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+
+*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK 75134 ***
+
+
+NOTA DE TRANSCRIPCIÓN
+
+ * Las cursivas se muestran entre _subrayados_ y las versalitas se han
+ convertido a MAYÚSCULAS.
+
+ * Los errores de imprenta han sido corregidos.
+
+ * La ortografía del texto original ha sido modernizada de acuerdo con
+ las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española.
+
+ * También ha sido modernizada la puntuación, la grafía de los nombres
+ propios de personas y lugares, y los laísmos y leísmos.
+
+ * Para facilitar la lectura, algunos pronombres enclíticos han sido
+ separados de los verbos a los que acompañan.
+
+ * Las abreviaturas han sido expandidas y la presentación de los
+ diálogos se ha adaptado a los modernos usos ortotipográficos,
+ utilizando párrafos distintos para cada interviniente y aislando
+ entre rayas los comentarios del narrador.
+
+ * El contenido de la fe de erratas, situada al final del libro, ha
+ sido incoporado al texto.
+
+ * Se han añadido viñetas decorativas al final de algunos capítulos
+ que no las traen impresas.
+
+ * En esta novela, el autor llama Alfonso VII al padre de la reina
+ doña Urraca, pero los historiadores consideran que el padre de esta
+ reina fue Alfonso VI, siendo Alfonso VII el hijo, y no el padre de
+ doña Urraca.
+
+
+
+
+ EL CONDE
+ de
+ CANDESPINA
+ —
+ TOMO SEGUNDO
+
+
+
+
+ EL CONDE
+ de
+ CANDESPINA
+
+ novela histórica original
+
+ POR
+
+ _Don Patricio de la Escosura_
+
+ Alférez del Escuadrón de Artillería de la Guardia Real.
+
+ [Ilustración]
+
+ MADRID y SEPTIEMBRE:
+ IMPRENTA, CALLE DEL AMOR DE DIOS, n.º 14.
+ —
+ 1832
+
+
+
+
+ _¿Por qué de Roma tu ofuscada mente_
+ _Hazañas busca en la remota historia?_
+ _¿Para asombrar a la futura gente_
+ _No basta acaso la española gloria?_
+ _Cuando virtud y honor tu lira intente_
+ _Eternizar del mundo en la memoria,_
+ _Los campos corre de la madre España,_
+ _Y cada monte te dirá una hazaña._
+
+ (Don Ventura de la Vega, canto al Rey Nuestro Señor).
+
+
+
+
+ EL CONDE
+ DE
+ CANDESPINA
+
+CAPÍTULO PRIMERO
+
+
+A corta distancia de Soria, y oculto al pie de un pequeño cerro, había
+dejado un escuadrón el conde de Candespina, según hemos dicho; y así
+es que una vez fuera de los muros de aquella ciudad, pudo la reina
+deponer todo temor. Detúvose su litera el tiempo necesario para que
+despojándose algunos caballeros de sus vestidos de almogávares, calasen
+el morrión y montasen a caballo; y aprovechando este intervalo, enteró
+don Gómez a la reina de los medios que había empleado para sacarla
+por segunda vez del poder de su marido. Ocioso será decir que llena
+de admiración y reconocimiento, no encontraba doña Urraca expresiones
+bastantemente fuertes para ponderar su gratitud; y si hemos acertado a
+pintar con alguna verdad el carácter del conde, creemos también que no
+habrá uno de nuestros lectores que no conciba su placer viéndose tan
+favorecido de su señora, y que una sola de sus expresiones bastaría
+para hacerle arrostrar mil muertes en su defensa.
+
+Concluidos los preparativos para la marcha, rompió su movimiento
+el escuadrón escogido, llevando en medio la preciosa litera.
+Verdaderamente era un magnífico espectáculo ver a aquellos guerreros
+cubiertos de fortísimas y brillantes armaduras, montados en soberbios
+bridones andaluces, y ostentando en la diversidad de colores de los
+pendones de las lanzas y de las bandas que adornaban las bruñidas
+corazas, las diferentes inclinaciones de sus damas, marchar con
+admirable concierto y uniformidad, como si todos fueran partes de una
+sola máquina, cuyo resorte principal fuese la voluntad de su caudillo.
+Flotaban a merced de los vientos las amarillas y negras plumas que
+adornaban la cimera del casco de este; el fogoso alazán que montaba,
+pareciendo sentir el gozo de su amo y envanecerse con sus triunfos,
+marchaba con la cerviz erguida, hinchado el ferviente pecho, sentando
+apenas las manos en la tierra, y cubriéndose a sí mismo de blanca
+espuma. La reina manifestaba en lo placentero del semblante cuál era su
+interior contento; y la dirección de todos los morriones indicaba que
+el objeto exclusivo a que atendía aquella tropa de leales era la misma
+doña Urraca.
+
+Empezaba el sol a declinar al occidente, dejándose apenas sentir
+la benéfica influencia de sus rayos, cuando dieron vista al campo
+castellano don Gómez y su escuadrón. Los centinelas de los reales que
+vieron venir con tan buen orden a ellos un número bastante crecido de
+soldados, dieron la alarma. Resonaron en la vasta extensión del campo
+los bélicos instrumentos; corrieron a las armas soldados y caballeros;
+y en poco tiempo se reunieron bastantes para poder hacer frente al
+enemigo, mientras el resto se organizaba.
+
+No había probado hasta entonces el conde de Lara más que las dulzuras
+del mando; y la crónica dice que, en el momento de que hablamos,
+creyendo que de improviso venía sobre él don Alfonso con todo su poder,
+hubiera de buena gana renunciado a su honorífico puesto. Hubo sin
+embargo de conformarse, y armado de todas armas se presentó al frente
+del campo.
+
+Ya en esto se habían aproximado bastante a él los que acompañaban a
+la reina; y adelantándose el conde de Candespina se dio a conocer al
+ejército. Más de un soldado dicen que hubo a quien le pesase que en
+efecto no fueran aragoneses los que se presentaban, sintiendo renunciar
+a la idea de las honras que distinguiéndose en el combate esperaba
+conseguir; pero como este entusiasmo no es general, aun entre los
+valientes, se alegraron la mayor parte de su engaño, y más que todos el
+jefe del ejército.
+
+—Bien ha hecho Vueseñoría, señor conde —dijo el de Lara—, en
+descubrirse a tiempo, porque si no, hubiéramos podido daros un mal rato.
+
+—Dios solo sabe quién lo hubiera tenido, conde don Pedro; mas lo que
+importa es que Vueseñoría se aperciba para recibir dignamente a Su
+Alteza.
+
+—¡Santos cielos! ¿Qué decís, don Gómez?
+
+—¿A Su Alteza?
+
+—¿A Su Alteza? —repitieron en coro los oficiales que rodeaban a don
+Pedro.
+
+—¿A Su Alteza? —exclamaron oyéndolo los más próximos, y a la manera
+con que, herida la mansa corriente de un caudaloso río por una piedra,
+se forman sucesivamente en torno de esta multitud de círculos cada vez
+mayores hasta que se terminan en las orillas, así también la voz «¿A Su
+Alteza?» se extendió por todo el campo, repitiéndola confusamente los
+ecos de los vecinos montes.
+
+—Sí, caballeros —continuó el conde de Candespina—, sí, soldados
+castellanos, nuestra reina doña Urraca es la que va a honrarnos con su
+presencia.
+
+—_Viva la reina, viva su libertador_ —exclamaron unánimemente cuantos
+alcanzaron a oírle.
+
+Y precisamente entonces llegó doña Urraca. Se apeó de la litera para
+gozar libremente, dijo, de la vista de sus vasallos, y habiéndose
+apeado también todos los caballeros, fue el conde de Lara a rendirla
+el debido homenaje, y tomar en su calidad de general las órdenes de Su
+Alteza.
+
+—¿Cómo —exclamó doña Urraca entre sorprendida e indignada—, cómo? Conde
+de Candespina, ¿no sois vos el caudillo de mis tropas?
+
+—Señora —contestó este—, el conde de Lara y yo alternamos en el mando.
+
+—¿Y quién ha alternado con vos para exponerse dos veces a riesgos
+eminentes por salvarme? ¡Ah, castellanos, castellanos!
+
+Felizmente para el conde de Lara, el respeto tenía bastante lejos de
+la reina a todos los jefes del ejército, sin lo cual hubieran oído
+la justa y amarga reconvención que sus últimas palabras contenían;
+mas no dejó de producir en don Pedro el más vivo resentimiento, o por
+mejor decir, la más negra envidia por lo que don Gómez acababa de
+hacer. Cualquier otro hombre de su calidad a quien la reina hubiera
+hecho semejante alusión, habría contestado con aspereza, y tal vez
+con desacato; mas el conde de Lara sabía dominarse, y contando con
+los recursos que aún le quedaban, no se dio por entendido de lo que
+oyó. La alegría del campo castellano era imponderable: el simple
+soldado que iba a la guerra sin más motivo que la voluntad de su señor
+feudal, veía llegar con el placer que puede imaginarse el momento de
+volver al cultivo de su campo, y a la dichosa oscuridad de su cabaña;
+y los ricos hombres y caballeros de más cuenta, empeñados en aquel
+partido, no desconocían que la sola presencia de doña Urraca daba más
+consistencia a su facción que cuantas victorias hubieran alcanzado
+sobre los aragoneses. Un solo hombre era el que entre tantos dichosos
+gemía dolorosamente viendo frustrados sus más caros proyectos, y
+pendiente sobre su cabeza la cuchilla de la justicia de la reina: don
+Pedro Ansúrez, custodiado por una fuerte escolta al mando de don Diego
+López, y conducido en pos de la triunfante doña Urraca, como en la
+soberbia Roma seguían los cautivos el carro de sus vencedores. ¡Extraña
+vicisitud de la fortuna! Veinticuatro horas antes pendía de su voluntad
+la suerte y la vida de los que en aquel momento eran árbitros de la
+suya.
+
+Después de haber corrido en esta disposición todo el campo, para que
+los soldados se cerciorasen de que en efecto se hallaba en él, se
+retiró la reina a la tienda de Lara, que por su magnificencia, acaso
+extremada para un guerrero, se juzgó la más digna de tener la honra
+de hospedarla. En ella recibió a las personas más distinguidas del
+ejército, y nada le quedó que hacer para que todos saliesen a cual
+más encantado de su afabilidad y dulzura; pero el conde de Candespina
+fue la persona a quien particularmente parecía dirigir sus afectuosas
+miradas. Cada vez que un noble la felicitaba por su inesperada
+libertad, decía:
+
+—Ved aquí al que ha hecho este milagro; Castilla le debe su reina, y
+doña Urraca la libertad y la vida.
+
+—¡Ah, señora! —contestaba el conde—, ¿quién no expondrá gustoso mil
+vidas por una reina como doña Urraca?
+
+Así que se hubo apaciguado algún tanto el tumulto causado por la
+inesperada aparición de doña Urraca, y que, satisfechos de haberla
+visto, los caballeros castellanos dejaron desembarazada su tienda,
+quedando solamente en ella los condes de Candespina y Lara, y algunas
+de las personas de más cuenta, volvió de nuevo a resonar el campo con
+gritos de alegría: la multitud de los soldados seguía a un caballero,
+montado en un caballo casi exánime de fatiga, y que apenas podía
+sostener su peso y el de una enlutada dama que a las ancas llevaba.
+
+—Es Hernando de Olea —gritaban los soldados—. Es el valiente Hernando.
+
+—Sí, camaradas —contestaba nuestro Hernando—. Yo soy: vuelvo a pelear,
+a vencer con vosotros.
+
+Los talentos de Olea eran escasos, pero su valor, sobrado, y el soldado
+gusta de esta cualidad en sus jefes, perdonándoles fácilmente en favor
+de ella cualquier otro defecto. Así es que Hernando gozaba de la más
+alta reputación entre la tropa, y su venida fue para el ejército un
+verdadero júbilo.
+
+—Leonor —exclamó la reina viéndola entrar—, ¿tú también aquí? Ya nada
+me falta.
+
+—¡Ah, señora!, déjeme Vuestra Alteza besar sus pies.
+
+—Alza y dame los brazos; ¿y a quién debo la dicha de tenerte a mi lado?
+
+—Al incomparable valor del amigo del conde de Candespina.
+
+—¿Al valiente Hernando? Venid acá, buen caballero, no estéis tan
+retirado; el servicio que me habéis hecho merece recompensa; pedid, y
+os será otorgada.
+
+—Vuestra Alteza pondera más de lo que vale mi acción, que al cabo nada
+significa, y además lleva la recompensa en sí misma.
+
+—¿No os parece, conde de Candespina, que vuestro amigo ha tenido más
+memoria que todos nosotros, acordándose de Leonor, y no poca osadía
+para quedarse solo en Soria por no dejarla en su convento?
+
+—Verdaderamente, señora —contestó el conde, a quien las bondades de
+doña Urraca tenían de festivo humor—, parece que el buen Hernando ha
+apartado poco de su memoria a doña Leonor desde...
+
+—Callad, conde, que hacéis ruborizar a mi camarera. Veamos, Hernando,
+qué recompensa pedís; os mando que la señaléis.
+
+—Pues Vuestra Alteza lo exige, diré... que... señora... el conde ha
+indicado...
+
+—Que amáis a Leonor; válgame el cielo, que amante sois tan tímido. Será
+preciso que yo hable por vos.
+
+—Señora, Vuestra Alteza ha adivinado mis pensamientos.
+
+—¿Y qué dices a esto, Leonor? Solo falta tu consentimiento para que
+seas esposa de Hernando.
+
+—No tengo más voluntad que la de Vuestra Alteza; y Hernando tiene
+demasiados títulos a mi agradecimiento para que yo pueda negarle nada.
+Mas hasta tanto que Vuestra Alteza esté pacíficamente en su trono,
+Leonor de Guzmán no pensará en casarse.
+
+—Todos a porfía queréis acumular las pruebas de vuestra fidelidad;
+plegue a Dios que llegue el momento en que pueda recompensaros.
+
+La tienda de la reina era en aquel instante el templo de la felicidad,
+y el generoso Candespina aprovechó la ocasión para hablar de don
+Pedro Ansúrez. A pesar de haber sido este siempre su mortal enemigo,
+a pesar de las asechanzas que últimamente intentó poner en práctica
+para llevarle a un suplicio, y a pesar de sus traiciones, no podía
+dejar el conde de Candespina de mirar a don Pedro Ansúrez como a un
+compatriota, y compatriota desgraciado. Habló pues en su favor a doña
+Urraca; Lara se opuso a que se le diera libertad, pretextando que
+debía hacerse un escarmiento; pero las razones que alegó el conde de
+Candespina sobre la crueldad que habría en deshacerse de un enemigo
+ya indefenso, lo peligroso que sería enajenarse los ánimos de sus
+muchos parientes y allegados; y hasta la especie de felonía con que
+había sido forzoso sacarle de Soria, unidas a los generosos ruegos de
+Hernando, Leonor y don Diego López, decidieron la cuestión en favor del
+desgraciado conde de Ansúrez.
+
+Aquella misma noche se le hizo saber la piedad de Su Alteza, y prestado
+que hubo juramento de fidelidad a doña Urraca, quedó libre para
+marcharse adonde mejor le pareciese.
+
+Con acuerdo de la reina resolvieron los dos generales que el ejército
+se pondría en marcha al romper el alba de la próxima mañana, y tomadas
+las disposiciones convenientes, se retiraron a reposar de las fatigas
+de aquel día tan fecundo en sucesos no comunes.
+
+[Ilustración]
+
+
+
+
+CAPÍTULO II
+
+
+Hemos dejado a don Alfonso de Aragón en Soria ocupado en despachar
+los negocios de su reino, cuando la dichosa temeridad del conde de
+Candespina sacó de aquella ciudad a la reina de Castilla. La poca
+armonía que reinaba entre él y su esposa era causa de que no se vieran,
+aun viviendo juntos, más veces que las necesarias para cumplir como
+suele decirse con el mundo; y el número de sus forzadas entrevistas se
+redujo en Soria a una sola al día, que se verificaba ordinariamente a
+la prima noche, y en presencia de tres o cuatro cortesanos de los más
+favorecidos. Así es que don Alfonso hubiera ignorado hasta la noche la
+fuga de su esposa, a no habérsela revelado antes la falta del conde
+don Pedro Ansúrez. Raro era el día en que este señor no veía al rey
+dos o tres veces para darle cuenta de los negocios de Castilla; y como
+jamás se verificó que dejase de presentarse al menos una vez antes de
+la noche, forzosamente hubo don Alfonso de extrañar que llegase la
+media tarde sin haberle aún visto. En consecuencia mandó que se fuera a
+buscarle a su casa, en la cual contestaron los criados que había salido
+horas hacía a ver a Su Alteza, según creían; con esta noticia fue el
+encargado al cuarto de la reina, y allí supo que en efecto don Pedro
+Ansúrez había estado a ver a doña Urraca, siguiéndole tres caballeros,
+y que después de haber tenido con ella una breve conferencia, y
+levantádose esta de su lecho salieron todos juntos, yendo la reina
+en una litera sin acompañamiento ninguno. En la antecámara de doña
+Urraca empezaron ya, según costumbre, a formarse conjeturas entre los
+palaciegos: uno decía que tenía datos muy positivos para creer que,
+cansado el rey de las altanerías e inconsecuencias de doña Urraca, la
+había enviado con todo secreto a un convento, y que impaciente por
+saber que se había ya verificado, enviaba a buscar a don Pedro Ansúrez,
+ejecutor de sus órdenes; el otro sabía por buen conducto que la salida
+de la reina encerraba gran misterio, «y vuesas mercedes lo verán dentro
+de poco», añadía con tono entre enfático y profético. Todos hablaban,
+todos decían su opinión, y cada cual se alejaba más de la verdad que
+el que le había precedido. Desde el cuarto de la reina al del rey
+enteró el criado a cuantos encontró de su comisión y éxito de ella,
+encargándoles a todos el secreto, sin duda para con los muertos, pues
+antes que don Alfonso sabían en Soria grandes y chicos que la reina
+y su mayordomo habían desaparecido de palacio, y que se ignoraba su
+paradero. Como quiera que sea, el comisionado dio cuenta al rey de
+Aragón del resultado de sus diligencias, que en resumen fue que no se
+sabía del conde Ansúrez ni de la reina.
+
+—Mentís —dijo furioso el rey—, es imposible.
+
+—Señor, Vuestra Alteza puede asegurarse por sí mismo de mi verdad.
+
+—Tiembla si te has atrevido a engañarme.
+
+—Mi cabeza responde.
+
+—Fortún, no te habrás enterado bien.
+
+—Desgraciadamente, no me cabe duda.
+
+—La reina habrá salido a alguna de sus devociones. Sí; esto es. Al
+momento que se recorran todas las iglesias y monasterios de la ciudad;
+que no quede en el alcázar un solo criado. Fortún, que no se perdone
+diligencia para encontrarla al instante.
+
+La idea que en aquel momento ocurrió a don Alfonso fue la de que
+doña Urraca, no pudiendo de otro modo sustraerse a su autoridad, se
+habría retirado al inviolable asilo de algún convento de religiosas:
+pensamiento plausible a primera vista; pero que debió desvanecerse con
+la consideración de que en tal caso lo primero que el conde de Ansúrez
+hubiera hecho sin duda sería ponerlo en noticia del rey. De todos modos
+se practicaron mil diligencias a cual más infructuosa, hasta que a un
+mismo tiempo dos circunstancias descubrieron la verdad del hecho. Los
+soldados que estaban de guardia en la puerta por la cual salió de Soria
+doña Urraca, notando que no cesaban de pasar por sus inmediaciones
+personas de la real servidumbre con aire presuroso y afanado, y movidos
+de la natural curiosidad, detuvieron a uno de aquellos criados para
+preguntarle la causa de su diligencia.
+
+—La reina no parece en toda la ciudad —dijo el enviado.
+
+—Ni es fácil —contestó un soldado—, no vengáis con chanzonetas,
+hermano, que pudierais viniendo por lana salir trasquilado.
+
+—No me chanceo, caballeros, lo que digo es la pura verdad; más de tres
+horas hace que andamos buscando a Su Alteza inútilmente.
+
+—Cuerpo de mi padre, y podréis buscarla hasta el día del juicio sin más
+provecho.
+
+—¿Sabréis vos, señor soldado, por ventura, dónde está?
+
+—Dónde está lo ignoro; pero puedo deciros dónde no está.
+
+—Por san Pedro que me digáis...
+
+—Lo que yo puedo decir es que no está en Soria.
+
+—¿Cómo?
+
+—Habiendo salido horas ha por esta puerta.
+
+—¿Con quién?
+
+—Con su mayordomo, dos caballeros armados de punta en blanco, y una
+tropa de almogávares.
+
+—Las once mil vírgenes me amparen: acabad, por Dios.
+
+—No sé más que a poco rato vino un caballero con otra dama encubierta,
+tomó un caballo, montó con ella y marchó como alma de sastre que llevan
+los diablos; y por último, que también se fueron en pos de él unos
+cuantos almogávares que esperándole estaban.
+
+—¿Nada más?
+
+—Nada más.
+
+—Dios os guarde por la merced que me habéis hecho. Y diciendo así
+partió como un rayo a llevar las nuevas a palacio.
+
+La otra circunstancia que hemos indicado fue la declaración de la
+abadesa del convento en donde doña Leonor estuvo en reclusión, sobre el
+modo con que había esta dama salido de él. De manera que a las ocho de
+la noche ya no le quedaba a don Alfonso ninguna duda de que su esposa
+había salido de Soria; y las apariencias eran de tal naturaleza que
+toda la culpabilidad recaía sobre el conde de Ansúrez. Don Alfonso
+maldecía la hora menguada en que depositó su confianza en el traidor
+conde; y si por desventura hubiera podido haberle entonces a las manos,
+parece posible que ni tiempo para justificarse le hubiera dejado.
+
+Los guardas de la puerta fueron relevados y puestos en estrecha
+prisión por una culpa que no habían cometido ni podido evitar. Pero tal
+es la suerte de los débiles, siempre víctimas hasta de las flaquezas de
+los fuertes.
+
+No era don Alfonso hombre cuyo enojo se limitara a simples amenazas;
+la saña que ardía en su pecho solo en la sangre de sus contrarios
+podía apagarse, y así resolvió hacerlo. Reunidos en poco tiempo en el
+alcázar los nobles aragoneses presentes en Soria, recibieron orden de
+hallarse dispuestos a salir con sus tropas al amanecer del siguiente
+día para pelear contra los castellanos. Dividiéronse los pareceres
+entre aquellos señores. Los jóvenes dejándose llevar por el ardor
+propio de sus pocos años, recibieron con indecible placer el mandato
+del rey; pero los más avanzados en edad, capaces de mayor reflexión,
+lo consideraban como imprudente. Las fuerzas de los castellanos eran
+en efecto considerables; la llegada de doña Urraca a su campo debía
+haber aumentarlo el entusiasmo de sus tropas; y el conde de Candespina
+era harto conocido por su pericia en el arte militar para que ni el
+mismo Alfonso pudiera lisonjearse de vencerle con fuerzas inferiores.
+No faltó quien hiciese estas y otras reflexiones semejantes al rey
+de Aragón, pero la ira le dominaba. El deseo de venganza triunfó de
+los avisos de la prudencia, y la salida contra los castellanos quedó
+irrevocablemente resuelta.
+
+Por su parte los parciales de doña Urraca, que teniéndola ya consigo
+ninguna causa tenían para detenerse delante de Soria, movieron su campo
+hacia Burgos con todo el concierto y precaución posibles; pues aunque
+el conde de Candespina no quiso de ningún modo aceptar ostensiblemente
+el mando hasta que concluyese el plazo señalado en su pacto con el de
+Lara, sin embargo nada se hacía sin su acuerdo desde que se le vio tan
+favorecido de la reina.
+
+Pocas horas llevarían de marcha cuando se recibió aviso de que se
+aproximaba a ellos aceleradamente un numeroso cuerpo de tropas a pie y
+a caballo, y nadie dudó de que fuese enviado por el rey de Aragón. La
+reina oyó aquella nueva con harto pesar; pero don Gómez le manifestó
+con tanta energía como brevedad que nada tenía que temer yendo en torno
+de ella tantos valientes castellanos; y autorizado competentemente pasó
+a dar las disposiciones necesarias para repeler al enemigo.
+
+—A vos, conde de Lara —dijo el de Candespina—, toca como a principal
+caudillo velar directamente sobre la persona de Su Alteza. Tomad para
+ello los soldados que creáis necesarios, que, Dios mediante, yo haré
+con el resto de modo que don Alfonso, aunque venga en persona, no pueda
+estorbaros la marcha.
+
+—Pésame en el alma —contestó el de Lara—, no poder quedarme aquí; mas
+pues así lo ha querido la suerte, sean en buen hora todas las glorias
+para vos.
+
+—Consolaos, conde, que ocasiones sobrarán en que podáis acreditar
+vuestro brío.
+
+—Así lo espero.
+
+La reina continuó su marcha acompañada del conde de Lara, quien
+viéndose libre de la embarazosa presencia de don Gómez, empezó a dar
+libre curso a su carácter lisonjero.
+
+—Preciso es, señora, confesar —decía a doña Urraca— que si es grande el
+valor del conde de Candespina, no lo es menos su buena estrella.
+
+—¿Por qué?
+
+—¿Y Vuestra Alteza lo pregunta? ¿Qué dicha puede apetecer un caballero
+mayor que la de consagrar sus servicios a la reina de Castilla, a la
+reina de la hermosura?
+
+—No gusto de lisonjas, conde de Lara.
+
+—Perdone Vuestra Alteza si mi lengua indiscreta ha ofendido su
+modestia; pero es tal la fuerza de la verdad...
+
+—Dejemos eso, y decidme qué pensáis del resultado del combate que en
+este momento se está dando.
+
+—Vuestra Alteza no puede dudar que será favorable a las armas de
+Castilla. Soldados que lidian por doña Urraca forzosamente han de
+vencer.
+
+—Más que en otra cosa fío en la pericia de don Gómez.
+
+La reina tenía razón. El conde de Candespina eligió tan bien sus
+posiciones para sacar partido de la ventaja que en el número tenía
+sobre los aragoneses que, a pesar de las acertadas medidas de don
+Alfonso, la victoria tardó poco en decidirse por los castellanos.
+Rechazados por todas partes los aragoneses volvían sin embargo a la
+carga repetidas veces, no perdonando sus jefes medio alguno para
+estimularlos al combate: mas todo fue inútil; los castellanos dieron
+sobre ellos con tal furia que, rotos los escuadrones enteramente, no
+les fue posible volver a rehacerse. El mismo don Alfonso, conociendo
+la imposibilidad de conseguir su fin, resolvió retirarse, y le fue
+menester emplear toda su ciencia y valor para poder hacerlo con los
+pocos que a su lado conservaban aún algún orden.
+
+Conseguido su objeto, mandó don Gómez tocar retirada, mas Hernando
+de Olea, que en aquel combate, como en todos, había hecho prodigios
+de valor, se empeñó tanto en la persecución de los aragoneses que,
+separándose enteramente de los que le seguían, que no eran muchos, se
+vio rodeado de enemigos; y eran tantos los golpes que llovían sobre él,
+que hubiera sucumbido a no ser por el señor de Nájara. Este caballero,
+que aunque menos arrebatado no cedía en valor a Hernando, le había
+seguido muy de cerca y acudió a propósito para sacarle del eminente
+peligro en que se hallaba; uniéronse después con Candespina y todos
+juntos marcharon a encontrarse con la reina.
+
+Esta seguía su marcha con no poco sobresalto, oyendo apenas las
+continuas y refinadas alabanzas que el conde de Lara la prodigaba,
+hasta que recibió noticias de la completa derrota de las tropas de su
+marido, que entonces ya, según algunos autores, empezó a saborear las
+lisonjas del galante conde, cuyo carácter no podía ser más a propósito
+para captarse su voluntad.
+
+[Ilustración]
+
+
+
+
+CAPÍTULO III
+
+
+Al mismo tiempo que el ejército castellano levantó el cerco de Soria,
+marchando a Burgos, salió de los reales el conde don Pedro Ansúrez,
+libre de los hierros que temía arrastrar largo tiempo; pero abrumado
+con el peso de su repentina y terrible desgracia. Un solo instante
+había disipado el mágico edificio de sus esperanzas, y a la manera
+con que el infeliz que en sueños ve terminados sus males, halla al
+despertarse la triste realidad de su duración, así también don Pedro,
+pronto a conseguir cuanto deseaba, se vio de repente desamparado y
+solo en el universo. Su penetración era demasiada para que pudiese
+ocultársele cuán peligroso sería volver a Soria, pues aunque a la
+verdad estaba inocente en todo lo acaecido, le era imposible presentar
+de ello pruebas tan evidentes como sin duda exigiría don Alfonso. Por
+otra parte, aun suponiendo que lograra justificarse, no desconocía
+el conde que, a menos de renunciar para siempre a Castilla, no podía
+volver a unirse con los aragoneses; pues ya era demasiado general
+la sublevación de los castellanos para que llegase enteramente a
+sofocarse. Estas reflexiones y otras no menos graves le decidieron a
+marchar a Valladolid, ciudad principal de sus estados, en la cual podía
+permanecer con alguna seguridad de su persona hasta que la fortuna,
+decidiéndose por uno de los dos partidos, le indicase cuál era el que
+debía seguir; y así lo verificó en efecto.
+
+Don Alfonso, imposibilitado por falta de tropas de renovar sus ataques
+contra el ejército de doña Urraca, regresó a Soria: de allí marchó a
+Aragón llamado por asuntos de la mayor importancia; y abandonando
+por entonces las cosas de Castilla en manos del destino, dedicó su
+atención a las guerras que continuamente sostenía contra navarros
+y franceses. Y no fue esta la única circunstancia que contribuyó a
+favorecer el partido de la reina, sino que apenas llegada esta señora
+a Burgos, ciudad que se entregó sin demora por capitulación, se
+recibieron cartas de Compostela en las cuales anunciaba su arzobispo
+que el Sumo Pontífice le había comisionado para que en su nombre
+juzgase definitivamente de la validez del matrimonio entre doña Urraca
+y don Alfonso. Esta nueva causó en la corte de Burgos la más agradable
+sensación: todos sabían que el grado de parentesco de los dos augustos
+contrayentes era bastante para que el matrimonio fuese de hecho nulo, y
+no se dudaba de que el juez nombrado por Su Santidad decidiese con toda
+justicia: porque don Diego Gelmírez, primer arzobispo de Compostela,
+era un prelado digno de los primeros tiempos de la Iglesia, por su
+celo, saber y virtudes; y su notorio patriotismo además le había
+hecho el ídolo de cuantos le conocían. Pero si los que miraban aquel
+negocio únicamente bajo el aspecto político se llenaron de gozo al
+saber la resolución del papa, figúrese el lector cuál sería el júbilo
+del conde de Candespina. Sus señalados servicios no solo al estado
+sino a la persona de la reina, y en particular el último, le daban en
+efecto derecho a esperar, no sin fundamento, que, libre doña Urraca de
+los lazos que la unían al rey de Aragón, podría tal vez verificarse
+el proyecto de los grandes que se juntaron en Mascaraque a fines del
+reinado de Alfonso VII; y, además, el agrado con que doña Urraca le
+continuaba tratando alentaba infinito sus esperanzas. Mas no por esto
+varió don Gómez de conducta: siempre modesto, siempre afable con sus
+inferiores e inflexible con los iguales, era adorado del pueblo, y
+respetado aunque no querido de los grandes. No así el conde de Lara,
+quien, fiado en su fortuna, también osaba aspirar a verse algún día
+rey de Castilla, cosa difícil mas no imposible. Aunque la reputación
+de este señor no fuera tan general ni tan sentada como la del conde
+de Candespina, sin embargo sus riquezas eran grandes, muchos sus
+parientes, y podía contar en su partido a infinito número de cortesanos
+amantes del ocio y la disipación, quienes preveían su inevitable ruina
+con el triunfo de don Gómez.
+
+Todo esto lo sabía el conde de Lara, y de todo sacaba partido: su
+casa era el centro, el foco, digámoslo así, de cuantas diversiones
+y festejos se disfrutaban en la corte. De ella salían las modas en
+el vestir, las divisas para los torneos y las serenatas nocturnas;
+la reputación de las damas, no era, es verdad, muy respetada entre
+sus secuaces; pero en cambio no había género de galantería que no se
+inventase para deslumbrarlas, y particularmente a doña Urraca.
+
+En la corte, en misa, en paseo, nunca dejaba de presentarse a la reina
+el conde de Lara con cuanta gala y bizarría podía ostentar; seguíanle
+sus amigos, y él y ellos no cesaban de alabar cuanto hacía y decía
+la reina. Desgraciadamente era esta harto sensible a la lisonja, y
+manejada con arte por un caballero galán y discreto, no podía dejar
+de hacerla alguna impresión, sobre todo por el notable contraste
+que ofrecía este proceder con el del conde de Candespina. Afluente
+y adulador el primero, lacónico y grave el segundo; severo el uno,
+licencioso el otro; encomendando aquel a los hechos de mostrar su
+pasión sin hablar nunca de ella, y manifestándola el otro con cuantas
+exterioridades alcanzaba: en todo eran distintos. Doña Urraca tenía
+inclinación a los placeres, y aborrecía sobre todas las cosas sujetarse
+a ajena censura; de modo que don Gómez era para ella un amigo de cuya
+sinceridad no podía dudar, pero al mismo tiempo un hombre rígido, a
+quien miraba más bien como a padre que como a amante: don Pedro de
+Lara, que por el contrario siempre se hallaba dispuesto no solo a tomar
+parte en cualquier diversión, sino a inventarlas en caso de necesidad,
+y que parecía adivinar los deseos de la reina, era muy a propósito para
+cautivar su corazón. El agradecimiento y la razón militaban por don
+Gómez; pero don Pedro tenía a su favor las naturales inclinaciones de
+la reina.
+
+Aún no había pasado un mes desde que esta señora se hallaba en Burgos,
+y ya su conducta era totalmente distinta que cuando llegó a aquella
+capital de sus estados. Consultaba como siempre los arduos negocios
+del reino con el conde de Candespina; mas en vez de seguir solamente
+su dictamen, como al principio lo hacía, nunca dejaba de pedir el
+suyo al conde de Lara, cuya influencia y valimiento se aumentaban
+visiblemente. Mas a pesar de todo no estaba don Pedro satisfecho,
+conociendo que la lucha era todavía muy desigual, pues al cabo no podía
+desvanecer los servicios positivos de don Gómez. Se le ocurrió para
+alejarle de la reina un expediente plausible, y se lo propuso a esta en
+ocasión de un festín que se daba en el alcázar. El de Candespina rara
+vez concurría a tales asambleas, que no aprobaba mucho, pareciéndole
+que las circunstancias eran todavía harto peligrosas para pensar en
+diversiones; y precisamente por la misma razón de que él no iba a
+ellas, las promovía su rival con más empeño.
+
+—Pensativo estáis, conde de Lara —dijo la reina, viendo que por
+primera vez no tomaba este, al parecer, interés en la brillante reunión
+que encerraba el alcázar.
+
+—Confieso a Vuestra Alteza —contestó el conde— que lo estoy más de lo
+que yo quisiera.
+
+—¿Estaríais por ventura enamorado?
+
+—Pudiera decir a Vuestra Alteza que sí, en caso de poderse llamar amor
+el que se profesa a un dios; pero debe decirse de esto adoración.
+
+—Sutil estáis; pero al cabo no sabremos qué os ocupa tanto el
+pensamiento.
+
+—Lo que siempre, señora; los intereses de Vuestra Alteza.
+
+—¿Mis intereses? Yo os lo agradezco. ¿Y no me diréis qué punto de ellos
+es el que tan importante os parece que ni aquí podéis apartarlo de la
+memoria?
+
+—¿Y cuándo se aparta Vuestra Alteza de ella? Pero Vuestra Alteza me
+permitirá que le haga presente que este paraje no es el más oportuno
+para tratar negocios de importancia.
+
+—Sin embargo, habréis de decírmelo, pues aunque reina soy mujer y,
+como tal, curiosa.
+
+—La voluntad de Vuestra Alteza es ley para mí.
+
+—Decid, pues.
+
+—Pensaba, señora, que don Alfonso no dejará de tener sus agentes en
+Compostela, y que la presencia de Vuestra Alteza en aquella ciudad
+sería muy útil para la pronta y mejor decisión del juicio en cuestión.
+
+—No está mal pensado, conde de Lara, y yo os agradezco la solicitud;
+pero no me parece prudente dejar Castilla en este momento.
+
+—Vuestra Alteza juzga con su acostumbrado tino, mas no sería imposible
+obviar ese inconveniente.
+
+—No lo alcanzo.
+
+—Por ejemplo, si Vuestra Alteza dejase en estos reinos una persona
+de toda su confianza, como el conde de Candespina, ¿no bastaría su
+presencia para mantenerlos en la debida obediencia?
+
+—Pudiera ser.
+
+—Verdad es que tendría Vuestra Alteza que privarse por algún tiempo de
+sus consejos: mas doña Urraca ¿de quién necesita para dirigirse?
+
+—Pensaré en vuestro proyecto, que no me parece despreciable.
+
+—Mis intenciones, al menos...
+
+—Conde de Lara, estoy penetrada de ellas.
+
+Así se terminó con no poco placer de don Pedro esta conversación. Lejos
+del conde de Candespina veía muy bien que no tardaría en ser pronto el
+privado de la reina, y una vez llegado a tal punto no contaba dejar
+espacio a su rival para perjudicarle.
+
+La reina, por su parte, empezaba a cansarse de la estancia en Burgos,
+y tanto para variar de posición, como con la idea de acelerar su
+divorcio, resolvió su viaje a Compostela, anunciándoselo así al conde
+de Candespina la mañana misma que siguió a la noche del festín de que
+acabamos de hablar.
+
+Don Gómez, a pesar de que sentía vivamente tener que separarse de la
+reina, no se atrevió a oponerse a su voluntad; y consintió, aunque
+no sin pena, en sacrificar sus intereses personales a los de doña
+Urraca. Esta se manifestó con él tan cariñosa en aquella ocasión,
+que poco le faltó ya al conde para arrojarse a sus pies y declarar
+abiertamente su pensamiento; se contuvo, sin embargo, reflexionando que
+aún era esposa de otro, y reservó para tiempo oportuno manifestar sus
+pretensiones. Siendo tan ajena la envidia del carácter de Candespina
+como la cobardía, no le alarmó la privanza del conde de Lara: conocía
+su infinita superioridad sobre él, y ni por el pensamiento le pasaba
+que la reina pudiera nunca escoger a don Pedro para marido.
+
+Sin duda no era aún en aquel tiempo proverbial la sentencia de que
+cuando las mujeres tienen en que escoger, escogen lo peor, que está muy
+vulgarizada en nuestro siglo.
+
+[Ilustración]
+
+
+
+
+CAPÍTULO IV
+
+
+En tanto que pasaba en Burgos lo que acabamos de referir, llegó el
+conde de Ansúrez a Valladolid, y sabiendo que el pontífice había
+nombrado juez a don Diego Gelmírez en el pleito del divorcio de los
+reyes, no dudó un momento en abandonar el partido aragonés, y en efecto
+proclamó que reconocía la autoridad de doña Urraca y que sometía a
+ella cuantas ciudades, villas y aldeas de él dependían, haciéndoselo
+saber a la corte por medio de un mensaje. Bien hubiera querido doña
+Urraca despojarle de todos sus estados, pero el conde de Candespina
+se lo disuadió, y la única medida de precaución que se tomó fue la
+de poner alcaides de conocida fidelidad a la reina en los castillos
+y fortalezas que habían hasta allí seguido el bando aragonés. Mas
+don Pedro, al mismo tiempo que trataba de reconciliarse con sus
+compatriotas, no quiso perder enteramente la gracia del rey de Aragón,
+por si un día variaban de aspecto los negocios. Difícil empresa era la
+de conservar a un tiempo la amistad de dos potencias enemigas, como
+Castilla y Aragón, gobernadas por dos esposos a punto de divorciarse;
+pero sin embargo creyó el conde de Ansúrez haber hallado medio para
+conseguirlo. Con este objeto salió de Valladolid para Aragón, llevando
+en su compañía algunos criados, y cuando estuvo en el pueblo donde
+momentáneamente se hallaba don Alfonso, se presentó ante él vestido de
+ropas de sayal, cubierta la cabeza de ceniza, ceñido el cuello con una
+cuerda de esparto y descalzos los pies,[1] que más parecía penitente o
+ajusticiado que noble castellano. Fue esto en ocasión que el rey salía
+de su alojamiento con algunos cortesanos, y viendo aquel hombre tan
+extrañamente aderezado, se paró a considerarle preguntándole:
+
+ [1] El hecho que aquí se refiere es absolutamente histórico, y
+ conviniendo en su relación cuantos han escrito sobre la materia,
+ desgraciadamente para la memoria del conde, es indudable.
+
+—¿Qué es eso, hermano, qué os ha acaecido que así venís?
+
+—Vuestra Alteza no me conoce —contestó el conde—, y yo...
+
+—¿Cómo, traidor, osas ponerte en mi presencia? ¡Hola! Prendedle.
+
+—Rey Alfonso, escuchadme. Vedme aquí a vuestros pies: yo os he servido
+fiel y lealmente mientras he podido hacerlo; pero Dios dispuso las
+cosas de distingo modo del que vos y yo esperábamos. No fui yo quien
+sacó a la reina de Soria.
+
+—¿Ni quien puso en su poder las plazas de Castilla la Vieja?
+
+—He debido hacerlo. Toda Castilla...
+
+—Callad, noramala, y quitaos de mi presencia, o pesaros ha.
+
+Volvió con esto el rey la espalda al conde, dejándole mohíno y
+pesaroso del mal efecto que produjo su mojiganga. Desde allí regresó
+a Valladolid, donde despreciado por todos los partidos, empleó a lo
+menos útilmente el resto de sus días fundando diversos establecimientos
+piadosos, y construyendo varios edificios públicos, entre los cuales el
+puente que aún existe en aquella ciudad.
+
+La reina, en este intermedio, se había trasladado con toda su corte
+a Compostela, donde estaba su hijo del primer matrimonio, a la sazón
+aún muy niño. Don Pedro de Lara, que la acompañó en aquel viaje,
+era quien todo lo gobernaba en su casa. Insensiblemente y a fuerza
+de lisonjas llegó a adquirir tal ascendiente sobre el ánimo de doña
+Urraca que no sabía esta dar un paso sin su consejo. Poco a poco fue
+abandonando la aparente moderación de que al principio usaba: todo
+había de humillarse en su presencia, so pena de caer en desgracia el
+que osara resistirle; y no contento con avasallar a los que dependían
+de la corte de Castilla, quiso hacerlo del mismo modo con los grandes
+de Galicia. Pero aquellos magnates tenían sobrado orgullo para ceder,
+y tanto más cuanto que a la sazón no eran realmente súbditos de doña
+Urraca, pues al morir el padre de esta princesa legó en su testamento
+a su nieto don Alfonso el condado independiente de Galicia; y a más,
+como ya se ha dicho, le habían aclamado rey de Castilla sus tutores los
+condes de Traba. Estos, que eran dos hermanos de linaje esclarecido y
+gran poder en Galicia, no podían tolerar las altanerías del conde de
+Lara; diariamente había entre ellos competencias sobre la preferencia
+en los asientos en asambleas y funciones; de estas nimiedades se pasó,
+como de ordinario sucede, a cosas de mayor importancia; y, por último,
+ambos partidos se declararon la guerra abiertamente. Doña Urraca,
+cediendo a las sugestiones de su privado, jamás quiso tratar a su hijo
+más que como a conde de Galicia, y los hermanos Traba pretendían que el
+conde de Candespina le había reconocido en nombre de Su Alteza como rey
+de Castilla. De aquí resultó que los compostelanos empezaron a mirar
+con no poca animosidad a doña Urraca, y que por fin estalló el furor
+popular de una manera espantosa.
+
+En ocasión de una fiesta que se celebraba en la metropolitana iglesia
+de Compostela, se empeñó el conde de Lara en que la reina había de
+ocupar asiento preferente al de su hijo don Alfonso, y aunque los
+tutores de este al principio oponían una obstinada resistencia,
+cedieron sin embargo a las súplicas del dignísimo arzobispo don Diego
+Gelmírez. Llegó en efecto el día de la fiesta, y la reina ocupó su
+asiento sin dificultad; pero apenas vieron los gallegos al niño don
+Alfonso pospuesto a su madre, cuando, arrebatados de saña, salieron
+del templo, y ya fuera de sí con la cólera, se amotinaron pidiendo a
+voz en grito la cabeza de don Pedro de Lara y trataron con sobrado
+desacato la persona misma de doña Urraca. Conoció esta, aunque tarde,
+su imprudencia, y entonces echó de menos por primera vez a su leal don
+Gómez. Concluido el oficio divino, se trató de salir de la iglesia;
+pero el populacho furioso la rodeaba: los mismos condes de Traba
+procuraban en vano calmar el tumulto, y empezaban a temer algún funesto
+acontecimiento.
+
+La reina y sus damas más parecían cadáveres que personas vivientes;
+el conde de Lara, poseído de un terror pánico, no acertaba a proferir
+una palabra; y solos tres individuos conservaban alguna sangre fría en
+aquel trance, que eran el arzobispo, Hernando de Olea y su inseparable
+compañero don Diego López. Estos dos últimos opinaban que formando un
+escuadrón los cortesanos, saliesen espada en mano con la reina y sus
+damas; pero don Diego Gelmírez no quiso consentir en ello.
+
+—Harta sangre de cristianos —dijo— ha sido derramada por cristianos; y
+los enemigos de Dios triunfan con nuestras criminales enemistades. En
+nombre del que todo lo puede os prohíbo hacer uso de las armas.
+
+—Padre mío —le contestó la reina—, vuestra elocuencia podrá tal vez
+calmar a esos furiosos.
+
+—Señora, mi elocuencia es ninguna; pero Dios, que ve la pureza de mis
+intenciones, hablará por su siervo.
+
+—Sí —dijo por fin el conde de Lara—, habladles, santo pastor, y tal
+vez...
+
+—Tal vez —interrumpió Hernando, no pudiendo ya contenerse—, tal vez
+valiera más que vuestras locuras no hubieran irritado a ese pueblo.
+
+Iba el conde a contestar, mas el arzobispo y la reina interpusieron su
+autoridad, lo que acaso no hubiera bastado para detener a Hernando,
+ya ciego de cólera; pero doña Leonor asiéndole del brazo no tuvo más
+que decirle, con una voz que penetró hasta lo íntimo de su corazón,
+«¡Hernando mío!», y el irritado león se convirtió en manso cordero.
+
+Salió sin perder tiempo el arzobispo a arengar al pueblo: el espíritu
+divino parecía inspirarle; sus razones eran concluyentes; mas el furor
+dominaba a los gallegos, y se obstinaron en que a nadie dejarían
+salir del templo más que a los sacerdotes, si no se entregaba a su
+venganza el conde de Lara. No faltó quien opinase entre los cortesanos
+que, pues la necesidad lo exigía, debía sacrificársele al interés
+general; mas ni la reina lo hubiera consentido nunca, ni aprobádolo la
+mayoría de aquellos caballeros. Probáronse en vano todos los medios
+imaginables para aplacar a los amotinados, y la ansiedad de la corte
+de doña Urraca no podía ser ya mayor, cuando el arzobispo imaginó un
+expediente tan ingenioso como arriesgado para él, con que salvar a los
+castellanos. Se despojó de sus sagradas vestiduras y cubrió con ellas
+al conde de Lara, quien a favor de este disfraz salió de la iglesia sin
+que nadie se lo estorbara, rodeado por los familiares del arzobispo,
+que tenían los curiosos a suficiente distancia para que no pudiesen
+conocerle; y pasado el tiempo que creyó bastante para que el conde,
+según habían concertado, saliese a caballo de Compostela, se mostró el
+mismo prelado al pueblo: le hizo relación del ardid de que se había
+valido para evitar que cometiese un crimen horrendo.
+
+—Y si necesitáis absolutamente para calmar vuestra ira una víctima
+—dijo—, aquí me tenéis; pronto estoy a terminar, por complaceros,
+una vida que toda entera os he consagrado. Pero cuando el Dios de
+las venganzas me pregunte: «¿Qué has hecho del rebaño que te he
+confiado?». «Señor», diré, «el enemigo del género humano se ha
+apoderado de él, mis ovejas descarriadas corren ciegas a la perdición».
+Y entonces el Omnipotente, soltando la rienda a su irresistible enojo,
+dejará caer sobre vosotros todo el peso de su ira. La maldición de
+Dios... Pero no, compostelanos: aún es tiempo de reparar vuestras
+faltas. Acatad en la persona de doña Urraca la imagen de Dios en la
+tierra; dejadla salir libremente y yo imploraré para vosotros la divina
+misericordia.
+
+Este breve discurso, las sugestiones caritativas de varios
+eclesiásticos que andaban mezclados entre el pueblo, y la idea de que
+ya se les había escapado el objeto principal de su venganza, redujeron
+a los rebeldes a términos más razonables, haciéndoles por fin consentir
+en dar libertad a la reina, con condición de que saliera en las
+veinticuatro horas de Compostela, reconociendo antes el título de rey
+de su hijo y su soberanía especial e independiente en el condado de
+Galicia. En todo consintió doña Urraca, y todo lo cumplió exactamente,
+pues suplicando al arzobispo el pronto despacho del pleito de su
+divorcio, salió aquella misma tarde para León.
+
+Tales eran los aciagos sucesos del partido de doña Urraca en Galicia,
+mientras que el conde de Candespina, su leal servidor, lograba a fuerza
+de actividad, talento y política, reducir a su obediencia a Castilla y
+a León, y organizar un ejército capaz de hacer frente a don Alfonso,
+quien, habiendo hecho treguas con los navarros, era de presumir
+volviese las armas contra su mujer. Así lo hizo en efecto; pero sabedor
+de que doña Urraca se hallaba en Galicia, e ignorando el suceso por
+el que tuvo que ausentarse de aquel reino antes de lo que pensaba, se
+encaminó contra él. Derrotó completamente al ejército gallego, mandado
+por los hermanos Traba, y es posible que su hijastro hubiera caído en
+sus manos, si el arzobispo de Compostela no se hubiera refugiado con
+él en Portugal. Con noticia de estos acontecimientos trajo el conde
+de Candespina sus tercios a las fronteras de Galicia; pero la llegada
+del invierno terminó aquella campaña sin dar lugar a que castellanos
+y aragoneses viniesen a las manos, retirándose los primeros a sus
+cuarteles de invierno, y los segundos, ricos con los despojos de los
+infelices gallegos, a su patria. A pesar de la agitación continua en
+que las circunstancias tuvieron todo aquel tiempo a don Diego Gelmírez,
+no descuidó el íntegro prelado el examen del casamiento de doña Urraca
+con el rey de Aragón; y después de haberlo todo considerado con el
+tino y prudencia que le caracterizaban, declaró poco tiempo después de
+su regreso a Compostela, que en nombre del Sumo Pontífice decidía ser
+enteramente nulo el matrimonio de la reina de Castilla, promulgando su
+sentencia con las formalidades de costumbre.
+
+[Ilustración]
+
+
+
+
+CAPÍTULO V
+
+
+Aprovechando el conde de Candespina las treguas que en aquellos tiempos
+daba el invierno a la guerra, fue a León, ciudad en que doña Urraca
+tenía entonces su corte, movido tanto por el deseo de verla como por
+el de empezar a disponer las cosas para su proyecto favorito; pues,
+disuelto ya el matrimonio de la reina, su pretensión era legal. La
+manera con que doña Urraca se había separado de él, prodigándole las
+señales del más sincero afecto, le hacía creer con fundamento que sus
+proposiciones serían favorablemente acogidas, y entregado a las más
+lisonjeras esperanzas dio vista a las torres de la ciudad de León; pero
+aún distaría una media legua de ella cuando salió a recibirle su fiel
+amigo Hernando de Olea. Pasada la alegría del primer momento, trabaron
+conversación como era natural sobre lo ocurrido en Galicia, y después
+de haber Hernando referido aquellos acontecimientos:
+
+—Cómo ha de ser —dijo el conde—, ya no tiene remedio. Decidme ahora
+algo de vuestros asuntos: ¿cuándo os casáis con la bella Leonor?
+
+—No se tardará mucho, don Gómez; por la reina ya estaría hecho, pero
+yo...
+
+—¡Es posible! ¿Por vos, Hernando, se ha diferido?
+
+—Sí, conde, por mí: ¿había yo de casarme sin estar vos presente? No por
+cierto.
+
+—Conque en efecto la reina continúa interesándose por vos.
+
+—¿Qué sé yo? No es todo oro lo que reluce.
+
+—¿Cómo? No os entiendo.
+
+—Ni es fácil; porque mientras habéis estado ausente son tantas las
+mudanzas que ha habido... Pero vos lo veréis por vuestros propios ojos.
+
+—Explicaos, en nombre del cielo.
+
+—No quisiera anticiparos un disgusto.
+
+—Hernando, en nombre de la amistad que nos une, decidme qué es lo que
+se ha mudado.
+
+—Todo: doña Leonor no goza ya de la privanza que antes con la reina;
+Hernando y don Diego López son respetados en la corte porque es fama
+que tienen muy larga la espada; el nombre de Candespina se pronuncia
+aún alguna vez en el alcázar, pero a modo de palabra de conjuro, en voz
+baja y como si fuera un delito.
+
+—¡Qué me decís!
+
+—¿Os sorprende? Es natural.
+
+—Si me lo dijera otro que vos, no lo creyera.
+
+—Mirad, conde, yo lo estoy viendo y apenas lo creo. Por lo mismo he
+ocultado en León vuestra llegada. Nadie en la corte sino don Diego y
+yo os espera: nadie está prevenido. Fácil os será, sorprendiéndolos,
+convenceros de mi verdad.
+
+—¿Pero a qué atribuir tan extraña mudanza? Cuando la reina salió de
+Burgos...
+
+—Cuando la reina salió de Burgos estaba muy reciente el servicio que
+acababais de hacerla, y no había tenido tiempo aún el vil don Pedro
+González...
+
+—¡Hernando! ¡Hernando! ¿De un noble habláis así?
+
+—Su nacimiento podrá ser noble; pero sus hechos son villanos. Siempre
+adulando al que tiene delante: siempre calumniando a los ausentes...
+
+—Pero veamos...
+
+—No hay más que ver sino que parece que ha hechizado a la reina.
+Perdóneme Dios; pero imposible es que no haya brujería.
+
+—Dejad por la Virgen Santa eso, y decidme si, en fin, doña Urraca se ha
+mudado completamente.
+
+—Pluguiera a Dios que yo me engañase; pero está desconocida. Castellar
+y Soria han desaparecido de su imaginación; no hay aragoneses que
+puedan contrastarla; y todo en el mundo se cifra en ese malaventurado
+don Pedro, que a fuerza de reverencias y palabras blandas la ha
+trastornado.
+
+—¿Y es posible que haya caído en redes tan groseras?
+
+—Es mujer, y...
+
+—Teneos; es nuestra reina.
+
+—Vos lo veréis.
+
+—Podrá ser; pero nunca me olvidaré de que soy su vasallo.
+
+—Ni yo, don Gómez; mas me duele ver que un miserable se lleve el fruto
+de vuestras fatigas.
+
+—Dejémoslo a la mano de Dios, que él lo dispondrá como más convenga.
+
+Razonando así llegaron a León. No dudaba el conde de la sinceridad
+de su amigo; pero como a pesar de todo el cariño que le profesaba no
+tenía la más alta idea de su penetración, dudó dar crédito a cuanto le
+refería, creyendo se hubiese fascinado por un exceso de amistad. Sin
+embargo, se engañaba: la privanza del conde de Lara era tan pública
+que no se necesitaba más que tener ojos para verla; y por otra parte,
+el frecuente trato con su futura esposa Leonor había civilizado, por
+decirlo así, a Hernando. De todos modos el conde, lleno de dudas harto
+fatales, hizo que su amigo anunciase a la reina su llegada; pidiendo
+al mismo tiempo permiso para presentarse a besar sus pies. Fue Hernando
+a desempeñar aquella comisión precisamente en un momento en que el
+conde de Lara se hallaba en compañía de la reina.
+
+—¡Don Gómez en León! —exclamó algún tanto turbada doña Urraca.
+
+—¿Sin consentimiento de Vuestra Alteza? —añadió imprudentemente Lara.
+
+—¿Por ventura estaba desterrado el conde de Candespina? —le preguntó
+Hernando arrojándole una furiosa mirada al mismo tiempo.
+
+—Y bien, decidle que puede desde luego presentársenos.
+
+—Vuestra Alteza será obedecida.
+
+Salió Hernando y quedaron solos la reina y Lara, pensativos además uno
+y otro. Por primera vez meditaba doña Urraca en qué había dejado que,
+bajo todos aspectos, adquiriese demasiado ascendiente en su espíritu
+el rival del conde de Candespina. Las pretensiones de este a su mano
+estaban autorizadas, no solo por sus recomendables prendas y servicios
+relevantes, sino además por la opinión del pueblo y el voto expreso
+de la mayoría de la nobleza; su conciencia decía a la reina que si
+algún hombre era acreedor a ser su esposo, sin duda había de ser el
+conde de Candespina; pero su inclinación hablaba a favor de Lara. Como
+hábil cortesano había de tal modo llegado a comprender don Pedro el
+carácter de doña Urraca que ella misma no se entendía tan bien como
+él. Debilidades, virtudes, inclinaciones, antipatías, de todo sabía
+aprovecharse, todo servía para sus fines. Sin embargo, la repentina
+llegada de su rival no dejaba de sobresaltarle. Don Gómez era hombre
+que tenía en sí tantos o más recursos que él para emplearlos en la
+intriga, si quería hacerlo; y si hasta allí había desdeñado tales
+medios, ¿quién aseguraba que en adelante haría lo mismo? Estas y otras
+reflexiones análogas ocuparon largo rato a doña Urraca y a don Pedro,
+hasta que pareciendo volver este en sí, dirigió en tono abatido la
+palabra a la reina de este modo:
+
+—Vuestra Alteza me dará su permiso para que yo me retire.
+
+—¿Y para qué? ¿Dónde vais?
+
+—Señora, mi presencia en este momento, cuando no molesta, es al menos
+inútil.
+
+—Si lo fuera, la reina os lo hubiera manifestado.
+
+—No quiera Dios que yo ofenda a Vuestra Alteza; pero Vuestra Alteza va
+a recibir...
+
+—¿Al conde de Candespina?
+
+—Sí, señora, a ese mortal privilegiado que dos veces ha tenido la dicha
+de salvar a Vuestra Alteza; al que una vez fue propuesto para vuestro
+esposo.
+
+—Vuestra presencia no me impedirá el recibirle.
+
+—¡Señora!
+
+—Quedaos.
+
+—Por cuanto hay de sagrado suplico a Vuestra Alteza que me permita
+retirarme.
+
+—¿No podré yo saber qué razones son las que producen tan extraña
+conducta?
+
+—Permítame Vuestra Alteza que calle.
+
+—No puede ser; explicaos.
+
+—Vuestra Alteza quiere que yo mismo pronuncie mi sentencia de muerte.
+
+—¿Qué estáis diciendo, conde de Lara? ¿Habéis perdido el juicio?
+
+—Sí, señora, loco debo de estar pues he osado...
+
+—¿Qué es lo que habéis osado?
+
+—Voy a decirlo; pero al menos prométame Vuestra Alteza su indulgencia.
+
+—Concedida; hablad.
+
+—Y bien, señora, mi temeridad es inaudita: miserable mortal, me he
+atrevido a poner los ojos en el cielo. Amo, adoro, idolatro a Vuestra
+Alteza —dijo esto arrojándose a los pies de la reina—. Me habéis
+prometido indulgencia. Sabéis mi fatal secreto; queréis aún que
+presencie el triunfo del que...
+
+—Basta; reportaos, que alguien se acerca —y humedecidos los ojos tendió
+la mano a Lara para ayudarle a levantarse.
+
+Un hombre se acercaba en efecto, y era el mismo conde de Candespina.
+Jamás hubo personas más turbadas que la reina y los dos condes. El de
+Candespina a pesar de venir ya prevenido por Hernando, no quería dar
+crédito a sus ojos viendo la reserva de doña Urraca; esta, después de
+haberse informado de la salud de don Gómez, hizo rodar la conversación
+sobre asuntos políticos, con objeto de serenarse y disimular más bien
+su turbación; y Lara, recobrando en un instante su aire apacible y
+lisonjero, se mostró con el conde de Candespina como hubiera podido
+hacerlo su más sincero amigo.
+
+La posición de los tres actores de aquella escena era tan violenta
+que no podía ser de larga duración. Don Gómez, que apenas acertaba
+a contener su enojo, fue quien primero pidió a doña Urraca permiso
+para retirarse, y ella, temiendo quedarse de nuevo a solas con Lara,
+le hizo seña para que saliese al mismo tiempo que el de Candespina.
+Salieron pues juntos ambos magnates de la cámara de la reina, absortos
+cada uno en reflexiones bien distintas en su especie: Lara, a quien
+no se ocultó la profunda emoción que causó en la reina su amorosa
+declaración, y que había presenciado la fría acogida que obtuvo su
+rival, rebosaba de júbilo y daba libre curso a los ambiciosos proyectos
+de su fantasía; Candespina, por el contrario, tocando la triste verdad
+de cuanto su amigo le había dicho, veía perdido todo el fruto de sus
+incesantes trabajos, sin saber a qué atribuirlo ni qué partido tomar.
+Todas las pasiones imaginables combatían a un tiempo su despedazado
+corazón, y a dar en hombre menos firme en la senda de la virtud,
+hubieran podido producir grandes trastornos en Castilla; pero el conde
+de Candespina no se desviaba jamás del camino recto. «Desconoce mi
+lealtad —decía entre sí—; paga mis servicios con frases estudiadas y
+vacías de sentido; prefiere el dulce veneno de la lisonja a la santa
+verdad que me es imposible ocultar. No importa: siempre es mi reina;
+mi vida es suya; consagrémosla a su servicio, y tal vez cuando yo no
+exista lograré al menos que mi memoria le cueste alguna lágrima».
+
+Pero a pesar de toda su filosofía, aquel golpe fue mortal para don
+Gómez. Llegó a su casa tan demudado que los criados se asustaron al
+verle, mas él, asegurándoles que nada tenía de particular, se encerró
+en su cuarto dando orden que a nadie se dejase entrar, incluso al mismo
+Hernando de Olea. Así permaneció luchando entre mil afectos contrarios
+hasta el siguiente día por la mañana, que dio la orden de que todo se
+hallase dispuesto para salir de León antes de dos horas, y en seguida
+salió dirigiéndose al alcázar.
+
+No había pasado aquellas veinticuatro horas doña Urraca muy
+agradablemente: la inclinación y el deber la indicaban dos caminos
+opuestos uno al otro. Su corazón se había ya decidido; pero la
+justicia clamaba contra aquella elección, y la reina no podía acallar
+el grito de su conciencia. Por otra parte no tenía a quien acudir
+pidiendo consejo; su confidente Leonor, apasionada y prometida esposa
+de Hernando de Olea, era demasiado parcial de Candespina para contar
+con ella; y las demás señoras que la servían, no habían llegado a
+adquirir suficiente confianza para depositar en ellas secreto de tanto
+peso. La reina no había querido recibir a nadie en particular, ni menos
+presentarse en público; pero cuando la anunciaron que el conde de
+Candespina solicitaba una audiencia, no se atrevió a negársela.
+
+—Decidle que a nadie he recibido, pero que a él no sabré rehusarle que
+me hable cuando quiera —dijo a la dama que había entrado el recado, y
+cuando salió de la cámara añadió a media voz—: ¡cuán caros me cuestan
+tus servicios, conde de Candespina!
+
+[Ilustración]
+
+
+
+
+CAPÍTULO VI
+
+
+Por más que un soberano quiera ocultar sus inclinaciones; por más
+estudio que ponga para que los que le rodean no conozcan quién es la
+persona que mayor afecto le merece, puede decirse que es casi imposible
+que los cortesanos no lleguen a descubrirlo. Únicamente ocupados en
+espiar las acciones del príncipe, son como la ligera veleta que varía
+de dirección a impulso del más apagado soplo del viento; el ensalzado
+conoce su fortuna en las adoraciones que los palaciegos le tributan
+antes que en los favores del soberano; y el pobre caído preverá su
+próxima desgracia, por poco tacto que tenga, en la imprudente altanería
+con que le tratarán. Decimos esto porque era curioso y deplorable
+a un tiempo observar la diversa conducta de la mayor parte de los
+cortesanos de Castilla respecto al conde de Candespina, antes de su
+ausencia y después de su regreso. Entonces no se hablaba más que de
+su valor y magnanimidad: el uno decía que era el mejor capitán de su
+siglo; el otro que no había hombre de estado que le igualase en saber;
+y el de más allá le citaba como el espejo de los caballeros. Todos se
+honraban con su amistad; haber hablado con el conde de Candespina un
+cuarto de hora seguido era una dicha de que se hacía el mayor aprecio,
+y el favorecido tenía cuidado de recoger las expresiones del héroe
+de Castellar para repetirlas como otros tantos apotegmas y textos
+sagrados. Un enjambre de hambrientas moscas no acude más presuroso a
+los panales que la multitud de los cortesanos corría en los salones del
+alcázar de Burgos a colocarse de modo que cada uno de ellos pudiera
+hacerse visible personalmente al libertador de la reina. Los menores
+movimientos de su rostro, una sonrisa, un gesto hecho impensadamente,
+el aire más o menos preocupado de su persona; todo daba pábulo a las
+conversaciones; todo producía interminables conjeturas. ¡Cuán diferente
+cuadro se hubiera presentado a la vista del observador en el alcázar de
+León!
+
+Seguía el conde de Candespina a una dama de la reina que le guiaba a la
+cámara de su señora; y ambos caminaban tan despacio y tan cabizbajos
+que era imposible verlos sin adivinar que cada uno iba entregado a sus
+reflexiones particulares, prescindiendo absolutamente del otro. La más
+profunda tristeza se veía estampada en el rostro de Candespina: no
+había podido perder aquella fisonomía, su natural nobleza; mas tampoco
+conservaban sus ojos la generosa audacia que le caracterizaba en
+tiempos más dichosos. La posición de los cortesanos era verdaderamente
+crítica. Si otro cualquiera hubiese caído de la gracia de la reina,
+tenían ya marcada la senda que seguir, cortando con él todo género de
+comunicaciones y afectando tratarle con el más alto desprecio. Pero
+con el conde de Candespina les era imposible portarse de tal modo. Las
+razones eran muchas y muy claras: ciertamente el conde don Gómez había
+cesado de ser el favorito de la reina; pero estaba lejos de hallarse
+malquisto de ella. Lara era el más querido; Candespina el más estimado;
+aquel el más obedecido; este el más respetado. Tratar con desprecio al
+conde de Candespina era arriesgarse a probar los filos de su terrible
+tizona; conservar con él los mismos ademanes respetuosos que en otro
+tiempo era perderse para siempre con el conde de Lara. ¿Qué hacer,
+pues? ¿Cómo navegar en aquel mar sembrado de escollos? Un solo arbitrio
+les quedaba: la fuga; y en efecto lo adoptaron. Nunca bandada de
+tímidas palomas se dispersa con más prontitud al acercarse el milano;
+ni huye más ligero el ciervo acosado por los lebreles a la espesura del
+bosque como, al presentarse don Gómez por segunda vez en el alcázar,
+se dispersaban y huían los áulicos de su presencia, evitando hasta el
+tener que saludarle. Era de ver la perplejidad de los que más torpes
+o menos ligeros no pudieron evitar su encuentro de ningún modo: unos
+para salir del compromiso fingían hallarse sumamente acalorados en la
+discusión de cualquier punto; otros, no tan discretos, se resolvían
+a saludar, y nada más ridículo, nada más asqueroso, permítasenos la
+expresión, que la manera con que lo hacían. Temor, vileza, falsedad,
+todo se veía pintado en su mirar oblicuo, engañosa sonrisa y ademanes
+encogidos. En otra ocasión se hubiera el conde reído de ellos, pero
+entonces puede decirse que ni los vio. Sus esperanzas destruidas en un
+solo instante, la felicidad de Castilla comprometida, y la existencia
+política de la misma doña Urraca aventurada, confiándose las riendas
+del gobierno a su rival, le ocupaban exclusivamente; y así llegó
+a presencia de la reina, sin haber reparado en ninguno de cuantos
+encontró al paso.
+
+No era posible presentarse a doña Urraca en ocasión más oportuna para
+los intereses del conde de Candespina: la especie de reclusión en que
+la reina pasó las veinticuatro horas que hemos dicho había dispuesto
+su espíritu de muy distinto modo que se hallaba el día anterior.
+Lara no la había podido ver de ningún modo: doña Urraca conocía su
+debilidad; recibirle y exponerse a que renovara la plática de su
+amor era arriesgarse a darle, a su pesar tal vez, esperanzas a cuya
+realización se oponían gravísimas razones. Quiso pues tomarse tiempo
+para fortificarse en la resolución de prohibirle que la requiriese de
+amores, y cuantas reflexiones hacía con este objeto redundaban en favor
+de don Gómez.
+
+El semblante de este descubrió desde luego a la reina la agitación en
+que se hallaba; y como la causa de ella no podía tampoco ocultársela,
+se conmovió singularmente.
+
+—Entrad, conde —le dijo—, y sentaos, que vuestra salud no parece mucho
+mejor que la mía.
+
+—Mi salud, señora, es harto buena. ¡Ojalá!... Mas yo no vengo a
+molestar a Vuestra Alteza con quejas de mi mala suerte, y sí solo a
+tomar su venia para retirarme de la corte.
+
+—¿Cuándo?
+
+—Hoy.
+
+—¿Por cuánto tiempo?
+
+—Lo ignoro; acaso por siempre, a menos que Vuestra Alteza tenga
+necesidad de mi persona, que entonces...
+
+—Será pues excusado que os marchéis; vuestra persona me es siempre útil.
+
+—Señora, ¿en las circunstancias actuales y en León, de qué puede
+servir el conde de Candespina? Es sobradamente sincero para ser buen
+cortesano, y no faltan a Vuestra Alteza caballeros que en esta materia
+suplirán muy ventajosamente su falta.
+
+—Conde don Gómez, con mucho menos de lo que habéis dicho bastaría para
+que la reina de Castilla dejara libre para marcharse de su corte a
+cualquier otro caballero de ella; pero a vos, a quien debo el trono y
+la vida...
+
+—Olvide Vuestra Alteza servicios que ya están recompensados.
+
+—¡Olvidarlos! ¡Jamás!
+
+—Pues bien, señora, en premio de ellos no pido a Vuestra Alteza más
+gracia que su licencia para dejar la corte.
+
+—¿Qué es esto, don Gómez? ¿Quién ha sido el que os ha dado causa...?
+
+—Nadie, señora. Mi carácter solo... Negocios particulares. En fin,
+señora, es indispensable, aun para la tranquilidad de Vuestra Alteza
+misma, que yo me retire de León.
+
+—Es forzoso decís para mi tranquilidad que os retiréis de León...
+
+—Sí, señora: lo es; crea Vuestra Alteza a mi celo, el mayor servicio
+que actualmente puedo hacerla es alejarme de su presencia.
+
+—Si os conociera menos, creería, don Gómez, que dominado de alguna
+manía incomprensible habíais perdido la razón; pero vuestra cordura me
+es notoria.
+
+—Vuestra Alteza tiene demasiada bondad en ocuparse tanto de lo que nada
+vale. Mi ausencia de la corte es asunto de pequeña importancia. Días ha
+que falto de ella y no se me ha echado de menos.
+
+—Conde, conde, a vuestro pesar se os conoce que os domina la cólera.
+
+—¡La cólera! ¿Por qué, señora? ¿Por qué? Si la cólera me dominase
+medios habría de satisfacerla; mi brazo puede aún manejar una espada,
+aún soy...
+
+—Conde, recordad con quién habláis.
+
+—¡Ojalá no lo tuviera tan presente! Ved, señora, uno de los motivos por
+los que deseo separarme de la corte: criado en los campos de batalla,
+acostumbrado al trato sin dobleces ni arterías del simple soldado, el
+conde de Candespina no puede vivir en donde, perdóneme Vuestra Alteza
+que lo diga, la verdad es un crimen, la adulación una costumbre, la
+hipocresía una virtud necesaria. No, señora, yo no puedo, no debo
+quedarme. Cuando Vuestra Alteza vea sus reinos amenazados por enemigos
+interiores o extraños, entonces mi espada, mi persona, mi vida, serán
+las primeras...
+
+—No lo dudo, don Gómez, vuestra lealtad me es conocida, y en favor de
+ella puedo olvidar la dureza de algunas de vuestras expresiones. Mi
+amistad...
+
+—¡La amistad de doña Urraca! ¡Amistad, señora! Yo hubiera querido no
+estar largo tiempo en presencia de Vuestra Alteza. La disposición de mi
+espíritu es sobradamente violenta para poder contenerme...
+
+—Y bien, decid cuanto queráis; pero calmaos.
+
+—¿Qué es lo que he de decir? Lo que Vuestra Alteza está cansada de
+saber; lo que nadie ignora en Castilla.
+
+—No alcanzo.
+
+—Sí, señora, Vuestra Alteza lo sabe. ¿Por ventura tan pocos años hace
+que amo a Vuestra Alteza?
+
+—Amarme, ¿y os atrevéis?...
+
+—¿Por qué no? ¿Es un delito amar? Tormento podrá ser para el infeliz
+amador; ofensa para el amado, jamás. La barrera está ya rota, ahora
+Vuestra Alteza debe saber el resto: quizá de este modo se convencerá de
+que debo alejarme.
+
+—Norabuena: concluid.
+
+—No seré largo; no molestaré a Vuestra Alteza recordándole las
+infinitas pruebas que tiene de mi amor, aunque jamás esta palabra haya
+salido de mi boca hasta hoy: no hablaré tampoco de que la nobleza y el
+clero de Castilla me honraron proponiéndome...
+
+—Lo sé: continuad.
+
+—Sí, señora; todo esto nada importa; la voluntad de Vuestra Alteza es
+la sola que puede decidir en esta materia, y ya ha decidido.
+
+—Os engañáis.
+
+—Pluguiera a Dios.
+
+—Os lo aseguro.
+
+—Señora, ¿por qué se complace Vuestra Alteza en atormentarme?
+
+—Lejos de eso, deseo tranquilizaros.
+
+—¡Imposible, imposible! Tranquilidad para mí, solo en la tumba. Cuatro
+años trabajando, suspirando sin cesar solo para conseguir un objeto,
+y en el momento en que más me lisonjeaba la esperanza, cuando tal vez
+hubiera podido lograrlo, otro hombre se presenta.
+
+—¿Quién?
+
+—El conde de Lara.
+
+—¿Qué decís?
+
+—La verdad.
+
+—¿Quién os lo ha dicho?
+
+—Mis ojos; Castilla entera.
+
+—Os han engañado, conde don Gómez. ¿Queréis más? Doña Urraca desciende
+a daros satisfacciones: ved si aprecia vuestros servicios.
+
+—Si pudiera persuadirme...
+
+—Persuadíos pues...
+
+—Vuestra Alteza tiene demasiada bondad con un frenético indigno de
+ella; pero es preciso que yo deje León.
+
+—¿Por qué? ¿No basta lo que he dicho?
+
+—No, señora, no basta: yo me he aventurado a hablar a Vuestra Alteza
+de mi amor; esta confesión exige una respuesta.
+
+—¡Dios mío! ¿Quién si os oyera diría que es un vasallo el que habla con
+su reina? Sois singular.
+
+—Responded, señora, os ruego...
+
+—Terminemos esta conversación, conde: vos y yo estamos harto agitados
+para poder continuarla. No os mando como reina, como dama os suplico
+que os quedéis en León.
+
+—Vuestra Alteza sabe que soy esclavo de su voluntad.
+
+—Pues bien, retiraos por ahora, y no salgáis de mi corte.
+
+—¿Sin una palabra?
+
+—¿Bastará que os diga que a nadie conozco en Castilla más digno de ser
+amado que a vos?
+
+—Ah, señora, añadid que no seréis de otro...
+
+—Nunca, conde; idos.
+
+Cuando el conde se decidió a ir a pedir a doña Urraca permiso para
+salir de León, llevaba en efecto intención de limitarse a hacer su
+súplica, sin entrar en más explicaciones, convencido de que ni la
+reina se las pediría, ni dejaría de aprovechar con mucho gusto la
+ocasión que él mismo presentaba para desembarazarse de su presencia;
+pero la inopinada resistencia que opuso doña Urraca a su partida llegó
+a encender su ánimo de tal modo que ya no le fue posible contenerse.
+Por su parte, la reina, apreciando en su merecido valor las buenas
+calidades y afecto hacia ella del conde, no podía consentir en que
+abandonase la corte, como descontento de ella, un hombre conocido en
+España entera por los servicios que le había prestado y las virtudes
+que le adornaban. Hallaba, es cierto, más gracias en don Pedro de Lara;
+pero el mérito evidente de don Gómez la obligaba, por decirlo así, a
+profesarle cierto afecto más ardiente que la amistad, aunque no pudiera
+llamarse amor. Así fue como, sin que ni el uno ni el otro hubiesen
+formado proyectos anteriores, se explicaron completamente en la
+conversación que acabamos de referir, la cual se terminó retirándose
+el conde de Candespina a su casa tan gozoso como triste había salido
+de ella, y quedándose la reina satisfecha de haber en cierto modo
+pagado la deuda que con él tenía. Parece indudable que en aquel momento
+triunfó en su corazón don Gómez, pues apenas hubo salido de su cámara
+cuando llamó a doña Leonor para decirle que no quería se difiriese más
+tiempo su boda, pues había llegado el conde de Candespina, que debía
+ser padrino.
+
+—Quiero —dijo— probar a mis leales servidores que me intereso en su
+dicha, y nada será más agradable al conde que ver feliz a su amigo en
+brazos de mi bella camarera, a quien sospecho que no le pesará tampoco
+de ello, por más que ahora se sonroje.
+
+—Vuestra Alteza es la bondad misma; mas puede ser que alguna otra boda
+causara más placer al conde que la de Hernando: la suya por ejemplo...
+
+—¡Hola!, quieres vengarte haciendo que también... Tú me las pagarás.
+
+Y esto lo decía acariciando la mejilla de su confidente, que no podía
+volver de su admiración, viéndose tratar con tanto cariño al cabo de
+meses que apenas se hacía mención de ella para nada.
+
+[Ilustración]
+
+
+
+
+CAPÍTULO VII
+
+
+El lector recordará sin duda que cuando el conde de Candespina se
+retiró de la presencia de doña Urraca, la primera vez que la vio
+desde su regreso a León, iba tan apesadumbrado por el modo con que
+fue recibido que se encerró en su cuarto, dando orden a sus criados
+que a nadie dejasen entrar en él, incluso a su íntimo amigo Hernando.
+Sucedió pues que, ansioso este caballero de saber cómo doña Urraca
+se había comportado con el conde, fue a su casa, en la cual se halló
+extremadamente sorprendido viendo que por primera vez se le negaba
+la entrada, que estaba acostumbrado a encontrar franca. Desde luego
+conoció que debía haber sucedido alguna cosa que hubiera disgustado al
+conde notablemente para obligarle a estarse en estricta reclusión;
+y persuadido de que así que se calmara algún tanto le recibiría y
+comunicaría sus penas, se retiró con propósito de volver al siguiente
+día, y así lo hizo en efecto; pero fue precisamente cuando ya el
+conde había salido para el alcázar, dando antes la orden para que
+todo estuviera dispuesto de modo que pudiese salir antes de dos horas
+de León. Apenas Hernando supo tal determinación, mandó que se le
+dispusiera también un caballo para él, pues de ninguna manera dejaría
+partir solo a su amigo, aunque se arriesgase a enojar a doña Leonor;
+y en seguida se fue también al alcázar a buscar al conde, quien se
+hallaba en la cámara de la reina cuando el de Olea llegó. Decidido
+a esperarle, púsose a pasear por los salones no haciendo caso de
+cuantos se hallaban en ellos, y sin que tampoco se le acercase ningún
+cortesano. Hernando era para ellos una fiera, en cuyas inmediaciones
+no se creían seguros: sofismas y razones especiosas nada valían con
+un hombre cuyo único argumento era la lanza, y para quien no había
+respetos humanos capaces de moderarle, como no fuese de parte del
+conde su amigo o de doña Leonor; por consiguiente, los cortesanos le
+temían demasiado para que buscasen su compañía, y él los despreciaba
+tan altamente que no se curaba de su amistad más que de su odio.
+Paseábase pues solo, como hemos dicho, y en la mayor agitación,
+haciendo de cuando en cuando algún gesto amenazador y murmurando entre
+dientes tal cual imprecación, que eran evidentes señales de que la
+cólera le dominaba, precisamente en ocasión en que el conde de Lara se
+presentó en el alcázar para ver a la reina. Aunque Su Alteza no había
+querido recibirle en todo el día anterior, calculaba acertadamente
+don Pedro que era por efecto de su declaración amorosa, que estando
+demasiado reciente haría que la reina no pudiera verle sin turbarse;
+pero ya pasadas veinticuatro horas pensaba que habría tenido tiempo
+para serenarse, y que, en consecuencia, le recibiría. Se engañó sin
+embargo en sus conjeturas: en vano insistió en que se le anunciase a
+la reina que se hallaba allí: se le contestó que Su Alteza se hallaba
+conferenciando con el conde de Candespina, y que había absolutamente
+prohibido que nadie entrase.
+
+—Eso no puede entenderse conmigo —dijo orgullosamente.
+
+—Vueseñoría se engaña —le contestaron—: está expresamente dicho que no
+entre el conde de Lara.
+
+—¿Cómo? ¿Será posible?
+
+—Sí, señor.
+
+—Ya tenemos aquí al incomparable conde de Candespina, ¿para qué quiere
+Su Alteza más servidores?
+
+—Para nada los necesita —exclamó Hernando perdida ya la paciencia—,
+para nada.
+
+—Sosegaos, noble Hernando, sosegaos: nadie trata de injuriar a vuestro
+amigo.
+
+—¿Injuriarle? ¡Cuerpo de Cristo! Mientras Hernando conserve el uso
+de sus brazos, ¿quién osará en su presencia injuriar al conde de
+Candespina? Nadie; y menos que nadie cortesanos cuyas únicas armas son
+la lisonja y la calumnia.
+
+Mudó de color Lara, y los que le rodeaban, asombrados de semejante
+lenguaje, quedaron como petrificados.
+
+—Sois violento en extremo, Hernando.
+
+—Sincero, franco es lo que soy.
+
+—Norabuena; pero os excedéis en vuestras palabras.
+
+—Cuanto dice mi lengua lo sostiene mi espada; y no todos hacen lo
+mismo...
+
+—Aquí nadie ha dicho cosa que pueda ofenderos.
+
+—El que la hubiera dicho ya estaría arrepentido.
+
+—Mucho presumís.
+
+—Pronto estoy a darle pruebas al que tenga dudas.
+
+—Nadie las tiene; pero no debe sorprenderos que el conde de Lara
+extrañe que se le niegue la entrada adonde se le concede al de
+Candespina.
+
+—¿Y por qué ha de extrañarlo? ¿Pueden los servicios del conde de Lara
+compararse con los de don Gómez? Cuando el conde de Candespina, solo
+por decirlo así, fue a sacar del corazón de un reino enemigo a doña
+Urraca, ¿se le ocurrió al conde de Lara disputarle la preferencia?
+
+—Si la ocasión se hubiera presentado...
+
+—En Soria se presentó a todos igualmente. ¿Quién arriesgó su vida, don
+Gómez o don Pedro?
+
+Iba el conde a contestar, pero felizmente acaso para él salió el de
+Candespina de la cámara de la reina con un semblante tan gozoso que
+llamó la atención de todos. Apenas le vio Hernando volvió la espalda al
+de Lara, y dirigiéndose a él:
+
+—Loado sea Dios —le dijo— que os encuentro; decidme...
+
+—Venid conmigo y os diré cuanto queráis. Caballeros, guárdeos el cielo.
+
+Y diciendo así ambos amigos salieron del alcázar dejando absortos al
+conde de Lara y demás personas que allí se hallaban. Sin embargo de
+todo, no quiso el conde de Lara abandonar el campo sin hacer la última
+tentativa para conseguir su objeto; y así que Hernando y el conde se
+marcharon, hizo tanto que logró finalmente que se entrara recado a
+la reina de que deseaba hablarla, no dudando de que doña Urraca le
+recibiría inmediatamente; pero más le hubiera valido no empeñarse
+tanto, pues marchándose desde luego habría evitado el desaire que
+sufrió cuando públicamente le dijeron que Su Alteza no quería de ningún
+modo recibir a nadie más. Cuál fue la turbación del orgulloso don
+Pedro viéndose desairar a la faz de todos los cortesanos, fácil es de
+pensar. Supo contenerse en público y afectar un semblante sereno; pero
+sus entrañas se abrasaban, y juraba interiormente arriesgarlo todo
+para vengarse de su rival. Dominado de tales sentimientos llegó a su
+casa, y llamó a Lope, criado de toda su confianza, para encargarle
+una comisión de la cual pendía el éxito de todos sus proyectos. La
+oposición de doña Urraca a recibirle le hacía conocer que la reina
+temía tratarle demasiado bien; y por lo mismo una conversación secreta
+con ella era el objeto de todos sus deseos. Convencido de que por los
+medios ordinarios no lo lograría, al menos tan pronto como lo exigían
+las circunstancias, se decidió a dar un paso algo violento pero que
+podía tener excusa dándole cierto aspecto novelesco muy del gusto de la
+reina. Todas estas reflexiones fueron obra de un instante, y ya estaban
+hechas cuando Lope se presentó a su amo con un aire que quería ser
+humilde, pero que no pasaba de hipócrita.
+
+—Lope —le dijo el conde—, te tengo mandado que trabes amistad con los
+criados inferiores del alcázar.
+
+—Sí, señor.
+
+—Y que averigües cuidadosamente todas las interioridades.
+
+—Sí, señor.
+
+—Y bien, ¿se han cumplido mis órdenes?
+
+—Sí, señor.
+
+—¿Y sabrás responderme alguna cosa más que «sí, señor», salvaje?
+
+—Sí, señor, lo que Vueseñoría me mande.
+
+—Veamos, pues, si conocerás al jardinero.
+
+—Sí, señor, un buen mozo muy bebedor.
+
+—Eso no es del caso.
+
+—Vueseñoría me perdonará que le diga que sí lo es, porque ambas
+calidades, la de buen mozo y la de bebedor, son las que me han hecho
+buscar con preferencia su amistad.
+
+—Pues a ti, bribón, ¿qué diablos te importa su figura?
+
+—A mí, la verdad sea dicha, nada; pero a una doncella de doña Camila...
+
+—¿La dama de honor?
+
+—Sí, señor, pues a esa, como iba diciendo, le ha parecido bien la
+figura de Cosme, y como doña Camila es dama de Su Alteza, ya ve
+Vueseñoría...
+
+—Lo que yo veo es que no has perdido el tiempo en la corte. Mas déjate
+de digresiones, y dime si es hombre el jardinero con quien se puede
+contar...
+
+—Para cuanto se quiera: con solo suministrarle algunos cuartillos...
+
+—Aunque sean azumbres: toma esta bolsa; gasta sin temor, y cuenta
+con una buena recompensa si antes de la noche logras introducirme
+secretamente en el jardín del alcázar.
+
+—¿Antes de la noche, señor?
+
+—Sin remedio; marcha y ten presente lo que voy decirte: el conde de
+Lara recompensa con oro a sus servidores; pero tiene un puñal para los
+indiscretos.
+
+—Crea Vueseñoría que yo...
+
+—Basta; marcha a ejecutar mis órdenes.
+
+La reina tenía costumbre de bajar ordinariamente sola, o cuando más
+acompañada de una de sus damas, a pasearse por los jardines del alcázar
+al ponerse el sol; y el conde de Lara, que en la época de su privanza
+había tenido alguna vez que otra el alto honor de ser exceptuado de la
+regla que excluía a todo hombre de aquel paseo, sabía por consiguiente
+que en ningún momento se presentaría ocasión más oportuna para hablar a
+doña Urraca. La dificultad consistía solo en penetrar en aquel recinto
+sagrado: mas como el oro todo lo puede, el jardinero Cosme, merced a
+una dosis más que regular de un vino añejo tan delicioso para él como
+el néctar de los dioses, y a unos cuantos maravedises, puso en manos
+del astuto Lope una llave de la puerta falsa del jardín del alcázar.
+Lleno de aquel júbilo infernal que siente todo malvado cuando acaba
+de hacer una buena picardía, corrió Lope a llevar a su digno amo la
+llave del jardín, que aquel recibió con el contento fácil de imaginar.
+Recompensó ampliamente, como lo había prometido, el celo de Lope, y
+encargándole de nuevo el secreto, partió disfrazado con ropas humildes
+a situarse en paraje del jardín oportuno para sus miras. Escogió para
+ocultarse un cenador cubierto de verde y tupida yedra, y en él esperó,
+no sin alguna inquietud, la llegada de la reina, cuyo paso lento y
+mesurado no tardó en herir sus oídos. Doña Urraca venía sola, pues en
+ninguna ocasión más que en aquella tenía motivos de entregarse a las
+más serias reflexiones. Los condes de Lara y Candespina la ocupaban
+enteramente: no sabía por cuál decidirse. Pues aunque es cierto que
+entonces, aun a su mismo entender se inclinaba la balanza en favor de
+don Gómez, sin embargo la imagen seductora de don Pedro la perseguía
+sin cesar. Tal era la perplejidad en que se hallaba cuando llamó
+su atención el ruido de las hojas movidas por Lara, que saliendo
+de su escondite se presentó de repente a sus ojos; y antes de que
+hubiera tenido tiempo de pronunciar una sola palabra, ya el cortesano
+arrodillado a sus pies besaba humildemente la falda de su vestido.
+
+—Suspenda Vuestra Alteza su enojo —dijo, interrumpiéndose con
+profundos sollozos—, soy culpable, es verdad; pero la causa de mi
+delito es Vuestra Alteza misma...
+
+—¡Cómo, conde de Lara!, ¿habéis osado...?
+
+—¿...arriesgarlo todo para ver a Vuestra Alteza? ¿Qué otro medio me
+quedaba? Arrastrado por el ímpetu de una pasión irresistible, yo
+mismo pronuncié mi sentencia declarando mi amor. Vuestra Alteza me ha
+castigado privándome de su presencia. Yo vengo a pedir la muerte, mil
+veces preferible al tormento de no ver a doña Urraca.
+
+—¿Y no podíais haber esperado?...
+
+—Sí, señora, si el amor fuera capaz de esperar; pero me ha sido
+imposible.
+
+El resto de la conversación que siguió, sobre ser demasiado prolija,
+es además de tal naturaleza que nos parece excusado abusar de la
+paciencia de nuestros lectores referírsela menudamente. El hecho es que
+fue larga; que en ella desplegó Lara todo su arte, no de amar sino de
+seducir; y que doña Urraca le dejó ver demasiado la inclinación que
+le tenía. Sin embargo, le declaró positivamente que estaba resuelta
+a no partir el trono con nadie, y en efecto así era la verdad; pues
+escarmentada con el pasado matrimonio con el rey de Aragón, juró que
+aunque llegase a dar su mano a un príncipe o magnate, reservaría para
+sí sola toda la autoridad en Castilla, y además le manifestó que los
+servicios y popularidad del conde de Candespina exigían que se le
+tuviesen las mayores consideraciones. A otro hombre con más delicadeza
+y menos conocimiento de la humana fragilidad le hubieran desalentado
+tales preliminares; pero Lara, que conocía a la reina, esperaba, quizá
+no sin fundamento, que cediendo por entonces a todo, el tiempo y su
+maña la harían mudar de propósito. Habiendo, pues, logrado a fuerza de
+ruegos y extremos que doña Urraca prometiera recibirle al siguiente día
+en el mismo paraje, aunque en presencia de una dama de quien por ser
+parienta de Lara creyó poder fiarse, se retiró muy entrada la noche a
+su palacio.
+
+[Ilustración]
+
+
+
+
+CAPÍTULO VIII
+
+
+Amaneció el día siguiente al de los sucesos que acabamos de referir,
+y el sol no madrugó más que la mayor parte de los actores de nuestra
+historia, pues cada uno de ellos se hallaba demasiado agitado para
+poder entregarse largo tiempo al reposo. En efecto, doña Urraca acababa
+de comprometerse, por decirlo así, con los dos condes, y buscaba
+inútilmente algún medio para quedar airosa con ambos. Candespina
+se veía a punto de recobrar su ascendiente y, a su entender, de
+conseguir todos sus deseos. Lara, aunque en realidad había perdido
+momentáneamente como privado, conocía que como amante estaban sus
+negocios en el mejor estado; y por último, doña Leonor y Hernando,
+que en aquel día debían unirse con lazo indisoluble, es de presumir
+que tampoco estarían muy tranquilos. La magnífica catedral de León se
+había adornado con el mayor aparato para la ceremonia religiosa que
+se preparaba: los habitantes de la capital circulaban por las calles
+vecinas al alcázar esperando con ansia el momento en que la desposada
+saliese de él acompañada de la reina; los cortesanos, vestidos con un
+fasto excesivo, llenaban ya los regios salones, y la nueva privanza
+del conde de Candespina era el objeto en que todos se ocupaban. Solo
+el conde de Lara no se presentó en el alcázar, y esta falta produjo
+una sensación visible: sus parientes y amigos parecía que asistían
+forzados a aquella ceremonia, y demostraban en el arrugado ceño y
+ademanes desdeñosos el descontento que padecían: los demás, conformando
+su conducta a las circunstancias, volvían a elogiar a don Gómez, y
+a soltar de cuando en cuando tal cual epigrama contra Lara: en una
+palabra, un día bastó para que todo mudase de aspecto. Las diez de
+la mañana serían cuando salió del alcázar la real comitiva para la
+catedral. La novia, con un suntuoso vestido regalo de su soberana,
+marchaba al lado de esta, tan ruborosa, tan bella, que acaso no hubo
+un hombre, entre la multitud que la rodeaba, que no envidiase la dicha
+del venturoso Hernando, quien a la puerta del templo la esperaba en
+compañía del conde su amigo, y un sinnúmero de parientes y parciales,
+con un ansia fácil de concebir. No se dijeron una palabra los dos
+futuros esposos; pero una mirada fue para cada uno de ellos más
+expresiva que lo hubiera sido un discurso por elocuente que fuese. La
+comitiva entró en la iglesia: sus bóvedas resonaron con los himnos
+sagrados, y a poco ya Leonor y Hernando habían jurado al Supremo
+Hacedor amor y constancia eterna. Celebrose en seguida el santo
+misterio de nuestra redención, y los esposos salieron de la catedral
+con la misma comitiva que a ella habían llevado. La ceremonia religiosa
+que acababa de terminarse parecía haber dado a todos los ánimos cierta
+serenidad que anunciaban los placenteros rostros de damas y caballeros,
+únicamente ocupados en los festejos que, para más solemnizar la
+boda de su camarera y amigo, habían dispuesto la reina y el conde
+de Candespina; pero cuando ya la comitiva entera, acabando de salir
+del templo, se ordenaba para regresar al alcázar, llamó la atención
+general el confuso rumor del pueblo que abría paso a una persona que
+apresuradamente venía al encuentro de la reina. Era este un moro,
+vestido según la costumbre de su país, con extraordinaria magnificencia
+y montado en un caballo andaluz admirable por su belleza y gallardía.
+Coronaba el turbante del infiel una pieza de finísimo y brillante
+acero, terminada en figura cónica: cubría su pecho una coraza no menos
+lucida, en la cual llevaba engastadas razonable número de piedras
+preciosas; y el puño de la cimitarra, pendiente del costado derecho,
+así como el de la gumía o daga que llevaba en la cintura, correspondían
+a la riqueza del resto de su equipo. Seguíale a pie un esclavo negro
+como el ébano, cargado con la lanza y adarga de su señor. La persona
+del moro era la de un hombre de mediana estatura bien configurado pero
+cuyos miembros no habían aún adquirido toda la robustez de que eran
+capaces: su rostro moreno claro, sus ojos vivísimos, la delicadeza
+de sus facciones, y sobre todo el bozo apenas naciente que en él se
+reparaba, descubrían que su edad no podía pasar de dieciocho a veinte
+años. Como Castilla se hallaba en paz con los mahometanos españoles,
+la venida de uno de estos a León nada tenía de particular, pues aunque
+moros y cristianos eran enemigos por religión y política, acostumbraban
+sin embargo a visitarse recíprocamente por curiosidad u otras causas
+cuando las circunstancias se lo permitían. En el reinado del padre
+de doña Urraca especialmente se hicieron más comunes las relaciones
+entre ambos países, tanto porque don Alfonso debió protección y
+amparo a los musulmanes, en la persecución que sufrió de parte de
+su hermano don Sancho, como porque posteriormente casó con Zaida,
+princesa mora sevillana. Por esto, pues, aunque la presencia del moro
+que hemos tratado de describir excitó como es natural la curiosidad
+de los leoneses, no les pareció de ningún modo alarmante su repentina
+aparición.
+
+La reina misma se volvió hacia el lado de donde venía el rumor, y se
+paró a admirar la elegancia de la figura y riqueza del vestido del
+infiel, que habiendo preguntado quién era la reina y habiéndolo sabido
+por uno de los circunstantes, saltó con la mayor ligereza de su caballo
+a tierra, y con sereno y modesto continente se encaminó derecho a ella.
+Llegado a sus inmediaciones, hizo tres reverencias seguidas cruzando
+los brazos sobre el pecho e inclinando el cuerpo hasta tocar casi en
+el suelo con la cabeza, y en seguida, postrándose a los pies de doña
+Urraca, esperó humildemente a que esta le dirigiese la palabra, en lo
+que se tardó algún tanto, pues tan inesperada acción sorprendió a la
+reina de Castilla. En fin, después que se hubo recobrado, le dijo,
+haciéndose un tanto atrás:
+
+—Álzate, moro, y di qué quieres.
+
+—Reina de Castilla, sultana de la belleza, flor de los nazarenos
+—contestó el infiel levantándose—: el libro de la verdad dice que la
+luz del sol brilla para todos.
+
+—Verdad es; pero sed breve o dejad vuestra súplica para momento más
+oportuno.
+
+—Alí, hijo de Hamet, solo viene a pedir a tu justicia un campo en qué
+lidiar.
+
+—Moro, si de alguno de mis vasallos tienes queja, yo te haré justicia.
+
+—La afrenta que el noble recibe, solo con la sangre del que se la hizo
+puede lavarse: y está escrito que Hamet derramará la del traidor que le
+ultrajó, con la ayuda de Alá y del santo Profeta.
+
+—Bien: nómbrame al menos tu ofensor.
+
+—Que la maldición del Profeta caiga sobre su detestable cabeza. Sultana
+de Castilla, en tu presencia y a la faz de tu pueblo acuso de traidor y
+desleal, indigno del nombre de caballero, al malvado que los hijos del
+Nazareno llamáis conde de Lara.
+
+—¿Qué dices, infiel? —exclamó la reina, mas no pudo continuar, pues
+las últimas palabras de Alí, pronunciadas en voz elevada, hiriendo los
+oídos del pueblo, produjeron en la multitud un efecto extraordinario.
+Lo mismo que la cristalina superficie del océano, si de repente sopla
+un recio huracán, se rompe y divide en enormes montañas de agua que
+chocándose entre sí causan un pavoroso estruendo, del mismo modo las
+injurias del moro contra el conde de Lara produjeron en el pueblo
+leonés, o al menos en gran parte de él, la mayor agitación. Desde luego
+las personas prudentes y tímidas se retiraron de la concurrencia; pero
+la muchedumbre, siempre curiosa, siempre amiga de novedades y pronta a
+irritarse cuando cree ser la más fuerte, prorrumpió en descompasadas
+voces contra el infiel, que osaba, decían, venir a insultar a los
+cristianos en sus propios hogares. Alí volvió el rostro sosegadamente
+al pueblo; contempló su agitación con la misma serenidad que si no se
+tratara de su persona, y pareció dispuesto a esperar la resolución
+de doña Urraca, que llena de espanto no acertaba a proferir una
+palabra. Los caballeros que rodeaban a la reina, y en particular el
+conde de Candespina, se disponían a hablar a la plebe para tratar de
+calmarla; mas hubieron de renunciar a su proyecto viendo que los amigos
+y parciales del conde de Lara, movidos de un espíritu frenético de
+venganza, empezaron a gritar:
+
+—Muera el perro infiel que se atreve a insultar a los ricos hombres de
+Castilla.
+
+Y al punto brillaron desnudas más de veinte espadas contra el
+inalterable Alí, que sin perder nada de su serenidad, desnudó la
+cimitarra, tomó en un instante el escudo de manos del negro, y se puso
+en ademán de hacer frente a sus contrarios.
+
+—¡Asesinos, cobardes! —gritó Hernando de Olea desnudando su acero y
+poniéndose al lado del moro—; conmigo las habrá el que se atreva a
+tocarle.
+
+El conde de Candespina también tiró su espada en defensa del agareno,
+y como es de presumir todos los de su bando hicieron otro tanto.
+Quien únicamente conservó su sangre fría fue don Diego López, que
+formando un escuadrón cerrado con la guardia de la reina sacó a esta
+señora y a sus damas del tumulto, y las condujo a palacio. Entre tanto
+se aumentaba el número de los contrarios y defensores de Alí: ambos
+partidos se llenaban de injurias, y hubieran llegado a las manos sin la
+circunstancia de estar el de Lara sin jefe y ser el conde de Candespina
+quien capitaneaba el contrario. Alí no encontraba expresiones con que
+agradecer a los parciales del conde el interés que tomaban por él; y
+les suplicaba que le abandonaran a su suerte, antes que derramar por
+él la sangre de sus hermanos. Pero Hernando juraba que haría pedazos
+al primero que osase acercarse, y los demás caballeros deseaban
+aprovechar aquella ocasión de saciar sus antiguos rencores. A pesar de
+la prudencia y esfuerzos de don Gómez, tal vez hubiera sido imposible
+evitar un combate sangriento si la casualidad de haber pasado esta
+escena en las inmediaciones de la catedral no hubiera hecho que los
+canónigos, testigos de aquel desorden, se apresuraran a revestirse
+y salir de la iglesia, llevando en procesión una imagen de nuestro
+Redentor, muy venerada en la ciudad. Esto y las persuasiones de los
+canónigos disiparon por entonces al pueblo y partidarios de Lara; y
+Alí pudo, escoltado por sus defensores, ir a la posada del conde de
+Candespina, adonde le llevaron para mayor seguridad. Hernando encontró
+allí a su bella esposa entregada a la más cruel inquietud; pero con el
+gozo de verle sano y salvo no se acordó siquiera de reprenderle por
+lo que ella llamaba su temeridad. Advertimos a nuestros lectores que
+el conde había suplicado a Hernando que ocupase con su esposa una
+habitación de su propia casa; y dejaremos para el capítulo siguiente
+referirles lo que en ella pasó con el valeroso Alí, hijo de Hamet.
+
+[Ilustración]
+
+
+
+
+CAPÍTULO IX
+
+
+El suceso de Alí había puesto en fermentación todos los espíritus
+en la corte de Castilla. Los dos partidos de Candespina y Lara,
+que hasta aquel punto habían conservado al menos las apariencias
+de la urbanidad por respeto a la reina, rota una vez la barrera no
+querían volver a entrar en sus respectivos límites; y cierto género
+de hombres turbulentos por naturaleza e interés, que no faltaban en
+ambas facciones como nunca han faltado en semejantes casos, hablaban
+de someter al juicio de Dios, esto es, a la suerte de las armas,
+la decisión de sus contiendas. En un instante desaparecieron todos
+los preparativos hechos para festejar el casamiento de doña Leonor
+y Hernando. Cada caballero corría a su casa a armarse y a armar a
+sus criados; los ciudadanos se retiraban también a sus hogares, mas
+era a encerrarse en ellos para ponerse a cubierto de los horrores
+que preveían; y por último, en el mismo alcázar se tomaban las más
+vigorosas medidas para prevenir todo accidente. Don Diego López, que
+mandaba la guardia de la reina, aseguró a esta señora que nada tenía
+que temer por su persona aun cuando el furor general llegase a tal
+punto que hubiera quien pensase en atacarla; y como doña Urraca conocía
+la lealtad y valor del señor de Nájara, se tranquilizó lo bastante para
+pensar en interponer por fin su autoridad en aquel negocio, enviando
+dos mensajeros en busca de los condes de Candespina y Lara. Pero lo que
+nosotros hemos referido en poquísimas líneas fue obra en León de más
+de una hora. Durante este tiempo el joven Alí se conciliaba cada vez
+más el afecto de sus protectores. La condición del moro correspondía
+en efecto a cuanto de su bien dispuesta persona podía esperarse;
+afable con extremo, cortés sin ser lisonjero, y con un talento claro
+y bien cultivado: Alí arrastraba tras de sí los ánimos de cuantos le
+escuchaban. Ya se supondrá que si la discreción del conde de Candespina
+fue bastante para que no hiciera pregunta ninguna a su huésped sobre el
+motivo de su odio al conde de Lara, ni Hernando ni su esposa pudieron
+contenerse; y a la verdad su curiosidad no carecía de disculpa.
+
+—Confieso —le decía Hernando— que he admirado vuestra serenidad,
+viéndoos rodeado de una multitud de furiosos que clamaban por vuestra
+muerte.
+
+—La vida de los hombres depende de la voluntad de Dios —contestó el
+moro—, y no hay poder bastante en la tierra para atrasar ni adelantar
+un momento el instante de su muerte.
+
+—Buena será esa máxima —replicó Leonor—, pero yo sé decir de mí que
+estaba muerta de miedo.
+
+—¿Y cuándo la cándida paloma ha alzado tanto el vuelo como el águila?
+—contesto el moro.
+
+—¿Y no pensabais —volvió a decir Leonor—, no pensabais en la pena que
+vuestra muerte hubiera causado a vuestra dama, si la tenéis...?
+
+—Hermosa cristiana, las dulzuras del amor no me han sido concedidas;
+pero tengo en cambio una hermana a quien mi muerte hubiera dejado sin
+amparo.
+
+—¿Una hermana? ¿En Granada?
+
+—Mi patria es Sevilla; pero mi hermana está en León.
+
+—¡Válgame el cielo! En León tenéis hermana. Hernando, si vos
+quisierais...
+
+—Mi esposa —dijo Olea— desea tener a vuestra hermana en su compañía.
+Concededla esta gracia.
+
+—Cristianos, me colmáis de favores.
+
+—Dejad eso y marchad a buscarla.
+
+—¿Qué decís? —interrumpió el conde—; este caballero no puede salir de
+aquí sin peligro de su vida; que diga donde está su hermana, y se irá
+por ella.
+
+Alí señaló la posada en que había dejado a su hermana guardada por
+algunos esclavos; y varios criados del conde guiados por el negro
+escudero fueron en su busca. Entre tanto no perdonaba medio ninguno
+la astuta doña Leonor para saber del moro el origen de su odio al
+conde de Lara: pero este, eludiendo unas preguntas y haciéndose el
+sordo a otras, dejó burlados todos sus ardides, sin que la respuesta
+más directa que dio pasase de decir que el hombre de honor no debía
+publicar sus afrentas hasta que estuviesen vengadas. Desembarazado
+por fin de aquella especie de examen fiscal, se ocupó con el conde de
+Candespina del asunto que parecía absorber toda su existencia. El conde
+le ofreció toda su protección, y cuando vino el mensajero de parte de
+la reina a buscarle, tomó a su cargo la comisión de suplicarle que le
+concediese una audiencia. Bien hubiera querido Hernando acompañar a su
+amigo al alcázar; mas como la orden de la reina nombraba únicamente al
+conde de Candespina, quiso este ir absolutamente solo. Ya estaba Lara
+al lado de doña Urraca cuando don Gómez se presentó, y desde luego la
+reina se quejó agriamente a ambos condes de la escandalosa escena de
+aquella mañana. Fácil le fue disculparse al de Lara con solo hacer
+presente que no habiéndose hallado en ella, ninguna responsabilidad
+podía exigírsele: mas no así el de Candespina que había tomado en ella
+una parte sumamente activa. Pero el noble castellano era incapaz de
+arrepentirse de su generosa acción.
+
+—Sí, señora —dijo a la reina—, he sacado el acero, me he puesto al lado
+de un hombre a quien una multitud furiosa trataba de sacrificar, si
+este es un delito, yo me confieso reo; pero no puedo arrepentirme...
+
+—Y por un infiel —dijo la reina—, por un infiel ibais a derramar la
+sangre de vuestros hermanos.
+
+—Un infiel, señora, es un hombre; y asesinos no pueden nunca ser mis
+hermanos.
+
+—Conde don Gómez —exclamó Lara—, ¿asesinos llamáis a los caballeros de
+la casa de Lara?
+
+—Aunque sola Su Alteza tiene derecho a examinar mi conducta y palabras
+—contestó don Gómez—, quiero que me digáis, conde de Lara, qué nombre
+daremos a los que siendo ciento atacan a uno.
+
+—Baste, caballeros —interrumpió la reina—, consiento en olvidar lo
+pasado; pero es preciso que la paz se restablezca inmediatamente.
+
+—Por mi parte —dijo Lara—, no tengo más voluntad que la de Vuestra
+Alteza.
+
+—Y yo —añadió don Gómez—, yo respondo a Vuestra Alteza de mis parientes
+y amigos.
+
+—Está bien, señores; retiraos pues, y cumplid vuestras promesas.
+
+Lara se disponía a obedecer a la reina, pero Candespina le detuvo
+para que oyese la súplica que en nombre de Alí iba a hacer a Su Alteza
+para que le admitiese a su presencia. Este nuevo incidente desconcertó
+a don Pedro, que se creía desembarazado para siempre de la presencia
+del moro; pero no se atrevió a proferir una sola palabra que diese a
+entender su descontento. La reina, por su parte, manifestó visiblemente
+su desagrado de que el conde de Candespina tomase cartas en aquel
+asunto; mas él con su acostumbrada inflexibilidad insistió tanto, y
+con tales razones demostró que era de rigurosa justicia conceder a
+Alí la audiencia que pedía, que al cabo la obtuvo para aquella misma
+noche. Llegó esta en efecto, y doña Urraca, sentada en un magnífico
+trono situado en una de las extremidades del más suntuoso salón del
+alcázar, rodeada de sus damas y de la mayor parte de la nobleza de
+Castilla, esperó, con un semblante en el cual a su pesar se leía no
+poco descontento, el instante de recibir al moro, origen inocente de
+las turbulencias de aquel día, quien no tardó mucho en presentarse
+acompañado del conde de Candespina, Hernando de Olea y todos sus
+parciales. Alí venía completamente armado, pero sin lanza ni escudo, y
+Hernando también iba dispuesto a entrar en lid; los demás caballeros
+llevaban vestidos de corte. Desde luego las armas de Hernando llamaron
+la atención general, pero pronto se dedicó toda al moro, que después de
+sus acostumbrados saludos y de haber recibido de la reina la orden de
+exponer brevemente su súplica, lo hizo en esta forma:
+
+—Reina de Castilla, mi súplica ya la sabes: soy noble, estoy agraviado;
+solo vengo a pedir un palenque en el que, con la ayuda de Alá, espero
+recobrar mi honra.
+
+—¿Quién te ha ofendido?
+
+—El conde de Lara.
+
+—¿Cómo puedo yo haberte ofendido, infiel —exclamó Lara—, si en mi vida
+te he visto?
+
+—Silencio —dijo la reina—, nadie sea osado a hablar sin mi permiso. Y
+tú, contesta: ¿es cierto que nunca has visto al conde de Lara hasta hoy?
+
+—Nunca.
+
+—¿Cómo pues te ha ofendido?
+
+—¿Cómo? Él lo sabe: mi nombre le descubrirá el arcano. Conde de Lara,
+yo soy Alí, hijo de Hamet.
+
+Todos los ojos se fijaron en Lara, a quien este apóstrofe hizo mudar
+de color; pero sea que no se atreviese a faltar a las órdenes de la
+reina, contestando sin que esta se lo mandase, o bien que no quisiera
+o tuviese qué responder, lo cierto es que guardó el más profundo
+silencio. Doña Urraca, después de haber considerado atentamente a los
+dos adversarios, se volvió a Alí y le dijo:
+
+—Singular es que seas su enemigo sin conocerle; pero al menos nos dirás
+cuál es la ofensa que te ha hecho.
+
+—Cuando Lara no exista la sabrás, reina.
+
+—Moro, recuerda que hablas con la reina de Castilla, y obedece sus
+mandatos.
+
+—Alá me preserve de faltarte al respeto; pero en tanto que mi ofensor
+viva, mis labios no pronunciarán nunca el agravio que me ha hecho.
+
+—Para que yo consienta el combate debo saber la causa.
+
+—Yo reto por traidor y desleal al conde de Lara en vuestra presencia,
+damas y caballeros. ¿No basta esto en Castilla para que un noble salga
+a la palestra?
+
+—Y sobra —contestó Candespina—: Vuestra Alteza no puede ya oponerse al
+combate sin menoscabo de la honra del conde de Lara mismo.
+
+—Callad —exclamó colérica la reina—; callad, y sea esta la última vez
+que se falte a mis órdenes. En fin, moro, resuelves no comunicarnos de
+qué acusas al conde de Lara.
+
+—Él lo sabe, repito, y si no es un cobarde, recogerá esa prenda —y al
+mismo tiempo le arrojó un guante, que cayo a los pies de su enemigo.
+
+Este permaneció inmóvil; pero la reina se dirigió a él, diciéndole:
+
+—Veamos si vos, conde de Lara, nos aclaráis este misterio.
+
+—Yo, señora, nada sé; no conozco a ese infiel, y su nombre hiere hoy mi
+oído por primera vez.
+
+—Caballeros, ya oís la respuesta del conde.
+
+—Y yo sostengo —exclamó Alí— que ha mentido.
+
+—Miserable —contestó furioso Lara cogiendo el guante—, tu vida me dará
+satisfacción.
+
+El conde de Lara no había manifestado hasta entonces la menor
+inclinación a combatir con el moro; pero ya fuese que no pudo
+resistir a las injurias que Alí le hacía, ya que conociera que su
+pusilanimidad iba a perderle para siempre aun en la opinión de sus
+mismos partidarios, lo cierto es que al coger el guante parecía
+animado por el noble resentimiento de un hombre de honor cruelmente
+ofendido. Tanto los caballeros como las damas presentes manifestaron
+con una especie de aplauso la satisfacción que les causaba el proceder
+del conde, y volvieron la vista hacia Alí para ver si conservaba o
+no la entereza que hasta aquel punto había manifestado; pero lejos
+de verse la más mínima señal de turbación en el rostro del joven
+musulmán, brillaba en sus ojos todo el fuego de la venganza, pronta a
+satisfacerse. Doña Urraca misma permaneció algún tiempo silenciosa y
+pensativa, contemplando ora a Alí, ora a Lara, que ambos enfrente de
+ella esperaban con visible impaciencia su resolución; hasta que por fin
+anunció que pues el conde de Lara había recogido la prenda del combate,
+por no desairarle consentía en que se verificase, y señalaba para que
+tuviese lugar el octavo día, a contar desde aquel. Alí dio las más
+expresivas gracias por la merced que se le hacía, y se retiró después
+de haber dicho que el caballero Hernando de Olea le honraba siendo su
+padrino en aquel combate. El conde de Lara nombró para que lo fuese
+suyo a Gutierre de Cetina, su deudo, que ejercía las funciones de
+mayordomo de la reina; y en seguida se dispersó la reunión.
+
+[Ilustración]
+
+
+
+
+CAPÍTULO X
+
+
+Mientras que en el alcázar de Burgos pasaban los sucesos que han
+dado materia al capítulo anterior, la esposa de Hernando de Olea
+desempeñaba los deberes de la hospitalidad con la interesante hermana
+de Alí, con una dulzura de que solo las mujeres son capaces. Zulema,
+que así se llamaba la joven mora, tendría como unos diecisiete años
+de edad, reuniendo además en su persona todos los dones que puede
+la naturaleza dispensar a una mujer para cautivar los corazones de
+cuantos la miren; pero no brillaba su rostro con los vivos colores
+tan propios de sus pocos años, ni la alegría de la juventud animaba
+dos ojos negros como el ébano; antes, por el contrario, su palidez y
+lánguido mirar descubrían que su corazón sufría el peso de alguna grave
+desgracia. Todo esto lo vio desde el primer instante doña Leonor, y
+como estaba dotada de sobrado ingenio, se prometió que la sencilla
+sevillana descubriría sin duda el secreto que su hermano guardaba tan
+cuidadosamente. En efecto, pasados los primeros cumplimientos, nuestras
+dos damas, jóvenes ambas, y ambas con un semblante tan afable que las
+provocaba a una recíproca confianza, parecían sin embargo suspensas,
+no atreviéndose ni una ni otra a entrar en materia, hasta que doña
+Leonor, como de más edad y experiencia, tomando una mano de Zulema y
+estrechándola con la suya, rompió el silencio diciéndola:
+
+—Mal parece en una niña como vos tanta tristeza: consolaos, y creed
+que, ya que no esté en nuestra mano devolveros lo que tal vez habéis
+dejado en Sevilla, haremos cuanto esté de nuestra parte para solazaros.
+
+—¡Ah, señora! —respondió casi llorando Zulema—, ¡cuán bondadosa eres!
+Pero no repares, te suplico, en mi melancolía que no puedo desterrar...
+
+—¿Cómo, a vuestros años, puede haber penas tan profundas?
+
+—¡Ay!, la herida está en el corazón, bellísima cristiana, en un corazón
+que jamás había padecido y por eso es más dolorosa; por lo mismo será
+eterna.
+
+—¡Pobrecilla criatura! ¡Cuánto diera yo por poder aliviar tus penas!
+
+—¿Aliviarlas? Imposible..., imposible. Más fácil sería que el
+Guadalquivir dejase de derramar sus aguas en el mar.
+
+—¡Infeliz!, ¿y ninguna esperanza os queda?
+
+—Ninguna, como tú dices: ninguna.
+
+—Acaso la muerte...
+
+—¡Ojalá! Al menos esperaría ser feliz cuando Azrael cortase el hilo
+de mi vida. Mas dejemos, amable señora, de ocuparnos en mis penas,
+no venga yo a turbar tu felicidad con mis lamentos tan inútiles como
+importunos.
+
+—No lo son por cierto para mí. Consolar al triste es un precepto de la
+verdadera religión...
+
+—¡Ah! —exclamó Zulema arrebatada—, ¿por qué ha de haber monstruos que
+se complazcan en atormentar a sus semejantes, siendo cristianos?
+
+—Luego a un cristiano debéis vuestras penas.
+
+—A un cristiano, sí; a un cristiano en el nombre; a un pérfido, a un
+malvado. Tú le conocerás tal vez: es hermoso, es amable, es seductor;
+pero sus entrañas son más duras que las del tigre.
+
+—Sosegaos, amor mío; por Dios, sosegaos, y decidme su nombre: tal vez
+podremos hacer...
+
+—Nada, nada. Un corazón traspasado no puede curarse. ¿Pero qué podré
+yo negar a quien tanto amor me muestra por la primera vez? Sabrás el
+nombre del malvado que me ha hecho desgraciada: sabrás la dolorosa
+historia de la infeliz Zulema.
+
+Si al principiar la conversación referida, la curiosidad sola movía a
+la bella Leonor a inquirir el secreto de sus huéspedes; ya viendo el
+dolor de la triste Zulema, únicamente la compasión la dominaba; y a la
+verdad hubiera sido necesario tener un corazón de piedra para resistir
+a sus lágrimas.
+
+La narración de su triste historia que vamos a insertar perderá sin
+duda gran parte del interés que inspiraban ya el dulce sonido de la voz
+de Zulema, ya el fuego o rubor con que refería algunos pasajes de ella;
+pero la crónica no conserva más que la especie de extracto que sigue, y
+tal como lo hemos encontrado así lo trasladamos.
+
+Durante el reinado del padre de doña Urraca, la comunicación entre
+moros y cristianos, como se ha dicho anteriormente, fue más común que
+en ningún otro; y esto dio lugar a que visitando Hamet, moro sevillano,
+tan opulento como sabio, la corte de Castilla, trabase amistad con don
+Gonzalo, conde de Lara, cuyo hijo era don Pedro, de quien tanto hemos
+hablado en nuestra narración.
+
+Entre los diversos y profundos conocimientos que Hamet poseía, no era
+de los menos importantes el de la medicina; ciencia que en aquellos
+tiempos puede decirse que era patrimonio exclusivo de los árabes y
+judíos, que la ejercían aun entre los mismos cristianos; ofreciéndonos
+la historia ejemplo de algún monarca que pasó a reino infiel con objeto
+de curarse de dolencias a que no hallaba remedio en su propio país. La
+amistad, pues, del viejo conde de Lara con Hamet, la ciencia de este,
+y la pertinacia de cierta enfermedad que su hijo padeció siendo ya
+adulto le movieron a que le enviase a Sevilla a ver si su amigo podía
+restituirle la salud.
+
+Don Pedro de Lara se presentó en casa de Hamet, como un año antes de
+los acontecimientos principales de nuestra historia, rico con los
+dones de la naturaleza, y con cierto aire de interesante languidez que
+inspiraba una compasión fácil de convertirse en amor en el alma de una
+joven, aunque hubiera sido más experimentada que la inocente Zulema.
+El moro recibió al noble castellano con la cortesía y magnificencia
+con que todos los orientales ejercen la hospitalidad, y la dulzura y
+flexible carácter de su huésped le cautivaron de tal modo que no tardó
+en tratarle como a un hijo. A poco de estar Lara en Sevilla murió su
+padre; y este acontecimiento, obligándole a no presentarse en público,
+aun las pocas veces que sus males físicos lo permitían antes de él,
+hizo que se constituyese a vivir enteramente en familia con Hamet y
+Zulema; pues Alí, hermano de esta, se hallaba a la sazón en África
+con unos parientes. Zulema era quien preparaba las salutíferas yerbas
+que su docto padre recetaba a Lara; Zulema se las administraba por su
+mano, y Zulema era quien continuamente procuraba distraerle de sus
+penas. Al paso que la ciencia del padre le restituía la salud, la
+belleza naciente, el candor, y la amabilidad de la hija inflamaban
+la sangre del noble castellano, y la fiebre del amor se apoderaba de
+todos sus sentidos. Zulema debía a la naturaleza el funesto don de
+la sensibilidad más exquisita; palpitaba violentamente su corazón
+oyendo referir cualquier desgracia, y sus ojos se llenaban de lágrimas
+con la mayor facilidad. ¿Qué extraño será pues que un joven bizarro,
+atacado a un tiempo por una enfermedad, y la pérdida del autor de sus
+días, inspirara a la tierna Zulema una pasión que ya era invencible
+cuando ella apenas presumía sentirla? Nada más natural; pero nada
+tampoco más funesto para ella. Como quiera que sea, se pasaron muchos
+meses sin que ambos jóvenes se hablasen de amor. Zulema se informaba
+de las costumbres de los cristianos y de su religión: Lara respondía
+minuciosamente a todas sus preguntas, y pintaba con tales colores
+la dulzura, la luz de la verdadera fe, que la joven mora empezó a
+dudar de sus falsos ritos, y a desear instruirse más a fondo en los
+sagrados misterios de nuestra redención. Aunque don Pedro fue siempre
+naturalmente vicioso, sin embargo, en la época de que hablamos, no
+habiéndose aún desenvuelto en él el germen de la ambición, conservaba
+gran parte de las sanas máximas que en su esmerada educación se había
+procurado inculcarle, y la idea de convertir a Zulema a la religión
+santa de la fe le arrebató. Pero las conferencias sobre este punto
+no podían tenerse ni delante de Hamet, ni en paraje en que entrando
+cualquiera de los comensales de la casa, pudiera sorprenderles en
+una conversación que, una vez descubierta, podía costarle a Lara la
+cabeza; y por lo mismo escogieron los dos jóvenes el jardín de la
+casa, delicioso como todos los de la ribera del Betis. Allí, a la
+sombra de los laureles y naranjos, y respirando un aire embalsamado
+con el delicioso aroma de la purpúrea rosa y el nevado jazmín, oía
+Zulema atentamente las lecciones de Lara: se enternecía escuchando
+la barbarie de los judíos con el Redentor del mundo, y grababa en
+su corazón las máximas de dulzura, de tolerancia y de caridad, que
+son la base de nuestra creencia. Lara, favorecido por la belleza y
+santidad del asunto, parecía más elocuente, más seductor que nunca; y
+al paso que los ojos de la mora se abrían a la luz de la revelación,
+su misionero se apoderaba enteramente de su alma. Mientras que el
+castellano, dudando de convertir a Zulema, se ocupó exclusivamente en
+asuntos religiosos, su celo fue loable; sus intenciones puras, su fin
+santo; pero desde que ya enteramente convencida la hija de Hamet no le
+fue necesario tanto estudio, la pérdida de la joven pudo tenerse por
+inevitable.
+
+—Zulema —le decía una noche sentados ambos al pie de un copudo y
+antiguo laurel—: Zulema, si alcanzas la salud eterna con el bautismo,
+¿qué cristiano podrá creerse más feliz en la tierra que el que sea tu
+esposo?
+
+—¿Y quién, Lara, querría unir su suerte con la mía? —contestó llena de
+rubor la mora.
+
+—¿Quién, Zulema? Todos. La rosa de abril no te iguala en belleza,
+la azucena no es más cándida que tú y ningún sabio te aventaja en
+discreción. ¿Qué te falta pues para ser amada?
+
+—Amigo mío, tú me adulas.
+
+—No, Zulema, no te adulo; pero dime: ¿tu corazón no ha palpitado aún
+por ningún hombre?
+
+—¡Ah!
+
+—¿Suspiras, Zulema? Tú amas; ¿a quién?
+
+—Lara, amigo mío, yo amar...
+
+—Sí, tú amas; y tu misma turbación me lo demuestra. Tú amas, Zulema; un
+mortal venturoso ha sabido cautivar tu corazón, y yo... ¡infeliz...!
+
+—¿Tú infeliz, Lara? ¿Por qué?...
+
+—Cruel, ¿qué preguntas? Tú eres la causa de mi tormento.
+
+—¿Cómo es posible que yo te atormente, Lara; yo que por no verte
+padecer un instante daría toda mi existencia?
+
+—Pero tú amas a otro, y yo te adoro —dijo enajenado y atrayéndola a sus
+brazos.
+
+—¿Me adoras? —contestó Zulema casi sin sentido—. ¿Me adoras? Y bien, yo
+te idolatro.
+
+Zulema era esposa de Lara un instante después. El castellano la
+prodigaba las más tiernas caricias, haciéndola mil juramentos, tal vez
+sinceros entonces, de constancia y fidelidad; pero la víctima infeliz
+perdió desde aquel día el reposo, y no volvió a recobrarlo jamás. Había
+faltado a su deber, y el remordimiento la atormentaba, persiguiéndola
+al mismo tiempo los más fatales presentimientos que demasiado pronto se
+verificaron.
+
+Lara, recobrado enteramente de su dolencia y satisfecho ya su amor
+propio con haber triunfado de la virtud de Zulema, aprovechó la
+ocasión que le ofrecían los disturbios de su patria para regresar a
+ella, dejando a su esposa inconsolable a pesar de las protestas que
+le hizo de volver antes de mucho a pedírsela por mujer a su padre,
+protestando para no hacerlo entonces lo revuelto de los negocios de
+Castilla.
+
+La infeliz Zulema quedó en Sevilla tan desconsolada como Ariadna en
+el desierto: los días volaban, los meses también, y Lara no parecía
+ni daba noticia de su persona. Su continuo padecer atacó su salud, y
+por otra parte sus relaciones con Lara habían sido demasiado íntimas
+para que dejaran de manifestarse. El anciano Hamet vio el estado de
+su hija: adivinó parte de lo sucedido, supo el resto de su boca; y el
+dolor de la pérdida de su amada hija, y de la honra de su familia, le
+condujeron en pocos días al sepulcro. Alí, a quien los lectores ya
+conocen, regresó al seno de su familia precisamente a tiempo de saber
+la desgracia de su hermana, y de ver exhalar a su padre el último
+suspiro. Hamet, que conocía la violencia del carácter de su hijo, y su
+extremado pundonor, le hizo jurar que no maltrataría a la desgraciada
+joven, cuya falta era bien excusable en sus pocos años. Juró Alí, y
+cumplió su juramento; pero había prometido respetar a su hermana, mas
+no dejar impune a su malvado seductor; y así, apenas cumplió con los
+deberes de la piedad filial, tributando a los restos de su padre los
+últimos honores, partió con Zulema para la corte de Castilla con objeto
+de hacer en ella lo que ya hemos visto.
+
+[Ilustración]
+
+
+
+
+CAPÍTULO XI
+
+
+La noche que Lara contaba haber empleado útilmente en la especie de
+audiencia que doña Urraca le había prometido, se pasó la mayor parte en
+el salón del alcázar con harto sentimiento suyo, no solo porque se le
+escapaba la ocasión más favorable de adelantar sus asuntos, hallándose
+la reina enojada contra el conde de Candespina por lo sucedido con Alí;
+sino porque veía en la venida de este moro un grande obstáculo a todos
+sus proyectos.
+
+Su nombre, según Alí dijo, reveló a su enemigo el misterio de su reto;
+pero Lara, viendo que el moro tenía la extravagancia, decía él, de
+callar el motivo, se guardó muy bien de revelarlo, pues temía con
+razón que una vez enterada de él la reina, caería para siempre de su
+gracia; y por otra parte la perspectiva del próximo combate con el
+joven sarraceno no le era nada lisonjera. Acosado, pues, de diversos
+y desagradables pensamientos, iba ya a entrar en su casa cuando un
+criado de palacio le paró llamándole por su nombre, y le intimó que de
+orden de Su Alteza fuese con él inmediatamente. Obedeció el conde sin
+replicar, y a poco se halló en el alcázar, en donde fue introducido
+hasta la cámara de doña Urraca. Adornada esta señora todavía como lo
+estuvo durante la audiencia, estaba sentada en un soberbio sillón,
+apoyando el brazo en una mesa sobre la cual ardía una lámpara de
+plata, y sus ojos fijos en la llama indicaban la profunda preocupación
+de su espíritu. Entró Lara, y viéndola como absorta, se paró junto a
+la puerta y esperó con aire sumiso a que su soberana le dirigiera la
+palabra, en lo que se tardó algún tiempo, durante el cual la reina y el
+conde parecían dos estatuas. Por fin doña Urraca hizo un movimiento
+como el que vuelve en sí de un profundo letargo: examinó todo el
+aposento con la vista, y sus ojos encontraron al inmóvil conde de Lara
+que pacientemente esperaba aquel momento.
+
+—¡Ah!, ¿vos aquí, conde de Lara? No os había visto aún, ¿que queréis?
+
+—Vuestra Alteza me ha mandado venir.
+
+—¿Yo?
+
+—Al menos así se me ha dicho.
+
+—Sí, es verdad: creo haber dicho que me alegraría haceros alguna
+pregunta; mas no que vinierais precisamente ahora.
+
+—Si mi presencia es importuna, señora, voy a retirarme.
+
+—No, quedaos. Una vez que ya estáis aquí... No os vayáis.
+
+—Nada puede mandarme Vuestra Alteza que me sea más lisonjero que el
+permanecer en su presencia.
+
+—Bien, bien. El conde de Lara siempre el mismo y galante caballero.
+
+—¿Galante, señora, quién no lo será cuando su corazón está lleno...?
+
+—Su corazón..., su corazón... Los labios están llenos..., pero...
+
+—Crea Vuestra Alteza que...
+
+—Silencio: pruebas, y no palabras. Vengamos al asunto. Es preciso que
+yo sepa el origen de la escena de esta mañana y el desafío de esta
+noche.
+
+—Yo mismo lo ignoro.
+
+—¡Oh! Eso es imposible; absolutamente imposible.
+
+—¿Por qué, señora? Vuestra Alteza misma ha oído a ese sarraceno
+confesar que jamás me había visto.
+
+—Verdad es; pero su nombre..., ese nombre de Alí, hijo de Hamet,
+produciendo el efecto de un talismán, y que ahora mismo os ha hecho
+mudar de color; ese nombre, conde de Lara, encierra algún misterio que
+la reina de Castilla quiere y debe aclarar.
+
+—¿Qué no haría el conde de Lara por complacer a su reina, al objeto
+exclusivo de sus pensamientos? Pero no puede explicar a Vuestra Alteza
+las locuras o las maldades de un ser a quien no conoce.
+
+—¿Y su nombre? ¿Y vuestra turbación?
+
+—¡Mi turbación! Si así se llama a la justa ira que los insultos de ese
+miserable han producido en mí: verdad es que me he turbado.
+
+—Conde de Lara, explicadme entonces qué puede mover a un hombre a quien
+no habéis ofendido, ni conocéis, a venir a retaros en mi corte, y a
+medir sus armas con vos.
+
+—Confieso, señora, que semejante suceso me sorprende tanto a lo menos
+como a Vuestra Alteza; pero el favor con que la reina de Castilla me ha
+honrado en algún tiempo me ha suscitado muchos enemigos...
+
+—¿A un moro qué puede importarle que yo os favorezca?
+
+—Nada, señora; pero un moro puede ser instrumento de ajena venganza.
+
+—¿Qué decís, conde de Lara?
+
+—Señora, que ese agareno pudiera muy bien ser un servidor de los que
+han envidiado mi fortuna.
+
+—¿Y en quién sospecháis tal vileza?
+
+—En nadie: preguntádselo, señora, a los protectores de Alí; a los que
+por un moro desconocido, al parecer, iban a entregar la corte de
+Vuestra Alteza a los horrores de la guerra civil.
+
+—Os entiendo; pero la enemistad os hace presumir cosas de que el conde
+de Candespina es incapaz.
+
+—Yo no he nombrado al conde; y repito a Vuestra Alteza que en nadie
+sospecho; pero no habiendo yo ofendido a ese hombre, algún motivo
+extraño debe haber para que venga a provocarme tan temerariamente.
+
+—Esa reflexión no tiene réplica; pero repasad bien vuestra conciencia:
+¿no habrá acaso alguna belleza de por medio?
+
+—Sí, señora, la hay: la mayor de todas; una belleza incomparable.
+
+—¿Su nombre?
+
+—Doña Urraca.
+
+—¿Habéis perdido el juicio?
+
+—No, señora; pero estoy persuadido de que la belleza de Vuestra Alteza
+es el origen de todo este lance.
+
+—¿Cómo es posible?
+
+—La envidia se engaña fácilmente: los que han visto las bondades de
+Vuestra Alteza para conmigo las habrán interpretado de la manera más
+favorable para mí..., y..., y lo demás fácil es de inferir.
+
+—Hay en efecto algo de incomprensible en todo este negocio... Hernando,
+padrino del moro... El conde protegiéndole... Infelices de ellos si
+vuestras sospechas son fundadas.
+
+—Permítame Vuestra Alteza, señora, una súplica.
+
+—Decid.
+
+—No se ocupe Vuestra Alteza en este asunto: la suerte de las armas debe
+decidirlo, y no será mucha presunción de mi parte esperar que triunfe
+conmigo la justicia.
+
+—No dudo yo de vuestro valor; pero tampoco quiero exponer un vasallo
+leal al dudoso éxito de un combate, para el cual, si vuestras sospechas
+son fundadas, se habrán tomado precauciones.
+
+—No importa, señora, concédame Vuestra Alteza la gracia de no mezclarse
+más en este negocio; mis enemigos tomarían armas contra mí de la
+intervención de Vuestra Alteza, y...
+
+—Bien, bien. Dios decidirá, pues así lo deseáis, sin que yo intervenga
+para nada.
+
+—Vuestra Alteza podría hacerme invencible.
+
+—¿Cómo?
+
+—Si al entrar en la lid pudiera el conde de Lara lisonjearse de que el
+corazón de doña Urraca...
+
+—Mis damas os oyen, y la noche está muy adelantada: retiraos.
+
+—¡Sin una esperanza!
+
+—Nos volveremos a ver.
+
+—¿Cuándo?
+
+—Yo os avisaré, conde.
+
+—Señora, recuerde Vuestra Alteza que tal vez dentro de ocho días...
+
+—Basta; antes será.
+
+—Al menos permítame Vuestra Alteza...
+
+—Sea. Adiós.
+
+El conde después de besar la mano a la reina se retiró.
+
+A pesar de que Lara se lisonjeaba de haber preparado el ánimo de la
+reina contra su rival, y alejado al mismo tiempo toda sospecha del
+verdadero motivo por el que el hijo de Hamet le retaba, conocía que
+esto sin embargo no era bastante. El plazo de ocho días señalado para
+el combate había de expirar, y todas sus intrigas eran inútiles si
+un bote de lanza de Alí ponía término a su vida, o le obligaba para
+salvarla a unirse con su hermana; y esta consideración, unida al poco
+amor que a los combates tenía, le atormentaba sin cesar. Pero Lara no
+era hombre que se atuviera a lamentar su suerte. Resuelto a llegar
+al mando supremo, los medios le eran indiferentes. Escrúpulos de
+conciencia no los conocía; y las virtudes eran en su entender nombres
+vacíos de sentido. Para más alentarle en la carrera del crimen le
+había deparado la suerte en Lope un hombre capaz de todo lo malo, y
+que solo en la perversidad se complacía. Nacido de padres tan pobres
+como de humilde linaje, la sed del oro le devoraba; aborrecía a cuantos
+veía halagados por la fortuna, y su propio amo, en cuyos intereses al
+parecer tomaba gran parte, no estaba exento de su odio; mas como las
+continuas intrigas del conde le proporcionaban medios de enriquecerse,
+y los peligrosos secretos que de él poseía le daban un conocido
+ascendiente sobre su persona, Lope le servía en efecto con celo.
+
+Figúrese el lector a estos dos malignos personajes en el gabinete del
+conde pocos instantes después de la conferencia de este con la reina,
+paseándose apresuradamente el amo, y el criado quieto contemplándole
+entre humilde y con desprecio, y con una sonrisa sardónica que indicaba
+que ya comprendía que iba a empleársele en alguna de las acostumbradas
+comisiones.
+
+—Y bien, Lope, ya sabrás lo ocurrido esta mañana —dijo el conde.
+
+—Nadie lo ignora en León, señor conde.
+
+—Sí, la cosa ha tenido afortunadamente por testigo a todo el pueblo.
+
+—Y los partidarios del conde de Candespina no se han descuidado tampoco
+en publicarla.
+
+—Eso por supuesto. Pero lo que tú no sabrás tal vez, será la escena de
+esta noche.
+
+—¿Cuál de las dos?
+
+—¿Cómo? ¿Qué es eso de cuál de las dos?
+
+—Quiero decir si de la audiencia pública o de la secreta.
+
+—Silencio, señor entrometido: de la pública hablo.
+
+—De esa, sí, señor.
+
+—¡Hola! Pronto te han informado.
+
+—Como tengo muchos amigos en el alcázar...
+
+—Sabes lo que se quiere que sepas, y algo más, ¿no es verdad? Pero te
+aconsejo que trates de olvidar lo último.
+
+—Será como Vueseñoría mande.
+
+—Bueno: así debe ser. ¿Y qué piensas de todo esto?
+
+—Señor, nada: yo no pienso más que cuando mi amo me lo manda.
+
+—¡Hipócrita! ¿Hasta conmigo quieres conservar tu máscara? Déjate de
+gazmoñerías, y di tu parecer.
+
+—Una vez que Vueseñoría lo manda...
+
+—Al grano, al grano.
+
+—Pienso que ese moro no es desconocido al conde de Lara.
+
+—Muy bien pensado: veamos ahora el fundamento de tus acertadas
+conjeturas.
+
+—Si no me engaño, Vueseñoría ha vivido en Sevilla no hace siglos, y
+según he llegado yo a entender, hubo en aquella ciudad una cierta mora
+llamada Zulema, hija de Hamet, que dice el recién venido es también su
+padre, que...
+
+—Maldito seas, ¿de dónde sabes tú todo eso?
+
+—Yo estaba al servicio del difunto conde, y veía con frecuencia las
+cartas de Vueseñoría fechadas en Sevilla...
+
+—Y poco te bastó para ponerte al corriente. Pues bien, es cierto:
+Zulema era bella; yo joven; ella crédula...
+
+—Vueseñoría astuto.
+
+—Lope, cuidado con la lengua. Zulema sucumbió; Alí viene a vengarla; si
+se sabe esta historia soy perdido.
+
+—En efecto, doña Urraca no es mujer que sufra rivalidades.
+
+—No; y además el virtuoso don Gómez sacaría gran partido de una
+aventura que en sí no es nada.
+
+—¿Qué ha de ser? Seducir a una mora y después abandonarla, ¿qué
+significa?
+
+—No te hagas el escrupuloso.
+
+—Lejos de eso, soy de la misma opinión de Vueseñoría: la cosa nada vale.
+
+—Valga o no valga, es preciso que no se sepa.
+
+—Sería muy conveniente.
+
+—Indispensable.
+
+—Indispensable.
+
+—¿Pero cómo se logra?
+
+—Venciendo y matando Vueseñoría a Alí en el combate.
+
+—Eso pronto está dicho: ¿y si yo sucumbiera?
+
+—¡Imposible! El conde de Lara no puede menos de vencer a un infiel.
+
+—Aun cuando eso fuera así, que ni tú ni yo lo pensamos, ¿en los ocho
+días que faltan no puede ocurrírsele descubrir lo que hasta aquí ha
+callado, o confiárselo al salvaje de Olea que se ha declarado su amigo?
+
+—Y que apenas lo supiera lo referiría en voz clara e inteligible.
+
+—Ya lo sé; ya lo sé; y eso precisamente es lo que quiero evitar.
+
+—Adelante Vueseñoría el combate.
+
+—La reina ha señalado ella misma el día, es imposible mudarlo; y
+además..., además...
+
+—No le parece cuerdo al señor conde arriesgar su persona y proyectos a
+un juego tan incierto como el de las armas, ¿no es verdad?
+
+—Quizás; a ver si tu fecundo ingenio...
+
+—Vueseñoría me favorece.
+
+—Vamos, ya sabes que sé pagar liberalmente tus servicios: tú mismo
+señalarás la recompensa por este.
+
+—¿Quién sabe el secreto?
+
+—Alí.
+
+—¿Nadie más?
+
+—Es de presumir que no.
+
+—¿Y Vueseñoría quiere que se sepulte para siempre este secreto?
+
+—Sí, hombre, sí.
+
+—Yo no conozco más que un medio.
+
+—¿Cuál?
+
+—Es muy violento.
+
+—¿Pero es único?
+
+—Sí, señor, y seguro.
+
+—Pues dilo.
+
+—Que muera Alí.
+
+—¡Qué horror!
+
+—Humilde criado de Vueseñoría.
+
+—Espera..., ¿y no hay otro medio? Escucha, Lope, no te vayas.
+
+—Veo a Vueseñoría hecho un ermitaño, y me retiro a rogar a Dios que dé
+más fuerza a su brazo de la que tiene su espíritu...
+
+—¡Malvado! ¿No conoces más medio que un asesinato?
+
+—Hombre muerto no habla.
+
+—Ni el que está en un calabozo puede hablar, al menos de modo que se le
+oiga.
+
+—Pero puede salir de él, y entonces...
+
+—Entonces prefiero correr ese riesgo a cargar mi conciencia con un
+crimen horrible.
+
+—¡La conciencia del señor conde!
+
+—Lope, basta lo dicho: Alí debe desaparecer de León; y yo no quiero que
+muera.
+
+—Vueseñoría dispondrá lo que haya de hacerse.
+
+—Arrebatarlo y conducirlo a uno de mis castillos.
+
+—¿Y si se resiste?
+
+—Si se resiste..., entonces... se obra según las circunstancias.
+
+—Ya entiendo: lo que el señor conde quiere es que toda la odiosidad
+pese sobre mí. No importa; yo sabré servir a mi amo.
+
+—Marcha. Y lo que haya de hacerse, cuanto antes.
+
+—Será.
+
+Con tan saludables designios se separaron aquellos monstruos; pero Lara
+no podía ahogar enteramente el grito de su conciencia. En vano procuró
+calmar su agitación con el sueño; el poco tiempo que durmió creía ver
+a sus nobles abuelos alzar del sepulcro las frentes venerables, y que
+ardiendo en ira le reprendían por el nefando crimen que intentaba.
+«¡Asesino, asesino!», era el grito que resonaba en sus oídos; y así
+pasó una de las noches más crueles de su vida. Sin embargo, el nuevo
+día reanimó sus fuerzas, y como ya la propensión al mal era en él
+invencible, no desistió de su infame proyecto, dejando a Lope continuar
+en sus infernales maquinaciones.
+
+[Ilustración]
+
+
+
+
+CAPÍTULO XII
+
+
+La tranquilidad se había ya restablecido enteramente en León dos días
+después de la llegada de Alí; y el moro, como si al cabo de un corto
+plazo no le esperara un cruelísimo combate, se ocupaba alegremente
+en examinar las curiosidades del pueblo en compañía de alguno de los
+parciales de Candespina; pues ni el conde, ocupado en negocios de la
+mayor entidad, ni Hernando, que como buen novio no desamparaba el
+lado de su esposa, tenían espacio para ello. Las mañanas las dedicaba
+Alí a la ciudad; mas por las tardes salía solo y a caballo a recorrer
+los alrededores de la capital, en los cuales echaba muy de menos la
+fertilidad y hermosura de las márgenes del Guadalquivir.
+
+Una tarde que ya puesto el sol se retiraba, según costumbre, de su
+paseo para regresar a León, se vio de improviso atacado por cuatro
+hombres montados como él, pero cubiertos de hierro de los pies a la
+cabeza; y a pesar de su inferioridad, lejos de pensar en huir echó mano
+a su cimitarra y acometió denodadamente a los asesinos, siendo tal la
+furia con que descargó los primeros golpes, que sin valerle a uno de
+ellos el temple de su casco, cayó redondo a los pies del sevillano. Aún
+le quedaban, sin embargo, tres adversarios que no perdían estocada,
+pues no llevando Alí escudo ni coraza, no tenía con qué defenderse.
+Duró aquella lucha tan desigual algunos minutos, gracias a la extremada
+destreza y valor del agareno; pero al fin, acribillado, como suele
+decirse, de heridas, cayó sin sentido del caballo. No estaban sus
+enemigos muy bien parados; pues uno había muerto y otro se hallaba
+herido; pero satisfechos con haber conseguido su malvado designio, se
+retiraron llevando el cadáver de su compañero, sin duda para ocultarle
+en paraje en donde nunca se supiera de él.
+
+Zulema vivía con Leonor. La hermosa mora había encontrado una verdadera
+amiga en la esposa de Hernando; y doña Leonor, por su parte, cada día
+amaba y compadecía más a aquella inocente víctima de la maldad de Lara.
+Hasta entonces se había visto Zulema precisada no solo a no hablar de
+sus penas, sino hasta a ocultarlas; pues aunque su hermano Alí la amaba
+tiernamente, sin embargo, recordarle de cualquier modo que fuese la
+desgracia y deshonra de su familia era medio seguro de enojarle; y nada
+temía más Zulema que apesadumbrar al único protector que en el mundo
+tenía; pero Leonor, sensible, discreta y afable, era una confidente de
+un valor inestimable. Como mujer tomaba más interés por una persona de
+su sexo tan vilmente tratada que ningún hombre hubiera podido tomarlo;
+como amante comprendía y participaba de los sentimientos de la pobre
+Zulema; y con su talento logró reanimar las fuerzas de aquel espíritu
+abatido más de lo que se hubiera creído posible. La hermana de Alí no
+estaba alegre, porque esto ya no podía darse en ella; pero la calma
+de la resignación empezaba a manifestarse en su frente cuando el hado
+impío vino a descargar sobre ella el último, el más cruel de los golpes.
+
+Había ya pasado, y con mucho, la hora en que Alí acostumbraba a
+regresar de su paseo, y Zulema procuró en vano disimular su temor,
+hasta que conociéndolo la esposa de Olea, le dijo:
+
+—No os inquietéis, pronto estará Alí de vuelta.
+
+—Mi corazón, bella Leonor, no sabe más que temer desdichas —contestó la
+mora.
+
+—¡Pobre niña! Yo espero que por esta vez serán infundados tus temores.
+
+—¡Ojalá!, amada amiga, ¡ojalá!
+
+—Vamos, sosegaos; la menor circunstancia, la más insignificante basta
+para que Alí se haya detenido...
+
+—No lo creas. Mi hermano no altera fácilmente sus costumbres: es niño
+en los años, viejo en las acciones.
+
+—Bueno, pero a veces...
+
+—Mirad, me parece que siento pasos, a ver si es Alí...
+
+—No es Alí —contestó Hernando—, no es Alí, señora mía.
+
+—¡Ah!, ¿vos sois, señor caballero? —le dijo su esposa—, ¿y vos también,
+señor conde?, norabuena, me alegro; venid a ver si podéis tranquilizar
+a esta pobre niña, ya llena de temor porque aún no ha vuelto su hermano.
+
+—¡Bah, bah, señora! —exclamó Hernando—, ¿queréis que Alí viva como
+un ermitaño? ¿Quién sabe si alguna cristiana habrá sabido amansar su
+corazón?
+
+—Tranquilizaos, amable Zulema —dijo el conde—, si Alí tarda, saldremos
+a buscarle.
+
+Zulema se aquietó en efecto, al menos en la apariencia, y la
+conversación rodó algún tiempo sobre materias indiferentes; pero los
+ojos de la mora no se separaban de la puerta, y el mismo Candespina no
+estaba muy tranquilo tampoco, porque había llegado a conocer a fondo
+al conde de Lara. Tanto tiempo pasó que al cabo la inquietud por Alí
+fue general. Zulema lloraba; Leonor procuraba consolarla, pero también
+sufría; Hernando votaba; y el conde mandó ensillar algunos caballos
+para él, su amigo, y varios criados, que en dos tropas diferentes
+salieron en busca del moro por dos distintas puertas de la ciudad.
+Hernando rodó en vano largo tiempo por la campiña, pero don Gómez tardó
+poco en encontrar el cuerpo de Alí, inmóvil, cubierto de sangre, y
+con todas las señales de la muerte. Sería inútil decir la pena que le
+causó aquel espectáculo y las sospechas que le hizo concebir, porque
+son fáciles de suponer; y por lo mismo solo diremos que, recogiendo al
+infeliz moro, marchó con él a su casa, con intención de ocultar por
+algún tiempo tan funesto acontecimiento a la pobre Zulema; pero fue en
+vano. Apenas sintió la hermana de Alí las pisadas de los caballos en el
+zaguán, cuando, soltándose de los brazos de doña Leonor, se precipitó a
+la escalera y salió al encuentro de los que conducían a su hermano. Fue
+imposible evitar que arrojándose sobre el helado mancebo le abrazase
+estrechamente.
+
+—Alí, hermano mío —decía, como si pudiera oírla—, vuelve en ti, escucha
+los lamentos de tu Zulema. —Y luego, soltándolo de repente—: pero no;
+no me escuches: he dado la muerte a mi padre, soy causa de la tuya. La
+maldición de Dios me persigue, soy un monstruo indigno de compasión.
+Huid de mí, huid, ¿no veis la sangre de que estoy cubierta? Es la de
+mi padre, es la de mi hermano: huid de Zulema... ¡Ah!... ¡Hamet!...
+¡Asesinos! —aquí perdió el sentido la desdichada.
+
+Condujéronla sus afligidos huéspedes a su lecho, y también a su
+hermano se le depositó en otro, en donde observaron con la mayor
+satisfacción que aún se descubrían en él señales de no haberse
+extinguido enteramente la vida. Cuantos socorros fueron posibles se
+suministraron al malherido moro, y merced a ellos logró recobrar el
+sentido; pero los facultativos no se atrevían a responder de su vida.
+
+Alí había abierto los ojos, mas no profería una palabra. Su vista
+examinaba el aposento, y al parecer no comprendía cómo era que se
+hallaba en tal situación; y ninguno de los circunstantes se atrevió
+tampoco a romper el silencio.
+
+Pero Hernando vino a poner fin a aquella escena muda. Cansado de sus
+inútiles pesquisas, había regresado a su casa impaciente ya por saber
+del moro:
+
+—¿Ha padecido? —preguntó al primer criado que halló al paso.
+
+—Sí, señor —contestó este—, y...
+
+—Pues no lo decía yo, que al cabo..., pero nada, las mujeres parece
+que son las mismas entre moros y cristianos.
+
+—Pero, señor, si...
+
+Hernando, sin escuchar más, subió apresuradamente las escaleras y se
+fue derecho al cuarto de su esposa, que encontró vacío; otro tanto
+le sucedió en el estrado y habitación del conde, a que en seguida
+se dirigió; hasta que, por fin, entrando en la de Alí halló en ella
+reunida la mayor parte de las gentes de la casa.
+
+—¡Qué diablos! —dijo al entrar—, creí que no había nadie en la casa;
+pero... ¡El cielo me valga! ¿Qué ha sucedido? ¿Qué tenéis, Alí?
+Decidme, conde, por San Pedro...
+
+—Callad, caballero —le interrumpió uno de los cirujanos—, porque...
+
+—¿Y quién sois vos, pese a mi vida, para mandarme callar?
+
+Y diciendo esto enarboló el puño sobre la cabeza del cirujano, que lo
+hubiera pasado muy mal a no haber el conde de Candespina asido del
+brazo al impaciente Olea, y explicádole en breves razones lo sucedido.
+El enfermo, que desde luego había fijado la vista en la parte de su
+aposento en que pasaba la escena referida, prestó la mayor atención
+a las palabras del conde, y después de haberlas oído hizo seña con
+la mano a los dos caballeros para que se acercasen, lo que en efecto
+hicieron.
+
+Viendo el facultativo que Alí trataba de incorporarse y se disponía a
+hablar, le dijo que era preciso que se estuviera quieto si no quería
+exponerse a graves riesgos; mas el moro le contestó:
+
+—Cristiano, los días del hombre están contados, y tu ciencia no es
+bastante a parar el golpe de la espada de Azrael; déjame pues morir en
+paz. —Y después, dirigiéndose a don Gómez—: Conde, a ti solo y a tu
+amigo tengo que hacer una revelación importante.
+
+—Despejad; y a nadie se permita la entrada hasta nueva orden —dijo a
+sus criados Candespina, y en un momento quedó el cuarto vacío.
+
+Alí se incorporó en la cama: sus ojos, algunos minutos antes lánguidos
+y abatidos, recobraron al parecer el antiguo fuego, y aun el rostro
+algún tanto de los colores; el conde y su amigo le contemplaban
+atentamente. En la fisonomía de don Gómez se dejaba ver una expresión
+melancólica y profunda: miraba al moro con ternura y compasión, y con
+una especie de desconsuelo indefinible; pero Hernando brotaba centellas
+por los ojos: su arrugado ceño, el arrebatado color del rostro y la
+mano izquierda apoyada en el pomo de la espada, al paso que con la
+derecha enjugaba el sudor continuo de su frente, eran indicios de lo
+violentamente que padecía.
+
+El hijo de Hamet habló por fin de esta manera:
+
+—El tiempo es precioso para mí, caballeros: antes de muchas horas habré
+comparecido en presencia del Padre de los verdaderos creyentes; así,
+no seré largo. Me habéis visto retar a Lara: ignoráis por qué; y no
+debo bajar al sepulcro sin confiaros mi afrenta, tanto en muestra de mi
+agradecimiento, como para dejar asegurada la suerte de la triste Zulema.
+
+—Deponed en ese punto todo temor, noble Alí —le respondió el conde—,
+si la desgracia hace, (que no lo creo), que perdáis la vida, vuestra
+hermana será la mía. Para contar con mi amparo no hay necesidad de que
+reveléis vuestro secreto.
+
+—Conde de Candespina, Alí podrá morir, pero su gratitud a vos le
+seguirá aun más allá del sepulcro; pero escuchadme en silencio, porque
+siento faltarme las fuerzas. El conde de Lara ha seducido a mi hermana,
+violando las leyes de la hospitalidad y abusando de su inocencia.
+
+—¡Malvado! Yo le juro... —exclamó Hernando; pero el conde le
+interrumpió.
+
+—Dejadlo por ahora; escuchemos a este joven.
+
+—Yo he venido —continuó Alí— a vengar mi afrenta; el cobarde,
+desconfiando de vencerme, me ha hecho asesinar.
+
+—¡Santo cielo! —dijo ocultándose el rostro entre ambas manos
+Candespina.
+
+—Por el alma de mi padre, que si eso es así, no ha de escaparse de las
+manos de Hernando.
+
+—Sí —volvió a decir Alí, visiblemente complacido del interés que las
+exclamaciones del conde y Hernando manifestaban—, sí, me ha hecho
+asesinar y no puedo dudarlo.
+
+—¿Cómo pues lo sabéis? —preguntó don Gómez.
+
+—De la boca de los ministros de su crimen.
+
+—¿Y han osado...?
+
+—Creían que Alí ya no existía; pero aún alentaba y conservaba sus
+sentidos, cuando, viéndome caer del caballo, uno de aquellos perversos
+les dijo a los otros dos: «Esto se ha concluido». «Sí», le contestaron,
+«sí se ha concluido; pero hemos perdido un compañero». «A ese se le
+enterrará, y su parte en la recompensa prometida por Lope en nombre
+del conde de Lara...», le replicó el primero, y no pude oír más porque
+perdí el conocimiento. Conde de Candespina, guardaos del de Lara, o
+podréis tener mi suerte.
+
+—No hará muchas más felonías, amigo Alí, yo os lo prometo a fe de
+caballero.
+
+—Noble Hernando, vuestra amistad endulza mis últimos momentos; pero
+renuncio a vengarme; ¡no permita Alá que por causa mía haya de derramar
+una sola lágrima la bella Leonor!
+
+—Imitad, Hernando, la cordura y generosidad de este valeroso caballero.
+Atacar vos al conde de Lara no sería glorioso ni conveniente en las
+circunstancias presentes de la patria; pero dejando esto aparte, Alí,
+yo os prometo a fe de caballero servir de padre a vuestra hermana si
+vos morís; y Hernando...
+
+—Yo también lo juro sobre la cruz de mi espada; Zulema será mi hermana.
+
+—¡Azrael, Azrael! Ven cuando quieras, el decreto del destino puede
+ejecutarse ya sin causarme temor.
+
+Las manos del moro estaban cada una en las de los dos cristianos;
+Alí recostó la cabeza sobre la almohada; pronunció en voz baja
+algunas palabras en árabe, que se presumió ser de oración a su falso
+profeta, y como si la naturaleza no hubiera aguardado más que a que
+hubiese revelado su secreto para poner término a su vida, exhaló el
+último suspiro en brazos de los dos nobles castellanos, cuya tristeza
+concebirá el lector.
+
+[Ilustración]
+
+
+
+
+CAPÍTULO XIII
+
+
+La muerte del joven y malogrado Alí produjo una consternación general
+en la casa del conde de Candespina, pues sus pocos años, el valor que
+demostraba y su mucha cortesía le habían granjeado en breve tiempo el
+afecto de cuantos le habían tratado. ¿Pero qué pluma sería capaz de
+describir el dolor de la inconsolable Zulema al perder el último de sus
+protectores naturales? No será la nuestra la que lo intente; quien no
+tenga un corazón de diamante comprenderá fácilmente la angustia de la
+desvalida mora. Mas aquel funesto acontecimiento dio al parecer nuevo
+vigor a su espíritu: la palabra venganza salió, por primera vez acaso,
+de sus labios; y absolutamente insistió en que se había de presentar a
+la reina a pedir justicia. El conde de Candespina no se opuso a que
+parte tan interesada como ella diera semejante paso; pero sí a que su
+amigo Hernando retase públicamente por traidor al conde de Lara, como
+quería hacerlo.
+
+Tuvieron sobre esta materia Hernando y don Gómez un largo altercado,
+y lo único que el último consiguió del primero, fue que le prometiera
+abstenerse de hacer mención del hecho del asesinato, que no estaba
+enteramente probado se hubiese ejecutado por orden de Lara; porque si
+bien no era creíble que Alí en los últimos instantes de su vida, y
+desmintiendo su acrisolada virtud, hubiera inventado tan negra calumnia
+contra su enemigo, sin embargo parecía posible que, debilitado por la
+mucha sangre que había perdido, hubiese delirado la conversación que
+refirió pocos minutos antes de expirar. Este raciocinio, que logró
+calmar algún tanto la cólera del de Olea, no carecía de verosimilitud;
+mas por desgracia el infeliz Alí no había delirado.
+
+Ya se ha visto en la última conversación que del conde de Lara con su
+confidente hemos referido, que el infame Lope había tomado a su cargo
+arrebatar al hermano de Zulema para llevarlo a uno de los castillos
+del conde, y evitar así que se opusiera a sus designios; pero Lope
+estaba avezado al crimen: todos sus horrores le eran familiares, y
+hubiera podido rivalizar con los espíritus infernales en la perversidad
+de corazón. La vida de sus semejantes era para aquel monstruo el
+objeto más indiferente: desgraciado de aquel cuya existencia le era
+bajo cualquier aspecto temible, porque poco tardaba en perderla. El
+proyecto de encarcelar a Alí le disgustó desde luego, «porque puede
+una casualidad», decía, «presentar al moro una ocasión de romper sus
+hierros, y entonces, ¡ay de nosotros! No, señor, no; cuando el conde
+vea muerto a su enemigo yo sé que se alegrará; y el perro además no ha
+de volver del otro mundo a contar quién lo ha despachado. Por mi cuenta
+sea: pocas horas le quedan de vida».
+
+Formado este designio no pensó más que en su ejecución, principiando
+por espiar las acciones de Alí. Poco tardó en averiguar la costumbre
+que tenía de salir a paseo a caballo por las tardes, retirándose a
+su casa ya entrada la noche; y pareciéndole que no podía ofrecerse
+circunstancia más oportuna para su objeto, pagó a peso de oro los
+servicios de los cuatro malvados que dieron muerte al malhadado hijo de
+Hamet. Así que Lope supo que el crimen se había consumado, se apresuró
+a buscar a su amo para noticiárselo.
+
+—Señor —dijo al presentarse.
+
+—¿Qué hay, Lope? —contestó el conde—, dos solos días faltan para el de
+mi duelo, y Alí...
+
+—No podrá presentarse en la palestra.
+
+—¿Cómo? ¿Ya está preso?
+
+—No, señor, pero..., Alí..., Alí no existe...
+
+—¡Monstruo! ¿Qué has hecho?
+
+—Yo nada: cumplir las órdenes de Vueseñoría.
+
+—¡Miserable!, ¿y te he mandado yo por ventura que...?
+
+—Vueseñoría me mandó que se le prendiese; pero que si se resistía se
+obrase según las circunstancias. Cuatro hombres seguros y decididos
+fueron a sorprenderle; en vez de rendirse, Alí dejó muerto en el campo
+a uno; otro expira tal vez en este instante de las heridas de su
+tremenda cimitarra...
+
+—¿Y por qué no fue más gente?
+
+—En efecto, el secreto era para confiarse a muchos.
+
+—¿Conque en verdad murió?
+
+—Sí, señor.
+
+—Y el conde de Lara, gracias a tu perversidad, ha sido a su pesar
+cómplice de un asesinato.
+
+—Si se hubiera estado quieto el moro en su tierra...
+
+—Y si yo no me fiara de ti... Marcha, Lope, huye para siempre de mi
+presencia. Toma de mis tesoros la parte que te convenga: no te pongo
+tasa, pero que mis ojos no vuelvan a verte jamás.
+
+—No, señor: la suerte de Lope está ya unida para siempre a la del conde
+de Lara; nos unen lazos indisolubles.
+
+—Calla, miserable, calla, o...
+
+—¿O qué, señor conde? ¿O qué? Nada temo. Vueseñoría no puede descubrir
+mis fechorías sin que las suyas salgan a luz. Estoy tranquilo en esta
+parte.
+
+—Bien, déjame ahora; ya hablaremos en otro momento en que esté más
+sosegado. Vete... Pero no: antes dime si estás seguro del silencio de
+esos...
+
+—Sí, señor: dos de ellos, merced al sevillano, cerraron ya su boca para
+no volverla abrir. En cuanto a los otros dos, no querrán arriesgar sus
+cabezas...
+
+—Y si se les ofreciera la vida y por ella nos vendiesen...
+
+—No es creíble; pero en todo caso...
+
+—¡No más sangre! ¡No más sangre!
+
+—Unas yerbas bien preparadas...
+
+—No, Lope, no. Recompénsalos liberalmente; y sea después lo que el
+destino ordene. Adiós.
+
+Lara estaba realmente abrumado con el peso del crimen. Por una parte,
+nunca había tenido intención de privar de la vida a Alí; y por otra,
+veía que si el autor de aquel delito llegaba a descubrirse, no habría
+quien, al saber que era Lope, dejase de creer que se había cometido por
+orden suya. A todas estas reflexiones debe agregarse que la insolencia
+con que su criado acababa de tratarle, le hizo conocer, aunque tarde,
+que aquel malvado era capaz de venderle, siempre que sus intereses se
+lo dictaran, y por lo mismo se decidió a deshacerse de él sin tardanza.
+
+La media noche sería, cuando seguido de varios de sus hombres de armas
+se dirigió al cuarto de Lope, que se hallaba durmiendo; despertáronle
+al entrar el conde y sus soldados; incorporose en el lecho, no sin
+algún sobresalto, y después de haber considerado atentamente a los que
+le rodeaban, se encaró con su amo preguntándole qué se le ofrecía.
+
+—Levántate, sígueme y lo sabrás —respondió desabridamente Lara.
+
+—Obedezco —dijo Lope, y en efecto se vistió a toda prisa.
+
+Luego que hubo concluido tomó su puñal antes que el conde pudiera
+impedirlo; pero viéndole ya con él en la mano exclamó:
+
+—Entrega tus armas, Lope; en el paraje adonde vas te serán inútiles.
+
+—Es costumbre mía —replicó el criado.
+
+—No importa: obedece y entrégalas.
+
+—¡Señor! ¿Pues de qué se trata?
+
+—De que mis criados aprendan a respetar al conde de Lara.
+
+—No entiendo.
+
+—Ya entenderás. Las armas.
+
+—No. El puñal nunca: antes de entregarlo...
+
+—¡Miserable! ¿Osas resistir?
+
+—Comprendo vuestro designio: queréis que desaparezca todo vestigio...
+
+—Silencio, o te cuesta la vida.
+
+—Ingrato, antes morirás tú —gritó furioso.
+
+Y hubiera ejecutado su designio si los soldados, arrojándose sobre
+él, no le hubiesen detenido; mas viéndose próximo a caer indefenso en
+poder del conde, dirigió contra su propio corazón el puñal homicida,
+y terminó de un solo golpe una vida que toda había sido un tejido de
+maldades.
+
+Pero separemos la vista de este cuadro de horrores, y trasladémonos por
+un instante al alcázar.
+
+La reina se ocupaba aún en su tocado, la mañana siguiente a la muerte
+de Alí, cuando se le anunció que el conde de Candespina pedía audiencia
+para él y una enlutada dama que le acompañaba. Sorprendió no poco a
+doña Urraca que el conde viniese con tal acompañamiento, pues debe
+advertirse que Zulema había vivido con tal sigilo en compañía de Leonor
+que nadie en la corte sabía que hubiese venido con su hermano.
+
+—¿Conocéis a esa dama? —preguntó la reina a quien le entró el recado.
+
+—No, señora; su rostro me es enteramente desconocido.
+
+—Cosa rara. ¿Es joven?
+
+—Una niña, si pueden creerse las apariencias.
+
+—¿Hermosa?
+
+—Sí, señora; pero su semblante indica alguna pena extraordinaria.
+
+—El bueno del conde es el paño de lágrimas universal; mas no importa:
+que entre.
+
+Obedeciose la orden de la reina, y a pocos instantes se presentó ante
+sus ojos la afligida mora, que para evitar las miradas de la curiosa
+plebe vistió un traje negro de su amiga Leonor, y no parecía sino
+que jamás había llevado otro. Como quiera que sea, la reina saludó
+graciosamente al conde con la mano y una inclinación de cabeza, y
+en seguida con una mirada, rápida y penetrante, examinó a la que le
+acompañaba. Zulema era hermosa, la reina mujer, y acostumbrada a ser
+el objeto exclusivo de las adoraciones: así, no es de extrañar que
+ver venir a uno de sus amantes con una joven de tan singular belleza
+causase en ella cierta sensación desagradable, que como a pesar suyo
+transpiraba en la manera con que se dirigió a don Gómez:
+
+—¿Qué nuevo misterio es este, conde de Candespina?
+
+—Un misterio horrible, señora; pero la desdichada que Vuestra Alteza ve
+a sus pies es quien debe hablar, no yo.
+
+—¿Y quién es esta dama?
+
+—Yo soy —dijo sollozando Zulema—, yo soy la infeliz hermana de Alí.
+
+—¿Del moro que ha venido a retar al conde de Lara?
+
+—Sí, señora —contestó el conde—, su hermana es.
+
+—¿Y viene, por ventura —volvió a decir doña Urraca—, a desafiar por su
+parte a alguna dama de mi corte, o es tal vez a mí?...
+
+—Señora —interrumpió con notable severidad Candespina—, dígnese Vuestra
+Alteza oírla hasta el fin, y después me parece que verá que esta
+desdichada merece al menos toda su compasión.
+
+—Sois un celoso protector de la belleza, conde. Alzad vos, niña mía;
+alzad, y explicaos sin melindres ni rodeos.
+
+Zulema no sabía qué era lo que pasaba por ella. El tono de la reina,
+sus miradas alternativamente irónicas y severas, y la aspereza con que
+sin causa la trataba, turbaron enteramente a aquella alma cándida e
+inexperta; pero el conde, cuyo carácter no era de temple que pudiese
+tolerar en su presencia tan notoria injusticia, tomó por ella la
+palabra, explicándose en los términos siguientes:
+
+—Vuestra Alteza me permitirá que sea yo quien la explique la causa del
+dolor demasiado justo, demasiado verdadero de esta joven; de cuya
+veracidad parece que mi reina duda, aunque sin causa. La desdichada que
+ve Vuestra Alteza llora la muerte de su hermano...
+
+—¿Qué decís? ¿Ha muerto Alí?
+
+—Sí, señora, ha muerto.
+
+—¿Y qué remedio puedo yo dar a ese mal?
+
+—Remedio ninguno —interrumpió Zulema, cobrando aliento—; ninguno porque
+no hay poder humano capaz de darlo.
+
+—Tú misma lo dices, mora. Te compadezco; mas nada puedo hacer por ti.
+
+—Vengarme, señora, o por mejor decir, hacerme justicia.
+
+—¿De qué?
+
+—De sus asesinos.
+
+—¿De los asesinos de quién?
+
+—De los de mi hermano.
+
+—Mujer, ¿qué dices? El dolor te ha trastornado el juicio.
+
+—No, señora —dijo don Gómez—, no ha perdido el juicio. ¡Ojalá se
+engañase!, pero Alí ha muerto asesinado.
+
+—¿Vos también, conde?
+
+—Años ha, señora, que Vuestra Alteza me conoce, y debe saber que el
+conde de Candespina no ha faltado jamás a la verdad.
+
+—¡El cielo me valga! ¿Conque asesinado, decís?
+
+—¡Asesinado, asesinado! —exclamó dolorosamente Zulema: yo he visto las
+profundas heridas de su pecho: su sangre me cubre aún. ¡Justicia, reina
+de Castilla, justicia!
+
+—Sosiégate, infeliz, sosiégate —respondió doña Urraca visiblemente
+enternecida—, y habla: ¿quién le ha muerto?
+
+—Lo ignoro.
+
+—¿Cómo pues se sabe que fue asesinado? Conde, explicádmelo.
+
+El conde refirió a la reina el suceso de la muerte de Alí, omitiendo
+sin embargo la revelación hecha por el moribundo con respecto a Lara,
+en virtud de las razones que se han dicho. Doña Urraca le escuchó
+atentamente, y después, volviéndose a Zulema, le preguntó:
+
+—¿Tenía tu difunto hermano algún enemigo en León?
+
+—Sí, señora —contestó la mora—, uno y muy poderoso.
+
+—¿Quién es?
+
+—El conde de Lara.
+
+—¡Virgen Santísima! ¿Cómo puede ser el conde su enemigo si no le
+conocía siquiera?
+
+—Jamás había Lara visto a Alí hasta que vino a vuestra corte; pero la
+desgraciada Zulema, señora, no le es desconocida.
+
+—No eran pues infundadas mis sospechas; tú has sido la causa...
+
+—Sí lo he sido, aunque inocente.
+
+—¡Traidor!... Al momento refiéreme cuanto haya pasado entre los dos.
+
+Zulema se vio en la precisión de referir de nuevo la historia de sus
+tristes amores a doña Urraca, a quien solo la presencia del conde de
+Candespina era capaz de contener para que no prorrumpiera en amargas
+quejas contra el de Lara por haberla engañado. Mas a pesar de todo, la
+inclinación que tenía a don Pedro le hablaba aún a su favor: dudaba de
+la verdad de Zulema; y resolvió salir finalmente de su inquietud. Así
+que la hermana de Alí terminó su breve y dolorosa narración, dijo:
+
+—Yo he de apurar la verdad de este asunto. Pasad, conde, con esta niña
+a la cámara inmediata, y esperad allí mis órdenes.
+
+El conde obedeció y Zulema con él; y doña Urraca dio sus disposiciones
+para salir en efecto de dudas.
+
+[Ilustración]
+
+
+
+
+CAPÍTULO XIV
+
+
+Por más que el conde de Candespina, empleando alternativamente las
+persuasiones, el halago y su amistad, se había esforzado para conseguir
+que Hernando de Olea no se mezclara en el suceso de Alí, no podía este
+caballero tranquilizarse de ningún modo. «He jurado», decía entre sí,
+«ser el hermano de Zulema, y debo cumplirlo: las razones del conde
+serán todas muy buenas; pero no me convencen; sigamos, pues, la senda
+que el honor me manda». Con esta resolución se puso a pensar en qué
+medio hallaría para cumplir con su obligación sin disgustar a su amigo,
+a quien respetaba como a padre; y después de haber martirizado toda
+la noche su pobre cabeza para encontrar el deseado expediente, se
+resolvió por fin a dar el paso que vamos a ver.
+
+Al mismo tiempo que Zulema y don Gómez marcharon al alcázar, se fue
+Hernando a la casa del conde de Lara, quien al oír el nombre del que
+venía a buscarle se quedó extrañamente sorprendido. «Hernando en mi
+casa», se dijo, «no será para nada bueno».
+
+Entró Hernando en el gabinete del conde, y recibiole este con muestras
+de cortesía y agasajo; mas el amigo de Candespina sin contestarle le
+dijo:
+
+—Haced que nos dejen solos: el asunto de que tengo que hablaros es
+reservado.
+
+—Voy a complaceros —contestó el conde haciendo una señal a sus criados,
+que al punto se retiraron—. Ya estamos solos.
+
+Hernando sin responder dio una vuelta al aposento como para cerciorarse
+de que no hubiese nadie escondido debajo de los tapices; en seguida se
+dirigió a la puerta, que cerró con llave; y por último, desciñéndose
+la espada y sacando la daga que llevaba en la cintura, las puso
+ambas sobre un escaño. Asombrado y con no poco temor miraba aquellos
+singulares preparativos Lara; pero no osaba decir palabra porque
+conocía el carácter de Olea, y este tomando asiento frente a él empezó
+a hablar de esta manera:
+
+—Alí ha muerto asesinado...
+
+—¡Santos cielos! ¿Qué me decís? —interrumpió don Pedro, y al mismo
+tiempo cubría su rostro la palidez de la muerte.
+
+—Sí, malvado, ya lo sabes, y tú eres el autor de su muerte.
+
+—¿Hernando, a esto habéis venido?
+
+—Sí, a esto; a esto solo.
+
+—¿Qué pruebas podréis presentar de esa horrible calumnia?
+
+—Tu conciencia y mi espada. ¿Te parecen bastantes? Pero aún te queda un
+medio de salvar tu honra.
+
+—Jamás la he perdido.
+
+—Asesino, no abuses de mi paciencia. He depuesto las armas para que no
+pudieras decir que te ataco con ventaja; pero con una mano me sobra
+para darte el castigo que mereces.
+
+—Basta, Hernando: sobrado tiempo he sufrido esa insolencia; idos, y si
+tenéis alguna queja contra mí, exponedla ante quien convenga, yo sabré
+responder.
+
+—Con la lengua sí; sabes manejarla, ya lo sé; pero la espada te pesa
+demasiado.
+
+—¡Hola..., criados...!
+
+—Silencio, silencio —le interrumpió Hernando asiéndole un brazo con tal
+violencia que faltó poco para que se lo rompiera—; has de oírme hasta
+el fin, y después eres muy dueño de llamar a tus criados, que yo sabré
+contenerlos.
+
+—Habla pues, y pronto —contestó el conde lleno de rabia y confusión.
+
+—Tú has llenado de amargura los últimos instantes de la vida del amigo
+de tu padre: tú has deshonrado a la hermana de Alí; y por último, has
+cometido un asesinato para evitar el pelear como caballero con él. Eres
+el baldón de los tuyos; la afrenta de los castellanos; el destructor
+de tu patria. Has merecido la muerte, y la recibirás si no te conformas
+con lo que voy a proponerte... No me repliques: óyeme. El pueblo
+ignora que seas tú el asesino de Alí: este secreto solas dos personas
+lo saben: el conde de Candespina es una, y yo la otra. Si quieres
+salvarte...
+
+Aquí llegaba Hernando, cuando un criado llamó fuertemente a la puerta
+de la estancia en que se hallaba con el conde, a quien nada podía
+causar más placer que ver interrumpida tan desagradable conferencia.
+
+—¿Quién llama? —preguntó furioso Hernando.
+
+—La reina manda —contestó el criado— que el conde de Lara se presente
+inmediatamente en el alcázar.
+
+—Ya oís —dijo Lara...
+
+—Sí, ya oigo; y no me opondré a las órdenes de Su Alteza; pero
+volveremos a vernos antes de mucho; y tiembla por ti si te atreves a
+publicar esta conversación.
+
+Diciendo así, tomó Hernando sus armas, abrió la puerta y se marchó,
+dejando absorto y pesaroso al menguado conde. Sin embargo, este recordó
+que debía presentarse a la reina; sacó fuerzas de flaqueza, y como
+tenía sobrada costumbre de disfrazar sus naturales sentimientos, logró
+tomar un aspecto bastante sereno para comparecer ante doña Urraca,
+quien por su parte también se esforzaba para disimular su enojo.
+
+—Os he llamado, conde —le dijo—, para daros una noticia que va sin duda
+a sorprenderos: vuestro contrario Alí ha perecido ayer a manos de unos
+asesinos desconocidos.
+
+—Acabo de saber, señora, tan desagradable acontecimiento, y puedo
+asegurar a Vuestra Alteza que a pesar de todo...
+
+—Estoy persuadida de que el conde de Lara es incapaz de alegrarse de
+semejante maldad; pero dejando esto aparte, sed franco: ahora que ese
+moro no existe, ¿no me diréis qué motivos...?
+
+—Mil veces he dicho a Vuestra Alteza, y lo repito ahora bajo juramento,
+que nunca había yo visto a ese joven hasta que en presencia de Vuestra
+Alteza...
+
+—Sí, eso puede ser verdad; y, sin embargo, también sin verle pudierais
+haberle agraviado.
+
+—Que pudiera ser, señora, no lo niego, mas no ha sido...
+
+—Hay, conde, quien dice lo contrario...
+
+—Si Vuestra Alteza da oídos a mis enemigos, no habrá crimen que no se
+me impute —y al decir esto se turbó extraordinariamente.
+
+—No, a fe mía, no he escuchado en este negocio a vuestros enemigos.
+Creedme, conde, confesad francamente a vuestra reina qué causa hizo al
+joven Alí vuestro enemigo.
+
+—Vuestra Alteza sabe que la ignoro.
+
+—Yo sé que así me lo habéis dicho; pero la cosa es tan inverosímil...
+
+—¿Y quién ha presentado pruebas que contradigan mi verdad? Nadie,
+señora. Por el contrario: el mismo silencio de Alí ¿no prueba que no
+tenía de qué acusarme?
+
+—Hace dos horas tal vez me hubiera convencido esa razón; mas ahora...
+
+—Y ¿qué causa ha podido haber para que yo pierda la confianza con que
+Vuestra Alteza me honraba?
+
+—Causa, ninguna. Solamente una reflexión, conde: habéis sido siempre
+tan rendido con las damas que me parece probable que algún amorío...
+
+—¡Qué delirio, señora! Mi corazón no ha amado más que una sola vez, y
+esa con harta desgracia.
+
+—Esa vez basta quizá para haber...
+
+—No acabe Vuestra Alteza, señora; el objeto de mi amor nada ha tenido
+que ver con ese moro; yo he amado, amo todavía, y amaré siempre, pero
+será a mi reina.
+
+—Basta, conde: no sabéis responder otra cosa. ¿Conque en efecto no
+habéis vos provocado la enemistad de Alí?
+
+—No, señora.
+
+—Miradlo bien.
+
+—Mirado está, señora.
+
+Doña Urraca hizo seña a una dama de su servidumbre que allí estaba, y
+esta salió inmediatamente de la cámara. Entonces abandonando la reina
+el aire de fría tranquilidad que hasta aquel punto había afectado, se
+levantó de su asiento y empezó a pasearse apresuradamente por la sala,
+con admiración de Lara; hasta que, abriéndose la puerta, se presentó a
+los ojos del asombrado conde la misma Zulema, pero vestida con el traje
+propio de su nación.
+
+Lara al verla creyó que el universo entero se desplomaba sobre su
+cabeza, y exclamó involuntariamente:
+
+—¡Zulema, tú aquí!
+
+La reina se había parado en medio de la cámara, y con ojos
+centelleantes de furor consideraba al pérfido conde que, aterrado, no
+se atrevía a separar la vista del suelo.
+
+—¿Tampoco —dijo la reina por fin—, tampoco habréis visto a esta joven
+antes de ahora? Conde de Lara, responded: ¿qué se ha hecho de vuestra
+elocuencia? Perjuro, ¿no decías que no habías agraviado nunca al
+infeliz Alí? Responde.
+
+Lara no podía articular una palabra, tal era su espanto; Zulema,
+temerosa, se había quedado a la puerta de la cámara derramando copiosas
+lágrimas que regaban sus descoloridas mejillas; y doña Urraca, que ya
+no pensaba en enfrenar su enojo, continuó diciendo:
+
+—No os atrevéis a responderme; pues bien, preparaos a sufrir el castigo
+que merece quien engaña a su reina. ¡Hola! Venga el conde de Candespina
+al momento.
+
+Este nombre surtió un efecto mágico en don Pedro: oírlo y recordar al
+momento que, según Hernando le había dicho, poseía don Gómez el secreto
+fatal de la muerte de Alí, todo fue una misma cosa; y juzgando que
+Candespina no despreciaría aquella ocasión de libertarse para siempre
+de su rival, se dio por perdido.
+
+—Señora —exclamó arrojándose a los pies de la reina—, no quiera Vuestra
+Alteza humillarme ante el conde.
+
+—Apartaos —contestó doña Urraca—, sois indigno de consideraciones.
+
+—¡Ah, señora! He delinquido, es verdad, con Zulema; ¿pero debe Vuestra
+Alteza ser quien me castigue por ello? La causa...
+
+—Es vuestra perfidia. Venid, conde de Candespina; venid y encargaos
+de este caballero que confío a vuestra guarda. Zulema, ya veis que
+soy justa. Mañana será Lara vuestro esposo o perecerá en un cadalso.
+¿Queréis más?
+
+—No, señora. Quédese libre el conde de Lara: su corazón no es mío, y
+aunque lo fuera, yo no podría ya mirar sin horror al que ha causado la
+muerte de mi padre y la de mi hermano, y con ellas mi eterno dolor. Yo
+he venido solo a pedir a Vuestra Alteza justicia contra los asesinos
+del desdichado Alí, si puede averiguarse quiénes son.
+
+—Y la obtendréis como yo llegue a conocerlos. Conde, llevaos al preso.
+
+—¿Querrá Vuestra Alteza —dijo Candespina— escuchar una súplica?
+
+—Decid presto.
+
+—Pues bien, señora, yo ruego a Vuestra Alteza que el conde de Lara
+quede en libertad. Su conciencia, el enojo de Vuestra Alteza, y el
+menosprecio de todos los buenos harto castigo son para un noble.
+
+—Y yo —añadió Zulema—, yo uniré también mis ruegos a los de este
+generoso caballero. Piedad, señora.
+
+Las lágrimas inundaron los ojos de doña Urraca, y después de un breve
+rato de meditación, volviéndose a Lara le dijo:
+
+—Salid de mi presencia, y no os volváis a presentar sin mi orden —y
+luego, señalándole al conde de Candespina añadió—: este es vuestro
+enemigo, procurad imitarle.
+
+Lara, confuso y desesperado, se retiró; y don Gómez iba a hacer lo
+mismo con Zulema, mas doña Urraca los detuvo. La generosidad del
+conde y la perfidia de su rival le habían abierto los ojos por fin, y
+resolvió premiar en aquel mismo instante los servicios y constancia de
+su libertador dándole la mano de esposa. Sin embargo, fiel a su primer
+proyecto de no dividir el trono con nadie, se lo hizo saber así al
+conde; pero este, lleno de amor y enajenado de júbilo, respondió:
+
+—Yo, señora, amo a doña Urraca, no a su trono; mi gloria será después
+de ser su esposo, como lo es ahora la de ser su vasallo más fiel.
+
+La triste Zulema hubo de presenciar aquella escena, que recordaba a su
+afligido corazón la corta y venturosa época en que también a ella la
+halagaban las dulces y lisonjeras ilusiones del amor, y aun parecía
+que su alma bondadosa olvidaba parte de sus penas para tomarla en la
+alegría de su protector; pero el dardo había penetrado demasiado para
+que la herida pudiera nunca cerrarse. En vano doña Urraca le propuso
+recibirla entre sus damas si quería quedarse en Castilla, o hacerla
+llevar a su país si lo deseaba: la hermana de Alí, resuelta a entrar en
+el gremio de los fieles, pidió por única gracia que se la administrara
+el bautismo para retirarse después a un claustro.
+
+Al cabo de no poco tiempo se retiró el conde con Zulema a su casa, y
+enteró de su próxima dicha a Hernando y a Leonor, cuyo júbilo no puede
+encarecerse bastante. Hernando contó a su amigo la conversación que
+con Lara había tenido, diciéndole su objeto, que era el de obligar al
+conde a que diese la mano a la pobre mora; «mas pues ella lo rehúsa»,
+concluyó, «inútil es insistir más».
+
+Pocos días después del de la escena referida recibió Zulema el
+bautismo, siendo sus padrinos el conde de Candespina y doña Leonor; e
+inmediatamente tomó el velo de novicia en uno de los conventos de León,
+donde a su debido tiempo profesó; siendo los pocos años que sus penas
+la dejaron vivir un modelo de virtud, dulzura y paciencia: dotes dignas
+a la verdad de mas próspera suerte que la que su aciago destino le
+proporcionó.
+
+El leal, el valiente, el virtuoso conde de Candespina vio colmados
+sus deseos con la posesión de la mano de la reina de Castilla. Su
+matrimonio se verificó en el oratorio del alcázar, en presencia de
+Hernando, su esposa, don Diego López y algunos fieles partidarios,
+quedando secreto por entonces. Doña Urraca quería tener un esposo,
+pero no un dueño; y el conde, sobre no ser ambicioso, conocía que, en
+aquellas circunstancias, aun los mismos que como ministro eran sus
+parciales se convertirían tal vez en enemigos si veían brillar en su
+frente la diadema de los godos.
+
+Continuó viviendo en la corte el conde de Lara por un resto de vanidad
+que no le permitía retirarse de ella, como sin duda hubiera debido
+hacerlo; y don Gómez era demasiado generoso para hacerle sentir el peso
+de su poder. Lejos pues de tratarle con aspereza le manifestaba más
+agrado acaso del justo, y contenía con su ejemplo a muchos, que sin
+él, hubieran tomado cruelísima venganza de agravios recibidos en otro
+tiempo.
+
+Solo Hernando era quien no podía resolverse a dirigirle la palabra
+jamás; y por deferencia a su amigo huía las ocasiones de encontrarle.
+
+—Paréceme —decía a su esposa— que veo siempre sus manos teñidas en la
+sangre del desventurado Alí. Asesino es la primera palabra que se me
+ocurre decirle, y asesino también la última.
+
+Por fin Lara, perseguido por los remordimientos, despreciado de sus
+enemigos y abandonado de los que en su privanza le manifestaban más
+afecto, vivía infeliz y miserablemente.
+
+[Ilustración]
+
+
+
+
+CONCLUSIÓN
+
+
+La disolución del matrimonio de la reina con don Alfonso de Aragón
+había privado a este príncipe de todo derecho a la corona de Castilla;
+pero creyéndose ofendido como hombre y como rey, no quiso desistir
+de su empresa ni entrar en negociaciones de paz, a pesar de cuantos
+esfuerzos hizo para ello el conde de Candespina. Terminado pues el
+invierno, entró en Castilla con un ejército infinitamente superior
+al que doña Urraca pudo poner en campaña. La habilidad de don Gómez
+prolongó algún tiempo la guerra con el cuidado que tuvo en evitar
+toda acción general: mas al cabo le fue imposible hacerlo en las
+inmediaciones de Sepúlveda.
+
+La batalla se dio precisamente en el campo de Espina, que era de
+donde don Gómez tomaba su título, y el mando de la primera línea
+se le confió al conde don Pedro de Lara, quien a pesar de todo lo
+acaecido tuvo bastante maña e influjo para conseguirlo, tal vez con
+la sana intención de rehabilitar su fama. Mas apenas los veteranos de
+don Alfonso cargaron a las tropas que mandaba, se puso en vergonzosa
+fuga, siguiéndole todos sus soldados. Resultó de esto lo que no podía
+menos de suceder: los fugitivos de la primera línea desordenaron los
+escuadrones de la segunda. El espanto se apoderó de casi todos los
+ánimos. «¡Traición!», gritaban unos; «¡Sálvese el que pueda!», otros:
+todos huían, y huían en vano, porque su propia precipitación los
+entregaba a sus enemigos, que hicieron en ellos una horrible carnicería.
+
+En medio de aquel desorden general permanecía sin embargo organizado
+un escuadrón todo compuesto de caballeros, que en torno del estandarte
+del conde de Candespina, que ostentaba una águila negra en campo
+amarillo, y capitaneados por él, resistían al poder de los aragoneses.
+
+Para llegar hasta aquellos campeones era preciso salvar un parapeto que
+de los cadáveres de sus enemigos habían hecho; y sería necesaria la
+pluma de Homero para pintar las hazañas que vio aquel día memorable.
+Sin embargo, todo su valor fue inútil: los tiros de los ballesteros
+aragoneses y la multitud de los hombres de armas que caían sobre
+ellos continuamente acabaron por reducir de tal modo su número que el
+conde, Hernando, don Diego López y Millán se llegaron a ver solos. Don
+Alfonso, admirado de tanta valentía, quiso otorgarles la vida si se
+le rendían; mas como lo rehusasen, mandó que se les matara. Millán
+cayó el primero, siguiole López, y a este el valeroso don Gómez.
+Hernando, asido el estandarte con la una mano y esgrimiendo con la
+otra su temible espada, sacrificó a más de veinte a su furor antes de
+que llegaran a herirle; pero un soldado, de un golpe con el hacha de
+armas le cortó el brazo izquierdo. No por esto desmayó, pues cogiendo
+entre sus dientes el paño de la bandera, continuó peleando, y no cayó
+hasta que de otro golpe perdió el brazo derecho. Entonces los soldados
+acabaron de matarle, y dio fin aquel modelo de los amigos y espejo de
+los valientes.
+
+Leonor fue a unirse con Zulema en su convento: ambas lloraban juntas
+las irreparables pérdidas que habían hecho, y ambas murieron fieles a
+la virtud.
+
+En cuanto a doña Urraca y Lara, el resto de su vida política pertenece
+a la historia, y el lector curioso puede acudir a ella.
+
+Del público y las circunstancias depende que con el tiempo llegue a
+dar a luz las aventuras secretas de doña Urraca y don Pedro de Lara,
+que según creo deben hallarse en unos antiguos manuscritos de la misma
+biblioteca, de donde he sacado la historia que precede; la cual plegue
+a Dios sea del agrado de todos.
+
+[Ilustración]
+
+FIN
+
+
+
+
+ERRATAS
+
+
+TOMO 2.º
+
+ _Pág._ _Lín._ _Dice_ _Léase_
+
+ 29. 8. mando marido
+ 34. 14. nevitable inevitable
+ 69. 6. les le
+ 86. 14. arriesgase enojar arriesgase a enojar
+ 90. 1. concede le concede
+ 94. 5. buena recom- una buena recompen-
+ 103. 5. acaba acababa
+ 104. 16. que de que
+ 109. 9. infie infiel
+ 124. 6. de del
+ 126. 2. Gutierrez Gutierre
+ 143. 21. Galante, seño¿ra, ¿Galante, señora,
+
+
+
+*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK 75134 ***
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+ El conde de Candespina (2 de 2) | Project Gutenberg
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+
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+
+/* Images */
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+ text-indent: 0; text-align: center; page-break-before: avoid; }
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+/* Footnotes */
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+/* Poetry */
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+
+/* Transcriber's notes */
+.transnote { border: thin solid gray; background-color: #f8f8f8; font-family: sans-serif;
+ font-size: smaller; margin: 2em 0; padding: 1em 0; }
+#tnote ul { list-style-type: inherit; margin: 0 0 0 1.5em; padding: 0 2em 0.5em 1em; }
+#tnote li { margin-top: 0.5em; text-align: justify; }
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+
+ </style>
+</head>
+
+<body>
+<div style='text-align:center'>*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK 75134 ***</div>
+<div class="formato">
+
+<div class="front">
+ <hr class="full">
+ <p class="rol">Índice:</p>
+ <p class="txt">
+ <a href="#Ch1">I</a>,&nbsp;
+ <a href="#Ch2">II</a>,&nbsp;
+ <a href="#Ch3">III</a>,&nbsp;
+ <a href="#Ch4">IV</a>,&nbsp;
+ <a href="#Ch5">V</a>,&nbsp;
+ <a href="#Ch6">VI</a>,&nbsp;
+ <a href="#Ch7">VII</a>,&nbsp;
+ <a href="#Ch8">VIII</a>,&nbsp;
+ <a href="#Ch9">IX</a>,&nbsp;
+ <a href="#Ch10">X</a>,&nbsp;
+ <a href="#Ch11">XI</a>,&nbsp;
+ <a href="#Ch12">XII</a>,&nbsp;
+ <a href="#Ch13">XIII</a>,&nbsp;
+ <a href="#Ch14">XIV</a>,&nbsp;
+ <a href="#ChCon">Conclusión</a>,&nbsp;
+ <a href="#Err">Erratas</a>.
+ </p>
+ <h1 class="faux">El conde de Candespina (2 de 2)</h1>
+</div>
+
+<div class="transnote" id="tnote">
+ <p class="tnotetit">Nota de transcripción</p>
+ <ul>
+ <li>Los errores de imprenta han sido corregidos.</li>
+
+ <li>La ortografía del texto original ha sido modernizada de acuerdo con
+ las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española.</li>
+
+ <li>También ha sido modernizada la puntuación, la grafía de los nombres
+ propios de personas y lugares, y los laísmos y leísmos.</li>
+
+ <li>Para facilitar la lectura, algunos pronombres enclíticos han sido
+ separados de los verbos a los que acompañan.</li>
+
+ <li>Las abreviaturas han sido expandidas y la presentación de los
+ diálogos se ha adaptado a los modernos usos ortotipográficos,
+ utilizando párrafos distintos para cada interviniente y aislando
+ entre rayas los comentarios del narrador.</li>
+
+ <li>El contenido de la <a href="#Err">fe de erratas</a>, situada al final
+ del libro, ha sido incoporado al texto.</li>
+
+ <li>Se han añadido viñetas decorativas al final de algunos capítulos
+ que no las traen impresas.</li>
+
+ <li>En esta novela, el autor llama Alfonso VII al padre de la reina
+ doña Urraca, pero los historiadores consideran que el padre de esta
+ reina fue Alfonso VI, siendo Alfonso VII el hijo, y no el padre de
+ doña Urraca.</li>
+ </ul>
+</div>
+
+
+<div class="screenonly x-ebookmaker-drop">
+ <hr class="chap">
+ <figure class="figcenter">
+ <img class="thin"
+ style="width: 22em; height: auto;"
+ src="images/cover.jpg"
+ alt="Cubierta del libro">
+ </figure>
+</div>
+
+
+<div class="tit pt6">
+ <hr class="chap">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_i">p. <span class="asc">i</span></span></p>
+ <p class="fs130 lh200 g1 ws1">EL CONDE</p>
+ <p class="smaller lh200 g1">de</p>
+ <p class="fs150 lh200 g1">CANDESPINA</p>
+ <p class="lh200">—</p>
+ <p class="lh200 g1 ws1">TOMO SEGUNDO</p>
+ <hr class="chap">
+</div>
+
+
+<div class="tit">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_iii">p. <span class="asc">iii</span></span></p>
+ <p class="fs175 lh150 g1 ws1">EL CONDE</p>
+ <p class="lh150 g1">de</p>
+ <p class="fs250 lh150 g1">CANDESPINA</p>
+ <p class="lh150 g0 ws1">novela histórica original</p>
+ <p class="smaller lh150 g2 mt15">POR</p>
+ <p class="fs175 lh150 ws1 mt05"><i>Don Patricio de la Escosura</i></p>
+ <p class="smaller lh150 g0 ws1">Alférez del Escuadrón de Artillería<br> de la Guardia Real</p>
+
+ <div class="figcenter mt3">
+ <img src="images/logo.jpg"
+ style="width: 6em; height: auto;"
+ alt="Logotipo del editor">
+ </div>
+
+ <p class="sc g0 mt3">MADRID y SEPTIEMBRE:</p>
+ <p class="ws1"><span class="sc">Imprenta, calle del Amor de Dios</span>, n.º 14.</p>
+ <p class="fs120 negr">—</p>
+ <p class="fs110 g1 negr">1832</p>
+</div>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt6">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_iv">p. <span class="asc">iv</span></span></p>
+ <div class="poetry-container">
+ <div class="poetry">
+ <div class="stanza">
+ <div class="verse indent0"><i>¿Por qué de Roma tu ofuscada mente</i></div>
+ <div class="verse indent0"><i>Hazañas busca en la remota historia?</i></div>
+ <div class="verse indent0"><i>¿Para asombrar a la futura gente</i></div>
+ <div class="verse indent0"><i>No basta acaso la española gloria?</i></div>
+ <div class="verse indent0"><i>Cuando virtud y honor tu lira intente</i></div>
+ <div class="verse indent0"><i>Eternizar del mundo en la memoria,</i></div>
+ <div class="verse indent0"><i>Los campos corre de la madre España,</i></div>
+ <div class="verse indent0"><i>Y cada monte te dirá una hazaña.</i></div>
+ </div>
+ </div>
+ </div>
+ <p class="smaller dcha">(Don Ventura de la Vega, canto al Rey Nuestro Señor).</p>
+</div>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch1">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_1">p. 1</span></p>
+ <p class="centra fs175 g1"><span class="smaller">EL CONDE</span><br>
+ <span class="fs60">DE</span><br>CANDESPINA</p>
+ <hr class="tir">
+ <h2 class="nobreak g0">CAPÍTULO PRIMERO</h2>
+</div>
+
+<p class="ti0"><span class="cap">A</span><span class="rest">
+corta</span> distancia de Soria, y oculto al pie de un pequeño cerro,
+había dejado un escuadrón el conde de Candespina, según hemos dicho;
+y así es que una vez fuera de los muros de aquella ciudad, pudo la
+reina deponer todo temor. Detúvose su litera el tiempo necesario para
+que despojándose algunos caballeros de sus vestidos de almogávares,
+calasen el morrión y montasen a caballo; y aprovechando este<span
+class="pagenum" id="Page_2">p. 2</span> intervalo, enteró don Gómez
+a la reina de los medios que había empleado para sacarla por segunda
+vez del poder de su marido. Ocioso será decir que llena de admiración
+y reconocimiento, no encontraba doña Urraca expresiones bastantemente
+fuertes para ponderar su gratitud; y si hemos acertado a pintar con
+alguna verdad el carácter del conde, creemos también que no habrá uno
+de nuestros lectores que no conciba su placer viéndose tan favorecido
+de su señora, y que una sola de sus expresiones bastaría para hacerle
+arrostrar mil muertes en su defensa.</p>
+
+<p>Concluidos los preparativos para la marcha, rompió su movimiento
+el escuadrón escogido, llevando en medio la preciosa litera.
+Verdaderamente era un magnífico espectáculo ver a aquellos guerreros
+cubiertos de fortísimas y brillantes armaduras, montados en soberbios
+bridones andaluces, y ostentando en la diversidad<span class="pagenum"
+id="Page_3">p. 3</span> de colores de los pendones de las lanzas y
+de las bandas que adornaban las bruñidas corazas, las diferentes
+inclinaciones de sus damas, marchar con admirable concierto y
+uniformidad, como si todos fueran partes de una sola máquina, cuyo
+resorte principal fuese la voluntad de su caudillo. Flotaban a merced
+de los vientos las amarillas y negras plumas que adornaban la cimera
+del casco de este; el fogoso alazán que montaba, pareciendo sentir el
+gozo de su amo y envanecerse con sus triunfos, marchaba con la cerviz
+erguida, hinchado el ferviente pecho, sentando apenas las manos en la
+tierra, y cubriéndose a sí mismo de blanca espuma. La reina manifestaba
+en lo placentero del semblante cuál era su interior contento; y la
+dirección de todos los morriones indicaba que el objeto exclusivo a que
+atendía aquella tropa de leales era la misma doña Urraca.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_4">p. 4</span></p>
+
+<p>Empezaba el sol a declinar al occidente, dejándose apenas sentir
+la benéfica influencia de sus rayos, cuando dieron vista al campo
+castellano don Gómez y su escuadrón. Los centinelas de los reales que
+vieron venir con tan buen orden a ellos un número bastante crecido de
+soldados, dieron la alarma. Resonaron en la vasta extensión del campo
+los bélicos instrumentos; corrieron a las armas soldados y caballeros;
+y en poco tiempo se reunieron bastantes para poder hacer frente al
+enemigo, mientras el resto se organizaba.</p>
+
+<p>No había probado hasta entonces el conde de Lara más que las
+dulzuras del mando; y la crónica dice que, en el momento de que
+hablamos, creyendo que de improviso venía sobre él don Alfonso con todo
+su poder, hubiera de buena gana renunciado a su honorífico puesto.
+Hubo sin embargo de conformarse, y armado de<span class="pagenum"
+id="Page_5">p. 5</span> todas armas se presentó al frente del campo.</p>
+
+<p>Ya en esto se habían aproximado bastante a él los que acompañaban a
+la reina; y adelantándose el conde de Candespina se dio a conocer al
+ejército. Más de un soldado dicen que hubo a quien le pesase que en
+efecto no fueran aragoneses los que se presentaban, sintiendo renunciar
+a la idea de las honras que distinguiéndose en el combate esperaba
+conseguir; pero como este entusiasmo no es general, aun entre los
+valientes, se alegraron la mayor parte de su engaño, y más que todos el
+jefe del ejército.</p>
+
+<p>—Bien ha hecho Vueseñoría, señor conde —dijo el de Lara—, en
+descubrirse a tiempo, porque si no, hubiéramos podido daros un mal
+rato.</p>
+
+<p>—Dios solo sabe quién lo hubiera tenido, conde don Pedro; mas lo
+que importa es que Vueseñoría se aperciba para recibir dignamente a Su
+Alteza.</p>
+
+<p>—¡Santos cielos! ¿Qué decís, don Gómez?</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_6">p. 6</span></p>
+
+<p>—¿A Su Alteza?</p>
+
+<p>—¿A Su Alteza? —repitieron en coro los oficiales que rodeaban a don
+Pedro.</p>
+
+<p>—¿A Su Alteza? —exclamaron oyéndolo los más próximos, y a la manera
+con que, herida la mansa corriente de un caudaloso río por una piedra,
+se forman sucesivamente en torno de esta multitud de círculos cada vez
+mayores hasta que se terminan en las orillas, así también la voz «¿A Su
+Alteza?» se extendió por todo el campo, repitiéndola confusamente los
+ecos de los vecinos montes.</p>
+
+<p>—Sí, caballeros —continuó el conde de Candespina—, sí, soldados
+castellanos, nuestra reina doña Urraca es la que va a honrarnos con su
+presencia.</p>
+
+<p>—<i>Viva la reina, viva su libertador</i> —exclamaron unánimemente
+cuantos alcanzaron a oírle.</p>
+
+<p>Y precisamente entonces llegó doña Urraca. Se apeó de la litera
+para gozar libremente, dijo, de la vista de sus vasallos, y
+habiéndose apeado también todos los caballeros,<span class="pagenum"
+id="Page_7">p. 7</span> fue el conde de Lara a rendirla el debido
+homenaje, y tomar en su calidad de general las órdenes de Su Alteza.</p>
+
+<p>—¿Cómo —exclamó doña Urraca entre sorprendida e indignada—, cómo?
+Conde de Candespina, ¿no sois vos el caudillo de mis tropas?</p>
+
+<p>—Señora —contestó este—, el conde de Lara y yo alternamos en el
+mando.</p>
+
+<p>—¿Y quién ha alternado con vos para exponerse dos veces a riesgos
+eminentes por salvarme? ¡Ah, castellanos, castellanos!</p>
+
+<p>Felizmente para el conde de Lara, el respeto tenía bastante lejos
+de la reina a todos los jefes del ejército, sin lo cual hubieran oído
+la justa y amarga reconvención que sus últimas palabras contenían;
+mas no dejó de producir en don Pedro el más vivo resentimiento, o
+por mejor decir, la más negra envidia por lo que don Gómez acababa
+de hacer. Cualquier otro hombre de su calidad a quien la reina
+hubiera hecho semejante alusión, habría contestado con aspereza,<span
+class="pagenum" id="Page_8">p. 8</span> y tal vez con desacato; mas el
+conde de Lara sabía dominarse, y contando con los recursos que aún le
+quedaban, no se dio por entendido de lo que oyó. La alegría del campo
+castellano era imponderable: el simple soldado que iba a la guerra
+sin más motivo que la voluntad de su señor feudal, veía llegar con
+el placer que puede imaginarse el momento de volver al cultivo de su
+campo, y a la dichosa oscuridad de su cabaña; y los ricos hombres y
+caballeros de más cuenta, empeñados en aquel partido, no desconocían
+que la sola presencia de doña Urraca daba más consistencia a su facción
+que cuantas victorias hubieran alcanzado sobre los aragoneses. Un solo
+hombre era el que entre tantos dichosos gemía dolorosamente viendo
+frustrados sus más caros proyectos, y pendiente sobre su cabeza la
+cuchilla de la justicia de la reina: don Pedro Ansúrez, custodiado
+por una fuerte<span class="pagenum" id="Page_9">p. 9</span> escolta
+al mando de don Diego López, y conducido en pos de la triunfante doña
+Urraca, como en la soberbia Roma seguían los cautivos el carro de sus
+vencedores. ¡Extraña vicisitud de la fortuna! Veinticuatro horas antes
+pendía de su voluntad la suerte y la vida de los que en aquel momento
+eran árbitros de la suya.</p>
+
+<p>Después de haber corrido en esta disposición todo el campo, para
+que los soldados se cerciorasen de que en efecto se hallaba en él, se
+retiró la reina a la tienda de Lara, que por su magnificencia, acaso
+extremada para un guerrero, se juzgó la más digna de tener la honra
+de hospedarla. En ella recibió a las personas más distinguidas del
+ejército, y nada le quedó que hacer para que todos saliesen a cual
+más encantado de su afabilidad y dulzura; pero el conde de Candespina
+fue la persona a quien particularmente parecía dirigir sus afectuosas
+miradas. Cada vez que<span class="pagenum" id="Page_10">p. 10</span>
+un noble la felicitaba por su inesperada libertad, decía:</p>
+
+<p>—Ved aquí al que ha hecho este milagro; Castilla le debe su reina, y
+doña Urraca la libertad y la vida.</p>
+
+<p>—¡Ah, señora! —contestaba el conde—, ¿quién no expondrá gustoso mil
+vidas por una reina como doña Urraca?</p>
+
+<p>Así que se hubo apaciguado algún tanto el tumulto causado por la
+inesperada aparición de doña Urraca, y que, satisfechos de haberla
+visto, los caballeros castellanos dejaron desembarazada su tienda,
+quedando solamente en ella los condes de Candespina y Lara, y algunas
+de las personas de más cuenta, volvió de nuevo a resonar el campo con
+gritos de alegría: la multitud de los soldados seguía a un caballero,
+montado en un caballo casi exánime de fatiga, y que apenas podía
+sostener su peso y el de una enlutada dama que a las ancas llevaba.</p>
+
+<p>—Es Hernando de Olea —gritaban los<span class="pagenum"
+id="Page_11">p. 11</span> soldados—. Es el valiente Hernando.</p>
+
+<p>—Sí, camaradas —contestaba nuestro Hernando—. Yo soy: vuelvo a
+pelear, a vencer con vosotros.</p>
+
+<p>Los talentos de Olea eran escasos, pero su valor, sobrado, y el
+soldado gusta de esta cualidad en sus jefes, perdonándoles fácilmente
+en favor de ella cualquier otro defecto. Así es que Hernando gozaba de
+la más alta reputación entre la tropa, y su venida fue para el ejército
+un verdadero júbilo.</p>
+
+<p>—Leonor —exclamó la reina viéndola entrar—, ¿tú también aquí? Ya
+nada me falta.</p>
+
+<p>—¡Ah, señora!, déjeme Vuestra Alteza besar sus pies.</p>
+
+<p>—Alza y dame los brazos; ¿y a quién debo la dicha de tenerte a mi
+lado?</p>
+
+<p>—Al incomparable valor del amigo del conde de Candespina.</p>
+
+<p>—¿Al valiente Hernando? Venid acá, buen caballero, no estéis tan
+retirado; el servicio que me habéis hecho merece recompensa; pedid, y
+os será otorgada.</p>
+
+<p>—Vuestra Alteza<span class="pagenum" id="Page_12">p. 12</span>
+pondera más de lo que vale mi acción, que al cabo nada significa, y
+además lleva la recompensa en sí misma.</p>
+
+<p>—¿No os parece, conde de Candespina, que vuestro amigo ha tenido más
+memoria que todos nosotros, acordándose de Leonor, y no poca osadía
+para quedarse solo en Soria por no dejarla en su convento?</p>
+
+<p>—Verdaderamente, señora —contestó el conde, a quien las bondades de
+doña Urraca tenían de festivo humor—, parece que el buen Hernando ha
+apartado poco de su memoria a doña Leonor desde...</p>
+
+<p>—Callad, conde, que hacéis ruborizar a mi camarera. Veamos,
+Hernando, qué recompensa pedís; os mando que la señaléis.</p>
+
+<p>—Pues Vuestra Alteza lo exige, diré... que... señora... el conde ha
+indicado...</p>
+
+<p>—Que amáis a Leonor; válgame el cielo, que amante sois tan tímido.
+Será preciso que yo hable por vos.</p>
+
+<p>—Señora, Vuestra Alteza ha adivinado mis pensamientos.</p>
+
+<p>—¿Y qué<span class="pagenum" id="Page_13">p. 13</span> dices a
+esto, Leonor? Solo falta tu consentimiento para que seas esposa de
+Hernando.</p>
+
+<p>—No tengo más voluntad que la de Vuestra Alteza; y Hernando tiene
+demasiados títulos a mi agradecimiento para que yo pueda negarle nada.
+Mas hasta tanto que Vuestra Alteza esté pacíficamente en su trono,
+Leonor de Guzmán no pensará en casarse.</p>
+
+<p>—Todos a porfía queréis acumular las pruebas de vuestra fidelidad;
+plegue a Dios que llegue el momento en que pueda recompensaros.</p>
+
+<p>La tienda de la reina era en aquel instante el templo de la
+felicidad, y el generoso Candespina aprovechó la ocasión para hablar
+de don Pedro Ansúrez. A pesar de haber sido este siempre su mortal
+enemigo, a pesar de las asechanzas que últimamente intentó poner en
+práctica para llevarle a un suplicio, y a pesar de sus traiciones,
+no podía dejar el conde de Candespina de mirar a don Pedro Ansúrez
+como<span class="pagenum" id="Page_14">p. 14</span> a un compatriota,
+y compatriota desgraciado. Habló pues en su favor a doña Urraca; Lara
+se opuso a que se le diera libertad, pretextando que debía hacerse un
+escarmiento; pero las razones que alegó el conde de Candespina sobre
+la crueldad que habría en deshacerse de un enemigo ya indefenso, lo
+peligroso que sería enajenarse los ánimos de sus muchos parientes y
+allegados; y hasta la especie de felonía con que había sido forzoso
+sacarle de Soria, unidas a los generosos ruegos de Hernando, Leonor y
+don Diego López, decidieron la cuestión en favor del desgraciado conde
+de Ansúrez.</p>
+
+<p>Aquella misma noche se le hizo saber la piedad de Su Alteza, y
+prestado que hubo juramento de fidelidad a doña Urraca, quedó libre
+para marcharse adonde mejor le pareciese.</p>
+
+<p>Con acuerdo de la reina resolvieron los dos generales que el
+ejército se pondría<span class="pagenum" id="Page_15">p. 15</span>
+en marcha al romper el alba de la próxima mañana, y tomadas las
+disposiciones convenientes, se retiraron a reposar de las fatigas de
+aquel día tan fecundo en sucesos no comunes.</p>
+
+<figure class="figcenter mt3">
+ <img src="images/t015.jpg"
+ style="width: 5em; height: auto;"
+ alt="Viñeta ornamental">
+</figure>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch2">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_16">p. 16</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">CAPÍTULO II</h2>
+</div>
+
+<p class="ti0"><span class="cap">H</span><span class="rest">emos</span>
+dejado a don Alfonso de Aragón en Soria ocupado en despachar los
+negocios de su reino, cuando la dichosa temeridad del conde de
+Candespina sacó de aquella ciudad a la reina de Castilla. La poca
+armonía que reinaba entre él y su esposa era causa de que no se vieran,
+aun viviendo juntos, más veces que las necesarias para cumplir como
+suele decirse con el mundo; y el número de sus forzadas entrevistas se
+redujo en Soria a una sola al día, que se verificaba ordinariamente a
+la prima noche, y en presencia de tres o cuatro cortesanos de los más
+favorecidos. Así es que don Alfonso hubiera ignorado hasta la noche la
+fuga de su esposa, a no habérsela revelado antes la falta del<span
+class="pagenum" id="Page_17">p. 17</span> conde don Pedro Ansúrez.
+Raro era el día en que este señor no veía al rey dos o tres veces para
+darle cuenta de los negocios de Castilla; y como jamás se verificó que
+dejase de presentarse al menos una vez antes de la noche, forzosamente
+hubo don Alfonso de extrañar que llegase la media tarde sin haberle aún
+visto. En consecuencia mandó que se fuera a buscarle a su casa, en la
+cual contestaron los criados que había salido horas hacía a ver a Su
+Alteza, según creían; con esta noticia fue el encargado al cuarto de
+la reina, y allí supo que en efecto don Pedro Ansúrez había estado a
+ver a doña Urraca, siguiéndole tres caballeros, y que después de haber
+tenido con ella una breve conferencia, y levantádose esta de su lecho
+salieron todos juntos, yendo la reina en una litera sin acompañamiento
+ninguno. En la antecámara de doña Urraca empezaron ya, según costumbre,
+a formarse conjeturas entre<span class="pagenum" id="Page_18">p.
+18</span> los palaciegos: uno decía que tenía datos muy positivos
+para creer que, cansado el rey de las altanerías e inconsecuencias de
+doña Urraca, la había enviado con todo secreto a un convento, y que
+impaciente por saber que se había ya verificado, enviaba a buscar a don
+Pedro Ansúrez, ejecutor de sus órdenes; el otro sabía por buen conducto
+que la salida de la reina encerraba gran misterio, «y vuesas mercedes
+lo verán dentro de poco», añadía con tono entre enfático y profético.
+Todos hablaban, todos decían su opinión, y cada cual se alejaba más
+de la verdad que el que le había precedido. Desde el cuarto de la
+reina al del rey enteró el criado a cuantos encontró de su comisión y
+éxito de ella, encargándoles a todos el secreto, sin duda para con los
+muertos, pues antes que don Alfonso sabían en Soria grandes y chicos
+que la reina y su mayordomo habían desaparecido de palacio, y que se
+ignoraba<span class="pagenum" id="Page_19">p. 19</span> su paradero.
+Como quiera que sea, el comisionado dio cuenta al rey de Aragón del
+resultado de sus diligencias, que en resumen fue que no se sabía del
+conde Ansúrez ni de la reina.</p>
+
+<p>—Mentís —dijo furioso el rey—, es imposible.</p>
+
+<p>—Señor, Vuestra Alteza puede asegurarse por sí mismo de mi
+verdad.</p>
+
+<p>—Tiembla si te has atrevido a engañarme.</p>
+
+<p>—Mi cabeza responde.</p>
+
+<p>—Fortún, no te habrás enterado bien.</p>
+
+<p>—Desgraciadamente, no me cabe duda.</p>
+
+<p>—La reina habrá salido a alguna de sus devociones. Sí; esto es. Al
+momento que se recorran todas las iglesias y monasterios de la ciudad;
+que no quede en el alcázar un solo criado. Fortún, que no se perdone
+diligencia para encontrarla al instante.</p>
+
+<p>La idea que en aquel momento ocurrió a don Alfonso fue la de que
+doña Urraca, no pudiendo de otro modo sustraerse a su autoridad, se
+habría retirado al inviolable<span class="pagenum" id="Page_20">p.
+20</span> asilo de algún convento de religiosas: pensamiento plausible
+a primera vista; pero que debió desvanecerse con la consideración de
+que en tal caso lo primero que el conde de Ansúrez hubiera hecho sin
+duda sería ponerlo en noticia del rey. De todos modos se practicaron
+mil diligencias a cual más infructuosa, hasta que a un mismo tiempo
+dos circunstancias descubrieron la verdad del hecho. Los soldados que
+estaban de guardia en la puerta por la cual salió de Soria doña Urraca,
+notando que no cesaban de pasar por sus inmediaciones personas de la
+real servidumbre con aire presuroso y afanado, y movidos de la natural
+curiosidad, detuvieron a uno de aquellos criados para preguntarle la
+causa de su diligencia.</p>
+
+<p>—La reina no parece en toda la ciudad —dijo el enviado.</p>
+
+<p>—Ni es fácil —contestó un soldado—, no vengáis con chanzonetas,
+hermano, que pudierais viniendo por lana salir trasquilado.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_21">p. 21</span></p>
+
+<p>—No me chanceo, caballeros, lo que digo es la pura verdad; más de
+tres horas hace que andamos buscando a Su Alteza inútilmente.</p>
+
+<p>—Cuerpo de mi padre, y podréis buscarla hasta el día del juicio sin
+más provecho.</p>
+
+<p>—¿Sabréis vos, señor soldado, por ventura, dónde está?</p>
+
+<p>—Dónde está lo ignoro; pero puedo deciros dónde no está.</p>
+
+<p>—Por san Pedro que me digáis...</p>
+
+<p>—Lo que yo puedo decir es que no está en Soria.</p>
+
+<p>—¿Cómo?</p>
+
+<p>—Habiendo salido horas ha por esta puerta.</p>
+
+<p>—¿Con quién?</p>
+
+<p>—Con su mayordomo, dos caballeros armados de punta en blanco, y una
+tropa de almogávares.</p>
+
+<p>—Las once mil vírgenes me amparen: acabad, por Dios.</p>
+
+<p>—No sé más que a poco rato vino un caballero con otra dama
+encubierta, tomó un caballo, montó con ella y marchó como alma
+de sastre que llevan los diablos; y por último, que también se
+fueron en pos de él unos cuantos almogávares<span class="pagenum"
+id="Page_22">p. 22</span> que esperándole estaban.</p>
+
+<p>—¿Nada más?</p>
+
+<p>—Nada más.</p>
+
+<p>—Dios os guarde por la merced que me habéis hecho. Y diciendo así
+partió como un rayo a llevar las nuevas a palacio.</p>
+
+<p>La otra circunstancia que hemos indicado fue la declaración de la
+abadesa del convento en donde doña Leonor estuvo en reclusión, sobre el
+modo con que había esta dama salido de él. De manera que a las ocho de
+la noche ya no le quedaba a don Alfonso ninguna duda de que su esposa
+había salido de Soria; y las apariencias eran de tal naturaleza que
+toda la culpabilidad recaía sobre el conde de Ansúrez. Don Alfonso
+maldecía la hora menguada en que depositó su confianza en el traidor
+conde; y si por desventura hubiera podido haberle entonces a las manos,
+parece posible que ni tiempo para justificarse le hubiera dejado.</p>
+
+<p>Los guardas de la puerta fueron relevados<span class="pagenum"
+id="Page_23">p. 23</span> y puestos en estrecha prisión por una culpa
+que no habían cometido ni podido evitar. Pero tal es la suerte de los
+débiles, siempre víctimas hasta de las flaquezas de los fuertes.</p>
+
+<p>No era don Alfonso hombre cuyo enojo se limitara a simples amenazas;
+la saña que ardía en su pecho solo en la sangre de sus contrarios
+podía apagarse, y así resolvió hacerlo. Reunidos en poco tiempo en el
+alcázar los nobles aragoneses presentes en Soria, recibieron orden de
+hallarse dispuestos a salir con sus tropas al amanecer del siguiente
+día para pelear contra los castellanos. Dividiéronse los pareceres
+entre aquellos señores. Los jóvenes dejándose llevar por el ardor
+propio de sus pocos años, recibieron con indecible placer el mandato
+del rey; pero los más avanzados en edad, capaces de mayor reflexión, lo
+consideraban como imprudente. Las fuerzas de los castellanos eran en
+efecto considerables;<span class="pagenum" id="Page_24">p. 24</span>
+la llegada de doña Urraca a su campo debía haber aumentarlo el
+entusiasmo de sus tropas; y el conde de Candespina era harto conocido
+por su pericia en el arte militar para que ni el mismo Alfonso pudiera
+lisonjearse de vencerle con fuerzas inferiores. No faltó quien hiciese
+estas y otras reflexiones semejantes al rey de Aragón, pero la ira le
+dominaba. El deseo de venganza triunfó de los avisos de la prudencia, y
+la salida contra los castellanos quedó irrevocablemente resuelta.</p>
+
+<p>Por su parte los parciales de doña Urraca, que teniéndola ya consigo
+ninguna causa tenían para detenerse delante de Soria, movieron su campo
+hacia Burgos con todo el concierto y precaución posibles; pues aunque
+el conde de Candespina no quiso de ningún modo aceptar ostensiblemente
+el mando hasta que concluyese el plazo señalado en su pacto con el de
+Lara, sin embargo nada se hacía sin su acuerdo<span class="pagenum"
+id="Page_25">p. 25</span> desde que se le vio tan favorecido de la
+reina.</p>
+
+<p>Pocas horas llevarían de marcha cuando se recibió aviso de que se
+aproximaba a ellos aceleradamente un numeroso cuerpo de tropas a pie y
+a caballo, y nadie dudó de que fuese enviado por el rey de Aragón. La
+reina oyó aquella nueva con harto pesar; pero don Gómez le manifestó
+con tanta energía como brevedad que nada tenía que temer yendo en torno
+de ella tantos valientes castellanos; y autorizado competentemente pasó
+a dar las disposiciones necesarias para repeler al enemigo.</p>
+
+<p>—A vos, conde de Lara —dijo el de Candespina—, toca como a principal
+caudillo velar directamente sobre la persona de Su Alteza. Tomad para
+ello los soldados que creáis necesarios, que, Dios mediante, yo haré
+con el resto de modo que don Alfonso, aunque venga en persona, no pueda
+estorbaros la marcha.</p>
+
+<p>—Pésame en<span class="pagenum" id="Page_26">p. 26</span> el alma
+—contestó el de Lara—, no poder quedarme aquí; mas pues así lo ha
+querido la suerte, sean en buen hora todas las glorias para vos.</p>
+
+<p>—Consolaos, conde, que ocasiones sobrarán en que podáis acreditar
+vuestro brío.</p>
+
+<p>—Así lo espero.</p>
+
+<p>La reina continuó su marcha acompañada del conde de Lara, quien
+viéndose libre de la embarazosa presencia de don Gómez, empezó a dar
+libre curso a su carácter lisonjero.</p>
+
+<p>—Preciso es, señora, confesar —decía a doña Urraca— que si es grande
+el valor del conde de Candespina, no lo es menos su buena estrella.</p>
+
+<p>—¿Por qué?</p>
+
+<p>—¿Y Vuestra Alteza lo pregunta? ¿Qué dicha puede apetecer un
+caballero mayor que la de consagrar sus servicios a la reina de
+Castilla, a la reina de la hermosura?</p>
+
+<p>—No gusto de lisonjas, conde de Lara.</p>
+
+<p>—Perdone Vuestra Alteza si mi lengua indiscreta ha ofendido<span
+class="pagenum" id="Page_27">p. 27</span> su modestia; pero es tal la
+fuerza de la verdad...</p>
+
+<p>—Dejemos eso, y decidme qué pensáis del resultado del combate que en
+este momento se está dando.</p>
+
+<p>—Vuestra Alteza no puede dudar que será favorable a las armas de
+Castilla. Soldados que lidian por doña Urraca forzosamente han de
+vencer.</p>
+
+<p>—Más que en otra cosa fío en la pericia de don Gómez.</p>
+
+<p>La reina tenía razón. El conde de Candespina eligió tan bien sus
+posiciones para sacar partido de la ventaja que en el número tenía
+sobre los aragoneses que, a pesar de las acertadas medidas de don
+Alfonso, la victoria tardó poco en decidirse por los castellanos.
+Rechazados por todas partes los aragoneses volvían sin embargo a
+la carga repetidas veces, no perdonando sus jefes medio alguno
+para estimularlos al combate: mas todo fue inútil; los castellanos
+dieron sobre ellos con tal furia que, rotos los escuadrones<span
+class="pagenum" id="Page_28">p. 28</span> enteramente, no les fue
+posible volver a rehacerse. El mismo don Alfonso, conociendo la
+imposibilidad de conseguir su fin, resolvió retirarse, y le fue
+menester emplear toda su ciencia y valor para poder hacerlo con los
+pocos que a su lado conservaban aún algún orden.</p>
+
+<p>Conseguido su objeto, mandó don Gómez tocar retirada, mas Hernando
+de Olea, que en aquel combate, como en todos, había hecho prodigios
+de valor, se empeñó tanto en la persecución de los aragoneses que,
+separándose enteramente de los que le seguían, que no eran muchos, se
+vio rodeado de enemigos; y eran tantos los golpes que llovían sobre él,
+que hubiera sucumbido a no ser por el señor de Nájara. Este caballero,
+que aunque menos arrebatado no cedía en valor a Hernando, le había
+seguido muy de cerca y acudió a propósito para sacarle del eminente
+peligro en que se hallaba; uniéronse después con<span class="pagenum"
+id="Page_29">p. 29</span> Candespina y todos juntos marcharon a
+encontrarse con la reina.</p>
+
+<p>Esta seguía su marcha con no poco sobresalto, oyendo apenas las
+continuas y refinadas alabanzas que el conde de Lara la prodigaba,
+hasta que recibió noticias de la completa derrota de las tropas de su
+marido, que entonces ya, según algunos autores, empezó a saborear las
+lisonjas del galante conde, cuyo carácter no podía ser más a propósito
+para captarse su voluntad.</p>
+
+<figure class="figcenter mt3">
+ <img src="images/t035.jpg"
+ style="width: 5em; height: auto;"
+ alt="Viñeta ornamental">
+</figure>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch3">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_30">p. 30</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">CAPÍTULO III</h2>
+</div>
+
+<p class="ti0"><span class="cap">A</span><span class="rest">l
+mismo</span> tiempo que el ejército castellano levantó el cerco de
+Soria, marchando a Burgos, salió de los reales el conde don Pedro
+Ansúrez, libre de los hierros que temía arrastrar largo tiempo; pero
+abrumado con el peso de su repentina y terrible desgracia. Un solo
+instante había disipado el mágico edificio de sus esperanzas, y a la
+manera con que el infeliz que en sueños ve terminados sus males, halla
+al despertarse la triste realidad de su duración, así también don
+Pedro, pronto a conseguir cuanto deseaba, se vio de repente desamparado
+y solo en el universo. Su penetración era demasiada para que pudiese
+ocultársele cuán peligroso sería volver a Soria, pues aunque a la
+verdad estaba inocente en todo lo acaecido, le era imposible<span
+class="pagenum" id="Page_31">p. 31</span> presentar de ello pruebas
+tan evidentes como sin duda exigiría don Alfonso. Por otra parte, aun
+suponiendo que lograra justificarse, no desconocía el conde que, a
+menos de renunciar para siempre a Castilla, no podía volver a unirse
+con los aragoneses; pues ya era demasiado general la sublevación de los
+castellanos para que llegase enteramente a sofocarse. Estas reflexiones
+y otras no menos graves le decidieron a marchar a Valladolid, ciudad
+principal de sus estados, en la cual podía permanecer con alguna
+seguridad de su persona hasta que la fortuna, decidiéndose por uno de
+los dos partidos, le indicase cuál era el que debía seguir; y así lo
+verificó en efecto.</p>
+
+<p>Don Alfonso, imposibilitado por falta de tropas de renovar sus
+ataques contra el ejército de doña Urraca, regresó a Soria: de
+allí marchó a Aragón llamado por asuntos de la mayor importancia;
+y abandonando<span class="pagenum" id="Page_32">p. 32</span> por
+entonces las cosas de Castilla en manos del destino, dedicó su atención
+a las guerras que continuamente sostenía contra navarros y franceses.
+Y no fue esta la única circunstancia que contribuyó a favorecer el
+partido de la reina, sino que apenas llegada esta señora a Burgos,
+ciudad que se entregó sin demora por capitulación, se recibieron
+cartas de Compostela en las cuales anunciaba su arzobispo que el
+Sumo Pontífice le había comisionado para que en su nombre juzgase
+definitivamente de la validez del matrimonio entre doña Urraca y don
+Alfonso. Esta nueva causó en la corte de Burgos la más agradable
+sensación: todos sabían que el grado de parentesco de los dos augustos
+contrayentes era bastante para que el matrimonio fuese de hecho nulo,
+y no se dudaba de que el juez nombrado por Su Santidad decidiese con
+toda justicia: porque don Diego Gelmírez, primer arzobispo de<span
+class="pagenum" id="Page_33">p. 33</span> Compostela, era un prelado
+digno de los primeros tiempos de la Iglesia, por su celo, saber y
+virtudes; y su notorio patriotismo además le había hecho el ídolo de
+cuantos le conocían. Pero si los que miraban aquel negocio únicamente
+bajo el aspecto político se llenaron de gozo al saber la resolución
+del papa, figúrese el lector cuál sería el júbilo del conde de
+Candespina. Sus señalados servicios no solo al estado sino a la persona
+de la reina, y en particular el último, le daban en efecto derecho a
+esperar, no sin fundamento, que, libre doña Urraca de los lazos que la
+unían al rey de Aragón, podría tal vez verificarse el proyecto de los
+grandes que se juntaron en Mascaraque a fines del reinado de Alfonso
+VII; y, además, el agrado con que doña Urraca le continuaba tratando
+alentaba infinito sus esperanzas. Mas no por esto varió don Gómez de
+conducta: siempre modesto, siempre afable con sus<span class="pagenum"
+id="Page_34">p. 34</span> inferiores e inflexible con los iguales, era
+adorado del pueblo, y respetado aunque no querido de los grandes. No
+así el conde de Lara, quien, fiado en su fortuna, también osaba aspirar
+a verse algún día rey de Castilla, cosa difícil mas no imposible.
+Aunque la reputación de este señor no fuera tan general ni tan sentada
+como la del conde de Candespina, sin embargo sus riquezas eran grandes,
+muchos sus parientes, y podía contar en su partido a infinito número
+de cortesanos amantes del ocio y la disipación, quienes preveían su
+inevitable ruina con el triunfo de don Gómez.</p>
+
+<p>Todo esto lo sabía el conde de Lara, y de todo sacaba partido: su
+casa era el centro, el foco, digámoslo así, de cuantas diversiones
+y festejos se disfrutaban en la corte. De ella salían las modas en
+el vestir, las divisas para los torneos y las serenatas nocturnas;
+la reputación de las damas,<span class="pagenum" id="Page_35">p.
+35</span> no era, es verdad, muy respetada entre sus secuaces; pero
+en cambio no había género de galantería que no se inventase para
+deslumbrarlas, y particularmente a doña Urraca.</p>
+
+<p>En la corte, en misa, en paseo, nunca dejaba de presentarse a la
+reina el conde de Lara con cuanta gala y bizarría podía ostentar;
+seguíanle sus amigos, y él y ellos no cesaban de alabar cuanto hacía
+y decía la reina. Desgraciadamente era esta harto sensible a la
+lisonja, y manejada con arte por un caballero galán y discreto, no
+podía dejar de hacerla alguna impresión, sobre todo por el notable
+contraste que ofrecía este proceder con el del conde de Candespina.
+Afluente y adulador el primero, lacónico y grave el segundo; severo el
+uno, licencioso el otro; encomendando aquel a los hechos de mostrar
+su pasión sin hablar nunca de ella, y manifestándola el otro con
+cuantas exterioridades<span class="pagenum" id="Page_36">p. 36</span>
+alcanzaba: en todo eran distintos. Doña Urraca tenía inclinación a los
+placeres, y aborrecía sobre todas las cosas sujetarse a ajena censura;
+de modo que don Gómez era para ella un amigo de cuya sinceridad no
+podía dudar, pero al mismo tiempo un hombre rígido, a quien miraba
+más bien como a padre que como a amante: don Pedro de Lara, que por
+el contrario siempre se hallaba dispuesto no solo a tomar parte en
+cualquier diversión, sino a inventarlas en caso de necesidad, y que
+parecía adivinar los deseos de la reina, era muy a propósito para
+cautivar su corazón. El agradecimiento y la razón militaban por don
+Gómez; pero don Pedro tenía a su favor las naturales inclinaciones de
+la reina.</p>
+
+<p>Aún no había pasado un mes desde que esta señora se hallaba en
+Burgos, y ya su conducta era totalmente distinta que cuando llegó a
+aquella capital de sus estados.<span class="pagenum" id="Page_37">p.
+37</span> Consultaba como siempre los arduos negocios del reino con el
+conde de Candespina; mas en vez de seguir solamente su dictamen, como
+al principio lo hacía, nunca dejaba de pedir el suyo al conde de Lara,
+cuya influencia y valimiento se aumentaban visiblemente. Mas a pesar
+de todo no estaba don Pedro satisfecho, conociendo que la lucha era
+todavía muy desigual, pues al cabo no podía desvanecer los servicios
+positivos de don Gómez. Se le ocurrió para alejarle de la reina un
+expediente plausible, y se lo propuso a esta en ocasión de un festín
+que se daba en el alcázar. El de Candespina rara vez concurría a tales
+asambleas, que no aprobaba mucho, pareciéndole que las circunstancias
+eran todavía harto peligrosas para pensar en diversiones; y
+precisamente por la misma razón de que él no iba a ellas, las promovía
+su rival con más empeño.</p>
+
+<p>—Pensativo estáis, conde de Lara —dijo la reina,<span
+class="pagenum" id="Page_38">p. 38</span> viendo que por primera vez no
+tomaba este, al parecer, interés en la brillante reunión que encerraba
+el alcázar.</p>
+
+<p>—Confieso a Vuestra Alteza —contestó el conde— que lo estoy más de
+lo que yo quisiera.</p>
+
+<p>—¿Estaríais por ventura enamorado?</p>
+
+<p>—Pudiera decir a Vuestra Alteza que sí, en caso de poderse
+llamar amor el que se profesa a un dios; pero debe decirse de esto
+adoración.</p>
+
+<p>—Sutil estáis; pero al cabo no sabremos qué os ocupa tanto el
+pensamiento.</p>
+
+<p>—Lo que siempre, señora; los intereses de Vuestra Alteza.</p>
+
+<p>—¿Mis intereses? Yo os lo agradezco. ¿Y no me diréis qué punto de
+ellos es el que tan importante os parece que ni aquí podéis apartarlo
+de la memoria?</p>
+
+<p>—¿Y cuándo se aparta Vuestra Alteza de ella? Pero Vuestra Alteza me
+permitirá que le haga presente que este paraje no es el más oportuno
+para tratar negocios de importancia.</p>
+
+<p>—Sin embargo, habréis de decírmelo, pues aunque reina soy mujer y,
+como<span class="pagenum" id="Page_39">p. 39</span> tal, curiosa.</p>
+
+<p>—La voluntad de Vuestra Alteza es ley para mí.</p>
+
+<p>—Decid, pues.</p>
+
+<p>—Pensaba, señora, que don Alfonso no dejará de tener sus agentes
+en Compostela, y que la presencia de Vuestra Alteza en aquella
+ciudad sería muy útil para la pronta y mejor decisión del juicio en
+cuestión.</p>
+
+<p>—No está mal pensado, conde de Lara, y yo os agradezco la solicitud;
+pero no me parece prudente dejar Castilla en este momento.</p>
+
+<p>—Vuestra Alteza juzga con su acostumbrado tino, mas no sería
+imposible obviar ese inconveniente.</p>
+
+<p>—No lo alcanzo.</p>
+
+<p>—Por ejemplo, si Vuestra Alteza dejase en estos reinos una persona
+de toda su confianza, como el conde de Candespina, ¿no bastaría su
+presencia para mantenerlos en la debida obediencia?</p>
+
+<p>—Pudiera ser.</p>
+
+<p>—Verdad es que tendría Vuestra Alteza que privarse por algún tiempo
+de sus consejos: mas doña Urraca ¿de quién necesita para dirigirse?</p>
+
+<p>—Pensaré en vuestro proyecto, que no me parece<span class="pagenum"
+id="Page_40">p. 40</span> despreciable.</p>
+
+<p>—Mis intenciones, al menos...</p>
+
+<p>—Conde de Lara, estoy penetrada de ellas.</p>
+
+<p>Así se terminó con no poco placer de don Pedro esta conversación.
+Lejos del conde de Candespina veía muy bien que no tardaría en ser
+pronto el privado de la reina, y una vez llegado a tal punto no contaba
+dejar espacio a su rival para perjudicarle.</p>
+
+<p>La reina, por su parte, empezaba a cansarse de la estancia en
+Burgos, y tanto para variar de posición, como con la idea de acelerar
+su divorcio, resolvió su viaje a Compostela, anunciándoselo así al
+conde de Candespina la mañana misma que siguió a la noche del festín de
+que acabamos de hablar.</p>
+
+<p>Don Gómez, a pesar de que sentía vivamente tener que separarse
+de la reina, no se atrevió a oponerse a su voluntad; y consintió,
+aunque no sin pena, en sacrificar sus intereses personales a los de
+doña Urraca.<span class="pagenum" id="Page_41">p. 41</span> Esta se
+manifestó con él tan cariñosa en aquella ocasión, que poco le faltó
+ya al conde para arrojarse a sus pies y declarar abiertamente su
+pensamiento; se contuvo, sin embargo, reflexionando que aún era esposa
+de otro, y reservó para tiempo oportuno manifestar sus pretensiones.
+Siendo tan ajena la envidia del carácter de Candespina como la
+cobardía, no le alarmó la privanza del conde de Lara: conocía su
+infinita superioridad sobre él, y ni por el pensamiento le pasaba que
+la reina pudiera nunca escoger a don Pedro para marido.</p>
+
+<p>Sin duda no era aún en aquel tiempo proverbial la sentencia de que
+cuando las mujeres tienen en que escoger, escogen lo peor, que está muy
+vulgarizada en nuestro siglo.</p>
+
+<figure class="figcenter mt3">
+ <img src="images/t169.jpg"
+ style="width: 6em; height: auto;"
+ alt="Viñeta ornamental">
+</figure>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch4">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_42">p. 42</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">CAPÍTULO IV</h2>
+</div>
+
+<p class="ti0"><span class="cap">E</span><span class="rest">n
+tanto</span> que pasaba en Burgos lo que acabamos de referir, llegó
+el conde de Ansúrez a Valladolid, y sabiendo que el pontífice había
+nombrado juez a don Diego Gelmírez en el pleito del divorcio de los
+reyes, no dudó un momento en abandonar el partido aragonés, y en efecto
+proclamó que reconocía la autoridad de doña Urraca y que sometía a
+ella cuantas ciudades, villas y aldeas de él dependían, haciéndoselo
+saber a la corte por medio de un mensaje. Bien hubiera querido doña
+Urraca despojarle de todos sus estados, pero el conde de Candespina
+se lo disuadió, y la única medida de precaución que se tomó fue la
+de poner alcaides de conocida fidelidad a la reina en los castillos
+y fortalezas que habían hasta allí seguido el bando aragonés. Mas
+don Pedro,<span class="pagenum" id="Page_43">p. 43</span> al mismo
+tiempo que trataba de reconciliarse con sus compatriotas, no quiso
+perder enteramente la gracia del rey de Aragón, por si un día variaban
+de aspecto los negocios. Difícil empresa era la de conservar a un
+tiempo la amistad de dos potencias enemigas, como Castilla y Aragón,
+gobernadas por dos esposos a punto de divorciarse; pero sin embargo
+creyó el conde de Ansúrez haber hallado medio para conseguirlo. Con
+este objeto salió de Valladolid para Aragón, llevando en su compañía
+algunos criados, y cuando estuvo en el pueblo donde momentáneamente se
+hallaba don Alfonso, se presentó ante él vestido de ropas de sayal,
+cubierta la cabeza de ceniza, ceñido el cuello con una cuerda de
+esparto y descalzos los pies,<a id="FNanchor_1" href="#Footnote_1"
+class="fnanchor">[1]</a><span class="pagenum" id="Page_44">p.
+44</span> que más parecía penitente o ajusticiado que noble castellano.
+Fue esto en ocasión que el rey salía de su alojamiento con algunos
+cortesanos, y viendo aquel hombre tan extrañamente aderezado, se paró a
+considerarle preguntándole:</p>
+
+<div class="footnote">
+
+<p><a id="Footnote_1" href="#FNanchor_1" class="label">[1]</a> El hecho
+que aquí se refiere es absolutamente histórico, y conviniendo en su
+relación cuantos han escrito sobre la materia, desgraciadamente para la
+memoria del conde, es indudable.</p>
+
+</div>
+
+<p>—¿Qué es eso, hermano, qué os ha acaecido que así venís?</p>
+
+<p>—Vuestra Alteza no me conoce —contestó el conde—, y yo...</p>
+
+<p>—¿Cómo, traidor, osas ponerte en mi presencia? ¡Hola! Prendedle.</p>
+
+<p>—Rey Alfonso, escuchadme. Vedme aquí a vuestros pies: yo os he
+servido fiel y lealmente mientras he podido hacerlo; pero Dios dispuso
+las cosas de distingo modo del que vos y yo esperábamos. No fui yo
+quien sacó a la reina de Soria.</p>
+
+<p>—¿Ni quien puso en su poder las plazas de Castilla la Vieja?</p>
+
+<p>—He debido hacerlo. Toda Castilla...</p>
+
+<p>—Callad, noramala, y quitaos de mi presencia, o pesaros ha.</p>
+
+<p>Volvió con esto el rey la espalda al conde, dejándole mohíno y
+pesaroso del mal<span class="pagenum" id="Page_45">p. 45</span>
+efecto que produjo su mojiganga. Desde allí regresó a Valladolid,
+donde despreciado por todos los partidos, empleó a lo menos útilmente
+el resto de sus días fundando diversos establecimientos piadosos, y
+construyendo varios edificios públicos, entre los cuales el puente que
+aún existe en aquella ciudad.</p>
+
+<p>La reina, en este intermedio, se había trasladado con toda su corte
+a Compostela, donde estaba su hijo del primer matrimonio, a la sazón
+aún muy niño. Don Pedro de Lara, que la acompañó en aquel viaje,
+era quien todo lo gobernaba en su casa. Insensiblemente y a fuerza
+de lisonjas llegó a adquirir tal ascendiente sobre el ánimo de doña
+Urraca que no sabía esta dar un paso sin su consejo. Poco a poco fue
+abandonando la aparente moderación de que al principio usaba: todo
+había de humillarse en su presencia, so pena de caer en desgracia el
+que osara resistirle;<span class="pagenum" id="Page_46">p. 46</span>
+y no contento con avasallar a los que dependían de la corte de
+Castilla, quiso hacerlo del mismo modo con los grandes de Galicia.
+Pero aquellos magnates tenían sobrado orgullo para ceder, y tanto más
+cuanto que a la sazón no eran realmente súbditos de doña Urraca, pues
+al morir el padre de esta princesa legó en su testamento a su nieto
+don Alfonso el condado independiente de Galicia; y a más, como ya se
+ha dicho, le habían aclamado rey de Castilla sus tutores los condes
+de Traba. Estos, que eran dos hermanos de linaje esclarecido y gran
+poder en Galicia, no podían tolerar las altanerías del conde de Lara;
+diariamente había entre ellos competencias sobre la preferencia en
+los asientos en asambleas y funciones; de estas nimiedades se pasó,
+como de ordinario sucede, a cosas de mayor importancia; y, por último,
+ambos partidos se declararon la guerra abiertamente. Doña Urraca,<span
+class="pagenum" id="Page_47">p. 47</span> cediendo a las sugestiones
+de su privado, jamás quiso tratar a su hijo más que como a conde de
+Galicia, y los hermanos Traba pretendían que el conde de Candespina le
+había reconocido en nombre de Su Alteza como rey de Castilla. De aquí
+resultó que los compostelanos empezaron a mirar con no poca animosidad
+a doña Urraca, y que por fin estalló el furor popular de una manera
+espantosa.</p>
+
+<p>En ocasión de una fiesta que se celebraba en la metropolitana
+iglesia de Compostela, se empeñó el conde de Lara en que la reina
+había de ocupar asiento preferente al de su hijo don Alfonso, y aunque
+los tutores de este al principio oponían una obstinada resistencia,
+cedieron sin embargo a las súplicas del dignísimo arzobispo don Diego
+Gelmírez. Llegó en efecto el día de la fiesta, y la reina ocupó su
+asiento sin dificultad; pero apenas vieron los gallegos al niño don
+Alfonso pospuesto<span class="pagenum" id="Page_48">p. 48</span> a su
+madre, cuando, arrebatados de saña, salieron del templo, y ya fuera de
+sí con la cólera, se amotinaron pidiendo a voz en grito la cabeza de
+don Pedro de Lara y trataron con sobrado desacato la persona misma de
+doña Urraca. Conoció esta, aunque tarde, su imprudencia, y entonces
+echó de menos por primera vez a su leal don Gómez. Concluido el oficio
+divino, se trató de salir de la iglesia; pero el populacho furioso
+la rodeaba: los mismos condes de Traba procuraban en vano calmar el
+tumulto, y empezaban a temer algún funesto acontecimiento.</p>
+
+<p>La reina y sus damas más parecían cadáveres que personas vivientes;
+el conde de Lara, poseído de un terror pánico, no acertaba a proferir
+una palabra; y solos tres individuos conservaban alguna sangre fría en
+aquel trance, que eran el arzobispo, Hernando de Olea y su inseparable
+compañero don Diego López. Estos<span class="pagenum" id="Page_49">p.
+49</span> dos últimos opinaban que formando un escuadrón los
+cortesanos, saliesen espada en mano con la reina y sus damas; pero don
+Diego Gelmírez no quiso consentir en ello.</p>
+
+<p>—Harta sangre de cristianos —dijo— ha sido derramada por cristianos;
+y los enemigos de Dios triunfan con nuestras criminales enemistades. En
+nombre del que todo lo puede os prohíbo hacer uso de las armas.</p>
+
+<p>—Padre mío —le contestó la reina—, vuestra elocuencia podrá tal vez
+calmar a esos furiosos.</p>
+
+<p>—Señora, mi elocuencia es ninguna; pero Dios, que ve la pureza de
+mis intenciones, hablará por su siervo.</p>
+
+<p>—Sí —dijo por fin el conde de Lara—, habladles, santo pastor, y tal
+vez...</p>
+
+<p>—Tal vez —interrumpió Hernando, no pudiendo ya contenerse—, tal vez
+valiera más que vuestras locuras no hubieran irritado a ese pueblo.</p>
+
+<p>Iba el conde a contestar, mas el arzobispo y la reina interpusieron
+su autoridad, lo que<span class="pagenum" id="Page_50">p. 50</span>
+acaso no hubiera bastado para detener a Hernando, ya ciego de cólera;
+pero doña Leonor asiéndole del brazo no tuvo más que decirle, con una
+voz que penetró hasta lo íntimo de su corazón, «¡Hernando mío!», y el
+irritado león se convirtió en manso cordero.</p>
+
+<p>Salió sin perder tiempo el arzobispo a arengar al pueblo: el
+espíritu divino parecía inspirarle; sus razones eran concluyentes;
+mas el furor dominaba a los gallegos, y se obstinaron en que a nadie
+dejarían salir del templo más que a los sacerdotes, si no se entregaba
+a su venganza el conde de Lara. No faltó quien opinase entre los
+cortesanos que, pues la necesidad lo exigía, debía sacrificársele
+al interés general; mas ni la reina lo hubiera consentido nunca, ni
+aprobádolo la mayoría de aquellos caballeros. Probáronse en vano todos
+los medios imaginables para aplacar a los amotinados, y la ansiedad de
+la corte<span class="pagenum" id="Page_51">p. 51</span> de doña Urraca
+no podía ser ya mayor, cuando el arzobispo imaginó un expediente tan
+ingenioso como arriesgado para él, con que salvar a los castellanos.
+Se despojó de sus sagradas vestiduras y cubrió con ellas al conde de
+Lara, quien a favor de este disfraz salió de la iglesia sin que nadie
+se lo estorbara, rodeado por los familiares del arzobispo, que tenían
+los curiosos a suficiente distancia para que no pudiesen conocerle; y
+pasado el tiempo que creyó bastante para que el conde, según habían
+concertado, saliese a caballo de Compostela, se mostró el mismo prelado
+al pueblo: le hizo relación del ardid de que se había valido para
+evitar que cometiese un crimen horrendo.</p>
+
+<p>—Y si necesitáis absolutamente para calmar vuestra ira una víctima
+—dijo—, aquí me tenéis; pronto estoy a terminar, por complaceros,
+una vida que toda entera os he consagrado. Pero cuando el Dios de
+las venganzas<span class="pagenum" id="Page_52">p. 52</span> me
+pregunte: «¿Qué has hecho del rebaño que te he confiado?». «Señor»,
+diré, «el enemigo del género humano se ha apoderado de él, mis ovejas
+descarriadas corren ciegas a la perdición». Y entonces el Omnipotente,
+soltando la rienda a su irresistible enojo, dejará caer sobre vosotros
+todo el peso de su ira. La maldición de Dios... Pero no, compostelanos:
+aún es tiempo de reparar vuestras faltas. Acatad en la persona de doña
+Urraca la imagen de Dios en la tierra; dejadla salir libremente y yo
+imploraré para vosotros la divina misericordia.</p>
+
+<p>Este breve discurso, las sugestiones caritativas de varios
+eclesiásticos que andaban mezclados entre el pueblo, y la idea de
+que ya se les había escapado el objeto principal de su venganza,
+redujeron a los rebeldes a términos más razonables, haciéndoles por
+fin consentir en dar libertad<span class="pagenum" id="Page_53">p.
+53</span> a la reina, con condición de que saliera en las veinticuatro
+horas de Compostela, reconociendo antes el título de rey de su hijo y
+su soberanía especial e independiente en el condado de Galicia. En todo
+consintió doña Urraca, y todo lo cumplió exactamente, pues suplicando
+al arzobispo el pronto despacho del pleito de su divorcio, salió
+aquella misma tarde para León.</p>
+
+<p>Tales eran los aciagos sucesos del partido de doña Urraca en
+Galicia, mientras que el conde de Candespina, su leal servidor, lograba
+a fuerza de actividad, talento y política, reducir a su obediencia a
+Castilla y a León, y organizar un ejército capaz de hacer frente a
+don Alfonso, quien, habiendo hecho treguas con los navarros, era de
+presumir volviese las armas contra su mujer. Así lo hizo en efecto;
+pero sabedor de que doña Urraca se hallaba en Galicia, e ignorando el
+suceso<span class="pagenum" id="Page_54">p. 54</span> por el que tuvo
+que ausentarse de aquel reino antes de lo que pensaba, se encaminó
+contra él. Derrotó completamente al ejército gallego, mandado por los
+hermanos Traba, y es posible que su hijastro hubiera caído en sus
+manos, si el arzobispo de Compostela no se hubiera refugiado con él
+en Portugal. Con noticia de estos acontecimientos trajo el conde de
+Candespina sus tercios a las fronteras de Galicia; pero la llegada
+del invierno terminó aquella campaña sin dar lugar a que castellanos
+y aragoneses viniesen a las manos, retirándose los primeros a sus
+cuarteles de invierno, y los segundos, ricos con los despojos de los
+infelices gallegos, a su patria. A pesar de la agitación continua en
+que las circunstancias tuvieron todo aquel tiempo a don Diego Gelmírez,
+no descuidó el íntegro prelado el examen del casamiento de doña Urraca
+con el rey de Aragón; y después de haberlo todo<span class="pagenum"
+id="Page_55">p. 55</span> considerado con el tino y prudencia que le
+caracterizaban, declaró poco tiempo después de su regreso a Compostela,
+que en nombre del Sumo Pontífice decidía ser enteramente nulo el
+matrimonio de la reina de Castilla, promulgando su sentencia con las
+formalidades de costumbre.</p>
+
+<figure class="figcenter mt3">
+ <img src="images/t072.jpg"
+ style="width: 5em; height: auto;"
+ alt="Viñeta ornamental">
+</figure>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch5">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_56">p. 56</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">CAPÍTULO V</h2>
+</div>
+
+<p class="ti0"><span class="cap">A</span><span
+class="rest">provechando</span> el conde de Candespina las treguas
+que en aquellos tiempos daba el invierno a la guerra, fue a León,
+ciudad en que doña Urraca tenía entonces su corte, movido tanto por
+el deseo de verla como por el de empezar a disponer las cosas para su
+proyecto favorito; pues, disuelto ya el matrimonio de la reina, su
+pretensión era legal. La manera con que doña Urraca se había separado
+de él, prodigándole las señales del más sincero afecto, le hacía
+creer con fundamento que sus proposiciones serían favorablemente
+acogidas, y entregado a las más lisonjeras esperanzas dio vista a
+las torres de la ciudad de León; pero aún distaría una media legua
+de ella cuando salió a recibirle su fiel amigo Hernando de Olea.
+Pasada<span class="pagenum" id="Page_57">p. 57</span> la alegría
+del primer momento, trabaron conversación como era natural sobre lo
+ocurrido en Galicia, y después de haber Hernando referido aquellos
+acontecimientos:</p>
+
+<p>—Cómo ha de ser —dijo el conde—, ya no tiene remedio. Decidme ahora
+algo de vuestros asuntos: ¿cuándo os casáis con la bella Leonor?</p>
+
+<p>—No se tardará mucho, don Gómez; por la reina ya estaría hecho, pero
+yo...</p>
+
+<p>—¡Es posible! ¿Por vos, Hernando, se ha diferido?</p>
+
+<p>—Sí, conde, por mí: ¿había yo de casarme sin estar vos presente? No
+por cierto.</p>
+
+<p>—Conque en efecto la reina continúa interesándose por vos.</p>
+
+<p>—¿Qué sé yo? No es todo oro lo que reluce.</p>
+
+<p>—¿Cómo? No os entiendo.</p>
+
+<p>—Ni es fácil; porque mientras habéis estado ausente son tantas las
+mudanzas que ha habido... Pero vos lo veréis por vuestros propios
+ojos.</p>
+
+<p>—Explicaos, en nombre del cielo.</p>
+
+<p>—No quisiera anticiparos un disgusto.</p>
+
+<p>—Hernando, en<span class="pagenum" id="Page_58">p. 58</span> nombre
+de la amistad que nos une, decidme qué es lo que se ha mudado.</p>
+
+<p>—Todo: doña Leonor no goza ya de la privanza que antes con la reina;
+Hernando y don Diego López son respetados en la corte porque es fama
+que tienen muy larga la espada; el nombre de Candespina se pronuncia
+aún alguna vez en el alcázar, pero a modo de palabra de conjuro, en voz
+baja y como si fuera un delito.</p>
+
+<p>—¡Qué me decís!</p>
+
+<p>—¿Os sorprende? Es natural.</p>
+
+<p>—Si me lo dijera otro que vos, no lo creyera.</p>
+
+<p>—Mirad, conde, yo lo estoy viendo y apenas lo creo. Por lo mismo
+he ocultado en León vuestra llegada. Nadie en la corte sino don Diego
+y yo os espera: nadie está prevenido. Fácil os será, sorprendiéndolos,
+convenceros de mi verdad.</p>
+
+<p>—¿Pero a qué atribuir tan extraña mudanza? Cuando la reina salió de
+Burgos...</p>
+
+<p>—Cuando la reina salió de Burgos estaba muy reciente el servicio
+que<span class="pagenum" id="Page_59">p. 59</span> acababais de
+hacerla, y no había tenido tiempo aún el vil don Pedro González...</p>
+
+<p>—¡Hernando! ¡Hernando! ¿De un noble habláis así?</p>
+
+<p>—Su nacimiento podrá ser noble; pero sus hechos son villanos.
+Siempre adulando al que tiene delante: siempre calumniando a los
+ausentes...</p>
+
+<p>—Pero veamos...</p>
+
+<p>—No hay más que ver sino que parece que ha hechizado a la reina.
+Perdóneme Dios; pero imposible es que no haya brujería.</p>
+
+<p>—Dejad por la Virgen Santa eso, y decidme si, en fin, doña Urraca se
+ha mudado completamente.</p>
+
+<p>—Pluguiera a Dios que yo me engañase; pero está desconocida.
+Castellar y Soria han desaparecido de su imaginación; no hay
+aragoneses que puedan contrastarla; y todo en el mundo se cifra en ese
+malaventurado don Pedro, que a fuerza de reverencias y palabras blandas
+la ha trastornado.</p>
+
+<p>—¿Y es posible que haya caído en redes tan groseras?</p>
+
+<p>—Es mujer, y...</p>
+
+<p>—Teneos;<span class="pagenum" id="Page_60">p. 60</span> es nuestra
+reina.</p>
+
+<p>—Vos lo veréis.</p>
+
+<p>—Podrá ser; pero nunca me olvidaré de que soy su vasallo.</p>
+
+<p>—Ni yo, don Gómez; mas me duele ver que un miserable se lleve el
+fruto de vuestras fatigas.</p>
+
+<p>—Dejémoslo a la mano de Dios, que él lo dispondrá como más
+convenga.</p>
+
+<p>Razonando así llegaron a León. No dudaba el conde de la sinceridad
+de su amigo; pero como a pesar de todo el cariño que le profesaba no
+tenía la más alta idea de su penetración, dudó dar crédito a cuanto le
+refería, creyendo se hubiese fascinado por un exceso de amistad. Sin
+embargo, se engañaba: la privanza del conde de Lara era tan pública
+que no se necesitaba más que tener ojos para verla; y por otra parte,
+el frecuente trato con su futura esposa Leonor había civilizado,
+por decirlo así, a Hernando. De todos modos el conde, lleno de dudas
+harto fatales, hizo que su amigo anunciase a la reina su<span
+class="pagenum" id="Page_61">p. 61</span> llegada; pidiendo al mismo
+tiempo permiso para presentarse a besar sus pies. Fue Hernando a
+desempeñar aquella comisión precisamente en un momento en que el conde
+de Lara se hallaba en compañía de la reina.</p>
+
+<p>—¡Don Gómez en León! —exclamó algún tanto turbada doña Urraca.</p>
+
+<p>—¿Sin consentimiento de Vuestra Alteza? —añadió imprudentemente
+Lara.</p>
+
+<p>—¿Por ventura estaba desterrado el conde de Candespina? —le preguntó
+Hernando arrojándole una furiosa mirada al mismo tiempo.</p>
+
+<p>—Y bien, decidle que puede desde luego presentársenos.</p>
+
+<p>—Vuestra Alteza será obedecida.</p>
+
+<p>Salió Hernando y quedaron solos la reina y Lara, pensativos además
+uno y otro. Por primera vez meditaba doña Urraca en qué había dejado
+que, bajo todos aspectos, adquiriese demasiado ascendiente en su
+espíritu el rival del conde de Candespina. Las pretensiones de este
+a su mano estaban autorizadas, no solo por sus<span class="pagenum"
+id="Page_62">p. 62</span> recomendables prendas y servicios relevantes,
+sino además por la opinión del pueblo y el voto expreso de la mayoría
+de la nobleza; su conciencia decía a la reina que si algún hombre era
+acreedor a ser su esposo, sin duda había de ser el conde de Candespina;
+pero su inclinación hablaba a favor de Lara. Como hábil cortesano
+había de tal modo llegado a comprender don Pedro el carácter de doña
+Urraca que ella misma no se entendía tan bien como él. Debilidades,
+virtudes, inclinaciones, antipatías, de todo sabía aprovecharse, todo
+servía para sus fines. Sin embargo, la repentina llegada de su rival no
+dejaba de sobresaltarle. Don Gómez era hombre que tenía en sí tantos o
+más recursos que él para emplearlos en la intriga, si quería hacerlo;
+y si hasta allí había desdeñado tales medios, ¿quién aseguraba que en
+adelante haría lo mismo? Estas y otras reflexiones análogas ocuparon
+largo<span class="pagenum" id="Page_63">p. 63</span> rato a doña
+Urraca y a don Pedro, hasta que pareciendo volver este en sí, dirigió en
+tono abatido la palabra a la reina de este modo:</p>
+
+<p>—Vuestra Alteza me dará su permiso para que yo me retire.</p>
+
+<p>—¿Y para qué? ¿Dónde vais?</p>
+
+<p>—Señora, mi presencia en este momento, cuando no molesta, es al
+menos inútil.</p>
+
+<p>—Si lo fuera, la reina os lo hubiera manifestado.</p>
+
+<p>—No quiera Dios que yo ofenda a Vuestra Alteza; pero Vuestra Alteza
+va a recibir...</p>
+
+<p>—¿Al conde de Candespina?</p>
+
+<p>—Sí, señora, a ese mortal privilegiado que dos veces ha tenido la
+dicha de salvar a Vuestra Alteza; al que una vez fue propuesto para
+vuestro esposo.</p>
+
+<p>—Vuestra presencia no me impedirá el recibirle.</p>
+
+<p>—¡Señora!</p>
+
+<p>—Quedaos.</p>
+
+<p>—Por cuanto hay de sagrado suplico a Vuestra Alteza que me permita
+retirarme.</p>
+
+<p>—¿No podré yo saber qué razones son las que producen tan extraña
+conducta?</p>
+
+<p>—Permítame Vuestra Alteza que calle.</p>
+
+<p>—No puede ser; explicaos.</p>
+
+<p>—Vuestra Alteza quiere<span class="pagenum" id="Page_64">p.
+64</span> que yo mismo pronuncie mi sentencia de muerte.</p>
+
+<p>—¿Qué estáis diciendo, conde de Lara? ¿Habéis perdido el juicio?</p>
+
+<p>—Sí, señora, loco debo de estar pues he osado...</p>
+
+<p>—¿Qué es lo que habéis osado?</p>
+
+<p>—Voy a decirlo; pero al menos prométame Vuestra Alteza su
+indulgencia.</p>
+
+<p>—Concedida; hablad.</p>
+
+<p>—Y bien, señora, mi temeridad es inaudita: miserable mortal, me
+he atrevido a poner los ojos en el cielo. Amo, adoro, idolatro a
+Vuestra Alteza —dijo esto arrojándose a los pies de la reina—. Me
+habéis prometido indulgencia. Sabéis mi fatal secreto; queréis aún que
+presencie el triunfo del que...</p>
+
+<p>—Basta; reportaos, que alguien se acerca —y humedecidos los ojos
+tendió la mano a Lara para ayudarle a levantarse.</p>
+
+<p>Un hombre se acercaba en efecto, y era el mismo conde de Candespina.
+Jamás hubo personas más turbadas que la reina y los dos condes. El de
+Candespina a pesar<span class="pagenum" id="Page_65">p. 65</span>
+de venir ya prevenido por Hernando, no quería dar crédito a sus ojos
+viendo la reserva de doña Urraca; esta, después de haberse informado
+de la salud de don Gómez, hizo rodar la conversación sobre asuntos
+políticos, con objeto de serenarse y disimular más bien su turbación; y
+Lara, recobrando en un instante su aire apacible y lisonjero, se mostró
+con el conde de Candespina como hubiera podido hacerlo su más sincero
+amigo.</p>
+
+<p>La posición de los tres actores de aquella escena era tan violenta
+que no podía ser de larga duración. Don Gómez, que apenas acertaba
+a contener su enojo, fue quien primero pidió a doña Urraca permiso
+para retirarse, y ella, temiendo quedarse de nuevo a solas con Lara,
+le hizo seña para que saliese al mismo tiempo que el de Candespina.
+Salieron pues juntos ambos magnates de la cámara de la reina, absortos
+cada uno en reflexiones bien distintas en su<span class="pagenum"
+id="Page_66">p. 66</span> especie: Lara, a quien no se ocultó la
+profunda emoción que causó en la reina su amorosa declaración, y que
+había presenciado la fría acogida que obtuvo su rival, rebosaba de
+júbilo y daba libre curso a los ambiciosos proyectos de su fantasía;
+Candespina, por el contrario, tocando la triste verdad de cuanto su
+amigo le había dicho, veía perdido todo el fruto de sus incesantes
+trabajos, sin saber a qué atribuirlo ni qué partido tomar. Todas las
+pasiones imaginables combatían a un tiempo su despedazado corazón, y
+a dar en hombre menos firme en la senda de la virtud, hubieran podido
+producir grandes trastornos en Castilla; pero el conde de Candespina
+no se desviaba jamás del camino recto. «Desconoce mi lealtad —decía
+entre sí—; paga mis servicios con frases estudiadas y vacías de
+sentido; prefiere el dulce veneno de la lisonja a la santa verdad que
+me es imposible ocultar. No importa: siempre<span class="pagenum"
+id="Page_67">p. 67</span> es mi reina; mi vida es suya; consagrémosla
+a su servicio, y tal vez cuando yo no exista lograré al menos que mi
+memoria le cueste alguna lágrima».</p>
+
+<p>Pero a pesar de toda su filosofía, aquel golpe fue mortal para don
+Gómez. Llegó a su casa tan demudado que los criados se asustaron al
+verle, mas él, asegurándoles que nada tenía de particular, se encerró
+en su cuarto dando orden que a nadie se dejase entrar, incluso al mismo
+Hernando de Olea. Así permaneció luchando entre mil afectos contrarios
+hasta el siguiente día por la mañana, que dio la orden de que todo se
+hallase dispuesto para salir de León antes de dos horas, y en seguida
+salió dirigiéndose al alcázar.</p>
+
+<p>No había pasado aquellas veinticuatro horas doña Urraca muy
+agradablemente: la inclinación y el deber la indicaban dos caminos
+opuestos uno al otro. Su corazón se había ya decidido; pero la<span
+class="pagenum" id="Page_68">p. 68</span> justicia clamaba contra
+aquella elección, y la reina no podía acallar el grito de su
+conciencia. Por otra parte no tenía a quien acudir pidiendo consejo;
+su confidente Leonor, apasionada y prometida esposa de Hernando de
+Olea, era demasiado parcial de Candespina para contar con ella; y las
+demás señoras que la servían, no habían llegado a adquirir suficiente
+confianza para depositar en ellas secreto de tanto peso. La reina no
+había querido recibir a nadie en particular, ni menos presentarse
+en público; pero cuando la anunciaron que el conde de Candespina
+solicitaba una audiencia, no se atrevió a negársela.</p>
+
+<p>—Decidle que a nadie he recibido, pero que a él no sabré rehusarle
+que me hable cuando quiera —dijo a la dama que había entrado el recado,
+y cuando salió de la cámara añadió a media voz—: ¡cuán caros me cuestan
+tus servicios, conde de Candespina!</p>
+
+<figure class="figcenter mt3">
+ <img src="images/t085.jpg"
+ style="width: 5em; height: auto;"
+ alt="Viñeta ornamental">
+</figure>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch6">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_69">p. 69</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">CAPÍTULO VI</h2>
+</div>
+
+<p class="ti0"><span class="cap">P</span><span class="rest">or</span>
+más que un soberano quiera ocultar sus inclinaciones; por más estudio
+que ponga para que los que le rodean no conozcan quién es la persona
+que mayor afecto le merece, puede decirse que es casi imposible que
+los cortesanos no lleguen a descubrirlo. Únicamente ocupados en espiar
+las acciones del príncipe, son como la ligera veleta que varía de
+dirección a impulso del más apagado soplo del viento; el ensalzado
+conoce su fortuna en las adoraciones que los palaciegos le tributan
+antes que en los favores del soberano; y el pobre caído preverá su
+próxima desgracia, por poco tacto que tenga, en la imprudente altanería
+con que le tratarán. Decimos esto porque era curioso y deplorable
+a un tiempo observar la diversa conducta<span class="pagenum"
+id="Page_70">p. 70</span> de la mayor parte de los cortesanos de
+Castilla respecto al conde de Candespina, antes de su ausencia y
+después de su regreso. Entonces no se hablaba más que de su valor
+y magnanimidad: el uno decía que era el mejor capitán de su siglo;
+el otro que no había hombre de estado que le igualase en saber; y
+el de más allá le citaba como el espejo de los caballeros. Todos se
+honraban con su amistad; haber hablado con el conde de Candespina un
+cuarto de hora seguido era una dicha de que se hacía el mayor aprecio,
+y el favorecido tenía cuidado de recoger las expresiones del héroe
+de Castellar para repetirlas como otros tantos apotegmas y textos
+sagrados. Un enjambre de hambrientas moscas no acude más presuroso a
+los panales que la multitud de los cortesanos corría en los salones del
+alcázar de Burgos a colocarse de modo que cada uno de ellos pudiera
+hacerse visible personalmente<span class="pagenum" id="Page_71">p.
+71</span> al libertador de la reina. Los menores movimientos de su
+rostro, una sonrisa, un gesto hecho impensadamente, el aire más o menos
+preocupado de su persona; todo daba pábulo a las conversaciones; todo
+producía interminables conjeturas. ¡Cuán diferente cuadro se hubiera
+presentado a la vista del observador en el alcázar de León!</p>
+
+<p>Seguía el conde de Candespina a una dama de la reina que le guiaba
+a la cámara de su señora; y ambos caminaban tan despacio y tan
+cabizbajos que era imposible verlos sin adivinar que cada uno iba
+entregado a sus reflexiones particulares, prescindiendo absolutamente
+del otro. La más profunda tristeza se veía estampada en el rostro
+de Candespina: no había podido perder aquella fisonomía, su natural
+nobleza; mas tampoco conservaban sus ojos la generosa audacia que
+le caracterizaba en tiempos más dichosos. La<span class="pagenum"
+id="Page_72">p. 72</span> posición de los cortesanos era verdaderamente
+crítica. Si otro cualquiera hubiese caído de la gracia de la reina,
+tenían ya marcada la senda que seguir, cortando con él todo género de
+comunicaciones y afectando tratarle con el más alto desprecio. Pero
+con el conde de Candespina les era imposible portarse de tal modo.
+Las razones eran muchas y muy claras: ciertamente el conde don Gómez
+había cesado de ser el favorito de la reina; pero estaba lejos de
+hallarse malquisto de ella. Lara era el más querido; Candespina el más
+estimado; aquel el más obedecido; este el más respetado. Tratar con
+desprecio al conde de Candespina era arriesgarse a probar los filos de
+su terrible tizona; conservar con él los mismos ademanes respetuosos
+que en otro tiempo era perderse para siempre con el conde de Lara. ¿Qué
+hacer, pues? ¿Cómo navegar en aquel mar sembrado de escollos? Un solo
+arbitrio les<span class="pagenum" id="Page_73">p. 73</span> quedaba:
+la fuga; y en efecto lo adoptaron. Nunca bandada de tímidas palomas se
+dispersa con más prontitud al acercarse el milano; ni huye más ligero
+el ciervo acosado por los lebreles a la espesura del bosque como, al
+presentarse don Gómez por segunda vez en el alcázar, se dispersaban
+y huían los áulicos de su presencia, evitando hasta el tener que
+saludarle. Era de ver la perplejidad de los que más torpes o menos
+ligeros no pudieron evitar su encuentro de ningún modo: unos para salir
+del compromiso fingían hallarse sumamente acalorados en la discusión
+de cualquier punto; otros, no tan discretos, se resolvían a saludar,
+y nada más ridículo, nada más asqueroso, permítasenos la expresión,
+que la manera con que lo hacían. Temor, vileza, falsedad, todo se veía
+pintado en su mirar oblicuo, engañosa sonrisa y ademanes encogidos. En
+otra ocasión se hubiera el conde reído de ellos,<span class="pagenum"
+id="Page_74">p. 74</span> pero entonces puede decirse que ni los
+vio. Sus esperanzas destruidas en un solo instante, la felicidad de
+Castilla comprometida, y la existencia política de la misma doña
+Urraca aventurada, confiándose las riendas del gobierno a su rival, le
+ocupaban exclusivamente; y así llegó a presencia de la reina, sin haber
+reparado en ninguno de cuantos encontró al paso.</p>
+
+<p>No era posible presentarse a doña Urraca en ocasión más oportuna
+para los intereses del conde de Candespina: la especie de reclusión
+en que la reina pasó las veinticuatro horas que hemos dicho había
+dispuesto su espíritu de muy distinto modo que se hallaba el día
+anterior. Lara no la había podido ver de ningún modo: doña Urraca
+conocía su debilidad; recibirle y exponerse a que renovara la plática
+de su amor era arriesgarse a darle, a su pesar tal vez, esperanzas a
+cuya realización se oponían gravísimas razones.<span class="pagenum"
+id="Page_75">p. 75</span> Quiso pues tomarse tiempo para fortificarse
+en la resolución de prohibirle que la requiriese de amores, y cuantas
+reflexiones hacía con este objeto redundaban en favor de don Gómez.</p>
+
+<p>El semblante de este descubrió desde luego a la reina la agitación
+en que se hallaba; y como la causa de ella no podía tampoco
+ocultársela, se conmovió singularmente.</p>
+
+<p>—Entrad, conde —le dijo—, y sentaos, que vuestra salud no parece
+mucho mejor que la mía.</p>
+
+<p>—Mi salud, señora, es harto buena. ¡Ojalá!... Mas yo no vengo a
+molestar a Vuestra Alteza con quejas de mi mala suerte, y sí solo a
+tomar su venia para retirarme de la corte.</p>
+
+<p>—¿Cuándo?</p>
+
+<p>—Hoy.</p>
+
+<p>—¿Por cuánto tiempo?</p>
+
+<p>—Lo ignoro; acaso por siempre, a menos que Vuestra Alteza tenga
+necesidad de mi persona, que entonces...</p>
+
+<p>—Será pues excusado que os marchéis; vuestra persona me es siempre
+útil.</p>
+
+<p>—Señora, ¿en las circunstancias<span class="pagenum"
+id="Page_76">p. 76</span> actuales y en León, de qué puede servir el
+conde de Candespina? Es sobradamente sincero para ser buen cortesano, y
+no faltan a Vuestra Alteza caballeros que en esta materia suplirán muy
+ventajosamente su falta.</p>
+
+<p>—Conde don Gómez, con mucho menos de lo que habéis dicho bastaría
+para que la reina de Castilla dejara libre para marcharse de su corte a
+cualquier otro caballero de ella; pero a vos, a quien debo el trono y
+la vida...</p>
+
+<p>—Olvide Vuestra Alteza servicios que ya están recompensados.</p>
+
+<p>—¡Olvidarlos! ¡Jamás!</p>
+
+<p>—Pues bien, señora, en premio de ellos no pido a Vuestra Alteza más
+gracia que su licencia para dejar la corte.</p>
+
+<p>—¿Qué es esto, don Gómez? ¿Quién ha sido el que os ha dado
+causa...?</p>
+
+<p>—Nadie, señora. Mi carácter solo... Negocios particulares. En fin,
+señora, es indispensable, aun para la tranquilidad de Vuestra Alteza
+misma, que yo me retire de León.</p>
+
+<p>—Es forzoso decís para mi<span class="pagenum" id="Page_77">p.
+77</span> tranquilidad que os retiréis de León...</p>
+
+<p>—Sí, señora: lo es; crea Vuestra Alteza a mi celo, el mayor servicio
+que actualmente puedo hacerla es alejarme de su presencia.</p>
+
+<p>—Si os conociera menos, creería, don Gómez, que dominado de alguna
+manía incomprensible habíais perdido la razón; pero vuestra cordura me
+es notoria.</p>
+
+<p>—Vuestra Alteza tiene demasiada bondad en ocuparse tanto de lo que
+nada vale. Mi ausencia de la corte es asunto de pequeña importancia.
+Días ha que falto de ella y no se me ha echado de menos.</p>
+
+<p>—Conde, conde, a vuestro pesar se os conoce que os domina la
+cólera.</p>
+
+<p>—¡La cólera! ¿Por qué, señora? ¿Por qué? Si la cólera me dominase
+medios habría de satisfacerla; mi brazo puede aún manejar una espada,
+aún soy...</p>
+
+<p>—Conde, recordad con quién habláis.</p>
+
+<p>—¡Ojalá no lo tuviera tan presente! Ved, señora, uno de los motivos
+por los que deseo separarme de la<span class="pagenum" id="Page_78">p.
+78</span> corte: criado en los campos de batalla, acostumbrado al trato
+sin dobleces ni arterías del simple soldado, el conde de Candespina no
+puede vivir en donde, perdóneme Vuestra Alteza que lo diga, la verdad
+es un crimen, la adulación una costumbre, la hipocresía una virtud
+necesaria. No, señora, yo no puedo, no debo quedarme. Cuando Vuestra
+Alteza vea sus reinos amenazados por enemigos interiores o extraños,
+entonces mi espada, mi persona, mi vida, serán las primeras...</p>
+
+<p>—No lo dudo, don Gómez, vuestra lealtad me es conocida, y en favor
+de ella puedo olvidar la dureza de algunas de vuestras expresiones. Mi
+amistad...</p>
+
+<p>—¡La amistad de doña Urraca! ¡Amistad, señora! Yo hubiera querido no
+estar largo tiempo en presencia de Vuestra Alteza. La disposición de mi
+espíritu es sobradamente violenta para poder contenerme...</p>
+
+<p>—Y bien, decid cuanto queráis; pero calmaos.</p>
+
+<p>—¿Qué<span class="pagenum" id="Page_79">p. 79</span> es lo que he
+de decir? Lo que Vuestra Alteza está cansada de saber; lo que nadie
+ignora en Castilla.</p>
+
+<p>—No alcanzo.</p>
+
+<p>—Sí, señora, Vuestra Alteza lo sabe. ¿Por ventura tan pocos años
+hace que amo a Vuestra Alteza?</p>
+
+<p>—Amarme, ¿y os atrevéis?...</p>
+
+<p>—¿Por qué no? ¿Es un delito amar? Tormento podrá ser para el infeliz
+amador; ofensa para el amado, jamás. La barrera está ya rota, ahora
+Vuestra Alteza debe saber el resto: quizá de este modo se convencerá de
+que debo alejarme.</p>
+
+<p>—Norabuena: concluid.</p>
+
+<p>—No seré largo; no molestaré a Vuestra Alteza recordándole las
+infinitas pruebas que tiene de mi amor, aunque jamás esta palabra haya
+salido de mi boca hasta hoy: no hablaré tampoco de que la nobleza y el
+clero de Castilla me honraron proponiéndome...</p>
+
+<p>—Lo sé: continuad.</p>
+
+<p>—Sí, señora; todo esto nada importa; la voluntad de Vuestra Alteza
+es la sola que puede decidir en esta materia, y ya ha decidido.</p>
+
+<p>—Os engañáis.</p>
+
+<p>—Pluguiera<span class="pagenum" id="Page_80">p. 80</span> a
+Dios.</p>
+
+<p>—Os lo aseguro.</p>
+
+<p>—Señora, ¿por qué se complace Vuestra Alteza en atormentarme?</p>
+
+<p>—Lejos de eso, deseo tranquilizaros.</p>
+
+<p>—¡Imposible, imposible! Tranquilidad para mí, solo en la tumba.
+Cuatro años trabajando, suspirando sin cesar solo para conseguir un
+objeto, y en el momento en que más me lisonjeaba la esperanza, cuando
+tal vez hubiera podido lograrlo, otro hombre se presenta.</p>
+
+<p>—¿Quién?</p>
+
+<p>—El conde de Lara.</p>
+
+<p>—¿Qué decís?</p>
+
+<p>—La verdad.</p>
+
+<p>—¿Quién os lo ha dicho?</p>
+
+<p>—Mis ojos; Castilla entera.</p>
+
+<p>—Os han engañado, conde don Gómez. ¿Queréis más? Doña Urraca
+desciende a daros satisfacciones: ved si aprecia vuestros servicios.</p>
+
+<p>—Si pudiera persuadirme...</p>
+
+<p>—Persuadíos pues...</p>
+
+<p>—Vuestra Alteza tiene demasiada bondad con un frenético indigno de
+ella; pero es preciso que yo deje León.</p>
+
+<p>—¿Por qué? ¿No basta lo que he dicho?</p>
+
+<p>—No, señora, no basta: yo me he aventurado<span class="pagenum"
+id="Page_81">p. 81</span> a hablar a Vuestra Alteza de mi amor; esta
+confesión exige una respuesta.</p>
+
+<p>—¡Dios mío! ¿Quién si os oyera diría que es un vasallo el que habla
+con su reina? Sois singular.</p>
+
+<p>—Responded, señora, os ruego...</p>
+
+<p>—Terminemos esta conversación, conde: vos y yo estamos harto
+agitados para poder continuarla. No os mando como reina, como dama os
+suplico que os quedéis en León.</p>
+
+<p>—Vuestra Alteza sabe que soy esclavo de su voluntad.</p>
+
+<p>—Pues bien, retiraos por ahora, y no salgáis de mi corte.</p>
+
+<p>—¿Sin una palabra?</p>
+
+<p>—¿Bastará que os diga que a nadie conozco en Castilla más digno de
+ser amado que a vos?</p>
+
+<p>—Ah, señora, añadid que no seréis de otro...</p>
+
+<p>—Nunca, conde; idos.</p>
+
+<p>Cuando el conde se decidió a ir a pedir a doña Urraca permiso para
+salir de León, llevaba en efecto intención de limitarse a hacer su
+súplica, sin entrar en más explicaciones, convencido de que ni la
+reina<span class="pagenum" id="Page_82">p. 82</span> se las pediría,
+ni dejaría de aprovechar con mucho gusto la ocasión que él mismo
+presentaba para desembarazarse de su presencia; pero la inopinada
+resistencia que opuso doña Urraca a su partida llegó a encender su
+ánimo de tal modo que ya no le fue posible contenerse. Por su parte, la
+reina, apreciando en su merecido valor las buenas calidades y afecto
+hacia ella del conde, no podía consentir en que abandonase la corte,
+como descontento de ella, un hombre conocido en España entera por
+los servicios que le había prestado y las virtudes que le adornaban.
+Hallaba, es cierto, más gracias en don Pedro de Lara; pero el mérito
+evidente de don Gómez la obligaba, por decirlo así, a profesarle cierto
+afecto más ardiente que la amistad, aunque no pudiera llamarse amor.
+Así fue como, sin que ni el uno ni el otro hubiesen formado proyectos
+anteriores, se explicaron completamente en la conversación<span
+class="pagenum" id="Page_83">p. 83</span> que acabamos de referir, la
+cual se terminó retirándose el conde de Candespina a su casa tan gozoso
+como triste había salido de ella, y quedándose la reina satisfecha de
+haber en cierto modo pagado la deuda que con él tenía. Parece indudable
+que en aquel momento triunfó en su corazón don Gómez, pues apenas hubo
+salido de su cámara cuando llamó a doña Leonor para decirle que no
+quería se difiriese más tiempo su boda, pues había llegado el conde de
+Candespina, que debía ser padrino.</p>
+
+<p>—Quiero —dijo— probar a mis leales servidores que me intereso en su
+dicha, y nada será más agradable al conde que ver feliz a su amigo en
+brazos de mi bella camarera, a quien sospecho que no le pesará tampoco
+de ello, por más que ahora se sonroje.</p>
+
+<p>—Vuestra Alteza es la bondad misma; mas puede ser que alguna
+otra boda causara más placer al conde que<span class="pagenum"
+id="Page_84">p. 84</span> la de Hernando: la suya por ejemplo...</p>
+
+<p>—¡Hola!, quieres vengarte haciendo que también... Tú me las
+pagarás.</p>
+
+<p>Y esto lo decía acariciando la mejilla de su confidente, que no
+podía volver de su admiración, viéndose tratar con tanto cariño al cabo
+de meses que apenas se hacía mención de ella para nada.</p>
+
+<figure class="figcenter mt3">
+ <img src="images/t117.jpg"
+ style="width: 5em; height: auto;"
+ alt="Viñeta ornamental">
+</figure>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch7">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_85">p. 85</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">CAPÍTULO VII</h2>
+</div>
+
+<p class="ti0"><span class="cap">E</span><span class="rest">l
+lector</span> recordará sin duda que cuando el conde de Candespina
+se retiró de la presencia de doña Urraca, la primera vez que la vio
+desde su regreso a León, iba tan apesadumbrado por el modo con que
+fue recibido que se encerró en su cuarto, dando orden a sus criados
+que a nadie dejasen entrar en él, incluso a su íntimo amigo Hernando.
+Sucedió pues que, ansioso este caballero de saber cómo doña Urraca
+se había comportado con el conde, fue a su casa, en la cual se halló
+extremadamente sorprendido viendo que por primera vez se le negaba
+la entrada, que estaba acostumbrado a encontrar franca. Desde luego
+conoció que debía haber sucedido alguna cosa que hubiera disgustado al
+conde notablemente para obligarle<span class="pagenum" id="Page_86">p.
+86</span> a estarse en estricta reclusión; y persuadido de que así
+que se calmara algún tanto le recibiría y comunicaría sus penas, se
+retiró con propósito de volver al siguiente día, y así lo hizo en
+efecto; pero fue precisamente cuando ya el conde había salido para el
+alcázar, dando antes la orden para que todo estuviera dispuesto de
+modo que pudiese salir antes de dos horas de León. Apenas Hernando
+supo tal determinación, mandó que se le dispusiera también un caballo
+para él, pues de ninguna manera dejaría partir solo a su amigo, aunque
+se arriesgase a enojar a doña Leonor; y en seguida se fue también al
+alcázar a buscar al conde, quien se hallaba en la cámara de la reina
+cuando el de Olea llegó. Decidido a esperarle, púsose a pasear por
+los salones no haciendo caso de cuantos se hallaban en ellos, y sin
+que tampoco se le acercase ningún cortesano. Hernando era para ellos
+una fiera,<span class="pagenum" id="Page_87">p. 87</span> en cuyas
+inmediaciones no se creían seguros: sofismas y razones especiosas
+nada valían con un hombre cuyo único argumento era la lanza, y para
+quien no había respetos humanos capaces de moderarle, como no fuese
+de parte del conde su amigo o de doña Leonor; por consiguiente, los
+cortesanos le temían demasiado para que buscasen su compañía, y él los
+despreciaba tan altamente que no se curaba de su amistad más que de su
+odio. Paseábase pues solo, como hemos dicho, y en la mayor agitación,
+haciendo de cuando en cuando algún gesto amenazador y murmurando entre
+dientes tal cual imprecación, que eran evidentes señales de que la
+cólera le dominaba, precisamente en ocasión en que el conde de Lara se
+presentó en el alcázar para ver a la reina. Aunque Su Alteza no había
+querido recibirle en todo el día anterior, calculaba acertadamente
+don Pedro que era por efecto de su declaración<span class="pagenum"
+id="Page_88">p. 88</span> amorosa, que estando demasiado reciente
+haría que la reina no pudiera verle sin turbarse; pero ya pasadas
+veinticuatro horas pensaba que habría tenido tiempo para serenarse,
+y que, en consecuencia, le recibiría. Se engañó sin embargo en sus
+conjeturas: en vano insistió en que se le anunciase a la reina que se
+hallaba allí: se le contestó que Su Alteza se hallaba conferenciando
+con el conde de Candespina, y que había absolutamente prohibido que
+nadie entrase.</p>
+
+<p>—Eso no puede entenderse conmigo —dijo orgullosamente.</p>
+
+<p>—Vueseñoría se engaña —le contestaron—: está expresamente dicho que
+no entre el conde de Lara.</p>
+
+<p>—¿Cómo? ¿Será posible?</p>
+
+<p>—Sí, señor.</p>
+
+<p>—Ya tenemos aquí al incomparable conde de Candespina, ¿para qué
+quiere Su Alteza más servidores?</p>
+
+<p>—Para nada los necesita —exclamó Hernando perdida ya la paciencia—,
+para nada.</p>
+
+<p>—Sosegaos, noble Hernando, sosegaos: nadie<span class="pagenum"
+id="Page_89">p. 89</span> trata de injuriar a vuestro amigo.</p>
+
+<p>—¿Injuriarle? ¡Cuerpo de Cristo! Mientras Hernando conserve el
+uso de sus brazos, ¿quién osará en su presencia injuriar al conde de
+Candespina? Nadie; y menos que nadie cortesanos cuyas únicas armas son
+la lisonja y la calumnia.</p>
+
+<p>Mudó de color Lara, y los que le rodeaban, asombrados de semejante
+lenguaje, quedaron como petrificados.</p>
+
+<p>—Sois violento en extremo, Hernando.</p>
+
+<p>—Sincero, franco es lo que soy.</p>
+
+<p>—Norabuena; pero os excedéis en vuestras palabras.</p>
+
+<p>—Cuanto dice mi lengua lo sostiene mi espada; y no todos hacen lo
+mismo...</p>
+
+<p>—Aquí nadie ha dicho cosa que pueda ofenderos.</p>
+
+<p>—El que la hubiera dicho ya estaría arrepentido.</p>
+
+<p>—Mucho presumís.</p>
+
+<p>—Pronto estoy a darle pruebas al que tenga dudas.</p>
+
+<p>—Nadie las tiene; pero no debe sorprenderos que el conde de Lara
+extrañe que se le niegue la entrada adonde se<span class="pagenum"
+id="Page_90">p. 90</span> le concede al de Candespina.</p>
+
+<p>—¿Y por qué ha de extrañarlo? ¿Pueden los servicios del conde de
+Lara compararse con los de don Gómez? Cuando el conde de Candespina,
+solo por decirlo así, fue a sacar del corazón de un reino enemigo
+a doña Urraca, ¿se le ocurrió al conde de Lara disputarle la
+preferencia?</p>
+
+<p>—Si la ocasión se hubiera presentado...</p>
+
+<p>—En Soria se presentó a todos igualmente. ¿Quién arriesgó su vida,
+don Gómez o don Pedro?</p>
+
+<p>Iba el conde a contestar, pero felizmente acaso para él salió el de
+Candespina de la cámara de la reina con un semblante tan gozoso que
+llamó la atención de todos. Apenas le vio Hernando volvió la espalda al
+de Lara, y dirigiéndose a él:</p>
+
+<p>—Loado sea Dios —le dijo— que os encuentro; decidme...</p>
+
+<p>—Venid conmigo y os diré cuanto queráis. Caballeros, guárdeos el
+cielo.</p>
+
+<p>Y diciendo así ambos amigos salieron del alcázar dejando absortos
+al conde de Lara<span class="pagenum" id="Page_91">p. 91</span> y
+demás personas que allí se hallaban. Sin embargo de todo, no quiso
+el conde de Lara abandonar el campo sin hacer la última tentativa
+para conseguir su objeto; y así que Hernando y el conde se marcharon,
+hizo tanto que logró finalmente que se entrara recado a la reina de
+que deseaba hablarla, no dudando de que doña Urraca le recibiría
+inmediatamente; pero más le hubiera valido no empeñarse tanto, pues
+marchándose desde luego habría evitado el desaire que sufrió cuando
+públicamente le dijeron que Su Alteza no quería de ningún modo recibir
+a nadie más. Cuál fue la turbación del orgulloso don Pedro viéndose
+desairar a la faz de todos los cortesanos, fácil es de pensar. Supo
+contenerse en público y afectar un semblante sereno; pero sus entrañas
+se abrasaban, y juraba interiormente arriesgarlo todo para vengarse de
+su rival. Dominado de tales sentimientos llegó a su casa, y llamó<span
+class="pagenum" id="Page_92">p. 92</span> a Lope, criado de toda su
+confianza, para encargarle una comisión de la cual pendía el éxito
+de todos sus proyectos. La oposición de doña Urraca a recibirle le
+hacía conocer que la reina temía tratarle demasiado bien; y por lo
+mismo una conversación secreta con ella era el objeto de todos sus
+deseos. Convencido de que por los medios ordinarios no lo lograría,
+al menos tan pronto como lo exigían las circunstancias, se decidió a
+dar un paso algo violento pero que podía tener excusa dándole cierto
+aspecto novelesco muy del gusto de la reina. Todas estas reflexiones
+fueron obra de un instante, y ya estaban hechas cuando Lope se presentó
+a su amo con un aire que quería ser humilde, pero que no pasaba de
+hipócrita.</p>
+
+<p>—Lope —le dijo el conde—, te tengo mandado que trabes amistad con
+los criados inferiores del alcázar.</p>
+
+<p>—Sí, señor.</p>
+
+<p>—Y que averigües cuidadosamente todas las<span class="pagenum"
+id="Page_93">p. 93</span> interioridades.</p>
+
+<p>—Sí, señor.</p>
+
+<p>—Y bien, ¿se han cumplido mis órdenes?</p>
+
+<p>—Sí, señor.</p>
+
+<p>—¿Y sabrás responderme alguna cosa más que «sí, señor», salvaje?</p>
+
+<p>—Sí, señor, lo que Vueseñoría me mande.</p>
+
+<p>—Veamos, pues, si conocerás al jardinero.</p>
+
+<p>—Sí, señor, un buen mozo muy bebedor.</p>
+
+<p>—Eso no es del caso.</p>
+
+<p>—Vueseñoría me perdonará que le diga que sí lo es, porque ambas
+calidades, la de buen mozo y la de bebedor, son las que me han hecho
+buscar con preferencia su amistad.</p>
+
+<p>—Pues a ti, bribón, ¿qué diablos te importa su figura?</p>
+
+<p>—A mí, la verdad sea dicha, nada; pero a una doncella de doña
+Camila...</p>
+
+<p>—¿La dama de honor?</p>
+
+<p>—Sí, señor, pues a esa, como iba diciendo, le ha parecido bien
+la figura de Cosme, y como doña Camila es dama de Su Alteza, ya ve
+Vueseñoría...</p>
+
+<p>—Lo que yo veo es que no has perdido el tiempo en la corte. Mas
+déjate de digresiones, y dime si es hombre<span class="pagenum"
+id="Page_94">p. 94</span> el jardinero con quien se puede contar...</p>
+
+<p>—Para cuanto se quiera: con solo suministrarle algunos
+cuartillos...</p>
+
+<p>—Aunque sean azumbres: toma esta bolsa; gasta sin temor, y cuenta
+con una buena recompensa si antes de la noche logras introducirme
+secretamente en el jardín del alcázar.</p>
+
+<p>—¿Antes de la noche, señor?</p>
+
+<p>—Sin remedio; marcha y ten presente lo que voy decirte: el conde de
+Lara recompensa con oro a sus servidores; pero tiene un puñal para los
+indiscretos.</p>
+
+<p>—Crea Vueseñoría que yo...</p>
+
+<p>—Basta; marcha a ejecutar mis órdenes.</p>
+
+<p>La reina tenía costumbre de bajar ordinariamente sola, o cuando más
+acompañada de una de sus damas, a pasearse por los jardines del alcázar
+al ponerse el sol; y el conde de Lara, que en la época de su privanza
+había tenido alguna vez que otra el alto honor de ser exceptuado
+de la regla que excluía a todo hombre de<span class="pagenum"
+id="Page_95">p. 95</span> aquel paseo, sabía por consiguiente que en
+ningún momento se presentaría ocasión más oportuna para hablar a doña
+Urraca. La dificultad consistía solo en penetrar en aquel recinto
+sagrado: mas como el oro todo lo puede, el jardinero Cosme, merced a
+una dosis más que regular de un vino añejo tan delicioso para él como
+el néctar de los dioses, y a unos cuantos maravedises, puso en manos
+del astuto Lope una llave de la puerta falsa del jardín del alcázar.
+Lleno de aquel júbilo infernal que siente todo malvado cuando acaba
+de hacer una buena picardía, corrió Lope a llevar a su digno amo la
+llave del jardín, que aquel recibió con el contento fácil de imaginar.
+Recompensó ampliamente, como lo había prometido, el celo de Lope, y
+encargándole de nuevo el secreto, partió disfrazado con ropas humildes
+a situarse en paraje del jardín oportuno para sus miras. Escogió para
+ocultarse un cenador cubierto<span class="pagenum" id="Page_96">p.
+96</span> de verde y tupida yedra, y en él esperó, no sin alguna
+inquietud, la llegada de la reina, cuyo paso lento y mesurado no tardó
+en herir sus oídos. Doña Urraca venía sola, pues en ninguna ocasión
+más que en aquella tenía motivos de entregarse a las más serias
+reflexiones. Los condes de Lara y Candespina la ocupaban enteramente:
+no sabía por cuál decidirse. Pues aunque es cierto que entonces, aun
+a su mismo entender se inclinaba la balanza en favor de don Gómez,
+sin embargo la imagen seductora de don Pedro la perseguía sin cesar.
+Tal era la perplejidad en que se hallaba cuando llamó su atención el
+ruido de las hojas movidas por Lara, que saliendo de su escondite se
+presentó de repente a sus ojos; y antes de que hubiera tenido tiempo
+de pronunciar una sola palabra, ya el cortesano arrodillado a sus pies
+besaba humildemente la falda de su vestido.</p>
+
+<p>—Suspenda Vuestra Alteza su enojo —dijo,<span class="pagenum"
+id="Page_97">p. 97</span> interrumpiéndose con profundos sollozos—,
+soy culpable, es verdad; pero la causa de mi delito es Vuestra Alteza
+misma...</p>
+
+<p>—¡Cómo, conde de Lara!, ¿habéis osado...?</p>
+
+<p>—¿...arriesgarlo todo para ver a Vuestra Alteza? ¿Qué otro medio
+me quedaba? Arrastrado por el ímpetu de una pasión irresistible, yo
+mismo pronuncié mi sentencia declarando mi amor. Vuestra Alteza me ha
+castigado privándome de su presencia. Yo vengo a pedir la muerte, mil
+veces preferible al tormento de no ver a doña Urraca.</p>
+
+<p>—¿Y no podíais haber esperado?...</p>
+
+<p>—Sí, señora, si el amor fuera capaz de esperar; pero me ha sido
+imposible.</p>
+
+<p>El resto de la conversación que siguió, sobre ser demasiado prolija,
+es además de tal naturaleza que nos parece excusado abusar de la
+paciencia de nuestros lectores referírsela menudamente. El hecho es
+que fue larga; que en ella desplegó Lara todo su arte, no de amar sino
+de seducir; y que doña<span class="pagenum" id="Page_98">p. 98</span>
+Urraca le dejó ver demasiado la inclinación que le tenía. Sin embargo,
+le declaró positivamente que estaba resuelta a no partir el trono con
+nadie, y en efecto así era la verdad; pues escarmentada con el pasado
+matrimonio con el rey de Aragón, juró que aunque llegase a dar su mano
+a un príncipe o magnate, reservaría para sí sola toda la autoridad
+en Castilla, y además le manifestó que los servicios y popularidad
+del conde de Candespina exigían que se le tuviesen las mayores
+consideraciones. A otro hombre con más delicadeza y menos conocimiento
+de la humana fragilidad le hubieran desalentado tales preliminares;
+pero Lara, que conocía a la reina, esperaba, quizá no sin fundamento,
+que cediendo por entonces a todo, el tiempo y su maña la harían mudar
+de propósito. Habiendo, pues, logrado a fuerza de ruegos y extremos que
+doña Urraca prometiera recibirle al siguiente día en el mismo<span
+class="pagenum" id="Page_99">p. 99</span> paraje, aunque en presencia
+de una dama de quien por ser parienta de Lara creyó poder fiarse, se
+retiró muy entrada la noche a su palacio.</p>
+
+<figure class="figcenter mt3">
+ <img src="images/t157.jpg"
+ style="width: 5em; height: auto;"
+ alt="Viñeta ornamental">
+</figure>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch8">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_100">p. 100</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">CAPÍTULO VIII</h2>
+</div>
+
+<p class="ti0"><span class="cap">A</span><span
+class="rest">maneció</span> el día siguiente al de los sucesos que
+acabamos de referir, y el sol no madrugó más que la mayor parte de
+los actores de nuestra historia, pues cada uno de ellos se hallaba
+demasiado agitado para poder entregarse largo tiempo al reposo. En
+efecto, doña Urraca acababa de comprometerse, por decirlo así, con
+los dos condes, y buscaba inútilmente algún medio para quedar airosa
+con ambos. Candespina se veía a punto de recobrar su ascendiente y, a
+su entender, de conseguir todos sus deseos. Lara, aunque en realidad
+había perdido momentáneamente como privado, conocía que como amante
+estaban sus negocios en el mejor estado; y por último, doña Leonor
+y Hernando,<span class="pagenum" id="Page_101">p. 101</span> que
+en aquel día debían unirse con lazo indisoluble, es de presumir que
+tampoco estarían muy tranquilos. La magnífica catedral de León se
+había adornado con el mayor aparato para la ceremonia religiosa que
+se preparaba: los habitantes de la capital circulaban por las calles
+vecinas al alcázar esperando con ansia el momento en que la desposada
+saliese de él acompañada de la reina; los cortesanos, vestidos con un
+fasto excesivo, llenaban ya los regios salones, y la nueva privanza
+del conde de Candespina era el objeto en que todos se ocupaban. Solo
+el conde de Lara no se presentó en el alcázar, y esta falta produjo
+una sensación visible: sus parientes y amigos parecía que asistían
+forzados a aquella ceremonia, y demostraban en el arrugado ceño y
+ademanes desdeñosos el descontento que padecían: los demás, conformando
+su conducta a las circunstancias, volvían a elogiar a don Gómez, y a
+soltar<span class="pagenum" id="Page_102">p. 102</span> de cuando en
+cuando tal cual epigrama contra Lara: en una palabra, un día bastó
+para que todo mudase de aspecto. Las diez de la mañana serían cuando
+salió del alcázar la real comitiva para la catedral. La novia, con un
+suntuoso vestido regalo de su soberana, marchaba al lado de esta, tan
+ruborosa, tan bella, que acaso no hubo un hombre, entre la multitud que
+la rodeaba, que no envidiase la dicha del venturoso Hernando, quien a
+la puerta del templo la esperaba en compañía del conde su amigo, y un
+sinnúmero de parientes y parciales, con un ansia fácil de concebir. No
+se dijeron una palabra los dos futuros esposos; pero una mirada fue
+para cada uno de ellos más expresiva que lo hubiera sido un discurso
+por elocuente que fuese. La comitiva entró en la iglesia: sus bóvedas
+resonaron con los himnos sagrados, y a poco ya Leonor y Hernando habían
+jurado al Supremo Hacedor amor<span class="pagenum" id="Page_103">p.
+103</span> y constancia eterna. Celebrose en seguida el santo misterio
+de nuestra redención, y los esposos salieron de la catedral con la
+misma comitiva que a ella habían llevado. La ceremonia religiosa que
+acababa de terminarse parecía haber dado a todos los ánimos cierta
+serenidad que anunciaban los placenteros rostros de damas y caballeros,
+únicamente ocupados en los festejos que, para más solemnizar la
+boda de su camarera y amigo, habían dispuesto la reina y el conde
+de Candespina; pero cuando ya la comitiva entera, acabando de salir
+del templo, se ordenaba para regresar al alcázar, llamó la atención
+general el confuso rumor del pueblo que abría paso a una persona que
+apresuradamente venía al encuentro de la reina. Era este un moro,
+vestido según la costumbre de su país, con extraordinaria magnificencia
+y montado en un caballo andaluz admirable por su belleza y gallardía.
+Coronaba el turbante<span class="pagenum" id="Page_104">p. 104</span>
+del infiel una pieza de finísimo y brillante acero, terminada en figura
+cónica: cubría su pecho una coraza no menos lucida, en la cual llevaba
+engastadas razonable número de piedras preciosas; y el puño de la
+cimitarra, pendiente del costado derecho, así como el de la gumía o
+daga que llevaba en la cintura, correspondían a la riqueza del resto de
+su equipo. Seguíale a pie un esclavo negro como el ébano, cargado con
+la lanza y adarga de su señor. La persona del moro era la de un hombre
+de mediana estatura bien configurado pero cuyos miembros no habían aún
+adquirido toda la robustez de que eran capaces: su rostro moreno claro,
+sus ojos vivísimos, la delicadeza de sus facciones, y sobre todo el
+bozo apenas naciente que en él se reparaba, descubrían que su edad no
+podía pasar de dieciocho a veinte años. Como Castilla se hallaba en paz
+con los mahometanos españoles,<span class="pagenum" id="Page_105">p.
+105</span> la venida de uno de estos a León nada tenía de particular,
+pues aunque moros y cristianos eran enemigos por religión y política,
+acostumbraban sin embargo a visitarse recíprocamente por curiosidad
+u otras causas cuando las circunstancias se lo permitían. En el
+reinado del padre de doña Urraca especialmente se hicieron más comunes
+las relaciones entre ambos países, tanto porque don Alfonso debió
+protección y amparo a los musulmanes, en la persecución que sufrió de
+parte de su hermano don Sancho, como porque posteriormente casó con
+Zaida, princesa mora sevillana. Por esto, pues, aunque la presencia
+del moro que hemos tratado de describir excitó como es natural la
+curiosidad de los leoneses, no les pareció de ningún modo alarmante su
+repentina aparición.</p>
+
+<p>La reina misma se volvió hacia el lado de donde venía el rumor, y
+se paró a admirar<span class="pagenum" id="Page_106">p. 106</span> la
+elegancia de la figura y riqueza del vestido del infiel, que habiendo
+preguntado quién era la reina y habiéndolo sabido por uno de los
+circunstantes, saltó con la mayor ligereza de su caballo a tierra, y
+con sereno y modesto continente se encaminó derecho a ella. Llegado a
+sus inmediaciones, hizo tres reverencias seguidas cruzando los brazos
+sobre el pecho e inclinando el cuerpo hasta tocar casi en el suelo
+con la cabeza, y en seguida, postrándose a los pies de doña Urraca,
+esperó humildemente a que esta le dirigiese la palabra, en lo que se
+tardó algún tanto, pues tan inesperada acción sorprendió a la reina de
+Castilla. En fin, después que se hubo recobrado, le dijo, haciéndose un
+tanto atrás:</p>
+
+<p>—Álzate, moro, y di qué quieres.</p>
+
+<p>—Reina de Castilla, sultana de la belleza, flor de los nazarenos
+—contestó el infiel levantándose—: el libro de la verdad dice que la
+luz del sol brilla para todos.</p>
+
+<p>—Verdad es; pero<span class="pagenum" id="Page_107">p. 107</span>
+sed breve o dejad vuestra súplica para momento más oportuno.</p>
+
+<p>—Alí, hijo de Hamet, solo viene a pedir a tu justicia un campo en
+qué lidiar.</p>
+
+<p>—Moro, si de alguno de mis vasallos tienes queja, yo te haré
+justicia.</p>
+
+<p>—La afrenta que el noble recibe, solo con la sangre del que se la
+hizo puede lavarse: y está escrito que Hamet derramará la del traidor
+que le ultrajó, con la ayuda de Alá y del santo Profeta.</p>
+
+<p>—Bien: nómbrame al menos tu ofensor.</p>
+
+<p>—Que la maldición del Profeta caiga sobre su detestable cabeza.
+Sultana de Castilla, en tu presencia y a la faz de tu pueblo acuso de
+traidor y desleal, indigno del nombre de caballero, al malvado que los
+hijos del Nazareno llamáis conde de Lara.</p>
+
+<p>—¿Qué dices, infiel? —exclamó la reina, mas no pudo continuar, pues
+las últimas palabras de Alí, pronunciadas en voz elevada, hiriendo
+los oídos del pueblo, produjeron en la multitud un efecto<span
+class="pagenum" id="Page_108">p. 108</span> extraordinario. Lo mismo
+que la cristalina superficie del océano, si de repente sopla un recio
+huracán, se rompe y divide en enormes montañas de agua que chocándose
+entre sí causan un pavoroso estruendo, del mismo modo las injurias
+del moro contra el conde de Lara produjeron en el pueblo leonés,
+o al menos en gran parte de él, la mayor agitación. Desde luego
+las personas prudentes y tímidas se retiraron de la concurrencia;
+pero la muchedumbre, siempre curiosa, siempre amiga de novedades
+y pronta a irritarse cuando cree ser la más fuerte, prorrumpió en
+descompasadas voces contra el infiel, que osaba, decían, venir a
+insultar a los cristianos en sus propios hogares. Alí volvió el
+rostro sosegadamente al pueblo; contempló su agitación con la misma
+serenidad que si no se tratara de su persona, y pareció dispuesto
+a esperar la resolución de doña Urraca, que llena de espanto<span
+class="pagenum" id="Page_109">p. 109</span> no acertaba a proferir una
+palabra. Los caballeros que rodeaban a la reina, y en particular el
+conde de Candespina, se disponían a hablar a la plebe para tratar de
+calmarla; mas hubieron de renunciar a su proyecto viendo que los amigos
+y parciales del conde de Lara, movidos de un espíritu frenético de
+venganza, empezaron a gritar:</p>
+
+<p>—Muera el perro infiel que se atreve a insultar a los ricos hombres
+de Castilla.</p>
+
+<p>Y al punto brillaron desnudas más de veinte espadas contra el
+inalterable Alí, que sin perder nada de su serenidad, desnudó la
+cimitarra, tomó en un instante el escudo de manos del negro, y se puso
+en ademán de hacer frente a sus contrarios.</p>
+
+<p>—¡Asesinos, cobardes! —gritó Hernando de Olea desnudando su acero
+y poniéndose al lado del moro—; conmigo las habrá el que se atreva a
+tocarle.</p>
+
+<p>El conde de Candespina también tiró su espada en defensa del
+agareno, y como<span class="pagenum" id="Page_110">p. 110</span> es de
+presumir todos los de su bando hicieron otro tanto. Quien únicamente
+conservó su sangre fría fue don Diego López, que formando un escuadrón
+cerrado con la guardia de la reina sacó a esta señora y a sus damas del
+tumulto, y las condujo a palacio. Entre tanto se aumentaba el número
+de los contrarios y defensores de Alí: ambos partidos se llenaban de
+injurias, y hubieran llegado a las manos sin la circunstancia de estar
+el de Lara sin jefe y ser el conde de Candespina quien capitaneaba
+el contrario. Alí no encontraba expresiones con que agradecer a los
+parciales del conde el interés que tomaban por él; y les suplicaba que
+le abandonaran a su suerte, antes que derramar por él la sangre de sus
+hermanos. Pero Hernando juraba que haría pedazos al primero que osase
+acercarse, y los demás caballeros deseaban aprovechar aquella ocasión
+de saciar sus antiguos rencores. A pesar de la<span class="pagenum"
+id="Page_111">p. 111</span> prudencia y esfuerzos de don Gómez, tal vez
+hubiera sido imposible evitar un combate sangriento si la casualidad de
+haber pasado esta escena en las inmediaciones de la catedral no hubiera
+hecho que los canónigos, testigos de aquel desorden, se apresuraran a
+revestirse y salir de la iglesia, llevando en procesión una imagen de
+nuestro Redentor, muy venerada en la ciudad. Esto y las persuasiones de
+los canónigos disiparon por entonces al pueblo y partidarios de Lara;
+y Alí pudo, escoltado por sus defensores, ir a la posada del conde de
+Candespina, adonde le llevaron para mayor seguridad. Hernando encontró
+allí a su bella esposa entregada a la más cruel inquietud; pero con el
+gozo de verle sano y salvo no se acordó siquiera de reprenderle por lo
+que ella llamaba su temeridad. Advertimos a nuestros lectores que el
+conde había suplicado a Hernando que ocupase con su esposa una<span
+class="pagenum" id="Page_112">p. 112</span> habitación de su propia
+casa; y dejaremos para el capítulo siguiente referirles lo que en ella
+pasó con el valeroso Alí, hijo de Hamet.</p>
+
+<figure class="figcenter mt3">
+ <img src="images/t129.jpg"
+ style="width: 5em; height: auto;"
+ alt="Viñeta ornamental">
+</figure>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch9">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_113">p. 113</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">CAPÍTULO IX</h2>
+</div>
+
+<p class="ti0"><span class="cap">E</span><span class="rest">l
+suceso</span> de Alí había puesto en fermentación todos los espíritus
+en la corte de Castilla. Los dos partidos de Candespina y Lara, que
+hasta aquel punto habían conservado al menos las apariencias de
+la urbanidad por respeto a la reina, rota una vez la barrera no
+querían volver a entrar en sus respectivos límites; y cierto género
+de hombres turbulentos por naturaleza e interés, que no faltaban en
+ambas facciones como nunca han faltado en semejantes casos, hablaban
+de someter al juicio de Dios, esto es, a la suerte de las armas, la
+decisión de sus contiendas. En un instante desaparecieron todos los
+preparativos hechos para festejar el casamiento de doña Leonor<span
+class="pagenum" id="Page_114">p. 114</span> y Hernando. Cada caballero
+corría a su casa a armarse y a armar a sus criados; los ciudadanos se
+retiraban también a sus hogares, mas era a encerrarse en ellos para
+ponerse a cubierto de los horrores que preveían; y por último, en
+el mismo alcázar se tomaban las más vigorosas medidas para prevenir
+todo accidente. Don Diego López, que mandaba la guardia de la reina,
+aseguró a esta señora que nada tenía que temer por su persona aun
+cuando el furor general llegase a tal punto que hubiera quien pensase
+en atacarla; y como doña Urraca conocía la lealtad y valor del señor
+de Nájara, se tranquilizó lo bastante para pensar en interponer
+por fin su autoridad en aquel negocio, enviando dos mensajeros en
+busca de los condes de Candespina y Lara. Pero lo que nosotros hemos
+referido en poquísimas líneas fue obra en León de más de una hora.
+Durante este tiempo el joven Alí se conciliaba<span class="pagenum"
+id="Page_115">p. 115</span> cada vez más el afecto de sus protectores.
+La condición del moro correspondía en efecto a cuanto de su bien
+dispuesta persona podía esperarse; afable con extremo, cortés sin ser
+lisonjero, y con un talento claro y bien cultivado: Alí arrastraba
+tras de sí los ánimos de cuantos le escuchaban. Ya se supondrá que si
+la discreción del conde de Candespina fue bastante para que no hiciera
+pregunta ninguna a su huésped sobre el motivo de su odio al conde de
+Lara, ni Hernando ni su esposa pudieron contenerse; y a la verdad su
+curiosidad no carecía de disculpa.</p>
+
+<p>—Confieso —le decía Hernando— que he admirado vuestra serenidad,
+viéndoos rodeado de una multitud de furiosos que clamaban por vuestra
+muerte.</p>
+
+<p>—La vida de los hombres depende de la voluntad de Dios —contestó el
+moro—, y no hay poder bastante en la tierra para atrasar ni adelantar
+un momento el instante de su muerte.</p>
+
+<p>—Buena<span class="pagenum" id="Page_116">p. 116</span> será esa
+máxima —replicó Leonor—, pero yo sé decir de mí que estaba muerta de
+miedo.</p>
+
+<p>—¿Y cuándo la cándida paloma ha alzado tanto el vuelo como el
+águila? —contesto el moro.</p>
+
+<p>—¿Y no pensabais —volvió a decir Leonor—, no pensabais en la pena
+que vuestra muerte hubiera causado a vuestra dama, si la tenéis...?</p>
+
+<p>—Hermosa cristiana, las dulzuras del amor no me han sido concedidas;
+pero tengo en cambio una hermana a quien mi muerte hubiera dejado sin
+amparo.</p>
+
+<p>—¿Una hermana? ¿En Granada?</p>
+
+<p>—Mi patria es Sevilla; pero mi hermana está en León.</p>
+
+<p>—¡Válgame el cielo! En León tenéis hermana. Hernando, si vos
+quisierais...</p>
+
+<p>—Mi esposa —dijo Olea— desea tener a vuestra hermana en su compañía.
+Concededla esta gracia.</p>
+
+<p>—Cristianos, me colmáis de favores.</p>
+
+<p>—Dejad eso y marchad a buscarla.</p>
+
+<p>—¿Qué decís? —interrumpió el conde—; este caballero no puede salir
+de<span class="pagenum" id="Page_117">p. 117</span> aquí sin peligro
+de su vida; que diga donde está su hermana, y se irá por ella.</p>
+
+<p>Alí señaló la posada en que había dejado a su hermana guardada por
+algunos esclavos; y varios criados del conde guiados por el negro
+escudero fueron en su busca. Entre tanto no perdonaba medio ninguno
+la astuta doña Leonor para saber del moro el origen de su odio al
+conde de Lara: pero este, eludiendo unas preguntas y haciéndose el
+sordo a otras, dejó burlados todos sus ardides, sin que la respuesta
+más directa que dio pasase de decir que el hombre de honor no debía
+publicar sus afrentas hasta que estuviesen vengadas. Desembarazado
+por fin de aquella especie de examen fiscal, se ocupó con el conde
+de Candespina del asunto que parecía absorber toda su existencia. El
+conde le ofreció toda su protección, y cuando vino el mensajero de
+parte de la reina a buscarle, tomó a su cargo la comisión de<span
+class="pagenum" id="Page_118">p. 118</span> suplicarle que le
+concediese una audiencia. Bien hubiera querido Hernando acompañar a su
+amigo al alcázar; mas como la orden de la reina nombraba únicamente al
+conde de Candespina, quiso este ir absolutamente solo. Ya estaba Lara
+al lado de doña Urraca cuando don Gómez se presentó, y desde luego la
+reina se quejó agriamente a ambos condes de la escandalosa escena de
+aquella mañana. Fácil le fue disculparse al de Lara con solo hacer
+presente que no habiéndose hallado en ella, ninguna responsabilidad
+podía exigírsele: mas no así el de Candespina que había tomado en ella
+una parte sumamente activa. Pero el noble castellano era incapaz de
+arrepentirse de su generosa acción.</p>
+
+<p>—Sí, señora —dijo a la reina—, he sacado el acero, me he puesto
+al lado de un hombre a quien una multitud furiosa trataba de
+sacrificar, si este es un delito, yo me confieso reo; pero no puedo
+arrepentirme...</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_119">p. 119</span></p>
+
+<p>—Y por un infiel —dijo la reina—, por un infiel ibais a derramar la
+sangre de vuestros hermanos.</p>
+
+<p>—Un infiel, señora, es un hombre; y asesinos no pueden nunca ser mis
+hermanos.</p>
+
+<p>—Conde don Gómez —exclamó Lara—, ¿asesinos llamáis a los caballeros
+de la casa de Lara?</p>
+
+<p>—Aunque sola Su Alteza tiene derecho a examinar mi conducta y
+palabras —contestó don Gómez—, quiero que me digáis, conde de Lara, qué
+nombre daremos a los que siendo ciento atacan a uno.</p>
+
+<p>—Baste, caballeros —interrumpió la reina—, consiento en olvidar lo
+pasado; pero es preciso que la paz se restablezca inmediatamente.</p>
+
+<p>—Por mi parte —dijo Lara—, no tengo más voluntad que la de Vuestra
+Alteza.</p>
+
+<p>—Y yo —añadió don Gómez—, yo respondo a Vuestra Alteza de mis
+parientes y amigos.</p>
+
+<p>—Está bien, señores; retiraos pues, y cumplid vuestras promesas.</p>
+
+<p>Lara se disponía a obedecer a la reina, pero Candespina<span
+class="pagenum" id="Page_120">p. 120</span> le detuvo para que oyese
+la súplica que en nombre de Alí iba a hacer a Su Alteza para que le
+admitiese a su presencia. Este nuevo incidente desconcertó a don
+Pedro, que se creía desembarazado para siempre de la presencia del
+moro; pero no se atrevió a proferir una sola palabra que diese a
+entender su descontento. La reina, por su parte, manifestó visiblemente
+su desagrado de que el conde de Candespina tomase cartas en aquel
+asunto; mas él con su acostumbrada inflexibilidad insistió tanto, y
+con tales razones demostró que era de rigurosa justicia conceder a
+Alí la audiencia que pedía, que al cabo la obtuvo para aquella misma
+noche. Llegó esta en efecto, y doña Urraca, sentada en un magnífico
+trono situado en una de las extremidades del más suntuoso salón del
+alcázar, rodeada de sus damas y de la mayor parte de la nobleza de
+Castilla, esperó, con un semblante en el cual a su pesar se leía no
+poco descontento,<span class="pagenum" id="Page_121">p. 121</span> el
+instante de recibir al moro, origen inocente de las turbulencias de
+aquel día, quien no tardó mucho en presentarse acompañado del conde
+de Candespina, Hernando de Olea y todos sus parciales. Alí venía
+completamente armado, pero sin lanza ni escudo, y Hernando también iba
+dispuesto a entrar en lid; los demás caballeros llevaban vestidos de
+corte. Desde luego las armas de Hernando llamaron la atención general,
+pero pronto se dedicó toda al moro, que después de sus acostumbrados
+saludos y de haber recibido de la reina la orden de exponer brevemente
+su súplica, lo hizo en esta forma:</p>
+
+<p>—Reina de Castilla, mi súplica ya la sabes: soy noble, estoy
+agraviado; solo vengo a pedir un palenque en el que, con la ayuda de
+Alá, espero recobrar mi honra.</p>
+
+<p>—¿Quién te ha ofendido?</p>
+
+<p>—El conde de Lara.</p>
+
+<p>—¿Cómo puedo yo haberte ofendido, infiel —exclamó Lara—, si<span
+class="pagenum" id="Page_122">p. 122</span> en mi vida te he visto?</p>
+
+<p>—Silencio —dijo la reina—, nadie sea osado a hablar sin mi permiso.
+Y tú, contesta: ¿es cierto que nunca has visto al conde de Lara hasta
+hoy?</p>
+
+<p>—Nunca.</p>
+
+<p>—¿Cómo pues te ha ofendido?</p>
+
+<p>—¿Cómo? Él lo sabe: mi nombre le descubrirá el arcano. Conde de
+Lara, yo soy Alí, hijo de Hamet.</p>
+
+<p>Todos los ojos se fijaron en Lara, a quien este apóstrofe hizo mudar
+de color; pero sea que no se atreviese a faltar a las órdenes de la
+reina, contestando sin que esta se lo mandase, o bien que no quisiera
+o tuviese qué responder, lo cierto es que guardó el más profundo
+silencio. Doña Urraca, después de haber considerado atentamente a los
+dos adversarios, se volvió a Alí y le dijo:</p>
+
+<p>—Singular es que seas su enemigo sin conocerle; pero al menos nos
+dirás cuál es la ofensa que te ha hecho.</p>
+
+<p>—Cuando Lara no exista la sabrás, reina.</p>
+
+<p>—Moro, recuerda que hablas con la<span class="pagenum"
+id="Page_123">p. 123</span> reina de Castilla, y obedece sus
+mandatos.</p>
+
+<p>—Alá me preserve de faltarte al respeto; pero en tanto que mi
+ofensor viva, mis labios no pronunciarán nunca el agravio que me ha
+hecho.</p>
+
+<p>—Para que yo consienta el combate debo saber la causa.</p>
+
+<p>—Yo reto por traidor y desleal al conde de Lara en vuestra
+presencia, damas y caballeros. ¿No basta esto en Castilla para que un
+noble salga a la palestra?</p>
+
+<p>—Y sobra —contestó Candespina—: Vuestra Alteza no puede ya oponerse
+al combate sin menoscabo de la honra del conde de Lara mismo.</p>
+
+<p>—Callad —exclamó colérica la reina—; callad, y sea esta la última
+vez que se falte a mis órdenes. En fin, moro, resuelves no comunicarnos
+de qué acusas al conde de Lara.</p>
+
+<p>—Él lo sabe, repito, y si no es un cobarde, recogerá esa prenda
+—y al mismo tiempo le arrojó un guante, que cayo a los pies de su
+enemigo.</p>
+
+<p>Este permaneció inmóvil; pero<span class="pagenum" id="Page_124">p.
+124</span> la reina se dirigió a él, diciéndole:</p>
+
+<p>—Veamos si vos, conde de Lara, nos aclaráis este misterio.</p>
+
+<p>—Yo, señora, nada sé; no conozco a ese infiel, y su nombre hiere hoy
+mi oído por primera vez.</p>
+
+<p>—Caballeros, ya oís la respuesta del conde.</p>
+
+<p>—Y yo sostengo —exclamó Alí— que ha mentido.</p>
+
+<p>—Miserable —contestó furioso Lara cogiendo el guante—, tu vida me
+dará satisfacción.</p>
+
+<p>El conde de Lara no había manifestado hasta entonces la menor
+inclinación a combatir con el moro; pero ya fuese que no pudo resistir
+a las injurias que Alí le hacía, ya que conociera que su pusilanimidad
+iba a perderle para siempre aun en la opinión de sus mismos
+partidarios, lo cierto es que al coger el guante parecía animado por el
+noble resentimiento de un hombre de honor cruelmente ofendido. Tanto
+los caballeros como las damas presentes manifestaron con una especie
+de aplauso la satisfacción<span class="pagenum" id="Page_125">p.
+125</span> que les causaba el proceder del conde, y volvieron la vista
+hacia Alí para ver si conservaba o no la entereza que hasta aquel punto
+había manifestado; pero lejos de verse la más mínima señal de turbación
+en el rostro del joven musulmán, brillaba en sus ojos todo el fuego de
+la venganza, pronta a satisfacerse. Doña Urraca misma permaneció algún
+tiempo silenciosa y pensativa, contemplando ora a Alí, ora a Lara, que
+ambos enfrente de ella esperaban con visible impaciencia su resolución;
+hasta que por fin anunció que pues el conde de Lara había recogido la
+prenda del combate, por no desairarle consentía en que se verificase,
+y señalaba para que tuviese lugar el octavo día, a contar desde aquel.
+Alí dio las más expresivas gracias por la merced que se le hacía, y
+se retiró después de haber dicho que el caballero Hernando de Olea le
+honraba siendo su padrino en aquel combate. El<span class="pagenum"
+id="Page_126">p. 126</span> conde de Lara nombró para que lo fuese suyo
+a Gutierre de Cetina, su deudo, que ejercía las funciones de mayordomo
+de la reina; y en seguida se dispersó la reunión.</p>
+
+<figure class="figcenter mt3">
+ <img src="images/t035.jpg"
+ style="width: 5em; height: auto;"
+ alt="Viñeta ornamental">
+</figure>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch10">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_127">p. 127</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">CAPÍTULO X</h2>
+</div>
+
+<p class="ti0"><span class="cap">M</span><span
+class="rest">ientras</span> que en el alcázar de Burgos pasaban los
+sucesos que han dado materia al capítulo anterior, la esposa de
+Hernando de Olea desempeñaba los deberes de la hospitalidad con la
+interesante hermana de Alí, con una dulzura de que solo las mujeres
+son capaces. Zulema, que así se llamaba la joven mora, tendría
+como unos diecisiete años de edad, reuniendo además en su persona
+todos los dones que puede la naturaleza dispensar a una mujer para
+cautivar los corazones de cuantos la miren; pero no brillaba su
+rostro con los vivos colores tan propios de sus pocos años, ni la
+alegría de la juventud animaba dos ojos negros como el ébano; antes,
+por el contrario, su palidez y lánguido mirar descubrían que su
+corazón sufría el peso de alguna grave desgracia. Todo esto<span
+class="pagenum" id="Page_128">p. 128</span> lo vio desde el primer
+instante doña Leonor, y como estaba dotada de sobrado ingenio, se
+prometió que la sencilla sevillana descubriría sin duda el secreto
+que su hermano guardaba tan cuidadosamente. En efecto, pasados los
+primeros cumplimientos, nuestras dos damas, jóvenes ambas, y ambas con
+un semblante tan afable que las provocaba a una recíproca confianza,
+parecían sin embargo suspensas, no atreviéndose ni una ni otra a entrar
+en materia, hasta que doña Leonor, como de más edad y experiencia,
+tomando una mano de Zulema y estrechándola con la suya, rompió el
+silencio diciéndola:</p>
+
+<p>—Mal parece en una niña como vos tanta tristeza: consolaos, y
+creed que, ya que no esté en nuestra mano devolveros lo que tal vez
+habéis dejado en Sevilla, haremos cuanto esté de nuestra parte para
+solazaros.</p>
+
+<p>—¡Ah, señora! —respondió casi llorando Zulema—, ¡cuán
+bondadosa<span class="pagenum" id="Page_129">p. 129</span> eres! Pero
+no repares, te suplico, en mi melancolía que no puedo desterrar...</p>
+
+<p>—¿Cómo, a vuestros años, puede haber penas tan profundas?</p>
+
+<p>—¡Ay!, la herida está en el corazón, bellísima cristiana, en un
+corazón que jamás había padecido y por eso es más dolorosa; por lo
+mismo será eterna.</p>
+
+<p>—¡Pobrecilla criatura! ¡Cuánto diera yo por poder aliviar tus
+penas!</p>
+
+<p>—¿Aliviarlas? Imposible..., imposible. Más fácil sería que el
+Guadalquivir dejase de derramar sus aguas en el mar.</p>
+
+<p>—¡Infeliz!, ¿y ninguna esperanza os queda?</p>
+
+<p>—Ninguna, como tú dices: ninguna.</p>
+
+<p>—Acaso la muerte...</p>
+
+<p>—¡Ojalá! Al menos esperaría ser feliz cuando Azrael cortase el hilo
+de mi vida. Mas dejemos, amable señora, de ocuparnos en mis penas,
+no venga yo a turbar tu felicidad con mis lamentos tan inútiles como
+importunos.</p>
+
+<p>—No lo son por cierto para mí. Consolar al triste es un precepto de
+la verdadera religión...</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_130">p. 130</span></p>
+
+<p>—¡Ah! —exclamó Zulema arrebatada—, ¿por qué ha de haber monstruos
+que se complazcan en atormentar a sus semejantes, siendo cristianos?</p>
+
+<p>—Luego a un cristiano debéis vuestras penas.</p>
+
+<p>—A un cristiano, sí; a un cristiano en el nombre; a un pérfido, a un
+malvado. Tú le conocerás tal vez: es hermoso, es amable, es seductor;
+pero sus entrañas son más duras que las del tigre.</p>
+
+<p>—Sosegaos, amor mío; por Dios, sosegaos, y decidme su nombre: tal
+vez podremos hacer...</p>
+
+<p>—Nada, nada. Un corazón traspasado no puede curarse. ¿Pero qué podré
+yo negar a quien tanto amor me muestra por la primera vez? Sabrás el
+nombre del malvado que me ha hecho desgraciada: sabrás la dolorosa
+historia de la infeliz Zulema.</p>
+
+<p>Si al principiar la conversación referida, la curiosidad sola
+movía a la bella Leonor a inquirir el secreto de sus huéspedes; ya
+viendo el dolor de la triste Zulema, únicamente<span class="pagenum"
+id="Page_131">p. 131</span> la compasión la dominaba; y a la verdad
+hubiera sido necesario tener un corazón de piedra para resistir a sus
+lágrimas.</p>
+
+<p>La narración de su triste historia que vamos a insertar perderá sin
+duda gran parte del interés que inspiraban ya el dulce sonido de la voz
+de Zulema, ya el fuego o rubor con que refería algunos pasajes de ella;
+pero la crónica no conserva más que la especie de extracto que sigue, y
+tal como lo hemos encontrado así lo trasladamos.</p>
+
+<p>Durante el reinado del padre de doña Urraca, la comunicación entre
+moros y cristianos, como se ha dicho anteriormente, fue más común que
+en ningún otro; y esto dio lugar a que visitando Hamet, moro sevillano,
+tan opulento como sabio, la corte de Castilla, trabase amistad con don
+Gonzalo, conde de Lara, cuyo hijo era don Pedro, de quien tanto hemos
+hablado en nuestra narración.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_132">p. 132</span></p>
+
+<p>Entre los diversos y profundos conocimientos que Hamet poseía, no
+era de los menos importantes el de la medicina; ciencia que en aquellos
+tiempos puede decirse que era patrimonio exclusivo de los árabes y
+judíos, que la ejercían aun entre los mismos cristianos; ofreciéndonos
+la historia ejemplo de algún monarca que pasó a reino infiel con objeto
+de curarse de dolencias a que no hallaba remedio en su propio país. La
+amistad, pues, del viejo conde de Lara con Hamet, la ciencia de este,
+y la pertinacia de cierta enfermedad que su hijo padeció siendo ya
+adulto le movieron a que le enviase a Sevilla a ver si su amigo podía
+restituirle la salud.</p>
+
+<p>Don Pedro de Lara se presentó en casa de Hamet, como un año antes
+de los acontecimientos principales de nuestra historia, rico con los
+dones de la naturaleza, y con cierto aire de interesante languidez que
+inspiraba una compasión fácil de convertirse<span class="pagenum"
+id="Page_133">p. 133</span> en amor en el alma de una joven, aunque
+hubiera sido más experimentada que la inocente Zulema. El moro recibió
+al noble castellano con la cortesía y magnificencia con que todos los
+orientales ejercen la hospitalidad, y la dulzura y flexible carácter
+de su huésped le cautivaron de tal modo que no tardó en tratarle como
+a un hijo. A poco de estar Lara en Sevilla murió su padre; y este
+acontecimiento, obligándole a no presentarse en público, aun las
+pocas veces que sus males físicos lo permitían antes de él, hizo que
+se constituyese a vivir enteramente en familia con Hamet y Zulema;
+pues Alí, hermano de esta, se hallaba a la sazón en África con unos
+parientes. Zulema era quien preparaba las salutíferas yerbas que su
+docto padre recetaba a Lara; Zulema se las administraba por su mano,
+y Zulema era quien continuamente procuraba distraerle de sus penas.
+Al paso que la ciencia del padre le restituía<span class="pagenum"
+id="Page_134">p. 134</span> la salud, la belleza naciente, el candor,
+y la amabilidad de la hija inflamaban la sangre del noble castellano,
+y la fiebre del amor se apoderaba de todos sus sentidos. Zulema debía
+a la naturaleza el funesto don de la sensibilidad más exquisita;
+palpitaba violentamente su corazón oyendo referir cualquier desgracia,
+y sus ojos se llenaban de lágrimas con la mayor facilidad. ¿Qué extraño
+será pues que un joven bizarro, atacado a un tiempo por una enfermedad,
+y la pérdida del autor de sus días, inspirara a la tierna Zulema una
+pasión que ya era invencible cuando ella apenas presumía sentirla?
+Nada más natural; pero nada tampoco más funesto para ella. Como quiera
+que sea, se pasaron muchos meses sin que ambos jóvenes se hablasen de
+amor. Zulema se informaba de las costumbres de los cristianos y de
+su religión: Lara respondía minuciosamente a todas sus preguntas, y
+pintaba con tales colores la<span class="pagenum" id="Page_135">p.
+135</span> dulzura, la luz de la verdadera fe, que la joven mora empezó
+a dudar de sus falsos ritos, y a desear instruirse más a fondo en los
+sagrados misterios de nuestra redención. Aunque don Pedro fue siempre
+naturalmente vicioso, sin embargo, en la época de que hablamos, no
+habiéndose aún desenvuelto en él el germen de la ambición, conservaba
+gran parte de las sanas máximas que en su esmerada educación se había
+procurado inculcarle, y la idea de convertir a Zulema a la religión
+santa de la fe le arrebató. Pero las conferencias sobre este punto
+no podían tenerse ni delante de Hamet, ni en paraje en que entrando
+cualquiera de los comensales de la casa, pudiera sorprenderles en
+una conversación que, una vez descubierta, podía costarle a Lara la
+cabeza; y por lo mismo escogieron los dos jóvenes el jardín de la casa,
+delicioso como todos los de la ribera del Betis. Allí, a la sombra
+de los laureles<span class="pagenum" id="Page_136">p. 136</span> y
+naranjos, y respirando un aire embalsamado con el delicioso aroma de la
+purpúrea rosa y el nevado jazmín, oía Zulema atentamente las lecciones
+de Lara: se enternecía escuchando la barbarie de los judíos con el
+Redentor del mundo, y grababa en su corazón las máximas de dulzura, de
+tolerancia y de caridad, que son la base de nuestra creencia. Lara,
+favorecido por la belleza y santidad del asunto, parecía más elocuente,
+más seductor que nunca; y al paso que los ojos de la mora se abrían
+a la luz de la revelación, su misionero se apoderaba enteramente de
+su alma. Mientras que el castellano, dudando de convertir a Zulema,
+se ocupó exclusivamente en asuntos religiosos, su celo fue loable;
+sus intenciones puras, su fin santo; pero desde que ya enteramente
+convencida la hija de Hamet no le fue necesario tanto estudio, la
+pérdida de la joven pudo tenerse por inevitable.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_137">p. 137</span></p>
+
+<p>—Zulema —le decía una noche sentados ambos al pie de un copudo y
+antiguo laurel—: Zulema, si alcanzas la salud eterna con el bautismo,
+¿qué cristiano podrá creerse más feliz en la tierra que el que sea tu
+esposo?</p>
+
+<p>—¿Y quién, Lara, querría unir su suerte con la mía? —contestó llena
+de rubor la mora.</p>
+
+<p>—¿Quién, Zulema? Todos. La rosa de abril no te iguala en belleza,
+la azucena no es más cándida que tú y ningún sabio te aventaja en
+discreción. ¿Qué te falta pues para ser amada?</p>
+
+<p>—Amigo mío, tú me adulas.</p>
+
+<p>—No, Zulema, no te adulo; pero dime: ¿tu corazón no ha palpitado aún
+por ningún hombre?</p>
+
+<p>—¡Ah!</p>
+
+<p>—¿Suspiras, Zulema? Tú amas; ¿a quién?</p>
+
+<p>—Lara, amigo mío, yo amar...</p>
+
+<p>—Sí, tú amas; y tu misma turbación me lo demuestra. Tú amas,
+Zulema; un mortal venturoso ha sabido cautivar tu corazón, y yo...
+¡infeliz...!</p>
+
+<p>—¿Tú infeliz, Lara? ¿Por qué?...</p>
+
+<p>—Cruel, ¿qué<span class="pagenum" id="Page_138">p. 138</span>
+preguntas? Tú eres la causa de mi tormento.</p>
+
+<p>—¿Cómo es posible que yo te atormente, Lara; yo que por no verte
+padecer un instante daría toda mi existencia?</p>
+
+<p>—Pero tú amas a otro, y yo te adoro —dijo enajenado y atrayéndola a
+sus brazos.</p>
+
+<p>—¿Me adoras? —contestó Zulema casi sin sentido—. ¿Me adoras? Y bien,
+yo te idolatro.</p>
+
+<p>Zulema era esposa de Lara un instante después. El castellano la
+prodigaba las más tiernas caricias, haciéndola mil juramentos, tal vez
+sinceros entonces, de constancia y fidelidad; pero la víctima infeliz
+perdió desde aquel día el reposo, y no volvió a recobrarlo jamás. Había
+faltado a su deber, y el remordimiento la atormentaba, persiguiéndola
+al mismo tiempo los más fatales presentimientos que demasiado pronto se
+verificaron.</p>
+
+<p>Lara, recobrado enteramente de su dolencia y satisfecho ya su amor
+propio con<span class="pagenum" id="Page_139">p. 139</span> haber
+triunfado de la virtud de Zulema, aprovechó la ocasión que le ofrecían
+los disturbios de su patria para regresar a ella, dejando a su esposa
+inconsolable a pesar de las protestas que le hizo de volver antes de
+mucho a pedírsela por mujer a su padre, protestando para no hacerlo
+entonces lo revuelto de los negocios de Castilla.</p>
+
+<p>La infeliz Zulema quedó en Sevilla tan desconsolada como Ariadna en
+el desierto: los días volaban, los meses también, y Lara no parecía ni
+daba noticia de su persona. Su continuo padecer atacó su salud, y por
+otra parte sus relaciones con Lara habían sido demasiado íntimas para
+que dejaran de manifestarse. El anciano Hamet vio el estado de su hija:
+adivinó parte de lo sucedido, supo el resto de su boca; y el dolor de
+la pérdida de su amada hija, y de la honra de su familia, le condujeron
+en pocos días al sepulcro. Alí, a quien los lectores ya conocen,
+regresó al seno<span class="pagenum" id="Page_140">p. 140</span> de
+su familia precisamente a tiempo de saber la desgracia de su hermana,
+y de ver exhalar a su padre el último suspiro. Hamet, que conocía la
+violencia del carácter de su hijo, y su extremado pundonor, le hizo
+jurar que no maltrataría a la desgraciada joven, cuya falta era bien
+excusable en sus pocos años. Juró Alí, y cumplió su juramento; pero
+había prometido respetar a su hermana, mas no dejar impune a su malvado
+seductor; y así, apenas cumplió con los deberes de la piedad filial,
+tributando a los restos de su padre los últimos honores, partió con
+Zulema para la corte de Castilla con objeto de hacer en ella lo que ya
+hemos visto.</p>
+
+<figure class="figcenter mt3">
+ <img src="images/t143.jpg"
+ style="width: 5em; height: auto;"
+ alt="Viñeta ornamental">
+</figure>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch11">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_141">p. 141</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">CAPÍTULO XI</h2>
+</div>
+
+<p class="ti0"><span class="cap">L</span><span class="rest">a
+noche</span> que Lara contaba haber empleado útilmente en la especie de
+audiencia que doña Urraca le había prometido, se pasó la mayor parte en
+el salón del alcázar con harto sentimiento suyo, no solo porque se le
+escapaba la ocasión más favorable de adelantar sus asuntos, hallándose
+la reina enojada contra el conde de Candespina por lo sucedido con Alí;
+sino porque veía en la venida de este moro un grande obstáculo a todos
+sus proyectos.</p>
+
+<p>Su nombre, según Alí dijo, reveló a su enemigo el misterio de su
+reto; pero Lara, viendo que el moro tenía la extravagancia, decía él,
+de callar el motivo, se guardó muy bien de revelarlo, pues temía con
+razón que una vez enterada de él la reina, caería para siempre de su
+gracia; y por<span class="pagenum" id="Page_142">p. 142</span> otra
+parte la perspectiva del próximo combate con el joven sarraceno no
+le era nada lisonjera. Acosado, pues, de diversos y desagradables
+pensamientos, iba ya a entrar en su casa cuando un criado de palacio le
+paró llamándole por su nombre, y le intimó que de orden de Su Alteza
+fuese con él inmediatamente. Obedeció el conde sin replicar, y a poco
+se halló en el alcázar, en donde fue introducido hasta la cámara de
+doña Urraca. Adornada esta señora todavía como lo estuvo durante la
+audiencia, estaba sentada en un soberbio sillón, apoyando el brazo en
+una mesa sobre la cual ardía una lámpara de plata, y sus ojos fijos
+en la llama indicaban la profunda preocupación de su espíritu. Entró
+Lara, y viéndola como absorta, se paró junto a la puerta y esperó con
+aire sumiso a que su soberana le dirigiera la palabra, en lo que se
+tardó algún tiempo, durante el cual la reina y el conde parecían<span
+class="pagenum" id="Page_143">p. 143</span> dos estatuas. Por fin doña
+Urraca hizo un movimiento como el que vuelve en sí de un profundo
+letargo: examinó todo el aposento con la vista, y sus ojos encontraron
+al inmóvil conde de Lara que pacientemente esperaba aquel momento.</p>
+
+<p>—¡Ah!, ¿vos aquí, conde de Lara? No os había visto aún, ¿que
+queréis?</p>
+
+<p>—Vuestra Alteza me ha mandado venir.</p>
+
+<p>—¿Yo?</p>
+
+<p>—Al menos así se me ha dicho.</p>
+
+<p>—Sí, es verdad: creo haber dicho que me alegraría haceros alguna
+pregunta; mas no que vinierais precisamente ahora.</p>
+
+<p>—Si mi presencia es importuna, señora, voy a retirarme.</p>
+
+<p>—No, quedaos. Una vez que ya estáis aquí... No os vayáis.</p>
+
+<p>—Nada puede mandarme Vuestra Alteza que me sea más lisonjero que el
+permanecer en su presencia.</p>
+
+<p>—Bien, bien. El conde de Lara siempre el mismo y galante
+caballero.</p>
+
+<p>—¿Galante, señora, quién no lo será cuando su corazón está
+lleno...?</p>
+
+<p>—Su corazón..., su corazón...<span class="pagenum" id="Page_144">p.
+144</span> Los labios están llenos..., pero...</p>
+
+<p>—Crea Vuestra Alteza que...</p>
+
+<p>—Silencio: pruebas, y no palabras. Vengamos al asunto. Es preciso
+que yo sepa el origen de la escena de esta mañana y el desafío de esta
+noche.</p>
+
+<p>—Yo mismo lo ignoro.</p>
+
+<p>—¡Oh! Eso es imposible; absolutamente imposible.</p>
+
+<p>—¿Por qué, señora? Vuestra Alteza misma ha oído a ese sarraceno
+confesar que jamás me había visto.</p>
+
+<p>—Verdad es; pero su nombre..., ese nombre de Alí, hijo de Hamet,
+produciendo el efecto de un talismán, y que ahora mismo os ha hecho
+mudar de color; ese nombre, conde de Lara, encierra algún misterio que
+la reina de Castilla quiere y debe aclarar.</p>
+
+<p>—¿Qué no haría el conde de Lara por complacer a su reina, al objeto
+exclusivo de sus pensamientos? Pero no puede explicar a Vuestra Alteza
+las locuras o las maldades de un ser a quien no conoce.</p>
+
+<p>—¿Y su nombre? ¿Y vuestra turbación?</p>
+
+<p>—¡Mi turbación! Si así<span class="pagenum" id="Page_145">p.
+145</span> se llama a la justa ira que los insultos de ese miserable
+han producido en mí: verdad es que me he turbado.</p>
+
+<p>—Conde de Lara, explicadme entonces qué puede mover a un hombre a
+quien no habéis ofendido, ni conocéis, a venir a retaros en mi corte, y
+a medir sus armas con vos.</p>
+
+<p>—Confieso, señora, que semejante suceso me sorprende tanto a lo
+menos como a Vuestra Alteza; pero el favor con que la reina de Castilla
+me ha honrado en algún tiempo me ha suscitado muchos enemigos...</p>
+
+<p>—¿A un moro qué puede importarle que yo os favorezca?</p>
+
+<p>—Nada, señora; pero un moro puede ser instrumento de ajena
+venganza.</p>
+
+<p>—¿Qué decís, conde de Lara?</p>
+
+<p>—Señora, que ese agareno pudiera muy bien ser un servidor de los que
+han envidiado mi fortuna.</p>
+
+<p>—¿Y en quién sospecháis tal vileza?</p>
+
+<p>—En nadie: preguntádselo, señora, a los protectores de Alí; a los
+que por un moro<span class="pagenum" id="Page_146">p. 146</span>
+desconocido, al parecer, iban a entregar la corte de Vuestra Alteza a
+los horrores de la guerra civil.</p>
+
+<p>—Os entiendo; pero la enemistad os hace presumir cosas de que el
+conde de Candespina es incapaz.</p>
+
+<p>—Yo no he nombrado al conde; y repito a Vuestra Alteza que en nadie
+sospecho; pero no habiendo yo ofendido a ese hombre, algún motivo
+extraño debe haber para que venga a provocarme tan temerariamente.</p>
+
+<p>—Esa reflexión no tiene réplica; pero repasad bien vuestra
+conciencia: ¿no habrá acaso alguna belleza de por medio?</p>
+
+<p>—Sí, señora, la hay: la mayor de todas; una belleza incomparable.</p>
+
+<p>—¿Su nombre?</p>
+
+<p>—Doña Urraca.</p>
+
+<p>—¿Habéis perdido el juicio?</p>
+
+<p>—No, señora; pero estoy persuadido de que la belleza de Vuestra
+Alteza es el origen de todo este lance.</p>
+
+<p>—¿Cómo es posible?</p>
+
+<p>—La envidia se engaña fácilmente: los que han visto las bondades
+de Vuestra Alteza para conmigo las habrán interpretado<span
+class="pagenum" id="Page_147">p. 147</span> de la manera más favorable
+para mí..., y..., y lo demás fácil es de inferir.</p>
+
+<p>—Hay en efecto algo de incomprensible en todo este negocio...
+Hernando, padrino del moro... El conde protegiéndole... Infelices de
+ellos si vuestras sospechas son fundadas.</p>
+
+<p>—Permítame Vuestra Alteza, señora, una súplica.</p>
+
+<p>—Decid.</p>
+
+<p>—No se ocupe Vuestra Alteza en este asunto: la suerte de las armas
+debe decidirlo, y no será mucha presunción de mi parte esperar que
+triunfe conmigo la justicia.</p>
+
+<p>—No dudo yo de vuestro valor; pero tampoco quiero exponer un vasallo
+leal al dudoso éxito de un combate, para el cual, si vuestras sospechas
+son fundadas, se habrán tomado precauciones.</p>
+
+<p>—No importa, señora, concédame Vuestra Alteza la gracia de no
+mezclarse más en este negocio; mis enemigos tomarían armas contra mí de
+la intervención de Vuestra Alteza, y...</p>
+
+<p>—Bien, bien. Dios decidirá, pues<span class="pagenum"
+id="Page_148">p. 148</span> así lo deseáis, sin que yo intervenga para
+nada.</p>
+
+<p>—Vuestra Alteza podría hacerme invencible.</p>
+
+<p>—¿Cómo?</p>
+
+<p>—Si al entrar en la lid pudiera el conde de Lara lisonjearse de que
+el corazón de doña Urraca...</p>
+
+<p>—Mis damas os oyen, y la noche está muy adelantada: retiraos.</p>
+
+<p>—¡Sin una esperanza!</p>
+
+<p>—Nos volveremos a ver.</p>
+
+<p>—¿Cuándo?</p>
+
+<p>—Yo os avisaré, conde.</p>
+
+<p>—Señora, recuerde Vuestra Alteza que tal vez dentro de ocho
+días...</p>
+
+<p>—Basta; antes será.</p>
+
+<p>—Al menos permítame Vuestra Alteza...</p>
+
+<p>—Sea. Adiós.</p>
+
+<p>El conde después de besar la mano a la reina se retiró.</p>
+
+<p>A pesar de que Lara se lisonjeaba de haber preparado el ánimo de
+la reina contra su rival, y alejado al mismo tiempo toda sospecha del
+verdadero motivo por el que el hijo de Hamet le retaba, conocía que
+esto sin embargo no era bastante. El plazo de ocho días señalado para
+el combate había de expirar, y todas sus intrigas<span class="pagenum"
+id="Page_149">p. 149</span> eran inútiles si un bote de lanza de Alí
+ponía término a su vida, o le obligaba para salvarla a unirse con su
+hermana; y esta consideración, unida al poco amor que a los combates
+tenía, le atormentaba sin cesar. Pero Lara no era hombre que se
+atuviera a lamentar su suerte. Resuelto a llegar al mando supremo, los
+medios le eran indiferentes. Escrúpulos de conciencia no los conocía;
+y las virtudes eran en su entender nombres vacíos de sentido. Para
+más alentarle en la carrera del crimen le había deparado la suerte en
+Lope un hombre capaz de todo lo malo, y que solo en la perversidad se
+complacía. Nacido de padres tan pobres como de humilde linaje, la sed
+del oro le devoraba; aborrecía a cuantos veía halagados por la fortuna,
+y su propio amo, en cuyos intereses al parecer tomaba gran parte, no
+estaba exento de su odio; mas como las continuas intrigas del conde le
+proporcionaban<span class="pagenum" id="Page_150">p. 150</span> medios
+de enriquecerse, y los peligrosos secretos que de él poseía le daban
+un conocido ascendiente sobre su persona, Lope le servía en efecto con
+celo.</p>
+
+<p>Figúrese el lector a estos dos malignos personajes en el gabinete
+del conde pocos instantes después de la conferencia de este con
+la reina, paseándose apresuradamente el amo, y el criado quieto
+contemplándole entre humilde y con desprecio, y con una sonrisa
+sardónica que indicaba que ya comprendía que iba a empleársele en
+alguna de las acostumbradas comisiones.</p>
+
+<p>—Y bien, Lope, ya sabrás lo ocurrido esta mañana —dijo el conde.</p>
+
+<p>—Nadie lo ignora en León, señor conde.</p>
+
+<p>—Sí, la cosa ha tenido afortunadamente por testigo a todo el
+pueblo.</p>
+
+<p>—Y los partidarios del conde de Candespina no se han descuidado
+tampoco en publicarla.</p>
+
+<p>—Eso por supuesto. Pero lo que tú no sabrás<span class="pagenum"
+id="Page_151">p. 151</span> tal vez, será la escena de esta noche.</p>
+
+<p>—¿Cuál de las dos?</p>
+
+<p>—¿Cómo? ¿Qué es eso de cuál de las dos?</p>
+
+<p>—Quiero decir si de la audiencia pública o de la secreta.</p>
+
+<p>—Silencio, señor entrometido: de la pública hablo.</p>
+
+<p>—De esa, sí, señor.</p>
+
+<p>—¡Hola! Pronto te han informado.</p>
+
+<p>—Como tengo muchos amigos en el alcázar...</p>
+
+<p>—Sabes lo que se quiere que sepas, y algo más, ¿no es verdad? Pero
+te aconsejo que trates de olvidar lo último.</p>
+
+<p>—Será como Vueseñoría mande.</p>
+
+<p>—Bueno: así debe ser. ¿Y qué piensas de todo esto?</p>
+
+<p>—Señor, nada: yo no pienso más que cuando mi amo me lo manda.</p>
+
+<p>—¡Hipócrita! ¿Hasta conmigo quieres conservar tu máscara? Déjate de
+gazmoñerías, y di tu parecer.</p>
+
+<p>—Una vez que Vueseñoría lo manda...</p>
+
+<p>—Al grano, al grano.</p>
+
+<p>—Pienso que ese moro no es desconocido al conde de Lara.</p>
+
+<p>—Muy bien pensado: veamos ahora el fundamento de tus acertadas
+conjeturas.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_152">p. 152</span></p>
+
+<p>—Si no me engaño, Vueseñoría ha vivido en Sevilla no hace siglos, y
+según he llegado yo a entender, hubo en aquella ciudad una cierta mora
+llamada Zulema, hija de Hamet, que dice el recién venido es también su
+padre, que...</p>
+
+<p>—Maldito seas, ¿de dónde sabes tú todo eso?</p>
+
+<p>—Yo estaba al servicio del difunto conde, y veía con frecuencia las
+cartas de Vueseñoría fechadas en Sevilla...</p>
+
+<p>—Y poco te bastó para ponerte al corriente. Pues bien, es cierto:
+Zulema era bella; yo joven; ella crédula...</p>
+
+<p>—Vueseñoría astuto.</p>
+
+<p>—Lope, cuidado con la lengua. Zulema sucumbió; Alí viene a vengarla;
+si se sabe esta historia soy perdido.</p>
+
+<p>—En efecto, doña Urraca no es mujer que sufra rivalidades.</p>
+
+<p>—No; y además el virtuoso don Gómez sacaría gran partido de una
+aventura que en sí no es nada.</p>
+
+<p>—¿Qué ha de ser? Seducir a una mora y después abandonarla, ¿qué
+significa?</p>
+
+<p>—No te<span class="pagenum" id="Page_153">p. 153</span> hagas el
+escrupuloso.</p>
+
+<p>—Lejos de eso, soy de la misma opinión de Vueseñoría: la cosa nada
+vale.</p>
+
+<p>—Valga o no valga, es preciso que no se sepa.</p>
+
+<p>—Sería muy conveniente.</p>
+
+<p>—Indispensable.</p>
+
+<p>—Indispensable.</p>
+
+<p>—¿Pero cómo se logra?</p>
+
+<p>—Venciendo y matando Vueseñoría a Alí en el combate.</p>
+
+<p>—Eso pronto está dicho: ¿y si yo sucumbiera?</p>
+
+<p>—¡Imposible! El conde de Lara no puede menos de vencer a un
+infiel.</p>
+
+<p>—Aun cuando eso fuera así, que ni tú ni yo lo pensamos, ¿en los
+ocho días que faltan no puede ocurrírsele descubrir lo que hasta aquí
+ha callado, o confiárselo al salvaje de Olea que se ha declarado su
+amigo?</p>
+
+<p>—Y que apenas lo supiera lo referiría en voz clara e inteligible.</p>
+
+<p>—Ya lo sé; ya lo sé; y eso precisamente es lo que quiero evitar.</p>
+
+<p>—Adelante Vueseñoría el combate.</p>
+
+<p>—La reina ha señalado ella misma el día, es imposible mudarlo;
+y además...,<span class="pagenum" id="Page_154">p. 154</span>
+además...</p>
+
+<p>—No le parece cuerdo al señor conde arriesgar su persona y proyectos
+a un juego tan incierto como el de las armas, ¿no es verdad?</p>
+
+<p>—Quizás; a ver si tu fecundo ingenio...</p>
+
+<p>—Vueseñoría me favorece.</p>
+
+<p>—Vamos, ya sabes que sé pagar liberalmente tus servicios: tú mismo
+señalarás la recompensa por este.</p>
+
+<p>—¿Quién sabe el secreto?</p>
+
+<p>—Alí.</p>
+
+<p>—¿Nadie más?</p>
+
+<p>—Es de presumir que no.</p>
+
+<p>—¿Y Vueseñoría quiere que se sepulte para siempre este secreto?</p>
+
+<p>—Sí, hombre, sí.</p>
+
+<p>—Yo no conozco más que un medio.</p>
+
+<p>—¿Cuál?</p>
+
+<p>—Es muy violento.</p>
+
+<p>—¿Pero es único?</p>
+
+<p>—Sí, señor, y seguro.</p>
+
+<p>—Pues dilo.</p>
+
+<p>—Que muera Alí.</p>
+
+<p>—¡Qué horror!</p>
+
+<p>—Humilde criado de Vueseñoría.</p>
+
+<p>—Espera..., ¿y no hay otro medio? Escucha, Lope, no te vayas.</p>
+
+<p>—Veo a Vueseñoría hecho un ermitaño, y me retiro a rogar a Dios que
+dé más fuerza a su brazo de la que tiene su espíritu...</p>
+
+<p>—¡Malvado!<span class="pagenum" id="Page_155">p. 155</span> ¿No
+conoces más medio que un asesinato?</p>
+
+<p>—Hombre muerto no habla.</p>
+
+<p>—Ni el que está en un calabozo puede hablar, al menos de modo que se
+le oiga.</p>
+
+<p>—Pero puede salir de él, y entonces...</p>
+
+<p>—Entonces prefiero correr ese riesgo a cargar mi conciencia con un
+crimen horrible.</p>
+
+<p>—¡La conciencia del señor conde!</p>
+
+<p>—Lope, basta lo dicho: Alí debe desaparecer de León; y yo no quiero
+que muera.</p>
+
+<p>—Vueseñoría dispondrá lo que haya de hacerse.</p>
+
+<p>—Arrebatarlo y conducirlo a uno de mis castillos.</p>
+
+<p>—¿Y si se resiste?</p>
+
+<p>—Si se resiste..., entonces... se obra según las circunstancias.</p>
+
+<p>—Ya entiendo: lo que el señor conde quiere es que toda la odiosidad
+pese sobre mí. No importa; yo sabré servir a mi amo.</p>
+
+<p>—Marcha. Y lo que haya de hacerse, cuanto antes.</p>
+
+<p>—Será.</p>
+
+<p>Con tan saludables designios se separaron aquellos monstruos;
+pero Lara no podía<span class="pagenum" id="Page_156">p. 156</span>
+ahogar enteramente el grito de su conciencia. En vano procuró calmar
+su agitación con el sueño; el poco tiempo que durmió creía ver a
+sus nobles abuelos alzar del sepulcro las frentes venerables, y que
+ardiendo en ira le reprendían por el nefando crimen que intentaba.
+«¡Asesino, asesino!», era el grito que resonaba en sus oídos; y así
+pasó una de las noches más crueles de su vida. Sin embargo, el nuevo
+día reanimó sus fuerzas, y como ya la propensión al mal era en él
+invencible, no desistió de su infame proyecto, dejando a Lope continuar
+en sus infernales maquinaciones.</p>
+
+<figure class="figcenter mt3">
+ <img src="images/t156.jpg"
+ style="width: 5em; height: auto;"
+ alt="Viñeta ornamental">
+</figure>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch12">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_157">p. 157</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">CAPÍTULO XII</h2>
+</div>
+
+<p class="ti0"><span class="cap">L</span><span class="rest">a
+tranquilidad</span> se había ya restablecido enteramente en León
+dos días después de la llegada de Alí; y el moro, como si al cabo
+de un corto plazo no le esperara un cruelísimo combate, se ocupaba
+alegremente en examinar las curiosidades del pueblo en compañía de
+alguno de los parciales de Candespina; pues ni el conde, ocupado en
+negocios de la mayor entidad, ni Hernando, que como buen novio no
+desamparaba el lado de su esposa, tenían espacio para ello. Las mañanas
+las dedicaba Alí a la ciudad; mas por las tardes salía solo y a caballo
+a recorrer los alrededores de la capital, en los cuales echaba muy de
+menos la fertilidad y hermosura de las márgenes del Guadalquivir.</p>
+
+<p>Una tarde que ya puesto el sol se retiraba,<span class="pagenum"
+id="Page_158">p. 158</span> según costumbre, de su paseo para regresar
+a León, se vio de improviso atacado por cuatro hombres montados como
+él, pero cubiertos de hierro de los pies a la cabeza; y a pesar de
+su inferioridad, lejos de pensar en huir echó mano a su cimitarra y
+acometió denodadamente a los asesinos, siendo tal la furia con que
+descargó los primeros golpes, que sin valerle a uno de ellos el temple
+de su casco, cayó redondo a los pies del sevillano. Aún le quedaban,
+sin embargo, tres adversarios que no perdían estocada, pues no llevando
+Alí escudo ni coraza, no tenía con qué defenderse. Duró aquella lucha
+tan desigual algunos minutos, gracias a la extremada destreza y valor
+del agareno; pero al fin, acribillado, como suele decirse, de heridas,
+cayó sin sentido del caballo. No estaban sus enemigos muy bien parados;
+pues uno había muerto y otro se hallaba herido; pero satisfechos con
+haber conseguido<span class="pagenum" id="Page_159">p. 159</span> su
+malvado designio, se retiraron llevando el cadáver de su compañero, sin
+duda para ocultarle en paraje en donde nunca se supiera de él.</p>
+
+<p>Zulema vivía con Leonor. La hermosa mora había encontrado una
+verdadera amiga en la esposa de Hernando; y doña Leonor, por su parte,
+cada día amaba y compadecía más a aquella inocente víctima de la maldad
+de Lara. Hasta entonces se había visto Zulema precisada no solo a no
+hablar de sus penas, sino hasta a ocultarlas; pues aunque su hermano
+Alí la amaba tiernamente, sin embargo, recordarle de cualquier modo
+que fuese la desgracia y deshonra de su familia era medio seguro de
+enojarle; y nada temía más Zulema que apesadumbrar al único protector
+que en el mundo tenía; pero Leonor, sensible, discreta y afable, era
+una confidente de un valor inestimable. Como mujer tomaba más interés
+por una persona de su sexo<span class="pagenum" id="Page_160">p.
+160</span> tan vilmente tratada que ningún hombre hubiera podido
+tomarlo; como amante comprendía y participaba de los sentimientos de
+la pobre Zulema; y con su talento logró reanimar las fuerzas de aquel
+espíritu abatido más de lo que se hubiera creído posible. La hermana de
+Alí no estaba alegre, porque esto ya no podía darse en ella; pero la
+calma de la resignación empezaba a manifestarse en su frente cuando el
+hado impío vino a descargar sobre ella el último, el más cruel de los
+golpes.</p>
+
+<p>Había ya pasado, y con mucho, la hora en que Alí acostumbraba a
+regresar de su paseo, y Zulema procuró en vano disimular su temor,
+hasta que conociéndolo la esposa de Olea, le dijo:</p>
+
+<p>—No os inquietéis, pronto estará Alí de vuelta.</p>
+
+<p>—Mi corazón, bella Leonor, no sabe más que temer desdichas —contestó
+la mora.</p>
+
+<p>—¡Pobre niña! Yo espero que por esta vez serán infundados tus
+temores.</p>
+
+<p>—¡Ojalá!,<span class="pagenum" id="Page_161">p. 161</span> amada
+amiga, ¡ojalá!</p>
+
+<p>—Vamos, sosegaos; la menor circunstancia, la más insignificante
+basta para que Alí se haya detenido...</p>
+
+<p>—No lo creas. Mi hermano no altera fácilmente sus costumbres: es
+niño en los años, viejo en las acciones.</p>
+
+<p>—Bueno, pero a veces...</p>
+
+<p>—Mirad, me parece que siento pasos, a ver si es Alí...</p>
+
+<p>—No es Alí —contestó Hernando—, no es Alí, señora mía.</p>
+
+<p>—¡Ah!, ¿vos sois, señor caballero? —le dijo su esposa—, ¿y vos
+también, señor conde?, norabuena, me alegro; venid a ver si podéis
+tranquilizar a esta pobre niña, ya llena de temor porque aún no ha
+vuelto su hermano.</p>
+
+<p>—¡Bah, bah, señora! —exclamó Hernando—, ¿queréis que Alí viva como
+un ermitaño? ¿Quién sabe si alguna cristiana habrá sabido amansar su
+corazón?</p>
+
+<p>—Tranquilizaos, amable Zulema —dijo el conde—, si Alí tarda,
+saldremos a buscarle.</p>
+
+<p>Zulema se aquietó en efecto, al menos en la apariencia, y la
+conversación rodó<span class="pagenum" id="Page_162">p. 162</span>
+algún tiempo sobre materias indiferentes; pero los ojos de la mora
+no se separaban de la puerta, y el mismo Candespina no estaba muy
+tranquilo tampoco, porque había llegado a conocer a fondo al conde de
+Lara. Tanto tiempo pasó que al cabo la inquietud por Alí fue general.
+Zulema lloraba; Leonor procuraba consolarla, pero también sufría;
+Hernando votaba; y el conde mandó ensillar algunos caballos para él, su
+amigo, y varios criados, que en dos tropas diferentes salieron en busca
+del moro por dos distintas puertas de la ciudad. Hernando rodó en vano
+largo tiempo por la campiña, pero don Gómez tardó poco en encontrar el
+cuerpo de Alí, inmóvil, cubierto de sangre, y con todas las señales de
+la muerte. Sería inútil decir la pena que le causó aquel espectáculo
+y las sospechas que le hizo concebir, porque son fáciles de suponer;
+y por lo mismo solo diremos que, recogiendo al infeliz moro, marchó
+con él a su casa, con intención<span class="pagenum" id="Page_163">p.
+163</span> de ocultar por algún tiempo tan funesto acontecimiento a la
+pobre Zulema; pero fue en vano. Apenas sintió la hermana de Alí las
+pisadas de los caballos en el zaguán, cuando, soltándose de los brazos
+de doña Leonor, se precipitó a la escalera y salió al encuentro de los
+que conducían a su hermano. Fue imposible evitar que arrojándose sobre
+el helado mancebo le abrazase estrechamente.</p>
+
+<p>—Alí, hermano mío —decía, como si pudiera oírla—, vuelve en ti,
+escucha los lamentos de tu Zulema. —Y luego, soltándolo de repente—:
+pero no; no me escuches: he dado la muerte a mi padre, soy causa de
+la tuya. La maldición de Dios me persigue, soy un monstruo indigno de
+compasión. Huid de mí, huid, ¿no veis la sangre de que estoy cubierta?
+Es la de mi padre, es la de mi hermano: huid de Zulema... ¡Ah!...
+¡Hamet!... ¡Asesinos! —aquí perdió el sentido la desdichada.</p>
+
+<p>Condujéronla sus afligidos huéspedes a<span class="pagenum"
+id="Page_164">p. 164</span> su lecho, y también a su hermano se le
+depositó en otro, en donde observaron con la mayor satisfacción que aún
+se descubrían en él señales de no haberse extinguido enteramente la
+vida. Cuantos socorros fueron posibles se suministraron al malherido
+moro, y merced a ellos logró recobrar el sentido; pero los facultativos
+no se atrevían a responder de su vida.</p>
+
+<p>Alí había abierto los ojos, mas no profería una palabra. Su vista
+examinaba el aposento, y al parecer no comprendía cómo era que se
+hallaba en tal situación; y ninguno de los circunstantes se atrevió
+tampoco a romper el silencio.</p>
+
+<p>Pero Hernando vino a poner fin a aquella escena muda. Cansado de sus
+inútiles pesquisas, había regresado a su casa impaciente ya por saber
+del moro:</p>
+
+<p>—¿Ha padecido? —preguntó al primer criado que halló al paso.</p>
+
+<p>—Sí, señor —contestó este—, y...</p>
+
+<p>—Pues no lo decía yo, que al cabo..., pero nada, las mujeres parece
+que<span class="pagenum" id="Page_165">p. 165</span> son las mismas
+entre moros y cristianos.</p>
+
+<p>—Pero, señor, si...</p>
+
+<p>Hernando, sin escuchar más, subió apresuradamente las escaleras y
+se fue derecho al cuarto de su esposa, que encontró vacío; otro tanto
+le sucedió en el estrado y habitación del conde, a que en seguida
+se dirigió; hasta que, por fin, entrando en la de Alí halló en ella
+reunida la mayor parte de las gentes de la casa.</p>
+
+<p>—¡Qué diablos! —dijo al entrar—, creí que no había nadie en la
+casa; pero... ¡El cielo me valga! ¿Qué ha sucedido? ¿Qué tenéis, Alí?
+Decidme, conde, por San Pedro...</p>
+
+<p>—Callad, caballero —le interrumpió uno de los cirujanos—,
+porque...</p>
+
+<p>—¿Y quién sois vos, pese a mi vida, para mandarme callar?</p>
+
+<p>Y diciendo esto enarboló el puño sobre la cabeza del cirujano, que
+lo hubiera pasado muy mal a no haber el conde de Candespina asido del
+brazo al impaciente Olea, y explicádole en breves razones lo sucedido.
+El enfermo, que desde luego<span class="pagenum" id="Page_166">p.
+166</span> había fijado la vista en la parte de su aposento en que
+pasaba la escena referida, prestó la mayor atención a las palabras
+del conde, y después de haberlas oído hizo seña con la mano a los dos
+caballeros para que se acercasen, lo que en efecto hicieron.</p>
+
+<p>Viendo el facultativo que Alí trataba de incorporarse y se disponía
+a hablar, le dijo que era preciso que se estuviera quieto si no quería
+exponerse a graves riesgos; mas el moro le contestó:</p>
+
+<p>—Cristiano, los días del hombre están contados, y tu ciencia no es
+bastante a parar el golpe de la espada de Azrael; déjame pues morir en
+paz. —Y después, dirigiéndose a don Gómez—: Conde, a ti solo y a tu
+amigo tengo que hacer una revelación importante.</p>
+
+<p>—Despejad; y a nadie se permita la entrada hasta nueva orden —dijo a
+sus criados Candespina, y en un momento quedó el cuarto vacío.</p>
+
+<p>Alí se incorporó en la cama: sus ojos,<span class="pagenum"
+id="Page_167">p. 167</span> algunos minutos antes lánguidos y abatidos,
+recobraron al parecer el antiguo fuego, y aun el rostro algún tanto
+de los colores; el conde y su amigo le contemplaban atentamente. En
+la fisonomía de don Gómez se dejaba ver una expresión melancólica y
+profunda: miraba al moro con ternura y compasión, y con una especie de
+desconsuelo indefinible; pero Hernando brotaba centellas por los ojos:
+su arrugado ceño, el arrebatado color del rostro y la mano izquierda
+apoyada en el pomo de la espada, al paso que con la derecha enjugaba
+el sudor continuo de su frente, eran indicios de lo violentamente que
+padecía.</p>
+
+<p>El hijo de Hamet habló por fin de esta manera:</p>
+
+<p>—El tiempo es precioso para mí, caballeros: antes de muchas horas
+habré comparecido en presencia del Padre de los verdaderos creyentes;
+así, no seré largo. Me habéis visto retar a Lara: ignoráis<span
+class="pagenum" id="Page_168">p. 168</span> por qué; y no debo
+bajar al sepulcro sin confiaros mi afrenta, tanto en muestra de mi
+agradecimiento, como para dejar asegurada la suerte de la triste
+Zulema.</p>
+
+<p>—Deponed en ese punto todo temor, noble Alí —le respondió el conde—,
+si la desgracia hace, (que no lo creo), que perdáis la vida, vuestra
+hermana será la mía. Para contar con mi amparo no hay necesidad de que
+reveléis vuestro secreto.</p>
+
+<p>—Conde de Candespina, Alí podrá morir, pero su gratitud a vos le
+seguirá aun más allá del sepulcro; pero escuchadme en silencio, porque
+siento faltarme las fuerzas. El conde de Lara ha seducido a mi hermana,
+violando las leyes de la hospitalidad y abusando de su inocencia.</p>
+
+<p>—¡Malvado! Yo le juro... —exclamó Hernando; pero el conde le
+interrumpió.</p>
+
+<p>—Dejadlo por ahora; escuchemos a este joven.</p>
+
+<p>—Yo he venido —continuó Alí— a vengar mi afrenta; el cobarde,
+desconfiando de vencerme, me ha hecho asesinar.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_169">p. 169</span></p>
+
+<p>—¡Santo cielo! —dijo ocultándose el rostro entre ambas manos
+Candespina.</p>
+
+<p>—Por el alma de mi padre, que si eso es así, no ha de escaparse de
+las manos de Hernando.</p>
+
+<p>—Sí —volvió a decir Alí, visiblemente complacido del interés que
+las exclamaciones del conde y Hernando manifestaban—, sí, me ha hecho
+asesinar y no puedo dudarlo.</p>
+
+<p>—¿Cómo pues lo sabéis? —preguntó don Gómez.</p>
+
+<p>—De la boca de los ministros de su crimen.</p>
+
+<p>—¿Y han osado...?</p>
+
+<p>—Creían que Alí ya no existía; pero aún alentaba y conservaba sus
+sentidos, cuando, viéndome caer del caballo, uno de aquellos perversos
+les dijo a los otros dos: «Esto se ha concluido». «Sí», le contestaron,
+«sí se ha concluido; pero hemos perdido un compañero». «A ese se le
+enterrará, y su parte en la recompensa prometida por Lope en nombre
+del conde de Lara...», le replicó el primero, y no pude oír más porque
+perdí el conocimiento. Conde de Candespina,<span class="pagenum"
+id="Page_170">p. 170</span> guardaos del de Lara, o podréis tener mi
+suerte.</p>
+
+<p>—No hará muchas más felonías, amigo Alí, yo os lo prometo a fe de
+caballero.</p>
+
+<p>—Noble Hernando, vuestra amistad endulza mis últimos momentos; pero
+renuncio a vengarme; ¡no permita Alá que por causa mía haya de derramar
+una sola lágrima la bella Leonor!</p>
+
+<p>—Imitad, Hernando, la cordura y generosidad de este valeroso
+caballero. Atacar vos al conde de Lara no sería glorioso ni conveniente
+en las circunstancias presentes de la patria; pero dejando esto aparte,
+Alí, yo os prometo a fe de caballero servir de padre a vuestra hermana
+si vos morís; y Hernando...</p>
+
+<p>—Yo también lo juro sobre la cruz de mi espada; Zulema será mi
+hermana.</p>
+
+<p>—¡Azrael, Azrael! Ven cuando quieras, el decreto del destino puede
+ejecutarse ya sin causarme temor.</p>
+
+<p>Las manos del moro estaban cada una en las de los dos cristianos;
+Alí recostó<span class="pagenum" id="Page_171">p. 171</span> la cabeza
+sobre la almohada; pronunció en voz baja algunas palabras en árabe, que
+se presumió ser de oración a su falso profeta, y como si la naturaleza
+no hubiera aguardado más que a que hubiese revelado su secreto para
+poner término a su vida, exhaló el último suspiro en brazos de los dos
+nobles castellanos, cuya tristeza concebirá el lector.</p>
+
+<figure class="figcenter mt3">
+ <img src="images/t171.jpg"
+ style="width: 8em; height: auto;"
+ alt="Viñeta ornamental">
+</figure>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch13">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_172">p. 172</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">CAPÍTULO XIII</h2>
+</div>
+
+<p class="ti0"><span class="cap">L</span><span class="rest">a
+muerte</span> del joven y malogrado Alí produjo una consternación
+general en la casa del conde de Candespina, pues sus pocos años, el
+valor que demostraba y su mucha cortesía le habían granjeado en breve
+tiempo el afecto de cuantos le habían tratado. ¿Pero qué pluma sería
+capaz de describir el dolor de la inconsolable Zulema al perder el
+último de sus protectores naturales? No será la nuestra la que lo
+intente; quien no tenga un corazón de diamante comprenderá fácilmente
+la angustia de la desvalida mora. Mas aquel funesto acontecimiento dio
+al parecer nuevo vigor a su espíritu: la palabra venganza salió, por
+primera vez acaso, de sus labios; y absolutamente insistió en que se
+había de presentar a la reina a pedir justicia.<span class="pagenum"
+id="Page_173">p. 173</span> El conde de Candespina no se opuso a que
+parte tan interesada como ella diera semejante paso; pero sí a que su
+amigo Hernando retase públicamente por traidor al conde de Lara, como
+quería hacerlo.</p>
+
+<p>Tuvieron sobre esta materia Hernando y don Gómez un largo altercado,
+y lo único que el último consiguió del primero, fue que le prometiera
+abstenerse de hacer mención del hecho del asesinato, que no estaba
+enteramente probado se hubiese ejecutado por orden de Lara; porque si
+bien no era creíble que Alí en los últimos instantes de su vida, y
+desmintiendo su acrisolada virtud, hubiera inventado tan negra calumnia
+contra su enemigo, sin embargo parecía posible que, debilitado por la
+mucha sangre que había perdido, hubiese delirado la conversación que
+refirió pocos minutos antes de expirar. Este raciocinio, que logró
+calmar algún tanto<span class="pagenum" id="Page_174">p. 174</span> la
+cólera del de Olea, no carecía de verosimilitud; mas por desgracia el
+infeliz Alí no había delirado.</p>
+
+<p>Ya se ha visto en la última conversación que del conde de Lara
+con su confidente hemos referido, que el infame Lope había tomado a
+su cargo arrebatar al hermano de Zulema para llevarlo a uno de los
+castillos del conde, y evitar así que se opusiera a sus designios; pero
+Lope estaba avezado al crimen: todos sus horrores le eran familiares, y
+hubiera podido rivalizar con los espíritus infernales en la perversidad
+de corazón. La vida de sus semejantes era para aquel monstruo el
+objeto más indiferente: desgraciado de aquel cuya existencia le era
+bajo cualquier aspecto temible, porque poco tardaba en perderla. El
+proyecto de encarcelar a Alí le disgustó desde luego, «porque puede
+una casualidad», decía, «presentar al moro una ocasión de romper sus
+hierros, y entonces,<span class="pagenum" id="Page_175">p. 175</span>
+¡ay de nosotros! No, señor, no; cuando el conde vea muerto a su enemigo
+yo sé que se alegrará; y el perro además no ha de volver del otro mundo
+a contar quién lo ha despachado. Por mi cuenta sea: pocas horas le
+quedan de vida».</p>
+
+<p>Formado este designio no pensó más que en su ejecución, principiando
+por espiar las acciones de Alí. Poco tardó en averiguar la costumbre
+que tenía de salir a paseo a caballo por las tardes, retirándose a
+su casa ya entrada la noche; y pareciéndole que no podía ofrecerse
+circunstancia más oportuna para su objeto, pagó a peso de oro los
+servicios de los cuatro malvados que dieron muerte al malhadado hijo de
+Hamet. Así que Lope supo que el crimen se había consumado, se apresuró
+a buscar a su amo para noticiárselo.</p>
+
+<p>—Señor —dijo al presentarse.</p>
+
+<p>—¿Qué hay, Lope? —contestó el conde—, dos solos<span
+class="pagenum" id="Page_176">p. 176</span> días faltan para el de mi
+duelo, y Alí...</p>
+
+<p>—No podrá presentarse en la palestra.</p>
+
+<p>—¿Cómo? ¿Ya está preso?</p>
+
+<p>—No, señor, pero..., Alí..., Alí no existe...</p>
+
+<p>—¡Monstruo! ¿Qué has hecho?</p>
+
+<p>—Yo nada: cumplir las órdenes de Vueseñoría.</p>
+
+<p>—¡Miserable!, ¿y te he mandado yo por ventura que...?</p>
+
+<p>—Vueseñoría me mandó que se le prendiese; pero que si se resistía
+se obrase según las circunstancias. Cuatro hombres seguros y decididos
+fueron a sorprenderle; en vez de rendirse, Alí dejó muerto en el campo
+a uno; otro expira tal vez en este instante de las heridas de su
+tremenda cimitarra...</p>
+
+<p>—¿Y por qué no fue más gente?</p>
+
+<p>—En efecto, el secreto era para confiarse a muchos.</p>
+
+<p>—¿Conque en verdad murió?</p>
+
+<p>—Sí, señor.</p>
+
+<p>—Y el conde de Lara, gracias a tu perversidad, ha sido a su pesar
+cómplice de un asesinato.</p>
+
+<p>—Si se hubiera estado quieto el moro<span class="pagenum"
+id="Page_177">p. 177</span> en su tierra...</p>
+
+<p>—Y si yo no me fiara de ti... Marcha, Lope, huye para siempre de mi
+presencia. Toma de mis tesoros la parte que te convenga: no te pongo
+tasa, pero que mis ojos no vuelvan a verte jamás.</p>
+
+<p>—No, señor: la suerte de Lope está ya unida para siempre a la del
+conde de Lara; nos unen lazos indisolubles.</p>
+
+<p>—Calla, miserable, calla, o...</p>
+
+<p>—¿O qué, señor conde? ¿O qué? Nada temo. Vueseñoría no puede
+descubrir mis fechorías sin que las suyas salgan a luz. Estoy tranquilo
+en esta parte.</p>
+
+<p>—Bien, déjame ahora; ya hablaremos en otro momento en que esté más
+sosegado. Vete... Pero no: antes dime si estás seguro del silencio de
+esos...</p>
+
+<p>—Sí, señor: dos de ellos, merced al sevillano, cerraron ya su boca
+para no volverla abrir. En cuanto a los otros dos, no querrán arriesgar
+sus cabezas...</p>
+
+<p>—Y si se les ofreciera la vida y por ella nos vendiesen...</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_178">p. 178</span></p>
+
+<p>—No es creíble; pero en todo caso...</p>
+
+<p>—¡No más sangre! ¡No más sangre!</p>
+
+<p>—Unas yerbas bien preparadas...</p>
+
+<p>—No, Lope, no. Recompénsalos liberalmente; y sea después lo que el
+destino ordene. Adiós.</p>
+
+<p>Lara estaba realmente abrumado con el peso del crimen. Por una
+parte, nunca había tenido intención de privar de la vida a Alí; y por
+otra, veía que si el autor de aquel delito llegaba a descubrirse, no
+habría quien, al saber que era Lope, dejase de creer que se había
+cometido por orden suya. A todas estas reflexiones debe agregarse que
+la insolencia con que su criado acababa de tratarle, le hizo conocer,
+aunque tarde, que aquel malvado era capaz de venderle, siempre que sus
+intereses se lo dictaran, y por lo mismo se decidió a deshacerse de él
+sin tardanza.</p>
+
+<p>La media noche sería, cuando seguido<span class="pagenum"
+id="Page_179">p. 179</span> de varios de sus hombres de armas se
+dirigió al cuarto de Lope, que se hallaba durmiendo; despertáronle al
+entrar el conde y sus soldados; incorporose en el lecho, no sin algún
+sobresalto, y después de haber considerado atentamente a los que le
+rodeaban, se encaró con su amo preguntándole qué se le ofrecía.</p>
+
+<p>—Levántate, sígueme y lo sabrás —respondió desabridamente Lara.</p>
+
+<p>—Obedezco —dijo Lope, y en efecto se vistió a toda prisa.</p>
+
+<p>Luego que hubo concluido tomó su puñal antes que el conde pudiera
+impedirlo; pero viéndole ya con él en la mano exclamó:</p>
+
+<p>—Entrega tus armas, Lope; en el paraje adonde vas te serán
+inútiles.</p>
+
+<p>—Es costumbre mía —replicó el criado.</p>
+
+<p>—No importa: obedece y entrégalas.</p>
+
+<p>—¡Señor! ¿Pues de qué se trata?</p>
+
+<p>—De que mis criados aprendan a respetar al conde de Lara.</p>
+
+<p>—No entiendo.</p>
+
+<p>—Ya entenderás. Las armas.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_180">p. 180</span></p>
+
+<p>—No. El puñal nunca: antes de entregarlo...</p>
+
+<p>—¡Miserable! ¿Osas resistir?</p>
+
+<p>—Comprendo vuestro designio: queréis que desaparezca todo
+vestigio...</p>
+
+<p>—Silencio, o te cuesta la vida.</p>
+
+<p>—Ingrato, antes morirás tú —gritó furioso.</p>
+
+<p>Y hubiera ejecutado su designio si los soldados, arrojándose sobre
+él, no le hubiesen detenido; mas viéndose próximo a caer indefenso en
+poder del conde, dirigió contra su propio corazón el puñal homicida,
+y terminó de un solo golpe una vida que toda había sido un tejido de
+maldades.</p>
+
+<p>Pero separemos la vista de este cuadro de horrores, y trasladémonos
+por un instante al alcázar.</p>
+
+<p>La reina se ocupaba aún en su tocado, la mañana siguiente a la
+muerte de Alí, cuando se le anunció que el conde de Candespina
+pedía audiencia para él y una enlutada dama que le acompañaba.
+Sorprendió<span class="pagenum" id="Page_181">p. 181</span> no poco
+a doña Urraca que el conde viniese con tal acompañamiento, pues debe
+advertirse que Zulema había vivido con tal sigilo en compañía de Leonor
+que nadie en la corte sabía que hubiese venido con su hermano.</p>
+
+<p>—¿Conocéis a esa dama? —preguntó la reina a quien le entró el
+recado.</p>
+
+<p>—No, señora; su rostro me es enteramente desconocido.</p>
+
+<p>—Cosa rara. ¿Es joven?</p>
+
+<p>—Una niña, si pueden creerse las apariencias.</p>
+
+<p>—¿Hermosa?</p>
+
+<p>—Sí, señora; pero su semblante indica alguna pena extraordinaria.</p>
+
+<p>—El bueno del conde es el paño de lágrimas universal; mas no
+importa: que entre.</p>
+
+<p>Obedeciose la orden de la reina, y a pocos instantes se presentó
+ante sus ojos la afligida mora, que para evitar las miradas de
+la curiosa plebe vistió un traje negro de su amiga Leonor, y no
+parecía sino que jamás había llevado otro. Como quiera que<span
+class="pagenum" id="Page_182">p. 182</span> sea, la reina saludó
+graciosamente al conde con la mano y una inclinación de cabeza, y
+en seguida con una mirada, rápida y penetrante, examinó a la que le
+acompañaba. Zulema era hermosa, la reina mujer, y acostumbrada a ser
+el objeto exclusivo de las adoraciones: así, no es de extrañar que
+ver venir a uno de sus amantes con una joven de tan singular belleza
+causase en ella cierta sensación desagradable, que como a pesar suyo
+transpiraba en la manera con que se dirigió a don Gómez:</p>
+
+<p>—¿Qué nuevo misterio es este, conde de Candespina?</p>
+
+<p>—Un misterio horrible, señora; pero la desdichada que Vuestra Alteza
+ve a sus pies es quien debe hablar, no yo.</p>
+
+<p>—¿Y quién es esta dama?</p>
+
+<p>—Yo soy —dijo sollozando Zulema—, yo soy la infeliz hermana de
+Alí.</p>
+
+<p>—¿Del moro que ha venido a retar al conde de Lara?</p>
+
+<p>—Sí, señora —contestó el conde—, su hermana es.</p>
+
+<p>—¿Y viene, por ventura<span class="pagenum" id="Page_183">p.
+183</span> —volvió a decir doña Urraca—, a desafiar por su parte a
+alguna dama de mi corte, o es tal vez a mí?...</p>
+
+<p>—Señora —interrumpió con notable severidad Candespina—, dígnese
+Vuestra Alteza oírla hasta el fin, y después me parece que verá que
+esta desdichada merece al menos toda su compasión.</p>
+
+<p>—Sois un celoso protector de la belleza, conde. Alzad vos, niña mía;
+alzad, y explicaos sin melindres ni rodeos.</p>
+
+<p>Zulema no sabía qué era lo que pasaba por ella. El tono de la reina,
+sus miradas alternativamente irónicas y severas, y la aspereza con que
+sin causa la trataba, turbaron enteramente a aquella alma cándida e
+inexperta; pero el conde, cuyo carácter no era de temple que pudiese
+tolerar en su presencia tan notoria injusticia, tomó por ella la
+palabra, explicándose en los términos siguientes:</p>
+
+<p>—Vuestra Alteza me permitirá que sea yo quien la explique la causa
+del dolor demasiado<span class="pagenum" id="Page_184">p. 184</span>
+justo, demasiado verdadero de esta joven; de cuya veracidad parece que
+mi reina duda, aunque sin causa. La desdichada que ve Vuestra Alteza
+llora la muerte de su hermano...</p>
+
+<p>—¿Qué decís? ¿Ha muerto Alí?</p>
+
+<p>—Sí, señora, ha muerto.</p>
+
+<p>—¿Y qué remedio puedo yo dar a ese mal?</p>
+
+<p>—Remedio ninguno —interrumpió Zulema, cobrando aliento—; ninguno
+porque no hay poder humano capaz de darlo.</p>
+
+<p>—Tú misma lo dices, mora. Te compadezco; mas nada puedo hacer por
+ti.</p>
+
+<p>—Vengarme, señora, o por mejor decir, hacerme justicia.</p>
+
+<p>—¿De qué?</p>
+
+<p>—De sus asesinos.</p>
+
+<p>—¿De los asesinos de quién?</p>
+
+<p>—De los de mi hermano.</p>
+
+<p>—Mujer, ¿qué dices? El dolor te ha trastornado el juicio.</p>
+
+<p>—No, señora —dijo don Gómez—, no ha perdido el juicio. ¡Ojalá se
+engañase!, pero Alí ha muerto asesinado.</p>
+
+<p>—¿Vos también, conde?</p>
+
+<p>—Años ha, señora, que Vuestra Alteza me conoce, y debe saber que el
+conde<span class="pagenum" id="Page_185">p. 185</span> de Candespina
+no ha faltado jamás a la verdad.</p>
+
+<p>—¡El cielo me valga! ¿Conque asesinado, decís?</p>
+
+<p>—¡Asesinado, asesinado! —exclamó dolorosamente Zulema: yo he visto
+las profundas heridas de su pecho: su sangre me cubre aún. ¡Justicia,
+reina de Castilla, justicia!</p>
+
+<p>—Sosiégate, infeliz, sosiégate —respondió doña Urraca visiblemente
+enternecida—, y habla: ¿quién le ha muerto?</p>
+
+<p>—Lo ignoro.</p>
+
+<p>—¿Cómo pues se sabe que fue asesinado? Conde, explicádmelo.</p>
+
+<p>El conde refirió a la reina el suceso de la muerte de Alí, omitiendo
+sin embargo la revelación hecha por el moribundo con respecto a Lara,
+en virtud de las razones que se han dicho. Doña Urraca le escuchó
+atentamente, y después, volviéndose a Zulema, le preguntó:</p>
+
+<p>—¿Tenía tu difunto hermano algún enemigo en León?</p>
+
+<p>—Sí, señora —contestó la mora—, uno y muy poderoso.</p>
+
+<p>—¿Quién es?</p>
+
+<p>—El conde de Lara.</p>
+
+<p>—¡Virgen<span class="pagenum" id="Page_186">p. 186</span>
+Santísima! ¿Cómo puede ser el conde su enemigo si no le conocía
+siquiera?</p>
+
+<p>—Jamás había Lara visto a Alí hasta que vino a vuestra corte; pero
+la desgraciada Zulema, señora, no le es desconocida.</p>
+
+<p>—No eran pues infundadas mis sospechas; tú has sido la causa...</p>
+
+<p>—Sí lo he sido, aunque inocente.</p>
+
+<p>—¡Traidor!... Al momento refiéreme cuanto haya pasado entre los
+dos.</p>
+
+<p>Zulema se vio en la precisión de referir de nuevo la historia de sus
+tristes amores a doña Urraca, a quien solo la presencia del conde de
+Candespina era capaz de contener para que no prorrumpiera en amargas
+quejas contra el de Lara por haberla engañado. Mas a pesar de todo, la
+inclinación que tenía a don Pedro le hablaba aún a su favor: dudaba
+de la verdad de Zulema; y resolvió salir finalmente de su inquietud.
+Así que la hermana de Alí terminó su breve y dolorosa narración,<span
+class="pagenum" id="Page_187">p. 187</span> dijo:</p>
+
+<p>—Yo he de apurar la verdad de este asunto. Pasad, conde, con esta
+niña a la cámara inmediata, y esperad allí mis órdenes.</p>
+
+<p>El conde obedeció y Zulema con él; y doña Urraca dio sus
+disposiciones para salir en efecto de dudas.</p>
+
+<figure class="figcenter mt3">
+ <img src="images/t187.jpg"
+ style="width: 5em; height: auto;"
+ alt="Viñeta ornamental">
+</figure>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Ch14">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_188">p. 188</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">CAPÍTULO XIV</h2>
+</div>
+
+<p class="ti0"><span class="cap">P</span><span class="rest">or</span>
+más que el conde de Candespina, empleando alternativamente las
+persuasiones, el halago y su amistad, se había esforzado para conseguir
+que Hernando de Olea no se mezclara en el suceso de Alí, no podía este
+caballero tranquilizarse de ningún modo. «He jurado», decía entre sí,
+«ser el hermano de Zulema, y debo cumplirlo: las razones del conde
+serán todas muy buenas; pero no me convencen; sigamos, pues, la senda
+que el honor me manda». Con esta resolución se puso a pensar en qué
+medio hallaría para cumplir con su obligación sin disgustar a su amigo,
+a quien respetaba como a padre; y después de haber martirizado toda
+la noche su pobre cabeza para encontrar el deseado expediente,<span
+class="pagenum" id="Page_189">p. 189</span> se resolvió por fin a dar
+el paso que vamos a ver.</p>
+
+<p>Al mismo tiempo que Zulema y don Gómez marcharon al alcázar, se fue
+Hernando a la casa del conde de Lara, quien al oír el nombre del que
+venía a buscarle se quedó extrañamente sorprendido. «Hernando en mi
+casa», se dijo, «no será para nada bueno».</p>
+
+<p>Entró Hernando en el gabinete del conde, y recibiole este con
+muestras de cortesía y agasajo; mas el amigo de Candespina sin
+contestarle le dijo:</p>
+
+<p>—Haced que nos dejen solos: el asunto de que tengo que hablaros es
+reservado.</p>
+
+<p>—Voy a complaceros —contestó el conde haciendo una señal a sus
+criados, que al punto se retiraron—. Ya estamos solos.</p>
+
+<p>Hernando sin responder dio una vuelta al aposento como para
+cerciorarse de que no hubiese nadie escondido debajo de los tapices;
+en seguida se dirigió a la puerta, que cerró con llave;<span
+class="pagenum" id="Page_190">p. 190</span> y por último, desciñéndose
+la espada y sacando la daga que llevaba en la cintura, las puso
+ambas sobre un escaño. Asombrado y con no poco temor miraba aquellos
+singulares preparativos Lara; pero no osaba decir palabra porque
+conocía el carácter de Olea, y este tomando asiento frente a él empezó
+a hablar de esta manera:</p>
+
+<p>—Alí ha muerto asesinado...</p>
+
+<p>—¡Santos cielos! ¿Qué me decís? —interrumpió don Pedro, y al mismo
+tiempo cubría su rostro la palidez de la muerte.</p>
+
+<p>—Sí, malvado, ya lo sabes, y tú eres el autor de su muerte.</p>
+
+<p>—¿Hernando, a esto habéis venido?</p>
+
+<p>—Sí, a esto; a esto solo.</p>
+
+<p>—¿Qué pruebas podréis presentar de esa horrible calumnia?</p>
+
+<p>—Tu conciencia y mi espada. ¿Te parecen bastantes? Pero aún te queda
+un medio de salvar tu honra.</p>
+
+<p>—Jamás la he perdido.</p>
+
+<p>—Asesino, no abuses de mi paciencia. He depuesto las armas para
+que no pudieras decir que te<span class="pagenum" id="Page_191">p.
+191</span> ataco con ventaja; pero con una mano me sobra para darte el
+castigo que mereces.</p>
+
+<p>—Basta, Hernando: sobrado tiempo he sufrido esa insolencia; idos,
+y si tenéis alguna queja contra mí, exponedla ante quien convenga, yo
+sabré responder.</p>
+
+<p>—Con la lengua sí; sabes manejarla, ya lo sé; pero la espada te pesa
+demasiado.</p>
+
+<p>—¡Hola..., criados...!</p>
+
+<p>—Silencio, silencio —le interrumpió Hernando asiéndole un brazo con
+tal violencia que faltó poco para que se lo rompiera—; has de oírme
+hasta el fin, y después eres muy dueño de llamar a tus criados, que yo
+sabré contenerlos.</p>
+
+<p>—Habla pues, y pronto —contestó el conde lleno de rabia y
+confusión.</p>
+
+<p>—Tú has llenado de amargura los últimos instantes de la vida del
+amigo de tu padre: tú has deshonrado a la hermana de Alí; y por último,
+has cometido un asesinato para evitar el pelear como caballero con él.
+Eres el baldón<span class="pagenum" id="Page_192">p. 192</span> de los
+tuyos; la afrenta de los castellanos; el destructor de tu patria. Has
+merecido la muerte, y la recibirás si no te conformas con lo que voy a
+proponerte... No me repliques: óyeme. El pueblo ignora que seas tú el
+asesino de Alí: este secreto solas dos personas lo saben: el conde de
+Candespina es una, y yo la otra. Si quieres salvarte...</p>
+
+<p>Aquí llegaba Hernando, cuando un criado llamó fuertemente a
+la puerta de la estancia en que se hallaba con el conde, a quien
+nada podía causar más placer que ver interrumpida tan desagradable
+conferencia.</p>
+
+<p>—¿Quién llama? —preguntó furioso Hernando.</p>
+
+<p>—La reina manda —contestó el criado— que el conde de Lara se
+presente inmediatamente en el alcázar.</p>
+
+<p>—Ya oís —dijo Lara...</p>
+
+<p>—Sí, ya oigo; y no me opondré a las órdenes de Su Alteza; pero
+volveremos a vernos antes de mucho; y tiembla por ti si te atreves a
+publicar esta conversación.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_193">p. 193</span></p>
+
+<p>Diciendo así, tomó Hernando sus armas, abrió la puerta y se marchó,
+dejando absorto y pesaroso al menguado conde. Sin embargo, este recordó
+que debía presentarse a la reina; sacó fuerzas de flaqueza, y como
+tenía sobrada costumbre de disfrazar sus naturales sentimientos, logró
+tomar un aspecto bastante sereno para comparecer ante doña Urraca,
+quien por su parte también se esforzaba para disimular su enojo.</p>
+
+<p>—Os he llamado, conde —le dijo—, para daros una noticia que va sin
+duda a sorprenderos: vuestro contrario Alí ha perecido ayer a manos de
+unos asesinos desconocidos.</p>
+
+<p>—Acabo de saber, señora, tan desagradable acontecimiento, y puedo
+asegurar a Vuestra Alteza que a pesar de todo...</p>
+
+<p>—Estoy persuadida de que el conde de Lara es incapaz de alegrarse de
+semejante maldad; pero dejando esto aparte, sed franco: ahora que ese
+moro no existe, ¿no me diréis qué motivos...?</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_194">p. 194</span></p>
+
+<p>—Mil veces he dicho a Vuestra Alteza, y lo repito ahora bajo
+juramento, que nunca había yo visto a ese joven hasta que en presencia
+de Vuestra Alteza...</p>
+
+<p>—Sí, eso puede ser verdad; y, sin embargo, también sin verle
+pudierais haberle agraviado.</p>
+
+<p>—Que pudiera ser, señora, no lo niego, mas no ha sido...</p>
+
+<p>—Hay, conde, quien dice lo contrario...</p>
+
+<p>—Si Vuestra Alteza da oídos a mis enemigos, no habrá crimen que no
+se me impute —y al decir esto se turbó extraordinariamente.</p>
+
+<p>—No, a fe mía, no he escuchado en este negocio a vuestros enemigos.
+Creedme, conde, confesad francamente a vuestra reina qué causa hizo al
+joven Alí vuestro enemigo.</p>
+
+<p>—Vuestra Alteza sabe que la ignoro.</p>
+
+<p>—Yo sé que así me lo habéis dicho; pero la cosa es tan
+inverosímil...</p>
+
+<p>—¿Y quién ha presentado pruebas que contradigan mi verdad? Nadie,
+señora. Por el contrario: el mismo silencio de Alí ¿no prueba que no
+tenía de qué acusarme?</p>
+
+<p>—Hace dos horas tal vez<span class="pagenum" id="Page_195">p.
+195</span> me hubiera convencido esa razón; mas ahora...</p>
+
+<p>—Y ¿qué causa ha podido haber para que yo pierda la confianza con
+que Vuestra Alteza me honraba?</p>
+
+<p>—Causa, ninguna. Solamente una reflexión, conde: habéis sido siempre
+tan rendido con las damas que me parece probable que algún amorío...</p>
+
+<p>—¡Qué delirio, señora! Mi corazón no ha amado más que una sola vez,
+y esa con harta desgracia.</p>
+
+<p>—Esa vez basta quizá para haber...</p>
+
+<p>—No acabe Vuestra Alteza, señora; el objeto de mi amor nada ha
+tenido que ver con ese moro; yo he amado, amo todavía, y amaré siempre,
+pero será a mi reina.</p>
+
+<p>—Basta, conde: no sabéis responder otra cosa. ¿Conque en efecto no
+habéis vos provocado la enemistad de Alí?</p>
+
+<p>—No, señora.</p>
+
+<p>—Miradlo bien.</p>
+
+<p>—Mirado está, señora.</p>
+
+<p>Doña Urraca hizo seña a una dama de su servidumbre que allí estaba,
+y esta salió inmediatamente de la cámara. Entonces abandonando la reina
+el aire de<span class="pagenum" id="Page_196">p. 196</span> fría
+tranquilidad que hasta aquel punto había afectado, se levantó de su
+asiento y empezó a pasearse apresuradamente por la sala, con admiración
+de Lara; hasta que, abriéndose la puerta, se presentó a los ojos del
+asombrado conde la misma Zulema, pero vestida con el traje propio de su
+nación.</p>
+
+<p>Lara al verla creyó que el universo entero se desplomaba sobre su
+cabeza, y exclamó involuntariamente:</p>
+
+<p>—¡Zulema, tú aquí!</p>
+
+<p>La reina se había parado en medio de la cámara, y con ojos
+centelleantes de furor consideraba al pérfido conde que, aterrado, no
+se atrevía a separar la vista del suelo.</p>
+
+<p>—¿Tampoco —dijo la reina por fin—, tampoco habréis visto a esta
+joven antes de ahora? Conde de Lara, responded: ¿qué se ha hecho de
+vuestra elocuencia? Perjuro, ¿no decías que no habías agraviado nunca
+al infeliz Alí? Responde.</p>
+
+<p>Lara no podía articular una palabra, tal<span class="pagenum"
+id="Page_197">p. 197</span> era su espanto; Zulema, temerosa, se había
+quedado a la puerta de la cámara derramando copiosas lágrimas que
+regaban sus descoloridas mejillas; y doña Urraca, que ya no pensaba en
+enfrenar su enojo, continuó diciendo:</p>
+
+<p>—No os atrevéis a responderme; pues bien, preparaos a sufrir el
+castigo que merece quien engaña a su reina. ¡Hola! Venga el conde de
+Candespina al momento.</p>
+
+<p>Este nombre surtió un efecto mágico en don Pedro: oírlo y recordar
+al momento que, según Hernando le había dicho, poseía don Gómez el
+secreto fatal de la muerte de Alí, todo fue una misma cosa; y juzgando
+que Candespina no despreciaría aquella ocasión de libertarse para
+siempre de su rival, se dio por perdido.</p>
+
+<p>—Señora —exclamó arrojándose a los pies de la reina—, no quiera
+Vuestra Alteza humillarme ante el conde.</p>
+
+<p>—Apartaos —contestó doña Urraca—, sois indigno de
+consideraciones.</p>
+
+<p>—¡Ah, señora! He delinquido, es verdad,<span class="pagenum"
+id="Page_198">p. 198</span> con Zulema; ¿pero debe Vuestra Alteza ser
+quien me castigue por ello? La causa...</p>
+
+<p>—Es vuestra perfidia. Venid, conde de Candespina; venid y encargaos
+de este caballero que confío a vuestra guarda. Zulema, ya veis que
+soy justa. Mañana será Lara vuestro esposo o perecerá en un cadalso.
+¿Queréis más?</p>
+
+<p>—No, señora. Quédese libre el conde de Lara: su corazón no es mío,
+y aunque lo fuera, yo no podría ya mirar sin horror al que ha causado
+la muerte de mi padre y la de mi hermano, y con ellas mi eterno dolor.
+Yo he venido solo a pedir a Vuestra Alteza justicia contra los asesinos
+del desdichado Alí, si puede averiguarse quiénes son.</p>
+
+<p>—Y la obtendréis como yo llegue a conocerlos. Conde, llevaos al
+preso.</p>
+
+<p>—¿Querrá Vuestra Alteza —dijo Candespina— escuchar una súplica?</p>
+
+<p>—Decid presto.</p>
+
+<p>—Pues bien, señora, yo ruego a Vuestra Alteza que el conde de Lara
+quede en libertad. Su conciencia, el enojo de Vuestra Alteza, y el
+menosprecio de<span class="pagenum" id="Page_199">p. 199</span> todos
+los buenos harto castigo son para un noble.</p>
+
+<p>—Y yo —añadió Zulema—, yo uniré también mis ruegos a los de este
+generoso caballero. Piedad, señora.</p>
+
+<p>Las lágrimas inundaron los ojos de doña Urraca, y después de un
+breve rato de meditación, volviéndose a Lara le dijo:</p>
+
+<p>—Salid de mi presencia, y no os volváis a presentar sin mi orden
+—y luego, señalándole al conde de Candespina añadió—: este es vuestro
+enemigo, procurad imitarle.</p>
+
+<p>Lara, confuso y desesperado, se retiró; y don Gómez iba a hacer
+lo mismo con Zulema, mas doña Urraca los detuvo. La generosidad del
+conde y la perfidia de su rival le habían abierto los ojos por fin, y
+resolvió premiar en aquel mismo instante los servicios y constancia de
+su libertador dándole la mano de esposa. Sin embargo, fiel a su primer
+proyecto de no dividir el trono con nadie, se lo hizo saber así al
+conde; pero este, lleno de amor y enajenado de júbilo, respondió:</p>
+
+<p>—Yo, señora,<span class="pagenum" id="Page_200">p. 200</span> amo
+a doña Urraca, no a su trono; mi gloria será después de ser su esposo,
+como lo es ahora la de ser su vasallo más fiel.</p>
+
+<p>La triste Zulema hubo de presenciar aquella escena, que recordaba a
+su afligido corazón la corta y venturosa época en que también a ella
+la halagaban las dulces y lisonjeras ilusiones del amor, y aun parecía
+que su alma bondadosa olvidaba parte de sus penas para tomarla en la
+alegría de su protector; pero el dardo había penetrado demasiado para
+que la herida pudiera nunca cerrarse. En vano doña Urraca le propuso
+recibirla entre sus damas si quería quedarse en Castilla, o hacerla
+llevar a su país si lo deseaba: la hermana de Alí, resuelta a entrar en
+el gremio de los fieles, pidió por única gracia que se la administrara
+el bautismo para retirarse después a un claustro.</p>
+
+<p>Al cabo de no poco tiempo se retiró el conde con Zulema a su casa, y
+enteró<span class="pagenum" id="Page_201">p. 201</span> de su próxima
+dicha a Hernando y a Leonor, cuyo júbilo no puede encarecerse bastante.
+Hernando contó a su amigo la conversación que con Lara había tenido,
+diciéndole su objeto, que era el de obligar al conde a que diese la
+mano a la pobre mora; «mas pues ella lo rehúsa», concluyó, «inútil es
+insistir más».</p>
+
+<p>Pocos días después del de la escena referida recibió Zulema el
+bautismo, siendo sus padrinos el conde de Candespina y doña Leonor; e
+inmediatamente tomó el velo de novicia en uno de los conventos de León,
+donde a su debido tiempo profesó; siendo los pocos años que sus penas
+la dejaron vivir un modelo de virtud, dulzura y paciencia: dotes dignas
+a la verdad de mas próspera suerte que la que su aciago destino le
+proporcionó.</p>
+
+<p>El leal, el valiente, el virtuoso conde de Candespina vio colmados
+sus deseos con la posesión de la mano de la reina de Castilla. Su
+matrimonio se verificó en<span class="pagenum" id="Page_202">p.
+202</span> el oratorio del alcázar, en presencia de Hernando, su
+esposa, don Diego López y algunos fieles partidarios, quedando
+secreto por entonces. Doña Urraca quería tener un esposo, pero no un
+dueño; y el conde, sobre no ser ambicioso, conocía que, en aquellas
+circunstancias, aun los mismos que como ministro eran sus parciales
+se convertirían tal vez en enemigos si veían brillar en su frente la
+diadema de los godos.</p>
+
+<p>Continuó viviendo en la corte el conde de Lara por un resto de
+vanidad que no le permitía retirarse de ella, como sin duda hubiera
+debido hacerlo; y don Gómez era demasiado generoso para hacerle sentir
+el peso de su poder. Lejos pues de tratarle con aspereza le manifestaba
+más agrado acaso del justo, y contenía con su ejemplo a muchos, que sin
+él, hubieran tomado cruelísima venganza de agravios recibidos en otro
+tiempo.</p>
+
+<p>Solo Hernando era quien no podía resolverse a dirigirle la palabra
+jamás; y<span class="pagenum" id="Page_203">p. 203</span> por
+deferencia a su amigo huía las ocasiones de encontrarle.</p>
+
+<p>—Paréceme —decía a su esposa— que veo siempre sus manos teñidas en
+la sangre del desventurado Alí. Asesino es la primera palabra que se me
+ocurre decirle, y asesino también la última.</p>
+
+<p>Por fin Lara, perseguido por los remordimientos, despreciado de sus
+enemigos y abandonado de los que en su privanza le manifestaban más
+afecto, vivía infeliz y miserablemente.</p>
+
+<figure class="figcenter mt3">
+ <img src="images/t035.jpg"
+ style="width: 5em; height: auto;"
+ alt="Viñeta ornamental">
+</figure>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="ChCon">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_204">p. 204</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">CONCLUSIÓN</h2>
+</div>
+
+<p class="ti0"><span class="cap">L</span><span class="rest">a
+disolución</span> del matrimonio de la reina con don Alfonso de Aragón
+había privado a este príncipe de todo derecho a la corona de Castilla;
+pero creyéndose ofendido como hombre y como rey, no quiso desistir
+de su empresa ni entrar en negociaciones de paz, a pesar de cuantos
+esfuerzos hizo para ello el conde de Candespina. Terminado pues el
+invierno, entró en Castilla con un ejército infinitamente superior
+al que doña Urraca pudo poner en campaña. La habilidad de don Gómez
+prolongó algún tiempo la guerra con el cuidado que tuvo en evitar
+toda acción general: mas al cabo le fue imposible hacerlo en las
+inmediaciones de Sepúlveda.</p>
+
+<p><span class="pagenum" id="Page_205">p. 205</span></p>
+
+<p>La batalla se dio precisamente en el campo de Espina, que era de
+donde don Gómez tomaba su título, y el mando de la primera línea
+se le confió al conde don Pedro de Lara, quien a pesar de todo lo
+acaecido tuvo bastante maña e influjo para conseguirlo, tal vez con
+la sana intención de rehabilitar su fama. Mas apenas los veteranos de
+don Alfonso cargaron a las tropas que mandaba, se puso en vergonzosa
+fuga, siguiéndole todos sus soldados. Resultó de esto lo que no podía
+menos de suceder: los fugitivos de la primera línea desordenaron
+los escuadrones de la segunda. El espanto se apoderó de casi todos
+los ánimos. «¡Traición!», gritaban unos; «¡Sálvese el que pueda!»,
+otros: todos huían, y huían en vano, porque su propia precipitación
+los entregaba a sus enemigos, que hicieron en ellos una horrible
+carnicería.</p>
+
+<p>En medio de aquel desorden general<span class="pagenum"
+id="Page_206">p. 206</span> permanecía sin embargo organizado un
+escuadrón todo compuesto de caballeros, que en torno del estandarte del
+conde de Candespina, que ostentaba una águila negra en campo amarillo,
+y capitaneados por él, resistían al poder de los aragoneses.</p>
+
+<p>Para llegar hasta aquellos campeones era preciso salvar un parapeto
+que de los cadáveres de sus enemigos habían hecho; y sería necesaria la
+pluma de Homero para pintar las hazañas que vio aquel día memorable.
+Sin embargo, todo su valor fue inútil: los tiros de los ballesteros
+aragoneses y la multitud de los hombres de armas que caían sobre
+ellos continuamente acabaron por reducir de tal modo su número que el
+conde, Hernando, don Diego López y Millán se llegaron a ver solos. Don
+Alfonso, admirado de tanta valentía, quiso otorgarles la vida si se le
+rendían; mas como lo rehusasen,<span class="pagenum" id="Page_207">p.
+207</span> mandó que se les matara. Millán cayó el primero, siguiole
+López, y a este el valeroso don Gómez. Hernando, asido el estandarte
+con la una mano y esgrimiendo con la otra su temible espada, sacrificó
+a más de veinte a su furor antes de que llegaran a herirle; pero un
+soldado, de un golpe con el hacha de armas le cortó el brazo izquierdo.
+No por esto desmayó, pues cogiendo entre sus dientes el paño de la
+bandera, continuó peleando, y no cayó hasta que de otro golpe perdió
+el brazo derecho. Entonces los soldados acabaron de matarle, y dio fin
+aquel modelo de los amigos y espejo de los valientes.</p>
+
+<p>Leonor fue a unirse con Zulema en su convento: ambas lloraban juntas
+las irreparables pérdidas que habían hecho, y ambas murieron fieles a
+la virtud.</p>
+
+<p>En cuanto a doña Urraca y Lara, el resto de su vida política
+pertenece a la<span class="pagenum" id="Page_208">p. 208</span>
+historia, y el lector curioso puede acudir a ella.</p>
+
+<p>Del público y las circunstancias depende que con el tiempo llegue a
+dar a luz las aventuras secretas de doña Urraca y don Pedro de Lara,
+que según creo deben hallarse en unos antiguos manuscritos de la misma
+biblioteca, de donde he sacado la historia que precede; la cual plegue
+a Dios sea del agrado de todos.</p>
+
+<figure class="figcenter mt3">
+ <img src="images/t208.jpg"
+ style="width: 8em; height: auto;"
+ alt="Viñeta ornamental">
+ <figcaption class="caption asc">FIN</figcaption>
+</figure>
+
+<hr class="chap x-ebookmaker-drop">
+
+
+<div class="chapter pt3" id="Err">
+ <p><span class="pagenum" id="Page_209">p. 209</span></p>
+ <h2 class="nobreak g0">ERRATAS</h2>
+ <hr class="tir">
+ <p class="centra g1 ws1 mt15">TOMO 2.º</p>
+</div>
+
+<table class="form">
+ <tr>
+ <td class="tdr bb"><i>Pág.</i></td>
+ <td class="tdr bb"><i>Lín.</i></td>
+ <td class="tdc bb"><i>Dice</i></td>
+ <td class="tdc bb"><i>Léase</i></td>
+ </tr>
+ <tr>
+ <td class="tdr pt05">29.</td>
+ <td class="tdr pt05">8.</td>
+ <td class="tdl pt05">mando</td>
+ <td class="tdl pt05">marido</td>
+ </tr>
+ <tr>
+ <td class="tdr">34.</td>
+ <td class="tdr">14.</td>
+ <td class="tdl">nevitable</td>
+ <td class="tdl">inevitable</td>
+ </tr>
+ <tr>
+ <td class="tdr">69.</td>
+ <td class="tdr">6.</td>
+ <td class="tdl">les</td>
+ <td class="tdl">le</td>
+ </tr>
+ <tr>
+ <td class="tdr">86.</td>
+ <td class="tdr">14.</td>
+ <td class="tdl">arriesgase enojar</td>
+ <td class="tdl">arriesgase a enojar</td>
+ </tr>
+ <tr>
+ <td class="tdr">90.</td>
+ <td class="tdr">1.</td>
+ <td class="tdl">concede</td>
+ <td class="tdl">le concede</td>
+ </tr>
+ <tr>
+ <td class="tdr">94.</td>
+ <td class="tdr">5.</td>
+ <td class="tdl">buena recom-</td>
+ <td class="tdl">una buena recompen-</td>
+ </tr>
+ <tr>
+ <td class="tdr">103.</td>
+ <td class="tdr">5.</td>
+ <td class="tdl">acaba</td>
+ <td class="tdl">acababa</td>
+ </tr>
+ <tr>
+ <td class="tdr">104.</td>
+ <td class="tdr">16.</td>
+ <td class="tdl">que</td>
+ <td class="tdl">de que</td>
+ </tr>
+ <tr>
+ <td class="tdr">109.</td>
+ <td class="tdr">9.</td>
+ <td class="tdl">infie</td>
+ <td class="tdl">infiel</td>
+ </tr>
+ <tr>
+ <td class="tdr">124.</td>
+ <td class="tdr">6.</td>
+ <td class="tdl">de</td>
+ <td class="tdl">del</td>
+ </tr>
+ <tr>
+ <td class="tdr">126.</td>
+ <td class="tdr">2.</td>
+ <td class="tdl">Gutierrez</td>
+ <td class="tdl">Gutierre</td>
+ </tr>
+ <tr>
+ <td class="tdr">143.</td>
+ <td class="tdr">21.</td>
+ <td class="tdl">Galante, seño¿ra,</td>
+ <td class="tdl">¿Galante, señora,</td>
+ </tr>
+</table>
+
+<hr class="chap">
+
+
+<hr class="full">
+
+</div>
+<div style='text-align:center'>*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK 75134 ***</div>
+</body>
+</html>
+
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