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If you are not located in the United States, you -will have to check the laws of the country where you are located before -using this eBook. - -Title: Los Conquistadores - El origen heróico de América - -Author: José María Salaverría - -Release Date: April 08, 2021 [eBook #65024] - -Language: Spanish - -Character set encoding: UTF-8 - -Produced by: Chuck Greif and the Online Distributed Proofreading Team at - http://www.pgdp.net (This file was produced from images - available at The Internet Archive) - -*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS CONQUISTADORES *** - - - - - LOS CONQUISTADORES - - _Es propiedad._ - - _Copyright by Rafael Caro Raggio 1918._ - - _Derechos reservados para todos los países._ - - - Imprenta y litografía de Rafael Caro Raggio. - - - - - _JOSE MARIA SALAVERRIA_ - - LOS - CONQUISTADORES - - EL ORIGEN HEROICO DE AMÉRICA - - [Illustration] - - RAFAEL CARO RAGGIO: EDITOR - - VENTURA RODRÍGUEZ, 18 - - 1918 - - - - -CAPÍTULO PRIMERO - -VISIÓN DE EXTREMADURA - - -Hay en España un territorio desviado de la ruta de los turistas, en -cierto modo desconocido e impenetrable. Sólo se ven allí terrenos de -cultivo, sierras de pastoreo y algunas minas de poco renombre. - -Es la comarca que une a Extremadura con Andalucía, país tan bello como -sugerente, que ahora estimo recorrer con el alma abierta a las grandes -recordaciones históricas. Por aquí pasaban, en efecto, los soldados y -capitanes de Extremadura buscando el glorioso valle del Guadalquivir y -los muelles de Sevilla, donde las galeras de empinada popa reclutaban a -todos los hombres de buena voluntad que soñasen con el oro y la gloria -de las Indias. - -Por estos montes de encinas y olivos, gratos a la vid, transitaban los -conquistadores a lomo de sus ágiles caballos, portando su espada y su -rodela, y allá dentro del pecho un animoso corazón. - -Los llanos y las dehesas de Extremadura llenáronse un día de fastuosas -revelaciones; hasta el país escondido y mediterráneo había llegado la -buena nueva, y en la Tierra de Barros, en la Serena, en Cáceres, en -Trujillo, los hidalgos de templada musculatura y lanza en astillero -comentaban bajo los portales: «Allá abajo, hacia Sevilla, hay banderas -donde engancharse para las empresas del Nuevo Mundo... ¡Todo lleno de -oro y plata y perlas preciosas!» - -Mientras el tren me lleva a Extremadura, es imposible librar a la mente -de la obsesión de América; los objetos modernos tratan de llamarme y no -lo consiguen. La Historia se sube, en ocasiones, a la cabeza con la -misma aptitud delirante que un vino rancio. Veo los pueblos y los -hombres cuotidianos; las máquinas a vapor y los artefactos científicos -de un coto minero; los periódicos y los trajes me hablan con -obstinación de los afanes contemporáneos, y yo insisto, a pesar de todo, -en transportarme a la época de los conquistadores. - -Asisto con curiosidad a las variaciones del paisaje, y principalmente -deseo sorprender la aparición de Extremadura. El tren parece -corresponder a mi impaciencia y corre por una comarca fronteriza y -solitaria, alta y desierta. Es la región de la divisoria hidrográfica, -límite de las cuencas del Guadalquivir y del Guadiana medio. De pronto, -pasado un túnel, el paisaje ha cambiado. - -No cambia, sin embargo, tan radicalmente como por la parte de -Despeñaperros; allí se salta de la meseta centro-española, fría y -elevada, a las felices tierras andaluzas, donde el naranjo florece y se -yergue la cimbradora palmera; mientras que entre Andalucía y Extremadura -no existe violencia ni el tránsito puede decirse que sea fundamental. La -gente sigue pronunciando el castellano con el mismo dejo gracioso y -ceceante de los andaluces, y las palmas datileras, asomándose por los -bardales de los huertos, muestran bien pronto que estamos en un país -fértil y caliente, donde el régimen estepario de la Mancha se ha -sustituido por el clima atlántico-meridional. - -Al paso de las estaciones del ferrocarril yo me apresuro a observar las -gentes, el lenguaje, los gestos y el orden de los cultivos. ¿Cómo son -los descendientes de aquellos hombres extraordinarios en quienes la -voluntad, el valor y el don de iniciativa alcanzaron un límite que pocas -veces ha sobrepasado la naturaleza humana? - -Veo un territorio montañés y risueño, bien poblado y cultivado en forma -de bancales, lleno de alquerías blancas, que adornan con su candidez la -reciente verdura de la primavera. Pronto se allana el país y se hace más -fecundo y rico. Entramos en la Tierra de Barros, célebre por su -fertilidad. Grandes y opulentos pueblos surgen en la llanura, cuyas -gruesas tierras de labor florecen con los cultivos más caros: frondosos -olivares, campos de mies, prósperos viñedos. Con frecuencia se divisan, -desde el tren, amplias y hermosas casas de labor, de denso aspecto -señorial. - -Miro las personas entre tanto, y celosamente examino sus rasgos, su -talante, sus gestos. Es el extremeño un hombre de varonil y hermosa -presencia, robusto y bien proporcionado. Desde luego se advierte en él -un cierto aire reservado, escaso de gesticulaciones. No puede llamarse -adustez a ese aire como reconcentrado; tampoco le conviene el nombre de -tímido, ni el de triste o fosco. Es una gravedad tan digna y viril, como -exenta de empaque provocativo. Unase el castellano con el andaluz -occidental, agréguese un poco de portugués, y se tendrá el extremeño. - -Es notable la salud y belleza de la raza. Los chiquillos que corren -descalzos, las niñas de pintarrajeados pañolones, muestran un rostro -lindo y carnoso, unos ojos grandes y honestos, unas mejillas morenas con -vivas rosas de salud. Hay un tipo de hombre cenceño, de ojos obscuros y -talante firme, y no abundan menos los rostros claros, rubios, -especialmente en las muchachas. Las mujeres seducen por su aire -honesto, pudoroso; más simpáticas aun porque carecen de melindres y -estudiadas gazmoñerías. - -He aquí el país raro de grasas llanuras y boscosas sierras; país de -vastas soledades, encinares espesos y solitarios rebaños; tierra de -encalmados horizontes, donde los mansos ríos buscan el camino del mar... -Como los ríos, también los hombres persiguieron el ensueño de la remota -e inaudita navegación. Un sueño de mar infinito, una quimera de las -frondosas playas indianas exaltó esa tierra que no conoce el mar, pero -que lo presentía con el amor infuso de un navegante predestinado. Tierra -densa y grave, enigmática por su especie de mudez, que dió ejemplares de -voluntad férrea como Pizarro, y al mismo producía el alma mística del -divino Morales, y aquella otra alma ascética de Zurbarán... - -Llegando a Mérida he concluido de empaparme en unción histórica, y -lentamente he vagado por las ruinas romanas, por el teatro de rotas -columnas y bajo las arcadas del ingente acueducto. Es una serena tarde -de abril, y desde el borde del larguísimo puente milenario contemplo -los recios trozos de las antiguas murallas, que caen rectas sobre el río -y dan una veraz sensación de esa grandeza impasible, cesárea, de todo lo -romano. El Guadiana, ensanchado en esta parte de su curso, pasa lento y -grandioso, como poniéndose a tono con la aspiración de majestad que -expresan las murallas y el puente cesáreos. - -Y en el silencio de la tarde, apenas malogrado por el tintineo de un -rebaño que vuelve al redil, sube de la tierra y fluye en el ambiente -todo una profundidad recordatoria. Los siglos parecen fundirse y -decantarse en la última llama del sol poniente, y el aire sin duda está -lleno de memorias ilustres, de polvo de siglos, de ideales huellas de -almas. - - * * * * * - -Mientras la pluma traza estas líneas, los torreones y campanarios de -Trujillo esparcen su severa sombra por la plaza incomparable. Veo a -través de los cristales erguirse un caserón arruinado; y en tanto -escapa la imaginación hacia los países vitales y frondosos del Nuevo -Mundo... ¡Qué remotos y antagónicos los dos cuadros! Aquí las sombras y -las ruinas de las torres abolengas de Trujillo; allá lejos se desgrana -el collar de las mil ciudades opulentas y las veinte naciones dinámicas. - -Sin embargo, la duda es ociosa; aquéllo ha nacido de ésto. Y la obra -infinitamente transcendental la consumaron unos obscuros hidalgos de -espada y de iniciativa que nacieron a la sombra de estas torres de -Extremadura, ahora calladas y vacías. - -Es así, teniendo siempre fija la idea de América, como adquieren supremo -valor los campos extremeños. El ánimo se impresiona a cada punto al -sorprender la memoria de los conquistadores, viva siempre en todo este -país desviado, labradiego y pastoril. Y en esta nostálgica evocación de -epopeyas, el pueblo extremeño confunde a los héroes más dispares, -hacinándolos, después de todo, con una cierta lógica. Cortés y Pizarro -se mezclan con García de Paredes, el de las hazañas hercúleas en -Italia, como si hubieran combatido juntos, y pasando a caballo por la -sierra de Santa Cruz, nos cuenta el guía que en algún escondrijo de -aquellos cerros está oculto e incólume el sepulcro de Viriato. - -Suena a hierro Extremadura. De sus encinares brotó la flor estimada que -tiene el nombre de voluntad. ¡Oh gloriosa América, eres el fruto de una -voluntad inquebrantable, infinita, y nada, si no fuese ella, te hubiese -desprendido de la noche de tu sueño aborigen! Las manos que te alzaron a -la luz desde el fondo de las selvas y las cordilleras, eran manos -decisivas e incansables, que no conocían la renunciación. Sólo una casta -de gigantes pudo cumplir la enorme tarea. Casta de Balboa, de Cortés, de -Pizarro, para quienes las empresas más absurdas se domesticaban, se -humillaban, por lo mismo que los propios dioses se amedrentan frente a -la inexorable decisión genial del héroe. - -La ancha plaza de Trujillo aparece a mis ojos toda llena de muchachos -endomingados, que celebran la Fiesta de la Pascua Florida llevando un -cordero votivo. Bulle y ríe la gente en la bucólica romería. Los -corderillos, adornados con cintas y cascabeles, ponen su nota cándida en -el regocijo muchachil. Y arriba, en un estupendo anfiteatro, la ciudad -vieja se encarama por las vertientes de la pequeña loma, ofreciendo la -muda solemnidad de sus casonas y torres almenadas. - -Desde lo alto de la acrópolis, entre marcial y mística, me he detenido a -ver las ruínas venerables y la solitaria inmensidad de los campos -labrados. Los alcotanes giran, en largo vuelo, sobre las rotas murallas -del castillo. Unas cigüeñas, lentas y suntuarias, agregan majestad al -melancólico panorama. - -Los blasones nobiliarios viven entre las ruínas, y vive siempre, como en -una grave penumbra, la sombra del Conquistador. En lo más alto, una -pobre mujer señala un muro: «Ahí nació Francisco Pizarro.» Me aproximo a -ver la gacha y ruda ojiva del portal. Sólo un lienzo de la casa queda en -pie; todo ha caído menos el tosco y simple escudo de la estirpe: un -árbol con dos cerdos rampantes... - - - - -CAPÍTULO II - -EL SELLO ANDALUZ - - -Cuando se ha visitado Andalucía y Extremadura, después de haber -recorrido algunas partes de América, acude a la mente la idea clara del -prodigio, y hallamos que el milagro adquiere explicación y realidad. -Esto ocurre principalmente porque entre las comarcas que produjeron a -los conquistadores y los pueblos americanos, existe ahora mismo una -admirable identificación. Un siglo entero de independencia más o menos -irritada no ha podido desintegrar o desunir lo que desde el principio -enlazó el esfuerzo poderoso de unas personalidades densas. El sello -andaluz pervive en América y Sevilla, esa graciosa perla del -Guadalquivir, es el origen cívico de lo americano. - -Hay en algunas ciudades una simpatía irresistible, que nos obliga a -hablar de ellas en tono exaltado; el mismo nombre de Sevilla es por sí -solo una voz melodiosa, fuente de ilustres sugericiones. Digamos también -que las gracias y los buenos hados suelen visitar de tarde en tarde a -los pueblos, y así no hay duda que en la creación de Andalucía ha -presidido un genio benévolo; los andaluces tienen razón cuando llaman a -su risueño país la tierra de María Santísima. - -Sería poco, sin embargo, si Andalucía poseyera únicamente el prestigio -de su cielo, de su fino aire y de su amabilidad. Tiene, además, la -fuerza, el contenido genial y la aptitud para todo género de grandeza. -Asombra de veras esa región positivamente prócer, que en ningún momento -de la Historia ha dejado de ser visitada por el soplo divino de la -inteligencia. Consideremos que es Andalucía el país a que se refieren -las prehistóricas noticias de los iberos, que tenían leyes, versos y -escritura mucho antes de que abordaran a las playas españolas los -vajeles fenicios y griegos. Y en los grandes museos de Europa, en las -vitrinas que corresponden al período de la piedra tallada, siempre hay, -junto a las reliquias de Creta, Sicilia o el Peloponeso, unas piedras -finamente labradas por manos andaluzas. - -Esa gente hábil y despierta, que conoce la cultura tan de antiguo como -las razas más príncipes, no ha cesado de mantener contacto con la -civilización, y hoy mismo, a través de todas las invasiones que el genio -andaluz absorviera y mejorara, se nos muestra Andalucía como un núcleo -vivo, palpitante y armónico que acaso está pronto para un nuevo -renacimiento. - -La idea que se tiene de lo _meridional_ es en cierto sentido desdeñoso, -especialmente ahora que los pueblos septentrionales imponen la ley en -arte, ciencia y política. Lo _meridional_ quiere decir un poco inferior, -decadente, brillante, frívolo, de corto aliento, muelle y externo. Pero -Andalucía nos asombra también en este caso, porque siendo una típica -expresión de lo _meridional_ contiene, no obstante, hondura y fuerza. -¿Esto es, probablemente, a causa de que Andalucía no participa en todo -de las características mediterráneas? Andalucía parece un país orientado -hacia el Atlántico mejor que al Mediterráneo, como su río esencial, el -Guadalquivir, lo indica. Por otra parte, la gran cuenca del Guadalquivir -es una cosa castellana más bien que levantina. - -Diremos, en suma, que Andalucía es lo meridional de Castilla, como -Castilla es una consecuencia del Cantábrico. Así se realiza, pues, un -desplazamiento de españolismo integral que va del Cantábrico a Castilla -y de la Mancha a Andalucía, resolviéndose por el Guadalquivir, que da -sus aguas al Atlántico, la unión anular de los dos extremos étnicos. El -_meridionalismo_ de Andalucía, por cuanto se halla investido de gracia y -de fuerza, deberemos situarlo en la calidad del de los pueblos, como -Atenas y Florencia, que pudieron cultivar conjuntamente el arte y la -energía. - -La virtud andaluza estriba en esa facultad de la multiplicación de las -aptitudes. He ahí el pueblo que sabe ser fino y muelle, duro y -resistente. El retrato que el viejo historiador hace del Marqués de los -Vélez, hombre terriblemente valeroso y hercúleo, está muy lejos de la -imagen que el vulgo compone a propósito de la gente andaluza. - -En un sitio de Sevilla, en aquello que llamaríamos la acrópolis -sevillana, los siglos han realizado una insuperable síntesis -arquitectónica. El Alcázar muestra su encanto árabe y la delicia de sus -íntimos jardines; cerca de él alza su mole gótica la Catedral; la -Giralda, acierto de grandiosidad y finura, echa al espacio su encajería -de ladrillo; un trozo de Ayuntamiento, también cercano, ofrece su -filigrana plateresca; la Lonja, entre el Alcázar y la Catedral, -reproduce la serenidad del Renacimiento; y para que nada falte, allí -está la portada churrigueresca del palacio arzobispal. - -Todo lo contiene Andalucía, y es por esto la verdadera síntesis o -expresión de España. Las otras porciones de la nación no expresan ni -contienen todos los lados españoles; el Cantábrico, Galicia, Aragón, -Cataluña y Levante, la misma Castilla, son fragmentos españoles. Sólo -en Andalucía se cumple la totalidad. Por eso aciertan algunos -extranjeros cuando imaginan una España del corte y el tono de Andalucía. -Por eso muchos extranjeros se defraudan cuando el tren les lleva por las -interminables vías castellanas. - -Lo verdaderamente español, plenamente español, es Andalucía. En algún -momento histórico ha girado la vida española en el seno andaluz, y -entonces encontraba España su centro de gravedad. - -No debe olvidarse que los principales hechos españoles han sido -apadrinados por Andalucía. La Reconquista tuvo allí sus naturales campos -de batalla, sus decisivas acciones; en Andalucía adquirió, además, el -arabismo un concepto de civilización que no adquiriera en el resto de -España, a pesar del oasis de Toledo. Frente a Granada se cerró el broche -de la unidad española. ¿Y no fué en Andalucía donde el mismo idioma -castellano se pulió, se afinó, se hizo abundante y flexible? Las huestes -de Gonzalo de Córdoba, que ilustraron el nombre militar de España en -Italia, iban formadas por caballeros y nobles andaluces. La iniciación, -el arreglo, la forma, la obra entera de América, partieron de Andalucía. - -Aptos para los trabajos de la inteligencia, los andaluces nos abruman -con la cifra de sus poetas, humanistas, escritores de todo género, -oradores y artistas. Tienen el desenfado y la violencia de Hurtado de -Mendoza, la grandiosidad verbal de Herrera, la fuga mística de Granada, -la gracia abundante de Góngora. Sus escultores llegan al punto máximo de -la religiosidad. Sus pintores son varios, múltiples, y entre todos -completan los distintos caracteres de la personalidad española. Murillo -es dulce y perfecto; Velázquez asume la realidad y la elegancia; Valdés -Leal se reserva la violencia dramática y el barroquismo lacerante de la -expresión. El propio Zurbarán, casi del todo andaluz, acude a completar, -con su pasmoso y magistral misticismo, la empresa de conjunción española -que se cumple en Andalucía. - -Pero Andalucía ha creado sobre todo a América. Cuando oímos decir que en -América perviven las formas y el espíritu de España, debemos entender -que esas formas y ese espíritu son andaluces. De manera que América -recibió el ser de España a través de Andalucía, en cuanto Andalucía -representa el concepto español más puro, auténtico, y, por consiguiente, -total. - -Fué una suerte para América que se hubiera encargado Andalucía de -infundirle el ser y la civilización; Andalucía era por sí misma un -mundo, una nación, un núcleo civilizado en absoluto. Las otras porciones -de España no podían arrostrar el trabajo de fecundar un continente. El -territorio cantábrico era de sentido rural; Cataluña fallaba por el -idioma y en aquella época carecía de virtud expansiva; Castilla estaba -lejos del mar y era ella misma incompleta, insuficiente. - -Mientras que Andalucía lo poseía todo, y en aquel momento hasta tuvo el -instinto de su misión y la ráfaga emocional del entusiasmo. En Andalucía -estaba madura la civilización, y el Renacimiento sopló bien pronto en -sus palacios y ciudades. Henchida de savia propia y original, Andalucía -traspasó a América su contenido cívico y religioso, sus costumbres y su -carácter. Toda esa bella zona que comprende desde el valle del -Guadalquivir hasta el mar, con la zona adyacente y correlativa de -Extremadura, ha sido el país que pobló primeramente América, y que la -selló para siempre con su cuño. Las modalidades de esa zona -guadalquivireña y extremeña, están ahora mismo palpables en todo lo -ancho del nuevo continente. El rumbo y el empaque, el aire de señorío, -la repugnancia por la tacañería, el don dadivoso, la hospitalidad -caballeresca, el sentido hidalgo y señorial de la vida... todo eso, tan -hispano-americano, es de directa progenie andaluza. Esas cualidades -pueden hallarse dispersas en otras comarcas españolas; pero todas -juntas, en un haz, sólo es posible encontrarlas en Andalucía. - -La fuerza expansiva y el pronunciado carácter andaluz son tales, contra -lo que supone la frivolidad del vulgo, que Andalucía, en efecto, no -consintió, no dió lugar, hizo imposible que otra cualquiera influencia -interviniese en el resellamiento de la sociedad americana. América, en -rigor, no puede llamarse castellana, ni siquiera española; es -propiamente andaluza. Si cabe llamarla castellana y española, será tan -solo por cuanto Andalucía representa en una medida excelsa y -perfeccionada la idea de Castilla, y, consiguientemente, el concepto de -España. - -¡Qué madura y qué llena, cuán brillante y animosa aquella Sevilla del -1500; bella por su luz y sus flores; prestigiosa por sus palacios y -monumentos; ilustre por sus señores y sus artistas!... Y rica, además, -en realidades de oro y en quimeras de remotas aventuras. - -Era entonces el núcleo más atrayente de la Península, cuando Toledo -declinaba y Madrid no había logrado aún absorber la vida nacional. A las -márgenes del Guadalquivir acudían, como a un cauce lógico, todos los que -exigían algo de la gloria y de la fortuna, y en algunos autores, como -Cervantes, la idea vuela continuamente al escenario de Sevilla, el más -digno, por tanto, de cualquier ficción literaria y el único sitio que -verdaderamente merecía la pena de ser vivido y narrado. - -Poco esfuerzo necesita hacer nuestra imaginación para concebir la -complicación de aquella ciudad en aquel tiempo, cuando los naturales -motivos de esplendor que posee la comarca se aumentaban con el inaudito -trajín de los muelles, punto exclusivo de arranque para las flotas de -Indias. Todo espíritu ambicioso tenía que afluir a Sevilla, sede de la -pompa religiosa y tablado eximio de las letras; acudían los mercaderes y -los armadores, los cartógrafos y los pilotos, los caballeros de mesnada, -los simples soldados, los propios pícaros. Junto con ellos se -congregaban los ambiciosos de otras naciones: franceses y flamencos y -alemanes, y los insuperables maestros de rapacidad, los genoveses. En -aquella muchedumbre cosmopolita y heterogénea existían los útiles -necesarios para toda expedición. Era una abastecida síntesis del mundo. -Así es explicable cómo en las flotas que partían para América marchaban -tan completas las cosas y los hombres, de modo que arribando a las -Indias era como si una ciudad de Europa se desbordase allí para -florecer rápidamente. - -Un rumor de fantasía palpitaba en los muelles sevillanos, y las mentiras -de los que tornaban, uniéndose a las presunciones de los candidatos de -Ultramar, daba cariz supersticioso a los navíos de dorados puentes que -flameaban en el cielo andaluz sus banderolas. ¡Qué mágica visión de las -nuevas tierras! ¡Qué gran puerta se abría al ensueño en aquellas -márgenes del río opulento!... Las señas estaban allí bien evidentes; no -valía pensar en subterfugios ni en engañifas. Allí reposaban los fardos -de cacao y de pimienta, de azúcar, de café y de cuantos frutos preciados -originaba el Nuevo Mundo. Allí bullían también los esclavos inauditos. -Del vientre de las naves salían aquellas arcas evidentes, palpables, -todas llenas de pasta de oro. ¿Y no era igualmente cierta la llegada de -los señores, cubiertos de preseas y servidos por numerosos criados, que -antes partieran pobres y con el matalotaje tomado a préstamo? - -En aquel jubileo de las Indias pronto los mitos clavaron su espina -impaciente en las imaginaciones. La leyenda de Jauja, la versión de -Potosí, el sueño del Cerro de la Plata, el país de la Florida y sobre -todo, por encima de todas las quimeras, el mito de Eldorado... - -Todo era indispensable, sin embargo. El énfasis de la fantasía ha podido -siempre obligar al hombre a osar lo inaudito, y sin la ayuda de la -quimera hubiera sido imposible que aquellos hombres arrostraran tales -trabajos, y pudieran, en fin, entre martirios y fracasos, alzar, para la -vida civilizada, la realidad de un continente. - - - - -CAPÍTULO III - -PLUS ULTRA - - -Rozamos las monedas con los dedos y apenas si nunca nos fijamos en el -blasón de su anverso; pasamos nuestras miradas distraídas sobre el -escudo nacional que campea en los edificios públicos, y no nos detenemos -a reflexionar acerca de su sentido emblemático. El eterno desgaste -cotidiano roba religiosidad a las cosas y los símbolos más sublimes. - -Las dos columnas que encuadran el escudo español, ¡he ahí el símbolo -verdaderamente sublime, por el cual nunca morirá el recuerdo de España -en el mundo! Las dos columnas quieren significar la superstición y la -limitación del mundo entero. «No hay más allá», decía el miedo y la -ignorancia de los hombres. De pronto hubo alguien que osó la -investigación de lo desconocido, y las columnas fueron sobrepasadas, y -el orgullo de los audaces pudo escribir ese mote altanero que abre a la -Humanidad una nueva era. «Plus ultra.» - -Siempre será imposible arrancar al hombre la facultad de adoración, y el -ser más soberbio y rebelde siente alguna vez el prurito de prosternarse -ante cualquiera representación de lo sobrenatural o de lo infinito. El -hombre no puede prescindir de los símbolos, porque ellos son los lazos -materiales que nos unen al ideal. El «Plus ultra» nos descorre -milagrosamente un escenario mental, y mudos de asombro vemos levantarse -esa creación fantástica, resplandeciente, que se llama América. - -Detrás del mote escueto, y por fortuna sonoro, contemplamos una suerte -de milagros y de grandezas cuya visión nos aturde. La misma forma -geográfica del continente ayuda al goce admirativo. Parece, en efecto, -un país providencial, único, separado de los otros continentes, -surgiendo como un jardín del seno de los océanos; parece el Paraíso de -las narraciones primitivas, el cual, si fué sustraído al hombre por sus -pecados, estaba, en cambio, reservado a las edades posteriores como un -premio por los afanes y sacrificios humanos. América es el don de los -dioses, que perdonan finalmente al hombre. Es el Paraíso arrebatado y -luego restituído. - -Pues bien, los dioses habían escogido a su pueblo amado para que -consumase la obra milagrosa de la restitución del Paraíso. -Verdaderamente, sólo España podía consumar el milagro de América. - -El mundo estaba incompleto, el mundo era una cosa imprecisa e -indelimitada que se cernía en el caos geográfico. Entonces se levantó -España, y con un ademán que llamaríamos sencillo, por estar exento de -teatralidad y de dolor, ensanchó en toda su extensión el mundo, recorrió -los mares en todo su misterio, alumbró los continentes y dió, en fin, -realidad a la redondez de la tierra. - -Y todo esto lo realizó sencillamente, como si de veras obedeciese a un -mandato de los dioses; como si fuera el brazo que la Providencia usa -para efectuar el milagro. Esa obra descomunal de América apenas si -perturbó en nada la vida española; España no interrumpe su actuación -europea, sus campañas, sus formidables entreveros políticos; la acción -de España se diversifica en Europa y en el Norte de Africa, sigue su -curso normal, trágicamente magnífico, y como por un exceso de grandeza -no se oye casi hablar de las Indias a los escritores y los gobernantes. -Es un caso de plenitud y de energía; es algo como el silencio en el -obrar del soberbio y del poderoso. La obra descomunal de América va -realizándola España rápidamente, sencillamente, sin que un músculo -contraído denote el esfuerzo extraordinario. Esta señorial aptitud para -consumar actos excepcionales, que en el gigante parecen naturales y en -otros absorberían todas las fuerzas y toda la voluntad, es un distintivo -diferencial que España debe reclamar sobre todo. - -Repasad el censo de las cosas geniales creadas por la Humanidad; sed -exigentes al considerar el valor esencial y eterno de esas cosas; -cuando hayáis reducido a breve cifra las genialidades trascendentales, -entre ellas contará siempre el descubrimiento, conquista y colonización -de América. - -¡Cuántos pueblos han debido vivir y perecer sin que su nombre quede -perpetuado en una obra verdaderamente trascendental! España, hasta la -consumación de los siglos, será una expresión viva porque produjo a -América. - -No consiste la genialidad en el ruido de las batallas y de la política; -se puede embargar la Historia con el peso de muchas acciones, como -Turquía o Cartago, y no obstante carecer de opción para el respeto de -los siglos. No vale llenar la Historia y añadirle peso, que al fin es -como una contrariedad; no vale siquiera haberse esmerado en pequeñas -obras, en breves esfuerzos, en numerosas aportaciones modestas; lo -importante en un pueblo es abrirse, como una montaña de oro virgen, y -darse, derramarse, arrojar al tiempo de una vez y magníficamente la obra -trascendental. - -A los españoles se nos ha regateado todo. Con un rencor de fiscal -adverso, todo se nos ha discutido, negado, mezquinado. Pero considérense -con atención y justicia el descubrimiento, conquista y colonización de -América, y un aura de heroísmo y honda humanidad trascenderá al espíritu -más extraño o ajeno. El heroísmo está palpitante; no los Cruzados, pero -ni los fantásticos campeones de la caballería, ni los guerreros -mitológicos, han inventado aventuras como la de Cabeza de Vaca o -combates y trabajos como los de Pizarro y Cortés. El humanismo de la -empresa española en América fué muchas veces escatimado; sin embargo, -desde el ejemplo de Roma ningún pueblo se ha transfundido en el pueblo -dominado como España en América. La flor de su sangre y de su cultura, -sus creencias y su idioma, su fe y sus costumbres, su ánimo y sus -sentimientos, todo lo derramó España en América, exactamente como hace -una madre. ¿Es esto un delito de humanidad? - -Vertida, derramada, transfundida en América, España quiere y puede -llamarse madre. La América española no es un país extraño que al -libertarse políticamente se separa en realidad; no puede separarse -nunca, porque es una parte indivisible de la universalidad española. - - - - -CAPÍTULO IV - -LOS ESPAÑOLES EN AMÉRICA - - -Desde muy antiguo, y en distintas zonas del mundo, se ha pretendido -descalificar y disminuir a los españoles que conquistaron América. -Parece como si el primer impulso de estupefacción que la conquista de -Méjico y Perú produjo en las gentes, hubiera humillado a los mismos -admiradores; y es sabido siempre que la envidia reacciona del mismo -modo: la admiración se convierte en incisivas objeciones. - -El mundo se sobresaltó y quedó estupefacto cuando empezaron a correr las -primeras noticias de las Indias, que eran llevadas, naturalmente, -agrandadas y envueltas en hipérbole, por los pilotos, mercaderes, -aventureros y embajadores. Aquellas noticias hablaban de tierras y -pueblos, que venían a reproducir y confirmar las relaciones -semiolvidadas de Marco-Polo. Un mundo distinto, fresco de originalidad, -radiante de juventud y de riquezas, asomaba por el lado de Occidente, ni -más ni menos que como un regalo milagroso. Y este regalo venía a caer en -la corona de España, ya desde antes favorecida tan grandemente por la -Providencia. Pero cuando Cortés entró en Méjico y sujetó aquel imperio -al dominio de Carlos V, y cuando un poco después mostró Pizarro la -maravilla de su hazaña y el tesoro increíble del Perú, el mundo no supo -cómo expresar su asombro. Lo cierto es que el nombre de España, entre el -vulgo de Europa, iba adscrito a una idea de fuerza militar, palpable en -los campos de Italia, Africa y Francia, y a una idea de oro, pero de oro -manante, torrencial, inexhausto. - -No debe extrañarnos que Europa procurase reaccionar, y bien pronto, en -efecto, saltaron las primeras objeciones. Especialmente fué el siglo -XVIII, ese siglo de casacas y de ilustración empolvada, el que mejor -objetó y criticó la obra de España en América. Ese siglo racionalista y -pacifista era incapaz de _sentir_ el vuelo épico de los conquistadores. -Nada, en verdad, tan antagónico como la energía brusca y _española_ de -los conquistadores y el intelectualismo sedentario del siglo XVIII. - -La conquista de América fué una acción a la _española_. Cada nación -imprime a sus actos el sello que fluye de su propia naturaleza, siempre -que esa nación tenga la virtud de la originalidad. No sería prudente que -aquí nos detuviéramos a esclarecer si otra nación de Europa del siglo -XVI hubiera podido descubrir, dominar y civilizar rápidamente el Nuevo -Mundo, como en realidad lo consiguió España. A Portugal le faltaban, -indudablemente, fuerzas, densidad y otros elementos; Italia y Alemania -no existían como verdaderos Estados homogéneos; Francia carecía de la -aptitud colonizadora. En cuanto a Inglaterra, ¿cuántos siglos habría -necesitado para completar la obra americana con su sistema de los -colonos y las factorías que hubo de inaugurar en los Estados Unidos? En -tiempo de Wáshinton las colonias británicas apenas si lograban alejarse -algunas leguas de la costa del mar, y todo el interior era una sombra -medrosa por donde corrían los indios y los bisontes. - -Si América había de ingresar prontamente en el acerbo civilizado, era -preciso que osase la empresa un pueblo escogido. Los dioses eligieron a -España para esa empresa. Y España se lanzó a la obra, poniendo en ella -su _sentido heroico_ de la acción. Este sentido heroico de la actividad, -que ha formado alguna vez y eficazmente el espíritu español, dió -nacimiento a América. Así ha nacido América a la vida, y nadie puede -evitar que así sea. Y España, con su empresa de América, ha cerrado, -efectivamente, en la Historia el ciclo de la epopeya romántica, -legendaria y milagrosa. - -Las objeciones del mundo se han dirigido precisamente contra los -personajes de esa epopeya. Con un espíritu cominero y sedentario, lleno -de dengues y ascos, se ha querido reducir el tamaño de los -conquistadores. Se les ha tomado la cuenta exacta de cada una de sus -muertes y de todas las gotas de sangre que necesitaron verter. No se ha -mirado al conjunto de la obra ni al total de los resultados; no se ha -visto el edificio entero de América, que al cabo del mismo siglo XVI -estaba ya concluído y era tan majestuoso. Sólo se han visto y contado -las muertes y los abusos, como si alguna epopeya pudo nunca ser -realizada por ángeles puros. Ni se ha visto, a través de la sordidez -puritana y de las gafas de los racionalistas del siglo XVIII, la nube -caballeresca y como mística que envuelve a los conquistadores; tan -distintos, ciertamente tan incomprensibles para todas las mentes que no -sientan y perciban el genio español. - -Una literatura de acarreo se ha obstinado en presentar a los -conquistadores como personas bajas y soeces, brutales, con la más ruda -brutalidad del más ignorante soldado. Se ha repetido el estúpido lugar -común de que América fué conquistada y poblada por las peores gentes de -España, y yo escuché a bastantes americanos hacer la misma relación de -ese vicio de origen, que les asignaba tan miserables predecesores. - -Pero si repasamos las crónicas de la Conquista, constantemente -hallaremos ocasión de rectificar al vulgo. Lo cierto es que en las -expediciones que se dirigían a América, junto con los inevitables -marineros toscos y soldados soeces, marchaba una gruesa multitud de -caballeros, aristócratas, hidalgos, segundones, personas de pro, buenos -capitanes y gente de toga y de iglesia. Es absolutamente erróneo que -embarcase para América lo peor de España. En aquellos tiempos España -tenía una verdadera plenitud de caballeros e hidalgos que eran -suficientes para acudir a las empresas de Europa y a la aventura de -Ultramar. Por eso era fuerte entonces España, por la multitud y densidad -de su aristocracia, aquella aristocracia de pequeños caballeros y -fuertes hidalgos, que se dispersaron y perdieron, por desgracia, en -tantas dilatadas empresas; los cuales, al desaparecer, dejaron a España -como sin hueso y sin brío, puesto que los falsos hidalgos de nueva -promoción, que después acudieron, ya no tenían la virtud íntimamente -aristocrática de los primitivos. - -Es indudable que las expediciones se formaban con la flor de las gentes -de Andalucía, de Extremadura, de Castilla y del Cantábrico. Buenos -pilotos de Vizcaya, de Galicia, de las marinas de Huelva y de las -riberas del Guadalquivir; cartógrafos y hasta hombres de letras; -artilleros como Candía, el que siguió a Pizarro, y el Catalán, que -acompañaba a Cortés; caballeros, en fin, de toda España. Cuando Hurtado -de Mendoza quiere fundar a Buenos Aires, lleva, según los cronistas, una -multitud de señores y brillantes capitanes, que van en una armada -poderosa, todos seducidos por el prestigio del ya famoso y un poco -quimérico Río de la Plata. Y en la relación que envían los fundadores de -Veracruz al emperador Carlos V, dicen que «Hallándose con deseo de -poblar muchos caballeros e hijos-dalgos...» - -Efectivamente, las fundaciones de ciudades y la toma de posesión de las -tierras descubiertas no se ejecutan rudamente y al modo que harían unos -soldados facinerosos. La mayor solemnidad jurídica, el formulismo más -civil y ceremonioso preside esos actos, verdaderamente memorables y -conmovedores. Blasco Núñez de Balboa penetra solo y armado en la mar del -Sur, que acaba de descubrir, y con el estandarte en una mano y la espada -en la otra, asesta al mar las cuchilladas de ritual y proclama, en -estilo caballeresco: «si hay algún hombre que quiera desdecirle sobre -aquella posesión, y si le hay, que salga a defender su protesta». - -Lo mismo hace Cortés, lo mismo todos los conquistadores. Y enseguida que -se arma una expedición, por modesta que fuere, tienen cuidado de llevar -un clérigo y un hombre de toga para que vigilen la campaña, tomen nota -del oro que se _rescata_, reserven el _quinto_ para el rey y pongan -orden y decoro formal a todo. En la primera expedición al Yucatán, unos -cien soldados, pobres de suyo y sin más propósito que _rescatar_ oro, -empeñan sus caudales y llegan a poder armar unos pequeños navíos; a -pesar de su modestia en recursos, y ser una simple expedición -accidental, se apresuran a contratar un sacerdote para que les diga -misa, y un magistrado para los efectos formales y jurídicos. - -Las mayores formalidades preceden a la fundación de las poblaciones, que -inmediatamente nombran sus cabildos y justicias, y que desde el primer -momento adquieren el sentido foral y ciudadano, verdaderamente -_democrático_ a la _española_. Véase la fundación de Veracruz; la -formalidad es suprema y convincente. En efecto, convenido que han la -necesidad de fundar una villa, el jefe de la expedición, que es Hernán -Cortés, reune a los señores y soldados y nombra los alcaldes y regidores -que se precisan. Hecho esto, al día siguiente se reunen los alcaldes y -regidores y _mandan llamar a Hernán Cortés_ en nombre de la Corona, y le -piden que les muestre los poderes y ejecutorias de que dispone. -Examinados estos poderes, los magistrados de la villa fallan, por tanto, -que el poder legal de Hernán Cortés ha terminado en aquel instante. El -poder civil recupera sus derechos y procede con plena soberanía. -Entonces, puesto que la armada necesita un capitán, los alcaldes y -regidores deliberan concienzudamente y deciden elegir a Cortés como -jefe... - -Seguramente, aquí se trata de una maniobra que cualquier político -moderno, de cualquier aldea constitucional, conoce y sabe tramar. Es -claro que Hernán Cortés conocía previamente la decisión del cabildo de -Veracruz; pero él y sus hombres tenían un hondo sentido de la autoridad, -y no osaban hacer nada sin anteponer el formulismo y la ceremonia de las -leyes y de la Justicia. - -Antes de entrar en batalla contra los indios, ¿no vemos a los españoles, -aún a riesgo de empeorar su situación estratégica, destacar un heraldo y -amonestarles seriamente para que se vengan a razones y se sometan al rey -de España? Esta casi cómica protestación se repite muchas veces; es como -si los españoles quisieran exculparse del crimen que ellos no desean -hacer, pero que la necesidad del momento les obliga a hacer... Pero -todos sus formulismos, todas sus formalidades jurídicas fueron vanas; -la posteridad les ha llamado rudos aventureros, soldados foragidos, -gentes sin Dios y sin Ley. - -La brillante y lucida hueste que Hernán Cortés preside y lleva a la -conquista de Méjico es una hermosa armada de quinientos hombres -esforzados, empavesada de banderolas y trémula por el ruido y resplandor -de las armas. Es una síntesis de España; es un pedazo de Europa que -contiene todo lo estimable de la civilización cristiana y europea. -Caballeros, capitanes, clérigos, magistrados, oficiales y artífices; -nadie falta allí para completar la síntesis. Es un pequeño mundo que -avanza hacia la virginidad del mundo ignorado. No falta ni siquiera la -literatura; el propio Hernán Cortés describirá sus actos, como antes -César, y allí va con ellos Bernal Díaz del Castillo, que habrá de -escribir su famosa historia de _La conquista de la nueva España_. Es un -mundo pequeño, es una tropa pequeñísima para osar tan enorme empresa; -pero lleva consigo un aliento excepcional, con el que sabrán incluir -aquellos extensos países en el seno de la civilización europea. - -El propio Bernal Díaz del Castillo se entusiasma y toma un tono lírico -cuando considera la obra que han realizado los españoles. El valiente -capitán y rudo historiador, viejo ya en su retiro de Guatemala, echa la -mirada hacia atrás, recuerda lo que fué América y lo que es en el -momento, y habla con acento emocionado y con legítimo orgullo de todo -cuanto le debe el mundo a los conquistadores. Enumera el horror de las -idolatrías sanguinarias que los españoles han suprimido; el ferviente -cristianismo en que viven las poblaciones indias; el número de -monasterios e iglesias que se han erigido en todas partes. Habla de los -muchos oficios en que diestramente se emplean los indios, enseñados por -los españoles, y cómo los pueblos tienen sus cabildos y justicias y -viven en sosiego. - -«Digamos cómo todos los demás indios, naturales de estas tierras, han -deprendido muy bien todos los oficios que hay en Castilla entre -nosotros. Y tienen sus tiendas de los oficios, y obreros, y ganan de -comer a ello... Y muchos hijos de principales saben leer y escribir y -componer libros de canto llano... Y han plantado en sus tierras y -heredades de todos los árboles y frutas que hemos traído de España... Y -demás desto, miren los curiosos lectores qué de ciudades, villas y -lugares están poblados en estas partes de españoles... Y tengan atención -a los obispados que hay, que son diez, sin el arzobispado de la muy -insigne ciudad de Méjico, y cómo hay tres audiencias reales... Y miren -qué hay de hospitales... Y también tengan cuenta cómo en Méjico hay -Colegio Universal (Universidad), donde estudian y deprenden la -gramática, teología, retórica y lógica y filosofía, y otros artes y -estudios, e hay moldes y maestros de _imprimir libros_...» - -Esto se escribía en 1568, cuarenta años después de la conquista de -Méjico. Aproximadamente por aquel tiempo, otro historiador-soldado, tan -sabio como discreto, Pedro de Cieza de León, exclama en su _Crónica del -Perú_: - -«Y no me paresce que debo pasar de aquí sin decir alguna parte de los -males y trabajos que estos españoles y todos los demás padecieron en el -descubrimiento destas Indias, porque yo tengo por muy cierto que ninguna -nación ni gente que en el mundo haya sido, tantos ha pasado. Cosa es muy -digna de notar que en menos de sesenta años se haya descubierto una -navegación tan larga y una tierra tan grande y llena de tantas gentes; -descubriéndola por montañas muy ásperas y fragosas y por desiertos sin -camino, y haberlas conquistado y ganado, y en ellas _poblado de nuevo -más de doscientas ciudades_...» - - - - -CAPÍTULO V - -EL ORIGEN HEROICO DE AMÉRICA - - -La obra del Nuevo Mundo es hija del heroísmo. Tiene un hondo sabor de -aventura, y jamás el tiempo ha de borrar esa huella aventurera y heroica -de los orígenes. Y es, además, acaso la última gran empresa heroica y -aventurera que la historia ha producido. - -Las obras que nacen del heroísmo mantienen eternamente un sello -excepcional que las hace más eficaces y bellas. Esta verdad la han -conocido todos los pueblos, y es efectiva la voluntad de poseer orígenes -heroicos que manifiestan las civilizaciones todas. De la cabeza de -Minerva armada quiere Atenas nacer, y la misma Roma, nido de algo como -bandoleros al principio, se hace inventar la leyenda de aquellos -guerreros de Troya, origen de la estirpe romana. - -La superstición guerrera, común a todas las razas, podría parecer un -prejuicio que hubiera impuesto a las gentes la casta militar, dominante -y temible antiguamente. Pero una casta militar no pudo sostener en toda -hora su pensamiento imperativo ni sobornar constantemente a los -filósofos, poetas y artistas, y lo cierto es que todos, hombres de -meditación o de fantasía, otorgaron siempre al heroísmo su entusiasmo, -sus cantos y sus obras panegíricas. - -Es porque comprendían que el soplo heroico hace grandes, fértiles y -duraderas a las cosas. Sabían que el espíritu del heroísmo es el más -fecundo en idealidad, porque inspira y estimula las virtudes próceres -humanas: la virtud, el honor, la lealtad, la generosidad, el sacrificio. -Y porque de estas virtudes príncipes nacen las ideas bellas, y, por lo -tanto, las mismas actitudes y los gestos bellos. - -Del poema de _La Ilíada_ se nutre Grecia hasta su final. Y tanto o más -que la interpretación de los símbolos o personajes religiosos, le -interesa al espíritu heleno interpretar las luchas y los personajes de -la guerra de Troya. Un mundo de estatuas y ánforas, una floración de -inefable estética brota del alma cálida de Grecia al contacto de aquella -idea de heroísmo. - -Las obras que fecunda el heroísmo, por su virtud de aristocracia y de -sublimidad, diríase que superan la resistencia del tiempo y están por sí -mismas sinceradas. El aura de valor y de nobleza en que se envuelven las -hace respetables, hermosas, temibles. ¡Qué infecunda y fea la -civilización que no ha nacido del heroísmo! Todos los bajeles y riquezas -de Fenicia fueron inútiles para el mundo e inaptos para el arte y la -idealidad, porque carecieron de heroísmo. Las colonias, los palacios y -las actividades de Cartago son estériles porque les falta la ráfaga -heroica; sólo al morir la ciudad prosaica halla en Aníbal el hombre que -podrá justificar a su patria ante la Historia. - -Por las páginas de la _La Biblia_ corre ese soplo heroico más de una -vez; con rumor de espadas están llenos sus libros, y las estrofas -sagradas vibran gloriosamente y tienen un alto tono de alegría triunfal -cuando narran las guerras contra los filisteos, aquellas luchas por la -conquista de un territorio que Dios concede a su pueblo para que lo -nutra con heroísmo. La figura de David ilumina como una llama heroica -los libros santos. - -Heroico es el cristianismo, y no solamente mártir. ¿No es un alma -profundamente heroica la de San Pablo, y alma íntimamente marcial? ¿Es -algo más que heroísmo la voluntad de vencer de los cristianos en la Edad -Media? Las Cruzadas, los poemas caballerescos en Tierra Santa, la -expulsión de los moros de España, ¿no son conceptos en que el heroísmo -se funde, como la mas alta y no igualada fusión, con el misticismo? ¿Y -no tienen carácter heroico las aventuras temerarias de los fundadores y -los evangelistas? - -Glorioso es el Renacimiento por sus humanidades, su arte y su ciencia; -pero es además grande y glorioso por sus esencias heroicas. El siglo -XVI crea verdaderos portentos humanos, personas de excepción, héroes -extraordinarios y numerosos. Es la hora radiante en que la personalidad -heroica se manifiesta con más brillo y hasta sus últimas consecuencias. - -Del heroísmo ha nacido América. Un soplo, entre místico y marcial, -empujó las carabelas inaugurales. Bajo la cruz pintada en el velamen, -las espadas y las corazas hacían sus fieros ruidos. Así fué creada -América, y nunca será esto rectificado. - -Los españoles crearon América a su modo, al modo heroico. Salían del -poema largo de los moriscos; recordaban los actos del Cid, el que -lograba ciudades y reinos con la fuerza de la lanza; estaban impregnados -de lecturas caballerescas... En las Indias, puesto que la dirección de -los gobernantes de la península era nula, aquellos españoles -emprendieron la obra según su propio e íntimo ser, espontánea e -inspiradamente. Por ser obra libre de la espontaneidad de los -conquistadores y pobladores, América es el acto más puramente español. -Tal vez por eso también es América una cosa tan inexorablemente -española. - -La virtud heroica sabe hacer estos milagros. Y si una colonización de -comerciantes, como la holandesa, deja al cabo de los siglos que Java y -Sumatra no pesen nada en el mundo, sino como almacenes de azúcar y como -viveros de gentes anónimas, las naciones americanas que España creó -heroicamente son cosas personales, únicas, y posibilidades magníficas en -el porvenir. Ni Méjico ni el Perú carecerán nunca de valor en la -Historia. - -Entregados a su iniciativa, obedientes a su espontaneidad, los españoles -vertieron en América su ser entero; todo su contenido social, político y -religioso. Con una rapidez que asombra, las catedrales y las -universidades levantaban sus torres en el aire americano. Los cabildos, -como copia de la vida municipal de España, se transplantaban a las -Indias y daban a aquellas regiones el tono cívico y libre que desde el -principio ostentaron. El afán de _poblar_ se mezcla con el afán -heroico, y tan pronto como se ve algo exento de dificultades, Pizarro -insiste en fundar la ciudad de Lima, en cuyos planos y replanteo -interviene, y de cuya fundación y grandeza está tan orgulloso, tan -enamorado. - - - - -CAPÍTULO VI - - EL CID COMO PRECURSOR DE LOS CONQUISTADORES DE AMÉRICA - - -Los hombres varían poco a través del tiempo, en cuanto a los caracteres -y modos fundamentales; variamos nuestro modo de vestir, cambiamos la -forma de las leyes y de los sistemas de locomoción, pero en lo íntimo -somos consecuentes. - -Leyendo las incomparables estrofas de _Mío Cid_ nos encontramos con -relatos y episodios que parecen escritos por un cronista del siglo XVI. -Y todo el que _sienta_ hondamente la epopeya de América, reconocerá que -los conquistadores, expresa o infusamente, estaban influídos por el -poema del _Cid_. - -Muchos de los conquistadores, por su rudimentaria cultura, no conocían -directamente el viejo poema castellano; pero a través de los romances, -cuentos y tradiciones, es seguro que España entera se hallaba saturada -del espíritu y hasta los pormenores del héroe de Vivar. - -Este era un hombre representativo que asumió todas las esencias del alma -española, y que, por ley natural que nunca falla, sirvió de guía y -modelo a las generaciones sucedentes. El Cid, como perfecto héroe -nacional, dió el tono a España, y para comprender esto no necesitamos -acudir a los ejemplos literarios, como son los romances y las numerosas -comedias que han surgido de los episodios del Cid; la influencia más -viva y práctica la tenemos en la conquista de América. - -Lo cierto es que Hernán Cortés y Francisco Pizarro efectúan sus empresas -en una forma que en ocasiones parece copiada del mismo poema de _Mío -Cid_. - -Cuando Pizarro alza pendón en Panamá y hace la recluta de sus mesnadas, -verdaderamente está calcando al Cid en su ataque y conquista de -Valencia. - - «Quien quiere perder cuenta e venir a rritad, - viniese a «Mío Cid» que ha sabor de cabalgar. - Cercar quiere a Valencia para cristianos la dar. - Al sabor de la ganancia non lo quieren detardar; - grandes yentes se le acogen de la buena cristiandad...» - -Allí veremos a Pizarro gozoso de haber entrado en las puertas del Perú y -sorprendido ante las primeras riquezas que apresan sus manos. Lo primero -que decide es un acto de política y de fidelidad: aparta el quinto del -botín y corre a llevárselo a su rey. No de otro modo el Cid, cinco -siglos antes, encargó a Minaya. - - «Enviar vos quiero a Castiella con mandado - desta batalla que habemos arrancado; - al rey Alfonso que me ha airado - quiérol enviar en don treinta cavallos, - todos con siellas e muy bien enfrenados, - señas espadas de los arzones colgando.» - -Vemos después a Pizarro llegar hasta el remoto Cuzco, domar los -ejércitos enemigos y posesionarse del extraño país maravilloso. Le vemos -reunir las riquezas de los incas y hacer las particiones entre sus -gentes, dando al caballero y al peón su parte equitativa, de manera que -aquellos temerarios aventureros se hicieron _todos ricos_ en un -instante. También en este caso parece que el episodio y los mismos -detalles hubieran sido calcados del poema del Cid. - -Así en la batalla contra el conde de Barcelona, vencido éste y librado -del cautiverio por la bondad del caudillo castellano, - - «...tornós el de Bivar, - junto con sus mesnadas, compesós de alegrar - de la ganancia que han fecha maravillosa e grand; - tan ricos son los sos, que no saben qué se han...» - -Pasa por todo el poema de _Mío Cid_ un aire de aventura y de conquista, -de esperanza y de botín, de largas caminatas por territorios -extranjeros, y este aire heroico-adquisitivo es como el preludio de la -gran aventura de las Indias. En tal sentido, el Cid es un precursor de -los conquistadores o, mejor todavía, el primer conquistador. - -Se dirá que la guerra era igual en sus formas y en sus fines durante los -siglos medioevales. Marchar contra el enemigo, vencerlo, esclavizarlo y -apresar inmediatamente el botín; tal era, en efecto, el sentido y la -moral de las guerras en la Edad Media. Pero por encima de las formas -usuales o universales, las mesnadas del Cid se reservan una -originalidad. Desde luego ellas operan sobre un adversario infiel y -perverso, como es el moro, el cual, por añadidura, está ocupando un -territorio que, justamente, no le pertenece. Por tanto, ir contra el -moro no es lo mismo que hacer la guerra a un rey o estado de cualquier -otro país de Europa. El héroe español hace sus campañas sobre un país -tres veces enemigo: enemigo como infiel, como usurpador del territorio y -como adversario formal. - -El Cid, además, no es un conde ni un rey que desea extender sus estados -o vengarse de un vecino poderoso; simplemente es un _hidalgo_ fornido y -valiente, apto y capaz, verdadero ejemplar del caudillo que recluta sus -hombres y va a la buenaventura, a conquistar tierras y ciudades, a -vencer reyes y ensanchar el cristianismo. Ni siquiera le ayuda el rey; -hasta rompe los vínculos legales que le atan al rey, puesto que está -desterrado. Solo con sus fuerzas, aislado en el mundo, fiando en su -capacidad, marcha por la tierra adelante a conquistar ciudades y lograr -la riqueza, el poder y la gloria... Este tipo de _conquistador_ es único -en Europa; y es tan español, que los conquistadores de América no hacen -más que reproducirlo y calcarlo. - -Hay en el Cid un tono de _aventura a la española_ que parece un anticipo -o un presagio de lo que más tarde habría de ocurrir en América. El -aventurero de Vivar, por virtud del incomparable verismo del espíritu -estético español, no pretende nunca engañar a sus hombres con -entelequias ni fantasías literarias; les habla el lenguaje de la verdad, -con un acento masculino y heroico tan lleno de humana emoción. Y la -verdad para sus hombres de hierro no puede dispersarse en vanas -quimeras; se trata de ganar botín, de cobrar honra y de expulsar a los -infieles. - -Esta trinidad de propósitos práctico-idealistas está asistida -constantemente por un sentido de conmovedora fraternidad, que después -habrán de reproducir los conquistadores de América haciéndose, el -capitán y los soldados, camaradas a quienes une entre sí tanto el amor -como la ambición. El Cid trata a sus soldados como a hijos, los protege -y guía, los ama de todo corazón, al modo que después los aventureros de -Indias no escucharán de sus jefes ninguna altivez, ningún ultraje, ni le -acusarán de abusos. Fraternalmente se repartirán los tesoros, como -hermanos de peligro y de fortuna que en efecto son. - -¿Pero qué hay, además, en el Cid de distinto, de íntimamente español, de -presagio americano? Sin duda es aquel vuelo y fuga mística que cobra en -la epopeya de Indias su mayor significación, y que en el poema de _Mío -Cid_ ya estaba expresado. Poco antes de marchar contra las tierras de -moros, que son vasallos del conde de Barcelona, el Cid cree necesario -hablar a sus gentes, y al efecto les da con pocas palabras una especie -de sistema o filosofía del heroísmo, del aventurero, del conquistador. - - «Ya caballeros decir vos he la verdad: - qui en un logar mora siempre, lo so puede menguar.» - -¡Aquí está, sin duda, el principio y la definición de la historia de -España! «Quien mora siempre en un lugar, lo suyo, lo que posee, puede -disminuirse...» ¿No es ésta una verdadera filosofía del progreso, que -estima, en contra del sentido quietista y parsimonioso, necesario -cambiar, osar, variar y decidirse? ¿Pero no reside en esas rudas -palabras un presentimiento de la acción española, impetuosamente lanzada -hacia una ambición de dominio y de gloria? - -El poeta de _Mío Cid_ añade en seguida: - - «Cras a la mañana pensemos cabalgar, - dexat estas posadas e iremos adelant...» - -Es decir: «Puesto que mañana nos manda el destino que sigamos la -ventura, dejad estas posadas o lugares deliciosos donde hemos triunfado -y gozado, y marcharemos adelante...» ¡Oh, sublime y transcendental -palabra _adelante_, que al oído del soldado suena como la voz de un -deber sobrehumano, como la voz de la raza, como el imperativo de la -Historia! ¡Dejad estas posadas y seguid adelante! ¡Tierras adentro, -hasta la mar, hasta más allá del mar, más adelante, siempre adelante! - -Al finalizar la Edad Media, a causa de la tradición del Cid y de las -conquistas en tierras de moros, estaban acaso los españoles en una -posición particular respecto a los otros europeos; me atreveré a decir -que los españoles eran los europeos que más sinceramente sentían y -practicaban la _caballería_. Los _libros de caballería_, por tanto, -tenían en España una realidad de cosa viviente. ¿No podría explicarnos -esto la actitud de Cervantes, que reserva su mejor talento para escribir -el _Quijote_, acerba condenación de la _caballería_? Ningún otro país -europeo necesitó la cura genial de un libro extraordinario para una -dolencia que, en efecto, sólo en España adquiría gravedad. - -El _quijotismo_ estaba en el aire y producía los consiguientes daños. La -leyenda del Cid, conquistador de ciudades y opresor de reyes, venía -corroborada por las continuas empresas contra los moros y por la última -romántica empresa de la toma de Granada. Los libros de caballería no -eran, pues, vagamente fantásticos para los españoles. Pero mientras la -gente leía las absurdas hazañas de aquellos libros, ¿no estaban -realizando otros españoles las absurdas, las maravillosas empresas de -Méjico y del Perú? - -Cervantes asumió en este caso la voz de la mediocridad prudente y -criticista, moralizadora y tímida; se hizo abogado del _filisteo_; -combatió la _caballería_ y todo el trastorno imaginativo y social que -comporta el espíritu de aventura. Sin duda estaba ya muy viejo. A los -veinte años él mismo hubiera cantado la _caballería_, puesto que él la -practicó en Lepanto. Pero había fracasado como aventurero, y toda su -vida era ya un fracaso. - -Sentíase viejo y tomó el partido de los _negadores_, de los -_pesimistas_, de los _críticos_, de los prudentes y los _filisteos_; de -todas las gentes sesudas y sedentarias que condenan lo extremoso y lo -aventurero. Los espíritus sensatos y tímidos de España, los tenderos y -los bachilleres, debían lamentar mucho que el Cid y los conquistadores y -los aventureros no fuesen encerrados bajo tres vueltas de llave. Por -último, encontraron su agente en la pluma de Cervantes. ¡Y así recibió -España, como compensación a la pérdida del idealismo aventurero, la -indemnización del _Quijote_! - - - - -CAPÍTULO VII - -LA CODICIA - - -Se ha querido reducir el mérito de la conquista de América con la -alegación de que los españoles únicamente perseguían el oro. - -Hay dos maneras de afrontar la grandeza de los hechos y de las almas. Y -es bien cierto que para un espíritu noble que ama lo sublime, los actos -memorables se presentan revestidos de un aura magnífica, y se esmera en -mirar en ellos las esencias ideales por las que el hombre adquiere cada -día mayor beneficio de nobleza, de cultura y de elevación moral. Este -modo de considerar el heroísmo y los grandes hechos heroicos, requiere, -es verdad, que el alma se halle propensa al heroísmo y contenga en -algún grado la aptitud ideal. - -Por el contrario, un espíritu descontento y que ama el ras de la tierra, -cualquier acto extraordinario lo mirará prolijamente, avaramente, con el -sentido de la justicia y de la verdad que puede tener un administrador o -cajero de oficina bancaria. Sometido a este régimen de regateo, ningún -acto memorable resiste la comprobación. El espíritu pequeño estudia los -detalles, suma los gastos, toma nota de las muertes y daños causados, -descubre la paga que se cobró el héroe, y el acto sublime se disuelve en -tierra y en prosa. Es el caso de las famosas «cuentas» del Gran Capitán, -y sin duda el conquistador de Nápoles hubo de verse en gran apuro cuando -la administración avara le pidiera nota de los «gastos». El Gran Capitán -sabía vencer a los caballeros franceses y deslumbrar a Europa con sus -hazañas; no sabía, sin embargo, justificar sus cuentas... y lo cargó -todo, conquistas y hazañas y glorias, al capítulo de «picos, palas y -azadones». - -Si un espíritu pequeño pone su trabajo en desmenuzar la obra de las -Cruzadas, fácil le habrá de ser descubrir un número exorbitante de -soldados, caballeros y señores que iban a Oriente con el propósito de -ganar tierras o cobrar un rico botín; otros iban a ganar el perdón de -sus pecados, con lo que negociaban el rescate del infierno. ¡Sería tan -posible descubrir el _interés_ hasta en la vida de los mayores mártires! - -Pero en el sitio donde bullen y se enroscan los sentimientos bajos o -mezquinos, vuelan y se remontan las ideas y los propósitos sublimes; y -junto con la marinería y soldadesca que embarcaba a las Cruzadas, allí -iban también los príncipes y los monjes y los mancebos que perseguían la -ideal ambición de conquistar el Santo Sepulcro. Y entre la misma ruda -soldadesca, brillando entre la grosería de los propósitos de la -soldadesca, ¿acaso no relucía allí mismo, en aquellos espíritus -humildes, la llama oculta del ideal? El último soldado, que no vacila en -matar, violar y saquear, tiene sus treguas íntimas, sus momentos -graves, en que triunfa la conciencia, y entonces está presto a perder -todo su botín de concupiscencia por defender a su jefe, a su Dios, a su -bandera. - -Entre la turba de soldados y marineros, sobre las solicitaciones de la -multitud que marcha a la procura del oro, allí Hernán Cortés levanta la -mira de sus sueños, y no es el oro lo que más le importa, sino la -gloria. Por la gloria van otros muchos conquistadores. Por servir al -rey, por orgullo de conquistar, por el anhelo patriótico de ensanchar -todavía más la grandeza de España. Y casi todos los conquistadores, en -efecto, mueren en América, muchos de ellos pobres, y trabajando hasta el -fin en la perfección de su obra. Vasco Núñez de Balboa se ocupaba en -componer su precaria vivienda, cuando lo detienen para ajusticiarlo. -Francisco Pizarro se enorgullecía de su ciudad de los Reyes, que él -mismo trazara, y en ella pereció peleando espada en mano, porque ni de -viejo ni para morir tuvo reposo. - -La codicia es uno de los primeros y más grandes conductores de la -actividad humana. La codicia estaba también entonces allí, en la obra -de América, ocupando los puestos avanzados. - -Antes de que América surgiese a la mirada del europeo, su ensueño, su -posibilidad o su destino estaban impregnados de codicia. Las tierras de -Catay, los mares de perlas, los imperios rebosantes de oro, todo eso -había impregnado la imaginación de Europa a través de los relatos -hiperbólicos de los viajeros venecianos. Los españoles iban a América -bajo la impresión de ese suelo áureo. Y esta idea de la riqueza -americana, que ha durado cuatro siglos y que ahora mismo no pierde su -sabor de quimera y de milagro, los primeros expedicionarios la llevaban -en sus almas, naturalmente propensas a la hipérbole y a la superstición -milagrosa. - -La superstición de la riqueza súbita y fastuosa era tan viva, que a -veces, entre episodios trágicos, da ocasión a incidentes grotescos y -graciosos. Los pobres soldados veían por todas partes brillar montañas -de oro, y lo mismo que al alma simple le aparecen fantasmas divinas en -cualquier pliegue de las nubes, a ellos les aparecían fantasmas de oro y -de perlas. - -Pasando por una aldea de indios, los soldados de Cortés observan unas -hachas doradas que portan algunos habitantes, y creen que son de oro -bajo. Las cambian por bujerías y cuentas de cristales, o las roban, -sencillamente. Las hachas doradas menudean, y los indios traen muchas, -viendo que tanto les agradaban a los cristianos; y cuando los cristianos -se van y toda la tropa de peones y marineros anda preocupada en esconder -aquel botín de la vigilancia del general... ¡se descubre que no son de -oro bajo las hachas, sino de bronce! Y la tropa suelta la carcajada, -riéndose de su propio fracaso. - -Otra vez, «Vueltos a embarcar, siguiendo la costa adelante, desde a dos -días vimos un pueblo junto a tierra que se dice el Aguayaluco, y andaban -muchos indios de aquel pueblo por la costa con unas rodelas hechas de -conchas de tortugas, que relumbraban con el sol que daba en ellas, y -algunos de nuestros soldados porfiaban que eran de oro bajo, y los -indios que las traían iban haciendo grandes movimientos por el -arenal...» - -Otro día salen las gentes de Cortés hacia el pueblo de Cempoalla, a -invitación del cacique, y atraviesan un espléndido país cubierto de -vegas, prados, bosques, palmeras, lleno de frescos arroyos, poblado de -aves bonitas, alegre como un pensil tropical. Los cansados y pobres -conquistadores penetran en la ciudad y son recibidos con flores y -vítores. De pronto, unos soldados de a caballo que iban en avanzada -vuelven temblando de emoción: ¡habían visto las casas chapeadas de -plata!... Después se descubrió que era un barniz o pintura brillante que -cubría las paredes de las chozas. Y otra vez la tropa rompió a reir a -carcajadas. - -Y una vez que un indio, emisario de Moctezuma, se fijó en el yelmo de un -soldado, con ingenuidad de primitivo lo tomó, le hizo gracia, y suplicó -al soldado que se lo cediera; quería llevárselo al emperador como objeto -de curiosidad. Entonces el soldado, con una sorna muy de soldado, dijo -que bueno, que se lo llevase a Moctezuma... ¡y que volviese el yelmo -lleno de oro! En efecto, volvió el casco marcial todo henchido de oro -hasta los bordes. - -¡Ah, cómo encendían estas cosas la brasa impaciente de aquellos -soldados! ¡Cómo se avivaba su imaginación y se afianzaban sus corazones! -¡Qué país tan imaginativo, fantástico, estupefaciente, aquel país en que -las maravillas saltaban a cualquier hora, y en que las emociones -variaban con bruscos golpes, desde el terror a la gloria, desde el -hambre a la hartura, desde la miseria y el descalabro a la opulencia! - -¡Y aquel desgraciado Moctezuma, cómo pretendía que se marchase Cortés, -si le ofrecía el espectáculo de un imperio pasmoso con cuya conquista -ganaría más honra y lustre que todos los capitanes de España! ¡Cómo -presumía que los soldados se fuesen de Méjico otra vez a su patria, si -les anteponía la tentación de los regalos de oro! - -Los emisarios de Moctezuma traen a los españoles ricos presentes. Traen -sobre todo dos planchas «tan grandes como ruedas de carro», una de oro -y otra de plata. Y repiten a los españoles «que se marchen del país...» -¡Cómo podían marcharse! ¡Qué corazón valiente se hubiera marchado! Van, -al contrario, adelante, y se meten en una aventura espantosa que les -acarreará batallas terribles, derrotas tristísimas, trabajos y -mortaldades sin ejemplo. - -La leyenda y superstición del oro hallaban de repente un sitio exacto en -la realidad, y los mismos ensueños podían ser alguna vez superados. Así -la tropa de Francisco Pizarro, cuando en Caxamalca se repartió el -rescate del Inca, se encontró toda ella rica, pero rica de veras, rica -en buenos lingotes de oro y de plata. Aquella distribución de botín es -el hecho militar más inaudito, más único de la Historia. Tiene de -particular que es un hecho confrontado, corroborado por los cronistas, -presidido por el general, anotado por los magistrados, con nota de los -nombres y cantidades. - -«De todo lo demás--dice Francisco de Je----, sacado el quinto real y los -derechos del fundidor, repartió el gobernador entre todos los -conquistadores que lo ganaron, y cupieron a los de caballo a ocho mil y -ochocientos y ochenta pesos de oro y a trescientos y sesenta y dos -marcos de plata, y los de pie a cuatro mil y cuatrocientos y cuarenta -pesos de oro y a ciento y ochenta y un marcos de plata...» El dinero -valía entonces dos o tres veces más que hoy. - -¡Todos ricos, repentinamente ricos!... Aquella noticia debió de correr, -paulatinamente agrandándose, a través del continente y de las islas, por -España entera, por Europa. Y el nombre del Perú se hizo sinónimo de -riqueza. Y la enfermedad o el ensueño de América arraigó para siempre en -las imaginaciones europeas. Y de ese ensueño, de esa codicia de que se -impregnó el nombre de América, salieron las emigraciones que han hecho -próspero al Nuevo Mundo. - -Y cuenta en seguida el mismo Francisco de Jerez que «Muchas cosas había -que decir de los crecidos precios a que se han vendido todas las cosas, -y de lo poco en que era tenido el oro y la plata. La cosa llegó a que -si uno debía a otro algo, le daba de un pedazo de oro a bulto, sin lo -pesar, y aunque le diese el doble de lo que le debía, no se le daba -nada, y de casa en casa andan los que debían, con un indio cargado de -oro, buscando a los acreedores...» - -Sí, seguramente; los pobres soldados no serían ricos mucho tiempo. -Siempre ha seguido el mercader al soldado, y siempre el mercader se alzó -con los gajes de toda empresa heroica. - - - - -CAPÍTULO VIII - -LAS RIQUEZAS - - -Los embajadores de Venecia en España, en su misión de espionaje -comercial, todos comienzan lo mismo sus informes cuando descargan sus -pesquisas al Senado: de las Indias no se puede saber la verdad, no se -sabe de cierto nada... - -Una atmósfera de hipérbole, en efecto, envolvía al continente americano, -y para que los datos verosímiles faltaran todavía más, quería la suerte -que los navegantes, conquistadores y mercaderes desembarcasen en -Sevilla, con lo que el natural vuelo imaginativo de los andaluces -empeoraba aquel proceso de fantasías. - -Pero es innecesario recurrir a la imaginación andaluza. Toda Europa, en -aquel tiempo, era propensa a la hipérbole, a la leyenda y a la -superstición. Y estando la sociedad tan preparada a las fugas -imaginativas, y en un momento histórico en que los libros de caballería -pasaban de mano en mano, he ahí que repentinamente realizaban unos -hombres de carne y hueso cuantas proezas y aventuras inventaron los -noveladores. Se abría, pues, a las mentes estupefactas de los europeos -aquel país inaudito, maravilloso, que rezumaba néctar de frutas -tropicales y que extendía generosamente montes de joyas y auténticas -maravillas de oro. - -En la Edad Media había padecido Europa una especie de rigor ascético, -impuesto primeramente por la disciplina cristiana, y luego, con más -motivo, por el aislamiento geográfico a que se condenó desde la caída -del Imperio de los Césares. Europa vivía de sus recursos, propios de los -climas fríos y templados; los frutos bellos y dulces, incitantes y -olorosos, todo lo que la zona tórrida tiene de rico, muelle y -lujuriante, estaba en poder de los infieles. Las vías de Oriente -hallábanse en manos de los sarracenos, y las vías del mar oceánico -quedaban cercadas por el terror. En forma precaria y con un coste -fabuloso, el acceso a Oriente y a los frutos tropicales hacíase por -intermedio de las Repúblicas italianas, con lo que ciertas delicias -orientales solamente podían gustarlas los príncipes y los señores. - -Y ved ahí que repentinamente llegan a Europa las especies picantes, los -sabrosos frutos, las cosas más ricas y bellas... Los conquistadores -vuelven a España y se entretienen en la ponderación de unas tierras -donde sin esfuerzo nacen las plantas benéficas. Pronto corre entre el -vulgo, mixtificada con un poco de sorna, la quimera de Jauja, aquel país -de cielo radiante, aquella tierra sin lluvias, y no obstante frondosa; -aquel edén donde el oro salta a la mano y donde no es preciso trabajar -para ser feliz... Sin embargo, el paraíso de Jauja era cierto. - -Los que volvían de América hablaban de unas islas exhuberantes, -frondosas como canastillos de flores, circuídas por un mar de profundo -azul. Referían la variedad de los frutos nunca vistos: maíz, patata, -boniato, cazabe. Y después, ¡qué viciosa y divina tentación en aquella -existencia de prodigio! El azúcar manando de los alambiques; la -exquisita molicie del café; el tónico y excitante chocolate; la pasión -del tabaco, saboreado por primera vez en las veladas del campamento... -La coca, la pimienta, la vainilla, la canela, ¡todas las delicias -tórridas se les brindaban a los exploradores, y el último soldado se -transformaba en un opulento señor nada más que por la opción de tanta -molicie! - -Estos ricos frutos encantados producían a veces la misma sugestión que -el oro en los conquistadores. La busca de un árbol maravilloso daba -también lugar a aventuras caballerescas, en que se arriesgaban los -campeones por deshacer el encantamiento o esclavitud de un simple -arbusto. - -Así es como a los españoles del Perú llegó la noticia de un país remoto, -el _país de la canela_, que estaba más allá de las montañas y los ríos, -y que sin duda era preciso descubrir y conquistar. Y al señuelo de -aquella maravilla, Gonzalo Pizarro, hermano del conquistador, pidió -venia para desencantar al árbol de la canela, y reunió más de quinientos -compañeros, con los que partió de la ciudad de Quito hacia el Oriente. - -¡Qué de trabajos, guerras y peripecias soportaron aquellos héroes del -nuevo vellocino! Tribus hostiles, comarcas desiertas, serranías heladas -y pantanos tropicales; pero hallaron, efectivamente, el _país de la -canela_, y pudieron regocijarse ante el árbol prodigioso que -generosamente otorga el fruto excitante. Entonces fué cuando la -expedición, impulsada por el sabor de los prodigios, se lanzó en busca -de nuevas maravillas a través de las selvas espantosas. La fantasía y el -gusto de lo maravilloso los empujaba por aquellos parajes mortíferos e -imposibles de abarcar. Descienden por la ribera del Amazonas y se ven -constreñidos a armar un bergantín; hacen hornos de fundición y emplean -las herraduras de los caballos para hacer clavos; en lugar de estopa -usan el paño de sus mismos trajes harapientos; la brea la sustituyen con -el caucho. Y cuando el bergantín, llevando un buen grupo de gente, -navega por el Amazonas, su capitán, Orellana, se alza y revela, y -descendiendo hasta el mar toma la vuelta de España. - -Quedan Gonzalo Pizarro y sus compañeros abandonados en aquella -inmensidad. Deciden tornar a Quito. Las ropas ya no existen, los -caballos y los perros se los han comido, las espadas carecen de vaina y -están enmohecidas. Muchos de los hombres se arriman a un árbol y mueren -allí de inanición... Ya llegan por fin a la proximidad de Quito; ya han -enviado mensajeros a la ciudad. - -«Y así recibieron el socorro y comida en la tierra de Quito; besaron la -tierra, dando gracias a Dios que los había escapado de tan grandes -peligros y trabajos; y entraban con tanto deseo en los mantenimientos, -que fué necesario ponerles tasa, hasta que poco a poco fuesen habituando -los estómagos a tener qué digerir. Y Gonzalo Pizarro y sus capitanes, -viendo que en los caballos y ropas que les habían traído no había más -que para los capitanes, no quisieron mudar traje ni subir a caballo, -_por guardar en todo igualdad, como buenos soldados_.» (Agustín de -Zárate, _Historia del Perú_.) - -Las expediciones no terminaban siempre con felicidad, seguramente. -Estaban los españoles propensos a la fantasía y a la locura, y una vez -era la tierra de la Florida la quimera que les llevaba al desastre, o el -sueño del _Dorado_ ocasionaba exploraciones febriles y catastróficas por -territorios inaccesibles. La conquista del _país de la canela_ ya hemos -visto cuán duros sufrimientos acarreó a los visionarios que salieron de -Quito. Pero el árbol prodigioso estaba al fin desencantado. - -En cuanto a las riquezas metálicas que ingresaban por Sevilla, los -embajadores venecianos tenían razón: no se sabía nada de verdad. Lo -cierto es que el oro, la plata y las perlas venían en flotas desiguales, -y para la modestia de aquellos tiempos debían ser preciosos gajes con -que el tesoro real se aliviara y los pueblos y provincias se -enriquecieran. - -Mr. Haebler investiga en el Archivo de Indias y deduce que en 1514 -entraron 27.089.165 maravedises, o sean 199.185 pesetas. Esto ocurría -antes de lo de Méjico y Perú. En 1551, estando las minas en explotación, -entran 459.941.187 maravedises, que hacen 3.381.920 pesetas, las cuales, -trasferidas al valor actual de la moneda, serían 10.145.760 pesetas. - -En el año 1516 hay una cifra mínima para el Tesoro, correspondiente de -los impuestos y quintos reales: 13.148.222 maravedises. La cifra máxima -corresponde al año 1554, y es: 522.426.216 maravedises. - -Dentro de su zona de dudas, los embajadores venecianos ensayan algunos -cálculos, y el señor Nicolo Tiépolo asigna al Tesoro una renta de Indias -de 150.000 ducados anuales, en tanto que Mariano Cavalli, diez y nueve -años después (1551), hace subir la renta a 400.000 ducados. - -Francisco de Jerez, el cronista del Perú, nos proporcionará nuevos y -minuciosos datos. Cuenta este testigo cómo algunos compañeros de -Francisco Pizarro pudieron licenciarse y volver a España; el -conquistador les otorgó permiso, y pronto las márgenes del Guadalquivir -comenzaron a recibir nuevas positivas de la fortuna del Perú. - -«Nuestro señor los trujo a Sevilla--dice Francisco de Jerez--, adonde -hasta ahora son venidas cuatro naos, las cuales trujeron la siguiente -cantidad de oro y plata.» - -En la primera nao venía su capitán Cristóbal de Mena con 8.000 pesos de -oro y 950 marcos de plata; venían también el clérigo Juan de Sosa, con -6.000 pesos de oro y 80 marcos de plata; además, otros pasajeros de esta -misma nave traían 38.946 pesos de oro. La segunda nao conducía a -Hernando Pizarro, hermano del conquistador; traía para el rey 153.000 -pesos de oro y 5.048 marcos de plata, y entre los pasajeros reunían -310.000 pesos de oro y 13.500 marcos de plata. En esta misma nave venían -para el rey muchas joyas y grandes figuras de oro y plata como ídolos, -vasijas, ornamentos. - -«Este tesoro fué descargado en el muelle y llevado a la casa de -contratación, las vasijas a cargas, y lo restante en veintisiete cajas, -que un par de bueyes llevaban dos cajas en una carreta.» - -Las otras dos naos a que se refiere Jerez trajeron 146.518 pesos de oro -y 30.511 marcos de plata. - -¡Qué tentación para las almas aventureras, ver entrar estas naves -henchidas de oro, de gloria y de frutos desconocidos!... - -Pero estas naves que volvían eran necesarias para la obra de -civilización que los españoles se habían impuesto a la faz del mundo. -Cada nave en retorno, cada caja de oro que se descargaba en el muelle -servía de gancho, y ningún sargento inglés ha podido nunca usar mejores -arbitrios para la recluta de soldados como aquellas flotas índicas. Y -los reclutas marchaban. Iban los artesanos y los mercaderes, los -evangelistas y los educadores, los mozos de valiente ánimo, los -soldados; y entre todos, y bien rápidamente, consumaban la obra -gigantesca. - -En una relación de los buques que parten y tornan en la ruta de las -Indias, hallo para el año 1504 tres naves salidas... y ninguna entrada. -Cuatro años más tarde salen de Sevilla 46 y entran 21. El año 1520 salen -71 y tornan 37. En 1549 hay una cifra respetable: 101 naves salidas y 75 -entradas. Hay siempre una desproporción bastante grave entre los barcos -que van y los que vuelven. ¡La obra de América no se ha realizado sin -enormes y desgarradores sacrificios! - -Entre las relaciones demasiado crudas de los ingresos, quintos y rentas -de oro, no faltan verdaderas notas galantes, sensibles y caballerescas, -como aquel inciso que dice: «Tres talegones de perlas enviadas a S. A.» -O aquel otro todavía más galante: «Seis onzas de pedrería que se -_compraron_ para la reina...» - - - - -CAPÍTULO IX - -EL VALOR - - -El descubrimiento, conquista y colonización de América son el fruto del -genio español. Pero el genio por sí solo resulta insuficiente si la obra -exige una voluntad heroica, y la empresa de las Indias se hubiera, en -efecto, retardado o mal cumplido de no intervenir desde el primer -momento la ráfaga valerosa, el ímpetu y el valor español. - -Algunos historiadores, arrastrados por su sordidez objecionista, han -pretendido disminuir en lo posible la hazaña de América con capciosos -distingos. Una de estas objeciones consiste en suponer que los indios -americanos carecían de armas convenientes y de un valor militar -experimentado o bastante estratégico; en cambio adjudican a los -españoles el poder y el enorme predominio del arte militar europeo: -cañones, arcabuces, caballos, imponentes baterías. - -Hay aquí una ficción que interesa desvanecer. - -Cuando el historiador desea disminuir una empresa, fácilmente halla -argumentos fiscales que pueden coaccionar la imaginación distraída de -los lectores. Y si el lector moderno no se previene contra la sugestión -de una falsa literatura, creerá, verdaderamente, que los _indios_ han -sido siempre y en todos los países unos pobres salvajes indefensos, y -que la civilización europea ha poseído siempre y en todas las ocasiones -los mismos recursos de poder y fuerza que hoy admiramos. Por tanto, si -el lector no se previene y se deja seducir por la falacia de un hábil -historiador, pensará que los españoles de Cortés y de Pizarro acometían -a los indios con grandes y numerosos cañones de tiro rápido, con -nutridas descargas de fusilería y con fuertes escuadrones de húsares. - -En el siglo XVI existían, es verdad, grandes y poderosos ejércitos, con -buenos parques de artillería y fuertes reservas. Pero después de tocar -sus trompetas y mandar decir pregones, Hernán Cortés pudo reunir un -ejército de _quinientos ocho soldados_; menos fortuna tuvo Francisco -Pizarro, el cual, de su viaje a Extremadura y de su recluta de Tierra -Firme, reunió para conquistar el Perú _ciento sesenta y cuatro_ hombres -de guerra... - -También es cierto que en el siglo XVI había en Europa cañones y -mosquetes. Pero los conquistadores no pudieron contratar baterías, -regimientos de artilleros ni compactas compañías de fusileros, sin duda -porque en aquel tiempo costaban mucho tales artefactos y porque en -América no abundaban todavía los elementos de guerra. De modo que Hernán -Cortés sentíase muy alegre porque pudo reclutar _tres_ artilleros (o -sean hombres que entendían de cosas de pólvora). Pizarro, siempre más -modesto, hubo de contentarse con _un_ artillero, Candía el cretense. Y -cuando Cortés hizo el _alarde_ de su tropa en la playa de Gozumel, halló -que poseía _cuatro_ falconetes, _trece_ escopeteros y _treinta y dos_ -ballesteros. Los falconetes eran pequeñas piezas de difícil y lento -manejo, que disparaban balas de piedra; las escopetas o mosquetes eran -de corto alcance y sus disparos no podían repetirse mucho ni -rápidamente. En cuanto a Pizarro, contó en su tropa _tres_ escopeteros y -_veinte_ ballesteros. - -Si existía, pues, de alguna parte superioridad en las armas arrojadizas, -no hay duda que los indios eran superiores; estaban habituados al manejo -del arco y de la flecha y presentábanse en las primeras algaradas como -verdaderas nubes de flecheros, cuyos tiros estrechaban y aturdían a los -españoles. Estos sufrían graves bajas de resultas de las flechas, contra -las cuales no bastaban siempre los cascos, las rodelas y las corazas -_acolchadas_, especie de almohadillado de algodón con el que se -protegían los cuerpos. Los españoles tenían que fiar el éxito a sus -armas blancas. Entonces sí, en la lucha cuerpo a cuerpo, en la pelea a -_manteniente_, ¡entonces, asistidos por su valor, adquirían superioridad -los españoles! - -Su táctica militar, su maniobra de pequeños escuadrones, su formación en -_haces_, la combinación calculada de los caballos, el envolvimiento, el -ataque a fondo del núcleo o frente enemigo; todo eso, que era -inteligencia europea y escuela militar civilizada, prestaba a los -conquistadores efectiva superioridad ante los indios. Y además, sobre -todo, poseían el ánimo, la energía, el brío, el ímpetu en el ataque, el -espíritu, el _valor_. - -Después que hayamos salvado la mentira de los cañones y de la fusilería, -un espíritu moderno se encontrará desconcertado, perplejo, porque -considerará los enormes núcleos militares que actualmente son precisos -para asaltar una trinchera, y no podrá comprender cómo un puñado de -hombres se aventuraban a tales conquistas y tales peleas. - -También en esto hay una ficción anacrónica. Nosotros conocemos el -soldado actual: buen ciudadano, generalmente sumiso a la orden que le -manda ir a la guerra, y, por lo regular, dotado de suficiente valor. -Nuestro soldado conoce el manejo de su fusil en un grado prudencial; -dispara cien o mil cartuchos, en la inteligencia de que muchos días -habrá de consumir sus cartucheras perfectamente en vano. De cada veinte -soldados modernos, puede contarse apenas un tirador cuyos tiros posean -cierta consciencia o cierta probabilidad de eficacia. Compréndese, pues, -que las acciones actuales de guerra necesiten el concurso de cada vez -mayores _masas_ de soldados; la deficiencia personal del individuo se -debe suplir con el número de los actuantes, y la inconsciencia o escasa -efectividad del tiro y del golpe ha de subsanarse con el empleo de -nutridas series de disparos. Hoy se _siembra_ de millones de proyectiles -el campo, con la esperanza de poder derribar uno o varios combatientes; -mientras que el soldado antiguo, sobre todo el conquistador, ahorraba -tentativas y daba directo con su espada en el pecho enemigo. - -Hernán Cortés se percata pronto de las condiciones especiales de aquella -guerra contra los indios. Comprende que el interés de los españoles está -en rematar cuanto antes las escaramuzas, por acometidas rápidas y -audaces, antes de que la masa contraria logre envolverlos y abrumarlos a -ellos como una nube densísima. No se trata allí de fuerzas semejantes, -en número y armas y esgrima; hay una diferencia monstruosa que es -necesario suplir con una táctica especial. Dice a sus soldados de -infantería que omitan los tajos y cuchilladas, y a sus caballeros -encarga que dirijan la lanza al rostro y renuncien a los botes. Llevando -la lanza baja, como en la esgrima europea se usara con el intento de -alzar del arzón al adversario, corríase el peligro de que los indios, -formados en montón compacto, prendieran la lanza con las manos y la -rompieran, como en efecto ocurrió en Tlascala. Eran un país y una guerra -diferentes, que los conquistadores necesitaron aprender a costa de -apuros. Así también el tajo y la cuchillada usábanse en los encuentros -europeos entre ejércitos iguales o proporcionados; la cuchillada no -compromete tanto al que la da, pues tiene la rodela para resguardarse; -los duelos duraban mucho tiempo, en pleno combate, y una herida somera -o la prisión daba fin a la pelea. Pero el español que caía en manos de -los indios, pronto iba a regar con su sangre los santuarios de los -ídolos repugnantes. Y era preciso romper aquellas masas de combatientes, -que avanzaban como olas... Tirarse a fondo, embestir de punta, arrostrar -la estocada directa, matar de un único golpe; esto lo imponían la -necesidad de aquella guerra diferente. - -El soldado antiguo se dedicaba a las armas como un profesional. No se -parecía al soldado recluta de hoy; era guerrero de oficio, y entraba en -el oficio por virtud de una selección. Esgrimista, acorazado, batido por -infinitas pruebas, aquel _hombre de armas_ se apartaba en todo del -burgués o del simple ciudadano. - -Esta selección del hombre de armas antiguo, todavía se apuraba y -refinaba más entre los conquistadores. Quien no tuviera el brazo duro y -el ánimo templado, podía quedarse en las poblaciones tranquilas. El -clima, los trabajos y las batallas iban omitiendo a los débiles y -desanimados. Poco después de desembarcar en Méjico, unos cuantos -soldados hubieron de perecer, «a causa, dice el capitán Bernal Díaz, del -calor y del peso de las armas, porque eran gentes jóvenes y delicadas». -No; los delicados no debían seguir. Y no era necesario destituirlos, -porque la misma naturaleza de la campaña los suprimía con los fatales -medios de la verdadera selección: la muerte. - -Francisco Pizarro exagera como nadie el método seleccionador. No -obstante lo exiguo de su tropa, a pesar del precio que en una aventura -como aquella tenía el hombre, el capitán quiere que sus soldados no sean -valores numéricos, sino positivas personalidades guerreras. Y antes de -aventurarse en los terrores andinos y en el enigma de Caxamalca, dice a -sus hombres que lo piensen bien... El que no se sienta bastante animado -tendrá benigna y honrosa licencia para tornarse a la costa. Esta última -selección no fué estéril; sin duda había en la mesnada algunos soldados -flojos. Cinco españoles de a caballo y cuatro de a pie aceptan la -invitación y retroceden a la ciudad de San Miguel. Entonces declara -Pizarro que, en último caso, él marchará a conquistar el Perú con los -hombres que le queden, «pocos o muchos». - -Nosotros estamos habituados a la idea de multitud, mientras que en -algunas épocas ha disfrutado el hombre solo una consideración que -ciertamente nos extraña. El ejemplar del caudillo, del campeón, del -héroe, es un concepto para nosotros bastante vago y casi inverosímil. -Pero es verdad que en ciertos momentos el profesional de las armas ha -sido una persona temible, poderosísima y hasta invulnerable. El tipo de -Aquiles, de Rolando y del Cid no podemos achacarlo ligeramente a la -hipérbole de los pueblos o de los poetas; ha existido de veras y -lógicamente. - -Habituados nosotros a la ley democrática de la recluta, olvidamos que -otras veces la recluta era de índole aristocrática y alcanzaba sólo a -los aptos, a los mejores. Hoy todos tienen derecho al empleo del -soldado, siempre que dispongan de ciertas medidas o proporciones -físicas; la resistencia corporal, el ánimo y el valor, se les suponen, y -basta. - -En otros tiempos no podía ser soldado quien quisiera. El peso de las -armas era excesivo, y la esgrima obligaba a un largo aprendizaje. Hábil -en saberse cubrir con el escudo, diestro en la espada, blandiendo con -facilidad la pica y cubierto de oportunas defensas, aquel hombre de -guerra era ciertamente poderoso. Si entre todos sobresalía el soldado de -fuerte musculatura, de gran salud y de un brío imperativo, entonces no -parece difícil que el capitán, el héroe, arrostrase las mayores -empresas. - -En las tropas de los conquistadores resaltan numerosos estos ejemplares -de héroes. Los principales, como Hernán Cortés y Pizarro, absorben -nuestra atención demasiado; si miramos junto a ellos, veremos que -marchan a la gloria asistidos de muchos capitanes, que son, cada uno, -aptos para ultimar iguales empresas que las de los mismos caudillos a -quienes sirven. - -La fuerza, el ánimo resistente, el valor más sublime se muestra en -aquellos hombres y en aquellos encuentros, donde las hazañas homéricas -adquieren realidad. Parece que por último hallan evidencia las -enormidades de los libros de caballerías. Aquellas versiones -medioevales, en que un caballero solo defiende la puerta de una ciudad -contra un ejército entero, resultan, pues, veraces y comprensibles. No -diez, sino cien, cientos de indios pugnaban a veces contra cada español; -los soldados se fatigaban de herir, y no era tan horrible el peligro de -la pelea como el pensar en lo insuperable y monstruoso de aquella masa -inextinguible, entre cuyos recodos y senos no podían apenas maniobrar -los caballos ni jugar las escopetas. De esta especie de sofocamiento, -dentro de una masa tupida y pertinaz, padecieron mucho los soldados de -Cortés. - -Si los indios mostrábanse, en ocasiones, tímidos y medrosos, otras veces -peleaban fanatizados, con una obstinación furiosa, que no cedía hasta la -muerte. Algunos pueblos eran valerosos y muy aguerridos. Pronto, además, -adoptaron los sistemas defensivos de los españoles, aprendiendo a -cubrirse con petos de algodón acolchado, con rodelas, con yelmos. Su -astucia y su aptitud para la doblez y el espionaje, con el veneno en que -untaban sus saetas, hacían que los conquistadores viviesen en constante -inquietud y soportaran heridas y trabajos penosísimos. - -Sólo unas almas de tan recio temple como aquéllas podían superar tales -contrariedades, que eran, en efecto, dignas de gigantes. - - - - -CAPÍTULO X - -EL CONQUISTADOR BRILLANTE - - -En otro capítulo anterior hemos apuntado la gran ráfaga heroica que hizo -nacer América a la luz de la civilización europeocristiana, y cómo fué -posible la obra del Nuevo Mundo gracias a esa actividad heroica _a la -española_. Rápidamente brotaron del fondo español numerosos héroes -representativos, incontables evangelistas, soldados y pobladores, cuya -fisonomía moral nos ha de ser tan grato hacer resurgir. Comencemos por -el más famoso de estos héroes representativos, el _conquistador_ típico: -Hernán Cortés. - -Los que regatean cualidades espirituales a nuestros conquistadores, -necesitan hacer una forzosa salvedad en la persona radiante y -caballeresca de este bizarro extremeño, que era un noble hidalgo de -buenas luces y de elevada educación, apto para las letras como para las -armas. No se trata, no, de un bandolero ni de un soldado ignorante; no -es el aventurero reclutado en los bajos fondos de la sociedad, ni el -tipo del pirata o el filibustero que bien pronto habían de arrojar sobre -el mar de las Antillas otras naciones del Centro y Norte de Europa. - -Dice Bernal Díaz del Castillo que nuestro héroe «era latino, y oí decir -que era bachiller en leyes, y cuando hablaba con letrados y hombres -latinos, respondía a lo que le decían en latín. Era algo poeta, hacía -coplas en metros y en prosa, y en lo que platicaba lo decía muy apacible -y con muy buena retórica...» - -Había nacido en la baja Extremadura, ese rico país de fecundas y grandes -heredades, donde los prósperos pueblos elevan sus muros sobre las -gruesas tierras que el olivo y las mies embellecen. Es un país hermoso, -apto para producir hombres de varonil señorío. Hernán Cortés era un -señor, no porque naciera de ilustre y acaudalada familia, sino porque, -apenas modesto hidalgo, tenía naturaleza de señor. Y porque además el -hado misterioso lo señalara desde la cuna para las altas empresas -señoriales. En suma, porque quería siempre, porque aspiraba -fervorosamente a la vida de señor. - -Sus contemporáneos lo pintan como el hombre que posee la virtud señorial -y todo su intento se dirige a superarse, a mejorarse, a lograr el -supremo lustre del señorío. Pero no como un vulgar indiano o como un -rastacuero de nuestros días. «Los vestidos que se ponía eran según el -tiempo y usanza, cuenta Bernal Díaz, y no se le daba nada de no traer -muchas sedas ni damascos ni rasos, sino llanamente y muy pulido; ni -tampoco traía cadenas grandes de oro, salvo una cadenita de oro de prima -hechura, con un joyel con la imagen de Nuestra Señora la Virgen Santa -María, con su hijo precioso en los brazos... Y también traía en el dedo -un anillo muy rico con un diamante, y en la gorra, que entonces se -usaba de terciopelo, traía una medalla; mas después, el tiempo andando, -siempre traía gorra de paño sin medalla.» - -Vemos aquí al hombre de instintos aristocráticos que gusta de portar una -cadenita de oro, un joyel devoto; cosas de lujo integral, pulidas y -estimadas, que toda naturaleza noble prefiere para su regocijo personal -y no para la ostentación. Hernán Cortés vivía en el siglo del -Renacimiento, cuando Italia sugería al mundo el amor del boato y de las -fastuosas preseas, pero no podía renunciar al sentido español de la -altiva modestia, y de uno como masculino y católico (estoico) rubor ante -el demasiado engalanamiento. - -En cambio aceptaba a veces como una necesidad la ostentación, por lo -mismo que ayudaba a su política. Quería encumbrarse, y bien conocía la -condición humana que tanto se deja deslumbrar por el brillo, y que a -veces toma lo externo del brillo por lo esencial del señorío. Para -conseguir su éxito de gran señor, y sin duda como maña de político, -Hernán Cortés sabe en ocasiones admirar a su gente con dádivas, con -ostentaciones y con prestancias lujosas. - -«Deleitábase de tener mucha casa y familia, mucha plata de servicio y de -respeto. Tratábase muy de señor, y con tanta gravedad y cordura, que no -daba pesadumbre ni parecía nuevo.» Esto dice López de Gomara. Y Bernal -Díaz del Castillo corrobora y agrega: «Servíase ricamente, como un gran -señor, con dos maestresalas y mayordomos y muchos pajes, y todo el -servicio de su casa muy cumplido, e grandes vajillas de plata y de oro.» - -En cuanto a sus apetitos, véanse cuan simples, hidalguescos, militares, -eran: «Comía a medio día bien y bebía una buena taza de vino aguado, que -cabría un cuartillo, y también cenaba, y no era nada regalado ni se le -daba nada por comer manjares delicados ni costosos, salvo cuando veía -que había necesidad que se gastase o los hubiese menester.» - -Ahora bien; ¿es posible que un hombre grosero, bestial y bajo, un -verdadero animal de presa, pueda intentar la larga faena ímproba y -terrible, que dura muchos años, la heroica y trabajosa empresa de -conquistar un imperio? Un capitán de piratas, del tipo de Drake, puede -arrastrar a su gente a campañas veloces en que el botín es palpable y la -presa se abandona; que no hay que poblar y evangelizar, sino desbalijar -y marcharse. - -Un jefe de filibusteros tiene su guarida en una ensenada tropical, y -sólo se cuida de caer a tiempo sobre la flota o sobre la ciudad -desprevenidas. Un capitán como Cortés está mucho más embarazado por -graves deberes y responsabilidades. Tiene que conquistar, poblar y ceder -las tierras a los magistrados del rey, a los monjes y a los -catedráticos. No puede portarse como un simple aventurero. Necesita ser -tan _político_ como soldado, y ensayar las artes de la simpatía que -poseen un Alejandro y un César, junto con la fuerza imperativa y -subyugadora de su temple moral. - -Hernán Cortés era simpático de suyo; pero cuidaba de mejorar esta -simpatía para favorecer su misión providencial. Sus biógrafos nos lo -retratan bello de cuerpo y gallardo de apostura. - -«Fué de buena estatura y cuerpo y bien proporcionado y membrudo... los -ojos en el mirar amorosos, y por otras graves... y tenía el pecho alto y -la espalda de buena manera, y era cenceño y de poca barriga y algo -estevado, y las piernas y muslos bien sacados, y era buen jinete y -diestro de todas armas, así a pie como a caballo, y sabía muy bien -menearlas, y sobre todo, corazón y ánimo, que es lo que hace al caso... -En todo lo que mostraba, así en su presencia y meneo como en pláticas y -conversación, y en comer y en el vestir, en todo daba señales de gran -señor.» - -A esta pintura de Bernal Díaz del Castillo podemos agregar los rasgos -siguientes de López Gomara: - -«Era Fernando Cortés de buena estatura, rehecho y de gran pecho; el -color ceniciento, la barba clara, el cabello largo. Tenía gran fuerza, -mucho ánimo, destreza en las armas... Fué muy dado a mujeres, y dióse -siempre. Lo mesmo hizo al juego, y jugaba a los dados a maravilla, bien -alegremente... Gastaba liberalísimamente en la guerra, en mujeres, por -amigos y en antojos, mostrando escaseza en algunas cosas; por donde le -llamaban de avenida. Vestía más polido que rico, y así era hombre -limpísimo... Era devoto, rezador... grandísimo limosnero... Daba cada un -año mil ducados por Dios de ordinario; y algunas veces tomó a cambio -dineros para limosnas...» - -Anotemos ahora algunas particularidades de su carácter; nos las dirá -Bernal Díaz, aquel soldado que acompañó a nuestro héroe en sus grandes -trabajos y peligros. Véase cuánta fuerza de contención hay en el héroe y -cómo sabe reprimir sus impulsos, disimular, transigir, puesto que -considera el fondo inconsciente que habita en el alma tempestuosa de los -soldados, y sabe que el héroe ha de estar cuidando y labrando su obra -todos los minutos, en todos los incidentes. - -«Cuando juraba, decía: «En mi conciencia»; y cuando se enojaba con algún -soldado de los nuestros, sus amigos, le decía: «¡Oh, mal pese a vos!» Y -cuando estaba muy enojado _se le hinchaba una_ vena de la garganta y -otra de la frente, y aún algunas veces, de muy enojado, _arrojaba una -manta_, y no decía palabra fea ni injuriosa a ningún capitán ni soldado; -y _era muy sufrido_, porque soldados hubo muy desconsiderados que decían -palabras muy descomedidas, y no les respondía cosa muy sobrada ni mala; -y aunque había materia para ello, lo más que les decía era: «Callad, o -iros con Dios, y de aquí adelante tened más miramiento en lo que -dijéredes, porque os costará caro por ello, e os haré castigar.» - -Hernán Cortés es un hombre del Renacimiento. Posee las cualidades de su -época, y algo que estaba entonces en la atmósfera se le ha traspasado a -él; un poco de Maquiavelo y de Borgia, en lo que estos hombres tenían de -políticos, y no en su fría, en su italiana amoralidad frente al crimen. - -Es astuto; tiene el arte de la seducción oportuna; sabe encubrir sus -intenciones y desorientar a los enemigos y a los traidores; muestra una -fina inteligencia y un tacto para ceder o para esgrimir su autoridad, y -es siempre el hombre de mando, el capitán, el conductor, que no pierde -nunca la inestimable serenidad. Cuando hace falta sabe dirigirse al fin -sacrificando los medios. - -Trabaja como un cauto militar, porque en la alta milicia debe presidir -la sutil cautela. Usa la mentira oportuna y conoce el arte de -desconcertar. Por ejemplo, en sus tratos con el cacique de Cempoalla se -decide a prender a los recaudadores, les hace ver el poderío de sus -armas y luego les deja escapar, para que lo cuenten al emperador -Moctezuma. Mete insidias entre las tribus, alienta las rivalidades de -los caciques, «divide para vencer». En efecto, sin astucia de político y -sólo con el arrojo del soldado hubiera sido imposible dominar tan grande -y populoso imperio. - -Pero este hombre del Renacimiento, contemporáneo de Maquiavelo, pierde -en ocasiones su ecuanimidad y recobra su naturaleza sincera de león -hispano. Es cuando, como dice Bernal Díaz, «se le hincha la vena de la -garganta y otra de la frente». El contumaz y valiente general -Xicoteucatl manda sus emisarios a Cortés, éste los recibe confiado, y -luego se descubre que son espías... Entonces tiene el héroe un impulso -de espontánea indignación, y «les mandé tornar a todos cincuenta y -cortarles la mano, y los envié que dijesen a su señor, que de noche y de -día, y cada y cuando él viniese, _verían quién éramos_». - -El héroe no puede sofocar por completo su naturaleza de soldado, y hay -un momento en que echaría a rodar toda su obra difícil por un puntillo -de honor ultrajado o ante una osada ofensa. Tampoco puede el héroe -reprimir sus sentimientos religiosos o de humanidad en todos los -instantes; hay horas críticas en que lo subsconsciente y profundo nos -hace traición y todas nuestras prolijas artes de política quedan -inútiles frente a los impulsos de nuestro ser integral. - -Así en Cempoalla, cuando más astucia y paciencia necesitaban -desarrollar, Hernán Cortés no se pudo contener viendo el templo «negro -de sangre», donde concluían de consumarse los sacrificios humanos y el -canibalismo ritual ante unos ídolos monstruosos. Los españoles estaban -hechos a matar en la guerra; no se avenían, sin embargo, a aceptar -aquellas sacrílegas y cruelísimas barbaridades. Atropellaron, pues, por -todo, y subieron a la cumbre del templo a derribar los sanguinarios y -ensangrentados ídolos... Estos impulsos disculpan todos los yerros que -pudieron cometer. Su fe, su pudor, su humanitarismo, eran más fuertes -que su interés político. Se aventuraban a perderlo todo antes que -sancionar aquel crimen salvaje. Y aquí el hombre del Renacimiento a la -italiana vuelve a integrarse en su naturaleza de español sincero. Es Don -Quijote que está allí, entre los soldados... - -¡Ah!, mientras leemos los pormenores y preparativos de una _expedición a -lo ignorado_, ¡cómo se remueven los posos de nuestro temperamento -imaginativo y aventurero! Sentimos la seguridad de que nuestra vida ha -fracasado desde su origen sólo por no haber nacido cuatro siglos antes; -¡porque nosotros nos hemos retardado en nacer, porque nosotros -hubiéramos marchado a las Indias, y de allí nos hubiéramos alistado en -una de aquellas expediciones conquistadoras!... ¡Enérgica ráfaga de -ambición, entusiasta alegría de ir a las tierras ignoradas! ¡Promesas -de oro y de gloria, países extraños e inauditos que aparecen de pronto a -la mirada, bosques y llanuras misteriosos, gentes y hábitos distintos, -paisajes y civilizaciones increíbles!... - -Todo esto prometía Hernán Cortés a los españoles de Cuba. Su don de -simpatía y de seducción personal, entonces es cuando necesitaba -esforzarse. Y el héroe, que al fin conoce que le ha tocado la Fortuna -con su dedo, ¡cómo tiembla, de emoción por la suerte, del miedo del -malogro y de comprender que está señalado para realizar una imperecedera -hazaña! - -«Pues como ya fué elegido Hernán Cortés por general de la armada, dice -Bernal Díaz, comenzó a buscar todo género de armas, así escopetas como -pólvora y ballestas, e todos cuantos pertrechos de guerra pudo haber y -buscar... En demás desto, se comenzó de polir e abellidar en su persona -mucho más que de antes, e se puso un penacho de plumas con su medalla de -oro, que le parecía muy bien. Pues para hacer aquestos gastos que he -dicho no tenía de qué, porque en aquella ocasión estaba muy adeudado y -pobre... Y como ciertos mercaderes amigos suyos que se decían Jaime Tría -o Jerónimo Tría y un Pedro de Jerez, le vieron con capitanía y -prosperado, le prestaron cuatro mil pesos de oro... y luego hizo hacer -unas lanzadas de oro, que puso en una ropa de terciopelo, y mandó hacer -estandartes y banderas labradas de oro con las armas reales y una cruz -de cada parte, juntamente con las armas de nuestro rey y señor, con un -letrero en latín, que decía: _Hermanos, sigamos la señal de la santa -cruz con fe verdadera, que con ella venceremos_; y luego mandó dar -pregones y tocar sus atambores y trompetas en nombre de su majestad...» - -«Pues como se supo esta nueva en toda la isla de Cuba, y también Cortés -escribió a todas villas a sus amigos que se aparejasen para ir con él a -aquel viaje, unos vendían sus haciendas para buscar armas y caballos, -otros comenzaban a salar tocino para matalotaje, y se colchaban las -armas... De manera que nos juntamos en Santiago de Cuba, donde salimos -con el armada, más de trescientos soldados.» - -«E así como desembarcamos en el puerto de la villa de la Trinidad, y -salidos en tierra... y llevaron a Cortés a aposentar entre los vecinos, -porque había en aquella villa poblados muy buenos hidalgos... De aquesta -villa salieron hidalgos para ir con nosotros... Alonso Hernando -Portocarrero no tenía caballo ni aun de qué comprallo; Cortés le compró -una yegua rucia y dió por ella unas lazadas de oro...» - -«Y en aquel instante vino un navío de la Habana a aquel puerto de la -Trinidad, que traía un Juan Sedeño, cargado de pan cazabe y tocinos, que -iba a vender a unas minas de oro cerca de Santiago de Cuba; y como saltó -en tierra el Juan Sedeño fué a besar las manos a Cortés, y después de -muchas pláticas que tuvieron, le compró el navío y tocinos y cazabe -fiados, _y se fué el Juan Sedeños con nosotros_. Ya teníamos once navíos -y todo se nos hacía prósperamente, gracias a Dios por ello...» - -«Y como Cortés lo supo, habló secretamente al Ordás y a todos aquellos -soldados y vecinos de la Trinidad... y tales palabras y ofertas les -dijo, que los trujo a su servicio.» - -«Y el un mozo de espuelas de los que traían las cartas y recados, se fué -con nosotros...» - -«Y también atrujo y convocó a los herreros que se fuesen con nosotros, y -así lo hicieron...» - -He aquí el tipo del conquistador. Brillante, alegre, persuasivo, todos -le siguen, todos caen bajo el arrebato de su seducción. Es joven, -hermoso, fuerte, arrojado; sabe conquistar los corazones y prende con -sus artes de persuasión y simpatía a todos los que encuentra. Arrastra -todos los elementos útiles, desde el hidalgo valiente hasta el mercader -sedeño, los mozos de espuela y los herreros. Y hace tan fina maniobra -frente al sórdido gobernador Diego Velázquez, que materialmente se -escurre de sus manos, huye a la mar y queda libre de acometer por sí la -hazaña. - -Esta hazaña consistía en conquistar y dominar un imperio más grande que -España, poblado por tribus guerreras, organizado en nación y provisto -de grandes elementos de resistencia. Para conseguir esta empresa, Cortés -poseía lo siguiente: - -«Mandó Cortés hacer alarde para ver qué tantos soldados llevaba, e halló -por su cuenta que éramos _quinientos y ocho_, sin maestres y pilotos e -marineros, que serían ciento y nueve, y _diez y seis caballos_ e -yeguas... e once navíos grandes y pequeños... y eran _treinta y dos -ballesteros_ y _trece escopeteros_, e tiros de bronce e _cuatro -falconetes_...» - - - - -CAPÍTULO XI - -FRANCISCO PIZARRO - - -I - -Hay en este conquistador algo como una tristeza inefable, que nos -estimula a interesarnos por él y admirarlo más íntimamente. - -Es la tristeza del hombre mal nacido, mal criado y peor aventurado, el -cual aspira a la grandeza con un anhelo de vindicarse y ennoblecerse, ¡y -llega a poseer la fortuna y la gloria demasiado tarde! Y cuando lo -consigue todo, muere en forma miserable, obscuramente, a manos de los -asesinos. - -Otros aventureros habían logrado el triunfo en poco tiempo, de un golpe -afortunado; Pizarro necesita perder su juventud en modestas -heroicidades y labrar su éxito a fuerza de obstinación. La fortuna le -escatima sus mercedes y no le entrega nada de regalo; es el héroe quien -debe sojuzgar a la fortuna por el imperio de su voluntad de acero. - -Nada le han dado; todo necesita adquirirlo. Carece del linaje y de la -cultura de Hernán Cortés; le falta acaso viveza imaginativa y cierta -simpatía avasalladora; pierde pronto sus galas juveniles, su risa y -desenvoltura, en los primeros y rudos trabajos de reivindicación -personal; y cuando, poco a poco, ha hecho respetable su nombre y posee -en Panamá alguna hacienda, Pizarro es viejo, grave, sobrio de palabras y -está exento de atractiva y brillante fogosidad. Entonces, en un último -esfuerzo de voluntad, el conquistador exige salir del anónimo, asalta a -la Fortuna, insiste y marcha derecho contra el imperio de los Incas. - -Hay en Francisco Pizarro esa grave y vaga tristeza que trasciende de la -tierra de Extremadura. Es un ejemplar representativo del país de -Trujillo y de Cáceres, austera y bella comarca en que la luz de un -cielo ancho y limpio consigue apenas paliar el tono adusto, estoico y -noble de las ciudades y de las gentes. Con sus torres cuadradas y sus -incontables casas abolengas, Cáceres es un nido de hidalgos, puesto -sobre la colina amurallada, dormido en ensueños de lejanía. Rodeado de -encinares y extensos campos de labor, Trujillo se encarama igualmente a -su colina almenada y tiene, para soñar lejanos sueños, el espectáculo de -la tierra infinita. El nervio montuoso de la sierra atraviesa la -comarca, y es aquéllo como un lenitivo de dulzura, con sus valles y -encañadas donde el viajero descubre repentinamente pueblos idílicos, -huertos amables, frondosidad y alegría de campo ingenuo. De este -territorio mixto, formado con llanuras religiosas y bucólicos valles, -con ciudades guerreras y cándidos montañeses, sacó Francisco Pizarro la -mayor cantidad de sus compañeros. - -Los que se obstinaron en roer y mezquinar la obra de España en América, -necesitaban un hombre a quien acusar de barbarie y en el cual reunir -todas las características del aventurero ignorante, inhumano y cruel. -Este hombre tipo, esta fiera brutal y carnívora era Pizarro. Y ha sido, -en efecto, Francisco Pizarro la víctima propiciatoria que hubo de -representar el salvajismo de la conquista española. - -Al contrario, este héroe extremeño representa uno de los lados más -salientes y gloriosos del carácter español. Si España a causa de su -latitud geográfica no puede eximirse de ciertas peculiaridades del -meridionalismo, como son la impulsividad, el repentinismo y la ligereza -improvisadora, no hay duda que pesan más en su carácter las otras -cualidades de obstinación, de insistencia en el propósito, de una como -perezosa terquedad. Lo comprueban la lucha secular contra los moros, el -empeño de imponer el catolicismo en Europa, la colonización de América, -la campaña contra Napoleón, la insistencia de sus guerras civiles, sin -contar la absurda y heroica resistencia de sus sitios, universalmente -famosos: Numancia, Zaragoza, Gerona. - -Francisco Pizarro era hijo bastardo de un capitán. Se ha dicho que en -su niñez hacía el oficio de pastor; menos aún, se dice que era porquero. -En la tierra de Trujillo abunda mucho la crianza de puercos, y el -cuidarlos o pastorearlos no parece que significase allí nunca un -desdoro. El cerdo ha sido en Extremadura un blasón heráldico bastante -frecuente, y en el mismo escudo originario de los Pizarros se ve, -efectivamente, una encina entre dos cerdos rampantes. - -Cuidando puercos, descalzo de pie y pierna, el futuro conquistador del -Perú bulliría por las cuestas y plazas de su ciudad, ni más ni menos que -la generalidad de los chicos extremeños; esos chicos robustos, sanos, -honrados, con su color de manzana y sus hermosas facciones, que hoy -mismo ofrecen al viajero tan fuertes y ecuánimes ejemplares de -humanidad. No sabía escribir. Conocería, acaso, el manejo de las armas, -según la costumbre de la época. Era obscuro, inhábil, pobre. Si tenía el -brazo musculoso y la sangre caliente, cuando menos no se le conocía por -pendenciero, procaz, ni galanteador. Su juventud carece de anécdotas. -No se anuncia en él a un futuro bandolero; no mata ni hiere a nadie. -Probablemente era un mozo esforzado y ardido; bueno, sincero, noble. La -ráfaga que volaba hacia las Indias le arrastró a él, como a tantos -otros, y allá se fué con la espada al cinto. - -Curioso es advertir cómo en una nacionalidad se presentan frecuentes -casos de paralelismo entre personas distintas y derroteros contrarios. -Recorriendo la vida de Pizarro no podemos alejar la memoria de -Cervantes. He ahí dos hombres de principios infortunados, de vida -trabajosa, de heroicidades infructuosas, de un desgaste de la vida sin -brillo y sin pasmosa fortuna. Dos hombres que insisten en perseguir el -éxito y sólo consiguen lograrlo en la vejez. - -Lo cierto es que Francisco Pizarro, puesto que no era un hombre -insignificante, pudo ganar ciertos méritos y algunas haciendas en largos -años de guerras y expediciones; se halló en múltiples campañas, sufrió -hambres y luchas en Tierra Firme y era uno de los pobladores heroicos de -Panamá. Pero como él, y con mayores éxitos que él, había numerosos -españoles en las islas y en el continente. Y en esta maleza de las mil -tentativas sin brillo, en este trabajar cuotidiano y soso, se le pasó lo -mejor de la vida. Era, pues, el tipo del héroe que nada debe al -nacimiento, a la falacia, ni a la fortuna. Todo se lo amasó y fabricó -por sí mismo. Por eso hay en él aquella vaga tristeza de que hablábamos -al principio. Porque, en efecto, el triunfo y la gloria son deseables -cuando se presentan en plena juventud o cuando vienen a caballo sobre el -azar y en forma de lotería; el éxito que hemos trabajado con sangre y -con el horror de la larga espera, puede enorgullecernos mucho, pero nos -defrauda a la vez por el dejo de la melancolía. Demasiado tarde quiere -decir: sentimiento de la ingratitud transcendental ante el desvío o -parsimonia de la fortuna. - -Pero aquel héroe retardado no desesperaba del porvenir. No era el -_exitista_ impetuoso y audaz que se adelanta y que atropella por todo, -que exige imperativa y descaradamente; tenía más bien una invencible -timidez de hombre humilde y nada brillante. Entonces, entrando ya en la -vejez, las primeras noticias del Perú fastuoso llegaron a Panamá. Se -hablaba de un país grande y rico, que estaba hacia el lado del Sur, por -la mar adelante. Y Francisco Pizarro decidió emprender la inaudita -heroicidad. - -Puso en la obra todo su dinero, su prestigio honrado, su experiencia y -su fe. De qué naturaleza era su fe y su obstinación nos lo han de decir -los fracasos, los peligros y las aventuras que soportará el héroe antes -de que vea cumplida su hazaña. - -La escena de la isla del Gallo se nos presenta como única en la -Historia; tiene, por otra parte, un raro carácter de lección -psicológica, fuertemente humana y novelesca. Es el instante en que la -vida toda de un hombre se derrumba sin remedio y no queda de pie más que -aquello que la voluntad osa sostener. La expedición había fracasado; -heridos y hambrientos, los soldados rehuyen seguir la campaña; ni -imperios fabulosos, ni riquezas y triunfos aparecen por ninguna parte... -Es hora de volverse a Panamá. ¡Ah! Los soldados jóvenes e indigentes -pueden tornar sin pena, a la espera de una ocasión más propicia; pero -Pizarro, ¿qué puede esperar en volviendo? Su hacienda está comprometida, -perdida; su renombre también está comprometido; es viejo ya para rehacer -dinero y prestigio. Y en lo hondo de su alma hay un grito veraz que le -dice que el Perú aguarda al hombre osado, al hombre de fe. - -Cuando entonces desnuda la espada, casi loco de ira y de iluminación -transcendental; cuando, en ese gesto decisivo de los valientes y los -matones, traza en la arena de la playa una línea violenta y vibrante; -cuando exclama, en fin: «¡Ea, caballeros, por aquí se va a Panamá a ser -pobres, por aquí al Perú a ser ricos y venturosos; quien me quiera bien, -que me siga!...» Entonces es cuando el primer capítulo de una -emocionante y no igualada novela da comienzo. - -El héroe ha saltado la raya; su trémula y violenta mano blande todavía -la espada. Once compañeros pasan la raya y firman su cédula para la -posteridad. Y mientras los demás se tornan, los aventureros pueden -llamarse efectivamente _aventureros_. Se han quedado solos, -desamparados, constreñidos a comer moluscos, locos Robinsones de un -naufragio voluntario, ilusos ambiciosos de un ideal lejano, presentido, -inconstante. - -Nosotros, los modernos, habituados a la rapidez de las distancias, las -obras y los fenómenos, ponemos nuestra femenina nerviosidad en todos los -casos, y concluímos por inferirle a la vida un daño de disminución. -Nuestra vida, de tanto multiplicarse y precipitarse los acontecimientos, -concluye por carecer de magnitud y hasta de espacio. Un viaje de varios -días no acertamos siquiera a concebirlo; una obra lenta nos irrita. - -Pizarro y sus compañeros carecían sin duda de nuestra nerviosidad. -Ellos, como hijos de otro tiempo, concebían la vida bien distintamente. -La vida era un trozo de eternidad, he ahí todo... Por lo tanto, cada -hora tenía un valor correspondiente a la dimensión de la eternidad, y -debiéndose realizar las obras para siempre, para eternamente, el plazo -de la vida importaba poco; la vida es bastante larga si se sabe -emplearla bien. Aquellos hombres confiaban en el tiempo largo; sabían -esperar. Esperaron y vencieron. - -Pero nuestro ánimo moderno se intimida cuando recordamos que Francisco -Pizarro, para poder descubrir la maravilla de Túmbez, aquella puerta -marítima del remoto Perú, estuvo navegando y combatiendo por espacio de -tres años... - -Bien; la puerta ha sido vista y también dominada. Ahora necesitamos -seguir al héroe hasta la entraña del Perú. - - -II - -A la vista de la ciudad de Túmbez, después de tres años angustiosos y -zozobrantes, el alma taciturna de Francisco Pizarro debió de abrirse -como una flor reconcentrada, densa y tardía. Su vida, obscura hasta -entonces, tomaba una orientación inexorable y una claridad de gloria -universal. Si hay en nosotros momentos de rara y como mística -clarividencia, en que el sentido del porvenir se nos revela lúcida y -repentinamente, ese instante religioso fué para Pizarro aquél en que -viera, por último, las casas, el puerto, los indios, la semicivilización -de Túmbez. - -Vió, sin duda, toda la grandeza del imperio, que estaba por conquistar -todavía, pero cuya existencia se palpaba y ya era suficiente. Sus tres -años de fatigas y miserias tenían, pues, una correspondiente -compensación. Las noticias y versiones del Perú, vagas y dudosas hasta -aquel momento augural, quedaban finalmente confirmadas. Y puesto que él -existía, Pizarro estimó que el Perú era suyo... En efecto, a través de -los relatos incompletos de los cronistas, nosotros ahora podemos llenar -las fallas y lagunas psicológicas; y tal como en el episodio de la isla -del Gallo, cuando el héroe desnuda la espada, traza una línea en la -arena y convida a los valientes que la traspasen, hay también ahora, -delante de la populosa ciudad de Túmbez, una conmoción transcendental en -la vida del héroe. - -Con un poco esfuerzo imaginativo podemos contemplar a Pizarro, mudo de -asombro y trémulo de alegría, fijos sus ojos en la maravilla de la -ciudad descubierta. Su habitual gravedad se hacía mayor entonces. -Callado, taciturno, encorvado por la religiosidad de la hora su hercúleo -y alto cuerpo, Pizarro asistía a la asunción de un vasto país, y, por -tanto, al principio de un episodio fundamental para el mundo. El mundo, -y primeramente el poderío de España, agrandábase súbitamente con la -aportación de aquel nuevo imperio. ¡Y era él, Francisco Pizarro, quien -debería ganar y poseer la rica y misteriosa tierra!... Estos momentos -augurales, en que aparecía de súbito la fruta de un imperio brillante a -los ojos del explorador, y en que el hombre saltaba de un brinco a lomos -de la galopante Fortuna, verdaderamente fué entonces y en América cuando -tuvieron su mejor realidad. - -La aparición de Túmbez define la vida de Pizarro, la orienta para -siempre, la transforma sin remedio. El carácter ha cambiado también. -Desde aquel instante se introduce en el ánimo del héroe una especie de -angustia entusiasta; se llena, se hincha de una impaciente ambición; -tiene miedo de perder la dicha que pasa a su lado. Y el hombre obscuro y -ecuánime que había sido, he ahí que se emborracha al anuncio de la -gloria. - -Manda dar la vuelta al Panamá, y apenas cumple el gusto y el deber de -abrazar a sus asociados y amigos, rescata el dinero que su penuria le -consiente y corre a presentarse en España. - -Las cosas han variado del todo. El obscuro soldado se penetra bien de su -situación y decide continuar hasta el fin y con la mayor energía aquel -juego de azar. Es un buen jugador; tiene alma de estoico y de valiente. -Mientras la Fortuna le huye, él espera y aguanta, y hasta consiente -morir en un orgulloso olvido; pero ahí se muestra la Fortuna y el héroe -pone su vida a una jugada. - -Es un nuevo hombre el que nace. Está vibrando de actividad y se crece, -materialmente se agranda y multiplica en aptitudes y calidades. Se le ve -trocarse en hombre pulido y ostentoso. Marcha a la corte y no se inmuta -delante del Emperador. Toma un poco el aire del _exitista_, porque es -indispensable para navegar entre Ministros y cortesanos y para eludir -las zancadillas o estorbos del Consejo de Indias. Se viste, pues, de -conquistador, cuando en realidad no ha conquistado nada todavía. Es -decir, que se compromete todo él, lo pone todo a una jugada, para evitar -cualquier retroceso. - -Y tanto se ha comprometido, que no duda en apresurar su viaje a costa -de saltar por encima de los formulismos oficinescos. Contratada la -conquista del Perú con la Corona, recibe los condignos honores y los -títulos necesarios; ha prometido reclutar un ejército, que no acaba de -completar nunca; impaciente, temeroso de perder la partida, comete un -ligero fraude y zarpa de Sevilla sin llenar todas las formalidades. No -importa; él subsanará la falta de soldados poniendo lo que le sobre de -corazón. Con pocos o muchos, él conquistará el Perú. Y tienen, -ciertamente, los actos de Pizarro, esta particularidad: no cuenta el -número y la masa de su gente, ni se asusta por la limitación de sus -pertrechos y material de guerra; no se para en contar sus arcabuceros y -cañones; diríase que tiene una fe ciega en su valor personal, como un -héroe de los libros de caballería. Se le habrá de ver, poco antes de -atravesar la cordillera, brindar, a quien quisiere, la eximisión del -contrato, y despedir sin ira ni pena a los soldados que, efectivamente, -por miedo a la aventura, retornan al abrigo del pueblo de San Miguel. - -Es un caso especial entre los conquistadores este membrudo y taciturno -héroe, que no cuenta, que no pesa su tropa y material por el número o -cantidad. Sólo le importa la calidad. Fía en los hombres por lo que -tienen, no por lo que representan. Es así el tipo del héroe -representativo que da al hombre un valor ilimitado, casi milagroso. Para -él un hombre equivale a una infinita posibilidad. - -De otro modo sería imposible comprender cómo ninguna fuerza humana se -lanzase a tal empeño con tan reducidos recursos. ¿Era inconsciencia? No, -porque Pizarro había perdido lo mejor de su vida en experiencias -americanas. ¿Era un concepto despreciable del poderío de los Incas? -Tampoco podemos presumir que aquel hombre, habituado a las guerras -indias y trabajado por tantos peligros, desconociese la gravedad de la -empresa o ignorase las fuerzas de un imperio extenso, rico, populoso y -organizado. - -No hay más que aquella fe en el valor del hombre de que hablábamos. -Siéntese Pizarro él mismo tan capaz y resistente, tan apto para lo -increíble y excepcional, que aplica a los otros hombres su propio -concepto. Su concepto del hombre es infinito. Y no piensa seguramente -por ilusorias hipótesis; cada uno de sus hombres lo ha contratado él -mismo, lo ha palpado y lo ha probado. Mira a su gente marchar, proceder, -desenvolverse. Examina y estudia a sus soldados en los menesteres -incontables de la expedición, oye sus murmuraciones, asiste a sus -trabajos, pulsa su resistencia en las marchas y escaramuzas. Cuando se -interna al fin en la fragosidad de los Andes, Pizarro sabe que no -comanda un _ejército_: manda y dirige a _ciento sesenta y cuatro -hombres_. - -Nuestra época tiene un sentido multitudinario y una noción panegírica de -la masa y el número; el Renacimiento, al contrario, atribuía al -individuo un valor de excepcionalidad, y fué aquel período, es cierto, -algo como una sorprendente floración de personalidades. La constitución -social de España, con su régimen de hidalgos, prestábase entonces -sobremanera a que descollasen los individuos de pro y a la culminación -de temperamentos excepcionales. Los hombres de la tierra extremeña eran -singularmente aptos para la excepcionalidad individual. Porque en los -países de población muy densa, muy abundante, los hombres tienden con -facilidad a formar muchedumbres y a convertirse en _gente_, tanto como -en los territorios despoblados y recios los hombres tienden a ser -_personas_. En algunas comarcas numerosas, nutridas, bullentes, del -centro de Europa, los hombres se confunden y mezclan con las casas, los -sembrados, las ciudades y los talleres, de tal modo, que desaparecen y -se anegan en la totalidad; la totalidad es lo único que destaca, como -una grande y hermosa nota orquestral. Pero en ciertos países, y uno de -ellos es Extremadura, cada pueblo, en la soledad, adquiere una -importancia suprema; un simple pastor, en el inmenso despoblado, nos -sugiere casi la idea divina de la humanidad. Y aquel hombre está en -medio del paisaje como algo extraordinario, inconfundible, parecido a sí -mismo, único en el mundo. - -Hernán Cortés, con su medio millar de soldados, con su pequeño tropel de -marineros, artesanos y mercaderes, supone ya un concepto de multitud y -de masa; Pizarro lleva sólo 164 hombres, todos aptos para combatir. Más -pobre y apurado de medios que Cortés, cuenta en su tropa _tres_ -escopetas... Bien es verdad que llevaba con título de general de -artillería al griego animoso, el que pasó de los primeros la raya -trascendental en la isla del Gallo, el fiel Candía. Lleva como ayuda, -para los lances a distancia, veinte ballesteros... Pero cuenta con una -proporción de caballos muy superiores a las otras expediciones; van -sesenta y dos caballeros para ciento dos infantes. - -Bien, ya todo está en orden y cumplido. Han fundado la ciudad de San -Miguel en la costa, para que sea un refugio y un punto de contacto con -Panamá, con el mundo. Se ha indagado el régimen del país, espiado a los -caciques y explorado los contornos. Es preciso penetrar al corazón del -imperio, y sobre todo conviene ir recto al núcleo, al órgano vital del -país, al mismo campo del emperador Atahualpa. - -Para llegar a la meseta de Caxamalca, donde acampa el gran Inca, será -preciso internarse en las gargantas de la cordillera, escalar los -puertos de los Andes, llegar al límite de los hielos y las nieves y caer -en el seno de un país que se ignora. No se dará, no, un paso que no sea -medido. Francisco Pizarro saca del fondo de su ser todas las instintivas -o experimentadas cualidades de astucia, observación, inteligencia y -tiento. Se aviva en él la naturaleza astuta, y va, en efecto, preparando -el salto de tigre poco a poco. Envía mensajeros al emperador, interroga -a los indios, adula o amenaza a los caciques. Hácese el imprudente, para -desconcertar al adversario, y _se deja_ atraer a la cueva del lobo, -prestándose desde luego a ser comido... - -De pronto, llegando a los últimos contrafuertes de los Andes, muéstrase -a los españoles el camino del puerto; es una escalera tallada en la -roca, larga y altísima, dominada por horribles derrumbaderos. Hasta -entonces todo ha marchado menos mal; los preparativos de la astucia -están bien trabados; pero falta la última prueba y ésta no consiente -argucia alguna... Es preciso arriesgarse, _jugar_ a una carta. Los -soldados palidecen y aun osan advertir al general el rumbo temerario de -la empresa. El general sabe que en la vida del héroe hay un instante que -decide precisamente y califica el heroísmo; es el momento en que el -camino se estrecha, se hace excepcional, se obstaculiza para los hombres -inferiores o medianos. Es el momento en que hace falta _jugar_. Pizarro -juega, salva la cordillera, sigue, y por último cae en pleno campamento -de Caxamalca, donde millares de indios rodean a su luminoso y divino -Emperador. - - - - -CAPÍTULO XII - -LOS CAPITANES - - -¡Qué diferentes los Ejércitos de ahora, multitudinarios y anónimos, -asiáticos por su formación y su finalidad, de aquellas huestes españolas -de la Conquista! Se ha dicho de España que es inhábil para crear -Ejércitos multitudinarios, y experta como ninguna nación para el manejo -de la pequeña tropa. Sin duda, nuestro espíritu guerrero se conforma -mejor al estilo griego de combate que al asiático de las grandes masas. -Cuando la necesidad ha querido, España luchó con grandes Ejércitos; pero -su gusto y su excelencia estaban en las huestes poco numerosas, fáciles -de gobernar, donde cada soldado era una _persona_, y no un número, y en -que todos iban electrizados por la energía del capitán. - -Estas pequeñas tropas de soldados han desaparecido, tal vez para -siempre; por eso es más grato recordarlas ahora. Nuestra alma europea, -educada en las tradiciones del individualismo y de la personalidad, se -resiste a admitir las formas anónimas, asiáticas, democráticas y como de -sufragio universal de este heroísmo moderno y estas multitudes armadas. -Nos sentimos más acordes con la forma personal y aristocrática del -guerrero antiguo, con el soldado de Grecia, que luchaba al pie de los -muros, donde su esposa y sus amigos le reconocían, le alentaban, o con -el guerrero medioeval, que a veces peleaba solo contra una tropa entera -de adversarios. - -Los historiadores de Indias saben reproducir las formas clásicas de la -narración en este aprecio individual y detallista de cada soldado. Los -héroes que salen entonces de España no son números, con su ficha de -identidad colgada al cuello; cada uno de ellos es una _persona_, y de -muchos de ellos conocemos los pormenores, la vida, el grado de valor, -los méritos y hasta los detalles psicológicos. Especialmente Bernal Díaz -del Castillo, con su hermosa tosquedad de soldado, ¡cómo acierta a -interesarnos con sus descripciones personales, que son perfectos -retratos varoniles de alto valor artístico! Parece que nos retrae a los -tiempos de la buena epopeya, cuando el padre Homero pinta a cada uno de -los soldados, lo nombra, dice de dónde es y quiénes eran sus -antepasados. - -Tan al detalle habla de los conquistadores el bueno de Bernal Díaz, que -necesita explicar su acierto y hasta quitarle importancia a su maestría, -exclamando: «No es mucho que se me acuerde ahora sus nombres, pues -éramos quinientos y cincuenta compañeros, que siempre conversábamos -juntos, así en las entradas como en las velas, y en las batallas y -encuentros de guerras, e los que mataban de nosotros en las tales -peleas...» - -Eran _compañeros_ que se ayudaban y proveían; juntos entraban a los -peligros, juntos batallaban, y a la noche, en el vivaque, mientras se -secaban el sudor o la sangre, trasmitíanse unos a otros los cuentos, -historias y fantasías. Conocíanse todos bien al menudo. - -Se sabía quién era alegre y quién melancólico, quién de alma atravesada -y quién de espíritu generoso. Y como el corazón y los músculos valían en -aquella empresa tanto, los historiadores definen las particularidades -físicas de cada uno con especial interés. Un capítulo dedica Bernal Díaz -del Castillo a retratar a los soldados de Cortés, y su lectura tiene un -sabor épico extraordinario, más sugestivo porque está empapado del -realismo español. - -Pasan, pues, los soldados en esa descripción de Bernal Díaz como una -muchedumbre de rostros enérgicos y brazos fornidos. El modo sencillo y -fuerte de retratar recuerda al punto la manera de nuestros grandes -pintores; estamos viendo _hombres_ como en Velázquez y Zurbarán; pero -¡qué brava categoría de hombres! - -Aquí está Pedro de Alvarado, el mayor y principal de los hermanos -extremeños que acudieron a todas las empresas del continente. Es el -retrato de un capitán brillante, propio para encuadrarse en la grandeza -del Renacimiento. «Fué de muy buen cuerpo e bien proporcionado, e tenía -el rostro y cara muy alegre y en el mirar muy amoroso; e por ser tan -agraciado le pusieron por nombre los indios Tonatio, que quiere decir el -sol.» - -Aquí está Gonzalo de Sandoval, hidalgo de Medellin, recia figura juvenil -(veintidós años), que tenía «la estatura muy bien proporcionada y de -razonable cuerpo y membrudo; el pecho alto y ancho, y asimismo la -espalda, y de las piernas algo estevado; el rostro tiraba algo a -robusto, y la barba y el cabello que se usaba algo crespo y acastañado; -y la voz no la tenía muy clara, sino algo espantosa, y ceceaba tanto -cuanto». - -Aquí pasa «otro buen capitán, que se decía Juan Velázquez de León, -natural de Castilla la Vieja: sería de hasta veinte y seis años cuando -acá pasó; era de buen cuerpo, e derecho e membrudo, e buena espalda e -pecho, e todo bien proporcionado e bien sacado; el rostro robusto, la -barba algo crespa e alheñada, e la voz espantosa e gorda...». - -Ahora veremos los rasgos morales de estos guerreros, que tienen, como -buenos luchadores, visibles y pronunciadas las virtudes esenciales y -simples que son necesarias en la guerra, sobre todo en una guerra -semi-robinsoniana y casi sobrenatural como la de la Conquista. - -Lo que principalmente ponderan los historiadores de Indias en los -capitanes es la cualidad del valor, y en seguida resaltan el mérito de -la justicia, la generosidad y el amor con los compañeros de trabajos. - -Si pudo consumar Hernán Cortés tan inauditas hazañas, fué a causa de su -ascendiente personal, de su brillo, de sus cualidades generosas, que -arrebataban a los soldados. El capitán que intentase arrastrar a -aquellos hombres en empresas siempre penosísimas necesitaba recurrir a -esfuerzos psicológicos que correspondían al mundo de la genialidad; las -pragmáticas reales, los consejos de disciplina y otros fáciles recursos -de los Ejércitos europeos valían bien poco en aquellas incógnitas -inmensidades, donde cada hombre era una voluntad temible pronta a la -rebeldía. - -De Gonzalo de Sandoval cuenta su cronista que «ni era codicioso de haber -oro, sino solamente hacer sus cosas como buen capitán esforzado, y en -las guerras que tuvimos en la Nueva-España siempre tenía cuenta de mirar -por los soldados que le parecía que lo hacían bien, y les favorecía y -ayudaba». - -De otro capitán se dice: «Fué muy animoso y de buena conversación; e si -algunos bienes tenía en aquel tiempo los repartía con sus compañeros...» -Las palabras franco, alegre y justo abundan en estos retratos varoniles, -que nos muestran constantemente, no la bestia avara y cruel de los -calumniadores históricos, sino un tipo de capitán conquistador, todo -macerado en virtudes generosas, exaltadamente varoniles. - -A veces salta el ejemplar gracioso, como aquel capitán Pedro de Yrcio, -tal vez vizcaíno, que era de mediana estatura y paticorto «e tenía el -rostro alegre, e muy plático en demasía que haría e acontecería, e -siempre contaba cuentos de don Pedro Girón e del conde de Ureña: era -ardid de corazón, e a esta causa le llamábamos Agrajes sin obras». - -Otras veces nos conmueve el retrato del capitán sublime y trágico, de la -madera de aquel Cristóbal de Olea, castellano viejo, que tenía «buen -pecho e espalda, el rostro algo robusto, mas _era apacible_... e la voz -clara». He aquí el tipo predestinado. El rudo Bernal Díaz del Castillo, -no se sabe cómo, sin pretenderlo, pues no estaba en su costumbre, deja -caer o vagamente insinúa una honda y breve emoción al retratar a este -capitán noble, puro, que había de morir como los grandes soldados fieles -y fervorosos saben: defendiendo a su señor. Este soldado joven, apacible -y de voz clara, «fué en todo lo que le veíamos hacer tan esforzado, e -presto en las armas, que le teníamos muy buena voluntad, _e le -honrábamos_». - -Era un predestinado; su sino le arrastraba a una muerte fija, -insalvable: la del mártir marcial. Parece un héroe calderoniano por su -concepto exaltado del honor, pero sin retórica rimada, sino con hechos. -«Fué el que escapó de muerte a don Fernando Cortés en lo de Suchimileco, -cuando los escuadrones mejicanos le habían derribado del caballo el -Romo, e le tenían asido y engarrafado para lo llevar a sacrificar; e -asimismo le libró otra vez cuando en lo de la calzadilla de Méjico lo -tenían otra vez asido muchos mejicanos para lo llevar vivo a sacrificar, -e le habían ya herido en una pierna al mismo Cortés. Este esforzado -soldado hizo cosas por su persona, que, aunque estaba muy mal herido, -mató e acuchilló e dió estocadas a todos los indios que le llevaban a -Cortés, que les hizo que lo dejasen, e así le salvó la vida... y el -Cristóbal de Olea quedó muerto allí por lo salvar...» - -Al escribir estas últimas palabras, la pluma quiere detenerse y dar con -ellas por terminado el breve elogio, la somera justificación de los -Conquistadores. El capitán Cristóbal de Olea, que insiste en defender a -su jefe de la muerte, como si presintiera el sublime destino que -necesitaba cumplir Hernán Cortés; ese valiente hidalgo que muere por -escudar al general, será, pues, quien cierre la lista de los heroísmos y -las maravillas, cuya exposición, demasiado rápida, nos hemos propuesto. - -Estos son los hombres que han _creado_ la América. Veamos ahora, -finalmente, qué sentido nuevo de la vida trajo a la humanidad el mundo -que los Conquistadores inauguraron. - - - - -CAPÍTULO XIII - -EL SENTIDO DE AMÉRICA - - -I - -¿Qué nueva forma de vida ha traído América a la Humanidad? ¿Qué lugar -vacío ha llenado, qué esperanza incierta ha venido a cumplir, con qué -valores de la materia y del espíritu ha enriquecido al mundo ese -continente nuevo, alboreal, increíble y portentoso, que estaba -secuestrado entre dos mares y oculto por los malos genios del terror y -de la ignorancia? - -Cuatro siglos son tarea bastante larga para la pobre memoria de los -hombres, y ahora mismo, sobre la impermanencia de este globo, que tantas -cosas olvida, las gentes miran el milagro de América y pasan ante su -maravilla sin detenerse, como si nada de sobrenatural hubiera ocurrido -en nuestra misma zona histórica. La idea de lo _reciente_ es elástica -como ninguna, y si un suceso de frivolidad política o literaria puede y -merece envejecer en el tránsito de una semana, otros sucesos, al -contrario, conservan su virtud de actualidad durante muchos siglos. Es -porque los sucesos cuotidianos los referimos a nuestra propia vida, que -verdaderamente es corta; mientras que los otros sucesos deben compararse -con la eternidad. Apenas si ha comenzado a envejecer el hecho de que un -hombre rubio marchara por los campos de Galilea predicando una nueva -vida. La aparición de América debe emocionarnos como si fuera un -fenómeno actual, contemporáneo nuestro. Y América está, efectivamente, -actuando en este momento con tal energía de cosa nueva y alboreal, que -necesitaríamos oponer unos oídos tercamente cerrados al rumor ascendente -para no percibir los signos de ese mundo joven que se incorpora al -viejo. - -La agregación de ese mundo no ha podido verificarse sin choque, -revolución y pasmo; Europa se halla como perturbada y perpleja por tan -imprevista y gigantesca aparición. Por otra parte, América ha sido -concedida a Europa toda entera, como una propiedad innata, como una hija -legítima, como una misión del destino. No es un continente como Asia, -que ya posee dueño y tiene personalidad; América se ofrece a Europa sin -antecedentes y sin prejuicios, virgen y desnuda, cosa plegable y sumisa -a cualquier mandato de civilización. Tampoco es un mundo incompleto y -precario como la Australia; ni un mundo hostil, negro y fatalmente -tórrido, como Africa; América viene a nosotros sembrada de todos los -climas posibles, enriquecida con una prodigiosa variedad de paisajes y -de recursos, al modo de una síntesis perfecta. - -Por esto se ha dicho, con razón, que el descubrimiento y conquista de -América es el hecho más grande desde la venida del Cristianismo. Es el -hecho revolucionario más intenso, puesto que perturba las líneas -generales del mundo, destruye las incógnitas, retira más allá los -viejos conceptos y abre una estupenda zona de posibilidades. El -ensanchamiento del mundo, la supresión de incógnitas, el continuo vuelo -de la posibilidad; he ahí lo que aporta América a Europa en plena -iniciativa del Renacimiento. - -Por tanto, cada sacudida o movimiento de Europa ya no tendrá que -malograrse ante la limitación; Europa no tropezará ya contra los muros -de su breve horizonte. Toda iniciativa religiosa, política, social o -económica, encontrará desde ahora abiertos los caminos ilimitados, y -podrá, como la ola, verterse hasta el fin y hasta sus últimas -consecuencias; porque América, grande y nueva, está ahí para ofrecerse -como seno de todas experiencias, continuaciones y compensaciones. - -Hubo una época, como resultado de la primera emoción, en que la idea del -Nuevo Mundo iba vestida con envolturas de un cándido y sentimental -retoricismo. La presencia del indio, vestido con sus plumas y su -ignorancia supina, produjo aquella suerte de frases que los poetas -corearon en tantas odas; _la virgen América_ dió pábulo a muchos -manoseos retóricos, y los discípulos de Rousseau encontraron una -graciosa oportunidad para su reivindicación de la naturaleza en el -sencillo, candoroso y desnudo salvaje americano. Con los inocentes -indios de América bordó Chateaubriand las románticas historias de Atala, -y el episodio de aquel indio _natchez_ que el gran poeta hace ir a la -corte de Luis XIV, es representativo de esa idea romántica, -rousseauniana, que atribuyó al salvaje americano un tesoro de -inocencias, de generosidades, de virginidades y de dulces melancolías. - -Los que han tratado al indio saben que la literatura no se ha aproximado -nada a la verdad. Lo mismo ante los conquistadores, como ante los -modernos colonos, el indio era y es un _hombre de la naturaleza_; es -decir, perezoso, artero, cruel, obsceno, astuto y albergue de todos los -vicios... - -La _virgen América_ no debe aparecernos _virgen_ en el sentido -rousseauniano y en la forma ideal de un indio inocente, que la -brutalidad del europeo atropella; América es para nosotros _virgen_ en -cuanto significa juventud, novedad, fuerza incipientemente usada que -avanza a lo infinito. - - -II - -Ahora mismo, en el último emigrante que pisa por primera vez las playas -americanas, nace la impresión de asombro que sacudiera al principio el -alma de los descubridores españoles. Una impresión de admirado espanto -frente a las cosas descomunales del nuevo continente. - -En la Europa propiamente dicha, hacia el lado occidental, núcleo de las -emigraciones interoceánicas, la Naturaleza mantiene el ritmo clásico y -heleno de la medida y la ponderación. Nunca los ríos y las llanuras y -las islas y los bosques son demasiado grandes; pocas veces incurren las -cosas en lo desmesurado; apenas la mirada del hombre debe sentirse -encogida por el paso de lo descomunal. La Naturaleza se complace en -redondear las ensenadas y recortar los valles ecuánimemente, de manera -que los paisajes pueden servir a la vida de los hombres y no a la vida -de seres quiméricos. Las estaciones, las lluvias, los cultivos, la -población, todo es en la Europa occidental como resultado de una idea de -ponderación y de medida. - -En América, al revés, parece que la Naturaleza aguardara a una legión de -gigantes y no de hombres. Es un continente sin medida, monstruoso, -desmesurado, hecho para seres de otra gestación geológica. Los -descubridores españoles, si penetraban en un bosque, se encontraban -pronto envueltos por la monstruosidad de la selva; si aguardaban la -lluvia, recibían el denso diluvio tropical; si buscaban un río, veían -abrirse la inmensidad del Orinoco, del Missisipí, del Amazonas, del -Plata; si hallaban un cerro, veían surgir en su altísima cumbre las -fauces de un tremendo volcán... Por donde quiera les sorprendía lo -gigantesco y desmesurado. Monstruosos los calores, los fríos, las -lluvias, las sequías; gigantescas las llanuras; interminables las -distancias; enormes los imperios. Desmesuradas las hambres, infinitos -los triunfos y los placeres. Sorprendente y maravillosa la altivez de -los Andes, surgiendo sobre el mar. Terribles y apocalípticos los -terremotos, que destruyen en un momento las ciudades. Desmesuradas, en -fin, las riquezas de Méjico y del Perú, con sus palacios henchidos de -verdadera y material pasta de oro... - -Después de cuatro siglos, el sentido de lo desmesurado continúa en -América, y todo allí sigue la tendencia de lo enorme: ciudades -colosales, ferrocarriles inmensos, cultivos monstruosos. - -Por tanto, pronto encontraremos una palabra que nos ayude a expresar un -signo psicológico de América: exageración. Si la Naturaleza es -exagerada, justo es que los hombres se sometan a la ley del destino. -Exagerados en sus impulsos, faltos de medida y ponderación, los -americanos se alejan tanto del sentido helénico como se aproximan al ser -de su propia naturaleza continental. Exagerados en sus proyectos, en sus -empresas, en sus ideales, en sus teorías; exagerados hasta en su -retórica. Lo medido y pausado les irrita o no lo comprenden. Les gusta -el ruido y la proporción de la catarata, la fuerza descomunal de sus -extensiones terrenales, la frondosidad abrumadora de sus selvas. Aman lo -quimérico y colosal, lo mismo el yanqui, que forma ciudades monstruosas -como Nueva York; que el tirano del Paraguay, aquel que declara la guerra -a tres naciones juntas y no rinde las armas hasta que no resta un hombre -en el país. - -El _bluff_, palabra de América, es el resultado de ese sentido de la -exageración, de lo desmesurado y colosal, y en cierto modo define la -parte estéril, pero expresiva, de una dinámica gigantesca, -sobreexcitada, falta de armonía. - -También deberemos mencionar otra palabra, muy caracterizadora de la -psicología americana: libertad. Los descubridores españoles, apenas -ponían el pie en las Indias, sentíanse aliviados de un peso moral, y era -éste el «peso jerárquico» de Europa. Bastardos o segundones, soldados -obscuros o simples homicidas, el caso es que un poblador y un -conquistador eran desde entonces hijos de sus hechos y valían tanto como -sus obras. El porquerizo extremeño que llamaban Pizarro a secas, se -convierte en marqués y señor poderoso; el marmitón de cocina puede -desembarcar, afanarse en los negocios y llegar a tener palacios, -servidores. - -He ahí a la libertad en toda su realidad positiva. Los hombres se -desvinculan de sus compromisos europeos, rompen el hilo prolijo de las -jerarquías, y, aparte un poco de trabazón burocrática en la corte de los -virreyes, los hombres son por lo que hacen y tienen. ¡Y es tan fácil -hacer, tan sencillo tener! Allí están las tierras sin fin; hay para -todos. Allí están los negocios y las empresas brindándose a quien ose -emprenderlos. - -El poder real descollaba muy lejos, allá remoto. Un ancho Océano -separaba al continente, y la distancia y los peligros del viaje hacían -más inmunes a los desterrados. Como desterrados, como robinsones -cívicos, los conquistadores implantaron, efectivamente, en América el -sistema municipal y las libertades jurídicas, que ya en España habíanse -defraudado ante el poder imperialista de los nuevos reyes. Y este fuego -de independencia y de libertad, exagerando los instintos nativos de los -conquistadores, les arrastra desde el comienzo a disputas y guerras -civiles. - -Hijos son de sus actos. Han roto los vínculos de la familia y se evaden -a las trabas de las jerarquías meticulosas. Fácil la adquisición, rápido -el éxito, los pobladores se abren pronto a la soberbia. Y como cada cual -se defiende por sí mismo de los azares e inminencias, el valor personal -cobra un mérito extraordinario. Frente a los indios sanguinarios, en los -cultivos remotos, en las haciendas precarias, donde un solo hombre -necesita gobernar a manadas de indígenas o de negros, es allí cuando el -individuo adquiere la conciencia de su poder y reclama el máximo de su -libertad personal... - - -III - -Acaso en ninguna parte del mundo se le da al hombre tanto valor -intrínseco como en América. El hombre es allí _un valor_, en todo lo -máximo del concepto; es una fuerza dinámica, una posibilidad infinita, -una energía monedable y, sobre todo, una _simiente_. - -América ha sentido siempre la emoción que no conoce Europa; esa -entusiasta emoción ante los trasatlánticos humeantes y vociferantes que -arriban a los muelles con su cargamento de _hombres_. ¡Semillas de -porvenir! - -Los buques arrojan sobre el muelle su carga humana; las falanges de -inmigrantes se suceden, y cuando una muchedumbre se ha internado en el -azar del Continente, otra nueva multitud desembarca. Allá van, por allí -ruedan y buscan. Son los eternamente renovados en el ideal de las -Indias. Con sus caras atónitas, con sus cuerpos pesados, un poco sucios -en su torpeza de aldeanos. Plebe extraída de las últimas humildades -europeas. Y sin embargo tal vez materia de futuras aristocracias. - -¡Ah! En todas partes se muestra el hombre como un grave misterio, capaz -de contener en sí todos los desdoblamientos del éxito y de la fortuna; -en América es todavía mayor ese misterio, porque allí las contingencias -del azar se precipitan con más imprevista rapidez. Por eso es tan -sugestivo ir curiosamente a lo largo de un gran puerto de América y -confundirse con las masas de los emigrantes. Bullen hombres, mujeres y -niños aguardando la hora de internarse en lo desconocido. Candidatos del -triunfo, unos caerán fracasados, otros vejetarán en una zozobrante -pobreza; muchos saltarán en rápidos trancos la escala social, -empinándose hasta la gloria del triunfo. A manejar rebaños numerosos, -_trusts_ imponentes, líneas férreas, Bancos. De ellos saldrá el -multimillonario ostentoso, la dama exquisita o viciosa, el elegante -rastacuero. - -Esa cualidad suya es la que América tiene derecho a ostentar. Por su -virtud, el hombre obscuro y primario logra la mayor potencia evolutoria. -La experiencia humana llevada al límite; el arribismo ilimitado y -democrático: he ahí la cualidad de América. Allí donde el hombre vale -por lo que es y por lo que puede; donde el hombre es una cosa profunda, -ilimitada y posible que puede actuar y desenvolverse sin limitaciones ni -reservas. - -En algunas zonas pujantes de aquella América, diríase que todos los -componentes de la máquina nacional se hallan templados en un ritmo de -exaltación dinámica. Recuerdan a los músicos de una gran orquesta. Los -instrumentos vibran con una armonía arrebatadora, templados, tensos, -sonoros, fáciles a la batuta del destino... La locomotora marcha a -compás, como a compás el minero, y el agricultor, y el inventor, y el -periodista. Y ese compás está puesto en su intensidad máxima. Compás -heroico, acelerado, propicio para la locura de las experiencias -temerarias. Así marcha y vibra Norte América, con sus cien ciudades -osadas. ¿A dónde se dirige? ¿Qué busca? ¿Qué nuevo signo de civilización -ofrecerá al mundo? No se sabe. Es todavía una fuerza de la naturaleza, -que acciona a impulso de su fatalidad dinámica y juvenil. - -Vivir intensamente o no vivir; tal es el concepto moral de esa América -dinámica. El maquinismo presta a su vida un impulso que nunca los -hombres conocieron, y las rotaciones de la actividad se apresuran como -en una pesadilla. La vida intensa, la vida enérgica y apresurada, o si -no la muerte. Son los hombres modernos por excelencia, cuya modernidad -flota libre y aérea por encima de todo peso tradicional. - -Simples, ligeros, sin los vínculos del hombre de Europa que necesita -mirar tanto al pasado como al porvenir; esos hombres sin estirpe ni -abolengo, esos cachorros de león de América, ¿qué sienten frente a -Europa? ¿Es sólo admiración y respeto? ¿Es también acaso una secreta ira -inconfesable contra el continente matriz que había recorrido ya la -ilustre escala de la cultura noble y magistral?... ¿Es un íntimo e -inexpresable propósito de llegar a poder superar a Europa, dominarla -alguna vez, imponerla el sello y el ritmo de la vida americana, -antiplatónica y locamente activa?... - -Hija del heroísmo y del azar, madura ya y vigorosa entre los dos -Océanos, allí América se alza como un enigma. La Humanidad y la -civilización tienen que contar en adelante con ese agregado imprevisto, -ascendente y dudoso, que añadirá nuevos caracteres al mundo e infundirá -quién sabe qué otro sentido a la vida misma. - -Cantos de marineros, ruidos de espadas, plegarias de sacerdotes, -asistieron al alba de ese continente; ahora vocean las bocinas en sus -puertos, crujen las locomotoras en sus llanuras, dora un sol pacífico la -opulencia de sus cañaverales. El porvenir se abre sembrado de -maravillas. Y mientras en las mil ciudades de América suenan los -clamores de gloria, el alma quiere asistir todavía, llena de religioso -respeto, al momento en que el descubridor salta en tierra y hace que el -viento desplegue y extienda el estandarte cruzado de España; y al -momento en que Balboa separa los tupidos lienzos de la selva para -contemplar, mudo y temblando, la inmensidad del mar del Sur; o en que el -conquistador, abrumado del peso de sus mismo hados, enfrenta -valerosamente la monstruosidad de los peligros y guía hacia adelante su -pequeña tropa ferrada, barbuda, brusca y soñadora... - - - - -APÉNDICES - - - - -I - -EL AMANERAMIENTO HISTÓRICO - - -La labor de los historiadores viene actuando sobre esa selva del -descubrimiento y conquista del continente americano, y es una labor -difícil, no obstante lo próximo del hecho, porque también conoce la -Historia del mundo pocos actos en que la fantasía se haya inmiscuido tan -abundantemente. - -Todo suceso histórico es apto para recibir la cópula del error, y la -mentira, en sus infinitas variedades, no sólo acompaña, precede y sigue -al hecho, sino que se mezcla y volatiliza en él, hasta formar la mentira -y el acto un mismo cuerpo. Si se trata de un acto religioso, pronto se -inmiscuye la mentira, y pronto, también, queda en pie solamente la -leyenda o el milagro, con exclusión a veces absoluta del hecho real. En -vano iremos a preguntar pormenores de Mahoma y el mahometismo, por que -una montaña de leyendas habrá sofocado toda huella de luz. Y si el hecho -histórico es de carácter político o militar, ya se sabe (tenemos -contemporáneamente la experiencia), que el interés de los bandos, la -argucia de los Gobiernos, la parcialidad de combatientes y espectadores -interpolan en seguida los fraudes, las omisiones o las referencias o -añadiduras tendenciosas. - -En América era doblemente indispensable que interviniese la fantasía, y -no por interés de un bando contra otro bando, sino por la misma -naturaleza del hecho. Poned hoy mismo a unos cuantos soldados, capitanes -y marineros en el trance de tener que descubrir en plena mar un gran -continente distinto a todo lo que conocemos, y cuando esa gente vuelva, -a retazos distanciados y a través de terribles dificultades, sus -relaciones serán una amalgama de fenómenos exagerados o torcidos. - -Los primeros historiadores de América no son los que menos contribuyeron -a esa obra de desorientación. Por fortuna estaban los cronistas veraces, -los simples soldados, como Jerez y Bernal Díaz del Castillo, que -narraban lo que vieran por sus ojos o escucharan a los compañeros, sin -añadir más fantasía que aquella que es inexcusable y perdonable a todo -ser dotado de imaginación. Pero estos cronistas no fueron siempre los -más atendidos por el público universal. Tipos de carácter arribista, -como sin duda era Amérigo Vespucci, andaban entonces dentro de las -empresas españolas y ellos daban al público las referencias quiméricas -que el vulgo de toda hora suele desear. - -Después intervinieron los historiadores «profesionales» y éstos -añadieron complicación a la leyenda. Eran gentes universitarias, doctos -de toga y de hábito, que se apresuraron a interpretar la historia de las -Indias sobre el patrón de los modelos clásicos. Llenos de la ampulosidad -universitaria, entre pedantesca e ingenua, atribuían a los pobres indios -los usos, las palabras y la cultura de los griegos y romanos. El -Renacimiento estaba entonces en la atmósfera y todos se contagiaban de -él; los héroes de Homero y las páginas de Cicerón no se apartaban de las -mentes. Y a la vez pesaba en las imaginaciones el brillo de los libros -de caballería y el régimen feudal. - -No había rubor en atribuir a los mejicanos, por ejemplo, el sistema de -las órdenes militares y religiosas, tal como existían en la Europa -cristiana. Atribuíanse en general a los indios usos y costumbres que -sólo estaban en la mente de esos historiadores universitarios, -maniáticos del clasicismo y llenos del musgo de las aulas. La -sensiblería indiana, inaugurada por aquel Las Casas, perfecto precursor -de los hispanófobos anglicanos y enciclopedistas, se nutrió de tales -historias amañadas. - -El indio, como todo salvaje, poseía los pecados en mucho mayor número -que las virtudes; pueblos tan prácticos y racionalistas como los -anglosajones no han titubeado en destruir y acorralar al indio, sin duda -por su incapacidad de civilización; sólo los españoles, por exceso de -humanidad, por torpeza o por falta de sentido práctico, se empeñaron en -incorporar al indio a su vida social y religiosa. - - - - -II - -LOS PILOTOS CANTÁBRICOS - - -Andaluces y extremeños sellaron con su cuño el continente de América, -dándole carácter y estableciendo una sólida civilización. No sería -justo, sin embargo, olvidar la poderosa ayuda que desde el principio -recibieron los grandes exploradores y conquistadores por parte de las -gentes del Norte de la Península: gallegos, asturianos, montañeses y -vascongados. - -Toda esa larga y complicada faja del litoral cantábrico se ha -distinguido en la Historia por su afición a las empresas de la mar y de -la guerra. La Reconquista se inició en el Cantábrico, y después, hasta -su finalización, los cántabros actuaron asiduamente en aquella obra -secular. El litoral cantábrico y las rías gallegas han proporcionado -siempre a Castilla el contingente marino que necesitaba la política -castellana para su labor unificadora y de expansión universal. - -No debe olvidarse que los apellidos próceres de España, las estirpes mas -nobles y distinguidas en la guerra, en el mando y en las letras, -provienen en su mayor parte del litoral cantábrico, desde Galicia hasta -Navarra. Pero no debemos olvidar tampoco que esas estirpes, nacidas en -la espesura montañosa y el ruralismo cantábricos, se han hecho ilustres -y eficaces al ingresar en la vida más amplia, abierta y caudalosa de -Castilla. El Cantábrico diríamos que halla su fin natural en el resto de -España, y que sus actos y sus hombres cobran firmeza y densidad al ser -traspasados fuera de los montes. Así los apellidos de Santillana, -Menéndez, Quirós, Quevedo, Ayala, Guevara, Mendoza y tantos otros, -siendo obscuros en su país de origen, al generarse después en Castilla -adquirieron extraordinario vigor. - -Es la gente, por lo demás, que pedía Castilla para sus empresas; -hombres de acción y de codicia, duros en la mar, valientes en la guerra, -grandes y obstinados trabajadores. Desde el primer momento aparecen en -América como pilotos, cartógrafos, soldados y pobladores. - -Es curioso observar cómo la gente vasca del Renacimiento se adaptó al -destino y al carácter castellanos, y se alió de buen grado e íntimamente -a las empresas mundiales españolas. Es verdad que el Renacimiento tuvo -la virtud de remover las razas y de engrandecerlas, inspirándoles el -sentido de lo sublime y de lo universal. El país vasco salió también él -de su ruralismo y osó a la universalidad; sus hombres comprendieron la -grandeza de la hora y se incorporaron al ímpetu universalista de la -España de entonces. Pocos hombres han tenido tan alto el sentido de la -universalidad como San Ignacio de Loyola. Dando el primero la vuelta al -mundo significó por su parte Elcano ese espíritu universalista. - -Como todos los cantábricos en general, el vasco tenía las cualidades que -distinguen al hombre de acción y que se requerían para aquellas -empresas: valor, voluntad, largo aliento y amor de la aventura. Pero -además de esto, poseían para aquellos trances homéricos la capacidad del -tozudo trabajo. Iban, pues, en oficio de marinos y soldados; pero -también iban como _trabajadores_. Ya entonces debía de ser el vasco lo -que ahora es: una persona mezcla de aventurero, de contratista y de -aspirante a millonario. Para abrir minas y caminos, para improvisar -puentes y embarcaderos, los vascos eran sin duda materia presta e -idónea. Así nos lo revela, por ejemplo, la relación que Gil González -hace del paso y utilización del Istmo de Panamá. Vemos, pues, a Núñez de -Balboa descubrir el mar del Sur después de increíbles trabajos, y le -vemos empeñado en trazar un camino de trocha que a través de las sierras -y los bosques habilitase las costas del océano recién descubierto. La -tentativa de abrir el camino se malogra dos veces. Mueren las -caballerías, perecen los obreros, la empresa equivale a un heroísmo... - -«Fué forzoso abrir camino por otra parte mucho más espesa, e aún fué -menester por la mucha espesura del monte con _pilotos e agujas de -marear_ entender en ello para sacarle el más derecho que ser pudiere... -Entre la gente que es muerta desta armada después que salí en estos -reinos (Panamá), que son veinte personas, ha sido la mayor parte dellos -vizcaínos (vascongados).» - -La gente cántabra llegó desde el principio a América, y no ha cesado de -actuar en aquel continente, hasta nuestros mismos días. Llena está -América de apellidos vascongados. Embarcaron con Colón, Cortés y Pizarro -a servir de marinos, soldados, ingenieros y constructores de calzadas; -más tarde fueron en calidad de evangelizadores; por último se lanzaron a -los negocios de la colonización, fundando establecimientos de -agricultura y flotas navieras tan importantes como la célebre Compañía -de Caracas. - -Diríase que América ha sido la providencia del país cantábrico, como si, -en efecto, estuvieran conformado por el destino a la medida de América. -La Pampa argentina ha recibido durante mucho tiempo la visita del -inmigrante vasco, en una época en que pocos querían arriesgarse a las -contingencias de una dudosa expatriación. Es así que en el poema -argentino de «Martín Fierro», que expresa tan realmente el estado de -aquel país a mediados del siglo XIX, los únicos personajes exóticos son -el napolitano y el vascongado. El vasco era sin duda ya entonces un -individuo que se hallaba en todas las partes de la Pampa, porque el -héroe del poema, el gaucho Martín Fierro, al narrar un episodio dice -como la cosa más natural: - - «Se tiró al suelo al dentrar, - «le dió un empellón a un vasco», - y me alargó un medio frasco, - diciendo: Beba, cuñao...» - -Colaboradores asiduos, ardientes y numerosos, ¿cómo es, sin embargo, que -los cántabros no hayan dado a la historia de la conquista de América un -nombre resaltante, único y genial como Cortés, Pizarro o Balboa? - -Es un hecho extraño y perturbador que hayan tenido que ocupar siempre -un puesto de segundo orden, el puesto del ayudante o del colaborador. Es -en cierto modo trágica esa predisposición de la gente vasca a detenerse -en el penúltimo escalón de la nombradía, y el figurar en las grandes -empresas como piloto, y no como capitán. Esto es más notable y -dramático, y desde luego digno de estudio, si se considera que el vasco -posee las cualidades que exige el primer puesto: vanidad, ambición, sed -de renombre y gloria, anhelo de la jerarquía. - -Lo cierto es que el vasco siempre se halló en los grandes hechos, pero -no como capitán, sino en calidad de piloto. Es el Andagoya que prepara -los barcos y explora las playas; pero el que conquistará Perú será -Pizarro. Es Elcano quien rodeará el mundo por primera vez; pero saldrá -de piloto en la expedición, y Magallanes logrará el premio inmortal del -viaje. Esto se repite siempre y en todos los sitios; el vasco anda cerca -del generalato, de la genialidad, y no logra dar el salto decisivo. En -la batalla de Pavía es el soldado vasco Juan de Urbieta quien se halla -más cerca de Francisco I y le toma la espada; pero está cerca, está al -borde del éxito, y no es él precisamente quien gana la batalla. En arte, -en política, en todos los afanes príncipes busca el vasco el lugar del -peligro y de la gloria, ¡y no consigue la genialidad, y se limita a ser -piloto!... - -¿Por qué? ¿Hay una fatalidad en los pueblos? ¿Hay un efecto de -casualidad, de oportunidad? - -Sutilizando el hecho, podríamos atribuir ese fenómeno del vasco -secundario como producto de la democracia vascongada. Exento de -tradición monárquica y señorial, exento de ciudades y de cultura propia, -el país vasco ha tenido que carecer por consiguiente del verdadero -instinto del lujo y del mando. En un país de celosa igualdad, el hombre -ambicioso, vano y vehemente necesitó buscar fuera un campo para sus -hazañas. Pero desde el principio estaba en situación de inferioridad -frente a otros hombres naturalmente próceres, altivos, seguros de su -rango y que por tradición frecuentaban la corte y asumían en la familia -los cargos eminentes de la guerra y el mando político. El sentido -natural y fatal del mando: he ahí lo que tal vez les faltó a los vascos, -que no obstante poseían toda la codicia y la ardiente sed del mando. - -El cántabro ha sido principalmente rural. El ruralismo se distingue por -un cierto titubeo, por una timidez, por una duda constante, por fiar a -la astucia y a la espera el éxito de los propósitos. Pero el gobierno de -la genialidad requiere otros caminos; para ser capitán es preciso la -aptitud convencida, instintiva, rápida e indiscutible del mando. El -hombre de mando no duda; hace como los reyes de origen divino; siente -que una fuerza extrahumana lo ha puesto al frente de la empresa. Este -era el caso de Hernán Cortés. - - - - -III - -EJEMPLO DE UNA RECLUTA DE CONQUISTADORES - - (Bernal Díaz del Castillo. “Conquista - de la Nueva España”. Cap. XXI.) - - -«E así como desembarcamos en el puerto de la villa de la Trinidad, y -salimos en tierra, y como los vecinos lo supieron, luego fueron a -recibir a Cortés y a todos nosotros los que veniamos en su compañía, y a -darnos el parabien venido a su villa, y llevaron a Cortés a aposentar -entre los vecinos, porque habia en aquella villa poblados muy buenos -hidalgos; y luego mandó Cortés poner su estandarte delante de su posada -y dar pregones, como se habia hecho en la villa de Santiago, y mandó -buscar todas las ballestas y escopetas que habia y comprar otras cosas -necesarias y aun bastimentos; y de aquesta villa salieron hidalgos para -ir con nosotros, y todos hermanos, que fué el capitán Pedro de Albarado -y Gonzalo de Albarado y Jorge de Albarado y Gonzalo y Gomez e Juan de -Albarado el viejo, que era bastardo; el capitán Pedro de Albarado es el -por muchas veces nombrado; e tambien salió de aquesta villa Alonso de -Avila, natural de Avila, capitán que fué cuando lo de Grijalva, e salió -Juan de Escalante e Pedro Sanchez Farfan, natural de Sevilla, y Gonzalo -Mejía, que fué tesorero en lo de Méjico, e un Baena y Juanes de -Fuenterrabía, y Cristóbal de Olí, que fué forzado, que fué maestre de -campo en la toma de la ciudad de Méjico y en todas las guerras de la -Nueva España, e Ortiz el músico, e un Gaspar Sánchez, sobrino del -tesorero de Cuba, e un Diego de Pineda o Pinedo, y un Alonso Rodriguez, -que tenia unas minas ricas de oro, y un Bartolomé García y otros -hidalgos que no me acuerdo sus nombres, y todas personas de mucha valía. -Y desde la Trinidad escribió Cortés a la villa de Santispíritus, que -estaba de allí diez y ocho leguas, haciendo saber a todos los vecinos -cómo iba a aquel viaje a servir a su majestad, y con palabras sabrosas e -ofrecimientos para atraer a sí muchas personas de calidad que estaban en -aquella villa poblados, que se decían Alonso Hernández Puertocarrero, -primo del conde de Medellin, y Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor e -gobernador que fué ocho meses, y capitán que después fué en la Nueva -España, y a Juan Velazquez de Leon, pariente del gobernador Velazquez, y -Rodrigo Rangel y Gonzalo Lopez de Jimena y su hermano Juan Lopez, y Juan -Sedeño. Este Juan Sedeño era vecino de aquella villa; y declarólo así -porque habia en nuestra armada otros dos Juan Sedeños; y todos estos que -he nombrado, personas muy generosas, vinieron a la villa de la Trinidad, -donde Cortés estaba; y como lo supo que venian, los salió a recebir con -todos nosotros los soldados que estábamos en su compañía, y se -dispararon muchos tiros de artillería y les mostró mucho amor, y ellos -le tenian grande acato. Digamos ahora cómo todas las personas que he -nombrado, vecinos de la Trinidad, tenian en sus estancias, donde hacian -el pan cazabe, y manadas de puercos cerca de aquella villa, y cada uno -procuró de poner el mas bastimento que podia. Pues estando desta manera -recogiendo soldados y comprando caballos, que en aquella sazon e tiempo -no los habia, sino muy pocos y caros; y como aquel hidalgo por mí ya -nombrado, que se decia Alonso Hernandez Puertocarrero, no tenia caballo -ni aun de qué comprallo, Cortés le compró una yegua rucia y dió por ella -unas lazadas de oro que traia en la ropa de terciopelo que mandó hacer -en Santiago de Cuba (como dicho tengo); y en aquel instante vino un -navío de la Habana a aquel puerto de la Trinidad, que traía un Juan -Sedeño, vecino de la misma Habana, cargado de pan cazabe y tocinos, que -iba a vender a unas minas de oro cerca de Santiago de Cuba; y como saltó -en tierra el Juan Sedeño, fué a besar las manos a Cortés, y después de -muchas pláticas que tuvieron, le compró el navío y tocinos y cazabe -fiado, _y se fué el Juan Sedeño con nosotros. Ya teníamos once navíos_, -y todo se nos hacia prósperamente, _gracias a Dios por ello_; y estando -de la manera que he dicho, envió Diego Velazquez cartas y mandamientos -para que detengan la armada a Cortés, lo cual verán adelante lo que -pasó.» - - - - -IV - -EJEMPLO DE UNA BATALLA EN EL NUEVO MUNDO - - (Bernal Díaz del Castillo. “Conquista - de la Nueva España”. Cap. CXLV.) - - -«Y volvamos a nuestra batalla: que al pasar de la puente hirieron a -muchos de los nuestros e mataron dos soldados, y luego les llevamos a -buenas cuchilladas por unas calles donde habia tierra firme adelante, y -los de a caballo, juntamente con Cortés, salen por otras partes a tierra -firme, adonde toparon sobre mas de diez mil indios, todos mejicanos, que -venian de refresco para ayudar a los de aquel pueblo; y peleaban de tal -manera con los nuestros, que les aguardaban con las lanzas a los de a -caballo, e hirieron a cuatro dellos; y Cortés, que se halló en aquella -gran presa, y el caballo en que iba, que era muy bueno, castaño oscuro, -que le llamaban el Romo, u de muy gordo u de cansado, como estaba -holgado, desmayó el caballo, y los contrarios mejicanos, como eran -muchos, echaron mano a Cortés y le derribaron del caballo; otros dijeron -que por fuerza le derrocaron; ahora sea por lo uno o por lo otro, en -aquel instante llegaron muchos mas guerreros mejicanos para si pudieran -apañarle vivo a Cortés; y como aquello vieron unos tlascaltecas y un -soldado muy esforzado, que se decia Cristóbal de Olea, natural de -Castilla la Vieja, de tierra de Medina del Campo, de presto llegaron, y -a buenas cuchilladas y estocadas hicieron lugar, y tornó Cortés a -cabalgar, aunque bien herido en la cabeza, y quedó el Olea muy malamente -herido de tres cuchilladas; y en aquel tiempo acudimos allí todos los -mas soldados que mas cerca dél nos hallamos; porque en aquella sazón, -como en aquella ciudad habia en cada calle muchos escuadrones de -guerreros y por fuerza habiamos de seguir las banderas, no podiamos -estar todos juntos, sino pelear unos a unas partes y otros a otras, -como nos fué mandado por Cortés; mas bien entendimos que donde andaba -Cortés y los de a caballo que habia mucho que hacer, por las muchos -gritas y voces y alaridos que oiamos. Y en fin de mas razones, puesto -que habia adonde andábamos muchos guerreros, fuimos con gran riesgo de -nuestras personas adonde estaba Cortés, que ya se le habian juntado -hasta quince de a caballo y estaban peleando con los enemigos junto a -unas acequias, adonde se mamparaban y estaban albarradas; y como -llegamos, les pusimos en huida, aunque no del todo volvian las espaldas; -y porque el soldado Olea que acudió a nuestro Cortés estaba muy mal -herido de tres cuchilladas y se desangraba, y las calles de aquella -ciudad estaban llenas de guerreros, dijimos a Cortés que se volviese a -unos mamparos y se curase el Cortés y el Olea; y así, volvimos, y no muy -sin sobra de vara y piedra y flecha, que nos tiraban de muchas partes -donde tenian mamparos y albarradas, creyendo los mejicanos que volviamos -retrayéndonos, e nos seguian con gran furia; y en este instante viene -Pedro de Albarado e Andrés de Tapia y Cristóbal de Olí y todos los mas -de a caballo que fueron con ellos a otras partes, el Olí corriendo -sangre de la cara y el Pedro de Albarado herido y el caballo, y todos -los demás cada cual con su herida, y dijeron que habian peleado con -tanto mejicano en el campo, que no se podian valer; y porque cuando -pasamos la puente que dicho tengo, parece ser que Cortés los repartió, -que la mitad de a caballo fuesen por una parte y la otra mitad por otra; -y así, fueron siguiendo tras unos escuadrones, y la otra mitad tras los -otros. Pues ya que estábamos curando los heridos con quemalles con -aceite e apretalles con mantas, suenan tantas voces y trompetillas e -caracoles por unas calles en tierra firme, y por ellas vienen tantos -mejicanos a un patio donde estábamos curando los heridos, e tírannos -tanta vara e piedra, que hirieron de repente a muchos soldados; mas no -les fué muy bien de aquella cabalgada, que presto arremetimos con ellos, -y a buenas cuchilladas y estocadas quedaron hartos dellos tendidos. -Pues los de a caballo no tardaron en salilles al encuentro, que mataron -muchos, puesto que entonces hirieron dos caballos e mataron un soldado; -de aquella vez los echamos de aquel sitio e patio; y cuando Cortés vió -que no habia mas contrarios, nos fuimos a reposar a otro grande patio, -adonde estaban los grandes adoratorios de aquella ciudad, y muchos de -nuestros soldados subieron en el cu más alto, adonde tenian sus ídolos, -y desde allí vieron la gran ciudad de Méjico y toda la laguna, porque -bien se señoreaba todo; y vieron venir sobre dos mil canoas que venian -de Méjico llenas de guerreros, y venian derechos adonde estábamos; -porque, segun otro día supimos, el señor de Méjico, que se decía -Guatemuz, les enviaba para que aquella noche o día diesen en nosotros; y -juntamente envió por tierra sobre otros diez mil guerreros, para que, -unos por una parte y otros por otra, tuviesen manera que no saliésemos -de aquella ciudad con las vidas ninguno de nosotros. Tambien habia -apercebido otros diez mil hombres para les enviar de refresco cuando -estuviesen dándonos guerra, y esto se supo otro día de cinco capitanes -mejicanos que en las batallas prendimos; y mejor lo ordenó Nuestro Señor -Jesucristo; porque así como vino aquella gran flota de canoas, luego se -entendió que venian contra nosotros, y acordóse que hubiese muy buena -vela en todo nuestro real, repartido a los puertos y acequias por donde -habian de venir a desembarcar, y los de a caballo muy a punto toda la -noche, ensillados y enfrenados, aguardando en la calzada y tierra firme, -y todos los capitanes, y Cortés con ellos, haciendo vela y ronda toda la -noche, e a mí e a otros diez soldados nos pusieron por velas sobre unas -paredes de cal y canto, y tuvimos muchas piedras e ballestas y escopetas -y lanzas grandes adonde estábamos, para que si por allí, en unas -acequias que era desembarcadero, llegasen canoas, que los resistiésemos -e hiciésemos volver, e a otros soldados pusieron en guarda en otras -acequias. - - * * * * * - -Dejemos de hablar deste desman por causa de Cortés, y digamos cómo -habiamos ya llegado a Tacuba con nuestras banderas tendidas, con todo -nuestro ejército y fardaje, y todos los mas de a caballo habian llegado, -y también Pedro de Albarado y Cristóbal de Olí, y Cortés no venia con -los diez de a caballo que llevó en su compañía. Tuvimos mala sospecha no -les hubiese acaecido algún desman, y luego fuimos con Pedro de Albarado -y Cristóbal de Olí e Andrés de Tapia en su busca, con otros de a -caballo, hácia los esteros donde le vimos apartar, y en aquel instante -vinieron los otros dos mozos de espuelas que habian ido con Cortés, que -se escaparon, e se decía el uno Monroy y el otro Tomás de Rijoles, y -dijeron que ellos por ser ligeros escaparon, e que Cortés y los demás se -vienen poco a poco porque traen los caballos heridos; y estando en esto -viene Cortés, con el cual nos alegramos, puesto que él venia muy triste -y como lloroso; llamábanse los mozos de espuelas que llevaron a Méjico a -sacrificar, el uno Francisco Martin Vendobal, y este nombre de Vendobal -se le puso por ser algo loco, y el otro se decía Pedro Gallego. Pues -como allí llegó Cortés a Tacuba, llovia mucho, y reparamos cerca de dos -horas en unos grandes patios; y Cortés con otros capitanes y el tesorero -Alderete, que venia ya malo, y el fraile Melgarejo y otros muchos -soldados subimos en el gran cu de aquel pueblo, que desde él se -señoreaba muy bien la ciudad de Méjico, que está muy cerca, y toda la -laguna y las mas ciudades que están en el agua pobladas; y cuando el -fraile y el tesorero Alderete vieron tantas ciudades y tan grandes, y -todas asentadas en el agua, estaban admirados. Pues cuando vieron la -gran ciudad de Méjico y la laguna y tanta multitud de canoas, que unas -iban cargadas con bastimentos y otras iban a pescar y otras baldías, -mucho mas se espantaron, porque no las habian visto hasta en aquella -sazon; y dijeron que nuestra venida en esta Nueva España que no eran -cosas de hombres humanos, sino que la gran misericordia de Dios era -quien nos sostenia; e que otras veces han dicho que no se acuerdan haber -leido en ninguna escritura que hayan hecho ningunos vasallos tan -grandes servicios a su rey como son los nuestros, e que ahora lo dicen -muy mejor, y que dello harian relación a su majestad. Dejemos de otras -muchas pláticas que allí pasaron, y cómo consolaba el fraile a Cortés -por la pérdida de sus mozos de espuelas, que estaba muy triste por -ellos; y digamos cómo Cortés y todos nosotros estábamos mirando desde -Tacuba el gran cu del ídolo Huichilóbos y el Tatelulco y los aposentos -donde solíamos estar, y mirábamos toda la ciudad, y las puentes y -calzada por donde salimos huyendo; y en este instante suspiró Cortés con -una muy grande tristeza, muy mayor que la que de antes traia por los -hombres que le mataron antes que en el alto cu subiese; y desde entonces -dijeron un cantar o romance: - - En Tacuba está Cortés - Con su escuadrón esforzado, - Triste estaba y muy penoso, - Triste y con gran cuidado, - La una mano en la mejilla, - Y la otra en el costado, etc. - -Acuérdome que entonces le dijo un soldado que se decía el bachiller -Alonso Perez, que después de ganada la Nueva España fué fiscal e vecino -en Méjico: «Señor capitán, no esté vuestra merced tan triste; que en las -guerras estas cosas suelen acaecer, y no se dirá por vuestra merced: - - Mira Nero, de Tarpeya, - A Roma cómo se ardía...» - -Y Cortés le dijo que ya veia cuántas veces habia enviado a Méjico a -rogalles con la paz, y que la tristeza no la tenia por sola una cosa, -sino en pensar en los grandes trabajos en que nos habiamos de ver hasta -tornar a señorear, y que con la ayuda de Dios presto lo porniamos por la -obra.» - - - - -V - -DESCUBRIMIENTO DEL PACIFICO - - (López de Gomara. “Historia - de las Indias”.) - -DESCUBRIMIENTO DE LA MAR DEL SUR - - -Era Vasco Núñez de Balboa hombre que no sabia estar parado; y aunque -tenia pocos españoles para los muchos que menester eran, segun don -Carlos Panquiaco decía, se determinó ir a descobrir la mar del Sur, -porque no se adelantase otro y le hurtase la bendicion de aquella famosa -empresa, y por servir y agradar al Rey, que dél estaba enojado. Aderezó -un galeoncillo que poco antes llegara de Santo Domingo, y diez barcas de -una pieza. Embarcóse con ciento y noventa españoles escogidos, y -dejando los demás bien proveidos, se partió del Darien, 1.º de setiembre -año de 13. Fué a Careta, dejó allí las barcas y navío y algunos -compañeros. Tomó ciertos indios para guía y lengua, y el camino de las -sierras que Panquiaco le mostrara. Entró en tierra de Ponca, que huyó -como otras veces solia. Siguiéronle dos españoles con otros tantos -caretanos, y trajéronle con salvoconducto. Venido, hizo paz y amistad -con Balboa y cristianos, y en señal de firmeza dióles ciento y diez -pesos de oro en joyuelas, tomando por ellas hachas de hierro, -cortezuelas de vidrio, cascabeles y cosas de menos valor, empero -preciosas para él. Dió tambien muchos hombres de carga y para que -abriesen camino; porque como no tienen contratación con serranos, no hay -sino unas sendillas como de ovejas. Con ayuda, pues, de aquellos hombres -hicieron camino los nuestros, a fuerza de brazos y hierro, por montes y -sierras, y en los rios puentes, no sin grandísima soledad y hambre. -Llegó en fin a Cuareca, do era señor Torecha, que salió con mucha gente -no mal armada, a le defender la entrada en su tierra si no le -contentasen los extranjeros barbudos. Preguntó quién eran, qué buscaban -y a do iban. Como oyó ser cristianos, que venian de España, y que -andaban predicando nueva religion y buscando oro, y que iban a la mar -del Sur, díjoles que se tornasen atrás sin tocar a cosa suya, so pena de -muerte. Y visto que hacer no le querian, peleó con ellos animosamente. -Mas al cabo murió peleando, con otros seiscientos de los suyos. Los -otros huyeron a mas correr, pensando que las escopetas eran truenos, y -rayos las pelotas; y espantados de ver tantos muertos en tan poco -tiempo; y los cuerpos, unos sin brazos, otros sin piernas, otros -hendidos por medio, de fieras cuchilladas. En esta batalla se tomó preso -un hermano de Torecha en hábito real de mujer, que no solamente en el -traje, pero en todo lo al, salvo en parir, era hembra. Entró Balboa en -Cuareca; no halló paz ni oro, que lo habian alzado antes que pelear. -Empero halló algunos negros esclavos del señor. Preguntó de dónde los -habian, y no le supieron decir o entender mas de que habia hombres de -aquel color cerca de allí, con quien tenian guerra muy ordinaria. Estos -fueron los primeros negros que se vieron en Indias, y aun pienso que no -se han visto mas. Aperreó Balboa cincuenta putos que halló allí, y luego -quemólos, informado primero de su abominable y sucio pecado. Sabida por -la comarca esta victoria y justicia, le traian muchos hombres de sodomía -que los matase. Y segun dicen, los señores y cortesanos usan aquel -vicio, y no el comun; y regalaban a los alanos, pensando que de -justicieros mordian los pecadores; y tenian por mas que hombres a los -españoles, pues habian vencido y muerto tan presto a Torecha y a los -suyos. Dejó Balboa allí en Cuareca los enfermos y cansados, y con -sesenta y siete que recios estaban, subió una gran sierra, de cuya -cumbre se parecia la mar austral, segun las guias decían. Un poco antes -de llegar arriba mandó parar el escuadron, y corrió a lo alto. Miró -hacia mediodía, vió la mar, y en viéndola arrodillóse en tierra y alabó -al Señor, que le hacia tal merced. Llamó los compañeros, mostróles la -mar, y díjoles: «Veis allí, amigos míos, lo que mucho deseábamos. Demos -gracias a Dios, que tanto bien y honra nos ha guardado y dado. Pidámosle -por merced nos ayude y guie a conquistar esta tierra y nueva mar que -descobrimos y que nunca jamás cristiano la vido, para predicar en ella -el santo Evangelio...» - - -FIN - - - - -ÍNDICE - - - Págs. - -Capítulo I.--Visión de Extremadura. 9 - - » II.--El sello andaluz. 19 - - » III.--Plus Ultra. 33 - - » IV.--Los españoles en América. 41 - - » V.--El origen heroico de América. 55 - - » VI.--El Cid como precursor de los conquistadores de América. 63 - - » VII.--La codicia. 75 - - » VIII.--Las riquezas. 87 - - » IX.--El valor. 99 - - » X.--El conquistador brillante. 113 - - » XI.--Francisco Pizarro. 131 - - » XII.--Los capitanes. 153 - - » XIII.--El sentido de América. 163 - - - - -APÉNDICES - - - I.--El amaneramiento histórico. 183 - - II.--Los pilotos cantábricos. 189 - -III.--Ejemplo de una recluta de conquistadores. 199 - - IV.--Ejemplo de una batalla en el Nuevo Mundo. 205 - - V.--Descubrimiento del Pacífico. 215 - -*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS CONQUISTADORES *** - -Updated editions will replace the previous one--the old editions will -be renamed. - -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the -United States without permission and without paying copyright -royalties. 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You may copy it, give it away or re-use it under the terms -of the Project Gutenberg License included with this eBook or online -at <a href="https://www.gutenberg.org">www.gutenberg.org</a>. 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Sólo se ven allí terrenos de -cultivo, sierras de pastoreo y algunas minas de poco renombre.</p> - -<p>Es la comarca que une a Extremadura con Andalucía, país tan bello como -sugerente, que ahora estimo recorrer con el alma abierta a las grandes -recordaciones históricas. Por aquí pasaban, en efecto, los soldados y -capitanes de Extremadura buscando el glorioso valle del Guadalquivir y -los muelles de Sevilla, donde las galeras de empinada popa reclutaban a -todos los hombres de buena voluntad que soñasen con el oro y la gloria -<span class="pagenum"><a name="page_10" id="page_10">{10}</a></span>de las Indias.</p> - -<p>Por estos montes de encinas y olivos, gratos a la vid, transitaban los -conquistadores a lomo de sus ágiles caballos, portando su espada y su -rodela, y allá dentro del pecho un animoso corazón.</p> - -<p>Los llanos y las dehesas de Extremadura llenáronse un día de fastuosas -revelaciones; hasta el país escondido y mediterráneo había llegado la -buena nueva, y en la Tierra de Barros, en la Serena, en Cáceres, en -Trujillo, los hidalgos de templada musculatura y lanza en astillero -comentaban bajo los portales: «Allá abajo, hacia Sevilla, hay banderas -donde engancharse para las empresas del Nuevo Mundo... ¡Todo lleno de -oro y plata y perlas preciosas!»</p> - -<p>Mientras el tren me lleva a Extremadura, es imposible librar a la mente -de la obsesión de América; los objetos modernos tratan de llamarme y no -lo consiguen. La Historia se sube, en ocasiones, a la cabeza con la -misma aptitud delirante que un vino rancio. Veo los pueblos y los -hombres cuotidianos; las máquinas a vapor y los artefactos científicos -<span class="pagenum"><a name="page_11" id="page_11">{11}</a></span>de un coto minero; los periódicos y los trajes me hablan con -obstinación de los afanes contemporáneos, y yo insisto, a pesar de todo, -en transportarme a la época de los conquistadores.</p> - -<p>Asisto con curiosidad a las variaciones del paisaje, y principalmente -deseo sorprender la aparición de Extremadura. El tren parece -corresponder a mi impaciencia y corre por una comarca fronteriza y -solitaria, alta y desierta. Es la región de la divisoria hidrográfica, -límite de las cuencas del Guadalquivir y del Guadiana medio. De pronto, -pasado un túnel, el paisaje ha cambiado.</p> - -<p>No cambia, sin embargo, tan radicalmente como por la parte de -Despeñaperros; allí se salta de la meseta centro-española, fría y -elevada, a las felices tierras andaluzas, donde el naranjo florece y se -yergue la cimbradora palmera; mientras que entre Andalucía y Extremadura -no existe violencia ni el tránsito puede decirse que sea fundamental. La -gente sigue pronunciando el castellano con el mismo dejo gracioso y -<span class="pagenum"><a name="page_12" id="page_12">{12}</a></span>ceceante de los andaluces, y las palmas datileras, asomándose por los -bardales de los huertos, muestran bien pronto que estamos en un país -fértil y caliente, donde el régimen estepario de la Mancha se ha -sustituido por el clima atlántico-meridional.</p> - -<p>Al paso de las estaciones del ferrocarril yo me apresuro a observar las -gentes, el lenguaje, los gestos y el orden de los cultivos. ¿Cómo son -los descendientes de aquellos hombres extraordinarios en quienes la -voluntad, el valor y el don de iniciativa alcanzaron un límite que pocas -veces ha sobrepasado la naturaleza humana?</p> - -<p>Veo un territorio montañés y risueño, bien poblado y cultivado en forma -de bancales, lleno de alquerías blancas, que adornan con su candidez la -reciente verdura de la primavera. Pronto se allana el país y se hace más -fecundo y rico. Entramos en la Tierra de Barros, célebre por su -fertilidad. Grandes y opulentos pueblos surgen en la llanura, cuyas -gruesas tierras de labor florecen con los cultivos más caros: frondosos -olivares, campos de mies, prósperos viñedos. Con frecuencia se<span class="pagenum"><a name="page_13" id="page_13">{13}</a></span> divisan, -desde el tren, amplias y hermosas casas de labor, de denso aspecto -señorial.</p> - -<p>Miro las personas entre tanto, y celosamente examino sus rasgos, su -talante, sus gestos. Es el extremeño un hombre de varonil y hermosa -presencia, robusto y bien proporcionado. Desde luego se advierte en él -un cierto aire reservado, escaso de gesticulaciones. No puede llamarse -adustez a ese aire como reconcentrado; tampoco le conviene el nombre de -tímido, ni el de triste o fosco. Es una gravedad tan digna y viril, como -exenta de empaque provocativo. Unase el castellano con el andaluz -occidental, agréguese un poco de portugués, y se tendrá el extremeño.</p> - -<p>Es notable la salud y belleza de la raza. Los chiquillos que corren -descalzos, las niñas de pintarrajeados pañolones, muestran un rostro -lindo y carnoso, unos ojos grandes y honestos, unas mejillas morenas con -vivas rosas de salud. Hay un tipo de hombre cenceño, de ojos obscuros y -talante firme, y no abundan menos los rostros claros, rubios, -especialmente en las muchachas. Las mujeres seducen por<span class="pagenum"><a name="page_14" id="page_14">{14}</a></span> su aire -honesto, pudoroso; más simpáticas aun porque carecen de melindres y -estudiadas gazmoñerías.</p> - -<p>He aquí el país raro de grasas llanuras y boscosas sierras; país de -vastas soledades, encinares espesos y solitarios rebaños; tierra de -encalmados horizontes, donde los mansos ríos buscan el camino del mar... -Como los ríos, también los hombres persiguieron el ensueño de la remota -e inaudita navegación. Un sueño de mar infinito, una quimera de las -frondosas playas indianas exaltó esa tierra que no conoce el mar, pero -que lo presentía con el amor infuso de un navegante predestinado. Tierra -densa y grave, enigmática por su especie de mudez, que dió ejemplares de -voluntad férrea como Pizarro, y al mismo producía el alma mística del -divino Morales, y aquella otra alma ascética de Zurbarán...</p> - -<p>Llegando a Mérida he concluido de empaparme en unción histórica, y -lentamente he vagado por las ruinas romanas, por el teatro de rotas -columnas y bajo las arcadas del ingente acueducto. Es una serena tarde -de abril, y<span class="pagenum"><a name="page_15" id="page_15">{15}</a></span> desde el borde del larguísimo puente milenario contemplo -los recios trozos de las antiguas murallas, que caen rectas sobre el río -y dan una veraz sensación de esa grandeza impasible, cesárea, de todo lo -romano. El Guadiana, ensanchado en esta parte de su curso, pasa lento y -grandioso, como poniéndose a tono con la aspiración de majestad que -expresan las murallas y el puente cesáreos.</p> - -<p>Y en el silencio de la tarde, apenas malogrado por el tintineo de un -rebaño que vuelve al redil, sube de la tierra y fluye en el ambiente -todo una profundidad recordatoria. Los siglos parecen fundirse y -decantarse en la última llama del sol poniente, y el aire sin duda está -lleno de memorias ilustres, de polvo de siglos, de ideales huellas de -almas.</p> - -<p class="asat">*<br />* *</p> - -<p>Mientras la pluma traza estas líneas, los torreones y campanarios de -Trujillo esparcen su severa sombra por la plaza incomparable. Veo a -través de los cristales erguirse un case<span class="pagenum"><a name="page_16" id="page_16">{16}</a></span>rón arruinado; y en tanto -escapa la imaginación hacia los países vitales y frondosos del Nuevo -Mundo... ¡Qué remotos y antagónicos los dos cuadros! Aquí las sombras y -las ruinas de las torres abolengas de Trujillo; allá lejos se desgrana -el collar de las mil ciudades opulentas y las veinte naciones dinámicas.</p> - -<p>Sin embargo, la duda es ociosa; aquéllo ha nacido de ésto. Y la obra -infinitamente transcendental la consumaron unos obscuros hidalgos de -espada y de iniciativa que nacieron a la sombra de estas torres de -Extremadura, ahora calladas y vacías.</p> - -<p>Es así, teniendo siempre fija la idea de América, como adquieren supremo -valor los campos extremeños. El ánimo se impresiona a cada punto al -sorprender la memoria de los conquistadores, viva siempre en todo este -país desviado, labradiego y pastoril. Y en esta nostálgica evocación de -epopeyas, el pueblo extremeño confunde a los héroes más dispares, -hacinándolos, después de todo, con una cierta lógica. Cortés y Pizarro -se mezclan con García de Paredes, el de las hazañas hercúleas en<span class="pagenum"><a name="page_17" id="page_17">{17}</a></span> -Italia, como si hubieran combatido juntos, y pasando a caballo por la -sierra de Santa Cruz, nos cuenta el guía que en algún escondrijo de -aquellos cerros está oculto e incólume el sepulcro de Viriato.</p> - -<p>Suena a hierro Extremadura. De sus encinares brotó la flor estimada que -tiene el nombre de voluntad. ¡Oh gloriosa América, eres el fruto de una -voluntad inquebrantable, infinita, y nada, si no fuese ella, te hubiese -desprendido de la noche de tu sueño aborigen! Las manos que te alzaron a -la luz desde el fondo de las selvas y las cordilleras, eran manos -decisivas e incansables, que no conocían la renunciación. Sólo una casta -de gigantes pudo cumplir la enorme tarea. Casta de Balboa, de Cortés, de -Pizarro, para quienes las empresas más absurdas se domesticaban, se -humillaban, por lo mismo que los propios dioses se amedrentan frente a -la inexorable decisión genial del héroe.</p> - -<p>La ancha plaza de Trujillo aparece a mis ojos toda llena de muchachos -endomingados, que celebran la Fiesta de la Pascua Florida<span class="pagenum"><a name="page_18" id="page_18">{18}</a></span> llevando un -cordero votivo. Bulle y ríe la gente en la bucólica romería. Los -corderillos, adornados con cintas y cascabeles, ponen su nota cándida en -el regocijo muchachil. Y arriba, en un estupendo anfiteatro, la ciudad -vieja se encarama por las vertientes de la pequeña loma, ofreciendo la -muda solemnidad de sus casonas y torres almenadas.</p> - -<p>Desde lo alto de la acrópolis, entre marcial y mística, me he detenido a -ver las ruínas venerables y la solitaria inmensidad de los campos -labrados. Los alcotanes giran, en largo vuelo, sobre las rotas murallas -del castillo. Unas cigüeñas, lentas y suntuarias, agregan majestad al -melancólico panorama.</p> - -<p>Los blasones nobiliarios viven entre las ruínas, y vive siempre, como en -una grave penumbra, la sombra del Conquistador. En lo más alto, una -pobre mujer señala un muro: «Ahí nació Francisco Pizarro.» Me aproximo a -ver la gacha y ruda ojiva del portal. Sólo un lienzo de la casa queda en -pie; todo ha caído menos el tosco y simple escudo de la estirpe: un -árbol con dos cerdos rampantes...<span class="pagenum"><a name="page_19" id="page_19">{19}</a></span></p> - -<h2><a name="CAPITULO_II" id="CAPITULO_II"></a>CAPÍTULO II<br /><br /> -<span class="sans">EL SELLO ANDALUZ</span></h2> - -<p class="nind"><span class="letra">C</span>UANDO se ha visitado Andalucía y Extremadura, después de haber -recorrido algunas partes de América, acude a la mente la idea clara del -prodigio, y hallamos que el milagro adquiere explicación y realidad. -Esto ocurre principalmente porque entre las comarcas que produjeron a -los conquistadores y los pueblos americanos, existe ahora mismo una -admirable identificación. Un siglo entero de independencia más o menos -irritada no ha podido desintegrar o desunir lo que desde el principio -enlazó el esfuerzo poderoso de unas personalidades densas. El sello -andaluz pervive en América y Sevilla, esa graciosa perla del -Guadalquivir, es el origen cívico de lo americano.<span class="pagenum"><a name="page_20" id="page_20">{20}</a></span></p> - -<p>Hay en algunas ciudades una simpatía irresistible, que nos obliga a -hablar de ellas en tono exaltado; el mismo nombre de Sevilla es por sí -solo una voz melodiosa, fuente de ilustres sugericiones. Digamos también -que las gracias y los buenos hados suelen visitar de tarde en tarde a -los pueblos, y así no hay duda que en la creación de Andalucía ha -presidido un genio benévolo; los andaluces tienen razón cuando llaman a -su risueño país la tierra de María Santísima.</p> - -<p>Sería poco, sin embargo, si Andalucía poseyera únicamente el prestigio -de su cielo, de su fino aire y de su amabilidad. Tiene, además, la -fuerza, el contenido genial y la aptitud para todo género de grandeza. -Asombra de veras esa región positivamente prócer, que en ningún momento -de la Historia ha dejado de ser visitada por el soplo divino de la -inteligencia. Consideremos que es Andalucía el país a que se refieren -las prehistóricas noticias de los iberos, que tenían leyes, versos y -escritura mucho antes de que abordaran a las playas españolas los -vajeles fenicios y griegos. Y en<span class="pagenum"><a name="page_21" id="page_21">{21}</a></span> los grandes museos de Europa, en las -vitrinas que corresponden al período de la piedra tallada, siempre hay, -junto a las reliquias de Creta, Sicilia o el Peloponeso, unas piedras -finamente labradas por manos andaluzas.</p> - -<p>Esa gente hábil y despierta, que conoce la cultura tan de antiguo como -las razas más príncipes, no ha cesado de mantener contacto con la -civilización, y hoy mismo, a través de todas las invasiones que el genio -andaluz absorviera y mejorara, se nos muestra Andalucía como un núcleo -vivo, palpitante y armónico que acaso está pronto para un nuevo -renacimiento.</p> - -<p>La idea que se tiene de lo <i>meridional</i> es en cierto sentido desdeñoso, -especialmente ahora que los pueblos septentrionales imponen la ley en -arte, ciencia y política. Lo <i>meridional</i> quiere decir un poco inferior, -decadente, brillante, frívolo, de corto aliento, muelle y externo. Pero -Andalucía nos asombra también en este caso, porque siendo una típica -expresión de lo <i>meridional</i> contiene, no obstante, hondura y fuerza. -¿Esto es, probablemente, a<span class="pagenum"><a name="page_22" id="page_22">{22}</a></span> causa de que Andalucía no participa en todo -de las características mediterráneas? Andalucía parece un país orientado -hacia el Atlántico mejor que al Mediterráneo, como su río esencial, el -Guadalquivir, lo indica. Por otra parte, la gran cuenca del Guadalquivir -es una cosa castellana más bien que levantina.</p> - -<p>Diremos, en suma, que Andalucía es lo meridional de Castilla, como -Castilla es una consecuencia del Cantábrico. Así se realiza, pues, un -desplazamiento de españolismo integral que va del Cantábrico a Castilla -y de la Mancha a Andalucía, resolviéndose por el Guadalquivir, que da -sus aguas al Atlántico, la unión anular de los dos extremos étnicos. El -<i>meridionalismo</i> de Andalucía, por cuanto se halla investido de gracia y -de fuerza, deberemos situarlo en la calidad del de los pueblos, como -Atenas y Florencia, que pudieron cultivar conjuntamente el arte y la -energía.</p> - -<p>La virtud andaluza estriba en esa facultad de la multiplicación de las -aptitudes. He ahí el pueblo que sabe ser fino y muelle, duro y -resistente. El retrato que el viejo historiador<span class="pagenum"><a name="page_23" id="page_23">{23}</a></span> hace del Marqués de los -Vélez, hombre terriblemente valeroso y hercúleo, está muy lejos de la -imagen que el vulgo compone a propósito de la gente andaluza.</p> - -<p>En un sitio de Sevilla, en aquello que llamaríamos la acrópolis -sevillana, los siglos han realizado una insuperable síntesis -arquitectónica. El Alcázar muestra su encanto árabe y la delicia de sus -íntimos jardines; cerca de él alza su mole gótica la Catedral; la -Giralda, acierto de grandiosidad y finura, echa al espacio su encajería -de ladrillo; un trozo de Ayuntamiento, también cercano, ofrece su -filigrana plateresca; la Lonja, entre el Alcázar y la Catedral, -reproduce la serenidad del Renacimiento; y para que nada falte, allí -está la portada churrigueresca del palacio arzobispal.</p> - -<p>Todo lo contiene Andalucía, y es por esto la verdadera síntesis o -expresión de España. Las otras porciones de la nación no expresan ni -contienen todos los lados españoles; el Cantábrico, Galicia, Aragón, -Cataluña y Levante, la misma Castilla, son fragmentos españoles.<span class="pagenum"><a name="page_24" id="page_24">{24}</a></span> Sólo -en Andalucía se cumple la totalidad. Por eso aciertan algunos -extranjeros cuando imaginan una España del corte y el tono de Andalucía. -Por eso muchos extranjeros se defraudan cuando el tren les lleva por las -interminables vías castellanas.</p> - -<p>Lo verdaderamente español, plenamente español, es Andalucía. En algún -momento histórico ha girado la vida española en el seno andaluz, y -entonces encontraba España su centro de gravedad.</p> - -<p>No debe olvidarse que los principales hechos españoles han sido -apadrinados por Andalucía. La Reconquista tuvo allí sus naturales campos -de batalla, sus decisivas acciones; en Andalucía adquirió, además, el -arabismo un concepto de civilización que no adquiriera en el resto de -España, a pesar del oasis de Toledo. Frente a Granada se cerró el broche -de la unidad española. ¿Y no fué en Andalucía donde el mismo idioma -castellano se pulió, se afinó, se hizo abundante y flexible? Las huestes -de Gonzalo de Córdoba, que ilustraron el nombre militar de España en -Italia, iban for<span class="pagenum"><a name="page_25" id="page_25">{25}</a></span>madas por caballeros y nobles andaluces. La iniciación, -el arreglo, la forma, la obra entera de América, partieron de Andalucía.</p> - -<p>Aptos para los trabajos de la inteligencia, los andaluces nos abruman -con la cifra de sus poetas, humanistas, escritores de todo género, -oradores y artistas. Tienen el desenfado y la violencia de Hurtado de -Mendoza, la grandiosidad verbal de Herrera, la fuga mística de Granada, -la gracia abundante de Góngora. Sus escultores llegan al punto máximo de -la religiosidad. Sus pintores son varios, múltiples, y entre todos -completan los distintos caracteres de la personalidad española. Murillo -es dulce y perfecto; Velázquez asume la realidad y la elegancia; Valdés -Leal se reserva la violencia dramática y el barroquismo lacerante de la -expresión. El propio Zurbarán, casi del todo andaluz, acude a completar, -con su pasmoso y magistral misticismo, la empresa de conjunción española -que se cumple en Andalucía.</p> - -<p>Pero Andalucía ha creado sobre todo a América. Cuando oímos decir que en -América<span class="pagenum"><a name="page_26" id="page_26">{26}</a></span> perviven las formas y el espíritu de España, debemos entender -que esas formas y ese espíritu son andaluces. De manera que América -recibió el ser de España a través de Andalucía, en cuanto Andalucía -representa el concepto español más puro, auténtico, y, por consiguiente, -total.</p> - -<p>Fué una suerte para América que se hubiera encargado Andalucía de -infundirle el ser y la civilización; Andalucía era por sí misma un -mundo, una nación, un núcleo civilizado en absoluto. Las otras porciones -de España no podían arrostrar el trabajo de fecundar un continente. El -territorio cantábrico era de sentido rural; Cataluña fallaba por el -idioma y en aquella época carecía de virtud expansiva; Castilla estaba -lejos del mar y era ella misma incompleta, insuficiente.</p> - -<p>Mientras que Andalucía lo poseía todo, y en aquel momento hasta tuvo el -instinto de su misión y la ráfaga emocional del entusiasmo. En Andalucía -estaba madura la civilización, y el Renacimiento sopló bien pronto en -sus palacios y ciudades. Henchida de savia propia y<span class="pagenum"><a name="page_27" id="page_27">{27}</a></span> original, Andalucía -traspasó a América su contenido cívico y religioso, sus costumbres y su -carácter. Toda esa bella zona que comprende desde el valle del -Guadalquivir hasta el mar, con la zona adyacente y correlativa de -Extremadura, ha sido el país que pobló primeramente América, y que la -selló para siempre con su cuño. Las modalidades de esa zona -guadalquivireña y extremeña, están ahora mismo palpables en todo lo -ancho del nuevo continente. El rumbo y el empaque, el aire de señorío, -la repugnancia por la tacañería, el don dadivoso, la hospitalidad -caballeresca, el sentido hidalgo y señorial de la vida... todo eso, tan -hispano-americano, es de directa progenie andaluza. Esas cualidades -pueden hallarse dispersas en otras comarcas españolas; pero todas -juntas, en un haz, sólo es posible encontrarlas en Andalucía.</p> - -<p>La fuerza expansiva y el pronunciado carácter andaluz son tales, contra -lo que supone la frivolidad del vulgo, que Andalucía, en efecto, no -consintió, no dió lugar, hizo imposible que otra cualquiera influencia -interviniese en el<span class="pagenum"><a name="page_28" id="page_28">{28}</a></span> resellamiento de la sociedad americana. América, en -rigor, no puede llamarse castellana, ni siquiera española; es -propiamente andaluza. Si cabe llamarla castellana y española, será tan -solo por cuanto Andalucía representa en una medida excelsa y -perfeccionada la idea de Castilla, y, consiguientemente, el concepto de -España.</p> - -<p>¡Qué madura y qué llena, cuán brillante y animosa aquella Sevilla del -1500; bella por su luz y sus flores; prestigiosa por sus palacios y -monumentos; ilustre por sus señores y sus artistas!... Y rica, además, -en realidades de oro y en quimeras de remotas aventuras.</p> - -<p>Era entonces el núcleo más atrayente de la Península, cuando Toledo -declinaba y Madrid no había logrado aún absorber la vida nacional. A las -márgenes del Guadalquivir acudían, como a un cauce lógico, todos los que -exigían algo de la gloria y de la fortuna, y en algunos autores, como -Cervantes, la idea vuela continuamente al escenario de Sevilla, el más -digno, por tanto, de cualquier ficción literaria y el<span class="pagenum"><a name="page_29" id="page_29">{29}</a></span> único sitio que -verdaderamente merecía la pena de ser vivido y narrado.</p> - -<p>Poco esfuerzo necesita hacer nuestra imaginación para concebir la -complicación de aquella ciudad en aquel tiempo, cuando los naturales -motivos de esplendor que posee la comarca se aumentaban con el inaudito -trajín de los muelles, punto exclusivo de arranque para las flotas de -Indias. Todo espíritu ambicioso tenía que afluir a Sevilla, sede de la -pompa religiosa y tablado eximio de las letras; acudían los mercaderes y -los armadores, los cartógrafos y los pilotos, los caballeros de mesnada, -los simples soldados, los propios pícaros. Junto con ellos se -congregaban los ambiciosos de otras naciones: franceses y flamencos y -alemanes, y los insuperables maestros de rapacidad, los genoveses. En -aquella muchedumbre cosmopolita y heterogénea existían los útiles -necesarios para toda expedición. Era una abastecida síntesis del mundo. -Así es explicable cómo en las flotas que partían para América marchaban -tan completas las cosas y los hombres, de modo que arribando a las -In<span class="pagenum"><a name="page_30" id="page_30">{30}</a></span>dias era como si una ciudad de Europa se desbordase allí para -florecer rápidamente.</p> - -<p>Un rumor de fantasía palpitaba en los muelles sevillanos, y las mentiras -de los que tornaban, uniéndose a las presunciones de los candidatos de -Ultramar, daba cariz supersticioso a los navíos de dorados puentes que -flameaban en el cielo andaluz sus banderolas. ¡Qué mágica visión de las -nuevas tierras! ¡Qué gran puerta se abría al ensueño en aquellas -márgenes del río opulento!... Las señas estaban allí bien evidentes; no -valía pensar en subterfugios ni en engañifas. Allí reposaban los fardos -de cacao y de pimienta, de azúcar, de café y de cuantos frutos preciados -originaba el Nuevo Mundo. Allí bullían también los esclavos inauditos. -Del vientre de las naves salían aquellas arcas evidentes, palpables, -todas llenas de pasta de oro. ¿Y no era igualmente cierta la llegada de -los señores, cubiertos de preseas y servidos por numerosos criados, que -antes partieran pobres y con el matalotaje tomado a préstamo?</p> - -<p>En aquel jubileo de las Indias pronto los<span class="pagenum"><a name="page_31" id="page_31">{31}</a></span> mitos clavaron su espina -impaciente en las imaginaciones. La leyenda de Jauja, la versión de -Potosí, el sueño del Cerro de la Plata, el país de la Florida y sobre -todo, por encima de todas las quimeras, el mito de Eldorado...</p> - -<p>Todo era indispensable, sin embargo. El énfasis de la fantasía ha podido -siempre obligar al hombre a osar lo inaudito, y sin la ayuda de la -quimera hubiera sido imposible que aquellos hombres arrostraran tales -trabajos, y pudieran, en fin, entre martirios y fracasos, alzar, para la -vida civilizada, la realidad de un continente.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_32" id="page_32">{32}</a></span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_33" id="page_33">{33}</a></span> </p> - -<h2><a name="CAPITULO_III" id="CAPITULO_III"></a>CAPÍTULO III<br /><br /> -<span class="sans">PLUS ULTRA</span></h2> - -<p class="nind"><span class="letra">R</span>OZAMOS las monedas con los dedos y apenas si nunca nos fijamos en el -blasón de su anverso; pasamos nuestras miradas distraídas sobre el -escudo nacional que campea en los edificios públicos, y no nos detenemos -a reflexionar acerca de su sentido emblemático. El eterno desgaste -cotidiano roba religiosidad a las cosas y los símbolos más sublimes.</p> - -<p>Las dos columnas que encuadran el escudo español, ¡he ahí el símbolo -verdaderamente sublime, por el cual nunca morirá el recuerdo de España -en el mundo! Las dos columnas quieren significar la superstición y la -limitación del mundo entero. «No hay más allá», decía el miedo y la -ignorancia de los hom<span class="pagenum"><a name="page_34" id="page_34">{34}</a></span>bres. De pronto hubo alguien que osó la -investigación de lo desconocido, y las columnas fueron sobrepasadas, y -el orgullo de los audaces pudo escribir ese mote altanero que abre a la -Humanidad una nueva era. «Plus ultra.»</p> - -<p>Siempre será imposible arrancar al hombre la facultad de adoración, y el -ser más soberbio y rebelde siente alguna vez el prurito de prosternarse -ante cualquiera representación de lo sobrenatural o de lo infinito. El -hombre no puede prescindir de los símbolos, porque ellos son los lazos -materiales que nos unen al ideal. El «Plus ultra» nos descorre -milagrosamente un escenario mental, y mudos de asombro vemos levantarse -esa creación fantástica, resplandeciente, que se llama América.</p> - -<p>Detrás del mote escueto, y por fortuna sonoro, contemplamos una suerte -de milagros y de grandezas cuya visión nos aturde. La misma forma -geográfica del continente ayuda al goce admirativo. Parece, en efecto, -un país providencial, único, separado de los otros continentes, -surgiendo como un jardín del seno de los océanos; parece el Paraíso de -las narraciones<span class="pagenum"><a name="page_35" id="page_35">{35}</a></span> primitivas, el cual, si fué sustraído al hombre por sus -pecados, estaba, en cambio, reservado a las edades posteriores como un -premio por los afanes y sacrificios humanos. América es el don de los -dioses, que perdonan finalmente al hombre. Es el Paraíso arrebatado y -luego restituído.</p> - -<p>Pues bien, los dioses habían escogido a su pueblo amado para que -consumase la obra milagrosa de la restitución del Paraíso. -Verdaderamente, sólo España podía consumar el milagro de América.</p> - -<p>El mundo estaba incompleto, el mundo era una cosa imprecisa e -indelimitada que se cernía en el caos geográfico. Entonces se levantó -España, y con un ademán que llamaríamos sencillo, por estar exento de -teatralidad y de dolor, ensanchó en toda su extensión el mundo, recorrió -los mares en todo su misterio, alumbró los continentes y dió, en fin, -realidad a la redondez de la tierra.</p> - -<p>Y todo esto lo realizó sencillamente, como si de veras obedeciese a un -mandato de los dioses; como si fuera el brazo que la Provi<span class="pagenum"><a name="page_36" id="page_36">{36}</a></span>dencia usa -para efectuar el milagro. Esa obra descomunal de América apenas si -perturbó en nada la vida española; España no interrumpe su actuación -europea, sus campañas, sus formidables entreveros políticos; la acción -de España se diversifica en Europa y en el Norte de Africa, sigue su -curso normal, trágicamente magnífico, y como por un exceso de grandeza -no se oye casi hablar de las Indias a los escritores y los gobernantes. -Es un caso de plenitud y de energía; es algo como el silencio en el -obrar del soberbio y del poderoso. La obra descomunal de América va -realizándola España rápidamente, sencillamente, sin que un músculo -contraído denote el esfuerzo extraordinario. Esta señorial aptitud para -consumar actos excepcionales, que en el gigante parecen naturales y en -otros absorberían todas las fuerzas y toda la voluntad, es un distintivo -diferencial que España debe reclamar sobre todo.</p> - -<p>Repasad el censo de las cosas geniales creadas por la Humanidad; sed -exigentes al considerar el valor esencial y eterno de esas cosas;<span class="pagenum"><a name="page_37" id="page_37">{37}</a></span> -cuando hayáis reducido a breve cifra las genialidades trascendentales, -entre ellas contará siempre el descubrimiento, conquista y colonización -de América.</p> - -<p>¡Cuántos pueblos han debido vivir y perecer sin que su nombre quede -perpetuado en una obra verdaderamente trascendental! España, hasta la -consumación de los siglos, será una expresión viva porque produjo a -América.</p> - -<p>No consiste la genialidad en el ruido de las batallas y de la política; -se puede embargar la Historia con el peso de muchas acciones, como -Turquía o Cartago, y no obstante carecer de opción para el respeto de -los siglos. No vale llenar la Historia y añadirle peso, que al fin es -como una contrariedad; no vale siquiera haberse esmerado en pequeñas -obras, en breves esfuerzos, en numerosas aportaciones modestas; lo -importante en un pueblo es abrirse, como una montaña de oro virgen, y -darse, derramarse, arrojar al tiempo de una vez y magníficamente la obra -trascendental.</p> - -<p>A los españoles se nos ha regateado todo.<span class="pagenum"><a name="page_38" id="page_38">{38}</a></span> Con un rencor de fiscal -adverso, todo se nos ha discutido, negado, mezquinado. Pero considérense -con atención y justicia el descubrimiento, conquista y colonización de -América, y un aura de heroísmo y honda humanidad trascenderá al espíritu -más extraño o ajeno. El heroísmo está palpitante; no los Cruzados, pero -ni los fantásticos campeones de la caballería, ni los guerreros -mitológicos, han inventado aventuras como la de Cabeza de Vaca o -combates y trabajos como los de Pizarro y Cortés. El humanismo de la -empresa española en América fué muchas veces escatimado; sin embargo, -desde el ejemplo de Roma ningún pueblo se ha transfundido en el pueblo -dominado como España en América. La flor de su sangre y de su cultura, -sus creencias y su idioma, su fe y sus costumbres, su ánimo y sus -sentimientos, todo lo derramó España en América, exactamente como hace -una madre. ¿Es esto un delito de humanidad?</p> - -<p>Vertida, derramada, transfundida en América, España quiere y puede -llamarse madre.<span class="pagenum"><a name="page_39" id="page_39">{39}</a></span> La América española no es un país extraño que al -libertarse políticamente se separa en realidad; no puede separarse -nunca, porque es una parte indivisible de la universalidad española.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_40" id="page_40">{40}</a></span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_41" id="page_41">{41}</a></span> </p> - -<h2><a name="CAPITULO_IV" id="CAPITULO_IV"></a>CAPÍTULO IV<br /><br /> -<span class="sans">LOS ESPAÑOLES EN AMÉRICA</span></h2> - -<p class="nind"><span class="letra">D</span>ESDE muy antiguo, y en distintas zonas del mundo, se ha pretendido -descalificar y disminuir a los españoles que conquistaron América. -Parece como si el primer impulso de estupefacción que la conquista de -Méjico y Perú produjo en las gentes, hubiera humillado a los mismos -admiradores; y es sabido siempre que la envidia reacciona del mismo -modo: la admiración se convierte en incisivas objeciones.</p> - -<p>El mundo se sobresaltó y quedó estupefacto cuando empezaron a correr las -primeras noticias de las Indias, que eran llevadas, naturalmente, -agrandadas y envueltas en hipérbole, por los pilotos, mercaderes, -aventureros y<span class="pagenum"><a name="page_42" id="page_42">{42}</a></span> embajadores. Aquellas noticias hablaban de tierras y -pueblos, que venían a reproducir y confirmar las relaciones -semiolvidadas de Marco-Polo. Un mundo distinto, fresco de originalidad, -radiante de juventud y de riquezas, asomaba por el lado de Occidente, ni -más ni menos que como un regalo milagroso. Y este regalo venía a caer en -la corona de España, ya desde antes favorecida tan grandemente por la -Providencia. Pero cuando Cortés entró en Méjico y sujetó aquel imperio -al dominio de Carlos V, y cuando un poco después mostró Pizarro la -maravilla de su hazaña y el tesoro increíble del Perú, el mundo no supo -cómo expresar su asombro. Lo cierto es que el nombre de España, entre el -vulgo de Europa, iba adscrito a una idea de fuerza militar, palpable en -los campos de Italia, Africa y Francia, y a una idea de oro, pero de oro -manante, torrencial, inexhausto.</p> - -<p>No debe extrañarnos que Europa procurase reaccionar, y bien pronto, en -efecto, saltaron las primeras objeciones. Especialmente fué el siglo -<small>XVIII</small>, ese siglo de casacas y de ilustra<span class="pagenum"><a name="page_43" id="page_43">{43}</a></span>ción empolvada, el que mejor -objetó y criticó la obra de España en América. Ese siglo racionalista y -pacifista era incapaz de <i>sentir</i> el vuelo épico de los conquistadores. -Nada, en verdad, tan antagónico como la energía brusca y <i>española</i> de -los conquistadores y el intelectualismo sedentario del siglo <small>XVIII</small>.</p> - -<p>La conquista de América fué una acción a la <i>española</i>. Cada nación -imprime a sus actos el sello que fluye de su propia naturaleza, siempre -que esa nación tenga la virtud de la originalidad. No sería prudente que -aquí nos detuviéramos a esclarecer si otra nación de Europa del siglo -<small>XVI</small> hubiera podido descubrir, dominar y civilizar rápidamente el Nuevo -Mundo, como en realidad lo consiguió España. A Portugal le faltaban, -indudablemente, fuerzas, densidad y otros elementos; Italia y Alemania -no existían como verdaderos Estados homogéneos; Francia carecía de la -aptitud colonizadora. En cuanto a Inglaterra, ¿cuántos siglos habría -necesitado para completar la obra americana con su sistema de los -colonos y las factorías que hubo de inaugurar<span class="pagenum"><a name="page_44" id="page_44">{44}</a></span> en los Estados Unidos? En -tiempo de Wáshinton las colonias británicas apenas si lograban alejarse -algunas leguas de la costa del mar, y todo el interior era una sombra -medrosa por donde corrían los indios y los bisontes.</p> - -<p>Si América había de ingresar prontamente en el acerbo civilizado, era -preciso que osase la empresa un pueblo escogido. Los dioses eligieron a -España para esa empresa. Y España se lanzó a la obra, poniendo en ella -su <i>sentido heroico</i> de la acción. Este sentido heroico de la actividad, -que ha formado alguna vez y eficazmente el espíritu español, dió -nacimiento a América. Así ha nacido América a la vida, y nadie puede -evitar que así sea. Y España, con su empresa de América, ha cerrado, -efectivamente, en la Historia el ciclo de la epopeya romántica, -legendaria y milagrosa.</p> - -<p>Las objeciones del mundo se han dirigido precisamente contra los -personajes de esa epopeya. Con un espíritu cominero y sedentario, lleno -de dengues y ascos, se ha querido reducir el tamaño de los -conquistadores. Se<span class="pagenum"><a name="page_45" id="page_45">{45}</a></span> les ha tomado la cuenta exacta de cada una de sus -muertes y de todas las gotas de sangre que necesitaron verter. No se ha -mirado al conjunto de la obra ni al total de los resultados; no se ha -visto el edificio entero de América, que al cabo del mismo siglo <small>XVI</small> -estaba ya concluído y era tan majestuoso. Sólo se han visto y contado -las muertes y los abusos, como si alguna epopeya pudo nunca ser -realizada por ángeles puros. Ni se ha visto, a través de la sordidez -puritana y de las gafas de los racionalistas del siglo XVIII, la nube -caballeresca y como mística que envuelve a los conquistadores; tan -distintos, ciertamente tan incomprensibles para todas las mentes que no -sientan y perciban el genio español.</p> - -<p>Una literatura de acarreo se ha obstinado en presentar a los -conquistadores como personas bajas y soeces, brutales, con la más ruda -brutalidad del más ignorante soldado. Se ha repetido el estúpido lugar -común de que América fué conquistada y poblada por las peores gentes de -España, y yo escuché a bastantes americanos hacer la misma relación de<span class="pagenum"><a name="page_46" id="page_46">{46}</a></span> -ese vicio de origen, que les asignaba tan miserables predecesores.</p> - -<p>Pero si repasamos las crónicas de la Conquista, constantemente -hallaremos ocasión de rectificar al vulgo. Lo cierto es que en las -expediciones que se dirigían a América, junto con los inevitables -marineros toscos y soldados soeces, marchaba una gruesa multitud de -caballeros, aristócratas, hidalgos, segundones, personas de pro, buenos -capitanes y gente de toga y de iglesia. Es absolutamente erróneo que -embarcase para América lo peor de España. En aquellos tiempos España -tenía una verdadera plenitud de caballeros e hidalgos que eran -suficientes para acudir a las empresas de Europa y a la aventura de -Ultramar. Por eso era fuerte entonces España, por la multitud y densidad -de su aristocracia, aquella aristocracia de pequeños caballeros y -fuertes hidalgos, que se dispersaron y perdieron, por desgracia, en -tantas dilatadas empresas; los cuales, al desaparecer, dejaron a España -como sin hueso y sin brío, puesto que los falsos hidalgos de nueva -promoción, que<span class="pagenum"><a name="page_47" id="page_47">{47}</a></span> después acudieron, ya no tenían la virtud íntimamente -aristocrática de los primitivos.</p> - -<p>Es indudable que las expediciones se formaban con la flor de las gentes -de Andalucía, de Extremadura, de Castilla y del Cantábrico. Buenos -pilotos de Vizcaya, de Galicia, de las marinas de Huelva y de las -riberas del Guadalquivir; cartógrafos y hasta hombres de letras; -artilleros como Candía, el que siguió a Pizarro, y el Catalán, que -acompañaba a Cortés; caballeros, en fin, de toda España. Cuando Hurtado -de Mendoza quiere fundar a Buenos Aires, lleva, según los cronistas, una -multitud de señores y brillantes capitanes, que van en una armada -poderosa, todos seducidos por el prestigio del ya famoso y un poco -quimérico Río de la Plata. Y en la relación que envían los fundadores de -Veracruz al emperador Carlos V, dicen que «Hallándose con deseo de -poblar muchos caballeros e hijos-dalgos...»</p> - -<p>Efectivamente, las fundaciones de ciudades y la toma de posesión de las -tierras descubiertas no se ejecutan rudamente y al modo que<span class="pagenum"><a name="page_48" id="page_48">{48}</a></span> harían unos -soldados facinerosos. La mayor solemnidad jurídica, el formulismo más -civil y ceremonioso preside esos actos, verdaderamente memorables y -conmovedores. Blasco Núñez de Balboa penetra solo y armado en la mar del -Sur, que acaba de descubrir, y con el estandarte en una mano y la espada -en la otra, asesta al mar las cuchilladas de ritual y proclama, en -estilo caballeresco: «si hay algún hombre que quiera desdecirle sobre -aquella posesión, y si le hay, que salga a defender su protesta».</p> - -<p>Lo mismo hace Cortés, lo mismo todos los conquistadores. Y enseguida que -se arma una expedición, por modesta que fuere, tienen cuidado de llevar -un clérigo y un hombre de toga para que vigilen la campaña, tomen nota -del oro que se <i>rescata</i>, reserven el <i>quinto</i> para el rey y pongan -orden y decoro formal a todo. En la primera expedición al Yucatán, unos -cien soldados, pobres de suyo y sin más propósito que <i>rescatar</i> oro, -empeñan sus caudales y llegan a poder armar unos pequeños navíos; a -pesar de su modestia en recursos, y<span class="pagenum"><a name="page_49" id="page_49">{49}</a></span> ser una simple expedición -accidental, se apresuran a contratar un sacerdote para que les diga -misa, y un magistrado para los efectos formales y jurídicos.</p> - -<p>Las mayores formalidades preceden a la fundación de las poblaciones, que -inmediatamente nombran sus cabildos y justicias, y que desde el primer -momento adquieren el sentido foral y ciudadano, verdaderamente -<i>democrático</i> a la <i>española</i>. Véase la fundación de Veracruz; la -formalidad es suprema y convincente. En efecto, convenido que han la -necesidad de fundar una villa, el jefe de la expedición, que es Hernán -Cortés, reune a los señores y soldados y nombra los alcaldes y regidores -que se precisan. Hecho esto, al día siguiente se reunen los alcaldes y -regidores y <i>mandan llamar a Hernán Cortés</i> en nombre de la Corona, y le -piden que les muestre los poderes y ejecutorias de que dispone. -Examinados estos poderes, los magistrados de la villa fallan, por tanto, -que el poder legal de Hernán Cortés ha terminado en aquel instante. El -poder civil recupera sus derechos y procede con plena<span class="pagenum"><a name="page_50" id="page_50">{50}</a></span> soberanía. -Entonces, puesto que la armada necesita un capitán, los alcaldes y -regidores deliberan concienzudamente y deciden elegir a Cortés como -jefe...</p> - -<p>Seguramente, aquí se trata de una maniobra que cualquier político -moderno, de cualquier aldea constitucional, conoce y sabe tramar. Es -claro que Hernán Cortés conocía previamente la decisión del cabildo de -Veracruz; pero él y sus hombres tenían un hondo sentido de la autoridad, -y no osaban hacer nada sin anteponer el formulismo y la ceremonia de las -leyes y de la Justicia.</p> - -<p>Antes de entrar en batalla contra los indios, ¿no vemos a los españoles, -aún a riesgo de empeorar su situación estratégica, destacar un heraldo y -amonestarles seriamente para que se vengan a razones y se sometan al rey -de España? Esta casi cómica protestación se repite muchas veces; es como -si los españoles quisieran exculparse del crimen que ellos no desean -hacer, pero que la necesidad del momento les obliga a hacer... Pero -todos sus formulismos, todas sus formalidades jurídicas fueron vanas;<span class="pagenum"><a name="page_51" id="page_51">{51}</a></span> -la posteridad les ha llamado rudos aventureros, soldados foragidos, -gentes sin Dios y sin Ley.</p> - -<p>La brillante y lucida hueste que Hernán Cortés preside y lleva a la -conquista de Méjico es una hermosa armada de quinientos hombres -esforzados, empavesada de banderolas y trémula por el ruido y resplandor -de las armas. Es una síntesis de España; es un pedazo de Europa que -contiene todo lo estimable de la civilización cristiana y europea. -Caballeros, capitanes, clérigos, magistrados, oficiales y artífices; -nadie falta allí para completar la síntesis. Es un pequeño mundo que -avanza hacia la virginidad del mundo ignorado. No falta ni siquiera la -literatura; el propio Hernán Cortés describirá sus actos, como antes -César, y allí va con ellos Bernal Díaz del Castillo, que habrá de -escribir su famosa historia de <i>La conquista de la nueva España</i>. Es un -mundo pequeño, es una tropa pequeñísima para osar tan enorme empresa; -pero lleva consigo un aliento excepcional, con el que sabrán incluir -aquellos extensos países en el seno de la civilización europea.<span class="pagenum"><a name="page_52" id="page_52">{52}</a></span></p> - -<p>El propio Bernal Díaz del Castillo se entusiasma y toma un tono lírico -cuando considera la obra que han realizado los españoles. El valiente -capitán y rudo historiador, viejo ya en su retiro de Guatemala, echa la -mirada hacia atrás, recuerda lo que fué América y lo que es en el -momento, y habla con acento emocionado y con legítimo orgullo de todo -cuanto le debe el mundo a los conquistadores. Enumera el horror de las -idolatrías sanguinarias que los españoles han suprimido; el ferviente -cristianismo en que viven las poblaciones indias; el número de -monasterios e iglesias que se han erigido en todas partes. Habla de los -muchos oficios en que diestramente se emplean los indios, enseñados por -los españoles, y cómo los pueblos tienen sus cabildos y justicias y -viven en sosiego.</p> - -<p>«Digamos cómo todos los demás indios, naturales de estas tierras, han -deprendido muy bien todos los oficios que hay en Castilla entre -nosotros. Y tienen sus tiendas de los oficios, y obreros, y ganan de -comer a ello... Y muchos hijos de principales saben leer y es<span class="pagenum"><a name="page_53" id="page_53">{53}</a></span>cribir y -componer libros de canto llano... Y han plantado en sus tierras y -heredades de todos los árboles y frutas que hemos traído de España... Y -demás desto, miren los curiosos lectores qué de ciudades, villas y -lugares están poblados en estas partes de españoles... Y tengan atención -a los obispados que hay, que son diez, sin el arzobispado de la muy -insigne ciudad de Méjico, y cómo hay tres audiencias reales... Y miren -qué hay de hospitales... Y también tengan cuenta cómo en Méjico hay -Colegio Universal (Universidad), donde estudian y deprenden la -gramática, teología, retórica y lógica y filosofía, y otros artes y -estudios, e hay moldes y maestros de <i>imprimir libros</i>...»</p> - -<p>Esto se escribía en 1568, cuarenta años después de la conquista de -Méjico. Aproximadamente por aquel tiempo, otro historiador-soldado, tan -sabio como discreto, Pedro de Cieza de León, exclama en su <i>Crónica del -Perú</i>:</p> - -<p>«Y no me paresce que debo pasar de aquí sin decir alguna parte de los -males y trabajos<span class="pagenum"><a name="page_54" id="page_54">{54}</a></span> que estos españoles y todos los demás padecieron en el -descubrimiento destas Indias, porque yo tengo por muy cierto que ninguna -nación ni gente que en el mundo haya sido, tantos ha pasado. Cosa es muy -digna de notar que en menos de sesenta años se haya descubierto una -navegación tan larga y una tierra tan grande y llena de tantas gentes; -descubriéndola por montañas muy ásperas y fragosas y por desiertos sin -camino, y haberlas conquistado y ganado, y en ellas <i>poblado de nuevo -más de doscientas ciudades</i>...»<span class="pagenum"><a name="page_55" id="page_55">{55}</a></span></p> - -<h2><a name="CAPITULO_V" id="CAPITULO_V"></a>CAPÍTULO V<br /><br /> -<span class="sans">EL ORIGEN HEROICO DE AMÉRICA</span></h2> - -<p class="nind"><span class="letra">L</span>A obra del Nuevo Mundo es hija del heroísmo. Tiene un hondo sabor de -aventura, y jamás el tiempo ha de borrar esa huella aventurera y heroica -de los orígenes. Y es, además, acaso la última gran empresa heroica y -aventurera que la historia ha producido.</p> - -<p>Las obras que nacen del heroísmo mantienen eternamente un sello -excepcional que las hace más eficaces y bellas. Esta verdad la han -conocido todos los pueblos, y es efectiva la voluntad de poseer orígenes -heroicos que manifiestan las civilizaciones todas. De la cabeza de -Minerva armada quiere Atenas nacer, y la misma Roma, nido de algo como -bandoleros al principio, se hace inventar la leyenda de<span class="pagenum"><a name="page_56" id="page_56">{56}</a></span> aquellos -guerreros de Troya, origen de la estirpe romana.</p> - -<p>La superstición guerrera, común a todas las razas, podría parecer un -prejuicio que hubiera impuesto a las gentes la casta militar, dominante -y temible antiguamente. Pero una casta militar no pudo sostener en toda -hora su pensamiento imperativo ni sobornar constantemente a los -filósofos, poetas y artistas, y lo cierto es que todos, hombres de -meditación o de fantasía, otorgaron siempre al heroísmo su entusiasmo, -sus cantos y sus obras panegíricas.</p> - -<p>Es porque comprendían que el soplo heroico hace grandes, fértiles y -duraderas a las cosas. Sabían que el espíritu del heroísmo es el más -fecundo en idealidad, porque inspira y estimula las virtudes próceres -humanas: la virtud, el honor, la lealtad, la generosidad, el sacrificio. -Y porque de estas virtudes príncipes nacen las ideas bellas, y, por lo -tanto, las mismas actitudes y los gestos bellos.</p> - -<p>Del poema de <i>La Ilíada</i> se nutre Grecia hasta su final. Y tanto o más -que la interpre<span class="pagenum"><a name="page_57" id="page_57">{57}</a></span>tación de los símbolos o personajes religiosos, le -interesa al espíritu heleno interpretar las luchas y los personajes de -la guerra de Troya. Un mundo de estatuas y ánforas, una floración de -inefable estética brota del alma cálida de Grecia al contacto de aquella -idea de heroísmo.</p> - -<p>Las obras que fecunda el heroísmo, por su virtud de aristocracia y de -sublimidad, diríase que superan la resistencia del tiempo y están por sí -mismas sinceradas. El aura de valor y de nobleza en que se envuelven las -hace respetables, hermosas, temibles. ¡Qué infecunda y fea la -civilización que no ha nacido del heroísmo! Todos los bajeles y riquezas -de Fenicia fueron inútiles para el mundo e inaptos para el arte y la -idealidad, porque carecieron de heroísmo. Las colonias, los palacios y -las actividades de Cartago son estériles porque les falta la ráfaga -heroica; sólo al morir la ciudad prosaica halla en Aníbal el hombre que -podrá justificar a su patria ante la Historia.</p> - -<p>Por las páginas de la <i>La Biblia</i> corre ese so<span class="pagenum"><a name="page_58" id="page_58">{58}</a></span>plo heroico más de una -vez; con rumor de espadas están llenos sus libros, y las estrofas -sagradas vibran gloriosamente y tienen un alto tono de alegría triunfal -cuando narran las guerras contra los filisteos, aquellas luchas por la -conquista de un territorio que Dios concede a su pueblo para que lo -nutra con heroísmo. La figura de David ilumina como una llama heroica -los libros santos.</p> - -<p>Heroico es el cristianismo, y no solamente mártir. ¿No es un alma -profundamente heroica la de San Pablo, y alma íntimamente marcial? ¿Es -algo más que heroísmo la voluntad de vencer de los cristianos en la Edad -Media? Las Cruzadas, los poemas caballerescos en Tierra Santa, la -expulsión de los moros de España, ¿no son conceptos en que el heroísmo -se funde, como la mas alta y no igualada fusión, con el misticismo? ¿Y -no tienen carácter heroico las aventuras temerarias de los fundadores y -los evangelistas?</p> - -<p>Glorioso es el Renacimiento por sus humanidades, su arte y su ciencia; -pero es además grande y glorioso por sus esencias heroicas.<span class="pagenum"><a name="page_59" id="page_59">{59}</a></span> El siglo -<small>XVI</small> crea verdaderos portentos humanos, personas de excepción, héroes -extraordinarios y numerosos. Es la hora radiante en que la personalidad -heroica se manifiesta con más brillo y hasta sus últimas consecuencias.</p> - -<p>Del heroísmo ha nacido América. Un soplo, entre místico y marcial, -empujó las carabelas inaugurales. Bajo la cruz pintada en el velamen, -las espadas y las corazas hacían sus fieros ruidos. Así fué creada -América, y nunca será esto rectificado.</p> - -<p>Los españoles crearon América a su modo, al modo heroico. Salían del -poema largo de los moriscos; recordaban los actos del Cid, el que -lograba ciudades y reinos con la fuerza de la lanza; estaban impregnados -de lecturas caballerescas... En las Indias, puesto que la dirección de -los gobernantes de la península era nula, aquellos españoles -emprendieron la obra según su propio e íntimo ser, espontánea e -inspiradamente. Por ser obra libre de la espontaneidad de los -conquistadores y pobladores, América es el acto más<span class="pagenum"><a name="page_60" id="page_60">{60}</a></span> puramente español. -Tal vez por eso también es América una cosa tan inexorablemente -española.</p> - -<p>La virtud heroica sabe hacer estos milagros. Y si una colonización de -comerciantes, como la holandesa, deja al cabo de los siglos que Java y -Sumatra no pesen nada en el mundo, sino como almacenes de azúcar y como -viveros de gentes anónimas, las naciones americanas que España creó -heroicamente son cosas personales, únicas, y posibilidades magníficas en -el porvenir. Ni Méjico ni el Perú carecerán nunca de valor en la -Historia.</p> - -<p>Entregados a su iniciativa, obedientes a su espontaneidad, los españoles -vertieron en América su ser entero; todo su contenido social, político y -religioso. Con una rapidez que asombra, las catedrales y las -universidades levantaban sus torres en el aire americano. Los cabildos, -como copia de la vida municipal de España, se transplantaban a las -Indias y daban a aquellas regiones el tono cívico y libre que desde el -principio ostentaron. El afán de <i>poblar</i> se mezcla con el afán -heroico,<span class="pagenum"><a name="page_61" id="page_61">{61}</a></span> y tan pronto como se ve algo exento de dificultades, Pizarro -insiste en fundar la ciudad de Lima, en cuyos planos y replanteo -interviene, y de cuya fundación y grandeza está tan orgulloso, tan -enamorado.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_62" id="page_62">{62}</a></span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_63" id="page_63">{63}</a></span> </p> - -<h2><a name="CAPITULO_VI" id="CAPITULO_VI"></a>CAPÍTULO VI<br /><br /> -<span class="sans">EL CID COMO PRECURSOR DE LOS CONQUISTADORES DE AMÉRICA</span></h2> - -<p class="nind"><span class="letra">L</span>OS hombres varían poco a través del tiempo, en cuanto a los caracteres -y modos fundamentales; variamos nuestro modo de vestir, cambiamos la -forma de las leyes y de los sistemas de locomoción, pero en lo íntimo -somos consecuentes.</p> - -<p>Leyendo las incomparables estrofas de <i>Mío Cid</i> nos encontramos con -relatos y episodios que parecen escritos por un cronista del siglo <small>XVI</small>. -Y todo el que <i>sienta</i> hondamente la epopeya de América, reconocerá que -los conquistadores, expresa o infusamente, estaban influídos por el -poema del <i>Cid</i>.</p> - -<p>Muchos de los conquistadores, por su rudi<span class="pagenum"><a name="page_64" id="page_64">{64}</a></span>mentaria cultura, no conocían -directamente el viejo poema castellano; pero a través de los romances, -cuentos y tradiciones, es seguro que España entera se hallaba saturada -del espíritu y hasta los pormenores del héroe de Vivar.</p> - -<p>Este era un hombre representativo que asumió todas las esencias del alma -española, y que, por ley natural que nunca falla, sirvió de guía y -modelo a las generaciones sucedentes. El Cid, como perfecto héroe -nacional, dió el tono a España, y para comprender esto no necesitamos -acudir a los ejemplos literarios, como son los romances y las numerosas -comedias que han surgido de los episodios del Cid; la influencia más -viva y práctica la tenemos en la conquista de América.</p> - -<p>Lo cierto es que Hernán Cortés y Francisco Pizarro efectúan sus empresas -en una forma que en ocasiones parece copiada del mismo poema de <i>Mío -Cid</i>.</p> - -<p>Cuando Pizarro alza pendón en Panamá y hace la recluta de sus mesnadas, -verdaderamente está calcando al Cid en su ataque y conquista de -Valencia.<span class="pagenum"><a name="page_65" id="page_65">{65}</a></span></p> - -<div class="poetry"> -<div class="poem"><div class="stanza"> -<span class="i2">«Quien quiere perder cuenta e venir a rritad,<br /></span> -<span class="i0">viniese a «Mío Cid» que ha sabor de cabalgar.<br /></span> -<span class="i0">Cercar quiere a Valencia para cristianos la dar.<br /></span> -<span class="i0">Al sabor de la ganancia non lo quieren detardar;<br /></span> -<span class="i0">grandes yentes se le acogen de la buena cristiandad...»<br /></span> -</div></div> -</div> - -<p>Allí veremos a Pizarro gozoso de haber entrado en las puertas del Perú y -sorprendido ante las primeras riquezas que apresan sus manos. Lo primero -que decide es un acto de política y de fidelidad: aparta el quinto del -botín y corre a llevárselo a su rey. No de otro modo el Cid, cinco -siglos antes, encargó a Minaya.</p> - -<div class="poetry"> -<div class="poem"><div class="stanza"> -<span class="i2">«Enviar vos quiero a Castiella con mandado<br /></span> -<span class="i0">desta batalla que habemos arrancado;<br /></span> -<span class="i0">al rey Alfonso que me ha airado<br /></span> -<span class="i0">quiérol enviar en don treinta cavallos,<br /></span> -<span class="i0">todos con siellas e muy bien enfrenados,<br /></span> -<span class="i0">señas espadas de los arzones colgando.»<br /></span> -</div></div> -</div> - -<p>Vemos después a Pizarro llegar hasta el remoto Cuzco, domar los -ejércitos enemigos y posesionarse del extraño país maravilloso. Le vemos -reunir las riquezas de los incas y hacer las particiones entre sus -gentes, dando al caballero y al peón su parte equitativa, de ma<span class="pagenum"><a name="page_66" id="page_66">{66}</a></span>nera que -aquellos temerarios aventureros se hicieron <i>todos ricos</i> en un -instante. También en este caso parece que el episodio y los mismos -detalles hubieran sido calcados del poema del Cid.</p> - -<p>Así en la batalla contra el conde de Barcelona, vencido éste y librado -del cautiverio por la bondad del caudillo castellano,</p> - -<div class="poetry"> -<div class="poem"><div class="stanza"> -<span class="i10">«...tornós el de Bivar,<br /></span> -<span class="i0">junto con sus mesnadas, compesós de alegrar<br /></span> -<span class="i0">de la ganancia que han fecha maravillosa e grand;<br /></span> -<span class="i0">tan ricos son los sos, que no saben qué se han...»<br /></span> -</div></div> -</div> - -<p>Pasa por todo el poema de <i>Mío Cid</i> un aire de aventura y de conquista, -de esperanza y de botín, de largas caminatas por territorios -extranjeros, y este aire heroico-adquisitivo es como el preludio de la -gran aventura de las Indias. En tal sentido, el Cid es un precursor de -los conquistadores o, mejor todavía, el primer conquistador.</p> - -<p>Se dirá que la guerra era igual en sus formas y en sus fines durante los -siglos medioevales. Marchar contra el enemigo, vencerlo, es<span class="pagenum"><a name="page_67" id="page_67">{67}</a></span>clavizarlo y -apresar inmediatamente el botín; tal era, en efecto, el sentido y la -moral de las guerras en la Edad Media. Pero por encima de las formas -usuales o universales, las mesnadas del Cid se reservan una -originalidad. Desde luego ellas operan sobre un adversario infiel y -perverso, como es el moro, el cual, por añadidura, está ocupando un -territorio que, justamente, no le pertenece. Por tanto, ir contra el -moro no es lo mismo que hacer la guerra a un rey o estado de cualquier -otro país de Europa. El héroe español hace sus campañas sobre un país -tres veces enemigo: enemigo como infiel, como usurpador del territorio y -como adversario formal.</p> - -<p>El Cid, además, no es un conde ni un rey que desea extender sus estados -o vengarse de un vecino poderoso; simplemente es un <i>hidalgo</i> fornido y -valiente, apto y capaz, verdadero ejemplar del caudillo que recluta sus -hombres y va a la buenaventura, a conquistar tierras y ciudades, a -vencer reyes y ensanchar el cristianismo. Ni siquiera le ayuda el rey; -hasta rompe los vínculos legales que le atan<span class="pagenum"><a name="page_68" id="page_68">{68}</a></span> al rey, puesto que está -desterrado. Solo con sus fuerzas, aislado en el mundo, fiando en su -capacidad, marcha por la tierra adelante a conquistar ciudades y lograr -la riqueza, el poder y la gloria... Este tipo de <i>conquistador</i> es único -en Europa; y es tan español, que los conquistadores de América no hacen -más que reproducirlo y calcarlo.</p> - -<p>Hay en el Cid un tono de <i>aventura a la española</i> que parece un anticipo -o un presagio de lo que más tarde habría de ocurrir en América. El -aventurero de Vivar, por virtud del incomparable verismo del espíritu -estético español, no pretende nunca engañar a sus hombres con -entelequias ni fantasías literarias; les habla el lenguaje de la verdad, -con un acento masculino y heroico tan lleno de humana emoción. Y la -verdad para sus hombres de hierro no puede dispersarse en vanas -quimeras; se trata de ganar botín, de cobrar honra y de expulsar a los -infieles.</p> - -<p>Esta trinidad de propósitos práctico-idealistas está asistida -constantemente por un sentido de conmovedora fraternidad, que después<span class="pagenum"><a name="page_69" id="page_69">{69}</a></span> -habrán de reproducir los conquistadores de América haciéndose, el -capitán y los soldados, camaradas a quienes une entre sí tanto el amor -como la ambición. El Cid trata a sus soldados como a hijos, los protege -y guía, los ama de todo corazón, al modo que después los aventureros de -Indias no escucharán de sus jefes ninguna altivez, ningún ultraje, ni le -acusarán de abusos. Fraternalmente se repartirán los tesoros, como -hermanos de peligro y de fortuna que en efecto son.</p> - -<p>¿Pero qué hay, además, en el Cid de distinto, de íntimamente español, de -presagio americano? Sin duda es aquel vuelo y fuga mística que cobra en -la epopeya de Indias su mayor significación, y que en el poema de <i>Mío -Cid</i> ya estaba expresado. Poco antes de marchar contra las tierras de -moros, que son vasallos del conde de Barcelona, el Cid cree necesario -hablar a sus gentes, y al efecto les da con pocas palabras una especie -de sistema o filosofía del heroísmo, del aventurero, del conquistador.</p> - -<div class="poetry"> -<div class="poem"><div class="stanza"> -<span class="i2">«Ya caballeros decir vos he la verdad:<br /></span> -<span class="i0">qui en un logar mora siempre, lo so puede menguar.»<br /></span> -<span class="pagenum"><a name="page_70" id="page_70">{70}</a></span></div></div> -</div> - -<p>¡Aquí está, sin duda, el principio y la definición de la historia de -España! «Quien mora siempre en un lugar, lo suyo, lo que posee, puede -disminuirse...» ¿No es ésta una verdadera filosofía del progreso, que -estima, en contra del sentido quietista y parsimonioso, necesario -cambiar, osar, variar y decidirse? ¿Pero no reside en esas rudas -palabras un presentimiento de la acción española, impetuosamente lanzada -hacia una ambición de dominio y de gloria?</p> - -<p>El poeta de <i>Mío Cid</i> añade en seguida:</p> - -<div class="poetry"> -<div class="poem"><div class="stanza"> -<span class="i2">«Cras a la mañana pensemos cabalgar,<br /></span> -<span class="i0">dexat estas posadas e iremos adelant...»<br /></span> -</div></div> -</div> - -<p>Es decir: «Puesto que mañana nos manda el destino que sigamos la -ventura, dejad estas posadas o lugares deliciosos donde hemos triunfado -y gozado, y marcharemos adelante...» ¡Oh, sublime y transcendental -palabra <i>adelante</i>, que al oído del soldado suena como la voz de un -deber sobrehumano, como la voz de la raza, como el imperativo de la -Historia! ¡Dejad estas posadas y seguid adelante! ¡Tie<span class="pagenum"><a name="page_71" id="page_71">{71}</a></span>rras adentro, -hasta la mar, hasta más allá del mar, más adelante, siempre adelante!</p> - -<p>Al finalizar la Edad Media, a causa de la tradición del Cid y de las -conquistas en tierras de moros, estaban acaso los españoles en una -posición particular respecto a los otros europeos; me atreveré a decir -que los españoles eran los europeos que más sinceramente sentían y -practicaban la <i>caballería</i>. Los <i>libros de caballería</i>, por tanto, -tenían en España una realidad de cosa viviente. ¿No podría explicarnos -esto la actitud de Cervantes, que reserva su mejor talento para escribir -el <i>Quijote</i>, acerba condenación de la <i>caballería</i>? Ningún otro país -europeo necesitó la cura genial de un libro extraordinario para una -dolencia que, en efecto, sólo en España adquiría gravedad.</p> - -<p>El <i>quijotismo</i> estaba en el aire y producía los consiguientes daños. La -leyenda del Cid, conquistador de ciudades y opresor de reyes, venía -corroborada por las continuas empresas contra los moros y por la última -romántica empresa de la toma de Granada. Los libros de<span class="pagenum"><a name="page_72" id="page_72">{72}</a></span> caballería no -eran, pues, vagamente fantásticos para los españoles. Pero mientras la -gente leía las absurdas hazañas de aquellos libros, ¿no estaban -realizando otros españoles las absurdas, las maravillosas empresas de -Méjico y del Perú?</p> - -<p>Cervantes asumió en este caso la voz de la mediocridad prudente y -criticista, moralizadora y tímida; se hizo abogado del <i>filisteo</i>; -combatió la <i>caballería</i> y todo el trastorno imaginativo y social que -comporta el espíritu de aventura. Sin duda estaba ya muy viejo. A los -veinte años él mismo hubiera cantado la <i>caballería</i>, puesto que él la -practicó en Lepanto. Pero había fracasado como aventurero, y toda su -vida era ya un fracaso.</p> - -<p>Sentíase viejo y tomó el partido de los <i>negadores</i>, de los -<i>pesimistas</i>, de los <i>críticos</i>, de los prudentes y los <i>filisteos</i>; de -todas las gentes sesudas y sedentarias que condenan lo extremoso y lo -aventurero. Los espíritus sensatos y tímidos de España, los tenderos y -los bachilleres, debían lamentar mucho que el Cid y los conquistadores y -los aventureros no fue<span class="pagenum"><a name="page_73" id="page_73">{73}</a></span>sen encerrados bajo tres vueltas de llave. Por -último, encontraron su agente en la pluma de Cervantes. ¡Y así recibió -España, como compensación a la pérdida del idealismo aventurero, la -indemnización del <i>Quijote</i>!</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_74" id="page_74">{74}</a></span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_75" id="page_75">{75}</a></span> </p> - -<h2><a name="CAPITULO_VII" id="CAPITULO_VII"></a>CAPÍTULO VII<br /><br /> -<span class="sans">LA CODICIA</span></h2> - -<p class="nind"><span class="letra">S</span>E ha querido reducir el mérito de la conquista de América con la -alegación de que los españoles únicamente perseguían el oro.</p> - -<p>Hay dos maneras de afrontar la grandeza de los hechos y de las almas. Y -es bien cierto que para un espíritu noble que ama lo sublime, los actos -memorables se presentan revestidos de un aura magnífica, y se esmera en -mirar en ellos las esencias ideales por las que el hombre adquiere cada -día mayor beneficio de nobleza, de cultura y de elevación moral. Este -modo de considerar el heroísmo y los grandes hechos heroicos, requiere, -es verdad, que el alma se halle propensa al<span class="pagenum"><a name="page_76" id="page_76">{76}</a></span> heroísmo y contenga en -algún grado la aptitud ideal.</p> - -<p>Por el contrario, un espíritu descontento y que ama el ras de la tierra, -cualquier acto extraordinario lo mirará prolijamente, avaramente, con el -sentido de la justicia y de la verdad que puede tener un administrador o -cajero de oficina bancaria. Sometido a este régimen de regateo, ningún -acto memorable resiste la comprobación. El espíritu pequeño estudia los -detalles, suma los gastos, toma nota de las muertes y daños causados, -descubre la paga que se cobró el héroe, y el acto sublime se disuelve en -tierra y en prosa. Es el caso de las famosas «cuentas» del Gran Capitán, -y sin duda el conquistador de Nápoles hubo de verse en gran apuro cuando -la administración avara le pidiera nota de los «gastos». El Gran Capitán -sabía vencer a los caballeros franceses y deslumbrar a Europa con sus -hazañas; no sabía, sin embargo, justificar sus cuentas... y lo cargó -todo, conquistas y hazañas y glorias, al capítulo de «picos, palas y -azadones».<span class="pagenum"><a name="page_77" id="page_77">{77}</a></span></p> - -<p>Si un espíritu pequeño pone su trabajo en desmenuzar la obra de las -Cruzadas, fácil le habrá de ser descubrir un número exorbitante de -soldados, caballeros y señores que iban a Oriente con el propósito de -ganar tierras o cobrar un rico botín; otros iban a ganar el perdón de -sus pecados, con lo que negociaban el rescate del infierno. ¡Sería tan -posible descubrir el <i>interés</i> hasta en la vida de los mayores mártires!</p> - -<p>Pero en el sitio donde bullen y se enroscan los sentimientos bajos o -mezquinos, vuelan y se remontan las ideas y los propósitos sublimes; y -junto con la marinería y soldadesca que embarcaba a las Cruzadas, allí -iban también los príncipes y los monjes y los mancebos que perseguían la -ideal ambición de conquistar el Santo Sepulcro. Y entre la misma ruda -soldadesca, brillando entre la grosería de los propósitos de la -soldadesca, ¿acaso no relucía allí mismo, en aquellos espíritus -humildes, la llama oculta del ideal? El último soldado, que no vacila en -matar, violar y saquear, tiene sus treguas íntimas, sus momentos -gra<span class="pagenum"><a name="page_78" id="page_78">{78}</a></span>ves, en que triunfa la conciencia, y entonces está presto a perder -todo su botín de concupiscencia por defender a su jefe, a su Dios, a su -bandera.</p> - -<p>Entre la turba de soldados y marineros, sobre las solicitaciones de la -multitud que marcha a la procura del oro, allí Hernán Cortés levanta la -mira de sus sueños, y no es el oro lo que más le importa, sino la -gloria. Por la gloria van otros muchos conquistadores. Por servir al -rey, por orgullo de conquistar, por el anhelo patriótico de ensanchar -todavía más la grandeza de España. Y casi todos los conquistadores, en -efecto, mueren en América, muchos de ellos pobres, y trabajando hasta el -fin en la perfección de su obra. Vasco Núñez de Balboa se ocupaba en -componer su precaria vivienda, cuando lo detienen para ajusticiarlo. -Francisco Pizarro se enorgullecía de su ciudad de los Reyes, que él -mismo trazara, y en ella pereció peleando espada en mano, porque ni de -viejo ni para morir tuvo reposo.</p> - -<p>La codicia es uno de los primeros y más grandes conductores de la -actividad humana.<span class="pagenum"><a name="page_79" id="page_79">{79}</a></span> La codicia estaba también entonces allí, en la obra -de América, ocupando los puestos avanzados.</p> - -<p>Antes de que América surgiese a la mirada del europeo, su ensueño, su -posibilidad o su destino estaban impregnados de codicia. Las tierras de -Catay, los mares de perlas, los imperios rebosantes de oro, todo eso -había impregnado la imaginación de Europa a través de los relatos -hiperbólicos de los viajeros venecianos. Los españoles iban a América -bajo la impresión de ese suelo áureo. Y esta idea de la riqueza -americana, que ha durado cuatro siglos y que ahora mismo no pierde su -sabor de quimera y de milagro, los primeros expedicionarios la llevaban -en sus almas, naturalmente propensas a la hipérbole y a la superstición -milagrosa.</p> - -<p>La superstición de la riqueza súbita y fastuosa era tan viva, que a -veces, entre episodios trágicos, da ocasión a incidentes grotescos y -graciosos. Los pobres soldados veían por todas partes brillar montañas -de oro, y lo mismo que al alma simple le aparecen fantas<span class="pagenum"><a name="page_80" id="page_80">{80}</a></span>mas divinas en -cualquier pliegue de las nubes, a ellos les aparecían fantasmas de oro y -de perlas.</p> - -<p>Pasando por una aldea de indios, los soldados de Cortés observan unas -hachas doradas que portan algunos habitantes, y creen que son de oro -bajo. Las cambian por bujerías y cuentas de cristales, o las roban, -sencillamente. Las hachas doradas menudean, y los indios traen muchas, -viendo que tanto les agradaban a los cristianos; y cuando los cristianos -se van y toda la tropa de peones y marineros anda preocupada en esconder -aquel botín de la vigilancia del general... ¡se descubre que no son de -oro bajo las hachas, sino de bronce! Y la tropa suelta la carcajada, -riéndose de su propio fracaso.</p> - -<p>Otra vez, «Vueltos a embarcar, siguiendo la costa adelante, desde a dos -días vimos un pueblo junto a tierra que se dice el Aguayaluco, y andaban -muchos indios de aquel pueblo por la costa con unas rodelas hechas de -conchas de tortugas, que relumbraban con el sol que daba en ellas, y -algunos de nuestros<span class="pagenum"><a name="page_81" id="page_81">{81}</a></span> soldados porfiaban que eran de oro bajo, y los -indios que las traían iban haciendo grandes movimientos por el -arenal...»</p> - -<p>Otro día salen las gentes de Cortés hacia el pueblo de Cempoalla, a -invitación del cacique, y atraviesan un espléndido país cubierto de -vegas, prados, bosques, palmeras, lleno de frescos arroyos, poblado de -aves bonitas, alegre como un pensil tropical. Los cansados y pobres -conquistadores penetran en la ciudad y son recibidos con flores y -vítores. De pronto, unos soldados de a caballo que iban en avanzada -vuelven temblando de emoción: ¡habían visto las casas chapeadas de -plata!... Después se descubrió que era un barniz o pintura brillante que -cubría las paredes de las chozas. Y otra vez la tropa rompió a reir a -carcajadas.</p> - -<p>Y una vez que un indio, emisario de Moctezuma, se fijó en el yelmo de un -soldado, con ingenuidad de primitivo lo tomó, le hizo gracia, y suplicó -al soldado que se lo cediera; quería llevárselo al emperador como objeto -de curiosidad. Entonces el soldado, con una sor<span class="pagenum"><a name="page_82" id="page_82">{82}</a></span>na muy de soldado, dijo -que bueno, que se lo llevase a Moctezuma... ¡y que volviese el yelmo -lleno de oro! En efecto, volvió el casco marcial todo henchido de oro -hasta los bordes.</p> - -<p>¡Ah, cómo encendían estas cosas la brasa impaciente de aquellos -soldados! ¡Cómo se avivaba su imaginación y se afianzaban sus corazones! -¡Qué país tan imaginativo, fantástico, estupefaciente, aquel país en que -las maravillas saltaban a cualquier hora, y en que las emociones -variaban con bruscos golpes, desde el terror a la gloria, desde el -hambre a la hartura, desde la miseria y el descalabro a la opulencia!</p> - -<p>¡Y aquel desgraciado Moctezuma, cómo pretendía que se marchase Cortés, -si le ofrecía el espectáculo de un imperio pasmoso con cuya conquista -ganaría más honra y lustre que todos los capitanes de España! ¡Cómo -presumía que los soldados se fuesen de Méjico otra vez a su patria, si -les anteponía la tentación de los regalos de oro!</p> - -<p>Los emisarios de Moctezuma traen a los españoles ricos presentes. Traen -sobre todo dos<span class="pagenum"><a name="page_83" id="page_83">{83}</a></span> planchas «tan grandes como ruedas de carro», una de oro -y otra de plata. Y repiten a los españoles «que se marchen del país...» -¡Cómo podían marcharse! ¡Qué corazón valiente se hubiera marchado! Van, -al contrario, adelante, y se meten en una aventura espantosa que les -acarreará batallas terribles, derrotas tristísimas, trabajos y -mortaldades sin ejemplo.</p> - -<p>La leyenda y superstición del oro hallaban de repente un sitio exacto en -la realidad, y los mismos ensueños podían ser alguna vez superados. Así -la tropa de Francisco Pizarro, cuando en Caxamalca se repartió el -rescate del Inca, se encontró toda ella rica, pero rica de veras, rica -en buenos lingotes de oro y de plata. Aquella distribución de botín es -el hecho militar más inaudito, más único de la Historia. Tiene de -particular que es un hecho confrontado, corroborado por los cronistas, -presidido por el general, anotado por los magistrados, con nota de los -nombres y cantidades.</p> - -<p>«De todo lo demás—dice Francisco de Je——, sacado el quinto real y los -derechos del<span class="pagenum"><a name="page_84" id="page_84">{84}</a></span> fundidor, repartió el gobernador entre todos los -conquistadores que lo ganaron, y cupieron a los de caballo a ocho mil y -ochocientos y ochenta pesos de oro y a trescientos y sesenta y dos -marcos de plata, y los de pie a cuatro mil y cuatrocientos y cuarenta -pesos de oro y a ciento y ochenta y un marcos de plata...» El dinero -valía entonces dos o tres veces más que hoy.</p> - -<p>¡Todos ricos, repentinamente ricos!... Aquella noticia debió de correr, -paulatinamente agrandándose, a través del continente y de las islas, por -España entera, por Europa. Y el nombre del Perú se hizo sinónimo de -riqueza. Y la enfermedad o el ensueño de América arraigó para siempre en -las imaginaciones europeas. Y de ese ensueño, de esa codicia de que se -impregnó el nombre de América, salieron las emigraciones que han hecho -próspero al Nuevo Mundo.</p> - -<p>Y cuenta en seguida el mismo Francisco de Jerez que «Muchas cosas había -que decir de los crecidos precios a que se han vendido todas las cosas, -y de lo poco en que era tenido<span class="pagenum"><a name="page_85" id="page_85">{85}</a></span> el oro y la plata. La cosa llegó a que -si uno debía a otro algo, le daba de un pedazo de oro a bulto, sin lo -pesar, y aunque le diese el doble de lo que le debía, no se le daba -nada, y de casa en casa andan los que debían, con un indio cargado de -oro, buscando a los acreedores...»</p> - -<p>Sí, seguramente; los pobres soldados no serían ricos mucho tiempo. -Siempre ha seguido el mercader al soldado, y siempre el mercader se alzó -con los gajes de toda empresa heroica.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_86" id="page_86">{86}</a></span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_87" id="page_87">{87}</a></span> </p> - -<h2><a name="CAPITULO_VIII" id="CAPITULO_VIII"></a>CAPÍTULO VIII<br /><br /> -<span class="sans">LAS RIQUEZAS</span></h2> - -<p class="nind"><span class="letra">L</span>OS embajadores de Venecia en España, en su misión de espionaje -comercial, todos comienzan lo mismo sus informes cuando descargan sus -pesquisas al Senado: de las Indias no se puede saber la verdad, no se -sabe de cierto nada...</p> - -<p>Una atmósfera de hipérbole, en efecto, envolvía al continente americano, -y para que los datos verosímiles faltaran todavía más, quería la suerte -que los navegantes, conquistadores y mercaderes desembarcasen en -Sevilla, con lo que el natural vuelo imaginativo de los andaluces -empeoraba aquel proceso de fantasías.</p> - -<p>Pero es innecesario recurrir a la imaginación andaluza. Toda Europa, en -aquel tiempo,<span class="pagenum"><a name="page_88" id="page_88">{88}</a></span> era propensa a la hipérbole, a la leyenda y a la -superstición. Y estando la sociedad tan preparada a las fugas -imaginativas, y en un momento histórico en que los libros de caballería -pasaban de mano en mano, he ahí que repentinamente realizaban unos -hombres de carne y hueso cuantas proezas y aventuras inventaron los -noveladores. Se abría, pues, a las mentes estupefactas de los europeos -aquel país inaudito, maravilloso, que rezumaba néctar de frutas -tropicales y que extendía generosamente montes de joyas y auténticas -maravillas de oro.</p> - -<p>En la Edad Media había padecido Europa una especie de rigor ascético, -impuesto primeramente por la disciplina cristiana, y luego, con más -motivo, por el aislamiento geográfico a que se condenó desde la caída -del Imperio de los Césares. Europa vivía de sus recursos, propios de los -climas fríos y templados; los frutos bellos y dulces, incitantes y -olorosos, todo lo que la zona tórrida tiene de rico, muelle y -lujuriante, estaba en poder de los infieles. Las vías de Oriente -hallábanse en manos<span class="pagenum"><a name="page_89" id="page_89">{89}</a></span> de los sarracenos, y las vías del mar oceánico -quedaban cercadas por el terror. En forma precaria y con un coste -fabuloso, el acceso a Oriente y a los frutos tropicales hacíase por -intermedio de las Repúblicas italianas, con lo que ciertas delicias -orientales solamente podían gustarlas los príncipes y los señores.</p> - -<p>Y ved ahí que repentinamente llegan a Europa las especies picantes, los -sabrosos frutos, las cosas más ricas y bellas... Los conquistadores -vuelven a España y se entretienen en la ponderación de unas tierras -donde sin esfuerzo nacen las plantas benéficas. Pronto corre entre el -vulgo, mixtificada con un poco de sorna, la quimera de Jauja, aquel país -de cielo radiante, aquella tierra sin lluvias, y no obstante frondosa; -aquel edén donde el oro salta a la mano y donde no es preciso trabajar -para ser feliz... Sin embargo, el paraíso de Jauja era cierto.</p> - -<p>Los que volvían de América hablaban de unas islas exhuberantes, -frondosas como canastillos de flores, circuídas por un mar de profundo -azul. Referían la variedad de los fru<span class="pagenum"><a name="page_90" id="page_90">{90}</a></span>tos nunca vistos: maíz, patata, -boniato, cazabe. Y después, ¡qué viciosa y divina tentación en aquella -existencia de prodigio! El azúcar manando de los alambiques; la -exquisita molicie del café; el tónico y excitante chocolate; la pasión -del tabaco, saboreado por primera vez en las veladas del campamento... -La coca, la pimienta, la vainilla, la canela, ¡todas las delicias -tórridas se les brindaban a los exploradores, y el último soldado se -transformaba en un opulento señor nada más que por la opción de tanta -molicie!</p> - -<p>Estos ricos frutos encantados producían a veces la misma sugestión que -el oro en los conquistadores. La busca de un árbol maravilloso daba -también lugar a aventuras caballerescas, en que se arriesgaban los -campeones por deshacer el encantamiento o esclavitud de un simple -arbusto.</p> - -<p>Así es como a los españoles del Perú llegó la noticia de un país remoto, -el <i>país de la canela</i>, que estaba más allá de las montañas y los ríos, -y que sin duda era preciso descubrir y conquistar. Y al señuelo de -aquella maravi<span class="pagenum"><a name="page_91" id="page_91">{91}</a></span>lla, Gonzalo Pizarro, hermano del conquistador, pidió -venia para desencantar al árbol de la canela, y reunió más de quinientos -compañeros, con los que partió de la ciudad de Quito hacia el Oriente.</p> - -<p>¡Qué de trabajos, guerras y peripecias soportaron aquellos héroes del -nuevo vellocino! Tribus hostiles, comarcas desiertas, serranías heladas -y pantanos tropicales; pero hallaron, efectivamente, el <i>país de la -canela</i>, y pudieron regocijarse ante el árbol prodigioso que -generosamente otorga el fruto excitante. Entonces fué cuando la -expedición, impulsada por el sabor de los prodigios, se lanzó en busca -de nuevas maravillas a través de las selvas espantosas. La fantasía y el -gusto de lo maravilloso los empujaba por aquellos parajes mortíferos e -imposibles de abarcar. Descienden por la ribera del Amazonas y se ven -constreñidos a armar un bergantín; hacen hornos de fundición y emplean -las herraduras de los caballos para hacer clavos; en lugar de estopa -usan el paño de sus mismos trajes harapientos; la brea la sustituyen con -el caucho. Y cuando el ber<span class="pagenum"><a name="page_92" id="page_92">{92}</a></span>gantín, llevando un buen grupo de gente, -navega por el Amazonas, su capitán, Orellana, se alza y revela, y -descendiendo hasta el mar toma la vuelta de España.</p> - -<p>Quedan Gonzalo Pizarro y sus compañeros abandonados en aquella -inmensidad. Deciden tornar a Quito. Las ropas ya no existen, los -caballos y los perros se los han comido, las espadas carecen de vaina y -están enmohecidas. Muchos de los hombres se arriman a un árbol y mueren -allí de inanición... Ya llegan por fin a la proximidad de Quito; ya han -enviado mensajeros a la ciudad.</p> - -<p>«Y así recibieron el socorro y comida en la tierra de Quito; besaron la -tierra, dando gracias a Dios que los había escapado de tan grandes -peligros y trabajos; y entraban con tanto deseo en los mantenimientos, -que fué necesario ponerles tasa, hasta que poco a poco fuesen habituando -los estómagos a tener qué digerir. Y Gonzalo Pizarro y sus capitanes, -viendo que en los caballos y ropas que les habían traído no había más -que para los capitanes, no quisieron mudar traje ni subir a<span class="pagenum"><a name="page_93" id="page_93">{93}</a></span> caballo, -<i>por guardar en todo igualdad, como buenos soldados</i>.» (Agustín de -Zárate, <i>Historia del Perú</i>.)</p> - -<p>Las expediciones no terminaban siempre con felicidad, seguramente. -Estaban los españoles propensos a la fantasía y a la locura, y una vez -era la tierra de la Florida la quimera que les llevaba al desastre, o el -sueño del <i>Dorado</i> ocasionaba exploraciones febriles y catastróficas por -territorios inaccesibles. La conquista del <i>país de la canela</i> ya hemos -visto cuán duros sufrimientos acarreó a los visionarios que salieron de -Quito. Pero el árbol prodigioso estaba al fin desencantado.</p> - -<p>En cuanto a las riquezas metálicas que ingresaban por Sevilla, los -embajadores venecianos tenían razón: no se sabía nada de verdad. Lo -cierto es que el oro, la plata y las perlas venían en flotas desiguales, -y para la modestia de aquellos tiempos debían ser preciosos gajes con -que el tesoro real se aliviara y los pueblos y provincias se -enriquecieran.</p> - -<p>Mr. Haebler investiga en el Archivo de Indias y deduce que en 1514 -entraron<span class="pagenum"><a name="page_94" id="page_94">{94}</a></span> 27.089.165 maravedises, o sean 199.185 pesetas. Esto ocurría -antes de lo de Méjico y Perú. En 1551, estando las minas en explotación, -entran 459.941.187 maravedises, que hacen 3.381.920 pesetas, las cuales, -trasferidas al valor actual de la moneda, serían 10.145.760 pesetas.</p> - -<p>En el año 1516 hay una cifra mínima para el Tesoro, correspondiente de -los impuestos y quintos reales: 13.148.222 maravedises. La cifra máxima -corresponde al año 1554, y es: 522.426.216 maravedises.</p> - -<p>Dentro de su zona de dudas, los embajadores venecianos ensayan algunos -cálculos, y el señor Nicolo Tiépolo asigna al Tesoro una renta de Indias -de 150.000 ducados anuales, en tanto que Mariano Cavalli, diez y nueve -años después (1551), hace subir la renta a 400.000 ducados.</p> - -<p>Francisco de Jerez, el cronista del Perú, nos proporcionará nuevos y -minuciosos datos. Cuenta este testigo cómo algunos compañeros de -Francisco Pizarro pudieron licenciarse y volver a España; el -conquistador les otorgó<span class="pagenum"><a name="page_95" id="page_95">{95}</a></span> permiso, y pronto las márgenes del Guadalquivir -comenzaron a recibir nuevas positivas de la fortuna del Perú.</p> - -<p>«Nuestro señor los trujo a Sevilla—dice Francisco de Jerez—, adonde -hasta ahora son venidas cuatro naos, las cuales trujeron la siguiente -cantidad de oro y plata.»</p> - -<p>En la primera nao venía su capitán Cristóbal de Mena con 8.000 pesos de -oro y 950 marcos de plata; venían también el clérigo Juan de Sosa, con -6.000 pesos de oro y 80 marcos de plata; además, otros pasajeros de esta -misma nave traían 38.946 pesos de oro. La segunda nao conducía a -Hernando Pizarro, hermano del conquistador; traía para el rey 153.000 -pesos de oro y 5.048 marcos de plata, y entre los pasajeros reunían -310.000 pesos de oro y 13.500 marcos de plata. En esta misma nave venían -para el rey muchas joyas y grandes figuras de oro y plata como ídolos, -vasijas, ornamentos.</p> - -<p>«Este tesoro fué descargado en el muelle y llevado a la casa de -contratación, las vasijas a cargas, y lo restante en veintisiete cajas, -que<span class="pagenum"><a name="page_96" id="page_96">{96}</a></span> un par de bueyes llevaban dos cajas en una carreta.»</p> - -<p>Las otras dos naos a que se refiere Jerez trajeron 146.518 pesos de oro -y 30.511 marcos de plata.</p> - -<p>¡Qué tentación para las almas aventureras, ver entrar estas naves -henchidas de oro, de gloria y de frutos desconocidos!...</p> - -<p>Pero estas naves que volvían eran necesarias para la obra de -civilización que los españoles se habían impuesto a la faz del mundo. -Cada nave en retorno, cada caja de oro que se descargaba en el muelle -servía de gancho, y ningún sargento inglés ha podido nunca usar mejores -arbitrios para la recluta de soldados como aquellas flotas índicas. Y -los reclutas marchaban. Iban los artesanos y los mercaderes, los -evangelistas y los educadores, los mozos de valiente ánimo, los -soldados; y entre todos, y bien rápidamente, consumaban la obra -gigantesca.</p> - -<p>En una relación de los buques que parten y tornan en la ruta de las -Indias, hallo para el año 1504 tres naves salidas... y ninguna<span class="pagenum"><a name="page_97" id="page_97">{97}</a></span> entrada. -Cuatro años más tarde salen de Sevilla 46 y entran 21. El año 1520 salen -71 y tornan 37. En 1549 hay una cifra respetable: 101 naves salidas y 75 -entradas. Hay siempre una desproporción bastante grave entre los barcos -que van y los que vuelven. ¡La obra de América no se ha realizado sin -enormes y desgarradores sacrificios!</p> - -<p>Entre las relaciones demasiado crudas de los ingresos, quintos y rentas -de oro, no faltan verdaderas notas galantes, sensibles y caballerescas, -como aquel inciso que dice: «Tres talegones de perlas enviadas a S. A.» -O aquel otro todavía más galante: «Seis onzas de pedrería que se -<i>compraron</i> para la reina...»</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_98" id="page_98">{98}</a></span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_99" id="page_99">{99}</a></span> </p> - -<h2><a name="CAPITULO_IX" id="CAPITULO_IX"></a>CAPÍTULO IX<br /><br /> -<span class="sans">EL VALOR</span></h2> - -<p class="nind"><span class="letra">E</span>L descubrimiento, conquista y colonización de América son el fruto del -genio español. Pero el genio por sí solo resulta insuficiente si la obra -exige una voluntad heroica, y la empresa de las Indias se hubiera, en -efecto, retardado o mal cumplido de no intervenir desde el primer -momento la ráfaga valerosa, el ímpetu y el valor español.</p> - -<p>Algunos historiadores, arrastrados por su sordidez objecionista, han -pretendido disminuir en lo posible la hazaña de América con capciosos -distingos. Una de estas objeciones consiste en suponer que los indios -americanos carecían de armas convenientes y de un valor militar -experimentado o bastante estratégico;<span class="pagenum"><a name="page_100" id="page_100">{100}</a></span> en cambio adjudican a los -españoles el poder y el enorme predominio del arte militar europeo: -cañones, arcabuces, caballos, imponentes baterías.</p> - -<p>Hay aquí una ficción que interesa desvanecer.</p> - -<p>Cuando el historiador desea disminuir una empresa, fácilmente halla -argumentos fiscales que pueden coaccionar la imaginación distraída de -los lectores. Y si el lector moderno no se previene contra la sugestión -de una falsa literatura, creerá, verdaderamente, que los <i>indios</i> han -sido siempre y en todos los países unos pobres salvajes indefensos, y -que la civilización europea ha poseído siempre y en todas las ocasiones -los mismos recursos de poder y fuerza que hoy admiramos. Por tanto, si -el lector no se previene y se deja seducir por la falacia de un hábil -historiador, pensará que los españoles de Cortés y de Pizarro acometían -a los indios con grandes y numerosos cañones de tiro rápido, con -nutridas descargas de fusilería y con fuertes escuadrones de húsares.</p> - -<p>En el siglo <small>XVI</small> existían, es verdad, grandes<span class="pagenum"><a name="page_101" id="page_101">{101}</a></span> y poderosos ejércitos, con -buenos parques de artillería y fuertes reservas. Pero después de tocar -sus trompetas y mandar decir pregones, Hernán Cortés pudo reunir un -ejército de <i>quinientos ocho soldados</i>; menos fortuna tuvo Francisco -Pizarro, el cual, de su viaje a Extremadura y de su recluta de Tierra -Firme, reunió para conquistar el Perú <i>ciento sesenta y cuatro</i> hombres -de guerra...</p> - -<p>También es cierto que en el siglo <small>XVI</small> había en Europa cañones y -mosquetes. Pero los conquistadores no pudieron contratar baterías, -regimientos de artilleros ni compactas compañías de fusileros, sin duda -porque en aquel tiempo costaban mucho tales artefactos y porque en -América no abundaban todavía los elementos de guerra. De modo que Hernán -Cortés sentíase muy alegre porque pudo reclutar <i>tres</i> artilleros (o -sean hombres que entendían de cosas de pólvora). Pizarro, siempre más -modesto, hubo de contentarse con <i>un</i> artillero, Candía el cretense. Y -cuando Cortés hizo el <i>alarde</i> de su tropa en la playa de Gozumel, halló -que poseía <i>cuatro</i> falconetes,<span class="pagenum"><a name="page_102" id="page_102">{102}</a></span> <i>trece</i> escopeteros y <i>treinta y dos</i> -ballesteros. Los falconetes eran pequeñas piezas de difícil y lento -manejo, que disparaban balas de piedra; las escopetas o mosquetes eran -de corto alcance y sus disparos no podían repetirse mucho ni -rápidamente. En cuanto a Pizarro, contó en su tropa <i>tres</i> escopeteros y -<i>veinte</i> ballesteros.</p> - -<p>Si existía, pues, de alguna parte superioridad en las armas arrojadizas, -no hay duda que los indios eran superiores; estaban habituados al manejo -del arco y de la flecha y presentábanse en las primeras algaradas como -verdaderas nubes de flecheros, cuyos tiros estrechaban y aturdían a los -españoles. Estos sufrían graves bajas de resultas de las flechas, contra -las cuales no bastaban siempre los cascos, las rodelas y las corazas -<i>acolchadas</i>, especie de almohadillado de algodón con el que se -protegían los cuerpos. Los españoles tenían que fiar el éxito a sus -armas blancas. Entonces sí, en la lucha cuerpo a cuerpo, en la pelea a -<i>manteniente</i>, ¡entonces, asistidos por su valor, adquirían superioridad -los españoles!<span class="pagenum"><a name="page_103" id="page_103">{103}</a></span></p> - -<p>Su táctica militar, su maniobra de pequeños escuadrones, su formación en -<i>haces</i>, la combinación calculada de los caballos, el envolvimiento, el -ataque a fondo del núcleo o frente enemigo; todo eso, que era -inteligencia europea y escuela militar civilizada, prestaba a los -conquistadores efectiva superioridad ante los indios. Y además, sobre -todo, poseían el ánimo, la energía, el brío, el ímpetu en el ataque, el -espíritu, el <i>valor</i>.</p> - -<p>Después que hayamos salvado la mentira de los cañones y de la fusilería, -un espíritu moderno se encontrará desconcertado, perplejo, porque -considerará los enormes núcleos militares que actualmente son precisos -para asaltar una trinchera, y no podrá comprender cómo un puñado de -hombres se aventuraban a tales conquistas y tales peleas.</p> - -<p>También en esto hay una ficción anacrónica. Nosotros conocemos el -soldado actual: buen ciudadano, generalmente sumiso a la orden que le -manda ir a la guerra, y, por lo regular, dotado de suficiente valor. -Nuestro soldado conoce el manejo de su fusil en un<span class="pagenum"><a name="page_104" id="page_104">{104}</a></span> grado prudencial; -dispara cien o mil cartuchos, en la inteligencia de que muchos días -habrá de consumir sus cartucheras perfectamente en vano. De cada veinte -soldados modernos, puede contarse apenas un tirador cuyos tiros posean -cierta consciencia o cierta probabilidad de eficacia. Compréndese, pues, -que las acciones actuales de guerra necesiten el concurso de cada vez -mayores <i>masas</i> de soldados; la deficiencia personal del individuo se -debe suplir con el número de los actuantes, y la inconsciencia o escasa -efectividad del tiro y del golpe ha de subsanarse con el empleo de -nutridas series de disparos. Hoy se <i>siembra</i> de millones de proyectiles -el campo, con la esperanza de poder derribar uno o varios combatientes; -mientras que el soldado antiguo, sobre todo el conquistador, ahorraba -tentativas y daba directo con su espada en el pecho enemigo.</p> - -<p>Hernán Cortés se percata pronto de las condiciones especiales de aquella -guerra contra los indios. Comprende que el interés de los españoles está -en rematar cuanto antes las<span class="pagenum"><a name="page_105" id="page_105">{105}</a></span> escaramuzas, por acometidas rápidas y -audaces, antes de que la masa contraria logre envolverlos y abrumarlos a -ellos como una nube densísima. No se trata allí de fuerzas semejantes, -en número y armas y esgrima; hay una diferencia monstruosa que es -necesario suplir con una táctica especial. Dice a sus soldados de -infantería que omitan los tajos y cuchilladas, y a sus caballeros -encarga que dirijan la lanza al rostro y renuncien a los botes. Llevando -la lanza baja, como en la esgrima europea se usara con el intento de -alzar del arzón al adversario, corríase el peligro de que los indios, -formados en montón compacto, prendieran la lanza con las manos y la -rompieran, como en efecto ocurrió en Tlascala. Eran un país y una guerra -diferentes, que los conquistadores necesitaron aprender a costa de -apuros. Así también el tajo y la cuchillada usábanse en los encuentros -europeos entre ejércitos iguales o proporcionados; la cuchillada no -compromete tanto al que la da, pues tiene la rodela para resguardarse; -los duelos duraban mucho tiempo, en pleno combate, y una heri<span class="pagenum"><a name="page_106" id="page_106">{106}</a></span>da somera -o la prisión daba fin a la pelea. Pero el español que caía en manos de -los indios, pronto iba a regar con su sangre los santuarios de los -ídolos repugnantes. Y era preciso romper aquellas masas de combatientes, -que avanzaban como olas... Tirarse a fondo, embestir de punta, arrostrar -la estocada directa, matar de un único golpe; esto lo imponían la -necesidad de aquella guerra diferente.</p> - -<p>El soldado antiguo se dedicaba a las armas como un profesional. No se -parecía al soldado recluta de hoy; era guerrero de oficio, y entraba en -el oficio por virtud de una selección. Esgrimista, acorazado, batido por -infinitas pruebas, aquel <i>hombre de armas</i> se apartaba en todo del -burgués o del simple ciudadano.</p> - -<p>Esta selección del hombre de armas antiguo, todavía se apuraba y -refinaba más entre los conquistadores. Quien no tuviera el brazo duro y -el ánimo templado, podía quedarse en las poblaciones tranquilas. El -clima, los trabajos y las batallas iban omitiendo a los débiles y -desanimados. Poco después de desembarcar<span class="pagenum"><a name="page_107" id="page_107">{107}</a></span> en Méjico, unos cuantos -soldados hubieron de perecer, «a causa, dice el capitán Bernal Díaz, del -calor y del peso de las armas, porque eran gentes jóvenes y delicadas». -No; los delicados no debían seguir. Y no era necesario destituirlos, -porque la misma naturaleza de la campaña los suprimía con los fatales -medios de la verdadera selección: la muerte.</p> - -<p>Francisco Pizarro exagera como nadie el método seleccionador. No -obstante lo exiguo de su tropa, a pesar del precio que en una aventura -como aquella tenía el hombre, el capitán quiere que sus soldados no sean -valores numéricos, sino positivas personalidades guerreras. Y antes de -aventurarse en los terrores andinos y en el enigma de Caxamalca, dice a -sus hombres que lo piensen bien... El que no se sienta bastante animado -tendrá benigna y honrosa licencia para tornarse a la costa. Esta última -selección no fué estéril; sin duda había en la mesnada algunos soldados -flojos. Cinco españoles de a caballo y cuatro de a pie aceptan la -invitación y retroceden a la ciudad de San Miguel. Entonces declara -Pizarro que, en<span class="pagenum"><a name="page_108" id="page_108">{108}</a></span> último caso, él marchará a conquistar el Perú con los -hombres que le queden, «pocos o muchos».</p> - -<p>Nosotros estamos habituados a la idea de multitud, mientras que en -algunas épocas ha disfrutado el hombre solo una consideración que -ciertamente nos extraña. El ejemplar del caudillo, del campeón, del -héroe, es un concepto para nosotros bastante vago y casi inverosímil. -Pero es verdad que en ciertos momentos el profesional de las armas ha -sido una persona temible, poderosísima y hasta invulnerable. El tipo de -Aquiles, de Rolando y del Cid no podemos achacarlo ligeramente a la -hipérbole de los pueblos o de los poetas; ha existido de veras y -lógicamente.</p> - -<p>Habituados nosotros a la ley democrática de la recluta, olvidamos que -otras veces la recluta era de índole aristocrática y alcanzaba sólo a -los aptos, a los mejores. Hoy todos tienen derecho al empleo del -soldado, siempre que dispongan de ciertas medidas o proporciones -físicas; la resistencia corporal, el ánimo y el valor, se les suponen, y -basta.<span class="pagenum"><a name="page_109" id="page_109">{109}</a></span></p> - -<p>En otros tiempos no podía ser soldado quien quisiera. El peso de las -armas era excesivo, y la esgrima obligaba a un largo aprendizaje. Hábil -en saberse cubrir con el escudo, diestro en la espada, blandiendo con -facilidad la pica y cubierto de oportunas defensas, aquel hombre de -guerra era ciertamente poderoso. Si entre todos sobresalía el soldado de -fuerte musculatura, de gran salud y de un brío imperativo, entonces no -parece difícil que el capitán, el héroe, arrostrase las mayores -empresas.</p> - -<p>En las tropas de los conquistadores resaltan numerosos estos ejemplares -de héroes. Los principales, como Hernán Cortés y Pizarro, absorben -nuestra atención demasiado; si miramos junto a ellos, veremos que -marchan a la gloria asistidos de muchos capitanes, que son, cada uno, -aptos para ultimar iguales empresas que las de los mismos caudillos a -quienes sirven.</p> - -<p>La fuerza, el ánimo resistente, el valor más sublime se muestra en -aquellos hombres y en aquellos encuentros, donde las hazañas homé<span class="pagenum"><a name="page_110" id="page_110">{110}</a></span>ricas -adquieren realidad. Parece que por último hallan evidencia las -enormidades de los libros de caballerías. Aquellas versiones -medioevales, en que un caballero solo defiende la puerta de una ciudad -contra un ejército entero, resultan, pues, veraces y comprensibles. No -diez, sino cien, cientos de indios pugnaban a veces contra cada español; -los soldados se fatigaban de herir, y no era tan horrible el peligro de -la pelea como el pensar en lo insuperable y monstruoso de aquella masa -inextinguible, entre cuyos recodos y senos no podían apenas maniobrar -los caballos ni jugar las escopetas. De esta especie de sofocamiento, -dentro de una masa tupida y pertinaz, padecieron mucho los soldados de -Cortés.</p> - -<p>Si los indios mostrábanse, en ocasiones, tímidos y medrosos, otras veces -peleaban fanatizados, con una obstinación furiosa, que no cedía hasta la -muerte. Algunos pueblos eran valerosos y muy aguerridos. Pronto, además, -adoptaron los sistemas defensivos de los españoles, aprendiendo a -cubrirse con petos de algodón acolchado, con rodelas, con yelmos.<span class="pagenum"><a name="page_111" id="page_111">{111}</a></span> Su -astucia y su aptitud para la doblez y el espionaje, con el veneno en que -untaban sus saetas, hacían que los conquistadores viviesen en constante -inquietud y soportaran heridas y trabajos penosísimos.</p> - -<p>Sólo unas almas de tan recio temple como aquéllas podían superar tales -contrariedades, que eran, en efecto, dignas de gigantes.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_112" id="page_112">{112}</a></span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_113" id="page_113">{113}</a></span> </p> - -<h2><a name="CAPITULO_X" id="CAPITULO_X"></a>CAPÍTULO X<br /><br /> -<span class="sans">EL CONQUISTADOR BRILLANTE</span></h2> - -<p class="nind"><span class="letra">E</span>N otro capítulo anterior hemos apuntado la gran ráfaga heroica que hizo -nacer América a la luz de la civilización europeocristiana, y cómo fué -posible la obra del Nuevo Mundo gracias a esa actividad heroica <i>a la -española</i>. Rápidamente brotaron del fondo español numerosos héroes -representativos, incontables evangelistas, soldados y pobladores, cuya -fisonomía moral nos ha de ser tan grato hacer resurgir. Comencemos por -el más famoso de estos héroes representativos, el <i>conquistador</i> típico: -Hernán Cortés.</p> - -<p>Los que regatean cualidades espirituales a nuestros conquistadores, -necesitan hacer una forzosa salvedad en la persona radiante y -ca<span class="pagenum"><a name="page_114" id="page_114">{114}</a></span>balleresca de este bizarro extremeño, que era un noble hidalgo de -buenas luces y de elevada educación, apto para las letras como para las -armas. No se trata, no, de un bandolero ni de un soldado ignorante; no -es el aventurero reclutado en los bajos fondos de la sociedad, ni el -tipo del pirata o el filibustero que bien pronto habían de arrojar sobre -el mar de las Antillas otras naciones del Centro y Norte de Europa.</p> - -<p>Dice Bernal Díaz del Castillo que nuestro héroe «era latino, y oí decir -que era bachiller en leyes, y cuando hablaba con letrados y hombres -latinos, respondía a lo que le decían en latín. Era algo poeta, hacía -coplas en metros y en prosa, y en lo que platicaba lo decía muy apacible -y con muy buena retórica...»</p> - -<p>Había nacido en la baja Extremadura, ese rico país de fecundas y grandes -heredades, donde los prósperos pueblos elevan sus muros sobre las -gruesas tierras que el olivo y las mies embellecen. Es un país hermoso, -apto para producir hombres de varonil señorío.<span class="pagenum"><a name="page_115" id="page_115">{115}</a></span> Hernán Cortés era un -señor, no porque naciera de ilustre y acaudalada familia, sino porque, -apenas modesto hidalgo, tenía naturaleza de señor. Y porque además el -hado misterioso lo señalara desde la cuna para las altas empresas -señoriales. En suma, porque quería siempre, porque aspiraba -fervorosamente a la vida de señor.</p> - -<p>Sus contemporáneos lo pintan como el hombre que posee la virtud señorial -y todo su intento se dirige a superarse, a mejorarse, a lograr el -supremo lustre del señorío. Pero no como un vulgar indiano o como un -rastacuero de nuestros días. «Los vestidos que se ponía eran según el -tiempo y usanza, cuenta Bernal Díaz, y no se le daba nada de no traer -muchas sedas ni damascos ni rasos, sino llanamente y muy pulido; ni -tampoco traía cadenas grandes de oro, salvo una cadenita de oro de prima -hechura, con un joyel con la imagen de Nuestra Señora la Virgen Santa -María, con su hijo precioso en los brazos... Y también traía en el dedo -un anillo muy rico con un diamante, y en la gorra, que<span class="pagenum"><a name="page_116" id="page_116">{116}</a></span> entonces se -usaba de terciopelo, traía una medalla; mas después, el tiempo andando, -siempre traía gorra de paño sin medalla.»</p> - -<p>Vemos aquí al hombre de instintos aristocráticos que gusta de portar una -cadenita de oro, un joyel devoto; cosas de lujo integral, pulidas y -estimadas, que toda naturaleza noble prefiere para su regocijo personal -y no para la ostentación. Hernán Cortés vivía en el siglo del -Renacimiento, cuando Italia sugería al mundo el amor del boato y de las -fastuosas preseas, pero no podía renunciar al sentido español de la -altiva modestia, y de uno como masculino y católico (estoico) rubor ante -el demasiado engalanamiento.</p> - -<p>En cambio aceptaba a veces como una necesidad la ostentación, por lo -mismo que ayudaba a su política. Quería encumbrarse, y bien conocía la -condición humana que tanto se deja deslumbrar por el brillo, y que a -veces toma lo externo del brillo por lo esencial del señorío. Para -conseguir su éxito de gran señor, y sin duda como maña de político, -Hernán Cortés sabe en ocasiones admirar a su<span class="pagenum"><a name="page_117" id="page_117">{117}</a></span> gente con dádivas, con -ostentaciones y con prestancias lujosas.</p> - -<p>«Deleitábase de tener mucha casa y familia, mucha plata de servicio y de -respeto. Tratábase muy de señor, y con tanta gravedad y cordura, que no -daba pesadumbre ni parecía nuevo.» Esto dice López de Gomara. Y Bernal -Díaz del Castillo corrobora y agrega: «Servíase ricamente, como un gran -señor, con dos maestresalas y mayordomos y muchos pajes, y todo el -servicio de su casa muy cumplido, e grandes vajillas de plata y de oro.»</p> - -<p>En cuanto a sus apetitos, véanse cuan simples, hidalguescos, militares, -eran: «Comía a medio día bien y bebía una buena taza de vino aguado, que -cabría un cuartillo, y también cenaba, y no era nada regalado ni se le -daba nada por comer manjares delicados ni costosos, salvo cuando veía -que había necesidad que se gastase o los hubiese menester.»</p> - -<p>Ahora bien; ¿es posible que un hombre grosero, bestial y bajo, un -verdadero animal de presa, pueda intentar la larga faena ímproba y -terrible, que dura muchos años, la he<span class="pagenum"><a name="page_118" id="page_118">{118}</a></span>roica y trabajosa empresa de -conquistar un imperio? Un capitán de piratas, del tipo de Drake, puede -arrastrar a su gente a campañas veloces en que el botín es palpable y la -presa se abandona; que no hay que poblar y evangelizar, sino desbalijar -y marcharse.</p> - -<p>Un jefe de filibusteros tiene su guarida en una ensenada tropical, y -sólo se cuida de caer a tiempo sobre la flota o sobre la ciudad -desprevenidas. Un capitán como Cortés está mucho más embarazado por -graves deberes y responsabilidades. Tiene que conquistar, poblar y ceder -las tierras a los magistrados del rey, a los monjes y a los -catedráticos. No puede portarse como un simple aventurero. Necesita ser -tan <i>político</i> como soldado, y ensayar las artes de la simpatía que -poseen un Alejandro y un César, junto con la fuerza imperativa y -subyugadora de su temple moral.</p> - -<p>Hernán Cortés era simpático de suyo; pero cuidaba de mejorar esta -simpatía para favorecer su misión providencial. Sus biógrafos nos lo -retratan bello de cuerpo y gallardo de apostura.<span class="pagenum"><a name="page_119" id="page_119">{119}</a></span></p> - -<p>«Fué de buena estatura y cuerpo y bien proporcionado y membrudo... los -ojos en el mirar amorosos, y por otras graves... y tenía el pecho alto y -la espalda de buena manera, y era cenceño y de poca barriga y algo -estevado, y las piernas y muslos bien sacados, y era buen jinete y -diestro de todas armas, así a pie como a caballo, y sabía muy bien -menearlas, y sobre todo, corazón y ánimo, que es lo que hace al caso... -En todo lo que mostraba, así en su presencia y meneo como en pláticas y -conversación, y en comer y en el vestir, en todo daba señales de gran -señor.»</p> - -<p>A esta pintura de Bernal Díaz del Castillo podemos agregar los rasgos -siguientes de López Gomara:</p> - -<p>«Era Fernando Cortés de buena estatura, rehecho y de gran pecho; el -color ceniciento, la barba clara, el cabello largo. Tenía gran fuerza, -mucho ánimo, destreza en las armas... Fué muy dado a mujeres, y dióse -siempre. Lo mesmo hizo al juego, y jugaba a los dados a maravilla, bien -alegremente... Gastaba liberalísimamente en la guerra, en mujeres, por<span class="pagenum"><a name="page_120" id="page_120">{120}</a></span> -amigos y en antojos, mostrando escaseza en algunas cosas; por donde le -llamaban de avenida. Vestía más polido que rico, y así era hombre -limpísimo... Era devoto, rezador... grandísimo limosnero... Daba cada un -año mil ducados por Dios de ordinario; y algunas veces tomó a cambio -dineros para limosnas...»</p> - -<p>Anotemos ahora algunas particularidades de su carácter; nos las dirá -Bernal Díaz, aquel soldado que acompañó a nuestro héroe en sus grandes -trabajos y peligros. Véase cuánta fuerza de contención hay en el héroe y -cómo sabe reprimir sus impulsos, disimular, transigir, puesto que -considera el fondo inconsciente que habita en el alma tempestuosa de los -soldados, y sabe que el héroe ha de estar cuidando y labrando su obra -todos los minutos, en todos los incidentes.</p> - -<p>«Cuando juraba, decía: «En mi conciencia»; y cuando se enojaba con algún -soldado de los nuestros, sus amigos, le decía: «¡Oh, mal pese a vos!» Y -cuando estaba muy enojado <i>se le hinchaba una</i> vena de la garganta y -otra de la frente, y aún algunas veces, de muy enoja<span class="pagenum"><a name="page_121" id="page_121">{121}</a></span>do, <i>arrojaba una -manta</i>, y no decía palabra fea ni injuriosa a ningún capitán ni soldado; -y <i>era muy sufrido</i>, porque soldados hubo muy desconsiderados que decían -palabras muy descomedidas, y no les respondía cosa muy sobrada ni mala; -y aunque había materia para ello, lo más que les decía era: «Callad, o -iros con Dios, y de aquí adelante tened más miramiento en lo que -dijéredes, porque os costará caro por ello, e os haré castigar.»</p> - -<p>Hernán Cortés es un hombre del Renacimiento. Posee las cualidades de su -época, y algo que estaba entonces en la atmósfera se le ha traspasado a -él; un poco de Maquiavelo y de Borgia, en lo que estos hombres tenían de -políticos, y no en su fría, en su italiana amoralidad frente al crimen.</p> - -<p>Es astuto; tiene el arte de la seducción oportuna; sabe encubrir sus -intenciones y desorientar a los enemigos y a los traidores; muestra una -fina inteligencia y un tacto para ceder o para esgrimir su autoridad, y -es siempre el hombre de mando, el capitán, el conductor, que no pierde -nunca la inestimable<span class="pagenum"><a name="page_122" id="page_122">{122}</a></span> serenidad. Cuando hace falta sabe dirigirse al fin -sacrificando los medios.</p> - -<p>Trabaja como un cauto militar, porque en la alta milicia debe presidir -la sutil cautela. Usa la mentira oportuna y conoce el arte de -desconcertar. Por ejemplo, en sus tratos con el cacique de Cempoalla se -decide a prender a los recaudadores, les hace ver el poderío de sus -armas y luego les deja escapar, para que lo cuenten al emperador -Moctezuma. Mete insidias entre las tribus, alienta las rivalidades de -los caciques, «divide para vencer». En efecto, sin astucia de político y -sólo con el arrojo del soldado hubiera sido imposible dominar tan grande -y populoso imperio.</p> - -<p>Pero este hombre del Renacimiento, contemporáneo de Maquiavelo, pierde -en ocasiones su ecuanimidad y recobra su naturaleza sincera de león -hispano. Es cuando, como dice Bernal Díaz, «se le hincha la vena de la -garganta y otra de la frente». El contumaz y valiente general -Xicoteucatl manda sus emisarios a Cortés, éste los recibe confiado, y -luego se descubre que son espías... Entonces tiene<span class="pagenum"><a name="page_123" id="page_123">{123}</a></span> el héroe un impulso -de espontánea indignación, y «les mandé tornar a todos cincuenta y -cortarles la mano, y los envié que dijesen a su señor, que de noche y de -día, y cada y cuando él viniese, <i>verían quién éramos</i>».</p> - -<p>El héroe no puede sofocar por completo su naturaleza de soldado, y hay -un momento en que echaría a rodar toda su obra difícil por un puntillo -de honor ultrajado o ante una osada ofensa. Tampoco puede el héroe -reprimir sus sentimientos religiosos o de humanidad en todos los -instantes; hay horas críticas en que lo subsconsciente y profundo nos -hace traición y todas nuestras prolijas artes de política quedan -inútiles frente a los impulsos de nuestro ser integral.</p> - -<p>Así en Cempoalla, cuando más astucia y paciencia necesitaban -desarrollar, Hernán Cortés no se pudo contener viendo el templo «negro -de sangre», donde concluían de consumarse los sacrificios humanos y el -canibalismo ritual ante unos ídolos monstruosos. Los españoles estaban -hechos a matar en la guerra; no se avenían, sin embargo, a aceptar<span class="pagenum"><a name="page_124" id="page_124">{124}</a></span> -aquellas sacrílegas y cruelísimas barbaridades. Atropellaron, pues, por -todo, y subieron a la cumbre del templo a derribar los sanguinarios y -ensangrentados ídolos... Estos impulsos disculpan todos los yerros que -pudieron cometer. Su fe, su pudor, su humanitarismo, eran más fuertes -que su interés político. Se aventuraban a perderlo todo antes que -sancionar aquel crimen salvaje. Y aquí el hombre del Renacimiento a la -italiana vuelve a integrarse en su naturaleza de español sincero. Es Don -Quijote que está allí, entre los soldados...</p> - -<p>¡Ah!, mientras leemos los pormenores y preparativos de una <i>expedición a -lo ignorado</i>, ¡cómo se remueven los posos de nuestro temperamento -imaginativo y aventurero! Sentimos la seguridad de que nuestra vida ha -fracasado desde su origen sólo por no haber nacido cuatro siglos antes; -¡porque nosotros nos hemos retardado en nacer, porque nosotros -hubiéramos marchado a las Indias, y de allí nos hubiéramos alistado en -una de aquellas expediciones conquistadoras!... ¡Enérgica ráfaga de -ambición, entusiasta alegría de ir a las tierras<span class="pagenum"><a name="page_125" id="page_125">{125}</a></span> ignoradas! ¡Promesas -de oro y de gloria, países extraños e inauditos que aparecen de pronto a -la mirada, bosques y llanuras misteriosos, gentes y hábitos distintos, -paisajes y civilizaciones increíbles!...</p> - -<p>Todo esto prometía Hernán Cortés a los españoles de Cuba. Su don de -simpatía y de seducción personal, entonces es cuando necesitaba -esforzarse. Y el héroe, que al fin conoce que le ha tocado la Fortuna -con su dedo, ¡cómo tiembla, de emoción por la suerte, del miedo del -malogro y de comprender que está señalado para realizar una imperecedera -hazaña!</p> - -<p>«Pues como ya fué elegido Hernán Cortés por general de la armada, dice -Bernal Díaz, comenzó a buscar todo género de armas, así escopetas como -pólvora y ballestas, e todos cuantos pertrechos de guerra pudo haber y -buscar... En demás desto, se comenzó de polir e abellidar en su persona -mucho más que de antes, e se puso un penacho de plumas con su medalla de -oro, que le parecía muy bien. Pues para hacer aquestos gastos que he -dicho<span class="pagenum"><a name="page_126" id="page_126">{126}</a></span> no tenía de qué, porque en aquella ocasión estaba muy adeudado y -pobre... Y como ciertos mercaderes amigos suyos que se decían Jaime Tría -o Jerónimo Tría y un Pedro de Jerez, le vieron con capitanía y -prosperado, le prestaron cuatro mil pesos de oro... y luego hizo hacer -unas lanzadas de oro, que puso en una ropa de terciopelo, y mandó hacer -estandartes y banderas labradas de oro con las armas reales y una cruz -de cada parte, juntamente con las armas de nuestro rey y señor, con un -letrero en latín, que decía: <i>Hermanos, sigamos la señal de la santa -cruz con fe verdadera, que con ella venceremos</i>; y luego mandó dar -pregones y tocar sus atambores y trompetas en nombre de su majestad...»</p> - -<p>«Pues como se supo esta nueva en toda la isla de Cuba, y también Cortés -escribió a todas villas a sus amigos que se aparejasen para ir con él a -aquel viaje, unos vendían sus haciendas para buscar armas y caballos, -otros comenzaban a salar tocino para matalotaje, y se colchaban las -armas... De manera que nos juntamos en Santiago de Cuba, donde sali<span class="pagenum"><a name="page_127" id="page_127">{127}</a></span>mos -con el armada, más de trescientos soldados.»</p> - -<p>«E así como desembarcamos en el puerto de la villa de la Trinidad, y -salidos en tierra... y llevaron a Cortés a aposentar entre los vecinos, -porque había en aquella villa poblados muy buenos hidalgos... De aquesta -villa salieron hidalgos para ir con nosotros... Alonso Hernando -Portocarrero no tenía caballo ni aun de qué comprallo; Cortés le compró -una yegua rucia y dió por ella unas lazadas de oro...»</p> - -<p>«Y en aquel instante vino un navío de la Habana a aquel puerto de la -Trinidad, que traía un Juan Sedeño, cargado de pan cazabe y tocinos, que -iba a vender a unas minas de oro cerca de Santiago de Cuba; y como saltó -en tierra el Juan Sedeño fué a besar las manos a Cortés, y después de -muchas pláticas que tuvieron, le compró el navío y tocinos y cazabe -fiados, <i>y se fué el Juan Sedeños con nosotros</i>. Ya teníamos once navíos -y todo se nos hacía prósperamente, gracias a Dios por ello...»</p> - -<p>«Y como Cortés lo supo, habló secretamen<span class="pagenum"><a name="page_128" id="page_128">{128}</a></span>te al Ordás y a todos aquellos -soldados y vecinos de la Trinidad... y tales palabras y ofertas les -dijo, que los trujo a su servicio.»</p> - -<p>«Y el un mozo de espuelas de los que traían las cartas y recados, se fué -con nosotros...»</p> - -<p>«Y también atrujo y convocó a los herreros que se fuesen con nosotros, y -así lo hicieron...»</p> - -<p>He aquí el tipo del conquistador. Brillante, alegre, persuasivo, todos -le siguen, todos caen bajo el arrebato de su seducción. Es joven, -hermoso, fuerte, arrojado; sabe conquistar los corazones y prende con -sus artes de persuasión y simpatía a todos los que encuentra. Arrastra -todos los elementos útiles, desde el hidalgo valiente hasta el mercader -sedeño, los mozos de espuela y los herreros. Y hace tan fina maniobra -frente al sórdido gobernador Diego Velázquez, que materialmente se -escurre de sus manos, huye a la mar y queda libre de acometer por sí la -hazaña.</p> - -<p>Esta hazaña consistía en conquistar y dominar un imperio más grande que -España, po<span class="pagenum"><a name="page_129" id="page_129">{129}</a></span>blado por tribus guerreras, organizado en nación y provisto -de grandes elementos de resistencia. Para conseguir esta empresa, Cortés -poseía lo siguiente:</p> - -<p>«Mandó Cortés hacer alarde para ver qué tantos soldados llevaba, e halló -por su cuenta que éramos <i>quinientos y ocho</i>, sin maestres y pilotos e -marineros, que serían ciento y nueve, y <i>diez y seis caballos</i> e -yeguas... e once navíos grandes y pequeños... y eran <i>treinta y dos -ballesteros</i> y <i>trece escopeteros</i>, e tiros de bronce e <i>cuatro -falconetes</i>...»</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_130" id="page_130">{130}</a></span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_131" id="page_131">{131}</a></span> </p> - -<h2><a name="CAPITULO_XI" id="CAPITULO_XI"></a>CAPÍTULO XI<br /><br /> -<span class="sans">FRANCISCO PIZARRO</span></h2> - -<h3>I</h3> - -<p class="nind"><span class="letra">H</span>AY en este conquistador algo como una tristeza inefable, que nos -estimula a interesarnos por él y admirarlo más íntimamente.</p> - -<p>Es la tristeza del hombre mal nacido, mal criado y peor aventurado, el -cual aspira a la grandeza con un anhelo de vindicarse y ennoblecerse, ¡y -llega a poseer la fortuna y la gloria demasiado tarde! Y cuando lo -consigue todo, muere en forma miserable, obscuramente, a manos de los -asesinos.</p> - -<p>Otros aventureros habían logrado el triunfo en poco tiempo, de un golpe -afortunado; Pi<span class="pagenum"><a name="page_132" id="page_132">{132}</a></span>zarro necesita perder su juventud en modestas -heroicidades y labrar su éxito a fuerza de obstinación. La fortuna le -escatima sus mercedes y no le entrega nada de regalo; es el héroe quien -debe sojuzgar a la fortuna por el imperio de su voluntad de acero.</p> - -<p>Nada le han dado; todo necesita adquirirlo. Carece del linaje y de la -cultura de Hernán Cortés; le falta acaso viveza imaginativa y cierta -simpatía avasalladora; pierde pronto sus galas juveniles, su risa y -desenvoltura, en los primeros y rudos trabajos de reivindicación -personal; y cuando, poco a poco, ha hecho respetable su nombre y posee -en Panamá alguna hacienda, Pizarro es viejo, grave, sobrio de palabras y -está exento de atractiva y brillante fogosidad. Entonces, en un último -esfuerzo de voluntad, el conquistador exige salir del anónimo, asalta a -la Fortuna, insiste y marcha derecho contra el imperio de los Incas.</p> - -<p>Hay en Francisco Pizarro esa grave y vaga tristeza que trasciende de la -tierra de Extremadura. Es un ejemplar representativo del país de -Trujillo y de Cáceres, austera y bella<span class="pagenum"><a name="page_133" id="page_133">{133}</a></span> comarca en que la luz de un -cielo ancho y limpio consigue apenas paliar el tono adusto, estoico y -noble de las ciudades y de las gentes. Con sus torres cuadradas y sus -incontables casas abolengas, Cáceres es un nido de hidalgos, puesto -sobre la colina amurallada, dormido en ensueños de lejanía. Rodeado de -encinares y extensos campos de labor, Trujillo se encarama igualmente a -su colina almenada y tiene, para soñar lejanos sueños, el espectáculo de -la tierra infinita. El nervio montuoso de la sierra atraviesa la -comarca, y es aquéllo como un lenitivo de dulzura, con sus valles y -encañadas donde el viajero descubre repentinamente pueblos idílicos, -huertos amables, frondosidad y alegría de campo ingenuo. De este -territorio mixto, formado con llanuras religiosas y bucólicos valles, -con ciudades guerreras y cándidos montañeses, sacó Francisco Pizarro la -mayor cantidad de sus compañeros.</p> - -<p>Los que se obstinaron en roer y mezquinar la obra de España en América, -necesitaban un hombre a quien acusar de barbarie y en el<span class="pagenum"><a name="page_134" id="page_134">{134}</a></span> cual reunir -todas las características del aventurero ignorante, inhumano y cruel. -Este hombre tipo, esta fiera brutal y carnívora era Pizarro. Y ha sido, -en efecto, Francisco Pizarro la víctima propiciatoria que hubo de -representar el salvajismo de la conquista española.</p> - -<p>Al contrario, este héroe extremeño representa uno de los lados más -salientes y gloriosos del carácter español. Si España a causa de su -latitud geográfica no puede eximirse de ciertas peculiaridades del -meridionalismo, como son la impulsividad, el repentinismo y la ligereza -improvisadora, no hay duda que pesan más en su carácter las otras -cualidades de obstinación, de insistencia en el propósito, de una como -perezosa terquedad. Lo comprueban la lucha secular contra los moros, el -empeño de imponer el catolicismo en Europa, la colonización de América, -la campaña contra Napoleón, la insistencia de sus guerras civiles, sin -contar la absurda y heroica resistencia de sus sitios, universalmente -famosos: Numancia, Zaragoza, Gerona.</p> - -<p>Francisco Pizarro era hijo bastardo de un<span class="pagenum"><a name="page_135" id="page_135">{135}</a></span> capitán. Se ha dicho que en -su niñez hacía el oficio de pastor; menos aún, se dice que era porquero. -En la tierra de Trujillo abunda mucho la crianza de puercos, y el -cuidarlos o pastorearlos no parece que significase allí nunca un -desdoro. El cerdo ha sido en Extremadura un blasón heráldico bastante -frecuente, y en el mismo escudo originario de los Pizarros se ve, -efectivamente, una encina entre dos cerdos rampantes.</p> - -<p>Cuidando puercos, descalzo de pie y pierna, el futuro conquistador del -Perú bulliría por las cuestas y plazas de su ciudad, ni más ni menos que -la generalidad de los chicos extremeños; esos chicos robustos, sanos, -honrados, con su color de manzana y sus hermosas facciones, que hoy -mismo ofrecen al viajero tan fuertes y ecuánimes ejemplares de -humanidad. No sabía escribir. Conocería, acaso, el manejo de las armas, -según la costumbre de la época. Era obscuro, inhábil, pobre. Si tenía el -brazo musculoso y la sangre caliente, cuando menos no se le conocía por -pendenciero, procaz, ni galanteador. Su juventud carece de<span class="pagenum"><a name="page_136" id="page_136">{136}</a></span> anécdotas. -No se anuncia en él a un futuro bandolero; no mata ni hiere a nadie. -Probablemente era un mozo esforzado y ardido; bueno, sincero, noble. La -ráfaga que volaba hacia las Indias le arrastró a él, como a tantos -otros, y allá se fué con la espada al cinto.</p> - -<p>Curioso es advertir cómo en una nacionalidad se presentan frecuentes -casos de paralelismo entre personas distintas y derroteros contrarios. -Recorriendo la vida de Pizarro no podemos alejar la memoria de -Cervantes. He ahí dos hombres de principios infortunados, de vida -trabajosa, de heroicidades infructuosas, de un desgaste de la vida sin -brillo y sin pasmosa fortuna. Dos hombres que insisten en perseguir el -éxito y sólo consiguen lograrlo en la vejez.</p> - -<p>Lo cierto es que Francisco Pizarro, puesto que no era un hombre -insignificante, pudo ganar ciertos méritos y algunas haciendas en largos -años de guerras y expediciones; se halló en múltiples campañas, sufrió -hambres y luchas en Tierra Firme y era uno de los pobladores heroicos de -Panamá. Pero como él,<span class="pagenum"><a name="page_137" id="page_137">{137}</a></span> y con mayores éxitos que él, había numerosos -españoles en las islas y en el continente. Y en esta maleza de las mil -tentativas sin brillo, en este trabajar cuotidiano y soso, se le pasó lo -mejor de la vida. Era, pues, el tipo del héroe que nada debe al -nacimiento, a la falacia, ni a la fortuna. Todo se lo amasó y fabricó -por sí mismo. Por eso hay en él aquella vaga tristeza de que hablábamos -al principio. Porque, en efecto, el triunfo y la gloria son deseables -cuando se presentan en plena juventud o cuando vienen a caballo sobre el -azar y en forma de lotería; el éxito que hemos trabajado con sangre y -con el horror de la larga espera, puede enorgullecernos mucho, pero nos -defrauda a la vez por el dejo de la melancolía. Demasiado tarde quiere -decir: sentimiento de la ingratitud transcendental ante el desvío o -parsimonia de la fortuna.</p> - -<p>Pero aquel héroe retardado no desesperaba del porvenir. No era el -<i>exitista</i> impetuoso y audaz que se adelanta y que atropella por todo, -que exige imperativa y descaradamente; tenía más bien una invencible -timidez de hom<span class="pagenum"><a name="page_138" id="page_138">{138}</a></span>bre humilde y nada brillante. Entonces, entrando ya en la -vejez, las primeras noticias del Perú fastuoso llegaron a Panamá. Se -hablaba de un país grande y rico, que estaba hacia el lado del Sur, por -la mar adelante. Y Francisco Pizarro decidió emprender la inaudita -heroicidad.</p> - -<p>Puso en la obra todo su dinero, su prestigio honrado, su experiencia y -su fe. De qué naturaleza era su fe y su obstinación nos lo han de decir -los fracasos, los peligros y las aventuras que soportará el héroe antes -de que vea cumplida su hazaña.</p> - -<p>La escena de la isla del Gallo se nos presenta como única en la -Historia; tiene, por otra parte, un raro carácter de lección -psicológica, fuertemente humana y novelesca. Es el instante en que la -vida toda de un hombre se derrumba sin remedio y no queda de pie más que -aquello que la voluntad osa sostener. La expedición había fracasado; -heridos y hambrientos, los soldados rehuyen seguir la campaña; ni -imperios fabulosos, ni riquezas y triunfos aparecen por ninguna parte... -Es hora<span class="pagenum"><a name="page_139" id="page_139">{139}</a></span> de volverse a Panamá. ¡Ah! Los soldados jóvenes e indigentes -pueden tornar sin pena, a la espera de una ocasión más propicia; pero -Pizarro, ¿qué puede esperar en volviendo? Su hacienda está comprometida, -perdida; su renombre también está comprometido; es viejo ya para rehacer -dinero y prestigio. Y en lo hondo de su alma hay un grito veraz que le -dice que el Perú aguarda al hombre osado, al hombre de fe.</p> - -<p>Cuando entonces desnuda la espada, casi loco de ira y de iluminación -transcendental; cuando, en ese gesto decisivo de los valientes y los -matones, traza en la arena de la playa una línea violenta y vibrante; -cuando exclama, en fin: «¡Ea, caballeros, por aquí se va a Panamá a ser -pobres, por aquí al Perú a ser ricos y venturosos; quien me quiera bien, -que me siga!...» Entonces es cuando el primer capítulo de una -emocionante y no igualada novela da comienzo.</p> - -<p>El héroe ha saltado la raya; su trémula y violenta mano blande todavía -la espada. Once compañeros pasan la raya y firman su cédula<span class="pagenum"><a name="page_140" id="page_140">{140}</a></span> para la -posteridad. Y mientras los demás se tornan, los aventureros pueden -llamarse efectivamente <i>aventureros</i>. Se han quedado solos, -desamparados, constreñidos a comer moluscos, locos Robinsones de un -naufragio voluntario, ilusos ambiciosos de un ideal lejano, presentido, -inconstante.</p> - -<p>Nosotros, los modernos, habituados a la rapidez de las distancias, las -obras y los fenómenos, ponemos nuestra femenina nerviosidad en todos los -casos, y concluímos por inferirle a la vida un daño de disminución. -Nuestra vida, de tanto multiplicarse y precipitarse los acontecimientos, -concluye por carecer de magnitud y hasta de espacio. Un viaje de varios -días no acertamos siquiera a concebirlo; una obra lenta nos irrita.</p> - -<p>Pizarro y sus compañeros carecían sin duda de nuestra nerviosidad. -Ellos, como hijos de otro tiempo, concebían la vida bien distintamente. -La vida era un trozo de eternidad, he ahí todo... Por lo tanto, cada -hora tenía un valor correspondiente a la dimensión de la eternidad, y -debiéndose realizar las obras<span class="pagenum"><a name="page_141" id="page_141">{141}</a></span> para siempre, para eternamente, el plazo -de la vida importaba poco; la vida es bastante larga si se sabe -emplearla bien. Aquellos hombres confiaban en el tiempo largo; sabían -esperar. Esperaron y vencieron.</p> - -<p>Pero nuestro ánimo moderno se intimida cuando recordamos que Francisco -Pizarro, para poder descubrir la maravilla de Túmbez, aquella puerta -marítima del remoto Perú, estuvo navegando y combatiendo por espacio de -tres años...</p> - -<p>Bien; la puerta ha sido vista y también dominada. Ahora necesitamos -seguir al héroe hasta la entraña del Perú.<span class="pagenum"><a name="page_142" id="page_142">{142}</a></span></p> - -<h3>II</h3> - -<p>A la vista de la ciudad de Túmbez, después de tres años angustiosos y -zozobrantes, el alma taciturna de Francisco Pizarro debió de abrirse -como una flor reconcentrada, densa y tardía. Su vida, obscura hasta -entonces, tomaba una orientación inexorable y una claridad de gloria -universal. Si hay en nosotros momentos de rara y como mística -clarividencia, en que el sentido del porvenir se nos revela lúcida y -repentinamente, ese instante religioso fué para Pizarro aquél en que -viera, por último, las casas, el puerto, los indios, la semicivilización -de Túmbez.</p> - -<p>Vió, sin duda, toda la grandeza del imperio, que estaba por conquistar -todavía, pero cuya existencia se palpaba y ya era suficiente. Sus tres -años de fatigas y miserias tenían, pues, una correspondiente -compensación. Las noticias y<span class="pagenum"><a name="page_143" id="page_143">{143}</a></span> versiones del Perú, vagas y dudosas hasta -aquel momento augural, quedaban finalmente confirmadas. Y puesto que él -existía, Pizarro estimó que el Perú era suyo... En efecto, a través de -los relatos incompletos de los cronistas, nosotros ahora podemos llenar -las fallas y lagunas psicológicas; y tal como en el episodio de la isla -del Gallo, cuando el héroe desnuda la espada, traza una línea en la -arena y convida a los valientes que la traspasen, hay también ahora, -delante de la populosa ciudad de Túmbez, una conmoción transcendental en -la vida del héroe.</p> - -<p>Con un poco esfuerzo imaginativo podemos contemplar a Pizarro, mudo de -asombro y trémulo de alegría, fijos sus ojos en la maravilla de la -ciudad descubierta. Su habitual gravedad se hacía mayor entonces. -Callado, taciturno, encorvado por la religiosidad de la hora su hercúleo -y alto cuerpo, Pizarro asistía a la asunción de un vasto país, y, por -tanto, al principio de un episodio fundamental para el mundo. El mundo, -y primeramente el poderío de España, agrandábase súbitamente con la<span class="pagenum"><a name="page_144" id="page_144">{144}</a></span> -aportación de aquel nuevo imperio. ¡Y era él, Francisco Pizarro, quien -debería ganar y poseer la rica y misteriosa tierra!... Estos momentos -augurales, en que aparecía de súbito la fruta de un imperio brillante a -los ojos del explorador, y en que el hombre saltaba de un brinco a lomos -de la galopante Fortuna, verdaderamente fué entonces y en América cuando -tuvieron su mejor realidad.</p> - -<p>La aparición de Túmbez define la vida de Pizarro, la orienta para -siempre, la transforma sin remedio. El carácter ha cambiado también. -Desde aquel instante se introduce en el ánimo del héroe una especie de -angustia entusiasta; se llena, se hincha de una impaciente ambición; -tiene miedo de perder la dicha que pasa a su lado. Y el hombre obscuro y -ecuánime que había sido, he ahí que se emborracha al anuncio de la -gloria.</p> - -<p>Manda dar la vuelta al Panamá, y apenas cumple el gusto y el deber de -abrazar a sus asociados y amigos, rescata el dinero que su penuria le -consiente y corre a presentarse en España.<span class="pagenum"><a name="page_145" id="page_145">{145}</a></span></p> - -<p>Las cosas han variado del todo. El obscuro soldado se penetra bien de su -situación y decide continuar hasta el fin y con la mayor energía aquel -juego de azar. Es un buen jugador; tiene alma de estoico y de valiente. -Mientras la Fortuna le huye, él espera y aguanta, y hasta consiente -morir en un orgulloso olvido; pero ahí se muestra la Fortuna y el héroe -pone su vida a una jugada.</p> - -<p>Es un nuevo hombre el que nace. Está vibrando de actividad y se crece, -materialmente se agranda y multiplica en aptitudes y calidades. Se le ve -trocarse en hombre pulido y ostentoso. Marcha a la corte y no se inmuta -delante del Emperador. Toma un poco el aire del <i>exitista</i>, porque es -indispensable para navegar entre Ministros y cortesanos y para eludir -las zancadillas o estorbos del Consejo de Indias. Se viste, pues, de -conquistador, cuando en realidad no ha conquistado nada todavía. Es -decir, que se compromete todo él, lo pone todo a una jugada, para evitar -cualquier retroceso.</p> - -<p>Y tanto se ha comprometido, que no duda<span class="pagenum"><a name="page_146" id="page_146">{146}</a></span> en apresurar su viaje a costa -de saltar por encima de los formulismos oficinescos. Contratada la -conquista del Perú con la Corona, recibe los condignos honores y los -títulos necesarios; ha prometido reclutar un ejército, que no acaba de -completar nunca; impaciente, temeroso de perder la partida, comete un -ligero fraude y zarpa de Sevilla sin llenar todas las formalidades. No -importa; él subsanará la falta de soldados poniendo lo que le sobre de -corazón. Con pocos o muchos, él conquistará el Perú. Y tienen, -ciertamente, los actos de Pizarro, esta particularidad: no cuenta el -número y la masa de su gente, ni se asusta por la limitación de sus -pertrechos y material de guerra; no se para en contar sus arcabuceros y -cañones; diríase que tiene una fe ciega en su valor personal, como un -héroe de los libros de caballería. Se le habrá de ver, poco antes de -atravesar la cordillera, brindar, a quien quisiere, la eximisión del -contrato, y despedir sin ira ni pena a los soldados que, efectivamente, -por miedo a la aventura, retornan al abrigo del pueblo de San Miguel.<span class="pagenum"><a name="page_147" id="page_147">{147}</a></span></p> - -<p>Es un caso especial entre los conquistadores este membrudo y taciturno -héroe, que no cuenta, que no pesa su tropa y material por el número o -cantidad. Sólo le importa la calidad. Fía en los hombres por lo que -tienen, no por lo que representan. Es así el tipo del héroe -representativo que da al hombre un valor ilimitado, casi milagroso. Para -él un hombre equivale a una infinita posibilidad.</p> - -<p>De otro modo sería imposible comprender cómo ninguna fuerza humana se -lanzase a tal empeño con tan reducidos recursos. ¿Era inconsciencia? No, -porque Pizarro había perdido lo mejor de su vida en experiencias -americanas. ¿Era un concepto despreciable del poderío de los Incas? -Tampoco podemos presumir que aquel hombre, habituado a las guerras -indias y trabajado por tantos peligros, desconociese la gravedad de la -empresa o ignorase las fuerzas de un imperio extenso, rico, populoso y -organizado.</p> - -<p>No hay más que aquella fe en el valor del hombre de que hablábamos. -Siéntese Pizarro él mismo tan capaz y resistente, tan apto para<span class="pagenum"><a name="page_148" id="page_148">{148}</a></span> lo -increíble y excepcional, que aplica a los otros hombres su propio -concepto. Su concepto del hombre es infinito. Y no piensa seguramente -por ilusorias hipótesis; cada uno de sus hombres lo ha contratado él -mismo, lo ha palpado y lo ha probado. Mira a su gente marchar, proceder, -desenvolverse. Examina y estudia a sus soldados en los menesteres -incontables de la expedición, oye sus murmuraciones, asiste a sus -trabajos, pulsa su resistencia en las marchas y escaramuzas. Cuando se -interna al fin en la fragosidad de los Andes, Pizarro sabe que no -comanda un <i>ejército</i>: manda y dirige a <i>ciento sesenta y cuatro -hombres</i>.</p> - -<p>Nuestra época tiene un sentido multitudinario y una noción panegírica de -la masa y el número; el Renacimiento, al contrario, atribuía al -individuo un valor de excepcionalidad, y fué aquel período, es cierto, -algo como una sorprendente floración de personalidades. La constitución -social de España, con su régimen de hidalgos, prestábase entonces -sobremanera a que descollasen los individuos de pro y a la culminación -de temperamentos excepcionales.<span class="pagenum"><a name="page_149" id="page_149">{149}</a></span> Los hombres de la tierra extremeña eran -singularmente aptos para la excepcionalidad individual. Porque en los -países de población muy densa, muy abundante, los hombres tienden con -facilidad a formar muchedumbres y a convertirse en <i>gente</i>, tanto como -en los territorios despoblados y recios los hombres tienden a ser -<i>personas</i>. En algunas comarcas numerosas, nutridas, bullentes, del -centro de Europa, los hombres se confunden y mezclan con las casas, los -sembrados, las ciudades y los talleres, de tal modo, que desaparecen y -se anegan en la totalidad; la totalidad es lo único que destaca, como -una grande y hermosa nota orquestral. Pero en ciertos países, y uno de -ellos es Extremadura, cada pueblo, en la soledad, adquiere una -importancia suprema; un simple pastor, en el inmenso despoblado, nos -sugiere casi la idea divina de la humanidad. Y aquel hombre está en -medio del paisaje como algo extraordinario, inconfundible, parecido a sí -mismo, único en el mundo.</p> - -<p>Hernán Cortés, con su medio millar de soldados, con su pequeño tropel de -marineros,<span class="pagenum"><a name="page_150" id="page_150">{150}</a></span> artesanos y mercaderes, supone ya un concepto de multitud y -de masa; Pizarro lleva sólo 164 hombres, todos aptos para combatir. Más -pobre y apurado de medios que Cortés, cuenta en su tropa <i>tres</i> -escopetas... Bien es verdad que llevaba con título de general de -artillería al griego animoso, el que pasó de los primeros la raya -trascendental en la isla del Gallo, el fiel Candía. Lleva como ayuda, -para los lances a distancia, veinte ballesteros... Pero cuenta con una -proporción de caballos muy superiores a las otras expediciones; van -sesenta y dos caballeros para ciento dos infantes.</p> - -<p>Bien, ya todo está en orden y cumplido. Han fundado la ciudad de San -Miguel en la costa, para que sea un refugio y un punto de contacto con -Panamá, con el mundo. Se ha indagado el régimen del país, espiado a los -caciques y explorado los contornos. Es preciso penetrar al corazón del -imperio, y sobre todo conviene ir recto al núcleo, al órgano vital del -país, al mismo campo del emperador Atahualpa.<span class="pagenum"><a name="page_151" id="page_151">{151}</a></span></p> - -<p>Para llegar a la meseta de Caxamalca, donde acampa el gran Inca, será -preciso internarse en las gargantas de la cordillera, escalar los -puertos de los Andes, llegar al límite de los hielos y las nieves y caer -en el seno de un país que se ignora. No se dará, no, un paso que no sea -medido. Francisco Pizarro saca del fondo de su ser todas las instintivas -o experimentadas cualidades de astucia, observación, inteligencia y -tiento. Se aviva en él la naturaleza astuta, y va, en efecto, preparando -el salto de tigre poco a poco. Envía mensajeros al emperador, interroga -a los indios, adula o amenaza a los caciques. Hácese el imprudente, para -desconcertar al adversario, y <i>se deja</i> atraer a la cueva del lobo, -prestándose desde luego a ser comido...</p> - -<p>De pronto, llegando a los últimos contrafuertes de los Andes, muéstrase -a los españoles el camino del puerto; es una escalera tallada en la -roca, larga y altísima, dominada por horribles derrumbaderos. Hasta -entonces todo ha marchado menos mal; los preparativos de la astucia -están bien trabados; pero falta la<span class="pagenum"><a name="page_152" id="page_152">{152}</a></span> última prueba y ésta no consiente -argucia alguna... Es preciso arriesgarse, <i>jugar</i> a una carta. Los -soldados palidecen y aun osan advertir al general el rumbo temerario de -la empresa. El general sabe que en la vida del héroe hay un instante que -decide precisamente y califica el heroísmo; es el momento en que el -camino se estrecha, se hace excepcional, se obstaculiza para los hombres -inferiores o medianos. Es el momento en que hace falta <i>jugar</i>. Pizarro -juega, salva la cordillera, sigue, y por último cae en pleno campamento -de Caxamalca, donde millares de indios rodean a su luminoso y divino -Emperador.<span class="pagenum"><a name="page_153" id="page_153">{153}</a></span></p> - -<h2><a name="CAPITULO_XII" id="CAPITULO_XII"></a>CAPÍTULO XII<br /><br /> -<span class="sans">LOS CAPITANES</span></h2> - -<p class="nind"><span class="letra">¡Q</span>UÉ diferentes los Ejércitos de ahora, multitudinarios y anónimos, -asiáticos por su formación y su finalidad, de aquellas huestes españolas -de la Conquista! Se ha dicho de España que es inhábil para crear -Ejércitos multitudinarios, y experta como ninguna nación para el manejo -de la pequeña tropa. Sin duda, nuestro espíritu guerrero se conforma -mejor al estilo griego de combate que al asiático de las grandes masas. -Cuando la necesidad ha querido, España luchó con grandes Ejércitos; pero -su gusto y su excelencia estaban en las huestes poco numerosas, fáciles -de gobernar, donde cada soldado era una <i>persona</i>, y no un número, y en<span class="pagenum"><a name="page_154" id="page_154">{154}</a></span> -que todos iban electrizados por la energía del capitán.</p> - -<p>Estas pequeñas tropas de soldados han desaparecido, tal vez para -siempre; por eso es más grato recordarlas ahora. Nuestra alma europea, -educada en las tradiciones del individualismo y de la personalidad, se -resiste a admitir las formas anónimas, asiáticas, democráticas y como de -sufragio universal de este heroísmo moderno y estas multitudes armadas. -Nos sentimos más acordes con la forma personal y aristocrática del -guerrero antiguo, con el soldado de Grecia, que luchaba al pie de los -muros, donde su esposa y sus amigos le reconocían, le alentaban, o con -el guerrero medioeval, que a veces peleaba solo contra una tropa entera -de adversarios.</p> - -<p>Los historiadores de Indias saben reproducir las formas clásicas de la -narración en este aprecio individual y detallista de cada soldado. Los -héroes que salen entonces de España no son números, con su ficha de -identidad colgada al cuello; cada uno de ellos es una<span class="pagenum"><a name="page_155" id="page_155">{155}</a></span> <i>persona</i>, y de -muchos de ellos conocemos los pormenores, la vida, el grado de valor, -los méritos y hasta los detalles psicológicos. Especialmente Bernal Díaz -del Castillo, con su hermosa tosquedad de soldado, ¡cómo acierta a -interesarnos con sus descripciones personales, que son perfectos -retratos varoniles de alto valor artístico! Parece que nos retrae a los -tiempos de la buena epopeya, cuando el padre Homero pinta a cada uno de -los soldados, lo nombra, dice de dónde es y quiénes eran sus -antepasados.</p> - -<p>Tan al detalle habla de los conquistadores el bueno de Bernal Díaz, que -necesita explicar su acierto y hasta quitarle importancia a su maestría, -exclamando: «No es mucho que se me acuerde ahora sus nombres, pues -éramos quinientos y cincuenta compañeros, que siempre conversábamos -juntos, así en las entradas como en las velas, y en las batallas y -encuentros de guerras, e los que mataban de nosotros en las tales -peleas...»</p> - -<p>Eran <i>compañeros</i> que se ayudaban y proveían; juntos entraban a los -peligros, juntos<span class="pagenum"><a name="page_156" id="page_156">{156}</a></span> batallaban, y a la noche, en el vivaque, mientras se -secaban el sudor o la sangre, trasmitíanse unos a otros los cuentos, -historias y fantasías. Conocíanse todos bien al menudo.</p> - -<p>Se sabía quién era alegre y quién melancólico, quién de alma atravesada -y quién de espíritu generoso. Y como el corazón y los músculos valían en -aquella empresa tanto, los historiadores definen las particularidades -físicas de cada uno con especial interés. Un capítulo dedica Bernal Díaz -del Castillo a retratar a los soldados de Cortés, y su lectura tiene un -sabor épico extraordinario, más sugestivo porque está empapado del -realismo español.</p> - -<p>Pasan, pues, los soldados en esa descripción de Bernal Díaz como una -muchedumbre de rostros enérgicos y brazos fornidos. El modo sencillo y -fuerte de retratar recuerda al punto la manera de nuestros grandes -pintores; estamos viendo <i>hombres</i> como en Velázquez y Zurbarán; pero -¡qué brava categoría de hombres!</p> - -<p>Aquí está Pedro de Alvarado, el mayor y principal de los hermanos -extremeños que<span class="pagenum"><a name="page_157" id="page_157">{157}</a></span> acudieron a todas las empresas del continente. Es el -retrato de un capitán brillante, propio para encuadrarse en la grandeza -del Renacimiento. «Fué de muy buen cuerpo e bien proporcionado, e tenía -el rostro y cara muy alegre y en el mirar muy amoroso; e por ser tan -agraciado le pusieron por nombre los indios Tonatio, que quiere decir el -sol.»</p> - -<p>Aquí está Gonzalo de Sandoval, hidalgo de Medellin, recia figura juvenil -(veintidós años), que tenía «la estatura muy bien proporcionada y de -razonable cuerpo y membrudo; el pecho alto y ancho, y asimismo la -espalda, y de las piernas algo estevado; el rostro tiraba algo a -robusto, y la barba y el cabello que se usaba algo crespo y acastañado; -y la voz no la tenía muy clara, sino algo espantosa, y ceceaba tanto -cuanto».</p> - -<p>Aquí pasa «otro buen capitán, que se decía Juan Velázquez de León, -natural de Castilla la Vieja: sería de hasta veinte y seis años cuando -acá pasó; era de buen cuerpo, e derecho e membrudo, e buena espalda e -pecho, e todo bien proporcionado e bien sacado; el rostro<span class="pagenum"><a name="page_158" id="page_158">{158}</a></span> robusto, la -barba algo crespa e alheñada, e la voz espantosa e gorda...».</p> - -<p>Ahora veremos los rasgos morales de estos guerreros, que tienen, como -buenos luchadores, visibles y pronunciadas las virtudes esenciales y -simples que son necesarias en la guerra, sobre todo en una guerra -semi-robinsoniana y casi sobrenatural como la de la Conquista.</p> - -<p>Lo que principalmente ponderan los historiadores de Indias en los -capitanes es la cualidad del valor, y en seguida resaltan el mérito de -la justicia, la generosidad y el amor con los compañeros de trabajos.</p> - -<p>Si pudo consumar Hernán Cortés tan inauditas hazañas, fué a causa de su -ascendiente personal, de su brillo, de sus cualidades generosas, que -arrebataban a los soldados. El capitán que intentase arrastrar a -aquellos hombres en empresas siempre penosísimas necesitaba recurrir a -esfuerzos psicológicos que correspondían al mundo de la genialidad; las -pragmáticas reales, los consejos de disciplina y otros fáciles recursos -de los Ejércitos euro<span class="pagenum"><a name="page_159" id="page_159">{159}</a></span>peos valían bien poco en aquellas incógnitas -inmensidades, donde cada hombre era una voluntad temible pronta a la -rebeldía.</p> - -<p>De Gonzalo de Sandoval cuenta su cronista que «ni era codicioso de haber -oro, sino solamente hacer sus cosas como buen capitán esforzado, y en -las guerras que tuvimos en la Nueva-España siempre tenía cuenta de mirar -por los soldados que le parecía que lo hacían bien, y les favorecía y -ayudaba».</p> - -<p>De otro capitán se dice: «Fué muy animoso y de buena conversación; e si -algunos bienes tenía en aquel tiempo los repartía con sus compañeros...» -Las palabras franco, alegre y justo abundan en estos retratos varoniles, -que nos muestran constantemente, no la bestia avara y cruel de los -calumniadores históricos, sino un tipo de capitán conquistador, todo -macerado en virtudes generosas, exaltadamente varoniles.</p> - -<p>A veces salta el ejemplar gracioso, como aquel capitán Pedro de Yrcio, -tal vez vizcaíno, que era de mediana estatura y paticorto «e tenía el -rostro alegre, e muy plático en de<span class="pagenum"><a name="page_160" id="page_160">{160}</a></span>masía que haría e acontecería, e -siempre contaba cuentos de don Pedro Girón e del conde de Ureña: era -ardid de corazón, e a esta causa le llamábamos Agrajes sin obras».</p> - -<p>Otras veces nos conmueve el retrato del capitán sublime y trágico, de la -madera de aquel Cristóbal de Olea, castellano viejo, que tenía «buen -pecho e espalda, el rostro algo robusto, mas <i>era apacible</i>... e la voz -clara». He aquí el tipo predestinado. El rudo Bernal Díaz del Castillo, -no se sabe cómo, sin pretenderlo, pues no estaba en su costumbre, deja -caer o vagamente insinúa una honda y breve emoción al retratar a este -capitán noble, puro, que había de morir como los grandes soldados fieles -y fervorosos saben: defendiendo a su señor. Este soldado joven, apacible -y de voz clara, «fué en todo lo que le veíamos hacer tan esforzado, e -presto en las armas, que le teníamos muy buena voluntad, <i>e le -honrábamos</i>».</p> - -<p>Era un predestinado; su sino le arrastraba a una muerte fija, -insalvable: la del mártir marcial. Parece un héroe calderoniano por su<span class="pagenum"><a name="page_161" id="page_161">{161}</a></span> -concepto exaltado del honor, pero sin retórica rimada, sino con hechos. -«Fué el que escapó de muerte a don Fernando Cortés en lo de Suchimileco, -cuando los escuadrones mejicanos le habían derribado del caballo el -Romo, e le tenían asido y engarrafado para lo llevar a sacrificar; e -asimismo le libró otra vez cuando en lo de la calzadilla de Méjico lo -tenían otra vez asido muchos mejicanos para lo llevar vivo a sacrificar, -e le habían ya herido en una pierna al mismo Cortés. Este esforzado -soldado hizo cosas por su persona, que, aunque estaba muy mal herido, -mató e acuchilló e dió estocadas a todos los indios que le llevaban a -Cortés, que les hizo que lo dejasen, e así le salvó la vida... y el -Cristóbal de Olea quedó muerto allí por lo salvar...»</p> - -<p>Al escribir estas últimas palabras, la pluma quiere detenerse y dar con -ellas por terminado el breve elogio, la somera justificación de los -Conquistadores. El capitán Cristóbal de Olea, que insiste en defender a -su jefe de la muerte, como si presintiera el sublime destino que -necesitaba cumplir Hernán Cortés; ese<span class="pagenum"><a name="page_162" id="page_162">{162}</a></span> valiente hidalgo que muere por -escudar al general, será, pues, quien cierre la lista de los heroísmos y -las maravillas, cuya exposición, demasiado rápida, nos hemos propuesto.</p> - -<p>Estos son los hombres que han <i>creado</i> la América. Veamos ahora, -finalmente, qué sentido nuevo de la vida trajo a la humanidad el mundo -que los Conquistadores inauguraron.<span class="pagenum"><a name="page_163" id="page_163">{163}</a></span></p> - -<h2><a name="CAPITULO_XIII" id="CAPITULO_XIII"></a>CAPÍTULO XIII<br /><br /> -<span class="sans">EL SENTIDO DE AMÉRICA</span></h2> - -<h3>I</h3> - -<p class="nind"><span class="letra">¿Q</span>UÉ nueva forma de vida ha traído América a la Humanidad? ¿Qué lugar -vacío ha llenado, qué esperanza incierta ha venido a cumplir, con qué -valores de la materia y del espíritu ha enriquecido al mundo ese -continente nuevo, alboreal, increíble y portentoso, que estaba -secuestrado entre dos mares y oculto por los malos genios del terror y -de la ignorancia?</p> - -<p>Cuatro siglos son tarea bastante larga para la pobre memoria de los -hombres, y ahora mismo, sobre la impermanencia de este globo, que tantas -cosas olvida, las gentes miran el<span class="pagenum"><a name="page_164" id="page_164">{164}</a></span> milagro de América y pasan ante su -maravilla sin detenerse, como si nada de sobrenatural hubiera ocurrido -en nuestra misma zona histórica. La idea de lo <i>reciente</i> es elástica -como ninguna, y si un suceso de frivolidad política o literaria puede y -merece envejecer en el tránsito de una semana, otros sucesos, al -contrario, conservan su virtud de actualidad durante muchos siglos. Es -porque los sucesos cuotidianos los referimos a nuestra propia vida, que -verdaderamente es corta; mientras que los otros sucesos deben compararse -con la eternidad. Apenas si ha comenzado a envejecer el hecho de que un -hombre rubio marchara por los campos de Galilea predicando una nueva -vida. La aparición de América debe emocionarnos como si fuera un -fenómeno actual, contemporáneo nuestro. Y América está, efectivamente, -actuando en este momento con tal energía de cosa nueva y alboreal, que -necesitaríamos oponer unos oídos tercamente cerrados al rumor ascendente -para no percibir los signos de ese mundo joven que se incorpora al -viejo.<span class="pagenum"><a name="page_165" id="page_165">{165}</a></span></p> - -<p>La agregación de ese mundo no ha podido verificarse sin choque, -revolución y pasmo; Europa se halla como perturbada y perpleja por tan -imprevista y gigantesca aparición. Por otra parte, América ha sido -concedida a Europa toda entera, como una propiedad innata, como una hija -legítima, como una misión del destino. No es un continente como Asia, -que ya posee dueño y tiene personalidad; América se ofrece a Europa sin -antecedentes y sin prejuicios, virgen y desnuda, cosa plegable y sumisa -a cualquier mandato de civilización. Tampoco es un mundo incompleto y -precario como la Australia; ni un mundo hostil, negro y fatalmente -tórrido, como Africa; América viene a nosotros sembrada de todos los -climas posibles, enriquecida con una prodigiosa variedad de paisajes y -de recursos, al modo de una síntesis perfecta.</p> - -<p>Por esto se ha dicho, con razón, que el descubrimiento y conquista de -América es el hecho más grande desde la venida del Cristianismo. Es el -hecho revolucionario más intenso, puesto que perturba las líneas -genera<span class="pagenum"><a name="page_166" id="page_166">{166}</a></span>les del mundo, destruye las incógnitas, retira más allá los -viejos conceptos y abre una estupenda zona de posibilidades. El -ensanchamiento del mundo, la supresión de incógnitas, el continuo vuelo -de la posibilidad; he ahí lo que aporta América a Europa en plena -iniciativa del Renacimiento.</p> - -<p>Por tanto, cada sacudida o movimiento de Europa ya no tendrá que -malograrse ante la limitación; Europa no tropezará ya contra los muros -de su breve horizonte. Toda iniciativa religiosa, política, social o -económica, encontrará desde ahora abiertos los caminos ilimitados, y -podrá, como la ola, verterse hasta el fin y hasta sus últimas -consecuencias; porque América, grande y nueva, está ahí para ofrecerse -como seno de todas experiencias, continuaciones y compensaciones.</p> - -<p>Hubo una época, como resultado de la primera emoción, en que la idea del -Nuevo Mundo iba vestida con envolturas de un cándido y sentimental -retoricismo. La presencia del indio, vestido con sus plumas y su -ignorancia supina, produjo aquella suerte de frases que<span class="pagenum"><a name="page_167" id="page_167">{167}</a></span> los poetas -corearon en tantas odas; <i>la virgen América</i> dió pábulo a muchos -manoseos retóricos, y los discípulos de Rousseau encontraron una -graciosa oportunidad para su reivindicación de la naturaleza en el -sencillo, candoroso y desnudo salvaje americano. Con los inocentes -indios de América bordó Chateaubriand las románticas historias de Atala, -y el episodio de aquel indio <i>natchez</i> que el gran poeta hace ir a la -corte de Luis XIV, es representativo de esa idea romántica, -rousseauniana, que atribuyó al salvaje americano un tesoro de -inocencias, de generosidades, de virginidades y de dulces melancolías.</p> - -<p>Los que han tratado al indio saben que la literatura no se ha aproximado -nada a la verdad. Lo mismo ante los conquistadores, como ante los -modernos colonos, el indio era y es un <i>hombre de la naturaleza</i>; es -decir, perezoso, artero, cruel, obsceno, astuto y albergue de todos los -vicios...</p> - -<p>La <i>virgen América</i> no debe aparecernos <i>virgen</i> en el sentido -rousseauniano y en la forma ideal de un indio inocente, que la -bru<span class="pagenum"><a name="page_168" id="page_168">{168}</a></span>talidad del europeo atropella; América es para nosotros <i>virgen</i> en -cuanto significa juventud, novedad, fuerza incipientemente usada que -avanza a lo infinito.</p> - -<h3>II</h3> - -<p>Ahora mismo, en el último emigrante que pisa por primera vez las playas -americanas, nace la impresión de asombro que sacudiera al principio el -alma de los descubridores españoles. Una impresión de admirado espanto -frente a las cosas descomunales del nuevo continente.</p> - -<p>En la Europa propiamente dicha, hacia el lado occidental, núcleo de las -emigraciones interoceánicas, la Naturaleza mantiene el ritmo<span class="pagenum"><a name="page_169" id="page_169">{169}</a></span> clásico y -heleno de la medida y la ponderación. Nunca los ríos y las llanuras y -las islas y los bosques son demasiado grandes; pocas veces incurren las -cosas en lo desmesurado; apenas la mirada del hombre debe sentirse -encogida por el paso de lo descomunal. La Naturaleza se complace en -redondear las ensenadas y recortar los valles ecuánimemente, de manera -que los paisajes pueden servir a la vida de los hombres y no a la vida -de seres quiméricos. Las estaciones, las lluvias, los cultivos, la -población, todo es en la Europa occidental como resultado de una idea de -ponderación y de medida.</p> - -<p>En América, al revés, parece que la Naturaleza aguardara a una legión de -gigantes y no de hombres. Es un continente sin medida, monstruoso, -desmesurado, hecho para seres de otra gestación geológica. Los -descubridores españoles, si penetraban en un bosque, se encontraban -pronto envueltos por la monstruosidad de la selva; si aguardaban la -lluvia, recibían el denso diluvio tropical; si buscaban un río, veían -abrirse la inmensidad del Ori<span class="pagenum"><a name="page_170" id="page_170">{170}</a></span>noco, del Missisipí, del Amazonas, del -Plata; si hallaban un cerro, veían surgir en su altísima cumbre las -fauces de un tremendo volcán... Por donde quiera les sorprendía lo -gigantesco y desmesurado. Monstruosos los calores, los fríos, las -lluvias, las sequías; gigantescas las llanuras; interminables las -distancias; enormes los imperios. Desmesuradas las hambres, infinitos -los triunfos y los placeres. Sorprendente y maravillosa la altivez de -los Andes, surgiendo sobre el mar. Terribles y apocalípticos los -terremotos, que destruyen en un momento las ciudades. Desmesuradas, en -fin, las riquezas de Méjico y del Perú, con sus palacios henchidos de -verdadera y material pasta de oro...</p> - -<p>Después de cuatro siglos, el sentido de lo desmesurado continúa en -América, y todo allí sigue la tendencia de lo enorme: ciudades -colosales, ferrocarriles inmensos, cultivos monstruosos.</p> - -<p>Por tanto, pronto encontraremos una palabra que nos ayude a expresar un -signo psicológico de América: exageración. Si la Natura<span class="pagenum"><a name="page_171" id="page_171">{171}</a></span>leza es -exagerada, justo es que los hombres se sometan a la ley del destino. -Exagerados en sus impulsos, faltos de medida y ponderación, los -americanos se alejan tanto del sentido helénico como se aproximan al ser -de su propia naturaleza continental. Exagerados en sus proyectos, en sus -empresas, en sus ideales, en sus teorías; exagerados hasta en su -retórica. Lo medido y pausado les irrita o no lo comprenden. Les gusta -el ruido y la proporción de la catarata, la fuerza descomunal de sus -extensiones terrenales, la frondosidad abrumadora de sus selvas. Aman lo -quimérico y colosal, lo mismo el yanqui, que forma ciudades monstruosas -como Nueva York; que el tirano del Paraguay, aquel que declara la guerra -a tres naciones juntas y no rinde las armas hasta que no resta un hombre -en el país.</p> - -<p>El <i>bluff</i>, palabra de América, es el resultado de ese sentido de la -exageración, de lo desmesurado y colosal, y en cierto modo define la -parte estéril, pero expresiva, de una dinámica gigantesca, -sobreexcitada, falta de armonía.</p> - -<p>También deberemos mencionar otra pala<span class="pagenum"><a name="page_172" id="page_172">{172}</a></span>bra, muy caracterizadora de la -psicología americana: libertad. Los descubridores españoles, apenas -ponían el pie en las Indias, sentíanse aliviados de un peso moral, y era -éste el «peso jerárquico» de Europa. Bastardos o segundones, soldados -obscuros o simples homicidas, el caso es que un poblador y un -conquistador eran desde entonces hijos de sus hechos y valían tanto como -sus obras. El porquerizo extremeño que llamaban Pizarro a secas, se -convierte en marqués y señor poderoso; el marmitón de cocina puede -desembarcar, afanarse en los negocios y llegar a tener palacios, -servidores.</p> - -<p>He ahí a la libertad en toda su realidad positiva. Los hombres se -desvinculan de sus compromisos europeos, rompen el hilo prolijo de las -jerarquías, y, aparte un poco de trabazón burocrática en la corte de los -virreyes, los hombres son por lo que hacen y tienen. ¡Y es tan fácil -hacer, tan sencillo tener! Allí están las tierras sin fin; hay para -todos. Allí están los negocios y las empresas brindándose a quien ose -emprenderlos.<span class="pagenum"><a name="page_173" id="page_173">{173}</a></span></p> - -<p>El poder real descollaba muy lejos, allá remoto. Un ancho Océano -separaba al continente, y la distancia y los peligros del viaje hacían -más inmunes a los desterrados. Como desterrados, como robinsones -cívicos, los conquistadores implantaron, efectivamente, en América el -sistema municipal y las libertades jurídicas, que ya en España habíanse -defraudado ante el poder imperialista de los nuevos reyes. Y este fuego -de independencia y de libertad, exagerando los instintos nativos de los -conquistadores, les arrastra desde el comienzo a disputas y guerras -civiles.</p> - -<p>Hijos son de sus actos. Han roto los vínculos de la familia y se evaden -a las trabas de las jerarquías meticulosas. Fácil la adquisición, rápido -el éxito, los pobladores se abren pronto a la soberbia. Y como cada cual -se defiende por sí mismo de los azares e inminencias, el valor personal -cobra un mérito extraordinario. Frente a los indios sanguinarios, en los -cultivos remotos, en las haciendas precarias, donde un solo hombre -necesita gobernar a manadas de indígenas o de negros, es allí<span class="pagenum"><a name="page_174" id="page_174">{174}</a></span> cuando el -individuo adquiere la conciencia de su poder y reclama el máximo de su -libertad personal...</p> - -<h3>III</h3> - -<p>Acaso en ninguna parte del mundo se le da al hombre tanto valor -intrínseco como en América. El hombre es allí <i>un valor</i>, en todo lo -máximo del concepto; es una fuerza dinámica, una posibilidad infinita, -una energía monedable y, sobre todo, una <i>simiente</i>.</p> - -<p>América ha sentido siempre la emoción que no conoce Europa; esa -entusiasta emoción ante los trasatlánticos humeantes y vociferantes que -arriban a los muelles con su cargamento de <i>hombres</i>. ¡Semillas de -porvenir!<span class="pagenum"><a name="page_175" id="page_175">{175}</a></span></p> - -<p>Los buques arrojan sobre el muelle su carga humana; las falanges de -inmigrantes se suceden, y cuando una muchedumbre se ha internado en el -azar del Continente, otra nueva multitud desembarca. Allá van, por allí -ruedan y buscan. Son los eternamente renovados en el ideal de las -Indias. Con sus caras atónitas, con sus cuerpos pesados, un poco sucios -en su torpeza de aldeanos. Plebe extraída de las últimas humildades -europeas. Y sin embargo tal vez materia de futuras aristocracias.</p> - -<p>¡Ah! En todas partes se muestra el hombre como un grave misterio, capaz -de contener en sí todos los desdoblamientos del éxito y de la fortuna; -en América es todavía mayor ese misterio, porque allí las contingencias -del azar se precipitan con más imprevista rapidez. Por eso es tan -sugestivo ir curiosamente a lo largo de un gran puerto de América y -confundirse con las masas de los emigrantes. Bullen hombres, mujeres y -niños aguardando la hora de internarse en lo desconocido. Candidatos del -triunfo, unos caerán fracasados, otros vejetarán en una zozobrante -pobreza; muchos saltarán en<span class="pagenum"><a name="page_176" id="page_176">{176}</a></span> rápidos trancos la escala social, -empinándose hasta la gloria del triunfo. A manejar rebaños numerosos, -<i>trusts</i> imponentes, líneas férreas, Bancos. De ellos saldrá el -multimillonario ostentoso, la dama exquisita o viciosa, el elegante -rastacuero.</p> - -<p>Esa cualidad suya es la que América tiene derecho a ostentar. Por su -virtud, el hombre obscuro y primario logra la mayor potencia evolutoria. -La experiencia humana llevada al límite; el arribismo ilimitado y -democrático: he ahí la cualidad de América. Allí donde el hombre vale -por lo que es y por lo que puede; donde el hombre es una cosa profunda, -ilimitada y posible que puede actuar y desenvolverse sin limitaciones ni -reservas.</p> - -<p>En algunas zonas pujantes de aquella América, diríase que todos los -componentes de la máquina nacional se hallan templados en un ritmo de -exaltación dinámica. Recuerdan a los músicos de una gran orquesta. Los -instrumentos vibran con una armonía arrebatadora, templados, tensos, -sonoros, fáciles a la batuta del destino... La locomotora marcha a -compás,<span class="pagenum"><a name="page_177" id="page_177">{177}</a></span> como a compás el minero, y el agricultor, y el inventor, y el -periodista. Y ese compás está puesto en su intensidad máxima. Compás -heroico, acelerado, propicio para la locura de las experiencias -temerarias. Así marcha y vibra Norte América, con sus cien ciudades -osadas. ¿A dónde se dirige? ¿Qué busca? ¿Qué nuevo signo de civilización -ofrecerá al mundo? No se sabe. Es todavía una fuerza de la naturaleza, -que acciona a impulso de su fatalidad dinámica y juvenil.</p> - -<p>Vivir intensamente o no vivir; tal es el concepto moral de esa América -dinámica. El maquinismo presta a su vida un impulso que nunca los -hombres conocieron, y las rotaciones de la actividad se apresuran como -en una pesadilla. La vida intensa, la vida enérgica y apresurada, o si -no la muerte. Son los hombres modernos por excelencia, cuya modernidad -flota libre y aérea por encima de todo peso tradicional.</p> - -<p>Simples, ligeros, sin los vínculos del hombre de Europa que necesita -mirar tanto al pasado como al porvenir; esos hombres sin es<span class="pagenum"><a name="page_178" id="page_178">{178}</a></span>tirpe ni -abolengo, esos cachorros de león de América, ¿qué sienten frente a -Europa? ¿Es sólo admiración y respeto? ¿Es también acaso una secreta ira -inconfesable contra el continente matriz que había recorrido ya la -ilustre escala de la cultura noble y magistral?... ¿Es un íntimo e -inexpresable propósito de llegar a poder superar a Europa, dominarla -alguna vez, imponerla el sello y el ritmo de la vida americana, -antiplatónica y locamente activa?...</p> - -<p>Hija del heroísmo y del azar, madura ya y vigorosa entre los dos -Océanos, allí América se alza como un enigma. La Humanidad y la -civilización tienen que contar en adelante con ese agregado imprevisto, -ascendente y dudoso, que añadirá nuevos caracteres al mundo e infundirá -quién sabe qué otro sentido a la vida misma.</p> - -<p>Cantos de marineros, ruidos de espadas, plegarias de sacerdotes, -asistieron al alba de ese continente; ahora vocean las bocinas en sus -puertos, crujen las locomotoras en sus llanuras, dora un sol pacífico la -opulencia de sus cañaverales. El porvenir se abre sembrado de<span class="pagenum"><a name="page_179" id="page_179">{179}</a></span> -maravillas. Y mientras en las mil ciudades de América suenan los -clamores de gloria, el alma quiere asistir todavía, llena de religioso -respeto, al momento en que el descubridor salta en tierra y hace que el -viento desplegue y extienda el estandarte cruzado de España; y al -momento en que Balboa separa los tupidos lienzos de la selva para -contemplar, mudo y temblando, la inmensidad del mar del Sur; o en que el -conquistador, abrumado del peso de sus mismo hados, enfrenta -valerosamente la monstruosidad de los peligros y guía hacia adelante su -pequeña tropa ferrada, barbuda, brusca y soñadora...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_180" id="page_180">{180}</a></span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_181" id="page_181">{181}</a></span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_182" id="page_182">{182}</a></span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_183" id="page_183">{183}</a></span> </p> - -<h2><a name="APENDICES1" id="APENDICES1"></a>APÉNDICES</h2> - -<h3><a name="I" id="I"></a>I<br /><br /> -<span class="sans">EL AMANERAMIENTO HISTÓRICO</span></h3> - -<p class="nind"><span class="letra">L</span>A labor de los historiadores viene actuando sobre esa selva del -descubrimiento y conquista del continente americano, y es una labor -difícil, no obstante lo próximo del hecho, porque también conoce la -Historia del mundo pocos actos en que la fantasía se haya inmiscuido tan -abundantemente.</p> - -<p>Todo suceso histórico es apto para recibir la cópula del error, y la -mentira, en sus infinitas variedades, no sólo acompaña, precede y sigue -al hecho, sino que se mezcla y volatiliza en él, hasta formar la mentira -y el acto un mismo cuerpo. Si se trata de un acto religioso, pronto se -inmiscuye la mentira, y pronto, también, queda en pie solamente la -leyenda o<span class="pagenum"><a name="page_184" id="page_184">{184}</a></span> el milagro, con exclusión a veces absoluta del hecho real. En -vano iremos a preguntar pormenores de Mahoma y el mahometismo, por que -una montaña de leyendas habrá sofocado toda huella de luz. Y si el hecho -histórico es de carácter político o militar, ya se sabe (tenemos -contemporáneamente la experiencia), que el interés de los bandos, la -argucia de los Gobiernos, la parcialidad de combatientes y espectadores -interpolan en seguida los fraudes, las omisiones o las referencias o -añadiduras tendenciosas.</p> - -<p>En América era doblemente indispensable que interviniese la fantasía, y -no por interés de un bando contra otro bando, sino por la misma -naturaleza del hecho. Poned hoy mismo a unos cuantos soldados, capitanes -y marineros en el trance de tener que descubrir en plena mar un gran -continente distinto a todo lo que conocemos, y cuando esa gente vuelva, -a retazos distanciados y a través de terribles dificultades, sus -relaciones serán una amalgama de fenómenos exagerados o torcidos.<span class="pagenum"><a name="page_185" id="page_185">{185}</a></span></p> - -<p>Los primeros historiadores de América no son los que menos contribuyeron -a esa obra de desorientación. Por fortuna estaban los cronistas veraces, -los simples soldados, como Jerez y Bernal Díaz del Castillo, que -narraban lo que vieran por sus ojos o escucharan a los compañeros, sin -añadir más fantasía que aquella que es inexcusable y perdonable a todo -ser dotado de imaginación. Pero estos cronistas no fueron siempre los -más atendidos por el público universal. Tipos de carácter arribista, -como sin duda era Amérigo Vespucci, andaban entonces dentro de las -empresas españolas y ellos daban al público las referencias quiméricas -que el vulgo de toda hora suele desear.</p> - -<p>Después intervinieron los historiadores «profesionales» y éstos -añadieron complicación a la leyenda. Eran gentes universitarias, doctos -de toga y de hábito, que se apresuraron a interpretar la historia de las -Indias sobre el patrón de los modelos clásicos. Llenos de la ampulosidad -universitaria, entre pedantesca e ingenua, atribuían a los pobres indios -los<span class="pagenum"><a name="page_186" id="page_186">{186}</a></span> usos, las palabras y la cultura de los griegos y romanos. El -Renacimiento estaba entonces en la atmósfera y todos se contagiaban de -él; los héroes de Homero y las páginas de Cicerón no se apartaban de las -mentes. Y a la vez pesaba en las imaginaciones el brillo de los libros -de caballería y el régimen feudal.</p> - -<p>No había rubor en atribuir a los mejicanos, por ejemplo, el sistema de -las órdenes militares y religiosas, tal como existían en la Europa -cristiana. Atribuíanse en general a los indios usos y costumbres que -sólo estaban en la mente de esos historiadores universitarios, -maniáticos del clasicismo y llenos del musgo de las aulas. La -sensiblería indiana, inaugurada por aquel Las Casas, perfecto precursor -de los hispanófobos anglicanos y enciclopedistas, se nutrió de tales -historias amañadas.</p> - -<p>El indio, como todo salvaje, poseía los pecados en mucho mayor número -que las virtudes; pueblos tan prácticos y racionalistas como los -anglosajones no han titubeado en destruir y acorralar al indio, sin duda -por<span class="pagenum"><a name="page_187" id="page_187">{187}</a></span> su incapacidad de civilización; sólo los españoles, por exceso de -humanidad, por torpeza o por falta de sentido práctico, se empeñaron en -incorporar al indio a su vida social y religiosa.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_188" id="page_188">{188}</a></span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_189" id="page_189">{189}</a></span> </p> - -<h3><a name="II" id="II"></a>II<br /><br /> -<span class="sans">LOS PILOTOS CANTÁBRICOS</span></h3> - -<p class="nind"><span class="letra">A</span>NDALUCES y extremeños sellaron con su cuño el continente de América, -dándole carácter y estableciendo una sólida civilización. No sería -justo, sin embargo, olvidar la poderosa ayuda que desde el principio -recibieron los grandes exploradores y conquistadores por parte de las -gentes del Norte de la Península: gallegos, asturianos, montañeses y -vascongados.</p> - -<p>Toda esa larga y complicada faja del litoral cantábrico se ha -distinguido en la Historia por su afición a las empresas de la mar y de -la guerra. La Reconquista se inició en el Cantábrico, y después, hasta -su finalización, los cántabros actuaron asiduamente en aquella obra<span class="pagenum"><a name="page_190" id="page_190">{190}</a></span> -secular. El litoral cantábrico y las rías gallegas han proporcionado -siempre a Castilla el contingente marino que necesitaba la política -castellana para su labor unificadora y de expansión universal.</p> - -<p>No debe olvidarse que los apellidos próceres de España, las estirpes mas -nobles y distinguidas en la guerra, en el mando y en las letras, -provienen en su mayor parte del litoral cantábrico, desde Galicia hasta -Navarra. Pero no debemos olvidar tampoco que esas estirpes, nacidas en -la espesura montañosa y el ruralismo cantábricos, se han hecho ilustres -y eficaces al ingresar en la vida más amplia, abierta y caudalosa de -Castilla. El Cantábrico diríamos que halla su fin natural en el resto de -España, y que sus actos y sus hombres cobran firmeza y densidad al ser -traspasados fuera de los montes. Así los apellidos de Santillana, -Menéndez, Quirós, Quevedo, Ayala, Guevara, Mendoza y tantos otros, -siendo obscuros en su país de origen, al generarse después en Castilla -adquirieron extraordinario vigor.</p> - -<p>Es la gente, por lo demás, que pedía Cas<span class="pagenum"><a name="page_191" id="page_191">{191}</a></span>tilla para sus empresas; -hombres de acción y de codicia, duros en la mar, valientes en la guerra, -grandes y obstinados trabajadores. Desde el primer momento aparecen en -América como pilotos, cartógrafos, soldados y pobladores.</p> - -<p>Es curioso observar cómo la gente vasca del Renacimiento se adaptó al -destino y al carácter castellanos, y se alió de buen grado e íntimamente -a las empresas mundiales españolas. Es verdad que el Renacimiento tuvo -la virtud de remover las razas y de engrandecerlas, inspirándoles el -sentido de lo sublime y de lo universal. El país vasco salió también él -de su ruralismo y osó a la universalidad; sus hombres comprendieron la -grandeza de la hora y se incorporaron al ímpetu universalista de la -España de entonces. Pocos hombres han tenido tan alto el sentido de la -universalidad como San Ignacio de Loyola. Dando el primero la vuelta al -mundo significó por su parte Elcano ese espíritu universalista.</p> - -<p>Como todos los cantábricos en general, el vasco tenía las cualidades que -distinguen al<span class="pagenum"><a name="page_192" id="page_192">{192}</a></span> hombre de acción y que se requerían para aquellas -empresas: valor, voluntad, largo aliento y amor de la aventura. Pero -además de esto, poseían para aquellos trances homéricos la capacidad del -tozudo trabajo. Iban, pues, en oficio de marinos y soldados; pero -también iban como <i>trabajadores</i>. Ya entonces debía de ser el vasco lo -que ahora es: una persona mezcla de aventurero, de contratista y de -aspirante a millonario. Para abrir minas y caminos, para improvisar -puentes y embarcaderos, los vascos eran sin duda materia presta e -idónea. Así nos lo revela, por ejemplo, la relación que Gil González -hace del paso y utilización del Istmo de Panamá. Vemos, pues, a Núñez de -Balboa descubrir el mar del Sur después de increíbles trabajos, y le -vemos empeñado en trazar un camino de trocha que a través de las sierras -y los bosques habilitase las costas del océano recién descubierto. La -tentativa de abrir el camino se malogra dos veces. Mueren las -caballerías, perecen los obreros, la empresa equivale a un heroísmo...</p> - -<p>«Fué forzoso abrir camino por otra parte<span class="pagenum"><a name="page_193" id="page_193">{193}</a></span> mucho más espesa, e aún fué -menester por la mucha espesura del monte con <i>pilotos e agujas de -marear</i> entender en ello para sacarle el más derecho que ser pudiere... -Entre la gente que es muerta desta armada después que salí en estos -reinos (Panamá), que son veinte personas, ha sido la mayor parte dellos -vizcaínos (vascongados).»</p> - -<p>La gente cántabra llegó desde el principio a América, y no ha cesado de -actuar en aquel continente, hasta nuestros mismos días. Llena está -América de apellidos vascongados. Embarcaron con Colón, Cortés y Pizarro -a servir de marinos, soldados, ingenieros y constructores de calzadas; -más tarde fueron en calidad de evangelizadores; por último se lanzaron a -los negocios de la colonización, fundando establecimientos de -agricultura y flotas navieras tan importantes como la célebre Compañía -de Caracas.</p> - -<p>Diríase que América ha sido la providencia del país cantábrico, como si, -en efecto, estuvieran conformado por el destino a la medida de América. -La Pampa argentina ha recibido<span class="pagenum"><a name="page_194" id="page_194">{194}</a></span> durante mucho tiempo la visita del -inmigrante vasco, en una época en que pocos querían arriesgarse a las -contingencias de una dudosa expatriación. Es así que en el poema -argentino de «Martín Fierro», que expresa tan realmente el estado de -aquel país a mediados del siglo <small>XIX</small>, los únicos personajes exóticos son -el napolitano y el vascongado. El vasco era sin duda ya entonces un -individuo que se hallaba en todas las partes de la Pampa, porque el -héroe del poema, el gaucho Martín Fierro, al narrar un episodio dice -como la cosa más natural:</p> - -<div class="poetry"> -<div class="poem"><div class="stanza"> -<span class="i2">«Se tiró al suelo al dentrar,<br /></span> -<span class="i0">«le dió un empellón a un vasco»,<br /></span> -<span class="i0">y me alargó un medio frasco,<br /></span> -<span class="i0">diciendo: Beba, cuñao...»<br /></span> -</div></div> -</div> - -<p>Colaboradores asiduos, ardientes y numerosos, ¿cómo es, sin embargo, que -los cántabros no hayan dado a la historia de la conquista de América un -nombre resaltante, único y genial como Cortés, Pizarro o Balboa?</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_195" id="page_195">{195}</a></span></p><p>Es un hecho extraño y perturbador que hayan tenido que ocupar siempre -un puesto de segundo orden, el puesto del ayudante o del colaborador. Es -en cierto modo trágica esa predisposición de la gente vasca a detenerse -en el penúltimo escalón de la nombradía, y el figurar en las grandes -empresas como piloto, y no como capitán. Esto es más notable y -dramático, y desde luego digno de estudio, si se considera que el vasco -posee las cualidades que exige el primer puesto: vanidad, ambición, sed -de renombre y gloria, anhelo de la jerarquía.</p> - -<p>Lo cierto es que el vasco siempre se halló en los grandes hechos, pero -no como capitán, sino en calidad de piloto. Es el Andagoya que prepara -los barcos y explora las playas; pero el que conquistará Perú será -Pizarro. Es Elcano quien rodeará el mundo por primera vez; pero saldrá -de piloto en la expedición, y Magallanes logrará el premio inmortal del -viaje. Esto se repite siempre y en todos los sitios; el vasco anda cerca -del generalato, de la genialidad, y no logra dar el salto decisivo. En -la batalla de Pavía es el soldado vasco Juan de<span class="pagenum"><a name="page_196" id="page_196">{196}</a></span> Urbieta quien se halla -más cerca de Francisco I y le toma la espada; pero está cerca, está al -borde del éxito, y no es él precisamente quien gana la batalla. En arte, -en política, en todos los afanes príncipes busca el vasco el lugar del -peligro y de la gloria, ¡y no consigue la genialidad, y se limita a ser -piloto!...</p> - -<p>¿Por qué? ¿Hay una fatalidad en los pueblos? ¿Hay un efecto de -casualidad, de oportunidad?</p> - -<p>Sutilizando el hecho, podríamos atribuir ese fenómeno del vasco -secundario como producto de la democracia vascongada. Exento de -tradición monárquica y señorial, exento de ciudades y de cultura propia, -el país vasco ha tenido que carecer por consiguiente del verdadero -instinto del lujo y del mando. En un país de celosa igualdad, el hombre -ambicioso, vano y vehemente necesitó buscar fuera un campo para sus -hazañas. Pero desde el principio estaba en situación de inferioridad -frente a otros hombres naturalmente próceres, altivos, seguros de su -rango y que por tradición frecuentaban la corte y asumían en la familia -los cargos eminentes de la guerra y el<span class="pagenum"><a name="page_197" id="page_197">{197}</a></span> mando político. El sentido -natural y fatal del mando: he ahí lo que tal vez les faltó a los vascos, -que no obstante poseían toda la codicia y la ardiente sed del mando.</p> - -<p>El cántabro ha sido principalmente rural. El ruralismo se distingue por -un cierto titubeo, por una timidez, por una duda constante, por fiar a -la astucia y a la espera el éxito de los propósitos. Pero el gobierno de -la genialidad requiere otros caminos; para ser capitán es preciso la -aptitud convencida, instintiva, rápida e indiscutible del mando. El -hombre de mando no duda; hace como los reyes de origen divino; siente -que una fuerza extrahumana lo ha puesto al frente de la empresa. Este -era el caso de Hernán Cortés.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_198" id="page_198">{198}</a></span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_199" id="page_199">{199}</a></span> </p> - -<h3><a name="III" id="III"></a>III<br /><br /> -<span class="sans">EJEMPLO DE UNA RECLUTA DE CONQUISTADORES</span></h3> - -<p class="r"> -(Bernal Díaz del Castillo. “Conquista<br /> -de la Nueva España”. Cap. XXI.)<br /> -</p> - -<p class="nind"><span class="letra">«E</span> así como desembarcamos en el puerto de la villa de la Trinidad, y -salimos en tierra, y como los vecinos lo supieron, luego fueron a -recibir a Cortés y a todos nosotros los que veniamos en su compañía, y a -darnos el parabien venido a su villa, y llevaron a Cortés a aposentar -entre los vecinos, porque habia en aquella villa poblados muy buenos -hidalgos; y luego mandó Cortés poner su estandarte delante de su posada -y dar pregones, como se habia hecho en la villa de Santiago, y mandó -buscar todas las ballestas y escopetas <span class="pagenum"><a name="page_200" id="page_200">{200}</a></span>que habia y comprar otras cosas -necesarias y aun bastimentos; y de aquesta villa salieron hidalgos para -ir con nosotros, y todos hermanos, que fué el capitán Pedro de Albarado -y Gonzalo de Albarado y Jorge de Albarado y Gonzalo y Gomez e Juan de -Albarado el viejo, que era bastardo; el capitán Pedro de Albarado es el -por muchas veces nombrado; e tambien salió de aquesta villa Alonso de -Avila, natural de Avila, capitán que fué cuando lo de Grijalva, e salió -Juan de Escalante e Pedro Sanchez Farfan, natural de Sevilla, y Gonzalo -Mejía, que fué tesorero en lo de Méjico, e un Baena y Juanes de -Fuenterrabía, y Cristóbal de Olí, que fué forzado, que fué maestre de -campo en la toma de la ciudad de Méjico y en todas las guerras de la -Nueva España, e Ortiz el músico, e un Gaspar Sánchez, sobrino del -tesorero de Cuba, e un Diego de Pineda o Pinedo, y un Alonso Rodriguez, -que tenia unas minas ricas de oro, y un Bartolomé García y otros -hidalgos que no me acuerdo sus nombres, y todas personas de mucha valía. -Y desde la Trinidad escribió Cortés a la villa de Santispíritus, que -estaba de allí diez y ocho<span class="pagenum"><a name="page_201" id="page_201">{201}</a></span> leguas, haciendo saber a todos los vecinos -cómo iba a aquel viaje a servir a su majestad, y con palabras sabrosas e -ofrecimientos para atraer a sí muchas personas de calidad que estaban en -aquella villa poblados, que se decían Alonso Hernández Puertocarrero, -primo del conde de Medellin, y Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor e -gobernador que fué ocho meses, y capitán que después fué en la Nueva -España, y a Juan Velazquez de Leon, pariente del gobernador Velazquez, y -Rodrigo Rangel y Gonzalo Lopez de Jimena y su hermano Juan Lopez, y Juan -Sedeño. Este Juan Sedeño era vecino de aquella villa; y declarólo así -porque habia en nuestra armada otros dos Juan Sedeños; y todos estos que -he nombrado, personas muy generosas, vinieron a la villa de la Trinidad, -donde Cortés estaba; y como lo supo que venian, los salió a recebir con -todos nosotros los soldados que estábamos en su compañía, y se -dispararon muchos tiros de artillería y les mostró mucho amor, y ellos -le tenian grande acato. Digamos ahora cómo todas las personas que he -nombrado, vecinos<span class="pagenum"><a name="page_202" id="page_202">{202}</a></span> de la Trinidad, tenian en sus estancias, donde hacian -el pan cazabe, y manadas de puercos cerca de aquella villa, y cada uno -procuró de poner el mas bastimento que podia. Pues estando desta manera -recogiendo soldados y comprando caballos, que en aquella sazon e tiempo -no los habia, sino muy pocos y caros; y como aquel hidalgo por mí ya -nombrado, que se decia Alonso Hernandez Puertocarrero, no tenia caballo -ni aun de qué comprallo, Cortés le compró una yegua rucia y dió por ella -unas lazadas de oro que traia en la ropa de terciopelo que mandó hacer -en Santiago de Cuba (como dicho tengo); y en aquel instante vino un -navío de la Habana a aquel puerto de la Trinidad, que traía un Juan -Sedeño, vecino de la misma Habana, cargado de pan cazabe y tocinos, que -iba a vender a unas minas de oro cerca de Santiago de Cuba; y como saltó -en tierra el Juan Sedeño, fué a besar las manos a Cortés, y después de -muchas pláticas que tuvieron, le compró el navío y tocinos y cazabe -fiado, <i>y se fué el Juan Sedeño con nosotros. Ya teníamos once navíos</i>, -y todo se nos<span class="pagenum"><a name="page_203" id="page_203">{203}</a></span> hacia prósperamente, <i>gracias a Dios por ello</i>; y estando -de la manera que he dicho, envió Diego Velazquez cartas y mandamientos -para que detengan la armada a Cortés, lo cual verán adelante lo que -pasó.»</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_204" id="page_204">{204}</a></span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_205" id="page_205">{205}</a></span> </p> - -<h2><a name="IV" id="IV"></a>IV<br /><br /> -<span class="sans">EJEMPLO DE UNA BATALLA EN EL NUEVO MUNDO</span></h2> - -<p class="r"> -(Bernal Díaz del Castillo. “Conquista<br /> -de la Nueva España”. Cap. CXLV.)<br /> -</p> - -<p class="dtts"><span class="letra">«Y</span> volvamos a nuestra batalla: que al pasar de la puente hirieron a -muchos de los nuestros e mataron dos soldados, y luego les llevamos a -buenas cuchilladas por unas calles donde habia tierra firme adelante, y -los de a caballo, juntamente con Cortés, salen por otras partes a tierra -firme, adonde toparon sobre mas de diez mil indios, todos mejicanos, que -venian de refresco para ayudar a los de aquel pueblo; y peleaban de tal -manera con los nuestros, que les aguardaban con las lanzas a los de a -caballo, e hirieron a cuatro dellos; y Cortés, que se halló en aquella -gran<span class="pagenum"><a name="page_206" id="page_206">{206}</a></span> presa, y el caballo en que iba, que era muy bueno, castaño oscuro, -que le llamaban el Romo, u de muy gordo u de cansado, como estaba -holgado, desmayó el caballo, y los contrarios mejicanos, como eran -muchos, echaron mano a Cortés y le derribaron del caballo; otros dijeron -que por fuerza le derrocaron; ahora sea por lo uno o por lo otro, en -aquel instante llegaron muchos mas guerreros mejicanos para si pudieran -apañarle vivo a Cortés; y como aquello vieron unos tlascaltecas y un -soldado muy esforzado, que se decia Cristóbal de Olea, natural de -Castilla la Vieja, de tierra de Medina del Campo, de presto llegaron, y -a buenas cuchilladas y estocadas hicieron lugar, y tornó Cortés a -cabalgar, aunque bien herido en la cabeza, y quedó el Olea muy malamente -herido de tres cuchilladas; y en aquel tiempo acudimos allí todos los -mas soldados que mas cerca dél nos hallamos; porque en aquella sazón, -como en aquella ciudad habia en cada calle muchos escuadrones de -guerreros y por fuerza habiamos de seguir las banderas, no podiamos -estar todos juntos,<span class="pagenum"><a name="page_207" id="page_207">{207}</a></span> sino pelear unos a unas partes y otros a otras, -como nos fué mandado por Cortés; mas bien entendimos que donde andaba -Cortés y los de a caballo que habia mucho que hacer, por las muchos -gritas y voces y alaridos que oiamos. Y en fin de mas razones, puesto -que habia adonde andábamos muchos guerreros, fuimos con gran riesgo de -nuestras personas adonde estaba Cortés, que ya se le habian juntado -hasta quince de a caballo y estaban peleando con los enemigos junto a -unas acequias, adonde se mamparaban y estaban albarradas; y como -llegamos, les pusimos en huida, aunque no del todo volvian las espaldas; -y porque el soldado Olea que acudió a nuestro Cortés estaba muy mal -herido de tres cuchilladas y se desangraba, y las calles de aquella -ciudad estaban llenas de guerreros, dijimos a Cortés que se volviese a -unos mamparos y se curase el Cortés y el Olea; y así, volvimos, y no muy -sin sobra de vara y piedra y flecha, que nos tiraban de muchas partes -donde tenian mamparos y albarradas, creyendo los mejicanos que volviamos -retrayéndonos, e nos seguian<span class="pagenum"><a name="page_208" id="page_208">{208}</a></span> con gran furia; y en este instante viene -Pedro de Albarado e Andrés de Tapia y Cristóbal de Olí y todos los mas -de a caballo que fueron con ellos a otras partes, el Olí corriendo -sangre de la cara y el Pedro de Albarado herido y el caballo, y todos -los demás cada cual con su herida, y dijeron que habian peleado con -tanto mejicano en el campo, que no se podian valer; y porque cuando -pasamos la puente que dicho tengo, parece ser que Cortés los repartió, -que la mitad de a caballo fuesen por una parte y la otra mitad por otra; -y así, fueron siguiendo tras unos escuadrones, y la otra mitad tras los -otros. Pues ya que estábamos curando los heridos con quemalles con -aceite e apretalles con mantas, suenan tantas voces y trompetillas e -caracoles por unas calles en tierra firme, y por ellas vienen tantos -mejicanos a un patio donde estábamos curando los heridos, e tírannos -tanta vara e piedra, que hirieron de repente a muchos soldados; mas no -les fué muy bien de aquella cabalgada, que presto arremetimos con ellos, -y a buenas cuchilladas y estocadas quedaron hartos dellos tendi<span class="pagenum"><a name="page_209" id="page_209">{209}</a></span>dos. -Pues los de a caballo no tardaron en salilles al encuentro, que mataron -muchos, puesto que entonces hirieron dos caballos e mataron un soldado; -de aquella vez los echamos de aquel sitio e patio; y cuando Cortés vió -que no habia mas contrarios, nos fuimos a reposar a otro grande patio, -adonde estaban los grandes adoratorios de aquella ciudad, y muchos de -nuestros soldados subieron en el cu más alto, adonde tenian sus ídolos, -y desde allí vieron la gran ciudad de Méjico y toda la laguna, porque -bien se señoreaba todo; y vieron venir sobre dos mil canoas que venian -de Méjico llenas de guerreros, y venian derechos adonde estábamos; -porque, segun otro día supimos, el señor de Méjico, que se decía -Guatemuz, les enviaba para que aquella noche o día diesen en nosotros; y -juntamente envió por tierra sobre otros diez mil guerreros, para que, -unos por una parte y otros por otra, tuviesen manera que no saliésemos -de aquella ciudad con las vidas ninguno de nosotros. Tambien habia -apercebido otros diez mil hombres para les enviar de refresco cuando -estu<span class="pagenum"><a name="page_210" id="page_210">{210}</a></span>viesen dándonos guerra, y esto se supo otro día de cinco capitanes -mejicanos que en las batallas prendimos; y mejor lo ordenó Nuestro Señor -Jesucristo; porque así como vino aquella gran flota de canoas, luego se -entendió que venian contra nosotros, y acordóse que hubiese muy buena -vela en todo nuestro real, repartido a los puertos y acequias por donde -habian de venir a desembarcar, y los de a caballo muy a punto toda la -noche, ensillados y enfrenados, aguardando en la calzada y tierra firme, -y todos los capitanes, y Cortés con ellos, haciendo vela y ronda toda la -noche, e a mí e a otros diez soldados nos pusieron por velas sobre unas -paredes de cal y canto, y tuvimos muchas piedras e ballestas y escopetas -y lanzas grandes adonde estábamos, para que si por allí, en unas -acequias que era desembarcadero, llegasen canoas, que los resistiésemos -e hiciésemos volver, e a otros soldados pusieron en guarda en otras -acequias.</p> - -<p>Dejemos de hablar deste desman por causa de Cortés, y digamos cómo -habiamos ya<span class="pagenum"><a name="page_211" id="page_211">{211}</a></span> llegado a Tacuba con nuestras banderas tendidas, con todo -nuestro ejército y fardaje, y todos los mas de a caballo habian llegado, -y también Pedro de Albarado y Cristóbal de Olí, y Cortés no venia con -los diez de a caballo que llevó en su compañía. Tuvimos mala sospecha no -les hubiese acaecido algún desman, y luego fuimos con Pedro de Albarado -y Cristóbal de Olí e Andrés de Tapia en su busca, con otros de a -caballo, hácia los esteros donde le vimos apartar, y en aquel instante -vinieron los otros dos mozos de espuelas que habian ido con Cortés, que -se escaparon, e se decía el uno Monroy y el otro Tomás de Rijoles, y -dijeron que ellos por ser ligeros escaparon, e que Cortés y los demás se -vienen poco a poco porque traen los caballos heridos; y estando en esto -viene Cortés, con el cual nos alegramos, puesto que él venia muy triste -y como lloroso; llamábanse los mozos de espuelas que llevaron a Méjico a -sacrificar, el uno Francisco Martin Vendobal, y este nombre de Vendobal -se le puso por ser algo loco, y el otro se decía Pedro Gallego.<span class="pagenum"><a name="page_212" id="page_212">{212}</a></span> Pues -como allí llegó Cortés a Tacuba, llovia mucho, y reparamos cerca de dos -horas en unos grandes patios; y Cortés con otros capitanes y el tesorero -Alderete, que venia ya malo, y el fraile Melgarejo y otros muchos -soldados subimos en el gran cu de aquel pueblo, que desde él se -señoreaba muy bien la ciudad de Méjico, que está muy cerca, y toda la -laguna y las mas ciudades que están en el agua pobladas; y cuando el -fraile y el tesorero Alderete vieron tantas ciudades y tan grandes, y -todas asentadas en el agua, estaban admirados. Pues cuando vieron la -gran ciudad de Méjico y la laguna y tanta multitud de canoas, que unas -iban cargadas con bastimentos y otras iban a pescar y otras baldías, -mucho mas se espantaron, porque no las habian visto hasta en aquella -sazon; y dijeron que nuestra venida en esta Nueva España que no eran -cosas de hombres humanos, sino que la gran misericordia de Dios era -quien nos sostenia; e que otras veces han dicho que no se acuerdan haber -leido en ninguna escritura que hayan hecho ningunos vasallos tan -gran<span class="pagenum"><a name="page_213" id="page_213">{213}</a></span>des servicios a su rey como son los nuestros, e que ahora lo dicen -muy mejor, y que dello harian relación a su majestad. Dejemos de otras -muchas pláticas que allí pasaron, y cómo consolaba el fraile a Cortés -por la pérdida de sus mozos de espuelas, que estaba muy triste por -ellos; y digamos cómo Cortés y todos nosotros estábamos mirando desde -Tacuba el gran cu del ídolo Huichilóbos y el Tatelulco y los aposentos -donde solíamos estar, y mirábamos toda la ciudad, y las puentes y -calzada por donde salimos huyendo; y en este instante suspiró Cortés con -una muy grande tristeza, muy mayor que la que de antes traia por los -hombres que le mataron antes que en el alto cu subiese; y desde entonces -dijeron un cantar o romance:</p> - -<div class="poetry"> -<div class="poem"><div class="stanza"> -<span class="i2">En Tacuba está Cortés<br /></span> -<span class="i0">Con su escuadrón esforzado,<br /></span> -<span class="i0">Triste estaba y muy penoso,<br /></span> -<span class="i0">Triste y con gran cuidado,<br /></span> -<span class="i0">La una mano en la mejilla,<br /></span> -<span class="i0">Y la otra en el costado, etc.<br /></span> -</div></div> -</div> - -<p>Acuérdome que entonces le dijo un soldado<span class="pagenum"><a name="page_214" id="page_214">{214}</a></span> que se decía el bachiller -Alonso Perez, que después de ganada la Nueva España fué fiscal e vecino -en Méjico: «Señor capitán, no esté vuestra merced tan triste; que en las -guerras estas cosas suelen acaecer, y no se dirá por vuestra merced:</p> - -<div class="poetry"> -<div class="poem"><div class="stanza"> -<span class="i2">Mira Nero, de Tarpeya,<br /></span> -<span class="i0">A Roma cómo se ardía...»<br /></span> -</div></div> -</div> - -<p>Y Cortés le dijo que ya veia cuántas veces habia enviado a Méjico a -rogalles con la paz, y que la tristeza no la tenia por sola una cosa, -sino en pensar en los grandes trabajos en que nos habiamos de ver hasta -tornar a señorear, y que con la ayuda de Dios presto lo porniamos por la -obra.»<span class="pagenum"><a name="page_215" id="page_215">{215}</a></span></p> - -<h2><a name="V" id="V"></a>V<br /><br /> -<span class="sans">DESCUBRIMIENTO DEL PACIFICO</span></h2> - -<p class="r"> -(López de Gomara. “Historia<br /> -de las Indias”.)<br /> -</p> - -<h3>DESCUBRIMIENTO DE LA MAR DEL SUR</h3> - -<p class="nind"><span class="letra">E</span>RA Vasco Núñez de Balboa hombre que no sabia estar parado; y aunque -tenia pocos españoles para los muchos que menester eran, segun don -Carlos Panquiaco decía, se determinó ir a descobrir la mar del Sur, -porque no se adelantase otro y le hurtase la bendicion de aquella famosa -empresa, y por servir y agradar al Rey, que dél estaba enojado. Aderezó -un galeoncillo que poco antes llegara de Santo Domingo, y diez barcas de -una pieza. Embarcóse con ciento y noventa<span class="pagenum"><a name="page_216" id="page_216">{216}</a></span> españoles escogidos, y -dejando los demás bien proveidos, se partió del Darien, 1.º de setiembre -año de 13. Fué a Careta, dejó allí las barcas y navío y algunos -compañeros. Tomó ciertos indios para guía y lengua, y el camino de las -sierras que Panquiaco le mostrara. Entró en tierra de Ponca, que huyó -como otras veces solia. Siguiéronle dos españoles con otros tantos -caretanos, y trajéronle con salvoconducto. Venido, hizo paz y amistad -con Balboa y cristianos, y en señal de firmeza dióles ciento y diez -pesos de oro en joyuelas, tomando por ellas hachas de hierro, -cortezuelas de vidrio, cascabeles y cosas de menos valor, empero -preciosas para él. Dió tambien muchos hombres de carga y para que -abriesen camino; porque como no tienen contratación con serranos, no hay -sino unas sendillas como de ovejas. Con ayuda, pues, de aquellos hombres -hicieron camino los nuestros, a fuerza de brazos y hierro, por montes y -sierras, y en los rios puentes, no sin grandísima soledad y hambre. -Llegó en fin a Cuareca, do era señor Torecha, que salió con<span class="pagenum"><a name="page_217" id="page_217">{217}</a></span> mucha gente -no mal armada, a le defender la entrada en su tierra si no le -contentasen los extranjeros barbudos. Preguntó quién eran, qué buscaban -y a do iban. Como oyó ser cristianos, que venian de España, y que -andaban predicando nueva religion y buscando oro, y que iban a la mar -del Sur, díjoles que se tornasen atrás sin tocar a cosa suya, so pena de -muerte. Y visto que hacer no le querian, peleó con ellos animosamente. -Mas al cabo murió peleando, con otros seiscientos de los suyos. Los -otros huyeron a mas correr, pensando que las escopetas eran truenos, y -rayos las pelotas; y espantados de ver tantos muertos en tan poco -tiempo; y los cuerpos, unos sin brazos, otros sin piernas, otros -hendidos por medio, de fieras cuchilladas. En esta batalla se tomó preso -un hermano de Torecha en hábito real de mujer, que no solamente en el -traje, pero en todo lo al, salvo en parir, era hembra. Entró Balboa en -Cuareca; no halló paz ni oro, que lo habian alzado antes que pelear. -Empero halló algunos negros esclavos del señor. Preguntó de dónde los -habian, y<span class="pagenum"><a name="page_218" id="page_218">{218}</a></span> no le supieron decir o entender mas de que habia hombres de -aquel color cerca de allí, con quien tenian guerra muy ordinaria. Estos -fueron los primeros negros que se vieron en Indias, y aun pienso que no -se han visto mas. Aperreó Balboa cincuenta putos que halló allí, y luego -quemólos, informado primero de su abominable y sucio pecado. Sabida por -la comarca esta victoria y justicia, le traian muchos hombres de sodomía -que los matase. Y segun dicen, los señores y cortesanos usan aquel -vicio, y no el comun; y regalaban a los alanos, pensando que de -justicieros mordian los pecadores; y tenian por mas que hombres a los -españoles, pues habian vencido y muerto tan presto a Torecha y a los -suyos. Dejó Balboa allí en Cuareca los enfermos y cansados, y con -sesenta y siete que recios estaban, subió una gran sierra, de cuya -cumbre se parecia la mar austral, segun las guias decían. Un poco antes -de llegar arriba mandó parar el escuadron, y corrió a lo alto. Miró -hacia mediodía, vió la mar, y en viéndola arrodillóse en tierra y alabó -al Señor, que le hacia tal merced. Lla<span class="pagenum"><a name="page_219" id="page_219">{219}</a></span>mó los compañeros, mostróles la -mar, y díjoles: «Veis allí, amigos míos, lo que mucho deseábamos. Demos -gracias a Dios, que tanto bien y honra nos ha guardado y dado. Pidámosle -por merced nos ayude y guie a conquistar esta tierra y nueva mar que -descobrimos y que nunca jamás cristiano la vido, para predicar en ella -el santo Evangelio...»</p> - -<p class="fint">FIN</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_220" id="page_220">{220}</a></span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_221" id="page_221">{221}</a></span> </p> - -<h2><a name="INDICE" id="INDICE"></a>ÍNDICE</h2> - -<table border="0" cellpadding="3" cellspacing="0" summary=""> - -<tr><td colspan="4"></td><td class="rt">Págs.</td></tr> - -<tr><td class="c">Capítulo -</td><td class="rt"><a href="#CAPITULO_PRIMERO">I.</a></td><td class="c">—</td><td> -<a href="#CAPITULO_PRIMERO">Visión de Extremadura.</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_9">9</a></td></tr> -<tr><td class="c">»</td><td class="rt"><a href="#CAPITULO_II">II.</a></td><td class="c">—</td><td><a href="#CAPITULO_II">El sello andaluz.</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_19">19</a></td></tr> -<tr><td class="c">»</td><td class="rt"><a href="#CAPITULO_III">III.</a></td><td class="c">—</td><td><a href="#CAPITULO_III">Plus Ultra.</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_33">33</a></td></tr> -<tr><td class="c">»</td><td class="rt"><a href="#CAPITULO_IV">IV.</a></td><td class="c">—</td><td><a href="#CAPITULO_IV">Los españoles en América.</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_41">41</a></td></tr> -<tr><td class="c">»</td><td class="rt"><a href="#CAPITULO_V">V.</a></td><td class="c">—</td><td><a href="#CAPITULO_V">El origen heroico de América.</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_55">55</a></td></tr> -<tr><td class="c">»</td><td class="rt"><a href="#CAPITULO_VI">VI.</a></td><td class="c">—</td><td><a href="#CAPITULO_VI">El Cid como precursor de los conquistadores de América.</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_63">63</a></td></tr> -<tr><td class="c">»</td><td class="rt"><a href="#CAPITULO_VII">VII.</a></td><td class="c">—</td><td><a href="#CAPITULO_VII">La codicia.</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_75">75</a></td></tr> -<tr><td class="c">»</td><td class="rt"><a href="#CAPITULO_VIII">VIII.</a></td><td class="c">—</td><td><a href="#CAPITULO_VIII">Las riquezas.</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_87">87</a></td></tr> -<tr><td class="c">»</td><td class="rt"><a href="#CAPITULO_IX">IX.</a></td><td class="c">—</td><td><a href="#CAPITULO_IX">El valor.</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_99">99</a></td></tr> -<tr><td class="c">»</td><td class="rt"><a href="#CAPITULO_X">X.</a></td><td class="c">—</td><td><a href="#CAPITULO_X">El conquistador brillante.</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_113">113</a></td></tr> -<tr><td class="c">»</td><td class="rt"><a href="#CAPITULO_XI">XI.</a></td><td class="c">—</td><td><a href="#CAPITULO_XI">Francisco Pizarro.</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_131">131</a></td></tr> -<tr><td class="c">»</td><td class="rt"><a href="#CAPITULO_XII">XII.</a></td><td class="c">—</td><td><a href="#CAPITULO_XII">Los capitanes.</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_153">153</a></td></tr> -<tr><td class="c">»</td><td class="rt"><a href="#CAPITULO_XIII">XIII.</a></td><td class="c">—</td><td><a href="#CAPITULO_XIII">El sentido de América.</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_163">163</a></td></tr> -</table> - -<h2><a name="APENDICES" id="APENDICES"></a>APÉNDICES</h2> - -<table border="0" cellpadding="3" cellspacing="0" summary=""> -<tr><td class="rt"><a href="#I">I.</a></td><td class="c">—</td><td><a href="#I">El amaneramiento histórico.</a></td><td class="rt"><a href="#page_183">183</a></td></tr> -<tr><td class="rt"><a href="#II">II.</a></td><td class="c">—</td><td><a href="#II">Los pilotos cantábricos.</a></td><td class="rt"><a href="#page_189">189</a></td></tr> -<tr><td class="rt"><a href="#III">III.</a></td><td class="c">—</td><td><a href="#III">Ejemplo de una recluta de conquistadores.</a></td><td class="rt"><a href="#page_199">199</a></td></tr> -<tr><td class="rt"><a href="#IV">IV.</a></td><td class="c">—</td><td><a href="#IV">Ejemplo de una batalla en el Nuevo Mundo.</a></td><td class="rt"><a href="#page_205">205</a></td></tr> -<tr><td class="rt"><a href="#V">V.</a></td><td class="c">—</td><td><a href="#V">Descubrimiento del Pacífico.</a></td><td class="rt"><a href="#page_215">215</a></td></tr> -</table> - -<hr class="full" /> -<div style='display:block; margin-top:4em'>*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS CONQUISTADORES ***</div> -<div style='text-align:left'> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Updated editions will replace the previous one—the old editions will -be renamed. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United -States without permission and without paying copyright -royalties. 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Redistribution is subject to the trademark -license, especially commercial redistribution. -</div> - -<div style='margin:0.83em 0; font-size:1.1em; text-align:center'>START: FULL LICENSE<br /> -<span style='font-size:smaller'>THE FULL PROJECT GUTENBERG LICENSE<br /> -PLEASE READ THIS BEFORE YOU DISTRIBUTE OR USE THIS WORK</span> -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -To protect the Project Gutenberg™ mission of promoting the free -distribution of electronic works, by using or distributing this work -(or any other work associated in any way with the phrase “Project -Gutenberg”), you agree to comply with all the terms of the Full -Project Gutenberg™ License available with this file or online at -www.gutenberg.org/license. -</div> - -<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'> -Section 1. General Terms of Use and Redistributing Project Gutenberg™ electronic works -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -1.A. By reading or using any part of this Project Gutenberg™ -electronic work, you indicate that you have read, understand, agree to -and accept all the terms of this license and intellectual property -(trademark/copyright) agreement. If you do not agree to abide by all -the terms of this agreement, you must cease using and return or -destroy all copies of Project Gutenberg™ electronic works in your -possession. If you paid a fee for obtaining a copy of or access to a -Project Gutenberg™ electronic work and you do not agree to be bound -by the terms of this agreement, you may obtain a refund from the person -or entity to whom you paid the fee as set forth in paragraph 1.E.8. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -1.B. “Project Gutenberg” is a registered trademark. It may only be -used on or associated in any way with an electronic work by people who -agree to be bound by the terms of this agreement. 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INDEMNITY - You agree to indemnify and hold the Foundation, the -trademark owner, any agent or employee of the Foundation, anyone -providing copies of Project Gutenberg™ electronic works in -accordance with this agreement, and any volunteers associated with the -production, promotion and distribution of Project Gutenberg™ -electronic works, harmless from all liability, costs and expenses, -including legal fees, that arise directly or indirectly from any of -the following which you do or cause to occur: (a) distribution of this -or any Project Gutenberg™ work, (b) alteration, modification, or -additions or deletions to any Project Gutenberg™ work, and (c) any -Defect you cause. -</div> - -<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'> -Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg™ -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Project Gutenberg™ is synonymous with the free distribution of -electronic works in formats readable by the widest variety of -computers including obsolete, old, middle-aged and new computers. It -exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations -from people in all walks of life. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Volunteers and financial support to provide volunteers with the -assistance they need are critical to reaching Project Gutenberg™’s -goals and ensuring that the Project Gutenberg™ collection will -remain freely available for generations to come. In 2001, the Project -Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure -and permanent future for Project Gutenberg™ and future -generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see -Sections 3 and 4 and the Foundation information page at www.gutenberg.org. -</div> - -<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'> -Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non-profit -501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the -state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal -Revenue Service. The Foundation’s EIN or federal tax identification -number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by -U.S. federal laws and your state’s laws. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -The Foundation’s business office is located at 809 North 1500 West, -Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up -to date contact information can be found at the Foundation’s website -and official page at www.gutenberg.org/contact -</div> - -<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'> -Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Project Gutenberg™ depends upon and cannot survive without widespread -public support and donations to carry out its mission of -increasing the number of public domain and licensed works that can be -freely distributed in machine-readable form accessible by the widest -array of equipment including outdated equipment. Many small donations -($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt -status with the IRS. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -The Foundation is committed to complying with the laws regulating -charities and charitable donations in all 50 states of the United -States. Compliance requirements are not uniform and it takes a -considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up -with these requirements. 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Donations are accepted in a number of other -ways including checks, online payments and credit card donations. To -donate, please visit: www.gutenberg.org/donate -</div> - -<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'> -Section 5. General Information About Project Gutenberg™ electronic works -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Professor Michael S. Hart was the originator of the Project -Gutenberg™ concept of a library of electronic works that could be -freely shared with anyone. For forty years, he produced and -distributed Project Gutenberg™ eBooks with only a loose network of -volunteer support. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Project Gutenberg™ eBooks are often created from several printed -editions, all of which are confirmed as not protected by copyright in -the U.S. unless a copyright notice is included. Thus, we do not -necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper -edition. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Most people start at our website which has the main PG search -facility: <a href="https://www.gutenberg.org">www.gutenberg.org</a>. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -This website includes information about Project Gutenberg™, -including how to make donations to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to -subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks. -</div> - -</div> - -</body> -</html> diff --git a/old/65024-h/images/colofon.png b/old/65024-h/images/colofon.png Binary files differdeleted file mode 100644 index d9bda5c..0000000 --- a/old/65024-h/images/colofon.png +++ /dev/null diff --git a/old/65024-h/images/cover.jpg b/old/65024-h/images/cover.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index d2e98b8..0000000 --- a/old/65024-h/images/cover.jpg +++ /dev/null |
