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+ The Project Gutenberg eBook of La Catedral, by Vicente Blasco Ibáñez.
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+
+<pre>
+
+The Project Gutenberg EBook of La Catedral, by Vicente Blasco Ibáñez
+
+This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with
+almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or
+re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included
+with this eBook or online at www.gutenberg.org
+
+
+Title: La Catedral
+
+Author: Vicente Blasco Ibáñez
+
+Release Date: September 7, 2005 [EBook #16670]
+[Last updated: August 23, 2018]
+
+Language: Spanish
+
+Character set encoding: ISO-8859-1
+
+*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LA CATEDRAL ***
+
+
+
+
+Produced by Chuck Greif
+
+
+
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+
+</pre>
+
+
+<h1><big>LA CATEDRAL</big></h1>
+
+<br />
+
+<h2>Vicente Blasco Ib&aacute;&ntilde;ez</h2>
+
+<h3>Portada de C. SANROMA</h3>
+
+<h3>Primera edici&oacute;n: Enero, 1978</h3>
+
+<h3>Editado por PLAZA &amp; JANES, S.A., Editores</h3>
+
+<h3>Virgen de Guadalupe, 21-33. Esplugas de Llobregat (Barcelona)</h3>
+
+<h3>Printed in Spain&mdash;Impreso en Espa&ntilde;a</h3>
+
+<h3>ISBN: 84-01-48014-0&mdash;Dep&oacute;sito Legal: B. 134-1978</h3>
+
+<h3>GRAFICAS GUADA, S.A.&mdash;Virgen de Guadalupe, 33</h3>
+
+<hr style="width: 65%;" />
+
+<h4>Capítulos:</h4>
+<div class="center">
+<a href="#I"><b>I</b></a>
+<a href="#II"><b>II</b></a>
+<a href="#III"><b>III</b></a>
+<a href="#IV"><b>IV</b></a>
+<a href="#V"><b>V</b></a>
+<a href="#VI"><b>VI</b></a>
+<a href="#VII"><b>VII</b></a>
+<a href="#VIII"><b>VIII</b></a>
+<a href="#IX"><b>IX</b></a><br />
+</div>
+
+<hr style="width: 65%;" />
+<h2><a name="I" id="I"></a>I</h2>
+
+<p>Comenzaba a amanecer cuando Gabriel Luna lleg&oacute; ante la catedral. En las
+estrechas calles toledanas todav&iacute;a era de noche. La azul claridad del
+alba, que apenas, lograba deslizarse entre los aleros de los tejados, se
+esparc&iacute;a con mayor libertad en la plazuela del Ayuntamiento, sacando de
+la penumbra la vulgar fachada del palacio del arzobispo y las dos torres
+encaperuzadas de pizarra negra de la casa municipal, sombr&iacute;a
+construcci&oacute;n de la &eacute;poca de Carlos V.</p>
+
+<p>Gabriel pase&oacute; largo rato por la desierta plazuela, subi&eacute;ndose hasta las
+cejas el embozo de la capa, mientras tos&iacute;a con estremecimientos
+dolorosos. Sin dejar de andar, para defenderse del fr&iacute;o, contemplaba la
+gran puerta llamada del Perd&oacute;n, la &uacute;nica fachada de la iglesia que
+ofrece un aspecto monumental. Recordaba otras catedrales famosas,
+aisladas, en lugar preeminente, presentando libres todos sus costados,
+con el orgullo de su belleza, y las comparaba con la de Toledo, la
+iglesia-madre espa&ntilde;ola, ahogada por el oleaje de apretados edificios que
+la rodean y parecen caer sobre sus flancos, adhiri&eacute;ndose a ellos, sin
+dejarla mostrar sus galas exteriores m&aacute;s que en el reducido espacio de
+las callejuelas que la oprimen. Gabriel, que conoc&iacute;a su hermosura
+interior, pensaba en las viviendas enga&ntilde;osas de los pueblos orientales,
+s&oacute;rdidas y miserables por fuera, cubiertas de alabastros y filigranas
+por dentro. No en balde hab&iacute;an vivido en Toledo, durante siglos, jud&iacute;os
+y moros. Su aversi&oacute;n a las suntuosidades exteriores parec&iacute;a haber
+inspirado la obra de la catedral, ahogada por el caser&iacute;o que se empuja y
+arremolina en torno de ella como si buscase su sombra.</p>
+
+<p>La plazuela del Ayuntamiento era el &uacute;nico desgarr&oacute;n que permit&iacute;a al
+cristiano monumento respirar su grandeza. En este peque&ntilde;o espacio de
+cielo libre, mostraba a la luz del alba los tres arcos ojivales de su
+fachada principal y la torre de las campanas, de enorme robustez y
+salientes aristas, rematada por la montera del &laquo;alcuz&oacute;n&raquo;, especie de
+tiara negra con tres coronas, que se perd&iacute;a en el crep&uacute;sculo invernal
+nebuloso y plomizo.</p>
+
+<p>Gabriel contemplaba con cari&ntilde;o el templo silencioso y cerrado, donde
+viv&iacute;an los suyos y hab&iacute;a transcurrido lo mejor de su vida. &iexcl;Cu&aacute;ntos a&ntilde;os
+sin verlo! &iexcl;Con qu&eacute; ansiedad aguardaba a que abriesen sus puertas...!</p>
+
+<p>Hab&iacute;a llegado a Toledo la noche anterior en el tren de Madrid. Antes de
+encerrarse en un cuartucho de la &laquo;Posada de la Sangre&raquo;&mdash;el antiguo
+&laquo;Mes&oacute;n del Sevillano&raquo;, habitado por Cervantes&mdash;hab&iacute;a sentido una ansiosa
+necesidad de ver la catedral; y pas&oacute; m&aacute;s de una hora en torno de ella,
+oyendo el ladrido del perro que guardaba el templo y rug&iacute;a alarmado al
+percibir ruido de pasos en las callejuelas inmediatas, muertas y
+silenciosas. No hab&iacute;a podido dormir. Le quitaba el sue&ntilde;o verse en su
+tierra despu&eacute;s de tantos a&ntilde;os de aventuras y miserias. De noche a&uacute;n,
+sali&oacute; del mes&oacute;n para aguardar cerca de la catedral el momento en que la
+abrieran.</p>
+
+<p>Para entretener la espera, iba repasando con la vista las bellezas y
+defectos de la portada, coment&aacute;ndolos en alta voz, como si quisiera
+hacer testigos de sus juicios a los bancos de piedra de la plaza y sus
+tristes arbolillos. Una verja rematada por jarrones del siglo XVIII se
+extend&iacute;a ante la portada, cerrando un atrio de anchas losas, en el cual
+verific&aacute;banse en otros tiempos las aparatosas recepciones del cabildo y
+admiraba la muchedumbre los gigantones en d&iacute;as de gran fiesta.</p>
+
+<p>El primer cuerpo de la fachada estaba rasgado en el centro por la puerta
+del Perd&oacute;n, arco ojival enorme y profundo, que se estrecha siguiendo la
+gradaci&oacute;n de sus ojivas interiores, adornadas con im&aacute;genes de ap&oacute;stoles,
+calados doseletes y escudos con leones y castillos. En el pilar que
+divide las dos hojas de la puerta, Jes&uacute;s, con corona y manto de rey,
+flaco, estirado, con el aire enfermizo y m&iacute;sero que los imagineros
+medioevales daban a sus figuras para expresar la divina sublimidad. En
+el t&iacute;mpano, un relieve representaba a la Virgen rodeada de &aacute;ngeles,
+vistiendo una casulla a San Ildefonso, piadosa leyenda repetida en
+varios puntos de la catedral, como si fuese el mejor de los blasones. A
+un lado, la puerta llamada de la Torre; al otro, la de los Escribanos,
+por la que entraban en otros tiempos, con gran ceremonia, los
+depositarios de la fe p&uacute;blica a jurar el cumplimiento de su cargo; las
+dos con estatuas de piedra en sus jambas y rosarios de figurillas y
+emblemas que se desarrollaban entre las aristas hasta llegar a lo m&aacute;s
+alto de la ojiva.</p>
+
+<p>Encima de estas tres puertas, de un g&oacute;tico exuberante, se elevaba el
+segundo cuerpo, de arquitectura grecorromana y construcci&oacute;n casi
+moderna, causando a Gabriel Luna la misma molestia que si un trompetazo
+discordante interrumpiese el curso de una sinfon&iacute;a. Jes&uacute;s y los doce
+ap&oacute;stoles, todos de tama&ntilde;o natural, estaban sentados a la mesa, cada uno
+en su hornacina, encima de la portada del centro, limitados por dos
+contrafuertes como torres que part&iacute;an la fachada en tres partes. M&aacute;s
+all&aacute; extend&iacute;an sus arcadas de medio punto dos galer&iacute;as de palacio
+italiano, a las que m&aacute;s de una vez se hab&iacute;a asomado Gabriel cuando
+jugaba, siendo ni&ntilde;o, en la vivienda del campanero.</p>
+
+<p>&laquo;La riqueza de la iglesia&mdash;pensaba Luna&mdash;fue un mal para el arte. En un
+templo pobre se hubiese conservado la uniformidad de la fachada antigua.
+Pero cuando los arzobispos de Toledo ten&iacute;an once millones de renta y
+otros tantos el cabildo, y no se sab&iacute;a qu&eacute; hacer del dinero, se
+iniciaban obras, se hac&iacute;an reconstrucciones, y el arte decadente par&iacute;a
+mamarrachos como la Cena.&raquo;</p>
+
+<p>A continuaci&oacute;n se elevaba el tercer cuerpo, dos grandes arcos que daban
+luz al roset&oacute;n de la nave central, coronado todo por una barandilla de
+calada piedra que segu&iacute;a las sinuosidades de la fachada entre las dos
+masas salientes que la resguardan: la torre y la capilla Moz&aacute;rabe.</p>
+
+<p>Gabriel ces&oacute; en su contemplaci&oacute;n, viendo que no estaba solo ante el
+templo. Era casi de d&iacute;a. Pasaban rozando la verja algunas mujeres con la
+cabeza baja y la mantilla sobre los ojos. En las baldosas de la acera
+sonaban las muletas de un cojo, y m&aacute;s all&aacute; de la torre, bajo el gran
+arco que pone en comunicaci&oacute;n el palacio del arzobispo con la catedral,
+reun&iacute;anse los mendigos para tomar sitio en la puerta del claustro.
+Devotas y pordioseros se conoc&iacute;an. Eran todas las ma&ntilde;anas los primeros
+ocupantes del templo. Este encuentro diario establec&iacute;a en ellos cierta
+fraternidad, y entre carraspeos y toses se lamentaban del fr&iacute;o de la
+ma&ntilde;ana y de lo tardo que era el campanero en bajar a la iglesia.</p>
+
+<p>Se abri&oacute; una puerta m&aacute;s all&aacute; del arco del Arzobispo, la de la escalera
+que conduc&iacute;a a la torre y las habitaciones del claustro alto, ocupadas
+por los empleados del templo. Un hombre atraves&oacute; la calle agitando un
+gran manojo de llaves, y rodeado de la clientela madrugadora comenz&oacute; a
+abrir la puerta del claustro bajo, estrecha y ojival como una saetera.
+Gabriel le conoc&iacute;a: era Mariano el campanero; y para evitar que pudiese
+verle, permaneci&oacute; inm&oacute;vil en la plaza, dejando que se precipitasen por
+la puerta del Mollete las gentes ansiosas de penetrar en la Primada,
+como si pudieran robarlas el sitio.</p>
+
+<p>Por fin se decidi&oacute; a seguirlas, y baj&oacute; los siete escalones del claustro,
+pues la catedral, edificada en un barranco, se halla m&aacute;s baja que las
+calles contiguas.</p>
+
+<p>Todo estaba lo mismo. A lo largo de los muros, los grandes frescos de
+Bayeu y Maella representando los trabajos y grandezas de San Eulogio,
+sus predicaciones en tierra de moros y las crueldades de la gente infiel
+de gran turbante y enormes bigotes que golpea al santo. En la parte
+interior de la puerta del Mollete, el horrendo martirio del ni&ntilde;o de La
+Guardia, la leyenda nacida a la vez en varios pueblos cat&oacute;licos al calor
+del odio antisemita: el sacrificio del ni&ntilde;o cristiano por jud&iacute;os de
+torva catadura, que lo roban de su casa y lo crucifican para arrancarle
+el coraz&oacute;n y beber su sangre.</p>
+
+<p>La humedad iba descascarillando y borrando gran parte de esa pintura
+novelesca que orlaba la ojiva como la portada de un libro; pero Gabriel
+a&uacute;n vio la horrible cara del jud&iacute;o puesto al pie de la cruz y el gesto
+feroz del otro que, con el cuchillo en la boca, se inclina para
+entregarle el coraz&oacute;n del peque&ntilde;o m&aacute;rtir: figuras teatrales que m&aacute;s de
+una vez hab&iacute;an turbado sus ensue&ntilde;os de ni&ntilde;o.</p>
+
+<p>El jard&iacute;n, que se extiende entre los cuatro p&oacute;rticos del claustro,
+mostraba en pleno invierno su vegetaci&oacute;n hel&eacute;nica de altos laureles y
+cipreses, pasando sus ramas por entre las verjas que cierran los cinco
+arcos de cada lado hasta la altura de los capiteles. Gabriel mir&oacute; largo
+rato el jard&iacute;n, que est&aacute; m&aacute;s alto que el claustro. Su cara se hallaba al
+nivel de aquella tierra que en otros tiempos hab&iacute;a trabajado su padre.
+Por fin volv&iacute;a a ver aquel rinc&oacute;n de verdura; el patio convertido en
+vergel por los can&oacute;nigos de otros siglos. Su recuerdo le hab&iacute;a
+acompa&ntilde;ado cuando paseaba por el inmenso Bosque de Bolonia y por el
+Hyde-Park de Londres. Para &eacute;l, el jard&iacute;n de la catedral de Toledo
+resultaba el m&aacute;s hermoso de los jardines, por ser el primero que hab&iacute;a
+visto en su vida.</p>
+
+<p>Los pordioseros sentados en los escalones de la puerta le miraban
+curiosamente, sin atreverse a tenderle la mano. No sab&iacute;an si aquel
+desconocido madrugador, con capa ra&iacute;da, sombrero ajado y botas viejas,
+era un curioso o uno del oficio que buscaba sitio en la catedral para
+pedir limosna.</p>
+
+<p>Molestado por este espionaje, Luna sigui&oacute; adelante por el claustro,
+pasando ante las dos puertas que lo ponen en comunicaci&oacute;n con el templo.
+La llamada de la Presentaci&oacute;n, toda de piedra blanqu&iacute;sima, es una alegre
+muestra del arte plateresco, cincelada cual una joya, con adornos
+caprichosos y alegres de juguete. A continuaci&oacute;n ven&iacute;a el respaldo del
+hueco de la escalera por la que los arzobispos descienden desde su
+palacio a la iglesia, un muro de junquillos g&oacute;ticos y grandes escudos, y
+casi a ras del suelo, la famosa &laquo;piedra de luz&raquo;, delgada l&aacute;mina de
+m&aacute;rmol transparente como un vidrio, que alumbra la escalera y es la
+principal admiraci&oacute;n de los r&uacute;sticos que visitan el claustro. Despu&eacute;s,
+la puerta de Santa Catalina, negra y dorada, con gran riqueza de
+follajes policromos, castillos y leones en las jambas y dos estatuas de
+profetas.</p>
+
+<p>Gabriel se alej&oacute; algunos pasos, viendo que por la parte de adentro
+abr&iacute;an el postigo de esta portada. Era el campanero, que acababa de dar
+la vuelta al templo, abriendo todas sus puertas. Sali&oacute; un perrazo
+estirando el cuello, como si fuese a: ladrar de hambre; despu&eacute;s, dos
+hombres con la gorra hasta las cejas, envueltos en capas de pa&ntilde;ol pardo.
+El campanero sostuvo la cancela para que saliesen.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Vaya, buenos d&iacute;as, Mariano!&mdash;dijo uno de ellos a guisa de despedida.</p>
+
+<p>&mdash;Buenos nos los d&eacute; Dios... y dormir bien.</p>
+
+<p>Gabriel reconoci&oacute; a los guardianes nocturnos de la catedral. Encerrados
+en el templo desde la tarde anterior, se retiraban a sus casas a dormir.
+El perro emprend&iacute;a el camino del Seminario para devorar las sobras de la
+comida de los estudiantes, hasta que le buscasen los guardianes para
+encerrarse de nuevo.</p>
+
+<p>Luna baj&oacute; los pelda&ntilde;os de la portada y entr&oacute; en la catedral. Apenas
+hubo pisado las baldosas del pavimento, sinti&oacute; en el rostro la caricia
+fr&iacute;a y un tanto pegajosa de aquel ambiente de bodega subterr&aacute;nea. En el
+templo todav&iacute;a era de noche. Arriba, las vidrieras de colores de los
+centenares de ventanas que, escalon&aacute;ndose, dan luz a las cinco naves,
+brillaban con la luz del amanecer. Eran como flores m&aacute;gicas que se
+abr&iacute;an a los primeros resplandores del d&iacute;a. Abajo, entre las enormes
+pilastras que formaban un bosque de piedra, reinaba la obscuridad,
+rasgada a trechos por las manchas rojas y vacilantes de las l&aacute;mparas que
+ard&iacute;an en las capillas haciendo temblar las sombras. Los murci&eacute;lagos
+revoloteaban en las encrucijadas de las columnas, queriendo prolongar
+algunos instantes su posesi&oacute;n del templo, hasta que se filtrase por las
+vidrieras el primer rayo de sol. Pasaban volando sobre las cabezas de
+las devotas que, arrodilladas ante los altares, rezaban a gritos,
+satisfechas de estar en la catedral a aquella hora como en su propia
+casa. Otras hablaban con los ac&oacute;litos y dem&aacute;s servidores del templo que
+iban entrando por todas las puertas, so&ntilde;olientos y desperez&aacute;ndose como
+obreros que acuden al taller. En la obscuridad desliz&aacute;banse las manchas
+negras de algunos manteos camino de la sacrist&iacute;a, deteni&eacute;ndose con
+grandes genuflexiones ante cada imagen; y a lo lejos, invisible en la
+obscuridad, adivin&aacute;base al campanero, como un duende incansable, por el
+ruido de sus llaves y el chirriar de las puertas que iba abriendo.</p>
+
+<p>Despertaba el templo. Sonaban como cañonazos los golpes de las puertas,
+repitiéndolos el eco de nave en nave. Una escoba comenzó a barrer por la
+parte de la sacristía, produciendo el ruido de una enorme sierra. La
+iglesia vibraba con los golpes de algunos monaguillos que sacudían el
+polvo a la famosa sillería del coro. Parecía desperezarse la catedral
+con los nervios excitados: el menor frote le arrancaba quejidos.</p>
+
+<p>Los pasos resonaban con eco gigantesco, como si se conmovieran todos los
+sepulcros de reyes, arzobispos y guerreros ocultos bajo sus baldosas.</p>
+
+<p>El frío era más intenso en la iglesia que fuera de ella. Uníase a la
+baja temperatura la humedad de su suelo atravesado por las alcantarillas
+de desagüe, el rezumar de ocultos y subterráneos estanques, que manchaba
+el pavimento y hacía toser a los canónigos en el coro, «acortando su
+vida», como decían ellos quejumbrosamente.</p>
+
+<p>La luz de la ma&ntilde;ana comenzaba a esparcirse por las naves. Sal&iacute;a de la
+sombra la inmaculada blancura de la catedral toledana, la nitidez de su
+piedra, que hace de ella el m&aacute;s alegre y hermoso de los templos. Se
+marcaban con toda su elegante y atrevida esbeltez las ochenta y ocho
+pilastras robustos haces de columnas que suben audazmente cortando el
+espacio, blancos como si fuesen de nieve solidificada, y esparcen y
+entrecruzan sus nervios para sostener las b&oacute;vedas. En lo alto se abr&iacute;an
+los grandes ventanales, con sus vidrieras que parecen jardines m&aacute;gicos
+cubiertos de flores de luz.</p>
+
+<p>Gabriel se hab&iacute;a sentado en el z&oacute;calo de una pilastra, entre dos
+columnas, pero a los pocos instantes tuvo que ponerse de pie. La humedad
+de la piedra, el fr&iacute;o de tumba que circulaba por toda la catedral, le
+penetraba hasta los huesos. Anduvo por las naves, llamando la atenci&oacute;n
+de las devotas, que interrump&iacute;an sus rezos al verle. Un forastero a
+aquellas horas, que eran las de los familiares de la iglesia, excitaba
+su curiosidad. El campanero se cruz&oacute; varias veces con &eacute;l, sigui&eacute;ndole
+con mirada inquieta, como si le inspirase poca confianza aquel
+desconocido de m&iacute;sero aspecto vagando a la hora en que las riquezas de
+las capillas no pueden ser vigiladas.</p>
+
+<p>Otro hombre tropez&oacute; con &eacute;l cerca del altar mayor. Luna lo conoci&oacute;. Era
+Eusebio, el sacrist&aacute;n de la capilla del Sagrario, el <i>Azul de la
+Virgen</i>, como se le llamaba entre la gente de la catedral por el traje
+color celeste que vest&iacute;a en los d&iacute;as de ceremonia. Seis a&ntilde;os iban
+transcurridos desde que Gabriel le vio por &uacute;ltima vez, y no hab&iacute;a
+olvidado su corpach&oacute;n mantecoso, la cara granujienta, de frente angosta
+y rugosa, orlada de pelos hirsutos, y el cuello taurino, que apenas si
+le permit&iacute;a respirar, convirtiendo sus aspiraciones en un resoplido de
+fuelle. Todos los empleados que viv&iacute;an en el claustro alto envidiaban su
+cargo, por ser el m&aacute;s productivo y por el favor de que gozaba cerca del
+arzobispo y los can&oacute;nigos.</p>
+
+<p>El <i>Azul</i> consideraba el templo como de su propiedad, falt&aacute;ndole poco
+para arrojar de &eacute;l a los que le inspiraban antipat&iacute;a. Al ver a un
+vagabundo paseando por la iglesia, fij&oacute; en &eacute;l los ojos insolentes,
+haciendo un esfuerzo por levantar sus cejas abultadas. &iquest;D&oacute;nde hab&iacute;a
+visto a aquel p&aacute;jaro raro? Gabriel not&oacute; su esfuerzo por concentrar la
+memoria, y evit&oacute; el ser examinado, volvi&eacute;ndose de espaldas para mirar
+con falsa atenci&oacute;n un retablo colocado en una pilastra.</p>
+
+<p>Huyendo de la recelosa curiosidad que despertaba su presencia en el
+templo, sali&oacute; al claustro. All&iacute; estaba mejor, completamente aislado. Los
+pordioseros charlaban sentados en los escalones de la puerta del
+Mollete. Pasaban por entre ellos los curas, embozados en el manteo,
+entrando apresuradamente en la catedral por la puerta de la
+Presentaci&oacute;n. Los mendigos les saludaban por sus nombres, sin tenderles
+la mano. Los conoc&iacute;an, eran de la casa, y entre amigos no se mendiga.
+Ellos estaban all&iacute; para caer sobre los forasteros, y aguardaban
+pacientemente la hora de los &laquo;ingleses&raquo;, pues s&oacute;lo de Inglaterra pod&iacute;an
+ser todos los extranjeros que llegaban de Madrid en el tren de la
+ma&ntilde;ana.</p>
+
+<p>Gabriel se manten&iacute;a cerca de la puerta, sabiendo que por ella entraban
+los que viv&iacute;an en el claustro alto. Atravesaban el arco del Arzobispo, y
+siguiendo la escalera abierta en el palacio, bajaban a la calle,
+entrando en la catedral por la puerta del Mollete. Luna, que conoc&iacute;a
+toda la historia del famoso templo, recordaba el origen del nombre de la
+puerta. Primitivamente se llam&oacute; de la Justicia, porque en ella daba
+audiencias el vicario general del Arzobispado. Luego la llamaron del
+Mollete, porque todos los d&iacute;as, despu&eacute;s de la misa mayor, el preste, con
+ac&oacute;litos y pertigueros, se presentaba en ella a bendecir los panes de
+media libra o molletes que se repart&iacute;an entre los pobres. Seiscientas
+fanegas de trigo&mdash;seg&uacute;n recordaba Luna&mdash;se gastaban todos los a&ntilde;os en
+esta limosna: pero era en los tiempos que la catedral cobraba todos los
+a&ntilde;os m&aacute;s de once millones de renta.</p>
+
+<p>Molestaban a Gabriel las miradas curiosas de los cl&eacute;rigos y beatas que
+entraban en la iglesia. Eran gentes acostumbradas a verse todos los
+d&iacute;as, siempre las mismas, a id&eacute;ntica hora, y sent&iacute;an revuelta su
+curiosidad cuando un rostro extra&ntilde;o alteraba la monoton&iacute;a de su
+existencia.</p>
+
+<p>Retir&aacute;base hacia el fondo del claustro, cuando algunas palabras de los
+mendigos le hicieron retroceder.</p>
+
+<p>&mdash;Ah&iacute; viene el <i>Vara de palo</i> viejo.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Buenos d&iacute;as, se&ntilde;or Esteban!</p>
+
+<p>Un hombre peque&ntilde;o, vestido de negro y rasurado como un cl&eacute;rigo, baj&oacute; los
+pelda&ntilde;os.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Esteban...! &iexcl;Esteban...!&mdash;dijo Luna interponi&eacute;ndose entre &eacute;l y la
+puerta de la Presentaci&oacute;n.</p>
+
+<p>El <i>Vara de palo</i> le mir&oacute; con sus ojos claros que parec&iacute;an de &aacute;mbar:
+unos ojos pasivos, de hombre acostumbrado a permanecer largas horas en
+la catedral sin que la m&aacute;s leve rebeld&iacute;a de pensamiento llegase a turbar
+su inmovilidad beat&iacute;fica. Dud&oacute; largo rato, como si no pudiese creer en
+la remota semejanza de aquella cara p&aacute;lida y descarnada con otra que
+exist&iacute;a en su memoria; pero al fin se convenci&oacute; de la identidad con
+dolorosa sorpresa.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Gabriel...!, &iexcl;hermano m&iacute;o! Pero &iquest;eres t&uacute;?</p>
+
+<p>Y su rostro r&iacute;gido de servidor del templo, que parec&iacute;a haber tomado la
+inmovilidad de las pilastras y las estatuas, se anim&oacute; con una sonrisa
+cari&ntilde;osa.</p>
+
+<p>Los dos, estrech&aacute;ndose las manos, se alejaron por el claustro.</p>
+
+<p>&iquest;Cu&aacute;ndo has venido...? Pero &iquest;en d&oacute;nde has estado...? &iquest;Qu&eacute; vida es la
+tuya? &iquest;A qu&eacute; vienes?</p>
+
+<p>El <i>Vara de palo</i> expresaba su sorpresa con incesantes preguntas, sin
+dar tiempo a que su hermano las contestase.</p>
+
+<p>Gabriel explic&oacute; su llegada en la noche anterior; su permanencia ante la
+iglesia desde antes de amanecer, esperando el momento de ver a su
+hermano.</p>
+
+<p>&mdash;Ahora vengo de Madrid; pero antes he estado en muchos sitios: en
+Inglaterra, en Francia, en B&eacute;lgica, &iquest;qui&eacute;n sabe d&oacute;nde? He rodado de un
+pueblo a otro, siempre luchando con el hambre y con la crueldad de los
+hombres. Me siguen los pasos la miseria y la polic&iacute;a. Cuando me detengo,
+anonadado por esta existencia de Jud&iacute;o Errante, la Justicia, en nombre
+del miedo, me grita que ande, y vuelvo a emprender la marcha. Soy un
+hombre temible, as&iacute; como me ves, Esteban: enfermo, con el cuerpo
+arruinado antes de la vejez y la certeza de morir muy pronto. Ayer
+mismo, en Madrid, me dijeron que ir&iacute;a de nuevo a la c&aacute;rcel si prolongaba
+all&iacute; mi estancia, y por la tarde tom&eacute; el tren. &iquest;D&oacute;nde ir? El mundo es
+grande; mas para m&iacute; y otros rebeldes como yo se achica, se comprime,
+hasta no dejar un palmo de terreno en que poner los pies. En la tierra
+s&oacute;lo me quedas t&uacute; y este rinc&oacute;n tranquilo y silencioso donde vives
+feliz. En tu busca vengo; si me rechazas, no me queda m&aacute;s sitio para
+morir que la c&aacute;rcel o un hospital, si es que quieren recibirme en &eacute;l al
+conocer mi nombre.</p>
+
+<p>Y Gabriel, fatigado por sus palabras, tos&iacute;a dolorosamente, resonando su
+pecho como si el aire se deslizase por tortuosas cavernas. Se expresaba
+con vehemencia, moviendo instintivamente los brazos, como hombre
+habituado de larga fecha a hablar en p&uacute;blico, ardiendo con la llama del
+proselitismo.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Ah, hermano... hermano!&mdash;dijo Esteban con expresi&oacute;n de cari&ntilde;oso
+reproche&mdash;. &iquest;De qu&eacute; te ha servido tanto leer peri&oacute;dicos y libros? &iquest;Para
+qu&eacute; ese deseo de arreglar lo que est&aacute; bien, o si est&aacute; mal no tiene
+arreglo posible...? De seguir tranquilamente tu camino, ser&iacute;as
+beneficiado de la catedral, y &iexcl;qui&eacute;n sabe si te sentar&iacute;as en el coro,
+entre los can&oacute;nigos, para honra y amparo de la familia...! Siempre
+tuviste mala cabeza, por lo mismo que eres el m&aacute;s listo de entre
+nosotros. &iexcl;Maldito talento que a tales miserias conduce...! &iexcl;Lo que yo
+he sufrido, hermano, enter&aacute;ndome de tus cosas! &iexcl;Cu&aacute;ntas amarguras desde
+la &uacute;ltima vez que pasaste por aqu&iacute;! Te cre&iacute;a contento y feliz en la
+imprenta de Barcelona, corrigiendo libros, con aquel sueldazo que era
+una fortuna comparado con lo que aqu&iacute; ganamos. Algo me escamaba leer tu
+nombre con tanta frecuencia en los peri&oacute;dicos, unido a esos <i>metinges</i>
+en los que se pide el reparto de todo, la muerte de la religi&oacute;n y la
+familia, y qu&eacute; s&eacute; yo cu&aacute;ntos disparates m&aacute;s. El <i>compa&ntilde;ero</i> Luna ha
+dicho esto, el <i>compa&ntilde;ero</i> Luna ha hecho lo otro; y yo ocultaba a la
+gente de la casa que el tal <i>compa&ntilde;ero</i> fueses t&uacute;, adivinando que tantas
+locuras acabar&iacute;an mal, forzosamente mal.... Despu&eacute;s... despu&eacute;s vino lo
+de las bombas.</p>
+
+<p>&mdash;Nada tuve que ver en ello&mdash;dijo Gabriel con voz triste&mdash;. Yo soy un
+te&oacute;rico: abomino de la acci&oacute;n, por prematura e ineficaz.</p>
+
+<p>&mdash;Lo s&eacute;, Gabriel. Siempre te cre&iacute; inocente. &iexcl;T&uacute; tan bueno, tan dulce,
+que de peque&ntilde;o nos asombrabas a todos con tu bondad; t&uacute; que ibas para
+santo, como dec&iacute;a nuestra pobre madre!, &iexcl;matar t&uacute;! &iexcl;Y tan traidoramente,
+por medio de artefactos del infierno...! &iexcl;Jes&uacute;s!</p>
+
+<p>Y el <i>Vara de palo</i> call&oacute;, como aterrado por &eacute;l recuerdo de los
+atentados en que hab&iacute;an envuelto a su hermano.</p>
+
+<p>&mdash;Pero lo cierto fue&mdash;continu&oacute; al poco rato&mdash;que ca&iacute;ste en la redada que
+dio el gobierno al ocurrir aquellos sucesos. &iexcl;Lo que yo sufr&iacute; una
+temporada! De vez en cuando fusilamientos en el foso del castillo que
+hay all&aacute;, y yo buscaba ansioso en los papeles los nombres de los
+sentenciados, siempre esperando encontrar el tuyo. Corr&iacute;an rumores de
+tormentos horribles que se hac&iacute;an sufrir a los presos para que cantasen
+la verdad, y pensaba en t&iacute; tan delicado, tan poquita cosa, creyendo que
+cualquier ma&ntilde;ana te encontrar&iacute;an muerto en el calabozo. Y a&uacute;n sufr&iacute;a m&aacute;s
+por mi empe&ntilde;o de que aqu&iacute; no se conociese tu situaci&oacute;n. &iexcl;Un Luna, el
+hijo del se&ntilde;or Esteban, el antiguo jardinero de la Primada, con el que
+conversaban los can&oacute;nigos y hasta los arzobispos... mezclado entre la
+gentuza infernal que quiere destruir el mundo...! Por esto, cuando
+Eusebio el <i>Azul</i> y otros chismosillos de la casa me preguntaban si
+podr&iacute;as ser t&uacute; el Luna de que hablaban los peri&oacute;dicos, yo dec&iacute;a que mi
+hermano estaba en Am&eacute;rica y que me escrib&iacute;as de tarde en tarde, por
+andar ocupado en grandes negocios. &iexcl;Ya ves qu&eacute; dolor! Esperar que te
+matasen de un momento a otro, y no poder hablar, no poder quejarse,
+comunicando la pena ni aun a los de la familia... &iexcl;Lo que yo he rezado
+ah&iacute; dentro...! Acostumbrados los de la casa a ver todos los d&iacute;as a Dios
+y los santos, somos algo duros y pecadores; pero la desgracia ablanda el
+alma, y yo me dirig&iacute; a la que todo lo puede, a nuestra patrona la Virgen
+del Sagrario, pidi&eacute;ndola que se acordase de ti, ya que ibas de ni&ntilde;o a
+arrodillarte ante su capilla, cuando te preparabas para entrar en el
+Seminario.</p>
+
+<p>Gabriel sonri&oacute; con dulzura, como admirando la simplicidad de su hermano.</p>
+
+<p>&mdash;No r&iacute;as, te lo ruego: me hace da&ntilde;o tu risa. La excelsa Se&ntilde;ora lo hizo
+todo en favor tuyo. Meses despu&eacute;s supe que a ti y a otros os hab&iacute;an
+metido en un barco, con orden de no volver m&aacute;s a Espa&ntilde;a, y... hasta la
+hora presente. Ni una carta, ni una noticia buena o mala. Te cre&iacute;a
+muerto, Gabriel, en esas tierras lejanas, y m&aacute;s de una vez he rezado por
+tu pobre alma, que bien lo necesita.</p>
+
+<p>El <i>compa&ntilde;ero</i> mostraba en sus ojos el agradecimiento por estas
+palabras.</p>
+
+<p>&mdash;Gracias, Esteban. Admiro tu fe, pero cree que no he salido tan bien
+como te imaginas de aquella aventura sombr&iacute;a. Mejor hubiese sido morir.
+La aureola del martirio vale m&aacute;s que entrar en un calabozo siendo un
+hombre y salir hecho un pingajo.</p>
+
+<p>Estoy muy enfermo, Esteban: mi sentencia de muerte es irrevocable. No
+tengo est&oacute;mago, mis pulmones est&aacute;n deshechos, este cuerpo que ves es una
+m&aacute;quina desvencijada que apenas si funciona, y cruje por todos lados
+como si las piezas fuesen a separarse y a caer cada una por su lado. La
+Virgen que me salv&oacute; por tu recomendaci&oacute;n bien pod&iacute;a haber intercedido
+algo m&aacute;s en favor m&iacute;o, ablandando a mis guardianes. Los infelices cre&iacute;an
+salvar al mundo dando suelta a los instintos de bestia que duermen en
+nosotros como restos del pasado... Despu&eacute;s, en plena libertad, la vida
+ha sido m&aacute;s dolorosa que la muerte. Al volver a Espa&ntilde;a, empujado por la
+miseria y las persecuciones, mi existencia ha sido un infierno. No he
+podido parar en ning&uacute;n sitio donde se re&uacute;nen hombres. Me acosan como
+perros; quieren que viva fuera de las ciudades; me acorralan,
+empuj&aacute;ndome hacia el monte, hacia el desierto, donde no existen seres
+humanos. Parece que soy un hombre temible, m&aacute;s temible que los
+desesperados que arrojan bombas, porque hablo, porque llevo en m&iacute; una
+fuerza irresistible que me hace propagar la Verdad apenas me veo en
+presencia de dos desgraciados.... Pero esto se acab&oacute;. Puedes
+tranquilizarte, hermano. Soy hombre muerto; mi misi&oacute;n toc&oacute; a su fin;
+pero detr&aacute;s de m&iacute; vendr&aacute;n otros y otros. El surco est&aacute; abierto y la
+simiente en sus entra&ntilde;as. &iexcl;Germinal! As&iacute; grit&oacute; un amigo m&iacute;o de destierro
+cuando en Espa&ntilde;a vio el &uacute;ltimo rayo de sol desde el tablado del
+pat&iacute;bulo.... Voy a morir, y me creo con derecho al descanso por unos
+meses. Quiero gustar por primera vez en mi vida la dulzura del silencio,
+de la inmovilidad, del inc&oacute;gnito: no ser nadie, que nadie me conozca; no
+inspirar simpat&iacute;as ni miedo. Quisiera ser una estatua de esa portada,
+una pilastra de la catedral, algo inm&oacute;vil, sobre cuya superficie
+resbalasen el tiempo, las alegr&iacute;as y las tristezas, sin causar
+estremecimientos ni emociones. Anticipar la muerte; ser cad&aacute;ver que
+respira y come, pero que no piensa, ni sufre, ni se entusiasma: &eacute;sa
+ser&iacute;a para m&iacute; la dicha, hermano. No s&eacute; adonde ir: los hombres me
+esperan m&aacute;s all&aacute; de esa puerta para acosarme otra vez... &iquest;Me quieres
+contigo...?</p>
+
+<p>El <i>Vara de palo</i>, por toda contestaci&oacute;n, empuj&oacute; cari&ntilde;osamente a
+Gabriel.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Vamos arriba, loco! No morir&aacute;s; yo te sacar&eacute; adelante. Lo que t&uacute;
+necesitas es calma y cari&ntilde;o. La catedral te curar&aacute;. Aqu&iacute; sanar&aacute;s esa
+cabeza enferma, que parece la de Don Quijote. &iquest;Te acuerdas cuando de
+ni&ntilde;o nos le&iacute;as su historia en las veladas...? Anda adelante, fantasioso.
+&iquest;Qu&eacute; te importa a ti que el mundo est&eacute; mejor o peor arreglado? As&iacute; lo
+encontramos, y as&iacute; ser&aacute; siempre. Lo que importa es vivir cristianamente,
+con la certeza de que la otra vida ser&aacute; mejor, ya que es obra de Dios y
+no de los hombres. &iexcl;Arriba, vamos arriba!</p>
+
+<p>Y empujando cari&ntilde;osamente al vagabundo, salieron del claustro por entre
+los mendigos, que hab&iacute;an seguido con mirada curiosa la entrevista sin
+poder escuchar una palabra. Atravesaron la calle, entrando en la
+escalera de la torre. Los pelda&ntilde;os eran de ladrillos rojos y gastados, y
+las paredes, pintadas de blanco, estaban cubiertas en todas sus
+revueltas de grotescos dibujos y enrevesadas inscripciones de las gentes
+que sub&iacute;an a la torre atra&iacute;das por la fama de la Campana Gorda.</p>
+
+<p>Gabriel ascend&iacute;a lentamente, jadeando y deteni&eacute;ndose en cada tramo.</p>
+
+<p>&mdash;Estoy malo, Esteban... muy malo. Este fuelle hace aire por todas
+partes.</p>
+
+<p>Despu&eacute;s, como arrepentido de su olvido, se apresur&oacute; a preguntar:</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Y Pepa, tu mujer? Supongo que estar&aacute; buena....</p>
+
+<p>Se contrajo la frente del empleado de la catedral y sus ojos pusi&eacute;ronse
+vidriosos, como si fuese a llorar.</p>
+
+<p>&mdash;Muri&oacute;&mdash;dijo con laconismo sombr&iacute;o.</p>
+
+<p>Gabriel se detuvo, agarr&aacute;ndose a la barandilla, como inmovilizado por la
+sorpresa. Despu&eacute;s de un corto silencio, a&ntilde;adi&oacute;, con el deseo de consolar
+a su hermano:</p>
+
+<p>Pero Sagrario, mi sobrina, estar&aacute; hecha una hermosura. La &uacute;ltima vez
+que la vi parec&iacute;a una reina, con su mo&ntilde;o rubio y aquella carita
+sonrosada, de vello dorado, como un albaricoque de los cigarrales. &iquest;Se
+cas&oacute; con el cadete o est&aacute; con tigo?</p>
+
+<p>El <i>Vara de palo</i> puso el gesto m&aacute;s sombr&iacute;o y mir&oacute; a su hermano
+torvamente.</p>
+
+<p>&mdash;Muri&oacute; tambi&eacute;n&mdash;dijo con sequedad.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Tambi&eacute;n Sagrario ha muerto?&mdash;pregunt&oacute;; Gabriel con extra&ntilde;eza.</p>
+
+<p>&mdash;Ha muerto para m&iacute;, y es lo mismo.... Hermano, por lo que m&aacute;s quieras
+en el mundo, no me hables de ella.</p>
+
+<p>Gabriel comprendi&oacute; que despertaba una pena grande con sus preguntas y no
+dijo m&aacute;s, emprendiendo de nuevo la ascensi&oacute;n. En la vida de su hermano
+hab&iacute;a ocurrido algo grave durante su ausencia: uno de estos sucesos que
+disuelven las familias y separan para siempre a los que sobreviven.</p>
+
+<p>Atravesaron la galer&iacute;a cubierta del arco del Arzobispo y entraron en el
+claustro alto, llamado las Claver&iacute;as: cuatro p&oacute;rticos iguales en la
+longitud a los del claustro bajo, pero desnudos de toda decoraci&oacute;n y con
+un aspecto m&iacute;sero. El pavimento era de ladrillos gastados y rotos. Los
+cuatro lados que daban sobre el jard&iacute;n ten&iacute;an una barandilla entre las
+chatas columnas que sosten&iacute;an la techumbre de a&ntilde;ejas vigas. Era una obra
+provisional, de tres siglos antes, que hab&iacute;a quedado para siempre en tal
+estado. A lo largo de las paredes enjalbegadas abr&iacute;anse sin simetr&iacute;a las
+puertas y ventanas de las habitaciones que ven&iacute;an ocupando los
+servidores de la catedral, transmiti&eacute;ndose oficio y vivienda de padres a
+hijos. El claustro, con sus p&oacute;rticos bajos, ofrec&iacute;a el aspecto de cuatro
+calles, cada una de las cuales s&oacute;lo ten&iacute;a una fila de casas. Enfrente
+estaba la chata columnata, sobre cuyas barandillas asomaban sus copas
+puntiagudas los cipreses del jard&iacute;n. Por encima del tejado del claustro
+ve&iacute;anse las ventanas de la segunda fila de habitaciones, pues casi
+todas las casas de las Claver&iacute;as ten&iacute;an dos pisos.</p>
+
+<p>Era un pueblo que viv&iacute;a sobre la catedral al nivel de los tejados, y al
+llegar la noche y cerrarse la escalera de la torre quedaba aislado de la
+ciudad. La tribu semieclesi&aacute;stica se procreaba y mor&iacute;a en el coraz&oacute;n de
+Toledo, sin bajar a sus calles, adherida por tradicional instinto a
+aquella monta&ntilde;a de piedra blanca y calada, cuyos arcos la serv&iacute;an de
+refugio. Viv&iacute;a saturada del olor del incienso y respiraba el perfume
+especial de moho y hierro viejo de las catedrales, sin m&aacute;s horizonte que
+las ojivas de enfrente o el campanario, que aplastaba con su mole un
+pedazo del cielo que se ve&iacute;a desde el claustro alto.</p>
+
+<p>El <i>compa&ntilde;ero</i> Luna crey&oacute; retroceder de golpe a la ni&ntilde;ez. Chicuelos
+semejantes al Gabriel de otros tiempos corr&iacute;an jugando por las cuatro
+galer&iacute;as o se sentaban encogidos en la parte del claustro ba&ntilde;ada por los
+primeros rayos del sol. Mujeres que le recordaban a su madre sacud&iacute;an
+sobre el jard&iacute;n las mantas de las camas o barr&iacute;an los rojos ladrillos
+inmediatos a sus viviendas. El <i>compa&ntilde;ero</i> vio a&uacute;n borrosos en la pared
+dos monigotes que hab&iacute;a pintado con carb&oacute;n cuando ten&iacute;a ocho a&ntilde;os. Sin
+los peque&ntilde;uelos que gritaban y re&iacute;an persigui&eacute;ndose, se hubiera cre&iacute;do
+que la vida estaba en suspenso en este rinc&oacute;n de la catedral, como si en
+aquel pueblo casi a&eacute;reo no naciese ni muriese nadie.</p>
+
+<p>El <i>Vara de palo</i>, cejijunto y sombr&iacute;o desde las &uacute;ltimas palabras, quiso
+dar algunas explicaciones a su hermano.</p>
+
+<p>&mdash;Vivo en nuestra casa de siempre. Me la han dejado en consideraci&oacute;n a
+la memoria del padre. Hay que agradecerlo a los se&ntilde;ores del cabildo,
+teniendo en cuenta que no soy m&aacute;s que un triste <i>Vara de palo</i>.... Desde
+que ocurri&oacute; la &laquo;desgracia&raquo; tengo una vieja que arregla la casa, y adem&aacute;s
+vive conmigo don Luis, el maestro de capilla. Ya le conocer&aacute;s: un
+sacerdote joven, de mucho valer, que aqu&iacute; est&aacute; obscurecido; un alma de
+Dios, al que tienen por un loco en la catedral y vive como un &aacute;ngel.</p>
+
+<p>Entraron en la casa de los Luna, que era de las mejores de las
+Claver&iacute;as. Junto a la puerta, dos hileras de macetas en forma de
+relojera, clavadas al muro, dejaban pender las cabelleras verdes de sus
+plantas. Dentro, en la sala que serv&iacute;a de recibimiento, Gabriel lo
+encontr&oacute; todo lo mismo que en vida de sus padres. Las paredes blancas,
+que con los a&ntilde;os hab&iacute;an tomado un moreno color de hueso, estaban
+adornadas con grabados antiguos de santos. La siller&iacute;a de caoba,
+brillante por el continuo frote, ofrec&iacute;a cierto aspecto de juventud, que
+contrastaba con sus curvas de principios de siglo y sus asientos
+pr&oacute;ximos a desfondarse. Por una puerta entreabierta se ve&iacute;a la cocina,
+en la que hab&iacute;a entrado su hermano para dar &oacute;rdenes a una mujer vieja de
+aspecto t&iacute;mido. En un rinc&oacute;n de la sala estaba enfundada una m&aacute;quina de
+coser. Luna hab&iacute;a visto trabajando en ella a su sobrina la &uacute;ltima vez
+que pas&oacute; por la catedral. Era el recuerdo permanente que hab&iacute;a dejado la
+&laquo;peque&ntilde;a&raquo; despu&eacute;s de aquella cat&aacute;strofe que despertaba en el padre un
+dolor sombr&iacute;o. Al trav&eacute;s de una ventana de la sala ve&iacute;a Gabriel el patio
+interior, que hac&iacute;a apetecible aquella habitaci&oacute;n entre todas las de las
+Claver&iacute;as: un espacio de cielo libre, con los cuartos superiores
+sostenidos por cuatro filas de delgadas columnas de piedra, que daban al
+patio el aspecto de un peque&ntilde;o claustro.</p>
+
+<p>Esteban volvi&oacute; a reunirse con su hermano.</p>
+
+<p>&mdash;T&uacute; dir&aacute;s lo que quieres almorzar. En la cocina todo est&aacute; listo. Pide,
+hombre, pide por esa boca. Aunque pobre, he de poder poco si no te saco
+a flote, quit&aacute;ndote ese aspecto de muerto resucitado.</p>
+
+<p>Gabriel sonri&oacute; tristemente.</p>
+
+<p>&mdash;Es in&uacute;til que te esfuerces. Mi est&oacute;mago acab&oacute;. Le basta con un poco de
+leche, y gracias que lo admita.</p>
+
+<p>Esteban dio &oacute;rdenes a la vieja para que bajase a la ciudad en busca de
+leche, y cuando iba a sentarse al lado de su hermano, se abri&oacute; la
+puerta que daba al claustro, asomando por ella una cabeza de hombre
+joven.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Buenos d&iacute;as, t&iacute;o!&mdash;exclam&oacute;.</p>
+
+<p>Ten&iacute;a un perfil achatado y perruno; los ojos eran de malicia, y peinaba
+lustrosos tufos pegados arriba de las orejas.</p>
+
+<p>&mdash;Pasa perdido, pasa&mdash;dijo el <i>Vara de palo</i>.</p>
+
+<p>Y a&ntilde;adi&oacute;, dirigi&eacute;ndose a su hermano:</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Sabes qui&eacute;n es &eacute;ste...? &iquest;No? Pues el hijo de nuestro pobre hermano,
+que Dios tenga en su gloria. Vive en las habitaciones altas del claustro
+con su madre, que lava la ropa de coro de los se&ntilde;ores can&oacute;nigos y riza
+unas sobrepellices que da gozo verlas.... Tom&aacute;s, muchacho, saluda al
+se&ntilde;or. Es tu t&iacute;o Gabriel, que acaba de llegar de Am&eacute;rica, y de Par&iacute;s, &iexcl;y
+qu&eacute; s&eacute; yo de d&oacute;nde! De tierras que est&aacute;n muy lejos, muy lejos.</p>
+
+<p>El muchacho salud&oacute; a Gabriel, algo intimidado por la cara triste y
+enferma de aquel pariente, del que hab&iacute;a o&iacute;do hablar a su madre como de
+un ser misterioso y novelesco.</p>
+
+<p>&mdash;Aqu&iacute; donde lo ves&mdash;prosigui&oacute; Esteban dirigi&eacute;ndose a su hermano y
+mostr&aacute;ndole al muchacho&mdash;, es la peor cabeza de la catedral. El se&ntilde;or
+can&oacute;nigo Obrero m&aacute;s de una vez le hubiese puesto de patitas en la calle
+si no fuese por consideraci&oacute;n a la memoria de su padre y de su abuelo y
+al apellido que lleva, pues todos saben que los Luna son antiguos en la
+catedral como las piedras de sus muros.... No se le ocurre calaverada
+que no la realice: en plena sacrist&iacute;a jura como un imp&iacute;o a espaldas de
+los se&ntilde;ores beneficiados. &iexcl;No digas que no, granuja!</p>
+
+<p>Y le amenazaba con una mano, entre severo y risue&ntilde;o, como si en el fondo
+de su pensamiento le hiciesen cierta gracia las faltas del sobrino. &Eacute;ste
+acog&iacute;a la reprimenda con muecas que agitaban su cara de movilidad
+simiesca y sin bajar los ojos, que ten&iacute;an una fijeza insolente.</p>
+
+<p>&mdash;Es una mala verg&uuml;enza&mdash;continu&oacute; el t&iacute;o&mdash;que te peines as&iacute;, como la
+chuler&iacute;a de la corte que viene a Toledo en las grandes fiestas. En la
+buena &eacute;poca de la catedral ya te hubiesen pelado al rape. Pero como en
+estos tiempos de desamortizaci&oacute;n, libertad y desgracias, nuestra santa
+iglesia es pobre como una rata, la miseria no deja humor a los se&ntilde;ores
+del cabildo para fijarse en detalles, y todo anda abajo que da l&aacute;stima.
+&iexcl;Qu&eacute; abandono, Gabriel! &iexcl;Si lo vieras! Esto parece una oficina como esas
+de Madrid adonde va la gente a cobrar y echa a correr en seguida. La
+catedral es hermosa como siempre, pero no se encuentra por parte alguna
+la majestad del culto del Se&ntilde;or. Lo mismo dice el maestro de capilla,
+indign&aacute;ndose al ver que en las grandes fiestas s&oacute;lo toman asiento en
+medio del coro hasta media docena de m&uacute;sicos. La gente joven que vive en
+las Claver&iacute;as no tiene amor a nuestra Primada y se queja de lo cortos
+que son los sueldos, sin tener en cuenta el temporal que aguanta la
+religi&oacute;n. Si esto contin&uacute;a, no me extra&ntilde;ar&aacute; ver a este p&aacute;jaro y a otros
+tan tunantes como &eacute;l jugando a la rayuela en el crucero... &iexcl;Dios me
+perdone!</p>
+
+<p>Y el simple <i>Vara de palo</i> hizo un gesto escandaliz&aacute;ndose de sus
+palabras. Despu&eacute;s continu&oacute;:</p>
+
+<p>&mdash;Este se&ntilde;orito, aqu&iacute; donde lo ves, no est&aacute; contento con su estado, y
+eso que, siendo casi un mocoso, ocupa el cargo que su pobre padre no
+pudo conseguir hasta los treinta a&ntilde;os. Quiere ser torero, y hasta un
+domingo se atrevi&oacute; a salir en una novillada en la plaza de Toledo. Su
+madre baj&oacute; desmelenada como una Magdalena a cont&aacute;rmelo todo, y yo,
+pensando que su padre hab&iacute;a muerto y me correspond&iacute;a hacer sus veces,
+aguard&eacute; al se&ntilde;or cuando volv&iacute;a de la plaza ech&aacute;ndolas de guapo, y lo
+arre&eacute; desde la escalera de la torre hasta su habitaci&oacute;n con la misma
+vara de palo que me sirve en la catedral. &Eacute;l te dir&aacute; si tengo la mano
+dura cuando me enfado.... &iexcl;Virgen del Sagrario! &iexcl;Un Luna de la Santa
+Iglesia Primada metido a torero! &iexcl;Poco rieron los can&oacute;nigos y hasta el
+se&ntilde;or cardenal, seg&uacute;n me han dicho, al conocer el caso! Un beneficiado
+de buen humor le apod&oacute; desde entonces el <i>Tato</i>, y as&iacute; le llaman todos
+en la casa. &iquest;Has visto, hermano, qu&eacute; honra proporciona a la familia este
+tuno...?</p>
+
+<p>El silenciario pretend&iacute;a anonadar con su mirada al <i>Tato</i>, pero &eacute;ste
+sonre&iacute;a, sin impresionarse gran cosa con las palabras de su t&iacute;o.</p>
+
+<p>&mdash;Y no creas, Gabriel&mdash;continu&oacute;&mdash;, que a este individuo le falta un
+pedazo de pan y por eso hace tales disparates. A pesar de su mala
+cabeza, tiene desde los veinte a&ntilde;os el cargo de perrero de la santa
+catedral: ha llegado adonde s&oacute;lo se llegaba en tiempos mejores despu&eacute;s
+de muchos a&ntilde;os y buenas agarraderas. Cobra sus seis realitos diarios, y
+como anda suelto por la iglesia, puede ense&ntilde;ar las curiosidades a los
+forasteros. Con las propinas que le caen est&aacute; mejor que yo. Los
+extranjeros que visitan la catedral, gentes descomulgadas que nos miran
+como monos raros y encuentran todo lo nuestro curioso y digno de risa,
+se fijan en &eacute;l. Las inglesas le preguntan si ha sido toreador, y &eacute;l
+&iexcl;para qu&eacute; necesita m&aacute;s...! Al ver que le dan por el gusto, suelta el
+saco de las mentiras (porque a embustero nadie le echa la pata encima) y
+cuenta las grandes corridas que lleva dadas en Toledo y fuera de &eacute;l, los
+toros que ha muerto... y esos bobalicones de Inglaterra toman nota en
+sus &aacute;lbumes, y hasta alguna rubia patuda dibuja de un trazo la cabeza de
+este trapal&oacute;n. A &eacute;l lo que le interesa es que le crean las mentiras y al
+final le larguen la peseta; le importa poco que esos herejes se vayan a
+su tierra propalando que en la catedral de Toledo, en la Iglesia Primada
+de las Espa&ntilde;as, los empleados son toreros y ayudan a las ceremonias del
+culto entre corrida y corrida. Total, que gana m&aacute;s dinero que yo, y a
+pesar de esto, se cree postergado en su cargo... &iexcl;Un empleo tan hermoso!
+&iexcl;Marchar en las grandes procesiones al frente de todos, junto a la gran
+manga de la Primada, con una horquilla forrada de terciopelo rojo para
+sostenerla si es que cae, y vestido con un rop&oacute;n de brocado escarlata,
+como un cardenal! Hasta se parece en ese traje, seg&uacute;n dice el maestro de
+capilla, que sabe mucho de tales cosas, a un tal <i>Diente</i> o no s&eacute; c&oacute;mo,
+que hace siglos viv&iacute;a en Italia y baj&oacute; al infierno, escribiendo su viaje
+en verso.</p>
+
+<p>Sonaron pasos en una angosta escalerilla de caracol que, perforando el
+muro, comunicaba el recibimiento con el piso superior.</p>
+
+<p>&mdash;Es don Luis&mdash;dijo el <i>Vara de palo</i>&mdash;. Va a decir su misa en la
+capilla del Sagrario, y despu&eacute;s al coro.</p>
+
+<p>Gabriel se levant&oacute; del sof&aacute; para saludar al sacerdote. Era peque&ntilde;o y de
+constituci&oacute;n d&eacute;bil, resaltando en &eacute;l desde el primer golpe de vista la
+desproporci&oacute;n entre el cuerpo enfermizo y la cabeza enorme. La frente,
+abombada y saliente, parec&iacute;a aplastar con su peso las facciones morenas
+e irregulares, alteradas por la huella de las viruelas. Era feo, y sin
+embargo, la expresi&oacute;n de sus ojos azules, el brillo de la dentadura
+sana, blanca e igual, que parec&iacute;a iluminar la boca, y la sonrisa
+ingenua, casi infantil, que plegaba los labios, daban a su rostro esa
+expresi&oacute;n simp&aacute;tica que revela a los seres sencillos ensimismados en sus
+aficiones art&iacute;sticas.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Conque el se&ntilde;or es ese hermano de quien tanto me ha hablado
+usted?&mdash;dijo al o&iacute;r la presentaci&oacute;n que hac&iacute;a Esteban.</p>
+
+<p>Tendi&oacute; su mano a Gabriel amistosamente. Los dos eran de aspecto
+enfermizo: el desequilibrio org&aacute;nico parec&iacute;a atraerles fraternalmente.</p>
+
+<p>&mdash;Ya que el se&ntilde;or ha estudiado en el Seminario&mdash;dijo el maestro de
+capilla&mdash;, conocer&aacute; algo de m&uacute;sica.</p>
+
+<p>&mdash;Es lo &uacute;nico que recuerdo de aquellas ense&ntilde;anzas.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Y al viajar tanto por el mundo, habr&aacute; o&iacute;do cosas buenas...!</p>
+
+<p>&mdash;Algo hay de eso. La m&uacute;sica es para m&iacute; la m&aacute;s grata de las artes.
+Entiendo poco de ella, pero &laquo;la siento&raquo;.</p>
+
+<p>&mdash;Muy bien, muy bien. Seremos amigos. Ya me contar&aacute; usted cosas. &iexcl;Cu&aacute;nto
+le envidio por haber corrido el mundo...!</p>
+
+<p>Hablaba como un ni&ntilde;o inquieto, sin querer sentarse por m&aacute;s que el
+silenciario, en cada una de sus evoluciones por la sala, le ofrec&iacute;a una
+silla. Iba de un lado a otro con el manteo terciado y la teja en la
+mano, un pobre sombrero sin rastro de pelo, abollado, con una capa de
+grasa en las alas, m&iacute;sero y viejo como la sotana y los zapatos. A pesar
+de esta pobreza, el maestro de capilla ten&iacute;a cierta elegancia. Su
+cabello, demasiado crecido para la costumbre eclesi&aacute;stica, se
+ensortijaba en la c&uacute;spide del cr&aacute;neo. La manera arrogante con que
+plegaba el manteo en torno de su cuerpo hac&iacute;a recordar la capa de los
+tenores de &oacute;pera. Hab&iacute;a en &eacute;l cierta desenvoltura profana que delataba
+al artista sepultado en los h&aacute;bitos sacerdotales, ansioso por volar
+fuera de ellos, abandon&aacute;ndolos a sus pies como una mortaja.</p>
+
+<p>Llegaron a la habitaci&oacute;n, como truenos lejanos, algunas campanadas
+graves que conmovieron el claustro.</p>
+
+<p>&mdash;T&iacute;o, que llaman a coro&mdash;dijo el <i>Tato</i>&mdash;. Ya deb&iacute;amos estar en
+la-catedral. Son casi las ocho.</p>
+
+<p>&mdash;Es verdad, hombre; tiene gracia que seas t&uacute; quien me lo recuerde. En
+marcha.</p>
+
+<p>Luego a&ntilde;adi&oacute;, dirigi&eacute;ndose al sacerdote m&uacute;sico:</p>
+
+<p>&mdash;Don Luis, su misa es a las ocho. Ya hablar&aacute; despu&eacute;s de sus cosas con
+Gabriel. Ahora, a la obligaci&oacute;n. Hay que sacar para los postres, como
+usted dice, ya que en estos tiempos del demonio apenas si da el cargo
+para comer.</p>
+
+<p>El maestro de capilla asinti&oacute; tristemente con un movimiento de cabeza y
+sali&oacute; tras los dos servidores del templo, contrariado, como si le
+arrastrasen a un trabajo penoso y antip&aacute;tico. Tarareaba distra&iacute;damente
+al dar la mano a Gabriel, y &eacute;ste crey&oacute; reconocer un fragmento del
+<i>Septimino</i> de Beethoven en la m&uacute;sica que, sorda y cortada, sal&iacute;a de
+entre los labios del joven sacerdote.</p>
+
+<p>Luna se tendi&oacute; en el sof&aacute;, abandon&aacute;ndose a la fatiga al verse solo,
+despu&eacute;s de la larga espera ante la catedral. La vieja que serv&iacute;a a su
+hermano puso junto a &eacute;l un jarrito de leche, llenando despu&eacute;s un vaso.
+Gabriel bebi&oacute;, haciendo esfuerzos por dominar los estremecimientos de
+su est&oacute;mago enfermo, que pugnaba por expeler el l&iacute;quido. Su cuerpo,
+fatigado por la mala noche y el cansancio de la espera, acab&oacute; por
+asimilarse el alimento, sumi&eacute;ndose en una dulce languidez que no hab&iacute;a
+sentido en mucho tiempo. Gabriel pudo adormecerse, y as&iacute; estuvo m&aacute;s de
+una hora, inm&oacute;vil en el sof&aacute;, cort&aacute;ndose varias veces su desigual
+respiraci&oacute;n con el estertor de la tos cavernosa, que no llegaba a
+desvanecer su sue&ntilde;o.</p>
+
+<p>Cuando despert&oacute;, fue de golpe, con un estremecimiento nervioso que le
+conmovi&oacute; de los pies a la cabeza, haci&eacute;ndole saltar del sof&aacute; como a
+impulsos de un resorte. Era la inquietud del peligro que hab&iacute;a quedado
+fija en &eacute;l para siempre; el h&aacute;bito de la intranquilidad contra&iacute;do en los
+obscuros calabozos, cuando esperaba a todas horas ver abrirse la puerta
+para ser apaleado como un perro o conducido al cuadro de ejecuci&oacute;n ante
+la doble fila de fusiles; y a m&aacute;s de esto, la costumbre de vivir
+vigilado en todos los pa&iacute;ses, presintiendo el espionaje de la polic&iacute;a en
+torno de &eacute;l, sorprendido en medio de la noche en cuartos de posada por
+la orden de salir inmediatamente; la zozobra del antiguo Asheverus, que
+apenas gustaba un instante del descanso, o&iacute;a el eterno &laquo;Anda, anda&raquo;.</p>
+
+<p>No quiso dormir m&aacute;s, como si temiera sufrir de nuevo las negras
+pesadillas del ensue&ntilde;o. Prefer&iacute;a la realidad: aquel silencio de la
+catedral que le envolv&iacute;a en una dulce caricia; la calma augusta del
+templo, inmenso monte de piedra labrada que parec&iacute;a pesar sobre &eacute;l
+aplast&aacute;ndolo, ocultando para siempre su debilidad de perseguido.</p>
+
+<p>Sali&oacute; al claustro, y puesto de codos en la barandilla contempl&oacute; el
+jard&iacute;n.</p>
+
+<p>Las Claver&iacute;as parec&iacute;an desiertas. Los ni&ntilde;os que las animaban al comenzar
+el d&iacute;a estaban en la escuela; las mujeres, dentro de sus casas,
+preparaban la comida. En todo el claustro no hab&iacute;a otra persona que &eacute;l.
+La luz del sol ba&ntilde;aba todo un lado; la sombra de las columnas cortaba
+oblicuamente los grandes cuadros de oro que cubr&iacute;an las baldosas. Un
+silencio augusto, la calma santa de la catedral, penetraba en el
+agitador como dulce narc&oacute;tico. Los siete siglos adheridos a aquellas
+piedras parec&iacute;an envolverle como otros tantos velos que le aislaban del
+resto del mundo. En una habitaci&oacute;n de las Claver&iacute;as sonaba un martillo
+con repiqueteo incesante. Era el de un zapatero que Gabriel hab&iacute;a visto,
+al trav&eacute;s de los vidrios de una ventana, encorvado ante su mesilla. En
+el pedazo de cielo encuadrado por los tejados volaban algunos palomos,
+moviendo sus blancas alas como si bogasen en un lago de intenso azul. Al
+fatigarse, descend&iacute;an al claustro, y agarrados a las barandillas,
+emprend&iacute;an un susurro que estremec&iacute;a el religioso silencio como un
+suspiro de amor. De vez en cuando se abr&iacute;an las cancelas de la catedral,
+esparciendo en el jard&iacute;n y las Claver&iacute;as una bocanada de aire cargada de
+incienso, de rugidos de &oacute;rgano y voces graves que cantaban palabras
+latinas prolongando solemnemente las s&iacute;labas.</p>
+
+<p>Gabriel miraba el jard&iacute;n, orlado por las arcadas de piedra blanca y sus
+rudos contrafuertes de berroque&ntilde;a obscura, en cuya c&uacute;spide dejaban las
+lluvias una florescencia de hongos como botones de terciopelo negruzco.
+Descend&iacute;a el sol a un &aacute;ngulo del jard&iacute;n, y el resto quedaba en una
+claridad verdosa, de penumbra conventual. La torre de las campanas
+ocultaba un pedazo de cielo, ostentando sobre sus flancos rojizos,
+ornados de junquillos g&oacute;ticos y contrafuertes salientes, las fajas de
+m&aacute;rmol negro con cabezas de misteriosos personajes y escudos de armas de
+los diversos arzobispos que intervinieron en su construcci&oacute;n. En lo
+alto, cerca de los pin&aacute;culos de piedra blanqu&iacute;sima, mostr&aacute;banse las
+campanas tras de enormes rejas, como p&aacute;jaros de bronce en jaulas de
+hierro.</p>
+
+<p>Tres campanadas graves, anunciando que la misa mayor estaba en su
+momento m&aacute;s solemne, retumbaron en toda la catedral. Tembl&oacute; la monta&ntilde;a
+de piedra, transmiti&eacute;ndose la vibraci&oacute;n por naves, galer&iacute;as y arcadas
+hasta los profundos cimientos.</p>
+
+<p>Despu&eacute;s, otra vez el silencio, que parec&iacute;a m&aacute;s imponente, m&aacute;s profundo,
+tras los truenos del bronce. Volv&iacute;a a o&iacute;rse el susurro de los palomos, y
+abajo, en el jard&iacute;n, piaban unos p&aacute;jaros, como enardecidos por el rayo
+de sol que reanimaba la verdosa penumbra.</p>
+
+<p>Gabriel sent&iacute;ase conmovido. Se apoderaba de &eacute;l la dulce embriaguez del
+silencio, de la calma absoluta: la felicidad del no ser. M&aacute;s all&aacute; de
+aquellos muros estaba el mundo; pero no se le ve&iacute;a, no se le sent&iacute;a;
+par&aacute;base respetuoso y aburrido ante aquel monumento del pasado, hermosa
+sepultura en cuyo interior nada excitaba su curiosidad. &iquest;Qui&eacute;n pod&iacute;a
+suponer que &eacute;l estaba all&iacute;...? Aquella verruga de siete siglos, formada
+por poderes pol&iacute;ticos que murieron y por una fe agonizante, ser&iacute;a su
+&uacute;ltimo refugio. En plena &eacute;poca de descreimiento, la iglesia le servir&iacute;a
+de lugar de asilo, como a los grandes criminales de la Edad Media, que
+desde lo alto del claustro se burlaban de la justicia, detenida en la
+puerta como los mendigos. All&iacute; dejar&iacute;a que se consumara en el silencio y
+la calma la lenta ruina de su cuerpo. All&iacute; morir&iacute;a, con la dulce
+satisfacci&oacute;n de haber perecido para el mundo mucho tiempo antes. Por fin
+realizaba el deseo de acabar sus d&iacute;as en un rinc&oacute;n de la so&ntilde;olienta
+catedral espa&ntilde;ola, &uacute;nica esperanza que le sonre&iacute;a cuando caminaba a pie
+por las carreteras de Europa, ocult&aacute;ndose del guardia civil o del
+gendarme, y pasaba las noches en un foso, apelotonado, con la barba en
+las rodillas, creyendo morir de fr&iacute;o.</p>
+
+<p>Coger la catedral como el n&aacute;ufrago agarra un resto del buque, pr&oacute;ximo ya
+a ahogarse: &eacute;sta era su esperanza, y acababa de realizarla. La iglesia
+le acog&iacute;a como una madre vieja y adusta que no sonr&iacute;e, pero abre los
+brazos.</p>
+
+<p>&mdash;Por fin.... Por fin...&mdash;murmur&oacute; Luna.</p>
+
+<p>Y sonri&oacute; pensando en aquel mundo de persecuciones y dolores que
+abandonaba como en un lugar remoto, situado en otro planeta, al que
+jam&aacute;s hab&iacute;a de volver. La catedral le guardaba para siempre.</p>
+
+<p>En el silencio profundo del claustro, al que no llegaban los ruidos de
+la calle, el <i>compa&ntilde;ero</i> Luna crey&oacute; o&iacute;r, lejano, muy lejano, el chill&oacute;n
+sonido de las cornetas, y despu&eacute;s un sordo redoble de tambores. Entonces
+se acord&oacute; del Alc&aacute;zar de Toledo, que parece dominar desde su altura a la
+catedral, intim&aacute;ndola con la pesada mole de sus torres. Eran las
+cornetas de la Academia Militar.</p>
+
+<p>A Gabriel le hicieron da&ntilde;o estos sonidos. Hab&iacute;a perdido de vista el
+mundo, y cuando se cre&iacute;a lejos, muy lejos de &eacute;l, sent&iacute;a su presencia, un
+poco m&aacute;s all&aacute; de los tejados del templo.</p>
+
+
+
+<hr style="width: 65%;" />
+<h2><a name="II" id="II"></a>II</h2>
+
+<p>Desde los tiempos del segundo cardenal de Borb&oacute;n, era el se&ntilde;or Esteban
+Luna jardinero de la catedral, por derecho que parec&iacute;a vinculado en su
+familia. &iquest;Cu&aacute;l fue el primer Luna que entr&oacute; al servicio de la Santa
+Iglesia Primada? El jardinero, al hacerse esta pregunta, sonre&iacute;a
+satisfecho, y sus ojos miraban a lo infinito, como queriendo abarcar la
+inmensidad del tiempo. Los Luna eran tan antiguos como los cimientos de
+la iglesia. Hab&iacute;an ido naciendo las diversas generaciones en los
+aposentos del claustro alto, y cuando el ilustre Cisneros a&uacute;n no hab&iacute;a
+construido las Claver&iacute;as, los Luna viv&iacute;an en las casas inmediatas, como
+si no pudiesen existir fuera de la sombra de la Primada. A nadie
+pertenec&iacute;a la catedral con mejor derecho que a ellos. Pasaban los
+can&oacute;nigos, los beneficiados y los arzobispos; ganaban la plaza, mor&iacute;an,
+y otro al puesto; era un desfile de caras nuevas, de se&ntilde;ores que ven&iacute;an
+de todos los rincones de Espa&ntilde;a a sentarse en el coro para morir a&ntilde;os
+despu&eacute;s, dejando la vacante a otros advenedizos; y los Luna siempre en
+su puesto, como si la antigua familia fuese una pilastra m&aacute;s de las
+muchas que sostienen el templo. Podr&iacute;a ser que el arzobispo que un d&iacute;a
+se llamaba don Bernardo, se llamase al a&ntilde;o siguiente don Gaspar y al
+otro don Fernando; lo imposible e inveros&iacute;mil era que la catedral
+pudiese existir sin tener alg&uacute;n Luna en el jard&iacute;n, en la sacrist&iacute;a o en
+el crucero, acostumbrada durante tantos siglos a sus servicios.</p>
+
+<p>El jardinero hablaba con orgullo de su estirpe: de su noble y
+desgraciado pariente el condestable don &Aacute;lvaro enterrado como un rey en
+su capilla detr&aacute;s del altar mayor; del papa Benedicto XIII, altivo y
+tozudo como todos los de la familia; de don Pedro de Luna, V de su
+nombre en la silla arzobispal de Toledo, y de otros parientes no menos
+ilustres.</p>
+
+<p>&mdash;Todos somos del mismo tronco&mdash;dec&iacute;a con orgullo&mdash;. Todos vinimos a la
+conquista de Toledo con el buen rey Alfonso VI. S&oacute;lo que unos Luna le
+tomaron gusto a matar moros, y fueron se&ntilde;ores y conquistaron castillos,
+y otros, mis abuelos, quedaron al servicio de la catedral, como
+fervorosos cristianos que eran.</p>
+
+<p>Con la satisfacci&oacute;n de un duque que cuenta sus ascendientes, el se&ntilde;or
+Esteban remontaba la cadena de los Luna hasta titubear y perderse en
+pleno siglo XV. Su padre hab&iacute;a conocido a don Francisco III Lorenzana,
+el pr&iacute;ncipe de la Iglesia fastuoso y pr&oacute;digo, que gastaba las cuantiosas
+rentas del arzobispado construyendo palacios y editando libros, como un
+gran se&ntilde;or del Renacimiento. Hab&iacute;a conocido tambi&eacute;n al primer cardenal
+de Borb&oacute;n, don Luis II, y contaba la vida novelesca de este infante.
+Hermano del rey Carlos III, la costumbre que dedicaba a la Iglesia a los
+ilustres segundones le hab&iacute;a hecho cardenal a la edad de nueve a&ntilde;os.
+Pero a aquel buen se&ntilde;or, retratado en la Sala Capitular con peluca
+blanca, labios pintados y ojos azules, le llamaban m&aacute;s los goces del
+mundo que las grandezas de la Iglesia, y abandon&oacute; el arzobispado para
+casarse con una dama de modesta estirpe, ri&ntilde;endo para siempre con el
+monarca, que lo envi&oacute; al destierro. Y el viejo Luna, saltando de abuelo
+en abuelo a trav&eacute;s de los siglos, recordaba al archiduque Alberto, que
+renunci&oacute; la mitra toledana para ir a gobernar los Pa&iacute;ses Bajos, y al
+magn&iacute;fico cardenal Tavera, protector de las artes; todos pr&iacute;ncipes
+excelentes, que hab&iacute;an tratado con cari&ntilde;o a la familia, reconociendo su
+secular adhesi&oacute;n a la Santa Iglesia Primada.</p>
+
+<p>Los tiempos de la juventud fueron malos para el se&ntilde;or Esteban. Eran los
+de la guerra de la Independencia. Los franceses ocupaban Toledo y
+entraban en la catedral como paganos, arrastrando el sable en plena misa
+mayor, para curiosear hasta por los &uacute;ltimos rincones. Las alhajas
+estaban escondidas; los can&oacute;nigos y los beneficiados, que entonces se
+llamaban racioneros, viv&iacute;an desperdigados por la pen&iacute;nsula. Unos se
+hab&iacute;an refugiado en las plazas todav&iacute;a espa&ntilde;olas; otros estaban ocultos
+en los pueblos, haciendo votos por que pronto volviese el Deseado. El
+coro daba l&aacute;stima con las escasas voces de los t&iacute;midos y los comodones
+que, pegados al asiento y no pudiendo vivir lejos de &eacute;l, hab&iacute;an
+reconocido al rey intruso. El segundo cardenal de Borb&oacute;n, el dulce e
+insignificante don Luis Mar&iacute;a, estaba en C&aacute;diz, de regente del reino.
+Era el &uacute;nico de la familia que quedaba en Espa&ntilde;a, y las Cortes hab&iacute;an
+echado mano de &eacute;l para dar cierto tinte din&aacute;stico a su autoridad
+revolucionaria.</p>
+
+<p>Cuando al terminar la guerra volvi&oacute; a su sede el pobre cardenal, el
+se&ntilde;or Esteban se enterneci&oacute; viendo su rostro de ni&ntilde;o triste, rematado
+por una cabeza de redonda e insignificante peque&ntilde;ez. Ven&iacute;a desalentado y
+cariacontecido, despu&eacute;s de recibir en Madrid a su sobrino Fernando VII.
+Sus compa&ntilde;eros de regencia estaban en la c&aacute;rcel o en el destierro; y s&iacute;
+&eacute;l no sufri&oacute; igual suerte, era por su mitra y su apellido. El infeliz
+prelado cre&iacute;a haber hecho una gran cosa sosteniendo los intereses de su
+familia durante la guerra, y se ve&iacute;a acusado de liberal, de enemigo de
+la religi&oacute;n y del trono, sin que pudiese adivinar en qu&eacute; hab&iacute;a
+conspirado contra ellos. El pobre cardenal de Borb&oacute;n languideci&oacute; de
+tristeza en su palacio, dedicando sus rentas a hacer obras en la
+catedral, hasta que muri&oacute; al iniciarse la reacci&oacute;n de 1832, dejando el
+sitio a Inguanzo, el tribuno del absolutismo, un prelado con patillas
+entrecanas, que hab&iacute;a hecho su carrera en las Cortes de C&aacute;diz atacando
+como diputado toda reforma y abogando por el retroceso a los tiempos de
+los Austrias, medio seguro para salvar al pa&iacute;s.</p>
+
+<p>El buen jardinero saludaba con igual entusiasmo al c&aacute;rdena borb&oacute;nico
+odiado de los reyes, que al prelado con patillas que hac&iacute;a temblar a
+toda la di&oacute;cesis con su genio acre y desabrido y sus arrogancias de
+revolucionario absolutista. Para &eacute;l, quien llegaba a la silla de Toledo
+era un hombre perfecto, cuyos actos no se pod&iacute;an discutir, y hac&iacute;a o&iacute;dos
+sordos a las murmuraciones de can&oacute;nigos y beneficiados, los cuales,
+fumando un cigarrillo en el cenador de su jard&iacute;n, hablaban-de las
+genialidades de aquel se&ntilde;or de Inguanzo, indignado contra el gobierno de
+Fernando VII porque no era bastante &laquo;neto&raquo; y por miedo a los extranjeros
+no osaba restablecer el saludable Tribunal de la Inquisici&oacute;n.</p>
+
+<p>Lo &uacute;nico que entristec&iacute;a al jardinero era contemplar la decadencia de su
+querida catedral. Las rentas del arzobispado y las del cabildo hab&iacute;an
+sufrido gran merma con la guerra. Hab&iacute;a ocurrido lo que en las
+inundaciones, que, al retirarse, arrastran &aacute;rboles y casas, dejando el
+terreno yermo y desabitado. La Primada perd&iacute;a muchos de sus derechos;
+los arrendatarios se hac&iacute;an due&ntilde;os vali&eacute;ndose de los apuros del Estado;
+los pueblos se negaban a pagar sus servidumbres feudales, como si el
+h&aacute;bito de defenderse y hacer la guerra les librase para siempre del
+vasallaje. Adem&aacute;s, las empecatadas Cortes, decretando la abolici&oacute;n de
+los se&ntilde;or&iacute;os, hab&iacute;an cercenado las cuantiosas rentas de la catedral,
+adquiridas en los siglos en que los arzobispos de Toledo se calaban el
+casco y andaban con los moros a golpes de mandoble.</p>
+
+<p>Aun as&iacute;, le restaba una fortuna considerable a la Iglesia Primada, y
+manten&iacute;a su esplendor como si nada hubiese ocurrido; pero el se&ntilde;or
+Esteban husmeaba el peligro desde el fondo de su jard&iacute;n, enter&aacute;ndose por
+los can&oacute;nigos de las conspiraciones liberales y de los fusilamientos,
+horcas y destierros a que ten&iacute;a que apelar el se&ntilde;or rey don Fernando
+para contener la audacia de los &laquo;negros&raquo;, enemigos de la monarqu&iacute;a y la
+Iglesia.</p>
+
+<p>&mdash;Han probado el dulce&mdash;dec&iacute;a&mdash;, y volver&aacute;n, &iexcl;vaya si volver&aacute;n!, as&iacute; que
+les dejen. Durante la guerra nos dieron el primer mordisco, quitando a
+la catedral m&aacute;s de la mitad de lo suyo, y ahora nos robar&aacute;n el resto, si
+es que logran coger la sart&eacute;n del mango.</p>
+
+<p>El jardinero se indignaba ante la posibilidad de que esto ocurriera.
+&iexcl;Ay! &iexcl;Y para esto hab&iacute;an peleado con los moros tantos se&ntilde;ores arzobispos
+de Toledo, conquistando villas, asaltando castillos y acotando dehesas,
+que pasaban a ser propiedad de la catedral, contribuyendo al mayor
+esplendor del culto a Dios! &iexcl;Y para caer en las manos puercas de los
+enemigos de todo lo santo hab&iacute;an testado tantos fieles en la hora de la
+muerte, reinas, magnates y simples particulares, dejando lo m&aacute;s sano de
+su fortuna a la Santa Iglesia Primada, con el deseo de salvar su
+alma...! &iquest;Qu&eacute; iba a ser de las seiscientas personas, entre grandes y
+chicos, cl&eacute;rigos y seglares, dignidades y simples empleados, qu&eacute; com&iacute;an
+de las rentas de la catedral...? &iquest;Y a eso llamaban libertad? &iquest;A robar lo
+que no era suyo, dejando en la miseria a un sinn&uacute;mero de familias que se
+manten&iacute;an de la &laquo;olla grande&raquo; del cabildo?</p>
+
+<p>Cuando los tristes presentimientos del jardinero comenzaron a cumplirse
+y Mendiz&aacute;bal decret&oacute; la desamortizaci&oacute;n, el se&ntilde;or Esteban crey&oacute; morir de
+rabia. El cardenal Inguanzo procedi&oacute; mejor que &eacute;l. Arrinconado en su
+palacio por los liberales, como su antecesor lo hab&iacute;a sido por los
+absolutistas, tom&oacute; el partido de morirse, para no presenciar tantos
+atentados contra la fortuna sagrada de la iglesia. El se&ntilde;or Luna, que
+por ser simple jardinero no pod&iacute;a imitar al cardenal, sigui&oacute; viviendo;
+pero todos los d&iacute;as tomaba un disgusto al saber que, por cantidades
+irrisorias, algunos moderados de los que no faltaban a la misa mayor
+iban adquiriendo hoy una casa, ma&ntilde;ana un cigarral, al otro una dehesa,
+fincas todas pertenecientes a la Primada que hab&iacute;an pasado a figurar en
+los llamados bienes nacionales. &iexcl;Ladrones! Al se&ntilde;or Esteban le causaba
+igual indignaci&oacute;n esta subasta lenta, que desgarraba en piezas la
+fortuna de la catedral, que si viera a los alguaciles entrar en su casa
+de las Claver&iacute;as para llevarse los muebles de la familia, cada uno de
+los cuales guardaba el recuerdo de un ascendiente.</p>
+
+<p>Hubo momentos en que pens&oacute; abandonar el jard&iacute;n, marchando al Maestrazgo
+o a las provincias del Norte en busca de los leales que defend&iacute;an los
+derechos de Carlos V y la vuelta a los antiguos tiempos. Ten&iacute;a entonces
+cuarenta a&ntilde;os; sent&iacute;ase &aacute;gil y fuerte, y aunque su humor era pac&iacute;fico y
+nunca hab&iacute;a tocado un fusil, le animaba el ejemplo de algunos
+estudiantes t&iacute;midos y piadosos que se hab&iacute;an fugado del Seminario, y,
+seg&uacute;n se dec&iacute;a, peleaban en Catalu&ntilde;a tras la capa roja de don Ram&oacute;n
+Cabrera. Pero el jardinero, para no estar solo en su, gran habitaci&oacute;n de
+las Claver&iacute;as, se hab&iacute;a casado tres a&ntilde;os antes con la hija del sacrist&aacute;n
+y ten&iacute;a un hijo. Adem&aacute;s, no pod&iacute;a despegarse de la iglesia. Era un
+sillar m&aacute;s de la monta&ntilde;a de piedra; se mov&iacute;a y hablaba como un hombre,
+pero ten&iacute;a la seguridad de perecer apenas saliese de su jard&iacute;n. La
+catedral perder&iacute;a algo importante si le faltaba un Luna, despu&eacute;s de
+tantos siglos de fiel servicio, y a &eacute;l le asustaba la posibilidad de
+vivir fuera de ella. &iquest;C&oacute;mo hab&iacute;a de ir por los montes disparando tiros,
+si para &eacute;l transcurr&iacute;an los a&ntilde;os sin pisar otro suelo &laquo;profano&raquo; que el
+pedazo de calle entre la escalera de las Claver&iacute;as y la puerta del
+Mollete?</p>
+
+<p>Sigui&oacute; cultivando su jard&iacute;n, con la melanc&oacute;lica satisfacci&oacute;n de
+considerarse a cubierto de los males revolucionarios al abrigo de aquel
+coloso de piedra que impon&iacute;a respeto con su majestuosa vetustez.
+Podr&iacute;an cercenar la fortuna del templo, pero ser&iacute;an impotentes contra la
+fe cristiana de los que viv&iacute;an a su amparo.</p>
+
+<p>El jard&iacute;n, insensible y sordo a las tempestades revolucionarias que
+descargaban sobre la iglesia, segu&iacute;a desarrollando entre las arcadas su
+belleza sombr&iacute;a. Los laureles crec&iacute;an rectos hasta llegar a las
+barandillas del claustro alto; los cipreses agitaban sus copas como si
+quisieran escalar los tejados; las plantas trepadoras se enredaban en
+las verjas del claustro formando tupidas celos&iacute;as de verdura, y la
+hiedra tapizaba el cenador central, rematado por una montera de negra
+pizarra con cruz de hierro enmohecido. En el interior de &eacute;ste, los
+cl&eacute;rigos, al terminar el coro de la tarde, le&iacute;an, a la verdosa claridad
+que se filtraba entre el follaje, los peri&oacute;dicos del campo carlista o
+comentaban entusiasmados las haza&ntilde;as de Cabrera, mientras que en lo
+alto, indiferentes para las insignificancias humanas, revoloteaban las
+golondrinas en caprichosa contradanza, lanzando silbidos como si rayasen
+con su pico el cristal del cielo. El se&ntilde;or Esteban asist&iacute;a silencioso y
+de pie a este club vespertino, que tra&iacute;a recelosos a los de la Milicia
+Nacional de Toledo.</p>
+
+<p>Termin&oacute; la guerra y se desvanecieron las &uacute;ltimas ilusiones del
+jardinero. Cay&oacute; en un mutismo de desesperado: no quer&iacute;a saber nada de
+fuera de la catedral. Dios hab&iacute;a abandonado a los buenos; los traidores
+y los malos eran los m&aacute;s. Lo &uacute;nico que le consolaba era la fortaleza del
+templo, que llevaba largos siglos de vida y a&uacute;n podr&iacute;a desafiar a los
+enemigos durante muchos m&aacute;s.</p>
+
+<p>S&oacute;lo quer&iacute;a ser jardinero, morir en el claustro alto, como sus abuelos,
+y dejar nuevos Luna que perpetuasen los servicios de la familia en la
+catedral. Su hijo mayor, Tom&aacute;s, ten&iacute;a doce a&ntilde;os y le ayudaba en el
+cuidado del jard&iacute;n. Con un intervalo de algunos a&ntilde;os hab&iacute;a tenido otro,
+Esteban, que apenas sab&iacute;a andar y ya se arrodillaba ante las im&aacute;genes de
+la habitaci&oacute;n, llorando para que su madre le bajase a la iglesia a ver
+los santos.</p>
+
+<p>La pobreza entraba en el templo; reduc&iacute;ase el n&uacute;mero de can&oacute;nigos y
+racioneros. Al morir los empleados anul&aacute;banse las plazas, y eran
+despedidos los carpinteros, los alba&ntilde;iles, los vidrieros, que antes
+viv&iacute;an en la Primada como obreros adheridos a ella, trabajando
+continuamente en su reparaci&oacute;n. Si de tarde en tarde era indispensable
+verificar un trabajo, se llamaban jornaleros de fuera. En las Claver&iacute;as
+se desocupaban muchas habitaciones; un silencio de cementerio reinaba
+all&iacute; donde antes se aglomeraba todo un pueblo falto de espacio. El
+<i>gobierno de Madrid</i>&mdash;hab&iacute;a que ver con qu&eacute; expresi&oacute;n de desprecio
+subrayaba el jardinero estas palabras&mdash;andaba en tratos con el Santo
+Padre para arreglar una cosa que llamaban Concordato. Se limitaba el
+n&uacute;mero de los can&oacute;nigos, como si la Iglesia Primada fuese una colegiata
+cualquiera. Se les pagaba por el Gobierno, lo mismo que a los
+empleadillos, y para el sostenimiento y culto de la m&aacute;s famosa de las
+catedrales espa&ntilde;olas, que cuando cobraba el diezmo no sab&iacute;a d&oacute;nde
+encerrar tantas riquezas, se destinaban mil doscientas pesetas
+mensuales.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Mil doscientas pesetas, Tom&aacute;s!&mdash;dec&iacute;a a su hijo, un chicarr&oacute;n
+silencioso a quien no interesaba gran cosa lo que no fuese su jard&iacute;n&mdash;.
+&iexcl;Mil doscientas pesetas, cuando yo he conocido a la catedral con m&aacute;s de
+seis millones de renta! &iquest;Para qu&eacute; hay con eso? Malos tiempos nos
+esperan, y si yo fuese otro, os dedicar&iacute;a a un oficio, a cualquier cosa,
+fuera de la Primada. Pero los Luna no pueden desertar, como tantos
+pillos que han traicionado la causa de Dios. Aqu&iacute; hemos nacido y aqu&iacute;
+hemos de morir hasta el &uacute;ltimo de la familia.</p>
+
+<p>Y enfurecido contra los cl&eacute;rigos de la catedral, que parec&iacute;an acoger con
+buen gusto el Concordato y sus sueldos, satisfechos de salir bien
+librados de la tormenta revolucionaria, se aislaba en el jard&iacute;n,
+cerrando la puerta de la verja y rehuyendo las tertulias de otros
+tiempos.</p>
+
+<p>Aquel peque&ntilde;o mundo vegetal no cambiaba. Su sombra verdosa era semejante
+al crep&uacute;sculo que envolv&iacute;a el alma del jardinero. No era la alegr&iacute;a
+ruidosa, desbordante de colores y susurros, del huerto al aire libre
+inundado de sol; ten&iacute;a la melanc&oacute;lica belleza del jard&iacute;n monacal entre
+cuatro paredes, sin m&aacute;s luz que la que desciende a lo largo de los
+aleros y las arcadas, ni otras aves que las que revolotean en lo alto
+mirando con asombro un para&iacute;so en el fondo de un pozo. La vegetaci&oacute;n era
+la misma da los paisajes griegos: laureles, cipreses y rosales, como en
+los idilios de los poetas hel&eacute;nicos. Pero las ojivas que lo cerraban,
+los andenes pavimentados con grandes losas berroque&ntilde;as, en cuyos
+intersticios crec&iacute;a la hierba en festones, la cruz del cenador central,
+el olor mohoso del hierro viejo de las verjas y la humedad de la piedra
+de los contrafuertes cubiertos por la verde capa de las lluvias, daban
+al jard&iacute;n un ambiente de vetustez cristiana. Los &aacute;rboles se agitaban al
+viento como incensarios; las flores, de color p&aacute;lido, l&aacute;nguidas, con
+an&eacute;mica hermosura, ol&iacute;an a incienso, como si las bocanadas de aire de la
+catedral con que las impregnaban las cercanas puertas transformasen sus
+naturales perfumes. El agua de las lluvias, cayendo por las g&aacute;rgolas y
+canalones de los tejados, dorm&iacute;a en dos profundas albercas de piedra. El
+cubo del jardinero romp&iacute;a un instante la capa verdosa de su superficie,
+dejando ver el azul negruzco de las grandes profundidades; pero apenas
+extinguidos los c&iacute;rculos exc&eacute;ntricos de la inmersi&oacute;n, volv&iacute;an a
+aproximarse y a confundirse las verdes lentejas, y otra vez desaparec&iacute;a
+el agua bajo su mortaja vegetal, sin un estremecimiento, sin un susurro,
+muerta e inm&oacute;vil como el templo en el silencio de la tarde.</p>
+
+<p>En la fiesta del Corpus y en la de la Virgen del Sagrario, a mediados de
+agosto, la gente acud&iacute;a con c&aacute;ntaros al jard&iacute;n y el se&ntilde;or Esteban
+permit&iacute;a que los llenasen en las dos cisternas. Era una antigua
+costumbre que apreciaban los viejos toledanos, haci&eacute;ndose lenguas de la
+frescura del agua de la catedral, condenados como estaban el resto del
+a&ntilde;o al l&iacute;quido terroso del Tajo. Otras veces entraba la gente en el
+jard&iacute;n para proporcionar algunas ganancias al se&ntilde;or Esteban. Las devotas
+le encargaban ramos para sus im&aacute;genes o compraban tiestos de flores,
+crey&eacute;ndolos preferibles a los de los cigarrales, por ser de la Iglesia
+Primada. Las viejas ped&iacute;an ramas de laurel para guisos y medicinas
+caseras. Estos ingresos, unidos a las dos pesetas que el cabildo hab&iacute;a
+asignado al jardinero despu&eacute;s de la fatal desamortizaci&oacute;n, serv&iacute;an al
+se&ntilde;or Esteban para sacar la familia adelante. Pr&oacute;ximo ya a la vejez
+hab&iacute;a tenido su tercer hijo, Gabriel, un peque&ntilde;uelo que a los cuatro
+a&ntilde;os llamaba la atenci&oacute;n de las mujeres de las Claver&iacute;as. Su madre
+afirmaba con fe ciega que era el &laquo;vivo retrato&raquo; del Ni&ntilde;o Jes&uacute;s que
+llevaba en brazos la Virgen del Sagrario. Su hermana Tomasa, casada con
+el <i>Azul de la Virgen</i> y autora de una numerosa familia que ocupaba casi
+la mitad del claustro alto, hac&iacute;ase lenguas del talento de su sobrinillo
+cuando apenas sab&iacute;a hablar y de la unci&oacute;n infantil con que contemplaba
+las im&aacute;genes.</p>
+
+<p>&mdash;Parece un santo&mdash;dec&iacute;a a sus amigas&mdash;. Hay que ver la seriedad con que
+repite las oraciones.... Gabrielillo llegar&aacute; a ser algo. &iexcl;Qui&eacute;n sabe si
+le veremos obispo! Monaguillos he conocido yo, cuando mi padre estaba
+encargado de la sacrist&iacute;a, que ya usan mitra, y puede que alg&uacute;n d&iacute;a los
+tengamos en Toledo.</p>
+
+<p>El coro de halagos y alabanzas rodeaba desde sus primeros a&ntilde;os al ni&ntilde;o
+como una nube de incienso. La familia viv&iacute;a para &eacute;l. El se&ntilde;or Esteban,
+padre al uso latino, que amaba a sus hijos pero se mostraba con ellos
+sombr&iacute;o y amenazador para que creciesen rectos, sent&iacute;a ante el peque&ntilde;o
+un reto&ntilde;amiento de juventud, y jugueteaba con &eacute;l, prest&aacute;ndose sonriente
+a todos sus caprichos. La madre abandonaba las faenas de la casa para no
+contrariar a Gabriel, y los hermanos estaban pendientes de sus
+balbuceos. El mayor, Tom&aacute;s, mocet&oacute;n silencioso que hab&iacute;a reemplazado a
+su padre en el cuidado del jard&iacute;n e iba descalzo en pleno invierno por
+los arriates y las &aacute;speras losas de los andenes, sub&iacute;a con frecuencia
+manojos de hierbas olorosas para que juguetease con ellas su hermanillo.
+Esteban, el segundo, que ten&iacute;a trece a&ntilde;os y gozaba de cierto prestigio
+entre los monaguillos de la catedral por la escrupulosidad con que
+ayudaba las misas, asombraba a Gabriel con su sotana roja y el roquete
+enca&ntilde;onado, y le ofrec&iacute;a cabos de vela y estampitas de colores
+sustra&iacute;das del breviario de alg&uacute;n can&oacute;nigo.</p>
+
+<p>Algunas veces le entraba en brazos en el departamento de los gigantones,
+una vasta sala entre los contrafuertes y los botareles de las naves,
+atravesada por arbotantes de piedra. All&iacute; estaban los h&eacute;roes de las
+antiguas fiestas: el Cid gigantesco, con su espad&oacute;n, y las cuatro
+parejas representando otras tantas partes del mundo, enormes figurones
+con los vestidos apolillados y la cara resquebrajada que hab&iacute;an alegrado
+las calles de Toledo, pudri&eacute;ndose ahora en los tejados de la catedral.
+En un rinc&oacute;n estaba la Tarasca, espantable monstruo de cart&oacute;n que abr&iacute;a
+sus fauces asustando a Gabriel, mientras sobre su lomo rugoso giraba
+locamente una mu&ntilde;eca desmelenada e imp&uacute;dica, que la religiosidad de
+otros siglos hab&iacute;a bautizado con el nombre de Ana Bolena.</p>
+
+<p>Cuando Gabriel fue a la escuela, todos se asombraron de sus progresos.
+La chiquiller&iacute;a del claustro alto, que tanto enfadaba al <i>Vara de
+plata</i>, sacerdote encargado de la direcci&oacute;n y buen orden de la tribu
+establecida en los tejados de la catedral, admiraba al peque&ntilde;o Gabriel
+como un prodigio. A&uacute;n no sab&iacute;a andar y ya le&iacute;a de corrido. A los siete
+a&ntilde;os comenz&oacute; a rumiar el lat&iacute;n, domin&aacute;ndole r&aacute;pidamente, como si en su
+vida no hubiese hablado otra cosa; a los diez disputaba con los cl&eacute;rigos
+que frecuentaban el jard&iacute;n, los cuales se gozaban en oponerle objeciones
+y dificultades.</p>
+
+<p>El se&ntilde;or Esteban, cada vez m&aacute;s encorvado y d&eacute;bil, sonre&iacute;a satisfecho
+ante su &uacute;ltima obra. &iexcl;Iba a ser la gloria de la casa! Se llamaba Luna, y
+pod&iacute;a aspirar a todo sin miedo, pues hasta papas hab&iacute;a en la familia.</p>
+
+<p>Los can&oacute;nigos llev&aacute;banse al peque&ntilde;o a la sacrist&iacute;a, antes del coro,
+para hacerle preguntas sobre sus estudios. Un cl&eacute;rigo de las oficinas
+del arzobispado lo present&oacute; al cardenal, quien despu&eacute;s de o&iacute;rle le dio
+un pu&ntilde;ado de almendras y la esperanza de ocupar una beca para que
+hiciese gratuitamente sus estudios en el Seminario.</p>
+
+<p>Los Luna y sus parientes m&aacute;s o menos cercanos, que formaban casi el
+total de la poblaci&oacute;n del claustro alto, se regocijaron con este
+ofrecimiento. &iquest;Qu&eacute; otra cosa pod&iacute;a ser Gabriel sino sacerdote? Para
+aquellas gentes, pegadas desde que nac&iacute;an al templo, cual excrecencias
+de la piedra, y que consideraban a los arzobispos de Toledo los seres
+m&aacute;s poderosos del mundo despu&eacute;s del Papa, el &uacute;nico lugar digno de un
+hombre de talento era la Iglesia.</p>
+
+<p>Gabriel fue al Seminario, y la familia crey&oacute; que las Claver&iacute;as quedaban
+desiertas. Con la marcha del estudiante acababan en casa de los Luna las
+veladas, en las que el campanero, el pertiguero, los sacristanes y dem&aacute;s
+empleados del templo escuchaban la voz clara y bien acentuada de
+Gabriel, que les le&iacute;a como un &aacute;ngel, unas veces las vidas de los santos,
+otras los peri&oacute;dicos cat&oacute;licos que llegaban de Madrid, y en ciertas
+noches un <i>Quijote</i> con tapas de pergamino y ortograf&iacute;a anticuada,
+venerable ejemplar que hab&iacute;a pasado en la familia de generaci&oacute;n en
+generaci&oacute;n.</p>
+
+<p>La vida de Gabriel en el Seminario fue la existencia mon&oacute;tona y vulgar
+del estudiante laborioso: triunfos en las controversias teol&oacute;gicas,
+premios a granel y el honor de ser presentado a los compa&ntilde;eros como
+modelo. De vez en cuando, alg&uacute;n can&oacute;nigo de los que explicaban en el
+Seminario entraba en el jard&iacute;n.</p>
+
+<p>&mdash;El muchacho marcha muy bien, Esteban. Es el primero en todo, y adem&aacute;s,
+callado y piadoso como un santo. Ser&aacute; el consuelo de su ancianidad.</p>
+
+<p>El jardinero, cada vez m&aacute;s extenuado y viejo, mov&iacute;a la cabeza. &Eacute;l s&oacute;lo
+podr&iacute;a ver el t&eacute;rmino de la carrera de su hijo desde las alturas, si es
+que Dios le llamaba a ellas. Morir&iacute;a antes de su triunfo, pero no se
+entristec&iacute;a por esto; quedaba la familia para gozar de la victoria y dar
+gracias al Se&ntilde;or por su bondad.</p>
+
+<p>Humanidades, teolog&iacute;a, c&aacute;nones, todo lo venc&iacute;a aquel jovenzuelo con
+extraordinaria ligereza que asombraba a sus maestros. Le comparaban en
+el Seminario con los Padres de la Iglesia que hab&iacute;an llamado la atenci&oacute;n
+por su precocidad. Iba a acabar sus estudios muy pronto, y todos le
+auguraban que Su Eminencia le dar&iacute;a una c&aacute;tedra en el Seminario antes de
+cantar misa. Su deseo de saber era insaciable. La biblioteca del
+Seminario la trataba como cosa propia. Algunas tardes iba a la catedral
+para perfeccionar sus estudios de m&uacute;sica religiosa hablando con el
+maestro de capilla y el organista. En el aula de oratoria sagrada dejaba
+estupefactos al profesor y los alumnos por la fogosidad y la convicci&oacute;n
+con que pronunciaba sus sermones.</p>
+
+<p>&mdash;Le llama el pulpito&mdash;dec&iacute;an en el jard&iacute;n de la catedral&mdash;. Siente el
+fuego de los ap&oacute;stoles. Tal vez sea un San Bernardo o un Bossuet. &iexcl;Qui&eacute;n
+sabe adonde ir&aacute; a parar ese muchacho...!</p>
+
+<p>Uno de los estudios que m&aacute;s apasionaban a Gabriel era el de la historia
+de la catedral y de los pr&iacute;ncipes eclesi&aacute;sticos que la hab&iacute;an regido.
+Surg&iacute;a en &eacute;l el amor vehemente de los Luna por aquella giganta que era
+su eterna madre. Pero no la admiraba a ciegas; como todos los suyos:
+quer&iacute;a saber el <i>por qu&eacute;</i> y el <i>c&oacute;mo</i> de las cosas; comprobar en los
+libros las noticias vagas o&iacute;das a su padre con m&aacute;s car&aacute;cter de leyenda
+que de hechos hist&oacute;ricos.</p>
+
+<p>Lo primero que llamaba su atenci&oacute;n era la cronolog&iacute;a de los arzobispos
+de Toledo, una cadena de hombres famosos, santos, guerreros, escritores,
+pr&iacute;ncipes, todos con su cifra detr&aacute;s del nombre, como los reyes en las
+dinast&iacute;as. Hab&iacute;an sido en ciertas &eacute;pocas los verdaderos monarcas de
+Espa&ntilde;a. Los reyes godos en su corte no eran m&aacute;s que figuras decorativas,
+a las que se ensalzaba o se depon&iacute;a seg&uacute;n las exigencias del momento.
+La naci&oacute;n era una Rep&uacute;blica teocr&aacute;tica, y el verdadero jefe el arzobispo
+de Toledo.</p>
+
+<p>Gabriel divid&iacute;a y agrupaba por caracteres la larga lista de prelados
+famosos. Primeramente los santos, los propagandistas de la edad heroica
+del cristianismo, los obispos pobres como sus diocesanos, descalzos,
+fugitivos de la persecuci&oacute;n romana y entregando al fin su cabeza al
+verdugo con el af&aacute;n de dar nuevo prestigio a la doctrina por el
+sacrificio de la existencia: San Eugenio, Melando, Pelagio, Patruno y
+otros nombres que brillaban en el pasado, rompiendo apenas las nieblas
+de lo legendario. Luego ven&iacute;an los arzobispos de la &eacute;poca goda, los
+prelados monarcas, que ejerc&iacute;an sobre los reyes conquistadores la
+superioridad con que el poder espiritual acaba por dominar a la barbarie
+conquistadora. El milagro les acompa&ntilde;aba para confundir a los arr&iacute;anos
+sus enemigos; el prodigio celeste estaba a sus &oacute;rdenes para asombrar a
+los rudos hombres de guerra, supedit&aacute;ndolos. El arzobispo Montano, que
+vive con su mujer, indignado por la murmuraci&oacute;n, pone carbones
+encendidos entre sus vestiduras sagradas mientras dice la misa y no se
+quema, demostrando con este milagro la pureza de su vida. San Ildefonso,
+no contento con escribir libros contra los herejes, hace que se le
+aparezca Santa Leocadia, dejando entre sus dedos un pedazo de manto, y
+goza el honor de que la misma Virgen descienda del cielo para ponerle
+una casulla bordada por sus manos. Sigiberto, a&ntilde;os despu&eacute;s, tiene la
+audacia de vestirse esta casulla, y es depuesto, excomulgado y
+desterrado por su temeridad. Los &uacute;nicos libros que se producen en tal
+&eacute;poca los escriben los prelados de Toledo. Ellos compilan las leyes,
+ellos ungen con el &oacute;leo santo la cabeza de los monarcas, ellos
+improvisan rey a Wamba, conspiran contra la vida de &Eacute;gica, y los
+concilios reunidos en la bas&iacute;lica de Santa Leocadia son asambleas
+pol&iacute;ticas, en las que la mitra est&aacute; sobre el trono y la corona del rey a
+los pies del prelado.</p>
+
+<p>Al sobrevenir la invasi&oacute;n sarracena se reanuda la serie de los
+arzobispos perseguidos. No temen ya por su vida, como en los tiempos de
+la intransigencia romana. Los musulmanes no dan martirio y respetan las
+creencias de los vencidos. Todas las iglesias de Toledo siguen en poder
+de los cristianos moz&aacute;rabes, a excepci&oacute;n de la catedral, que se
+convierte en mezquita mayor. Los obispos cat&oacute;licos son respetados por
+los moros, lo mismo que los rabinos hebreos, pero la Iglesia es pobre, y
+las continuas guerras entre sarracenos y cristianos, junto con las
+represalias que sirven de contestaci&oacute;n a la barbarie de la Reconquista,
+dificultan la vida del culto. Gabriel, al llegar a este punto, so&ntilde;aba
+leyendo los nombres obscuros de Cixila, Elipando y Wistremiro. A &eacute;ste le
+llamaba San Eulogio &laquo;antorcha del Esp&iacute;ritu Santo y luz de Espa&ntilde;a&raquo;, pero
+la Historia no dec&iacute;a nada de sus actos. A San Eulogio lo martirizan y
+matan los moros en C&oacute;rdoba por su excesivo entusiasmo religioso. Benito,
+franc&eacute;s de naci&oacute;n, que le sucede en la silla, por no ser menos que sus
+antecesores, hace que la Virgen le baje otra casulla en una iglesia de
+su pa&iacute;s antes de venir a Toledo.</p>
+
+<p>Tras &eacute;stos, surg&iacute;an en la interesante cronolog&iacute;a los arzobispos
+guerreros; los prelados de cota de malla y hacha de dos filos; los
+conquistadores, que, dejando el coro a los humildes, montaban en su
+trot&oacute;n de guerra y cre&iacute;an no servir a Dios si en el a&ntilde;o no a&ntilde;ad&iacute;an
+algunas aldeas y montes a los bienes de la Iglesia. Llegaban en el siglo
+xi, con Alfonso VI, a la conquista de Toledo. Los primeros eran
+franceses, monjes del famoso monasterio de Cluny, enviados por el abad
+Hugo al convento de Sahag&uacute;n, y que comenzaban a usar el Don como se&ntilde;al
+de se&ntilde;or&iacute;o. A la piadosa tolerancia de los anteriores obispos,
+acostumbrados al trato con &aacute;rabes y jud&iacute;os en la amplia libertad del
+culto moz&aacute;rabe, suced&iacute;a la feroz intransigencia del cristiano
+conquistador. El arzobispo don Bernardo, apenas se ve en la silla de
+Toledo, aprovecha la ausencia de Alfonso VI para violar sus compromisos.
+La mezquita mayor sigue en poder de los moros, por pacto solemne del
+rey, tolerante en materias religiosas como todos los monarcas de la
+Reconquista. El arzobispo se apodera de la voluntad de la reina, la hace
+c&oacute;mplice de sus planes, y una noche, seguido de cl&eacute;rigos y obreros,
+derriba las puertas de la mezquita, la limpia, la purifica, y por la
+ma&ntilde;ana, cuando acuden los sarracenos a dirigir sus oraciones al sol
+naciente, la encuentran convertida en catedral cat&oacute;lica. Los vencidos,
+seguros de la palabra dada por el vencedor, protestan escandalizados, y
+si no se sublevan es por la intervenci&oacute;n del alfaqu&iacute; Abu-Walid, que
+conf&iacute;a en que el rey cumplir&aacute; sus compromisos. Alfonso VI, en tres d&iacute;as,
+viene sobre Toledo desde el fondo de Castilla, dispuesto a matar al
+arzobispo y aun a su propia mujer por este atentado que pone en
+entredicho su palabra de caballero; pero tan grande es su furia, que los
+mismos &aacute;rabes se conmueven; el alfaqu&iacute; sale a su encuentro para rogarle
+que respete lo hecho, ya que los perjudicados se conforman, y en nombre
+de los vencidos le releva de cumplir su palabra, pues la posesi&oacute;n de un
+edificio no es motivo bastante para que se altere la paz.</p>
+
+<p>Gabriel alababa al leer esto la prudencia y la tolerancia del buen moro
+Abu-Walid; pero a&uacute;n admiraba m&aacute;s, con entusiasmo de seminarista, a
+aquellos prelados fieros, intransigentes y batalladores, que
+atrepellaban leyes y pueblos para mayor gloria de Dios.</p>
+
+<p>El arzobispo don Mart&iacute;n es capit&aacute;n general contra los moros de
+Andaluc&iacute;a, conquista villas y acompa&ntilde;a a Alfonso VIII en la batalla de
+Alarcos. El famoso prelado don Rodrigo escribe la cr&oacute;nica de Espa&ntilde;a,
+llen&aacute;ndola de prodigios para mayor prosperidad de la Iglesia, y hace
+historia pr&aacute;cticamente, pasando m&aacute;s tiempo sobre su caballo de guerra
+que en su silla del coro. En la batalla de las Navas da el ejemplo
+meti&eacute;ndose en lo m&aacute;s recio de la pelea, por lo que el rey, despu&eacute;s de la
+victoria, le da el se&ntilde;or&iacute;o de veinte lugares y el de Talavera de la
+Reina. Luego, en ausencia del monarca, el belicoso arzobispo echa a los
+moros de Quesada y de Cazorla y se apodera de vastos territorios, que
+pasan a ser se&ntilde;or&iacute;o suyo con el t&iacute;tulo de <i>Adelantamiento</i>. Don Sancho,
+hijo de don Jaime de Arag&oacute;n y hermano de la reina de Castilla, estima en
+m&aacute;s su t&iacute;tulo de caudillo que la mitra de Toledo, y al ver que los moros
+avanzan, sale a su encuentro en los campos de Marios, se mete en lo m&aacute;s
+fuerte del combate y cae muerto por la morisma, que le corta las manos y
+pone su cabeza en una pica.</p>
+
+<p>Don Gil de Albornoz, el famoso cardenal, marcha a Italia, huyendo de don
+Pedro el Cruel, y, como experto capit&aacute;n, reconquista todo el territorio
+de los papas refugiados en Avi&ntilde;&oacute;n; don Gutierre III va con don Juan II a
+batallar con los moros; don Alfonso de Acu&ntilde;a pelea en las revueltas
+civiles durante el reinado de Enrique IV; y como digno final de esta
+serie de prelados pol&iacute;ticos y conquistadores, ricos y poderosos como
+verdaderos pr&iacute;ncipes, surgen el cardenal Mendoza, que guerrea en la
+batalla de Toro y en la conquista de Granada, gobernando despu&eacute;s el
+reino, y Jim&eacute;nez de Cisneros, que, no encontrando en, la Pen&iacute;nsula moros
+a quienes combatir, pasa el mar y va a Or&aacute;n, tremolando la cruz,
+convertida en arma de guerra.</p>
+
+<p>El seminarista admiraba a estos hombres, agigantados por la nebulosidad
+de la historia antigua y las alabanzas de la Iglesia. Para &eacute;l, eran los
+seres m&aacute;s grandes del mundo despu&eacute;s de los papas, y aun alguna vez
+superiores a &eacute;stos. Se asombraba de que en los tiempos presentes fuesen
+tan ciegos los espa&ntilde;oles que no confiaran su direcci&oacute;n y gobierno a los
+arzobispos de Toledo, que en otros siglos tantas cosas heroicas hab&iacute;an
+realizado. La gloria y el desarrollo de la patria iban &iacute;ntimamente
+unidos a su historia. Su dinast&iacute;a val&iacute;a casi tanto como la de los reyes,
+y en m&aacute;s de una ocasi&oacute;n hab&iacute;an salvado a &eacute;stos con sus consejos y su
+energ&iacute;a.</p>
+
+<p>Detr&aacute;s de las &aacute;guilas ven&iacute;an las aves de corral. Despu&eacute;s de los prelados
+de morri&oacute;n de hierro y cota de malla desfilaban los prelados ricos y
+fastuosos, que no re&ntilde;&iacute;an otros combates que los de los pleitos,
+litigando con villas, gremios y particulares, para mantener la inmensa
+fortuna amasada por sus antecesores. Los que eran generosos como Tavera
+levantaban palacios y proteg&iacute;an al Greco, a Berruguete y otros artistas,
+creando en Toledo un Renacimiento, eco del de Italia; los avarientos
+como Quiroga reduc&iacute;an los gastos de la fastuosa iglesia para convertirse
+en prestamistas de los reyes, dando millones de ducados a aquellos
+monarcas austriacos en cuyos inmensos dominios no se pon&iacute;a el sol, pero
+que se ve&iacute;an obligados a mendigar apenas retrasaban su viaje los
+galeones de Am&eacute;rica.</p>
+
+<p>La catedral era obra de sus pr&iacute;ncipes eclesi&aacute;sticos. Todos hab&iacute;an puesto
+en ella algo que revelaba su car&aacute;cter. Los m&aacute;s rudos y guerreadores, el
+armaz&oacute;n, la monta&ntilde;a de piedra y el bosque de madera que formaban su
+osamenta; los m&aacute;s cultos, elevados a la sede en &eacute;poca de refinamiento,
+las verjas de menuda labor, las portadas de p&eacute;treo encaje, los cuadros,
+las joyas que convert&iacute;an en tesoro su sacrist&iacute;a. La gestaci&oacute;n de la
+giganta hab&iacute;a durado cerca de tres siglos. Era como los animales enormes
+de la &eacute;poca prehist&oacute;rica, durmiendo largos a&ntilde;os en el vientre materno
+antes de salir a luz.</p>
+
+<p>Cuando sus pilastras y muros surgieron del suelo, el arte g&oacute;tico a&uacute;n
+estaba en su primera &eacute;poca. En los dos siglos y medio que dur&oacute; su
+construcci&oacute;n, la arquitectura hizo grandes adelantos. Esta lenta
+transformaci&oacute;n la segu&iacute;a Gabriel con la vista al visitar la catedral,
+encontrando el rastro de sus evoluciones. El grandioso templo era un
+gigante calzado con zapatos toscos y cubierta la cabeza de deslumbrantes
+penachos. Las bases de las pilastras eran groseras, sin adorno alguno.
+Sub&iacute;an los haces de columnas con r&iacute;gida sencillez, marcando el arranque
+de los arcos con capiteles simples, en los cuales el cardo g&oacute;tico a&uacute;n no
+tiene la exuberante frondosidad del per&iacute;odo florido. Pero en las
+b&oacute;vedas, all&iacute; donde la catedral estaba al t&eacute;rmino de su gestaci&oacute;n, o sea
+dos siglos despu&eacute;s de comenzada la obra, los ventanales, con sus ojivas
+multicolores, muestran la magnificencia de un arte en su per&iacute;odo
+culminante.</p>
+
+<p>En los dos extremos del crucero encontraba Gabriel la prueba de los
+grandes progresos realizados durante los centenares de a&ntilde;os que necesit&oacute;
+la catedral para elevarse sobre el suelo. La puerta del Reloj, llamada
+tambi&eacute;n de la Feria, con sus rudas esculturas de hier&aacute;tica rigidez y el
+t&iacute;mpano cubierto de compactas escenas de la Creaci&oacute;n, contrastaba con la
+puerta del otro extremo del crucero, la de los Leones, o, por otro
+nombre, de la Alegr&iacute;a, construida doscientos a&ntilde;os despu&eacute;s, risue&ntilde;a y
+majestuosa a la par como la entrada de un palacio y revelando ya las
+carnales audacias del Renacimiento, que pugnaba por aposentarse entre
+las rigideces de la arquitectura cristiana. Una sirena desnuda, fija a
+la puerta por su cola enroscada, sirve de llamador.</p>
+
+<p>La catedral, labrada toda en piedra blanca y lechosa de las canteras
+inmediatas a Toledo, se remonta de un solo esfuerzo desde las bases de
+las pilastras hasta las b&oacute;vedas, sin <i>triforiums</i> que corten las arcadas
+y achaten y hagan pesadas sus naves con ojivas superpuestas. Gabriel
+ve&iacute;a en ella la dulce oraci&oacute;n petrificada subiendo recta al cielo, sin
+sostenes ni apoyos. La piedra blanda serv&iacute;a para las labores
+arquitect&oacute;nicas; otra piedra m&aacute;s blanda a&uacute;n formaba las b&oacute;vedas. En el
+exterior, los contrafuertes y botareles, as&iacute; como los arbotantes que
+como puentes se extienden entre ellos, son de piedra berroque&ntilde;a
+dur&iacute;sima, formando un caparaz&oacute;n dorado, obscurecido por los siglos, que
+protege y sustenta las a&eacute;reas delicadezas del interior. Las dos clases
+de piedra marcan el aspecto de la catedral: obscura y rojiza por fuera,
+blanca y lechosa por dentro.</p>
+
+<p>En ella encontraba el seminarista muestras de todas las arquitecturas
+que han florecido en la Pen&iacute;nsula. El g&oacute;tico primitivo y rudo lo ve&iacute;a
+Gabriel en las primeras portadas; el florido en la del Perd&oacute;n y la de
+los Leones; la arquitectura &aacute;rabe extiende sus graciosos arcos de
+herradura en el <i>triforium</i> que corre por todo el &aacute;bside tras el altar
+mayor, siendo obra de Cisneros, que quemaba los libros de los musulmanes
+y restablec&iacute;a su estilo arquitect&oacute;nico en pleno templo cristiano. El
+estilo plateresco mostraba su gracia juguetona en la portada del
+claustro, y hasta el arte churrigueresco ten&iacute;a la mayor de sus muestras
+en el famoso transparente de Tom&eacute;, que rompe la b&oacute;veda detr&aacute;s del altar
+mayor para dar luz al &aacute;bside.</p>
+
+<p>En las tardes de asueto, Gabriel abandonaba el Seminario, vagando por la
+catedral hasta la hora en que se cerraban sus puertas. Le gustaba pasear
+por las naves, detr&aacute;s del altar mayor, el sitio m&aacute;s obscuro y silencioso
+del templo. All&iacute; dorm&iacute;a gran parte de la historia de Espa&ntilde;a. Tras la
+cerrada puerta de la capilla de los Reyes, guardada por dos heraldos de
+piedra puestos en jarras, estaban los monarcas de Castilla en sus tumbas
+coronadas por estatuas de armadura de oro haciendo oraci&oacute;n con la espada
+al cinto. Se deten&iacute;a ante la capilla de Santiago, mirando a trav&eacute;s de
+las verjas de sus tres arcos ojivales. En el fondo, el santo de las
+leyendas, vestido de peregrino, con la cuchilla en alto, atrepellaba con
+su caballo a la morisma. Grandes conchas y escudos rojos con una luna de
+plata adornaban los muros blancos, subiendo hasta la b&oacute;veda. Esta
+capilla la miraba su padre el jardinero como cosa propia. Era la de los
+Luna, y aunque alguien hiciese burla del parentesco, all&iacute; estaban sus
+ilustres ascendientes don &Aacute;lvaro y su mujer, en tumbas monumentales. La
+de do&ntilde;a Juana Pimentel ten&iacute;a arrodillados en sus &aacute;ngulos a cuatro
+frailes de m&aacute;rmol amarillento, que contemplaban a la noble se&ntilde;ora
+tendida en la parte alta del monumento. La del infeliz condestable de
+Castilla estaba escoltada por cuatro caballeros santiaguistas envueltos
+en el manto de la orden, que parec&iacute;an velar a su Gran Maestre, enterrado
+sin cabeza en la caja de piedra orlada de g&oacute;ticos junquillos. Gabriel
+recordaba lo que hab&iacute;a o&iacute;do contar a su padre de la estatua yacente de
+don &Aacute;lvaro. En otros tiempos era de bronce, y cuando dec&iacute;an misa en la
+capilla, al llegar el instante del ofertorio, la estatua, por ocultos
+resortes, incorpor&aacute;base, quedando de rodillas hasta que terminaba la
+ceremonia. Unos dec&iacute;an que la Reina Cat&oacute;lica hab&iacute;a hecho desaparecer
+este artificio teatral que turbaba la devoci&oacute;n de los fieles; otros, que
+eran soldados enemigos del condestable los que en un d&iacute;a de asonada
+rompieron en piezas la articulada estatua. En el exterior del templo, la
+capilla de los Luna alzaba sus torreones almenados, formando una
+fortaleza aislada dentro de la catedral.</p>
+
+<p>El seminarista, a pesar de que su familia consideraba la capilla como
+suya, sent&iacute;ase m&aacute;s atra&iacute;do por la inmediata de San Ildefonso, que
+guardaba la tumba del cardenal Albornoz. De todo el pasado de la
+catedral, lo que m&aacute;s excitaba su admiraci&oacute;n era la figura novelesca de
+aquel prelado guerrero, amante de las letras, espa&ntilde;ol por nacimiento e
+italiano por sus conquistas. Dorm&iacute;a en un rico sepulcro de m&aacute;rmol,
+brillante y pulido por los a&ntilde;os, con un color suave de caramelo. La mano
+invisible de los siglos hab&iacute;a frotado el rostro de la estatua yacente,
+aplastando la nariz y dando al belicoso cardenal una expresi&oacute;n de
+ferocidad mong&oacute;lica. Cuatro leones velaban los restos del prelado. Todo
+en &eacute;l era extraordinario y aventurero: hasta la muerte. Su cad&aacute;ver hab&iacute;a
+sido conducido desde Italia a Espa&ntilde;a, entre rezos y c&aacute;nticos, llevado en
+hombros por poblaciones enteras que sal&iacute;an al camino para ganar las
+indulgencias concedidas por el Papa. Este regreso a la patria despu&eacute;s de
+muerto hab&iacute;a durado muchos meses, yendo el buen cardenal a jornadas
+cortas, de iglesia en iglesia, precedido por un cuadro de Cristo, que
+adornaba ahora su capilla, y esparciendo sobre las multitudes
+arrodilladas los olores de su embalsamamiento. Para don Gil de Albornoz
+no hab&iacute;a nada imposible. Era la espada del ap&oacute;stol que volv&iacute;a al mundo
+para imponer la fe. Huyendo de don Pedro el Cruel, se hab&iacute;a refugiado en
+Avi&ntilde;&oacute;n, donde viv&iacute;an otros desterrados m&aacute;s ilustres. All&iacute; estaban los
+papas arrojados de Roma por un pueblo que, en su pesadilla medi&eacute;vica,
+so&ntilde;aba con restaurar, a la voz de Rienzi, la antigua Rep&uacute;blica de los
+C&oacute;nsules. Don Gil no era hombre para vivir en la risue&ntilde;a corte
+provenzal. Llevaba la cota de malla bajo la capa, como buen arzobispo de
+Toledo, y a falta de moros quiso matar herejes. Parti&oacute; a Italia como
+caudillo de la Iglesia; los aventureros de Europa y los bandidos del
+pa&iacute;s formaron su ej&eacute;rcito: mat&oacute; e incendi&oacute; en los campos, entr&oacute; a saco
+en las ciudades a nombre de su se&ntilde;or el Pont&iacute;fice, y al poco tiempo los
+desterrados de Avi&ntilde;&oacute;n pod&iacute;an ocupar de nuevo su trono de Roma. El
+cardenal espa&ntilde;ol, despu&eacute;s de estas campa&ntilde;as que devolv&iacute;an media Italia
+al Papado, era rico como un rey y fundaba en Bolonia el famoso Colegio
+Espa&ntilde;ol. El Papa, conociendo sus rapi&ntilde;as, quiso pedirle cuentas, y el
+altivo don Gil present&oacute; un carro cargado de llaves y cerrojos.</p>
+
+<p>&mdash;Son&mdash;dijo con fiereza&mdash;de las ciudades y castillos que gan&eacute; para el
+Papado. He ah&iacute; mis cuentas.</p>
+
+<p>El irresistible encanto que el hombre de guerra ejerce sobre el d&eacute;bil
+sent&iacute;alo el seminarista ante el cardenal Albornoz, aument&aacute;ndose a&uacute;n con
+la consideraci&oacute;n de que tanta bravura y altivez se hab&iacute;an juntado en un
+servidor de la Iglesia. &iquest;Por qu&eacute; no resucitaban hombres como &eacute;ste en la
+presente &eacute;poca de impiedad, para el renacimiento del catolicismo...?</p>
+
+<p>Gabriel, en sus paseos por la catedral, admiraba la verja del altar
+mayor, maravillosa obra de Villalpando, con sus follajes de oro viejo y
+sus barrotes negruzcos con manchas de esta&ntilde;o. Estas manchas hac&iacute;an
+afirmar a los mendigos y gu&iacute;as del templo que la verja era de plata,
+s&oacute;lo que los se&ntilde;ores can&oacute;nigos la hab&iacute;an pintado de negro para evitar
+que la robasen los soldados de Napole&oacute;n. Detr&aacute;s de ella luc&iacute;a el retablo
+del altar mayor su majestuosa f&aacute;brica de un dorado suave y viejo: todo
+un mundo de figuras representando, bajo calados doseletes, las diversas
+escenas del drama de la Pasi&oacute;n. Entre el retablo y la verja, el oro
+parec&iacute;a chorrear, resbalando por las blancas paredes, marcando con
+l&iacute;neas deslumbrantes las junturas de los sillares. Bajo ojivas dentadas,
+estaban los sepulcros de los reyes m&aacute;s antiguos de Castilla y el del
+gran cardenal Mendoza.</p>
+
+<p>En los remates de la crester&iacute;a, una orquesta muda de &aacute;ngeles g&oacute;ticos, de
+r&iacute;gida dalm&aacute;tica y plegadas alas, ta&ntilde;&iacute;an la&uacute;des, tiorbas y flautas. En
+la parte central de las pilastras confund&iacute;anse con las im&aacute;genes de los
+santos obispos las estatuas de personajes hist&oacute;ricos y legendarios. A un
+lado, el buen alfaqu&iacute; Abu-Walid, inmortalizado en un templo cristiano
+por su esp&iacute;ritu tolerante. En el lado opuesto, el misterioso pastor de
+las Navas que ense&ntilde;&oacute; a los cristianos el camino de la victoria,
+desapareciendo despu&eacute;s como un enviado divino: imagen de m&iacute;sero villano,
+con el rostro achatado cubierto por un grosero capuch&oacute;n. A ambos
+costados de la verja, como testimonio de la pasada opulencia del templo,
+los dos pulpitos de ricos m&aacute;rmoles y bronce cincelado.</p>
+
+<p>Gabriel echaba una mirada al coro, admirando su siller&iacute;a portentosa
+ocupada por los can&oacute;nigos, y pensaba con entusiasmo que tal vez lograse
+alg&uacute;n d&iacute;a sentarse en ella, con gran orgullo de su familia. En su vagar
+por el templo, deten&iacute;ase m&aacute;s all&aacute;, ante la enorme imagen de San
+Crist&oacute;bal: una pintura al fresco tan mala como imponente; un monigote
+que ocupaba todo un lienzo del muro, desde el z&oacute;calo hasta la cornisa, y
+que por su tama&ntilde;o parece el &uacute;nico habitante digno de la catedral. Los
+cadetes ven&iacute;an por la tarde a contemplarlo, siendo para ellos lo m&aacute;s
+notable de la Primada aquel coloso de carnes sonrosadas que, con el ni&ntilde;o
+al hombro, adelantaba sus piernas angulosas, apoy&aacute;ndose en una palmera
+que parec&iacute;a una escoba. La alegre juventud militar divert&iacute;ase midiendo
+los tobillos con el sable y calculando despu&eacute;s cu&aacute;ntos &laquo;sables&raquo; de
+altura alcanzaba el bendito coloso. Era la aplicaci&oacute;n m&aacute;s inmediata que
+pod&iacute;an hacer de los c&aacute;lculos matem&aacute;ticos con que les aburr&iacute;an en la
+Academia. El aprendiz de cura irrit&aacute;base ante la desenvoltura de p&aacute;jaros
+traviesos con que pasaban por el templo los aprendices de guerrero.</p>
+
+<p>Algunas ma&ntilde;anas asom&aacute;base a la capilla Moz&aacute;rabe, siguiendo atentamente
+la anticuada liturgia de los sacerdotes adscritos a ella, fieles
+guardadores del culto cat&oacute;lico de la Edad Media. En las paredes estaban
+representadas, con vivos colores, las escenas de la conquista de Or&aacute;n
+por el gran cardenal Cisneros. Gabriel, escuchando el canto mon&oacute;tono de
+los sacerdotes moz&aacute;rabes, recordaba las luchas en tiempo de Alfonso VI
+entre la liturgia romana y la de Toledo, el culto extra&ntilde;o y el nacional.
+Los creyentes, para acabar la eterna disputa, hab&iacute;an apelado al &laquo;juicio
+de Dios&raquo;. El rey nombr&oacute; el campe&oacute;n de Roma, y los toledanos confiaron la
+defensa del rito g&oacute;tico a la espada de Juan Ruiz, un castellano de
+orillas del Pisuerga. Triunf&oacute; en el combate el breviario g&oacute;tico,
+demostrando su superioridad con magn&iacute;ficas cuchilladas; pero aun despu&eacute;s
+de manifestarse por este medio contundente la voluntad de Dios, el rito
+romano fue poco a poco ense&ntilde;ore&aacute;ndose del culto, hasta dejar al moz&aacute;rabe
+arrinconado en aquella capilla como una curiosidad del pasado.</p>
+
+<p>Por las tardes, cuando terminado el coro se cerraba la catedral, Gabriel
+sub&iacute;a a las habitaciones del campanero, asom&aacute;ndose a la galer&iacute;a de la
+puerta del Perd&oacute;n. Mariano, el hijo del campanero, un muchacho de la
+misma edad del seminarista, unido a &eacute;l por el respeto que le inspiraba
+su sabidur&iacute;a, lo guiaba en sus excursiones por las alturas del templo.
+Se apoderaban de la llave de las b&oacute;vedas y entraban en este lugar
+misterioso, al que &uacute;nicamente sub&iacute;an los obreros de tarde en tarde.</p>
+
+<p>La catedral era fea y vulgar vista desde arriba. En sus primeros tiempos
+hab&iacute;an quedado las b&oacute;vedas de piedra al descubierto, sin m&aacute;s remate que
+una calada barandilla de a&eacute;reo aspecto. Pero las lluvias hab&iacute;an
+maltratado las b&oacute;vedas, amenazando destruirlas, y el cabildo cubri&oacute; la
+catedral con un techo de pardas tejas, que daba a la Iglesia Primada el
+aspecto de un almac&eacute;n o de una inmensa casa de vecindad. Las pinas de
+los botareles parec&iacute;an avergonzadas asomando sobre la cubierta vulgar;
+los arbotantes se hund&iacute;an y desaparec&iacute;an entre las &aacute;ridas construcciones
+de las dependencias adosadas a la catedral; las torrecillas de las
+escaleras se ocultaban tras aquel lomo de tejas groseras.</p>
+
+<p>Los dos muchachos, resbalando en las cornisas verdosas por las lluvias,
+segu&iacute;an los bordes superiores del edificio. Sus pies se enredaban en las
+plantas silvestres que la fecunda Naturaleza hac&iacute;a crecer en las
+junturas de los sillares. Bandadas de p&aacute;jaros escapaban en tropel, al
+acercarse ellos, de estos bosques en miniatura. Los relieves
+escult&oacute;ricos serv&iacute;an de refugio a los nidos. Cada oquedad de la piedra
+era un peque&ntilde;o lago, donde se depositaba el agua de las lluvias y ven&iacute;an
+a beber los p&aacute;jaros. A veces, en el pin&aacute;culo de un botarel alz&aacute;base
+alg&uacute;n avechucho negro e inm&oacute;vil como un inesperado remate
+arquitect&oacute;nico. Era un cuervo que se alisaba las alas con el pico y
+permanec&iacute;a horas enteras al sol: la gente lo ve&iacute;a desde abajo del tama&ntilde;o
+de una mosca.</p>
+
+<p>Las b&oacute;vedas causaban en Gabriel una impresi&oacute;n de extra&ntilde;eza. Nadie pod&iacute;a
+adivinar la existencia de aquel mundo en lo alto del templo. Cuando a&ntilde;os
+despu&eacute;s vio Gabriel las galer&iacute;as altas, los &laquo;telares&raquo; de un escenario,
+se acord&oacute; de las b&oacute;vedas de su catedral. Caminaban a trav&eacute;s del bosque
+de postes carcomidos que sosten&iacute;a la techumbre, por senderos angostos,
+entre las c&uacute;pulas de las b&oacute;vedas que hinchaban el suelo como blancos y
+polvorientos tumores. De vez en cuando un agujero, por el que se ve&iacute;a el
+interior de la catedral, con una profundidad que causaba v&eacute;rtigos. Eran
+aspilleras verticales, estrechas bocas de pozo, por cuyo fondo pasaban
+las personas como hormigas sobre las baldosas del templo. Por estos
+agujeros bajaban las cuerdas de las grandes l&aacute;mparas y la cadena dorada
+que sostiene el Cristo sobre la reja del altar mayor. Tornos enormes
+marcaban en la penumbra sus ruedas dentadas y mohosas, sus manivelas y
+maromas, como olvidados aparatos de tormento. Era la maquinaria oculta
+de las grandes representaciones religiosas. Con estos artefactos se
+izaba el grandioso dosel del Monumento de Semana Santa.</p>
+
+<p>Al deslizarse los rayos del sol entre los postes, danzaban los &aacute;tomos de
+aquel polvo que en capas seculares se extend&iacute;a sobre las b&oacute;vedas.
+Mov&iacute;anse al viento, como abanicos de gasa, las telara&ntilde;as de muchos a&ntilde;os.
+Los pasos de los visitantes provocaban en los rincones obscuros, tras
+los maderos abandonados, carreras precipitadas y locas de los ratones.
+Aleteaban en los extremos m&aacute;s sombr&iacute;os las aves negruzcas que descend&iacute;an
+de noche al templo por los agujeros de la b&oacute;veda. Como puntos fosf&oacute;ricos
+brillaban en la obscuridad los ojos de los mochuelos. Los murci&eacute;lagos,
+asustados por la luz, volaban torpemente, rozando con sus alas las caras
+de los dos j&oacute;venes.</p>
+
+<p>El hijo del campanero, examinando los excrementos perdidos en el polvo,
+enumeraba todas las aves refugiadas en la c&uacute;spide de la monta&ntilde;a de
+piedra. Esto era de b&uacute;ho, lo otro de mochuelo, lo de m&aacute;s all&aacute; de cuervo,
+y hablaba con respeto de cierto nido de &aacute;guilas que su padre hab&iacute;a visto
+de joven en aquel sitio: feroces animales que pretend&iacute;an picarle los
+ojos, y obligaban al buen campanero a pedir la escopeta al guardia
+nocturno cada vez que hab&iacute;a de visitar las b&oacute;vedas.</p>
+
+<p>A Gabriel le gustaba, por su silencio y su imponente soledad, aquel
+mundo extra&ntilde;o aposentado en la cabeza de la catedral. Era una selva de
+maderos poblada de bestias l&uacute;gubres que viv&iacute;a olvidada en el interior de
+la b&oacute;veda craneal del templo. El buen Dios ten&iacute;a una casa para los
+fieles y un inmenso desv&aacute;n para las bestias del espacio.</p>
+
+<p>La salvaje soledad de las alturas contrastaba con la riqueza de la
+capilla del Ochavo, llena de reliquias en vasos de oro y arquillas de
+esmalte y marfil; con la magnificencia del Tesoro, que amontona las
+perlas y las esmeraldas con tanta profusi&oacute;n como si fuesen guijarros;
+con la elegante abundancia del guardarropa, lleno de telas sobre las
+cuales reproduc&iacute;a el bordado todos los matices de la pintura.</p>
+
+<p>Ten&iacute;a Gabriel dieciocho a&ntilde;os cuando perdi&oacute; a su padre. El viejo
+jardinero muri&oacute; tranquilo viendo a toda su familia al servicio de la
+catedral, sin que se interrumpiese la sana tradici&oacute;n de los Luna. Tom&aacute;s,
+el hijo mayor, quedaba encargado del jard&iacute;n; Esteban, despu&eacute;s de largos
+a&ntilde;os de monaguillo y ayudante del sacrist&aacute;n, era silenciario y hab&iacute;a
+agarrado la vara de palo con los siete reales diarios, objeto de todas
+sus ambiciones. En cuanto al menor, ten&iacute;a el se&ntilde;or Esteban la convicci&oacute;n
+de haber engendrado un Padre de la Iglesia, al que le estaba reservado
+un sitio en el cielo a la derecha de Dios omnipotente.</p>
+
+<p>Gabriel hab&iacute;a adquirido en el Seminario esa dureza eclesi&aacute;stica que hace
+del sacerdote un guerrero, m&aacute;s atento a los intereses de la Iglesia que
+a los afectos de la familia. Por esto no se impresion&oacute; gran cosa con la
+muerte de su padre. Desgracias de mayor gravedad tra&iacute;an preocupado al
+seminarista.</p>
+
+
+
+<hr style="width: 65%;" />
+<h2><a name="III" id="III"></a>III</h2>
+
+<p>Eran los tiempos de la revoluci&oacute;n de septiembre. En la catedral y el
+Seminario hab&iacute;a gran revuelo, coment&aacute;ndose de la ma&ntilde;ana a la noche las
+noticias de Madrid. La Espa&ntilde;a tradicional y sana, la de los grandes
+recuerdos hist&oacute;ricos, se ven&iacute;a abajo. Las Cortes Constituyentes eran un
+volc&aacute;n, un respiradero del infierno para las negras sotanas que formaban
+corro en torno del peri&oacute;dico desplegado. Por cada satisfacci&oacute;n que les
+proporcionaba un discurso de Manterola, sufr&iacute;an disgustos de muerte
+leyendo las palabras de los revolucionarios, que asestaban fuertes
+golpes al pasado. La gente clerical volv&iacute;a sus miradas a don Carlos, que
+comenzaba la guerra en las provincias del Norte. El rey de las monta&ntilde;as
+vascongadas pondr&iacute;a remedio a todo cuando bajase a las llanuras de
+Castilla. Pero transcurr&iacute;an los a&ntilde;os, ven&iacute;a y se iba don Amadeo, &iexcl;hasta
+se proclamaba la Rep&uacute;blica! y la causa de Dios no adelantaba gran cosa.
+El cielo estaba sordo. Un diputado republicano proclamaba la guerra a
+Dios, le retaba a que le hiciese enmudecer, y la impiedad segu&iacute;a inmune
+y triunfante, derramando su elocuencia como una fuente envenenada.</p>
+
+<p>Gabriel viv&iacute;a en un estado de belicosa excitaci&oacute;n. Olvidaba los libros,
+despreciando su porvenir: ya no pensaba en cantar misa. &iquest;Qu&eacute; le
+importaba su carrera viendo a la Iglesia en peligro y pr&oacute;xima a
+desvanecerse la poes&iacute;a so&ntilde;olienta de los siglos que le hab&iacute;a envuelto
+desde la cuna como una nube perfumada de incienso viejo y rosas
+marchitas...?</p>
+
+<p>Con frecuencia desaparec&iacute;an alumnos del Seminario, y los catedr&aacute;ticos
+contestaban con un gui&ntilde;o malicioso a las preguntas de los curiosos:</p>
+
+<p>&mdash;Est&aacute;n &laquo;all&aacute;&raquo;... con los buenos. No pueden ver con calma lo que ocurre.
+Cosas de chicos... calaveradas.</p>
+
+<p>Y las tales calaveradas les hac&iacute;an sonre&iacute;r con paternal satisfacci&oacute;n.</p>
+
+<p>&Eacute;l pens&oacute; ser tambi&eacute;n de los que hu&iacute;an. Cre&iacute;a que el mundo iba a
+acabarse. En ciertas ciudades la muchedumbre revolucionaria invad&iacute;a los
+templos, profan&aacute;ndolos. A&uacute;n no mataban a los sacerdotes, como en otras
+revoluciones, pero los ministros de Dios no pod&iacute;an salir a la calle con
+traje talar sin riesgo de ser silbados e insultados. El recuerdo de los
+arzobispos de Toledo, de aquellos bravos pr&iacute;ncipes eclesi&aacute;sticos
+guerreadores e implacables con el infiel, enardec&iacute;a su belicosidad. &Eacute;l
+nunca hab&iacute;a salido de Toledo, de la sombra de la catedral. Espa&ntilde;a le
+parec&iacute;a tan grande como el resto del mundo, y sent&iacute;a la comez&oacute;n de ver
+algo nuevo, de contemplar de cerca las cosas extraordinarias admiradas
+en los libros.</p>
+
+<p>Un d&iacute;a bes&oacute; la mano de su madre, sin conmoverse gran cosa ante el
+temblor de la pobre vieja, casi ciega. El Seminario ten&iacute;a para &eacute;l m&aacute;s
+tiernos recuerdos que la casa de sus padres. Fum&oacute; el &uacute;ltimo cigarro con
+sus hermanos en el jard&iacute;n de la catedral, sin revelarles sus prop&oacute;sitos,
+y por la noche huy&oacute; de Toledo con un escapulario del Coraz&oacute;n de Jes&uacute;s
+cosido al chaleco y una hermosa boina de seda en el bolsillo, de las
+confeccionadas por blancas manos en los conventos de la ciudad. El hijo
+del campanero iba con &eacute;l. Se incorporaron a las partidas insignificantes
+que corr&iacute;an la Mancha, y pasaron despu&eacute;s a Valencia y Catalu&ntilde;a, ganosos
+de empresas m&aacute;s importantes para a causa de Dios y el rey que robar
+mu&iacute;as e imponer contribuciones a los ricos.</p>
+
+<p>Gabriel encontr&oacute; un encanto brutal a aquella existencia errante, siempre
+en continua alarma, esperando la proximidad de la tropa. Le hab&iacute;an hecho
+oficial, en atenci&oacute;n a sus estudios y a las cartas en que le
+recomendaban algunos prebendados de la Iglesia Primada, lamentando que
+un mozo de tanto porvenir teol&oacute;gico fuese a exponer su vida como un
+simple sacrist&aacute;n.</p>
+
+<p>Luna gustaba de la existencia libre y sin leyes de la guerra con la
+avidez de un colegial que sale de su encierro; pero no pod&iacute;a ocultar la
+decepci&oacute;n dolorosa que le produc&iacute;a la vista de aquellos ej&eacute;rcitos de la
+Fe. Se hab&iacute;a imaginado encontrar algo semejante a las antiguas
+expediciones de las Cruzadas: soldados que peleaban por el ideal, que
+hincaban la rodilla antes de entrar en combate para que Dios estuviera
+con ellos, y por la noche, despu&eacute;s de ardientes plegarias, dorm&iacute;an con
+el puro sue&ntilde;o del asceta, y se encontraba con reba&ntilde;os armados ind&oacute;ciles
+al pastor, incapaces del fanatismo que corre ciego a la muerte, ganosos
+de que la guerra se prolongase todo lo posible para mantener la
+existencia de holganza errante a costa del pa&iacute;s, que ellos cre&iacute;an la m&aacute;s
+perfecta; gentes que a la vista del vino, de las hembras o de la riqueza
+se desbandaban, hambrientas, atrepellando a sus jefes.</p>
+
+<p>Era la antigua vida de horda que surg&iacute;a en plena civilizaci&oacute;n; la
+at&aacute;vica costumbre de robar el pan y la mujer ajena con las armas en la
+mano; el celt&iacute;bero esp&iacute;ritu de bander&iacute;a, de lucha intestina que tomaban
+para resucitar un pretexto pol&iacute;tico. Gabriel, salvo raras excepciones,
+no encontraba en aquellas bandas mal armadas y peor vestidas quien
+pelease por un ideal determinado. Eran aventureros que quer&iacute;an la guerra
+por la guerra; ilusos deseosos de fortuna; mozos del campo que, en su
+ignorancia pasiva, hab&iacute;an ido a las partidas como se hubieran quedado en
+casa a tener otros consejeros; almas sencillas que cre&iacute;an firmemente que
+en las ciudades quemaban y devoraban a los ministros de Dios, y se
+hab&iacute;an lanzado al monte para que la sociedad no cayese en la barbarie.
+El peligro com&uacute;n, la miseria de las marchas interminables para burlar al
+enemigo, la escasez sufrida en los yermos y picachos que les serv&iacute;an de
+refugio, los igualaban a todos, entusiastas, esc&eacute;pticos e ignorantes.
+Todos sent&iacute;an por igual el deseo de resarcirse de las privaciones, de
+acallar la bestia que llevaban dentro, irritada y despierta por una vida
+de bruscos cambios, tan pronto en la abundancia loca y despilfarradora
+del saqueo, como en las penalidades de la marcha por llanuras
+interminables, sin ver el menor rastro de vida. Al entrar en los pueblos
+gritaban: &laquo;&iexcl;Viva la religi&oacute;n!&raquo;, pero a la m&aacute;s leve contrariedad, los
+combatientes de la Fe se hac&iacute;an esto y aquello en Dios y en todos los
+santos, no olvidando en sus sucios juramentos ni a los m&aacute;s sagrados
+objetos del culto.</p>
+
+<p>Gabriel, habituado a esta vida errante, no se escandalizaba. Los
+antiguos escr&uacute;pulos de seminarista desaparec&iacute;an ahogados bajo la corteza
+de hombre de horda con que la guerra le endurec&iacute;a. Do&ntilde;a Blanca, la
+cu&ntilde;ada del &laquo;rey&raquo;, pas&oacute; ante &eacute;l como una figura novelesca. En su
+romanticismo de princesa nerviosa deseaba imitar a las hero&iacute;nas de la
+Vend&eacute;e, y montando un peque&ntilde;o caballo, el rev&oacute;lver al cinto y la boina
+blanca sobre la trenza flotante, se puso a la cabeza de aquellas tribus
+armadas que resucitaban en el centro de la Pen&iacute;nsula la vida y las
+luchas de los tiempos casi prehist&oacute;ricos. El revoloteo de la negra
+amazona de la hero&iacute;na serv&iacute;a de bandera a los batallones de zuavos,
+tropa de aventureros franceses, alemanes e italianos, detritus de todas
+las guerras del globo, que encontraban m&aacute;s grato seguir a una hembra
+ganosa de notoriedad que engancharse en la Legi&oacute;n extranjera de Argelia.</p>
+
+<p>El asalto de Cuenca, &uacute;nica victoria de la campa&ntilde;a, dej&oacute; en la memoria de
+Gabriel una huella profunda. El tropel de hombres con boina, despu&eacute;s de
+rebasar las murallas d&eacute;biles como tapias, entraba cual arroyos
+desbordados por diferentes calles de la ciudad. Los tiros desde las
+ventanas no lograban detenerles. Todos estaban p&aacute;lidos, con los labios
+descoloridos, los ojos brillantes y un temblor homicida en las manos. El
+peligro arrostrado y la certeza de que por fin eran due&ntilde;os de una ciudad
+les enloquec&iacute;a. Las puertas de los edificios ca&iacute;an a culatazos. Sal&iacute;an
+hombres despavoridos en mitad del arroyo atravesados por las bayonetas;
+dentro de las casas ve&iacute;anse mujeres desgre&ntilde;adas debati&eacute;ndose entre los
+brazos de los asaltantes, ara&ntilde;&aacute;ndoles con una mano el rostro, mientras
+con la otra pugnaban por sostener sus ropas.</p>
+
+<p>Luna vio c&oacute;mo en el Instituto los m&aacute;s montaraces romp&iacute;an a culatazos los
+aparatos del gabinete de F&iacute;sica. Clamaban contra aquellas invenciones
+del demonio, con las cuales cre&iacute;an ellos que se comunicaban los imp&iacute;os
+con el gobierno de Madrid, y machacaban contra el suelo con el fusil y
+con los pies las doradas ruedas de los aparatos, los discos y las
+primeras pilas de electricidad.</p>
+
+<p>El seminarista contemplaba satisfecho esta destrucci&oacute;n. &Eacute;l tambi&eacute;n
+odiaba, pero con odio reflexivo amamantado en el Seminario, las ciencias
+positivas y materiales, que al final de todas sus deducciones llegaban
+fatalmente a la negaci&oacute;n de Dios. Aquellos hijos de las monta&ntilde;as, en su
+santa ignorancia, hac&iacute;an sin saberlo una gran cosa. &iexcl;Ah, si toda la
+naci&oacute;n les imitase! En otros tiempos no exist&iacute;an los chirimbolos de la
+ciencia, y Espa&ntilde;a era m&aacute;s dichosa. Para vivir santamente bastaba con la
+sabidur&iacute;a de los sacerdotes y la ignorancia popular, que proporciona una
+beat&iacute;fica tranquilidad. &iquest;Para qu&eacute; m&aacute;s? As&iacute; hab&iacute;a permanecido el pa&iacute;s
+durante los siglos m&aacute;s gloriosos de su historia.</p>
+
+<p>Termin&oacute; la guerra. Las partidas, acosadas, pasaron del Centro a
+Catalu&ntilde;a, y por fin, empujadas sobre la frontera, tuvieron que rendir
+sus armas a los aduaneros franceses. Muchos se acog&iacute;an al indulto,
+ganosos de volver a sus casas. Mariano el campanero se fue tambi&eacute;n. No
+quer&iacute;a vivir en tierra extranjera; adem&aacute;s, su padre hab&iacute;a muerto, y no
+era dif&iacute;cil que le entregasen la torre de la catedral si alegaba los
+m&eacute;ritos de la familia, sus tres a&ntilde;os de campa&ntilde;a por la religi&oacute;n y un
+balazo que hab&iacute;a recibido en una pierna. Casi pod&iacute;a compararse con los
+m&aacute;rtires del cristianismo.</p>
+
+<p>Gabriel fue a la emigraci&oacute;n: &laquo;Era un oficial, y no pod&iacute;a jurar fidelidad
+a la dinast&iacute;a intrusa.&raquo; Esto lo declaraba con la arrogancia aprendida en
+aquella caricatura de ej&eacute;rcito, que extremaba las ceremonias del antiguo
+militarismo, y en el cual los andrajosos, con el sable al cinto, se
+transmit&iacute;an las &oacute;rdenes llam&aacute;ndose siempre &laquo;caballero oficial&raquo;. Pero el
+verdadero motivo de que Luna no volviese a Toledo era que le gustaba
+seguir la corriente de los hechos, viendo nuevas tierras y cambiando de
+costumbres. Regresar a la catedral era quedarse en ella para siempre,
+renunciar a la vida; y &eacute;l, que durante la guerra hab&iacute;a gustado los
+encantos mundanales, no quer&iacute;a abandonarla tan pronto. A&uacute;n no era mayor
+de edad: tiempo le quedaba para acabar sus estudios. El sacerdocio era
+un retiro seguro, al que no ten&iacute;a prisa de volver. Adem&aacute;s, hab&iacute;a muerto
+su madre, y las cartas de sus hermanos no le anunciaban otra variaci&oacute;n
+en la vida so&ntilde;olienta del claustro alto que el haberse casado el
+jardinero y andar en relaciones el <i>Vara de palo</i> con una muchacha de
+las Claver&iacute;as, ya que era contrario a las buenas tradiciones aliarse con
+gente de fuera de la catedral.</p>
+
+<p>Vivi&oacute; Luna m&aacute;s de un a&ntilde;o en los acantonamientos de los emigrados. Su
+educaci&oacute;n cl&aacute;sica y la simpat&iacute;a que inspiraba su juventud le abrieron
+cierto camino. Hablaba en lat&iacute;n con los abates franceses, que gustaban
+saber cosas de la guerra por aquel joven te&oacute;logo y al mismo tiempo le
+aleccionaban en el idioma del pa&iacute;s. Estos amigos eclesi&aacute;sticos le
+proporcionaban lecciones de espa&ntilde;ol entre la alta burgues&iacute;a afecta a la
+Iglesia. En los momentos de penuria le salvaba su amistad con una
+condesa vieja y legitimista que le invitaba a pasar algunos d&iacute;as en su
+castillo, presentando el seminarista belicoso a su tertulia de gentes
+graves y piadosas como si fuese un cruzado de regreso de Palestina.</p>
+
+<p>El deseo ferviente de Gabriel era ir a Par&iacute;s. Su vida en Francia hab&iacute;a
+cambiado radicalmente sus ideas. Experimentaba la misma impresi&oacute;n que si
+hubiera ca&iacute;do en un planeta nuevo. Acostumbrado a la mon&oacute;tona vida del
+Seminario y a la existencia n&oacute;mada de aquella guerra montaraz y sin
+gloria, le asombraban el progreso material, los refinamientos de la
+civilizaci&oacute;n, la cultura y el bienestar de las gentes en la tierra
+francesa. Recordaba ahora con verg&uuml;enza su ignorancia espa&ntilde;ola, aquella
+prosopopeya castellana, mantenida por mentirosas lecturas, que le hac&iacute;an
+creer que Espa&ntilde;a era el primer pa&iacute;s del mundo, el pueblo m&aacute;s valiente y
+m&aacute;s noble, y las dem&aacute;s naciones una especie de reba&ntilde;os tristes, creados
+por Dios para ser v&iacute;ctimas de la herej&iacute;a y recibir soberbias palizas
+cada vez que intentaban medirse con este pa&iacute;s privilegiado que come mal
+y bebe poco, pero tiene los primeros santos y los m&aacute;s grandes capitanes
+de la cristiandad.</p>
+
+<p>Cuando Gabriel pudo expresarse en franc&eacute;s y tuvo reunidos unos cuantos
+francos para el viaje, se traslad&oacute; a Paris. Un abate amigo le hab&iacute;a
+encontrado colocaci&oacute;n como corrector de pruebas en una librer&iacute;a
+religiosa inmediata a San Sulpicio. En este barrio lev&iacute;tico de Par&iacute;s,
+con sus hoteles para curas y familias religiosas, sombr&iacute;os como
+conventos, y sus almacenes de imaginer&iacute;a piadosa que infestan el globo
+de santos charolados y risue&ntilde;os, se verific&oacute; la gran transformaci&oacute;n de
+Gabriel.</p>
+
+<p>El barrio de San Sulpicio, con sus calles tranquilas y silenciosas a la
+espa&ntilde;ola y sus beatas de velo negro que pasan rozando los muros del
+Seminario, atra&iacute;das por el toque de las campanas, fue para el
+seminarista espa&ntilde;ol lo que el camino de Damasco para el ap&oacute;stol. El
+catolicismo franc&eacute;s, culto, razonador y respetuoso con los progresos
+humanos, aturdi&oacute; a Gabriel. Su fiera devoci&oacute;n espa&ntilde;ola estaba
+acostumbrada al desprecio de las ciencias profanas. No hab&iacute;a en el mundo
+m&aacute;s que una sabidur&iacute;a verdadera: la teolog&iacute;a; las dem&aacute;s ciencias eran
+juegos, buenos cuando m&aacute;s para entretener la eterna infancia de la
+humanidad. Conocer a Dios y medir la grandeza de su poder era lo &uacute;nico
+serio a que pod&iacute;an dedicarse los hombres. Las m&aacute;quinas, los
+descubrimientos de las ciencias positivas, todo lo que no se relacionaba
+con la divinidad y la vida futura, eran bagatelas para entretener a
+gentes locas y sin fe.</p>
+
+<p>Y el antiguo seminarista, que despreciaba el progreso humano desde ni&ntilde;o,
+como una rid&iacute;cula mentira, qued&oacute; estupefacto viendo con qu&eacute; solemnidad
+hablaba de &eacute;l el catolicismo franc&eacute;s. Corrigiendo las pruebas de tanto
+libro religioso notaba Gabriel el profundo respeto que aquella ciencia
+despreciada infund&iacute;a a los buenos abates franceses, de cultura muy
+superior a la de los can&oacute;nigos de all&aacute; abajo. Es m&aacute;s: hasta notaba
+cierto encogimiento humilde en los representantes de la religi&oacute;n cuando
+se encaraban con la ciencia; un deseo de agradar, de no ser rechazados,
+de infundir simpat&iacute;a con soluciones conciliadoras para que el dogma no
+quedase en tierra privado de asiento en aquel tren de rapid&iacute;sima marcha
+que llevaba a la humanidad hacia el porvenir con el v&eacute;rtigo de los
+nuevos descubrimientos. Libros enteros de sacerdotes ilustres estaban
+dedicados a ajustar y amoldar, aun a riesgo de violentarlas, las
+revelaciones de los libros santos con los descubrimientos de la ciencia.
+La Iglesia, anciana venerable que Gabriel hab&iacute;a visto en su pa&iacute;s
+inm&oacute;vil, con majestad hier&aacute;tica, sin dignarse tocar un solo pliegue de
+su manto para no perder el polvo de los siglos, se agitaba en Francia
+queriendo remozarse, arrojaba a un lado las vestiduras de la tradici&oacute;n,
+como harapos vetustos que la pon&iacute;an en rid&iacute;culo, y distend&iacute;a sus
+miembros con esfuerzo desesperado, para acoplarse dentro de la moderna
+armadura de la ciencia, la gran enemiga del ayer, la gran triunfadora
+del presente, cuya aparici&oacute;n hab&iacute;a sido saludada con hogueras y
+bochornosas abjuraciones.</p>
+
+<p>&iquest;Qu&eacute; ten&iacute;a dentro la fatal manzana del Para&iacute;so, que despu&eacute;s de seis mil
+a&ntilde;os de maldici&oacute;n la misma Iglesia comenzaba a venerarla, esforz&aacute;ndose
+por hacerla olvidar las antiguas persecuciones? &iquest;Por qu&eacute; la religi&oacute;n,
+firme como una roca en medio de los siglos, que hab&iacute;a desafiado
+persecuciones, cismas y guerras, se ablandaba por el miedo ante los
+descubrimientos de unos cuantos hombres, entrando en la corriente loca
+que buscaba la causa y la explicaci&oacute;n de todas las cosas? Teniendo el
+apoyo secular de la Fe, &iquest;a qu&eacute; buscar el auxilio de la Raz&oacute;n para
+sostener sus tradiciones y justificar sus dogmas?</p>
+
+<p>Sinti&oacute; Gabriel la misma fiebre de curiosidad que de ni&ntilde;o le hab&iacute;a
+obligado a encorvar su espalda ante los vol&uacute;menes encuadernados en
+pergamino de la biblioteca del Seminario. Quiso conocer el misterioso
+perfume de aquella ciencia odiada que perturbaba a los sacerdotes de
+Dios y les hac&iacute;a renegar indirectamente de las creencias de diecinueve
+siglos. Dese&oacute; saber por qu&eacute; se descoyuntaban y torturaban los libros
+sagrados para explicar por &eacute;pocas geol&oacute;gicas la creaci&oacute;n que Dios hab&iacute;a
+realizado en seis d&iacute;as; qu&eacute; peligro se quer&iacute;a evitar haciendo comparecer
+a la divinidad ante la ciencia para que explicase sus actos,
+ajust&aacute;ndolos a las decisiones de &eacute;sta; a qu&eacute; obedec&iacute;a el miedo
+instintivo de los autores religiosos a afirmar rotundamente los
+milagros, justific&aacute;ndolos con intrincados razonamientos, sin atreverse a
+sostener como prueba decisiva la indiscutibilidad del prodigio
+sobrenatural.</p>
+
+<p>Por entonces abandon&oacute; Gabriel el ambiente tranquilo de la librer&iacute;a
+religiosa. Su fama de humanista hab&iacute;a llegado hasta un editor vecino de
+la Sorbona que publicaba libros cl&aacute;sicos, y Luna, sin salir de la orilla
+izquierda del Sena, salt&oacute; al Barrio Latino para corregir pruebas en
+lat&iacute;n y griego. Ganaba doce francos al d&iacute;a: mucho m&aacute;s que aquellos
+can&oacute;nigos de Toledo que en otros tiempos le parec&iacute;an grandes duques.
+Viv&iacute;a en un hotelito de estudiantes, cerca de la Escuela de Medicina, y
+sus discusiones vehementes por la noche, entre el humo de las pipas, con
+los compa&ntilde;eros de hospedaje, le instru&iacute;an tanto como los libros de la
+odiada ciencia. Aquellos estudiantes que le prestaban vol&uacute;menes o le
+indicaban los autores que deb&iacute;a buscar en sus horas libres en la
+biblioteca de la monta&ntilde;a de Santa Genoveva, re&iacute;an como paganos ante sus
+exaltadas afirmaciones de antiguo seminarista.</p>
+
+<p>Durante dos a&ntilde;os, el joven Luna no hizo otra cosa que leer. De vez en
+cuando se permit&iacute;a acompa&ntilde;ar a sus amigos en alguna escapatoria,
+sumi&eacute;ndose en la vida alegre y amorosa del barrio. Gast&oacute; los codos de
+sus mangas en las mesas de las cervecer&iacute;as. La Mim&iacute; de Murger pas&oacute;
+varias veces ante &eacute;l menos melanc&oacute;lica que en la obra del poeta, y el ex
+seminarista tuvo sus idilios de una tarde de domingo en los bosques
+inmediatos a Par&iacute;s. Pero Gabriel no era un temperamento amoroso; la
+curiosidad, el ansia de saber, le dominaban, y despu&eacute;s de estas
+escapadas, de las que volv&iacute;a m&aacute;s fresco, con el cerebro m&aacute;s despierto,
+como si saliera de un ba&ntilde;o que calmaba su juventud, entreg&aacute;base con
+mayores &aacute;nimos al estudio. La Historia, la verdadera Historia, cuya fr&iacute;a
+limpidez contrastaba con la intrincada mara&ntilde;a de prodigios de los
+cronicones le&iacute;dos en la ni&ntilde;ez, abati&oacute; gran parte de sus creencias. El
+catolicismo no fue ya para &eacute;l la religi&oacute;n &uacute;nica. Ya no parti&oacute; en dos
+per&iacute;odos la historia de la Humanidad, antes y despu&eacute;s de la aparici&oacute;n en
+Judea de unos hombres obscuros que se esparcieron por el mundo
+predicando una moral cosmopolita sacada de las m&aacute;ximas de los pueblos
+orientales y de las ense&ntilde;anzas de la filosof&iacute;a griega. Las religiones
+fueron para &eacute;l invenciones humanas, sometidas a las condiciones de
+existencia de todo organismo, con su infancia generosa, capaz de ciegos
+sacrificios, su virilidad absorbente y dominadora, en la que las
+antiguas dulzuras se convierten en imposiciones autoritarias del poder,
+y su vejez irremediable, con una lenta agon&iacute;a que hace que el enfermo,
+adivinando su pr&oacute;ximo fin, se agarre a la vida con el ansia de la
+desesperaci&oacute;n.</p>
+
+<p>La antigua fe intentaba renacer en Luna, pugnando por arrojar lejos las
+nuevas convicciones que le dominaban; pero las lecturas del d&iacute;a
+siguiente bastaban para borrar estas reminiscencias que agitaban durante
+la noche su pensamiento. El cristianismo no era ya para Gabriel m&aacute;s que
+una de las muchas manifestaciones del pensamiento humano, deseoso de
+explicarse la presencia del hombre en la tierra y el pavoroso misterio
+de lo que pueda existir m&aacute;s all&aacute; de la muerte. Estos dos problemas
+ven&iacute;an preocupando al ser humano desde que, salido de la barbarie
+prehist&oacute;rica, con una casa que le pusiera al abrigo de las fieras, un
+vestido que le librase del fr&iacute;o y la tierra cultivada asegurando su
+nutrici&oacute;n, pudo desarrollar la m&aacute;s tard&iacute;a de sus facultades: el
+pensamiento.</p>
+
+<p>Su fe en el catolicismo como religi&oacute;n &uacute;nica desapareci&oacute; completamente.
+Al perder sus creencias en el dogma perdi&oacute; tambi&eacute;n, como consecuencia
+l&oacute;gica, aquella fe en la monarqu&iacute;a que le hab&iacute;a llevado a pelear en las
+monta&ntilde;as. Apreciaba ahora claramente la historia de su pa&iacute;s sin
+prejuicios de raza. Los historiadores extranjeros le mostraban la triste
+suerte de Espa&ntilde;a, estacionada en el per&iacute;odo cr&iacute;tico de su desarrollo,
+cuando sal&iacute;a joven y vigorosa del fecundo per&iacute;odo de la Edad Media, por
+el fanatismo de sacerdotes e inquisidores y la demencia de unos reyes
+que, faltos de medios, quisieron resucitar la monarqu&iacute;a de los C&eacute;sares,
+agotando al pa&iacute;s en esta empresa de locos. Los pueblos que hab&iacute;an roto
+con el Pontificado, volviendo para siempre la espalda a Roma, eran m&aacute;s
+pr&oacute;speros y felices que aquella Espa&ntilde;a que dormitaba como una mendiga a
+la puerta de la iglesia.</p>
+
+<p>En este per&iacute;odo de su evoluci&oacute;n intelectual, Gabriel tuvo un &iacute;dolo, y
+muchas tardes abandonaba el trabajo para ir a o&iacute;rle durante una hora en
+el Colegio de Francia. Era Ernesto Ren&aacute;n. Luna le admiraba con doble
+afecto: por su talento y por su historia. Era como de su familia. El
+grande hombre hab&iacute;a pasado tambi&eacute;n por el Seminario y guardaba a&uacute;n
+cierto aspecto clerical, como si hubiera sufrido m&aacute;s hondamente la
+presi&oacute;n del troquel eclesi&aacute;stico. Era un rebelde: &laquo;los martillos para
+derribar el templo, dentro del templo se forjaban&raquo;. Cumpl&iacute;ase la ley
+fatal de todas las religiones, cuando la fe se desvanece y la gran
+muchedumbre no siente el fervor de la primera edad.</p>
+
+<p>Gabriel se asombraba viendo c&oacute;mo iba el sabio desentra&ntilde;ando los or&iacute;genes
+intelectuales del pueblo hebreo, que hab&iacute;an servido de base al
+cristianismo; c&oacute;mo desarmaba el inmenso retablo ante el cual hab&iacute;a
+permanecido de rodillas la humanidad diecinueve siglos, pieza por pieza,
+marcando sus diversas procedencias. El seminarista espa&ntilde;ol se indignaba
+contra su antigua fe con toda la fogosidad de un temperamento vehemente.
+&iexcl;Y &eacute;l hab&iacute;a podido creer en todo aquello, consider&aacute;ndolo el resumen de
+la humana sabidur&iacute;a! El cristianismo desempe&ntilde;aba un papel beneficioso en
+un per&iacute;odo de la infancia de la humanidad. Llenaba la vida de los
+hombres durante la Edad Media, cuando no pod&iacute;a darse un paso fuera de la
+religi&oacute;n, y en la tierra, asolada por las luchas, no hab&iacute;a otra
+esperanza que el cielo ni m&aacute;s lugar de asilo para el pensamiento que la
+catedral en la ciudad y el monasterio en el campo. &laquo;Las ferias, las
+reuniones para negocios o placeres&mdash;como dec&iacute;a su maestro&mdash;, eran
+fiestas religiosas; las representaciones esc&eacute;nicas eran misterios; los
+viajes, peregrinaciones, y las guerras, cruzadas.&raquo; Pero despu&eacute;s se
+part&iacute;a la vida: lo religioso a un lado, lo humano a otro. El arte
+colocaba la Naturaleza sobre el ideal; los hombres pensaban m&aacute;s en la
+tierra que en el cielo: la Raz&oacute;n nac&iacute;a; cada uno de sus avances era un
+paso atr&aacute;s para la Fe, y llegaba el momento, por fin, en que los
+clarividentes, los que se inquietaban por el porvenir, pensaban ya en
+cu&aacute;l hab&iacute;a de ser la nueva creencia que sustituyese a la religi&oacute;n
+agonizante. Luna no vacilaba: la Ciencia, &uacute;nicamente la Ciencia ocupar&iacute;a
+el hueco de la religi&oacute;n, muerta para siempre.</p>
+
+<p>Influido por el helenismo de su maestro, que f&aacute;cilmente prend&iacute;a en &eacute;l,
+acostumbrado como estaba al trato diario con los autores griegos, so&ntilde;aba
+con que la humanidad del porvenir fuese una inmensa Atenas, una
+democracia art&iacute;stica y sabia gobernada por grandes pensadores, sin m&aacute;s
+luchas que las de las ideas ni otra ambici&oacute;n que la de pulir la
+inteligencia, de costumbres dulces y dedicada a los goces del esp&iacute;ritu y
+al culto de la Raz&oacute;n.</p>
+
+<p>De sus antiguas creencias, Gabriel s&oacute;lo conservaba la idea de Dios
+creador con cierto escr&uacute;pulo supersticioso. Algo le desconcertaba la
+astronom&iacute;a, estudio al que se hab&iacute;a entregado con entusiasmo casi
+infantil, atra&iacute;do por el encanto de lo maravilloso. Aquel infinito por
+el que en otro tiempo revoloteaban las legiones de &aacute;ngeles, y que serv&iacute;a
+de camino a la Virgen en sus descensos terrenales, se poblaba de pronto
+de miles de millones de mundos, y cuanto m&aacute;s potentes eran los
+instrumentos inventados por el hombre, mayor se hac&iacute;a su n&uacute;mero,
+prolong&aacute;ndose las distancias en una inmensidad que causaba v&eacute;rtigos.
+Unos cuerpos se atra&iacute;an a otros girando por el espacio a raz&oacute;n de
+millares y millones de leguas por minuto, y toda esta nube de mundos
+ca&iacute;a y ca&iacute;a, sin pasar dos veces por el mismo punto de la silenciosa
+inmensidad, en la que surg&iacute;an otros astros y otros y otros, as&iacute; como
+iban perfeccion&aacute;ndose los instrumentos de observaci&oacute;n. &iquest;D&oacute;nde estaba en
+este infinito el Dios que fabricaba la tierra en seis d&iacute;as, que se
+irritaba por el capricho de dos seres inocentes sacados del barro y
+hechos carne de un soplo, y hac&iacute;a surgir de la nada el sol y tantos
+millones de mundos, sin m&aacute;s objeto que alumbrar este planeta, triste
+mol&eacute;cula de polvo de la inmensidad?</p>
+
+<p>El Dios de Gabriel, al perder la forma corporal que le hab&iacute;an dado las
+religiones y difundirse en la creaci&oacute;n, perd&iacute;a todos sus atributos. Al
+agigantarse para llenar el infinito, confundi&eacute;ndose con &eacute;l, se hac&iacute;a tan
+sutil, tan impalpable para el pensamiento, que casi era un fantasma. El
+pante&iacute;smo, como dec&iacute;a Schopenhauer, equivale a licenciar a Dios por
+in&uacute;til.</p>
+
+<p>Los estudiantes amigos de Gabriel pusieron en sus manos los libros de
+Darwin, de B&uuml;chner y de Haeckel; y el secreto de la creaci&oacute;n natural,
+que inquietaba su pensamiento despu&eacute;s de la abolici&oacute;n de la omnipotencia
+divina, se desgarr&oacute; ante sus ojos. Vio c&oacute;mo hab&iacute;a surgido la vida sobre
+aquella esfera que rodaba centenares de millones de a&ntilde;os en el espacio,
+sufriendo cataclismos y transformaciones. Cuando la vejez enfriaba su
+corteza, la vida animal asomaba como una consecuencia del medio
+favorable, ajust&aacute;ndose a las condiciones de &eacute;ste, comenzando con formas
+t&iacute;midas y microsc&oacute;picas de existencia, con el musgo que apenas cubre las
+rocas, con el animal que apenas presenta los vestigios de un organismo
+rudimentario. Y con este pr&oacute;logo de la creaci&oacute;n natural comenzaba la
+vida, desarroll&aacute;ndose al trav&eacute;s de millones y millones de a&ntilde;os,
+interrumpida a veces por los cataclismos de la tierra agitada por las
+&uacute;ltimas crisis de su crecimiento, y continuando adelante con la ciega
+tenacidad que anima a la Naturaleza. Era una cadena infinita de
+evoluciones, de formas abortadas y de organismos triunfantes por la
+selecci&oacute;n, hasta llegar al hombre, que, por un esfuerzo supremo de la
+materia que encierra su cr&aacute;neo, sale de la bestialidad, se despoja de la
+envoltura animal de sus antecesores, a los que hace sus esclavos, y
+reina sobre el planeta.</p>
+
+<p>Nada qued&oacute; en Gabriel de sus antiguos ideales. Su conciencia fue un
+campo raso sobre el que hab&iacute;a soplado el vendaval. La &uacute;ltima creencia,
+la postrera, que a&uacute;n se manten&iacute;a erguida como un monolito en medio de
+ruinas, explicando el origen de la creaci&oacute;n, se vino abajo. Luna se
+despidi&oacute; de Dios como de un fantasma consolador que se interpone entre
+el hombre y la Naturaleza.</p>
+
+<p>Pero el antiguo seminarista no era capaz de permanecer inactivo con su
+bagaje de nuevas ideas. Necesitaba creer en algo, dedicar a la defensa
+de un ideal la fe de su car&aacute;cter, hacer uso de aquel ardor de
+proselitismo que hab&iacute;a causado admiraci&oacute;n en la clase de Elocuencia del
+Seminario. La sociolog&iacute;a revolucionaria se apoder&oacute; de &eacute;l. Primero fue
+Proudhon con sus audaces escritos; despu&eacute;s completaron la obra algunos
+&laquo;militantes&raquo; que trabajaban en la misma imprenta que &eacute;l, viejos soldados
+de la Commune que acababan de volver del destierro o de las prisiones de
+Ocean&iacute;a, y reanudaban su campa&ntilde;a contra la organizaci&oacute;n social con un
+ardor acrecentado por los dolores sufridos y el ansia de venganza. Con
+ellos fue a las reuniones del anarquismo; oy&oacute; a Recl&uacute;s y al ex pr&iacute;ncipe
+Kropotkine, y las palabras del difunto Miguel Bakounine llegaron a &eacute;l
+como el evangelio de un San Pablo del porvenir..</p>
+
+<p>Gabriel hab&iacute;a encontrado su nueva religi&oacute;n y se entreg&oacute; por completo a
+ella, so&ntilde;ando en la regeneraci&oacute;n de la humanidad por el est&oacute;mago.
+Creyendo en una vida futura, los desgraciados a&uacute;n ten&iacute;an el falso
+consuelo de la felicidad despu&eacute;s de la muerte. Pero la religi&oacute;n era
+mentira, y no, existiendo m&aacute;s vida que la presente. Luna se indignaba
+contra la injusticia social, que condena a la miseria a muchos millones
+de seres para la felicidad de unos miles de privilegiados. La autoridad,
+fuente de todos los males, era para &eacute;l el mayor de los enemigos. Hab&iacute;a
+que matarla, pero creando antes hombres capaces de subsistir sin amos,
+sacerdotes y soldados. La dulzura de su car&aacute;cter, el odio que le
+inspiraba la violencia despu&eacute;s de sus tres a&ntilde;os de guerrillero, le
+hac&iacute;an apartarse de los nuevos camaradas, que so&ntilde;aban con hecatombes por
+la dinamita y el pu&ntilde;al para aterrar al mundo, oblig&aacute;ndolo a aceptar por
+el miedo las nuevas doctrinas. No; &eacute;l confiaba en la fuerza de las ideas
+y en la inocente evoluci&oacute;n de la humanidad. Hab&iacute;a que trabajar como los
+primeros ap&oacute;stoles del cristianismo, seguros del porvenir, pero sin
+prisa por ver realizadas sus ideas; puestos los ojos, en la labor del
+d&iacute;a, sin pensar en los a&ntilde;os y los siglos que tardar&iacute;a en dar su fruto.</p>
+
+<p>El ardor del proselitismo le hizo abandonar Par&iacute;s a los cinco a&ntilde;os.
+Sent&iacute;a el ansia de ver mundo, de estudiar por s&iacute; mismo las miserias
+sociales y las fuerzas de que dispon&iacute;an los desheredados para su gran
+transformaci&oacute;n. Adem&aacute;s, ve&iacute;ase molestado por la vigilancia de la polic&iacute;a
+francesa, a causa de sus &iacute;ntimas relaciones con los estudiantes rusos
+del Barrio Latino, j&oacute;venes de mirada fr&iacute;a y lacias melenas, que osaban
+implantar en Par&iacute;s las venganzas del nihilismo. En Londres conoci&oacute; a una
+inglesa joven, enferma, que, movida como &eacute;l por el ardor de la
+propaganda revolucionaria, iba de la ma&ntilde;ana a la noche por los paseos y
+los alrededores de los talleres repartiendo folletos y hojas impresas
+que guardaba en una caja de sombreros siempre pendiente de su brazo.
+Lucy fue al poco tiempo la compa&ntilde;era de Gabriel. Se amaron sin arrebato,
+con una pasi&oacute;n fr&iacute;a y calmosa, m&aacute;s por la comunidad de ideales que por
+la instintiva aproximaci&oacute;n del sexo; un amor de revolucionarios, con el
+pensamiento dominado por la rebeld&iacute;a contra lo existente, sin dejar
+sitio a otros entusiasmos.</p>
+
+<p>Luna y su compa&ntilde;era pasaron a Holanda y a B&eacute;lgica y se instalaron
+despu&eacute;s en Alemania, siempre viajando de grupo en grupo de compa&ntilde;eros,
+dedic&aacute;ndose a diversos trabajos, con esa facilidad de adaptaci&oacute;n de los
+revolucionarios universales, que sin dinero corren el mundo sufriendo
+privaciones y encontrando siempre, en el momento dif&iacute;cil, una mano
+fraternal que los levanta y los pone de nuevo en camino.</p>
+
+<p>A los ocho a&ntilde;os de esta vida, la amiga de Gabriel muri&oacute; t&iacute;sica. Estaban
+en Italia. Luna, al verse solo, se dio cuenta por primera vez del dulce
+apoyo que le hab&iacute;a prestado la compa&ntilde;era de su vida. Olvid&oacute; sus
+entusiasmos revolucionarios para llorar a Lucy, lament&aacute;ndose del vac&iacute;o
+que dejaba en su existencia. No la hab&iacute;a amado como aman los dem&aacute;s
+hombres, pero era su compa&ntilde;era, su hermana; se compenetraban los dos en
+gustos y aficiones; la miseria en com&uacute;n los hab&iacute;a fundido en una sola
+voluntad. Adem&aacute;s, Gabriel sent&iacute;ase aviejado antes de hora por aquella
+existencia de aventuras emocionantes y penosas privaciones. En varios
+sitios de Europa le hab&iacute;an encarcelado por sospechas de complicidad con
+los terroristas. La polic&iacute;a le hab&iacute;a golpeado muchas veces. Comenzaba a
+serle dif&iacute;cil viajar por el continente, pues su fotograf&iacute;a figuraba con
+la de muchos compa&ntilde;eros en los centros polic&iacute;acos de las principales
+naciones. Era un perro vagabundo y peligroso, que acabar&iacute;a por ser
+expulsado a puntapi&eacute;s de todas partes.</p>
+
+<p>Gabriel no pod&iacute;a vivir solo. Estaba habituado a ver cerca de &eacute;l unos
+ojos azules, a o&iacute;r una voz acariciadora, con inflexiones de p&aacute;jaro, que
+le animaba en los momentos dif&iacute;ciles, y no pudo resistir la soledad en
+tierra extra&ntilde;a despu&eacute;s de la muerte de Lucy. Despert&oacute;se en &eacute;l un
+vehemente amor por la tierra natal. Quer&iacute;a volver a Espa&ntilde;a, de la que
+tanto se hab&iacute;a burlado, y que ahora, a pesar de su atraso secular, le
+parec&iacute;a interesante. Pensaba en sus hermanos, que segu&iacute;an agarrados
+como plantas a los sillares de la catedral, sin enterarse de lo que
+ocurr&iacute;a en el mundo, sin buscar noticias suyas, como si lo hubieran
+olvidado.</p>
+
+<p>Con repentino impulso, como si temiese morir lejos del suelo natal,
+volvi&oacute; a Espa&ntilde;a. En Barcelona le proporcionaron los compa&ntilde;eros la
+direcci&oacute;n de una imprenta, pero antes de ocupar su puesto quiso pasar
+unos d&iacute;as en Toledo. Volv&iacute;a envejecido antes de los cuarenta a&ntilde;os,
+hablando cuatro o cinco idiomas y m&aacute;s pobre que sali&oacute; de all&iacute;. Supo que
+su hermano el jardinero hab&iacute;a muerto, y que la viuda refugiada con su
+hijo en un desv&aacute;n de las Claver&iacute;as, lavaba ropa para los can&oacute;nigos.
+Esteban, el <i>Vara de palo</i>, le acogi&oacute; despu&eacute;s de tan larga ausencia con
+la misma admiraci&oacute;n que cuando estaba en el Seminario. Se hac&iacute;a lenguas
+de sus viajes y convocaba a toda la gente del claustro alto para que
+oyera a aquel hombre que iba de una parte a otro del mundo como si fuese
+su propia casa. En sus preguntas embrollaba dolorosamente la geograf&iacute;a;
+no reconociendo en ella m&aacute;s que una divisi&oacute;n: pa&iacute;ses de herejes y de
+cristianos.</p>
+
+<p>Gabriel compadec&iacute;ase de la miseria tranquila de aquella gente; admiraba
+su mansedumbre de servidores del templo, satisfechos de vegetar y morir
+en el mismo sitio, sin curiosidad alguna por lo que ocurr&iacute;a m&aacute;s all&aacute; de
+los muros. La iglesia le parec&iacute;a una gran ruina. Era el caparaz&oacute;n de
+piedra de un animal en otros tiempos poderoso y fuerte, pero que hab&iacute;a
+muerto hac&iacute;a m&aacute;s de un siglo, deshaci&eacute;ndose su cuerpo, evapor&aacute;ndose su
+alma, sin dejar otro vestigio que aquella envoltura exterior, semejante
+a las conchas que encuentran los ge&oacute;logos en los yacimientos
+prehist&oacute;ricos, y que por su estructura dejan adivinar las partes blandas
+del ser extinguido. Viendo las ceremonias del culto, que en otros
+tiempos le conmov&iacute;an, sent&iacute;a impulsos de protesta, deseos de gritar a
+sacerdotes y ac&oacute;litos que se retirasen, pues su tiempo hab&iacute;a pasado, la
+fe hab&iacute;a muerto, y &uacute;nicamente por rutina y por miedo a la opini&oacute;n ajena
+volv&iacute;a la gente a aquellos lugares que antes llenaba de la ma&ntilde;ana a la
+noche el fervor religioso.</p>
+
+<p>Al volver a Barcelona, la vida de Gabriel fue un torbellino de
+proselitismo, de luchas y de persecuciones. Los compa&ntilde;eros le
+respetaban, viendo en &eacute;l al amigo de los grandes propagandistas de &laquo;la
+idea&raquo;, al hombre que hab&iacute;a corrido casi toda Europa y se escrib&iacute;a con
+los revolucionarios m&aacute;s famosos. No se celebraba mitin sin el
+<i>compa&ntilde;ero</i> Luna. Aquella elocuencia natural que hab&iacute;a causado asombro
+al iniciarse en el Seminario, se hinchaba y esparc&iacute;a como un gas
+embriagador en las reuniones revolucionarias, enardeciendo a la
+muchedumbre desarrapada, hambrienta y miserable, que sent&iacute;a
+estremecimientos de emoci&oacute;n ante la sociedad futura descrita por el
+ap&oacute;stol: la ciudad celeste de los so&ntilde;adores de todos los siglos, sin
+propiedad, sin vicios, sin desigualdades, donde el trabajo ser&iacute;a un
+placer y no existir&iacute;a m&aacute;s culto que el de la ciencia y el arte. Algunos
+oyentes, los m&aacute;s sombr&iacute;os, sonre&iacute;an con gesto compasivo oyendo sus
+maldiciones a la fuerza y sus himnos a la dulzura y al triunfo por la
+resistencia pasiva. Era un ide&oacute;logo, al que hab&iacute;a que o&iacute;r porque serv&iacute;a
+a &laquo;la causa&raquo;. Ellos, que eran los hombres, los luchadores, sabr&iacute;an en
+silencio aterrar a la sociedad maldita, ya que se mostraba sorda a la
+voz de la Verdad.</p>
+
+<p>Cuando estallaron bombas en las calles, el <i>compa&ntilde;ero</i> Luna fue el
+primer sorprendido por la cat&aacute;strofe y el primero tambi&eacute;n en entrar en
+la c&aacute;rcel, a causa de la popularidad de su nombre... &iexcl;Oh los dos a&ntilde;os
+pasados en el castillo de Montjuich! En la memoria de Gabriel hab&iacute;an
+abierto un surco hondo, una herida profunda que no se cerraba, que se
+estremec&iacute;a con el m&aacute;s leve recuerdo, turbando su calma, haci&eacute;ndole
+temblar con el escalofr&iacute;o del terror.</p>
+
+<p>Se hab&iacute;a apoderado de la sociedad la locura del miedo y atrepellaba
+leyes y respetos humanos para defenderse. La justicia de otros siglos,
+con sus procedimientos de violencia, resucitaba en plena civilizaci&oacute;n.
+Se desconfiaba del juez por culto y escrupuloso y se echaba mano del
+esbirro, pidi&eacute;ndole que renovase los antiguos aparatos de tormento.</p>
+
+<p>En el silencio de la noche, Gabriel ve&iacute;a iluminarse su mazmorra; hombres
+con uniforme le empujaban por la escalera hasta una habitaci&oacute;n donde le
+aguardaban otros con enormes garrotes. Un joven de voz melosa, con
+insignias de teniente y el aire perezoso de los criollos, le hac&iacute;a
+preguntas sobre los atentados ocurridos meses antes abajo en la ciudad.
+Gabriel nada sab&iacute;a, nada hab&iacute;a visto. Tal vez los terroristas ser&iacute;an
+compa&ntilde;eros suyos; pero &eacute;l, fijos los ojos en lo alto, contemplando sus
+visiones del porvenir, no hab&iacute;a llegado a darse cuenta de que germinaba
+en torno suyo la violencia. Su negativa tenaz indignaba a aquellos
+hombres; la voz melosa del criollo se atiplaba por la ira, y entre
+amenazas y blasfemias abalanz&aacute;banse todos sobre &eacute;l, y comenzaba la caza
+del hombre por toda la mazmorra, cayendo los garrotes sobre su cuerpo,
+alcanz&aacute;ndole lo mismo en la cabeza que en las piernas, acos&aacute;ndolo en los
+rincones, sigui&eacute;ndole cuando con un salto desesperado pasaba al muro
+opuesto, abri&eacute;ndose camino con la testa baja. Su espalda resonaba como
+un cofre vac&iacute;o bajo los golpes. Algunas veces, la desesperaci&oacute;n del
+dolor enardec&iacute;a a la v&iacute;ctima; el cordero se volv&iacute;a fiera, y antes de
+caer al suelo, gimoteando como un ni&ntilde;o bajo la superioridad del n&uacute;mero,
+se arrojaba sobre los verdugos, ara&ntilde;&aacute;ndolos, intentando morderles.
+Gabriel guardaba un bot&oacute;n del uniforme del criollo, que en una de estas
+rebeliones de su debilidad hab&iacute;a quedado entre sus dedos.</p>
+
+<p>Despu&eacute;s, cansados los atormentadores de la inutilidad de sus violencias,
+le dejaban olvidado en la mazmorra. Un pan y unos trozos de bacalao seco
+eran su comida. La sed, una sed infernal, le desgarraba las entra&ntilde;as, le
+oprim&iacute;a la garganta y hac&iacute;a arder su boca. Al principio ped&iacute;a agua con
+voz angustiosa por debajo de la puerta. Despu&eacute;s ya no quiso suplicar,
+conociendo de antemano la respuesta: Era un tormento calculado: le
+ofrec&iacute;an agua cuanta quisiera, pero luego que delatase los nombres de
+los culpables, afirmando lo que no sab&iacute;a. El hambre luchaba en &eacute;l con la
+sed; pero temiendo a &eacute;sta mucho m&aacute;s, arrojaba a un rinc&oacute;n aquellos
+alimentos cargados de sal, como si fuesen veneno. Deliraba con el
+delirio de los n&aacute;ufragos atenaceados por el recuerdo del agua en medio
+de las olas amargas. Ve&iacute;a en sus pesadillas arroyos claros y
+murmuradores, r&iacute;os inmensos; y buscando frescura para su boca, paseaba
+la lengua por las paredes mugrientas, sintiendo cierto alivio al
+contacto de la cal del enjalbegado. La privaci&oacute;n y el encierro
+perturbaban su inteligencia con horribles delirios. Muchas veces,
+Gabriel se sorprend&iacute;a vi&eacute;ndose a cuatro patas en medio del calabozo,
+gru&ntilde;endo y ladrando frente a la puerta sin saber por qu&eacute;.</p>
+
+<p>Sus atormentadores parecieron olvidarle. Ten&iacute;an otros presos a los que
+acudir. Los carceleros le dieron agua, y pas&oacute; meses enteros sin que
+nadie entrase en su calabozo. Algunas noches o&iacute;a lejanos y vagos, al
+trav&eacute;s de los gruesos muros, lamentos y sollozos en las mazmorras
+inmediatas. Una ma&ntilde;ana le despertaron varios truenos, a pesar de que un
+rayo de sol se filtraba por el ventanillo. Oyendo a los carceleros en el
+inmediato corredor, comprendi&oacute; el misterio. Hab&iacute;an fusilado a algunos de
+los presos.</p>
+
+<p>Luna acog&iacute;a como una felicidad la esperanza de la muerte. Renunciaba con
+gusto a aquella sombra de vida dentro de un estuche de piedra,
+atormentado por el mal f&iacute;sico y el miedo a la ferocidad de los hombres.
+Su est&oacute;mago, herido por las privaciones, se negaba muchos d&iacute;as, con
+horribles n&aacute;useas, a recibir el pan &aacute;spero y el cazo de rancho. La larga
+inmovilidad, el enrarecimiento del aire, la escasa nutrici&oacute;n, le hab&iacute;an
+hecho caer en una anemia mortal. Tos&iacute;a continuamente, sintiendo cierta
+opresi&oacute;n en el pecho. Los conocimientos que hab&iacute;a adquirido del cuerpo
+humano, en su af&aacute;n de estudiarlo todo, no lo permit&iacute;an enga&ntilde;arse.
+Morir&iacute;a como la pobre Lucy.</p>
+
+<p>Despu&eacute;s de a&ntilde;o y medio de encierro, compareci&oacute; ante el Consejo de
+guerra, confundido en un reba&ntilde;o miserable de viejos, mujeres y hasta
+adolescentes, todos enflaquecidos y quebrantados por la prisi&oacute;n, con la
+piel blanca y mate, como de papel mascado, y ese estrabismo en los ojos
+que da el aislamiento. Gabriel deseaba que le matasen. Al llegar el
+fiscal en la larga lista de acusaci&oacute;n al nombre de Luna, det&uacute;vose un
+instante para lanzarle una mirada feroz. Aquel acusado era de los
+&laquo;te&oacute;ricos&raquo;: aparec&iacute;a en las declaraciones de los testigos sin
+intervenci&oacute;n directa en los hechos de fuerza y reprob&aacute;ndolos en sus
+predicaciones; pero no hab&iacute;a que olvidar que era uno de los principales
+propagandistas del anarquismo, y que hab&iacute;a pronunciado discursos en
+todas las sociedades obreras frecuentadas por los autores de los
+atentados.</p>
+
+<p>Un capit&aacute;n viejo se inclin&oacute; al o&iacute;do de otro compa&ntilde;ero de Consejo, y
+Gabriel oy&oacute; sus palabras:</p>
+
+<p>&mdash;A estos se&ntilde;oritos que hacen discursos es a los que hay que sentar la
+mano, para que escarmienten y no hablen m&aacute;s de Tolstoi, de Ibsen y de
+todos esos t&iacute;os extranjeros que ense&ntilde;an a tirar bombas.</p>
+
+<p>Gabriel pas&oacute; muchos meses aislado en su encierro. Por algunas palabras
+o&iacute;das a los carceleros, pudo ir siguiendo las fluctuaciones de su
+suerte. Tan pronto se ve&iacute;a conducido con todos sus compa&ntilde;eros de
+infortunio a los presidios de &Aacute;frica, como le auguraban la inmediata
+libertad o le profetizaban el fusilamiento en masa. Cuando sali&oacute;,
+despu&eacute;s de dos a&ntilde;os, del t&eacute;trico castillo, fue para embarcarse con todos
+sus compa&ntilde;eros de emigraci&oacute;n forzosa. Gabriel era una sombra de hombre.
+Su debilidad le hac&iacute;a andar vacilante y tr&eacute;mulo como un ni&ntilde;o; pero
+olvidando su m&iacute;sero estado, se apiadaba de otros compa&ntilde;eros m&aacute;s enfermos
+que &eacute;l, con visibles cicatrices de los tormentos sufridos y el sexo
+atrofiado por b&aacute;rbaras estrangulaciones. La vuelta a la libertad hac&iacute;a
+renacer en &eacute;l su antigua dulzura, la conmiseraci&oacute;n filos&oacute;fica en que
+envolv&iacute;a a todos los hombres, perdonando sus errores. Los m&aacute;s violentos
+de sus compa&ntilde;eros hablaban al desembarcar en Inglaterra de futuras
+venganzas contra los verdugos, mientras Gabriel ped&iacute;a perd&oacute;n para ellos,
+ciegos instrumentos empleados por la sociedad en un momento de terror,
+que cre&iacute;an haberla salvado con su barbarie.</p>
+
+<p>El clima de Londres extremaba la enfermedad de Gabriel, y a los dos a&ntilde;os
+tuvo que trasladarse al continente, a pesar de que el pa&iacute;s brit&aacute;nico,
+con su absoluta libertad, era el &uacute;nico suelo donde pod&iacute;a vivir tranquilo
+e ignorado.</p>
+
+<p>Su existencia fue cruel: siempre fugitivo a trav&eacute;s de las naciones de
+Europa, arrojado de una a otra por la vigilancia polic&iacute;aca, reducido a
+prisi&oacute;n o expulsado por la m&aacute;s insignificante sospecha. Era la antigua
+persecuci&oacute;n de los bohemios en la Edad Media, el acosamiento de las
+gentes independientes, de vida vagabunda, que resucitaba en plena
+civilizaci&oacute;n. La enfermedad y el deseo de paz le hicieron volver a
+Espa&ntilde;a. Con el tiempo se hab&iacute;a establecido cierta tolerancia para los
+emigrados. En Espa&ntilde;a todo se olvida, y aunque la autoridad sea m&aacute;s feroz
+y menos escrupulosa que en otros pueblos, molesta poco, por la
+imprevisi&oacute;n y el descuido propios de la raza.</p>
+
+<p>Enfermo y sin un oficio para ganarse la vida, imposibilitado de pedir
+trabajo en las imprentas, porque su nombre ten&iacute;a cierta aureola que
+aterraba a los patronos, Gabriel cay&oacute; en la miseria, sin que le bastasen
+los auxilios con que le socorr&iacute;an los compa&ntilde;eros. Fue de un extremo a
+otro de la Pen&iacute;nsula, mendigando entre los suyos y ocult&aacute;ndose de la
+polic&iacute;a.</p>
+
+<p>Su &aacute;nimo decay&oacute;. Era un vencido; no pod&iacute;a prolongar la lucha. S&oacute;lo le
+restaba morir; pero la muerte misericordiosa acud&iacute;a lentamente a su
+llamamiento. Pens&oacute; en su hermano, el &uacute;nico afecto que le restaba en el
+mundo. Record&oacute; aquella familia tranquila de las Claver&iacute;as entrevista en
+su &uacute;ltimo paso por la catedral, y fue en su busca como una &uacute;ltima
+esperanza.</p>
+
+<p>Al volver a Toledo encontraba disuelta la familia feliz. Tambi&eacute;n por
+aquel rinc&oacute;n silencioso e inmutable hab&iacute;a pasado la desgracia.</p>
+
+<p>Pero la catedral, insensible a las vicisitudes humanas, estaba all&iacute; como
+siempre, y a ella se agarraba, ocult&aacute;ndose en sus entra&ntilde;as para morir
+tranquilo, sin m&aacute;s anhelo que ser olvidado, pereciendo antes de hora,
+gustando la amarga felicidad del anonadamiento, dejando en la puerta,
+como una bestia que se despoja de la piel, aquellas rebeld&iacute;as que le
+hab&iacute;an atra&iacute;do el odio de la sociedad.</p>
+
+<p>Su dicha era no pensar, no hablar, amoldarse a aquel mundo muerto.
+Ser&iacute;a, entre las estatuas vivientes que poblaban el claustro alto, un
+aut&oacute;mata m&aacute;s; imitar&iacute;a a aquellas criaturas que ten&iacute;an en su ser algo de
+la aspereza de la piedra berroque&ntilde;a de los contrafuertes; aspirar&iacute;a como
+un b&aacute;lsamo de tranquilidad la herrumbre de las rejas, que esparc&iacute;an por
+el templo el perfume vetusto de los siglos.</p>
+
+
+
+<hr style="width: 65%;" />
+<h2><a name="IV" id="IV"></a>IV</h2>
+
+<p>Al salir al claustro por las ma&ntilde;anas, poco despu&eacute;s de amanecer, la
+primera persona que ve&iacute;a Gabriel era don Antol&iacute;n, el <i>Vara de plata</i>.
+Este sacerdote ejerc&iacute;a autoridad a modo de gobernador de la catedral,
+pues a sus &oacute;rdenes estaban los servidores laicos y bajo su inspecci&oacute;n se
+hac&iacute;an todos los trabajos de escasa importancia.</p>
+
+<p>Abajo, en el templo, vigilaba a sacristanes y ac&oacute;litos, cuidando de que
+los can&oacute;nigos y los beneficiados no pudieran quejarse de descuidos en el
+servicio. Arriba, en el claustro, velaba por el buen orden y las sanas
+costumbres de las familias, siendo, por la gracia del
+cardenal-arzobispo, una especie de alcalde de aquel peque&ntilde;o pueblo.</p>
+
+<p>Ocupaba la mejor habitaci&oacute;n de las Claver&iacute;as. En las grandes fiestas
+marchaba al frente del cabildo Con capa pluvial y un bast&oacute;n de plata tan
+alto como &eacute;l, que hac&iacute;a retemblar las losas con sus golpes, y durante la
+misa mayor y el coro de la tarde rondaba por las naves para evitar las
+irreverencias de los devotos y las distracciones de los empleados. A las
+ocho de la noche en invierno y a las nueve en verano cerraba la escalera
+del claustro alto, guard&aacute;base la llave en el bolsillo y toda la
+poblaci&oacute;n quedaba aislada de la ciudad. Si de tarde en tarde se sent&iacute;a
+alguien enfermo durante la noche, era preciso despertar a don Antol&iacute;n; y
+hundiendo &eacute;ste la mano en las profundidades de la sotana, se dignaba
+restablecer con su llave la comunicaci&oacute;n con el mundo.</p>
+
+<p>Ten&iacute;a cerca de sesenta a&ntilde;os; era peque&ntilde;o y enjuto. La edad apenas si
+hab&iacute;a encanecido un poco sus cabellos, cortados al rape. La frente la
+ten&iacute;a espaciosa y cuadrada, sin la m&aacute;s leve curva, como una chapa de
+hueso con dos aristas a los lados, que se marcaban bajo el gorro de seda
+que usaba en invierno. Las facciones estiradas, sin una arruga, sin un
+estremecimiento que delatase emoci&oacute;n; la mand&iacute;bula estrecha y aguda como
+hierro de lanza, y los ojos tan inexpresivos e inm&oacute;viles como el rostro,
+pero con una fijeza fr&iacute;a que desconcertaba.</p>
+
+<p>Gabriel le hab&iacute;a conocido en su ni&ntilde;ez. Era, seg&uacute;n su expresi&oacute;n, un
+soldado raso de la Iglesia, que en fuerza de a&ntilde;os y servicios hab&iacute;a
+llegado a sargento, para no pasar de ah&iacute;. Cuando Luna entr&oacute; en el
+Seminario, don Antol&iacute;n acababa de ordenarse de sacerdote, despu&eacute;s de
+pasar su vida en la sacrist&iacute;a de la Primada, donde hab&iacute;a comenzado de
+monaguillo. Por su fe absoluta e irracional, por su adhesi&oacute;n
+inquebrantable a la Iglesia, le hab&iacute;an sacado adelante en la carrera los
+se&ntilde;ores del Seminario, a pesar de su ignorancia. Era un hijo del
+terru&ntilde;o; hab&iacute;a nacido en una aldea de los montes de Toledo. La Iglesia
+Primada era para &eacute;l la segunda casa de Dios, despu&eacute;s de San Pedro de
+Roma, y las ciencias eclesi&aacute;sticas un haz de rayos de la divina
+sabidur&iacute;a que le cegaban, ador&aacute;ndolos con el respeto profundo del
+ignorante.</p>
+
+<p>Ten&iacute;a la santa y firme incultura tan apreciada por la Iglesia en otros
+siglos. Gabriel estaba seguro de que, a nacer el <i>Vara de plata</i> en la
+buena &eacute;poca del catolicismo, hubiese llegado a santo al dedicarse a la
+vida espiritual, o habr&iacute;a desempe&ntilde;ado un excelente papel en la
+Inquisici&oacute;n al intervenir en la religiosidad militante. Venido al mundo
+en la mala &eacute;poca, cuando flaquea la fe y la Iglesia no puede imponerse
+por la violencia, el buen don Antol&iacute;n hab&iacute;a quedado obscurecido en la
+baja administraci&oacute;n de la catedral, ayudando al can&oacute;nigo Obrero en la
+partici&oacute;n y se&ntilde;alamiento de las pesetas que el Estado daba a la Primada,
+dedicando una larga meditaci&oacute;n a cada pu&ntilde;ado de c&eacute;ntimos, y esforz&aacute;ndose
+por que la santa casa, como las familias arruinadas, conservase su buen
+exterior, sin revelar la miseria.</p>
+
+<p>Le hab&iacute;an prometido varias veces una capellan&iacute;a de monjas, pero &eacute;l era
+de los fieles a la catedral, de los enamorados de la gran solitaria. Le
+enorgullec&iacute;a la confianza que el se&ntilde;or arzobispo ten&iacute;a puesta en &eacute;l, la
+amistosa franqueza con que le hablaban can&oacute;nigos y beneficiados y sus
+concili&aacute;bulos administrativos con el Obrero y el Tesorero. Por esto no
+pod&iacute;a evitar cierto gesto de superioridad desde&ntilde;osa cuando, revestido de
+la capa pluvial y empu&ntilde;ando la vara de plata, se acercaban a hablarle
+los curas de los pueblos de paso por la Primada.</p>
+
+<p>Sus vicios eran puramente de eclesi&aacute;stico. Ahorraba en secreto, con esa
+avaricia fr&iacute;a y dominadora de la gente de iglesia en todos los tiempos.
+Su bonete mugriento era siempre de alg&uacute;n can&oacute;nigo que lo desechaba por
+viejo; su sotana de un negro verdoso y sus zapatos hab&iacute;an sido antes de
+alg&uacute;n beneficiado. En las Claver&iacute;as se hablaba en voz baja del dinero
+guardado por don Antol&iacute;n, de sus ahorros, que dedicaba a la usura;
+pr&eacute;stamos que nunca iban m&aacute;s all&aacute; de dos o tres duros a los pobres
+servidores del templo agobiados por la miseria, y que recobraba con
+creces cuando a principios de mes pagaba el can&oacute;nigo Obrero. En &eacute;l, la
+avaricia y la usura iban unidas a la m&aacute;s absoluta probidad para los
+intereses de la iglesia. Persegu&iacute;a encarnizadamente la menor sisa en la
+sacrist&iacute;a, y entregaba sus cuentas al cabildo con una minuciosidad que
+fastidiaba al Obrero. A cada cual lo suyo. La iglesia era pobre, y
+resultaba un pecado digno del infierno privarla de un solo ochavo. &Eacute;l,
+como buen servidor de Dios, era pobre tambi&eacute;n, y no cre&iacute;a faltarle
+sacando cierto producto al dinero que hab&iacute;a podido reunir en fuerza de
+contraerse, con dolorosas privaciones, dentro de su miseria.</p>
+
+<p>Viv&iacute;a con &eacute;l su sobrina Mariquita, una fea, de facciones hombrunas y
+frescas carnes, venida de las monta&ntilde;as para cuidar al t&iacute;o, de cuya
+riqueza y poder en la Primada se hac&iacute;an lenguas en la aldea parientes y
+amigos. En las Claver&iacute;as llevaba a maltraer a todas las mujeres,
+abusando de la autoridad absoluta de don Antol&iacute;n. Las m&aacute;s t&iacute;midas
+formaban en torno de ella a modo de aduladora corte, para atraerse su
+protecci&oacute;n, limpi&aacute;ndola la casa o haciendo la cocina, mientras
+Mariquita, vestida de h&aacute;bito y cuidadosamente peinada, &uacute;nico lujo que le
+permit&iacute;a su t&iacute;o, sal&iacute;a al claustro con la esperanza de que subiese alg&uacute;n
+cadete o se fijasen en ella los forasteros que iban a la torre o a la
+sala de los gigantones. Pon&iacute;a los ojos tiernos a todos los hombres;
+ella, tan &aacute;spera e imperiosa con las mujeres, sonre&iacute;a a cuantos solteros
+viv&iacute;an en las Claver&iacute;as. El <i>Tato</i> era gran amigo suyo; le buscaba
+cuando su t&iacute;o estaba ausente, riendo sus gracias de aprendiz de torero.
+Gabriel, con su aspecto enfermizo, su misterioso ensimismamiento y la
+historia confusa de sus grandes viajes por el mundo, no le inspiraba
+menos inter&eacute;s. Hasta hablaba con marcada deferencia al viejo <i>Vara de
+palo</i>, por ser hombre y estar viudo. Como dec&iacute;a el perrero, los
+pantalones volv&iacute;an loca a la pobre en aquella casa donde la mayor parte
+de los hombres llevaban faldas.</p>
+
+<p>Don Antol&iacute;n hab&iacute;a conocido a Gabriel siendo ni&ntilde;o y le tuteaba. En el
+cura ignorante subsist&iacute;a a&uacute;n el recuerdo de los grandes triunfos
+alcanzados por Luna en el Seminario, y al verle pobre y enfermo,
+refugiado en la catedral casi de limosna, su tuteo de superioridad no
+estaba exento de cierta admiraci&oacute;n. Gabriel, por su parte, tem&iacute;a al
+<i>Vara de plata</i>, conociendo su fanatismo intolerante. Por esto se
+limitaba a escucharle, cuidando de que en sus conversaciones no se
+deslizara una palabra que revelase su pasado. Ser&iacute;a el primero en pedir
+su expulsi&oacute;n de la catedral, y &eacute;l deseaba vivir en ella desconocido y en
+silencio.</p>
+
+<p>Al encontrarse por las ma&ntilde;anas en el claustro los dos hombres, se
+abordaban con la misma pregunta:</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;C&oacute;mo va esa salud?</p>
+
+<p>Gabriel se mostraba optimista. Sab&iacute;a que su dolencia no ten&iacute;a remedio.
+Pero aquella vida sosegada y sin emociones, y el cuidado continuo de su
+hermano, aliment&aacute;ndolo casi a la fuerza a todas horas, como a un p&aacute;jaro,
+hab&iacute;a puesto un puntal a su salud ruinosa. El curso de la enfermedad era
+m&aacute;s lento: la muerte tropezaba con obst&aacute;culos.</p>
+
+<p>&mdash;Estoy mejor, don Antol&iacute;n.... Y ayer, &iquest;qu&eacute; tal fue el d&iacute;a?</p>
+
+<p>El <i>Vara de plata</i> hund&iacute;a sus manos sucias y huesosas en las
+profundidades de la sotana, sacando tres gruesos talonarios, uno rojo,
+otro verde y el tercero blanco. Pasaba las hojas, consultando los folios
+de las que llevaba arrancadas. Acariciaba respetuosamente las libretas,
+como si fuesen m&aacute;s importantes para el culto que los grandes libros del
+coro.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;D&iacute;a flojo, Gabriel! Estamos en invierno, y ahora viaja poca gente. La
+gran temporada es en primavera, cuando, seg&uacute;n dicen, entran los ingleses
+por Gibraltar. Van a la feria de Sevilla y vienen despu&eacute;s a echar una
+vista a nuestra catedral. Adem&aacute;s, la gente de Madrid sale con el buen
+tiempo, y aunque a rega&ntilde;adientes, afloja la mosca por ver los
+gigantones y la Campana Gorda. Da gusto entonces despachar papeletas. Ha
+habido d&iacute;a, Gabriel, que he recogido ochenta duros. Me acuerdo: fue en
+el &uacute;ltimo Corpus. Mariquita tuvo que recoserme los bolsillos de la
+sotana, que se romp&iacute;an con el peso de tantas pesetas. Fue una bendici&oacute;n
+del Se&ntilde;or.</p>
+
+<p>Y miraba tristemente los talonarios, como lamentando que pasasen los
+d&iacute;as del invierno sin cortar m&aacute;s que alguna que otra hoja. Esta tarea de
+expender papeletas de entrada para ver las riquezas y curiosidades de la
+catedral llenaba su pensamiento. Era la salvaci&oacute;n de la iglesia, el
+procedimiento moderno para llevarla adelante, y &eacute;l se sent&iacute;a orgulloso
+de desempe&ntilde;ar esta funci&oacute;n, que le convert&iacute;a en el &oacute;rgano m&aacute;s importante
+de la vida del templo.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Ves estas papeletas verdes?&mdash;dijo a Gabriel&mdash;. Pues son las m&aacute;s
+caras: dos pesetas cuesta cada una. Con ellas puede verse lo m&aacute;s
+importante: el Tesoro, la capilla de la Virgen, el Ochavo con sus
+reliquias, &uacute;nicas en el mundo. Las de las otras catedrales son
+porquer&iacute;as si se comparan con las nuestras; mentiras, inventadas muchas
+de ellas por la envidia que inspira nuestra Iglesia Primada. &iquest;Ves estas
+otras que son rojas? Pues s&oacute;lo cuestan seis reales, y con ellas pueden
+visitarse las sacrist&iacute;as, el guardarropa, las capillas de don &Aacute;lvaro de
+Luna y del cardenal Albornoz, y la Sala Capitular, con sus dos filas de
+retratos de arzobispos, que son una maravilla. &iquest;Qui&eacute;n no se rasca el
+bolsillo por ver tales portentos?</p>
+
+<p>Despu&eacute;s a&ntilde;adi&oacute;, designando el &uacute;ltimo talonario con cierto desprecio:</p>
+
+<p>&mdash;Estas blancas s&oacute;lo valen dos reales. Son para ver los gigantones y las
+campanas. Se venden muchas entre la gente menuda que viene a la catedral
+en d&iacute;as de fiesta. &iquest;Querr&aacute;s creer que a&uacute;n hay jud&iacute;os que protestan y
+dicen que esto es un robo? El otro d&iacute;a, tres soldados de la Academia,
+que vinieron con unos &laquo;parditos&raquo; a ver los gigantones, armaron un
+esc&aacute;ndalo porque no les dejaban entrar por un perro gordo. &iexcl;Como si
+pidi&eacute;semos limosna...! Se van muchos echando pestes contra la iglesia,
+lo mismo que si fuesen herejes, y en la escalera pintan con carb&oacute;n cosas
+abominables o escriben palabras obscenas. &iexcl;Qu&eacute; tiempos!, &iquest;eh, Gabriel?</p>
+
+<p>Luna sonre&iacute;a silencioso, y animado el <i>Vara de plata</i> por este mutismo,
+que le parec&iacute;a de conformidad, a&ntilde;adi&oacute; con cierto orgullo:</p>
+
+<p>&mdash;Esto de las papeletas lo invent&eacute; yo.... Es decir, realmente no fui yo
+el inventor, pero a m&iacute; se debe su establecimiento en esta casa. T&uacute; has
+corrido mucho y habr&aacute;s visto en esos pa&iacute;ses de <i>extranjis</i> que todo
+puede visitarse... pero pagando. El se&ntilde;or cardenal anterior a &eacute;ste, que
+en santa gloria est&eacute;&mdash;y se llev&oacute; la mano al bonete&mdash;, tambi&eacute;n hab&iacute;a
+corrido muchas tierras; un &laquo;moderno&raquo; que, a vivir m&aacute;s tiempo, hubiese
+acabado por poner luz el&eacute;ctrica en las naves de la catedral. Yo le o&iacute; en
+cierta ocasi&oacute;n hablar de lo que se hac&iacute;a en los museos y dem&aacute;s edificios
+notables all&aacute; en Roma y en otras ciudades: la entrada libre a todas
+horas, pero pagando. Una gran comodidad para el p&uacute;blico, que no necesita
+de recomendaciones para ver las cosas. Y un d&iacute;a que el Obrero y yo nos
+ro&iacute;amos las u&ntilde;as viendo que esas mil y pico de pesetas puercas (&iexcl;Dios me
+perdone!) que nos da el desdichado Estado no bastaban para finalizar el
+mes, propuse mi idea. &iquest;Querr&aacute;s creer que hubo en el cabildo se&ntilde;ores que
+se opusieron? Ciertos can&oacute;nigos j&oacute;venes hablaron de los mercaderes del
+templo; t&uacute; ya sabes qui&eacute;nes eran: unos jud&iacute;os a los que corri&oacute; el Se&ntilde;or
+con la cuerda en la mano por no s&eacute; qu&eacute; perrer&iacute;as; otros m&aacute;s viejos
+alegaron que la catedral hab&iacute;a tenido abiertas sus maravillas a todos
+durante siglos, y as&iacute; hab&iacute;a de seguir. Tendr&iacute;an raz&oacute;n todos los se&ntilde;ores,
+pues no se llega a can&oacute;nigo sin talento; pero intervino el cardenal
+difunto, que de Dios goce&mdash;otro golpe de bonete&mdash;, y el cabildo hubo de
+aceptar la reforma a rega&ntilde;adientes, y acabar&aacute; por aplaudirla. &iexcl;A
+cualquiera le amarga un dulce! &iquest;Sabes cu&aacute;nto dinero le entregu&eacute; al se&ntilde;or
+cardenal el a&ntilde;o pasado? M&aacute;s de tres mil duros, casi tanto como nos da el
+Estado pecador. Y esto sin perjuicio para nadie. El p&uacute;blico paga, mira y
+se marcha. De todos modos, son aves de paso, que s&oacute;lo vienen una vez: el
+que se va ya no vuelve. &iexcl;Y qu&eacute; son cuatro m&iacute;seras pesetas, cuando por
+ellas se ve uno de los templos m&aacute;s gloriosos de la cristiandad, la cuna
+del catolicismo espa&ntilde;ol, la catedral de Toledo! &iexcl;Como quien dice
+nada...!</p>
+
+<p>Paseaban los dos hombres por el claustro, siguiendo el lado que a
+aquella hora matinal caldeaba el sol. El cl&eacute;rigo se hab&iacute;a guardado los
+talonarios. Sus ojos se fijaban en Gabriel, que cre&iacute;a del caso sonre&iacute;r
+de un modo enigm&aacute;tico que don Antol&iacute;n tomaba por una afirmaci&oacute;n. Esto le
+anim&oacute; a continuar en sus confidencias.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Ay, Gabriel! No creas que cumplo sin trabajo mis pesados deberes. El
+cardenal conf&iacute;a en m&iacute;, el cabildo me distingue con su afecto, el Obrero
+no tiene otra esperanza que mi auxilio. Gracias a las papeletas puede ir
+tirando la catedral y conservar su antiguo aspecto de grandeza, para que
+venga el p&uacute;blico a admirarla. Somos m&aacute;s pobres que las ratas. Y gracias
+que nos quedan para remediarnos algunas migajas de nuestro pasado. Si el
+viento o el granizo rompe una vidriera de las naves, podemos echar mano
+de los vidrios sobrantes que nos dejaron los se&ntilde;ores Obreros de otros
+siglos. &iexcl;Ay, Se&ntilde;or, Dios m&iacute;o! &iexcl;Y pensar que hubo una &eacute;poca en que el
+cabildo manten&iacute;a a sus expensas, dentro del templo, talleres de pintores
+de vidrio, de plomeros y qu&eacute; s&eacute; yo cu&aacute;ntos m&aacute;s, pudiendo hacer grandes
+obras sin buscar auxilio fuera de casa! Si se rompe una casulla, a&uacute;n nos
+quedan para componerla tiras bordadas con santos y flores, que son una
+maravilla. Pero &iquest;y cuando todo esto se acabe?, &iquest;cuando se rompa el
+&uacute;ltimo vidrio de repuesto y se agoten los retales de la Obrer&iacute;a? Habr&aacute;
+que poner vidrios blancos y baratos en los ventanales para que no entren
+el viento y la lluvia; la catedral parecer&aacute; una casa de hu&eacute;spedes (&iexcl;que
+el Se&ntilde;or me perdone la comparaci&oacute;n!) y los sacerdotes de la Primada
+alabar&aacute;n a Dios vestidos como el capell&aacute;n de una ermita.</p>
+
+<p>Y don Antol&iacute;n re&iacute;a sarc&aacute;sticamente, como si este porvenir por &eacute;l evocado
+fuese un absurdo contrario a las leyes eternas.</p>
+
+<p>&mdash;Y no creas&mdash;continu&oacute;&mdash;que aqu&iacute; se despilfarra ni se deja de hacer
+dinero de todo lo utilizable. El jard&iacute;n, que tantos a&ntilde;os fue de tu
+familia, lo dio en arrendamiento el cabildo desde la muerte de tu
+hermano. Veinte duros al a&ntilde;o paga tu t&iacute;a Tomasa para que lo explote su
+hijo, y eso porque, como sabes, la vieja es gran amiga de Su Eminencia,
+pues le conoce desde ni&ntilde;o. Yo ando como un azac&aacute;n por el templo y los
+claustros, vigil&aacute;ndolo todo para que no se hagan trampas, pues aqu&iacute; hay
+gente joven y ligera que no es de fiar. Tan pronto estoy en el Ochavo,
+viendo si tu sobrino el <i>Tato</i> ha pedido la papeleta a los forasteros
+(pues es muy capaz de dejarlos entrar gratis para que le den propina),
+como subo al claustro para vigilar a ese zapater&iacute;n que ense&ntilde;a los
+gigantones. A m&iacute; no me la pegan. Nadie se escapa sin pagar; pero &iexcl;ay!
+hace tiempo que no celebro; t&uacute; me ves a mediod&iacute;a, cuando se cierra la
+catedral, leyendo mis Horas apresuradamente por el claustro, pendiente
+del reloj para bajar as&iacute; que abren de nuevo el templo y vienen los
+forasteros a ver el Tesoro. Esto no es vida de cat&oacute;lico, y si Dios no me
+tomase en cuenta que lo hago todo por la gloria de su casa, creo que
+hasta perder&iacute;a mi alma.</p>
+
+<p>Pasearon largo rato en silencio los dos hombres. Pero don Antol&iacute;n no
+pod&iacute;a callar f&aacute;cilmente cuando se trataba de la vida econ&oacute;mica de la
+Primada.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Y pensar, Gabriel&mdash;continu&oacute;&mdash;, que siendo lo que hemos sido en otros
+tiempos, nos vemos as&iacute;...! T&uacute; y la mayor&iacute;a de los que aqu&iacute; viven no
+ten&eacute;is idea de lo rica que ha sido esta casa. Tanto como un rey, y en
+algunos tiempos, m&aacute;s. De muchacho sab&iacute;as t&uacute;, como nadie, la historia de
+nuestros gloriosos arzobispos, pero de la fortuna que amasaron para
+Dios, ni una palabra. A vosotros los sabios no os da por estas
+&laquo;materialidades&raquo;. &iquest;Conoces las donaciones que reyes y grandes se&ntilde;ores
+hicieron en vida a nuestra catedral y las herencias que le dedicaron en
+la hora de la muerte? &iexcl;Qu&eacute; has de conocer! Yo lo s&eacute; todo; me he enterado
+en la Obrer&iacute;a, en el Archivo, en la Biblioteca. Cada uno a lo que le
+interesa, y yo, que con el se&ntilde;or Obrero he rabiado m&aacute;s de una vez ante
+los apuros de la casa, me consuelo pensando en lo que tuvo cuando a&uacute;n no
+hab&iacute;amos nacido. Hemos sido muy ricos, Gabriel, pero muy ricos. El
+arzobispo de Toledo pod&iacute;a colocarse en la mitra una corona o dos, y no
+digo tres porque pienso en el Sumo Pont&iacute;fice.... Primero, la escritura
+de dotaci&oacute;n a la catedral hecha por el rey Alfonso VI a ra&iacute;z de haber
+conquistado Toledo. La hicieron en una ermita, despu&eacute;s de elegido el
+obispo don Bernardo, y yo la he visto con mis pecadores ojos en el
+Archivo: un pergamino con letras g&oacute;ticas, que figura a la cabeza de los
+Privilegios de esta Santa Iglesia. El buen rey da a la catedral nueve
+villas, y si quisiera te podr&iacute;a citar los nombres, varios molinos y un
+sinn&uacute;mero de vi&ntilde;as, casas y tiendas en la ciudad, y termina diciendo,
+con su largueza de caballero cristiano: &laquo;Esto, pues, de tal manera lo
+doy, y concedo a esta Santa Iglesia y a ti, Bernardo, Arzobispo, por
+libre y perfecta donaci&oacute;n, que por homicidio ni por otra alguna calumnia
+en ning&uacute;n tiempo se pierdan. Am&eacute;n.&raquo; Despu&eacute;s, don Alfonso VII nos da ocho
+pueblos al otro lado del Guadalquivir, varios hornos, dos castillos, las
+salinas de Belinch&oacute;n y el diezmo de toda la moneda que se labrase en
+Toledo, para el vestuario de los prebendados. El VIII del mismo nombre
+suelta sobre la catedral otra lluvia de donaciones, ciudades, aldeas y
+molinos: Illescas es nuestra, y una gran parte de Esquivias, as&iacute; como la
+apoteca de Talavera. Despu&eacute;s viene el batallador prelado don Rodrigo,
+que conquista a los moros mucha tierra; la catedral posee un principado,
+el Adelantamiento de Cazorla, con poblaciones como Baza, Niebla y
+Alcaraz.... Y dejando a los reyes, &iexcl;no hay poco que decir de los grandes
+se&ntilde;ores, nobles como pr&iacute;ncipes, que mostraron su generosidad con la
+Iglesia Primada...! Don Lope de Haro, se&ntilde;or de Vizcaya, no contento con
+costear la construcci&oacute;n del templo desde la puerta de los Escribanos
+hasta el coro, nos regala la villa de Alcubilete, con sus molinos y
+pesquer&iacute;as, y deja dotaci&oacute;n para que en el coro, al rezarse las
+completas, arda esa vela que llaman &laquo;la Preciosa&raquo;, y que se coloca en el
+&aacute;guila de bronce del gran atril. Don Alfonso Teilo de Meneses nos da
+cuatro castillos en las riberas del Guadiana, y como &eacute;l, otros grandes
+se&ntilde;ores nos conceden diezmos, derechos de peaje y &iexcl;qu&eacute; s&eacute; yo cu&aacute;ntas
+riquezas m&aacute;s...! Hemos sido poderosos, Gabriel. El territorio de esta
+di&oacute;cesis era m&aacute;s grande que un principado. La catedral ten&iacute;a propiedades
+en la tierra, en el aire y en el mar. Nuestros dominios se extend&iacute;an por
+toda la naci&oacute;n, de punta a punta, y no hab&iacute;a provincia donde no
+posey&eacute;semos algo. Todo contribu&iacute;a a la gloria del Se&ntilde;or y a la decencia
+y bienestar de sus ministros; todo pagaba a la catedral: el pan al
+cocerse en el horno, el pez al caer en la red, el trigo al pasar por la
+muela, la moneda al saltar del troquel, el viandante al seguir su
+camino. Los r&uacute;sticos, que entonces no pagaban contribuciones e
+impuestos, serv&iacute;an a su rey, y salvaban la propia alma d&aacute;ndonos la mejor
+gavilla de cada diez, con lo cual los graneros de la Iglesia Primada
+eran insuficientes para contener tanta abundancia. &iexcl;Qu&eacute; tiempos
+aqu&eacute;llos! Hab&iacute;a fe, Gabriel, y la fe es lo principal en la vida. Sin fe
+no hay virtud, ni decencia... ni nada.</p>
+
+<p>Se detuvo un momento, jadeante por su discurso, echando el aliento a la
+cara de Luna. El cl&eacute;rigo estaba tan impregnado del ambiente de la
+catedral, que en su cuerpo parec&iacute;an resumirse todos los olores del
+templo: su sotana ten&iacute;a el perfume mohoso de la piedra vieja y las rejas
+herrumbrosas; por su boca parec&iacute;an respirar los canalones y las
+g&aacute;rgolas la rancia humedad de los desvanes.</p>
+
+<p>Con la r&aacute;pida evocaci&oacute;n de las riquezas pasadas, enardec&iacute;ase don Antol&iacute;n
+hasta indignarse.</p>
+
+<p>&mdash;Y habiendo sido tan ricos, Gabriel, hoy nos vemos en la miseria, y yo,
+hijo m&iacute;o, un sacerdote del Se&ntilde;or, tengo que ir de un lado a otro con
+estas papeletas para que vivamos todos, como si fuese un revendedor de
+entradas de toros, como si la casa de Dios fuera un teatro, teniendo que
+aguantar a extranjeros herejes que entran sin santiguarse, mir&aacute;ndolo
+todo con gemelos. &iexcl;Y yo debo sonre&iacute;rles, porque pagan y nos proporcionan
+los postres para el triste cocido! &iexcl;Ca...rape! &iexcl;Jes&uacute;s me valga! Iba a
+decir una barbaridad.</p>
+
+<p>Y don Antol&iacute;n sigui&oacute; lanzando indignadas lamentaciones, hasta que al
+pasar frente a la puerta de su casa asom&oacute; Mariquita el abultado y feo
+rostro.</p>
+
+<p>&mdash;T&iacute;o, basta de paseo. Se enfr&iacute;a el chocolate.</p>
+
+<p>Aun despu&eacute;s de desaparecer el sacerdote dentro de su casa, sigui&oacute; la
+sobrina sonriendo amablemente a Luna.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Usted gusta, don Gabriel?</p>
+
+<p>Con sus ojos audaces de loba hambrienta invitaba a Luna a entrar. Le
+gustaba el porte &laquo;ase&ntilde;orado&raquo;, como ella dec&iacute;a, de aquel hombre, la
+soltura que le daba su antiguo trato con el mundo. Adem&aacute;s, sobre su
+imaginaci&oacute;n de mujer ejerc&iacute;a cierto encanto el misterioso pasado de
+Gabriel, su altivez silenciosa, la vaga fama de sus aventuras y aquella
+sonrisa un tanto compasiva y desde&ntilde;osa con que escuchaba a las gentes
+del claustro alto.</p>
+
+<p>Se retir&oacute; la insinuante Mariquita y sigui&oacute; Gabriel sus paseos por el
+claustro, despu&eacute;s de apurar el jarrito de leche que todas las ma&ntilde;anas le
+sub&iacute;a su hermano.</p>
+
+<p>A las ocho sal&iacute;a don Luis, el maestro de capilla, siempre con el manteo
+terciado teatralmente y el sombrero de teja echado atr&aacute;s como una
+aureola sobre su enorme cabeza. Tarareaba con aire distra&iacute;do, agitado
+perpetuamente por su nerviosa movilidad. Preguntaba con alarma si
+hab&iacute;an tocado ya a coro, asustado por las amenazas de multa a causa de
+su retraso. Gabriel sent&iacute;ase atra&iacute;do por este artista eclesi&aacute;stico que
+vegetaba despreciado en las &uacute;ltimas capas de la Iglesia, pensando m&aacute;s en
+la m&uacute;sica que en el dogma.</p>
+
+<p>Por las tardes sub&iacute;a Gabriel al camaranch&oacute;n que habitaba el maestro de
+capilla en el piso superior de la casa de los Luna. La habitaci&oacute;n
+conten&iacute;a toda la fortuna del artista: una cama de hierro, que era a&uacute;n la
+del Seminario, un arm&oacute;nium, dos bustos de yeso de Beethoven y Mozart y
+un mont&oacute;n enorme de paquetes de m&uacute;sica, de partituras encuadernadas, de
+hojas sueltas de papel pautado, pero tan grande, tan revuelto y confuso,
+que con frecuencia se desplomaba, invadiendo con blanco aleteo hasta los
+&uacute;ltimos rincones.</p>
+
+<p>&mdash;En esto se le van los cuartos&mdash;dec&iacute;a el <i>Vara de palo</i> con acento de
+bondadosa reconvenci&oacute;n&mdash;.</p>
+
+<p>Nunca tendr&aacute; un c&eacute;ntimo. Apenas coge la paga, &iexcl;a pedir m&aacute;s papelotes a
+Madrid! M&aacute;s le valdr&iacute;a, don Luis, comprarse un sombrero nuevo, aunque
+fuese modestito, para que los se&ntilde;ores del coro no se burlasen de la
+cobertura que lleva en la cabeza.</p>
+
+<p>En las tardes de invierno, despu&eacute;s del coro, el m&uacute;sico y Gabriel se
+refugiaban en aquella habitaci&oacute;n. Los can&oacute;nigos, huyendo del viento fr&iacute;o
+o de la lluvia, daban su paseo diario por las galer&iacute;as del claustro
+alto, con el af&aacute;n de no privarse de este ejercicio a que estaba
+acostumbrada su met&oacute;dica existencia. El agua del cielo golpeaba los
+vidrios de la ventana del camaranch&oacute;n. A la claridad triste y gris de la
+tarde hojeaba el maestro los cuadernos o hac&iacute;a correr sus manos sobre el
+arm&oacute;nium, conversando con Gabriel, que se sentaba en la cama.</p>
+
+<p>Enardec&iacute;ase el m&uacute;sico hablando de sus adoraciones art&iacute;sticas. En mitad
+de una peroraci&oacute;n entusiasta callaba, inclin&aacute;ndose ante el arm&oacute;nium, y
+las melod&iacute;as del instrumento llenaban el cuarto, descendiendo por la
+escalera hasta llegar a los paseantes del claustro como un eco lejano.
+De repente, cesaba de tocar en el pasaje m&aacute;s interesante y reanudaba su
+charla, como temiendo que en su continua distracci&oacute;n se le evaporasen
+las ideas.</p>
+
+<p>El silencioso Luna era el &uacute;nico auditorio que hab&iacute;a encontrado en la
+catedral, el primero que le escuchaba largas horas sin burlarse ni
+tenerlo por loco; antes bien, mostraba con sus breves interrupciones y
+preguntas el gusto con que le o&iacute;a. El final de la conversaci&oacute;n todas las
+tardes era el mismo: la grandeza de Beethoven, &iacute;dolo del sacerdote
+artista.</p>
+
+<p>&mdash;Le he amado toda mi vida&mdash;dec&iacute;a el maestro de capilla&mdash;. A m&iacute; me educ&oacute;
+un fraile jer&oacute;nimo, un exclaustrado viejo, que, despu&eacute;s de abandonar el
+convento, corri&oacute; algo de mundo como profesor de violoncelo. Los
+Jer&oacute;nimos fueron los grandes m&uacute;sicos de la Iglesia. Usted no sabr&aacute; esto;
+yo tampoco lo sabr&iacute;a si poco despu&eacute;s de nacer no me hubiese tomado bajo
+su protecci&oacute;n aquel santo hombre, que fue para m&iacute; un verdadero padre.
+Parece que cada orden religiosa se dedicaba en sus buenos tiempos a una
+especialidad. Unos, creo que los benedictinos, anotaban libros viejos;
+otros fabricaban licores para las damas; los de m&aacute;s all&aacute; ten&iacute;an unas
+manos de oro para jaulas de p&aacute;jaros, y los Jer&oacute;nimos estudiaban siete
+a&ntilde;os de m&uacute;sica, dedic&aacute;ndose cada uno al instrumento de su preferencia. A
+ellos se debe que se conservara en las iglesias de Espa&ntilde;a un poco, un
+poquito nada m&aacute;s, de buen gusto musical. &iexcl;Y qu&eacute; orquestas, seg&uacute;n me
+contaba mi padrino, formaban los Jer&oacute;nimos en sus conventos! Para las
+se&ntilde;oras era una gloria ir los domingos por la tarde al locutorio, donde
+encontraban a los buenos Padres, cada uno de los cuales resultaba un
+profesorazo instrumentista. Eran los &uacute;nicos conciertos de aquella &eacute;poca.
+Con la pitanza asegurada, sin tener que preocuparse de casa ni vestido y
+teniendo el amor al arte por toda obligaci&oacute;n, fig&uacute;rese usted, Gabriel,
+qu&eacute; musicotes podr&iacute;an salir. Por eso, cuando echaron a los frailes de
+sus conventos, los Jer&oacute;nimos no salieron mal librados. Nada de mendigar
+misas por las iglesias ni vivir de gorra con las familias devotas.
+Ten&iacute;an para ganarse el pan un arte estudiado concienzudamente, y se
+colocaron en seguida en las catedrales como organistas y maestros de
+capilla. Los cabildos se los disputaban. Algunos fueron m&aacute;s audaces, y
+ganosos de ver de cerca aquel mundo musical que se les aparec&iacute;a dentro
+de sus conventos como un para&iacute;so fant&aacute;stico, entraron en las orquestas
+de los teatros, viajaron, hicieron sus calaveradas all&aacute; por Italia,
+transform&aacute;ndose de tal modo, que ni en cien a&ntilde;os los hubiera reconocido
+su antiguo prior. Uno de &eacute;stos fue mi padrino. &iexcl;Qu&eacute; hombre! Era un buen
+cristiano, pero de tal modo se hab&iacute;a entregado a la m&uacute;sica, que en &eacute;l
+quedaba muy poco del antiguo fraile. Cuando le anunciaban, que pronto se
+restablecer&iacute;an los conventos, levantaba los hombros con indiferencia. Le
+interesaba m&aacute;s una sonata nueva. Pues bien, Gabriel: aquel hombre ten&iacute;a
+frases que han quedado en mi memoria para siempre. Un d&iacute;a, siendo yo
+ni&ntilde;o, me llev&oacute; en Madrid a una reuni&oacute;n de m&uacute;sicos amigos que ejecutaban
+para ellos solos el famoso <i>Septimino</i>. &iquest;Lo conoce usted? La obra m&aacute;s
+&laquo;fresca&raquo; y m&aacute;s graciosa de Beethoven. Recuerdo a mi padrino saliendo de
+la audici&oacute;n ensimismado, con la cabeza baja, tirando de m&iacute;, que apenas
+pod&iacute;a seguir sus grandes zancadas. Cuando llegamos a casa, me mir&oacute;
+fijamente, como si yo fuese una persona mayor. &laquo;Oye, Luis&mdash;me dijo&mdash;, y
+acu&eacute;rdate bien de esto. En el mundo no hay m&aacute;s que un "Se&ntilde;or": Nuestro
+Se&ntilde;or Jesucristo, y dos "se&ntilde;oritos": Galileo y Beethoven...&raquo;</p>
+
+<p>El m&uacute;sico mir&oacute; amorosamente el busto de yeso que desde una rinconera
+contemplaba el cuartucho con entrecejo de le&oacute;n y ojos hura&ntilde;os de sordo.</p>
+
+<p>&mdash;Yo no conozco a Galileo&mdash;continu&oacute; don Luis&mdash;. S&eacute; que fue un sabio, un
+genio de la ciencia. No soy m&aacute;s que un m&uacute;sico y entiendo poco de estas
+cosas. Pero a Beethoven lo adoro, y creo que mi padrino se qued&oacute; corto.
+Es un dios, es el hombre m&aacute;s extraordinario que ha producido el mundo.
+&iquest;No lo cree usted as&iacute;, Gabriel?</p>
+
+<p>Vibrantes sus nervios por el entusiasmo, pon&iacute;ase de pie y paseaba por
+la habitaci&oacute;n, pisoteando los papeles esparcidos por el suelo.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Ah, c&oacute;mo le envidio a usted, Gabriel, que ha corrido mundo y ha o&iacute;do
+tan buenas cosas! La otra noche no pude dormir pensando en lo que usted
+me cont&oacute; de su vida en Par&iacute;s: aquellas tardes de los domingos, tan
+hermosas, corriendo despu&eacute;s de almorzar, unas veces a los conciertos de
+Lamoreux, otras a los de Colonna, d&aacute;ndose un hartazgo de sublimidad...
+&iexcl;Y yo aqu&iacute; encerrado, sin otra esperanza que dirigir alguna misita
+rossiniana en las grandes festividades...! Mi &uacute;nico consuelo es leer
+m&uacute;sica, enterarme por la lectura de las grandes obras que tantos tontos
+oir&aacute;n en las ciudades dormitando o aburri&eacute;ndose. Ah&iacute; tengo en ese mont&oacute;n
+las nueve sinfon&iacute;as del &laquo;Hombre&raquo;, sus innumerables sonatas, su misa, y
+con &eacute;l a Haydn, a Mozart, a Mendelssohn, a todos los grandes t&iacute;os, en
+una palabra. Hasta tengo a Wagner. Los leo, toco en el arm&oacute;nium lo que
+es posible, &iquest;y qu&eacute;...? Es como si a un ciego le describieran con gran
+elocuencia el dibujo de un cuadro y sus colores. Enterrado en este
+claustro, s&eacute;, como el ciego, que hay en el mundo cosas muy hermosas...
+pero de o&iacute;das.</p>
+
+<p>El maestro de capilla guardaba del a&ntilde;o anterior un recuerdo de
+felicidad, y hablaba de &eacute;l con entusiasmo. Por indicaci&oacute;n del
+cardenal-arzobispo hab&iacute;a ido a Madrid a formar parte de un tribunal de
+oposiciones para organistas.</p>
+
+<p>&mdash;Fue la gran temporada, Gabriel: la mejor de mi vida. Una noche conoc&iacute;
+a Wagner, pero sin tapujos, como quien dice en su propia salsa. Vestido
+con ropas de un violinista amigo que algunas veces toca en las fiestas
+de Toledo, o&iacute; <i>La Walkyria</i> en el para&iacute;so del Real. Otra noche asist&iacute; a
+un concierto. La gran noche, Gabriel, &iexcl;como quien dice nada! La <i>Novena
+Sinfon&iacute;a</i> de este t&iacute;o feo, de este sordo mal genio que est&aacute;
+escuch&aacute;ndonos.</p>
+
+<p>Y de un salto, el m&uacute;sico lleg&oacute; hasta el busto, bes&aacute;ndolo con humildad
+infantil, como un ni&ntilde;o acaricia al padre ce&ntilde;udo e imponente.</p>
+
+<p>&mdash;Usted conoce la <i>Novena Sinfon&iacute;a</i>, &iquest;verdad, Gabriel? &iquest;Y qu&eacute;
+experiment&oacute; usted al o&iacute;rla...? A m&iacute;, con la m&uacute;sica me ocurren cosas
+raras: cierro los ojos y veo paisajes desconocidos, caras extra&ntilde;as; y es
+notable que tantas veces como oigo las mismas obras se repiten id&eacute;nticas
+visiones. Si hablo de esto con las gentes de abajo, me llaman loco. Pero
+usted es de los m&iacute;os, y no temo que se burle. Hay pasajes musicales que
+me hacen ver el mar, azul, inmenso, con olas de plata (y eso que yo
+nunca he visto el mar); otras obras desarrollan ante m&iacute; bosques,
+castillos, grupos de pastores y reba&ntilde;os blancos. Con Schubert veo
+siempre d&uacute;os de amantes suspirando al pie de un tilo, y ciertos m&uacute;sicos
+franceses hacen desfilar por mi imaginaci&oacute;n hermosas se&ntilde;oras que pasean
+entre parterres de rosales vestidas de color violeta, siempre violeta. Y
+usted, Gabriel, &iquest;no ve cosas?</p>
+
+<p>El anarquista asinti&oacute;. S&iacute;; tambi&eacute;n despertaba en &eacute;l la m&uacute;sica un mundo
+fant&aacute;stico, de visiones m&aacute;s bellas que la realidad.</p>
+
+<p>&mdash;Yo&mdash;continu&oacute; el sacerdote&mdash;me acuerdo de lo que me hizo ver la Novena,
+lo veo ahora con s&oacute;lo tararear algunos de sus pasajes. &iexcl;Oh, aquel
+<i>scherzo</i> tan gracioso, con sus originales tr&eacute;molos de timbal! Me
+parece, oy&eacute;ndolo, que Dios y su corte de santos han salido del cielo a
+dar un paseo, dejando a los angelitos due&ntilde;os de la casa. &iexcl;Amplia
+libertad!, &iexcl;juerga general! La celeste chiquiller&iacute;a, sin respeto alguno,
+salta de nube en nube, se entretiene en deshojar sobre la tierra las
+guirnaldas de flores que han dejado olvidadas las santas. Uno abre el
+compartimiento de la lluvia y la hace caer sobre el mundo; otro se
+acerca a la llave de los truenos y la toca: &iexcl;redoble espeluznante que
+turba el jugueteo y los pone en fuga! Pero vuelven otra vez y contin&uacute;a
+la ronda graciosa, repiti&eacute;ndose de nuevo las ruidosas travesuras
+cortadas por los truenos. &iquest;Y el <i>adagio</i>? &iquest;Qu&eacute; me dice usted de &eacute;l?
+&iquest;Conoce algo m&aacute;s dulce, m&aacute;s amoroso y de tan divina serenidad? Los seres
+humanos no llegar&aacute;n a hablar as&iacute; por m&aacute;s progresos que hagan. Juntos
+todos los amantes famosos, no encontrar&iacute;an las inflexiones de ternura
+de aquellos instrumentos que parecen acariciarse. Oy&eacute;ndolo, pensaba en
+esos techos pintados al fresco con figuras mitol&oacute;gicas. Ve&iacute;a desnudeces,
+carnes jugosas de suaves curvas, algo as&iacute; como Apolo y Venus
+requebr&aacute;ndose sobre un mont&oacute;n de nubes de color de rosa a la luz de oro
+del amanecer.</p>
+
+<p>&mdash;Capell&aacute;n, que se cae usted&mdash;dijo Gabriel&mdash;. Eso no es muy cristiano.</p>
+
+<p>&mdash;Pero es art&iacute;stico&mdash;dijo con sencillez el m&uacute;sico&mdash;. Yo me ocupo poco de
+religi&oacute;n. Creo lo que me ense&ntilde;aron, y no me tomo el trabajo de averiguar
+m&aacute;s. S&oacute;lo me preocupa la m&uacute;sica, que alguien ha dicho que ser&aacute; &laquo;la
+religi&oacute;n del porvenir&raquo;, la manifestaci&oacute;n m&aacute;s pura del ideal. Todo lo que
+es hermoso me gusta y creo en ello como en una obra de Dios. &laquo;Creo en
+Dios y en Beethoven&raquo;, como dijo su disc&iacute;pulo.... Adem&aacute;s, &iquest;qu&eacute; religi&oacute;n
+tiene la grandeza de la m&uacute;sica? &iquest;Conoce usted el &uacute;ltimo cuarteto que
+escribi&oacute; Beethoven? Se sent&iacute;a morir, y al borde de la partitura escribi&oacute;
+esta pregunta aterradora: &laquo;&iquest;Es preciso?&raquo; Y m&aacute;s abajo a&ntilde;adi&oacute;: &laquo;S&iacute;; es
+preciso, es preciso.&raquo; Era necesario morir, siendo un genio, abandonar la
+vida cuando a&uacute;n llevaba en la cabeza tantas sublimidades, pagar el
+tributo a la renovaci&oacute;n humana, sin consideraci&oacute;n a su majestad de
+semidi&oacute;s. Y entonces escribi&oacute; este lamento, esta despedida a la vida,
+cuya grandeza no puede ser igualada por ning&uacute;n canto, por ninguna
+palabra de la religi&oacute;n.</p>
+
+<p>El m&uacute;sico se sent&oacute; ante el arm&oacute;nium, y durante largo rato hizo sonar el
+&uacute;ltimo lamento del genio, su queja dolorosa al transponer el umbral de
+la vida, no desesperada y temblona por el miedo a lo desconocido, sino
+de una melancol&iacute;a varonil, que se sumerge en la eterna sombra con la
+confianza de que la nada roer&aacute; in&uacute;tilmente su gloria.</p>
+
+<p>Estas tardes de comuni&oacute;n art&iacute;stica en aquel rinc&oacute;n de la catedral
+adormecida ligaban a los dos hombres con un afecto creciente. El m&uacute;sico
+hablaba, hojeaba cantando sus partituras, o hac&iacute;a sonar el arm&oacute;nium; el
+revolucionario le escuchaba silencioso, sin interrumpir a su amigo m&aacute;s
+que con la tos de su pecho enfermo. Eran tardes de dulce tristeza, en
+las que se compenetraban aquellos dos hombres: el uno, so&ntilde;ando con salir
+de la c&aacute;rcel de piedra de la catedral para ver el mundo; el otro, de
+regreso de la vida, herido y desalentado, contento del obscuro reposo de
+la hermosa ruina y guardando con prudente silencio el secreto de su
+pasado. El arte brillaba para ellos como un rayo de sol en el ambiente
+gris y mon&oacute;tono de la catedral.</p>
+
+<p>Al encontrarse en el claustro por las ma&ntilde;anas, el di&aacute;logo era siempre
+parecido entre los dos amigos.</p>
+
+<p>&mdash;A la tarde, &iquest;eh?&mdash;dec&iacute;a misteriosamente el maestro de capilla&mdash;. Tengo
+papeles frescos. Vamos a paladear una novedad que me traer&aacute;n hoy.
+Adem&aacute;s, escrib&iacute; anoche una cosita.</p>
+
+<p>Y el anarquista contestaba afirmativamente, contento de servir en cierto
+modo de entretenimiento a aquel paria del arte, que ve&iacute;a en &eacute;l su &uacute;nico
+auditorio y le agasajaba para retenerlo.</p>
+
+<p>Mientras duraban los oficios divinos, Gabriel paseaba solo por el
+claustro. Todos los hombres estaban en la catedral, excepto el zapatero
+que ense&ntilde;aba los gigantones. Cansado de la charla de las mujeres
+asomadas a las puertas de las Claver&iacute;as, sub&iacute;a a la habitaci&oacute;n del
+campanero, su antiguo camarada de armas, o descend&iacute;a al jard&iacute;n por la
+monumental escalera de Tenorio cuando estaba abierta o por el arco del
+Arzobispo atravesando la calle.</p>
+
+<p>Gust&aacute;bale pasar una hora entre los &aacute;rboles. Encontraba en el jard&iacute;n
+iguales recuerdos de su familia que en la habitaci&oacute;n de arriba.
+Fatigado, adem&aacute;s, de tropezar siempre en sus paseos con muros de piedra
+que le recordaban la c&aacute;rcel, necesitaba la movilidad de la vegetaci&oacute;n
+acariciada por el viento, forj&aacute;ndose la ilusi&oacute;n de que viv&iacute;a libre en
+plena campi&ntilde;a.</p>
+
+<p>En el cenador, donde hab&iacute;a visto a su padre en otra &eacute;poca, casi inm&oacute;vil
+por la vejez, voceando a su hijo mayor, que acog&iacute;a resignado todas sus
+indicaciones, encontraba ahora a la t&iacute;a Tomasa haciendo calceta y
+siguiendo con ojos vigilantes el trabajo de un mocet&oacute;n que hab&iacute;a tomado
+a su servicio.</p>
+
+<p>La t&iacute;a de Gabriel era la persona m&aacute;s importante de las Claver&iacute;as. Su
+palabra val&iacute;a tanto como la de don Antol&iacute;n. El <i>Vara de plata</i> la tem&iacute;a,
+inclin&aacute;ndose ante la poderosa protecci&oacute;n que todos adivinaban detr&aacute;s de
+la pobre mujer. En los tiempos que su padre, abuelo materno de Gabriel,
+era sacrist&aacute;n de la catedral, ejerc&iacute;a las funciones de monaguillo un
+chicuelo, sobrino de cierto beneficiado que acab&oacute; por costearle la
+carrera en el Seminario. El monaguillo de medio siglo antes era ahora
+pr&iacute;ncipe de la Iglesia y cardenal-arzobispo de Toledo. La vieja Tomasa y
+&eacute;l se hab&iacute;an conocido de ni&ntilde;os, pele&aacute;ndose en el claustro alto por la
+posesi&oacute;n de una estampita o haciendo jugarretas a los mendigos que
+acupaban la puerta del Mollete. El imponente don Sebasti&aacute;n, que hac&iacute;a
+temblar con una mirada al cabildo y a todos los curas de la di&oacute;cesis,
+mostr&aacute;base alegre, fraternal y confianzudo cuando de tarde en tarde ve&iacute;a
+a Tomasa. Era el &uacute;nico recuerdo vivo que quedaba de su infancia en la
+catedral. Bes&aacute;bale la vieja el anillo con gran reverencia, pero a
+continuaci&oacute;n le hablaba como a un individuo de su familia, falt&aacute;ndola
+poco para tutearle. El cardenal, rodeado a todas horas por el temor y la
+adulaci&oacute;n, necesitaba de vez en cuando el trato franco y descuidado de
+la jardinera. Seg&uacute;n afirmaban las gentes de la catedral, la se&ntilde;ora
+Tomasa era la &uacute;nica que pod&iacute;a decirle las verdades cara a cara a Su
+Eminencia. Y los vecinos de las Claver&iacute;as sent&iacute;an halagado su orgullo de
+parias cuando ve&iacute;an al pr&iacute;ncipe eclesi&aacute;stico arrastrar su sotana de
+vivos rojos por los andenes de piedra para sentarse en el cenador y
+charlar m&aacute;s de una hora con la vieja, mientras los familiares
+permanec&iacute;an respetuosamente de pie en la puerta de la verja.</p>
+
+<p>A Tomasa no le enorgullec&iacute;a este honor. Para ella, el pr&iacute;ncipe
+eclesi&aacute;stico no era m&aacute;s que un compa&ntilde;ero de la infancia que hab&iacute;a tenido
+cierta suerte. &Aacute; lo sumo, era don Sebasti&aacute;n, sin pasar m&aacute;s adelante en
+tratamientos y f&oacute;rmulas de respeto. Pero su familia sab&iacute;a aprovecharse
+de esta amistad, especialmente su yerno, el <i>Azul de la Virgen</i>, un
+cam&aacute;ndulas, seg&uacute;n dec&iacute;a la vieja, que hac&iacute;a dinero hasta de las
+telara&ntilde;as del templo; una hormiga insaciable que, vali&eacute;ndose de la
+amistad del cardenal y su suegra, iba adquiriendo nuevos privilegios,
+sin que sacerdotes y sacristanes osasen la menor protesta contra &eacute;l
+vi&eacute;ndole tan bien protegido.</p>
+
+<p>Gabriel gustaba mucho del trato con su t&iacute;a. Era la &uacute;nica persona nacida
+en el claustro que parec&iacute;a haberse librado del influjo adormecedor del
+templo. Amaba a la catedral como su casa solariega, pero no parec&iacute;an
+imponerle gran respeto los santos de las capillas ni las dignidades
+humanas que se sentaban en el coro. Re&iacute;a con la alegr&iacute;a de una vejez
+sana y pl&aacute;cida; sus sesenta a&ntilde;os, como ella afirmaba, estaban limpios de
+todo da&ntilde;o al semejante. Su lenguaje era algo irrespetuoso y libre, como
+de mujer que ha visto mucho y no cree en las majestades humanas ni en
+las virtudes inexpugnables. El fondo de su car&aacute;cter era la tolerancia,
+la compasi&oacute;n para todos los defectos, pero se indignaba contra los que
+pretend&iacute;an ocultarlos.</p>
+
+<p>&mdash;Todos son hombres, Gabriel&mdash;dec&iacute;a a su sobrino, hablando de los
+se&ntilde;ores de la catedral&mdash;. Don Sebasti&aacute;n es hombre tambi&eacute;n. Todos
+pecadores, y con mucho que responder ante Dios. No pueden ser de otra
+manera, y yo los excuso. Pero cr&eacute;eme, sobrino; muchas veces me dan ganas
+de re&iacute;r cuando veo a la gente arrodillada ante ellos. Yo creo en la
+Virgen del Sagrario y un poquito en Dios; &iquest;pero en esos se&ntilde;ores? &iexcl;Si los
+conocieran como yo...! Pero, en fin, todos hemos de vivir, y lo malo no
+es tener defectos, sino ocultarlos, hacer la comedia como el
+sinverg&uuml;enza de mi yerno, que ah&iacute; donde lo ves, grandote como un
+castillo, se da golpes de pecho, besa el suelo lo mismo que las beatas,
+est&aacute; deseando mi muerte, creyendo que guardo algo en mi arc&oacute;n, y quita
+lo que puede del cepillo de la Virgen, y roba las velas y hace trampas
+en el cobro de las misas, y ya estar&iacute;a en la calle si no fuese por m&iacute;,
+que pienso en mi hija, siempre enferma, y en los pobrecitos de mis
+nietos.</p>
+
+<p>Cuando Gabriel bajaba a verla en el jard&iacute;n, le recib&iacute;a con el mismo
+saludo:</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Hola, estantigua! Hoy tienes mejor cara; te vas apa&ntilde;ando. Parece que
+tu hermano te sacar&aacute; adelante con tantos cuidados.</p>
+
+<p>Luego ven&iacute;a la comparaci&oacute;n entre su vejez sana y vigorosa y aquella
+juventud arruinada que se defend&iacute;a tenazmente de la muerte.</p>
+
+<p>&mdash;Aqu&iacute; ves mis sesenta a&ntilde;os: ni una enfermedad en toda mi vida. Verano e
+invierno, nunca oigo las cuatro en la cama; tengo la dentadura completa
+y como lo mismo que cuando don Sebasti&aacute;n ven&iacute;a con su sotana roja de
+monago a quererme quitar una parte del almuerzo. Vosotros los Luna
+siempre hab&eacute;is sido flojuchos; tu padre, antes de llegar a mi edad, no
+pod&iacute;a menearse y se quejaba del re&uacute;ma y de la humedad de este jard&iacute;n. En
+&eacute;l estoy yo, y nada: me encuentro lo mismo que cuando no bajaba de las
+Claver&iacute;as. Nosotros los Villalpando somos de hierro: por algo
+descendemos de aquel famoso Villalpando que hizo la reja del altar mayor
+y la Custodia y un sinn&uacute;mero de maravillas. Deb&iacute;a ser un gigant&oacute;n, a
+juzgar por la facilidad con que retorc&iacute;a y moldeaba toda clase de
+metales.</p>
+
+<p>La ruina f&iacute;sica de Gabriel despertaba en ella honda conmiseraci&oacute;n,
+evocando al mismo tiempo maliciosas suposiciones.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Lo que te habr&aacute;s divertido por esos mundos!, &iquest;eh, sobrino? Para ti,
+la guerra fue una perdici&oacute;n. Ahora estar&iacute;as en tu silla del coro, y
+&iexcl;qui&eacute;n sabe si llegar&iacute;as a ser otro don Sebasti&aacute;n! La verdad es que &eacute;l,
+de muchacho, dio menos que hablar que t&uacute; en el Seminario, y no era un
+prodigio de sabidur&iacute;a.... Pero viste mundo, le tomaste el gusto a esos
+pa&iacute;ses donde dicen que hay unas se&ntilde;oronas muy guapas, con cada sombrero
+como un quitasol. T&uacute; est&aacute;s hecho ahora un mamarracho de feo, pero antes
+eras guapo; te lo digo yo, que soy tu t&iacute;a, y &iexcl;claro!, as&iacute; has vuelto de
+enfermo y desmirriao. Has vivido muy aprisa. &iexcl;A saber qu&eacute; cosas habr&aacute;s
+hecho por el mundo, camastr&oacute;n! &iexcl;Y tu pobre madre que te criaba para
+santo! &iexcl;Buena santidad nos d&eacute; Dios...! No me lo niegues, no te hagas el
+bueno: las mentiras me enfadan. Te has divertido, y has hecho bien; has
+cogido por los pelos todas las ocasiones. Lo malo es c&oacute;mo te has
+quedado, c&oacute;mo has vuelto por aqu&iacute;, que da l&aacute;stima verte. He conocido a
+muchos como t&uacute;. Yo no s&eacute; qu&eacute; tienen las gentes de Iglesia, qu&eacute; esp&iacute;ritu
+malo llevan dentro, que cuando se echan a la vida es para no parar, y
+arden y arden sin prudencia alguna hasta que no queda ni el cabo. Como
+t&uacute; han pasado muchos por el Seminario.</p>
+
+<p>Una ma&ntilde;ana, Gabriel hizo a su t&iacute;a una pregunta que llevaba preparada
+mucho tiempo sin osar formularla. Quer&iacute;a saber qu&eacute; era de su sobrina
+Sagrario y lo que hab&iacute;a ocurrido en casa de su hermano.</p>
+
+<p>&mdash;Usted que es tan buena, t&iacute;a, usted me lo dir&aacute;. Todos parece que teman
+hablar de eso. Hasta mi sobrino el <i>Tato</i>, que es tan parlanch&iacute;n y
+despelleja a todos los de las Claver&iacute;as, calla cuando le pregunto algo.
+&iquest;Qu&eacute; ocurri&oacute;, t&iacute;a...?</p>
+
+<p>Se ensombreci&oacute; el rostro de la vieja.</p>
+
+<p>&mdash;Una gran desgracia, hijo; lo que nunca se hab&iacute;a visto en el claustro
+alto. Las locuras del mundo entraron en la catedral, y fueron a hacer
+nido justamente en la casa m&aacute;s honrada, m&aacute;s antigua y m&aacute;s respetable de
+las Claver&iacute;as. Todos somos buenos; al fin, gentes que no hemos visto el
+mundo ni por un agujero y vivimos aqu&iacute; como en conserva; pero los Luna
+hab&eacute;is sido de lo bueno lo mejor; y no digamos de los Villalpando, que
+os vienen a la zaga. &iexcl;Ay, si tu madre levantase la cabeza! &iexcl;Si tu padre
+viviera...! Yo a quien doy toda la culpa es a tu hermano, por buenazo,
+por simple, por esa maldita man&iacute;a de todos los padres, que desaf&iacute;an el
+peligro con la esperanza de colocar bien a las hijas....</p>
+
+<p>&mdash;Pero &iquest;c&oacute;mo fue, t&iacute;a? &iquest;Qu&eacute; pas&oacute; entre mi sobrina y el cadete?</p>
+
+<p>&mdash;Lo que pasa con frecuencia en el mundo y aqu&iacute; no hab&iacute;a ocurrido nunca.
+Mil veces le sermone&eacute; a tu hermano: &laquo;Mira, Esteban, que ese se&ntilde;orito no
+es para tu hija.&raquo; Muy simp&aacute;tico, muy vivaracho, llevando el uniforme de
+la Academia como nadie y capitaneando el grupo m&aacute;s endiablado de cadetes
+en sus calaveradas por toda la ciudad. Adem&aacute;s, hijo de una gran familia;
+se&ntilde;orones adinerados que nunca le dejaban ir por Toledo con el bolsillo
+vac&iacute;o. Y ella, la pobre Sagrario, bobita de amor, chalada por su cadete,
+orgullosa cuando paseaba los domingos por Zocodover o el Miradero entre
+su madre y aquel novio tan apuesto que le envidiaban las se&ntilde;oritas de la
+ciudad. La hermosura de tu sobrina hac&iacute;a hablar a todo Toledo. Las del
+Colegio de Doncellas Nobles la apodaban por envidia &laquo;la sacristana de la
+catedral&raquo;; pero ella, la pobrecita, s&oacute;lo viv&iacute;a para su cadete, y parec&iacute;a
+querer beb&eacute;rselo con sus ojazos azules. El bestia de tu hermano lo
+dejaba entrar en su casa, muy orgulloso del honor que hac&iacute;a a la
+familia. Ya sabes, Gabriel: la eterna ceguera de ciertos toledanos de
+medio pelo, que aceptan como una gloria el noviazgo del cadete con la
+ni&ntilde;a, a pesar de que son rar&iacute;simos los casos en que estos amores llegan
+al matrimonio. Aqu&iacute; no hay mujer que posea un mediano palmito y se
+escape de haber tenido su miaja de encari&ntilde;amiento por unos pantalones
+colorados. Hasta yo misma recuerdo que de chica me atusaba el pelo y me
+estiraba la falda cuando o&iacute;a arrastrar un sable por las losas del
+claustro. Es una ceguera que pasa de madres a hijas, y eso que ellos,
+los malditos, tienen sus primas o sus novias all&aacute; en su tierra, y a
+ellas vuelven as&iacute; que salen de la Academia.</p>
+
+<p>&mdash;Bueno, t&iacute;a; pero &iquest;en qu&eacute; par&oacute; lo de mi sobrina?</p>
+
+<p>&mdash;Cuando el tal se&ntilde;orito sali&oacute; teniente, su familia consigui&oacute; que lo
+destinaran a Madrid. La despedida fue cosa de teatro. Yo creo que hasta
+el bragazas de tu hermano y la simple de su mujer (que en gloria est&eacute;)
+lloraron como si fueran ellos la novia. Los muchachos se cog&iacute;an las dos
+manos, y as&iacute; se estaban las horas, mir&aacute;ndose en los ojos como si
+quisieran comerse. &Eacute;l estaba m&aacute;s tranquilo: promet&iacute;a venir todos los
+domingos, escribir todos los d&iacute;as. Al principio as&iacute; lo hizo; pero
+despu&eacute;s pasaron las semanas sin viaje y el cartero subi&oacute; con menos
+frecuencia a las Claver&iacute;as, hasta que lleg&oacute; a no subir.... Se acab&oacute;: el
+se&ntilde;orito teniente ten&iacute;a en Madrid otras ocupaciones. Tu pobre sobrina se
+puso perdida: se desvanecieron los Colores de su cara; ya no era aquel
+albaricoque fresquito, de piel fina, que daba ganas de morderlo. Lloraba
+por los rincones como una Magdalena... y un d&iacute;a, la muy loca, vol&oacute;... y
+hasta ahora....</p>
+
+<p>&mdash;Pero &iquest;ad&oacute;nde fue? &iquest;No la buscaron?</p>
+
+<p>&mdash;Tu hermano se puso perdido. &iexcl;Pobre Esteban! Algunas noches lo
+sorprendimos en ropas menores en el claustro alto, tieso como un poste,
+mirando al cielo fijamente con unos ojos que parec&iacute;an de vidrio. No
+hab&iacute;a que hablarle de buscar a la chica: se enfurec&iacute;a. El esc&aacute;ndalo
+estaba dado, y no quer&iacute;a agravarlo recogi&eacute;ndola, haciendo entrar a una
+perdida en la Iglesia Primada, en la honrada casa de los Luna. M&aacute;s de un
+a&ntilde;o estuvimos en las Claver&iacute;as como aplastados por este suceso. Parec&iacute;a
+que todos llev&aacute;bamos luto. &iexcl;Ya ves: ocurrir esto en la catedral, aqu&iacute;,
+donde pasan los a&ntilde;os en santa tranquilidad, sin que nos digamos una
+palabra m&aacute;s alta que la otra...! Yo me acord&eacute; entonces de ti. Parec&iacute;a
+imposible que de los Luna, tan tranquilos y formalotes, hubiese podido
+salir una muchacha con reda&ntilde;os bastantes para escapar a ese Madrid,
+donde nunca hab&iacute;a estado, junt&aacute;ndose con su hombre, sin miedo a Dios y a
+las gentes. &iquest;A qui&eacute;n pod&iacute;a parec&eacute;rsele la mosquita muerta? A su t&iacute;o, a
+Gabriel, que iba para santo, y sin embargo, despu&eacute;s de hacer la guerra
+como un lobo, rodaba por el mundo lo mismo que los gitanos.</p>
+
+<p>Gabriel no protest&oacute; del concepto que la t&iacute;a se forjaba de su pasado.</p>
+
+<p>&mdash;Y despu&eacute;s de la fuga, &iquest;qu&eacute; ha sabido usted de la chica?</p>
+
+<p>&mdash;Al principio, mucho; despu&eacute;s, ni una palabra. Viv&iacute;an en Madrid los dos
+juntos, recat&aacute;ndose de la gente, en santa tranquilidad, como si fuesen
+marido y mujer. Esto dur&oacute; alg&uacute;n tiempo, y yo misma, al saber tales
+cosas, dudaba de mi malicia, pensando si el muy condenado se habr&iacute;a
+vuelto buena persona y acabar&iacute;a cas&aacute;ndose con Sagrario. Pero al a&ntilde;o se
+termin&oacute; todo. &Eacute;l estaba cansado y la familia intervino para que la
+calaverada no cortase el porvenir del muchacho. Hasta buscaron a la
+polic&iacute;a para que, amenazando a la chica, no molestase m&aacute;s al oficialete
+con sus terquedades de abandonada. Luego... nada s&eacute; de cierto. De vez en
+cuando me han dicho algo los que van a Madrid. La han visto algunos,
+pero mejor hubiese sido que no la vieran. Una verg&uuml;enza, Gabriel; una
+deshonra para vuestra familia, que es la m&iacute;a. Esa infeliz es lo peor de
+lo peor. Me han dicho que ha estado muy enferma; creo que a&uacute;n lo est&aacute;;
+fig&uacute;rate: &iexcl;esa vida!, &iexcl;y durante cinco a&ntilde;os!, &iexcl;lo que le habr&aacute; ocurrido
+a la infeliz...! &iexcl;Y pensar que es la hija de mi hermana!</p>
+
+<p>Hablaba la se&ntilde;ora Tomasa con voz conmovida.</p>
+
+<p>&mdash;Despu&eacute;s, Gabriel, ya sabes lo que ocurri&oacute; aqu&iacute;. Se muri&oacute; tu pobre
+cu&ntilde;ada, no sabemos de qu&eacute;. Fue cosa de pocos d&iacute;as; tal vez de verg&uuml;enza,
+pues muri&oacute; diciendo que ella era la culpable de todo. La part&iacute;a el
+coraz&oacute;n ver c&oacute;mo hab&iacute;a quedado tu hermano despu&eacute;s del suceso. Siempre ha
+sido Esteban poco cosa, pero luego de lo de su hija qued&oacute; como
+imb&eacute;cil... &iexcl;Ay, muchacho! Tambi&eacute;n me ha tocado algo a m&iacute;. As&iacute; como me
+ves, tan alegre, tan satisfecha de vivir, a ratos se me clava aqu&iacute; en la
+frente el recuerdo de esa infeliz, y como mal y duermo peor, pensando
+que una criatura que al fin lleva mi sangre va perdida por el mundo,
+sirviendo de juguete a los hombres, sin que nadie la ampare, como si
+estuviera sola, como si no tuviese familia.</p>
+
+<p>La se&ntilde;ora Tomasa se pas&oacute; por los ojos la punta del delantal. Temblaba su
+voz, y por sus mejillas enjutas de vieja ca&iacute;an las l&aacute;grimas.</p>
+
+<p>&mdash;T&iacute;a, usted es muy buena&mdash;dijo Gabriel&mdash;, pero deb&iacute;a preocuparse m&aacute;s de
+esa infeliz. Hab&iacute;a que recogerla, que salvarla; traerla aqu&iacute;.... Hay que
+ser misericordioso con las debilidades ajenas, y m&aacute;s a&uacute;n cuando la
+v&iacute;ctima es carne nuestra.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Ay, hijo! &iquest;A qui&eacute;n se lo dices? Mil veces he pensado en esto, pero me
+da miedo tu hermano. Es un pedazo de pan, pero se vuelve una fiera
+cuando le hablan de su hija. Aunque la encontr&aacute;semos y se la traj&eacute;semos,
+no querr&iacute;a admitirla. Se indigna como si le propusieran un sacrilegio.
+No podr&iacute;a sufrir con calma su presencia en la casa que fue de vuestros
+padres. Adem&aacute;s, aunque no lo dice, teme el esc&aacute;ndalo de todos los
+vecinos de las Claver&iacute;as, que conocen lo ocurrido. Esto es lo m&aacute;s f&aacute;cil
+de arreglar. Ya se cuidar&aacute;n todos de no abrir la boca estando yo de por
+medio. Pero tu hermano me da miedo. No me atrevo.</p>
+
+<p>&mdash;Yo la ayudar&eacute;&mdash;dijo con firmeza Gabriel&mdash;. Busquemos a la chica, y una
+vez la tengamos, me encargar&eacute; yo de Esteban.</p>
+
+<p>&mdash;Dificilillo es encontrarla. Hace tiempo que nada s&eacute; de ella. Sin duda
+los que la ven se privan de decirlo por no darnos disgusto. Pero yo
+averiguar&eacute;.... Veremos, Gabriel... pensaremos en ello.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Y los can&oacute;nigos? &iquest;Y el cardenal? &iquest;No se opondr&aacute;n a que la pobre
+muchacha vuelva a las Claver&iacute;as?</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Bah! La cosa ocurri&oacute; hace tiempo y pocos se acuerdan. Adem&aacute;s, la
+muchacha podemos llevarla a un convento, para que est&eacute; recogidita y
+tranquila, sin esc&aacute;ndalo de nadie.</p>
+
+<p>&mdash;No; eso no, t&iacute;a. Es un remedio cruel. No tenemos derecho para salvar a
+esa pobre a costa de su libertad.</p>
+
+<p>&mdash;Dices bien&mdash;afirm&oacute; la vieja tras corta reflexi&oacute;n&mdash;-. A m&iacute;, esto de los
+monj&iacute;os nunca me ha gustado gran cosa. &iquest;D&oacute;nde mejor que al lado de la
+familia, para convertirse con el buen ejemplo? La traeremos a casa, si
+est&aacute; arrepentida y desea tranquilidad. A la primera que en las Claver&iacute;as
+hable algo de ella, le arranco el mo&ntilde;o. Mi yerno tal vez finja
+escandalizarse, pero ya le arreglar&eacute; yo la cuenta. M&aacute;s valiera que no
+hiciese la vista gorda ante los paseos que Juanito, ese cadete sobrino
+de don Sebasti&aacute;n, da por el claustro cuando mi nieta se asoma a la
+puerta. El muy mentecato sue&ntilde;a nada menos que con emparentar con el
+cardenal y que su hija sea generala. Bien pod&iacute;a acordarse de la pobre
+Sagrario. En cuanto a don Sebasti&aacute;n, descansa, Gabriel. Nada dir&aacute;, si es
+que conseguimos traer a la chica. &iquest;Y por qu&eacute; hab&iacute;a de decir...? Hay que
+tener caridad con el semejante, y ellos m&aacute;s que nadie. Porque al fin,
+cr&eacute;eme, Gabriel... &iexcl;hombres!, &iexcl;nada m&aacute;s que hombres!</p>
+
+
+
+<hr style="width: 65%;" />
+<h2><a name="V" id="V"></a>V</h2>
+
+<p>Las gentes de la Primada acog&iacute;an con obstinado silencio la menor alusi&oacute;n
+al prelado reinante. Era costumbre tradicional en las Claver&iacute;as: Gabriel
+recordaba haber visto lo mismo en su infancia.</p>
+
+<p>Si se hablaba del arzobispo anterior, aquella gente, habituada a la
+murmuraci&oacute;n, como todos los que viven en cierto aislamiento, soltaba la
+lengua comentando su historia y sus defectos. A prelado muerto no hab&iacute;a
+que temerle. Adem&aacute;s, era un halago indirecto al arzobispo vivo y sus
+favoritos hablar mal del difunto. Pero si en la conversaci&oacute;n surg&iacute;a el
+nombre de Su Eminencia reinante, todos callaban, llev&aacute;ndose la mano a la
+gorra para saludar, como si el pr&iacute;ncipe de la Iglesia pudiese verlos
+desde el inmediato palacio.</p>
+
+<p>Gabriel, oyendo a sus compa&ntilde;eros del claustro alto, recordaba el juicio
+funeral de los egipcios. En la Primada no se dec&iacute;a verdad sobre los
+prelados, ni osaba nadie publicar sus faltas, hasta que la muerte se
+apoderaba de ellos.</p>
+
+<p>A lo m&aacute;s que se atrev&iacute;an era a comentar las desavenencias entre los
+se&ntilde;ores can&oacute;nigos, a llevar la lista de los que se saludaban en el coro
+o se miraban entre vers&iacute;culo y ant&iacute;fona como perros rabiosos pr&oacute;ximos a
+morderse, o a hablar con asombro de cierta pol&eacute;mica que el Doctoral y el
+Obrero sosten&iacute;an en los papeles cat&oacute;licos de Madrid, durante tres a&ntilde;os,
+sobre si el Diluvio fue universal o parcial, contest&aacute;ndose los art&iacute;culos
+con cuatro meses de plazo.</p>
+
+<p>En torno de Gabriel se hab&iacute;a formado un grupo de amigos. Le buscaban,
+sent&iacute;an la necesidad de su presencia, experimentaban esa atracci&oacute;n que,
+aun permaneciendo silenciosos, ejercen los que han nacido para pastores
+de hombres. Por las tardes se reun&iacute;an en las habitaciones del campanero,
+saliendo, cuando el tiempo era bueno, a la galer&iacute;a de la portada del
+Perd&oacute;n. Por las ma&ntilde;anas, la tertulia era en casa del zapatero que
+ense&ntilde;aba los gigantones, un hombrecillo amarillento y enfermo, con
+eternos dolores de cabeza que le obligaban a llevar varios pa&ntilde;uelos
+arrollados a guisa de turbante.</p>
+
+<p>Era el m&aacute;s pobre de las Claver&iacute;as. No ten&iacute;a empleo y ense&ntilde;aba los
+gigantones sin retribuci&oacute;n alguna, con la esperanza de conseguir la
+primera plaza que vacase, y agradeciendo mucho a los se&ntilde;ores del cabildo
+que le diesen casa gratuita, en consideraci&oacute;n a que su mujer era hija de
+un antiguo servidor de la catedral. El hedor del engrudo y de la suela
+h&uacute;meda infestaba su casa con el ambiente agrio de la miseria. Una
+fecundidad desesperante agravaba esta pobreza. La mujer, fl&aacute;cida, triste
+y con grandes ojos amarillentos, presentaba todos los a&ntilde;os un chiquit&iacute;n
+agarrado a sus ubres desmayadas. Por el claustro se deslizaban a lo
+largo de las paredes, con la melancol&iacute;a del hambre, varios chicuelos de
+cabeza enorme y delgado cuello, siempre enfermos y sin llegar nunca a
+morirse, afligidos por extra&ntilde;as dolencias de la anemia, por bultos que
+surg&iacute;an y desaparec&iacute;an en la cara, y costras asquerosas que cubr&iacute;an sus
+manos.</p>
+
+<p>Trabajaba el zapatero para las tiendas de la ciudad, sin adelantar gran
+cosa. Desde que sal&iacute;a el sol sonaba su martillo en el silencio del
+claustro. Esta manifestaci&oacute;n &uacute;nica del trabajo profano atra&iacute;a a todos
+los desocupados a la habitaci&oacute;n m&iacute;sera y maloliente. Mariano, el <i>Tato</i>
+y un pertiguero que tambi&eacute;n viv&iacute;a en el claustro eran los que con m&aacute;s
+frecuencia encontraba Gabriel sentados en las desvencijadas silletas del
+zapatero, tan bajas, que pod&iacute;an tocar con las manos el suelo de
+ladrillos rojos y polvorientos.</p>
+
+<p>Muchas veces, el campanero corr&iacute;a a la torre para hacer los toques
+ordinarios, pero su sitio vac&iacute;o lo ocupaba un viejo manchador del &oacute;rgano
+y gentes de la sacrist&iacute;a, que sub&iacute;an atra&iacute;das por lo que se hablaba de
+esta reuni&oacute;n entre el personal menudo de la Primada. El objeto de la
+tertulia era o&iacute;r a Gabriel. El revolucionario quer&iacute;a callar y escuchaba
+distra&iacute;damente las murmuraciones sobre la vida del culto; pero sus
+amigos deseaban saber cosas de aquellas tierras que hab&iacute;a corrido, con
+una curiosidad de seres encerrados y aislados del mundo. Al o&iacute;rle
+describir la hermosura de Par&iacute;s o la grandeza de Londres, abr&iacute;an sus
+ojos como ni&ntilde;os que escuchan un cuento fant&aacute;stico.</p>
+
+<p>El zapatero, con la cabeza baja, sin dejar su trabajo, segu&iacute;a
+atentamente la relaci&oacute;n de tantas maravillas. Todos conven&iacute;an en lo
+mismo cuando callaba Gabriel. Aquellas ciudades eran m&aacute;s hermosas que
+Madrid. &iexcl;Y mire usted que Madrid...! Hasta la zapatera, de pie en un
+rinc&oacute;n, olvidando la enfermiza prole, escuchaba a Luna con asombro,
+anim&aacute;ndose su rostro con una p&aacute;lida sonrisa, asomando la mujer al trav&eacute;s
+de la bestia resignada de la miseria cuando Luna describ&iacute;a el lujo de
+las grandes damas en el extranjero.</p>
+
+<p>Todos los siervos del templo sent&iacute;an removerse sus esp&iacute;ritus endurecidos
+e insensibles como la piedra de los muros ante estas evocaciones de un
+mundo lejano que jam&aacute;s hab&iacute;an de ver. Los esplendores de la
+civilizaci&oacute;n moderna les conmov&iacute;an m&aacute;s sinceramente que las bellezas del
+cielo descritas en los sermones. En el ambiente agrio y polvoriento de
+la casucha, ve&iacute;an desarrollarse con los ojos de la imaginaci&oacute;n ciudades
+fant&aacute;sticas, y preguntaban candidamente sobre los alimentos y costumbres
+de las gentes de por all&aacute;, como si los creyesen seres de distinta
+especie.</p>
+
+<p>Por las tardes, a la hora del coro, cuando trabajaba solo el
+zapaterillo, Gabriel, cansado de la monoton&iacute;a silenciosa de las
+Claver&iacute;as, bajaba al templo.</p>
+
+<p>Su hermano, con manteo de lana, golilla blanca y vara larga, como un
+alguacil antiguo, estaba de centinela en el crucero, para evitar que los
+curiosos pasasen entre el coro y el altar mayor.</p>
+
+<p>Dos cartelones de oro viejo, con letras g&oacute;ticas adosadas a las
+pilastras, anunciaban que estaba excomulgado quien hablase en alta voz o
+hiciese se&ntilde;as en el templo. Pero esta amenaza de siglos anteriores no
+impresionaba a las escasas gentes que acud&iacute;an a las v&iacute;speras y charlaban
+tras una pilastra con los servidores de la catedral. La luz de la tarde,
+filtr&aacute;ndose por los ventanales, extend&iacute;a sobre el pavimento grandes
+manchas tornasoladas. Los sacerdotes, al pisar esta alfombra de luz,
+aparec&iacute;an verdes o rojos, seg&uacute;n el color de las vidrieras. En el coro
+cantaban los can&oacute;nigos para ellos mismos en la triste soledad del
+templo. Sonaban como detonaciones los golpes de las cancelas al
+cerrarse, dejando paso a alg&uacute;n cl&eacute;rigo retrasado. En lo alto del coro
+gangueaba el &oacute;rgano de vez en cuando, intercal&aacute;ndose en el canto llano;
+pero sonaba perezosamente, con desmayo, por pura obligaci&oacute;n, y parec&iacute;a
+lamentarse de su esfuerzo en la penumbra solitaria.</p>
+
+<p>Gabriel no acababa de dar la vuelta a la catedral sin que se le uniera
+su sobrino el perrero, abandonando su conversaci&oacute;n con los monaguillos o
+con el mozo de recados de la secretar&iacute;a del cabildo, que ten&iacute;a su
+asiento fijo en la puerta de la Sala Capitular.</p>
+
+<p>A Luna le divert&iacute;an las picard&iacute;as del <i>Tato</i>, la confianza y el
+descuido con que iba por el templo, como si el haber nacido en &eacute;l le
+privase de todo sometimiento de respeto. La entrada de un perro en las
+naves le produc&iacute;a alborozo.</p>
+
+<p>&mdash;T&iacute;o&mdash;dec&iacute;a a Luna&mdash;, va usted a ver c&oacute;mo me abro de capa.</p>
+
+<p>Y tirando de los extremos de la chaqueta, avanzaba hacia el can con
+contoneos y saltos de lidiador. El animal, conoci&eacute;ndole de antiguo,
+buscaba su salida por la puerta m&aacute;s inmediata, pero el <i>Tato</i> le cortaba
+el paso, lo acosaba nave adentro fingiendo perseguirlo, lo lidiaba de
+capilla en capilla, hasta que, acorral&aacute;ndolo, pod&iacute;a largarle unas
+cuantas patadas. Los ladridos lastimeros alteraban el canto de los
+can&oacute;nigos, y el <i>Tato</i> re&iacute;a, mientras que all&aacute;, en la reja del coro,
+torc&iacute;a el gesto el buen Esteban, amenaz&aacute;ndole con la vara de palo.</p>
+
+<p>&mdash;T&iacute;o&mdash;dijo una tarde el travieso perrero&mdash;, usted que cree conocer bien
+la catedral, &iquest;a que no ha visto las cosas &laquo;alegres&raquo; que tiene?</p>
+
+<p>Gui&ntilde;aba los ojos y acompa&ntilde;aba este gesto con un adem&aacute;n obsceno para
+indicar que eran algo m&aacute;s que &laquo;alegres&raquo; las tales cosas.</p>
+
+<p>&mdash;A m&iacute;&mdash;continu&oacute;&mdash;me interesan las bromas que se permit&iacute;an los antiguos;
+no hay una que se me escape. Venga usted, t&iacute;o, y se divertir&aacute; un rato.
+Usted, como todos los que creen conocer la catedral, habr&aacute; pasado muchas
+veces junto a esas cosas sin verlas.</p>
+
+<p>El <i>Tato</i>, siguiendo el coro por su parte exterior, condujo a Gabriel al
+testero, enfrente de la puerta del Perd&oacute;n. Bajo el medall&oacute;n grandioso
+que sirve de respaldo al Monte Tabor, obra de Berruguete, se abre la
+capillita de la Virgen de la Estrella.</p>
+
+<p>&mdash;F&iacute;jese usted en esa imagen, t&iacute;o. &iquest;Hay una igual en todo el mundo? Es
+una gach&iacute;, una chavala que volver&iacute;a locos a los hombres si parpadease.</p>
+
+<p>Para Gabriel, no era esto un descubrimiento. Desde peque&ntilde;o conoc&iacute;a
+aquella imagen de mujer hermosa y sensual, con sonrisa mundana, el
+cuerpo inclinado, la cadera saliente, y en los ojos una expresi&oacute;n de
+alegr&iacute;a retozona, como si fuese a bailar.</p>
+
+<p>El ni&ntilde;o, en sus brazos, tambi&eacute;n re&iacute;a, y echaba mano al rebocillo de la
+hermosa como si quisiera descubrirla el pecho. La imagen, de piedra
+pintada, estofada y dorada, tiene un manto azul sembrado de estrellas de
+oro, que es lo que la da el t&iacute;tulo de Virgen de la Estrella.</p>
+
+<p>&mdash;Usted que ha le&iacute;do tanto, t&iacute;o, tal vez no sepa la historia de esta
+capilla, mucho m&aacute;s antigua que la catedral. Aqu&iacute; ten&iacute;an los laneros,
+cardadores y tejedores de Toledo su patrona antes de que se construyera
+el templo, y &uacute;nicamente cedieron el terreno con la condici&oacute;n de que
+ser&iacute;an due&ntilde;os absolutos de la capilla y har&iacute;an en ella lo que les
+viniese en gana, as&iacute; como en todo el pedazo de la catedral hasta las
+pilastras inmediatas. &iexcl;Los l&iacute;os que trajo esto! En los d&iacute;as que hac&iacute;an
+fiesta a la Virgen, no reparaban que los can&oacute;nigos estuviesen en el
+coro, y con rabeles, tiorbas y desaforados cantos turbaban los oficios.
+Si los can&oacute;nigos les ped&iacute;an silencio, contestaban que los obligados a
+callar eran los del coro, pues ellos estaban en su casa, mucho m&aacute;s
+antigua que la catedral. &iquest;Sabe usted esto, t&iacute;o?</p>
+
+<p>&mdash;S&iacute;; ahora lo recuerdo. El arzobispo Valero Losa les puso pleito a
+principios del siglo XVIII. Mira su tumba al pie del altar. Perdi&oacute; el
+pleito, muri&oacute; del disgusto, y mand&oacute; que lo enterrasen aqu&iacute; para que le
+pisaran los insolentes laneros despu&eacute;s de muerto, ya que lo hab&iacute;an
+vencido en vida. La soberbia de estos pr&iacute;ncipes eclesi&aacute;sticos les
+impulsaba a la m&aacute;s orgullosa modestia.... Pero &iquest;todo esto es lo que me
+quer&iacute;as ense&ntilde;ar?</p>
+
+<p>&mdash;Cosas mejores ver&aacute; usted. Digamos adi&oacute;s a la Virgen. Pero &iexcl;f&iacute;jese
+usted! &iexcl;Qu&eacute; cara! Tiene los ojos adormilaos. La gran jembra. Yo me paso
+las horas mir&aacute;ndola. Es mi novia... &iexcl;Las noches que sue&ntilde;o con ella...!</p>
+
+<p>Avanzaron algunos pasos hacia la puerta grande de la catedral, para
+abarcar mejor con la vista todo el testero exterior del coro. Sobre los
+tres huecos o capillas que lo perforan corre una faja de relieves
+antiguos, obra de un obscuro imaginero medioeval, representando las
+escenas de la Creaci&oacute;n. Gabriel reconoc&iacute;a sus esculturas groseras como
+contempor&aacute;neas de la puerta del Reloj y de las primeras obras de la
+catedral.</p>
+
+<p>&mdash;Vea usted. En los primeros medallones, Ad&aacute;n y Eva van desnudos como
+gusanos. Pero el Se&ntilde;or los arroja del Para&iacute;so. Tienen que vestirse para
+ir por el mundo, y mire lo que hacen apenas se ven con ropas. F&iacute;jese en
+el quinto medall&oacute;n, a nuestra derecha. &iexcl;Qu&eacute; buen humor tendr&iacute;a el t&iacute;o
+que hizo eso!</p>
+
+<p>Gabriel mir&oacute; por primera vez con atenci&oacute;n aquellos relieves olvidados.
+Era el naturalismo simple de la Edad Media; la confianza con que los
+artistas representaban sus concepciones profanas en aquella &eacute;poca de
+idealidad; el deseo de perpetuar el triunfo de la carne en cualquier
+rinc&oacute;n ignorado de los monumentos m&iacute;sticos, para testificar que la vida
+no hab&iacute;a muerto. Eva estaba ca&iacute;da entre los &aacute;rboles, con sus ropas en
+desorden, y Ad&aacute;n sobre ella, con un gesto de locura sexual, la cog&iacute;a los
+brazos para dominarla, y pegaba la boca a su pecho con tal avidez, que
+lo mismo pod&iacute;a besar que morder.</p>
+
+<p>El <i>Tato</i> sent&iacute;ase orgulloso ante la sorpresa de su t&iacute;o.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Eh!, &iquest;qu&eacute; tal? Eso lo he descubierto rodando por la iglesia. Los
+se&ntilde;ores can&oacute;nigos cantan todos los d&iacute;as al otro lado de esa pared, sin
+sospechar que sobre sus cabezas hay tales alegr&iacute;as. &iquest;Y las vidrieras,
+t&iacute;o? F&iacute;jese usted bien. Al principio ciegan tantos colores, se confunden
+las figuras, el plomo corta los monigotes y no se adivina nada. Pero yo
+he pasado tardes enteras estudi&aacute;ndolas, y me las s&eacute; al dedillo. Son
+historias, cosas de su &eacute;poca que pintaron ah&iacute; los vidrieros, y cuyo
+intr&iacute;ngulis se ha perdido, sin que haya cristiano que pueda pillarlo.</p>
+
+<p>Y se&ntilde;alaba los ventanales de la segunda nave, por los que se filtraba la
+luz de la tarde con un tono acaramelado.</p>
+
+<p>&mdash;Mire usted all&iacute;&mdash;prosigui&oacute; el perrero&mdash;. Un se&ntilde;or con capa roja y
+espada sube por una escalera de cuerda. En la ventana le espera una
+monja. Parece cosa del <i>Don Juan Tenorio</i> que representan por Todos
+Santos. M&aacute;s all&aacute;, esos dos que est&aacute;n en la cama y gente que llama a la
+puerta. Deben ser los mismos p&aacute;jaros y la familia que los sorprende. Y
+en la otra vidriera, f&iacute;jese usted bien: gachos en pelota, pr&oacute;jimas sin
+m&aacute;s vestidura que la mata de pelo; cosas, en fin, de los tiempos en que
+la gente no ten&iacute;a verg&uuml;enza y andaba con la cara en alto... y la otra
+cara al aire.</p>
+
+<p>Gabriel sonre&iacute;a ante las necedades que los caprichos del arte antiguo
+inspiraban al perrero.</p>
+
+<p>&mdash;Pues en el coro, t&iacute;o, tambi&eacute;n hay algo que ver. Vamos all&aacute;: ya acaban
+los oficios y salen los can&oacute;nigos.</p>
+
+<p>Luna sent&iacute;a el anonadamiento de la admiraci&oacute;n siempre que entraba en el
+coro. Aquella siller&iacute;a alta, obra en un lado de Felipe de Borgo&ntilde;a y en
+otro de Berruguete, le embriagaba con su profusi&oacute;n de m&aacute;rmoles, jaspes y
+dorados, estatuas y medallones. Era el esp&iacute;ritu de Miguel &Aacute;ngel que
+resurg&iacute;a en la catedral toledana.</p>
+
+<p>El perrero examinaba la siller&iacute;a baja, huroneando en los relieves
+g&oacute;ticos los descubrimientos realizados por su malsana curiosidad. Esta
+primera siller&iacute;a a ras de tierra, donde se sentaban los cl&eacute;rigos de
+categor&iacute;a m&aacute;s &iacute;nfima, era anterior en medio siglo a la siller&iacute;a alta;
+pero en estos cincuenta a&ntilde;os dio el arte el gran salto desde el g&oacute;tico
+r&iacute;gido y duro a las suavidades y el buen gusto del Renacimiento. La
+hab&iacute;a tallado Maestre Rodrigo en la &eacute;poca que la Espa&ntilde;a cristiana,
+conmovida de entusiasmo, asist&iacute;a a los &uacute;ltimos esfuerzos de los Reyes
+Cat&oacute;licos para completar la Reconquista. En los respaldos y en los
+tableros de los frisos, cincuenta y cuatro cuadros tallados reproduc&iacute;an
+los principales incidentes de la conquista de Granada.</p>
+
+<p>El <i>Tato</i> no miraba estos planos de roble y nogal con tropeles de
+jinetes y racimos de soldados escalando los muros de las ciudades moras.
+Le interesaban m&aacute;s los brazos de las sillas, los pasamanos de las
+escaleras que conducen a la siller&iacute;a alta, los salientes que separan los
+asientos y sirven para reclinar la cabeza, cubiertos de animales y seres
+grotescos: perros, monos, aves, frailes y pajecillos, todos en posturas
+dif&iacute;ciles, rar&iacute;simas y obscenas. Cerdos y ranas se acoplaban en
+monstruosos ayuntamientos; los monos, con gesto innoble, se retorc&iacute;an en
+l&uacute;bricos espasmos, y pajecillos entrelazados en posici&oacute;n contraria
+hund&iacute;an la cabeza en la cruz de las calzas del compa&ntilde;ero. Era un mundo
+de caricaturas de la lujuria, de gestos simiescos y estremecimientos
+satir&iacute;acos, en el que asomaba la pasi&oacute;n carnal con la mueca de la
+animalidad m&aacute;s grotesca.</p>
+
+<p>&mdash;Mire usted, t&iacute;o. Como gracioso, &eacute;ste es el m&aacute;s notable.</p>
+
+<p>Y el <i>Tato</i> ense&ntilde;aba a Gabriel la figurilla rechoncha de un fraile
+predicando con enormes orejas de burro.</p>
+
+<p>Cuando salieron del coro, Gabriel vio cerca del gran fresco de San
+Crist&oacute;bal al maestro de capilla. Acababa de cerrar una puertecilla
+inmediata al coloso, que conduce por una escalera de caracol al archivo
+de m&uacute;sica. El artista llevaba bajo el brazo un gran libro con tapas
+polvorientas, que mostr&oacute; a Gabriel.</p>
+
+<p>&mdash;Me lo llevo arriba. Ya oir&aacute; usted algo: vale la pena.</p>
+
+<p>Y pasando su vista del libr&oacute;te a la puertecilla inmediata, exclam&oacute;:</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Ay, ese archivo, Gabriel, qu&eacute; pena da! Cada vez que lo visito salgo
+triste. Por ah&iacute; han pasado los b&aacute;rbaros. Todos los libros de m&uacute;sica
+tienen p&aacute;ginas arrancadas, recortes all&iacute; donde exist&iacute;a una letra
+pintada, una vi&ntilde;eta, algo bonito. La vieja m&uacute;sica duerme bajo el polvo.
+Los se&ntilde;ores can&oacute;nigos no la quieren, no la entienden, ni son capaces de
+dedicar unas cuantas pesetas para que se oiga en las grandes fiestas.
+Les basta para salir del paso con cualquier pedazo rossiniano; y en
+cuanto al &oacute;rgano, lo &uacute;nico que les importa es que toque lento, muy
+lento. Cuanta m&aacute;s lentitud, m&aacute;s religiosidad, aunque el organista toque
+una habanera.</p>
+
+<p>Segu&iacute;a mirando la puertecilla del archivo con ojos melanc&oacute;licos, como si
+fuese a llorar sobre la ruina de la m&uacute;sica.</p>
+
+<p>&mdash;Y ah&iacute; dentro, Gabriel, hay obras notabil&iacute;simas que no deben morir
+mientras en el mundo exista el arte. Nosotros en m&uacute;sica profana no somos
+gran cosa, pero crea usted que Espa&ntilde;a ha sido algo en autores
+religiosos.... Esto se sobrentiende que es si realmente existe m&uacute;sica
+profana y m&uacute;sica religiosa, que lo dudo; para m&iacute;, s&oacute;lo hay m&uacute;sica, y no
+s&eacute; cu&aacute;l ser&aacute; el guapo que marque la separaci&oacute;n, detallando d&oacute;nde acaba
+la una y empieza la otra.... Tras esa pared del San Crist&oacute;bal duermen
+mutilados, con mortaja de polvo, los grandes m&uacute;sicos espa&ntilde;oles. Mejor es
+que duerman. &iexcl;Para o&iacute;r lo que se canta en este coro! Ah&iacute; est&aacute; Crist&oacute;bal
+Morales, que hace tres siglos fue maestro de capilla en esta catedral y
+veinte a&ntilde;os antes que Palestrina comenz&oacute; la reforma de la m&uacute;sica. En
+Roma comparti&oacute; la gloria con el famoso maestro. Su retrato est&aacute; en el
+Vaticano, y sus <i>Lamentaciones</i>, sus motetes, su <i>Magnificat</i>, duermen
+aqu&iacute; olvidados hace siglos. Ah&iacute; Victoria... &iquest;Lo conoce usted? Otro de la
+misma &eacute;poca. Los contempor&aacute;neos envidiosos le llamaban &laquo;el mono de
+Palestrina&raquo;, tomando todas sus obras por imitaciones, despu&eacute;s de su
+larga estancia en Roma; pero crea usted que en vez de plagiar al
+italiano tal vez lo super&oacute;. Aqu&iacute; est&aacute; Rivera, un maestro toledano del
+que nadie se acuerda, y tiene en el archivo un volumen entero de Misas;
+y Romero de &Aacute;vila, el que mejor estudi&oacute; el canto moz&aacute;rabe; y Ramos de
+Pareja, un m&uacute;sico nada menos que del siglo XV, que escribi&oacute; en Bolonia
+su libro <i>De m&uacute;sica Tractatus</i>, y destruy&oacute; el sistema anticuado de Guido
+de Arezzo, descubriendo el &laquo;temperamento de los sonidos&raquo;; y el monje
+Ure&ntilde;a, que a&ntilde;ade la nota <i>si</i> a la escala; y Javier Garc&iacute;a, que en el
+siglo pasado reformaba la m&uacute;sica, encamin&aacute;ndola hacia Italia (&iexcl;Dios le
+perdone!), sendero trillado del que a&uacute;n no hemos salido; y Nebra, el
+gran organista de Carlos III, un se&ntilde;or que un siglo antes de nacer
+Wagner empleaba ya en Espa&ntilde;a la disonancia musical. Al escribir el
+<i>R&eacute;quiem</i> para los funerales de do&ntilde;a B&aacute;rbara de Braganza, presintiendo
+la extra&ntilde;eza de instrumentistas y cantantes ante su m&uacute;sica
+revolucionaria, puso en el margen de las <i>particellas</i>: &laquo;Se advierte que
+este papel no est&aacute; equivocado.&raquo; Su <i>Letan&iacute;a</i> fue tan c&eacute;lebre, que estaba
+prohibido copiarla, bajo pena de excomuni&oacute;n; pero trabajo in&uacute;til, pues
+hoy a quien excomulgar&iacute;an es al que se acordase de ella. Crea usted,
+Gabriel, que ese archivo es un pante&oacute;n de grandes hombres, pero pante&oacute;n
+al fin, en el que nadie resucita.</p>
+
+<p>Luego a&ntilde;adi&oacute;, bajando la voz:</p>
+
+<p>&mdash;La Iglesia ha sido siempre poco amante de la m&uacute;sica. Para comprenderla
+y sentirla hay que nacer artista, y ya sabe usted lo que son todos estos
+se&ntilde;ores que cobran por cantar en el coro... sin saber m&uacute;sica. Cuando le
+veo a usted, Gabriel, sonre&iacute;r ante las cosas religiosas, adivino en su
+gesto lo mucho que se calla, y le doy la raz&oacute;n. Yo he tenido curiosidad
+por saber la historia de la m&uacute;sica en la Iglesia; he seguido paso a paso
+el largo calvario del arte infeliz, llevando a cuestas la cruz del culto
+al trav&eacute;s de los siglos. Usted habr&aacute; o&iacute;do hablar muchas veces de m&uacute;sica
+religiosa, como si fuese una cosa aparte, creada por la Iglesia. Pues
+bien, es una mentira: la m&uacute;sica religiosa no existe.</p>
+
+<p>El perrero se hab&iacute;a alejado al o&iacute;r que el maestro de capilla, de
+infatigable locuacidad cuando hablaba de su arte, acomet&iacute;a el tema de la
+m&uacute;sica. &Eacute;l ten&iacute;a formada su opini&oacute;n sobre don Luis, y la dec&iacute;a a todos
+en el claustro alto. Era un <i>guillati</i>, que s&oacute;lo sab&iacute;a tocar tristezas
+en su arm&oacute;nium, sin que se le ocurriera alegrar a los pobres de las
+Claver&iacute;as con algo bailable, como le ped&iacute;a la sobrina del <i>Vara de
+plata</i>.</p>
+
+<p>El sacerdote y Gabriel pasearon hablando por las silenciosas naves. No
+se ve&iacute;an m&aacute;s personas que un grupo de gente de la casa en la puerta de
+la sacrist&iacute;a y dos mujeres arrodilladas ante la reja del altar mayor
+rezando en voz alta. Comenzaba a extenderse por la catedral la penumbra
+de las r&aacute;pidas tardes de invierno. Los primeros murci&eacute;lagos descend&iacute;an
+de las b&oacute;vedas, revoloteando entre el bosque de columnas.</p>
+
+<p>&mdash;La m&uacute;sica eclesi&aacute;stica&mdash;dijo el artista&mdash;es una verdadera anarqu&iacute;a. En
+la Iglesia todo es an&aacute;rquico. Crea usted que de la unidad del culto
+cat&oacute;lico en toda la tierra hay mucho que decir. El cristianismo, al
+formarse como religi&oacute;n, no invent&oacute; ni una mala melopea. Toma a los
+jud&iacute;os sus c&aacute;nticos y el modo de cantarlos: una m&uacute;sica primitiva y
+b&aacute;rbara, que si se conociera ahora, nos taladrar&iacute;a los o&iacute;dos. Fuera de
+Palestina, all&iacute; donde no hab&iacute;a jud&iacute;os, los primeros poetas cristianos,
+San Ambrosio, Prudencio y otros, adaptaron sus nuevos himnos y los
+salmos a las canciones populares que estaban en boga en el mundo romano,
+o sea a la m&uacute;sica griega. Parece que esto de &laquo;m&uacute;sica griega&raquo; signifique
+una gran cosa, &iquest;verdad, Gabriel? Los griegos fueron tan grandes en las
+artes pl&aacute;sticas y en la poes&iacute;a, que todo lo que lleva su nombre parece
+envuelto en un ambiente de belleza indiscutible. Pues no se&ntilde;or; la tal
+m&uacute;sica griega deb&iacute;a ser una cencerrada. La marcha de las artes no ha
+sido paralela en la vida de la humanidad. Cuando la escultura ten&iacute;a un
+Fidias y hab&iacute;a llegado a la cumbre, la pintura no pasaba de ese car&aacute;cter
+casi rudimentario que a&uacute;n puede apreciarse en Pompeya y la m&uacute;sica era un
+balbuceo infantil. La escritura no pod&iacute;a perpetuar la m&uacute;sica; eran
+tantos los &laquo;modos&raquo;, musicales como los pueblos, y casi toda ella quedaba
+al arbitrio del ejecutante. No pudiendo fijarse en el pergamino lo que
+cantaban bocas e instrumentos, el progreso era, pues, imposible. Por
+esto ha habido un Renacimiento para la escultura, para la pintura y la
+arquitectura, y al resurgir de nuevo las artes despu&eacute;s de la Edad Media,
+encontraron la m&uacute;sica en la misma infancia que la hab&iacute;an dejado al
+abandonar el mundo antiguo.</p>
+
+<p>Gabriel asent&iacute;a con movimientos de cabeza a las palabras del maestro de
+capilla.</p>
+
+<p>&mdash;&Eacute;sta fue la primitiva m&uacute;sica cristiana&mdash;continu&oacute; don Luis&mdash;. Confiados
+a la tradici&oacute;n y transmiti&eacute;ndose de o&iacute;do, los cantos religiosos se
+desfiguraban y corromp&iacute;an. En cada iglesia se cantaba de distinto modo.
+La m&uacute;sica religiosa era un galimat&iacute;as. Los m&iacute;sticos tend&iacute;an a la unidad
+r&iacute;gida, al hieratismo, y San Gregorio public&oacute; en el siglo VI su
+<i>Antifonario</i>, un cent&oacute;n de todas las melod&iacute;as lit&uacute;rgicas,
+purific&aacute;ndolas seg&uacute;n su criterio. Fue una mezcla de dos elementos: el
+griego, pero oriental y floreado, algo as&iacute; como la malague&ntilde;a actual, y
+el romano, grave y rudo. Las notas se expresaban con letras, se segu&iacute;an
+los tonos frigio, lidio, etc., y continuaba el laberinto de la m&uacute;sica
+griega, aunque muy movida, con <i>fioritudes</i>, suspiros y aspiraciones. El
+cent&oacute;n se perdi&oacute;, y mucho lo lamentan los que quieren volver a lo
+antiguo, crey&eacute;ndolo lo mejor. A juzgar por los fragmentos que quedan, si
+ahora se ejecutase la tal m&uacute;sica nada tendr&iacute;a de religiosa, tal como se
+entiende hoy la religiosidad en el arte, pues ser&iacute;a un canto como el de
+los moros, o los chinos, o algunos griegos cism&aacute;ticos que a&uacute;n persisten
+en las liturgias antiguas. El arpa era el instrumento del templo hasta
+que apareci&oacute; el &oacute;rgano en el siglo x, un instrumento tosco y b&aacute;rbaro que
+hab&iacute;a que tocar a pu&ntilde;etazos, y al que le daban aire con odres hinchados.
+Guido de Arezzo hizo un arreglo musical sobre la base del cent&oacute;n; un
+arreglo nada m&aacute;s, y esto bast&oacute; para que le colgasen al benedictino la
+invenci&oacute;n del pentagrama. Sigui&oacute; usando las letras de Boecio y San
+Gregorio como notas, y s&oacute;lo las puso en dos l&iacute;neas con tres colores
+distintos. Continuaba el embrollo an&aacute;rquico. Aprender m&uacute;sica malamente
+costaba entonces doce a&ntilde;os, y no se lograba que cantores de ciudades
+distintas entendiesen el mismo papel. San Bernardo, seco y austero como
+su tiempo, encontr&oacute; absurdo este canto, por ser poco grave.</p>
+
+<p>Era un hombre refractario al arte. Quer&iacute;a las iglesias desmanteladas,
+sin adornos arquitect&oacute;nicos, y en m&uacute;sica le parec&iacute;a la mejor la m&aacute;s
+lenta. &Eacute;l fue el padre del canto llano, el que afirm&oacute; que la m&uacute;sica es
+tanto m&aacute;s religiosa cuanto m&aacute;s pausada. Pero en el siglo XIII, los
+cristianos encontraron aburrid&iacute;simo este canto. Las catedrales eran el
+punto de distracci&oacute;n, el teatro, el centro de vida en aquella &eacute;poca. Al
+templo se iba a orar un poco a Dios y a divertirse, olvidando las
+guerras, violencias y tropel&iacute;as del exterior. Otra vez entr&oacute; la m&uacute;sica
+popular en la Iglesia, y se entonaron en las catedrales las canciones en
+boga, que casi siempre eran obscenas. El pueblo tom&oacute; parte en la m&uacute;sica
+religiosa, cantando en diversas tesituras, cada cual como mejor le
+parec&iacute;a, siendo estos los primeros intentos del canto polif&oacute;nico o de
+voces concertadas. La religi&oacute;n era entonces alegre, popular,
+democr&aacute;tica, como dir&iacute;a usted, Gabriel; a&uacute;n no hab&iacute;a Inquisici&oacute;n ni
+sospechas de herej&iacute;a que agriasen el &aacute;nimo con el fanatismo y el miedo.
+Los instrumentos groseros de aire y de cuerda que entreten&iacute;an a los
+artesanos en las ciudades y a los labriegos en las siegas entraron en el
+templo, y el &oacute;rgano fue acompa&ntilde;ado por violas, violines, trompetas,
+gaitas, flautas, guitarras y tiorbas. El canto llano era el lit&uacute;rgico en
+casi toda Europa, pero los fieles lo despreciaban por incomprensible y
+altern&aacute;banlo con canciones. En las grandes fiestas se entonaban himnos
+religiosos, adapt&aacute;ndolos a la m&uacute;sica de las melod&iacute;as populares que
+estaban en boga, tales como <i>La canci&oacute;n del hombre armado</i>; <i>Morenica</i>,
+<i>dame un beso</i>; <i>No s&eacute; qu&eacute; me bulle</i>; <i>Du&eacute;lete de m&iacute;</i>, <i>se&ntilde;ora</i>; <i>Mal
+haya quien vos cas&oacute;</i>, y otras del mismo estilo... &iquest;Y Roma?, preguntar&aacute;
+usted; y la Iglesia, &iquest;qu&eacute; dec&iacute;a ante tal desorden...? La Iglesia vivi&oacute;
+sin criterio art&iacute;stico; no lo tuvo jam&aacute;s. No pudo crear una arquitectura
+propiamente hier&aacute;tica, como otras religiones, ni una pintura ni una
+escultura que fuesen obra suya, y menos una m&uacute;sica. Fue adapt&aacute;ndose al
+medio, fue aceptando y apropi&aacute;ndose, con una absorbencia falta de
+originalidad, lo que no era obra suya, sino del humano progreso. El
+estilo grecorromano, el bizantino, el g&oacute;tico, el Renacimiento, todos
+entraron en sus construcciones; pero el arte cristiano puro y original
+no existe, no existi&oacute; nunca. En m&uacute;sica, mucho hablar de &laquo;gravedad&raquo;, de
+&laquo;unci&oacute;n&raquo;, de &laquo;tradiciones gregorianas&raquo;, palabras huecas, sin sentido
+exacto, vaguedades que ocultan la falta de criterio art&iacute;stico. &iquest;Cu&aacute;les
+son los linderos de lo religioso y lo profano? Desde el siglo XVI al
+XVIII estuvieron los cr&iacute;ticos cuestionando sobre esto, y la Iglesia les
+dej&oacute; hablar, acept&aacute;ndolo todo sin criterio. De vez en cuando, Roma se
+hac&iacute;a o&iacute;r con alguna bula papal de la que nadie hac&iacute;a caso, pues el
+Pont&iacute;fice no pod&iacute;a decir: lo religioso en arte es esto, y lo profano lo
+otro. Recibi&oacute; Palestrina el encargo de reformar la m&uacute;sica eclesi&aacute;stica:
+el Papa mostr&aacute;base dispuesto a no dejar m&aacute;s que el canto llano o a
+suprimirlo tambi&eacute;n si era necesario. La misa del papa Marcelo y otras
+melod&iacute;as fueron el resultado de esta orientaci&oacute;n, pero no se adelant&oacute;
+gran cosa. Fue preciso, para que la m&uacute;sica se purificara dentro del
+templo, que comenzase el gran movimiento musical en el mundo profano con
+el italiano Monteverde, con el franc&eacute;s Rameau y los alemanes Sebasti&aacute;n
+Bach y Haendel. &iexcl;Qu&eacute; &eacute;poca tan grandiosa, amigo Gabriel! &iexcl;Qu&eacute; t&iacute;os los
+que vienen detr&aacute;s, Gluck, Haydn, Mozart, Mehul, Boieldieu, y sobre
+todos, nuestro buen amigo Beethoven...!</p>
+
+<p>Call&oacute; unos instantes el maestro de capilla, como si el nombre de su
+&iacute;dolo le impusiera religioso silencio. Luego continu&oacute;:</p>
+
+<p>&mdash;Toda esta avalancha de arte pas&oacute; por la Iglesia, y ella, seg&uacute;n su
+costumbre, fue apropi&aacute;ndose lo que era m&aacute;s de su gusto. En cada pa&iacute;s
+tom&oacute; el culto cat&oacute;lico la m&uacute;sica m&aacute;s en arreglo con sus tradiciones. En
+Espa&ntilde;a, est&aacute;bamos saturados, desde los tiempos de Palestrina, de g&eacute;nero
+italiano, y la m&uacute;sica alemana y la francesa no llegaron a nosotros.
+Fuimos primeramente fuguistas y contrapuntistas, y despu&eacute;s del <i>Stabat
+mater</i> de Rossini, nos dimos tal atrac&oacute;n de melod&iacute;a teatral, que no nos
+han quedado ganas de gustar un nuevo plato. La m&uacute;sica religiosa en
+Espa&ntilde;a ha marchado paralelamente con la &oacute;pera italiana, cosa que ignoran
+esos se&ntilde;ores can&oacute;nigos que se indignar&iacute;an si en una misa les tocase algo
+de Beethoven, por considerarlo profano, y escuchan con unci&oacute;n m&iacute;stica
+fragmentos que han rodado hace a&ntilde;os por los teatros de Italia. &iquest;Y el
+canto llano?, preguntar&aacute; usted. El canto llano tiene su nido en esta
+Primada. Aqu&iacute; se conserv&oacute; y purific&oacute; durante siglos. Lo mejor fue
+recogi&eacute;ndolo Toledo, y de los libros de esta catedral han salido los
+corales de todas las iglesias de Espa&ntilde;a y las Am&eacute;ricas. &iexcl;Pobre canto
+llano! Hace tiempo que ha muerto. Ya lo ve usted, Gabriel: &iquest;qui&eacute;n viene
+a la catedral a las horas del coro? Nadie, absolutamente. Los maitines
+son rezados, y todos los oficios se entonan en medio de la mayor
+soledad. El pueblo creyente no conoce ya la liturgia, no la estima, la
+tiene olvidada; s&oacute;lo se siente atra&iacute;do por las novenas, triduos y
+ejercicios, lo que se llama culto tolerado y extralit&uacute;rgico. Ha habido
+que renunciar a las pr&aacute;cticas del catolicismo espa&ntilde;ol antiguo, sano,
+francote y serio: un catolicismo como si dij&eacute;ramos de panllevar, para
+atraer a la gente, d&aacute;ndole cantos bonitos en lengua com&uacute;n. Los jesu&iacute;tas,
+con su astucia, adivinaron que hab&iacute;a que dar al culto una atracci&oacute;n
+teatral, mezclar la liturgia con la opereta, y por eso sus iglesias,
+doradas, alfombradas y floridas como tocadores, se ven llenas, mientras
+las viejas catedrales suenan a hueco como tumbas. No han proclamado en
+voz alta la necesidad de una reforma, pero la han llevado a la pr&aacute;ctica
+aboliendo el canto en lat&iacute;n, que no es grato al vulgo, sustituy&eacute;ndolo
+con toda clase de romanzas y con versos dulzones. Esto es una abdicaci&oacute;n
+de la Iglesia, una confesi&oacute;n de la anarqu&iacute;a musical en que ha vivido y
+vive, un reconocimiento de que su antigua liturgia es impotente para
+conmover al pueblo, y que ha muerto ya. En las iglesias, fuera del
+Tantum ergo de la reserva, nada se canta en lat&iacute;n. Serm&oacute;n e himnos son
+en el idioma del pa&iacute;s. Lo mismo que en un templo protestante. Para la
+masa devota que cree sin discurrir, son las exterioridades las que
+diferencian a las religiones entre s&iacute;, y no era preciso que se
+achicharrase a tanta gente en las hogueras, y que media Europa fuese a
+la gre&ntilde;a en la famosa guerra de los Treinta A&ntilde;os, y que los papas
+lanzasen excomuni&oacute;n sobre excomuni&oacute;n, para venir a parar a la postre en
+que una iglesia cat&oacute;lica y otra evang&eacute;lica s&oacute;lo se diferencian en una
+imagen y unos cuantos cirios, pues el culto en ambas partes es igual....
+Pero v&aacute;monos, Gabriel; van a cerrar.</p>
+
+<p>El campanero corr&iacute;a por las naves agitando su llavero, que asustaba a
+los murci&eacute;lagos, cada vez m&aacute;s numerosos. Las dos devotas hab&iacute;an
+desaparecido. S&oacute;lo quedaban en la catedral el maestro de capilla y
+Gabriel. Por una nave baja avanzaban los vigilantes nocturnos, que iban
+a ocupar sus puestos hasta la ma&ntilde;ana siguiente, precedidos por el perro.</p>
+
+<p>Los dos amigos salieron al claustro, guiados en la penumbra de las naves
+por el vago resplandor de las vidrieras. Afuera, un rayo de sol
+enrojec&iacute;a el jard&iacute;n y el claustro de las Claver&iacute;as.</p>
+
+<p>&mdash;Lo repito&mdash;continu&oacute; el sacerdote artista, mirando la puerta por donde
+hab&iacute;an salido&mdash;. Ah&iacute; dentro no se ama al arte ni se le entiende. El
+templo s&oacute;lo ha prestado un servicio a la m&uacute;sica, y esto sin quererlo. La
+necesidad de tener instrumentistas y cantores para el culto le hizo
+sostener las capillas y colegios de seises que sirvieron para la
+ense&ntilde;anza musical en una &eacute;poca falta de escuelas. Fuera de esto, nada.
+Los que representamos el arte en las catedrales somos tan despreciados
+como los ministriles de las antiguas capillas, ta&ntilde;edores de chirim&iacute;as,
+bajoncillos y bajones. Para los can&oacute;nigos, es griego puro todo lo que
+duerme en los archivos de m&uacute;sica, y nosotros los artistas eclesi&aacute;sticos
+formamos raza aparte, estamos, cuando m&aacute;s, un pelda&ntilde;o por encima de los
+sacristanes. El maestro, el organista, el tenor, el contralto y el bajo
+formamos la capilla. Somos cl&eacute;rigos como los can&oacute;nigos, llegamos a
+beneficiados por oposici&oacute;n, hemos estudiado como ellos las ciencias
+religiosas, y adem&aacute;s somos m&uacute;sicos; pues a pesar de esto, cobramos casi
+la mitad del sueldo de un can&oacute;nigo, y para recordarnos a todas horas
+nuestra &iacute;nfima condici&oacute;n, nos hacen sentar en la siller&iacute;a baja. Los
+&uacute;nicos que en el coro sabemos m&uacute;sica ocupamos el &uacute;ltimo lugar. El
+chantre es, por derecho, el jefe de los cantores; y el chantre es un
+can&oacute;nigo cualquiera, que nombra Roma sin oposici&oacute;n y que no conoce ni
+una nota del pentagrama. &iexcl;La anarqu&iacute;a, amigo Gabriel! &iexcl;El desprecio de
+la Iglesia por la m&uacute;sica, que ha sido siempre su esclava, nunca su hija!
+Por algo en los conventos de monjas la organista y las cantoras son
+siempre las m&aacute;s despreciadas y se las llama &laquo;las sargentas&raquo;. El cantar
+conforme a reglas es en la Iglesia oficio bajo. Para todo hay dinero en
+el templo; a todo alcanzan los fondos de f&aacute;brica, menos a la m&uacute;sica. Los
+can&oacute;nigos nos tienen por locos que vamos disfrazados con h&aacute;bito
+eclesi&aacute;stico. Cuando llega el Corpus o la fiesta de la Virgen del
+Sagrario, yo sue&ntilde;o siempre con una gran misa digna de la catedral, pero
+el Obrero me ataja pidi&eacute;ndome algo italiano y sencillo: asunto de media
+docena de instrumentistas buscados en la misma ciudad; y tengo que
+dirigir a unos cuantos chapuceros, rabiando al o&iacute;r c&oacute;mo suena la
+orquesta ratonil bajo esas b&oacute;vedas que se construyeron para algo m&aacute;s
+grande. En resumen, amigo Luna: esto est&aacute; muerto... pero bien muerto.
+A&uacute;n no hemos desaparecido; nos ven, pero es de cuerpo presente. Las
+lamentaciones del maestro de capilla no sorprendieron a Gabriel. Todos
+en la catedral se quejaban de la vida m&iacute;sera y s&oacute;rdida que arrastraba el
+culto. Unos, como el <i>Vara de plata</i>, lo achacaban a la impiedad del
+tiempo; otros, como el m&uacute;sico, hac&iacute;an responsable a la misma Religi&oacute;n,
+aunque no osaban decirlo en alta voz. El respeto a la Iglesia y sus
+altos poderes, aprendido desde la ni&ntilde;ez, impon&iacute;a silencio a la poblaci&oacute;n
+de la catedral. Los m&aacute;s de los servidores del templo viv&iacute;an moralmente
+en pleno siglo XVI, en una atm&oacute;sfera de servilismo y de miedo
+supersticioso a los superiores, presintiendo lo injusto de su condici&oacute;n,
+pero sin atreverse a dar forma en el pensamiento a sus vagos intentos de
+protesta.</p>
+
+<p>&Uacute;nicamente por la noche, en el silencio del claustro alto, aquellos
+matrimonios que se reproduc&iacute;an y mor&iacute;an entre las piedras de la catedral
+osaban repetirse las murmuraciones del templo, la interminable mara&ntilde;a de
+chismes que crec&iacute;a sobre la mon&oacute;tona existencia eclesi&aacute;stica, lo que los
+can&oacute;nigos murmuraban contra Su Eminencia y lo que el cardenal dec&iacute;a del
+cabildo, guerra sorda que se reproduc&iacute;a a cada elevaci&oacute;n arzobispal;
+intrigas y despechos de c&eacute;libes amargados por la ambici&oacute;n y el
+favoritismo; odios at&aacute;vicos que recordaban la &eacute;poca en que los cl&eacute;rigos
+eleg&iacute;an a sus prelados, mandando sobre ellos, en vez de gemir, como
+ahora, bajo la f&eacute;rrea presi&oacute;n de la voluntad arzobispal.</p>
+
+<p>Todos en el claustro alto conoc&iacute;an estas luchas. Llegaban hasta ellos
+los comentarios que se permit&iacute;an los can&oacute;nigos en la sacrist&iacute;a; pero los
+humildes servidores guardaban un silencio receloso cuando se repet&iacute;an
+estas murmuraciones en su presencia, temiendo ser delatados por el
+vecino, que tal vez ambicionaba su puesto. Era el terror de los siglos
+de Inquisici&oacute;n que a&uacute;n viv&iacute;a en aquel peque&ntilde;o mundo paralizado.</p>
+
+<p>El perrero era el &uacute;nico que no mostraba miedo y hablaba en p&uacute;blico del
+cabildo y del cardenal. &iexcl;A &eacute;l qu&eacute;...! Casi deseaba que lo echasen de
+&laquo;aquella cueva&raquo;, para dedicarse a su afici&oacute;n favorita, volviendo a la
+plaza de Toros sin protesta de la familia. Adem&aacute;s, le entusiasmaba
+hablar mal de los se&ntilde;ores del coro, que le hab&iacute;an dado m&aacute;s de un
+pescoz&oacute;n cuando era monaguillo.</p>
+
+<p>Pon&iacute;a motes a todos los can&oacute;nigos, y se&ntilde;al&aacute;ndolos uno por uno a Gabriel,
+le contaba los secretos de su vida. Conoc&iacute;a la casa donde cada
+prebendado iba a pasar la tarde despu&eacute;s del coro, los nombres de las
+se&ntilde;oras o de las monjas que les rizaban las sobrepellices, y las
+rivalidades sordas y feroces entre estas admiradoras del cabildo que se
+esforzaban por vencerse blanqueando y planchando la batista canonical.</p>
+
+<p>A la salida del coro se&ntilde;alaba al chantre, un prebendado obeso, con el
+rostro cubierto de placas rojas.</p>
+
+<p>&mdash;M&iacute;relo usted, t&iacute;o&mdash;dec&iacute;a a Gabriel&mdash;. Esa caspa que tiene en la cara
+es un recuerdo del pasado. Corri&oacute; mucho, sin fijarse d&oacute;nde pon&iacute;a el
+pie... &iexcl;Pues con esa facha, todav&iacute;a presume de conquistador! La otra
+tarde le dec&iacute;a en el claustro a un capell&aacute;n de la capilla de los Reyes:
+&laquo;Esos capitancitos profesores de la Academia creen que en punto a
+mujeres se comen lo mejor de Toledo; pero donde est&aacute; la Iglesia, &iexcl;boca
+abajo los seglares...!&raquo;</p>
+
+<p>Despu&eacute;s re&iacute;a se&ntilde;alando a un grupo de sacerdotes j&oacute;venes, cuidadosamente
+afeitados, con las mejillas azules y sonrosadas y manteos de seda que al
+revolotear esparc&iacute;an un fuerte olor de almizcle. Eran los pollos del
+cabildo, los can&oacute;nigos j&oacute;venes, que hac&iacute;an con frecuencia viajes a
+Madrid para confesar a sus protectoras, ancianas marquesas, que en
+fuerza de influencias, les hab&iacute;an conquistado una silla en el coro. En
+la puerta del Mollete se deten&iacute;an un instante para arreglarse los
+pliegues del manteo y lanzarse a la calle.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Ya salen &laquo;a hacer&raquo; se&ntilde;oras!&mdash;dec&iacute;a el <i>Tato</i> en su argot
+canallesco&mdash;. &iexcl;Brrum! &iexcl;Paso a don Juan Tenorio...!</p>
+
+<p>Cuando ya no sal&iacute;an m&aacute;s can&oacute;nigos, el perrero hablaba a su t&iacute;o del
+cardenal.</p>
+
+<p>&mdash;Est&aacute; estos d&iacute;as dado a los demonios. En palacio no hay quien le
+aguante. La dichosa f&iacute;stula le trae loco.</p>
+
+<p>&mdash;Pero &iquest;es verdad que tiene esa dolencia?&mdash;pregunt&oacute; Gabriel.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Anda! Todo el mundo lo sabe. Preg&uacute;nteselo usted a t&iacute;a Tomasa. Hasta
+dicen que si son tan amigos es porque ella le fabrica cierta untura que
+le sienta como de mano de &aacute;ngel. Lleva un perro rabioso agarrado a salva
+sea la parte, y por eso tiene ese genio insufrible. La ma&ntilde;ana que se
+levanta de mal teque, tiembla el palacio y despu&eacute;s toda la di&oacute;cesis. Es
+un hombre bueno, pero cuando le muerde detr&aacute;s la mala bestia, hay que
+huir. Yo le he visto en d&iacute;as de pontifical, con la mitra puesta,
+mirarnos a todos con tales ojos, que le faltaba muy poco para soltar el
+b&aacute;culo y emprendernos a bofetadas. Lo que dice la t&iacute;a: &iexcl;si no
+bebiera...!</p>
+
+<p>&mdash;Entonces son ciertas las murmuraciones del cabildo.</p>
+
+<p>&mdash;Emborracharse, no se&ntilde;or. A cada cual lo suyo: una copita ahora y otra
+despu&eacute;s, y una tercera si le visita un amigo y hay que obsequiarlo. Son
+costumbres que se trajo de Andaluc&iacute;a cuando fue obispo all&aacute;. Pero nada
+de juergas. Copeo fino y reposado: para ayudar las fuerzas nada m&aacute;s. Y
+el vino de primera, t&iacute;o; lo s&eacute; por un familiar suyo. &iexcl;De a cincuenta
+duros la arroba! Se lo guardan, de lo mejor de la Mancha, en una cuba
+del tiempo del franc&eacute;s. Un jarabe que calienta el est&oacute;mago y lo templa
+como si fuese un &oacute;rgano. Pero a Su Eminencia se le va m&aacute;s abajo, y le
+hace rabiar como un condenado. Lo que dice t&iacute;a Tomasa: los m&eacute;dicos le
+arreglan, y &eacute;l se encarga de enfermar otra vez con ese vinillo de
+gloria.</p>
+
+<p>El <i>Tato</i>, en medio de su cinismo burl&oacute;n, mostraba cierto afecto por el
+prelado.</p>
+
+<p>&mdash;No crea usted, t&iacute;o, que es un cualquiera; dejando aparte su mal genio,
+resulta todo un hombre. Ah&iacute; donde le ve usted, con su cabecita blanca y
+sonrosada como un polluelo de cr&iacute;a, que a&uacute;n parece m&aacute;s peque&ntilde;a sobre el
+corpach&oacute;n enorme, &iexcl;lleva cada cosa dentro de ella...! Ha hablado mucho
+en Madrid, y los papeles impresos se ocupaban de &eacute;l como si fuese el
+Guerra. Su sabidur&iacute;a encuentra remedios para todo. &iquest;Le hablan de la
+miseria que hay en el mundo? Pues receta al canto: pan para los pobres,
+caridad en los ricos y mucha Doctrina cristiana para todos; as&iacute; no se
+pelear&aacute;n los hombres por si t&uacute; tienes m&aacute;s que yo, y habr&aacute; en el mundo
+conformidad y decencia, que es lo que hace falta. &iquest;Qu&eacute; tal, t&iacute;o? &iquest;Se r&iacute;e
+usted? Pues a m&iacute; me gusta la receta de Su Eminencia, especialmente lo
+del pan, pues el Catecismo maldito si hace falta, ya que todos lo
+aprendemos de peque&ntilde;os.</p>
+
+<p>El perrero mostraba cada vez m&aacute;s entusiasmo hablando de su pr&iacute;ncipe.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Y como hombre? Todo un barbi&aacute;n. Nada de hipocres&iacute;a y de llevar la
+cabeza baja. Bien se le conoce que fue soldado en su juventud. T&iacute;a
+Tomasa se acuerda de haberle visto en el claustro con casco de crines,
+charreteras de sargento y un chafarote que armaba gran estr&eacute;pito. &Eacute;l no
+se asusta de nada, ni se escandaliza, ni hace aspavientos. El a&ntilde;o pasado
+recal&oacute; aqu&iacute; cierta portuguesita, que tra&iacute;a locos a los cadetes con sus
+medias de seda y sus grandes sombreros. Usted conoce a Juanito y sabe
+que es hijo de un sobrino de Su Eminencia que muri&oacute; hace tiempo. Pues el
+muchacho pase&oacute; su uniforme por Zocodover del brazo de la portuguesa para
+dar envidia a los compa&ntilde;eros de la Academia. Un d&iacute;a, la muchacha se
+present&oacute; en palacio, y la servidumbre, vi&eacute;ndola con tales lujos, la dej&oacute;
+paso franco, creyendo que era una se&ntilde;ora de Madrid. Su Eminencia la
+recibi&oacute; con sonrisa paternal, oy&eacute;ndola sin pesta&ntilde;ear. Me lo cont&oacute; un
+paje amigo, que estaba presente. La p&aacute;jara iba a quejarse al cardenal de
+su sobrino el cadete, que la hab&iacute;a entretenido dos d&iacute;as sin darla un
+c&eacute;ntimo. Su Eminencia sonri&oacute; con modestia: &laquo;Se&ntilde;ora: la Iglesia es pobre,
+pero no quiero que por ese calavera sufra el buen nombre de la familia.
+Tome y remed&iacute;ese.&raquo; Y le larg&oacute; dos duros. La portuguesa, animada por la
+buena acogida, quiso chillar, creyendo que aterrar&iacute;a a don Sebasti&aacute;n con
+el esc&aacute;ndalo. Pero hubo que ver a Su Eminencia cuando le entr&oacute; la furia.
+&laquo;Chico, llama a la polic&iacute;a&raquo;, grit&oacute; al paje. Y tal era su cara, que la
+portuguesita sali&oacute; de estamp&iacute;a, dejando sobre la mesa las dos rodajas de
+plata.</p>
+
+<p>Gabriel re&iacute;a escuchando esta historia.</p>
+
+<p>&mdash;Todo un hombre, cr&eacute;ame usted, t&iacute;o.... Yo le quiero porque tiene al
+cabildo en un pu&ntilde;o; no es como su antecesor, aquel sopitas con leche,
+que s&oacute;lo sab&iacute;a rezar y temblaba ante el &uacute;ltimo can&oacute;nigo. &iexcl;Que le vayan a
+&eacute;ste con roncas! Tiene reda&ntilde;os para entrar una tarde en el coro y
+limpiarlo a palos con el b&aacute;culo. Hace m&aacute;s de dos meses que no baja a la
+catedral ni le ven los can&oacute;nigos. La &uacute;ltima vez que una comisi&oacute;n de
+&eacute;stos fue a palacio, la servidumbre tembl&oacute;. Iban a proponerle no s&eacute; qu&eacute;
+reforma en la Primada y comenzaron diciendo: &laquo;Se&ntilde;or: el cabildo
+opina...&raquo; Don Sebasti&aacute;n les interrumpi&oacute;, hecho un basilisco: &laquo;El cabildo
+no puede opinar nada; el cabildo no tiene sentido com&uacute;n.&raquo; Y les volvi&oacute;
+la espalda, dej&aacute;ndoles hechos de piedra. Despu&eacute;s, dijo a gritos, pegando
+pu&ntilde;etazos en los muebles, que ha de hacer lo posible para que todas las
+vacantes de la catedral se cubran con lo peorcito del clero; que entren
+en el cabildo los curas borrachos, estafadores, etc. &laquo;Quiero reventar al
+cabildo&mdash;gritaba&mdash;, quiero ensuciarlo; as&iacute; aprender&aacute; a hablar menos de
+m&iacute;; quiero cubrirlo, s&iacute; se&ntilde;or, cubrirlo de...&raquo; Y ya se figurar&aacute; usted,
+t&iacute;o, de qu&eacute; quiere Su Eminencia cubrir a los can&oacute;nigos. El pobre tiene
+raz&oacute;n. &iquest;Por qu&eacute; se han de meter los del coro en si don Sebasti&aacute;n vive
+as&iacute; o as&aacute; y tiene estos l&iacute;os o los otros? &iquest;No les deja &eacute;l hacer lo que
+quieren? &iquest;Les dice acaso una palabra de sus visiteos escandalosos, a
+pesar de que todo Toledo los conoce?</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Y los can&oacute;nigos qu&eacute; dicen del cardenal?</p>
+
+<p>&mdash;Hablan de que Juanito es su nieto, y que su padre, que muri&oacute;, y
+aparec&iacute;a como sobrino de Su Eminencia, era un hijo que tuvo de cierta
+se&ntilde;ora cuando fue obispo en Andaluc&iacute;a. Pero esto no parece irritar mucho
+a don Sebasti&aacute;n. Otra cosa le enfurece, hasta inflamarle la f&iacute;stula y
+ponerlo hecho un demonio: que hablen de do&ntilde;a Visitaci&oacute;n.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Y qui&eacute;n es esa se&ntilde;ora?</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Anda! &iexcl;&Eacute;sta es buena! &iquest;Usted a&uacute;n no conoce a do&ntilde;a Visitaci&oacute;n, cuando
+en la catedral y fuera de ella no se habla de otra persona? Pues la
+sobrina de Su Eminencia, que vive con &eacute;l en palacio. Ella es la que
+manda. Don Sebasti&aacute;n, tan terrible como es, se convierte en un &aacute;ngel
+cuando la ve. Rabia, grita y casi muerde, en los d&iacute;as que le pica la
+maldita enfermedad; pero se presenta do&ntilde;a Visita, y en seguida se
+contiene; sufre en silencio, gime como un ni&ntilde;o, y basta que ella le diga
+una palabrita dulce o le haga un mimo, para que a Su Eminencia se le
+caiga la baba de gusto... &iexcl;La quiere mucho!</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Pero ella es...?&mdash;pregunt&oacute; con extra&ntilde;eza Gabriel.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Claro que es lo que usted piensa! &iquest;Qu&eacute; otra cosa puede ser? Estaba en
+el Colegio de Doncellas Nobles desde ni&ntilde;a, y apenas vino a Toledo el
+cardenal, la sac&oacute;, llev&aacute;ndosela a palacio. &iexcl;Qu&eacute; enamoramiento tan ciego
+el de don Sebasti&aacute;n! Y el caso es que la cosa no lo vale: una
+se&ntilde;oritinga delgaducha y p&aacute;lida; ojos grandes y buen pelo: eso es todo.
+Dicen que canta, que toca el piano, que lee y sabe muchas cosas de las
+que ense&ntilde;an en ese colegio tan rico; que tiene la gracia de Dios para
+traer chalao a Su Eminencia. A la catedral pasa algunas veces por el
+arco, hecha una beatita, con h&aacute;bito y mantilla, acompa&ntilde;ada de una
+criadota fea.</p>
+
+<p>&mdash;No ser&aacute; lo que cre&eacute;is, muchacho.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Anda! Todo el cabildo lo asegura, y los can&oacute;nigos m&aacute;s formales lo
+creen a pie juntillas. Hasta los que son amigos y favoritos de Su
+Eminencia y le llevan recados de lo que aqu&iacute; se murmura contra &eacute;l no lo
+niegan con mucha calor. Y don Sebasti&aacute;n se indigna, se enfurece cada vez
+que una murmuraci&oacute;n de &eacute;stas llega a sus o&iacute;dos. Si le dijeran que en el
+coro iban a dar un baile, se irritar&iacute;a menos que cuando sabe que llevan
+en lenguas a do&ntilde;a Visita.</p>
+
+<p>El perrero call&oacute; un instante, como si dudase en soltar algo grave.</p>
+
+<p>&mdash;Esa se&ntilde;ora es muy buena. Todos los de palacio la quieren porque les
+habla dulcemente. Adem&aacute;s, si hace uso de su gran poder sobre el
+cardenal, es para evitarles las chiller&iacute;as de Su Eminencia, que muchas
+veces, en sus ratos de dolor furioso, quiere arrojar copas y platos a la
+cabeza de los familiares. &iquest;Por qu&eacute; se han de meter con ella? &iquest;Les hace
+alg&uacute;n da&ntilde;o acaso? Cada uno en su casa, y al que sea malo ya lo castigar&aacute;
+Dios.</p>
+
+<p>Se rasc&oacute; la sien, como vacilando una vez m&aacute;s.</p>
+
+<p>&mdash;En cuanto a lo que do&ntilde;a Visita es cerca del cardenal&mdash;a&ntilde;adi&oacute;&mdash;, no me
+cabe duda alguna. Tengo datos, t&iacute;o. S&eacute; de buena tinta c&oacute;mo viven. Un
+familiar los ha visto muchas veces bes&aacute;ndose. Es decir, bes&aacute;ndose los
+dos, no. Ella era quien besaba, y don Sebasti&aacute;n acog&iacute;a con una sonrisa
+de angel&oacute;n sus mimos de gatita. &iexcl;El pobre est&aacute; tan viejo...!</p>
+
+<p>Y el <i>Tato</i> acababa sus confidencias con suposiciones obscenas.</p>
+
+<p>Esta murmuraci&oacute;n contra el cardenal, que sub&iacute;a desde la sacrist&iacute;a hasta
+el claustro, irritaba al hermano de Gabriel. El <i>Vara de palo</i>, soldado
+raso de la Iglesia, no pod&iacute;a escuchar con calma los ataques a sus
+superiores. Para &eacute;l todo eran calumnias. Lo mismo que de don Sebasti&aacute;n,
+hab&iacute;an hablado los can&oacute;nigos de todos los arzobispos anteriores, lo que
+no imped&iacute;a que despu&eacute;s de muertos fuesen unos santos. Cuando sorprend&iacute;a
+al <i>Tato</i> repitiendo en las Claver&iacute;as los chismes de abajo, le amenazaba
+con toda su autoridad de jefe de la familia.</p>
+
+<p>Esteban se entristec&iacute;a viendo el estado de salud de su hermano. Alababa
+la conducta de &eacute;ste, siempre prudente, acogiendo con un silencio
+respetuoso las costumbres de la catedral, sin que se le escapase una
+palabra reveladora de su pasado; le enorgullec&iacute;a la atm&oacute;sfera de
+admiraci&oacute;n que rodeaba a su hermano, el af&aacute;n con que la gente sencilla
+del claustro escuchaba sus viajes, pero le apenaba la enfermedad de
+Gabriel, la certeza de que la muerte hab&iacute;a puesto en &eacute;l su mano, y
+&uacute;nicamente por los cuidados de que le rodeaba iba retardando el momento
+de la posesi&oacute;n.</p>
+
+<p>Hab&iacute;a d&iacute;as en que el silenciario sonre&iacute;a satisfecho viendo a Gabriel de
+buen color y oyendo con menos frecuencia su tos dolorosa.</p>
+
+<p>&mdash;Muchacho, eso va bien&mdash;dec&iacute;a alegremente.</p>
+
+<p>&mdash;S&iacute;&mdash;contestaba Gabriel&mdash;; pero no te forjes ilusiones. Estoy bien
+agarrado. &Eacute;sa vendr&aacute; a su hora. T&uacute; eres quien la repele. Pero un d&iacute;a
+podr&aacute; m&aacute;s que t&uacute;.</p>
+
+<p>La certeza de que la muerte acabar&iacute;a por vencerlo enardec&iacute;a a Esteban,
+haci&eacute;ndole redoblar los cuidados. Apelaba a la superalimentaci&oacute;n como
+&uacute;nico remedio, y siempre que se aproximaba a Gabriel, era con algo en
+las manos.</p>
+
+<p>&mdash;C&oacute;mete esto.... Bebe lo que te traigo.</p>
+
+<p>Y luchaba con aquel organismo quebrantado, con el est&oacute;mago descompuesto
+por la miseria, con los pulmones heridos y el coraz&oacute;n sujeto a
+desarreglos en el funcionamiento, con la m&aacute;quina humana desvencijada por
+una vida de sufrimientos y emociones.</p>
+
+<p>El constante velar sobre el enfermo hab&iacute;a trastornado la vida econ&oacute;mica
+de Esteban. Su mezquino sueldo y la pobre ayuda del maestro de capilla
+apenas si bastaban para aquella boca que consum&iacute;a m&aacute;s que todos los de
+la casa juntos. A fines de mes, Esteban impetraba el auxilio del <i>Vara
+de plata</i> para acabar los &uacute;ltimos d&iacute;as, ingresando de este modo en la
+grey sumisa y miserable amarrada a la usura del sacerdote. Otras veces,
+el maestro de capilla, viviendo por un instante en la realidad, le
+entregaba unas cuantas pesetas, sacrificando el goce de adquirir una
+nueva partitura.</p>
+
+<p>Gabriel adivinaba las privaciones a que se somet&iacute;a el hermano, y quer&iacute;a
+contribuir a los gastos de la casa. Pero &iquest;qu&eacute; trabajo pod&iacute;a encontrar en
+su aislamiento dentro de la catedral? Anhel&oacute; un puesto al servicio del
+templo, cobrar a principios de mes unas cuantas pesetas de manos del
+<i>Vara de plata</i>, para no ser tan gravoso a su hermano. Pero todas las
+plazas estaban ocupadas; s&oacute;lo la muerte pod&iacute;a abrir huecos, y eran
+muchos los hambrientos que aguardaban la ocasi&oacute;n, alegando derechos de
+familia.</p>
+
+<p>Su impotencia para ser &uacute;til al hermano y que el sacrificio de &eacute;ste
+resultase menos costoso era lo que apenaba a Gabriel, turbando la
+mon&oacute;tona placidez de su existencia. Preguntaba a Esteban qu&eacute; podr&iacute;a
+hacer para no estar inactivo, y el hermano le respond&iacute;a con su expresi&oacute;n
+bondadosa:</p>
+
+<p>&mdash;Cuidarte, nada m&aacute;s que cuidarte. T&uacute; no tienes otra obligaci&oacute;n que la
+de guardar tu salud. Yo estoy aqu&iacute; para lo dem&aacute;s.</p>
+
+<p>Lleg&oacute; Semana Santa, y Gabriel encontr&oacute; ocasi&oacute;n para ganarse algunos
+jornales. Iban a levantar en la catedral el famoso Monumento entre el
+trascoro y la puerta del Perd&oacute;n. Era una f&aacute;brica pesada y
+complicad&iacute;sima, de estilo suntuoso y barroco, que hab&iacute;a costado a
+principios de siglo una fortuna al segundo cardenal de Borb&oacute;n. Un
+verdadero bosque de maderos formaba el andamiaje del Monumento; la
+riqueza del cardenal hab&iacute;a hecho un despilfarro de solidez y
+suntuosidad, y para armar el sagrado catafalco se necesitaban muchos
+d&iacute;as y no pocos obreros.</p>
+
+<p>Gabriel se avist&oacute; con don Antol&iacute;n, pidi&eacute;ndole un sitio en la obra. Eran
+siete reales diarios que pod&iacute;a entregar a su hermano durante dos
+semanas, y &eacute;l, que estaba habituado en otros tiempos a ver retribuido su
+trabajo con largueza, acog&iacute;a este jornal como una fortuna inesperada.</p>
+
+<p>El <i>Vara de palo</i> protest&oacute; con indignaci&oacute;n. Gabriel estaba enfermo y no
+deb&iacute;a comprometer su escasa salud con los esfuerzos del trabajo. &iquest;Qu&eacute;
+iba a hacer, tosiendo y ahog&aacute;ndose a cada instante, en aquella tarea
+pesad&iacute;sima de transportar maderos y acoplarlos? El enfermo le
+tranquiliz&oacute;. Ya sab&iacute;a &eacute;l lo que eran los trabajos en el templo; todo se
+hac&iacute;a con parsimonia, sin premuras de tiempo. Los obreros al servicio de
+la Iglesia trabajan con la calma perezosa y la lenta prudencia que
+parecen envolver todos los actos de la religi&oacute;n. Adem&aacute;s, el <i>Vara de
+plata</i>, conociendo su estado, le reservaba el trabajo menos penoso:
+colocar&iacute;a tornillos y clavijas, alinear&iacute;a los candelabros de la
+escalinata, arreglar&iacute;a los tapices; confiaban en &eacute;l como hombre de buen
+gusto que hab&iacute;a visto mucho en sus viajes.</p>
+
+<p>Gabriel trabaj&oacute; dos semanas en el Monumento. Este per&iacute;odo de relativa
+actividad pareci&oacute; causarle cierto bienestar. Se mov&iacute;a, se agitaba dando
+&oacute;rdenes a sus compa&ntilde;eros de trabajo; iba del templo a lo alto de las
+Claver&iacute;as, donde se guardaba el Monumento, y al verse cubierto de polvo,
+con los miembros fatigados por este incesante ir y venir, se hac&iacute;a la
+ilusi&oacute;n de que estaba sano.</p>
+
+<p>En estas dos semanas no entr&oacute; en la casa del zapatero y casi perdi&oacute; de
+vista a sus contertulios. El campanero y los amigos le admiraban. &iexcl;Un
+hombre de tanta sabidur&iacute;a, y trabajaba, como cualquiera de ellos, para
+ayudar a su hermano!</p>
+
+<p>La se&ntilde;ora Tomasa le detuvo una ma&ntilde;ana junto a la verja del jard&iacute;n.</p>
+
+<p>&mdash;Hay noticias, Gabriel. Creo saber d&oacute;nde est&aacute; nuestra p&aacute;jara. No te
+digo m&aacute;s; pero prep&aacute;rate a ayudarme. El d&iacute;a que menos lo pienses la ves
+en la catedral.</p>
+
+<p>Termin&oacute; la erecci&oacute;n del Monumento. Toda la parte de la iglesia entre el
+coro y la puerta del Perd&oacute;n estaba ocupada por la vistosa y pesada
+f&aacute;brica. Los toledanos acud&iacute;an a admirar, seg&uacute;n costumbre tradicional,
+la escalinata cubierta de filas de apretadas luces, los legionarios
+romanos de alabastro apoyados en sus lanzas, y la cortina riqu&iacute;sima, de
+innumerables pliegues, que bajaba desde la b&oacute;veda hasta la plataforma
+del Monumento.</p>
+
+<p>El Jueves Santo por la tarde estaba Gabriel contemplando lo que en
+cierto modo era su obra, confundido en el grupo de devotos. La catedral
+sonre&iacute;a con su inmaculada blancura, a pesar de los velos negros que
+cubr&iacute;an im&aacute;genes y altares. Los rosetones luminosos borraban con sus
+chorros de colores el aspecto f&uacute;nebre de la ceremonia religiosa. En el
+coro gem&iacute;a una voz de tenor las lamentaciones y trinos de los profetas
+orientales. Estos lamentos por la muerte de Cristo se perd&iacute;an sin eco en
+el templo medioeval, monumento democr&aacute;tico de una &eacute;poca que Introdujo
+en todas las expansiones religiosas su alegr&iacute;a de vivir al amparo de los
+muros, mientras la muerte y la desolaci&oacute;n corr&iacute;an los campos.</p>
+
+<p>Gabriel sinti&oacute; que le tiraban de la chaqueta, y al volverse vio a la
+jardinera.</p>
+
+<p>&mdash;Ven, sobrino. Ya la tenemos ah&iacute;. Te espera en el claustro.</p>
+
+<p>Al salir, la se&ntilde;ora Tomasa le mostr&oacute; una mujer adosada al z&oacute;calo de
+piedra del jard&iacute;n, encogida, envuelta en un mant&oacute;n ra&iacute;do, con el pa&ntilde;uelo
+de la cabeza echado sobre los ojos.</p>
+
+<p>Gabriel no la hubiese conocido nunca. Recordaba la carita sonrosada dos
+a&ntilde;os antes, y miraba con asombro un rostro de juventud ajada, huesoso,
+los p&oacute;mulos salientes, las ojeras profundas, y unos ojos de escasas
+cejas, sin pesta&ntilde;as, con las pupilas todav&iacute;a hermosas, pero empa&ntilde;adas
+por vidriosa opacidad. Todo revelaba en ella la miseria y el desaliento.
+La falda era de verano, y por debajo asomaban unas botas rotas, mucho
+m&aacute;s grandes que sus pies.</p>
+
+<p>&mdash;Saluda, muchacha&mdash;dijo la vieja&mdash;; es tu t&iacute;o Gabriel; un &aacute;ngel de
+Dios, a pesar de sus calaveradas. A &eacute;l debes que yo te haya buscado.</p>
+
+<p>La jardinera empujaba a Sagrario hacia su t&iacute;o. Pero la joven bajaba la
+cabeza, encorvando la espalda y retrocediendo, como si no pudiera
+resistir la presencia de un individuo de su familia. Se cubr&iacute;a el rostro
+con el m&iacute;sero mant&oacute;n, ocultando sus l&aacute;grimas.</p>
+
+<p>&mdash;T&iacute;a, vamos a casa&mdash;dijo Gabriel&mdash;. Esta criatura no est&aacute; bien aqu&iacute;.</p>
+
+<p>En la escalera del claustro hicieron pasar delante a la joven, que sub&iacute;a
+con la cabeza oculta, sin mirar, como si sus pies marchasen
+instintivamente por aquellos pelda&ntilde;os.</p>
+
+<p>&mdash;Hemos llegado esta ma&ntilde;ana de Madrid&mdash;dijo la jardinera mientras
+sub&iacute;an&mdash;. La he tenido en una posada, haciendo tiempo para traerla por
+la tarde a la catedral. Es la mejor hora: Esteban est&aacute; en el coro y t&uacute;
+tendr&aacute;s tiempo para arreglar esto... Tres d&iacute;as he pasado all&aacute;. &iexcl;Ay,
+Gabriel, hijo m&iacute;o! &iexcl;Qu&eacute; cosas he visto! &iexcl;En qu&eacute; lugar estaba esa pobre
+chica! &iexcl;Qu&eacute; infiernos hay para las pobres mujeres! &iexcl;Y a&uacute;n dicen que
+somos cristianos! &iexcl;Un demonio es lo que somos...! Gracias que yo tengo
+mis conocimientos en la corte: gentes de campanillas que han estado en
+la catedral y se acuerdan de la jardinera. De todo he necesitado, hasta
+de dinero, para sacar a esa infeliz de las garras del diablo.</p>
+
+<p>El claustro alto estaba desierto. Al llegar a la puerta de los Luna, la
+muchacha, cual si despertase de su marcha so&ntilde;olienta, se hizo atr&aacute;s con
+expresi&oacute;n de terror, como si dentro de la habitaci&oacute;n le aguardase un
+gran peligro.</p>
+
+<p>&mdash;Entra, mujer, entra&mdash;dijo la t&iacute;a&mdash;. Es tu casa: alguna vez hab&iacute;as de
+volver.</p>
+
+<p>Y la empuj&oacute;, hasta hacerla pasar la puerta. Dentro, en el recibimiento,
+ces&oacute; su llanto. Miraba en derredor con asombro, asustada sin duda de
+haber llegado hasta all&iacute;. Sus ojos lo examinaban todo con estupefacci&oacute;n,
+como admirados de que cada objeto estuviera en el mismo sitio que cinco
+a&ntilde;os antes, con una regularidad que hac&iacute;a dudar de si realmente hab&iacute;a
+transcurrido el tiempo. Nada cambiaba en aquel peque&ntilde;o mundo, que
+parec&iacute;a petrificado a la sombra de la catedral. Ella era la que,
+abandon&aacute;ndolo en plena juventud, volv&iacute;a aviejada y enferma.</p>
+
+<p>Hubo entre las tres personas un largo silencio.</p>
+
+<p>&mdash;Tu cuarto, Sagrario&mdash;dijo al fin Gabriel con dulzura&mdash;, est&aacute; lo mismo
+que lo dejaste. Entra en &eacute;l y no salgas hasta que yo te llame. Ten calma
+y no llores. Conf&iacute;a en m&iacute;. Me conoces poco, pero la t&iacute;a ya te habr&aacute;
+dicho le que me intereso por tu suerte. Tu padre va a venir. Oc&uacute;ltate y
+calla. Te lo repito: no salgas hasta que yo te llame.</p>
+
+<p>Al quedar solos la jardinera y su sobrino, oyeron los sollozos ahogados
+de la muchacha, que romp&iacute;a a llorar vi&eacute;ndose en su antiguo cuarto.
+Despu&eacute;s son&oacute; el ruido de su cuerpo cayendo sobre la cama, y el estertor
+de su llanto fue haci&eacute;ndose cada vez m&aacute;s ahogado.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Pobrecilla!&mdash;dijo la vieja, a la que faltaba muy poco para llorar
+tambi&eacute;n&mdash;. Es buena y est&aacute; arrepentida de sus pecados. De haberla
+buscado su padre cuando la abandon&oacute; aquel tunante, menos verg&uuml;enza y
+miserias habr&iacute;a sufrido. &iquest;Y su salud? Yo creo, Gabriel, que &eacute;sa est&aacute;
+peor que t&uacute;... &iexcl;Los hombres! &iexcl;Con su honor y dem&aacute;s mentiras! Lo honrado
+es tener caridad, compasi&oacute;n al semejante, y no hacer mal a nadie. Eso lo
+dije el otro d&iacute;a al sinverg&uuml;enza de mi yerno, que se indign&oacute; viendo que
+marchaba a Madrid en busca de la chica. Habl&oacute; de la honra de la familia,
+de que si Sagrario regresaba no podr&iacute;an vivir en la catedral las
+personas decentes, y &eacute;l no permitir&iacute;a que su hija se asomase a la puerta
+de la casa; y el muy ladr&oacute;n todos los d&iacute;as le roba cera a la Virgen y
+estafa a las devotas tomando dinero por misas que nunca se dicen. As&iacute; le
+luce el pelo y est&aacute; tan gordo..., con tanto honor.</p>
+
+<p>La vieja, despu&eacute;s de un corto silencio, mir&oacute; a Gabriel con indecisi&oacute;n.</p>
+
+<p>&mdash;Qu&eacute;, &iquest;nos lanzamos a la pelea? &iquest;Llamo a Esteban...?</p>
+
+<p>&mdash;S&iacute;, ll&aacute;melo. Estar&aacute; en la catedral. Y usted, &iquest;se atreve a presenciar
+la entrevista?</p>
+
+<p>&mdash;No, hijo; all&aacute; vosotros. Ya conoces a Esteban y me conoces a m&iacute;. O
+tendr&iacute;a que echarme a llorar, o acabar&iacute;a ara&ntilde;&aacute;ndolo por su testarudez.
+T&uacute; solo te arreglar&aacute;s mejor. Para eso te ha dado Dios ese talentazo tan
+mal empleado.</p>
+
+<p>Se fue la vieja, y Gabriel permaneci&oacute; solo m&aacute;s de media hora, viendo por
+los vidrios de una ventana el claustro abandonado. La catedral estaba
+m&aacute;s silenciosa que de costumbre. La muerte anual de Dios esparc&iacute;a en la
+tribu lev&iacute;tica de los tejados un ambiente de tristeza m&aacute;s intenso que el
+del interior de la iglesia. Los ni&ntilde;os de las Claver&iacute;as y las mujeres
+estaban abajo, contemplando el Monumento. Las habitaciones parec&iacute;an
+abandonadas. Gabriel vio pasar por frente a la ventana a su hermano, que
+al momento apareci&oacute; en la puerta.</p>
+
+<p>&iquest;Qu&eacute; quieres, Gabrielillo? &iquest;Qu&eacute; te pasa? La t&iacute;a me ha alarmado con el
+recadito. &iquest;Es que est&aacute;s peor?</p>
+
+<p>&mdash;Si&eacute;ntate, Esteban. Estoy bien; tranquil&iacute;zate....</p>
+
+<p>El <i>Vara de palo</i> se sent&oacute;, mirando con asombro a Gabriel. Le alarmaba
+su seriedad inexplicable, el silencio prolongado, en el que parec&iacute;a
+coordinar sus pensamientos, cual si no supiera c&oacute;mo empezar...</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Habla, hombre! &iexcl;Rompe de una vez! Me tienes intranquilo.</p>
+
+<p>&mdash;Hermano&mdash;dijo Gabriel con gravedad&mdash;, bien sabes que he respetado ese
+misterio de tu vida con el que me encontr&eacute; al volver aqu&iacute;. Me dijiste:
+&laquo;Mi hija ha muerto&raquo;; me manifestaste deseos de que nunca te hablara de
+ella, y puedes decir si alguna vez he tocado tu vieja herida con la
+menor alusi&oacute;n.</p>
+
+<p>&mdash;Bien, &iquest;y qu&eacute;? &iquest;Adonde vas a parar?&mdash;dijo Esteban, torn&aacute;ndose sombr&iacute;o
+al o&iacute;r estas palabras&mdash;. &iquest;A qu&eacute; viene hablarme en un d&iacute;a tan sagrado
+como el de hoy de cosas que me hacen da&ntilde;o...?</p>
+
+<p>&mdash;Esteban, no es f&aacute;cil que nos entendamos si te aferras a tus
+preocupaciones. No pongas ese gesto; &oacute;yeme con calma; no te muevas como
+un aut&oacute;mata a impulsos de los mismos hilos que movieron a nuestros
+abuelos y tatarabuelos. S&eacute; hombre y obra con arreglo a tus pensamientos
+propios.... T&uacute; y yo tenernos diversas creencias. Dejo aparte las
+religiosas, que son para ti un consuelo, y bien sabes que las m&iacute;as me
+las callo para no hacer imposible mi vida aqu&iacute;. Pero aparte de esto, t&uacute;
+crees que la familia es una obra de Dios, una instituci&oacute;n de origen
+sobrenatural, y yo creo que es una instituci&oacute;n humana, basada en las
+necesidades de la especie. Al que falta a las leyes de la familia, al
+que deserta de su bandera, t&uacute; lo condenas para siempre, lo sentencias a
+la muerte del olvido; yo compadezco su debilidad y lo perdono.
+Entendemos el honor de un modo distinto. T&uacute; eres el honor castellano:
+aquel honor tradicional y b&aacute;rbaro, m&aacute;s cruel y funesto que la misma
+deshonra; Un honor teatral, cuyos impulsos no arrancan nunca de los
+sentimientos humanos, sino del miedo al qu&eacute; dir&aacute;n, del deseo de aparecer
+muy grande y muy digno a los ojos de los dem&aacute;s antes que a los de la
+propia conciencia. Para la esposa ad&uacute;ltera, la muerte, el asesinato
+vengador; para la hija fugitiva, el desprecio, el olvido; &eacute;se es vuestro
+evangelio. Yo tengo otro: para la esposa que olvida sus deberes, el
+desprecio y el olvido; y para el pedazo de nuestras entra&ntilde;as que huye,
+el amor, el apoyo, la dulzura, hasta lograr que vuelva a nosotros...
+Esteban, estamos separados por nuestras creencias; un mont&oacute;n de siglos
+se alza entre nosotros; pero eres mi hermano, me quieres y te quiero,
+sabes que s&oacute;lo deseo tu bien, que llevo como t&uacute; ese apellido de familia
+que en tanto estimas, que am&eacute; a nuestros pobres padres como t&uacute; pudiste
+amarlos, y en nombre de todo esto te digo que esta situaci&oacute;n debe
+acabar, que no debes vivir insensible y petrificado en lo que llamas tu
+dignidad, sin que te turbe el recuerdo de una hija tuya que rueda por el
+mundo como un gui&ntilde;apo. T&uacute; tan bueno, que me has recogido en el trance
+m&aacute;s dif&iacute;cil de mi vida, &iquest;c&oacute;mo puedes dormir, c&oacute;mo puedes comer, sin que
+amargue tu existencia el pensamiento de tu hija perdida? &iquest;Qu&eacute; sabes de
+ella ahora? &iquest;No puede morir de hambre mientras t&uacute; comes? &iquest;No es f&aacute;cil
+que est&eacute; en un hospital, mientras t&uacute; tienes la casa donde vivieron tus
+padres...?</p>
+
+<p>Esteban contrajo el rostro con una expresi&oacute;n sombr&iacute;a oyendo a su
+hermano.</p>
+
+<p>&mdash;Es in&uacute;til que te esfuerces, Gabriel. Nada conseguir&aacute;s. &iquest;Te he negado
+algo? &iquest;No estoy dispuesto a todo por mi hermano? Pero no me hables de
+&eacute;sa; me ha causado mucho da&ntilde;o; ha roto mi vida: no s&eacute; c&oacute;mo no he muerto.
+&iquest;Has pensado bien en lo que es ser la familia de los Luna durante siglos
+el espejo de la catedral, el respeto hasta de los mismos arzobispos, y
+de repente verse uno entre los &uacute;ltimos, expuesto a las risas de todos,
+pudiendo mirarle con compasi&oacute;n hasta el &uacute;ltimo monaguillo? &iexcl;Lo que yo
+he sufrido! &iexcl;Las veces que he llorado de rabia, a solas en esta
+habitaci&oacute;n, despu&eacute;s de o&iacute;r lo que se murmuraba a mis espaldas! Y
+luego&mdash;a&ntilde;adi&oacute; quedamente, como si el dolor empa&ntilde;ase su voz&mdash;, &iexcl;aquella
+infeliz m&aacute;rtir que muri&oacute; de verg&uuml;enza, mi pobre mujer, que se fue del
+mundo por no ver mi dolor ni sufrir el desprecio de los dem&aacute;s...! &iquest;Y
+quieres que yo olvide esto...? Adem&aacute;s, Gabriel, yo no s&eacute; expresar lo que
+siento tan bien como t&uacute;. Pero el honor... es el honor. Es vivir yo en
+esta casa sin tener que avergonzarme; dormir por la noche sin miedo a
+ver en la obscuridad los ojos de nuestro padre que me preguntan, por qu&eacute;
+permanece una mujer perdida bajo el mismo techo que se conquistaron los
+Luna con siglos de servicios a la iglesia de Dios; es evitar que la
+gente se r&iacute;a de nuestra familia.... Que digan en buena hora: &laquo;Esos Luna,
+&iexcl;qu&eacute; desgraciados son!&raquo;, pero que no digan nunca que los Luna son una
+familia falta de verg&uuml;enza. Por nuestro cari&ntilde;o, hermano, d&eacute;jame: no me
+hables m&aacute;s de esto. Esas malas doctrinas te han envenenado el alma: no
+s&oacute;lo has dejado de creer en Dios, sino que tampoco crees ya en el honor.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Y qu&eacute; es eso?&mdash;dijo Gabriel, enardeci&eacute;ndose&mdash;. T&uacute; mismo no lo sabes.
+&laquo;El honor es el honor.&raquo; Pues bien, los hijos son los hijos. Tu, hombre
+de preocupaciones, no te paras a considerar lo que son esos seres,
+continuaci&oacute;n de nuestra propia existencia. Tu religi&oacute;n hace a los hijos
+fruto de Dios, y sin embargo, cre&eacute;is ser mejores y m&aacute;s perfectos cuando
+repel&eacute;is y maldec&iacute;s esos regalos del cielo apenas os causan una
+contrariedad. No, Esteban; el amor a los hijos y la conmiseraci&oacute;n para
+sus faltas deben estar por encima de todas las preocupaciones. Esa vida
+eterna del alma, promesa mentida de todas las religiones, s&oacute;lo es una
+verdad por los hijos. El alma muere con el cuerpo, no es m&aacute;s que una
+manifestaci&oacute;n de nuestro pensamiento, y el pensamiento es una funci&oacute;n
+cerebral; pero los hijos perpet&uacute;an nuestro ser a trav&eacute;s de las
+generaciones y los siglos; ellos son los que nos hacen inmortales, ya
+que guardan y transmiten algo de nuestra personalidad, as&iacute; como nosotros
+heredamos la de nuestros antecesores. El que olvida a los seres que son
+obra suya, es m&aacute;s digno de execraci&oacute;n que el que abandona la vida
+suicid&aacute;ndose. Las contrariedades de la existencia, las leyes y
+costumbres inventadas por los hombres, &iquest;qu&eacute; son ante el instintivo
+afecto por los seres que han salido de nosotros y perpet&uacute;an la variedad
+infinita de nuestras habitudes y pensamientos? Aborrezco a los
+miserables que, por no turbar la paz burguesa del matrimonio, abandonan
+los hijos que tuvieron fuera de su casa. La paternidad es la m&aacute;s noble
+de las funciones animales, pero las bestias tienen m&aacute;s valor y m&aacute;s
+dignidad que el hombre para cumplirla. Ning&uacute;n animal de clase superior
+abandona o desconoce a su cachorro, y sois muchos los hombres que
+volv&eacute;is la espalda al hijo, por miedo a lo que las gentes puedan decir.
+Si teniendo yo un hijo me enamorara locamente de la mujer m&aacute;s hermosa
+del mundo y &eacute;sta me exigiera que lo olvidase, ahogar&iacute;a mi pasi&oacute;n para no
+abandonar al peque&ntilde;uelo. Si faltara mi hijo a todas las leyes humanas y
+le condujeran al pat&iacute;bulo, hasta &eacute;l le acompa&ntilde;ar&iacute;a yo, desafiando la
+execraci&oacute;n de las gentes, sin que por un momento negase que era obra
+m&iacute;a. Estamos unidos para siempre al ser que damos vida: es un compromiso
+de solidaridad que contraemos ante la especie al trabajar por su
+conservaci&oacute;n. El que rompe la cadena y huye, es un cobarde.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;No me convencer&aacute;s, Gabriel!&mdash;grit&oacute; con energ&iacute;a Esteban&mdash;. &iexcl;No
+quiero...!, &iexcl;no quiero!</p>
+
+<p>&mdash;Lo repito: es una cobard&iacute;a lo que haces. Ya que el honor pesa tanto en
+ti, ese honor anticuado y cruel que arregla los conflictos de la vida
+derramando sangre, &iquest;por qu&eacute; no buscaste al que te rob&oacute; la hija?, &iquest;por
+qu&eacute; no le mataste, como un padre de comedia antigua? Eres un hombre
+pac&iacute;fico, que no ha aprendido el arte de asesinar, y aquel individuo es
+un profesional de las armas; si te hubieses vengado sin regla alguna,
+apelando a lo que crees tu derecho, su familia poderosa se hubiera
+ensa&ntilde;ado en ti. No te has vengado, por instinto de conservaci&oacute;n, por
+miedo al presidio y a todos los castigos inventados por la sociedad; has
+tenido miedo, a pesar de tu indignaci&oacute;n, y ese miedo lo truecas en
+crueldad para el ser m&aacute;s d&eacute;bil. Tu c&oacute;lera s&oacute;lo cae sobre la hija....
+Vamos, Esteban; eso no es digno de un padre.</p>
+
+<p>El <i>Vara de palo</i> mov&iacute;a obstinadamente la cabeza.</p>
+
+<p>&mdash;No me convencer&aacute;s; no quiero o&iacute;rte. Esa mujer no volver&aacute; aqu&iacute;. &iquest;No me
+abandon&oacute;? Pues que siga su camino.</p>
+
+<p>&mdash;Te abandon&oacute; a impulsos de ese instinto que llevan en s&iacute; todos los
+seres sanos: el instinto de la conservaci&oacute;n de la especie, que embellece
+la poes&iacute;a llam&aacute;ndolo amor. Si te hubiese abandonado despu&eacute;s de recibir
+la bendici&oacute;n de un hombre ante un altar, te mostrar&iacute;as satisfecho y la
+recibir&iacute;as con los brazos abiertos tantas veces como viniera a verte. Te
+abandon&oacute; para ser enga&ntilde;ada, para caer en la miseria y la verg&uuml;enza; y
+vi&eacute;ndola infeliz, &iquest;no merece tu conmiseraci&oacute;n, m&aacute;s a&uacute;n que si la vieses
+dichosa? Reflexiona, Esteban, en la manera como cay&oacute; tu pobre hija. &iquest;Qu&eacute;
+le hab&iacute;as ense&ntilde;ado para defenderse de la malicia del mundo? &iquest;Qu&eacute; armas
+ten&iacute;a para conservar inc&oacute;lume eso que llamas honor? Vosotros, t&uacute; y tu
+mujer, la dabais ejemplo del respeto que merece el dinero y un
+nacimiento elevado dejando entrar en vuestra casa a aquel muchacho,
+acogiendo como un honor que un se&ntilde;orito se fijase en vuestra hija. La
+pobre lo am&oacute; viendo en &eacute;l un resumen de todas las perfecciones humanas.
+Cuando surgieron los inevitables resultados de la desigualdad social,
+ella no quiso renunciar: fue una de esas naturalezas nobles que se
+sublevan contra los prejuicios del mundo, aun a riesgo de sufrir todas
+las amarguras de su rebeli&oacute;n, y cay&oacute; vencida. &iquest;A qui&eacute;n puede culparse? A
+su ignorancia; a su vida de aislamiento lejos del mundo; a vosotros, que
+no la ense&ntilde;asteis m&aacute;s, y cegados por la ambici&oacute;n la dejabais so&ntilde;ar
+junto al precipicio; a todos, menos a ella. &iexcl;Infeliz! Con creces ha
+pagado su noble fiereza contra las preocupaciones sociales. Es una
+muerta en el combate social: un cuerpo que hay que levantar; y t&uacute;, que
+eres el padre, debes ser el primero en cumplir esta obra de justicia.</p>
+
+<p>Esteban, con la cabeza baja, segu&iacute;a haciendo movimientos negativos.</p>
+
+<p>&mdash;Hermano&mdash;dijo Gabriel con cierta solemnidad&mdash;, ya que te aferras
+tenazmente a tu negativa, s&oacute;lo me resta decirte una cosa: si tu hija no
+viene, yo me voy.... Cada uno tiene sus escr&uacute;pulos. T&uacute; temes las
+murmuraciones de la gente; yo me temo a m&iacute; mismo, a lo que el
+pensamiento pueda echarme en cara en los momentos de soledad. Desde que
+soy tu hu&eacute;sped, pienso a todas horas en tu hija: desde que conoc&iacute; lo
+ocurrido en esta casa, me propuse que la infeliz v&iacute;ctima volviese a ti.
+&iquest;No quieres que vuelva? Pues yo soy el que se va. Ser&iacute;a un ladr&oacute;n si
+comiese tu pan, mientras un ser que es carne de tu carne sufre hambre;
+si me dejase cuidar en mi enfermedad, mientras esa infeliz tal vez est&aacute;
+peor que yo y no encuentra en el mundo una mano que la sostenga. Si ella
+no vuelve, yo no soy tu hermano: soy un intruso que usurpa la parte de
+cari&ntilde;o y de bienestar que corresponde a otro ser. Hermano, cada uno
+tiene su moral: la tuya es la ense&ntilde;ada por los curas; la m&iacute;a me la he
+creado yo mismo, y aunque menos aparatosa, tal vez sea m&aacute;s r&iacute;gida. Y en
+nombre de mi moral, yo te digo: Esteban, hermano m&iacute;o, o tu hija viene, o
+yo me voy. Volver&eacute; al mundo, a ser perseguido como una bestia rabiosa;
+al hospital, a la c&aacute;rcel, a morir como un perro en la cuneta de una
+carretera; no s&eacute; lo que ser&aacute; de m&iacute;; lo &uacute;nico que s&eacute; de cierto es que me
+voy ma&ntilde;ana, hoy mismo, para no disfrutar de un minuto m&aacute;s de lo que no
+es m&iacute;o. Yo, que considero un robo inicuo la usurpaci&oacute;n de los bienes de
+la tierra por una minor&iacute;a de privilegiados, no puedo retener a sabiendas
+un bienestar que pertenece por derecho natural a una criatura infeliz.
+&Uacute;nicamente podr&iacute;a disfrutarlo comparti&eacute;ndolo con ella.</p>
+
+<p>Esteban se hab&iacute;a puesto de pie, con adem&aacute;n desesperado.</p>
+
+<p>&mdash;Pero &iquest;est&aacute;s loco, Gabriel? &iquest;Quieres dejarme?</p>
+
+<p>&iquest;Y lo dices con esa tranquilidad? Tu presencia aqu&iacute; es la &uacute;nica alegr&iacute;a
+de mi vida despu&eacute;s de tantas desgracias. Me he acostumbrado a verte,
+necesito cuidarte, eres mi &uacute;nica familia; antes no ten&iacute;a ninguna
+aspiraci&oacute;n, viv&iacute;a sin esperanza; ahora tengo una: verte sano y fuerte.
+&iquest;Y me dices con esa frescura que te vas...? No, no te ir&aacute;s.... Eso me
+faltaba: tras la hija, el hermano... &iexcl;Que me maten de una vez! &iexcl;Se&ntilde;or
+Dios, ll&eacute;vame contigo...!</p>
+
+<p>Y el sencillo servidor del templo levantaba sus manos con expresi&oacute;n de
+s&uacute;plica, mientras sus ojos se empa&ntilde;aban con l&aacute;grimas.</p>
+
+<p>&mdash;Ten calma, Esteban. Hablemos como hombres, sin exclamaciones y
+llantos. M&iacute;rame a m&iacute;: estoy sereno, y no creas por ello que es menos
+cierto que me ir&eacute; hoy mismo si no accedes a mi s&uacute;plica.</p>
+
+<p>&mdash;Pero &iquest;y <i>&eacute;sa</i>?, &iquest;d&oacute;nde est&aacute;, que con tanto inter&eacute;s abogas por
+ella?&mdash;pregunt&oacute; Esteban&mdash;. &iquest;Es que la has visto y la has hablado? &iquest;Es
+que est&aacute; en Toledo? &iquest;La has tra&iacute;do acaso, con tu audacia de incr&eacute;dulo, a
+la misma catedral...?</p>
+
+<p>Gabriel, vi&eacute;ndolo lloroso y quebrantado por su amenaza de marcharse,
+crey&oacute; llegado el momento decisivo, y abri&oacute; la puerta del cuarto de
+Sagrario.</p>
+
+<p>&mdash;Sal, muchacha; pide perd&oacute;n a tu padre.</p>
+
+<p>El <i>Vara de palo</i> vio arrodillada a una mujer en el centro de aquel
+cuarto en el que nunca entraba, por miedo a recordar lo pasado.</p>
+
+<p>Su mirada fue de extra&ntilde;eza. Despu&eacute;s fij&oacute; sus ojos en Gabriel, como si no
+adivinase qui&eacute;n era aquella mujer. &iquest;Qu&eacute; farsa hab&iacute;a preparado su
+hermano?</p>
+
+<p>Con un impulso brutal, agarr&oacute; las manos de la mujer y las separ&oacute; de su
+rostro, mir&aacute;ndola fijamente. Aun as&iacute;, no la reconoci&oacute;. Pas&oacute; mucho tiempo
+contempl&aacute;ndola, en medio de un silencio penoso. Poco a poco, en las
+facciones desfiguradas por la enfermedad fueron marc&aacute;ndose para &eacute;l las
+antiguas l&iacute;neas. En los ojos lacrimosos y sin pesta&ntilde;as vio algo que le
+record&oacute; la mirada azul de la hija perdida. Los labios amoratados, con
+profundas grietas, se mov&iacute;an quejumbrosos, murmurando siempre la misma
+palabra:</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Perd&oacute;n...!, &iexcl;perd&oacute;n!</p>
+
+<p>A la vista de aquella ruina, el padre sinti&oacute; que se ven&iacute;a abajo su
+coraje. Sus ojos expresaron una tristeza inmensa, anonadadora.</p>
+
+<p>Retrocedi&oacute; de espaldas hasta la puerta de la habitaci&oacute;n seguido por la
+joven, que avanzaba de rodillas tendi&eacute;ndole las manos.</p>
+
+<p>&mdash;Hermano, est&aacute; bien&mdash;dijo con desaliento&mdash;. Puedes m&aacute;s que yo: c&uacute;mplase
+tu voluntad. Que se quede, ya que as&iacute; lo quieres. &iexcl;Pero que no la
+vea...! Quedaos: quien se va soy yo.</p>
+
+
+
+<hr style="width: 65%;" />
+<h2><a name="VI" id="VI"></a>VI</h2>
+
+<p>La m&aacute;quina de coser sonaba desde el alba hasta la noche en la casa de
+los Luna. Este ruido met&aacute;lico y el martilleo del zapatero eran las
+&uacute;nicas manifestaciones de trabajo que turbaban el sagrado silencio del
+claustro alto.</p>
+
+<p>Cuando Gabriel abandonaba el lecho al salir el sol, despu&eacute;s de una noche
+de penosa tos, encontraba ya en la salita de entrada a Sagrario
+preparando la m&aacute;quina para la diaria labor. Desde el d&iacute;a siguiente de su
+vuelta a la catedral hab&iacute;a quitado la funda a la m&aacute;quina, dedic&aacute;ndose al
+trabajo con tenacidad taciturna, como un medio de pasar inadvertida en
+las Claver&iacute;as y que la gente la perdonase su pasado. La vieja jardinera
+le proporcionaba labores, y el ruido del pespunte sonaba en la antigua
+habitaci&oacute;n, mezcl&aacute;ndose muchas veces con las melod&iacute;as del arm&oacute;nium del
+maestro de capilla.</p>
+
+<p>El <i>Vara de palo</i> pasaba por su casa como una sombra. Permanec&iacute;a en la
+catedral o en el claustro bajo, no subiendo a su habitaci&oacute;n m&aacute;s que en
+casos de necesidad. Com&iacute;a con la cabeza baja, para no mirar a su hija,
+que estaba sentada al otro extremo de la mesa y parec&iacute;a pr&oacute;xima a
+prorrumpir en llanto vi&eacute;ndose ante &eacute;l. Un silencio penoso envolv&iacute;a a la
+familia. Don Luis era el &uacute;nico que, en su inconsciencia de hombre
+distra&iacute;do, no se percataba de la situaci&oacute;n, y charlaba alegremente con
+Gabriel de sus esperanzas y de sus entusiasmos musicales. Todo lo
+encontraba natural, nada le sorprend&iacute;a; la vuelta de Sagrario al hogar
+no le hab&iacute;a causado la menor extra&ntilde;eza.</p>
+
+<p>Esteban hu&iacute;a una vez terminada la comida, para no volver a casa hasta la
+noche. Despu&eacute;s de la cena se encerraba en su cuarto, dejando a su
+hermano y a su hija en la sala de entrada. La m&aacute;quina volv&iacute;a a agitarse
+y don Luis tecleaba el arm&oacute;nium, hasta que sonaban las nueve y el <i>Vara
+de plata</i> cerraba la escalera de la torre, agitando su manojo de llaves
+con un ruido que equival&iacute;a al antiguo toque de cubrefuego.</p>
+
+<p>Gabriel se indignaba contra la tenacidad de su hermano.</p>
+
+<p>&mdash;Vas a matar a la chica. Lo que haces no es digno de un padre.</p>
+
+<p>&mdash;No puedo, hermano: me es imposible mirarla. Bastante hago con tolerar
+en nuestra casa estas cosas. &iexcl;Ay!, &iexcl;si supieras c&oacute;mo me duelen las
+miradas de la gente...!</p>
+
+<p>En realidad, hab&iacute;a sido menor de lo que &eacute;l esperaba el esc&aacute;ndalo
+producido en las Claver&iacute;as por la vuelta de Sagrario. Estaba tan afeada
+por la enfermedad y las penalidades, se notaba en ella tal fatiga, que
+ninguna mujer sinti&oacute; animosidad contra ella. La protecci&oacute;n en&eacute;rgica de
+su t&iacute;a Tomasa impon&iacute;a respeto. Adem&aacute;s, aquellas hembras simples, de
+pasiones instintivas, no pod&iacute;an sentir ante su fealdad la envidia hostil
+que inspiraban a&ntilde;os antes su hermosura y el noviazgo con el cadete.
+Hasta Mariquita, la sobrina del <i>Vara de plata</i>, encontraba cierta
+satisfacci&oacute;n para su amor propio protegiendo con una tolerancia
+desde&ntilde;osa a aquella infeliz que en otro tiempo atra&iacute;a la atenci&oacute;n de
+todos los hombres que visitaban el claustro alto.</p>
+
+<p>La curiosidad s&oacute;lo turb&oacute; la calma de las Claver&iacute;as durante una semana.
+Poco a poco, las mujeres dejaron de asomarse a la puerta de los Luna
+para ver a Sagrario inclinada ante la m&aacute;quina, y la muchacha sigui&oacute; su
+vida laboriosa y triste.</p>
+
+<p>Gabriel sal&iacute;a poco de la habitaci&oacute;n. Pasaba los d&iacute;as enteros al lado de
+la joven, queriendo reemplazar con su presencia el hostil alejamiento
+del padre. Le dol&iacute;a que se viese en su propia casa tan despreciada y
+sola como en el mundo. Algunas veces entraba a verles la t&iacute;a Tomasa,
+anim&aacute;ndolos con sus optimismos de anciana alegre. Le plac&iacute;a la conducta
+de su sobrina: trabajar mucho para no ser gravosa al testarudo de su
+padre y ayudar al sostenimiento de la casa, que bien lo necesitaba. Pero
+no por esto hab&iacute;a que matarse trabajando. Calma y buen humor; este mal
+tiempo otro traer&iacute;a. All&iacute; estaba ella, para arreglarlo todo con el
+endemoniado Gabriel. Y alegraba la sombr&iacute;a habitaci&oacute;n con sus risotadas
+y sus palabras en&eacute;rgicas de vieja sana.</p>
+
+<p>Otras veces invad&iacute;an la casa los amigos de Gabriel, abandonando la
+tertulia del zapatero. No pod&iacute;an resistir la ausencia de Luna:
+necesitaban o&iacute;rle, consultarle, y hasta el mismo zapatero, cuando el
+trabajo no era urgente, abandonaba su mesilla, y oliendo a engrudo, con
+el mandil plegado en la cintura y la cabeza en turbantada de pa&ntilde;uelos,
+ven&iacute;a a sentarse junto a la m&aacute;quina de Sagrario.</p>
+
+<p>La joven fijaba con admiraci&oacute;n los tristes ojos en su t&iacute;o. De peque&ntilde;a
+hab&iacute;a o&iacute;do hablar a sus padres, siempre con cierto respeto, de aquel
+pariente extraordinario que corr&iacute;a lejanas tierras. Lo recordaba como
+una vaga sombra atravesando su amorosa embriaguez, cuando pas&oacute; unos
+cuantos d&iacute;as en la catedral, antes de establecerse en Barcelona,
+asombr&aacute;ndolos a todos con las relaciones de sus viajes y sus costumbres
+de extranjero. Ahora volv&iacute;a a verle, envejecido, enfermo como ella, pero
+ejerciendo sobre los que le rodeaban la influencia misteriosa de sus
+palabras, que eran como m&uacute;sica sobrenatural para aquella gente de
+esp&iacute;ritu petrificado.</p>
+
+<p>En medio de su tristeza, Sagrario no ten&iacute;a otro placer que escuchar a
+Gabriel. Ella era igual a aquellos hombres sencillos que olvidaban sus
+ocupaciones para buscar a Luna, con el ansia de o&iacute;r de su boca cosas
+nuevas. Gabriel era el mundo moderno que durante muchos a&ntilde;os hab&iacute;a
+pasado lejos de la catedral, sin rozarla siquiera, y entraba por fin,
+asombrando y conmoviendo a un pu&ntilde;ado de seres que a&uacute;n viv&iacute;an en el siglo
+XVI.</p>
+
+<p>La aparici&oacute;n de Sagrario hab&iacute;a causado cierto trastorno en la vida de
+Luna. Era m&aacute;s comunicativo; olvidaba la reserva que se hab&iacute;a impuesto al
+refugiarse en el regazo de piedra de la iglesia; ya no se esforzaba por
+callar, ocultando sus pensamientos. La presencia de una mujer parec&iacute;a
+animarle, despertando su antiguo ardor de propagandista. Sus compa&ntilde;eros
+ve&iacute;an un Gabriel m&aacute;s locuaz y dispuesto a comunicarles las &laquo;cosas
+nuevas&raquo; que trastornaban el orden tradicional de sus pensamientos y
+muchas noches turbaban su sue&ntilde;o.</p>
+
+<p>Hablaban, discut&iacute;an, consultando a Luna para que esclareciese sus
+confusas ideas, y sobre la voz de los hombres resaltaba el repiqueteo de
+la m&aacute;quina de coser, siempre en actividad, como un eco del universal
+trabajo que agitaba al mundo, mientras la calma de la nada esparc&iacute;a su
+silencio por las entra&ntilde;as de piedra del templo.</p>
+
+<p>Todos aquellos hombres, habituados a las faenas de la iglesia, lentas,
+regulares, calmosas y con largos intervalos de descanso, admiraban la
+nerviosa actividad de Sagrario.</p>
+
+<p>&mdash;Se va usted a matar, criatura&mdash;dec&iacute;a el viejo manchador del &oacute;rgano&mdash;.
+S&eacute; bien lo que es eso. Algo parecido hago yo, &iexcl;dale que dale a los
+fuelles! Y cuando es una misa de mucha m&uacute;sica, de esas que le gustan a
+don Luis, acabo por renegar del &oacute;rgano y de quien lo invent&oacute;, pues me
+rompo los brazos.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;El trabajo!&mdash;dijo el campanero con &eacute;nfasis&mdash;. &iexcl;El trabajo es un
+castigo de Dios! Ya sab&eacute;is su origen. Fue la pena eterna que el Se&ntilde;or
+impuso a nuestros primeros padres al arrojarlos del Para&iacute;so. Es una
+cadena que siempre llevaremos arrastrando.</p>
+
+<p>&mdash;No, se&ntilde;or&mdash;repuso el zapatero&mdash;. El trabajo es la mayor de las
+virtudes, seg&uacute;n he le&iacute;do en los peri&oacute;dicos. Nada de castigo. La
+ociosidad es madre del vicio, y el trabajo una virtud. &iquest;No es as&iacute;, don
+Gabriel?</p>
+
+<p>Y el zapaterillo miraba al maestro, aguardando sus palabras con la misma
+ansiedad del sediento que espera el agua.</p>
+
+<p>&mdash;El trabajo&mdash;dijo Gabriel&mdash;no es castigo ni virtud; es una ley dura a
+que estamos sometidos para la conservaci&oacute;n personal y de la especie
+humana. Sin el trabajo no existir&iacute;a la vida.</p>
+
+<p>Y con la misma entonaci&oacute;n ardorosa con que en otros tiempos conmov&iacute;a a
+las muchedumbres en las reuniones de protesta contra la sociedad,
+describ&iacute;a a aquella media docena de hombres y a la triste costurera, que
+cesaba de mover la m&aacute;quina para escucharle, la grandeza del trabajo
+universal, que todos los d&iacute;as fatigaba a la tierra para vencerla y
+obligarla a sustentar a los humanos.</p>
+
+<p>Era un combate, cada veinticuatro horas, con las fuerzas ciegas de la
+Naturaleza. El ej&eacute;rcito del trabajo se extend&iacute;a por todo el globo:
+ara&ntilde;aba los continentes, saltaba a las islas, surcaba el mar, descend&iacute;a
+a las entra&ntilde;as del suelo. &iquest;Cu&aacute;ntos eran sus soldados? &iexcl;Qui&eacute;n pod&iacute;a
+contarlos! Millones y millones. Al romper el d&iacute;a nadie faltaba a la
+lista: las bajas eran reemplazadas, los claros que la miseria y la
+desgracia abr&iacute;an en sus filas se llenaban inmediatamente. Apenas
+comienza a salir el sol, sopla su humo la chimenea de la f&aacute;brica, el
+martillo rompe la piedra, la lima muerde el metal, rasga el arado la
+tierra, se enciende el horno, mueve la bomba su pist&oacute;n, suena el hacha
+en el bosque, corre la locomotora entre chorros de vapor, chirr&iacute;a la
+gr&uacute;a en el puerto, corta el nav&iacute;o las espumas y tiembla en su estela el
+barquichuelo de pesca arrastrando las redes. Nadie falta a la revista
+del trabajo: todos corren, impulsados por el miedo al hambre, desafiando
+el peligro, no sabiendo si llegar&aacute;n a la noche, si el sol que se eleva
+sobre sus cabezas ser&aacute; el &uacute;ltimo de su vida. Y esta concentraci&oacute;n diaria
+de fuerzas humanas ocurre en la primera luz del alba en todas partes del
+mundo, all&iacute; donde los hombres se han juntado formando pueblos y
+constituyendo sociedades, o donde viven en el aislamiento entregados a
+sus fuerzas. El cantero rompe la piedra con su martillo, y al vencerla
+se envenena tragando el polvo en invisibles part&iacute;culas; cada martillazo
+se lleva un fragmento de su vida. El minero desciende al infierno de los
+tiempos modernos, sin m&aacute;s gu&iacute;a que la chispa de su linterna, y arranca
+de las capas de las primeras edades reliquias de la infancia de la
+tierra, los &aacute;rboles carbonizados que dieron sombra a las monstruosas
+bestias de la prehistoria. Lejos del sol y de la vida, desaf&iacute;a a la
+muerte, lo mismo que el alba&ntilde;il, que, despreciando el v&eacute;rtigo, trabaja
+con los pies sobre fr&aacute;gil tabla, admirado por las aves, que extra&ntilde;an la
+presencia en el espacio de un animal sin alas.</p>
+
+<p>El obrero de las f&aacute;bricas, convertido por un progreso desviado y fatal
+en esclavo de la m&aacute;quina, vive junto a ella como una rueda m&aacute;s, como un
+resorte de carne, luchando su cansancio f&iacute;sico con la musculatura de
+hierro que no se fatiga, embrutecido diariamente por la cadencia
+ensordecedora de los pistones y las ruedas, para darnos los innumerables
+productos de la industria que resultan indispensables en la vida de la
+civilizaci&oacute;n.</p>
+
+<p>Y estos millones y millones de hombres que sostienen la existencia de la
+sociedad, que combaten por ella con las fuerzas de la Naturaleza ciegas
+y crueles, que todas las ma&ntilde;anas vuelven a la lucha, viendo en este
+mon&oacute;tono y continuo sacrificio la &uacute;nica misi&oacute;n de su existencia, forman
+la inmensa familia de los asalariados, viviendo de las sobras de una
+minor&iacute;a privilegiada/ content&aacute;ndose para subsistir con peque&ntilde;&iacute;simas
+cantidades de lo que aqu&eacute;lla desprecia, y sometida a un tipo remunerador
+siempre el m&aacute;s bajo, sin esperanza de ahorro y de emancipaci&oacute;n.</p>
+
+<p>&mdash;Esa minor&iacute;a ego&iacute;sta&mdash;dec&iacute;a Gabriel al llegar a este punto&mdash;es la que
+ha falseado la verdad, queriendo persuadir a la mayor&iacute;a de los
+explotados de que el trabajo es una virtud y que la &uacute;nica misi&oacute;n del
+hombre sobre la tierra es la de trabajar hasta que perezca. Esta moral,
+inventada por los grandes capitalistas, abusa de la ciencia, afirmando
+que los cuerpos s&oacute;lo viven sanos dedic&aacute;ndose al trabajo y que la
+inacci&oacute;n es mortal; pero se callan lo que la ciencia a&ntilde;ade, o sea que el
+trabajo excesivo destruye a los hombres con una rapidez infinitamente
+mayor que si viviesen en holganza. Digan en buena hora que el trabajo es
+una necesidad dolorosa para la conservaci&oacute;n de la vida, pero no digan
+que es una virtud, pues el reposo y la dulce inactividad son m&aacute;s gratos
+al hombre y a todos los animales que el movimiento y la fatiga. La
+f&aacute;bula del Para&iacute;so, la sentencia del Dios b&iacute;blico imponiendo el castigo
+de sudar de fatiga para ganar la subsistencia, demuestra que en todos
+los tiempos la moral natural consider&oacute; el reposo como el estado m&aacute;s
+grato al hombre, y que el trabajo debe reputarse como un mal
+indispensable para la existencia, pero mal al fin. Con arreglo al
+instinto de conservaci&oacute;n, la humanidad s&oacute;lo deb&iacute;a trabajar lo necesario
+para la subsistencia. Pero como la inmensa mayor&iacute;a de ella no trabaja
+s&oacute;lo para s&iacute;, sino para el provecho de una minor&iacute;a de explotadores,
+&eacute;stos la exigen que trabaje todo cuanto pueda, aunque perezca por exceso
+de esfuerzo, y as&iacute; ellos se enriquecen acaparando el sobrante de
+producci&oacute;n. Su inter&eacute;s es que el hombre trabaje m&aacute;s de lo que necesita
+para &eacute;l; que produzca m&aacute;s de lo que exigen sus necesidades. En ese
+sobrante est&aacute; su riqueza, y para lograrlo ha inventado una moral
+monstruosa y antihumana, que, por medio de la religi&oacute;n y aun de la
+filosof&iacute;a, ensalza la fatiga, diciendo que el trabajo es la m&aacute;s hermosa
+de las virtudes y la inactividad la fuente de todos los vicios.... A
+esto hay que preguntar: si la ociosidad es un vicio en los pobres, &iquest;por
+qu&eacute; aparece entre los ricos como un signo de distinci&oacute;n y hasta de
+elevaci&oacute;n de esp&iacute;ritu? Si el trabajo es la mayor de las virtudes, &iquest;por
+qu&eacute; se afanan los capitalistas en amontonar riquezas para librarse ellos
+y librar a sus descendientes de la pr&aacute;ctica de tal virtud? &iquest;Por qu&eacute; esa
+sociedad que ensalza el trabajo con los m&aacute;s po&eacute;ticos conceptos relega al
+trabajador a la &uacute;ltima fila? &iquest;Por qu&eacute; acoge con m&aacute;s entusiasmo a
+cualquier soldado que estuvo en la batalla tal o cual, que al viejo
+obrero que ha pasado sesenta a&ntilde;os practicando el trabajo, sin que nadie
+se fije en &eacute;l ni le agradezca tanta virtuosidad...?</p>
+
+<p>Los servidores de la catedral mov&iacute;an la cabeza con muestras de
+asentimiento oyendo a su maestro. Le admiraban como admiran siempre las
+gentes sencillas a los que descienden hasta ellas para ejercer el
+apostolado de las nuevas ideas.</p>
+
+<p>El continuo roce con Gabriel hac&iacute;a germinar en sus cerebros,
+petrificados por el ambiente tradicional, un musgo de ideas semejante a
+las microsc&oacute;picas vegetaciones con que las lluvias del invierno cubr&iacute;an
+los contrafuertes berroque&ntilde;os del templo. Hab&iacute;an vivido hasta entonces
+resignados con la vida que les rodeaba, movi&eacute;ndose como son&aacute;mbulos en la
+frontera indecisa que separa el alma del instinto, y la inesperada
+presencia de aquel fugitivo de las batallas sociales era el empell&oacute;n
+que, los lanzaba en pleno pensamiento, caminando a tientas, sin m&aacute;s luz
+que la del maestro.</p>
+
+<p>&mdash;Vosotros&mdash;a&ntilde;ad&iacute;a Gabriel&mdash;no sufr&iacute;s la esclavitud del trabajo como los
+que viven en plena explotaci&oacute;n moderna. La Iglesia no os exige grandes
+esfuerzos, el servicio de Dios no os destruye por medio de la fatiga,
+pero os mata de hambre. Existe una desigualdad monstruosa entre lo que
+ganan los que cantan sentados en el coro y vosotros que prest&aacute;is al
+culto el esfuerzo de vuestros brazos. No morir&eacute;is de cansancio, es
+verdad; cualquier obrero de las ciudades reir&iacute;a de lo poco fatigosos que
+son vuestros oficios; pero languidec&eacute;is de miseria. En ese claustro se
+encuentran los mismos ni&ntilde;os an&eacute;micos de los barrios obreros. Veo lo que
+com&eacute;is y lo que cobr&aacute;is. La Iglesia paga a sus servidores como en la
+&eacute;poca de la fe: cree que a&uacute;n est&aacute; en los tiempos en que los pueblos
+enteros se lanzaban al trabajo con la esperanza de ganar el cielo y
+levantaban catedrales sin m&aacute;s recompensa positiva que el caldero de
+rancho y las bendiciones del obispo. Y mientras vosotros, seres de carne
+que necesit&aacute;is nutriros, enga&ntilde;&aacute;is vuestro est&oacute;mago y el de vuestras
+mujeres e hijos con patatas y pan, abajo, las im&aacute;genes de palo se cubren
+de perlas y oro, con un lujo est&uacute;pido, sin que se os ocurra preguntar
+por qu&eacute; el &iacute;dolo que no siente necesidades ha de ser rico, mientras
+vosotros no pod&eacute;is satisfacer las vuestras viviendo en la miseria.</p>
+
+<p>Se miraban con asombro los oyentes, cual si les deslumbrasen estas
+palabras. Dudaban un momento, como asustados, y despu&eacute;s la fe del
+creyente iluminaba sus rostros...</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Es verdad!&mdash;dec&iacute;a el campanero con voz sombr&iacute;a.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Es verdad!&mdash;repet&iacute;a el zapatero, poniendo en sus palabras toda la
+amargura de aquella vida de miseria que ven&iacute;a arrastrando con una
+familia cada vez mayor, y sin otro auxilio que el trabajo ineficaz.</p>
+
+<p>Sagrario callaba, no comprendiendo muchas de las afirmaciones de su t&iacute;o,
+pero las acog&iacute;a todas como buenas, por ser de &eacute;l, sonando en sus o&iacute;dos
+cual m&uacute;sica deliciosa.</p>
+
+<p>La fama de Gabriel se difund&iacute;a entre el personal humilde del templo. Los
+dom&eacute;sticos de la Primada se hac&iacute;an lenguas de su sabidur&iacute;a. Los cl&eacute;rigos
+fij&aacute;banse en &eacute;l, y m&aacute;s de una vez el can&oacute;nigo bibliotecario, al pasearse
+por el claustro alto en las tardes lluviosas, hab&iacute;a intentado hacer
+hablar a Luna. Pero el fugitivo, por un resto de prudencia, mostr&aacute;base
+con las sotanas, como &eacute;l dec&iacute;a, fr&iacute;amente cort&eacute;s y reservado, temiendo
+que le expulsar&aacute;n si manifestaba su pensamiento.</p>
+
+<p>S&oacute;lo un cl&eacute;rigo de los que ve&iacute;a en el claustro alto le hab&iacute;a inspirado
+confianza. Era un jovencito de aspecto miserable, con los h&aacute;bitos
+ra&iacute;dos; un cura de monjas de uno de los innumerables conventos de
+Toledo. Ten&iacute;a siete duros al mes por todo medio de vida y una madre
+vieja a quien mantener, sencilla labradora que se hab&iacute;a quitado el pan
+de la boca para dar carrera al hijo.</p>
+
+<p>&mdash;Ya ve usted, Gabriel&mdash;dec&iacute;a el curita&mdash;. Tanto sacrificio, para venir
+a ganar menos de lo que gana un ga&ntilde;&aacute;n en mi pueblo. &iquest;Y para esto me
+ordenaron con tanto aparato? &iquest;Para esto cant&eacute; misa en medio de gran
+pompa, como si al desposarme con la Iglesia me uniese con la riqueza?</p>
+
+<p>Su miseria le hac&iacute;a un esclavo de don Antol&iacute;n. En el &uacute;ltimo tercio del
+mes se presentaba casi todos los d&iacute;as en el claustro para ablandar con
+sus ruegos al <i>Vara de plata</i> y decidirle a un pr&eacute;stamo de unas cuantas
+pesetas. Adulaba a Mariquita, que no pod&iacute;a mostrarse esquiva con &eacute;l a
+pesar de su sotana.</p>
+
+<p>&mdash;Es muy bien parecido&mdash;dec&iacute;a a las mujeres de las Claver&iacute;as, con el
+entusiasmo que le inspiraba todo hombre&mdash;. Me gusta verle al lado de don
+Gabriel y o&iacute;rles cuando hablan paseando por el claustro. Parecen dos
+grandes se&ntilde;ores. Su madre le puso Mart&iacute;n, sin duda porque se parece al
+San Mart&iacute;n de ese pintor que llaman el Greco y que est&aacute; en no recuerdo
+qu&eacute; parroquia.</p>
+
+<p>El halagar a don Antol&iacute;n era empresa m&aacute;s ardua, y el pobre curita sufr&iacute;a
+mucho para tener propicio al avaro, que se irritaba si no le devolv&iacute;an a
+tiempo sus pr&eacute;stamos mezquinos. El <i>Vara de plata</i>, en su af&aacute;n
+autoritario, gustaba de tener bajo su voluntad a un sacerdote, a un
+igual, para que viesen en las Claver&iacute;as que no mandaba &uacute;nicamente en la
+gente menuda. Don Mart&iacute;n era para &eacute;l un criado con sotana, al que hac&iacute;a
+comparecer todas las tardes con diversos pretextos. Se satisfac&iacute;a
+teni&eacute;ndolo horas enteras paseando frente a su casa, con la obligaci&oacute;n de
+escucharle y apoyar todas sus palabras.</p>
+
+<p>Algunas veces, Gabriel sent&iacute;a l&aacute;stima ante la dependencia moral en que
+viv&iacute;a el pobre joven, y abandonando a su sobrina, sal&iacute;a al claustro para
+unirse a ellos. No tardaban los amigos en buscarle; y ahora el
+campanero, despu&eacute;s el manchador, luego el pertiguero, el perrero o el
+zapater&iacute;n, iban agreg&aacute;ndose al grupo de que era n&uacute;cleo el <i>Vara de
+plata</i>. A don Antol&iacute;n le gustaba verse rodeado por tanta gente, no
+creyendo que fuese Gabriel quien la atra&iacute;a, sino su autoridad, que
+inspiraba miedo y respeto.</p>
+
+<p>No reconociendo igualdad m&aacute;s que en Luna, s&oacute;lo a &eacute;l dirig&iacute;a su palabra,
+como si los dem&aacute;s no tuvieran otro deber que escucharle en silencio. Si
+alguno hablaba, fing&iacute;a no o&iacute;rlo y segu&iacute;a dirigi&eacute;ndose a Gabriel.
+Mariquita, desde la puerta de su casa, arrebujada en un mant&oacute;n, los
+segu&iacute;a con la vista, participando del orgullo de su t&iacute;o al ver que todos
+se agrupaban en torno de &eacute;l, acompa&ntilde;&aacute;ndolo en sus paseos por el
+claustro. La proximidad de tanto hombre parec&iacute;a marearla.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;T&iacute;o...! &iexcl;Don Gabriel...!&mdash;dec&iacute;a con voz mimosa&mdash;. Entren ustedes;
+dentro de casa estar&aacute;n mejor; miren que, aunque hace sol, la tarde es
+fr&iacute;a.</p>
+
+<p>Pero el t&iacute;o no prestaba atenci&oacute;n a estas palabras y segu&iacute;a paseando por
+el lado del claustro ba&ntilde;ado por el sol, hablando campanudamente de su
+tema favorito: de la pobreza presente de la catedral y su grandeza en
+otros tiempos.</p>
+
+<p>&mdash;Este claustro en que estamos&mdash;dec&iacute;a&mdash;, &iquest;creen ustedes que lo
+edificaron para que sirviera de refugio a la gente seglar y humilde que
+hoy lo habita? No se&ntilde;or; la iglesia, aunque generosa, no hubiera
+levantado estas habitaciones, con sus patios interiores y sus
+columnitas, para los <i>Varas de palo</i>, el pertiguero, etc. Este claustro,
+que hab&iacute;a de ser tan grande y hermoso como el de abajo, lo comenz&oacute; el
+cardenal Cisneros&mdash;don Antol&iacute;n se llev&oacute; la mano al bonete&mdash;para que
+viviesen en &eacute;l, sujetos a reglas conventuales, los can&oacute;nigos de la
+catedral. Pero ten&iacute;an mucho dinero los can&oacute;nigos de entonces, eran unos
+grandes se&ntilde;ores, y no pod&iacute;an vivir aqu&iacute; encerrados. Todos protestaron;
+el cardenal, que ten&iacute;a malas pulgas, quiso meterlos en cintura, y uno de
+ellos fue con la queja a Roma, enviado por sus camaradas. Cisneros, como
+era gobernador del Reino, puso guardias en todos los puertos, y el
+can&oacute;nigo emisario fue hecho prisionero al ir a embarcarse en Valencia.
+Total, que los se&ntilde;ores del cabildo, despu&eacute;s de un gran pleito se
+salieron con la suya, viviendo fuera de la Primada, y las Claver&iacute;as
+quedaron sin concluir, con este techo bajo y esta barandilla, todo
+provisional... Pero aun siendo como es este claustro, han vivido reyes
+en &eacute;l. Aqu&iacute; pas&oacute; varios d&iacute;as el gran monarca Felipe II. &iexcl;Qu&eacute; tiempos
+aqu&eacute;llos! Teniendo palacios a su disposici&oacute;n, los reyes prefer&iacute;an vivir
+en estos cuartos, por estar dentro de la catedral, cerca de Dios.... A
+tales monarcas, tales pueblos. Por esto Espa&ntilde;a fue m&aacute;s grande entonces
+que nunca, y &eacute;ramos los amos del mundo, y hab&iacute;a dinero y grandeza, y se
+viv&iacute;a feliz en la tierra, con la certeza de alcanzar el cielo despu&eacute;s de
+muerto.</p>
+
+<p>&mdash;Eso es verdad&mdash;dijo el campanero&mdash;. Aqu&eacute;llos eran los buenos tiempos,
+y por que volviesen fuimos muchos a tiros en las monta&ntilde;as. &iexcl;Ay, si
+hubiera triunfado don Carlos! &iexcl;Si no hubi&eacute;semos tenido traidores...!
+&iquest;Verdad, Gabriel? T&uacute;, que hiciste la guerra lo mismo que yo, podr&aacute;s
+decir si tengo raz&oacute;n.</p>
+
+<p>&mdash;Calla, Mariano&mdash;dijo Gabriel sonriendo tristemente&mdash;. No sabes lo que
+dices. T&uacute; te batiste y diste tu sangre por una causa que a&uacute;n no conoces
+a estas horas. Fuiste a la guerra tan ciego como yo. No pongas esa cara
+de asombro, no intentes protestar. Y si no, vamos a ver: &iquest;qu&eacute; deseabas
+t&uacute; al batirte por don Carlos?</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Yo? Pues ante todo, que le diesen a cada cual lo suyo. &iquest;Le pertenece
+a su familia la corona? Pues que se la den.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Y eso es todo?&mdash;pregunt&oacute; Luna con displicencia.</p>
+
+<p>&mdash;Eso es lo de menos. Lo que yo quer&iacute;a y quiero es que la naci&oacute;n tenga
+un buen amo, un se&ntilde;or recto, excelente cat&oacute;lico, que, sin monsergas de
+leyes ni de Cortes, nos gobierne a todos con el pan en una mano y el
+palo en la otra. Al pillo, &iexcl;garrotazo!, y al honrado, &laquo;&iexcl;Vengan esos
+cinco!, &iexcl;usted es mi amigo...!&raquo; Un rey que no permita que el rico
+atropelle al pobre y se burle de &eacute;l, que no deje que nadie se muera de
+hambre queriendo trabajar... Vamos, creo que me explico.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Y eso crees t&uacute; que exist&iacute;a en otra &eacute;poca y que tu rey va a
+restaurarlo? Esos siglos que os pintan como de grandeza y bienestar son
+justamente los m&aacute;s malos de nuestra historia, la causa de la decadencia
+espa&ntilde;ola, el principio de todos nuestros males.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Alto ah&iacute;, Gabrielillo!&mdash;dijo el <i>Vara de plata</i>&mdash;. T&uacute; sabr&aacute;s mucho,
+has viajado y le&iacute;do m&aacute;s que yo, pero eso no cuela. Estoy algo enterado
+de la cuesti&oacute;n y no voy a permitir que abuses de la ignorancia de
+Mariano y todos &eacute;stos. &iquest;C&oacute;mo puedes decir que aquellos tiempos fueron
+malos y que ellos tienen la culpa de lo que ahora nos ocurre? El
+verdadero culpable es el liberalismo, el descreimiento de la &eacute;poca, el
+haberse metido el demonio en nuestra casa. Espa&ntilde;a, cuando duda de sus
+reyes y no tiene fe en el catolicismo, es como un cojo que suelta las
+muletas y se viene al suelo. Sin el trono y el altar no somos nadie; y
+la prueba la tienes en lo que nos est&aacute; pasando desde que tuvimos
+revoluciones. Nos quitan las islas; no pintamos nada entre los dem&aacute;s
+pueblos; los espa&ntilde;oles, que son los hombres m&aacute;s valientes del mundo, se
+ven derrotados; no hay una peseta, y todos esos se&ntilde;ores que charlan en
+Madrid votan nuevas contribuciones y siempre estamos entrampados.
+&iquest;Cu&aacute;ndo se vio esto en otros tiempos? &iquest;Cu&aacute;ndo...?</p>
+
+<p>&mdash;Se vieron cosas peores, m&aacute;s vergonzosas&mdash;dijo Luna.</p>
+
+<p>&mdash;T&uacute; est&aacute;s loco, muchacho. Esos viajes te han corrompido; hasta creo que
+tienes muy poco de espa&ntilde;ol. &iexcl;Miren ustedes que negar lo que todo el
+mundo sabe, lo que ense&ntilde;an hasta en las escuelas...! &iquest;Y los Reyes
+Cat&oacute;licos eran cualquier cosa? No necesitas libros para saberlo. Entra
+en el coro y ver&aacute;s en la siller&iacute;a baja todas las batallas que los
+religiosos monarcas ganaron a los moros con el apoyo de Dios.
+Conquistaron Granada y arrojaron a los infieles que nos tuvieron siete
+siglos en la barbarie. Despu&eacute;s vino el descubrimiento de Am&eacute;rica. &iquest;Qui&eacute;n
+pod&iacute;a hacer eso? Nosotros y nadie m&aacute;s que nosotros: aquella buena reina
+que empe&ntilde;aba sus joyas para que el bendito Col&oacute;n realizara su viaje.
+Esto no me lo negar&aacute;s, me parece. &iquest;Y el emperador Carlos V? &iquest;Qu&eacute; tienes
+que decir de &eacute;l? &iquest;Conoces un hombre m&aacute;s extraordinario? Les peg&oacute; a todos
+los reyes de Europa; medio mundo era suyo: &laquo;el sol no se pon&iacute;a nunca en
+sus dominios&raquo;; los espa&ntilde;oles &eacute;ramos los amos de la tierra. Esto tampoco
+podr&aacute;s negarlo. Y no digamos nada de don Felipe II, un monarca tan
+sabio, tan astuto, que hac&iacute;a bailar a su gusto a los reyes de Europa
+como si les tirase de un hilillo.... Todo para mayor gloria de Espa&ntilde;a y
+esplendor de la religi&oacute;n. De victorias y grandezas no digamos. Si su
+padre venci&oacute; en Pav&iacute;a, &eacute;l reventaba a los enemigos en San Quint&iacute;n. &iquest;Y
+qu&eacute; me dices de Lepanto? Abajo, en la sacrist&iacute;a, est&aacute;n guardadas las
+banderas de la nave que montaba don Juan de Austria. T&uacute; las has visto:
+una de ellas lleva la imagen de Jes&uacute;s crucificado, y son tan grandes,
+tan grandes, que al colgarlas del <i>triforium</i> hay que recoger las puntas
+para que no toquen el suelo. &iquest;Tampoco fue nada lo de Lepanto...? &iexcl;Vamos,
+Gabriel, que hay que estar loco para negar ciertas cosas! Si ha habido
+que matar moros para que no se apoderasen de Europa, poniendo en peligro
+la fe cristiana, &iquest;qui&eacute;n lo ha hecho? Los espa&ntilde;oles. Que los turcos
+amenazaban con apoderarse de los mares: &iquest;qui&eacute;n les sal&iacute;a al paso?
+Espa&ntilde;a con su don Juan. Y para descubrir un mundo nuevo, los barquitos
+de Espa&ntilde;a; y para dar la vuelta a la tierra, otro espa&ntilde;ol, Magallanes; y
+para todo lo grande, nosotros, siempre nosotros, en aquella &eacute;poca de
+religi&oacute;n y bienestar. &iexcl;Y no digamos de sabidur&iacute;a! Aquellos siglos
+produjeron los hombres m&aacute;s famosos de Espa&ntilde;a, grandes poetas y
+eminent&iacute;simos te&oacute;logos. Nadie les ha igualado despu&eacute;s. Y para demostrar
+que la religi&oacute;n es fuente de toda grandeza, los m&aacute;s ilustres escritores
+llevaban h&aacute;bitos de sacerdote... Adivino lo que podr&aacute;s arg&uuml;&iacute;rme. Que
+tras unos monarcas tan gloriosos, vinieron otros menos grandes y comenz&oacute;
+la decadencia. Tambi&eacute;n s&eacute; algo de esto: lo he o&iacute;do decir al
+bibliotecario de la catedral y a otras personas de gran ciencia. Pero
+esto nada significa. Son designios de Dios, que pone a prueba a los
+pueblos, lo mismo que a las personas, haci&eacute;ndoles bajar de la altura,
+para remontarles de nuevo si ve que perseveran en el buen camino... Pero
+no hablemos de esto. Si hubo decadencia, nada queremos saber de ella.
+Deseamos el pasado glorioso, los brillantes siglos de los Reyes
+Cat&oacute;licos, de don Carlos y de los dos Felipes, y a ellos nos dirigimos
+cuando hablamos de que Espa&ntilde;a vuelva a sus buenos tiempos.</p>
+
+<p>&mdash;Pues esos siglos, don Antol&iacute;n&mdash;dijo Gabriel con calma&mdash;, son los de la
+decadencia espa&ntilde;ola; en ellos se inicia nuestra ruina. No me extra&ntilde;a su
+indignaci&oacute;n: usted repite lo que le han ense&ntilde;ado. Gentes hay por ah&iacute; de
+mayores estudios, que no se irritan menos si les tocan lo que llaman
+nuestros siglos de oro. Es culpa de la educaci&oacute;n que se da en este pa&iacute;s.
+La Historia es una mentira; para saberla tan mal, mejor ser&iacute;a ignorarla.
+En las escuelas se ense&ntilde;a el pasado del pa&iacute;s con un criterio semejante
+al del salvaje, que aprecia los objetos por el brillo, no por su valor y
+utilidad. Espa&ntilde;a ha sido grande y estuvo en camino de ser la primera
+naci&oacute;n del mundo por m&eacute;ritos s&oacute;lidos y positivos que no hubiesen podido
+quebrantar los azares de la guerra y la pol&iacute;tica. Pero esto fue antes de
+esos siglos que usted ensalza, antes de los monarcas extranjeros; en la
+Edad Media, que hac&iacute;a presagiar muchas esperanzas, desvanecidas despu&eacute;s
+al consolidarse la unidad nacional. Nuestra Edad Media produjo un pueblo
+culto, industrioso y civilizado como ninguno de los del mundo. Se
+amontonaron en ella los materiales para construir una naci&oacute;n grande;
+pero llegaron arquitectos de fuera y levantaron este edificio, cuyos
+primeros a&ntilde;os de existencia asombran a usted con el esplendor de la
+novedad, pero entre cuyas ruinas caminamos ahora.</p>
+
+<p>Gabriel olvidaba toda prudencia en el ardor de la discusi&oacute;n. No le
+inspiraba miedo el <i>Vara de plata</i> con su gesto de inquisidor incapaz de
+razonamientos; quer&iacute;a convencerle; sent&iacute;a el ardor, el impulso
+irresistible de sus tiempos de proselitismo, y hablaba sin recatar sus
+pensamientos, sin buscarles ning&uacute;n disfraz por consideraci&oacute;n al ambiente
+que le rodeaba. Don Antol&iacute;n le o&iacute;a con asombro, fija en &eacute;l su mirada
+fr&iacute;a. Los otros escuchaban presintiendo confusamente lo extraordinario
+de tales ideas emitidas en el claustro de una catedral. Don Mart&iacute;n, el
+cura de las monjas, a espaldas de su avariento protector, mostraba en
+sus ojos la avidez simp&aacute;tica con que acog&iacute;a las palabras de Luna.</p>
+
+<p>Describ&iacute;a &eacute;ste al pueblo hispano-romano, sobre el que hab&iacute;a pasado la
+invasi&oacute;n goda sin causar gran mella. Antes bien, el conquistador se
+hab&iacute;a empapado de la degeneraci&oacute;n bajo-latina, quedando sin fuerzas,
+corrompi&eacute;ndose en luchas teol&oacute;gicas e intrigas de dinast&iacute;a semejantes a
+las de Bizancio. La regeneraci&oacute;n no llegaba a Espa&ntilde;a por el Norte, con
+las hordas de b&aacute;rbaros, se presentaba por la parte meridional, con los
+&aacute;rabes invasores. Al principio eran muy pocos, y sin embargo, bastaban
+para vencer a Ruderico y sus corrompidos pr&oacute;ceres. El instinto de la
+nacionalidad cristiana revolvi&eacute;ndose contra los invasores, el repliegue
+de toda el alma espa&ntilde;ola a los riscos de Covadonga para caer de nuevo
+sobre el conquistador, era una mentira. La Espa&ntilde;a de entonces recibi&oacute;
+con agrado a las gentes que ven&iacute;an de &Aacute;frica; los pueblos se entregaban
+sin resistencia; un pelot&oacute;n de jinetes &aacute;rabes bastaba para que se
+abriesen las puertas de una ciudad. Era una expedici&oacute;n civilizadora, m&aacute;s
+bien que una conquista, y una corriente continua de emigraci&oacute;n se
+estableci&oacute; en el Estrecho. Por &eacute;l pasaba aquella cultura joven y
+vigorosa, de r&aacute;pido y asombroso crecimiento, que venc&iacute;a apenas acababa
+de nacer: una civilizaci&oacute;n creada por el entusiasmo religioso del
+Profeta, que se hab&iacute;a asimilado lo mejor del judaismo y la cultura
+bizantina, llevando adem&aacute;s consigo la gran tradici&oacute;n india, los restos
+de la Persia y mucho de la misteriosa China. Era el Oriente que entraba
+en Europa, no como los monarcas asirios, por la Grecia, que les repel&iacute;a,
+viendo en peligro su libertad, sino por el extremo opuesto, por la
+Espa&ntilde;a, esclava de reyes te&oacute;logos y obispos belicosos, que recib&iacute;a con
+los brazos abiertos a los invasores. En dos a&ntilde;os se ense&ntilde;orearon de lo
+que luego cost&oacute; siete siglos arrebatarles. No era una invasi&oacute;n que se
+contiene con las armas: era una civilizaci&oacute;n joven que echaba ra&iacute;ces por
+todos lados. El principio de la libertad religiosa, eterno cimiento de
+las grandes nacionalidades, iba con ellos. En las ciudades dominadas,
+aceptaban la iglesia del cristiano y la sinagoga del jud&iacute;o. La mezquita
+no tem&iacute;a a los templos que encontraba en el pa&iacute;s: los respetaba,
+coloc&aacute;ndose entre ellos sin envidia ni deseo de dominaci&oacute;n. Del siglo
+VIII al XV se fundaba y se desarrollaba la m&aacute;s elevada y opulenta
+civilizaci&oacute;n de Europa en la Edad Media. Mientras los pueblos del Norte
+diezm&aacute;banse en guerras religiosas y viv&iacute;an en una barbarie de tribu, la
+poblaci&oacute;n de Espa&ntilde;a se elevaba a m&aacute;s de treinta millones, revolvi&eacute;ndose
+y amas&aacute;ndose en ella todas las razas y todas las creencias, con una
+infinita variedad engendradora de poderosas vibraciones sociales,
+semejante a la del moderno pueblo americano. Viv&iacute;an confundidos
+cristianos y musulmanes, &aacute;rabes puros, sirios, egipcios, mauritanos,
+jud&iacute;os de tradici&oacute;n hisp&aacute;nica y jud&iacute;os de Oriente, dando lugar a los
+cruzamientos y mesticismos de moz&aacute;rabes, mudejares, mulad&iacute;es y
+hebraizantes. Y en esta fecunda amalgama de pueblos y razas entraban
+todas las ideas, costumbres y descubrimientos conocidos hasta entonces
+en la tierra; todas las artes, ciencias, industrias, inventos y cultivos
+de las antiguas civilizaciones, brotando del choque nuevos
+descubrimientos y creadoras energ&iacute;as. La seda, el algod&oacute;n, el caf&eacute;, el
+papel, la naranja, el lim&oacute;n, la granada, el az&uacute;car, ven&iacute;an con ellos de
+Oriente, as&iacute; como las alfombras, los tis&uacute;es, los tules, los
+adamasquinados y la p&oacute;lvora. Con ellos tambi&eacute;n la numeraci&oacute;n decimal, el
+&aacute;lgebra, la alquimia, la qu&iacute;mica, la medicina, la cosmolog&iacute;a y la poes&iacute;a
+rimada. Los fil&oacute;sofos griegos, pr&oacute;ximos a desaparecer en el olvido, se
+salvaban siguiendo al &aacute;rabe invasor en sus conquistas. Arist&oacute;teles
+reinaba en la famosa Universidad de C&oacute;rdoba. Nac&iacute;a el esp&iacute;ritu
+caballeresco entre los &aacute;rabes espa&ntilde;oles, apropi&aacute;ndoselo despu&eacute;s los
+guerreros del Norte, como si fuese una cualidad de los pueblos
+cristianos. Mientras en la Europa b&aacute;rbara de los francos, los
+anglonormandos y los germanos el pueblo viv&iacute;a en chozas y los reyes y
+barones anidaban en castillos de rocas ennegrecidos por las hogueras,
+comidos por par&aacute;sitos, vestidos de estame&ntilde;a y alimentados como los
+hombres prehist&oacute;ricos, los &aacute;rabes espa&ntilde;oles levantaban sus fant&aacute;sticos
+alc&aacute;zares, y, como los refinados de la antigua Roma, reun&iacute;anse en los
+ba&ntilde;os para conversar sobre cuestiones cient&iacute;ficas o literarias. Si alg&uacute;n
+monje del Norte sent&iacute;a la comez&oacute;n del saber, ven&iacute;a a las universidades
+&aacute;rabes o las sinagogas judaicas de Espa&ntilde;a, y los reyes de Europa se
+cre&iacute;an salvos en sus enfermedades si, en fuerza de oro, pod&iacute;an
+proporcionarse un m&eacute;dico hisp&aacute;nico.</p>
+
+<p>Y cuando poco a poco el elemento aut&oacute;ctono se separa del invasor y
+surgen las peque&ntilde;as nacionalidades cristianas, los &aacute;rabes y los antiguos
+espa&ntilde;oles&mdash;si es que despu&eacute;s del incesante cruzamiento de sangre puede
+marcarse un l&iacute;mite entre las dos razas&mdash;pelean caballerescamente, sin
+exterminarse luego de la victoria, estim&aacute;ndose mutuamente, con grandes
+intervalos de paz, como si quisieran retrasar el momento de la
+definitiva separaci&oacute;n y uni&eacute;ndose muchas veces para empresas comunes. Un
+r&eacute;gimen de libertad impera en los Estados cristianos. Surgen las Cortes
+mucho antes que en los pa&iacute;ses septentrionales de Europa, y los pueblos
+espa&ntilde;oles se gobiernan y regulan sus gastos por s&iacute; mismos, viendo s&oacute;lo
+en el monarca un jefe militar. Los municipios son peque&ntilde;as rep&uacute;blicas,
+con sus magistrados electivos. Las milicias ciudadanas realizan el ideal
+del ej&eacute;rcito democr&aacute;tico. La Iglesia, compenetrada con el pueblo, vive
+en paz con las otras religiones del pa&iacute;s; una burgues&iacute;a inteligente crea
+en el interior poderosas industrias y arma en las costas la primera
+marina de la &eacute;poca, y los productos espa&ntilde;oles son los m&aacute;s apreciados en
+todos los puertos de Europa. Exist&iacute;an ciudades tan populosas como las
+modernas capitales del mundo; poblaciones enteras eran inmensas f&aacute;bricas
+de tejidos; se cultivaba todo el suelo de la Pen&iacute;nsula.</p>
+
+<p>Los Reyes Cat&oacute;licos marcaron el apogeo de las fuerzas nacionales y el
+principio de su decadencia. Su reinado fue grande porque se prolong&oacute;
+hasta &eacute;l el impulso de las energ&iacute;as incubadas por la Edad Media; fue
+execrable porque su pol&iacute;tica torci&oacute; los derroteros de Espa&ntilde;a,
+impuls&aacute;ndonos al fanatismo religioso y a las ambiciones de un cesarismo
+universal. Adelantados en dos o tres siglos al resto de Europa, era
+Espa&ntilde;a para el mundo de entonces lo que es Inglaterra para nuestra
+&eacute;poca. De seguir la misma pol&iacute;tica de tolerancia religiosa, de confusi&oacute;n
+de razas, de trabajo industrial y agr&iacute;cola, con preferencia a las
+empresas militares, &iquest;d&oacute;nde estar&iacute;amos ahora?</p>
+
+<p>Gabriel hac&iacute;a esta pregunta interrumpiendo su calurosa descripci&oacute;n del
+pasado.</p>
+
+<p>&mdash;El renacimiento&mdash;continu&oacute; Luna&mdash;fue m&aacute;s espa&ntilde;ol que italiano. En
+Italia renacieron las bellas letras de la antig&uuml;edad y el arte
+grecorromano; pero no todo el Renacimiento fue literario. El
+Renacimiento representa el surgir a la vida de una sociedad nueva, con
+cultivos, industrias, ej&eacute;rcitos, conocimientos cient&iacute;ficos, etc. &iquest;Y esto
+qui&eacute;n lo hizo sino Espa&ntilde;a, aquella Espa&ntilde;a &aacute;rabe-hebreo-cristiana de los
+Reyes Cat&oacute;licos? El Gran Capit&aacute;n ense&ntilde;&oacute; al mundo el arte de guerrear
+moderno; Pedro Navarro fue un ingeniero asombroso; las tropas espa&ntilde;olas
+las primeras en usar las armas de fuego, cre&aacute;ndose as&iacute; la infanter&iacute;a,
+que democratiz&oacute; la guerra, dando superioridad al pueblo sobre los nobles
+jinetes cubiertos de hierro. Espa&ntilde;a fue quien descubri&oacute; la Am&eacute;rica.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Y te parece poco todo eso?&mdash;interrumpi&oacute; don Antol&iacute;n&mdash;. &iquest;No convienes
+en lo mismo que yo dec&iacute;a? &iquest;Se han visto nunca en Espa&ntilde;a tantas grandezas
+juntas como en la &eacute;poca de aquellos reyes que por algo se llamaron
+Cat&oacute;licos?</p>
+
+<p>&mdash;Reconozco que fue un gran per&iacute;odo de nuestra historia, el &uacute;ltimo
+verdaderamente glorioso, el postrer rayo que lanz&oacute; antes de extinguirse
+la &uacute;nica Espa&ntilde;a que ha marchado por el buen camino. Pero antes de morir
+los Reyes Cat&oacute;licos ya empieza la decadencia al descuartizarse el cuerpo
+joven y robusto de la Espa&ntilde;a &aacute;rabe, cristiana y hebrea. Tiene usted
+raz&oacute;n, don Antol&iacute;n: por algo se llamaban Cat&oacute;licos aquellos reyes.
+Establece la Inquisici&oacute;n do&ntilde;a Isabel con su fanatismo de hembra. La
+ciencia apaga su l&aacute;mpara en la mezquita y la sinagoga y oculta los
+libros en el convento cristiano, viendo que es llegada la hora de rezar
+m&aacute;s que de leer. El pensamiento espa&ntilde;ol se refugia en la sombra, tiembla
+de fr&iacute;o y soledad, y acaba por morir. Lo que resta de &eacute;l se dedica a la
+poes&iacute;a, a la comedia, a los escarceos teol&oacute;gicos. La ciencia es un
+camino que conduce a la hoguera. Despu&eacute;s sobreviene una nueva calamidad,
+la expulsi&oacute;n de los jud&iacute;os hisp&aacute;nicos, tan compenetrados con el esp&iacute;ritu
+de este pa&iacute;s, tan amantes de &eacute;l, que a&uacute;n hoy, despu&eacute;s de cuatro siglos,
+esparcidos por las riberas del Danubio o del Bosforo, son espa&ntilde;oles y
+lloran en viejo castellano la patria perdida:</p>
+
+<div class="poem"><div class="stanza">
+<span class="i2"><i>Perdimos la bella Si&oacute;n</i>;<br /></span>
+<span class="i0"><i>perdimos tambi&eacute;n Espa&ntilde;a</i>,<br /></span>
+<span class="i0"><i>nido de consolaci&oacute;n</i>.<br /></span>
+</div></div>
+
+<p>Aquel pueblo que hab&iacute;a dado a la ciencia de la Edad Media un Maim&oacute;nides
+y era el sostenedor de la industria y el comercio hisp&aacute;nicos, sali&oacute; en
+masa de nuestro pa&iacute;s. Espa&ntilde;a, enga&ntilde;ada por su extraordinaria vitalidad,
+se abr&iacute;a las venas para contentar al naciente fanatismo, creyendo
+sobrellevar sin peligro esta p&eacute;rdida. Despu&eacute;s viene lo que un escritor
+moderno llama &laquo;el cuerpo extra&ntilde;o&raquo; interponi&eacute;ndose en nuestra vida
+nacional: los Austrias que reinan y Espa&ntilde;a que pierde para siempre su
+car&aacute;cter y muere.</p>
+
+<p>&mdash;Gabriel&mdash;interrumpi&oacute; el sacerdote&mdash;, eso que dices son disparates. La
+verdadera Espa&ntilde;a empieza con el Emperador y sigue igualmente gloriosa
+con don Felipe II. &Eacute;sa es la Espa&ntilde;a castiza que debe servirnos de
+ejemplo y a la cual queremos volver.</p>
+
+<p>&mdash;No; la Espa&ntilde;a castiza, la Espa&ntilde;a espa&ntilde;ola, sin mezcla de
+extranjerismo, es la de los cristianos mezclados con &aacute;rabes, moros y
+jud&iacute;os, la de la tolerancia religiosa, la del engrandecimiento
+industrial y agr&iacute;cola y los municipios libres, la que muere bajo los
+Reyes Cat&oacute;licos. Lo que viene luego es la Espa&ntilde;a teut&oacute;nica y flamenca,
+convertida en una colonia de Alemania, sirviendo como un soldado
+mercenario bajo banderas extranjeras, arruin&aacute;ndose en empresas que nada
+le interesaban, derramando la sangre y el oro por los compromisos del
+llamado Sacro Imperio Romano Germ&aacute;nico. Comprendo el encanto que ejerce
+el Emperador sobre los caracteres estacionarios, adoradores del pasado.
+&iexcl;Una gran persona el tal don Carlos! Valeroso en el combate, astuto en
+la pol&iacute;tica, alegre y campechano como un burgomaestre de su pa&iacute;s; gran
+comedor, gran bebedor y aficionado a tomar por el talle a las muchachas.
+Pero no hab&iacute;a en &eacute;l nada de espa&ntilde;ol. La herencia de su madre s&oacute;lo la
+aprereciaba como buena para explotarla. Espa&ntilde;a es una sierva del
+germanismo, pronta a dar cuantos hombres se la pidan y a satisfacer
+empr&eacute;stitos y tributos. Toda la vida exuberante almacenada en este suelo
+por la cultura hispano&aacute;rabe durante siglos la absorbe el Norte en menos
+de cien a&ntilde;os. Desaparecen los municipios libres; sus defensores suben al
+cadalso en Castilla y en Valencia; el espa&ntilde;ol abandona el arado y el
+telar para correr el mundo con el arcabuz al hombro; las milicias
+ciudadanas se transforman en tercios que se baten en toda Europa sin
+saber por qu&eacute; ni para qu&eacute;; las ciudades industriosas descienden a ser
+aldeas; las iglesias se tornan conventos; el cl&eacute;rigo popular y tolerante
+se convierte en fraile, que copia, por imitaci&oacute;n servil, el fanatismo
+germ&aacute;nico; los campos quedan yermos por falta de brazos; sue&ntilde;an los
+pobres con hacerse ricos en el saqueo de una ciudad enemiga, y abandonan
+el trabajo; la burgues&iacute;a industriosa se convierte en plantel de
+covachuelistas y golillas, abandonando el comercio como ocupaci&oacute;n vil,
+propia de herejes, y los ej&eacute;rcitos mercenarios de Espa&ntilde;a, tan invictos y
+gloriosos como desarrapados, sin m&aacute;s paga que el robo y en continua
+sublevaci&oacute;n contra los jefes, infestan nuestro pa&iacute;s con un hampa
+miserable, de la que salen el espadach&iacute;n, el pordiosero con trabuco, el
+salteador de caminos, el santero andante, el hidalgo hambr&oacute;n y todos los
+personajes que despu&eacute;s recogi&oacute; la novela picaresca.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Pero Gabriel de los demonios!&mdash;dijo, indignado, el <i>Vara de plata</i>&mdash;,
+&iquest;negar&aacute;s que don Carlos, que edific&oacute; el Alc&aacute;zar de Toledo, y don Felipe
+II, que vivi&oacute; en este mismo claustro, fueron dos grandes reyes...?</p>
+
+<p>&mdash;No lo niego: fueron dos hombres extraordinarios, dos grandes monarcas;
+pero mataron a Espa&ntilde;a para siempre. Fueron dos extranjeros, dos
+alemanes. Felipe II se revisti&oacute; de un falso espa&ntilde;olismo para continuar
+la pol&iacute;tica germ&aacute;nica de su padre. Esta m&aacute;scara nos caus&oacute; gran da&ntilde;o,
+pues a&uacute;n quedan hoy muchos que la admiran como la m&aacute;s castiza
+representaci&oacute;n del espa&ntilde;olismo. Hay para volverse loco ante las absurdas
+conjeturas y las faltas de verdad que inspiran aquella &eacute;poca. Muchos
+cat&oacute;licos sue&ntilde;an con canonizar a Felipe II por la crueldad fr&iacute;a con que
+exterminaba a los herejes: el tal rey no ten&iacute;a otro catolicismo que el
+suyo; era un heredero del cesarismo germ&aacute;nico, eterno martillo de los
+papas. Arrastrado por la soberbia, bordeaba continuamente el cisma y la
+herej&iacute;a. Si no rompi&oacute; con el Pontificado fue porque, temiendo &eacute;ste que
+los soldados de Espa&ntilde;a, que hab&iacute;an entrado dos veces en Roma, se
+quedasen en ella para siempre, se allanaba a todas sus imposiciones. El
+padre y el hijo nos robaron la nacionalidad y disfrazados con ella,
+derrocharon nuestra vida en sus planes puramente personales de resucitar
+el cesarismo de Carlomagno y hacer la religi&oacute;n cat&oacute;lica a su gusto e
+imagen. Hasta mataron la antigua religiosidad espa&ntilde;ola, tolerante y
+culta por su continuo roce con el mahometismo y el hebra&iacute;smo: aquella
+Iglesia hisp&aacute;nica, cuyo sacerdote viv&iacute;a en paz dentro de las ciudades
+con el alfaqu&iacute; y el rabino, y que castigaba con penas morales a los que
+por exceso de celo turbaban el culto de los infieles. La intolerancia
+religiosa, que los historiadores extranjeros creen un producto
+espont&aacute;neo del suelo espa&ntilde;ol, nos fue importada por el cesarismo
+germ&aacute;nico. Era el fraile alem&aacute;n, que llegaba con su brutalidad devota y
+su locura teol&oacute;gica, no templada, como en Espa&ntilde;a, por la cultura semita.
+Con su intransigencia provocaba la revoluci&oacute;n de la Reforma en los
+pa&iacute;ses del Norte; y arrojado de ellos, ven&iacute;a aqu&iacute; a renovar en tierra
+nueva su incultura y su fanatismo. El terreno estaba bien preparado. Al
+morir las ciudades libres, aquellos municipios que eran republicanos,
+muri&oacute; el pueblo. La simiente extranjera produjo en poco tiempo una
+inmensa selva: la selva de la Inquisici&oacute;n y del fanatismo, que a&uacute;n
+subsiste. Cortan y cortan los le&ntilde;adores modernos, pero son pocos y caen
+fatigados; los brazos de un hombre pueden poco ante troncos de cuatro
+siglos. El fuego, &uacute;nicamente el fuego podr&aacute; acabar con esa vegetaci&oacute;n
+maldita.</p>
+
+<p>Don Antol&iacute;n abr&iacute;a los ojos con asombro. Ya no se indignaba: parec&iacute;a
+aterrado por las palabras de Luna.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Gabriel!, &iexcl;hijo m&iacute;o!&mdash;exclam&oacute;&mdash;. Eres m&aacute;s verde de lo que yo cre&iacute;a.
+Piensa en d&oacute;nde est&aacute;s; f&iacute;jate en lo que dices. Estamos en la Iglesia
+Primada de las Espa&ntilde;as....</p>
+
+<p>Pero Luna hab&iacute;a tomado impulso al remover sus recuerdos hist&oacute;ricos y no
+se deten&iacute;a, arrastrado por su ardor de propagandista. Le animaba la
+antigua fiebre oratoria y hablaba como en los m&iacute;tines, cuando no pod&iacute;a
+contener su palabra entre los aplausos, las protestas y el oleaje de la
+muchedumbre resistiendo a la Polic&iacute;a.</p>
+
+<p>El asombro del sacerdote sirvi&oacute; para excitarle m&aacute;s.</p>
+
+<p>&mdash;Felipe II&mdash;continu&oacute;&mdash;era un extranjero, alem&aacute;n hasta los huesos. Su
+gravedad taciturna, su pensamiento tardo y penetrante, no eran
+espa&ntilde;oles: eran flamencos. La impasibilidad con que recib&iacute;a los reveses
+que arruinaban a la naci&oacute;n era la de un extra&ntilde;o que no estaba ligado por
+ning&uacute;n afecto a esta tierra. &laquo;Mejor quiero reinar sobre cad&aacute;veres que
+sobre herejes&raquo;, dec&iacute;a. Y cad&aacute;veres eran, realmente, los espa&ntilde;oles,
+condenados a no pensar o a mentir, ocultando su pensamiento. Los
+antiguos oficios hab&iacute;an desaparecido. Fuera de la Iglesia no exist&iacute;a
+otro porvenir que ser aventurero en aquella Am&eacute;rica que de nada serv&iacute;a a
+la naci&oacute;n, pues la convert&iacute;an en una caja de caudales del rey, o ser
+soldado de oficio en Europa, bati&eacute;ndose por la reconstituci&oacute;n del Sacro
+Imperio Germ&aacute;nico, por la supeditaci&oacute;n del Papa al Emperador y por la
+extinci&oacute;n de la Reforma religiosa, empresas que en nada interesaban a
+Espa&ntilde;a, y eran, sin embargo, sangr&iacute;as sueltas por las que se escapaba su
+vida. Los menestrales desaparec&iacute;an, tragados por los ej&eacute;rcitos, y las
+ciudades se llenaban de inv&aacute;lidos y veteranos arrastrando la ro&ntilde;osa
+tizona, &uacute;nica prueba de la val&iacute;a personal. Extingui&eacute;ronse los gremios y
+la clase media; s&oacute;lo hubo nobles, orgullosos de ser criados de los
+reyes, y un populacho que ped&iacute;a pan y espect&aacute;culos, como el romano,
+content&aacute;ndose con la sopa de los conventos y las quemas d&eacute; herejes
+organizadas por la Inquisici&oacute;n.</p>
+
+<p>Despu&eacute;s sobreven&iacute;a la ruina. Tras los cesares grandes, fatales para
+Espa&ntilde;a, ven&iacute;an los chicos: el fan&aacute;tico Felipe III, que daba el golpe de
+misericordia expulsando a los moriscos; Felipe IV, un degenerado con
+aficiones literarias, que escrib&iacute;a versos y cortejaba monjas, y el
+miserable Carlos II.</p>
+
+<p>&mdash;Nunca ha habido en Espa&ntilde;a tanta religiosidad, don Antol&iacute;n&mdash;dec&iacute;a
+Luna&mdash;. La Iglesia era due&ntilde;a de todo. Los tribunales eclesi&aacute;sticos
+juzgaban hasta al mismo rey, pero la justicia seglar no pod&iacute;a tocarle un
+pelo de la ropa al &uacute;ltimo sacrist&aacute;n, aunque cometiese los mayores
+delitos en la v&iacute;a p&uacute;blica. S&oacute;lo la Iglesia pod&iacute;a juzgar a los suyos.
+Seg&uacute;n cuenta Barrionuevo en sus Memorias, frailes armados hasta los
+dientes arrebataban a la justicia del rey, en pleno d&iacute;a y en medio de la
+plaza Mayor de Madrid, al pie de la horca, a uno de los suyos
+sentenciado por asesinato. La Inquisici&oacute;n no satisfecha con achicharrar
+herejes, juzgaba y castigaba... a los contrabandistas de ganado. Los
+hombres de letras refugi&aacute;banse aterrados en la amena literatura, como
+&uacute;ltimo albergue del pensamiento. Limit&aacute;banse a producir novelas
+picarescas o comedias en las que se ensalzaba un honor fiero que s&oacute;lo
+exist&iacute;a en la imaginaci&oacute;n de los poetas, mientras reinaba la mayor
+corrupci&oacute;n en las costumbres. Los grandes ingenios espa&ntilde;oles ignoraban o
+fing&iacute;an ignorar lo que la revoluci&oacute;n dec&iacute;a m&aacute;s all&aacute; d&eacute; las fronteras.
+Quevedo, que era el m&aacute;s audaz, s&oacute;lo osaba decir:</p>
+
+<div class="poem"><div class="stanza">
+<span class="i0"><i>Con la Inquisici&oacute;n</i>....<br /></span>
+<span class="i5">&iexcl;<i>Chitan</i>!<br /></span>
+</div></div>
+
+
+<p>triste epitafio del pensamiento espa&ntilde;ol, que prefer&iacute;a perecer, ya que la
+verdad no pod&iacute;a decirse. Para vivir tranquilos y sustentarse en una
+&eacute;poca de incultura, los poetas buscaban la sombra de la Iglesia y se
+cubr&iacute;an con sus h&aacute;bitos. Lope de Vega, Calder&oacute;n, Moreto, Tirso de
+Molina, Mira de Amescua, T&aacute;rrega, Argensola, G&oacute;ngora, Rioja y otros,
+eran sacerdotes, muchos de ellos despu&eacute;s de una vida borrascosa.
+Montalb&aacute;n fue cura y empleado de la Inquisici&oacute;n, y hasta el pobre
+Cervantes, en la vejez, hubo de tomar el h&aacute;bito de San Francisco. Espa&ntilde;a
+ten&iacute;a once mil conventos, con m&aacute;s de cien mil frailes y cuarenta mil
+monjas, y a esto hab&iacute;a que a&ntilde;adir ciento sesenta y ocho mil sacerdotes y
+los innumerable servidores dependientes de la Iglesia, como alguaciles,
+familiares, carceleros y escribanos del Santo Oficio, sacristanes,
+mayordomos, buleros, santeros, ermita&ntilde;os, demandaderos, seises,
+cantores, legos, novicios, &iexcl;y qu&eacute; s&eacute; yo cu&aacute;nta gente m&aacute;s...! En cambio,
+la naci&oacute;n, desde treinta millones de habitantes, hab&iacute;a bajado a siete
+millones en poco m&aacute;s de dos siglos. Las expulsiones de jud&iacute;os y moriscos
+por la intolerancia religiosa; la Inquisici&oacute;n con el miedo que
+inspiraba; las continuas guerras en el exterior; la emigraci&oacute;n a Am&eacute;rica
+con la esperanza de enriquecerse sin trabajo; el hambre, la falta de
+higiene, el abandono de los campos, hab&iacute;an realizado esta r&aacute;pida
+despoblaci&oacute;n. Las rentas de Espa&ntilde;a llegaron a bajar a catorce millones
+de ducados, mientras las del clero ascend&iacute;an a ocho millones. La Iglesia
+pose&iacute;a m&aacute;s de la mitad de la fortuna nacional. &iexcl;Qu&eacute; tiempos!, &iquest;en, don
+Antol&iacute;n?</p>
+
+<p>El <i>Vara de plata</i> le escuchaba fr&iacute;amente, como si hubiese formado un
+concepto definitivo de Luna y no hiciera gran caso de sus palabras.</p>
+
+<p>&mdash;Por malos que fuesen&mdash;dijo con lentitud&mdash;, no ser&iacute;an peores que los
+presentes. Al menos, nadie robaba a la Iglesia. Cada uno se contentaba
+con su pobreza, pensando en el cielo, que es la &uacute;nica verdad, y el culto
+de Dios ten&iacute;a lo que le corresponde. &iquest;Es que t&uacute;, acaso, no crees en
+Dios...?</p>
+
+<p>Gabriel eludi&oacute; la respuesta, y sigui&oacute; hablando de aquellos tiempos.</p>
+
+<p>Fue un per&iacute;odo de barbarie, de estancamiento, mientras Europa se
+desenvolv&iacute;a y progresaba. El pueblo que iba al frente de la civilizaci&oacute;n
+se qued&oacute; entre los &uacute;ltimos. Los reyes, impulsados por el orgullo espa&ntilde;ol
+y por las pretensiones heredadas de los cesares germ&aacute;nicos, acomet&iacute;an la
+loca aventura de dominar toda Europa, sin m&aacute;s base que una naci&oacute;n de
+siete millones de habitantes y unos tercios mal pagados y hambrientos.
+El oro de Am&eacute;rica iba a parar a los bolsillos de los holandeses, y en
+esta empresa, digna de Don Quijote, recib&iacute;a la naci&oacute;n golpe tras golpe.
+Espa&ntilde;a era cada vez m&aacute;s cat&oacute;lica, m&aacute;s pobre y m&aacute;s b&aacute;rbara. Ansiaba
+conquistar el mundo, y ten&iacute;a en su interior regiones enteras
+deshabitadas. Muchos de los antiguos pueblos hab&iacute;an desaparecido; se
+borraban los caminos; nadie en Espa&ntilde;a sab&iacute;a con certeza la geograf&iacute;a del
+pa&iacute;s, y en cambio, pocos ignoraban la situaci&oacute;n del cielo y del
+purgatorio. Los parajes de alguna feracidad no estaban ocupados por
+granjas, sino por conventos, y al borde de las escasas carreteras
+vivaqueaban las partidas de bandoleros, refugi&aacute;ndose, al verse
+perseguidos, en los monasterios, donde les apreciaban por su
+religiosidad y por las muchas misas que encargaban para sus almas
+pecadoras.</p>
+
+<p>La incultura era atroz. Los reyes estaban aconsejados por cl&eacute;rigos hasta
+en asuntos de guerra. Carlos II, ante la oferta de que tropas holandesas
+guarnecieran las plazas espa&ntilde;olas de Flandes, consult&oacute; el asunto con
+te&oacute;logos, como un caso de conciencia, porque esto pod&iacute;a facilitar la
+difusi&oacute;n de la herej&iacute;a, y acab&oacute; por preferir que cayesen en poder de los
+franceses, que, aunque enemigos, al fin eran cat&oacute;licos. En la
+Universidad de Salamanca, el poeta Torres de Villarroel no encontraba ni
+una sola obra de geograf&iacute;a, y cuando hablaba de matem&aacute;ticas, los
+disc&iacute;pulos le dec&iacute;an que eran cosas de sortilegio, ciencia del diablo
+que &uacute;nicamente pod&iacute;a entenderse unt&aacute;ndose con el ung&uuml;ento que usan los
+brujos. Los te&oacute;logos de la corte repel&iacute;an el plan de un canal para unir
+el Tajo con el Manzanares, diciendo que la obra era contra la voluntad
+de Dios, pues con decir &eacute;ste &laquo;fiat&raquo;, los dos r&iacute;os se hubieran unido, y
+que por algo estaban separados desde el principio del mundo. Los m&eacute;dicos
+de Madrid ped&iacute;an a Felipe IV que se dejara la basura en las calles,
+&laquo;porque siendo muy sutil el aire de la ciudad, ocasionar&iacute;a grandes
+estragos si no se impregnaba del vaho de las inmundicias&raquo;. Y un siglo
+despu&eacute;s, un te&oacute;logo famoso de Sevilla retaba en un acto p&uacute;blico a que
+discutiesen con &eacute;l esta tesis: &laquo;M&aacute;s queremos errar con San Clemente, San
+Basilio y San Agust&iacute;n, que acertar con Descartes y Newton.&raquo;</p>
+
+<p>Felipe II hab&iacute;a amenazado con pena de muerte y confiscaci&oacute;n de bienes al
+que publicase libros extranjeros o circulase los manuscritos; sus
+sucesores prohibieron a los espa&ntilde;oles escribir sobre materias pol&iacute;ticas.
+Falto el pensamiento de expansi&oacute;n, se dedic&oacute; a las artes y la poes&iacute;a. El
+teatro y la pintura llegaron a un nivel casi superior al de los otros
+pueblos. Fueron la v&aacute;lvula de escape del genio nacional; pero esta
+primavera del arte fue ef&iacute;mera, y en mitad del siglo XVII sobrevino una
+decadencia grotesca y envilecedora.</p>
+
+<p>La pobreza en aquellos dos siglos fue horrible. El mismo Felipe II, con
+ser se&ntilde;or del mundo, sac&oacute; a la venta los t&iacute;tulos de nobleza por seis mil
+reales, a&ntilde;adiendo al margen del decreto &laquo;que no se reparase mucho en la
+calidad y origen de las personas&raquo;. En Madrid, el pueblo asaltaba las
+panader&iacute;as, disput&aacute;ndose el pan a pu&ntilde;aladas. El presidente de Castilla
+recorr&iacute;a los lugares de la provincia, acompa&ntilde;ado del verdugo, para
+despojar a los labradores de sus escasas cosechas. Los recaudadores de
+tributos, no encontrando qu&eacute; cobrar en los pueblos, arrancaban las
+techumbres de las casas, vendiendo las maderas y las tejas. Las familias
+hu&iacute;an al monte al ver en lontananza a los representantes del rey; los
+pueblos quedaban desiertos y ca&iacute;an en ruinas. El hambre entraba hasta
+en el palacio real, y Carlos II, se&ntilde;or de Espa&ntilde;a y de las Indias, no
+pod&iacute;a algunos d&iacute;as dar de comer a la servidumbre. El embajador de
+Inglaterra y el de Dinamarca ten&iacute;an que salir con criados armados a
+buscar pan en las cercan&iacute;as de Madrid.</p>
+
+<p>Y mientras tanto, los innumerables conventos, due&ntilde;os de m&aacute;s de la mitad
+del pa&iacute;s y &uacute;nicos poseedores de la riqueza, mostraban su caridad
+repartiendo la sopa a aquellos que a&uacute;n ten&iacute;an fuerzas para ir a
+buscarla, y fundando hospicios y hospitales, donde la gente mor&iacute;a de
+miseria, pero segura de entrar en el cielo. En las ciudades no hab&iacute;a m&aacute;s
+establecimientos pr&oacute;speros y ricos que los conventos y los hospitales.
+La antigua industria hab&iacute;a desaparecido. Segovia, famosa por sus pa&ntilde;os,
+que ocupaba en su fabricaci&oacute;n cerca de cuarenta mil personas, apenas si
+ten&iacute;a quince mil habitantes, y tan olvidados de tejer la lana, que
+cuando Felipe V quiso restablecer la fabricaci&oacute;n tuvo que traer obreros
+alemanes.</p>
+
+<p>&mdash;Y as&iacute; Sevilla, y Valencia, y Medina del Campo, famosas por su feria y
+sus industrias&mdash;continuaba Gabriel&mdash;. Sevilla, que en el siglo XV pose&iacute;a
+diecis&eacute;is mil telares de seda, lleg&oacute; en el XVII a no tener m&aacute;s que
+sesenta y cinco. Bien es verdad que, en cambio, su clero catedral era de
+ciento diecisiete can&oacute;nigos y ten&iacute;a sesenta y ocho conventos con m&aacute;s de
+cuatro mil frailes y catorce mil cl&eacute;rigos en la di&oacute;cesis. &iquest;Y Toledo? A
+fines del siglo XV empleaba cincuenta mil obreros en sus tejidos de seda
+y de lana y sus talleres de armas, y a m&aacute;s los curtidores, los plateros,
+los guanteros y los joyeros. A fines del XVII no ten&iacute;a apenas quince mil
+habitantes. Todo muerto, todo arruinado; veinticinco casas de familias
+ilustres pasaron a poder de los conventos; no hab&iacute;a m&aacute;s ricos en la
+ciudad que los frailes, el arzobispo y la catedral. Espa&ntilde;a estaba tan
+exang&uuml;e al acabar los Austrias, que se vio pr&oacute;xima a ser repartida entre
+las potencias de Europa, como Polonia, otro pueblo cat&oacute;lico como el
+nuestro. La discordia entre los reyes fue lo &uacute;nico que nos salv&oacute;.</p>
+
+<p>Si tan malos fueron aquellos tiempos, Gabriel&mdash;dijo el <i>Vara de
+plata</i>&mdash;, &iquest;c&oacute;mo los espa&ntilde;oles mostraban tanta conformidad? &iquest;Por qu&eacute; no
+hac&iacute;an pronunciamientos y sublevaciones como en esta &eacute;poca de perdici&oacute;n?</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Qu&eacute; hab&iacute;an de hacer? El despotismo de los dos cesares hab&iacute;a impuesto
+a los espa&ntilde;oles una ciega obediencia a los reyes, como representantes de
+Dios. El clero los educaba en esta creencia, por la comunidad de
+intereses entre la Iglesia y el Trono. Hasta los poetas m&aacute;s ilustres
+corromp&iacute;an al pueblo, ensalzando el servilismo mon&aacute;rquico en sus
+comedias. Calder&oacute;n afirmaba que la hacienda y la vida del ciudadano no
+pertenec&iacute;an a &eacute;ste, pues eran del rey. Adem&aacute;s, la religi&oacute;n lo llenaba
+todo, era el &uacute;nico fin de la existencia, y los espa&ntilde;oles, pensando
+siempre en el cielo, acababan por acostumbrarse a las miserias de la
+tierra. No dude usted que el exceso de religiosidad nos arruin&oacute; y estuvo
+pr&oacute;ximo a matarnos como naci&oacute;n. A&uacute;n ahora arrastramos las consecuencias
+de esta enfermedad que ha durado siglos.... Para salvar de la muerte a
+este pa&iacute;s, &iquest;qu&eacute; hubo que hacer? Llamar al extranjero; y vinieron los
+Borbones. Miren ustedes si habr&iacute;amos llegado abajo, que ni militares
+ten&iacute;amos. En esta tierra, a falta de otros m&eacute;ritos, desde la &eacute;poca
+celt&iacute;bera siempre hemos contado con caudillos de pelea. Pues bien; en la
+guerra de Sucesi&oacute;n hubo que traer generales ingleses y franceses y hasta
+oficiales, pues no hab&iacute;a un espa&ntilde;ol que supiera apuntar un ca&ntilde;&oacute;n ni
+mandar una compa&ntilde;&iacute;a. No hab&iacute;a quien sirviera para ministro, y
+extranjeros fueron todos los gobernantes con Felipe V y Fernando VI;
+extranjeros los que vinieron a restaurar las perdidas industrias, a
+roturar las tierras abandonadas, a establecer los antiguos riegos y
+fundar colonias en los p&aacute;ramos frecuentados por fieras y bandidos.
+Espa&ntilde;a, que hab&iacute;a colonizado medio mundo a su manera, era a su vez
+descubierta y colonizada por los europeos. Los espa&ntilde;oles aparec&iacute;an como
+pobres indios guiados por su cacique el fraile y adornados los harapos
+con escapularios y milagrosas reliquias. El anticlericalismo era el
+&uacute;nico remedio para tanta ruina, y este esp&iacute;ritu vino con los
+colonizadores extranjeros. Felipe V quiso suprimir la Inquisici&oacute;n y
+acabar la guerra naval con las naciones musulmanas, que duraba mil a&ntilde;os,
+despoblando las costas del Mediterr&aacute;neo con el miedo a los piratas
+berberiscos y turcos. Pero los ind&iacute;genas se revolv&iacute;an contra toda
+reforma de los colonizadores, y el primer Borb&oacute;n tuvo que desistir,
+viendo en peligro su corona. Despu&eacute;s, sus sucesores inmediatos, con
+mayores ra&iacute;ces en el pa&iacute;s, se atrevieron a continuar su obra. Carlos
+III, para civilizar a Espa&ntilde;a, s&oacute;lo tuvo que meter mano a la Iglesia,
+limitando sus privilegios y sus rentas, cuidando las cosas de la tierra
+y olvidando las del cielo. Se vio el mismo espect&aacute;culo que en nuestro
+siglo, cuando los gobiernos tocan los intereses eclesi&aacute;sticos. Los
+obispos protestaron, hablando en pastorales y cartas de &laquo;las
+persecuciones de la pobre Iglesia, saqueada en sus bienes, ultrajada en
+sus ministros y atropellada en sus inmunidades&raquo;; pero el pa&iacute;s despert&oacute;,
+gozando el &uacute;nico per&iacute;odo pr&oacute;spero que se conoce en los tiempos modernos
+antes de la desamortizaci&oacute;n. Europa estaba regida entonces por reyes
+fil&oacute;sofos y Carlos III era uno de ellos. El eco de la revoluci&oacute;n inglesa
+vibraba a&uacute;n en el mundo. Los monarcas quer&iacute;an ser amados, no temidos, y
+en casi todas las naciones luchaban con el embrutecimiento de las masas,
+imponiendo las reformas progresivas de real orden y casi por la fuerza.
+Pero el gran mal del sistema mon&aacute;rquico es la herencia, el poder
+vinculado en una familia. Un hombre de buen sentido y rectas intenciones
+puede engendrar un imb&eacute;cil: tras Carlos III rein&oacute; Carlos IV, y por si
+esto no fuese suficiente, al a&ntilde;o de morir aquel monarca estall&oacute; la
+Revoluci&oacute;n francesa, con sus audacias, que volvieron locos a todos los
+reyes de Europa. A los Borbones de Espa&ntilde;a se les fue la cabeza, para no
+recobrarla ya m&aacute;s. Descarrilaron, se salieron del camino, abraz&aacute;ndose de
+nuevo a la Iglesia, como &uacute;nica salvaci&oacute;n ante el peligro
+revolucionario, y todav&iacute;a no han vuelto ni volver&aacute;n a la buena ruta.
+Jesu&iacute;tas, frailes y obispos tornaron a ser los consejeros de palacio, y
+a&uacute;n lo son ahora, como en los tiempos en que Carlos II consultaba los
+planes militares y pol&iacute;ticos con una junta de te&oacute;logos. Hemos tenido
+revoluciones mentidas que han derrocado las personas, no las ideas. Algo
+hemos adelantado, pero a saltitos, t&iacute;midamente, con desordenados
+retrocesos, como el que avanza con miedo, y de repente, al m&aacute;s leve
+ruido, echa a correr hacia el punto de partida. La transformaci&oacute;n ha
+sido m&aacute;s exterior que interna. La gente vive a&uacute;n con el alma del siglo
+XVII. Perdura en ella el miedo, la cobard&iacute;a que inspiraba la hoguera
+inquisitorial. Los espa&ntilde;oles tienen m&eacute;dula de esclavo; sus arrogancias y
+energ&iacute;as son exteriores. No en balde se viven tres siglos de servidumbre
+eclesi&aacute;stica. Hacen revoluciones, son capaces de rebelarse, pero se
+detendr&aacute;n siempre ante el umbral de la Iglesia, que fue su se&ntilde;ora por la
+fuerza y contin&uacute;a si&eacute;ndolo sin ella. No hay miedo de que entren aqu&iacute;:
+est&eacute; usted tranquilo, don Antol&iacute;n; y eso que, en justicia, tendr&iacute;an
+muchas cuentas que pedirla sobre el pasado. &iquest;Es porque son religiosos
+como en otras &eacute;pocas? Usted sabe que no, y se queja con raz&oacute;n viendo
+c&oacute;mo se extinguen, sin el auxilio popular, las antiguas grandezas de la
+Iglesia.</p>
+
+<p>&mdash;Eso es verdad&mdash;dijo el <i>Vara de plata</i>&mdash;. No hay fe: nadie es capaz de
+hacer un sacrificio por la casa de Dios. S&oacute;lo en la hora de la muerte,
+cuando entra el miedo, se acuerdan algunos de ayudarnos con su fortuna.</p>
+
+<p>&mdash;No hay fe; &eacute;sa es la verdad. El espa&ntilde;ol, despu&eacute;s de aquella fiebre
+religiosa que casi le produjo la muerte, vive en una indiferencia
+interna, no por reflexi&oacute;n cient&iacute;fica, sino por debilidad de pensamiento.
+Sabe que ir&aacute; al cielo o al infierno; lo cree as&iacute; porque se lo han
+ense&ntilde;ado; pero se deja llevar por la corriente de la vida, sin esfuerzo
+alguno por escoger un sitio u otro. Es el hombre que m&aacute;s pr&aacute;ctica la
+religi&oacute;n y menos piensa en ella. Ni duda ni cree. Acepta lo
+establecido, viviendo en un sonambulismo intelectual. Si alguna vez el
+pensamiento, desvel&aacute;ndose, le sugiere una cr&iacute;tica, la ahoga al momento
+por el miedo. La inquisici&oacute;n a&uacute;n vive entre nosotros; no tememos a la
+hoguera, pero nos causa pavor el &laquo;qu&eacute; dir&aacute;n&raquo;. La sociedad estacionada y
+refractaria a toda innovaci&oacute;n es el Santo Oficio moderno. El que
+desentona, sali&eacute;ndose de la general y mon&oacute;tona vulgaridad, se atrae las
+iras sordas de la gran masa escandalizada y sufre el castigo. Si es
+pobre, se le somete a la prueba del hambre cort&aacute;ndole los medios de
+vida; si es independiente, se le quema en efigie, creando el vac&iacute;o en
+torno de &eacute;l. Hay que ser correcto, acatar lo establecido, y de aqu&iacute; que,
+ligados unos a otros por el miedo, no surja una idea original, no exista
+un pensamiento independiente, y hasta los sabios se guarden para ellos
+las conclusiones que sacan del estudio, someti&eacute;ndose en la vida vulgar a
+los mismos usos y preocupaciones de los imb&eacute;ciles. Mientras esto siga,
+es tarea in&uacute;til la de los revolucionarios en este pa&iacute;s. Podr&aacute;n cambiar
+aparentemente la faz del suelo, pero al hundir el azad&oacute;n encontrar&aacute;n la
+piedra de los siglos siempre unida y compacta. El car&aacute;cter nacional, al
+perder la fe religiosa, no ha cambiado. La fe ha muerto, pero queda el
+cad&aacute;ver, con apariencias vitales, ocupando el mismo sitio, obstruyendo
+el paso con su dureza de momia. Los mismos revolucionarios sostienen,
+con su deseo de no desentonar, este simulacro de vida. Imitan el respeto
+y la tolerancia de los vencedores de otros pa&iacute;ses, pero no aprenden
+antes el &iacute;mpetu irrespetuoso y anonadador con que otros pueblos
+derrumbaron y patearon el pasado sin misericordia ni escr&uacute;pulos. Pobre y
+arrinconada est&aacute; la Iglesia, don Antol&iacute;n, compar&aacute;ndola con lo que fue en
+otros siglos; pero no tema usted que se agrave su situaci&oacute;n. La marea ha
+llegado a su mayor altura y no pasar&aacute; de ah&iacute;. Mientras en este pa&iacute;s
+tenga miedo la gente a decir lo que piensa, y se escandalice ante una
+idea nueva, y tiemble por lo que dir&aacute; el vecino, r&iacute;anse de las
+revoluciones, pues por muchas que estallen no les llegar&aacute; a ustedes el
+agua a la boca.</p>
+
+<p>Don Antol&iacute;n re&iacute;a escuchando esto.</p>
+
+<p>&mdash;Pero hombre, Gabrielillo, debes de estar loco. Esos viajes y esas
+lecturas te han trastornado. Al principio me indignaba, crey&eacute;ndote de
+los que desean una revoluci&oacute;n para quitarnos lo poco que nos queda y
+proclamar a la pendanga de la Rep&uacute;blica, suprimiendo el presupuesto
+eclesi&aacute;stico. Pero veo que vas m&aacute;s all&aacute;; con nada te conformas, todo te
+parece p&eacute;simo... y esto me hace gracia. No eres enemigo terrible, porque
+tiras de muy lejos. Me parece que andas tan mal de la cabeza como del
+pecho.... Pero hombre, &iquest;a&uacute;n te parecen poca cosa las revoluciones que
+hemos tenido? &iquest;Y a&uacute;n crees que el pa&iacute;s est&aacute; tan salvaje como en esos
+siglos que has pintado a tu manera...? Pues yo&mdash;a&ntilde;adi&oacute; el sacerdote con
+iron&iacute;a&mdash;oigo hablar mucho de los progresos del pa&iacute;s, y s&eacute; que hay
+ferrocarriles, y que los alrededores de las ciudades se pueblan de
+chimeneas, y hasta muchos imp&iacute;os celebran esto, compar&aacute;ndolas con los
+campanarios de las iglesias.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Bah!&mdash;exclam&oacute; Gabriel con expresi&oacute;n de indiferencia&mdash;. Algo hay de
+esos adelantos. Las revoluciones pol&iacute;ticas han puesto a Espa&ntilde;a en
+contacto con Europa. La corriente progresiva ha cogido a este pa&iacute;s,
+arrastr&aacute;ndolo como arrastra a los pueblos asi&aacute;ticos y oce&aacute;nicos. Hoy
+nadie se libra de ella. Pero nosotros vamos r&iacute;o abajo, inertes y sin
+fuerzas; si avanzamos, es por la corriente, no por nuestro vigor,
+mientras otros pueblos m&aacute;s fuertes nadan y nadan, alej&aacute;ndose cada vez
+m&aacute;s. &iquest;En qu&eacute; hemos contribuido a este progreso? &iquest;D&oacute;nde est&aacute;n nuestras
+manifestaciones de vida moderna? Los ferrocarriles, escasos y malos, son
+obra de extranjeros, y a ellos pertenece su propiedad; entre los rieles
+crece la hierba, lo que demuestra que a&uacute;n sigue la santa calma de
+aquellos tiempos de carromatos y galeras aceleradas. Las industrias m&aacute;s
+importantes, la metalurgia y las minas, de extranjeros son tambi&eacute;n, o de
+espa&ntilde;oles que est&aacute;n supeditados a ellos, viviendo de su protectora
+misericordia. La industria vegeta a la sombra de un proteccionismo
+b&aacute;rbaro que encarece el g&eacute;nero, fomentando sus defectos, y aun as&iacute; no
+encuentra capital. El dinero sigue guardado en los campos en forma de
+tesoro, en el fondo de una tinaja, o se dedica a la usura en las
+poblaciones, lo mismo que en pasados siglos. Los m&aacute;s audaces se atreven
+a dedicarlo a la compra de los valores p&uacute;blicos, y los gobiernos
+contin&uacute;an el despilfarro, seguros de que encontrar&aacute;n siempre quienes les
+presten y ensalzando este cr&eacute;dito como una manifestaci&oacute;n de la
+prosperidad del pa&iacute;s. Hay en Espa&ntilde;a dos millones de hect&aacute;reas de tierra
+sin cultivar, veintis&eacute;is millones de secano y s&oacute;lo un mill&oacute;n de regad&iacute;o.
+Este cultivo de secano, que viene a ser toda nuestra agricultura, es un
+llamamiento que la desidia espa&ntilde;ola hace al hambre; una demostraci&oacute;n
+perpetua del fanatismo, que conf&iacute;a en la rogativa y en la lluvia del
+cielo m&aacute;s que en los adelantos de los hombres. Los r&iacute;os ruedan hacia los
+mares por cerca de comarcas abrasadas, desbord&aacute;ndose en el invierno no
+para fecundar, sino para arrastrarlo lodo en el &iacute;mpetu de la inundaci&oacute;n.
+Hay piedra para iglesias y nuevos convenios, nunca para diques y
+pantanos. Se levantan campanarios y se cortan &aacute;rboles, que atraen la
+lluvia. Y no me arguya usted de nuevo, Antol&iacute;n, que la Iglesia es pobre
+y de nada tiene la culpa. Los pobres son ustedes, los de la Iglesia
+rancia y tradicional, los de la religi&oacute;n a la espa&ntilde;ola, pues en esto hay
+modas, y los fieles se van con lo m&aacute;s reciente; pero ah&iacute; est&aacute;n los
+jesu&iacute;tas, la manifestaci&oacute;n m&aacute;s moderna del catolicismo, la &laquo;&uacute;ltima
+novedad&raquo;, que con su Coraz&oacute;n de Jes&uacute;s y dem&aacute;s idolatr&iacute;as a la francesa
+levantan palacios e iglesias en todas partes, desviando el dinero que
+antes iba a las catedrales y siendo la &uacute;nica demostraci&oacute;n de la riqueza
+del pa&iacute;s. Pero volvamos a nuestro progreso. Peor a&uacute;n que la sequedad, es
+para nuestra agricultura la ignorancia y la rutina del pueblo labrador.
+Toda invenci&oacute;n y aplicaci&oacute;n cient&iacute;fica la rechazan, crey&eacute;ndola mala.
+&laquo;Los tiempos pasados eran los buenos. As&iacute; cultivaban mis abuelos y as&iacute;
+debo hacerlo yo.&raquo; La ignorancia se ve convertida en gloria nacional. Y
+no hay que esperar por ahora el remedio. En otros pa&iacute;ses salen de las
+universidades y de las escuelas superiores los reformistas, los
+combatientes del progreso. Aqu&iacute; s&oacute;lo producen los centros de ense&ntilde;anza
+un proletariado de levita ansioso de vivir, que asalta las profesiones y
+puestos p&uacute;blicos sin otro deseo que el de abrirse paso y que esta
+situaci&oacute;n contin&uacute;e. Se estudia (si es que se estudia) durante unos
+cuantos a&ntilde;os, no para saber, sino para adquirir un diploma, un pedazo de
+papel que autorice a ganarse el pan. Se aprende lo que declama el
+catedr&aacute;tico, sin curiosidad alguna de ir m&aacute;s all&aacute;. Los profesores son en
+su mayor&iacute;a m&eacute;dicos y abogados que ejercen su carrera, van una hora todos
+los d&iacute;as a sentarse en la c&aacute;tedra, repitiendo como un fon&oacute;grafo lo que
+dijeron en a&ntilde;os anteriores, y vuelven en seguida a sus enfermos y sus
+pleitos, sin enterarse de lo que se escribe y se dice por el mundo
+despu&eacute;s que ellos ganaron su puesto. La cultura espa&ntilde;ola es de segunda
+mano, puramente exterior, &laquo;traducido del franc&eacute;s&raquo;, y aun esto para la
+exigua minor&iacute;a que lee, pues el resto de los llamados intelectuales no
+tienen otra biblioteca que los textos en que estudiaron de muchachos y
+se enteran de los adelantos del pensamiento europeo... por los
+peri&oacute;dicos. Los padres, con el af&aacute;n de asegurar cuanto antes el porvenir
+de sus hijos mediante una carrera, los env&iacute;an a los centros de ense&ntilde;anza
+apenas saben hablar. El estudiante-hombre de otros pa&iacute;ses, en toda la
+plenitud de su raz&oacute;n, no existe aqu&iacute;. Las universidades se llenan de
+ni&ntilde;os; en los institutos s&oacute;lo se ven pantalones cortos. El espa&ntilde;ol, al
+afeitarse por primera vez, es ya licenciado y va para doctor. La nodriza
+acabar&aacute; por sentarse al lado del catedr&aacute;tico. Y esos ni&ntilde;os que reciben
+el bautismo de la ciencia a la edad en que otros pa&iacute;ses se juega al
+trompo, y afirm&aacute;ndose en el t&iacute;tulo que pregona su ciencia ya no estudian
+m&aacute;s, son los intelectuales que han de dirigirnos y salvarnos, los que
+ma&ntilde;ana ser&aacute;n legisladores y ministros. &iexcl;Vamos, hombre, que hay para
+re&iacute;r!</p>
+
+<p>Gabriel no re&iacute;a, pero el <i>Vara de plata</i> y los dem&aacute;s celebraban sus
+palabras. Toda cr&iacute;tica contra los tiempos presentes alegraba al
+sacerdote.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Qu&eacute; demonio de hombre!&mdash;dec&iacute;a a Gabriel&mdash;. T&uacute;, en tu locura, tienes
+para todos.</p>
+
+<p>&mdash;Este pa&iacute;s est&aacute; agotado, don Antol&iacute;n. Aqu&iacute; nada queda en pie. Es
+incalificable el n&uacute;mero de ciudades que han desaparecido desde que
+comenz&oacute; nuestra decadencia. En otros pa&iacute;ses guardan cuidadosamente las
+ruinas del pasado como p&aacute;ginas de piedra de la Historia. Las limpian,
+las conservan, las sostienen y fortifican, y abren caminos para que
+todos puedan contemplarlas. Aqu&iacute;, por donde ha pasado el arte romano, el
+bizantino, el &aacute;rabe, el mudejar, el g&oacute;tico y el Renacimiento, todas las
+artes de Europa, los hierbajos y matorrales cubren las ruinas en los
+campos, ocult&aacute;ndolas y desfigur&aacute;ndolas, y la barbarie de las gentes las
+mutila en las ciudades. Se piensa a todas horas en el pasado, y sin
+embargo, se desprecian sus restos. &iexcl;Qu&eacute; pa&iacute;s de sue&ntilde;o y de abandona!
+Espa&ntilde;a no es un pueblo, es un museo desordenado y polvoriento de cosas
+viejas que atrae a los curiosos de Europa. En &eacute;l, hasta las ruinas est&aacute;n
+arruinadas.</p>
+
+<p>Los ojos de don Mart&iacute;n, el cura joven, se fijaban en Gabriel. Parec&iacute;an
+hablarle expresando el entusiasmo con que acog&iacute;a sus palabras. Los otros
+oyentes, silenciosos y cabizbajos, no experimentaban menos el encanto de
+aquellas afirmaciones, que tan audaces resultaban en el ambiente
+reposado y rancio del claustro. Don Antol&iacute;n era el &uacute;nico que re&iacute;a,
+encontrando gracios&iacute;simas, por lo disparatadas, las ideas de Gabriel.
+Comenzaba a atardecer. El sol hab&iacute;a desaparecido tras de los tejados de
+la catedral. La sobrina del <i>Vara de plata</i> volv&iacute;a a llamarles desde la
+puerta de su claver&iacute;a.</p>
+
+<p>&mdash;Ahora vamos, muchacha&mdash;dijo el cura&mdash;. Tengo que decirle antes una
+raz&oacute;n a este se&ntilde;or.</p>
+
+<p>Y dirigi&eacute;ndose a Luna, continu&oacute;:</p>
+
+<p>Pero, &iexcl;hombre de Dios...! (y no deb&iacute;a llamarte as&iacute;, porque est&aacute;s
+empecatado), t&uacute; todo lo encuentras mal. La Iglesia espa&ntilde;ola, rancia,
+como t&uacute; dices, ha quedado empobrecida, &iexcl;y a&uacute;n te parece poca revoluci&oacute;n!
+&iquest;Qu&eacute; es lo que t&uacute; quieres?, &iquest;qu&eacute; es lo que deseas para que esto se
+arregle? Su&eacute;ltanos tu secreto y v&aacute;manos, que ya va picando el fr&iacute;o.</p>
+
+<p>Y re&iacute;a, mirando a Gabriel con l&aacute;stima paternal, como si fuese un ni&ntilde;o.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Mi remedio!&mdash;exclam&oacute; Luna, sin hacer caso del gesto del sacerdote&mdash;.
+Yo no tengo remedio alguno. Es la marcha de la humanidad la que lo
+ofrece. Todos los pueblos de la tierra han pasado por las mismas
+evoluciones. Primero fueron regidos por la espada, despu&eacute;s por la fe, y
+ahora por la ciencia. Nosotros hemos sido gobernados por guerreros y
+sacerdotes, pero nos detuvimos en el p&oacute;rtico de la vida moderna, sin
+fuerza ni deseo para tomar la mano de la ciencia, que era la &uacute;nica que
+pod&iacute;a guiarnos. De aqu&iacute; nuestra situaci&oacute;n triste. Ciencias son hoy la
+agricultura, las industrias, las artes y los oficios, la cultura y el
+bienestar de los pueblos... hasta la misma guerra. Y Espa&ntilde;a vive lejos
+del sol de la ciencia. Cuando m&aacute;s, conoce un reflejo p&aacute;lido, fr&iacute;o y
+debilitado que le llega de pa&iacute;ses extra&ntilde;os. La enfermedad de la fe nos
+ha dejado sin fuerzas; somos como esos seres que, despu&eacute;s de sufrir una
+dolencia en su juventud, quedan an&eacute;micos para siempre, sin
+reconstituci&oacute;n posible, condenados a prematura vejez.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Bah!, &iexcl;la ciencia!&mdash;dijo el <i>Vara de plata</i> yendo hacia su casa&mdash;.
+Conozco eso. Es la eterna m&uacute;sica de todos los enemigos de la religi&oacute;n.
+No hay mejor ciencia que amar a Dios y sus obras. Buenas tardes.</p>
+
+<p>&mdash;Muy buenas, don Antol&iacute;n. Pero no lo olvide usted; a&uacute;n no hemos salido
+de la fe y la espada. A ratos, nos dirige una o nos arrea la otra. Pero
+de la ciencia, ni una palabra. Ni siquiera ha regido Espa&ntilde;a durante
+veinticuatro horas.</p>
+
+
+
+<hr style="width: 65%;" />
+<h2><a name="VII" id="VII"></a>VII</h2>
+
+<p>Gabriel, despu&eacute;s de esta tarde, evit&oacute; las reuniones en el claustro para
+no discutir con el <i>Vara de plata</i>. Estaba arrepentido de su audacia. Al
+quedar solo hab&iacute;a reflexionado sobre los peligros a que se expon&iacute;a
+emitiendo sus ideas con tanta libertad. Le aterraba el ser expulsado de
+la catedral, corriendo de nuevo el mundo, a la ventura. Se reprend&iacute;a,
+ech&aacute;ndose en cara su af&aacute;n de chocar con los prejuicios del pasado. &iquest;Qu&eacute;
+iba a conseguir cambiando el pensamiento de aquella pobre gente? &iquest;En qu&eacute;
+pod&iacute;a pesar, para la emancipaci&oacute;n de la humanidad, la conversi&oacute;n de
+aquellos hombres agarrados como moluscos a las piedras del pasado...?</p>
+
+<p>La catedral era para Gabriel un gigantesco tumor que hinchaba la
+epidermis espa&ntilde;ola como rastro de antiguas enfermedades. Nada hab&iacute;a que
+hacer all&iacute;. No era un m&uacute;sculo capaz de desarrollo: era un absceso que
+aguardaba la hora de ser extirpado o de disolverse por los g&eacute;rmenes
+mortales que llevaba en su interior. &Eacute;l hab&iacute;a escogido como refugio
+aquella ruina, y deb&iacute;a callar, ser prudente, para que no le echasen en
+cara su ingratitud.</p>
+
+<p>Adem&aacute;s, su hermano Esteban, rompiendo el mutismo fr&iacute;o en que se hab&iacute;a
+encerrado desde la llegada de su hija, le aconsejaba prudencia.</p>
+
+<p>Don Antol&iacute;n le hab&iacute;a llamado, relat&aacute;ndole a su modo la conversaci&oacute;n con
+Gabriel.</p>
+
+<p>&mdash;Tiene unas ideas del demonio, Esteban&mdash;dijo el sacerdote&mdash;, y las
+expone en esta santa casa con la mayor tranquilidad, como si estuviera
+en uno de esos clubs infernales que hay en los pa&iacute;ses extranjeros.
+&iquest;D&oacute;nde ha estado tu hermano para aprender tales cosas? Jam&aacute;s hab&iacute;a o&iacute;do
+herej&iacute;as tan enormes.... Dile que lo olvido todo porque le conoc&iacute; de
+peque&ntilde;o, porque recuerdo que fue la gloria de nuestro Seminario, y
+especialmente porque est&aacute; enfermo y ser&iacute;a inhumano hacerle salir de la
+catedral. Pero que no se repita el esc&aacute;ndalo. &iexcl;Chit&oacute;n! Que se guarde
+todas esas monstruosidades en la cabeza, si es que tiene gusto en perder
+su alma. Pero en esta santa casa, y sobre todo delante del personal, ni
+una palabra, &iquest;lo entiendes?, ni una palabra. No faltaba m&aacute;s sino que en
+la Iglesia Primada se diesen <i>metinges</i>.... Adem&aacute;s, tu hermano debe de
+pensar que al fin est&aacute; comiendo en estos momentos el pan de la Iglesia,
+pues de ella vives t&uacute; que le mantienes, y que no es muy digno despu&eacute;s de
+esto hablar de la obra m&aacute;s sabia de Dios, queriendo encontrarla
+defectos.</p>
+
+<p>Esta &uacute;ltima consideraci&oacute;n fue la que m&aacute;s impresion&oacute; a Gabriel,
+lastimando su dignidad. Don Antol&iacute;n dec&iacute;a bien. &Eacute;l no era m&aacute;s que un
+par&aacute;sito de la catedral, y al refugiarse en su regazo le deb&iacute;a gratitud
+y silencio. Callar&iacute;a. &iquest;No hab&iacute;a convenido al ocultarse all&iacute; en que hab&iacute;a
+muerto...? Vivir&iacute;a como el cad&aacute;ver animado, que era para ciertas &oacute;rdenes
+religiosas la suprema perfecci&oacute;n humana. Pensar&iacute;a como todos, o m&aacute;s
+bien, no pensar&iacute;a: vegetar&iacute;a, hasta que llegase su &uacute;ltima hora, como las
+plantas del jard&iacute;n o los hongos de los contrafuertes del claustro.</p>
+
+<p>Procur&oacute; evitar todo encuentro con sus amigos y admiradores de las
+Claver&iacute;as. No visit&oacute; m&aacute;s la habitaci&oacute;n del zapatero, y cuando ve&iacute;a a los
+camaradas rondar por el claustro con la intenci&oacute;n de meterse en la casa
+de los Luna, dejaba sola a Sagrario, subi&eacute;ndose al camaranch&oacute;n del
+maestro de capilla.</p>
+
+<p>Los servidores de la catedral sent&aacute;banse en torno de la m&aacute;quina de
+coser, esperando en vano que bajase el maestro, satisfechos, ya que no
+le ve&iacute;an, de estar cerca de &eacute;l, mirando su asiento abandonado y
+conversando con la muchacha, que se expresaba con ingenua admiraci&oacute;n al
+hablar de su t&iacute;o. El maestro de capilla alegr&aacute;base al ver que le
+visitaba de nuevo Luna. Era su &uacute;nico admirador. Al eclipsarse durante
+una buena temporada, el pobre artista hab&iacute;a sufrido la amargura de la
+soledad, desesper&aacute;ndose con furia infantil, como si un p&uacute;blico inmenso
+le volviera la espalda. Mimaba a Gabriel como si fuese la mujer amada. A
+pesar de su distracci&oacute;n, fij&aacute;base en sus toses, recomend&aacute;ndole remedios
+fant&aacute;sticos imaginados por &eacute;l; se inquietaba por los progresos de la
+enfermedad, temblando ante la idea de que la muerte le arrebatase su
+&uacute;nico auditorio.</p>
+
+<p>Iba dando a conocer a Luna toda la m&uacute;sica que hab&iacute;a estudiado durante su
+ausencia. Cuando el enfermo tos&iacute;a mucho, cesaba de tocar el arm&oacute;nium y
+emprend&iacute;a con su amigo largas conversaciones, siempre sobre su
+preocupaci&oacute;n eterna: el arte musical.</p>
+
+<p>&mdash;Gabriel&mdash;dijo el maestro una tarde&mdash;, usted que es tan observador y
+sabe tanto, &iquest;no se ha fijado en que Espa&ntilde;a es triste y no tiene el
+&laquo;dulce sentimentalismo&raquo; de la verdadera poes&iacute;a...? No es melanc&oacute;lica, es
+triste, con su tristeza hura&ntilde;a y brutal. O r&iacute;e a carcajadas o llora
+rugiendo; no tiene la sonrisa suave, la alegr&iacute;a inteligente que
+distingue al hombre de la bestia. Si r&iacute;e, es de dientes afuera; su
+interior es siempre l&oacute;brego, con una obscuridad de caverna, en la que se
+agitan las pasiones como fieras encerradas que buscan la salida.</p>
+
+<p>&mdash;S&iacute;, dice usted bien; Espa&ntilde;a es triste&mdash;contest&oacute; Luna&mdash;. Ya no va
+vestida de negro, con el rosario en la empu&ntilde;adura de la espada, como en
+otros siglos, pero por dentro sigue de luto y su alma es l&oacute;brega y
+fiera. La pobre ha pasado tres siglos sufriendo las angustias
+inquisitoriales de quemar o ser quemada, y a&uacute;n le dura el pasmo de esta
+vida de zozobra. Aqu&iacute; no hay alegr&iacute;a.</p>
+
+<p>&mdash;No la hay, no. Esto se ve en la m&uacute;sica mejor que en otra manifestaci&oacute;n
+de su vida. Los alemanes bailan el vals voluptuoso y alegre, o con el
+<i>bock</i> en la mano entonan el <i>Gaudeamus igitur</i>, el himno estudiantil a
+la gloria de la vida material, libre de cuidados. El franc&eacute;s canta entre
+carcajadas espont&aacute;neas y danza con los miembros sueltos, saludando con
+una risotada sus posturas de una fantas&iacute;a simiesca. Los ingleses
+convierten la gimnasia en baile, con la alegr&iacute;a de un cuerpo sano
+satisfecho de su fuerza. Y todos estos pueblos, cuando sienten la dulce
+tristeza de la poes&iacute;a, cantan el <i>lied</i>, la romanza, la balada, algo
+suave que adormece el alma y habla a la imaginaci&oacute;n.... Aqu&iacute;, las danzas
+populares tienen mucho de sacerdotal, recuerdan la tiesura hier&aacute;tica de
+los bailarines sagrados o el frenes&iacute; ondulante de la sacerdotisa, que
+acaba por caer ante el ara con los ojos extraviados y la boca llena de
+espuma. &iquest;Y los cantos? Son hermos&iacute;simos, como producto de varias
+civilizaciones, pero tristones, desesperados, l&oacute;bregos, reveladores del
+alma de un pueblo enfermo, que no halla mejor diversi&oacute;n que ver derramar
+sangre humana y patalear jacos moribundos en el redondel de un circo.
+&iexcl;La alegr&iacute;a espa&ntilde;ola! &iexcl;El regocijo andaluz...! Deje usted que me r&iacute;a.
+Una noche, en Madrid, asist&iacute; a una fiesta andaluza, lo m&aacute;s t&iacute;pico, lo
+m&aacute;s espa&ntilde;ol. &Iacute;bamos a divertirnos mucho. &iexcl;Vino y m&aacute;s vino! Y conforme
+circulaban las ca&ntilde;as, los entrecejos m&aacute;s fruncidos, las caras m&aacute;s
+tristes, los gestos duros. &laquo;&iexcl;Ole!, &iexcl;venga de ah&iacute;! &iexcl;Esto es la alegr&iacute;a
+del mundo!&raquo; Y la alegr&iacute;a no asomaba por ninguna parte. Los hombres se
+miraban con torvo ce&ntilde;o, las mujeres pataleaban y chocaban las manos, con
+la mirada perdida en una est&uacute;pida vaguedad, como si la m&uacute;sica les
+vaciase el cr&aacute;neo. Las bailadoras ondulaban como serpientes erguidas.
+Ten&iacute;an la boca apretada, la mirada dura, graves, altivas, inabordables,
+como bayaderas que estuviesen actuando en un rito sagrado. De vez en
+cuando, sobre el ritmo mon&oacute;tono y so&ntilde;oliento, una canci&oacute;n &aacute;spera y
+estridente como un rugido, como el grito del que cae con las tripas
+cortadas. &iquest;Y la poes&iacute;a? L&uacute;gubre como un calabozo, hermosa a veces, pero
+como puede serlo el canto de un preso asomado a la reja. Pu&ntilde;aladas a la
+mujer traidora, ofensas a la madre lavadas con sangre, lamentos contra
+el juez que env&iacute;a a presidio a los caballeros de cala&ntilde;&eacute;s y faja, adioses
+del reo que ve en la capilla la luz del &uacute;ltimo amanecer; toda una
+poes&iacute;a patibularia y mortal, que encoge el coraz&oacute;n y roba la alegr&iacute;a.
+Hasta los himnos a la hermosura de la mujer tienen sangre y bravatas....
+Y &eacute;sta es la m&uacute;sica que divierte al pueblo en sus momentos de expansi&oacute;n
+y la que seguir&aacute; &laquo;alegr&aacute;ndole&raquo; tal vez durante siglos.... Somos un
+pueblo triste, Gabriel: lo llevamos en la m&eacute;dula; no sabemos cantar si
+no es amenazando o llorando, y la canci&oacute;n es m&aacute;s hermosa cuando tiene
+m&aacute;s suspiros, hipos dolorosos y estertores de agon&iacute;a.</p>
+
+<p>&mdash;Es verdad. El pueblo espa&ntilde;ol forzosamente ha de ser as&iacute;. Crey&oacute; a ojos
+cerrados en sus reyes y sacerdotes como &uacute;nicos representantes de Dios, y
+se molde&oacute; a su imagen y semejanza. Su alegr&iacute;a es la del fraile: una
+alegr&iacute;a grosera, de chistes sucios, palabras gruesas y carcajadas como
+reg&uuml;eldos. Nuestras novelas picarescas son cuentos de refectorio
+inventados a la hora de la digesti&oacute;n, con los h&aacute;bitos sueltos, las manos
+cruzadas en la panza y la triple barbilla sobre el escapulario. Esa risa
+surge siempre de los mismos resortes: la miseria grotesca, los piojos,
+el bac&iacute;n barnizado que tiene el hidalgo por todo mueble, las tretas del
+hambre para quitarle al compa&ntilde;ero la provisi&oacute;n de mendrugos; las ma&ntilde;as
+para cazar bolsas de aquellas damas tapadas que ejerc&iacute;an la prostituci&oacute;n
+en los templos y sirvieron de modelo a nuestros poetas del siglo de oro
+para pintarnos un mundo mentiroso del honor: la mujer esclava, entre
+rejas y celos, m&aacute;s deshonesta y viciosa que la hembra moderna con toda
+su libertad.... La tristeza espa&ntilde;ola es obra de sus reyes, de aquellos
+sombr&iacute;os enfermos que so&ntilde;aban con apoderarse del mundo, mientras su
+pueblo perec&iacute;a de hambre. Al ver que los hechos no correspond&iacute;an a sus
+esperanzas, torn&aacute;banse hipocondr&iacute;acos y desesperadamente fan&aacute;ticos,
+creyendo sus fracasos castigos de Dios y entreg&aacute;ndose a una devoci&oacute;n
+cruel para aplacar a la Divinidad. Cuando Felipe II conoce el naufragio
+de la <i>Invencible</i>, la muerte de tantos miles de hombres, el dolor de
+media Espa&ntilde;a, no pesta&ntilde;ea. &laquo;La envi&eacute; a pelear con los hombres, no
+contra los elementos.&raquo; Y sigue su rezo: en El Escorial. La tristeza
+impasible y feroz de los monarcas gravita sobre la naci&oacute;n. Por algo fue
+el negro durante varios siglos el color favorito de la corte de Espa&ntilde;a.
+Los bosques sombr&iacute;os de los sitios reales, las arboledas obscuras del
+invierno, fueron y son sus paseos favoritos. Sus palacios de campo
+tienen techumbres negras, torres achatadas, con veletas y t&eacute;tricos
+claustros, como si fuesen monasterios.</p>
+
+<p>Gabriel, encerrado en aquel cuartucho, sin m&aacute;s oyente que el maestro de
+capilla, olvida la discreci&oacute;n que se hab&iacute;a impuesto para conservar su
+existencia tranquila en la catedral. Pod&iacute;a hablar sin miedo en presencia
+del artista, y hablaba ardorosamente de los reyes espa&ntilde;oles y de la
+tristeza que hab&iacute;an infiltrado en el pa&iacute;s.</p>
+
+<p>La melancol&iacute;a era el castigo impuesto por la Naturaleza a los d&eacute;spotas
+de la decadencia occidental. Cuando un rey ten&iacute;a cierta predisposici&oacute;n
+art&iacute;stica, como Fernando VI, en vez de gustar la alegr&iacute;a de vivir, mor&iacute;a
+de tristeza escuchando las arias de tiple con que le arrullaba
+femeninamente Farinelli. Cuando nac&iacute;an con los o&iacute;dos del esp&iacute;ritu
+cerrados a cal y canto para las voces de la belleza, pasaban la
+existencia en los bosques inmediatos a Madrid, persiguiendo, escopeta en
+mano, a las reses cornudas y bostezando de fastidio en los descansos de
+la caza, mientras las reinas se alejaban cogidas del brazo de alg&uacute;n
+guardia de corps.</p>
+
+<p>No se vive impunemente durante tres siglos en marital contacto con la
+Inquisici&oacute;n, ejerciendo el poder como simples delegados del Papa, bajo
+las inspiraciones de obispos, jesu&iacute;tas, confesores y &oacute;rdenes mon&aacute;sticas,
+que s&oacute;lo dejaron a la monarqu&iacute;a espa&ntilde;ola su apariencia de poder,
+haciendo de ella una aplastante rep&uacute;blica teocr&aacute;tica. La tristeza del
+catolicismo penetr&oacute; hasta la m&eacute;dula de los reyes espa&ntilde;oles. Mientras
+cantaban las fuentes en Versalles entre ninfas de m&aacute;rmol, y los
+caballeros de Luis XIV mariposeaban, con sus trajes multicolores,
+imp&uacute;dicos como paganos, en torno de las bellezas pr&oacute;digas de sus
+cuerpos, la corte de Espa&ntilde;a, vestida de negro, con el rosario al cinto,
+asist&iacute;a al quemadero y se ce&ntilde;&iacute;a la cinta verde del Santo Oficio,
+honr&aacute;ndose con el cargo de alguacil de los achicharradores de herejes.
+Mientras la humanidad, enardecida por el soplo carnal del Renacimiento,
+admiraba a Apolo y rend&iacute;a adoraci&oacute;n a las Venus descubiertas por el
+arado entre los escombros de las cat&aacute;strofes medioevales, el tipo de
+suprema belleza para la monarqu&iacute;a espa&ntilde;ola era el ajusticiado de Judea,
+el Cristo polvoriento y negruzco de las viejas catedrales, con la boca
+l&iacute;vida, el tronco contra&iacute;do y esquel&eacute;tico, los pies huesosos y
+derramando sangre, mucha sangre, el l&iacute;quido amado por las religiones
+cuando apunta la duda, cuando la fe flaquea y, para imponer el dogma, se
+echa mano a la espada.</p>
+
+<p>Por esto la monarqu&iacute;a espa&ntilde;ola ha bostezado de tristeza, transmitiendo
+la melancol&iacute;a de una a otra generaci&oacute;n. Es la realeza cat&oacute;lica por
+excelencia. Si de vez en cuando surgi&oacute; alg&uacute;n ser alegre y satisfecho de
+la vida, fue porque en el l&iacute;quido azul de las arterias maternales
+penetr&oacute; una inyecci&oacute;n de savia plebeya, como penetra el rayo de sol en
+la habitaci&oacute;n del enfermo.</p>
+
+<p>Don Luis escuchaba a Gabriel, acogiendo sus palabras con gestos
+afirmativos.</p>
+
+<p>&mdash;S&iacute;; somos un pueblo gobernado por la tristeza&mdash;dijo el artista&mdash;.
+Dura a&uacute;n en nosotros el sombr&iacute;o humor de aquellos siglos negros. Muchas
+veces he pensado en lo dif&iacute;cil que ser&iacute;a entonces la existencia para un
+esp&iacute;ritu despierto. La inquisici&oacute;n acechando las palabras, queriendo
+adivinar los pensamientos. La conquista del cielo como &uacute;nico ideal de la
+vida. &iexcl;Y esta conquista cada vez m&aacute;s dif&iacute;cil! Hab&iacute;a que entregar el
+dinero a la Iglesia para salvarse; la pobreza era el estado perfecto. Y
+adem&aacute;s del sacrificio del bienestar, la oraci&oacute;n a todas horas, la visita
+diaria al templo, la vida de cofrad&iacute;a, las disciplinas en la b&oacute;veda de
+la parroquia, la voz del hermano del Pecado Mortal interrumpiendo el
+sue&ntilde;o para recordar la cercan&iacute;a de la muerte; y unidas a esta existencia
+de continua inquietud, la incertidumbre de la salvaci&oacute;n, la amenaza de
+caer en el infierno por la m&aacute;s leve falta, sin aplacar nunca por
+completo al Dios torvo y vengativo. Y a m&aacute;s de esto, la amenaza
+material: el terror de la hoguera inspirando la cobard&iacute;a y el
+envilecimiento a los hombres ilustrados.</p>
+
+<p>&mdash;As&iacute; se comprende&mdash;dijo Gabriel&mdash;la c&iacute;nica confesi&oacute;n del can&oacute;nigo
+Llorente al explicar por qu&eacute; fue secretario del Santo Oficio: &laquo;Tocaban a
+asar, y para no ser asado, me puse de parte del asador.&raquo; A los hombres
+inteligentes no les quedaba otro remedio. &iquest;C&oacute;mo resistir y rebelarse? El
+rey, due&ntilde;o de vidas y haciendas, no era m&aacute;s que un servidor de obispos,
+frailes y familiares. Los monarcas de Espa&ntilde;a, a excepci&oacute;n de los
+primeros Borbones, fueron unos criados de la Iglesia. En pueblo alguno
+se ha visto tan palpablemente como en este pa&iacute;s la solidaridad entre la
+religi&oacute;n y la monarqu&iacute;a. La religi&oacute;n logra existir sin los reyes, pero
+la monarqu&iacute;a no puede vivir sin la religi&oacute;n. El guerrero afortunado, el
+conquistador que funda un trono, no necesita del sacerdote: le basta con
+su espada y el prestigio de sus haza&ntilde;as. Pero al aproximarse la hora de
+la muerte, piensa en sus herederos, que no dispondr&aacute;n como &eacute;l de la
+gloria y el miedo para hacerse respetar, y entonces, atray&eacute;ndose al
+sacerdote, toma a Dios por aliado misterioso que velar&aacute; por la
+conservaci&oacute;n del trono. Los fundadores de dinast&iacute;as imperan &laquo;por la
+gracia de la Fuerza&raquo;, y sus descendientes reinan &laquo;por la gracia de
+Dios&raquo;. El monarca y la Iglesia lo fueron todo para el pueblo espa&ntilde;ol. La
+fe les hac&iacute;a esclavos, con una cadena moral que no pod&iacute;a romper
+revoluci&oacute;n alguna. Su l&oacute;gica era indestructible. Al crecer en un Dios
+personal que se ocupaba de las cosas menudas del mundo y conced&iacute;a su
+gracia al rey para que reinase, les tocaba obedecer a &eacute;ste, so pena de
+ir al infierno. Los que se hallaban bien ca&iacute;dos en el mundo engordaban
+alabando al Se&ntilde;or, que crea los reyes para evitar al hombre el trabajo
+de gobernarse; los que sufr&iacute;an consol&aacute;banse pensando que la vida es una
+prueba pasajera, despu&eacute;s de la cual alcanzar&iacute;an un huequecito en el
+cielo. La religi&oacute;n es el mejor auxiliar de la monarqu&iacute;a. Si no hubiese
+existido antes de los reyes, &eacute;stos la habr&iacute;an inventado. La prueba est&aacute;
+en que en tiempos de duda como los presentes siguen aferrados al
+catolicismo, que es el m&aacute;s fuerte puntal de su trono. En buena l&oacute;gica,
+deb&iacute;an decir los monarcas: &laquo;Yo soy rey porque tengo la fuerza, porque me
+apoya el ej&eacute;rcito.&raquo; Pero no se&ntilde;or; prefieren continuar la antigua farsa,
+diciendo: &laquo;Yo el rey, por la gracia de Dios.&raquo; El tirano peque&ntilde;o no
+abandona el regazo del d&eacute;spota grande. Le es imposible sostenerse por s&iacute;
+mismo.</p>
+
+<p>Call&oacute; un buen rato Gabriel. Se ahogaba; su pecho agit&aacute;base con los
+estertores de una tos cavernosa. El maestro de capilla se aproxim&oacute; a &eacute;l
+alarmado.</p>
+
+<p>&mdash;No hay que asustarse&mdash;dijo Luna reponi&eacute;ndose&mdash;. Es lo de todos los
+d&iacute;as. Estoy enfermo y no deb&iacute;a hablar tanto. Adem&aacute;s, estas cosas me
+excitan. Me irrito ante los absurdos de la monarqu&iacute;a y de la religi&oacute;n,
+no s&oacute;lo en mi pa&iacute;s, sino en todo el mundo.... Y sin embargo, he sentido
+l&aacute;stima, profunda conmiseraci&oacute;n ante un ser de sangre real. &iquest;Querr&aacute;
+usted creerlo...? Le vi de cerca, en una de mis correr&iacute;as por Europa. No
+s&eacute; c&oacute;mo la polic&iacute;a que vigilaba su carruaje no me repeli&oacute; lejos de all&iacute;,
+creyendo en un posible atentado. Y lo que yo sent&iacute;a era compasi&oacute;n,
+pensando en los reyes que llegan tarde a un mundo que no cree en el
+origen divino, en esos &uacute;ltimos reto&ntilde;os que surgen del tronco carcomido y
+agotado de una dinast&iacute;a, llevando en su pobre savia los vicios de las
+ramas muertas.... Era un joven, enfermo como yo, no por azares de su
+existencia, sino enfermo desde la cuna, condenado desde antes de nacer a
+luchar con el mal que le infiltraron con la vida. Fig&uacute;rese usted, don
+Luis, que en estos momentos fuese yo poderoso, y por conservar mis
+intereses engendrase un hijo. &iquest;No ser&iacute;a un atentado premeditado
+fr&iacute;amente contra el porvenir...?</p>
+
+<p>Y el revolucionario describ&iacute;a al joven enfermo: su cuerpo delgado
+fortalecido artificialmente por la higiene y la gimnasia; sus ojos
+empa&ntilde;ados y macilentos en el fondo de profundas ojeras, y la mand&iacute;bula
+inferior colgante y como muerta, sin esa energ&iacute;a que la mantiene pegada
+al cr&aacute;neo.</p>
+
+<p>&iexcl;Pobre adolescente! &iquest;Para qu&eacute; hab&iacute;a nacido? &iquest;Qu&eacute; iba a dejar de su paso
+por el mundo? &iquest;Por qu&eacute; la Naturaleza, que muchas veces niega su
+fecundidad a seres fuertes, se hab&iacute;a mostrado pr&oacute;diga en el ayuntamiento
+sin amor de un t&iacute;sico moribundo? De nada le serv&iacute;a tener caballos,
+carrozas, servidores uniformados que le saludasen y papanatas que le
+dieran vivas. Mejor hubiese sido para &eacute;l no asomar al mundo, permanecer
+en el limbo de los privilegiados que no llegan a formarse. Semejante al
+escudero de Don Quijote, que, cuando al fin se vio en las abundancias de
+Baratar&iacute;a, tuvo al lado un doctor Recio para contrariar sus apetitos, el
+pobre ser no pod&iacute;a gozar en completa libertad las dulzuras de la escasa
+vida que le restaba.</p>
+
+<p>&mdash;Le pagan miles de duros&mdash;a&ntilde;ad&iacute;a Gabriel&mdash;por cada minuto de su
+existencia; pero el oro no puede proporcionarle una gota de sangre nueva
+que sanee el veneno hereditario de sus venas. Le rodean hermosas
+mujeres; pero si siente subir a lo largo del espinazo el alegre
+cosquilleo de la juventud, la savia de la primavera de la vida, la
+predisposici&oacute;n gen&eacute;sica de una familia que s&oacute;lo fue notable y alcanz&oacute;
+victorias en las luchas de amor, ha de permanecer fr&iacute;o y austero ante la
+mirada vigilante de su madre, que sabe que el apasionamiento carnal
+puede acabar r&aacute;pidamente con una vida d&eacute;bil y macilenta. Y como fin de
+tantas privaciones, de una abstinencia triste y dolorosa... la muerte
+inevitable. &iquest;Para qu&eacute; habr&aacute; nacido el pobre ser...? A veces las
+grandezas de la tierra equivalen a una maldici&oacute;n. La raz&oacute;n de Estado es
+el m&aacute;s cruel de los tormentos para un enfermo: le obliga a sonre&iacute;r, a
+fingir una salud que no tiene. Hablar de la enfermedad del rey es un
+crimen, y los cortesanos, los que viven a la sombra del trono,
+consideran un sacrilegio, un crimen digno de castigo, la menor alusi&oacute;n a
+la salud del monarca, como si &eacute;ste no fuese un ser humano, puesto, como
+todos, bajo la advocaci&oacute;n de la muerte.</p>
+
+<p>&mdash;No me preocupa la pol&iacute;tica&mdash;dijo el maestro de capilla&mdash;; lo mismo me
+importan reyes que rep&uacute;blicas: yo soy un s&uacute;bdito del arte. No s&eacute; lo que
+la monarqu&iacute;a ser&aacute; en esos otros pa&iacute;ses que usted ha visto, pero en
+Espa&ntilde;a noto que es cosa muerta. Se tolera como una de tantas creaciones
+del pasado, pero no inspira entusiasmo y nadie est&aacute; dispuesto a
+sacrificarse por ella. Yo creo que hasta la misma gente que vive a su
+sombra y tiene sus particulares intereses confundidos con los del trono
+siente m&aacute;s el fervor en la boca que en el coraz&oacute;n.</p>
+
+<p>&mdash;As&iacute; es, don Luis&mdash;dijo Gabriel&mdash;. Hace cerca de un siglo que la
+monarqu&iacute;a muri&oacute; en Espa&ntilde;a. El &uacute;ltimo rey amado y popular fue Fernando
+VII. A tal pueblo, tal monarca. Despu&eacute;s la naci&oacute;n se ilustr&oacute;,
+emancip&aacute;ndose de las tradiciones, pero los reyes no han progresado;
+antes bien, han retrocedido, apart&aacute;ndose cada vez m&aacute;s de aquella
+tendencia reformadora y anticlerical de los primeros Borbones. Si hoy,
+al educar a un pr&iacute;ncipe, dijeran sus maestros: &laquo;Queremos hacer de &eacute;l un
+Carlos III&raquo;, se escandalizar&iacute;an hasta las piedras de palacio. Los
+Austrias han resucitado, como esas plantas par&aacute;sitas que al ser
+arrancadas reaparecen despu&eacute;s de alg&uacute;n tiempo. Si en la vivienda de los
+reyes se buscan ejemplos del pasado, se recuerda a los cesares
+austriacos. &iexcl;El olvido m&aacute;s completo para los primeros Borbones, que
+mataron moralmente a la Inquisici&oacute;n, expulsaron a los jesu&iacute;tas y
+fomentaron la prosperidad material del pa&iacute;s! Se reniega de la memoria de
+aquellos ministros extranjeros que vinieron a civilizar a Espa&ntilde;a, siendo
+maestros de Aranda y Floridablanca. Jesu&iacute;tas, frailes y cl&eacute;rigos ordenan
+y dirigen, como en los mejores tiempos de Carlos II. Haber tenido por
+consejero a un conde de Aranda, amigo de Voltaire, es una verg&uuml;enza del
+pasado, sobre la que se hace el silencio.... S&iacute;, don Luis, dice usted
+bien: la monarqu&iacute;a es cosa muerta. Entre el pa&iacute;s y ella hay la misma
+relaci&oacute;n que entre un vivo y un cad&aacute;ver. La secular pereza espa&ntilde;ola, la
+resistencia a cambiar de postura, el miedo a lo desconocido que sienten
+todos los pueblos estacionarios, son las causas de que a&uacute;n contin&uacute;e esa
+instituci&oacute;n que ni siquiera tiene, como en otras naciones, el &eacute;xito
+militar y el agrandamiento del territorio como justificaciones de su
+existencia.</p>
+
+<p>Con esto ces&oacute; la conversaci&oacute;n aquella tarde en el cuartucho del m&uacute;sico.</p>
+
+<p>Gabriel se vio atra&iacute;do de nuevo por el afecto de sus admiradores de las
+Claver&iacute;as. Le acechaban, le segu&iacute;an, doli&eacute;ndose de sus ausencias. No
+pod&iacute;an vivir sin &eacute;l, seg&uacute;n declaraba el zapatero. Se hab&iacute;an acostumbrado
+a escucharle; sent&iacute;an el af&aacute;n de &laquo;ilustrarse&raquo;, y rogaban al maestro que
+no los abandonara.</p>
+
+<p>&mdash;Ahora nos juntamos en la torre&mdash;dec&iacute;a el campanero&mdash;. El <i>Vara de
+plata</i> ve con malos ojos nuestras reuniones, y hasta ha llegado a
+amenazar al zapatero con echarlo de las Claver&iacute;as si contin&uacute;an en su
+casa las tertulias. Conmigo no se meter&aacute;: ya conoce mi car&aacute;cter. Adem&aacute;s,
+si &eacute;l manda en el claustro, yo mando en mi torre. Soy capaz, si viene a
+molestarnos con su espionaje, de echarlo escaleras abajo. &iexcl;El demonio
+del avaro...!</p>
+
+<p>Y a&ntilde;ad&iacute;a con expresi&oacute;n cari&ntilde;osa, que contrastaba con su car&aacute;cter rudo y
+taciturno:</p>
+
+<p>&mdash;Ven, Gabriel: te esperamos en mi casa. Cuando te canses de hacer
+compa&ntilde;&iacute;a a tu sobrina y de o&iacute;r a ese loco de don Luis, sube un rato. No
+podemos pasar sin tu palabra. Don Mart&iacute;n est&aacute; entusiasmado desde que te
+oy&oacute; la otra tarde. Desea verte; dice que ir&iacute;a de un extremo a otro de
+Toledo por escucharte. Quiere que le avise as&iacute; que te decidas a reunirte
+con los amigos; y eso que don Antol&iacute;n, hablando con &eacute;l, te puso de loco
+y de hereje que no hab&iacute;a por d&oacute;nde cogerte... &Eacute;l s&iacute; que es un b&aacute;rbaro,
+que, despu&eacute;s de estudiar una carrera, s&oacute;lo sirve para vender papeletas y
+explotar a los pobres.</p>
+
+<p>Luna frecuent&oacute; las reuniones de casa del campanero. Acompa&ntilde;aba a su
+sobrina gran parte de la ma&ntilde;ana arrullado por el tictac de la m&aacute;quina,
+que le produc&iacute;a una dulce somnolencia, viendo c&oacute;mo la tela pasaba bajo
+la aguja a peque&ntilde;os saltos, esparciendo ese perfume qu&iacute;mico de los
+tejidos nuevos. Contemplaba a Sagrario, siempre triste, entregada al
+trabajo con tenacidad taciturna. Cuando de tarde en tarde levantaba la
+cabeza para arreglar el hilo y su mirada se encontraba con la de
+Gabriel, anim&aacute;base su cara con una p&aacute;lida sonrisa. En el aislamiento en
+que los hab&iacute;a dejado la indignaci&oacute;n del padre, sent&iacute;an la necesidad de
+aproximarse, como si les amenazara un peligro. La enfermedad los un&iacute;a.
+Gabriel lamentaba la suerte de la pobre joven, viendo c&oacute;mo la hab&iacute;a
+devuelto al mundo despu&eacute;s de su fuga del hogar. Las consecuencias de su
+mal la martirizaban de vez en cuando con horribles dolores que ella
+procuraba ahogar. Si sonre&iacute;a, sus dientes se mostraban ennegrecidos y
+rotos por la absorci&oacute;n del mercurio, entre unos labios de triste color
+de violeta. Su cabeza se hab&iacute;a despoblado en algunos puntos, ocult&aacute;ndose
+la calvicie bajo largos mechones de pelo rubio, restos de su pasada
+hermosura, que ella peinaba con arte. Su piel blanca y aterciopelada
+ten&iacute;a manchas rojas, extra&ntilde;as excoriaciones, que a veces se hinchaban
+formando abscesos. A pesar de esto, la juventud, con su fuerza
+primaveral, a&uacute;n asomaba y florec&iacute;a por entre estas ruinas de la antigua
+belleza, dando luz a sus ojos y encanto a su sonrisa.</p>
+
+<p>Muchas noches, Gabriel, al revolverse en su lecho sin poder dormir,
+tosiendo y ba&ntilde;ado en fr&iacute;o sudor el pecho y la cabeza, o&iacute;a en el cuarto
+inmediato los quejidos de su sobrina, t&iacute;midos, sofocados, para que en la
+casa no se enterasen de sus dolores.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Qu&eacute; ten&iacute;as anoche?&mdash;preguntaba Gabriel a la ma&ntilde;ana siguiente&mdash;. &iquest;De
+qu&eacute; te quejabas?</p>
+
+<p>Y Sagrario, despu&eacute;s de varias negativas, acababa por confesar sus
+padecimientos.</p>
+
+<p>&mdash;Son los huesos, que me duelen. Un dolor horrible que me espeluzna
+apenas me meto en la cama. Parece que me los arrancan pedazo a pedazo...
+Y usted, &iquest;c&oacute;mo est&aacute;? Toda la noche le o&iacute; toser: parec&iacute;a que se ahogaba.</p>
+
+<p>Y los dos inv&aacute;lidos de la vida se olvidaban de la propia dolencia para
+pensar en la del otro, estableci&eacute;ndose entre sus almas una corriente de
+conmiseraci&oacute;n amorosa, atray&eacute;ndose, no por el apasionamiento del sexo,
+sino por la simpat&iacute;a fraternal que les inspiraba su desgracia.</p>
+
+<p>Muchas veces, Sagrario alejaba a su t&iacute;o. Le dol&iacute;a verle inm&oacute;vil, a corta
+distancia de ella, tosiendo dolorosamente, contempl&aacute;ndola como si
+hubiese hecho de ella un objeto de adoraci&oacute;n.</p>
+
+<p>&mdash;Lev&aacute;ntese de ah&iacute;&mdash;dec&iacute;a alegremente la muchacha&mdash;. Me pone nerviosa
+verle siempre tan quietecito, haci&eacute;ndome compa&ntilde;&iacute;a, cuando usted lo que
+necesita es vida y movimiento. V&aacute;yase con los amigos; en la habitaci&oacute;n
+del campanero le estar&aacute;n esperando. Luego hablan de m&iacute;, creyendo que soy
+quien le retengo en casa. &iexcl;A paseo, t&iacute;o! &iexcl;A hablar de esas cosas que
+tanto le animan, y que los pobres oyen con la boca abierta! Tenga
+cuidado al subir los escalones. Despacito y con paradas, para que no le
+agarre el demonio de la tos.</p>
+
+<p>Gabriel pasaba las &uacute;ltimas horas de la ma&ntilde;ana en la habitaci&oacute;n del
+campanero. Las paredes, de antiguo enjalbegado, estaban adornadas con
+grabados amarillentos que representaban episodios de la guerra carlista,
+recuerdos de la campa&ntilde;a montaraz que a&ntilde;os antes enorgullec&iacute;a a Mariano,
+y de la que ya no hablaba ahora.</p>
+
+<p>All&iacute; encontraba Gabriel a todos sus admiradores. Hasta el zapatero
+trabajaba por las noches para no privarse de esta reuni&oacute;n. Don Mart&iacute;n,
+el cura, sub&iacute;a tambi&eacute;n, recat&aacute;ndose para que no le viera el <i>Vara de
+plata</i>. Era una peque&ntilde;a comunidad que se agrupaba en torno del ap&oacute;stol
+enfermo con el fervor que inspira lo desconocido.</p>
+
+<p>Gabriel contestaba a las preguntas de aquellos hombres, reveladoras
+muchas veces de la simplicidad de su pensamiento. Cuando le acomet&iacute;a la
+tos, le rodeaban, mostrando en sus rostros la alarma. Hubiesen querido,
+aun a costa de su vida, devolverle la salud. Luna, arrastrado por el
+entusiasmo, hab&iacute;a acabado por relatarles su vida y sus sufrimientos. El
+prestigio del martirio vino a hacer m&aacute;s ardoroso el fervor de aquella
+gente. Su apocamiento de hombres sedentarios, tranquilos y seguros
+dentro de la catedral, admiraba las aventuras y los tormentos de aquel
+luchador. Era para ellos un m&aacute;rtir de la nueva religi&oacute;n de los humildes
+y los oprimidos. Adem&aacute;s, su inocencia le convert&iacute;a en una v&iacute;ctima de la
+injusticia social, que odiaba cada vez m&aacute;s.</p>
+
+<p>Para ellos no hab&iacute;a otra verdad qu&eacute; la palabra de Gabriel. El campanero,
+m&aacute;s rudo y silencioso que los otros, era, sin embargo, el m&aacute;s audaz en
+la conversaci&oacute;n. Su entusiasmo por Gabriel, que databa de la ni&ntilde;ez, su
+fidelidad de perro acompa&ntilde;ante, le hac&iacute;an caminar a saltos, aceptando de
+un golpe los ideales m&aacute;s lejanos.</p>
+
+<p>&mdash;Yo soy lo que t&uacute; seas, Gabriel&mdash;dec&iacute;a con firmeza&mdash;. &iquest;No eres
+anarquista? Pues tambi&eacute;n ser&eacute; yo eso.... Al fin, creo que siempre lo he
+sido. &iquest;No quieres que viva el pobre, que el rico trabaje, que cada uno
+posea lo que gane y que todos nos ayudemos? Pues eso es lo que yo
+pensaba, a mi modo, cuando &iacute;bamos por el mundo con el fusil y la
+boina... En cuanto a la religi&oacute;n, que antes nos volv&iacute;a locos, ahora me
+tiene sin cuidado. Me convenzo, oy&eacute;ndote, de que es algo as&iacute; como una
+pamplina inventada por los listos para que los infelices nos conformemos
+con las miserias de la tierra esperando el cielo. No est&aacute; mal
+discurrido. Al fin, los que mueren y no encuentran el cielo no vendr&aacute;n a
+quejarse.</p>
+
+<p>Un d&iacute;a, Gabriel quiso subir al departamento de las campanas. Era bien
+entrada la primavera, hac&iacute;a calor, y el cielo, de un intenso azul,
+parec&iacute;a atraerle.</p>
+
+<p>&mdash;No he visto la Campana Gorda desde que era ni&ntilde;o&mdash;dijo&mdash;. Subamos:
+contemplar&eacute; Toledo por &uacute;ltima vez.</p>
+
+<p>Y acompa&ntilde;ado de sus admiradores, casi llevado en alto por ellos, subi&oacute;
+lentamente la estrecha escalerilla espiral. Arriba, el viento tibio
+pasaba murmurando entre las grandes rejas que serv&iacute;an de jaulas a las
+campanas. Del centro de la b&oacute;veda pend&iacute;a la famosa <i>Gorda</i>, un vaso
+gigantesco de bronce con todo un costado rajado por ancha grieta. El
+badajo que hab&iacute;a hecho la rotura, cincelado y enorme como una columna,
+estaba debajo de ella, y otro m&aacute;s ligero ocupaba su cavidad para los
+toques. Los tejados de la catedral, negruzcos y vulgares, extend&iacute;anse a
+los pies de Gabriel. Enfrente, sobre una colina, alz&aacute;base el Alc&aacute;zar,
+m&aacute;s alto y enorme que el templo, como si guardase el esp&iacute;ritu del
+emperador que lo construy&oacute;. C&eacute;sar del catolicismo, campe&oacute;n de la fe,
+pero que ansiaba tener la Iglesia a sus pies.</p>
+
+<p>La ciudad esparc&iacute;a sus techumbres en torno de la catedral. Las casas
+desaparec&iacute;an entre el oleaje de torres, c&uacute;pulas y &aacute;bsides. Era imposible
+volver la vista a punto alguno sin tropezar con parroquias, iglesias,
+conventos y antiguos hospitales. La religi&oacute;n hab&iacute;a absorbido al Toledo
+industrioso de otros siglos, y a&uacute;n guardaba bajo su caparaz&oacute;n de piedra
+a la ciudad muerta. En algunos campanarios ondeaba un bander&iacute;n rojo con
+un c&aacute;liz blanco. Era la se&ntilde;al de que un nuevo cura hab&iacute;a cantado su
+primera misa.</p>
+
+<p>&mdash;Nunca he subido aqu&iacute;&mdash;dijo don Mart&iacute;n, sent&aacute;ndose al lado de Gabriel
+en unos maderos&mdash;que no haya visto esas banderas. El reclutamiento
+eclesi&aacute;stico no cesa jam&aacute;s. Siempre hay ilusos para llenar sus filas.
+Los que sienten la fe son los menos; los m&aacute;s, entran en el mundo
+eclesi&aacute;stico porque ven la Iglesia todav&iacute;a triunfante y dominadora en
+apariencia y creen que dentro de ella les aguarda una carrera
+prodigiosa... &iexcl;Infelices! Yo tambi&eacute;n fui conducido al altar, entre
+m&uacute;sica y gritos oratorios, como si marchase al triunfo. El incienso
+esparc&iacute;a nubes ante mis ojos; mi familia lloraba de emoci&oacute;n vi&eacute;ndome
+nada menos que ministro de Dios. Y al d&iacute;a siguiente de todo este aparato
+teatral, cuando se apagan las luces e incensarios y la iglesia recobra
+su aspecto vulgar, la vida m&iacute;sera y la intriga para ganarse el pan:
+&iexcl;siete duros al mes por aguantar a todas horas a unas pobres mujeres con
+el humor agriado por el encierro, vulgares como criadas de servicio, que
+pasan la vida averiguando en el locutorio lo que ocurre en la ciudad y
+fabricando porquer&iacute;as dulces para obsequiar a los se&ntilde;ores can&oacute;nigos y a
+las familias protectoras de la casa...! &iexcl;Y a&uacute;n hay curas que envidian,
+que ladran de hambre contra m&iacute; por la dichosa capellan&iacute;a de monjas, y me
+tienen como un adulador del palacio arzobispal, no comprendiendo de otra
+manera que siendo tan joven haya pescado esta prebenda que me permite
+vivir en Toledo con siete durazos mensuales...!</p>
+
+<p>Gabriel aprobaba con movimientos de cabeza las lamentaciones del cura.</p>
+
+<p>&mdash;S&iacute;; son ustedes unos enga&ntilde;ados. La hora de las grandes fortunas dentro
+de la Iglesia pas&oacute; ya. Los pobres muchachos que ahora visten la sotana
+so&ntilde;ando con la mitra me causan el efecto de esos emigrantes que marchan
+a pa&iacute;ses lejanos, famosos por largos siglos de explotaci&oacute;n, y los
+encuentran m&aacute;s esquilmados a&uacute;n que su propio pa&iacute;s.</p>
+
+<p>&mdash;Tiene usted raz&oacute;n, Gabriel; la &eacute;poca de la Iglesia dominante pas&oacute; ya.
+A&uacute;n tiene en sus ubres leche suficiente para todos; s&oacute;lo que son muy
+pocos los que se agarran a ellas y se hartan hasta reventar, mientras
+los dem&aacute;s mugen de hambre. Hay para morir de risa cuando hablan de
+igualdad y del esp&iacute;ritu democr&aacute;tico de la Iglesia. Una mentira: en
+ninguna instituci&oacute;n impera un despotismo tal cruel. En los primeros
+tiempos, papas y obispos eran elegidos por los fieles y despose&iacute;dos del
+poder cuando lo empleaban mal. Ahora existe la aristocracia de la
+Iglesia, o sea de can&oacute;nigo para arriba, y el que llega a calarse una
+mitra, a &eacute;se ni Dios le tose ni hay quien le pida cuentas. En el mundo
+laico quedan cesantes los empleados, se separa a los ministros, se
+degrada a los militares... hasta se destrona a los reyes. Pero &iquest;qui&eacute;n
+exige responsabilidad al Papa o a los obispos una vez se ven ungidos y
+en correspondencia m&aacute;s o menos frecuente con el Esp&iacute;ritu Santo? Si pide
+usted justicia, le env&iacute;an ante tribunales formados igualmente por
+arist&oacute;cratas de la Iglesia. No hay poder m&aacute;s absoluto en la tierra: ni
+el del Gran Turco, que en cierto modo es responsable, por el miedo a las
+revoluciones del serrallo. Aqu&iacute;, en el serrallo de la Iglesia, todos
+somos menos que hembras. Y si surge un cura que, cansado de
+persecuciones, siente renacer el hombre dentro de la sotana y le larga
+una pu&ntilde;alada a su tirano, lo declaran loco. &iexcl;El colmo de la hipocres&iacute;a!
+Quieren demostrar que en la Iglesia se vive en el mejor de los mundos y
+s&oacute;lo la falta de raz&oacute;n puede rebelarse contra su r&eacute;gimen.</p>
+
+<p>Call&oacute; un buen rato don Mart&iacute;n, como si reconcentrase su memoria, y
+a&ntilde;adi&oacute;:</p>
+
+<p>&mdash;R&iacute;ase usted tambi&eacute;n de la pobreza actual de la Iglesia en Espa&ntilde;a. Le
+ocurre lo que a los grandes se&ntilde;ores arruinados que a&uacute;n tienen para vivir
+con holgura y se consideran miserables recordando su pasada opulencia.
+La Iglesia tiene la nostalgia de aquellos siglos en que pose&iacute;a la mitad
+de la riqueza espa&ntilde;ola. Pobre es, si piensa en aquellos tiempos; pero si
+se compara con el catolicismo de las naciones modernas, resulta, como en
+los siglos anteriores, la instituci&oacute;n m&aacute;s favorecida y que mejor bocado
+se lleva del Estado. Cuarenta y un millones arranca del presupuesto, y
+a&uacute;n le parece poca cosa esta cifra, que resulta una enormidad en un pa&iacute;s
+que dedica nueve millones a la ense&ntilde;anza y un mill&oacute;n al socorro de los
+desgraciados. Mantenerse en correspondencia con Dios les cuesta a los
+espa&ntilde;oles cinco veces m&aacute;s que aprender a leer. Pero esto de los cuarenta
+y un millones es un tapaojos. La miseria de mi situaci&oacute;n me ha hecho
+curioso: he querido saber lo que cobra el clero en Espa&ntilde;a y lo que llega
+a manos de nosotros, los soldados rasos. Las peticiones y pensiones de
+la Iglesia forman una selva intrincada, aparte de los cuarenta y un
+millones. No hay ministerio adonde no lleguen sus ra&iacute;ces; su ramaje se
+extiende por todos los patios, corredores y tejados del edificio de la
+naci&oacute;n. Cobra del Ministerio de Estado por las misiones extranjeras, que
+de nada sirven; del de la Guerra y del de Marina por el clero castrense;
+del de Instrucci&oacute;n p&uacute;blica y del de Justicia. Cobra para sostener el
+boato del romano Pont&iacute;fice, pues le mantenemos su embajador en Espa&ntilde;a,
+que es como si yo me diese el lujo de tomar criados, imponiendo al
+vecino la obligaci&oacute;n de mantenerlos; cobra por reparaci&oacute;n de templos,
+por bibliotecas episcopales, por la colonizaci&oacute;n de Fernando Poo, por
+imprevistos, y &iexcl;qu&eacute; s&eacute; yo cu&aacute;ntos cap&iacute;tulos suplementarios! Y hay que
+tener en cuenta lo que paga el pueblo espa&ntilde;ol a la Iglesia
+voluntariamente, aparte de lo que le da el Estado. La Bula de la Santa
+Cruzada produce m&aacute;s de dos millones y medio de pesetas todos los a&ntilde;os;
+adem&aacute;s, hay que tener en cuenta lo que las parroquias sacan de sus
+fieles, y las utilidades anuales de las &oacute;rdenes religiosas por su
+ministerio y oficios (&eacute;sta s&iacute; que es partida gorda), y el presupuesto
+eclesi&aacute;stico de los ayuntamientos y las diputaciones.... En fin, que la
+Iglesia, hablando a todas horas de su &laquo;pobreza&raquo;, saca del Estado y del
+pa&iacute;s m&aacute;s de trescientos millones de pesetas todos los a&ntilde;os: casi el
+doble de lo que cuesta el ej&eacute;rcito; y eso que en las sacrist&iacute;as se
+quejan de los tiempos modernos, diciendo que todo se lo comen los
+militares y que ellos tienen la culpa de cuanto ocurre, por haberse ido
+con la maldita libertad. &iexcl;Trescientos millones, Gabriel! Lo tengo bien
+calculado. &iexcl;Y yo, que formo parte de esta instituci&oacute;n, tengo siete duros
+al mes, y la mayor&iacute;a de los vicarios de Espa&ntilde;a cobran menos que un
+guardia de Consumos y miles de cl&eacute;rigos andan a salto de mata, de
+sacrist&iacute;a en sacrist&iacute;a, buscando una misa para poner al fuego el
+pucherete, y si no salen a las carreteras cuadrillas de cl&eacute;rigos a
+robar, es porque tienen miedo a la Guardia civil, y tras dos d&iacute;as de
+hambre llega un tercero en el que pueden comer un mendrugo! Siempre hay
+una migaja para entretener el hambre. Ninguna sotana cae en medio de la
+calle desfallecida de necesidad, pero son muchos los cl&eacute;rigos que pasan
+la existencia enga&ntilde;ando al est&oacute;mago, figur&aacute;ndose que se nutren, hasta
+que llega una dolencia cualquiera que les saca del mundo... &iquest;Adonde va,
+pues, todo ese dinero? A la aristocracia de la Iglesia, a la verdadera
+casta sacerdotal, pues nosotros, dentro de la religi&oacute;n, somos gente de
+escalera abajo. &iexcl;Qu&eacute; enga&ntilde;o, Gabriel! Renunciar al amor y a la familia;
+huir de los placeres profanos, del teatro, los conciertos y el caf&eacute;; ser
+mirados por los hombres, aun por los que la echan de religiosos, como
+unos seres extra&ntilde;os, una especie intermedia entre la hembra y el macho;
+arrastrar faldas, ir vestidos en todo tiempo como un mamarracho l&uacute;gubre,
+y a cambio de tantos sacrificios ganar menos que los que pican piedra en
+las carreteras. Vivimos descansados, ciertamente que no nos caeremos de
+un andamio; pero nuestra miseria es mayor que la de muchos obreros, y no
+podemos confesarla ni ponernos a implorar limosna, por el prestigio, del
+h&aacute;bito. Adem&aacute;s, &iquest;por qu&eacute; hab&iacute;an de socorrernos si no pr&eacute;stamos ninguna
+utilidad pr&aacute;ctica y costamos tan caros al pa&iacute;s...? Al terminar la
+dominaci&oacute;n religiosa en Espa&ntilde;a, s&oacute;lo nosotros, los de abajo, hemos
+sufrido las consecuencias. El sacerdote es pobre, el templo es pobre
+tambi&eacute;n; pero el pr&iacute;ncipe de la Iglesia conserva sus miles de duros al
+a&ntilde;o y el Estado Mayor eclesi&aacute;stico sigue tranquilo en sus c&aacute;nticos,
+viendo que no peligra la pitanza. La revoluci&oacute;n, hasta ahora, s&oacute;lo ha
+perjudicado a la plebe eclesi&aacute;stica. El poder de la Iglesia ha
+terminado, ya no vive; lo que vemos es su cad&aacute;ver, pero un cad&aacute;ver
+enorme, que costar&aacute; de remover, y cuya conservaci&oacute;n devora mucho dinero.</p>
+
+<p>&mdash;Es verdad: la Iglesia ha muerto. Lo que combatimos son sus restos. El
+vulgo cree que a&uacute;n vive porque la ve y la toca: ignora que una religi&oacute;n
+tiene en su vida los siglos por minutos y que pasan generaciones y
+generaciones entre su defunci&oacute;n y su entierro. Siglos antes de nacer
+Jes&uacute;s ya estaba muerto el paganismo. Los poetas de Atenas se burlaban en
+la escena de los dioses ol&iacute;mpicos, los fil&oacute;sofos los despreciaban. Sin
+embargo, a&uacute;n necesit&oacute; el cristianismo muchos a&ntilde;os de propaganda y el
+apoyo pol&iacute;tico de los C&eacute;sares para acabar con &eacute;l. Y ni aun as&iacute; acaba,
+pues los dogmas son como los hombres, que al morir perpet&uacute;an algo de su
+ser en la familia que les sucede. Las religiones no desaparecen
+repentinamente, por escotill&oacute;n; se extinguen lentamente, infiltrando una
+parte de sus creencias y sus ritos en la religi&oacute;n que las reemplaza.
+Hemos nacido en uno de estos per&iacute;odos de transformaci&oacute;n: asistimos a la
+muerte de todo un mundo de creencias. &iquest;Cu&aacute;nto durar&aacute; la agon&iacute;a? &iexcl;Qui&eacute;n
+sabe! Dos siglos, tal vez menos; lo que tarde a cristalizar en la
+humanidad una nueva manifestaci&oacute;n de su incertidumbre y su miedo ante el
+gran misterio de la Naturaleza. Pero la muerte es segura, indiscutible.
+&iquest;Qu&eacute; religi&oacute;n ha sido eterna? Los s&iacute;ntomas de defunci&oacute;n se ven por todas
+partes. &iquest;D&oacute;nde est&aacute; la fe que arrastraba a la muchedumbre belicosa de
+cruzados? &iquest;D&oacute;nde el fervor que levantaba catedrales con ser&aacute;fica
+paciencia durante doscientos a&ntilde;os para albergar una hostia bajo una
+monta&ntilde;a de piedra? &iquest;Qui&eacute;n se azota hoy y martiriza su carne y vive en el
+desierto, pensando a todas horas en la muerte y el infierno...? En
+Espa&ntilde;a, tres siglos de intolerancia, de excesiva presi&oacute;n clerical, han
+hecho de nuestra naci&oacute;n la m&aacute;s indiferente en materias religiosas. Se
+siguen las ceremonias del culto por rutina, porque hablan a la
+imaginaci&oacute;n, pero nadie se toma el trabajo de conocer el fundamento de
+las creencias que profesa; se acepta todo sin reflexionar; se vive a
+gusto, con la seguridad de que a &uacute;ltima hora basta morir entre
+sacerdotes, con un crucifijo en la mano, para salvar el alma. Tanto
+apretaron en otros tiempos curas, frailes e inquisidores, que la
+m&aacute;quina de la fe salt&oacute; en mil pedazos, y no hay quien arregle este
+artefacto, que requiere la cooperaci&oacute;n de todos.... Y esto fue una
+fortuna, amigo don Mart&iacute;n. Un siglo m&aacute;s de intolerancia religiosa, y
+Espa&ntilde;a hubiera quedado como esos musulmanes de &Aacute;frica que viven en la
+barbarie por su excesiva religiosidad, despu&eacute;s de haber sido los &aacute;rabes
+civilizadores de C&oacute;rdoba y Granada.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Sabe usted&mdash;dijo el joven cura&mdash;, por qu&eacute; el catolicismo conserva sus
+apariencias de poder? Porque desde muy antiguo tiene tomadas en los
+pa&iacute;ses latinos todas las avenidas por donde ha de pasar necesariamente
+la vida humana.</p>
+
+<p>&mdash;Es verdad. Ninguna religi&oacute;n ha sido tan cautelosa como &eacute;sta; ninguna
+se ha emboscado mejor para salir al encuentro del hombre; ninguna ha
+escogido con tanto acierto, en los momentos de dominaci&oacute;n, las
+posiciones para hacerse fuerte cuando llegase la decadencia. Imposible
+moverse sin tropezar con ella. Sabe desde muy antiguo que el hombre,
+mientras se ve sano, en la plenitud de su fuerza vital; es, por
+instinto, irreligioso. Cuando vive bien, le preocupa poco la llamada
+existencia eterna. &Uacute;nicamente cree en Dios y le teme en la hora de la
+suprema cobard&iacute;a, cuando la muerte le abre la obscuridad sin fondo de la
+nada, y &eacute;l, en su orgullo de bestia racional, se subleva contra la
+completa supresi&oacute;n de su ser. Quiere que su alma sea inmortal, y acepta
+las fantas&iacute;as religiosas de cielos e infiernos. La Iglesia, que teme la
+irreligiosidad de la salud, ocupa, como usted dice, todas las avenidas
+de la vida, para que el hombre no se acostumbre a existir sin ella,
+llam&aacute;ndola &uacute;nicamente a la hora de la muerte. Los muertos le producen
+mucho dinero, son su mejor finca; pero quiere igualmente reinar sobre
+los vivos. Nada se escapa a su despotismo y su espionaje. Se injiere en
+todas las cosas de los humanos, desde las grandes a las insignificantes;
+interviene en la vida p&uacute;blica y en la &iacute;ntima; bautiza al que viene al
+mundo, acompa&ntilde;a al ni&ntilde;o a la escuela, monopoliza el amor, declar&aacute;ndolo
+vergonzoso y abominable cuando no se somete a su bendici&oacute;n, y divide la
+tierra en dos categor&iacute;as: la sagrada para el que muere en su seno, y el
+estercolero al aire libre para el hereje. Interviene en el traje,
+declarando cu&aacute;l es el porte honesto y cristiano y cu&aacute;les las galas
+escandalosas; da reglas para las secretas expansiones en el lecho
+matrimonial, y hasta se introduce en la cocina, creando un arte
+culinario del catolicismo, que reglamenta lo que se debe comer, lo que
+no debe mezclarse, y anatematiza ciertos manjares que, siendo buenos el
+resto del a&ntilde;o, resultan el m&aacute;s horrendo de los sacrilegios en
+determinados d&iacute;as. Acompa&ntilde;a al hombre desde el nacimiento y no lo
+abandona ni aun despu&eacute;s de depositarlo en la tumba. Lo conserva agarrado
+por el alma y le hace peregrinear por el espacio, pas&aacute;ndolo de destino
+en destino, ascendi&eacute;ndolo camino del cielo, con arreglo a los
+sacrificios que se imponen sus sucesores en beneficio de la Iglesia.
+Mayor y m&aacute;s completo despotismo no lo imagin&oacute; ning&uacute;n tirano.</p>
+
+<p>Era mediod&iacute;a. El campanero hab&iacute;a desaparecido. Se oy&oacute; el chirriar de
+cadenas y poleas y un trueno sordo hizo temblar toda la torre. Vibraron
+el metal y la piedra, y hasta pareci&oacute; conmoverse el &eacute;ter del espacio.
+Acababa de tocar la Campana Gorda, ensordeciendo a los que estaban junto
+a ella. Momentos despu&eacute;s, en el frontero Alc&aacute;zar reson&oacute; el marcial
+estruendo de trompetas y tambores.</p>
+
+<p>&mdash;V&aacute;monos&mdash;dijo Gabriel&mdash;. Ese Mariano pod&iacute;a habernos avisado, para
+evitar la sorpresa.</p>
+
+<p>Y a&ntilde;adi&oacute;, sonriendo ir&oacute;nicamente:</p>
+
+<p>&mdash;Siempre lo mismo. Los par&aacute;sitos son los que m&aacute;s brillan y m&aacute;s ruido
+meten. Lo que no pueden prestar en utilidad lo dan en estruendo.</p>
+
+<p>Lleg&oacute; la festividad del Corpus sin que el menor incidente alterase la
+vida tranquila de la catedral. De vez en cuando se hablaba en el
+claustro alto de la salud de Su Eminencia. Sus graves disgustos en el
+cabildo le obligaban a guardar cama. Hasta hab&iacute;a tenido un ataque que
+hac&iacute;a temer por su vida.</p>
+
+<p>Es cosa del coraz&oacute;n afirmaba el <i>Tato</i>, que estaba bien enterado de los
+asuntos de palacio&mdash;. Do&ntilde;a Visita Hora como una Magdalena, y maldice a
+los can&oacute;nigos viendo a don Sebasti&aacute;n tan malucho.</p>
+
+<p>El <i>Vara de palo</i>, al sentarse o la mesa con la familia, hablaba de la
+decadencia de la fiesta del Corpus, tan famosa en el Toledo de otros
+tiempos. Su af&aacute;n por lamentarse le hac&iacute;a olvidar el &aacute;spero silencio que
+se hab&iacute;a impuesto en presencia de su hija.</p>
+
+<p>&mdash;No vas a conocer nuestro Corpus&mdash;dec&iacute;a a Gabriel&mdash;. Del que a&uacute;n
+alcanzamos nosotros, s&oacute;lo quedan los famosos tapices que se colocan en
+el exterior de la catedral. Los gigantones ya no los alinean ante la
+puerta del Perd&oacute;n, y la procesi&oacute;n es cualquier cosa.</p>
+
+<p>El maestro de capilla tambi&eacute;n se lamentaba.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Y la misa, se&ntilde;or Esteban? &iexcl;Vaya una misa para festividad tan solemne!
+Cuatro instrumentos de fuera de casa, y una misita rossiniana de las m&aacute;s
+ligeras, con objeto de no gastar mucho. Para esto m&aacute;s valdr&iacute;a tocar s&oacute;lo
+el &oacute;rgano.</p>
+
+<p>La v&iacute;spera de la fiesta, la m&uacute;sica de la Academia de Infanter&iacute;a tocaba
+por la noche ante la catedral, seg&uacute;n antigua costumbre. Todo Toledo
+acud&iacute;a a la serenata, que era un acontecimiento en la vida mon&oacute;tona de
+la ciudad. De la provincia y de Madrid llegaban forasteros para la
+corrida de toros del d&iacute;a siguiente.</p>
+
+<p>Mariano el campanero invit&oacute; a los amigos a o&iacute;r la serenata en la galer&iacute;a
+grecorromana de la fachada principal. A la hora en que se apagaban las
+luces en las Claver&iacute;as y don Antol&iacute;n cerraba la puerta de la calle,
+Gabriel y sus amigos desliz&aacute;banse cautelosamente hasta la habitaci&oacute;n del
+campanero. Sagrario fue tambi&eacute;n, a instancias de su t&iacute;o, que tuvo casi
+que arrancarla de la m&aacute;quina. Alg&uacute;n rato de esparcimiento hab&iacute;a de
+gozar; la conven&iacute;a asomarse al mundo de tarde en tarde; se estaba
+matando con aquella vida de abrumadora laboriosidad.</p>
+
+<p>Todos se sentaron en la galer&iacute;a. El zapatero hab&iacute;a llevado a su mujer,
+siempre con un peque&ntilde;uelo agarrado a la fl&aacute;cida ubre. El <i>Tato</i> hablaba
+con entusiasmo al manchador y al pertiguero de la corrida del d&iacute;a
+siguiente, y Mariano permanec&iacute;a de pie junto a su admirado camarada,
+mientras su mujer, una hembra tan brav&iacute;a como &eacute;l, hablaba con Sagrario.</p>
+
+<p>Los hombres lamentaban que no estuviese presente don Mart&iacute;n. Deb&iacute;a andar
+por abajo, entre el gent&iacute;o que llenaba la plaza, pensando sin duda con
+terror en que hab&iacute;a de levantarse antes del alba para decir la misa a
+las monjas.</p>
+
+<p>El palacio del Ayuntamiento estaba adornado con guirnaldas de luces, que
+reverberaban sobre la fachada de la catedral, dando a la piedra un
+resplandor rojizo de incendio.</p>
+
+<p>Por entre los arbolillos paseaban grupos de muchachas con flores y
+blusas blancas, como si fuesen la primera aparici&oacute;n del verano. Los
+cadetes las segu&iacute;an con la mano en la empu&ntilde;adura del sable, moviendo su
+talle esbelto y los anchos pantalones a la turca. El palacio arzobispal
+estaba cerrado. Por encima del resplandor rojizo de la plaza abarcaba la
+vista una gran extensi&oacute;n de espacio, un cielo de verano, obscuro,
+l&iacute;mpido y profundo, matizado por el polvo brillante de las estrellas.</p>
+
+<p>Cuando ces&oacute; la m&uacute;sica y comenzaron a apagarse las luces, los habitantes
+de la catedral sintieron cierta pereza en abandonar sus asientos.
+Estaban bien all&iacute;. La noche era calurosa, y ellos, habituados al
+encierro y el silencio de las Claver&iacute;as, sent&iacute;an la alegr&iacute;a de la
+libertad permaneciendo en aquel balc&oacute;n, con Toledo a sus pies y la
+inmensidad del espacio ante sus ojos.</p>
+
+<p>Sagrario, que no hab&iacute;a salido del claustro alto desde que volvi&oacute; a la
+casa paterna, contemplaba el cielo con admiraci&oacute;n.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Cu&aacute;ntas estrellas!&mdash;murmur&oacute;, como si so&ntilde;ase.</p>
+
+<p>&mdash;Esta noche han aumentado&mdash;dijo el campanero&mdash;. El cielo de est&iacute;o
+parece un campo de estrellas, en el que aumenta la cosecha con el buen
+tiempo.</p>
+
+<p>Gabriel se re&iacute;a de la simplicidad de sus compa&ntilde;eros. Todos ellos
+admiraban a Dios, tan previsor y cuidadoso, que hab&iacute;a fabricado la luna
+para que alumbrase a los hombres por las noches, y las estrellas para
+que la obscuridad no fuese absoluta.</p>
+
+<p>&mdash;Entonces&mdash;pregunt&oacute; Gabriel&mdash;, &iquest;por qu&eacute; no hay luna siempre, ya que la
+hicieron para alumbrarnos?</p>
+
+<p>Se hizo un largo silencio. Todos reflexionaban sobre la pregunta de
+Gabriel. El campanero, por tener m&aacute;s confianza con el maestro, os&oacute;
+preguntarle lo que todos ellos pensaban. &iquest;Qu&eacute; era el cielo?, &iquest;qu&eacute; hab&iacute;a
+m&aacute;s all&aacute; de aquel azul...?</p>
+
+<p>La plaza hab&iacute;a quedado desierta y en la obscuridad. No hab&iacute;a m&aacute;s luz que
+el difuso resplandor de los astros esparcidos en el espacio como polvo
+de oro. De la inmensa b&oacute;veda parec&iacute;a descender una calma religiosa, una
+majestad abrumadora que penetraba en el alma de aquellas gentes
+sencillas. El infinito comenzaba a embriagarles con el mareo de su
+grandeza.</p>
+
+<p>&mdash;Vosotros&mdash;dijo Gabriel&mdash;ten&eacute;is los ojos cerrados para la inmensidad.
+No pod&eacute;is comprenderla. Os han ense&ntilde;ado un origen del mundo mezquino y
+rudimentario, el que imaginaron unos cuantos jud&iacute;os haraposos e
+ignorantes en un rinc&oacute;n del Asia, y que, escrito en un libro, ha sido
+aceptado hasta nuestros d&iacute;as. Ese Dios personal, semejante a nosotros en
+su forma y sus pasiones, es un artesano de gigantesca talla que trabaja
+seis d&iacute;as y forma todo lo existente. El primer d&iacute;a &laquo;crea la luz&raquo; y el
+cuarto el sol y las estrellas. &iquest;De d&oacute;nde sal&iacute;a, pues, la luz si a&uacute;n no
+se hab&iacute;a creado el sol? &iquest;Es que hay distinci&oacute;n entre una y otro...?
+Parece imposible que hayan podido aceptarse tales absurdos durante
+siglos.</p>
+
+<p>Los oyentes mov&iacute;an la cabeza en se&ntilde;al de asentimiento. El absurdo les
+aparec&iacute;a palpable, como siempre que hablaba Gabriel.</p>
+
+<p>Si quer&eacute;is penetrar en el cielo,&mdash;continu&oacute; Luna&mdash;, hab&eacute;is de despojaros
+del concepto humano de la distancia. El hombre todo lo mide por su talla
+y las dimensiones las concibe por el alcance de sus ojos. Esta catedral
+nos parece gigantesca porque bajo de sus naves somos como hormigas; y
+sin embargo, la catedral, vista de lejos, es una insignificante verruga;
+comparada con el pedazo de suelo que llamamos Espa&ntilde;a, es menos que un
+grano de arena, y sobre la superficie de la Tierra, es un &aacute;tomo... nada.
+Nuestra vista nos hace considerar como alturas que dan el v&eacute;rtigo
+treinta o cuarenta metros. En este momento creemos estar muy altos
+porque nos hallamos cerca de los tejados de la catedral, y toda esta
+distancia vale tan poco para lo infinito como la indecisi&oacute;n de la
+hormiga que titubea sobre un guijarro, no sabiendo c&oacute;mo descender.
+Nuestra vista es corta. Nosotros, que medimos por metros, que s&oacute;lo
+podemos concebir distancias breves, tenemos que hacer un gran esfuerzo
+de imaginaci&oacute;n para abarcar el infinito. Aun as&iacute;, se nos escapa, y
+hablamos de &eacute;l muchas veces como de una expresi&oacute;n falta de sentido.
+&iquest;C&oacute;mo haceros entender la inmensidad del mundo...? No creer&eacute;is, como
+cre&iacute;an nuestros abuelos, que la Tierra est&aacute; inm&oacute;vil y es plana, y que el
+cielo es una c&uacute;pula de cristal donde Dios hinc&oacute; las estrellas como
+clavos de oro y pasea el sol y la luna para iluminarnos. Sabr&eacute;is que la
+Tierra es redonda y gira en el espacio.</p>
+
+<p>&mdash;S&iacute;, algo sabemos de eso&mdash;dijo el campanero con acento de duda&mdash;. As&iacute;
+nos lo ense&ntilde;aron en la escuela. Pero &iquest;realmente crees t&uacute; que se mueve?</p>
+
+<p>&mdash;Porque en vuestra peque&ntilde;ez de seres humanos no pod&eacute;is sentir ese
+movimiento, porque a vuestra vista de topos microsc&oacute;picos se escapa el
+inmenso engranaje del mundo, no dud&eacute;is de &eacute;l. La Tierra gira. Sin
+moveros de donde est&aacute;is, en veinticuatro horas hab&eacute;is dado la vuelta
+completa al globo. Sin separar los pies del suelo corremos todos
+cuatrocientas leguas cada hora, velocidad que no alcanzan los trenes m&aacute;s
+r&aacute;pidos. &iquest;Os asombr&aacute;is? Pues a&uacute;n corremos m&aacute;s sin saberlo. Nuestro
+planeta no s&oacute;lo gira sobre s&iacute; mismo, sino que al mismo tiempo circula en
+torno del Sol a raz&oacute;n de cien mil kil&oacute;metros por hora. Cada segundo
+recorremos treinta mil metros. Jam&aacute;s inventar&aacute;n los hombres una bala de
+ca&ntilde;&oacute;n tan r&aacute;pida. Vosotros vais por la inmensidad agarrados a un
+proyectil que marcha vertiginosamente, y enga&ntilde;ados por vuestra peque&ntilde;ez,
+cre&eacute;is vivir inm&oacute;viles en una catedral muerta... &iexcl;Y estas velocidades no
+son nada comparadas con otras! El Sol, a cuyo alrededor giramos, cae y
+cae en el vac&iacute;o, llevando pegados por la atracci&oacute;n a sus flancos a la
+Tierra y los otros planetas. Va por la inmensidad, arrastr&aacute;ndonos;
+marcha hacia lo desconocido, sin tropezar con otros cuerpos, encontrando
+siempre espacio para caer con una rapidez cuyo c&aacute;lculo da v&eacute;rtigos, y
+esto dura miles y millones de siglos, sin que &eacute;l y la Tierra, que le
+sigue en su fuga, pasen dos veces por el mismo sitio.</p>
+
+<p>Escuchaban todos a Gabriel con la boca abierta por el asombro. Sus ojos
+brillantes parec&iacute;an extraviados por el v&eacute;rtigo.</p>
+
+<p>&mdash;Hay para volverse locos&mdash;murmuraba el campanero&mdash;. &iquest;Qu&eacute; es pues, el
+hombre, Gabriel?</p>
+
+<p>&mdash;Nada; como nada es tambi&eacute;n esta tierra que nos parece tan grande y que
+hemos poblado de religiones, Imperios y revelaciones de Dios. &iexcl;Ensue&ntilde;os
+de hormiga!, &iexcl;menos a&uacute;n! El mismo Sol, que nos parece inmenso comparado
+con nuestro globo, no es m&aacute;s que un &aacute;tomo de la inmensidad. Eso que
+llam&aacute;is estrellas son otros soles como el nuestro, rodeados de planetas
+semejantes a la Tierra, y que por su peque&ntilde;ez resultan invisibles.
+&iquest;Cu&aacute;ntos son? El hombre perfecciona sus instrumentos &oacute;pticos, y conforme
+avanza en el campo del cielo, descubre m&aacute;s y m&aacute;s. Los que apenas se
+marcaban en el infinito se aproximan al inventarse un nuevo anteojo, y
+tras ellos surgen en la negrura del espacio otros y otros, y as&iacute; por los
+siglos de los siglos. Son incontables: est&aacute;n tan compactos como las
+mol&eacute;culas del humo de una chimenea o del vapor de una nube. Nuestra
+peque&ntilde;ez infinita nos hace apreciar las colosales distancias que existen
+entre ellos. Unos son mundos habitados como el nuestro; otros lo fueron
+y ruedan solitarios en el espacio, esperando una nueva evoluci&oacute;n de la
+vida; muchos est&aacute;n naciendo. Y sin embargo, todos esos mundos no son m&aacute;s
+que corp&uacute;sculos del humo luminoso de lo infinito. El espacio est&aacute;
+poblado de hornos que arden millones, trillones y cuatrillones de
+siglos, esparciendo luz y calor. La V&iacute;a L&aacute;ctea no es m&aacute;s que una nube de
+astros que forman a nuestra vista una masa, pero que guardan entre s&iacute;
+distancias en las cuales podr&iacute;an moverse tres mil soles como el nuestro,
+con todos sus planetas, sin tropezarse....</p>
+
+<p>Gabriel recordaba la marcha de los sonidos y de la luz. Su rapidez era
+insignificante comparada con las distancias de la inmensidad. El sol m&aacute;s
+cercano al nuestro estaba tan lejos, que para ir un sonido de nosotros a
+&eacute;l necesitar&iacute;a tres millones de a&ntilde;os. El mismo sonido, para llegar a la
+estrella Polar, invertir&iacute;a cuatrocientos mil siglos. &iexcl;Y el pobre ser
+humano jam&aacute;s podr&iacute;a viajar con la velocidad del sonido...!</p>
+
+<p>Aquellos soles hu&iacute;an como el nuestro hacia lo ignorado, con vertiginosas
+velocidades, pero estaban tan lejos, que transcurr&iacute;an tres y cuatro mil
+a&ntilde;os sin que la humanidad advirtiese que se hubieran movido en el
+espacio una distancia mayor que el tama&ntilde;o de una u&ntilde;a. Las dimensiones de
+lo infinito causaban la locura. El Sol era una burbuja de gas inflamado;
+la Tierra, una imperceptible mol&eacute;cula de arena.</p>
+
+<p>El rayo luminoso de la estrella Polar necesita medio siglo para llegar a
+nuestros ojos. Pod&iacute;a haber desaparecido hace cuarenta y nueve a&ntilde;os, y
+sin embargo, verla a&uacute;n en el espacio. Y esta estrella era de las
+vecinas. El telescopio llegaba a alcanzar mundos tan remotos, que el
+rayo de luz llegaba hasta la lente despu&eacute;s de un viaje de tres mil a&ntilde;os.</p>
+
+<p>Y todos estos mundos incontables nac&iacute;an, se transformaban y mor&iacute;an como
+los seres. En el espacio no hab&iacute;a reposo, lo mismo que en la tierra.
+Unas estrellas se apagaban, otras brillaban macilentas, otras luc&iacute;an con
+el estallido de vida de la juventud. Los planetas muertos disolv&iacute;anse en
+incendios de la materia para formar nuevos mundos. Era una renovaci&oacute;n
+incesante de formas, en per&iacute;odos de millones de millones de siglos, que
+representaban para su existencia lo que las limitadas docenas de a&ntilde;os de
+nuestra vida. Y m&aacute;s all&aacute; de las incalculables distancias, el espacio,
+siempre el espacio por todos lados, con nuevos torbellinos de mundos,
+sin l&iacute;mite ni barrera.</p>
+
+<p>Gabriel hablaba en medio de un silencio solemne. Los oyentes cerraban
+los ojos, como si les atolondrase tanta grandeza y sintieran el mareo de
+las alturas. Segu&iacute;an con la imaginaci&oacute;n las descripciones de Gabriel. Su
+esp&iacute;ritu limitado quer&iacute;a poner un t&eacute;rmino al infinito; en su sencillez,
+se imaginaban tras las distancias incalculables una b&oacute;veda de materia
+firm&iacute;sima, con millones de leguas de espesor. Pero la obra fant&aacute;stica
+alg&uacute;n t&eacute;rmino hab&iacute;a de tener. &iquest;Qu&eacute; hab&iacute;a detr&aacute;s de ella? Y la barrera
+creada por la imaginaci&oacute;n ca&iacute;a repentinamente, y otra vez volaban por el
+espacio, siempre infinito, siempre con nuevos mundos.</p>
+
+<p>Gabriel hablaba de ellos y de su vida con absoluta seguridad. El
+an&aacute;lisis espectral delataba en los astros la misma composici&oacute;n de la
+Tierra. Si en nuestro &aacute;tomo hab&iacute;a surgido la vida, forzosamente exist&iacute;a
+tambi&eacute;n en los otros cuerpos celestes, aunque fuese con distintas
+formas. En algunos planetas se habr&iacute;a extinguido ya; en otros estar&iacute;a
+por nacer; pero seguramente aquellos millones de mundos hab&iacute;an tenido o
+ten&iacute;an una vida.</p>
+
+<p>Las religiones, queriendo explicar el origen del mundo, palidec&iacute;an y se
+achicaban ante la inmensidad. Eran como la torre de la catedral, que
+cubr&iacute;a con su mole una gran parte del cielo, ocultando millones y
+millones de mundos. Y sin embargo, era de una peque&ntilde;ez insignificante,
+comparada con la inmensidad que ocultaba; menos que la parte
+infinitesimal de una mol&eacute;cula: nada. As&iacute; eran las religiones. Parec&iacute;an
+grandes porque estaban muy pr&oacute;ximas al hombre, ocult&aacute;ndole la
+inmensidad. Cuando &eacute;ste miraba por encima de ellas, abarcando con la
+vista el infinito, se re&iacute;a de su soberbia de liliputienses.</p>
+
+<p>&mdash;Entonces&mdash;pregunt&oacute; t&iacute;midamente el viejo manchador, se&ntilde;alando a la
+catedral&mdash;, &iquest;qu&eacute; es lo que nos ense&ntilde;an ah&iacute; dentro?</p>
+
+<p>&mdash;Nada&mdash;contest&oacute; Gabriel.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Y qu&eacute; somos nosotros los hombres?&mdash;dijo el perrero.</p>
+
+<p>&mdash;Nada.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Y los gobernantes, las leyes y las costumbres de la
+sociedad?&mdash;pregunt&oacute; el campanero.</p>
+
+<p>&mdash;Nada, nada.</p>
+
+<p>Sagrario fij&oacute; en su t&iacute;o los ojos, agrandados por la contemplaci&oacute;n
+profunda del cielo.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Y Dios?&mdash;pregunt&oacute; con voz dulce&mdash;. &iquest;D&oacute;nde est&aacute; Dios?</p>
+
+<p>Gabriel p&uacute;sose de pie. Su figura, apoyada en el balaustre de la galer&iacute;a
+recort&aacute;base negra y vigorosa sobre el espacio estrellado.</p>
+
+<p>&mdash;Dios somos nosotros y todo lo que nos rodea. Es la vida, con sus
+asombrosas transformaciones, siempre muriendo en apariencia y
+renov&aacute;ndose hasta lo infinito. Es esa inmensidad que nos espanta con su
+grandeza y no cabe en nuestro pensamiento. Es la materia, que vive
+animada por la fuerza que reside en ella, con absoluta unidad, sin
+separaci&oacute;n ni dualidades. El hombre es Dios; el mundo es Dios tambi&eacute;n.</p>
+
+<p>Call&oacute; un instante, para a&ntilde;adir con energ&iacute;a:</p>
+
+<p>&mdash;Pero si me pregunt&aacute;is por el Dios personal inventado por las
+religiones a semejanza del hombre, que saca el mundo de la nada, dirige
+nuestras acciones, guarda las almas clasific&aacute;ndolas por sus m&eacute;ritos y
+comisiona hijos para que bajen a la tierra y la rediman, buscadlo en esa
+inmensidad, ved d&oacute;nde oculta su peque&ntilde;ez. Aunque fueseis inmortales,
+pasar&iacute;ais millones de siglos saltando de astro en astro, sin dar jam&aacute;s
+con el rinc&oacute;n que oculta su majestad de d&eacute;spota destronado. Ese Dios
+vengativo y caprichoso surgi&oacute; del cerebro del hombre, y el cerebro es el
+&oacute;rgano m&aacute;s reciente del ser humano, el &uacute;ltimo en desarrollarse....
+Cuando inventaron a Dios, la Tierra exist&iacute;a millones de a&ntilde;os.</p>
+
+
+
+<hr style="width: 65%;" />
+<h2><a name="VIII" id="VIII"></a>VIII</h2>
+
+<p>En la ma&ntilde;ana del Corpus, la primera persona que vio Gabriel al salir al
+claustro fue don Antol&iacute;n, que repasaba sus talonarios, aline&aacute;ndolos
+sobre el borde de piedra de la balaustrada.</p>
+
+<p>&mdash;Hoy es un gran d&iacute;a&mdash;dijo Luna queriendo halagar al <i>Vara de plata</i>&mdash;.
+Se prepara el gran ingreso: vendr&aacute;n forasteros.</p>
+
+<p>Don Antol&iacute;n mir&oacute; a Gabriel fijamente, como dudando de su sinceridad.
+Pero vio que no se burlaba, y contest&oacute; con cierta satisfacci&oacute;n:</p>
+
+<p>&mdash;No se prepara mal la fiesta. Son muchos los que desean ver nuestros
+tesoros. &iexcl;Ay, hijo! &iexcl;Bien lo necesitamos! T&uacute;, que te alegras de nuestro
+mal, puedes estar satisfecho. Vivimos en horrible estrechez. Nuestra
+fiesta del Corpus vale poco, comparada con la de otros tiempos, y sin
+embargo, &iexcl;cu&aacute;ntas econom&iacute;as hay que hacer en la Obrer&iacute;a para pagar los
+cuatro ochavos que cueste este extraordinario!</p>
+
+<p>Qued&oacute;se silencioso largo rato don Antol&iacute;n, mirando fijamente a Luna,
+como si acabara de ocurr&iacute;rsele una idea extraordinaria. Al principio
+frunc&iacute;a el seno, cual si la repeliese, mas poco a poco su rostro fue
+aclar&aacute;ndose con una sonrisa maliciosa.</p>
+
+<p>&mdash;A prop&oacute;sito, Gabriel&mdash;dijo con un acento meloso que ten&iacute;a algo de
+agresivo&mdash;. Recuerdo que, cuando lo del Monumento de Semana Santa, me
+hablaste de que necesitas ganar dinero para tu hermano. Hoy tienes una
+ocasi&oacute;n: poca cosa ser&aacute;, pero algo es algo. &iquest;Quieres ser de los que
+llevan la carroza del Sacramento?</p>
+
+<p>Gabriel fue a contestar con altivez al malicioso cura: adivinaba su
+intenci&oacute;n de molestarle. Pero inmediatamente le tent&oacute; el deseo de vencer
+al <i>Vara de plata</i> aceptando su proposici&oacute;n. Quiso asombrarle accediendo
+a su disparatada idea. Adem&aacute;s, pens&oacute; en que ser&iacute;a este sacrificio digno
+de la generosidad que con &eacute;l ten&iacute;a su hermano. Ya que no pod&iacute;a ayudarle
+con grandes auxilios de dinero, demostrar&iacute;a sus deseos de trabajar. Los
+escr&uacute;pulos de amor propio desvanec&iacute;anse en &eacute;l ante la esperanza de
+llevar a casa un par de pesetas.</p>
+
+<p>&mdash;T&uacute; no querr&aacute;s&mdash;sigui&oacute; diciendo el sacerdote con acento burl&oacute;n&mdash;. Eres
+demasiado &laquo;verde&raquo;, y tu dignidad sufrir&iacute;a mucho paseando al Se&ntilde;or por
+las calles de Toledo.</p>
+
+<p>&mdash;Pues se equivoca usted. Como querer, s&iacute; que quiero; pero el trabajo es
+demasiado pesado para un enfermo.</p>
+
+<p>&mdash;Por esto que no quede&mdash;dijo don Antol&iacute;n con resoluci&oacute;n&mdash;. Lo menos
+ser&aacute;n diez dentro del carro, y los hay forzudos de ver&aacute;s. T&uacute; ir&iacute;as para
+completar el n&uacute;mero. Ya te recomendar&iacute;a yo para que te guardasen ciertas
+consideraciones.</p>
+
+<p>&mdash;Pues trato hecho, don Antol&iacute;n. Cuente usted conmigo. Yo estoy para
+ganarme un jornal siempre que se presente.</p>
+
+<p>Acababa de decidirle su deseo de salir de la catedral, de pasar, sin que
+nadie reparase en &eacute;l, por las calles de Toledo, que no hab&iacute;a visto desde
+que se encerr&oacute; en el templo. Adem&aacute;s, cosquilleaba fuertemente su vanidad
+la ir&oacute;nica situaci&oacute;n que resultaba de ser &eacute;l, con sus rotundas
+negaciones religiosas quien pasease ante la muchedumbre devota el Dios
+del catolicismo.</p>
+
+<p>Este espect&aacute;culo le hac&iacute;a sonre&iacute;r. Casi era un s&iacute;mbolo. De seguro que el
+<i>Vara de plata</i> se regocijaba tambi&eacute;n, viendo en esto un peque&ntilde;o triunfo
+de la religi&oacute;n, que obligaba a sus enemigos a llevarla en hombros. Pero
+&eacute;l lo consideraba de distinto modo: dentro del carro eucar&iacute;stico
+representar&iacute;a la duda y la negaci&oacute;n ocultas en el interior de un culto
+esplendoroso por su pompa exterior, pero vac&iacute;o de fe y de ideales.</p>
+
+<p>&mdash;Quedamos de acuerdo, don Antol&iacute;n. Dentro de un rato bajar&eacute; a la
+catedral.</p>
+
+<p>Se despidieron. Y Gabriel, despu&eacute;s de digerir tranquilamente la leche
+que le sirvi&oacute; su sobrina, baj&oacute; al templo, sin decir nada a la familia
+del trabajo que pensaba realizar. Tem&iacute;a la protesta de su hermano.</p>
+
+<p>En el claustro bajo volvi&oacute; a encontrarse con el <i>Vara de plata</i>. Hablaba
+con la jardinera, mostr&aacute;ndola escandalizado un haz de espigas con una
+cinta roja. Lo hab&iacute;a recogido en la pila de agua bendita junto a la
+puerta de la Alegr&iacute;a. Todos los a&ntilde;os, el d&iacute;a del Corpus, encontraba
+igual ofrenda en el mismo sitio. Un desconocido dedicaba a la iglesia el
+primer trigo del a&ntilde;o.</p>
+
+<p>&mdash;Debe ser un loco&mdash;dec&iacute;a el sacerdote&mdash;. &iquest;A qu&eacute; conduce esto? &iquest;Qu&eacute;
+significa este haz? &iexcl;Si al menos fuese una carretada de gavillas, como
+en los buenos tiempos del diezmo...!</p>
+
+<p>Y mientras arrojaba con desprecio las espigas en un arriate del jard&iacute;n,
+Gabriel pensaba con admiraci&oacute;n en la fuerza at&aacute;vica que hac&iacute;a resucitar
+en pleno templo cat&oacute;lico la ofrenda gent&iacute;lica, el homenaje a la
+Divinidad de los primeros frutos de la tierra fecundada por el verano.</p>
+
+<p>El coro hab&iacute;a terminado y comenzaba la misa cuando Gabriel entr&oacute; en la
+catedral. La gente menuda comentaba a la puerta de la sacrist&iacute;a el gran
+incidente de la fiesta. Su Eminencia no hab&iacute;a bajado al coro ni
+asistir&iacute;a a la procesi&oacute;n. Dec&iacute;ase que estaba enfermo; pero los de la
+casa sonre&iacute;an recordando que en la tarde anterior hab&iacute;a ido de paseo
+hasta la ermita de la Virgen de la Vega. Era que no quer&iacute;a ver al
+cabildo. Estaba en un acceso de furor contra &eacute;l, y demostraba su
+desprecio neg&aacute;ndose a presidirlo en el coro.</p>
+
+<p>Gabriel recorri&oacute; las naves. La concurrencia de fieles era mayor que
+otros d&iacute;as, pero aun as&iacute;, la catedral parec&iacute;a desierta. En el crucero,
+arrodilladas entre el coro y el altar mayor, ve&iacute;anse varias monjas de
+almidonadas y picudas tocas cuidando de algunos grupos de ni&ntilde;as vestidas
+de negro, con lazos rojos o azules, seg&uacute;n el colegio a que pertenec&iacute;an.
+Unos cuantos militares de la Academia, gruesos y calvos, o&iacute;an la misa de
+pie, apoyando el ros sobre el pecho de su guerrera. En esta concurrencia
+diseminada y distra&iacute;da por la m&uacute;sica, destac&aacute;banse las se&ntilde;oritas del
+Colegio de Doncellas Nobles, j&oacute;venes apenas entradas en la pubertad o
+soberbias mujeres en toda la amplitud del desarrollo femenil, que
+miraban con ojos de brasa: todas con traje de seda negra, mantilla de
+blonda montada sobre la peineta y vistosos golpes de rosas, como damas
+aristocr&aacute;ticas de gracia manolesca escapadas de un cuadro de Goya.</p>
+
+<p>Gabriel vio a su sobrino el <i>Tato</i> vestido con rop&oacute;n de escarlata, como
+un noble florentino, dando golpes en las losas con la vara para asustar
+a los perros. Discut&iacute;a con un grupo de pastores de la sierra: hombres
+negruzcos y retorcidos como sarmientos, con chaquetones pardos y abarcas
+y polainas; hembras con pa&ntilde;uelos rojos y faldas mugrientas y remendadas
+que pasaban de generaci&oacute;n a generaci&oacute;n. Hab&iacute;an bajado de las monta&ntilde;as
+para ver el Corpus de Toledo, y andaban por las naves de la catedral con
+el asombro en los ojos, asustados de sus propios pasos, temblando cada
+vez que rug&iacute;a el &oacute;rgano, como si temieran ser expulsados de aquel m&aacute;gico
+palacio igual a los de los cuentos. Las mujeres se&ntilde;alaban con un dedo
+los ventanales de colores, los rosetones de las portadas, los guerreros
+dorados del reloj de la puerta de la Feria, las tuber&iacute;as de los &oacute;rganos,
+y quedaban inm&oacute;viles, con la boca abierta, en est&uacute;pida contemplaci&oacute;n. El
+perrero, con sus vestiduras rojas, les parec&iacute;a un pr&iacute;ncipe, y turbados
+por el respeto, no lograban comprender sus palabras. Cuando el <i>Tato</i>
+amenaz&oacute; con su bast&oacute;n a un mast&iacute;n que se pegaba a las piernas de sus
+amos, aquella gente sencilla se decidi&oacute; a salir del templo antes que
+abandonar al fiel compa&ntilde;ero de su vida selv&aacute;tica.</p>
+
+<p>Gabriel mir&oacute; por la verja del coro. La siller&iacute;a alta y la baja estaban
+ocupadas. Era d&iacute;a de gran fiesta, y no s&oacute;lo los can&oacute;nigos y beneficiados
+estaban en sus asientos, sino los sacerdotes de la capilla de los Reyes
+y los prebendades de la capilla Moz&aacute;rabe, las dos peque&ntilde;as iglesias que
+viv&iacute;an aparte, con tradicional autonom&iacute;a, dentro de la catedral de
+Toledo.</p>
+
+<p>Luna vio en medio del coro a su amigo el maestro de capilla, con
+sobrepelliz rizada, moviendo una peque&ntilde;a batuta. En torno de &eacute;l se
+agrupaban hasta una docena de m&uacute;sicos y cantores, cuyos sonidos y voces
+quedaban ahogados cada vez que desde lo alto los acompa&ntilde;aba el &oacute;rgano.
+El sacerdote dirig&iacute;a con un gesto de resignaci&oacute;n, mientras la m&uacute;sica
+perd&iacute;ase, d&eacute;bil y anonadada, en la soledad de las naves gigantescas.</p>
+
+<p>En el altar mayor, sobre su cuadrada carroza, estaba la famosa custodia
+ejecutada por el maestro Villalpando: un templete g&oacute;tico, primorosamente
+calado, que brillaba con el temblor del oro a la luz de los cirios, y de
+labor tan sutil y a&eacute;rea, que al menor movimiento estremec&iacute;ase, meciendo
+sus remates como manojos de espigas.</p>
+
+<p>Iban llegando a la catedral los invitados a la procesi&oacute;n: se&ntilde;ores de la
+ciudad con traje negro; profesores de la Academia en traje de gala, con
+todas sus condecoraciones; oficiales de la Guardia civil con su uniforme
+que recordaba el de los soldados de principios de siglo. Por las naves
+avanzaban, contone&aacute;ndose con ligeros saltitos, los ni&ntilde;os vestidos de
+&aacute;ngeles: unos &aacute;ngeles a la Pompadour, con casaca de brocado, zapatos de
+tac&oacute;n rojo, chorrera de blondas alas de lat&oacute;n colgadas de los omoplatos
+y una mitra con plumas sobre la peluca blanca. La Primada sacaba para la
+fiesta su vestuario tradicional. Los uniformes de gala de los servidores
+del templo eran todos del siglo XVIII, la &uacute;ltima &eacute;poca de su
+prosperidad. Los dos hombres que hab&iacute;an de guiar la carroza iban con
+rizos empolvados y calz&oacute;n y casaca negros, como los abates del &uacute;ltimo
+siglo; los pertigueros y <i>varas de palo</i> se adornaban con golillas
+almidonadas y pelucas; el brocado y el terciopelo cubr&iacute;a a toda la gente
+de las Claver&iacute;as, que apenas pod&iacute;a comer. Hasta los ac&oacute;litos llevaban
+dalm&aacute;tica de oro.</p>
+
+<p>El altar mayor estaba adornado con los tapices del <i>Tanto monta</i>, los
+famosos pa&ntilde;os de los Reyes Cat&oacute;licas, con emblemas y escudos, regalo de
+Cisneros a la catedral. El obispo auxiliar dec&iacute;a la misa, y &eacute;l y sus
+di&aacute;conos ayudantes sudaban bajo las casullas y capas tradicionales,
+bordadas, recamadas, con gruesos y deslumbrantes realces, abrumadoras
+como armaduras antiguas.</p>
+
+<p>Conmov&iacute;ase la catedral con la proximidad de la procesi&oacute;n. Sonaban las
+puertas de las sacrist&iacute;as al abrirse y cerrarse con estr&eacute;pito; iba la
+gente atareada de un lado a otro. En aquella vida reposada y mon&oacute;tona,
+el incidente anual de una procesi&oacute;n que hab&iacute;a de recorrer varias calles
+causaba iguales trastornos y ocupaciones que una expedici&oacute;n aventurada a
+pa&iacute;ses lejanos.</p>
+
+<p>Al terminar la misa, el &oacute;rgano comenz&oacute; a rugir una marcha desordenada y
+ruidosa, algo as&iacute; como una danza salvaje, mientras se ordenaba la
+procesi&oacute;n. Fuera de la catedral sonaban las campanas. La m&uacute;sica de la
+Academia hab&iacute;a cesado de tocar un pasodoble en la misma puerta Llana, y
+se o&iacute;an las voces de mando de los oficiales y el choque un&iacute;sono de las
+culatas al quedar inm&oacute;viles las compa&ntilde;&iacute;as de cadetes.</p>
+
+<p>Don Antol&iacute;n, con su gran vara de plata y una capa pluvial de brocado
+blanco, iba de un lado a otro, reuniendo a los empleados del templo.
+Gabriel lo vio aproximarse sudoroso y congestionado.</p>
+
+<p>&mdash;A tu puesto: ya es hora.</p>
+
+<p>Y lo llev&oacute; al altar mayor, junto a la custodia. Gabriel y ocho hombres
+m&aacute;s se introdujeron dentro del armaz&oacute;n levantando un pa&ntilde;o de los que
+cubr&iacute;an sus costados. Hab&iacute;an de encorvarse dentro del artefacto. Su
+misi&oacute;n era empujarlo para que se deslizara sobre las ruedas ocultas. A
+ellos s&oacute;lo les correspond&iacute;a dar el impulso: fuera, los dos servidores
+de peluca blanca y traje negro eran los encargados de los timones
+delantero y trasero, guiando la carroza eucar&iacute;stica por las tortuosas
+calles. Gabriel fue colocado por sus compa&ntilde;eros en el centro. &Eacute;l
+avisar&iacute;a cu&aacute;ndo hab&iacute;a que detenerse o emprender la marcha. La custodia
+monumental iba montada sobre una plataforma con un gran contrapeso;
+entre &eacute;sta y la carroza quedaba un palmo de espacio abierto, por donde
+asomaba Gabriel sus ojos, transmitiendo las indicaciones del timonel
+delantero.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Atenci&oacute;n...! &iexcl;Marchen!&mdash;dijo Gabriel, obedeciendo a una se&ntilde;al
+exterior.</p>
+
+<p>Y el carro sagrado comenz&oacute; a moverse con lentitud por el plano inclinado
+de madera que cubr&iacute;a los pelda&ntilde;os del altar mayor. Al pasar la verja
+hubo que detenerse. La gente se arrodillaba, y abriendo paso en ella don
+Antol&iacute;n y sus <i>varas de palo</i>, avanzaban los can&oacute;nigos con sus largas
+vestiduras rojas, el obispo auxiliar con mitra dorada, y las dignidades
+con mitras blancas de lino sin adorno alguno. Se arrodillaron todos ante
+la custodia, call&oacute; el &oacute;rgano, y acompa&ntilde;ados por el carraspeo de un
+tromb&oacute;n, entonaron un c&aacute;ntico adorando el Sacramento. El incienso se
+elevaba en nubecillas azules en torno de la custodia, velando el brillo
+del oro. Cuando ces&oacute; el c&aacute;ntico, volvi&oacute; a sonar el &oacute;rgano y la carroza
+p&uacute;sose de nuevo en marcha. Temblaba toda ella desde la base a la
+c&uacute;spide, y el movimiento hac&iacute;a sonar como un cascabeleo de plata las
+campanillas pendientes de sus adornos g&oacute;ticos. Gabriel caminaba agarrado
+a una traviesa del carro, con la vista fija en los timoneles, sintiendo
+en sus piernas el roce d&eacute; los que empujaban aquel artefacto semejante a
+los carros de los &iacute;dolos indost&aacute;nicos.</p>
+
+<p>Al salir de la catedral por la puerta Llana&mdash;la &uacute;nica del templo que
+est&aacute; al nivel de la calle&mdash;, Gabriel pudo abarcar con su vista toda la
+procesi&oacute;n. Ve&iacute;a los jinetes de la Guardia civil rompiendo la marcha, los
+timbaleros de la ciudad vestidos de rojo, y las cruces de las parroquias
+agrupadas sin orden en torno de la manga de la catedral, enorme,
+pesad&iacute;sima, como un globo cubierto de figuras bordadas. Despu&eacute;s todo el
+centro de la calle libre, flanqueado por dos filas de cl&eacute;rigos y
+militares con cirios; los di&aacute;conos con incensarios, asistidos por los
+&aacute;ngeles rococ&oacute;s que llevaban las navetas del asi&aacute;tico perfume, y los
+can&oacute;nigos con sus capas hist&oacute;ricas de gran valor. A espaldas del
+Sacramento se agrupaban las autoridades, y el batall&oacute;n de los cadetes
+cerraba la marcha, fusil al brazo, al aire las rapadas cabezas,
+meci&eacute;ndose al comp&aacute;s de la marcha.</p>
+
+<p>Gabriel aspiraba con delicia el aire de la v&iacute;a p&uacute;blica. &Eacute;l, que hab&iacute;a
+visto las mayores capitales de Europa, admiraba las calles de aquella
+ciudad antigua despu&eacute;s de su largo encierro en la catedral. Le parec&iacute;an
+populosas, y hasta experimentaba ese mareo que las grandes agitaciones
+modernas causan en los habituados a una vida sedentaria.</p>
+
+<p>Los balcones mostr&aacute;banse colgados con antiguos tapices y mantones de
+Manila; las calles estaban entoldadas, con el pavimento cubierto por una
+capa de arena para que la carroza eucar&iacute;stica pudiera deslizarse sobre
+los agudos guijarros.</p>
+
+<p>En las cuestas, la custodia avanzaba trabajosamente. Sudaban, jadeantes,
+los hombres ocultos en el carro. Gabriel tos&iacute;a, con el espinazo dolorido
+por el encierro en la movible mazmorra, y la majestad de la marcha
+turb&aacute;base con las voces de mando del can&oacute;nigo Obrero, que, con
+vestiduras rojas y una vara en la mano, dirig&iacute;a la procesi&oacute;n,
+reprendiendo muchas veces, por sus movimientos desordenados, a los
+timoneles y a los que impulsaban el catafalco.</p>
+
+<p>Aparte de estas penalidades, Gabriel estaba satisfecho de su escapatoria
+extraordinaria a trav&eacute;s de la ciudad. Re&iacute;a pensando en lo que hubiera
+dicho la muchedumbre arrodillada con veneraci&oacute;n, de conocer al que
+asomaba sus ojos por debajo de la custodia. Aquellos oficiales de calz&oacute;n
+blanco y peto rojo, que con la espada al costado y el bicornio sobre el
+muslo escoltaban a Dios, ten&iacute;an sin duda noticias de su existencia;
+alguno habr&iacute;a o&iacute;do hablar de &eacute;l, y tal vez guardaba su nombre en la
+memoria como el de un enemigo de la sociedad. &iexcl;Y el r&eacute;probo repelido por
+todos, refugiado en un hueco de la catedral, como las aves aventureras
+que anidaban en sus b&oacute;vedas, era el que guiaba el paso de Dios por las
+calles de la religiosa ciudad...!</p>
+
+<p>A m&aacute;s de mediod&iacute;a volvi&oacute; la custodia a la Primada. Gabriel, al pasar
+junto a la puerta del Mollete, vio adornados los muros exteriores con
+los famosos tapices. Terminados los c&aacute;nticos de despedida, los
+sacerdotes se despojaban r&aacute;pidamente de sus vestiduras, buscando la
+puerta a la desbandada, sin saludarse. Iban a comer m&aacute;s tarde que de
+costumbre; aquel d&iacute;a extraordinario turbaba su existencia. La iglesia,
+tan ruidosa e iluminada durante la ma&ntilde;ana, despobl&aacute;base r&aacute;pidamente,
+cayendo en el silencio y la penumbra.</p>
+
+<p>Esteban se indign&oacute; al ver salir a Gabriel de la carroza eucar&iacute;stica.</p>
+
+<p>&mdash;Te vas a matar: eso no es para ti. &iquest;Qu&eacute; capricho ha sido el tuyo?</p>
+
+<p>Gabriel re&iacute;a. S&iacute;, era un capricho, pero no se arrepent&iacute;a de &eacute;l. Hab&iacute;a
+dado un paseo por la ciudad sin ser visto, y su hermano tendr&iacute;a para
+atender dos d&iacute;as a su manutenci&oacute;n. &Eacute;l deseaba trabajar, no serle
+gravoso.</p>
+
+<p>El <i>Vara de palo</i> se enternec&iacute;a.</p>
+
+<p>&mdash;Pero borrego, &iquest;te pido algo? &iquest;Necesito yo otra cosa sino que vivas
+tranquilo y te mejores?</p>
+
+<p>Y como si quisiera corresponder a este sacrificio con otro que agradase
+a su hermano, al subir a las Claver&iacute;as no puso la cara torva y habl&oacute; a
+su hija durante la comida.</p>
+
+<p>Por la tarde, el claustro alto qued&oacute; casi desierto. Don Antol&iacute;n baj&oacute;
+apresuradamente con los talonarios, regocij&aacute;ndose al saber que eran
+muchos los forasteros que le aguardaban. El <i>Tato</i> y el campanero se
+deslizaron furtivamente por la escalera de la torre vestidos con sus
+mejores ropas. Iban a los toros. Sagrario, obligada al reposo para
+santificar la fiesta, hab&iacute;a pasado a la casa del zapatero. Mientras &eacute;l
+ense&ntilde;aba los gigantones a criadas, soldados de la Academia y parditos
+del campo, la sobrina de Luna ayudaba a remendar la ropa a aquella pobre
+mujer abrumada por la miseria y el exceso de hijos.</p>
+
+<p>Cuando el maestro de capilla y el <i>Vara de palo</i> bajaron al coro,
+Gabriel sali&oacute; al claustro. S&oacute;lo vio en &eacute;l a un cadete que paseaba con la
+mano en la empu&ntilde;adura del sable, poni&eacute;ndolo casi horizontal, como las
+rabitiesas tizonas de otros tiempos. Luna le reconoci&oacute; por sus anchos
+pantalones y su talle de avispa, que hac&iacute;a afirmar al <i>Tato</i> que el tal
+cadete usaba cors&eacute;. Era Juanito, el sobrino del cardenal. Con frecuencia
+paseaba por el claustro esperando una ocasi&oacute;n para hablar con Leocadia,
+la hermosa hija del sacrist&aacute;n de la Virgen. De los padres no hab&iacute;a nada
+que temer; pero el futuro guerrero ten&iacute;a cierto respeto a la abuela
+Tomasa, que ve&iacute;a con malos ojos estas relaciones y amenazaba con
+hac&eacute;rselas saber a su t&iacute;o el cardenal.</p>
+
+<p>Gabriel hab&iacute;a hablado varias veces con el cadete. Cuando el muchacho le
+encontraba en el claustro, peg&aacute;base a &eacute;l buscando conversaci&oacute;n, para
+justificar con estas pl&aacute;ticas su presencia en las Claver&iacute;as. Luna se
+asombr&oacute; al verle all&iacute; en tarde de fiestas.</p>
+
+<p>&mdash;Pero &iquest;no va usted a los toros?&mdash;le pregunt&oacute;&mdash;. Todos los de la
+Academia deben estar en la plaza.</p>
+
+<p>Juanito sonre&iacute;a, acarici&aacute;ndose el bigote. Era su gesto favorito, y
+levantaba con satisfacci&oacute;n la manga, adornada con galones de sargento.
+No era un cadete cualquiera: era un &laquo;galonista&raquo;, y esto, aunque fuese
+poca cosa para el que sue&ntilde;a con el generalato, siempre resultaba un paso
+adelante... No, no iba a los toros; era un aficionado de verdad, pero se
+sacrificaba por hablar toda una tarde con la novia a la puerta de su
+casa, en el silencio de las Claver&iacute;as. La abuela hab&iacute;a bajado al jard&iacute;n,
+y el <i>Azul de la Virgen</i> no tardar&iacute;a en salir, dej&aacute;ndole el campo
+libre, como si no se enterase de nada. &iexcl;La gran tarde, amigo Gabriel! &Eacute;l
+ten&iacute;a ocupaciones m&aacute;s serias e importantes que las de los novatos de la
+Academia, que pasaban los domingos en los caf&eacute;s o paseando como unos
+bobos. Su novia se la envidiaban todos en el Alc&aacute;zar: hasta los
+profesores.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Y cu&aacute;ndo es el casamiento?&mdash;dijo alegremente Gabriel.</p>
+
+<p>El &laquo;galonista&raquo; contest&oacute; con expresi&oacute;n de hombre importante. Hab&iacute;a que
+hacer antes muchas cosas: convencer a su t&iacute;o, lo que no era f&aacute;cil, y
+seguir los impulsos de su buena estrella, hasta llegar a cierta altura.
+&Eacute;l estaba reservado para grandes cosas. Era asunto de pocos a&ntilde;os.</p>
+
+<p>&mdash;Yo, amigo Luna, soy de la madera de los generales j&oacute;venes. Es la buena
+sombra de la familia. Mi t&iacute;o cuenta que, siendo monaguillo, ten&iacute;a la
+certeza de llegar a cardenal; y ha llegado. Yo ascender&eacute; muy aprisa.
+Adem&aacute;s, ya sabe usted que un arzobispo de Toledo no es cualquier cosa, y
+que el t&iacute;o tiene relaciones en palacio y manda en el Ministerio de la
+Guerra lo mismo que si fuese un general. &iexcl;Como que es m&aacute;s militar que
+cura! Para probarlo, ah&iacute; est&aacute; lo &uacute;nico que ha escrito: una plegaria a la
+Virgen, para que la reciten los soldados antes de entrar en fuego.</p>
+
+<p>&mdash;Y usted, Juanito, &iquest;siente realmente la vocaci&oacute;n militar?</p>
+
+<p>&mdash;Mucho. Desde que supe leer y abrir libros, quise ser igual a los
+grandes capitanes que ve&iacute;a en las l&aacute;minas, erguidos sobre el caballo,
+con la espada en la mano, arrogantes y hermosos. Crea usted que en esta
+carrera nadie entra sin vocaci&oacute;n. En los seminarios hay encerrados
+muchos contra su voluntad, pero a nadie lo dedican a militar por la
+fuerza: el que viene a la Academia es porque le sale de dentro.</p>
+
+<p>&iquest;Y todos est&aacute;n tan seguros del &eacute;xito como usted?</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Oh, todos!&mdash;dijo sonriendo el sobrino del cardenal&mdash;. S&oacute;lo que la
+inmensa mayor&iacute;a no tiene las mismas probabilidades de hacer carrera.
+Pero con tantos como somos, no hay ni uno que piense en la posibilidad
+de quedarse vegetando de capit&aacute;n en un regimiento de reserva, o morir de
+viejo llegando, cuando m&aacute;s, a comandante. Todos vemos primeramente la
+juventud realzada por el uniforme, por las aventuras (porque ya sabe
+usted que las mujeres se pirran por nosotros), por la alegr&iacute;a de vivir,
+querido y respetado en todas ocasiones, un palmo por encima del paisano;
+despu&eacute;s, cuando se aproxima la vejez y engorda uno y empieza a quedarse
+calvo, la faja de general, la pol&iacute;tica, y &iexcl;qui&eacute;n sabe si la cartera de
+Guerra! &Eacute;ste es el pensamiento de todos. No hay quien no crea que en el
+porvenir le aguarda una faja, y no tendr&aacute; m&aacute;s que descolgarla para
+pon&eacute;rsela en la cintura. Yo s&eacute; ciertamente que me espera. Los dem&aacute;s se
+lo imaginan... y as&iacute; vamos viviendo.</p>
+
+<p>Gabriel sonre&iacute;a oyendo al cadete.</p>
+
+<p>&mdash;Son ustedes unos enga&ntilde;ados, lo mismo que esos pobres muchachos que
+entran en el Seminario creyendo que les espera la mitra o una gran
+prebenda al otro lado de la puerta. Es la seducci&oacute;n que a&uacute;n ejercen
+despu&eacute;s de muertas las grandes cosas que fueron. Vamos a ver... aparte
+del resultado material de la carrera, &iquest;por qu&eacute; son ustedes militares...?</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Por la gloria!&mdash;dijo el cadete campanudamente, recordando las arengas
+del coronel-director de la Academia&mdash;. &iexcl;Por la patria, cuya defensa nos
+est&aacute; confiada! &iexcl;Por el honor de nuestra bandera!</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;La gloria!&mdash;dijo Gabriel ir&oacute;nicamente&mdash;. Conozco eso. Muchas veces,
+vi&eacute;ndoles a ustedes tan j&oacute;venes, tan inexpertos, tan llenos de vanas
+esperanzas, he rehecho en mi interior lo que bien podr&iacute;a llamarse la
+psicolog&iacute;a del cadete. Adivino lo que ustedes han pensado antes de
+entrar en la Academia y preveo la desilusi&oacute;n amarga y aplastante que les
+aguarda a la salida. Los relatos de guerras y la marcialidad art&iacute;stica
+del uniforme han seducido su ni&ntilde;ez. Despu&eacute;s las lecturas belicosas de
+una poes&iacute;a irresistible: Bonaparte, con su banderita, pasando el puente
+de Arcole entre las nubes de metralla, grande como un dios; luego,
+nuestros generales de ir por casa: Espartero en Luchana, O'Donnell en
+&Aacute;frica, y sobre todos, Prim, el caudillo casi legendario, guiando con su
+sable los batallones en Castillejos: &laquo;Yo quiero ser lo mismo&mdash;dicen los
+muchachos&mdash;; adonde llega un hombre, bien puede alcanzar otro.&raquo; El
+entusiasmo se toma por predestinaci&oacute;n, y cada uno se cree fabricado por
+Dios para ser un caudillo famoso. Mientras se vive aqu&iacute; en Toledo, se
+sue&ntilde;a con la gloria, con empresas arriesgadas, con batallas gigantescas
+y triunfos ruidosos. Pero cuando con las dos estrellas en la manga se va
+a un regimiento, lo primero que sale a recibirles en la puerta del
+cuartel, casi antes que el saludo del centinela, es la realidad fea y
+antip&aacute;tica. El que so&ntilde;aba con cubrirse de gloria y ser caudillo famoso
+antes de los treinta a&ntilde;os, no pensando m&aacute;s que en combinaciones
+estrat&eacute;gicas y originales fortificaciones, tiene que ocuparse del lavado
+y adecentamiento de unos cuantos mozos cerriles que llegan del campo
+oliendo a excesiva salud; probar el rancho, hablar de calzoncillos y
+camisas y calcular la duraci&oacute;n de borcegu&iacute;es y alpargatas. El que nunca
+entr&oacute; en la cocina de su casa y fue cuidado minuciosamente por su mam&aacute;,
+despreciando como cosas de mujeres todo lo que no fuese dar voces de
+mando y alinear soldados, lo primero con que tropieza en el ej&eacute;rcito es
+con la necesidad de ser cocinero, sastre, zapatero, etc&eacute;tera, aguantando
+muchas veces repulsas de sus superiores porque no demuestra pericia en
+estas faenas.</p>
+
+<p>&mdash;Es verdad&mdash;dijo riendo Juanito&mdash;; pero sin eso no puede haber
+ej&eacute;rcito, y el ej&eacute;rcito es necesario.</p>
+
+<p>&mdash;No discutamos si es necesario o no. Yo quiero decir &uacute;nicamente que
+ustedes (y si usted no, porque entra con buen pie, sus compa&ntilde;eros) son
+unos enga&ntilde;ados, que se preparan sin saberlo el fracaso de la vida, lo
+mismo que esos otros j&oacute;venes que, m&aacute;s pobres o menos en&eacute;rgicos, corren
+a entrar en la Iglesia. La Iglesia termin&oacute; porque ya no hay fe; la
+gloria militar ha acabado para siempre en Espa&ntilde;a porque no hay guerras
+de conquista, y nuestro car&aacute;cter de potencia batalladora se perdi&oacute;,
+afortunadamente, hace siglos. Si tenemos a&uacute;n alguna guerra, es civil o
+colonial; guerras que podr&iacute;amos llamar zompas, sin brillo y sin
+provecho, en las que mueren los hombres tan bien como en las Termopilas
+o en Austerlitz, pues s&oacute;lo una vez se pierde la vida, pero sin el
+consuelo de la fama y de la admiraci&oacute;n p&uacute;blica, sin la aureola de eso
+que llaman gloria. Han nacido ustedes demasiado tarde. El brillo de
+otros siglos les atrae con su espejismo, pero llegan con retraso al
+llamamiento. Ustedes son los guerreros de un pueblo que forzosamente ha
+de vivir en paz; como los seminaristas son los futuros sacerdotes de un
+pa&iacute;s en el que ya no se hacen milagros, ni hay fe, sino rutina y pereza
+de pensamiento.</p>
+
+<p>&mdash;Pero si ya no hemos de tener guerras exteriores, si acabaron las
+conquistas, servimos, al menos, para defender la integridad del suelo
+espa&ntilde;ol, para guardar la casa. &iquest;Es que usted cree&mdash;a&ntilde;adi&oacute; amoscado el
+cadete&mdash;que no somos capaces de morir por la patria?</p>
+
+<p>&mdash;No lo dudo; es para lo &uacute;nico que servimos los espa&ntilde;oles: para morir
+muy heroicamente, pero morir al fin. Nuestra historia hace dos siglos no
+contiene m&aacute;s que muertes heroicas. &laquo;Gloriosa derrota de tal parte.&raquo;
+&laquo;Heroico desastre de tal otra.&raquo; Por tierra y por mar hemos causado
+estupefacci&oacute;n en el mundo, arroj&aacute;ndonos con los ojos cerrados en el
+peligro, presentando la cabeza sin huir, con el estoicismo del chino.
+Pero las naciones no son grandes por su desprecio a la muerte, sino por
+su habilidad para conservar la vida. Los polacos fueron terror de los
+turcos y unos de los mejores soldados de Europa, y Polonia hace tiempo
+que no existe.... Si una gran potencia europea pudiera invadirnos
+(f&iacute;jese usted en que digo &laquo;pudiera&raquo;, pues en estos asuntos no es lo
+mismo querer que poder), desde aqu&iacute; s&eacute; yo lo que ocurrir&iacute;a. Los
+espa&ntilde;oles sabr&iacute;an morir, pero tenga usted la seguridad de que los
+invasores no necesitar&iacute;an m&aacute;s all&aacute; de dos batallas campales para acabar
+con todos nuestros medios de guerra. Y esto que puede deshacerse en un
+par de d&iacute;as, &iexcl;cu&aacute;ntos sacrificios cuesta al pa&iacute;s...!</p>
+
+<p>&mdash;Entonces&mdash;dijo ir&oacute;nicamente el cadete&mdash;, habr&aacute; que suprimir el
+ej&eacute;rcito y dejar indefensa la naci&oacute;n.</p>
+
+<p>&mdash;Hoy por hoy, no hay que esperar que esto ocurra. Mientras Europa est&eacute;
+armada y hasta la m&aacute;s peque&ntilde;a naci&oacute;n tenga un ej&eacute;rcito, Espa&ntilde;a lo tendr&aacute;
+tambi&eacute;n. No es ella quien va a dar el ejemplo, ni este ejemplo servir&iacute;a
+de nada. Es como si para remediar la injusticia social iniciase el
+sacrificio uno que s&oacute;lo tuviese unos cuantos miles de pesetas,
+renunciando a ellas....</p>
+
+<p>Tras un largo silencio, Gabriel habl&oacute; con dulzura, en vista del gesto
+ir&oacute;nico y casi agresivo del cadete.</p>
+
+<p>&mdash;A usted le duelen indudablemente mis afirmaciones. Crea usted que lo
+siento, pues no me gusta herir las creencias de nadie, y m&aacute;s aquellas
+que forman el ideal de nuestra vida. Pero la verdad es la verdad. A
+usted no le importa nada la cuesti&oacute;n social, &iquest;no es cierto? Ni la
+conoce, ni le habr&aacute; preocupado un solo instante. Lo mismo les ocurrir&aacute; a
+todos sus compa&ntilde;eros de profesi&oacute;n, y sin embargo, lo que ustedes sufren
+en su prestigio, en su amor a la patria y a su bandera, no tiene otra
+causa que el desarreglo social que hoy impera en el mundo. La riqueza lo
+es todo; el capital es el se&ntilde;or de la tierra. La ciencia rige a la
+humanidad como sucesora de la fe, pero los ricos se han apoderado de sus
+descubrimientos y los monopolizan para perpetuar su tiran&iacute;a. En el mundo
+econ&oacute;mico se han hecho due&ntilde;os de las m&aacute;quinas y dem&aacute;s progresos,
+emple&aacute;ndolos como cadenas para esclavizar al obrero, oblig&aacute;ndolo a un
+exceso de producci&oacute;n y limitando su jornal a lo estrictamente necesario.
+En la vida de las naciones ocurre lo mismo. Hoy la guerra no es m&aacute;s que
+una aplicaci&oacute;n de la ciencia. Los pueblos m&aacute;s ricos se han apoderado de
+los mayores adelantos del arte de exterminar; tienen reba&ntilde;os de
+acorazados, miles de ca&ntilde;ones monstruosos, pueden mantener millones de
+hombres sobre las armas, con todos los perfeccionamientos modernos, sin
+que se quebrante su fortuna. A los pueblos pobres s&oacute;lo les queda el
+recurso de callar o indignarse in&uacute;tilmente, como lo hacen los
+desheredados ante los detentadores de la propiedad. El pueblo m&aacute;s
+cobarde del globo, o el m&aacute;s sedentario, puede ser guerrero invencible o
+conquistador glorioso si tiene dinero. El valor caballeresco termin&oacute; con
+la invenci&oacute;n de la p&oacute;lvora, y la fiereza de raza ha muerto para siempre
+con el advenimiento del industrialismo. Si resucitase el Cid, estar&iacute;a en
+presidio, se habr&iacute;a dedicado a ladr&oacute;n de carreteras, no pudiendo
+acoplarse a las desigualdades e injusticias de la vida moderna. Si el
+Gran Capit&aacute;n fuese ahora ministro de la Guerra, ver&iacute;amos c&oacute;mo se las
+arreglaba, aun con este presupuesto militar que agobia a la naci&oacute;n, para
+poner sus tercios en condiciones de sostener de nuevo una batalla en
+Italia. Es el dinero, &iexcl;el maldito dinero! quien mata la parte m&aacute;s
+hermosa del soldado, el valor personal, la iniciativa, la originalidad,
+as&iacute; como anula al obrero, convirtiendo su existencia en un infierno.</p>
+
+<p>El cadete escuchaba con atenci&oacute;n a Gabriel, comprendiendo por primera
+vez que en las grandes potencias militares hab&iacute;a algo m&aacute;s que las
+aficiones belicosas del monarca y el valor de los ej&eacute;rcitos. Ve&iacute;a de
+repente la riqueza como base y resorte de todas las empresas guerreras.</p>
+
+<p>&mdash;Entonces&mdash;dijo con expresi&oacute;n pensativa&mdash;, si los extranjeros dejan de
+atacarnos, no es porque nos tengan miedo...</p>
+
+<p>&mdash;No; si nos permiten vivir tranquilos, es porque esas potencias
+omnipotentes, con sus ambiciones y celos, guardan cierto equilibrio. Son
+como los grandes capitalistas, que, ocupados en enormes concepciones de
+explotaci&oacute;n, dejan por descuido y desprecio que existan en torno de
+ellos industrias modestas. &iquest;Cree usted que Suiza y B&eacute;lgica y otros
+pa&iacute;ses peque&ntilde;os viven tranquilos enclavados entre grandes potencias
+porque poseen un ej&eacute;rcito? Lo mismo existir&iacute;an aunque no tuviesen un
+soldado. Y Espa&ntilde;a, por su poder&iacute;o militar, no es m&aacute;s que cualquiera de
+las peque&ntilde;as naciones de Europa. La pobreza econ&oacute;mica y la escasez de
+poblaci&oacute;n nos obligan a la humildad. Hay hoy dos categor&iacute;as de
+ej&eacute;rcitos: los organizados para la conquista y los que s&oacute;lo sirven para
+guardar el orden interior, que no son m&aacute;s que una gendarmer&iacute;a en grande,
+con ca&ntilde;ones y generales. El de Espa&ntilde;a, por mucho que cueste y por m&aacute;s
+que lo agranden, no sale de esta &uacute;ltima clasificaci&oacute;n.</p>
+
+<p>&mdash;Y aunque s&oacute;lo sea eso&mdash;dijo el cadete&mdash;, &iquest;no es algo? Guardamos el
+orden interior; velamos por la tranquilidad de la patria...</p>
+
+<p>&mdash;Pues eso puede hacerse con menos gente y menos dinero. Adem&aacute;s, &iquest;y la
+gloria? Ustedes, j&oacute;venes llenos de ilusiones, exuberantes de
+acometividad, con energ&iacute;as para empresas nuevas, &iquest;se resignan con esa
+profesi&oacute;n de vigilantes y cuidadores de un pueblo? Su porvenir es tan
+mon&oacute;tono como el de un cl&eacute;rigo de la catedral. Todos los d&iacute;as lo mismo:
+amaestrar hombres para que se muevan de este modo o el otro, jugar al
+domin&oacute; o al billar en un caf&eacute;, pasear el uniforme o echar un sue&ntilde;o en el
+sill&oacute;n del cuarto de banderas. No puede haber para ustedes otro suceso
+extraordinario que un mot&iacute;n contra el impuesto de Consumos, una huelga,
+un cierre de tiendas protestando de los impuestos, y hacer fuego
+entonces sobre una muchedumbre armada de piedras y palos. Si alguna vez
+manda usted en su vida disparar, tenga la certeza de que ser&aacute; contra
+espa&ntilde;oles. Los gobiernos no quieren ej&eacute;rcito: saben que es in&uacute;til para
+la defensa exterior de la naci&oacute;n, pues la fortuna nacional no permite su
+mantenimiento, y les basta con una organizaci&oacute;n embrionaria, que vive en
+pleno desorden, agitada por incesantes y contradictorias reformas,
+copiando los adelantos extranjeros, como una muchacha pobre imita las
+galas de la gran se&ntilde;ora. Crea usted que nada tiene de agradable vivir
+una existencia de apocamiento y monoton&iacute;a, sin otra gloria que fusilar
+al obrero que protesta o al pueblo que se queja.</p>
+
+<p>&mdash;Pero &iquest;y la libertad?, &iquest;y el progreso pol&iacute;tico?&mdash;pregunt&oacute; el cadete&mdash;.
+Yo he o&iacute;do a un capit&aacute;n viejo de la Academia, que si en Espa&ntilde;a existe el
+r&eacute;gimen liberal es por el ej&eacute;rcito.</p>
+
+<p>&mdash;Mucho hay de eso&mdash;dijo Gabriel&mdash;. Es indudablemente el servicio m&aacute;s
+importante que el ej&eacute;rcito ha prestado a Espa&ntilde;a. Sin &eacute;l, &iexcl;qui&eacute;n sabe en
+lo que hubiesen parado las guerras civiles, en este pa&iacute;s tan
+estacionario y t&iacute;mido ante las reformas! Lo repito: no desconozco este
+servicio, pero crea usted que las guerras civiles entre la libertad y el
+absolutismo pol&iacute;tico no se repetir&aacute;n, como no podr&iacute;an reproducirse con
+&eacute;xito las guerrillas de la Independencia. Los medios de comunicaci&oacute;n y
+los progresos militares han matado la guerra de monta&ntilde;a. El m&aacute;user, que
+es el arma del d&iacute;a, necesita llevar tras de s&iacute; un parque bien provisto,
+tener almacenes de cartuchos a la espalda, y esto es incompatible con la
+guerra de partidas.</p>
+
+<p>&mdash;Pero reconocer&aacute; usted que de algo servimos y que pr&eacute;stamos a la naci&oacute;n
+un buen servicio.</p>
+
+<p>&mdash;Lo reconozco dentro del actual orden de cosas. Pero a&uacute;n lo reconocer&iacute;a
+mejor si fuesen ustedes menos. Consumen la mejor parte del presupuesto,
+y sin embargo viven ustedes en una miseria decente y disimulada, pedo
+miseria al fin. Un teniente gana menos que ciertos obreros, y tiene que
+costearse uniformes vistosos, ir limpio, y frecuentar, cuando necesita
+esparcimiento, los mismos lugares que los ricos. S&oacute;lo ve ante &eacute;l largos
+a&ntilde;os de espera y de oculta miseria, sobrellevada con dignidad, hasta que
+un ascenso le proporciona unos cuantos duros m&aacute;s al mes. Ustedes sufren
+arrastrando esta vida de proletarios de la espada, y la naci&oacute;n
+productora se queja vi&eacute;ndoles inactivos, y olvida otros gastos
+superfluos para fijarse &uacute;nicamente en los militares. Cr&eacute;ame usted: para
+ej&eacute;rcito moderno, son ustedes muy pocos y mal organizados; para guardia
+interior, sobran muchos y son caros. No es de ustedes la culpa. Es de su
+Vocaci&oacute;n que llega tarde, cuando Espa&ntilde;a est&aacute; muerta, por fortuna, para
+las empresas aventureras. Si resucita, ha de seguir una direcci&oacute;n que no
+ser&aacute; ciertamente la de la espada. Por esto digo que yerran el camino los
+j&oacute;venes que buscan la gloria all&iacute; donde creyeron encontrarla sus
+antepasados.</p>
+
+<p>La aparici&oacute;n del <i>Vara de plata</i> cort&oacute; el di&aacute;logo. Corr&iacute;a, p&aacute;lido de
+emoci&oacute;n, jadeante, agitando su manojo de llaves.</p>
+
+<p>&mdash;Va a venir Su Eminencia&mdash;dijo apresuradamente&mdash;. Ya est&aacute; en el arco.
+Quiere pasar la tarde en el jard&iacute;n. &iexcl;Es un capricho...! Hoy dicen que
+est&aacute; inaguantable.</p>
+
+<p>Y corri&oacute; a abrir la escalera de Tenorio, que pon&iacute;a en comunicaci&oacute;n las
+Claver&iacute;as con el claustro bajo.</p>
+
+<p>El cadete se alarm&oacute; ante la inesperada proximidad de su t&iacute;o. No quer&iacute;a
+que le encontrase all&iacute;: tem&iacute;a el car&aacute;cter del cardenal; y huy&oacute; hacia la
+escalera de la torre. Se marchaba a los toros; sacrificaba a la novia
+antes que encontrarse con don Sebasti&aacute;n.</p>
+
+<p>Gabriel, al quedar solo en el claustro, se arrim&oacute; a una columnilla,
+aguardando de lejos el paso del temible pr&iacute;ncipe de la Iglesia. Le vio
+salir por la puerta que conduc&iacute;a al departamento de los gigantones. Iba
+seguido por dos familiares. Luna pudo examinarle bien por primera vez.
+Era enorme, y a pesar de su edad, se manten&iacute;a erguido. Sobre la negra
+sotana con ribetes rojos descansaba la cruz de oro. Se apoyaba en un
+bast&oacute;n de mando con cierta marcialidad, y las borlas de oro de su
+sombrero ca&iacute;an sobre su nuca grasienta, de una piel rosada y cubierta de
+pelos blancos. Sus ojos peque&ntilde;os y penetrantes miraban a todos lados con
+la esperanza de encontrar un descuido, algo que contraviniese las reglas
+establecidas, para estallar en gritos y amenazas que diesen salida al
+mal humor y a la ira reconcentrada que frunc&iacute;an su entrecejo.</p>
+
+<p>Desapareci&oacute; por la escalera de Tenorio precedido por don Antol&iacute;n, que,
+despu&eacute;s de abrir las verjas, se hab&iacute;a puesto a sus &oacute;rdenes, tr&eacute;mulo de
+miedo. El silencio y la soledad de las Claver&iacute;as no se alteraron.
+Parec&iacute;a que la gente oculta en las casas quedaba inm&oacute;vil, adivinando el
+peligro que pasaba.</p>
+
+<p>Gabriel, asomado a la barandilla, vio c&oacute;mo el cardenal sal&iacute;a al claustro
+bajo, recorriendo dos de sus galer&iacute;as hasta llegar a la puerta del
+jard&iacute;n. Un ligero adem&aacute;n del prelado bast&oacute; para que se detuvieran los
+familiares, y &eacute;l avanz&oacute; solo por la avenida central, dirigi&eacute;ndose al
+cenador, donde Tomasa dormitaba entre los muros de hojas con la calceta
+en las manos.</p>
+
+<p>La vieja despert&oacute; con el ruido de pasos. Al ver al prelado, dio un grito
+de sorpresa:</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Don Sebasti&aacute;n! &iexcl;Aqu&iacute; usted...!</p>
+
+<p>&mdash;He querido visitarte&mdash;dijo el cardenal con sonrisa bondadosa,
+sent&aacute;ndose en una silla&mdash;. No siempre hab&iacute;as de ser t&uacute; la que me
+buscases. Te debo muchas visitas, y aqu&iacute; estoy.</p>
+
+<p>Hundiendo una mano en las profundidades de la sotana sac&oacute; una petaca de
+oro, encendiendo un cigarrillo. Extend&iacute;a sus piernas con la complacencia
+del que se ve un momento en libertad, acostumbrado a todas horas a
+imponerse con el ce&ntilde;o adusto de la dominaci&oacute;n.</p>
+
+<p>&mdash;Pero &iquest;no estaba usted enfermo?&mdash;pregunt&oacute; la jardinera&mdash;. Yo pensaba
+pasar esta tarde a palacio para preguntar a do&ntilde;a Visita por su salud.</p>
+
+<p>&mdash;Calla, tonta; nunca me he sentido mejor: especialmente desde esta
+ma&ntilde;ana. La bofetada que he dado a &laquo;&eacute;sos&raquo; no asistiendo al coro por no
+rozarme con ellos me ha puesto de un humor magn&iacute;fico. Para que conste
+mejor mi intenci&oacute;n, he venido a verte. Quiero que sepan que estoy bien,
+que lo de la enfermedad no es cierto. Que se enteren todos en Toledo que
+el arzobispo no quiere ver a sus can&oacute;nigos, y que esto lo hace por
+dignidad, no por soberbia, pues al mismo tiempo baja a ver a su antigua
+amiga la jardinera.</p>
+
+<p>Y el temible hombr&oacute;n re&iacute;a como un ni&ntilde;o al pensar en el disgusto que esta
+visita pod&iacute;a dar a los del cabildo.</p>
+
+<p>&mdash;Y, no creas, Tomasa&mdash;continu&oacute;&mdash;, que he venido a verte s&oacute;lo por
+conveniencia; esta tarde estaba triste en palacio, me aburr&iacute;a.
+Visitaci&oacute;n anda ocupada con unas amigas de Madrid, y yo he sentido ese
+arrechucho que me da de vez en cuando al recordar el pasado. Sent&iacute;a
+necesidad de verte, y he pensado adem&aacute;s en que el jard&iacute;n de la catedral
+es siempre fresco. Fuera de aqu&iacute; hace un calor de horno... &iexcl;Ay, Tomasa!,
+&iexcl;qu&eacute; fuerte te veo! Tan delgada y tan &aacute;gil, te mantienes mejor que yo.
+No est&aacute;s envuelta en grasa como este pecador, ni tienes dolencias que te
+amarguen las noches. Tu pelo a&uacute;n est&aacute; casi negro, la dentadura se
+conserva bien, no necesitas, como este cardenal, llevar un artefacto
+dentro de la boca.... Pero de todos modos, Tomasa, eres vieja como yo.
+Nos quedan pocos a&ntilde;os de vida, por mucho que el Se&ntilde;or quiera
+conservarnos. &iexcl;Qui&eacute;n pudiese volver a aquellos tiempos, cuando sub&iacute;a a
+tu casa con la sotanita roja, en busca de tu padre el sacrist&aacute;n, y te
+quitaba el almuerzo! &iquest;Eh, Tomasa...?</p>
+
+<p>Los dos ancianos, olvidando las diferencias sociales, con esa
+fraternidad resignada de los seres que caminan a la muerte, recordaban
+el pasado. Todo estaba lo mismo que en su ni&ntilde;ez: el jard&iacute;n, el claustro;
+la catedral no hab&iacute;a cambiado.</p>
+
+<p>Su Eminencia, cerrando los ojos, se cre&iacute;a a&uacute;n el monago travieso de
+medio siglo antes. La espiral azulada de su cigarrillo parec&iacute;a arrastrar
+su pensamiento por las interminables revueltas del pasado.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Te acuerdas c&oacute;mo se burlaba de m&iacute; tu pobre padre? &laquo;Este
+chiquillo&mdash;dec&iacute;a en la sacrist&iacute;a&mdash;es un Sixto V.&raquo; &laquo;&iquest;Qu&eacute; quieres ser?&raquo;,
+me preguntaban. Y yo respond&iacute;a siempre lo mismo: &laquo;Arzobispo de Toledo.&raquo;
+&iexcl;Y poco que se burlaba el buen sacrist&aacute;n de la seguridad con que hablaba
+yo de mis pretensiones! Cuando me consagraron obispo, cree, Tomasa, que
+me acord&eacute; mucho de &eacute;l, sintiendo que hubiese muerto. Habr&iacute;a gozado
+viendo sus l&aacute;grimas de alegr&iacute;a al contemplarme con la mitra en la
+cabeza.... Yo os he querido siempre; sois una familia excelente, y
+muchas veces me matasteis el hambre.</p>
+
+<p>&mdash;Calle, se&ntilde;or, calle y no recuerde esas cosas. Yo soy la que tengo que
+agradecerle que sea tan bueno, tan llanote, a pesar de su categor&iacute;a, que
+casi es la que viene detr&aacute;s del Papa.... Y la verdad es&mdash;a&ntilde;adi&oacute; la vieja
+con la arrogancia de su franqueza&mdash;que nada pierde siendo as&iacute;. Amigas
+como yo no tendr&aacute; usted ninguna. A usted no le rodean m&aacute;s que aduladores
+y pillos, como a todos los grandes de la tierra. Si se hubiera quedado
+en cura de misa y olla, nadie le mirar&iacute;a la cara; pero Tomasa
+continuar&iacute;a siendo su amiga, siempre dispuesta a hacerle un servicio. Si
+le quiero tanto, es porque usted es sencillo y afable. Si gastase
+orgullo, como otros arzobispos, le besar&iacute;a el anillo y &iexcl;hasta la vista!
+El cardenal en su palacio y la jardinera en su jard&iacute;n.</p>
+
+<p>El prelado acog&iacute;a con sonrisas la franqueza en&eacute;rgica de la buena mujer.</p>
+
+<p>&mdash;Usted siempre ser&aacute; don Sebasti&aacute;n para m&iacute;&mdash;continu&oacute;&mdash;. Cuando me dijo
+que no le llamase Eminencia y todos esos tratamientos que le da la
+gente, lo agradec&iacute; m&aacute;s que si me hubiese regalado el manto de la Virgen
+del Sagrario. Se me atragantaba tanto tratamiento; me daban ganas de
+gritar: &laquo;&iexcl;Pero qu&eacute; porra de Eminencia e Ilustr&iacute;sima, si nos hemos
+ara&ntilde;ado de peque&ntilde;os mil veces, porque este grand&iacute;simo ladr&oacute;n no ve&iacute;a
+mendrugo ni albaricoque en mis manos que no quisiera zamp&aacute;rselo!&raquo;
+Gracias que le hablo de usted desde que le vi beneficiado de la
+catedral, pues a un sacerdote no est&aacute; bien tutearle como a un monago.</p>
+
+<p>Quedaron silenciosos los dos viejos. Sus miradas vagaban por el jard&iacute;n
+con cierto enternecimiento, como si en cada &aacute;rbol o arcada cubierta de
+follaje encontrasen un recuerdo.</p>
+
+<p>&iquest;Sabe usted lo que ahora me viene a la memoria?&mdash;dijo Tomasa&mdash;. Pues
+me acuerdo de otra vez que nos vimos aqu&iacute; mismo, en este jard&iacute;n, hace
+una friolera de a&ntilde;os: lo menos cuarenta y ocho o cincuenta. Yo estaba
+con mi pobre hermana mayor, que acababa de casarse con Luna el
+jardinero. Por el claustro andaba rond&aacute;ndome el que luego fue mi marido.
+Vi entrar en el cenador un hermoso soldadote, un sargento, con gran
+ruido de espuelas, el chafarote al brazo y un casco con rabo, como el de
+los jud&iacute;os del Monumento. Era usted, don Sebasti&aacute;n, que hab&iacute;a venido a
+Toledo para ver a su t&iacute;o el beneficiado, y no quer&iacute;a marcharse sin
+visitar a su amiga Tomasita. &iexcl;Y qu&eacute; guapo estaba usted! Es la verdad; no
+lo digo por adularle. &iexcl;Ten&iacute;a usted un aire de pillo para las muchachas!
+Hasta recuerdo que me dijo algo sobre lo hermosa y fresca que me
+encontraba despu&eacute;s de los a&ntilde;os de ausencia. A usted no le sienta mal que
+recuerde esto, &iquest;verdad? Eran chicoleos de soldado. &iexcl;Tantos dir&iacute;a
+entonces! Cuando se fue usted, dijo mi cu&ntilde;ado: &laquo;&Eacute;ste ha colgado los
+h&aacute;bitos para siempre; es in&uacute;til que su t&iacute;o el beneficiado quiera hacerlo
+sacerdote.&raquo;</p>
+
+<p>&mdash;Fue una locura de la juventud&mdash;dijo el cardenal, que sonre&iacute;a con
+orgullo recordando al arrogante sargento de dragones&mdash;. En Espa&ntilde;a s&oacute;lo
+hay tres carreras dignas del hombre: la de la espada, la de la Iglesia o
+la de la toga. La sangre me bull&iacute;a, y quise ser soldado; pero tuve la
+desgracia de pillar tiempos de paz. Mi carrera hubiese sido lenta, y
+para no amargar los &uacute;ltimos a&ntilde;os de mi t&iacute;o, segu&iacute; sus consejos y reanud&eacute;
+los estudios, volviendo a la Iglesia. En un sitio y en otro se puede
+servir a Dios y a la patria; pero cree que muchas veces, con todo mi
+cardenalato a cuestas, pienso con envidia en aquel militar que t&uacute; viste.
+&iexcl;Qu&eacute; tiempos tan dichosos! A&uacute;n me tira la espada. Cuando veo a los
+cadetes, cambiar&iacute;a a gusto con cualquiera de ellos, entreg&aacute;ndoles mi
+b&aacute;culo y mi cruz. &iexcl;Y tal vez lo hiciese mejor que todos ellos! &iexcl;Ah! &iexcl;si
+volviesen aquellos tiempos de la Reconquista, en que los prelados
+sal&iacute;an a matar moros! &iexcl;Qu&eacute; gran arzobispo de Toledo hubiese hecho yo...!</p>
+
+<p>Y don Sebasti&aacute;n ergu&iacute;a su cuerpo de anciano obeso, estirando los brazos
+con la arrogancia de los &uacute;ltimos restos de su vigor.</p>
+
+<p>&mdash;Usted ha sido siempre muy hombre&mdash;dijo la jardinera&mdash;. Yo se lo digo
+muchas veces a ciertos curitas qu&eacute; hablan de usted, critic&aacute;ndolo por si
+patat&iacute;n o patat&aacute;n. &laquo;No jueguen ustedes con Su Eminencia, que es muy
+capaz de entrar un d&iacute;a en el coro, y a &eacute;ste quiero y a &eacute;ste no, sacarlos
+a todos a bofetada limpia.&raquo;</p>
+
+<p>&mdash;M&aacute;s de una vez he estado tentado de hacerlo&mdash;dijo el prelado con
+firmeza, brillando en sus ojos una chispa de energ&iacute;a&mdash;. Pero me detiene
+la consideraci&oacute;n de mi cargo y mi car&aacute;cter de sacerdote pac&iacute;fico. Soy
+pastor del cat&oacute;lico reba&ntilde;o, no lobo que aterra a las ovejas con su
+fiereza. Pero a veces no puede uno m&aacute;s, y &iexcl;Dios me perdone! he sentido
+la tentaci&oacute;n de levantar el cayado para empezar a golpes con el reba&ntilde;o
+rebelde que se guarece en la catedral.</p>
+
+<p>El prelado excit&aacute;base hablando de sus luchas con el cabildo. La placidez
+de esp&iacute;ritu que le proporcionaba la tranquilidad del jard&iacute;n desaparec&iacute;a
+al recordar a sus hostiles subordinados. Necesitaba, como otras veces,
+confiar sus pesares a la jardinera, con esa benevolencia instintiva que
+impulsa a los grandes a franquearse con los humildes.</p>
+
+<p>&mdash;T&uacute; no sabes, Tomasa, lo que esos hombres me hacen sufrir. Quiero
+dominarlos porque soy el amo, porque me deben obediencia con arreglo a
+la disciplina, sin la cual no habr&iacute;a Iglesia ni religi&oacute;n, y se me
+resisten y me desobedecen. Mis &oacute;rdenes son cumplidas a rega&ntilde;adientes, y
+cuando quiero imponerme, hasta el &uacute;ltimo cura sale con lo que llama sus
+derechos, y me pone pleito, y acude a la Rota y a Roma si es preciso.
+Vamos a ver: &iquest;soy el amo o no lo soy? &iquest;Es que el pastor discute con sus
+ovejas y las consulta para guiarlas por el buen camino...? Me marean y
+aturden con sus pleitos y cuestiones. No hay entre ellos ni medio
+hombre; todos son chismosos y cobardes. En mi presencia tienen la vista
+baja; sonr&iacute;en y alaban a Su Eminencia; y apenas vuelvo la espalda, son
+v&iacute;boras que intentan morderme, lenguas de escorpi&oacute;n que nada respetan...
+&iexcl;Ay, Tomasa! &iexcl;Hija m&iacute;a! &iexcl;Tenme l&aacute;stima! Cree que cuando pienso en esto
+me pongo muy enfermo.</p>
+
+<p>Y el prelado palidec&iacute;a, abandonando su asiento con gesto doloroso, como
+si sus entra&ntilde;as se conmoviesen con intensas punzadas.</p>
+
+<p>&mdash;No haga usted caso&mdash;dijo la jardinera&mdash;. Usted est&aacute; por encima de
+todos; usted los vencer&aacute;.</p>
+
+<p>&mdash;Claro que los vencer&eacute;; &iexcl;pues no faltaba m&aacute;s! Ser&iacute;a la primera vez que
+quedase debajo. Estas triqui&ntilde;uelas de comadres me molestan poco. S&eacute; que
+al final ver&eacute; a mis pies a los repugnantes enemigos. &iexcl;Pero sus lenguas,
+Tomasa! &iexcl;Lo que dicen de los seres que m&aacute;s amo en el mundo! Esto es lo
+que me hiere, lo que me mata.</p>
+
+<p>Volvi&oacute; a sentarse, aproxim&aacute;ndose a la jardinera para hablar en voz
+queda:</p>
+
+<p>&mdash;T&uacute; conoces mi pasado mejor que nadie; te lo he contado porque me
+inspiras gran confianza. Adem&aacute;s, t&uacute; eres lista, y lo que no sabes lo
+adivinas. Conoces lo que es Visitaci&oacute;n para m&iacute;, e indudablemente no
+ignoras lo que esos miserables dicen de ella. No te hagas la tonta: lo
+sabes; todos en la catedral y aun fuera de ella se enteran de esas
+calumnias y las creen. T&uacute; eres la &uacute;nica que no puedes creerlas, porque
+conoces la verdad... Pero &iexcl;ay!, la verdad no puedo decirla, no puedo
+gritarla: me lo impiden estos h&aacute;bitos.</p>
+
+<p>Y agarraba un pu&ntilde;ado de su sotana con los dedos crispados, como si
+quisiera rasgarla.</p>
+
+<p>Transcurri&oacute; un largo rato de silencio. Don Sebasti&aacute;n miraba al suelo con
+ojos duros, contrayendo sus manos como si quisiera agarrar a los
+invisibles enemigos. De vez en cuando sent&iacute;a las punzadas de su
+enfermedad y suspiraba dolorosamente.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Por qu&eacute; pensar en tales cosas?&mdash;dijo la jardinera&mdash;. Se pone usted
+malo, y para esto no era preciso que se molestase bajando a verme.
+Mejor hubiera hecho qued&aacute;ndose en palacio.</p>
+
+<p>&mdash;No; t&uacute; me distraes; encuentro cierto consuelo comunic&aacute;ndote mis penas.
+All&aacute; arriba me desespero solo, teniendo que hacer esfuerzos para
+tragarme la rabia. No quiero que se enteren mis familiares, pues ser&iacute;an
+capaces de re&iacute;rse; no quiero que sepa nada mi pobre Visitaci&oacute;n... &iexcl;Y yo
+no s&eacute; disimular!, &iexcl;no puedo fingir alegr&iacute;a cuando estoy irritado...!
+&iexcl;Qu&eacute; infierno el que sufro! &iexcl;No poder decir que he sido hombre, que he
+sido d&eacute;bil, como hecho de carne que soy, y que llevo conmigo los frutos
+de mi falta, sin querer separarme de ellos aunque la calumnia me
+persiga! Cada uno obra como quien es, y yo quiero ser bueno en medio de
+mis pecados. Pod&iacute;a haberme separado de mis hijos, haberlos abandonado,
+como hacen otros por conservar su fama de santos; pero yo soy hombre, me
+enorgullezco de ello: un hombre con sus defectos y sus virtudes, ni una
+m&aacute;s ni una menos que la generalidad de los humanos. El sentimiento de la
+paternidad est&aacute; en m&iacute; tan arraigado, tan hondo, que antes perder&iacute;a la
+mitra que abandonar a mis hijos. Ya recuerdas c&oacute;mo me puse cuando muri&oacute;
+el padre de Juanito, que pasaba por mi sobrino. Cre&iacute; morir. &iexcl;Un hombr&oacute;n
+tan hermoso y con un porvenir tan brillante! Yo le hubiese hecho
+magistrado, presidente del Supremo, ministro, &iexcl;qu&eacute; s&eacute; yo! Y en
+veinticuatro horas se me muere, como si el cielo quisiera castigarme. Es
+verdad que me queda mi nieto; pero ese Juanito en nada se parece a su
+padre, y te lo confieso: le quiero poco; no veo en &eacute;l m&aacute;s que un reflejo
+lejano de mi pobre hijo. De mi pasado, de aquella &eacute;poca que fue la m&aacute;s
+feliz de mi vida, s&oacute;lo me resta Visitaci&oacute;n. Es el retrato de la pobre
+muerta; &iexcl;la adoro! Y esta dicha mezquina me la turba esa gentuza con sus
+calumnias... &iexcl;Hay para matarlos!</p>
+
+<p>Dominado por el grato recuerdo de la primavera que hab&iacute;a florecido en
+sus primeros a&ntilde;os de obispo, all&aacute; en una di&oacute;cesis andaluza, repet&iacute;a a
+Tomasa, una vez m&aacute;s, sus relaciones con cierta dama devota que sent&iacute;a
+desde la ni&ntilde;ez horror al mundo. La devoci&oacute;n los hab&iacute;a juntado, pero la
+vida no tard&oacute; en recobrar sus fueros, abri&eacute;ndose paso en sus relaciones
+casi m&iacute;sticas y uni&eacute;ndolos en carnal abrazo. Hab&iacute;an vivido fieles uno al
+otro en el misterio de la vida eclesi&aacute;stica, am&aacute;ndose con prudencia
+escrupulosa, sin que el secreto de sus relaciones trascendiese al
+p&uacute;blico, hasta que ella muri&oacute;, dej&aacute;ndole dos hijos. Don Sebasti&aacute;n,
+hombre de en&eacute;rgicas pasiones, sent&iacute;a la paternidad hasta la vehemencia.
+Aquellos dos seres eran la imagen de la pobre muerta, el recuerdo del
+&uacute;nico idilio de una vida dedicada por completo a la ambici&oacute;n. Las
+calumnias que circulaban los enemigos, fund&aacute;ndolas en la presencia de su
+hija en el palacio arzobispal, le pon&iacute;an como loco.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;La creen mi querida!&mdash;dec&iacute;a con acento iracundo&mdash;. &iexcl;Mi pobre
+Visitaci&oacute;n, tan buena, tan cari&ntilde;osa, tan mansita para todo, convertida
+en una cualquiera por esos miserables! &iexcl;Una amante que he sacado para mi
+diversi&oacute;n del Colegio de Doncellas nobles...! &iexcl;Como si yo, viejo y
+enfermo, estuviera para pensar en esas porquer&iacute;as! &iexcl;Indecentes...!,
+&iexcl;miserables...! &iexcl;Por menos se cometen muchos cr&iacute;menes...!</p>
+
+<p>&mdash;D&eacute;jelos que digan; Dios est&aacute; en lo alto y nos ve a todos.</p>
+
+<p>&mdash;Lo s&eacute;; pero esto no basta a tranquilizarme. T&uacute; tienes hijos, Tomasa, y
+conoces lo que es quererlos. No s&oacute;lo nos hiere lo que se hace contra
+ellos, sino lo que se dice... &iexcl;Qu&eacute; d&iacute;as llevo de sufrimiento! De peque&ntilde;o
+ya sabes que toda mi ilusi&oacute;n era llegar a lo que soy. Miraba el trono
+del coro y pensaba en lo bien que se estar&iacute;a en &eacute;l, en la inmensa
+felicidad de ser pr&iacute;ncipe de la Iglesia. Pues bien; ya estoy en el
+trono. He caminado medio siglo apartando las piedras, dejando la piel y
+hasta la carne en las zarzas de la cuesta. &iexcl;Yo s&eacute; c&oacute;mo pude salir del
+mont&oacute;n negro y llegar a obispo! Despu&eacute;s... &iexcl;ya soy arzobispo!, &iexcl;ya soy
+cardenal!, &iexcl;ya no puedo llegar a m&aacute;s! &iquest;Y qu&eacute;? La felicidad siempre
+marcha delante de nosotros, como la nube de luz que guiaba a los
+israelitas. La vemos, casi la tocamos, pero no se deja coger. Me siento
+ahora m&aacute;s infeliz que en la &eacute;poca en que luchaba por ser algo y me cre&iacute;a
+el m&aacute;s desgraciado de los hombres. No tengo la juventud: la altura en
+que me veo, fijas en m&iacute; todas las miradas, me impide defenderme. &iexcl;Ay,
+Tomasa! Compad&eacute;ceme, soy digno de l&aacute;stima. &iexcl;Ser padre, y tener que
+ocultarlo como un crimen! &iexcl;Querer a mi hija con un cari&ntilde;o que se
+acrecienta m&aacute;s y m&aacute;s conforme se aproxima la muerte, y tener que sufrir
+que la gente tome este afecto tan puro por algo repugnante...!</p>
+
+<p>Y la terrible mirada de don Sebasti&aacute;n, que asustaba a toda la di&oacute;cesis,
+nubl&oacute;se con l&aacute;grimas.</p>
+
+<p>&mdash;Adem&aacute;s, tengo otras penas&mdash;continu&oacute;&mdash;, pero son de hombre previsor que
+teme el porvenir. Cuando muera, todo lo que tengo ser&aacute; para mi hija.
+Juanito cuenta con lo de su madre, que era rica, y adem&aacute;s tiene una
+carrera y el apoyo de mis amigos. Visitaci&oacute;n ser&aacute; poderosa. Ya sabes
+que-mis adversarios me echan en cara lo que ellos llaman mi avaricia.
+Avaricioso, no: previsor, amante del bienestar de los m&iacute;os. He ahorrado
+mucho; no soy de los que reparten pan a la puerta de su palacio, ni
+busco la celebridad por la limosna. Tengo dehesas en Extremadura, muchas
+vi&ntilde;as en la Mancha, casas, y sobre todo, papel del Estado, mucho papel.
+Como buen espa&ntilde;ol, quiero ayudar al gobierno con mi dinero, tanto m&aacute;s
+cuanto que &eacute;sto produce ganancias. No s&eacute; ciertamente lo que poseo: ser&aacute;n
+veinte millones de reales: tal vez m&aacute;s. Todo ahorrado por m&iacute;, aumentado
+con buenos negocios. No puedo quejarme de la suerte; el Se&ntilde;or me ha
+ayudado. &iexcl;Y todo para mi pobre Visitaci&oacute;n! Mi gozo ser&iacute;a verla casada
+con un hombre bueno, pero ella no quiere separarse de m&iacute;. Le atrae la
+iglesia, y &eacute;ste es mi miedo. No lo extra&ntilde;es, Tomasa; yo, pr&iacute;ncipe de la
+Iglesia, tiemblo al ver c&oacute;mo se entrega a la devoci&oacute;n, y hago cuanto
+puedo por desviarla. Me gusta la mujer religiosa, no la devota que s&oacute;lo
+se encuentra bien en la iglesia. La mujer debe vivir, debe gozar y ser
+madre. Siempre he mirado mal a las monjas.</p>
+
+<p>&mdash;D&eacute;jela, se&ntilde;or&mdash;dijo la jardinera&mdash;. Nada tiene de extra&ntilde;o que le guste
+la iglesia. Del modo como vive, no puede tener otras aficiones.</p>
+
+<p>&mdash;Por hoy, nada temo. Estoy a su lado, y nada me importa que guste del
+trato con monjitas. Pero puedo morir ma&ntilde;ana, y &iexcl;fig&uacute;rate qu&eacute; magn&iacute;fico
+bocado ser&aacute; la pobre Visita con sus millones, sola, y con esa afici&oacute;n a
+la vida religiosa, que otros m&aacute;s listos pueden explotar...! Yo he visto
+mucho; soy de la clase y estoy en el secreto. No faltan &oacute;rdenes
+religiosas que se dedican a la caza de herencias, para mayor gloria de
+Dios, seg&uacute;n dicen. Adem&aacute;s, andan por ah&iacute; esas monjas extranjeras, de
+gran papalina, que son linces para esta clase de trabajo. Me aterra el
+pensar que caigan sobre mi hija. Yo soy del catolicismo a la antigua, de
+aquella religiosidad espa&ntilde;ola neta: un catolicismo castellano, como
+quien dice de panllevar, limpio de extranjer&iacute;as modernas. Ser&iacute;a triste
+haber pasado la vida ahorrando, para engordar a los jesu&iacute;tas o a esas
+hermanas que no saben hablar en castellano. No quiero que mis dineros
+sufran la misma suerte que los del sacrist&aacute;n del adagio. Por esto, a los
+sinsabores de mi lucha con la gentuza enemiga se une el dolor que me
+causa el car&aacute;cter d&eacute;bil de mi hija. Tal vez la cacen, y alg&uacute;n tuno se
+r&iacute;a de m&iacute; apoder&aacute;ndose de mi dinero.</p>
+
+<p>Y excitado por sus negros pensamientos, solt&oacute; una interjecci&oacute;n castiza y
+obscena, recuerdo de sus tiempos de soldado. En presencia de la
+jardinera, no ten&iacute;a por qu&eacute; contenerse. La vieja estaba acostumbrada a
+los desahogos de su car&aacute;cter.</p>
+
+<p>&mdash;Vamos a ver&mdash;dijo imperiosamente, despu&eacute;s de un largo silencio&mdash;. T&uacute;
+que me conoces mejor que nadie: &iquest;soy tan malo como suponen los enemigos?
+&iquest;Merezco que el Se&ntilde;or me castigue por mis faltas? T&uacute; eres un alma de
+Dios, sencilla y buena, y sabes m&aacute;s de esto con tu instinto que todos
+los doctores en Teolog&iacute;a.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Usted malo, don Sebasti&aacute;n? &iexcl;Jes&uacute;s...! Usted es un hombre como los
+otros: ni m&aacute;s ni menos. Tal vez mejor que muchos, pues es sencillo,
+todo de una pieza, sin enga&ntilde;os ni hipocres&iacute;as.</p>
+
+<p>&mdash;Un hombre: t&uacute; lo has dicho. Soy un hombre como los dem&aacute;s. Los que
+llegamos a cierta altura somos como los santos que est&aacute;n en las fachadas
+de las iglesias. De abajo, causan admiraci&oacute;n por su hermosura; vistos de
+cerca, producen horror por la fealdad de la piedra ro&iacute;da por el tiempo.
+Por m&aacute;s que intentemos santificarnos, poni&eacute;ndonos a distancia, no somos
+m&aacute;s que hombres; seres de carne flaca para aquellos que nos rodean. En
+la Iglesia son contad&iacute;simos los que se libran de las pasiones humanas.
+&iexcl;Y qui&eacute;n sabe si aun esos pocos privilegiados no se sienten mordidos por
+el demonio de la vanidad, y al extremar los ascetismos de su vida,
+piensan en la gloria de verse en los altares...! El sacerdote que logra
+dominar la carne cae en la avaricia, que es el vicio eclesi&aacute;stico por
+excelencia. Yo jam&aacute;s he atesorado por vicio; he ahorrado para los m&iacute;os,
+nunca para m&iacute;.</p>
+
+<p>Call&oacute; largo rato el prelado; pero en su irresistible af&aacute;n de confesarse
+con la sencilla mujer, continu&oacute;:</p>
+
+<p>&mdash;Estoy seguro de que no me despreciar&aacute; Dios cuando llegue mi hora. Su
+infinita misericordia est&aacute; por encima de todas las peque&ntilde;eces de la
+vida. &iquest;Cu&aacute;l es mi delito? Haber amado a una mujer, como mi padre am&oacute; a
+mi madre; tener hijos, como los tuvieron ap&oacute;stoles y santos. &iquest;Y qu&eacute;? El
+celibato eclesi&aacute;stico es una invenci&oacute;n de los hombres, un detalle de
+disciplina acordado en los concilios; pero la carne y sus exigencias son
+anteriores en much&iacute;simos siglos: datan del Para&iacute;so. Quien salta esta
+barrera, no por vicio, sino por pasi&oacute;n irresistible, porque no puede
+vencer el impulso de crear una familia y tener una compa&ntilde;era, &eacute;se falta
+indudablemente a las leyes de la Iglesia, pero no desobedece a Dios....
+Al aproximarse la muerte, tengo miedo. Muchas noches dudo y tiemblo como
+un ni&ntilde;o.... Yo he servido a Dios a mi modo. En otros tiempos le hubiera
+defendido con la espada, peleando contra los herejes; ahora soy su
+sacerdote, y por &eacute;l batallo cada vez que veo la impiedad de los tiempos
+cercenar algo de su gloria. El Se&ntilde;or me perdonar&aacute;, recibi&eacute;ndome en su
+seno. T&uacute; que eres tan buena, Tomasa, y tienes alma de &aacute;ngel bajo tu
+corteza ruda, &iquest;no lo crees as&iacute;...?</p>
+
+<p>La jardinera sonri&oacute;, y sus palabras atravesaron con lentitud el silencio
+de la tarde agonizante.</p>
+
+<p>&mdash;Tranquil&iacute;cese, don Sebasti&aacute;n. Yo he visto muchos santos en esta casa,
+y val&iacute;an menos que usted. Por asegurar su salvaci&oacute;n hubiesen abandonado
+a los hijos. Por mantener lo que llaman la pureza del alma habr&iacute;an
+renegado de la familia. Cr&eacute;ame usted a m&iacute;: aqu&iacute; no entran santos;
+hombres, todos hombres. No hay que arrepentirse de haber seguido el
+impulso del coraz&oacute;n. Dios nos hizo a su imagen y semejanza, y por algo
+nos puso el sentimiento de la familia. Lo dem&aacute;s, castidad, celibato y
+otras zarandajas, lo inventaron ustedes para distinguirse del com&uacute;n de
+las gentes. Sea usted hombre, don Sebasti&aacute;n, que cuanto m&aacute;s lo sea,
+resultar&aacute; m&aacute;s bueno y mejor lo acoger&aacute; el Se&ntilde;or en su gloria.</p>
+
+
+
+<hr style="width: 65%;" />
+<h2><a name="IX" id="IX"></a>IX</h2>
+
+<p>Pocos d&iacute;as despu&eacute;s del Corpus, una ma&ntilde;ana don Antol&iacute;n fue en busca de
+Gabriel. El <i>Vara de plata</i> sonre&iacute;a a Luna, habl&aacute;ndole con aire
+protector.</p>
+
+<p>Hab&iacute;a pensado en &eacute;l toda la noche. Le dol&iacute;a verle inactivo, paseando por
+el claustro. La falta de ocupaci&oacute;n era lo que le inspiraba aquellas
+ideas tan perversas.</p>
+
+<p>&mdash;Vamos a ver&mdash;a&ntilde;adi&oacute;&mdash;: &iquest;te convendr&iacute;a bajar conmigo todas las tardes a
+la catedral para ense&ntilde;ar el Tesoro y las dem&aacute;s preciosidades? Vienen
+muchos extranjeros que apenas si se dejan entender cuando me preguntan.
+T&uacute; conoces su lenguaje: sabes el franc&eacute;s, el ingl&eacute;s y no s&eacute; cu&aacute;ntos
+idiomas m&aacute;s, seg&uacute;n afirma tu hermano. La catedral ganar&iacute;a mucho pudiendo
+demostrar a esos extranjeros que tiene un int&eacute;rprete a su disposici&oacute;n;
+t&uacute; nos har&iacute;as un favor y no perder&iacute;as nada. Siempre es un
+entretenimiento ver caras nuevas. En cuanto a recompensa....</p>
+
+<p>Se detuvo aqu&iacute; don Antol&iacute;n, rasc&aacute;ndose la cabeza por debajo del bonete.
+Ver&iacute;a de ara&ntilde;ar algo de los fondos de la Obrer&iacute;a; si no era posible en
+el primer momento, por estar flaca y escurrida la renta de la Primada,
+ya se proveer&iacute;a m&aacute;s adelante. Y aguard&oacute; con mirada ansiosa la respuesta
+de Gabriel. &Eacute;ste mostr&oacute;se conforme. Al fin era un hu&eacute;sped de la
+catedral, y algo la deb&iacute;a. Y desde aquella tarde baj&oacute; al templo a la
+hora de coro para ense&ntilde;ar a los extranjeros las riquezas de la iglesia.</p>
+
+<p>Nunca faltaban viajeros que, exhibiendo los papelillos de colores de don
+Antol&iacute;n, esperaban el momento de admirar las alhajas. El <i>Vara de plata</i>
+no ve&iacute;a un extranjero que no se imaginase que era un lord o un duque,
+extra&ntilde;&aacute;ndose muchas veces de su desgarbo en el vestir. Para &eacute;l, s&oacute;lo los
+grandes de la tierra pod&iacute;an permitirse el placer de viajar, y abr&iacute;a unos
+ojos escandalizados e incr&eacute;dulos cuando Gabriel afirmaba que muchas de
+aquellas gentes eran zapateros de Londres o tenderos de Par&iacute;s que se
+daban en las vacaciones el regalo de una excursi&oacute;n por el antiguo pa&iacute;s
+de los moros.</p>
+
+<p>Avanzaban por las naves cinco can&oacute;nigos con sobrepellices de coro, cada
+uno con una llave en la mano. Eran los guardadores del Tesoro. Abr&iacute;a
+cada cual la cerradura confiada a su custodia, giraba pesadamente la
+puerta y quedaba abierta la capilla con sus antiguas riquezas. En
+enormes vitrinas, como en un museo, se exhib&iacute;a la vieja opulencia de la
+catedral: im&aacute;genes de plata maciza; globos enormes coronados por
+graciosas figurillas, todo de precioso metal; arquillas de marfil de
+complicada labor; custodias y viriles de oro; enormes platos dorados y
+repujados, con escenas mitol&oacute;gicas que resucitaban la alegr&iacute;a del
+paganismo en aquel rinc&oacute;n s&oacute;rdido y polvoriento del templo cristiano.
+Las piedras preciosas extend&iacute;an su gama de colores por pectorales,
+mitras y mantos de la Virgen. Eran diamantes tan enormes que hac&iacute;an
+dudar de su autenticidad, esmeraldas del tama&ntilde;o de guijarros, amatistas,
+topacios y perlas, muchas perlas, a centenares, a miles, ca&iacute;das como
+granizo sobre las vestiduras de la Virgen, Los forasteros admir&aacute;banse
+ante esta opulencia, deslumbrados por su enormidad, mientras Gabriel,
+habituado a la visita diaria, lo miraba todo fr&iacute;amente. El Tesoro ten&iacute;a
+un aire de vetustez lamentable. Las riquezas hab&iacute;an envejecido con la
+catedral. Los diamantes no brillaban, el oro parec&iacute;a empa&ntilde;ado y
+polvoriento, la plata se ennegrec&iacute;a, las perlas estaban opacas y como
+muertas. El humo de los cirios y el ambiente rancio del templo lo hab&iacute;an
+patinado todo tristemente.</p>
+
+<p>&laquo;La Iglesia&mdash;se dec&iacute;a Gabriel&mdash;envejece cuanto toca. Las riquezas
+pierden el brillo en sus manos, como las joyas que caen en poder de los
+usureros. El diamante se empa&ntilde;a en el seno de la gran avara; el cuadro
+m&aacute;s hermoso se ennegrece en sus altares.&raquo;</p>
+
+<p>Tras de la visita al Tesoro ven&iacute;a la exhibici&oacute;n del Ochavo, la capilla
+octogonal de m&aacute;rmoles obscuros: pante&oacute;n de reliquias donde los despojos
+humanos m&aacute;s repugnantes, las calaveras de horrible risa, los brazos
+momificados y las v&eacute;rtebras cariadas se mostraban en vasos de plata y
+oro. La piedad de otros siglos, cr&eacute;dula y grosera, aparec&iacute;a tan absurda
+al mostrarse en pleno siglo de descreimiento, que el mismo don Antol&iacute;n,
+tan intransigente hablando de las glorias de su catedral, bajaba la voz
+y apresuraba la relaci&oacute;n al se&ntilde;alar el pedazo de manto de santa Leocadia
+cuando se &laquo;apareci&oacute;&raquo; al arzobispo de Toledo, comprendiendo lo dif&iacute;cil
+que era explicar de qu&eacute; tela se vest&iacute;an las apariciones.</p>
+
+<p>Gabriel traduc&iacute;a fielmente la explicaci&oacute;n del <i>Vara de plata</i>,
+recalc&aacute;ndola muchas veces con ir&oacute;nica gravedad, mientras los can&oacute;nigos
+que escoltaban la caravana de forasteros alej&aacute;banse algunos pasos con
+aire distra&iacute;do para evitar preguntas.</p>
+
+<p>Un ingl&eacute;s flem&aacute;tico interrumpi&oacute; un d&iacute;a al int&eacute;rprete:</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Y no tienen ustedes ninguna pluma de las alas de san Miguel?</p>
+
+<p>&mdash;No, se&ntilde;or, y es l&aacute;stima&mdash;contest&oacute; Luna con igual seriedad&mdash;. Pero ya
+la encontrar&aacute; usted en otra catedral. Aqu&iacute; no podemos tenerlo todo.</p>
+
+<p>En la Sala Capitular, mezcla de arquitectura &aacute;rabe y g&oacute;tica, admiraban
+los visitantes la doble fila de arzobispos toledanos pintados en la
+pared con mitras y b&aacute;culos de oro. Gabriel llamaba la atenci&oacute;n sobre don
+Cerebruno, el prelado medioeval, llamado as&iacute; por su enorme cabeza. Pero
+el guardarropa era lo que mayor asombro produc&iacute;a en los forasteros.</p>
+
+<p>Era una pieza con grandes estanter&iacute;as y armarios de madera vieja. Por
+encima de aqu&eacute;llas, las paredes estaban cubiertas con grandes cuadros
+empolvados y rotos, copias de la pintura flamenca que el cabildo hab&iacute;a
+relegado a aquel rinc&oacute;n. Sobre la estanter&iacute;a se alineaban los antiguos
+sillones de la casa: unos a la espa&ntilde;ola, austeros, de l&iacute;neas rectas, con
+deshilachados rapacejos; otros de forma griega, con las patas curvas y
+embutidos de marfil. Las capas y casullas se apilaban en los estantes
+por clasificaci&oacute;n de tonos, con la esclavina fuera del mont&oacute;n, para que
+pudieran admirarse los prodigios del bordado. Todo un mundo de
+figurillas viv&iacute;a con la fuerza del color en unas cuantas pulgadas de
+tela. El arte asombroso de los antiguos bordadores daba a la seda las
+apariencias de vida de la pintura. La esclavina y las tiras de una capa
+bastaban para reproducir todas las escenas de la creaci&oacute;n b&iacute;blica o de
+la Pasi&oacute;n de Jes&uacute;s. El brocado y la seda desarrollaban la magnificencia
+de sus tejidos. Una capa era un jard&iacute;n de encendidos claveles; otra, un
+arriate de rosas o de flores fant&aacute;sticas de enroscados estambres y
+p&eacute;talos met&aacute;licos. Sacaban los sacristanes de profundos estantes, como
+si fuesen libros de tela y madera, los famosos frontales del altar
+mayor. Los hab&iacute;a especiales para cada fiesta. El de san Juan, alegre y
+risue&ntilde;o como una verbena, con corderos de oro y prietos racimos que
+acariciaban con sus manos mantecosas los angelitos gordinflones. Los m&aacute;s
+antiguos, de tonos suaves y desmayados, mostraban jardines persas, con
+fontanas azules en las que beb&iacute;an rojizas bestias.</p>
+
+<p>Los visitantes se aturd&iacute;an viendo desplegar telas y m&aacute;s telas, todo el
+pasado de una catedral que, teniendo millones de renta, empleaba para su
+embellecimiento ej&eacute;rcitos de bordadores y acaparaba las m&aacute;s ricas telas
+de Valencia y Sevilla, reproduciendo en oro y colores los episodios de
+los libros santos y los tormentos de los m&aacute;rtires. Era la leyenda
+gloriosa de la Iglesia eternizada por la aguja antes de que pudiese
+hacerlo la imprenta.</p>
+
+<p>Gabriel volv&iacute;a todas las tardes al claustro alto aburrido por este paseo
+a lo largo de la catedral. En los primeros d&iacute;as le sedujo la novedad de
+ver caras extra&ntilde;as, de sentir el roce de aquel arroyuelo de curiosos
+que, bifurc&aacute;ndose de la gran inundaci&oacute;n de viajeros que corr&iacute;an Europa,
+llegaba hasta Toledo. Pero al poco tiempo le parecieron iguales las
+gentes que ve&iacute;a todas las tardes. Eran las mismas preguntas, las mismas
+inglesas tiesas y de cara dura, iguales &iexcl;oooh! de admiraci&oacute;n fr&iacute;os y
+convencionales, e id&eacute;ntica manera de volver la espalda con grosera
+altivez cuando nada quedaba por ense&ntilde;ar.</p>
+
+<p>Al volver a la tranquilidad del claustro alto, despu&eacute;s de la diaria
+exhibici&oacute;n de las riquezas, Gabriel encontraba m&aacute;s repugnante e
+intolerable la miseria de las Claver&iacute;as. El zapatero le parec&iacute;a m&aacute;s
+amarillento y triste en el rancio ambiente de su tugurio, encorvado ante
+la mesilla, martilleando la suela; su mujer m&aacute;s d&eacute;bil y enfermiza,
+m&iacute;sera esclava de la maternidad, debilitada por el hambre y ofreciendo
+como &uacute;nica esperanza al hijo peque&ntilde;o aquellas ubres fl&aacute;cidas, de las que
+s&oacute;lo pod&iacute;a surgir sangre. El peque&ntilde;&iacute;n se le mor&iacute;a. Sagrario, que
+abandonaba su m&aacute;quina para pasar gran parte del d&iacute;a en casa del
+zapatero, as&iacute; lo dec&iacute;a en voz baja a su t&iacute;o. Ella hac&iacute;a las faenas de
+la casa, mientras la pobre madre, inm&oacute;vil en una silla, con el
+peque&ntilde;uelo en el regazo, lo contemplaba con ojos llorosos. Cuando la
+criatura despertaba de su sopor, levantando trabajosamente la cabeza
+sobre el cuello delgado como un hilo, la madre, para ahogar sus gemidos
+d&eacute;biles, lo aproximaba al pecho; pero el peque&ntilde;o retiraba la boca
+adivinando la inutilidad de sus esfuerzos en aquel colgajo de carne del
+que s&oacute;lo lograba extraer una triste gota.</p>
+
+<p>Gabriel examinaba al peque&ntilde;o, fij&aacute;ndose en su delgadez esquel&eacute;tica y las
+extra&ntilde;as manchas que la escr&oacute;fula extend&iacute;a sobre su piel de color de
+paja. Mov&iacute;a la cabeza incr&eacute;dulamente cuando las vecinas, agrupadas en
+torno del enfermo, le atribu&iacute;an cada una dolencias distintas,
+aconsejando remedios caseros, desde los cocimientos de hierbas raras y
+unturas hediondas, hasta la aplicaci&oacute;n en el pecho de estampitas
+milagrosas y trazarle siete cruces en el ombligo con otros tantos
+padrenuestros.</p>
+
+<p>&mdash;Es hambre&mdash;dec&iacute;a Luna a su sobrina&mdash;, nada m&aacute;s que hambre.</p>
+
+<p>Y priv&aacute;ndose de una parte de su alimento, pasaba a casa del zapatero la
+leche que sub&iacute;an para &eacute;l. Pero el est&oacute;mago del peque&ntilde;o no pod&iacute;a sufrir
+el l&iacute;quido, demasiado substancioso para su debilidad, y lo arrojaba
+apenas ingerido. T&iacute;a Tomasa, la jardinera, con su car&aacute;cter en&eacute;rgico y
+emprendedor, trajo una mujer de fuera de la catedral para que diese su
+pecho al enfermo. Pero a los dos d&iacute;as, antes de que se pudieran apreciar
+los efectos, ya no volvi&oacute;, como si le repugnase aproximar a sus ubres
+aquel cuerpecito exang&uuml;e que parec&iacute;a un cad&aacute;ver. En vano busc&oacute; la
+jardinera; no era f&aacute;cil encontrar pechos generosos que diesen su leche
+por poco precio.</p>
+
+<p>Y mientras tanto, el ni&ntilde;o se mor&iacute;a. Todas las mujeres entraban en la
+habitaci&oacute;n del zapatero. Hasta don Antol&iacute;n se asomaba por las ma&ntilde;anas a
+la puerta.</p>
+
+<p>&iquest;C&oacute;mo est&aacute; el peque&ntilde;o? &iquest;Igual...? &iexcl;Todo sea por Dios!</p>
+
+<p>Y se retiraba, haciendo al zapatero la gran caridad de no hablarle de
+las pesetas que le deb&iacute;a, en atenci&oacute;n al hijo enfermo.</p>
+
+<p>El <i>Azul de la Virgen</i> mostr&aacute;base indignado por este incidente que
+turbaba la calma del claustro y la beatitud de sus digestiones de
+servidor de la iglesia feliz y bien cebado. Era una verg&uuml;enza que aquel
+zapater&iacute;n se hubiese aposentado en las Claver&iacute;as con su pobreza y todo
+el reba&ntilde;o de hijos ti&ntilde;osos y miserables. Morir&iacute;a uno cada mes: iban a
+pegarles sus enfermedades. &iquest;Y con qu&eacute; derecho estaban en la catedral si
+no cobraban sueldo alguno de la Obrer&iacute;a? Tales hediondeces deb&iacute;an
+quedarse fuera de la casa del Se&ntilde;or. Su suegra se indignaba.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Calla, ladr&oacute;n de santos&mdash;dec&iacute;a&mdash;; calla, o te tiro un plato! Todos
+somos hijos de Dios, y si las cosas fuesen derechas, los pobres deb&iacute;an
+vivir en la catedral. Mejor ser&iacute;a que en vez de decir tales cosas les
+dieses a esos infelices algo de lo que robas a la Virgen.</p>
+
+<p>El sacrist&aacute;n levantaba los hombros con desprecio. Ya que no ten&iacute;an para
+comer, que no hiciesen hijos. All&iacute; estaba &eacute;l con solo una hija. No se
+cre&iacute;a con derecho a m&aacute;s, y eso que, gracias a Nuestra Se&ntilde;ora, guardaba
+un mendrugo para la vejez.</p>
+
+<p>Tomasa hablaba del ni&ntilde;o del zapatero a los buenos se&ntilde;ores del cabildo
+que despu&eacute;s del coro se deten&iacute;an un momento en el jard&iacute;n. La o&iacute;an
+distra&iacute;dos, hundiendo su mano en la sotana.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Todo sea por Dios! &iexcl;Cu&aacute;nta miseria...!</p>
+
+<p>Y unos la daban diez c&eacute;ntimos, otros un real; hasta hubo quien lleg&oacute; a
+dar una peseta. La jardinera pas&oacute; un d&iacute;a al palacio del arzobispo, pero
+don Sebasti&aacute;n estaba con el arrechucho y no quiso recibirla, env&iacute;andola
+dos pesetas con un familiar.</p>
+
+<p>&mdash;No son malos&mdash;dec&iacute;a la jardinera, entregando sus colectas a la pobre
+madre&mdash;, pero cada uno vive para &eacute;l, y el pr&oacute;jimo que se arregle. Nadie
+parte ya el manto con nadie.... Toma esto y veas c&oacute;mo sales del paso.</p>
+
+<p>Com&iacute;an mejor en casa del zapatero. La chiquiller&iacute;a escrofulosa que
+correteaba por el claustro era la que mejoraba de suerte con la
+enfermedad del peque&ntilde;o, cada vez m&aacute;s d&eacute;bil, inmovilizado horas enteras,
+con una respiraci&oacute;n casi imperceptible, sobre el regazo de la madre.</p>
+
+<p>Cuando muri&oacute; el infeliz, toda la gente del claustro se agolp&oacute; en la
+casa. Dentro sonaba el lamento de la madre, estridente, interminable,
+como el berrido de una bestia herida. Fuera, lloraba el padre
+silenciosamente, rodeado de sus amigos.</p>
+
+<p>&mdash;Ha muerto lo mismo que un p&aacute;jaro&mdash;dec&iacute;a con largas pausas, cortando
+las palabras con sollozos&mdash;. Su madre lo ten&iacute;a sobre las rodillas.... Yo
+trabajaba... &laquo;&iexcl;Antonio, Antonio!&mdash;me grita&mdash;; veas qu&eacute; tiene el chico;
+mueve la boca, hace muecas.&raquo; Acudo. Ten&iacute;a la cara ennegrecida... como si
+la cubriese un velo. Abri&oacute; la boquita... dos muecas, con los ojos
+entelados, y dobl&oacute; el cuello.... Lo mismo que un pajarillo... lo mismo.</p>
+
+<p>Y lloraba, repitiendo tenazmente la semejanza entre su hijo y los
+p&aacute;jaros que ca&iacute;an en invierno muertos de fr&iacute;o.</p>
+
+<p>El campanero miraba sombr&iacute;amente a Gabriel.&mdash;T&uacute; que lo sabes todo:
+&iquest;verdad que ha muerto de hambre?</p>
+
+<p>Y el <i>Tato</i>, con su impetuosidad escandalosa, dec&iacute;a a gritos:</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;No hay justicia en el mundo! &iexcl;Esto se ha de arreglar! &iexcl;Mire usted que
+morir de hambre una criatura en una casa donde corre el dinero y tantos
+t&iacute;os se visten de oro...!</p>
+
+<p>Cuando se llevaron al muertecito camino del cementerio, pareci&oacute; que el
+claustro quedaba abandonado. Toda su vida se reconcentr&oacute; en la casa del
+zapatero. Las mujeres rodeaban a la madre. La desesperaci&oacute;n enfurec&iacute;a a
+aquella mujer d&eacute;bil y enferma. Ya no lloraba: la muerte de su hijo la
+hab&iacute;a vuelto feroz. Quer&iacute;a morder, estrellarse el cr&aacute;neo contra las
+paredes.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Ay...! &iexcl;mi hijooo! &iexcl;mi Anto&ntilde;ito!</p>
+
+<p>Por las noches se quedaban en la casa Sagrario y otras mujeres para
+cuidar de ella. En su desesperaci&oacute;n quer&iacute;a hacer responsable a alguien
+de la desgracia, y se fijaba en los m&aacute;s altos de las Claver&iacute;as. Don
+Antol&iacute;n no la hab&iacute;a auxiliado con la m&aacute;s peque&ntilde;a limosna; su remilgada
+sobrina apenas si hab&iacute;a entrado a ver al peque&ntilde;uelo. A ella s&oacute;lo le
+interesaban los hombres.</p>
+
+<p>&mdash;El <i>Vara de plata</i> tiene la culpa&mdash;gritaba la pobre mujer&mdash;. Es un
+ladr&oacute;n. Exprime nuestra miseria con sus trampas de usurero. Ni un
+c&eacute;ntimo ha dado para mi hijo.... Y la tal Mariquita es un pend&oacute;n.... Lo
+digo yo, s&iacute;, se&ntilde;or. S&oacute;lo piensa en emperejilarse para que la vean los
+cadetes.</p>
+
+<p>&mdash;Mujer, te van a o&iacute;r&mdash;dec&iacute;an suplicantes y con miedo algunas mujeres.</p>
+
+<p>Pero otras protestaban de este temor. &iexcl;Que le oyesen don Antol&iacute;n y su
+sobrina! &iquest;Y qu&eacute;? En las Claver&iacute;as ya estaban hartos de las rapacidades
+de aquel t&iacute;o y los aires de gran se&ntilde;ora que se daba la fea. Porque ellas
+fuesen pobres no iban a pasarse la vida temblando ante aquella pareja.
+&iexcl;Dios sabe lo que har&iacute;an el t&iacute;o y la sobrina solos en su casa...!</p>
+
+<p>Un soplo de rebeli&oacute;n pasaba sobre aquel mundo adormecido. Era la
+influencia inconsciente de Gabriel. Lo que &eacute;l dec&iacute;a a sus amigos hab&iacute;a
+sido transmitido a todos los hombres de las Claver&iacute;as, llegando hasta
+las mujeres. Eran ideas confusas y truncadas que muy pocos comprend&iacute;an,
+pero les acariciaban como aire fresco y puro, reanimando sus esp&iacute;ritus.
+Son&aacute;banles en los o&iacute;dos como un eco grato del mundo exterior. Les
+bastaba con saber que aquella vida de paz y de miserable sumisi&oacute;n en que
+hab&iacute;an estado hasta entonces no era inmutable, que ellos ten&iacute;an derecho
+a m&aacute;s, y los humanos deben rebelarse ante la injusticia y la imposici&oacute;n.</p>
+
+<p>Don Antol&iacute;n, que conoc&iacute;a bien el reba&ntilde;o confiado a su custodia, no tard&oacute;
+en percatarse del trastorno moral. Adivinaba en derredor de su persona
+la hostilidad y la rebeld&iacute;a. Los deudores le contestaban altivamente,
+alegando la miseria como un derecho para no sufrir su avaricia; sus
+&oacute;rdenes imperiosas tardaban en ser ejecutadas, y ten&iacute;a la percepci&oacute;n
+clara de que al andar por el claustro se re&iacute;an a su espalda o le hac&iacute;an
+gestos amenazadores. Un d&iacute;a sinti&oacute; temblar sus piernas y que los ojos se
+le nublaban de emoci&oacute;n al o&iacute;r c&oacute;mo contestaba el perrero, a una de sus
+reprimendas por haber vuelto tarde a la catedral, oblig&aacute;ndole a abrir la
+puerta cuando ya iba a acostarse. El <i>Tato</i> le hizo saber con expresi&oacute;n
+insolente que se hab&iacute;a comprado una navaja y deseaba estrenarla en las
+tripas de cualquier cura explotador de los pobres.</p>
+
+<p>La sobrina se quejaba a don Antol&iacute;n. No la hac&iacute;an caso, la despreciaban;
+ya no ven&iacute;a ninguna mujer a ayudarla gratuitamente en sus faenas. La
+respond&iacute;an insolentemente que la que necesitase criadas deb&iacute;a pagarlas.
+&iquest;En qu&eacute; pensaba su t&iacute;o? Ya era hora de imponer su autoridad, de meter en
+un pu&ntilde;o a la gentuza.</p>
+
+<p>Pero ella, tan animosa y en&eacute;rgica dentro de su casa, ten&iacute;a que retirarse
+bufando de coraje o llorando apenas se asomaba a la puerta. Todas las
+mujeres de las Claver&iacute;as quer&iacute;an vengarse de su antigua servidumbre,
+puestas ya en la pendiente del desacato.</p>
+
+<p>&mdash;Miradla&mdash;gritaba la zapatera a sus vecinas&mdash;. Siempre tan compuesta la
+t&iacute;a fea. Se adorna con la sangre que el querindango de su t&iacute;o chupa de
+los pobres.</p>
+
+<p>Y de las rejas de las Claver&iacute;as altas, que daban sobre los tejados,
+sal&iacute;a siempre alguna voz entonando la antigua copla, inspirada sin duda
+por el jard&iacute;n de la catedral:</p>
+
+<div class="poem"><div class="stanza">
+<span class="i2"><i>Las amas de los curas</i><br /></span>
+<span class="i0"><i>y los laureles</i>,<br /></span>
+<span class="i0"><i>como nunca dan fruto</i><br /></span>
+<span class="i0"><i>siempre est&aacute;n verdes</i>.<br /></span>
+</div></div>
+
+<p>Esto es lo que acababa con la paciencia de don Antol&iacute;n: la injuriosa
+suposici&oacute;n sobre &eacute;l y la sobrina, que turbaba su castidad de avaro.
+Visit&oacute; al cardenal para quejarse de las gentes del claustro, y Su
+Eminencia, que viv&iacute;a en perpetua indignaci&oacute;n, se enfureci&oacute; escuch&aacute;ndole,
+faltando poco para que le pegase. &iquest;Por qu&eacute; le iba a &eacute;l con tales
+cuentos? &iquest;Para qu&eacute; le hab&iacute;a concedido autoridad? &iquest;Es que bajo la sotana
+no ten&iacute;a nada de hombre? El que faltase a la buena disciplina de la
+casa, &iexcl;a la calle inmediatamente! M&aacute;s energ&iacute;a, y cuidado con molestarle
+de nuevo por tales insignificancias, pues entonces quien ir&iacute;a a la calle
+ser&iacute;a el <i>Vara de plata</i>.</p>
+
+<p>Don Antol&iacute;n sinti&oacute;se m&aacute;s animoso despu&eacute;s de esta entrevista, aunque jur&oacute;
+mentalmente no visitar otra vez al temible prelado. Estaba resuelto a
+imponer su autoridad castigando al m&aacute;s d&eacute;bil, que era para &eacute;l el origen
+de tales esc&aacute;ndalos. Expulsar&iacute;a de las Claver&iacute;as al zapatero, ya que
+estaba en ellas sin otro derecho que haber nacido all&iacute; su mujer.
+Mariquita, alborozada por la energ&iacute;a de su t&iacute;o, debi&oacute; hablar a alguien
+de tales prop&oacute;sitos, y la noticia circul&oacute; por el claustro.</p>
+
+<p>Don Antol&iacute;n no os&oacute; seguir adelante, aterrado por la unanimidad con que
+toda la poblaci&oacute;n se alz&oacute; silenciosamente frente a &eacute;l.</p>
+
+<p>El <i>Tato</i> le miraba con ojillos burlones y amenazantes, en los que el
+<i>Vara de plata</i> cre&iacute;a leer: &laquo;Acu&eacute;rdate de la navaja.&raquo; Pero lo que m&aacute;s
+aterraba a don Antol&iacute;n era el silencio del campanero, la mirada hosca y
+dura con que respond&iacute;a a sus palabras.</p>
+
+<p>Hasta el bueno de Esteban, el <i>Vara de palo</i>, protestaba a su modo,
+diciendo con dulzura a don Antol&iacute;n:</p>
+
+<p>&mdash;Pero &iquest;es verdad que usted quiere echar al zapatero? Har&aacute; usted mal,
+muy mal. Al fin es un pobre, y su mujer naci&oacute; en este claustro. Estas
+novedades traen siempre desgracia, don Antol&iacute;n.</p>
+
+<p>Y el sacerdote, falto de apoyo, viendo la hostilidad por todos lados,
+dejaba para el d&iacute;a siguiente las resoluciones en&eacute;rgicas, ri&ntilde;endo a su
+sobrina cuando &eacute;sta le echaba en cara su debilidad.</p>
+
+<p>El can&oacute;nigo Obrero, de quien impetraba socorro, no quer&iacute;a turbar la
+calma beat&iacute;fica de su existencia mezcl&aacute;ndose en la rebeli&oacute;n de la gente
+menuda. Era asunto del <i>Vara de plata</i>; pod&iacute;a castigar y despedir a
+quien quisiera sin miedo alguno. Pero don Antol&iacute;n, temblando ante la
+responsabilidad que le pod&iacute;an acarrear las decisiones en&eacute;rgicas, acab&oacute;
+por entregarse a Gabriel, solicitando su apoyo. Aquel hombre era el que
+ejerc&iacute;a la verdadera autoridad en el claustro alto. Todos le escuchaban,
+siguiendo ciegamente sus consejos.</p>
+
+<p>&mdash;Ay&uacute;dame, Gabrielillo&mdash;dec&iacute;a el sacerdote con expresi&oacute;n angustiosa&mdash;.
+Si t&uacute; no pones orden, esto acabar&aacute; muy mal. Se me burlan, hasta insultan
+a mi pobre sobrina, y un d&iacute;a echar&eacute; a la calle la mitad de la gente de
+las Claver&iacute;as, pues tengo facultades de Su Eminencia para todo... &iexcl;Ay,
+Se&ntilde;or! Yo no s&eacute; qu&eacute; ha pasado aqu&iacute;. El demonio debe ir suelto por el
+claustro alto. &iexcl;C&oacute;mo me han cambiado a esta gente!</p>
+
+<p>Luna adivinaba el pensamiento de don Antol&iacute;n: entend&iacute;a sus alusiones al
+demonio que andaba suelto por las Claver&iacute;as. Aquel demonio era &eacute;l. Ten&iacute;a
+raz&oacute;n el <i>Vara de plata</i>. Sin quererlo, hab&iacute;a introducido la
+perturbaci&oacute;n en la catedral. Buscaba calma y olvido en aquel refugio, y
+el esp&iacute;ritu de rebeli&oacute;n le hab&iacute;a seguido hasta su escondrijo. Recordaba
+sus prop&oacute;sitos del primer d&iacute;a, cuando se vio solo en el silencioso
+claustro. Quer&iacute;a ser una piedra m&aacute;s de la catedral, no reflexionar, no
+sentir, pasar el resto de su existencia agarrado a aquella ruina, con la
+vida embrionaria del musgo de los contrafuertes. Pero el esp&iacute;ritu del
+mundo exterior hab&iacute;a entrado en &eacute;l.</p>
+
+<p>Luna recordaba a los viajeros que en tiempos de peste atraviesan el
+cord&oacute;n sanitario. Est&aacute;n sanos y contentos; nada delata la enfermedad en
+sus cuerpos. Pero los g&eacute;rmenes destructores van en los pliegues de sus
+ropas y en sus cabellos; conducen la muerte sin saberlo, y la esparcen
+sin darse cuenta saltando las barreras y los obst&aacute;culos. &Eacute;l era lo
+mismo; pero en vez de propagar la muerte, esparc&iacute;a la vida tumultuosa y
+rebelde. La protesta de los de abajo, que hac&iacute;a m&aacute;s de un siglo rug&iacute;a
+sobre el mundo, alterando su superficie con el oleaje revolucionario,
+entraba con &eacute;l por primera vez en aquel fragmento del siglo XVI que a&uacute;n
+subsist&iacute;a. Hab&iacute;a despertado a aquellos hombres, iguales a los durmientes
+de la leyenda, inm&oacute;viles como estatuas en su cueva, mientras pasaban los
+siglos y la tierra se transformaba.</p>
+
+<p>La presencia de Luna en la catedral hab&iacute;a ejercido un efecto disolvente.
+Era una inyecci&oacute;n de l&iacute;quido antis&eacute;ptico en el tumor del pasado. Todo se
+alteraba; ven&iacute;anse abajo la sumisi&oacute;n y el respeto, obra de siglos.</p>
+
+<p>El despertar de aquellas gentes era impetuoso, como el de un pueblo en
+revoluci&oacute;n. Se avergonzaban de los antiguos errores que hab&iacute;an adorado,
+y esto les hac&iacute;a acoger como indiscutible todo lo nuevo, sin
+atemorizarse ante las consecuencias.. Era la fe del pueblo, que, una vez
+toma carrera hacia delante, lo acepta todo, lo defiende todo, sin otra
+condici&oacute;n que la de la novedad, y desprecia los principios tradicionales
+que acaba de abandonar.</p>
+
+<p>La sumisi&oacute;n cobarde del <i>Vara de plata</i> era la primera victoria de los
+m&aacute;s audaces que formaban el acompa&ntilde;amiento de Luna. El sacerdote avaro y
+desp&oacute;tico bajaba los ojos ante ellos y sonre&iacute;a con el deseo de ser
+agradable. Esto se lo deb&iacute;an al maestro. &Eacute;l era ahora el verdadero amo
+del claustro alto. Don Antol&iacute;n le consultaba antes de tomar una
+disposici&oacute;n, y la fea de su sobrina sonre&iacute;a a Gabriel como podr&iacute;an
+sonre&iacute;r a un h&eacute;roe triunfador las hijas de los vencidos ofreci&eacute;ndose.</p>
+
+<p>Ya no se ocultaban en las habitaciones del campanero para reunirse.
+Formaban corro por las tardes en el claustro, hablando de las audaces
+doctrinas ense&ntilde;adas por Luna, sin que les intimidara aquel ambiente
+religioso. Se sentaban con aire de se&ntilde;ores, rodeando al maestro,
+mientras por la galer&iacute;a opuesta paseaba el <i>Vara de plata</i> como un
+fantasma negro, leyendo su libro de horas y lanzando de vez en cuando
+una mirada triste sobre el grupo. &iexcl;Hasta su antiguo vasallo el cura de
+las monjas se atrev&iacute;a a abandonarle para escuchar a Gabriel!</p>
+
+<p>Don Antol&iacute;n, con su malicia de servidor eclesi&aacute;stico, adivinaba la
+intensidad del da&ntilde;o producido por Luna. Pero al momento, su ego&iacute;smo se
+sobrepon&iacute;a a la reflexi&oacute;n. Que hablase. &iquest;Y qu&eacute;? Un poco de orgullo en
+aquella gente y nada m&aacute;s. Todo palabras y humo en la cabeza. &iexcl;Mientras
+no pidiesen dinero...! En cambio, ten&iacute;a un buen auxiliar en Luna, que,
+compartiendo la autoridad con &eacute;l, le evitaba sinsabores y la catedral
+dispon&iacute;a gratuitamente de un int&eacute;rprete para los extranjeros. Algunos de
+&eacute;stos se hac&iacute;an lenguas de la gran ilustraci&oacute;n de los &laquo;sacristanes&raquo; de
+Toledo, elogio que acog&iacute;a don Antol&iacute;n como si fuese dedicado por entero
+a su persona.</p>
+
+<p>Gabriel se alarmaba m&aacute;s que el <i>Vara de plata</i> del efecto de sus
+palabras. Sent&iacute;ase arrepentido del momento en que habl&oacute; por primera vez
+de su pasado y sus ideales. Buscaba la paz y el silencio, y le rodeaba
+en peque&ntilde;as proporciones el mismo ambiente de proselitismo y ciegos
+entusiasmos que en su &eacute;poca de martirio. Deseaba anularse y desaparecer
+al penetrar en la catedral, y la suerte se burlaba, resucitando al
+agitador en pleno escondite, para turbar la paz de aquella ruina. La
+sociedad le hab&iacute;a olvidado, y &eacute;l, inconscientemente, se agitaba,
+llamando la atenci&oacute;n del mundo exterior.</p>
+
+<p>El entusiasmo de aquellos ne&oacute;fitos era un peligro. Su hermano el <i>Vara
+de palo</i>, sin comprender toda la extensi&oacute;n del mal, le avisaba con su
+buen sentido.</p>
+
+<p>&mdash;Est&aacute;s trastornando las cabezas de esos pobres con las cosas que les
+dices. Ten cuidado; son muy buenos, pero muy brutos. Cuando se ha sido
+ignorante toda la vida, es peligroso querer convertir de un golpe a los
+hombres en sabios. Es como si a m&iacute;, que estoy acostumbrado al pucherete
+casero, me llevasen hoy a la mesa de Su Eminencia. Me atracar&iacute;a,
+beber&iacute;a fuerte, pero a la noche tendr&iacute;a un c&oacute;lico y tal vez est&iacute;rase la
+pata.</p>
+
+<p>Gabriel reconoc&iacute;a la verdad de estos consejos prudentes. Pero no pod&iacute;a
+retroceder: le arrastraba el afecto de sus disc&iacute;pulos y su antiguo af&aacute;n
+de propagandista. Era para &eacute;l un placer el asombro de aquellos
+pensamientos v&iacute;rgenes entrando a la desbandada en las habitaciones
+luminosas construidas por el pensamiento humano durante siglos.</p>
+
+<p>La descripci&oacute;n de la humanidad del porvenir enardec&iacute;a el entusiasmo de
+Luna. Hablaba de la felicidad de los hombres despu&eacute;s de un golpe
+revolucionario que cambiase la organizaci&oacute;n de la humanidad, con
+arrobamiento m&iacute;stico, como un predicador cristiano al describir el
+cielo.</p>
+
+<p>El hombre deb&iacute;a buscar la felicidad &uacute;nicamente en este mundo. Tras de la
+muerte s&oacute;lo exist&iacute;a la vida infinita de la materia, con sus innumerables
+combinaciones; pero el ser humano anul&aacute;base como la planta o la bestia
+irracional: ca&iacute;a en la nada al caer en la tumba. La inmortalidad del
+alma era una ilusi&oacute;n del orgullo humano, que explotaban las religiones,
+haciendo de esta mentira su fundamento. S&oacute;lo en la vida pod&iacute;a
+encontrarse el cielo del hombre. Todos iban embarcados por la inmensidad
+en el mismo navio: la Tierra. Todos eran camaradas de peligros y luchas,
+y deb&iacute;an mirarse como hermanos, buscando el bienestar com&uacute;n. &iquest;A qu&eacute; el
+reparto desigual de los v&iacute;veres, la divisi&oacute;n de castas, la competencia
+en el trabajo, y sobre todo, la lucha por la existencia, que los
+fil&oacute;sofos y poetas de la clase explotadora pintaban como una condici&oacute;n
+indispensable de progreso...? El comunismo era la santa aspiraci&oacute;n de la
+humanidad, el ensue&ntilde;o divino del hombre desde que comenz&oacute; a pensar, en
+los albores de la civilizaci&oacute;n. Hab&iacute;an intentado establecerlo las
+religiones. Pero la religi&oacute;n hab&iacute;a fracasado, estaba moribunda, y s&oacute;lo
+la ciencia pod&iacute;a imponerlo al porvenir. Deb&iacute;an desandar lo andado, ya
+que la humanidad marchaba por un camino de perdici&oacute;n: era forzoso volver
+al punto de partida. El primero que por haber cultivado una porci&oacute;n de
+tierra, despu&eacute;s de recolectar el fruto del trabajo la crey&oacute; suya para
+siempre, dej&aacute;ndola como propiedad a sus hijos, que buscaron otros
+hombres para que la cultivasen, &eacute;se era un ladr&oacute;n, un detentador de la
+fortuna universal. Y lo mismo los que se aprovechaban de los inventos
+del genio humano, m&aacute;quinas, etc., para beneficio de una peque&ntilde;a minor&iacute;a
+explotadora, sujetando al resto de los hombres a la ley del hambre. No;
+todo era de todos. La tierra pertenec&iacute;a a los humanos, sin excepci&oacute;n,
+como el sol y como el aire. Sus productos deb&iacute;an repartirse entre todos,
+con arreglo a sus necesidades. Era vergonzoso que el hombre, que s&oacute;lo
+aparec&iacute;a un instante sobre el planeta, un minuto, un segundo, pues su
+vida no equival&iacute;a a m&aacute;s ante la vida de la inmensidad, pasase este soplo
+de existencia pele&aacute;ndose con el semejante, rob&aacute;ndolo, agitado por la
+fiebre del despojo, sin gozar siquiera la majestuosa calma de la bestia
+feroz, que, cuando ha comido, reposa, sin ocurr&iacute;rsele causar da&ntilde;o por
+vanidad o avaricia. No deb&iacute;an existir ricos ni pobres: hombres nada m&aacute;s.
+La &uacute;nica divisi&oacute;n inevitable ser&iacute;a la de los cerebros mejor o peor
+organizados. Pero los sabios, por el hecho de serlo, deb&iacute;an mostrar su
+grandeza sacrific&aacute;ndose por los simples, sin querer ayudar con ventajas
+materiales las grandezas del esp&iacute;ritu, ya que en los est&oacute;magos no caben
+categor&iacute;as ni eminencias. Todo lo que existe, hasta el m&aacute;s
+insignificante producto que el hombre cree obra exclusiva suya, es
+debido a las generaciones del pasado y del presente. &iquest;Con qu&eacute; derecho
+pod&iacute;a decir nadie: &laquo;Esto es m&iacute;o, m&iacute;o nada m&aacute;s&raquo;...? Al hombre no le
+consultan antes de formarse si quiere surgir a la vida. Nace, y por
+nacer tiene derecho al bienestar. Gabriel proclamaba su f&oacute;rmula suprema:
+&laquo;Todo de todos, y el bienestar para todos.&raquo;</p>
+
+<p>Sus amigos escuchaban con religioso silencio. Grab&aacute;base profundamente en
+su pensamiento el derecho al bienestar, la afirmaci&oacute;n que m&aacute;s cruelmente
+contrastaba con su miseria, vejada por las suntuosidades del templo.</p>
+
+<p>Don Mart&iacute;n, el cura joven, era el &uacute;nico que t&iacute;midamente opon&iacute;a algunas
+objeciones al maestro. Hab&iacute;a que saber si cuando todo fuese de todos,
+cuando el hombre tuviese reconocido su derecho a la felicidad, sin leyes
+ni coacciones que le obligasen a la producci&oacute;n, querr&iacute;a trabajar, siendo
+el trabajo una necesidad y no una virtud, como dicen para embellecerlo
+los que lo explotan.</p>
+
+<p>Gabriel afirmaba rotundamente la laboriosidad del porvenir. El hombre
+futuro trabajar&iacute;a sin que le obligasen las necesidades. No le guiar&iacute;a el
+cuerpo con sus imperiosas peticiones; le inspirar&iacute;a su conciencia la
+noci&oacute;n clara de la solidaridad con sus semejantes, la certeza de que,
+desertando del deber social, otros imitar&iacute;an su ejemplo, y resultar&iacute;a
+imposible la vida com&uacute;n, retrocedi&eacute;ndose a los tiempos actuales de
+miseria y rapi&ntilde;a.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Por qu&eacute; no matan y roban&mdash;exclamaba Gabriel&mdash;los pocos hombres cultos
+y de conciencia sana que existen en esta &eacute;poca? No es por miedo a la ley
+y a sus representantes, pues una inteligencia clara, por poco que se
+esfuerce, puede encontrar medios para burlarlos. No es tampoco por miedo
+a las penas eternas ni a los castigos divinos, pues esos hombres no
+creen en tales invenciones del pasado. Es por ese respeto al semejante
+que siente todo esp&iacute;ritu superior; por la consideraci&oacute;n de que la
+violencia debe ser evitada, ya que, si todos se entregasen a ella, la
+vida social desaparecer&iacute;a... Cuando este pensamiento, que hoy es el de
+unos pocos, se extienda, abarcando a toda la humanidad, los hombres
+vivir&aacute;n por su propia conciencia, sin leyes y sin gendarmes, trabajando
+por deber social, sin necesitar del hombre como &uacute;nico resorte de
+actividad y de la explotaci&oacute;n sin entra&ntilde;as como &uacute;nico medio de descanso.</p>
+
+<p>Luna, al trav&eacute;s de sus ardores de revolucionario, no se hac&iacute;a ilusiones
+sobre el presente. La humanidad era todav&iacute;a una tierra infecta en la que
+se corromp&iacute;an las mejores semillas, dando, cuando m&aacute;s, frutos venenosos.
+Hab&iacute;a que aguardar a que se completase en la conciencia humana la
+revoluci&oacute;n igualitaria que se hab&iacute;a iniciado a&uacute;n no hac&iacute;a un siglo.
+Despu&eacute;s de esto ser&iacute;a posible y f&aacute;cil cambiar las bases de la sociedad.
+&Eacute;l ten&iacute;a una fe ciega en el porvenir. El hombre progresaba del mismo
+modo que las sociedades. &Eacute;stas contaban sus evoluciones por siglos y el
+ser humano por millares de a&ntilde;os. &iquest;C&oacute;mo comparar al hombre de hoy con el
+animal b&iacute;pedo de la &eacute;poca prehist&oacute;rica, llevando a&uacute;n visibles los restos
+de la animalidad de que acababa de despojarse, viviendo en camarader&iacute;a
+con sus abuelos los monos, sin m&aacute;s diferencia que el primer balbuceo del
+lenguaje y la vacilante chispa que comenzaba a arder en su cerebro?</p>
+
+<p>De la bestia hambrienta de los primeros tiempos, perseguida por las
+crueldades de la Naturaleza y viviendo en fraternal miseria con los
+animales inferiores, sal&iacute;a el hombre de hoy, que afirmaba su soberan&iacute;a
+sobre los ascendientes, dominando a la Naturaleza. Del hombre de hoy, en
+el que todav&iacute;a se equilibran las pasiones de la antigua animalidad con
+el naciente desarrollo del pensamiento, surgir&iacute;a el ser superior y
+perfecto so&ntilde;ado por los fil&oacute;sofos, limpio de ego&iacute;smos bestiales y atento
+a convertir en un per&iacute;odo de bienestar igualitario la vida actual, cruel
+y agitada por la incertidumbre.</p>
+
+<p>La animalidad todav&iacute;a dominante en el hombre exasperaba a Gabriel. Era
+el obst&aacute;culo con que tropezaban los planes generosos del porvenir. Y
+expon&iacute;a ante sus oyentes at&oacute;nitos las transformaciones de la creaci&oacute;n
+natural y el origen del hombre: el inmenso poema de las evoluciones de
+la Naturaleza, desde el protoplasma originario hasta las infinitas
+variedades de la vida. A&uacute;n llev&aacute;bamos en nosotros las marcas del origen.
+Hab&iacute;a que re&iacute;rse del Dios personal de los jud&iacute;os, que hab&iacute;a modelado en
+barro al hombre, lo mismo que un estatuario. &iexcl;Desdichado artista! La
+ciencia se&ntilde;alaba en su obra descuidos y chapuces, sin que &eacute;l pudiera
+justificar tales faltas. El vello de nuestros cuerpos no nos sirve de
+abrigo como el pelo de los animales: &iquest;para qu&eacute;, pues, crearlo? &iquest;Para qu&eacute;
+dar tetillas a los machos humanos, si no pueden servirles para la
+lactancia? &iquest;Para qu&eacute; situar la columna vertebral en el dorso del cuerpo,
+lo mismo que en los cuadr&uacute;pedos, cuando lo l&oacute;gico, al &laquo;crear&raquo; al hombre
+sostenido sobre los pies, era colocarla en el centro del cuerpo como eje
+fort&iacute;simo, evitando las desviaciones y enfermedades de la espina que hoy
+sufre por este desequilibrio en la sustentaci&oacute;n de su peso?</p>
+
+<p>Gabriel enumeraba las incongruencias inexplicables que se encontraban en
+el cuerpo humano suponi&eacute;ndole un origen divino.</p>
+
+<p>&mdash;A m&iacute;&mdash;dec&iacute;a&mdash;me enorgullece m&aacute;s mi origen animal, ser un descendiente
+hist&oacute;rico de seres inferiores, que haber salido imperfecto de las manos
+de un Dios torpe. Siento la misma satisfacci&oacute;n que los nobles hablando
+de sus ascendientes, cuando pienso en nuestros remot&iacute;simos abuelos los
+hombres bestias, sometidos como todos los animales a los ciegos rigores
+de la Naturaleza, y que poco a poco, a trav&eacute;s de centenares de siglos,
+se transforman y triunfan, desarrollando su esp&iacute;ritu, su cerebro y sus
+instintos sociales. Creando los vestidos, el alimento condimentado, las
+armas, las herramientas y las habitaciones, neutralizaron las
+influencias exteriores de la Naturaleza. &iquest;Qu&eacute; h&eacute;roe ni descubridor, en
+los cuatro mil a&ntilde;os que comprende nuestra historia, puede compararse con
+aquellos esbozos de hombres que lentamente afirmaron sobre la tierra la
+existencia de nuestra especie, mil veces expuesta a desaparecer...? El
+d&iacute;a en que nuestro abuelo prehist&oacute;rico guard&oacute; al enfermo y al herido, en
+vez de abandonarlo, como ven&iacute;an haci&eacute;ndolo todos los animales; en que
+plant&oacute; la primera simiente y arroj&oacute; la primera flecha, la Naturaleza
+presenci&oacute; la m&aacute;s grande de las revoluciones. S&oacute;lo otra en el porvenir
+pod&iacute;a igualarla: si el hombre libert&oacute; su cuerpo en tiempos remotos, le
+falta ahora la gran revoluci&oacute;n del esp&iacute;ritu. Las razas que lleguen m&aacute;s
+lejos en su desarrollo intelectual quedar&aacute;n al fin solas, anular&aacute;n a
+las dem&aacute;s y ser&aacute;n se&ntilde;oras de la tierra. Los menos sabios de entonces
+ser&aacute;n tal vez superiores a los esp&iacute;ritus m&aacute;s cultivados del presente.
+Cada individuo encontrar&aacute; su felicidad en la felicidad del semejante y
+nadie so&ntilde;ar&aacute; con ejercer coacci&oacute;n sobre el vecino. No existir&aacute;n leyes,
+ni penas, y las asociaciones voluntarias suplir&aacute;n, por la influencia de
+la raz&oacute;n, las imposiciones presentes del autoritarismo. Esto ser&aacute; en lo
+porvenir... lejos, muy lejos. Pero &iexcl;qu&eacute; significan los siglos en la vida
+de la humanidad! Son como segundos de nuestra existencia. El d&iacute;a que el
+hombre se transforme en ese ser superior, con todo el desarrollo de sus
+facultades intelectuales, hoy casi embrionarias, la tierra ya no ser&aacute; el
+valle de l&aacute;grimas de que hablan las religiones, sino un para&iacute;so como no
+lo so&ntilde;aron los poetas.</p>
+
+<p>A pesar del entusiasmo con que hablaba Gabriel, sus oyentes no parec&iacute;an
+participar de tales ilusiones. Callaban, pero su gesto era de frialdad
+ante la distancia enorme de aquel porvenir en el que depositaba el
+maestro sus esperanzas de bienestar. Ellos lo quer&iacute;an al momento, con la
+avidez del ni&ntilde;o al que se muestra una golosina poni&eacute;ndola despu&eacute;s fuera
+de su alcance. El sacrificio, la obra lenta en favor del porvenir, no
+les entusiasmaba. De las explicaciones de Gabriel deduc&iacute;an la certeza de
+que eran infelices, teniendo el mismo derecho al bienestar que aquellos
+privilegiados a los que antes respetaban en su ignorancia. Puesto que
+les correspond&iacute;a una parte de la felicidad humana, la quer&iacute;an al
+momento, sin demoras ni resistencias, con el ardor del que reclama lo
+que le pertenece. Y Luna notaba en este silencio cierta rebeld&iacute;a
+semejante al ir&oacute;nico gesto con que los compa&ntilde;eros de Barcelona acog&iacute;an
+sus ilusiones sobre el porvenir y sus anatemas a las violencias de la
+acci&oacute;n.</p>
+
+<p>Los ardientes ne&oacute;fitos se distanciaban de su iniciador. Le o&iacute;an con
+respeto, pero necesitaban aislarse de &eacute;l para digerir a su modo las
+ense&ntilde;anzas. Don Mart&iacute;n era el &uacute;nico que le segu&iacute;a en su marcha ilusoria
+por el porvenir. El campanero, el manchador, el zapatero y el <i>Tato</i>
+sub&iacute;an por la noche a las habitaciones de la torre sin llamar al
+maestro, y all&iacute; exhalaban su odio contra lo existente, frente a las
+estampas olvidadas, amarillentas y rugosas que reproduc&iacute;an los episodios
+sin gloria de la guerra carlista.</p>
+
+<p>La nocturna reuni&oacute;n era una queja continua contra la injusticia social.
+Se sent&iacute;an m&aacute;s desgraciados al darse cuenta exacta de su estado. El
+zapatero recordaba con los ojos lacrimosos al peque&ntilde;uelo muerto de
+hambre, y hablaba de la miseria de su prole, tan numerosa que hac&iacute;a
+in&uacute;til su trabajo. El manchador exhib&iacute;a su vejez miserable, los seis
+reales diarios durante toda su vida, sin esperanzas de llegar a m&aacute;s. El
+<i>Tato</i>, en sus arranques de gallito bravuc&oacute;n, propon&iacute;a degollar una
+tarde en el coro a todos los can&oacute;nigos, prendiendo despu&eacute;s fuego a la
+catedral. Y el campanero, sombr&iacute;o y ce&ntilde;udo, repet&iacute;a en alta voz,
+continuando el curso de sus pensamientos:</p>
+
+<p>&mdash;Y abajo, tantas riquezas que no sirven a nadie... amontonadas por puro
+orgullo... &iexcl;Ladrones!, &iexcl;ladrones...!</p>
+
+<p>Gabriel volvi&oacute; a pasar los d&iacute;as al lado de Sagrario. Los disc&iacute;pulos se
+ocultaban cada vez con m&aacute;s empe&ntilde;o en su aislamiento de la torre. Don
+Mart&iacute;n ten&iacute;a a su madre enferma y no abandonaba el convento.</p>
+
+<p>El <i>Vara de plata</i> estaba satisfecho de Luna vi&eacute;ndolo solo. Cre&iacute;a que
+era &eacute;l quien hab&iacute;a repelido a los disc&iacute;pulos, cortando de este modo sus
+peligrosas conversaciones, para restablecer el buen orden en el
+claustro. Un d&iacute;a le abord&oacute;, sonri&eacute;ndole con expresi&oacute;n protectora:</p>
+
+<p>&mdash;Vas a tener, Gabrielillo, antes de lo que piensas, el premio de tu
+buena conducta. &iquest;No te dije que buscar&iacute;a algo para ti, a cambio de que
+me ayudases a ense&ntilde;ar el Tesoro? Pues ya lo tienes. Desde la pr&oacute;xima
+semana te caer&aacute;n en el bolsillo todos los d&iacute;as dos pesetas como dos
+soles. &iquest;Eres capaz de quedarte por la noche en la catedral...? El
+guardi&aacute;n m&aacute;s viejo, uno que fue guardia civil, est&aacute; cansado y se va a su
+pueblo. Parece que desde que muri&oacute; el perro le ha tomado antipat&iacute;a al
+servicio. El otro guardi&aacute;n est&aacute; enfermucho y necesita compa&ntilde;ero.
+&iquest;Quieres serlo t&uacute;? Si estuvi&eacute;semos en invierno, nada te dir&iacute;a. Toses
+demasiado para pasar la noche abajo. Pero en verano, la catedral es el
+sitio m&aacute;s fresco de Toledo. &iexcl;Las grandes noches! Y cuando llegue el mal
+tiempo ya te buscaremos otra colocaci&oacute;n mejor. T&uacute; eres de confianza,
+aunque algo ligero de cabeza; de una familia honrada y conocida, que es
+lo que se pide. &iquest;Aceptas...?</p>
+
+<p>Luna acept&oacute;, imponiendo su voluntad a Esteban cuando &eacute;ste quiso
+protestar alegando su falta de salud. S&oacute;lo har&iacute;a el servicio de
+vigilancia mientras durase el verano. Adem&aacute;s, eran dos pesetas diarias,
+casi m&aacute;s de lo que ganaba el <i>Vara de palo</i>. Los ingresos de la casa
+iban a doblarse, y no era cosa de perder tan buena ocasi&oacute;n.</p>
+
+<p>Por la noche, Sagrario habl&oacute; a su t&iacute;o, admirando aquella energ&iacute;a que le
+impulsaba a aceptar toda clase de trabajos para no ser gravoso a la
+familia.</p>
+
+<p>Estaban en el claustro, apoyados en la balaustrada. Abajo, el jard&iacute;n
+obscuro, con sus penachos negros y ondulantes; arriba, un cielo de
+verano, esfumado por la bruma calurosa, que empa&ntilde;aba el brillo de los
+astros. Estaban solos en la cu&aacute;druple galer&iacute;a. La ventana iluminada del
+camaranch&oacute;n del maestro de capilla trazaba un cuadro rojo en los tejados
+de enfrente. Sonaba el arm&oacute;nium con melanc&oacute;lica lentitud, y al callarse
+pasaba y repasaba por el cuadro rojo la sombra del m&uacute;sico, con sus
+nerviosos movimientos, que, agrandados por el reflejo, se convert&iacute;an en
+muecas grotescas.</p>
+
+<p>La calma nocturna y la obscuridad envolv&iacute;an en dulce caricia a Gabriel y
+Sagrario. Descend&iacute;a de lo alto esa frescura misteriosa que parece
+reanimar el esp&iacute;ritu y agrandar los recuerdos. La iglesia era para ellos
+como una bestia enorme y dormida, en cuyo regazo encontraban
+tranquilidad y defensa.</p>
+
+<p>Gabriel hablaba del pasado, para convencer a la joven de que nada
+val&iacute;an sus trabajos en la catedral. &Eacute;l hab&iacute;a sufrido mucho. No exist&iacute;a
+amargura que no hubiese paladeado. Hab&iacute;a tenido hambre, mucha hambre, en
+sus peregrinaciones por el mundo. No sab&iacute;a qu&eacute; era m&aacute;s penoso, si los
+martirios en la mazmorra del castillo l&uacute;gubre o los d&iacute;as de
+desesperaci&oacute;n en las calles de poblaciones populosas, viendo las viandas
+y el oro tras el cristal de los escaparates, rodeado por el lujo y
+sintiendo girar su cabeza con el vah&iacute;do del hambre. A&uacute;n pod&iacute;a tolerar su
+miseria cuando marchaba solo, al trav&eacute;s del ego&iacute;smo feroz de la
+civilizaci&oacute;n. Los tiempos horribles hab&iacute;an sido al compartir su pobreza
+vagabunda con Lucy, la compa&ntilde;era dulce y melanc&oacute;lica.</p>
+
+<p>Y Gabriel hablaba de la inglesa como de una hermana muerta.</p>
+
+<p>&mdash;La hubieses amado, Sagrario, al conocerla. Era la mujer fuerte, la
+compa&ntilde;era valerosa, unida a m&iacute; por la comunidad de pensamientos m&aacute;s que
+por la atracci&oacute;n de la carne. La quise desde que la conoc&iacute;. No s&eacute; si fue
+amor lo que sent&iacute;amos. Han mentido tanto los poetas sobre el amor, lo
+han falseado de tal modo, exager&aacute;ndolo, que ya no se sabe ciertamente lo
+que es.</p>
+
+<p>Y hablaba a la joven del amor, explic&aacute;ndolo seg&uacute;n sus creencias. Era una
+&laquo;afinidad electiva&raquo;; as&iacute; lo hab&iacute;a definido Goethe, sobreponi&eacute;ndose el
+sabio al poeta, sacando la frase de la qu&iacute;mica, que da tal nombre a la
+tendencia de dos cuerpos a combinarse formando un nuevo producto
+distinto. Dos seres entre los cuales no existe afinidad pod&iacute;an
+encontrarse, por leyes falsas de la vida, en continuo contacto, y sin
+embargo, no compenetrarse, no confundirse. Esto ocurr&iacute;a las m&aacute;s de las
+veces entre los individuos de distinto sexo que pueblan la tierra. Se
+rozan, pero no se compenetran ni confunden. Existe el sentimentalismo
+pasajero, el capricho carnal, nunca el amor. Lucy, la pobre enferma, era
+el ser af&iacute;n al suyo: se vieron y se amaron. La conmiseraci&oacute;n por las
+miserias humanas, el odio a la desigualdad y la injusticia, la
+abnegaci&oacute;n por los humildes y los desgraciados, eran iguales en los dos.
+No s&oacute;lo estaban unidos por el coraz&oacute;n: sus cerebros se besaban.</p>
+
+<p>Era fea, con una fealdad dulce y triste que le parec&iacute;a a Luna el supremo
+ideal de la belleza en un mundo de desgraciados y de v&iacute;ctimas. Era la
+imagen de la mujer del pueblo criada en los tugurios de los barrios
+obreros, en las grandes metr&oacute;polis: an&eacute;mica por el aire mef&iacute;tico del
+cubil donde naci&oacute;, por la alimentaci&oacute;n mala y deficiente; con el cuerpo
+escu&aacute;lido, paralizadas en su desarrollo los gracias femeniles por el
+rudo trabajo realizado en plena ni&ntilde;ez. Los labios, que las grandes
+se&ntilde;oras se pintaban de rojo, los ten&iacute;a ella de color de violeta. Lo
+&uacute;nico hermoso de su rostro eran los ojos, las ventanas del llanto,
+agrandados por las noches de fr&iacute;o pasadas en la calle, por el horror de
+las escenas vistas en la ni&ntilde;ez, cuando el padre se emborrachaba, con el
+deseo embrutecedor del obrero que quiere olvidar, y despu&eacute;s de
+imaginarse un para&iacute;so en la taberna, se enfurece ante la miseria de su
+casa y aporrea a la familia.</p>
+
+<p>&mdash;Era como sois todas las mujeres nacidas abajo, Sagrario. Vuestra
+hermosura dura un momento: &uacute;nicamente se sostiene en pleno estallido de
+la juventud. La hembra del pobre no puede ser hermosa si no huye de su
+clase. El hambre y el trabajo son enemigos de la belleza. La labor
+diaria la hace perder su frescura y su fuerza. La maternidad en plena
+miseria le absorbe hasta la m&eacute;dula de los huesos. Y cuando, terminado el
+trabajo, vuelve a su casa, barre, lava y se consume como una momia ante
+el humoso hornillo de la cocina. Yo am&eacute; a Lucy por esto, porque estaba
+consumida y agotada por la explotaci&oacute;n, porque era la virgen obrera en
+toda su melanc&oacute;lica decadencia, nacida hermosa y afeada por la
+injusticia social.</p>
+
+<p>Acord&aacute;base del furor inquebrantable y fr&iacute;o de aquella mujercita, que
+hablaba tranquilamente de la suprema venganza de los ca&iacute;dos, del
+desquite de largos siglos de opresi&oacute;n. Mostr&aacute;base m&aacute;s radical y feroz
+en sus ilusiones que Gabriel, y &eacute;ste alababa sus audacias de
+propagandista, sus peligrosas excursiones por las grandes ciudades,
+entre la polic&iacute;a puesta en guardia, llevando al brazo la caja vieja de
+sombreros llena de impresos que pod&iacute;an conducirla a la c&aacute;rcel. Era la
+miss animosa de la propaganda evang&eacute;lica que recorre el globo
+esparciendo Biblias con fr&iacute;a sonrisa, sin miedo a las burlas de los
+civilizados ni a la brutalidad de los salvajes; pero lo que Lucy
+repart&iacute;a eran excitaciones a la revuelta, y no buscaba a los dichosos,
+sino a los desesperados, en las f&aacute;bricas y en los arrabales infectos.
+Los dos sufrieron hambre; vi&eacute;ronse separados por la persecuci&oacute;n y el
+encierro; pero volv&iacute;an a unirse, continuando la novelesca correr&iacute;a,
+hasta que la miseria y la tisis acabaron con ella.</p>
+
+<p>Gabriel lloraba recordando sus &uacute;ltimas entrevistas en un hospital de
+Italia, limpio y pulcro, con ese ambiente helado de la caridad. Como no
+era su marido, s&oacute;lo pod&iacute;a visitarla dos veces por semana. Se presentaba
+andrajoso y cabizbajo, y la ve&iacute;a en un sill&oacute;n, cada vez m&aacute;s p&aacute;lida y
+flaca, con una transparencia de cera y los ojos extra&ntilde;amente agrandados.
+Sab&iacute;a un poco de todo, y no se le ocultaba la gravedad de su mal.
+Esperaba tranquila la muerte. &laquo;Tr&aacute;eme rosas&raquo;, dec&iacute;a sonriendo a Gabriel,
+como si en el &uacute;ltimo instante de su vida quisiera comulgar con la
+belleza natural de un mundo afeado y entenebrecido por los hombres. Y el
+compa&ntilde;ero se manten&iacute;a de pan seco, impetraba el auxilio de los camaradas
+menos pobres que &eacute;l, dorm&iacute;a al raso, para llevarla en la inmediata
+visita un ramo de flores.</p>
+
+<p>&mdash;Muri&oacute;, Sagrario&mdash;gimi&oacute; Luna&mdash;. No s&eacute; d&oacute;nde la enterraron: tal vez
+servir&iacute;a para una lecci&oacute;n en la sala de anatom&iacute;a; cay&oacute; en la fosa com&uacute;n,
+como esos soldados cuyo hero&iacute;smo queda en la obscuridad. Pero yo la veo
+todav&iacute;a; me ha seguido en todos mis infortunios; parece que ahora
+resurge en ti.&mdash;Pero, t&iacute;o&mdash;dijo dulcemente Sagrario, emocionada por el
+relato, yo no puedo hacer lo que ella; yo soy una infeliz, sin valor y
+sin voluntad.</p>
+
+<p>&mdash;Ll&aacute;mame Gabriel&mdash;dijo Luna con vehemencia&mdash;. T&uacute; eres mi antigua Lucy,
+que de nuevo sale a mi camino. S&aacute;belo de una vez: hace tiempo que
+examino mis sentimientos, que analizo mi voluntad, y tengo una certeza:
+te amo, Sagrario.</p>
+
+<p>La joven hizo un movimiento de sorpresa, alej&aacute;ndose de &eacute;l.</p>
+
+<p>&mdash;No te separes, no me temas. Ni yo soy un hombre, ni t&uacute; eres ya una
+mujer. Has sufrido mucho, has dicho adi&oacute;s a las alegr&iacute;as de la tierra,
+eres fuerte por el infortunio y puedes mirar cara a cara a la verdad.
+Somos dos n&aacute;ufragos de la vida: s&oacute;lo nos resta esperar y morir en el
+islote que nos sirve de refugio. Estamos deshechos, rasgados y
+arrollados: la muerte se incuba en nuestras entra&ntilde;as; somos harapos
+ca&iacute;dos e informes despu&eacute;s de haber pasado por los engranajes de una
+sociedad absurda. Por esto te quiero: porque eres igual a m&iacute; en la
+desgracia. La afinidad electiva nos une. La pobre Lucy era la obrera
+debilitada por la explotaci&oacute;n, envenenada desde su nacimiento por la
+miseria; t&uacute; eres la hija del pueblo atra&iacute;da fuera del hogar por el
+encanto del bienestar de los privilegiados; seducida, no por el amor,
+sino por el capricho de los felices, la doncella llevada en sacrificio
+al Minotauro, cuyos restos se arrojan despu&eacute;s al estercolero. Te amo,
+Sagrario; somos dos fugitivos de la sociedad que deben hacer su camino
+juntos; a m&iacute; me detestan por peligroso; a ti te desprecian por impura:
+la desgracia nos empuja. Nuestros cuerpos est&aacute;n envenenados, llevamos
+las heridas del vencido; pero antes de morir alegremos nuestra
+existencia con el amor; pidamos rosas, como la pobre Lucy.</p>
+
+<p>Y estrechaba las manos de la joven, que, aturdida por las palabras de
+Gabriel, no sab&iacute;a qu&eacute; decir y lloraba dulcemente. Arriba, en el piso
+alto de las Claver&iacute;as, segu&iacute;a sonando el arm&oacute;nium del maestro. Luna
+conoc&iacute;a aquella m&uacute;sica. Era el &uacute;ltimo lamento de Beethoven, el &laquo;es
+preciso&raquo; que cantaba el genio ante la muerte con una melancol&iacute;a que
+causaba escalofr&iacute;os.</p>
+
+<p>&mdash;Te amo, Sagrario&mdash;continu&oacute; Gabriel&mdash;. Desde que te vi volver a casa,
+arrostrando con el valor resignado de la v&iacute;ctima la odiosa curiosidad de
+las gentes, me interes&eacute; por ti. He pasado semanas y meses junto a tu
+m&aacute;quina viendo c&oacute;mo trabajabas. Te estudiaba: le&iacute;a en ti. Eres un ser
+sencillo; tu alma no tiene los repliegues y escondrijos de esos seres
+complicados y tortuosos por las malicias de la civilizaci&oacute;n. Adivinaba
+d&iacute;a por d&iacute;a en tu mirada dulce, en la atenci&oacute;n con que me escuchabas, el
+agradecimiento por lo poco que hice en tu favor. Recordabas el per&iacute;odo
+negro de tu vida, la esclavitud de la carne entre hombres bestiales
+enloquecidos por los ardores del sexo, y al verme siempre dulce contigo,
+protegi&eacute;ndote contra la ira del padre y la curiosidad de la gente, tu
+agradecimiento ha ido creciendo y creciendo, y hoy me amas, Sagrario. T&uacute;
+misma no te das cuenta de ello; no sabes explic&aacute;rtelo, pero tu ser
+corresponde al m&iacute;o como los cuerpos qu&iacute;micos de que te hablaba. Yo te
+amo tambi&eacute;n, como en otros tiempos am&eacute; a la pobre Lucy. El amor &uacute;nico y
+eterno es mentirosa invenci&oacute;n de los poetas, de la que se burlan con
+frecuencia los hechos. Puede amarse a varias personas con igual
+entusiasmo. Lo indispensable es que exista la afinidad. T&uacute;, que amaste
+en otro tiempo a un hombre hasta la locura, &iquest;qu&eacute; sientes por m&iacute;? &iquest;No me
+he enga&ntilde;ado? &iquest;Realmente me quieres...?</p>
+
+<p>Sagrario segu&iacute;a llorando, con la cabeza baja, como si no osase mirar a
+Luna. &Eacute;ste la apremiaba dulcemente. Deb&iacute;a llamarle Gabriel, hablarle de
+t&uacute;; &iquest;no eran compa&ntilde;eros de infortunio?</p>
+
+<p>&mdash;Tengo verg&uuml;enza...&mdash;murmuraba la joven&mdash;. Me turba tanta dicha.... S&iacute;;
+le quiero a usted... no... te amo, Gabriel. Nunca lo hubiese confesado:
+hubiera muerto antes de revelar este secreto. &iquest;Qui&eacute;n soy yo para que me
+amen? Hace tiempo que no me miro al espejo, por no llorar recordando mi
+perdida juventud.... Y luego, mi historia, mi horrible historia. &iquest;C&oacute;mo
+pod&iacute;a figurarme que usted... digo, que t&uacute;, leer&iacute;as tan claramente en mi
+pensamiento? Mira c&oacute;mo tiemblo; es la impresi&oacute;n, que a&uacute;n no ha pasado,
+el susto de ver descubierto mi secreto. &iexcl;Un hombre como t&uacute; descendiendo
+hasta m&iacute;, fea y enferma para siempre...! No; no me hables del otro. Lo
+olvid&eacute; hace mucho tiempo; &iquest;c&oacute;mo voy a recordarlo ahora que me haces la
+limosna de tu cari&ntilde;o? No, Gabriel; t&uacute; eres el m&aacute;s grande y el m&aacute;s bueno
+de los hombres. Me pareces un dios.</p>
+
+<p>Quedaron silenciosos largo rato, con las manos cogidas, mirando al
+obscuro y rumoroso jard&iacute;n. Arriba continuaba la lamentaci&oacute;n del genio
+ante la vida que se extingue.</p>
+
+<p>Sagrario se apoyaba en Gabriel, como si le faltasen las fuerzas y,
+medrosa ante la felicidad, quisiera refugiarse dentro de &eacute;l.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Qu&eacute; tarde te conozco!&mdash;dijo en voz queda&mdash;. Hubiera querido amarte en
+plena juventud; ser hermosa y sana s&oacute;lo para ti; tener la belleza y los
+encantos de una gran se&ntilde;ora para endulzar el resto de tu vida. Mi
+agradecimiento nada puede ofrecerte. Soy horrible: llevo en mis entra&ntilde;as
+la muerte, que poco a poco me consume. El que me toca queda
+envenenado.... Gabriel, &iquest;por qu&eacute; te fijaste en m&iacute;?</p>
+
+<p>&mdash;Porque soy un enfermo, un desgraciado como t&uacute;. Nuestra miseria es la
+amorosa afinidad.... Adem&aacute;s, yo nunca he amado como los dem&aacute;s hombres.
+He visto en mis viajes las mujeres m&aacute;s hermosas del mundo, sin sentir el
+m&aacute;s leve escalofr&iacute;o de deseo. No soy un temperamento amoroso. De mis
+aventuras all&aacute; en Par&iacute;s, cuando era joven, sal&iacute;a siempre con un
+sentimiento de disgusto. El amor a los desgraciados me domina, hasta el
+punto de embotar mis sentidos. Soy como el ebrio y el jugador, que,
+obsesionados por su afici&oacute;n, nada sienten ante la mujer. El hombre de
+estudio, enfrascado en los libros, experimenta muy d&eacute;bilmente los
+llamamientos del sexo. Mi pasi&oacute;n es la l&aacute;stima por los desheredados, el
+odio a la injusticia y la desigualdad. Me absorbe con tal fuerza,
+avasalla de tal modo mis facultades, que nunca me ha dejado tiempo para
+pensar en el amor. La hembra no me seduce. Adoro a la mujer cuando la
+veo desgraciada y triste. La fealdad me impresiona m&aacute;s que la belleza,
+porque me habla de las infamias sociales, me ofrece la amargura de lo
+injusto, el &uacute;nico vino que reanima mis fuerzas. Am&eacute; a Lucy porque era
+desgraciada e iba a morir; te amo, Sagrario, porque eres en plena
+juventud una desterrada de la vida, a la que nadie puede querer. Mi amor
+es para ti, para alegrar lo que te quede de existencia.</p>
+
+<p>Sagrario se apretaba contra el pecho de Gabriel.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Qu&eacute; bueno eres!&mdash;suspiraba&mdash;. &iexcl;Qu&eacute; alma tan hermosa!</p>
+
+<p>&mdash;Igual es la tuya, pobre Sagrario. Tu vida ha sido un enga&ntilde;o. Fuiste a
+vender tu cuerpo por el hambre y la desesperaci&oacute;n, como van las hijas de
+los pobres. Cre&iacute;ste encontrar el pan en los falsos simulacros del amor,
+como todos los d&iacute;as lo hacen en la tierra centenares de miles de hijas
+de proletarios. Todo es para los privilegiados del mundo: los brazos del
+padre y el sexo de la hija. Y cuando los brazos se debilitan o el cuerpo
+juvenil pierde sus encantos, se arrojan a un lado y se reemplazan. El
+mercado es abundante.... Te amo por tu desgracia. Tal vez de verte joven
+y hermosa, como en otros tiempos te contempl&eacute;, no hubiera sentido la m&aacute;s
+leve atracci&oacute;n. La hermosura es una barrera para el sentimiento. La
+Sagrario de otra &eacute;poca, con sus ilusiones de ser una gran se&ntilde;ora,
+halagada por las palabras de j&oacute;venes apuestos vestidos de colores como
+p&aacute;jaros vistosos, no se hubiera fijado en un vagabundo envejecido por la
+miseria, feo y enfermo. Nos conocemos porque somos desgraciados. La
+miseria nos permite ver nuestras almas; en plena dicha jam&aacute;s nos
+hubi&eacute;ramos tropezado.</p>
+
+<p>&mdash;Es verdad&mdash;murmuraba ella, apoyando su cabeza en el hombro de
+Gabriel&mdash;. Adoro a la miseria que nos permite conocernos.</p>
+
+<p>&mdash;T&uacute; ser&aacute;s mi compa&ntilde;era&mdash;continu&oacute; Luna con entonaci&oacute;n dulce&mdash;. Nuestras
+vidas marchar&aacute;n juntas hasta que la muerte rompa su abrazo. Yo te
+defender&eacute;, aunque de poco sirve el auxilio de un enfermo perseguido por
+los hombres. T&uacute; endulzar&aacute;s mi existencia con tu cari&ntilde;o. Nos amaremos
+como esos santos de la Iglesia que estallaban en dulces palabras y
+arrobamientos estremecedores, sin osar el menor contacto de la carne. El
+amor es el instinto de la conservaci&oacute;n de la especie, pero el nuestro
+ser&aacute; incompleto, no por odiar, como los santos, las leyes de la
+Naturaleza, sino porque las luchas de la vida nos han herido de muerte.
+Yo no soy un hombre: las enfermedades de la miseria y la ferocidad de
+mis semejantes han quebrantado mi organismo. Apenas si logro sostener mi
+vida y no puedo darla a otro ser. T&uacute; llevas en la sangre el veneno de
+una civilizaci&oacute;n viciada. Un hijo de tus entra&ntilde;as ser&iacute;a un m&iacute;sero
+engendro, con los huesos cariados y las venas llenas de podredumbre. No
+aumentemos con tales monstruos la miseria f&iacute;sica de los de abajo.
+Dejemos a los privilegiados fomentar su decadencia con los v&aacute;stagos de
+sus vicios.</p>
+
+<p>Pas&oacute; un brazo por el talle de la joven y levant&oacute; con la otra mano su
+cabeza, fijando los ojos en los de Sagrario, que brillaban a la luz de
+las estrellas con el resplandor acuoso de las l&aacute;grimas.</p>
+
+<p>&mdash;Seremos dos almas, dos pensamientos que se acariciar&aacute;n sin dejar
+rastro de su pasi&oacute;n, con una pureza como nunca la imaginaron los poetas.
+Esta noche en que nos confesamos mutuamente, en que nuestras almas se
+abren la una a la otra, es la noche de nuestras bodas... &iexcl;B&eacute;same,
+compa&ntilde;era de mi vida!</p>
+
+<p>Y en el silencio del claustro se besaron sin ruido, largamente, como si
+llorasen con las bocas juntas la miseria de su pasado y la brevedad de
+un amor en torno del cual rondaba la muerte. Arriba, el lamento de
+Beethoven segu&iacute;a desarrollando sus inflexiones dolorosas, esparci&eacute;ndose
+por las entra&ntilde;as de la catedral dormida.</p>
+
+<p>Gabriel se irgui&oacute; sosteniendo a Sagrario, que se echaba atr&aacute;s como
+desfallecida por la emoci&oacute;n. Miraba al espacio luminoso con gravedad
+sacerdotal, mientras hablaba en voz queda al o&iacute;do de la joven:</p>
+
+<p>&mdash;Nuestra vida ser&aacute; como uno de esos jardines abandonados, donde entre
+troncos ca&iacute;dos y ramas secas rebrotan nuevos follajes.... Compa&ntilde;era,
+am&eacute;monos. Hagamos que sobre nuestra miseria de parias surja la
+primavera. Ser&aacute; una primavera triste y sin frutos, pero tendr&aacute; flores.
+El sol sale para los que est&aacute;n en lo alto; para nosotros, dulce
+compa&ntilde;era, est&aacute; muy lejos; pero, en el negro fondo de nuestro pozo,
+abrac&eacute;monos, irgamos la cabeza, y ya que no nos reanima su calor,
+ador&eacute;moslo como una estrella lejana.</p>
+
+<p>A principios de julio entr&oacute; Gabriel en la vigilancia nocturna de la
+catedral.</p>
+
+<p>Bajaba a la ca&iacute;da de la tarde al claustro, y en la puerta del Mollete
+un&iacute;ase al otro vigilante, un hombre de aspecto enfermizo, que tos&iacute;a
+tanto como Luna y no abandonaba la manta en pleno verano.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Vaya, al encierro!&mdash;dec&iacute;a el campanero, agitando sus llaves.</p>
+
+<p>Y despu&eacute;s que los dos hombres entraban en el templo, cerraba las puertas
+por fuera, alej&aacute;ndose.</p>
+
+<p>Corno los d&iacute;as eran largos, a&uacute;n quedaban dos horas de luz cuando los
+guardianes entraban en la catedral.</p>
+
+<p>&mdash;Toda la iglesia es para nosotros, compa&ntilde;ero&mdash;dec&iacute;a el otro vigilante.</p>
+
+<p>Y como hombre habituado al aspecto imponente de la catedral abandonada,
+met&iacute;ase en la sacrist&iacute;a como si fuese su casa, abriendo la cesta de la
+cena sobre los cajones y alineando los comestibles entre candelabros y
+crucifijos.</p>
+
+<p>Gabriel vagaba por el templo. Despu&eacute;s de varios d&iacute;as de encierro a&uacute;n no
+se hab&iacute;a amortiguado en &eacute;l la impresi&oacute;n que le produjo ver por primera
+vez la iglesia solitaria y cerrada. Sus pasos retumbaban sobre el
+pavimento, cortado a trechos por los sepulcros de prelados y grandes
+se&ntilde;ores de otros siglos. El silencio del templo muerto se alteraba con
+extra&ntilde;as sonoridades y roces misteriosos. El primer d&iacute;a, Gabriel volvi&oacute;
+varias veces la cabeza con alarma, creyendo que unos pasos sonaban
+detr&aacute;s de &eacute;l.</p>
+
+<p>Fuera del templo a&uacute;n luc&iacute;a el sol. Brillaban las ruedas de colores del
+roset&oacute;n de la gran portada como un plato de flores luminosas. Abajo,
+entre las pilastras, la luz parec&iacute;a aplastarse con la sombra. Descend&iacute;an
+los murci&eacute;lagos, y con sus alas hac&iacute;an caer tierra de los agujeros del
+embovedado. Chillaban entre las columnas, como si revoloteasen en un
+bosque de piedra. En su ciego impulso, chocaban con las cuerdas de las
+l&aacute;mparas o hac&iacute;an bambolearse los capelos rojos con borlas polvorientas
+y deshilachadas que pend&iacute;an a gran altura sobre las tumbas de los
+cardenales.</p>
+
+<p>Gabriel hac&iacute;a su ronda por toda la iglesia. Empujaba las verjas de los
+altares para convencerse de que estaban bien cerradas, tocaba las
+puertas de la capilla Moz&aacute;rabe y de los Reyes, echaba un vistazo a la de
+la Sala Capitular y se deten&iacute;a ante la Virgen del Sagrario. A trav&eacute;s de
+la reja se ve&iacute;an las l&aacute;mparas ardiendo, y en lo alto la imagen cargada
+de joyas. Despu&eacute;s de este examen iba en busca de su camarada, y ambos se
+sentaban en el crucero, en las gradas del coro o del altar mayor. Desde
+all&iacute; se abarcaba todo el templo de un golpe de vista.</p>
+
+<p>Los dos vigilantes comenzaban por encasquetarse las gorras.</p>
+
+<p>&mdash;A usted le habr&aacute;n recomendado&mdash;dec&iacute;a el compa&ntilde;ero de Gabriel&mdash;que
+guarde respeto al templo: que si desea echar un cigarro se vaya a la
+galer&iacute;a del <i>Locum</i>; que si quiere cenar se meta en la sacrist&iacute;a. Lo
+mismo me dijeron a m&iacute; cuando entr&eacute; al servicio de la catedral. Palabras
+de gentes que se quedan a dormir en sus casas, muy tranquilas. Aqu&iacute; lo
+que importa es vigilar mucho, y fuera de esto, cada uno puede hacer lo
+que mejor le parezca para pasar la noche.... A estas horas duermen Dios
+y los santos. Algo tienen que descansar despu&eacute;s de pasarse el d&iacute;a oyendo
+s&uacute;plicas y c&aacute;nticos, recibiendo incienso y ardi&eacute;ndoles los cirios junto
+a la cara. Nosotros velamos su sue&ntilde;o, y &iexcl;qu&eacute; demonio!, no es faltarles
+al respeto si nos permitimos alguna libertad. Vaya, compa&ntilde;ero, ya va
+obscureciendo: juntemos las cenas.</p>
+
+<p>Y los dos vigilantes cenaban en el crucero, extendiendo sobre los
+pelda&ntilde;os de m&aacute;rmol las viandas de sus cestas.</p>
+
+<p>El camarada de Gabriel, llevaba en el cinto por todo armamento una
+pistola, regalo de la Obrer&iacute;a: una antig&uuml;edad que jam&aacute;s se hab&iacute;a
+disparado. A Luna le ense&ntilde;&oacute; el <i>Vara de plata</i> una carabina, legada por
+el ex guardia civil a la sacrist&iacute;a como recuerdo de sus a&ntilde;os de
+servicio. Gabriel hizo un gesto de repulsi&oacute;n. Bien estaba all&iacute;: ya la
+buscar&iacute;a cuando la necesitase. Y la dej&oacute; en el rinc&oacute;n, con unos paquetes
+de cartuchos enmohecidos por la humedad y cubiertos de telara&ntilde;as.</p>
+
+<p>Al cerrar la noche borr&aacute;banse en lo alto los colores de las vidrieras, y
+en la obscuridad de las naves comenzaban a brillar, como estrellas
+macilentas, las luces de las l&aacute;mparas. Se perd&iacute;an las proporciones del
+templo. Gabriel cre&iacute;a estar a campo raso en una noche obscura,
+&uacute;nicamente al ir de un lado a otro, con la linterna por delante, surg&iacute;an
+de la sombra los contornos de la catedral, m&aacute;s grandes, m&aacute;s monstruosos.
+Las pilastras le sal&iacute;an al encuentro, agrand&aacute;ndose, subiendo hasta las
+b&oacute;vedas a impulsos del resplandor de la linterna. Los cuadros del
+embaldosado parec&iacute;an danzar a cada movimiento de luz. Gabriel, en sus
+rondas de vigilancia, sent&iacute;a batir sobre su cabeza pesadas alas. Al
+grito de los murci&eacute;lagos se un&iacute;an chillidos l&uacute;gubres de p&aacute;jaros que,
+asustados, cortaban el aire, chocando con las pilastras. Eran las
+lechuzas, que bajaban atra&iacute;das por el aceite de las l&aacute;mparas,
+estremeciendo a &eacute;stas con el roce de sus plumas.</p>
+
+<p>Cada media hora se alteraba el silencio de la catedral con un ruido de
+muelles disparados y ruedas en movimiento. Despu&eacute;s sonaba una campana de
+argentino toque. Eran los guerreros dorados de la portada del Reloj que
+se&ntilde;alaban el paso del tiempo con sus martillos.</p>
+
+<p>El compa&ntilde;ero de Gabriel se lamentaba de las innovaciones establecidas
+por el cardenal para fastidiar a los pobres. En otros tiempos, &eacute;l y su
+viejo camarada, una vez encerrados, pod&iacute;an dormir a pierna suelta, sin
+miedo a que el cabildo les ri&ntilde;ese. Pero Su Eminencia, que siempre estaba
+discurriendo el modo de molestar al pr&oacute;jimo, hab&iacute;a colocado en lados
+distintos de la catedral unos relojitos tra&iacute;dos del extranjero, y hab&iacute;a
+que ir cada media hora a abrirlos y marcar la presencia. Al d&iacute;a
+siguiente los examinaba el <i>Vara de plata</i>, y si encontraba un descuido,
+impon&iacute;a multa.</p>
+
+<p>&mdash;Una invenci&oacute;n del demonio para no dejarnos dormir camarada. Cuando
+m&aacute;s, podremos descabezar un sue&ntilde;o. Es preciso ayudarnos. Mientras uno
+duerme un rato, el otro se encargar&aacute; de apuntar en esas malditas
+m&aacute;quinas. Nada de descuidos, &iquest;eh, novato? La paga es corta, el hambre
+mucha, y no estamos para multas.</p>
+
+<p>Gabriel, siempre bondadoso, era el que m&aacute;s rondaba, cuidando
+escrupulosamente de los marcadores. Su compa&ntilde;ero, el se&ntilde;or Fidel,
+descansaba tranquilo, alabando su generosidad. Buen compa&ntilde;ero le hab&iacute;an
+dado; gust&aacute;bale m&aacute;s que el antiguo, con sus aires imperiosos de viejo
+guardia, siempre ri&ntilde;endo por decidir a qui&eacute;n correspond&iacute;a levantarse y
+hacer la ronda.</p>
+
+<p>El pobre hombre tos&iacute;a tanto como Gabriel. Sus catarros conmov&iacute;an el
+silencio del templo; se agrandaban con el eco de las naves, como si en
+la sombra ladraran perros monstruosos.</p>
+
+<p>&mdash;No s&eacute; los a&ntilde;os que arrastro esta carraspera&mdash;dec&iacute;a el viejo&mdash;. Es un
+regalo de la catedral. Los m&eacute;dicos me dicen que abandone este empleo;
+pero lo que yo contest&oacute;: &iquest;qui&eacute;n me mantiene? Usted, compa&ntilde;ero, ha
+entrado en la buena &eacute;poca. Hace aqu&iacute; un fresquito que ya lo querr&iacute;an los
+que sudan a estas horas en los caf&eacute;s del Zocodover. Pero aunque estamos
+en el verano, f&iacute;jese usted en la humedad que nos entra por salva sea la
+parte. Cuando debe verse esto es en invierno, camarada. Hay que vestirse
+como una m&aacute;scara, cubierto de gorros, pa&ntilde;uelos y mantas. En la sacrist&iacute;a
+nos hacen la caridad de dejarnos un poco de fuego; pero aun as&iacute;, muchas
+ma&ntilde;anas falta poco para que nos recojan helados. Los del cabildo llaman
+al coro &laquo;matacan&oacute;nigos&raquo;. Y si esos se&ntilde;ores se quejan por una hora de
+estancia en esta nevera, bien comidos y mejor bebidos, fig&uacute;rese usted
+qu&eacute; ser&aacute; de nosotros. Ha tenido usted suerte de entrar en verano. Cuando
+llegue el fr&iacute;o, ya ver&aacute; usted lo que es bueno.</p>
+
+<p>Pero aunque estaban en la mejor &eacute;poca del a&ntilde;o, Gabriel tos&iacute;a, empeorando
+en su dolencia por la humedad de la catedral.</p>
+
+<p>Las noches de luna, el templo se transfiguraba de un modo fant&aacute;stico.
+Gabriel recordaba ciertas decoraciones de &oacute;pera que hab&iacute;a visto en sus
+viajes. Los ventanales destac&aacute;banse sobre las negras masas con un tono
+blanquecino y lechoso. Manchas de luz se deslizaban lentamente por las
+pilastras, como fantasmas que descendiesen de las b&oacute;vedas; despu&eacute;s
+arrastr&aacute;banse por el pavimento cual espectros rampantes, y otra vez
+volv&iacute;an a remontarse por las pilastras, hasta perderse en lo alto. Estos
+rayos de luz fr&iacute;a y difusa hac&iacute;an a&uacute;n m&aacute;s densas las tinieblas. En su
+marcha, sacaban de la obscuridad aqu&iacute; una capilla, m&aacute;s all&aacute; una l&aacute;pida
+sepulcral o el relieve de una pilastra. El gran Cristo que corona la
+reja del altar mayor fulguraba sobre el fondo de sombra con el brillo
+del oro viejo, como una aparici&oacute;n milagrosa que flotase en el espacio
+entre un nimbo de luz.</p>
+
+<p>Cuando la tos no dejaba dormir al viejo guardi&aacute;n, hablaba a Gabriel de
+los a&ntilde;os que llevaba de vida nocturna en la Primada. Era un oficio que
+ten&iacute;a cierta semejanza con el de sepulturero; pasaban la vida entre
+muertos, en el silencio del abandono, sin ver a nadie hasta que
+terminaba la guardia. &Eacute;l hab&iacute;a acabado por acostumbrarse. Aquel oficio
+le curaba de muchos miedos que hab&iacute;a sentido en su juventud. Antes,
+cre&iacute;a en resurrecciones de muertos, en almas y en apariciones de santos,
+pero ahora se re&iacute;a de todo. A&ntilde;os enteros llevaba pernoctando en la
+catedral, y si algo o&iacute;a, era el roer de los ratones, que no respetaban
+altares ni santos. &iexcl;Al fin, todo madera!</p>
+
+<p>S&oacute;lo tem&iacute;a a los hombres de carne y hueso, a los ladrones, que en otros
+tiempos m&aacute;s de una vez hab&iacute;an entrado en la catedral, obligando al
+cabildo a establecer la vigilancia nocturna.</p>
+
+<p>Y entreten&iacute;a a Gabriel con el relato de todas las tentativas de robo
+realizadas durante el siglo. En la catedral exist&iacute;an riquezas para
+tentar a un santo. Madrid estaba cerca, y &eacute;l tem&iacute;a mucho a los ladrones
+&laquo;finos&raquo;. Despu&eacute;s enumeraba todas las precauciones de la vigilancia.
+Listo y afortunado hab&iacute;a de ser quien consiguiera burlarlas. El <i>Vara de
+plata</i>, el campanero y los sacristanes hac&iacute;an la requisa antes de
+cerrar, llev&aacute;ndose Mariano las llaves a la torre. No hab&iacute;a que
+proponerse romper las cerrajas. Eran obra antigua y fuerte, y adem&aacute;s,
+all&iacute; estaban ellos para dar la alarma apenas oyesen el m&aacute;s leve ruido.
+Antes, con el auxilio del perro, la vigilancia resultaba m&aacute;s completa;
+el animal era tan fino, que bastaba que un transe&uacute;nte se aproximase a
+una puerta exterior para que al momento acudiera ladrando. El se&ntilde;or
+Obrero, despu&eacute;s de muerto aqu&eacute;l, anunciaba meses y meses la adquisici&oacute;n
+de otro, y no cumpl&iacute;a su promesa. Pero, en fin, aun sin el can, all&iacute;
+estaban los dos, que representaban algo, &iquest;eh...? &Eacute;l, con su pistola que
+nunca hab&iacute;a disparado; Gabriel, con la carabina que a&uacute;n estaba en la
+sacrist&iacute;a, en el mismo rinc&oacute;n donde la dej&oacute; su antecesor. Se pavoneaba
+pensando en el miedo que pod&iacute;an inspirar &eacute;l y su compa&ntilde;ero; pero vuelto
+a la realidad ante la sonrisa de Luna, a&ntilde;ad&iacute;a:</p>
+
+<p>&mdash;Adem&aacute;s, para un caso extremo, contamos con el esquil&oacute;n que llama a los
+can&oacute;nigos. La cuerda est&aacute; en el coro; no tenemos m&aacute;s que tirar, y
+&iexcl;fig&uacute;rese usted la que se armar&iacute;a si sonase en el silencio de la noche!
+Todo Toledo se pondr&iacute;a de pie, adivinando que algo grave ocurr&iacute;a en la
+catedral... Con esto y con los malditos contadores, que no nos dejan
+dormir, puede decirse que ni el rey pasa la noche tan bien guardado como
+esta iglesia.</p>
+
+<p>Por la ma&ntilde;ana, al salir del encierro, sub&iacute;a Gabriel a su casa transido
+de fr&iacute;o, deseando tenderse en la cama. Encontraba a Sagrario en la
+cocina calentando la leche para que la bebiese antes de acostarse. La
+dulce compa&ntilde;era segu&iacute;a llam&aacute;ndole t&iacute;o en presencia de los de casa.
+&Uacute;nicamente su voz adoptaba el tuteo cari&ntilde;oso cuando estaban solos. Al
+verle en la cama se aproximaba a &eacute;l con el vaso de leche humeante, se lo
+hac&iacute;a beber con mimos maternales, le arreglaba el embozo del lecho y
+cerraba cuidadosamente ventanas y puertas para que no le molestase un
+rayo de luz.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Esas noches en la catedral!&mdash;exclamaba la compa&ntilde;era con expresi&oacute;n de
+lamento&mdash;. Te est&aacute;s matando, Gabriel: eso no es para ti. El padre dice
+lo mismo. Puesto que m&aacute;s all&aacute; de la muerte no hay nada y no hemos de
+vernos, prolonga tu vida, d&eacute;jate cuidar. Ahora que nos conocemos y que
+soy dichosa, &iexcl;ser&iacute;a tan triste perderte...!</p>
+
+<p>Gabriel la tranquilizaba. Aquella vida no pod&iacute;a durar m&aacute;s all&aacute; del
+verano. Despu&eacute;s le dar&iacute;an algo mejor. No deb&iacute;a entristecerse; por tan
+poca cosa no se muere. Lo mismo tos&iacute;a viviendo en las Claver&iacute;as que
+pasando la noche en la catedral.</p>
+
+<p>Despu&eacute;s de comer sal&iacute;a al claustro, completamente repuesto por su sue&ntilde;o
+de la ma&ntilde;ana. Era el &uacute;nico momento del d&iacute;a en que pod&iacute;a ver a sus
+amigos. Se aproximaban a &eacute;l o iba Gabriel en su busca, entrando en la
+casa del zapatero o subiendo a la torre.</p>
+
+<p>Le saludaban, o&iacute;an sus palabras con la misma atenci&oacute;n de antes; pero
+notaba en ellos cierto gesto de independencia fuera y al mismo tiempo de
+conmiseraci&oacute;n, como si admir&aacute;ndole por haberles transmitido sus ideas,
+tuviesen l&aacute;stima de su car&aacute;cter dulce, enemigo de la violencia.</p>
+
+<p>&mdash;Estos p&aacute;jaros&mdash;dec&iacute;a Gabriel hablando con su hermano&mdash;ya vuelan por su
+cuenta. No me necesitan y quieren estar solos.</p>
+
+<p>El <i>Vara de palo</i> meneaba la cabeza tristemente.</p>
+
+<p>&mdash;Dios quiera, Gabriel, que alg&uacute;n d&iacute;a no te arrepientas de haberles
+hablado de cosas que no entienden. Han cambiado mucho. A nuestro sobrino
+el perrero no hay quien lo sufra. Dice que ya que no le dejaron matar
+toros para hacerse rico, matar&aacute; hombres si es necesario para salir de
+pobreza; que &eacute;l tiene derecho a disfrutar como cualquier se&ntilde;or, y que
+todos los ricos son unos ladrones... Pero hermano, &iexcl;por la Virgen!, &iquest;les
+has ense&ntilde;ado realmente esas cosas tan horribles?</p>
+
+<p>&mdash;D&eacute;jalos&mdash;dijo Gabriel riendo&mdash;. No han digerido a&uacute;n las ideas nuevas,
+y vomitan disparates. Pero eso pasar&aacute;. Son buena gente.</p>
+
+<p>Lo &uacute;nico que le entristec&iacute;a era ver que Mariano se recataba de &eacute;l. Hu&iacute;a
+su trato como si le tuviese miedo. Parec&iacute;a temer que Gabriel leyera en
+su pensamiento, con la superioridad irresistible que desde mozo hab&iacute;a
+tenido sobre &eacute;l.</p>
+
+<p>&mdash;Mariano, &iquest;qu&eacute; hay?&mdash;dec&iacute;a al verle pasar por el claustro.</p>
+
+<p>&mdash;Mucho y mal repartido&mdash;contestaba el hura&ntilde;o camarada.</p>
+
+<p>&mdash;Lo s&eacute;, hombre, lo s&eacute;; pero parece que me huyes. &iquest;Por qu&eacute; es eso?</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Huirte yo...? Nunca. Sabes que siempre te quise. Cuando subes a mi
+casa ya ves c&oacute;mo te recibimos. Te debemos mucho: nos has abierto los
+ojos y ya no somos bestias.... Pero me canso de saber tanto y ser pobre;
+y lo mismo les ocurre a los compa&ntilde;eros. No queremos tener llena la
+cabeza y el vientre vac&iacute;o...</p>
+
+<p>&mdash;Pero &iquest;qu&eacute; remedio nos queda? Hemos nacido pronto. Otros vendr&aacute;n,
+encontrando las cosas mejor dispuestas. &iquest;Qu&eacute; pod&eacute;is hacer para arreglar
+lo presente, cuando en el mundo millares de trabajadores m&aacute;s infelices
+que vosotros no logran mejor &eacute;xito, aun a costa de su sangre, peleando
+con la autoridad?</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Qu&eacute; hacer?&mdash;gru&ntilde;&iacute;a el campanero&mdash;. Eso ya lo veremos: ya lo ver&aacute;s t&uacute;.
+No somos tan tontos como crees. T&uacute; eres muy sabio, Gabriel; te
+respetamos como a un maestro; todo cuanto dices es verdad; pero nos
+parece que cuando hay que hacer las cosas... &laquo;pr&aacute;cticas&raquo;, &iquest;me
+entiendes?, cuando hay que llamar al pan pan y al vino vino... &iquest;me
+explico...? eres, y perdona, algo guillado, como todos los que andan
+entre libros. Nosotros somos brutos, pero vemos m&aacute;s claro.</p>
+
+<p>Y se alejaba de Gabriel, que no pod&iacute;a comprender el verdadero alcance de
+este desv&iacute;o de sus disc&iacute;pulos. Muchas veces, al entrar en las
+habitaciones de la torre para pasar un rato con ellos, cesaban
+repentinamente en la conversaci&oacute;n y le miraban con zozobra, temiendo,
+sin duda, que pudiera escuchar sus palabras.</p>
+
+<p>Don Mart&iacute;n hac&iacute;a muchos d&iacute;as que no se presentaba en el claustro.
+Gabriel supo por el <i>Vara de plata</i> que hab&iacute;a muerto la madre del
+curita, y una semana despu&eacute;s le vio una tarde en las Claver&iacute;as. Ten&iacute;a
+los ojos enrojecidos, las facciones des-carnadas y con la piel tirante,
+como si hubiese llorado mucho.</p>
+
+<p>&mdash;Vengo a despedirme de usted, Gabriel. He pasado un mes de penas y de
+insomnio cuidando a mi madre. La pobre ha muerto. No era ninguna joven;
+yo esperaba este final; pero por fuerte y resignado que uno sea, estos
+golpes siempre se sienten. Al irse la pobre vieja, quedo libre. Era lo
+&uacute;nico que me ligaba a esta iglesia, en la que ya no creo. Su dogma es
+absurdo y pueril, su historia un tejido de cr&iacute;menes y violencias. &iquest;Para
+qu&eacute; mentir, como otros, fingiendo una fe que no siento? Hoy he estado
+en palacio para decir que dispongan de mis siete duros mensuales y de la
+capellan&iacute;a de las monjas. Me voy; no s&oacute;lo huyo de la iglesia, quiero
+evitar su ambiente, y en Toledo no puede vivir un sacerdote &laquo;renegado&raquo;.
+&iquest;Ve usted este disfraz? Hoy lo llevo por &uacute;ltima vez. Ma&ntilde;ana gozar&eacute; la
+primera alegr&iacute;a de mi vida, rasgando esta mortaja en pedazos peque&ntilde;os,
+muy peque&ntilde;os, para que nadie la pueda utilizar. Ser&eacute; hombre; me ir&eacute;
+lejos, tan lejos como pueda; quiero saber c&oacute;mo es el mundo, ya que en &eacute;l
+vivo. No conozco a nadie, no tengo protecci&oacute;n; usted es el hombre m&aacute;s
+extraordinario que he conocido, y est&aacute; oculto en una mazmorra por su
+voluntad, refugiado en un templo completamente vac&iacute;o para su
+conciencia.... No me asusta la miseria; cuando se ha sido representante
+de Dios con seis reales diarios, se puede mirar el hambre cara a cara.
+Ser&eacute; obrero, trabajar&eacute; la tierra si es preciso, me emplear&eacute; en cualquier
+cosa... pero ser&eacute; hombre libre.</p>
+
+<p>Pasearon los dos amigos por el claustro, aconsejando Gabriel a don
+Mart&iacute;n. Al determinar el punto adonde deb&iacute;a dirigirse, su predilecci&oacute;n
+fluctuaba entre Par&iacute;s y las rep&uacute;blicas americanas m&aacute;s faltas de
+emigraci&oacute;n.</p>
+
+<p>Al caer la tarde, Gabriel se despidi&oacute; de su disc&iacute;pulo: le estaba
+esperando el compa&ntilde;ero en el claustro bajo para encerrarse en el templo.</p>
+
+<p>&mdash;Tal vez no nos veamos m&aacute;s&mdash;dijo el curita con tristeza&mdash;. Usted
+acabar&aacute; sus d&iacute;as aqu&iacute;, en la casa de un Dios en quien no cree.</p>
+
+<p>&mdash;S&iacute;; aqu&iacute; morir&eacute;&mdash;dijo Gabriel sonriendo&mdash;. &Eacute;l y yo nos odiamos, y sin
+embargo, parece que nada puede hacer sin m&iacute;. Si ha de salir a la calle,
+soy quien gu&iacute;a sus pasos; y por la noche, yo tambi&eacute;n quien guarda sus
+riquezas.... Salud y buena suerte, Mart&iacute;n. Sea usted hombre sin
+desfallecimientos. La verdad bien vale la miseria.</p>
+
+<p>La desaparici&oacute;n del capell&aacute;n de las monjas se efectu&oacute; sin esc&aacute;ndalo. Don
+Antol&iacute;n y otros sacerdotes creyeron que el joven se hab&iacute;a trasladado a
+Madrid por ambici&oacute;n, para engrosar el n&uacute;mero de cl&eacute;rigos solicitantes.
+Gabriel era el &uacute;nico que conoc&iacute;a el verdadero destino de don Mart&iacute;n.
+Adem&aacute;s, pronto hizo olvidar al joven sacerdote una noticia estupenda,
+que retumb&oacute; en la catedral como un trueno, poniendo en conmoci&oacute;n a los
+se&ntilde;ores del coro, a la gente menuda de las sacrist&iacute;as, a toda la
+poblaci&oacute;n del claustro alto.</p>
+
+<p>Hab&iacute;an terminado las querellas entre el arzobispo y el cabildo. En Roma
+aprobaron todo lo hecho por el cardenal, y Su Eminencia rug&iacute;a de j&uacute;bilo
+en su palacio, con la fiera impetuosidad que mostraba en todas sus
+expansiones.</p>
+
+<p>Los can&oacute;nigos, al entrar en el coro, iban con la cabeza baja, como
+avergonzados y temerosos.</p>
+
+<p>&mdash;Pero &iquest;ha visto usted...?&mdash;se dec&iacute;an al desvestirse en la sacrist&iacute;a.</p>
+
+<p>Y a buen paso, con el manteo ondulante, abandonaban la iglesia cada uno
+por su lado, evitando formar grupos ni corrillos, atento cada cual a
+librarse de responsabilidades, a aparecer limpio de toda complicidad con
+los enemigos del prelado.</p>
+
+<p>El <i>Tato</i> re&iacute;a de gozo viendo la dispersi&oacute;n y el azoramiento de los
+se&ntilde;ores del coro.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Corred, corred! &iexcl;Bueno os va a poner el cuerpo el t&iacute;o...!</p>
+
+<p>Se hac&iacute;an los preparativos de todos los a&ntilde;os para la gran fiesta de la
+Virgen del Sagrario, a mediados de agosto. En la catedral hablaban de la
+de aquel a&ntilde;o con misterio unos y zozobra otros, como si aguardasen
+sucesos extraordinarios. Su Eminencia, que no bajaba al templo hac&iacute;a
+muchos meses por no ver a los del cabildo, presidir&iacute;a el coro el d&iacute;a de
+la fiesta. Deseaba contemplar de cerca a sus enemigos, aplastarlos con
+su triunfo, gozarse en su aspecto de confusa sumisi&oacute;n. Y conforme se
+aproximaba la solemnidad religiosa, temblaban muchos can&oacute;nigos, pensando
+en la mirada dura y soberbia que clavar&iacute;a en ellos el iracundo prelado.</p>
+
+<p>Gabriel prestaba escasa atenci&oacute;n a las preocupaciones del mundo
+clerical. Llevaba una vida extra&ntilde;a. Gran parte del d&iacute;a lo pasaba
+durmiendo, prepar&aacute;ndose para la fatigosa vela de la noche, que hac&iacute;a
+ahora solo. El se&ntilde;or Fidel hab&iacute;a ca&iacute;do enfermo, y para que la Obrer&iacute;a,
+evitando gastos, no privase al viejo de su m&iacute;sero sueldo, se absten&iacute;a de
+pedir un nuevo compa&ntilde;ero. Pasaba las noches en la catedral con la misma
+tranquilidad que si estuviera en el claustro, alto, habituado a aquel
+silencio de cementerio. Para no dormirse, le&iacute;a a la luz de su linterna
+los libros que pod&iacute;a encontrar en las Claver&iacute;as: fr&iacute;os tratados de
+Historia, en los que la Providencia desempe&ntilde;aba el principal papel;
+vidas de santos, que le divert&iacute;an por su cr&eacute;dula sencillez, rayana en lo
+grotesco, y aquel <i>Quijote</i> de los Luna que tantas veces, hab&iacute;a
+deletreado de peque&ntilde;o, y en el cual cre&iacute;a encontrar algo de la frescura
+de la ni&ntilde;ez.</p>
+
+<p>Lleg&oacute; el d&iacute;a de la Virgen. La fiesta era igual a la de todos los a&ntilde;os.
+La imagen famosa hab&iacute;a salido de su capilla, ocupando sobre su peana un
+sitio en el altar mayor. Llevaba el manto guardado en el Tesoro y todas
+sus joyas, que centelleaban acariciadas por el bosque de luces, como si
+rieran con una escala temblona de fulgores.</p>
+
+<p>Antes de comenzar la fiesta, los curiosos de la catedral, fingi&eacute;ndose
+distra&iacute;dos, paseaban entre el coro y la puerta del Perd&oacute;n. Los
+can&oacute;nigos, con sus vestiduras rojas, reun&iacute;anse cerca de la escalerilla
+alumbrada por la famosa piedra de luz. Por all&iacute; bajar&iacute;a Su Eminencia, y
+los se&ntilde;ores del coro se agrupaban t&iacute;midamente, cuchicheando, como si se
+preguntasen qu&eacute; iba a pasar.</p>
+
+<p>Apareci&oacute; en el primer tramo de la escalera el portacruz, avanzando
+horizontalmente su insignia de dobles brazos para que pasase bajo el
+arco de la puerta. Despu&eacute;s, entre familiares, y seguido por la sotana
+morada del obispo auxiliar, avanz&oacute; el cardenal, vestido de p&uacute;rpura, que
+apagaba el rojo viol&aacute;ceo de los can&oacute;nigos.</p>
+
+<p>El cabildo se form&oacute; en dos filas, con la cabeza baja, prestando
+acatamiento a su pr&iacute;ncipe. &iexcl;Qu&eacute; mirada la de don Sebasti&aacute;n! Los
+can&oacute;nigos, inclinados, creyeron sentirla en la nuca con una frialdad de
+acero. Ergu&iacute;a el enorme cuerpo dentro de sus envolturas de p&uacute;rpura con
+gallarda arrogancia, como si en aquel momento se sintiera curado de la
+enfermedad que ara&ntilde;aba sus entra&ntilde;as y de la insuficiencia del coraz&oacute;n,
+que oprim&iacute;a sus pulmones. La cara gordinflona temblaba de gozo; los
+pliegues de grasa de su barbilla se estremec&iacute;an sobre el roquete de
+blondas. La birreta cardenalicia parec&iacute;a hincharse de soberbia sobre su
+cabeza peque&ntilde;a, blanca y sonrosada. Nunca fue llevada una corona con
+tanto orgullo como aquel gorro rojo.</p>
+
+<p>Extendi&oacute; su mano enguantada de p&uacute;rpura, sobre la que luc&iacute;a la esmeralda
+episcopal, y con un gesto imperioso hizo que uno tras otro fueran
+bes&aacute;ndola todos los can&oacute;nigos. Era la sumisi&oacute;n de los hombres de
+Iglesia, acostumbrados desde el Seminario a una humildad aparente que
+encubre rencores y odios de una intensidad no conocida en la vida
+vulgar. El cardenal adivinaba el desaliento tras esta modestia y
+paladeaba su triunfo.</p>
+
+<p>&mdash;T&uacute; no conoces c&oacute;mo son nuestros odios&mdash;hab&iacute;a dicho algunas veces a su
+amiga la jardinera&mdash;. En la vida vulgar son pocos los hombres que mueren
+de un disgusto. El que siente enfado se desahoga y recobra la
+tranquilidad. Pero en la Iglesia se cuentan a centenares los que mueren
+de un acceso de ira por no poder vengarse, porque la disciplina les
+cierra la boca y abate su cabeza. Faltos de familia y de preocupaciones
+para ganarse el pan, los m&aacute;s de nosotros s&oacute;lo vivimos para el amor
+propio y el orgullo.</p>
+
+<p>Se form&oacute; en procesi&oacute;n el cabildo, acompa&ntilde;ando a Su Eminencia. Abr&iacute;an la
+marcha el perrero rojo, los pertigueros negros y el <i>Vara de plata</i>,
+haciendo sonar las baldosas con los golpes de sus bastones. Detr&aacute;s la
+cruz arzobispal y los can&oacute;nigos por parejas, y en &uacute;ltimo t&eacute;rmino el
+prelado, con su cola roja, extendida en toda su longitud, llevada en
+alto por dos pajes. Don Sebasti&aacute;n bendec&iacute;a a un lado y a otro, mirando
+con sus ojillos penetrantes a los fieles, que inclinaban la cabeza.</p>
+
+<p>Su car&aacute;cter imperioso y la alegr&iacute;a del triunfo hac&iacute;an centellear su
+mirada. &iexcl;Qu&eacute; gran victoria...! El templo era su casa, y volv&iacute;a a &eacute;l tras
+larga ausencia, con toda la majestad de un due&ntilde;o absoluto que pod&iacute;a
+aplastar a los esclavos maldicientes que osaran atacarle.</p>
+
+<p>La grandeza de la Iglesia se le aparec&iacute;a en aquel momento m&aacute;s grandiosa
+que nunca. &iexcl;Qu&eacute; admirable instituci&oacute;n! El hombre fuerte que llegaba a lo
+alto se convert&iacute;a en un dios omnipotente y temible. Nada de igualdad
+perniciosa y revolucionaria. El grande siempre ten&iacute;a raz&oacute;n. El dogma
+ensalzaba la humildad de todos ante Dios, pero al fijar ejemplos,
+hablaba siempre de reba&ntilde;os y de pastores que deb&iacute;an dirigirlos. &Eacute;l era
+el pastor, porque as&iacute; lo quer&iacute;a el Omnipotente. &iexcl;Ay del que intentara
+descarriarse...!</p>
+
+<p>En el coro, la alegr&iacute;a de su orgullo gust&oacute; una satisfacci&oacute;n a&uacute;n mayor.
+Estaba sentado en el trono de los arzobispos de Toledo, aquella silla
+que hab&iacute;a sido la estrella de su juventud, y cuyo recuerdo le turbaba en
+pleno episcopado, cuando paseaba la mitra por las provincias esperando
+la hora de llegar a la Primada. Ergu&iacute;ase bajo el art&iacute;stico dosel del
+Monte Tabor, sobre cuatro escalones, para que le viesen bien todos los
+del coro y se convencieran de que era su pr&iacute;ncipe. Las cabezas de las
+dignidades sentadas a su lado estaban casi al nivel de sus pies. Pod&iacute;a
+pisarlos como v&iacute;boras si osaban levantarse de nuevo, mordi&eacute;ndole en sus
+m&aacute;s &iacute;ntimos afectos.</p>
+
+<p>Enardecido por la apreciaci&oacute;n de su grandeza y su triunfo, era el
+primero en levantarse o sentarse, conforme lo marcaba el ritual de los
+oficios, y un&iacute;a su voz a las del coro, asombrando a todos con la &aacute;spera
+energ&iacute;a de su canto. Las palabras latinas sal&iacute;an de su boca como
+trabucazos contra aquella gente odiada; sus ojos pasaban con expresi&oacute;n
+de reto sobre la doble fila de cabezas inclinadas.</p>
+
+<p>Era un hombre de fortuna, que hab&iacute;a marchado de &eacute;xito en &eacute;xito, y sin
+embargo, jam&aacute;s hab&iacute;a sentido una satisfacci&oacute;n tan honda, tan completa
+como la de aquel momento. &Eacute;l mismo se asustaba de su alegr&iacute;a, de aquel
+estallido de orgullo que amortiguaba sus cr&oacute;nicas dolencias. Parec&iacute;ale
+que estaba gastando en unas cuantas horas toda su provisi&oacute;n de vida.</p>
+
+<p>Al finalizar la misa, los cantores y dem&aacute;s gente menuda del coro, que
+eran los &uacute;nicos que osaban mirarle, se alarmaron vi&eacute;ndole palidecer,
+levantarse con la faz desencajada, llev&aacute;ndose las manos al pecho.
+Advertidos los can&oacute;nigos, corrieron a &eacute;l, formando una apretada masa de
+vestiduras rojas ante su trono. Su Eminencia se ahogaba, debati&eacute;ndose
+entre aquel c&iacute;rculo de manos que le agarraban instintivamente.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Aire...!&mdash;rugi&oacute;&mdash;, &iexcl;aire...! &iexcl;Qu&iacute;tense de delante con mil porras!
+&iexcl;Que me lleven a casa!</p>
+
+<p>Aun en medio de su angustia, encontr&oacute; el gesto en&eacute;rgico y sus antiguos
+votos de soldado para rechazar a los enemigos. Se ahogaba, pero no
+quer&iacute;a que lo viesen los can&oacute;nigos. Adivinaba en muchos de ellos la
+satisfacci&oacute;n tras el gesto compungido. &iexcl;Que nadie le tocase! &iexcl;&Eacute;l se
+bastaba! Y apoyado en dos familiares fieles, emprendi&oacute; la marcha
+jadeante hacia la escalera arzobispal, seguido de gran parte del
+cabildo.</p>
+
+<p>La funci&oacute;n religiosa termin&oacute; apresuradamente. Que perdonara la Virgen:
+otro a&ntilde;o tendr&iacute;a mayor solemnidad. Y las autoridades e invitados
+abandonaron sus asientos del altar mayor para correr en demanda de
+noticias al palacio arzobispal.</p>
+
+<p>Al despertar Gabriel, pasado mediod&iacute;a, todos hablaban en el claustro
+alto de la salud de Su Eminencia. Su hermano preguntaba a t&iacute;a Tomasa,
+que ven&iacute;a de palacio.</p>
+
+<p>&mdash;Se muere, hijos&mdash;dec&iacute;a la jardinera&mdash;; de &eacute;sta no escapa. Do&ntilde;a Visita
+me lo ha ense&ntilde;ado de lejos, llorando la pobre. No puede estar acostado.
+El pecho le baila como un fuelle roto. Los m&eacute;dicos dicen que no llega a
+la noche. &iexcl;Qu&eacute; desgracia...! &iexcl;Y en un d&iacute;a como &eacute;ste...!</p>
+
+<p>La agon&iacute;a del pr&iacute;ncipe eclesi&aacute;stico era acogida con un silencio f&uacute;nebre.
+Las mujeres de las Claver&iacute;as iban y ven&iacute;an con noticias desde el
+palacio al claustro alto. Los chicuelos permanec&iacute;an recluidos en las
+habitaciones, atemorizados por las amenazas de las madres si intentaban
+jugar en las galer&iacute;as.</p>
+
+<p>El maestro de capilla, siempre insensible a los sucesos de la catedral,
+sal&iacute;a, sin embargo, a tomar noticias del estado de Su Eminencia. Ten&iacute;a
+un proyecto, del que habl&oacute; r&aacute;pidamente a la familia durante la comida.
+Los funerales de un cardenal bien merec&iacute;an que se ejecutase una misa
+c&eacute;lebre, con gran orquesta reclutada en Madrid. &Eacute;l ya hab&iacute;a echado el
+ojo al famoso <i>R&eacute;quiem</i> de Mozart. Era por lo &uacute;nico que le interesaba la
+suerte del prelado.</p>
+
+<p>Gabriel, mirando a su compa&ntilde;era, sent&iacute;a el dulce ego&iacute;smo que experimenta
+el que vive cuando muere el poderoso.</p>
+
+<p>&mdash;Ya caen los grandes, Sagrario. Y nosotros los enfermos, los
+miserables, a&uacute;n tenemos por delante alguna vida.</p>
+
+<p>A la hora en que se cerraba el templo baj&oacute; para comenzar su vigilancia.
+El campanero le esperaba con las llaves.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Qu&eacute; hay del cardenal?&mdash;pregunt&oacute; Gabriel.</p>
+
+<p>&mdash;Pues que se muere hoy mismo, si es que no ha muerto ya.</p>
+
+<p>Y despu&eacute;s a&ntilde;adi&oacute;:</p>
+
+<p>&mdash;Esta noche, Gabriel, tendr&aacute;s gran iluminaci&oacute;n. La Virgen est&aacute; en el
+altar mayor, hasta ma&ntilde;ana, rodeada de cirios.</p>
+
+<p>Call&oacute; un momento, como si vacilase.</p>
+
+<p>&mdash;Tal vez&mdash;a&ntilde;adi&oacute;&mdash;baje a hacerte un rato de compa&ntilde;&iacute;a. Debes aburrirte
+solo. Esp&eacute;rame.</p>
+
+<p>Cuando Gabriel qued&oacute; encerrado en el templo, vio un trozo del altar
+mayor resplandeciente de luces. Hizo su acostumbrada requisa de puertas
+y verjas, visit&oacute; el <i>Locum</i>, los grandes retretes, donde en otro tiempo
+se hab&iacute;an ocultado unos ladrones, y despu&eacute;s que estuvo convencido de que
+en la catedral no hab&iacute;a otro ser vivo que &eacute;l, fue a sentarse en el
+crucero, con su manta y la cesta de la cena.</p>
+
+<p>All&iacute; permaneci&oacute; largo rato, contemplando a trav&eacute;s de la reja la Virgen
+del Sagrario. Nacido en la catedral y llevado de ni&ntilde;o por su madre a que
+se arrodillase ante la imagen, la hab&iacute;a admirado como el tipo m&aacute;s
+perfecto de hermosura. Ahora la apreciaba fr&iacute;amente, con ojos de
+artista. Era fea y grotesca, como todas las im&aacute;genes que son ricas. La
+piedad suntuosa y opulenta la hab&iacute;a disfrazado con sus tesoros. No hab&iacute;a
+nada en ella del idealismo de las v&iacute;rgenes pintadas por los artistas
+cristianos. M&aacute;s bien parec&iacute;a un &iacute;dolo indost&aacute;nico recargado de joyas. La
+falda y el manto se ahuecaban con la ampulosidad de un miri&ntilde;aque, y
+sobre las tocas luc&iacute;a una corona enorme como un morri&oacute;n,
+empeque&ntilde;eci&eacute;ndole la cara. El oro, las perlas, los diamantes, brillaban
+sobre sus vestiduras. Llevaba pendientes y pulseras de gran valor.</p>
+
+<p>Gabriel sonre&iacute;a pensando en la simpleza religiosa, que viste a los
+h&eacute;roes celestiales con arreglo a las modas de la tierra.</p>
+
+<p>El d&eacute;bil resplandor del crep&uacute;sculo que descend&iacute;a de los ventanales y la
+inquieta llama de los cirios formaban una ondulaci&oacute;n de luces y sombras,
+animando el rostro de la imagen como si gesticulase.</p>
+
+<p>&laquo;&iexcl;A&uacute;n como soy yo!&mdash;se dec&iacute;a Gabriel&mdash;. Si en mi lugar estuviera un
+devoto, creer&iacute;a que la Virgen r&iacute;e unos momentos y despu&eacute;s llora. Con un
+poco de imaginaci&oacute;n y de fe, &iexcl;he aqu&iacute; un milagro! Estos caprichos de la
+luz han sido una mina inagotable para los sacerdotes. Tambi&eacute;n las Venus
+de otros tiempos cambiaban la expresi&oacute;n de su cara, riendo o llorando a
+gusto de los fieles, como una imagen cristiana.&raquo;</p>
+
+<p>Y pens&oacute; largo rato en el milagro, invenci&oacute;n de todas las religiones, y
+tan antiguo como la ignorancia y la credulidad humanas.</p>
+
+<p>Obscureci&oacute;. Despu&eacute;s de cenar parcamente, Gabriel abri&oacute; un libro que
+llevaba en la cesta y p&uacute;sose a leer a la luz de su linterna. De vez en
+cuando levantaba la cabeza, distra&iacute;do por el revoloteo y los gritos de
+los pajarracos nocturnos, atra&iacute;dos por el resplandor extraordinario del
+bosque de cirios. Transcurr&iacute;a el tiempo lentamente. En la obscuridad de
+las b&oacute;vedas retumbaban los argentinos martillazos de los guerreros del
+reloj. Luna se levantaba y recorr&iacute;a la iglesia, visitando los contadores
+para marcar su ronda.</p>
+
+<p>Hab&iacute;an sonado las diez, cuando Gabriel oy&oacute; abrirse el postigo de la
+portada de Santa Catalina, pero r&aacute;pidamente y sin violencia, como si
+hubieran hecho uso de una llave. Luna record&oacute; el ofrecimiento del
+campanero. Despu&eacute;s sonaron los pasos de varias personas, pero agrandados
+por el eco, como si avanzase toda una hueste.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Qui&eacute;n va?&mdash;grit&oacute; Gabriel, algo alarmado.</p>
+
+<p>&mdash;Nosotros, hombre&mdash;contest&oacute; en la sombra la voz fosca de Mariano&mdash;. &iquest;No
+te dije que bajar&iacute;amos?</p>
+
+<p>Al entrar en el crucero les dio de lleno la luz del altar mayor. Gabriel
+vio con el campanero al <i>Tato</i> y al zapaterillo. Quer&iacute;an acompa&ntilde;ar a
+Luna una parte de la noche, para que no le fuese tan pesada la guardia,
+y tra&iacute;an una botella de aguardiente que le ofrecieron.</p>
+
+<p>&mdash;Ya sab&eacute;is que no bebo&mdash;dijo Gabriel&mdash;. Nunca me ha gustado el alcohol;
+vino, y no mucho... Pero &iquest;adonde vais, vestidos como en los d&iacute;as de
+fiesta?</p>
+
+<p>El <i>Tato</i> se apresur&oacute; a responder. El <i>Vara de plata</i> cerraba a las
+nueve las Claver&iacute;as, y ellos quer&iacute;an pasar la noche fuera de casa. Ya
+hab&iacute;an estado un buen rato en un caf&eacute; del Zocodover, regal&aacute;ndose como
+se&ntilde;ores. Estaban hechos unos calaveras. Aquella noche era
+extraordinaria, tanto m&aacute;s cuanto que la ciudad tambi&eacute;n estaba alterada
+por lo del arzobispo.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;C&oacute;mo sigue?&mdash;pregunt&oacute; Gabriel.</p>
+
+<p>&mdash;Creo que ha muerto hace media hora&mdash;dijo el campanero&mdash;. Cuando he
+subido a mi casa por las llaves, sal&iacute;a un m&eacute;dico del palacio, y as&iacute; se
+lo dec&iacute;a a un can&oacute;nigo.... Pero sent&eacute;monos.</p>
+
+<p>Tomaron todos asiento, con la gorra calada, en los pelda&ntilde;os de la verja
+del altar mayor. Mariano dej&oacute; en el suelo el manojo de las llaves, un
+racimo de hierro como una maza. Las hab&iacute;a de todas las &eacute;pocas: unas
+groseras y herrumbrosas, con las huellas del martillo, ostentando
+escudos cerca del agarradero; otras m&aacute;s modernas, pulidas y brillantes
+como si fuesen de plata; pero todas enormes y pesadas, de robustos
+dientes, cual conven&iacute;a a la grandeza del edificio.</p>
+
+<p>Los tres amigos parec&iacute;an extraordinariamente contentos, con una alegr&iacute;a
+nerviosa que les hac&iacute;a empujarse y re&iacute;r. Miraban de reojo a la Virgen y
+despu&eacute;s se miraban entre ellos con un gesto de misterio que no pod&iacute;a
+comprender Gabriel.</p>
+
+<p>&mdash;Hab&eacute;is bebido mucho, &iquest;verdad?&mdash;dijo Luna con suave reproche&mdash;. Hac&eacute;is
+mal; ya sab&eacute;is que el beber es la degradaci&oacute;n de los pobres.</p>
+
+<p>&mdash;Un d&iacute;a es un d&iacute;a, t&iacute;o&mdash;dijo el perrero&mdash;. Nos alegra que se mueran los
+grandes. Ya ve usted; yo admiraba mucho a Su Eminencia: pues &iexcl;que se
+haga la porra! La &uacute;nica satisfacci&oacute;n que tiene un pobre es ver que a los
+de arriba tambi&eacute;n les llega la vez.</p>
+
+<p>&mdash;Bebe&mdash;dijo el campanero, ofreci&eacute;ndole la botella&mdash;. Es una dicha
+encontrarnos aqu&iacute; sanos y alegres, mientras Su Eminencia se ver&aacute; ma&ntilde;ana
+entre cuatro tablas. &iexcl;Menudo campaneo soltaremos todo el d&iacute;a!</p>
+
+<p>Bebi&oacute; el <i>Tato</i>, y pas&oacute; la botella al zapatero, que estuvo mucho tiempo
+con la boca pegada al gollete. De los tres, &eacute;ste parec&iacute;a el m&aacute;s ebrio.
+Ten&iacute;a los ojos enrojecidos, miraba duramente a todos lados y permanec&iacute;a
+silencioso. S&oacute;lo sonre&iacute;a forzosamente cuando le dirig&iacute;an la palabra,
+como si su pensamiento estuviera lejos, muy lejos.</p>
+
+<p>El campanero, en cambio, era m&aacute;s locuaz que de costumbre. Hablaba de la
+fortuna del cardenal, de lo rica que iba a ser do&ntilde;a Visitaci&oacute;n, de la
+alegr&iacute;a que tendr&iacute;an aquella noche muchos del cabildo. Y se interrump&iacute;a
+para empinar la botella del aguardiente, pas&aacute;ndola despu&eacute;s a los
+compa&ntilde;eros. El vaho del alcohol se esparc&iacute;a en aquel ambiente impregnado
+de incienso y humo de cera.</p>
+
+<p>Transcurri&oacute; m&aacute;s de una hora. Mariano hab&iacute;a cortado varias veces la
+conversaci&oacute;n, como si tuviera que decir algo grave y vacilase, falto de
+valor. Por fin se decidi&oacute;.</p>
+
+<p>&mdash;Gabriel: pasa el tiempo y nos resta mucho que hacer y que hablar. Son
+poco m&aacute;s de las once. A&uacute;n quedan horas para hacer bien la cosa.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Qu&eacute; quieres decir?&mdash;pregunt&oacute; Luna con extra&ntilde;eza.</p>
+
+<p>&mdash;Pocas palabras: al grano. Se trata de que t&uacute; seas rico y lo seamos
+nosotros; queremos salir de esta miseria.... Ya habr&aacute;s notado hace
+tiempo que hu&iacute;amos de ti; que al placer de o&iacute;rte prefer&iacute;amos hablar
+entre nosotros. Es que t&uacute; eres un sabio, pero no vales un c&eacute;ntimo para
+las cosas de la vida. Contigo se aprende, pero no se sale de pobreza...
+Hemos pasado meses pensando en la necesidad de dar un golpe afortunado.
+Esas revoluciones de que nos hablas est&aacute;n muy lejos. Las ver&aacute;n nuestros
+nietos, y aun tal vez no las vean. Bueno es que los sabios piensen en el
+porvenir; pero los brutos como nosotros s&oacute;lo vemos el presente. Hemos
+empleado el tiempo discurriendo barbaridades: secuestrar a don Sebasti&aacute;n
+y exigirle un mill&oacute;n de rescate; entrar en el palacio una noche, &iexcl;y qu&eacute;
+s&eacute; yo qu&eacute; m&aacute;s...! Todo majader&iacute;as ideadas por tu sobrino. Pero esta
+ma&ntilde;ana, en mi casa, lament&aacute;ndonos de la miseria, hemos visto de pronto
+la salvaci&oacute;n. T&uacute; como &uacute;nico guardi&aacute;n de la catedral, la Virgen en el
+altar mayor con las joyas que el resto del a&ntilde;o se guardan en el Tesoro,
+y yo con las llaves en mi poder.... El trabajo m&aacute;s f&aacute;cil del mundo.
+Limpiamos a la Virgen, emprendemos el camino de Madrid y llegamos al
+amanecer; el <i>Tato</i> conoce all&iacute; mucha gente de la que va a las capeas:
+nos ocultamos alg&uacute;n tiempo, y despu&eacute;s, t&uacute;, que sabes el mundo, nos
+guiar&aacute;s. Iremos a Am&eacute;rica, venderemos la pedrer&iacute;a, y seremos ricos.
+&iexcl;Alza, Gabriel! Vamos a despojar al &iacute;dolo, como t&uacute; dices.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Luego es un robo lo que me propon&eacute;is!&mdash;exclam&oacute; Luna, alarmado.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Un robo?&mdash;dijo el campanero&mdash;. Ll&aacute;malo as&iacute; si quieres: &iquest;y qu&eacute;?, &iquest;te
+asustas de eso...? M&aacute;s nos han robado a nosotros, que nacimos con
+derecho a un pedacito de mundo, y por m&aacute;s vueltas que damos no
+encontramos un sitio libre.... Adem&aacute;s, &iquest;a qui&eacute;n perjudicamos con esto?
+De nada sirven a ese pedazo de palo las joyas que lo cubren. Ni come, ni
+siente fr&iacute;o en el invierno, y nosotros somos unos miserables. T&uacute; mismo
+lo has dicho, Gabriel, contemplando nuestra pobreza. Nuestros hijos
+mueren de hambre sobre las rodillas de las madres, mientras los &iacute;dolos
+se cubren de riquezas... &iexcl;Anda, Gabriel, no perdamos el tiempo!</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Vamos, t&iacute;o!&mdash;dijo el <i>Tato</i>&mdash;. Un poco de coraje. Conv&eacute;nzase de que
+los ignorantes sabemos hilar las cosas cuando llega el caso.</p>
+
+<p>Gabriel no les escuchaba. La sorpresa le hab&iacute;a hecho caer en el
+ensimismamiento. Med&iacute;a, asustado, el gran error cometido; ve&iacute;a abrirse
+un foso inmenso entre &eacute;l y los que cre&iacute;a sus disc&iacute;pulos. Recordaba las
+palabras de su hermano. &iexcl;Ah, el buen sentido de los simples! &Eacute;l, con
+todas sus lecturas, no hab&iacute;a previsto el peligro de ense&ntilde;ar a los
+ignorantes en unos cuantos meses lo que requer&iacute;a toda una vida de
+reflexi&oacute;n y estudio. Repet&iacute;ase en peque&ntilde;o lo que ocurre en los pueblos
+agitados por la revoluci&oacute;n. Las ideas m&aacute;s nobles se corromp&iacute;an al pasar
+por el tamiz de la vulgaridad; las aspiraciones generosas se envenenaban
+con los sedimentos de la miseria.</p>
+
+<p>Los envilecidos por la explotaci&oacute;n, al despertar, buscaban en las
+doctrinas redentoras la venganza del pasado y el bienestar ego&iacute;sta,
+aunque fuese a costa de sus semejantes.</p>
+
+<p>Hab&iacute;a sembrado la semilla revolucionaria en los parias de la Iglesia,
+adormecidos en un ambiente de dos siglos atr&aacute;s. Cre&iacute;a contribuir a la
+revoluci&oacute;n futura formando hombres, y al despertar de su ensue&ntilde;o se
+encontraba con criminales vulgares. &iexcl;Qu&eacute; espantosa decepci&oacute;n! Sus ideas
+s&oacute;lo hab&iacute;an servido para destruir. Quitando a aquellos cerebros
+so&ntilde;olientos los prejuicios de la ignorancia, las supersticiones del
+siervo, s&oacute;lo hab&iacute;a conseguido hacerlos audaces para el mal. El ego&iacute;smo
+era la &uacute;nica pasi&oacute;n que vibraba en ellos. S&oacute;lo hab&iacute;an aprendido que eran
+miserables y no deb&iacute;an serlo. La suerte de sus compa&ntilde;eros de infortunio,
+de una inmensa parte de la humanidad, miserable y triste, no les
+interesaba. Saliendo ellos de su estado, mejorando su situaci&oacute;n fuese
+como fuese, les importaba poco que el mundo siguiera lo mismo que antes;
+que las l&aacute;grimas, el dolor y el hambre reinasen abajo para asegurar la
+comodidad de los de arriba. Hab&iacute;a sembrado en ellos su pensamiento,
+queriendo acelerar la cosecha, y como en los cultivos forzados y
+artificiales, que crecen con asombrosa rapidez para no dar m&aacute;s que
+frutos corrompidos, el resultado de su propaganda era la podredumbre
+moral. &iexcl;Hombres, al fin, como todos! &iexcl;La fiera humana buscando su
+bienestar a costa del semejante; perpetuando el desconcierto y el dolor
+para los dem&aacute;s, con tal de gozar de la abundancia durante una vida de
+unos cuarenta a&ntilde;os! &iexcl;Ay!, &iquest;d&oacute;nde encontrar al ser superior ennoblecido
+por el culto de la raz&oacute;n, haciendo el bien sin esperanza de recompensa,
+sacrific&aacute;ndolo todo por la solidaridad humana, el hombre-dios que
+embellecer&iacute;a el porvenir...?</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Anda, Gabriel&mdash;continuaba el campanero&mdash;, no perdamos tiempo! Es cosa
+de un instante, y en seguida &iexcl;a volar!</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;No&mdash;dijo Luna con firmeza, saliendo de su ensimismamiento&mdash;, no
+har&eacute;is eso, no deb&eacute;is hacerlo! Es un robo lo que me propon&eacute;is, y mi
+dolor es grande viendo que para eso contabais conmigo. Otros van al robo
+por instinto fatal o por corrupci&oacute;n de alma; vosotros lleg&aacute;is a &eacute;l
+porque quise ilustraros, porque intent&eacute; abrir vuestras inteligencias a
+la verdad... &iexcl;Oh!, &iexcl;es horrible... muy horrible!</p>
+
+<p>&mdash;Pero &iquest;a qu&eacute; tales aspavientos, Gabriel? &iquest;No es eso un pedazo de palo?
+&iquest;A qui&eacute;n perjudicamos apoder&aacute;ndonos de sus joyas? &iquest;No roban los ricos y
+todos los que poseen algo? &iquest;Por qu&eacute; no hemos de imitarles?</p>
+
+<p>&mdash;Por eso mismo: porque lo que intent&aacute;is hacer es una imitaci&oacute;n del
+mal; porque perpet&uacute;a una vez m&aacute;s el sistema de violencia y de
+desarreglo, causa de la miseria. &iquest;Por qu&eacute; odias al rico, si lo que &eacute;l
+hace al explotar al humilde es lo mismo que vas a hacer t&uacute;, apoder&aacute;ndote
+de una cosa &laquo;para ti&raquo; (enti&eacute;ndelo bien), &laquo;para ti&raquo; y no para todos? No
+me asusta el robo, porque no creo en la propiedad ni en la santidad de
+las cosas; pero por esto mismo abomino de la apropiaci&oacute;n particular y me
+opongo a ella. &iquest;Para qu&eacute; quer&eacute;is apoderaros de eso? Dec&iacute;s que para
+remediar vuestra miseria. No es verdad: para ser ricos, para entrar en
+el grupo de los privilegiados, para ser tres individuos m&aacute;s de esa
+minor&iacute;a odiosa que goza el bienestar esclavizando a los humanos. Si
+todos los pobres de Toledo llamasen ahora a las puertas de la catedral,
+sublevados y embravecidos, yo les abrir&iacute;a paso, los guiar&iacute;a yo mismo,
+les se&ntilde;alar&iacute;a esas joyas que ambicion&aacute;is, les dir&iacute;a: &laquo;Apoderaos de
+ellas.&raquo; Son gotas de sudor y de sangre de sus antepasados; representan
+el trabajo servil en la tierra del se&ntilde;or, el despojo brutal por los
+alcabaleros del rey, para que magnates y reyes pudiesen cubrir de
+pedrer&iacute;a al &iacute;dolo que pod&iacute;a abrirles las puertas del cielo. Eso no
+pertenece a vosotros tres porque se&aacute;is m&aacute;s audaces; pertenece a todos,
+como de todos son las riquezas de la tierra. Poner su mano los hombres
+sobre cuanto existe en el mundo ser&aacute; la obra santa, la revoluci&oacute;n
+redentora del porvenir; apoderarse ahora unos cuantos de lo que con
+arreglo a la moral imperante no es suyo, resulta un delito para las
+leyes burguesas, y para m&iacute; es un atentado contra los desheredados,
+&uacute;nicos due&ntilde;os de lo existente...</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Calla, Gabriel!&mdash;dijo el campanero con dureza&mdash;. Si te dejo, hablar&aacute;s
+hasta el amanecer. No te entiendo, no quiero. &iexcl;Venimos a hacerte un
+favor, y nos sales con un serm&oacute;n! &iexcl;Queremos verte rico como nosotros, y
+nos contestas hablando de los dem&aacute;s, de la gente que no conoces, de esa
+humanidad que no te dio ni un mendrugo cuando vagabas como un perro...!
+Tendr&eacute; que dirigirte como en nuestra juventud, cuando hac&iacute;amos la
+guerra. Siempre te he querido y admiro tu talento, pero a ti hay que
+tratarte como a un chicuelo... &iexcl;Vaya, Gabriel, a callar y s&iacute;guenos! &iexcl;Te
+llevamos a la felicidad! &iexcl;Adelante, compa&ntilde;eros!</p>
+
+<p>El <i>Tato</i> y el zapatero se pusieron de pie, marchando hacia la verja del
+altar mayor. El perrero empuj&oacute; una de sus hojas, entreabri&eacute;ndola.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;No!&mdash;grit&oacute; Gabriel con energ&iacute;a&mdash;. &iexcl;Deteneos...! Mariano, no sabes lo
+que haces. Cre&eacute;is que ya est&aacute; lograda vuestra dicha con apoderarse de
+esas riquezas. &iquest;Y despu&eacute;s? Vuestras familias quedar&aacute;n aqu&iacute;. <i>Tato</i>,
+piensa en tu madre. Mariano, el zapatero y t&uacute; ten&eacute;is mujer, ten&eacute;is
+hijos.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Bah...!&mdash;dijo el campanero&mdash;. Ya vendr&aacute;n a reunirse con nosotros
+cuando estemos lejos y en salvo. El dinero todo lo puede: lo que importa
+es tenerlo.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Y vuestros hijos...? &iexcl;Les dir&aacute;n que sus padres fueron ladrones!</p>
+
+<p>&mdash;Pero ser&aacute;n ricos en otro pa&iacute;s. Al fin, su historia no resultar&aacute; peor
+que la de los hijos de otros ricos.</p>
+
+<p>Gabriel se convenci&oacute; de la resoluci&oacute;n feroz que animaba a aquellos
+hombres. Sus esfuerzos para detenerles eran in&uacute;tiles. Mariano le
+empujaba al ver que se interpon&iacute;a entre &eacute;l y el altar mayor.</p>
+
+<p>&mdash;Aparta, chiquillo&mdash;dijo&mdash;. Ya que no sirves para nada, d&eacute;janos. &iquest;Es
+que le tienes miedo a la Virgen? Descuida, que aunque nos llevemos todo
+cuanto posee no har&aacute; ning&uacute;n milagro.</p>
+
+<p>Gabriel intent&oacute; un recurso decisivo.</p>
+
+<p>&mdash;No har&eacute;is nada. Si pas&aacute;is la verja, si entr&aacute;is en el altar mayor, toco
+el esquil&oacute;n y antes de diez minutos est&aacute; todo Toledo en las puertas.</p>
+
+<p>Y abriendo la verja del coro, entr&oacute; en &eacute;l con una decisi&oacute;n que paraliz&oacute;
+al campanero.</p>
+
+<p>El zapaterillo, con su aspecto de borracho taciturno, fue el &uacute;nico que
+le sigui&oacute;.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;El pan de mis hijos!&mdash;murmuraba con lengua estropajosa&mdash;. &iexcl;Quieren
+robarlos...! &iexcl;Quieren que sigan pobres...!</p>
+
+<p>Mariano oy&oacute; un ruido met&aacute;lico: vio c&oacute;mo el zapaterillo levantaba el
+brazo armado con el manojo de llaves ca&iacute;do en los pelda&ntilde;os de la verja,
+y despu&eacute;s oy&oacute; un choque de extra&ntilde;a sonoridad, como si golpeasen algo
+hueco.</p>
+
+<p>Gabriel dio un grito y cay&oacute; al suelo de bruces. El zapatero segu&iacute;a
+golpe&aacute;ndole al cr&aacute;neo.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;No le des m&aacute;s...! &iexcl;Detente!</p>
+
+<p>&Eacute;stas fueron las &uacute;ltimas palabras que oy&oacute; confusamente Gabriel, tendido
+en la entrada del coro. Un l&iacute;quido pegajoso y caliente se escurr&iacute;a sobre
+sus ojos. Despu&eacute;s, el silencio, la obscuridad... la Nada.</p>
+
+<p>El &uacute;ltimo destello de su pensamiento fue para decirse que iba a morir,
+que tal vez hab&iacute;a muerto ya, rest&aacute;ndole s&oacute;lo la postrera vibraci&oacute;n
+vital, la estela agitada de una existencia que hu&iacute;a para siempre.</p>
+
+<p>A&uacute;n volvi&oacute; a la vida. Abri&oacute; los ojos trabajosamente, y vio el sol al
+trav&eacute;s de un ventanillo con hierros, unas paredes blancas y una cama con
+cobertor de percalina rameada y sucia. La cabeza le pesaba enormemente.
+Su pensamiento pudo formar y coordinar una idea, despu&eacute;s de grandes
+vacilaciones y tropiezos: le hab&iacute;an colocado la catedral en las sienes.
+El templo gigantesco gravitaba sobre su cr&aacute;neo, aplast&aacute;ndolo. &iexcl;Qu&eacute;
+inmenso dolor...! No pod&iacute;a moverse: estaba cogido por la cabeza.
+Zumbaban sus o&iacute;dos; su lengua estaba paralizada. Los ojos ve&iacute;an, pero
+d&eacute;bilmente, como si la luz fuese turbia y una bruma rojiza envolviese
+los objetos.</p>
+
+<p>Crey&oacute; que una cara con bigotes, terminada por un sombrero de guardia
+civil, se inclinaba sobre la suya, mir&aacute;ndolo en los ojos. Mov&iacute;a los
+labios, pero &eacute;l no o&iacute;a nada. Era sin duda la pesadilla de sus antiguas
+persecuciones volviendo a surgir.</p>
+
+<p>Se fijaban en &eacute;l, viendo que abr&iacute;a los ojos. Un se&ntilde;or vestido de negro
+avanzaba hacia su lecho, seguido de otros dos que llevaban papeles bajo
+el brazo. Adivin&oacute; que le hablaban por el movimiento de los labios, pero
+nada pudo o&iacute;r. &iquest;Estar&iacute;a en otro mundo? &iquest;Ser&iacute;an falsas sus creencias, y
+despu&eacute;s de la muerte existir&iacute;a otra vida igual a aquella que hab&iacute;a
+abandonado?</p>
+
+<p>Cay&oacute; de nuevo en la sombra y en la inercia. Pas&oacute; mucho tiempo... mucho.
+Otra vez se abrieron sus ojos, pero ahora la bruma era m&aacute;s densa. Ya no
+era roja: era negra.</p>
+
+<p>Entre estos velos, crey&oacute; ver Gabriel el rostro de su hermano,
+consternado, crispado por el miedo, y los bicornios de la Guardia civil,
+aquellos sombreros de pesadilla, rodeando al pobre <i>Vara de palo</i>.
+Despu&eacute;s, m&aacute;s esfumada, m&aacute;s indecisa, la cara de la dulce compa&ntilde;era, de
+Sagrario, contempl&aacute;ndole con ojos llorosos de inmensa pena, bes&aacute;ndolo
+con la mirada, sin que la intimidasen los hombres negros y las armas que
+la rodeaban.</p>
+
+<p>&Eacute;sta fue la &uacute;ltima visi&oacute;n, indecisa y borrosa, como vista a la luz de
+una chispa fugaz. Despu&eacute;s la obscuridad eterna, el aniquilamiento... la
+Nada.</p>
+
+<p>Al cerrar para siempre los ojos, son&oacute; junto a &eacute;l una voz:</p>
+
+<p>&mdash;Te segu&iacute;amos la pista, p&aacute;jaro. Bien escondido estabas, pero te has
+descubierto con una de las tuyas. Ahora veremos qu&eacute; cuenta das de las
+joyas de la Virgen... &iexcl;ladr&oacute;n!</p>
+
+<p>El terrible enemigo de Dios y del orden social no dio cuenta alguna a
+los hombres.</p>
+
+<p>Al d&iacute;a siguiente sali&oacute; en hombros, de la enfermer&iacute;a de la c&aacute;rcel, para
+desaparecer en la fosa com&uacute;n. El secreto de su muerte lo guard&oacute; la
+tierra, esa madre ce&ntilde;uda que presencia impasible las luchas de los
+hombres, sabiendo que grandezas y ambiciones, miserias y locuras, han de
+pudrirse en sus entra&ntilde;as, sin otro resultado que fecundar la renovaci&oacute;n
+de la vida.</p>
+
+<hr style="width: 65%;" />
+
+<h2><i>Playa de la Malvarrosa</i> (<i>Valencia</i>).</h2><h2> <i>Agosto-septiembre 1903</i>.</h2>
+
+<h1>FIN</h1>
+
+
+
+
+
+
+
+
+<pre>
+
+
+
+
+
+End of the Project Gutenberg EBook of La Catedral, by Vicente Blasco Ibáñez
+
+*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LA CATEDRAL ***
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+agree to be bound by the terms of this agreement. There are a few
+things that you can do with most Project Gutenberg-tm electronic works
+even without complying with the full terms of this agreement. See
+paragraph 1.C below. There are a lot of things you can do with Project
+Gutenberg-tm electronic works if you follow the terms of this agreement
+and help preserve free future access to Project Gutenberg-tm electronic
+works. See paragraph 1.E below.
+
+1.C. The Project Gutenberg Literary Archive Foundation ("the Foundation"
+or PGLAF), owns a compilation copyright in the collection of Project
+Gutenberg-tm electronic works. Nearly all the individual works in the
+collection are in the public domain in the United States. If an
+individual work is in the public domain in the United States and you are
+located in the United States, we do not claim a right to prevent you from
+copying, distributing, performing, displaying or creating derivative
+works based on the work as long as all references to Project Gutenberg
+are removed. Of course, we hope that you will support the Project
+Gutenberg-tm mission of promoting free access to electronic works by
+freely sharing Project Gutenberg-tm works in compliance with the terms of
+this agreement for keeping the Project Gutenberg-tm name associated with
+the work. You can easily comply with the terms of this agreement by
+keeping this work in the same format with its attached full Project
+Gutenberg-tm License when you share it without charge with others.
+
+1.D. The copyright laws of the place where you are located also govern
+what you can do with this work. Copyright laws in most countries are in
+a constant state of change. If you are outside the United States, check
+the laws of your country in addition to the terms of this agreement
+before downloading, copying, displaying, performing, distributing or
+creating derivative works based on this work or any other Project
+Gutenberg-tm work. The Foundation makes no representations concerning
+the copyright status of any work in any country outside the United
+States.
+
+1.E. Unless you have removed all references to Project Gutenberg:
+
+1.E.1. The following sentence, with active links to, or other immediate
+access to, the full Project Gutenberg-tm License must appear prominently
+whenever any copy of a Project Gutenberg-tm work (any work on which the
+phrase "Project Gutenberg" appears, or with which the phrase "Project
+Gutenberg" is associated) is accessed, displayed, performed, viewed,
+copied or distributed:
+
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+almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or
+re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included
+with this eBook or online at www.gutenberg.org
+
+1.E.2. If an individual Project Gutenberg-tm electronic work is derived
+from the public domain (does not contain a notice indicating that it is
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+or charges. If you are redistributing or providing access to a work
+with the phrase "Project Gutenberg" associated with or appearing on the
+work, you must comply either with the requirements of paragraphs 1.E.1
+through 1.E.7 or obtain permission for the use of the work and the
+Project Gutenberg-tm trademark as set forth in paragraphs 1.E.8 or
+1.E.9.
+
+1.E.3. If an individual Project Gutenberg-tm electronic work is posted
+with the permission of the copyright holder, your use and distribution
+must comply with both paragraphs 1.E.1 through 1.E.7 and any additional
+terms imposed by the copyright holder. Additional terms will be linked
+to the Project Gutenberg-tm License for all works posted with the
+permission of the copyright holder found at the beginning of this work.
+
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+License terms from this work, or any files containing a part of this
+work or any other work associated with Project Gutenberg-tm.
+
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+Gutenberg-tm License.
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+compressed, marked up, nonproprietary or proprietary form, including any
+word processing or hypertext form. However, if you provide access to or
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+"Plain Vanilla ASCII" or other format used in the official version
+posted on the official Project Gutenberg-tm web site (www.gutenberg.org),
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+request, of the work in its original "Plain Vanilla ASCII" or other
+form. Any alternate format must include the full Project Gutenberg-tm
+License as specified in paragraph 1.E.1.
+
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+performing, copying or distributing any Project Gutenberg-tm works
+unless you comply with paragraph 1.E.8 or 1.E.9.
+
+1.E.8. You may charge a reasonable fee for copies of or providing
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+that
+
+- You pay a royalty fee of 20% of the gross profits you derive from
+ the use of Project Gutenberg-tm works calculated using the method
+ you already use to calculate your applicable taxes. The fee is
+ owed to the owner of the Project Gutenberg-tm trademark, but he
+ has agreed to donate royalties under this paragraph to the
+ Project Gutenberg Literary Archive Foundation. Royalty payments
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+ prepare (or are legally required to prepare) your periodic tax
+ returns. Royalty payments should be clearly marked as such and
+ sent to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation at the
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+ the Project Gutenberg Literary Archive Foundation."
+
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+ you in writing (or by e-mail) within 30 days of receipt that s/he
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+ License. You must require such a user to return or
+ destroy all copies of the works possessed in a physical medium
+ and discontinue all use of and all access to other copies of
+ Project Gutenberg-tm works.
+
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+ money paid for a work or a replacement copy, if a defect in the
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+ of receipt of the work.
+
+- You comply with all other terms of this agreement for free
+ distribution of Project Gutenberg-tm works.
+
+1.E.9. If you wish to charge a fee or distribute a Project Gutenberg-tm
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+forth in this agreement, you must obtain permission in writing from
+both the Project Gutenberg Literary Archive Foundation and Michael
+Hart, the owner of the Project Gutenberg-tm trademark. Contact the
+Foundation as set forth in Section 3 below.
+
+1.F.
+
+1.F.1. Project Gutenberg volunteers and employees expend considerable
+effort to identify, do copyright research on, transcribe and proofread
+public domain works in creating the Project Gutenberg-tm
+collection. Despite these efforts, Project Gutenberg-tm electronic
+works, and the medium on which they may be stored, may contain
+"Defects," such as, but not limited to, incomplete, inaccurate or
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+opportunities to fix the problem.
+
+1.F.4. Except for the limited right of replacement or refund set forth
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+WARRANTIES OF MERCHANTIBILITY OR FITNESS FOR ANY PURPOSE.
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+warranties or the exclusion or limitation of certain types of damages.
+If any disclaimer or limitation set forth in this agreement violates the
+law of the state applicable to this agreement, the agreement shall be
+interpreted to make the maximum disclaimer or limitation permitted by
+the applicable state law. The invalidity or unenforceability of any
+provision of this agreement shall not void the remaining provisions.
+
+1.F.6. INDEMNITY - You agree to indemnify and hold the Foundation, the
+trademark owner, any agent or employee of the Foundation, anyone
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+with this agreement, and any volunteers associated with the production,
+promotion and distribution of Project Gutenberg-tm electronic works,
+harmless from all liability, costs and expenses, including legal fees,
+that arise directly or indirectly from any of the following which you do
+or cause to occur: (a) distribution of this or any Project Gutenberg-tm
+work, (b) alteration, modification, or additions or deletions to any
+Project Gutenberg-tm work, and (c) any Defect you cause.
+
+
+Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg-tm
+
+Project Gutenberg-tm is synonymous with the free distribution of
+electronic works in formats readable by the widest variety of computers
+including obsolete, old, middle-aged and new computers. It exists
+because of the efforts of hundreds of volunteers and donations from
+people in all walks of life.
+
+Volunteers and financial support to provide volunteers with the
+assistance they need, is critical to reaching Project Gutenberg-tm's
+goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will
+remain freely available for generations to come. In 2001, the Project
+Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure
+and permanent future for Project Gutenberg-tm and future generations.
+To learn more about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation
+and how your efforts and donations can help, see Sections 3 and 4
+and the Foundation web page at https://www.pglaf.org.
+
+
+Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive
+Foundation
+
+The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit
+501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the
+state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal
+Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification
+number is 64-6221541. Its 501(c)(3) letter is posted at
+https://pglaf.org/fundraising. Contributions to the Project Gutenberg
+Literary Archive Foundation are tax deductible to the full extent
+permitted by U.S. federal laws and your state's laws.
+
+The Foundation's principal office is located at 4557 Melan Dr. S.
+Fairbanks, AK, 99712., but its volunteers and employees are scattered
+throughout numerous locations. Its business office is located at
+809 North 1500 West, Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887, email
+business@pglaf.org. Email contact links and up to date contact
+information can be found at the Foundation's web site and official
+page at https://pglaf.org
+
+For additional contact information:
+ Dr. Gregory B. Newby
+ Chief Executive and Director
+ gbnewby@pglaf.org
+
+
+Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg
+Literary Archive Foundation
+
+Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide
+spread public support and donations to carry out its mission of
+increasing the number of public domain and licensed works that can be
+freely distributed in machine readable form accessible by the widest
+array of equipment including outdated equipment. Many small donations
+($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt
+status with the IRS.
+
+The Foundation is committed to complying with the laws regulating
+charities and charitable donations in all 50 states of the United
+States. Compliance requirements are not uniform and it takes a
+considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up
+with these requirements. We do not solicit donations in locations
+where we have not received written confirmation of compliance. To
+SEND DONATIONS or determine the status of compliance for any
+particular state visit https://pglaf.org
+
+While we cannot and do not solicit contributions from states where we
+have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition
+against accepting unsolicited donations from donors in such states who
+approach us with offers to donate.
+
+International donations are gratefully accepted, but we cannot make
+any statements concerning tax treatment of donations received from
+outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff.
+
+Please check the Project Gutenberg Web pages for current donation
+methods and addresses. Donations are accepted in a number of other
+ways including including checks, online payments and credit card
+donations. To donate, please visit: https://pglaf.org/donate
+
+
+Section 5. General Information About Project Gutenberg-tm electronic
+works.
+
+Professor Michael S. Hart was the originator of the Project Gutenberg-tm
+concept of a library of electronic works that could be freely shared
+with anyone. For thirty years, he produced and distributed Project
+Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of volunteer support.
+
+
+Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed
+editions, all of which are confirmed as Public Domain in the U.S.
+unless a copyright notice is included. Thus, we do not necessarily
+keep eBooks in compliance with any particular paper edition.
+
+
+Most people start at our Web site which has the main PG search facility:
+
+ https://www.gutenberg.org
+
+This Web site includes information about Project Gutenberg-tm,
+including how to make donations to the Project Gutenberg Literary
+Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to
+subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks.
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