</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_56" id="Page_56">[56]</a></span></p> + +<p>—¡Qué pesado y molesto es esto!—decía.</p> + +<p>—¿Para ti?—le preguntaba su cuñada sin levantar +los ojos del sobrino o sobrina que de seguro +tenía en el regazo.</p> + +<p>—Para mí, sí. Vivo en perpetuo sobresalto, +temiéndolo todo.</p> + +<p>—¡Bah! no será al fin nada. La Naturaleza es +sabia.</p> + +<p>—Pero tantas veces va el cántaro a la fuente...</p> + +<p>—¡Ay, hijo, todo tiene sus riesgos y todo estado +sus contrariedades!</p> + +<p>Ramiro se sobrecojía al oirse llamar hijo por +su cuñada, que rehuía darle su nombre, mientras +él en cambio se complacía en llamarla por +el familiar Tula.</p> + +<p>—¡Qué bien has hecho en no casarte, Tula!</p> + +<p>—¿De veras?—y levantando los ojos se los +clavó en los suyos.</p> + +<p>—De veras, sí. Todo son trabajos y aun peligros...</p> + +<p>—¿Y sabes tú acaso si no me he de casar +todavía?</p> + +<p>—Claro. ¡Lo que es por la edad!</p> + +<p>—¿Pues por qué ha de quedar?</p> + +<p>—Como no te veo con afición a ello...</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_57" id="Page_57">[57]</a></span></p> + +<p>—¿Afición a casarse? ¿Qué es eso?</p> + +<p>—Bueno; es que...</p> + +<p>—Es que no me ves buscar novio, ¿no es eso?</p> + +<p>—No, no es eso.</p> + +<p>—Sí, eso es.</p> + +<p>—Si tú los aceptaras, de seguro que no te habrán +faltado...</p> + +<p>—Pero yo no puedo buscarlos. No soy hombre, +y la mujer tiene que esperar y ser elegida. +Y yo, la verdad, me gusta elegir, pero no ser +elegida.</p> + +<p>—¿Qué es eso de que estáis hablando?—dijo +Rosa acercándose y dejándose caer abatida en +un sillón.</p> + +<p>—Nada, discreteos de tu marido sobre las +ventajas e inconvenientes del matrimonio.</p> + +<p>—¡No hables de eso, Ramiro! Vosotros los +hombres apenas sabéis de eso. Somos nosotras +las que nos casamos, no vosotros.</p> + +<p>—¡Pero, mujer!</p> + +<p>—Anda, ven, sosténme, que apenas puedo +tenerme en pie. Voy a echarme. Adiós, Tula. +Ahí te los dejo.</p> + +<p>Acercóse a ella su marido; le tomó del brazo +con sus dos manos y se incorporó y levantó<span class="pagenum"><a name="Page_58" id="Page_58">[58]</a></span> +trabajosamente; luego, tendiéndole un brazo por +el hombro, doblando su cabeza hasta casi darle +en éste con ella y cojiéndole con la otra mano, +con la diestra, de su diestra, se fué lentamente, +así apoyada en él y gimoteando. Gertrudis, teniendo +a cada uno de sus sobrinos en sus rodillas, +se quedó mirando la marcha trabajosa de +su hermana, colgada de su marido como una +enredadera de su rodrigón. Llenáronsele los +grandes ojazos, aquellos ojos de luto, serenamente +graves, gravemente serenos, de lágrimas, +y apretando a su seno a los dos pequeños, apretó +sus mejillas a cada una de las de ellos. Y el +pequeñito, Ramirín, al ver llorar a su tía, a tita +Tula, se echó a llorar también.</p> + +<p>—Vamos, no llores; vamos a jugar.</p> + +<p>De este tercer parto quedó quebrantadísima +Rosa.</p> + +<p>—Tengo malos presentimientos, Tula.</p> + +<p>—No hagas caso de agüeros.</p> + +<p>—No es agüero; es que siento que se me va +la vida; he quedado sin sangre.</p> + +<p>—Ella volverá.</p> + +<p>—Por de pronto ya no puedo criar este niño. +Y eso de las amas, Tula, ¡eso me aterra!</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_59" id="Page_59">[59]</a></span></p> + +<p>Y así era, en verdad. En pocos días cambiaron +tres. El padre estaba furioso y hablaba de +tratarlas a latigazos. Y la madre decaía.</p> + +<p>—¡Esto se va!—pronunció un día el médico.</p> + +<p>Ramiro vagaba por la casa como atontado, +presa de extraños remordimientos y de furias +súbitas. Una tarde llegó a decir a su cuñada:</p> + +<p>—Pero es que esta Rosa no hace nada por +vivir; se le ha metido en la cabeza que tiene que +morirse y ¡es claro! así se morirá. ¿Por qué no le +animas y le convences a que viva?</p> + +<p>—Eso tú, hijo, tú, su marido. Si tú no le infundes +apetito de vivir, ¿quién va a infundírselo? +Porque sí, no es lo peor lo débil y exangüe +que está; lo peor es que no piensa sino en morirse. +Ya ves, hasta los chicos la cansan pronto. +Y apenas si pregunta por las cosas del ama.</p> + +<p>Y era que la pobre Rosa vivía como en sueños, +en un constante mareo, viéndolo todo como +a través de una niebla.</p> + +<p>Una tarde llamó a solas a su hermana y en +frases entrecortadas, con un hilito de voz febril, +le dijo cojiéndole la mano:</p> + +<p>—Mira, Tula, yo me muero y me muero sin +remedio. Ahí te dejo mis hijos, los pedazos de<span class="pagenum"><a name="Page_60" id="Page_60">[60]</a></span> +mi corazón, y ahí te dejo a Ramiro, que es como +otro hijo. Créeme que es otro niño, un niño +grande y antojadizo, pero bueno, más bueno que +el pan. No me ha dado ni un solo disgusto. Ahí +te los dejo, Tula.</p> + +<p>—Descuida, Rosa; conozco mis deberes.</p> + +<p>—Deberes... deberes...</p> + +<p>—Sí, sé mis amores. A tus hijos no les faltará +madre mientras yo viva.</p> + +<p>—Gracias, Tula, gracias. Eso quería de ti.</p> + +<p>—Pues no lo dudes.</p> + +<p>—¡Es decir que mis hijos, los míos, los pedazos +de mi corazón no tendrán madrastra!</p> + +<p>—¿Qué quieres decir con eso, Rosa?</p> + +<p>—Que como Ramiro volverá a pensar en +casarse... es lo natural... tan joven... y yo +sé que no podrá vivir sin mujer, lo sé... pues +que...</p> + +<p>—¿Qué quieres decir?</p> + +<p>—Que serás tú su mujer, Tula.</p> + +<p>—Yo no te he dicho eso, Rosa, y ahora, en +este momento, no puedo, ni por piedad, mentir. +Yo no te he dicho que me casaré con tu marido +si tú le faltas; yo te he dicho que a tus hijos no +les faltará madre...</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_61" id="Page_61">[61]</a></span></p> + +<p>—No, tú me has dicho que no tendrán madrastra.</p> + +<p>—¡Pues bien, sí, no tendrán madrastra!</p> + +<p>—Y eso no puede ser sino casándote tú con +mi Ramiro, y mira, no tengo celos, no. ¡Si ha de +ser de otra, que sea tuyo! Que sea tuyo. Acaso...</p> + +<p>—¿Y por qué ha de volver a casarse?</p> + +<p>—¡Ay, Tula, tú no conoces a los hombres! Tú +no conoces a mi marido...</p> + +<p>—No, no le conozco.</p> + +<p>—¡Pues yo sí!</p> + +<p>—Quién sabe...</p> + +<p>La pobre enferma se desvaneció.</p> + +<p>Poco después llamaba a su marido. Y al salir +éste del cuarto iba desencajado y pálido como +un cadáver.</p> + +<p>La Muerte afilaba su guadaña en la piedra angular +del hogar de Rosa y Ramiro, y mientras la +vida de la joven madre se iba en rosario de gotas, +destilando, había que andar a la busca de +una nueva ama de cría para el pequeñito, que iba +rindiéndose también de hambre. Y Gertrudis, +dejando que su hermana se adormeciese en la +cuna de una agonía lenta, no hacía sino agitarse +en busca de un seno próvido para su sobrinito.<span class="pagenum"><a name="Page_62" id="Page_62">[62]</a></span> +Procuraba irle engañando el hambre, sosteniéndole +a biberón.</p> + +<p>—¿Y esa ama?</p> + +<p>—¡Hasta mañana no podrá venir, señorita!</p> + +<p>—Mira, Tula—empezó Ramiro.</p> + +<p>—¡Déjame! ¡Déjame! ¡Vete al lado de tu mujer, +que se muere de un momento a otro; vete, que +allí es tu puesto, y déjame con el niño!</p> + +<p>—Pero, Tula...</p> + +<p>—Déjame, te he dicho. Vete a verla morir; a +que entre en la otra vida en tus brazos; ¡vete! +¡Déjame!</p> + +<p>Ramiro se fué. Gertrudis tomó a su sobrinito, +que no hacía sino gemir; encerróse con él en un +cuarto y sacando uno de sus pechos secos, uno +de sus pechos de doncella que arrebolado todo +él le retemblaba como con fiebre, le retemblaba +por los latidos del corazón—era el derecho—, +puso el botón de ese pecho en la flor sonrosada +pálida de la boca del pequeñuelo. Y éste gemía +más estrujando entre sus pálidos labios el conmovido +pezón seco.</p> + +<p>—Un milagro, Virgen Santísima—gemía Gertrudis +con los ojos velados por las lágrimas—; un +milagro, y nadie lo sabrá, nadie.</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_63" id="Page_63">[63]</a></span></p> + +<p>Y apretaba como una loca al niño a su seno.</p> + +<p>Oyó pasos y luego que intentaban abrir la +puerta. Metióse el pecho, lo cubrió, se enjugó +los ojos y salió a abrir. Era Ramiro, que le dijo:</p> + +<p>—¡Ya acabó!</p> + +<p>—Dios la tenga en su gloria. Y ahora, Ramiro, +a cuidar de éstos.</p> + +<p>—¿A cuidar? Tú... tú... porque sin ti...</p> + +<p>—Bueno, ahora a criarlos te digo.</p> + +<hr class="chap" /> + +<p class="p6"><span class="pagenum"><a name="Page_65" id="Page_65">[65]</a></span></p> + + + + +<h2>VII</h2> + + +<p><span class="smcap">Ahora</span>, ahora que se había quedado viudo +era cuando Ramiro sentía todo lo que sin +él siquiera sospecharlo había querido a Rosa, su +mujer. Uno de sus consuelos, el mayor, era recojerse +en aquella alcoba en que tanto habían vivido +amándose y repasar su vida de matrimonio.</p> + +<p>Primero el noviazgo, aquel noviazgo, aunque +no muy prolongado, de lento reposo, en que +Rosa parecía como que le hurtaba el fondo del +alma siempre, y como si por acaso no la tuviese +o haciéndole pensar que no la conocería hasta +que fuese suya del todo y por entero; aquel noviazgo +de recato y de reserva, bajo la mirada de +Gertrudis, que era todo alma. Repasaba en su +mente Ramiro, lo recordaba bien, cómo la presencia +de Gertrudis, la tía Tula de sus hijos, le +contenía y desasosegaba, cómo ante ella no se<span class="pagenum"><a name="Page_66" id="Page_66">[66]</a></span> +atrevía a soltar ninguna de esas obligadas bromas +entre novios, sino a medir sus palabras.</p> + +<p>Vino luego la boda y la embriaguez de los +primeros meses, de las lunas de miel; Rosa iba +abriéndole el espíritu, pero era éste tan sencillo, +tan trasparente, que cayó en la cuenta Ramiro +de que no le había velado ni recatado nada. +Porque su mujer vivía con el corazón en la mano +y extendida ésta en gesto de oferta y con las entrañas +espirituales al aire del mundo, entregada +por entero al cuidado del momento, como viven +las rosas del campo y las alondras del cielo. Y +era a la vez el espíritu de Rosa como un reflejo +del de su hermana, como el agua corriente al sol +de que aquél era el manantial cerrado.</p> + +<p>Llegó, por fin, una mañana en que se le desprendieron +a Ramiro las escamas de la vista, y +purificada ésta vió claro con el corazón. Rosa no +era una hermosura cual él se la había creído y +antojado, sino una figura vulgar, pero con todo +el más dulce encanto de la vulgaridad recojida +y mansa; era como el pan de cada día, como el +pan casero y cotidiano y no un raro manjar de +turbadores jugos. Su mirada que sembraba paz, +su sonrisa, su aire de vida, eran encarnación de<span class="pagenum"><a name="Page_67" id="Page_67">[67]</a></span> +un ánimo sedante, sosegado y doméstico. Tenía +su pobre mujer algo de planta en la silenciosa +mansedumbre, en la callada tarea de beber y atesorar +luz con los ojos y derramarla luego convertida +en paz; tenía algo de planta en aquella fuerza +velada y a la vez poderosa con que de continuo, +momento tras momento, chupaba jugos de las +entrañas de la vida común ordinaria y en la dulce +naturalidad con que abría sus perfumadas corolas.</p> + +<p>¡Qué de recuerdos! Aquellos juegos cuando la +pobre se le escapaba y la perseguía él por la +casa toda fingiendo un triunfo para cobrar como +botín besos largos y apretados, boca a boca; +aquel cojerle la cara con ambas manos y estarse +en silencio mirándole al alma por los ojos y, sobre +todo, cuando apoyaba el oído sobre el pecho +de ella ciñéndole con los brazos el talle, y escuchándole +la marcha tranquila del corazón le decía: +«¡Calla, déjale que hable!»</p> + +<p>Y las visitas de Gertrudis, que con su cara +grave y sus grandes ojazos de luto a que se asomaba +un espíritu embozado, parecía decirles: +«Sois unos chiquillos que cuando no os veo estáis +jugando a marido y mujer; no es esa la ma<span class="pagenum"><a name="Page_68" id="Page_68">[68]</a></span>nera +de prepararse a criar hijos, pues el matrimonio +se instituyó para casar, dar gracia a los +casados y que críen hijos para el cielo.»</p> + +<p>¡Los hijos! Ellos fueron sus primeras grandes +meditaciones. Porque pasó un mes y otro y algunos +más, y al no notar señal ni indicio de que +hubiese fructificado aquel amor, «¿tendría razón—decíase +entonces—Gertrudis? ¿Sería verdad +que no estaban sino jugando a marido y mujer +y sin querer, con la fuerza toda de la fe en el +deber, el fruto de la bendición del amor justo?» +Pero lo que más le molestaba entonces, recordábalo +bien ahora, era lo que pensarían los demás, +pues acaso hubiese quien le creyera a él, +por eso de no haber podido hacer hijos, menos +hombre que otros. ¿Por qué no había de hacer +él, y mejor, lo que cualquier mentecato, enclenque +y apocado hace? Heríale en su amor propio; +habría querido que su mujer hubiese dado a luz +a los nueve meses justos y cabales de haberse +ellos casado. Además, eso de tener hijos o no +tenerlos debía de depender—decíase entonces—de +la mayor o menor fuerza de cariño que +los casados se tengan, aunque los hay enamoradísimos +uno de otro y que no dan fruto, y otros,<span class="pagenum"><a name="Page_69" id="Page_69">[69]</a></span> +ayuntados por conveniencias de fortuna y ventura, +que se carguen de críos. Pero—y esto sí +que lo recordaba bien ahora—pero para explicárselo +había fraguado su teoría, y era que hay +un amor aparente y conciente, de cabeza, que +puede mostrarse muy grande y ser, sin embargo, +infecundo, y otro sustancial y oculto, recatado +aun al propio conocimiento de los mismos +que lo alimentan, un amor del alma y el cuerpo +enteros y justos, amor fecundo siempre. ¿No +querría él lo bastante a Rosa o no le querría lo +bastante Rosa a él? Y recordaba ahora cómo había +tratado de descifrar el misterio mientras la +envolvía en besos, a solas, en el silencio y oscuro +de la noche y susurrándola una y otra vez +al oído en letanía un rosario de: «¿me quieres, +me quieres, Rosa?», mientras a ella se la escapaban +síes desfallecidos. Aquello fué una locura, +una necia locura, de la que se avergonzaba apenas +veía entrar a Gertrudis derramando serena +seriedad en torno, y de aquello le curó la sazón +del amor cuando le fué anunciado el hijo. Fué +un trasporte loco... ¡había vencido! Y entonces +fué cuando vino, con su primer fruto, el verdadero +amor.</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_70" id="Page_70">[70]</a></span></p> + +<p>El amor, sí. ¿Amor? ¿Amor dicen? ¿Qué saben +de él todos esos escritores amatorios, que +no amorosos, que de él hablan y quieren excitarlo +en quien los lee? ¿Qué saben de él los galeotos +de las letras? ¿Amor? No amor, sino mejor +cariño. Eso de amor—decíase Ramiro ahora—sabe +a libro; sólo en el teatro y en las novelas +se oye el <i>yo te amo</i>; en la vida de carne y sangre +y hueso el entrañable <i>¡te quiero!</i> y el más entrañable +aún callárselo. ¿Amor? No, ni cariño siquiera, +sino algo sin nombre y que no se dice +por confundirse ello con la vida misma. Los más +de los cantores amatorios saben de amor lo que +de oración los masculla-jaculatorias, traga-novenas +y engulle-rosarios. No, la oración no es +tanto algo que haya de cumplirse a tales o cuales +horas, en sitio apartado y recojido y en postura +compuesta, cuanto es un modo de hacerlo +todo votivamente con toda el alma y viviendo +en Dios. Oración ha de ser el comer y el beber +y el pasearse y el jugar y el leer y el escribir y +el conversar y hasta el dormir, y rezo todo, y +nuestra vida un continuo y mudo «¡hágase tu +voluntad!» y un incesante «¡venga a nos el tu +reino!» no ya pronunciados, mas ni aun pensados<span class="pagenum"><a name="Page_71" id="Page_71">[71]</a></span> +siquiera, sino vividos. Así oyó de la oración una +vez Ramiro a un santo varón religioso que pasaba +por maestro de ella, y así lo aplicó él al +amor luego. Pues el que profesara a su mujer y +a ella le apegaba veía bien ahora en que ella se +le fué, que se le llegó a fundir con el rutinero andar +de la vida diaria, que lo había respirado en +las mil naderías y frioleras del vivir doméstico, +que le fué como el aire que se respira y al que no +se le siente sino en momentos de angustioso +ahogo, cuando nos falta. Y ahora ahogábase Ramiro, +y la congoja de su viudez reciente le revelaba +todo el poderío del amor pasado y vivido.</p> + +<p>Al principio de su matrimonio fué, sí, el imperio +del deseo; no podía juntar carne con carne +sin que la suya se le encendiese y alborotase +y empezara a martillarle el corazón, pero era +porque la otra no era aún de veras y por entero +suya también; pero luego, cuando ponía su +mano sobre la carne desnuda de ella, era como +si en la propia la hubiese puesto, tan tranquilo +se quedaba; mas también si se la hubiesen cortado +habríale dolido como si se la cortaran a él. +¿No sintió acaso en sus entrañas los dolores de +los partos de su Rosa?</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_72" id="Page_72">[72]</a></span></p> + +<p>Cuando la vió gozar, sufriendo al darle su +primer hijo, es cuando comprendió cómo es el +amor más fuerte que la vida y que la muerte, y +domina la discordia de éstas; cómo el amor hace +morirse a la vida y vivir la muerte; cómo él vivía +ahora la muerte de su Rosa y se moría en su +propia vida. Luego, al ver al niño dormido y sereno, +con los labios en flor entreabiertos vió al +amor hecho carne que vive. Y allí, sobre la +cuna, contemplando a su fruto, traía a sí a la +madre, y mientras el niño sonreía en sueños +palpitando sus labios, besaba él a Rosa en la +corola de sus labios frescos y en la fuente de +paz de sus ojos. Y le decía mostrándole dos dedos +de la mano: «¡Otra vez, dos, dos...!» Y ella: +«¡No, no, ya no más, uno y no más!» Y se reía. +Y él: «¡Dos, dos, me ha entrado el capricho de +que tengamos dos melguizos, una parejita, niño +y niña!» Y cuando ella volvió a quedarse encinta, +a cada paso y tropezón, él: «¡Qué cargado +viene eso! ¡Qué granazón! ¡Me voy a salir con la +mía; por lo menos, dos!» «¡Uno, el último, y +basta!», replicaba ella riendo. Y vino el segundo, +la niña, Tulita, y luego que salió con vida, +cuando descansaba la madre, la besó larga y<span class="pagenum"><a name="Page_73" id="Page_73">[73]</a></span> +apretadamente en la boca, como en premio, +diciéndose: «¡bien has trabajado, pobrecilla!»; +mientras Rosa, vencedora de la muerte y de la +vida, sonreía con los domésticos ojos apacibles.</p> + +<p>¡Y murió!; aunque pareciese mentira, se murió. +Vino la tarde terrible del combate último. +Allí estuvo Gertrudis, mientras el cuidado de la +pobrecita niña que desfallecía de hambre se lo +permitió, sirviendo medicinas inútiles, componiendo +la cama, animando a la enferma, encorazonando +a todos. Tendida en el lecho que había +sido campo de donde brotaron tres vidas, +llegó a faltarle el habla y las fuerzas, y cojida +de la mano a la mano de su hombre, del padre +de sus hijos, mirábale como el navegante, al ir +a perderse en el mar sin orillas, mira al lejano +promontorio, lengua de la tierra nativa, que se +va desvaneciendo en la lontananza y junto al +cielo; en los trances del ahogo miraban sus ojos, +desde el borde la eternidad, a los ojos de su Ramiro. +Y parecía aquella mirada una pregunta +desesperada y suprema, como si a punto de +partirse para nunca más volver a tierra, preguntase +por el oculto sentido de la vida. Aquellas +miradas de congoja reposada, de acongojado<span class="pagenum"><a name="Page_74" id="Page_74">[74]</a></span> +reposo, decían: «Tú, tú que eres mi vida, tú que +conmigo has traído al mundo nuevos mortales, +tú que me has sacado tres vidas, tú, mi hombre, +dime, ¿esto qué es?» Fué una tarde abismática. +En momentos de tregua, teniendo Rosa entre +sus manos, húmedas y febriles, las manos temblorosas +de Ramiro, clavados en los ojos de éste +sus ojos henchidos de cansancio de vida, sonreía +tristemente, volviéndolos luego al niño, +que dormía allí cerca, en su cunita, y decía con +los ojos, y alguna vez con un hilito de voz: +«¡No despertarle, no!, ¡que duerma, pobrecillo!, +¡que duerma... que duerma hasta hartarse, que +duerma!» Llególe por último el supremo trance, +el del tránsito, y fué como si en el brocal de las +eternas tinieblas, suspendida sobre el abismo, se +aferrara a él, a su hombre, que vacilaba sintiéndose +arrastrado. Quería abrirse con las uñas la +garganta la pobre, mirábale despavorida, pidiéndole +con los ojos aire; luego, con ellos le +sondó el fondo del alma, y soltando su mano +cayó en la cama donde había concebido y parido +sus tres hijos. Descansaron los dos; Ramiro, +aturdido, con el corazón acorchado, sumergido +como en un sueño sin fondo y sin despertar,<span class="pagenum"><a name="Page_75" id="Page_75">[75]</a></span> +muerta el alma, mientras dormía el niño. Gertrudis +fué quien, viniendo con la pequeñita al +pecho, cerró luego los ojos a su hermana, la +compuso un poco y fuese después a cubrir y +arropar mejor al niño dormido y a trasladarle en +un beso la tibieza que con otro recojió de la +vida que aún tendía sus últimos jirones sobre la +frente de la rendida madre.</p> + +<p>Pero, ¿murió acaso Rosa? ¿Se murió de veras? +¿Podía haberse muerto viviendo él, Ramiro? +No; en sus noches, ahora solitarias, mientras +se dormía solo en aquella cama de la muerte +y de la vida y del amor, sentía a su lado el +ritmo de su respiración, su calor tibio, aunque +con una congojosa sensación de vacío. Y tendía +la mano, recorriendo con ella la otra mitad de +la cama, apretándola algunas veces. Y era lo +peor que, cuando recojiéndose se ponía a meditar +en ella, no se le ocurrieran sino cosas de +libro, cosas de amor de libro y no de cariño de +vida, y le escocía que aquel robusto sentimiento, +vida de su vida y aire de su espíritu, no se le +cuajara más que en abstractas lucubraciones. El +dolor se le espiritualizaba, vale decir que se le +intelectualizaba, y sólo cobraba carne, aunque<span class="pagenum"><a name="Page_76" id="Page_76">[76]</a></span> +fuera vaporosa, cuando entraba Gertrudis. Y de +todo esto sacábale una de aquellas vocecitas +frescas que piaba: «¡Papá!» Ya estaba, pues, allí, +ella, la muerta inmortal. Y luego, la misma vocecita: +«¡Mamá!» Y la de Gertrudis, gravemente +dulce, respondía: «¡Hijo!»</p> + +<p>No, Rosa, su Rosa, no se había muerto, no +era posible que se le hubiese muerto; la mujer +estaba allí, tan viva como antes, y derramando +vida en torno; la mujer no podía morir.</p> + +<hr class="chap" /> + +<p class="p6"><span class="pagenum"><a name="Page_77" id="Page_77">[77]</a></span></p> + + + + +<h2>VIII</h2> + + +<p><span class="smcap">Gertrudis</span>, que se había instalado en casa +de su hermana desde que ésta dió por +última vez a luz y durante su enfermedad última, +le dijo un día a su cuñado:</p> + +<p>—Mira, voy a levantar mi casa.</p> + +<p>El corazón de Ramiro se puso al galope.</p> + +<p>—Sí—añadió ella—, tengo que venir a vivir +con vosotros y a cuidar de los chicos. No se le +puede, además, dejar aquí sola a esa buena pécora +del ama.</p> + +<p>—Dios te lo pague, Tula.</p> + +<p>—Nada de Tula, ya te lo tengo dicho; para ti +soy Gertrudis.</p> + +<p>—¿Y qué más da?</p> + +<p>—Yo lo sé.</p> + +<p>—Mira, Gertrudis...</p> + +<p>—Bueno, voy a ver qué hace el ama.</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_78" id="Page_78">[78]</a></span></p> + +<p>A la cual vigilaba sin descanso. No le dejaba +dar el pecho al pequeñito delante del padre de +éste, y le regañaba por el poco recato y mucha +desenvoltura con que se desabrochaba el seno.</p> + +<p>—Si no hace falta que enseñes eso así; en el +niño es en quien hay que ver si tienes o no leche +abundante.</p> + +<p>Ramiro sufría y Gertrudis le sentía sufrir.</p> + +<p>—¡Pobre Rosa!—decía de continuo.</p> + +<p>—Ahora los pobres son los niños y es en ellos +en quienes hay que pensar...</p> + +<p>—No basta, no. Apenas descanso. Sobre todo +por las noches la soledad me pesa; las hay que +las paso en vela.</p> + +<p>—Sal después de cenar, como salías de casado +últimamente, y no vuelvas a casa hasta +que sientas sueño. Hay que acostarse con +sueño.</p> + +<p>—Pero es que siento un vacío...</p> + +<p>—¿Vacío teniendo hijos?</p> + +<p>—Pero ella es insustituíble...</p> + +<p>—Así lo creo... Aunque vosotros los hombres...</p> + +<p>—No creí que la quería tanto...</p> + +<p>—Así nos pasa de continuo. Así me pasó con<span class="pagenum"><a name="Page_79" id="Page_79">[79]</a></span> +mi tío y así me ha pasado con mi hermana, con +tu Rosa. Hasta que ha muerto tampoco yo he +sabido lo que la quería. Lo sé ahora en que +cuido a sus hijos, a vuestros hijos. Y es que queremos +a los muertos en los vivos...</p> + +<p>—¿Y no acaso a los vivos en los muertos...?</p> + +<p>—No sutilicemos.</p> + +<p>Y por las mañanas, luego de haberse levantado +Ramiro, iba su cuñada a la alcoba y abría de par +en par las hojas del balcón diciéndose: «para +que se vaya el olor a hombre». Y evitaba luego +encontrarse a solas con su cuñado, para lo cual +llevaba siempre algún niño delante.</p> + +<p>Sentada en la butaca en que solía sentarse la +difunta, contemplaba los juegos de los pequeñuelos.</p> + +<p>—Es que yo soy chico y tú no eres más que +chica—oyó que le decía un día, con su voz de +trapo, Ramirín a su hermanita.</p> + +<p>—Ramirín, Ramirín—le dijo la tía—, ¿qué es +eso? ¿Ya empiezas a ser bruto, a ser hombre?</p> + +<p>Un día llegó Ramiro, llamó a su cuñada y le +dijo:</p> + +<p>—He sorprendido tu secreto, Gertrudis.</p> + +<p>—¿Qué secreto?</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_80" id="Page_80">[80]</a></span></p> + +<p>—Las relaciones que llevabas con Ricardo, mi +primo.</p> + +<p>—Pues bien, sí, es cierto; se empeñó, me hostigó, +no me dejaba en paz y acabó por darme +lástima.</p> + +<p>—Y tan oculto que lo teníais...</p> + +<p>—¿Para qué declararlo?</p> + +<p>—Y sé más.</p> + +<p>—¿Qué es lo que sabes?</p> + +<p>—Que le has despedido.</p> + +<p>—También es cierto.</p> + +<p>—Me ha enseñado él mismo tu carta.</p> + +<p>—¿Cómo? No le creía capaz de eso. Bien he +hecho en dejarle: ¡hombre al fin!</p> + +<p>Ramiro, en efecto, había visto una carta de su +cuñada a Ricardo, que decía así:</p> + +<p>«Mi querido Ricardo: No sabes bien qué días +tan malos estoy pasando desde que murió la pobre +Rosa. Estos últimos han sido terribles y no +he cesado de pedir a la Virgen Santísima y a su +Hijo que me diesen fuerzas para ver claro en mi +porvenir. No sabes bien con cuánta pena te lo +digo, pero no pueden continuar nuestras relaciones; +no puedo casarme. Mi hermana me sigue +rogando desde el otro mundo que no abandone<span class="pagenum"><a name="Page_81" id="Page_81">[81]</a></span> +a sus hijos y que les haga de madre. Y puesto +que tengo estos hijos a que cuidar, no debo ya +casarme. Perdóname, Ricardo, perdónamelo, por +Dios, y mira bien por qué lo hago. Me cuesta +mucha pena porque sé que habría llegado a quererte +y, sobre todo, porque sé lo que me quieres +y lo que sufrirás con esto. Siento en el alma +causarte esta pena, pero tú que eres bueno, +comprenderás mis deberes y los motivos de mi +resolución y encontrarás otra mujer que no tenga +mis obligaciones sagradas y que te pueda hacer +más feliz que yo habría podido hacerte. +Adiós, Ricardo, que seas feliz y hagas felices a +otros, y ten por seguro que nunca, nunca te olvidará</p> + +<p class="smcap right indenr5">Gertrudis.»</p> + + +<p class="p2">—Y ahora—añadió Ramiro—, a pesar de esto +Ricardo quiere verte.</p> + +<p>—¿Es que yo me oculto acaso?</p> + +<p>—No, pero...</p> + +<p>—Dile que venga cuando quiera a verme a +esta nuestra casa.</p> + +<p>—Nuestra casa, Gertrudis, nuestra...</p> + +<p>—Nuestra, sí, y de nuestros hijos...</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_82" id="Page_82">[82]</a></span></p> + +<p>—Si tú quisieras...</p> + +<p>—¡No hablemos de eso!—y se levantó.</p> + +<p>Al siguiente día se le presentó Ricardo.</p> + +<p>—Pero, por Dios, Tula.</p> + +<p>—No hablemos más de eso, Ricardo, que es +cosa hecha.</p> + +<p>—Pero, por Dios—y se le quebró la voz.</p> + +<p>—¡Sé hombre, Ricardo, sé fuerte!</p> + +<p>—Pero es que ya tienen padre...</p> + +<p>—No basta; no tienen madre... es decir, sí la +tienen.</p> + +<p>—Puede él volver a casarse.</p> + +<p>—¿Volverse a casar él? En ese caso los niños +se irán conmigo. Le prometí a su madre, en su +lecho de muerte, que no tendrían madrastra.</p> + +<p>—¿Y si llegases a serlo tú, Tula?</p> + +<p>—¿Cómo yo?</p> + +<p>—Sí, tú; casándote con él, con Ramiro.</p> + +<p>—¡Eso nunca!</p> + +<p>—Pues yo sólo así me lo explico.</p> + +<p>—Eso nunca, te he dicho; no me expondría a +que unos míos, es decir, de mi vientre, pudiesen +mermarme el cariño que a ésos tengo. ¿Y más +hijos, más? Eso nunca. Bastan éstos para bien +criarlos.</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_83" id="Page_83">[83]</a></span></p> + +<p>—Pues a nadie le convencerás, Tula, de que +no te has venido a vivir aquí por eso.</p> + +<p>—Yo no trato de convencer a nadie de +nada. Y en cuanto a ti, basta que yo te lo +diga.</p> + +<p>Se separaron para siempre.</p> + +<p>—¿Y qué?—le preguntó luego Ramiro.</p> + +<p>—Que hemos acabado; no podía ser de otro +modo.</p> + +<p>—Y que has quedado libre...</p> + +<p>—Libre estaba, libre estoy, libre pienso morirme.</p> + +<p>—Gertrudis... Gertrudis—y su voz temblaba +a súplica.</p> + +<p>—Le he despedido porque me debo, ya te lo +dije, a tus hijos, a los hijos de Rosa...</p> + +<p>—Y tuyos... ¿no dices así?</p> + +<p>—¡Y míos, sí!</p> + +<p>—Pero si tú quisieras...</p> + +<p>—No insistas; ya te tengo dicho que no debo +casarme ni contigo ni con otro menos.</p> + +<p>—¿Menos?—y se le abrió el pecho.</p> + +<p>—Sí, menos.</p> + +<p>—¿Y cómo no fuiste monja?</p> + +<p>—No me gusta que me manden.</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_84" id="Page_84">[84]</a></span></p> + +<p>—Es que en el convento en que entrases +serías tú la abadesa, la superiora.</p> + +<p>—Menos me gusta mandar. ¿Ramirín?</p> + +<p>El niño acudió al reclamo. Y cojiéndole su +tía le dijo: «¡vamos a jugar al escondite, rico!»</p> + +<p>—Pero Tula...</p> + +<p>—Te he dicho—y para decirle esto se le acercó, +teniendo cojido de la mano al niño, y se lo +dijo al oído—que no me llames Tula, y menos +delante de los niños. Ellos sí, pero tú no. Y ten +respeto a los pequeños.</p> + +<p>—¿En qué les falto al respeto?</p> + +<p>—En dejar así al descubierto delante de ellos +tus instintos...</p> + +<p>—Pero si no comprenden...</p> + +<p>—Los niños lo comprenden todo; más que +nosotros. Y no olvidan nada. Y si ahora no lo +comprende, lo comprenderá mañana. Cada cosa +de estas que ve u oye un niño es una semilla en +su alma, que luego echa tallo y da fruto. ¡Y basta!</p> + +<hr class="chap" /> + +<p class="p6"><span class="pagenum"><a name="Page_85" id="Page_85">[85]</a></span></p> + + + + +<h2>IX</h2> + + +<p>Y empezó una vida de triste desasosiego, de +interna lucha en aquel hogar. Ella defendíase +con los niños, a los que siempre procuraba +tener presentes, y le excitaba a él a que saliese +a distraerse. El, por su parte, extremaba sus caricias +a los hijos y no hacía sino hablarles de su +madre, de su pobre madre. Cojía a la niña y allí, +delante de la tía, se la devoraba a besos.</p> + +<p>—No tanto, hombre, no tanto, que así no +haces sino molestar a la pobre criatura. Y eso, +permíteme que te lo diga, no es natural. Bien +está que hagas que me llamen tía y no mamá, +pero no tanto; repórtate.</p> + +<p>—¿Es que yo no he de tener el consuelo de +mis hijos?</p> + +<p>—Sí, hijo, sí; pero lo primero es educarlos +bien.</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_86" id="Page_86">[86]</a></span></p> + +<p>—¿Y así?</p> + +<p>—Hartándoles de besos y de golosinas se les +hace débiles. Y mira que los niños adivinan...</p> + +<p>—Y qué culpa tengo yo...</p> + +<p>—¿Pero es que puede haber para unos niños, +hombre de Dios, un hogar mejor que éste? +Tienen hogar, verdadero hogar, con padre y +madre, y es un hogar limpio, castísimo, por +todos cuyos rincones pueden andar a todas +horas, un hogar donde nunca hay que cerrarles +puerta alguna, un hogar sin misterios. ¿Quieres +más?</p> + +<p>Pero él buscaba acercarse a ella, hasta rozarla. +Y alguna vez le tuvo que decir en la +mesa:</p> + +<p>—No me mires así, que los niños ven.</p> + +<p>Por las noches solía hacerles rezar por mamá +Rosa, por mamita, para que Dios la tuviese en +su gloria. Y una noche, después de este rezo y +hallándose presente el padre, añadió:</p> + +<p>—Ahora, hijos míos, un padrenuestro y avemaría +por papá también.</p> + +<p>—Pero papá no se ha muerto, mamá Tula.</p> + +<p>—No importa, porque se puede morir...</p> + +<p>—Eso, también tú.</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_87" id="Page_87">[87]</a></span></p> + +<p>—Es verdad; otro padrenuestro y avemaría +por mí entonces.</p> + +<p>Y cuando los niños se hubieron acostado, +volviéndose a su cuñado le dijo secamente:</p> + +<p>—Esto no puede ser así. Si sigues sin reportarte +tendré que marcharme de esta casa aunque +Rosa no me lo perdone desde el cielo.</p> + +<p>—Pero es que...</p> + +<p>—Lo dicho; no quiero que ensucies así, ni +con miradas, esta casa tan pura y donde mejor +pueden criarse las almas de tus hijos. Acuérdate +de Rosa.</p> + +<p>—¿Pero de qué crees que somos los hombres?</p> + +<p>—De carne y muy brutos.</p> + +<p>—¿Y tú, no te has mirado nunca?</p> + +<p>—¿Qué es eso?—y se le demudó el rostro +sereno.</p> + +<p>—Que aunque no fueses, como en realidad lo +eres, su madre, ¿tienes derecho, Gertrudis, a +perseguirme con tu presencia? ¿Es justo que me +reproches y estés llenando la casa con tu persona, +con el fuego de tus ojos, con el son de tu +voz, con el imán de tu cuerpo lleno de alma, +pero de un alma llena de cuerpo?</p> + +<p>Gertrudis, toda encendida, bajaba la cabeza y<span class="pagenum"><a name="Page_88" id="Page_88">[88]</a></span> +se callaba, mientras le tocaba a rebato el corazón.</p> + +<p>—¿Quién tiene la culpa de esto?, dime.</p> + +<p>—Tienes razón, Ramiro, y si me fuese, los niños +piarían por mí, porque me quieren...</p> + +<p>—Más que a mí—dijo tristemente el padre.</p> + +<p>—Es que yo no les besuqueo como tú ni les +sobo, y cuando les beso, ellos sienten que mis +besos son más puros, que son para ellos solos...</p> + +<p>—Y bien, ¿quién tiene la culpa de esto?, +repito.</p> + +<p>—Bueno, pues. Espera un año, esperemos un +año; déjame un año de plazo para que vea claro +en mí, para que veas claro en ti mismo, para +que te convenzas...</p> + +<p>—Un año... un año...</p> + +<p>—¿Te parece mucho?</p> + +<p>—¿Y luego, cuando se acabe?</p> + +<p>—Entonces... veremos...</p> + +<p>—Veremos... veremos...</p> + +<p>—Yo no prometo más.</p> + +<p>—Y si en este año...</p> + +<p>—¿Qué? Si en este año haces alguna tontería...</p> + +<p>—¿A qué llamas hacer una tontería?</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_89" id="Page_89">[89]</a></span></p> + +<p>—A enamorarte de otra y volverte a casar.</p> + +<p>—Eso... ¡nunca!</p> + +<p>—Qué pronto lo dijiste...</p> + +<p>—Eso... ¡nunca!</p> + +<p>—¡Bah! juramentos de hombres...</p> + +<p>—Y si así fuese, ¿quién tendrá la culpa?</p> + +<p>—¿Culpa?</p> + +<p>—¡Sí, la culpa!</p> + +<p>—Eso sólo querría decir...</p> + +<p>—¿Qué?</p> + +<p>—Que no le quisiste, que no le quieres a tu +Rosa como ella te quiso a ti, como ella te habría +querido de haber sido ella la viuda...</p> + +<p>—No, eso querría decir otra cosa, que no es...</p> + +<p>—Bueno, basta. ¡Ramirín!, ¡ven acá, Ramirín! +Anda, corre.</p> + +<p>Y así se aplacó aquella lucha.</p> + +<p>Y ella continuaba su labor de educar a sus +sobrinos.</p> + +<p>No quiso que a la niña se le ocupase demasiado +en aprender costura y cosas así. «¿Labores +de su sexo?—decía—, no, nada de labores de su +sexo; el oficio de una mujer es hacer hombres y +mujeres, y no vestirlos.»</p> + +<p>Un día que Ramirín soltó una expresión soez<span class="pagenum"><a name="Page_90" id="Page_90">[90]</a></span> +que había aprendido en la calle y su padre iba a +reprenderle, interrumpióle Gertrudis, diciéndole +bajo: «No, dejarlo; hay que hacer como si no +se ha oído; debe de haber un mundo de que ni +para condenarlo hay que hablar aquí.»</p> + +<p>Una vez que oyó decir de una que se quedaba +soltera que quedaba para vestir santos, agregó: +«¡o para vestir almas de niños!»</p> + +<p>—Tulita es mi novia—dijo una vez Ramirín.</p> + +<p>—No digas tonterías; Tulita es tu hermana.</p> + +<p>—¿Y no puede ser novia y hermana?</p> + +<p>—No.</p> + +<p>—¿Y qué es ser hermana?</p> + +<p>—¿Ser hermana? Ser hermana es...</p> + +<p>—Vivir en la misma casa—acabó la niña.</p> + +<p>Un día llegó la niña llorando y mostrando un +dedo en que le había picado una abeja. Lo primero +que se le ocurrió a la tía fué ver si con su +boca, chupándoselo, podía extraerle el veneno +como había leído que se hace con el de ciertas +culebras. Luego declararon los niños, y se les +unió el padre, que no dejarían viva a ninguna +de las abejas que venían al jardín, que las perseguirían +a muerte.</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_91" id="Page_91">[91]</a></span></p> + +<p>—No, eso sí que no—exclamó Gertrudis—; a +las abejas no las toca nadie.</p> + +<p>—¿Por qué? ¿Por la miel?—preguntó Ramiro.</p> + +<p>—No las toca nadie, he dicho.</p> + +<p>—Pero si no son madres, Gertrudis.</p> + +<p>—Lo sé, lo sé bien. He leído en uno de esos +libros tuyos lo que son las abejas, lo he leído. +Sé lo que son las abejas estas, las que pican y +hacen la miel; sé lo que es la reina y sé también +lo que son los zánganos.</p> + +<p>—Los zánganos somos nosotros, los hombres.</p> + +<p>—¡Claro está!</p> + +<p>—Pues mira, voy a meterme en política; me +van a presentar candidato a diputado provincial.</p> + +<p>—¿De veras?—preguntó Gertrudis, sin poder +disimular su alegría.</p> + +<p>—¿Tanto te place?</p> + +<p>—Todo lo que te distraiga.</p> + +<p>—Faltan once meses, Gertrudis...</p> + +<p>—¿Para qué?, ¿para la elección?</p> + +<p>—¡Para la elección, sí!</p> + +<hr class="chap" /> + +<p class="p6"><span class="pagenum"><a name="Page_93" id="Page_93">[93]</a></span></p> + + + + +<h2>X</h2> + + +<p>Y era lo cierto que en el alma cerrada de Gertrudis +se estaba desencadenando una brava +galerna. Su cabeza reñía con su corazón, y +ambos, corazón y cabeza, reñían en ella con +algo más ahincado, más entrañado, más íntimo, +con algo que era como el tuétano de los huesos +de su espíritu.</p> + +<p>A solas, cuando Ramiro estaba ausente del +hogar, cojía al hijo de éste y de Rosa, a Ramirín, +al que llamaba su hijo, y se lo apretaba al +seno virgen, palpitante de congoja y henchido +de zozobra. Y otras veces se quedaba contemplando +el retrato de la que fué, de la que era +todavía su hermana y como interrogándole si +había querido, de veras, que ella, que Gertrudis, +le sucediese en Ramiro. «Sí, me dijo que yo habría +de llegar a ser la mujer de su hombre, su<span class="pagenum"><a name="Page_94" id="Page_94">[94]</a></span> +otra mujer—se decía—, pero no pudo querer +eso, no, no pudo quererlo... yo en su caso, al +menos, no lo habría querido, no podría haberlo +querido... ¿de otra? ¡no, de otra no! ni después +de mi muerte... ni de mi hermana... ¡de otra no! +no se puede ser más que de una... No, no pudo +querer eso; no pudo querer que entre él, entre +su hombre, entre el padre de sus hijos y yo se +interpusiese su sombra... no pudo querer eso. +Porque cuando él estuviese a mi lado, arrimado +a mí, carne a carne, ¿quién me dice que no estuviese +pensando en ella? Yo no sería sino el +recuerdo... ¡algo peor que el recuerdo de la otra! +No, lo que me pidió es que impida que sus hijos +tengan madrasta. ¡Y lo impediré! Y casándome +con Ramiro, entregándole mi cuerpo, y +no sólo mi alma, no lo impediría... Porque entonces +sí que sería madrasta. Y más si llegaba +a darme hijos de mi carne y de mi sangre...» Y +esto de los hijos de la carne hacía palpitar de +sagrado terror el tuétano de los huesos del alma +de Gertrudis, que era toda maternidad, pero maternidad +de espíritu.</p> + +<p>Y encerrábase en su cuarto, en su recatada +alcoba, a llorar al pie de una imagen de la San<span class="pagenum"><a name="Page_95" id="Page_95">[95]</a></span>tísima +Virgen Madre, a llorar mientras susurraba: +«el fruto de tu vientre...»</p> + +<p>Una vez que tenía apretado a su seno a Ramirín, +éste le dijo:</p> + +<p>—¿Por qué lloras, mamita?—pues habíale enseñado +a llamarla así.</p> + +<p>—Si no lloro...</p> + +<p>—Sí, lloras...</p> + +<p>—¿Pero es que me ves llorar...?</p> + +<p>—No, pero te siento que lloras... Estás llorando...</p> + +<p>—Es que me acuerdo de tu madre...</p> + +<p>—¿Pues no dices que lo eres tú...?</p> + +<p>—Sí, pero de la otra, de mamá Rosa.</p> + +<p>—Ah, sí, la que se murió... la de papá...</p> + +<p>—¡Sí, la de papá!</p> + +<p>—¿Y por qué papá nos dice que no te llamemos +mamá, sino tía, tiíta Tula, y tú nos dices +que te llamemos mamá y no tía, no tiíta Tula...?</p> + +<p>—¿Pero es que papá os dice eso?</p> + +<p>—Sí, nos ha dicho que todavía no eres nuestra +mamá, que todavía no eres más que nuestra +tía...</p> + +<p>—¿Todavía?</p> + +<p>—Sí, nos ha dicho que todavía no eres nues<span class="pagenum"><a name="Page_96" id="Page_96">[96]</a></span>tra +mamá, pero que lo serás... Sí, que vas a ser +nuestra mamá cuando pasen unos meses...</p> + +<p>«Entonces sería vuestra madrasta»—pensó +Gertrudis, pero no se atrevió a desnudar este +pensamiento pecaminoso ante el niño.</p> + +<p>—Bueno, mira, no hagas caso de esas cosas, +hijo mío...</p> + +<p>Y cuando luego llegó Ramiro, el padre, le +llamó aparte y severamente le dijo:</p> + +<p>—No andes diciéndole al niño esas cosas. No +le digas que yo no soy todavía más que su tía, +la tía Tula, y que seré su mamá. Eso es corromperle, +eso es abrirle los ojos sobre cosas que no +debe ver. Y si lo haces por influir con él sobre +mí, si lo haces por moverme...</p> + +<p>—Me dijiste que te tomabas un plazo...</p> + +<p>—Bueno, si lo haces por eso piensa en el +papel que haces hacer a tu hijo, un papel de...</p> + +<p>—¡Bueno, calla!</p> + +<p>—Las palabras no me asustan, pero lo callaré. +Y tú piensa en Rosa, recuerda a Rosa, ¡tu +primer... amor!</p> + +<p>—¡Tula!</p> + +<p>—Basta. Y no busques madrasta para tus +hijos, que tienen madre.</p> + +<hr class="chap" /> + +<p class="p6"><span class="pagenum"><a name="Page_97" id="Page_97">[97]</a></span></p> + + + + +<h2>XI</h2> + + +<p>«<span class="smcap">Esto</span> necesita campo»—se dijo Gertrudis, e +indicó a Ramiro la conveniencia de que todos +ellos se fuesen a veranear a un pueblecito +costero que tuviese montaña, dominando al mar +y por éste dominada. Buscó un lugar que no +fuese muy de moda, pero donde Ramiro pudiese +encontrar compañeros de tresillo, pues tampoco +le quería obligado a la continua compañía de los +suyos. Era un género de soledad a que Gertrudis +temía.</p> + +<p>Allí todos los días salían de paseo, por la montaña, +dando vista al mar, entre madroñales, ellos +dos, Gertrudis y Ramiro, y los tres niños: Ramirín, +Rosita y Elvira. Jamás, ni aun allí donde no +los conocían—es decir, allí menos—se hubiese +arriesgado Gertrudis a salir de paseo con su cu<span class="pagenum"><a name="Page_98" id="Page_98">[98]</a></span>ñado, +solos los dos. Al llegar a un punto en que +un tronco tendido en tierra, junto al sendero, +ofrecía, a modo de banco rústico, asiento, sentábanse +en él ellos dos, cara al mar, mientras los +niños jugaban allí cerca, lo más cerca posible. +Una vez en que Ramiro quiso que se sentaran +en el suelo, sobre la yerba montañesa, Gertrudis +le contestó: «¡No, en el suelo, no! yo no me +siento en el suelo, sobre la tierra, y menos junto +a ti y ante los niños...» «Pero si el suelo está +limpio... si hay yerba...» «¡Te he dicho que no +me siento así!» «No, la postura no es cómoda...» +«¡Peor que incómoda!»</p> + +<p>Desde aquel tronco, mirando al mar, hablaban +de mil nonadas, pues en cuanto el hombre +deslizaba la conversación a senderos de lo por +pacto tácito ya vedado de hablar entre ellos, la +tía tenía en la boca un «¡Ramirín!» o «¡Rosita!» +o «¡Elvira!» Le hablaba ella del mar y eran sus +palabras, que le llegaban a él envueltas en el rumor +no lejano de las olas, como la letra vaga de +un canto de cuna para el alma. Gertrudis estaba +brizando la pasión de Ramiro para adormecérsela. +No le miraba casi nunca entonces, miraba +al mar; pero en él, en el mar, veía reflejada<span class="pagenum"><a name="Page_99" id="Page_99">[99]</a></span> +por misterioso modo la mirada del hombre. El +mar purísimo les unía las miradas y las almas.</p> + +<p>Otras veces íbanse al bosque, a un castañar, y +allí tenía ella que vigilarle, vigilarse y vigilar a +los niños con más cuidado. Y también allí encontró +el tronco derribado que le sirviese de +asiento.</p> + +<p>Quería atemperarle a una vida de familia purísima +y campesina, hacer que se acostase cansado +de luz y de aire libres, que se durmiese, +oyendo fuera al grillo, para dormir sin ensueños, +que le despertase el canto del gallo y el +trajineo de los campesinos y los marineros.</p> + +<p>Por las mañanas bajaban a una pequeña playa, +donde se reunía la pequeña colonia veraniega. +Los niños, descalzos, entreteníanse, después +del baño, en desviar con los pies el curso de un +pequeño arroyuelo vagabundo e indeciso que +por la arena desaguaba en el mar. Ramiro se +unió alguna vez a este juego de los niños.</p> + +<p>Pero Gertrudis empezó a temer. Se había +equivocado en sus precauciones. Ramiro huía +del tresillo con sus compañeros de colonia veraniega +y parecía espiar más que nunca la ocasión +de hallarse a solas con su cuñada. La casi<span class="pagenum"><a name="Page_100" id="Page_100">[100]</a></span>ta +que habitaban tenía más de tienda de gitanos +trashumantes que de otra cosa. El campo, en vez +de adormecer no la pasión, el deseo de Ramiro, +parecía como si se lo excitase más, y ella misma, +Gertrudis, empezó a sentirse desasosegada. +La vida se les ofrecía más al desnudo en aquellos +campos, en el bosque, en los repliegues de +la montaña. Y luego había los animales domésticos, +los que cría el hombre, con los que era +mayor allí la convivencia. Gertrudis sufría al ver +la atención con que los pequeños, sus sobrinos, +seguían los juegos del averío. No, el campo no +rendía una lección de pureza. Lo puro allí era +hundir la mirada en el mar. Y aun el mar... La +brisa marina les llegaba como un aguijón.</p> + +<p>—¡Mira qué hermosura!—exclamó Gertrudis +una tarde, al ocaso, en que estaban sentados +frente al mar.</p> + +<p>Era la luna llena, roja sobre su palidez, que +surgía de las olas como una flor gigantesca y +solitaria en un yermo palpitante.</p> + +<p>—¿Por qué le habrán cantado tanto a la luna +los poetas?—dijo Ramiro;—¿por qué será la luz +romántica y de los enamorados?</p> + +<p>—No lo sé, pero se me ocurre que es la única<span class="pagenum"><a name="Page_101" id="Page_101">[101]</a></span> +tierra, porque es una tierra... que vemos sabiendo +que nunca llegaremos a ella... es lo inaccesible... +El sol no, el sol nos rechaza; gustamos de +bañarnos en su luz, pero sabemos que es inhabitable, +que en él nos quemaríamos, mientras +que en la luna creemos que se podría vivir y en +paz y crepúsculo eternos, sin tormentas, pues +no la vemos cambiar, pero sentimos que no se +puede llegar a ella... Es lo intangible...</p> + +<p>—Y siempre nos da la misma cara... esa cara +tan triste y tan seria... es decir, siempre ¡no! porque +la va velando poco a poco y la oscurece +del todo y otras veces parece una hoz...</p> + +<p>—Sí—y al decirlo parecía como que Gertrudis +seguía sus propios pensamientos sin oir los +de su compañero, aunque no era así—; siempre +enseña la misma cara porque es constante, es +fiel. No sabemos cómo será por el otro lado... +cuál será su otra cara...</p> + +<p>—Y eso añade a su misterio...</p> + +<p>—Puede ser... puede ser... Me explico que alguien +anhele llegar a la luna... ¡lo imposible!... +para ver cómo es por el otro lado... para conocer +y explorar su otra cara...</p> + +<p>—La oscura...</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_102" id="Page_102">[102]</a></span></p> + +<p>—¿La oscura? ¡Me parece que no! Ahora que +esta que vemos está iluminada la otra estará a +oscuras, pero o yo sé poco de estas cosas o +cuando esta cara se oscurece del todo, en luna +nueva, está en luz por el otro, es luna llena de +la otra parte...</p> + +<p>—¿Para quién?</p> + +<p>—¿Cómo para quién...?</p> + +<p>—Sí, que cuando el otro lado alumbra ¿para +quién?</p> + +<p>—Para el cielo, y basta. ¿O es que a la luna la +hizo Dios no más que para alumbrarnos de +noche a nosotros, los de la tierra? ¿O para que +hablemos estas tonterías?</p> + +<p>—Pues bien, mira, Tula...</p> + +<p>—¡Rosita!</p> + +<p>Y no le dejó comentar la intangibilidad y la +plenitud de la luna.</p> + +<p>Cuando ella habló de volver ya a la ciudad +apresuróse él a aceptarlo. Aquella temporada en +el campo, entre la montaña y el mar, había sido +estéril para sus propósitos. «Me he equivocado—se +decía también él—; aquí está más segura +que allí, que en casa; aquí parece embozarse en +la montaña, en el bosque, y como si el mar le<span class="pagenum"><a name="Page_103" id="Page_103">[103]</a></span> +sirviese de escudo; aquí es tan intangible como +la luna, y entretanto este aire de salina filtrado +por entre rayos de sol enciende la sangre... y +ella me parece aquí fuera de su ámbito y como +si temiese algo; vive alerta y diríase que no +duerme...» Y ella a su vez se decía: «No, la pureza +no es del campo, la pureza es de celda, de +claustro y de ciudad; la pureza se desarrolla +entre gentes que se unen en mazorcas de viviendas +para mejor aislarse; la ciudad es monasterio, +convento de solitarios; aquí la tierra, sobre +que casi se acuestan, las une y los animales son +otras tantas serpientes del paraíso... ¡a la ciudad, +a la ciudad!»</p> + +<p>En la ciudad estaba su convento, su hogar, y +en él su celda. Y allí adormecería mejor a su +cuñado. Oh, si pudiese decir de él—pensaba—lo +que Santa Teresa en una carta—Gertrudis +leía mucho a Santa Teresa—decía de su cuñado +don Juan de Ovalle, marido de doña Juana de +Ahumada: «El es de condición en cosas muy +aniñado...» ¿Cómo le aniñaría?</p> + +<hr class="chap" /> + +<p class="p6"><span class="pagenum"><a name="Page_105" id="Page_105">[105]</a></span></p> + + + + +<h2>XII</h2> + + +<p><span class="smcap">Al</span> fin Gertrudis no pudo con su soledad y +decidió llevar su congoja al padre Alvarez, +su confesor, pero no su director espiritual. Porque +esta mujer había rehuído siempre ser dirigida, +y menos por un hombre. Sus normas de conducta +moral, sus convicciones y creencias religiosas +se las había formado ella con lo que oía +a su alrededor y con lo que leía, pero las interpretaba +a su modo. Su pobre tío, don Primitivo, +el sacerdote ingenuo que las había criado a +las dos hermanas y les enseñó el catecismo de +la doctrina cristiana explicado según <i>el Mazo</i>, +sintió siempre un profundo respeto por la inteligencia +de su sobrina Tula, a la que admiraba. «Si +te hicieses monja—solía decirle—llegarías a ser +otra Santa Teresa... Qué cosas se te ocurren, +hija...» Y otras veces: «Me parece que eso que<span class="pagenum"><a name="Page_106" id="Page_106">[106]</a></span> +dices, Tulilla, huele un poco a herejía; ¡hum! No +lo sé... no lo sé... porque no es posible que te +inspire herejías el ángel de tu guarda, pero eso +me suena así como a... qué sé yo...» Y ella le +contestaba riendo: «Sí, tío, son tonterías que se +me ocurren, y ya que dice usted que huele a herejía +no lo volveré a pensar.» Pero ¿quién pone +barreras al pensamiento?</p> + +<p>Gertrudis se sintió siempre sola. Es decir, sola +para que la ayudaran, porque para ayudar ella +a los otros no, no estaba sola. Era como una +huérfana cargada de hijos. Ella sería el báculo +de todos los que la rodearan; pero si sus piernas +flaquearan, si su cabeza no le mantuviese firme +en su sendero, si su corazón empezaba a bambolear +y enflaquecer, ¿quién la sostendría a ella? +¿quién sería su báculo? Porque ella, tan henchida +del sentimiento, de la pasión mejor, de la +maternidad, no sentía la filialidad. «¿No es esto +orgullo?»—se preguntaba.</p> + +<p>No pudo al fin con esta soledad y decidió llevar +a su confesor, al padre Alvarez, su congoja. +Y le contó la declaración y proposición de Ramiro, +y hasta lo que les había dicho a los niños +de que no le llamasen a ella todavía madre, y las<span class="pagenum"><a name="Page_107" id="Page_107">[107]</a></span> +razones que tenía para mantener la pureza de +aquel hogar y cómo no quería entregarse a hombre +alguno, sino reservarse para mejor consagrarse +a los hijos de Rosa.</p> + +<p>—Pero lo de su cuñado lo encuentro muy natural—arguyó +el buen padre de almas.</p> + +<p>—Es que no se trata ahora de mi cuñado, padre, +sino de mí; y no creo que haya acudido a +usted también en busca de alianza...</p> + +<p>—¡No, no, hija, no!</p> + +<p>—Como dicen que en los confesonarios se +confeccionan bodas y que ustedes, los padres, +se dedican a casamenteros...</p> + +<p>—Yo lo único que digo ahora, hija, es que es +muy natural que su cuñado, viudo y joven y fuerte, +quiera volver a casarse, y más natural, y hasta +santo, que busque otra madre para sus hijos...</p> + +<p>—¿Otra? ¡Ya la tiene!</p> + +<p>—Sí; pero... y si ésta se va...</p> + +<p>—¿Irme? ¿Yo? Estoy tan obligada a esos niños +como estaría su madre de carne y sangre si +viviese...</p> + +<p>—Y luego eso da que hablar...</p> + +<p>—De lo que hablen, padre, ya le he dicho +que nada se me da...</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_108" id="Page_108">[108]</a></span></p> + +<p>—¿Y si lo hiciese precisamente por eso, porque +hablen? Examínese y mire si no entra en +ello un deseo de afrontar las preocupaciones +ajenas, de desafiar la opinión pública...</p> + +<p>—Y si así fuese, ¿qué?</p> + +<p>—Que eso sí que es pecaminoso. Y después +de todo, la cuestión es otra...</p> + +<p>—¿Cuál es la cuestión?</p> + +<p>—La cuestión es si usted le quiere o no. Esta +es la cuestión. ¿Le quiere usted, sí o no?</p> + +<p>—¡Para marido... no!</p> + +<p>—¿Pero le rechaza?</p> + +<p>—¡Rechazarle... no!</p> + +<p>—Si cuando se dirigió a su hermana, la difunta, +se hubiera dirigido a usted...</p> + +<p>—¡Padre! ¡Padre!—y su voz gemía.</p> + +<p>—Sí, por ahí hay que verlo...</p> + +<p>—¡Padre; que eso no es pecado...!</p> + +<p>—Pero ahora se trata de dirección espiritual, +de tomar consejo... Y sí, es pecado, es acaso +pecado... Tal vez hay aquí unos viejos celos...</p> + +<p>—¡Padre!</p> + +<p>—Hay que ahondar en ello. Acaso no le ha +perdonado aún...</p> + +<p>—Le he dicho, padre, que le quiero; pero no<span class="pagenum"><a name="Page_109" id="Page_109">[109]</a></span> +para marido. Le quiero como a un hermano, +como a un más que hermano, como al padre de +mis hijos, porque éstos, sus hijos, lo son míos +de lo más dentro mío, de todo mi corazón; pero +para marido no. Yo no puedo ocupar en su cama +el sitio que ocupó mi hermana... Y sobre todo, +yo no quiero, no debo darles madrasta a mis +hijos...</p> + +<p>—¿Madrasta?</p> + +<p>—Sí, madrastra. Si yo me caso con él, con el +padre de los hijos de mi corazón, les daré madrasta +a éstos, y más si llego a tener hijos de +carne y de sangre con él. Esto, ahora ya... +¡nunca!</p> + +<p>—Ahora ya...</p> + +<p>—Sí, ahora que ya tengo a los de mi corazón... +mis hijos...</p> + +<p>—Pero piense en él, en su cuñado, en su situación...</p> + +<p>—¿Que piense...?</p> + +<p>—¡Sí! ¿Y no tiene compasión de él?</p> + +<p>—Sí que la tengo. Y por eso le ayudo y le +sostengo. Es como otro hijo mío.</p> + +<p>—Le ayuda... le sostiene...</p> + +<p>—Sí, le ayudo y le sostengo a ser padre...</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_110" id="Page_110">[110]</a></span></p> + +<p>—A ser padre... a ser padre... Pero él es un +hombre...</p> + +<p>—¡Y yo una mujer!</p> + +<p>—Es débil...</p> + +<p>—¿Soy yo fuerte?</p> + +<p>—Más de lo debido.</p> + +<p>—¿Más de lo debido? ¿Y lo de la mujer +fuerte?</p> + +<p>—Es que esa fortaleza, hija mía, puede alguna +vez ser dureza, ser crueldad. Y es dura con +él, muy dura. ¿Que no le quiere como a marido? +¡Y qué importa! Ni hace falta eso para casarse +con un hombre. Muchas veces tiene que casarse +una mujer con un hombre por compasión, por +no dejarle solo, por salvarle, por salvar su +alma...</p> + +<p>—Pero si no le dejo solo...</p> + +<p>—Sí, sí, le deja solo. Y creo que me comprende +sin que se lo explique más claro...</p> + +<p>—Sí, sí que se lo comprendo, pero no quiero +comprenderlo. No está solo. ¡Quien está sola +soy yo! Sola... sola... siempre sola...</p> + +<p>—Pero ya sabe aquello de «más vale casarse +que abrasarse...»</p> + +<p>—Pero si no me abraso...</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_111" id="Page_111">[111]</a></span></p> + +<p>—¿No se queja de su soledad?</p> + +<p>—No es soledad de abrasarse; no es esa soledad +a que usted, padre, alude. No, no es esa. No +me abraso...</p> + +<p>—¿Y si se abrasa él...?</p> + +<p>—Que se refresque en el cuidado y amor de +sus hijos...</p> + +<p>—Bueno, pero ya me entiende...</p> + +<p>—Demasiado.</p> + +<p>—Y por si no, le diré más claro aún que su +cuñado corre peligro, y que si cae en él, le cabrá +culpa...</p> + +<p>—¿A mí?</p> + +<p>—¡Claro está!</p> + +<p>—No lo veo tan claro... Como no soy hombre...</p> + +<p>—Me dijo que uno de sus temores de casarse +con su cuñado era el de tener hijos con él, +¿no es así?</p> + +<p>—Sí, así es. Si tuviéramos hijos llegaría yo a +ser, quieras o no, madrasta de los que me dejó +mi hermana...</p> + +<p>—Pero el matrimonio no se instituyó sólo +para hacer hijos...</p> + +<p>—Para casar y dar gracia a los casados y que +críen hijos para el cielo.</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_112" id="Page_112">[112]</a></span></p> + +<p>—Dar gracia a los casados... ¿Lo entiende?</p> + +<p>—Apenas...</p> + +<p>—Que vivan en gracia, libres de pecado...</p> + +<p>—Ahora lo entiendo menos...</p> + +<p>—Bueno, pues que es un remedio contra la +sensualidad.</p> + +<p>—¿Cómo? ¿Qué es eso? ¿Qué?</p> + +<p>—¿Pero por qué se pone así...? ¿Por qué se altera...?</p> + +<p>—¿Qué es el remedio contra la sensualidad? +¿El matrimonio o la mujer?</p> + +<p>—Los dos... La mujer... y... y el hombre.</p> + +<p>—¡Pues, no, padre, no, no y no! Yo no puedo +ser remedio contra nada. ¿Qué es eso de considerarme +remedio? ¡Y remedio... contra eso! No, +me estimo en más...</p> + +<p>—Pero si es que...</p> + +<p>—No, ya no sirve. Yo, si él no tuviera ya +hijos de mi hermana, acaso me habría casado con +él para tenerlos... para tenerlos de él... pero, +¿remedio? ¿Y a eso? ¿Yo remedio? ¡No!</p> + +<p>—Y si antes de haber solicitado a su hermana +la hubiera solicitado...</p> + +<p>—¿A mí? ¿Antes? ¿Cuando nos conoció? No +hablemos ya más, padre, que no podemos en<span class="pagenum"><a name="Page_113" id="Page_113">[113]</a></span>tendernos, +pues veo que hablamos lenguas diferentes. +Ni yo sé la de usted ni usted sabe la +mía.</p> + +<p>Y dicho esto, se levantó de junto al confesonario. +Le costaba andar: tan doloridas le habían +quedado del arrodillamiento las rodillas. Y +a la vez le dolían las articulaciones del alma y +sentía su soledad más hondamente que nunca. +«¡No, no me entiende—se decía—, no me entiende; +hombre al fin! ¿Pero me entiendo yo +misma? ¿Es que me entiendo? ¿Le quiero o no +le quiero? ¿No es soberbia esto? ¿No es la triste +pasión solitaria del armiño que por no mancharse +no se echa a nado en un lodazal a salvar a su +compañero...? No lo sé... no lo sé...»</p> + +<hr class="chap" /> + +<p class="p6"><span class="pagenum"><a name="Page_115" id="Page_115">[115]</a></span></p> + + + + +<h2>XIII</h2> + + +<p>Y de pronto observó Gertrudis que su cuñado +era otro hombre, que celaba algún secreto, +que andaba caviloso y desconfiado, que salía +mucho de casa. Pero aquellas más largas ausencias +del hogar no le engañaron. El secreto estaba +en él, en el hogar. Y a fuerza de paciente +astucia logró sorprender miradas de conocimiento +íntimo entre Ramiro y la criada de servicio.</p> + +<p>Era Manuela una hospiciana de diez y nueve +años, enfermiza y pálida, de un brillo febril en +los ojos, de maneras sumisas y mansas, de muy +pocas palabras, triste casi siempre. A ella, a Gertrudis, +ante quien sin saber por qué temblaba, +llamábale «señora». Ramiro quiso hacer que le +llamase «señorita».</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_116" id="Page_116">[116]</a></span></p> + +<p>—No, llámame así, señora; nada de señorita...</p> + +<p>En general parecía como que la criada le temiera, +como avergonzada o amedrentada en su +presencia. Y a los niños los evitaba y apenas si +les dirigía la palabra. Ellos, por su parte, sentían +una indiferencia, rayana en despego, hacia la +Manuela. Y hasta alguna vez se burlaban de +ella, por ciertas sus maneras de hablar, lo que la +ponía de grana. «Lo extraño es—pensaba Gertrudis—que +a pesar de todo no quiera irse... +tiene algo de gata esta mozuela.» Hasta que se +percató de lo que podría haber escondido.</p> + +<p>Un día logró sorprender a la pobre muchacha +cuando salía del cuarto de Ramiro, del señorito—porque +a éste sí que le llamaba así—toda +encendida y jadeante. Cruzáronse las miradas y +la criada rindió la suya. Pero llegó otro en que +el niño, Ramirín, se fué a su tía y le dijo:</p> + +<p>—Dime, mamá Tula, ¿es Manuela también +hermana nuestra?</p> + +<p>—Ya te tengo dicho que todos los hombres y +mujeres somos hermanos.</p> + +<p>—Sí, pero como nosotros, los que vivimos +juntos...</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_117" id="Page_117">[117]</a></span></p> + +<p>—No, porque aunque vive aquí ésta no es su +casa...</p> + +<p>—¿Y cuál es su casa?</p> + +<p>—¿Su casa? No lo quieras saber. ¿Y por qué +preguntas eso?</p> + +<p>—Porque le he visto a papá que la estaba +besando...</p> + +<p>Aquella noche, luego que hubieron acostado +a los niños, dijo Gertrudis a Ramiro:</p> + +<p>—Tenemos que hablar.</p> + +<p>—Pero si aun faltan ocho meses...</p> + +<p>—¿Ocho meses?</p> + +<p>—¿No hace cuatro que me diste un año de +plazo?</p> + +<p>—No se trata de eso, hombre, sino de algo +más serio.</p> + +<p>A Ramiro se le paró el corazón y se puso +pálido.</p> + +<p>—¿Más serio?</p> + +<p>—Más serio, sí. Se trata de tus hijos, de su +buena crianza, y se trata de esa pobre hospiciana, +de la que estoy segura que estás abusando.</p> + +<p>—Y si así fuese, ¿quién tiene la culpa de +eso?</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_118" id="Page_118">[118]</a></span></p> + +<p>—¿Y aún lo preguntas? ¿Aún querrás también +culparme de ello?</p> + +<p>—¡Claro que sí!</p> + +<p>—Pues bien, Ramiro: se ha acabado ya aquello +del año; no hay plazo ninguno; no puede ser, +no puede ser. Y ahora sí que me voy, y, diga lo +que dijere la ley, me llevaré a los niños conmigo, +es decir, se irán conmigo.</p> + +<p>—¿Pero estás loca, Gertrudis?</p> + +<p>—Quien está loco eres tú.</p> + +<p>—Pero qué querías...</p> + +<p>—Nada, o yo o ella. O me voy o echas a esa +criadita de casa.</p> + +<p>Siguióse un congojoso silencio.</p> + +<p>—No la puedo echar, Gertrudis, no la puedo +echar. ¿Adónde se va? ¿Al Hospicio otra vez?</p> + +<p>—A servir a otra casa.</p> + +<p>—No la puedo echar, Gertrudis, no la puedo +echar—y el hombre rompió a llorar.</p> + +<p>—¡Pobre hombre!—murmuró ella poniéndole +la mano sobre la suya—. Me das pena.</p> + +<p>—Ahora, ¿eh?, ¿ahora?</p> + +<p>—Sí; me das lástima... Estoy ya dispuesta a +todo...</p> + +<p>—¡Gertrudis! ¡Tula!</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_119" id="Page_119">[119]</a></span></p> + +<p>—Pero has dicho que no la puedes echar...</p> + +<p>—Es verdad; no la puedo echar—y volvió a +abatirse.</p> + +<p>—¿Qué, pues?, ¿que no va sola?</p> + +<p>—No, no irá sola.</p> + +<p>—Los ocho meses del plazo, ¿eh?</p> + +<p>—Estoy perdido, Tula, estoy perdido.</p> + +<p>—No, la que está perdida es ella, la huérfana, +la hospiciana, la sin amparo.</p> + +<p>—Es verdad, es verdad...</p> + +<p>—Pero no te aflijas así, Ramiro, que la cosa +tiene fácil remedio...</p> + +<p>—¿Remedio? ¿Y fácil?—y se atrevió a mirarle +a la cara.</p> + +<p>—Sí; casarte con ella.</p> + +<p>Un rayo que le hubiese herido no le habría +dejado más deshecho que esas palabras sencillas.</p> + +<p>—¡Que me case! ¡Que me case con la criada! +¿Que me case con una hospiciana? ¡Y me lo +dices tú!...</p> + +<p>—¡Y quién si no había de decírtelo! Yo, la +verdadera madre hoy de tus hijos.</p> + +<p>—¿Que les dé madrasta?</p> + +<p>—¡No, eso no!, que aquí estoy yo para seguir<span class="pagenum"><a name="Page_120" id="Page_120">[120]</a></span> +siendo su madre. Pero que des padre al que +haya de ser tu nuevo hijo, y que le des madre +también. Esa hospiciana tiene derecho a ser madre, +tiene ya el deber de serlo, tiene derecho a +su hijo y al padre de su hijo.</p> + +<p>—Pero Gertrudis...</p> + +<p>—Cásate con ella, te he dicho; y te lo dice +Rosa. Sí—y su voz, serena y pastosa, resonó +como una campana—. Rosa, tu mujer, te dice +por mi boca que te cases con la hospiciana. ¡Manuela!</p> + +<p>—«¡Señora!»—se oyó como un gemido, y la +pobre muchacha, que acurrucada junto al fogón, +en la cocina, había estado oyéndolo todo, no se +movió de su sitio. Volvió a llamarla, y después +de otro «¡Señora!», tampoco se movió.</p> + +<p>—Ven acá, o iré a traerte.</p> + +<p>—¡Por Dios!—suplicó Ramiro.</p> + +<p>La muchacha apareció cubriéndose la llorosa +cara con las manos.</p> + +<p>—Descubre la cara y míranos.</p> + +<p>—¡No, señora, no!</p> + +<p>—Sí, míranos. Aquí tienes a tu amo, a Ramiro, +que te pide perdón por lo que de ti ha hecho.</p> + +<p>—Perdón, yo, señora, y a usted...</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_121" id="Page_121">[121]</a></span></p> + +<p>—No, te pide perdón y se casará contigo.</p> + +<p>—¡Pero señora!—clamó Manuela a la vez +que Ramiro clamaba: «¡Pero Gertrudis!»</p> + +<p>—Lo he dicho, se casará contigo: así lo quiere +Rosa. No es posible dejarte así. Porque tú +estás ya... ¿no es eso?</p> + +<p>—Creo que sí, señora, pero yo...</p> + +<p>—No llores así ni hagas juramentos; sé que +no es tuya la culpa...</p> + +<p>—Pero se podría arreglar...</p> + +<p>—Bien sabe aquí Manuela—dijo Ramiro—que +nunca he pensado en abandonarla... Yo le +colocaría...</p> + +<p>—Sí, señora, sí; yo me contento...</p> + +<p>—No, tú no debes contentarte con eso que +ibas a decir. O, mejor, aquí Ramiro no puede +contentarse con eso. Tú te has criado en el +Hospicio, ¿no es eso?</p> + +<p>—Sí, señora.</p> + +<p>—Pues tu hijo no se criará en él. Tiene derecho +a tener padre, a su padre, y le tendrá. Y +ahora vete... vete a tu cuarto, y déjanos.</p> + +<p>Y cuando quedaron Ramiro y ella a solas:</p> + +<p>—Me parece que no dudarás ni un momento...</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_122" id="Page_122">[122]</a></span></p> + +<p>—¡Pero eso que pretendes es una locura, Gertrudis!</p> + +<p>—La locura, peor que locura, la infamia, sería +lo que pensabas.</p> + +<p>—Consúltalo siquiera con el padre Alvarez.</p> + +<p>—No lo necesito. Lo he consultado con +Rosa.</p> + +<p>—Pero si ella te dijo que no dieses madrasta +a sus hijos...</p> + +<p>—¿A sus hijos? ¡Y tuyos!</p> + +<p>—Bueno, sí, a nuestros hijos...</p> + +<p>—Y no les daré madrasta. De ellos, de los +nuestros, seguiré siendo yo la madre, pero del +de ésa...</p> + +<p>—Nadie le quitará de ser madre...</p> + +<p>—Sí, tú si no te casas con ella. Eso no será +ser madre...</p> + +<p>—Pues ella...</p> + +<p>—¿Y qué? ¿Porque ella no ha conocido a la +suya pretendes tú que no lo sea como es debido?</p> + +<p>—Pero fíjate en que esta chica...</p> + +<p>—Tú eres quien debió fijarse...</p> + +<p>—Es una locura... una locura...</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_123" id="Page_123">[123]</a></span></p> + +<p>—La locura ha sido antes. Y ahora piénsalo, +que si no haces lo que debes el escándalo le +daré yo. Lo sabrá todo el mundo.</p> + +<p>—¡Gertrudis!</p> + +<p>—Cásate con ella, y se acabó.</p> + +<hr class="chap" /> + +<p class="p6"><span class="pagenum"><a name="Page_125" id="Page_125">[125]</a></span></p> + + + + +<h2>XIV</h2> + + +<p><span class="smcap">Una</span> profunda tristeza henchía aquel hogar +después del matrimonio de Ramiro con la +hospiciana. Y ésta parecía aún más que antes la +criada, la sirvienta, y más que nunca Gertrudis +el ama de la casa. Y esforzábase ésta más que +nunca por mantener al nuevo matrimonio apartado +de los niños, y que éstos se percataran lo +menos posible de aquella convivencia íntima. +Mas hubo que tomar otra criada y explicar a los +pequeños el caso.</p> + +<p>Pero, ¿cómo explicarles el que la antigua +criada se sentara a la mesa a comer con los de +casa? Porque esto exigió Gertrudis.</p> + +<p>—Por Dios, señora—suplicaba la Manuela—, +no me avergüence así... mire que me avergüenza... +Hacerme que me siente a la mesa con los<span class="pagenum"><a name="Page_126" id="Page_126">[126]</a></span> +señores, y sobre todo con los niños... y que +hable de tú al señorito... ¡eso nunca!</p> + +<p>—Háblale como quieras, pero es menester +que los niños, a los que tanto temes, sepan que +eres de la familia. Y ahora, una vez arreglado +esto, no podrán ya sorprender intimidades +a hurtadillas. Ahora os recataréis mejor. Porque +antes el querer ocultaros de ellos os delataba.</p> + +<p>La preñez de Manuela fué, en tanto, molestísima. +Su fragilísima fábrica de cuerpo la soportaba +muy mal. Y Gertrudis, por su parte, le recomendaba +que ocultase a los niños lo anormal +de su estado.</p> + +<p>Ramiro vivía sumido en una resignada desesperación +y más entregado que nunca al albedrío +de Gertrudis.</p> + +<p>—Sí, sí, bien lo comprendo ahora—decía—, +no ha habido más remedio, pero...</p> + +<p>—¿Te pesa?—le preguntaba Gertrudis.</p> + +<p>—De haberme casado, ¡no! De haber tenido +que volverme a casar, ¡sí!</p> + +<p>—Ahora no es ya tiempo de pensar en eso; +¡pecho a la vida!</p> + +<p>—¡Ah, si tú hubieras querido, Tula!</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_127" id="Page_127">[127]</a></span></p> + +<p>—Te di un año de plazo; ¿has sabido guardarlo?</p> + +<p>—¿Y si lo hubiese guardado como tú querías, +al fin de él qué, dime? Porque no me prometiste +nada.</p> + +<p>—Aunque te hubiese prometido algo habría +sido igual. No, habría sido peor aún. En nuestras +circunstancias, el haberte hecho una promesa, +el haberte sólo pedido una dilación para +nuestro enlace, habría sido peor.</p> + +<p>—Pero si hubiese guardado la tregua como +tú querías que la guardase, dime: ¿qué habrías +hecho?</p> + +<p>—No lo sé.</p> + +<p>—Que no lo sabes... Tula... que no lo sabes...</p> + +<p>—No, no lo sé; te digo que no lo sé.</p> + +<p>—Pero tus sentimientos...</p> + +<p>—Piensa ahora en tu mujer, que no sé si podrá +soportar el trance en que la pusiste. ¡Es tan +endeble la pobrecilla! Y está tan llena de miedo. +Sigue asustada de ser tu mujer y ama de su +casa.</p> + +<p>Y cuando llegó el peligroso parto repitió Gertrudis +las abnegaciones que en los partos de su +hermana tuviera, y recojió al niño, una criatura<span class="pagenum"><a name="Page_128" id="Page_128">[128]</a></span> +menguada y debilísima, y fué quien lo enmantilló +y quien se lo presentó a su padre.</p> + +<p>—Aquí le tienes, hombre, aquí le tienes.</p> + +<p>—¡Pobre criatura!—exclamó Ramiro sintiendo +que se le derretían de lástima las entrañas a +la vista de aquel mezquino rollo de carne viviente +y sufriente.</p> + +<p>—Pues es tu hijo, un hijo más... Es un hijo +más que nos llega.</p> + +<p>—¿Nos llega? ¿También a ti?</p> + +<p>—Sí, también a mí; no he de ser madrasta +para él, yo que hago que no lo tengan los otros.</p> + +<p>Y así fué que no hizo distinción entre uno y +otros.</p> + +<p>—Eres una santa, Gertrudis—le decía Ramiro—, +pero una santa que ha hecho pecadores.</p> + +<p>—No digas eso; soy una pecadora que me +esfuerzo por hacer santos, santos a tus hijos y a +ti y a tu mujer.</p> + +<p>—¡Mi mujer!...</p> + +<p>—Tu mujer, sí; la madre de tu hijo. ¿Por qué +le tratas con ese cariñoso despego y como a una +carga?</p> + +<p>—¿Y qué quieres que haga, que me enamore +de ella?</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_129" id="Page_129">[129]</a></span></p> + +<p>—¿Pero no lo estabas cuando la sedujiste?</p> + +<p>—¿De quién? ¿De ella?</p> + +<p>—Ya lo sé, ya sé que no; pero lo merece la +pobre...</p> + +<p>—¡Pero si es la menor cantidad de mujer posible, +si no es nada!</p> + +<p>—No, hombre, no; es más, es mucho más de +lo que tú te crees. Aun no la has conocido.</p> + +<p>—Si es una esclava...</p> + +<p>—Puede ser, pero debes libertarla... La pobre +está asustada... nació asustada... Te aprovechaste +de su susto...</p> + +<p>—No sé, no sé cómo fué aquello...</p> + +<p>—Así sois los hombres; no sabéis lo que +hacéis ni pensáis en ello. Hacéis las cosas sin +pensarlas...</p> + +<p>—Peor es muchas veces pensarlas y no hacerlas...</p> + +<p>—¿Por qué lo dices?</p> + +<p>—No, nada, por nada...</p> + +<p>—¿Tú crees sin duda que yo no hago más que +pensar?</p> + +<p>—No, no he dicho que crea eso...</p> + +<p>—Sí, tú crees que yo no soy más que pensamiento.</p> + +<hr class="chap" /> + +<p class="p6"><span class="pagenum"><a name="Page_131" id="Page_131">[131]</a></span></p> + + + + +<h2>XV</h2> + + +<p><span class="smcap">De</span> nuevo la pobre Manuela, la hospiciana, +la esclava, hallábase preñada. Y Ramiro +muy malhumorado con ello.</p> + +<p>—Como si uno no tuviese bastante con los +otros...—decía.</p> + +<p>—¡Y yo qué quieres que le haga!—exclamaba +la víctima.</p> + +<p>—Después de todo, tú lo has querido así—concluía +Gertrudis.</p> + +<p>Y luego, aparte, volvía a reprenderle por el +trato de compasivo despego que daba a su mujer. +La cual soportaba esta preñez aún peor que +la otra.</p> + +<p>—Me temo por la pobre muchacha—vaticinó +don Juan, el médico, un viudo que menudeaba +sus visitas.</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_132" id="Page_132">[132]</a></span></p> + +<p>—¿Cree usted que corre peligro?—le preguntó +Gertrudis.</p> + +<p>—Esta pobre chica está deshecha por dentro; +es una tísica consumada y consumida. Resistirá, +es lo más probable, hasta dar a luz, pues la Naturaleza, +que es muy sabia...</p> + +<p>—¡La Naturaleza no! La Santísima Virgen Madre, +don Juan—le interrumpió Gertrudis.</p> + +<p>—Como usted quiera; me rindo, como siempre, +a su superior parecer. Pues, como decía, +la Naturaleza o la Virgen, que para mí es lo +mismo...</p> + +<p>—No, la Virgen es la Gracia...</p> + +<p>—Bueno, pues la Naturaleza, la Virgen, la +Gracia o lo que sea, hace que en estos casos la +madre se defienda y resista hasta que dé a luz +al nuevo ser. Ese inocente pequeñuelo le sirve +a la pobre madre futura como escudo contra la +muerte.</p> + +<p>—¿Y luego?</p> + +<p>—¿Luego? Que probablemente tendrá usted +que criar sola, sirviéndose de un ama de cría, +por supuesto, un crío más. Tiene ya cuatro; cargará +con cinco.</p> + +<p>—Con todos los que Dios me mande.</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_133" id="Page_133">[133]</a></span></p> + +<p>—Y que probablemente, no digo que seguramente, +a no tardar mucho, don Ramiro volverá +a quedar libre—y miró fijamente con sus ojillos +grises a Gertrudis.</p> + +<p>—Y dispuesto a casarse tercera vez—agregó +ésta haciéndose la desentendida.</p> + +<p>—¡Eso sería ya heroico!</p> + +<p>—Y usted, puesto que permanece viudo, y +viudo sin hijos, es que no tiene madera de +héroe.</p> + +<p>—¡Ah, doña Gertrudis, si yo pudiese hablar!</p> + +<p>—¡Pues cállese usted!</p> + +<p>—Me callo.</p> + +<p>Le tomó la mano, reteniéndosela un rato, y +dándole con la otra suya unos golpecitos añadió +con un suspiro:</p> + +<p>—Cada hombre es un mundo, Gertrudis.</p> + +<p>—Y cada mujer, una luna, ¿no es eso, don +Juan?</p> + +<p>—Cada mujer puede ser un cielo.</p> + +<p>«Este hombre me dedica un cortejeo platónico», +se dijo Gertrudis.</p> + +<p>Cuando en la casa temían por la pobre Manuela +y todos los cuidados eran para ella, cayó +de pronto en cama Ramiro, declarándosele des<span class="pagenum"><a name="Page_134" id="Page_134">[134]</a></span>de +luego una pulmonía. La pobre hospiciana +quedóse como atontada.</p> + +<p>—Déjame a mí, Manuela—le dijo Gertrudis—; +tú cuídate y cuida a lo que llevas contigo. No +te empeñes en atender a tu marido, que eso puede +agravarte.</p> + +<p>—Pero yo debo...</p> + +<p>—Tú debes cuidar de lo tuyo.</p> + +<p>—Y mi marido, ¿no es mío?</p> + +<p>—No, ahora no; ahora es tuyo tu hijo que +está por venir.</p> + +<p>La enfermedad de Ramiro se agravaba.</p> + +<p>—Temo complicaciones al corazón—sentenció +don Juan—. Le tiene débil; claro, ¡los pesares +y disgustos!</p> + +<p>—¿Pero se morirá, don Juan?—preguntó henchida +de angustia Gertrudis.</p> + +<p>—Todo pudiera ser...</p> + +<p>—Sálvele, don Juan, sálvele, como sea...</p> + +<p>—Qué más quisiera yo...</p> + +<p>—¡Ah, qué desgracia! ¡Qué desgracia!—y por +primera vez se le vió a aquella mujer tener que +sentarse y sufrir un desvanecimiento.</p> + +<p>—Es, en efecto, terrible—dijo el médico en +cuanto Gertrudis se repuso—dejar así cuatro<span class="pagenum"><a name="Page_135" id="Page_135">[135]</a></span> +hijos, ¿qué digo cuatro?, cinco se puede decir, +¡y esa pobre viuda tal como está!...</p> + +<p>—Eso es lo de menos, don Juan; para todo +eso me basto y me sobro yo. ¡Qué desgracia! +¡Qué desgracia!</p> + +<p>Y el médico se fué diciéndose: «Está visto; +esta cuñadita contaba con volver a tenerle libre +a su cuñado. Cada persona es un mundo y algunas +varios mundos. ¡Pero qué mujer! ¡Es toda +una mujer! ¡Qué fortaleza! ¡Qué sagacidad! ¡Y +qué ojos! ¡Qué cuerpo! ¡Irradia fuego!»</p> + +<p>Ramiro, una tarde en que la fiebre, remitiéndosele, +habíale dejado algo más tranquilo, llamó +a Gertrudis, le rogó que cerrara la puerta de la +alcoba, y le dijo:</p> + +<p>—Yo me muero, Tula, me muero sin remedio. +Siento que el corazón no quiere ya marchar, a +pesar de todas las inyecciones; yo me muero...</p> + +<p>—No pienses en eso, Ramiro.</p> + +<p>Pero ella también creía en aquella muerte.</p> + +<p>—Me muero, y es hora, Tula, de decirte toda +la verdad. Tú me casaste con Rosa.</p> + +<p>—Como no te decidías y dabas largas...</p> + +<p>—¿Y sabes por qué?</p> + +<p>—Sí, lo sé, Ramiro.</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_136" id="Page_136">[136]</a></span></p> + +<p>—Al principio, al veros, al ver a la pareja, +sólo reparé en Rosa; era a quien se le veía de +lejos; pero al acercarme, al empezar a frecuentaros, +sólo te vi a ti, pues eras la única a quien +desde cerca se veía. De lejos te borraba ella; de +cerca le borrabas tú.</p> + +<p>—No hables así de mi hermana, de la madre +de tus hijos.</p> + +<p>—No; la madre de mis hijos eres tú, tú, tú.</p> + +<p>—No pienses ahora sino en Rosa, Ramiro.</p> + +<p>—A la que me juntaré pronto, ¿no es eso?</p> + +<p>—¡Quién sabe...! Piensa en vivir, en tus +hijos...</p> + +<p>—A mis hijos les quedas tú, su madre.</p> + +<p>—Y en Manuela, en la pobre Manuela...</p> + +<p>—Aquel plazo, Tula, aquel plazo fatal.</p> + +<p>Los ojos de Gertrudis se hinchieron de lágrimas.</p> + +<p>—¡Tula!—gimió el enfermo, abriendo los +brazos.</p> + +<p>—¡Sí, Ramiro, sí!—exclamó ella cayendo en +ellos y abrazándole.</p> + +<p>Juntaron las bocas y así se estuvieron, sollozando.</p> + +<p>—¿Me perdonas todo, Tula?</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_137" id="Page_137">[137]</a></span></p> + +<p>—No, Ramiro, no; eres tú quien tienes que +perdonarme.</p> + +<p>—¿Yo?</p> + +<p>—¡Tú! Una vez hablabas de santos que hacen +pecadores. Acaso he tenido una idea inhumana +de la virtud. Pero cuando lo primero, cuando te +dirigiste a mi hermana, yo hice lo que debí hacer. +Además, te lo confieso, el hombre, todo +hombre, hasta tú, Ramiro, hasta tú, me ha dado +miedo siempre; no he podido ver en él sino el +bruto. Los niños, sí; pero el hombre... He huído +del hombre...</p> + +<p>—Tienes razón, Tula.</p> + +<p>—Pero ahora descansa, que estas emociones +así pueden dañarte.</p> + +<p>Le hizo guardar los brazos bajo las mantas, +le arropó, le dió un beso en la frente como se +le da a un niño—y un niño era entonces para +ella—y se fué. Mas al encontrarse sola se dijo: +«¿Y si se repone y cura? ¿Si no se muere? +¿Ahora que ha acabado de romperse el secreto +entre nosotros? ¿Y la pobre Manuela? ¡Tendré +que marcharme! ¿Y adónde? ¿Y si Manuela se +muere y vuelve él a quedarse libre?» Y fué a +ver a Manuela, a la que encontró postradísima.</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_138" id="Page_138">[138]</a></span></p> + +<p>Al siguiente día llevó a los niños al lecho del +padre, ya sacramentado y moribundo; los levantó +uno a uno y les hizo que le besaran. Luego +fué, apoyada en ella, en Gertrudis, Manuela, y +de poco se muere de la congoja que le dió sobre +el enfermo. Hubo que sacarla y acostarla. +Y poco después, cojido de una mano a otra de +Gertrudis, y susurrando: «¡Adiós, mi Tula!», rindió +el espíritu con el último huelgo Ramiro. Y +ella, la tía, vació su corazón en sollozos de congoja +sobre el cuerpo exánime del padre de sus +hijos, de su pobre Ramiro.</p> + +<hr class="chap" /> + +<p class="p6"><span class="pagenum"><a name="Page_139" id="Page_139">[139]</a></span></p> + + + + +<h2>XVI</h2> + + +<p><span class="smcap">Apenas</span>, fuera de la soberana, hubo abatimiento +en aquel hogar, pues los niños eran +incapaces de darse cuenta de lo que había pasado, +y Manuela, la viuda casi sin saberlo, concentraba +su vida y su ánimo todos en luchar, al +modo de una planta, por la otra vida que llevaba +en su seno y aun repitiendo, como un gemido +de res herida, que se quería morir. Gertrudis +proveía a todo.</p> + +<p>Cerró los ojos al muerto, no sin decirse: «¿Me +estará mirando todavía...?» Le amortajó como +lo había hecho con su tío, cubriéndole con un +hábito sobre la ropa con que murió, y sin quitarle +ésta, y luego, quebrantada por un largo +cansancio, por fatiga de años, juntó un momento +su boca a la boca fría de Ramiro, y repasó +sus vidas, que era su vida. Cuando el llanto<span class="pagenum"><a name="Page_140" id="Page_140">[140]</a></span> +de uno de los niños, del pequeñito, del hijo de +la hospiciana, le hizo desprenderse del muerto +e ir a cojer y acallar y mimar al que vivía.</p> + +<p>Manuela iba hundiéndose.</p> + +<p>—Yo, señora, me muero; no voy a poder resistir +esta vez; este parto me cuesta la vida.</p> + +<p>Y así fué. Dió a luz una niña, pero se iba en +sangre. La niña misma nació envuelta en sangre. +Y Gertrudis tuvo que vencer la repugnancia +que la sangre, sobre todo la negra y cuajada, le +producía. Siempre le costó una terrible brega +consigo misma al vencer este asco. Cuando una +vez, poco antes de morir, su hermana Rosa tuvo +un vómito, de ella Gertrudis huyó despavorida. +Y no era miedo, no; era, sobre todo, asco.</p> + +<p>Murió Manuela clavados en los ojos de Gertrudis +sus ojos, donde vagaban figuras de niebla +sobre las sombras del Hospicio.</p> + +<p>—Por tus hijos no pases cuidado—le había +dicho Gertrudis—, que yo he de vivir hasta dejarlos +colocados y que se puedan valer por sí +en el mundo, y si no les dejaré sus hermanos. +Cuidaré sobre todo de esta última, ¡pobrecilla!, +la que te cuesta la vida. Yo seré su madre y su +padre.</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_141" id="Page_141">[141]</a></span></p> + +<p>—¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Dios se lo pagará! +¡Es una santa!</p> + +<p>Y quiso besarle la mano, pero Gertrudis se +inclinó a ella, la besó en la frente y le puso su +mejilla a que se la besase. Y esas expresiones de +gratitud repetíalas la hospiciana como quien recita +una lección aprendida desde niña. Y murió +como había vivido, como una res sumisa y paciente, +más bien como un enser.</p> + +<p>Y fué esta muerte, tan natural, la que más +ahondó en el ánimo de Gertrudis, que había +asistido a otras tres ya. En ésta creyó sentir mejor +el sentido del enigma. Ni la de su tío, ni la +de su hermana, ni la de Ramiro horadaron tan +hondo el agujero que se iba abriendo en el centro +de su alma. Era como si esta muerte confirmara +las otras tres, como si las iluminara a +la vez.</p> + +<p>En sus solitarias cavilaciones se decía: «Los +otros se murieron; ¡a esta la han matado...! ¡la +ha matado...! ¡la hemos matado! ¿No la he matado +yo más que nadie? ¿No la he traído yo a +este trance? ¿Pero es que la pobre ha vivido? +¿Es que pudo vivir? ¿Es que nació acaso? Si +fué expósita, ¿no ha sido <i>exposición</i> su muerte?<span class="pagenum"><a name="Page_142" id="Page_142">[142]</a></span> +¿No lo fué su casamiento? ¿No la hemos echado +en el torno de la eternidad para que entre al hospicio +de la Gloria? ¿No será allí hospiciana también?» +Y lo que más le acongojaba era el pensamiento +tenaz que le perseguía de lo que sentiría +Rosa al recibirla al lado suyo, al lado de Ramiro, +y conocerla en el otro mundo. Su tío, el +buen sacerdote que les crió, cumplió su misión en +este mundo, protegió con su presencia la crianza +de ellas; su hermana Rosa logró su deseo y +gozó y dejó los hijos que había querido tener; +Ramiro... ¿Ramiro? Sí, también Ramiro hizo su +travesía, aunque a remo y de espaldas a la estrella +que le marcaba rumbo, y sufrió, pero con +noble sufrir, y pecó y purgó su pecado; pero, ¡y +esta pobre que ni sufrió siquiera, que no pecó, +sino se pecó en ella y murió huérfana!... «Huérfana +también murió Eva...», pensaba Gertrudis. +Y luego: «¡No; tuvo a Dios de padre! ¿Y madre? +Eva no conoció madre... ¡Así se explica el pecado +original!... ¡Eva murió huérfana de humanidad!» +Y Eva le trajo el recuerdo del relato del +<i>Génesis</i>, que había leído poco antes, y cómo el +Señor alentó al hombre por la nariz soplo de +vida, y se imaginó que se la quitase por manera<span class="pagenum"><a name="Page_143" id="Page_143">[143]</a></span> +análoga. Y luego se figuraba que a aquella pobre +hospiciana, cuyo sentido de vida no comprendía, +le quitó Dios la vida de un beso, posando +sus infinitos labios invisibles, los que se +cierran formando el cielo azul, sobre los labios, +azulados por la muerte, de la pobre muchacha, +y sorbiéndole el aliento así.</p> + +<p>Y ahora quedábase Gertrudis con sus cinco +crías, y bregando, para la última, con amas.</p> + +<p>El mayor, Ramirín, era la viva imagen de su +padre, en figura y en gestos, y su tía proponíase +combatir en él desde entonces, desde pequeño, +aquellos rasgos e inclinaciones de aquel que, +observando a éste, había visto que más le perjudicaban. +«Tengo que estar alerta—se decía +Gertrudis—para cuando en él se despierte el +hombre, el macho más bien, y educarle a que +haga su elección con reposo y tiento.» Lo malo +era que su salud no fuese del todo buena y su +desarrollo difícil y hasta doliente.</p> + +<p>Y a todos había que sacarlos adelante en la +vida y educarlos en el culto a sus padres perdidos.</p> + +<p>¿Y los pobres niños de la hospiciana? «Esos +también son míos—pensaba Gertrudis—; tan<span class="pagenum"><a name="Page_144" id="Page_144">[144]</a></span> +míos como los otros, como los de mi hermana, +más míos aún. Porque éstos son hijos de mi pecado. +¿Del mío? ¿No más bien el de él? ¡No, de +mi pecado! ¡Son los hijos de mi pecado! ¡Sí, de +mi pecado! ¡Pobre chica!» Y le preocupaba sobre +todo la pequeñita.</p> + +<hr class="chap" /> + +<p class="p6"><span class="pagenum"><a name="Page_145" id="Page_145">[145]</a></span></p> + + + + +<h2>XVII</h2> + + +<p><span class="smcap">Gertrudis</span>, molesta por las insinuaciones de +don Juan, el médico, que menudeaba las +visitas para los niños, y aun pretendió verla a +ella como enferma, cuando no sabía que adoleciese +de cosa alguna, le anunció un día hallarse +dispuesta a cambiar de médico.</p> + +<p>—¿Cómo así, Gertrudis?</p> + +<p>—Pues muy claro: le observo a usted singularidades +que me hacen temer que está entrando +en la chochera de una vejez prematura, y para +médico necesitamos un hombre con el seso bien +despejado y despierto.</p> + +<p>—Muy bien; pues que ha llegado el momento, +usted me permitirá que le hable claro.</p> + +<p>—Diga lo que quiera, don Juan, mas en la inteligencia +de que es lo último que dirá en esta +casa.</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_146" id="Page_146">[146]</a></span></p> + +<p>—¡Quién sabe!...</p> + +<p>—Diga.</p> + +<p>—Yo soy viudo y sin hijos, como usted sabe, +Gertrudis. Y adoro a los niños.</p> + +<p>—Pues vuélvase usted a casar.</p> + +<p>—A eso voy.</p> + +<p>—¡Ah! ¿Y busca usted consejo de mí?</p> + +<p>—Busco más que consejo.</p> + +<p>—¿Que le encuentre yo novia?</p> + +<p>—Yo soy médico, le digo, y no sólo no +tuve hijos de mi mujer, que era viuda, y perdimos +el que ella me trajo al matrimonio, ¡aún le +lloro al pobrecillo!, sino que sé, sé positivamente, +sé con toda seguridad, que no he de tener +nunca hijos propios, que no puedo tenerlos. +Aunque no por eso, claro está, me sienta menos +hombre que otro cualquiera; ¿usted me entiende, +Gertrudis?</p> + +<p>—Quisiera no entenderle a usted, don Juan.</p> + +<p>—Para acabar, yo creo que a estos niños, a +estos sobrinos de usted y a los otros dos acaso...</p> + +<p>—Son tan sobrinos para mí como los otros, +más bien hijos.</p> + +<p>—Bueno, pues que a estos hijos de usted, ya +que por tales les tiene, no les vendría mal un<span class="pagenum"><a name="Page_147" id="Page_147">[147]</a></span> +padre, y un padre no mal acomodado y hasta +regularmente rico.</p> + +<p>—¿Y eso es todo?</p> + +<p>—Sí, que yo creo que hasta necesitan padre.</p> + +<p>—Les basta, don Juan, con el Padre nuestro +que está en los cielos.</p> + +<p>—Y como madre usted, que es la representante +de la Madre Santísima, ¿no es eso?</p> + +<p>—Usted lo ha dicho, don Juan, y por última +vez en esta casa.</p> + +<p>—¿De modo que...?</p> + +<p>—Que toda esa historia de la necesidad que +siente de tener hijos y de su incapacidad para +tenerlos, ¿le he entendido bien, don Juan?</p> + +<p>—Perfectamente, y esto último, por supuesto, +quede entre los dos.</p> + +<p>—No seré yo quien le estorbe otro matrimonio. +Y esa historia, digo, no me ha convencido +de que usted busque hijos que adoptar, que eso +le será muy fácil y casándose, sino que me busca +a mí y me buscaría aunque estuviese sola y +hubiésemos de vivir solos y sin hijos; ¿le he entendido, +don Juan? ¿Me entiende usted?</p> + +<p>—Cierto es, Gertrudis, que si estuviese sola +lo mismo me casaría con usted, si usted lo qui<span class="pagenum"><a name="Page_148" id="Page_148">[148]</a></span>siera, +¡claro!, porque yo soy muy claro, muy +claro, y es usted la que me atrae; pero en ese +caso nos quedaba el adoptar hijos de cualquier +modo, aunque fuese sacándolos del Hospicio. +Pues ya he podido ver que usted, como yo, se +muere por los niños y que los necesita y los +busca y los adora.</p> + +<p>—Pero ni usted ni nadie ha visto, don Juan, +que yo haya sido y sea incapaz de hacerlos; nadie +puede decir que yo sea estéril, y no vuelva +a poner los pies en esta casa.</p> + +<p>—¿Por qué, Gertrudis?</p> + +<p>—¡Por puerco!</p> + +<p>Y así se despidieron para siempre.</p> + +<p>Mas luego que le hubo así despachado entróle +una desdeñosa lástima, un lastimero desdén de +aquel hombre. «¿No le he tratado con demasiada +dureza?—se decía—. El hombre me sacaba de +quicio, es cierto; sus miradas me herían más que +sus palabras, pero debí tratarle de otro modo. +El pobrecillo parece que necesita remedio, pero +no el que él busca, sino otro, un remedio heroico +y radical.» Pero cuando supo que don Juan +se remediaba empezó a pensar si era, en efecto, +calor de hogar lo que buscaba, aunque bien<span class="pagenum"><a name="Page_149" id="Page_149">[149]</a></span> +pronto dió en otra sospecha que le sublevó aún +más el corazón. «¡Ah—se dijo—, lo que necesita +es una de casa, una que le cuide, que le ponga +sobre la cama la ropa limpia, que haga que se +le prepare el puchero... peor, peor que el remedio, +peor aún! ¡Cuando una no es remedio +es animal doméstico y la mayor parte de las veces +ambas cosas a la vez! Estos hombres... ¡O +porquería o poltronería! ¡Y aún dicen que el cristianismo +redimió nuestra suerte, la de las mujeres!» +Y al pensar esto, acordándose de su buen +tío, se santiguó diciéndole: «¡No, no lo volveré a +pensar...!»</p> + +<p>¿Pero quién enfrenaba a un pensamiento que +mordía en el fruto de la ciencia del mal? «¡El +cristianismo, al fin, y a pesar de la Magdalena, +es religión de hombres—se decía Gertrudis—; +masculinos el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo...!» +¿Pero y la Madre? La religión de la Madre +está en: «He aquí la criada del Señor; hágase +en mí según tu palabra» y en pedir a su Hijo +que provea de vino a unas bodas, de vino que +embriaga y alegra y hace olvidar penas, y para +que el Hijo le diga: «¿Qué tengo yo que ver +contigo, mujer? Aún no ha venido mi hora.»<span class="pagenum"><a name="Page_150" id="Page_150">[150]</a></span> +¿Qué tengo que ver contigo...? Y llamarle mujer +y no madre... Y volvió a santiguarse, esta vez +con verdadero temblor. Y es que el demonio +de su guarda—así creía ella—le susurró: «¡Hombre +al fin!»</p> + +<hr class="chap" /> + +<p class="p6"><span class="pagenum"><a name="Page_151" id="Page_151">[151]</a></span></p> + + + + +<h2>XVIII</h2> + + +<p><span class="smcap">Corrieron</span> unos años apacibles y serenos. La +orfandad daba a aquel hogar, en el que de +nada de bienestar se carecía, una íntima luz espiritual +de serena calma. Apenas si había que +pensar en el día de mañana. Y seguían en él +viviendo, con más dulce imperio que cuando +respirando llenaban con sus cuerpos sus sitios, +los tres que le dieron a Gertrudis masa con que +fraguarlo, Ramiro y sus dos mujeres de carne y +hueso. De continuo hablaba Gertrudis de ellos +a sus hijos. «¡Mira que te está mirando tu madre!» +o «¡Mira que te ve tu padre!» Eran sus +dos más frecuentes amonestaciones. Y los retratos +de los que se fueron presidían el hogar +de los tres.</p> + +<p>Los niños, sin embargo, íbanlos olvidando. +Para ellos no existían sino en las palabras de<span class="pagenum"><a name="Page_152" id="Page_152">[152]</a></span> +mamá Tula, que así la llamaban todos. Los recuerdos +directos del mayorcito, de Ramirín, se +iban perdiendo y fundiendo en los recuerdos de +lo que de ellos oía contar a su tía. Sus padres +eran ya para él una creación de ésta.</p> + +<p>Lo que más preocupaba a Gertrudis era evitar +que entre ellos naciese la idea de una diferencia, +de que había dos madres, de que no +eran sino medio hermanos. Mas no podía evitarlo. +Sufrió en un principio la tentación de decirles +que las dos, Rosa y Manuela, eran, como +ella misma, madres de todos ellos, pero vió la +imposibilidad de mantener mucho tiempo el +equívoco; y, sobre todo, el amor a la verdad, un +amor en ella desenfrenado, le hizo rechazar tal +tentación al punto.</p> + +<p>Porque su amor a la verdad confundíase en +ella con su amor a la pureza. Repugnábanle esas +historietas corrientes con que se trata de engañar +la inocencia de los niños, como la de decirles +que los traen a este mundo desde París, +donde los compran. «¡Buena gana de gastar +el dinero en tonto!»—había dicho un niño que +tenía varios hermanos y a quien le dijeron que +a un amiguito suyo le iban a traer pronto un<span class="pagenum"><a name="Page_153" id="Page_153">[153]</a></span> +hermanito sus padres. «Buena gana de gastar +mentiras en balde»—se decía Gertrudis; añadiéndose: +«toda mentira es cuando menos en +balde».</p> + +<p>—Me han dicho que soy hijo de una criada +de mi padre; que mi mamá fué criada de la +mamá de mis hermanos.</p> + +<p>Así fué diciendo un día a casa el hijo de Manuela. +Y la tía Tula, con su voz más seria y delante +de todos, le contestó:</p> + +<p>—Aquí todos sois hermanos, todos sois hijos +de un mismo padre y de una misma madre, que +soy yo.</p> + +<p>—¿Pues no dices, mamita, que hemos tenido +otra madre?</p> + +<p>—La tuvisteis, pero ahora la madre soy yo; ya +lo sabéis. ¡Y que no se vuelva a hablar de eso!</p> + +<p>Mas no lograba evitar el que se trasparentara +que sentía preferencias. Y eran por el mayor, el +primogénito, Ramirín, al que engendró su padre +cuando aún tuviera reciente en el corazón el +cardenal del golpe que le produjo el haber tenido +que escojer entre las dos hermanas, o mejor +el haber tenido que aceptar de mandato de Gertrudis +a Rosa, y por la pequeñuela, por Mano<span class="pagenum"><a name="Page_154" id="Page_154">[154]</a></span>lita, +pálido y frágil botoncito de rosa que hacía temer +lo hiciese ajarse un frío o un ardor tempranos.</p> + +<p>De Ramirín, del mayor, una voz muy queda, +muy sumisa, pero de un susurro sibilante y diabólico, +que Gertrudis solía oir que brotaba de +un rincón de las entrañas de su espíritu—y al +oirla se hacía, santiguándose, una cruz sobre la +frente y otra sobre el pecho, ya que no pudiese +taparse los oídos íntimos de aquélla y de éste—de +Ramirín decíale ese tentador susurro que +acaso cuando le engendró su padre soñaba más +en ella, en Gertrudis, que en Rosa. Y de Manolita, +de la hija de la muerte de la hospiciana, se +decía que sin su decisión de casar segunda +vez a Ramiro, sin aquel haberle obligado a redimir +su pecado y a rescatar a la víctima de él, a +la pobre Manuela, no viviría el pálido y frágil +botoncito.</p> + +<p>¡Y lo que le costó criarla! Porque el primer +hijo de Ramiro y Manuela fué criado por ésta, +por su madre. La cual, sumisa siempre como +una res, y ayudada a la vez por su natural instinto, +no intentó siquiera rehusarlo a pesar de +la endeblez de su carne, pero fué con el hombre, +fué con el marido, con quien tuvo que bre<span class="pagenum"><a name="Page_155" id="Page_155">[155]</a></span>gar +Gertrudis. Porque Ramiro, viendo la flaqueza +de su pobre mujer, procuró buscar nodriza +a su hijo. Y fué Gertrudis la que le obligó a +casarse con aquélla, quien se plantó en firme en +que había de ser la madre misma quien criara al +hijo. «No hay leche como la de la madre»—repetía, +y al redargüir su cuñado: «Sí, pero es +tan débil que corren peligro ella y el niño, y +éste se criará enclenque», replicaba implacable +la soberana del hogar: «¡Pretextos y habladurías! +Una mujer a la que se le puede alimentar, +puede siempre criar y la naturaleza ayuda, y en +cuanto al niño, te repito que la mejor leche es +la de la madre, si no está envenenada.» Y luego, +bajando la voz, agregaba: «Y no creo que le +hayas envenenado la sangre a tu mujer.» Y Ramiro +tenía que someterse. Y la querella terminó +un día en que a nuevas instancias del hombre, +que vió que su nueva mujer sufrió un vahido, +para que le desahijaran el hijo, la soberana del +hogar, cojiéndole aparte, le dijo: «¡Pero qué +empeño, hombre! Cualquiera creería que te estorba +el hijo...»</p> + +<p>—¿Cómo que me estorba el hijo...? No lo +comprendo...</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_156" id="Page_156">[156]</a></span></p> + +<p>—¿No lo comprendes? ¡Pues yo sí!</p> + +<p>—Como no te expliques...</p> + +<p>—¿Que me explique? ¿Te acuerdas de lo de +aquel bárbaro de Pascualón, el guarda de tu +cortijo de Majadalaprieta?</p> + +<p>—¿Qué? ¿Aquello que comentamos de la insensibilidad +con que recibió la muerte de su +hijo...?</p> + +<p>—Sí.</p> + +<p>—¿Y qué tiene que ver esto con aquello? Por +Dios, Tula...</p> + +<p>—Que a mí aquello me llegó al fondo del +alma, me hirió profundamente y quise averiguar +la raíz del mal...</p> + +<p>—Tu manía de siempre...</p> + +<p>—Sí, ya me decía el pobre tío que yo era +como Eva, empeñada en conocer la ciencia del +bien y del mal.</p> + +<p>—¿Y averiguaste...?</p> + +<p>—Que a aquel... hombre...</p> + +<p>—¿Ibas a decir...?</p> + +<p>—Que a aquel hombre, digo, le estorbaba +el niño para más cómodamente disponer de su +mujer. ¿Lo entiendes?</p> + +<p>—¡Qué barbaridad!</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_157" id="Page_157">[157]</a></span></p> + +<p>Pero ya Ramiro tuvo que darse por vencido y +dejó que su Manuela criara al niño mientras +Gertrudis lo dispusiese así.</p> + +<p>Y ahora se encontraba ésta con que tenía que +criar a la pequeñuela, a la hija de la muerte, y +que forzosamente había de dársela a una madre +de alquiler, buscándole un pecho mercenario. Y +esto le horrorizaba. Horrorizábale porque temía +que cualquier nodriza, y más si era soltera, pudiese +tener envenenada, con la sangre, la leche, +y abusase de su posición. «Si es soltera—se decía—, +¡malo! Hay que vigilarla para que no +vuelva al novio o acaso a otro cualquiera, y si es +casada, malo también, y peor aún si dejó al hijo +propio para criar el ajeno.» Porque esto era lo +que sobre todo le repugnaba. Vender el jugo +maternal de las propias entrañas para mantener +mal, para dejarlos morir acaso de hambre, a los +propios hijos, era algo que le causaba dolorosos +retortijones en las entrañas maternales. Y así es +como se vió desde un principio en conflicto con +las amas de cría de la pobre criatura, y teniendo +que cambiar de ellas cada cuatro días. ¡No poder +criarle ella misma! Hasta que tuvo que acudir +a la lactancia artificial.</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_158" id="Page_158">[158]</a></span></p> + +<p>Pero el artificio se hizo en ella arte, y luego +poesía, y por fin más profunda naturaleza que la +del instinto ciego. Fué un culto, un sacrificio, +casi un sacramento. El biberón, ese artefacto +industrial, llegó a ser para Gertrudis el símbolo +y el instrumento de un rito religioso. Limpiaba +los botellines, cocía los pisgos cada vez que los +había empleado, preparaba y esterilizaba la leche +con el ardor recatado y ansioso con que +una sacerdotisa cumpliría un sacrificio ritual. +Cuando ponía el pisgo de caucho en la boquita +de la pobre criatura, sentía que le palpitaba y +se le encendía la propia mama. La pobre criatura +posaba alguna vez su manecita en la mano +de Gertrudis, que sostenía el frasco.</p> + +<p>Se acostaba con la niña, a la que daba calor +con su cuerpo, y contra éste guardaba el frasco +de la leche por si de noche se despertaba aquélla +pidiendo alimento. Y se le antojaba que el +calor de su carne, enfebrecida a ratos por la fiebre +de la maternidad virginal, de la virginidad +maternal, daba a aquella leche industrial una +virtud de vida materna y hasta que pasaba a +ella, por misterioso modo, algo de los ensueños +que habían florecido en aquella cama solitaria.<span class="pagenum"><a name="Page_159" id="Page_159">[159]</a></span> +Y al darle de mamar, en aquel artilugio, por la +noche, a oscuras y a solas las dos, poníale a la +criaturita uno de sus pechos estériles, pero henchidos +de sangre, al alcance de las manecitas +para que siquiera las posase sobre él mientras +chupaba el jugo de vida. Antojábasele que así +una vaga y dulce ilusión animaría a la huérfana. +Y era ella, Gertrudis, la que así soñaba. ¿Qué? +Ni ella misma lo sabía bien.</p> + +<p>Alguna vez la criaturita se vomitó sobre aquella +cama, limpia siempre hasta entonces como +una patena, y de pronto sintió Gertrudis la punzada +de la mancha. Su pasión morbosa por la +pureza, de que procedía su culto místico a la +limpieza, sufrió entonces, y tuvo que esforzarse +para dominarse. Comprendía, sí, que no cabe +vivir sin mancharse y que aquella mancha era +inocentísima, pero los cimientos de su espíritu +se conmovían dolorosamente con ello. Y luego +le apretaba a la criaturita contra sus pechos pidiéndole +perdón en silencio por aquella tentación +de su pureza.</p> + +<hr class="chap" /> + +<p class="p6"><span class="pagenum"><a name="Page_161" id="Page_161">[161]</a></span></p> + + + + +<h2>XIX</h2> + + +<p><span class="smcap">Fuera</span> de este cuidado maternal por la pobre +criaturita de la muerte de Manuela, cuidado +que celaba una expiación y un culto místicos, +y sin desatender a los otros y esforzándose +por no mostrar preferencias a favor de los de +su sangre, Gertrudis se preocupaba muy en especial +de Ramirín y seguía su educación paso a +paso, vigilando todo lo que en él pudiese recordar +rasgos de su padre, a quien físicamente se +parecía mucho. «Así sería a su edad»—pensaba +la tía y hasta buscó y llegó a encontrar entre los +papeles de su cuñado retratos de cuando éste +era un chicuelo y los miraba y remiraba para +descubrir en ellos al hijo. Porque quería hacer +de éste lo que de aquél habría hecho a haberle +conocido y podido tomar bajo su amparo y<span class="pagenum"><a name="Page_162" id="Page_162">[162]</a></span> +crianza cuando fué un mozuelo a quien se le +abrían los caminos de la vida. «Que no se equivoque +como él—se decía—, que aprenda a detenerse +para elegir, que no encadene la voluntad +antes de haberla asentado en su raíz viva, en el +amor perfecto y bien alumbrado, a la luz que +le sea propia.» Porque ella creía que no era al +suelo, sino al cielo, a lo que había que mirar +antes de plantar un retoño; no al mantillo de la +tierra, sino a las razas de lumbre que del sol le +llegaran, y que crece mejor el arbolito que prende +sobre una roca al solano dulce del mediodía +que no el que sobre un mantillo vicioso y graso +se alza a la umbría. La luz era la pureza.</p> + +<p>Fué con Ramirín aprendiendo todo lo que él +tenía que aprender, pues le tomaba a diario las +lecciones. Y así satisfacía aquella ansia por saber +que desde niña le había aquejado y que hizo +que su tío le comparase alguna vez con Eva. Y +de entre las cosas que aprendió con su sobrino +y para enseñárselas, pocas le interesaron más +que la geometría. ¡Nunca lo hubiese ella creído! +Y es que en aquellas demostraciones de la geometría, +ciencia árida y fría al sentir de los más, +encontraba Gertrudis un no sabía qué de lumi<span class="pagenum"><a name="Page_163" id="Page_163">[163]</a></span>nosidad +y de pureza. Años después, ya mayor +Ramirín, y cuando el polvo que fué la carne de +su tía reposaba bajo tierra, sin luz de sol, recordaba +el entusiasmo con que un día de radiante +primavera le explicaba cómo no puede haber +más que cinco y sólo cinco poliedros regulares; +tres formados de triángulos: el tetraedro, de cuatro; +el octaedro, de ocho, y el icosaedro, de +veinte; uno de cuadrados: el cubo, de seis, y +uno de pentágonos: el dodecaedro, de doce. +«¿Pero no ves qué claro?», me decía—contaba +el sobrino—; «¿no lo ves?, sólo cinco y no más +que cinco, ni uno menos, ni uno más, ¡qué bonito! +¡Y no puede ser de otro modo, tiene que +ser así!», y al decirlo me mostraba los cinco modelos +en cartulina blanca, blanquísima, que ella +misma había construído, con sus santas manos, +que eran prodigiosas para toda labor, y parecía +como si acabase de descubrir por sí misma la +ley de los cinco poliedros regulares... ¡pobre tía +Tula! Y recuerdo que como a uno de aquellos +modelos geométricos le cayera una mancha de +grasa, hizo otro porque decía que con la mancha +no se veía bien la demostración. Para ella +la geometría era luz y pureza.</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_164" id="Page_164">[164]</a></span></p> + +<p>En cambio huyó de enseñarle anatomía y +fisiología. «Esas son porquerías—decía—y en +que nada se sabe de cierto ni de claro.»</p> + +<p>Y lo que sobre todo acechaba era el alborear +de la pubertad en su sobrino. Quería guiarle en +sus primeros descubrimientos sentimentales y +que fuese su amor primero el último y el único. +«¿Pero es que hay un primer amor?», se preguntaba +a sí misma sin acertar a responderse.</p> + +<p>Lo que más temía era las soledades de su sobrino. +La soledad, no siendo a toda luz, la temía. +Para ella no había más soledad santa que la del +sol y la de la Virgen de la Soledad cuando se +quedó sin su Hijo, el Sol del Espíritu. «Que no +se encierre en su cuarto—pensaba—, que no esté +nunca, a poder ser, solo; hay soledad que es la +peor compañía; que no lea mucho sobre todo, +que no lea mucho; y que no se esté mirando +grabados.» No temía tanto para su sobrino a lo +vivo cuanto a lo muerto, a lo pintado. «La muerte +viene por lo muerto»—pensaba.</p> + +<p>Confesábase Gertrudis con el confesor de Ramirín, +y era para, dirigiendo al director del muchacho +en la dirección de éste, ser ella la que de +veras le dirigiese. Y por eso en sus confesiones<span class="pagenum"><a name="Page_165" id="Page_165">[165]</a></span> +hablaba más que de sí misma de su hijo mayor, +como le llamaba. «Pero es, señora, que usted +viene aquí a confesar sus pecados y no los de +otros»—le tuvo que decir alguna vez el padre +Alvarez, a lo que ella contestó: «Y si ese chico +es mi pecado...»</p> + +<p>Cuando una vez creyó observar en el muchacho +inclinaciones ascéticas, acaso místicas, acudió +alarmada al padre Alvarez.</p> + +<p>—¡Eso no puede ser, padre!</p> + +<p>—Y si Dios le llamase por ese camino...</p> + +<p>—No, no le llama por ahí; lo sé, lo sé mejor +que usted y desde luego mejor que él mismo; +eso es... la sensualidad que se le despierta...</p> + +<p>—Pero, señora...</p> + +<p>—Sí, anda triste, y la tristeza no es señal de +vocación religiosa. ¡Y remordimiento no puede +ser! ¿De qué...?</p> + +<p>—Los juicios de Dios, señora...</p> + +<p>—Los juicios de Dios son claros. Y esto es +oscuro. Quítele eso de la cabeza. ¡El ha nacido +para padre y yo para abuela!</p> + +<p>—¡Ya salió aquello!</p> + +<p>—¡Sí, ya salió aquello!</p> + +<p>—¡Y cómo le pesa a usted eso! Líbrese de ese<span class="pagenum"><a name="Page_166" id="Page_166">[166]</a></span> +peso... Me ha dicho cien veces que había ahogado +ese mal pensamiento...</p> + +<p>—¡No puedo, padre, no puedo! Que ellos, que +mis hijos—porque son mis hijos, mis verdaderos +hijos—que ellos no lo sepan, que no lo +sepan, padre, que no lo adivinen...</p> + +<p>—Cálmese, señora, por Dios, cálmese... y +deseche esas aprensiones... esas tentaciones del +Demonio, se lo he dicho cien veces... Sea la que +es... la tía Tula que todos conocemos y veneramos +y admiramos...; sí, admiramos...</p> + +<p>—¡No, padre, no! ¡Usted lo sabe! Por dentro +soy otra...</p> + +<p>—Pero hay que ocultarlo...</p> + +<p>—Sí, hay que ocultarlo, sí; pero hay días en +que siento ganas de reunir a sus hijos, a mis +hijos...</p> + +<p>—¡Sí, suyos, de usted!</p> + +<p>—¡Sí, yo madre, como usted... padre!</p> + +<p>—Deje eso, señora, deje eso...</p> + +<p>—Sí, reunirles y decirles que toda mi vida ha +sido una mentira, una equivocación, un fracaso...</p> + +<p>—Usted se calumnia, señora. Esa no es usted, +usted es la otra... la que todos conocemos... la +tía Tula...</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_167" id="Page_167">[167]</a></span></p> + +<p>—Yo le hice desgraciado, padre; yo le hice +caer dos veces: una con mi hermana, otra vez +con otra...</p> + +<p>—¿Caer?</p> + +<p>—¡Caer, sí! ¡Y fué por soberbia!</p> + +<p>—No, fué por amor, por verdadero amor...</p> + +<p>—Por amor propio, padre—y estalló a llorar.</p> + +<hr class="chap" /> + +<p class="p6"><span class="pagenum"><a name="Page_169" id="Page_169">[169]</a></span></p> + + + + +<h2>XX</h2> + + +<p><span class="smcap">Logró</span> sacar a su sobrino de aquellas veleidades +ascéticas y se puso a vigilarle, a espiar +la aparición del primer amor. «Fíjate bien, +hijo—le decía—y no te precipites, que una vez +que hayas comprometido a una no debes dejarla...»</p> + +<p>—Pero, mamá, si no se trata de compromisos... +Primero hay que probar...</p> + +<p>—No, nada de pruebas; nada de esos noviazgos; +nada de eso de «hablo con Fulana». Todo +seriamente...</p> + +<p>En rigor la tía Tula había ya hecho, por su +parte, su elección y se proponía ir llevando dulcemente +a su Ramirín a aquella que le había escojido, +a Caridad.</p> + +<p>—Parece que te fijas en Carita—le dijo un día.</p> + +<p>-¡Psé!</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_170" id="Page_170">[170]</a></span></p> + +<p>—Y ella en ti, si no me equivoco.</p> + +<p>—Y tú en los dos, a lo que parece...</p> + +<p>—¿Yo? Eso es cosa vuestra, hijo mío, cosa +vuestra...</p> + +<p>Pero les fué llevando el uno al otro, y consiguió +su propósito. Y luego se propuso casarlos +cuanto antes. «Y que venga acá—decía—y viviremos +todos juntos, que hay sitio para todos... +¡Una hija más!»</p> + +<p>Y cuando hubo llevado a Carita a su casa, +como mujer de su sobrino, era con ésta con la +que tenía sus confidencias. Y era de quien trataba +de sonsacar lo íntimo de su sobrino.</p> + +<p>Le obligó, ya desde un principio, a que le tutease +y le llamase madre. Y le recomendaba que +cuidase sobre todo de la pequeñita, de la mansa, +tranquila y medrosica Manolita.</p> + +<p>—Mira, Caridad—le decía—, cuida sobre +todo de esa pobrecita, que es lo más inocente y +lo más quebradizo que hay y buena como el +pan... Es mi obra...</p> + +<p>—Pero si la pobrecita apenas levanta la voz... +si ni se le siente andar por la casa... Parece como +que tuviera vergüenza hasta de presentarse...</p> + +<p>—Sí, sí, es así... Harto he hecho por infun<span class="pagenum"><a name="Page_171" id="Page_171">[171]</a></span>dirle +valor, pero en no estando arrimada a mí, +cosida a mi falda, la pobrecita se encuentra como +perdida. ¡Claro, como criada con biberón!</p> + +<p>—El caso es que es laboriosa, obediente, servicial, +pero ¡habla tan poco...! ¡Y luego no se la +oye reir nunca...!</p> + +<p>—Sólo alguna vez cuando está a solas conmigo, +porque entonces es otra cosa, es otra Manolita... +entonces resucita... Y trato de animarla, +de consolarla, y me dice: «No te canses, mamita, +que yo soy así... y además, no estoy triste...»</p> + +<p>—Pues lo parece...</p> + +<p>—Lo parece, sí, pero he llegado a creer que +no lo está. Porque yo, yo misma, ¿qué te parezco, +Carita, triste o alegre?</p> + +<p>—Usted, tía...</p> + +<p>—¿Qué es eso de usted y de tía?</p> + +<p>—Bueno, tú, mamá, tú... pues no sé si eres +triste o alegre, pero a mí me pareces alegre...</p> + +<p>—¿Te parezco así? ¡Pues basta!</p> + +<p>—Por lo menos a mí me alegras...</p> + +<p>—Y es a lo que nos manda Dios a este mundo, +a alegrar a los demás.</p> + +<p>—Pero para alegrar a los demás hay que +estar alegre una...</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_172" id="Page_172">[172]</a></span></p> + +<p>—O no...</p> + +<p>—¿Cómo no?</p> + +<p>—Nada alegra más que un rayo de sol, sobre +todo si da sobre la verdura del follaje de un +árbol, y el rayo de sol no está ni alegre ni triste, +y quién sabe... acaso su propio fuego le consume... +El rayo de sol alegra porque está limpio; +todo lo limpio alegra... Y esa pobre Manolita +debe alegrarte, porque a limpia...</p> + +<p>—¡Sí, eso sí! Y luego esos ojos que tiene, que +parecen...</p> + +<p>—Parecen dos estanques quietos entre verdura... +Los he estado mirando muchas veces y +desde cerca. Y no sé de dónde ha sacado esos +ojos... No son de su madre, que tenía ojos de +tísica, turbios de fiebre... ni son los de su padre, +que eran...</p> + +<p>—¿Sabes de quién parecen esos ojos?</p> + +<p>—¿De quién?—y Gertrudis temblaba al preguntarlo.</p> + +<p>—¡Pues son tus ojos...!</p> + +<p>—Puede ser... puede ser... No me los he mirado +nunca de cerca ni puedo vérmelos desde +dentro, pero puede ser... puede ser... Al menos +le he enseñado a mirar...</p> + +<hr class="chap" /> + +<p class="p6"><span class="pagenum"><a name="Page_173" id="Page_173">[173]</a></span></p> + + + + +<h2>XXI</h2> + + +<p>¿<span class="smcap">Qué</span> le pasaba a la pobre Gertrudis que se +sentía derretir por dentro? Sin duda +había cumplido su misión en el mundo. Dejaba +a su sobrino mayor, a su Ramiro, a su otro Ramiro, +a cubierto de la peor tormenta, embarcado +en su barca de por vida, y a los otros hijos +al amparo de él; dejaba un hogar encendido y +quien cuidase de su fuego. Y se sentía deshacer. +Sufría frecuentes embaimientos, desmayos, y durante +días enteros lo veía todo como en niebla, +como si fuese bruma y humo todo. Y soñaba; +soñaba como nunca había soñado. Soñaba lo +que habría sido si Ramiro hubiese dejado por +ella a Rosa. Y acababa diciéndose que no +habrían sido de otro modo las cosas. Pero ella +había pasado por el mundo fuera del mundo. El<span class="pagenum"><a name="Page_174" id="Page_174">[174]</a></span> +padre Alvarez creía que la pobre Gertrudis chocheaba +antes de tiempo, que su robusta inteligencia +flaqueaba y que flaqueaba al peso mismo +de su robustez. Y tenía que defenderle de aquellas +sus viejas tentaciones.</p> + +<p>Cuando un día se le acercó Caridad y, al +oído, le dijo: «¡Madre...!», al notarle el rubor que +le encendía el rostro, exclamó: «¿Qué? ¿Ya?» +«¡Sí, ya!»—susurró la muchacha. «¿Estás segura?» +«¡Segura; si no, no te lo habría dicho!» +Y Gertrudis, en medio de su goce, sintió como +si una espada de hielo le atravesase por medio +el corazón. Ya no tenía qué hacer en el mundo +más que esperar al nieto, al nieto de los suyos, +de su Ramiro y su Rosa, a su nieto, e ir luego +a darles la buena nueva. Ya apenas se cuidaba +más que de Caridad, que era quien para ella llenaba +la casa. Hasta de Manolita, de su obra, se +iba descuidando, y la pobre niña lo sentía; +sentía que el esperado iba relegándole en la +sombra.</p> + +<p>—Ven acá—le decía Gertrudis a Caridad, +cuando alguna vez se encontraban a solas, ocasión +que acechaba—, ven acá, siéntate aquí, a +mi lado... ¿Qué, le sientes, hija mía, le sientes?</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_175" id="Page_175">[175]</a></span></p> + +<p>—Algunas veces...</p> + +<p>—¿No llama? ¿No tiene prisa por salir a luz, +a la luz del sol? Porque ahí dentro, a oscuras... +aunque esté ello tan tibio, tan sosegado... ¿No +da empujoncitos? Si tarda no me va a ver... no +le voy a ver... Es decir: ¡si tarda, no!, si me +apresuro yo...</p> + +<p>—Pero, madre, no diga esas cosas...</p> + +<p>—¡<i>No digas</i>, hija! Pero me siento derretir... +ya no soy para nada... Veo todo como empañado... +como en sueños... Si no lo supiera no podría +ahora decir si tu pelo es rubio o moreno...</p> + +<p>Y le acariciaba lentamente la espléndida cabellera +rubia. Y como si viese con los dedos, +añadía: «Rubia, rubia como el sol...»</p> + +<p>—Si es chico, ya lo sabes, Ramiro, y si es +chica... Rosa...</p> + +<p>—No, madre, sino Gertrudis... Tula, mamá +Tula.</p> + +<p>—¡Tula... bueno...! Y mejor si fuese una pareja, +mellizos, pero chico y chica...</p> + +<p>—¡Por Dios, madre!</p> + +<p>—¿Qué? ¿Crees que no podrías con eso? ¿Te +parece demasiado trabajo?</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_176" id="Page_176">[176]</a></span></p> + +<p>—Yo... no sé... no sé nada de eso, madre; +pero...</p> + +<p>—Sí, eso es lo perfecto, una parejita de gemelos... +un chico y una chica que han estado abrazaditos +cuando no sabían nada del mundo, +cuando no sabían ni que existían; que han estado +abrazaditos al calorcito del vientre materno... +Algo así debe de ser el cielo...</p> + +<p>—¡Qué cosas se te ocurren, mamá Tula!</p> + +<p>—No ves que me he pasado la vida soñando...</p> + +<p>Y en esto, mientras soñaba así y como para +guardar en su pecho este último ensueño y llevarlo +como viático al seno de la madre tierra, la +pobre Manolita cayó gravemente enferma. «¡Ah!, +yo tengo la culpa—se dijo Gertrudis—, yo que +con esto de la parejita de mi ensueño me he descuidado +de esa pobre avecilla... Sin duda en un +momento en que necesitaba de mi arrimo ha +debido de cojer algún frío...» Y sintió que le +volvían las fuerzas, unas fuerzas como de milagro. +Se le despejó la cabeza, y se dispuso a cuidar +a la enferma.</p> + +<p>—Pero, madre—le decía Caridad—, déjeme +que le cuide yo, que le cuidemos nosotras... entre +yo, Rosita y Elvira le cuidaremos.</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_177" id="Page_177">[177]</a></span></p> + +<p>—No; tú no puedes cuidarla como es debido, +no debes cuidarla... Tú te debes al que llevas, +a lo que llevas, y no es cosa de que por atender +a ésta malogres lo otro... y en cuanto a Rosita y +Elvira, sí, son sus hermanas, la quieren como +tales, pero no entienden de eso, y además la pobre, +aunque se aviene a todo, no se halla sin +mí... Un simple vaso de agua que yo le sirva le +hace más provecho que todo lo que los demás +le podáis hacer. Yo sola sé arreglarle la almohada +de modo que no le duela en ella la cabeza y +que no tenga luego pesadillas...</p> + +<p>—Sí, es verdad...</p> + +<p>—¡Claro, yo la crié...! Y yo debo cuidarle.</p> + +<p>Resucitó. Volvióle todo el luminoso y fuerte +aplomo de sus días más heroicos. Ya no le temblaba +el pulso ni le vacilaban las piernas. Y +cuando teniendo el vaso con la pócima medicinal +que a las veces tenía que darle, la pobre +enferma le posaba las manos febriles en sus manos +firmes y finas, pasaba sobre su enlace como +el resplandor de un dulce recuerdo, casi borrado +para la encamada. Y luego se sentaba la tía Tula +junto a la cama de la enferma y se estaba allí, y +ésta no hacía sino mirarle en silencio.</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_178" id="Page_178">[178]</a></span></p> + +<p>—¿Me moriré, mamita?—preguntaba la niña.</p> + +<p>—¿Morirte? ¡No, pobrecita alondra, no! Tú +tienes que vivir...</p> + +<p>—Mientras tú vivas...</p> + +<p>—Y después... y después...</p> + +<p>—Después... no... ¿para qué...?</p> + +<p>—Pero las muchachas deben vivir...</p> + +<p>—¿Para qué...?</p> + +<p>—Pues... para vivir... para casarse... para criar +familia...</p> + +<p>—Pues tú no te casaste, mamita...</p> + +<p>—No, yo no me casé; pero como si me hubiese +casado... Y tú tienes que vivir para cuidar +de tu hermano...</p> + +<p>—Es verdad... de mi hermano... de mis hermanos...</p> + +<p>—Sí, de todos ellos...</p> + +<p>—Pero si dicen, mamita, que yo no sirvo para +nada...</p> + +<p>—¿Y quién dice eso, hija mía?</p> + +<p>—No, no lo dicen... no lo dicen... pero lo +piensan...</p> + +<p>—¿Y cómo sabes tú que lo piensan?</p> + +<p>—¡Pues... porque lo sé! Y además, porque es +verdad... porque yo no sirvo para nada, y des<span class="pagenum"><a name="Page_179" id="Page_179">[179]</a></span>pués +de que tú te me mueras yo nada tengo que +hacer aquí... Si tú te murieras me moriría de +frío...</p> + +<p>—Vamos, vamos, arrópate bien y no digas +esas cosas... Y voy a arreglarte esa medicina...</p> + +<p>Y fué a ocultar sus lágrimas y a echarse a los +pies de su imagen de la Virgen de la Soledad y +a suplicarla: «¡Mi vida por la suya, Madre, mi +vida por la suya! Siente que yo me voy, que +me llaman mis muertos, y quiere irse conmigo; +quiere arrimarse a mí, arropada por la tierra, allí +abajo, donde no llega la luz, y que yo le preste +no sé qué calor... ¡Mi vida por la suya, Madre, mi +vida por la suya! Que no caiga tan pronto esa +cortina de tierra de las tinieblas sobre esos ojos +en que la luz no se quiebra, sobre esos ojos que +dicen que son los míos, sobre esos ojos sin mancha +que le di yo... sí, yo... Que no se muera... +que no se muera... Sálvala, Madre, aunque tenga +yo que irme sin ver al que ha de venir...»</p> + +<p>Y se cumplió su ruego.</p> + +<p>La pobre niña enferma fué recobrando vida; +volvieron los colores de rosa a sus mejillas; volvió +a mirar la luz del sol dando en el verdor de +los árboles del jardincito de la casa, pero la tía<span class="pagenum"><a name="Page_180" id="Page_180">[180]</a></span> +Tula cayó con una broncopneumonía cojida +durante la convalecencia de Manolita. Y entonces +fué ésta la que sintió que brotaba en sus entrañas +un manadero de salud, pues tenía que +cuidar a la que le había dado vida.</p> + +<p>Toda la casa vió con asombro la revelación +de aquella niña.</p> + +<p>—Di a Manolita—decía Gertrudis a Caridad—que +no se afane tanto, que aún estará débil... Tú +tampoco, por supuesto; tú te debes a los tuyos, +ya lo sabes... Con Rosita y Elvira basta... Además, +como todo ha de ser inútil... Porque yo ya +he cumplido...</p> + +<p>—Pero, madre...</p> + +<p>—Nada, lo dicho, y que esa palomita de Dios +no se malgaste...</p> + +<p>—Pero si se ha puesto tan fuerte... Jamás hubiese +creído...</p> + +<p>—Y ella que se quería morir y creía morirse... +Y yo también lo temí... ¡Porque la pobre me parecía +tan débil...! Claro, no conoció a su padre +que estaba ya herido de muerte cuando la engendró... +y en cuanto a su pobre madre, yo creo +que siempre vivió medio muerta... ¡Pero esa chica +ha resucitado!</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_181" id="Page_181">[181]</a></span></p> + +<p>—¡Sí, al verte en peligro ha resucitado!</p> + +<p>—¡Claro, es mi hija!</p> + +<p>—¿Más?</p> + +<p>—¡Sí, más! Te lo quiero declarar ahora que +estoy en el zaguán de la eternidad; si, más. ¡Ella +y tú!</p> + +<p>—¿Ella y yo?</p> + +<p>—¡Sí, ella y tú! Y porque no tenéis mi sangre. +Ella y tú. Ella tiene la sangre de Ramiro, no la +mía, pero la he hecho yo, ¡es obra mía! Y a ti yo +te casé con mi hijo.</p> + +<p>—Lo sé...</p> + +<p>—Sí, como le casé a su padre con su madre, +con mi hermana, y luego le volví a casar con la +madre de Manolita...</p> + +<p>—Lo sé... lo sé...</p> + +<p>—Sé que lo sabes, pero no todo...</p> + +<p>—No, todo no...</p> + +<p>—Ni yo tampoco... O al menos no quiero saberlo. +Quiero irme de este mundo sin saber muchas +cosas... Porque hay cosas que el saberlas +mancha... Eso es el pecado original, y la Santísima +Virgen Madre nació sin mancha de pecado +original...</p> + +<p>—Pues yo he oído decir que lo sabía todo...</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_182" id="Page_182">[182]</a></span></p> + +<p>—No, no lo sabía todo; no conocía la ciencia +del mal... que es ciencia...</p> + +<p>—Bueno, no hables tanto, madre, que te perjudica...</p> + +<p>—Más me perjudica cavilar, y si me callo cavilo... +cavilo...</p> + +<hr class="chap" /> + +<p class="p6"><span class="pagenum"><a name="Page_183" id="Page_183">[183]</a></span></p> + + + + +<h2>XXII</h2> + + +<p><span class="smcap">La</span> tía Tula no podía ya más con su cuerpo. +El alma le revoloteaba dentro de él, como +un pájaro en una jaula que se desvencija, a la +que deja con el dolor de quien le desollaran, +pero ansiando volar por encima de las nubes. +No llegaría a ver al nieto. ¿Lo sentía? «Allá +arriba, estando con ellos—soñaba—sabré cómo +es, y si es niño o niña... o los dos... y lo sabré +mejor que aquí, pues desde allí arriba se ve mejor +y más limpio lo de aquí abajo.»</p> + +<p>La última fiebre teníala postrada en cama. +Apenas si distinguía a sus sobrinos más que por +el paso, sobre todo a Caridad y a Manolita. El +paso de aquélla, de Caridad, llegábale como el +de una criatura cargada de fruto y hasta le parecía +oler a sazón de madurez. Y el de Manolita<span class="pagenum"><a name="Page_184" id="Page_184">[184]</a></span> +era tan leve como el de un pajarito que no se +sabe si corre o vuela a ras de tierra. «Cuando +ella entra—se decía la tía—siento rumor de alas +caídas y quietas.»</p> + +<p>Quiso despedirse primero de ésta, a solas, y +aprovechó un momento en que vino a traerle la +medicina. Sacó el brazo de la cama, lo alargó +como para bendecirla, y poniéndole la mano sobre +la cabeza, que ella inclinó con los claros ojos +empañados, le dijo:</p> + +<p>—¿Qué, palomita sin hiel, quieres todavía morirte...? +¡La verdad!</p> + +<p>—Si con ello consiguiera...</p> + +<p>—Que yo no me muera, ¿eh? No, no debes +querer morirte... tienes a tu hermano, a tus hermanos... +Estuviste cerca de ello, pero me parece +que la prueba te curó de esas cosas... ¿No es +así? Dímelo como en confesión, que voy a contárselo +a los nuestros...</p> + +<p>—Sí, ya no se me ocurren aquellas tonterías...</p> + +<p>—¿Tonterías? No, no eran tonterías. ¡Ah!, y +ahora que dices eso de tonterías, tráeme tu muñeca, +porque la guardas, ¿no es así? Si, sé que +la guardas... Tráeme aquella muñeca, ¿sabes? +Quiero despedirme de ella también y que se<span class="pagenum"><a name="Page_185" id="Page_185">[185]</a></span> +despida de mí... ¿Te acuerdas? Vamos, ¿a que +no te acuerdas?</p> + +<p>—Sí, madre, me acuerdo.</p> + +<p>—¿De qué te acuerdas?</p> + +<p>—De cuando se me cayó en aquel patín de la +huerta y Elvira me llamaba tonta porque lloraba +tanto y me decía que de nada sirve llorar...</p> + +<p>—Eso... eso... ¿y qué más? ¿Te acuerdas de +más?</p> + +<p>—Sí, del cuento que nos contaste entonces...</p> + +<p>—¿A ver, qué cuento?</p> + +<p>—De la niña que se le cayó la muñeca en un +pozo seco adonde no podía bajar a sacarla y se +puso a llorar, a llorar, a llorar, y lloró tanto que +se llenó el pozo con sus lágrimas y salió flotando +en ellas la muñeca...</p> + +<p>—¿Y qué dijo Elvirita a eso? ¿Qué dijo? Que +no me acuerdo...</p> + +<p>—Sí, sí se acuerda, madre...</p> + +<p>—Bueno, ¿pues qué dijo?</p> + +<p>—Dijo que la niña se quedaría seca y muerta +de haber llorado tanto...</p> + +<p>—¿Y yo qué dije?</p> + +<p>—Por Dios, madre...</p> + +<p>—Bueno, no lo digas, pero no llores así, pa<span class="pagenum"><a name="Page_186" id="Page_186">[186]</a></span>lomita, +no llores así... que por mucho que llores +no se llenará con tus lágrimas el pozo en que +voy cayendo y no saldré flotando...</p> + +<p>—Si pudiera ser...</p> + +<p>—¡Ah, sí! Si pudiera ser yo saldría a cojerte +y llevarte conmigo... Pero hay que esperar la +hora. Y cuida de tus hermanos. Te los entrego a +ti, ¿sabes? a ti. Haz que no se den cuenta de +que me he muerto.</p> + +<p>—Haré todo lo que pueda...</p> + +<p>—Y yo te ayudaré desde arriba.</p> + +<p>—Que no se enteren de que me he muerto...</p> + +<p>—Te rezaré, madre...</p> + +<p>—A la Virgen, hija, a la Virgen...</p> + +<p>—Te rezaré, madre, todas las noches antes de +acostarme...</p> + +<p>—Bueno, no llores así...</p> + +<p>—Pero si no lloro, ¿no ves que no lloro?</p> + +<p>—Para lavar los ojos cuando han visto cosas +feas no está mal, pero tú no has visto cosas feas, +no puedes verlas...</p> + +<p>—Y si es caso, cerrando los ojos...</p> + +<p>—No, no, así se ven cosas más feas. Y pide +por tu padre, por tu madre, por mí... No olvides +a tu madre...</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_187" id="Page_187">[187]</a></span></p> + +<p>—Si no la olvido...</p> + +<p>—Como no la conociste...</p> + +<p>—¡Sí, la conozco!</p> + +<p>—Pero a la otra, digo, a la que te trajo al +mundo.</p> + +<p>—¡Sí, gracias a ti la conozco; a aquélla!</p> + +<p>—¡Pobrecilla! Ella no había conocido a la +suya...</p> + +<p>—¡Su madre fuiste tú, lo sé bien!</p> + +<p>—Bueno, pero no llores...</p> + +<p>—¡Si no lloro!—y se enjugaba los ojos con el +dorso de la mano izquierda mientras con la otra +temblorosa, sostenía el vaso de la medicina.</p> + +<p>—Bueno, y ahora trae a la muñeca, que quiero +verla. ¡Ah! ¡Y allí en un rincón de aquella arquita +mía que tú sabes... ahí está la llave... sí, +ésa, ésa!... Allí donde nadie ha tocado más que +yo, y tú alguna vez; allí, junto a aquellos retratos, +¿sabes?, hay otra muñeca... la mía... la que +yo tenía siendo niña... mi primer cariño... ¿el +primero?... ¡bueno! Tráemela también... Pero +que no se entere ninguna de ésas, no digan que +son tonterías nuestras, porque las tontas somos +nosotras... Tráeme las dos muñecas, que me despida +de ellas, y luego nos pondremos serias para<span class="pagenum"><a name="Page_188" id="Page_188">[188]</a></span> +despedirnos de los otros... Vete, que me viene un +mal pensamiento—y se santiguó.</p> + +<p>El mal pensamiento era que el susurro diabólico +allá, en el fondo de las entrañas doloridas +con el dolor de la partida, le decía: «¡muñecos +todos!»</p> + +<hr class="chap" /> + +<p class="p6"><span class="pagenum"><a name="Page_189" id="Page_189">[189]</a></span></p> + + + + +<h2>XXIII</h2> + + +<p><span class="smcap">Luego</span> llamó a todos, y Caridad entre ellos.</p> + +<p>—Esto es, hijos míos, la última fiebre, el +principio del fuego del Purgatorio...</p> + +<p>—Pero qué cosas dices, mamá...</p> + +<p>—Sí; el fuego del Purgatorio, porque en el +Infierno no hay fuego... el Infierno es de hielo +y nada más que de hielo. Se me está quemando +la carne... Y lo que siento es irme sin ver, sin +conocer, al que ha de llegar... o a la que ha de +llegar... o a los que han de llegar...</p> + +<p>—Vamos, mamá...</p> + +<p>—Bueno, tú, Cari, cállate y no nos vengas +ahora con vergüenza... Porque yo querría contarles +todo a los que me llaman... Vamos, no +lloréis así... Allí están... los tres...</p> + +<p>—Pero no digas esas cosas...</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_190" id="Page_190">[190]</a></span></p> + +<p>—Ah, ¿queréis que os diga cosas de reir? Las +tonterías ya nos las hemos dicho Manolita y yo, +las dos tontas de la casa, y ahora hay que hacer +esto como se hace en los libros...</p> + +<p>—Bueno, ¡no hables tanto! El médico ha dicho +que no se te deje hablar mucho.</p> + +<p>—¿Ya estás ahí tú, Ramiro? ¡El hombre! ¿El +médico dices? ¿Y qué sabe el médico? No le +hagáis caso... Y además es mejor vivir una hora +hablando que dos días más en silencio. Ahora +es cuando hay que hablar. Además, así me distraigo +y no pienso en mis cosas...</p> + +<p>—Pues ya sabes que el padre Alvarez te ha +dicho que pienses ahora en tus cosas...</p> + +<p>—Ah, ¿ya estás ahí tú, Elvira, la juiciosa? +¿Conque el padre Alvarez, eh?... el del remedio... +¿Y qué sabe el padre Alvarez? ¡Otro médico! +¡Otro hombre! Además, yo no tengo cosas +mías en que pensar... yo no tengo mis cosas... +Mis cosas son las vuestras... y las de ellos... las +de los que me llaman... Yo no estoy ni viva ni +muerta... no he estado nunca ni viva ni muerta... +¿Qué? ¿Qué dices tú ahí, Enriquín? Que estoy +delirando...</p> + +<p>—No, no digo eso...</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_191" id="Page_191">[191]</a></span></p> + +<p>—Sí, has dicho eso, te lo he oído bien... se lo +has dicho al oído a Rosita... No ves que siento +hasta el roce en el aire de las alas quietas de +Manolita. Pues si deliro... ¿qué?</p> + +<p>—Que debes descansar...</p> + +<p>—Descansar... descansar... ¡tiempo me queda +para descansar!</p> + +<p>—Pero no te destapes así...</p> + +<p>—Si es que me abraso... Y ya sabes, Caridad, +Tula, Tula como yo... y él, el otro, Ramiro... Sí, +son dos, él y ella, que estarán ahora abrazaditos... +al calorcito...</p> + +<p>Callaron todos un momento. Y al oir la moribunda +sollozos entrecortados y contenidos, añadió:</p> + +<p>—Bueno, ¡hay que tener ánimo! Pensad bien, +bien, muy bien, lo que hayáis de hacer, pensadlo +muy bien... que nunca tengáis que arrepentiros +de haber hecho algo y menos de no haberlo +hecho... Y si veis que el que queréis se ha caído +en una laguna de fango y aunque sea en un +pozo negro, en un albañal, echaos a salvarle, +aun a riesgo de ahogaros, echaos a salvarle... +que no se ahogue él allí... o ahogaros juntos... +en el albañal... servidle de remedio... sí, de re<span class="pagenum"><a name="Page_192" id="Page_192">[192]</a></span>medio... +¿que morís entre légamo y porquería? +no importa... Y no podréis ir a salvar al compañero +volando sobre el ras del albañal porque no +tenemos alas... no, no tenemos alas... o son alas +de gallina, de no volar... y hasta las alas se +mancharían con el fango que salpica el que se +ahoga en él... No, no tenemos alas... a lo más +de gallina... no somos ángeles... lo seremos en +la otra vida... donde no hay fango... ni sangre! +Fango hay en el Purgatorio, fango ardiente, que +quema y limpia... fango que limpia, sí... En el +Purgatorio les queman a los que no quisieron +lavarse con fango... sí, con fango... Les queman +con estiércol ardiente... les lavan con porquería... +Es lo último que os digo, no tengáis miedo +a la podredumbre... Rogad por mí, y que la Virgen +me perdone.</p> + +<p>Le dió un desmayo. Al volver de él no coordinaba +los pensamientos. Entró luego en una +agonía dulce. Y se apagó como se apaga una +tarde de otoño cuando las últimas razas del sol, +filtradas por nubes sangrientas, se derriten en +las aguas serenas de un remanso del río en que +se reflejan los álamos—sanguíneo su follaje +también—que velan a sus orillas.</p> + +<hr class="chap" /> + +<p class="p6"><span class="pagenum"><a name="Page_193" id="Page_193">[193]</a></span></p> + + + + +<h2>XXIV</h2> + + +<p>¿<span class="smcap">Murió</span> la tía Tula? No, sino que empezó a +vivir en la familia, e irradiando de ella, +con una nueva vida más entrañada y más vivífica, +con la vida eterna de la familiaridad inmortal. +Ahora era ya para sus hijos, sus sobrinos, la +Tía, no más que la Tía, ni <i>madre</i> ya ni <i>mamá</i>, ni +aun tía Tula, sino sólo la Tía. Fué este nombre +de invocación, de verdadera invocación religiosa, +como el canonizamiento doméstico de una +santidad de hogar. La misma Manolita, su más +hija y la más heredera de su espíritu, la depositaria +de su tradición, no le llamaba sino la Tía.</p> + +<p>Mantenía la unidad y la unión de la familia, y +si al morir ella afloraron a vista de todos, haciéndose +patentes, divisiones intestinas antes ocultas, +alianzas defensivas y ofensivas entre los<span class="pagenum"><a name="Page_194" id="Page_194">[194]</a></span> +hermanos, fué porque esas divisiones brotaban +de la vida misma familiar que ella creó. Su espíritu +provocó tales disensiones y bajo de ellas +y sobre ellas la unidad fundamental y culminante +de la familia. La tía Tula era el cimiento y +la techumbre de aquel hogar.</p> + +<p>Formáronse en éste dos grupos: de un lado, +Rosita, la hija mayor de Rosa, aliada con Caridad, +con su cuñada y no con su hermano, no +con Ramiro; de otro, Elvira, la segunda hija de +Rosa, con Enrique, su hermanastro, el hijo de la +hospiciana, y quedaban fuera Ramiro y Manolita. +Ramiro vivía, o más bien se dejaba vivir, +atento a su hijo y al porvenir que podía depararle +otros y a sus negocios civiles, y Manolita, +atenta a mantener el culto de la Tía y la tradición +del hogar.</p> + +<p>Manolita se preparaba a ser el posible lazo +entre cuatro probables familias venideras. Desde +la muerte de la Tía habíase revelado. Guardaba +todo su saber, todo su espíritu; las mismas frases +recortadas y aceradas, a las veces repetición +de las que oyó a la otra, la misma doctrina, el +mismo estilo y hasta el mismo gesto. «¡Otra +tía!»—exclamaban sus hermanos, y no siempre<span class="pagenum"><a name="Page_195" id="Page_195">[195]</a></span> +llevándoselo a bien. Ella guardaba el archivo y +el tesoro de la otra; ella tenía la llave de los cajoncitos +secretos de la que se fué en carne y +sangre; ella guardaba, con su muñeca de cuando +niña, la muñeca de la niñez de la Tía, y algunas +cartas, y el devocionario y el breviario de don +Primitivo; ella era en la familia quien sabía los +dichos y hechos de los antepasados dentro de +memoria: de don Primitivo, que nada era de su +sangre; de la madre del primer Ramiro; de Rosa; +de su propia madre Manuela, la hospiciana—de +ésta no dichos ni hechos, sino silencios y pasiones—, +ella era la historia doméstica; por ella +se continuaba la eternidad espiritual de la familia. +Ella heredó el alma de ésta, espiritualizada +en la Tía.</p> + +<p>¿Herencia? Se trasmite por herencia en una +colmena el espíritu de las abejas, la tradición +abejil, el arte de la melificación y de la fábrica +del panal, la <i>abejidad</i>, y no se trasmite, sin embargo, +por carne y por jugos de ella. La carnalidad +se perpetúa por zánganos y por reinas, y +ni los zánganos ni las reinas trabajaron nunca, +no supieron ni fabricar panales, ni hacer miel, ni +cuidar larvas, y no sabiéndolo, no pudieron<span class="pagenum"><a name="Page_196" id="Page_196">[196]</a></span> +trasmitir ese saber, con su carne y sus jugos, a +sus crías. La tradición del arte de las abejas, de +la fábrica del panal y el laboreo de la miel y la +cera, es, pues, colateral y no de trasmisión de +carne, sino de espíritu, y débese a las tías, a +las abejas que ni fecundan huevecillos ni los +ponen. Y todo esto lo sabía Manolita, a quien +se lo había enseñado la Tía, que desde muy +joven paró su atención en la vida de las abejas +y la estudió y meditó, y hasta soñó sobre ella. +Y una de las frases de íntimo sentido, casi esotérico, +que aprendió Manolita de la Tía y que de +vez en cuando aplicaba a sus hermanos, cuando +dejaban muy al desnudo su masculinidad de +instintos, era decirles: «¡Cállate, zángano!» Y +zángano tenía para ella, como lo había tenido +para la Tía, un sentido de largas y profundas +resonancias. Sentido que sus hermanos adivinaban.</p> + +<p>La alianza entre Elvira, la hija del primer +Ramiro que le costó la vida a Rosa, su primera +mujer, y Enrique, el hijo del pecado de aquél +y de la hospiciana, era muy estrecha. Queríanse +los hermanastros más que cualesquiera otros +de los cinco entre sí. Siempre andaban en<span class="pagenum"><a name="Page_197" id="Page_197">[197]</a></span> +cuchicheos y en secreteos. Y esta a modo de +conjura desasosegábale a Manolita. No que le +doliera que su hermano uterino, el salido del +mismo vientre de donde ella salió, tuviese más +apego a hermana nacida de otra madre, no; sentía +que a ella no había de apegársele ninguno +de sus hermanos y complacíase en ello. Pero +aquel afecto más que fraternal le era repulsivo.</p> + +<p>—Ya estoy deseando—les dijo una vez—que +uno de vosotros se enamore; que tú, Enrique, +te eches novia o que a ésta, a ti, Elvira, te pretenda +alguno...</p> + +<p>—¿Y para qué?—preguntó ésta.</p> + +<p>—Para que dejéis de andar así, de bracete +por la casa, y con cuentecitos al oído y carantoñas, +arrumacos y lagoterías...</p> + +<p>—Acaso entonces más...—dijo Enrique.</p> + +<p>—¿Y cómo así?</p> + +<p>—Porque ésta vendrá a contarme los secretos +de su novio, ¿verdad, Elvira?, y yo le contaré, +¡claro está!, los de mi novia...</p> + +<p>—Sí, sí...—exclamó Elvira a punto de palmotear.</p> + +<p>—Y os reiréis uno y otro del otro novio y<span class="pagenum"><a name="Page_198" id="Page_198">[198]</a></span> +de la otra novia, ¿no es así?... ¡qué bonito!</p> + +<p>—Bueno, ¿y qué diría a esto la Tía?—preguntó +Elvira mirándole a Manolita a los ojos.</p> + +<p>—Diría que no se debe jugar con las cosas +santas y que sois unos chiquillos...</p> + +<p>—Pues no repitas con la Tía—le arguyó Enrique—aquello +del Evangelio de que hay que hacerse +niño para entrar en el reino de los cielos...</p> + +<p>—¡Niño, sí! ¡Chiquillo, no!</p> + +<p>—¿Y en qué se le distingue al niño del chiquillo...?</p> + +<p>—¿En qué? En la manera de jugar.</p> + +<p>—¿Cómo juega el chiquillo?</p> + +<p>—El chiquillo juega a persona mayor. Los niños +no son, como los mayores, ni hombres ni +mujeres, sino que son como los ángeles. Recuerdo +haberle oído decir a la Tía que había oído +que hay lenguas en que el niño no es ni masculino +ni femenino, sino neutro...</p> + +<p>—Sí—añadió Enrique—en alemán. Y la señorita +es neutro...</p> + +<p>—Pues esta señorita—dijo Manolita intentando, +sin conseguirlo, teñir de una sonrisa estas +palabras—no es neutra...</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_199" id="Page_199">[199]</a></span></p> + +<p>—¡Claro que no soy neutra; pues no faltaba +más...!</p> + +<p>—¡Pero bueno, nada de chiquilladas!</p> + +<p>—Chiquilladas, no; niñerías, eso, ¿no es eso?</p> + +<p>—¡Eso es!</p> + +<p>—Bueno, ¿y en qué las conoceremos?</p> + +<p>—Basta, que no quiero deciros más. ¿Para +qué? Porque hay cosas que al tratar de decirlas +se ponen más oscuras...</p> + +<p>—Bien, bien, tiíta—exclamó Elvira abrazándola +y dándole un beso—, no te enfades así... +¿Verdad que no te enfadas, tiíta...?</p> + +<p>—No; y menos porque me llames tiíta...</p> + +<p>—Si lo hacía sin intención...</p> + +<p>—Lo sé; pero eso es lo peligroso. Porque la +intención viene después...</p> + +<p>Enrique le hizo una carantoña a su hermana +completa y cojiendo a la otra, a la hermanastra, +por debajo de un brazo, se la llevó consigo.</p> + +<p>Y Manolita, viéndoles alejarse, quedó diciéndose: +«¿Chiquillos? ¡En efecto, chiquillos! ¿Pero +he hecho bien en decirles lo que les he dicho? +¿He hecho bien, Tía?»—e invocaba mentalmente +a la Tía.—«La intención viene después... ¿No<span class="pagenum"><a name="Page_200" id="Page_200">[200]</a></span> +soy yo la que con mis reconvenciones voy a +darles una intención que les falta? Pero, ¡no, no! +¡Que no jueguen así! ¡Porque están jugando...! +¡Y ojalá les salga pronto el novio a ella y la novia +a él!»</p> + +<hr class="chap" /> + +<p class="p6"><span class="pagenum"><a name="Page_201" id="Page_201">[201]</a></span></p> + + + + +<h2>XXV</h2> + + +<p><span class="smcap">El</span> otro grupo lo formaban en la familia, no +Rosita y Ramiro, sino la mujer de éste, Caridad, +y aquella su cuñada. Aunque en rigor era +Rosita la que buscaba a Caridad y le llevaba sus +quejas, sus aprensiones, sus suspicacias. Porque +iba, por lo común, a quejarse. Creíase, o al menos +aparentaba creer, que era la desdeñada y la +no comprendida. Poníase triste y como preocupada +en espera de que le preguntasen qué era +lo que tenía, y como nadie se lo preguntaba +sufría con ello. Y menos que los otros hermanos +se lo preguntaba Manolita, que se decía: «Si +tiene algo de verdad y más que gana de mimo y +de que nos ocupemos especialmente en ella, ya +reventará!» Y la preocupada sufría con ello.</p> + +<p>A su cuñada, a Caridad, le iba sobre todo +con quejas de su marido; complacíase en acusar<span class="pagenum"><a name="Page_202" id="Page_202">[202]</a></span> +a éste, a Ramiro, de egoísta. Y la mujer le oía +pacientemente y sin saber qué decirle.</p> + +<p>—Yo no sé, Manuela—le decía a ésta Caridad, +su cuñada—qué hacer con Rosa... Siempre +me está viniendo con quejas de Ramiro: que si +es un orgulloso, que si un egoísta, que si un +distraído...</p> + +<p>—¡Llévale la hebra y dile que sí!</p> + +<p>—¿Pero cómo? ¿Voy a darle alas?</p> + +<p>—No, sino a cortárselas.</p> + +<p>—Pues no lo entiendo. Y además, eso no es +verdad; ¡Ramiro no es así!...</p> + +<p>—Lo sé, lo sé muy bien. Sé que Ramiro podrá +tener, como todo hombre, sus defectos...</p> + +<p>—Y como toda mujer.</p> + +<p>—¡Claro, sí! Pero los de él son defectos de +hombre...</p> + +<p>—¡De zángano, vamos!</p> + +<p>—Como quieras; los de Ramiro son defectos +de hombre, o si quieres, pues que te empeñas, +de zángano...</p> + +<p>—¿Y los míos?</p> + +<p>—¿Los tuyos, Caridad? Los tuyos... ¡de reina!</p> + +<p>—¡Muy bien! ¡Ni la Tía...!</p> + +<p>—Pero los defectos de Ramiro no son los que<span class="pagenum"><a name="Page_203" id="Page_203">[203]</a></span> +Rosa dice. Ni es orgulloso, ni es egoísta, ni es +distraído...</p> + +<p>—¿Y entonces por qué voy a llevarle la hebra +como dices?</p> + +<p>—Porque eso será llevarle la contraria. Lo sé +muy bien. La conozco.</p> + +<p>Cierta mañana, encontrándose las tres, Caridad, +Manuela y Rosa, comenzó ésta el ataque.</p> + +<p>R.—¡Vaya unas horas de llegar anoche tu maridito!</p> + +<p>Nunca hablando con su cuñada le llamaba a +Ramiro «mi hermano», sino siempre: «tu marido».</p> + +<p>C.—¿Y qué mal hay en ello?</p> + +<p>M.—Y tú, Rosa, estabas a esas horas despierta...</p> + +<p>R.—Me despertó su llegada...</p> + +<p>M.—¿Sí, eh?</p> + +<p>C.—Pues a mí apenas si me despertó...</p> + +<p>R.—¡Vaya una calma!</p> + +<p>M.—Aquí Caridad duerme confiada y hace bien.</p> + +<p>R.—¿Hace bien...? ¿Hace bien...? No lo comprendo.</p> + +<p>M.—Pues yo sí. Pero tú parece que te complaces +en eso, que es un juego muy peligroso y +muy feo...</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_204" id="Page_204">[204]</a></span></p> + +<p>C.—¡Por Dios, Manuela!</p> + +<p>R.—Déjale, déjale a la tía...</p> + +<p>M.—Con el acento que ahora le pones la tía +aquí eres ahora tú...</p> + +<p>R.—¿Yo? ¿Yo la tía?</p> + +<p>M.—Sí, tú, tú, Rosa. ¿A qué viene querer provocar +celos en tu hermana?</p> + +<p>C.—Pero si Rosa no quiere hacerme celosa, +Manuela...</p> + +<p>M.—Yo sé lo que me digo, Caridad.</p> + +<p>R.—Sí, aquí ella sabe lo que se dice...</p> + +<p>M.—Aquí sabemos todos lo que queremos +decir y yo sé, además, lo que me digo, ¿me entiendes, +Rosa?</p> + +<p>R.—El estribillo de la Tía...</p> + +<p>M.—Sea. Y te digo que serías capaz de aceptar +el peor novio que se te presente y casarte +con él no más que para provocarle a que te diese +celos, no a dárselos tú...</p> + +<p>R.—¿Casarme yo? ¿Yo casarme? ¿Yo novio? +¡Las ganas...!</p> + +<p>M.—Sí, ya sé que dices, aunque no sé si lo +piensas, que no te has de casar, que tú no quieres +novio... Ya sé que andas en si te vas o no a +meter monja...</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_205" id="Page_205">[205]</a></span></p> + +<p>C.—¿Y cómo lo has sabido, Manuela?</p> + +<p>M.—Ah, ¿pero vosotras creéis que no me percato +de vuestros secretos? Precisamente por ser +secretos...</p> + +<p>R.—Bueno, y si pensara yo en meterme +monja, ¿qué? ¿Qué mal hay en ello? ¿Qué mal +hay en servir a Dios?</p> + +<p>M.—En servir a Dios, no, no hay mal ninguno... +Pero es que si tú entrases monja no +sería por servir a Dios...</p> + +<p>R.—¿No? ¿Pues por qué?</p> + +<p>M.—Por no servir a los hombres... ni a las +mujeres...</p> + +<p>C.—Pero por Dios, Manuela, qué cosas tienes...</p> + +<p>R.—Sí, ella tiene sus cosas y yo las mías... ¿Y +quién te ha dicho, hermana, que desde el convento +no se puede servir a los hombres...?</p> + +<p>M.—Sin duda, rezando por ellos...</p> + +<p>R.—¡Pues claro está! Pidiendo a Dios que les +libre de tentaciones...</p> + +<p>M.—Pero me parece que tú más que a rezar +«no nos dejes caer en la tentación» vas a «no +me dejes caer en la tentación...»</p> + +<p>R.—Sí, que voy a que no me tienten...</p> + +<p>M.—¿Pues no has venido acá a tentar a Cari<span class="pagenum"><a name="Page_206" id="Page_206">[206]</a></span>dad, +tu hermana? ¿O es que crees que no era tentación +eso? ¿No venías a hacerle caer en tentación?</p> + +<p>C.—No, Manuela, no venía a eso. Y además +sabe que no soy celosa, que no lo seré, que no +puedo serlo...</p> + +<p>R.—Déjale, déjale, Caridad, déjale a la abejita, +que pique... que pique...</p> + +<p>M.—Duele, ¿eh? Pues, hija, rascarse...</p> + +<p>R.—<i>Hija</i> ahora, ¿eh?</p> + +<p>M.—Y siempre, hermana.</p> + +<p>R.—Y dime tú, hermanita, la abejita, ¿tú no +has pensado nunca en meterte en un panal así, +en una colmena...?</p> + +<p>M.—Se puede hacer miel y cera en el mundo...</p> + +<p>R.—Y picar...</p> + +<p>M.—¡Y picar, exacto!</p> + +<p>R.—Vamos, sí, que tú, como tía Tula, vas +para tía...</p> + +<p>M.—Yo no sé para lo que voy, pero si siguiera +el ejemplo de la Tía no habría de ir por mal +camino. ¿O es que crees que marró ella el suyo? +¿Es que has olvidado sus enseñanzas? ¿Es que +trató ella nunca de encismar a los de casa? ¿Es +que habría ella nunca denunciado un acto de +uno de sus hermanos?</p><p><span class="pagenum"><a name="Page_207" id="Page_207">[207]</a></span></p> + +<p>C.—Por Dios, Manuela, por la memoria de tía +Tula, cállate ya... Y tú, Rosa, no llores así... vamos, +levanta esa frente... no te tapes así la cara +con las manos... no llores así, hija, no llores así...</p> + +<p>Manuela le puso a su hermanastra la mano +sobre el hombro y con una voz que parecía venir +del otro mundo, del mundo eterno de la familia +inmortal, le dijo:</p> + +<p>—¡Perdóname, hermana, me he excedido... +pero tu conducta me ha herido en lo vivo de la +familia y he hecho lo que creo que habría hecho +la Tía en este caso... perdónamelo!</p> + +<p>Y Rosa, cayendo en sus brazos y ocultando su +cabeza entre los pechos de su hermana, le dijo +entre sollozos:</p> + +<p>—¡Quien tiene que perdonarme eres tú, hermana, +tú... Pero hermana... no, sino madre... ni +madre... ¡Tía! ¡Tía!</p> + +<p>—¡Es la Tía, la tía Tula, la que tiene que perdonarnos +y unirnos y guiarnos a todos!—concluyó +Manuela.</p> + +<div>*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK 44358 ***</div> +</body> +</html> diff --git a/44358-h/images/cover.jpg b/44358-h/images/cover.jpg Binary files differnew file mode 100644 index 0000000..9a984e8 --- /dev/null +++ b/44358-h/images/cover.jpg |
