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| author | Roger Frank <rfrank@pglaf.org> | 2025-10-15 04:49:24 -0700 |
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You may copy it, give it away or +re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included +with this eBook or online at www.gutenberg.org + + +Title: La Catedral + +Author: Vicente Blasco Ibáñez + +Release Date: September 7, 2005 [EBook #16670] +[Last updated: August 23, 2018] + +Language: Spanish + +Character set encoding: ISO-8859-1 + +*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LA CATEDRAL *** + + + + +Produced by Chuck Greif + + + + + +</pre> + + +<h1><big>LA CATEDRAL</big></h1> + +<br /> + +<h2>Vicente Blasco Ibáñez</h2> + +<h3>Portada de C. SANROMA</h3> + +<h3>Primera edición: Enero, 1978</h3> + +<h3>Editado por PLAZA & JANES, S.A., Editores</h3> + +<h3>Virgen de Guadalupe, 21-33. Esplugas de Llobregat (Barcelona)</h3> + +<h3>Printed in Spain—Impreso en España</h3> + +<h3>ISBN: 84-01-48014-0—Depósito Legal: B. 134-1978</h3> + +<h3>GRAFICAS GUADA, S.A.—Virgen de Guadalupe, 33</h3> + +<hr style="width: 65%;" /> + +<h4>Capítulos:</h4> +<div class="center"> +<a href="#I"><b>I</b></a> +<a href="#II"><b>II</b></a> +<a href="#III"><b>III</b></a> +<a href="#IV"><b>IV</b></a> +<a href="#V"><b>V</b></a> +<a href="#VI"><b>VI</b></a> +<a href="#VII"><b>VII</b></a> +<a href="#VIII"><b>VIII</b></a> +<a href="#IX"><b>IX</b></a><br /> +</div> + +<hr style="width: 65%;" /> +<h2><a name="I" id="I"></a>I</h2> + +<p>Comenzaba a amanecer cuando Gabriel Luna llegó ante la catedral. En las +estrechas calles toledanas todavía era de noche. La azul claridad del +alba, que apenas, lograba deslizarse entre los aleros de los tejados, se +esparcía con mayor libertad en la plazuela del Ayuntamiento, sacando de +la penumbra la vulgar fachada del palacio del arzobispo y las dos torres +encaperuzadas de pizarra negra de la casa municipal, sombría +construcción de la época de Carlos V.</p> + +<p>Gabriel paseó largo rato por la desierta plazuela, subiéndose hasta las +cejas el embozo de la capa, mientras tosía con estremecimientos +dolorosos. Sin dejar de andar, para defenderse del frío, contemplaba la +gran puerta llamada del Perdón, la única fachada de la iglesia que +ofrece un aspecto monumental. Recordaba otras catedrales famosas, +aisladas, en lugar preeminente, presentando libres todos sus costados, +con el orgullo de su belleza, y las comparaba con la de Toledo, la +iglesia-madre española, ahogada por el oleaje de apretados edificios que +la rodean y parecen caer sobre sus flancos, adhiriéndose a ellos, sin +dejarla mostrar sus galas exteriores más que en el reducido espacio de +las callejuelas que la oprimen. Gabriel, que conocía su hermosura +interior, pensaba en las viviendas engañosas de los pueblos orientales, +sórdidas y miserables por fuera, cubiertas de alabastros y filigranas +por dentro. No en balde habían vivido en Toledo, durante siglos, judíos +y moros. Su aversión a las suntuosidades exteriores parecía haber +inspirado la obra de la catedral, ahogada por el caserío que se empuja y +arremolina en torno de ella como si buscase su sombra.</p> + +<p>La plazuela del Ayuntamiento era el único desgarrón que permitía al +cristiano monumento respirar su grandeza. En este pequeño espacio de +cielo libre, mostraba a la luz del alba los tres arcos ojivales de su +fachada principal y la torre de las campanas, de enorme robustez y +salientes aristas, rematada por la montera del «alcuzón», especie de +tiara negra con tres coronas, que se perdía en el crepúsculo invernal +nebuloso y plomizo.</p> + +<p>Gabriel contemplaba con cariño el templo silencioso y cerrado, donde +vivían los suyos y había transcurrido lo mejor de su vida. ¡Cuántos años +sin verlo! ¡Con qué ansiedad aguardaba a que abriesen sus puertas...!</p> + +<p>Había llegado a Toledo la noche anterior en el tren de Madrid. Antes de +encerrarse en un cuartucho de la «Posada de la Sangre»—el antiguo +«Mesón del Sevillano», habitado por Cervantes—había sentido una ansiosa +necesidad de ver la catedral; y pasó más de una hora en torno de ella, +oyendo el ladrido del perro que guardaba el templo y rugía alarmado al +percibir ruido de pasos en las callejuelas inmediatas, muertas y +silenciosas. No había podido dormir. Le quitaba el sueño verse en su +tierra después de tantos años de aventuras y miserias. De noche aún, +salió del mesón para aguardar cerca de la catedral el momento en que la +abrieran.</p> + +<p>Para entretener la espera, iba repasando con la vista las bellezas y +defectos de la portada, comentándolos en alta voz, como si quisiera +hacer testigos de sus juicios a los bancos de piedra de la plaza y sus +tristes arbolillos. Una verja rematada por jarrones del siglo XVIII se +extendía ante la portada, cerrando un atrio de anchas losas, en el cual +verificábanse en otros tiempos las aparatosas recepciones del cabildo y +admiraba la muchedumbre los gigantones en días de gran fiesta.</p> + +<p>El primer cuerpo de la fachada estaba rasgado en el centro por la puerta +del Perdón, arco ojival enorme y profundo, que se estrecha siguiendo la +gradación de sus ojivas interiores, adornadas con imágenes de apóstoles, +calados doseletes y escudos con leones y castillos. En el pilar que +divide las dos hojas de la puerta, Jesús, con corona y manto de rey, +flaco, estirado, con el aire enfermizo y mísero que los imagineros +medioevales daban a sus figuras para expresar la divina sublimidad. En +el tímpano, un relieve representaba a la Virgen rodeada de ángeles, +vistiendo una casulla a San Ildefonso, piadosa leyenda repetida en +varios puntos de la catedral, como si fuese el mejor de los blasones. A +un lado, la puerta llamada de la Torre; al otro, la de los Escribanos, +por la que entraban en otros tiempos, con gran ceremonia, los +depositarios de la fe pública a jurar el cumplimiento de su cargo; las +dos con estatuas de piedra en sus jambas y rosarios de figurillas y +emblemas que se desarrollaban entre las aristas hasta llegar a lo más +alto de la ojiva.</p> + +<p>Encima de estas tres puertas, de un gótico exuberante, se elevaba el +segundo cuerpo, de arquitectura grecorromana y construcción casi +moderna, causando a Gabriel Luna la misma molestia que si un trompetazo +discordante interrumpiese el curso de una sinfonía. Jesús y los doce +apóstoles, todos de tamaño natural, estaban sentados a la mesa, cada uno +en su hornacina, encima de la portada del centro, limitados por dos +contrafuertes como torres que partían la fachada en tres partes. Más +allá extendían sus arcadas de medio punto dos galerías de palacio +italiano, a las que más de una vez se había asomado Gabriel cuando +jugaba, siendo niño, en la vivienda del campanero.</p> + +<p>«La riqueza de la iglesia—pensaba Luna—fue un mal para el arte. En un +templo pobre se hubiese conservado la uniformidad de la fachada antigua. +Pero cuando los arzobispos de Toledo tenían once millones de renta y +otros tantos el cabildo, y no se sabía qué hacer del dinero, se +iniciaban obras, se hacían reconstrucciones, y el arte decadente paría +mamarrachos como la Cena.»</p> + +<p>A continuación se elevaba el tercer cuerpo, dos grandes arcos que daban +luz al rosetón de la nave central, coronado todo por una barandilla de +calada piedra que seguía las sinuosidades de la fachada entre las dos +masas salientes que la resguardan: la torre y la capilla Mozárabe.</p> + +<p>Gabriel cesó en su contemplación, viendo que no estaba solo ante el +templo. Era casi de día. Pasaban rozando la verja algunas mujeres con la +cabeza baja y la mantilla sobre los ojos. En las baldosas de la acera +sonaban las muletas de un cojo, y más allá de la torre, bajo el gran +arco que pone en comunicación el palacio del arzobispo con la catedral, +reuníanse los mendigos para tomar sitio en la puerta del claustro. +Devotas y pordioseros se conocían. Eran todas las mañanas los primeros +ocupantes del templo. Este encuentro diario establecía en ellos cierta +fraternidad, y entre carraspeos y toses se lamentaban del frío de la +mañana y de lo tardo que era el campanero en bajar a la iglesia.</p> + +<p>Se abrió una puerta más allá del arco del Arzobispo, la de la escalera +que conducía a la torre y las habitaciones del claustro alto, ocupadas +por los empleados del templo. Un hombre atravesó la calle agitando un +gran manojo de llaves, y rodeado de la clientela madrugadora comenzó a +abrir la puerta del claustro bajo, estrecha y ojival como una saetera. +Gabriel le conocía: era Mariano el campanero; y para evitar que pudiese +verle, permaneció inmóvil en la plaza, dejando que se precipitasen por +la puerta del Mollete las gentes ansiosas de penetrar en la Primada, +como si pudieran robarlas el sitio.</p> + +<p>Por fin se decidió a seguirlas, y bajó los siete escalones del claustro, +pues la catedral, edificada en un barranco, se halla más baja que las +calles contiguas.</p> + +<p>Todo estaba lo mismo. A lo largo de los muros, los grandes frescos de +Bayeu y Maella representando los trabajos y grandezas de San Eulogio, +sus predicaciones en tierra de moros y las crueldades de la gente infiel +de gran turbante y enormes bigotes que golpea al santo. En la parte +interior de la puerta del Mollete, el horrendo martirio del niño de La +Guardia, la leyenda nacida a la vez en varios pueblos católicos al calor +del odio antisemita: el sacrificio del niño cristiano por judíos de +torva catadura, que lo roban de su casa y lo crucifican para arrancarle +el corazón y beber su sangre.</p> + +<p>La humedad iba descascarillando y borrando gran parte de esa pintura +novelesca que orlaba la ojiva como la portada de un libro; pero Gabriel +aún vio la horrible cara del judío puesto al pie de la cruz y el gesto +feroz del otro que, con el cuchillo en la boca, se inclina para +entregarle el corazón del pequeño mártir: figuras teatrales que más de +una vez habían turbado sus ensueños de niño.</p> + +<p>El jardín, que se extiende entre los cuatro pórticos del claustro, +mostraba en pleno invierno su vegetación helénica de altos laureles y +cipreses, pasando sus ramas por entre las verjas que cierran los cinco +arcos de cada lado hasta la altura de los capiteles. Gabriel miró largo +rato el jardín, que está más alto que el claustro. Su cara se hallaba al +nivel de aquella tierra que en otros tiempos había trabajado su padre. +Por fin volvía a ver aquel rincón de verdura; el patio convertido en +vergel por los canónigos de otros siglos. Su recuerdo le había +acompañado cuando paseaba por el inmenso Bosque de Bolonia y por el +Hyde-Park de Londres. Para él, el jardín de la catedral de Toledo +resultaba el más hermoso de los jardines, por ser el primero que había +visto en su vida.</p> + +<p>Los pordioseros sentados en los escalones de la puerta le miraban +curiosamente, sin atreverse a tenderle la mano. No sabían si aquel +desconocido madrugador, con capa raída, sombrero ajado y botas viejas, +era un curioso o uno del oficio que buscaba sitio en la catedral para +pedir limosna.</p> + +<p>Molestado por este espionaje, Luna siguió adelante por el claustro, +pasando ante las dos puertas que lo ponen en comunicación con el templo. +La llamada de la Presentación, toda de piedra blanquísima, es una alegre +muestra del arte plateresco, cincelada cual una joya, con adornos +caprichosos y alegres de juguete. A continuación venía el respaldo del +hueco de la escalera por la que los arzobispos descienden desde su +palacio a la iglesia, un muro de junquillos góticos y grandes escudos, y +casi a ras del suelo, la famosa «piedra de luz», delgada lámina de +mármol transparente como un vidrio, que alumbra la escalera y es la +principal admiración de los rústicos que visitan el claustro. Después, +la puerta de Santa Catalina, negra y dorada, con gran riqueza de +follajes policromos, castillos y leones en las jambas y dos estatuas de +profetas.</p> + +<p>Gabriel se alejó algunos pasos, viendo que por la parte de adentro +abrían el postigo de esta portada. Era el campanero, que acababa de dar +la vuelta al templo, abriendo todas sus puertas. Salió un perrazo +estirando el cuello, como si fuese a: ladrar de hambre; después, dos +hombres con la gorra hasta las cejas, envueltos en capas de pañol pardo. +El campanero sostuvo la cancela para que saliesen.</p> + +<p>—¡Vaya, buenos días, Mariano!—dijo uno de ellos a guisa de despedida.</p> + +<p>—Buenos nos los dé Dios... y dormir bien.</p> + +<p>Gabriel reconoció a los guardianes nocturnos de la catedral. Encerrados +en el templo desde la tarde anterior, se retiraban a sus casas a dormir. +El perro emprendía el camino del Seminario para devorar las sobras de la +comida de los estudiantes, hasta que le buscasen los guardianes para +encerrarse de nuevo.</p> + +<p>Luna bajó los peldaños de la portada y entró en la catedral. Apenas +hubo pisado las baldosas del pavimento, sintió en el rostro la caricia +fría y un tanto pegajosa de aquel ambiente de bodega subterránea. En el +templo todavía era de noche. Arriba, las vidrieras de colores de los +centenares de ventanas que, escalonándose, dan luz a las cinco naves, +brillaban con la luz del amanecer. Eran como flores mágicas que se +abrían a los primeros resplandores del día. Abajo, entre las enormes +pilastras que formaban un bosque de piedra, reinaba la obscuridad, +rasgada a trechos por las manchas rojas y vacilantes de las lámparas que +ardían en las capillas haciendo temblar las sombras. Los murciélagos +revoloteaban en las encrucijadas de las columnas, queriendo prolongar +algunos instantes su posesión del templo, hasta que se filtrase por las +vidrieras el primer rayo de sol. Pasaban volando sobre las cabezas de +las devotas que, arrodilladas ante los altares, rezaban a gritos, +satisfechas de estar en la catedral a aquella hora como en su propia +casa. Otras hablaban con los acólitos y demás servidores del templo que +iban entrando por todas las puertas, soñolientos y desperezándose como +obreros que acuden al taller. En la obscuridad deslizábanse las manchas +negras de algunos manteos camino de la sacristía, deteniéndose con +grandes genuflexiones ante cada imagen; y a lo lejos, invisible en la +obscuridad, adivinábase al campanero, como un duende incansable, por el +ruido de sus llaves y el chirriar de las puertas que iba abriendo.</p> + +<p>Despertaba el templo. Sonaban como cañonazos los golpes de las puertas, +repitiéndolos el eco de nave en nave. Una escoba comenzó a barrer por la +parte de la sacristía, produciendo el ruido de una enorme sierra. La +iglesia vibraba con los golpes de algunos monaguillos que sacudían el +polvo a la famosa sillería del coro. Parecía desperezarse la catedral +con los nervios excitados: el menor frote le arrancaba quejidos.</p> + +<p>Los pasos resonaban con eco gigantesco, como si se conmovieran todos los +sepulcros de reyes, arzobispos y guerreros ocultos bajo sus baldosas.</p> + +<p>El frío era más intenso en la iglesia que fuera de ella. Uníase a la +baja temperatura la humedad de su suelo atravesado por las alcantarillas +de desagüe, el rezumar de ocultos y subterráneos estanques, que manchaba +el pavimento y hacía toser a los canónigos en el coro, «acortando su +vida», como decían ellos quejumbrosamente.</p> + +<p>La luz de la mañana comenzaba a esparcirse por las naves. Salía de la +sombra la inmaculada blancura de la catedral toledana, la nitidez de su +piedra, que hace de ella el más alegre y hermoso de los templos. Se +marcaban con toda su elegante y atrevida esbeltez las ochenta y ocho +pilastras robustos haces de columnas que suben audazmente cortando el +espacio, blancos como si fuesen de nieve solidificada, y esparcen y +entrecruzan sus nervios para sostener las bóvedas. En lo alto se abrían +los grandes ventanales, con sus vidrieras que parecen jardines mágicos +cubiertos de flores de luz.</p> + +<p>Gabriel se había sentado en el zócalo de una pilastra, entre dos +columnas, pero a los pocos instantes tuvo que ponerse de pie. La humedad +de la piedra, el frío de tumba que circulaba por toda la catedral, le +penetraba hasta los huesos. Anduvo por las naves, llamando la atención +de las devotas, que interrumpían sus rezos al verle. Un forastero a +aquellas horas, que eran las de los familiares de la iglesia, excitaba +su curiosidad. El campanero se cruzó varias veces con él, siguiéndole +con mirada inquieta, como si le inspirase poca confianza aquel +desconocido de mísero aspecto vagando a la hora en que las riquezas de +las capillas no pueden ser vigiladas.</p> + +<p>Otro hombre tropezó con él cerca del altar mayor. Luna lo conoció. Era +Eusebio, el sacristán de la capilla del Sagrario, el <i>Azul de la +Virgen</i>, como se le llamaba entre la gente de la catedral por el traje +color celeste que vestía en los días de ceremonia. Seis años iban +transcurridos desde que Gabriel le vio por última vez, y no había +olvidado su corpachón mantecoso, la cara granujienta, de frente angosta +y rugosa, orlada de pelos hirsutos, y el cuello taurino, que apenas si +le permitía respirar, convirtiendo sus aspiraciones en un resoplido de +fuelle. Todos los empleados que vivían en el claustro alto envidiaban su +cargo, por ser el más productivo y por el favor de que gozaba cerca del +arzobispo y los canónigos.</p> + +<p>El <i>Azul</i> consideraba el templo como de su propiedad, faltándole poco +para arrojar de él a los que le inspiraban antipatía. Al ver a un +vagabundo paseando por la iglesia, fijó en él los ojos insolentes, +haciendo un esfuerzo por levantar sus cejas abultadas. ¿Dónde había +visto a aquel pájaro raro? Gabriel notó su esfuerzo por concentrar la +memoria, y evitó el ser examinado, volviéndose de espaldas para mirar +con falsa atención un retablo colocado en una pilastra.</p> + +<p>Huyendo de la recelosa curiosidad que despertaba su presencia en el +templo, salió al claustro. Allí estaba mejor, completamente aislado. Los +pordioseros charlaban sentados en los escalones de la puerta del +Mollete. Pasaban por entre ellos los curas, embozados en el manteo, +entrando apresuradamente en la catedral por la puerta de la +Presentación. Los mendigos les saludaban por sus nombres, sin tenderles +la mano. Los conocían, eran de la casa, y entre amigos no se mendiga. +Ellos estaban allí para caer sobre los forasteros, y aguardaban +pacientemente la hora de los «ingleses», pues sólo de Inglaterra podían +ser todos los extranjeros que llegaban de Madrid en el tren de la +mañana.</p> + +<p>Gabriel se mantenía cerca de la puerta, sabiendo que por ella entraban +los que vivían en el claustro alto. Atravesaban el arco del Arzobispo, y +siguiendo la escalera abierta en el palacio, bajaban a la calle, +entrando en la catedral por la puerta del Mollete. Luna, que conocía +toda la historia del famoso templo, recordaba el origen del nombre de la +puerta. Primitivamente se llamó de la Justicia, porque en ella daba +audiencias el vicario general del Arzobispado. Luego la llamaron del +Mollete, porque todos los días, después de la misa mayor, el preste, con +acólitos y pertigueros, se presentaba en ella a bendecir los panes de +media libra o molletes que se repartían entre los pobres. Seiscientas +fanegas de trigo—según recordaba Luna—se gastaban todos los años en +esta limosna: pero era en los tiempos que la catedral cobraba todos los +años más de once millones de renta.</p> + +<p>Molestaban a Gabriel las miradas curiosas de los clérigos y beatas que +entraban en la iglesia. Eran gentes acostumbradas a verse todos los +días, siempre las mismas, a idéntica hora, y sentían revuelta su +curiosidad cuando un rostro extraño alteraba la monotonía de su +existencia.</p> + +<p>Retirábase hacia el fondo del claustro, cuando algunas palabras de los +mendigos le hicieron retroceder.</p> + +<p>—Ahí viene el <i>Vara de palo</i> viejo.</p> + +<p>—¡Buenos días, señor Esteban!</p> + +<p>Un hombre pequeño, vestido de negro y rasurado como un clérigo, bajó los +peldaños.</p> + +<p>—¡Esteban...! ¡Esteban...!—dijo Luna interponiéndose entre él y la +puerta de la Presentación.</p> + +<p>El <i>Vara de palo</i> le miró con sus ojos claros que parecían de ámbar: +unos ojos pasivos, de hombre acostumbrado a permanecer largas horas en +la catedral sin que la más leve rebeldía de pensamiento llegase a turbar +su inmovilidad beatífica. Dudó largo rato, como si no pudiese creer en +la remota semejanza de aquella cara pálida y descarnada con otra que +existía en su memoria; pero al fin se convenció de la identidad con +dolorosa sorpresa.</p> + +<p>—¡Gabriel...!, ¡hermano mío! Pero ¿eres tú?</p> + +<p>Y su rostro rígido de servidor del templo, que parecía haber tomado la +inmovilidad de las pilastras y las estatuas, se animó con una sonrisa +cariñosa.</p> + +<p>Los dos, estrechándose las manos, se alejaron por el claustro.</p> + +<p>¿Cuándo has venido...? Pero ¿en dónde has estado...? ¿Qué vida es la +tuya? ¿A qué vienes?</p> + +<p>El <i>Vara de palo</i> expresaba su sorpresa con incesantes preguntas, sin +dar tiempo a que su hermano las contestase.</p> + +<p>Gabriel explicó su llegada en la noche anterior; su permanencia ante la +iglesia desde antes de amanecer, esperando el momento de ver a su +hermano.</p> + +<p>—Ahora vengo de Madrid; pero antes he estado en muchos sitios: en +Inglaterra, en Francia, en Bélgica, ¿quién sabe dónde? He rodado de un +pueblo a otro, siempre luchando con el hambre y con la crueldad de los +hombres. Me siguen los pasos la miseria y la policía. Cuando me detengo, +anonadado por esta existencia de Judío Errante, la Justicia, en nombre +del miedo, me grita que ande, y vuelvo a emprender la marcha. Soy un +hombre temible, así como me ves, Esteban: enfermo, con el cuerpo +arruinado antes de la vejez y la certeza de morir muy pronto. Ayer +mismo, en Madrid, me dijeron que iría de nuevo a la cárcel si prolongaba +allí mi estancia, y por la tarde tomé el tren. ¿Dónde ir? El mundo es +grande; mas para mí y otros rebeldes como yo se achica, se comprime, +hasta no dejar un palmo de terreno en que poner los pies. En la tierra +sólo me quedas tú y este rincón tranquilo y silencioso donde vives +feliz. En tu busca vengo; si me rechazas, no me queda más sitio para +morir que la cárcel o un hospital, si es que quieren recibirme en él al +conocer mi nombre.</p> + +<p>Y Gabriel, fatigado por sus palabras, tosía dolorosamente, resonando su +pecho como si el aire se deslizase por tortuosas cavernas. Se expresaba +con vehemencia, moviendo instintivamente los brazos, como hombre +habituado de larga fecha a hablar en público, ardiendo con la llama del +proselitismo.</p> + +<p>—¡Ah, hermano... hermano!—dijo Esteban con expresión de cariñoso +reproche—. ¿De qué te ha servido tanto leer periódicos y libros? ¿Para +qué ese deseo de arreglar lo que está bien, o si está mal no tiene +arreglo posible...? De seguir tranquilamente tu camino, serías +beneficiado de la catedral, y ¡quién sabe si te sentarías en el coro, +entre los canónigos, para honra y amparo de la familia...! Siempre +tuviste mala cabeza, por lo mismo que eres el más listo de entre +nosotros. ¡Maldito talento que a tales miserias conduce...! ¡Lo que yo +he sufrido, hermano, enterándome de tus cosas! ¡Cuántas amarguras desde +la última vez que pasaste por aquí! Te creía contento y feliz en la +imprenta de Barcelona, corrigiendo libros, con aquel sueldazo que era +una fortuna comparado con lo que aquí ganamos. Algo me escamaba leer tu +nombre con tanta frecuencia en los periódicos, unido a esos <i>metinges</i> +en los que se pide el reparto de todo, la muerte de la religión y la +familia, y qué sé yo cuántos disparates más. El <i>compañero</i> Luna ha +dicho esto, el <i>compañero</i> Luna ha hecho lo otro; y yo ocultaba a la +gente de la casa que el tal <i>compañero</i> fueses tú, adivinando que tantas +locuras acabarían mal, forzosamente mal.... Después... después vino lo +de las bombas.</p> + +<p>—Nada tuve que ver en ello—dijo Gabriel con voz triste—. Yo soy un +teórico: abomino de la acción, por prematura e ineficaz.</p> + +<p>—Lo sé, Gabriel. Siempre te creí inocente. ¡Tú tan bueno, tan dulce, +que de pequeño nos asombrabas a todos con tu bondad; tú que ibas para +santo, como decía nuestra pobre madre!, ¡matar tú! ¡Y tan traidoramente, +por medio de artefactos del infierno...! ¡Jesús!</p> + +<p>Y el <i>Vara de palo</i> calló, como aterrado por él recuerdo de los +atentados en que habían envuelto a su hermano.</p> + +<p>—Pero lo cierto fue—continuó al poco rato—que caíste en la redada que +dio el gobierno al ocurrir aquellos sucesos. ¡Lo que yo sufrí una +temporada! De vez en cuando fusilamientos en el foso del castillo que +hay allá, y yo buscaba ansioso en los papeles los nombres de los +sentenciados, siempre esperando encontrar el tuyo. Corrían rumores de +tormentos horribles que se hacían sufrir a los presos para que cantasen +la verdad, y pensaba en tí tan delicado, tan poquita cosa, creyendo que +cualquier mañana te encontrarían muerto en el calabozo. Y aún sufría más +por mi empeño de que aquí no se conociese tu situación. ¡Un Luna, el +hijo del señor Esteban, el antiguo jardinero de la Primada, con el que +conversaban los canónigos y hasta los arzobispos... mezclado entre la +gentuza infernal que quiere destruir el mundo...! Por esto, cuando +Eusebio el <i>Azul</i> y otros chismosillos de la casa me preguntaban si +podrías ser tú el Luna de que hablaban los periódicos, yo decía que mi +hermano estaba en América y que me escribías de tarde en tarde, por +andar ocupado en grandes negocios. ¡Ya ves qué dolor! Esperar que te +matasen de un momento a otro, y no poder hablar, no poder quejarse, +comunicando la pena ni aun a los de la familia... ¡Lo que yo he rezado +ahí dentro...! Acostumbrados los de la casa a ver todos los días a Dios +y los santos, somos algo duros y pecadores; pero la desgracia ablanda el +alma, y yo me dirigí a la que todo lo puede, a nuestra patrona la Virgen +del Sagrario, pidiéndola que se acordase de ti, ya que ibas de niño a +arrodillarte ante su capilla, cuando te preparabas para entrar en el +Seminario.</p> + +<p>Gabriel sonrió con dulzura, como admirando la simplicidad de su hermano.</p> + +<p>—No rías, te lo ruego: me hace daño tu risa. La excelsa Señora lo hizo +todo en favor tuyo. Meses después supe que a ti y a otros os habían +metido en un barco, con orden de no volver más a España, y... hasta la +hora presente. Ni una carta, ni una noticia buena o mala. Te creía +muerto, Gabriel, en esas tierras lejanas, y más de una vez he rezado por +tu pobre alma, que bien lo necesita.</p> + +<p>El <i>compañero</i> mostraba en sus ojos el agradecimiento por estas +palabras.</p> + +<p>—Gracias, Esteban. Admiro tu fe, pero cree que no he salido tan bien +como te imaginas de aquella aventura sombría. Mejor hubiese sido morir. +La aureola del martirio vale más que entrar en un calabozo siendo un +hombre y salir hecho un pingajo.</p> + +<p>Estoy muy enfermo, Esteban: mi sentencia de muerte es irrevocable. No +tengo estómago, mis pulmones están deshechos, este cuerpo que ves es una +máquina desvencijada que apenas si funciona, y cruje por todos lados +como si las piezas fuesen a separarse y a caer cada una por su lado. La +Virgen que me salvó por tu recomendación bien podía haber intercedido +algo más en favor mío, ablandando a mis guardianes. Los infelices creían +salvar al mundo dando suelta a los instintos de bestia que duermen en +nosotros como restos del pasado... Después, en plena libertad, la vida +ha sido más dolorosa que la muerte. Al volver a España, empujado por la +miseria y las persecuciones, mi existencia ha sido un infierno. No he +podido parar en ningún sitio donde se reúnen hombres. Me acosan como +perros; quieren que viva fuera de las ciudades; me acorralan, +empujándome hacia el monte, hacia el desierto, donde no existen seres +humanos. Parece que soy un hombre temible, más temible que los +desesperados que arrojan bombas, porque hablo, porque llevo en mí una +fuerza irresistible que me hace propagar la Verdad apenas me veo en +presencia de dos desgraciados.... Pero esto se acabó. Puedes +tranquilizarte, hermano. Soy hombre muerto; mi misión tocó a su fin; +pero detrás de mí vendrán otros y otros. El surco está abierto y la +simiente en sus entrañas. ¡Germinal! Así gritó un amigo mío de destierro +cuando en España vio el último rayo de sol desde el tablado del +patíbulo.... Voy a morir, y me creo con derecho al descanso por unos +meses. Quiero gustar por primera vez en mi vida la dulzura del silencio, +de la inmovilidad, del incógnito: no ser nadie, que nadie me conozca; no +inspirar simpatías ni miedo. Quisiera ser una estatua de esa portada, +una pilastra de la catedral, algo inmóvil, sobre cuya superficie +resbalasen el tiempo, las alegrías y las tristezas, sin causar +estremecimientos ni emociones. Anticipar la muerte; ser cadáver que +respira y come, pero que no piensa, ni sufre, ni se entusiasma: ésa +sería para mí la dicha, hermano. No sé adonde ir: los hombres me +esperan más allá de esa puerta para acosarme otra vez... ¿Me quieres +contigo...?</p> + +<p>El <i>Vara de palo</i>, por toda contestación, empujó cariñosamente a +Gabriel.</p> + +<p>—¡Vamos arriba, loco! No morirás; yo te sacaré adelante. Lo que tú +necesitas es calma y cariño. La catedral te curará. Aquí sanarás esa +cabeza enferma, que parece la de Don Quijote. ¿Te acuerdas cuando de +niño nos leías su historia en las veladas...? Anda adelante, fantasioso. +¿Qué te importa a ti que el mundo esté mejor o peor arreglado? Así lo +encontramos, y así será siempre. Lo que importa es vivir cristianamente, +con la certeza de que la otra vida será mejor, ya que es obra de Dios y +no de los hombres. ¡Arriba, vamos arriba!</p> + +<p>Y empujando cariñosamente al vagabundo, salieron del claustro por entre +los mendigos, que habían seguido con mirada curiosa la entrevista sin +poder escuchar una palabra. Atravesaron la calle, entrando en la +escalera de la torre. Los peldaños eran de ladrillos rojos y gastados, y +las paredes, pintadas de blanco, estaban cubiertas en todas sus +revueltas de grotescos dibujos y enrevesadas inscripciones de las gentes +que subían a la torre atraídas por la fama de la Campana Gorda.</p> + +<p>Gabriel ascendía lentamente, jadeando y deteniéndose en cada tramo.</p> + +<p>—Estoy malo, Esteban... muy malo. Este fuelle hace aire por todas +partes.</p> + +<p>Después, como arrepentido de su olvido, se apresuró a preguntar:</p> + +<p>—¿Y Pepa, tu mujer? Supongo que estará buena....</p> + +<p>Se contrajo la frente del empleado de la catedral y sus ojos pusiéronse +vidriosos, como si fuese a llorar.</p> + +<p>—Murió—dijo con laconismo sombrío.</p> + +<p>Gabriel se detuvo, agarrándose a la barandilla, como inmovilizado por la +sorpresa. Después de un corto silencio, añadió, con el deseo de consolar +a su hermano:</p> + +<p>Pero Sagrario, mi sobrina, estará hecha una hermosura. La última vez +que la vi parecía una reina, con su moño rubio y aquella carita +sonrosada, de vello dorado, como un albaricoque de los cigarrales. ¿Se +casó con el cadete o está con tigo?</p> + +<p>El <i>Vara de palo</i> puso el gesto más sombrío y miró a su hermano +torvamente.</p> + +<p>—Murió también—dijo con sequedad.</p> + +<p>—¿También Sagrario ha muerto?—preguntó; Gabriel con extrañeza.</p> + +<p>—Ha muerto para mí, y es lo mismo.... Hermano, por lo que más quieras +en el mundo, no me hables de ella.</p> + +<p>Gabriel comprendió que despertaba una pena grande con sus preguntas y no +dijo más, emprendiendo de nuevo la ascensión. En la vida de su hermano +había ocurrido algo grave durante su ausencia: uno de estos sucesos que +disuelven las familias y separan para siempre a los que sobreviven.</p> + +<p>Atravesaron la galería cubierta del arco del Arzobispo y entraron en el +claustro alto, llamado las Claverías: cuatro pórticos iguales en la +longitud a los del claustro bajo, pero desnudos de toda decoración y con +un aspecto mísero. El pavimento era de ladrillos gastados y rotos. Los +cuatro lados que daban sobre el jardín tenían una barandilla entre las +chatas columnas que sostenían la techumbre de añejas vigas. Era una obra +provisional, de tres siglos antes, que había quedado para siempre en tal +estado. A lo largo de las paredes enjalbegadas abríanse sin simetría las +puertas y ventanas de las habitaciones que venían ocupando los +servidores de la catedral, transmitiéndose oficio y vivienda de padres a +hijos. El claustro, con sus pórticos bajos, ofrecía el aspecto de cuatro +calles, cada una de las cuales sólo tenía una fila de casas. Enfrente +estaba la chata columnata, sobre cuyas barandillas asomaban sus copas +puntiagudas los cipreses del jardín. Por encima del tejado del claustro +veíanse las ventanas de la segunda fila de habitaciones, pues casi +todas las casas de las Claverías tenían dos pisos.</p> + +<p>Era un pueblo que vivía sobre la catedral al nivel de los tejados, y al +llegar la noche y cerrarse la escalera de la torre quedaba aislado de la +ciudad. La tribu semieclesiástica se procreaba y moría en el corazón de +Toledo, sin bajar a sus calles, adherida por tradicional instinto a +aquella montaña de piedra blanca y calada, cuyos arcos la servían de +refugio. Vivía saturada del olor del incienso y respiraba el perfume +especial de moho y hierro viejo de las catedrales, sin más horizonte que +las ojivas de enfrente o el campanario, que aplastaba con su mole un +pedazo del cielo que se veía desde el claustro alto.</p> + +<p>El <i>compañero</i> Luna creyó retroceder de golpe a la niñez. Chicuelos +semejantes al Gabriel de otros tiempos corrían jugando por las cuatro +galerías o se sentaban encogidos en la parte del claustro bañada por los +primeros rayos del sol. Mujeres que le recordaban a su madre sacudían +sobre el jardín las mantas de las camas o barrían los rojos ladrillos +inmediatos a sus viviendas. El <i>compañero</i> vio aún borrosos en la pared +dos monigotes que había pintado con carbón cuando tenía ocho años. Sin +los pequeñuelos que gritaban y reían persiguiéndose, se hubiera creído +que la vida estaba en suspenso en este rincón de la catedral, como si en +aquel pueblo casi aéreo no naciese ni muriese nadie.</p> + +<p>El <i>Vara de palo</i>, cejijunto y sombrío desde las últimas palabras, quiso +dar algunas explicaciones a su hermano.</p> + +<p>—Vivo en nuestra casa de siempre. Me la han dejado en consideración a +la memoria del padre. Hay que agradecerlo a los señores del cabildo, +teniendo en cuenta que no soy más que un triste <i>Vara de palo</i>.... Desde +que ocurrió la «desgracia» tengo una vieja que arregla la casa, y además +vive conmigo don Luis, el maestro de capilla. Ya le conocerás: un +sacerdote joven, de mucho valer, que aquí está obscurecido; un alma de +Dios, al que tienen por un loco en la catedral y vive como un ángel.</p> + +<p>Entraron en la casa de los Luna, que era de las mejores de las +Claverías. Junto a la puerta, dos hileras de macetas en forma de +relojera, clavadas al muro, dejaban pender las cabelleras verdes de sus +plantas. Dentro, en la sala que servía de recibimiento, Gabriel lo +encontró todo lo mismo que en vida de sus padres. Las paredes blancas, +que con los años habían tomado un moreno color de hueso, estaban +adornadas con grabados antiguos de santos. La sillería de caoba, +brillante por el continuo frote, ofrecía cierto aspecto de juventud, que +contrastaba con sus curvas de principios de siglo y sus asientos +próximos a desfondarse. Por una puerta entreabierta se veía la cocina, +en la que había entrado su hermano para dar órdenes a una mujer vieja de +aspecto tímido. En un rincón de la sala estaba enfundada una máquina de +coser. Luna había visto trabajando en ella a su sobrina la última vez +que pasó por la catedral. Era el recuerdo permanente que había dejado la +«pequeña» después de aquella catástrofe que despertaba en el padre un +dolor sombrío. Al través de una ventana de la sala veía Gabriel el patio +interior, que hacía apetecible aquella habitación entre todas las de las +Claverías: un espacio de cielo libre, con los cuartos superiores +sostenidos por cuatro filas de delgadas columnas de piedra, que daban al +patio el aspecto de un pequeño claustro.</p> + +<p>Esteban volvió a reunirse con su hermano.</p> + +<p>—Tú dirás lo que quieres almorzar. En la cocina todo está listo. Pide, +hombre, pide por esa boca. Aunque pobre, he de poder poco si no te saco +a flote, quitándote ese aspecto de muerto resucitado.</p> + +<p>Gabriel sonrió tristemente.</p> + +<p>—Es inútil que te esfuerces. Mi estómago acabó. Le basta con un poco de +leche, y gracias que lo admita.</p> + +<p>Esteban dio órdenes a la vieja para que bajase a la ciudad en busca de +leche, y cuando iba a sentarse al lado de su hermano, se abrió la +puerta que daba al claustro, asomando por ella una cabeza de hombre +joven.</p> + +<p>—¡Buenos días, tío!—exclamó.</p> + +<p>Tenía un perfil achatado y perruno; los ojos eran de malicia, y peinaba +lustrosos tufos pegados arriba de las orejas.</p> + +<p>—Pasa perdido, pasa—dijo el <i>Vara de palo</i>.</p> + +<p>Y añadió, dirigiéndose a su hermano:</p> + +<p>—¿Sabes quién es éste...? ¿No? Pues el hijo de nuestro pobre hermano, +que Dios tenga en su gloria. Vive en las habitaciones altas del claustro +con su madre, que lava la ropa de coro de los señores canónigos y riza +unas sobrepellices que da gozo verlas.... Tomás, muchacho, saluda al +señor. Es tu tío Gabriel, que acaba de llegar de América, y de París, ¡y +qué sé yo de dónde! De tierras que están muy lejos, muy lejos.</p> + +<p>El muchacho saludó a Gabriel, algo intimidado por la cara triste y +enferma de aquel pariente, del que había oído hablar a su madre como de +un ser misterioso y novelesco.</p> + +<p>—Aquí donde lo ves—prosiguió Esteban dirigiéndose a su hermano y +mostrándole al muchacho—, es la peor cabeza de la catedral. El señor +canónigo Obrero más de una vez le hubiese puesto de patitas en la calle +si no fuese por consideración a la memoria de su padre y de su abuelo y +al apellido que lleva, pues todos saben que los Luna son antiguos en la +catedral como las piedras de sus muros.... No se le ocurre calaverada +que no la realice: en plena sacristía jura como un impío a espaldas de +los señores beneficiados. ¡No digas que no, granuja!</p> + +<p>Y le amenazaba con una mano, entre severo y risueño, como si en el fondo +de su pensamiento le hiciesen cierta gracia las faltas del sobrino. Éste +acogía la reprimenda con muecas que agitaban su cara de movilidad +simiesca y sin bajar los ojos, que tenían una fijeza insolente.</p> + +<p>—Es una mala vergüenza—continuó el tío—que te peines así, como la +chulería de la corte que viene a Toledo en las grandes fiestas. En la +buena época de la catedral ya te hubiesen pelado al rape. Pero como en +estos tiempos de desamortización, libertad y desgracias, nuestra santa +iglesia es pobre como una rata, la miseria no deja humor a los señores +del cabildo para fijarse en detalles, y todo anda abajo que da lástima. +¡Qué abandono, Gabriel! ¡Si lo vieras! Esto parece una oficina como esas +de Madrid adonde va la gente a cobrar y echa a correr en seguida. La +catedral es hermosa como siempre, pero no se encuentra por parte alguna +la majestad del culto del Señor. Lo mismo dice el maestro de capilla, +indignándose al ver que en las grandes fiestas sólo toman asiento en +medio del coro hasta media docena de músicos. La gente joven que vive en +las Claverías no tiene amor a nuestra Primada y se queja de lo cortos +que son los sueldos, sin tener en cuenta el temporal que aguanta la +religión. Si esto continúa, no me extrañará ver a este pájaro y a otros +tan tunantes como él jugando a la rayuela en el crucero... ¡Dios me +perdone!</p> + +<p>Y el simple <i>Vara de palo</i> hizo un gesto escandalizándose de sus +palabras. Después continuó:</p> + +<p>—Este señorito, aquí donde lo ves, no está contento con su estado, y +eso que, siendo casi un mocoso, ocupa el cargo que su pobre padre no +pudo conseguir hasta los treinta años. Quiere ser torero, y hasta un +domingo se atrevió a salir en una novillada en la plaza de Toledo. Su +madre bajó desmelenada como una Magdalena a contármelo todo, y yo, +pensando que su padre había muerto y me correspondía hacer sus veces, +aguardé al señor cuando volvía de la plaza echándolas de guapo, y lo +arreé desde la escalera de la torre hasta su habitación con la misma +vara de palo que me sirve en la catedral. Él te dirá si tengo la mano +dura cuando me enfado.... ¡Virgen del Sagrario! ¡Un Luna de la Santa +Iglesia Primada metido a torero! ¡Poco rieron los canónigos y hasta el +señor cardenal, según me han dicho, al conocer el caso! Un beneficiado +de buen humor le apodó desde entonces el <i>Tato</i>, y así le llaman todos +en la casa. ¿Has visto, hermano, qué honra proporciona a la familia este +tuno...?</p> + +<p>El silenciario pretendía anonadar con su mirada al <i>Tato</i>, pero éste +sonreía, sin impresionarse gran cosa con las palabras de su tío.</p> + +<p>—Y no creas, Gabriel—continuó—, que a este individuo le falta un +pedazo de pan y por eso hace tales disparates. A pesar de su mala +cabeza, tiene desde los veinte años el cargo de perrero de la santa +catedral: ha llegado adonde sólo se llegaba en tiempos mejores después +de muchos años y buenas agarraderas. Cobra sus seis realitos diarios, y +como anda suelto por la iglesia, puede enseñar las curiosidades a los +forasteros. Con las propinas que le caen está mejor que yo. Los +extranjeros que visitan la catedral, gentes descomulgadas que nos miran +como monos raros y encuentran todo lo nuestro curioso y digno de risa, +se fijan en él. Las inglesas le preguntan si ha sido toreador, y él +¡para qué necesita más...! Al ver que le dan por el gusto, suelta el +saco de las mentiras (porque a embustero nadie le echa la pata encima) y +cuenta las grandes corridas que lleva dadas en Toledo y fuera de él, los +toros que ha muerto... y esos bobalicones de Inglaterra toman nota en +sus álbumes, y hasta alguna rubia patuda dibuja de un trazo la cabeza de +este trapalón. A él lo que le interesa es que le crean las mentiras y al +final le larguen la peseta; le importa poco que esos herejes se vayan a +su tierra propalando que en la catedral de Toledo, en la Iglesia Primada +de las Españas, los empleados son toreros y ayudan a las ceremonias del +culto entre corrida y corrida. Total, que gana más dinero que yo, y a +pesar de esto, se cree postergado en su cargo... ¡Un empleo tan hermoso! +¡Marchar en las grandes procesiones al frente de todos, junto a la gran +manga de la Primada, con una horquilla forrada de terciopelo rojo para +sostenerla si es que cae, y vestido con un ropón de brocado escarlata, +como un cardenal! Hasta se parece en ese traje, según dice el maestro de +capilla, que sabe mucho de tales cosas, a un tal <i>Diente</i> o no sé cómo, +que hace siglos vivía en Italia y bajó al infierno, escribiendo su viaje +en verso.</p> + +<p>Sonaron pasos en una angosta escalerilla de caracol que, perforando el +muro, comunicaba el recibimiento con el piso superior.</p> + +<p>—Es don Luis—dijo el <i>Vara de palo</i>—. Va a decir su misa en la +capilla del Sagrario, y después al coro.</p> + +<p>Gabriel se levantó del sofá para saludar al sacerdote. Era pequeño y de +constitución débil, resaltando en él desde el primer golpe de vista la +desproporción entre el cuerpo enfermizo y la cabeza enorme. La frente, +abombada y saliente, parecía aplastar con su peso las facciones morenas +e irregulares, alteradas por la huella de las viruelas. Era feo, y sin +embargo, la expresión de sus ojos azules, el brillo de la dentadura +sana, blanca e igual, que parecía iluminar la boca, y la sonrisa +ingenua, casi infantil, que plegaba los labios, daban a su rostro esa +expresión simpática que revela a los seres sencillos ensimismados en sus +aficiones artísticas.</p> + +<p>—¿Conque el señor es ese hermano de quien tanto me ha hablado +usted?—dijo al oír la presentación que hacía Esteban.</p> + +<p>Tendió su mano a Gabriel amistosamente. Los dos eran de aspecto +enfermizo: el desequilibrio orgánico parecía atraerles fraternalmente.</p> + +<p>—Ya que el señor ha estudiado en el Seminario—dijo el maestro de +capilla—, conocerá algo de música.</p> + +<p>—Es lo único que recuerdo de aquellas enseñanzas.</p> + +<p>—¡Y al viajar tanto por el mundo, habrá oído cosas buenas...!</p> + +<p>—Algo hay de eso. La música es para mí la más grata de las artes. +Entiendo poco de ella, pero «la siento».</p> + +<p>—Muy bien, muy bien. Seremos amigos. Ya me contará usted cosas. ¡Cuánto +le envidio por haber corrido el mundo...!</p> + +<p>Hablaba como un niño inquieto, sin querer sentarse por más que el +silenciario, en cada una de sus evoluciones por la sala, le ofrecía una +silla. Iba de un lado a otro con el manteo terciado y la teja en la +mano, un pobre sombrero sin rastro de pelo, abollado, con una capa de +grasa en las alas, mísero y viejo como la sotana y los zapatos. A pesar +de esta pobreza, el maestro de capilla tenía cierta elegancia. Su +cabello, demasiado crecido para la costumbre eclesiástica, se +ensortijaba en la cúspide del cráneo. La manera arrogante con que +plegaba el manteo en torno de su cuerpo hacía recordar la capa de los +tenores de ópera. Había en él cierta desenvoltura profana que delataba +al artista sepultado en los hábitos sacerdotales, ansioso por volar +fuera de ellos, abandonándolos a sus pies como una mortaja.</p> + +<p>Llegaron a la habitación, como truenos lejanos, algunas campanadas +graves que conmovieron el claustro.</p> + +<p>—Tío, que llaman a coro—dijo el <i>Tato</i>—. Ya debíamos estar en +la-catedral. Son casi las ocho.</p> + +<p>—Es verdad, hombre; tiene gracia que seas tú quien me lo recuerde. En +marcha.</p> + +<p>Luego añadió, dirigiéndose al sacerdote músico:</p> + +<p>—Don Luis, su misa es a las ocho. Ya hablará después de sus cosas con +Gabriel. Ahora, a la obligación. Hay que sacar para los postres, como +usted dice, ya que en estos tiempos del demonio apenas si da el cargo +para comer.</p> + +<p>El maestro de capilla asintió tristemente con un movimiento de cabeza y +salió tras los dos servidores del templo, contrariado, como si le +arrastrasen a un trabajo penoso y antipático. Tarareaba distraídamente +al dar la mano a Gabriel, y éste creyó reconocer un fragmento del +<i>Septimino</i> de Beethoven en la música que, sorda y cortada, salía de +entre los labios del joven sacerdote.</p> + +<p>Luna se tendió en el sofá, abandonándose a la fatiga al verse solo, +después de la larga espera ante la catedral. La vieja que servía a su +hermano puso junto a él un jarrito de leche, llenando después un vaso. +Gabriel bebió, haciendo esfuerzos por dominar los estremecimientos de +su estómago enfermo, que pugnaba por expeler el líquido. Su cuerpo, +fatigado por la mala noche y el cansancio de la espera, acabó por +asimilarse el alimento, sumiéndose en una dulce languidez que no había +sentido en mucho tiempo. Gabriel pudo adormecerse, y así estuvo más de +una hora, inmóvil en el sofá, cortándose varias veces su desigual +respiración con el estertor de la tos cavernosa, que no llegaba a +desvanecer su sueño.</p> + +<p>Cuando despertó, fue de golpe, con un estremecimiento nervioso que le +conmovió de los pies a la cabeza, haciéndole saltar del sofá como a +impulsos de un resorte. Era la inquietud del peligro que había quedado +fija en él para siempre; el hábito de la intranquilidad contraído en los +obscuros calabozos, cuando esperaba a todas horas ver abrirse la puerta +para ser apaleado como un perro o conducido al cuadro de ejecución ante +la doble fila de fusiles; y a más de esto, la costumbre de vivir +vigilado en todos los países, presintiendo el espionaje de la policía en +torno de él, sorprendido en medio de la noche en cuartos de posada por +la orden de salir inmediatamente; la zozobra del antiguo Asheverus, que +apenas gustaba un instante del descanso, oía el eterno «Anda, anda».</p> + +<p>No quiso dormir más, como si temiera sufrir de nuevo las negras +pesadillas del ensueño. Prefería la realidad: aquel silencio de la +catedral que le envolvía en una dulce caricia; la calma augusta del +templo, inmenso monte de piedra labrada que parecía pesar sobre él +aplastándolo, ocultando para siempre su debilidad de perseguido.</p> + +<p>Salió al claustro, y puesto de codos en la barandilla contempló el +jardín.</p> + +<p>Las Claverías parecían desiertas. Los niños que las animaban al comenzar +el día estaban en la escuela; las mujeres, dentro de sus casas, +preparaban la comida. En todo el claustro no había otra persona que él. +La luz del sol bañaba todo un lado; la sombra de las columnas cortaba +oblicuamente los grandes cuadros de oro que cubrían las baldosas. Un +silencio augusto, la calma santa de la catedral, penetraba en el +agitador como dulce narcótico. Los siete siglos adheridos a aquellas +piedras parecían envolverle como otros tantos velos que le aislaban del +resto del mundo. En una habitación de las Claverías sonaba un martillo +con repiqueteo incesante. Era el de un zapatero que Gabriel había visto, +al través de los vidrios de una ventana, encorvado ante su mesilla. En +el pedazo de cielo encuadrado por los tejados volaban algunos palomos, +moviendo sus blancas alas como si bogasen en un lago de intenso azul. Al +fatigarse, descendían al claustro, y agarrados a las barandillas, +emprendían un susurro que estremecía el religioso silencio como un +suspiro de amor. De vez en cuando se abrían las cancelas de la catedral, +esparciendo en el jardín y las Claverías una bocanada de aire cargada de +incienso, de rugidos de órgano y voces graves que cantaban palabras +latinas prolongando solemnemente las sílabas.</p> + +<p>Gabriel miraba el jardín, orlado por las arcadas de piedra blanca y sus +rudos contrafuertes de berroqueña obscura, en cuya cúspide dejaban las +lluvias una florescencia de hongos como botones de terciopelo negruzco. +Descendía el sol a un ángulo del jardín, y el resto quedaba en una +claridad verdosa, de penumbra conventual. La torre de las campanas +ocultaba un pedazo de cielo, ostentando sobre sus flancos rojizos, +ornados de junquillos góticos y contrafuertes salientes, las fajas de +mármol negro con cabezas de misteriosos personajes y escudos de armas de +los diversos arzobispos que intervinieron en su construcción. En lo +alto, cerca de los pináculos de piedra blanquísima, mostrábanse las +campanas tras de enormes rejas, como pájaros de bronce en jaulas de +hierro.</p> + +<p>Tres campanadas graves, anunciando que la misa mayor estaba en su +momento más solemne, retumbaron en toda la catedral. Tembló la montaña +de piedra, transmitiéndose la vibración por naves, galerías y arcadas +hasta los profundos cimientos.</p> + +<p>Después, otra vez el silencio, que parecía más imponente, más profundo, +tras los truenos del bronce. Volvía a oírse el susurro de los palomos, y +abajo, en el jardín, piaban unos pájaros, como enardecidos por el rayo +de sol que reanimaba la verdosa penumbra.</p> + +<p>Gabriel sentíase conmovido. Se apoderaba de él la dulce embriaguez del +silencio, de la calma absoluta: la felicidad del no ser. Más allá de +aquellos muros estaba el mundo; pero no se le veía, no se le sentía; +parábase respetuoso y aburrido ante aquel monumento del pasado, hermosa +sepultura en cuyo interior nada excitaba su curiosidad. ¿Quién podía +suponer que él estaba allí...? Aquella verruga de siete siglos, formada +por poderes políticos que murieron y por una fe agonizante, sería su +último refugio. En plena época de descreimiento, la iglesia le serviría +de lugar de asilo, como a los grandes criminales de la Edad Media, que +desde lo alto del claustro se burlaban de la justicia, detenida en la +puerta como los mendigos. Allí dejaría que se consumara en el silencio y +la calma la lenta ruina de su cuerpo. Allí moriría, con la dulce +satisfacción de haber perecido para el mundo mucho tiempo antes. Por fin +realizaba el deseo de acabar sus días en un rincón de la soñolienta +catedral española, única esperanza que le sonreía cuando caminaba a pie +por las carreteras de Europa, ocultándose del guardia civil o del +gendarme, y pasaba las noches en un foso, apelotonado, con la barba en +las rodillas, creyendo morir de frío.</p> + +<p>Coger la catedral como el náufrago agarra un resto del buque, próximo ya +a ahogarse: ésta era su esperanza, y acababa de realizarla. La iglesia +le acogía como una madre vieja y adusta que no sonríe, pero abre los +brazos.</p> + +<p>—Por fin.... Por fin...—murmuró Luna.</p> + +<p>Y sonrió pensando en aquel mundo de persecuciones y dolores que +abandonaba como en un lugar remoto, situado en otro planeta, al que +jamás había de volver. La catedral le guardaba para siempre.</p> + +<p>En el silencio profundo del claustro, al que no llegaban los ruidos de +la calle, el <i>compañero</i> Luna creyó oír, lejano, muy lejano, el chillón +sonido de las cornetas, y después un sordo redoble de tambores. Entonces +se acordó del Alcázar de Toledo, que parece dominar desde su altura a la +catedral, intimándola con la pesada mole de sus torres. Eran las +cornetas de la Academia Militar.</p> + +<p>A Gabriel le hicieron daño estos sonidos. Había perdido de vista el +mundo, y cuando se creía lejos, muy lejos de él, sentía su presencia, un +poco más allá de los tejados del templo.</p> + + + +<hr style="width: 65%;" /> +<h2><a name="II" id="II"></a>II</h2> + +<p>Desde los tiempos del segundo cardenal de Borbón, era el señor Esteban +Luna jardinero de la catedral, por derecho que parecía vinculado en su +familia. ¿Cuál fue el primer Luna que entró al servicio de la Santa +Iglesia Primada? El jardinero, al hacerse esta pregunta, sonreía +satisfecho, y sus ojos miraban a lo infinito, como queriendo abarcar la +inmensidad del tiempo. Los Luna eran tan antiguos como los cimientos de +la iglesia. Habían ido naciendo las diversas generaciones en los +aposentos del claustro alto, y cuando el ilustre Cisneros aún no había +construido las Claverías, los Luna vivían en las casas inmediatas, como +si no pudiesen existir fuera de la sombra de la Primada. A nadie +pertenecía la catedral con mejor derecho que a ellos. Pasaban los +canónigos, los beneficiados y los arzobispos; ganaban la plaza, morían, +y otro al puesto; era un desfile de caras nuevas, de señores que venían +de todos los rincones de España a sentarse en el coro para morir años +después, dejando la vacante a otros advenedizos; y los Luna siempre en +su puesto, como si la antigua familia fuese una pilastra más de las +muchas que sostienen el templo. Podría ser que el arzobispo que un día +se llamaba don Bernardo, se llamase al año siguiente don Gaspar y al +otro don Fernando; lo imposible e inverosímil era que la catedral +pudiese existir sin tener algún Luna en el jardín, en la sacristía o en +el crucero, acostumbrada durante tantos siglos a sus servicios.</p> + +<p>El jardinero hablaba con orgullo de su estirpe: de su noble y +desgraciado pariente el condestable don Álvaro enterrado como un rey en +su capilla detrás del altar mayor; del papa Benedicto XIII, altivo y +tozudo como todos los de la familia; de don Pedro de Luna, V de su +nombre en la silla arzobispal de Toledo, y de otros parientes no menos +ilustres.</p> + +<p>—Todos somos del mismo tronco—decía con orgullo—. Todos vinimos a la +conquista de Toledo con el buen rey Alfonso VI. Sólo que unos Luna le +tomaron gusto a matar moros, y fueron señores y conquistaron castillos, +y otros, mis abuelos, quedaron al servicio de la catedral, como +fervorosos cristianos que eran.</p> + +<p>Con la satisfacción de un duque que cuenta sus ascendientes, el señor +Esteban remontaba la cadena de los Luna hasta titubear y perderse en +pleno siglo XV. Su padre había conocido a don Francisco III Lorenzana, +el príncipe de la Iglesia fastuoso y pródigo, que gastaba las cuantiosas +rentas del arzobispado construyendo palacios y editando libros, como un +gran señor del Renacimiento. Había conocido también al primer cardenal +de Borbón, don Luis II, y contaba la vida novelesca de este infante. +Hermano del rey Carlos III, la costumbre que dedicaba a la Iglesia a los +ilustres segundones le había hecho cardenal a la edad de nueve años. +Pero a aquel buen señor, retratado en la Sala Capitular con peluca +blanca, labios pintados y ojos azules, le llamaban más los goces del +mundo que las grandezas de la Iglesia, y abandonó el arzobispado para +casarse con una dama de modesta estirpe, riñendo para siempre con el +monarca, que lo envió al destierro. Y el viejo Luna, saltando de abuelo +en abuelo a través de los siglos, recordaba al archiduque Alberto, que +renunció la mitra toledana para ir a gobernar los Países Bajos, y al +magnífico cardenal Tavera, protector de las artes; todos príncipes +excelentes, que habían tratado con cariño a la familia, reconociendo su +secular adhesión a la Santa Iglesia Primada.</p> + +<p>Los tiempos de la juventud fueron malos para el señor Esteban. Eran los +de la guerra de la Independencia. Los franceses ocupaban Toledo y +entraban en la catedral como paganos, arrastrando el sable en plena misa +mayor, para curiosear hasta por los últimos rincones. Las alhajas +estaban escondidas; los canónigos y los beneficiados, que entonces se +llamaban racioneros, vivían desperdigados por la península. Unos se +habían refugiado en las plazas todavía españolas; otros estaban ocultos +en los pueblos, haciendo votos por que pronto volviese el Deseado. El +coro daba lástima con las escasas voces de los tímidos y los comodones +que, pegados al asiento y no pudiendo vivir lejos de él, habían +reconocido al rey intruso. El segundo cardenal de Borbón, el dulce e +insignificante don Luis María, estaba en Cádiz, de regente del reino. +Era el único de la familia que quedaba en España, y las Cortes habían +echado mano de él para dar cierto tinte dinástico a su autoridad +revolucionaria.</p> + +<p>Cuando al terminar la guerra volvió a su sede el pobre cardenal, el +señor Esteban se enterneció viendo su rostro de niño triste, rematado +por una cabeza de redonda e insignificante pequeñez. Venía desalentado y +cariacontecido, después de recibir en Madrid a su sobrino Fernando VII. +Sus compañeros de regencia estaban en la cárcel o en el destierro; y sí +él no sufrió igual suerte, era por su mitra y su apellido. El infeliz +prelado creía haber hecho una gran cosa sosteniendo los intereses de su +familia durante la guerra, y se veía acusado de liberal, de enemigo de +la religión y del trono, sin que pudiese adivinar en qué había +conspirado contra ellos. El pobre cardenal de Borbón languideció de +tristeza en su palacio, dedicando sus rentas a hacer obras en la +catedral, hasta que murió al iniciarse la reacción de 1832, dejando el +sitio a Inguanzo, el tribuno del absolutismo, un prelado con patillas +entrecanas, que había hecho su carrera en las Cortes de Cádiz atacando +como diputado toda reforma y abogando por el retroceso a los tiempos de +los Austrias, medio seguro para salvar al país.</p> + +<p>El buen jardinero saludaba con igual entusiasmo al cárdena borbónico +odiado de los reyes, que al prelado con patillas que hacía temblar a +toda la diócesis con su genio acre y desabrido y sus arrogancias de +revolucionario absolutista. Para él, quien llegaba a la silla de Toledo +era un hombre perfecto, cuyos actos no se podían discutir, y hacía oídos +sordos a las murmuraciones de canónigos y beneficiados, los cuales, +fumando un cigarrillo en el cenador de su jardín, hablaban-de las +genialidades de aquel señor de Inguanzo, indignado contra el gobierno de +Fernando VII porque no era bastante «neto» y por miedo a los extranjeros +no osaba restablecer el saludable Tribunal de la Inquisición.</p> + +<p>Lo único que entristecía al jardinero era contemplar la decadencia de su +querida catedral. Las rentas del arzobispado y las del cabildo habían +sufrido gran merma con la guerra. Había ocurrido lo que en las +inundaciones, que, al retirarse, arrastran árboles y casas, dejando el +terreno yermo y desabitado. La Primada perdía muchos de sus derechos; +los arrendatarios se hacían dueños valiéndose de los apuros del Estado; +los pueblos se negaban a pagar sus servidumbres feudales, como si el +hábito de defenderse y hacer la guerra les librase para siempre del +vasallaje. Además, las empecatadas Cortes, decretando la abolición de +los señoríos, habían cercenado las cuantiosas rentas de la catedral, +adquiridas en los siglos en que los arzobispos de Toledo se calaban el +casco y andaban con los moros a golpes de mandoble.</p> + +<p>Aun así, le restaba una fortuna considerable a la Iglesia Primada, y +mantenía su esplendor como si nada hubiese ocurrido; pero el señor +Esteban husmeaba el peligro desde el fondo de su jardín, enterándose por +los canónigos de las conspiraciones liberales y de los fusilamientos, +horcas y destierros a que tenía que apelar el señor rey don Fernando +para contener la audacia de los «negros», enemigos de la monarquía y la +Iglesia.</p> + +<p>—Han probado el dulce—decía—, y volverán, ¡vaya si volverán!, así que +les dejen. Durante la guerra nos dieron el primer mordisco, quitando a +la catedral más de la mitad de lo suyo, y ahora nos robarán el resto, si +es que logran coger la sartén del mango.</p> + +<p>El jardinero se indignaba ante la posibilidad de que esto ocurriera. +¡Ay! ¡Y para esto habían peleado con los moros tantos señores arzobispos +de Toledo, conquistando villas, asaltando castillos y acotando dehesas, +que pasaban a ser propiedad de la catedral, contribuyendo al mayor +esplendor del culto a Dios! ¡Y para caer en las manos puercas de los +enemigos de todo lo santo habían testado tantos fieles en la hora de la +muerte, reinas, magnates y simples particulares, dejando lo más sano de +su fortuna a la Santa Iglesia Primada, con el deseo de salvar su +alma...! ¿Qué iba a ser de las seiscientas personas, entre grandes y +chicos, clérigos y seglares, dignidades y simples empleados, qué comían +de las rentas de la catedral...? ¿Y a eso llamaban libertad? ¿A robar lo +que no era suyo, dejando en la miseria a un sinnúmero de familias que se +mantenían de la «olla grande» del cabildo?</p> + +<p>Cuando los tristes presentimientos del jardinero comenzaron a cumplirse +y Mendizábal decretó la desamortización, el señor Esteban creyó morir de +rabia. El cardenal Inguanzo procedió mejor que él. Arrinconado en su +palacio por los liberales, como su antecesor lo había sido por los +absolutistas, tomó el partido de morirse, para no presenciar tantos +atentados contra la fortuna sagrada de la iglesia. El señor Luna, que +por ser simple jardinero no podía imitar al cardenal, siguió viviendo; +pero todos los días tomaba un disgusto al saber que, por cantidades +irrisorias, algunos moderados de los que no faltaban a la misa mayor +iban adquiriendo hoy una casa, mañana un cigarral, al otro una dehesa, +fincas todas pertenecientes a la Primada que habían pasado a figurar en +los llamados bienes nacionales. ¡Ladrones! Al señor Esteban le causaba +igual indignación esta subasta lenta, que desgarraba en piezas la +fortuna de la catedral, que si viera a los alguaciles entrar en su casa +de las Claverías para llevarse los muebles de la familia, cada uno de +los cuales guardaba el recuerdo de un ascendiente.</p> + +<p>Hubo momentos en que pensó abandonar el jardín, marchando al Maestrazgo +o a las provincias del Norte en busca de los leales que defendían los +derechos de Carlos V y la vuelta a los antiguos tiempos. Tenía entonces +cuarenta años; sentíase ágil y fuerte, y aunque su humor era pacífico y +nunca había tocado un fusil, le animaba el ejemplo de algunos +estudiantes tímidos y piadosos que se habían fugado del Seminario, y, +según se decía, peleaban en Cataluña tras la capa roja de don Ramón +Cabrera. Pero el jardinero, para no estar solo en su, gran habitación de +las Claverías, se había casado tres años antes con la hija del sacristán +y tenía un hijo. Además, no podía despegarse de la iglesia. Era un +sillar más de la montaña de piedra; se movía y hablaba como un hombre, +pero tenía la seguridad de perecer apenas saliese de su jardín. La +catedral perdería algo importante si le faltaba un Luna, después de +tantos siglos de fiel servicio, y a él le asustaba la posibilidad de +vivir fuera de ella. ¿Cómo había de ir por los montes disparando tiros, +si para él transcurrían los años sin pisar otro suelo «profano» que el +pedazo de calle entre la escalera de las Claverías y la puerta del +Mollete?</p> + +<p>Siguió cultivando su jardín, con la melancólica satisfacción de +considerarse a cubierto de los males revolucionarios al abrigo de aquel +coloso de piedra que imponía respeto con su majestuosa vetustez. +Podrían cercenar la fortuna del templo, pero serían impotentes contra la +fe cristiana de los que vivían a su amparo.</p> + +<p>El jardín, insensible y sordo a las tempestades revolucionarias que +descargaban sobre la iglesia, seguía desarrollando entre las arcadas su +belleza sombría. Los laureles crecían rectos hasta llegar a las +barandillas del claustro alto; los cipreses agitaban sus copas como si +quisieran escalar los tejados; las plantas trepadoras se enredaban en +las verjas del claustro formando tupidas celosías de verdura, y la +hiedra tapizaba el cenador central, rematado por una montera de negra +pizarra con cruz de hierro enmohecido. En el interior de éste, los +clérigos, al terminar el coro de la tarde, leían, a la verdosa claridad +que se filtraba entre el follaje, los periódicos del campo carlista o +comentaban entusiasmados las hazañas de Cabrera, mientras que en lo +alto, indiferentes para las insignificancias humanas, revoloteaban las +golondrinas en caprichosa contradanza, lanzando silbidos como si rayasen +con su pico el cristal del cielo. El señor Esteban asistía silencioso y +de pie a este club vespertino, que traía recelosos a los de la Milicia +Nacional de Toledo.</p> + +<p>Terminó la guerra y se desvanecieron las últimas ilusiones del +jardinero. Cayó en un mutismo de desesperado: no quería saber nada de +fuera de la catedral. Dios había abandonado a los buenos; los traidores +y los malos eran los más. Lo único que le consolaba era la fortaleza del +templo, que llevaba largos siglos de vida y aún podría desafiar a los +enemigos durante muchos más.</p> + +<p>Sólo quería ser jardinero, morir en el claustro alto, como sus abuelos, +y dejar nuevos Luna que perpetuasen los servicios de la familia en la +catedral. Su hijo mayor, Tomás, tenía doce años y le ayudaba en el +cuidado del jardín. Con un intervalo de algunos años había tenido otro, +Esteban, que apenas sabía andar y ya se arrodillaba ante las imágenes de +la habitación, llorando para que su madre le bajase a la iglesia a ver +los santos.</p> + +<p>La pobreza entraba en el templo; reducíase el número de canónigos y +racioneros. Al morir los empleados anulábanse las plazas, y eran +despedidos los carpinteros, los albañiles, los vidrieros, que antes +vivían en la Primada como obreros adheridos a ella, trabajando +continuamente en su reparación. Si de tarde en tarde era indispensable +verificar un trabajo, se llamaban jornaleros de fuera. En las Claverías +se desocupaban muchas habitaciones; un silencio de cementerio reinaba +allí donde antes se aglomeraba todo un pueblo falto de espacio. El +<i>gobierno de Madrid</i>—había que ver con qué expresión de desprecio +subrayaba el jardinero estas palabras—andaba en tratos con el Santo +Padre para arreglar una cosa que llamaban Concordato. Se limitaba el +número de los canónigos, como si la Iglesia Primada fuese una colegiata +cualquiera. Se les pagaba por el Gobierno, lo mismo que a los +empleadillos, y para el sostenimiento y culto de la más famosa de las +catedrales españolas, que cuando cobraba el diezmo no sabía dónde +encerrar tantas riquezas, se destinaban mil doscientas pesetas +mensuales.</p> + +<p>—¡Mil doscientas pesetas, Tomás!—decía a su hijo, un chicarrón +silencioso a quien no interesaba gran cosa lo que no fuese su jardín—. +¡Mil doscientas pesetas, cuando yo he conocido a la catedral con más de +seis millones de renta! ¿Para qué hay con eso? Malos tiempos nos +esperan, y si yo fuese otro, os dedicaría a un oficio, a cualquier cosa, +fuera de la Primada. Pero los Luna no pueden desertar, como tantos +pillos que han traicionado la causa de Dios. Aquí hemos nacido y aquí +hemos de morir hasta el último de la familia.</p> + +<p>Y enfurecido contra los clérigos de la catedral, que parecían acoger con +buen gusto el Concordato y sus sueldos, satisfechos de salir bien +librados de la tormenta revolucionaria, se aislaba en el jardín, +cerrando la puerta de la verja y rehuyendo las tertulias de otros +tiempos.</p> + +<p>Aquel pequeño mundo vegetal no cambiaba. Su sombra verdosa era semejante +al crepúsculo que envolvía el alma del jardinero. No era la alegría +ruidosa, desbordante de colores y susurros, del huerto al aire libre +inundado de sol; tenía la melancólica belleza del jardín monacal entre +cuatro paredes, sin más luz que la que desciende a lo largo de los +aleros y las arcadas, ni otras aves que las que revolotean en lo alto +mirando con asombro un paraíso en el fondo de un pozo. La vegetación era +la misma da los paisajes griegos: laureles, cipreses y rosales, como en +los idilios de los poetas helénicos. Pero las ojivas que lo cerraban, +los andenes pavimentados con grandes losas berroqueñas, en cuyos +intersticios crecía la hierba en festones, la cruz del cenador central, +el olor mohoso del hierro viejo de las verjas y la humedad de la piedra +de los contrafuertes cubiertos por la verde capa de las lluvias, daban +al jardín un ambiente de vetustez cristiana. Los árboles se agitaban al +viento como incensarios; las flores, de color pálido, lánguidas, con +anémica hermosura, olían a incienso, como si las bocanadas de aire de la +catedral con que las impregnaban las cercanas puertas transformasen sus +naturales perfumes. El agua de las lluvias, cayendo por las gárgolas y +canalones de los tejados, dormía en dos profundas albercas de piedra. El +cubo del jardinero rompía un instante la capa verdosa de su superficie, +dejando ver el azul negruzco de las grandes profundidades; pero apenas +extinguidos los círculos excéntricos de la inmersión, volvían a +aproximarse y a confundirse las verdes lentejas, y otra vez desaparecía +el agua bajo su mortaja vegetal, sin un estremecimiento, sin un susurro, +muerta e inmóvil como el templo en el silencio de la tarde.</p> + +<p>En la fiesta del Corpus y en la de la Virgen del Sagrario, a mediados de +agosto, la gente acudía con cántaros al jardín y el señor Esteban +permitía que los llenasen en las dos cisternas. Era una antigua +costumbre que apreciaban los viejos toledanos, haciéndose lenguas de la +frescura del agua de la catedral, condenados como estaban el resto del +año al líquido terroso del Tajo. Otras veces entraba la gente en el +jardín para proporcionar algunas ganancias al señor Esteban. Las devotas +le encargaban ramos para sus imágenes o compraban tiestos de flores, +creyéndolos preferibles a los de los cigarrales, por ser de la Iglesia +Primada. Las viejas pedían ramas de laurel para guisos y medicinas +caseras. Estos ingresos, unidos a las dos pesetas que el cabildo había +asignado al jardinero después de la fatal desamortización, servían al +señor Esteban para sacar la familia adelante. Próximo ya a la vejez +había tenido su tercer hijo, Gabriel, un pequeñuelo que a los cuatro +años llamaba la atención de las mujeres de las Claverías. Su madre +afirmaba con fe ciega que era el «vivo retrato» del Niño Jesús que +llevaba en brazos la Virgen del Sagrario. Su hermana Tomasa, casada con +el <i>Azul de la Virgen</i> y autora de una numerosa familia que ocupaba casi +la mitad del claustro alto, hacíase lenguas del talento de su sobrinillo +cuando apenas sabía hablar y de la unción infantil con que contemplaba +las imágenes.</p> + +<p>—Parece un santo—decía a sus amigas—. Hay que ver la seriedad con que +repite las oraciones.... Gabrielillo llegará a ser algo. ¡Quién sabe si +le veremos obispo! Monaguillos he conocido yo, cuando mi padre estaba +encargado de la sacristía, que ya usan mitra, y puede que algún día los +tengamos en Toledo.</p> + +<p>El coro de halagos y alabanzas rodeaba desde sus primeros años al niño +como una nube de incienso. La familia vivía para él. El señor Esteban, +padre al uso latino, que amaba a sus hijos pero se mostraba con ellos +sombrío y amenazador para que creciesen rectos, sentía ante el pequeño +un retoñamiento de juventud, y jugueteaba con él, prestándose sonriente +a todos sus caprichos. La madre abandonaba las faenas de la casa para no +contrariar a Gabriel, y los hermanos estaban pendientes de sus +balbuceos. El mayor, Tomás, mocetón silencioso que había reemplazado a +su padre en el cuidado del jardín e iba descalzo en pleno invierno por +los arriates y las ásperas losas de los andenes, subía con frecuencia +manojos de hierbas olorosas para que juguetease con ellas su hermanillo. +Esteban, el segundo, que tenía trece años y gozaba de cierto prestigio +entre los monaguillos de la catedral por la escrupulosidad con que +ayudaba las misas, asombraba a Gabriel con su sotana roja y el roquete +encañonado, y le ofrecía cabos de vela y estampitas de colores +sustraídas del breviario de algún canónigo.</p> + +<p>Algunas veces le entraba en brazos en el departamento de los gigantones, +una vasta sala entre los contrafuertes y los botareles de las naves, +atravesada por arbotantes de piedra. Allí estaban los héroes de las +antiguas fiestas: el Cid gigantesco, con su espadón, y las cuatro +parejas representando otras tantas partes del mundo, enormes figurones +con los vestidos apolillados y la cara resquebrajada que habían alegrado +las calles de Toledo, pudriéndose ahora en los tejados de la catedral. +En un rincón estaba la Tarasca, espantable monstruo de cartón que abría +sus fauces asustando a Gabriel, mientras sobre su lomo rugoso giraba +locamente una muñeca desmelenada e impúdica, que la religiosidad de +otros siglos había bautizado con el nombre de Ana Bolena.</p> + +<p>Cuando Gabriel fue a la escuela, todos se asombraron de sus progresos. +La chiquillería del claustro alto, que tanto enfadaba al <i>Vara de +plata</i>, sacerdote encargado de la dirección y buen orden de la tribu +establecida en los tejados de la catedral, admiraba al pequeño Gabriel +como un prodigio. Aún no sabía andar y ya leía de corrido. A los siete +años comenzó a rumiar el latín, dominándole rápidamente, como si en su +vida no hubiese hablado otra cosa; a los diez disputaba con los clérigos +que frecuentaban el jardín, los cuales se gozaban en oponerle objeciones +y dificultades.</p> + +<p>El señor Esteban, cada vez más encorvado y débil, sonreía satisfecho +ante su última obra. ¡Iba a ser la gloria de la casa! Se llamaba Luna, y +podía aspirar a todo sin miedo, pues hasta papas había en la familia.</p> + +<p>Los canónigos llevábanse al pequeño a la sacristía, antes del coro, +para hacerle preguntas sobre sus estudios. Un clérigo de las oficinas +del arzobispado lo presentó al cardenal, quien después de oírle le dio +un puñado de almendras y la esperanza de ocupar una beca para que +hiciese gratuitamente sus estudios en el Seminario.</p> + +<p>Los Luna y sus parientes más o menos cercanos, que formaban casi el +total de la población del claustro alto, se regocijaron con este +ofrecimiento. ¿Qué otra cosa podía ser Gabriel sino sacerdote? Para +aquellas gentes, pegadas desde que nacían al templo, cual excrecencias +de la piedra, y que consideraban a los arzobispos de Toledo los seres +más poderosos del mundo después del Papa, el único lugar digno de un +hombre de talento era la Iglesia.</p> + +<p>Gabriel fue al Seminario, y la familia creyó que las Claverías quedaban +desiertas. Con la marcha del estudiante acababan en casa de los Luna las +veladas, en las que el campanero, el pertiguero, los sacristanes y demás +empleados del templo escuchaban la voz clara y bien acentuada de +Gabriel, que les leía como un ángel, unas veces las vidas de los santos, +otras los periódicos católicos que llegaban de Madrid, y en ciertas +noches un <i>Quijote</i> con tapas de pergamino y ortografía anticuada, +venerable ejemplar que había pasado en la familia de generación en +generación.</p> + +<p>La vida de Gabriel en el Seminario fue la existencia monótona y vulgar +del estudiante laborioso: triunfos en las controversias teológicas, +premios a granel y el honor de ser presentado a los compañeros como +modelo. De vez en cuando, algún canónigo de los que explicaban en el +Seminario entraba en el jardín.</p> + +<p>—El muchacho marcha muy bien, Esteban. Es el primero en todo, y además, +callado y piadoso como un santo. Será el consuelo de su ancianidad.</p> + +<p>El jardinero, cada vez más extenuado y viejo, movía la cabeza. Él sólo +podría ver el término de la carrera de su hijo desde las alturas, si es +que Dios le llamaba a ellas. Moriría antes de su triunfo, pero no se +entristecía por esto; quedaba la familia para gozar de la victoria y dar +gracias al Señor por su bondad.</p> + +<p>Humanidades, teología, cánones, todo lo vencía aquel jovenzuelo con +extraordinaria ligereza que asombraba a sus maestros. Le comparaban en +el Seminario con los Padres de la Iglesia que habían llamado la atención +por su precocidad. Iba a acabar sus estudios muy pronto, y todos le +auguraban que Su Eminencia le daría una cátedra en el Seminario antes de +cantar misa. Su deseo de saber era insaciable. La biblioteca del +Seminario la trataba como cosa propia. Algunas tardes iba a la catedral +para perfeccionar sus estudios de música religiosa hablando con el +maestro de capilla y el organista. En el aula de oratoria sagrada dejaba +estupefactos al profesor y los alumnos por la fogosidad y la convicción +con que pronunciaba sus sermones.</p> + +<p>—Le llama el pulpito—decían en el jardín de la catedral—. Siente el +fuego de los apóstoles. Tal vez sea un San Bernardo o un Bossuet. ¡Quién +sabe adonde irá a parar ese muchacho...!</p> + +<p>Uno de los estudios que más apasionaban a Gabriel era el de la historia +de la catedral y de los príncipes eclesiásticos que la habían regido. +Surgía en él el amor vehemente de los Luna por aquella giganta que era +su eterna madre. Pero no la admiraba a ciegas; como todos los suyos: +quería saber el <i>por qué</i> y el <i>cómo</i> de las cosas; comprobar en los +libros las noticias vagas oídas a su padre con más carácter de leyenda +que de hechos históricos.</p> + +<p>Lo primero que llamaba su atención era la cronología de los arzobispos +de Toledo, una cadena de hombres famosos, santos, guerreros, escritores, +príncipes, todos con su cifra detrás del nombre, como los reyes en las +dinastías. Habían sido en ciertas épocas los verdaderos monarcas de +España. Los reyes godos en su corte no eran más que figuras decorativas, +a las que se ensalzaba o se deponía según las exigencias del momento. +La nación era una República teocrática, y el verdadero jefe el arzobispo +de Toledo.</p> + +<p>Gabriel dividía y agrupaba por caracteres la larga lista de prelados +famosos. Primeramente los santos, los propagandistas de la edad heroica +del cristianismo, los obispos pobres como sus diocesanos, descalzos, +fugitivos de la persecución romana y entregando al fin su cabeza al +verdugo con el afán de dar nuevo prestigio a la doctrina por el +sacrificio de la existencia: San Eugenio, Melando, Pelagio, Patruno y +otros nombres que brillaban en el pasado, rompiendo apenas las nieblas +de lo legendario. Luego venían los arzobispos de la época goda, los +prelados monarcas, que ejercían sobre los reyes conquistadores la +superioridad con que el poder espiritual acaba por dominar a la barbarie +conquistadora. El milagro les acompañaba para confundir a los arríanos +sus enemigos; el prodigio celeste estaba a sus órdenes para asombrar a +los rudos hombres de guerra, supeditándolos. El arzobispo Montano, que +vive con su mujer, indignado por la murmuración, pone carbones +encendidos entre sus vestiduras sagradas mientras dice la misa y no se +quema, demostrando con este milagro la pureza de su vida. San Ildefonso, +no contento con escribir libros contra los herejes, hace que se le +aparezca Santa Leocadia, dejando entre sus dedos un pedazo de manto, y +goza el honor de que la misma Virgen descienda del cielo para ponerle +una casulla bordada por sus manos. Sigiberto, años después, tiene la +audacia de vestirse esta casulla, y es depuesto, excomulgado y +desterrado por su temeridad. Los únicos libros que se producen en tal +época los escriben los prelados de Toledo. Ellos compilan las leyes, +ellos ungen con el óleo santo la cabeza de los monarcas, ellos +improvisan rey a Wamba, conspiran contra la vida de Égica, y los +concilios reunidos en la basílica de Santa Leocadia son asambleas +políticas, en las que la mitra está sobre el trono y la corona del rey a +los pies del prelado.</p> + +<p>Al sobrevenir la invasión sarracena se reanuda la serie de los +arzobispos perseguidos. No temen ya por su vida, como en los tiempos de +la intransigencia romana. Los musulmanes no dan martirio y respetan las +creencias de los vencidos. Todas las iglesias de Toledo siguen en poder +de los cristianos mozárabes, a excepción de la catedral, que se +convierte en mezquita mayor. Los obispos católicos son respetados por +los moros, lo mismo que los rabinos hebreos, pero la Iglesia es pobre, y +las continuas guerras entre sarracenos y cristianos, junto con las +represalias que sirven de contestación a la barbarie de la Reconquista, +dificultan la vida del culto. Gabriel, al llegar a este punto, soñaba +leyendo los nombres obscuros de Cixila, Elipando y Wistremiro. A éste le +llamaba San Eulogio «antorcha del Espíritu Santo y luz de España», pero +la Historia no decía nada de sus actos. A San Eulogio lo martirizan y +matan los moros en Córdoba por su excesivo entusiasmo religioso. Benito, +francés de nación, que le sucede en la silla, por no ser menos que sus +antecesores, hace que la Virgen le baje otra casulla en una iglesia de +su país antes de venir a Toledo.</p> + +<p>Tras éstos, surgían en la interesante cronología los arzobispos +guerreros; los prelados de cota de malla y hacha de dos filos; los +conquistadores, que, dejando el coro a los humildes, montaban en su +trotón de guerra y creían no servir a Dios si en el año no añadían +algunas aldeas y montes a los bienes de la Iglesia. Llegaban en el siglo +xi, con Alfonso VI, a la conquista de Toledo. Los primeros eran +franceses, monjes del famoso monasterio de Cluny, enviados por el abad +Hugo al convento de Sahagún, y que comenzaban a usar el Don como señal +de señorío. A la piadosa tolerancia de los anteriores obispos, +acostumbrados al trato con árabes y judíos en la amplia libertad del +culto mozárabe, sucedía la feroz intransigencia del cristiano +conquistador. El arzobispo don Bernardo, apenas se ve en la silla de +Toledo, aprovecha la ausencia de Alfonso VI para violar sus compromisos. +La mezquita mayor sigue en poder de los moros, por pacto solemne del +rey, tolerante en materias religiosas como todos los monarcas de la +Reconquista. El arzobispo se apodera de la voluntad de la reina, la hace +cómplice de sus planes, y una noche, seguido de clérigos y obreros, +derriba las puertas de la mezquita, la limpia, la purifica, y por la +mañana, cuando acuden los sarracenos a dirigir sus oraciones al sol +naciente, la encuentran convertida en catedral católica. Los vencidos, +seguros de la palabra dada por el vencedor, protestan escandalizados, y +si no se sublevan es por la intervención del alfaquí Abu-Walid, que +confía en que el rey cumplirá sus compromisos. Alfonso VI, en tres días, +viene sobre Toledo desde el fondo de Castilla, dispuesto a matar al +arzobispo y aun a su propia mujer por este atentado que pone en +entredicho su palabra de caballero; pero tan grande es su furia, que los +mismos árabes se conmueven; el alfaquí sale a su encuentro para rogarle +que respete lo hecho, ya que los perjudicados se conforman, y en nombre +de los vencidos le releva de cumplir su palabra, pues la posesión de un +edificio no es motivo bastante para que se altere la paz.</p> + +<p>Gabriel alababa al leer esto la prudencia y la tolerancia del buen moro +Abu-Walid; pero aún admiraba más, con entusiasmo de seminarista, a +aquellos prelados fieros, intransigentes y batalladores, que +atrepellaban leyes y pueblos para mayor gloria de Dios.</p> + +<p>El arzobispo don Martín es capitán general contra los moros de +Andalucía, conquista villas y acompaña a Alfonso VIII en la batalla de +Alarcos. El famoso prelado don Rodrigo escribe la crónica de España, +llenándola de prodigios para mayor prosperidad de la Iglesia, y hace +historia prácticamente, pasando más tiempo sobre su caballo de guerra +que en su silla del coro. En la batalla de las Navas da el ejemplo +metiéndose en lo más recio de la pelea, por lo que el rey, después de la +victoria, le da el señorío de veinte lugares y el de Talavera de la +Reina. Luego, en ausencia del monarca, el belicoso arzobispo echa a los +moros de Quesada y de Cazorla y se apodera de vastos territorios, que +pasan a ser señorío suyo con el título de <i>Adelantamiento</i>. Don Sancho, +hijo de don Jaime de Aragón y hermano de la reina de Castilla, estima en +más su título de caudillo que la mitra de Toledo, y al ver que los moros +avanzan, sale a su encuentro en los campos de Marios, se mete en lo más +fuerte del combate y cae muerto por la morisma, que le corta las manos y +pone su cabeza en una pica.</p> + +<p>Don Gil de Albornoz, el famoso cardenal, marcha a Italia, huyendo de don +Pedro el Cruel, y, como experto capitán, reconquista todo el territorio +de los papas refugiados en Aviñón; don Gutierre III va con don Juan II a +batallar con los moros; don Alfonso de Acuña pelea en las revueltas +civiles durante el reinado de Enrique IV; y como digno final de esta +serie de prelados políticos y conquistadores, ricos y poderosos como +verdaderos príncipes, surgen el cardenal Mendoza, que guerrea en la +batalla de Toro y en la conquista de Granada, gobernando después el +reino, y Jiménez de Cisneros, que, no encontrando en, la Península moros +a quienes combatir, pasa el mar y va a Orán, tremolando la cruz, +convertida en arma de guerra.</p> + +<p>El seminarista admiraba a estos hombres, agigantados por la nebulosidad +de la historia antigua y las alabanzas de la Iglesia. Para él, eran los +seres más grandes del mundo después de los papas, y aun alguna vez +superiores a éstos. Se asombraba de que en los tiempos presentes fuesen +tan ciegos los españoles que no confiaran su dirección y gobierno a los +arzobispos de Toledo, que en otros siglos tantas cosas heroicas habían +realizado. La gloria y el desarrollo de la patria iban íntimamente +unidos a su historia. Su dinastía valía casi tanto como la de los reyes, +y en más de una ocasión habían salvado a éstos con sus consejos y su +energía.</p> + +<p>Detrás de las águilas venían las aves de corral. Después de los prelados +de morrión de hierro y cota de malla desfilaban los prelados ricos y +fastuosos, que no reñían otros combates que los de los pleitos, +litigando con villas, gremios y particulares, para mantener la inmensa +fortuna amasada por sus antecesores. Los que eran generosos como Tavera +levantaban palacios y protegían al Greco, a Berruguete y otros artistas, +creando en Toledo un Renacimiento, eco del de Italia; los avarientos +como Quiroga reducían los gastos de la fastuosa iglesia para convertirse +en prestamistas de los reyes, dando millones de ducados a aquellos +monarcas austriacos en cuyos inmensos dominios no se ponía el sol, pero +que se veían obligados a mendigar apenas retrasaban su viaje los +galeones de América.</p> + +<p>La catedral era obra de sus príncipes eclesiásticos. Todos habían puesto +en ella algo que revelaba su carácter. Los más rudos y guerreadores, el +armazón, la montaña de piedra y el bosque de madera que formaban su +osamenta; los más cultos, elevados a la sede en época de refinamiento, +las verjas de menuda labor, las portadas de pétreo encaje, los cuadros, +las joyas que convertían en tesoro su sacristía. La gestación de la +giganta había durado cerca de tres siglos. Era como los animales enormes +de la época prehistórica, durmiendo largos años en el vientre materno +antes de salir a luz.</p> + +<p>Cuando sus pilastras y muros surgieron del suelo, el arte gótico aún +estaba en su primera época. En los dos siglos y medio que duró su +construcción, la arquitectura hizo grandes adelantos. Esta lenta +transformación la seguía Gabriel con la vista al visitar la catedral, +encontrando el rastro de sus evoluciones. El grandioso templo era un +gigante calzado con zapatos toscos y cubierta la cabeza de deslumbrantes +penachos. Las bases de las pilastras eran groseras, sin adorno alguno. +Subían los haces de columnas con rígida sencillez, marcando el arranque +de los arcos con capiteles simples, en los cuales el cardo gótico aún no +tiene la exuberante frondosidad del período florido. Pero en las +bóvedas, allí donde la catedral estaba al término de su gestación, o sea +dos siglos después de comenzada la obra, los ventanales, con sus ojivas +multicolores, muestran la magnificencia de un arte en su período +culminante.</p> + +<p>En los dos extremos del crucero encontraba Gabriel la prueba de los +grandes progresos realizados durante los centenares de años que necesitó +la catedral para elevarse sobre el suelo. La puerta del Reloj, llamada +también de la Feria, con sus rudas esculturas de hierática rigidez y el +tímpano cubierto de compactas escenas de la Creación, contrastaba con la +puerta del otro extremo del crucero, la de los Leones, o, por otro +nombre, de la Alegría, construida doscientos años después, risueña y +majestuosa a la par como la entrada de un palacio y revelando ya las +carnales audacias del Renacimiento, que pugnaba por aposentarse entre +las rigideces de la arquitectura cristiana. Una sirena desnuda, fija a +la puerta por su cola enroscada, sirve de llamador.</p> + +<p>La catedral, labrada toda en piedra blanca y lechosa de las canteras +inmediatas a Toledo, se remonta de un solo esfuerzo desde las bases de +las pilastras hasta las bóvedas, sin <i>triforiums</i> que corten las arcadas +y achaten y hagan pesadas sus naves con ojivas superpuestas. Gabriel +veía en ella la dulce oración petrificada subiendo recta al cielo, sin +sostenes ni apoyos. La piedra blanda servía para las labores +arquitectónicas; otra piedra más blanda aún formaba las bóvedas. En el +exterior, los contrafuertes y botareles, así como los arbotantes que +como puentes se extienden entre ellos, son de piedra berroqueña +durísima, formando un caparazón dorado, obscurecido por los siglos, que +protege y sustenta las aéreas delicadezas del interior. Las dos clases +de piedra marcan el aspecto de la catedral: obscura y rojiza por fuera, +blanca y lechosa por dentro.</p> + +<p>En ella encontraba el seminarista muestras de todas las arquitecturas +que han florecido en la Península. El gótico primitivo y rudo lo veía +Gabriel en las primeras portadas; el florido en la del Perdón y la de +los Leones; la arquitectura árabe extiende sus graciosos arcos de +herradura en el <i>triforium</i> que corre por todo el ábside tras el altar +mayor, siendo obra de Cisneros, que quemaba los libros de los musulmanes +y restablecía su estilo arquitectónico en pleno templo cristiano. El +estilo plateresco mostraba su gracia juguetona en la portada del +claustro, y hasta el arte churrigueresco tenía la mayor de sus muestras +en el famoso transparente de Tomé, que rompe la bóveda detrás del altar +mayor para dar luz al ábside.</p> + +<p>En las tardes de asueto, Gabriel abandonaba el Seminario, vagando por la +catedral hasta la hora en que se cerraban sus puertas. Le gustaba pasear +por las naves, detrás del altar mayor, el sitio más obscuro y silencioso +del templo. Allí dormía gran parte de la historia de España. Tras la +cerrada puerta de la capilla de los Reyes, guardada por dos heraldos de +piedra puestos en jarras, estaban los monarcas de Castilla en sus tumbas +coronadas por estatuas de armadura de oro haciendo oración con la espada +al cinto. Se detenía ante la capilla de Santiago, mirando a través de +las verjas de sus tres arcos ojivales. En el fondo, el santo de las +leyendas, vestido de peregrino, con la cuchilla en alto, atrepellaba con +su caballo a la morisma. Grandes conchas y escudos rojos con una luna de +plata adornaban los muros blancos, subiendo hasta la bóveda. Esta +capilla la miraba su padre el jardinero como cosa propia. Era la de los +Luna, y aunque alguien hiciese burla del parentesco, allí estaban sus +ilustres ascendientes don Álvaro y su mujer, en tumbas monumentales. La +de doña Juana Pimentel tenía arrodillados en sus ángulos a cuatro +frailes de mármol amarillento, que contemplaban a la noble señora +tendida en la parte alta del monumento. La del infeliz condestable de +Castilla estaba escoltada por cuatro caballeros santiaguistas envueltos +en el manto de la orden, que parecían velar a su Gran Maestre, enterrado +sin cabeza en la caja de piedra orlada de góticos junquillos. Gabriel +recordaba lo que había oído contar a su padre de la estatua yacente de +don Álvaro. En otros tiempos era de bronce, y cuando decían misa en la +capilla, al llegar el instante del ofertorio, la estatua, por ocultos +resortes, incorporábase, quedando de rodillas hasta que terminaba la +ceremonia. Unos decían que la Reina Católica había hecho desaparecer +este artificio teatral que turbaba la devoción de los fieles; otros, que +eran soldados enemigos del condestable los que en un día de asonada +rompieron en piezas la articulada estatua. En el exterior del templo, la +capilla de los Luna alzaba sus torreones almenados, formando una +fortaleza aislada dentro de la catedral.</p> + +<p>El seminarista, a pesar de que su familia consideraba la capilla como +suya, sentíase más atraído por la inmediata de San Ildefonso, que +guardaba la tumba del cardenal Albornoz. De todo el pasado de la +catedral, lo que más excitaba su admiración era la figura novelesca de +aquel prelado guerrero, amante de las letras, español por nacimiento e +italiano por sus conquistas. Dormía en un rico sepulcro de mármol, +brillante y pulido por los años, con un color suave de caramelo. La mano +invisible de los siglos había frotado el rostro de la estatua yacente, +aplastando la nariz y dando al belicoso cardenal una expresión de +ferocidad mongólica. Cuatro leones velaban los restos del prelado. Todo +en él era extraordinario y aventurero: hasta la muerte. Su cadáver había +sido conducido desde Italia a España, entre rezos y cánticos, llevado en +hombros por poblaciones enteras que salían al camino para ganar las +indulgencias concedidas por el Papa. Este regreso a la patria después de +muerto había durado muchos meses, yendo el buen cardenal a jornadas +cortas, de iglesia en iglesia, precedido por un cuadro de Cristo, que +adornaba ahora su capilla, y esparciendo sobre las multitudes +arrodilladas los olores de su embalsamamiento. Para don Gil de Albornoz +no había nada imposible. Era la espada del apóstol que volvía al mundo +para imponer la fe. Huyendo de don Pedro el Cruel, se había refugiado en +Aviñón, donde vivían otros desterrados más ilustres. Allí estaban los +papas arrojados de Roma por un pueblo que, en su pesadilla mediévica, +soñaba con restaurar, a la voz de Rienzi, la antigua República de los +Cónsules. Don Gil no era hombre para vivir en la risueña corte +provenzal. Llevaba la cota de malla bajo la capa, como buen arzobispo de +Toledo, y a falta de moros quiso matar herejes. Partió a Italia como +caudillo de la Iglesia; los aventureros de Europa y los bandidos del +país formaron su ejército: mató e incendió en los campos, entró a saco +en las ciudades a nombre de su señor el Pontífice, y al poco tiempo los +desterrados de Aviñón podían ocupar de nuevo su trono de Roma. El +cardenal español, después de estas campañas que devolvían media Italia +al Papado, era rico como un rey y fundaba en Bolonia el famoso Colegio +Español. El Papa, conociendo sus rapiñas, quiso pedirle cuentas, y el +altivo don Gil presentó un carro cargado de llaves y cerrojos.</p> + +<p>—Son—dijo con fiereza—de las ciudades y castillos que gané para el +Papado. He ahí mis cuentas.</p> + +<p>El irresistible encanto que el hombre de guerra ejerce sobre el débil +sentíalo el seminarista ante el cardenal Albornoz, aumentándose aún con +la consideración de que tanta bravura y altivez se habían juntado en un +servidor de la Iglesia. ¿Por qué no resucitaban hombres como éste en la +presente época de impiedad, para el renacimiento del catolicismo...?</p> + +<p>Gabriel, en sus paseos por la catedral, admiraba la verja del altar +mayor, maravillosa obra de Villalpando, con sus follajes de oro viejo y +sus barrotes negruzcos con manchas de estaño. Estas manchas hacían +afirmar a los mendigos y guías del templo que la verja era de plata, +sólo que los señores canónigos la habían pintado de negro para evitar +que la robasen los soldados de Napoleón. Detrás de ella lucía el retablo +del altar mayor su majestuosa fábrica de un dorado suave y viejo: todo +un mundo de figuras representando, bajo calados doseletes, las diversas +escenas del drama de la Pasión. Entre el retablo y la verja, el oro +parecía chorrear, resbalando por las blancas paredes, marcando con +líneas deslumbrantes las junturas de los sillares. Bajo ojivas dentadas, +estaban los sepulcros de los reyes más antiguos de Castilla y el del +gran cardenal Mendoza.</p> + +<p>En los remates de la crestería, una orquesta muda de ángeles góticos, de +rígida dalmática y plegadas alas, tañían laúdes, tiorbas y flautas. En +la parte central de las pilastras confundíanse con las imágenes de los +santos obispos las estatuas de personajes históricos y legendarios. A un +lado, el buen alfaquí Abu-Walid, inmortalizado en un templo cristiano +por su espíritu tolerante. En el lado opuesto, el misterioso pastor de +las Navas que enseñó a los cristianos el camino de la victoria, +desapareciendo después como un enviado divino: imagen de mísero villano, +con el rostro achatado cubierto por un grosero capuchón. A ambos +costados de la verja, como testimonio de la pasada opulencia del templo, +los dos pulpitos de ricos mármoles y bronce cincelado.</p> + +<p>Gabriel echaba una mirada al coro, admirando su sillería portentosa +ocupada por los canónigos, y pensaba con entusiasmo que tal vez lograse +algún día sentarse en ella, con gran orgullo de su familia. En su vagar +por el templo, deteníase más allá, ante la enorme imagen de San +Cristóbal: una pintura al fresco tan mala como imponente; un monigote +que ocupaba todo un lienzo del muro, desde el zócalo hasta la cornisa, y +que por su tamaño parece el único habitante digno de la catedral. Los +cadetes venían por la tarde a contemplarlo, siendo para ellos lo más +notable de la Primada aquel coloso de carnes sonrosadas que, con el niño +al hombro, adelantaba sus piernas angulosas, apoyándose en una palmera +que parecía una escoba. La alegre juventud militar divertíase midiendo +los tobillos con el sable y calculando después cuántos «sables» de +altura alcanzaba el bendito coloso. Era la aplicación más inmediata que +podían hacer de los cálculos matemáticos con que les aburrían en la +Academia. El aprendiz de cura irritábase ante la desenvoltura de pájaros +traviesos con que pasaban por el templo los aprendices de guerrero.</p> + +<p>Algunas mañanas asomábase a la capilla Mozárabe, siguiendo atentamente +la anticuada liturgia de los sacerdotes adscritos a ella, fieles +guardadores del culto católico de la Edad Media. En las paredes estaban +representadas, con vivos colores, las escenas de la conquista de Orán +por el gran cardenal Cisneros. Gabriel, escuchando el canto monótono de +los sacerdotes mozárabes, recordaba las luchas en tiempo de Alfonso VI +entre la liturgia romana y la de Toledo, el culto extraño y el nacional. +Los creyentes, para acabar la eterna disputa, habían apelado al «juicio +de Dios». El rey nombró el campeón de Roma, y los toledanos confiaron la +defensa del rito gótico a la espada de Juan Ruiz, un castellano de +orillas del Pisuerga. Triunfó en el combate el breviario gótico, +demostrando su superioridad con magníficas cuchilladas; pero aun después +de manifestarse por este medio contundente la voluntad de Dios, el rito +romano fue poco a poco enseñoreándose del culto, hasta dejar al mozárabe +arrinconado en aquella capilla como una curiosidad del pasado.</p> + +<p>Por las tardes, cuando terminado el coro se cerraba la catedral, Gabriel +subía a las habitaciones del campanero, asomándose a la galería de la +puerta del Perdón. Mariano, el hijo del campanero, un muchacho de la +misma edad del seminarista, unido a él por el respeto que le inspiraba +su sabiduría, lo guiaba en sus excursiones por las alturas del templo. +Se apoderaban de la llave de las bóvedas y entraban en este lugar +misterioso, al que únicamente subían los obreros de tarde en tarde.</p> + +<p>La catedral era fea y vulgar vista desde arriba. En sus primeros tiempos +habían quedado las bóvedas de piedra al descubierto, sin más remate que +una calada barandilla de aéreo aspecto. Pero las lluvias habían +maltratado las bóvedas, amenazando destruirlas, y el cabildo cubrió la +catedral con un techo de pardas tejas, que daba a la Iglesia Primada el +aspecto de un almacén o de una inmensa casa de vecindad. Las pinas de +los botareles parecían avergonzadas asomando sobre la cubierta vulgar; +los arbotantes se hundían y desaparecían entre las áridas construcciones +de las dependencias adosadas a la catedral; las torrecillas de las +escaleras se ocultaban tras aquel lomo de tejas groseras.</p> + +<p>Los dos muchachos, resbalando en las cornisas verdosas por las lluvias, +seguían los bordes superiores del edificio. Sus pies se enredaban en las +plantas silvestres que la fecunda Naturaleza hacía crecer en las +junturas de los sillares. Bandadas de pájaros escapaban en tropel, al +acercarse ellos, de estos bosques en miniatura. Los relieves +escultóricos servían de refugio a los nidos. Cada oquedad de la piedra +era un pequeño lago, donde se depositaba el agua de las lluvias y venían +a beber los pájaros. A veces, en el pináculo de un botarel alzábase +algún avechucho negro e inmóvil como un inesperado remate +arquitectónico. Era un cuervo que se alisaba las alas con el pico y +permanecía horas enteras al sol: la gente lo veía desde abajo del tamaño +de una mosca.</p> + +<p>Las bóvedas causaban en Gabriel una impresión de extrañeza. Nadie podía +adivinar la existencia de aquel mundo en lo alto del templo. Cuando años +después vio Gabriel las galerías altas, los «telares» de un escenario, +se acordó de las bóvedas de su catedral. Caminaban a través del bosque +de postes carcomidos que sostenía la techumbre, por senderos angostos, +entre las cúpulas de las bóvedas que hinchaban el suelo como blancos y +polvorientos tumores. De vez en cuando un agujero, por el que se veía el +interior de la catedral, con una profundidad que causaba vértigos. Eran +aspilleras verticales, estrechas bocas de pozo, por cuyo fondo pasaban +las personas como hormigas sobre las baldosas del templo. Por estos +agujeros bajaban las cuerdas de las grandes lámparas y la cadena dorada +que sostiene el Cristo sobre la reja del altar mayor. Tornos enormes +marcaban en la penumbra sus ruedas dentadas y mohosas, sus manivelas y +maromas, como olvidados aparatos de tormento. Era la maquinaria oculta +de las grandes representaciones religiosas. Con estos artefactos se +izaba el grandioso dosel del Monumento de Semana Santa.</p> + +<p>Al deslizarse los rayos del sol entre los postes, danzaban los átomos de +aquel polvo que en capas seculares se extendía sobre las bóvedas. +Movíanse al viento, como abanicos de gasa, las telarañas de muchos años. +Los pasos de los visitantes provocaban en los rincones obscuros, tras +los maderos abandonados, carreras precipitadas y locas de los ratones. +Aleteaban en los extremos más sombríos las aves negruzcas que descendían +de noche al templo por los agujeros de la bóveda. Como puntos fosfóricos +brillaban en la obscuridad los ojos de los mochuelos. Los murciélagos, +asustados por la luz, volaban torpemente, rozando con sus alas las caras +de los dos jóvenes.</p> + +<p>El hijo del campanero, examinando los excrementos perdidos en el polvo, +enumeraba todas las aves refugiadas en la cúspide de la montaña de +piedra. Esto era de búho, lo otro de mochuelo, lo de más allá de cuervo, +y hablaba con respeto de cierto nido de águilas que su padre había visto +de joven en aquel sitio: feroces animales que pretendían picarle los +ojos, y obligaban al buen campanero a pedir la escopeta al guardia +nocturno cada vez que había de visitar las bóvedas.</p> + +<p>A Gabriel le gustaba, por su silencio y su imponente soledad, aquel +mundo extraño aposentado en la cabeza de la catedral. Era una selva de +maderos poblada de bestias lúgubres que vivía olvidada en el interior de +la bóveda craneal del templo. El buen Dios tenía una casa para los +fieles y un inmenso desván para las bestias del espacio.</p> + +<p>La salvaje soledad de las alturas contrastaba con la riqueza de la +capilla del Ochavo, llena de reliquias en vasos de oro y arquillas de +esmalte y marfil; con la magnificencia del Tesoro, que amontona las +perlas y las esmeraldas con tanta profusión como si fuesen guijarros; +con la elegante abundancia del guardarropa, lleno de telas sobre las +cuales reproducía el bordado todos los matices de la pintura.</p> + +<p>Tenía Gabriel dieciocho años cuando perdió a su padre. El viejo +jardinero murió tranquilo viendo a toda su familia al servicio de la +catedral, sin que se interrumpiese la sana tradición de los Luna. Tomás, +el hijo mayor, quedaba encargado del jardín; Esteban, después de largos +años de monaguillo y ayudante del sacristán, era silenciario y había +agarrado la vara de palo con los siete reales diarios, objeto de todas +sus ambiciones. En cuanto al menor, tenía el señor Esteban la convicción +de haber engendrado un Padre de la Iglesia, al que le estaba reservado +un sitio en el cielo a la derecha de Dios omnipotente.</p> + +<p>Gabriel había adquirido en el Seminario esa dureza eclesiástica que hace +del sacerdote un guerrero, más atento a los intereses de la Iglesia que +a los afectos de la familia. Por esto no se impresionó gran cosa con la +muerte de su padre. Desgracias de mayor gravedad traían preocupado al +seminarista.</p> + + + +<hr style="width: 65%;" /> +<h2><a name="III" id="III"></a>III</h2> + +<p>Eran los tiempos de la revolución de septiembre. En la catedral y el +Seminario había gran revuelo, comentándose de la mañana a la noche las +noticias de Madrid. La España tradicional y sana, la de los grandes +recuerdos históricos, se venía abajo. Las Cortes Constituyentes eran un +volcán, un respiradero del infierno para las negras sotanas que formaban +corro en torno del periódico desplegado. Por cada satisfacción que les +proporcionaba un discurso de Manterola, sufrían disgustos de muerte +leyendo las palabras de los revolucionarios, que asestaban fuertes +golpes al pasado. La gente clerical volvía sus miradas a don Carlos, que +comenzaba la guerra en las provincias del Norte. El rey de las montañas +vascongadas pondría remedio a todo cuando bajase a las llanuras de +Castilla. Pero transcurrían los años, venía y se iba don Amadeo, ¡hasta +se proclamaba la República! y la causa de Dios no adelantaba gran cosa. +El cielo estaba sordo. Un diputado republicano proclamaba la guerra a +Dios, le retaba a que le hiciese enmudecer, y la impiedad seguía inmune +y triunfante, derramando su elocuencia como una fuente envenenada.</p> + +<p>Gabriel vivía en un estado de belicosa excitación. Olvidaba los libros, +despreciando su porvenir: ya no pensaba en cantar misa. ¿Qué le +importaba su carrera viendo a la Iglesia en peligro y próxima a +desvanecerse la poesía soñolienta de los siglos que le había envuelto +desde la cuna como una nube perfumada de incienso viejo y rosas +marchitas...?</p> + +<p>Con frecuencia desaparecían alumnos del Seminario, y los catedráticos +contestaban con un guiño malicioso a las preguntas de los curiosos:</p> + +<p>—Están «allá»... con los buenos. No pueden ver con calma lo que ocurre. +Cosas de chicos... calaveradas.</p> + +<p>Y las tales calaveradas les hacían sonreír con paternal satisfacción.</p> + +<p>Él pensó ser también de los que huían. Creía que el mundo iba a +acabarse. En ciertas ciudades la muchedumbre revolucionaria invadía los +templos, profanándolos. Aún no mataban a los sacerdotes, como en otras +revoluciones, pero los ministros de Dios no podían salir a la calle con +traje talar sin riesgo de ser silbados e insultados. El recuerdo de los +arzobispos de Toledo, de aquellos bravos príncipes eclesiásticos +guerreadores e implacables con el infiel, enardecía su belicosidad. Él +nunca había salido de Toledo, de la sombra de la catedral. España le +parecía tan grande como el resto del mundo, y sentía la comezón de ver +algo nuevo, de contemplar de cerca las cosas extraordinarias admiradas +en los libros.</p> + +<p>Un día besó la mano de su madre, sin conmoverse gran cosa ante el +temblor de la pobre vieja, casi ciega. El Seminario tenía para él más +tiernos recuerdos que la casa de sus padres. Fumó el último cigarro con +sus hermanos en el jardín de la catedral, sin revelarles sus propósitos, +y por la noche huyó de Toledo con un escapulario del Corazón de Jesús +cosido al chaleco y una hermosa boina de seda en el bolsillo, de las +confeccionadas por blancas manos en los conventos de la ciudad. El hijo +del campanero iba con él. Se incorporaron a las partidas insignificantes +que corrían la Mancha, y pasaron después a Valencia y Cataluña, ganosos +de empresas más importantes para a causa de Dios y el rey que robar +muías e imponer contribuciones a los ricos.</p> + +<p>Gabriel encontró un encanto brutal a aquella existencia errante, siempre +en continua alarma, esperando la proximidad de la tropa. Le habían hecho +oficial, en atención a sus estudios y a las cartas en que le +recomendaban algunos prebendados de la Iglesia Primada, lamentando que +un mozo de tanto porvenir teológico fuese a exponer su vida como un +simple sacristán.</p> + +<p>Luna gustaba de la existencia libre y sin leyes de la guerra con la +avidez de un colegial que sale de su encierro; pero no podía ocultar la +decepción dolorosa que le producía la vista de aquellos ejércitos de la +Fe. Se había imaginado encontrar algo semejante a las antiguas +expediciones de las Cruzadas: soldados que peleaban por el ideal, que +hincaban la rodilla antes de entrar en combate para que Dios estuviera +con ellos, y por la noche, después de ardientes plegarias, dormían con +el puro sueño del asceta, y se encontraba con rebaños armados indóciles +al pastor, incapaces del fanatismo que corre ciego a la muerte, ganosos +de que la guerra se prolongase todo lo posible para mantener la +existencia de holganza errante a costa del país, que ellos creían la más +perfecta; gentes que a la vista del vino, de las hembras o de la riqueza +se desbandaban, hambrientas, atrepellando a sus jefes.</p> + +<p>Era la antigua vida de horda que surgía en plena civilización; la +atávica costumbre de robar el pan y la mujer ajena con las armas en la +mano; el celtíbero espíritu de bandería, de lucha intestina que tomaban +para resucitar un pretexto político. Gabriel, salvo raras excepciones, +no encontraba en aquellas bandas mal armadas y peor vestidas quien +pelease por un ideal determinado. Eran aventureros que querían la guerra +por la guerra; ilusos deseosos de fortuna; mozos del campo que, en su +ignorancia pasiva, habían ido a las partidas como se hubieran quedado en +casa a tener otros consejeros; almas sencillas que creían firmemente que +en las ciudades quemaban y devoraban a los ministros de Dios, y se +habían lanzado al monte para que la sociedad no cayese en la barbarie. +El peligro común, la miseria de las marchas interminables para burlar al +enemigo, la escasez sufrida en los yermos y picachos que les servían de +refugio, los igualaban a todos, entusiastas, escépticos e ignorantes. +Todos sentían por igual el deseo de resarcirse de las privaciones, de +acallar la bestia que llevaban dentro, irritada y despierta por una vida +de bruscos cambios, tan pronto en la abundancia loca y despilfarradora +del saqueo, como en las penalidades de la marcha por llanuras +interminables, sin ver el menor rastro de vida. Al entrar en los pueblos +gritaban: «¡Viva la religión!», pero a la más leve contrariedad, los +combatientes de la Fe se hacían esto y aquello en Dios y en todos los +santos, no olvidando en sus sucios juramentos ni a los más sagrados +objetos del culto.</p> + +<p>Gabriel, habituado a esta vida errante, no se escandalizaba. Los +antiguos escrúpulos de seminarista desaparecían ahogados bajo la corteza +de hombre de horda con que la guerra le endurecía. Doña Blanca, la +cuñada del «rey», pasó ante él como una figura novelesca. En su +romanticismo de princesa nerviosa deseaba imitar a las heroínas de la +Vendée, y montando un pequeño caballo, el revólver al cinto y la boina +blanca sobre la trenza flotante, se puso a la cabeza de aquellas tribus +armadas que resucitaban en el centro de la Península la vida y las +luchas de los tiempos casi prehistóricos. El revoloteo de la negra +amazona de la heroína servía de bandera a los batallones de zuavos, +tropa de aventureros franceses, alemanes e italianos, detritus de todas +las guerras del globo, que encontraban más grato seguir a una hembra +ganosa de notoriedad que engancharse en la Legión extranjera de Argelia.</p> + +<p>El asalto de Cuenca, única victoria de la campaña, dejó en la memoria de +Gabriel una huella profunda. El tropel de hombres con boina, después de +rebasar las murallas débiles como tapias, entraba cual arroyos +desbordados por diferentes calles de la ciudad. Los tiros desde las +ventanas no lograban detenerles. Todos estaban pálidos, con los labios +descoloridos, los ojos brillantes y un temblor homicida en las manos. El +peligro arrostrado y la certeza de que por fin eran dueños de una ciudad +les enloquecía. Las puertas de los edificios caían a culatazos. Salían +hombres despavoridos en mitad del arroyo atravesados por las bayonetas; +dentro de las casas veíanse mujeres desgreñadas debatiéndose entre los +brazos de los asaltantes, arañándoles con una mano el rostro, mientras +con la otra pugnaban por sostener sus ropas.</p> + +<p>Luna vio cómo en el Instituto los más montaraces rompían a culatazos los +aparatos del gabinete de Física. Clamaban contra aquellas invenciones +del demonio, con las cuales creían ellos que se comunicaban los impíos +con el gobierno de Madrid, y machacaban contra el suelo con el fusil y +con los pies las doradas ruedas de los aparatos, los discos y las +primeras pilas de electricidad.</p> + +<p>El seminarista contemplaba satisfecho esta destrucción. Él también +odiaba, pero con odio reflexivo amamantado en el Seminario, las ciencias +positivas y materiales, que al final de todas sus deducciones llegaban +fatalmente a la negación de Dios. Aquellos hijos de las montañas, en su +santa ignorancia, hacían sin saberlo una gran cosa. ¡Ah, si toda la +nación les imitase! En otros tiempos no existían los chirimbolos de la +ciencia, y España era más dichosa. Para vivir santamente bastaba con la +sabiduría de los sacerdotes y la ignorancia popular, que proporciona una +beatífica tranquilidad. ¿Para qué más? Así había permanecido el país +durante los siglos más gloriosos de su historia.</p> + +<p>Terminó la guerra. Las partidas, acosadas, pasaron del Centro a +Cataluña, y por fin, empujadas sobre la frontera, tuvieron que rendir +sus armas a los aduaneros franceses. Muchos se acogían al indulto, +ganosos de volver a sus casas. Mariano el campanero se fue también. No +quería vivir en tierra extranjera; además, su padre había muerto, y no +era difícil que le entregasen la torre de la catedral si alegaba los +méritos de la familia, sus tres años de campaña por la religión y un +balazo que había recibido en una pierna. Casi podía compararse con los +mártires del cristianismo.</p> + +<p>Gabriel fue a la emigración: «Era un oficial, y no podía jurar fidelidad +a la dinastía intrusa.» Esto lo declaraba con la arrogancia aprendida en +aquella caricatura de ejército, que extremaba las ceremonias del antiguo +militarismo, y en el cual los andrajosos, con el sable al cinto, se +transmitían las órdenes llamándose siempre «caballero oficial». Pero el +verdadero motivo de que Luna no volviese a Toledo era que le gustaba +seguir la corriente de los hechos, viendo nuevas tierras y cambiando de +costumbres. Regresar a la catedral era quedarse en ella para siempre, +renunciar a la vida; y él, que durante la guerra había gustado los +encantos mundanales, no quería abandonarla tan pronto. Aún no era mayor +de edad: tiempo le quedaba para acabar sus estudios. El sacerdocio era +un retiro seguro, al que no tenía prisa de volver. Además, había muerto +su madre, y las cartas de sus hermanos no le anunciaban otra variación +en la vida soñolienta del claustro alto que el haberse casado el +jardinero y andar en relaciones el <i>Vara de palo</i> con una muchacha de +las Claverías, ya que era contrario a las buenas tradiciones aliarse con +gente de fuera de la catedral.</p> + +<p>Vivió Luna más de un año en los acantonamientos de los emigrados. Su +educación clásica y la simpatía que inspiraba su juventud le abrieron +cierto camino. Hablaba en latín con los abates franceses, que gustaban +saber cosas de la guerra por aquel joven teólogo y al mismo tiempo le +aleccionaban en el idioma del país. Estos amigos eclesiásticos le +proporcionaban lecciones de español entre la alta burguesía afecta a la +Iglesia. En los momentos de penuria le salvaba su amistad con una +condesa vieja y legitimista que le invitaba a pasar algunos días en su +castillo, presentando el seminarista belicoso a su tertulia de gentes +graves y piadosas como si fuese un cruzado de regreso de Palestina.</p> + +<p>El deseo ferviente de Gabriel era ir a París. Su vida en Francia había +cambiado radicalmente sus ideas. Experimentaba la misma impresión que si +hubiera caído en un planeta nuevo. Acostumbrado a la monótona vida del +Seminario y a la existencia nómada de aquella guerra montaraz y sin +gloria, le asombraban el progreso material, los refinamientos de la +civilización, la cultura y el bienestar de las gentes en la tierra +francesa. Recordaba ahora con vergüenza su ignorancia española, aquella +prosopopeya castellana, mantenida por mentirosas lecturas, que le hacían +creer que España era el primer país del mundo, el pueblo más valiente y +más noble, y las demás naciones una especie de rebaños tristes, creados +por Dios para ser víctimas de la herejía y recibir soberbias palizas +cada vez que intentaban medirse con este país privilegiado que come mal +y bebe poco, pero tiene los primeros santos y los más grandes capitanes +de la cristiandad.</p> + +<p>Cuando Gabriel pudo expresarse en francés y tuvo reunidos unos cuantos +francos para el viaje, se trasladó a Paris. Un abate amigo le había +encontrado colocación como corrector de pruebas en una librería +religiosa inmediata a San Sulpicio. En este barrio levítico de París, +con sus hoteles para curas y familias religiosas, sombríos como +conventos, y sus almacenes de imaginería piadosa que infestan el globo +de santos charolados y risueños, se verificó la gran transformación de +Gabriel.</p> + +<p>El barrio de San Sulpicio, con sus calles tranquilas y silenciosas a la +española y sus beatas de velo negro que pasan rozando los muros del +Seminario, atraídas por el toque de las campanas, fue para el +seminarista español lo que el camino de Damasco para el apóstol. El +catolicismo francés, culto, razonador y respetuoso con los progresos +humanos, aturdió a Gabriel. Su fiera devoción española estaba +acostumbrada al desprecio de las ciencias profanas. No había en el mundo +más que una sabiduría verdadera: la teología; las demás ciencias eran +juegos, buenos cuando más para entretener la eterna infancia de la +humanidad. Conocer a Dios y medir la grandeza de su poder era lo único +serio a que podían dedicarse los hombres. Las máquinas, los +descubrimientos de las ciencias positivas, todo lo que no se relacionaba +con la divinidad y la vida futura, eran bagatelas para entretener a +gentes locas y sin fe.</p> + +<p>Y el antiguo seminarista, que despreciaba el progreso humano desde niño, +como una ridícula mentira, quedó estupefacto viendo con qué solemnidad +hablaba de él el catolicismo francés. Corrigiendo las pruebas de tanto +libro religioso notaba Gabriel el profundo respeto que aquella ciencia +despreciada infundía a los buenos abates franceses, de cultura muy +superior a la de los canónigos de allá abajo. Es más: hasta notaba +cierto encogimiento humilde en los representantes de la religión cuando +se encaraban con la ciencia; un deseo de agradar, de no ser rechazados, +de infundir simpatía con soluciones conciliadoras para que el dogma no +quedase en tierra privado de asiento en aquel tren de rapidísima marcha +que llevaba a la humanidad hacia el porvenir con el vértigo de los +nuevos descubrimientos. Libros enteros de sacerdotes ilustres estaban +dedicados a ajustar y amoldar, aun a riesgo de violentarlas, las +revelaciones de los libros santos con los descubrimientos de la ciencia. +La Iglesia, anciana venerable que Gabriel había visto en su país +inmóvil, con majestad hierática, sin dignarse tocar un solo pliegue de +su manto para no perder el polvo de los siglos, se agitaba en Francia +queriendo remozarse, arrojaba a un lado las vestiduras de la tradición, +como harapos vetustos que la ponían en ridículo, y distendía sus +miembros con esfuerzo desesperado, para acoplarse dentro de la moderna +armadura de la ciencia, la gran enemiga del ayer, la gran triunfadora +del presente, cuya aparición había sido saludada con hogueras y +bochornosas abjuraciones.</p> + +<p>¿Qué tenía dentro la fatal manzana del Paraíso, que después de seis mil +años de maldición la misma Iglesia comenzaba a venerarla, esforzándose +por hacerla olvidar las antiguas persecuciones? ¿Por qué la religión, +firme como una roca en medio de los siglos, que había desafiado +persecuciones, cismas y guerras, se ablandaba por el miedo ante los +descubrimientos de unos cuantos hombres, entrando en la corriente loca +que buscaba la causa y la explicación de todas las cosas? Teniendo el +apoyo secular de la Fe, ¿a qué buscar el auxilio de la Razón para +sostener sus tradiciones y justificar sus dogmas?</p> + +<p>Sintió Gabriel la misma fiebre de curiosidad que de niño le había +obligado a encorvar su espalda ante los volúmenes encuadernados en +pergamino de la biblioteca del Seminario. Quiso conocer el misterioso +perfume de aquella ciencia odiada que perturbaba a los sacerdotes de +Dios y les hacía renegar indirectamente de las creencias de diecinueve +siglos. Deseó saber por qué se descoyuntaban y torturaban los libros +sagrados para explicar por épocas geológicas la creación que Dios había +realizado en seis días; qué peligro se quería evitar haciendo comparecer +a la divinidad ante la ciencia para que explicase sus actos, +ajustándolos a las decisiones de ésta; a qué obedecía el miedo +instintivo de los autores religiosos a afirmar rotundamente los +milagros, justificándolos con intrincados razonamientos, sin atreverse a +sostener como prueba decisiva la indiscutibilidad del prodigio +sobrenatural.</p> + +<p>Por entonces abandonó Gabriel el ambiente tranquilo de la librería +religiosa. Su fama de humanista había llegado hasta un editor vecino de +la Sorbona que publicaba libros clásicos, y Luna, sin salir de la orilla +izquierda del Sena, saltó al Barrio Latino para corregir pruebas en +latín y griego. Ganaba doce francos al día: mucho más que aquellos +canónigos de Toledo que en otros tiempos le parecían grandes duques. +Vivía en un hotelito de estudiantes, cerca de la Escuela de Medicina, y +sus discusiones vehementes por la noche, entre el humo de las pipas, con +los compañeros de hospedaje, le instruían tanto como los libros de la +odiada ciencia. Aquellos estudiantes que le prestaban volúmenes o le +indicaban los autores que debía buscar en sus horas libres en la +biblioteca de la montaña de Santa Genoveva, reían como paganos ante sus +exaltadas afirmaciones de antiguo seminarista.</p> + +<p>Durante dos años, el joven Luna no hizo otra cosa que leer. De vez en +cuando se permitía acompañar a sus amigos en alguna escapatoria, +sumiéndose en la vida alegre y amorosa del barrio. Gastó los codos de +sus mangas en las mesas de las cervecerías. La Mimí de Murger pasó +varias veces ante él menos melancólica que en la obra del poeta, y el ex +seminarista tuvo sus idilios de una tarde de domingo en los bosques +inmediatos a París. Pero Gabriel no era un temperamento amoroso; la +curiosidad, el ansia de saber, le dominaban, y después de estas +escapadas, de las que volvía más fresco, con el cerebro más despierto, +como si saliera de un baño que calmaba su juventud, entregábase con +mayores ánimos al estudio. La Historia, la verdadera Historia, cuya fría +limpidez contrastaba con la intrincada maraña de prodigios de los +cronicones leídos en la niñez, abatió gran parte de sus creencias. El +catolicismo no fue ya para él la religión única. Ya no partió en dos +períodos la historia de la Humanidad, antes y después de la aparición en +Judea de unos hombres obscuros que se esparcieron por el mundo +predicando una moral cosmopolita sacada de las máximas de los pueblos +orientales y de las enseñanzas de la filosofía griega. Las religiones +fueron para él invenciones humanas, sometidas a las condiciones de +existencia de todo organismo, con su infancia generosa, capaz de ciegos +sacrificios, su virilidad absorbente y dominadora, en la que las +antiguas dulzuras se convierten en imposiciones autoritarias del poder, +y su vejez irremediable, con una lenta agonía que hace que el enfermo, +adivinando su próximo fin, se agarre a la vida con el ansia de la +desesperación.</p> + +<p>La antigua fe intentaba renacer en Luna, pugnando por arrojar lejos las +nuevas convicciones que le dominaban; pero las lecturas del día +siguiente bastaban para borrar estas reminiscencias que agitaban durante +la noche su pensamiento. El cristianismo no era ya para Gabriel más que +una de las muchas manifestaciones del pensamiento humano, deseoso de +explicarse la presencia del hombre en la tierra y el pavoroso misterio +de lo que pueda existir más allá de la muerte. Estos dos problemas +venían preocupando al ser humano desde que, salido de la barbarie +prehistórica, con una casa que le pusiera al abrigo de las fieras, un +vestido que le librase del frío y la tierra cultivada asegurando su +nutrición, pudo desarrollar la más tardía de sus facultades: el +pensamiento.</p> + +<p>Su fe en el catolicismo como religión única desapareció completamente. +Al perder sus creencias en el dogma perdió también, como consecuencia +lógica, aquella fe en la monarquía que le había llevado a pelear en las +montañas. Apreciaba ahora claramente la historia de su país sin +prejuicios de raza. Los historiadores extranjeros le mostraban la triste +suerte de España, estacionada en el período crítico de su desarrollo, +cuando salía joven y vigorosa del fecundo período de la Edad Media, por +el fanatismo de sacerdotes e inquisidores y la demencia de unos reyes +que, faltos de medios, quisieron resucitar la monarquía de los Césares, +agotando al país en esta empresa de locos. Los pueblos que habían roto +con el Pontificado, volviendo para siempre la espalda a Roma, eran más +prósperos y felices que aquella España que dormitaba como una mendiga a +la puerta de la iglesia.</p> + +<p>En este período de su evolución intelectual, Gabriel tuvo un ídolo, y +muchas tardes abandonaba el trabajo para ir a oírle durante una hora en +el Colegio de Francia. Era Ernesto Renán. Luna le admiraba con doble +afecto: por su talento y por su historia. Era como de su familia. El +grande hombre había pasado también por el Seminario y guardaba aún +cierto aspecto clerical, como si hubiera sufrido más hondamente la +presión del troquel eclesiástico. Era un rebelde: «los martillos para +derribar el templo, dentro del templo se forjaban». Cumplíase la ley +fatal de todas las religiones, cuando la fe se desvanece y la gran +muchedumbre no siente el fervor de la primera edad.</p> + +<p>Gabriel se asombraba viendo cómo iba el sabio desentrañando los orígenes +intelectuales del pueblo hebreo, que habían servido de base al +cristianismo; cómo desarmaba el inmenso retablo ante el cual había +permanecido de rodillas la humanidad diecinueve siglos, pieza por pieza, +marcando sus diversas procedencias. El seminarista español se indignaba +contra su antigua fe con toda la fogosidad de un temperamento vehemente. +¡Y él había podido creer en todo aquello, considerándolo el resumen de +la humana sabiduría! El cristianismo desempeñaba un papel beneficioso en +un período de la infancia de la humanidad. Llenaba la vida de los +hombres durante la Edad Media, cuando no podía darse un paso fuera de la +religión, y en la tierra, asolada por las luchas, no había otra +esperanza que el cielo ni más lugar de asilo para el pensamiento que la +catedral en la ciudad y el monasterio en el campo. «Las ferias, las +reuniones para negocios o placeres—como decía su maestro—, eran +fiestas religiosas; las representaciones escénicas eran misterios; los +viajes, peregrinaciones, y las guerras, cruzadas.» Pero después se +partía la vida: lo religioso a un lado, lo humano a otro. El arte +colocaba la Naturaleza sobre el ideal; los hombres pensaban más en la +tierra que en el cielo: la Razón nacía; cada uno de sus avances era un +paso atrás para la Fe, y llegaba el momento, por fin, en que los +clarividentes, los que se inquietaban por el porvenir, pensaban ya en +cuál había de ser la nueva creencia que sustituyese a la religión +agonizante. Luna no vacilaba: la Ciencia, únicamente la Ciencia ocuparía +el hueco de la religión, muerta para siempre.</p> + +<p>Influido por el helenismo de su maestro, que fácilmente prendía en él, +acostumbrado como estaba al trato diario con los autores griegos, soñaba +con que la humanidad del porvenir fuese una inmensa Atenas, una +democracia artística y sabia gobernada por grandes pensadores, sin más +luchas que las de las ideas ni otra ambición que la de pulir la +inteligencia, de costumbres dulces y dedicada a los goces del espíritu y +al culto de la Razón.</p> + +<p>De sus antiguas creencias, Gabriel sólo conservaba la idea de Dios +creador con cierto escrúpulo supersticioso. Algo le desconcertaba la +astronomía, estudio al que se había entregado con entusiasmo casi +infantil, atraído por el encanto de lo maravilloso. Aquel infinito por +el que en otro tiempo revoloteaban las legiones de ángeles, y que servía +de camino a la Virgen en sus descensos terrenales, se poblaba de pronto +de miles de millones de mundos, y cuanto más potentes eran los +instrumentos inventados por el hombre, mayor se hacía su número, +prolongándose las distancias en una inmensidad que causaba vértigos. +Unos cuerpos se atraían a otros girando por el espacio a razón de +millares y millones de leguas por minuto, y toda esta nube de mundos +caía y caía, sin pasar dos veces por el mismo punto de la silenciosa +inmensidad, en la que surgían otros astros y otros y otros, así como +iban perfeccionándose los instrumentos de observación. ¿Dónde estaba en +este infinito el Dios que fabricaba la tierra en seis días, que se +irritaba por el capricho de dos seres inocentes sacados del barro y +hechos carne de un soplo, y hacía surgir de la nada el sol y tantos +millones de mundos, sin más objeto que alumbrar este planeta, triste +molécula de polvo de la inmensidad?</p> + +<p>El Dios de Gabriel, al perder la forma corporal que le habían dado las +religiones y difundirse en la creación, perdía todos sus atributos. Al +agigantarse para llenar el infinito, confundiéndose con él, se hacía tan +sutil, tan impalpable para el pensamiento, que casi era un fantasma. El +panteísmo, como decía Schopenhauer, equivale a licenciar a Dios por +inútil.</p> + +<p>Los estudiantes amigos de Gabriel pusieron en sus manos los libros de +Darwin, de Büchner y de Haeckel; y el secreto de la creación natural, +que inquietaba su pensamiento después de la abolición de la omnipotencia +divina, se desgarró ante sus ojos. Vio cómo había surgido la vida sobre +aquella esfera que rodaba centenares de millones de años en el espacio, +sufriendo cataclismos y transformaciones. Cuando la vejez enfriaba su +corteza, la vida animal asomaba como una consecuencia del medio +favorable, ajustándose a las condiciones de éste, comenzando con formas +tímidas y microscópicas de existencia, con el musgo que apenas cubre las +rocas, con el animal que apenas presenta los vestigios de un organismo +rudimentario. Y con este prólogo de la creación natural comenzaba la +vida, desarrollándose al través de millones y millones de años, +interrumpida a veces por los cataclismos de la tierra agitada por las +últimas crisis de su crecimiento, y continuando adelante con la ciega +tenacidad que anima a la Naturaleza. Era una cadena infinita de +evoluciones, de formas abortadas y de organismos triunfantes por la +selección, hasta llegar al hombre, que, por un esfuerzo supremo de la +materia que encierra su cráneo, sale de la bestialidad, se despoja de la +envoltura animal de sus antecesores, a los que hace sus esclavos, y +reina sobre el planeta.</p> + +<p>Nada quedó en Gabriel de sus antiguos ideales. Su conciencia fue un +campo raso sobre el que había soplado el vendaval. La última creencia, +la postrera, que aún se mantenía erguida como un monolito en medio de +ruinas, explicando el origen de la creación, se vino abajo. Luna se +despidió de Dios como de un fantasma consolador que se interpone entre +el hombre y la Naturaleza.</p> + +<p>Pero el antiguo seminarista no era capaz de permanecer inactivo con su +bagaje de nuevas ideas. Necesitaba creer en algo, dedicar a la defensa +de un ideal la fe de su carácter, hacer uso de aquel ardor de +proselitismo que había causado admiración en la clase de Elocuencia del +Seminario. La sociología revolucionaria se apoderó de él. Primero fue +Proudhon con sus audaces escritos; después completaron la obra algunos +«militantes» que trabajaban en la misma imprenta que él, viejos soldados +de la Commune que acababan de volver del destierro o de las prisiones de +Oceanía, y reanudaban su campaña contra la organización social con un +ardor acrecentado por los dolores sufridos y el ansia de venganza. Con +ellos fue a las reuniones del anarquismo; oyó a Reclús y al ex príncipe +Kropotkine, y las palabras del difunto Miguel Bakounine llegaron a él +como el evangelio de un San Pablo del porvenir..</p> + +<p>Gabriel había encontrado su nueva religión y se entregó por completo a +ella, soñando en la regeneración de la humanidad por el estómago. +Creyendo en una vida futura, los desgraciados aún tenían el falso +consuelo de la felicidad después de la muerte. Pero la religión era +mentira, y no, existiendo más vida que la presente. Luna se indignaba +contra la injusticia social, que condena a la miseria a muchos millones +de seres para la felicidad de unos miles de privilegiados. La autoridad, +fuente de todos los males, era para él el mayor de los enemigos. Había +que matarla, pero creando antes hombres capaces de subsistir sin amos, +sacerdotes y soldados. La dulzura de su carácter, el odio que le +inspiraba la violencia después de sus tres años de guerrillero, le +hacían apartarse de los nuevos camaradas, que soñaban con hecatombes por +la dinamita y el puñal para aterrar al mundo, obligándolo a aceptar por +el miedo las nuevas doctrinas. No; él confiaba en la fuerza de las ideas +y en la inocente evolución de la humanidad. Había que trabajar como los +primeros apóstoles del cristianismo, seguros del porvenir, pero sin +prisa por ver realizadas sus ideas; puestos los ojos, en la labor del +día, sin pensar en los años y los siglos que tardaría en dar su fruto.</p> + +<p>El ardor del proselitismo le hizo abandonar París a los cinco años. +Sentía el ansia de ver mundo, de estudiar por sí mismo las miserias +sociales y las fuerzas de que disponían los desheredados para su gran +transformación. Además, veíase molestado por la vigilancia de la policía +francesa, a causa de sus íntimas relaciones con los estudiantes rusos +del Barrio Latino, jóvenes de mirada fría y lacias melenas, que osaban +implantar en París las venganzas del nihilismo. En Londres conoció a una +inglesa joven, enferma, que, movida como él por el ardor de la +propaganda revolucionaria, iba de la mañana a la noche por los paseos y +los alrededores de los talleres repartiendo folletos y hojas impresas +que guardaba en una caja de sombreros siempre pendiente de su brazo. +Lucy fue al poco tiempo la compañera de Gabriel. Se amaron sin arrebato, +con una pasión fría y calmosa, más por la comunidad de ideales que por +la instintiva aproximación del sexo; un amor de revolucionarios, con el +pensamiento dominado por la rebeldía contra lo existente, sin dejar +sitio a otros entusiasmos.</p> + +<p>Luna y su compañera pasaron a Holanda y a Bélgica y se instalaron +después en Alemania, siempre viajando de grupo en grupo de compañeros, +dedicándose a diversos trabajos, con esa facilidad de adaptación de los +revolucionarios universales, que sin dinero corren el mundo sufriendo +privaciones y encontrando siempre, en el momento difícil, una mano +fraternal que los levanta y los pone de nuevo en camino.</p> + +<p>A los ocho años de esta vida, la amiga de Gabriel murió tísica. Estaban +en Italia. Luna, al verse solo, se dio cuenta por primera vez del dulce +apoyo que le había prestado la compañera de su vida. Olvidó sus +entusiasmos revolucionarios para llorar a Lucy, lamentándose del vacío +que dejaba en su existencia. No la había amado como aman los demás +hombres, pero era su compañera, su hermana; se compenetraban los dos en +gustos y aficiones; la miseria en común los había fundido en una sola +voluntad. Además, Gabriel sentíase aviejado antes de hora por aquella +existencia de aventuras emocionantes y penosas privaciones. En varios +sitios de Europa le habían encarcelado por sospechas de complicidad con +los terroristas. La policía le había golpeado muchas veces. Comenzaba a +serle difícil viajar por el continente, pues su fotografía figuraba con +la de muchos compañeros en los centros policíacos de las principales +naciones. Era un perro vagabundo y peligroso, que acabaría por ser +expulsado a puntapiés de todas partes.</p> + +<p>Gabriel no podía vivir solo. Estaba habituado a ver cerca de él unos +ojos azules, a oír una voz acariciadora, con inflexiones de pájaro, que +le animaba en los momentos difíciles, y no pudo resistir la soledad en +tierra extraña después de la muerte de Lucy. Despertóse en él un +vehemente amor por la tierra natal. Quería volver a España, de la que +tanto se había burlado, y que ahora, a pesar de su atraso secular, le +parecía interesante. Pensaba en sus hermanos, que seguían agarrados +como plantas a los sillares de la catedral, sin enterarse de lo que +ocurría en el mundo, sin buscar noticias suyas, como si lo hubieran +olvidado.</p> + +<p>Con repentino impulso, como si temiese morir lejos del suelo natal, +volvió a España. En Barcelona le proporcionaron los compañeros la +dirección de una imprenta, pero antes de ocupar su puesto quiso pasar +unos días en Toledo. Volvía envejecido antes de los cuarenta años, +hablando cuatro o cinco idiomas y más pobre que salió de allí. Supo que +su hermano el jardinero había muerto, y que la viuda refugiada con su +hijo en un desván de las Claverías, lavaba ropa para los canónigos. +Esteban, el <i>Vara de palo</i>, le acogió después de tan larga ausencia con +la misma admiración que cuando estaba en el Seminario. Se hacía lenguas +de sus viajes y convocaba a toda la gente del claustro alto para que +oyera a aquel hombre que iba de una parte a otro del mundo como si fuese +su propia casa. En sus preguntas embrollaba dolorosamente la geografía; +no reconociendo en ella más que una división: países de herejes y de +cristianos.</p> + +<p>Gabriel compadecíase de la miseria tranquila de aquella gente; admiraba +su mansedumbre de servidores del templo, satisfechos de vegetar y morir +en el mismo sitio, sin curiosidad alguna por lo que ocurría más allá de +los muros. La iglesia le parecía una gran ruina. Era el caparazón de +piedra de un animal en otros tiempos poderoso y fuerte, pero que había +muerto hacía más de un siglo, deshaciéndose su cuerpo, evaporándose su +alma, sin dejar otro vestigio que aquella envoltura exterior, semejante +a las conchas que encuentran los geólogos en los yacimientos +prehistóricos, y que por su estructura dejan adivinar las partes blandas +del ser extinguido. Viendo las ceremonias del culto, que en otros +tiempos le conmovían, sentía impulsos de protesta, deseos de gritar a +sacerdotes y acólitos que se retirasen, pues su tiempo había pasado, la +fe había muerto, y únicamente por rutina y por miedo a la opinión ajena +volvía la gente a aquellos lugares que antes llenaba de la mañana a la +noche el fervor religioso.</p> + +<p>Al volver a Barcelona, la vida de Gabriel fue un torbellino de +proselitismo, de luchas y de persecuciones. Los compañeros le +respetaban, viendo en él al amigo de los grandes propagandistas de «la +idea», al hombre que había corrido casi toda Europa y se escribía con +los revolucionarios más famosos. No se celebraba mitin sin el +<i>compañero</i> Luna. Aquella elocuencia natural que había causado asombro +al iniciarse en el Seminario, se hinchaba y esparcía como un gas +embriagador en las reuniones revolucionarias, enardeciendo a la +muchedumbre desarrapada, hambrienta y miserable, que sentía +estremecimientos de emoción ante la sociedad futura descrita por el +apóstol: la ciudad celeste de los soñadores de todos los siglos, sin +propiedad, sin vicios, sin desigualdades, donde el trabajo sería un +placer y no existiría más culto que el de la ciencia y el arte. Algunos +oyentes, los más sombríos, sonreían con gesto compasivo oyendo sus +maldiciones a la fuerza y sus himnos a la dulzura y al triunfo por la +resistencia pasiva. Era un ideólogo, al que había que oír porque servía +a «la causa». Ellos, que eran los hombres, los luchadores, sabrían en +silencio aterrar a la sociedad maldita, ya que se mostraba sorda a la +voz de la Verdad.</p> + +<p>Cuando estallaron bombas en las calles, el <i>compañero</i> Luna fue el +primer sorprendido por la catástrofe y el primero también en entrar en +la cárcel, a causa de la popularidad de su nombre... ¡Oh los dos años +pasados en el castillo de Montjuich! En la memoria de Gabriel habían +abierto un surco hondo, una herida profunda que no se cerraba, que se +estremecía con el más leve recuerdo, turbando su calma, haciéndole +temblar con el escalofrío del terror.</p> + +<p>Se había apoderado de la sociedad la locura del miedo y atrepellaba +leyes y respetos humanos para defenderse. La justicia de otros siglos, +con sus procedimientos de violencia, resucitaba en plena civilización. +Se desconfiaba del juez por culto y escrupuloso y se echaba mano del +esbirro, pidiéndole que renovase los antiguos aparatos de tormento.</p> + +<p>En el silencio de la noche, Gabriel veía iluminarse su mazmorra; hombres +con uniforme le empujaban por la escalera hasta una habitación donde le +aguardaban otros con enormes garrotes. Un joven de voz melosa, con +insignias de teniente y el aire perezoso de los criollos, le hacía +preguntas sobre los atentados ocurridos meses antes abajo en la ciudad. +Gabriel nada sabía, nada había visto. Tal vez los terroristas serían +compañeros suyos; pero él, fijos los ojos en lo alto, contemplando sus +visiones del porvenir, no había llegado a darse cuenta de que germinaba +en torno suyo la violencia. Su negativa tenaz indignaba a aquellos +hombres; la voz melosa del criollo se atiplaba por la ira, y entre +amenazas y blasfemias abalanzábanse todos sobre él, y comenzaba la caza +del hombre por toda la mazmorra, cayendo los garrotes sobre su cuerpo, +alcanzándole lo mismo en la cabeza que en las piernas, acosándolo en los +rincones, siguiéndole cuando con un salto desesperado pasaba al muro +opuesto, abriéndose camino con la testa baja. Su espalda resonaba como +un cofre vacío bajo los golpes. Algunas veces, la desesperación del +dolor enardecía a la víctima; el cordero se volvía fiera, y antes de +caer al suelo, gimoteando como un niño bajo la superioridad del número, +se arrojaba sobre los verdugos, arañándolos, intentando morderles. +Gabriel guardaba un botón del uniforme del criollo, que en una de estas +rebeliones de su debilidad había quedado entre sus dedos.</p> + +<p>Después, cansados los atormentadores de la inutilidad de sus violencias, +le dejaban olvidado en la mazmorra. Un pan y unos trozos de bacalao seco +eran su comida. La sed, una sed infernal, le desgarraba las entrañas, le +oprimía la garganta y hacía arder su boca. Al principio pedía agua con +voz angustiosa por debajo de la puerta. Después ya no quiso suplicar, +conociendo de antemano la respuesta: Era un tormento calculado: le +ofrecían agua cuanta quisiera, pero luego que delatase los nombres de +los culpables, afirmando lo que no sabía. El hambre luchaba en él con la +sed; pero temiendo a ésta mucho más, arrojaba a un rincón aquellos +alimentos cargados de sal, como si fuesen veneno. Deliraba con el +delirio de los náufragos atenaceados por el recuerdo del agua en medio +de las olas amargas. Veía en sus pesadillas arroyos claros y +murmuradores, ríos inmensos; y buscando frescura para su boca, paseaba +la lengua por las paredes mugrientas, sintiendo cierto alivio al +contacto de la cal del enjalbegado. La privación y el encierro +perturbaban su inteligencia con horribles delirios. Muchas veces, +Gabriel se sorprendía viéndose a cuatro patas en medio del calabozo, +gruñendo y ladrando frente a la puerta sin saber por qué.</p> + +<p>Sus atormentadores parecieron olvidarle. Tenían otros presos a los que +acudir. Los carceleros le dieron agua, y pasó meses enteros sin que +nadie entrase en su calabozo. Algunas noches oía lejanos y vagos, al +través de los gruesos muros, lamentos y sollozos en las mazmorras +inmediatas. Una mañana le despertaron varios truenos, a pesar de que un +rayo de sol se filtraba por el ventanillo. Oyendo a los carceleros en el +inmediato corredor, comprendió el misterio. Habían fusilado a algunos de +los presos.</p> + +<p>Luna acogía como una felicidad la esperanza de la muerte. Renunciaba con +gusto a aquella sombra de vida dentro de un estuche de piedra, +atormentado por el mal físico y el miedo a la ferocidad de los hombres. +Su estómago, herido por las privaciones, se negaba muchos días, con +horribles náuseas, a recibir el pan áspero y el cazo de rancho. La larga +inmovilidad, el enrarecimiento del aire, la escasa nutrición, le habían +hecho caer en una anemia mortal. Tosía continuamente, sintiendo cierta +opresión en el pecho. Los conocimientos que había adquirido del cuerpo +humano, en su afán de estudiarlo todo, no lo permitían engañarse. +Moriría como la pobre Lucy.</p> + +<p>Después de año y medio de encierro, compareció ante el Consejo de +guerra, confundido en un rebaño miserable de viejos, mujeres y hasta +adolescentes, todos enflaquecidos y quebrantados por la prisión, con la +piel blanca y mate, como de papel mascado, y ese estrabismo en los ojos +que da el aislamiento. Gabriel deseaba que le matasen. Al llegar el +fiscal en la larga lista de acusación al nombre de Luna, detúvose un +instante para lanzarle una mirada feroz. Aquel acusado era de los +«teóricos»: aparecía en las declaraciones de los testigos sin +intervención directa en los hechos de fuerza y reprobándolos en sus +predicaciones; pero no había que olvidar que era uno de los principales +propagandistas del anarquismo, y que había pronunciado discursos en +todas las sociedades obreras frecuentadas por los autores de los +atentados.</p> + +<p>Un capitán viejo se inclinó al oído de otro compañero de Consejo, y +Gabriel oyó sus palabras:</p> + +<p>—A estos señoritos que hacen discursos es a los que hay que sentar la +mano, para que escarmienten y no hablen más de Tolstoi, de Ibsen y de +todos esos tíos extranjeros que enseñan a tirar bombas.</p> + +<p>Gabriel pasó muchos meses aislado en su encierro. Por algunas palabras +oídas a los carceleros, pudo ir siguiendo las fluctuaciones de su +suerte. Tan pronto se veía conducido con todos sus compañeros de +infortunio a los presidios de África, como le auguraban la inmediata +libertad o le profetizaban el fusilamiento en masa. Cuando salió, +después de dos años, del tétrico castillo, fue para embarcarse con todos +sus compañeros de emigración forzosa. Gabriel era una sombra de hombre. +Su debilidad le hacía andar vacilante y trémulo como un niño; pero +olvidando su mísero estado, se apiadaba de otros compañeros más enfermos +que él, con visibles cicatrices de los tormentos sufridos y el sexo +atrofiado por bárbaras estrangulaciones. La vuelta a la libertad hacía +renacer en él su antigua dulzura, la conmiseración filosófica en que +envolvía a todos los hombres, perdonando sus errores. Los más violentos +de sus compañeros hablaban al desembarcar en Inglaterra de futuras +venganzas contra los verdugos, mientras Gabriel pedía perdón para ellos, +ciegos instrumentos empleados por la sociedad en un momento de terror, +que creían haberla salvado con su barbarie.</p> + +<p>El clima de Londres extremaba la enfermedad de Gabriel, y a los dos años +tuvo que trasladarse al continente, a pesar de que el país británico, +con su absoluta libertad, era el único suelo donde podía vivir tranquilo +e ignorado.</p> + +<p>Su existencia fue cruel: siempre fugitivo a través de las naciones de +Europa, arrojado de una a otra por la vigilancia policíaca, reducido a +prisión o expulsado por la más insignificante sospecha. Era la antigua +persecución de los bohemios en la Edad Media, el acosamiento de las +gentes independientes, de vida vagabunda, que resucitaba en plena +civilización. La enfermedad y el deseo de paz le hicieron volver a +España. Con el tiempo se había establecido cierta tolerancia para los +emigrados. En España todo se olvida, y aunque la autoridad sea más feroz +y menos escrupulosa que en otros pueblos, molesta poco, por la +imprevisión y el descuido propios de la raza.</p> + +<p>Enfermo y sin un oficio para ganarse la vida, imposibilitado de pedir +trabajo en las imprentas, porque su nombre tenía cierta aureola que +aterraba a los patronos, Gabriel cayó en la miseria, sin que le bastasen +los auxilios con que le socorrían los compañeros. Fue de un extremo a +otro de la Península, mendigando entre los suyos y ocultándose de la +policía.</p> + +<p>Su ánimo decayó. Era un vencido; no podía prolongar la lucha. Sólo le +restaba morir; pero la muerte misericordiosa acudía lentamente a su +llamamiento. Pensó en su hermano, el único afecto que le restaba en el +mundo. Recordó aquella familia tranquila de las Claverías entrevista en +su último paso por la catedral, y fue en su busca como una última +esperanza.</p> + +<p>Al volver a Toledo encontraba disuelta la familia feliz. También por +aquel rincón silencioso e inmutable había pasado la desgracia.</p> + +<p>Pero la catedral, insensible a las vicisitudes humanas, estaba allí como +siempre, y a ella se agarraba, ocultándose en sus entrañas para morir +tranquilo, sin más anhelo que ser olvidado, pereciendo antes de hora, +gustando la amarga felicidad del anonadamiento, dejando en la puerta, +como una bestia que se despoja de la piel, aquellas rebeldías que le +habían atraído el odio de la sociedad.</p> + +<p>Su dicha era no pensar, no hablar, amoldarse a aquel mundo muerto. +Sería, entre las estatuas vivientes que poblaban el claustro alto, un +autómata más; imitaría a aquellas criaturas que tenían en su ser algo de +la aspereza de la piedra berroqueña de los contrafuertes; aspiraría como +un bálsamo de tranquilidad la herrumbre de las rejas, que esparcían por +el templo el perfume vetusto de los siglos.</p> + + + +<hr style="width: 65%;" /> +<h2><a name="IV" id="IV"></a>IV</h2> + +<p>Al salir al claustro por las mañanas, poco después de amanecer, la +primera persona que veía Gabriel era don Antolín, el <i>Vara de plata</i>. +Este sacerdote ejercía autoridad a modo de gobernador de la catedral, +pues a sus órdenes estaban los servidores laicos y bajo su inspección se +hacían todos los trabajos de escasa importancia.</p> + +<p>Abajo, en el templo, vigilaba a sacristanes y acólitos, cuidando de que +los canónigos y los beneficiados no pudieran quejarse de descuidos en el +servicio. Arriba, en el claustro, velaba por el buen orden y las sanas +costumbres de las familias, siendo, por la gracia del +cardenal-arzobispo, una especie de alcalde de aquel pequeño pueblo.</p> + +<p>Ocupaba la mejor habitación de las Claverías. En las grandes fiestas +marchaba al frente del cabildo Con capa pluvial y un bastón de plata tan +alto como él, que hacía retemblar las losas con sus golpes, y durante la +misa mayor y el coro de la tarde rondaba por las naves para evitar las +irreverencias de los devotos y las distracciones de los empleados. A las +ocho de la noche en invierno y a las nueve en verano cerraba la escalera +del claustro alto, guardábase la llave en el bolsillo y toda la +población quedaba aislada de la ciudad. Si de tarde en tarde se sentía +alguien enfermo durante la noche, era preciso despertar a don Antolín; y +hundiendo éste la mano en las profundidades de la sotana, se dignaba +restablecer con su llave la comunicación con el mundo.</p> + +<p>Tenía cerca de sesenta años; era pequeño y enjuto. La edad apenas si +había encanecido un poco sus cabellos, cortados al rape. La frente la +tenía espaciosa y cuadrada, sin la más leve curva, como una chapa de +hueso con dos aristas a los lados, que se marcaban bajo el gorro de seda +que usaba en invierno. Las facciones estiradas, sin una arruga, sin un +estremecimiento que delatase emoción; la mandíbula estrecha y aguda como +hierro de lanza, y los ojos tan inexpresivos e inmóviles como el rostro, +pero con una fijeza fría que desconcertaba.</p> + +<p>Gabriel le había conocido en su niñez. Era, según su expresión, un +soldado raso de la Iglesia, que en fuerza de años y servicios había +llegado a sargento, para no pasar de ahí. Cuando Luna entró en el +Seminario, don Antolín acababa de ordenarse de sacerdote, después de +pasar su vida en la sacristía de la Primada, donde había comenzado de +monaguillo. Por su fe absoluta e irracional, por su adhesión +inquebrantable a la Iglesia, le habían sacado adelante en la carrera los +señores del Seminario, a pesar de su ignorancia. Era un hijo del +terruño; había nacido en una aldea de los montes de Toledo. La Iglesia +Primada era para él la segunda casa de Dios, después de San Pedro de +Roma, y las ciencias eclesiásticas un haz de rayos de la divina +sabiduría que le cegaban, adorándolos con el respeto profundo del +ignorante.</p> + +<p>Tenía la santa y firme incultura tan apreciada por la Iglesia en otros +siglos. Gabriel estaba seguro de que, a nacer el <i>Vara de plata</i> en la +buena época del catolicismo, hubiese llegado a santo al dedicarse a la +vida espiritual, o habría desempeñado un excelente papel en la +Inquisición al intervenir en la religiosidad militante. Venido al mundo +en la mala época, cuando flaquea la fe y la Iglesia no puede imponerse +por la violencia, el buen don Antolín había quedado obscurecido en la +baja administración de la catedral, ayudando al canónigo Obrero en la +partición y señalamiento de las pesetas que el Estado daba a la Primada, +dedicando una larga meditación a cada puñado de céntimos, y esforzándose +por que la santa casa, como las familias arruinadas, conservase su buen +exterior, sin revelar la miseria.</p> + +<p>Le habían prometido varias veces una capellanía de monjas, pero él era +de los fieles a la catedral, de los enamorados de la gran solitaria. Le +enorgullecía la confianza que el señor arzobispo tenía puesta en él, la +amistosa franqueza con que le hablaban canónigos y beneficiados y sus +conciliábulos administrativos con el Obrero y el Tesorero. Por esto no +podía evitar cierto gesto de superioridad desdeñosa cuando, revestido de +la capa pluvial y empuñando la vara de plata, se acercaban a hablarle +los curas de los pueblos de paso por la Primada.</p> + +<p>Sus vicios eran puramente de eclesiástico. Ahorraba en secreto, con esa +avaricia fría y dominadora de la gente de iglesia en todos los tiempos. +Su bonete mugriento era siempre de algún canónigo que lo desechaba por +viejo; su sotana de un negro verdoso y sus zapatos habían sido antes de +algún beneficiado. En las Claverías se hablaba en voz baja del dinero +guardado por don Antolín, de sus ahorros, que dedicaba a la usura; +préstamos que nunca iban más allá de dos o tres duros a los pobres +servidores del templo agobiados por la miseria, y que recobraba con +creces cuando a principios de mes pagaba el canónigo Obrero. En él, la +avaricia y la usura iban unidas a la más absoluta probidad para los +intereses de la iglesia. Perseguía encarnizadamente la menor sisa en la +sacristía, y entregaba sus cuentas al cabildo con una minuciosidad que +fastidiaba al Obrero. A cada cual lo suyo. La iglesia era pobre, y +resultaba un pecado digno del infierno privarla de un solo ochavo. Él, +como buen servidor de Dios, era pobre también, y no creía faltarle +sacando cierto producto al dinero que había podido reunir en fuerza de +contraerse, con dolorosas privaciones, dentro de su miseria.</p> + +<p>Vivía con él su sobrina Mariquita, una fea, de facciones hombrunas y +frescas carnes, venida de las montañas para cuidar al tío, de cuya +riqueza y poder en la Primada se hacían lenguas en la aldea parientes y +amigos. En las Claverías llevaba a maltraer a todas las mujeres, +abusando de la autoridad absoluta de don Antolín. Las más tímidas +formaban en torno de ella a modo de aduladora corte, para atraerse su +protección, limpiándola la casa o haciendo la cocina, mientras +Mariquita, vestida de hábito y cuidadosamente peinada, único lujo que le +permitía su tío, salía al claustro con la esperanza de que subiese algún +cadete o se fijasen en ella los forasteros que iban a la torre o a la +sala de los gigantones. Ponía los ojos tiernos a todos los hombres; +ella, tan áspera e imperiosa con las mujeres, sonreía a cuantos solteros +vivían en las Claverías. El <i>Tato</i> era gran amigo suyo; le buscaba +cuando su tío estaba ausente, riendo sus gracias de aprendiz de torero. +Gabriel, con su aspecto enfermizo, su misterioso ensimismamiento y la +historia confusa de sus grandes viajes por el mundo, no le inspiraba +menos interés. Hasta hablaba con marcada deferencia al viejo <i>Vara de +palo</i>, por ser hombre y estar viudo. Como decía el perrero, los +pantalones volvían loca a la pobre en aquella casa donde la mayor parte +de los hombres llevaban faldas.</p> + +<p>Don Antolín había conocido a Gabriel siendo niño y le tuteaba. En el +cura ignorante subsistía aún el recuerdo de los grandes triunfos +alcanzados por Luna en el Seminario, y al verle pobre y enfermo, +refugiado en la catedral casi de limosna, su tuteo de superioridad no +estaba exento de cierta admiración. Gabriel, por su parte, temía al +<i>Vara de plata</i>, conociendo su fanatismo intolerante. Por esto se +limitaba a escucharle, cuidando de que en sus conversaciones no se +deslizara una palabra que revelase su pasado. Sería el primero en pedir +su expulsión de la catedral, y él deseaba vivir en ella desconocido y en +silencio.</p> + +<p>Al encontrarse por las mañanas en el claustro los dos hombres, se +abordaban con la misma pregunta:</p> + +<p>—¿Cómo va esa salud?</p> + +<p>Gabriel se mostraba optimista. Sabía que su dolencia no tenía remedio. +Pero aquella vida sosegada y sin emociones, y el cuidado continuo de su +hermano, alimentándolo casi a la fuerza a todas horas, como a un pájaro, +había puesto un puntal a su salud ruinosa. El curso de la enfermedad era +más lento: la muerte tropezaba con obstáculos.</p> + +<p>—Estoy mejor, don Antolín.... Y ayer, ¿qué tal fue el día?</p> + +<p>El <i>Vara de plata</i> hundía sus manos sucias y huesosas en las +profundidades de la sotana, sacando tres gruesos talonarios, uno rojo, +otro verde y el tercero blanco. Pasaba las hojas, consultando los folios +de las que llevaba arrancadas. Acariciaba respetuosamente las libretas, +como si fuesen más importantes para el culto que los grandes libros del +coro.</p> + +<p>—¡Día flojo, Gabriel! Estamos en invierno, y ahora viaja poca gente. La +gran temporada es en primavera, cuando, según dicen, entran los ingleses +por Gibraltar. Van a la feria de Sevilla y vienen después a echar una +vista a nuestra catedral. Además, la gente de Madrid sale con el buen +tiempo, y aunque a regañadientes, afloja la mosca por ver los +gigantones y la Campana Gorda. Da gusto entonces despachar papeletas. Ha +habido día, Gabriel, que he recogido ochenta duros. Me acuerdo: fue en +el último Corpus. Mariquita tuvo que recoserme los bolsillos de la +sotana, que se rompían con el peso de tantas pesetas. Fue una bendición +del Señor.</p> + +<p>Y miraba tristemente los talonarios, como lamentando que pasasen los +días del invierno sin cortar más que alguna que otra hoja. Esta tarea de +expender papeletas de entrada para ver las riquezas y curiosidades de la +catedral llenaba su pensamiento. Era la salvación de la iglesia, el +procedimiento moderno para llevarla adelante, y él se sentía orgulloso +de desempeñar esta función, que le convertía en el órgano más importante +de la vida del templo.</p> + +<p>—¿Ves estas papeletas verdes?—dijo a Gabriel—. Pues son las más +caras: dos pesetas cuesta cada una. Con ellas puede verse lo más +importante: el Tesoro, la capilla de la Virgen, el Ochavo con sus +reliquias, únicas en el mundo. Las de las otras catedrales son +porquerías si se comparan con las nuestras; mentiras, inventadas muchas +de ellas por la envidia que inspira nuestra Iglesia Primada. ¿Ves estas +otras que son rojas? Pues sólo cuestan seis reales, y con ellas pueden +visitarse las sacristías, el guardarropa, las capillas de don Álvaro de +Luna y del cardenal Albornoz, y la Sala Capitular, con sus dos filas de +retratos de arzobispos, que son una maravilla. ¿Quién no se rasca el +bolsillo por ver tales portentos?</p> + +<p>Después añadió, designando el último talonario con cierto desprecio:</p> + +<p>—Estas blancas sólo valen dos reales. Son para ver los gigantones y las +campanas. Se venden muchas entre la gente menuda que viene a la catedral +en días de fiesta. ¿Querrás creer que aún hay judíos que protestan y +dicen que esto es un robo? El otro día, tres soldados de la Academia, +que vinieron con unos «parditos» a ver los gigantones, armaron un +escándalo porque no les dejaban entrar por un perro gordo. ¡Como si +pidiésemos limosna...! Se van muchos echando pestes contra la iglesia, +lo mismo que si fuesen herejes, y en la escalera pintan con carbón cosas +abominables o escriben palabras obscenas. ¡Qué tiempos!, ¿eh, Gabriel?</p> + +<p>Luna sonreía silencioso, y animado el <i>Vara de plata</i> por este mutismo, +que le parecía de conformidad, añadió con cierto orgullo:</p> + +<p>—Esto de las papeletas lo inventé yo.... Es decir, realmente no fui yo +el inventor, pero a mí se debe su establecimiento en esta casa. Tú has +corrido mucho y habrás visto en esos países de <i>extranjis</i> que todo +puede visitarse... pero pagando. El señor cardenal anterior a éste, que +en santa gloria esté—y se llevó la mano al bonete—, también había +corrido muchas tierras; un «moderno» que, a vivir más tiempo, hubiese +acabado por poner luz eléctrica en las naves de la catedral. Yo le oí en +cierta ocasión hablar de lo que se hacía en los museos y demás edificios +notables allá en Roma y en otras ciudades: la entrada libre a todas +horas, pero pagando. Una gran comodidad para el público, que no necesita +de recomendaciones para ver las cosas. Y un día que el Obrero y yo nos +roíamos las uñas viendo que esas mil y pico de pesetas puercas (¡Dios me +perdone!) que nos da el desdichado Estado no bastaban para finalizar el +mes, propuse mi idea. ¿Querrás creer que hubo en el cabildo señores que +se opusieron? Ciertos canónigos jóvenes hablaron de los mercaderes del +templo; tú ya sabes quiénes eran: unos judíos a los que corrió el Señor +con la cuerda en la mano por no sé qué perrerías; otros más viejos +alegaron que la catedral había tenido abiertas sus maravillas a todos +durante siglos, y así había de seguir. Tendrían razón todos los señores, +pues no se llega a canónigo sin talento; pero intervino el cardenal +difunto, que de Dios goce—otro golpe de bonete—, y el cabildo hubo de +aceptar la reforma a regañadientes, y acabará por aplaudirla. ¡A +cualquiera le amarga un dulce! ¿Sabes cuánto dinero le entregué al señor +cardenal el año pasado? Más de tres mil duros, casi tanto como nos da el +Estado pecador. Y esto sin perjuicio para nadie. El público paga, mira y +se marcha. De todos modos, son aves de paso, que sólo vienen una vez: el +que se va ya no vuelve. ¡Y qué son cuatro míseras pesetas, cuando por +ellas se ve uno de los templos más gloriosos de la cristiandad, la cuna +del catolicismo español, la catedral de Toledo! ¡Como quien dice +nada...!</p> + +<p>Paseaban los dos hombres por el claustro, siguiendo el lado que a +aquella hora matinal caldeaba el sol. El clérigo se había guardado los +talonarios. Sus ojos se fijaban en Gabriel, que creía del caso sonreír +de un modo enigmático que don Antolín tomaba por una afirmación. Esto le +animó a continuar en sus confidencias.</p> + +<p>—¡Ay, Gabriel! No creas que cumplo sin trabajo mis pesados deberes. El +cardenal confía en mí, el cabildo me distingue con su afecto, el Obrero +no tiene otra esperanza que mi auxilio. Gracias a las papeletas puede ir +tirando la catedral y conservar su antiguo aspecto de grandeza, para que +venga el público a admirarla. Somos más pobres que las ratas. Y gracias +que nos quedan para remediarnos algunas migajas de nuestro pasado. Si el +viento o el granizo rompe una vidriera de las naves, podemos echar mano +de los vidrios sobrantes que nos dejaron los señores Obreros de otros +siglos. ¡Ay, Señor, Dios mío! ¡Y pensar que hubo una época en que el +cabildo mantenía a sus expensas, dentro del templo, talleres de pintores +de vidrio, de plomeros y qué sé yo cuántos más, pudiendo hacer grandes +obras sin buscar auxilio fuera de casa! Si se rompe una casulla, aún nos +quedan para componerla tiras bordadas con santos y flores, que son una +maravilla. Pero ¿y cuando todo esto se acabe?, ¿cuando se rompa el +último vidrio de repuesto y se agoten los retales de la Obrería? Habrá +que poner vidrios blancos y baratos en los ventanales para que no entren +el viento y la lluvia; la catedral parecerá una casa de huéspedes (¡que +el Señor me perdone la comparación!) y los sacerdotes de la Primada +alabarán a Dios vestidos como el capellán de una ermita.</p> + +<p>Y don Antolín reía sarcásticamente, como si este porvenir por él evocado +fuese un absurdo contrario a las leyes eternas.</p> + +<p>—Y no creas—continuó—que aquí se despilfarra ni se deja de hacer +dinero de todo lo utilizable. El jardín, que tantos años fue de tu +familia, lo dio en arrendamiento el cabildo desde la muerte de tu +hermano. Veinte duros al año paga tu tía Tomasa para que lo explote su +hijo, y eso porque, como sabes, la vieja es gran amiga de Su Eminencia, +pues le conoce desde niño. Yo ando como un azacán por el templo y los +claustros, vigilándolo todo para que no se hagan trampas, pues aquí hay +gente joven y ligera que no es de fiar. Tan pronto estoy en el Ochavo, +viendo si tu sobrino el <i>Tato</i> ha pedido la papeleta a los forasteros +(pues es muy capaz de dejarlos entrar gratis para que le den propina), +como subo al claustro para vigilar a ese zapaterín que enseña los +gigantones. A mí no me la pegan. Nadie se escapa sin pagar; pero ¡ay! +hace tiempo que no celebro; tú me ves a mediodía, cuando se cierra la +catedral, leyendo mis Horas apresuradamente por el claustro, pendiente +del reloj para bajar así que abren de nuevo el templo y vienen los +forasteros a ver el Tesoro. Esto no es vida de católico, y si Dios no me +tomase en cuenta que lo hago todo por la gloria de su casa, creo que +hasta perdería mi alma.</p> + +<p>Pasearon largo rato en silencio los dos hombres. Pero don Antolín no +podía callar fácilmente cuando se trataba de la vida económica de la +Primada.</p> + +<p>—¡Y pensar, Gabriel—continuó—, que siendo lo que hemos sido en otros +tiempos, nos vemos así...! Tú y la mayoría de los que aquí viven no +tenéis idea de lo rica que ha sido esta casa. Tanto como un rey, y en +algunos tiempos, más. De muchacho sabías tú, como nadie, la historia de +nuestros gloriosos arzobispos, pero de la fortuna que amasaron para +Dios, ni una palabra. A vosotros los sabios no os da por estas +«materialidades». ¿Conoces las donaciones que reyes y grandes señores +hicieron en vida a nuestra catedral y las herencias que le dedicaron en +la hora de la muerte? ¡Qué has de conocer! Yo lo sé todo; me he enterado +en la Obrería, en el Archivo, en la Biblioteca. Cada uno a lo que le +interesa, y yo, que con el señor Obrero he rabiado más de una vez ante +los apuros de la casa, me consuelo pensando en lo que tuvo cuando aún no +habíamos nacido. Hemos sido muy ricos, Gabriel, pero muy ricos. El +arzobispo de Toledo podía colocarse en la mitra una corona o dos, y no +digo tres porque pienso en el Sumo Pontífice.... Primero, la escritura +de dotación a la catedral hecha por el rey Alfonso VI a raíz de haber +conquistado Toledo. La hicieron en una ermita, después de elegido el +obispo don Bernardo, y yo la he visto con mis pecadores ojos en el +Archivo: un pergamino con letras góticas, que figura a la cabeza de los +Privilegios de esta Santa Iglesia. El buen rey da a la catedral nueve +villas, y si quisiera te podría citar los nombres, varios molinos y un +sinnúmero de viñas, casas y tiendas en la ciudad, y termina diciendo, +con su largueza de caballero cristiano: «Esto, pues, de tal manera lo +doy, y concedo a esta Santa Iglesia y a ti, Bernardo, Arzobispo, por +libre y perfecta donación, que por homicidio ni por otra alguna calumnia +en ningún tiempo se pierdan. Amén.» Después, don Alfonso VII nos da ocho +pueblos al otro lado del Guadalquivir, varios hornos, dos castillos, las +salinas de Belinchón y el diezmo de toda la moneda que se labrase en +Toledo, para el vestuario de los prebendados. El VIII del mismo nombre +suelta sobre la catedral otra lluvia de donaciones, ciudades, aldeas y +molinos: Illescas es nuestra, y una gran parte de Esquivias, así como la +apoteca de Talavera. Después viene el batallador prelado don Rodrigo, +que conquista a los moros mucha tierra; la catedral posee un principado, +el Adelantamiento de Cazorla, con poblaciones como Baza, Niebla y +Alcaraz.... Y dejando a los reyes, ¡no hay poco que decir de los grandes +señores, nobles como príncipes, que mostraron su generosidad con la +Iglesia Primada...! Don Lope de Haro, señor de Vizcaya, no contento con +costear la construcción del templo desde la puerta de los Escribanos +hasta el coro, nos regala la villa de Alcubilete, con sus molinos y +pesquerías, y deja dotación para que en el coro, al rezarse las +completas, arda esa vela que llaman «la Preciosa», y que se coloca en el +águila de bronce del gran atril. Don Alfonso Teilo de Meneses nos da +cuatro castillos en las riberas del Guadiana, y como él, otros grandes +señores nos conceden diezmos, derechos de peaje y ¡qué sé yo cuántas +riquezas más...! Hemos sido poderosos, Gabriel. El territorio de esta +diócesis era más grande que un principado. La catedral tenía propiedades +en la tierra, en el aire y en el mar. Nuestros dominios se extendían por +toda la nación, de punta a punta, y no había provincia donde no +poseyésemos algo. Todo contribuía a la gloria del Señor y a la decencia +y bienestar de sus ministros; todo pagaba a la catedral: el pan al +cocerse en el horno, el pez al caer en la red, el trigo al pasar por la +muela, la moneda al saltar del troquel, el viandante al seguir su +camino. Los rústicos, que entonces no pagaban contribuciones e +impuestos, servían a su rey, y salvaban la propia alma dándonos la mejor +gavilla de cada diez, con lo cual los graneros de la Iglesia Primada +eran insuficientes para contener tanta abundancia. ¡Qué tiempos +aquéllos! Había fe, Gabriel, y la fe es lo principal en la vida. Sin fe +no hay virtud, ni decencia... ni nada.</p> + +<p>Se detuvo un momento, jadeante por su discurso, echando el aliento a la +cara de Luna. El clérigo estaba tan impregnado del ambiente de la +catedral, que en su cuerpo parecían resumirse todos los olores del +templo: su sotana tenía el perfume mohoso de la piedra vieja y las rejas +herrumbrosas; por su boca parecían respirar los canalones y las +gárgolas la rancia humedad de los desvanes.</p> + +<p>Con la rápida evocación de las riquezas pasadas, enardecíase don Antolín +hasta indignarse.</p> + +<p>—Y habiendo sido tan ricos, Gabriel, hoy nos vemos en la miseria, y yo, +hijo mío, un sacerdote del Señor, tengo que ir de un lado a otro con +estas papeletas para que vivamos todos, como si fuese un revendedor de +entradas de toros, como si la casa de Dios fuera un teatro, teniendo que +aguantar a extranjeros herejes que entran sin santiguarse, mirándolo +todo con gemelos. ¡Y yo debo sonreírles, porque pagan y nos proporcionan +los postres para el triste cocido! ¡Ca...rape! ¡Jesús me valga! Iba a +decir una barbaridad.</p> + +<p>Y don Antolín siguió lanzando indignadas lamentaciones, hasta que al +pasar frente a la puerta de su casa asomó Mariquita el abultado y feo +rostro.</p> + +<p>—Tío, basta de paseo. Se enfría el chocolate.</p> + +<p>Aun después de desaparecer el sacerdote dentro de su casa, siguió la +sobrina sonriendo amablemente a Luna.</p> + +<p>—¿Usted gusta, don Gabriel?</p> + +<p>Con sus ojos audaces de loba hambrienta invitaba a Luna a entrar. Le +gustaba el porte «aseñorado», como ella decía, de aquel hombre, la +soltura que le daba su antiguo trato con el mundo. Además, sobre su +imaginación de mujer ejercía cierto encanto el misterioso pasado de +Gabriel, su altivez silenciosa, la vaga fama de sus aventuras y aquella +sonrisa un tanto compasiva y desdeñosa con que escuchaba a las gentes +del claustro alto.</p> + +<p>Se retiró la insinuante Mariquita y siguió Gabriel sus paseos por el +claustro, después de apurar el jarrito de leche que todas las mañanas le +subía su hermano.</p> + +<p>A las ocho salía don Luis, el maestro de capilla, siempre con el manteo +terciado teatralmente y el sombrero de teja echado atrás como una +aureola sobre su enorme cabeza. Tarareaba con aire distraído, agitado +perpetuamente por su nerviosa movilidad. Preguntaba con alarma si +habían tocado ya a coro, asustado por las amenazas de multa a causa de +su retraso. Gabriel sentíase atraído por este artista eclesiástico que +vegetaba despreciado en las últimas capas de la Iglesia, pensando más en +la música que en el dogma.</p> + +<p>Por las tardes subía Gabriel al camaranchón que habitaba el maestro de +capilla en el piso superior de la casa de los Luna. La habitación +contenía toda la fortuna del artista: una cama de hierro, que era aún la +del Seminario, un armónium, dos bustos de yeso de Beethoven y Mozart y +un montón enorme de paquetes de música, de partituras encuadernadas, de +hojas sueltas de papel pautado, pero tan grande, tan revuelto y confuso, +que con frecuencia se desplomaba, invadiendo con blanco aleteo hasta los +últimos rincones.</p> + +<p>—En esto se le van los cuartos—decía el <i>Vara de palo</i> con acento de +bondadosa reconvención—.</p> + +<p>Nunca tendrá un céntimo. Apenas coge la paga, ¡a pedir más papelotes a +Madrid! Más le valdría, don Luis, comprarse un sombrero nuevo, aunque +fuese modestito, para que los señores del coro no se burlasen de la +cobertura que lleva en la cabeza.</p> + +<p>En las tardes de invierno, después del coro, el músico y Gabriel se +refugiaban en aquella habitación. Los canónigos, huyendo del viento frío +o de la lluvia, daban su paseo diario por las galerías del claustro +alto, con el afán de no privarse de este ejercicio a que estaba +acostumbrada su metódica existencia. El agua del cielo golpeaba los +vidrios de la ventana del camaranchón. A la claridad triste y gris de la +tarde hojeaba el maestro los cuadernos o hacía correr sus manos sobre el +armónium, conversando con Gabriel, que se sentaba en la cama.</p> + +<p>Enardecíase el músico hablando de sus adoraciones artísticas. En mitad +de una peroración entusiasta callaba, inclinándose ante el armónium, y +las melodías del instrumento llenaban el cuarto, descendiendo por la +escalera hasta llegar a los paseantes del claustro como un eco lejano. +De repente, cesaba de tocar en el pasaje más interesante y reanudaba su +charla, como temiendo que en su continua distracción se le evaporasen +las ideas.</p> + +<p>El silencioso Luna era el único auditorio que había encontrado en la +catedral, el primero que le escuchaba largas horas sin burlarse ni +tenerlo por loco; antes bien, mostraba con sus breves interrupciones y +preguntas el gusto con que le oía. El final de la conversación todas las +tardes era el mismo: la grandeza de Beethoven, ídolo del sacerdote +artista.</p> + +<p>—Le he amado toda mi vida—decía el maestro de capilla—. A mí me educó +un fraile jerónimo, un exclaustrado viejo, que, después de abandonar el +convento, corrió algo de mundo como profesor de violoncelo. Los +Jerónimos fueron los grandes músicos de la Iglesia. Usted no sabrá esto; +yo tampoco lo sabría si poco después de nacer no me hubiese tomado bajo +su protección aquel santo hombre, que fue para mí un verdadero padre. +Parece que cada orden religiosa se dedicaba en sus buenos tiempos a una +especialidad. Unos, creo que los benedictinos, anotaban libros viejos; +otros fabricaban licores para las damas; los de más allá tenían unas +manos de oro para jaulas de pájaros, y los Jerónimos estudiaban siete +años de música, dedicándose cada uno al instrumento de su preferencia. A +ellos se debe que se conservara en las iglesias de España un poco, un +poquito nada más, de buen gusto musical. ¡Y qué orquestas, según me +contaba mi padrino, formaban los Jerónimos en sus conventos! Para las +señoras era una gloria ir los domingos por la tarde al locutorio, donde +encontraban a los buenos Padres, cada uno de los cuales resultaba un +profesorazo instrumentista. Eran los únicos conciertos de aquella época. +Con la pitanza asegurada, sin tener que preocuparse de casa ni vestido y +teniendo el amor al arte por toda obligación, figúrese usted, Gabriel, +qué musicotes podrían salir. Por eso, cuando echaron a los frailes de +sus conventos, los Jerónimos no salieron mal librados. Nada de mendigar +misas por las iglesias ni vivir de gorra con las familias devotas. +Tenían para ganarse el pan un arte estudiado concienzudamente, y se +colocaron en seguida en las catedrales como organistas y maestros de +capilla. Los cabildos se los disputaban. Algunos fueron más audaces, y +ganosos de ver de cerca aquel mundo musical que se les aparecía dentro +de sus conventos como un paraíso fantástico, entraron en las orquestas +de los teatros, viajaron, hicieron sus calaveradas allá por Italia, +transformándose de tal modo, que ni en cien años los hubiera reconocido +su antiguo prior. Uno de éstos fue mi padrino. ¡Qué hombre! Era un buen +cristiano, pero de tal modo se había entregado a la música, que en él +quedaba muy poco del antiguo fraile. Cuando le anunciaban, que pronto se +restablecerían los conventos, levantaba los hombros con indiferencia. Le +interesaba más una sonata nueva. Pues bien, Gabriel: aquel hombre tenía +frases que han quedado en mi memoria para siempre. Un día, siendo yo +niño, me llevó en Madrid a una reunión de músicos amigos que ejecutaban +para ellos solos el famoso <i>Septimino</i>. ¿Lo conoce usted? La obra más +«fresca» y más graciosa de Beethoven. Recuerdo a mi padrino saliendo de +la audición ensimismado, con la cabeza baja, tirando de mí, que apenas +podía seguir sus grandes zancadas. Cuando llegamos a casa, me miró +fijamente, como si yo fuese una persona mayor. «Oye, Luis—me dijo—, y +acuérdate bien de esto. En el mundo no hay más que un "Señor": Nuestro +Señor Jesucristo, y dos "señoritos": Galileo y Beethoven...»</p> + +<p>El músico miró amorosamente el busto de yeso que desde una rinconera +contemplaba el cuartucho con entrecejo de león y ojos huraños de sordo.</p> + +<p>—Yo no conozco a Galileo—continuó don Luis—. Sé que fue un sabio, un +genio de la ciencia. No soy más que un músico y entiendo poco de estas +cosas. Pero a Beethoven lo adoro, y creo que mi padrino se quedó corto. +Es un dios, es el hombre más extraordinario que ha producido el mundo. +¿No lo cree usted así, Gabriel?</p> + +<p>Vibrantes sus nervios por el entusiasmo, poníase de pie y paseaba por +la habitación, pisoteando los papeles esparcidos por el suelo.</p> + +<p>—¡Ah, cómo le envidio a usted, Gabriel, que ha corrido mundo y ha oído +tan buenas cosas! La otra noche no pude dormir pensando en lo que usted +me contó de su vida en París: aquellas tardes de los domingos, tan +hermosas, corriendo después de almorzar, unas veces a los conciertos de +Lamoreux, otras a los de Colonna, dándose un hartazgo de sublimidad... +¡Y yo aquí encerrado, sin otra esperanza que dirigir alguna misita +rossiniana en las grandes festividades...! Mi único consuelo es leer +música, enterarme por la lectura de las grandes obras que tantos tontos +oirán en las ciudades dormitando o aburriéndose. Ahí tengo en ese montón +las nueve sinfonías del «Hombre», sus innumerables sonatas, su misa, y +con él a Haydn, a Mozart, a Mendelssohn, a todos los grandes tíos, en +una palabra. Hasta tengo a Wagner. Los leo, toco en el armónium lo que +es posible, ¿y qué...? Es como si a un ciego le describieran con gran +elocuencia el dibujo de un cuadro y sus colores. Enterrado en este +claustro, sé, como el ciego, que hay en el mundo cosas muy hermosas... +pero de oídas.</p> + +<p>El maestro de capilla guardaba del año anterior un recuerdo de +felicidad, y hablaba de él con entusiasmo. Por indicación del +cardenal-arzobispo había ido a Madrid a formar parte de un tribunal de +oposiciones para organistas.</p> + +<p>—Fue la gran temporada, Gabriel: la mejor de mi vida. Una noche conocí +a Wagner, pero sin tapujos, como quien dice en su propia salsa. Vestido +con ropas de un violinista amigo que algunas veces toca en las fiestas +de Toledo, oí <i>La Walkyria</i> en el paraíso del Real. Otra noche asistí a +un concierto. La gran noche, Gabriel, ¡como quien dice nada! La <i>Novena +Sinfonía</i> de este tío feo, de este sordo mal genio que está +escuchándonos.</p> + +<p>Y de un salto, el músico llegó hasta el busto, besándolo con humildad +infantil, como un niño acaricia al padre ceñudo e imponente.</p> + +<p>—Usted conoce la <i>Novena Sinfonía</i>, ¿verdad, Gabriel? ¿Y qué +experimentó usted al oírla...? A mí, con la música me ocurren cosas +raras: cierro los ojos y veo paisajes desconocidos, caras extrañas; y es +notable que tantas veces como oigo las mismas obras se repiten idénticas +visiones. Si hablo de esto con las gentes de abajo, me llaman loco. Pero +usted es de los míos, y no temo que se burle. Hay pasajes musicales que +me hacen ver el mar, azul, inmenso, con olas de plata (y eso que yo +nunca he visto el mar); otras obras desarrollan ante mí bosques, +castillos, grupos de pastores y rebaños blancos. Con Schubert veo +siempre dúos de amantes suspirando al pie de un tilo, y ciertos músicos +franceses hacen desfilar por mi imaginación hermosas señoras que pasean +entre parterres de rosales vestidas de color violeta, siempre violeta. Y +usted, Gabriel, ¿no ve cosas?</p> + +<p>El anarquista asintió. Sí; también despertaba en él la música un mundo +fantástico, de visiones más bellas que la realidad.</p> + +<p>—Yo—continuó el sacerdote—me acuerdo de lo que me hizo ver la Novena, +lo veo ahora con sólo tararear algunos de sus pasajes. ¡Oh, aquel +<i>scherzo</i> tan gracioso, con sus originales trémolos de timbal! Me +parece, oyéndolo, que Dios y su corte de santos han salido del cielo a +dar un paseo, dejando a los angelitos dueños de la casa. ¡Amplia +libertad!, ¡juerga general! La celeste chiquillería, sin respeto alguno, +salta de nube en nube, se entretiene en deshojar sobre la tierra las +guirnaldas de flores que han dejado olvidadas las santas. Uno abre el +compartimiento de la lluvia y la hace caer sobre el mundo; otro se +acerca a la llave de los truenos y la toca: ¡redoble espeluznante que +turba el jugueteo y los pone en fuga! Pero vuelven otra vez y continúa +la ronda graciosa, repitiéndose de nuevo las ruidosas travesuras +cortadas por los truenos. ¿Y el <i>adagio</i>? ¿Qué me dice usted de él? +¿Conoce algo más dulce, más amoroso y de tan divina serenidad? Los seres +humanos no llegarán a hablar así por más progresos que hagan. Juntos +todos los amantes famosos, no encontrarían las inflexiones de ternura +de aquellos instrumentos que parecen acariciarse. Oyéndolo, pensaba en +esos techos pintados al fresco con figuras mitológicas. Veía desnudeces, +carnes jugosas de suaves curvas, algo así como Apolo y Venus +requebrándose sobre un montón de nubes de color de rosa a la luz de oro +del amanecer.</p> + +<p>—Capellán, que se cae usted—dijo Gabriel—. Eso no es muy cristiano.</p> + +<p>—Pero es artístico—dijo con sencillez el músico—. Yo me ocupo poco de +religión. Creo lo que me enseñaron, y no me tomo el trabajo de averiguar +más. Sólo me preocupa la música, que alguien ha dicho que será «la +religión del porvenir», la manifestación más pura del ideal. Todo lo que +es hermoso me gusta y creo en ello como en una obra de Dios. «Creo en +Dios y en Beethoven», como dijo su discípulo.... Además, ¿qué religión +tiene la grandeza de la música? ¿Conoce usted el último cuarteto que +escribió Beethoven? Se sentía morir, y al borde de la partitura escribió +esta pregunta aterradora: «¿Es preciso?» Y más abajo añadió: «Sí; es +preciso, es preciso.» Era necesario morir, siendo un genio, abandonar la +vida cuando aún llevaba en la cabeza tantas sublimidades, pagar el +tributo a la renovación humana, sin consideración a su majestad de +semidiós. Y entonces escribió este lamento, esta despedida a la vida, +cuya grandeza no puede ser igualada por ningún canto, por ninguna +palabra de la religión.</p> + +<p>El músico se sentó ante el armónium, y durante largo rato hizo sonar el +último lamento del genio, su queja dolorosa al transponer el umbral de +la vida, no desesperada y temblona por el miedo a lo desconocido, sino +de una melancolía varonil, que se sumerge en la eterna sombra con la +confianza de que la nada roerá inútilmente su gloria.</p> + +<p>Estas tardes de comunión artística en aquel rincón de la catedral +adormecida ligaban a los dos hombres con un afecto creciente. El músico +hablaba, hojeaba cantando sus partituras, o hacía sonar el armónium; el +revolucionario le escuchaba silencioso, sin interrumpir a su amigo más +que con la tos de su pecho enfermo. Eran tardes de dulce tristeza, en +las que se compenetraban aquellos dos hombres: el uno, soñando con salir +de la cárcel de piedra de la catedral para ver el mundo; el otro, de +regreso de la vida, herido y desalentado, contento del obscuro reposo de +la hermosa ruina y guardando con prudente silencio el secreto de su +pasado. El arte brillaba para ellos como un rayo de sol en el ambiente +gris y monótono de la catedral.</p> + +<p>Al encontrarse en el claustro por las mañanas, el diálogo era siempre +parecido entre los dos amigos.</p> + +<p>—A la tarde, ¿eh?—decía misteriosamente el maestro de capilla—. Tengo +papeles frescos. Vamos a paladear una novedad que me traerán hoy. +Además, escribí anoche una cosita.</p> + +<p>Y el anarquista contestaba afirmativamente, contento de servir en cierto +modo de entretenimiento a aquel paria del arte, que veía en él su único +auditorio y le agasajaba para retenerlo.</p> + +<p>Mientras duraban los oficios divinos, Gabriel paseaba solo por el +claustro. Todos los hombres estaban en la catedral, excepto el zapatero +que enseñaba los gigantones. Cansado de la charla de las mujeres +asomadas a las puertas de las Claverías, subía a la habitación del +campanero, su antiguo camarada de armas, o descendía al jardín por la +monumental escalera de Tenorio cuando estaba abierta o por el arco del +Arzobispo atravesando la calle.</p> + +<p>Gustábale pasar una hora entre los árboles. Encontraba en el jardín +iguales recuerdos de su familia que en la habitación de arriba. +Fatigado, además, de tropezar siempre en sus paseos con muros de piedra +que le recordaban la cárcel, necesitaba la movilidad de la vegetación +acariciada por el viento, forjándose la ilusión de que vivía libre en +plena campiña.</p> + +<p>En el cenador, donde había visto a su padre en otra época, casi inmóvil +por la vejez, voceando a su hijo mayor, que acogía resignado todas sus +indicaciones, encontraba ahora a la tía Tomasa haciendo calceta y +siguiendo con ojos vigilantes el trabajo de un mocetón que había tomado +a su servicio.</p> + +<p>La tía de Gabriel era la persona más importante de las Claverías. Su +palabra valía tanto como la de don Antolín. El <i>Vara de plata</i> la temía, +inclinándose ante la poderosa protección que todos adivinaban detrás de +la pobre mujer. En los tiempos que su padre, abuelo materno de Gabriel, +era sacristán de la catedral, ejercía las funciones de monaguillo un +chicuelo, sobrino de cierto beneficiado que acabó por costearle la +carrera en el Seminario. El monaguillo de medio siglo antes era ahora +príncipe de la Iglesia y cardenal-arzobispo de Toledo. La vieja Tomasa y +él se habían conocido de niños, peleándose en el claustro alto por la +posesión de una estampita o haciendo jugarretas a los mendigos que +acupaban la puerta del Mollete. El imponente don Sebastián, que hacía +temblar con una mirada al cabildo y a todos los curas de la diócesis, +mostrábase alegre, fraternal y confianzudo cuando de tarde en tarde veía +a Tomasa. Era el único recuerdo vivo que quedaba de su infancia en la +catedral. Besábale la vieja el anillo con gran reverencia, pero a +continuación le hablaba como a un individuo de su familia, faltándola +poco para tutearle. El cardenal, rodeado a todas horas por el temor y la +adulación, necesitaba de vez en cuando el trato franco y descuidado de +la jardinera. Según afirmaban las gentes de la catedral, la señora +Tomasa era la única que podía decirle las verdades cara a cara a Su +Eminencia. Y los vecinos de las Claverías sentían halagado su orgullo de +parias cuando veían al príncipe eclesiástico arrastrar su sotana de +vivos rojos por los andenes de piedra para sentarse en el cenador y +charlar más de una hora con la vieja, mientras los familiares +permanecían respetuosamente de pie en la puerta de la verja.</p> + +<p>A Tomasa no le enorgullecía este honor. Para ella, el príncipe +eclesiástico no era más que un compañero de la infancia que había tenido +cierta suerte. Á lo sumo, era don Sebastián, sin pasar más adelante en +tratamientos y fórmulas de respeto. Pero su familia sabía aprovecharse +de esta amistad, especialmente su yerno, el <i>Azul de la Virgen</i>, un +camándulas, según decía la vieja, que hacía dinero hasta de las +telarañas del templo; una hormiga insaciable que, valiéndose de la +amistad del cardenal y su suegra, iba adquiriendo nuevos privilegios, +sin que sacerdotes y sacristanes osasen la menor protesta contra él +viéndole tan bien protegido.</p> + +<p>Gabriel gustaba mucho del trato con su tía. Era la única persona nacida +en el claustro que parecía haberse librado del influjo adormecedor del +templo. Amaba a la catedral como su casa solariega, pero no parecían +imponerle gran respeto los santos de las capillas ni las dignidades +humanas que se sentaban en el coro. Reía con la alegría de una vejez +sana y plácida; sus sesenta años, como ella afirmaba, estaban limpios de +todo daño al semejante. Su lenguaje era algo irrespetuoso y libre, como +de mujer que ha visto mucho y no cree en las majestades humanas ni en +las virtudes inexpugnables. El fondo de su carácter era la tolerancia, +la compasión para todos los defectos, pero se indignaba contra los que +pretendían ocultarlos.</p> + +<p>—Todos son hombres, Gabriel—decía a su sobrino, hablando de los +señores de la catedral—. Don Sebastián es hombre también. Todos +pecadores, y con mucho que responder ante Dios. No pueden ser de otra +manera, y yo los excuso. Pero créeme, sobrino; muchas veces me dan ganas +de reír cuando veo a la gente arrodillada ante ellos. Yo creo en la +Virgen del Sagrario y un poquito en Dios; ¿pero en esos señores? ¡Si los +conocieran como yo...! Pero, en fin, todos hemos de vivir, y lo malo no +es tener defectos, sino ocultarlos, hacer la comedia como el +sinvergüenza de mi yerno, que ahí donde lo ves, grandote como un +castillo, se da golpes de pecho, besa el suelo lo mismo que las beatas, +está deseando mi muerte, creyendo que guardo algo en mi arcón, y quita +lo que puede del cepillo de la Virgen, y roba las velas y hace trampas +en el cobro de las misas, y ya estaría en la calle si no fuese por mí, +que pienso en mi hija, siempre enferma, y en los pobrecitos de mis +nietos.</p> + +<p>Cuando Gabriel bajaba a verla en el jardín, le recibía con el mismo +saludo:</p> + +<p>—¡Hola, estantigua! Hoy tienes mejor cara; te vas apañando. Parece que +tu hermano te sacará adelante con tantos cuidados.</p> + +<p>Luego venía la comparación entre su vejez sana y vigorosa y aquella +juventud arruinada que se defendía tenazmente de la muerte.</p> + +<p>—Aquí ves mis sesenta años: ni una enfermedad en toda mi vida. Verano e +invierno, nunca oigo las cuatro en la cama; tengo la dentadura completa +y como lo mismo que cuando don Sebastián venía con su sotana roja de +monago a quererme quitar una parte del almuerzo. Vosotros los Luna +siempre habéis sido flojuchos; tu padre, antes de llegar a mi edad, no +podía menearse y se quejaba del reúma y de la humedad de este jardín. En +él estoy yo, y nada: me encuentro lo mismo que cuando no bajaba de las +Claverías. Nosotros los Villalpando somos de hierro: por algo +descendemos de aquel famoso Villalpando que hizo la reja del altar mayor +y la Custodia y un sinnúmero de maravillas. Debía ser un gigantón, a +juzgar por la facilidad con que retorcía y moldeaba toda clase de +metales.</p> + +<p>La ruina física de Gabriel despertaba en ella honda conmiseración, +evocando al mismo tiempo maliciosas suposiciones.</p> + +<p>—¡Lo que te habrás divertido por esos mundos!, ¿eh, sobrino? Para ti, +la guerra fue una perdición. Ahora estarías en tu silla del coro, y +¡quién sabe si llegarías a ser otro don Sebastián! La verdad es que él, +de muchacho, dio menos que hablar que tú en el Seminario, y no era un +prodigio de sabiduría.... Pero viste mundo, le tomaste el gusto a esos +países donde dicen que hay unas señoronas muy guapas, con cada sombrero +como un quitasol. Tú estás hecho ahora un mamarracho de feo, pero antes +eras guapo; te lo digo yo, que soy tu tía, y ¡claro!, así has vuelto de +enfermo y desmirriao. Has vivido muy aprisa. ¡A saber qué cosas habrás +hecho por el mundo, camastrón! ¡Y tu pobre madre que te criaba para +santo! ¡Buena santidad nos dé Dios...! No me lo niegues, no te hagas el +bueno: las mentiras me enfadan. Te has divertido, y has hecho bien; has +cogido por los pelos todas las ocasiones. Lo malo es cómo te has +quedado, cómo has vuelto por aquí, que da lástima verte. He conocido a +muchos como tú. Yo no sé qué tienen las gentes de Iglesia, qué espíritu +malo llevan dentro, que cuando se echan a la vida es para no parar, y +arden y arden sin prudencia alguna hasta que no queda ni el cabo. Como +tú han pasado muchos por el Seminario.</p> + +<p>Una mañana, Gabriel hizo a su tía una pregunta que llevaba preparada +mucho tiempo sin osar formularla. Quería saber qué era de su sobrina +Sagrario y lo que había ocurrido en casa de su hermano.</p> + +<p>—Usted que es tan buena, tía, usted me lo dirá. Todos parece que teman +hablar de eso. Hasta mi sobrino el <i>Tato</i>, que es tan parlanchín y +despelleja a todos los de las Claverías, calla cuando le pregunto algo. +¿Qué ocurrió, tía...?</p> + +<p>Se ensombreció el rostro de la vieja.</p> + +<p>—Una gran desgracia, hijo; lo que nunca se había visto en el claustro +alto. Las locuras del mundo entraron en la catedral, y fueron a hacer +nido justamente en la casa más honrada, más antigua y más respetable de +las Claverías. Todos somos buenos; al fin, gentes que no hemos visto el +mundo ni por un agujero y vivimos aquí como en conserva; pero los Luna +habéis sido de lo bueno lo mejor; y no digamos de los Villalpando, que +os vienen a la zaga. ¡Ay, si tu madre levantase la cabeza! ¡Si tu padre +viviera...! Yo a quien doy toda la culpa es a tu hermano, por buenazo, +por simple, por esa maldita manía de todos los padres, que desafían el +peligro con la esperanza de colocar bien a las hijas....</p> + +<p>—Pero ¿cómo fue, tía? ¿Qué pasó entre mi sobrina y el cadete?</p> + +<p>—Lo que pasa con frecuencia en el mundo y aquí no había ocurrido nunca. +Mil veces le sermoneé a tu hermano: «Mira, Esteban, que ese señorito no +es para tu hija.» Muy simpático, muy vivaracho, llevando el uniforme de +la Academia como nadie y capitaneando el grupo más endiablado de cadetes +en sus calaveradas por toda la ciudad. Además, hijo de una gran familia; +señorones adinerados que nunca le dejaban ir por Toledo con el bolsillo +vacío. Y ella, la pobre Sagrario, bobita de amor, chalada por su cadete, +orgullosa cuando paseaba los domingos por Zocodover o el Miradero entre +su madre y aquel novio tan apuesto que le envidiaban las señoritas de la +ciudad. La hermosura de tu sobrina hacía hablar a todo Toledo. Las del +Colegio de Doncellas Nobles la apodaban por envidia «la sacristana de la +catedral»; pero ella, la pobrecita, sólo vivía para su cadete, y parecía +querer bebérselo con sus ojazos azules. El bestia de tu hermano lo +dejaba entrar en su casa, muy orgulloso del honor que hacía a la +familia. Ya sabes, Gabriel: la eterna ceguera de ciertos toledanos de +medio pelo, que aceptan como una gloria el noviazgo del cadete con la +niña, a pesar de que son rarísimos los casos en que estos amores llegan +al matrimonio. Aquí no hay mujer que posea un mediano palmito y se +escape de haber tenido su miaja de encariñamiento por unos pantalones +colorados. Hasta yo misma recuerdo que de chica me atusaba el pelo y me +estiraba la falda cuando oía arrastrar un sable por las losas del +claustro. Es una ceguera que pasa de madres a hijas, y eso que ellos, +los malditos, tienen sus primas o sus novias allá en su tierra, y a +ellas vuelven así que salen de la Academia.</p> + +<p>—Bueno, tía; pero ¿en qué paró lo de mi sobrina?</p> + +<p>—Cuando el tal señorito salió teniente, su familia consiguió que lo +destinaran a Madrid. La despedida fue cosa de teatro. Yo creo que hasta +el bragazas de tu hermano y la simple de su mujer (que en gloria esté) +lloraron como si fueran ellos la novia. Los muchachos se cogían las dos +manos, y así se estaban las horas, mirándose en los ojos como si +quisieran comerse. Él estaba más tranquilo: prometía venir todos los +domingos, escribir todos los días. Al principio así lo hizo; pero +después pasaron las semanas sin viaje y el cartero subió con menos +frecuencia a las Claverías, hasta que llegó a no subir.... Se acabó: el +señorito teniente tenía en Madrid otras ocupaciones. Tu pobre sobrina se +puso perdida: se desvanecieron los Colores de su cara; ya no era aquel +albaricoque fresquito, de piel fina, que daba ganas de morderlo. Lloraba +por los rincones como una Magdalena... y un día, la muy loca, voló... y +hasta ahora....</p> + +<p>—Pero ¿adónde fue? ¿No la buscaron?</p> + +<p>—Tu hermano se puso perdido. ¡Pobre Esteban! Algunas noches lo +sorprendimos en ropas menores en el claustro alto, tieso como un poste, +mirando al cielo fijamente con unos ojos que parecían de vidrio. No +había que hablarle de buscar a la chica: se enfurecía. El escándalo +estaba dado, y no quería agravarlo recogiéndola, haciendo entrar a una +perdida en la Iglesia Primada, en la honrada casa de los Luna. Más de un +año estuvimos en las Claverías como aplastados por este suceso. Parecía +que todos llevábamos luto. ¡Ya ves: ocurrir esto en la catedral, aquí, +donde pasan los años en santa tranquilidad, sin que nos digamos una +palabra más alta que la otra...! Yo me acordé entonces de ti. Parecía +imposible que de los Luna, tan tranquilos y formalotes, hubiese podido +salir una muchacha con redaños bastantes para escapar a ese Madrid, +donde nunca había estado, juntándose con su hombre, sin miedo a Dios y a +las gentes. ¿A quién podía parecérsele la mosquita muerta? A su tío, a +Gabriel, que iba para santo, y sin embargo, después de hacer la guerra +como un lobo, rodaba por el mundo lo mismo que los gitanos.</p> + +<p>Gabriel no protestó del concepto que la tía se forjaba de su pasado.</p> + +<p>—Y después de la fuga, ¿qué ha sabido usted de la chica?</p> + +<p>—Al principio, mucho; después, ni una palabra. Vivían en Madrid los dos +juntos, recatándose de la gente, en santa tranquilidad, como si fuesen +marido y mujer. Esto duró algún tiempo, y yo misma, al saber tales +cosas, dudaba de mi malicia, pensando si el muy condenado se habría +vuelto buena persona y acabaría casándose con Sagrario. Pero al año se +terminó todo. Él estaba cansado y la familia intervino para que la +calaverada no cortase el porvenir del muchacho. Hasta buscaron a la +policía para que, amenazando a la chica, no molestase más al oficialete +con sus terquedades de abandonada. Luego... nada sé de cierto. De vez en +cuando me han dicho algo los que van a Madrid. La han visto algunos, +pero mejor hubiese sido que no la vieran. Una vergüenza, Gabriel; una +deshonra para vuestra familia, que es la mía. Esa infeliz es lo peor de +lo peor. Me han dicho que ha estado muy enferma; creo que aún lo está; +figúrate: ¡esa vida!, ¡y durante cinco años!, ¡lo que le habrá ocurrido +a la infeliz...! ¡Y pensar que es la hija de mi hermana!</p> + +<p>Hablaba la señora Tomasa con voz conmovida.</p> + +<p>—Después, Gabriel, ya sabes lo que ocurrió aquí. Se murió tu pobre +cuñada, no sabemos de qué. Fue cosa de pocos días; tal vez de vergüenza, +pues murió diciendo que ella era la culpable de todo. La partía el +corazón ver cómo había quedado tu hermano después del suceso. Siempre ha +sido Esteban poco cosa, pero luego de lo de su hija quedó como +imbécil... ¡Ay, muchacho! También me ha tocado algo a mí. Así como me +ves, tan alegre, tan satisfecha de vivir, a ratos se me clava aquí en la +frente el recuerdo de esa infeliz, y como mal y duermo peor, pensando +que una criatura que al fin lleva mi sangre va perdida por el mundo, +sirviendo de juguete a los hombres, sin que nadie la ampare, como si +estuviera sola, como si no tuviese familia.</p> + +<p>La señora Tomasa se pasó por los ojos la punta del delantal. Temblaba su +voz, y por sus mejillas enjutas de vieja caían las lágrimas.</p> + +<p>—Tía, usted es muy buena—dijo Gabriel—, pero debía preocuparse más de +esa infeliz. Había que recogerla, que salvarla; traerla aquí.... Hay que +ser misericordioso con las debilidades ajenas, y más aún cuando la +víctima es carne nuestra.</p> + +<p>—¡Ay, hijo! ¿A quién se lo dices? Mil veces he pensado en esto, pero me +da miedo tu hermano. Es un pedazo de pan, pero se vuelve una fiera +cuando le hablan de su hija. Aunque la encontrásemos y se la trajésemos, +no querría admitirla. Se indigna como si le propusieran un sacrilegio. +No podría sufrir con calma su presencia en la casa que fue de vuestros +padres. Además, aunque no lo dice, teme el escándalo de todos los +vecinos de las Claverías, que conocen lo ocurrido. Esto es lo más fácil +de arreglar. Ya se cuidarán todos de no abrir la boca estando yo de por +medio. Pero tu hermano me da miedo. No me atrevo.</p> + +<p>—Yo la ayudaré—dijo con firmeza Gabriel—. Busquemos a la chica, y una +vez la tengamos, me encargaré yo de Esteban.</p> + +<p>—Dificilillo es encontrarla. Hace tiempo que nada sé de ella. Sin duda +los que la ven se privan de decirlo por no darnos disgusto. Pero yo +averiguaré.... Veremos, Gabriel... pensaremos en ello.</p> + +<p>—¿Y los canónigos? ¿Y el cardenal? ¿No se opondrán a que la pobre +muchacha vuelva a las Claverías?</p> + +<p>—¡Bah! La cosa ocurrió hace tiempo y pocos se acuerdan. Además, la +muchacha podemos llevarla a un convento, para que esté recogidita y +tranquila, sin escándalo de nadie.</p> + +<p>—No; eso no, tía. Es un remedio cruel. No tenemos derecho para salvar a +esa pobre a costa de su libertad.</p> + +<p>—Dices bien—afirmó la vieja tras corta reflexión—-. A mí, esto de los +monjíos nunca me ha gustado gran cosa. ¿Dónde mejor que al lado de la +familia, para convertirse con el buen ejemplo? La traeremos a casa, si +está arrepentida y desea tranquilidad. A la primera que en las Claverías +hable algo de ella, le arranco el moño. Mi yerno tal vez finja +escandalizarse, pero ya le arreglaré yo la cuenta. Más valiera que no +hiciese la vista gorda ante los paseos que Juanito, ese cadete sobrino +de don Sebastián, da por el claustro cuando mi nieta se asoma a la +puerta. El muy mentecato sueña nada menos que con emparentar con el +cardenal y que su hija sea generala. Bien podía acordarse de la pobre +Sagrario. En cuanto a don Sebastián, descansa, Gabriel. Nada dirá, si es +que conseguimos traer a la chica. ¿Y por qué había de decir...? Hay que +tener caridad con el semejante, y ellos más que nadie. Porque al fin, +créeme, Gabriel... ¡hombres!, ¡nada más que hombres!</p> + + + +<hr style="width: 65%;" /> +<h2><a name="V" id="V"></a>V</h2> + +<p>Las gentes de la Primada acogían con obstinado silencio la menor alusión +al prelado reinante. Era costumbre tradicional en las Claverías: Gabriel +recordaba haber visto lo mismo en su infancia.</p> + +<p>Si se hablaba del arzobispo anterior, aquella gente, habituada a la +murmuración, como todos los que viven en cierto aislamiento, soltaba la +lengua comentando su historia y sus defectos. A prelado muerto no había +que temerle. Además, era un halago indirecto al arzobispo vivo y sus +favoritos hablar mal del difunto. Pero si en la conversación surgía el +nombre de Su Eminencia reinante, todos callaban, llevándose la mano a la +gorra para saludar, como si el príncipe de la Iglesia pudiese verlos +desde el inmediato palacio.</p> + +<p>Gabriel, oyendo a sus compañeros del claustro alto, recordaba el juicio +funeral de los egipcios. En la Primada no se decía verdad sobre los +prelados, ni osaba nadie publicar sus faltas, hasta que la muerte se +apoderaba de ellos.</p> + +<p>A lo más que se atrevían era a comentar las desavenencias entre los +señores canónigos, a llevar la lista de los que se saludaban en el coro +o se miraban entre versículo y antífona como perros rabiosos próximos a +morderse, o a hablar con asombro de cierta polémica que el Doctoral y el +Obrero sostenían en los papeles católicos de Madrid, durante tres años, +sobre si el Diluvio fue universal o parcial, contestándose los artículos +con cuatro meses de plazo.</p> + +<p>En torno de Gabriel se había formado un grupo de amigos. Le buscaban, +sentían la necesidad de su presencia, experimentaban esa atracción que, +aun permaneciendo silenciosos, ejercen los que han nacido para pastores +de hombres. Por las tardes se reunían en las habitaciones del campanero, +saliendo, cuando el tiempo era bueno, a la galería de la portada del +Perdón. Por las mañanas, la tertulia era en casa del zapatero que +enseñaba los gigantones, un hombrecillo amarillento y enfermo, con +eternos dolores de cabeza que le obligaban a llevar varios pañuelos +arrollados a guisa de turbante.</p> + +<p>Era el más pobre de las Claverías. No tenía empleo y enseñaba los +gigantones sin retribución alguna, con la esperanza de conseguir la +primera plaza que vacase, y agradeciendo mucho a los señores del cabildo +que le diesen casa gratuita, en consideración a que su mujer era hija de +un antiguo servidor de la catedral. El hedor del engrudo y de la suela +húmeda infestaba su casa con el ambiente agrio de la miseria. Una +fecundidad desesperante agravaba esta pobreza. La mujer, flácida, triste +y con grandes ojos amarillentos, presentaba todos los años un chiquitín +agarrado a sus ubres desmayadas. Por el claustro se deslizaban a lo +largo de las paredes, con la melancolía del hambre, varios chicuelos de +cabeza enorme y delgado cuello, siempre enfermos y sin llegar nunca a +morirse, afligidos por extrañas dolencias de la anemia, por bultos que +surgían y desaparecían en la cara, y costras asquerosas que cubrían sus +manos.</p> + +<p>Trabajaba el zapatero para las tiendas de la ciudad, sin adelantar gran +cosa. Desde que salía el sol sonaba su martillo en el silencio del +claustro. Esta manifestación única del trabajo profano atraía a todos +los desocupados a la habitación mísera y maloliente. Mariano, el <i>Tato</i> +y un pertiguero que también vivía en el claustro eran los que con más +frecuencia encontraba Gabriel sentados en las desvencijadas silletas del +zapatero, tan bajas, que podían tocar con las manos el suelo de +ladrillos rojos y polvorientos.</p> + +<p>Muchas veces, el campanero corría a la torre para hacer los toques +ordinarios, pero su sitio vacío lo ocupaba un viejo manchador del órgano +y gentes de la sacristía, que subían atraídas por lo que se hablaba de +esta reunión entre el personal menudo de la Primada. El objeto de la +tertulia era oír a Gabriel. El revolucionario quería callar y escuchaba +distraídamente las murmuraciones sobre la vida del culto; pero sus +amigos deseaban saber cosas de aquellas tierras que había corrido, con +una curiosidad de seres encerrados y aislados del mundo. Al oírle +describir la hermosura de París o la grandeza de Londres, abrían sus +ojos como niños que escuchan un cuento fantástico.</p> + +<p>El zapatero, con la cabeza baja, sin dejar su trabajo, seguía +atentamente la relación de tantas maravillas. Todos convenían en lo +mismo cuando callaba Gabriel. Aquellas ciudades eran más hermosas que +Madrid. ¡Y mire usted que Madrid...! Hasta la zapatera, de pie en un +rincón, olvidando la enfermiza prole, escuchaba a Luna con asombro, +animándose su rostro con una pálida sonrisa, asomando la mujer al través +de la bestia resignada de la miseria cuando Luna describía el lujo de +las grandes damas en el extranjero.</p> + +<p>Todos los siervos del templo sentían removerse sus espíritus endurecidos +e insensibles como la piedra de los muros ante estas evocaciones de un +mundo lejano que jamás habían de ver. Los esplendores de la +civilización moderna les conmovían más sinceramente que las bellezas del +cielo descritas en los sermones. En el ambiente agrio y polvoriento de +la casucha, veían desarrollarse con los ojos de la imaginación ciudades +fantásticas, y preguntaban candidamente sobre los alimentos y costumbres +de las gentes de por allá, como si los creyesen seres de distinta +especie.</p> + +<p>Por las tardes, a la hora del coro, cuando trabajaba solo el +zapaterillo, Gabriel, cansado de la monotonía silenciosa de las +Claverías, bajaba al templo.</p> + +<p>Su hermano, con manteo de lana, golilla blanca y vara larga, como un +alguacil antiguo, estaba de centinela en el crucero, para evitar que los +curiosos pasasen entre el coro y el altar mayor.</p> + +<p>Dos cartelones de oro viejo, con letras góticas adosadas a las +pilastras, anunciaban que estaba excomulgado quien hablase en alta voz o +hiciese señas en el templo. Pero esta amenaza de siglos anteriores no +impresionaba a las escasas gentes que acudían a las vísperas y charlaban +tras una pilastra con los servidores de la catedral. La luz de la tarde, +filtrándose por los ventanales, extendía sobre el pavimento grandes +manchas tornasoladas. Los sacerdotes, al pisar esta alfombra de luz, +aparecían verdes o rojos, según el color de las vidrieras. En el coro +cantaban los canónigos para ellos mismos en la triste soledad del +templo. Sonaban como detonaciones los golpes de las cancelas al +cerrarse, dejando paso a algún clérigo retrasado. En lo alto del coro +gangueaba el órgano de vez en cuando, intercalándose en el canto llano; +pero sonaba perezosamente, con desmayo, por pura obligación, y parecía +lamentarse de su esfuerzo en la penumbra solitaria.</p> + +<p>Gabriel no acababa de dar la vuelta a la catedral sin que se le uniera +su sobrino el perrero, abandonando su conversación con los monaguillos o +con el mozo de recados de la secretaría del cabildo, que tenía su +asiento fijo en la puerta de la Sala Capitular.</p> + +<p>A Luna le divertían las picardías del <i>Tato</i>, la confianza y el +descuido con que iba por el templo, como si el haber nacido en él le +privase de todo sometimiento de respeto. La entrada de un perro en las +naves le producía alborozo.</p> + +<p>—Tío—decía a Luna—, va usted a ver cómo me abro de capa.</p> + +<p>Y tirando de los extremos de la chaqueta, avanzaba hacia el can con +contoneos y saltos de lidiador. El animal, conociéndole de antiguo, +buscaba su salida por la puerta más inmediata, pero el <i>Tato</i> le cortaba +el paso, lo acosaba nave adentro fingiendo perseguirlo, lo lidiaba de +capilla en capilla, hasta que, acorralándolo, podía largarle unas +cuantas patadas. Los ladridos lastimeros alteraban el canto de los +canónigos, y el <i>Tato</i> reía, mientras que allá, en la reja del coro, +torcía el gesto el buen Esteban, amenazándole con la vara de palo.</p> + +<p>—Tío—dijo una tarde el travieso perrero—, usted que cree conocer bien +la catedral, ¿a que no ha visto las cosas «alegres» que tiene?</p> + +<p>Guiñaba los ojos y acompañaba este gesto con un ademán obsceno para +indicar que eran algo más que «alegres» las tales cosas.</p> + +<p>—A mí—continuó—me interesan las bromas que se permitían los antiguos; +no hay una que se me escape. Venga usted, tío, y se divertirá un rato. +Usted, como todos los que creen conocer la catedral, habrá pasado muchas +veces junto a esas cosas sin verlas.</p> + +<p>El <i>Tato</i>, siguiendo el coro por su parte exterior, condujo a Gabriel al +testero, enfrente de la puerta del Perdón. Bajo el medallón grandioso +que sirve de respaldo al Monte Tabor, obra de Berruguete, se abre la +capillita de la Virgen de la Estrella.</p> + +<p>—Fíjese usted en esa imagen, tío. ¿Hay una igual en todo el mundo? Es +una gachí, una chavala que volvería locos a los hombres si parpadease.</p> + +<p>Para Gabriel, no era esto un descubrimiento. Desde pequeño conocía +aquella imagen de mujer hermosa y sensual, con sonrisa mundana, el +cuerpo inclinado, la cadera saliente, y en los ojos una expresión de +alegría retozona, como si fuese a bailar.</p> + +<p>El niño, en sus brazos, también reía, y echaba mano al rebocillo de la +hermosa como si quisiera descubrirla el pecho. La imagen, de piedra +pintada, estofada y dorada, tiene un manto azul sembrado de estrellas de +oro, que es lo que la da el título de Virgen de la Estrella.</p> + +<p>—Usted que ha leído tanto, tío, tal vez no sepa la historia de esta +capilla, mucho más antigua que la catedral. Aquí tenían los laneros, +cardadores y tejedores de Toledo su patrona antes de que se construyera +el templo, y únicamente cedieron el terreno con la condición de que +serían dueños absolutos de la capilla y harían en ella lo que les +viniese en gana, así como en todo el pedazo de la catedral hasta las +pilastras inmediatas. ¡Los líos que trajo esto! En los días que hacían +fiesta a la Virgen, no reparaban que los canónigos estuviesen en el +coro, y con rabeles, tiorbas y desaforados cantos turbaban los oficios. +Si los canónigos les pedían silencio, contestaban que los obligados a +callar eran los del coro, pues ellos estaban en su casa, mucho más +antigua que la catedral. ¿Sabe usted esto, tío?</p> + +<p>—Sí; ahora lo recuerdo. El arzobispo Valero Losa les puso pleito a +principios del siglo XVIII. Mira su tumba al pie del altar. Perdió el +pleito, murió del disgusto, y mandó que lo enterrasen aquí para que le +pisaran los insolentes laneros después de muerto, ya que lo habían +vencido en vida. La soberbia de estos príncipes eclesiásticos les +impulsaba a la más orgullosa modestia.... Pero ¿todo esto es lo que me +querías enseñar?</p> + +<p>—Cosas mejores verá usted. Digamos adiós a la Virgen. Pero ¡fíjese +usted! ¡Qué cara! Tiene los ojos adormilaos. La gran jembra. Yo me paso +las horas mirándola. Es mi novia... ¡Las noches que sueño con ella...!</p> + +<p>Avanzaron algunos pasos hacia la puerta grande de la catedral, para +abarcar mejor con la vista todo el testero exterior del coro. Sobre los +tres huecos o capillas que lo perforan corre una faja de relieves +antiguos, obra de un obscuro imaginero medioeval, representando las +escenas de la Creación. Gabriel reconocía sus esculturas groseras como +contemporáneas de la puerta del Reloj y de las primeras obras de la +catedral.</p> + +<p>—Vea usted. En los primeros medallones, Adán y Eva van desnudos como +gusanos. Pero el Señor los arroja del Paraíso. Tienen que vestirse para +ir por el mundo, y mire lo que hacen apenas se ven con ropas. Fíjese en +el quinto medallón, a nuestra derecha. ¡Qué buen humor tendría el tío +que hizo eso!</p> + +<p>Gabriel miró por primera vez con atención aquellos relieves olvidados. +Era el naturalismo simple de la Edad Media; la confianza con que los +artistas representaban sus concepciones profanas en aquella época de +idealidad; el deseo de perpetuar el triunfo de la carne en cualquier +rincón ignorado de los monumentos místicos, para testificar que la vida +no había muerto. Eva estaba caída entre los árboles, con sus ropas en +desorden, y Adán sobre ella, con un gesto de locura sexual, la cogía los +brazos para dominarla, y pegaba la boca a su pecho con tal avidez, que +lo mismo podía besar que morder.</p> + +<p>El <i>Tato</i> sentíase orgulloso ante la sorpresa de su tío.</p> + +<p>—¡Eh!, ¿qué tal? Eso lo he descubierto rodando por la iglesia. Los +señores canónigos cantan todos los días al otro lado de esa pared, sin +sospechar que sobre sus cabezas hay tales alegrías. ¿Y las vidrieras, +tío? Fíjese usted bien. Al principio ciegan tantos colores, se confunden +las figuras, el plomo corta los monigotes y no se adivina nada. Pero yo +he pasado tardes enteras estudiándolas, y me las sé al dedillo. Son +historias, cosas de su época que pintaron ahí los vidrieros, y cuyo +intríngulis se ha perdido, sin que haya cristiano que pueda pillarlo.</p> + +<p>Y señalaba los ventanales de la segunda nave, por los que se filtraba la +luz de la tarde con un tono acaramelado.</p> + +<p>—Mire usted allí—prosiguió el perrero—. Un señor con capa roja y +espada sube por una escalera de cuerda. En la ventana le espera una +monja. Parece cosa del <i>Don Juan Tenorio</i> que representan por Todos +Santos. Más allá, esos dos que están en la cama y gente que llama a la +puerta. Deben ser los mismos pájaros y la familia que los sorprende. Y +en la otra vidriera, fíjese usted bien: gachos en pelota, prójimas sin +más vestidura que la mata de pelo; cosas, en fin, de los tiempos en que +la gente no tenía vergüenza y andaba con la cara en alto... y la otra +cara al aire.</p> + +<p>Gabriel sonreía ante las necedades que los caprichos del arte antiguo +inspiraban al perrero.</p> + +<p>—Pues en el coro, tío, también hay algo que ver. Vamos allá: ya acaban +los oficios y salen los canónigos.</p> + +<p>Luna sentía el anonadamiento de la admiración siempre que entraba en el +coro. Aquella sillería alta, obra en un lado de Felipe de Borgoña y en +otro de Berruguete, le embriagaba con su profusión de mármoles, jaspes y +dorados, estatuas y medallones. Era el espíritu de Miguel Ángel que +resurgía en la catedral toledana.</p> + +<p>El perrero examinaba la sillería baja, huroneando en los relieves +góticos los descubrimientos realizados por su malsana curiosidad. Esta +primera sillería a ras de tierra, donde se sentaban los clérigos de +categoría más ínfima, era anterior en medio siglo a la sillería alta; +pero en estos cincuenta años dio el arte el gran salto desde el gótico +rígido y duro a las suavidades y el buen gusto del Renacimiento. La +había tallado Maestre Rodrigo en la época que la España cristiana, +conmovida de entusiasmo, asistía a los últimos esfuerzos de los Reyes +Católicos para completar la Reconquista. En los respaldos y en los +tableros de los frisos, cincuenta y cuatro cuadros tallados reproducían +los principales incidentes de la conquista de Granada.</p> + +<p>El <i>Tato</i> no miraba estos planos de roble y nogal con tropeles de +jinetes y racimos de soldados escalando los muros de las ciudades moras. +Le interesaban más los brazos de las sillas, los pasamanos de las +escaleras que conducen a la sillería alta, los salientes que separan los +asientos y sirven para reclinar la cabeza, cubiertos de animales y seres +grotescos: perros, monos, aves, frailes y pajecillos, todos en posturas +difíciles, rarísimas y obscenas. Cerdos y ranas se acoplaban en +monstruosos ayuntamientos; los monos, con gesto innoble, se retorcían en +lúbricos espasmos, y pajecillos entrelazados en posición contraria +hundían la cabeza en la cruz de las calzas del compañero. Era un mundo +de caricaturas de la lujuria, de gestos simiescos y estremecimientos +satiríacos, en el que asomaba la pasión carnal con la mueca de la +animalidad más grotesca.</p> + +<p>—Mire usted, tío. Como gracioso, éste es el más notable.</p> + +<p>Y el <i>Tato</i> enseñaba a Gabriel la figurilla rechoncha de un fraile +predicando con enormes orejas de burro.</p> + +<p>Cuando salieron del coro, Gabriel vio cerca del gran fresco de San +Cristóbal al maestro de capilla. Acababa de cerrar una puertecilla +inmediata al coloso, que conduce por una escalera de caracol al archivo +de música. El artista llevaba bajo el brazo un gran libro con tapas +polvorientas, que mostró a Gabriel.</p> + +<p>—Me lo llevo arriba. Ya oirá usted algo: vale la pena.</p> + +<p>Y pasando su vista del libróte a la puertecilla inmediata, exclamó:</p> + +<p>—¡Ay, ese archivo, Gabriel, qué pena da! Cada vez que lo visito salgo +triste. Por ahí han pasado los bárbaros. Todos los libros de música +tienen páginas arrancadas, recortes allí donde existía una letra +pintada, una viñeta, algo bonito. La vieja música duerme bajo el polvo. +Los señores canónigos no la quieren, no la entienden, ni son capaces de +dedicar unas cuantas pesetas para que se oiga en las grandes fiestas. +Les basta para salir del paso con cualquier pedazo rossiniano; y en +cuanto al órgano, lo único que les importa es que toque lento, muy +lento. Cuanta más lentitud, más religiosidad, aunque el organista toque +una habanera.</p> + +<p>Seguía mirando la puertecilla del archivo con ojos melancólicos, como si +fuese a llorar sobre la ruina de la música.</p> + +<p>—Y ahí dentro, Gabriel, hay obras notabilísimas que no deben morir +mientras en el mundo exista el arte. Nosotros en música profana no somos +gran cosa, pero crea usted que España ha sido algo en autores +religiosos.... Esto se sobrentiende que es si realmente existe música +profana y música religiosa, que lo dudo; para mí, sólo hay música, y no +sé cuál será el guapo que marque la separación, detallando dónde acaba +la una y empieza la otra.... Tras esa pared del San Cristóbal duermen +mutilados, con mortaja de polvo, los grandes músicos españoles. Mejor es +que duerman. ¡Para oír lo que se canta en este coro! Ahí está Cristóbal +Morales, que hace tres siglos fue maestro de capilla en esta catedral y +veinte años antes que Palestrina comenzó la reforma de la música. En +Roma compartió la gloria con el famoso maestro. Su retrato está en el +Vaticano, y sus <i>Lamentaciones</i>, sus motetes, su <i>Magnificat</i>, duermen +aquí olvidados hace siglos. Ahí Victoria... ¿Lo conoce usted? Otro de la +misma época. Los contemporáneos envidiosos le llamaban «el mono de +Palestrina», tomando todas sus obras por imitaciones, después de su +larga estancia en Roma; pero crea usted que en vez de plagiar al +italiano tal vez lo superó. Aquí está Rivera, un maestro toledano del +que nadie se acuerda, y tiene en el archivo un volumen entero de Misas; +y Romero de Ávila, el que mejor estudió el canto mozárabe; y Ramos de +Pareja, un músico nada menos que del siglo XV, que escribió en Bolonia +su libro <i>De música Tractatus</i>, y destruyó el sistema anticuado de Guido +de Arezzo, descubriendo el «temperamento de los sonidos»; y el monje +Ureña, que añade la nota <i>si</i> a la escala; y Javier García, que en el +siglo pasado reformaba la música, encaminándola hacia Italia (¡Dios le +perdone!), sendero trillado del que aún no hemos salido; y Nebra, el +gran organista de Carlos III, un señor que un siglo antes de nacer +Wagner empleaba ya en España la disonancia musical. Al escribir el +<i>Réquiem</i> para los funerales de doña Bárbara de Braganza, presintiendo +la extrañeza de instrumentistas y cantantes ante su música +revolucionaria, puso en el margen de las <i>particellas</i>: «Se advierte que +este papel no está equivocado.» Su <i>Letanía</i> fue tan célebre, que estaba +prohibido copiarla, bajo pena de excomunión; pero trabajo inútil, pues +hoy a quien excomulgarían es al que se acordase de ella. Crea usted, +Gabriel, que ese archivo es un panteón de grandes hombres, pero panteón +al fin, en el que nadie resucita.</p> + +<p>Luego añadió, bajando la voz:</p> + +<p>—La Iglesia ha sido siempre poco amante de la música. Para comprenderla +y sentirla hay que nacer artista, y ya sabe usted lo que son todos estos +señores que cobran por cantar en el coro... sin saber música. Cuando le +veo a usted, Gabriel, sonreír ante las cosas religiosas, adivino en su +gesto lo mucho que se calla, y le doy la razón. Yo he tenido curiosidad +por saber la historia de la música en la Iglesia; he seguido paso a paso +el largo calvario del arte infeliz, llevando a cuestas la cruz del culto +al través de los siglos. Usted habrá oído hablar muchas veces de música +religiosa, como si fuese una cosa aparte, creada por la Iglesia. Pues +bien, es una mentira: la música religiosa no existe.</p> + +<p>El perrero se había alejado al oír que el maestro de capilla, de +infatigable locuacidad cuando hablaba de su arte, acometía el tema de la +música. Él tenía formada su opinión sobre don Luis, y la decía a todos +en el claustro alto. Era un <i>guillati</i>, que sólo sabía tocar tristezas +en su armónium, sin que se le ocurriera alegrar a los pobres de las +Claverías con algo bailable, como le pedía la sobrina del <i>Vara de +plata</i>.</p> + +<p>El sacerdote y Gabriel pasearon hablando por las silenciosas naves. No +se veían más personas que un grupo de gente de la casa en la puerta de +la sacristía y dos mujeres arrodilladas ante la reja del altar mayor +rezando en voz alta. Comenzaba a extenderse por la catedral la penumbra +de las rápidas tardes de invierno. Los primeros murciélagos descendían +de las bóvedas, revoloteando entre el bosque de columnas.</p> + +<p>—La música eclesiástica—dijo el artista—es una verdadera anarquía. En +la Iglesia todo es anárquico. Crea usted que de la unidad del culto +católico en toda la tierra hay mucho que decir. El cristianismo, al +formarse como religión, no inventó ni una mala melopea. Toma a los +judíos sus cánticos y el modo de cantarlos: una música primitiva y +bárbara, que si se conociera ahora, nos taladraría los oídos. Fuera de +Palestina, allí donde no había judíos, los primeros poetas cristianos, +San Ambrosio, Prudencio y otros, adaptaron sus nuevos himnos y los +salmos a las canciones populares que estaban en boga en el mundo romano, +o sea a la música griega. Parece que esto de «música griega» signifique +una gran cosa, ¿verdad, Gabriel? Los griegos fueron tan grandes en las +artes plásticas y en la poesía, que todo lo que lleva su nombre parece +envuelto en un ambiente de belleza indiscutible. Pues no señor; la tal +música griega debía ser una cencerrada. La marcha de las artes no ha +sido paralela en la vida de la humanidad. Cuando la escultura tenía un +Fidias y había llegado a la cumbre, la pintura no pasaba de ese carácter +casi rudimentario que aún puede apreciarse en Pompeya y la música era un +balbuceo infantil. La escritura no podía perpetuar la música; eran +tantos los «modos», musicales como los pueblos, y casi toda ella quedaba +al arbitrio del ejecutante. No pudiendo fijarse en el pergamino lo que +cantaban bocas e instrumentos, el progreso era, pues, imposible. Por +esto ha habido un Renacimiento para la escultura, para la pintura y la +arquitectura, y al resurgir de nuevo las artes después de la Edad Media, +encontraron la música en la misma infancia que la habían dejado al +abandonar el mundo antiguo.</p> + +<p>Gabriel asentía con movimientos de cabeza a las palabras del maestro de +capilla.</p> + +<p>—Ésta fue la primitiva música cristiana—continuó don Luis—. Confiados +a la tradición y transmitiéndose de oído, los cantos religiosos se +desfiguraban y corrompían. En cada iglesia se cantaba de distinto modo. +La música religiosa era un galimatías. Los místicos tendían a la unidad +rígida, al hieratismo, y San Gregorio publicó en el siglo VI su +<i>Antifonario</i>, un centón de todas las melodías litúrgicas, +purificándolas según su criterio. Fue una mezcla de dos elementos: el +griego, pero oriental y floreado, algo así como la malagueña actual, y +el romano, grave y rudo. Las notas se expresaban con letras, se seguían +los tonos frigio, lidio, etc., y continuaba el laberinto de la música +griega, aunque muy movida, con <i>fioritudes</i>, suspiros y aspiraciones. El +centón se perdió, y mucho lo lamentan los que quieren volver a lo +antiguo, creyéndolo lo mejor. A juzgar por los fragmentos que quedan, si +ahora se ejecutase la tal música nada tendría de religiosa, tal como se +entiende hoy la religiosidad en el arte, pues sería un canto como el de +los moros, o los chinos, o algunos griegos cismáticos que aún persisten +en las liturgias antiguas. El arpa era el instrumento del templo hasta +que apareció el órgano en el siglo x, un instrumento tosco y bárbaro que +había que tocar a puñetazos, y al que le daban aire con odres hinchados. +Guido de Arezzo hizo un arreglo musical sobre la base del centón; un +arreglo nada más, y esto bastó para que le colgasen al benedictino la +invención del pentagrama. Siguió usando las letras de Boecio y San +Gregorio como notas, y sólo las puso en dos líneas con tres colores +distintos. Continuaba el embrollo anárquico. Aprender música malamente +costaba entonces doce años, y no se lograba que cantores de ciudades +distintas entendiesen el mismo papel. San Bernardo, seco y austero como +su tiempo, encontró absurdo este canto, por ser poco grave.</p> + +<p>Era un hombre refractario al arte. Quería las iglesias desmanteladas, +sin adornos arquitectónicos, y en música le parecía la mejor la más +lenta. Él fue el padre del canto llano, el que afirmó que la música es +tanto más religiosa cuanto más pausada. Pero en el siglo XIII, los +cristianos encontraron aburridísimo este canto. Las catedrales eran el +punto de distracción, el teatro, el centro de vida en aquella época. Al +templo se iba a orar un poco a Dios y a divertirse, olvidando las +guerras, violencias y tropelías del exterior. Otra vez entró la música +popular en la Iglesia, y se entonaron en las catedrales las canciones en +boga, que casi siempre eran obscenas. El pueblo tomó parte en la música +religiosa, cantando en diversas tesituras, cada cual como mejor le +parecía, siendo estos los primeros intentos del canto polifónico o de +voces concertadas. La religión era entonces alegre, popular, +democrática, como diría usted, Gabriel; aún no había Inquisición ni +sospechas de herejía que agriasen el ánimo con el fanatismo y el miedo. +Los instrumentos groseros de aire y de cuerda que entretenían a los +artesanos en las ciudades y a los labriegos en las siegas entraron en el +templo, y el órgano fue acompañado por violas, violines, trompetas, +gaitas, flautas, guitarras y tiorbas. El canto llano era el litúrgico en +casi toda Europa, pero los fieles lo despreciaban por incomprensible y +alternábanlo con canciones. En las grandes fiestas se entonaban himnos +religiosos, adaptándolos a la música de las melodías populares que +estaban en boga, tales como <i>La canción del hombre armado</i>; <i>Morenica</i>, +<i>dame un beso</i>; <i>No sé qué me bulle</i>; <i>Duélete de mí</i>, <i>señora</i>; <i>Mal +haya quien vos casó</i>, y otras del mismo estilo... ¿Y Roma?, preguntará +usted; y la Iglesia, ¿qué decía ante tal desorden...? La Iglesia vivió +sin criterio artístico; no lo tuvo jamás. No pudo crear una arquitectura +propiamente hierática, como otras religiones, ni una pintura ni una +escultura que fuesen obra suya, y menos una música. Fue adaptándose al +medio, fue aceptando y apropiándose, con una absorbencia falta de +originalidad, lo que no era obra suya, sino del humano progreso. El +estilo grecorromano, el bizantino, el gótico, el Renacimiento, todos +entraron en sus construcciones; pero el arte cristiano puro y original +no existe, no existió nunca. En música, mucho hablar de «gravedad», de +«unción», de «tradiciones gregorianas», palabras huecas, sin sentido +exacto, vaguedades que ocultan la falta de criterio artístico. ¿Cuáles +son los linderos de lo religioso y lo profano? Desde el siglo XVI al +XVIII estuvieron los críticos cuestionando sobre esto, y la Iglesia les +dejó hablar, aceptándolo todo sin criterio. De vez en cuando, Roma se +hacía oír con alguna bula papal de la que nadie hacía caso, pues el +Pontífice no podía decir: lo religioso en arte es esto, y lo profano lo +otro. Recibió Palestrina el encargo de reformar la música eclesiástica: +el Papa mostrábase dispuesto a no dejar más que el canto llano o a +suprimirlo también si era necesario. La misa del papa Marcelo y otras +melodías fueron el resultado de esta orientación, pero no se adelantó +gran cosa. Fue preciso, para que la música se purificara dentro del +templo, que comenzase el gran movimiento musical en el mundo profano con +el italiano Monteverde, con el francés Rameau y los alemanes Sebastián +Bach y Haendel. ¡Qué época tan grandiosa, amigo Gabriel! ¡Qué tíos los +que vienen detrás, Gluck, Haydn, Mozart, Mehul, Boieldieu, y sobre +todos, nuestro buen amigo Beethoven...!</p> + +<p>Calló unos instantes el maestro de capilla, como si el nombre de su +ídolo le impusiera religioso silencio. Luego continuó:</p> + +<p>—Toda esta avalancha de arte pasó por la Iglesia, y ella, según su +costumbre, fue apropiándose lo que era más de su gusto. En cada país +tomó el culto católico la música más en arreglo con sus tradiciones. En +España, estábamos saturados, desde los tiempos de Palestrina, de género +italiano, y la música alemana y la francesa no llegaron a nosotros. +Fuimos primeramente fuguistas y contrapuntistas, y después del <i>Stabat +mater</i> de Rossini, nos dimos tal atracón de melodía teatral, que no nos +han quedado ganas de gustar un nuevo plato. La música religiosa en +España ha marchado paralelamente con la ópera italiana, cosa que ignoran +esos señores canónigos que se indignarían si en una misa les tocase algo +de Beethoven, por considerarlo profano, y escuchan con unción mística +fragmentos que han rodado hace años por los teatros de Italia. ¿Y el +canto llano?, preguntará usted. El canto llano tiene su nido en esta +Primada. Aquí se conservó y purificó durante siglos. Lo mejor fue +recogiéndolo Toledo, y de los libros de esta catedral han salido los +corales de todas las iglesias de España y las Américas. ¡Pobre canto +llano! Hace tiempo que ha muerto. Ya lo ve usted, Gabriel: ¿quién viene +a la catedral a las horas del coro? Nadie, absolutamente. Los maitines +son rezados, y todos los oficios se entonan en medio de la mayor +soledad. El pueblo creyente no conoce ya la liturgia, no la estima, la +tiene olvidada; sólo se siente atraído por las novenas, triduos y +ejercicios, lo que se llama culto tolerado y extralitúrgico. Ha habido +que renunciar a las prácticas del catolicismo español antiguo, sano, +francote y serio: un catolicismo como si dijéramos de panllevar, para +atraer a la gente, dándole cantos bonitos en lengua común. Los jesuítas, +con su astucia, adivinaron que había que dar al culto una atracción +teatral, mezclar la liturgia con la opereta, y por eso sus iglesias, +doradas, alfombradas y floridas como tocadores, se ven llenas, mientras +las viejas catedrales suenan a hueco como tumbas. No han proclamado en +voz alta la necesidad de una reforma, pero la han llevado a la práctica +aboliendo el canto en latín, que no es grato al vulgo, sustituyéndolo +con toda clase de romanzas y con versos dulzones. Esto es una abdicación +de la Iglesia, una confesión de la anarquía musical en que ha vivido y +vive, un reconocimiento de que su antigua liturgia es impotente para +conmover al pueblo, y que ha muerto ya. En las iglesias, fuera del +Tantum ergo de la reserva, nada se canta en latín. Sermón e himnos son +en el idioma del país. Lo mismo que en un templo protestante. Para la +masa devota que cree sin discurrir, son las exterioridades las que +diferencian a las religiones entre sí, y no era preciso que se +achicharrase a tanta gente en las hogueras, y que media Europa fuese a +la greña en la famosa guerra de los Treinta Años, y que los papas +lanzasen excomunión sobre excomunión, para venir a parar a la postre en +que una iglesia católica y otra evangélica sólo se diferencian en una +imagen y unos cuantos cirios, pues el culto en ambas partes es igual.... +Pero vámonos, Gabriel; van a cerrar.</p> + +<p>El campanero corría por las naves agitando su llavero, que asustaba a +los murciélagos, cada vez más numerosos. Las dos devotas habían +desaparecido. Sólo quedaban en la catedral el maestro de capilla y +Gabriel. Por una nave baja avanzaban los vigilantes nocturnos, que iban +a ocupar sus puestos hasta la mañana siguiente, precedidos por el perro.</p> + +<p>Los dos amigos salieron al claustro, guiados en la penumbra de las naves +por el vago resplandor de las vidrieras. Afuera, un rayo de sol +enrojecía el jardín y el claustro de las Claverías.</p> + +<p>—Lo repito—continuó el sacerdote artista, mirando la puerta por donde +habían salido—. Ahí dentro no se ama al arte ni se le entiende. El +templo sólo ha prestado un servicio a la música, y esto sin quererlo. La +necesidad de tener instrumentistas y cantores para el culto le hizo +sostener las capillas y colegios de seises que sirvieron para la +enseñanza musical en una época falta de escuelas. Fuera de esto, nada. +Los que representamos el arte en las catedrales somos tan despreciados +como los ministriles de las antiguas capillas, tañedores de chirimías, +bajoncillos y bajones. Para los canónigos, es griego puro todo lo que +duerme en los archivos de música, y nosotros los artistas eclesiásticos +formamos raza aparte, estamos, cuando más, un peldaño por encima de los +sacristanes. El maestro, el organista, el tenor, el contralto y el bajo +formamos la capilla. Somos clérigos como los canónigos, llegamos a +beneficiados por oposición, hemos estudiado como ellos las ciencias +religiosas, y además somos músicos; pues a pesar de esto, cobramos casi +la mitad del sueldo de un canónigo, y para recordarnos a todas horas +nuestra ínfima condición, nos hacen sentar en la sillería baja. Los +únicos que en el coro sabemos música ocupamos el último lugar. El +chantre es, por derecho, el jefe de los cantores; y el chantre es un +canónigo cualquiera, que nombra Roma sin oposición y que no conoce ni +una nota del pentagrama. ¡La anarquía, amigo Gabriel! ¡El desprecio de +la Iglesia por la música, que ha sido siempre su esclava, nunca su hija! +Por algo en los conventos de monjas la organista y las cantoras son +siempre las más despreciadas y se las llama «las sargentas». El cantar +conforme a reglas es en la Iglesia oficio bajo. Para todo hay dinero en +el templo; a todo alcanzan los fondos de fábrica, menos a la música. Los +canónigos nos tienen por locos que vamos disfrazados con hábito +eclesiástico. Cuando llega el Corpus o la fiesta de la Virgen del +Sagrario, yo sueño siempre con una gran misa digna de la catedral, pero +el Obrero me ataja pidiéndome algo italiano y sencillo: asunto de media +docena de instrumentistas buscados en la misma ciudad; y tengo que +dirigir a unos cuantos chapuceros, rabiando al oír cómo suena la +orquesta ratonil bajo esas bóvedas que se construyeron para algo más +grande. En resumen, amigo Luna: esto está muerto... pero bien muerto. +Aún no hemos desaparecido; nos ven, pero es de cuerpo presente. Las +lamentaciones del maestro de capilla no sorprendieron a Gabriel. Todos +en la catedral se quejaban de la vida mísera y sórdida que arrastraba el +culto. Unos, como el <i>Vara de plata</i>, lo achacaban a la impiedad del +tiempo; otros, como el músico, hacían responsable a la misma Religión, +aunque no osaban decirlo en alta voz. El respeto a la Iglesia y sus +altos poderes, aprendido desde la niñez, imponía silencio a la población +de la catedral. Los más de los servidores del templo vivían moralmente +en pleno siglo XVI, en una atmósfera de servilismo y de miedo +supersticioso a los superiores, presintiendo lo injusto de su condición, +pero sin atreverse a dar forma en el pensamiento a sus vagos intentos de +protesta.</p> + +<p>Únicamente por la noche, en el silencio del claustro alto, aquellos +matrimonios que se reproducían y morían entre las piedras de la catedral +osaban repetirse las murmuraciones del templo, la interminable maraña de +chismes que crecía sobre la monótona existencia eclesiástica, lo que los +canónigos murmuraban contra Su Eminencia y lo que el cardenal decía del +cabildo, guerra sorda que se reproducía a cada elevación arzobispal; +intrigas y despechos de célibes amargados por la ambición y el +favoritismo; odios atávicos que recordaban la época en que los clérigos +elegían a sus prelados, mandando sobre ellos, en vez de gemir, como +ahora, bajo la férrea presión de la voluntad arzobispal.</p> + +<p>Todos en el claustro alto conocían estas luchas. Llegaban hasta ellos +los comentarios que se permitían los canónigos en la sacristía; pero los +humildes servidores guardaban un silencio receloso cuando se repetían +estas murmuraciones en su presencia, temiendo ser delatados por el +vecino, que tal vez ambicionaba su puesto. Era el terror de los siglos +de Inquisición que aún vivía en aquel pequeño mundo paralizado.</p> + +<p>El perrero era el único que no mostraba miedo y hablaba en público del +cabildo y del cardenal. ¡A él qué...! Casi deseaba que lo echasen de +«aquella cueva», para dedicarse a su afición favorita, volviendo a la +plaza de Toros sin protesta de la familia. Además, le entusiasmaba +hablar mal de los señores del coro, que le habían dado más de un +pescozón cuando era monaguillo.</p> + +<p>Ponía motes a todos los canónigos, y señalándolos uno por uno a Gabriel, +le contaba los secretos de su vida. Conocía la casa donde cada +prebendado iba a pasar la tarde después del coro, los nombres de las +señoras o de las monjas que les rizaban las sobrepellices, y las +rivalidades sordas y feroces entre estas admiradoras del cabildo que se +esforzaban por vencerse blanqueando y planchando la batista canonical.</p> + +<p>A la salida del coro señalaba al chantre, un prebendado obeso, con el +rostro cubierto de placas rojas.</p> + +<p>—Mírelo usted, tío—decía a Gabriel—. Esa caspa que tiene en la cara +es un recuerdo del pasado. Corrió mucho, sin fijarse dónde ponía el +pie... ¡Pues con esa facha, todavía presume de conquistador! La otra +tarde le decía en el claustro a un capellán de la capilla de los Reyes: +«Esos capitancitos profesores de la Academia creen que en punto a +mujeres se comen lo mejor de Toledo; pero donde está la Iglesia, ¡boca +abajo los seglares...!»</p> + +<p>Después reía señalando a un grupo de sacerdotes jóvenes, cuidadosamente +afeitados, con las mejillas azules y sonrosadas y manteos de seda que al +revolotear esparcían un fuerte olor de almizcle. Eran los pollos del +cabildo, los canónigos jóvenes, que hacían con frecuencia viajes a +Madrid para confesar a sus protectoras, ancianas marquesas, que en +fuerza de influencias, les habían conquistado una silla en el coro. En +la puerta del Mollete se detenían un instante para arreglarse los +pliegues del manteo y lanzarse a la calle.</p> + +<p>—¡Ya salen «a hacer» señoras!—decía el <i>Tato</i> en su argot +canallesco—. ¡Brrum! ¡Paso a don Juan Tenorio...!</p> + +<p>Cuando ya no salían más canónigos, el perrero hablaba a su tío del +cardenal.</p> + +<p>—Está estos días dado a los demonios. En palacio no hay quien le +aguante. La dichosa fístula le trae loco.</p> + +<p>—Pero ¿es verdad que tiene esa dolencia?—preguntó Gabriel.</p> + +<p>—¡Anda! Todo el mundo lo sabe. Pregúnteselo usted a tía Tomasa. Hasta +dicen que si son tan amigos es porque ella le fabrica cierta untura que +le sienta como de mano de ángel. Lleva un perro rabioso agarrado a salva +sea la parte, y por eso tiene ese genio insufrible. La mañana que se +levanta de mal teque, tiembla el palacio y después toda la diócesis. Es +un hombre bueno, pero cuando le muerde detrás la mala bestia, hay que +huir. Yo le he visto en días de pontifical, con la mitra puesta, +mirarnos a todos con tales ojos, que le faltaba muy poco para soltar el +báculo y emprendernos a bofetadas. Lo que dice la tía: ¡si no +bebiera...!</p> + +<p>—Entonces son ciertas las murmuraciones del cabildo.</p> + +<p>—Emborracharse, no señor. A cada cual lo suyo: una copita ahora y otra +después, y una tercera si le visita un amigo y hay que obsequiarlo. Son +costumbres que se trajo de Andalucía cuando fue obispo allá. Pero nada +de juergas. Copeo fino y reposado: para ayudar las fuerzas nada más. Y +el vino de primera, tío; lo sé por un familiar suyo. ¡De a cincuenta +duros la arroba! Se lo guardan, de lo mejor de la Mancha, en una cuba +del tiempo del francés. Un jarabe que calienta el estómago y lo templa +como si fuese un órgano. Pero a Su Eminencia se le va más abajo, y le +hace rabiar como un condenado. Lo que dice tía Tomasa: los médicos le +arreglan, y él se encarga de enfermar otra vez con ese vinillo de +gloria.</p> + +<p>El <i>Tato</i>, en medio de su cinismo burlón, mostraba cierto afecto por el +prelado.</p> + +<p>—No crea usted, tío, que es un cualquiera; dejando aparte su mal genio, +resulta todo un hombre. Ahí donde le ve usted, con su cabecita blanca y +sonrosada como un polluelo de cría, que aún parece más pequeña sobre el +corpachón enorme, ¡lleva cada cosa dentro de ella...! Ha hablado mucho +en Madrid, y los papeles impresos se ocupaban de él como si fuese el +Guerra. Su sabiduría encuentra remedios para todo. ¿Le hablan de la +miseria que hay en el mundo? Pues receta al canto: pan para los pobres, +caridad en los ricos y mucha Doctrina cristiana para todos; así no se +pelearán los hombres por si tú tienes más que yo, y habrá en el mundo +conformidad y decencia, que es lo que hace falta. ¿Qué tal, tío? ¿Se ríe +usted? Pues a mí me gusta la receta de Su Eminencia, especialmente lo +del pan, pues el Catecismo maldito si hace falta, ya que todos lo +aprendemos de pequeños.</p> + +<p>El perrero mostraba cada vez más entusiasmo hablando de su príncipe.</p> + +<p>—¿Y como hombre? Todo un barbián. Nada de hipocresía y de llevar la +cabeza baja. Bien se le conoce que fue soldado en su juventud. Tía +Tomasa se acuerda de haberle visto en el claustro con casco de crines, +charreteras de sargento y un chafarote que armaba gran estrépito. Él no +se asusta de nada, ni se escandaliza, ni hace aspavientos. El año pasado +recaló aquí cierta portuguesita, que traía locos a los cadetes con sus +medias de seda y sus grandes sombreros. Usted conoce a Juanito y sabe +que es hijo de un sobrino de Su Eminencia que murió hace tiempo. Pues el +muchacho paseó su uniforme por Zocodover del brazo de la portuguesa para +dar envidia a los compañeros de la Academia. Un día, la muchacha se +presentó en palacio, y la servidumbre, viéndola con tales lujos, la dejó +paso franco, creyendo que era una señora de Madrid. Su Eminencia la +recibió con sonrisa paternal, oyéndola sin pestañear. Me lo contó un +paje amigo, que estaba presente. La pájara iba a quejarse al cardenal de +su sobrino el cadete, que la había entretenido dos días sin darla un +céntimo. Su Eminencia sonrió con modestia: «Señora: la Iglesia es pobre, +pero no quiero que por ese calavera sufra el buen nombre de la familia. +Tome y remedíese.» Y le largó dos duros. La portuguesa, animada por la +buena acogida, quiso chillar, creyendo que aterraría a don Sebastián con +el escándalo. Pero hubo que ver a Su Eminencia cuando le entró la furia. +«Chico, llama a la policía», gritó al paje. Y tal era su cara, que la +portuguesita salió de estampía, dejando sobre la mesa las dos rodajas de +plata.</p> + +<p>Gabriel reía escuchando esta historia.</p> + +<p>—Todo un hombre, créame usted, tío.... Yo le quiero porque tiene al +cabildo en un puño; no es como su antecesor, aquel sopitas con leche, +que sólo sabía rezar y temblaba ante el último canónigo. ¡Que le vayan a +éste con roncas! Tiene redaños para entrar una tarde en el coro y +limpiarlo a palos con el báculo. Hace más de dos meses que no baja a la +catedral ni le ven los canónigos. La última vez que una comisión de +éstos fue a palacio, la servidumbre tembló. Iban a proponerle no sé qué +reforma en la Primada y comenzaron diciendo: «Señor: el cabildo +opina...» Don Sebastián les interrumpió, hecho un basilisco: «El cabildo +no puede opinar nada; el cabildo no tiene sentido común.» Y les volvió +la espalda, dejándoles hechos de piedra. Después, dijo a gritos, pegando +puñetazos en los muebles, que ha de hacer lo posible para que todas las +vacantes de la catedral se cubran con lo peorcito del clero; que entren +en el cabildo los curas borrachos, estafadores, etc. «Quiero reventar al +cabildo—gritaba—, quiero ensuciarlo; así aprenderá a hablar menos de +mí; quiero cubrirlo, sí señor, cubrirlo de...» Y ya se figurará usted, +tío, de qué quiere Su Eminencia cubrir a los canónigos. El pobre tiene +razón. ¿Por qué se han de meter los del coro en si don Sebastián vive +así o asá y tiene estos líos o los otros? ¿No les deja él hacer lo que +quieren? ¿Les dice acaso una palabra de sus visiteos escandalosos, a +pesar de que todo Toledo los conoce?</p> + +<p>—¿Y los canónigos qué dicen del cardenal?</p> + +<p>—Hablan de que Juanito es su nieto, y que su padre, que murió, y +aparecía como sobrino de Su Eminencia, era un hijo que tuvo de cierta +señora cuando fue obispo en Andalucía. Pero esto no parece irritar mucho +a don Sebastián. Otra cosa le enfurece, hasta inflamarle la fístula y +ponerlo hecho un demonio: que hablen de doña Visitación.</p> + +<p>—¿Y quién es esa señora?</p> + +<p>—¡Anda! ¡Ésta es buena! ¿Usted aún no conoce a doña Visitación, cuando +en la catedral y fuera de ella no se habla de otra persona? Pues la +sobrina de Su Eminencia, que vive con él en palacio. Ella es la que +manda. Don Sebastián, tan terrible como es, se convierte en un ángel +cuando la ve. Rabia, grita y casi muerde, en los días que le pica la +maldita enfermedad; pero se presenta doña Visita, y en seguida se +contiene; sufre en silencio, gime como un niño, y basta que ella le diga +una palabrita dulce o le haga un mimo, para que a Su Eminencia se le +caiga la baba de gusto... ¡La quiere mucho!</p> + +<p>—¿Pero ella es...?—preguntó con extrañeza Gabriel.</p> + +<p>—¡Claro que es lo que usted piensa! ¿Qué otra cosa puede ser? Estaba en +el Colegio de Doncellas Nobles desde niña, y apenas vino a Toledo el +cardenal, la sacó, llevándosela a palacio. ¡Qué enamoramiento tan ciego +el de don Sebastián! Y el caso es que la cosa no lo vale: una +señoritinga delgaducha y pálida; ojos grandes y buen pelo: eso es todo. +Dicen que canta, que toca el piano, que lee y sabe muchas cosas de las +que enseñan en ese colegio tan rico; que tiene la gracia de Dios para +traer chalao a Su Eminencia. A la catedral pasa algunas veces por el +arco, hecha una beatita, con hábito y mantilla, acompañada de una +criadota fea.</p> + +<p>—No será lo que creéis, muchacho.</p> + +<p>—¡Anda! Todo el cabildo lo asegura, y los canónigos más formales lo +creen a pie juntillas. Hasta los que son amigos y favoritos de Su +Eminencia y le llevan recados de lo que aquí se murmura contra él no lo +niegan con mucha calor. Y don Sebastián se indigna, se enfurece cada vez +que una murmuración de éstas llega a sus oídos. Si le dijeran que en el +coro iban a dar un baile, se irritaría menos que cuando sabe que llevan +en lenguas a doña Visita.</p> + +<p>El perrero calló un instante, como si dudase en soltar algo grave.</p> + +<p>—Esa señora es muy buena. Todos los de palacio la quieren porque les +habla dulcemente. Además, si hace uso de su gran poder sobre el +cardenal, es para evitarles las chillerías de Su Eminencia, que muchas +veces, en sus ratos de dolor furioso, quiere arrojar copas y platos a la +cabeza de los familiares. ¿Por qué se han de meter con ella? ¿Les hace +algún daño acaso? Cada uno en su casa, y al que sea malo ya lo castigará +Dios.</p> + +<p>Se rascó la sien, como vacilando una vez más.</p> + +<p>—En cuanto a lo que doña Visita es cerca del cardenal—añadió—, no me +cabe duda alguna. Tengo datos, tío. Sé de buena tinta cómo viven. Un +familiar los ha visto muchas veces besándose. Es decir, besándose los +dos, no. Ella era quien besaba, y don Sebastián acogía con una sonrisa +de angelón sus mimos de gatita. ¡El pobre está tan viejo...!</p> + +<p>Y el <i>Tato</i> acababa sus confidencias con suposiciones obscenas.</p> + +<p>Esta murmuración contra el cardenal, que subía desde la sacristía hasta +el claustro, irritaba al hermano de Gabriel. El <i>Vara de palo</i>, soldado +raso de la Iglesia, no podía escuchar con calma los ataques a sus +superiores. Para él todo eran calumnias. Lo mismo que de don Sebastián, +habían hablado los canónigos de todos los arzobispos anteriores, lo que +no impedía que después de muertos fuesen unos santos. Cuando sorprendía +al <i>Tato</i> repitiendo en las Claverías los chismes de abajo, le amenazaba +con toda su autoridad de jefe de la familia.</p> + +<p>Esteban se entristecía viendo el estado de salud de su hermano. Alababa +la conducta de éste, siempre prudente, acogiendo con un silencio +respetuoso las costumbres de la catedral, sin que se le escapase una +palabra reveladora de su pasado; le enorgullecía la atmósfera de +admiración que rodeaba a su hermano, el afán con que la gente sencilla +del claustro escuchaba sus viajes, pero le apenaba la enfermedad de +Gabriel, la certeza de que la muerte había puesto en él su mano, y +únicamente por los cuidados de que le rodeaba iba retardando el momento +de la posesión.</p> + +<p>Había días en que el silenciario sonreía satisfecho viendo a Gabriel de +buen color y oyendo con menos frecuencia su tos dolorosa.</p> + +<p>—Muchacho, eso va bien—decía alegremente.</p> + +<p>—Sí—contestaba Gabriel—; pero no te forjes ilusiones. Estoy bien +agarrado. Ésa vendrá a su hora. Tú eres quien la repele. Pero un día +podrá más que tú.</p> + +<p>La certeza de que la muerte acabaría por vencerlo enardecía a Esteban, +haciéndole redoblar los cuidados. Apelaba a la superalimentación como +único remedio, y siempre que se aproximaba a Gabriel, era con algo en +las manos.</p> + +<p>—Cómete esto.... Bebe lo que te traigo.</p> + +<p>Y luchaba con aquel organismo quebrantado, con el estómago descompuesto +por la miseria, con los pulmones heridos y el corazón sujeto a +desarreglos en el funcionamiento, con la máquina humana desvencijada por +una vida de sufrimientos y emociones.</p> + +<p>El constante velar sobre el enfermo había trastornado la vida económica +de Esteban. Su mezquino sueldo y la pobre ayuda del maestro de capilla +apenas si bastaban para aquella boca que consumía más que todos los de +la casa juntos. A fines de mes, Esteban impetraba el auxilio del <i>Vara +de plata</i> para acabar los últimos días, ingresando de este modo en la +grey sumisa y miserable amarrada a la usura del sacerdote. Otras veces, +el maestro de capilla, viviendo por un instante en la realidad, le +entregaba unas cuantas pesetas, sacrificando el goce de adquirir una +nueva partitura.</p> + +<p>Gabriel adivinaba las privaciones a que se sometía el hermano, y quería +contribuir a los gastos de la casa. Pero ¿qué trabajo podía encontrar en +su aislamiento dentro de la catedral? Anheló un puesto al servicio del +templo, cobrar a principios de mes unas cuantas pesetas de manos del +<i>Vara de plata</i>, para no ser tan gravoso a su hermano. Pero todas las +plazas estaban ocupadas; sólo la muerte podía abrir huecos, y eran +muchos los hambrientos que aguardaban la ocasión, alegando derechos de +familia.</p> + +<p>Su impotencia para ser útil al hermano y que el sacrificio de éste +resultase menos costoso era lo que apenaba a Gabriel, turbando la +monótona placidez de su existencia. Preguntaba a Esteban qué podría +hacer para no estar inactivo, y el hermano le respondía con su expresión +bondadosa:</p> + +<p>—Cuidarte, nada más que cuidarte. Tú no tienes otra obligación que la +de guardar tu salud. Yo estoy aquí para lo demás.</p> + +<p>Llegó Semana Santa, y Gabriel encontró ocasión para ganarse algunos +jornales. Iban a levantar en la catedral el famoso Monumento entre el +trascoro y la puerta del Perdón. Era una fábrica pesada y +complicadísima, de estilo suntuoso y barroco, que había costado a +principios de siglo una fortuna al segundo cardenal de Borbón. Un +verdadero bosque de maderos formaba el andamiaje del Monumento; la +riqueza del cardenal había hecho un despilfarro de solidez y +suntuosidad, y para armar el sagrado catafalco se necesitaban muchos +días y no pocos obreros.</p> + +<p>Gabriel se avistó con don Antolín, pidiéndole un sitio en la obra. Eran +siete reales diarios que podía entregar a su hermano durante dos +semanas, y él, que estaba habituado en otros tiempos a ver retribuido su +trabajo con largueza, acogía este jornal como una fortuna inesperada.</p> + +<p>El <i>Vara de palo</i> protestó con indignación. Gabriel estaba enfermo y no +debía comprometer su escasa salud con los esfuerzos del trabajo. ¿Qué +iba a hacer, tosiendo y ahogándose a cada instante, en aquella tarea +pesadísima de transportar maderos y acoplarlos? El enfermo le +tranquilizó. Ya sabía él lo que eran los trabajos en el templo; todo se +hacía con parsimonia, sin premuras de tiempo. Los obreros al servicio de +la Iglesia trabajan con la calma perezosa y la lenta prudencia que +parecen envolver todos los actos de la religión. Además, el <i>Vara de +plata</i>, conociendo su estado, le reservaba el trabajo menos penoso: +colocaría tornillos y clavijas, alinearía los candelabros de la +escalinata, arreglaría los tapices; confiaban en él como hombre de buen +gusto que había visto mucho en sus viajes.</p> + +<p>Gabriel trabajó dos semanas en el Monumento. Este período de relativa +actividad pareció causarle cierto bienestar. Se movía, se agitaba dando +órdenes a sus compañeros de trabajo; iba del templo a lo alto de las +Claverías, donde se guardaba el Monumento, y al verse cubierto de polvo, +con los miembros fatigados por este incesante ir y venir, se hacía la +ilusión de que estaba sano.</p> + +<p>En estas dos semanas no entró en la casa del zapatero y casi perdió de +vista a sus contertulios. El campanero y los amigos le admiraban. ¡Un +hombre de tanta sabiduría, y trabajaba, como cualquiera de ellos, para +ayudar a su hermano!</p> + +<p>La señora Tomasa le detuvo una mañana junto a la verja del jardín.</p> + +<p>—Hay noticias, Gabriel. Creo saber dónde está nuestra pájara. No te +digo más; pero prepárate a ayudarme. El día que menos lo pienses la ves +en la catedral.</p> + +<p>Terminó la erección del Monumento. Toda la parte de la iglesia entre el +coro y la puerta del Perdón estaba ocupada por la vistosa y pesada +fábrica. Los toledanos acudían a admirar, según costumbre tradicional, +la escalinata cubierta de filas de apretadas luces, los legionarios +romanos de alabastro apoyados en sus lanzas, y la cortina riquísima, de +innumerables pliegues, que bajaba desde la bóveda hasta la plataforma +del Monumento.</p> + +<p>El Jueves Santo por la tarde estaba Gabriel contemplando lo que en +cierto modo era su obra, confundido en el grupo de devotos. La catedral +sonreía con su inmaculada blancura, a pesar de los velos negros que +cubrían imágenes y altares. Los rosetones luminosos borraban con sus +chorros de colores el aspecto fúnebre de la ceremonia religiosa. En el +coro gemía una voz de tenor las lamentaciones y trinos de los profetas +orientales. Estos lamentos por la muerte de Cristo se perdían sin eco en +el templo medioeval, monumento democrático de una época que Introdujo +en todas las expansiones religiosas su alegría de vivir al amparo de los +muros, mientras la muerte y la desolación corrían los campos.</p> + +<p>Gabriel sintió que le tiraban de la chaqueta, y al volverse vio a la +jardinera.</p> + +<p>—Ven, sobrino. Ya la tenemos ahí. Te espera en el claustro.</p> + +<p>Al salir, la señora Tomasa le mostró una mujer adosada al zócalo de +piedra del jardín, encogida, envuelta en un mantón raído, con el pañuelo +de la cabeza echado sobre los ojos.</p> + +<p>Gabriel no la hubiese conocido nunca. Recordaba la carita sonrosada dos +años antes, y miraba con asombro un rostro de juventud ajada, huesoso, +los pómulos salientes, las ojeras profundas, y unos ojos de escasas +cejas, sin pestañas, con las pupilas todavía hermosas, pero empañadas +por vidriosa opacidad. Todo revelaba en ella la miseria y el desaliento. +La falda era de verano, y por debajo asomaban unas botas rotas, mucho +más grandes que sus pies.</p> + +<p>—Saluda, muchacha—dijo la vieja—; es tu tío Gabriel; un ángel de +Dios, a pesar de sus calaveradas. A él debes que yo te haya buscado.</p> + +<p>La jardinera empujaba a Sagrario hacia su tío. Pero la joven bajaba la +cabeza, encorvando la espalda y retrocediendo, como si no pudiera +resistir la presencia de un individuo de su familia. Se cubría el rostro +con el mísero mantón, ocultando sus lágrimas.</p> + +<p>—Tía, vamos a casa—dijo Gabriel—. Esta criatura no está bien aquí.</p> + +<p>En la escalera del claustro hicieron pasar delante a la joven, que subía +con la cabeza oculta, sin mirar, como si sus pies marchasen +instintivamente por aquellos peldaños.</p> + +<p>—Hemos llegado esta mañana de Madrid—dijo la jardinera mientras +subían—. La he tenido en una posada, haciendo tiempo para traerla por +la tarde a la catedral. Es la mejor hora: Esteban está en el coro y tú +tendrás tiempo para arreglar esto... Tres días he pasado allá. ¡Ay, +Gabriel, hijo mío! ¡Qué cosas he visto! ¡En qué lugar estaba esa pobre +chica! ¡Qué infiernos hay para las pobres mujeres! ¡Y aún dicen que +somos cristianos! ¡Un demonio es lo que somos...! Gracias que yo tengo +mis conocimientos en la corte: gentes de campanillas que han estado en +la catedral y se acuerdan de la jardinera. De todo he necesitado, hasta +de dinero, para sacar a esa infeliz de las garras del diablo.</p> + +<p>El claustro alto estaba desierto. Al llegar a la puerta de los Luna, la +muchacha, cual si despertase de su marcha soñolienta, se hizo atrás con +expresión de terror, como si dentro de la habitación le aguardase un +gran peligro.</p> + +<p>—Entra, mujer, entra—dijo la tía—. Es tu casa: alguna vez habías de +volver.</p> + +<p>Y la empujó, hasta hacerla pasar la puerta. Dentro, en el recibimiento, +cesó su llanto. Miraba en derredor con asombro, asustada sin duda de +haber llegado hasta allí. Sus ojos lo examinaban todo con estupefacción, +como admirados de que cada objeto estuviera en el mismo sitio que cinco +años antes, con una regularidad que hacía dudar de si realmente había +transcurrido el tiempo. Nada cambiaba en aquel pequeño mundo, que +parecía petrificado a la sombra de la catedral. Ella era la que, +abandonándolo en plena juventud, volvía aviejada y enferma.</p> + +<p>Hubo entre las tres personas un largo silencio.</p> + +<p>—Tu cuarto, Sagrario—dijo al fin Gabriel con dulzura—, está lo mismo +que lo dejaste. Entra en él y no salgas hasta que yo te llame. Ten calma +y no llores. Confía en mí. Me conoces poco, pero la tía ya te habrá +dicho le que me intereso por tu suerte. Tu padre va a venir. Ocúltate y +calla. Te lo repito: no salgas hasta que yo te llame.</p> + +<p>Al quedar solos la jardinera y su sobrino, oyeron los sollozos ahogados +de la muchacha, que rompía a llorar viéndose en su antiguo cuarto. +Después sonó el ruido de su cuerpo cayendo sobre la cama, y el estertor +de su llanto fue haciéndose cada vez más ahogado.</p> + +<p>—¡Pobrecilla!—dijo la vieja, a la que faltaba muy poco para llorar +también—. Es buena y está arrepentida de sus pecados. De haberla +buscado su padre cuando la abandonó aquel tunante, menos vergüenza y +miserias habría sufrido. ¿Y su salud? Yo creo, Gabriel, que ésa está +peor que tú... ¡Los hombres! ¡Con su honor y demás mentiras! Lo honrado +es tener caridad, compasión al semejante, y no hacer mal a nadie. Eso lo +dije el otro día al sinvergüenza de mi yerno, que se indignó viendo que +marchaba a Madrid en busca de la chica. Habló de la honra de la familia, +de que si Sagrario regresaba no podrían vivir en la catedral las +personas decentes, y él no permitiría que su hija se asomase a la puerta +de la casa; y el muy ladrón todos los días le roba cera a la Virgen y +estafa a las devotas tomando dinero por misas que nunca se dicen. Así le +luce el pelo y está tan gordo..., con tanto honor.</p> + +<p>La vieja, después de un corto silencio, miró a Gabriel con indecisión.</p> + +<p>—Qué, ¿nos lanzamos a la pelea? ¿Llamo a Esteban...?</p> + +<p>—Sí, llámelo. Estará en la catedral. Y usted, ¿se atreve a presenciar +la entrevista?</p> + +<p>—No, hijo; allá vosotros. Ya conoces a Esteban y me conoces a mí. O +tendría que echarme a llorar, o acabaría arañándolo por su testarudez. +Tú solo te arreglarás mejor. Para eso te ha dado Dios ese talentazo tan +mal empleado.</p> + +<p>Se fue la vieja, y Gabriel permaneció solo más de media hora, viendo por +los vidrios de una ventana el claustro abandonado. La catedral estaba +más silenciosa que de costumbre. La muerte anual de Dios esparcía en la +tribu levítica de los tejados un ambiente de tristeza más intenso que el +del interior de la iglesia. Los niños de las Claverías y las mujeres +estaban abajo, contemplando el Monumento. Las habitaciones parecían +abandonadas. Gabriel vio pasar por frente a la ventana a su hermano, que +al momento apareció en la puerta.</p> + +<p>¿Qué quieres, Gabrielillo? ¿Qué te pasa? La tía me ha alarmado con el +recadito. ¿Es que estás peor?</p> + +<p>—Siéntate, Esteban. Estoy bien; tranquilízate....</p> + +<p>El <i>Vara de palo</i> se sentó, mirando con asombro a Gabriel. Le alarmaba +su seriedad inexplicable, el silencio prolongado, en el que parecía +coordinar sus pensamientos, cual si no supiera cómo empezar...</p> + +<p>—¡Habla, hombre! ¡Rompe de una vez! Me tienes intranquilo.</p> + +<p>—Hermano—dijo Gabriel con gravedad—, bien sabes que he respetado ese +misterio de tu vida con el que me encontré al volver aquí. Me dijiste: +«Mi hija ha muerto»; me manifestaste deseos de que nunca te hablara de +ella, y puedes decir si alguna vez he tocado tu vieja herida con la +menor alusión.</p> + +<p>—Bien, ¿y qué? ¿Adonde vas a parar?—dijo Esteban, tornándose sombrío +al oír estas palabras—. ¿A qué viene hablarme en un día tan sagrado +como el de hoy de cosas que me hacen daño...?</p> + +<p>—Esteban, no es fácil que nos entendamos si te aferras a tus +preocupaciones. No pongas ese gesto; óyeme con calma; no te muevas como +un autómata a impulsos de los mismos hilos que movieron a nuestros +abuelos y tatarabuelos. Sé hombre y obra con arreglo a tus pensamientos +propios.... Tú y yo tenernos diversas creencias. Dejo aparte las +religiosas, que son para ti un consuelo, y bien sabes que las mías me +las callo para no hacer imposible mi vida aquí. Pero aparte de esto, tú +crees que la familia es una obra de Dios, una institución de origen +sobrenatural, y yo creo que es una institución humana, basada en las +necesidades de la especie. Al que falta a las leyes de la familia, al +que deserta de su bandera, tú lo condenas para siempre, lo sentencias a +la muerte del olvido; yo compadezco su debilidad y lo perdono. +Entendemos el honor de un modo distinto. Tú eres el honor castellano: +aquel honor tradicional y bárbaro, más cruel y funesto que la misma +deshonra; Un honor teatral, cuyos impulsos no arrancan nunca de los +sentimientos humanos, sino del miedo al qué dirán, del deseo de aparecer +muy grande y muy digno a los ojos de los demás antes que a los de la +propia conciencia. Para la esposa adúltera, la muerte, el asesinato +vengador; para la hija fugitiva, el desprecio, el olvido; ése es vuestro +evangelio. Yo tengo otro: para la esposa que olvida sus deberes, el +desprecio y el olvido; y para el pedazo de nuestras entrañas que huye, +el amor, el apoyo, la dulzura, hasta lograr que vuelva a nosotros... +Esteban, estamos separados por nuestras creencias; un montón de siglos +se alza entre nosotros; pero eres mi hermano, me quieres y te quiero, +sabes que sólo deseo tu bien, que llevo como tú ese apellido de familia +que en tanto estimas, que amé a nuestros pobres padres como tú pudiste +amarlos, y en nombre de todo esto te digo que esta situación debe +acabar, que no debes vivir insensible y petrificado en lo que llamas tu +dignidad, sin que te turbe el recuerdo de una hija tuya que rueda por el +mundo como un guiñapo. Tú tan bueno, que me has recogido en el trance +más difícil de mi vida, ¿cómo puedes dormir, cómo puedes comer, sin que +amargue tu existencia el pensamiento de tu hija perdida? ¿Qué sabes de +ella ahora? ¿No puede morir de hambre mientras tú comes? ¿No es fácil +que esté en un hospital, mientras tú tienes la casa donde vivieron tus +padres...?</p> + +<p>Esteban contrajo el rostro con una expresión sombría oyendo a su +hermano.</p> + +<p>—Es inútil que te esfuerces, Gabriel. Nada conseguirás. ¿Te he negado +algo? ¿No estoy dispuesto a todo por mi hermano? Pero no me hables de +ésa; me ha causado mucho daño; ha roto mi vida: no sé cómo no he muerto. +¿Has pensado bien en lo que es ser la familia de los Luna durante siglos +el espejo de la catedral, el respeto hasta de los mismos arzobispos, y +de repente verse uno entre los últimos, expuesto a las risas de todos, +pudiendo mirarle con compasión hasta el último monaguillo? ¡Lo que yo +he sufrido! ¡Las veces que he llorado de rabia, a solas en esta +habitación, después de oír lo que se murmuraba a mis espaldas! Y +luego—añadió quedamente, como si el dolor empañase su voz—, ¡aquella +infeliz mártir que murió de vergüenza, mi pobre mujer, que se fue del +mundo por no ver mi dolor ni sufrir el desprecio de los demás...! ¿Y +quieres que yo olvide esto...? Además, Gabriel, yo no sé expresar lo que +siento tan bien como tú. Pero el honor... es el honor. Es vivir yo en +esta casa sin tener que avergonzarme; dormir por la noche sin miedo a +ver en la obscuridad los ojos de nuestro padre que me preguntan, por qué +permanece una mujer perdida bajo el mismo techo que se conquistaron los +Luna con siglos de servicios a la iglesia de Dios; es evitar que la +gente se ría de nuestra familia.... Que digan en buena hora: «Esos Luna, +¡qué desgraciados son!», pero que no digan nunca que los Luna son una +familia falta de vergüenza. Por nuestro cariño, hermano, déjame: no me +hables más de esto. Esas malas doctrinas te han envenenado el alma: no +sólo has dejado de creer en Dios, sino que tampoco crees ya en el honor.</p> + +<p>—¿Y qué es eso?—dijo Gabriel, enardeciéndose—. Tú mismo no lo sabes. +«El honor es el honor.» Pues bien, los hijos son los hijos. Tu, hombre +de preocupaciones, no te paras a considerar lo que son esos seres, +continuación de nuestra propia existencia. Tu religión hace a los hijos +fruto de Dios, y sin embargo, creéis ser mejores y más perfectos cuando +repeléis y maldecís esos regalos del cielo apenas os causan una +contrariedad. No, Esteban; el amor a los hijos y la conmiseración para +sus faltas deben estar por encima de todas las preocupaciones. Esa vida +eterna del alma, promesa mentida de todas las religiones, sólo es una +verdad por los hijos. El alma muere con el cuerpo, no es más que una +manifestación de nuestro pensamiento, y el pensamiento es una función +cerebral; pero los hijos perpetúan nuestro ser a través de las +generaciones y los siglos; ellos son los que nos hacen inmortales, ya +que guardan y transmiten algo de nuestra personalidad, así como nosotros +heredamos la de nuestros antecesores. El que olvida a los seres que son +obra suya, es más digno de execración que el que abandona la vida +suicidándose. Las contrariedades de la existencia, las leyes y +costumbres inventadas por los hombres, ¿qué son ante el instintivo +afecto por los seres que han salido de nosotros y perpetúan la variedad +infinita de nuestras habitudes y pensamientos? Aborrezco a los +miserables que, por no turbar la paz burguesa del matrimonio, abandonan +los hijos que tuvieron fuera de su casa. La paternidad es la más noble +de las funciones animales, pero las bestias tienen más valor y más +dignidad que el hombre para cumplirla. Ningún animal de clase superior +abandona o desconoce a su cachorro, y sois muchos los hombres que +volvéis la espalda al hijo, por miedo a lo que las gentes puedan decir. +Si teniendo yo un hijo me enamorara locamente de la mujer más hermosa +del mundo y ésta me exigiera que lo olvidase, ahogaría mi pasión para no +abandonar al pequeñuelo. Si faltara mi hijo a todas las leyes humanas y +le condujeran al patíbulo, hasta él le acompañaría yo, desafiando la +execración de las gentes, sin que por un momento negase que era obra +mía. Estamos unidos para siempre al ser que damos vida: es un compromiso +de solidaridad que contraemos ante la especie al trabajar por su +conservación. El que rompe la cadena y huye, es un cobarde.</p> + +<p>—¡No me convencerás, Gabriel!—gritó con energía Esteban—. ¡No +quiero...!, ¡no quiero!</p> + +<p>—Lo repito: es una cobardía lo que haces. Ya que el honor pesa tanto en +ti, ese honor anticuado y cruel que arregla los conflictos de la vida +derramando sangre, ¿por qué no buscaste al que te robó la hija?, ¿por +qué no le mataste, como un padre de comedia antigua? Eres un hombre +pacífico, que no ha aprendido el arte de asesinar, y aquel individuo es +un profesional de las armas; si te hubieses vengado sin regla alguna, +apelando a lo que crees tu derecho, su familia poderosa se hubiera +ensañado en ti. No te has vengado, por instinto de conservación, por +miedo al presidio y a todos los castigos inventados por la sociedad; has +tenido miedo, a pesar de tu indignación, y ese miedo lo truecas en +crueldad para el ser más débil. Tu cólera sólo cae sobre la hija.... +Vamos, Esteban; eso no es digno de un padre.</p> + +<p>El <i>Vara de palo</i> movía obstinadamente la cabeza.</p> + +<p>—No me convencerás; no quiero oírte. Esa mujer no volverá aquí. ¿No me +abandonó? Pues que siga su camino.</p> + +<p>—Te abandonó a impulsos de ese instinto que llevan en sí todos los +seres sanos: el instinto de la conservación de la especie, que embellece +la poesía llamándolo amor. Si te hubiese abandonado después de recibir +la bendición de un hombre ante un altar, te mostrarías satisfecho y la +recibirías con los brazos abiertos tantas veces como viniera a verte. Te +abandonó para ser engañada, para caer en la miseria y la vergüenza; y +viéndola infeliz, ¿no merece tu conmiseración, más aún que si la vieses +dichosa? Reflexiona, Esteban, en la manera como cayó tu pobre hija. ¿Qué +le habías enseñado para defenderse de la malicia del mundo? ¿Qué armas +tenía para conservar incólume eso que llamas honor? Vosotros, tú y tu +mujer, la dabais ejemplo del respeto que merece el dinero y un +nacimiento elevado dejando entrar en vuestra casa a aquel muchacho, +acogiendo como un honor que un señorito se fijase en vuestra hija. La +pobre lo amó viendo en él un resumen de todas las perfecciones humanas. +Cuando surgieron los inevitables resultados de la desigualdad social, +ella no quiso renunciar: fue una de esas naturalezas nobles que se +sublevan contra los prejuicios del mundo, aun a riesgo de sufrir todas +las amarguras de su rebelión, y cayó vencida. ¿A quién puede culparse? A +su ignorancia; a su vida de aislamiento lejos del mundo; a vosotros, que +no la enseñasteis más, y cegados por la ambición la dejabais soñar +junto al precipicio; a todos, menos a ella. ¡Infeliz! Con creces ha +pagado su noble fiereza contra las preocupaciones sociales. Es una +muerta en el combate social: un cuerpo que hay que levantar; y tú, que +eres el padre, debes ser el primero en cumplir esta obra de justicia.</p> + +<p>Esteban, con la cabeza baja, seguía haciendo movimientos negativos.</p> + +<p>—Hermano—dijo Gabriel con cierta solemnidad—, ya que te aferras +tenazmente a tu negativa, sólo me resta decirte una cosa: si tu hija no +viene, yo me voy.... Cada uno tiene sus escrúpulos. Tú temes las +murmuraciones de la gente; yo me temo a mí mismo, a lo que el +pensamiento pueda echarme en cara en los momentos de soledad. Desde que +soy tu huésped, pienso a todas horas en tu hija: desde que conocí lo +ocurrido en esta casa, me propuse que la infeliz víctima volviese a ti. +¿No quieres que vuelva? Pues yo soy el que se va. Sería un ladrón si +comiese tu pan, mientras un ser que es carne de tu carne sufre hambre; +si me dejase cuidar en mi enfermedad, mientras esa infeliz tal vez está +peor que yo y no encuentra en el mundo una mano que la sostenga. Si ella +no vuelve, yo no soy tu hermano: soy un intruso que usurpa la parte de +cariño y de bienestar que corresponde a otro ser. Hermano, cada uno +tiene su moral: la tuya es la enseñada por los curas; la mía me la he +creado yo mismo, y aunque menos aparatosa, tal vez sea más rígida. Y en +nombre de mi moral, yo te digo: Esteban, hermano mío, o tu hija viene, o +yo me voy. Volveré al mundo, a ser perseguido como una bestia rabiosa; +al hospital, a la cárcel, a morir como un perro en la cuneta de una +carretera; no sé lo que será de mí; lo único que sé de cierto es que me +voy mañana, hoy mismo, para no disfrutar de un minuto más de lo que no +es mío. Yo, que considero un robo inicuo la usurpación de los bienes de +la tierra por una minoría de privilegiados, no puedo retener a sabiendas +un bienestar que pertenece por derecho natural a una criatura infeliz. +Únicamente podría disfrutarlo compartiéndolo con ella.</p> + +<p>Esteban se había puesto de pie, con ademán desesperado.</p> + +<p>—Pero ¿estás loco, Gabriel? ¿Quieres dejarme?</p> + +<p>¿Y lo dices con esa tranquilidad? Tu presencia aquí es la única alegría +de mi vida después de tantas desgracias. Me he acostumbrado a verte, +necesito cuidarte, eres mi única familia; antes no tenía ninguna +aspiración, vivía sin esperanza; ahora tengo una: verte sano y fuerte. +¿Y me dices con esa frescura que te vas...? No, no te irás.... Eso me +faltaba: tras la hija, el hermano... ¡Que me maten de una vez! ¡Señor +Dios, llévame contigo...!</p> + +<p>Y el sencillo servidor del templo levantaba sus manos con expresión de +súplica, mientras sus ojos se empañaban con lágrimas.</p> + +<p>—Ten calma, Esteban. Hablemos como hombres, sin exclamaciones y +llantos. Mírame a mí: estoy sereno, y no creas por ello que es menos +cierto que me iré hoy mismo si no accedes a mi súplica.</p> + +<p>—Pero ¿y <i>ésa</i>?, ¿dónde está, que con tanto interés abogas por +ella?—preguntó Esteban—. ¿Es que la has visto y la has hablado? ¿Es +que está en Toledo? ¿La has traído acaso, con tu audacia de incrédulo, a +la misma catedral...?</p> + +<p>Gabriel, viéndolo lloroso y quebrantado por su amenaza de marcharse, +creyó llegado el momento decisivo, y abrió la puerta del cuarto de +Sagrario.</p> + +<p>—Sal, muchacha; pide perdón a tu padre.</p> + +<p>El <i>Vara de palo</i> vio arrodillada a una mujer en el centro de aquel +cuarto en el que nunca entraba, por miedo a recordar lo pasado.</p> + +<p>Su mirada fue de extrañeza. Después fijó sus ojos en Gabriel, como si no +adivinase quién era aquella mujer. ¿Qué farsa había preparado su +hermano?</p> + +<p>Con un impulso brutal, agarró las manos de la mujer y las separó de su +rostro, mirándola fijamente. Aun así, no la reconoció. Pasó mucho tiempo +contemplándola, en medio de un silencio penoso. Poco a poco, en las +facciones desfiguradas por la enfermedad fueron marcándose para él las +antiguas líneas. En los ojos lacrimosos y sin pestañas vio algo que le +recordó la mirada azul de la hija perdida. Los labios amoratados, con +profundas grietas, se movían quejumbrosos, murmurando siempre la misma +palabra:</p> + +<p>—¡Perdón...!, ¡perdón!</p> + +<p>A la vista de aquella ruina, el padre sintió que se venía abajo su +coraje. Sus ojos expresaron una tristeza inmensa, anonadadora.</p> + +<p>Retrocedió de espaldas hasta la puerta de la habitación seguido por la +joven, que avanzaba de rodillas tendiéndole las manos.</p> + +<p>—Hermano, está bien—dijo con desaliento—. Puedes más que yo: cúmplase +tu voluntad. Que se quede, ya que así lo quieres. ¡Pero que no la +vea...! Quedaos: quien se va soy yo.</p> + + + +<hr style="width: 65%;" /> +<h2><a name="VI" id="VI"></a>VI</h2> + +<p>La máquina de coser sonaba desde el alba hasta la noche en la casa de +los Luna. Este ruido metálico y el martilleo del zapatero eran las +únicas manifestaciones de trabajo que turbaban el sagrado silencio del +claustro alto.</p> + +<p>Cuando Gabriel abandonaba el lecho al salir el sol, después de una noche +de penosa tos, encontraba ya en la salita de entrada a Sagrario +preparando la máquina para la diaria labor. Desde el día siguiente de su +vuelta a la catedral había quitado la funda a la máquina, dedicándose al +trabajo con tenacidad taciturna, como un medio de pasar inadvertida en +las Claverías y que la gente la perdonase su pasado. La vieja jardinera +le proporcionaba labores, y el ruido del pespunte sonaba en la antigua +habitación, mezclándose muchas veces con las melodías del armónium del +maestro de capilla.</p> + +<p>El <i>Vara de palo</i> pasaba por su casa como una sombra. Permanecía en la +catedral o en el claustro bajo, no subiendo a su habitación más que en +casos de necesidad. Comía con la cabeza baja, para no mirar a su hija, +que estaba sentada al otro extremo de la mesa y parecía próxima a +prorrumpir en llanto viéndose ante él. Un silencio penoso envolvía a la +familia. Don Luis era el único que, en su inconsciencia de hombre +distraído, no se percataba de la situación, y charlaba alegremente con +Gabriel de sus esperanzas y de sus entusiasmos musicales. Todo lo +encontraba natural, nada le sorprendía; la vuelta de Sagrario al hogar +no le había causado la menor extrañeza.</p> + +<p>Esteban huía una vez terminada la comida, para no volver a casa hasta la +noche. Después de la cena se encerraba en su cuarto, dejando a su +hermano y a su hija en la sala de entrada. La máquina volvía a agitarse +y don Luis tecleaba el armónium, hasta que sonaban las nueve y el <i>Vara +de plata</i> cerraba la escalera de la torre, agitando su manojo de llaves +con un ruido que equivalía al antiguo toque de cubrefuego.</p> + +<p>Gabriel se indignaba contra la tenacidad de su hermano.</p> + +<p>—Vas a matar a la chica. Lo que haces no es digno de un padre.</p> + +<p>—No puedo, hermano: me es imposible mirarla. Bastante hago con tolerar +en nuestra casa estas cosas. ¡Ay!, ¡si supieras cómo me duelen las +miradas de la gente...!</p> + +<p>En realidad, había sido menor de lo que él esperaba el escándalo +producido en las Claverías por la vuelta de Sagrario. Estaba tan afeada +por la enfermedad y las penalidades, se notaba en ella tal fatiga, que +ninguna mujer sintió animosidad contra ella. La protección enérgica de +su tía Tomasa imponía respeto. Además, aquellas hembras simples, de +pasiones instintivas, no podían sentir ante su fealdad la envidia hostil +que inspiraban años antes su hermosura y el noviazgo con el cadete. +Hasta Mariquita, la sobrina del <i>Vara de plata</i>, encontraba cierta +satisfacción para su amor propio protegiendo con una tolerancia +desdeñosa a aquella infeliz que en otro tiempo atraía la atención de +todos los hombres que visitaban el claustro alto.</p> + +<p>La curiosidad sólo turbó la calma de las Claverías durante una semana. +Poco a poco, las mujeres dejaron de asomarse a la puerta de los Luna +para ver a Sagrario inclinada ante la máquina, y la muchacha siguió su +vida laboriosa y triste.</p> + +<p>Gabriel salía poco de la habitación. Pasaba los días enteros al lado de +la joven, queriendo reemplazar con su presencia el hostil alejamiento +del padre. Le dolía que se viese en su propia casa tan despreciada y +sola como en el mundo. Algunas veces entraba a verles la tía Tomasa, +animándolos con sus optimismos de anciana alegre. Le placía la conducta +de su sobrina: trabajar mucho para no ser gravosa al testarudo de su +padre y ayudar al sostenimiento de la casa, que bien lo necesitaba. Pero +no por esto había que matarse trabajando. Calma y buen humor; este mal +tiempo otro traería. Allí estaba ella, para arreglarlo todo con el +endemoniado Gabriel. Y alegraba la sombría habitación con sus risotadas +y sus palabras enérgicas de vieja sana.</p> + +<p>Otras veces invadían la casa los amigos de Gabriel, abandonando la +tertulia del zapatero. No podían resistir la ausencia de Luna: +necesitaban oírle, consultarle, y hasta el mismo zapatero, cuando el +trabajo no era urgente, abandonaba su mesilla, y oliendo a engrudo, con +el mandil plegado en la cintura y la cabeza en turbantada de pañuelos, +venía a sentarse junto a la máquina de Sagrario.</p> + +<p>La joven fijaba con admiración los tristes ojos en su tío. De pequeña +había oído hablar a sus padres, siempre con cierto respeto, de aquel +pariente extraordinario que corría lejanas tierras. Lo recordaba como +una vaga sombra atravesando su amorosa embriaguez, cuando pasó unos +cuantos días en la catedral, antes de establecerse en Barcelona, +asombrándolos a todos con las relaciones de sus viajes y sus costumbres +de extranjero. Ahora volvía a verle, envejecido, enfermo como ella, pero +ejerciendo sobre los que le rodeaban la influencia misteriosa de sus +palabras, que eran como música sobrenatural para aquella gente de +espíritu petrificado.</p> + +<p>En medio de su tristeza, Sagrario no tenía otro placer que escuchar a +Gabriel. Ella era igual a aquellos hombres sencillos que olvidaban sus +ocupaciones para buscar a Luna, con el ansia de oír de su boca cosas +nuevas. Gabriel era el mundo moderno que durante muchos años había +pasado lejos de la catedral, sin rozarla siquiera, y entraba por fin, +asombrando y conmoviendo a un puñado de seres que aún vivían en el siglo +XVI.</p> + +<p>La aparición de Sagrario había causado cierto trastorno en la vida de +Luna. Era más comunicativo; olvidaba la reserva que se había impuesto al +refugiarse en el regazo de piedra de la iglesia; ya no se esforzaba por +callar, ocultando sus pensamientos. La presencia de una mujer parecía +animarle, despertando su antiguo ardor de propagandista. Sus compañeros +veían un Gabriel más locuaz y dispuesto a comunicarles las «cosas +nuevas» que trastornaban el orden tradicional de sus pensamientos y +muchas noches turbaban su sueño.</p> + +<p>Hablaban, discutían, consultando a Luna para que esclareciese sus +confusas ideas, y sobre la voz de los hombres resaltaba el repiqueteo de +la máquina de coser, siempre en actividad, como un eco del universal +trabajo que agitaba al mundo, mientras la calma de la nada esparcía su +silencio por las entrañas de piedra del templo.</p> + +<p>Todos aquellos hombres, habituados a las faenas de la iglesia, lentas, +regulares, calmosas y con largos intervalos de descanso, admiraban la +nerviosa actividad de Sagrario.</p> + +<p>—Se va usted a matar, criatura—decía el viejo manchador del órgano—. +Sé bien lo que es eso. Algo parecido hago yo, ¡dale que dale a los +fuelles! Y cuando es una misa de mucha música, de esas que le gustan a +don Luis, acabo por renegar del órgano y de quien lo inventó, pues me +rompo los brazos.</p> + +<p>—¡El trabajo!—dijo el campanero con énfasis—. ¡El trabajo es un +castigo de Dios! Ya sabéis su origen. Fue la pena eterna que el Señor +impuso a nuestros primeros padres al arrojarlos del Paraíso. Es una +cadena que siempre llevaremos arrastrando.</p> + +<p>—No, señor—repuso el zapatero—. El trabajo es la mayor de las +virtudes, según he leído en los periódicos. Nada de castigo. La +ociosidad es madre del vicio, y el trabajo una virtud. ¿No es así, don +Gabriel?</p> + +<p>Y el zapaterillo miraba al maestro, aguardando sus palabras con la misma +ansiedad del sediento que espera el agua.</p> + +<p>—El trabajo—dijo Gabriel—no es castigo ni virtud; es una ley dura a +que estamos sometidos para la conservación personal y de la especie +humana. Sin el trabajo no existiría la vida.</p> + +<p>Y con la misma entonación ardorosa con que en otros tiempos conmovía a +las muchedumbres en las reuniones de protesta contra la sociedad, +describía a aquella media docena de hombres y a la triste costurera, que +cesaba de mover la máquina para escucharle, la grandeza del trabajo +universal, que todos los días fatigaba a la tierra para vencerla y +obligarla a sustentar a los humanos.</p> + +<p>Era un combate, cada veinticuatro horas, con las fuerzas ciegas de la +Naturaleza. El ejército del trabajo se extendía por todo el globo: +arañaba los continentes, saltaba a las islas, surcaba el mar, descendía +a las entrañas del suelo. ¿Cuántos eran sus soldados? ¡Quién podía +contarlos! Millones y millones. Al romper el día nadie faltaba a la +lista: las bajas eran reemplazadas, los claros que la miseria y la +desgracia abrían en sus filas se llenaban inmediatamente. Apenas +comienza a salir el sol, sopla su humo la chimenea de la fábrica, el +martillo rompe la piedra, la lima muerde el metal, rasga el arado la +tierra, se enciende el horno, mueve la bomba su pistón, suena el hacha +en el bosque, corre la locomotora entre chorros de vapor, chirría la +grúa en el puerto, corta el navío las espumas y tiembla en su estela el +barquichuelo de pesca arrastrando las redes. Nadie falta a la revista +del trabajo: todos corren, impulsados por el miedo al hambre, desafiando +el peligro, no sabiendo si llegarán a la noche, si el sol que se eleva +sobre sus cabezas será el último de su vida. Y esta concentración diaria +de fuerzas humanas ocurre en la primera luz del alba en todas partes del +mundo, allí donde los hombres se han juntado formando pueblos y +constituyendo sociedades, o donde viven en el aislamiento entregados a +sus fuerzas. El cantero rompe la piedra con su martillo, y al vencerla +se envenena tragando el polvo en invisibles partículas; cada martillazo +se lleva un fragmento de su vida. El minero desciende al infierno de los +tiempos modernos, sin más guía que la chispa de su linterna, y arranca +de las capas de las primeras edades reliquias de la infancia de la +tierra, los árboles carbonizados que dieron sombra a las monstruosas +bestias de la prehistoria. Lejos del sol y de la vida, desafía a la +muerte, lo mismo que el albañil, que, despreciando el vértigo, trabaja +con los pies sobre frágil tabla, admirado por las aves, que extrañan la +presencia en el espacio de un animal sin alas.</p> + +<p>El obrero de las fábricas, convertido por un progreso desviado y fatal +en esclavo de la máquina, vive junto a ella como una rueda más, como un +resorte de carne, luchando su cansancio físico con la musculatura de +hierro que no se fatiga, embrutecido diariamente por la cadencia +ensordecedora de los pistones y las ruedas, para darnos los innumerables +productos de la industria que resultan indispensables en la vida de la +civilización.</p> + +<p>Y estos millones y millones de hombres que sostienen la existencia de la +sociedad, que combaten por ella con las fuerzas de la Naturaleza ciegas +y crueles, que todas las mañanas vuelven a la lucha, viendo en este +monótono y continuo sacrificio la única misión de su existencia, forman +la inmensa familia de los asalariados, viviendo de las sobras de una +minoría privilegiada/ contentándose para subsistir con pequeñísimas +cantidades de lo que aquélla desprecia, y sometida a un tipo remunerador +siempre el más bajo, sin esperanza de ahorro y de emancipación.</p> + +<p>—Esa minoría egoísta—decía Gabriel al llegar a este punto—es la que +ha falseado la verdad, queriendo persuadir a la mayoría de los +explotados de que el trabajo es una virtud y que la única misión del +hombre sobre la tierra es la de trabajar hasta que perezca. Esta moral, +inventada por los grandes capitalistas, abusa de la ciencia, afirmando +que los cuerpos sólo viven sanos dedicándose al trabajo y que la +inacción es mortal; pero se callan lo que la ciencia añade, o sea que el +trabajo excesivo destruye a los hombres con una rapidez infinitamente +mayor que si viviesen en holganza. Digan en buena hora que el trabajo es +una necesidad dolorosa para la conservación de la vida, pero no digan +que es una virtud, pues el reposo y la dulce inactividad son más gratos +al hombre y a todos los animales que el movimiento y la fatiga. La +fábula del Paraíso, la sentencia del Dios bíblico imponiendo el castigo +de sudar de fatiga para ganar la subsistencia, demuestra que en todos +los tiempos la moral natural consideró el reposo como el estado más +grato al hombre, y que el trabajo debe reputarse como un mal +indispensable para la existencia, pero mal al fin. Con arreglo al +instinto de conservación, la humanidad sólo debía trabajar lo necesario +para la subsistencia. Pero como la inmensa mayoría de ella no trabaja +sólo para sí, sino para el provecho de una minoría de explotadores, +éstos la exigen que trabaje todo cuanto pueda, aunque perezca por exceso +de esfuerzo, y así ellos se enriquecen acaparando el sobrante de +producción. Su interés es que el hombre trabaje más de lo que necesita +para él; que produzca más de lo que exigen sus necesidades. En ese +sobrante está su riqueza, y para lograrlo ha inventado una moral +monstruosa y antihumana, que, por medio de la religión y aun de la +filosofía, ensalza la fatiga, diciendo que el trabajo es la más hermosa +de las virtudes y la inactividad la fuente de todos los vicios.... A +esto hay que preguntar: si la ociosidad es un vicio en los pobres, ¿por +qué aparece entre los ricos como un signo de distinción y hasta de +elevación de espíritu? Si el trabajo es la mayor de las virtudes, ¿por +qué se afanan los capitalistas en amontonar riquezas para librarse ellos +y librar a sus descendientes de la práctica de tal virtud? ¿Por qué esa +sociedad que ensalza el trabajo con los más poéticos conceptos relega al +trabajador a la última fila? ¿Por qué acoge con más entusiasmo a +cualquier soldado que estuvo en la batalla tal o cual, que al viejo +obrero que ha pasado sesenta años practicando el trabajo, sin que nadie +se fije en él ni le agradezca tanta virtuosidad...?</p> + +<p>Los servidores de la catedral movían la cabeza con muestras de +asentimiento oyendo a su maestro. Le admiraban como admiran siempre las +gentes sencillas a los que descienden hasta ellas para ejercer el +apostolado de las nuevas ideas.</p> + +<p>El continuo roce con Gabriel hacía germinar en sus cerebros, +petrificados por el ambiente tradicional, un musgo de ideas semejante a +las microscópicas vegetaciones con que las lluvias del invierno cubrían +los contrafuertes berroqueños del templo. Habían vivido hasta entonces +resignados con la vida que les rodeaba, moviéndose como sonámbulos en la +frontera indecisa que separa el alma del instinto, y la inesperada +presencia de aquel fugitivo de las batallas sociales era el empellón +que, los lanzaba en pleno pensamiento, caminando a tientas, sin más luz +que la del maestro.</p> + +<p>—Vosotros—añadía Gabriel—no sufrís la esclavitud del trabajo como los +que viven en plena explotación moderna. La Iglesia no os exige grandes +esfuerzos, el servicio de Dios no os destruye por medio de la fatiga, +pero os mata de hambre. Existe una desigualdad monstruosa entre lo que +ganan los que cantan sentados en el coro y vosotros que prestáis al +culto el esfuerzo de vuestros brazos. No moriréis de cansancio, es +verdad; cualquier obrero de las ciudades reiría de lo poco fatigosos que +son vuestros oficios; pero languidecéis de miseria. En ese claustro se +encuentran los mismos niños anémicos de los barrios obreros. Veo lo que +coméis y lo que cobráis. La Iglesia paga a sus servidores como en la +época de la fe: cree que aún está en los tiempos en que los pueblos +enteros se lanzaban al trabajo con la esperanza de ganar el cielo y +levantaban catedrales sin más recompensa positiva que el caldero de +rancho y las bendiciones del obispo. Y mientras vosotros, seres de carne +que necesitáis nutriros, engañáis vuestro estómago y el de vuestras +mujeres e hijos con patatas y pan, abajo, las imágenes de palo se cubren +de perlas y oro, con un lujo estúpido, sin que se os ocurra preguntar +por qué el ídolo que no siente necesidades ha de ser rico, mientras +vosotros no podéis satisfacer las vuestras viviendo en la miseria.</p> + +<p>Se miraban con asombro los oyentes, cual si les deslumbrasen estas +palabras. Dudaban un momento, como asustados, y después la fe del +creyente iluminaba sus rostros...</p> + +<p>—¡Es verdad!—decía el campanero con voz sombría.</p> + +<p>—¡Es verdad!—repetía el zapatero, poniendo en sus palabras toda la +amargura de aquella vida de miseria que venía arrastrando con una +familia cada vez mayor, y sin otro auxilio que el trabajo ineficaz.</p> + +<p>Sagrario callaba, no comprendiendo muchas de las afirmaciones de su tío, +pero las acogía todas como buenas, por ser de él, sonando en sus oídos +cual música deliciosa.</p> + +<p>La fama de Gabriel se difundía entre el personal humilde del templo. Los +domésticos de la Primada se hacían lenguas de su sabiduría. Los clérigos +fijábanse en él, y más de una vez el canónigo bibliotecario, al pasearse +por el claustro alto en las tardes lluviosas, había intentado hacer +hablar a Luna. Pero el fugitivo, por un resto de prudencia, mostrábase +con las sotanas, como él decía, fríamente cortés y reservado, temiendo +que le expulsarán si manifestaba su pensamiento.</p> + +<p>Sólo un clérigo de los que veía en el claustro alto le había inspirado +confianza. Era un jovencito de aspecto miserable, con los hábitos +raídos; un cura de monjas de uno de los innumerables conventos de +Toledo. Tenía siete duros al mes por todo medio de vida y una madre +vieja a quien mantener, sencilla labradora que se había quitado el pan +de la boca para dar carrera al hijo.</p> + +<p>—Ya ve usted, Gabriel—decía el curita—. Tanto sacrificio, para venir +a ganar menos de lo que gana un gañán en mi pueblo. ¿Y para esto me +ordenaron con tanto aparato? ¿Para esto canté misa en medio de gran +pompa, como si al desposarme con la Iglesia me uniese con la riqueza?</p> + +<p>Su miseria le hacía un esclavo de don Antolín. En el último tercio del +mes se presentaba casi todos los días en el claustro para ablandar con +sus ruegos al <i>Vara de plata</i> y decidirle a un préstamo de unas cuantas +pesetas. Adulaba a Mariquita, que no podía mostrarse esquiva con él a +pesar de su sotana.</p> + +<p>—Es muy bien parecido—decía a las mujeres de las Claverías, con el +entusiasmo que le inspiraba todo hombre—. Me gusta verle al lado de don +Gabriel y oírles cuando hablan paseando por el claustro. Parecen dos +grandes señores. Su madre le puso Martín, sin duda porque se parece al +San Martín de ese pintor que llaman el Greco y que está en no recuerdo +qué parroquia.</p> + +<p>El halagar a don Antolín era empresa más ardua, y el pobre curita sufría +mucho para tener propicio al avaro, que se irritaba si no le devolvían a +tiempo sus préstamos mezquinos. El <i>Vara de plata</i>, en su afán +autoritario, gustaba de tener bajo su voluntad a un sacerdote, a un +igual, para que viesen en las Claverías que no mandaba únicamente en la +gente menuda. Don Martín era para él un criado con sotana, al que hacía +comparecer todas las tardes con diversos pretextos. Se satisfacía +teniéndolo horas enteras paseando frente a su casa, con la obligación de +escucharle y apoyar todas sus palabras.</p> + +<p>Algunas veces, Gabriel sentía lástima ante la dependencia moral en que +vivía el pobre joven, y abandonando a su sobrina, salía al claustro para +unirse a ellos. No tardaban los amigos en buscarle; y ahora el +campanero, después el manchador, luego el pertiguero, el perrero o el +zapaterín, iban agregándose al grupo de que era núcleo el <i>Vara de +plata</i>. A don Antolín le gustaba verse rodeado por tanta gente, no +creyendo que fuese Gabriel quien la atraía, sino su autoridad, que +inspiraba miedo y respeto.</p> + +<p>No reconociendo igualdad más que en Luna, sólo a él dirigía su palabra, +como si los demás no tuvieran otro deber que escucharle en silencio. Si +alguno hablaba, fingía no oírlo y seguía dirigiéndose a Gabriel. +Mariquita, desde la puerta de su casa, arrebujada en un mantón, los +seguía con la vista, participando del orgullo de su tío al ver que todos +se agrupaban en torno de él, acompañándolo en sus paseos por el +claustro. La proximidad de tanto hombre parecía marearla.</p> + +<p>—¡Tío...! ¡Don Gabriel...!—decía con voz mimosa—. Entren ustedes; +dentro de casa estarán mejor; miren que, aunque hace sol, la tarde es +fría.</p> + +<p>Pero el tío no prestaba atención a estas palabras y seguía paseando por +el lado del claustro bañado por el sol, hablando campanudamente de su +tema favorito: de la pobreza presente de la catedral y su grandeza en +otros tiempos.</p> + +<p>—Este claustro en que estamos—decía—, ¿creen ustedes que lo +edificaron para que sirviera de refugio a la gente seglar y humilde que +hoy lo habita? No señor; la iglesia, aunque generosa, no hubiera +levantado estas habitaciones, con sus patios interiores y sus +columnitas, para los <i>Varas de palo</i>, el pertiguero, etc. Este claustro, +que había de ser tan grande y hermoso como el de abajo, lo comenzó el +cardenal Cisneros—don Antolín se llevó la mano al bonete—para que +viviesen en él, sujetos a reglas conventuales, los canónigos de la +catedral. Pero tenían mucho dinero los canónigos de entonces, eran unos +grandes señores, y no podían vivir aquí encerrados. Todos protestaron; +el cardenal, que tenía malas pulgas, quiso meterlos en cintura, y uno de +ellos fue con la queja a Roma, enviado por sus camaradas. Cisneros, como +era gobernador del Reino, puso guardias en todos los puertos, y el +canónigo emisario fue hecho prisionero al ir a embarcarse en Valencia. +Total, que los señores del cabildo, después de un gran pleito se +salieron con la suya, viviendo fuera de la Primada, y las Claverías +quedaron sin concluir, con este techo bajo y esta barandilla, todo +provisional... Pero aun siendo como es este claustro, han vivido reyes +en él. Aquí pasó varios días el gran monarca Felipe II. ¡Qué tiempos +aquéllos! Teniendo palacios a su disposición, los reyes preferían vivir +en estos cuartos, por estar dentro de la catedral, cerca de Dios.... A +tales monarcas, tales pueblos. Por esto España fue más grande entonces +que nunca, y éramos los amos del mundo, y había dinero y grandeza, y se +vivía feliz en la tierra, con la certeza de alcanzar el cielo después de +muerto.</p> + +<p>—Eso es verdad—dijo el campanero—. Aquéllos eran los buenos tiempos, +y por que volviesen fuimos muchos a tiros en las montañas. ¡Ay, si +hubiera triunfado don Carlos! ¡Si no hubiésemos tenido traidores...! +¿Verdad, Gabriel? Tú, que hiciste la guerra lo mismo que yo, podrás +decir si tengo razón.</p> + +<p>—Calla, Mariano—dijo Gabriel sonriendo tristemente—. No sabes lo que +dices. Tú te batiste y diste tu sangre por una causa que aún no conoces +a estas horas. Fuiste a la guerra tan ciego como yo. No pongas esa cara +de asombro, no intentes protestar. Y si no, vamos a ver: ¿qué deseabas +tú al batirte por don Carlos?</p> + +<p>—¿Yo? Pues ante todo, que le diesen a cada cual lo suyo. ¿Le pertenece +a su familia la corona? Pues que se la den.</p> + +<p>—¿Y eso es todo?—preguntó Luna con displicencia.</p> + +<p>—Eso es lo de menos. Lo que yo quería y quiero es que la nación tenga +un buen amo, un señor recto, excelente católico, que, sin monsergas de +leyes ni de Cortes, nos gobierne a todos con el pan en una mano y el +palo en la otra. Al pillo, ¡garrotazo!, y al honrado, «¡Vengan esos +cinco!, ¡usted es mi amigo...!» Un rey que no permita que el rico +atropelle al pobre y se burle de él, que no deje que nadie se muera de +hambre queriendo trabajar... Vamos, creo que me explico.</p> + +<p>—¿Y eso crees tú que existía en otra época y que tu rey va a +restaurarlo? Esos siglos que os pintan como de grandeza y bienestar son +justamente los más malos de nuestra historia, la causa de la decadencia +española, el principio de todos nuestros males.</p> + +<p>—¡Alto ahí, Gabrielillo!—dijo el <i>Vara de plata</i>—. Tú sabrás mucho, +has viajado y leído más que yo, pero eso no cuela. Estoy algo enterado +de la cuestión y no voy a permitir que abuses de la ignorancia de +Mariano y todos éstos. ¿Cómo puedes decir que aquellos tiempos fueron +malos y que ellos tienen la culpa de lo que ahora nos ocurre? El +verdadero culpable es el liberalismo, el descreimiento de la época, el +haberse metido el demonio en nuestra casa. España, cuando duda de sus +reyes y no tiene fe en el catolicismo, es como un cojo que suelta las +muletas y se viene al suelo. Sin el trono y el altar no somos nadie; y +la prueba la tienes en lo que nos está pasando desde que tuvimos +revoluciones. Nos quitan las islas; no pintamos nada entre los demás +pueblos; los españoles, que son los hombres más valientes del mundo, se +ven derrotados; no hay una peseta, y todos esos señores que charlan en +Madrid votan nuevas contribuciones y siempre estamos entrampados. +¿Cuándo se vio esto en otros tiempos? ¿Cuándo...?</p> + +<p>—Se vieron cosas peores, más vergonzosas—dijo Luna.</p> + +<p>—Tú estás loco, muchacho. Esos viajes te han corrompido; hasta creo que +tienes muy poco de español. ¡Miren ustedes que negar lo que todo el +mundo sabe, lo que enseñan hasta en las escuelas...! ¿Y los Reyes +Católicos eran cualquier cosa? No necesitas libros para saberlo. Entra +en el coro y verás en la sillería baja todas las batallas que los +religiosos monarcas ganaron a los moros con el apoyo de Dios. +Conquistaron Granada y arrojaron a los infieles que nos tuvieron siete +siglos en la barbarie. Después vino el descubrimiento de América. ¿Quién +podía hacer eso? Nosotros y nadie más que nosotros: aquella buena reina +que empeñaba sus joyas para que el bendito Colón realizara su viaje. +Esto no me lo negarás, me parece. ¿Y el emperador Carlos V? ¿Qué tienes +que decir de él? ¿Conoces un hombre más extraordinario? Les pegó a todos +los reyes de Europa; medio mundo era suyo: «el sol no se ponía nunca en +sus dominios»; los españoles éramos los amos de la tierra. Esto tampoco +podrás negarlo. Y no digamos nada de don Felipe II, un monarca tan +sabio, tan astuto, que hacía bailar a su gusto a los reyes de Europa +como si les tirase de un hilillo.... Todo para mayor gloria de España y +esplendor de la religión. De victorias y grandezas no digamos. Si su +padre venció en Pavía, él reventaba a los enemigos en San Quintín. ¿Y +qué me dices de Lepanto? Abajo, en la sacristía, están guardadas las +banderas de la nave que montaba don Juan de Austria. Tú las has visto: +una de ellas lleva la imagen de Jesús crucificado, y son tan grandes, +tan grandes, que al colgarlas del <i>triforium</i> hay que recoger las puntas +para que no toquen el suelo. ¿Tampoco fue nada lo de Lepanto...? ¡Vamos, +Gabriel, que hay que estar loco para negar ciertas cosas! Si ha habido +que matar moros para que no se apoderasen de Europa, poniendo en peligro +la fe cristiana, ¿quién lo ha hecho? Los españoles. Que los turcos +amenazaban con apoderarse de los mares: ¿quién les salía al paso? +España con su don Juan. Y para descubrir un mundo nuevo, los barquitos +de España; y para dar la vuelta a la tierra, otro español, Magallanes; y +para todo lo grande, nosotros, siempre nosotros, en aquella época de +religión y bienestar. ¡Y no digamos de sabiduría! Aquellos siglos +produjeron los hombres más famosos de España, grandes poetas y +eminentísimos teólogos. Nadie les ha igualado después. Y para demostrar +que la religión es fuente de toda grandeza, los más ilustres escritores +llevaban hábitos de sacerdote... Adivino lo que podrás argüírme. Que +tras unos monarcas tan gloriosos, vinieron otros menos grandes y comenzó +la decadencia. También sé algo de esto: lo he oído decir al +bibliotecario de la catedral y a otras personas de gran ciencia. Pero +esto nada significa. Son designios de Dios, que pone a prueba a los +pueblos, lo mismo que a las personas, haciéndoles bajar de la altura, +para remontarles de nuevo si ve que perseveran en el buen camino... Pero +no hablemos de esto. Si hubo decadencia, nada queremos saber de ella. +Deseamos el pasado glorioso, los brillantes siglos de los Reyes +Católicos, de don Carlos y de los dos Felipes, y a ellos nos dirigimos +cuando hablamos de que España vuelva a sus buenos tiempos.</p> + +<p>—Pues esos siglos, don Antolín—dijo Gabriel con calma—, son los de la +decadencia española; en ellos se inicia nuestra ruina. No me extraña su +indignación: usted repite lo que le han enseñado. Gentes hay por ahí de +mayores estudios, que no se irritan menos si les tocan lo que llaman +nuestros siglos de oro. Es culpa de la educación que se da en este país. +La Historia es una mentira; para saberla tan mal, mejor sería ignorarla. +En las escuelas se enseña el pasado del país con un criterio semejante +al del salvaje, que aprecia los objetos por el brillo, no por su valor y +utilidad. España ha sido grande y estuvo en camino de ser la primera +nación del mundo por méritos sólidos y positivos que no hubiesen podido +quebrantar los azares de la guerra y la política. Pero esto fue antes de +esos siglos que usted ensalza, antes de los monarcas extranjeros; en la +Edad Media, que hacía presagiar muchas esperanzas, desvanecidas después +al consolidarse la unidad nacional. Nuestra Edad Media produjo un pueblo +culto, industrioso y civilizado como ninguno de los del mundo. Se +amontonaron en ella los materiales para construir una nación grande; +pero llegaron arquitectos de fuera y levantaron este edificio, cuyos +primeros años de existencia asombran a usted con el esplendor de la +novedad, pero entre cuyas ruinas caminamos ahora.</p> + +<p>Gabriel olvidaba toda prudencia en el ardor de la discusión. No le +inspiraba miedo el <i>Vara de plata</i> con su gesto de inquisidor incapaz de +razonamientos; quería convencerle; sentía el ardor, el impulso +irresistible de sus tiempos de proselitismo, y hablaba sin recatar sus +pensamientos, sin buscarles ningún disfraz por consideración al ambiente +que le rodeaba. Don Antolín le oía con asombro, fija en él su mirada +fría. Los otros escuchaban presintiendo confusamente lo extraordinario +de tales ideas emitidas en el claustro de una catedral. Don Martín, el +cura de las monjas, a espaldas de su avariento protector, mostraba en +sus ojos la avidez simpática con que acogía las palabras de Luna.</p> + +<p>Describía éste al pueblo hispano-romano, sobre el que había pasado la +invasión goda sin causar gran mella. Antes bien, el conquistador se +había empapado de la degeneración bajo-latina, quedando sin fuerzas, +corrompiéndose en luchas teológicas e intrigas de dinastía semejantes a +las de Bizancio. La regeneración no llegaba a España por el Norte, con +las hordas de bárbaros, se presentaba por la parte meridional, con los +árabes invasores. Al principio eran muy pocos, y sin embargo, bastaban +para vencer a Ruderico y sus corrompidos próceres. El instinto de la +nacionalidad cristiana revolviéndose contra los invasores, el repliegue +de toda el alma española a los riscos de Covadonga para caer de nuevo +sobre el conquistador, era una mentira. La España de entonces recibió +con agrado a las gentes que venían de África; los pueblos se entregaban +sin resistencia; un pelotón de jinetes árabes bastaba para que se +abriesen las puertas de una ciudad. Era una expedición civilizadora, más +bien que una conquista, y una corriente continua de emigración se +estableció en el Estrecho. Por él pasaba aquella cultura joven y +vigorosa, de rápido y asombroso crecimiento, que vencía apenas acababa +de nacer: una civilización creada por el entusiasmo religioso del +Profeta, que se había asimilado lo mejor del judaismo y la cultura +bizantina, llevando además consigo la gran tradición india, los restos +de la Persia y mucho de la misteriosa China. Era el Oriente que entraba +en Europa, no como los monarcas asirios, por la Grecia, que les repelía, +viendo en peligro su libertad, sino por el extremo opuesto, por la +España, esclava de reyes teólogos y obispos belicosos, que recibía con +los brazos abiertos a los invasores. En dos años se enseñorearon de lo +que luego costó siete siglos arrebatarles. No era una invasión que se +contiene con las armas: era una civilización joven que echaba raíces por +todos lados. El principio de la libertad religiosa, eterno cimiento de +las grandes nacionalidades, iba con ellos. En las ciudades dominadas, +aceptaban la iglesia del cristiano y la sinagoga del judío. La mezquita +no temía a los templos que encontraba en el país: los respetaba, +colocándose entre ellos sin envidia ni deseo de dominación. Del siglo +VIII al XV se fundaba y se desarrollaba la más elevada y opulenta +civilización de Europa en la Edad Media. Mientras los pueblos del Norte +diezmábanse en guerras religiosas y vivían en una barbarie de tribu, la +población de España se elevaba a más de treinta millones, revolviéndose +y amasándose en ella todas las razas y todas las creencias, con una +infinita variedad engendradora de poderosas vibraciones sociales, +semejante a la del moderno pueblo americano. Vivían confundidos +cristianos y musulmanes, árabes puros, sirios, egipcios, mauritanos, +judíos de tradición hispánica y judíos de Oriente, dando lugar a los +cruzamientos y mesticismos de mozárabes, mudejares, muladíes y +hebraizantes. Y en esta fecunda amalgama de pueblos y razas entraban +todas las ideas, costumbres y descubrimientos conocidos hasta entonces +en la tierra; todas las artes, ciencias, industrias, inventos y cultivos +de las antiguas civilizaciones, brotando del choque nuevos +descubrimientos y creadoras energías. La seda, el algodón, el café, el +papel, la naranja, el limón, la granada, el azúcar, venían con ellos de +Oriente, así como las alfombras, los tisúes, los tules, los +adamasquinados y la pólvora. Con ellos también la numeración decimal, el +álgebra, la alquimia, la química, la medicina, la cosmología y la poesía +rimada. Los filósofos griegos, próximos a desaparecer en el olvido, se +salvaban siguiendo al árabe invasor en sus conquistas. Aristóteles +reinaba en la famosa Universidad de Córdoba. Nacía el espíritu +caballeresco entre los árabes españoles, apropiándoselo después los +guerreros del Norte, como si fuese una cualidad de los pueblos +cristianos. Mientras en la Europa bárbara de los francos, los +anglonormandos y los germanos el pueblo vivía en chozas y los reyes y +barones anidaban en castillos de rocas ennegrecidos por las hogueras, +comidos por parásitos, vestidos de estameña y alimentados como los +hombres prehistóricos, los árabes españoles levantaban sus fantásticos +alcázares, y, como los refinados de la antigua Roma, reuníanse en los +baños para conversar sobre cuestiones científicas o literarias. Si algún +monje del Norte sentía la comezón del saber, venía a las universidades +árabes o las sinagogas judaicas de España, y los reyes de Europa se +creían salvos en sus enfermedades si, en fuerza de oro, podían +proporcionarse un médico hispánico.</p> + +<p>Y cuando poco a poco el elemento autóctono se separa del invasor y +surgen las pequeñas nacionalidades cristianas, los árabes y los antiguos +españoles—si es que después del incesante cruzamiento de sangre puede +marcarse un límite entre las dos razas—pelean caballerescamente, sin +exterminarse luego de la victoria, estimándose mutuamente, con grandes +intervalos de paz, como si quisieran retrasar el momento de la +definitiva separación y uniéndose muchas veces para empresas comunes. Un +régimen de libertad impera en los Estados cristianos. Surgen las Cortes +mucho antes que en los países septentrionales de Europa, y los pueblos +españoles se gobiernan y regulan sus gastos por sí mismos, viendo sólo +en el monarca un jefe militar. Los municipios son pequeñas repúblicas, +con sus magistrados electivos. Las milicias ciudadanas realizan el ideal +del ejército democrático. La Iglesia, compenetrada con el pueblo, vive +en paz con las otras religiones del país; una burguesía inteligente crea +en el interior poderosas industrias y arma en las costas la primera +marina de la época, y los productos españoles son los más apreciados en +todos los puertos de Europa. Existían ciudades tan populosas como las +modernas capitales del mundo; poblaciones enteras eran inmensas fábricas +de tejidos; se cultivaba todo el suelo de la Península.</p> + +<p>Los Reyes Católicos marcaron el apogeo de las fuerzas nacionales y el +principio de su decadencia. Su reinado fue grande porque se prolongó +hasta él el impulso de las energías incubadas por la Edad Media; fue +execrable porque su política torció los derroteros de España, +impulsándonos al fanatismo religioso y a las ambiciones de un cesarismo +universal. Adelantados en dos o tres siglos al resto de Europa, era +España para el mundo de entonces lo que es Inglaterra para nuestra +época. De seguir la misma política de tolerancia religiosa, de confusión +de razas, de trabajo industrial y agrícola, con preferencia a las +empresas militares, ¿dónde estaríamos ahora?</p> + +<p>Gabriel hacía esta pregunta interrumpiendo su calurosa descripción del +pasado.</p> + +<p>—El renacimiento—continuó Luna—fue más español que italiano. En +Italia renacieron las bellas letras de la antigüedad y el arte +grecorromano; pero no todo el Renacimiento fue literario. El +Renacimiento representa el surgir a la vida de una sociedad nueva, con +cultivos, industrias, ejércitos, conocimientos científicos, etc. ¿Y esto +quién lo hizo sino España, aquella España árabe-hebreo-cristiana de los +Reyes Católicos? El Gran Capitán enseñó al mundo el arte de guerrear +moderno; Pedro Navarro fue un ingeniero asombroso; las tropas españolas +las primeras en usar las armas de fuego, creándose así la infantería, +que democratizó la guerra, dando superioridad al pueblo sobre los nobles +jinetes cubiertos de hierro. España fue quien descubrió la América.</p> + +<p>—¿Y te parece poco todo eso?—interrumpió don Antolín—. ¿No convienes +en lo mismo que yo decía? ¿Se han visto nunca en España tantas grandezas +juntas como en la época de aquellos reyes que por algo se llamaron +Católicos?</p> + +<p>—Reconozco que fue un gran período de nuestra historia, el último +verdaderamente glorioso, el postrer rayo que lanzó antes de extinguirse +la única España que ha marchado por el buen camino. Pero antes de morir +los Reyes Católicos ya empieza la decadencia al descuartizarse el cuerpo +joven y robusto de la España árabe, cristiana y hebrea. Tiene usted +razón, don Antolín: por algo se llamaban Católicos aquellos reyes. +Establece la Inquisición doña Isabel con su fanatismo de hembra. La +ciencia apaga su lámpara en la mezquita y la sinagoga y oculta los +libros en el convento cristiano, viendo que es llegada la hora de rezar +más que de leer. El pensamiento español se refugia en la sombra, tiembla +de frío y soledad, y acaba por morir. Lo que resta de él se dedica a la +poesía, a la comedia, a los escarceos teológicos. La ciencia es un +camino que conduce a la hoguera. Después sobreviene una nueva calamidad, +la expulsión de los judíos hispánicos, tan compenetrados con el espíritu +de este país, tan amantes de él, que aún hoy, después de cuatro siglos, +esparcidos por las riberas del Danubio o del Bosforo, son españoles y +lloran en viejo castellano la patria perdida:</p> + +<div class="poem"><div class="stanza"> +<span class="i2"><i>Perdimos la bella Sión</i>;<br /></span> +<span class="i0"><i>perdimos también España</i>,<br /></span> +<span class="i0"><i>nido de consolación</i>.<br /></span> +</div></div> + +<p>Aquel pueblo que había dado a la ciencia de la Edad Media un Maimónides +y era el sostenedor de la industria y el comercio hispánicos, salió en +masa de nuestro país. España, engañada por su extraordinaria vitalidad, +se abría las venas para contentar al naciente fanatismo, creyendo +sobrellevar sin peligro esta pérdida. Después viene lo que un escritor +moderno llama «el cuerpo extraño» interponiéndose en nuestra vida +nacional: los Austrias que reinan y España que pierde para siempre su +carácter y muere.</p> + +<p>—Gabriel—interrumpió el sacerdote—, eso que dices son disparates. La +verdadera España empieza con el Emperador y sigue igualmente gloriosa +con don Felipe II. Ésa es la España castiza que debe servirnos de +ejemplo y a la cual queremos volver.</p> + +<p>—No; la España castiza, la España española, sin mezcla de +extranjerismo, es la de los cristianos mezclados con árabes, moros y +judíos, la de la tolerancia religiosa, la del engrandecimiento +industrial y agrícola y los municipios libres, la que muere bajo los +Reyes Católicos. Lo que viene luego es la España teutónica y flamenca, +convertida en una colonia de Alemania, sirviendo como un soldado +mercenario bajo banderas extranjeras, arruinándose en empresas que nada +le interesaban, derramando la sangre y el oro por los compromisos del +llamado Sacro Imperio Romano Germánico. Comprendo el encanto que ejerce +el Emperador sobre los caracteres estacionarios, adoradores del pasado. +¡Una gran persona el tal don Carlos! Valeroso en el combate, astuto en +la política, alegre y campechano como un burgomaestre de su país; gran +comedor, gran bebedor y aficionado a tomar por el talle a las muchachas. +Pero no había en él nada de español. La herencia de su madre sólo la +aprereciaba como buena para explotarla. España es una sierva del +germanismo, pronta a dar cuantos hombres se la pidan y a satisfacer +empréstitos y tributos. Toda la vida exuberante almacenada en este suelo +por la cultura hispanoárabe durante siglos la absorbe el Norte en menos +de cien años. Desaparecen los municipios libres; sus defensores suben al +cadalso en Castilla y en Valencia; el español abandona el arado y el +telar para correr el mundo con el arcabuz al hombro; las milicias +ciudadanas se transforman en tercios que se baten en toda Europa sin +saber por qué ni para qué; las ciudades industriosas descienden a ser +aldeas; las iglesias se tornan conventos; el clérigo popular y tolerante +se convierte en fraile, que copia, por imitación servil, el fanatismo +germánico; los campos quedan yermos por falta de brazos; sueñan los +pobres con hacerse ricos en el saqueo de una ciudad enemiga, y abandonan +el trabajo; la burguesía industriosa se convierte en plantel de +covachuelistas y golillas, abandonando el comercio como ocupación vil, +propia de herejes, y los ejércitos mercenarios de España, tan invictos y +gloriosos como desarrapados, sin más paga que el robo y en continua +sublevación contra los jefes, infestan nuestro país con un hampa +miserable, de la que salen el espadachín, el pordiosero con trabuco, el +salteador de caminos, el santero andante, el hidalgo hambrón y todos los +personajes que después recogió la novela picaresca.</p> + +<p>—¡Pero Gabriel de los demonios!—dijo, indignado, el <i>Vara de plata</i>—, +¿negarás que don Carlos, que edificó el Alcázar de Toledo, y don Felipe +II, que vivió en este mismo claustro, fueron dos grandes reyes...?</p> + +<p>—No lo niego: fueron dos hombres extraordinarios, dos grandes monarcas; +pero mataron a España para siempre. Fueron dos extranjeros, dos +alemanes. Felipe II se revistió de un falso españolismo para continuar +la política germánica de su padre. Esta máscara nos causó gran daño, +pues aún quedan hoy muchos que la admiran como la más castiza +representación del españolismo. Hay para volverse loco ante las absurdas +conjeturas y las faltas de verdad que inspiran aquella época. Muchos +católicos sueñan con canonizar a Felipe II por la crueldad fría con que +exterminaba a los herejes: el tal rey no tenía otro catolicismo que el +suyo; era un heredero del cesarismo germánico, eterno martillo de los +papas. Arrastrado por la soberbia, bordeaba continuamente el cisma y la +herejía. Si no rompió con el Pontificado fue porque, temiendo éste que +los soldados de España, que habían entrado dos veces en Roma, se +quedasen en ella para siempre, se allanaba a todas sus imposiciones. El +padre y el hijo nos robaron la nacionalidad y disfrazados con ella, +derrocharon nuestra vida en sus planes puramente personales de resucitar +el cesarismo de Carlomagno y hacer la religión católica a su gusto e +imagen. Hasta mataron la antigua religiosidad española, tolerante y +culta por su continuo roce con el mahometismo y el hebraísmo: aquella +Iglesia hispánica, cuyo sacerdote vivía en paz dentro de las ciudades +con el alfaquí y el rabino, y que castigaba con penas morales a los que +por exceso de celo turbaban el culto de los infieles. La intolerancia +religiosa, que los historiadores extranjeros creen un producto +espontáneo del suelo español, nos fue importada por el cesarismo +germánico. Era el fraile alemán, que llegaba con su brutalidad devota y +su locura teológica, no templada, como en España, por la cultura semita. +Con su intransigencia provocaba la revolución de la Reforma en los +países del Norte; y arrojado de ellos, venía aquí a renovar en tierra +nueva su incultura y su fanatismo. El terreno estaba bien preparado. Al +morir las ciudades libres, aquellos municipios que eran republicanos, +murió el pueblo. La simiente extranjera produjo en poco tiempo una +inmensa selva: la selva de la Inquisición y del fanatismo, que aún +subsiste. Cortan y cortan los leñadores modernos, pero son pocos y caen +fatigados; los brazos de un hombre pueden poco ante troncos de cuatro +siglos. El fuego, únicamente el fuego podrá acabar con esa vegetación +maldita.</p> + +<p>Don Antolín abría los ojos con asombro. Ya no se indignaba: parecía +aterrado por las palabras de Luna.</p> + +<p>—¡Gabriel!, ¡hijo mío!—exclamó—. Eres más verde de lo que yo creía. +Piensa en dónde estás; fíjate en lo que dices. Estamos en la Iglesia +Primada de las Españas....</p> + +<p>Pero Luna había tomado impulso al remover sus recuerdos históricos y no +se detenía, arrastrado por su ardor de propagandista. Le animaba la +antigua fiebre oratoria y hablaba como en los mítines, cuando no podía +contener su palabra entre los aplausos, las protestas y el oleaje de la +muchedumbre resistiendo a la Policía.</p> + +<p>El asombro del sacerdote sirvió para excitarle más.</p> + +<p>—Felipe II—continuó—era un extranjero, alemán hasta los huesos. Su +gravedad taciturna, su pensamiento tardo y penetrante, no eran +españoles: eran flamencos. La impasibilidad con que recibía los reveses +que arruinaban a la nación era la de un extraño que no estaba ligado por +ningún afecto a esta tierra. «Mejor quiero reinar sobre cadáveres que +sobre herejes», decía. Y cadáveres eran, realmente, los españoles, +condenados a no pensar o a mentir, ocultando su pensamiento. Los +antiguos oficios habían desaparecido. Fuera de la Iglesia no existía +otro porvenir que ser aventurero en aquella América que de nada servía a +la nación, pues la convertían en una caja de caudales del rey, o ser +soldado de oficio en Europa, batiéndose por la reconstitución del Sacro +Imperio Germánico, por la supeditación del Papa al Emperador y por la +extinción de la Reforma religiosa, empresas que en nada interesaban a +España, y eran, sin embargo, sangrías sueltas por las que se escapaba su +vida. Los menestrales desaparecían, tragados por los ejércitos, y las +ciudades se llenaban de inválidos y veteranos arrastrando la roñosa +tizona, única prueba de la valía personal. Extinguiéronse los gremios y +la clase media; sólo hubo nobles, orgullosos de ser criados de los +reyes, y un populacho que pedía pan y espectáculos, como el romano, +contentándose con la sopa de los conventos y las quemas dé herejes +organizadas por la Inquisición.</p> + +<p>Después sobrevenía la ruina. Tras los cesares grandes, fatales para +España, venían los chicos: el fanático Felipe III, que daba el golpe de +misericordia expulsando a los moriscos; Felipe IV, un degenerado con +aficiones literarias, que escribía versos y cortejaba monjas, y el +miserable Carlos II.</p> + +<p>—Nunca ha habido en España tanta religiosidad, don Antolín—decía +Luna—. La Iglesia era dueña de todo. Los tribunales eclesiásticos +juzgaban hasta al mismo rey, pero la justicia seglar no podía tocarle un +pelo de la ropa al último sacristán, aunque cometiese los mayores +delitos en la vía pública. Sólo la Iglesia podía juzgar a los suyos. +Según cuenta Barrionuevo en sus Memorias, frailes armados hasta los +dientes arrebataban a la justicia del rey, en pleno día y en medio de la +plaza Mayor de Madrid, al pie de la horca, a uno de los suyos +sentenciado por asesinato. La Inquisición no satisfecha con achicharrar +herejes, juzgaba y castigaba... a los contrabandistas de ganado. Los +hombres de letras refugiábanse aterrados en la amena literatura, como +último albergue del pensamiento. Limitábanse a producir novelas +picarescas o comedias en las que se ensalzaba un honor fiero que sólo +existía en la imaginación de los poetas, mientras reinaba la mayor +corrupción en las costumbres. Los grandes ingenios españoles ignoraban o +fingían ignorar lo que la revolución decía más allá dé las fronteras. +Quevedo, que era el más audaz, sólo osaba decir:</p> + +<div class="poem"><div class="stanza"> +<span class="i0"><i>Con la Inquisición</i>....<br /></span> +<span class="i5">¡<i>Chitan</i>!<br /></span> +</div></div> + + +<p>triste epitafio del pensamiento español, que prefería perecer, ya que la +verdad no podía decirse. Para vivir tranquilos y sustentarse en una +época de incultura, los poetas buscaban la sombra de la Iglesia y se +cubrían con sus hábitos. Lope de Vega, Calderón, Moreto, Tirso de +Molina, Mira de Amescua, Tárrega, Argensola, Góngora, Rioja y otros, +eran sacerdotes, muchos de ellos después de una vida borrascosa. +Montalbán fue cura y empleado de la Inquisición, y hasta el pobre +Cervantes, en la vejez, hubo de tomar el hábito de San Francisco. España +tenía once mil conventos, con más de cien mil frailes y cuarenta mil +monjas, y a esto había que añadir ciento sesenta y ocho mil sacerdotes y +los innumerable servidores dependientes de la Iglesia, como alguaciles, +familiares, carceleros y escribanos del Santo Oficio, sacristanes, +mayordomos, buleros, santeros, ermitaños, demandaderos, seises, +cantores, legos, novicios, ¡y qué sé yo cuánta gente más...! En cambio, +la nación, desde treinta millones de habitantes, había bajado a siete +millones en poco más de dos siglos. Las expulsiones de judíos y moriscos +por la intolerancia religiosa; la Inquisición con el miedo que +inspiraba; las continuas guerras en el exterior; la emigración a América +con la esperanza de enriquecerse sin trabajo; el hambre, la falta de +higiene, el abandono de los campos, habían realizado esta rápida +despoblación. Las rentas de España llegaron a bajar a catorce millones +de ducados, mientras las del clero ascendían a ocho millones. La Iglesia +poseía más de la mitad de la fortuna nacional. ¡Qué tiempos!, ¿en, don +Antolín?</p> + +<p>El <i>Vara de plata</i> le escuchaba fríamente, como si hubiese formado un +concepto definitivo de Luna y no hiciera gran caso de sus palabras.</p> + +<p>—Por malos que fuesen—dijo con lentitud—, no serían peores que los +presentes. Al menos, nadie robaba a la Iglesia. Cada uno se contentaba +con su pobreza, pensando en el cielo, que es la única verdad, y el culto +de Dios tenía lo que le corresponde. ¿Es que tú, acaso, no crees en +Dios...?</p> + +<p>Gabriel eludió la respuesta, y siguió hablando de aquellos tiempos.</p> + +<p>Fue un período de barbarie, de estancamiento, mientras Europa se +desenvolvía y progresaba. El pueblo que iba al frente de la civilización +se quedó entre los últimos. Los reyes, impulsados por el orgullo español +y por las pretensiones heredadas de los cesares germánicos, acometían la +loca aventura de dominar toda Europa, sin más base que una nación de +siete millones de habitantes y unos tercios mal pagados y hambrientos. +El oro de América iba a parar a los bolsillos de los holandeses, y en +esta empresa, digna de Don Quijote, recibía la nación golpe tras golpe. +España era cada vez más católica, más pobre y más bárbara. Ansiaba +conquistar el mundo, y tenía en su interior regiones enteras +deshabitadas. Muchos de los antiguos pueblos habían desaparecido; se +borraban los caminos; nadie en España sabía con certeza la geografía del +país, y en cambio, pocos ignoraban la situación del cielo y del +purgatorio. Los parajes de alguna feracidad no estaban ocupados por +granjas, sino por conventos, y al borde de las escasas carreteras +vivaqueaban las partidas de bandoleros, refugiándose, al verse +perseguidos, en los monasterios, donde les apreciaban por su +religiosidad y por las muchas misas que encargaban para sus almas +pecadoras.</p> + +<p>La incultura era atroz. Los reyes estaban aconsejados por clérigos hasta +en asuntos de guerra. Carlos II, ante la oferta de que tropas holandesas +guarnecieran las plazas españolas de Flandes, consultó el asunto con +teólogos, como un caso de conciencia, porque esto podía facilitar la +difusión de la herejía, y acabó por preferir que cayesen en poder de los +franceses, que, aunque enemigos, al fin eran católicos. En la +Universidad de Salamanca, el poeta Torres de Villarroel no encontraba ni +una sola obra de geografía, y cuando hablaba de matemáticas, los +discípulos le decían que eran cosas de sortilegio, ciencia del diablo +que únicamente podía entenderse untándose con el ungüento que usan los +brujos. Los teólogos de la corte repelían el plan de un canal para unir +el Tajo con el Manzanares, diciendo que la obra era contra la voluntad +de Dios, pues con decir éste «fiat», los dos ríos se hubieran unido, y +que por algo estaban separados desde el principio del mundo. Los médicos +de Madrid pedían a Felipe IV que se dejara la basura en las calles, +«porque siendo muy sutil el aire de la ciudad, ocasionaría grandes +estragos si no se impregnaba del vaho de las inmundicias». Y un siglo +después, un teólogo famoso de Sevilla retaba en un acto público a que +discutiesen con él esta tesis: «Más queremos errar con San Clemente, San +Basilio y San Agustín, que acertar con Descartes y Newton.»</p> + +<p>Felipe II había amenazado con pena de muerte y confiscación de bienes al +que publicase libros extranjeros o circulase los manuscritos; sus +sucesores prohibieron a los españoles escribir sobre materias políticas. +Falto el pensamiento de expansión, se dedicó a las artes y la poesía. El +teatro y la pintura llegaron a un nivel casi superior al de los otros +pueblos. Fueron la válvula de escape del genio nacional; pero esta +primavera del arte fue efímera, y en mitad del siglo XVII sobrevino una +decadencia grotesca y envilecedora.</p> + +<p>La pobreza en aquellos dos siglos fue horrible. El mismo Felipe II, con +ser señor del mundo, sacó a la venta los títulos de nobleza por seis mil +reales, añadiendo al margen del decreto «que no se reparase mucho en la +calidad y origen de las personas». En Madrid, el pueblo asaltaba las +panaderías, disputándose el pan a puñaladas. El presidente de Castilla +recorría los lugares de la provincia, acompañado del verdugo, para +despojar a los labradores de sus escasas cosechas. Los recaudadores de +tributos, no encontrando qué cobrar en los pueblos, arrancaban las +techumbres de las casas, vendiendo las maderas y las tejas. Las familias +huían al monte al ver en lontananza a los representantes del rey; los +pueblos quedaban desiertos y caían en ruinas. El hambre entraba hasta +en el palacio real, y Carlos II, señor de España y de las Indias, no +podía algunos días dar de comer a la servidumbre. El embajador de +Inglaterra y el de Dinamarca tenían que salir con criados armados a +buscar pan en las cercanías de Madrid.</p> + +<p>Y mientras tanto, los innumerables conventos, dueños de más de la mitad +del país y únicos poseedores de la riqueza, mostraban su caridad +repartiendo la sopa a aquellos que aún tenían fuerzas para ir a +buscarla, y fundando hospicios y hospitales, donde la gente moría de +miseria, pero segura de entrar en el cielo. En las ciudades no había más +establecimientos prósperos y ricos que los conventos y los hospitales. +La antigua industria había desaparecido. Segovia, famosa por sus paños, +que ocupaba en su fabricación cerca de cuarenta mil personas, apenas si +tenía quince mil habitantes, y tan olvidados de tejer la lana, que +cuando Felipe V quiso restablecer la fabricación tuvo que traer obreros +alemanes.</p> + +<p>—Y así Sevilla, y Valencia, y Medina del Campo, famosas por su feria y +sus industrias—continuaba Gabriel—. Sevilla, que en el siglo XV poseía +dieciséis mil telares de seda, llegó en el XVII a no tener más que +sesenta y cinco. Bien es verdad que, en cambio, su clero catedral era de +ciento diecisiete canónigos y tenía sesenta y ocho conventos con más de +cuatro mil frailes y catorce mil clérigos en la diócesis. ¿Y Toledo? A +fines del siglo XV empleaba cincuenta mil obreros en sus tejidos de seda +y de lana y sus talleres de armas, y a más los curtidores, los plateros, +los guanteros y los joyeros. A fines del XVII no tenía apenas quince mil +habitantes. Todo muerto, todo arruinado; veinticinco casas de familias +ilustres pasaron a poder de los conventos; no había más ricos en la +ciudad que los frailes, el arzobispo y la catedral. España estaba tan +exangüe al acabar los Austrias, que se vio próxima a ser repartida entre +las potencias de Europa, como Polonia, otro pueblo católico como el +nuestro. La discordia entre los reyes fue lo único que nos salvó.</p> + +<p>Si tan malos fueron aquellos tiempos, Gabriel—dijo el <i>Vara de +plata</i>—, ¿cómo los españoles mostraban tanta conformidad? ¿Por qué no +hacían pronunciamientos y sublevaciones como en esta época de perdición?</p> + +<p>—¿Qué habían de hacer? El despotismo de los dos cesares había impuesto +a los españoles una ciega obediencia a los reyes, como representantes de +Dios. El clero los educaba en esta creencia, por la comunidad de +intereses entre la Iglesia y el Trono. Hasta los poetas más ilustres +corrompían al pueblo, ensalzando el servilismo monárquico en sus +comedias. Calderón afirmaba que la hacienda y la vida del ciudadano no +pertenecían a éste, pues eran del rey. Además, la religión lo llenaba +todo, era el único fin de la existencia, y los españoles, pensando +siempre en el cielo, acababan por acostumbrarse a las miserias de la +tierra. No dude usted que el exceso de religiosidad nos arruinó y estuvo +próximo a matarnos como nación. Aún ahora arrastramos las consecuencias +de esta enfermedad que ha durado siglos.... Para salvar de la muerte a +este país, ¿qué hubo que hacer? Llamar al extranjero; y vinieron los +Borbones. Miren ustedes si habríamos llegado abajo, que ni militares +teníamos. En esta tierra, a falta de otros méritos, desde la época +celtíbera siempre hemos contado con caudillos de pelea. Pues bien; en la +guerra de Sucesión hubo que traer generales ingleses y franceses y hasta +oficiales, pues no había un español que supiera apuntar un cañón ni +mandar una compañía. No había quien sirviera para ministro, y +extranjeros fueron todos los gobernantes con Felipe V y Fernando VI; +extranjeros los que vinieron a restaurar las perdidas industrias, a +roturar las tierras abandonadas, a establecer los antiguos riegos y +fundar colonias en los páramos frecuentados por fieras y bandidos. +España, que había colonizado medio mundo a su manera, era a su vez +descubierta y colonizada por los europeos. Los españoles aparecían como +pobres indios guiados por su cacique el fraile y adornados los harapos +con escapularios y milagrosas reliquias. El anticlericalismo era el +único remedio para tanta ruina, y este espíritu vino con los +colonizadores extranjeros. Felipe V quiso suprimir la Inquisición y +acabar la guerra naval con las naciones musulmanas, que duraba mil años, +despoblando las costas del Mediterráneo con el miedo a los piratas +berberiscos y turcos. Pero los indígenas se revolvían contra toda +reforma de los colonizadores, y el primer Borbón tuvo que desistir, +viendo en peligro su corona. Después, sus sucesores inmediatos, con +mayores raíces en el país, se atrevieron a continuar su obra. Carlos +III, para civilizar a España, sólo tuvo que meter mano a la Iglesia, +limitando sus privilegios y sus rentas, cuidando las cosas de la tierra +y olvidando las del cielo. Se vio el mismo espectáculo que en nuestro +siglo, cuando los gobiernos tocan los intereses eclesiásticos. Los +obispos protestaron, hablando en pastorales y cartas de «las +persecuciones de la pobre Iglesia, saqueada en sus bienes, ultrajada en +sus ministros y atropellada en sus inmunidades»; pero el país despertó, +gozando el único período próspero que se conoce en los tiempos modernos +antes de la desamortización. Europa estaba regida entonces por reyes +filósofos y Carlos III era uno de ellos. El eco de la revolución inglesa +vibraba aún en el mundo. Los monarcas querían ser amados, no temidos, y +en casi todas las naciones luchaban con el embrutecimiento de las masas, +imponiendo las reformas progresivas de real orden y casi por la fuerza. +Pero el gran mal del sistema monárquico es la herencia, el poder +vinculado en una familia. Un hombre de buen sentido y rectas intenciones +puede engendrar un imbécil: tras Carlos III reinó Carlos IV, y por si +esto no fuese suficiente, al año de morir aquel monarca estalló la +Revolución francesa, con sus audacias, que volvieron locos a todos los +reyes de Europa. A los Borbones de España se les fue la cabeza, para no +recobrarla ya más. Descarrilaron, se salieron del camino, abrazándose de +nuevo a la Iglesia, como única salvación ante el peligro +revolucionario, y todavía no han vuelto ni volverán a la buena ruta. +Jesuítas, frailes y obispos tornaron a ser los consejeros de palacio, y +aún lo son ahora, como en los tiempos en que Carlos II consultaba los +planes militares y políticos con una junta de teólogos. Hemos tenido +revoluciones mentidas que han derrocado las personas, no las ideas. Algo +hemos adelantado, pero a saltitos, tímidamente, con desordenados +retrocesos, como el que avanza con miedo, y de repente, al más leve +ruido, echa a correr hacia el punto de partida. La transformación ha +sido más exterior que interna. La gente vive aún con el alma del siglo +XVII. Perdura en ella el miedo, la cobardía que inspiraba la hoguera +inquisitorial. Los españoles tienen médula de esclavo; sus arrogancias y +energías son exteriores. No en balde se viven tres siglos de servidumbre +eclesiástica. Hacen revoluciones, son capaces de rebelarse, pero se +detendrán siempre ante el umbral de la Iglesia, que fue su señora por la +fuerza y continúa siéndolo sin ella. No hay miedo de que entren aquí: +esté usted tranquilo, don Antolín; y eso que, en justicia, tendrían +muchas cuentas que pedirla sobre el pasado. ¿Es porque son religiosos +como en otras épocas? Usted sabe que no, y se queja con razón viendo +cómo se extinguen, sin el auxilio popular, las antiguas grandezas de la +Iglesia.</p> + +<p>—Eso es verdad—dijo el <i>Vara de plata</i>—. No hay fe: nadie es capaz de +hacer un sacrificio por la casa de Dios. Sólo en la hora de la muerte, +cuando entra el miedo, se acuerdan algunos de ayudarnos con su fortuna.</p> + +<p>—No hay fe; ésa es la verdad. El español, después de aquella fiebre +religiosa que casi le produjo la muerte, vive en una indiferencia +interna, no por reflexión científica, sino por debilidad de pensamiento. +Sabe que irá al cielo o al infierno; lo cree así porque se lo han +enseñado; pero se deja llevar por la corriente de la vida, sin esfuerzo +alguno por escoger un sitio u otro. Es el hombre que más práctica la +religión y menos piensa en ella. Ni duda ni cree. Acepta lo +establecido, viviendo en un sonambulismo intelectual. Si alguna vez el +pensamiento, desvelándose, le sugiere una crítica, la ahoga al momento +por el miedo. La inquisición aún vive entre nosotros; no tememos a la +hoguera, pero nos causa pavor el «qué dirán». La sociedad estacionada y +refractaria a toda innovación es el Santo Oficio moderno. El que +desentona, saliéndose de la general y monótona vulgaridad, se atrae las +iras sordas de la gran masa escandalizada y sufre el castigo. Si es +pobre, se le somete a la prueba del hambre cortándole los medios de +vida; si es independiente, se le quema en efigie, creando el vacío en +torno de él. Hay que ser correcto, acatar lo establecido, y de aquí que, +ligados unos a otros por el miedo, no surja una idea original, no exista +un pensamiento independiente, y hasta los sabios se guarden para ellos +las conclusiones que sacan del estudio, sometiéndose en la vida vulgar a +los mismos usos y preocupaciones de los imbéciles. Mientras esto siga, +es tarea inútil la de los revolucionarios en este país. Podrán cambiar +aparentemente la faz del suelo, pero al hundir el azadón encontrarán la +piedra de los siglos siempre unida y compacta. El carácter nacional, al +perder la fe religiosa, no ha cambiado. La fe ha muerto, pero queda el +cadáver, con apariencias vitales, ocupando el mismo sitio, obstruyendo +el paso con su dureza de momia. Los mismos revolucionarios sostienen, +con su deseo de no desentonar, este simulacro de vida. Imitan el respeto +y la tolerancia de los vencedores de otros países, pero no aprenden +antes el ímpetu irrespetuoso y anonadador con que otros pueblos +derrumbaron y patearon el pasado sin misericordia ni escrúpulos. Pobre y +arrinconada está la Iglesia, don Antolín, comparándola con lo que fue en +otros siglos; pero no tema usted que se agrave su situación. La marea ha +llegado a su mayor altura y no pasará de ahí. Mientras en este país +tenga miedo la gente a decir lo que piensa, y se escandalice ante una +idea nueva, y tiemble por lo que dirá el vecino, ríanse de las +revoluciones, pues por muchas que estallen no les llegará a ustedes el +agua a la boca.</p> + +<p>Don Antolín reía escuchando esto.</p> + +<p>—Pero hombre, Gabrielillo, debes de estar loco. Esos viajes y esas +lecturas te han trastornado. Al principio me indignaba, creyéndote de +los que desean una revolución para quitarnos lo poco que nos queda y +proclamar a la pendanga de la República, suprimiendo el presupuesto +eclesiástico. Pero veo que vas más allá; con nada te conformas, todo te +parece pésimo... y esto me hace gracia. No eres enemigo terrible, porque +tiras de muy lejos. Me parece que andas tan mal de la cabeza como del +pecho.... Pero hombre, ¿aún te parecen poca cosa las revoluciones que +hemos tenido? ¿Y aún crees que el país está tan salvaje como en esos +siglos que has pintado a tu manera...? Pues yo—añadió el sacerdote con +ironía—oigo hablar mucho de los progresos del país, y sé que hay +ferrocarriles, y que los alrededores de las ciudades se pueblan de +chimeneas, y hasta muchos impíos celebran esto, comparándolas con los +campanarios de las iglesias.</p> + +<p>—¡Bah!—exclamó Gabriel con expresión de indiferencia—. Algo hay de +esos adelantos. Las revoluciones políticas han puesto a España en +contacto con Europa. La corriente progresiva ha cogido a este país, +arrastrándolo como arrastra a los pueblos asiáticos y oceánicos. Hoy +nadie se libra de ella. Pero nosotros vamos río abajo, inertes y sin +fuerzas; si avanzamos, es por la corriente, no por nuestro vigor, +mientras otros pueblos más fuertes nadan y nadan, alejándose cada vez +más. ¿En qué hemos contribuido a este progreso? ¿Dónde están nuestras +manifestaciones de vida moderna? Los ferrocarriles, escasos y malos, son +obra de extranjeros, y a ellos pertenece su propiedad; entre los rieles +crece la hierba, lo que demuestra que aún sigue la santa calma de +aquellos tiempos de carromatos y galeras aceleradas. Las industrias más +importantes, la metalurgia y las minas, de extranjeros son también, o de +españoles que están supeditados a ellos, viviendo de su protectora +misericordia. La industria vegeta a la sombra de un proteccionismo +bárbaro que encarece el género, fomentando sus defectos, y aun así no +encuentra capital. El dinero sigue guardado en los campos en forma de +tesoro, en el fondo de una tinaja, o se dedica a la usura en las +poblaciones, lo mismo que en pasados siglos. Los más audaces se atreven +a dedicarlo a la compra de los valores públicos, y los gobiernos +continúan el despilfarro, seguros de que encontrarán siempre quienes les +presten y ensalzando este crédito como una manifestación de la +prosperidad del país. Hay en España dos millones de hectáreas de tierra +sin cultivar, veintiséis millones de secano y sólo un millón de regadío. +Este cultivo de secano, que viene a ser toda nuestra agricultura, es un +llamamiento que la desidia española hace al hambre; una demostración +perpetua del fanatismo, que confía en la rogativa y en la lluvia del +cielo más que en los adelantos de los hombres. Los ríos ruedan hacia los +mares por cerca de comarcas abrasadas, desbordándose en el invierno no +para fecundar, sino para arrastrarlo lodo en el ímpetu de la inundación. +Hay piedra para iglesias y nuevos convenios, nunca para diques y +pantanos. Se levantan campanarios y se cortan árboles, que atraen la +lluvia. Y no me arguya usted de nuevo, Antolín, que la Iglesia es pobre +y de nada tiene la culpa. Los pobres son ustedes, los de la Iglesia +rancia y tradicional, los de la religión a la española, pues en esto hay +modas, y los fieles se van con lo más reciente; pero ahí están los +jesuítas, la manifestación más moderna del catolicismo, la «última +novedad», que con su Corazón de Jesús y demás idolatrías a la francesa +levantan palacios e iglesias en todas partes, desviando el dinero que +antes iba a las catedrales y siendo la única demostración de la riqueza +del país. Pero volvamos a nuestro progreso. Peor aún que la sequedad, es +para nuestra agricultura la ignorancia y la rutina del pueblo labrador. +Toda invención y aplicación científica la rechazan, creyéndola mala. +«Los tiempos pasados eran los buenos. Así cultivaban mis abuelos y así +debo hacerlo yo.» La ignorancia se ve convertida en gloria nacional. Y +no hay que esperar por ahora el remedio. En otros países salen de las +universidades y de las escuelas superiores los reformistas, los +combatientes del progreso. Aquí sólo producen los centros de enseñanza +un proletariado de levita ansioso de vivir, que asalta las profesiones y +puestos públicos sin otro deseo que el de abrirse paso y que esta +situación continúe. Se estudia (si es que se estudia) durante unos +cuantos años, no para saber, sino para adquirir un diploma, un pedazo de +papel que autorice a ganarse el pan. Se aprende lo que declama el +catedrático, sin curiosidad alguna de ir más allá. Los profesores son en +su mayoría médicos y abogados que ejercen su carrera, van una hora todos +los días a sentarse en la cátedra, repitiendo como un fonógrafo lo que +dijeron en años anteriores, y vuelven en seguida a sus enfermos y sus +pleitos, sin enterarse de lo que se escribe y se dice por el mundo +después que ellos ganaron su puesto. La cultura española es de segunda +mano, puramente exterior, «traducido del francés», y aun esto para la +exigua minoría que lee, pues el resto de los llamados intelectuales no +tienen otra biblioteca que los textos en que estudiaron de muchachos y +se enteran de los adelantos del pensamiento europeo... por los +periódicos. Los padres, con el afán de asegurar cuanto antes el porvenir +de sus hijos mediante una carrera, los envían a los centros de enseñanza +apenas saben hablar. El estudiante-hombre de otros países, en toda la +plenitud de su razón, no existe aquí. Las universidades se llenan de +niños; en los institutos sólo se ven pantalones cortos. El español, al +afeitarse por primera vez, es ya licenciado y va para doctor. La nodriza +acabará por sentarse al lado del catedrático. Y esos niños que reciben +el bautismo de la ciencia a la edad en que otros países se juega al +trompo, y afirmándose en el título que pregona su ciencia ya no estudian +más, son los intelectuales que han de dirigirnos y salvarnos, los que +mañana serán legisladores y ministros. ¡Vamos, hombre, que hay para +reír!</p> + +<p>Gabriel no reía, pero el <i>Vara de plata</i> y los demás celebraban sus +palabras. Toda crítica contra los tiempos presentes alegraba al +sacerdote.</p> + +<p>—¡Qué demonio de hombre!—decía a Gabriel—. Tú, en tu locura, tienes +para todos.</p> + +<p>—Este país está agotado, don Antolín. Aquí nada queda en pie. Es +incalificable el número de ciudades que han desaparecido desde que +comenzó nuestra decadencia. En otros países guardan cuidadosamente las +ruinas del pasado como páginas de piedra de la Historia. Las limpian, +las conservan, las sostienen y fortifican, y abren caminos para que +todos puedan contemplarlas. Aquí, por donde ha pasado el arte romano, el +bizantino, el árabe, el mudejar, el gótico y el Renacimiento, todas las +artes de Europa, los hierbajos y matorrales cubren las ruinas en los +campos, ocultándolas y desfigurándolas, y la barbarie de las gentes las +mutila en las ciudades. Se piensa a todas horas en el pasado, y sin +embargo, se desprecian sus restos. ¡Qué país de sueño y de abandona! +España no es un pueblo, es un museo desordenado y polvoriento de cosas +viejas que atrae a los curiosos de Europa. En él, hasta las ruinas están +arruinadas.</p> + +<p>Los ojos de don Martín, el cura joven, se fijaban en Gabriel. Parecían +hablarle expresando el entusiasmo con que acogía sus palabras. Los otros +oyentes, silenciosos y cabizbajos, no experimentaban menos el encanto de +aquellas afirmaciones, que tan audaces resultaban en el ambiente +reposado y rancio del claustro. Don Antolín era el único que reía, +encontrando graciosísimas, por lo disparatadas, las ideas de Gabriel. +Comenzaba a atardecer. El sol había desaparecido tras de los tejados de +la catedral. La sobrina del <i>Vara de plata</i> volvía a llamarles desde la +puerta de su clavería.</p> + +<p>—Ahora vamos, muchacha—dijo el cura—. Tengo que decirle antes una +razón a este señor.</p> + +<p>Y dirigiéndose a Luna, continuó:</p> + +<p>Pero, ¡hombre de Dios...! (y no debía llamarte así, porque estás +empecatado), tú todo lo encuentras mal. La Iglesia española, rancia, +como tú dices, ha quedado empobrecida, ¡y aún te parece poca revolución! +¿Qué es lo que tú quieres?, ¿qué es lo que deseas para que esto se +arregle? Suéltanos tu secreto y vámanos, que ya va picando el frío.</p> + +<p>Y reía, mirando a Gabriel con lástima paternal, como si fuese un niño.</p> + +<p>—¡Mi remedio!—exclamó Luna, sin hacer caso del gesto del sacerdote—. +Yo no tengo remedio alguno. Es la marcha de la humanidad la que lo +ofrece. Todos los pueblos de la tierra han pasado por las mismas +evoluciones. Primero fueron regidos por la espada, después por la fe, y +ahora por la ciencia. Nosotros hemos sido gobernados por guerreros y +sacerdotes, pero nos detuvimos en el pórtico de la vida moderna, sin +fuerza ni deseo para tomar la mano de la ciencia, que era la única que +podía guiarnos. De aquí nuestra situación triste. Ciencias son hoy la +agricultura, las industrias, las artes y los oficios, la cultura y el +bienestar de los pueblos... hasta la misma guerra. Y España vive lejos +del sol de la ciencia. Cuando más, conoce un reflejo pálido, frío y +debilitado que le llega de países extraños. La enfermedad de la fe nos +ha dejado sin fuerzas; somos como esos seres que, después de sufrir una +dolencia en su juventud, quedan anémicos para siempre, sin +reconstitución posible, condenados a prematura vejez.</p> + +<p>—¡Bah!, ¡la ciencia!—dijo el <i>Vara de plata</i> yendo hacia su casa—. +Conozco eso. Es la eterna música de todos los enemigos de la religión. +No hay mejor ciencia que amar a Dios y sus obras. Buenas tardes.</p> + +<p>—Muy buenas, don Antolín. Pero no lo olvide usted; aún no hemos salido +de la fe y la espada. A ratos, nos dirige una o nos arrea la otra. Pero +de la ciencia, ni una palabra. Ni siquiera ha regido España durante +veinticuatro horas.</p> + + + +<hr style="width: 65%;" /> +<h2><a name="VII" id="VII"></a>VII</h2> + +<p>Gabriel, después de esta tarde, evitó las reuniones en el claustro para +no discutir con el <i>Vara de plata</i>. Estaba arrepentido de su audacia. Al +quedar solo había reflexionado sobre los peligros a que se exponía +emitiendo sus ideas con tanta libertad. Le aterraba el ser expulsado de +la catedral, corriendo de nuevo el mundo, a la ventura. Se reprendía, +echándose en cara su afán de chocar con los prejuicios del pasado. ¿Qué +iba a conseguir cambiando el pensamiento de aquella pobre gente? ¿En qué +podía pesar, para la emancipación de la humanidad, la conversión de +aquellos hombres agarrados como moluscos a las piedras del pasado...?</p> + +<p>La catedral era para Gabriel un gigantesco tumor que hinchaba la +epidermis española como rastro de antiguas enfermedades. Nada había que +hacer allí. No era un músculo capaz de desarrollo: era un absceso que +aguardaba la hora de ser extirpado o de disolverse por los gérmenes +mortales que llevaba en su interior. Él había escogido como refugio +aquella ruina, y debía callar, ser prudente, para que no le echasen en +cara su ingratitud.</p> + +<p>Además, su hermano Esteban, rompiendo el mutismo frío en que se había +encerrado desde la llegada de su hija, le aconsejaba prudencia.</p> + +<p>Don Antolín le había llamado, relatándole a su modo la conversación con +Gabriel.</p> + +<p>—Tiene unas ideas del demonio, Esteban—dijo el sacerdote—, y las +expone en esta santa casa con la mayor tranquilidad, como si estuviera +en uno de esos clubs infernales que hay en los países extranjeros. +¿Dónde ha estado tu hermano para aprender tales cosas? Jamás había oído +herejías tan enormes.... Dile que lo olvido todo porque le conocí de +pequeño, porque recuerdo que fue la gloria de nuestro Seminario, y +especialmente porque está enfermo y sería inhumano hacerle salir de la +catedral. Pero que no se repita el escándalo. ¡Chitón! Que se guarde +todas esas monstruosidades en la cabeza, si es que tiene gusto en perder +su alma. Pero en esta santa casa, y sobre todo delante del personal, ni +una palabra, ¿lo entiendes?, ni una palabra. No faltaba más sino que en +la Iglesia Primada se diesen <i>metinges</i>.... Además, tu hermano debe de +pensar que al fin está comiendo en estos momentos el pan de la Iglesia, +pues de ella vives tú que le mantienes, y que no es muy digno después de +esto hablar de la obra más sabia de Dios, queriendo encontrarla +defectos.</p> + +<p>Esta última consideración fue la que más impresionó a Gabriel, +lastimando su dignidad. Don Antolín decía bien. Él no era más que un +parásito de la catedral, y al refugiarse en su regazo le debía gratitud +y silencio. Callaría. ¿No había convenido al ocultarse allí en que había +muerto...? Viviría como el cadáver animado, que era para ciertas órdenes +religiosas la suprema perfección humana. Pensaría como todos, o más +bien, no pensaría: vegetaría, hasta que llegase su última hora, como las +plantas del jardín o los hongos de los contrafuertes del claustro.</p> + +<p>Procuró evitar todo encuentro con sus amigos y admiradores de las +Claverías. No visitó más la habitación del zapatero, y cuando veía a los +camaradas rondar por el claustro con la intención de meterse en la casa +de los Luna, dejaba sola a Sagrario, subiéndose al camaranchón del +maestro de capilla.</p> + +<p>Los servidores de la catedral sentábanse en torno de la máquina de +coser, esperando en vano que bajase el maestro, satisfechos, ya que no +le veían, de estar cerca de él, mirando su asiento abandonado y +conversando con la muchacha, que se expresaba con ingenua admiración al +hablar de su tío. El maestro de capilla alegrábase al ver que le +visitaba de nuevo Luna. Era su único admirador. Al eclipsarse durante +una buena temporada, el pobre artista había sufrido la amargura de la +soledad, desesperándose con furia infantil, como si un público inmenso +le volviera la espalda. Mimaba a Gabriel como si fuese la mujer amada. A +pesar de su distracción, fijábase en sus toses, recomendándole remedios +fantásticos imaginados por él; se inquietaba por los progresos de la +enfermedad, temblando ante la idea de que la muerte le arrebatase su +único auditorio.</p> + +<p>Iba dando a conocer a Luna toda la música que había estudiado durante su +ausencia. Cuando el enfermo tosía mucho, cesaba de tocar el armónium y +emprendía con su amigo largas conversaciones, siempre sobre su +preocupación eterna: el arte musical.</p> + +<p>—Gabriel—dijo el maestro una tarde—, usted que es tan observador y +sabe tanto, ¿no se ha fijado en que España es triste y no tiene el +«dulce sentimentalismo» de la verdadera poesía...? No es melancólica, es +triste, con su tristeza huraña y brutal. O ríe a carcajadas o llora +rugiendo; no tiene la sonrisa suave, la alegría inteligente que +distingue al hombre de la bestia. Si ríe, es de dientes afuera; su +interior es siempre lóbrego, con una obscuridad de caverna, en la que se +agitan las pasiones como fieras encerradas que buscan la salida.</p> + +<p>—Sí, dice usted bien; España es triste—contestó Luna—. Ya no va +vestida de negro, con el rosario en la empuñadura de la espada, como en +otros siglos, pero por dentro sigue de luto y su alma es lóbrega y +fiera. La pobre ha pasado tres siglos sufriendo las angustias +inquisitoriales de quemar o ser quemada, y aún le dura el pasmo de esta +vida de zozobra. Aquí no hay alegría.</p> + +<p>—No la hay, no. Esto se ve en la música mejor que en otra manifestación +de su vida. Los alemanes bailan el vals voluptuoso y alegre, o con el +<i>bock</i> en la mano entonan el <i>Gaudeamus igitur</i>, el himno estudiantil a +la gloria de la vida material, libre de cuidados. El francés canta entre +carcajadas espontáneas y danza con los miembros sueltos, saludando con +una risotada sus posturas de una fantasía simiesca. Los ingleses +convierten la gimnasia en baile, con la alegría de un cuerpo sano +satisfecho de su fuerza. Y todos estos pueblos, cuando sienten la dulce +tristeza de la poesía, cantan el <i>lied</i>, la romanza, la balada, algo +suave que adormece el alma y habla a la imaginación.... Aquí, las danzas +populares tienen mucho de sacerdotal, recuerdan la tiesura hierática de +los bailarines sagrados o el frenesí ondulante de la sacerdotisa, que +acaba por caer ante el ara con los ojos extraviados y la boca llena de +espuma. ¿Y los cantos? Son hermosísimos, como producto de varias +civilizaciones, pero tristones, desesperados, lóbregos, reveladores del +alma de un pueblo enfermo, que no halla mejor diversión que ver derramar +sangre humana y patalear jacos moribundos en el redondel de un circo. +¡La alegría española! ¡El regocijo andaluz...! Deje usted que me ría. +Una noche, en Madrid, asistí a una fiesta andaluza, lo más típico, lo +más español. Íbamos a divertirnos mucho. ¡Vino y más vino! Y conforme +circulaban las cañas, los entrecejos más fruncidos, las caras más +tristes, los gestos duros. «¡Ole!, ¡venga de ahí! ¡Esto es la alegría +del mundo!» Y la alegría no asomaba por ninguna parte. Los hombres se +miraban con torvo ceño, las mujeres pataleaban y chocaban las manos, con +la mirada perdida en una estúpida vaguedad, como si la música les +vaciase el cráneo. Las bailadoras ondulaban como serpientes erguidas. +Tenían la boca apretada, la mirada dura, graves, altivas, inabordables, +como bayaderas que estuviesen actuando en un rito sagrado. De vez en +cuando, sobre el ritmo monótono y soñoliento, una canción áspera y +estridente como un rugido, como el grito del que cae con las tripas +cortadas. ¿Y la poesía? Lúgubre como un calabozo, hermosa a veces, pero +como puede serlo el canto de un preso asomado a la reja. Puñaladas a la +mujer traidora, ofensas a la madre lavadas con sangre, lamentos contra +el juez que envía a presidio a los caballeros de calañés y faja, adioses +del reo que ve en la capilla la luz del último amanecer; toda una +poesía patibularia y mortal, que encoge el corazón y roba la alegría. +Hasta los himnos a la hermosura de la mujer tienen sangre y bravatas.... +Y ésta es la música que divierte al pueblo en sus momentos de expansión +y la que seguirá «alegrándole» tal vez durante siglos.... Somos un +pueblo triste, Gabriel: lo llevamos en la médula; no sabemos cantar si +no es amenazando o llorando, y la canción es más hermosa cuando tiene +más suspiros, hipos dolorosos y estertores de agonía.</p> + +<p>—Es verdad. El pueblo español forzosamente ha de ser así. Creyó a ojos +cerrados en sus reyes y sacerdotes como únicos representantes de Dios, y +se moldeó a su imagen y semejanza. Su alegría es la del fraile: una +alegría grosera, de chistes sucios, palabras gruesas y carcajadas como +regüeldos. Nuestras novelas picarescas son cuentos de refectorio +inventados a la hora de la digestión, con los hábitos sueltos, las manos +cruzadas en la panza y la triple barbilla sobre el escapulario. Esa risa +surge siempre de los mismos resortes: la miseria grotesca, los piojos, +el bacín barnizado que tiene el hidalgo por todo mueble, las tretas del +hambre para quitarle al compañero la provisión de mendrugos; las mañas +para cazar bolsas de aquellas damas tapadas que ejercían la prostitución +en los templos y sirvieron de modelo a nuestros poetas del siglo de oro +para pintarnos un mundo mentiroso del honor: la mujer esclava, entre +rejas y celos, más deshonesta y viciosa que la hembra moderna con toda +su libertad.... La tristeza española es obra de sus reyes, de aquellos +sombríos enfermos que soñaban con apoderarse del mundo, mientras su +pueblo perecía de hambre. Al ver que los hechos no correspondían a sus +esperanzas, tornábanse hipocondríacos y desesperadamente fanáticos, +creyendo sus fracasos castigos de Dios y entregándose a una devoción +cruel para aplacar a la Divinidad. Cuando Felipe II conoce el naufragio +de la <i>Invencible</i>, la muerte de tantos miles de hombres, el dolor de +media España, no pestañea. «La envié a pelear con los hombres, no +contra los elementos.» Y sigue su rezo: en El Escorial. La tristeza +impasible y feroz de los monarcas gravita sobre la nación. Por algo fue +el negro durante varios siglos el color favorito de la corte de España. +Los bosques sombríos de los sitios reales, las arboledas obscuras del +invierno, fueron y son sus paseos favoritos. Sus palacios de campo +tienen techumbres negras, torres achatadas, con veletas y tétricos +claustros, como si fuesen monasterios.</p> + +<p>Gabriel, encerrado en aquel cuartucho, sin más oyente que el maestro de +capilla, olvida la discreción que se había impuesto para conservar su +existencia tranquila en la catedral. Podía hablar sin miedo en presencia +del artista, y hablaba ardorosamente de los reyes españoles y de la +tristeza que habían infiltrado en el país.</p> + +<p>La melancolía era el castigo impuesto por la Naturaleza a los déspotas +de la decadencia occidental. Cuando un rey tenía cierta predisposición +artística, como Fernando VI, en vez de gustar la alegría de vivir, moría +de tristeza escuchando las arias de tiple con que le arrullaba +femeninamente Farinelli. Cuando nacían con los oídos del espíritu +cerrados a cal y canto para las voces de la belleza, pasaban la +existencia en los bosques inmediatos a Madrid, persiguiendo, escopeta en +mano, a las reses cornudas y bostezando de fastidio en los descansos de +la caza, mientras las reinas se alejaban cogidas del brazo de algún +guardia de corps.</p> + +<p>No se vive impunemente durante tres siglos en marital contacto con la +Inquisición, ejerciendo el poder como simples delegados del Papa, bajo +las inspiraciones de obispos, jesuítas, confesores y órdenes monásticas, +que sólo dejaron a la monarquía española su apariencia de poder, +haciendo de ella una aplastante república teocrática. La tristeza del +catolicismo penetró hasta la médula de los reyes españoles. Mientras +cantaban las fuentes en Versalles entre ninfas de mármol, y los +caballeros de Luis XIV mariposeaban, con sus trajes multicolores, +impúdicos como paganos, en torno de las bellezas pródigas de sus +cuerpos, la corte de España, vestida de negro, con el rosario al cinto, +asistía al quemadero y se ceñía la cinta verde del Santo Oficio, +honrándose con el cargo de alguacil de los achicharradores de herejes. +Mientras la humanidad, enardecida por el soplo carnal del Renacimiento, +admiraba a Apolo y rendía adoración a las Venus descubiertas por el +arado entre los escombros de las catástrofes medioevales, el tipo de +suprema belleza para la monarquía española era el ajusticiado de Judea, +el Cristo polvoriento y negruzco de las viejas catedrales, con la boca +lívida, el tronco contraído y esquelético, los pies huesosos y +derramando sangre, mucha sangre, el líquido amado por las religiones +cuando apunta la duda, cuando la fe flaquea y, para imponer el dogma, se +echa mano a la espada.</p> + +<p>Por esto la monarquía española ha bostezado de tristeza, transmitiendo +la melancolía de una a otra generación. Es la realeza católica por +excelencia. Si de vez en cuando surgió algún ser alegre y satisfecho de +la vida, fue porque en el líquido azul de las arterias maternales +penetró una inyección de savia plebeya, como penetra el rayo de sol en +la habitación del enfermo.</p> + +<p>Don Luis escuchaba a Gabriel, acogiendo sus palabras con gestos +afirmativos.</p> + +<p>—Sí; somos un pueblo gobernado por la tristeza—dijo el artista—. +Dura aún en nosotros el sombrío humor de aquellos siglos negros. Muchas +veces he pensado en lo difícil que sería entonces la existencia para un +espíritu despierto. La inquisición acechando las palabras, queriendo +adivinar los pensamientos. La conquista del cielo como único ideal de la +vida. ¡Y esta conquista cada vez más difícil! Había que entregar el +dinero a la Iglesia para salvarse; la pobreza era el estado perfecto. Y +además del sacrificio del bienestar, la oración a todas horas, la visita +diaria al templo, la vida de cofradía, las disciplinas en la bóveda de +la parroquia, la voz del hermano del Pecado Mortal interrumpiendo el +sueño para recordar la cercanía de la muerte; y unidas a esta existencia +de continua inquietud, la incertidumbre de la salvación, la amenaza de +caer en el infierno por la más leve falta, sin aplacar nunca por +completo al Dios torvo y vengativo. Y a más de esto, la amenaza +material: el terror de la hoguera inspirando la cobardía y el +envilecimiento a los hombres ilustrados.</p> + +<p>—Así se comprende—dijo Gabriel—la cínica confesión del canónigo +Llorente al explicar por qué fue secretario del Santo Oficio: «Tocaban a +asar, y para no ser asado, me puse de parte del asador.» A los hombres +inteligentes no les quedaba otro remedio. ¿Cómo resistir y rebelarse? El +rey, dueño de vidas y haciendas, no era más que un servidor de obispos, +frailes y familiares. Los monarcas de España, a excepción de los +primeros Borbones, fueron unos criados de la Iglesia. En pueblo alguno +se ha visto tan palpablemente como en este país la solidaridad entre la +religión y la monarquía. La religión logra existir sin los reyes, pero +la monarquía no puede vivir sin la religión. El guerrero afortunado, el +conquistador que funda un trono, no necesita del sacerdote: le basta con +su espada y el prestigio de sus hazañas. Pero al aproximarse la hora de +la muerte, piensa en sus herederos, que no dispondrán como él de la +gloria y el miedo para hacerse respetar, y entonces, atrayéndose al +sacerdote, toma a Dios por aliado misterioso que velará por la +conservación del trono. Los fundadores de dinastías imperan «por la +gracia de la Fuerza», y sus descendientes reinan «por la gracia de +Dios». El monarca y la Iglesia lo fueron todo para el pueblo español. La +fe les hacía esclavos, con una cadena moral que no podía romper +revolución alguna. Su lógica era indestructible. Al crecer en un Dios +personal que se ocupaba de las cosas menudas del mundo y concedía su +gracia al rey para que reinase, les tocaba obedecer a éste, so pena de +ir al infierno. Los que se hallaban bien caídos en el mundo engordaban +alabando al Señor, que crea los reyes para evitar al hombre el trabajo +de gobernarse; los que sufrían consolábanse pensando que la vida es una +prueba pasajera, después de la cual alcanzarían un huequecito en el +cielo. La religión es el mejor auxiliar de la monarquía. Si no hubiese +existido antes de los reyes, éstos la habrían inventado. La prueba está +en que en tiempos de duda como los presentes siguen aferrados al +catolicismo, que es el más fuerte puntal de su trono. En buena lógica, +debían decir los monarcas: «Yo soy rey porque tengo la fuerza, porque me +apoya el ejército.» Pero no señor; prefieren continuar la antigua farsa, +diciendo: «Yo el rey, por la gracia de Dios.» El tirano pequeño no +abandona el regazo del déspota grande. Le es imposible sostenerse por sí +mismo.</p> + +<p>Calló un buen rato Gabriel. Se ahogaba; su pecho agitábase con los +estertores de una tos cavernosa. El maestro de capilla se aproximó a él +alarmado.</p> + +<p>—No hay que asustarse—dijo Luna reponiéndose—. Es lo de todos los +días. Estoy enfermo y no debía hablar tanto. Además, estas cosas me +excitan. Me irrito ante los absurdos de la monarquía y de la religión, +no sólo en mi país, sino en todo el mundo.... Y sin embargo, he sentido +lástima, profunda conmiseración ante un ser de sangre real. ¿Querrá +usted creerlo...? Le vi de cerca, en una de mis correrías por Europa. No +sé cómo la policía que vigilaba su carruaje no me repelió lejos de allí, +creyendo en un posible atentado. Y lo que yo sentía era compasión, +pensando en los reyes que llegan tarde a un mundo que no cree en el +origen divino, en esos últimos retoños que surgen del tronco carcomido y +agotado de una dinastía, llevando en su pobre savia los vicios de las +ramas muertas.... Era un joven, enfermo como yo, no por azares de su +existencia, sino enfermo desde la cuna, condenado desde antes de nacer a +luchar con el mal que le infiltraron con la vida. Figúrese usted, don +Luis, que en estos momentos fuese yo poderoso, y por conservar mis +intereses engendrase un hijo. ¿No sería un atentado premeditado +fríamente contra el porvenir...?</p> + +<p>Y el revolucionario describía al joven enfermo: su cuerpo delgado +fortalecido artificialmente por la higiene y la gimnasia; sus ojos +empañados y macilentos en el fondo de profundas ojeras, y la mandíbula +inferior colgante y como muerta, sin esa energía que la mantiene pegada +al cráneo.</p> + +<p>¡Pobre adolescente! ¿Para qué había nacido? ¿Qué iba a dejar de su paso +por el mundo? ¿Por qué la Naturaleza, que muchas veces niega su +fecundidad a seres fuertes, se había mostrado pródiga en el ayuntamiento +sin amor de un tísico moribundo? De nada le servía tener caballos, +carrozas, servidores uniformados que le saludasen y papanatas que le +dieran vivas. Mejor hubiese sido para él no asomar al mundo, permanecer +en el limbo de los privilegiados que no llegan a formarse. Semejante al +escudero de Don Quijote, que, cuando al fin se vio en las abundancias de +Barataría, tuvo al lado un doctor Recio para contrariar sus apetitos, el +pobre ser no podía gozar en completa libertad las dulzuras de la escasa +vida que le restaba.</p> + +<p>—Le pagan miles de duros—añadía Gabriel—por cada minuto de su +existencia; pero el oro no puede proporcionarle una gota de sangre nueva +que sanee el veneno hereditario de sus venas. Le rodean hermosas +mujeres; pero si siente subir a lo largo del espinazo el alegre +cosquilleo de la juventud, la savia de la primavera de la vida, la +predisposición genésica de una familia que sólo fue notable y alcanzó +victorias en las luchas de amor, ha de permanecer frío y austero ante la +mirada vigilante de su madre, que sabe que el apasionamiento carnal +puede acabar rápidamente con una vida débil y macilenta. Y como fin de +tantas privaciones, de una abstinencia triste y dolorosa... la muerte +inevitable. ¿Para qué habrá nacido el pobre ser...? A veces las +grandezas de la tierra equivalen a una maldición. La razón de Estado es +el más cruel de los tormentos para un enfermo: le obliga a sonreír, a +fingir una salud que no tiene. Hablar de la enfermedad del rey es un +crimen, y los cortesanos, los que viven a la sombra del trono, +consideran un sacrilegio, un crimen digno de castigo, la menor alusión a +la salud del monarca, como si éste no fuese un ser humano, puesto, como +todos, bajo la advocación de la muerte.</p> + +<p>—No me preocupa la política—dijo el maestro de capilla—; lo mismo me +importan reyes que repúblicas: yo soy un súbdito del arte. No sé lo que +la monarquía será en esos otros países que usted ha visto, pero en +España noto que es cosa muerta. Se tolera como una de tantas creaciones +del pasado, pero no inspira entusiasmo y nadie está dispuesto a +sacrificarse por ella. Yo creo que hasta la misma gente que vive a su +sombra y tiene sus particulares intereses confundidos con los del trono +siente más el fervor en la boca que en el corazón.</p> + +<p>—Así es, don Luis—dijo Gabriel—. Hace cerca de un siglo que la +monarquía murió en España. El último rey amado y popular fue Fernando +VII. A tal pueblo, tal monarca. Después la nación se ilustró, +emancipándose de las tradiciones, pero los reyes no han progresado; +antes bien, han retrocedido, apartándose cada vez más de aquella +tendencia reformadora y anticlerical de los primeros Borbones. Si hoy, +al educar a un príncipe, dijeran sus maestros: «Queremos hacer de él un +Carlos III», se escandalizarían hasta las piedras de palacio. Los +Austrias han resucitado, como esas plantas parásitas que al ser +arrancadas reaparecen después de algún tiempo. Si en la vivienda de los +reyes se buscan ejemplos del pasado, se recuerda a los cesares +austriacos. ¡El olvido más completo para los primeros Borbones, que +mataron moralmente a la Inquisición, expulsaron a los jesuítas y +fomentaron la prosperidad material del país! Se reniega de la memoria de +aquellos ministros extranjeros que vinieron a civilizar a España, siendo +maestros de Aranda y Floridablanca. Jesuítas, frailes y clérigos ordenan +y dirigen, como en los mejores tiempos de Carlos II. Haber tenido por +consejero a un conde de Aranda, amigo de Voltaire, es una vergüenza del +pasado, sobre la que se hace el silencio.... Sí, don Luis, dice usted +bien: la monarquía es cosa muerta. Entre el país y ella hay la misma +relación que entre un vivo y un cadáver. La secular pereza española, la +resistencia a cambiar de postura, el miedo a lo desconocido que sienten +todos los pueblos estacionarios, son las causas de que aún continúe esa +institución que ni siquiera tiene, como en otras naciones, el éxito +militar y el agrandamiento del territorio como justificaciones de su +existencia.</p> + +<p>Con esto cesó la conversación aquella tarde en el cuartucho del músico.</p> + +<p>Gabriel se vio atraído de nuevo por el afecto de sus admiradores de las +Claverías. Le acechaban, le seguían, doliéndose de sus ausencias. No +podían vivir sin él, según declaraba el zapatero. Se habían acostumbrado +a escucharle; sentían el afán de «ilustrarse», y rogaban al maestro que +no los abandonara.</p> + +<p>—Ahora nos juntamos en la torre—decía el campanero—. El <i>Vara de +plata</i> ve con malos ojos nuestras reuniones, y hasta ha llegado a +amenazar al zapatero con echarlo de las Claverías si continúan en su +casa las tertulias. Conmigo no se meterá: ya conoce mi carácter. Además, +si él manda en el claustro, yo mando en mi torre. Soy capaz, si viene a +molestarnos con su espionaje, de echarlo escaleras abajo. ¡El demonio +del avaro...!</p> + +<p>Y añadía con expresión cariñosa, que contrastaba con su carácter rudo y +taciturno:</p> + +<p>—Ven, Gabriel: te esperamos en mi casa. Cuando te canses de hacer +compañía a tu sobrina y de oír a ese loco de don Luis, sube un rato. No +podemos pasar sin tu palabra. Don Martín está entusiasmado desde que te +oyó la otra tarde. Desea verte; dice que iría de un extremo a otro de +Toledo por escucharte. Quiere que le avise así que te decidas a reunirte +con los amigos; y eso que don Antolín, hablando con él, te puso de loco +y de hereje que no había por dónde cogerte... Él sí que es un bárbaro, +que, después de estudiar una carrera, sólo sirve para vender papeletas y +explotar a los pobres.</p> + +<p>Luna frecuentó las reuniones de casa del campanero. Acompañaba a su +sobrina gran parte de la mañana arrullado por el tictac de la máquina, +que le producía una dulce somnolencia, viendo cómo la tela pasaba bajo +la aguja a pequeños saltos, esparciendo ese perfume químico de los +tejidos nuevos. Contemplaba a Sagrario, siempre triste, entregada al +trabajo con tenacidad taciturna. Cuando de tarde en tarde levantaba la +cabeza para arreglar el hilo y su mirada se encontraba con la de +Gabriel, animábase su cara con una pálida sonrisa. En el aislamiento en +que los había dejado la indignación del padre, sentían la necesidad de +aproximarse, como si les amenazara un peligro. La enfermedad los unía. +Gabriel lamentaba la suerte de la pobre joven, viendo cómo la había +devuelto al mundo después de su fuga del hogar. Las consecuencias de su +mal la martirizaban de vez en cuando con horribles dolores que ella +procuraba ahogar. Si sonreía, sus dientes se mostraban ennegrecidos y +rotos por la absorción del mercurio, entre unos labios de triste color +de violeta. Su cabeza se había despoblado en algunos puntos, ocultándose +la calvicie bajo largos mechones de pelo rubio, restos de su pasada +hermosura, que ella peinaba con arte. Su piel blanca y aterciopelada +tenía manchas rojas, extrañas excoriaciones, que a veces se hinchaban +formando abscesos. A pesar de esto, la juventud, con su fuerza +primaveral, aún asomaba y florecía por entre estas ruinas de la antigua +belleza, dando luz a sus ojos y encanto a su sonrisa.</p> + +<p>Muchas noches, Gabriel, al revolverse en su lecho sin poder dormir, +tosiendo y bañado en frío sudor el pecho y la cabeza, oía en el cuarto +inmediato los quejidos de su sobrina, tímidos, sofocados, para que en la +casa no se enterasen de sus dolores.</p> + +<p>—¿Qué tenías anoche?—preguntaba Gabriel a la mañana siguiente—. ¿De +qué te quejabas?</p> + +<p>Y Sagrario, después de varias negativas, acababa por confesar sus +padecimientos.</p> + +<p>—Son los huesos, que me duelen. Un dolor horrible que me espeluzna +apenas me meto en la cama. Parece que me los arrancan pedazo a pedazo... +Y usted, ¿cómo está? Toda la noche le oí toser: parecía que se ahogaba.</p> + +<p>Y los dos inválidos de la vida se olvidaban de la propia dolencia para +pensar en la del otro, estableciéndose entre sus almas una corriente de +conmiseración amorosa, atrayéndose, no por el apasionamiento del sexo, +sino por la simpatía fraternal que les inspiraba su desgracia.</p> + +<p>Muchas veces, Sagrario alejaba a su tío. Le dolía verle inmóvil, a corta +distancia de ella, tosiendo dolorosamente, contemplándola como si +hubiese hecho de ella un objeto de adoración.</p> + +<p>—Levántese de ahí—decía alegremente la muchacha—. Me pone nerviosa +verle siempre tan quietecito, haciéndome compañía, cuando usted lo que +necesita es vida y movimiento. Váyase con los amigos; en la habitación +del campanero le estarán esperando. Luego hablan de mí, creyendo que soy +quien le retengo en casa. ¡A paseo, tío! ¡A hablar de esas cosas que +tanto le animan, y que los pobres oyen con la boca abierta! Tenga +cuidado al subir los escalones. Despacito y con paradas, para que no le +agarre el demonio de la tos.</p> + +<p>Gabriel pasaba las últimas horas de la mañana en la habitación del +campanero. Las paredes, de antiguo enjalbegado, estaban adornadas con +grabados amarillentos que representaban episodios de la guerra carlista, +recuerdos de la campaña montaraz que años antes enorgullecía a Mariano, +y de la que ya no hablaba ahora.</p> + +<p>Allí encontraba Gabriel a todos sus admiradores. Hasta el zapatero +trabajaba por las noches para no privarse de esta reunión. Don Martín, +el cura, subía también, recatándose para que no le viera el <i>Vara de +plata</i>. Era una pequeña comunidad que se agrupaba en torno del apóstol +enfermo con el fervor que inspira lo desconocido.</p> + +<p>Gabriel contestaba a las preguntas de aquellos hombres, reveladoras +muchas veces de la simplicidad de su pensamiento. Cuando le acometía la +tos, le rodeaban, mostrando en sus rostros la alarma. Hubiesen querido, +aun a costa de su vida, devolverle la salud. Luna, arrastrado por el +entusiasmo, había acabado por relatarles su vida y sus sufrimientos. El +prestigio del martirio vino a hacer más ardoroso el fervor de aquella +gente. Su apocamiento de hombres sedentarios, tranquilos y seguros +dentro de la catedral, admiraba las aventuras y los tormentos de aquel +luchador. Era para ellos un mártir de la nueva religión de los humildes +y los oprimidos. Además, su inocencia le convertía en una víctima de la +injusticia social, que odiaba cada vez más.</p> + +<p>Para ellos no había otra verdad qué la palabra de Gabriel. El campanero, +más rudo y silencioso que los otros, era, sin embargo, el más audaz en +la conversación. Su entusiasmo por Gabriel, que databa de la niñez, su +fidelidad de perro acompañante, le hacían caminar a saltos, aceptando de +un golpe los ideales más lejanos.</p> + +<p>—Yo soy lo que tú seas, Gabriel—decía con firmeza—. ¿No eres +anarquista? Pues también seré yo eso.... Al fin, creo que siempre lo he +sido. ¿No quieres que viva el pobre, que el rico trabaje, que cada uno +posea lo que gane y que todos nos ayudemos? Pues eso es lo que yo +pensaba, a mi modo, cuando íbamos por el mundo con el fusil y la +boina... En cuanto a la religión, que antes nos volvía locos, ahora me +tiene sin cuidado. Me convenzo, oyéndote, de que es algo así como una +pamplina inventada por los listos para que los infelices nos conformemos +con las miserias de la tierra esperando el cielo. No está mal +discurrido. Al fin, los que mueren y no encuentran el cielo no vendrán a +quejarse.</p> + +<p>Un día, Gabriel quiso subir al departamento de las campanas. Era bien +entrada la primavera, hacía calor, y el cielo, de un intenso azul, +parecía atraerle.</p> + +<p>—No he visto la Campana Gorda desde que era niño—dijo—. Subamos: +contemplaré Toledo por última vez.</p> + +<p>Y acompañado de sus admiradores, casi llevado en alto por ellos, subió +lentamente la estrecha escalerilla espiral. Arriba, el viento tibio +pasaba murmurando entre las grandes rejas que servían de jaulas a las +campanas. Del centro de la bóveda pendía la famosa <i>Gorda</i>, un vaso +gigantesco de bronce con todo un costado rajado por ancha grieta. El +badajo que había hecho la rotura, cincelado y enorme como una columna, +estaba debajo de ella, y otro más ligero ocupaba su cavidad para los +toques. Los tejados de la catedral, negruzcos y vulgares, extendíanse a +los pies de Gabriel. Enfrente, sobre una colina, alzábase el Alcázar, +más alto y enorme que el templo, como si guardase el espíritu del +emperador que lo construyó. César del catolicismo, campeón de la fe, +pero que ansiaba tener la Iglesia a sus pies.</p> + +<p>La ciudad esparcía sus techumbres en torno de la catedral. Las casas +desaparecían entre el oleaje de torres, cúpulas y ábsides. Era imposible +volver la vista a punto alguno sin tropezar con parroquias, iglesias, +conventos y antiguos hospitales. La religión había absorbido al Toledo +industrioso de otros siglos, y aún guardaba bajo su caparazón de piedra +a la ciudad muerta. En algunos campanarios ondeaba un banderín rojo con +un cáliz blanco. Era la señal de que un nuevo cura había cantado su +primera misa.</p> + +<p>—Nunca he subido aquí—dijo don Martín, sentándose al lado de Gabriel +en unos maderos—que no haya visto esas banderas. El reclutamiento +eclesiástico no cesa jamás. Siempre hay ilusos para llenar sus filas. +Los que sienten la fe son los menos; los más, entran en el mundo +eclesiástico porque ven la Iglesia todavía triunfante y dominadora en +apariencia y creen que dentro de ella les aguarda una carrera +prodigiosa... ¡Infelices! Yo también fui conducido al altar, entre +música y gritos oratorios, como si marchase al triunfo. El incienso +esparcía nubes ante mis ojos; mi familia lloraba de emoción viéndome +nada menos que ministro de Dios. Y al día siguiente de todo este aparato +teatral, cuando se apagan las luces e incensarios y la iglesia recobra +su aspecto vulgar, la vida mísera y la intriga para ganarse el pan: +¡siete duros al mes por aguantar a todas horas a unas pobres mujeres con +el humor agriado por el encierro, vulgares como criadas de servicio, que +pasan la vida averiguando en el locutorio lo que ocurre en la ciudad y +fabricando porquerías dulces para obsequiar a los señores canónigos y a +las familias protectoras de la casa...! ¡Y aún hay curas que envidian, +que ladran de hambre contra mí por la dichosa capellanía de monjas, y me +tienen como un adulador del palacio arzobispal, no comprendiendo de otra +manera que siendo tan joven haya pescado esta prebenda que me permite +vivir en Toledo con siete durazos mensuales...!</p> + +<p>Gabriel aprobaba con movimientos de cabeza las lamentaciones del cura.</p> + +<p>—Sí; son ustedes unos engañados. La hora de las grandes fortunas dentro +de la Iglesia pasó ya. Los pobres muchachos que ahora visten la sotana +soñando con la mitra me causan el efecto de esos emigrantes que marchan +a países lejanos, famosos por largos siglos de explotación, y los +encuentran más esquilmados aún que su propio país.</p> + +<p>—Tiene usted razón, Gabriel; la época de la Iglesia dominante pasó ya. +Aún tiene en sus ubres leche suficiente para todos; sólo que son muy +pocos los que se agarran a ellas y se hartan hasta reventar, mientras +los demás mugen de hambre. Hay para morir de risa cuando hablan de +igualdad y del espíritu democrático de la Iglesia. Una mentira: en +ninguna institución impera un despotismo tal cruel. En los primeros +tiempos, papas y obispos eran elegidos por los fieles y desposeídos del +poder cuando lo empleaban mal. Ahora existe la aristocracia de la +Iglesia, o sea de canónigo para arriba, y el que llega a calarse una +mitra, a ése ni Dios le tose ni hay quien le pida cuentas. En el mundo +laico quedan cesantes los empleados, se separa a los ministros, se +degrada a los militares... hasta se destrona a los reyes. Pero ¿quién +exige responsabilidad al Papa o a los obispos una vez se ven ungidos y +en correspondencia más o menos frecuente con el Espíritu Santo? Si pide +usted justicia, le envían ante tribunales formados igualmente por +aristócratas de la Iglesia. No hay poder más absoluto en la tierra: ni +el del Gran Turco, que en cierto modo es responsable, por el miedo a las +revoluciones del serrallo. Aquí, en el serrallo de la Iglesia, todos +somos menos que hembras. Y si surge un cura que, cansado de +persecuciones, siente renacer el hombre dentro de la sotana y le larga +una puñalada a su tirano, lo declaran loco. ¡El colmo de la hipocresía! +Quieren demostrar que en la Iglesia se vive en el mejor de los mundos y +sólo la falta de razón puede rebelarse contra su régimen.</p> + +<p>Calló un buen rato don Martín, como si reconcentrase su memoria, y +añadió:</p> + +<p>—Ríase usted también de la pobreza actual de la Iglesia en España. Le +ocurre lo que a los grandes señores arruinados que aún tienen para vivir +con holgura y se consideran miserables recordando su pasada opulencia. +La Iglesia tiene la nostalgia de aquellos siglos en que poseía la mitad +de la riqueza española. Pobre es, si piensa en aquellos tiempos; pero si +se compara con el catolicismo de las naciones modernas, resulta, como en +los siglos anteriores, la institución más favorecida y que mejor bocado +se lleva del Estado. Cuarenta y un millones arranca del presupuesto, y +aún le parece poca cosa esta cifra, que resulta una enormidad en un país +que dedica nueve millones a la enseñanza y un millón al socorro de los +desgraciados. Mantenerse en correspondencia con Dios les cuesta a los +españoles cinco veces más que aprender a leer. Pero esto de los cuarenta +y un millones es un tapaojos. La miseria de mi situación me ha hecho +curioso: he querido saber lo que cobra el clero en España y lo que llega +a manos de nosotros, los soldados rasos. Las peticiones y pensiones de +la Iglesia forman una selva intrincada, aparte de los cuarenta y un +millones. No hay ministerio adonde no lleguen sus raíces; su ramaje se +extiende por todos los patios, corredores y tejados del edificio de la +nación. Cobra del Ministerio de Estado por las misiones extranjeras, que +de nada sirven; del de la Guerra y del de Marina por el clero castrense; +del de Instrucción pública y del de Justicia. Cobra para sostener el +boato del romano Pontífice, pues le mantenemos su embajador en España, +que es como si yo me diese el lujo de tomar criados, imponiendo al +vecino la obligación de mantenerlos; cobra por reparación de templos, +por bibliotecas episcopales, por la colonización de Fernando Poo, por +imprevistos, y ¡qué sé yo cuántos capítulos suplementarios! Y hay que +tener en cuenta lo que paga el pueblo español a la Iglesia +voluntariamente, aparte de lo que le da el Estado. La Bula de la Santa +Cruzada produce más de dos millones y medio de pesetas todos los años; +además, hay que tener en cuenta lo que las parroquias sacan de sus +fieles, y las utilidades anuales de las órdenes religiosas por su +ministerio y oficios (ésta sí que es partida gorda), y el presupuesto +eclesiástico de los ayuntamientos y las diputaciones.... En fin, que la +Iglesia, hablando a todas horas de su «pobreza», saca del Estado y del +país más de trescientos millones de pesetas todos los años: casi el +doble de lo que cuesta el ejército; y eso que en las sacristías se +quejan de los tiempos modernos, diciendo que todo se lo comen los +militares y que ellos tienen la culpa de cuanto ocurre, por haberse ido +con la maldita libertad. ¡Trescientos millones, Gabriel! Lo tengo bien +calculado. ¡Y yo, que formo parte de esta institución, tengo siete duros +al mes, y la mayoría de los vicarios de España cobran menos que un +guardia de Consumos y miles de clérigos andan a salto de mata, de +sacristía en sacristía, buscando una misa para poner al fuego el +pucherete, y si no salen a las carreteras cuadrillas de clérigos a +robar, es porque tienen miedo a la Guardia civil, y tras dos días de +hambre llega un tercero en el que pueden comer un mendrugo! Siempre hay +una migaja para entretener el hambre. Ninguna sotana cae en medio de la +calle desfallecida de necesidad, pero son muchos los clérigos que pasan +la existencia engañando al estómago, figurándose que se nutren, hasta +que llega una dolencia cualquiera que les saca del mundo... ¿Adonde va, +pues, todo ese dinero? A la aristocracia de la Iglesia, a la verdadera +casta sacerdotal, pues nosotros, dentro de la religión, somos gente de +escalera abajo. ¡Qué engaño, Gabriel! Renunciar al amor y a la familia; +huir de los placeres profanos, del teatro, los conciertos y el café; ser +mirados por los hombres, aun por los que la echan de religiosos, como +unos seres extraños, una especie intermedia entre la hembra y el macho; +arrastrar faldas, ir vestidos en todo tiempo como un mamarracho lúgubre, +y a cambio de tantos sacrificios ganar menos que los que pican piedra en +las carreteras. Vivimos descansados, ciertamente que no nos caeremos de +un andamio; pero nuestra miseria es mayor que la de muchos obreros, y no +podemos confesarla ni ponernos a implorar limosna, por el prestigio, del +hábito. Además, ¿por qué habían de socorrernos si no préstamos ninguna +utilidad práctica y costamos tan caros al país...? Al terminar la +dominación religiosa en España, sólo nosotros, los de abajo, hemos +sufrido las consecuencias. El sacerdote es pobre, el templo es pobre +también; pero el príncipe de la Iglesia conserva sus miles de duros al +año y el Estado Mayor eclesiástico sigue tranquilo en sus cánticos, +viendo que no peligra la pitanza. La revolución, hasta ahora, sólo ha +perjudicado a la plebe eclesiástica. El poder de la Iglesia ha +terminado, ya no vive; lo que vemos es su cadáver, pero un cadáver +enorme, que costará de remover, y cuya conservación devora mucho dinero.</p> + +<p>—Es verdad: la Iglesia ha muerto. Lo que combatimos son sus restos. El +vulgo cree que aún vive porque la ve y la toca: ignora que una religión +tiene en su vida los siglos por minutos y que pasan generaciones y +generaciones entre su defunción y su entierro. Siglos antes de nacer +Jesús ya estaba muerto el paganismo. Los poetas de Atenas se burlaban en +la escena de los dioses olímpicos, los filósofos los despreciaban. Sin +embargo, aún necesitó el cristianismo muchos años de propaganda y el +apoyo político de los Césares para acabar con él. Y ni aun así acaba, +pues los dogmas son como los hombres, que al morir perpetúan algo de su +ser en la familia que les sucede. Las religiones no desaparecen +repentinamente, por escotillón; se extinguen lentamente, infiltrando una +parte de sus creencias y sus ritos en la religión que las reemplaza. +Hemos nacido en uno de estos períodos de transformación: asistimos a la +muerte de todo un mundo de creencias. ¿Cuánto durará la agonía? ¡Quién +sabe! Dos siglos, tal vez menos; lo que tarde a cristalizar en la +humanidad una nueva manifestación de su incertidumbre y su miedo ante el +gran misterio de la Naturaleza. Pero la muerte es segura, indiscutible. +¿Qué religión ha sido eterna? Los síntomas de defunción se ven por todas +partes. ¿Dónde está la fe que arrastraba a la muchedumbre belicosa de +cruzados? ¿Dónde el fervor que levantaba catedrales con seráfica +paciencia durante doscientos años para albergar una hostia bajo una +montaña de piedra? ¿Quién se azota hoy y martiriza su carne y vive en el +desierto, pensando a todas horas en la muerte y el infierno...? En +España, tres siglos de intolerancia, de excesiva presión clerical, han +hecho de nuestra nación la más indiferente en materias religiosas. Se +siguen las ceremonias del culto por rutina, porque hablan a la +imaginación, pero nadie se toma el trabajo de conocer el fundamento de +las creencias que profesa; se acepta todo sin reflexionar; se vive a +gusto, con la seguridad de que a última hora basta morir entre +sacerdotes, con un crucifijo en la mano, para salvar el alma. Tanto +apretaron en otros tiempos curas, frailes e inquisidores, que la +máquina de la fe saltó en mil pedazos, y no hay quien arregle este +artefacto, que requiere la cooperación de todos.... Y esto fue una +fortuna, amigo don Martín. Un siglo más de intolerancia religiosa, y +España hubiera quedado como esos musulmanes de África que viven en la +barbarie por su excesiva religiosidad, después de haber sido los árabes +civilizadores de Córdoba y Granada.</p> + +<p>—¿Sabe usted—dijo el joven cura—, por qué el catolicismo conserva sus +apariencias de poder? Porque desde muy antiguo tiene tomadas en los +países latinos todas las avenidas por donde ha de pasar necesariamente +la vida humana.</p> + +<p>—Es verdad. Ninguna religión ha sido tan cautelosa como ésta; ninguna +se ha emboscado mejor para salir al encuentro del hombre; ninguna ha +escogido con tanto acierto, en los momentos de dominación, las +posiciones para hacerse fuerte cuando llegase la decadencia. Imposible +moverse sin tropezar con ella. Sabe desde muy antiguo que el hombre, +mientras se ve sano, en la plenitud de su fuerza vital; es, por +instinto, irreligioso. Cuando vive bien, le preocupa poco la llamada +existencia eterna. Únicamente cree en Dios y le teme en la hora de la +suprema cobardía, cuando la muerte le abre la obscuridad sin fondo de la +nada, y él, en su orgullo de bestia racional, se subleva contra la +completa supresión de su ser. Quiere que su alma sea inmortal, y acepta +las fantasías religiosas de cielos e infiernos. La Iglesia, que teme la +irreligiosidad de la salud, ocupa, como usted dice, todas las avenidas +de la vida, para que el hombre no se acostumbre a existir sin ella, +llamándola únicamente a la hora de la muerte. Los muertos le producen +mucho dinero, son su mejor finca; pero quiere igualmente reinar sobre +los vivos. Nada se escapa a su despotismo y su espionaje. Se injiere en +todas las cosas de los humanos, desde las grandes a las insignificantes; +interviene en la vida pública y en la íntima; bautiza al que viene al +mundo, acompaña al niño a la escuela, monopoliza el amor, declarándolo +vergonzoso y abominable cuando no se somete a su bendición, y divide la +tierra en dos categorías: la sagrada para el que muere en su seno, y el +estercolero al aire libre para el hereje. Interviene en el traje, +declarando cuál es el porte honesto y cristiano y cuáles las galas +escandalosas; da reglas para las secretas expansiones en el lecho +matrimonial, y hasta se introduce en la cocina, creando un arte +culinario del catolicismo, que reglamenta lo que se debe comer, lo que +no debe mezclarse, y anatematiza ciertos manjares que, siendo buenos el +resto del año, resultan el más horrendo de los sacrilegios en +determinados días. Acompaña al hombre desde el nacimiento y no lo +abandona ni aun después de depositarlo en la tumba. Lo conserva agarrado +por el alma y le hace peregrinear por el espacio, pasándolo de destino +en destino, ascendiéndolo camino del cielo, con arreglo a los +sacrificios que se imponen sus sucesores en beneficio de la Iglesia. +Mayor y más completo despotismo no lo imaginó ningún tirano.</p> + +<p>Era mediodía. El campanero había desaparecido. Se oyó el chirriar de +cadenas y poleas y un trueno sordo hizo temblar toda la torre. Vibraron +el metal y la piedra, y hasta pareció conmoverse el éter del espacio. +Acababa de tocar la Campana Gorda, ensordeciendo a los que estaban junto +a ella. Momentos después, en el frontero Alcázar resonó el marcial +estruendo de trompetas y tambores.</p> + +<p>—Vámonos—dijo Gabriel—. Ese Mariano podía habernos avisado, para +evitar la sorpresa.</p> + +<p>Y añadió, sonriendo irónicamente:</p> + +<p>—Siempre lo mismo. Los parásitos son los que más brillan y más ruido +meten. Lo que no pueden prestar en utilidad lo dan en estruendo.</p> + +<p>Llegó la festividad del Corpus sin que el menor incidente alterase la +vida tranquila de la catedral. De vez en cuando se hablaba en el +claustro alto de la salud de Su Eminencia. Sus graves disgustos en el +cabildo le obligaban a guardar cama. Hasta había tenido un ataque que +hacía temer por su vida.</p> + +<p>Es cosa del corazón afirmaba el <i>Tato</i>, que estaba bien enterado de los +asuntos de palacio—. Doña Visita Hora como una Magdalena, y maldice a +los canónigos viendo a don Sebastián tan malucho.</p> + +<p>El <i>Vara de palo</i>, al sentarse o la mesa con la familia, hablaba de la +decadencia de la fiesta del Corpus, tan famosa en el Toledo de otros +tiempos. Su afán por lamentarse le hacía olvidar el áspero silencio que +se había impuesto en presencia de su hija.</p> + +<p>—No vas a conocer nuestro Corpus—decía a Gabriel—. Del que aún +alcanzamos nosotros, sólo quedan los famosos tapices que se colocan en +el exterior de la catedral. Los gigantones ya no los alinean ante la +puerta del Perdón, y la procesión es cualquier cosa.</p> + +<p>El maestro de capilla también se lamentaba.</p> + +<p>—¿Y la misa, señor Esteban? ¡Vaya una misa para festividad tan solemne! +Cuatro instrumentos de fuera de casa, y una misita rossiniana de las más +ligeras, con objeto de no gastar mucho. Para esto más valdría tocar sólo +el órgano.</p> + +<p>La víspera de la fiesta, la música de la Academia de Infantería tocaba +por la noche ante la catedral, según antigua costumbre. Todo Toledo +acudía a la serenata, que era un acontecimiento en la vida monótona de +la ciudad. De la provincia y de Madrid llegaban forasteros para la +corrida de toros del día siguiente.</p> + +<p>Mariano el campanero invitó a los amigos a oír la serenata en la galería +grecorromana de la fachada principal. A la hora en que se apagaban las +luces en las Claverías y don Antolín cerraba la puerta de la calle, +Gabriel y sus amigos deslizábanse cautelosamente hasta la habitación del +campanero. Sagrario fue también, a instancias de su tío, que tuvo casi +que arrancarla de la máquina. Algún rato de esparcimiento había de +gozar; la convenía asomarse al mundo de tarde en tarde; se estaba +matando con aquella vida de abrumadora laboriosidad.</p> + +<p>Todos se sentaron en la galería. El zapatero había llevado a su mujer, +siempre con un pequeñuelo agarrado a la flácida ubre. El <i>Tato</i> hablaba +con entusiasmo al manchador y al pertiguero de la corrida del día +siguiente, y Mariano permanecía de pie junto a su admirado camarada, +mientras su mujer, una hembra tan bravía como él, hablaba con Sagrario.</p> + +<p>Los hombres lamentaban que no estuviese presente don Martín. Debía andar +por abajo, entre el gentío que llenaba la plaza, pensando sin duda con +terror en que había de levantarse antes del alba para decir la misa a +las monjas.</p> + +<p>El palacio del Ayuntamiento estaba adornado con guirnaldas de luces, que +reverberaban sobre la fachada de la catedral, dando a la piedra un +resplandor rojizo de incendio.</p> + +<p>Por entre los arbolillos paseaban grupos de muchachas con flores y +blusas blancas, como si fuesen la primera aparición del verano. Los +cadetes las seguían con la mano en la empuñadura del sable, moviendo su +talle esbelto y los anchos pantalones a la turca. El palacio arzobispal +estaba cerrado. Por encima del resplandor rojizo de la plaza abarcaba la +vista una gran extensión de espacio, un cielo de verano, obscuro, +límpido y profundo, matizado por el polvo brillante de las estrellas.</p> + +<p>Cuando cesó la música y comenzaron a apagarse las luces, los habitantes +de la catedral sintieron cierta pereza en abandonar sus asientos. +Estaban bien allí. La noche era calurosa, y ellos, habituados al +encierro y el silencio de las Claverías, sentían la alegría de la +libertad permaneciendo en aquel balcón, con Toledo a sus pies y la +inmensidad del espacio ante sus ojos.</p> + +<p>Sagrario, que no había salido del claustro alto desde que volvió a la +casa paterna, contemplaba el cielo con admiración.</p> + +<p>—¡Cuántas estrellas!—murmuró, como si soñase.</p> + +<p>—Esta noche han aumentado—dijo el campanero—. El cielo de estío +parece un campo de estrellas, en el que aumenta la cosecha con el buen +tiempo.</p> + +<p>Gabriel se reía de la simplicidad de sus compañeros. Todos ellos +admiraban a Dios, tan previsor y cuidadoso, que había fabricado la luna +para que alumbrase a los hombres por las noches, y las estrellas para +que la obscuridad no fuese absoluta.</p> + +<p>—Entonces—preguntó Gabriel—, ¿por qué no hay luna siempre, ya que la +hicieron para alumbrarnos?</p> + +<p>Se hizo un largo silencio. Todos reflexionaban sobre la pregunta de +Gabriel. El campanero, por tener más confianza con el maestro, osó +preguntarle lo que todos ellos pensaban. ¿Qué era el cielo?, ¿qué había +más allá de aquel azul...?</p> + +<p>La plaza había quedado desierta y en la obscuridad. No había más luz que +el difuso resplandor de los astros esparcidos en el espacio como polvo +de oro. De la inmensa bóveda parecía descender una calma religiosa, una +majestad abrumadora que penetraba en el alma de aquellas gentes +sencillas. El infinito comenzaba a embriagarles con el mareo de su +grandeza.</p> + +<p>—Vosotros—dijo Gabriel—tenéis los ojos cerrados para la inmensidad. +No podéis comprenderla. Os han enseñado un origen del mundo mezquino y +rudimentario, el que imaginaron unos cuantos judíos haraposos e +ignorantes en un rincón del Asia, y que, escrito en un libro, ha sido +aceptado hasta nuestros días. Ese Dios personal, semejante a nosotros en +su forma y sus pasiones, es un artesano de gigantesca talla que trabaja +seis días y forma todo lo existente. El primer día «crea la luz» y el +cuarto el sol y las estrellas. ¿De dónde salía, pues, la luz si aún no +se había creado el sol? ¿Es que hay distinción entre una y otro...? +Parece imposible que hayan podido aceptarse tales absurdos durante +siglos.</p> + +<p>Los oyentes movían la cabeza en señal de asentimiento. El absurdo les +aparecía palpable, como siempre que hablaba Gabriel.</p> + +<p>Si queréis penetrar en el cielo,—continuó Luna—, habéis de despojaros +del concepto humano de la distancia. El hombre todo lo mide por su talla +y las dimensiones las concibe por el alcance de sus ojos. Esta catedral +nos parece gigantesca porque bajo de sus naves somos como hormigas; y +sin embargo, la catedral, vista de lejos, es una insignificante verruga; +comparada con el pedazo de suelo que llamamos España, es menos que un +grano de arena, y sobre la superficie de la Tierra, es un átomo... nada. +Nuestra vista nos hace considerar como alturas que dan el vértigo +treinta o cuarenta metros. En este momento creemos estar muy altos +porque nos hallamos cerca de los tejados de la catedral, y toda esta +distancia vale tan poco para lo infinito como la indecisión de la +hormiga que titubea sobre un guijarro, no sabiendo cómo descender. +Nuestra vista es corta. Nosotros, que medimos por metros, que sólo +podemos concebir distancias breves, tenemos que hacer un gran esfuerzo +de imaginación para abarcar el infinito. Aun así, se nos escapa, y +hablamos de él muchas veces como de una expresión falta de sentido. +¿Cómo haceros entender la inmensidad del mundo...? No creeréis, como +creían nuestros abuelos, que la Tierra está inmóvil y es plana, y que el +cielo es una cúpula de cristal donde Dios hincó las estrellas como +clavos de oro y pasea el sol y la luna para iluminarnos. Sabréis que la +Tierra es redonda y gira en el espacio.</p> + +<p>—Sí, algo sabemos de eso—dijo el campanero con acento de duda—. Así +nos lo enseñaron en la escuela. Pero ¿realmente crees tú que se mueve?</p> + +<p>—Porque en vuestra pequeñez de seres humanos no podéis sentir ese +movimiento, porque a vuestra vista de topos microscópicos se escapa el +inmenso engranaje del mundo, no dudéis de él. La Tierra gira. Sin +moveros de donde estáis, en veinticuatro horas habéis dado la vuelta +completa al globo. Sin separar los pies del suelo corremos todos +cuatrocientas leguas cada hora, velocidad que no alcanzan los trenes más +rápidos. ¿Os asombráis? Pues aún corremos más sin saberlo. Nuestro +planeta no sólo gira sobre sí mismo, sino que al mismo tiempo circula en +torno del Sol a razón de cien mil kilómetros por hora. Cada segundo +recorremos treinta mil metros. Jamás inventarán los hombres una bala de +cañón tan rápida. Vosotros vais por la inmensidad agarrados a un +proyectil que marcha vertiginosamente, y engañados por vuestra pequeñez, +creéis vivir inmóviles en una catedral muerta... ¡Y estas velocidades no +son nada comparadas con otras! El Sol, a cuyo alrededor giramos, cae y +cae en el vacío, llevando pegados por la atracción a sus flancos a la +Tierra y los otros planetas. Va por la inmensidad, arrastrándonos; +marcha hacia lo desconocido, sin tropezar con otros cuerpos, encontrando +siempre espacio para caer con una rapidez cuyo cálculo da vértigos, y +esto dura miles y millones de siglos, sin que él y la Tierra, que le +sigue en su fuga, pasen dos veces por el mismo sitio.</p> + +<p>Escuchaban todos a Gabriel con la boca abierta por el asombro. Sus ojos +brillantes parecían extraviados por el vértigo.</p> + +<p>—Hay para volverse locos—murmuraba el campanero—. ¿Qué es pues, el +hombre, Gabriel?</p> + +<p>—Nada; como nada es también esta tierra que nos parece tan grande y que +hemos poblado de religiones, Imperios y revelaciones de Dios. ¡Ensueños +de hormiga!, ¡menos aún! El mismo Sol, que nos parece inmenso comparado +con nuestro globo, no es más que un átomo de la inmensidad. Eso que +llamáis estrellas son otros soles como el nuestro, rodeados de planetas +semejantes a la Tierra, y que por su pequeñez resultan invisibles. +¿Cuántos son? El hombre perfecciona sus instrumentos ópticos, y conforme +avanza en el campo del cielo, descubre más y más. Los que apenas se +marcaban en el infinito se aproximan al inventarse un nuevo anteojo, y +tras ellos surgen en la negrura del espacio otros y otros, y así por los +siglos de los siglos. Son incontables: están tan compactos como las +moléculas del humo de una chimenea o del vapor de una nube. Nuestra +pequeñez infinita nos hace apreciar las colosales distancias que existen +entre ellos. Unos son mundos habitados como el nuestro; otros lo fueron +y ruedan solitarios en el espacio, esperando una nueva evolución de la +vida; muchos están naciendo. Y sin embargo, todos esos mundos no son más +que corpúsculos del humo luminoso de lo infinito. El espacio está +poblado de hornos que arden millones, trillones y cuatrillones de +siglos, esparciendo luz y calor. La Vía Láctea no es más que una nube de +astros que forman a nuestra vista una masa, pero que guardan entre sí +distancias en las cuales podrían moverse tres mil soles como el nuestro, +con todos sus planetas, sin tropezarse....</p> + +<p>Gabriel recordaba la marcha de los sonidos y de la luz. Su rapidez era +insignificante comparada con las distancias de la inmensidad. El sol más +cercano al nuestro estaba tan lejos, que para ir un sonido de nosotros a +él necesitaría tres millones de años. El mismo sonido, para llegar a la +estrella Polar, invertiría cuatrocientos mil siglos. ¡Y el pobre ser +humano jamás podría viajar con la velocidad del sonido...!</p> + +<p>Aquellos soles huían como el nuestro hacia lo ignorado, con vertiginosas +velocidades, pero estaban tan lejos, que transcurrían tres y cuatro mil +años sin que la humanidad advirtiese que se hubieran movido en el +espacio una distancia mayor que el tamaño de una uña. Las dimensiones de +lo infinito causaban la locura. El Sol era una burbuja de gas inflamado; +la Tierra, una imperceptible molécula de arena.</p> + +<p>El rayo luminoso de la estrella Polar necesita medio siglo para llegar a +nuestros ojos. Podía haber desaparecido hace cuarenta y nueve años, y +sin embargo, verla aún en el espacio. Y esta estrella era de las +vecinas. El telescopio llegaba a alcanzar mundos tan remotos, que el +rayo de luz llegaba hasta la lente después de un viaje de tres mil años.</p> + +<p>Y todos estos mundos incontables nacían, se transformaban y morían como +los seres. En el espacio no había reposo, lo mismo que en la tierra. +Unas estrellas se apagaban, otras brillaban macilentas, otras lucían con +el estallido de vida de la juventud. Los planetas muertos disolvíanse en +incendios de la materia para formar nuevos mundos. Era una renovación +incesante de formas, en períodos de millones de millones de siglos, que +representaban para su existencia lo que las limitadas docenas de años de +nuestra vida. Y más allá de las incalculables distancias, el espacio, +siempre el espacio por todos lados, con nuevos torbellinos de mundos, +sin límite ni barrera.</p> + +<p>Gabriel hablaba en medio de un silencio solemne. Los oyentes cerraban +los ojos, como si les atolondrase tanta grandeza y sintieran el mareo de +las alturas. Seguían con la imaginación las descripciones de Gabriel. Su +espíritu limitado quería poner un término al infinito; en su sencillez, +se imaginaban tras las distancias incalculables una bóveda de materia +firmísima, con millones de leguas de espesor. Pero la obra fantástica +algún término había de tener. ¿Qué había detrás de ella? Y la barrera +creada por la imaginación caía repentinamente, y otra vez volaban por el +espacio, siempre infinito, siempre con nuevos mundos.</p> + +<p>Gabriel hablaba de ellos y de su vida con absoluta seguridad. El +análisis espectral delataba en los astros la misma composición de la +Tierra. Si en nuestro átomo había surgido la vida, forzosamente existía +también en los otros cuerpos celestes, aunque fuese con distintas +formas. En algunos planetas se habría extinguido ya; en otros estaría +por nacer; pero seguramente aquellos millones de mundos habían tenido o +tenían una vida.</p> + +<p>Las religiones, queriendo explicar el origen del mundo, palidecían y se +achicaban ante la inmensidad. Eran como la torre de la catedral, que +cubría con su mole una gran parte del cielo, ocultando millones y +millones de mundos. Y sin embargo, era de una pequeñez insignificante, +comparada con la inmensidad que ocultaba; menos que la parte +infinitesimal de una molécula: nada. Así eran las religiones. Parecían +grandes porque estaban muy próximas al hombre, ocultándole la +inmensidad. Cuando éste miraba por encima de ellas, abarcando con la +vista el infinito, se reía de su soberbia de liliputienses.</p> + +<p>—Entonces—preguntó tímidamente el viejo manchador, señalando a la +catedral—, ¿qué es lo que nos enseñan ahí dentro?</p> + +<p>—Nada—contestó Gabriel.</p> + +<p>—¿Y qué somos nosotros los hombres?—dijo el perrero.</p> + +<p>—Nada.</p> + +<p>—¿Y los gobernantes, las leyes y las costumbres de la +sociedad?—preguntó el campanero.</p> + +<p>—Nada, nada.</p> + +<p>Sagrario fijó en su tío los ojos, agrandados por la contemplación +profunda del cielo.</p> + +<p>—¿Y Dios?—preguntó con voz dulce—. ¿Dónde está Dios?</p> + +<p>Gabriel púsose de pie. Su figura, apoyada en el balaustre de la galería +recortábase negra y vigorosa sobre el espacio estrellado.</p> + +<p>—Dios somos nosotros y todo lo que nos rodea. Es la vida, con sus +asombrosas transformaciones, siempre muriendo en apariencia y +renovándose hasta lo infinito. Es esa inmensidad que nos espanta con su +grandeza y no cabe en nuestro pensamiento. Es la materia, que vive +animada por la fuerza que reside en ella, con absoluta unidad, sin +separación ni dualidades. El hombre es Dios; el mundo es Dios también.</p> + +<p>Calló un instante, para añadir con energía:</p> + +<p>—Pero si me preguntáis por el Dios personal inventado por las +religiones a semejanza del hombre, que saca el mundo de la nada, dirige +nuestras acciones, guarda las almas clasificándolas por sus méritos y +comisiona hijos para que bajen a la tierra y la rediman, buscadlo en esa +inmensidad, ved dónde oculta su pequeñez. Aunque fueseis inmortales, +pasaríais millones de siglos saltando de astro en astro, sin dar jamás +con el rincón que oculta su majestad de déspota destronado. Ese Dios +vengativo y caprichoso surgió del cerebro del hombre, y el cerebro es el +órgano más reciente del ser humano, el último en desarrollarse.... +Cuando inventaron a Dios, la Tierra existía millones de años.</p> + + + +<hr style="width: 65%;" /> +<h2><a name="VIII" id="VIII"></a>VIII</h2> + +<p>En la mañana del Corpus, la primera persona que vio Gabriel al salir al +claustro fue don Antolín, que repasaba sus talonarios, alineándolos +sobre el borde de piedra de la balaustrada.</p> + +<p>—Hoy es un gran día—dijo Luna queriendo halagar al <i>Vara de plata</i>—. +Se prepara el gran ingreso: vendrán forasteros.</p> + +<p>Don Antolín miró a Gabriel fijamente, como dudando de su sinceridad. +Pero vio que no se burlaba, y contestó con cierta satisfacción:</p> + +<p>—No se prepara mal la fiesta. Son muchos los que desean ver nuestros +tesoros. ¡Ay, hijo! ¡Bien lo necesitamos! Tú, que te alegras de nuestro +mal, puedes estar satisfecho. Vivimos en horrible estrechez. Nuestra +fiesta del Corpus vale poco, comparada con la de otros tiempos, y sin +embargo, ¡cuántas economías hay que hacer en la Obrería para pagar los +cuatro ochavos que cueste este extraordinario!</p> + +<p>Quedóse silencioso largo rato don Antolín, mirando fijamente a Luna, +como si acabara de ocurrírsele una idea extraordinaria. Al principio +fruncía el seno, cual si la repeliese, mas poco a poco su rostro fue +aclarándose con una sonrisa maliciosa.</p> + +<p>—A propósito, Gabriel—dijo con un acento meloso que tenía algo de +agresivo—. Recuerdo que, cuando lo del Monumento de Semana Santa, me +hablaste de que necesitas ganar dinero para tu hermano. Hoy tienes una +ocasión: poca cosa será, pero algo es algo. ¿Quieres ser de los que +llevan la carroza del Sacramento?</p> + +<p>Gabriel fue a contestar con altivez al malicioso cura: adivinaba su +intención de molestarle. Pero inmediatamente le tentó el deseo de vencer +al <i>Vara de plata</i> aceptando su proposición. Quiso asombrarle accediendo +a su disparatada idea. Además, pensó en que sería este sacrificio digno +de la generosidad que con él tenía su hermano. Ya que no podía ayudarle +con grandes auxilios de dinero, demostraría sus deseos de trabajar. Los +escrúpulos de amor propio desvanecíanse en él ante la esperanza de +llevar a casa un par de pesetas.</p> + +<p>—Tú no querrás—siguió diciendo el sacerdote con acento burlón—. Eres +demasiado «verde», y tu dignidad sufriría mucho paseando al Señor por +las calles de Toledo.</p> + +<p>—Pues se equivoca usted. Como querer, sí que quiero; pero el trabajo es +demasiado pesado para un enfermo.</p> + +<p>—Por esto que no quede—dijo don Antolín con resolución—. Lo menos +serán diez dentro del carro, y los hay forzudos de verás. Tú irías para +completar el número. Ya te recomendaría yo para que te guardasen ciertas +consideraciones.</p> + +<p>—Pues trato hecho, don Antolín. Cuente usted conmigo. Yo estoy para +ganarme un jornal siempre que se presente.</p> + +<p>Acababa de decidirle su deseo de salir de la catedral, de pasar, sin que +nadie reparase en él, por las calles de Toledo, que no había visto desde +que se encerró en el templo. Además, cosquilleaba fuertemente su vanidad +la irónica situación que resultaba de ser él, con sus rotundas +negaciones religiosas quien pasease ante la muchedumbre devota el Dios +del catolicismo.</p> + +<p>Este espectáculo le hacía sonreír. Casi era un símbolo. De seguro que el +<i>Vara de plata</i> se regocijaba también, viendo en esto un pequeño triunfo +de la religión, que obligaba a sus enemigos a llevarla en hombros. Pero +él lo consideraba de distinto modo: dentro del carro eucarístico +representaría la duda y la negación ocultas en el interior de un culto +esplendoroso por su pompa exterior, pero vacío de fe y de ideales.</p> + +<p>—Quedamos de acuerdo, don Antolín. Dentro de un rato bajaré a la +catedral.</p> + +<p>Se despidieron. Y Gabriel, después de digerir tranquilamente la leche +que le sirvió su sobrina, bajó al templo, sin decir nada a la familia +del trabajo que pensaba realizar. Temía la protesta de su hermano.</p> + +<p>En el claustro bajo volvió a encontrarse con el <i>Vara de plata</i>. Hablaba +con la jardinera, mostrándola escandalizado un haz de espigas con una +cinta roja. Lo había recogido en la pila de agua bendita junto a la +puerta de la Alegría. Todos los años, el día del Corpus, encontraba +igual ofrenda en el mismo sitio. Un desconocido dedicaba a la iglesia el +primer trigo del año.</p> + +<p>—Debe ser un loco—decía el sacerdote—. ¿A qué conduce esto? ¿Qué +significa este haz? ¡Si al menos fuese una carretada de gavillas, como +en los buenos tiempos del diezmo...!</p> + +<p>Y mientras arrojaba con desprecio las espigas en un arriate del jardín, +Gabriel pensaba con admiración en la fuerza atávica que hacía resucitar +en pleno templo católico la ofrenda gentílica, el homenaje a la +Divinidad de los primeros frutos de la tierra fecundada por el verano.</p> + +<p>El coro había terminado y comenzaba la misa cuando Gabriel entró en la +catedral. La gente menuda comentaba a la puerta de la sacristía el gran +incidente de la fiesta. Su Eminencia no había bajado al coro ni +asistiría a la procesión. Decíase que estaba enfermo; pero los de la +casa sonreían recordando que en la tarde anterior había ido de paseo +hasta la ermita de la Virgen de la Vega. Era que no quería ver al +cabildo. Estaba en un acceso de furor contra él, y demostraba su +desprecio negándose a presidirlo en el coro.</p> + +<p>Gabriel recorrió las naves. La concurrencia de fieles era mayor que +otros días, pero aun así, la catedral parecía desierta. En el crucero, +arrodilladas entre el coro y el altar mayor, veíanse varias monjas de +almidonadas y picudas tocas cuidando de algunos grupos de niñas vestidas +de negro, con lazos rojos o azules, según el colegio a que pertenecían. +Unos cuantos militares de la Academia, gruesos y calvos, oían la misa de +pie, apoyando el ros sobre el pecho de su guerrera. En esta concurrencia +diseminada y distraída por la música, destacábanse las señoritas del +Colegio de Doncellas Nobles, jóvenes apenas entradas en la pubertad o +soberbias mujeres en toda la amplitud del desarrollo femenil, que +miraban con ojos de brasa: todas con traje de seda negra, mantilla de +blonda montada sobre la peineta y vistosos golpes de rosas, como damas +aristocráticas de gracia manolesca escapadas de un cuadro de Goya.</p> + +<p>Gabriel vio a su sobrino el <i>Tato</i> vestido con ropón de escarlata, como +un noble florentino, dando golpes en las losas con la vara para asustar +a los perros. Discutía con un grupo de pastores de la sierra: hombres +negruzcos y retorcidos como sarmientos, con chaquetones pardos y abarcas +y polainas; hembras con pañuelos rojos y faldas mugrientas y remendadas +que pasaban de generación a generación. Habían bajado de las montañas +para ver el Corpus de Toledo, y andaban por las naves de la catedral con +el asombro en los ojos, asustados de sus propios pasos, temblando cada +vez que rugía el órgano, como si temieran ser expulsados de aquel mágico +palacio igual a los de los cuentos. Las mujeres señalaban con un dedo +los ventanales de colores, los rosetones de las portadas, los guerreros +dorados del reloj de la puerta de la Feria, las tuberías de los órganos, +y quedaban inmóviles, con la boca abierta, en estúpida contemplación. El +perrero, con sus vestiduras rojas, les parecía un príncipe, y turbados +por el respeto, no lograban comprender sus palabras. Cuando el <i>Tato</i> +amenazó con su bastón a un mastín que se pegaba a las piernas de sus +amos, aquella gente sencilla se decidió a salir del templo antes que +abandonar al fiel compañero de su vida selvática.</p> + +<p>Gabriel miró por la verja del coro. La sillería alta y la baja estaban +ocupadas. Era día de gran fiesta, y no sólo los canónigos y beneficiados +estaban en sus asientos, sino los sacerdotes de la capilla de los Reyes +y los prebendades de la capilla Mozárabe, las dos pequeñas iglesias que +vivían aparte, con tradicional autonomía, dentro de la catedral de +Toledo.</p> + +<p>Luna vio en medio del coro a su amigo el maestro de capilla, con +sobrepelliz rizada, moviendo una pequeña batuta. En torno de él se +agrupaban hasta una docena de músicos y cantores, cuyos sonidos y voces +quedaban ahogados cada vez que desde lo alto los acompañaba el órgano. +El sacerdote dirigía con un gesto de resignación, mientras la música +perdíase, débil y anonadada, en la soledad de las naves gigantescas.</p> + +<p>En el altar mayor, sobre su cuadrada carroza, estaba la famosa custodia +ejecutada por el maestro Villalpando: un templete gótico, primorosamente +calado, que brillaba con el temblor del oro a la luz de los cirios, y de +labor tan sutil y aérea, que al menor movimiento estremecíase, meciendo +sus remates como manojos de espigas.</p> + +<p>Iban llegando a la catedral los invitados a la procesión: señores de la +ciudad con traje negro; profesores de la Academia en traje de gala, con +todas sus condecoraciones; oficiales de la Guardia civil con su uniforme +que recordaba el de los soldados de principios de siglo. Por las naves +avanzaban, contoneándose con ligeros saltitos, los niños vestidos de +ángeles: unos ángeles a la Pompadour, con casaca de brocado, zapatos de +tacón rojo, chorrera de blondas alas de latón colgadas de los omoplatos +y una mitra con plumas sobre la peluca blanca. La Primada sacaba para la +fiesta su vestuario tradicional. Los uniformes de gala de los servidores +del templo eran todos del siglo XVIII, la última época de su +prosperidad. Los dos hombres que habían de guiar la carroza iban con +rizos empolvados y calzón y casaca negros, como los abates del último +siglo; los pertigueros y <i>varas de palo</i> se adornaban con golillas +almidonadas y pelucas; el brocado y el terciopelo cubría a toda la gente +de las Claverías, que apenas podía comer. Hasta los acólitos llevaban +dalmática de oro.</p> + +<p>El altar mayor estaba adornado con los tapices del <i>Tanto monta</i>, los +famosos paños de los Reyes Católicas, con emblemas y escudos, regalo de +Cisneros a la catedral. El obispo auxiliar decía la misa, y él y sus +diáconos ayudantes sudaban bajo las casullas y capas tradicionales, +bordadas, recamadas, con gruesos y deslumbrantes realces, abrumadoras +como armaduras antiguas.</p> + +<p>Conmovíase la catedral con la proximidad de la procesión. Sonaban las +puertas de las sacristías al abrirse y cerrarse con estrépito; iba la +gente atareada de un lado a otro. En aquella vida reposada y monótona, +el incidente anual de una procesión que había de recorrer varias calles +causaba iguales trastornos y ocupaciones que una expedición aventurada a +países lejanos.</p> + +<p>Al terminar la misa, el órgano comenzó a rugir una marcha desordenada y +ruidosa, algo así como una danza salvaje, mientras se ordenaba la +procesión. Fuera de la catedral sonaban las campanas. La música de la +Academia había cesado de tocar un pasodoble en la misma puerta Llana, y +se oían las voces de mando de los oficiales y el choque unísono de las +culatas al quedar inmóviles las compañías de cadetes.</p> + +<p>Don Antolín, con su gran vara de plata y una capa pluvial de brocado +blanco, iba de un lado a otro, reuniendo a los empleados del templo. +Gabriel lo vio aproximarse sudoroso y congestionado.</p> + +<p>—A tu puesto: ya es hora.</p> + +<p>Y lo llevó al altar mayor, junto a la custodia. Gabriel y ocho hombres +más se introdujeron dentro del armazón levantando un paño de los que +cubrían sus costados. Habían de encorvarse dentro del artefacto. Su +misión era empujarlo para que se deslizara sobre las ruedas ocultas. A +ellos sólo les correspondía dar el impulso: fuera, los dos servidores +de peluca blanca y traje negro eran los encargados de los timones +delantero y trasero, guiando la carroza eucarística por las tortuosas +calles. Gabriel fue colocado por sus compañeros en el centro. Él +avisaría cuándo había que detenerse o emprender la marcha. La custodia +monumental iba montada sobre una plataforma con un gran contrapeso; +entre ésta y la carroza quedaba un palmo de espacio abierto, por donde +asomaba Gabriel sus ojos, transmitiendo las indicaciones del timonel +delantero.</p> + +<p>—¡Atención...! ¡Marchen!—dijo Gabriel, obedeciendo a una señal +exterior.</p> + +<p>Y el carro sagrado comenzó a moverse con lentitud por el plano inclinado +de madera que cubría los peldaños del altar mayor. Al pasar la verja +hubo que detenerse. La gente se arrodillaba, y abriendo paso en ella don +Antolín y sus <i>varas de palo</i>, avanzaban los canónigos con sus largas +vestiduras rojas, el obispo auxiliar con mitra dorada, y las dignidades +con mitras blancas de lino sin adorno alguno. Se arrodillaron todos ante +la custodia, calló el órgano, y acompañados por el carraspeo de un +trombón, entonaron un cántico adorando el Sacramento. El incienso se +elevaba en nubecillas azules en torno de la custodia, velando el brillo +del oro. Cuando cesó el cántico, volvió a sonar el órgano y la carroza +púsose de nuevo en marcha. Temblaba toda ella desde la base a la +cúspide, y el movimiento hacía sonar como un cascabeleo de plata las +campanillas pendientes de sus adornos góticos. Gabriel caminaba agarrado +a una traviesa del carro, con la vista fija en los timoneles, sintiendo +en sus piernas el roce dé los que empujaban aquel artefacto semejante a +los carros de los ídolos indostánicos.</p> + +<p>Al salir de la catedral por la puerta Llana—la única del templo que +está al nivel de la calle—, Gabriel pudo abarcar con su vista toda la +procesión. Veía los jinetes de la Guardia civil rompiendo la marcha, los +timbaleros de la ciudad vestidos de rojo, y las cruces de las parroquias +agrupadas sin orden en torno de la manga de la catedral, enorme, +pesadísima, como un globo cubierto de figuras bordadas. Después todo el +centro de la calle libre, flanqueado por dos filas de clérigos y +militares con cirios; los diáconos con incensarios, asistidos por los +ángeles rococós que llevaban las navetas del asiático perfume, y los +canónigos con sus capas históricas de gran valor. A espaldas del +Sacramento se agrupaban las autoridades, y el batallón de los cadetes +cerraba la marcha, fusil al brazo, al aire las rapadas cabezas, +meciéndose al compás de la marcha.</p> + +<p>Gabriel aspiraba con delicia el aire de la vía pública. Él, que había +visto las mayores capitales de Europa, admiraba las calles de aquella +ciudad antigua después de su largo encierro en la catedral. Le parecían +populosas, y hasta experimentaba ese mareo que las grandes agitaciones +modernas causan en los habituados a una vida sedentaria.</p> + +<p>Los balcones mostrábanse colgados con antiguos tapices y mantones de +Manila; las calles estaban entoldadas, con el pavimento cubierto por una +capa de arena para que la carroza eucarística pudiera deslizarse sobre +los agudos guijarros.</p> + +<p>En las cuestas, la custodia avanzaba trabajosamente. Sudaban, jadeantes, +los hombres ocultos en el carro. Gabriel tosía, con el espinazo dolorido +por el encierro en la movible mazmorra, y la majestad de la marcha +turbábase con las voces de mando del canónigo Obrero, que, con +vestiduras rojas y una vara en la mano, dirigía la procesión, +reprendiendo muchas veces, por sus movimientos desordenados, a los +timoneles y a los que impulsaban el catafalco.</p> + +<p>Aparte de estas penalidades, Gabriel estaba satisfecho de su escapatoria +extraordinaria a través de la ciudad. Reía pensando en lo que hubiera +dicho la muchedumbre arrodillada con veneración, de conocer al que +asomaba sus ojos por debajo de la custodia. Aquellos oficiales de calzón +blanco y peto rojo, que con la espada al costado y el bicornio sobre el +muslo escoltaban a Dios, tenían sin duda noticias de su existencia; +alguno habría oído hablar de él, y tal vez guardaba su nombre en la +memoria como el de un enemigo de la sociedad. ¡Y el réprobo repelido por +todos, refugiado en un hueco de la catedral, como las aves aventureras +que anidaban en sus bóvedas, era el que guiaba el paso de Dios por las +calles de la religiosa ciudad...!</p> + +<p>A más de mediodía volvió la custodia a la Primada. Gabriel, al pasar +junto a la puerta del Mollete, vio adornados los muros exteriores con +los famosos tapices. Terminados los cánticos de despedida, los +sacerdotes se despojaban rápidamente de sus vestiduras, buscando la +puerta a la desbandada, sin saludarse. Iban a comer más tarde que de +costumbre; aquel día extraordinario turbaba su existencia. La iglesia, +tan ruidosa e iluminada durante la mañana, despoblábase rápidamente, +cayendo en el silencio y la penumbra.</p> + +<p>Esteban se indignó al ver salir a Gabriel de la carroza eucarística.</p> + +<p>—Te vas a matar: eso no es para ti. ¿Qué capricho ha sido el tuyo?</p> + +<p>Gabriel reía. Sí, era un capricho, pero no se arrepentía de él. Había +dado un paseo por la ciudad sin ser visto, y su hermano tendría para +atender dos días a su manutención. Él deseaba trabajar, no serle +gravoso.</p> + +<p>El <i>Vara de palo</i> se enternecía.</p> + +<p>—Pero borrego, ¿te pido algo? ¿Necesito yo otra cosa sino que vivas +tranquilo y te mejores?</p> + +<p>Y como si quisiera corresponder a este sacrificio con otro que agradase +a su hermano, al subir a las Claverías no puso la cara torva y habló a +su hija durante la comida.</p> + +<p>Por la tarde, el claustro alto quedó casi desierto. Don Antolín bajó +apresuradamente con los talonarios, regocijándose al saber que eran +muchos los forasteros que le aguardaban. El <i>Tato</i> y el campanero se +deslizaron furtivamente por la escalera de la torre vestidos con sus +mejores ropas. Iban a los toros. Sagrario, obligada al reposo para +santificar la fiesta, había pasado a la casa del zapatero. Mientras él +enseñaba los gigantones a criadas, soldados de la Academia y parditos +del campo, la sobrina de Luna ayudaba a remendar la ropa a aquella pobre +mujer abrumada por la miseria y el exceso de hijos.</p> + +<p>Cuando el maestro de capilla y el <i>Vara de palo</i> bajaron al coro, +Gabriel salió al claustro. Sólo vio en él a un cadete que paseaba con la +mano en la empuñadura del sable, poniéndolo casi horizontal, como las +rabitiesas tizonas de otros tiempos. Luna le reconoció por sus anchos +pantalones y su talle de avispa, que hacía afirmar al <i>Tato</i> que el tal +cadete usaba corsé. Era Juanito, el sobrino del cardenal. Con frecuencia +paseaba por el claustro esperando una ocasión para hablar con Leocadia, +la hermosa hija del sacristán de la Virgen. De los padres no había nada +que temer; pero el futuro guerrero tenía cierto respeto a la abuela +Tomasa, que veía con malos ojos estas relaciones y amenazaba con +hacérselas saber a su tío el cardenal.</p> + +<p>Gabriel había hablado varias veces con el cadete. Cuando el muchacho le +encontraba en el claustro, pegábase a él buscando conversación, para +justificar con estas pláticas su presencia en las Claverías. Luna se +asombró al verle allí en tarde de fiestas.</p> + +<p>—Pero ¿no va usted a los toros?—le preguntó—. Todos los de la +Academia deben estar en la plaza.</p> + +<p>Juanito sonreía, acariciándose el bigote. Era su gesto favorito, y +levantaba con satisfacción la manga, adornada con galones de sargento. +No era un cadete cualquiera: era un «galonista», y esto, aunque fuese +poca cosa para el que sueña con el generalato, siempre resultaba un paso +adelante... No, no iba a los toros; era un aficionado de verdad, pero se +sacrificaba por hablar toda una tarde con la novia a la puerta de su +casa, en el silencio de las Claverías. La abuela había bajado al jardín, +y el <i>Azul de la Virgen</i> no tardaría en salir, dejándole el campo +libre, como si no se enterase de nada. ¡La gran tarde, amigo Gabriel! Él +tenía ocupaciones más serias e importantes que las de los novatos de la +Academia, que pasaban los domingos en los cafés o paseando como unos +bobos. Su novia se la envidiaban todos en el Alcázar: hasta los +profesores.</p> + +<p>—¿Y cuándo es el casamiento?—dijo alegremente Gabriel.</p> + +<p>El «galonista» contestó con expresión de hombre importante. Había que +hacer antes muchas cosas: convencer a su tío, lo que no era fácil, y +seguir los impulsos de su buena estrella, hasta llegar a cierta altura. +Él estaba reservado para grandes cosas. Era asunto de pocos años.</p> + +<p>—Yo, amigo Luna, soy de la madera de los generales jóvenes. Es la buena +sombra de la familia. Mi tío cuenta que, siendo monaguillo, tenía la +certeza de llegar a cardenal; y ha llegado. Yo ascenderé muy aprisa. +Además, ya sabe usted que un arzobispo de Toledo no es cualquier cosa, y +que el tío tiene relaciones en palacio y manda en el Ministerio de la +Guerra lo mismo que si fuese un general. ¡Como que es más militar que +cura! Para probarlo, ahí está lo único que ha escrito: una plegaria a la +Virgen, para que la reciten los soldados antes de entrar en fuego.</p> + +<p>—Y usted, Juanito, ¿siente realmente la vocación militar?</p> + +<p>—Mucho. Desde que supe leer y abrir libros, quise ser igual a los +grandes capitanes que veía en las láminas, erguidos sobre el caballo, +con la espada en la mano, arrogantes y hermosos. Crea usted que en esta +carrera nadie entra sin vocación. En los seminarios hay encerrados +muchos contra su voluntad, pero a nadie lo dedican a militar por la +fuerza: el que viene a la Academia es porque le sale de dentro.</p> + +<p>¿Y todos están tan seguros del éxito como usted?</p> + +<p>—¡Oh, todos!—dijo sonriendo el sobrino del cardenal—. Sólo que la +inmensa mayoría no tiene las mismas probabilidades de hacer carrera. +Pero con tantos como somos, no hay ni uno que piense en la posibilidad +de quedarse vegetando de capitán en un regimiento de reserva, o morir de +viejo llegando, cuando más, a comandante. Todos vemos primeramente la +juventud realzada por el uniforme, por las aventuras (porque ya sabe +usted que las mujeres se pirran por nosotros), por la alegría de vivir, +querido y respetado en todas ocasiones, un palmo por encima del paisano; +después, cuando se aproxima la vejez y engorda uno y empieza a quedarse +calvo, la faja de general, la política, y ¡quién sabe si la cartera de +Guerra! Éste es el pensamiento de todos. No hay quien no crea que en el +porvenir le aguarda una faja, y no tendrá más que descolgarla para +ponérsela en la cintura. Yo sé ciertamente que me espera. Los demás se +lo imaginan... y así vamos viviendo.</p> + +<p>Gabriel sonreía oyendo al cadete.</p> + +<p>—Son ustedes unos engañados, lo mismo que esos pobres muchachos que +entran en el Seminario creyendo que les espera la mitra o una gran +prebenda al otro lado de la puerta. Es la seducción que aún ejercen +después de muertas las grandes cosas que fueron. Vamos a ver... aparte +del resultado material de la carrera, ¿por qué son ustedes militares...?</p> + +<p>—¡Por la gloria!—dijo el cadete campanudamente, recordando las arengas +del coronel-director de la Academia—. ¡Por la patria, cuya defensa nos +está confiada! ¡Por el honor de nuestra bandera!</p> + +<p>—¡La gloria!—dijo Gabriel irónicamente—. Conozco eso. Muchas veces, +viéndoles a ustedes tan jóvenes, tan inexpertos, tan llenos de vanas +esperanzas, he rehecho en mi interior lo que bien podría llamarse la +psicología del cadete. Adivino lo que ustedes han pensado antes de +entrar en la Academia y preveo la desilusión amarga y aplastante que les +aguarda a la salida. Los relatos de guerras y la marcialidad artística +del uniforme han seducido su niñez. Después las lecturas belicosas de +una poesía irresistible: Bonaparte, con su banderita, pasando el puente +de Arcole entre las nubes de metralla, grande como un dios; luego, +nuestros generales de ir por casa: Espartero en Luchana, O'Donnell en +África, y sobre todos, Prim, el caudillo casi legendario, guiando con su +sable los batallones en Castillejos: «Yo quiero ser lo mismo—dicen los +muchachos—; adonde llega un hombre, bien puede alcanzar otro.» El +entusiasmo se toma por predestinación, y cada uno se cree fabricado por +Dios para ser un caudillo famoso. Mientras se vive aquí en Toledo, se +sueña con la gloria, con empresas arriesgadas, con batallas gigantescas +y triunfos ruidosos. Pero cuando con las dos estrellas en la manga se va +a un regimiento, lo primero que sale a recibirles en la puerta del +cuartel, casi antes que el saludo del centinela, es la realidad fea y +antipática. El que soñaba con cubrirse de gloria y ser caudillo famoso +antes de los treinta años, no pensando más que en combinaciones +estratégicas y originales fortificaciones, tiene que ocuparse del lavado +y adecentamiento de unos cuantos mozos cerriles que llegan del campo +oliendo a excesiva salud; probar el rancho, hablar de calzoncillos y +camisas y calcular la duración de borceguíes y alpargatas. El que nunca +entró en la cocina de su casa y fue cuidado minuciosamente por su mamá, +despreciando como cosas de mujeres todo lo que no fuese dar voces de +mando y alinear soldados, lo primero con que tropieza en el ejército es +con la necesidad de ser cocinero, sastre, zapatero, etcétera, aguantando +muchas veces repulsas de sus superiores porque no demuestra pericia en +estas faenas.</p> + +<p>—Es verdad—dijo riendo Juanito—; pero sin eso no puede haber +ejército, y el ejército es necesario.</p> + +<p>—No discutamos si es necesario o no. Yo quiero decir únicamente que +ustedes (y si usted no, porque entra con buen pie, sus compañeros) son +unos engañados, que se preparan sin saberlo el fracaso de la vida, lo +mismo que esos otros jóvenes que, más pobres o menos enérgicos, corren +a entrar en la Iglesia. La Iglesia terminó porque ya no hay fe; la +gloria militar ha acabado para siempre en España porque no hay guerras +de conquista, y nuestro carácter de potencia batalladora se perdió, +afortunadamente, hace siglos. Si tenemos aún alguna guerra, es civil o +colonial; guerras que podríamos llamar zompas, sin brillo y sin +provecho, en las que mueren los hombres tan bien como en las Termopilas +o en Austerlitz, pues sólo una vez se pierde la vida, pero sin el +consuelo de la fama y de la admiración pública, sin la aureola de eso +que llaman gloria. Han nacido ustedes demasiado tarde. El brillo de +otros siglos les atrae con su espejismo, pero llegan con retraso al +llamamiento. Ustedes son los guerreros de un pueblo que forzosamente ha +de vivir en paz; como los seminaristas son los futuros sacerdotes de un +país en el que ya no se hacen milagros, ni hay fe, sino rutina y pereza +de pensamiento.</p> + +<p>—Pero si ya no hemos de tener guerras exteriores, si acabaron las +conquistas, servimos, al menos, para defender la integridad del suelo +español, para guardar la casa. ¿Es que usted cree—añadió amoscado el +cadete—que no somos capaces de morir por la patria?</p> + +<p>—No lo dudo; es para lo único que servimos los españoles: para morir +muy heroicamente, pero morir al fin. Nuestra historia hace dos siglos no +contiene más que muertes heroicas. «Gloriosa derrota de tal parte.» +«Heroico desastre de tal otra.» Por tierra y por mar hemos causado +estupefacción en el mundo, arrojándonos con los ojos cerrados en el +peligro, presentando la cabeza sin huir, con el estoicismo del chino. +Pero las naciones no son grandes por su desprecio a la muerte, sino por +su habilidad para conservar la vida. Los polacos fueron terror de los +turcos y unos de los mejores soldados de Europa, y Polonia hace tiempo +que no existe.... Si una gran potencia europea pudiera invadirnos +(fíjese usted en que digo «pudiera», pues en estos asuntos no es lo +mismo querer que poder), desde aquí sé yo lo que ocurriría. Los +españoles sabrían morir, pero tenga usted la seguridad de que los +invasores no necesitarían más allá de dos batallas campales para acabar +con todos nuestros medios de guerra. Y esto que puede deshacerse en un +par de días, ¡cuántos sacrificios cuesta al país...!</p> + +<p>—Entonces—dijo irónicamente el cadete—, habrá que suprimir el +ejército y dejar indefensa la nación.</p> + +<p>—Hoy por hoy, no hay que esperar que esto ocurra. Mientras Europa esté +armada y hasta la más pequeña nación tenga un ejército, España lo tendrá +también. No es ella quien va a dar el ejemplo, ni este ejemplo serviría +de nada. Es como si para remediar la injusticia social iniciase el +sacrificio uno que sólo tuviese unos cuantos miles de pesetas, +renunciando a ellas....</p> + +<p>Tras un largo silencio, Gabriel habló con dulzura, en vista del gesto +irónico y casi agresivo del cadete.</p> + +<p>—A usted le duelen indudablemente mis afirmaciones. Crea usted que lo +siento, pues no me gusta herir las creencias de nadie, y más aquellas +que forman el ideal de nuestra vida. Pero la verdad es la verdad. A +usted no le importa nada la cuestión social, ¿no es cierto? Ni la +conoce, ni le habrá preocupado un solo instante. Lo mismo les ocurrirá a +todos sus compañeros de profesión, y sin embargo, lo que ustedes sufren +en su prestigio, en su amor a la patria y a su bandera, no tiene otra +causa que el desarreglo social que hoy impera en el mundo. La riqueza lo +es todo; el capital es el señor de la tierra. La ciencia rige a la +humanidad como sucesora de la fe, pero los ricos se han apoderado de sus +descubrimientos y los monopolizan para perpetuar su tiranía. En el mundo +económico se han hecho dueños de las máquinas y demás progresos, +empleándolos como cadenas para esclavizar al obrero, obligándolo a un +exceso de producción y limitando su jornal a lo estrictamente necesario. +En la vida de las naciones ocurre lo mismo. Hoy la guerra no es más que +una aplicación de la ciencia. Los pueblos más ricos se han apoderado de +los mayores adelantos del arte de exterminar; tienen rebaños de +acorazados, miles de cañones monstruosos, pueden mantener millones de +hombres sobre las armas, con todos los perfeccionamientos modernos, sin +que se quebrante su fortuna. A los pueblos pobres sólo les queda el +recurso de callar o indignarse inútilmente, como lo hacen los +desheredados ante los detentadores de la propiedad. El pueblo más +cobarde del globo, o el más sedentario, puede ser guerrero invencible o +conquistador glorioso si tiene dinero. El valor caballeresco terminó con +la invención de la pólvora, y la fiereza de raza ha muerto para siempre +con el advenimiento del industrialismo. Si resucitase el Cid, estaría en +presidio, se habría dedicado a ladrón de carreteras, no pudiendo +acoplarse a las desigualdades e injusticias de la vida moderna. Si el +Gran Capitán fuese ahora ministro de la Guerra, veríamos cómo se las +arreglaba, aun con este presupuesto militar que agobia a la nación, para +poner sus tercios en condiciones de sostener de nuevo una batalla en +Italia. Es el dinero, ¡el maldito dinero! quien mata la parte más +hermosa del soldado, el valor personal, la iniciativa, la originalidad, +así como anula al obrero, convirtiendo su existencia en un infierno.</p> + +<p>El cadete escuchaba con atención a Gabriel, comprendiendo por primera +vez que en las grandes potencias militares había algo más que las +aficiones belicosas del monarca y el valor de los ejércitos. Veía de +repente la riqueza como base y resorte de todas las empresas guerreras.</p> + +<p>—Entonces—dijo con expresión pensativa—, si los extranjeros dejan de +atacarnos, no es porque nos tengan miedo...</p> + +<p>—No; si nos permiten vivir tranquilos, es porque esas potencias +omnipotentes, con sus ambiciones y celos, guardan cierto equilibrio. Son +como los grandes capitalistas, que, ocupados en enormes concepciones de +explotación, dejan por descuido y desprecio que existan en torno de +ellos industrias modestas. ¿Cree usted que Suiza y Bélgica y otros +países pequeños viven tranquilos enclavados entre grandes potencias +porque poseen un ejército? Lo mismo existirían aunque no tuviesen un +soldado. Y España, por su poderío militar, no es más que cualquiera de +las pequeñas naciones de Europa. La pobreza económica y la escasez de +población nos obligan a la humildad. Hay hoy dos categorías de +ejércitos: los organizados para la conquista y los que sólo sirven para +guardar el orden interior, que no son más que una gendarmería en grande, +con cañones y generales. El de España, por mucho que cueste y por más +que lo agranden, no sale de esta última clasificación.</p> + +<p>—Y aunque sólo sea eso—dijo el cadete—, ¿no es algo? Guardamos el +orden interior; velamos por la tranquilidad de la patria...</p> + +<p>—Pues eso puede hacerse con menos gente y menos dinero. Además, ¿y la +gloria? Ustedes, jóvenes llenos de ilusiones, exuberantes de +acometividad, con energías para empresas nuevas, ¿se resignan con esa +profesión de vigilantes y cuidadores de un pueblo? Su porvenir es tan +monótono como el de un clérigo de la catedral. Todos los días lo mismo: +amaestrar hombres para que se muevan de este modo o el otro, jugar al +dominó o al billar en un café, pasear el uniforme o echar un sueño en el +sillón del cuarto de banderas. No puede haber para ustedes otro suceso +extraordinario que un motín contra el impuesto de Consumos, una huelga, +un cierre de tiendas protestando de los impuestos, y hacer fuego +entonces sobre una muchedumbre armada de piedras y palos. Si alguna vez +manda usted en su vida disparar, tenga la certeza de que será contra +españoles. Los gobiernos no quieren ejército: saben que es inútil para +la defensa exterior de la nación, pues la fortuna nacional no permite su +mantenimiento, y les basta con una organización embrionaria, que vive en +pleno desorden, agitada por incesantes y contradictorias reformas, +copiando los adelantos extranjeros, como una muchacha pobre imita las +galas de la gran señora. Crea usted que nada tiene de agradable vivir +una existencia de apocamiento y monotonía, sin otra gloria que fusilar +al obrero que protesta o al pueblo que se queja.</p> + +<p>—Pero ¿y la libertad?, ¿y el progreso político?—preguntó el cadete—. +Yo he oído a un capitán viejo de la Academia, que si en España existe el +régimen liberal es por el ejército.</p> + +<p>—Mucho hay de eso—dijo Gabriel—. Es indudablemente el servicio más +importante que el ejército ha prestado a España. Sin él, ¡quién sabe en +lo que hubiesen parado las guerras civiles, en este país tan +estacionario y tímido ante las reformas! Lo repito: no desconozco este +servicio, pero crea usted que las guerras civiles entre la libertad y el +absolutismo político no se repetirán, como no podrían reproducirse con +éxito las guerrillas de la Independencia. Los medios de comunicación y +los progresos militares han matado la guerra de montaña. El máuser, que +es el arma del día, necesita llevar tras de sí un parque bien provisto, +tener almacenes de cartuchos a la espalda, y esto es incompatible con la +guerra de partidas.</p> + +<p>—Pero reconocerá usted que de algo servimos y que préstamos a la nación +un buen servicio.</p> + +<p>—Lo reconozco dentro del actual orden de cosas. Pero aún lo reconocería +mejor si fuesen ustedes menos. Consumen la mejor parte del presupuesto, +y sin embargo viven ustedes en una miseria decente y disimulada, pedo +miseria al fin. Un teniente gana menos que ciertos obreros, y tiene que +costearse uniformes vistosos, ir limpio, y frecuentar, cuando necesita +esparcimiento, los mismos lugares que los ricos. Sólo ve ante él largos +años de espera y de oculta miseria, sobrellevada con dignidad, hasta que +un ascenso le proporciona unos cuantos duros más al mes. Ustedes sufren +arrastrando esta vida de proletarios de la espada, y la nación +productora se queja viéndoles inactivos, y olvida otros gastos +superfluos para fijarse únicamente en los militares. Créame usted: para +ejército moderno, son ustedes muy pocos y mal organizados; para guardia +interior, sobran muchos y son caros. No es de ustedes la culpa. Es de su +Vocación que llega tarde, cuando España está muerta, por fortuna, para +las empresas aventureras. Si resucita, ha de seguir una dirección que no +será ciertamente la de la espada. Por esto digo que yerran el camino los +jóvenes que buscan la gloria allí donde creyeron encontrarla sus +antepasados.</p> + +<p>La aparición del <i>Vara de plata</i> cortó el diálogo. Corría, pálido de +emoción, jadeante, agitando su manojo de llaves.</p> + +<p>—Va a venir Su Eminencia—dijo apresuradamente—. Ya está en el arco. +Quiere pasar la tarde en el jardín. ¡Es un capricho...! Hoy dicen que +está inaguantable.</p> + +<p>Y corrió a abrir la escalera de Tenorio, que ponía en comunicación las +Claverías con el claustro bajo.</p> + +<p>El cadete se alarmó ante la inesperada proximidad de su tío. No quería +que le encontrase allí: temía el carácter del cardenal; y huyó hacia la +escalera de la torre. Se marchaba a los toros; sacrificaba a la novia +antes que encontrarse con don Sebastián.</p> + +<p>Gabriel, al quedar solo en el claustro, se arrimó a una columnilla, +aguardando de lejos el paso del temible príncipe de la Iglesia. Le vio +salir por la puerta que conducía al departamento de los gigantones. Iba +seguido por dos familiares. Luna pudo examinarle bien por primera vez. +Era enorme, y a pesar de su edad, se mantenía erguido. Sobre la negra +sotana con ribetes rojos descansaba la cruz de oro. Se apoyaba en un +bastón de mando con cierta marcialidad, y las borlas de oro de su +sombrero caían sobre su nuca grasienta, de una piel rosada y cubierta de +pelos blancos. Sus ojos pequeños y penetrantes miraban a todos lados con +la esperanza de encontrar un descuido, algo que contraviniese las reglas +establecidas, para estallar en gritos y amenazas que diesen salida al +mal humor y a la ira reconcentrada que fruncían su entrecejo.</p> + +<p>Desapareció por la escalera de Tenorio precedido por don Antolín, que, +después de abrir las verjas, se había puesto a sus órdenes, trémulo de +miedo. El silencio y la soledad de las Claverías no se alteraron. +Parecía que la gente oculta en las casas quedaba inmóvil, adivinando el +peligro que pasaba.</p> + +<p>Gabriel, asomado a la barandilla, vio cómo el cardenal salía al claustro +bajo, recorriendo dos de sus galerías hasta llegar a la puerta del +jardín. Un ligero ademán del prelado bastó para que se detuvieran los +familiares, y él avanzó solo por la avenida central, dirigiéndose al +cenador, donde Tomasa dormitaba entre los muros de hojas con la calceta +en las manos.</p> + +<p>La vieja despertó con el ruido de pasos. Al ver al prelado, dio un grito +de sorpresa:</p> + +<p>—¡Don Sebastián! ¡Aquí usted...!</p> + +<p>—He querido visitarte—dijo el cardenal con sonrisa bondadosa, +sentándose en una silla—. No siempre habías de ser tú la que me +buscases. Te debo muchas visitas, y aquí estoy.</p> + +<p>Hundiendo una mano en las profundidades de la sotana sacó una petaca de +oro, encendiendo un cigarrillo. Extendía sus piernas con la complacencia +del que se ve un momento en libertad, acostumbrado a todas horas a +imponerse con el ceño adusto de la dominación.</p> + +<p>—Pero ¿no estaba usted enfermo?—preguntó la jardinera—. Yo pensaba +pasar esta tarde a palacio para preguntar a doña Visita por su salud.</p> + +<p>—Calla, tonta; nunca me he sentido mejor: especialmente desde esta +mañana. La bofetada que he dado a «ésos» no asistiendo al coro por no +rozarme con ellos me ha puesto de un humor magnífico. Para que conste +mejor mi intención, he venido a verte. Quiero que sepan que estoy bien, +que lo de la enfermedad no es cierto. Que se enteren todos en Toledo que +el arzobispo no quiere ver a sus canónigos, y que esto lo hace por +dignidad, no por soberbia, pues al mismo tiempo baja a ver a su antigua +amiga la jardinera.</p> + +<p>Y el temible hombrón reía como un niño al pensar en el disgusto que esta +visita podía dar a los del cabildo.</p> + +<p>—Y, no creas, Tomasa—continuó—, que he venido a verte sólo por +conveniencia; esta tarde estaba triste en palacio, me aburría. +Visitación anda ocupada con unas amigas de Madrid, y yo he sentido ese +arrechucho que me da de vez en cuando al recordar el pasado. Sentía +necesidad de verte, y he pensado además en que el jardín de la catedral +es siempre fresco. Fuera de aquí hace un calor de horno... ¡Ay, Tomasa!, +¡qué fuerte te veo! Tan delgada y tan ágil, te mantienes mejor que yo. +No estás envuelta en grasa como este pecador, ni tienes dolencias que te +amarguen las noches. Tu pelo aún está casi negro, la dentadura se +conserva bien, no necesitas, como este cardenal, llevar un artefacto +dentro de la boca.... Pero de todos modos, Tomasa, eres vieja como yo. +Nos quedan pocos años de vida, por mucho que el Señor quiera +conservarnos. ¡Quién pudiese volver a aquellos tiempos, cuando subía a +tu casa con la sotanita roja, en busca de tu padre el sacristán, y te +quitaba el almuerzo! ¿Eh, Tomasa...?</p> + +<p>Los dos ancianos, olvidando las diferencias sociales, con esa +fraternidad resignada de los seres que caminan a la muerte, recordaban +el pasado. Todo estaba lo mismo que en su niñez: el jardín, el claustro; +la catedral no había cambiado.</p> + +<p>Su Eminencia, cerrando los ojos, se creía aún el monago travieso de +medio siglo antes. La espiral azulada de su cigarrillo parecía arrastrar +su pensamiento por las interminables revueltas del pasado.</p> + +<p>—¿Te acuerdas cómo se burlaba de mí tu pobre padre? «Este +chiquillo—decía en la sacristía—es un Sixto V.» «¿Qué quieres ser?», +me preguntaban. Y yo respondía siempre lo mismo: «Arzobispo de Toledo.» +¡Y poco que se burlaba el buen sacristán de la seguridad con que hablaba +yo de mis pretensiones! Cuando me consagraron obispo, cree, Tomasa, que +me acordé mucho de él, sintiendo que hubiese muerto. Habría gozado +viendo sus lágrimas de alegría al contemplarme con la mitra en la +cabeza.... Yo os he querido siempre; sois una familia excelente, y +muchas veces me matasteis el hambre.</p> + +<p>—Calle, señor, calle y no recuerde esas cosas. Yo soy la que tengo que +agradecerle que sea tan bueno, tan llanote, a pesar de su categoría, que +casi es la que viene detrás del Papa.... Y la verdad es—añadió la vieja +con la arrogancia de su franqueza—que nada pierde siendo así. Amigas +como yo no tendrá usted ninguna. A usted no le rodean más que aduladores +y pillos, como a todos los grandes de la tierra. Si se hubiera quedado +en cura de misa y olla, nadie le miraría la cara; pero Tomasa +continuaría siendo su amiga, siempre dispuesta a hacerle un servicio. Si +le quiero tanto, es porque usted es sencillo y afable. Si gastase +orgullo, como otros arzobispos, le besaría el anillo y ¡hasta la vista! +El cardenal en su palacio y la jardinera en su jardín.</p> + +<p>El prelado acogía con sonrisas la franqueza enérgica de la buena mujer.</p> + +<p>—Usted siempre será don Sebastián para mí—continuó—. Cuando me dijo +que no le llamase Eminencia y todos esos tratamientos que le da la +gente, lo agradecí más que si me hubiese regalado el manto de la Virgen +del Sagrario. Se me atragantaba tanto tratamiento; me daban ganas de +gritar: «¡Pero qué porra de Eminencia e Ilustrísima, si nos hemos +arañado de pequeños mil veces, porque este grandísimo ladrón no veía +mendrugo ni albaricoque en mis manos que no quisiera zampárselo!» +Gracias que le hablo de usted desde que le vi beneficiado de la +catedral, pues a un sacerdote no está bien tutearle como a un monago.</p> + +<p>Quedaron silenciosos los dos viejos. Sus miradas vagaban por el jardín +con cierto enternecimiento, como si en cada árbol o arcada cubierta de +follaje encontrasen un recuerdo.</p> + +<p>¿Sabe usted lo que ahora me viene a la memoria?—dijo Tomasa—. Pues +me acuerdo de otra vez que nos vimos aquí mismo, en este jardín, hace +una friolera de años: lo menos cuarenta y ocho o cincuenta. Yo estaba +con mi pobre hermana mayor, que acababa de casarse con Luna el +jardinero. Por el claustro andaba rondándome el que luego fue mi marido. +Vi entrar en el cenador un hermoso soldadote, un sargento, con gran +ruido de espuelas, el chafarote al brazo y un casco con rabo, como el de +los judíos del Monumento. Era usted, don Sebastián, que había venido a +Toledo para ver a su tío el beneficiado, y no quería marcharse sin +visitar a su amiga Tomasita. ¡Y qué guapo estaba usted! Es la verdad; no +lo digo por adularle. ¡Tenía usted un aire de pillo para las muchachas! +Hasta recuerdo que me dijo algo sobre lo hermosa y fresca que me +encontraba después de los años de ausencia. A usted no le sienta mal que +recuerde esto, ¿verdad? Eran chicoleos de soldado. ¡Tantos diría +entonces! Cuando se fue usted, dijo mi cuñado: «Éste ha colgado los +hábitos para siempre; es inútil que su tío el beneficiado quiera hacerlo +sacerdote.»</p> + +<p>—Fue una locura de la juventud—dijo el cardenal, que sonreía con +orgullo recordando al arrogante sargento de dragones—. En España sólo +hay tres carreras dignas del hombre: la de la espada, la de la Iglesia o +la de la toga. La sangre me bullía, y quise ser soldado; pero tuve la +desgracia de pillar tiempos de paz. Mi carrera hubiese sido lenta, y +para no amargar los últimos años de mi tío, seguí sus consejos y reanudé +los estudios, volviendo a la Iglesia. En un sitio y en otro se puede +servir a Dios y a la patria; pero cree que muchas veces, con todo mi +cardenalato a cuestas, pienso con envidia en aquel militar que tú viste. +¡Qué tiempos tan dichosos! Aún me tira la espada. Cuando veo a los +cadetes, cambiaría a gusto con cualquiera de ellos, entregándoles mi +báculo y mi cruz. ¡Y tal vez lo hiciese mejor que todos ellos! ¡Ah! ¡si +volviesen aquellos tiempos de la Reconquista, en que los prelados +salían a matar moros! ¡Qué gran arzobispo de Toledo hubiese hecho yo...!</p> + +<p>Y don Sebastián erguía su cuerpo de anciano obeso, estirando los brazos +con la arrogancia de los últimos restos de su vigor.</p> + +<p>—Usted ha sido siempre muy hombre—dijo la jardinera—. Yo se lo digo +muchas veces a ciertos curitas qué hablan de usted, criticándolo por si +patatín o patatán. «No jueguen ustedes con Su Eminencia, que es muy +capaz de entrar un día en el coro, y a éste quiero y a éste no, sacarlos +a todos a bofetada limpia.»</p> + +<p>—Más de una vez he estado tentado de hacerlo—dijo el prelado con +firmeza, brillando en sus ojos una chispa de energía—. Pero me detiene +la consideración de mi cargo y mi carácter de sacerdote pacífico. Soy +pastor del católico rebaño, no lobo que aterra a las ovejas con su +fiereza. Pero a veces no puede uno más, y ¡Dios me perdone! he sentido +la tentación de levantar el cayado para empezar a golpes con el rebaño +rebelde que se guarece en la catedral.</p> + +<p>El prelado excitábase hablando de sus luchas con el cabildo. La placidez +de espíritu que le proporcionaba la tranquilidad del jardín desaparecía +al recordar a sus hostiles subordinados. Necesitaba, como otras veces, +confiar sus pesares a la jardinera, con esa benevolencia instintiva que +impulsa a los grandes a franquearse con los humildes.</p> + +<p>—Tú no sabes, Tomasa, lo que esos hombres me hacen sufrir. Quiero +dominarlos porque soy el amo, porque me deben obediencia con arreglo a +la disciplina, sin la cual no habría Iglesia ni religión, y se me +resisten y me desobedecen. Mis órdenes son cumplidas a regañadientes, y +cuando quiero imponerme, hasta el último cura sale con lo que llama sus +derechos, y me pone pleito, y acude a la Rota y a Roma si es preciso. +Vamos a ver: ¿soy el amo o no lo soy? ¿Es que el pastor discute con sus +ovejas y las consulta para guiarlas por el buen camino...? Me marean y +aturden con sus pleitos y cuestiones. No hay entre ellos ni medio +hombre; todos son chismosos y cobardes. En mi presencia tienen la vista +baja; sonríen y alaban a Su Eminencia; y apenas vuelvo la espalda, son +víboras que intentan morderme, lenguas de escorpión que nada respetan... +¡Ay, Tomasa! ¡Hija mía! ¡Tenme lástima! Cree que cuando pienso en esto +me pongo muy enfermo.</p> + +<p>Y el prelado palidecía, abandonando su asiento con gesto doloroso, como +si sus entrañas se conmoviesen con intensas punzadas.</p> + +<p>—No haga usted caso—dijo la jardinera—. Usted está por encima de +todos; usted los vencerá.</p> + +<p>—Claro que los venceré; ¡pues no faltaba más! Sería la primera vez que +quedase debajo. Estas triquiñuelas de comadres me molestan poco. Sé que +al final veré a mis pies a los repugnantes enemigos. ¡Pero sus lenguas, +Tomasa! ¡Lo que dicen de los seres que más amo en el mundo! Esto es lo +que me hiere, lo que me mata.</p> + +<p>Volvió a sentarse, aproximándose a la jardinera para hablar en voz +queda:</p> + +<p>—Tú conoces mi pasado mejor que nadie; te lo he contado porque me +inspiras gran confianza. Además, tú eres lista, y lo que no sabes lo +adivinas. Conoces lo que es Visitación para mí, e indudablemente no +ignoras lo que esos miserables dicen de ella. No te hagas la tonta: lo +sabes; todos en la catedral y aun fuera de ella se enteran de esas +calumnias y las creen. Tú eres la única que no puedes creerlas, porque +conoces la verdad... Pero ¡ay!, la verdad no puedo decirla, no puedo +gritarla: me lo impiden estos hábitos.</p> + +<p>Y agarraba un puñado de su sotana con los dedos crispados, como si +quisiera rasgarla.</p> + +<p>Transcurrió un largo rato de silencio. Don Sebastián miraba al suelo con +ojos duros, contrayendo sus manos como si quisiera agarrar a los +invisibles enemigos. De vez en cuando sentía las punzadas de su +enfermedad y suspiraba dolorosamente.</p> + +<p>—¿Por qué pensar en tales cosas?—dijo la jardinera—. Se pone usted +malo, y para esto no era preciso que se molestase bajando a verme. +Mejor hubiera hecho quedándose en palacio.</p> + +<p>—No; tú me distraes; encuentro cierto consuelo comunicándote mis penas. +Allá arriba me desespero solo, teniendo que hacer esfuerzos para +tragarme la rabia. No quiero que se enteren mis familiares, pues serían +capaces de reírse; no quiero que sepa nada mi pobre Visitación... ¡Y yo +no sé disimular!, ¡no puedo fingir alegría cuando estoy irritado...! +¡Qué infierno el que sufro! ¡No poder decir que he sido hombre, que he +sido débil, como hecho de carne que soy, y que llevo conmigo los frutos +de mi falta, sin querer separarme de ellos aunque la calumnia me +persiga! Cada uno obra como quien es, y yo quiero ser bueno en medio de +mis pecados. Podía haberme separado de mis hijos, haberlos abandonado, +como hacen otros por conservar su fama de santos; pero yo soy hombre, me +enorgullezco de ello: un hombre con sus defectos y sus virtudes, ni una +más ni una menos que la generalidad de los humanos. El sentimiento de la +paternidad está en mí tan arraigado, tan hondo, que antes perdería la +mitra que abandonar a mis hijos. Ya recuerdas cómo me puse cuando murió +el padre de Juanito, que pasaba por mi sobrino. Creí morir. ¡Un hombrón +tan hermoso y con un porvenir tan brillante! Yo le hubiese hecho +magistrado, presidente del Supremo, ministro, ¡qué sé yo! Y en +veinticuatro horas se me muere, como si el cielo quisiera castigarme. Es +verdad que me queda mi nieto; pero ese Juanito en nada se parece a su +padre, y te lo confieso: le quiero poco; no veo en él más que un reflejo +lejano de mi pobre hijo. De mi pasado, de aquella época que fue la más +feliz de mi vida, sólo me resta Visitación. Es el retrato de la pobre +muerta; ¡la adoro! Y esta dicha mezquina me la turba esa gentuza con sus +calumnias... ¡Hay para matarlos!</p> + +<p>Dominado por el grato recuerdo de la primavera que había florecido en +sus primeros años de obispo, allá en una diócesis andaluza, repetía a +Tomasa, una vez más, sus relaciones con cierta dama devota que sentía +desde la niñez horror al mundo. La devoción los había juntado, pero la +vida no tardó en recobrar sus fueros, abriéndose paso en sus relaciones +casi místicas y uniéndolos en carnal abrazo. Habían vivido fieles uno al +otro en el misterio de la vida eclesiástica, amándose con prudencia +escrupulosa, sin que el secreto de sus relaciones trascendiese al +público, hasta que ella murió, dejándole dos hijos. Don Sebastián, +hombre de enérgicas pasiones, sentía la paternidad hasta la vehemencia. +Aquellos dos seres eran la imagen de la pobre muerta, el recuerdo del +único idilio de una vida dedicada por completo a la ambición. Las +calumnias que circulaban los enemigos, fundándolas en la presencia de su +hija en el palacio arzobispal, le ponían como loco.</p> + +<p>—¡La creen mi querida!—decía con acento iracundo—. ¡Mi pobre +Visitación, tan buena, tan cariñosa, tan mansita para todo, convertida +en una cualquiera por esos miserables! ¡Una amante que he sacado para mi +diversión del Colegio de Doncellas nobles...! ¡Como si yo, viejo y +enfermo, estuviera para pensar en esas porquerías! ¡Indecentes...!, +¡miserables...! ¡Por menos se cometen muchos crímenes...!</p> + +<p>—Déjelos que digan; Dios está en lo alto y nos ve a todos.</p> + +<p>—Lo sé; pero esto no basta a tranquilizarme. Tú tienes hijos, Tomasa, y +conoces lo que es quererlos. No sólo nos hiere lo que se hace contra +ellos, sino lo que se dice... ¡Qué días llevo de sufrimiento! De pequeño +ya sabes que toda mi ilusión era llegar a lo que soy. Miraba el trono +del coro y pensaba en lo bien que se estaría en él, en la inmensa +felicidad de ser príncipe de la Iglesia. Pues bien; ya estoy en el +trono. He caminado medio siglo apartando las piedras, dejando la piel y +hasta la carne en las zarzas de la cuesta. ¡Yo sé cómo pude salir del +montón negro y llegar a obispo! Después... ¡ya soy arzobispo!, ¡ya soy +cardenal!, ¡ya no puedo llegar a más! ¿Y qué? La felicidad siempre +marcha delante de nosotros, como la nube de luz que guiaba a los +israelitas. La vemos, casi la tocamos, pero no se deja coger. Me siento +ahora más infeliz que en la época en que luchaba por ser algo y me creía +el más desgraciado de los hombres. No tengo la juventud: la altura en +que me veo, fijas en mí todas las miradas, me impide defenderme. ¡Ay, +Tomasa! Compadéceme, soy digno de lástima. ¡Ser padre, y tener que +ocultarlo como un crimen! ¡Querer a mi hija con un cariño que se +acrecienta más y más conforme se aproxima la muerte, y tener que sufrir +que la gente tome este afecto tan puro por algo repugnante...!</p> + +<p>Y la terrible mirada de don Sebastián, que asustaba a toda la diócesis, +nublóse con lágrimas.</p> + +<p>—Además, tengo otras penas—continuó—, pero son de hombre previsor que +teme el porvenir. Cuando muera, todo lo que tengo será para mi hija. +Juanito cuenta con lo de su madre, que era rica, y además tiene una +carrera y el apoyo de mis amigos. Visitación será poderosa. Ya sabes +que-mis adversarios me echan en cara lo que ellos llaman mi avaricia. +Avaricioso, no: previsor, amante del bienestar de los míos. He ahorrado +mucho; no soy de los que reparten pan a la puerta de su palacio, ni +busco la celebridad por la limosna. Tengo dehesas en Extremadura, muchas +viñas en la Mancha, casas, y sobre todo, papel del Estado, mucho papel. +Como buen español, quiero ayudar al gobierno con mi dinero, tanto más +cuanto que ésto produce ganancias. No sé ciertamente lo que poseo: serán +veinte millones de reales: tal vez más. Todo ahorrado por mí, aumentado +con buenos negocios. No puedo quejarme de la suerte; el Señor me ha +ayudado. ¡Y todo para mi pobre Visitación! Mi gozo sería verla casada +con un hombre bueno, pero ella no quiere separarse de mí. Le atrae la +iglesia, y éste es mi miedo. No lo extrañes, Tomasa; yo, príncipe de la +Iglesia, tiemblo al ver cómo se entrega a la devoción, y hago cuanto +puedo por desviarla. Me gusta la mujer religiosa, no la devota que sólo +se encuentra bien en la iglesia. La mujer debe vivir, debe gozar y ser +madre. Siempre he mirado mal a las monjas.</p> + +<p>—Déjela, señor—dijo la jardinera—. Nada tiene de extraño que le guste +la iglesia. Del modo como vive, no puede tener otras aficiones.</p> + +<p>—Por hoy, nada temo. Estoy a su lado, y nada me importa que guste del +trato con monjitas. Pero puedo morir mañana, y ¡figúrate qué magnífico +bocado será la pobre Visita con sus millones, sola, y con esa afición a +la vida religiosa, que otros más listos pueden explotar...! Yo he visto +mucho; soy de la clase y estoy en el secreto. No faltan órdenes +religiosas que se dedican a la caza de herencias, para mayor gloria de +Dios, según dicen. Además, andan por ahí esas monjas extranjeras, de +gran papalina, que son linces para esta clase de trabajo. Me aterra el +pensar que caigan sobre mi hija. Yo soy del catolicismo a la antigua, de +aquella religiosidad española neta: un catolicismo castellano, como +quien dice de panllevar, limpio de extranjerías modernas. Sería triste +haber pasado la vida ahorrando, para engordar a los jesuítas o a esas +hermanas que no saben hablar en castellano. No quiero que mis dineros +sufran la misma suerte que los del sacristán del adagio. Por esto, a los +sinsabores de mi lucha con la gentuza enemiga se une el dolor que me +causa el carácter débil de mi hija. Tal vez la cacen, y algún tuno se +ría de mí apoderándose de mi dinero.</p> + +<p>Y excitado por sus negros pensamientos, soltó una interjección castiza y +obscena, recuerdo de sus tiempos de soldado. En presencia de la +jardinera, no tenía por qué contenerse. La vieja estaba acostumbrada a +los desahogos de su carácter.</p> + +<p>—Vamos a ver—dijo imperiosamente, después de un largo silencio—. Tú +que me conoces mejor que nadie: ¿soy tan malo como suponen los enemigos? +¿Merezco que el Señor me castigue por mis faltas? Tú eres un alma de +Dios, sencilla y buena, y sabes más de esto con tu instinto que todos +los doctores en Teología.</p> + +<p>—¿Usted malo, don Sebastián? ¡Jesús...! Usted es un hombre como los +otros: ni más ni menos. Tal vez mejor que muchos, pues es sencillo, +todo de una pieza, sin engaños ni hipocresías.</p> + +<p>—Un hombre: tú lo has dicho. Soy un hombre como los demás. Los que +llegamos a cierta altura somos como los santos que están en las fachadas +de las iglesias. De abajo, causan admiración por su hermosura; vistos de +cerca, producen horror por la fealdad de la piedra roída por el tiempo. +Por más que intentemos santificarnos, poniéndonos a distancia, no somos +más que hombres; seres de carne flaca para aquellos que nos rodean. En +la Iglesia son contadísimos los que se libran de las pasiones humanas. +¡Y quién sabe si aun esos pocos privilegiados no se sienten mordidos por +el demonio de la vanidad, y al extremar los ascetismos de su vida, +piensan en la gloria de verse en los altares...! El sacerdote que logra +dominar la carne cae en la avaricia, que es el vicio eclesiástico por +excelencia. Yo jamás he atesorado por vicio; he ahorrado para los míos, +nunca para mí.</p> + +<p>Calló largo rato el prelado; pero en su irresistible afán de confesarse +con la sencilla mujer, continuó:</p> + +<p>—Estoy seguro de que no me despreciará Dios cuando llegue mi hora. Su +infinita misericordia está por encima de todas las pequeñeces de la +vida. ¿Cuál es mi delito? Haber amado a una mujer, como mi padre amó a +mi madre; tener hijos, como los tuvieron apóstoles y santos. ¿Y qué? El +celibato eclesiástico es una invención de los hombres, un detalle de +disciplina acordado en los concilios; pero la carne y sus exigencias son +anteriores en muchísimos siglos: datan del Paraíso. Quien salta esta +barrera, no por vicio, sino por pasión irresistible, porque no puede +vencer el impulso de crear una familia y tener una compañera, ése falta +indudablemente a las leyes de la Iglesia, pero no desobedece a Dios.... +Al aproximarse la muerte, tengo miedo. Muchas noches dudo y tiemblo como +un niño.... Yo he servido a Dios a mi modo. En otros tiempos le hubiera +defendido con la espada, peleando contra los herejes; ahora soy su +sacerdote, y por él batallo cada vez que veo la impiedad de los tiempos +cercenar algo de su gloria. El Señor me perdonará, recibiéndome en su +seno. Tú que eres tan buena, Tomasa, y tienes alma de ángel bajo tu +corteza ruda, ¿no lo crees así...?</p> + +<p>La jardinera sonrió, y sus palabras atravesaron con lentitud el silencio +de la tarde agonizante.</p> + +<p>—Tranquilícese, don Sebastián. Yo he visto muchos santos en esta casa, +y valían menos que usted. Por asegurar su salvación hubiesen abandonado +a los hijos. Por mantener lo que llaman la pureza del alma habrían +renegado de la familia. Créame usted a mí: aquí no entran santos; +hombres, todos hombres. No hay que arrepentirse de haber seguido el +impulso del corazón. Dios nos hizo a su imagen y semejanza, y por algo +nos puso el sentimiento de la familia. Lo demás, castidad, celibato y +otras zarandajas, lo inventaron ustedes para distinguirse del común de +las gentes. Sea usted hombre, don Sebastián, que cuanto más lo sea, +resultará más bueno y mejor lo acogerá el Señor en su gloria.</p> + + + +<hr style="width: 65%;" /> +<h2><a name="IX" id="IX"></a>IX</h2> + +<p>Pocos días después del Corpus, una mañana don Antolín fue en busca de +Gabriel. El <i>Vara de plata</i> sonreía a Luna, hablándole con aire +protector.</p> + +<p>Había pensado en él toda la noche. Le dolía verle inactivo, paseando por +el claustro. La falta de ocupación era lo que le inspiraba aquellas +ideas tan perversas.</p> + +<p>—Vamos a ver—añadió—: ¿te convendría bajar conmigo todas las tardes a +la catedral para enseñar el Tesoro y las demás preciosidades? Vienen +muchos extranjeros que apenas si se dejan entender cuando me preguntan. +Tú conoces su lenguaje: sabes el francés, el inglés y no sé cuántos +idiomas más, según afirma tu hermano. La catedral ganaría mucho pudiendo +demostrar a esos extranjeros que tiene un intérprete a su disposición; +tú nos harías un favor y no perderías nada. Siempre es un +entretenimiento ver caras nuevas. En cuanto a recompensa....</p> + +<p>Se detuvo aquí don Antolín, rascándose la cabeza por debajo del bonete. +Vería de arañar algo de los fondos de la Obrería; si no era posible en +el primer momento, por estar flaca y escurrida la renta de la Primada, +ya se proveería más adelante. Y aguardó con mirada ansiosa la respuesta +de Gabriel. Éste mostróse conforme. Al fin era un huésped de la +catedral, y algo la debía. Y desde aquella tarde bajó al templo a la +hora de coro para enseñar a los extranjeros las riquezas de la iglesia.</p> + +<p>Nunca faltaban viajeros que, exhibiendo los papelillos de colores de don +Antolín, esperaban el momento de admirar las alhajas. El <i>Vara de plata</i> +no veía un extranjero que no se imaginase que era un lord o un duque, +extrañándose muchas veces de su desgarbo en el vestir. Para él, sólo los +grandes de la tierra podían permitirse el placer de viajar, y abría unos +ojos escandalizados e incrédulos cuando Gabriel afirmaba que muchas de +aquellas gentes eran zapateros de Londres o tenderos de París que se +daban en las vacaciones el regalo de una excursión por el antiguo país +de los moros.</p> + +<p>Avanzaban por las naves cinco canónigos con sobrepellices de coro, cada +uno con una llave en la mano. Eran los guardadores del Tesoro. Abría +cada cual la cerradura confiada a su custodia, giraba pesadamente la +puerta y quedaba abierta la capilla con sus antiguas riquezas. En +enormes vitrinas, como en un museo, se exhibía la vieja opulencia de la +catedral: imágenes de plata maciza; globos enormes coronados por +graciosas figurillas, todo de precioso metal; arquillas de marfil de +complicada labor; custodias y viriles de oro; enormes platos dorados y +repujados, con escenas mitológicas que resucitaban la alegría del +paganismo en aquel rincón sórdido y polvoriento del templo cristiano. +Las piedras preciosas extendían su gama de colores por pectorales, +mitras y mantos de la Virgen. Eran diamantes tan enormes que hacían +dudar de su autenticidad, esmeraldas del tamaño de guijarros, amatistas, +topacios y perlas, muchas perlas, a centenares, a miles, caídas como +granizo sobre las vestiduras de la Virgen, Los forasteros admirábanse +ante esta opulencia, deslumbrados por su enormidad, mientras Gabriel, +habituado a la visita diaria, lo miraba todo fríamente. El Tesoro tenía +un aire de vetustez lamentable. Las riquezas habían envejecido con la +catedral. Los diamantes no brillaban, el oro parecía empañado y +polvoriento, la plata se ennegrecía, las perlas estaban opacas y como +muertas. El humo de los cirios y el ambiente rancio del templo lo habían +patinado todo tristemente.</p> + +<p>«La Iglesia—se decía Gabriel—envejece cuanto toca. Las riquezas +pierden el brillo en sus manos, como las joyas que caen en poder de los +usureros. El diamante se empaña en el seno de la gran avara; el cuadro +más hermoso se ennegrece en sus altares.»</p> + +<p>Tras de la visita al Tesoro venía la exhibición del Ochavo, la capilla +octogonal de mármoles obscuros: panteón de reliquias donde los despojos +humanos más repugnantes, las calaveras de horrible risa, los brazos +momificados y las vértebras cariadas se mostraban en vasos de plata y +oro. La piedad de otros siglos, crédula y grosera, aparecía tan absurda +al mostrarse en pleno siglo de descreimiento, que el mismo don Antolín, +tan intransigente hablando de las glorias de su catedral, bajaba la voz +y apresuraba la relación al señalar el pedazo de manto de santa Leocadia +cuando se «apareció» al arzobispo de Toledo, comprendiendo lo difícil +que era explicar de qué tela se vestían las apariciones.</p> + +<p>Gabriel traducía fielmente la explicación del <i>Vara de plata</i>, +recalcándola muchas veces con irónica gravedad, mientras los canónigos +que escoltaban la caravana de forasteros alejábanse algunos pasos con +aire distraído para evitar preguntas.</p> + +<p>Un inglés flemático interrumpió un día al intérprete:</p> + +<p>—¿Y no tienen ustedes ninguna pluma de las alas de san Miguel?</p> + +<p>—No, señor, y es lástima—contestó Luna con igual seriedad—. Pero ya +la encontrará usted en otra catedral. Aquí no podemos tenerlo todo.</p> + +<p>En la Sala Capitular, mezcla de arquitectura árabe y gótica, admiraban +los visitantes la doble fila de arzobispos toledanos pintados en la +pared con mitras y báculos de oro. Gabriel llamaba la atención sobre don +Cerebruno, el prelado medioeval, llamado así por su enorme cabeza. Pero +el guardarropa era lo que mayor asombro producía en los forasteros.</p> + +<p>Era una pieza con grandes estanterías y armarios de madera vieja. Por +encima de aquéllas, las paredes estaban cubiertas con grandes cuadros +empolvados y rotos, copias de la pintura flamenca que el cabildo había +relegado a aquel rincón. Sobre la estantería se alineaban los antiguos +sillones de la casa: unos a la española, austeros, de líneas rectas, con +deshilachados rapacejos; otros de forma griega, con las patas curvas y +embutidos de marfil. Las capas y casullas se apilaban en los estantes +por clasificación de tonos, con la esclavina fuera del montón, para que +pudieran admirarse los prodigios del bordado. Todo un mundo de +figurillas vivía con la fuerza del color en unas cuantas pulgadas de +tela. El arte asombroso de los antiguos bordadores daba a la seda las +apariencias de vida de la pintura. La esclavina y las tiras de una capa +bastaban para reproducir todas las escenas de la creación bíblica o de +la Pasión de Jesús. El brocado y la seda desarrollaban la magnificencia +de sus tejidos. Una capa era un jardín de encendidos claveles; otra, un +arriate de rosas o de flores fantásticas de enroscados estambres y +pétalos metálicos. Sacaban los sacristanes de profundos estantes, como +si fuesen libros de tela y madera, los famosos frontales del altar +mayor. Los había especiales para cada fiesta. El de san Juan, alegre y +risueño como una verbena, con corderos de oro y prietos racimos que +acariciaban con sus manos mantecosas los angelitos gordinflones. Los más +antiguos, de tonos suaves y desmayados, mostraban jardines persas, con +fontanas azules en las que bebían rojizas bestias.</p> + +<p>Los visitantes se aturdían viendo desplegar telas y más telas, todo el +pasado de una catedral que, teniendo millones de renta, empleaba para su +embellecimiento ejércitos de bordadores y acaparaba las más ricas telas +de Valencia y Sevilla, reproduciendo en oro y colores los episodios de +los libros santos y los tormentos de los mártires. Era la leyenda +gloriosa de la Iglesia eternizada por la aguja antes de que pudiese +hacerlo la imprenta.</p> + +<p>Gabriel volvía todas las tardes al claustro alto aburrido por este paseo +a lo largo de la catedral. En los primeros días le sedujo la novedad de +ver caras extrañas, de sentir el roce de aquel arroyuelo de curiosos +que, bifurcándose de la gran inundación de viajeros que corrían Europa, +llegaba hasta Toledo. Pero al poco tiempo le parecieron iguales las +gentes que veía todas las tardes. Eran las mismas preguntas, las mismas +inglesas tiesas y de cara dura, iguales ¡oooh! de admiración fríos y +convencionales, e idéntica manera de volver la espalda con grosera +altivez cuando nada quedaba por enseñar.</p> + +<p>Al volver a la tranquilidad del claustro alto, después de la diaria +exhibición de las riquezas, Gabriel encontraba más repugnante e +intolerable la miseria de las Claverías. El zapatero le parecía más +amarillento y triste en el rancio ambiente de su tugurio, encorvado ante +la mesilla, martilleando la suela; su mujer más débil y enfermiza, +mísera esclava de la maternidad, debilitada por el hambre y ofreciendo +como única esperanza al hijo pequeño aquellas ubres flácidas, de las que +sólo podía surgir sangre. El pequeñín se le moría. Sagrario, que +abandonaba su máquina para pasar gran parte del día en casa del +zapatero, así lo decía en voz baja a su tío. Ella hacía las faenas de +la casa, mientras la pobre madre, inmóvil en una silla, con el +pequeñuelo en el regazo, lo contemplaba con ojos llorosos. Cuando la +criatura despertaba de su sopor, levantando trabajosamente la cabeza +sobre el cuello delgado como un hilo, la madre, para ahogar sus gemidos +débiles, lo aproximaba al pecho; pero el pequeño retiraba la boca +adivinando la inutilidad de sus esfuerzos en aquel colgajo de carne del +que sólo lograba extraer una triste gota.</p> + +<p>Gabriel examinaba al pequeño, fijándose en su delgadez esquelética y las +extrañas manchas que la escrófula extendía sobre su piel de color de +paja. Movía la cabeza incrédulamente cuando las vecinas, agrupadas en +torno del enfermo, le atribuían cada una dolencias distintas, +aconsejando remedios caseros, desde los cocimientos de hierbas raras y +unturas hediondas, hasta la aplicación en el pecho de estampitas +milagrosas y trazarle siete cruces en el ombligo con otros tantos +padrenuestros.</p> + +<p>—Es hambre—decía Luna a su sobrina—, nada más que hambre.</p> + +<p>Y privándose de una parte de su alimento, pasaba a casa del zapatero la +leche que subían para él. Pero el estómago del pequeño no podía sufrir +el líquido, demasiado substancioso para su debilidad, y lo arrojaba +apenas ingerido. Tía Tomasa, la jardinera, con su carácter enérgico y +emprendedor, trajo una mujer de fuera de la catedral para que diese su +pecho al enfermo. Pero a los dos días, antes de que se pudieran apreciar +los efectos, ya no volvió, como si le repugnase aproximar a sus ubres +aquel cuerpecito exangüe que parecía un cadáver. En vano buscó la +jardinera; no era fácil encontrar pechos generosos que diesen su leche +por poco precio.</p> + +<p>Y mientras tanto, el niño se moría. Todas las mujeres entraban en la +habitación del zapatero. Hasta don Antolín se asomaba por las mañanas a +la puerta.</p> + +<p>¿Cómo está el pequeño? ¿Igual...? ¡Todo sea por Dios!</p> + +<p>Y se retiraba, haciendo al zapatero la gran caridad de no hablarle de +las pesetas que le debía, en atención al hijo enfermo.</p> + +<p>El <i>Azul de la Virgen</i> mostrábase indignado por este incidente que +turbaba la calma del claustro y la beatitud de sus digestiones de +servidor de la iglesia feliz y bien cebado. Era una vergüenza que aquel +zapaterín se hubiese aposentado en las Claverías con su pobreza y todo +el rebaño de hijos tiñosos y miserables. Moriría uno cada mes: iban a +pegarles sus enfermedades. ¿Y con qué derecho estaban en la catedral si +no cobraban sueldo alguno de la Obrería? Tales hediondeces debían +quedarse fuera de la casa del Señor. Su suegra se indignaba.</p> + +<p>—¡Calla, ladrón de santos—decía—; calla, o te tiro un plato! Todos +somos hijos de Dios, y si las cosas fuesen derechas, los pobres debían +vivir en la catedral. Mejor sería que en vez de decir tales cosas les +dieses a esos infelices algo de lo que robas a la Virgen.</p> + +<p>El sacristán levantaba los hombros con desprecio. Ya que no tenían para +comer, que no hiciesen hijos. Allí estaba él con solo una hija. No se +creía con derecho a más, y eso que, gracias a Nuestra Señora, guardaba +un mendrugo para la vejez.</p> + +<p>Tomasa hablaba del niño del zapatero a los buenos señores del cabildo +que después del coro se detenían un momento en el jardín. La oían +distraídos, hundiendo su mano en la sotana.</p> + +<p>—¡Todo sea por Dios! ¡Cuánta miseria...!</p> + +<p>Y unos la daban diez céntimos, otros un real; hasta hubo quien llegó a +dar una peseta. La jardinera pasó un día al palacio del arzobispo, pero +don Sebastián estaba con el arrechucho y no quiso recibirla, envíandola +dos pesetas con un familiar.</p> + +<p>—No son malos—decía la jardinera, entregando sus colectas a la pobre +madre—, pero cada uno vive para él, y el prójimo que se arregle. Nadie +parte ya el manto con nadie.... Toma esto y veas cómo sales del paso.</p> + +<p>Comían mejor en casa del zapatero. La chiquillería escrofulosa que +correteaba por el claustro era la que mejoraba de suerte con la +enfermedad del pequeño, cada vez más débil, inmovilizado horas enteras, +con una respiración casi imperceptible, sobre el regazo de la madre.</p> + +<p>Cuando murió el infeliz, toda la gente del claustro se agolpó en la +casa. Dentro sonaba el lamento de la madre, estridente, interminable, +como el berrido de una bestia herida. Fuera, lloraba el padre +silenciosamente, rodeado de sus amigos.</p> + +<p>—Ha muerto lo mismo que un pájaro—decía con largas pausas, cortando +las palabras con sollozos—. Su madre lo tenía sobre las rodillas.... Yo +trabajaba... «¡Antonio, Antonio!—me grita—; veas qué tiene el chico; +mueve la boca, hace muecas.» Acudo. Tenía la cara ennegrecida... como si +la cubriese un velo. Abrió la boquita... dos muecas, con los ojos +entelados, y dobló el cuello.... Lo mismo que un pajarillo... lo mismo.</p> + +<p>Y lloraba, repitiendo tenazmente la semejanza entre su hijo y los +pájaros que caían en invierno muertos de frío.</p> + +<p>El campanero miraba sombríamente a Gabriel.—Tú que lo sabes todo: +¿verdad que ha muerto de hambre?</p> + +<p>Y el <i>Tato</i>, con su impetuosidad escandalosa, decía a gritos:</p> + +<p>—¡No hay justicia en el mundo! ¡Esto se ha de arreglar! ¡Mire usted que +morir de hambre una criatura en una casa donde corre el dinero y tantos +tíos se visten de oro...!</p> + +<p>Cuando se llevaron al muertecito camino del cementerio, pareció que el +claustro quedaba abandonado. Toda su vida se reconcentró en la casa del +zapatero. Las mujeres rodeaban a la madre. La desesperación enfurecía a +aquella mujer débil y enferma. Ya no lloraba: la muerte de su hijo la +había vuelto feroz. Quería morder, estrellarse el cráneo contra las +paredes.</p> + +<p>—¡Ay...! ¡mi hijooo! ¡mi Antoñito!</p> + +<p>Por las noches se quedaban en la casa Sagrario y otras mujeres para +cuidar de ella. En su desesperación quería hacer responsable a alguien +de la desgracia, y se fijaba en los más altos de las Claverías. Don +Antolín no la había auxiliado con la más pequeña limosna; su remilgada +sobrina apenas si había entrado a ver al pequeñuelo. A ella sólo le +interesaban los hombres.</p> + +<p>—El <i>Vara de plata</i> tiene la culpa—gritaba la pobre mujer—. Es un +ladrón. Exprime nuestra miseria con sus trampas de usurero. Ni un +céntimo ha dado para mi hijo.... Y la tal Mariquita es un pendón.... Lo +digo yo, sí, señor. Sólo piensa en emperejilarse para que la vean los +cadetes.</p> + +<p>—Mujer, te van a oír—decían suplicantes y con miedo algunas mujeres.</p> + +<p>Pero otras protestaban de este temor. ¡Que le oyesen don Antolín y su +sobrina! ¿Y qué? En las Claverías ya estaban hartos de las rapacidades +de aquel tío y los aires de gran señora que se daba la fea. Porque ellas +fuesen pobres no iban a pasarse la vida temblando ante aquella pareja. +¡Dios sabe lo que harían el tío y la sobrina solos en su casa...!</p> + +<p>Un soplo de rebelión pasaba sobre aquel mundo adormecido. Era la +influencia inconsciente de Gabriel. Lo que él decía a sus amigos había +sido transmitido a todos los hombres de las Claverías, llegando hasta +las mujeres. Eran ideas confusas y truncadas que muy pocos comprendían, +pero les acariciaban como aire fresco y puro, reanimando sus espíritus. +Sonábanles en los oídos como un eco grato del mundo exterior. Les +bastaba con saber que aquella vida de paz y de miserable sumisión en que +habían estado hasta entonces no era inmutable, que ellos tenían derecho +a más, y los humanos deben rebelarse ante la injusticia y la imposición.</p> + +<p>Don Antolín, que conocía bien el rebaño confiado a su custodia, no tardó +en percatarse del trastorno moral. Adivinaba en derredor de su persona +la hostilidad y la rebeldía. Los deudores le contestaban altivamente, +alegando la miseria como un derecho para no sufrir su avaricia; sus +órdenes imperiosas tardaban en ser ejecutadas, y tenía la percepción +clara de que al andar por el claustro se reían a su espalda o le hacían +gestos amenazadores. Un día sintió temblar sus piernas y que los ojos se +le nublaban de emoción al oír cómo contestaba el perrero, a una de sus +reprimendas por haber vuelto tarde a la catedral, obligándole a abrir la +puerta cuando ya iba a acostarse. El <i>Tato</i> le hizo saber con expresión +insolente que se había comprado una navaja y deseaba estrenarla en las +tripas de cualquier cura explotador de los pobres.</p> + +<p>La sobrina se quejaba a don Antolín. No la hacían caso, la despreciaban; +ya no venía ninguna mujer a ayudarla gratuitamente en sus faenas. La +respondían insolentemente que la que necesitase criadas debía pagarlas. +¿En qué pensaba su tío? Ya era hora de imponer su autoridad, de meter en +un puño a la gentuza.</p> + +<p>Pero ella, tan animosa y enérgica dentro de su casa, tenía que retirarse +bufando de coraje o llorando apenas se asomaba a la puerta. Todas las +mujeres de las Claverías querían vengarse de su antigua servidumbre, +puestas ya en la pendiente del desacato.</p> + +<p>—Miradla—gritaba la zapatera a sus vecinas—. Siempre tan compuesta la +tía fea. Se adorna con la sangre que el querindango de su tío chupa de +los pobres.</p> + +<p>Y de las rejas de las Claverías altas, que daban sobre los tejados, +salía siempre alguna voz entonando la antigua copla, inspirada sin duda +por el jardín de la catedral:</p> + +<div class="poem"><div class="stanza"> +<span class="i2"><i>Las amas de los curas</i><br /></span> +<span class="i0"><i>y los laureles</i>,<br /></span> +<span class="i0"><i>como nunca dan fruto</i><br /></span> +<span class="i0"><i>siempre están verdes</i>.<br /></span> +</div></div> + +<p>Esto es lo que acababa con la paciencia de don Antolín: la injuriosa +suposición sobre él y la sobrina, que turbaba su castidad de avaro. +Visitó al cardenal para quejarse de las gentes del claustro, y Su +Eminencia, que vivía en perpetua indignación, se enfureció escuchándole, +faltando poco para que le pegase. ¿Por qué le iba a él con tales +cuentos? ¿Para qué le había concedido autoridad? ¿Es que bajo la sotana +no tenía nada de hombre? El que faltase a la buena disciplina de la +casa, ¡a la calle inmediatamente! Más energía, y cuidado con molestarle +de nuevo por tales insignificancias, pues entonces quien iría a la calle +sería el <i>Vara de plata</i>.</p> + +<p>Don Antolín sintióse más animoso después de esta entrevista, aunque juró +mentalmente no visitar otra vez al temible prelado. Estaba resuelto a +imponer su autoridad castigando al más débil, que era para él el origen +de tales escándalos. Expulsaría de las Claverías al zapatero, ya que +estaba en ellas sin otro derecho que haber nacido allí su mujer. +Mariquita, alborozada por la energía de su tío, debió hablar a alguien +de tales propósitos, y la noticia circuló por el claustro.</p> + +<p>Don Antolín no osó seguir adelante, aterrado por la unanimidad con que +toda la población se alzó silenciosamente frente a él.</p> + +<p>El <i>Tato</i> le miraba con ojillos burlones y amenazantes, en los que el +<i>Vara de plata</i> creía leer: «Acuérdate de la navaja.» Pero lo que más +aterraba a don Antolín era el silencio del campanero, la mirada hosca y +dura con que respondía a sus palabras.</p> + +<p>Hasta el bueno de Esteban, el <i>Vara de palo</i>, protestaba a su modo, +diciendo con dulzura a don Antolín:</p> + +<p>—Pero ¿es verdad que usted quiere echar al zapatero? Hará usted mal, +muy mal. Al fin es un pobre, y su mujer nació en este claustro. Estas +novedades traen siempre desgracia, don Antolín.</p> + +<p>Y el sacerdote, falto de apoyo, viendo la hostilidad por todos lados, +dejaba para el día siguiente las resoluciones enérgicas, riñendo a su +sobrina cuando ésta le echaba en cara su debilidad.</p> + +<p>El canónigo Obrero, de quien impetraba socorro, no quería turbar la +calma beatífica de su existencia mezclándose en la rebelión de la gente +menuda. Era asunto del <i>Vara de plata</i>; podía castigar y despedir a +quien quisiera sin miedo alguno. Pero don Antolín, temblando ante la +responsabilidad que le podían acarrear las decisiones enérgicas, acabó +por entregarse a Gabriel, solicitando su apoyo. Aquel hombre era el que +ejercía la verdadera autoridad en el claustro alto. Todos le escuchaban, +siguiendo ciegamente sus consejos.</p> + +<p>—Ayúdame, Gabrielillo—decía el sacerdote con expresión angustiosa—. +Si tú no pones orden, esto acabará muy mal. Se me burlan, hasta insultan +a mi pobre sobrina, y un día echaré a la calle la mitad de la gente de +las Claverías, pues tengo facultades de Su Eminencia para todo... ¡Ay, +Señor! Yo no sé qué ha pasado aquí. El demonio debe ir suelto por el +claustro alto. ¡Cómo me han cambiado a esta gente!</p> + +<p>Luna adivinaba el pensamiento de don Antolín: entendía sus alusiones al +demonio que andaba suelto por las Claverías. Aquel demonio era él. Tenía +razón el <i>Vara de plata</i>. Sin quererlo, había introducido la +perturbación en la catedral. Buscaba calma y olvido en aquel refugio, y +el espíritu de rebelión le había seguido hasta su escondrijo. Recordaba +sus propósitos del primer día, cuando se vio solo en el silencioso +claustro. Quería ser una piedra más de la catedral, no reflexionar, no +sentir, pasar el resto de su existencia agarrado a aquella ruina, con la +vida embrionaria del musgo de los contrafuertes. Pero el espíritu del +mundo exterior había entrado en él.</p> + +<p>Luna recordaba a los viajeros que en tiempos de peste atraviesan el +cordón sanitario. Están sanos y contentos; nada delata la enfermedad en +sus cuerpos. Pero los gérmenes destructores van en los pliegues de sus +ropas y en sus cabellos; conducen la muerte sin saberlo, y la esparcen +sin darse cuenta saltando las barreras y los obstáculos. Él era lo +mismo; pero en vez de propagar la muerte, esparcía la vida tumultuosa y +rebelde. La protesta de los de abajo, que hacía más de un siglo rugía +sobre el mundo, alterando su superficie con el oleaje revolucionario, +entraba con él por primera vez en aquel fragmento del siglo XVI que aún +subsistía. Había despertado a aquellos hombres, iguales a los durmientes +de la leyenda, inmóviles como estatuas en su cueva, mientras pasaban los +siglos y la tierra se transformaba.</p> + +<p>La presencia de Luna en la catedral había ejercido un efecto disolvente. +Era una inyección de líquido antiséptico en el tumor del pasado. Todo se +alteraba; veníanse abajo la sumisión y el respeto, obra de siglos.</p> + +<p>El despertar de aquellas gentes era impetuoso, como el de un pueblo en +revolución. Se avergonzaban de los antiguos errores que habían adorado, +y esto les hacía acoger como indiscutible todo lo nuevo, sin +atemorizarse ante las consecuencias.. Era la fe del pueblo, que, una vez +toma carrera hacia delante, lo acepta todo, lo defiende todo, sin otra +condición que la de la novedad, y desprecia los principios tradicionales +que acaba de abandonar.</p> + +<p>La sumisión cobarde del <i>Vara de plata</i> era la primera victoria de los +más audaces que formaban el acompañamiento de Luna. El sacerdote avaro y +despótico bajaba los ojos ante ellos y sonreía con el deseo de ser +agradable. Esto se lo debían al maestro. Él era ahora el verdadero amo +del claustro alto. Don Antolín le consultaba antes de tomar una +disposición, y la fea de su sobrina sonreía a Gabriel como podrían +sonreír a un héroe triunfador las hijas de los vencidos ofreciéndose.</p> + +<p>Ya no se ocultaban en las habitaciones del campanero para reunirse. +Formaban corro por las tardes en el claustro, hablando de las audaces +doctrinas enseñadas por Luna, sin que les intimidara aquel ambiente +religioso. Se sentaban con aire de señores, rodeando al maestro, +mientras por la galería opuesta paseaba el <i>Vara de plata</i> como un +fantasma negro, leyendo su libro de horas y lanzando de vez en cuando +una mirada triste sobre el grupo. ¡Hasta su antiguo vasallo el cura de +las monjas se atrevía a abandonarle para escuchar a Gabriel!</p> + +<p>Don Antolín, con su malicia de servidor eclesiástico, adivinaba la +intensidad del daño producido por Luna. Pero al momento, su egoísmo se +sobreponía a la reflexión. Que hablase. ¿Y qué? Un poco de orgullo en +aquella gente y nada más. Todo palabras y humo en la cabeza. ¡Mientras +no pidiesen dinero...! En cambio, tenía un buen auxiliar en Luna, que, +compartiendo la autoridad con él, le evitaba sinsabores y la catedral +disponía gratuitamente de un intérprete para los extranjeros. Algunos de +éstos se hacían lenguas de la gran ilustración de los «sacristanes» de +Toledo, elogio que acogía don Antolín como si fuese dedicado por entero +a su persona.</p> + +<p>Gabriel se alarmaba más que el <i>Vara de plata</i> del efecto de sus +palabras. Sentíase arrepentido del momento en que habló por primera vez +de su pasado y sus ideales. Buscaba la paz y el silencio, y le rodeaba +en pequeñas proporciones el mismo ambiente de proselitismo y ciegos +entusiasmos que en su época de martirio. Deseaba anularse y desaparecer +al penetrar en la catedral, y la suerte se burlaba, resucitando al +agitador en pleno escondite, para turbar la paz de aquella ruina. La +sociedad le había olvidado, y él, inconscientemente, se agitaba, +llamando la atención del mundo exterior.</p> + +<p>El entusiasmo de aquellos neófitos era un peligro. Su hermano el <i>Vara +de palo</i>, sin comprender toda la extensión del mal, le avisaba con su +buen sentido.</p> + +<p>—Estás trastornando las cabezas de esos pobres con las cosas que les +dices. Ten cuidado; son muy buenos, pero muy brutos. Cuando se ha sido +ignorante toda la vida, es peligroso querer convertir de un golpe a los +hombres en sabios. Es como si a mí, que estoy acostumbrado al pucherete +casero, me llevasen hoy a la mesa de Su Eminencia. Me atracaría, +bebería fuerte, pero a la noche tendría un cólico y tal vez estírase la +pata.</p> + +<p>Gabriel reconocía la verdad de estos consejos prudentes. Pero no podía +retroceder: le arrastraba el afecto de sus discípulos y su antiguo afán +de propagandista. Era para él un placer el asombro de aquellos +pensamientos vírgenes entrando a la desbandada en las habitaciones +luminosas construidas por el pensamiento humano durante siglos.</p> + +<p>La descripción de la humanidad del porvenir enardecía el entusiasmo de +Luna. Hablaba de la felicidad de los hombres después de un golpe +revolucionario que cambiase la organización de la humanidad, con +arrobamiento místico, como un predicador cristiano al describir el +cielo.</p> + +<p>El hombre debía buscar la felicidad únicamente en este mundo. Tras de la +muerte sólo existía la vida infinita de la materia, con sus innumerables +combinaciones; pero el ser humano anulábase como la planta o la bestia +irracional: caía en la nada al caer en la tumba. La inmortalidad del +alma era una ilusión del orgullo humano, que explotaban las religiones, +haciendo de esta mentira su fundamento. Sólo en la vida podía +encontrarse el cielo del hombre. Todos iban embarcados por la inmensidad +en el mismo navio: la Tierra. Todos eran camaradas de peligros y luchas, +y debían mirarse como hermanos, buscando el bienestar común. ¿A qué el +reparto desigual de los víveres, la división de castas, la competencia +en el trabajo, y sobre todo, la lucha por la existencia, que los +filósofos y poetas de la clase explotadora pintaban como una condición +indispensable de progreso...? El comunismo era la santa aspiración de la +humanidad, el ensueño divino del hombre desde que comenzó a pensar, en +los albores de la civilización. Habían intentado establecerlo las +religiones. Pero la religión había fracasado, estaba moribunda, y sólo +la ciencia podía imponerlo al porvenir. Debían desandar lo andado, ya +que la humanidad marchaba por un camino de perdición: era forzoso volver +al punto de partida. El primero que por haber cultivado una porción de +tierra, después de recolectar el fruto del trabajo la creyó suya para +siempre, dejándola como propiedad a sus hijos, que buscaron otros +hombres para que la cultivasen, ése era un ladrón, un detentador de la +fortuna universal. Y lo mismo los que se aprovechaban de los inventos +del genio humano, máquinas, etc., para beneficio de una pequeña minoría +explotadora, sujetando al resto de los hombres a la ley del hambre. No; +todo era de todos. La tierra pertenecía a los humanos, sin excepción, +como el sol y como el aire. Sus productos debían repartirse entre todos, +con arreglo a sus necesidades. Era vergonzoso que el hombre, que sólo +aparecía un instante sobre el planeta, un minuto, un segundo, pues su +vida no equivalía a más ante la vida de la inmensidad, pasase este soplo +de existencia peleándose con el semejante, robándolo, agitado por la +fiebre del despojo, sin gozar siquiera la majestuosa calma de la bestia +feroz, que, cuando ha comido, reposa, sin ocurrírsele causar daño por +vanidad o avaricia. No debían existir ricos ni pobres: hombres nada más. +La única división inevitable sería la de los cerebros mejor o peor +organizados. Pero los sabios, por el hecho de serlo, debían mostrar su +grandeza sacrificándose por los simples, sin querer ayudar con ventajas +materiales las grandezas del espíritu, ya que en los estómagos no caben +categorías ni eminencias. Todo lo que existe, hasta el más +insignificante producto que el hombre cree obra exclusiva suya, es +debido a las generaciones del pasado y del presente. ¿Con qué derecho +podía decir nadie: «Esto es mío, mío nada más»...? Al hombre no le +consultan antes de formarse si quiere surgir a la vida. Nace, y por +nacer tiene derecho al bienestar. Gabriel proclamaba su fórmula suprema: +«Todo de todos, y el bienestar para todos.»</p> + +<p>Sus amigos escuchaban con religioso silencio. Grabábase profundamente en +su pensamiento el derecho al bienestar, la afirmación que más cruelmente +contrastaba con su miseria, vejada por las suntuosidades del templo.</p> + +<p>Don Martín, el cura joven, era el único que tímidamente oponía algunas +objeciones al maestro. Había que saber si cuando todo fuese de todos, +cuando el hombre tuviese reconocido su derecho a la felicidad, sin leyes +ni coacciones que le obligasen a la producción, querría trabajar, siendo +el trabajo una necesidad y no una virtud, como dicen para embellecerlo +los que lo explotan.</p> + +<p>Gabriel afirmaba rotundamente la laboriosidad del porvenir. El hombre +futuro trabajaría sin que le obligasen las necesidades. No le guiaría el +cuerpo con sus imperiosas peticiones; le inspiraría su conciencia la +noción clara de la solidaridad con sus semejantes, la certeza de que, +desertando del deber social, otros imitarían su ejemplo, y resultaría +imposible la vida común, retrocediéndose a los tiempos actuales de +miseria y rapiña.</p> + +<p>—¿Por qué no matan y roban—exclamaba Gabriel—los pocos hombres cultos +y de conciencia sana que existen en esta época? No es por miedo a la ley +y a sus representantes, pues una inteligencia clara, por poco que se +esfuerce, puede encontrar medios para burlarlos. No es tampoco por miedo +a las penas eternas ni a los castigos divinos, pues esos hombres no +creen en tales invenciones del pasado. Es por ese respeto al semejante +que siente todo espíritu superior; por la consideración de que la +violencia debe ser evitada, ya que, si todos se entregasen a ella, la +vida social desaparecería... Cuando este pensamiento, que hoy es el de +unos pocos, se extienda, abarcando a toda la humanidad, los hombres +vivirán por su propia conciencia, sin leyes y sin gendarmes, trabajando +por deber social, sin necesitar del hombre como único resorte de +actividad y de la explotación sin entrañas como único medio de descanso.</p> + +<p>Luna, al través de sus ardores de revolucionario, no se hacía ilusiones +sobre el presente. La humanidad era todavía una tierra infecta en la que +se corrompían las mejores semillas, dando, cuando más, frutos venenosos. +Había que aguardar a que se completase en la conciencia humana la +revolución igualitaria que se había iniciado aún no hacía un siglo. +Después de esto sería posible y fácil cambiar las bases de la sociedad. +Él tenía una fe ciega en el porvenir. El hombre progresaba del mismo +modo que las sociedades. Éstas contaban sus evoluciones por siglos y el +ser humano por millares de años. ¿Cómo comparar al hombre de hoy con el +animal bípedo de la época prehistórica, llevando aún visibles los restos +de la animalidad de que acababa de despojarse, viviendo en camaradería +con sus abuelos los monos, sin más diferencia que el primer balbuceo del +lenguaje y la vacilante chispa que comenzaba a arder en su cerebro?</p> + +<p>De la bestia hambrienta de los primeros tiempos, perseguida por las +crueldades de la Naturaleza y viviendo en fraternal miseria con los +animales inferiores, salía el hombre de hoy, que afirmaba su soberanía +sobre los ascendientes, dominando a la Naturaleza. Del hombre de hoy, en +el que todavía se equilibran las pasiones de la antigua animalidad con +el naciente desarrollo del pensamiento, surgiría el ser superior y +perfecto soñado por los filósofos, limpio de egoísmos bestiales y atento +a convertir en un período de bienestar igualitario la vida actual, cruel +y agitada por la incertidumbre.</p> + +<p>La animalidad todavía dominante en el hombre exasperaba a Gabriel. Era +el obstáculo con que tropezaban los planes generosos del porvenir. Y +exponía ante sus oyentes atónitos las transformaciones de la creación +natural y el origen del hombre: el inmenso poema de las evoluciones de +la Naturaleza, desde el protoplasma originario hasta las infinitas +variedades de la vida. Aún llevábamos en nosotros las marcas del origen. +Había que reírse del Dios personal de los judíos, que había modelado en +barro al hombre, lo mismo que un estatuario. ¡Desdichado artista! La +ciencia señalaba en su obra descuidos y chapuces, sin que él pudiera +justificar tales faltas. El vello de nuestros cuerpos no nos sirve de +abrigo como el pelo de los animales: ¿para qué, pues, crearlo? ¿Para qué +dar tetillas a los machos humanos, si no pueden servirles para la +lactancia? ¿Para qué situar la columna vertebral en el dorso del cuerpo, +lo mismo que en los cuadrúpedos, cuando lo lógico, al «crear» al hombre +sostenido sobre los pies, era colocarla en el centro del cuerpo como eje +fortísimo, evitando las desviaciones y enfermedades de la espina que hoy +sufre por este desequilibrio en la sustentación de su peso?</p> + +<p>Gabriel enumeraba las incongruencias inexplicables que se encontraban en +el cuerpo humano suponiéndole un origen divino.</p> + +<p>—A mí—decía—me enorgullece más mi origen animal, ser un descendiente +histórico de seres inferiores, que haber salido imperfecto de las manos +de un Dios torpe. Siento la misma satisfacción que los nobles hablando +de sus ascendientes, cuando pienso en nuestros remotísimos abuelos los +hombres bestias, sometidos como todos los animales a los ciegos rigores +de la Naturaleza, y que poco a poco, a través de centenares de siglos, +se transforman y triunfan, desarrollando su espíritu, su cerebro y sus +instintos sociales. Creando los vestidos, el alimento condimentado, las +armas, las herramientas y las habitaciones, neutralizaron las +influencias exteriores de la Naturaleza. ¿Qué héroe ni descubridor, en +los cuatro mil años que comprende nuestra historia, puede compararse con +aquellos esbozos de hombres que lentamente afirmaron sobre la tierra la +existencia de nuestra especie, mil veces expuesta a desaparecer...? El +día en que nuestro abuelo prehistórico guardó al enfermo y al herido, en +vez de abandonarlo, como venían haciéndolo todos los animales; en que +plantó la primera simiente y arrojó la primera flecha, la Naturaleza +presenció la más grande de las revoluciones. Sólo otra en el porvenir +podía igualarla: si el hombre libertó su cuerpo en tiempos remotos, le +falta ahora la gran revolución del espíritu. Las razas que lleguen más +lejos en su desarrollo intelectual quedarán al fin solas, anularán a +las demás y serán señoras de la tierra. Los menos sabios de entonces +serán tal vez superiores a los espíritus más cultivados del presente. +Cada individuo encontrará su felicidad en la felicidad del semejante y +nadie soñará con ejercer coacción sobre el vecino. No existirán leyes, +ni penas, y las asociaciones voluntarias suplirán, por la influencia de +la razón, las imposiciones presentes del autoritarismo. Esto será en lo +porvenir... lejos, muy lejos. Pero ¡qué significan los siglos en la vida +de la humanidad! Son como segundos de nuestra existencia. El día que el +hombre se transforme en ese ser superior, con todo el desarrollo de sus +facultades intelectuales, hoy casi embrionarias, la tierra ya no será el +valle de lágrimas de que hablan las religiones, sino un paraíso como no +lo soñaron los poetas.</p> + +<p>A pesar del entusiasmo con que hablaba Gabriel, sus oyentes no parecían +participar de tales ilusiones. Callaban, pero su gesto era de frialdad +ante la distancia enorme de aquel porvenir en el que depositaba el +maestro sus esperanzas de bienestar. Ellos lo querían al momento, con la +avidez del niño al que se muestra una golosina poniéndola después fuera +de su alcance. El sacrificio, la obra lenta en favor del porvenir, no +les entusiasmaba. De las explicaciones de Gabriel deducían la certeza de +que eran infelices, teniendo el mismo derecho al bienestar que aquellos +privilegiados a los que antes respetaban en su ignorancia. Puesto que +les correspondía una parte de la felicidad humana, la querían al +momento, sin demoras ni resistencias, con el ardor del que reclama lo +que le pertenece. Y Luna notaba en este silencio cierta rebeldía +semejante al irónico gesto con que los compañeros de Barcelona acogían +sus ilusiones sobre el porvenir y sus anatemas a las violencias de la +acción.</p> + +<p>Los ardientes neófitos se distanciaban de su iniciador. Le oían con +respeto, pero necesitaban aislarse de él para digerir a su modo las +enseñanzas. Don Martín era el único que le seguía en su marcha ilusoria +por el porvenir. El campanero, el manchador, el zapatero y el <i>Tato</i> +subían por la noche a las habitaciones de la torre sin llamar al +maestro, y allí exhalaban su odio contra lo existente, frente a las +estampas olvidadas, amarillentas y rugosas que reproducían los episodios +sin gloria de la guerra carlista.</p> + +<p>La nocturna reunión era una queja continua contra la injusticia social. +Se sentían más desgraciados al darse cuenta exacta de su estado. El +zapatero recordaba con los ojos lacrimosos al pequeñuelo muerto de +hambre, y hablaba de la miseria de su prole, tan numerosa que hacía +inútil su trabajo. El manchador exhibía su vejez miserable, los seis +reales diarios durante toda su vida, sin esperanzas de llegar a más. El +<i>Tato</i>, en sus arranques de gallito bravucón, proponía degollar una +tarde en el coro a todos los canónigos, prendiendo después fuego a la +catedral. Y el campanero, sombrío y ceñudo, repetía en alta voz, +continuando el curso de sus pensamientos:</p> + +<p>—Y abajo, tantas riquezas que no sirven a nadie... amontonadas por puro +orgullo... ¡Ladrones!, ¡ladrones...!</p> + +<p>Gabriel volvió a pasar los días al lado de Sagrario. Los discípulos se +ocultaban cada vez con más empeño en su aislamiento de la torre. Don +Martín tenía a su madre enferma y no abandonaba el convento.</p> + +<p>El <i>Vara de plata</i> estaba satisfecho de Luna viéndolo solo. Creía que +era él quien había repelido a los discípulos, cortando de este modo sus +peligrosas conversaciones, para restablecer el buen orden en el +claustro. Un día le abordó, sonriéndole con expresión protectora:</p> + +<p>—Vas a tener, Gabrielillo, antes de lo que piensas, el premio de tu +buena conducta. ¿No te dije que buscaría algo para ti, a cambio de que +me ayudases a enseñar el Tesoro? Pues ya lo tienes. Desde la próxima +semana te caerán en el bolsillo todos los días dos pesetas como dos +soles. ¿Eres capaz de quedarte por la noche en la catedral...? El +guardián más viejo, uno que fue guardia civil, está cansado y se va a su +pueblo. Parece que desde que murió el perro le ha tomado antipatía al +servicio. El otro guardián está enfermucho y necesita compañero. +¿Quieres serlo tú? Si estuviésemos en invierno, nada te diría. Toses +demasiado para pasar la noche abajo. Pero en verano, la catedral es el +sitio más fresco de Toledo. ¡Las grandes noches! Y cuando llegue el mal +tiempo ya te buscaremos otra colocación mejor. Tú eres de confianza, +aunque algo ligero de cabeza; de una familia honrada y conocida, que es +lo que se pide. ¿Aceptas...?</p> + +<p>Luna aceptó, imponiendo su voluntad a Esteban cuando éste quiso +protestar alegando su falta de salud. Sólo haría el servicio de +vigilancia mientras durase el verano. Además, eran dos pesetas diarias, +casi más de lo que ganaba el <i>Vara de palo</i>. Los ingresos de la casa +iban a doblarse, y no era cosa de perder tan buena ocasión.</p> + +<p>Por la noche, Sagrario habló a su tío, admirando aquella energía que le +impulsaba a aceptar toda clase de trabajos para no ser gravoso a la +familia.</p> + +<p>Estaban en el claustro, apoyados en la balaustrada. Abajo, el jardín +obscuro, con sus penachos negros y ondulantes; arriba, un cielo de +verano, esfumado por la bruma calurosa, que empañaba el brillo de los +astros. Estaban solos en la cuádruple galería. La ventana iluminada del +camaranchón del maestro de capilla trazaba un cuadro rojo en los tejados +de enfrente. Sonaba el armónium con melancólica lentitud, y al callarse +pasaba y repasaba por el cuadro rojo la sombra del músico, con sus +nerviosos movimientos, que, agrandados por el reflejo, se convertían en +muecas grotescas.</p> + +<p>La calma nocturna y la obscuridad envolvían en dulce caricia a Gabriel y +Sagrario. Descendía de lo alto esa frescura misteriosa que parece +reanimar el espíritu y agrandar los recuerdos. La iglesia era para ellos +como una bestia enorme y dormida, en cuyo regazo encontraban +tranquilidad y defensa.</p> + +<p>Gabriel hablaba del pasado, para convencer a la joven de que nada +valían sus trabajos en la catedral. Él había sufrido mucho. No existía +amargura que no hubiese paladeado. Había tenido hambre, mucha hambre, en +sus peregrinaciones por el mundo. No sabía qué era más penoso, si los +martirios en la mazmorra del castillo lúgubre o los días de +desesperación en las calles de poblaciones populosas, viendo las viandas +y el oro tras el cristal de los escaparates, rodeado por el lujo y +sintiendo girar su cabeza con el vahído del hambre. Aún podía tolerar su +miseria cuando marchaba solo, al través del egoísmo feroz de la +civilización. Los tiempos horribles habían sido al compartir su pobreza +vagabunda con Lucy, la compañera dulce y melancólica.</p> + +<p>Y Gabriel hablaba de la inglesa como de una hermana muerta.</p> + +<p>—La hubieses amado, Sagrario, al conocerla. Era la mujer fuerte, la +compañera valerosa, unida a mí por la comunidad de pensamientos más que +por la atracción de la carne. La quise desde que la conocí. No sé si fue +amor lo que sentíamos. Han mentido tanto los poetas sobre el amor, lo +han falseado de tal modo, exagerándolo, que ya no se sabe ciertamente lo +que es.</p> + +<p>Y hablaba a la joven del amor, explicándolo según sus creencias. Era una +«afinidad electiva»; así lo había definido Goethe, sobreponiéndose el +sabio al poeta, sacando la frase de la química, que da tal nombre a la +tendencia de dos cuerpos a combinarse formando un nuevo producto +distinto. Dos seres entre los cuales no existe afinidad podían +encontrarse, por leyes falsas de la vida, en continuo contacto, y sin +embargo, no compenetrarse, no confundirse. Esto ocurría las más de las +veces entre los individuos de distinto sexo que pueblan la tierra. Se +rozan, pero no se compenetran ni confunden. Existe el sentimentalismo +pasajero, el capricho carnal, nunca el amor. Lucy, la pobre enferma, era +el ser afín al suyo: se vieron y se amaron. La conmiseración por las +miserias humanas, el odio a la desigualdad y la injusticia, la +abnegación por los humildes y los desgraciados, eran iguales en los dos. +No sólo estaban unidos por el corazón: sus cerebros se besaban.</p> + +<p>Era fea, con una fealdad dulce y triste que le parecía a Luna el supremo +ideal de la belleza en un mundo de desgraciados y de víctimas. Era la +imagen de la mujer del pueblo criada en los tugurios de los barrios +obreros, en las grandes metrópolis: anémica por el aire mefítico del +cubil donde nació, por la alimentación mala y deficiente; con el cuerpo +escuálido, paralizadas en su desarrollo los gracias femeniles por el +rudo trabajo realizado en plena niñez. Los labios, que las grandes +señoras se pintaban de rojo, los tenía ella de color de violeta. Lo +único hermoso de su rostro eran los ojos, las ventanas del llanto, +agrandados por las noches de frío pasadas en la calle, por el horror de +las escenas vistas en la niñez, cuando el padre se emborrachaba, con el +deseo embrutecedor del obrero que quiere olvidar, y después de +imaginarse un paraíso en la taberna, se enfurece ante la miseria de su +casa y aporrea a la familia.</p> + +<p>—Era como sois todas las mujeres nacidas abajo, Sagrario. Vuestra +hermosura dura un momento: únicamente se sostiene en pleno estallido de +la juventud. La hembra del pobre no puede ser hermosa si no huye de su +clase. El hambre y el trabajo son enemigos de la belleza. La labor +diaria la hace perder su frescura y su fuerza. La maternidad en plena +miseria le absorbe hasta la médula de los huesos. Y cuando, terminado el +trabajo, vuelve a su casa, barre, lava y se consume como una momia ante +el humoso hornillo de la cocina. Yo amé a Lucy por esto, porque estaba +consumida y agotada por la explotación, porque era la virgen obrera en +toda su melancólica decadencia, nacida hermosa y afeada por la +injusticia social.</p> + +<p>Acordábase del furor inquebrantable y frío de aquella mujercita, que +hablaba tranquilamente de la suprema venganza de los caídos, del +desquite de largos siglos de opresión. Mostrábase más radical y feroz +en sus ilusiones que Gabriel, y éste alababa sus audacias de +propagandista, sus peligrosas excursiones por las grandes ciudades, +entre la policía puesta en guardia, llevando al brazo la caja vieja de +sombreros llena de impresos que podían conducirla a la cárcel. Era la +miss animosa de la propaganda evangélica que recorre el globo +esparciendo Biblias con fría sonrisa, sin miedo a las burlas de los +civilizados ni a la brutalidad de los salvajes; pero lo que Lucy +repartía eran excitaciones a la revuelta, y no buscaba a los dichosos, +sino a los desesperados, en las fábricas y en los arrabales infectos. +Los dos sufrieron hambre; viéronse separados por la persecución y el +encierro; pero volvían a unirse, continuando la novelesca correría, +hasta que la miseria y la tisis acabaron con ella.</p> + +<p>Gabriel lloraba recordando sus últimas entrevistas en un hospital de +Italia, limpio y pulcro, con ese ambiente helado de la caridad. Como no +era su marido, sólo podía visitarla dos veces por semana. Se presentaba +andrajoso y cabizbajo, y la veía en un sillón, cada vez más pálida y +flaca, con una transparencia de cera y los ojos extrañamente agrandados. +Sabía un poco de todo, y no se le ocultaba la gravedad de su mal. +Esperaba tranquila la muerte. «Tráeme rosas», decía sonriendo a Gabriel, +como si en el último instante de su vida quisiera comulgar con la +belleza natural de un mundo afeado y entenebrecido por los hombres. Y el +compañero se mantenía de pan seco, impetraba el auxilio de los camaradas +menos pobres que él, dormía al raso, para llevarla en la inmediata +visita un ramo de flores.</p> + +<p>—Murió, Sagrario—gimió Luna—. No sé dónde la enterraron: tal vez +serviría para una lección en la sala de anatomía; cayó en la fosa común, +como esos soldados cuyo heroísmo queda en la obscuridad. Pero yo la veo +todavía; me ha seguido en todos mis infortunios; parece que ahora +resurge en ti.—Pero, tío—dijo dulcemente Sagrario, emocionada por el +relato, yo no puedo hacer lo que ella; yo soy una infeliz, sin valor y +sin voluntad.</p> + +<p>—Llámame Gabriel—dijo Luna con vehemencia—. Tú eres mi antigua Lucy, +que de nuevo sale a mi camino. Sábelo de una vez: hace tiempo que +examino mis sentimientos, que analizo mi voluntad, y tengo una certeza: +te amo, Sagrario.</p> + +<p>La joven hizo un movimiento de sorpresa, alejándose de él.</p> + +<p>—No te separes, no me temas. Ni yo soy un hombre, ni tú eres ya una +mujer. Has sufrido mucho, has dicho adiós a las alegrías de la tierra, +eres fuerte por el infortunio y puedes mirar cara a cara a la verdad. +Somos dos náufragos de la vida: sólo nos resta esperar y morir en el +islote que nos sirve de refugio. Estamos deshechos, rasgados y +arrollados: la muerte se incuba en nuestras entrañas; somos harapos +caídos e informes después de haber pasado por los engranajes de una +sociedad absurda. Por esto te quiero: porque eres igual a mí en la +desgracia. La afinidad electiva nos une. La pobre Lucy era la obrera +debilitada por la explotación, envenenada desde su nacimiento por la +miseria; tú eres la hija del pueblo atraída fuera del hogar por el +encanto del bienestar de los privilegiados; seducida, no por el amor, +sino por el capricho de los felices, la doncella llevada en sacrificio +al Minotauro, cuyos restos se arrojan después al estercolero. Te amo, +Sagrario; somos dos fugitivos de la sociedad que deben hacer su camino +juntos; a mí me detestan por peligroso; a ti te desprecian por impura: +la desgracia nos empuja. Nuestros cuerpos están envenenados, llevamos +las heridas del vencido; pero antes de morir alegremos nuestra +existencia con el amor; pidamos rosas, como la pobre Lucy.</p> + +<p>Y estrechaba las manos de la joven, que, aturdida por las palabras de +Gabriel, no sabía qué decir y lloraba dulcemente. Arriba, en el piso +alto de las Claverías, seguía sonando el armónium del maestro. Luna +conocía aquella música. Era el último lamento de Beethoven, el «es +preciso» que cantaba el genio ante la muerte con una melancolía que +causaba escalofríos.</p> + +<p>—Te amo, Sagrario—continuó Gabriel—. Desde que te vi volver a casa, +arrostrando con el valor resignado de la víctima la odiosa curiosidad de +las gentes, me interesé por ti. He pasado semanas y meses junto a tu +máquina viendo cómo trabajabas. Te estudiaba: leía en ti. Eres un ser +sencillo; tu alma no tiene los repliegues y escondrijos de esos seres +complicados y tortuosos por las malicias de la civilización. Adivinaba +día por día en tu mirada dulce, en la atención con que me escuchabas, el +agradecimiento por lo poco que hice en tu favor. Recordabas el período +negro de tu vida, la esclavitud de la carne entre hombres bestiales +enloquecidos por los ardores del sexo, y al verme siempre dulce contigo, +protegiéndote contra la ira del padre y la curiosidad de la gente, tu +agradecimiento ha ido creciendo y creciendo, y hoy me amas, Sagrario. Tú +misma no te das cuenta de ello; no sabes explicártelo, pero tu ser +corresponde al mío como los cuerpos químicos de que te hablaba. Yo te +amo también, como en otros tiempos amé a la pobre Lucy. El amor único y +eterno es mentirosa invención de los poetas, de la que se burlan con +frecuencia los hechos. Puede amarse a varias personas con igual +entusiasmo. Lo indispensable es que exista la afinidad. Tú, que amaste +en otro tiempo a un hombre hasta la locura, ¿qué sientes por mí? ¿No me +he engañado? ¿Realmente me quieres...?</p> + +<p>Sagrario seguía llorando, con la cabeza baja, como si no osase mirar a +Luna. Éste la apremiaba dulcemente. Debía llamarle Gabriel, hablarle de +tú; ¿no eran compañeros de infortunio?</p> + +<p>—Tengo vergüenza...—murmuraba la joven—. Me turba tanta dicha.... Sí; +le quiero a usted... no... te amo, Gabriel. Nunca lo hubiese confesado: +hubiera muerto antes de revelar este secreto. ¿Quién soy yo para que me +amen? Hace tiempo que no me miro al espejo, por no llorar recordando mi +perdida juventud.... Y luego, mi historia, mi horrible historia. ¿Cómo +podía figurarme que usted... digo, que tú, leerías tan claramente en mi +pensamiento? Mira cómo tiemblo; es la impresión, que aún no ha pasado, +el susto de ver descubierto mi secreto. ¡Un hombre como tú descendiendo +hasta mí, fea y enferma para siempre...! No; no me hables del otro. Lo +olvidé hace mucho tiempo; ¿cómo voy a recordarlo ahora que me haces la +limosna de tu cariño? No, Gabriel; tú eres el más grande y el más bueno +de los hombres. Me pareces un dios.</p> + +<p>Quedaron silenciosos largo rato, con las manos cogidas, mirando al +obscuro y rumoroso jardín. Arriba continuaba la lamentación del genio +ante la vida que se extingue.</p> + +<p>Sagrario se apoyaba en Gabriel, como si le faltasen las fuerzas y, +medrosa ante la felicidad, quisiera refugiarse dentro de él.</p> + +<p>—¡Qué tarde te conozco!—dijo en voz queda—. Hubiera querido amarte en +plena juventud; ser hermosa y sana sólo para ti; tener la belleza y los +encantos de una gran señora para endulzar el resto de tu vida. Mi +agradecimiento nada puede ofrecerte. Soy horrible: llevo en mis entrañas +la muerte, que poco a poco me consume. El que me toca queda +envenenado.... Gabriel, ¿por qué te fijaste en mí?</p> + +<p>—Porque soy un enfermo, un desgraciado como tú. Nuestra miseria es la +amorosa afinidad.... Además, yo nunca he amado como los demás hombres. +He visto en mis viajes las mujeres más hermosas del mundo, sin sentir el +más leve escalofrío de deseo. No soy un temperamento amoroso. De mis +aventuras allá en París, cuando era joven, salía siempre con un +sentimiento de disgusto. El amor a los desgraciados me domina, hasta el +punto de embotar mis sentidos. Soy como el ebrio y el jugador, que, +obsesionados por su afición, nada sienten ante la mujer. El hombre de +estudio, enfrascado en los libros, experimenta muy débilmente los +llamamientos del sexo. Mi pasión es la lástima por los desheredados, el +odio a la injusticia y la desigualdad. Me absorbe con tal fuerza, +avasalla de tal modo mis facultades, que nunca me ha dejado tiempo para +pensar en el amor. La hembra no me seduce. Adoro a la mujer cuando la +veo desgraciada y triste. La fealdad me impresiona más que la belleza, +porque me habla de las infamias sociales, me ofrece la amargura de lo +injusto, el único vino que reanima mis fuerzas. Amé a Lucy porque era +desgraciada e iba a morir; te amo, Sagrario, porque eres en plena +juventud una desterrada de la vida, a la que nadie puede querer. Mi amor +es para ti, para alegrar lo que te quede de existencia.</p> + +<p>Sagrario se apretaba contra el pecho de Gabriel.</p> + +<p>—¡Qué bueno eres!—suspiraba—. ¡Qué alma tan hermosa!</p> + +<p>—Igual es la tuya, pobre Sagrario. Tu vida ha sido un engaño. Fuiste a +vender tu cuerpo por el hambre y la desesperación, como van las hijas de +los pobres. Creíste encontrar el pan en los falsos simulacros del amor, +como todos los días lo hacen en la tierra centenares de miles de hijas +de proletarios. Todo es para los privilegiados del mundo: los brazos del +padre y el sexo de la hija. Y cuando los brazos se debilitan o el cuerpo +juvenil pierde sus encantos, se arrojan a un lado y se reemplazan. El +mercado es abundante.... Te amo por tu desgracia. Tal vez de verte joven +y hermosa, como en otros tiempos te contemplé, no hubiera sentido la más +leve atracción. La hermosura es una barrera para el sentimiento. La +Sagrario de otra época, con sus ilusiones de ser una gran señora, +halagada por las palabras de jóvenes apuestos vestidos de colores como +pájaros vistosos, no se hubiera fijado en un vagabundo envejecido por la +miseria, feo y enfermo. Nos conocemos porque somos desgraciados. La +miseria nos permite ver nuestras almas; en plena dicha jamás nos +hubiéramos tropezado.</p> + +<p>—Es verdad—murmuraba ella, apoyando su cabeza en el hombro de +Gabriel—. Adoro a la miseria que nos permite conocernos.</p> + +<p>—Tú serás mi compañera—continuó Luna con entonación dulce—. Nuestras +vidas marcharán juntas hasta que la muerte rompa su abrazo. Yo te +defenderé, aunque de poco sirve el auxilio de un enfermo perseguido por +los hombres. Tú endulzarás mi existencia con tu cariño. Nos amaremos +como esos santos de la Iglesia que estallaban en dulces palabras y +arrobamientos estremecedores, sin osar el menor contacto de la carne. El +amor es el instinto de la conservación de la especie, pero el nuestro +será incompleto, no por odiar, como los santos, las leyes de la +Naturaleza, sino porque las luchas de la vida nos han herido de muerte. +Yo no soy un hombre: las enfermedades de la miseria y la ferocidad de +mis semejantes han quebrantado mi organismo. Apenas si logro sostener mi +vida y no puedo darla a otro ser. Tú llevas en la sangre el veneno de +una civilización viciada. Un hijo de tus entrañas sería un mísero +engendro, con los huesos cariados y las venas llenas de podredumbre. No +aumentemos con tales monstruos la miseria física de los de abajo. +Dejemos a los privilegiados fomentar su decadencia con los vástagos de +sus vicios.</p> + +<p>Pasó un brazo por el talle de la joven y levantó con la otra mano su +cabeza, fijando los ojos en los de Sagrario, que brillaban a la luz de +las estrellas con el resplandor acuoso de las lágrimas.</p> + +<p>—Seremos dos almas, dos pensamientos que se acariciarán sin dejar +rastro de su pasión, con una pureza como nunca la imaginaron los poetas. +Esta noche en que nos confesamos mutuamente, en que nuestras almas se +abren la una a la otra, es la noche de nuestras bodas... ¡Bésame, +compañera de mi vida!</p> + +<p>Y en el silencio del claustro se besaron sin ruido, largamente, como si +llorasen con las bocas juntas la miseria de su pasado y la brevedad de +un amor en torno del cual rondaba la muerte. Arriba, el lamento de +Beethoven seguía desarrollando sus inflexiones dolorosas, esparciéndose +por las entrañas de la catedral dormida.</p> + +<p>Gabriel se irguió sosteniendo a Sagrario, que se echaba atrás como +desfallecida por la emoción. Miraba al espacio luminoso con gravedad +sacerdotal, mientras hablaba en voz queda al oído de la joven:</p> + +<p>—Nuestra vida será como uno de esos jardines abandonados, donde entre +troncos caídos y ramas secas rebrotan nuevos follajes.... Compañera, +amémonos. Hagamos que sobre nuestra miseria de parias surja la +primavera. Será una primavera triste y sin frutos, pero tendrá flores. +El sol sale para los que están en lo alto; para nosotros, dulce +compañera, está muy lejos; pero, en el negro fondo de nuestro pozo, +abracémonos, irgamos la cabeza, y ya que no nos reanima su calor, +adorémoslo como una estrella lejana.</p> + +<p>A principios de julio entró Gabriel en la vigilancia nocturna de la +catedral.</p> + +<p>Bajaba a la caída de la tarde al claustro, y en la puerta del Mollete +uníase al otro vigilante, un hombre de aspecto enfermizo, que tosía +tanto como Luna y no abandonaba la manta en pleno verano.</p> + +<p>—¡Vaya, al encierro!—decía el campanero, agitando sus llaves.</p> + +<p>Y después que los dos hombres entraban en el templo, cerraba las puertas +por fuera, alejándose.</p> + +<p>Corno los días eran largos, aún quedaban dos horas de luz cuando los +guardianes entraban en la catedral.</p> + +<p>—Toda la iglesia es para nosotros, compañero—decía el otro vigilante.</p> + +<p>Y como hombre habituado al aspecto imponente de la catedral abandonada, +metíase en la sacristía como si fuese su casa, abriendo la cesta de la +cena sobre los cajones y alineando los comestibles entre candelabros y +crucifijos.</p> + +<p>Gabriel vagaba por el templo. Después de varios días de encierro aún no +se había amortiguado en él la impresión que le produjo ver por primera +vez la iglesia solitaria y cerrada. Sus pasos retumbaban sobre el +pavimento, cortado a trechos por los sepulcros de prelados y grandes +señores de otros siglos. El silencio del templo muerto se alteraba con +extrañas sonoridades y roces misteriosos. El primer día, Gabriel volvió +varias veces la cabeza con alarma, creyendo que unos pasos sonaban +detrás de él.</p> + +<p>Fuera del templo aún lucía el sol. Brillaban las ruedas de colores del +rosetón de la gran portada como un plato de flores luminosas. Abajo, +entre las pilastras, la luz parecía aplastarse con la sombra. Descendían +los murciélagos, y con sus alas hacían caer tierra de los agujeros del +embovedado. Chillaban entre las columnas, como si revoloteasen en un +bosque de piedra. En su ciego impulso, chocaban con las cuerdas de las +lámparas o hacían bambolearse los capelos rojos con borlas polvorientas +y deshilachadas que pendían a gran altura sobre las tumbas de los +cardenales.</p> + +<p>Gabriel hacía su ronda por toda la iglesia. Empujaba las verjas de los +altares para convencerse de que estaban bien cerradas, tocaba las +puertas de la capilla Mozárabe y de los Reyes, echaba un vistazo a la de +la Sala Capitular y se detenía ante la Virgen del Sagrario. A través de +la reja se veían las lámparas ardiendo, y en lo alto la imagen cargada +de joyas. Después de este examen iba en busca de su camarada, y ambos se +sentaban en el crucero, en las gradas del coro o del altar mayor. Desde +allí se abarcaba todo el templo de un golpe de vista.</p> + +<p>Los dos vigilantes comenzaban por encasquetarse las gorras.</p> + +<p>—A usted le habrán recomendado—decía el compañero de Gabriel—que +guarde respeto al templo: que si desea echar un cigarro se vaya a la +galería del <i>Locum</i>; que si quiere cenar se meta en la sacristía. Lo +mismo me dijeron a mí cuando entré al servicio de la catedral. Palabras +de gentes que se quedan a dormir en sus casas, muy tranquilas. Aquí lo +que importa es vigilar mucho, y fuera de esto, cada uno puede hacer lo +que mejor le parezca para pasar la noche.... A estas horas duermen Dios +y los santos. Algo tienen que descansar después de pasarse el día oyendo +súplicas y cánticos, recibiendo incienso y ardiéndoles los cirios junto +a la cara. Nosotros velamos su sueño, y ¡qué demonio!, no es faltarles +al respeto si nos permitimos alguna libertad. Vaya, compañero, ya va +obscureciendo: juntemos las cenas.</p> + +<p>Y los dos vigilantes cenaban en el crucero, extendiendo sobre los +peldaños de mármol las viandas de sus cestas.</p> + +<p>El camarada de Gabriel, llevaba en el cinto por todo armamento una +pistola, regalo de la Obrería: una antigüedad que jamás se había +disparado. A Luna le enseñó el <i>Vara de plata</i> una carabina, legada por +el ex guardia civil a la sacristía como recuerdo de sus años de +servicio. Gabriel hizo un gesto de repulsión. Bien estaba allí: ya la +buscaría cuando la necesitase. Y la dejó en el rincón, con unos paquetes +de cartuchos enmohecidos por la humedad y cubiertos de telarañas.</p> + +<p>Al cerrar la noche borrábanse en lo alto los colores de las vidrieras, y +en la obscuridad de las naves comenzaban a brillar, como estrellas +macilentas, las luces de las lámparas. Se perdían las proporciones del +templo. Gabriel creía estar a campo raso en una noche obscura, +únicamente al ir de un lado a otro, con la linterna por delante, surgían +de la sombra los contornos de la catedral, más grandes, más monstruosos. +Las pilastras le salían al encuentro, agrandándose, subiendo hasta las +bóvedas a impulsos del resplandor de la linterna. Los cuadros del +embaldosado parecían danzar a cada movimiento de luz. Gabriel, en sus +rondas de vigilancia, sentía batir sobre su cabeza pesadas alas. Al +grito de los murciélagos se unían chillidos lúgubres de pájaros que, +asustados, cortaban el aire, chocando con las pilastras. Eran las +lechuzas, que bajaban atraídas por el aceite de las lámparas, +estremeciendo a éstas con el roce de sus plumas.</p> + +<p>Cada media hora se alteraba el silencio de la catedral con un ruido de +muelles disparados y ruedas en movimiento. Después sonaba una campana de +argentino toque. Eran los guerreros dorados de la portada del Reloj que +señalaban el paso del tiempo con sus martillos.</p> + +<p>El compañero de Gabriel se lamentaba de las innovaciones establecidas +por el cardenal para fastidiar a los pobres. En otros tiempos, él y su +viejo camarada, una vez encerrados, podían dormir a pierna suelta, sin +miedo a que el cabildo les riñese. Pero Su Eminencia, que siempre estaba +discurriendo el modo de molestar al prójimo, había colocado en lados +distintos de la catedral unos relojitos traídos del extranjero, y había +que ir cada media hora a abrirlos y marcar la presencia. Al día +siguiente los examinaba el <i>Vara de plata</i>, y si encontraba un descuido, +imponía multa.</p> + +<p>—Una invención del demonio para no dejarnos dormir camarada. Cuando +más, podremos descabezar un sueño. Es preciso ayudarnos. Mientras uno +duerme un rato, el otro se encargará de apuntar en esas malditas +máquinas. Nada de descuidos, ¿eh, novato? La paga es corta, el hambre +mucha, y no estamos para multas.</p> + +<p>Gabriel, siempre bondadoso, era el que más rondaba, cuidando +escrupulosamente de los marcadores. Su compañero, el señor Fidel, +descansaba tranquilo, alabando su generosidad. Buen compañero le habían +dado; gustábale más que el antiguo, con sus aires imperiosos de viejo +guardia, siempre riñendo por decidir a quién correspondía levantarse y +hacer la ronda.</p> + +<p>El pobre hombre tosía tanto como Gabriel. Sus catarros conmovían el +silencio del templo; se agrandaban con el eco de las naves, como si en +la sombra ladraran perros monstruosos.</p> + +<p>—No sé los años que arrastro esta carraspera—decía el viejo—. Es un +regalo de la catedral. Los médicos me dicen que abandone este empleo; +pero lo que yo contestó: ¿quién me mantiene? Usted, compañero, ha +entrado en la buena época. Hace aquí un fresquito que ya lo querrían los +que sudan a estas horas en los cafés del Zocodover. Pero aunque estamos +en el verano, fíjese usted en la humedad que nos entra por salva sea la +parte. Cuando debe verse esto es en invierno, camarada. Hay que vestirse +como una máscara, cubierto de gorros, pañuelos y mantas. En la sacristía +nos hacen la caridad de dejarnos un poco de fuego; pero aun así, muchas +mañanas falta poco para que nos recojan helados. Los del cabildo llaman +al coro «matacanónigos». Y si esos señores se quejan por una hora de +estancia en esta nevera, bien comidos y mejor bebidos, figúrese usted +qué será de nosotros. Ha tenido usted suerte de entrar en verano. Cuando +llegue el frío, ya verá usted lo que es bueno.</p> + +<p>Pero aunque estaban en la mejor época del año, Gabriel tosía, empeorando +en su dolencia por la humedad de la catedral.</p> + +<p>Las noches de luna, el templo se transfiguraba de un modo fantástico. +Gabriel recordaba ciertas decoraciones de ópera que había visto en sus +viajes. Los ventanales destacábanse sobre las negras masas con un tono +blanquecino y lechoso. Manchas de luz se deslizaban lentamente por las +pilastras, como fantasmas que descendiesen de las bóvedas; después +arrastrábanse por el pavimento cual espectros rampantes, y otra vez +volvían a remontarse por las pilastras, hasta perderse en lo alto. Estos +rayos de luz fría y difusa hacían aún más densas las tinieblas. En su +marcha, sacaban de la obscuridad aquí una capilla, más allá una lápida +sepulcral o el relieve de una pilastra. El gran Cristo que corona la +reja del altar mayor fulguraba sobre el fondo de sombra con el brillo +del oro viejo, como una aparición milagrosa que flotase en el espacio +entre un nimbo de luz.</p> + +<p>Cuando la tos no dejaba dormir al viejo guardián, hablaba a Gabriel de +los años que llevaba de vida nocturna en la Primada. Era un oficio que +tenía cierta semejanza con el de sepulturero; pasaban la vida entre +muertos, en el silencio del abandono, sin ver a nadie hasta que +terminaba la guardia. Él había acabado por acostumbrarse. Aquel oficio +le curaba de muchos miedos que había sentido en su juventud. Antes, +creía en resurrecciones de muertos, en almas y en apariciones de santos, +pero ahora se reía de todo. Años enteros llevaba pernoctando en la +catedral, y si algo oía, era el roer de los ratones, que no respetaban +altares ni santos. ¡Al fin, todo madera!</p> + +<p>Sólo temía a los hombres de carne y hueso, a los ladrones, que en otros +tiempos más de una vez habían entrado en la catedral, obligando al +cabildo a establecer la vigilancia nocturna.</p> + +<p>Y entretenía a Gabriel con el relato de todas las tentativas de robo +realizadas durante el siglo. En la catedral existían riquezas para +tentar a un santo. Madrid estaba cerca, y él temía mucho a los ladrones +«finos». Después enumeraba todas las precauciones de la vigilancia. +Listo y afortunado había de ser quien consiguiera burlarlas. El <i>Vara de +plata</i>, el campanero y los sacristanes hacían la requisa antes de +cerrar, llevándose Mariano las llaves a la torre. No había que +proponerse romper las cerrajas. Eran obra antigua y fuerte, y además, +allí estaban ellos para dar la alarma apenas oyesen el más leve ruido. +Antes, con el auxilio del perro, la vigilancia resultaba más completa; +el animal era tan fino, que bastaba que un transeúnte se aproximase a +una puerta exterior para que al momento acudiera ladrando. El señor +Obrero, después de muerto aquél, anunciaba meses y meses la adquisición +de otro, y no cumplía su promesa. Pero, en fin, aun sin el can, allí +estaban los dos, que representaban algo, ¿eh...? Él, con su pistola que +nunca había disparado; Gabriel, con la carabina que aún estaba en la +sacristía, en el mismo rincón donde la dejó su antecesor. Se pavoneaba +pensando en el miedo que podían inspirar él y su compañero; pero vuelto +a la realidad ante la sonrisa de Luna, añadía:</p> + +<p>—Además, para un caso extremo, contamos con el esquilón que llama a los +canónigos. La cuerda está en el coro; no tenemos más que tirar, y +¡figúrese usted la que se armaría si sonase en el silencio de la noche! +Todo Toledo se pondría de pie, adivinando que algo grave ocurría en la +catedral... Con esto y con los malditos contadores, que no nos dejan +dormir, puede decirse que ni el rey pasa la noche tan bien guardado como +esta iglesia.</p> + +<p>Por la mañana, al salir del encierro, subía Gabriel a su casa transido +de frío, deseando tenderse en la cama. Encontraba a Sagrario en la +cocina calentando la leche para que la bebiese antes de acostarse. La +dulce compañera seguía llamándole tío en presencia de los de casa. +Únicamente su voz adoptaba el tuteo cariñoso cuando estaban solos. Al +verle en la cama se aproximaba a él con el vaso de leche humeante, se lo +hacía beber con mimos maternales, le arreglaba el embozo del lecho y +cerraba cuidadosamente ventanas y puertas para que no le molestase un +rayo de luz.</p> + +<p>—¡Esas noches en la catedral!—exclamaba la compañera con expresión de +lamento—. Te estás matando, Gabriel: eso no es para ti. El padre dice +lo mismo. Puesto que más allá de la muerte no hay nada y no hemos de +vernos, prolonga tu vida, déjate cuidar. Ahora que nos conocemos y que +soy dichosa, ¡sería tan triste perderte...!</p> + +<p>Gabriel la tranquilizaba. Aquella vida no podía durar más allá del +verano. Después le darían algo mejor. No debía entristecerse; por tan +poca cosa no se muere. Lo mismo tosía viviendo en las Claverías que +pasando la noche en la catedral.</p> + +<p>Después de comer salía al claustro, completamente repuesto por su sueño +de la mañana. Era el único momento del día en que podía ver a sus +amigos. Se aproximaban a él o iba Gabriel en su busca, entrando en la +casa del zapatero o subiendo a la torre.</p> + +<p>Le saludaban, oían sus palabras con la misma atención de antes; pero +notaba en ellos cierto gesto de independencia fuera y al mismo tiempo de +conmiseración, como si admirándole por haberles transmitido sus ideas, +tuviesen lástima de su carácter dulce, enemigo de la violencia.</p> + +<p>—Estos pájaros—decía Gabriel hablando con su hermano—ya vuelan por su +cuenta. No me necesitan y quieren estar solos.</p> + +<p>El <i>Vara de palo</i> meneaba la cabeza tristemente.</p> + +<p>—Dios quiera, Gabriel, que algún día no te arrepientas de haberles +hablado de cosas que no entienden. Han cambiado mucho. A nuestro sobrino +el perrero no hay quien lo sufra. Dice que ya que no le dejaron matar +toros para hacerse rico, matará hombres si es necesario para salir de +pobreza; que él tiene derecho a disfrutar como cualquier señor, y que +todos los ricos son unos ladrones... Pero hermano, ¡por la Virgen!, ¿les +has enseñado realmente esas cosas tan horribles?</p> + +<p>—Déjalos—dijo Gabriel riendo—. No han digerido aún las ideas nuevas, +y vomitan disparates. Pero eso pasará. Son buena gente.</p> + +<p>Lo único que le entristecía era ver que Mariano se recataba de él. Huía +su trato como si le tuviese miedo. Parecía temer que Gabriel leyera en +su pensamiento, con la superioridad irresistible que desde mozo había +tenido sobre él.</p> + +<p>—Mariano, ¿qué hay?—decía al verle pasar por el claustro.</p> + +<p>—Mucho y mal repartido—contestaba el huraño camarada.</p> + +<p>—Lo sé, hombre, lo sé; pero parece que me huyes. ¿Por qué es eso?</p> + +<p>—¿Huirte yo...? Nunca. Sabes que siempre te quise. Cuando subes a mi +casa ya ves cómo te recibimos. Te debemos mucho: nos has abierto los +ojos y ya no somos bestias.... Pero me canso de saber tanto y ser pobre; +y lo mismo les ocurre a los compañeros. No queremos tener llena la +cabeza y el vientre vacío...</p> + +<p>—Pero ¿qué remedio nos queda? Hemos nacido pronto. Otros vendrán, +encontrando las cosas mejor dispuestas. ¿Qué podéis hacer para arreglar +lo presente, cuando en el mundo millares de trabajadores más infelices +que vosotros no logran mejor éxito, aun a costa de su sangre, peleando +con la autoridad?</p> + +<p>—¿Qué hacer?—gruñía el campanero—. Eso ya lo veremos: ya lo verás tú. +No somos tan tontos como crees. Tú eres muy sabio, Gabriel; te +respetamos como a un maestro; todo cuanto dices es verdad; pero nos +parece que cuando hay que hacer las cosas... «prácticas», ¿me +entiendes?, cuando hay que llamar al pan pan y al vino vino... ¿me +explico...? eres, y perdona, algo guillado, como todos los que andan +entre libros. Nosotros somos brutos, pero vemos más claro.</p> + +<p>Y se alejaba de Gabriel, que no podía comprender el verdadero alcance de +este desvío de sus discípulos. Muchas veces, al entrar en las +habitaciones de la torre para pasar un rato con ellos, cesaban +repentinamente en la conversación y le miraban con zozobra, temiendo, +sin duda, que pudiera escuchar sus palabras.</p> + +<p>Don Martín hacía muchos días que no se presentaba en el claustro. +Gabriel supo por el <i>Vara de plata</i> que había muerto la madre del +curita, y una semana después le vio una tarde en las Claverías. Tenía +los ojos enrojecidos, las facciones des-carnadas y con la piel tirante, +como si hubiese llorado mucho.</p> + +<p>—Vengo a despedirme de usted, Gabriel. He pasado un mes de penas y de +insomnio cuidando a mi madre. La pobre ha muerto. No era ninguna joven; +yo esperaba este final; pero por fuerte y resignado que uno sea, estos +golpes siempre se sienten. Al irse la pobre vieja, quedo libre. Era lo +único que me ligaba a esta iglesia, en la que ya no creo. Su dogma es +absurdo y pueril, su historia un tejido de crímenes y violencias. ¿Para +qué mentir, como otros, fingiendo una fe que no siento? Hoy he estado +en palacio para decir que dispongan de mis siete duros mensuales y de la +capellanía de las monjas. Me voy; no sólo huyo de la iglesia, quiero +evitar su ambiente, y en Toledo no puede vivir un sacerdote «renegado». +¿Ve usted este disfraz? Hoy lo llevo por última vez. Mañana gozaré la +primera alegría de mi vida, rasgando esta mortaja en pedazos pequeños, +muy pequeños, para que nadie la pueda utilizar. Seré hombre; me iré +lejos, tan lejos como pueda; quiero saber cómo es el mundo, ya que en él +vivo. No conozco a nadie, no tengo protección; usted es el hombre más +extraordinario que he conocido, y está oculto en una mazmorra por su +voluntad, refugiado en un templo completamente vacío para su +conciencia.... No me asusta la miseria; cuando se ha sido representante +de Dios con seis reales diarios, se puede mirar el hambre cara a cara. +Seré obrero, trabajaré la tierra si es preciso, me emplearé en cualquier +cosa... pero seré hombre libre.</p> + +<p>Pasearon los dos amigos por el claustro, aconsejando Gabriel a don +Martín. Al determinar el punto adonde debía dirigirse, su predilección +fluctuaba entre París y las repúblicas americanas más faltas de +emigración.</p> + +<p>Al caer la tarde, Gabriel se despidió de su discípulo: le estaba +esperando el compañero en el claustro bajo para encerrarse en el templo.</p> + +<p>—Tal vez no nos veamos más—dijo el curita con tristeza—. Usted +acabará sus días aquí, en la casa de un Dios en quien no cree.</p> + +<p>—Sí; aquí moriré—dijo Gabriel sonriendo—. Él y yo nos odiamos, y sin +embargo, parece que nada puede hacer sin mí. Si ha de salir a la calle, +soy quien guía sus pasos; y por la noche, yo también quien guarda sus +riquezas.... Salud y buena suerte, Martín. Sea usted hombre sin +desfallecimientos. La verdad bien vale la miseria.</p> + +<p>La desaparición del capellán de las monjas se efectuó sin escándalo. Don +Antolín y otros sacerdotes creyeron que el joven se había trasladado a +Madrid por ambición, para engrosar el número de clérigos solicitantes. +Gabriel era el único que conocía el verdadero destino de don Martín. +Además, pronto hizo olvidar al joven sacerdote una noticia estupenda, +que retumbó en la catedral como un trueno, poniendo en conmoción a los +señores del coro, a la gente menuda de las sacristías, a toda la +población del claustro alto.</p> + +<p>Habían terminado las querellas entre el arzobispo y el cabildo. En Roma +aprobaron todo lo hecho por el cardenal, y Su Eminencia rugía de júbilo +en su palacio, con la fiera impetuosidad que mostraba en todas sus +expansiones.</p> + +<p>Los canónigos, al entrar en el coro, iban con la cabeza baja, como +avergonzados y temerosos.</p> + +<p>—Pero ¿ha visto usted...?—se decían al desvestirse en la sacristía.</p> + +<p>Y a buen paso, con el manteo ondulante, abandonaban la iglesia cada uno +por su lado, evitando formar grupos ni corrillos, atento cada cual a +librarse de responsabilidades, a aparecer limpio de toda complicidad con +los enemigos del prelado.</p> + +<p>El <i>Tato</i> reía de gozo viendo la dispersión y el azoramiento de los +señores del coro.</p> + +<p>—¡Corred, corred! ¡Bueno os va a poner el cuerpo el tío...!</p> + +<p>Se hacían los preparativos de todos los años para la gran fiesta de la +Virgen del Sagrario, a mediados de agosto. En la catedral hablaban de la +de aquel año con misterio unos y zozobra otros, como si aguardasen +sucesos extraordinarios. Su Eminencia, que no bajaba al templo hacía +muchos meses por no ver a los del cabildo, presidiría el coro el día de +la fiesta. Deseaba contemplar de cerca a sus enemigos, aplastarlos con +su triunfo, gozarse en su aspecto de confusa sumisión. Y conforme se +aproximaba la solemnidad religiosa, temblaban muchos canónigos, pensando +en la mirada dura y soberbia que clavaría en ellos el iracundo prelado.</p> + +<p>Gabriel prestaba escasa atención a las preocupaciones del mundo +clerical. Llevaba una vida extraña. Gran parte del día lo pasaba +durmiendo, preparándose para la fatigosa vela de la noche, que hacía +ahora solo. El señor Fidel había caído enfermo, y para que la Obrería, +evitando gastos, no privase al viejo de su mísero sueldo, se abstenía de +pedir un nuevo compañero. Pasaba las noches en la catedral con la misma +tranquilidad que si estuviera en el claustro, alto, habituado a aquel +silencio de cementerio. Para no dormirse, leía a la luz de su linterna +los libros que podía encontrar en las Claverías: fríos tratados de +Historia, en los que la Providencia desempeñaba el principal papel; +vidas de santos, que le divertían por su crédula sencillez, rayana en lo +grotesco, y aquel <i>Quijote</i> de los Luna que tantas veces, había +deletreado de pequeño, y en el cual creía encontrar algo de la frescura +de la niñez.</p> + +<p>Llegó el día de la Virgen. La fiesta era igual a la de todos los años. +La imagen famosa había salido de su capilla, ocupando sobre su peana un +sitio en el altar mayor. Llevaba el manto guardado en el Tesoro y todas +sus joyas, que centelleaban acariciadas por el bosque de luces, como si +rieran con una escala temblona de fulgores.</p> + +<p>Antes de comenzar la fiesta, los curiosos de la catedral, fingiéndose +distraídos, paseaban entre el coro y la puerta del Perdón. Los +canónigos, con sus vestiduras rojas, reuníanse cerca de la escalerilla +alumbrada por la famosa piedra de luz. Por allí bajaría Su Eminencia, y +los señores del coro se agrupaban tímidamente, cuchicheando, como si se +preguntasen qué iba a pasar.</p> + +<p>Apareció en el primer tramo de la escalera el portacruz, avanzando +horizontalmente su insignia de dobles brazos para que pasase bajo el +arco de la puerta. Después, entre familiares, y seguido por la sotana +morada del obispo auxiliar, avanzó el cardenal, vestido de púrpura, que +apagaba el rojo violáceo de los canónigos.</p> + +<p>El cabildo se formó en dos filas, con la cabeza baja, prestando +acatamiento a su príncipe. ¡Qué mirada la de don Sebastián! Los +canónigos, inclinados, creyeron sentirla en la nuca con una frialdad de +acero. Erguía el enorme cuerpo dentro de sus envolturas de púrpura con +gallarda arrogancia, como si en aquel momento se sintiera curado de la +enfermedad que arañaba sus entrañas y de la insuficiencia del corazón, +que oprimía sus pulmones. La cara gordinflona temblaba de gozo; los +pliegues de grasa de su barbilla se estremecían sobre el roquete de +blondas. La birreta cardenalicia parecía hincharse de soberbia sobre su +cabeza pequeña, blanca y sonrosada. Nunca fue llevada una corona con +tanto orgullo como aquel gorro rojo.</p> + +<p>Extendió su mano enguantada de púrpura, sobre la que lucía la esmeralda +episcopal, y con un gesto imperioso hizo que uno tras otro fueran +besándola todos los canónigos. Era la sumisión de los hombres de +Iglesia, acostumbrados desde el Seminario a una humildad aparente que +encubre rencores y odios de una intensidad no conocida en la vida +vulgar. El cardenal adivinaba el desaliento tras esta modestia y +paladeaba su triunfo.</p> + +<p>—Tú no conoces cómo son nuestros odios—había dicho algunas veces a su +amiga la jardinera—. En la vida vulgar son pocos los hombres que mueren +de un disgusto. El que siente enfado se desahoga y recobra la +tranquilidad. Pero en la Iglesia se cuentan a centenares los que mueren +de un acceso de ira por no poder vengarse, porque la disciplina les +cierra la boca y abate su cabeza. Faltos de familia y de preocupaciones +para ganarse el pan, los más de nosotros sólo vivimos para el amor +propio y el orgullo.</p> + +<p>Se formó en procesión el cabildo, acompañando a Su Eminencia. Abrían la +marcha el perrero rojo, los pertigueros negros y el <i>Vara de plata</i>, +haciendo sonar las baldosas con los golpes de sus bastones. Detrás la +cruz arzobispal y los canónigos por parejas, y en último término el +prelado, con su cola roja, extendida en toda su longitud, llevada en +alto por dos pajes. Don Sebastián bendecía a un lado y a otro, mirando +con sus ojillos penetrantes a los fieles, que inclinaban la cabeza.</p> + +<p>Su carácter imperioso y la alegría del triunfo hacían centellear su +mirada. ¡Qué gran victoria...! El templo era su casa, y volvía a él tras +larga ausencia, con toda la majestad de un dueño absoluto que podía +aplastar a los esclavos maldicientes que osaran atacarle.</p> + +<p>La grandeza de la Iglesia se le aparecía en aquel momento más grandiosa +que nunca. ¡Qué admirable institución! El hombre fuerte que llegaba a lo +alto se convertía en un dios omnipotente y temible. Nada de igualdad +perniciosa y revolucionaria. El grande siempre tenía razón. El dogma +ensalzaba la humildad de todos ante Dios, pero al fijar ejemplos, +hablaba siempre de rebaños y de pastores que debían dirigirlos. Él era +el pastor, porque así lo quería el Omnipotente. ¡Ay del que intentara +descarriarse...!</p> + +<p>En el coro, la alegría de su orgullo gustó una satisfacción aún mayor. +Estaba sentado en el trono de los arzobispos de Toledo, aquella silla +que había sido la estrella de su juventud, y cuyo recuerdo le turbaba en +pleno episcopado, cuando paseaba la mitra por las provincias esperando +la hora de llegar a la Primada. Erguíase bajo el artístico dosel del +Monte Tabor, sobre cuatro escalones, para que le viesen bien todos los +del coro y se convencieran de que era su príncipe. Las cabezas de las +dignidades sentadas a su lado estaban casi al nivel de sus pies. Podía +pisarlos como víboras si osaban levantarse de nuevo, mordiéndole en sus +más íntimos afectos.</p> + +<p>Enardecido por la apreciación de su grandeza y su triunfo, era el +primero en levantarse o sentarse, conforme lo marcaba el ritual de los +oficios, y unía su voz a las del coro, asombrando a todos con la áspera +energía de su canto. Las palabras latinas salían de su boca como +trabucazos contra aquella gente odiada; sus ojos pasaban con expresión +de reto sobre la doble fila de cabezas inclinadas.</p> + +<p>Era un hombre de fortuna, que había marchado de éxito en éxito, y sin +embargo, jamás había sentido una satisfacción tan honda, tan completa +como la de aquel momento. Él mismo se asustaba de su alegría, de aquel +estallido de orgullo que amortiguaba sus crónicas dolencias. Parecíale +que estaba gastando en unas cuantas horas toda su provisión de vida.</p> + +<p>Al finalizar la misa, los cantores y demás gente menuda del coro, que +eran los únicos que osaban mirarle, se alarmaron viéndole palidecer, +levantarse con la faz desencajada, llevándose las manos al pecho. +Advertidos los canónigos, corrieron a él, formando una apretada masa de +vestiduras rojas ante su trono. Su Eminencia se ahogaba, debatiéndose +entre aquel círculo de manos que le agarraban instintivamente.</p> + +<p>—¡Aire...!—rugió—, ¡aire...! ¡Quítense de delante con mil porras! +¡Que me lleven a casa!</p> + +<p>Aun en medio de su angustia, encontró el gesto enérgico y sus antiguos +votos de soldado para rechazar a los enemigos. Se ahogaba, pero no +quería que lo viesen los canónigos. Adivinaba en muchos de ellos la +satisfacción tras el gesto compungido. ¡Que nadie le tocase! ¡Él se +bastaba! Y apoyado en dos familiares fieles, emprendió la marcha +jadeante hacia la escalera arzobispal, seguido de gran parte del +cabildo.</p> + +<p>La función religiosa terminó apresuradamente. Que perdonara la Virgen: +otro año tendría mayor solemnidad. Y las autoridades e invitados +abandonaron sus asientos del altar mayor para correr en demanda de +noticias al palacio arzobispal.</p> + +<p>Al despertar Gabriel, pasado mediodía, todos hablaban en el claustro +alto de la salud de Su Eminencia. Su hermano preguntaba a tía Tomasa, +que venía de palacio.</p> + +<p>—Se muere, hijos—decía la jardinera—; de ésta no escapa. Doña Visita +me lo ha enseñado de lejos, llorando la pobre. No puede estar acostado. +El pecho le baila como un fuelle roto. Los médicos dicen que no llega a +la noche. ¡Qué desgracia...! ¡Y en un día como éste...!</p> + +<p>La agonía del príncipe eclesiástico era acogida con un silencio fúnebre. +Las mujeres de las Claverías iban y venían con noticias desde el +palacio al claustro alto. Los chicuelos permanecían recluidos en las +habitaciones, atemorizados por las amenazas de las madres si intentaban +jugar en las galerías.</p> + +<p>El maestro de capilla, siempre insensible a los sucesos de la catedral, +salía, sin embargo, a tomar noticias del estado de Su Eminencia. Tenía +un proyecto, del que habló rápidamente a la familia durante la comida. +Los funerales de un cardenal bien merecían que se ejecutase una misa +célebre, con gran orquesta reclutada en Madrid. Él ya había echado el +ojo al famoso <i>Réquiem</i> de Mozart. Era por lo único que le interesaba la +suerte del prelado.</p> + +<p>Gabriel, mirando a su compañera, sentía el dulce egoísmo que experimenta +el que vive cuando muere el poderoso.</p> + +<p>—Ya caen los grandes, Sagrario. Y nosotros los enfermos, los +miserables, aún tenemos por delante alguna vida.</p> + +<p>A la hora en que se cerraba el templo bajó para comenzar su vigilancia. +El campanero le esperaba con las llaves.</p> + +<p>—¿Qué hay del cardenal?—preguntó Gabriel.</p> + +<p>—Pues que se muere hoy mismo, si es que no ha muerto ya.</p> + +<p>Y después añadió:</p> + +<p>—Esta noche, Gabriel, tendrás gran iluminación. La Virgen está en el +altar mayor, hasta mañana, rodeada de cirios.</p> + +<p>Calló un momento, como si vacilase.</p> + +<p>—Tal vez—añadió—baje a hacerte un rato de compañía. Debes aburrirte +solo. Espérame.</p> + +<p>Cuando Gabriel quedó encerrado en el templo, vio un trozo del altar +mayor resplandeciente de luces. Hizo su acostumbrada requisa de puertas +y verjas, visitó el <i>Locum</i>, los grandes retretes, donde en otro tiempo +se habían ocultado unos ladrones, y después que estuvo convencido de que +en la catedral no había otro ser vivo que él, fue a sentarse en el +crucero, con su manta y la cesta de la cena.</p> + +<p>Allí permaneció largo rato, contemplando a través de la reja la Virgen +del Sagrario. Nacido en la catedral y llevado de niño por su madre a que +se arrodillase ante la imagen, la había admirado como el tipo más +perfecto de hermosura. Ahora la apreciaba fríamente, con ojos de +artista. Era fea y grotesca, como todas las imágenes que son ricas. La +piedad suntuosa y opulenta la había disfrazado con sus tesoros. No había +nada en ella del idealismo de las vírgenes pintadas por los artistas +cristianos. Más bien parecía un ídolo indostánico recargado de joyas. La +falda y el manto se ahuecaban con la ampulosidad de un miriñaque, y +sobre las tocas lucía una corona enorme como un morrión, +empequeñeciéndole la cara. El oro, las perlas, los diamantes, brillaban +sobre sus vestiduras. Llevaba pendientes y pulseras de gran valor.</p> + +<p>Gabriel sonreía pensando en la simpleza religiosa, que viste a los +héroes celestiales con arreglo a las modas de la tierra.</p> + +<p>El débil resplandor del crepúsculo que descendía de los ventanales y la +inquieta llama de los cirios formaban una ondulación de luces y sombras, +animando el rostro de la imagen como si gesticulase.</p> + +<p>«¡Aún como soy yo!—se decía Gabriel—. Si en mi lugar estuviera un +devoto, creería que la Virgen ríe unos momentos y después llora. Con un +poco de imaginación y de fe, ¡he aquí un milagro! Estos caprichos de la +luz han sido una mina inagotable para los sacerdotes. También las Venus +de otros tiempos cambiaban la expresión de su cara, riendo o llorando a +gusto de los fieles, como una imagen cristiana.»</p> + +<p>Y pensó largo rato en el milagro, invención de todas las religiones, y +tan antiguo como la ignorancia y la credulidad humanas.</p> + +<p>Obscureció. Después de cenar parcamente, Gabriel abrió un libro que +llevaba en la cesta y púsose a leer a la luz de su linterna. De vez en +cuando levantaba la cabeza, distraído por el revoloteo y los gritos de +los pajarracos nocturnos, atraídos por el resplandor extraordinario del +bosque de cirios. Transcurría el tiempo lentamente. En la obscuridad de +las bóvedas retumbaban los argentinos martillazos de los guerreros del +reloj. Luna se levantaba y recorría la iglesia, visitando los contadores +para marcar su ronda.</p> + +<p>Habían sonado las diez, cuando Gabriel oyó abrirse el postigo de la +portada de Santa Catalina, pero rápidamente y sin violencia, como si +hubieran hecho uso de una llave. Luna recordó el ofrecimiento del +campanero. Después sonaron los pasos de varias personas, pero agrandados +por el eco, como si avanzase toda una hueste.</p> + +<p>—¿Quién va?—gritó Gabriel, algo alarmado.</p> + +<p>—Nosotros, hombre—contestó en la sombra la voz fosca de Mariano—. ¿No +te dije que bajaríamos?</p> + +<p>Al entrar en el crucero les dio de lleno la luz del altar mayor. Gabriel +vio con el campanero al <i>Tato</i> y al zapaterillo. Querían acompañar a +Luna una parte de la noche, para que no le fuese tan pesada la guardia, +y traían una botella de aguardiente que le ofrecieron.</p> + +<p>—Ya sabéis que no bebo—dijo Gabriel—. Nunca me ha gustado el alcohol; +vino, y no mucho... Pero ¿adonde vais, vestidos como en los días de +fiesta?</p> + +<p>El <i>Tato</i> se apresuró a responder. El <i>Vara de plata</i> cerraba a las +nueve las Claverías, y ellos querían pasar la noche fuera de casa. Ya +habían estado un buen rato en un café del Zocodover, regalándose como +señores. Estaban hechos unos calaveras. Aquella noche era +extraordinaria, tanto más cuanto que la ciudad también estaba alterada +por lo del arzobispo.</p> + +<p>—¿Cómo sigue?—preguntó Gabriel.</p> + +<p>—Creo que ha muerto hace media hora—dijo el campanero—. Cuando he +subido a mi casa por las llaves, salía un médico del palacio, y así se +lo decía a un canónigo.... Pero sentémonos.</p> + +<p>Tomaron todos asiento, con la gorra calada, en los peldaños de la verja +del altar mayor. Mariano dejó en el suelo el manojo de las llaves, un +racimo de hierro como una maza. Las había de todas las épocas: unas +groseras y herrumbrosas, con las huellas del martillo, ostentando +escudos cerca del agarradero; otras más modernas, pulidas y brillantes +como si fuesen de plata; pero todas enormes y pesadas, de robustos +dientes, cual convenía a la grandeza del edificio.</p> + +<p>Los tres amigos parecían extraordinariamente contentos, con una alegría +nerviosa que les hacía empujarse y reír. Miraban de reojo a la Virgen y +después se miraban entre ellos con un gesto de misterio que no podía +comprender Gabriel.</p> + +<p>—Habéis bebido mucho, ¿verdad?—dijo Luna con suave reproche—. Hacéis +mal; ya sabéis que el beber es la degradación de los pobres.</p> + +<p>—Un día es un día, tío—dijo el perrero—. Nos alegra que se mueran los +grandes. Ya ve usted; yo admiraba mucho a Su Eminencia: pues ¡que se +haga la porra! La única satisfacción que tiene un pobre es ver que a los +de arriba también les llega la vez.</p> + +<p>—Bebe—dijo el campanero, ofreciéndole la botella—. Es una dicha +encontrarnos aquí sanos y alegres, mientras Su Eminencia se verá mañana +entre cuatro tablas. ¡Menudo campaneo soltaremos todo el día!</p> + +<p>Bebió el <i>Tato</i>, y pasó la botella al zapatero, que estuvo mucho tiempo +con la boca pegada al gollete. De los tres, éste parecía el más ebrio. +Tenía los ojos enrojecidos, miraba duramente a todos lados y permanecía +silencioso. Sólo sonreía forzosamente cuando le dirigían la palabra, +como si su pensamiento estuviera lejos, muy lejos.</p> + +<p>El campanero, en cambio, era más locuaz que de costumbre. Hablaba de la +fortuna del cardenal, de lo rica que iba a ser doña Visitación, de la +alegría que tendrían aquella noche muchos del cabildo. Y se interrumpía +para empinar la botella del aguardiente, pasándola después a los +compañeros. El vaho del alcohol se esparcía en aquel ambiente impregnado +de incienso y humo de cera.</p> + +<p>Transcurrió más de una hora. Mariano había cortado varias veces la +conversación, como si tuviera que decir algo grave y vacilase, falto de +valor. Por fin se decidió.</p> + +<p>—Gabriel: pasa el tiempo y nos resta mucho que hacer y que hablar. Son +poco más de las once. Aún quedan horas para hacer bien la cosa.</p> + +<p>—¿Qué quieres decir?—preguntó Luna con extrañeza.</p> + +<p>—Pocas palabras: al grano. Se trata de que tú seas rico y lo seamos +nosotros; queremos salir de esta miseria.... Ya habrás notado hace +tiempo que huíamos de ti; que al placer de oírte preferíamos hablar +entre nosotros. Es que tú eres un sabio, pero no vales un céntimo para +las cosas de la vida. Contigo se aprende, pero no se sale de pobreza... +Hemos pasado meses pensando en la necesidad de dar un golpe afortunado. +Esas revoluciones de que nos hablas están muy lejos. Las verán nuestros +nietos, y aun tal vez no las vean. Bueno es que los sabios piensen en el +porvenir; pero los brutos como nosotros sólo vemos el presente. Hemos +empleado el tiempo discurriendo barbaridades: secuestrar a don Sebastián +y exigirle un millón de rescate; entrar en el palacio una noche, ¡y qué +sé yo qué más...! Todo majaderías ideadas por tu sobrino. Pero esta +mañana, en mi casa, lamentándonos de la miseria, hemos visto de pronto +la salvación. Tú como único guardián de la catedral, la Virgen en el +altar mayor con las joyas que el resto del año se guardan en el Tesoro, +y yo con las llaves en mi poder.... El trabajo más fácil del mundo. +Limpiamos a la Virgen, emprendemos el camino de Madrid y llegamos al +amanecer; el <i>Tato</i> conoce allí mucha gente de la que va a las capeas: +nos ocultamos algún tiempo, y después, tú, que sabes el mundo, nos +guiarás. Iremos a América, venderemos la pedrería, y seremos ricos. +¡Alza, Gabriel! Vamos a despojar al ídolo, como tú dices.</p> + +<p>—¡Luego es un robo lo que me proponéis!—exclamó Luna, alarmado.</p> + +<p>—¿Un robo?—dijo el campanero—. Llámalo así si quieres: ¿y qué?, ¿te +asustas de eso...? Más nos han robado a nosotros, que nacimos con +derecho a un pedacito de mundo, y por más vueltas que damos no +encontramos un sitio libre.... Además, ¿a quién perjudicamos con esto? +De nada sirven a ese pedazo de palo las joyas que lo cubren. Ni come, ni +siente frío en el invierno, y nosotros somos unos miserables. Tú mismo +lo has dicho, Gabriel, contemplando nuestra pobreza. Nuestros hijos +mueren de hambre sobre las rodillas de las madres, mientras los ídolos +se cubren de riquezas... ¡Anda, Gabriel, no perdamos el tiempo!</p> + +<p>—¡Vamos, tío!—dijo el <i>Tato</i>—. Un poco de coraje. Convénzase de que +los ignorantes sabemos hilar las cosas cuando llega el caso.</p> + +<p>Gabriel no les escuchaba. La sorpresa le había hecho caer en el +ensimismamiento. Medía, asustado, el gran error cometido; veía abrirse +un foso inmenso entre él y los que creía sus discípulos. Recordaba las +palabras de su hermano. ¡Ah, el buen sentido de los simples! Él, con +todas sus lecturas, no había previsto el peligro de enseñar a los +ignorantes en unos cuantos meses lo que requería toda una vida de +reflexión y estudio. Repetíase en pequeño lo que ocurre en los pueblos +agitados por la revolución. Las ideas más nobles se corrompían al pasar +por el tamiz de la vulgaridad; las aspiraciones generosas se envenenaban +con los sedimentos de la miseria.</p> + +<p>Los envilecidos por la explotación, al despertar, buscaban en las +doctrinas redentoras la venganza del pasado y el bienestar egoísta, +aunque fuese a costa de sus semejantes.</p> + +<p>Había sembrado la semilla revolucionaria en los parias de la Iglesia, +adormecidos en un ambiente de dos siglos atrás. Creía contribuir a la +revolución futura formando hombres, y al despertar de su ensueño se +encontraba con criminales vulgares. ¡Qué espantosa decepción! Sus ideas +sólo habían servido para destruir. Quitando a aquellos cerebros +soñolientos los prejuicios de la ignorancia, las supersticiones del +siervo, sólo había conseguido hacerlos audaces para el mal. El egoísmo +era la única pasión que vibraba en ellos. Sólo habían aprendido que eran +miserables y no debían serlo. La suerte de sus compañeros de infortunio, +de una inmensa parte de la humanidad, miserable y triste, no les +interesaba. Saliendo ellos de su estado, mejorando su situación fuese +como fuese, les importaba poco que el mundo siguiera lo mismo que antes; +que las lágrimas, el dolor y el hambre reinasen abajo para asegurar la +comodidad de los de arriba. Había sembrado en ellos su pensamiento, +queriendo acelerar la cosecha, y como en los cultivos forzados y +artificiales, que crecen con asombrosa rapidez para no dar más que +frutos corrompidos, el resultado de su propaganda era la podredumbre +moral. ¡Hombres, al fin, como todos! ¡La fiera humana buscando su +bienestar a costa del semejante; perpetuando el desconcierto y el dolor +para los demás, con tal de gozar de la abundancia durante una vida de +unos cuarenta años! ¡Ay!, ¿dónde encontrar al ser superior ennoblecido +por el culto de la razón, haciendo el bien sin esperanza de recompensa, +sacrificándolo todo por la solidaridad humana, el hombre-dios que +embellecería el porvenir...?</p> + +<p>—¡Anda, Gabriel—continuaba el campanero—, no perdamos tiempo! Es cosa +de un instante, y en seguida ¡a volar!</p> + +<p>—¡No—dijo Luna con firmeza, saliendo de su ensimismamiento—, no +haréis eso, no debéis hacerlo! Es un robo lo que me proponéis, y mi +dolor es grande viendo que para eso contabais conmigo. Otros van al robo +por instinto fatal o por corrupción de alma; vosotros llegáis a él +porque quise ilustraros, porque intenté abrir vuestras inteligencias a +la verdad... ¡Oh!, ¡es horrible... muy horrible!</p> + +<p>—Pero ¿a qué tales aspavientos, Gabriel? ¿No es eso un pedazo de palo? +¿A quién perjudicamos apoderándonos de sus joyas? ¿No roban los ricos y +todos los que poseen algo? ¿Por qué no hemos de imitarles?</p> + +<p>—Por eso mismo: porque lo que intentáis hacer es una imitación del +mal; porque perpetúa una vez más el sistema de violencia y de +desarreglo, causa de la miseria. ¿Por qué odias al rico, si lo que él +hace al explotar al humilde es lo mismo que vas a hacer tú, apoderándote +de una cosa «para ti» (entiéndelo bien), «para ti» y no para todos? No +me asusta el robo, porque no creo en la propiedad ni en la santidad de +las cosas; pero por esto mismo abomino de la apropiación particular y me +opongo a ella. ¿Para qué queréis apoderaros de eso? Decís que para +remediar vuestra miseria. No es verdad: para ser ricos, para entrar en +el grupo de los privilegiados, para ser tres individuos más de esa +minoría odiosa que goza el bienestar esclavizando a los humanos. Si +todos los pobres de Toledo llamasen ahora a las puertas de la catedral, +sublevados y embravecidos, yo les abriría paso, los guiaría yo mismo, +les señalaría esas joyas que ambicionáis, les diría: «Apoderaos de +ellas.» Son gotas de sudor y de sangre de sus antepasados; representan +el trabajo servil en la tierra del señor, el despojo brutal por los +alcabaleros del rey, para que magnates y reyes pudiesen cubrir de +pedrería al ídolo que podía abrirles las puertas del cielo. Eso no +pertenece a vosotros tres porque seáis más audaces; pertenece a todos, +como de todos son las riquezas de la tierra. Poner su mano los hombres +sobre cuanto existe en el mundo será la obra santa, la revolución +redentora del porvenir; apoderarse ahora unos cuantos de lo que con +arreglo a la moral imperante no es suyo, resulta un delito para las +leyes burguesas, y para mí es un atentado contra los desheredados, +únicos dueños de lo existente...</p> + +<p>—¡Calla, Gabriel!—dijo el campanero con dureza—. Si te dejo, hablarás +hasta el amanecer. No te entiendo, no quiero. ¡Venimos a hacerte un +favor, y nos sales con un sermón! ¡Queremos verte rico como nosotros, y +nos contestas hablando de los demás, de la gente que no conoces, de esa +humanidad que no te dio ni un mendrugo cuando vagabas como un perro...! +Tendré que dirigirte como en nuestra juventud, cuando hacíamos la +guerra. Siempre te he querido y admiro tu talento, pero a ti hay que +tratarte como a un chicuelo... ¡Vaya, Gabriel, a callar y síguenos! ¡Te +llevamos a la felicidad! ¡Adelante, compañeros!</p> + +<p>El <i>Tato</i> y el zapatero se pusieron de pie, marchando hacia la verja del +altar mayor. El perrero empujó una de sus hojas, entreabriéndola.</p> + +<p>—¡No!—gritó Gabriel con energía—. ¡Deteneos...! Mariano, no sabes lo +que haces. Creéis que ya está lograda vuestra dicha con apoderarse de +esas riquezas. ¿Y después? Vuestras familias quedarán aquí. <i>Tato</i>, +piensa en tu madre. Mariano, el zapatero y tú tenéis mujer, tenéis +hijos.</p> + +<p>—¡Bah...!—dijo el campanero—. Ya vendrán a reunirse con nosotros +cuando estemos lejos y en salvo. El dinero todo lo puede: lo que importa +es tenerlo.</p> + +<p>—¿Y vuestros hijos...? ¡Les dirán que sus padres fueron ladrones!</p> + +<p>—Pero serán ricos en otro país. Al fin, su historia no resultará peor +que la de los hijos de otros ricos.</p> + +<p>Gabriel se convenció de la resolución feroz que animaba a aquellos +hombres. Sus esfuerzos para detenerles eran inútiles. Mariano le +empujaba al ver que se interponía entre él y el altar mayor.</p> + +<p>—Aparta, chiquillo—dijo—. Ya que no sirves para nada, déjanos. ¿Es +que le tienes miedo a la Virgen? Descuida, que aunque nos llevemos todo +cuanto posee no hará ningún milagro.</p> + +<p>Gabriel intentó un recurso decisivo.</p> + +<p>—No haréis nada. Si pasáis la verja, si entráis en el altar mayor, toco +el esquilón y antes de diez minutos está todo Toledo en las puertas.</p> + +<p>Y abriendo la verja del coro, entró en él con una decisión que paralizó +al campanero.</p> + +<p>El zapaterillo, con su aspecto de borracho taciturno, fue el único que +le siguió.</p> + +<p>—¡El pan de mis hijos!—murmuraba con lengua estropajosa—. ¡Quieren +robarlos...! ¡Quieren que sigan pobres...!</p> + +<p>Mariano oyó un ruido metálico: vio cómo el zapaterillo levantaba el +brazo armado con el manojo de llaves caído en los peldaños de la verja, +y después oyó un choque de extraña sonoridad, como si golpeasen algo +hueco.</p> + +<p>Gabriel dio un grito y cayó al suelo de bruces. El zapatero seguía +golpeándole al cráneo.</p> + +<p>—¡No le des más...! ¡Detente!</p> + +<p>Éstas fueron las últimas palabras que oyó confusamente Gabriel, tendido +en la entrada del coro. Un líquido pegajoso y caliente se escurría sobre +sus ojos. Después, el silencio, la obscuridad... la Nada.</p> + +<p>El último destello de su pensamiento fue para decirse que iba a morir, +que tal vez había muerto ya, restándole sólo la postrera vibración +vital, la estela agitada de una existencia que huía para siempre.</p> + +<p>Aún volvió a la vida. Abrió los ojos trabajosamente, y vio el sol al +través de un ventanillo con hierros, unas paredes blancas y una cama con +cobertor de percalina rameada y sucia. La cabeza le pesaba enormemente. +Su pensamiento pudo formar y coordinar una idea, después de grandes +vacilaciones y tropiezos: le habían colocado la catedral en las sienes. +El templo gigantesco gravitaba sobre su cráneo, aplastándolo. ¡Qué +inmenso dolor...! No podía moverse: estaba cogido por la cabeza. +Zumbaban sus oídos; su lengua estaba paralizada. Los ojos veían, pero +débilmente, como si la luz fuese turbia y una bruma rojiza envolviese +los objetos.</p> + +<p>Creyó que una cara con bigotes, terminada por un sombrero de guardia +civil, se inclinaba sobre la suya, mirándolo en los ojos. Movía los +labios, pero él no oía nada. Era sin duda la pesadilla de sus antiguas +persecuciones volviendo a surgir.</p> + +<p>Se fijaban en él, viendo que abría los ojos. Un señor vestido de negro +avanzaba hacia su lecho, seguido de otros dos que llevaban papeles bajo +el brazo. Adivinó que le hablaban por el movimiento de los labios, pero +nada pudo oír. ¿Estaría en otro mundo? ¿Serían falsas sus creencias, y +después de la muerte existiría otra vida igual a aquella que había +abandonado?</p> + +<p>Cayó de nuevo en la sombra y en la inercia. Pasó mucho tiempo... mucho. +Otra vez se abrieron sus ojos, pero ahora la bruma era más densa. Ya no +era roja: era negra.</p> + +<p>Entre estos velos, creyó ver Gabriel el rostro de su hermano, +consternado, crispado por el miedo, y los bicornios de la Guardia civil, +aquellos sombreros de pesadilla, rodeando al pobre <i>Vara de palo</i>. +Después, más esfumada, más indecisa, la cara de la dulce compañera, de +Sagrario, contemplándole con ojos llorosos de inmensa pena, besándolo +con la mirada, sin que la intimidasen los hombres negros y las armas que +la rodeaban.</p> + +<p>Ésta fue la última visión, indecisa y borrosa, como vista a la luz de +una chispa fugaz. Después la obscuridad eterna, el aniquilamiento... la +Nada.</p> + +<p>Al cerrar para siempre los ojos, sonó junto a él una voz:</p> + +<p>—Te seguíamos la pista, pájaro. Bien escondido estabas, pero te has +descubierto con una de las tuyas. Ahora veremos qué cuenta das de las +joyas de la Virgen... ¡ladrón!</p> + +<p>El terrible enemigo de Dios y del orden social no dio cuenta alguna a +los hombres.</p> + +<p>Al día siguiente salió en hombros, de la enfermería de la cárcel, para +desaparecer en la fosa común. El secreto de su muerte lo guardó la +tierra, esa madre ceñuda que presencia impasible las luchas de los +hombres, sabiendo que grandezas y ambiciones, miserias y locuras, han de +pudrirse en sus entrañas, sin otro resultado que fecundar la renovación +de la vida.</p> + +<hr style="width: 65%;" /> + +<h2><i>Playa de la Malvarrosa</i> (<i>Valencia</i>).</h2><h2> <i>Agosto-septiembre 1903</i>.</h2> + +<h1>FIN</h1> + + + + + + + + +<pre> + + + + + +End of the Project Gutenberg EBook of La Catedral, by Vicente Blasco Ibáñez + +*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LA CATEDRAL *** + +***** This file should be named 16670-h.htm or 16670-h.zip ***** +This and all associated files of various formats will be found in: + https://www.gutenberg.org/1/6/6/7/16670/ + +Produced by Chuck Greif + +Updated editions will replace the previous one--the old editions +will be renamed. + +Creating the works from public domain print editions means that no +one owns a United States copyright in these works, so the Foundation +(and you!) can copy and distribute it in the United States without +permission and without paying copyright royalties. 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It exists +because of the efforts of hundreds of volunteers and donations from +people in all walks of life. + +Volunteers and financial support to provide volunteers with the +assistance they need, is critical to reaching Project Gutenberg-tm's +goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will +remain freely available for generations to come. In 2001, the Project +Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure +and permanent future for Project Gutenberg-tm and future generations. +To learn more about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation +and how your efforts and donations can help, see Sections 3 and 4 +and the Foundation web page at https://www.pglaf.org. + + +Section 3. 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