diff options
| -rw-r--r-- | .gitattributes | 4 | ||||
| -rw-r--r-- | 75134-0.txt | 3925 | ||||
| -rw-r--r-- | 75134-h/75134-h.htm | 4509 | ||||
| -rw-r--r-- | 75134-h/images/cover.jpg | bin | 0 -> 115386 bytes | |||
| -rw-r--r-- | 75134-h/images/logo.jpg | bin | 0 -> 43131 bytes | |||
| -rw-r--r-- | 75134-h/images/t015.jpg | bin | 0 -> 19429 bytes | |||
| -rw-r--r-- | 75134-h/images/t035.jpg | bin | 0 -> 32433 bytes | |||
| -rw-r--r-- | 75134-h/images/t072.jpg | bin | 0 -> 24371 bytes | |||
| -rw-r--r-- | 75134-h/images/t085.jpg | bin | 0 -> 6133 bytes | |||
| -rw-r--r-- | 75134-h/images/t117.jpg | bin | 0 -> 25051 bytes | |||
| -rw-r--r-- | 75134-h/images/t129.jpg | bin | 0 -> 25430 bytes | |||
| -rw-r--r-- | 75134-h/images/t143.jpg | bin | 0 -> 8136 bytes | |||
| -rw-r--r-- | 75134-h/images/t156.jpg | bin | 0 -> 29853 bytes | |||
| -rw-r--r-- | 75134-h/images/t157.jpg | bin | 0 -> 37405 bytes | |||
| -rw-r--r-- | 75134-h/images/t169.jpg | bin | 0 -> 5091 bytes | |||
| -rw-r--r-- | 75134-h/images/t171.jpg | bin | 0 -> 52559 bytes | |||
| -rw-r--r-- | 75134-h/images/t187.jpg | bin | 0 -> 35294 bytes | |||
| -rw-r--r-- | 75134-h/images/t208.jpg | bin | 0 -> 57739 bytes | |||
| -rw-r--r-- | LICENSE.txt | 11 | ||||
| -rw-r--r-- | README.md | 2 |
20 files changed, 8451 insertions, 0 deletions
diff --git a/.gitattributes b/.gitattributes new file mode 100644 index 0000000..d7b82bc --- /dev/null +++ b/.gitattributes @@ -0,0 +1,4 @@ +*.txt text eol=lf +*.htm text eol=lf +*.html text eol=lf +*.md text eol=lf diff --git a/75134-0.txt b/75134-0.txt new file mode 100644 index 0000000..b2f7c6a --- /dev/null +++ b/75134-0.txt @@ -0,0 +1,3925 @@ + +*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK 75134 *** + + +NOTA DE TRANSCRIPCIÓN + + * Las cursivas se muestran entre _subrayados_ y las versalitas se han + convertido a MAYÚSCULAS. + + * Los errores de imprenta han sido corregidos. + + * La ortografía del texto original ha sido modernizada de acuerdo con + las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española. + + * También ha sido modernizada la puntuación, la grafía de los nombres + propios de personas y lugares, y los laísmos y leísmos. + + * Para facilitar la lectura, algunos pronombres enclíticos han sido + separados de los verbos a los que acompañan. + + * Las abreviaturas han sido expandidas y la presentación de los + diálogos se ha adaptado a los modernos usos ortotipográficos, + utilizando párrafos distintos para cada interviniente y aislando + entre rayas los comentarios del narrador. + + * El contenido de la fe de erratas, situada al final del libro, ha + sido incoporado al texto. + + * Se han añadido viñetas decorativas al final de algunos capítulos + que no las traen impresas. + + * En esta novela, el autor llama Alfonso VII al padre de la reina + doña Urraca, pero los historiadores consideran que el padre de esta + reina fue Alfonso VI, siendo Alfonso VII el hijo, y no el padre de + doña Urraca. + + + + + EL CONDE + de + CANDESPINA + — + TOMO SEGUNDO + + + + + EL CONDE + de + CANDESPINA + + novela histórica original + + POR + + _Don Patricio de la Escosura_ + + Alférez del Escuadrón de Artillería de la Guardia Real. + + [Ilustración] + + MADRID y SEPTIEMBRE: + IMPRENTA, CALLE DEL AMOR DE DIOS, n.º 14. + — + 1832 + + + + + _¿Por qué de Roma tu ofuscada mente_ + _Hazañas busca en la remota historia?_ + _¿Para asombrar a la futura gente_ + _No basta acaso la española gloria?_ + _Cuando virtud y honor tu lira intente_ + _Eternizar del mundo en la memoria,_ + _Los campos corre de la madre España,_ + _Y cada monte te dirá una hazaña._ + + (Don Ventura de la Vega, canto al Rey Nuestro Señor). + + + + + EL CONDE + DE + CANDESPINA + +CAPÍTULO PRIMERO + + +A corta distancia de Soria, y oculto al pie de un pequeño cerro, había +dejado un escuadrón el conde de Candespina, según hemos dicho; y así +es que una vez fuera de los muros de aquella ciudad, pudo la reina +deponer todo temor. Detúvose su litera el tiempo necesario para que +despojándose algunos caballeros de sus vestidos de almogávares, calasen +el morrión y montasen a caballo; y aprovechando este intervalo, enteró +don Gómez a la reina de los medios que había empleado para sacarla +por segunda vez del poder de su marido. Ocioso será decir que llena +de admiración y reconocimiento, no encontraba doña Urraca expresiones +bastantemente fuertes para ponderar su gratitud; y si hemos acertado a +pintar con alguna verdad el carácter del conde, creemos también que no +habrá uno de nuestros lectores que no conciba su placer viéndose tan +favorecido de su señora, y que una sola de sus expresiones bastaría +para hacerle arrostrar mil muertes en su defensa. + +Concluidos los preparativos para la marcha, rompió su movimiento +el escuadrón escogido, llevando en medio la preciosa litera. +Verdaderamente era un magnífico espectáculo ver a aquellos guerreros +cubiertos de fortísimas y brillantes armaduras, montados en soberbios +bridones andaluces, y ostentando en la diversidad de colores de los +pendones de las lanzas y de las bandas que adornaban las bruñidas +corazas, las diferentes inclinaciones de sus damas, marchar con +admirable concierto y uniformidad, como si todos fueran partes de una +sola máquina, cuyo resorte principal fuese la voluntad de su caudillo. +Flotaban a merced de los vientos las amarillas y negras plumas que +adornaban la cimera del casco de este; el fogoso alazán que montaba, +pareciendo sentir el gozo de su amo y envanecerse con sus triunfos, +marchaba con la cerviz erguida, hinchado el ferviente pecho, sentando +apenas las manos en la tierra, y cubriéndose a sí mismo de blanca +espuma. La reina manifestaba en lo placentero del semblante cuál era su +interior contento; y la dirección de todos los morriones indicaba que +el objeto exclusivo a que atendía aquella tropa de leales era la misma +doña Urraca. + +Empezaba el sol a declinar al occidente, dejándose apenas sentir +la benéfica influencia de sus rayos, cuando dieron vista al campo +castellano don Gómez y su escuadrón. Los centinelas de los reales que +vieron venir con tan buen orden a ellos un número bastante crecido de +soldados, dieron la alarma. Resonaron en la vasta extensión del campo +los bélicos instrumentos; corrieron a las armas soldados y caballeros; +y en poco tiempo se reunieron bastantes para poder hacer frente al +enemigo, mientras el resto se organizaba. + +No había probado hasta entonces el conde de Lara más que las dulzuras +del mando; y la crónica dice que, en el momento de que hablamos, +creyendo que de improviso venía sobre él don Alfonso con todo su poder, +hubiera de buena gana renunciado a su honorífico puesto. Hubo sin +embargo de conformarse, y armado de todas armas se presentó al frente +del campo. + +Ya en esto se habían aproximado bastante a él los que acompañaban a +la reina; y adelantándose el conde de Candespina se dio a conocer al +ejército. Más de un soldado dicen que hubo a quien le pesase que en +efecto no fueran aragoneses los que se presentaban, sintiendo renunciar +a la idea de las honras que distinguiéndose en el combate esperaba +conseguir; pero como este entusiasmo no es general, aun entre los +valientes, se alegraron la mayor parte de su engaño, y más que todos el +jefe del ejército. + +—Bien ha hecho Vueseñoría, señor conde —dijo el de Lara—, en +descubrirse a tiempo, porque si no, hubiéramos podido daros un mal rato. + +—Dios solo sabe quién lo hubiera tenido, conde don Pedro; mas lo que +importa es que Vueseñoría se aperciba para recibir dignamente a Su +Alteza. + +—¡Santos cielos! ¿Qué decís, don Gómez? + +—¿A Su Alteza? + +—¿A Su Alteza? —repitieron en coro los oficiales que rodeaban a don +Pedro. + +—¿A Su Alteza? —exclamaron oyéndolo los más próximos, y a la manera +con que, herida la mansa corriente de un caudaloso río por una piedra, +se forman sucesivamente en torno de esta multitud de círculos cada vez +mayores hasta que se terminan en las orillas, así también la voz «¿A Su +Alteza?» se extendió por todo el campo, repitiéndola confusamente los +ecos de los vecinos montes. + +—Sí, caballeros —continuó el conde de Candespina—, sí, soldados +castellanos, nuestra reina doña Urraca es la que va a honrarnos con su +presencia. + +—_Viva la reina, viva su libertador_ —exclamaron unánimemente cuantos +alcanzaron a oírle. + +Y precisamente entonces llegó doña Urraca. Se apeó de la litera para +gozar libremente, dijo, de la vista de sus vasallos, y habiéndose +apeado también todos los caballeros, fue el conde de Lara a rendirla +el debido homenaje, y tomar en su calidad de general las órdenes de Su +Alteza. + +—¿Cómo —exclamó doña Urraca entre sorprendida e indignada—, cómo? Conde +de Candespina, ¿no sois vos el caudillo de mis tropas? + +—Señora —contestó este—, el conde de Lara y yo alternamos en el mando. + +—¿Y quién ha alternado con vos para exponerse dos veces a riesgos +eminentes por salvarme? ¡Ah, castellanos, castellanos! + +Felizmente para el conde de Lara, el respeto tenía bastante lejos de +la reina a todos los jefes del ejército, sin lo cual hubieran oído +la justa y amarga reconvención que sus últimas palabras contenían; +mas no dejó de producir en don Pedro el más vivo resentimiento, o por +mejor decir, la más negra envidia por lo que don Gómez acababa de +hacer. Cualquier otro hombre de su calidad a quien la reina hubiera +hecho semejante alusión, habría contestado con aspereza, y tal vez +con desacato; mas el conde de Lara sabía dominarse, y contando con +los recursos que aún le quedaban, no se dio por entendido de lo que +oyó. La alegría del campo castellano era imponderable: el simple +soldado que iba a la guerra sin más motivo que la voluntad de su señor +feudal, veía llegar con el placer que puede imaginarse el momento de +volver al cultivo de su campo, y a la dichosa oscuridad de su cabaña; +y los ricos hombres y caballeros de más cuenta, empeñados en aquel +partido, no desconocían que la sola presencia de doña Urraca daba más +consistencia a su facción que cuantas victorias hubieran alcanzado +sobre los aragoneses. Un solo hombre era el que entre tantos dichosos +gemía dolorosamente viendo frustrados sus más caros proyectos, y +pendiente sobre su cabeza la cuchilla de la justicia de la reina: don +Pedro Ansúrez, custodiado por una fuerte escolta al mando de don Diego +López, y conducido en pos de la triunfante doña Urraca, como en la +soberbia Roma seguían los cautivos el carro de sus vencedores. ¡Extraña +vicisitud de la fortuna! Veinticuatro horas antes pendía de su voluntad +la suerte y la vida de los que en aquel momento eran árbitros de la +suya. + +Después de haber corrido en esta disposición todo el campo, para que +los soldados se cerciorasen de que en efecto se hallaba en él, se +retiró la reina a la tienda de Lara, que por su magnificencia, acaso +extremada para un guerrero, se juzgó la más digna de tener la honra +de hospedarla. En ella recibió a las personas más distinguidas del +ejército, y nada le quedó que hacer para que todos saliesen a cual +más encantado de su afabilidad y dulzura; pero el conde de Candespina +fue la persona a quien particularmente parecía dirigir sus afectuosas +miradas. Cada vez que un noble la felicitaba por su inesperada +libertad, decía: + +—Ved aquí al que ha hecho este milagro; Castilla le debe su reina, y +doña Urraca la libertad y la vida. + +—¡Ah, señora! —contestaba el conde—, ¿quién no expondrá gustoso mil +vidas por una reina como doña Urraca? + +Así que se hubo apaciguado algún tanto el tumulto causado por la +inesperada aparición de doña Urraca, y que, satisfechos de haberla +visto, los caballeros castellanos dejaron desembarazada su tienda, +quedando solamente en ella los condes de Candespina y Lara, y algunas +de las personas de más cuenta, volvió de nuevo a resonar el campo con +gritos de alegría: la multitud de los soldados seguía a un caballero, +montado en un caballo casi exánime de fatiga, y que apenas podía +sostener su peso y el de una enlutada dama que a las ancas llevaba. + +—Es Hernando de Olea —gritaban los soldados—. Es el valiente Hernando. + +—Sí, camaradas —contestaba nuestro Hernando—. Yo soy: vuelvo a pelear, +a vencer con vosotros. + +Los talentos de Olea eran escasos, pero su valor, sobrado, y el soldado +gusta de esta cualidad en sus jefes, perdonándoles fácilmente en favor +de ella cualquier otro defecto. Así es que Hernando gozaba de la más +alta reputación entre la tropa, y su venida fue para el ejército un +verdadero júbilo. + +—Leonor —exclamó la reina viéndola entrar—, ¿tú también aquí? Ya nada +me falta. + +—¡Ah, señora!, déjeme Vuestra Alteza besar sus pies. + +—Alza y dame los brazos; ¿y a quién debo la dicha de tenerte a mi lado? + +—Al incomparable valor del amigo del conde de Candespina. + +—¿Al valiente Hernando? Venid acá, buen caballero, no estéis tan +retirado; el servicio que me habéis hecho merece recompensa; pedid, y +os será otorgada. + +—Vuestra Alteza pondera más de lo que vale mi acción, que al cabo nada +significa, y además lleva la recompensa en sí misma. + +—¿No os parece, conde de Candespina, que vuestro amigo ha tenido más +memoria que todos nosotros, acordándose de Leonor, y no poca osadía +para quedarse solo en Soria por no dejarla en su convento? + +—Verdaderamente, señora —contestó el conde, a quien las bondades de +doña Urraca tenían de festivo humor—, parece que el buen Hernando ha +apartado poco de su memoria a doña Leonor desde... + +—Callad, conde, que hacéis ruborizar a mi camarera. Veamos, Hernando, +qué recompensa pedís; os mando que la señaléis. + +—Pues Vuestra Alteza lo exige, diré... que... señora... el conde ha +indicado... + +—Que amáis a Leonor; válgame el cielo, que amante sois tan tímido. Será +preciso que yo hable por vos. + +—Señora, Vuestra Alteza ha adivinado mis pensamientos. + +—¿Y qué dices a esto, Leonor? Solo falta tu consentimiento para que +seas esposa de Hernando. + +—No tengo más voluntad que la de Vuestra Alteza; y Hernando tiene +demasiados títulos a mi agradecimiento para que yo pueda negarle nada. +Mas hasta tanto que Vuestra Alteza esté pacíficamente en su trono, +Leonor de Guzmán no pensará en casarse. + +—Todos a porfía queréis acumular las pruebas de vuestra fidelidad; +plegue a Dios que llegue el momento en que pueda recompensaros. + +La tienda de la reina era en aquel instante el templo de la felicidad, +y el generoso Candespina aprovechó la ocasión para hablar de don +Pedro Ansúrez. A pesar de haber sido este siempre su mortal enemigo, +a pesar de las asechanzas que últimamente intentó poner en práctica +para llevarle a un suplicio, y a pesar de sus traiciones, no podía +dejar el conde de Candespina de mirar a don Pedro Ansúrez como a un +compatriota, y compatriota desgraciado. Habló pues en su favor a doña +Urraca; Lara se opuso a que se le diera libertad, pretextando que +debía hacerse un escarmiento; pero las razones que alegó el conde de +Candespina sobre la crueldad que habría en deshacerse de un enemigo +ya indefenso, lo peligroso que sería enajenarse los ánimos de sus +muchos parientes y allegados; y hasta la especie de felonía con que +había sido forzoso sacarle de Soria, unidas a los generosos ruegos de +Hernando, Leonor y don Diego López, decidieron la cuestión en favor del +desgraciado conde de Ansúrez. + +Aquella misma noche se le hizo saber la piedad de Su Alteza, y prestado +que hubo juramento de fidelidad a doña Urraca, quedó libre para +marcharse adonde mejor le pareciese. + +Con acuerdo de la reina resolvieron los dos generales que el ejército +se pondría en marcha al romper el alba de la próxima mañana, y tomadas +las disposiciones convenientes, se retiraron a reposar de las fatigas +de aquel día tan fecundo en sucesos no comunes. + +[Ilustración] + + + + +CAPÍTULO II + + +Hemos dejado a don Alfonso de Aragón en Soria ocupado en despachar +los negocios de su reino, cuando la dichosa temeridad del conde de +Candespina sacó de aquella ciudad a la reina de Castilla. La poca +armonía que reinaba entre él y su esposa era causa de que no se vieran, +aun viviendo juntos, más veces que las necesarias para cumplir como +suele decirse con el mundo; y el número de sus forzadas entrevistas se +redujo en Soria a una sola al día, que se verificaba ordinariamente a +la prima noche, y en presencia de tres o cuatro cortesanos de los más +favorecidos. Así es que don Alfonso hubiera ignorado hasta la noche la +fuga de su esposa, a no habérsela revelado antes la falta del conde +don Pedro Ansúrez. Raro era el día en que este señor no veía al rey +dos o tres veces para darle cuenta de los negocios de Castilla; y como +jamás se verificó que dejase de presentarse al menos una vez antes de +la noche, forzosamente hubo don Alfonso de extrañar que llegase la +media tarde sin haberle aún visto. En consecuencia mandó que se fuera a +buscarle a su casa, en la cual contestaron los criados que había salido +horas hacía a ver a Su Alteza, según creían; con esta noticia fue el +encargado al cuarto de la reina, y allí supo que en efecto don Pedro +Ansúrez había estado a ver a doña Urraca, siguiéndole tres caballeros, +y que después de haber tenido con ella una breve conferencia, y +levantádose esta de su lecho salieron todos juntos, yendo la reina +en una litera sin acompañamiento ninguno. En la antecámara de doña +Urraca empezaron ya, según costumbre, a formarse conjeturas entre los +palaciegos: uno decía que tenía datos muy positivos para creer que, +cansado el rey de las altanerías e inconsecuencias de doña Urraca, la +había enviado con todo secreto a un convento, y que impaciente por +saber que se había ya verificado, enviaba a buscar a don Pedro Ansúrez, +ejecutor de sus órdenes; el otro sabía por buen conducto que la salida +de la reina encerraba gran misterio, «y vuesas mercedes lo verán dentro +de poco», añadía con tono entre enfático y profético. Todos hablaban, +todos decían su opinión, y cada cual se alejaba más de la verdad que +el que le había precedido. Desde el cuarto de la reina al del rey +enteró el criado a cuantos encontró de su comisión y éxito de ella, +encargándoles a todos el secreto, sin duda para con los muertos, pues +antes que don Alfonso sabían en Soria grandes y chicos que la reina +y su mayordomo habían desaparecido de palacio, y que se ignoraba su +paradero. Como quiera que sea, el comisionado dio cuenta al rey de +Aragón del resultado de sus diligencias, que en resumen fue que no se +sabía del conde Ansúrez ni de la reina. + +—Mentís —dijo furioso el rey—, es imposible. + +—Señor, Vuestra Alteza puede asegurarse por sí mismo de mi verdad. + +—Tiembla si te has atrevido a engañarme. + +—Mi cabeza responde. + +—Fortún, no te habrás enterado bien. + +—Desgraciadamente, no me cabe duda. + +—La reina habrá salido a alguna de sus devociones. Sí; esto es. Al +momento que se recorran todas las iglesias y monasterios de la ciudad; +que no quede en el alcázar un solo criado. Fortún, que no se perdone +diligencia para encontrarla al instante. + +La idea que en aquel momento ocurrió a don Alfonso fue la de que +doña Urraca, no pudiendo de otro modo sustraerse a su autoridad, se +habría retirado al inviolable asilo de algún convento de religiosas: +pensamiento plausible a primera vista; pero que debió desvanecerse con +la consideración de que en tal caso lo primero que el conde de Ansúrez +hubiera hecho sin duda sería ponerlo en noticia del rey. De todos modos +se practicaron mil diligencias a cual más infructuosa, hasta que a un +mismo tiempo dos circunstancias descubrieron la verdad del hecho. Los +soldados que estaban de guardia en la puerta por la cual salió de Soria +doña Urraca, notando que no cesaban de pasar por sus inmediaciones +personas de la real servidumbre con aire presuroso y afanado, y movidos +de la natural curiosidad, detuvieron a uno de aquellos criados para +preguntarle la causa de su diligencia. + +—La reina no parece en toda la ciudad —dijo el enviado. + +—Ni es fácil —contestó un soldado—, no vengáis con chanzonetas, +hermano, que pudierais viniendo por lana salir trasquilado. + +—No me chanceo, caballeros, lo que digo es la pura verdad; más de tres +horas hace que andamos buscando a Su Alteza inútilmente. + +—Cuerpo de mi padre, y podréis buscarla hasta el día del juicio sin más +provecho. + +—¿Sabréis vos, señor soldado, por ventura, dónde está? + +—Dónde está lo ignoro; pero puedo deciros dónde no está. + +—Por san Pedro que me digáis... + +—Lo que yo puedo decir es que no está en Soria. + +—¿Cómo? + +—Habiendo salido horas ha por esta puerta. + +—¿Con quién? + +—Con su mayordomo, dos caballeros armados de punta en blanco, y una +tropa de almogávares. + +—Las once mil vírgenes me amparen: acabad, por Dios. + +—No sé más que a poco rato vino un caballero con otra dama encubierta, +tomó un caballo, montó con ella y marchó como alma de sastre que llevan +los diablos; y por último, que también se fueron en pos de él unos +cuantos almogávares que esperándole estaban. + +—¿Nada más? + +—Nada más. + +—Dios os guarde por la merced que me habéis hecho. Y diciendo así +partió como un rayo a llevar las nuevas a palacio. + +La otra circunstancia que hemos indicado fue la declaración de la +abadesa del convento en donde doña Leonor estuvo en reclusión, sobre el +modo con que había esta dama salido de él. De manera que a las ocho de +la noche ya no le quedaba a don Alfonso ninguna duda de que su esposa +había salido de Soria; y las apariencias eran de tal naturaleza que +toda la culpabilidad recaía sobre el conde de Ansúrez. Don Alfonso +maldecía la hora menguada en que depositó su confianza en el traidor +conde; y si por desventura hubiera podido haberle entonces a las manos, +parece posible que ni tiempo para justificarse le hubiera dejado. + +Los guardas de la puerta fueron relevados y puestos en estrecha +prisión por una culpa que no habían cometido ni podido evitar. Pero tal +es la suerte de los débiles, siempre víctimas hasta de las flaquezas de +los fuertes. + +No era don Alfonso hombre cuyo enojo se limitara a simples amenazas; +la saña que ardía en su pecho solo en la sangre de sus contrarios +podía apagarse, y así resolvió hacerlo. Reunidos en poco tiempo en el +alcázar los nobles aragoneses presentes en Soria, recibieron orden de +hallarse dispuestos a salir con sus tropas al amanecer del siguiente +día para pelear contra los castellanos. Dividiéronse los pareceres +entre aquellos señores. Los jóvenes dejándose llevar por el ardor +propio de sus pocos años, recibieron con indecible placer el mandato +del rey; pero los más avanzados en edad, capaces de mayor reflexión, +lo consideraban como imprudente. Las fuerzas de los castellanos eran +en efecto considerables; la llegada de doña Urraca a su campo debía +haber aumentarlo el entusiasmo de sus tropas; y el conde de Candespina +era harto conocido por su pericia en el arte militar para que ni el +mismo Alfonso pudiera lisonjearse de vencerle con fuerzas inferiores. +No faltó quien hiciese estas y otras reflexiones semejantes al rey +de Aragón, pero la ira le dominaba. El deseo de venganza triunfó de +los avisos de la prudencia, y la salida contra los castellanos quedó +irrevocablemente resuelta. + +Por su parte los parciales de doña Urraca, que teniéndola ya consigo +ninguna causa tenían para detenerse delante de Soria, movieron su campo +hacia Burgos con todo el concierto y precaución posibles; pues aunque +el conde de Candespina no quiso de ningún modo aceptar ostensiblemente +el mando hasta que concluyese el plazo señalado en su pacto con el de +Lara, sin embargo nada se hacía sin su acuerdo desde que se le vio tan +favorecido de la reina. + +Pocas horas llevarían de marcha cuando se recibió aviso de que se +aproximaba a ellos aceleradamente un numeroso cuerpo de tropas a pie y +a caballo, y nadie dudó de que fuese enviado por el rey de Aragón. La +reina oyó aquella nueva con harto pesar; pero don Gómez le manifestó +con tanta energía como brevedad que nada tenía que temer yendo en torno +de ella tantos valientes castellanos; y autorizado competentemente pasó +a dar las disposiciones necesarias para repeler al enemigo. + +—A vos, conde de Lara —dijo el de Candespina—, toca como a principal +caudillo velar directamente sobre la persona de Su Alteza. Tomad para +ello los soldados que creáis necesarios, que, Dios mediante, yo haré +con el resto de modo que don Alfonso, aunque venga en persona, no pueda +estorbaros la marcha. + +—Pésame en el alma —contestó el de Lara—, no poder quedarme aquí; mas +pues así lo ha querido la suerte, sean en buen hora todas las glorias +para vos. + +—Consolaos, conde, que ocasiones sobrarán en que podáis acreditar +vuestro brío. + +—Así lo espero. + +La reina continuó su marcha acompañada del conde de Lara, quien +viéndose libre de la embarazosa presencia de don Gómez, empezó a dar +libre curso a su carácter lisonjero. + +—Preciso es, señora, confesar —decía a doña Urraca— que si es grande el +valor del conde de Candespina, no lo es menos su buena estrella. + +—¿Por qué? + +—¿Y Vuestra Alteza lo pregunta? ¿Qué dicha puede apetecer un caballero +mayor que la de consagrar sus servicios a la reina de Castilla, a la +reina de la hermosura? + +—No gusto de lisonjas, conde de Lara. + +—Perdone Vuestra Alteza si mi lengua indiscreta ha ofendido su +modestia; pero es tal la fuerza de la verdad... + +—Dejemos eso, y decidme qué pensáis del resultado del combate que en +este momento se está dando. + +—Vuestra Alteza no puede dudar que será favorable a las armas de +Castilla. Soldados que lidian por doña Urraca forzosamente han de +vencer. + +—Más que en otra cosa fío en la pericia de don Gómez. + +La reina tenía razón. El conde de Candespina eligió tan bien sus +posiciones para sacar partido de la ventaja que en el número tenía +sobre los aragoneses que, a pesar de las acertadas medidas de don +Alfonso, la victoria tardó poco en decidirse por los castellanos. +Rechazados por todas partes los aragoneses volvían sin embargo a la +carga repetidas veces, no perdonando sus jefes medio alguno para +estimularlos al combate: mas todo fue inútil; los castellanos dieron +sobre ellos con tal furia que, rotos los escuadrones enteramente, no +les fue posible volver a rehacerse. El mismo don Alfonso, conociendo +la imposibilidad de conseguir su fin, resolvió retirarse, y le fue +menester emplear toda su ciencia y valor para poder hacerlo con los +pocos que a su lado conservaban aún algún orden. + +Conseguido su objeto, mandó don Gómez tocar retirada, mas Hernando +de Olea, que en aquel combate, como en todos, había hecho prodigios +de valor, se empeñó tanto en la persecución de los aragoneses que, +separándose enteramente de los que le seguían, que no eran muchos, se +vio rodeado de enemigos; y eran tantos los golpes que llovían sobre él, +que hubiera sucumbido a no ser por el señor de Nájara. Este caballero, +que aunque menos arrebatado no cedía en valor a Hernando, le había +seguido muy de cerca y acudió a propósito para sacarle del eminente +peligro en que se hallaba; uniéronse después con Candespina y todos +juntos marcharon a encontrarse con la reina. + +Esta seguía su marcha con no poco sobresalto, oyendo apenas las +continuas y refinadas alabanzas que el conde de Lara la prodigaba, +hasta que recibió noticias de la completa derrota de las tropas de su +marido, que entonces ya, según algunos autores, empezó a saborear las +lisonjas del galante conde, cuyo carácter no podía ser más a propósito +para captarse su voluntad. + +[Ilustración] + + + + +CAPÍTULO III + + +Al mismo tiempo que el ejército castellano levantó el cerco de Soria, +marchando a Burgos, salió de los reales el conde don Pedro Ansúrez, +libre de los hierros que temía arrastrar largo tiempo; pero abrumado +con el peso de su repentina y terrible desgracia. Un solo instante +había disipado el mágico edificio de sus esperanzas, y a la manera +con que el infeliz que en sueños ve terminados sus males, halla al +despertarse la triste realidad de su duración, así también don Pedro, +pronto a conseguir cuanto deseaba, se vio de repente desamparado y +solo en el universo. Su penetración era demasiada para que pudiese +ocultársele cuán peligroso sería volver a Soria, pues aunque a la +verdad estaba inocente en todo lo acaecido, le era imposible presentar +de ello pruebas tan evidentes como sin duda exigiría don Alfonso. Por +otra parte, aun suponiendo que lograra justificarse, no desconocía +el conde que, a menos de renunciar para siempre a Castilla, no podía +volver a unirse con los aragoneses; pues ya era demasiado general +la sublevación de los castellanos para que llegase enteramente a +sofocarse. Estas reflexiones y otras no menos graves le decidieron a +marchar a Valladolid, ciudad principal de sus estados, en la cual podía +permanecer con alguna seguridad de su persona hasta que la fortuna, +decidiéndose por uno de los dos partidos, le indicase cuál era el que +debía seguir; y así lo verificó en efecto. + +Don Alfonso, imposibilitado por falta de tropas de renovar sus ataques +contra el ejército de doña Urraca, regresó a Soria: de allí marchó a +Aragón llamado por asuntos de la mayor importancia; y abandonando +por entonces las cosas de Castilla en manos del destino, dedicó su +atención a las guerras que continuamente sostenía contra navarros +y franceses. Y no fue esta la única circunstancia que contribuyó a +favorecer el partido de la reina, sino que apenas llegada esta señora +a Burgos, ciudad que se entregó sin demora por capitulación, se +recibieron cartas de Compostela en las cuales anunciaba su arzobispo +que el Sumo Pontífice le había comisionado para que en su nombre +juzgase definitivamente de la validez del matrimonio entre doña Urraca +y don Alfonso. Esta nueva causó en la corte de Burgos la más agradable +sensación: todos sabían que el grado de parentesco de los dos augustos +contrayentes era bastante para que el matrimonio fuese de hecho nulo, y +no se dudaba de que el juez nombrado por Su Santidad decidiese con toda +justicia: porque don Diego Gelmírez, primer arzobispo de Compostela, +era un prelado digno de los primeros tiempos de la Iglesia, por su +celo, saber y virtudes; y su notorio patriotismo además le había +hecho el ídolo de cuantos le conocían. Pero si los que miraban aquel +negocio únicamente bajo el aspecto político se llenaron de gozo al +saber la resolución del papa, figúrese el lector cuál sería el júbilo +del conde de Candespina. Sus señalados servicios no solo al estado +sino a la persona de la reina, y en particular el último, le daban en +efecto derecho a esperar, no sin fundamento, que, libre doña Urraca de +los lazos que la unían al rey de Aragón, podría tal vez verificarse +el proyecto de los grandes que se juntaron en Mascaraque a fines del +reinado de Alfonso VII; y, además, el agrado con que doña Urraca le +continuaba tratando alentaba infinito sus esperanzas. Mas no por esto +varió don Gómez de conducta: siempre modesto, siempre afable con sus +inferiores e inflexible con los iguales, era adorado del pueblo, y +respetado aunque no querido de los grandes. No así el conde de Lara, +quien, fiado en su fortuna, también osaba aspirar a verse algún día +rey de Castilla, cosa difícil mas no imposible. Aunque la reputación +de este señor no fuera tan general ni tan sentada como la del conde +de Candespina, sin embargo sus riquezas eran grandes, muchos sus +parientes, y podía contar en su partido a infinito número de cortesanos +amantes del ocio y la disipación, quienes preveían su inevitable ruina +con el triunfo de don Gómez. + +Todo esto lo sabía el conde de Lara, y de todo sacaba partido: su +casa era el centro, el foco, digámoslo así, de cuantas diversiones +y festejos se disfrutaban en la corte. De ella salían las modas en +el vestir, las divisas para los torneos y las serenatas nocturnas; +la reputación de las damas, no era, es verdad, muy respetada entre +sus secuaces; pero en cambio no había género de galantería que no se +inventase para deslumbrarlas, y particularmente a doña Urraca. + +En la corte, en misa, en paseo, nunca dejaba de presentarse a la reina +el conde de Lara con cuanta gala y bizarría podía ostentar; seguíanle +sus amigos, y él y ellos no cesaban de alabar cuanto hacía y decía +la reina. Desgraciadamente era esta harto sensible a la lisonja, y +manejada con arte por un caballero galán y discreto, no podía dejar +de hacerla alguna impresión, sobre todo por el notable contraste +que ofrecía este proceder con el del conde de Candespina. Afluente +y adulador el primero, lacónico y grave el segundo; severo el uno, +licencioso el otro; encomendando aquel a los hechos de mostrar su +pasión sin hablar nunca de ella, y manifestándola el otro con cuantas +exterioridades alcanzaba: en todo eran distintos. Doña Urraca tenía +inclinación a los placeres, y aborrecía sobre todas las cosas sujetarse +a ajena censura; de modo que don Gómez era para ella un amigo de cuya +sinceridad no podía dudar, pero al mismo tiempo un hombre rígido, a +quien miraba más bien como a padre que como a amante: don Pedro de +Lara, que por el contrario siempre se hallaba dispuesto no solo a tomar +parte en cualquier diversión, sino a inventarlas en caso de necesidad, +y que parecía adivinar los deseos de la reina, era muy a propósito para +cautivar su corazón. El agradecimiento y la razón militaban por don +Gómez; pero don Pedro tenía a su favor las naturales inclinaciones de +la reina. + +Aún no había pasado un mes desde que esta señora se hallaba en Burgos, +y ya su conducta era totalmente distinta que cuando llegó a aquella +capital de sus estados. Consultaba como siempre los arduos negocios +del reino con el conde de Candespina; mas en vez de seguir solamente +su dictamen, como al principio lo hacía, nunca dejaba de pedir el +suyo al conde de Lara, cuya influencia y valimiento se aumentaban +visiblemente. Mas a pesar de todo no estaba don Pedro satisfecho, +conociendo que la lucha era todavía muy desigual, pues al cabo no podía +desvanecer los servicios positivos de don Gómez. Se le ocurrió para +alejarle de la reina un expediente plausible, y se lo propuso a esta en +ocasión de un festín que se daba en el alcázar. El de Candespina rara +vez concurría a tales asambleas, que no aprobaba mucho, pareciéndole +que las circunstancias eran todavía harto peligrosas para pensar en +diversiones; y precisamente por la misma razón de que él no iba a +ellas, las promovía su rival con más empeño. + +—Pensativo estáis, conde de Lara —dijo la reina, viendo que por +primera vez no tomaba este, al parecer, interés en la brillante reunión +que encerraba el alcázar. + +—Confieso a Vuestra Alteza —contestó el conde— que lo estoy más de lo +que yo quisiera. + +—¿Estaríais por ventura enamorado? + +—Pudiera decir a Vuestra Alteza que sí, en caso de poderse llamar amor +el que se profesa a un dios; pero debe decirse de esto adoración. + +—Sutil estáis; pero al cabo no sabremos qué os ocupa tanto el +pensamiento. + +—Lo que siempre, señora; los intereses de Vuestra Alteza. + +—¿Mis intereses? Yo os lo agradezco. ¿Y no me diréis qué punto de ellos +es el que tan importante os parece que ni aquí podéis apartarlo de la +memoria? + +—¿Y cuándo se aparta Vuestra Alteza de ella? Pero Vuestra Alteza me +permitirá que le haga presente que este paraje no es el más oportuno +para tratar negocios de importancia. + +—Sin embargo, habréis de decírmelo, pues aunque reina soy mujer y, +como tal, curiosa. + +—La voluntad de Vuestra Alteza es ley para mí. + +—Decid, pues. + +—Pensaba, señora, que don Alfonso no dejará de tener sus agentes en +Compostela, y que la presencia de Vuestra Alteza en aquella ciudad +sería muy útil para la pronta y mejor decisión del juicio en cuestión. + +—No está mal pensado, conde de Lara, y yo os agradezco la solicitud; +pero no me parece prudente dejar Castilla en este momento. + +—Vuestra Alteza juzga con su acostumbrado tino, mas no sería imposible +obviar ese inconveniente. + +—No lo alcanzo. + +—Por ejemplo, si Vuestra Alteza dejase en estos reinos una persona +de toda su confianza, como el conde de Candespina, ¿no bastaría su +presencia para mantenerlos en la debida obediencia? + +—Pudiera ser. + +—Verdad es que tendría Vuestra Alteza que privarse por algún tiempo de +sus consejos: mas doña Urraca ¿de quién necesita para dirigirse? + +—Pensaré en vuestro proyecto, que no me parece despreciable. + +—Mis intenciones, al menos... + +—Conde de Lara, estoy penetrada de ellas. + +Así se terminó con no poco placer de don Pedro esta conversación. Lejos +del conde de Candespina veía muy bien que no tardaría en ser pronto el +privado de la reina, y una vez llegado a tal punto no contaba dejar +espacio a su rival para perjudicarle. + +La reina, por su parte, empezaba a cansarse de la estancia en Burgos, +y tanto para variar de posición, como con la idea de acelerar su +divorcio, resolvió su viaje a Compostela, anunciándoselo así al conde +de Candespina la mañana misma que siguió a la noche del festín de que +acabamos de hablar. + +Don Gómez, a pesar de que sentía vivamente tener que separarse de la +reina, no se atrevió a oponerse a su voluntad; y consintió, aunque +no sin pena, en sacrificar sus intereses personales a los de doña +Urraca. Esta se manifestó con él tan cariñosa en aquella ocasión, +que poco le faltó ya al conde para arrojarse a sus pies y declarar +abiertamente su pensamiento; se contuvo, sin embargo, reflexionando que +aún era esposa de otro, y reservó para tiempo oportuno manifestar sus +pretensiones. Siendo tan ajena la envidia del carácter de Candespina +como la cobardía, no le alarmó la privanza del conde de Lara: conocía +su infinita superioridad sobre él, y ni por el pensamiento le pasaba +que la reina pudiera nunca escoger a don Pedro para marido. + +Sin duda no era aún en aquel tiempo proverbial la sentencia de que +cuando las mujeres tienen en que escoger, escogen lo peor, que está muy +vulgarizada en nuestro siglo. + +[Ilustración] + + + + +CAPÍTULO IV + + +En tanto que pasaba en Burgos lo que acabamos de referir, llegó el +conde de Ansúrez a Valladolid, y sabiendo que el pontífice había +nombrado juez a don Diego Gelmírez en el pleito del divorcio de los +reyes, no dudó un momento en abandonar el partido aragonés, y en efecto +proclamó que reconocía la autoridad de doña Urraca y que sometía a +ella cuantas ciudades, villas y aldeas de él dependían, haciéndoselo +saber a la corte por medio de un mensaje. Bien hubiera querido doña +Urraca despojarle de todos sus estados, pero el conde de Candespina +se lo disuadió, y la única medida de precaución que se tomó fue la +de poner alcaides de conocida fidelidad a la reina en los castillos +y fortalezas que habían hasta allí seguido el bando aragonés. Mas +don Pedro, al mismo tiempo que trataba de reconciliarse con sus +compatriotas, no quiso perder enteramente la gracia del rey de Aragón, +por si un día variaban de aspecto los negocios. Difícil empresa era la +de conservar a un tiempo la amistad de dos potencias enemigas, como +Castilla y Aragón, gobernadas por dos esposos a punto de divorciarse; +pero sin embargo creyó el conde de Ansúrez haber hallado medio para +conseguirlo. Con este objeto salió de Valladolid para Aragón, llevando +en su compañía algunos criados, y cuando estuvo en el pueblo donde +momentáneamente se hallaba don Alfonso, se presentó ante él vestido de +ropas de sayal, cubierta la cabeza de ceniza, ceñido el cuello con una +cuerda de esparto y descalzos los pies,[1] que más parecía penitente o +ajusticiado que noble castellano. Fue esto en ocasión que el rey salía +de su alojamiento con algunos cortesanos, y viendo aquel hombre tan +extrañamente aderezado, se paró a considerarle preguntándole: + + [1] El hecho que aquí se refiere es absolutamente histórico, y + conviniendo en su relación cuantos han escrito sobre la materia, + desgraciadamente para la memoria del conde, es indudable. + +—¿Qué es eso, hermano, qué os ha acaecido que así venís? + +—Vuestra Alteza no me conoce —contestó el conde—, y yo... + +—¿Cómo, traidor, osas ponerte en mi presencia? ¡Hola! Prendedle. + +—Rey Alfonso, escuchadme. Vedme aquí a vuestros pies: yo os he servido +fiel y lealmente mientras he podido hacerlo; pero Dios dispuso las +cosas de distingo modo del que vos y yo esperábamos. No fui yo quien +sacó a la reina de Soria. + +—¿Ni quien puso en su poder las plazas de Castilla la Vieja? + +—He debido hacerlo. Toda Castilla... + +—Callad, noramala, y quitaos de mi presencia, o pesaros ha. + +Volvió con esto el rey la espalda al conde, dejándole mohíno y +pesaroso del mal efecto que produjo su mojiganga. Desde allí regresó +a Valladolid, donde despreciado por todos los partidos, empleó a lo +menos útilmente el resto de sus días fundando diversos establecimientos +piadosos, y construyendo varios edificios públicos, entre los cuales el +puente que aún existe en aquella ciudad. + +La reina, en este intermedio, se había trasladado con toda su corte +a Compostela, donde estaba su hijo del primer matrimonio, a la sazón +aún muy niño. Don Pedro de Lara, que la acompañó en aquel viaje, +era quien todo lo gobernaba en su casa. Insensiblemente y a fuerza +de lisonjas llegó a adquirir tal ascendiente sobre el ánimo de doña +Urraca que no sabía esta dar un paso sin su consejo. Poco a poco fue +abandonando la aparente moderación de que al principio usaba: todo +había de humillarse en su presencia, so pena de caer en desgracia el +que osara resistirle; y no contento con avasallar a los que dependían +de la corte de Castilla, quiso hacerlo del mismo modo con los grandes +de Galicia. Pero aquellos magnates tenían sobrado orgullo para ceder, +y tanto más cuanto que a la sazón no eran realmente súbditos de doña +Urraca, pues al morir el padre de esta princesa legó en su testamento +a su nieto don Alfonso el condado independiente de Galicia; y a más, +como ya se ha dicho, le habían aclamado rey de Castilla sus tutores los +condes de Traba. Estos, que eran dos hermanos de linaje esclarecido y +gran poder en Galicia, no podían tolerar las altanerías del conde de +Lara; diariamente había entre ellos competencias sobre la preferencia +en los asientos en asambleas y funciones; de estas nimiedades se pasó, +como de ordinario sucede, a cosas de mayor importancia; y, por último, +ambos partidos se declararon la guerra abiertamente. Doña Urraca, +cediendo a las sugestiones de su privado, jamás quiso tratar a su hijo +más que como a conde de Galicia, y los hermanos Traba pretendían que el +conde de Candespina le había reconocido en nombre de Su Alteza como rey +de Castilla. De aquí resultó que los compostelanos empezaron a mirar +con no poca animosidad a doña Urraca, y que por fin estalló el furor +popular de una manera espantosa. + +En ocasión de una fiesta que se celebraba en la metropolitana iglesia +de Compostela, se empeñó el conde de Lara en que la reina había de +ocupar asiento preferente al de su hijo don Alfonso, y aunque los +tutores de este al principio oponían una obstinada resistencia, +cedieron sin embargo a las súplicas del dignísimo arzobispo don Diego +Gelmírez. Llegó en efecto el día de la fiesta, y la reina ocupó su +asiento sin dificultad; pero apenas vieron los gallegos al niño don +Alfonso pospuesto a su madre, cuando, arrebatados de saña, salieron +del templo, y ya fuera de sí con la cólera, se amotinaron pidiendo a +voz en grito la cabeza de don Pedro de Lara y trataron con sobrado +desacato la persona misma de doña Urraca. Conoció esta, aunque tarde, +su imprudencia, y entonces echó de menos por primera vez a su leal don +Gómez. Concluido el oficio divino, se trató de salir de la iglesia; +pero el populacho furioso la rodeaba: los mismos condes de Traba +procuraban en vano calmar el tumulto, y empezaban a temer algún funesto +acontecimiento. + +La reina y sus damas más parecían cadáveres que personas vivientes; +el conde de Lara, poseído de un terror pánico, no acertaba a proferir +una palabra; y solos tres individuos conservaban alguna sangre fría en +aquel trance, que eran el arzobispo, Hernando de Olea y su inseparable +compañero don Diego López. Estos dos últimos opinaban que formando un +escuadrón los cortesanos, saliesen espada en mano con la reina y sus +damas; pero don Diego Gelmírez no quiso consentir en ello. + +—Harta sangre de cristianos —dijo— ha sido derramada por cristianos; y +los enemigos de Dios triunfan con nuestras criminales enemistades. En +nombre del que todo lo puede os prohíbo hacer uso de las armas. + +—Padre mío —le contestó la reina—, vuestra elocuencia podrá tal vez +calmar a esos furiosos. + +—Señora, mi elocuencia es ninguna; pero Dios, que ve la pureza de mis +intenciones, hablará por su siervo. + +—Sí —dijo por fin el conde de Lara—, habladles, santo pastor, y tal +vez... + +—Tal vez —interrumpió Hernando, no pudiendo ya contenerse—, tal vez +valiera más que vuestras locuras no hubieran irritado a ese pueblo. + +Iba el conde a contestar, mas el arzobispo y la reina interpusieron su +autoridad, lo que acaso no hubiera bastado para detener a Hernando, +ya ciego de cólera; pero doña Leonor asiéndole del brazo no tuvo más +que decirle, con una voz que penetró hasta lo íntimo de su corazón, +«¡Hernando mío!», y el irritado león se convirtió en manso cordero. + +Salió sin perder tiempo el arzobispo a arengar al pueblo: el espíritu +divino parecía inspirarle; sus razones eran concluyentes; mas el furor +dominaba a los gallegos, y se obstinaron en que a nadie dejarían +salir del templo más que a los sacerdotes, si no se entregaba a su +venganza el conde de Lara. No faltó quien opinase entre los cortesanos +que, pues la necesidad lo exigía, debía sacrificársele al interés +general; mas ni la reina lo hubiera consentido nunca, ni aprobádolo la +mayoría de aquellos caballeros. Probáronse en vano todos los medios +imaginables para aplacar a los amotinados, y la ansiedad de la corte +de doña Urraca no podía ser ya mayor, cuando el arzobispo imaginó un +expediente tan ingenioso como arriesgado para él, con que salvar a los +castellanos. Se despojó de sus sagradas vestiduras y cubrió con ellas +al conde de Lara, quien a favor de este disfraz salió de la iglesia sin +que nadie se lo estorbara, rodeado por los familiares del arzobispo, +que tenían los curiosos a suficiente distancia para que no pudiesen +conocerle; y pasado el tiempo que creyó bastante para que el conde, +según habían concertado, saliese a caballo de Compostela, se mostró el +mismo prelado al pueblo: le hizo relación del ardid de que se había +valido para evitar que cometiese un crimen horrendo. + +—Y si necesitáis absolutamente para calmar vuestra ira una víctima +—dijo—, aquí me tenéis; pronto estoy a terminar, por complaceros, +una vida que toda entera os he consagrado. Pero cuando el Dios de +las venganzas me pregunte: «¿Qué has hecho del rebaño que te he +confiado?». «Señor», diré, «el enemigo del género humano se ha +apoderado de él, mis ovejas descarriadas corren ciegas a la perdición». +Y entonces el Omnipotente, soltando la rienda a su irresistible enojo, +dejará caer sobre vosotros todo el peso de su ira. La maldición de +Dios... Pero no, compostelanos: aún es tiempo de reparar vuestras +faltas. Acatad en la persona de doña Urraca la imagen de Dios en la +tierra; dejadla salir libremente y yo imploraré para vosotros la divina +misericordia. + +Este breve discurso, las sugestiones caritativas de varios +eclesiásticos que andaban mezclados entre el pueblo, y la idea de que +ya se les había escapado el objeto principal de su venganza, redujeron +a los rebeldes a términos más razonables, haciéndoles por fin consentir +en dar libertad a la reina, con condición de que saliera en las +veinticuatro horas de Compostela, reconociendo antes el título de rey +de su hijo y su soberanía especial e independiente en el condado de +Galicia. En todo consintió doña Urraca, y todo lo cumplió exactamente, +pues suplicando al arzobispo el pronto despacho del pleito de su +divorcio, salió aquella misma tarde para León. + +Tales eran los aciagos sucesos del partido de doña Urraca en Galicia, +mientras que el conde de Candespina, su leal servidor, lograba a fuerza +de actividad, talento y política, reducir a su obediencia a Castilla y +a León, y organizar un ejército capaz de hacer frente a don Alfonso, +quien, habiendo hecho treguas con los navarros, era de presumir +volviese las armas contra su mujer. Así lo hizo en efecto; pero sabedor +de que doña Urraca se hallaba en Galicia, e ignorando el suceso por +el que tuvo que ausentarse de aquel reino antes de lo que pensaba, se +encaminó contra él. Derrotó completamente al ejército gallego, mandado +por los hermanos Traba, y es posible que su hijastro hubiera caído en +sus manos, si el arzobispo de Compostela no se hubiera refugiado con +él en Portugal. Con noticia de estos acontecimientos trajo el conde +de Candespina sus tercios a las fronteras de Galicia; pero la llegada +del invierno terminó aquella campaña sin dar lugar a que castellanos +y aragoneses viniesen a las manos, retirándose los primeros a sus +cuarteles de invierno, y los segundos, ricos con los despojos de los +infelices gallegos, a su patria. A pesar de la agitación continua en +que las circunstancias tuvieron todo aquel tiempo a don Diego Gelmírez, +no descuidó el íntegro prelado el examen del casamiento de doña Urraca +con el rey de Aragón; y después de haberlo todo considerado con el +tino y prudencia que le caracterizaban, declaró poco tiempo después de +su regreso a Compostela, que en nombre del Sumo Pontífice decidía ser +enteramente nulo el matrimonio de la reina de Castilla, promulgando su +sentencia con las formalidades de costumbre. + +[Ilustración] + + + + +CAPÍTULO V + + +Aprovechando el conde de Candespina las treguas que en aquellos tiempos +daba el invierno a la guerra, fue a León, ciudad en que doña Urraca +tenía entonces su corte, movido tanto por el deseo de verla como por +el de empezar a disponer las cosas para su proyecto favorito; pues, +disuelto ya el matrimonio de la reina, su pretensión era legal. La +manera con que doña Urraca se había separado de él, prodigándole las +señales del más sincero afecto, le hacía creer con fundamento que sus +proposiciones serían favorablemente acogidas, y entregado a las más +lisonjeras esperanzas dio vista a las torres de la ciudad de León; pero +aún distaría una media legua de ella cuando salió a recibirle su fiel +amigo Hernando de Olea. Pasada la alegría del primer momento, trabaron +conversación como era natural sobre lo ocurrido en Galicia, y después +de haber Hernando referido aquellos acontecimientos: + +—Cómo ha de ser —dijo el conde—, ya no tiene remedio. Decidme ahora +algo de vuestros asuntos: ¿cuándo os casáis con la bella Leonor? + +—No se tardará mucho, don Gómez; por la reina ya estaría hecho, pero +yo... + +—¡Es posible! ¿Por vos, Hernando, se ha diferido? + +—Sí, conde, por mí: ¿había yo de casarme sin estar vos presente? No por +cierto. + +—Conque en efecto la reina continúa interesándose por vos. + +—¿Qué sé yo? No es todo oro lo que reluce. + +—¿Cómo? No os entiendo. + +—Ni es fácil; porque mientras habéis estado ausente son tantas las +mudanzas que ha habido... Pero vos lo veréis por vuestros propios ojos. + +—Explicaos, en nombre del cielo. + +—No quisiera anticiparos un disgusto. + +—Hernando, en nombre de la amistad que nos une, decidme qué es lo que +se ha mudado. + +—Todo: doña Leonor no goza ya de la privanza que antes con la reina; +Hernando y don Diego López son respetados en la corte porque es fama +que tienen muy larga la espada; el nombre de Candespina se pronuncia +aún alguna vez en el alcázar, pero a modo de palabra de conjuro, en voz +baja y como si fuera un delito. + +—¡Qué me decís! + +—¿Os sorprende? Es natural. + +—Si me lo dijera otro que vos, no lo creyera. + +—Mirad, conde, yo lo estoy viendo y apenas lo creo. Por lo mismo he +ocultado en León vuestra llegada. Nadie en la corte sino don Diego y +yo os espera: nadie está prevenido. Fácil os será, sorprendiéndolos, +convenceros de mi verdad. + +—¿Pero a qué atribuir tan extraña mudanza? Cuando la reina salió de +Burgos... + +—Cuando la reina salió de Burgos estaba muy reciente el servicio que +acababais de hacerla, y no había tenido tiempo aún el vil don Pedro +González... + +—¡Hernando! ¡Hernando! ¿De un noble habláis así? + +—Su nacimiento podrá ser noble; pero sus hechos son villanos. Siempre +adulando al que tiene delante: siempre calumniando a los ausentes... + +—Pero veamos... + +—No hay más que ver sino que parece que ha hechizado a la reina. +Perdóneme Dios; pero imposible es que no haya brujería. + +—Dejad por la Virgen Santa eso, y decidme si, en fin, doña Urraca se ha +mudado completamente. + +—Pluguiera a Dios que yo me engañase; pero está desconocida. Castellar +y Soria han desaparecido de su imaginación; no hay aragoneses que +puedan contrastarla; y todo en el mundo se cifra en ese malaventurado +don Pedro, que a fuerza de reverencias y palabras blandas la ha +trastornado. + +—¿Y es posible que haya caído en redes tan groseras? + +—Es mujer, y... + +—Teneos; es nuestra reina. + +—Vos lo veréis. + +—Podrá ser; pero nunca me olvidaré de que soy su vasallo. + +—Ni yo, don Gómez; mas me duele ver que un miserable se lleve el fruto +de vuestras fatigas. + +—Dejémoslo a la mano de Dios, que él lo dispondrá como más convenga. + +Razonando así llegaron a León. No dudaba el conde de la sinceridad +de su amigo; pero como a pesar de todo el cariño que le profesaba no +tenía la más alta idea de su penetración, dudó dar crédito a cuanto le +refería, creyendo se hubiese fascinado por un exceso de amistad. Sin +embargo, se engañaba: la privanza del conde de Lara era tan pública +que no se necesitaba más que tener ojos para verla; y por otra parte, +el frecuente trato con su futura esposa Leonor había civilizado, por +decirlo así, a Hernando. De todos modos el conde, lleno de dudas harto +fatales, hizo que su amigo anunciase a la reina su llegada; pidiendo +al mismo tiempo permiso para presentarse a besar sus pies. Fue Hernando +a desempeñar aquella comisión precisamente en un momento en que el +conde de Lara se hallaba en compañía de la reina. + +—¡Don Gómez en León! —exclamó algún tanto turbada doña Urraca. + +—¿Sin consentimiento de Vuestra Alteza? —añadió imprudentemente Lara. + +—¿Por ventura estaba desterrado el conde de Candespina? —le preguntó +Hernando arrojándole una furiosa mirada al mismo tiempo. + +—Y bien, decidle que puede desde luego presentársenos. + +—Vuestra Alteza será obedecida. + +Salió Hernando y quedaron solos la reina y Lara, pensativos además uno +y otro. Por primera vez meditaba doña Urraca en qué había dejado que, +bajo todos aspectos, adquiriese demasiado ascendiente en su espíritu +el rival del conde de Candespina. Las pretensiones de este a su mano +estaban autorizadas, no solo por sus recomendables prendas y servicios +relevantes, sino además por la opinión del pueblo y el voto expreso +de la mayoría de la nobleza; su conciencia decía a la reina que si +algún hombre era acreedor a ser su esposo, sin duda había de ser el +conde de Candespina; pero su inclinación hablaba a favor de Lara. Como +hábil cortesano había de tal modo llegado a comprender don Pedro el +carácter de doña Urraca que ella misma no se entendía tan bien como +él. Debilidades, virtudes, inclinaciones, antipatías, de todo sabía +aprovecharse, todo servía para sus fines. Sin embargo, la repentina +llegada de su rival no dejaba de sobresaltarle. Don Gómez era hombre +que tenía en sí tantos o más recursos que él para emplearlos en la +intriga, si quería hacerlo; y si hasta allí había desdeñado tales +medios, ¿quién aseguraba que en adelante haría lo mismo? Estas y otras +reflexiones análogas ocuparon largo rato a doña Urraca y a don Pedro, +hasta que pareciendo volver este en sí, dirigió en tono abatido la +palabra a la reina de este modo: + +—Vuestra Alteza me dará su permiso para que yo me retire. + +—¿Y para qué? ¿Dónde vais? + +—Señora, mi presencia en este momento, cuando no molesta, es al menos +inútil. + +—Si lo fuera, la reina os lo hubiera manifestado. + +—No quiera Dios que yo ofenda a Vuestra Alteza; pero Vuestra Alteza va +a recibir... + +—¿Al conde de Candespina? + +—Sí, señora, a ese mortal privilegiado que dos veces ha tenido la dicha +de salvar a Vuestra Alteza; al que una vez fue propuesto para vuestro +esposo. + +—Vuestra presencia no me impedirá el recibirle. + +—¡Señora! + +—Quedaos. + +—Por cuanto hay de sagrado suplico a Vuestra Alteza que me permita +retirarme. + +—¿No podré yo saber qué razones son las que producen tan extraña +conducta? + +—Permítame Vuestra Alteza que calle. + +—No puede ser; explicaos. + +—Vuestra Alteza quiere que yo mismo pronuncie mi sentencia de muerte. + +—¿Qué estáis diciendo, conde de Lara? ¿Habéis perdido el juicio? + +—Sí, señora, loco debo de estar pues he osado... + +—¿Qué es lo que habéis osado? + +—Voy a decirlo; pero al menos prométame Vuestra Alteza su indulgencia. + +—Concedida; hablad. + +—Y bien, señora, mi temeridad es inaudita: miserable mortal, me he +atrevido a poner los ojos en el cielo. Amo, adoro, idolatro a Vuestra +Alteza —dijo esto arrojándose a los pies de la reina—. Me habéis +prometido indulgencia. Sabéis mi fatal secreto; queréis aún que +presencie el triunfo del que... + +—Basta; reportaos, que alguien se acerca —y humedecidos los ojos tendió +la mano a Lara para ayudarle a levantarse. + +Un hombre se acercaba en efecto, y era el mismo conde de Candespina. +Jamás hubo personas más turbadas que la reina y los dos condes. El de +Candespina a pesar de venir ya prevenido por Hernando, no quería dar +crédito a sus ojos viendo la reserva de doña Urraca; esta, después de +haberse informado de la salud de don Gómez, hizo rodar la conversación +sobre asuntos políticos, con objeto de serenarse y disimular más bien +su turbación; y Lara, recobrando en un instante su aire apacible y +lisonjero, se mostró con el conde de Candespina como hubiera podido +hacerlo su más sincero amigo. + +La posición de los tres actores de aquella escena era tan violenta +que no podía ser de larga duración. Don Gómez, que apenas acertaba +a contener su enojo, fue quien primero pidió a doña Urraca permiso +para retirarse, y ella, temiendo quedarse de nuevo a solas con Lara, +le hizo seña para que saliese al mismo tiempo que el de Candespina. +Salieron pues juntos ambos magnates de la cámara de la reina, absortos +cada uno en reflexiones bien distintas en su especie: Lara, a quien +no se ocultó la profunda emoción que causó en la reina su amorosa +declaración, y que había presenciado la fría acogida que obtuvo su +rival, rebosaba de júbilo y daba libre curso a los ambiciosos proyectos +de su fantasía; Candespina, por el contrario, tocando la triste verdad +de cuanto su amigo le había dicho, veía perdido todo el fruto de sus +incesantes trabajos, sin saber a qué atribuirlo ni qué partido tomar. +Todas las pasiones imaginables combatían a un tiempo su despedazado +corazón, y a dar en hombre menos firme en la senda de la virtud, +hubieran podido producir grandes trastornos en Castilla; pero el conde +de Candespina no se desviaba jamás del camino recto. «Desconoce mi +lealtad —decía entre sí—; paga mis servicios con frases estudiadas y +vacías de sentido; prefiere el dulce veneno de la lisonja a la santa +verdad que me es imposible ocultar. No importa: siempre es mi reina; +mi vida es suya; consagrémosla a su servicio, y tal vez cuando yo no +exista lograré al menos que mi memoria le cueste alguna lágrima». + +Pero a pesar de toda su filosofía, aquel golpe fue mortal para don +Gómez. Llegó a su casa tan demudado que los criados se asustaron al +verle, mas él, asegurándoles que nada tenía de particular, se encerró +en su cuarto dando orden que a nadie se dejase entrar, incluso al mismo +Hernando de Olea. Así permaneció luchando entre mil afectos contrarios +hasta el siguiente día por la mañana, que dio la orden de que todo se +hallase dispuesto para salir de León antes de dos horas, y en seguida +salió dirigiéndose al alcázar. + +No había pasado aquellas veinticuatro horas doña Urraca muy +agradablemente: la inclinación y el deber la indicaban dos caminos +opuestos uno al otro. Su corazón se había ya decidido; pero la +justicia clamaba contra aquella elección, y la reina no podía acallar +el grito de su conciencia. Por otra parte no tenía a quien acudir +pidiendo consejo; su confidente Leonor, apasionada y prometida esposa +de Hernando de Olea, era demasiado parcial de Candespina para contar +con ella; y las demás señoras que la servían, no habían llegado a +adquirir suficiente confianza para depositar en ellas secreto de tanto +peso. La reina no había querido recibir a nadie en particular, ni menos +presentarse en público; pero cuando la anunciaron que el conde de +Candespina solicitaba una audiencia, no se atrevió a negársela. + +—Decidle que a nadie he recibido, pero que a él no sabré rehusarle que +me hable cuando quiera —dijo a la dama que había entrado el recado, y +cuando salió de la cámara añadió a media voz—: ¡cuán caros me cuestan +tus servicios, conde de Candespina! + +[Ilustración] + + + + +CAPÍTULO VI + + +Por más que un soberano quiera ocultar sus inclinaciones; por más +estudio que ponga para que los que le rodean no conozcan quién es la +persona que mayor afecto le merece, puede decirse que es casi imposible +que los cortesanos no lleguen a descubrirlo. Únicamente ocupados en +espiar las acciones del príncipe, son como la ligera veleta que varía +de dirección a impulso del más apagado soplo del viento; el ensalzado +conoce su fortuna en las adoraciones que los palaciegos le tributan +antes que en los favores del soberano; y el pobre caído preverá su +próxima desgracia, por poco tacto que tenga, en la imprudente altanería +con que le tratarán. Decimos esto porque era curioso y deplorable +a un tiempo observar la diversa conducta de la mayor parte de los +cortesanos de Castilla respecto al conde de Candespina, antes de su +ausencia y después de su regreso. Entonces no se hablaba más que de +su valor y magnanimidad: el uno decía que era el mejor capitán de su +siglo; el otro que no había hombre de estado que le igualase en saber; +y el de más allá le citaba como el espejo de los caballeros. Todos se +honraban con su amistad; haber hablado con el conde de Candespina un +cuarto de hora seguido era una dicha de que se hacía el mayor aprecio, +y el favorecido tenía cuidado de recoger las expresiones del héroe +de Castellar para repetirlas como otros tantos apotegmas y textos +sagrados. Un enjambre de hambrientas moscas no acude más presuroso a +los panales que la multitud de los cortesanos corría en los salones del +alcázar de Burgos a colocarse de modo que cada uno de ellos pudiera +hacerse visible personalmente al libertador de la reina. Los menores +movimientos de su rostro, una sonrisa, un gesto hecho impensadamente, +el aire más o menos preocupado de su persona; todo daba pábulo a las +conversaciones; todo producía interminables conjeturas. ¡Cuán diferente +cuadro se hubiera presentado a la vista del observador en el alcázar de +León! + +Seguía el conde de Candespina a una dama de la reina que le guiaba a la +cámara de su señora; y ambos caminaban tan despacio y tan cabizbajos +que era imposible verlos sin adivinar que cada uno iba entregado a sus +reflexiones particulares, prescindiendo absolutamente del otro. La más +profunda tristeza se veía estampada en el rostro de Candespina: no +había podido perder aquella fisonomía, su natural nobleza; mas tampoco +conservaban sus ojos la generosa audacia que le caracterizaba en +tiempos más dichosos. La posición de los cortesanos era verdaderamente +crítica. Si otro cualquiera hubiese caído de la gracia de la reina, +tenían ya marcada la senda que seguir, cortando con él todo género de +comunicaciones y afectando tratarle con el más alto desprecio. Pero +con el conde de Candespina les era imposible portarse de tal modo. Las +razones eran muchas y muy claras: ciertamente el conde don Gómez había +cesado de ser el favorito de la reina; pero estaba lejos de hallarse +malquisto de ella. Lara era el más querido; Candespina el más estimado; +aquel el más obedecido; este el más respetado. Tratar con desprecio al +conde de Candespina era arriesgarse a probar los filos de su terrible +tizona; conservar con él los mismos ademanes respetuosos que en otro +tiempo era perderse para siempre con el conde de Lara. ¿Qué hacer, +pues? ¿Cómo navegar en aquel mar sembrado de escollos? Un solo arbitrio +les quedaba: la fuga; y en efecto lo adoptaron. Nunca bandada de +tímidas palomas se dispersa con más prontitud al acercarse el milano; +ni huye más ligero el ciervo acosado por los lebreles a la espesura del +bosque como, al presentarse don Gómez por segunda vez en el alcázar, +se dispersaban y huían los áulicos de su presencia, evitando hasta el +tener que saludarle. Era de ver la perplejidad de los que más torpes +o menos ligeros no pudieron evitar su encuentro de ningún modo: unos +para salir del compromiso fingían hallarse sumamente acalorados en la +discusión de cualquier punto; otros, no tan discretos, se resolvían +a saludar, y nada más ridículo, nada más asqueroso, permítasenos la +expresión, que la manera con que lo hacían. Temor, vileza, falsedad, +todo se veía pintado en su mirar oblicuo, engañosa sonrisa y ademanes +encogidos. En otra ocasión se hubiera el conde reído de ellos, pero +entonces puede decirse que ni los vio. Sus esperanzas destruidas en un +solo instante, la felicidad de Castilla comprometida, y la existencia +política de la misma doña Urraca aventurada, confiándose las riendas +del gobierno a su rival, le ocupaban exclusivamente; y así llegó +a presencia de la reina, sin haber reparado en ninguno de cuantos +encontró al paso. + +No era posible presentarse a doña Urraca en ocasión más oportuna para +los intereses del conde de Candespina: la especie de reclusión en que +la reina pasó las veinticuatro horas que hemos dicho había dispuesto +su espíritu de muy distinto modo que se hallaba el día anterior. +Lara no la había podido ver de ningún modo: doña Urraca conocía su +debilidad; recibirle y exponerse a que renovara la plática de su +amor era arriesgarse a darle, a su pesar tal vez, esperanzas a cuya +realización se oponían gravísimas razones. Quiso pues tomarse tiempo +para fortificarse en la resolución de prohibirle que la requiriese de +amores, y cuantas reflexiones hacía con este objeto redundaban en favor +de don Gómez. + +El semblante de este descubrió desde luego a la reina la agitación en +que se hallaba; y como la causa de ella no podía tampoco ocultársela, +se conmovió singularmente. + +—Entrad, conde —le dijo—, y sentaos, que vuestra salud no parece mucho +mejor que la mía. + +—Mi salud, señora, es harto buena. ¡Ojalá!... Mas yo no vengo a +molestar a Vuestra Alteza con quejas de mi mala suerte, y sí solo a +tomar su venia para retirarme de la corte. + +—¿Cuándo? + +—Hoy. + +—¿Por cuánto tiempo? + +—Lo ignoro; acaso por siempre, a menos que Vuestra Alteza tenga +necesidad de mi persona, que entonces... + +—Será pues excusado que os marchéis; vuestra persona me es siempre útil. + +—Señora, ¿en las circunstancias actuales y en León, de qué puede +servir el conde de Candespina? Es sobradamente sincero para ser buen +cortesano, y no faltan a Vuestra Alteza caballeros que en esta materia +suplirán muy ventajosamente su falta. + +—Conde don Gómez, con mucho menos de lo que habéis dicho bastaría para +que la reina de Castilla dejara libre para marcharse de su corte a +cualquier otro caballero de ella; pero a vos, a quien debo el trono y +la vida... + +—Olvide Vuestra Alteza servicios que ya están recompensados. + +—¡Olvidarlos! ¡Jamás! + +—Pues bien, señora, en premio de ellos no pido a Vuestra Alteza más +gracia que su licencia para dejar la corte. + +—¿Qué es esto, don Gómez? ¿Quién ha sido el que os ha dado causa...? + +—Nadie, señora. Mi carácter solo... Negocios particulares. En fin, +señora, es indispensable, aun para la tranquilidad de Vuestra Alteza +misma, que yo me retire de León. + +—Es forzoso decís para mi tranquilidad que os retiréis de León... + +—Sí, señora: lo es; crea Vuestra Alteza a mi celo, el mayor servicio +que actualmente puedo hacerla es alejarme de su presencia. + +—Si os conociera menos, creería, don Gómez, que dominado de alguna +manía incomprensible habíais perdido la razón; pero vuestra cordura me +es notoria. + +—Vuestra Alteza tiene demasiada bondad en ocuparse tanto de lo que nada +vale. Mi ausencia de la corte es asunto de pequeña importancia. Días ha +que falto de ella y no se me ha echado de menos. + +—Conde, conde, a vuestro pesar se os conoce que os domina la cólera. + +—¡La cólera! ¿Por qué, señora? ¿Por qué? Si la cólera me dominase +medios habría de satisfacerla; mi brazo puede aún manejar una espada, +aún soy... + +—Conde, recordad con quién habláis. + +—¡Ojalá no lo tuviera tan presente! Ved, señora, uno de los motivos por +los que deseo separarme de la corte: criado en los campos de batalla, +acostumbrado al trato sin dobleces ni arterías del simple soldado, el +conde de Candespina no puede vivir en donde, perdóneme Vuestra Alteza +que lo diga, la verdad es un crimen, la adulación una costumbre, la +hipocresía una virtud necesaria. No, señora, yo no puedo, no debo +quedarme. Cuando Vuestra Alteza vea sus reinos amenazados por enemigos +interiores o extraños, entonces mi espada, mi persona, mi vida, serán +las primeras... + +—No lo dudo, don Gómez, vuestra lealtad me es conocida, y en favor de +ella puedo olvidar la dureza de algunas de vuestras expresiones. Mi +amistad... + +—¡La amistad de doña Urraca! ¡Amistad, señora! Yo hubiera querido no +estar largo tiempo en presencia de Vuestra Alteza. La disposición de mi +espíritu es sobradamente violenta para poder contenerme... + +—Y bien, decid cuanto queráis; pero calmaos. + +—¿Qué es lo que he de decir? Lo que Vuestra Alteza está cansada de +saber; lo que nadie ignora en Castilla. + +—No alcanzo. + +—Sí, señora, Vuestra Alteza lo sabe. ¿Por ventura tan pocos años hace +que amo a Vuestra Alteza? + +—Amarme, ¿y os atrevéis?... + +—¿Por qué no? ¿Es un delito amar? Tormento podrá ser para el infeliz +amador; ofensa para el amado, jamás. La barrera está ya rota, ahora +Vuestra Alteza debe saber el resto: quizá de este modo se convencerá de +que debo alejarme. + +—Norabuena: concluid. + +—No seré largo; no molestaré a Vuestra Alteza recordándole las +infinitas pruebas que tiene de mi amor, aunque jamás esta palabra haya +salido de mi boca hasta hoy: no hablaré tampoco de que la nobleza y el +clero de Castilla me honraron proponiéndome... + +—Lo sé: continuad. + +—Sí, señora; todo esto nada importa; la voluntad de Vuestra Alteza es +la sola que puede decidir en esta materia, y ya ha decidido. + +—Os engañáis. + +—Pluguiera a Dios. + +—Os lo aseguro. + +—Señora, ¿por qué se complace Vuestra Alteza en atormentarme? + +—Lejos de eso, deseo tranquilizaros. + +—¡Imposible, imposible! Tranquilidad para mí, solo en la tumba. Cuatro +años trabajando, suspirando sin cesar solo para conseguir un objeto, +y en el momento en que más me lisonjeaba la esperanza, cuando tal vez +hubiera podido lograrlo, otro hombre se presenta. + +—¿Quién? + +—El conde de Lara. + +—¿Qué decís? + +—La verdad. + +—¿Quién os lo ha dicho? + +—Mis ojos; Castilla entera. + +—Os han engañado, conde don Gómez. ¿Queréis más? Doña Urraca desciende +a daros satisfacciones: ved si aprecia vuestros servicios. + +—Si pudiera persuadirme... + +—Persuadíos pues... + +—Vuestra Alteza tiene demasiada bondad con un frenético indigno de +ella; pero es preciso que yo deje León. + +—¿Por qué? ¿No basta lo que he dicho? + +—No, señora, no basta: yo me he aventurado a hablar a Vuestra Alteza +de mi amor; esta confesión exige una respuesta. + +—¡Dios mío! ¿Quién si os oyera diría que es un vasallo el que habla con +su reina? Sois singular. + +—Responded, señora, os ruego... + +—Terminemos esta conversación, conde: vos y yo estamos harto agitados +para poder continuarla. No os mando como reina, como dama os suplico +que os quedéis en León. + +—Vuestra Alteza sabe que soy esclavo de su voluntad. + +—Pues bien, retiraos por ahora, y no salgáis de mi corte. + +—¿Sin una palabra? + +—¿Bastará que os diga que a nadie conozco en Castilla más digno de ser +amado que a vos? + +—Ah, señora, añadid que no seréis de otro... + +—Nunca, conde; idos. + +Cuando el conde se decidió a ir a pedir a doña Urraca permiso para +salir de León, llevaba en efecto intención de limitarse a hacer su +súplica, sin entrar en más explicaciones, convencido de que ni la +reina se las pediría, ni dejaría de aprovechar con mucho gusto la +ocasión que él mismo presentaba para desembarazarse de su presencia; +pero la inopinada resistencia que opuso doña Urraca a su partida llegó +a encender su ánimo de tal modo que ya no le fue posible contenerse. +Por su parte, la reina, apreciando en su merecido valor las buenas +calidades y afecto hacia ella del conde, no podía consentir en que +abandonase la corte, como descontento de ella, un hombre conocido en +España entera por los servicios que le había prestado y las virtudes +que le adornaban. Hallaba, es cierto, más gracias en don Pedro de Lara; +pero el mérito evidente de don Gómez la obligaba, por decirlo así, a +profesarle cierto afecto más ardiente que la amistad, aunque no pudiera +llamarse amor. Así fue como, sin que ni el uno ni el otro hubiesen +formado proyectos anteriores, se explicaron completamente en la +conversación que acabamos de referir, la cual se terminó retirándose +el conde de Candespina a su casa tan gozoso como triste había salido +de ella, y quedándose la reina satisfecha de haber en cierto modo +pagado la deuda que con él tenía. Parece indudable que en aquel momento +triunfó en su corazón don Gómez, pues apenas hubo salido de su cámara +cuando llamó a doña Leonor para decirle que no quería se difiriese más +tiempo su boda, pues había llegado el conde de Candespina, que debía +ser padrino. + +—Quiero —dijo— probar a mis leales servidores que me intereso en su +dicha, y nada será más agradable al conde que ver feliz a su amigo en +brazos de mi bella camarera, a quien sospecho que no le pesará tampoco +de ello, por más que ahora se sonroje. + +—Vuestra Alteza es la bondad misma; mas puede ser que alguna otra boda +causara más placer al conde que la de Hernando: la suya por ejemplo... + +—¡Hola!, quieres vengarte haciendo que también... Tú me las pagarás. + +Y esto lo decía acariciando la mejilla de su confidente, que no podía +volver de su admiración, viéndose tratar con tanto cariño al cabo de +meses que apenas se hacía mención de ella para nada. + +[Ilustración] + + + + +CAPÍTULO VII + + +El lector recordará sin duda que cuando el conde de Candespina se +retiró de la presencia de doña Urraca, la primera vez que la vio +desde su regreso a León, iba tan apesadumbrado por el modo con que +fue recibido que se encerró en su cuarto, dando orden a sus criados +que a nadie dejasen entrar en él, incluso a su íntimo amigo Hernando. +Sucedió pues que, ansioso este caballero de saber cómo doña Urraca +se había comportado con el conde, fue a su casa, en la cual se halló +extremadamente sorprendido viendo que por primera vez se le negaba +la entrada, que estaba acostumbrado a encontrar franca. Desde luego +conoció que debía haber sucedido alguna cosa que hubiera disgustado al +conde notablemente para obligarle a estarse en estricta reclusión; +y persuadido de que así que se calmara algún tanto le recibiría y +comunicaría sus penas, se retiró con propósito de volver al siguiente +día, y así lo hizo en efecto; pero fue precisamente cuando ya el +conde había salido para el alcázar, dando antes la orden para que +todo estuviera dispuesto de modo que pudiese salir antes de dos horas +de León. Apenas Hernando supo tal determinación, mandó que se le +dispusiera también un caballo para él, pues de ninguna manera dejaría +partir solo a su amigo, aunque se arriesgase a enojar a doña Leonor; +y en seguida se fue también al alcázar a buscar al conde, quien se +hallaba en la cámara de la reina cuando el de Olea llegó. Decidido +a esperarle, púsose a pasear por los salones no haciendo caso de +cuantos se hallaban en ellos, y sin que tampoco se le acercase ningún +cortesano. Hernando era para ellos una fiera, en cuyas inmediaciones +no se creían seguros: sofismas y razones especiosas nada valían con +un hombre cuyo único argumento era la lanza, y para quien no había +respetos humanos capaces de moderarle, como no fuese de parte del +conde su amigo o de doña Leonor; por consiguiente, los cortesanos le +temían demasiado para que buscasen su compañía, y él los despreciaba +tan altamente que no se curaba de su amistad más que de su odio. +Paseábase pues solo, como hemos dicho, y en la mayor agitación, +haciendo de cuando en cuando algún gesto amenazador y murmurando entre +dientes tal cual imprecación, que eran evidentes señales de que la +cólera le dominaba, precisamente en ocasión en que el conde de Lara se +presentó en el alcázar para ver a la reina. Aunque Su Alteza no había +querido recibirle en todo el día anterior, calculaba acertadamente +don Pedro que era por efecto de su declaración amorosa, que estando +demasiado reciente haría que la reina no pudiera verle sin turbarse; +pero ya pasadas veinticuatro horas pensaba que habría tenido tiempo +para serenarse, y que, en consecuencia, le recibiría. Se engañó sin +embargo en sus conjeturas: en vano insistió en que se le anunciase a +la reina que se hallaba allí: se le contestó que Su Alteza se hallaba +conferenciando con el conde de Candespina, y que había absolutamente +prohibido que nadie entrase. + +—Eso no puede entenderse conmigo —dijo orgullosamente. + +—Vueseñoría se engaña —le contestaron—: está expresamente dicho que no +entre el conde de Lara. + +—¿Cómo? ¿Será posible? + +—Sí, señor. + +—Ya tenemos aquí al incomparable conde de Candespina, ¿para qué quiere +Su Alteza más servidores? + +—Para nada los necesita —exclamó Hernando perdida ya la paciencia—, +para nada. + +—Sosegaos, noble Hernando, sosegaos: nadie trata de injuriar a vuestro +amigo. + +—¿Injuriarle? ¡Cuerpo de Cristo! Mientras Hernando conserve el uso +de sus brazos, ¿quién osará en su presencia injuriar al conde de +Candespina? Nadie; y menos que nadie cortesanos cuyas únicas armas son +la lisonja y la calumnia. + +Mudó de color Lara, y los que le rodeaban, asombrados de semejante +lenguaje, quedaron como petrificados. + +—Sois violento en extremo, Hernando. + +—Sincero, franco es lo que soy. + +—Norabuena; pero os excedéis en vuestras palabras. + +—Cuanto dice mi lengua lo sostiene mi espada; y no todos hacen lo +mismo... + +—Aquí nadie ha dicho cosa que pueda ofenderos. + +—El que la hubiera dicho ya estaría arrepentido. + +—Mucho presumís. + +—Pronto estoy a darle pruebas al que tenga dudas. + +—Nadie las tiene; pero no debe sorprenderos que el conde de Lara +extrañe que se le niegue la entrada adonde se le concede al de +Candespina. + +—¿Y por qué ha de extrañarlo? ¿Pueden los servicios del conde de Lara +compararse con los de don Gómez? Cuando el conde de Candespina, solo +por decirlo así, fue a sacar del corazón de un reino enemigo a doña +Urraca, ¿se le ocurrió al conde de Lara disputarle la preferencia? + +—Si la ocasión se hubiera presentado... + +—En Soria se presentó a todos igualmente. ¿Quién arriesgó su vida, don +Gómez o don Pedro? + +Iba el conde a contestar, pero felizmente acaso para él salió el de +Candespina de la cámara de la reina con un semblante tan gozoso que +llamó la atención de todos. Apenas le vio Hernando volvió la espalda al +de Lara, y dirigiéndose a él: + +—Loado sea Dios —le dijo— que os encuentro; decidme... + +—Venid conmigo y os diré cuanto queráis. Caballeros, guárdeos el cielo. + +Y diciendo así ambos amigos salieron del alcázar dejando absortos al +conde de Lara y demás personas que allí se hallaban. Sin embargo de +todo, no quiso el conde de Lara abandonar el campo sin hacer la última +tentativa para conseguir su objeto; y así que Hernando y el conde se +marcharon, hizo tanto que logró finalmente que se entrara recado a +la reina de que deseaba hablarla, no dudando de que doña Urraca le +recibiría inmediatamente; pero más le hubiera valido no empeñarse +tanto, pues marchándose desde luego habría evitado el desaire que +sufrió cuando públicamente le dijeron que Su Alteza no quería de ningún +modo recibir a nadie más. Cuál fue la turbación del orgulloso don +Pedro viéndose desairar a la faz de todos los cortesanos, fácil es de +pensar. Supo contenerse en público y afectar un semblante sereno; pero +sus entrañas se abrasaban, y juraba interiormente arriesgarlo todo +para vengarse de su rival. Dominado de tales sentimientos llegó a su +casa, y llamó a Lope, criado de toda su confianza, para encargarle +una comisión de la cual pendía el éxito de todos sus proyectos. La +oposición de doña Urraca a recibirle le hacía conocer que la reina +temía tratarle demasiado bien; y por lo mismo una conversación secreta +con ella era el objeto de todos sus deseos. Convencido de que por los +medios ordinarios no lo lograría, al menos tan pronto como lo exigían +las circunstancias, se decidió a dar un paso algo violento pero que +podía tener excusa dándole cierto aspecto novelesco muy del gusto de la +reina. Todas estas reflexiones fueron obra de un instante, y ya estaban +hechas cuando Lope se presentó a su amo con un aire que quería ser +humilde, pero que no pasaba de hipócrita. + +—Lope —le dijo el conde—, te tengo mandado que trabes amistad con los +criados inferiores del alcázar. + +—Sí, señor. + +—Y que averigües cuidadosamente todas las interioridades. + +—Sí, señor. + +—Y bien, ¿se han cumplido mis órdenes? + +—Sí, señor. + +—¿Y sabrás responderme alguna cosa más que «sí, señor», salvaje? + +—Sí, señor, lo que Vueseñoría me mande. + +—Veamos, pues, si conocerás al jardinero. + +—Sí, señor, un buen mozo muy bebedor. + +—Eso no es del caso. + +—Vueseñoría me perdonará que le diga que sí lo es, porque ambas +calidades, la de buen mozo y la de bebedor, son las que me han hecho +buscar con preferencia su amistad. + +—Pues a ti, bribón, ¿qué diablos te importa su figura? + +—A mí, la verdad sea dicha, nada; pero a una doncella de doña Camila... + +—¿La dama de honor? + +—Sí, señor, pues a esa, como iba diciendo, le ha parecido bien la +figura de Cosme, y como doña Camila es dama de Su Alteza, ya ve +Vueseñoría... + +—Lo que yo veo es que no has perdido el tiempo en la corte. Mas déjate +de digresiones, y dime si es hombre el jardinero con quien se puede +contar... + +—Para cuanto se quiera: con solo suministrarle algunos cuartillos... + +—Aunque sean azumbres: toma esta bolsa; gasta sin temor, y cuenta +con una buena recompensa si antes de la noche logras introducirme +secretamente en el jardín del alcázar. + +—¿Antes de la noche, señor? + +—Sin remedio; marcha y ten presente lo que voy decirte: el conde de +Lara recompensa con oro a sus servidores; pero tiene un puñal para los +indiscretos. + +—Crea Vueseñoría que yo... + +—Basta; marcha a ejecutar mis órdenes. + +La reina tenía costumbre de bajar ordinariamente sola, o cuando más +acompañada de una de sus damas, a pasearse por los jardines del alcázar +al ponerse el sol; y el conde de Lara, que en la época de su privanza +había tenido alguna vez que otra el alto honor de ser exceptuado de la +regla que excluía a todo hombre de aquel paseo, sabía por consiguiente +que en ningún momento se presentaría ocasión más oportuna para hablar a +doña Urraca. La dificultad consistía solo en penetrar en aquel recinto +sagrado: mas como el oro todo lo puede, el jardinero Cosme, merced a +una dosis más que regular de un vino añejo tan delicioso para él como +el néctar de los dioses, y a unos cuantos maravedises, puso en manos +del astuto Lope una llave de la puerta falsa del jardín del alcázar. +Lleno de aquel júbilo infernal que siente todo malvado cuando acaba +de hacer una buena picardía, corrió Lope a llevar a su digno amo la +llave del jardín, que aquel recibió con el contento fácil de imaginar. +Recompensó ampliamente, como lo había prometido, el celo de Lope, y +encargándole de nuevo el secreto, partió disfrazado con ropas humildes +a situarse en paraje del jardín oportuno para sus miras. Escogió para +ocultarse un cenador cubierto de verde y tupida yedra, y en él esperó, +no sin alguna inquietud, la llegada de la reina, cuyo paso lento y +mesurado no tardó en herir sus oídos. Doña Urraca venía sola, pues en +ninguna ocasión más que en aquella tenía motivos de entregarse a las +más serias reflexiones. Los condes de Lara y Candespina la ocupaban +enteramente: no sabía por cuál decidirse. Pues aunque es cierto que +entonces, aun a su mismo entender se inclinaba la balanza en favor de +don Gómez, sin embargo la imagen seductora de don Pedro la perseguía +sin cesar. Tal era la perplejidad en que se hallaba cuando llamó +su atención el ruido de las hojas movidas por Lara, que saliendo +de su escondite se presentó de repente a sus ojos; y antes de que +hubiera tenido tiempo de pronunciar una sola palabra, ya el cortesano +arrodillado a sus pies besaba humildemente la falda de su vestido. + +—Suspenda Vuestra Alteza su enojo —dijo, interrumpiéndose con +profundos sollozos—, soy culpable, es verdad; pero la causa de mi +delito es Vuestra Alteza misma... + +—¡Cómo, conde de Lara!, ¿habéis osado...? + +—¿...arriesgarlo todo para ver a Vuestra Alteza? ¿Qué otro medio me +quedaba? Arrastrado por el ímpetu de una pasión irresistible, yo +mismo pronuncié mi sentencia declarando mi amor. Vuestra Alteza me ha +castigado privándome de su presencia. Yo vengo a pedir la muerte, mil +veces preferible al tormento de no ver a doña Urraca. + +—¿Y no podíais haber esperado?... + +—Sí, señora, si el amor fuera capaz de esperar; pero me ha sido +imposible. + +El resto de la conversación que siguió, sobre ser demasiado prolija, +es además de tal naturaleza que nos parece excusado abusar de la +paciencia de nuestros lectores referírsela menudamente. El hecho es que +fue larga; que en ella desplegó Lara todo su arte, no de amar sino de +seducir; y que doña Urraca le dejó ver demasiado la inclinación que +le tenía. Sin embargo, le declaró positivamente que estaba resuelta +a no partir el trono con nadie, y en efecto así era la verdad; pues +escarmentada con el pasado matrimonio con el rey de Aragón, juró que +aunque llegase a dar su mano a un príncipe o magnate, reservaría para +sí sola toda la autoridad en Castilla, y además le manifestó que los +servicios y popularidad del conde de Candespina exigían que se le +tuviesen las mayores consideraciones. A otro hombre con más delicadeza +y menos conocimiento de la humana fragilidad le hubieran desalentado +tales preliminares; pero Lara, que conocía a la reina, esperaba, quizá +no sin fundamento, que cediendo por entonces a todo, el tiempo y su +maña la harían mudar de propósito. Habiendo, pues, logrado a fuerza de +ruegos y extremos que doña Urraca prometiera recibirle al siguiente día +en el mismo paraje, aunque en presencia de una dama de quien por ser +parienta de Lara creyó poder fiarse, se retiró muy entrada la noche a +su palacio. + +[Ilustración] + + + + +CAPÍTULO VIII + + +Amaneció el día siguiente al de los sucesos que acabamos de referir, +y el sol no madrugó más que la mayor parte de los actores de nuestra +historia, pues cada uno de ellos se hallaba demasiado agitado para +poder entregarse largo tiempo al reposo. En efecto, doña Urraca acababa +de comprometerse, por decirlo así, con los dos condes, y buscaba +inútilmente algún medio para quedar airosa con ambos. Candespina +se veía a punto de recobrar su ascendiente y, a su entender, de +conseguir todos sus deseos. Lara, aunque en realidad había perdido +momentáneamente como privado, conocía que como amante estaban sus +negocios en el mejor estado; y por último, doña Leonor y Hernando, +que en aquel día debían unirse con lazo indisoluble, es de presumir +que tampoco estarían muy tranquilos. La magnífica catedral de León se +había adornado con el mayor aparato para la ceremonia religiosa que +se preparaba: los habitantes de la capital circulaban por las calles +vecinas al alcázar esperando con ansia el momento en que la desposada +saliese de él acompañada de la reina; los cortesanos, vestidos con un +fasto excesivo, llenaban ya los regios salones, y la nueva privanza +del conde de Candespina era el objeto en que todos se ocupaban. Solo +el conde de Lara no se presentó en el alcázar, y esta falta produjo +una sensación visible: sus parientes y amigos parecía que asistían +forzados a aquella ceremonia, y demostraban en el arrugado ceño y +ademanes desdeñosos el descontento que padecían: los demás, conformando +su conducta a las circunstancias, volvían a elogiar a don Gómez, y +a soltar de cuando en cuando tal cual epigrama contra Lara: en una +palabra, un día bastó para que todo mudase de aspecto. Las diez de +la mañana serían cuando salió del alcázar la real comitiva para la +catedral. La novia, con un suntuoso vestido regalo de su soberana, +marchaba al lado de esta, tan ruborosa, tan bella, que acaso no hubo +un hombre, entre la multitud que la rodeaba, que no envidiase la dicha +del venturoso Hernando, quien a la puerta del templo la esperaba en +compañía del conde su amigo, y un sinnúmero de parientes y parciales, +con un ansia fácil de concebir. No se dijeron una palabra los dos +futuros esposos; pero una mirada fue para cada uno de ellos más +expresiva que lo hubiera sido un discurso por elocuente que fuese. La +comitiva entró en la iglesia: sus bóvedas resonaron con los himnos +sagrados, y a poco ya Leonor y Hernando habían jurado al Supremo +Hacedor amor y constancia eterna. Celebrose en seguida el santo +misterio de nuestra redención, y los esposos salieron de la catedral +con la misma comitiva que a ella habían llevado. La ceremonia religiosa +que acababa de terminarse parecía haber dado a todos los ánimos cierta +serenidad que anunciaban los placenteros rostros de damas y caballeros, +únicamente ocupados en los festejos que, para más solemnizar la +boda de su camarera y amigo, habían dispuesto la reina y el conde +de Candespina; pero cuando ya la comitiva entera, acabando de salir +del templo, se ordenaba para regresar al alcázar, llamó la atención +general el confuso rumor del pueblo que abría paso a una persona que +apresuradamente venía al encuentro de la reina. Era este un moro, +vestido según la costumbre de su país, con extraordinaria magnificencia +y montado en un caballo andaluz admirable por su belleza y gallardía. +Coronaba el turbante del infiel una pieza de finísimo y brillante +acero, terminada en figura cónica: cubría su pecho una coraza no menos +lucida, en la cual llevaba engastadas razonable número de piedras +preciosas; y el puño de la cimitarra, pendiente del costado derecho, +así como el de la gumía o daga que llevaba en la cintura, correspondían +a la riqueza del resto de su equipo. Seguíale a pie un esclavo negro +como el ébano, cargado con la lanza y adarga de su señor. La persona +del moro era la de un hombre de mediana estatura bien configurado pero +cuyos miembros no habían aún adquirido toda la robustez de que eran +capaces: su rostro moreno claro, sus ojos vivísimos, la delicadeza +de sus facciones, y sobre todo el bozo apenas naciente que en él se +reparaba, descubrían que su edad no podía pasar de dieciocho a veinte +años. Como Castilla se hallaba en paz con los mahometanos españoles, +la venida de uno de estos a León nada tenía de particular, pues aunque +moros y cristianos eran enemigos por religión y política, acostumbraban +sin embargo a visitarse recíprocamente por curiosidad u otras causas +cuando las circunstancias se lo permitían. En el reinado del padre +de doña Urraca especialmente se hicieron más comunes las relaciones +entre ambos países, tanto porque don Alfonso debió protección y +amparo a los musulmanes, en la persecución que sufrió de parte de +su hermano don Sancho, como porque posteriormente casó con Zaida, +princesa mora sevillana. Por esto, pues, aunque la presencia del moro +que hemos tratado de describir excitó como es natural la curiosidad +de los leoneses, no les pareció de ningún modo alarmante su repentina +aparición. + +La reina misma se volvió hacia el lado de donde venía el rumor, y se +paró a admirar la elegancia de la figura y riqueza del vestido del +infiel, que habiendo preguntado quién era la reina y habiéndolo sabido +por uno de los circunstantes, saltó con la mayor ligereza de su caballo +a tierra, y con sereno y modesto continente se encaminó derecho a ella. +Llegado a sus inmediaciones, hizo tres reverencias seguidas cruzando +los brazos sobre el pecho e inclinando el cuerpo hasta tocar casi en +el suelo con la cabeza, y en seguida, postrándose a los pies de doña +Urraca, esperó humildemente a que esta le dirigiese la palabra, en lo +que se tardó algún tanto, pues tan inesperada acción sorprendió a la +reina de Castilla. En fin, después que se hubo recobrado, le dijo, +haciéndose un tanto atrás: + +—Álzate, moro, y di qué quieres. + +—Reina de Castilla, sultana de la belleza, flor de los nazarenos +—contestó el infiel levantándose—: el libro de la verdad dice que la +luz del sol brilla para todos. + +—Verdad es; pero sed breve o dejad vuestra súplica para momento más +oportuno. + +—Alí, hijo de Hamet, solo viene a pedir a tu justicia un campo en qué +lidiar. + +—Moro, si de alguno de mis vasallos tienes queja, yo te haré justicia. + +—La afrenta que el noble recibe, solo con la sangre del que se la hizo +puede lavarse: y está escrito que Hamet derramará la del traidor que le +ultrajó, con la ayuda de Alá y del santo Profeta. + +—Bien: nómbrame al menos tu ofensor. + +—Que la maldición del Profeta caiga sobre su detestable cabeza. Sultana +de Castilla, en tu presencia y a la faz de tu pueblo acuso de traidor y +desleal, indigno del nombre de caballero, al malvado que los hijos del +Nazareno llamáis conde de Lara. + +—¿Qué dices, infiel? —exclamó la reina, mas no pudo continuar, pues +las últimas palabras de Alí, pronunciadas en voz elevada, hiriendo los +oídos del pueblo, produjeron en la multitud un efecto extraordinario. +Lo mismo que la cristalina superficie del océano, si de repente sopla +un recio huracán, se rompe y divide en enormes montañas de agua que +chocándose entre sí causan un pavoroso estruendo, del mismo modo las +injurias del moro contra el conde de Lara produjeron en el pueblo +leonés, o al menos en gran parte de él, la mayor agitación. Desde luego +las personas prudentes y tímidas se retiraron de la concurrencia; pero +la muchedumbre, siempre curiosa, siempre amiga de novedades y pronta a +irritarse cuando cree ser la más fuerte, prorrumpió en descompasadas +voces contra el infiel, que osaba, decían, venir a insultar a los +cristianos en sus propios hogares. Alí volvió el rostro sosegadamente +al pueblo; contempló su agitación con la misma serenidad que si no se +tratara de su persona, y pareció dispuesto a esperar la resolución +de doña Urraca, que llena de espanto no acertaba a proferir una +palabra. Los caballeros que rodeaban a la reina, y en particular el +conde de Candespina, se disponían a hablar a la plebe para tratar de +calmarla; mas hubieron de renunciar a su proyecto viendo que los amigos +y parciales del conde de Lara, movidos de un espíritu frenético de +venganza, empezaron a gritar: + +—Muera el perro infiel que se atreve a insultar a los ricos hombres de +Castilla. + +Y al punto brillaron desnudas más de veinte espadas contra el +inalterable Alí, que sin perder nada de su serenidad, desnudó la +cimitarra, tomó en un instante el escudo de manos del negro, y se puso +en ademán de hacer frente a sus contrarios. + +—¡Asesinos, cobardes! —gritó Hernando de Olea desnudando su acero y +poniéndose al lado del moro—; conmigo las habrá el que se atreva a +tocarle. + +El conde de Candespina también tiró su espada en defensa del agareno, +y como es de presumir todos los de su bando hicieron otro tanto. +Quien únicamente conservó su sangre fría fue don Diego López, que +formando un escuadrón cerrado con la guardia de la reina sacó a esta +señora y a sus damas del tumulto, y las condujo a palacio. Entre tanto +se aumentaba el número de los contrarios y defensores de Alí: ambos +partidos se llenaban de injurias, y hubieran llegado a las manos sin la +circunstancia de estar el de Lara sin jefe y ser el conde de Candespina +quien capitaneaba el contrario. Alí no encontraba expresiones con que +agradecer a los parciales del conde el interés que tomaban por él; y +les suplicaba que le abandonaran a su suerte, antes que derramar por +él la sangre de sus hermanos. Pero Hernando juraba que haría pedazos +al primero que osase acercarse, y los demás caballeros deseaban +aprovechar aquella ocasión de saciar sus antiguos rencores. A pesar de +la prudencia y esfuerzos de don Gómez, tal vez hubiera sido imposible +evitar un combate sangriento si la casualidad de haber pasado esta +escena en las inmediaciones de la catedral no hubiera hecho que los +canónigos, testigos de aquel desorden, se apresuraran a revestirse +y salir de la iglesia, llevando en procesión una imagen de nuestro +Redentor, muy venerada en la ciudad. Esto y las persuasiones de los +canónigos disiparon por entonces al pueblo y partidarios de Lara; y +Alí pudo, escoltado por sus defensores, ir a la posada del conde de +Candespina, adonde le llevaron para mayor seguridad. Hernando encontró +allí a su bella esposa entregada a la más cruel inquietud; pero con el +gozo de verle sano y salvo no se acordó siquiera de reprenderle por +lo que ella llamaba su temeridad. Advertimos a nuestros lectores que +el conde había suplicado a Hernando que ocupase con su esposa una +habitación de su propia casa; y dejaremos para el capítulo siguiente +referirles lo que en ella pasó con el valeroso Alí, hijo de Hamet. + +[Ilustración] + + + + +CAPÍTULO IX + + +El suceso de Alí había puesto en fermentación todos los espíritus +en la corte de Castilla. Los dos partidos de Candespina y Lara, +que hasta aquel punto habían conservado al menos las apariencias +de la urbanidad por respeto a la reina, rota una vez la barrera no +querían volver a entrar en sus respectivos límites; y cierto género +de hombres turbulentos por naturaleza e interés, que no faltaban en +ambas facciones como nunca han faltado en semejantes casos, hablaban +de someter al juicio de Dios, esto es, a la suerte de las armas, +la decisión de sus contiendas. En un instante desaparecieron todos +los preparativos hechos para festejar el casamiento de doña Leonor +y Hernando. Cada caballero corría a su casa a armarse y a armar a +sus criados; los ciudadanos se retiraban también a sus hogares, mas +era a encerrarse en ellos para ponerse a cubierto de los horrores +que preveían; y por último, en el mismo alcázar se tomaban las más +vigorosas medidas para prevenir todo accidente. Don Diego López, que +mandaba la guardia de la reina, aseguró a esta señora que nada tenía +que temer por su persona aun cuando el furor general llegase a tal +punto que hubiera quien pensase en atacarla; y como doña Urraca conocía +la lealtad y valor del señor de Nájara, se tranquilizó lo bastante para +pensar en interponer por fin su autoridad en aquel negocio, enviando +dos mensajeros en busca de los condes de Candespina y Lara. Pero lo que +nosotros hemos referido en poquísimas líneas fue obra en León de más +de una hora. Durante este tiempo el joven Alí se conciliaba cada vez +más el afecto de sus protectores. La condición del moro correspondía +en efecto a cuanto de su bien dispuesta persona podía esperarse; +afable con extremo, cortés sin ser lisonjero, y con un talento claro +y bien cultivado: Alí arrastraba tras de sí los ánimos de cuantos le +escuchaban. Ya se supondrá que si la discreción del conde de Candespina +fue bastante para que no hiciera pregunta ninguna a su huésped sobre el +motivo de su odio al conde de Lara, ni Hernando ni su esposa pudieron +contenerse; y a la verdad su curiosidad no carecía de disculpa. + +—Confieso —le decía Hernando— que he admirado vuestra serenidad, +viéndoos rodeado de una multitud de furiosos que clamaban por vuestra +muerte. + +—La vida de los hombres depende de la voluntad de Dios —contestó el +moro—, y no hay poder bastante en la tierra para atrasar ni adelantar +un momento el instante de su muerte. + +—Buena será esa máxima —replicó Leonor—, pero yo sé decir de mí que +estaba muerta de miedo. + +—¿Y cuándo la cándida paloma ha alzado tanto el vuelo como el águila? +—contesto el moro. + +—¿Y no pensabais —volvió a decir Leonor—, no pensabais en la pena que +vuestra muerte hubiera causado a vuestra dama, si la tenéis...? + +—Hermosa cristiana, las dulzuras del amor no me han sido concedidas; +pero tengo en cambio una hermana a quien mi muerte hubiera dejado sin +amparo. + +—¿Una hermana? ¿En Granada? + +—Mi patria es Sevilla; pero mi hermana está en León. + +—¡Válgame el cielo! En León tenéis hermana. Hernando, si vos +quisierais... + +—Mi esposa —dijo Olea— desea tener a vuestra hermana en su compañía. +Concededla esta gracia. + +—Cristianos, me colmáis de favores. + +—Dejad eso y marchad a buscarla. + +—¿Qué decís? —interrumpió el conde—; este caballero no puede salir de +aquí sin peligro de su vida; que diga donde está su hermana, y se irá +por ella. + +Alí señaló la posada en que había dejado a su hermana guardada por +algunos esclavos; y varios criados del conde guiados por el negro +escudero fueron en su busca. Entre tanto no perdonaba medio ninguno +la astuta doña Leonor para saber del moro el origen de su odio al +conde de Lara: pero este, eludiendo unas preguntas y haciéndose el +sordo a otras, dejó burlados todos sus ardides, sin que la respuesta +más directa que dio pasase de decir que el hombre de honor no debía +publicar sus afrentas hasta que estuviesen vengadas. Desembarazado +por fin de aquella especie de examen fiscal, se ocupó con el conde de +Candespina del asunto que parecía absorber toda su existencia. El conde +le ofreció toda su protección, y cuando vino el mensajero de parte de +la reina a buscarle, tomó a su cargo la comisión de suplicarle que le +concediese una audiencia. Bien hubiera querido Hernando acompañar a su +amigo al alcázar; mas como la orden de la reina nombraba únicamente al +conde de Candespina, quiso este ir absolutamente solo. Ya estaba Lara +al lado de doña Urraca cuando don Gómez se presentó, y desde luego la +reina se quejó agriamente a ambos condes de la escandalosa escena de +aquella mañana. Fácil le fue disculparse al de Lara con solo hacer +presente que no habiéndose hallado en ella, ninguna responsabilidad +podía exigírsele: mas no así el de Candespina que había tomado en ella +una parte sumamente activa. Pero el noble castellano era incapaz de +arrepentirse de su generosa acción. + +—Sí, señora —dijo a la reina—, he sacado el acero, me he puesto al lado +de un hombre a quien una multitud furiosa trataba de sacrificar, si +este es un delito, yo me confieso reo; pero no puedo arrepentirme... + +—Y por un infiel —dijo la reina—, por un infiel ibais a derramar la +sangre de vuestros hermanos. + +—Un infiel, señora, es un hombre; y asesinos no pueden nunca ser mis +hermanos. + +—Conde don Gómez —exclamó Lara—, ¿asesinos llamáis a los caballeros de +la casa de Lara? + +—Aunque sola Su Alteza tiene derecho a examinar mi conducta y palabras +—contestó don Gómez—, quiero que me digáis, conde de Lara, qué nombre +daremos a los que siendo ciento atacan a uno. + +—Baste, caballeros —interrumpió la reina—, consiento en olvidar lo +pasado; pero es preciso que la paz se restablezca inmediatamente. + +—Por mi parte —dijo Lara—, no tengo más voluntad que la de Vuestra +Alteza. + +—Y yo —añadió don Gómez—, yo respondo a Vuestra Alteza de mis parientes +y amigos. + +—Está bien, señores; retiraos pues, y cumplid vuestras promesas. + +Lara se disponía a obedecer a la reina, pero Candespina le detuvo +para que oyese la súplica que en nombre de Alí iba a hacer a Su Alteza +para que le admitiese a su presencia. Este nuevo incidente desconcertó +a don Pedro, que se creía desembarazado para siempre de la presencia +del moro; pero no se atrevió a proferir una sola palabra que diese a +entender su descontento. La reina, por su parte, manifestó visiblemente +su desagrado de que el conde de Candespina tomase cartas en aquel +asunto; mas él con su acostumbrada inflexibilidad insistió tanto, y +con tales razones demostró que era de rigurosa justicia conceder a +Alí la audiencia que pedía, que al cabo la obtuvo para aquella misma +noche. Llegó esta en efecto, y doña Urraca, sentada en un magnífico +trono situado en una de las extremidades del más suntuoso salón del +alcázar, rodeada de sus damas y de la mayor parte de la nobleza de +Castilla, esperó, con un semblante en el cual a su pesar se leía no +poco descontento, el instante de recibir al moro, origen inocente de +las turbulencias de aquel día, quien no tardó mucho en presentarse +acompañado del conde de Candespina, Hernando de Olea y todos sus +parciales. Alí venía completamente armado, pero sin lanza ni escudo, y +Hernando también iba dispuesto a entrar en lid; los demás caballeros +llevaban vestidos de corte. Desde luego las armas de Hernando llamaron +la atención general, pero pronto se dedicó toda al moro, que después de +sus acostumbrados saludos y de haber recibido de la reina la orden de +exponer brevemente su súplica, lo hizo en esta forma: + +—Reina de Castilla, mi súplica ya la sabes: soy noble, estoy agraviado; +solo vengo a pedir un palenque en el que, con la ayuda de Alá, espero +recobrar mi honra. + +—¿Quién te ha ofendido? + +—El conde de Lara. + +—¿Cómo puedo yo haberte ofendido, infiel —exclamó Lara—, si en mi vida +te he visto? + +—Silencio —dijo la reina—, nadie sea osado a hablar sin mi permiso. Y +tú, contesta: ¿es cierto que nunca has visto al conde de Lara hasta hoy? + +—Nunca. + +—¿Cómo pues te ha ofendido? + +—¿Cómo? Él lo sabe: mi nombre le descubrirá el arcano. Conde de Lara, +yo soy Alí, hijo de Hamet. + +Todos los ojos se fijaron en Lara, a quien este apóstrofe hizo mudar +de color; pero sea que no se atreviese a faltar a las órdenes de la +reina, contestando sin que esta se lo mandase, o bien que no quisiera +o tuviese qué responder, lo cierto es que guardó el más profundo +silencio. Doña Urraca, después de haber considerado atentamente a los +dos adversarios, se volvió a Alí y le dijo: + +—Singular es que seas su enemigo sin conocerle; pero al menos nos dirás +cuál es la ofensa que te ha hecho. + +—Cuando Lara no exista la sabrás, reina. + +—Moro, recuerda que hablas con la reina de Castilla, y obedece sus +mandatos. + +—Alá me preserve de faltarte al respeto; pero en tanto que mi ofensor +viva, mis labios no pronunciarán nunca el agravio que me ha hecho. + +—Para que yo consienta el combate debo saber la causa. + +—Yo reto por traidor y desleal al conde de Lara en vuestra presencia, +damas y caballeros. ¿No basta esto en Castilla para que un noble salga +a la palestra? + +—Y sobra —contestó Candespina—: Vuestra Alteza no puede ya oponerse al +combate sin menoscabo de la honra del conde de Lara mismo. + +—Callad —exclamó colérica la reina—; callad, y sea esta la última vez +que se falte a mis órdenes. En fin, moro, resuelves no comunicarnos de +qué acusas al conde de Lara. + +—Él lo sabe, repito, y si no es un cobarde, recogerá esa prenda —y al +mismo tiempo le arrojó un guante, que cayo a los pies de su enemigo. + +Este permaneció inmóvil; pero la reina se dirigió a él, diciéndole: + +—Veamos si vos, conde de Lara, nos aclaráis este misterio. + +—Yo, señora, nada sé; no conozco a ese infiel, y su nombre hiere hoy mi +oído por primera vez. + +—Caballeros, ya oís la respuesta del conde. + +—Y yo sostengo —exclamó Alí— que ha mentido. + +—Miserable —contestó furioso Lara cogiendo el guante—, tu vida me dará +satisfacción. + +El conde de Lara no había manifestado hasta entonces la menor +inclinación a combatir con el moro; pero ya fuese que no pudo +resistir a las injurias que Alí le hacía, ya que conociera que su +pusilanimidad iba a perderle para siempre aun en la opinión de sus +mismos partidarios, lo cierto es que al coger el guante parecía +animado por el noble resentimiento de un hombre de honor cruelmente +ofendido. Tanto los caballeros como las damas presentes manifestaron +con una especie de aplauso la satisfacción que les causaba el proceder +del conde, y volvieron la vista hacia Alí para ver si conservaba o +no la entereza que hasta aquel punto había manifestado; pero lejos +de verse la más mínima señal de turbación en el rostro del joven +musulmán, brillaba en sus ojos todo el fuego de la venganza, pronta a +satisfacerse. Doña Urraca misma permaneció algún tiempo silenciosa y +pensativa, contemplando ora a Alí, ora a Lara, que ambos enfrente de +ella esperaban con visible impaciencia su resolución; hasta que por fin +anunció que pues el conde de Lara había recogido la prenda del combate, +por no desairarle consentía en que se verificase, y señalaba para que +tuviese lugar el octavo día, a contar desde aquel. Alí dio las más +expresivas gracias por la merced que se le hacía, y se retiró después +de haber dicho que el caballero Hernando de Olea le honraba siendo su +padrino en aquel combate. El conde de Lara nombró para que lo fuese +suyo a Gutierre de Cetina, su deudo, que ejercía las funciones de +mayordomo de la reina; y en seguida se dispersó la reunión. + +[Ilustración] + + + + +CAPÍTULO X + + +Mientras que en el alcázar de Burgos pasaban los sucesos que han +dado materia al capítulo anterior, la esposa de Hernando de Olea +desempeñaba los deberes de la hospitalidad con la interesante hermana +de Alí, con una dulzura de que solo las mujeres son capaces. Zulema, +que así se llamaba la joven mora, tendría como unos diecisiete años +de edad, reuniendo además en su persona todos los dones que puede +la naturaleza dispensar a una mujer para cautivar los corazones de +cuantos la miren; pero no brillaba su rostro con los vivos colores +tan propios de sus pocos años, ni la alegría de la juventud animaba +dos ojos negros como el ébano; antes, por el contrario, su palidez y +lánguido mirar descubrían que su corazón sufría el peso de alguna grave +desgracia. Todo esto lo vio desde el primer instante doña Leonor, y +como estaba dotada de sobrado ingenio, se prometió que la sencilla +sevillana descubriría sin duda el secreto que su hermano guardaba tan +cuidadosamente. En efecto, pasados los primeros cumplimientos, nuestras +dos damas, jóvenes ambas, y ambas con un semblante tan afable que las +provocaba a una recíproca confianza, parecían sin embargo suspensas, +no atreviéndose ni una ni otra a entrar en materia, hasta que doña +Leonor, como de más edad y experiencia, tomando una mano de Zulema y +estrechándola con la suya, rompió el silencio diciéndola: + +—Mal parece en una niña como vos tanta tristeza: consolaos, y creed +que, ya que no esté en nuestra mano devolveros lo que tal vez habéis +dejado en Sevilla, haremos cuanto esté de nuestra parte para solazaros. + +—¡Ah, señora! —respondió casi llorando Zulema—, ¡cuán bondadosa eres! +Pero no repares, te suplico, en mi melancolía que no puedo desterrar... + +—¿Cómo, a vuestros años, puede haber penas tan profundas? + +—¡Ay!, la herida está en el corazón, bellísima cristiana, en un corazón +que jamás había padecido y por eso es más dolorosa; por lo mismo será +eterna. + +—¡Pobrecilla criatura! ¡Cuánto diera yo por poder aliviar tus penas! + +—¿Aliviarlas? Imposible..., imposible. Más fácil sería que el +Guadalquivir dejase de derramar sus aguas en el mar. + +—¡Infeliz!, ¿y ninguna esperanza os queda? + +—Ninguna, como tú dices: ninguna. + +—Acaso la muerte... + +—¡Ojalá! Al menos esperaría ser feliz cuando Azrael cortase el hilo +de mi vida. Mas dejemos, amable señora, de ocuparnos en mis penas, +no venga yo a turbar tu felicidad con mis lamentos tan inútiles como +importunos. + +—No lo son por cierto para mí. Consolar al triste es un precepto de la +verdadera religión... + +—¡Ah! —exclamó Zulema arrebatada—, ¿por qué ha de haber monstruos que +se complazcan en atormentar a sus semejantes, siendo cristianos? + +—Luego a un cristiano debéis vuestras penas. + +—A un cristiano, sí; a un cristiano en el nombre; a un pérfido, a un +malvado. Tú le conocerás tal vez: es hermoso, es amable, es seductor; +pero sus entrañas son más duras que las del tigre. + +—Sosegaos, amor mío; por Dios, sosegaos, y decidme su nombre: tal vez +podremos hacer... + +—Nada, nada. Un corazón traspasado no puede curarse. ¿Pero qué podré +yo negar a quien tanto amor me muestra por la primera vez? Sabrás el +nombre del malvado que me ha hecho desgraciada: sabrás la dolorosa +historia de la infeliz Zulema. + +Si al principiar la conversación referida, la curiosidad sola movía a +la bella Leonor a inquirir el secreto de sus huéspedes; ya viendo el +dolor de la triste Zulema, únicamente la compasión la dominaba; y a la +verdad hubiera sido necesario tener un corazón de piedra para resistir +a sus lágrimas. + +La narración de su triste historia que vamos a insertar perderá sin +duda gran parte del interés que inspiraban ya el dulce sonido de la voz +de Zulema, ya el fuego o rubor con que refería algunos pasajes de ella; +pero la crónica no conserva más que la especie de extracto que sigue, y +tal como lo hemos encontrado así lo trasladamos. + +Durante el reinado del padre de doña Urraca, la comunicación entre +moros y cristianos, como se ha dicho anteriormente, fue más común que +en ningún otro; y esto dio lugar a que visitando Hamet, moro sevillano, +tan opulento como sabio, la corte de Castilla, trabase amistad con don +Gonzalo, conde de Lara, cuyo hijo era don Pedro, de quien tanto hemos +hablado en nuestra narración. + +Entre los diversos y profundos conocimientos que Hamet poseía, no era +de los menos importantes el de la medicina; ciencia que en aquellos +tiempos puede decirse que era patrimonio exclusivo de los árabes y +judíos, que la ejercían aun entre los mismos cristianos; ofreciéndonos +la historia ejemplo de algún monarca que pasó a reino infiel con objeto +de curarse de dolencias a que no hallaba remedio en su propio país. La +amistad, pues, del viejo conde de Lara con Hamet, la ciencia de este, +y la pertinacia de cierta enfermedad que su hijo padeció siendo ya +adulto le movieron a que le enviase a Sevilla a ver si su amigo podía +restituirle la salud. + +Don Pedro de Lara se presentó en casa de Hamet, como un año antes de +los acontecimientos principales de nuestra historia, rico con los +dones de la naturaleza, y con cierto aire de interesante languidez que +inspiraba una compasión fácil de convertirse en amor en el alma de una +joven, aunque hubiera sido más experimentada que la inocente Zulema. +El moro recibió al noble castellano con la cortesía y magnificencia +con que todos los orientales ejercen la hospitalidad, y la dulzura y +flexible carácter de su huésped le cautivaron de tal modo que no tardó +en tratarle como a un hijo. A poco de estar Lara en Sevilla murió su +padre; y este acontecimiento, obligándole a no presentarse en público, +aun las pocas veces que sus males físicos lo permitían antes de él, +hizo que se constituyese a vivir enteramente en familia con Hamet y +Zulema; pues Alí, hermano de esta, se hallaba a la sazón en África +con unos parientes. Zulema era quien preparaba las salutíferas yerbas +que su docto padre recetaba a Lara; Zulema se las administraba por su +mano, y Zulema era quien continuamente procuraba distraerle de sus +penas. Al paso que la ciencia del padre le restituía la salud, la +belleza naciente, el candor, y la amabilidad de la hija inflamaban +la sangre del noble castellano, y la fiebre del amor se apoderaba de +todos sus sentidos. Zulema debía a la naturaleza el funesto don de +la sensibilidad más exquisita; palpitaba violentamente su corazón +oyendo referir cualquier desgracia, y sus ojos se llenaban de lágrimas +con la mayor facilidad. ¿Qué extraño será pues que un joven bizarro, +atacado a un tiempo por una enfermedad, y la pérdida del autor de sus +días, inspirara a la tierna Zulema una pasión que ya era invencible +cuando ella apenas presumía sentirla? Nada más natural; pero nada +tampoco más funesto para ella. Como quiera que sea, se pasaron muchos +meses sin que ambos jóvenes se hablasen de amor. Zulema se informaba +de las costumbres de los cristianos y de su religión: Lara respondía +minuciosamente a todas sus preguntas, y pintaba con tales colores +la dulzura, la luz de la verdadera fe, que la joven mora empezó a +dudar de sus falsos ritos, y a desear instruirse más a fondo en los +sagrados misterios de nuestra redención. Aunque don Pedro fue siempre +naturalmente vicioso, sin embargo, en la época de que hablamos, no +habiéndose aún desenvuelto en él el germen de la ambición, conservaba +gran parte de las sanas máximas que en su esmerada educación se había +procurado inculcarle, y la idea de convertir a Zulema a la religión +santa de la fe le arrebató. Pero las conferencias sobre este punto +no podían tenerse ni delante de Hamet, ni en paraje en que entrando +cualquiera de los comensales de la casa, pudiera sorprenderles en +una conversación que, una vez descubierta, podía costarle a Lara la +cabeza; y por lo mismo escogieron los dos jóvenes el jardín de la +casa, delicioso como todos los de la ribera del Betis. Allí, a la +sombra de los laureles y naranjos, y respirando un aire embalsamado +con el delicioso aroma de la purpúrea rosa y el nevado jazmín, oía +Zulema atentamente las lecciones de Lara: se enternecía escuchando +la barbarie de los judíos con el Redentor del mundo, y grababa en +su corazón las máximas de dulzura, de tolerancia y de caridad, que +son la base de nuestra creencia. Lara, favorecido por la belleza y +santidad del asunto, parecía más elocuente, más seductor que nunca; y +al paso que los ojos de la mora se abrían a la luz de la revelación, +su misionero se apoderaba enteramente de su alma. Mientras que el +castellano, dudando de convertir a Zulema, se ocupó exclusivamente en +asuntos religiosos, su celo fue loable; sus intenciones puras, su fin +santo; pero desde que ya enteramente convencida la hija de Hamet no le +fue necesario tanto estudio, la pérdida de la joven pudo tenerse por +inevitable. + +—Zulema —le decía una noche sentados ambos al pie de un copudo y +antiguo laurel—: Zulema, si alcanzas la salud eterna con el bautismo, +¿qué cristiano podrá creerse más feliz en la tierra que el que sea tu +esposo? + +—¿Y quién, Lara, querría unir su suerte con la mía? —contestó llena de +rubor la mora. + +—¿Quién, Zulema? Todos. La rosa de abril no te iguala en belleza, +la azucena no es más cándida que tú y ningún sabio te aventaja en +discreción. ¿Qué te falta pues para ser amada? + +—Amigo mío, tú me adulas. + +—No, Zulema, no te adulo; pero dime: ¿tu corazón no ha palpitado aún +por ningún hombre? + +—¡Ah! + +—¿Suspiras, Zulema? Tú amas; ¿a quién? + +—Lara, amigo mío, yo amar... + +—Sí, tú amas; y tu misma turbación me lo demuestra. Tú amas, Zulema; un +mortal venturoso ha sabido cautivar tu corazón, y yo... ¡infeliz...! + +—¿Tú infeliz, Lara? ¿Por qué?... + +—Cruel, ¿qué preguntas? Tú eres la causa de mi tormento. + +—¿Cómo es posible que yo te atormente, Lara; yo que por no verte +padecer un instante daría toda mi existencia? + +—Pero tú amas a otro, y yo te adoro —dijo enajenado y atrayéndola a sus +brazos. + +—¿Me adoras? —contestó Zulema casi sin sentido—. ¿Me adoras? Y bien, yo +te idolatro. + +Zulema era esposa de Lara un instante después. El castellano la +prodigaba las más tiernas caricias, haciéndola mil juramentos, tal vez +sinceros entonces, de constancia y fidelidad; pero la víctima infeliz +perdió desde aquel día el reposo, y no volvió a recobrarlo jamás. Había +faltado a su deber, y el remordimiento la atormentaba, persiguiéndola +al mismo tiempo los más fatales presentimientos que demasiado pronto se +verificaron. + +Lara, recobrado enteramente de su dolencia y satisfecho ya su amor +propio con haber triunfado de la virtud de Zulema, aprovechó la +ocasión que le ofrecían los disturbios de su patria para regresar a +ella, dejando a su esposa inconsolable a pesar de las protestas que +le hizo de volver antes de mucho a pedírsela por mujer a su padre, +protestando para no hacerlo entonces lo revuelto de los negocios de +Castilla. + +La infeliz Zulema quedó en Sevilla tan desconsolada como Ariadna en +el desierto: los días volaban, los meses también, y Lara no parecía +ni daba noticia de su persona. Su continuo padecer atacó su salud, y +por otra parte sus relaciones con Lara habían sido demasiado íntimas +para que dejaran de manifestarse. El anciano Hamet vio el estado de +su hija: adivinó parte de lo sucedido, supo el resto de su boca; y el +dolor de la pérdida de su amada hija, y de la honra de su familia, le +condujeron en pocos días al sepulcro. Alí, a quien los lectores ya +conocen, regresó al seno de su familia precisamente a tiempo de saber +la desgracia de su hermana, y de ver exhalar a su padre el último +suspiro. Hamet, que conocía la violencia del carácter de su hijo, y su +extremado pundonor, le hizo jurar que no maltrataría a la desgraciada +joven, cuya falta era bien excusable en sus pocos años. Juró Alí, y +cumplió su juramento; pero había prometido respetar a su hermana, mas +no dejar impune a su malvado seductor; y así, apenas cumplió con los +deberes de la piedad filial, tributando a los restos de su padre los +últimos honores, partió con Zulema para la corte de Castilla con objeto +de hacer en ella lo que ya hemos visto. + +[Ilustración] + + + + +CAPÍTULO XI + + +La noche que Lara contaba haber empleado útilmente en la especie de +audiencia que doña Urraca le había prometido, se pasó la mayor parte en +el salón del alcázar con harto sentimiento suyo, no solo porque se le +escapaba la ocasión más favorable de adelantar sus asuntos, hallándose +la reina enojada contra el conde de Candespina por lo sucedido con Alí; +sino porque veía en la venida de este moro un grande obstáculo a todos +sus proyectos. + +Su nombre, según Alí dijo, reveló a su enemigo el misterio de su reto; +pero Lara, viendo que el moro tenía la extravagancia, decía él, de +callar el motivo, se guardó muy bien de revelarlo, pues temía con +razón que una vez enterada de él la reina, caería para siempre de su +gracia; y por otra parte la perspectiva del próximo combate con el +joven sarraceno no le era nada lisonjera. Acosado, pues, de diversos +y desagradables pensamientos, iba ya a entrar en su casa cuando un +criado de palacio le paró llamándole por su nombre, y le intimó que de +orden de Su Alteza fuese con él inmediatamente. Obedeció el conde sin +replicar, y a poco se halló en el alcázar, en donde fue introducido +hasta la cámara de doña Urraca. Adornada esta señora todavía como lo +estuvo durante la audiencia, estaba sentada en un soberbio sillón, +apoyando el brazo en una mesa sobre la cual ardía una lámpara de +plata, y sus ojos fijos en la llama indicaban la profunda preocupación +de su espíritu. Entró Lara, y viéndola como absorta, se paró junto a +la puerta y esperó con aire sumiso a que su soberana le dirigiera la +palabra, en lo que se tardó algún tiempo, durante el cual la reina y el +conde parecían dos estatuas. Por fin doña Urraca hizo un movimiento +como el que vuelve en sí de un profundo letargo: examinó todo el +aposento con la vista, y sus ojos encontraron al inmóvil conde de Lara +que pacientemente esperaba aquel momento. + +—¡Ah!, ¿vos aquí, conde de Lara? No os había visto aún, ¿que queréis? + +—Vuestra Alteza me ha mandado venir. + +—¿Yo? + +—Al menos así se me ha dicho. + +—Sí, es verdad: creo haber dicho que me alegraría haceros alguna +pregunta; mas no que vinierais precisamente ahora. + +—Si mi presencia es importuna, señora, voy a retirarme. + +—No, quedaos. Una vez que ya estáis aquí... No os vayáis. + +—Nada puede mandarme Vuestra Alteza que me sea más lisonjero que el +permanecer en su presencia. + +—Bien, bien. El conde de Lara siempre el mismo y galante caballero. + +—¿Galante, señora, quién no lo será cuando su corazón está lleno...? + +—Su corazón..., su corazón... Los labios están llenos..., pero... + +—Crea Vuestra Alteza que... + +—Silencio: pruebas, y no palabras. Vengamos al asunto. Es preciso que +yo sepa el origen de la escena de esta mañana y el desafío de esta +noche. + +—Yo mismo lo ignoro. + +—¡Oh! Eso es imposible; absolutamente imposible. + +—¿Por qué, señora? Vuestra Alteza misma ha oído a ese sarraceno +confesar que jamás me había visto. + +—Verdad es; pero su nombre..., ese nombre de Alí, hijo de Hamet, +produciendo el efecto de un talismán, y que ahora mismo os ha hecho +mudar de color; ese nombre, conde de Lara, encierra algún misterio que +la reina de Castilla quiere y debe aclarar. + +—¿Qué no haría el conde de Lara por complacer a su reina, al objeto +exclusivo de sus pensamientos? Pero no puede explicar a Vuestra Alteza +las locuras o las maldades de un ser a quien no conoce. + +—¿Y su nombre? ¿Y vuestra turbación? + +—¡Mi turbación! Si así se llama a la justa ira que los insultos de ese +miserable han producido en mí: verdad es que me he turbado. + +—Conde de Lara, explicadme entonces qué puede mover a un hombre a quien +no habéis ofendido, ni conocéis, a venir a retaros en mi corte, y a +medir sus armas con vos. + +—Confieso, señora, que semejante suceso me sorprende tanto a lo menos +como a Vuestra Alteza; pero el favor con que la reina de Castilla me ha +honrado en algún tiempo me ha suscitado muchos enemigos... + +—¿A un moro qué puede importarle que yo os favorezca? + +—Nada, señora; pero un moro puede ser instrumento de ajena venganza. + +—¿Qué decís, conde de Lara? + +—Señora, que ese agareno pudiera muy bien ser un servidor de los que +han envidiado mi fortuna. + +—¿Y en quién sospecháis tal vileza? + +—En nadie: preguntádselo, señora, a los protectores de Alí; a los que +por un moro desconocido, al parecer, iban a entregar la corte de +Vuestra Alteza a los horrores de la guerra civil. + +—Os entiendo; pero la enemistad os hace presumir cosas de que el conde +de Candespina es incapaz. + +—Yo no he nombrado al conde; y repito a Vuestra Alteza que en nadie +sospecho; pero no habiendo yo ofendido a ese hombre, algún motivo +extraño debe haber para que venga a provocarme tan temerariamente. + +—Esa reflexión no tiene réplica; pero repasad bien vuestra conciencia: +¿no habrá acaso alguna belleza de por medio? + +—Sí, señora, la hay: la mayor de todas; una belleza incomparable. + +—¿Su nombre? + +—Doña Urraca. + +—¿Habéis perdido el juicio? + +—No, señora; pero estoy persuadido de que la belleza de Vuestra Alteza +es el origen de todo este lance. + +—¿Cómo es posible? + +—La envidia se engaña fácilmente: los que han visto las bondades de +Vuestra Alteza para conmigo las habrán interpretado de la manera más +favorable para mí..., y..., y lo demás fácil es de inferir. + +—Hay en efecto algo de incomprensible en todo este negocio... Hernando, +padrino del moro... El conde protegiéndole... Infelices de ellos si +vuestras sospechas son fundadas. + +—Permítame Vuestra Alteza, señora, una súplica. + +—Decid. + +—No se ocupe Vuestra Alteza en este asunto: la suerte de las armas debe +decidirlo, y no será mucha presunción de mi parte esperar que triunfe +conmigo la justicia. + +—No dudo yo de vuestro valor; pero tampoco quiero exponer un vasallo +leal al dudoso éxito de un combate, para el cual, si vuestras sospechas +son fundadas, se habrán tomado precauciones. + +—No importa, señora, concédame Vuestra Alteza la gracia de no mezclarse +más en este negocio; mis enemigos tomarían armas contra mí de la +intervención de Vuestra Alteza, y... + +—Bien, bien. Dios decidirá, pues así lo deseáis, sin que yo intervenga +para nada. + +—Vuestra Alteza podría hacerme invencible. + +—¿Cómo? + +—Si al entrar en la lid pudiera el conde de Lara lisonjearse de que el +corazón de doña Urraca... + +—Mis damas os oyen, y la noche está muy adelantada: retiraos. + +—¡Sin una esperanza! + +—Nos volveremos a ver. + +—¿Cuándo? + +—Yo os avisaré, conde. + +—Señora, recuerde Vuestra Alteza que tal vez dentro de ocho días... + +—Basta; antes será. + +—Al menos permítame Vuestra Alteza... + +—Sea. Adiós. + +El conde después de besar la mano a la reina se retiró. + +A pesar de que Lara se lisonjeaba de haber preparado el ánimo de la +reina contra su rival, y alejado al mismo tiempo toda sospecha del +verdadero motivo por el que el hijo de Hamet le retaba, conocía que +esto sin embargo no era bastante. El plazo de ocho días señalado para +el combate había de expirar, y todas sus intrigas eran inútiles si +un bote de lanza de Alí ponía término a su vida, o le obligaba para +salvarla a unirse con su hermana; y esta consideración, unida al poco +amor que a los combates tenía, le atormentaba sin cesar. Pero Lara no +era hombre que se atuviera a lamentar su suerte. Resuelto a llegar +al mando supremo, los medios le eran indiferentes. Escrúpulos de +conciencia no los conocía; y las virtudes eran en su entender nombres +vacíos de sentido. Para más alentarle en la carrera del crimen le +había deparado la suerte en Lope un hombre capaz de todo lo malo, y +que solo en la perversidad se complacía. Nacido de padres tan pobres +como de humilde linaje, la sed del oro le devoraba; aborrecía a cuantos +veía halagados por la fortuna, y su propio amo, en cuyos intereses al +parecer tomaba gran parte, no estaba exento de su odio; mas como las +continuas intrigas del conde le proporcionaban medios de enriquecerse, +y los peligrosos secretos que de él poseía le daban un conocido +ascendiente sobre su persona, Lope le servía en efecto con celo. + +Figúrese el lector a estos dos malignos personajes en el gabinete del +conde pocos instantes después de la conferencia de este con la reina, +paseándose apresuradamente el amo, y el criado quieto contemplándole +entre humilde y con desprecio, y con una sonrisa sardónica que indicaba +que ya comprendía que iba a empleársele en alguna de las acostumbradas +comisiones. + +—Y bien, Lope, ya sabrás lo ocurrido esta mañana —dijo el conde. + +—Nadie lo ignora en León, señor conde. + +—Sí, la cosa ha tenido afortunadamente por testigo a todo el pueblo. + +—Y los partidarios del conde de Candespina no se han descuidado tampoco +en publicarla. + +—Eso por supuesto. Pero lo que tú no sabrás tal vez, será la escena de +esta noche. + +—¿Cuál de las dos? + +—¿Cómo? ¿Qué es eso de cuál de las dos? + +—Quiero decir si de la audiencia pública o de la secreta. + +—Silencio, señor entrometido: de la pública hablo. + +—De esa, sí, señor. + +—¡Hola! Pronto te han informado. + +—Como tengo muchos amigos en el alcázar... + +—Sabes lo que se quiere que sepas, y algo más, ¿no es verdad? Pero te +aconsejo que trates de olvidar lo último. + +—Será como Vueseñoría mande. + +—Bueno: así debe ser. ¿Y qué piensas de todo esto? + +—Señor, nada: yo no pienso más que cuando mi amo me lo manda. + +—¡Hipócrita! ¿Hasta conmigo quieres conservar tu máscara? Déjate de +gazmoñerías, y di tu parecer. + +—Una vez que Vueseñoría lo manda... + +—Al grano, al grano. + +—Pienso que ese moro no es desconocido al conde de Lara. + +—Muy bien pensado: veamos ahora el fundamento de tus acertadas +conjeturas. + +—Si no me engaño, Vueseñoría ha vivido en Sevilla no hace siglos, y +según he llegado yo a entender, hubo en aquella ciudad una cierta mora +llamada Zulema, hija de Hamet, que dice el recién venido es también su +padre, que... + +—Maldito seas, ¿de dónde sabes tú todo eso? + +—Yo estaba al servicio del difunto conde, y veía con frecuencia las +cartas de Vueseñoría fechadas en Sevilla... + +—Y poco te bastó para ponerte al corriente. Pues bien, es cierto: +Zulema era bella; yo joven; ella crédula... + +—Vueseñoría astuto. + +—Lope, cuidado con la lengua. Zulema sucumbió; Alí viene a vengarla; si +se sabe esta historia soy perdido. + +—En efecto, doña Urraca no es mujer que sufra rivalidades. + +—No; y además el virtuoso don Gómez sacaría gran partido de una +aventura que en sí no es nada. + +—¿Qué ha de ser? Seducir a una mora y después abandonarla, ¿qué +significa? + +—No te hagas el escrupuloso. + +—Lejos de eso, soy de la misma opinión de Vueseñoría: la cosa nada vale. + +—Valga o no valga, es preciso que no se sepa. + +—Sería muy conveniente. + +—Indispensable. + +—Indispensable. + +—¿Pero cómo se logra? + +—Venciendo y matando Vueseñoría a Alí en el combate. + +—Eso pronto está dicho: ¿y si yo sucumbiera? + +—¡Imposible! El conde de Lara no puede menos de vencer a un infiel. + +—Aun cuando eso fuera así, que ni tú ni yo lo pensamos, ¿en los ocho +días que faltan no puede ocurrírsele descubrir lo que hasta aquí ha +callado, o confiárselo al salvaje de Olea que se ha declarado su amigo? + +—Y que apenas lo supiera lo referiría en voz clara e inteligible. + +—Ya lo sé; ya lo sé; y eso precisamente es lo que quiero evitar. + +—Adelante Vueseñoría el combate. + +—La reina ha señalado ella misma el día, es imposible mudarlo; y +además..., además... + +—No le parece cuerdo al señor conde arriesgar su persona y proyectos a +un juego tan incierto como el de las armas, ¿no es verdad? + +—Quizás; a ver si tu fecundo ingenio... + +—Vueseñoría me favorece. + +—Vamos, ya sabes que sé pagar liberalmente tus servicios: tú mismo +señalarás la recompensa por este. + +—¿Quién sabe el secreto? + +—Alí. + +—¿Nadie más? + +—Es de presumir que no. + +—¿Y Vueseñoría quiere que se sepulte para siempre este secreto? + +—Sí, hombre, sí. + +—Yo no conozco más que un medio. + +—¿Cuál? + +—Es muy violento. + +—¿Pero es único? + +—Sí, señor, y seguro. + +—Pues dilo. + +—Que muera Alí. + +—¡Qué horror! + +—Humilde criado de Vueseñoría. + +—Espera..., ¿y no hay otro medio? Escucha, Lope, no te vayas. + +—Veo a Vueseñoría hecho un ermitaño, y me retiro a rogar a Dios que dé +más fuerza a su brazo de la que tiene su espíritu... + +—¡Malvado! ¿No conoces más medio que un asesinato? + +—Hombre muerto no habla. + +—Ni el que está en un calabozo puede hablar, al menos de modo que se le +oiga. + +—Pero puede salir de él, y entonces... + +—Entonces prefiero correr ese riesgo a cargar mi conciencia con un +crimen horrible. + +—¡La conciencia del señor conde! + +—Lope, basta lo dicho: Alí debe desaparecer de León; y yo no quiero que +muera. + +—Vueseñoría dispondrá lo que haya de hacerse. + +—Arrebatarlo y conducirlo a uno de mis castillos. + +—¿Y si se resiste? + +—Si se resiste..., entonces... se obra según las circunstancias. + +—Ya entiendo: lo que el señor conde quiere es que toda la odiosidad +pese sobre mí. No importa; yo sabré servir a mi amo. + +—Marcha. Y lo que haya de hacerse, cuanto antes. + +—Será. + +Con tan saludables designios se separaron aquellos monstruos; pero Lara +no podía ahogar enteramente el grito de su conciencia. En vano procuró +calmar su agitación con el sueño; el poco tiempo que durmió creía ver +a sus nobles abuelos alzar del sepulcro las frentes venerables, y que +ardiendo en ira le reprendían por el nefando crimen que intentaba. +«¡Asesino, asesino!», era el grito que resonaba en sus oídos; y así +pasó una de las noches más crueles de su vida. Sin embargo, el nuevo +día reanimó sus fuerzas, y como ya la propensión al mal era en él +invencible, no desistió de su infame proyecto, dejando a Lope continuar +en sus infernales maquinaciones. + +[Ilustración] + + + + +CAPÍTULO XII + + +La tranquilidad se había ya restablecido enteramente en León dos días +después de la llegada de Alí; y el moro, como si al cabo de un corto +plazo no le esperara un cruelísimo combate, se ocupaba alegremente +en examinar las curiosidades del pueblo en compañía de alguno de los +parciales de Candespina; pues ni el conde, ocupado en negocios de la +mayor entidad, ni Hernando, que como buen novio no desamparaba el +lado de su esposa, tenían espacio para ello. Las mañanas las dedicaba +Alí a la ciudad; mas por las tardes salía solo y a caballo a recorrer +los alrededores de la capital, en los cuales echaba muy de menos la +fertilidad y hermosura de las márgenes del Guadalquivir. + +Una tarde que ya puesto el sol se retiraba, según costumbre, de su +paseo para regresar a León, se vio de improviso atacado por cuatro +hombres montados como él, pero cubiertos de hierro de los pies a la +cabeza; y a pesar de su inferioridad, lejos de pensar en huir echó mano +a su cimitarra y acometió denodadamente a los asesinos, siendo tal la +furia con que descargó los primeros golpes, que sin valerle a uno de +ellos el temple de su casco, cayó redondo a los pies del sevillano. Aún +le quedaban, sin embargo, tres adversarios que no perdían estocada, +pues no llevando Alí escudo ni coraza, no tenía con qué defenderse. +Duró aquella lucha tan desigual algunos minutos, gracias a la extremada +destreza y valor del agareno; pero al fin, acribillado, como suele +decirse, de heridas, cayó sin sentido del caballo. No estaban sus +enemigos muy bien parados; pues uno había muerto y otro se hallaba +herido; pero satisfechos con haber conseguido su malvado designio, se +retiraron llevando el cadáver de su compañero, sin duda para ocultarle +en paraje en donde nunca se supiera de él. + +Zulema vivía con Leonor. La hermosa mora había encontrado una verdadera +amiga en la esposa de Hernando; y doña Leonor, por su parte, cada día +amaba y compadecía más a aquella inocente víctima de la maldad de Lara. +Hasta entonces se había visto Zulema precisada no solo a no hablar de +sus penas, sino hasta a ocultarlas; pues aunque su hermano Alí la amaba +tiernamente, sin embargo, recordarle de cualquier modo que fuese la +desgracia y deshonra de su familia era medio seguro de enojarle; y nada +temía más Zulema que apesadumbrar al único protector que en el mundo +tenía; pero Leonor, sensible, discreta y afable, era una confidente de +un valor inestimable. Como mujer tomaba más interés por una persona de +su sexo tan vilmente tratada que ningún hombre hubiera podido tomarlo; +como amante comprendía y participaba de los sentimientos de la pobre +Zulema; y con su talento logró reanimar las fuerzas de aquel espíritu +abatido más de lo que se hubiera creído posible. La hermana de Alí no +estaba alegre, porque esto ya no podía darse en ella; pero la calma +de la resignación empezaba a manifestarse en su frente cuando el hado +impío vino a descargar sobre ella el último, el más cruel de los golpes. + +Había ya pasado, y con mucho, la hora en que Alí acostumbraba a +regresar de su paseo, y Zulema procuró en vano disimular su temor, +hasta que conociéndolo la esposa de Olea, le dijo: + +—No os inquietéis, pronto estará Alí de vuelta. + +—Mi corazón, bella Leonor, no sabe más que temer desdichas —contestó la +mora. + +—¡Pobre niña! Yo espero que por esta vez serán infundados tus temores. + +—¡Ojalá!, amada amiga, ¡ojalá! + +—Vamos, sosegaos; la menor circunstancia, la más insignificante basta +para que Alí se haya detenido... + +—No lo creas. Mi hermano no altera fácilmente sus costumbres: es niño +en los años, viejo en las acciones. + +—Bueno, pero a veces... + +—Mirad, me parece que siento pasos, a ver si es Alí... + +—No es Alí —contestó Hernando—, no es Alí, señora mía. + +—¡Ah!, ¿vos sois, señor caballero? —le dijo su esposa—, ¿y vos también, +señor conde?, norabuena, me alegro; venid a ver si podéis tranquilizar +a esta pobre niña, ya llena de temor porque aún no ha vuelto su hermano. + +—¡Bah, bah, señora! —exclamó Hernando—, ¿queréis que Alí viva como +un ermitaño? ¿Quién sabe si alguna cristiana habrá sabido amansar su +corazón? + +—Tranquilizaos, amable Zulema —dijo el conde—, si Alí tarda, saldremos +a buscarle. + +Zulema se aquietó en efecto, al menos en la apariencia, y la +conversación rodó algún tiempo sobre materias indiferentes; pero los +ojos de la mora no se separaban de la puerta, y el mismo Candespina no +estaba muy tranquilo tampoco, porque había llegado a conocer a fondo +al conde de Lara. Tanto tiempo pasó que al cabo la inquietud por Alí +fue general. Zulema lloraba; Leonor procuraba consolarla, pero también +sufría; Hernando votaba; y el conde mandó ensillar algunos caballos +para él, su amigo, y varios criados, que en dos tropas diferentes +salieron en busca del moro por dos distintas puertas de la ciudad. +Hernando rodó en vano largo tiempo por la campiña, pero don Gómez tardó +poco en encontrar el cuerpo de Alí, inmóvil, cubierto de sangre, y +con todas las señales de la muerte. Sería inútil decir la pena que le +causó aquel espectáculo y las sospechas que le hizo concebir, porque +son fáciles de suponer; y por lo mismo solo diremos que, recogiendo al +infeliz moro, marchó con él a su casa, con intención de ocultar por +algún tiempo tan funesto acontecimiento a la pobre Zulema; pero fue en +vano. Apenas sintió la hermana de Alí las pisadas de los caballos en el +zaguán, cuando, soltándose de los brazos de doña Leonor, se precipitó a +la escalera y salió al encuentro de los que conducían a su hermano. Fue +imposible evitar que arrojándose sobre el helado mancebo le abrazase +estrechamente. + +—Alí, hermano mío —decía, como si pudiera oírla—, vuelve en ti, escucha +los lamentos de tu Zulema. —Y luego, soltándolo de repente—: pero no; +no me escuches: he dado la muerte a mi padre, soy causa de la tuya. La +maldición de Dios me persigue, soy un monstruo indigno de compasión. +Huid de mí, huid, ¿no veis la sangre de que estoy cubierta? Es la de +mi padre, es la de mi hermano: huid de Zulema... ¡Ah!... ¡Hamet!... +¡Asesinos! —aquí perdió el sentido la desdichada. + +Condujéronla sus afligidos huéspedes a su lecho, y también a su +hermano se le depositó en otro, en donde observaron con la mayor +satisfacción que aún se descubrían en él señales de no haberse +extinguido enteramente la vida. Cuantos socorros fueron posibles se +suministraron al malherido moro, y merced a ellos logró recobrar el +sentido; pero los facultativos no se atrevían a responder de su vida. + +Alí había abierto los ojos, mas no profería una palabra. Su vista +examinaba el aposento, y al parecer no comprendía cómo era que se +hallaba en tal situación; y ninguno de los circunstantes se atrevió +tampoco a romper el silencio. + +Pero Hernando vino a poner fin a aquella escena muda. Cansado de sus +inútiles pesquisas, había regresado a su casa impaciente ya por saber +del moro: + +—¿Ha padecido? —preguntó al primer criado que halló al paso. + +—Sí, señor —contestó este—, y... + +—Pues no lo decía yo, que al cabo..., pero nada, las mujeres parece +que son las mismas entre moros y cristianos. + +—Pero, señor, si... + +Hernando, sin escuchar más, subió apresuradamente las escaleras y se +fue derecho al cuarto de su esposa, que encontró vacío; otro tanto +le sucedió en el estrado y habitación del conde, a que en seguida +se dirigió; hasta que, por fin, entrando en la de Alí halló en ella +reunida la mayor parte de las gentes de la casa. + +—¡Qué diablos! —dijo al entrar—, creí que no había nadie en la casa; +pero... ¡El cielo me valga! ¿Qué ha sucedido? ¿Qué tenéis, Alí? +Decidme, conde, por San Pedro... + +—Callad, caballero —le interrumpió uno de los cirujanos—, porque... + +—¿Y quién sois vos, pese a mi vida, para mandarme callar? + +Y diciendo esto enarboló el puño sobre la cabeza del cirujano, que lo +hubiera pasado muy mal a no haber el conde de Candespina asido del +brazo al impaciente Olea, y explicádole en breves razones lo sucedido. +El enfermo, que desde luego había fijado la vista en la parte de su +aposento en que pasaba la escena referida, prestó la mayor atención +a las palabras del conde, y después de haberlas oído hizo seña con +la mano a los dos caballeros para que se acercasen, lo que en efecto +hicieron. + +Viendo el facultativo que Alí trataba de incorporarse y se disponía a +hablar, le dijo que era preciso que se estuviera quieto si no quería +exponerse a graves riesgos; mas el moro le contestó: + +—Cristiano, los días del hombre están contados, y tu ciencia no es +bastante a parar el golpe de la espada de Azrael; déjame pues morir en +paz. —Y después, dirigiéndose a don Gómez—: Conde, a ti solo y a tu +amigo tengo que hacer una revelación importante. + +—Despejad; y a nadie se permita la entrada hasta nueva orden —dijo a +sus criados Candespina, y en un momento quedó el cuarto vacío. + +Alí se incorporó en la cama: sus ojos, algunos minutos antes lánguidos +y abatidos, recobraron al parecer el antiguo fuego, y aun el rostro +algún tanto de los colores; el conde y su amigo le contemplaban +atentamente. En la fisonomía de don Gómez se dejaba ver una expresión +melancólica y profunda: miraba al moro con ternura y compasión, y con +una especie de desconsuelo indefinible; pero Hernando brotaba centellas +por los ojos: su arrugado ceño, el arrebatado color del rostro y la +mano izquierda apoyada en el pomo de la espada, al paso que con la +derecha enjugaba el sudor continuo de su frente, eran indicios de lo +violentamente que padecía. + +El hijo de Hamet habló por fin de esta manera: + +—El tiempo es precioso para mí, caballeros: antes de muchas horas habré +comparecido en presencia del Padre de los verdaderos creyentes; así, +no seré largo. Me habéis visto retar a Lara: ignoráis por qué; y no +debo bajar al sepulcro sin confiaros mi afrenta, tanto en muestra de mi +agradecimiento, como para dejar asegurada la suerte de la triste Zulema. + +—Deponed en ese punto todo temor, noble Alí —le respondió el conde—, +si la desgracia hace, (que no lo creo), que perdáis la vida, vuestra +hermana será la mía. Para contar con mi amparo no hay necesidad de que +reveléis vuestro secreto. + +—Conde de Candespina, Alí podrá morir, pero su gratitud a vos le +seguirá aun más allá del sepulcro; pero escuchadme en silencio, porque +siento faltarme las fuerzas. El conde de Lara ha seducido a mi hermana, +violando las leyes de la hospitalidad y abusando de su inocencia. + +—¡Malvado! Yo le juro... —exclamó Hernando; pero el conde le +interrumpió. + +—Dejadlo por ahora; escuchemos a este joven. + +—Yo he venido —continuó Alí— a vengar mi afrenta; el cobarde, +desconfiando de vencerme, me ha hecho asesinar. + +—¡Santo cielo! —dijo ocultándose el rostro entre ambas manos +Candespina. + +—Por el alma de mi padre, que si eso es así, no ha de escaparse de las +manos de Hernando. + +—Sí —volvió a decir Alí, visiblemente complacido del interés que las +exclamaciones del conde y Hernando manifestaban—, sí, me ha hecho +asesinar y no puedo dudarlo. + +—¿Cómo pues lo sabéis? —preguntó don Gómez. + +—De la boca de los ministros de su crimen. + +—¿Y han osado...? + +—Creían que Alí ya no existía; pero aún alentaba y conservaba sus +sentidos, cuando, viéndome caer del caballo, uno de aquellos perversos +les dijo a los otros dos: «Esto se ha concluido». «Sí», le contestaron, +«sí se ha concluido; pero hemos perdido un compañero». «A ese se le +enterrará, y su parte en la recompensa prometida por Lope en nombre +del conde de Lara...», le replicó el primero, y no pude oír más porque +perdí el conocimiento. Conde de Candespina, guardaos del de Lara, o +podréis tener mi suerte. + +—No hará muchas más felonías, amigo Alí, yo os lo prometo a fe de +caballero. + +—Noble Hernando, vuestra amistad endulza mis últimos momentos; pero +renuncio a vengarme; ¡no permita Alá que por causa mía haya de derramar +una sola lágrima la bella Leonor! + +—Imitad, Hernando, la cordura y generosidad de este valeroso caballero. +Atacar vos al conde de Lara no sería glorioso ni conveniente en las +circunstancias presentes de la patria; pero dejando esto aparte, Alí, +yo os prometo a fe de caballero servir de padre a vuestra hermana si +vos morís; y Hernando... + +—Yo también lo juro sobre la cruz de mi espada; Zulema será mi hermana. + +—¡Azrael, Azrael! Ven cuando quieras, el decreto del destino puede +ejecutarse ya sin causarme temor. + +Las manos del moro estaban cada una en las de los dos cristianos; +Alí recostó la cabeza sobre la almohada; pronunció en voz baja +algunas palabras en árabe, que se presumió ser de oración a su falso +profeta, y como si la naturaleza no hubiera aguardado más que a que +hubiese revelado su secreto para poner término a su vida, exhaló el +último suspiro en brazos de los dos nobles castellanos, cuya tristeza +concebirá el lector. + +[Ilustración] + + + + +CAPÍTULO XIII + + +La muerte del joven y malogrado Alí produjo una consternación general +en la casa del conde de Candespina, pues sus pocos años, el valor que +demostraba y su mucha cortesía le habían granjeado en breve tiempo el +afecto de cuantos le habían tratado. ¿Pero qué pluma sería capaz de +describir el dolor de la inconsolable Zulema al perder el último de sus +protectores naturales? No será la nuestra la que lo intente; quien no +tenga un corazón de diamante comprenderá fácilmente la angustia de la +desvalida mora. Mas aquel funesto acontecimiento dio al parecer nuevo +vigor a su espíritu: la palabra venganza salió, por primera vez acaso, +de sus labios; y absolutamente insistió en que se había de presentar a +la reina a pedir justicia. El conde de Candespina no se opuso a que +parte tan interesada como ella diera semejante paso; pero sí a que su +amigo Hernando retase públicamente por traidor al conde de Lara, como +quería hacerlo. + +Tuvieron sobre esta materia Hernando y don Gómez un largo altercado, +y lo único que el último consiguió del primero, fue que le prometiera +abstenerse de hacer mención del hecho del asesinato, que no estaba +enteramente probado se hubiese ejecutado por orden de Lara; porque si +bien no era creíble que Alí en los últimos instantes de su vida, y +desmintiendo su acrisolada virtud, hubiera inventado tan negra calumnia +contra su enemigo, sin embargo parecía posible que, debilitado por la +mucha sangre que había perdido, hubiese delirado la conversación que +refirió pocos minutos antes de expirar. Este raciocinio, que logró +calmar algún tanto la cólera del de Olea, no carecía de verosimilitud; +mas por desgracia el infeliz Alí no había delirado. + +Ya se ha visto en la última conversación que del conde de Lara con su +confidente hemos referido, que el infame Lope había tomado a su cargo +arrebatar al hermano de Zulema para llevarlo a uno de los castillos +del conde, y evitar así que se opusiera a sus designios; pero Lope +estaba avezado al crimen: todos sus horrores le eran familiares, y +hubiera podido rivalizar con los espíritus infernales en la perversidad +de corazón. La vida de sus semejantes era para aquel monstruo el +objeto más indiferente: desgraciado de aquel cuya existencia le era +bajo cualquier aspecto temible, porque poco tardaba en perderla. El +proyecto de encarcelar a Alí le disgustó desde luego, «porque puede +una casualidad», decía, «presentar al moro una ocasión de romper sus +hierros, y entonces, ¡ay de nosotros! No, señor, no; cuando el conde +vea muerto a su enemigo yo sé que se alegrará; y el perro además no ha +de volver del otro mundo a contar quién lo ha despachado. Por mi cuenta +sea: pocas horas le quedan de vida». + +Formado este designio no pensó más que en su ejecución, principiando +por espiar las acciones de Alí. Poco tardó en averiguar la costumbre +que tenía de salir a paseo a caballo por las tardes, retirándose a +su casa ya entrada la noche; y pareciéndole que no podía ofrecerse +circunstancia más oportuna para su objeto, pagó a peso de oro los +servicios de los cuatro malvados que dieron muerte al malhadado hijo de +Hamet. Así que Lope supo que el crimen se había consumado, se apresuró +a buscar a su amo para noticiárselo. + +—Señor —dijo al presentarse. + +—¿Qué hay, Lope? —contestó el conde—, dos solos días faltan para el de +mi duelo, y Alí... + +—No podrá presentarse en la palestra. + +—¿Cómo? ¿Ya está preso? + +—No, señor, pero..., Alí..., Alí no existe... + +—¡Monstruo! ¿Qué has hecho? + +—Yo nada: cumplir las órdenes de Vueseñoría. + +—¡Miserable!, ¿y te he mandado yo por ventura que...? + +—Vueseñoría me mandó que se le prendiese; pero que si se resistía se +obrase según las circunstancias. Cuatro hombres seguros y decididos +fueron a sorprenderle; en vez de rendirse, Alí dejó muerto en el campo +a uno; otro expira tal vez en este instante de las heridas de su +tremenda cimitarra... + +—¿Y por qué no fue más gente? + +—En efecto, el secreto era para confiarse a muchos. + +—¿Conque en verdad murió? + +—Sí, señor. + +—Y el conde de Lara, gracias a tu perversidad, ha sido a su pesar +cómplice de un asesinato. + +—Si se hubiera estado quieto el moro en su tierra... + +—Y si yo no me fiara de ti... Marcha, Lope, huye para siempre de mi +presencia. Toma de mis tesoros la parte que te convenga: no te pongo +tasa, pero que mis ojos no vuelvan a verte jamás. + +—No, señor: la suerte de Lope está ya unida para siempre a la del conde +de Lara; nos unen lazos indisolubles. + +—Calla, miserable, calla, o... + +—¿O qué, señor conde? ¿O qué? Nada temo. Vueseñoría no puede descubrir +mis fechorías sin que las suyas salgan a luz. Estoy tranquilo en esta +parte. + +—Bien, déjame ahora; ya hablaremos en otro momento en que esté más +sosegado. Vete... Pero no: antes dime si estás seguro del silencio de +esos... + +—Sí, señor: dos de ellos, merced al sevillano, cerraron ya su boca para +no volverla abrir. En cuanto a los otros dos, no querrán arriesgar sus +cabezas... + +—Y si se les ofreciera la vida y por ella nos vendiesen... + +—No es creíble; pero en todo caso... + +—¡No más sangre! ¡No más sangre! + +—Unas yerbas bien preparadas... + +—No, Lope, no. Recompénsalos liberalmente; y sea después lo que el +destino ordene. Adiós. + +Lara estaba realmente abrumado con el peso del crimen. Por una parte, +nunca había tenido intención de privar de la vida a Alí; y por otra, +veía que si el autor de aquel delito llegaba a descubrirse, no habría +quien, al saber que era Lope, dejase de creer que se había cometido por +orden suya. A todas estas reflexiones debe agregarse que la insolencia +con que su criado acababa de tratarle, le hizo conocer, aunque tarde, +que aquel malvado era capaz de venderle, siempre que sus intereses se +lo dictaran, y por lo mismo se decidió a deshacerse de él sin tardanza. + +La media noche sería, cuando seguido de varios de sus hombres de armas +se dirigió al cuarto de Lope, que se hallaba durmiendo; despertáronle +al entrar el conde y sus soldados; incorporose en el lecho, no sin +algún sobresalto, y después de haber considerado atentamente a los que +le rodeaban, se encaró con su amo preguntándole qué se le ofrecía. + +—Levántate, sígueme y lo sabrás —respondió desabridamente Lara. + +—Obedezco —dijo Lope, y en efecto se vistió a toda prisa. + +Luego que hubo concluido tomó su puñal antes que el conde pudiera +impedirlo; pero viéndole ya con él en la mano exclamó: + +—Entrega tus armas, Lope; en el paraje adonde vas te serán inútiles. + +—Es costumbre mía —replicó el criado. + +—No importa: obedece y entrégalas. + +—¡Señor! ¿Pues de qué se trata? + +—De que mis criados aprendan a respetar al conde de Lara. + +—No entiendo. + +—Ya entenderás. Las armas. + +—No. El puñal nunca: antes de entregarlo... + +—¡Miserable! ¿Osas resistir? + +—Comprendo vuestro designio: queréis que desaparezca todo vestigio... + +—Silencio, o te cuesta la vida. + +—Ingrato, antes morirás tú —gritó furioso. + +Y hubiera ejecutado su designio si los soldados, arrojándose sobre +él, no le hubiesen detenido; mas viéndose próximo a caer indefenso en +poder del conde, dirigió contra su propio corazón el puñal homicida, +y terminó de un solo golpe una vida que toda había sido un tejido de +maldades. + +Pero separemos la vista de este cuadro de horrores, y trasladémonos por +un instante al alcázar. + +La reina se ocupaba aún en su tocado, la mañana siguiente a la muerte +de Alí, cuando se le anunció que el conde de Candespina pedía audiencia +para él y una enlutada dama que le acompañaba. Sorprendió no poco a +doña Urraca que el conde viniese con tal acompañamiento, pues debe +advertirse que Zulema había vivido con tal sigilo en compañía de Leonor +que nadie en la corte sabía que hubiese venido con su hermano. + +—¿Conocéis a esa dama? —preguntó la reina a quien le entró el recado. + +—No, señora; su rostro me es enteramente desconocido. + +—Cosa rara. ¿Es joven? + +—Una niña, si pueden creerse las apariencias. + +—¿Hermosa? + +—Sí, señora; pero su semblante indica alguna pena extraordinaria. + +—El bueno del conde es el paño de lágrimas universal; mas no importa: +que entre. + +Obedeciose la orden de la reina, y a pocos instantes se presentó ante +sus ojos la afligida mora, que para evitar las miradas de la curiosa +plebe vistió un traje negro de su amiga Leonor, y no parecía sino +que jamás había llevado otro. Como quiera que sea, la reina saludó +graciosamente al conde con la mano y una inclinación de cabeza, y +en seguida con una mirada, rápida y penetrante, examinó a la que le +acompañaba. Zulema era hermosa, la reina mujer, y acostumbrada a ser +el objeto exclusivo de las adoraciones: así, no es de extrañar que +ver venir a uno de sus amantes con una joven de tan singular belleza +causase en ella cierta sensación desagradable, que como a pesar suyo +transpiraba en la manera con que se dirigió a don Gómez: + +—¿Qué nuevo misterio es este, conde de Candespina? + +—Un misterio horrible, señora; pero la desdichada que Vuestra Alteza ve +a sus pies es quien debe hablar, no yo. + +—¿Y quién es esta dama? + +—Yo soy —dijo sollozando Zulema—, yo soy la infeliz hermana de Alí. + +—¿Del moro que ha venido a retar al conde de Lara? + +—Sí, señora —contestó el conde—, su hermana es. + +—¿Y viene, por ventura —volvió a decir doña Urraca—, a desafiar por su +parte a alguna dama de mi corte, o es tal vez a mí?... + +—Señora —interrumpió con notable severidad Candespina—, dígnese Vuestra +Alteza oírla hasta el fin, y después me parece que verá que esta +desdichada merece al menos toda su compasión. + +—Sois un celoso protector de la belleza, conde. Alzad vos, niña mía; +alzad, y explicaos sin melindres ni rodeos. + +Zulema no sabía qué era lo que pasaba por ella. El tono de la reina, +sus miradas alternativamente irónicas y severas, y la aspereza con que +sin causa la trataba, turbaron enteramente a aquella alma cándida e +inexperta; pero el conde, cuyo carácter no era de temple que pudiese +tolerar en su presencia tan notoria injusticia, tomó por ella la +palabra, explicándose en los términos siguientes: + +—Vuestra Alteza me permitirá que sea yo quien la explique la causa del +dolor demasiado justo, demasiado verdadero de esta joven; de cuya +veracidad parece que mi reina duda, aunque sin causa. La desdichada que +ve Vuestra Alteza llora la muerte de su hermano... + +—¿Qué decís? ¿Ha muerto Alí? + +—Sí, señora, ha muerto. + +—¿Y qué remedio puedo yo dar a ese mal? + +—Remedio ninguno —interrumpió Zulema, cobrando aliento—; ninguno porque +no hay poder humano capaz de darlo. + +—Tú misma lo dices, mora. Te compadezco; mas nada puedo hacer por ti. + +—Vengarme, señora, o por mejor decir, hacerme justicia. + +—¿De qué? + +—De sus asesinos. + +—¿De los asesinos de quién? + +—De los de mi hermano. + +—Mujer, ¿qué dices? El dolor te ha trastornado el juicio. + +—No, señora —dijo don Gómez—, no ha perdido el juicio. ¡Ojalá se +engañase!, pero Alí ha muerto asesinado. + +—¿Vos también, conde? + +—Años ha, señora, que Vuestra Alteza me conoce, y debe saber que el +conde de Candespina no ha faltado jamás a la verdad. + +—¡El cielo me valga! ¿Conque asesinado, decís? + +—¡Asesinado, asesinado! —exclamó dolorosamente Zulema: yo he visto las +profundas heridas de su pecho: su sangre me cubre aún. ¡Justicia, reina +de Castilla, justicia! + +—Sosiégate, infeliz, sosiégate —respondió doña Urraca visiblemente +enternecida—, y habla: ¿quién le ha muerto? + +—Lo ignoro. + +—¿Cómo pues se sabe que fue asesinado? Conde, explicádmelo. + +El conde refirió a la reina el suceso de la muerte de Alí, omitiendo +sin embargo la revelación hecha por el moribundo con respecto a Lara, +en virtud de las razones que se han dicho. Doña Urraca le escuchó +atentamente, y después, volviéndose a Zulema, le preguntó: + +—¿Tenía tu difunto hermano algún enemigo en León? + +—Sí, señora —contestó la mora—, uno y muy poderoso. + +—¿Quién es? + +—El conde de Lara. + +—¡Virgen Santísima! ¿Cómo puede ser el conde su enemigo si no le +conocía siquiera? + +—Jamás había Lara visto a Alí hasta que vino a vuestra corte; pero la +desgraciada Zulema, señora, no le es desconocida. + +—No eran pues infundadas mis sospechas; tú has sido la causa... + +—Sí lo he sido, aunque inocente. + +—¡Traidor!... Al momento refiéreme cuanto haya pasado entre los dos. + +Zulema se vio en la precisión de referir de nuevo la historia de sus +tristes amores a doña Urraca, a quien solo la presencia del conde de +Candespina era capaz de contener para que no prorrumpiera en amargas +quejas contra el de Lara por haberla engañado. Mas a pesar de todo, la +inclinación que tenía a don Pedro le hablaba aún a su favor: dudaba de +la verdad de Zulema; y resolvió salir finalmente de su inquietud. Así +que la hermana de Alí terminó su breve y dolorosa narración, dijo: + +—Yo he de apurar la verdad de este asunto. Pasad, conde, con esta niña +a la cámara inmediata, y esperad allí mis órdenes. + +El conde obedeció y Zulema con él; y doña Urraca dio sus disposiciones +para salir en efecto de dudas. + +[Ilustración] + + + + +CAPÍTULO XIV + + +Por más que el conde de Candespina, empleando alternativamente las +persuasiones, el halago y su amistad, se había esforzado para conseguir +que Hernando de Olea no se mezclara en el suceso de Alí, no podía este +caballero tranquilizarse de ningún modo. «He jurado», decía entre sí, +«ser el hermano de Zulema, y debo cumplirlo: las razones del conde +serán todas muy buenas; pero no me convencen; sigamos, pues, la senda +que el honor me manda». Con esta resolución se puso a pensar en qué +medio hallaría para cumplir con su obligación sin disgustar a su amigo, +a quien respetaba como a padre; y después de haber martirizado toda +la noche su pobre cabeza para encontrar el deseado expediente, se +resolvió por fin a dar el paso que vamos a ver. + +Al mismo tiempo que Zulema y don Gómez marcharon al alcázar, se fue +Hernando a la casa del conde de Lara, quien al oír el nombre del que +venía a buscarle se quedó extrañamente sorprendido. «Hernando en mi +casa», se dijo, «no será para nada bueno». + +Entró Hernando en el gabinete del conde, y recibiole este con muestras +de cortesía y agasajo; mas el amigo de Candespina sin contestarle le +dijo: + +—Haced que nos dejen solos: el asunto de que tengo que hablaros es +reservado. + +—Voy a complaceros —contestó el conde haciendo una señal a sus criados, +que al punto se retiraron—. Ya estamos solos. + +Hernando sin responder dio una vuelta al aposento como para cerciorarse +de que no hubiese nadie escondido debajo de los tapices; en seguida se +dirigió a la puerta, que cerró con llave; y por último, desciñéndose +la espada y sacando la daga que llevaba en la cintura, las puso +ambas sobre un escaño. Asombrado y con no poco temor miraba aquellos +singulares preparativos Lara; pero no osaba decir palabra porque +conocía el carácter de Olea, y este tomando asiento frente a él empezó +a hablar de esta manera: + +—Alí ha muerto asesinado... + +—¡Santos cielos! ¿Qué me decís? —interrumpió don Pedro, y al mismo +tiempo cubría su rostro la palidez de la muerte. + +—Sí, malvado, ya lo sabes, y tú eres el autor de su muerte. + +—¿Hernando, a esto habéis venido? + +—Sí, a esto; a esto solo. + +—¿Qué pruebas podréis presentar de esa horrible calumnia? + +—Tu conciencia y mi espada. ¿Te parecen bastantes? Pero aún te queda un +medio de salvar tu honra. + +—Jamás la he perdido. + +—Asesino, no abuses de mi paciencia. He depuesto las armas para que no +pudieras decir que te ataco con ventaja; pero con una mano me sobra +para darte el castigo que mereces. + +—Basta, Hernando: sobrado tiempo he sufrido esa insolencia; idos, y si +tenéis alguna queja contra mí, exponedla ante quien convenga, yo sabré +responder. + +—Con la lengua sí; sabes manejarla, ya lo sé; pero la espada te pesa +demasiado. + +—¡Hola..., criados...! + +—Silencio, silencio —le interrumpió Hernando asiéndole un brazo con tal +violencia que faltó poco para que se lo rompiera—; has de oírme hasta +el fin, y después eres muy dueño de llamar a tus criados, que yo sabré +contenerlos. + +—Habla pues, y pronto —contestó el conde lleno de rabia y confusión. + +—Tú has llenado de amargura los últimos instantes de la vida del amigo +de tu padre: tú has deshonrado a la hermana de Alí; y por último, has +cometido un asesinato para evitar el pelear como caballero con él. Eres +el baldón de los tuyos; la afrenta de los castellanos; el destructor +de tu patria. Has merecido la muerte, y la recibirás si no te conformas +con lo que voy a proponerte... No me repliques: óyeme. El pueblo +ignora que seas tú el asesino de Alí: este secreto solas dos personas +lo saben: el conde de Candespina es una, y yo la otra. Si quieres +salvarte... + +Aquí llegaba Hernando, cuando un criado llamó fuertemente a la puerta +de la estancia en que se hallaba con el conde, a quien nada podía +causar más placer que ver interrumpida tan desagradable conferencia. + +—¿Quién llama? —preguntó furioso Hernando. + +—La reina manda —contestó el criado— que el conde de Lara se presente +inmediatamente en el alcázar. + +—Ya oís —dijo Lara... + +—Sí, ya oigo; y no me opondré a las órdenes de Su Alteza; pero +volveremos a vernos antes de mucho; y tiembla por ti si te atreves a +publicar esta conversación. + +Diciendo así, tomó Hernando sus armas, abrió la puerta y se marchó, +dejando absorto y pesaroso al menguado conde. Sin embargo, este recordó +que debía presentarse a la reina; sacó fuerzas de flaqueza, y como +tenía sobrada costumbre de disfrazar sus naturales sentimientos, logró +tomar un aspecto bastante sereno para comparecer ante doña Urraca, +quien por su parte también se esforzaba para disimular su enojo. + +—Os he llamado, conde —le dijo—, para daros una noticia que va sin duda +a sorprenderos: vuestro contrario Alí ha perecido ayer a manos de unos +asesinos desconocidos. + +—Acabo de saber, señora, tan desagradable acontecimiento, y puedo +asegurar a Vuestra Alteza que a pesar de todo... + +—Estoy persuadida de que el conde de Lara es incapaz de alegrarse de +semejante maldad; pero dejando esto aparte, sed franco: ahora que ese +moro no existe, ¿no me diréis qué motivos...? + +—Mil veces he dicho a Vuestra Alteza, y lo repito ahora bajo juramento, +que nunca había yo visto a ese joven hasta que en presencia de Vuestra +Alteza... + +—Sí, eso puede ser verdad; y, sin embargo, también sin verle pudierais +haberle agraviado. + +—Que pudiera ser, señora, no lo niego, mas no ha sido... + +—Hay, conde, quien dice lo contrario... + +—Si Vuestra Alteza da oídos a mis enemigos, no habrá crimen que no se +me impute —y al decir esto se turbó extraordinariamente. + +—No, a fe mía, no he escuchado en este negocio a vuestros enemigos. +Creedme, conde, confesad francamente a vuestra reina qué causa hizo al +joven Alí vuestro enemigo. + +—Vuestra Alteza sabe que la ignoro. + +—Yo sé que así me lo habéis dicho; pero la cosa es tan inverosímil... + +—¿Y quién ha presentado pruebas que contradigan mi verdad? Nadie, +señora. Por el contrario: el mismo silencio de Alí ¿no prueba que no +tenía de qué acusarme? + +—Hace dos horas tal vez me hubiera convencido esa razón; mas ahora... + +—Y ¿qué causa ha podido haber para que yo pierda la confianza con que +Vuestra Alteza me honraba? + +—Causa, ninguna. Solamente una reflexión, conde: habéis sido siempre +tan rendido con las damas que me parece probable que algún amorío... + +—¡Qué delirio, señora! Mi corazón no ha amado más que una sola vez, y +esa con harta desgracia. + +—Esa vez basta quizá para haber... + +—No acabe Vuestra Alteza, señora; el objeto de mi amor nada ha tenido +que ver con ese moro; yo he amado, amo todavía, y amaré siempre, pero +será a mi reina. + +—Basta, conde: no sabéis responder otra cosa. ¿Conque en efecto no +habéis vos provocado la enemistad de Alí? + +—No, señora. + +—Miradlo bien. + +—Mirado está, señora. + +Doña Urraca hizo seña a una dama de su servidumbre que allí estaba, y +esta salió inmediatamente de la cámara. Entonces abandonando la reina +el aire de fría tranquilidad que hasta aquel punto había afectado, se +levantó de su asiento y empezó a pasearse apresuradamente por la sala, +con admiración de Lara; hasta que, abriéndose la puerta, se presentó a +los ojos del asombrado conde la misma Zulema, pero vestida con el traje +propio de su nación. + +Lara al verla creyó que el universo entero se desplomaba sobre su +cabeza, y exclamó involuntariamente: + +—¡Zulema, tú aquí! + +La reina se había parado en medio de la cámara, y con ojos +centelleantes de furor consideraba al pérfido conde que, aterrado, no +se atrevía a separar la vista del suelo. + +—¿Tampoco —dijo la reina por fin—, tampoco habréis visto a esta joven +antes de ahora? Conde de Lara, responded: ¿qué se ha hecho de vuestra +elocuencia? Perjuro, ¿no decías que no habías agraviado nunca al +infeliz Alí? Responde. + +Lara no podía articular una palabra, tal era su espanto; Zulema, +temerosa, se había quedado a la puerta de la cámara derramando copiosas +lágrimas que regaban sus descoloridas mejillas; y doña Urraca, que ya +no pensaba en enfrenar su enojo, continuó diciendo: + +—No os atrevéis a responderme; pues bien, preparaos a sufrir el castigo +que merece quien engaña a su reina. ¡Hola! Venga el conde de Candespina +al momento. + +Este nombre surtió un efecto mágico en don Pedro: oírlo y recordar al +momento que, según Hernando le había dicho, poseía don Gómez el secreto +fatal de la muerte de Alí, todo fue una misma cosa; y juzgando que +Candespina no despreciaría aquella ocasión de libertarse para siempre +de su rival, se dio por perdido. + +—Señora —exclamó arrojándose a los pies de la reina—, no quiera Vuestra +Alteza humillarme ante el conde. + +—Apartaos —contestó doña Urraca—, sois indigno de consideraciones. + +—¡Ah, señora! He delinquido, es verdad, con Zulema; ¿pero debe Vuestra +Alteza ser quien me castigue por ello? La causa... + +—Es vuestra perfidia. Venid, conde de Candespina; venid y encargaos +de este caballero que confío a vuestra guarda. Zulema, ya veis que +soy justa. Mañana será Lara vuestro esposo o perecerá en un cadalso. +¿Queréis más? + +—No, señora. Quédese libre el conde de Lara: su corazón no es mío, y +aunque lo fuera, yo no podría ya mirar sin horror al que ha causado la +muerte de mi padre y la de mi hermano, y con ellas mi eterno dolor. Yo +he venido solo a pedir a Vuestra Alteza justicia contra los asesinos +del desdichado Alí, si puede averiguarse quiénes son. + +—Y la obtendréis como yo llegue a conocerlos. Conde, llevaos al preso. + +—¿Querrá Vuestra Alteza —dijo Candespina— escuchar una súplica? + +—Decid presto. + +—Pues bien, señora, yo ruego a Vuestra Alteza que el conde de Lara +quede en libertad. Su conciencia, el enojo de Vuestra Alteza, y el +menosprecio de todos los buenos harto castigo son para un noble. + +—Y yo —añadió Zulema—, yo uniré también mis ruegos a los de este +generoso caballero. Piedad, señora. + +Las lágrimas inundaron los ojos de doña Urraca, y después de un breve +rato de meditación, volviéndose a Lara le dijo: + +—Salid de mi presencia, y no os volváis a presentar sin mi orden —y +luego, señalándole al conde de Candespina añadió—: este es vuestro +enemigo, procurad imitarle. + +Lara, confuso y desesperado, se retiró; y don Gómez iba a hacer lo +mismo con Zulema, mas doña Urraca los detuvo. La generosidad del +conde y la perfidia de su rival le habían abierto los ojos por fin, y +resolvió premiar en aquel mismo instante los servicios y constancia de +su libertador dándole la mano de esposa. Sin embargo, fiel a su primer +proyecto de no dividir el trono con nadie, se lo hizo saber así al +conde; pero este, lleno de amor y enajenado de júbilo, respondió: + +—Yo, señora, amo a doña Urraca, no a su trono; mi gloria será después +de ser su esposo, como lo es ahora la de ser su vasallo más fiel. + +La triste Zulema hubo de presenciar aquella escena, que recordaba a su +afligido corazón la corta y venturosa época en que también a ella la +halagaban las dulces y lisonjeras ilusiones del amor, y aun parecía +que su alma bondadosa olvidaba parte de sus penas para tomarla en la +alegría de su protector; pero el dardo había penetrado demasiado para +que la herida pudiera nunca cerrarse. En vano doña Urraca le propuso +recibirla entre sus damas si quería quedarse en Castilla, o hacerla +llevar a su país si lo deseaba: la hermana de Alí, resuelta a entrar en +el gremio de los fieles, pidió por única gracia que se la administrara +el bautismo para retirarse después a un claustro. + +Al cabo de no poco tiempo se retiró el conde con Zulema a su casa, y +enteró de su próxima dicha a Hernando y a Leonor, cuyo júbilo no puede +encarecerse bastante. Hernando contó a su amigo la conversación que +con Lara había tenido, diciéndole su objeto, que era el de obligar al +conde a que diese la mano a la pobre mora; «mas pues ella lo rehúsa», +concluyó, «inútil es insistir más». + +Pocos días después del de la escena referida recibió Zulema el +bautismo, siendo sus padrinos el conde de Candespina y doña Leonor; e +inmediatamente tomó el velo de novicia en uno de los conventos de León, +donde a su debido tiempo profesó; siendo los pocos años que sus penas +la dejaron vivir un modelo de virtud, dulzura y paciencia: dotes dignas +a la verdad de mas próspera suerte que la que su aciago destino le +proporcionó. + +El leal, el valiente, el virtuoso conde de Candespina vio colmados +sus deseos con la posesión de la mano de la reina de Castilla. Su +matrimonio se verificó en el oratorio del alcázar, en presencia de +Hernando, su esposa, don Diego López y algunos fieles partidarios, +quedando secreto por entonces. Doña Urraca quería tener un esposo, +pero no un dueño; y el conde, sobre no ser ambicioso, conocía que, en +aquellas circunstancias, aun los mismos que como ministro eran sus +parciales se convertirían tal vez en enemigos si veían brillar en su +frente la diadema de los godos. + +Continuó viviendo en la corte el conde de Lara por un resto de vanidad +que no le permitía retirarse de ella, como sin duda hubiera debido +hacerlo; y don Gómez era demasiado generoso para hacerle sentir el peso +de su poder. Lejos pues de tratarle con aspereza le manifestaba más +agrado acaso del justo, y contenía con su ejemplo a muchos, que sin +él, hubieran tomado cruelísima venganza de agravios recibidos en otro +tiempo. + +Solo Hernando era quien no podía resolverse a dirigirle la palabra +jamás; y por deferencia a su amigo huía las ocasiones de encontrarle. + +—Paréceme —decía a su esposa— que veo siempre sus manos teñidas en la +sangre del desventurado Alí. Asesino es la primera palabra que se me +ocurre decirle, y asesino también la última. + +Por fin Lara, perseguido por los remordimientos, despreciado de sus +enemigos y abandonado de los que en su privanza le manifestaban más +afecto, vivía infeliz y miserablemente. + +[Ilustración] + + + + +CONCLUSIÓN + + +La disolución del matrimonio de la reina con don Alfonso de Aragón +había privado a este príncipe de todo derecho a la corona de Castilla; +pero creyéndose ofendido como hombre y como rey, no quiso desistir +de su empresa ni entrar en negociaciones de paz, a pesar de cuantos +esfuerzos hizo para ello el conde de Candespina. Terminado pues el +invierno, entró en Castilla con un ejército infinitamente superior +al que doña Urraca pudo poner en campaña. La habilidad de don Gómez +prolongó algún tiempo la guerra con el cuidado que tuvo en evitar +toda acción general: mas al cabo le fue imposible hacerlo en las +inmediaciones de Sepúlveda. + +La batalla se dio precisamente en el campo de Espina, que era de +donde don Gómez tomaba su título, y el mando de la primera línea +se le confió al conde don Pedro de Lara, quien a pesar de todo lo +acaecido tuvo bastante maña e influjo para conseguirlo, tal vez con +la sana intención de rehabilitar su fama. Mas apenas los veteranos de +don Alfonso cargaron a las tropas que mandaba, se puso en vergonzosa +fuga, siguiéndole todos sus soldados. Resultó de esto lo que no podía +menos de suceder: los fugitivos de la primera línea desordenaron los +escuadrones de la segunda. El espanto se apoderó de casi todos los +ánimos. «¡Traición!», gritaban unos; «¡Sálvese el que pueda!», otros: +todos huían, y huían en vano, porque su propia precipitación los +entregaba a sus enemigos, que hicieron en ellos una horrible carnicería. + +En medio de aquel desorden general permanecía sin embargo organizado +un escuadrón todo compuesto de caballeros, que en torno del estandarte +del conde de Candespina, que ostentaba una águila negra en campo +amarillo, y capitaneados por él, resistían al poder de los aragoneses. + +Para llegar hasta aquellos campeones era preciso salvar un parapeto que +de los cadáveres de sus enemigos habían hecho; y sería necesaria la +pluma de Homero para pintar las hazañas que vio aquel día memorable. +Sin embargo, todo su valor fue inútil: los tiros de los ballesteros +aragoneses y la multitud de los hombres de armas que caían sobre +ellos continuamente acabaron por reducir de tal modo su número que el +conde, Hernando, don Diego López y Millán se llegaron a ver solos. Don +Alfonso, admirado de tanta valentía, quiso otorgarles la vida si se +le rendían; mas como lo rehusasen, mandó que se les matara. Millán +cayó el primero, siguiole López, y a este el valeroso don Gómez. +Hernando, asido el estandarte con la una mano y esgrimiendo con la +otra su temible espada, sacrificó a más de veinte a su furor antes de +que llegaran a herirle; pero un soldado, de un golpe con el hacha de +armas le cortó el brazo izquierdo. No por esto desmayó, pues cogiendo +entre sus dientes el paño de la bandera, continuó peleando, y no cayó +hasta que de otro golpe perdió el brazo derecho. Entonces los soldados +acabaron de matarle, y dio fin aquel modelo de los amigos y espejo de +los valientes. + +Leonor fue a unirse con Zulema en su convento: ambas lloraban juntas +las irreparables pérdidas que habían hecho, y ambas murieron fieles a +la virtud. + +En cuanto a doña Urraca y Lara, el resto de su vida política pertenece +a la historia, y el lector curioso puede acudir a ella. + +Del público y las circunstancias depende que con el tiempo llegue a +dar a luz las aventuras secretas de doña Urraca y don Pedro de Lara, +que según creo deben hallarse en unos antiguos manuscritos de la misma +biblioteca, de donde he sacado la historia que precede; la cual plegue +a Dios sea del agrado de todos. + +[Ilustración] + +FIN + + + + +ERRATAS + + +TOMO 2.º + + _Pág._ _Lín._ _Dice_ _Léase_ + + 29. 8. mando marido + 34. 14. nevitable inevitable + 69. 6. les le + 86. 14. arriesgase enojar arriesgase a enojar + 90. 1. concede le concede + 94. 5. buena recom- una buena recompen- + 103. 5. acaba acababa + 104. 16. que de que + 109. 9. infie infiel + 124. 6. de del + 126. 2. Gutierrez Gutierre + 143. 21. Galante, seño¿ra, ¿Galante, señora, + + + +*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK 75134 *** diff --git a/75134-h/75134-h.htm b/75134-h/75134-h.htm new file mode 100644 index 0000000..c2610b4 --- /dev/null +++ b/75134-h/75134-h.htm @@ -0,0 +1,4509 @@ +<!DOCTYPE html> +<html lang="es"> +<head> + <meta charset="UTF-8"> + <title> + El conde de Candespina (2 de 2) | Project Gutenberg + </title> + <link rel="icon" href="images/cover.jpg" type="image/x-cover"> + <style> + +.formato { margin: 0 auto; width: 26em; max-width: 26em; font-size: 120%; } +.x-ebookmaker .formato { width: 100%; max-width: 100%; font-size: medium; } + +p { margin: 0; text-align: justify; text-indent: 1.25em; line-height: 130%; } +.x-ebookmaker p { line-height: normal; } + +h1, h2 { + text-align: center; font-weight: normal; clear: both; +} +h1.faux { margin: 0; font-size: xx-small; visibility: hidden; } +h2 { margin: 2em 0 0 0; font-size: 130%; word-spacing: 0.2em; } +h2.nobreak { page-break-before: avoid; } + +.lh150 { line-height: 150%; } +.lh200 { line-height: 200%; } + +.mt05 { margin-top: 0.5em; } +.mt15 { margin-top: 1.5em; } +.mt3 { margin-top: 3em; } + +.pt05 { padding-top: 0.5em;} +.pt3 { padding-top: 0; } +.x-ebookmaker .pt3 { padding-top: 3em; } +.pt6 { padding-top: 0; } +.x-ebookmaker .pt6 { padding-top: 6em; } + +.fs60 { font-size: 60%; } +.fs110 { font-size: 110%; } +.fs120 { font-size: 120%; } +.fs130 { font-size: 130%; } +.fs150 { font-size: 150%; } +.fs175 { font-size: 175%; } +.fs250 { font-size: 250%; } +.smaller { font-size: smaller; } + +.ti0 { text-indent: 0; } + +.g0 { letter-spacing: 0.05em; margin-right: -0.05em; } +.g1 { letter-spacing: 0.1em; margin-right: -0.1em; } +.g2 { letter-spacing: 0.2em; margin-right: -0.2em; } + +.ws1 { word-spacing: 0.2em; } + +hr { width: 34%; margin-left: auto; margin-right: auto; } +hr.full { width: 100%; margin: 3em auto; border: medium solid silver; } +hr.chap { width: 20%; margin: 3em auto; } +hr.tir { width: 8%; margin: 1em auto; } + +.front { padding: 3em 0 0 0; page-break-before: always; } +.front p { margin: 0; text-indent: 0; text-align: left; font-family: sans-serif; font-size: 90%; } +.front .rol { float: left; clear: left; width: 4.5em; text-align: left; text-indent: 0; + font-variant: small-caps; font-style: normal; } +.front .txt { margin-left: 4.5em; text-align: left; text-indent: 0; font-style: normal; } +.tit { margin: 3em auto 0 auto; page-break-before: always; } +.tit p { text-indent: 0; text-align: center; } +.negr { font-weight: bold; } + +div.chapter { page-break-before: always; margin-bottom: 2em; } + +.centra { text-align: center; text-indent: 0; } +.sc { font-variant: small-caps; font-style: normal; } +.asc { text-transform: lowercase; font-variant: small-caps; font-style: normal; } +.dcha { text-align: right; } +.cap { font-size: 200%; line-height: 80%; } +.rest { font-variant: small-caps; font-size: 110%; line-height: 80%; } + +.pagenum { + position: absolute; + left: 92%; + font-size: small; + text-align: right; + font-family: serif; + font-style: normal; + font-weight: normal; + font-variant: normal; + letter-spacing: normal; + color: #B0B0B0; + text-indent: 0; +} + +/* Tables */ +table { margin: 0 auto; } +.form { border-collapse: separate; border-spacing: 0.5em 0; } + +.tdl { text-align: left; } +.tdr { text-align: right; } +.tdc { text-align: center; } + +.bb { border-bottom: thin solid black; } + +/* Images */ +.figcenter { text-align: center; page-break-inside: avoid; } +img { vertical-align: middle; } +.thin { border: solid thin black; padding: 0; } +.caption { margin: 0.5em 0 0 0; padding: 0 1em; font-weight: normal; font-size: 90%; + text-indent: 0; text-align: center; page-break-before: avoid; } +.screenonly { display: block; } + +/* Footnotes */ +.footnote { margin: 1em 0 1em 25%; font-size: smaller; } +.footnote p { text-indent: 0; line-height: normal; } +.footnote .label { text-decoration: none; padding-right: 0.5em; line-height: normal; } +.fnanchor { vertical-align: top; text-decoration: none; font-size: 0.65em; + font-weight: normal; font-style: normal; white-space: nowrap; + line-height: normal; } + +/* Poetry */ +.poetry-container { text-align: center; } +.poetry { text-align: left; display: inline-block; font-size: smaller; } +.poetry .stanza { margin: 1em auto; } +.poetry .verse { padding-left: 3em; text-indent: -3em; } +.poetry .indent0 { text-indent: -3em; } + +/* Transcriber's notes */ +.transnote { border: thin solid gray; background-color: #f8f8f8; font-family: sans-serif; + font-size: smaller; margin: 2em 0; padding: 1em 0; } +#tnote ul { list-style-type: inherit; margin: 0 0 0 1.5em; padding: 0 2em 0.5em 1em; } +#tnote li { margin-top: 0.5em; text-align: justify; } +.tnotetit { font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0; margin-bottom: 1em; } + + </style> +</head> + +<body> +<div style='text-align:center'>*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK 75134 ***</div> +<div class="formato"> + +<div class="front"> + <hr class="full"> + <p class="rol">Índice:</p> + <p class="txt"> + <a href="#Ch1">I</a>, + <a href="#Ch2">II</a>, + <a href="#Ch3">III</a>, + <a href="#Ch4">IV</a>, + <a href="#Ch5">V</a>, + <a href="#Ch6">VI</a>, + <a href="#Ch7">VII</a>, + <a href="#Ch8">VIII</a>, + <a href="#Ch9">IX</a>, + <a href="#Ch10">X</a>, + <a href="#Ch11">XI</a>, + <a href="#Ch12">XII</a>, + <a href="#Ch13">XIII</a>, + <a href="#Ch14">XIV</a>, + <a href="#ChCon">Conclusión</a>, + <a href="#Err">Erratas</a>. + </p> + <h1 class="faux">El conde de Candespina (2 de 2)</h1> +</div> + +<div class="transnote" id="tnote"> + <p class="tnotetit">Nota de transcripción</p> + <ul> + <li>Los errores de imprenta han sido corregidos.</li> + + <li>La ortografía del texto original ha sido modernizada de acuerdo con + las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española.</li> + + <li>También ha sido modernizada la puntuación, la grafía de los nombres + propios de personas y lugares, y los laísmos y leísmos.</li> + + <li>Para facilitar la lectura, algunos pronombres enclíticos han sido + separados de los verbos a los que acompañan.</li> + + <li>Las abreviaturas han sido expandidas y la presentación de los + diálogos se ha adaptado a los modernos usos ortotipográficos, + utilizando párrafos distintos para cada interviniente y aislando + entre rayas los comentarios del narrador.</li> + + <li>El contenido de la <a href="#Err">fe de erratas</a>, situada al final + del libro, ha sido incoporado al texto.</li> + + <li>Se han añadido viñetas decorativas al final de algunos capítulos + que no las traen impresas.</li> + + <li>En esta novela, el autor llama Alfonso VII al padre de la reina + doña Urraca, pero los historiadores consideran que el padre de esta + reina fue Alfonso VI, siendo Alfonso VII el hijo, y no el padre de + doña Urraca.</li> + </ul> +</div> + + +<div class="screenonly x-ebookmaker-drop"> + <hr class="chap"> + <figure class="figcenter"> + <img class="thin" + style="width: 22em; height: auto;" + src="images/cover.jpg" + alt="Cubierta del libro"> + </figure> +</div> + + +<div class="tit pt6"> + <hr class="chap"> + <p><span class="pagenum" id="Page_i">p. <span class="asc">i</span></span></p> + <p class="fs130 lh200 g1 ws1">EL CONDE</p> + <p class="smaller lh200 g1">de</p> + <p class="fs150 lh200 g1">CANDESPINA</p> + <p class="lh200">—</p> + <p class="lh200 g1 ws1">TOMO SEGUNDO</p> + <hr class="chap"> +</div> + + +<div class="tit"> + <p><span class="pagenum" id="Page_iii">p. <span class="asc">iii</span></span></p> + <p class="fs175 lh150 g1 ws1">EL CONDE</p> + <p class="lh150 g1">de</p> + <p class="fs250 lh150 g1">CANDESPINA</p> + <p class="lh150 g0 ws1">novela histórica original</p> + <p class="smaller lh150 g2 mt15">POR</p> + <p class="fs175 lh150 ws1 mt05"><i>Don Patricio de la Escosura</i></p> + <p class="smaller lh150 g0 ws1">Alférez del Escuadrón de Artillería<br> de la Guardia Real</p> + + <div class="figcenter mt3"> + <img src="images/logo.jpg" + style="width: 6em; height: auto;" + alt="Logotipo del editor"> + </div> + + <p class="sc g0 mt3">MADRID y SEPTIEMBRE:</p> + <p class="ws1"><span class="sc">Imprenta, calle del Amor de Dios</span>, n.º 14.</p> + <p class="fs120 negr">—</p> + <p class="fs110 g1 negr">1832</p> +</div> + +<hr class="chap x-ebookmaker-drop"> + + +<div class="chapter pt6"> + <p><span class="pagenum" id="Page_iv">p. <span class="asc">iv</span></span></p> + <div class="poetry-container"> + <div class="poetry"> + <div class="stanza"> + <div class="verse indent0"><i>¿Por qué de Roma tu ofuscada mente</i></div> + <div class="verse indent0"><i>Hazañas busca en la remota historia?</i></div> + <div class="verse indent0"><i>¿Para asombrar a la futura gente</i></div> + <div class="verse indent0"><i>No basta acaso la española gloria?</i></div> + <div class="verse indent0"><i>Cuando virtud y honor tu lira intente</i></div> + <div class="verse indent0"><i>Eternizar del mundo en la memoria,</i></div> + <div class="verse indent0"><i>Los campos corre de la madre España,</i></div> + <div class="verse indent0"><i>Y cada monte te dirá una hazaña.</i></div> + </div> + </div> + </div> + <p class="smaller dcha">(Don Ventura de la Vega, canto al Rey Nuestro Señor).</p> +</div> + +<hr class="chap x-ebookmaker-drop"> + + +<div class="chapter pt3" id="Ch1"> + <p><span class="pagenum" id="Page_1">p. 1</span></p> + <p class="centra fs175 g1"><span class="smaller">EL CONDE</span><br> + <span class="fs60">DE</span><br>CANDESPINA</p> + <hr class="tir"> + <h2 class="nobreak g0">CAPÍTULO PRIMERO</h2> +</div> + +<p class="ti0"><span class="cap">A</span><span class="rest"> +corta</span> distancia de Soria, y oculto al pie de un pequeño cerro, +había dejado un escuadrón el conde de Candespina, según hemos dicho; +y así es que una vez fuera de los muros de aquella ciudad, pudo la +reina deponer todo temor. Detúvose su litera el tiempo necesario para +que despojándose algunos caballeros de sus vestidos de almogávares, +calasen el morrión y montasen a caballo; y aprovechando este<span +class="pagenum" id="Page_2">p. 2</span> intervalo, enteró don Gómez +a la reina de los medios que había empleado para sacarla por segunda +vez del poder de su marido. Ocioso será decir que llena de admiración +y reconocimiento, no encontraba doña Urraca expresiones bastantemente +fuertes para ponderar su gratitud; y si hemos acertado a pintar con +alguna verdad el carácter del conde, creemos también que no habrá uno +de nuestros lectores que no conciba su placer viéndose tan favorecido +de su señora, y que una sola de sus expresiones bastaría para hacerle +arrostrar mil muertes en su defensa.</p> + +<p>Concluidos los preparativos para la marcha, rompió su movimiento +el escuadrón escogido, llevando en medio la preciosa litera. +Verdaderamente era un magnífico espectáculo ver a aquellos guerreros +cubiertos de fortísimas y brillantes armaduras, montados en soberbios +bridones andaluces, y ostentando en la diversidad<span class="pagenum" +id="Page_3">p. 3</span> de colores de los pendones de las lanzas y +de las bandas que adornaban las bruñidas corazas, las diferentes +inclinaciones de sus damas, marchar con admirable concierto y +uniformidad, como si todos fueran partes de una sola máquina, cuyo +resorte principal fuese la voluntad de su caudillo. Flotaban a merced +de los vientos las amarillas y negras plumas que adornaban la cimera +del casco de este; el fogoso alazán que montaba, pareciendo sentir el +gozo de su amo y envanecerse con sus triunfos, marchaba con la cerviz +erguida, hinchado el ferviente pecho, sentando apenas las manos en la +tierra, y cubriéndose a sí mismo de blanca espuma. La reina manifestaba +en lo placentero del semblante cuál era su interior contento; y la +dirección de todos los morriones indicaba que el objeto exclusivo a que +atendía aquella tropa de leales era la misma doña Urraca.</p> + +<p><span class="pagenum" id="Page_4">p. 4</span></p> + +<p>Empezaba el sol a declinar al occidente, dejándose apenas sentir +la benéfica influencia de sus rayos, cuando dieron vista al campo +castellano don Gómez y su escuadrón. Los centinelas de los reales que +vieron venir con tan buen orden a ellos un número bastante crecido de +soldados, dieron la alarma. Resonaron en la vasta extensión del campo +los bélicos instrumentos; corrieron a las armas soldados y caballeros; +y en poco tiempo se reunieron bastantes para poder hacer frente al +enemigo, mientras el resto se organizaba.</p> + +<p>No había probado hasta entonces el conde de Lara más que las +dulzuras del mando; y la crónica dice que, en el momento de que +hablamos, creyendo que de improviso venía sobre él don Alfonso con todo +su poder, hubiera de buena gana renunciado a su honorífico puesto. +Hubo sin embargo de conformarse, y armado de<span class="pagenum" +id="Page_5">p. 5</span> todas armas se presentó al frente del campo.</p> + +<p>Ya en esto se habían aproximado bastante a él los que acompañaban a +la reina; y adelantándose el conde de Candespina se dio a conocer al +ejército. Más de un soldado dicen que hubo a quien le pesase que en +efecto no fueran aragoneses los que se presentaban, sintiendo renunciar +a la idea de las honras que distinguiéndose en el combate esperaba +conseguir; pero como este entusiasmo no es general, aun entre los +valientes, se alegraron la mayor parte de su engaño, y más que todos el +jefe del ejército.</p> + +<p>—Bien ha hecho Vueseñoría, señor conde —dijo el de Lara—, en +descubrirse a tiempo, porque si no, hubiéramos podido daros un mal +rato.</p> + +<p>—Dios solo sabe quién lo hubiera tenido, conde don Pedro; mas lo +que importa es que Vueseñoría se aperciba para recibir dignamente a Su +Alteza.</p> + +<p>—¡Santos cielos! ¿Qué decís, don Gómez?</p> + +<p><span class="pagenum" id="Page_6">p. 6</span></p> + +<p>—¿A Su Alteza?</p> + +<p>—¿A Su Alteza? —repitieron en coro los oficiales que rodeaban a don +Pedro.</p> + +<p>—¿A Su Alteza? —exclamaron oyéndolo los más próximos, y a la manera +con que, herida la mansa corriente de un caudaloso río por una piedra, +se forman sucesivamente en torno de esta multitud de círculos cada vez +mayores hasta que se terminan en las orillas, así también la voz «¿A Su +Alteza?» se extendió por todo el campo, repitiéndola confusamente los +ecos de los vecinos montes.</p> + +<p>—Sí, caballeros —continuó el conde de Candespina—, sí, soldados +castellanos, nuestra reina doña Urraca es la que va a honrarnos con su +presencia.</p> + +<p>—<i>Viva la reina, viva su libertador</i> —exclamaron unánimemente +cuantos alcanzaron a oírle.</p> + +<p>Y precisamente entonces llegó doña Urraca. Se apeó de la litera +para gozar libremente, dijo, de la vista de sus vasallos, y +habiéndose apeado también todos los caballeros,<span class="pagenum" +id="Page_7">p. 7</span> fue el conde de Lara a rendirla el debido +homenaje, y tomar en su calidad de general las órdenes de Su Alteza.</p> + +<p>—¿Cómo —exclamó doña Urraca entre sorprendida e indignada—, cómo? +Conde de Candespina, ¿no sois vos el caudillo de mis tropas?</p> + +<p>—Señora —contestó este—, el conde de Lara y yo alternamos en el +mando.</p> + +<p>—¿Y quién ha alternado con vos para exponerse dos veces a riesgos +eminentes por salvarme? ¡Ah, castellanos, castellanos!</p> + +<p>Felizmente para el conde de Lara, el respeto tenía bastante lejos +de la reina a todos los jefes del ejército, sin lo cual hubieran oído +la justa y amarga reconvención que sus últimas palabras contenían; +mas no dejó de producir en don Pedro el más vivo resentimiento, o +por mejor decir, la más negra envidia por lo que don Gómez acababa +de hacer. Cualquier otro hombre de su calidad a quien la reina +hubiera hecho semejante alusión, habría contestado con aspereza,<span +class="pagenum" id="Page_8">p. 8</span> y tal vez con desacato; mas el +conde de Lara sabía dominarse, y contando con los recursos que aún le +quedaban, no se dio por entendido de lo que oyó. La alegría del campo +castellano era imponderable: el simple soldado que iba a la guerra +sin más motivo que la voluntad de su señor feudal, veía llegar con +el placer que puede imaginarse el momento de volver al cultivo de su +campo, y a la dichosa oscuridad de su cabaña; y los ricos hombres y +caballeros de más cuenta, empeñados en aquel partido, no desconocían +que la sola presencia de doña Urraca daba más consistencia a su facción +que cuantas victorias hubieran alcanzado sobre los aragoneses. Un solo +hombre era el que entre tantos dichosos gemía dolorosamente viendo +frustrados sus más caros proyectos, y pendiente sobre su cabeza la +cuchilla de la justicia de la reina: don Pedro Ansúrez, custodiado +por una fuerte<span class="pagenum" id="Page_9">p. 9</span> escolta +al mando de don Diego López, y conducido en pos de la triunfante doña +Urraca, como en la soberbia Roma seguían los cautivos el carro de sus +vencedores. ¡Extraña vicisitud de la fortuna! Veinticuatro horas antes +pendía de su voluntad la suerte y la vida de los que en aquel momento +eran árbitros de la suya.</p> + +<p>Después de haber corrido en esta disposición todo el campo, para +que los soldados se cerciorasen de que en efecto se hallaba en él, se +retiró la reina a la tienda de Lara, que por su magnificencia, acaso +extremada para un guerrero, se juzgó la más digna de tener la honra +de hospedarla. En ella recibió a las personas más distinguidas del +ejército, y nada le quedó que hacer para que todos saliesen a cual +más encantado de su afabilidad y dulzura; pero el conde de Candespina +fue la persona a quien particularmente parecía dirigir sus afectuosas +miradas. Cada vez que<span class="pagenum" id="Page_10">p. 10</span> +un noble la felicitaba por su inesperada libertad, decía:</p> + +<p>—Ved aquí al que ha hecho este milagro; Castilla le debe su reina, y +doña Urraca la libertad y la vida.</p> + +<p>—¡Ah, señora! —contestaba el conde—, ¿quién no expondrá gustoso mil +vidas por una reina como doña Urraca?</p> + +<p>Así que se hubo apaciguado algún tanto el tumulto causado por la +inesperada aparición de doña Urraca, y que, satisfechos de haberla +visto, los caballeros castellanos dejaron desembarazada su tienda, +quedando solamente en ella los condes de Candespina y Lara, y algunas +de las personas de más cuenta, volvió de nuevo a resonar el campo con +gritos de alegría: la multitud de los soldados seguía a un caballero, +montado en un caballo casi exánime de fatiga, y que apenas podía +sostener su peso y el de una enlutada dama que a las ancas llevaba.</p> + +<p>—Es Hernando de Olea —gritaban los<span class="pagenum" +id="Page_11">p. 11</span> soldados—. Es el valiente Hernando.</p> + +<p>—Sí, camaradas —contestaba nuestro Hernando—. Yo soy: vuelvo a +pelear, a vencer con vosotros.</p> + +<p>Los talentos de Olea eran escasos, pero su valor, sobrado, y el +soldado gusta de esta cualidad en sus jefes, perdonándoles fácilmente +en favor de ella cualquier otro defecto. Así es que Hernando gozaba de +la más alta reputación entre la tropa, y su venida fue para el ejército +un verdadero júbilo.</p> + +<p>—Leonor —exclamó la reina viéndola entrar—, ¿tú también aquí? Ya +nada me falta.</p> + +<p>—¡Ah, señora!, déjeme Vuestra Alteza besar sus pies.</p> + +<p>—Alza y dame los brazos; ¿y a quién debo la dicha de tenerte a mi +lado?</p> + +<p>—Al incomparable valor del amigo del conde de Candespina.</p> + +<p>—¿Al valiente Hernando? Venid acá, buen caballero, no estéis tan +retirado; el servicio que me habéis hecho merece recompensa; pedid, y +os será otorgada.</p> + +<p>—Vuestra Alteza<span class="pagenum" id="Page_12">p. 12</span> +pondera más de lo que vale mi acción, que al cabo nada significa, y +además lleva la recompensa en sí misma.</p> + +<p>—¿No os parece, conde de Candespina, que vuestro amigo ha tenido más +memoria que todos nosotros, acordándose de Leonor, y no poca osadía +para quedarse solo en Soria por no dejarla en su convento?</p> + +<p>—Verdaderamente, señora —contestó el conde, a quien las bondades de +doña Urraca tenían de festivo humor—, parece que el buen Hernando ha +apartado poco de su memoria a doña Leonor desde...</p> + +<p>—Callad, conde, que hacéis ruborizar a mi camarera. Veamos, +Hernando, qué recompensa pedís; os mando que la señaléis.</p> + +<p>—Pues Vuestra Alteza lo exige, diré... que... señora... el conde ha +indicado...</p> + +<p>—Que amáis a Leonor; válgame el cielo, que amante sois tan tímido. +Será preciso que yo hable por vos.</p> + +<p>—Señora, Vuestra Alteza ha adivinado mis pensamientos.</p> + +<p>—¿Y qué<span class="pagenum" id="Page_13">p. 13</span> dices a +esto, Leonor? Solo falta tu consentimiento para que seas esposa de +Hernando.</p> + +<p>—No tengo más voluntad que la de Vuestra Alteza; y Hernando tiene +demasiados títulos a mi agradecimiento para que yo pueda negarle nada. +Mas hasta tanto que Vuestra Alteza esté pacíficamente en su trono, +Leonor de Guzmán no pensará en casarse.</p> + +<p>—Todos a porfía queréis acumular las pruebas de vuestra fidelidad; +plegue a Dios que llegue el momento en que pueda recompensaros.</p> + +<p>La tienda de la reina era en aquel instante el templo de la +felicidad, y el generoso Candespina aprovechó la ocasión para hablar +de don Pedro Ansúrez. A pesar de haber sido este siempre su mortal +enemigo, a pesar de las asechanzas que últimamente intentó poner en +práctica para llevarle a un suplicio, y a pesar de sus traiciones, +no podía dejar el conde de Candespina de mirar a don Pedro Ansúrez +como<span class="pagenum" id="Page_14">p. 14</span> a un compatriota, +y compatriota desgraciado. Habló pues en su favor a doña Urraca; Lara +se opuso a que se le diera libertad, pretextando que debía hacerse un +escarmiento; pero las razones que alegó el conde de Candespina sobre +la crueldad que habría en deshacerse de un enemigo ya indefenso, lo +peligroso que sería enajenarse los ánimos de sus muchos parientes y +allegados; y hasta la especie de felonía con que había sido forzoso +sacarle de Soria, unidas a los generosos ruegos de Hernando, Leonor y +don Diego López, decidieron la cuestión en favor del desgraciado conde +de Ansúrez.</p> + +<p>Aquella misma noche se le hizo saber la piedad de Su Alteza, y +prestado que hubo juramento de fidelidad a doña Urraca, quedó libre +para marcharse adonde mejor le pareciese.</p> + +<p>Con acuerdo de la reina resolvieron los dos generales que el +ejército se pondría<span class="pagenum" id="Page_15">p. 15</span> +en marcha al romper el alba de la próxima mañana, y tomadas las +disposiciones convenientes, se retiraron a reposar de las fatigas de +aquel día tan fecundo en sucesos no comunes.</p> + +<figure class="figcenter mt3"> + <img src="images/t015.jpg" + style="width: 5em; height: auto;" + alt="Viñeta ornamental"> +</figure> + +<hr class="chap x-ebookmaker-drop"> + + +<div class="chapter pt3" id="Ch2"> + <p><span class="pagenum" id="Page_16">p. 16</span></p> + <h2 class="nobreak g0">CAPÍTULO II</h2> +</div> + +<p class="ti0"><span class="cap">H</span><span class="rest">emos</span> +dejado a don Alfonso de Aragón en Soria ocupado en despachar los +negocios de su reino, cuando la dichosa temeridad del conde de +Candespina sacó de aquella ciudad a la reina de Castilla. La poca +armonía que reinaba entre él y su esposa era causa de que no se vieran, +aun viviendo juntos, más veces que las necesarias para cumplir como +suele decirse con el mundo; y el número de sus forzadas entrevistas se +redujo en Soria a una sola al día, que se verificaba ordinariamente a +la prima noche, y en presencia de tres o cuatro cortesanos de los más +favorecidos. Así es que don Alfonso hubiera ignorado hasta la noche la +fuga de su esposa, a no habérsela revelado antes la falta del<span +class="pagenum" id="Page_17">p. 17</span> conde don Pedro Ansúrez. +Raro era el día en que este señor no veía al rey dos o tres veces para +darle cuenta de los negocios de Castilla; y como jamás se verificó que +dejase de presentarse al menos una vez antes de la noche, forzosamente +hubo don Alfonso de extrañar que llegase la media tarde sin haberle aún +visto. En consecuencia mandó que se fuera a buscarle a su casa, en la +cual contestaron los criados que había salido horas hacía a ver a Su +Alteza, según creían; con esta noticia fue el encargado al cuarto de +la reina, y allí supo que en efecto don Pedro Ansúrez había estado a +ver a doña Urraca, siguiéndole tres caballeros, y que después de haber +tenido con ella una breve conferencia, y levantádose esta de su lecho +salieron todos juntos, yendo la reina en una litera sin acompañamiento +ninguno. En la antecámara de doña Urraca empezaron ya, según costumbre, +a formarse conjeturas entre<span class="pagenum" id="Page_18">p. +18</span> los palaciegos: uno decía que tenía datos muy positivos +para creer que, cansado el rey de las altanerías e inconsecuencias de +doña Urraca, la había enviado con todo secreto a un convento, y que +impaciente por saber que se había ya verificado, enviaba a buscar a don +Pedro Ansúrez, ejecutor de sus órdenes; el otro sabía por buen conducto +que la salida de la reina encerraba gran misterio, «y vuesas mercedes +lo verán dentro de poco», añadía con tono entre enfático y profético. +Todos hablaban, todos decían su opinión, y cada cual se alejaba más +de la verdad que el que le había precedido. Desde el cuarto de la +reina al del rey enteró el criado a cuantos encontró de su comisión y +éxito de ella, encargándoles a todos el secreto, sin duda para con los +muertos, pues antes que don Alfonso sabían en Soria grandes y chicos +que la reina y su mayordomo habían desaparecido de palacio, y que se +ignoraba<span class="pagenum" id="Page_19">p. 19</span> su paradero. +Como quiera que sea, el comisionado dio cuenta al rey de Aragón del +resultado de sus diligencias, que en resumen fue que no se sabía del +conde Ansúrez ni de la reina.</p> + +<p>—Mentís —dijo furioso el rey—, es imposible.</p> + +<p>—Señor, Vuestra Alteza puede asegurarse por sí mismo de mi +verdad.</p> + +<p>—Tiembla si te has atrevido a engañarme.</p> + +<p>—Mi cabeza responde.</p> + +<p>—Fortún, no te habrás enterado bien.</p> + +<p>—Desgraciadamente, no me cabe duda.</p> + +<p>—La reina habrá salido a alguna de sus devociones. Sí; esto es. Al +momento que se recorran todas las iglesias y monasterios de la ciudad; +que no quede en el alcázar un solo criado. Fortún, que no se perdone +diligencia para encontrarla al instante.</p> + +<p>La idea que en aquel momento ocurrió a don Alfonso fue la de que +doña Urraca, no pudiendo de otro modo sustraerse a su autoridad, se +habría retirado al inviolable<span class="pagenum" id="Page_20">p. +20</span> asilo de algún convento de religiosas: pensamiento plausible +a primera vista; pero que debió desvanecerse con la consideración de +que en tal caso lo primero que el conde de Ansúrez hubiera hecho sin +duda sería ponerlo en noticia del rey. De todos modos se practicaron +mil diligencias a cual más infructuosa, hasta que a un mismo tiempo +dos circunstancias descubrieron la verdad del hecho. Los soldados que +estaban de guardia en la puerta por la cual salió de Soria doña Urraca, +notando que no cesaban de pasar por sus inmediaciones personas de la +real servidumbre con aire presuroso y afanado, y movidos de la natural +curiosidad, detuvieron a uno de aquellos criados para preguntarle la +causa de su diligencia.</p> + +<p>—La reina no parece en toda la ciudad —dijo el enviado.</p> + +<p>—Ni es fácil —contestó un soldado—, no vengáis con chanzonetas, +hermano, que pudierais viniendo por lana salir trasquilado.</p> + +<p><span class="pagenum" id="Page_21">p. 21</span></p> + +<p>—No me chanceo, caballeros, lo que digo es la pura verdad; más de +tres horas hace que andamos buscando a Su Alteza inútilmente.</p> + +<p>—Cuerpo de mi padre, y podréis buscarla hasta el día del juicio sin +más provecho.</p> + +<p>—¿Sabréis vos, señor soldado, por ventura, dónde está?</p> + +<p>—Dónde está lo ignoro; pero puedo deciros dónde no está.</p> + +<p>—Por san Pedro que me digáis...</p> + +<p>—Lo que yo puedo decir es que no está en Soria.</p> + +<p>—¿Cómo?</p> + +<p>—Habiendo salido horas ha por esta puerta.</p> + +<p>—¿Con quién?</p> + +<p>—Con su mayordomo, dos caballeros armados de punta en blanco, y una +tropa de almogávares.</p> + +<p>—Las once mil vírgenes me amparen: acabad, por Dios.</p> + +<p>—No sé más que a poco rato vino un caballero con otra dama +encubierta, tomó un caballo, montó con ella y marchó como alma +de sastre que llevan los diablos; y por último, que también se +fueron en pos de él unos cuantos almogávares<span class="pagenum" +id="Page_22">p. 22</span> que esperándole estaban.</p> + +<p>—¿Nada más?</p> + +<p>—Nada más.</p> + +<p>—Dios os guarde por la merced que me habéis hecho. Y diciendo así +partió como un rayo a llevar las nuevas a palacio.</p> + +<p>La otra circunstancia que hemos indicado fue la declaración de la +abadesa del convento en donde doña Leonor estuvo en reclusión, sobre el +modo con que había esta dama salido de él. De manera que a las ocho de +la noche ya no le quedaba a don Alfonso ninguna duda de que su esposa +había salido de Soria; y las apariencias eran de tal naturaleza que +toda la culpabilidad recaía sobre el conde de Ansúrez. Don Alfonso +maldecía la hora menguada en que depositó su confianza en el traidor +conde; y si por desventura hubiera podido haberle entonces a las manos, +parece posible que ni tiempo para justificarse le hubiera dejado.</p> + +<p>Los guardas de la puerta fueron relevados<span class="pagenum" +id="Page_23">p. 23</span> y puestos en estrecha prisión por una culpa +que no habían cometido ni podido evitar. Pero tal es la suerte de los +débiles, siempre víctimas hasta de las flaquezas de los fuertes.</p> + +<p>No era don Alfonso hombre cuyo enojo se limitara a simples amenazas; +la saña que ardía en su pecho solo en la sangre de sus contrarios +podía apagarse, y así resolvió hacerlo. Reunidos en poco tiempo en el +alcázar los nobles aragoneses presentes en Soria, recibieron orden de +hallarse dispuestos a salir con sus tropas al amanecer del siguiente +día para pelear contra los castellanos. Dividiéronse los pareceres +entre aquellos señores. Los jóvenes dejándose llevar por el ardor +propio de sus pocos años, recibieron con indecible placer el mandato +del rey; pero los más avanzados en edad, capaces de mayor reflexión, lo +consideraban como imprudente. Las fuerzas de los castellanos eran en +efecto considerables;<span class="pagenum" id="Page_24">p. 24</span> +la llegada de doña Urraca a su campo debía haber aumentarlo el +entusiasmo de sus tropas; y el conde de Candespina era harto conocido +por su pericia en el arte militar para que ni el mismo Alfonso pudiera +lisonjearse de vencerle con fuerzas inferiores. No faltó quien hiciese +estas y otras reflexiones semejantes al rey de Aragón, pero la ira le +dominaba. El deseo de venganza triunfó de los avisos de la prudencia, y +la salida contra los castellanos quedó irrevocablemente resuelta.</p> + +<p>Por su parte los parciales de doña Urraca, que teniéndola ya consigo +ninguna causa tenían para detenerse delante de Soria, movieron su campo +hacia Burgos con todo el concierto y precaución posibles; pues aunque +el conde de Candespina no quiso de ningún modo aceptar ostensiblemente +el mando hasta que concluyese el plazo señalado en su pacto con el de +Lara, sin embargo nada se hacía sin su acuerdo<span class="pagenum" +id="Page_25">p. 25</span> desde que se le vio tan favorecido de la +reina.</p> + +<p>Pocas horas llevarían de marcha cuando se recibió aviso de que se +aproximaba a ellos aceleradamente un numeroso cuerpo de tropas a pie y +a caballo, y nadie dudó de que fuese enviado por el rey de Aragón. La +reina oyó aquella nueva con harto pesar; pero don Gómez le manifestó +con tanta energía como brevedad que nada tenía que temer yendo en torno +de ella tantos valientes castellanos; y autorizado competentemente pasó +a dar las disposiciones necesarias para repeler al enemigo.</p> + +<p>—A vos, conde de Lara —dijo el de Candespina—, toca como a principal +caudillo velar directamente sobre la persona de Su Alteza. Tomad para +ello los soldados que creáis necesarios, que, Dios mediante, yo haré +con el resto de modo que don Alfonso, aunque venga en persona, no pueda +estorbaros la marcha.</p> + +<p>—Pésame en<span class="pagenum" id="Page_26">p. 26</span> el alma +—contestó el de Lara—, no poder quedarme aquí; mas pues así lo ha +querido la suerte, sean en buen hora todas las glorias para vos.</p> + +<p>—Consolaos, conde, que ocasiones sobrarán en que podáis acreditar +vuestro brío.</p> + +<p>—Así lo espero.</p> + +<p>La reina continuó su marcha acompañada del conde de Lara, quien +viéndose libre de la embarazosa presencia de don Gómez, empezó a dar +libre curso a su carácter lisonjero.</p> + +<p>—Preciso es, señora, confesar —decía a doña Urraca— que si es grande +el valor del conde de Candespina, no lo es menos su buena estrella.</p> + +<p>—¿Por qué?</p> + +<p>—¿Y Vuestra Alteza lo pregunta? ¿Qué dicha puede apetecer un +caballero mayor que la de consagrar sus servicios a la reina de +Castilla, a la reina de la hermosura?</p> + +<p>—No gusto de lisonjas, conde de Lara.</p> + +<p>—Perdone Vuestra Alteza si mi lengua indiscreta ha ofendido<span +class="pagenum" id="Page_27">p. 27</span> su modestia; pero es tal la +fuerza de la verdad...</p> + +<p>—Dejemos eso, y decidme qué pensáis del resultado del combate que en +este momento se está dando.</p> + +<p>—Vuestra Alteza no puede dudar que será favorable a las armas de +Castilla. Soldados que lidian por doña Urraca forzosamente han de +vencer.</p> + +<p>—Más que en otra cosa fío en la pericia de don Gómez.</p> + +<p>La reina tenía razón. El conde de Candespina eligió tan bien sus +posiciones para sacar partido de la ventaja que en el número tenía +sobre los aragoneses que, a pesar de las acertadas medidas de don +Alfonso, la victoria tardó poco en decidirse por los castellanos. +Rechazados por todas partes los aragoneses volvían sin embargo a +la carga repetidas veces, no perdonando sus jefes medio alguno +para estimularlos al combate: mas todo fue inútil; los castellanos +dieron sobre ellos con tal furia que, rotos los escuadrones<span +class="pagenum" id="Page_28">p. 28</span> enteramente, no les fue +posible volver a rehacerse. El mismo don Alfonso, conociendo la +imposibilidad de conseguir su fin, resolvió retirarse, y le fue +menester emplear toda su ciencia y valor para poder hacerlo con los +pocos que a su lado conservaban aún algún orden.</p> + +<p>Conseguido su objeto, mandó don Gómez tocar retirada, mas Hernando +de Olea, que en aquel combate, como en todos, había hecho prodigios +de valor, se empeñó tanto en la persecución de los aragoneses que, +separándose enteramente de los que le seguían, que no eran muchos, se +vio rodeado de enemigos; y eran tantos los golpes que llovían sobre él, +que hubiera sucumbido a no ser por el señor de Nájara. Este caballero, +que aunque menos arrebatado no cedía en valor a Hernando, le había +seguido muy de cerca y acudió a propósito para sacarle del eminente +peligro en que se hallaba; uniéronse después con<span class="pagenum" +id="Page_29">p. 29</span> Candespina y todos juntos marcharon a +encontrarse con la reina.</p> + +<p>Esta seguía su marcha con no poco sobresalto, oyendo apenas las +continuas y refinadas alabanzas que el conde de Lara la prodigaba, +hasta que recibió noticias de la completa derrota de las tropas de su +marido, que entonces ya, según algunos autores, empezó a saborear las +lisonjas del galante conde, cuyo carácter no podía ser más a propósito +para captarse su voluntad.</p> + +<figure class="figcenter mt3"> + <img src="images/t035.jpg" + style="width: 5em; height: auto;" + alt="Viñeta ornamental"> +</figure> + +<hr class="chap x-ebookmaker-drop"> + + +<div class="chapter pt3" id="Ch3"> + <p><span class="pagenum" id="Page_30">p. 30</span></p> + <h2 class="nobreak g0">CAPÍTULO III</h2> +</div> + +<p class="ti0"><span class="cap">A</span><span class="rest">l +mismo</span> tiempo que el ejército castellano levantó el cerco de +Soria, marchando a Burgos, salió de los reales el conde don Pedro +Ansúrez, libre de los hierros que temía arrastrar largo tiempo; pero +abrumado con el peso de su repentina y terrible desgracia. Un solo +instante había disipado el mágico edificio de sus esperanzas, y a la +manera con que el infeliz que en sueños ve terminados sus males, halla +al despertarse la triste realidad de su duración, así también don +Pedro, pronto a conseguir cuanto deseaba, se vio de repente desamparado +y solo en el universo. Su penetración era demasiada para que pudiese +ocultársele cuán peligroso sería volver a Soria, pues aunque a la +verdad estaba inocente en todo lo acaecido, le era imposible<span +class="pagenum" id="Page_31">p. 31</span> presentar de ello pruebas +tan evidentes como sin duda exigiría don Alfonso. Por otra parte, aun +suponiendo que lograra justificarse, no desconocía el conde que, a +menos de renunciar para siempre a Castilla, no podía volver a unirse +con los aragoneses; pues ya era demasiado general la sublevación de los +castellanos para que llegase enteramente a sofocarse. Estas reflexiones +y otras no menos graves le decidieron a marchar a Valladolid, ciudad +principal de sus estados, en la cual podía permanecer con alguna +seguridad de su persona hasta que la fortuna, decidiéndose por uno de +los dos partidos, le indicase cuál era el que debía seguir; y así lo +verificó en efecto.</p> + +<p>Don Alfonso, imposibilitado por falta de tropas de renovar sus +ataques contra el ejército de doña Urraca, regresó a Soria: de +allí marchó a Aragón llamado por asuntos de la mayor importancia; +y abandonando<span class="pagenum" id="Page_32">p. 32</span> por +entonces las cosas de Castilla en manos del destino, dedicó su atención +a las guerras que continuamente sostenía contra navarros y franceses. +Y no fue esta la única circunstancia que contribuyó a favorecer el +partido de la reina, sino que apenas llegada esta señora a Burgos, +ciudad que se entregó sin demora por capitulación, se recibieron +cartas de Compostela en las cuales anunciaba su arzobispo que el +Sumo Pontífice le había comisionado para que en su nombre juzgase +definitivamente de la validez del matrimonio entre doña Urraca y don +Alfonso. Esta nueva causó en la corte de Burgos la más agradable +sensación: todos sabían que el grado de parentesco de los dos augustos +contrayentes era bastante para que el matrimonio fuese de hecho nulo, +y no se dudaba de que el juez nombrado por Su Santidad decidiese con +toda justicia: porque don Diego Gelmírez, primer arzobispo de<span +class="pagenum" id="Page_33">p. 33</span> Compostela, era un prelado +digno de los primeros tiempos de la Iglesia, por su celo, saber y +virtudes; y su notorio patriotismo además le había hecho el ídolo de +cuantos le conocían. Pero si los que miraban aquel negocio únicamente +bajo el aspecto político se llenaron de gozo al saber la resolución +del papa, figúrese el lector cuál sería el júbilo del conde de +Candespina. Sus señalados servicios no solo al estado sino a la persona +de la reina, y en particular el último, le daban en efecto derecho a +esperar, no sin fundamento, que, libre doña Urraca de los lazos que la +unían al rey de Aragón, podría tal vez verificarse el proyecto de los +grandes que se juntaron en Mascaraque a fines del reinado de Alfonso +VII; y, además, el agrado con que doña Urraca le continuaba tratando +alentaba infinito sus esperanzas. Mas no por esto varió don Gómez de +conducta: siempre modesto, siempre afable con sus<span class="pagenum" +id="Page_34">p. 34</span> inferiores e inflexible con los iguales, era +adorado del pueblo, y respetado aunque no querido de los grandes. No +así el conde de Lara, quien, fiado en su fortuna, también osaba aspirar +a verse algún día rey de Castilla, cosa difícil mas no imposible. +Aunque la reputación de este señor no fuera tan general ni tan sentada +como la del conde de Candespina, sin embargo sus riquezas eran grandes, +muchos sus parientes, y podía contar en su partido a infinito número +de cortesanos amantes del ocio y la disipación, quienes preveían su +inevitable ruina con el triunfo de don Gómez.</p> + +<p>Todo esto lo sabía el conde de Lara, y de todo sacaba partido: su +casa era el centro, el foco, digámoslo así, de cuantas diversiones +y festejos se disfrutaban en la corte. De ella salían las modas en +el vestir, las divisas para los torneos y las serenatas nocturnas; +la reputación de las damas,<span class="pagenum" id="Page_35">p. +35</span> no era, es verdad, muy respetada entre sus secuaces; pero +en cambio no había género de galantería que no se inventase para +deslumbrarlas, y particularmente a doña Urraca.</p> + +<p>En la corte, en misa, en paseo, nunca dejaba de presentarse a la +reina el conde de Lara con cuanta gala y bizarría podía ostentar; +seguíanle sus amigos, y él y ellos no cesaban de alabar cuanto hacía +y decía la reina. Desgraciadamente era esta harto sensible a la +lisonja, y manejada con arte por un caballero galán y discreto, no +podía dejar de hacerla alguna impresión, sobre todo por el notable +contraste que ofrecía este proceder con el del conde de Candespina. +Afluente y adulador el primero, lacónico y grave el segundo; severo el +uno, licencioso el otro; encomendando aquel a los hechos de mostrar +su pasión sin hablar nunca de ella, y manifestándola el otro con +cuantas exterioridades<span class="pagenum" id="Page_36">p. 36</span> +alcanzaba: en todo eran distintos. Doña Urraca tenía inclinación a los +placeres, y aborrecía sobre todas las cosas sujetarse a ajena censura; +de modo que don Gómez era para ella un amigo de cuya sinceridad no +podía dudar, pero al mismo tiempo un hombre rígido, a quien miraba +más bien como a padre que como a amante: don Pedro de Lara, que por +el contrario siempre se hallaba dispuesto no solo a tomar parte en +cualquier diversión, sino a inventarlas en caso de necesidad, y que +parecía adivinar los deseos de la reina, era muy a propósito para +cautivar su corazón. El agradecimiento y la razón militaban por don +Gómez; pero don Pedro tenía a su favor las naturales inclinaciones de +la reina.</p> + +<p>Aún no había pasado un mes desde que esta señora se hallaba en +Burgos, y ya su conducta era totalmente distinta que cuando llegó a +aquella capital de sus estados.<span class="pagenum" id="Page_37">p. +37</span> Consultaba como siempre los arduos negocios del reino con el +conde de Candespina; mas en vez de seguir solamente su dictamen, como +al principio lo hacía, nunca dejaba de pedir el suyo al conde de Lara, +cuya influencia y valimiento se aumentaban visiblemente. Mas a pesar +de todo no estaba don Pedro satisfecho, conociendo que la lucha era +todavía muy desigual, pues al cabo no podía desvanecer los servicios +positivos de don Gómez. Se le ocurrió para alejarle de la reina un +expediente plausible, y se lo propuso a esta en ocasión de un festín +que se daba en el alcázar. El de Candespina rara vez concurría a tales +asambleas, que no aprobaba mucho, pareciéndole que las circunstancias +eran todavía harto peligrosas para pensar en diversiones; y +precisamente por la misma razón de que él no iba a ellas, las promovía +su rival con más empeño.</p> + +<p>—Pensativo estáis, conde de Lara —dijo la reina,<span +class="pagenum" id="Page_38">p. 38</span> viendo que por primera vez no +tomaba este, al parecer, interés en la brillante reunión que encerraba +el alcázar.</p> + +<p>—Confieso a Vuestra Alteza —contestó el conde— que lo estoy más de +lo que yo quisiera.</p> + +<p>—¿Estaríais por ventura enamorado?</p> + +<p>—Pudiera decir a Vuestra Alteza que sí, en caso de poderse +llamar amor el que se profesa a un dios; pero debe decirse de esto +adoración.</p> + +<p>—Sutil estáis; pero al cabo no sabremos qué os ocupa tanto el +pensamiento.</p> + +<p>—Lo que siempre, señora; los intereses de Vuestra Alteza.</p> + +<p>—¿Mis intereses? Yo os lo agradezco. ¿Y no me diréis qué punto de +ellos es el que tan importante os parece que ni aquí podéis apartarlo +de la memoria?</p> + +<p>—¿Y cuándo se aparta Vuestra Alteza de ella? Pero Vuestra Alteza me +permitirá que le haga presente que este paraje no es el más oportuno +para tratar negocios de importancia.</p> + +<p>—Sin embargo, habréis de decírmelo, pues aunque reina soy mujer y, +como<span class="pagenum" id="Page_39">p. 39</span> tal, curiosa.</p> + +<p>—La voluntad de Vuestra Alteza es ley para mí.</p> + +<p>—Decid, pues.</p> + +<p>—Pensaba, señora, que don Alfonso no dejará de tener sus agentes +en Compostela, y que la presencia de Vuestra Alteza en aquella +ciudad sería muy útil para la pronta y mejor decisión del juicio en +cuestión.</p> + +<p>—No está mal pensado, conde de Lara, y yo os agradezco la solicitud; +pero no me parece prudente dejar Castilla en este momento.</p> + +<p>—Vuestra Alteza juzga con su acostumbrado tino, mas no sería +imposible obviar ese inconveniente.</p> + +<p>—No lo alcanzo.</p> + +<p>—Por ejemplo, si Vuestra Alteza dejase en estos reinos una persona +de toda su confianza, como el conde de Candespina, ¿no bastaría su +presencia para mantenerlos en la debida obediencia?</p> + +<p>—Pudiera ser.</p> + +<p>—Verdad es que tendría Vuestra Alteza que privarse por algún tiempo +de sus consejos: mas doña Urraca ¿de quién necesita para dirigirse?</p> + +<p>—Pensaré en vuestro proyecto, que no me parece<span class="pagenum" +id="Page_40">p. 40</span> despreciable.</p> + +<p>—Mis intenciones, al menos...</p> + +<p>—Conde de Lara, estoy penetrada de ellas.</p> + +<p>Así se terminó con no poco placer de don Pedro esta conversación. +Lejos del conde de Candespina veía muy bien que no tardaría en ser +pronto el privado de la reina, y una vez llegado a tal punto no contaba +dejar espacio a su rival para perjudicarle.</p> + +<p>La reina, por su parte, empezaba a cansarse de la estancia en +Burgos, y tanto para variar de posición, como con la idea de acelerar +su divorcio, resolvió su viaje a Compostela, anunciándoselo así al +conde de Candespina la mañana misma que siguió a la noche del festín de +que acabamos de hablar.</p> + +<p>Don Gómez, a pesar de que sentía vivamente tener que separarse +de la reina, no se atrevió a oponerse a su voluntad; y consintió, +aunque no sin pena, en sacrificar sus intereses personales a los de +doña Urraca.<span class="pagenum" id="Page_41">p. 41</span> Esta se +manifestó con él tan cariñosa en aquella ocasión, que poco le faltó +ya al conde para arrojarse a sus pies y declarar abiertamente su +pensamiento; se contuvo, sin embargo, reflexionando que aún era esposa +de otro, y reservó para tiempo oportuno manifestar sus pretensiones. +Siendo tan ajena la envidia del carácter de Candespina como la +cobardía, no le alarmó la privanza del conde de Lara: conocía su +infinita superioridad sobre él, y ni por el pensamiento le pasaba que +la reina pudiera nunca escoger a don Pedro para marido.</p> + +<p>Sin duda no era aún en aquel tiempo proverbial la sentencia de que +cuando las mujeres tienen en que escoger, escogen lo peor, que está muy +vulgarizada en nuestro siglo.</p> + +<figure class="figcenter mt3"> + <img src="images/t169.jpg" + style="width: 6em; height: auto;" + alt="Viñeta ornamental"> +</figure> + +<hr class="chap x-ebookmaker-drop"> + + +<div class="chapter pt3" id="Ch4"> + <p><span class="pagenum" id="Page_42">p. 42</span></p> + <h2 class="nobreak g0">CAPÍTULO IV</h2> +</div> + +<p class="ti0"><span class="cap">E</span><span class="rest">n +tanto</span> que pasaba en Burgos lo que acabamos de referir, llegó +el conde de Ansúrez a Valladolid, y sabiendo que el pontífice había +nombrado juez a don Diego Gelmírez en el pleito del divorcio de los +reyes, no dudó un momento en abandonar el partido aragonés, y en efecto +proclamó que reconocía la autoridad de doña Urraca y que sometía a +ella cuantas ciudades, villas y aldeas de él dependían, haciéndoselo +saber a la corte por medio de un mensaje. Bien hubiera querido doña +Urraca despojarle de todos sus estados, pero el conde de Candespina +se lo disuadió, y la única medida de precaución que se tomó fue la +de poner alcaides de conocida fidelidad a la reina en los castillos +y fortalezas que habían hasta allí seguido el bando aragonés. Mas +don Pedro,<span class="pagenum" id="Page_43">p. 43</span> al mismo +tiempo que trataba de reconciliarse con sus compatriotas, no quiso +perder enteramente la gracia del rey de Aragón, por si un día variaban +de aspecto los negocios. Difícil empresa era la de conservar a un +tiempo la amistad de dos potencias enemigas, como Castilla y Aragón, +gobernadas por dos esposos a punto de divorciarse; pero sin embargo +creyó el conde de Ansúrez haber hallado medio para conseguirlo. Con +este objeto salió de Valladolid para Aragón, llevando en su compañía +algunos criados, y cuando estuvo en el pueblo donde momentáneamente se +hallaba don Alfonso, se presentó ante él vestido de ropas de sayal, +cubierta la cabeza de ceniza, ceñido el cuello con una cuerda de +esparto y descalzos los pies,<a id="FNanchor_1" href="#Footnote_1" +class="fnanchor">[1]</a><span class="pagenum" id="Page_44">p. +44</span> que más parecía penitente o ajusticiado que noble castellano. +Fue esto en ocasión que el rey salía de su alojamiento con algunos +cortesanos, y viendo aquel hombre tan extrañamente aderezado, se paró a +considerarle preguntándole:</p> + +<div class="footnote"> + +<p><a id="Footnote_1" href="#FNanchor_1" class="label">[1]</a> El hecho +que aquí se refiere es absolutamente histórico, y conviniendo en su +relación cuantos han escrito sobre la materia, desgraciadamente para la +memoria del conde, es indudable.</p> + +</div> + +<p>—¿Qué es eso, hermano, qué os ha acaecido que así venís?</p> + +<p>—Vuestra Alteza no me conoce —contestó el conde—, y yo...</p> + +<p>—¿Cómo, traidor, osas ponerte en mi presencia? ¡Hola! Prendedle.</p> + +<p>—Rey Alfonso, escuchadme. Vedme aquí a vuestros pies: yo os he +servido fiel y lealmente mientras he podido hacerlo; pero Dios dispuso +las cosas de distingo modo del que vos y yo esperábamos. No fui yo +quien sacó a la reina de Soria.</p> + +<p>—¿Ni quien puso en su poder las plazas de Castilla la Vieja?</p> + +<p>—He debido hacerlo. Toda Castilla...</p> + +<p>—Callad, noramala, y quitaos de mi presencia, o pesaros ha.</p> + +<p>Volvió con esto el rey la espalda al conde, dejándole mohíno y +pesaroso del mal<span class="pagenum" id="Page_45">p. 45</span> +efecto que produjo su mojiganga. Desde allí regresó a Valladolid, +donde despreciado por todos los partidos, empleó a lo menos útilmente +el resto de sus días fundando diversos establecimientos piadosos, y +construyendo varios edificios públicos, entre los cuales el puente que +aún existe en aquella ciudad.</p> + +<p>La reina, en este intermedio, se había trasladado con toda su corte +a Compostela, donde estaba su hijo del primer matrimonio, a la sazón +aún muy niño. Don Pedro de Lara, que la acompañó en aquel viaje, +era quien todo lo gobernaba en su casa. Insensiblemente y a fuerza +de lisonjas llegó a adquirir tal ascendiente sobre el ánimo de doña +Urraca que no sabía esta dar un paso sin su consejo. Poco a poco fue +abandonando la aparente moderación de que al principio usaba: todo +había de humillarse en su presencia, so pena de caer en desgracia el +que osara resistirle;<span class="pagenum" id="Page_46">p. 46</span> +y no contento con avasallar a los que dependían de la corte de +Castilla, quiso hacerlo del mismo modo con los grandes de Galicia. +Pero aquellos magnates tenían sobrado orgullo para ceder, y tanto más +cuanto que a la sazón no eran realmente súbditos de doña Urraca, pues +al morir el padre de esta princesa legó en su testamento a su nieto +don Alfonso el condado independiente de Galicia; y a más, como ya se +ha dicho, le habían aclamado rey de Castilla sus tutores los condes +de Traba. Estos, que eran dos hermanos de linaje esclarecido y gran +poder en Galicia, no podían tolerar las altanerías del conde de Lara; +diariamente había entre ellos competencias sobre la preferencia en +los asientos en asambleas y funciones; de estas nimiedades se pasó, +como de ordinario sucede, a cosas de mayor importancia; y, por último, +ambos partidos se declararon la guerra abiertamente. Doña Urraca,<span +class="pagenum" id="Page_47">p. 47</span> cediendo a las sugestiones +de su privado, jamás quiso tratar a su hijo más que como a conde de +Galicia, y los hermanos Traba pretendían que el conde de Candespina le +había reconocido en nombre de Su Alteza como rey de Castilla. De aquí +resultó que los compostelanos empezaron a mirar con no poca animosidad +a doña Urraca, y que por fin estalló el furor popular de una manera +espantosa.</p> + +<p>En ocasión de una fiesta que se celebraba en la metropolitana +iglesia de Compostela, se empeñó el conde de Lara en que la reina +había de ocupar asiento preferente al de su hijo don Alfonso, y aunque +los tutores de este al principio oponían una obstinada resistencia, +cedieron sin embargo a las súplicas del dignísimo arzobispo don Diego +Gelmírez. Llegó en efecto el día de la fiesta, y la reina ocupó su +asiento sin dificultad; pero apenas vieron los gallegos al niño don +Alfonso pospuesto<span class="pagenum" id="Page_48">p. 48</span> a su +madre, cuando, arrebatados de saña, salieron del templo, y ya fuera de +sí con la cólera, se amotinaron pidiendo a voz en grito la cabeza de +don Pedro de Lara y trataron con sobrado desacato la persona misma de +doña Urraca. Conoció esta, aunque tarde, su imprudencia, y entonces +echó de menos por primera vez a su leal don Gómez. Concluido el oficio +divino, se trató de salir de la iglesia; pero el populacho furioso +la rodeaba: los mismos condes de Traba procuraban en vano calmar el +tumulto, y empezaban a temer algún funesto acontecimiento.</p> + +<p>La reina y sus damas más parecían cadáveres que personas vivientes; +el conde de Lara, poseído de un terror pánico, no acertaba a proferir +una palabra; y solos tres individuos conservaban alguna sangre fría en +aquel trance, que eran el arzobispo, Hernando de Olea y su inseparable +compañero don Diego López. Estos<span class="pagenum" id="Page_49">p. +49</span> dos últimos opinaban que formando un escuadrón los +cortesanos, saliesen espada en mano con la reina y sus damas; pero don +Diego Gelmírez no quiso consentir en ello.</p> + +<p>—Harta sangre de cristianos —dijo— ha sido derramada por cristianos; +y los enemigos de Dios triunfan con nuestras criminales enemistades. En +nombre del que todo lo puede os prohíbo hacer uso de las armas.</p> + +<p>—Padre mío —le contestó la reina—, vuestra elocuencia podrá tal vez +calmar a esos furiosos.</p> + +<p>—Señora, mi elocuencia es ninguna; pero Dios, que ve la pureza de +mis intenciones, hablará por su siervo.</p> + +<p>—Sí —dijo por fin el conde de Lara—, habladles, santo pastor, y tal +vez...</p> + +<p>—Tal vez —interrumpió Hernando, no pudiendo ya contenerse—, tal vez +valiera más que vuestras locuras no hubieran irritado a ese pueblo.</p> + +<p>Iba el conde a contestar, mas el arzobispo y la reina interpusieron +su autoridad, lo que<span class="pagenum" id="Page_50">p. 50</span> +acaso no hubiera bastado para detener a Hernando, ya ciego de cólera; +pero doña Leonor asiéndole del brazo no tuvo más que decirle, con una +voz que penetró hasta lo íntimo de su corazón, «¡Hernando mío!», y el +irritado león se convirtió en manso cordero.</p> + +<p>Salió sin perder tiempo el arzobispo a arengar al pueblo: el +espíritu divino parecía inspirarle; sus razones eran concluyentes; +mas el furor dominaba a los gallegos, y se obstinaron en que a nadie +dejarían salir del templo más que a los sacerdotes, si no se entregaba +a su venganza el conde de Lara. No faltó quien opinase entre los +cortesanos que, pues la necesidad lo exigía, debía sacrificársele +al interés general; mas ni la reina lo hubiera consentido nunca, ni +aprobádolo la mayoría de aquellos caballeros. Probáronse en vano todos +los medios imaginables para aplacar a los amotinados, y la ansiedad de +la corte<span class="pagenum" id="Page_51">p. 51</span> de doña Urraca +no podía ser ya mayor, cuando el arzobispo imaginó un expediente tan +ingenioso como arriesgado para él, con que salvar a los castellanos. +Se despojó de sus sagradas vestiduras y cubrió con ellas al conde de +Lara, quien a favor de este disfraz salió de la iglesia sin que nadie +se lo estorbara, rodeado por los familiares del arzobispo, que tenían +los curiosos a suficiente distancia para que no pudiesen conocerle; y +pasado el tiempo que creyó bastante para que el conde, según habían +concertado, saliese a caballo de Compostela, se mostró el mismo prelado +al pueblo: le hizo relación del ardid de que se había valido para +evitar que cometiese un crimen horrendo.</p> + +<p>—Y si necesitáis absolutamente para calmar vuestra ira una víctima +—dijo—, aquí me tenéis; pronto estoy a terminar, por complaceros, +una vida que toda entera os he consagrado. Pero cuando el Dios de +las venganzas<span class="pagenum" id="Page_52">p. 52</span> me +pregunte: «¿Qué has hecho del rebaño que te he confiado?». «Señor», +diré, «el enemigo del género humano se ha apoderado de él, mis ovejas +descarriadas corren ciegas a la perdición». Y entonces el Omnipotente, +soltando la rienda a su irresistible enojo, dejará caer sobre vosotros +todo el peso de su ira. La maldición de Dios... Pero no, compostelanos: +aún es tiempo de reparar vuestras faltas. Acatad en la persona de doña +Urraca la imagen de Dios en la tierra; dejadla salir libremente y yo +imploraré para vosotros la divina misericordia.</p> + +<p>Este breve discurso, las sugestiones caritativas de varios +eclesiásticos que andaban mezclados entre el pueblo, y la idea de +que ya se les había escapado el objeto principal de su venganza, +redujeron a los rebeldes a términos más razonables, haciéndoles por +fin consentir en dar libertad<span class="pagenum" id="Page_53">p. +53</span> a la reina, con condición de que saliera en las veinticuatro +horas de Compostela, reconociendo antes el título de rey de su hijo y +su soberanía especial e independiente en el condado de Galicia. En todo +consintió doña Urraca, y todo lo cumplió exactamente, pues suplicando +al arzobispo el pronto despacho del pleito de su divorcio, salió +aquella misma tarde para León.</p> + +<p>Tales eran los aciagos sucesos del partido de doña Urraca en +Galicia, mientras que el conde de Candespina, su leal servidor, lograba +a fuerza de actividad, talento y política, reducir a su obediencia a +Castilla y a León, y organizar un ejército capaz de hacer frente a +don Alfonso, quien, habiendo hecho treguas con los navarros, era de +presumir volviese las armas contra su mujer. Así lo hizo en efecto; +pero sabedor de que doña Urraca se hallaba en Galicia, e ignorando el +suceso<span class="pagenum" id="Page_54">p. 54</span> por el que tuvo +que ausentarse de aquel reino antes de lo que pensaba, se encaminó +contra él. Derrotó completamente al ejército gallego, mandado por los +hermanos Traba, y es posible que su hijastro hubiera caído en sus +manos, si el arzobispo de Compostela no se hubiera refugiado con él +en Portugal. Con noticia de estos acontecimientos trajo el conde de +Candespina sus tercios a las fronteras de Galicia; pero la llegada +del invierno terminó aquella campaña sin dar lugar a que castellanos +y aragoneses viniesen a las manos, retirándose los primeros a sus +cuarteles de invierno, y los segundos, ricos con los despojos de los +infelices gallegos, a su patria. A pesar de la agitación continua en +que las circunstancias tuvieron todo aquel tiempo a don Diego Gelmírez, +no descuidó el íntegro prelado el examen del casamiento de doña Urraca +con el rey de Aragón; y después de haberlo todo<span class="pagenum" +id="Page_55">p. 55</span> considerado con el tino y prudencia que le +caracterizaban, declaró poco tiempo después de su regreso a Compostela, +que en nombre del Sumo Pontífice decidía ser enteramente nulo el +matrimonio de la reina de Castilla, promulgando su sentencia con las +formalidades de costumbre.</p> + +<figure class="figcenter mt3"> + <img src="images/t072.jpg" + style="width: 5em; height: auto;" + alt="Viñeta ornamental"> +</figure> + +<hr class="chap x-ebookmaker-drop"> + + +<div class="chapter pt3" id="Ch5"> + <p><span class="pagenum" id="Page_56">p. 56</span></p> + <h2 class="nobreak g0">CAPÍTULO V</h2> +</div> + +<p class="ti0"><span class="cap">A</span><span +class="rest">provechando</span> el conde de Candespina las treguas +que en aquellos tiempos daba el invierno a la guerra, fue a León, +ciudad en que doña Urraca tenía entonces su corte, movido tanto por +el deseo de verla como por el de empezar a disponer las cosas para su +proyecto favorito; pues, disuelto ya el matrimonio de la reina, su +pretensión era legal. La manera con que doña Urraca se había separado +de él, prodigándole las señales del más sincero afecto, le hacía +creer con fundamento que sus proposiciones serían favorablemente +acogidas, y entregado a las más lisonjeras esperanzas dio vista a +las torres de la ciudad de León; pero aún distaría una media legua +de ella cuando salió a recibirle su fiel amigo Hernando de Olea. +Pasada<span class="pagenum" id="Page_57">p. 57</span> la alegría +del primer momento, trabaron conversación como era natural sobre lo +ocurrido en Galicia, y después de haber Hernando referido aquellos +acontecimientos:</p> + +<p>—Cómo ha de ser —dijo el conde—, ya no tiene remedio. Decidme ahora +algo de vuestros asuntos: ¿cuándo os casáis con la bella Leonor?</p> + +<p>—No se tardará mucho, don Gómez; por la reina ya estaría hecho, pero +yo...</p> + +<p>—¡Es posible! ¿Por vos, Hernando, se ha diferido?</p> + +<p>—Sí, conde, por mí: ¿había yo de casarme sin estar vos presente? No +por cierto.</p> + +<p>—Conque en efecto la reina continúa interesándose por vos.</p> + +<p>—¿Qué sé yo? No es todo oro lo que reluce.</p> + +<p>—¿Cómo? No os entiendo.</p> + +<p>—Ni es fácil; porque mientras habéis estado ausente son tantas las +mudanzas que ha habido... Pero vos lo veréis por vuestros propios +ojos.</p> + +<p>—Explicaos, en nombre del cielo.</p> + +<p>—No quisiera anticiparos un disgusto.</p> + +<p>—Hernando, en<span class="pagenum" id="Page_58">p. 58</span> nombre +de la amistad que nos une, decidme qué es lo que se ha mudado.</p> + +<p>—Todo: doña Leonor no goza ya de la privanza que antes con la reina; +Hernando y don Diego López son respetados en la corte porque es fama +que tienen muy larga la espada; el nombre de Candespina se pronuncia +aún alguna vez en el alcázar, pero a modo de palabra de conjuro, en voz +baja y como si fuera un delito.</p> + +<p>—¡Qué me decís!</p> + +<p>—¿Os sorprende? Es natural.</p> + +<p>—Si me lo dijera otro que vos, no lo creyera.</p> + +<p>—Mirad, conde, yo lo estoy viendo y apenas lo creo. Por lo mismo +he ocultado en León vuestra llegada. Nadie en la corte sino don Diego +y yo os espera: nadie está prevenido. Fácil os será, sorprendiéndolos, +convenceros de mi verdad.</p> + +<p>—¿Pero a qué atribuir tan extraña mudanza? Cuando la reina salió de +Burgos...</p> + +<p>—Cuando la reina salió de Burgos estaba muy reciente el servicio +que<span class="pagenum" id="Page_59">p. 59</span> acababais de +hacerla, y no había tenido tiempo aún el vil don Pedro González...</p> + +<p>—¡Hernando! ¡Hernando! ¿De un noble habláis así?</p> + +<p>—Su nacimiento podrá ser noble; pero sus hechos son villanos. +Siempre adulando al que tiene delante: siempre calumniando a los +ausentes...</p> + +<p>—Pero veamos...</p> + +<p>—No hay más que ver sino que parece que ha hechizado a la reina. +Perdóneme Dios; pero imposible es que no haya brujería.</p> + +<p>—Dejad por la Virgen Santa eso, y decidme si, en fin, doña Urraca se +ha mudado completamente.</p> + +<p>—Pluguiera a Dios que yo me engañase; pero está desconocida. +Castellar y Soria han desaparecido de su imaginación; no hay +aragoneses que puedan contrastarla; y todo en el mundo se cifra en ese +malaventurado don Pedro, que a fuerza de reverencias y palabras blandas +la ha trastornado.</p> + +<p>—¿Y es posible que haya caído en redes tan groseras?</p> + +<p>—Es mujer, y...</p> + +<p>—Teneos;<span class="pagenum" id="Page_60">p. 60</span> es nuestra +reina.</p> + +<p>—Vos lo veréis.</p> + +<p>—Podrá ser; pero nunca me olvidaré de que soy su vasallo.</p> + +<p>—Ni yo, don Gómez; mas me duele ver que un miserable se lleve el +fruto de vuestras fatigas.</p> + +<p>—Dejémoslo a la mano de Dios, que él lo dispondrá como más +convenga.</p> + +<p>Razonando así llegaron a León. No dudaba el conde de la sinceridad +de su amigo; pero como a pesar de todo el cariño que le profesaba no +tenía la más alta idea de su penetración, dudó dar crédito a cuanto le +refería, creyendo se hubiese fascinado por un exceso de amistad. Sin +embargo, se engañaba: la privanza del conde de Lara era tan pública +que no se necesitaba más que tener ojos para verla; y por otra parte, +el frecuente trato con su futura esposa Leonor había civilizado, +por decirlo así, a Hernando. De todos modos el conde, lleno de dudas +harto fatales, hizo que su amigo anunciase a la reina su<span +class="pagenum" id="Page_61">p. 61</span> llegada; pidiendo al mismo +tiempo permiso para presentarse a besar sus pies. Fue Hernando a +desempeñar aquella comisión precisamente en un momento en que el conde +de Lara se hallaba en compañía de la reina.</p> + +<p>—¡Don Gómez en León! —exclamó algún tanto turbada doña Urraca.</p> + +<p>—¿Sin consentimiento de Vuestra Alteza? —añadió imprudentemente +Lara.</p> + +<p>—¿Por ventura estaba desterrado el conde de Candespina? —le preguntó +Hernando arrojándole una furiosa mirada al mismo tiempo.</p> + +<p>—Y bien, decidle que puede desde luego presentársenos.</p> + +<p>—Vuestra Alteza será obedecida.</p> + +<p>Salió Hernando y quedaron solos la reina y Lara, pensativos además +uno y otro. Por primera vez meditaba doña Urraca en qué había dejado +que, bajo todos aspectos, adquiriese demasiado ascendiente en su +espíritu el rival del conde de Candespina. Las pretensiones de este +a su mano estaban autorizadas, no solo por sus<span class="pagenum" +id="Page_62">p. 62</span> recomendables prendas y servicios relevantes, +sino además por la opinión del pueblo y el voto expreso de la mayoría +de la nobleza; su conciencia decía a la reina que si algún hombre era +acreedor a ser su esposo, sin duda había de ser el conde de Candespina; +pero su inclinación hablaba a favor de Lara. Como hábil cortesano +había de tal modo llegado a comprender don Pedro el carácter de doña +Urraca que ella misma no se entendía tan bien como él. Debilidades, +virtudes, inclinaciones, antipatías, de todo sabía aprovecharse, todo +servía para sus fines. Sin embargo, la repentina llegada de su rival no +dejaba de sobresaltarle. Don Gómez era hombre que tenía en sí tantos o +más recursos que él para emplearlos en la intriga, si quería hacerlo; +y si hasta allí había desdeñado tales medios, ¿quién aseguraba que en +adelante haría lo mismo? Estas y otras reflexiones análogas ocuparon +largo<span class="pagenum" id="Page_63">p. 63</span> rato a doña +Urraca y a don Pedro, hasta que pareciendo volver este en sí, dirigió en +tono abatido la palabra a la reina de este modo:</p> + +<p>—Vuestra Alteza me dará su permiso para que yo me retire.</p> + +<p>—¿Y para qué? ¿Dónde vais?</p> + +<p>—Señora, mi presencia en este momento, cuando no molesta, es al +menos inútil.</p> + +<p>—Si lo fuera, la reina os lo hubiera manifestado.</p> + +<p>—No quiera Dios que yo ofenda a Vuestra Alteza; pero Vuestra Alteza +va a recibir...</p> + +<p>—¿Al conde de Candespina?</p> + +<p>—Sí, señora, a ese mortal privilegiado que dos veces ha tenido la +dicha de salvar a Vuestra Alteza; al que una vez fue propuesto para +vuestro esposo.</p> + +<p>—Vuestra presencia no me impedirá el recibirle.</p> + +<p>—¡Señora!</p> + +<p>—Quedaos.</p> + +<p>—Por cuanto hay de sagrado suplico a Vuestra Alteza que me permita +retirarme.</p> + +<p>—¿No podré yo saber qué razones son las que producen tan extraña +conducta?</p> + +<p>—Permítame Vuestra Alteza que calle.</p> + +<p>—No puede ser; explicaos.</p> + +<p>—Vuestra Alteza quiere<span class="pagenum" id="Page_64">p. +64</span> que yo mismo pronuncie mi sentencia de muerte.</p> + +<p>—¿Qué estáis diciendo, conde de Lara? ¿Habéis perdido el juicio?</p> + +<p>—Sí, señora, loco debo de estar pues he osado...</p> + +<p>—¿Qué es lo que habéis osado?</p> + +<p>—Voy a decirlo; pero al menos prométame Vuestra Alteza su +indulgencia.</p> + +<p>—Concedida; hablad.</p> + +<p>—Y bien, señora, mi temeridad es inaudita: miserable mortal, me +he atrevido a poner los ojos en el cielo. Amo, adoro, idolatro a +Vuestra Alteza —dijo esto arrojándose a los pies de la reina—. Me +habéis prometido indulgencia. Sabéis mi fatal secreto; queréis aún que +presencie el triunfo del que...</p> + +<p>—Basta; reportaos, que alguien se acerca —y humedecidos los ojos +tendió la mano a Lara para ayudarle a levantarse.</p> + +<p>Un hombre se acercaba en efecto, y era el mismo conde de Candespina. +Jamás hubo personas más turbadas que la reina y los dos condes. El de +Candespina a pesar<span class="pagenum" id="Page_65">p. 65</span> +de venir ya prevenido por Hernando, no quería dar crédito a sus ojos +viendo la reserva de doña Urraca; esta, después de haberse informado +de la salud de don Gómez, hizo rodar la conversación sobre asuntos +políticos, con objeto de serenarse y disimular más bien su turbación; y +Lara, recobrando en un instante su aire apacible y lisonjero, se mostró +con el conde de Candespina como hubiera podido hacerlo su más sincero +amigo.</p> + +<p>La posición de los tres actores de aquella escena era tan violenta +que no podía ser de larga duración. Don Gómez, que apenas acertaba +a contener su enojo, fue quien primero pidió a doña Urraca permiso +para retirarse, y ella, temiendo quedarse de nuevo a solas con Lara, +le hizo seña para que saliese al mismo tiempo que el de Candespina. +Salieron pues juntos ambos magnates de la cámara de la reina, absortos +cada uno en reflexiones bien distintas en su<span class="pagenum" +id="Page_66">p. 66</span> especie: Lara, a quien no se ocultó la +profunda emoción que causó en la reina su amorosa declaración, y que +había presenciado la fría acogida que obtuvo su rival, rebosaba de +júbilo y daba libre curso a los ambiciosos proyectos de su fantasía; +Candespina, por el contrario, tocando la triste verdad de cuanto su +amigo le había dicho, veía perdido todo el fruto de sus incesantes +trabajos, sin saber a qué atribuirlo ni qué partido tomar. Todas las +pasiones imaginables combatían a un tiempo su despedazado corazón, y +a dar en hombre menos firme en la senda de la virtud, hubieran podido +producir grandes trastornos en Castilla; pero el conde de Candespina +no se desviaba jamás del camino recto. «Desconoce mi lealtad —decía +entre sí—; paga mis servicios con frases estudiadas y vacías de +sentido; prefiere el dulce veneno de la lisonja a la santa verdad que +me es imposible ocultar. No importa: siempre<span class="pagenum" +id="Page_67">p. 67</span> es mi reina; mi vida es suya; consagrémosla +a su servicio, y tal vez cuando yo no exista lograré al menos que mi +memoria le cueste alguna lágrima».</p> + +<p>Pero a pesar de toda su filosofía, aquel golpe fue mortal para don +Gómez. Llegó a su casa tan demudado que los criados se asustaron al +verle, mas él, asegurándoles que nada tenía de particular, se encerró +en su cuarto dando orden que a nadie se dejase entrar, incluso al mismo +Hernando de Olea. Así permaneció luchando entre mil afectos contrarios +hasta el siguiente día por la mañana, que dio la orden de que todo se +hallase dispuesto para salir de León antes de dos horas, y en seguida +salió dirigiéndose al alcázar.</p> + +<p>No había pasado aquellas veinticuatro horas doña Urraca muy +agradablemente: la inclinación y el deber la indicaban dos caminos +opuestos uno al otro. Su corazón se había ya decidido; pero la<span +class="pagenum" id="Page_68">p. 68</span> justicia clamaba contra +aquella elección, y la reina no podía acallar el grito de su +conciencia. Por otra parte no tenía a quien acudir pidiendo consejo; +su confidente Leonor, apasionada y prometida esposa de Hernando de +Olea, era demasiado parcial de Candespina para contar con ella; y las +demás señoras que la servían, no habían llegado a adquirir suficiente +confianza para depositar en ellas secreto de tanto peso. La reina no +había querido recibir a nadie en particular, ni menos presentarse +en público; pero cuando la anunciaron que el conde de Candespina +solicitaba una audiencia, no se atrevió a negársela.</p> + +<p>—Decidle que a nadie he recibido, pero que a él no sabré rehusarle +que me hable cuando quiera —dijo a la dama que había entrado el recado, +y cuando salió de la cámara añadió a media voz—: ¡cuán caros me cuestan +tus servicios, conde de Candespina!</p> + +<figure class="figcenter mt3"> + <img src="images/t085.jpg" + style="width: 5em; height: auto;" + alt="Viñeta ornamental"> +</figure> + +<hr class="chap x-ebookmaker-drop"> + + +<div class="chapter pt3" id="Ch6"> + <p><span class="pagenum" id="Page_69">p. 69</span></p> + <h2 class="nobreak g0">CAPÍTULO VI</h2> +</div> + +<p class="ti0"><span class="cap">P</span><span class="rest">or</span> +más que un soberano quiera ocultar sus inclinaciones; por más estudio +que ponga para que los que le rodean no conozcan quién es la persona +que mayor afecto le merece, puede decirse que es casi imposible que +los cortesanos no lleguen a descubrirlo. Únicamente ocupados en espiar +las acciones del príncipe, son como la ligera veleta que varía de +dirección a impulso del más apagado soplo del viento; el ensalzado +conoce su fortuna en las adoraciones que los palaciegos le tributan +antes que en los favores del soberano; y el pobre caído preverá su +próxima desgracia, por poco tacto que tenga, en la imprudente altanería +con que le tratarán. Decimos esto porque era curioso y deplorable +a un tiempo observar la diversa conducta<span class="pagenum" +id="Page_70">p. 70</span> de la mayor parte de los cortesanos de +Castilla respecto al conde de Candespina, antes de su ausencia y +después de su regreso. Entonces no se hablaba más que de su valor +y magnanimidad: el uno decía que era el mejor capitán de su siglo; +el otro que no había hombre de estado que le igualase en saber; y +el de más allá le citaba como el espejo de los caballeros. Todos se +honraban con su amistad; haber hablado con el conde de Candespina un +cuarto de hora seguido era una dicha de que se hacía el mayor aprecio, +y el favorecido tenía cuidado de recoger las expresiones del héroe +de Castellar para repetirlas como otros tantos apotegmas y textos +sagrados. Un enjambre de hambrientas moscas no acude más presuroso a +los panales que la multitud de los cortesanos corría en los salones del +alcázar de Burgos a colocarse de modo que cada uno de ellos pudiera +hacerse visible personalmente<span class="pagenum" id="Page_71">p. +71</span> al libertador de la reina. Los menores movimientos de su +rostro, una sonrisa, un gesto hecho impensadamente, el aire más o menos +preocupado de su persona; todo daba pábulo a las conversaciones; todo +producía interminables conjeturas. ¡Cuán diferente cuadro se hubiera +presentado a la vista del observador en el alcázar de León!</p> + +<p>Seguía el conde de Candespina a una dama de la reina que le guiaba +a la cámara de su señora; y ambos caminaban tan despacio y tan +cabizbajos que era imposible verlos sin adivinar que cada uno iba +entregado a sus reflexiones particulares, prescindiendo absolutamente +del otro. La más profunda tristeza se veía estampada en el rostro +de Candespina: no había podido perder aquella fisonomía, su natural +nobleza; mas tampoco conservaban sus ojos la generosa audacia que +le caracterizaba en tiempos más dichosos. La<span class="pagenum" +id="Page_72">p. 72</span> posición de los cortesanos era verdaderamente +crítica. Si otro cualquiera hubiese caído de la gracia de la reina, +tenían ya marcada la senda que seguir, cortando con él todo género de +comunicaciones y afectando tratarle con el más alto desprecio. Pero +con el conde de Candespina les era imposible portarse de tal modo. +Las razones eran muchas y muy claras: ciertamente el conde don Gómez +había cesado de ser el favorito de la reina; pero estaba lejos de +hallarse malquisto de ella. Lara era el más querido; Candespina el más +estimado; aquel el más obedecido; este el más respetado. Tratar con +desprecio al conde de Candespina era arriesgarse a probar los filos de +su terrible tizona; conservar con él los mismos ademanes respetuosos +que en otro tiempo era perderse para siempre con el conde de Lara. ¿Qué +hacer, pues? ¿Cómo navegar en aquel mar sembrado de escollos? Un solo +arbitrio les<span class="pagenum" id="Page_73">p. 73</span> quedaba: +la fuga; y en efecto lo adoptaron. Nunca bandada de tímidas palomas se +dispersa con más prontitud al acercarse el milano; ni huye más ligero +el ciervo acosado por los lebreles a la espesura del bosque como, al +presentarse don Gómez por segunda vez en el alcázar, se dispersaban +y huían los áulicos de su presencia, evitando hasta el tener que +saludarle. Era de ver la perplejidad de los que más torpes o menos +ligeros no pudieron evitar su encuentro de ningún modo: unos para salir +del compromiso fingían hallarse sumamente acalorados en la discusión +de cualquier punto; otros, no tan discretos, se resolvían a saludar, +y nada más ridículo, nada más asqueroso, permítasenos la expresión, +que la manera con que lo hacían. Temor, vileza, falsedad, todo se veía +pintado en su mirar oblicuo, engañosa sonrisa y ademanes encogidos. En +otra ocasión se hubiera el conde reído de ellos,<span class="pagenum" +id="Page_74">p. 74</span> pero entonces puede decirse que ni los +vio. Sus esperanzas destruidas en un solo instante, la felicidad de +Castilla comprometida, y la existencia política de la misma doña +Urraca aventurada, confiándose las riendas del gobierno a su rival, le +ocupaban exclusivamente; y así llegó a presencia de la reina, sin haber +reparado en ninguno de cuantos encontró al paso.</p> + +<p>No era posible presentarse a doña Urraca en ocasión más oportuna +para los intereses del conde de Candespina: la especie de reclusión +en que la reina pasó las veinticuatro horas que hemos dicho había +dispuesto su espíritu de muy distinto modo que se hallaba el día +anterior. Lara no la había podido ver de ningún modo: doña Urraca +conocía su debilidad; recibirle y exponerse a que renovara la plática +de su amor era arriesgarse a darle, a su pesar tal vez, esperanzas a +cuya realización se oponían gravísimas razones.<span class="pagenum" +id="Page_75">p. 75</span> Quiso pues tomarse tiempo para fortificarse +en la resolución de prohibirle que la requiriese de amores, y cuantas +reflexiones hacía con este objeto redundaban en favor de don Gómez.</p> + +<p>El semblante de este descubrió desde luego a la reina la agitación +en que se hallaba; y como la causa de ella no podía tampoco +ocultársela, se conmovió singularmente.</p> + +<p>—Entrad, conde —le dijo—, y sentaos, que vuestra salud no parece +mucho mejor que la mía.</p> + +<p>—Mi salud, señora, es harto buena. ¡Ojalá!... Mas yo no vengo a +molestar a Vuestra Alteza con quejas de mi mala suerte, y sí solo a +tomar su venia para retirarme de la corte.</p> + +<p>—¿Cuándo?</p> + +<p>—Hoy.</p> + +<p>—¿Por cuánto tiempo?</p> + +<p>—Lo ignoro; acaso por siempre, a menos que Vuestra Alteza tenga +necesidad de mi persona, que entonces...</p> + +<p>—Será pues excusado que os marchéis; vuestra persona me es siempre +útil.</p> + +<p>—Señora, ¿en las circunstancias<span class="pagenum" +id="Page_76">p. 76</span> actuales y en León, de qué puede servir el +conde de Candespina? Es sobradamente sincero para ser buen cortesano, y +no faltan a Vuestra Alteza caballeros que en esta materia suplirán muy +ventajosamente su falta.</p> + +<p>—Conde don Gómez, con mucho menos de lo que habéis dicho bastaría +para que la reina de Castilla dejara libre para marcharse de su corte a +cualquier otro caballero de ella; pero a vos, a quien debo el trono y +la vida...</p> + +<p>—Olvide Vuestra Alteza servicios que ya están recompensados.</p> + +<p>—¡Olvidarlos! ¡Jamás!</p> + +<p>—Pues bien, señora, en premio de ellos no pido a Vuestra Alteza más +gracia que su licencia para dejar la corte.</p> + +<p>—¿Qué es esto, don Gómez? ¿Quién ha sido el que os ha dado +causa...?</p> + +<p>—Nadie, señora. Mi carácter solo... Negocios particulares. En fin, +señora, es indispensable, aun para la tranquilidad de Vuestra Alteza +misma, que yo me retire de León.</p> + +<p>—Es forzoso decís para mi<span class="pagenum" id="Page_77">p. +77</span> tranquilidad que os retiréis de León...</p> + +<p>—Sí, señora: lo es; crea Vuestra Alteza a mi celo, el mayor servicio +que actualmente puedo hacerla es alejarme de su presencia.</p> + +<p>—Si os conociera menos, creería, don Gómez, que dominado de alguna +manía incomprensible habíais perdido la razón; pero vuestra cordura me +es notoria.</p> + +<p>—Vuestra Alteza tiene demasiada bondad en ocuparse tanto de lo que +nada vale. Mi ausencia de la corte es asunto de pequeña importancia. +Días ha que falto de ella y no se me ha echado de menos.</p> + +<p>—Conde, conde, a vuestro pesar se os conoce que os domina la +cólera.</p> + +<p>—¡La cólera! ¿Por qué, señora? ¿Por qué? Si la cólera me dominase +medios habría de satisfacerla; mi brazo puede aún manejar una espada, +aún soy...</p> + +<p>—Conde, recordad con quién habláis.</p> + +<p>—¡Ojalá no lo tuviera tan presente! Ved, señora, uno de los motivos +por los que deseo separarme de la<span class="pagenum" id="Page_78">p. +78</span> corte: criado en los campos de batalla, acostumbrado al trato +sin dobleces ni arterías del simple soldado, el conde de Candespina no +puede vivir en donde, perdóneme Vuestra Alteza que lo diga, la verdad +es un crimen, la adulación una costumbre, la hipocresía una virtud +necesaria. No, señora, yo no puedo, no debo quedarme. Cuando Vuestra +Alteza vea sus reinos amenazados por enemigos interiores o extraños, +entonces mi espada, mi persona, mi vida, serán las primeras...</p> + +<p>—No lo dudo, don Gómez, vuestra lealtad me es conocida, y en favor +de ella puedo olvidar la dureza de algunas de vuestras expresiones. Mi +amistad...</p> + +<p>—¡La amistad de doña Urraca! ¡Amistad, señora! Yo hubiera querido no +estar largo tiempo en presencia de Vuestra Alteza. La disposición de mi +espíritu es sobradamente violenta para poder contenerme...</p> + +<p>—Y bien, decid cuanto queráis; pero calmaos.</p> + +<p>—¿Qué<span class="pagenum" id="Page_79">p. 79</span> es lo que he +de decir? Lo que Vuestra Alteza está cansada de saber; lo que nadie +ignora en Castilla.</p> + +<p>—No alcanzo.</p> + +<p>—Sí, señora, Vuestra Alteza lo sabe. ¿Por ventura tan pocos años +hace que amo a Vuestra Alteza?</p> + +<p>—Amarme, ¿y os atrevéis?...</p> + +<p>—¿Por qué no? ¿Es un delito amar? Tormento podrá ser para el infeliz +amador; ofensa para el amado, jamás. La barrera está ya rota, ahora +Vuestra Alteza debe saber el resto: quizá de este modo se convencerá de +que debo alejarme.</p> + +<p>—Norabuena: concluid.</p> + +<p>—No seré largo; no molestaré a Vuestra Alteza recordándole las +infinitas pruebas que tiene de mi amor, aunque jamás esta palabra haya +salido de mi boca hasta hoy: no hablaré tampoco de que la nobleza y el +clero de Castilla me honraron proponiéndome...</p> + +<p>—Lo sé: continuad.</p> + +<p>—Sí, señora; todo esto nada importa; la voluntad de Vuestra Alteza +es la sola que puede decidir en esta materia, y ya ha decidido.</p> + +<p>—Os engañáis.</p> + +<p>—Pluguiera<span class="pagenum" id="Page_80">p. 80</span> a +Dios.</p> + +<p>—Os lo aseguro.</p> + +<p>—Señora, ¿por qué se complace Vuestra Alteza en atormentarme?</p> + +<p>—Lejos de eso, deseo tranquilizaros.</p> + +<p>—¡Imposible, imposible! Tranquilidad para mí, solo en la tumba. +Cuatro años trabajando, suspirando sin cesar solo para conseguir un +objeto, y en el momento en que más me lisonjeaba la esperanza, cuando +tal vez hubiera podido lograrlo, otro hombre se presenta.</p> + +<p>—¿Quién?</p> + +<p>—El conde de Lara.</p> + +<p>—¿Qué decís?</p> + +<p>—La verdad.</p> + +<p>—¿Quién os lo ha dicho?</p> + +<p>—Mis ojos; Castilla entera.</p> + +<p>—Os han engañado, conde don Gómez. ¿Queréis más? Doña Urraca +desciende a daros satisfacciones: ved si aprecia vuestros servicios.</p> + +<p>—Si pudiera persuadirme...</p> + +<p>—Persuadíos pues...</p> + +<p>—Vuestra Alteza tiene demasiada bondad con un frenético indigno de +ella; pero es preciso que yo deje León.</p> + +<p>—¿Por qué? ¿No basta lo que he dicho?</p> + +<p>—No, señora, no basta: yo me he aventurado<span class="pagenum" +id="Page_81">p. 81</span> a hablar a Vuestra Alteza de mi amor; esta +confesión exige una respuesta.</p> + +<p>—¡Dios mío! ¿Quién si os oyera diría que es un vasallo el que habla +con su reina? Sois singular.</p> + +<p>—Responded, señora, os ruego...</p> + +<p>—Terminemos esta conversación, conde: vos y yo estamos harto +agitados para poder continuarla. No os mando como reina, como dama os +suplico que os quedéis en León.</p> + +<p>—Vuestra Alteza sabe que soy esclavo de su voluntad.</p> + +<p>—Pues bien, retiraos por ahora, y no salgáis de mi corte.</p> + +<p>—¿Sin una palabra?</p> + +<p>—¿Bastará que os diga que a nadie conozco en Castilla más digno de +ser amado que a vos?</p> + +<p>—Ah, señora, añadid que no seréis de otro...</p> + +<p>—Nunca, conde; idos.</p> + +<p>Cuando el conde se decidió a ir a pedir a doña Urraca permiso para +salir de León, llevaba en efecto intención de limitarse a hacer su +súplica, sin entrar en más explicaciones, convencido de que ni la +reina<span class="pagenum" id="Page_82">p. 82</span> se las pediría, +ni dejaría de aprovechar con mucho gusto la ocasión que él mismo +presentaba para desembarazarse de su presencia; pero la inopinada +resistencia que opuso doña Urraca a su partida llegó a encender su +ánimo de tal modo que ya no le fue posible contenerse. Por su parte, la +reina, apreciando en su merecido valor las buenas calidades y afecto +hacia ella del conde, no podía consentir en que abandonase la corte, +como descontento de ella, un hombre conocido en España entera por +los servicios que le había prestado y las virtudes que le adornaban. +Hallaba, es cierto, más gracias en don Pedro de Lara; pero el mérito +evidente de don Gómez la obligaba, por decirlo así, a profesarle cierto +afecto más ardiente que la amistad, aunque no pudiera llamarse amor. +Así fue como, sin que ni el uno ni el otro hubiesen formado proyectos +anteriores, se explicaron completamente en la conversación<span +class="pagenum" id="Page_83">p. 83</span> que acabamos de referir, la +cual se terminó retirándose el conde de Candespina a su casa tan gozoso +como triste había salido de ella, y quedándose la reina satisfecha de +haber en cierto modo pagado la deuda que con él tenía. Parece indudable +que en aquel momento triunfó en su corazón don Gómez, pues apenas hubo +salido de su cámara cuando llamó a doña Leonor para decirle que no +quería se difiriese más tiempo su boda, pues había llegado el conde de +Candespina, que debía ser padrino.</p> + +<p>—Quiero —dijo— probar a mis leales servidores que me intereso en su +dicha, y nada será más agradable al conde que ver feliz a su amigo en +brazos de mi bella camarera, a quien sospecho que no le pesará tampoco +de ello, por más que ahora se sonroje.</p> + +<p>—Vuestra Alteza es la bondad misma; mas puede ser que alguna +otra boda causara más placer al conde que<span class="pagenum" +id="Page_84">p. 84</span> la de Hernando: la suya por ejemplo...</p> + +<p>—¡Hola!, quieres vengarte haciendo que también... Tú me las +pagarás.</p> + +<p>Y esto lo decía acariciando la mejilla de su confidente, que no +podía volver de su admiración, viéndose tratar con tanto cariño al cabo +de meses que apenas se hacía mención de ella para nada.</p> + +<figure class="figcenter mt3"> + <img src="images/t117.jpg" + style="width: 5em; height: auto;" + alt="Viñeta ornamental"> +</figure> + +<hr class="chap x-ebookmaker-drop"> + + +<div class="chapter pt3" id="Ch7"> + <p><span class="pagenum" id="Page_85">p. 85</span></p> + <h2 class="nobreak g0">CAPÍTULO VII</h2> +</div> + +<p class="ti0"><span class="cap">E</span><span class="rest">l +lector</span> recordará sin duda que cuando el conde de Candespina +se retiró de la presencia de doña Urraca, la primera vez que la vio +desde su regreso a León, iba tan apesadumbrado por el modo con que +fue recibido que se encerró en su cuarto, dando orden a sus criados +que a nadie dejasen entrar en él, incluso a su íntimo amigo Hernando. +Sucedió pues que, ansioso este caballero de saber cómo doña Urraca +se había comportado con el conde, fue a su casa, en la cual se halló +extremadamente sorprendido viendo que por primera vez se le negaba +la entrada, que estaba acostumbrado a encontrar franca. Desde luego +conoció que debía haber sucedido alguna cosa que hubiera disgustado al +conde notablemente para obligarle<span class="pagenum" id="Page_86">p. +86</span> a estarse en estricta reclusión; y persuadido de que así +que se calmara algún tanto le recibiría y comunicaría sus penas, se +retiró con propósito de volver al siguiente día, y así lo hizo en +efecto; pero fue precisamente cuando ya el conde había salido para el +alcázar, dando antes la orden para que todo estuviera dispuesto de +modo que pudiese salir antes de dos horas de León. Apenas Hernando +supo tal determinación, mandó que se le dispusiera también un caballo +para él, pues de ninguna manera dejaría partir solo a su amigo, aunque +se arriesgase a enojar a doña Leonor; y en seguida se fue también al +alcázar a buscar al conde, quien se hallaba en la cámara de la reina +cuando el de Olea llegó. Decidido a esperarle, púsose a pasear por +los salones no haciendo caso de cuantos se hallaban en ellos, y sin +que tampoco se le acercase ningún cortesano. Hernando era para ellos +una fiera,<span class="pagenum" id="Page_87">p. 87</span> en cuyas +inmediaciones no se creían seguros: sofismas y razones especiosas +nada valían con un hombre cuyo único argumento era la lanza, y para +quien no había respetos humanos capaces de moderarle, como no fuese +de parte del conde su amigo o de doña Leonor; por consiguiente, los +cortesanos le temían demasiado para que buscasen su compañía, y él los +despreciaba tan altamente que no se curaba de su amistad más que de su +odio. Paseábase pues solo, como hemos dicho, y en la mayor agitación, +haciendo de cuando en cuando algún gesto amenazador y murmurando entre +dientes tal cual imprecación, que eran evidentes señales de que la +cólera le dominaba, precisamente en ocasión en que el conde de Lara se +presentó en el alcázar para ver a la reina. Aunque Su Alteza no había +querido recibirle en todo el día anterior, calculaba acertadamente +don Pedro que era por efecto de su declaración<span class="pagenum" +id="Page_88">p. 88</span> amorosa, que estando demasiado reciente +haría que la reina no pudiera verle sin turbarse; pero ya pasadas +veinticuatro horas pensaba que habría tenido tiempo para serenarse, +y que, en consecuencia, le recibiría. Se engañó sin embargo en sus +conjeturas: en vano insistió en que se le anunciase a la reina que se +hallaba allí: se le contestó que Su Alteza se hallaba conferenciando +con el conde de Candespina, y que había absolutamente prohibido que +nadie entrase.</p> + +<p>—Eso no puede entenderse conmigo —dijo orgullosamente.</p> + +<p>—Vueseñoría se engaña —le contestaron—: está expresamente dicho que +no entre el conde de Lara.</p> + +<p>—¿Cómo? ¿Será posible?</p> + +<p>—Sí, señor.</p> + +<p>—Ya tenemos aquí al incomparable conde de Candespina, ¿para qué +quiere Su Alteza más servidores?</p> + +<p>—Para nada los necesita —exclamó Hernando perdida ya la paciencia—, +para nada.</p> + +<p>—Sosegaos, noble Hernando, sosegaos: nadie<span class="pagenum" +id="Page_89">p. 89</span> trata de injuriar a vuestro amigo.</p> + +<p>—¿Injuriarle? ¡Cuerpo de Cristo! Mientras Hernando conserve el +uso de sus brazos, ¿quién osará en su presencia injuriar al conde de +Candespina? Nadie; y menos que nadie cortesanos cuyas únicas armas son +la lisonja y la calumnia.</p> + +<p>Mudó de color Lara, y los que le rodeaban, asombrados de semejante +lenguaje, quedaron como petrificados.</p> + +<p>—Sois violento en extremo, Hernando.</p> + +<p>—Sincero, franco es lo que soy.</p> + +<p>—Norabuena; pero os excedéis en vuestras palabras.</p> + +<p>—Cuanto dice mi lengua lo sostiene mi espada; y no todos hacen lo +mismo...</p> + +<p>—Aquí nadie ha dicho cosa que pueda ofenderos.</p> + +<p>—El que la hubiera dicho ya estaría arrepentido.</p> + +<p>—Mucho presumís.</p> + +<p>—Pronto estoy a darle pruebas al que tenga dudas.</p> + +<p>—Nadie las tiene; pero no debe sorprenderos que el conde de Lara +extrañe que se le niegue la entrada adonde se<span class="pagenum" +id="Page_90">p. 90</span> le concede al de Candespina.</p> + +<p>—¿Y por qué ha de extrañarlo? ¿Pueden los servicios del conde de +Lara compararse con los de don Gómez? Cuando el conde de Candespina, +solo por decirlo así, fue a sacar del corazón de un reino enemigo +a doña Urraca, ¿se le ocurrió al conde de Lara disputarle la +preferencia?</p> + +<p>—Si la ocasión se hubiera presentado...</p> + +<p>—En Soria se presentó a todos igualmente. ¿Quién arriesgó su vida, +don Gómez o don Pedro?</p> + +<p>Iba el conde a contestar, pero felizmente acaso para él salió el de +Candespina de la cámara de la reina con un semblante tan gozoso que +llamó la atención de todos. Apenas le vio Hernando volvió la espalda al +de Lara, y dirigiéndose a él:</p> + +<p>—Loado sea Dios —le dijo— que os encuentro; decidme...</p> + +<p>—Venid conmigo y os diré cuanto queráis. Caballeros, guárdeos el +cielo.</p> + +<p>Y diciendo así ambos amigos salieron del alcázar dejando absortos +al conde de Lara<span class="pagenum" id="Page_91">p. 91</span> y +demás personas que allí se hallaban. Sin embargo de todo, no quiso +el conde de Lara abandonar el campo sin hacer la última tentativa +para conseguir su objeto; y así que Hernando y el conde se marcharon, +hizo tanto que logró finalmente que se entrara recado a la reina de +que deseaba hablarla, no dudando de que doña Urraca le recibiría +inmediatamente; pero más le hubiera valido no empeñarse tanto, pues +marchándose desde luego habría evitado el desaire que sufrió cuando +públicamente le dijeron que Su Alteza no quería de ningún modo recibir +a nadie más. Cuál fue la turbación del orgulloso don Pedro viéndose +desairar a la faz de todos los cortesanos, fácil es de pensar. Supo +contenerse en público y afectar un semblante sereno; pero sus entrañas +se abrasaban, y juraba interiormente arriesgarlo todo para vengarse de +su rival. Dominado de tales sentimientos llegó a su casa, y llamó<span +class="pagenum" id="Page_92">p. 92</span> a Lope, criado de toda su +confianza, para encargarle una comisión de la cual pendía el éxito +de todos sus proyectos. La oposición de doña Urraca a recibirle le +hacía conocer que la reina temía tratarle demasiado bien; y por lo +mismo una conversación secreta con ella era el objeto de todos sus +deseos. Convencido de que por los medios ordinarios no lo lograría, +al menos tan pronto como lo exigían las circunstancias, se decidió a +dar un paso algo violento pero que podía tener excusa dándole cierto +aspecto novelesco muy del gusto de la reina. Todas estas reflexiones +fueron obra de un instante, y ya estaban hechas cuando Lope se presentó +a su amo con un aire que quería ser humilde, pero que no pasaba de +hipócrita.</p> + +<p>—Lope —le dijo el conde—, te tengo mandado que trabes amistad con +los criados inferiores del alcázar.</p> + +<p>—Sí, señor.</p> + +<p>—Y que averigües cuidadosamente todas las<span class="pagenum" +id="Page_93">p. 93</span> interioridades.</p> + +<p>—Sí, señor.</p> + +<p>—Y bien, ¿se han cumplido mis órdenes?</p> + +<p>—Sí, señor.</p> + +<p>—¿Y sabrás responderme alguna cosa más que «sí, señor», salvaje?</p> + +<p>—Sí, señor, lo que Vueseñoría me mande.</p> + +<p>—Veamos, pues, si conocerás al jardinero.</p> + +<p>—Sí, señor, un buen mozo muy bebedor.</p> + +<p>—Eso no es del caso.</p> + +<p>—Vueseñoría me perdonará que le diga que sí lo es, porque ambas +calidades, la de buen mozo y la de bebedor, son las que me han hecho +buscar con preferencia su amistad.</p> + +<p>—Pues a ti, bribón, ¿qué diablos te importa su figura?</p> + +<p>—A mí, la verdad sea dicha, nada; pero a una doncella de doña +Camila...</p> + +<p>—¿La dama de honor?</p> + +<p>—Sí, señor, pues a esa, como iba diciendo, le ha parecido bien +la figura de Cosme, y como doña Camila es dama de Su Alteza, ya ve +Vueseñoría...</p> + +<p>—Lo que yo veo es que no has perdido el tiempo en la corte. Mas +déjate de digresiones, y dime si es hombre<span class="pagenum" +id="Page_94">p. 94</span> el jardinero con quien se puede contar...</p> + +<p>—Para cuanto se quiera: con solo suministrarle algunos +cuartillos...</p> + +<p>—Aunque sean azumbres: toma esta bolsa; gasta sin temor, y cuenta +con una buena recompensa si antes de la noche logras introducirme +secretamente en el jardín del alcázar.</p> + +<p>—¿Antes de la noche, señor?</p> + +<p>—Sin remedio; marcha y ten presente lo que voy decirte: el conde de +Lara recompensa con oro a sus servidores; pero tiene un puñal para los +indiscretos.</p> + +<p>—Crea Vueseñoría que yo...</p> + +<p>—Basta; marcha a ejecutar mis órdenes.</p> + +<p>La reina tenía costumbre de bajar ordinariamente sola, o cuando más +acompañada de una de sus damas, a pasearse por los jardines del alcázar +al ponerse el sol; y el conde de Lara, que en la época de su privanza +había tenido alguna vez que otra el alto honor de ser exceptuado +de la regla que excluía a todo hombre de<span class="pagenum" +id="Page_95">p. 95</span> aquel paseo, sabía por consiguiente que en +ningún momento se presentaría ocasión más oportuna para hablar a doña +Urraca. La dificultad consistía solo en penetrar en aquel recinto +sagrado: mas como el oro todo lo puede, el jardinero Cosme, merced a +una dosis más que regular de un vino añejo tan delicioso para él como +el néctar de los dioses, y a unos cuantos maravedises, puso en manos +del astuto Lope una llave de la puerta falsa del jardín del alcázar. +Lleno de aquel júbilo infernal que siente todo malvado cuando acaba +de hacer una buena picardía, corrió Lope a llevar a su digno amo la +llave del jardín, que aquel recibió con el contento fácil de imaginar. +Recompensó ampliamente, como lo había prometido, el celo de Lope, y +encargándole de nuevo el secreto, partió disfrazado con ropas humildes +a situarse en paraje del jardín oportuno para sus miras. Escogió para +ocultarse un cenador cubierto<span class="pagenum" id="Page_96">p. +96</span> de verde y tupida yedra, y en él esperó, no sin alguna +inquietud, la llegada de la reina, cuyo paso lento y mesurado no tardó +en herir sus oídos. Doña Urraca venía sola, pues en ninguna ocasión +más que en aquella tenía motivos de entregarse a las más serias +reflexiones. Los condes de Lara y Candespina la ocupaban enteramente: +no sabía por cuál decidirse. Pues aunque es cierto que entonces, aun +a su mismo entender se inclinaba la balanza en favor de don Gómez, +sin embargo la imagen seductora de don Pedro la perseguía sin cesar. +Tal era la perplejidad en que se hallaba cuando llamó su atención el +ruido de las hojas movidas por Lara, que saliendo de su escondite se +presentó de repente a sus ojos; y antes de que hubiera tenido tiempo +de pronunciar una sola palabra, ya el cortesano arrodillado a sus pies +besaba humildemente la falda de su vestido.</p> + +<p>—Suspenda Vuestra Alteza su enojo —dijo,<span class="pagenum" +id="Page_97">p. 97</span> interrumpiéndose con profundos sollozos—, +soy culpable, es verdad; pero la causa de mi delito es Vuestra Alteza +misma...</p> + +<p>—¡Cómo, conde de Lara!, ¿habéis osado...?</p> + +<p>—¿...arriesgarlo todo para ver a Vuestra Alteza? ¿Qué otro medio +me quedaba? Arrastrado por el ímpetu de una pasión irresistible, yo +mismo pronuncié mi sentencia declarando mi amor. Vuestra Alteza me ha +castigado privándome de su presencia. Yo vengo a pedir la muerte, mil +veces preferible al tormento de no ver a doña Urraca.</p> + +<p>—¿Y no podíais haber esperado?...</p> + +<p>—Sí, señora, si el amor fuera capaz de esperar; pero me ha sido +imposible.</p> + +<p>El resto de la conversación que siguió, sobre ser demasiado prolija, +es además de tal naturaleza que nos parece excusado abusar de la +paciencia de nuestros lectores referírsela menudamente. El hecho es +que fue larga; que en ella desplegó Lara todo su arte, no de amar sino +de seducir; y que doña<span class="pagenum" id="Page_98">p. 98</span> +Urraca le dejó ver demasiado la inclinación que le tenía. Sin embargo, +le declaró positivamente que estaba resuelta a no partir el trono con +nadie, y en efecto así era la verdad; pues escarmentada con el pasado +matrimonio con el rey de Aragón, juró que aunque llegase a dar su mano +a un príncipe o magnate, reservaría para sí sola toda la autoridad +en Castilla, y además le manifestó que los servicios y popularidad +del conde de Candespina exigían que se le tuviesen las mayores +consideraciones. A otro hombre con más delicadeza y menos conocimiento +de la humana fragilidad le hubieran desalentado tales preliminares; +pero Lara, que conocía a la reina, esperaba, quizá no sin fundamento, +que cediendo por entonces a todo, el tiempo y su maña la harían mudar +de propósito. Habiendo, pues, logrado a fuerza de ruegos y extremos que +doña Urraca prometiera recibirle al siguiente día en el mismo<span +class="pagenum" id="Page_99">p. 99</span> paraje, aunque en presencia +de una dama de quien por ser parienta de Lara creyó poder fiarse, se +retiró muy entrada la noche a su palacio.</p> + +<figure class="figcenter mt3"> + <img src="images/t157.jpg" + style="width: 5em; height: auto;" + alt="Viñeta ornamental"> +</figure> + +<hr class="chap x-ebookmaker-drop"> + + +<div class="chapter pt3" id="Ch8"> + <p><span class="pagenum" id="Page_100">p. 100</span></p> + <h2 class="nobreak g0">CAPÍTULO VIII</h2> +</div> + +<p class="ti0"><span class="cap">A</span><span +class="rest">maneció</span> el día siguiente al de los sucesos que +acabamos de referir, y el sol no madrugó más que la mayor parte de +los actores de nuestra historia, pues cada uno de ellos se hallaba +demasiado agitado para poder entregarse largo tiempo al reposo. En +efecto, doña Urraca acababa de comprometerse, por decirlo así, con +los dos condes, y buscaba inútilmente algún medio para quedar airosa +con ambos. Candespina se veía a punto de recobrar su ascendiente y, a +su entender, de conseguir todos sus deseos. Lara, aunque en realidad +había perdido momentáneamente como privado, conocía que como amante +estaban sus negocios en el mejor estado; y por último, doña Leonor +y Hernando,<span class="pagenum" id="Page_101">p. 101</span> que +en aquel día debían unirse con lazo indisoluble, es de presumir que +tampoco estarían muy tranquilos. La magnífica catedral de León se +había adornado con el mayor aparato para la ceremonia religiosa que +se preparaba: los habitantes de la capital circulaban por las calles +vecinas al alcázar esperando con ansia el momento en que la desposada +saliese de él acompañada de la reina; los cortesanos, vestidos con un +fasto excesivo, llenaban ya los regios salones, y la nueva privanza +del conde de Candespina era el objeto en que todos se ocupaban. Solo +el conde de Lara no se presentó en el alcázar, y esta falta produjo +una sensación visible: sus parientes y amigos parecía que asistían +forzados a aquella ceremonia, y demostraban en el arrugado ceño y +ademanes desdeñosos el descontento que padecían: los demás, conformando +su conducta a las circunstancias, volvían a elogiar a don Gómez, y a +soltar<span class="pagenum" id="Page_102">p. 102</span> de cuando en +cuando tal cual epigrama contra Lara: en una palabra, un día bastó +para que todo mudase de aspecto. Las diez de la mañana serían cuando +salió del alcázar la real comitiva para la catedral. La novia, con un +suntuoso vestido regalo de su soberana, marchaba al lado de esta, tan +ruborosa, tan bella, que acaso no hubo un hombre, entre la multitud que +la rodeaba, que no envidiase la dicha del venturoso Hernando, quien a +la puerta del templo la esperaba en compañía del conde su amigo, y un +sinnúmero de parientes y parciales, con un ansia fácil de concebir. No +se dijeron una palabra los dos futuros esposos; pero una mirada fue +para cada uno de ellos más expresiva que lo hubiera sido un discurso +por elocuente que fuese. La comitiva entró en la iglesia: sus bóvedas +resonaron con los himnos sagrados, y a poco ya Leonor y Hernando habían +jurado al Supremo Hacedor amor<span class="pagenum" id="Page_103">p. +103</span> y constancia eterna. Celebrose en seguida el santo misterio +de nuestra redención, y los esposos salieron de la catedral con la +misma comitiva que a ella habían llevado. La ceremonia religiosa que +acababa de terminarse parecía haber dado a todos los ánimos cierta +serenidad que anunciaban los placenteros rostros de damas y caballeros, +únicamente ocupados en los festejos que, para más solemnizar la +boda de su camarera y amigo, habían dispuesto la reina y el conde +de Candespina; pero cuando ya la comitiva entera, acabando de salir +del templo, se ordenaba para regresar al alcázar, llamó la atención +general el confuso rumor del pueblo que abría paso a una persona que +apresuradamente venía al encuentro de la reina. Era este un moro, +vestido según la costumbre de su país, con extraordinaria magnificencia +y montado en un caballo andaluz admirable por su belleza y gallardía. +Coronaba el turbante<span class="pagenum" id="Page_104">p. 104</span> +del infiel una pieza de finísimo y brillante acero, terminada en figura +cónica: cubría su pecho una coraza no menos lucida, en la cual llevaba +engastadas razonable número de piedras preciosas; y el puño de la +cimitarra, pendiente del costado derecho, así como el de la gumía o +daga que llevaba en la cintura, correspondían a la riqueza del resto de +su equipo. Seguíale a pie un esclavo negro como el ébano, cargado con +la lanza y adarga de su señor. La persona del moro era la de un hombre +de mediana estatura bien configurado pero cuyos miembros no habían aún +adquirido toda la robustez de que eran capaces: su rostro moreno claro, +sus ojos vivísimos, la delicadeza de sus facciones, y sobre todo el +bozo apenas naciente que en él se reparaba, descubrían que su edad no +podía pasar de dieciocho a veinte años. Como Castilla se hallaba en paz +con los mahometanos españoles,<span class="pagenum" id="Page_105">p. +105</span> la venida de uno de estos a León nada tenía de particular, +pues aunque moros y cristianos eran enemigos por religión y política, +acostumbraban sin embargo a visitarse recíprocamente por curiosidad +u otras causas cuando las circunstancias se lo permitían. En el +reinado del padre de doña Urraca especialmente se hicieron más comunes +las relaciones entre ambos países, tanto porque don Alfonso debió +protección y amparo a los musulmanes, en la persecución que sufrió de +parte de su hermano don Sancho, como porque posteriormente casó con +Zaida, princesa mora sevillana. Por esto, pues, aunque la presencia +del moro que hemos tratado de describir excitó como es natural la +curiosidad de los leoneses, no les pareció de ningún modo alarmante su +repentina aparición.</p> + +<p>La reina misma se volvió hacia el lado de donde venía el rumor, y +se paró a admirar<span class="pagenum" id="Page_106">p. 106</span> la +elegancia de la figura y riqueza del vestido del infiel, que habiendo +preguntado quién era la reina y habiéndolo sabido por uno de los +circunstantes, saltó con la mayor ligereza de su caballo a tierra, y +con sereno y modesto continente se encaminó derecho a ella. Llegado a +sus inmediaciones, hizo tres reverencias seguidas cruzando los brazos +sobre el pecho e inclinando el cuerpo hasta tocar casi en el suelo +con la cabeza, y en seguida, postrándose a los pies de doña Urraca, +esperó humildemente a que esta le dirigiese la palabra, en lo que se +tardó algún tanto, pues tan inesperada acción sorprendió a la reina de +Castilla. En fin, después que se hubo recobrado, le dijo, haciéndose un +tanto atrás:</p> + +<p>—Álzate, moro, y di qué quieres.</p> + +<p>—Reina de Castilla, sultana de la belleza, flor de los nazarenos +—contestó el infiel levantándose—: el libro de la verdad dice que la +luz del sol brilla para todos.</p> + +<p>—Verdad es; pero<span class="pagenum" id="Page_107">p. 107</span> +sed breve o dejad vuestra súplica para momento más oportuno.</p> + +<p>—Alí, hijo de Hamet, solo viene a pedir a tu justicia un campo en +qué lidiar.</p> + +<p>—Moro, si de alguno de mis vasallos tienes queja, yo te haré +justicia.</p> + +<p>—La afrenta que el noble recibe, solo con la sangre del que se la +hizo puede lavarse: y está escrito que Hamet derramará la del traidor +que le ultrajó, con la ayuda de Alá y del santo Profeta.</p> + +<p>—Bien: nómbrame al menos tu ofensor.</p> + +<p>—Que la maldición del Profeta caiga sobre su detestable cabeza. +Sultana de Castilla, en tu presencia y a la faz de tu pueblo acuso de +traidor y desleal, indigno del nombre de caballero, al malvado que los +hijos del Nazareno llamáis conde de Lara.</p> + +<p>—¿Qué dices, infiel? —exclamó la reina, mas no pudo continuar, pues +las últimas palabras de Alí, pronunciadas en voz elevada, hiriendo +los oídos del pueblo, produjeron en la multitud un efecto<span +class="pagenum" id="Page_108">p. 108</span> extraordinario. Lo mismo +que la cristalina superficie del océano, si de repente sopla un recio +huracán, se rompe y divide en enormes montañas de agua que chocándose +entre sí causan un pavoroso estruendo, del mismo modo las injurias +del moro contra el conde de Lara produjeron en el pueblo leonés, +o al menos en gran parte de él, la mayor agitación. Desde luego +las personas prudentes y tímidas se retiraron de la concurrencia; +pero la muchedumbre, siempre curiosa, siempre amiga de novedades +y pronta a irritarse cuando cree ser la más fuerte, prorrumpió en +descompasadas voces contra el infiel, que osaba, decían, venir a +insultar a los cristianos en sus propios hogares. Alí volvió el +rostro sosegadamente al pueblo; contempló su agitación con la misma +serenidad que si no se tratara de su persona, y pareció dispuesto +a esperar la resolución de doña Urraca, que llena de espanto<span +class="pagenum" id="Page_109">p. 109</span> no acertaba a proferir una +palabra. Los caballeros que rodeaban a la reina, y en particular el +conde de Candespina, se disponían a hablar a la plebe para tratar de +calmarla; mas hubieron de renunciar a su proyecto viendo que los amigos +y parciales del conde de Lara, movidos de un espíritu frenético de +venganza, empezaron a gritar:</p> + +<p>—Muera el perro infiel que se atreve a insultar a los ricos hombres +de Castilla.</p> + +<p>Y al punto brillaron desnudas más de veinte espadas contra el +inalterable Alí, que sin perder nada de su serenidad, desnudó la +cimitarra, tomó en un instante el escudo de manos del negro, y se puso +en ademán de hacer frente a sus contrarios.</p> + +<p>—¡Asesinos, cobardes! —gritó Hernando de Olea desnudando su acero +y poniéndose al lado del moro—; conmigo las habrá el que se atreva a +tocarle.</p> + +<p>El conde de Candespina también tiró su espada en defensa del +agareno, y como<span class="pagenum" id="Page_110">p. 110</span> es de +presumir todos los de su bando hicieron otro tanto. Quien únicamente +conservó su sangre fría fue don Diego López, que formando un escuadrón +cerrado con la guardia de la reina sacó a esta señora y a sus damas del +tumulto, y las condujo a palacio. Entre tanto se aumentaba el número +de los contrarios y defensores de Alí: ambos partidos se llenaban de +injurias, y hubieran llegado a las manos sin la circunstancia de estar +el de Lara sin jefe y ser el conde de Candespina quien capitaneaba +el contrario. Alí no encontraba expresiones con que agradecer a los +parciales del conde el interés que tomaban por él; y les suplicaba que +le abandonaran a su suerte, antes que derramar por él la sangre de sus +hermanos. Pero Hernando juraba que haría pedazos al primero que osase +acercarse, y los demás caballeros deseaban aprovechar aquella ocasión +de saciar sus antiguos rencores. A pesar de la<span class="pagenum" +id="Page_111">p. 111</span> prudencia y esfuerzos de don Gómez, tal vez +hubiera sido imposible evitar un combate sangriento si la casualidad de +haber pasado esta escena en las inmediaciones de la catedral no hubiera +hecho que los canónigos, testigos de aquel desorden, se apresuraran a +revestirse y salir de la iglesia, llevando en procesión una imagen de +nuestro Redentor, muy venerada en la ciudad. Esto y las persuasiones de +los canónigos disiparon por entonces al pueblo y partidarios de Lara; +y Alí pudo, escoltado por sus defensores, ir a la posada del conde de +Candespina, adonde le llevaron para mayor seguridad. Hernando encontró +allí a su bella esposa entregada a la más cruel inquietud; pero con el +gozo de verle sano y salvo no se acordó siquiera de reprenderle por lo +que ella llamaba su temeridad. Advertimos a nuestros lectores que el +conde había suplicado a Hernando que ocupase con su esposa una<span +class="pagenum" id="Page_112">p. 112</span> habitación de su propia +casa; y dejaremos para el capítulo siguiente referirles lo que en ella +pasó con el valeroso Alí, hijo de Hamet.</p> + +<figure class="figcenter mt3"> + <img src="images/t129.jpg" + style="width: 5em; height: auto;" + alt="Viñeta ornamental"> +</figure> + +<hr class="chap x-ebookmaker-drop"> + + +<div class="chapter pt3" id="Ch9"> + <p><span class="pagenum" id="Page_113">p. 113</span></p> + <h2 class="nobreak g0">CAPÍTULO IX</h2> +</div> + +<p class="ti0"><span class="cap">E</span><span class="rest">l +suceso</span> de Alí había puesto en fermentación todos los espíritus +en la corte de Castilla. Los dos partidos de Candespina y Lara, que +hasta aquel punto habían conservado al menos las apariencias de +la urbanidad por respeto a la reina, rota una vez la barrera no +querían volver a entrar en sus respectivos límites; y cierto género +de hombres turbulentos por naturaleza e interés, que no faltaban en +ambas facciones como nunca han faltado en semejantes casos, hablaban +de someter al juicio de Dios, esto es, a la suerte de las armas, la +decisión de sus contiendas. En un instante desaparecieron todos los +preparativos hechos para festejar el casamiento de doña Leonor<span +class="pagenum" id="Page_114">p. 114</span> y Hernando. Cada caballero +corría a su casa a armarse y a armar a sus criados; los ciudadanos se +retiraban también a sus hogares, mas era a encerrarse en ellos para +ponerse a cubierto de los horrores que preveían; y por último, en +el mismo alcázar se tomaban las más vigorosas medidas para prevenir +todo accidente. Don Diego López, que mandaba la guardia de la reina, +aseguró a esta señora que nada tenía que temer por su persona aun +cuando el furor general llegase a tal punto que hubiera quien pensase +en atacarla; y como doña Urraca conocía la lealtad y valor del señor +de Nájara, se tranquilizó lo bastante para pensar en interponer +por fin su autoridad en aquel negocio, enviando dos mensajeros en +busca de los condes de Candespina y Lara. Pero lo que nosotros hemos +referido en poquísimas líneas fue obra en León de más de una hora. +Durante este tiempo el joven Alí se conciliaba<span class="pagenum" +id="Page_115">p. 115</span> cada vez más el afecto de sus protectores. +La condición del moro correspondía en efecto a cuanto de su bien +dispuesta persona podía esperarse; afable con extremo, cortés sin ser +lisonjero, y con un talento claro y bien cultivado: Alí arrastraba +tras de sí los ánimos de cuantos le escuchaban. Ya se supondrá que si +la discreción del conde de Candespina fue bastante para que no hiciera +pregunta ninguna a su huésped sobre el motivo de su odio al conde de +Lara, ni Hernando ni su esposa pudieron contenerse; y a la verdad su +curiosidad no carecía de disculpa.</p> + +<p>—Confieso —le decía Hernando— que he admirado vuestra serenidad, +viéndoos rodeado de una multitud de furiosos que clamaban por vuestra +muerte.</p> + +<p>—La vida de los hombres depende de la voluntad de Dios —contestó el +moro—, y no hay poder bastante en la tierra para atrasar ni adelantar +un momento el instante de su muerte.</p> + +<p>—Buena<span class="pagenum" id="Page_116">p. 116</span> será esa +máxima —replicó Leonor—, pero yo sé decir de mí que estaba muerta de +miedo.</p> + +<p>—¿Y cuándo la cándida paloma ha alzado tanto el vuelo como el +águila? —contesto el moro.</p> + +<p>—¿Y no pensabais —volvió a decir Leonor—, no pensabais en la pena +que vuestra muerte hubiera causado a vuestra dama, si la tenéis...?</p> + +<p>—Hermosa cristiana, las dulzuras del amor no me han sido concedidas; +pero tengo en cambio una hermana a quien mi muerte hubiera dejado sin +amparo.</p> + +<p>—¿Una hermana? ¿En Granada?</p> + +<p>—Mi patria es Sevilla; pero mi hermana está en León.</p> + +<p>—¡Válgame el cielo! En León tenéis hermana. Hernando, si vos +quisierais...</p> + +<p>—Mi esposa —dijo Olea— desea tener a vuestra hermana en su compañía. +Concededla esta gracia.</p> + +<p>—Cristianos, me colmáis de favores.</p> + +<p>—Dejad eso y marchad a buscarla.</p> + +<p>—¿Qué decís? —interrumpió el conde—; este caballero no puede salir +de<span class="pagenum" id="Page_117">p. 117</span> aquí sin peligro +de su vida; que diga donde está su hermana, y se irá por ella.</p> + +<p>Alí señaló la posada en que había dejado a su hermana guardada por +algunos esclavos; y varios criados del conde guiados por el negro +escudero fueron en su busca. Entre tanto no perdonaba medio ninguno +la astuta doña Leonor para saber del moro el origen de su odio al +conde de Lara: pero este, eludiendo unas preguntas y haciéndose el +sordo a otras, dejó burlados todos sus ardides, sin que la respuesta +más directa que dio pasase de decir que el hombre de honor no debía +publicar sus afrentas hasta que estuviesen vengadas. Desembarazado +por fin de aquella especie de examen fiscal, se ocupó con el conde +de Candespina del asunto que parecía absorber toda su existencia. El +conde le ofreció toda su protección, y cuando vino el mensajero de +parte de la reina a buscarle, tomó a su cargo la comisión de<span +class="pagenum" id="Page_118">p. 118</span> suplicarle que le +concediese una audiencia. Bien hubiera querido Hernando acompañar a su +amigo al alcázar; mas como la orden de la reina nombraba únicamente al +conde de Candespina, quiso este ir absolutamente solo. Ya estaba Lara +al lado de doña Urraca cuando don Gómez se presentó, y desde luego la +reina se quejó agriamente a ambos condes de la escandalosa escena de +aquella mañana. Fácil le fue disculparse al de Lara con solo hacer +presente que no habiéndose hallado en ella, ninguna responsabilidad +podía exigírsele: mas no así el de Candespina que había tomado en ella +una parte sumamente activa. Pero el noble castellano era incapaz de +arrepentirse de su generosa acción.</p> + +<p>—Sí, señora —dijo a la reina—, he sacado el acero, me he puesto +al lado de un hombre a quien una multitud furiosa trataba de +sacrificar, si este es un delito, yo me confieso reo; pero no puedo +arrepentirme...</p> + +<p><span class="pagenum" id="Page_119">p. 119</span></p> + +<p>—Y por un infiel —dijo la reina—, por un infiel ibais a derramar la +sangre de vuestros hermanos.</p> + +<p>—Un infiel, señora, es un hombre; y asesinos no pueden nunca ser mis +hermanos.</p> + +<p>—Conde don Gómez —exclamó Lara—, ¿asesinos llamáis a los caballeros +de la casa de Lara?</p> + +<p>—Aunque sola Su Alteza tiene derecho a examinar mi conducta y +palabras —contestó don Gómez—, quiero que me digáis, conde de Lara, qué +nombre daremos a los que siendo ciento atacan a uno.</p> + +<p>—Baste, caballeros —interrumpió la reina—, consiento en olvidar lo +pasado; pero es preciso que la paz se restablezca inmediatamente.</p> + +<p>—Por mi parte —dijo Lara—, no tengo más voluntad que la de Vuestra +Alteza.</p> + +<p>—Y yo —añadió don Gómez—, yo respondo a Vuestra Alteza de mis +parientes y amigos.</p> + +<p>—Está bien, señores; retiraos pues, y cumplid vuestras promesas.</p> + +<p>Lara se disponía a obedecer a la reina, pero Candespina<span +class="pagenum" id="Page_120">p. 120</span> le detuvo para que oyese +la súplica que en nombre de Alí iba a hacer a Su Alteza para que le +admitiese a su presencia. Este nuevo incidente desconcertó a don +Pedro, que se creía desembarazado para siempre de la presencia del +moro; pero no se atrevió a proferir una sola palabra que diese a +entender su descontento. La reina, por su parte, manifestó visiblemente +su desagrado de que el conde de Candespina tomase cartas en aquel +asunto; mas él con su acostumbrada inflexibilidad insistió tanto, y +con tales razones demostró que era de rigurosa justicia conceder a +Alí la audiencia que pedía, que al cabo la obtuvo para aquella misma +noche. Llegó esta en efecto, y doña Urraca, sentada en un magnífico +trono situado en una de las extremidades del más suntuoso salón del +alcázar, rodeada de sus damas y de la mayor parte de la nobleza de +Castilla, esperó, con un semblante en el cual a su pesar se leía no +poco descontento,<span class="pagenum" id="Page_121">p. 121</span> el +instante de recibir al moro, origen inocente de las turbulencias de +aquel día, quien no tardó mucho en presentarse acompañado del conde +de Candespina, Hernando de Olea y todos sus parciales. Alí venía +completamente armado, pero sin lanza ni escudo, y Hernando también iba +dispuesto a entrar en lid; los demás caballeros llevaban vestidos de +corte. Desde luego las armas de Hernando llamaron la atención general, +pero pronto se dedicó toda al moro, que después de sus acostumbrados +saludos y de haber recibido de la reina la orden de exponer brevemente +su súplica, lo hizo en esta forma:</p> + +<p>—Reina de Castilla, mi súplica ya la sabes: soy noble, estoy +agraviado; solo vengo a pedir un palenque en el que, con la ayuda de +Alá, espero recobrar mi honra.</p> + +<p>—¿Quién te ha ofendido?</p> + +<p>—El conde de Lara.</p> + +<p>—¿Cómo puedo yo haberte ofendido, infiel —exclamó Lara—, si<span +class="pagenum" id="Page_122">p. 122</span> en mi vida te he visto?</p> + +<p>—Silencio —dijo la reina—, nadie sea osado a hablar sin mi permiso. +Y tú, contesta: ¿es cierto que nunca has visto al conde de Lara hasta +hoy?</p> + +<p>—Nunca.</p> + +<p>—¿Cómo pues te ha ofendido?</p> + +<p>—¿Cómo? Él lo sabe: mi nombre le descubrirá el arcano. Conde de +Lara, yo soy Alí, hijo de Hamet.</p> + +<p>Todos los ojos se fijaron en Lara, a quien este apóstrofe hizo mudar +de color; pero sea que no se atreviese a faltar a las órdenes de la +reina, contestando sin que esta se lo mandase, o bien que no quisiera +o tuviese qué responder, lo cierto es que guardó el más profundo +silencio. Doña Urraca, después de haber considerado atentamente a los +dos adversarios, se volvió a Alí y le dijo:</p> + +<p>—Singular es que seas su enemigo sin conocerle; pero al menos nos +dirás cuál es la ofensa que te ha hecho.</p> + +<p>—Cuando Lara no exista la sabrás, reina.</p> + +<p>—Moro, recuerda que hablas con la<span class="pagenum" +id="Page_123">p. 123</span> reina de Castilla, y obedece sus +mandatos.</p> + +<p>—Alá me preserve de faltarte al respeto; pero en tanto que mi +ofensor viva, mis labios no pronunciarán nunca el agravio que me ha +hecho.</p> + +<p>—Para que yo consienta el combate debo saber la causa.</p> + +<p>—Yo reto por traidor y desleal al conde de Lara en vuestra +presencia, damas y caballeros. ¿No basta esto en Castilla para que un +noble salga a la palestra?</p> + +<p>—Y sobra —contestó Candespina—: Vuestra Alteza no puede ya oponerse +al combate sin menoscabo de la honra del conde de Lara mismo.</p> + +<p>—Callad —exclamó colérica la reina—; callad, y sea esta la última +vez que se falte a mis órdenes. En fin, moro, resuelves no comunicarnos +de qué acusas al conde de Lara.</p> + +<p>—Él lo sabe, repito, y si no es un cobarde, recogerá esa prenda +—y al mismo tiempo le arrojó un guante, que cayo a los pies de su +enemigo.</p> + +<p>Este permaneció inmóvil; pero<span class="pagenum" id="Page_124">p. +124</span> la reina se dirigió a él, diciéndole:</p> + +<p>—Veamos si vos, conde de Lara, nos aclaráis este misterio.</p> + +<p>—Yo, señora, nada sé; no conozco a ese infiel, y su nombre hiere hoy +mi oído por primera vez.</p> + +<p>—Caballeros, ya oís la respuesta del conde.</p> + +<p>—Y yo sostengo —exclamó Alí— que ha mentido.</p> + +<p>—Miserable —contestó furioso Lara cogiendo el guante—, tu vida me +dará satisfacción.</p> + +<p>El conde de Lara no había manifestado hasta entonces la menor +inclinación a combatir con el moro; pero ya fuese que no pudo resistir +a las injurias que Alí le hacía, ya que conociera que su pusilanimidad +iba a perderle para siempre aun en la opinión de sus mismos +partidarios, lo cierto es que al coger el guante parecía animado por el +noble resentimiento de un hombre de honor cruelmente ofendido. Tanto +los caballeros como las damas presentes manifestaron con una especie +de aplauso la satisfacción<span class="pagenum" id="Page_125">p. +125</span> que les causaba el proceder del conde, y volvieron la vista +hacia Alí para ver si conservaba o no la entereza que hasta aquel punto +había manifestado; pero lejos de verse la más mínima señal de turbación +en el rostro del joven musulmán, brillaba en sus ojos todo el fuego de +la venganza, pronta a satisfacerse. Doña Urraca misma permaneció algún +tiempo silenciosa y pensativa, contemplando ora a Alí, ora a Lara, que +ambos enfrente de ella esperaban con visible impaciencia su resolución; +hasta que por fin anunció que pues el conde de Lara había recogido la +prenda del combate, por no desairarle consentía en que se verificase, +y señalaba para que tuviese lugar el octavo día, a contar desde aquel. +Alí dio las más expresivas gracias por la merced que se le hacía, y +se retiró después de haber dicho que el caballero Hernando de Olea le +honraba siendo su padrino en aquel combate. El<span class="pagenum" +id="Page_126">p. 126</span> conde de Lara nombró para que lo fuese suyo +a Gutierre de Cetina, su deudo, que ejercía las funciones de mayordomo +de la reina; y en seguida se dispersó la reunión.</p> + +<figure class="figcenter mt3"> + <img src="images/t035.jpg" + style="width: 5em; height: auto;" + alt="Viñeta ornamental"> +</figure> + +<hr class="chap x-ebookmaker-drop"> + + +<div class="chapter pt3" id="Ch10"> + <p><span class="pagenum" id="Page_127">p. 127</span></p> + <h2 class="nobreak g0">CAPÍTULO X</h2> +</div> + +<p class="ti0"><span class="cap">M</span><span +class="rest">ientras</span> que en el alcázar de Burgos pasaban los +sucesos que han dado materia al capítulo anterior, la esposa de +Hernando de Olea desempeñaba los deberes de la hospitalidad con la +interesante hermana de Alí, con una dulzura de que solo las mujeres +son capaces. Zulema, que así se llamaba la joven mora, tendría +como unos diecisiete años de edad, reuniendo además en su persona +todos los dones que puede la naturaleza dispensar a una mujer para +cautivar los corazones de cuantos la miren; pero no brillaba su +rostro con los vivos colores tan propios de sus pocos años, ni la +alegría de la juventud animaba dos ojos negros como el ébano; antes, +por el contrario, su palidez y lánguido mirar descubrían que su +corazón sufría el peso de alguna grave desgracia. Todo esto<span +class="pagenum" id="Page_128">p. 128</span> lo vio desde el primer +instante doña Leonor, y como estaba dotada de sobrado ingenio, se +prometió que la sencilla sevillana descubriría sin duda el secreto +que su hermano guardaba tan cuidadosamente. En efecto, pasados los +primeros cumplimientos, nuestras dos damas, jóvenes ambas, y ambas con +un semblante tan afable que las provocaba a una recíproca confianza, +parecían sin embargo suspensas, no atreviéndose ni una ni otra a entrar +en materia, hasta que doña Leonor, como de más edad y experiencia, +tomando una mano de Zulema y estrechándola con la suya, rompió el +silencio diciéndola:</p> + +<p>—Mal parece en una niña como vos tanta tristeza: consolaos, y +creed que, ya que no esté en nuestra mano devolveros lo que tal vez +habéis dejado en Sevilla, haremos cuanto esté de nuestra parte para +solazaros.</p> + +<p>—¡Ah, señora! —respondió casi llorando Zulema—, ¡cuán +bondadosa<span class="pagenum" id="Page_129">p. 129</span> eres! Pero +no repares, te suplico, en mi melancolía que no puedo desterrar...</p> + +<p>—¿Cómo, a vuestros años, puede haber penas tan profundas?</p> + +<p>—¡Ay!, la herida está en el corazón, bellísima cristiana, en un +corazón que jamás había padecido y por eso es más dolorosa; por lo +mismo será eterna.</p> + +<p>—¡Pobrecilla criatura! ¡Cuánto diera yo por poder aliviar tus +penas!</p> + +<p>—¿Aliviarlas? Imposible..., imposible. Más fácil sería que el +Guadalquivir dejase de derramar sus aguas en el mar.</p> + +<p>—¡Infeliz!, ¿y ninguna esperanza os queda?</p> + +<p>—Ninguna, como tú dices: ninguna.</p> + +<p>—Acaso la muerte...</p> + +<p>—¡Ojalá! Al menos esperaría ser feliz cuando Azrael cortase el hilo +de mi vida. Mas dejemos, amable señora, de ocuparnos en mis penas, +no venga yo a turbar tu felicidad con mis lamentos tan inútiles como +importunos.</p> + +<p>—No lo son por cierto para mí. Consolar al triste es un precepto de +la verdadera religión...</p> + +<p><span class="pagenum" id="Page_130">p. 130</span></p> + +<p>—¡Ah! —exclamó Zulema arrebatada—, ¿por qué ha de haber monstruos +que se complazcan en atormentar a sus semejantes, siendo cristianos?</p> + +<p>—Luego a un cristiano debéis vuestras penas.</p> + +<p>—A un cristiano, sí; a un cristiano en el nombre; a un pérfido, a un +malvado. Tú le conocerás tal vez: es hermoso, es amable, es seductor; +pero sus entrañas son más duras que las del tigre.</p> + +<p>—Sosegaos, amor mío; por Dios, sosegaos, y decidme su nombre: tal +vez podremos hacer...</p> + +<p>—Nada, nada. Un corazón traspasado no puede curarse. ¿Pero qué podré +yo negar a quien tanto amor me muestra por la primera vez? Sabrás el +nombre del malvado que me ha hecho desgraciada: sabrás la dolorosa +historia de la infeliz Zulema.</p> + +<p>Si al principiar la conversación referida, la curiosidad sola +movía a la bella Leonor a inquirir el secreto de sus huéspedes; ya +viendo el dolor de la triste Zulema, únicamente<span class="pagenum" +id="Page_131">p. 131</span> la compasión la dominaba; y a la verdad +hubiera sido necesario tener un corazón de piedra para resistir a sus +lágrimas.</p> + +<p>La narración de su triste historia que vamos a insertar perderá sin +duda gran parte del interés que inspiraban ya el dulce sonido de la voz +de Zulema, ya el fuego o rubor con que refería algunos pasajes de ella; +pero la crónica no conserva más que la especie de extracto que sigue, y +tal como lo hemos encontrado así lo trasladamos.</p> + +<p>Durante el reinado del padre de doña Urraca, la comunicación entre +moros y cristianos, como se ha dicho anteriormente, fue más común que +en ningún otro; y esto dio lugar a que visitando Hamet, moro sevillano, +tan opulento como sabio, la corte de Castilla, trabase amistad con don +Gonzalo, conde de Lara, cuyo hijo era don Pedro, de quien tanto hemos +hablado en nuestra narración.</p> + +<p><span class="pagenum" id="Page_132">p. 132</span></p> + +<p>Entre los diversos y profundos conocimientos que Hamet poseía, no +era de los menos importantes el de la medicina; ciencia que en aquellos +tiempos puede decirse que era patrimonio exclusivo de los árabes y +judíos, que la ejercían aun entre los mismos cristianos; ofreciéndonos +la historia ejemplo de algún monarca que pasó a reino infiel con objeto +de curarse de dolencias a que no hallaba remedio en su propio país. La +amistad, pues, del viejo conde de Lara con Hamet, la ciencia de este, +y la pertinacia de cierta enfermedad que su hijo padeció siendo ya +adulto le movieron a que le enviase a Sevilla a ver si su amigo podía +restituirle la salud.</p> + +<p>Don Pedro de Lara se presentó en casa de Hamet, como un año antes +de los acontecimientos principales de nuestra historia, rico con los +dones de la naturaleza, y con cierto aire de interesante languidez que +inspiraba una compasión fácil de convertirse<span class="pagenum" +id="Page_133">p. 133</span> en amor en el alma de una joven, aunque +hubiera sido más experimentada que la inocente Zulema. El moro recibió +al noble castellano con la cortesía y magnificencia con que todos los +orientales ejercen la hospitalidad, y la dulzura y flexible carácter +de su huésped le cautivaron de tal modo que no tardó en tratarle como +a un hijo. A poco de estar Lara en Sevilla murió su padre; y este +acontecimiento, obligándole a no presentarse en público, aun las +pocas veces que sus males físicos lo permitían antes de él, hizo que +se constituyese a vivir enteramente en familia con Hamet y Zulema; +pues Alí, hermano de esta, se hallaba a la sazón en África con unos +parientes. Zulema era quien preparaba las salutíferas yerbas que su +docto padre recetaba a Lara; Zulema se las administraba por su mano, +y Zulema era quien continuamente procuraba distraerle de sus penas. +Al paso que la ciencia del padre le restituía<span class="pagenum" +id="Page_134">p. 134</span> la salud, la belleza naciente, el candor, +y la amabilidad de la hija inflamaban la sangre del noble castellano, +y la fiebre del amor se apoderaba de todos sus sentidos. Zulema debía +a la naturaleza el funesto don de la sensibilidad más exquisita; +palpitaba violentamente su corazón oyendo referir cualquier desgracia, +y sus ojos se llenaban de lágrimas con la mayor facilidad. ¿Qué extraño +será pues que un joven bizarro, atacado a un tiempo por una enfermedad, +y la pérdida del autor de sus días, inspirara a la tierna Zulema una +pasión que ya era invencible cuando ella apenas presumía sentirla? +Nada más natural; pero nada tampoco más funesto para ella. Como quiera +que sea, se pasaron muchos meses sin que ambos jóvenes se hablasen de +amor. Zulema se informaba de las costumbres de los cristianos y de +su religión: Lara respondía minuciosamente a todas sus preguntas, y +pintaba con tales colores la<span class="pagenum" id="Page_135">p. +135</span> dulzura, la luz de la verdadera fe, que la joven mora empezó +a dudar de sus falsos ritos, y a desear instruirse más a fondo en los +sagrados misterios de nuestra redención. Aunque don Pedro fue siempre +naturalmente vicioso, sin embargo, en la época de que hablamos, no +habiéndose aún desenvuelto en él el germen de la ambición, conservaba +gran parte de las sanas máximas que en su esmerada educación se había +procurado inculcarle, y la idea de convertir a Zulema a la religión +santa de la fe le arrebató. Pero las conferencias sobre este punto +no podían tenerse ni delante de Hamet, ni en paraje en que entrando +cualquiera de los comensales de la casa, pudiera sorprenderles en +una conversación que, una vez descubierta, podía costarle a Lara la +cabeza; y por lo mismo escogieron los dos jóvenes el jardín de la casa, +delicioso como todos los de la ribera del Betis. Allí, a la sombra +de los laureles<span class="pagenum" id="Page_136">p. 136</span> y +naranjos, y respirando un aire embalsamado con el delicioso aroma de la +purpúrea rosa y el nevado jazmín, oía Zulema atentamente las lecciones +de Lara: se enternecía escuchando la barbarie de los judíos con el +Redentor del mundo, y grababa en su corazón las máximas de dulzura, de +tolerancia y de caridad, que son la base de nuestra creencia. Lara, +favorecido por la belleza y santidad del asunto, parecía más elocuente, +más seductor que nunca; y al paso que los ojos de la mora se abrían +a la luz de la revelación, su misionero se apoderaba enteramente de +su alma. Mientras que el castellano, dudando de convertir a Zulema, +se ocupó exclusivamente en asuntos religiosos, su celo fue loable; +sus intenciones puras, su fin santo; pero desde que ya enteramente +convencida la hija de Hamet no le fue necesario tanto estudio, la +pérdida de la joven pudo tenerse por inevitable.</p> + +<p><span class="pagenum" id="Page_137">p. 137</span></p> + +<p>—Zulema —le decía una noche sentados ambos al pie de un copudo y +antiguo laurel—: Zulema, si alcanzas la salud eterna con el bautismo, +¿qué cristiano podrá creerse más feliz en la tierra que el que sea tu +esposo?</p> + +<p>—¿Y quién, Lara, querría unir su suerte con la mía? —contestó llena +de rubor la mora.</p> + +<p>—¿Quién, Zulema? Todos. La rosa de abril no te iguala en belleza, +la azucena no es más cándida que tú y ningún sabio te aventaja en +discreción. ¿Qué te falta pues para ser amada?</p> + +<p>—Amigo mío, tú me adulas.</p> + +<p>—No, Zulema, no te adulo; pero dime: ¿tu corazón no ha palpitado aún +por ningún hombre?</p> + +<p>—¡Ah!</p> + +<p>—¿Suspiras, Zulema? Tú amas; ¿a quién?</p> + +<p>—Lara, amigo mío, yo amar...</p> + +<p>—Sí, tú amas; y tu misma turbación me lo demuestra. Tú amas, +Zulema; un mortal venturoso ha sabido cautivar tu corazón, y yo... +¡infeliz...!</p> + +<p>—¿Tú infeliz, Lara? ¿Por qué?...</p> + +<p>—Cruel, ¿qué<span class="pagenum" id="Page_138">p. 138</span> +preguntas? Tú eres la causa de mi tormento.</p> + +<p>—¿Cómo es posible que yo te atormente, Lara; yo que por no verte +padecer un instante daría toda mi existencia?</p> + +<p>—Pero tú amas a otro, y yo te adoro —dijo enajenado y atrayéndola a +sus brazos.</p> + +<p>—¿Me adoras? —contestó Zulema casi sin sentido—. ¿Me adoras? Y bien, +yo te idolatro.</p> + +<p>Zulema era esposa de Lara un instante después. El castellano la +prodigaba las más tiernas caricias, haciéndola mil juramentos, tal vez +sinceros entonces, de constancia y fidelidad; pero la víctima infeliz +perdió desde aquel día el reposo, y no volvió a recobrarlo jamás. Había +faltado a su deber, y el remordimiento la atormentaba, persiguiéndola +al mismo tiempo los más fatales presentimientos que demasiado pronto se +verificaron.</p> + +<p>Lara, recobrado enteramente de su dolencia y satisfecho ya su amor +propio con<span class="pagenum" id="Page_139">p. 139</span> haber +triunfado de la virtud de Zulema, aprovechó la ocasión que le ofrecían +los disturbios de su patria para regresar a ella, dejando a su esposa +inconsolable a pesar de las protestas que le hizo de volver antes de +mucho a pedírsela por mujer a su padre, protestando para no hacerlo +entonces lo revuelto de los negocios de Castilla.</p> + +<p>La infeliz Zulema quedó en Sevilla tan desconsolada como Ariadna en +el desierto: los días volaban, los meses también, y Lara no parecía ni +daba noticia de su persona. Su continuo padecer atacó su salud, y por +otra parte sus relaciones con Lara habían sido demasiado íntimas para +que dejaran de manifestarse. El anciano Hamet vio el estado de su hija: +adivinó parte de lo sucedido, supo el resto de su boca; y el dolor de +la pérdida de su amada hija, y de la honra de su familia, le condujeron +en pocos días al sepulcro. Alí, a quien los lectores ya conocen, +regresó al seno<span class="pagenum" id="Page_140">p. 140</span> de +su familia precisamente a tiempo de saber la desgracia de su hermana, +y de ver exhalar a su padre el último suspiro. Hamet, que conocía la +violencia del carácter de su hijo, y su extremado pundonor, le hizo +jurar que no maltrataría a la desgraciada joven, cuya falta era bien +excusable en sus pocos años. Juró Alí, y cumplió su juramento; pero +había prometido respetar a su hermana, mas no dejar impune a su malvado +seductor; y así, apenas cumplió con los deberes de la piedad filial, +tributando a los restos de su padre los últimos honores, partió con +Zulema para la corte de Castilla con objeto de hacer en ella lo que ya +hemos visto.</p> + +<figure class="figcenter mt3"> + <img src="images/t143.jpg" + style="width: 5em; height: auto;" + alt="Viñeta ornamental"> +</figure> + +<hr class="chap x-ebookmaker-drop"> + + +<div class="chapter pt3" id="Ch11"> + <p><span class="pagenum" id="Page_141">p. 141</span></p> + <h2 class="nobreak g0">CAPÍTULO XI</h2> +</div> + +<p class="ti0"><span class="cap">L</span><span class="rest">a +noche</span> que Lara contaba haber empleado útilmente en la especie de +audiencia que doña Urraca le había prometido, se pasó la mayor parte en +el salón del alcázar con harto sentimiento suyo, no solo porque se le +escapaba la ocasión más favorable de adelantar sus asuntos, hallándose +la reina enojada contra el conde de Candespina por lo sucedido con Alí; +sino porque veía en la venida de este moro un grande obstáculo a todos +sus proyectos.</p> + +<p>Su nombre, según Alí dijo, reveló a su enemigo el misterio de su +reto; pero Lara, viendo que el moro tenía la extravagancia, decía él, +de callar el motivo, se guardó muy bien de revelarlo, pues temía con +razón que una vez enterada de él la reina, caería para siempre de su +gracia; y por<span class="pagenum" id="Page_142">p. 142</span> otra +parte la perspectiva del próximo combate con el joven sarraceno no +le era nada lisonjera. Acosado, pues, de diversos y desagradables +pensamientos, iba ya a entrar en su casa cuando un criado de palacio le +paró llamándole por su nombre, y le intimó que de orden de Su Alteza +fuese con él inmediatamente. Obedeció el conde sin replicar, y a poco +se halló en el alcázar, en donde fue introducido hasta la cámara de +doña Urraca. Adornada esta señora todavía como lo estuvo durante la +audiencia, estaba sentada en un soberbio sillón, apoyando el brazo en +una mesa sobre la cual ardía una lámpara de plata, y sus ojos fijos +en la llama indicaban la profunda preocupación de su espíritu. Entró +Lara, y viéndola como absorta, se paró junto a la puerta y esperó con +aire sumiso a que su soberana le dirigiera la palabra, en lo que se +tardó algún tiempo, durante el cual la reina y el conde parecían<span +class="pagenum" id="Page_143">p. 143</span> dos estatuas. Por fin doña +Urraca hizo un movimiento como el que vuelve en sí de un profundo +letargo: examinó todo el aposento con la vista, y sus ojos encontraron +al inmóvil conde de Lara que pacientemente esperaba aquel momento.</p> + +<p>—¡Ah!, ¿vos aquí, conde de Lara? No os había visto aún, ¿que +queréis?</p> + +<p>—Vuestra Alteza me ha mandado venir.</p> + +<p>—¿Yo?</p> + +<p>—Al menos así se me ha dicho.</p> + +<p>—Sí, es verdad: creo haber dicho que me alegraría haceros alguna +pregunta; mas no que vinierais precisamente ahora.</p> + +<p>—Si mi presencia es importuna, señora, voy a retirarme.</p> + +<p>—No, quedaos. Una vez que ya estáis aquí... No os vayáis.</p> + +<p>—Nada puede mandarme Vuestra Alteza que me sea más lisonjero que el +permanecer en su presencia.</p> + +<p>—Bien, bien. El conde de Lara siempre el mismo y galante +caballero.</p> + +<p>—¿Galante, señora, quién no lo será cuando su corazón está +lleno...?</p> + +<p>—Su corazón..., su corazón...<span class="pagenum" id="Page_144">p. +144</span> Los labios están llenos..., pero...</p> + +<p>—Crea Vuestra Alteza que...</p> + +<p>—Silencio: pruebas, y no palabras. Vengamos al asunto. Es preciso +que yo sepa el origen de la escena de esta mañana y el desafío de esta +noche.</p> + +<p>—Yo mismo lo ignoro.</p> + +<p>—¡Oh! Eso es imposible; absolutamente imposible.</p> + +<p>—¿Por qué, señora? Vuestra Alteza misma ha oído a ese sarraceno +confesar que jamás me había visto.</p> + +<p>—Verdad es; pero su nombre..., ese nombre de Alí, hijo de Hamet, +produciendo el efecto de un talismán, y que ahora mismo os ha hecho +mudar de color; ese nombre, conde de Lara, encierra algún misterio que +la reina de Castilla quiere y debe aclarar.</p> + +<p>—¿Qué no haría el conde de Lara por complacer a su reina, al objeto +exclusivo de sus pensamientos? Pero no puede explicar a Vuestra Alteza +las locuras o las maldades de un ser a quien no conoce.</p> + +<p>—¿Y su nombre? ¿Y vuestra turbación?</p> + +<p>—¡Mi turbación! Si así<span class="pagenum" id="Page_145">p. +145</span> se llama a la justa ira que los insultos de ese miserable +han producido en mí: verdad es que me he turbado.</p> + +<p>—Conde de Lara, explicadme entonces qué puede mover a un hombre a +quien no habéis ofendido, ni conocéis, a venir a retaros en mi corte, y +a medir sus armas con vos.</p> + +<p>—Confieso, señora, que semejante suceso me sorprende tanto a lo +menos como a Vuestra Alteza; pero el favor con que la reina de Castilla +me ha honrado en algún tiempo me ha suscitado muchos enemigos...</p> + +<p>—¿A un moro qué puede importarle que yo os favorezca?</p> + +<p>—Nada, señora; pero un moro puede ser instrumento de ajena +venganza.</p> + +<p>—¿Qué decís, conde de Lara?</p> + +<p>—Señora, que ese agareno pudiera muy bien ser un servidor de los que +han envidiado mi fortuna.</p> + +<p>—¿Y en quién sospecháis tal vileza?</p> + +<p>—En nadie: preguntádselo, señora, a los protectores de Alí; a los +que por un moro<span class="pagenum" id="Page_146">p. 146</span> +desconocido, al parecer, iban a entregar la corte de Vuestra Alteza a +los horrores de la guerra civil.</p> + +<p>—Os entiendo; pero la enemistad os hace presumir cosas de que el +conde de Candespina es incapaz.</p> + +<p>—Yo no he nombrado al conde; y repito a Vuestra Alteza que en nadie +sospecho; pero no habiendo yo ofendido a ese hombre, algún motivo +extraño debe haber para que venga a provocarme tan temerariamente.</p> + +<p>—Esa reflexión no tiene réplica; pero repasad bien vuestra +conciencia: ¿no habrá acaso alguna belleza de por medio?</p> + +<p>—Sí, señora, la hay: la mayor de todas; una belleza incomparable.</p> + +<p>—¿Su nombre?</p> + +<p>—Doña Urraca.</p> + +<p>—¿Habéis perdido el juicio?</p> + +<p>—No, señora; pero estoy persuadido de que la belleza de Vuestra +Alteza es el origen de todo este lance.</p> + +<p>—¿Cómo es posible?</p> + +<p>—La envidia se engaña fácilmente: los que han visto las bondades +de Vuestra Alteza para conmigo las habrán interpretado<span +class="pagenum" id="Page_147">p. 147</span> de la manera más favorable +para mí..., y..., y lo demás fácil es de inferir.</p> + +<p>—Hay en efecto algo de incomprensible en todo este negocio... +Hernando, padrino del moro... El conde protegiéndole... Infelices de +ellos si vuestras sospechas son fundadas.</p> + +<p>—Permítame Vuestra Alteza, señora, una súplica.</p> + +<p>—Decid.</p> + +<p>—No se ocupe Vuestra Alteza en este asunto: la suerte de las armas +debe decidirlo, y no será mucha presunción de mi parte esperar que +triunfe conmigo la justicia.</p> + +<p>—No dudo yo de vuestro valor; pero tampoco quiero exponer un vasallo +leal al dudoso éxito de un combate, para el cual, si vuestras sospechas +son fundadas, se habrán tomado precauciones.</p> + +<p>—No importa, señora, concédame Vuestra Alteza la gracia de no +mezclarse más en este negocio; mis enemigos tomarían armas contra mí de +la intervención de Vuestra Alteza, y...</p> + +<p>—Bien, bien. Dios decidirá, pues<span class="pagenum" +id="Page_148">p. 148</span> así lo deseáis, sin que yo intervenga para +nada.</p> + +<p>—Vuestra Alteza podría hacerme invencible.</p> + +<p>—¿Cómo?</p> + +<p>—Si al entrar en la lid pudiera el conde de Lara lisonjearse de que +el corazón de doña Urraca...</p> + +<p>—Mis damas os oyen, y la noche está muy adelantada: retiraos.</p> + +<p>—¡Sin una esperanza!</p> + +<p>—Nos volveremos a ver.</p> + +<p>—¿Cuándo?</p> + +<p>—Yo os avisaré, conde.</p> + +<p>—Señora, recuerde Vuestra Alteza que tal vez dentro de ocho +días...</p> + +<p>—Basta; antes será.</p> + +<p>—Al menos permítame Vuestra Alteza...</p> + +<p>—Sea. Adiós.</p> + +<p>El conde después de besar la mano a la reina se retiró.</p> + +<p>A pesar de que Lara se lisonjeaba de haber preparado el ánimo de +la reina contra su rival, y alejado al mismo tiempo toda sospecha del +verdadero motivo por el que el hijo de Hamet le retaba, conocía que +esto sin embargo no era bastante. El plazo de ocho días señalado para +el combate había de expirar, y todas sus intrigas<span class="pagenum" +id="Page_149">p. 149</span> eran inútiles si un bote de lanza de Alí +ponía término a su vida, o le obligaba para salvarla a unirse con su +hermana; y esta consideración, unida al poco amor que a los combates +tenía, le atormentaba sin cesar. Pero Lara no era hombre que se +atuviera a lamentar su suerte. Resuelto a llegar al mando supremo, los +medios le eran indiferentes. Escrúpulos de conciencia no los conocía; +y las virtudes eran en su entender nombres vacíos de sentido. Para +más alentarle en la carrera del crimen le había deparado la suerte en +Lope un hombre capaz de todo lo malo, y que solo en la perversidad se +complacía. Nacido de padres tan pobres como de humilde linaje, la sed +del oro le devoraba; aborrecía a cuantos veía halagados por la fortuna, +y su propio amo, en cuyos intereses al parecer tomaba gran parte, no +estaba exento de su odio; mas como las continuas intrigas del conde le +proporcionaban<span class="pagenum" id="Page_150">p. 150</span> medios +de enriquecerse, y los peligrosos secretos que de él poseía le daban +un conocido ascendiente sobre su persona, Lope le servía en efecto con +celo.</p> + +<p>Figúrese el lector a estos dos malignos personajes en el gabinete +del conde pocos instantes después de la conferencia de este con +la reina, paseándose apresuradamente el amo, y el criado quieto +contemplándole entre humilde y con desprecio, y con una sonrisa +sardónica que indicaba que ya comprendía que iba a empleársele en +alguna de las acostumbradas comisiones.</p> + +<p>—Y bien, Lope, ya sabrás lo ocurrido esta mañana —dijo el conde.</p> + +<p>—Nadie lo ignora en León, señor conde.</p> + +<p>—Sí, la cosa ha tenido afortunadamente por testigo a todo el +pueblo.</p> + +<p>—Y los partidarios del conde de Candespina no se han descuidado +tampoco en publicarla.</p> + +<p>—Eso por supuesto. Pero lo que tú no sabrás<span class="pagenum" +id="Page_151">p. 151</span> tal vez, será la escena de esta noche.</p> + +<p>—¿Cuál de las dos?</p> + +<p>—¿Cómo? ¿Qué es eso de cuál de las dos?</p> + +<p>—Quiero decir si de la audiencia pública o de la secreta.</p> + +<p>—Silencio, señor entrometido: de la pública hablo.</p> + +<p>—De esa, sí, señor.</p> + +<p>—¡Hola! Pronto te han informado.</p> + +<p>—Como tengo muchos amigos en el alcázar...</p> + +<p>—Sabes lo que se quiere que sepas, y algo más, ¿no es verdad? Pero +te aconsejo que trates de olvidar lo último.</p> + +<p>—Será como Vueseñoría mande.</p> + +<p>—Bueno: así debe ser. ¿Y qué piensas de todo esto?</p> + +<p>—Señor, nada: yo no pienso más que cuando mi amo me lo manda.</p> + +<p>—¡Hipócrita! ¿Hasta conmigo quieres conservar tu máscara? Déjate de +gazmoñerías, y di tu parecer.</p> + +<p>—Una vez que Vueseñoría lo manda...</p> + +<p>—Al grano, al grano.</p> + +<p>—Pienso que ese moro no es desconocido al conde de Lara.</p> + +<p>—Muy bien pensado: veamos ahora el fundamento de tus acertadas +conjeturas.</p> + +<p><span class="pagenum" id="Page_152">p. 152</span></p> + +<p>—Si no me engaño, Vueseñoría ha vivido en Sevilla no hace siglos, y +según he llegado yo a entender, hubo en aquella ciudad una cierta mora +llamada Zulema, hija de Hamet, que dice el recién venido es también su +padre, que...</p> + +<p>—Maldito seas, ¿de dónde sabes tú todo eso?</p> + +<p>—Yo estaba al servicio del difunto conde, y veía con frecuencia las +cartas de Vueseñoría fechadas en Sevilla...</p> + +<p>—Y poco te bastó para ponerte al corriente. Pues bien, es cierto: +Zulema era bella; yo joven; ella crédula...</p> + +<p>—Vueseñoría astuto.</p> + +<p>—Lope, cuidado con la lengua. Zulema sucumbió; Alí viene a vengarla; +si se sabe esta historia soy perdido.</p> + +<p>—En efecto, doña Urraca no es mujer que sufra rivalidades.</p> + +<p>—No; y además el virtuoso don Gómez sacaría gran partido de una +aventura que en sí no es nada.</p> + +<p>—¿Qué ha de ser? Seducir a una mora y después abandonarla, ¿qué +significa?</p> + +<p>—No te<span class="pagenum" id="Page_153">p. 153</span> hagas el +escrupuloso.</p> + +<p>—Lejos de eso, soy de la misma opinión de Vueseñoría: la cosa nada +vale.</p> + +<p>—Valga o no valga, es preciso que no se sepa.</p> + +<p>—Sería muy conveniente.</p> + +<p>—Indispensable.</p> + +<p>—Indispensable.</p> + +<p>—¿Pero cómo se logra?</p> + +<p>—Venciendo y matando Vueseñoría a Alí en el combate.</p> + +<p>—Eso pronto está dicho: ¿y si yo sucumbiera?</p> + +<p>—¡Imposible! El conde de Lara no puede menos de vencer a un +infiel.</p> + +<p>—Aun cuando eso fuera así, que ni tú ni yo lo pensamos, ¿en los +ocho días que faltan no puede ocurrírsele descubrir lo que hasta aquí +ha callado, o confiárselo al salvaje de Olea que se ha declarado su +amigo?</p> + +<p>—Y que apenas lo supiera lo referiría en voz clara e inteligible.</p> + +<p>—Ya lo sé; ya lo sé; y eso precisamente es lo que quiero evitar.</p> + +<p>—Adelante Vueseñoría el combate.</p> + +<p>—La reina ha señalado ella misma el día, es imposible mudarlo; +y además...,<span class="pagenum" id="Page_154">p. 154</span> +además...</p> + +<p>—No le parece cuerdo al señor conde arriesgar su persona y proyectos +a un juego tan incierto como el de las armas, ¿no es verdad?</p> + +<p>—Quizás; a ver si tu fecundo ingenio...</p> + +<p>—Vueseñoría me favorece.</p> + +<p>—Vamos, ya sabes que sé pagar liberalmente tus servicios: tú mismo +señalarás la recompensa por este.</p> + +<p>—¿Quién sabe el secreto?</p> + +<p>—Alí.</p> + +<p>—¿Nadie más?</p> + +<p>—Es de presumir que no.</p> + +<p>—¿Y Vueseñoría quiere que se sepulte para siempre este secreto?</p> + +<p>—Sí, hombre, sí.</p> + +<p>—Yo no conozco más que un medio.</p> + +<p>—¿Cuál?</p> + +<p>—Es muy violento.</p> + +<p>—¿Pero es único?</p> + +<p>—Sí, señor, y seguro.</p> + +<p>—Pues dilo.</p> + +<p>—Que muera Alí.</p> + +<p>—¡Qué horror!</p> + +<p>—Humilde criado de Vueseñoría.</p> + +<p>—Espera..., ¿y no hay otro medio? Escucha, Lope, no te vayas.</p> + +<p>—Veo a Vueseñoría hecho un ermitaño, y me retiro a rogar a Dios que +dé más fuerza a su brazo de la que tiene su espíritu...</p> + +<p>—¡Malvado!<span class="pagenum" id="Page_155">p. 155</span> ¿No +conoces más medio que un asesinato?</p> + +<p>—Hombre muerto no habla.</p> + +<p>—Ni el que está en un calabozo puede hablar, al menos de modo que se +le oiga.</p> + +<p>—Pero puede salir de él, y entonces...</p> + +<p>—Entonces prefiero correr ese riesgo a cargar mi conciencia con un +crimen horrible.</p> + +<p>—¡La conciencia del señor conde!</p> + +<p>—Lope, basta lo dicho: Alí debe desaparecer de León; y yo no quiero +que muera.</p> + +<p>—Vueseñoría dispondrá lo que haya de hacerse.</p> + +<p>—Arrebatarlo y conducirlo a uno de mis castillos.</p> + +<p>—¿Y si se resiste?</p> + +<p>—Si se resiste..., entonces... se obra según las circunstancias.</p> + +<p>—Ya entiendo: lo que el señor conde quiere es que toda la odiosidad +pese sobre mí. No importa; yo sabré servir a mi amo.</p> + +<p>—Marcha. Y lo que haya de hacerse, cuanto antes.</p> + +<p>—Será.</p> + +<p>Con tan saludables designios se separaron aquellos monstruos; +pero Lara no podía<span class="pagenum" id="Page_156">p. 156</span> +ahogar enteramente el grito de su conciencia. En vano procuró calmar +su agitación con el sueño; el poco tiempo que durmió creía ver a +sus nobles abuelos alzar del sepulcro las frentes venerables, y que +ardiendo en ira le reprendían por el nefando crimen que intentaba. +«¡Asesino, asesino!», era el grito que resonaba en sus oídos; y así +pasó una de las noches más crueles de su vida. Sin embargo, el nuevo +día reanimó sus fuerzas, y como ya la propensión al mal era en él +invencible, no desistió de su infame proyecto, dejando a Lope continuar +en sus infernales maquinaciones.</p> + +<figure class="figcenter mt3"> + <img src="images/t156.jpg" + style="width: 5em; height: auto;" + alt="Viñeta ornamental"> +</figure> + +<hr class="chap x-ebookmaker-drop"> + + +<div class="chapter pt3" id="Ch12"> + <p><span class="pagenum" id="Page_157">p. 157</span></p> + <h2 class="nobreak g0">CAPÍTULO XII</h2> +</div> + +<p class="ti0"><span class="cap">L</span><span class="rest">a +tranquilidad</span> se había ya restablecido enteramente en León +dos días después de la llegada de Alí; y el moro, como si al cabo +de un corto plazo no le esperara un cruelísimo combate, se ocupaba +alegremente en examinar las curiosidades del pueblo en compañía de +alguno de los parciales de Candespina; pues ni el conde, ocupado en +negocios de la mayor entidad, ni Hernando, que como buen novio no +desamparaba el lado de su esposa, tenían espacio para ello. Las mañanas +las dedicaba Alí a la ciudad; mas por las tardes salía solo y a caballo +a recorrer los alrededores de la capital, en los cuales echaba muy de +menos la fertilidad y hermosura de las márgenes del Guadalquivir.</p> + +<p>Una tarde que ya puesto el sol se retiraba,<span class="pagenum" +id="Page_158">p. 158</span> según costumbre, de su paseo para regresar +a León, se vio de improviso atacado por cuatro hombres montados como +él, pero cubiertos de hierro de los pies a la cabeza; y a pesar de +su inferioridad, lejos de pensar en huir echó mano a su cimitarra y +acometió denodadamente a los asesinos, siendo tal la furia con que +descargó los primeros golpes, que sin valerle a uno de ellos el temple +de su casco, cayó redondo a los pies del sevillano. Aún le quedaban, +sin embargo, tres adversarios que no perdían estocada, pues no llevando +Alí escudo ni coraza, no tenía con qué defenderse. Duró aquella lucha +tan desigual algunos minutos, gracias a la extremada destreza y valor +del agareno; pero al fin, acribillado, como suele decirse, de heridas, +cayó sin sentido del caballo. No estaban sus enemigos muy bien parados; +pues uno había muerto y otro se hallaba herido; pero satisfechos con +haber conseguido<span class="pagenum" id="Page_159">p. 159</span> su +malvado designio, se retiraron llevando el cadáver de su compañero, sin +duda para ocultarle en paraje en donde nunca se supiera de él.</p> + +<p>Zulema vivía con Leonor. La hermosa mora había encontrado una +verdadera amiga en la esposa de Hernando; y doña Leonor, por su parte, +cada día amaba y compadecía más a aquella inocente víctima de la maldad +de Lara. Hasta entonces se había visto Zulema precisada no solo a no +hablar de sus penas, sino hasta a ocultarlas; pues aunque su hermano +Alí la amaba tiernamente, sin embargo, recordarle de cualquier modo +que fuese la desgracia y deshonra de su familia era medio seguro de +enojarle; y nada temía más Zulema que apesadumbrar al único protector +que en el mundo tenía; pero Leonor, sensible, discreta y afable, era +una confidente de un valor inestimable. Como mujer tomaba más interés +por una persona de su sexo<span class="pagenum" id="Page_160">p. +160</span> tan vilmente tratada que ningún hombre hubiera podido +tomarlo; como amante comprendía y participaba de los sentimientos de +la pobre Zulema; y con su talento logró reanimar las fuerzas de aquel +espíritu abatido más de lo que se hubiera creído posible. La hermana de +Alí no estaba alegre, porque esto ya no podía darse en ella; pero la +calma de la resignación empezaba a manifestarse en su frente cuando el +hado impío vino a descargar sobre ella el último, el más cruel de los +golpes.</p> + +<p>Había ya pasado, y con mucho, la hora en que Alí acostumbraba a +regresar de su paseo, y Zulema procuró en vano disimular su temor, +hasta que conociéndolo la esposa de Olea, le dijo:</p> + +<p>—No os inquietéis, pronto estará Alí de vuelta.</p> + +<p>—Mi corazón, bella Leonor, no sabe más que temer desdichas —contestó +la mora.</p> + +<p>—¡Pobre niña! Yo espero que por esta vez serán infundados tus +temores.</p> + +<p>—¡Ojalá!,<span class="pagenum" id="Page_161">p. 161</span> amada +amiga, ¡ojalá!</p> + +<p>—Vamos, sosegaos; la menor circunstancia, la más insignificante +basta para que Alí se haya detenido...</p> + +<p>—No lo creas. Mi hermano no altera fácilmente sus costumbres: es +niño en los años, viejo en las acciones.</p> + +<p>—Bueno, pero a veces...</p> + +<p>—Mirad, me parece que siento pasos, a ver si es Alí...</p> + +<p>—No es Alí —contestó Hernando—, no es Alí, señora mía.</p> + +<p>—¡Ah!, ¿vos sois, señor caballero? —le dijo su esposa—, ¿y vos +también, señor conde?, norabuena, me alegro; venid a ver si podéis +tranquilizar a esta pobre niña, ya llena de temor porque aún no ha +vuelto su hermano.</p> + +<p>—¡Bah, bah, señora! —exclamó Hernando—, ¿queréis que Alí viva como +un ermitaño? ¿Quién sabe si alguna cristiana habrá sabido amansar su +corazón?</p> + +<p>—Tranquilizaos, amable Zulema —dijo el conde—, si Alí tarda, +saldremos a buscarle.</p> + +<p>Zulema se aquietó en efecto, al menos en la apariencia, y la +conversación rodó<span class="pagenum" id="Page_162">p. 162</span> +algún tiempo sobre materias indiferentes; pero los ojos de la mora +no se separaban de la puerta, y el mismo Candespina no estaba muy +tranquilo tampoco, porque había llegado a conocer a fondo al conde de +Lara. Tanto tiempo pasó que al cabo la inquietud por Alí fue general. +Zulema lloraba; Leonor procuraba consolarla, pero también sufría; +Hernando votaba; y el conde mandó ensillar algunos caballos para él, su +amigo, y varios criados, que en dos tropas diferentes salieron en busca +del moro por dos distintas puertas de la ciudad. Hernando rodó en vano +largo tiempo por la campiña, pero don Gómez tardó poco en encontrar el +cuerpo de Alí, inmóvil, cubierto de sangre, y con todas las señales de +la muerte. Sería inútil decir la pena que le causó aquel espectáculo +y las sospechas que le hizo concebir, porque son fáciles de suponer; +y por lo mismo solo diremos que, recogiendo al infeliz moro, marchó +con él a su casa, con intención<span class="pagenum" id="Page_163">p. +163</span> de ocultar por algún tiempo tan funesto acontecimiento a la +pobre Zulema; pero fue en vano. Apenas sintió la hermana de Alí las +pisadas de los caballos en el zaguán, cuando, soltándose de los brazos +de doña Leonor, se precipitó a la escalera y salió al encuentro de los +que conducían a su hermano. Fue imposible evitar que arrojándose sobre +el helado mancebo le abrazase estrechamente.</p> + +<p>—Alí, hermano mío —decía, como si pudiera oírla—, vuelve en ti, +escucha los lamentos de tu Zulema. —Y luego, soltándolo de repente—: +pero no; no me escuches: he dado la muerte a mi padre, soy causa de +la tuya. La maldición de Dios me persigue, soy un monstruo indigno de +compasión. Huid de mí, huid, ¿no veis la sangre de que estoy cubierta? +Es la de mi padre, es la de mi hermano: huid de Zulema... ¡Ah!... +¡Hamet!... ¡Asesinos! —aquí perdió el sentido la desdichada.</p> + +<p>Condujéronla sus afligidos huéspedes a<span class="pagenum" +id="Page_164">p. 164</span> su lecho, y también a su hermano se le +depositó en otro, en donde observaron con la mayor satisfacción que aún +se descubrían en él señales de no haberse extinguido enteramente la +vida. Cuantos socorros fueron posibles se suministraron al malherido +moro, y merced a ellos logró recobrar el sentido; pero los facultativos +no se atrevían a responder de su vida.</p> + +<p>Alí había abierto los ojos, mas no profería una palabra. Su vista +examinaba el aposento, y al parecer no comprendía cómo era que se +hallaba en tal situación; y ninguno de los circunstantes se atrevió +tampoco a romper el silencio.</p> + +<p>Pero Hernando vino a poner fin a aquella escena muda. Cansado de sus +inútiles pesquisas, había regresado a su casa impaciente ya por saber +del moro:</p> + +<p>—¿Ha padecido? —preguntó al primer criado que halló al paso.</p> + +<p>—Sí, señor —contestó este—, y...</p> + +<p>—Pues no lo decía yo, que al cabo..., pero nada, las mujeres parece +que<span class="pagenum" id="Page_165">p. 165</span> son las mismas +entre moros y cristianos.</p> + +<p>—Pero, señor, si...</p> + +<p>Hernando, sin escuchar más, subió apresuradamente las escaleras y +se fue derecho al cuarto de su esposa, que encontró vacío; otro tanto +le sucedió en el estrado y habitación del conde, a que en seguida +se dirigió; hasta que, por fin, entrando en la de Alí halló en ella +reunida la mayor parte de las gentes de la casa.</p> + +<p>—¡Qué diablos! —dijo al entrar—, creí que no había nadie en la +casa; pero... ¡El cielo me valga! ¿Qué ha sucedido? ¿Qué tenéis, Alí? +Decidme, conde, por San Pedro...</p> + +<p>—Callad, caballero —le interrumpió uno de los cirujanos—, +porque...</p> + +<p>—¿Y quién sois vos, pese a mi vida, para mandarme callar?</p> + +<p>Y diciendo esto enarboló el puño sobre la cabeza del cirujano, que +lo hubiera pasado muy mal a no haber el conde de Candespina asido del +brazo al impaciente Olea, y explicádole en breves razones lo sucedido. +El enfermo, que desde luego<span class="pagenum" id="Page_166">p. +166</span> había fijado la vista en la parte de su aposento en que +pasaba la escena referida, prestó la mayor atención a las palabras +del conde, y después de haberlas oído hizo seña con la mano a los dos +caballeros para que se acercasen, lo que en efecto hicieron.</p> + +<p>Viendo el facultativo que Alí trataba de incorporarse y se disponía +a hablar, le dijo que era preciso que se estuviera quieto si no quería +exponerse a graves riesgos; mas el moro le contestó:</p> + +<p>—Cristiano, los días del hombre están contados, y tu ciencia no es +bastante a parar el golpe de la espada de Azrael; déjame pues morir en +paz. —Y después, dirigiéndose a don Gómez—: Conde, a ti solo y a tu +amigo tengo que hacer una revelación importante.</p> + +<p>—Despejad; y a nadie se permita la entrada hasta nueva orden —dijo a +sus criados Candespina, y en un momento quedó el cuarto vacío.</p> + +<p>Alí se incorporó en la cama: sus ojos,<span class="pagenum" +id="Page_167">p. 167</span> algunos minutos antes lánguidos y abatidos, +recobraron al parecer el antiguo fuego, y aun el rostro algún tanto +de los colores; el conde y su amigo le contemplaban atentamente. En +la fisonomía de don Gómez se dejaba ver una expresión melancólica y +profunda: miraba al moro con ternura y compasión, y con una especie de +desconsuelo indefinible; pero Hernando brotaba centellas por los ojos: +su arrugado ceño, el arrebatado color del rostro y la mano izquierda +apoyada en el pomo de la espada, al paso que con la derecha enjugaba +el sudor continuo de su frente, eran indicios de lo violentamente que +padecía.</p> + +<p>El hijo de Hamet habló por fin de esta manera:</p> + +<p>—El tiempo es precioso para mí, caballeros: antes de muchas horas +habré comparecido en presencia del Padre de los verdaderos creyentes; +así, no seré largo. Me habéis visto retar a Lara: ignoráis<span +class="pagenum" id="Page_168">p. 168</span> por qué; y no debo +bajar al sepulcro sin confiaros mi afrenta, tanto en muestra de mi +agradecimiento, como para dejar asegurada la suerte de la triste +Zulema.</p> + +<p>—Deponed en ese punto todo temor, noble Alí —le respondió el conde—, +si la desgracia hace, (que no lo creo), que perdáis la vida, vuestra +hermana será la mía. Para contar con mi amparo no hay necesidad de que +reveléis vuestro secreto.</p> + +<p>—Conde de Candespina, Alí podrá morir, pero su gratitud a vos le +seguirá aun más allá del sepulcro; pero escuchadme en silencio, porque +siento faltarme las fuerzas. El conde de Lara ha seducido a mi hermana, +violando las leyes de la hospitalidad y abusando de su inocencia.</p> + +<p>—¡Malvado! Yo le juro... —exclamó Hernando; pero el conde le +interrumpió.</p> + +<p>—Dejadlo por ahora; escuchemos a este joven.</p> + +<p>—Yo he venido —continuó Alí— a vengar mi afrenta; el cobarde, +desconfiando de vencerme, me ha hecho asesinar.</p> + +<p><span class="pagenum" id="Page_169">p. 169</span></p> + +<p>—¡Santo cielo! —dijo ocultándose el rostro entre ambas manos +Candespina.</p> + +<p>—Por el alma de mi padre, que si eso es así, no ha de escaparse de +las manos de Hernando.</p> + +<p>—Sí —volvió a decir Alí, visiblemente complacido del interés que +las exclamaciones del conde y Hernando manifestaban—, sí, me ha hecho +asesinar y no puedo dudarlo.</p> + +<p>—¿Cómo pues lo sabéis? —preguntó don Gómez.</p> + +<p>—De la boca de los ministros de su crimen.</p> + +<p>—¿Y han osado...?</p> + +<p>—Creían que Alí ya no existía; pero aún alentaba y conservaba sus +sentidos, cuando, viéndome caer del caballo, uno de aquellos perversos +les dijo a los otros dos: «Esto se ha concluido». «Sí», le contestaron, +«sí se ha concluido; pero hemos perdido un compañero». «A ese se le +enterrará, y su parte en la recompensa prometida por Lope en nombre +del conde de Lara...», le replicó el primero, y no pude oír más porque +perdí el conocimiento. Conde de Candespina,<span class="pagenum" +id="Page_170">p. 170</span> guardaos del de Lara, o podréis tener mi +suerte.</p> + +<p>—No hará muchas más felonías, amigo Alí, yo os lo prometo a fe de +caballero.</p> + +<p>—Noble Hernando, vuestra amistad endulza mis últimos momentos; pero +renuncio a vengarme; ¡no permita Alá que por causa mía haya de derramar +una sola lágrima la bella Leonor!</p> + +<p>—Imitad, Hernando, la cordura y generosidad de este valeroso +caballero. Atacar vos al conde de Lara no sería glorioso ni conveniente +en las circunstancias presentes de la patria; pero dejando esto aparte, +Alí, yo os prometo a fe de caballero servir de padre a vuestra hermana +si vos morís; y Hernando...</p> + +<p>—Yo también lo juro sobre la cruz de mi espada; Zulema será mi +hermana.</p> + +<p>—¡Azrael, Azrael! Ven cuando quieras, el decreto del destino puede +ejecutarse ya sin causarme temor.</p> + +<p>Las manos del moro estaban cada una en las de los dos cristianos; +Alí recostó<span class="pagenum" id="Page_171">p. 171</span> la cabeza +sobre la almohada; pronunció en voz baja algunas palabras en árabe, que +se presumió ser de oración a su falso profeta, y como si la naturaleza +no hubiera aguardado más que a que hubiese revelado su secreto para +poner término a su vida, exhaló el último suspiro en brazos de los dos +nobles castellanos, cuya tristeza concebirá el lector.</p> + +<figure class="figcenter mt3"> + <img src="images/t171.jpg" + style="width: 8em; height: auto;" + alt="Viñeta ornamental"> +</figure> + +<hr class="chap x-ebookmaker-drop"> + + +<div class="chapter pt3" id="Ch13"> + <p><span class="pagenum" id="Page_172">p. 172</span></p> + <h2 class="nobreak g0">CAPÍTULO XIII</h2> +</div> + +<p class="ti0"><span class="cap">L</span><span class="rest">a +muerte</span> del joven y malogrado Alí produjo una consternación +general en la casa del conde de Candespina, pues sus pocos años, el +valor que demostraba y su mucha cortesía le habían granjeado en breve +tiempo el afecto de cuantos le habían tratado. ¿Pero qué pluma sería +capaz de describir el dolor de la inconsolable Zulema al perder el +último de sus protectores naturales? No será la nuestra la que lo +intente; quien no tenga un corazón de diamante comprenderá fácilmente +la angustia de la desvalida mora. Mas aquel funesto acontecimiento dio +al parecer nuevo vigor a su espíritu: la palabra venganza salió, por +primera vez acaso, de sus labios; y absolutamente insistió en que se +había de presentar a la reina a pedir justicia.<span class="pagenum" +id="Page_173">p. 173</span> El conde de Candespina no se opuso a que +parte tan interesada como ella diera semejante paso; pero sí a que su +amigo Hernando retase públicamente por traidor al conde de Lara, como +quería hacerlo.</p> + +<p>Tuvieron sobre esta materia Hernando y don Gómez un largo altercado, +y lo único que el último consiguió del primero, fue que le prometiera +abstenerse de hacer mención del hecho del asesinato, que no estaba +enteramente probado se hubiese ejecutado por orden de Lara; porque si +bien no era creíble que Alí en los últimos instantes de su vida, y +desmintiendo su acrisolada virtud, hubiera inventado tan negra calumnia +contra su enemigo, sin embargo parecía posible que, debilitado por la +mucha sangre que había perdido, hubiese delirado la conversación que +refirió pocos minutos antes de expirar. Este raciocinio, que logró +calmar algún tanto<span class="pagenum" id="Page_174">p. 174</span> la +cólera del de Olea, no carecía de verosimilitud; mas por desgracia el +infeliz Alí no había delirado.</p> + +<p>Ya se ha visto en la última conversación que del conde de Lara +con su confidente hemos referido, que el infame Lope había tomado a +su cargo arrebatar al hermano de Zulema para llevarlo a uno de los +castillos del conde, y evitar así que se opusiera a sus designios; pero +Lope estaba avezado al crimen: todos sus horrores le eran familiares, y +hubiera podido rivalizar con los espíritus infernales en la perversidad +de corazón. La vida de sus semejantes era para aquel monstruo el +objeto más indiferente: desgraciado de aquel cuya existencia le era +bajo cualquier aspecto temible, porque poco tardaba en perderla. El +proyecto de encarcelar a Alí le disgustó desde luego, «porque puede +una casualidad», decía, «presentar al moro una ocasión de romper sus +hierros, y entonces,<span class="pagenum" id="Page_175">p. 175</span> +¡ay de nosotros! No, señor, no; cuando el conde vea muerto a su enemigo +yo sé que se alegrará; y el perro además no ha de volver del otro mundo +a contar quién lo ha despachado. Por mi cuenta sea: pocas horas le +quedan de vida».</p> + +<p>Formado este designio no pensó más que en su ejecución, principiando +por espiar las acciones de Alí. Poco tardó en averiguar la costumbre +que tenía de salir a paseo a caballo por las tardes, retirándose a +su casa ya entrada la noche; y pareciéndole que no podía ofrecerse +circunstancia más oportuna para su objeto, pagó a peso de oro los +servicios de los cuatro malvados que dieron muerte al malhadado hijo de +Hamet. Así que Lope supo que el crimen se había consumado, se apresuró +a buscar a su amo para noticiárselo.</p> + +<p>—Señor —dijo al presentarse.</p> + +<p>—¿Qué hay, Lope? —contestó el conde—, dos solos<span +class="pagenum" id="Page_176">p. 176</span> días faltan para el de mi +duelo, y Alí...</p> + +<p>—No podrá presentarse en la palestra.</p> + +<p>—¿Cómo? ¿Ya está preso?</p> + +<p>—No, señor, pero..., Alí..., Alí no existe...</p> + +<p>—¡Monstruo! ¿Qué has hecho?</p> + +<p>—Yo nada: cumplir las órdenes de Vueseñoría.</p> + +<p>—¡Miserable!, ¿y te he mandado yo por ventura que...?</p> + +<p>—Vueseñoría me mandó que se le prendiese; pero que si se resistía +se obrase según las circunstancias. Cuatro hombres seguros y decididos +fueron a sorprenderle; en vez de rendirse, Alí dejó muerto en el campo +a uno; otro expira tal vez en este instante de las heridas de su +tremenda cimitarra...</p> + +<p>—¿Y por qué no fue más gente?</p> + +<p>—En efecto, el secreto era para confiarse a muchos.</p> + +<p>—¿Conque en verdad murió?</p> + +<p>—Sí, señor.</p> + +<p>—Y el conde de Lara, gracias a tu perversidad, ha sido a su pesar +cómplice de un asesinato.</p> + +<p>—Si se hubiera estado quieto el moro<span class="pagenum" +id="Page_177">p. 177</span> en su tierra...</p> + +<p>—Y si yo no me fiara de ti... Marcha, Lope, huye para siempre de mi +presencia. Toma de mis tesoros la parte que te convenga: no te pongo +tasa, pero que mis ojos no vuelvan a verte jamás.</p> + +<p>—No, señor: la suerte de Lope está ya unida para siempre a la del +conde de Lara; nos unen lazos indisolubles.</p> + +<p>—Calla, miserable, calla, o...</p> + +<p>—¿O qué, señor conde? ¿O qué? Nada temo. Vueseñoría no puede +descubrir mis fechorías sin que las suyas salgan a luz. Estoy tranquilo +en esta parte.</p> + +<p>—Bien, déjame ahora; ya hablaremos en otro momento en que esté más +sosegado. Vete... Pero no: antes dime si estás seguro del silencio de +esos...</p> + +<p>—Sí, señor: dos de ellos, merced al sevillano, cerraron ya su boca +para no volverla abrir. En cuanto a los otros dos, no querrán arriesgar +sus cabezas...</p> + +<p>—Y si se les ofreciera la vida y por ella nos vendiesen...</p> + +<p><span class="pagenum" id="Page_178">p. 178</span></p> + +<p>—No es creíble; pero en todo caso...</p> + +<p>—¡No más sangre! ¡No más sangre!</p> + +<p>—Unas yerbas bien preparadas...</p> + +<p>—No, Lope, no. Recompénsalos liberalmente; y sea después lo que el +destino ordene. Adiós.</p> + +<p>Lara estaba realmente abrumado con el peso del crimen. Por una +parte, nunca había tenido intención de privar de la vida a Alí; y por +otra, veía que si el autor de aquel delito llegaba a descubrirse, no +habría quien, al saber que era Lope, dejase de creer que se había +cometido por orden suya. A todas estas reflexiones debe agregarse que +la insolencia con que su criado acababa de tratarle, le hizo conocer, +aunque tarde, que aquel malvado era capaz de venderle, siempre que sus +intereses se lo dictaran, y por lo mismo se decidió a deshacerse de él +sin tardanza.</p> + +<p>La media noche sería, cuando seguido<span class="pagenum" +id="Page_179">p. 179</span> de varios de sus hombres de armas se +dirigió al cuarto de Lope, que se hallaba durmiendo; despertáronle al +entrar el conde y sus soldados; incorporose en el lecho, no sin algún +sobresalto, y después de haber considerado atentamente a los que le +rodeaban, se encaró con su amo preguntándole qué se le ofrecía.</p> + +<p>—Levántate, sígueme y lo sabrás —respondió desabridamente Lara.</p> + +<p>—Obedezco —dijo Lope, y en efecto se vistió a toda prisa.</p> + +<p>Luego que hubo concluido tomó su puñal antes que el conde pudiera +impedirlo; pero viéndole ya con él en la mano exclamó:</p> + +<p>—Entrega tus armas, Lope; en el paraje adonde vas te serán +inútiles.</p> + +<p>—Es costumbre mía —replicó el criado.</p> + +<p>—No importa: obedece y entrégalas.</p> + +<p>—¡Señor! ¿Pues de qué se trata?</p> + +<p>—De que mis criados aprendan a respetar al conde de Lara.</p> + +<p>—No entiendo.</p> + +<p>—Ya entenderás. Las armas.</p> + +<p><span class="pagenum" id="Page_180">p. 180</span></p> + +<p>—No. El puñal nunca: antes de entregarlo...</p> + +<p>—¡Miserable! ¿Osas resistir?</p> + +<p>—Comprendo vuestro designio: queréis que desaparezca todo +vestigio...</p> + +<p>—Silencio, o te cuesta la vida.</p> + +<p>—Ingrato, antes morirás tú —gritó furioso.</p> + +<p>Y hubiera ejecutado su designio si los soldados, arrojándose sobre +él, no le hubiesen detenido; mas viéndose próximo a caer indefenso en +poder del conde, dirigió contra su propio corazón el puñal homicida, +y terminó de un solo golpe una vida que toda había sido un tejido de +maldades.</p> + +<p>Pero separemos la vista de este cuadro de horrores, y trasladémonos +por un instante al alcázar.</p> + +<p>La reina se ocupaba aún en su tocado, la mañana siguiente a la +muerte de Alí, cuando se le anunció que el conde de Candespina +pedía audiencia para él y una enlutada dama que le acompañaba. +Sorprendió<span class="pagenum" id="Page_181">p. 181</span> no poco +a doña Urraca que el conde viniese con tal acompañamiento, pues debe +advertirse que Zulema había vivido con tal sigilo en compañía de Leonor +que nadie en la corte sabía que hubiese venido con su hermano.</p> + +<p>—¿Conocéis a esa dama? —preguntó la reina a quien le entró el +recado.</p> + +<p>—No, señora; su rostro me es enteramente desconocido.</p> + +<p>—Cosa rara. ¿Es joven?</p> + +<p>—Una niña, si pueden creerse las apariencias.</p> + +<p>—¿Hermosa?</p> + +<p>—Sí, señora; pero su semblante indica alguna pena extraordinaria.</p> + +<p>—El bueno del conde es el paño de lágrimas universal; mas no +importa: que entre.</p> + +<p>Obedeciose la orden de la reina, y a pocos instantes se presentó +ante sus ojos la afligida mora, que para evitar las miradas de +la curiosa plebe vistió un traje negro de su amiga Leonor, y no +parecía sino que jamás había llevado otro. Como quiera que<span +class="pagenum" id="Page_182">p. 182</span> sea, la reina saludó +graciosamente al conde con la mano y una inclinación de cabeza, y +en seguida con una mirada, rápida y penetrante, examinó a la que le +acompañaba. Zulema era hermosa, la reina mujer, y acostumbrada a ser +el objeto exclusivo de las adoraciones: así, no es de extrañar que +ver venir a uno de sus amantes con una joven de tan singular belleza +causase en ella cierta sensación desagradable, que como a pesar suyo +transpiraba en la manera con que se dirigió a don Gómez:</p> + +<p>—¿Qué nuevo misterio es este, conde de Candespina?</p> + +<p>—Un misterio horrible, señora; pero la desdichada que Vuestra Alteza +ve a sus pies es quien debe hablar, no yo.</p> + +<p>—¿Y quién es esta dama?</p> + +<p>—Yo soy —dijo sollozando Zulema—, yo soy la infeliz hermana de +Alí.</p> + +<p>—¿Del moro que ha venido a retar al conde de Lara?</p> + +<p>—Sí, señora —contestó el conde—, su hermana es.</p> + +<p>—¿Y viene, por ventura<span class="pagenum" id="Page_183">p. +183</span> —volvió a decir doña Urraca—, a desafiar por su parte a +alguna dama de mi corte, o es tal vez a mí?...</p> + +<p>—Señora —interrumpió con notable severidad Candespina—, dígnese +Vuestra Alteza oírla hasta el fin, y después me parece que verá que +esta desdichada merece al menos toda su compasión.</p> + +<p>—Sois un celoso protector de la belleza, conde. Alzad vos, niña mía; +alzad, y explicaos sin melindres ni rodeos.</p> + +<p>Zulema no sabía qué era lo que pasaba por ella. El tono de la reina, +sus miradas alternativamente irónicas y severas, y la aspereza con que +sin causa la trataba, turbaron enteramente a aquella alma cándida e +inexperta; pero el conde, cuyo carácter no era de temple que pudiese +tolerar en su presencia tan notoria injusticia, tomó por ella la +palabra, explicándose en los términos siguientes:</p> + +<p>—Vuestra Alteza me permitirá que sea yo quien la explique la causa +del dolor demasiado<span class="pagenum" id="Page_184">p. 184</span> +justo, demasiado verdadero de esta joven; de cuya veracidad parece que +mi reina duda, aunque sin causa. La desdichada que ve Vuestra Alteza +llora la muerte de su hermano...</p> + +<p>—¿Qué decís? ¿Ha muerto Alí?</p> + +<p>—Sí, señora, ha muerto.</p> + +<p>—¿Y qué remedio puedo yo dar a ese mal?</p> + +<p>—Remedio ninguno —interrumpió Zulema, cobrando aliento—; ninguno +porque no hay poder humano capaz de darlo.</p> + +<p>—Tú misma lo dices, mora. Te compadezco; mas nada puedo hacer por +ti.</p> + +<p>—Vengarme, señora, o por mejor decir, hacerme justicia.</p> + +<p>—¿De qué?</p> + +<p>—De sus asesinos.</p> + +<p>—¿De los asesinos de quién?</p> + +<p>—De los de mi hermano.</p> + +<p>—Mujer, ¿qué dices? El dolor te ha trastornado el juicio.</p> + +<p>—No, señora —dijo don Gómez—, no ha perdido el juicio. ¡Ojalá se +engañase!, pero Alí ha muerto asesinado.</p> + +<p>—¿Vos también, conde?</p> + +<p>—Años ha, señora, que Vuestra Alteza me conoce, y debe saber que el +conde<span class="pagenum" id="Page_185">p. 185</span> de Candespina +no ha faltado jamás a la verdad.</p> + +<p>—¡El cielo me valga! ¿Conque asesinado, decís?</p> + +<p>—¡Asesinado, asesinado! —exclamó dolorosamente Zulema: yo he visto +las profundas heridas de su pecho: su sangre me cubre aún. ¡Justicia, +reina de Castilla, justicia!</p> + +<p>—Sosiégate, infeliz, sosiégate —respondió doña Urraca visiblemente +enternecida—, y habla: ¿quién le ha muerto?</p> + +<p>—Lo ignoro.</p> + +<p>—¿Cómo pues se sabe que fue asesinado? Conde, explicádmelo.</p> + +<p>El conde refirió a la reina el suceso de la muerte de Alí, omitiendo +sin embargo la revelación hecha por el moribundo con respecto a Lara, +en virtud de las razones que se han dicho. Doña Urraca le escuchó +atentamente, y después, volviéndose a Zulema, le preguntó:</p> + +<p>—¿Tenía tu difunto hermano algún enemigo en León?</p> + +<p>—Sí, señora —contestó la mora—, uno y muy poderoso.</p> + +<p>—¿Quién es?</p> + +<p>—El conde de Lara.</p> + +<p>—¡Virgen<span class="pagenum" id="Page_186">p. 186</span> +Santísima! ¿Cómo puede ser el conde su enemigo si no le conocía +siquiera?</p> + +<p>—Jamás había Lara visto a Alí hasta que vino a vuestra corte; pero +la desgraciada Zulema, señora, no le es desconocida.</p> + +<p>—No eran pues infundadas mis sospechas; tú has sido la causa...</p> + +<p>—Sí lo he sido, aunque inocente.</p> + +<p>—¡Traidor!... Al momento refiéreme cuanto haya pasado entre los +dos.</p> + +<p>Zulema se vio en la precisión de referir de nuevo la historia de sus +tristes amores a doña Urraca, a quien solo la presencia del conde de +Candespina era capaz de contener para que no prorrumpiera en amargas +quejas contra el de Lara por haberla engañado. Mas a pesar de todo, la +inclinación que tenía a don Pedro le hablaba aún a su favor: dudaba +de la verdad de Zulema; y resolvió salir finalmente de su inquietud. +Así que la hermana de Alí terminó su breve y dolorosa narración,<span +class="pagenum" id="Page_187">p. 187</span> dijo:</p> + +<p>—Yo he de apurar la verdad de este asunto. Pasad, conde, con esta +niña a la cámara inmediata, y esperad allí mis órdenes.</p> + +<p>El conde obedeció y Zulema con él; y doña Urraca dio sus +disposiciones para salir en efecto de dudas.</p> + +<figure class="figcenter mt3"> + <img src="images/t187.jpg" + style="width: 5em; height: auto;" + alt="Viñeta ornamental"> +</figure> + +<hr class="chap x-ebookmaker-drop"> + + +<div class="chapter pt3" id="Ch14"> + <p><span class="pagenum" id="Page_188">p. 188</span></p> + <h2 class="nobreak g0">CAPÍTULO XIV</h2> +</div> + +<p class="ti0"><span class="cap">P</span><span class="rest">or</span> +más que el conde de Candespina, empleando alternativamente las +persuasiones, el halago y su amistad, se había esforzado para conseguir +que Hernando de Olea no se mezclara en el suceso de Alí, no podía este +caballero tranquilizarse de ningún modo. «He jurado», decía entre sí, +«ser el hermano de Zulema, y debo cumplirlo: las razones del conde +serán todas muy buenas; pero no me convencen; sigamos, pues, la senda +que el honor me manda». Con esta resolución se puso a pensar en qué +medio hallaría para cumplir con su obligación sin disgustar a su amigo, +a quien respetaba como a padre; y después de haber martirizado toda +la noche su pobre cabeza para encontrar el deseado expediente,<span +class="pagenum" id="Page_189">p. 189</span> se resolvió por fin a dar +el paso que vamos a ver.</p> + +<p>Al mismo tiempo que Zulema y don Gómez marcharon al alcázar, se fue +Hernando a la casa del conde de Lara, quien al oír el nombre del que +venía a buscarle se quedó extrañamente sorprendido. «Hernando en mi +casa», se dijo, «no será para nada bueno».</p> + +<p>Entró Hernando en el gabinete del conde, y recibiole este con +muestras de cortesía y agasajo; mas el amigo de Candespina sin +contestarle le dijo:</p> + +<p>—Haced que nos dejen solos: el asunto de que tengo que hablaros es +reservado.</p> + +<p>—Voy a complaceros —contestó el conde haciendo una señal a sus +criados, que al punto se retiraron—. Ya estamos solos.</p> + +<p>Hernando sin responder dio una vuelta al aposento como para +cerciorarse de que no hubiese nadie escondido debajo de los tapices; +en seguida se dirigió a la puerta, que cerró con llave;<span +class="pagenum" id="Page_190">p. 190</span> y por último, desciñéndose +la espada y sacando la daga que llevaba en la cintura, las puso +ambas sobre un escaño. Asombrado y con no poco temor miraba aquellos +singulares preparativos Lara; pero no osaba decir palabra porque +conocía el carácter de Olea, y este tomando asiento frente a él empezó +a hablar de esta manera:</p> + +<p>—Alí ha muerto asesinado...</p> + +<p>—¡Santos cielos! ¿Qué me decís? —interrumpió don Pedro, y al mismo +tiempo cubría su rostro la palidez de la muerte.</p> + +<p>—Sí, malvado, ya lo sabes, y tú eres el autor de su muerte.</p> + +<p>—¿Hernando, a esto habéis venido?</p> + +<p>—Sí, a esto; a esto solo.</p> + +<p>—¿Qué pruebas podréis presentar de esa horrible calumnia?</p> + +<p>—Tu conciencia y mi espada. ¿Te parecen bastantes? Pero aún te queda +un medio de salvar tu honra.</p> + +<p>—Jamás la he perdido.</p> + +<p>—Asesino, no abuses de mi paciencia. He depuesto las armas para +que no pudieras decir que te<span class="pagenum" id="Page_191">p. +191</span> ataco con ventaja; pero con una mano me sobra para darte el +castigo que mereces.</p> + +<p>—Basta, Hernando: sobrado tiempo he sufrido esa insolencia; idos, +y si tenéis alguna queja contra mí, exponedla ante quien convenga, yo +sabré responder.</p> + +<p>—Con la lengua sí; sabes manejarla, ya lo sé; pero la espada te pesa +demasiado.</p> + +<p>—¡Hola..., criados...!</p> + +<p>—Silencio, silencio —le interrumpió Hernando asiéndole un brazo con +tal violencia que faltó poco para que se lo rompiera—; has de oírme +hasta el fin, y después eres muy dueño de llamar a tus criados, que yo +sabré contenerlos.</p> + +<p>—Habla pues, y pronto —contestó el conde lleno de rabia y +confusión.</p> + +<p>—Tú has llenado de amargura los últimos instantes de la vida del +amigo de tu padre: tú has deshonrado a la hermana de Alí; y por último, +has cometido un asesinato para evitar el pelear como caballero con él. +Eres el baldón<span class="pagenum" id="Page_192">p. 192</span> de los +tuyos; la afrenta de los castellanos; el destructor de tu patria. Has +merecido la muerte, y la recibirás si no te conformas con lo que voy a +proponerte... No me repliques: óyeme. El pueblo ignora que seas tú el +asesino de Alí: este secreto solas dos personas lo saben: el conde de +Candespina es una, y yo la otra. Si quieres salvarte...</p> + +<p>Aquí llegaba Hernando, cuando un criado llamó fuertemente a +la puerta de la estancia en que se hallaba con el conde, a quien +nada podía causar más placer que ver interrumpida tan desagradable +conferencia.</p> + +<p>—¿Quién llama? —preguntó furioso Hernando.</p> + +<p>—La reina manda —contestó el criado— que el conde de Lara se +presente inmediatamente en el alcázar.</p> + +<p>—Ya oís —dijo Lara...</p> + +<p>—Sí, ya oigo; y no me opondré a las órdenes de Su Alteza; pero +volveremos a vernos antes de mucho; y tiembla por ti si te atreves a +publicar esta conversación.</p> + +<p><span class="pagenum" id="Page_193">p. 193</span></p> + +<p>Diciendo así, tomó Hernando sus armas, abrió la puerta y se marchó, +dejando absorto y pesaroso al menguado conde. Sin embargo, este recordó +que debía presentarse a la reina; sacó fuerzas de flaqueza, y como +tenía sobrada costumbre de disfrazar sus naturales sentimientos, logró +tomar un aspecto bastante sereno para comparecer ante doña Urraca, +quien por su parte también se esforzaba para disimular su enojo.</p> + +<p>—Os he llamado, conde —le dijo—, para daros una noticia que va sin +duda a sorprenderos: vuestro contrario Alí ha perecido ayer a manos de +unos asesinos desconocidos.</p> + +<p>—Acabo de saber, señora, tan desagradable acontecimiento, y puedo +asegurar a Vuestra Alteza que a pesar de todo...</p> + +<p>—Estoy persuadida de que el conde de Lara es incapaz de alegrarse de +semejante maldad; pero dejando esto aparte, sed franco: ahora que ese +moro no existe, ¿no me diréis qué motivos...?</p> + +<p><span class="pagenum" id="Page_194">p. 194</span></p> + +<p>—Mil veces he dicho a Vuestra Alteza, y lo repito ahora bajo +juramento, que nunca había yo visto a ese joven hasta que en presencia +de Vuestra Alteza...</p> + +<p>—Sí, eso puede ser verdad; y, sin embargo, también sin verle +pudierais haberle agraviado.</p> + +<p>—Que pudiera ser, señora, no lo niego, mas no ha sido...</p> + +<p>—Hay, conde, quien dice lo contrario...</p> + +<p>—Si Vuestra Alteza da oídos a mis enemigos, no habrá crimen que no +se me impute —y al decir esto se turbó extraordinariamente.</p> + +<p>—No, a fe mía, no he escuchado en este negocio a vuestros enemigos. +Creedme, conde, confesad francamente a vuestra reina qué causa hizo al +joven Alí vuestro enemigo.</p> + +<p>—Vuestra Alteza sabe que la ignoro.</p> + +<p>—Yo sé que así me lo habéis dicho; pero la cosa es tan +inverosímil...</p> + +<p>—¿Y quién ha presentado pruebas que contradigan mi verdad? Nadie, +señora. Por el contrario: el mismo silencio de Alí ¿no prueba que no +tenía de qué acusarme?</p> + +<p>—Hace dos horas tal vez<span class="pagenum" id="Page_195">p. +195</span> me hubiera convencido esa razón; mas ahora...</p> + +<p>—Y ¿qué causa ha podido haber para que yo pierda la confianza con +que Vuestra Alteza me honraba?</p> + +<p>—Causa, ninguna. Solamente una reflexión, conde: habéis sido siempre +tan rendido con las damas que me parece probable que algún amorío...</p> + +<p>—¡Qué delirio, señora! Mi corazón no ha amado más que una sola vez, +y esa con harta desgracia.</p> + +<p>—Esa vez basta quizá para haber...</p> + +<p>—No acabe Vuestra Alteza, señora; el objeto de mi amor nada ha +tenido que ver con ese moro; yo he amado, amo todavía, y amaré siempre, +pero será a mi reina.</p> + +<p>—Basta, conde: no sabéis responder otra cosa. ¿Conque en efecto no +habéis vos provocado la enemistad de Alí?</p> + +<p>—No, señora.</p> + +<p>—Miradlo bien.</p> + +<p>—Mirado está, señora.</p> + +<p>Doña Urraca hizo seña a una dama de su servidumbre que allí estaba, +y esta salió inmediatamente de la cámara. Entonces abandonando la reina +el aire de<span class="pagenum" id="Page_196">p. 196</span> fría +tranquilidad que hasta aquel punto había afectado, se levantó de su +asiento y empezó a pasearse apresuradamente por la sala, con admiración +de Lara; hasta que, abriéndose la puerta, se presentó a los ojos del +asombrado conde la misma Zulema, pero vestida con el traje propio de su +nación.</p> + +<p>Lara al verla creyó que el universo entero se desplomaba sobre su +cabeza, y exclamó involuntariamente:</p> + +<p>—¡Zulema, tú aquí!</p> + +<p>La reina se había parado en medio de la cámara, y con ojos +centelleantes de furor consideraba al pérfido conde que, aterrado, no +se atrevía a separar la vista del suelo.</p> + +<p>—¿Tampoco —dijo la reina por fin—, tampoco habréis visto a esta +joven antes de ahora? Conde de Lara, responded: ¿qué se ha hecho de +vuestra elocuencia? Perjuro, ¿no decías que no habías agraviado nunca +al infeliz Alí? Responde.</p> + +<p>Lara no podía articular una palabra, tal<span class="pagenum" +id="Page_197">p. 197</span> era su espanto; Zulema, temerosa, se había +quedado a la puerta de la cámara derramando copiosas lágrimas que +regaban sus descoloridas mejillas; y doña Urraca, que ya no pensaba en +enfrenar su enojo, continuó diciendo:</p> + +<p>—No os atrevéis a responderme; pues bien, preparaos a sufrir el +castigo que merece quien engaña a su reina. ¡Hola! Venga el conde de +Candespina al momento.</p> + +<p>Este nombre surtió un efecto mágico en don Pedro: oírlo y recordar +al momento que, según Hernando le había dicho, poseía don Gómez el +secreto fatal de la muerte de Alí, todo fue una misma cosa; y juzgando +que Candespina no despreciaría aquella ocasión de libertarse para +siempre de su rival, se dio por perdido.</p> + +<p>—Señora —exclamó arrojándose a los pies de la reina—, no quiera +Vuestra Alteza humillarme ante el conde.</p> + +<p>—Apartaos —contestó doña Urraca—, sois indigno de +consideraciones.</p> + +<p>—¡Ah, señora! He delinquido, es verdad,<span class="pagenum" +id="Page_198">p. 198</span> con Zulema; ¿pero debe Vuestra Alteza ser +quien me castigue por ello? La causa...</p> + +<p>—Es vuestra perfidia. Venid, conde de Candespina; venid y encargaos +de este caballero que confío a vuestra guarda. Zulema, ya veis que +soy justa. Mañana será Lara vuestro esposo o perecerá en un cadalso. +¿Queréis más?</p> + +<p>—No, señora. Quédese libre el conde de Lara: su corazón no es mío, +y aunque lo fuera, yo no podría ya mirar sin horror al que ha causado +la muerte de mi padre y la de mi hermano, y con ellas mi eterno dolor. +Yo he venido solo a pedir a Vuestra Alteza justicia contra los asesinos +del desdichado Alí, si puede averiguarse quiénes son.</p> + +<p>—Y la obtendréis como yo llegue a conocerlos. Conde, llevaos al +preso.</p> + +<p>—¿Querrá Vuestra Alteza —dijo Candespina— escuchar una súplica?</p> + +<p>—Decid presto.</p> + +<p>—Pues bien, señora, yo ruego a Vuestra Alteza que el conde de Lara +quede en libertad. Su conciencia, el enojo de Vuestra Alteza, y el +menosprecio de<span class="pagenum" id="Page_199">p. 199</span> todos +los buenos harto castigo son para un noble.</p> + +<p>—Y yo —añadió Zulema—, yo uniré también mis ruegos a los de este +generoso caballero. Piedad, señora.</p> + +<p>Las lágrimas inundaron los ojos de doña Urraca, y después de un +breve rato de meditación, volviéndose a Lara le dijo:</p> + +<p>—Salid de mi presencia, y no os volváis a presentar sin mi orden +—y luego, señalándole al conde de Candespina añadió—: este es vuestro +enemigo, procurad imitarle.</p> + +<p>Lara, confuso y desesperado, se retiró; y don Gómez iba a hacer +lo mismo con Zulema, mas doña Urraca los detuvo. La generosidad del +conde y la perfidia de su rival le habían abierto los ojos por fin, y +resolvió premiar en aquel mismo instante los servicios y constancia de +su libertador dándole la mano de esposa. Sin embargo, fiel a su primer +proyecto de no dividir el trono con nadie, se lo hizo saber así al +conde; pero este, lleno de amor y enajenado de júbilo, respondió:</p> + +<p>—Yo, señora,<span class="pagenum" id="Page_200">p. 200</span> amo +a doña Urraca, no a su trono; mi gloria será después de ser su esposo, +como lo es ahora la de ser su vasallo más fiel.</p> + +<p>La triste Zulema hubo de presenciar aquella escena, que recordaba a +su afligido corazón la corta y venturosa época en que también a ella +la halagaban las dulces y lisonjeras ilusiones del amor, y aun parecía +que su alma bondadosa olvidaba parte de sus penas para tomarla en la +alegría de su protector; pero el dardo había penetrado demasiado para +que la herida pudiera nunca cerrarse. En vano doña Urraca le propuso +recibirla entre sus damas si quería quedarse en Castilla, o hacerla +llevar a su país si lo deseaba: la hermana de Alí, resuelta a entrar en +el gremio de los fieles, pidió por única gracia que se la administrara +el bautismo para retirarse después a un claustro.</p> + +<p>Al cabo de no poco tiempo se retiró el conde con Zulema a su casa, y +enteró<span class="pagenum" id="Page_201">p. 201</span> de su próxima +dicha a Hernando y a Leonor, cuyo júbilo no puede encarecerse bastante. +Hernando contó a su amigo la conversación que con Lara había tenido, +diciéndole su objeto, que era el de obligar al conde a que diese la +mano a la pobre mora; «mas pues ella lo rehúsa», concluyó, «inútil es +insistir más».</p> + +<p>Pocos días después del de la escena referida recibió Zulema el +bautismo, siendo sus padrinos el conde de Candespina y doña Leonor; e +inmediatamente tomó el velo de novicia en uno de los conventos de León, +donde a su debido tiempo profesó; siendo los pocos años que sus penas +la dejaron vivir un modelo de virtud, dulzura y paciencia: dotes dignas +a la verdad de mas próspera suerte que la que su aciago destino le +proporcionó.</p> + +<p>El leal, el valiente, el virtuoso conde de Candespina vio colmados +sus deseos con la posesión de la mano de la reina de Castilla. Su +matrimonio se verificó en<span class="pagenum" id="Page_202">p. +202</span> el oratorio del alcázar, en presencia de Hernando, su +esposa, don Diego López y algunos fieles partidarios, quedando +secreto por entonces. Doña Urraca quería tener un esposo, pero no un +dueño; y el conde, sobre no ser ambicioso, conocía que, en aquellas +circunstancias, aun los mismos que como ministro eran sus parciales +se convertirían tal vez en enemigos si veían brillar en su frente la +diadema de los godos.</p> + +<p>Continuó viviendo en la corte el conde de Lara por un resto de +vanidad que no le permitía retirarse de ella, como sin duda hubiera +debido hacerlo; y don Gómez era demasiado generoso para hacerle sentir +el peso de su poder. Lejos pues de tratarle con aspereza le manifestaba +más agrado acaso del justo, y contenía con su ejemplo a muchos, que sin +él, hubieran tomado cruelísima venganza de agravios recibidos en otro +tiempo.</p> + +<p>Solo Hernando era quien no podía resolverse a dirigirle la palabra +jamás; y<span class="pagenum" id="Page_203">p. 203</span> por +deferencia a su amigo huía las ocasiones de encontrarle.</p> + +<p>—Paréceme —decía a su esposa— que veo siempre sus manos teñidas en +la sangre del desventurado Alí. Asesino es la primera palabra que se me +ocurre decirle, y asesino también la última.</p> + +<p>Por fin Lara, perseguido por los remordimientos, despreciado de sus +enemigos y abandonado de los que en su privanza le manifestaban más +afecto, vivía infeliz y miserablemente.</p> + +<figure class="figcenter mt3"> + <img src="images/t035.jpg" + style="width: 5em; height: auto;" + alt="Viñeta ornamental"> +</figure> + +<hr class="chap x-ebookmaker-drop"> + + +<div class="chapter pt3" id="ChCon"> + <p><span class="pagenum" id="Page_204">p. 204</span></p> + <h2 class="nobreak g0">CONCLUSIÓN</h2> +</div> + +<p class="ti0"><span class="cap">L</span><span class="rest">a +disolución</span> del matrimonio de la reina con don Alfonso de Aragón +había privado a este príncipe de todo derecho a la corona de Castilla; +pero creyéndose ofendido como hombre y como rey, no quiso desistir +de su empresa ni entrar en negociaciones de paz, a pesar de cuantos +esfuerzos hizo para ello el conde de Candespina. Terminado pues el +invierno, entró en Castilla con un ejército infinitamente superior +al que doña Urraca pudo poner en campaña. La habilidad de don Gómez +prolongó algún tiempo la guerra con el cuidado que tuvo en evitar +toda acción general: mas al cabo le fue imposible hacerlo en las +inmediaciones de Sepúlveda.</p> + +<p><span class="pagenum" id="Page_205">p. 205</span></p> + +<p>La batalla se dio precisamente en el campo de Espina, que era de +donde don Gómez tomaba su título, y el mando de la primera línea +se le confió al conde don Pedro de Lara, quien a pesar de todo lo +acaecido tuvo bastante maña e influjo para conseguirlo, tal vez con +la sana intención de rehabilitar su fama. Mas apenas los veteranos de +don Alfonso cargaron a las tropas que mandaba, se puso en vergonzosa +fuga, siguiéndole todos sus soldados. Resultó de esto lo que no podía +menos de suceder: los fugitivos de la primera línea desordenaron +los escuadrones de la segunda. El espanto se apoderó de casi todos +los ánimos. «¡Traición!», gritaban unos; «¡Sálvese el que pueda!», +otros: todos huían, y huían en vano, porque su propia precipitación +los entregaba a sus enemigos, que hicieron en ellos una horrible +carnicería.</p> + +<p>En medio de aquel desorden general<span class="pagenum" +id="Page_206">p. 206</span> permanecía sin embargo organizado un +escuadrón todo compuesto de caballeros, que en torno del estandarte del +conde de Candespina, que ostentaba una águila negra en campo amarillo, +y capitaneados por él, resistían al poder de los aragoneses.</p> + +<p>Para llegar hasta aquellos campeones era preciso salvar un parapeto +que de los cadáveres de sus enemigos habían hecho; y sería necesaria la +pluma de Homero para pintar las hazañas que vio aquel día memorable. +Sin embargo, todo su valor fue inútil: los tiros de los ballesteros +aragoneses y la multitud de los hombres de armas que caían sobre +ellos continuamente acabaron por reducir de tal modo su número que el +conde, Hernando, don Diego López y Millán se llegaron a ver solos. Don +Alfonso, admirado de tanta valentía, quiso otorgarles la vida si se le +rendían; mas como lo rehusasen,<span class="pagenum" id="Page_207">p. +207</span> mandó que se les matara. Millán cayó el primero, siguiole +López, y a este el valeroso don Gómez. Hernando, asido el estandarte +con la una mano y esgrimiendo con la otra su temible espada, sacrificó +a más de veinte a su furor antes de que llegaran a herirle; pero un +soldado, de un golpe con el hacha de armas le cortó el brazo izquierdo. +No por esto desmayó, pues cogiendo entre sus dientes el paño de la +bandera, continuó peleando, y no cayó hasta que de otro golpe perdió +el brazo derecho. Entonces los soldados acabaron de matarle, y dio fin +aquel modelo de los amigos y espejo de los valientes.</p> + +<p>Leonor fue a unirse con Zulema en su convento: ambas lloraban juntas +las irreparables pérdidas que habían hecho, y ambas murieron fieles a +la virtud.</p> + +<p>En cuanto a doña Urraca y Lara, el resto de su vida política +pertenece a la<span class="pagenum" id="Page_208">p. 208</span> +historia, y el lector curioso puede acudir a ella.</p> + +<p>Del público y las circunstancias depende que con el tiempo llegue a +dar a luz las aventuras secretas de doña Urraca y don Pedro de Lara, +que según creo deben hallarse en unos antiguos manuscritos de la misma +biblioteca, de donde he sacado la historia que precede; la cual plegue +a Dios sea del agrado de todos.</p> + +<figure class="figcenter mt3"> + <img src="images/t208.jpg" + style="width: 8em; height: auto;" + alt="Viñeta ornamental"> + <figcaption class="caption asc">FIN</figcaption> +</figure> + +<hr class="chap x-ebookmaker-drop"> + + +<div class="chapter pt3" id="Err"> + <p><span class="pagenum" id="Page_209">p. 209</span></p> + <h2 class="nobreak g0">ERRATAS</h2> + <hr class="tir"> + <p class="centra g1 ws1 mt15">TOMO 2.º</p> +</div> + +<table class="form"> + <tr> + <td class="tdr bb"><i>Pág.</i></td> + <td class="tdr bb"><i>Lín.</i></td> + <td class="tdc bb"><i>Dice</i></td> + <td class="tdc bb"><i>Léase</i></td> + </tr> + <tr> + <td class="tdr pt05">29.</td> + <td class="tdr pt05">8.</td> + <td class="tdl pt05">mando</td> + <td class="tdl pt05">marido</td> + </tr> + <tr> + <td class="tdr">34.</td> + <td class="tdr">14.</td> + <td class="tdl">nevitable</td> + <td class="tdl">inevitable</td> + </tr> + <tr> + <td class="tdr">69.</td> + <td class="tdr">6.</td> + <td class="tdl">les</td> + <td class="tdl">le</td> + </tr> + <tr> + <td class="tdr">86.</td> + <td class="tdr">14.</td> + <td class="tdl">arriesgase enojar</td> + <td class="tdl">arriesgase a enojar</td> + </tr> + <tr> + <td class="tdr">90.</td> + <td class="tdr">1.</td> + <td class="tdl">concede</td> + <td class="tdl">le concede</td> + </tr> + <tr> + <td class="tdr">94.</td> + <td class="tdr">5.</td> + <td class="tdl">buena recom-</td> + <td class="tdl">una buena recompen-</td> + </tr> + <tr> + <td class="tdr">103.</td> + <td class="tdr">5.</td> + <td class="tdl">acaba</td> + <td class="tdl">acababa</td> + </tr> + <tr> + <td class="tdr">104.</td> + <td class="tdr">16.</td> + <td class="tdl">que</td> + <td class="tdl">de que</td> + </tr> + <tr> + <td class="tdr">109.</td> + <td class="tdr">9.</td> + <td class="tdl">infie</td> + <td class="tdl">infiel</td> + </tr> + <tr> + <td class="tdr">124.</td> + <td class="tdr">6.</td> + <td class="tdl">de</td> + <td class="tdl">del</td> + </tr> + <tr> + <td class="tdr">126.</td> + <td class="tdr">2.</td> + <td class="tdl">Gutierrez</td> + <td class="tdl">Gutierre</td> + </tr> + <tr> + <td class="tdr">143.</td> + <td class="tdr">21.</td> + <td class="tdl">Galante, seño¿ra,</td> + <td class="tdl">¿Galante, señora,</td> + </tr> +</table> + +<hr class="chap"> + + +<hr class="full"> + +</div> +<div style='text-align:center'>*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK 75134 ***</div> +</body> +</html> + diff --git a/75134-h/images/cover.jpg b/75134-h/images/cover.jpg Binary files differnew file mode 100644 index 0000000..3d10fd8 --- /dev/null +++ b/75134-h/images/cover.jpg diff --git a/75134-h/images/logo.jpg b/75134-h/images/logo.jpg Binary files differnew file mode 100644 index 0000000..ce96efd --- /dev/null +++ b/75134-h/images/logo.jpg diff --git a/75134-h/images/t015.jpg b/75134-h/images/t015.jpg Binary files differnew file mode 100644 index 0000000..3c60732 --- /dev/null +++ b/75134-h/images/t015.jpg diff --git a/75134-h/images/t035.jpg b/75134-h/images/t035.jpg Binary files differnew file mode 100644 index 0000000..2e56db7 --- /dev/null +++ b/75134-h/images/t035.jpg diff --git a/75134-h/images/t072.jpg b/75134-h/images/t072.jpg Binary files differnew file mode 100644 index 0000000..93d06bb --- /dev/null +++ b/75134-h/images/t072.jpg diff --git a/75134-h/images/t085.jpg b/75134-h/images/t085.jpg Binary files differnew file mode 100644 index 0000000..7418a29 --- /dev/null +++ b/75134-h/images/t085.jpg diff --git a/75134-h/images/t117.jpg b/75134-h/images/t117.jpg Binary files differnew file mode 100644 index 0000000..a3d5e8f --- /dev/null +++ b/75134-h/images/t117.jpg diff --git a/75134-h/images/t129.jpg b/75134-h/images/t129.jpg Binary files differnew file mode 100644 index 0000000..2bd9bbe --- /dev/null +++ b/75134-h/images/t129.jpg diff --git a/75134-h/images/t143.jpg b/75134-h/images/t143.jpg Binary files differnew file mode 100644 index 0000000..9187e16 --- /dev/null +++ b/75134-h/images/t143.jpg diff --git a/75134-h/images/t156.jpg b/75134-h/images/t156.jpg Binary files differnew file mode 100644 index 0000000..789826a --- /dev/null +++ b/75134-h/images/t156.jpg diff --git a/75134-h/images/t157.jpg b/75134-h/images/t157.jpg Binary files differnew file mode 100644 index 0000000..11b4168 --- /dev/null +++ b/75134-h/images/t157.jpg diff --git a/75134-h/images/t169.jpg b/75134-h/images/t169.jpg Binary files differnew file mode 100644 index 0000000..30838db --- /dev/null +++ b/75134-h/images/t169.jpg diff --git a/75134-h/images/t171.jpg b/75134-h/images/t171.jpg Binary files differnew file mode 100644 index 0000000..50434d5 --- /dev/null +++ b/75134-h/images/t171.jpg diff --git a/75134-h/images/t187.jpg b/75134-h/images/t187.jpg Binary files differnew file mode 100644 index 0000000..5d26c5e --- /dev/null +++ b/75134-h/images/t187.jpg diff --git a/75134-h/images/t208.jpg b/75134-h/images/t208.jpg Binary files differnew file mode 100644 index 0000000..738720b --- /dev/null +++ b/75134-h/images/t208.jpg diff --git a/LICENSE.txt b/LICENSE.txt new file mode 100644 index 0000000..6312041 --- /dev/null +++ b/LICENSE.txt @@ -0,0 +1,11 @@ +This eBook, including all associated images, markup, improvements, +metadata, and any other content or labor, has been confirmed to be +in the PUBLIC DOMAIN IN THE UNITED STATES. + +Procedures for determining public domain status are described in +the "Copyright How-To" at https://www.gutenberg.org. + +No investigation has been made concerning possible copyrights in +jurisdictions other than the United States. Anyone seeking to utilize +this eBook outside of the United States should confirm copyright +status under the laws that apply to them. diff --git a/README.md b/README.md new file mode 100644 index 0000000..207489e --- /dev/null +++ b/README.md @@ -0,0 +1,2 @@ +Project Gutenberg (https://www.gutenberg.org) public repository for +eBook #75134 (https://www.gutenberg.org/ebooks/75134) |
