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-The Project Gutenberg eBook of Los Conquistadores, by José María
-Salaverrí­a
-
-This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and
-most other parts of the world at no cost and with almost no restrictions
-whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms
-of the Project Gutenberg License included with this eBook or online at
-www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you
-will have to check the laws of the country where you are located before
-using this eBook.
-
-Title: Los Conquistadores
- El origen heróico de América
-
-Author: José María Salaverrí­a
-
-Release Date: April 08, 2021 [eBook #65024]
-
-Language: Spanish
-
-Character set encoding: UTF-8
-
-Produced by: Chuck Greif and the Online Distributed Proofreading Team at
- http://www.pgdp.net (This file was produced from images
- available at The Internet Archive)
-
-*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS CONQUISTADORES ***
-
-
-
-
- LOS CONQUISTADORES
-
- _Es propiedad._
-
- _Copyright by Rafael Caro Raggio 1918._
-
- _Derechos reservados para todos los países._
-
-
- Imprenta y litografía de Rafael Caro Raggio.
-
-
-
-
- _JOSE MARIA SALAVERRIA_
-
- LOS
- CONQUISTADORES
-
- EL ORIGEN HEROICO DE AMÉRICA
-
- [Illustration]
-
- RAFAEL CARO RAGGIO: EDITOR
-
- VENTURA RODRÍGUEZ, 18
-
- 1918
-
-
-
-
-CAPÍTULO PRIMERO
-
-VISIÓN DE EXTREMADURA
-
-
-Hay en España un territorio desviado de la ruta de los turistas, en
-cierto modo desconocido e impenetrable. Sólo se ven allí terrenos de
-cultivo, sierras de pastoreo y algunas minas de poco renombre.
-
-Es la comarca que une a Extremadura con Andalucía, país tan bello como
-sugerente, que ahora estimo recorrer con el alma abierta a las grandes
-recordaciones históricas. Por aquí pasaban, en efecto, los soldados y
-capitanes de Extremadura buscando el glorioso valle del Guadalquivir y
-los muelles de Sevilla, donde las galeras de empinada popa reclutaban a
-todos los hombres de buena voluntad que soñasen con el oro y la gloria
-de las Indias.
-
-Por estos montes de encinas y olivos, gratos a la vid, transitaban los
-conquistadores a lomo de sus ágiles caballos, portando su espada y su
-rodela, y allá dentro del pecho un animoso corazón.
-
-Los llanos y las dehesas de Extremadura llenáronse un día de fastuosas
-revelaciones; hasta el país escondido y mediterráneo había llegado la
-buena nueva, y en la Tierra de Barros, en la Serena, en Cáceres, en
-Trujillo, los hidalgos de templada musculatura y lanza en astillero
-comentaban bajo los portales: «Allá abajo, hacia Sevilla, hay banderas
-donde engancharse para las empresas del Nuevo Mundo... ¡Todo lleno de
-oro y plata y perlas preciosas!»
-
-Mientras el tren me lleva a Extremadura, es imposible librar a la mente
-de la obsesión de América; los objetos modernos tratan de llamarme y no
-lo consiguen. La Historia se sube, en ocasiones, a la cabeza con la
-misma aptitud delirante que un vino rancio. Veo los pueblos y los
-hombres cuotidianos; las máquinas a vapor y los artefactos científicos
-de un coto minero; los periódicos y los trajes me hablan con
-obstinación de los afanes contemporáneos, y yo insisto, a pesar de todo,
-en transportarme a la época de los conquistadores.
-
-Asisto con curiosidad a las variaciones del paisaje, y principalmente
-deseo sorprender la aparición de Extremadura. El tren parece
-corresponder a mi impaciencia y corre por una comarca fronteriza y
-solitaria, alta y desierta. Es la región de la divisoria hidrográfica,
-límite de las cuencas del Guadalquivir y del Guadiana medio. De pronto,
-pasado un túnel, el paisaje ha cambiado.
-
-No cambia, sin embargo, tan radicalmente como por la parte de
-Despeñaperros; allí se salta de la meseta centro-española, fría y
-elevada, a las felices tierras andaluzas, donde el naranjo florece y se
-yergue la cimbradora palmera; mientras que entre Andalucía y Extremadura
-no existe violencia ni el tránsito puede decirse que sea fundamental. La
-gente sigue pronunciando el castellano con el mismo dejo gracioso y
-ceceante de los andaluces, y las palmas datileras, asomándose por los
-bardales de los huertos, muestran bien pronto que estamos en un país
-fértil y caliente, donde el régimen estepario de la Mancha se ha
-sustituido por el clima atlántico-meridional.
-
-Al paso de las estaciones del ferrocarril yo me apresuro a observar las
-gentes, el lenguaje, los gestos y el orden de los cultivos. ¿Cómo son
-los descendientes de aquellos hombres extraordinarios en quienes la
-voluntad, el valor y el don de iniciativa alcanzaron un límite que pocas
-veces ha sobrepasado la naturaleza humana?
-
-Veo un territorio montañés y risueño, bien poblado y cultivado en forma
-de bancales, lleno de alquerías blancas, que adornan con su candidez la
-reciente verdura de la primavera. Pronto se allana el país y se hace más
-fecundo y rico. Entramos en la Tierra de Barros, célebre por su
-fertilidad. Grandes y opulentos pueblos surgen en la llanura, cuyas
-gruesas tierras de labor florecen con los cultivos más caros: frondosos
-olivares, campos de mies, prósperos viñedos. Con frecuencia se divisan,
-desde el tren, amplias y hermosas casas de labor, de denso aspecto
-señorial.
-
-Miro las personas entre tanto, y celosamente examino sus rasgos, su
-talante, sus gestos. Es el extremeño un hombre de varonil y hermosa
-presencia, robusto y bien proporcionado. Desde luego se advierte en él
-un cierto aire reservado, escaso de gesticulaciones. No puede llamarse
-adustez a ese aire como reconcentrado; tampoco le conviene el nombre de
-tímido, ni el de triste o fosco. Es una gravedad tan digna y viril, como
-exenta de empaque provocativo. Unase el castellano con el andaluz
-occidental, agréguese un poco de portugués, y se tendrá el extremeño.
-
-Es notable la salud y belleza de la raza. Los chiquillos que corren
-descalzos, las niñas de pintarrajeados pañolones, muestran un rostro
-lindo y carnoso, unos ojos grandes y honestos, unas mejillas morenas con
-vivas rosas de salud. Hay un tipo de hombre cenceño, de ojos obscuros y
-talante firme, y no abundan menos los rostros claros, rubios,
-especialmente en las muchachas. Las mujeres seducen por su aire
-honesto, pudoroso; más simpáticas aun porque carecen de melindres y
-estudiadas gazmoñerías.
-
-He aquí el país raro de grasas llanuras y boscosas sierras; país de
-vastas soledades, encinares espesos y solitarios rebaños; tierra de
-encalmados horizontes, donde los mansos ríos buscan el camino del mar...
-Como los ríos, también los hombres persiguieron el ensueño de la remota
-e inaudita navegación. Un sueño de mar infinito, una quimera de las
-frondosas playas indianas exaltó esa tierra que no conoce el mar, pero
-que lo presentía con el amor infuso de un navegante predestinado. Tierra
-densa y grave, enigmática por su especie de mudez, que dió ejemplares de
-voluntad férrea como Pizarro, y al mismo producía el alma mística del
-divino Morales, y aquella otra alma ascética de Zurbarán...
-
-Llegando a Mérida he concluido de empaparme en unción histórica, y
-lentamente he vagado por las ruinas romanas, por el teatro de rotas
-columnas y bajo las arcadas del ingente acueducto. Es una serena tarde
-de abril, y desde el borde del larguísimo puente milenario contemplo
-los recios trozos de las antiguas murallas, que caen rectas sobre el río
-y dan una veraz sensación de esa grandeza impasible, cesárea, de todo lo
-romano. El Guadiana, ensanchado en esta parte de su curso, pasa lento y
-grandioso, como poniéndose a tono con la aspiración de majestad que
-expresan las murallas y el puente cesáreos.
-
-Y en el silencio de la tarde, apenas malogrado por el tintineo de un
-rebaño que vuelve al redil, sube de la tierra y fluye en el ambiente
-todo una profundidad recordatoria. Los siglos parecen fundirse y
-decantarse en la última llama del sol poniente, y el aire sin duda está
-lleno de memorias ilustres, de polvo de siglos, de ideales huellas de
-almas.
-
- * * * * *
-
-Mientras la pluma traza estas líneas, los torreones y campanarios de
-Trujillo esparcen su severa sombra por la plaza incomparable. Veo a
-través de los cristales erguirse un caserón arruinado; y en tanto
-escapa la imaginación hacia los países vitales y frondosos del Nuevo
-Mundo... ¡Qué remotos y antagónicos los dos cuadros! Aquí las sombras y
-las ruinas de las torres abolengas de Trujillo; allá lejos se desgrana
-el collar de las mil ciudades opulentas y las veinte naciones dinámicas.
-
-Sin embargo, la duda es ociosa; aquéllo ha nacido de ésto. Y la obra
-infinitamente transcendental la consumaron unos obscuros hidalgos de
-espada y de iniciativa que nacieron a la sombra de estas torres de
-Extremadura, ahora calladas y vacías.
-
-Es así, teniendo siempre fija la idea de América, como adquieren supremo
-valor los campos extremeños. El ánimo se impresiona a cada punto al
-sorprender la memoria de los conquistadores, viva siempre en todo este
-país desviado, labradiego y pastoril. Y en esta nostálgica evocación de
-epopeyas, el pueblo extremeño confunde a los héroes más dispares,
-hacinándolos, después de todo, con una cierta lógica. Cortés y Pizarro
-se mezclan con García de Paredes, el de las hazañas hercúleas en
-Italia, como si hubieran combatido juntos, y pasando a caballo por la
-sierra de Santa Cruz, nos cuenta el guía que en algún escondrijo de
-aquellos cerros está oculto e incólume el sepulcro de Viriato.
-
-Suena a hierro Extremadura. De sus encinares brotó la flor estimada que
-tiene el nombre de voluntad. ¡Oh gloriosa América, eres el fruto de una
-voluntad inquebrantable, infinita, y nada, si no fuese ella, te hubiese
-desprendido de la noche de tu sueño aborigen! Las manos que te alzaron a
-la luz desde el fondo de las selvas y las cordilleras, eran manos
-decisivas e incansables, que no conocían la renunciación. Sólo una casta
-de gigantes pudo cumplir la enorme tarea. Casta de Balboa, de Cortés, de
-Pizarro, para quienes las empresas más absurdas se domesticaban, se
-humillaban, por lo mismo que los propios dioses se amedrentan frente a
-la inexorable decisión genial del héroe.
-
-La ancha plaza de Trujillo aparece a mis ojos toda llena de muchachos
-endomingados, que celebran la Fiesta de la Pascua Florida llevando un
-cordero votivo. Bulle y ríe la gente en la bucólica romería. Los
-corderillos, adornados con cintas y cascabeles, ponen su nota cándida en
-el regocijo muchachil. Y arriba, en un estupendo anfiteatro, la ciudad
-vieja se encarama por las vertientes de la pequeña loma, ofreciendo la
-muda solemnidad de sus casonas y torres almenadas.
-
-Desde lo alto de la acrópolis, entre marcial y mística, me he detenido a
-ver las ruínas venerables y la solitaria inmensidad de los campos
-labrados. Los alcotanes giran, en largo vuelo, sobre las rotas murallas
-del castillo. Unas cigüeñas, lentas y suntuarias, agregan majestad al
-melancólico panorama.
-
-Los blasones nobiliarios viven entre las ruínas, y vive siempre, como en
-una grave penumbra, la sombra del Conquistador. En lo más alto, una
-pobre mujer señala un muro: «Ahí nació Francisco Pizarro.» Me aproximo a
-ver la gacha y ruda ojiva del portal. Sólo un lienzo de la casa queda en
-pie; todo ha caído menos el tosco y simple escudo de la estirpe: un
-árbol con dos cerdos rampantes...
-
-
-
-
-CAPÍTULO II
-
-EL SELLO ANDALUZ
-
-
-Cuando se ha visitado Andalucía y Extremadura, después de haber
-recorrido algunas partes de América, acude a la mente la idea clara del
-prodigio, y hallamos que el milagro adquiere explicación y realidad.
-Esto ocurre principalmente porque entre las comarcas que produjeron a
-los conquistadores y los pueblos americanos, existe ahora mismo una
-admirable identificación. Un siglo entero de independencia más o menos
-irritada no ha podido desintegrar o desunir lo que desde el principio
-enlazó el esfuerzo poderoso de unas personalidades densas. El sello
-andaluz pervive en América y Sevilla, esa graciosa perla del
-Guadalquivir, es el origen cívico de lo americano.
-
-Hay en algunas ciudades una simpatía irresistible, que nos obliga a
-hablar de ellas en tono exaltado; el mismo nombre de Sevilla es por sí
-solo una voz melodiosa, fuente de ilustres sugericiones. Digamos también
-que las gracias y los buenos hados suelen visitar de tarde en tarde a
-los pueblos, y así no hay duda que en la creación de Andalucía ha
-presidido un genio benévolo; los andaluces tienen razón cuando llaman a
-su risueño país la tierra de María Santísima.
-
-Sería poco, sin embargo, si Andalucía poseyera únicamente el prestigio
-de su cielo, de su fino aire y de su amabilidad. Tiene, además, la
-fuerza, el contenido genial y la aptitud para todo género de grandeza.
-Asombra de veras esa región positivamente prócer, que en ningún momento
-de la Historia ha dejado de ser visitada por el soplo divino de la
-inteligencia. Consideremos que es Andalucía el país a que se refieren
-las prehistóricas noticias de los iberos, que tenían leyes, versos y
-escritura mucho antes de que abordaran a las playas españolas los
-vajeles fenicios y griegos. Y en los grandes museos de Europa, en las
-vitrinas que corresponden al período de la piedra tallada, siempre hay,
-junto a las reliquias de Creta, Sicilia o el Peloponeso, unas piedras
-finamente labradas por manos andaluzas.
-
-Esa gente hábil y despierta, que conoce la cultura tan de antiguo como
-las razas más príncipes, no ha cesado de mantener contacto con la
-civilización, y hoy mismo, a través de todas las invasiones que el genio
-andaluz absorviera y mejorara, se nos muestra Andalucía como un núcleo
-vivo, palpitante y armónico que acaso está pronto para un nuevo
-renacimiento.
-
-La idea que se tiene de lo _meridional_ es en cierto sentido desdeñoso,
-especialmente ahora que los pueblos septentrionales imponen la ley en
-arte, ciencia y política. Lo _meridional_ quiere decir un poco inferior,
-decadente, brillante, frívolo, de corto aliento, muelle y externo. Pero
-Andalucía nos asombra también en este caso, porque siendo una típica
-expresión de lo _meridional_ contiene, no obstante, hondura y fuerza.
-¿Esto es, probablemente, a causa de que Andalucía no participa en todo
-de las características mediterráneas? Andalucía parece un país orientado
-hacia el Atlántico mejor que al Mediterráneo, como su río esencial, el
-Guadalquivir, lo indica. Por otra parte, la gran cuenca del Guadalquivir
-es una cosa castellana más bien que levantina.
-
-Diremos, en suma, que Andalucía es lo meridional de Castilla, como
-Castilla es una consecuencia del Cantábrico. Así se realiza, pues, un
-desplazamiento de españolismo integral que va del Cantábrico a Castilla
-y de la Mancha a Andalucía, resolviéndose por el Guadalquivir, que da
-sus aguas al Atlántico, la unión anular de los dos extremos étnicos. El
-_meridionalismo_ de Andalucía, por cuanto se halla investido de gracia y
-de fuerza, deberemos situarlo en la calidad del de los pueblos, como
-Atenas y Florencia, que pudieron cultivar conjuntamente el arte y la
-energía.
-
-La virtud andaluza estriba en esa facultad de la multiplicación de las
-aptitudes. He ahí el pueblo que sabe ser fino y muelle, duro y
-resistente. El retrato que el viejo historiador hace del Marqués de los
-Vélez, hombre terriblemente valeroso y hercúleo, está muy lejos de la
-imagen que el vulgo compone a propósito de la gente andaluza.
-
-En un sitio de Sevilla, en aquello que llamaríamos la acrópolis
-sevillana, los siglos han realizado una insuperable síntesis
-arquitectónica. El Alcázar muestra su encanto árabe y la delicia de sus
-íntimos jardines; cerca de él alza su mole gótica la Catedral; la
-Giralda, acierto de grandiosidad y finura, echa al espacio su encajería
-de ladrillo; un trozo de Ayuntamiento, también cercano, ofrece su
-filigrana plateresca; la Lonja, entre el Alcázar y la Catedral,
-reproduce la serenidad del Renacimiento; y para que nada falte, allí
-está la portada churrigueresca del palacio arzobispal.
-
-Todo lo contiene Andalucía, y es por esto la verdadera síntesis o
-expresión de España. Las otras porciones de la nación no expresan ni
-contienen todos los lados españoles; el Cantábrico, Galicia, Aragón,
-Cataluña y Levante, la misma Castilla, son fragmentos españoles. Sólo
-en Andalucía se cumple la totalidad. Por eso aciertan algunos
-extranjeros cuando imaginan una España del corte y el tono de Andalucía.
-Por eso muchos extranjeros se defraudan cuando el tren les lleva por las
-interminables vías castellanas.
-
-Lo verdaderamente español, plenamente español, es Andalucía. En algún
-momento histórico ha girado la vida española en el seno andaluz, y
-entonces encontraba España su centro de gravedad.
-
-No debe olvidarse que los principales hechos españoles han sido
-apadrinados por Andalucía. La Reconquista tuvo allí sus naturales campos
-de batalla, sus decisivas acciones; en Andalucía adquirió, además, el
-arabismo un concepto de civilización que no adquiriera en el resto de
-España, a pesar del oasis de Toledo. Frente a Granada se cerró el broche
-de la unidad española. ¿Y no fué en Andalucía donde el mismo idioma
-castellano se pulió, se afinó, se hizo abundante y flexible? Las huestes
-de Gonzalo de Córdoba, que ilustraron el nombre militar de España en
-Italia, iban formadas por caballeros y nobles andaluces. La iniciación,
-el arreglo, la forma, la obra entera de América, partieron de Andalucía.
-
-Aptos para los trabajos de la inteligencia, los andaluces nos abruman
-con la cifra de sus poetas, humanistas, escritores de todo género,
-oradores y artistas. Tienen el desenfado y la violencia de Hurtado de
-Mendoza, la grandiosidad verbal de Herrera, la fuga mística de Granada,
-la gracia abundante de Góngora. Sus escultores llegan al punto máximo de
-la religiosidad. Sus pintores son varios, múltiples, y entre todos
-completan los distintos caracteres de la personalidad española. Murillo
-es dulce y perfecto; Velázquez asume la realidad y la elegancia; Valdés
-Leal se reserva la violencia dramática y el barroquismo lacerante de la
-expresión. El propio Zurbarán, casi del todo andaluz, acude a completar,
-con su pasmoso y magistral misticismo, la empresa de conjunción española
-que se cumple en Andalucía.
-
-Pero Andalucía ha creado sobre todo a América. Cuando oímos decir que en
-América perviven las formas y el espíritu de España, debemos entender
-que esas formas y ese espíritu son andaluces. De manera que América
-recibió el ser de España a través de Andalucía, en cuanto Andalucía
-representa el concepto español más puro, auténtico, y, por consiguiente,
-total.
-
-Fué una suerte para América que se hubiera encargado Andalucía de
-infundirle el ser y la civilización; Andalucía era por sí misma un
-mundo, una nación, un núcleo civilizado en absoluto. Las otras porciones
-de España no podían arrostrar el trabajo de fecundar un continente. El
-territorio cantábrico era de sentido rural; Cataluña fallaba por el
-idioma y en aquella época carecía de virtud expansiva; Castilla estaba
-lejos del mar y era ella misma incompleta, insuficiente.
-
-Mientras que Andalucía lo poseía todo, y en aquel momento hasta tuvo el
-instinto de su misión y la ráfaga emocional del entusiasmo. En Andalucía
-estaba madura la civilización, y el Renacimiento sopló bien pronto en
-sus palacios y ciudades. Henchida de savia propia y original, Andalucía
-traspasó a América su contenido cívico y religioso, sus costumbres y su
-carácter. Toda esa bella zona que comprende desde el valle del
-Guadalquivir hasta el mar, con la zona adyacente y correlativa de
-Extremadura, ha sido el país que pobló primeramente América, y que la
-selló para siempre con su cuño. Las modalidades de esa zona
-guadalquivireña y extremeña, están ahora mismo palpables en todo lo
-ancho del nuevo continente. El rumbo y el empaque, el aire de señorío,
-la repugnancia por la tacañería, el don dadivoso, la hospitalidad
-caballeresca, el sentido hidalgo y señorial de la vida... todo eso, tan
-hispano-americano, es de directa progenie andaluza. Esas cualidades
-pueden hallarse dispersas en otras comarcas españolas; pero todas
-juntas, en un haz, sólo es posible encontrarlas en Andalucía.
-
-La fuerza expansiva y el pronunciado carácter andaluz son tales, contra
-lo que supone la frivolidad del vulgo, que Andalucía, en efecto, no
-consintió, no dió lugar, hizo imposible que otra cualquiera influencia
-interviniese en el resellamiento de la sociedad americana. América, en
-rigor, no puede llamarse castellana, ni siquiera española; es
-propiamente andaluza. Si cabe llamarla castellana y española, será tan
-solo por cuanto Andalucía representa en una medida excelsa y
-perfeccionada la idea de Castilla, y, consiguientemente, el concepto de
-España.
-
-¡Qué madura y qué llena, cuán brillante y animosa aquella Sevilla del
-1500; bella por su luz y sus flores; prestigiosa por sus palacios y
-monumentos; ilustre por sus señores y sus artistas!... Y rica, además,
-en realidades de oro y en quimeras de remotas aventuras.
-
-Era entonces el núcleo más atrayente de la Península, cuando Toledo
-declinaba y Madrid no había logrado aún absorber la vida nacional. A las
-márgenes del Guadalquivir acudían, como a un cauce lógico, todos los que
-exigían algo de la gloria y de la fortuna, y en algunos autores, como
-Cervantes, la idea vuela continuamente al escenario de Sevilla, el más
-digno, por tanto, de cualquier ficción literaria y el único sitio que
-verdaderamente merecía la pena de ser vivido y narrado.
-
-Poco esfuerzo necesita hacer nuestra imaginación para concebir la
-complicación de aquella ciudad en aquel tiempo, cuando los naturales
-motivos de esplendor que posee la comarca se aumentaban con el inaudito
-trajín de los muelles, punto exclusivo de arranque para las flotas de
-Indias. Todo espíritu ambicioso tenía que afluir a Sevilla, sede de la
-pompa religiosa y tablado eximio de las letras; acudían los mercaderes y
-los armadores, los cartógrafos y los pilotos, los caballeros de mesnada,
-los simples soldados, los propios pícaros. Junto con ellos se
-congregaban los ambiciosos de otras naciones: franceses y flamencos y
-alemanes, y los insuperables maestros de rapacidad, los genoveses. En
-aquella muchedumbre cosmopolita y heterogénea existían los útiles
-necesarios para toda expedición. Era una abastecida síntesis del mundo.
-Así es explicable cómo en las flotas que partían para América marchaban
-tan completas las cosas y los hombres, de modo que arribando a las
-Indias era como si una ciudad de Europa se desbordase allí para
-florecer rápidamente.
-
-Un rumor de fantasía palpitaba en los muelles sevillanos, y las mentiras
-de los que tornaban, uniéndose a las presunciones de los candidatos de
-Ultramar, daba cariz supersticioso a los navíos de dorados puentes que
-flameaban en el cielo andaluz sus banderolas. ¡Qué mágica visión de las
-nuevas tierras! ¡Qué gran puerta se abría al ensueño en aquellas
-márgenes del río opulento!... Las señas estaban allí bien evidentes; no
-valía pensar en subterfugios ni en engañifas. Allí reposaban los fardos
-de cacao y de pimienta, de azúcar, de café y de cuantos frutos preciados
-originaba el Nuevo Mundo. Allí bullían también los esclavos inauditos.
-Del vientre de las naves salían aquellas arcas evidentes, palpables,
-todas llenas de pasta de oro. ¿Y no era igualmente cierta la llegada de
-los señores, cubiertos de preseas y servidos por numerosos criados, que
-antes partieran pobres y con el matalotaje tomado a préstamo?
-
-En aquel jubileo de las Indias pronto los mitos clavaron su espina
-impaciente en las imaginaciones. La leyenda de Jauja, la versión de
-Potosí, el sueño del Cerro de la Plata, el país de la Florida y sobre
-todo, por encima de todas las quimeras, el mito de Eldorado...
-
-Todo era indispensable, sin embargo. El énfasis de la fantasía ha podido
-siempre obligar al hombre a osar lo inaudito, y sin la ayuda de la
-quimera hubiera sido imposible que aquellos hombres arrostraran tales
-trabajos, y pudieran, en fin, entre martirios y fracasos, alzar, para la
-vida civilizada, la realidad de un continente.
-
-
-
-
-CAPÍTULO III
-
-PLUS ULTRA
-
-
-Rozamos las monedas con los dedos y apenas si nunca nos fijamos en el
-blasón de su anverso; pasamos nuestras miradas distraídas sobre el
-escudo nacional que campea en los edificios públicos, y no nos detenemos
-a reflexionar acerca de su sentido emblemático. El eterno desgaste
-cotidiano roba religiosidad a las cosas y los símbolos más sublimes.
-
-Las dos columnas que encuadran el escudo español, ¡he ahí el símbolo
-verdaderamente sublime, por el cual nunca morirá el recuerdo de España
-en el mundo! Las dos columnas quieren significar la superstición y la
-limitación del mundo entero. «No hay más allá», decía el miedo y la
-ignorancia de los hombres. De pronto hubo alguien que osó la
-investigación de lo desconocido, y las columnas fueron sobrepasadas, y
-el orgullo de los audaces pudo escribir ese mote altanero que abre a la
-Humanidad una nueva era. «Plus ultra.»
-
-Siempre será imposible arrancar al hombre la facultad de adoración, y el
-ser más soberbio y rebelde siente alguna vez el prurito de prosternarse
-ante cualquiera representación de lo sobrenatural o de lo infinito. El
-hombre no puede prescindir de los símbolos, porque ellos son los lazos
-materiales que nos unen al ideal. El «Plus ultra» nos descorre
-milagrosamente un escenario mental, y mudos de asombro vemos levantarse
-esa creación fantástica, resplandeciente, que se llama América.
-
-Detrás del mote escueto, y por fortuna sonoro, contemplamos una suerte
-de milagros y de grandezas cuya visión nos aturde. La misma forma
-geográfica del continente ayuda al goce admirativo. Parece, en efecto,
-un país providencial, único, separado de los otros continentes,
-surgiendo como un jardín del seno de los océanos; parece el Paraíso de
-las narraciones primitivas, el cual, si fué sustraído al hombre por sus
-pecados, estaba, en cambio, reservado a las edades posteriores como un
-premio por los afanes y sacrificios humanos. América es el don de los
-dioses, que perdonan finalmente al hombre. Es el Paraíso arrebatado y
-luego restituído.
-
-Pues bien, los dioses habían escogido a su pueblo amado para que
-consumase la obra milagrosa de la restitución del Paraíso.
-Verdaderamente, sólo España podía consumar el milagro de América.
-
-El mundo estaba incompleto, el mundo era una cosa imprecisa e
-indelimitada que se cernía en el caos geográfico. Entonces se levantó
-España, y con un ademán que llamaríamos sencillo, por estar exento de
-teatralidad y de dolor, ensanchó en toda su extensión el mundo, recorrió
-los mares en todo su misterio, alumbró los continentes y dió, en fin,
-realidad a la redondez de la tierra.
-
-Y todo esto lo realizó sencillamente, como si de veras obedeciese a un
-mandato de los dioses; como si fuera el brazo que la Providencia usa
-para efectuar el milagro. Esa obra descomunal de América apenas si
-perturbó en nada la vida española; España no interrumpe su actuación
-europea, sus campañas, sus formidables entreveros políticos; la acción
-de España se diversifica en Europa y en el Norte de Africa, sigue su
-curso normal, trágicamente magnífico, y como por un exceso de grandeza
-no se oye casi hablar de las Indias a los escritores y los gobernantes.
-Es un caso de plenitud y de energía; es algo como el silencio en el
-obrar del soberbio y del poderoso. La obra descomunal de América va
-realizándola España rápidamente, sencillamente, sin que un músculo
-contraído denote el esfuerzo extraordinario. Esta señorial aptitud para
-consumar actos excepcionales, que en el gigante parecen naturales y en
-otros absorberían todas las fuerzas y toda la voluntad, es un distintivo
-diferencial que España debe reclamar sobre todo.
-
-Repasad el censo de las cosas geniales creadas por la Humanidad; sed
-exigentes al considerar el valor esencial y eterno de esas cosas;
-cuando hayáis reducido a breve cifra las genialidades trascendentales,
-entre ellas contará siempre el descubrimiento, conquista y colonización
-de América.
-
-¡Cuántos pueblos han debido vivir y perecer sin que su nombre quede
-perpetuado en una obra verdaderamente trascendental! España, hasta la
-consumación de los siglos, será una expresión viva porque produjo a
-América.
-
-No consiste la genialidad en el ruido de las batallas y de la política;
-se puede embargar la Historia con el peso de muchas acciones, como
-Turquía o Cartago, y no obstante carecer de opción para el respeto de
-los siglos. No vale llenar la Historia y añadirle peso, que al fin es
-como una contrariedad; no vale siquiera haberse esmerado en pequeñas
-obras, en breves esfuerzos, en numerosas aportaciones modestas; lo
-importante en un pueblo es abrirse, como una montaña de oro virgen, y
-darse, derramarse, arrojar al tiempo de una vez y magníficamente la obra
-trascendental.
-
-A los españoles se nos ha regateado todo. Con un rencor de fiscal
-adverso, todo se nos ha discutido, negado, mezquinado. Pero considérense
-con atención y justicia el descubrimiento, conquista y colonización de
-América, y un aura de heroísmo y honda humanidad trascenderá al espíritu
-más extraño o ajeno. El heroísmo está palpitante; no los Cruzados, pero
-ni los fantásticos campeones de la caballería, ni los guerreros
-mitológicos, han inventado aventuras como la de Cabeza de Vaca o
-combates y trabajos como los de Pizarro y Cortés. El humanismo de la
-empresa española en América fué muchas veces escatimado; sin embargo,
-desde el ejemplo de Roma ningún pueblo se ha transfundido en el pueblo
-dominado como España en América. La flor de su sangre y de su cultura,
-sus creencias y su idioma, su fe y sus costumbres, su ánimo y sus
-sentimientos, todo lo derramó España en América, exactamente como hace
-una madre. ¿Es esto un delito de humanidad?
-
-Vertida, derramada, transfundida en América, España quiere y puede
-llamarse madre. La América española no es un país extraño que al
-libertarse políticamente se separa en realidad; no puede separarse
-nunca, porque es una parte indivisible de la universalidad española.
-
-
-
-
-CAPÍTULO IV
-
-LOS ESPAÑOLES EN AMÉRICA
-
-
-Desde muy antiguo, y en distintas zonas del mundo, se ha pretendido
-descalificar y disminuir a los españoles que conquistaron América.
-Parece como si el primer impulso de estupefacción que la conquista de
-Méjico y Perú produjo en las gentes, hubiera humillado a los mismos
-admiradores; y es sabido siempre que la envidia reacciona del mismo
-modo: la admiración se convierte en incisivas objeciones.
-
-El mundo se sobresaltó y quedó estupefacto cuando empezaron a correr las
-primeras noticias de las Indias, que eran llevadas, naturalmente,
-agrandadas y envueltas en hipérbole, por los pilotos, mercaderes,
-aventureros y embajadores. Aquellas noticias hablaban de tierras y
-pueblos, que venían a reproducir y confirmar las relaciones
-semiolvidadas de Marco-Polo. Un mundo distinto, fresco de originalidad,
-radiante de juventud y de riquezas, asomaba por el lado de Occidente, ni
-más ni menos que como un regalo milagroso. Y este regalo venía a caer en
-la corona de España, ya desde antes favorecida tan grandemente por la
-Providencia. Pero cuando Cortés entró en Méjico y sujetó aquel imperio
-al dominio de Carlos V, y cuando un poco después mostró Pizarro la
-maravilla de su hazaña y el tesoro increíble del Perú, el mundo no supo
-cómo expresar su asombro. Lo cierto es que el nombre de España, entre el
-vulgo de Europa, iba adscrito a una idea de fuerza militar, palpable en
-los campos de Italia, Africa y Francia, y a una idea de oro, pero de oro
-manante, torrencial, inexhausto.
-
-No debe extrañarnos que Europa procurase reaccionar, y bien pronto, en
-efecto, saltaron las primeras objeciones. Especialmente fué el siglo
-XVIII, ese siglo de casacas y de ilustración empolvada, el que mejor
-objetó y criticó la obra de España en América. Ese siglo racionalista y
-pacifista era incapaz de _sentir_ el vuelo épico de los conquistadores.
-Nada, en verdad, tan antagónico como la energía brusca y _española_ de
-los conquistadores y el intelectualismo sedentario del siglo XVIII.
-
-La conquista de América fué una acción a la _española_. Cada nación
-imprime a sus actos el sello que fluye de su propia naturaleza, siempre
-que esa nación tenga la virtud de la originalidad. No sería prudente que
-aquí nos detuviéramos a esclarecer si otra nación de Europa del siglo
-XVI hubiera podido descubrir, dominar y civilizar rápidamente el Nuevo
-Mundo, como en realidad lo consiguió España. A Portugal le faltaban,
-indudablemente, fuerzas, densidad y otros elementos; Italia y Alemania
-no existían como verdaderos Estados homogéneos; Francia carecía de la
-aptitud colonizadora. En cuanto a Inglaterra, ¿cuántos siglos habría
-necesitado para completar la obra americana con su sistema de los
-colonos y las factorías que hubo de inaugurar en los Estados Unidos? En
-tiempo de Wáshinton las colonias británicas apenas si lograban alejarse
-algunas leguas de la costa del mar, y todo el interior era una sombra
-medrosa por donde corrían los indios y los bisontes.
-
-Si América había de ingresar prontamente en el acerbo civilizado, era
-preciso que osase la empresa un pueblo escogido. Los dioses eligieron a
-España para esa empresa. Y España se lanzó a la obra, poniendo en ella
-su _sentido heroico_ de la acción. Este sentido heroico de la actividad,
-que ha formado alguna vez y eficazmente el espíritu español, dió
-nacimiento a América. Así ha nacido América a la vida, y nadie puede
-evitar que así sea. Y España, con su empresa de América, ha cerrado,
-efectivamente, en la Historia el ciclo de la epopeya romántica,
-legendaria y milagrosa.
-
-Las objeciones del mundo se han dirigido precisamente contra los
-personajes de esa epopeya. Con un espíritu cominero y sedentario, lleno
-de dengues y ascos, se ha querido reducir el tamaño de los
-conquistadores. Se les ha tomado la cuenta exacta de cada una de sus
-muertes y de todas las gotas de sangre que necesitaron verter. No se ha
-mirado al conjunto de la obra ni al total de los resultados; no se ha
-visto el edificio entero de América, que al cabo del mismo siglo XVI
-estaba ya concluído y era tan majestuoso. Sólo se han visto y contado
-las muertes y los abusos, como si alguna epopeya pudo nunca ser
-realizada por ángeles puros. Ni se ha visto, a través de la sordidez
-puritana y de las gafas de los racionalistas del siglo XVIII, la nube
-caballeresca y como mística que envuelve a los conquistadores; tan
-distintos, ciertamente tan incomprensibles para todas las mentes que no
-sientan y perciban el genio español.
-
-Una literatura de acarreo se ha obstinado en presentar a los
-conquistadores como personas bajas y soeces, brutales, con la más ruda
-brutalidad del más ignorante soldado. Se ha repetido el estúpido lugar
-común de que América fué conquistada y poblada por las peores gentes de
-España, y yo escuché a bastantes americanos hacer la misma relación de
-ese vicio de origen, que les asignaba tan miserables predecesores.
-
-Pero si repasamos las crónicas de la Conquista, constantemente
-hallaremos ocasión de rectificar al vulgo. Lo cierto es que en las
-expediciones que se dirigían a América, junto con los inevitables
-marineros toscos y soldados soeces, marchaba una gruesa multitud de
-caballeros, aristócratas, hidalgos, segundones, personas de pro, buenos
-capitanes y gente de toga y de iglesia. Es absolutamente erróneo que
-embarcase para América lo peor de España. En aquellos tiempos España
-tenía una verdadera plenitud de caballeros e hidalgos que eran
-suficientes para acudir a las empresas de Europa y a la aventura de
-Ultramar. Por eso era fuerte entonces España, por la multitud y densidad
-de su aristocracia, aquella aristocracia de pequeños caballeros y
-fuertes hidalgos, que se dispersaron y perdieron, por desgracia, en
-tantas dilatadas empresas; los cuales, al desaparecer, dejaron a España
-como sin hueso y sin brío, puesto que los falsos hidalgos de nueva
-promoción, que después acudieron, ya no tenían la virtud íntimamente
-aristocrática de los primitivos.
-
-Es indudable que las expediciones se formaban con la flor de las gentes
-de Andalucía, de Extremadura, de Castilla y del Cantábrico. Buenos
-pilotos de Vizcaya, de Galicia, de las marinas de Huelva y de las
-riberas del Guadalquivir; cartógrafos y hasta hombres de letras;
-artilleros como Candía, el que siguió a Pizarro, y el Catalán, que
-acompañaba a Cortés; caballeros, en fin, de toda España. Cuando Hurtado
-de Mendoza quiere fundar a Buenos Aires, lleva, según los cronistas, una
-multitud de señores y brillantes capitanes, que van en una armada
-poderosa, todos seducidos por el prestigio del ya famoso y un poco
-quimérico Río de la Plata. Y en la relación que envían los fundadores de
-Veracruz al emperador Carlos V, dicen que «Hallándose con deseo de
-poblar muchos caballeros e hijos-dalgos...»
-
-Efectivamente, las fundaciones de ciudades y la toma de posesión de las
-tierras descubiertas no se ejecutan rudamente y al modo que harían unos
-soldados facinerosos. La mayor solemnidad jurídica, el formulismo más
-civil y ceremonioso preside esos actos, verdaderamente memorables y
-conmovedores. Blasco Núñez de Balboa penetra solo y armado en la mar del
-Sur, que acaba de descubrir, y con el estandarte en una mano y la espada
-en la otra, asesta al mar las cuchilladas de ritual y proclama, en
-estilo caballeresco: «si hay algún hombre que quiera desdecirle sobre
-aquella posesión, y si le hay, que salga a defender su protesta».
-
-Lo mismo hace Cortés, lo mismo todos los conquistadores. Y enseguida que
-se arma una expedición, por modesta que fuere, tienen cuidado de llevar
-un clérigo y un hombre de toga para que vigilen la campaña, tomen nota
-del oro que se _rescata_, reserven el _quinto_ para el rey y pongan
-orden y decoro formal a todo. En la primera expedición al Yucatán, unos
-cien soldados, pobres de suyo y sin más propósito que _rescatar_ oro,
-empeñan sus caudales y llegan a poder armar unos pequeños navíos; a
-pesar de su modestia en recursos, y ser una simple expedición
-accidental, se apresuran a contratar un sacerdote para que les diga
-misa, y un magistrado para los efectos formales y jurídicos.
-
-Las mayores formalidades preceden a la fundación de las poblaciones, que
-inmediatamente nombran sus cabildos y justicias, y que desde el primer
-momento adquieren el sentido foral y ciudadano, verdaderamente
-_democrático_ a la _española_. Véase la fundación de Veracruz; la
-formalidad es suprema y convincente. En efecto, convenido que han la
-necesidad de fundar una villa, el jefe de la expedición, que es Hernán
-Cortés, reune a los señores y soldados y nombra los alcaldes y regidores
-que se precisan. Hecho esto, al día siguiente se reunen los alcaldes y
-regidores y _mandan llamar a Hernán Cortés_ en nombre de la Corona, y le
-piden que les muestre los poderes y ejecutorias de que dispone.
-Examinados estos poderes, los magistrados de la villa fallan, por tanto,
-que el poder legal de Hernán Cortés ha terminado en aquel instante. El
-poder civil recupera sus derechos y procede con plena soberanía.
-Entonces, puesto que la armada necesita un capitán, los alcaldes y
-regidores deliberan concienzudamente y deciden elegir a Cortés como
-jefe...
-
-Seguramente, aquí se trata de una maniobra que cualquier político
-moderno, de cualquier aldea constitucional, conoce y sabe tramar. Es
-claro que Hernán Cortés conocía previamente la decisión del cabildo de
-Veracruz; pero él y sus hombres tenían un hondo sentido de la autoridad,
-y no osaban hacer nada sin anteponer el formulismo y la ceremonia de las
-leyes y de la Justicia.
-
-Antes de entrar en batalla contra los indios, ¿no vemos a los españoles,
-aún a riesgo de empeorar su situación estratégica, destacar un heraldo y
-amonestarles seriamente para que se vengan a razones y se sometan al rey
-de España? Esta casi cómica protestación se repite muchas veces; es como
-si los españoles quisieran exculparse del crimen que ellos no desean
-hacer, pero que la necesidad del momento les obliga a hacer... Pero
-todos sus formulismos, todas sus formalidades jurídicas fueron vanas;
-la posteridad les ha llamado rudos aventureros, soldados foragidos,
-gentes sin Dios y sin Ley.
-
-La brillante y lucida hueste que Hernán Cortés preside y lleva a la
-conquista de Méjico es una hermosa armada de quinientos hombres
-esforzados, empavesada de banderolas y trémula por el ruido y resplandor
-de las armas. Es una síntesis de España; es un pedazo de Europa que
-contiene todo lo estimable de la civilización cristiana y europea.
-Caballeros, capitanes, clérigos, magistrados, oficiales y artífices;
-nadie falta allí para completar la síntesis. Es un pequeño mundo que
-avanza hacia la virginidad del mundo ignorado. No falta ni siquiera la
-literatura; el propio Hernán Cortés describirá sus actos, como antes
-César, y allí va con ellos Bernal Díaz del Castillo, que habrá de
-escribir su famosa historia de _La conquista de la nueva España_. Es un
-mundo pequeño, es una tropa pequeñísima para osar tan enorme empresa;
-pero lleva consigo un aliento excepcional, con el que sabrán incluir
-aquellos extensos países en el seno de la civilización europea.
-
-El propio Bernal Díaz del Castillo se entusiasma y toma un tono lírico
-cuando considera la obra que han realizado los españoles. El valiente
-capitán y rudo historiador, viejo ya en su retiro de Guatemala, echa la
-mirada hacia atrás, recuerda lo que fué América y lo que es en el
-momento, y habla con acento emocionado y con legítimo orgullo de todo
-cuanto le debe el mundo a los conquistadores. Enumera el horror de las
-idolatrías sanguinarias que los españoles han suprimido; el ferviente
-cristianismo en que viven las poblaciones indias; el número de
-monasterios e iglesias que se han erigido en todas partes. Habla de los
-muchos oficios en que diestramente se emplean los indios, enseñados por
-los españoles, y cómo los pueblos tienen sus cabildos y justicias y
-viven en sosiego.
-
-«Digamos cómo todos los demás indios, naturales de estas tierras, han
-deprendido muy bien todos los oficios que hay en Castilla entre
-nosotros. Y tienen sus tiendas de los oficios, y obreros, y ganan de
-comer a ello... Y muchos hijos de principales saben leer y escribir y
-componer libros de canto llano... Y han plantado en sus tierras y
-heredades de todos los árboles y frutas que hemos traído de España... Y
-demás desto, miren los curiosos lectores qué de ciudades, villas y
-lugares están poblados en estas partes de españoles... Y tengan atención
-a los obispados que hay, que son diez, sin el arzobispado de la muy
-insigne ciudad de Méjico, y cómo hay tres audiencias reales... Y miren
-qué hay de hospitales... Y también tengan cuenta cómo en Méjico hay
-Colegio Universal (Universidad), donde estudian y deprenden la
-gramática, teología, retórica y lógica y filosofía, y otros artes y
-estudios, e hay moldes y maestros de _imprimir libros_...»
-
-Esto se escribía en 1568, cuarenta años después de la conquista de
-Méjico. Aproximadamente por aquel tiempo, otro historiador-soldado, tan
-sabio como discreto, Pedro de Cieza de León, exclama en su _Crónica del
-Perú_:
-
-«Y no me paresce que debo pasar de aquí sin decir alguna parte de los
-males y trabajos que estos españoles y todos los demás padecieron en el
-descubrimiento destas Indias, porque yo tengo por muy cierto que ninguna
-nación ni gente que en el mundo haya sido, tantos ha pasado. Cosa es muy
-digna de notar que en menos de sesenta años se haya descubierto una
-navegación tan larga y una tierra tan grande y llena de tantas gentes;
-descubriéndola por montañas muy ásperas y fragosas y por desiertos sin
-camino, y haberlas conquistado y ganado, y en ellas _poblado de nuevo
-más de doscientas ciudades_...»
-
-
-
-
-CAPÍTULO V
-
-EL ORIGEN HEROICO DE AMÉRICA
-
-
-La obra del Nuevo Mundo es hija del heroísmo. Tiene un hondo sabor de
-aventura, y jamás el tiempo ha de borrar esa huella aventurera y heroica
-de los orígenes. Y es, además, acaso la última gran empresa heroica y
-aventurera que la historia ha producido.
-
-Las obras que nacen del heroísmo mantienen eternamente un sello
-excepcional que las hace más eficaces y bellas. Esta verdad la han
-conocido todos los pueblos, y es efectiva la voluntad de poseer orígenes
-heroicos que manifiestan las civilizaciones todas. De la cabeza de
-Minerva armada quiere Atenas nacer, y la misma Roma, nido de algo como
-bandoleros al principio, se hace inventar la leyenda de aquellos
-guerreros de Troya, origen de la estirpe romana.
-
-La superstición guerrera, común a todas las razas, podría parecer un
-prejuicio que hubiera impuesto a las gentes la casta militar, dominante
-y temible antiguamente. Pero una casta militar no pudo sostener en toda
-hora su pensamiento imperativo ni sobornar constantemente a los
-filósofos, poetas y artistas, y lo cierto es que todos, hombres de
-meditación o de fantasía, otorgaron siempre al heroísmo su entusiasmo,
-sus cantos y sus obras panegíricas.
-
-Es porque comprendían que el soplo heroico hace grandes, fértiles y
-duraderas a las cosas. Sabían que el espíritu del heroísmo es el más
-fecundo en idealidad, porque inspira y estimula las virtudes próceres
-humanas: la virtud, el honor, la lealtad, la generosidad, el sacrificio.
-Y porque de estas virtudes príncipes nacen las ideas bellas, y, por lo
-tanto, las mismas actitudes y los gestos bellos.
-
-Del poema de _La Ilíada_ se nutre Grecia hasta su final. Y tanto o más
-que la interpretación de los símbolos o personajes religiosos, le
-interesa al espíritu heleno interpretar las luchas y los personajes de
-la guerra de Troya. Un mundo de estatuas y ánforas, una floración de
-inefable estética brota del alma cálida de Grecia al contacto de aquella
-idea de heroísmo.
-
-Las obras que fecunda el heroísmo, por su virtud de aristocracia y de
-sublimidad, diríase que superan la resistencia del tiempo y están por sí
-mismas sinceradas. El aura de valor y de nobleza en que se envuelven las
-hace respetables, hermosas, temibles. ¡Qué infecunda y fea la
-civilización que no ha nacido del heroísmo! Todos los bajeles y riquezas
-de Fenicia fueron inútiles para el mundo e inaptos para el arte y la
-idealidad, porque carecieron de heroísmo. Las colonias, los palacios y
-las actividades de Cartago son estériles porque les falta la ráfaga
-heroica; sólo al morir la ciudad prosaica halla en Aníbal el hombre que
-podrá justificar a su patria ante la Historia.
-
-Por las páginas de la _La Biblia_ corre ese soplo heroico más de una
-vez; con rumor de espadas están llenos sus libros, y las estrofas
-sagradas vibran gloriosamente y tienen un alto tono de alegría triunfal
-cuando narran las guerras contra los filisteos, aquellas luchas por la
-conquista de un territorio que Dios concede a su pueblo para que lo
-nutra con heroísmo. La figura de David ilumina como una llama heroica
-los libros santos.
-
-Heroico es el cristianismo, y no solamente mártir. ¿No es un alma
-profundamente heroica la de San Pablo, y alma íntimamente marcial? ¿Es
-algo más que heroísmo la voluntad de vencer de los cristianos en la Edad
-Media? Las Cruzadas, los poemas caballerescos en Tierra Santa, la
-expulsión de los moros de España, ¿no son conceptos en que el heroísmo
-se funde, como la mas alta y no igualada fusión, con el misticismo? ¿Y
-no tienen carácter heroico las aventuras temerarias de los fundadores y
-los evangelistas?
-
-Glorioso es el Renacimiento por sus humanidades, su arte y su ciencia;
-pero es además grande y glorioso por sus esencias heroicas. El siglo
-XVI crea verdaderos portentos humanos, personas de excepción, héroes
-extraordinarios y numerosos. Es la hora radiante en que la personalidad
-heroica se manifiesta con más brillo y hasta sus últimas consecuencias.
-
-Del heroísmo ha nacido América. Un soplo, entre místico y marcial,
-empujó las carabelas inaugurales. Bajo la cruz pintada en el velamen,
-las espadas y las corazas hacían sus fieros ruidos. Así fué creada
-América, y nunca será esto rectificado.
-
-Los españoles crearon América a su modo, al modo heroico. Salían del
-poema largo de los moriscos; recordaban los actos del Cid, el que
-lograba ciudades y reinos con la fuerza de la lanza; estaban impregnados
-de lecturas caballerescas... En las Indias, puesto que la dirección de
-los gobernantes de la península era nula, aquellos españoles
-emprendieron la obra según su propio e íntimo ser, espontánea e
-inspiradamente. Por ser obra libre de la espontaneidad de los
-conquistadores y pobladores, América es el acto más puramente español.
-Tal vez por eso también es América una cosa tan inexorablemente
-española.
-
-La virtud heroica sabe hacer estos milagros. Y si una colonización de
-comerciantes, como la holandesa, deja al cabo de los siglos que Java y
-Sumatra no pesen nada en el mundo, sino como almacenes de azúcar y como
-viveros de gentes anónimas, las naciones americanas que España creó
-heroicamente son cosas personales, únicas, y posibilidades magníficas en
-el porvenir. Ni Méjico ni el Perú carecerán nunca de valor en la
-Historia.
-
-Entregados a su iniciativa, obedientes a su espontaneidad, los españoles
-vertieron en América su ser entero; todo su contenido social, político y
-religioso. Con una rapidez que asombra, las catedrales y las
-universidades levantaban sus torres en el aire americano. Los cabildos,
-como copia de la vida municipal de España, se transplantaban a las
-Indias y daban a aquellas regiones el tono cívico y libre que desde el
-principio ostentaron. El afán de _poblar_ se mezcla con el afán
-heroico, y tan pronto como se ve algo exento de dificultades, Pizarro
-insiste en fundar la ciudad de Lima, en cuyos planos y replanteo
-interviene, y de cuya fundación y grandeza está tan orgulloso, tan
-enamorado.
-
-
-
-
-CAPÍTULO VI
-
- EL CID COMO PRECURSOR DE LOS CONQUISTADORES DE AMÉRICA
-
-
-Los hombres varían poco a través del tiempo, en cuanto a los caracteres
-y modos fundamentales; variamos nuestro modo de vestir, cambiamos la
-forma de las leyes y de los sistemas de locomoción, pero en lo íntimo
-somos consecuentes.
-
-Leyendo las incomparables estrofas de _Mío Cid_ nos encontramos con
-relatos y episodios que parecen escritos por un cronista del siglo XVI.
-Y todo el que _sienta_ hondamente la epopeya de América, reconocerá que
-los conquistadores, expresa o infusamente, estaban influídos por el
-poema del _Cid_.
-
-Muchos de los conquistadores, por su rudimentaria cultura, no conocían
-directamente el viejo poema castellano; pero a través de los romances,
-cuentos y tradiciones, es seguro que España entera se hallaba saturada
-del espíritu y hasta los pormenores del héroe de Vivar.
-
-Este era un hombre representativo que asumió todas las esencias del alma
-española, y que, por ley natural que nunca falla, sirvió de guía y
-modelo a las generaciones sucedentes. El Cid, como perfecto héroe
-nacional, dió el tono a España, y para comprender esto no necesitamos
-acudir a los ejemplos literarios, como son los romances y las numerosas
-comedias que han surgido de los episodios del Cid; la influencia más
-viva y práctica la tenemos en la conquista de América.
-
-Lo cierto es que Hernán Cortés y Francisco Pizarro efectúan sus empresas
-en una forma que en ocasiones parece copiada del mismo poema de _Mío
-Cid_.
-
-Cuando Pizarro alza pendón en Panamá y hace la recluta de sus mesnadas,
-verdaderamente está calcando al Cid en su ataque y conquista de
-Valencia.
-
- «Quien quiere perder cuenta e venir a rritad,
- viniese a «Mío Cid» que ha sabor de cabalgar.
- Cercar quiere a Valencia para cristianos la dar.
- Al sabor de la ganancia non lo quieren detardar;
- grandes yentes se le acogen de la buena cristiandad...»
-
-Allí veremos a Pizarro gozoso de haber entrado en las puertas del Perú y
-sorprendido ante las primeras riquezas que apresan sus manos. Lo primero
-que decide es un acto de política y de fidelidad: aparta el quinto del
-botín y corre a llevárselo a su rey. No de otro modo el Cid, cinco
-siglos antes, encargó a Minaya.
-
- «Enviar vos quiero a Castiella con mandado
- desta batalla que habemos arrancado;
- al rey Alfonso que me ha airado
- quiérol enviar en don treinta cavallos,
- todos con siellas e muy bien enfrenados,
- señas espadas de los arzones colgando.»
-
-Vemos después a Pizarro llegar hasta el remoto Cuzco, domar los
-ejércitos enemigos y posesionarse del extraño país maravilloso. Le vemos
-reunir las riquezas de los incas y hacer las particiones entre sus
-gentes, dando al caballero y al peón su parte equitativa, de manera que
-aquellos temerarios aventureros se hicieron _todos ricos_ en un
-instante. También en este caso parece que el episodio y los mismos
-detalles hubieran sido calcados del poema del Cid.
-
-Así en la batalla contra el conde de Barcelona, vencido éste y librado
-del cautiverio por la bondad del caudillo castellano,
-
- «...tornós el de Bivar,
- junto con sus mesnadas, compesós de alegrar
- de la ganancia que han fecha maravillosa e grand;
- tan ricos son los sos, que no saben qué se han...»
-
-Pasa por todo el poema de _Mío Cid_ un aire de aventura y de conquista,
-de esperanza y de botín, de largas caminatas por territorios
-extranjeros, y este aire heroico-adquisitivo es como el preludio de la
-gran aventura de las Indias. En tal sentido, el Cid es un precursor de
-los conquistadores o, mejor todavía, el primer conquistador.
-
-Se dirá que la guerra era igual en sus formas y en sus fines durante los
-siglos medioevales. Marchar contra el enemigo, vencerlo, esclavizarlo y
-apresar inmediatamente el botín; tal era, en efecto, el sentido y la
-moral de las guerras en la Edad Media. Pero por encima de las formas
-usuales o universales, las mesnadas del Cid se reservan una
-originalidad. Desde luego ellas operan sobre un adversario infiel y
-perverso, como es el moro, el cual, por añadidura, está ocupando un
-territorio que, justamente, no le pertenece. Por tanto, ir contra el
-moro no es lo mismo que hacer la guerra a un rey o estado de cualquier
-otro país de Europa. El héroe español hace sus campañas sobre un país
-tres veces enemigo: enemigo como infiel, como usurpador del territorio y
-como adversario formal.
-
-El Cid, además, no es un conde ni un rey que desea extender sus estados
-o vengarse de un vecino poderoso; simplemente es un _hidalgo_ fornido y
-valiente, apto y capaz, verdadero ejemplar del caudillo que recluta sus
-hombres y va a la buenaventura, a conquistar tierras y ciudades, a
-vencer reyes y ensanchar el cristianismo. Ni siquiera le ayuda el rey;
-hasta rompe los vínculos legales que le atan al rey, puesto que está
-desterrado. Solo con sus fuerzas, aislado en el mundo, fiando en su
-capacidad, marcha por la tierra adelante a conquistar ciudades y lograr
-la riqueza, el poder y la gloria... Este tipo de _conquistador_ es único
-en Europa; y es tan español, que los conquistadores de América no hacen
-más que reproducirlo y calcarlo.
-
-Hay en el Cid un tono de _aventura a la española_ que parece un anticipo
-o un presagio de lo que más tarde habría de ocurrir en América. El
-aventurero de Vivar, por virtud del incomparable verismo del espíritu
-estético español, no pretende nunca engañar a sus hombres con
-entelequias ni fantasías literarias; les habla el lenguaje de la verdad,
-con un acento masculino y heroico tan lleno de humana emoción. Y la
-verdad para sus hombres de hierro no puede dispersarse en vanas
-quimeras; se trata de ganar botín, de cobrar honra y de expulsar a los
-infieles.
-
-Esta trinidad de propósitos práctico-idealistas está asistida
-constantemente por un sentido de conmovedora fraternidad, que después
-habrán de reproducir los conquistadores de América haciéndose, el
-capitán y los soldados, camaradas a quienes une entre sí tanto el amor
-como la ambición. El Cid trata a sus soldados como a hijos, los protege
-y guía, los ama de todo corazón, al modo que después los aventureros de
-Indias no escucharán de sus jefes ninguna altivez, ningún ultraje, ni le
-acusarán de abusos. Fraternalmente se repartirán los tesoros, como
-hermanos de peligro y de fortuna que en efecto son.
-
-¿Pero qué hay, además, en el Cid de distinto, de íntimamente español, de
-presagio americano? Sin duda es aquel vuelo y fuga mística que cobra en
-la epopeya de Indias su mayor significación, y que en el poema de _Mío
-Cid_ ya estaba expresado. Poco antes de marchar contra las tierras de
-moros, que son vasallos del conde de Barcelona, el Cid cree necesario
-hablar a sus gentes, y al efecto les da con pocas palabras una especie
-de sistema o filosofía del heroísmo, del aventurero, del conquistador.
-
- «Ya caballeros decir vos he la verdad:
- qui en un logar mora siempre, lo so puede menguar.»
-
-¡Aquí está, sin duda, el principio y la definición de la historia de
-España! «Quien mora siempre en un lugar, lo suyo, lo que posee, puede
-disminuirse...» ¿No es ésta una verdadera filosofía del progreso, que
-estima, en contra del sentido quietista y parsimonioso, necesario
-cambiar, osar, variar y decidirse? ¿Pero no reside en esas rudas
-palabras un presentimiento de la acción española, impetuosamente lanzada
-hacia una ambición de dominio y de gloria?
-
-El poeta de _Mío Cid_ añade en seguida:
-
- «Cras a la mañana pensemos cabalgar,
- dexat estas posadas e iremos adelant...»
-
-Es decir: «Puesto que mañana nos manda el destino que sigamos la
-ventura, dejad estas posadas o lugares deliciosos donde hemos triunfado
-y gozado, y marcharemos adelante...» ¡Oh, sublime y transcendental
-palabra _adelante_, que al oído del soldado suena como la voz de un
-deber sobrehumano, como la voz de la raza, como el imperativo de la
-Historia! ¡Dejad estas posadas y seguid adelante! ¡Tierras adentro,
-hasta la mar, hasta más allá del mar, más adelante, siempre adelante!
-
-Al finalizar la Edad Media, a causa de la tradición del Cid y de las
-conquistas en tierras de moros, estaban acaso los españoles en una
-posición particular respecto a los otros europeos; me atreveré a decir
-que los españoles eran los europeos que más sinceramente sentían y
-practicaban la _caballería_. Los _libros de caballería_, por tanto,
-tenían en España una realidad de cosa viviente. ¿No podría explicarnos
-esto la actitud de Cervantes, que reserva su mejor talento para escribir
-el _Quijote_, acerba condenación de la _caballería_? Ningún otro país
-europeo necesitó la cura genial de un libro extraordinario para una
-dolencia que, en efecto, sólo en España adquiría gravedad.
-
-El _quijotismo_ estaba en el aire y producía los consiguientes daños. La
-leyenda del Cid, conquistador de ciudades y opresor de reyes, venía
-corroborada por las continuas empresas contra los moros y por la última
-romántica empresa de la toma de Granada. Los libros de caballería no
-eran, pues, vagamente fantásticos para los españoles. Pero mientras la
-gente leía las absurdas hazañas de aquellos libros, ¿no estaban
-realizando otros españoles las absurdas, las maravillosas empresas de
-Méjico y del Perú?
-
-Cervantes asumió en este caso la voz de la mediocridad prudente y
-criticista, moralizadora y tímida; se hizo abogado del _filisteo_;
-combatió la _caballería_ y todo el trastorno imaginativo y social que
-comporta el espíritu de aventura. Sin duda estaba ya muy viejo. A los
-veinte años él mismo hubiera cantado la _caballería_, puesto que él la
-practicó en Lepanto. Pero había fracasado como aventurero, y toda su
-vida era ya un fracaso.
-
-Sentíase viejo y tomó el partido de los _negadores_, de los
-_pesimistas_, de los _críticos_, de los prudentes y los _filisteos_; de
-todas las gentes sesudas y sedentarias que condenan lo extremoso y lo
-aventurero. Los espíritus sensatos y tímidos de España, los tenderos y
-los bachilleres, debían lamentar mucho que el Cid y los conquistadores y
-los aventureros no fuesen encerrados bajo tres vueltas de llave. Por
-último, encontraron su agente en la pluma de Cervantes. ¡Y así recibió
-España, como compensación a la pérdida del idealismo aventurero, la
-indemnización del _Quijote_!
-
-
-
-
-CAPÍTULO VII
-
-LA CODICIA
-
-
-Se ha querido reducir el mérito de la conquista de América con la
-alegación de que los españoles únicamente perseguían el oro.
-
-Hay dos maneras de afrontar la grandeza de los hechos y de las almas. Y
-es bien cierto que para un espíritu noble que ama lo sublime, los actos
-memorables se presentan revestidos de un aura magnífica, y se esmera en
-mirar en ellos las esencias ideales por las que el hombre adquiere cada
-día mayor beneficio de nobleza, de cultura y de elevación moral. Este
-modo de considerar el heroísmo y los grandes hechos heroicos, requiere,
-es verdad, que el alma se halle propensa al heroísmo y contenga en
-algún grado la aptitud ideal.
-
-Por el contrario, un espíritu descontento y que ama el ras de la tierra,
-cualquier acto extraordinario lo mirará prolijamente, avaramente, con el
-sentido de la justicia y de la verdad que puede tener un administrador o
-cajero de oficina bancaria. Sometido a este régimen de regateo, ningún
-acto memorable resiste la comprobación. El espíritu pequeño estudia los
-detalles, suma los gastos, toma nota de las muertes y daños causados,
-descubre la paga que se cobró el héroe, y el acto sublime se disuelve en
-tierra y en prosa. Es el caso de las famosas «cuentas» del Gran Capitán,
-y sin duda el conquistador de Nápoles hubo de verse en gran apuro cuando
-la administración avara le pidiera nota de los «gastos». El Gran Capitán
-sabía vencer a los caballeros franceses y deslumbrar a Europa con sus
-hazañas; no sabía, sin embargo, justificar sus cuentas... y lo cargó
-todo, conquistas y hazañas y glorias, al capítulo de «picos, palas y
-azadones».
-
-Si un espíritu pequeño pone su trabajo en desmenuzar la obra de las
-Cruzadas, fácil le habrá de ser descubrir un número exorbitante de
-soldados, caballeros y señores que iban a Oriente con el propósito de
-ganar tierras o cobrar un rico botín; otros iban a ganar el perdón de
-sus pecados, con lo que negociaban el rescate del infierno. ¡Sería tan
-posible descubrir el _interés_ hasta en la vida de los mayores mártires!
-
-Pero en el sitio donde bullen y se enroscan los sentimientos bajos o
-mezquinos, vuelan y se remontan las ideas y los propósitos sublimes; y
-junto con la marinería y soldadesca que embarcaba a las Cruzadas, allí
-iban también los príncipes y los monjes y los mancebos que perseguían la
-ideal ambición de conquistar el Santo Sepulcro. Y entre la misma ruda
-soldadesca, brillando entre la grosería de los propósitos de la
-soldadesca, ¿acaso no relucía allí mismo, en aquellos espíritus
-humildes, la llama oculta del ideal? El último soldado, que no vacila en
-matar, violar y saquear, tiene sus treguas íntimas, sus momentos
-graves, en que triunfa la conciencia, y entonces está presto a perder
-todo su botín de concupiscencia por defender a su jefe, a su Dios, a su
-bandera.
-
-Entre la turba de soldados y marineros, sobre las solicitaciones de la
-multitud que marcha a la procura del oro, allí Hernán Cortés levanta la
-mira de sus sueños, y no es el oro lo que más le importa, sino la
-gloria. Por la gloria van otros muchos conquistadores. Por servir al
-rey, por orgullo de conquistar, por el anhelo patriótico de ensanchar
-todavía más la grandeza de España. Y casi todos los conquistadores, en
-efecto, mueren en América, muchos de ellos pobres, y trabajando hasta el
-fin en la perfección de su obra. Vasco Núñez de Balboa se ocupaba en
-componer su precaria vivienda, cuando lo detienen para ajusticiarlo.
-Francisco Pizarro se enorgullecía de su ciudad de los Reyes, que él
-mismo trazara, y en ella pereció peleando espada en mano, porque ni de
-viejo ni para morir tuvo reposo.
-
-La codicia es uno de los primeros y más grandes conductores de la
-actividad humana. La codicia estaba también entonces allí, en la obra
-de América, ocupando los puestos avanzados.
-
-Antes de que América surgiese a la mirada del europeo, su ensueño, su
-posibilidad o su destino estaban impregnados de codicia. Las tierras de
-Catay, los mares de perlas, los imperios rebosantes de oro, todo eso
-había impregnado la imaginación de Europa a través de los relatos
-hiperbólicos de los viajeros venecianos. Los españoles iban a América
-bajo la impresión de ese suelo áureo. Y esta idea de la riqueza
-americana, que ha durado cuatro siglos y que ahora mismo no pierde su
-sabor de quimera y de milagro, los primeros expedicionarios la llevaban
-en sus almas, naturalmente propensas a la hipérbole y a la superstición
-milagrosa.
-
-La superstición de la riqueza súbita y fastuosa era tan viva, que a
-veces, entre episodios trágicos, da ocasión a incidentes grotescos y
-graciosos. Los pobres soldados veían por todas partes brillar montañas
-de oro, y lo mismo que al alma simple le aparecen fantasmas divinas en
-cualquier pliegue de las nubes, a ellos les aparecían fantasmas de oro y
-de perlas.
-
-Pasando por una aldea de indios, los soldados de Cortés observan unas
-hachas doradas que portan algunos habitantes, y creen que son de oro
-bajo. Las cambian por bujerías y cuentas de cristales, o las roban,
-sencillamente. Las hachas doradas menudean, y los indios traen muchas,
-viendo que tanto les agradaban a los cristianos; y cuando los cristianos
-se van y toda la tropa de peones y marineros anda preocupada en esconder
-aquel botín de la vigilancia del general... ¡se descubre que no son de
-oro bajo las hachas, sino de bronce! Y la tropa suelta la carcajada,
-riéndose de su propio fracaso.
-
-Otra vez, «Vueltos a embarcar, siguiendo la costa adelante, desde a dos
-días vimos un pueblo junto a tierra que se dice el Aguayaluco, y andaban
-muchos indios de aquel pueblo por la costa con unas rodelas hechas de
-conchas de tortugas, que relumbraban con el sol que daba en ellas, y
-algunos de nuestros soldados porfiaban que eran de oro bajo, y los
-indios que las traían iban haciendo grandes movimientos por el
-arenal...»
-
-Otro día salen las gentes de Cortés hacia el pueblo de Cempoalla, a
-invitación del cacique, y atraviesan un espléndido país cubierto de
-vegas, prados, bosques, palmeras, lleno de frescos arroyos, poblado de
-aves bonitas, alegre como un pensil tropical. Los cansados y pobres
-conquistadores penetran en la ciudad y son recibidos con flores y
-vítores. De pronto, unos soldados de a caballo que iban en avanzada
-vuelven temblando de emoción: ¡habían visto las casas chapeadas de
-plata!... Después se descubrió que era un barniz o pintura brillante que
-cubría las paredes de las chozas. Y otra vez la tropa rompió a reir a
-carcajadas.
-
-Y una vez que un indio, emisario de Moctezuma, se fijó en el yelmo de un
-soldado, con ingenuidad de primitivo lo tomó, le hizo gracia, y suplicó
-al soldado que se lo cediera; quería llevárselo al emperador como objeto
-de curiosidad. Entonces el soldado, con una sorna muy de soldado, dijo
-que bueno, que se lo llevase a Moctezuma... ¡y que volviese el yelmo
-lleno de oro! En efecto, volvió el casco marcial todo henchido de oro
-hasta los bordes.
-
-¡Ah, cómo encendían estas cosas la brasa impaciente de aquellos
-soldados! ¡Cómo se avivaba su imaginación y se afianzaban sus corazones!
-¡Qué país tan imaginativo, fantástico, estupefaciente, aquel país en que
-las maravillas saltaban a cualquier hora, y en que las emociones
-variaban con bruscos golpes, desde el terror a la gloria, desde el
-hambre a la hartura, desde la miseria y el descalabro a la opulencia!
-
-¡Y aquel desgraciado Moctezuma, cómo pretendía que se marchase Cortés,
-si le ofrecía el espectáculo de un imperio pasmoso con cuya conquista
-ganaría más honra y lustre que todos los capitanes de España! ¡Cómo
-presumía que los soldados se fuesen de Méjico otra vez a su patria, si
-les anteponía la tentación de los regalos de oro!
-
-Los emisarios de Moctezuma traen a los españoles ricos presentes. Traen
-sobre todo dos planchas «tan grandes como ruedas de carro», una de oro
-y otra de plata. Y repiten a los españoles «que se marchen del país...»
-¡Cómo podían marcharse! ¡Qué corazón valiente se hubiera marchado! Van,
-al contrario, adelante, y se meten en una aventura espantosa que les
-acarreará batallas terribles, derrotas tristísimas, trabajos y
-mortaldades sin ejemplo.
-
-La leyenda y superstición del oro hallaban de repente un sitio exacto en
-la realidad, y los mismos ensueños podían ser alguna vez superados. Así
-la tropa de Francisco Pizarro, cuando en Caxamalca se repartió el
-rescate del Inca, se encontró toda ella rica, pero rica de veras, rica
-en buenos lingotes de oro y de plata. Aquella distribución de botín es
-el hecho militar más inaudito, más único de la Historia. Tiene de
-particular que es un hecho confrontado, corroborado por los cronistas,
-presidido por el general, anotado por los magistrados, con nota de los
-nombres y cantidades.
-
-«De todo lo demás--dice Francisco de Je----, sacado el quinto real y los
-derechos del fundidor, repartió el gobernador entre todos los
-conquistadores que lo ganaron, y cupieron a los de caballo a ocho mil y
-ochocientos y ochenta pesos de oro y a trescientos y sesenta y dos
-marcos de plata, y los de pie a cuatro mil y cuatrocientos y cuarenta
-pesos de oro y a ciento y ochenta y un marcos de plata...» El dinero
-valía entonces dos o tres veces más que hoy.
-
-¡Todos ricos, repentinamente ricos!... Aquella noticia debió de correr,
-paulatinamente agrandándose, a través del continente y de las islas, por
-España entera, por Europa. Y el nombre del Perú se hizo sinónimo de
-riqueza. Y la enfermedad o el ensueño de América arraigó para siempre en
-las imaginaciones europeas. Y de ese ensueño, de esa codicia de que se
-impregnó el nombre de América, salieron las emigraciones que han hecho
-próspero al Nuevo Mundo.
-
-Y cuenta en seguida el mismo Francisco de Jerez que «Muchas cosas había
-que decir de los crecidos precios a que se han vendido todas las cosas,
-y de lo poco en que era tenido el oro y la plata. La cosa llegó a que
-si uno debía a otro algo, le daba de un pedazo de oro a bulto, sin lo
-pesar, y aunque le diese el doble de lo que le debía, no se le daba
-nada, y de casa en casa andan los que debían, con un indio cargado de
-oro, buscando a los acreedores...»
-
-Sí, seguramente; los pobres soldados no serían ricos mucho tiempo.
-Siempre ha seguido el mercader al soldado, y siempre el mercader se alzó
-con los gajes de toda empresa heroica.
-
-
-
-
-CAPÍTULO VIII
-
-LAS RIQUEZAS
-
-
-Los embajadores de Venecia en España, en su misión de espionaje
-comercial, todos comienzan lo mismo sus informes cuando descargan sus
-pesquisas al Senado: de las Indias no se puede saber la verdad, no se
-sabe de cierto nada...
-
-Una atmósfera de hipérbole, en efecto, envolvía al continente americano,
-y para que los datos verosímiles faltaran todavía más, quería la suerte
-que los navegantes, conquistadores y mercaderes desembarcasen en
-Sevilla, con lo que el natural vuelo imaginativo de los andaluces
-empeoraba aquel proceso de fantasías.
-
-Pero es innecesario recurrir a la imaginación andaluza. Toda Europa, en
-aquel tiempo, era propensa a la hipérbole, a la leyenda y a la
-superstición. Y estando la sociedad tan preparada a las fugas
-imaginativas, y en un momento histórico en que los libros de caballería
-pasaban de mano en mano, he ahí que repentinamente realizaban unos
-hombres de carne y hueso cuantas proezas y aventuras inventaron los
-noveladores. Se abría, pues, a las mentes estupefactas de los europeos
-aquel país inaudito, maravilloso, que rezumaba néctar de frutas
-tropicales y que extendía generosamente montes de joyas y auténticas
-maravillas de oro.
-
-En la Edad Media había padecido Europa una especie de rigor ascético,
-impuesto primeramente por la disciplina cristiana, y luego, con más
-motivo, por el aislamiento geográfico a que se condenó desde la caída
-del Imperio de los Césares. Europa vivía de sus recursos, propios de los
-climas fríos y templados; los frutos bellos y dulces, incitantes y
-olorosos, todo lo que la zona tórrida tiene de rico, muelle y
-lujuriante, estaba en poder de los infieles. Las vías de Oriente
-hallábanse en manos de los sarracenos, y las vías del mar oceánico
-quedaban cercadas por el terror. En forma precaria y con un coste
-fabuloso, el acceso a Oriente y a los frutos tropicales hacíase por
-intermedio de las Repúblicas italianas, con lo que ciertas delicias
-orientales solamente podían gustarlas los príncipes y los señores.
-
-Y ved ahí que repentinamente llegan a Europa las especies picantes, los
-sabrosos frutos, las cosas más ricas y bellas... Los conquistadores
-vuelven a España y se entretienen en la ponderación de unas tierras
-donde sin esfuerzo nacen las plantas benéficas. Pronto corre entre el
-vulgo, mixtificada con un poco de sorna, la quimera de Jauja, aquel país
-de cielo radiante, aquella tierra sin lluvias, y no obstante frondosa;
-aquel edén donde el oro salta a la mano y donde no es preciso trabajar
-para ser feliz... Sin embargo, el paraíso de Jauja era cierto.
-
-Los que volvían de América hablaban de unas islas exhuberantes,
-frondosas como canastillos de flores, circuídas por un mar de profundo
-azul. Referían la variedad de los frutos nunca vistos: maíz, patata,
-boniato, cazabe. Y después, ¡qué viciosa y divina tentación en aquella
-existencia de prodigio! El azúcar manando de los alambiques; la
-exquisita molicie del café; el tónico y excitante chocolate; la pasión
-del tabaco, saboreado por primera vez en las veladas del campamento...
-La coca, la pimienta, la vainilla, la canela, ¡todas las delicias
-tórridas se les brindaban a los exploradores, y el último soldado se
-transformaba en un opulento señor nada más que por la opción de tanta
-molicie!
-
-Estos ricos frutos encantados producían a veces la misma sugestión que
-el oro en los conquistadores. La busca de un árbol maravilloso daba
-también lugar a aventuras caballerescas, en que se arriesgaban los
-campeones por deshacer el encantamiento o esclavitud de un simple
-arbusto.
-
-Así es como a los españoles del Perú llegó la noticia de un país remoto,
-el _país de la canela_, que estaba más allá de las montañas y los ríos,
-y que sin duda era preciso descubrir y conquistar. Y al señuelo de
-aquella maravilla, Gonzalo Pizarro, hermano del conquistador, pidió
-venia para desencantar al árbol de la canela, y reunió más de quinientos
-compañeros, con los que partió de la ciudad de Quito hacia el Oriente.
-
-¡Qué de trabajos, guerras y peripecias soportaron aquellos héroes del
-nuevo vellocino! Tribus hostiles, comarcas desiertas, serranías heladas
-y pantanos tropicales; pero hallaron, efectivamente, el _país de la
-canela_, y pudieron regocijarse ante el árbol prodigioso que
-generosamente otorga el fruto excitante. Entonces fué cuando la
-expedición, impulsada por el sabor de los prodigios, se lanzó en busca
-de nuevas maravillas a través de las selvas espantosas. La fantasía y el
-gusto de lo maravilloso los empujaba por aquellos parajes mortíferos e
-imposibles de abarcar. Descienden por la ribera del Amazonas y se ven
-constreñidos a armar un bergantín; hacen hornos de fundición y emplean
-las herraduras de los caballos para hacer clavos; en lugar de estopa
-usan el paño de sus mismos trajes harapientos; la brea la sustituyen con
-el caucho. Y cuando el bergantín, llevando un buen grupo de gente,
-navega por el Amazonas, su capitán, Orellana, se alza y revela, y
-descendiendo hasta el mar toma la vuelta de España.
-
-Quedan Gonzalo Pizarro y sus compañeros abandonados en aquella
-inmensidad. Deciden tornar a Quito. Las ropas ya no existen, los
-caballos y los perros se los han comido, las espadas carecen de vaina y
-están enmohecidas. Muchos de los hombres se arriman a un árbol y mueren
-allí de inanición... Ya llegan por fin a la proximidad de Quito; ya han
-enviado mensajeros a la ciudad.
-
-«Y así recibieron el socorro y comida en la tierra de Quito; besaron la
-tierra, dando gracias a Dios que los había escapado de tan grandes
-peligros y trabajos; y entraban con tanto deseo en los mantenimientos,
-que fué necesario ponerles tasa, hasta que poco a poco fuesen habituando
-los estómagos a tener qué digerir. Y Gonzalo Pizarro y sus capitanes,
-viendo que en los caballos y ropas que les habían traído no había más
-que para los capitanes, no quisieron mudar traje ni subir a caballo,
-_por guardar en todo igualdad, como buenos soldados_.» (Agustín de
-Zárate, _Historia del Perú_.)
-
-Las expediciones no terminaban siempre con felicidad, seguramente.
-Estaban los españoles propensos a la fantasía y a la locura, y una vez
-era la tierra de la Florida la quimera que les llevaba al desastre, o el
-sueño del _Dorado_ ocasionaba exploraciones febriles y catastróficas por
-territorios inaccesibles. La conquista del _país de la canela_ ya hemos
-visto cuán duros sufrimientos acarreó a los visionarios que salieron de
-Quito. Pero el árbol prodigioso estaba al fin desencantado.
-
-En cuanto a las riquezas metálicas que ingresaban por Sevilla, los
-embajadores venecianos tenían razón: no se sabía nada de verdad. Lo
-cierto es que el oro, la plata y las perlas venían en flotas desiguales,
-y para la modestia de aquellos tiempos debían ser preciosos gajes con
-que el tesoro real se aliviara y los pueblos y provincias se
-enriquecieran.
-
-Mr. Haebler investiga en el Archivo de Indias y deduce que en 1514
-entraron 27.089.165 maravedises, o sean 199.185 pesetas. Esto ocurría
-antes de lo de Méjico y Perú. En 1551, estando las minas en explotación,
-entran 459.941.187 maravedises, que hacen 3.381.920 pesetas, las cuales,
-trasferidas al valor actual de la moneda, serían 10.145.760 pesetas.
-
-En el año 1516 hay una cifra mínima para el Tesoro, correspondiente de
-los impuestos y quintos reales: 13.148.222 maravedises. La cifra máxima
-corresponde al año 1554, y es: 522.426.216 maravedises.
-
-Dentro de su zona de dudas, los embajadores venecianos ensayan algunos
-cálculos, y el señor Nicolo Tiépolo asigna al Tesoro una renta de Indias
-de 150.000 ducados anuales, en tanto que Mariano Cavalli, diez y nueve
-años después (1551), hace subir la renta a 400.000 ducados.
-
-Francisco de Jerez, el cronista del Perú, nos proporcionará nuevos y
-minuciosos datos. Cuenta este testigo cómo algunos compañeros de
-Francisco Pizarro pudieron licenciarse y volver a España; el
-conquistador les otorgó permiso, y pronto las márgenes del Guadalquivir
-comenzaron a recibir nuevas positivas de la fortuna del Perú.
-
-«Nuestro señor los trujo a Sevilla--dice Francisco de Jerez--, adonde
-hasta ahora son venidas cuatro naos, las cuales trujeron la siguiente
-cantidad de oro y plata.»
-
-En la primera nao venía su capitán Cristóbal de Mena con 8.000 pesos de
-oro y 950 marcos de plata; venían también el clérigo Juan de Sosa, con
-6.000 pesos de oro y 80 marcos de plata; además, otros pasajeros de esta
-misma nave traían 38.946 pesos de oro. La segunda nao conducía a
-Hernando Pizarro, hermano del conquistador; traía para el rey 153.000
-pesos de oro y 5.048 marcos de plata, y entre los pasajeros reunían
-310.000 pesos de oro y 13.500 marcos de plata. En esta misma nave venían
-para el rey muchas joyas y grandes figuras de oro y plata como ídolos,
-vasijas, ornamentos.
-
-«Este tesoro fué descargado en el muelle y llevado a la casa de
-contratación, las vasijas a cargas, y lo restante en veintisiete cajas,
-que un par de bueyes llevaban dos cajas en una carreta.»
-
-Las otras dos naos a que se refiere Jerez trajeron 146.518 pesos de oro
-y 30.511 marcos de plata.
-
-¡Qué tentación para las almas aventureras, ver entrar estas naves
-henchidas de oro, de gloria y de frutos desconocidos!...
-
-Pero estas naves que volvían eran necesarias para la obra de
-civilización que los españoles se habían impuesto a la faz del mundo.
-Cada nave en retorno, cada caja de oro que se descargaba en el muelle
-servía de gancho, y ningún sargento inglés ha podido nunca usar mejores
-arbitrios para la recluta de soldados como aquellas flotas índicas. Y
-los reclutas marchaban. Iban los artesanos y los mercaderes, los
-evangelistas y los educadores, los mozos de valiente ánimo, los
-soldados; y entre todos, y bien rápidamente, consumaban la obra
-gigantesca.
-
-En una relación de los buques que parten y tornan en la ruta de las
-Indias, hallo para el año 1504 tres naves salidas... y ninguna entrada.
-Cuatro años más tarde salen de Sevilla 46 y entran 21. El año 1520 salen
-71 y tornan 37. En 1549 hay una cifra respetable: 101 naves salidas y 75
-entradas. Hay siempre una desproporción bastante grave entre los barcos
-que van y los que vuelven. ¡La obra de América no se ha realizado sin
-enormes y desgarradores sacrificios!
-
-Entre las relaciones demasiado crudas de los ingresos, quintos y rentas
-de oro, no faltan verdaderas notas galantes, sensibles y caballerescas,
-como aquel inciso que dice: «Tres talegones de perlas enviadas a S. A.»
-O aquel otro todavía más galante: «Seis onzas de pedrería que se
-_compraron_ para la reina...»
-
-
-
-
-CAPÍTULO IX
-
-EL VALOR
-
-
-El descubrimiento, conquista y colonización de América son el fruto del
-genio español. Pero el genio por sí solo resulta insuficiente si la obra
-exige una voluntad heroica, y la empresa de las Indias se hubiera, en
-efecto, retardado o mal cumplido de no intervenir desde el primer
-momento la ráfaga valerosa, el ímpetu y el valor español.
-
-Algunos historiadores, arrastrados por su sordidez objecionista, han
-pretendido disminuir en lo posible la hazaña de América con capciosos
-distingos. Una de estas objeciones consiste en suponer que los indios
-americanos carecían de armas convenientes y de un valor militar
-experimentado o bastante estratégico; en cambio adjudican a los
-españoles el poder y el enorme predominio del arte militar europeo:
-cañones, arcabuces, caballos, imponentes baterías.
-
-Hay aquí una ficción que interesa desvanecer.
-
-Cuando el historiador desea disminuir una empresa, fácilmente halla
-argumentos fiscales que pueden coaccionar la imaginación distraída de
-los lectores. Y si el lector moderno no se previene contra la sugestión
-de una falsa literatura, creerá, verdaderamente, que los _indios_ han
-sido siempre y en todos los países unos pobres salvajes indefensos, y
-que la civilización europea ha poseído siempre y en todas las ocasiones
-los mismos recursos de poder y fuerza que hoy admiramos. Por tanto, si
-el lector no se previene y se deja seducir por la falacia de un hábil
-historiador, pensará que los españoles de Cortés y de Pizarro acometían
-a los indios con grandes y numerosos cañones de tiro rápido, con
-nutridas descargas de fusilería y con fuertes escuadrones de húsares.
-
-En el siglo XVI existían, es verdad, grandes y poderosos ejércitos, con
-buenos parques de artillería y fuertes reservas. Pero después de tocar
-sus trompetas y mandar decir pregones, Hernán Cortés pudo reunir un
-ejército de _quinientos ocho soldados_; menos fortuna tuvo Francisco
-Pizarro, el cual, de su viaje a Extremadura y de su recluta de Tierra
-Firme, reunió para conquistar el Perú _ciento sesenta y cuatro_ hombres
-de guerra...
-
-También es cierto que en el siglo XVI había en Europa cañones y
-mosquetes. Pero los conquistadores no pudieron contratar baterías,
-regimientos de artilleros ni compactas compañías de fusileros, sin duda
-porque en aquel tiempo costaban mucho tales artefactos y porque en
-América no abundaban todavía los elementos de guerra. De modo que Hernán
-Cortés sentíase muy alegre porque pudo reclutar _tres_ artilleros (o
-sean hombres que entendían de cosas de pólvora). Pizarro, siempre más
-modesto, hubo de contentarse con _un_ artillero, Candía el cretense. Y
-cuando Cortés hizo el _alarde_ de su tropa en la playa de Gozumel, halló
-que poseía _cuatro_ falconetes, _trece_ escopeteros y _treinta y dos_
-ballesteros. Los falconetes eran pequeñas piezas de difícil y lento
-manejo, que disparaban balas de piedra; las escopetas o mosquetes eran
-de corto alcance y sus disparos no podían repetirse mucho ni
-rápidamente. En cuanto a Pizarro, contó en su tropa _tres_ escopeteros y
-_veinte_ ballesteros.
-
-Si existía, pues, de alguna parte superioridad en las armas arrojadizas,
-no hay duda que los indios eran superiores; estaban habituados al manejo
-del arco y de la flecha y presentábanse en las primeras algaradas como
-verdaderas nubes de flecheros, cuyos tiros estrechaban y aturdían a los
-españoles. Estos sufrían graves bajas de resultas de las flechas, contra
-las cuales no bastaban siempre los cascos, las rodelas y las corazas
-_acolchadas_, especie de almohadillado de algodón con el que se
-protegían los cuerpos. Los españoles tenían que fiar el éxito a sus
-armas blancas. Entonces sí, en la lucha cuerpo a cuerpo, en la pelea a
-_manteniente_, ¡entonces, asistidos por su valor, adquirían superioridad
-los españoles!
-
-Su táctica militar, su maniobra de pequeños escuadrones, su formación en
-_haces_, la combinación calculada de los caballos, el envolvimiento, el
-ataque a fondo del núcleo o frente enemigo; todo eso, que era
-inteligencia europea y escuela militar civilizada, prestaba a los
-conquistadores efectiva superioridad ante los indios. Y además, sobre
-todo, poseían el ánimo, la energía, el brío, el ímpetu en el ataque, el
-espíritu, el _valor_.
-
-Después que hayamos salvado la mentira de los cañones y de la fusilería,
-un espíritu moderno se encontrará desconcertado, perplejo, porque
-considerará los enormes núcleos militares que actualmente son precisos
-para asaltar una trinchera, y no podrá comprender cómo un puñado de
-hombres se aventuraban a tales conquistas y tales peleas.
-
-También en esto hay una ficción anacrónica. Nosotros conocemos el
-soldado actual: buen ciudadano, generalmente sumiso a la orden que le
-manda ir a la guerra, y, por lo regular, dotado de suficiente valor.
-Nuestro soldado conoce el manejo de su fusil en un grado prudencial;
-dispara cien o mil cartuchos, en la inteligencia de que muchos días
-habrá de consumir sus cartucheras perfectamente en vano. De cada veinte
-soldados modernos, puede contarse apenas un tirador cuyos tiros posean
-cierta consciencia o cierta probabilidad de eficacia. Compréndese, pues,
-que las acciones actuales de guerra necesiten el concurso de cada vez
-mayores _masas_ de soldados; la deficiencia personal del individuo se
-debe suplir con el número de los actuantes, y la inconsciencia o escasa
-efectividad del tiro y del golpe ha de subsanarse con el empleo de
-nutridas series de disparos. Hoy se _siembra_ de millones de proyectiles
-el campo, con la esperanza de poder derribar uno o varios combatientes;
-mientras que el soldado antiguo, sobre todo el conquistador, ahorraba
-tentativas y daba directo con su espada en el pecho enemigo.
-
-Hernán Cortés se percata pronto de las condiciones especiales de aquella
-guerra contra los indios. Comprende que el interés de los españoles está
-en rematar cuanto antes las escaramuzas, por acometidas rápidas y
-audaces, antes de que la masa contraria logre envolverlos y abrumarlos a
-ellos como una nube densísima. No se trata allí de fuerzas semejantes,
-en número y armas y esgrima; hay una diferencia monstruosa que es
-necesario suplir con una táctica especial. Dice a sus soldados de
-infantería que omitan los tajos y cuchilladas, y a sus caballeros
-encarga que dirijan la lanza al rostro y renuncien a los botes. Llevando
-la lanza baja, como en la esgrima europea se usara con el intento de
-alzar del arzón al adversario, corríase el peligro de que los indios,
-formados en montón compacto, prendieran la lanza con las manos y la
-rompieran, como en efecto ocurrió en Tlascala. Eran un país y una guerra
-diferentes, que los conquistadores necesitaron aprender a costa de
-apuros. Así también el tajo y la cuchillada usábanse en los encuentros
-europeos entre ejércitos iguales o proporcionados; la cuchillada no
-compromete tanto al que la da, pues tiene la rodela para resguardarse;
-los duelos duraban mucho tiempo, en pleno combate, y una herida somera
-o la prisión daba fin a la pelea. Pero el español que caía en manos de
-los indios, pronto iba a regar con su sangre los santuarios de los
-ídolos repugnantes. Y era preciso romper aquellas masas de combatientes,
-que avanzaban como olas... Tirarse a fondo, embestir de punta, arrostrar
-la estocada directa, matar de un único golpe; esto lo imponían la
-necesidad de aquella guerra diferente.
-
-El soldado antiguo se dedicaba a las armas como un profesional. No se
-parecía al soldado recluta de hoy; era guerrero de oficio, y entraba en
-el oficio por virtud de una selección. Esgrimista, acorazado, batido por
-infinitas pruebas, aquel _hombre de armas_ se apartaba en todo del
-burgués o del simple ciudadano.
-
-Esta selección del hombre de armas antiguo, todavía se apuraba y
-refinaba más entre los conquistadores. Quien no tuviera el brazo duro y
-el ánimo templado, podía quedarse en las poblaciones tranquilas. El
-clima, los trabajos y las batallas iban omitiendo a los débiles y
-desanimados. Poco después de desembarcar en Méjico, unos cuantos
-soldados hubieron de perecer, «a causa, dice el capitán Bernal Díaz, del
-calor y del peso de las armas, porque eran gentes jóvenes y delicadas».
-No; los delicados no debían seguir. Y no era necesario destituirlos,
-porque la misma naturaleza de la campaña los suprimía con los fatales
-medios de la verdadera selección: la muerte.
-
-Francisco Pizarro exagera como nadie el método seleccionador. No
-obstante lo exiguo de su tropa, a pesar del precio que en una aventura
-como aquella tenía el hombre, el capitán quiere que sus soldados no sean
-valores numéricos, sino positivas personalidades guerreras. Y antes de
-aventurarse en los terrores andinos y en el enigma de Caxamalca, dice a
-sus hombres que lo piensen bien... El que no se sienta bastante animado
-tendrá benigna y honrosa licencia para tornarse a la costa. Esta última
-selección no fué estéril; sin duda había en la mesnada algunos soldados
-flojos. Cinco españoles de a caballo y cuatro de a pie aceptan la
-invitación y retroceden a la ciudad de San Miguel. Entonces declara
-Pizarro que, en último caso, él marchará a conquistar el Perú con los
-hombres que le queden, «pocos o muchos».
-
-Nosotros estamos habituados a la idea de multitud, mientras que en
-algunas épocas ha disfrutado el hombre solo una consideración que
-ciertamente nos extraña. El ejemplar del caudillo, del campeón, del
-héroe, es un concepto para nosotros bastante vago y casi inverosímil.
-Pero es verdad que en ciertos momentos el profesional de las armas ha
-sido una persona temible, poderosísima y hasta invulnerable. El tipo de
-Aquiles, de Rolando y del Cid no podemos achacarlo ligeramente a la
-hipérbole de los pueblos o de los poetas; ha existido de veras y
-lógicamente.
-
-Habituados nosotros a la ley democrática de la recluta, olvidamos que
-otras veces la recluta era de índole aristocrática y alcanzaba sólo a
-los aptos, a los mejores. Hoy todos tienen derecho al empleo del
-soldado, siempre que dispongan de ciertas medidas o proporciones
-físicas; la resistencia corporal, el ánimo y el valor, se les suponen, y
-basta.
-
-En otros tiempos no podía ser soldado quien quisiera. El peso de las
-armas era excesivo, y la esgrima obligaba a un largo aprendizaje. Hábil
-en saberse cubrir con el escudo, diestro en la espada, blandiendo con
-facilidad la pica y cubierto de oportunas defensas, aquel hombre de
-guerra era ciertamente poderoso. Si entre todos sobresalía el soldado de
-fuerte musculatura, de gran salud y de un brío imperativo, entonces no
-parece difícil que el capitán, el héroe, arrostrase las mayores
-empresas.
-
-En las tropas de los conquistadores resaltan numerosos estos ejemplares
-de héroes. Los principales, como Hernán Cortés y Pizarro, absorben
-nuestra atención demasiado; si miramos junto a ellos, veremos que
-marchan a la gloria asistidos de muchos capitanes, que son, cada uno,
-aptos para ultimar iguales empresas que las de los mismos caudillos a
-quienes sirven.
-
-La fuerza, el ánimo resistente, el valor más sublime se muestra en
-aquellos hombres y en aquellos encuentros, donde las hazañas homéricas
-adquieren realidad. Parece que por último hallan evidencia las
-enormidades de los libros de caballerías. Aquellas versiones
-medioevales, en que un caballero solo defiende la puerta de una ciudad
-contra un ejército entero, resultan, pues, veraces y comprensibles. No
-diez, sino cien, cientos de indios pugnaban a veces contra cada español;
-los soldados se fatigaban de herir, y no era tan horrible el peligro de
-la pelea como el pensar en lo insuperable y monstruoso de aquella masa
-inextinguible, entre cuyos recodos y senos no podían apenas maniobrar
-los caballos ni jugar las escopetas. De esta especie de sofocamiento,
-dentro de una masa tupida y pertinaz, padecieron mucho los soldados de
-Cortés.
-
-Si los indios mostrábanse, en ocasiones, tímidos y medrosos, otras veces
-peleaban fanatizados, con una obstinación furiosa, que no cedía hasta la
-muerte. Algunos pueblos eran valerosos y muy aguerridos. Pronto, además,
-adoptaron los sistemas defensivos de los españoles, aprendiendo a
-cubrirse con petos de algodón acolchado, con rodelas, con yelmos. Su
-astucia y su aptitud para la doblez y el espionaje, con el veneno en que
-untaban sus saetas, hacían que los conquistadores viviesen en constante
-inquietud y soportaran heridas y trabajos penosísimos.
-
-Sólo unas almas de tan recio temple como aquéllas podían superar tales
-contrariedades, que eran, en efecto, dignas de gigantes.
-
-
-
-
-CAPÍTULO X
-
-EL CONQUISTADOR BRILLANTE
-
-
-En otro capítulo anterior hemos apuntado la gran ráfaga heroica que hizo
-nacer América a la luz de la civilización europeocristiana, y cómo fué
-posible la obra del Nuevo Mundo gracias a esa actividad heroica _a la
-española_. Rápidamente brotaron del fondo español numerosos héroes
-representativos, incontables evangelistas, soldados y pobladores, cuya
-fisonomía moral nos ha de ser tan grato hacer resurgir. Comencemos por
-el más famoso de estos héroes representativos, el _conquistador_ típico:
-Hernán Cortés.
-
-Los que regatean cualidades espirituales a nuestros conquistadores,
-necesitan hacer una forzosa salvedad en la persona radiante y
-caballeresca de este bizarro extremeño, que era un noble hidalgo de
-buenas luces y de elevada educación, apto para las letras como para las
-armas. No se trata, no, de un bandolero ni de un soldado ignorante; no
-es el aventurero reclutado en los bajos fondos de la sociedad, ni el
-tipo del pirata o el filibustero que bien pronto habían de arrojar sobre
-el mar de las Antillas otras naciones del Centro y Norte de Europa.
-
-Dice Bernal Díaz del Castillo que nuestro héroe «era latino, y oí decir
-que era bachiller en leyes, y cuando hablaba con letrados y hombres
-latinos, respondía a lo que le decían en latín. Era algo poeta, hacía
-coplas en metros y en prosa, y en lo que platicaba lo decía muy apacible
-y con muy buena retórica...»
-
-Había nacido en la baja Extremadura, ese rico país de fecundas y grandes
-heredades, donde los prósperos pueblos elevan sus muros sobre las
-gruesas tierras que el olivo y las mies embellecen. Es un país hermoso,
-apto para producir hombres de varonil señorío. Hernán Cortés era un
-señor, no porque naciera de ilustre y acaudalada familia, sino porque,
-apenas modesto hidalgo, tenía naturaleza de señor. Y porque además el
-hado misterioso lo señalara desde la cuna para las altas empresas
-señoriales. En suma, porque quería siempre, porque aspiraba
-fervorosamente a la vida de señor.
-
-Sus contemporáneos lo pintan como el hombre que posee la virtud señorial
-y todo su intento se dirige a superarse, a mejorarse, a lograr el
-supremo lustre del señorío. Pero no como un vulgar indiano o como un
-rastacuero de nuestros días. «Los vestidos que se ponía eran según el
-tiempo y usanza, cuenta Bernal Díaz, y no se le daba nada de no traer
-muchas sedas ni damascos ni rasos, sino llanamente y muy pulido; ni
-tampoco traía cadenas grandes de oro, salvo una cadenita de oro de prima
-hechura, con un joyel con la imagen de Nuestra Señora la Virgen Santa
-María, con su hijo precioso en los brazos... Y también traía en el dedo
-un anillo muy rico con un diamante, y en la gorra, que entonces se
-usaba de terciopelo, traía una medalla; mas después, el tiempo andando,
-siempre traía gorra de paño sin medalla.»
-
-Vemos aquí al hombre de instintos aristocráticos que gusta de portar una
-cadenita de oro, un joyel devoto; cosas de lujo integral, pulidas y
-estimadas, que toda naturaleza noble prefiere para su regocijo personal
-y no para la ostentación. Hernán Cortés vivía en el siglo del
-Renacimiento, cuando Italia sugería al mundo el amor del boato y de las
-fastuosas preseas, pero no podía renunciar al sentido español de la
-altiva modestia, y de uno como masculino y católico (estoico) rubor ante
-el demasiado engalanamiento.
-
-En cambio aceptaba a veces como una necesidad la ostentación, por lo
-mismo que ayudaba a su política. Quería encumbrarse, y bien conocía la
-condición humana que tanto se deja deslumbrar por el brillo, y que a
-veces toma lo externo del brillo por lo esencial del señorío. Para
-conseguir su éxito de gran señor, y sin duda como maña de político,
-Hernán Cortés sabe en ocasiones admirar a su gente con dádivas, con
-ostentaciones y con prestancias lujosas.
-
-«Deleitábase de tener mucha casa y familia, mucha plata de servicio y de
-respeto. Tratábase muy de señor, y con tanta gravedad y cordura, que no
-daba pesadumbre ni parecía nuevo.» Esto dice López de Gomara. Y Bernal
-Díaz del Castillo corrobora y agrega: «Servíase ricamente, como un gran
-señor, con dos maestresalas y mayordomos y muchos pajes, y todo el
-servicio de su casa muy cumplido, e grandes vajillas de plata y de oro.»
-
-En cuanto a sus apetitos, véanse cuan simples, hidalguescos, militares,
-eran: «Comía a medio día bien y bebía una buena taza de vino aguado, que
-cabría un cuartillo, y también cenaba, y no era nada regalado ni se le
-daba nada por comer manjares delicados ni costosos, salvo cuando veía
-que había necesidad que se gastase o los hubiese menester.»
-
-Ahora bien; ¿es posible que un hombre grosero, bestial y bajo, un
-verdadero animal de presa, pueda intentar la larga faena ímproba y
-terrible, que dura muchos años, la heroica y trabajosa empresa de
-conquistar un imperio? Un capitán de piratas, del tipo de Drake, puede
-arrastrar a su gente a campañas veloces en que el botín es palpable y la
-presa se abandona; que no hay que poblar y evangelizar, sino desbalijar
-y marcharse.
-
-Un jefe de filibusteros tiene su guarida en una ensenada tropical, y
-sólo se cuida de caer a tiempo sobre la flota o sobre la ciudad
-desprevenidas. Un capitán como Cortés está mucho más embarazado por
-graves deberes y responsabilidades. Tiene que conquistar, poblar y ceder
-las tierras a los magistrados del rey, a los monjes y a los
-catedráticos. No puede portarse como un simple aventurero. Necesita ser
-tan _político_ como soldado, y ensayar las artes de la simpatía que
-poseen un Alejandro y un César, junto con la fuerza imperativa y
-subyugadora de su temple moral.
-
-Hernán Cortés era simpático de suyo; pero cuidaba de mejorar esta
-simpatía para favorecer su misión providencial. Sus biógrafos nos lo
-retratan bello de cuerpo y gallardo de apostura.
-
-«Fué de buena estatura y cuerpo y bien proporcionado y membrudo... los
-ojos en el mirar amorosos, y por otras graves... y tenía el pecho alto y
-la espalda de buena manera, y era cenceño y de poca barriga y algo
-estevado, y las piernas y muslos bien sacados, y era buen jinete y
-diestro de todas armas, así a pie como a caballo, y sabía muy bien
-menearlas, y sobre todo, corazón y ánimo, que es lo que hace al caso...
-En todo lo que mostraba, así en su presencia y meneo como en pláticas y
-conversación, y en comer y en el vestir, en todo daba señales de gran
-señor.»
-
-A esta pintura de Bernal Díaz del Castillo podemos agregar los rasgos
-siguientes de López Gomara:
-
-«Era Fernando Cortés de buena estatura, rehecho y de gran pecho; el
-color ceniciento, la barba clara, el cabello largo. Tenía gran fuerza,
-mucho ánimo, destreza en las armas... Fué muy dado a mujeres, y dióse
-siempre. Lo mesmo hizo al juego, y jugaba a los dados a maravilla, bien
-alegremente... Gastaba liberalísimamente en la guerra, en mujeres, por
-amigos y en antojos, mostrando escaseza en algunas cosas; por donde le
-llamaban de avenida. Vestía más polido que rico, y así era hombre
-limpísimo... Era devoto, rezador... grandísimo limosnero... Daba cada un
-año mil ducados por Dios de ordinario; y algunas veces tomó a cambio
-dineros para limosnas...»
-
-Anotemos ahora algunas particularidades de su carácter; nos las dirá
-Bernal Díaz, aquel soldado que acompañó a nuestro héroe en sus grandes
-trabajos y peligros. Véase cuánta fuerza de contención hay en el héroe y
-cómo sabe reprimir sus impulsos, disimular, transigir, puesto que
-considera el fondo inconsciente que habita en el alma tempestuosa de los
-soldados, y sabe que el héroe ha de estar cuidando y labrando su obra
-todos los minutos, en todos los incidentes.
-
-«Cuando juraba, decía: «En mi conciencia»; y cuando se enojaba con algún
-soldado de los nuestros, sus amigos, le decía: «¡Oh, mal pese a vos!» Y
-cuando estaba muy enojado _se le hinchaba una_ vena de la garganta y
-otra de la frente, y aún algunas veces, de muy enojado, _arrojaba una
-manta_, y no decía palabra fea ni injuriosa a ningún capitán ni soldado;
-y _era muy sufrido_, porque soldados hubo muy desconsiderados que decían
-palabras muy descomedidas, y no les respondía cosa muy sobrada ni mala;
-y aunque había materia para ello, lo más que les decía era: «Callad, o
-iros con Dios, y de aquí adelante tened más miramiento en lo que
-dijéredes, porque os costará caro por ello, e os haré castigar.»
-
-Hernán Cortés es un hombre del Renacimiento. Posee las cualidades de su
-época, y algo que estaba entonces en la atmósfera se le ha traspasado a
-él; un poco de Maquiavelo y de Borgia, en lo que estos hombres tenían de
-políticos, y no en su fría, en su italiana amoralidad frente al crimen.
-
-Es astuto; tiene el arte de la seducción oportuna; sabe encubrir sus
-intenciones y desorientar a los enemigos y a los traidores; muestra una
-fina inteligencia y un tacto para ceder o para esgrimir su autoridad, y
-es siempre el hombre de mando, el capitán, el conductor, que no pierde
-nunca la inestimable serenidad. Cuando hace falta sabe dirigirse al fin
-sacrificando los medios.
-
-Trabaja como un cauto militar, porque en la alta milicia debe presidir
-la sutil cautela. Usa la mentira oportuna y conoce el arte de
-desconcertar. Por ejemplo, en sus tratos con el cacique de Cempoalla se
-decide a prender a los recaudadores, les hace ver el poderío de sus
-armas y luego les deja escapar, para que lo cuenten al emperador
-Moctezuma. Mete insidias entre las tribus, alienta las rivalidades de
-los caciques, «divide para vencer». En efecto, sin astucia de político y
-sólo con el arrojo del soldado hubiera sido imposible dominar tan grande
-y populoso imperio.
-
-Pero este hombre del Renacimiento, contemporáneo de Maquiavelo, pierde
-en ocasiones su ecuanimidad y recobra su naturaleza sincera de león
-hispano. Es cuando, como dice Bernal Díaz, «se le hincha la vena de la
-garganta y otra de la frente». El contumaz y valiente general
-Xicoteucatl manda sus emisarios a Cortés, éste los recibe confiado, y
-luego se descubre que son espías... Entonces tiene el héroe un impulso
-de espontánea indignación, y «les mandé tornar a todos cincuenta y
-cortarles la mano, y los envié que dijesen a su señor, que de noche y de
-día, y cada y cuando él viniese, _verían quién éramos_».
-
-El héroe no puede sofocar por completo su naturaleza de soldado, y hay
-un momento en que echaría a rodar toda su obra difícil por un puntillo
-de honor ultrajado o ante una osada ofensa. Tampoco puede el héroe
-reprimir sus sentimientos religiosos o de humanidad en todos los
-instantes; hay horas críticas en que lo subsconsciente y profundo nos
-hace traición y todas nuestras prolijas artes de política quedan
-inútiles frente a los impulsos de nuestro ser integral.
-
-Así en Cempoalla, cuando más astucia y paciencia necesitaban
-desarrollar, Hernán Cortés no se pudo contener viendo el templo «negro
-de sangre», donde concluían de consumarse los sacrificios humanos y el
-canibalismo ritual ante unos ídolos monstruosos. Los españoles estaban
-hechos a matar en la guerra; no se avenían, sin embargo, a aceptar
-aquellas sacrílegas y cruelísimas barbaridades. Atropellaron, pues, por
-todo, y subieron a la cumbre del templo a derribar los sanguinarios y
-ensangrentados ídolos... Estos impulsos disculpan todos los yerros que
-pudieron cometer. Su fe, su pudor, su humanitarismo, eran más fuertes
-que su interés político. Se aventuraban a perderlo todo antes que
-sancionar aquel crimen salvaje. Y aquí el hombre del Renacimiento a la
-italiana vuelve a integrarse en su naturaleza de español sincero. Es Don
-Quijote que está allí, entre los soldados...
-
-¡Ah!, mientras leemos los pormenores y preparativos de una _expedición a
-lo ignorado_, ¡cómo se remueven los posos de nuestro temperamento
-imaginativo y aventurero! Sentimos la seguridad de que nuestra vida ha
-fracasado desde su origen sólo por no haber nacido cuatro siglos antes;
-¡porque nosotros nos hemos retardado en nacer, porque nosotros
-hubiéramos marchado a las Indias, y de allí nos hubiéramos alistado en
-una de aquellas expediciones conquistadoras!... ¡Enérgica ráfaga de
-ambición, entusiasta alegría de ir a las tierras ignoradas! ¡Promesas
-de oro y de gloria, países extraños e inauditos que aparecen de pronto a
-la mirada, bosques y llanuras misteriosos, gentes y hábitos distintos,
-paisajes y civilizaciones increíbles!...
-
-Todo esto prometía Hernán Cortés a los españoles de Cuba. Su don de
-simpatía y de seducción personal, entonces es cuando necesitaba
-esforzarse. Y el héroe, que al fin conoce que le ha tocado la Fortuna
-con su dedo, ¡cómo tiembla, de emoción por la suerte, del miedo del
-malogro y de comprender que está señalado para realizar una imperecedera
-hazaña!
-
-«Pues como ya fué elegido Hernán Cortés por general de la armada, dice
-Bernal Díaz, comenzó a buscar todo género de armas, así escopetas como
-pólvora y ballestas, e todos cuantos pertrechos de guerra pudo haber y
-buscar... En demás desto, se comenzó de polir e abellidar en su persona
-mucho más que de antes, e se puso un penacho de plumas con su medalla de
-oro, que le parecía muy bien. Pues para hacer aquestos gastos que he
-dicho no tenía de qué, porque en aquella ocasión estaba muy adeudado y
-pobre... Y como ciertos mercaderes amigos suyos que se decían Jaime Tría
-o Jerónimo Tría y un Pedro de Jerez, le vieron con capitanía y
-prosperado, le prestaron cuatro mil pesos de oro... y luego hizo hacer
-unas lanzadas de oro, que puso en una ropa de terciopelo, y mandó hacer
-estandartes y banderas labradas de oro con las armas reales y una cruz
-de cada parte, juntamente con las armas de nuestro rey y señor, con un
-letrero en latín, que decía: _Hermanos, sigamos la señal de la santa
-cruz con fe verdadera, que con ella venceremos_; y luego mandó dar
-pregones y tocar sus atambores y trompetas en nombre de su majestad...»
-
-«Pues como se supo esta nueva en toda la isla de Cuba, y también Cortés
-escribió a todas villas a sus amigos que se aparejasen para ir con él a
-aquel viaje, unos vendían sus haciendas para buscar armas y caballos,
-otros comenzaban a salar tocino para matalotaje, y se colchaban las
-armas... De manera que nos juntamos en Santiago de Cuba, donde salimos
-con el armada, más de trescientos soldados.»
-
-«E así como desembarcamos en el puerto de la villa de la Trinidad, y
-salidos en tierra... y llevaron a Cortés a aposentar entre los vecinos,
-porque había en aquella villa poblados muy buenos hidalgos... De aquesta
-villa salieron hidalgos para ir con nosotros... Alonso Hernando
-Portocarrero no tenía caballo ni aun de qué comprallo; Cortés le compró
-una yegua rucia y dió por ella unas lazadas de oro...»
-
-«Y en aquel instante vino un navío de la Habana a aquel puerto de la
-Trinidad, que traía un Juan Sedeño, cargado de pan cazabe y tocinos, que
-iba a vender a unas minas de oro cerca de Santiago de Cuba; y como saltó
-en tierra el Juan Sedeño fué a besar las manos a Cortés, y después de
-muchas pláticas que tuvieron, le compró el navío y tocinos y cazabe
-fiados, _y se fué el Juan Sedeños con nosotros_. Ya teníamos once navíos
-y todo se nos hacía prósperamente, gracias a Dios por ello...»
-
-«Y como Cortés lo supo, habló secretamente al Ordás y a todos aquellos
-soldados y vecinos de la Trinidad... y tales palabras y ofertas les
-dijo, que los trujo a su servicio.»
-
-«Y el un mozo de espuelas de los que traían las cartas y recados, se fué
-con nosotros...»
-
-«Y también atrujo y convocó a los herreros que se fuesen con nosotros, y
-así lo hicieron...»
-
-He aquí el tipo del conquistador. Brillante, alegre, persuasivo, todos
-le siguen, todos caen bajo el arrebato de su seducción. Es joven,
-hermoso, fuerte, arrojado; sabe conquistar los corazones y prende con
-sus artes de persuasión y simpatía a todos los que encuentra. Arrastra
-todos los elementos útiles, desde el hidalgo valiente hasta el mercader
-sedeño, los mozos de espuela y los herreros. Y hace tan fina maniobra
-frente al sórdido gobernador Diego Velázquez, que materialmente se
-escurre de sus manos, huye a la mar y queda libre de acometer por sí la
-hazaña.
-
-Esta hazaña consistía en conquistar y dominar un imperio más grande que
-España, poblado por tribus guerreras, organizado en nación y provisto
-de grandes elementos de resistencia. Para conseguir esta empresa, Cortés
-poseía lo siguiente:
-
-«Mandó Cortés hacer alarde para ver qué tantos soldados llevaba, e halló
-por su cuenta que éramos _quinientos y ocho_, sin maestres y pilotos e
-marineros, que serían ciento y nueve, y _diez y seis caballos_ e
-yeguas... e once navíos grandes y pequeños... y eran _treinta y dos
-ballesteros_ y _trece escopeteros_, e tiros de bronce e _cuatro
-falconetes_...»
-
-
-
-
-CAPÍTULO XI
-
-FRANCISCO PIZARRO
-
-
-I
-
-Hay en este conquistador algo como una tristeza inefable, que nos
-estimula a interesarnos por él y admirarlo más íntimamente.
-
-Es la tristeza del hombre mal nacido, mal criado y peor aventurado, el
-cual aspira a la grandeza con un anhelo de vindicarse y ennoblecerse, ¡y
-llega a poseer la fortuna y la gloria demasiado tarde! Y cuando lo
-consigue todo, muere en forma miserable, obscuramente, a manos de los
-asesinos.
-
-Otros aventureros habían logrado el triunfo en poco tiempo, de un golpe
-afortunado; Pizarro necesita perder su juventud en modestas
-heroicidades y labrar su éxito a fuerza de obstinación. La fortuna le
-escatima sus mercedes y no le entrega nada de regalo; es el héroe quien
-debe sojuzgar a la fortuna por el imperio de su voluntad de acero.
-
-Nada le han dado; todo necesita adquirirlo. Carece del linaje y de la
-cultura de Hernán Cortés; le falta acaso viveza imaginativa y cierta
-simpatía avasalladora; pierde pronto sus galas juveniles, su risa y
-desenvoltura, en los primeros y rudos trabajos de reivindicación
-personal; y cuando, poco a poco, ha hecho respetable su nombre y posee
-en Panamá alguna hacienda, Pizarro es viejo, grave, sobrio de palabras y
-está exento de atractiva y brillante fogosidad. Entonces, en un último
-esfuerzo de voluntad, el conquistador exige salir del anónimo, asalta a
-la Fortuna, insiste y marcha derecho contra el imperio de los Incas.
-
-Hay en Francisco Pizarro esa grave y vaga tristeza que trasciende de la
-tierra de Extremadura. Es un ejemplar representativo del país de
-Trujillo y de Cáceres, austera y bella comarca en que la luz de un
-cielo ancho y limpio consigue apenas paliar el tono adusto, estoico y
-noble de las ciudades y de las gentes. Con sus torres cuadradas y sus
-incontables casas abolengas, Cáceres es un nido de hidalgos, puesto
-sobre la colina amurallada, dormido en ensueños de lejanía. Rodeado de
-encinares y extensos campos de labor, Trujillo se encarama igualmente a
-su colina almenada y tiene, para soñar lejanos sueños, el espectáculo de
-la tierra infinita. El nervio montuoso de la sierra atraviesa la
-comarca, y es aquéllo como un lenitivo de dulzura, con sus valles y
-encañadas donde el viajero descubre repentinamente pueblos idílicos,
-huertos amables, frondosidad y alegría de campo ingenuo. De este
-territorio mixto, formado con llanuras religiosas y bucólicos valles,
-con ciudades guerreras y cándidos montañeses, sacó Francisco Pizarro la
-mayor cantidad de sus compañeros.
-
-Los que se obstinaron en roer y mezquinar la obra de España en América,
-necesitaban un hombre a quien acusar de barbarie y en el cual reunir
-todas las características del aventurero ignorante, inhumano y cruel.
-Este hombre tipo, esta fiera brutal y carnívora era Pizarro. Y ha sido,
-en efecto, Francisco Pizarro la víctima propiciatoria que hubo de
-representar el salvajismo de la conquista española.
-
-Al contrario, este héroe extremeño representa uno de los lados más
-salientes y gloriosos del carácter español. Si España a causa de su
-latitud geográfica no puede eximirse de ciertas peculiaridades del
-meridionalismo, como son la impulsividad, el repentinismo y la ligereza
-improvisadora, no hay duda que pesan más en su carácter las otras
-cualidades de obstinación, de insistencia en el propósito, de una como
-perezosa terquedad. Lo comprueban la lucha secular contra los moros, el
-empeño de imponer el catolicismo en Europa, la colonización de América,
-la campaña contra Napoleón, la insistencia de sus guerras civiles, sin
-contar la absurda y heroica resistencia de sus sitios, universalmente
-famosos: Numancia, Zaragoza, Gerona.
-
-Francisco Pizarro era hijo bastardo de un capitán. Se ha dicho que en
-su niñez hacía el oficio de pastor; menos aún, se dice que era porquero.
-En la tierra de Trujillo abunda mucho la crianza de puercos, y el
-cuidarlos o pastorearlos no parece que significase allí nunca un
-desdoro. El cerdo ha sido en Extremadura un blasón heráldico bastante
-frecuente, y en el mismo escudo originario de los Pizarros se ve,
-efectivamente, una encina entre dos cerdos rampantes.
-
-Cuidando puercos, descalzo de pie y pierna, el futuro conquistador del
-Perú bulliría por las cuestas y plazas de su ciudad, ni más ni menos que
-la generalidad de los chicos extremeños; esos chicos robustos, sanos,
-honrados, con su color de manzana y sus hermosas facciones, que hoy
-mismo ofrecen al viajero tan fuertes y ecuánimes ejemplares de
-humanidad. No sabía escribir. Conocería, acaso, el manejo de las armas,
-según la costumbre de la época. Era obscuro, inhábil, pobre. Si tenía el
-brazo musculoso y la sangre caliente, cuando menos no se le conocía por
-pendenciero, procaz, ni galanteador. Su juventud carece de anécdotas.
-No se anuncia en él a un futuro bandolero; no mata ni hiere a nadie.
-Probablemente era un mozo esforzado y ardido; bueno, sincero, noble. La
-ráfaga que volaba hacia las Indias le arrastró a él, como a tantos
-otros, y allá se fué con la espada al cinto.
-
-Curioso es advertir cómo en una nacionalidad se presentan frecuentes
-casos de paralelismo entre personas distintas y derroteros contrarios.
-Recorriendo la vida de Pizarro no podemos alejar la memoria de
-Cervantes. He ahí dos hombres de principios infortunados, de vida
-trabajosa, de heroicidades infructuosas, de un desgaste de la vida sin
-brillo y sin pasmosa fortuna. Dos hombres que insisten en perseguir el
-éxito y sólo consiguen lograrlo en la vejez.
-
-Lo cierto es que Francisco Pizarro, puesto que no era un hombre
-insignificante, pudo ganar ciertos méritos y algunas haciendas en largos
-años de guerras y expediciones; se halló en múltiples campañas, sufrió
-hambres y luchas en Tierra Firme y era uno de los pobladores heroicos de
-Panamá. Pero como él, y con mayores éxitos que él, había numerosos
-españoles en las islas y en el continente. Y en esta maleza de las mil
-tentativas sin brillo, en este trabajar cuotidiano y soso, se le pasó lo
-mejor de la vida. Era, pues, el tipo del héroe que nada debe al
-nacimiento, a la falacia, ni a la fortuna. Todo se lo amasó y fabricó
-por sí mismo. Por eso hay en él aquella vaga tristeza de que hablábamos
-al principio. Porque, en efecto, el triunfo y la gloria son deseables
-cuando se presentan en plena juventud o cuando vienen a caballo sobre el
-azar y en forma de lotería; el éxito que hemos trabajado con sangre y
-con el horror de la larga espera, puede enorgullecernos mucho, pero nos
-defrauda a la vez por el dejo de la melancolía. Demasiado tarde quiere
-decir: sentimiento de la ingratitud transcendental ante el desvío o
-parsimonia de la fortuna.
-
-Pero aquel héroe retardado no desesperaba del porvenir. No era el
-_exitista_ impetuoso y audaz que se adelanta y que atropella por todo,
-que exige imperativa y descaradamente; tenía más bien una invencible
-timidez de hombre humilde y nada brillante. Entonces, entrando ya en la
-vejez, las primeras noticias del Perú fastuoso llegaron a Panamá. Se
-hablaba de un país grande y rico, que estaba hacia el lado del Sur, por
-la mar adelante. Y Francisco Pizarro decidió emprender la inaudita
-heroicidad.
-
-Puso en la obra todo su dinero, su prestigio honrado, su experiencia y
-su fe. De qué naturaleza era su fe y su obstinación nos lo han de decir
-los fracasos, los peligros y las aventuras que soportará el héroe antes
-de que vea cumplida su hazaña.
-
-La escena de la isla del Gallo se nos presenta como única en la
-Historia; tiene, por otra parte, un raro carácter de lección
-psicológica, fuertemente humana y novelesca. Es el instante en que la
-vida toda de un hombre se derrumba sin remedio y no queda de pie más que
-aquello que la voluntad osa sostener. La expedición había fracasado;
-heridos y hambrientos, los soldados rehuyen seguir la campaña; ni
-imperios fabulosos, ni riquezas y triunfos aparecen por ninguna parte...
-Es hora de volverse a Panamá. ¡Ah! Los soldados jóvenes e indigentes
-pueden tornar sin pena, a la espera de una ocasión más propicia; pero
-Pizarro, ¿qué puede esperar en volviendo? Su hacienda está comprometida,
-perdida; su renombre también está comprometido; es viejo ya para rehacer
-dinero y prestigio. Y en lo hondo de su alma hay un grito veraz que le
-dice que el Perú aguarda al hombre osado, al hombre de fe.
-
-Cuando entonces desnuda la espada, casi loco de ira y de iluminación
-transcendental; cuando, en ese gesto decisivo de los valientes y los
-matones, traza en la arena de la playa una línea violenta y vibrante;
-cuando exclama, en fin: «¡Ea, caballeros, por aquí se va a Panamá a ser
-pobres, por aquí al Perú a ser ricos y venturosos; quien me quiera bien,
-que me siga!...» Entonces es cuando el primer capítulo de una
-emocionante y no igualada novela da comienzo.
-
-El héroe ha saltado la raya; su trémula y violenta mano blande todavía
-la espada. Once compañeros pasan la raya y firman su cédula para la
-posteridad. Y mientras los demás se tornan, los aventureros pueden
-llamarse efectivamente _aventureros_. Se han quedado solos,
-desamparados, constreñidos a comer moluscos, locos Robinsones de un
-naufragio voluntario, ilusos ambiciosos de un ideal lejano, presentido,
-inconstante.
-
-Nosotros, los modernos, habituados a la rapidez de las distancias, las
-obras y los fenómenos, ponemos nuestra femenina nerviosidad en todos los
-casos, y concluímos por inferirle a la vida un daño de disminución.
-Nuestra vida, de tanto multiplicarse y precipitarse los acontecimientos,
-concluye por carecer de magnitud y hasta de espacio. Un viaje de varios
-días no acertamos siquiera a concebirlo; una obra lenta nos irrita.
-
-Pizarro y sus compañeros carecían sin duda de nuestra nerviosidad.
-Ellos, como hijos de otro tiempo, concebían la vida bien distintamente.
-La vida era un trozo de eternidad, he ahí todo... Por lo tanto, cada
-hora tenía un valor correspondiente a la dimensión de la eternidad, y
-debiéndose realizar las obras para siempre, para eternamente, el plazo
-de la vida importaba poco; la vida es bastante larga si se sabe
-emplearla bien. Aquellos hombres confiaban en el tiempo largo; sabían
-esperar. Esperaron y vencieron.
-
-Pero nuestro ánimo moderno se intimida cuando recordamos que Francisco
-Pizarro, para poder descubrir la maravilla de Túmbez, aquella puerta
-marítima del remoto Perú, estuvo navegando y combatiendo por espacio de
-tres años...
-
-Bien; la puerta ha sido vista y también dominada. Ahora necesitamos
-seguir al héroe hasta la entraña del Perú.
-
-
-II
-
-A la vista de la ciudad de Túmbez, después de tres años angustiosos y
-zozobrantes, el alma taciturna de Francisco Pizarro debió de abrirse
-como una flor reconcentrada, densa y tardía. Su vida, obscura hasta
-entonces, tomaba una orientación inexorable y una claridad de gloria
-universal. Si hay en nosotros momentos de rara y como mística
-clarividencia, en que el sentido del porvenir se nos revela lúcida y
-repentinamente, ese instante religioso fué para Pizarro aquél en que
-viera, por último, las casas, el puerto, los indios, la semicivilización
-de Túmbez.
-
-Vió, sin duda, toda la grandeza del imperio, que estaba por conquistar
-todavía, pero cuya existencia se palpaba y ya era suficiente. Sus tres
-años de fatigas y miserias tenían, pues, una correspondiente
-compensación. Las noticias y versiones del Perú, vagas y dudosas hasta
-aquel momento augural, quedaban finalmente confirmadas. Y puesto que él
-existía, Pizarro estimó que el Perú era suyo... En efecto, a través de
-los relatos incompletos de los cronistas, nosotros ahora podemos llenar
-las fallas y lagunas psicológicas; y tal como en el episodio de la isla
-del Gallo, cuando el héroe desnuda la espada, traza una línea en la
-arena y convida a los valientes que la traspasen, hay también ahora,
-delante de la populosa ciudad de Túmbez, una conmoción transcendental en
-la vida del héroe.
-
-Con un poco esfuerzo imaginativo podemos contemplar a Pizarro, mudo de
-asombro y trémulo de alegría, fijos sus ojos en la maravilla de la
-ciudad descubierta. Su habitual gravedad se hacía mayor entonces.
-Callado, taciturno, encorvado por la religiosidad de la hora su hercúleo
-y alto cuerpo, Pizarro asistía a la asunción de un vasto país, y, por
-tanto, al principio de un episodio fundamental para el mundo. El mundo,
-y primeramente el poderío de España, agrandábase súbitamente con la
-aportación de aquel nuevo imperio. ¡Y era él, Francisco Pizarro, quien
-debería ganar y poseer la rica y misteriosa tierra!... Estos momentos
-augurales, en que aparecía de súbito la fruta de un imperio brillante a
-los ojos del explorador, y en que el hombre saltaba de un brinco a lomos
-de la galopante Fortuna, verdaderamente fué entonces y en América cuando
-tuvieron su mejor realidad.
-
-La aparición de Túmbez define la vida de Pizarro, la orienta para
-siempre, la transforma sin remedio. El carácter ha cambiado también.
-Desde aquel instante se introduce en el ánimo del héroe una especie de
-angustia entusiasta; se llena, se hincha de una impaciente ambición;
-tiene miedo de perder la dicha que pasa a su lado. Y el hombre obscuro y
-ecuánime que había sido, he ahí que se emborracha al anuncio de la
-gloria.
-
-Manda dar la vuelta al Panamá, y apenas cumple el gusto y el deber de
-abrazar a sus asociados y amigos, rescata el dinero que su penuria le
-consiente y corre a presentarse en España.
-
-Las cosas han variado del todo. El obscuro soldado se penetra bien de su
-situación y decide continuar hasta el fin y con la mayor energía aquel
-juego de azar. Es un buen jugador; tiene alma de estoico y de valiente.
-Mientras la Fortuna le huye, él espera y aguanta, y hasta consiente
-morir en un orgulloso olvido; pero ahí se muestra la Fortuna y el héroe
-pone su vida a una jugada.
-
-Es un nuevo hombre el que nace. Está vibrando de actividad y se crece,
-materialmente se agranda y multiplica en aptitudes y calidades. Se le ve
-trocarse en hombre pulido y ostentoso. Marcha a la corte y no se inmuta
-delante del Emperador. Toma un poco el aire del _exitista_, porque es
-indispensable para navegar entre Ministros y cortesanos y para eludir
-las zancadillas o estorbos del Consejo de Indias. Se viste, pues, de
-conquistador, cuando en realidad no ha conquistado nada todavía. Es
-decir, que se compromete todo él, lo pone todo a una jugada, para evitar
-cualquier retroceso.
-
-Y tanto se ha comprometido, que no duda en apresurar su viaje a costa
-de saltar por encima de los formulismos oficinescos. Contratada la
-conquista del Perú con la Corona, recibe los condignos honores y los
-títulos necesarios; ha prometido reclutar un ejército, que no acaba de
-completar nunca; impaciente, temeroso de perder la partida, comete un
-ligero fraude y zarpa de Sevilla sin llenar todas las formalidades. No
-importa; él subsanará la falta de soldados poniendo lo que le sobre de
-corazón. Con pocos o muchos, él conquistará el Perú. Y tienen,
-ciertamente, los actos de Pizarro, esta particularidad: no cuenta el
-número y la masa de su gente, ni se asusta por la limitación de sus
-pertrechos y material de guerra; no se para en contar sus arcabuceros y
-cañones; diríase que tiene una fe ciega en su valor personal, como un
-héroe de los libros de caballería. Se le habrá de ver, poco antes de
-atravesar la cordillera, brindar, a quien quisiere, la eximisión del
-contrato, y despedir sin ira ni pena a los soldados que, efectivamente,
-por miedo a la aventura, retornan al abrigo del pueblo de San Miguel.
-
-Es un caso especial entre los conquistadores este membrudo y taciturno
-héroe, que no cuenta, que no pesa su tropa y material por el número o
-cantidad. Sólo le importa la calidad. Fía en los hombres por lo que
-tienen, no por lo que representan. Es así el tipo del héroe
-representativo que da al hombre un valor ilimitado, casi milagroso. Para
-él un hombre equivale a una infinita posibilidad.
-
-De otro modo sería imposible comprender cómo ninguna fuerza humana se
-lanzase a tal empeño con tan reducidos recursos. ¿Era inconsciencia? No,
-porque Pizarro había perdido lo mejor de su vida en experiencias
-americanas. ¿Era un concepto despreciable del poderío de los Incas?
-Tampoco podemos presumir que aquel hombre, habituado a las guerras
-indias y trabajado por tantos peligros, desconociese la gravedad de la
-empresa o ignorase las fuerzas de un imperio extenso, rico, populoso y
-organizado.
-
-No hay más que aquella fe en el valor del hombre de que hablábamos.
-Siéntese Pizarro él mismo tan capaz y resistente, tan apto para lo
-increíble y excepcional, que aplica a los otros hombres su propio
-concepto. Su concepto del hombre es infinito. Y no piensa seguramente
-por ilusorias hipótesis; cada uno de sus hombres lo ha contratado él
-mismo, lo ha palpado y lo ha probado. Mira a su gente marchar, proceder,
-desenvolverse. Examina y estudia a sus soldados en los menesteres
-incontables de la expedición, oye sus murmuraciones, asiste a sus
-trabajos, pulsa su resistencia en las marchas y escaramuzas. Cuando se
-interna al fin en la fragosidad de los Andes, Pizarro sabe que no
-comanda un _ejército_: manda y dirige a _ciento sesenta y cuatro
-hombres_.
-
-Nuestra época tiene un sentido multitudinario y una noción panegírica de
-la masa y el número; el Renacimiento, al contrario, atribuía al
-individuo un valor de excepcionalidad, y fué aquel período, es cierto,
-algo como una sorprendente floración de personalidades. La constitución
-social de España, con su régimen de hidalgos, prestábase entonces
-sobremanera a que descollasen los individuos de pro y a la culminación
-de temperamentos excepcionales. Los hombres de la tierra extremeña eran
-singularmente aptos para la excepcionalidad individual. Porque en los
-países de población muy densa, muy abundante, los hombres tienden con
-facilidad a formar muchedumbres y a convertirse en _gente_, tanto como
-en los territorios despoblados y recios los hombres tienden a ser
-_personas_. En algunas comarcas numerosas, nutridas, bullentes, del
-centro de Europa, los hombres se confunden y mezclan con las casas, los
-sembrados, las ciudades y los talleres, de tal modo, que desaparecen y
-se anegan en la totalidad; la totalidad es lo único que destaca, como
-una grande y hermosa nota orquestral. Pero en ciertos países, y uno de
-ellos es Extremadura, cada pueblo, en la soledad, adquiere una
-importancia suprema; un simple pastor, en el inmenso despoblado, nos
-sugiere casi la idea divina de la humanidad. Y aquel hombre está en
-medio del paisaje como algo extraordinario, inconfundible, parecido a sí
-mismo, único en el mundo.
-
-Hernán Cortés, con su medio millar de soldados, con su pequeño tropel de
-marineros, artesanos y mercaderes, supone ya un concepto de multitud y
-de masa; Pizarro lleva sólo 164 hombres, todos aptos para combatir. Más
-pobre y apurado de medios que Cortés, cuenta en su tropa _tres_
-escopetas... Bien es verdad que llevaba con título de general de
-artillería al griego animoso, el que pasó de los primeros la raya
-trascendental en la isla del Gallo, el fiel Candía. Lleva como ayuda,
-para los lances a distancia, veinte ballesteros... Pero cuenta con una
-proporción de caballos muy superiores a las otras expediciones; van
-sesenta y dos caballeros para ciento dos infantes.
-
-Bien, ya todo está en orden y cumplido. Han fundado la ciudad de San
-Miguel en la costa, para que sea un refugio y un punto de contacto con
-Panamá, con el mundo. Se ha indagado el régimen del país, espiado a los
-caciques y explorado los contornos. Es preciso penetrar al corazón del
-imperio, y sobre todo conviene ir recto al núcleo, al órgano vital del
-país, al mismo campo del emperador Atahualpa.
-
-Para llegar a la meseta de Caxamalca, donde acampa el gran Inca, será
-preciso internarse en las gargantas de la cordillera, escalar los
-puertos de los Andes, llegar al límite de los hielos y las nieves y caer
-en el seno de un país que se ignora. No se dará, no, un paso que no sea
-medido. Francisco Pizarro saca del fondo de su ser todas las instintivas
-o experimentadas cualidades de astucia, observación, inteligencia y
-tiento. Se aviva en él la naturaleza astuta, y va, en efecto, preparando
-el salto de tigre poco a poco. Envía mensajeros al emperador, interroga
-a los indios, adula o amenaza a los caciques. Hácese el imprudente, para
-desconcertar al adversario, y _se deja_ atraer a la cueva del lobo,
-prestándose desde luego a ser comido...
-
-De pronto, llegando a los últimos contrafuertes de los Andes, muéstrase
-a los españoles el camino del puerto; es una escalera tallada en la
-roca, larga y altísima, dominada por horribles derrumbaderos. Hasta
-entonces todo ha marchado menos mal; los preparativos de la astucia
-están bien trabados; pero falta la última prueba y ésta no consiente
-argucia alguna... Es preciso arriesgarse, _jugar_ a una carta. Los
-soldados palidecen y aun osan advertir al general el rumbo temerario de
-la empresa. El general sabe que en la vida del héroe hay un instante que
-decide precisamente y califica el heroísmo; es el momento en que el
-camino se estrecha, se hace excepcional, se obstaculiza para los hombres
-inferiores o medianos. Es el momento en que hace falta _jugar_. Pizarro
-juega, salva la cordillera, sigue, y por último cae en pleno campamento
-de Caxamalca, donde millares de indios rodean a su luminoso y divino
-Emperador.
-
-
-
-
-CAPÍTULO XII
-
-LOS CAPITANES
-
-
-¡Qué diferentes los Ejércitos de ahora, multitudinarios y anónimos,
-asiáticos por su formación y su finalidad, de aquellas huestes españolas
-de la Conquista! Se ha dicho de España que es inhábil para crear
-Ejércitos multitudinarios, y experta como ninguna nación para el manejo
-de la pequeña tropa. Sin duda, nuestro espíritu guerrero se conforma
-mejor al estilo griego de combate que al asiático de las grandes masas.
-Cuando la necesidad ha querido, España luchó con grandes Ejércitos; pero
-su gusto y su excelencia estaban en las huestes poco numerosas, fáciles
-de gobernar, donde cada soldado era una _persona_, y no un número, y en
-que todos iban electrizados por la energía del capitán.
-
-Estas pequeñas tropas de soldados han desaparecido, tal vez para
-siempre; por eso es más grato recordarlas ahora. Nuestra alma europea,
-educada en las tradiciones del individualismo y de la personalidad, se
-resiste a admitir las formas anónimas, asiáticas, democráticas y como de
-sufragio universal de este heroísmo moderno y estas multitudes armadas.
-Nos sentimos más acordes con la forma personal y aristocrática del
-guerrero antiguo, con el soldado de Grecia, que luchaba al pie de los
-muros, donde su esposa y sus amigos le reconocían, le alentaban, o con
-el guerrero medioeval, que a veces peleaba solo contra una tropa entera
-de adversarios.
-
-Los historiadores de Indias saben reproducir las formas clásicas de la
-narración en este aprecio individual y detallista de cada soldado. Los
-héroes que salen entonces de España no son números, con su ficha de
-identidad colgada al cuello; cada uno de ellos es una _persona_, y de
-muchos de ellos conocemos los pormenores, la vida, el grado de valor,
-los méritos y hasta los detalles psicológicos. Especialmente Bernal Díaz
-del Castillo, con su hermosa tosquedad de soldado, ¡cómo acierta a
-interesarnos con sus descripciones personales, que son perfectos
-retratos varoniles de alto valor artístico! Parece que nos retrae a los
-tiempos de la buena epopeya, cuando el padre Homero pinta a cada uno de
-los soldados, lo nombra, dice de dónde es y quiénes eran sus
-antepasados.
-
-Tan al detalle habla de los conquistadores el bueno de Bernal Díaz, que
-necesita explicar su acierto y hasta quitarle importancia a su maestría,
-exclamando: «No es mucho que se me acuerde ahora sus nombres, pues
-éramos quinientos y cincuenta compañeros, que siempre conversábamos
-juntos, así en las entradas como en las velas, y en las batallas y
-encuentros de guerras, e los que mataban de nosotros en las tales
-peleas...»
-
-Eran _compañeros_ que se ayudaban y proveían; juntos entraban a los
-peligros, juntos batallaban, y a la noche, en el vivaque, mientras se
-secaban el sudor o la sangre, trasmitíanse unos a otros los cuentos,
-historias y fantasías. Conocíanse todos bien al menudo.
-
-Se sabía quién era alegre y quién melancólico, quién de alma atravesada
-y quién de espíritu generoso. Y como el corazón y los músculos valían en
-aquella empresa tanto, los historiadores definen las particularidades
-físicas de cada uno con especial interés. Un capítulo dedica Bernal Díaz
-del Castillo a retratar a los soldados de Cortés, y su lectura tiene un
-sabor épico extraordinario, más sugestivo porque está empapado del
-realismo español.
-
-Pasan, pues, los soldados en esa descripción de Bernal Díaz como una
-muchedumbre de rostros enérgicos y brazos fornidos. El modo sencillo y
-fuerte de retratar recuerda al punto la manera de nuestros grandes
-pintores; estamos viendo _hombres_ como en Velázquez y Zurbarán; pero
-¡qué brava categoría de hombres!
-
-Aquí está Pedro de Alvarado, el mayor y principal de los hermanos
-extremeños que acudieron a todas las empresas del continente. Es el
-retrato de un capitán brillante, propio para encuadrarse en la grandeza
-del Renacimiento. «Fué de muy buen cuerpo e bien proporcionado, e tenía
-el rostro y cara muy alegre y en el mirar muy amoroso; e por ser tan
-agraciado le pusieron por nombre los indios Tonatio, que quiere decir el
-sol.»
-
-Aquí está Gonzalo de Sandoval, hidalgo de Medellin, recia figura juvenil
-(veintidós años), que tenía «la estatura muy bien proporcionada y de
-razonable cuerpo y membrudo; el pecho alto y ancho, y asimismo la
-espalda, y de las piernas algo estevado; el rostro tiraba algo a
-robusto, y la barba y el cabello que se usaba algo crespo y acastañado;
-y la voz no la tenía muy clara, sino algo espantosa, y ceceaba tanto
-cuanto».
-
-Aquí pasa «otro buen capitán, que se decía Juan Velázquez de León,
-natural de Castilla la Vieja: sería de hasta veinte y seis años cuando
-acá pasó; era de buen cuerpo, e derecho e membrudo, e buena espalda e
-pecho, e todo bien proporcionado e bien sacado; el rostro robusto, la
-barba algo crespa e alheñada, e la voz espantosa e gorda...».
-
-Ahora veremos los rasgos morales de estos guerreros, que tienen, como
-buenos luchadores, visibles y pronunciadas las virtudes esenciales y
-simples que son necesarias en la guerra, sobre todo en una guerra
-semi-robinsoniana y casi sobrenatural como la de la Conquista.
-
-Lo que principalmente ponderan los historiadores de Indias en los
-capitanes es la cualidad del valor, y en seguida resaltan el mérito de
-la justicia, la generosidad y el amor con los compañeros de trabajos.
-
-Si pudo consumar Hernán Cortés tan inauditas hazañas, fué a causa de su
-ascendiente personal, de su brillo, de sus cualidades generosas, que
-arrebataban a los soldados. El capitán que intentase arrastrar a
-aquellos hombres en empresas siempre penosísimas necesitaba recurrir a
-esfuerzos psicológicos que correspondían al mundo de la genialidad; las
-pragmáticas reales, los consejos de disciplina y otros fáciles recursos
-de los Ejércitos europeos valían bien poco en aquellas incógnitas
-inmensidades, donde cada hombre era una voluntad temible pronta a la
-rebeldía.
-
-De Gonzalo de Sandoval cuenta su cronista que «ni era codicioso de haber
-oro, sino solamente hacer sus cosas como buen capitán esforzado, y en
-las guerras que tuvimos en la Nueva-España siempre tenía cuenta de mirar
-por los soldados que le parecía que lo hacían bien, y les favorecía y
-ayudaba».
-
-De otro capitán se dice: «Fué muy animoso y de buena conversación; e si
-algunos bienes tenía en aquel tiempo los repartía con sus compañeros...»
-Las palabras franco, alegre y justo abundan en estos retratos varoniles,
-que nos muestran constantemente, no la bestia avara y cruel de los
-calumniadores históricos, sino un tipo de capitán conquistador, todo
-macerado en virtudes generosas, exaltadamente varoniles.
-
-A veces salta el ejemplar gracioso, como aquel capitán Pedro de Yrcio,
-tal vez vizcaíno, que era de mediana estatura y paticorto «e tenía el
-rostro alegre, e muy plático en demasía que haría e acontecería, e
-siempre contaba cuentos de don Pedro Girón e del conde de Ureña: era
-ardid de corazón, e a esta causa le llamábamos Agrajes sin obras».
-
-Otras veces nos conmueve el retrato del capitán sublime y trágico, de la
-madera de aquel Cristóbal de Olea, castellano viejo, que tenía «buen
-pecho e espalda, el rostro algo robusto, mas _era apacible_... e la voz
-clara». He aquí el tipo predestinado. El rudo Bernal Díaz del Castillo,
-no se sabe cómo, sin pretenderlo, pues no estaba en su costumbre, deja
-caer o vagamente insinúa una honda y breve emoción al retratar a este
-capitán noble, puro, que había de morir como los grandes soldados fieles
-y fervorosos saben: defendiendo a su señor. Este soldado joven, apacible
-y de voz clara, «fué en todo lo que le veíamos hacer tan esforzado, e
-presto en las armas, que le teníamos muy buena voluntad, _e le
-honrábamos_».
-
-Era un predestinado; su sino le arrastraba a una muerte fija,
-insalvable: la del mártir marcial. Parece un héroe calderoniano por su
-concepto exaltado del honor, pero sin retórica rimada, sino con hechos.
-«Fué el que escapó de muerte a don Fernando Cortés en lo de Suchimileco,
-cuando los escuadrones mejicanos le habían derribado del caballo el
-Romo, e le tenían asido y engarrafado para lo llevar a sacrificar; e
-asimismo le libró otra vez cuando en lo de la calzadilla de Méjico lo
-tenían otra vez asido muchos mejicanos para lo llevar vivo a sacrificar,
-e le habían ya herido en una pierna al mismo Cortés. Este esforzado
-soldado hizo cosas por su persona, que, aunque estaba muy mal herido,
-mató e acuchilló e dió estocadas a todos los indios que le llevaban a
-Cortés, que les hizo que lo dejasen, e así le salvó la vida... y el
-Cristóbal de Olea quedó muerto allí por lo salvar...»
-
-Al escribir estas últimas palabras, la pluma quiere detenerse y dar con
-ellas por terminado el breve elogio, la somera justificación de los
-Conquistadores. El capitán Cristóbal de Olea, que insiste en defender a
-su jefe de la muerte, como si presintiera el sublime destino que
-necesitaba cumplir Hernán Cortés; ese valiente hidalgo que muere por
-escudar al general, será, pues, quien cierre la lista de los heroísmos y
-las maravillas, cuya exposición, demasiado rápida, nos hemos propuesto.
-
-Estos son los hombres que han _creado_ la América. Veamos ahora,
-finalmente, qué sentido nuevo de la vida trajo a la humanidad el mundo
-que los Conquistadores inauguraron.
-
-
-
-
-CAPÍTULO XIII
-
-EL SENTIDO DE AMÉRICA
-
-
-I
-
-¿Qué nueva forma de vida ha traído América a la Humanidad? ¿Qué lugar
-vacío ha llenado, qué esperanza incierta ha venido a cumplir, con qué
-valores de la materia y del espíritu ha enriquecido al mundo ese
-continente nuevo, alboreal, increíble y portentoso, que estaba
-secuestrado entre dos mares y oculto por los malos genios del terror y
-de la ignorancia?
-
-Cuatro siglos son tarea bastante larga para la pobre memoria de los
-hombres, y ahora mismo, sobre la impermanencia de este globo, que tantas
-cosas olvida, las gentes miran el milagro de América y pasan ante su
-maravilla sin detenerse, como si nada de sobrenatural hubiera ocurrido
-en nuestra misma zona histórica. La idea de lo _reciente_ es elástica
-como ninguna, y si un suceso de frivolidad política o literaria puede y
-merece envejecer en el tránsito de una semana, otros sucesos, al
-contrario, conservan su virtud de actualidad durante muchos siglos. Es
-porque los sucesos cuotidianos los referimos a nuestra propia vida, que
-verdaderamente es corta; mientras que los otros sucesos deben compararse
-con la eternidad. Apenas si ha comenzado a envejecer el hecho de que un
-hombre rubio marchara por los campos de Galilea predicando una nueva
-vida. La aparición de América debe emocionarnos como si fuera un
-fenómeno actual, contemporáneo nuestro. Y América está, efectivamente,
-actuando en este momento con tal energía de cosa nueva y alboreal, que
-necesitaríamos oponer unos oídos tercamente cerrados al rumor ascendente
-para no percibir los signos de ese mundo joven que se incorpora al
-viejo.
-
-La agregación de ese mundo no ha podido verificarse sin choque,
-revolución y pasmo; Europa se halla como perturbada y perpleja por tan
-imprevista y gigantesca aparición. Por otra parte, América ha sido
-concedida a Europa toda entera, como una propiedad innata, como una hija
-legítima, como una misión del destino. No es un continente como Asia,
-que ya posee dueño y tiene personalidad; América se ofrece a Europa sin
-antecedentes y sin prejuicios, virgen y desnuda, cosa plegable y sumisa
-a cualquier mandato de civilización. Tampoco es un mundo incompleto y
-precario como la Australia; ni un mundo hostil, negro y fatalmente
-tórrido, como Africa; América viene a nosotros sembrada de todos los
-climas posibles, enriquecida con una prodigiosa variedad de paisajes y
-de recursos, al modo de una síntesis perfecta.
-
-Por esto se ha dicho, con razón, que el descubrimiento y conquista de
-América es el hecho más grande desde la venida del Cristianismo. Es el
-hecho revolucionario más intenso, puesto que perturba las líneas
-generales del mundo, destruye las incógnitas, retira más allá los
-viejos conceptos y abre una estupenda zona de posibilidades. El
-ensanchamiento del mundo, la supresión de incógnitas, el continuo vuelo
-de la posibilidad; he ahí lo que aporta América a Europa en plena
-iniciativa del Renacimiento.
-
-Por tanto, cada sacudida o movimiento de Europa ya no tendrá que
-malograrse ante la limitación; Europa no tropezará ya contra los muros
-de su breve horizonte. Toda iniciativa religiosa, política, social o
-económica, encontrará desde ahora abiertos los caminos ilimitados, y
-podrá, como la ola, verterse hasta el fin y hasta sus últimas
-consecuencias; porque América, grande y nueva, está ahí para ofrecerse
-como seno de todas experiencias, continuaciones y compensaciones.
-
-Hubo una época, como resultado de la primera emoción, en que la idea del
-Nuevo Mundo iba vestida con envolturas de un cándido y sentimental
-retoricismo. La presencia del indio, vestido con sus plumas y su
-ignorancia supina, produjo aquella suerte de frases que los poetas
-corearon en tantas odas; _la virgen América_ dió pábulo a muchos
-manoseos retóricos, y los discípulos de Rousseau encontraron una
-graciosa oportunidad para su reivindicación de la naturaleza en el
-sencillo, candoroso y desnudo salvaje americano. Con los inocentes
-indios de América bordó Chateaubriand las románticas historias de Atala,
-y el episodio de aquel indio _natchez_ que el gran poeta hace ir a la
-corte de Luis XIV, es representativo de esa idea romántica,
-rousseauniana, que atribuyó al salvaje americano un tesoro de
-inocencias, de generosidades, de virginidades y de dulces melancolías.
-
-Los que han tratado al indio saben que la literatura no se ha aproximado
-nada a la verdad. Lo mismo ante los conquistadores, como ante los
-modernos colonos, el indio era y es un _hombre de la naturaleza_; es
-decir, perezoso, artero, cruel, obsceno, astuto y albergue de todos los
-vicios...
-
-La _virgen América_ no debe aparecernos _virgen_ en el sentido
-rousseauniano y en la forma ideal de un indio inocente, que la
-brutalidad del europeo atropella; América es para nosotros _virgen_ en
-cuanto significa juventud, novedad, fuerza incipientemente usada que
-avanza a lo infinito.
-
-
-II
-
-Ahora mismo, en el último emigrante que pisa por primera vez las playas
-americanas, nace la impresión de asombro que sacudiera al principio el
-alma de los descubridores españoles. Una impresión de admirado espanto
-frente a las cosas descomunales del nuevo continente.
-
-En la Europa propiamente dicha, hacia el lado occidental, núcleo de las
-emigraciones interoceánicas, la Naturaleza mantiene el ritmo clásico y
-heleno de la medida y la ponderación. Nunca los ríos y las llanuras y
-las islas y los bosques son demasiado grandes; pocas veces incurren las
-cosas en lo desmesurado; apenas la mirada del hombre debe sentirse
-encogida por el paso de lo descomunal. La Naturaleza se complace en
-redondear las ensenadas y recortar los valles ecuánimemente, de manera
-que los paisajes pueden servir a la vida de los hombres y no a la vida
-de seres quiméricos. Las estaciones, las lluvias, los cultivos, la
-población, todo es en la Europa occidental como resultado de una idea de
-ponderación y de medida.
-
-En América, al revés, parece que la Naturaleza aguardara a una legión de
-gigantes y no de hombres. Es un continente sin medida, monstruoso,
-desmesurado, hecho para seres de otra gestación geológica. Los
-descubridores españoles, si penetraban en un bosque, se encontraban
-pronto envueltos por la monstruosidad de la selva; si aguardaban la
-lluvia, recibían el denso diluvio tropical; si buscaban un río, veían
-abrirse la inmensidad del Orinoco, del Missisipí, del Amazonas, del
-Plata; si hallaban un cerro, veían surgir en su altísima cumbre las
-fauces de un tremendo volcán... Por donde quiera les sorprendía lo
-gigantesco y desmesurado. Monstruosos los calores, los fríos, las
-lluvias, las sequías; gigantescas las llanuras; interminables las
-distancias; enormes los imperios. Desmesuradas las hambres, infinitos
-los triunfos y los placeres. Sorprendente y maravillosa la altivez de
-los Andes, surgiendo sobre el mar. Terribles y apocalípticos los
-terremotos, que destruyen en un momento las ciudades. Desmesuradas, en
-fin, las riquezas de Méjico y del Perú, con sus palacios henchidos de
-verdadera y material pasta de oro...
-
-Después de cuatro siglos, el sentido de lo desmesurado continúa en
-América, y todo allí sigue la tendencia de lo enorme: ciudades
-colosales, ferrocarriles inmensos, cultivos monstruosos.
-
-Por tanto, pronto encontraremos una palabra que nos ayude a expresar un
-signo psicológico de América: exageración. Si la Naturaleza es
-exagerada, justo es que los hombres se sometan a la ley del destino.
-Exagerados en sus impulsos, faltos de medida y ponderación, los
-americanos se alejan tanto del sentido helénico como se aproximan al ser
-de su propia naturaleza continental. Exagerados en sus proyectos, en sus
-empresas, en sus ideales, en sus teorías; exagerados hasta en su
-retórica. Lo medido y pausado les irrita o no lo comprenden. Les gusta
-el ruido y la proporción de la catarata, la fuerza descomunal de sus
-extensiones terrenales, la frondosidad abrumadora de sus selvas. Aman lo
-quimérico y colosal, lo mismo el yanqui, que forma ciudades monstruosas
-como Nueva York; que el tirano del Paraguay, aquel que declara la guerra
-a tres naciones juntas y no rinde las armas hasta que no resta un hombre
-en el país.
-
-El _bluff_, palabra de América, es el resultado de ese sentido de la
-exageración, de lo desmesurado y colosal, y en cierto modo define la
-parte estéril, pero expresiva, de una dinámica gigantesca,
-sobreexcitada, falta de armonía.
-
-También deberemos mencionar otra palabra, muy caracterizadora de la
-psicología americana: libertad. Los descubridores españoles, apenas
-ponían el pie en las Indias, sentíanse aliviados de un peso moral, y era
-éste el «peso jerárquico» de Europa. Bastardos o segundones, soldados
-obscuros o simples homicidas, el caso es que un poblador y un
-conquistador eran desde entonces hijos de sus hechos y valían tanto como
-sus obras. El porquerizo extremeño que llamaban Pizarro a secas, se
-convierte en marqués y señor poderoso; el marmitón de cocina puede
-desembarcar, afanarse en los negocios y llegar a tener palacios,
-servidores.
-
-He ahí a la libertad en toda su realidad positiva. Los hombres se
-desvinculan de sus compromisos europeos, rompen el hilo prolijo de las
-jerarquías, y, aparte un poco de trabazón burocrática en la corte de los
-virreyes, los hombres son por lo que hacen y tienen. ¡Y es tan fácil
-hacer, tan sencillo tener! Allí están las tierras sin fin; hay para
-todos. Allí están los negocios y las empresas brindándose a quien ose
-emprenderlos.
-
-El poder real descollaba muy lejos, allá remoto. Un ancho Océano
-separaba al continente, y la distancia y los peligros del viaje hacían
-más inmunes a los desterrados. Como desterrados, como robinsones
-cívicos, los conquistadores implantaron, efectivamente, en América el
-sistema municipal y las libertades jurídicas, que ya en España habíanse
-defraudado ante el poder imperialista de los nuevos reyes. Y este fuego
-de independencia y de libertad, exagerando los instintos nativos de los
-conquistadores, les arrastra desde el comienzo a disputas y guerras
-civiles.
-
-Hijos son de sus actos. Han roto los vínculos de la familia y se evaden
-a las trabas de las jerarquías meticulosas. Fácil la adquisición, rápido
-el éxito, los pobladores se abren pronto a la soberbia. Y como cada cual
-se defiende por sí mismo de los azares e inminencias, el valor personal
-cobra un mérito extraordinario. Frente a los indios sanguinarios, en los
-cultivos remotos, en las haciendas precarias, donde un solo hombre
-necesita gobernar a manadas de indígenas o de negros, es allí cuando el
-individuo adquiere la conciencia de su poder y reclama el máximo de su
-libertad personal...
-
-
-III
-
-Acaso en ninguna parte del mundo se le da al hombre tanto valor
-intrínseco como en América. El hombre es allí _un valor_, en todo lo
-máximo del concepto; es una fuerza dinámica, una posibilidad infinita,
-una energía monedable y, sobre todo, una _simiente_.
-
-América ha sentido siempre la emoción que no conoce Europa; esa
-entusiasta emoción ante los trasatlánticos humeantes y vociferantes que
-arriban a los muelles con su cargamento de _hombres_. ¡Semillas de
-porvenir!
-
-Los buques arrojan sobre el muelle su carga humana; las falanges de
-inmigrantes se suceden, y cuando una muchedumbre se ha internado en el
-azar del Continente, otra nueva multitud desembarca. Allá van, por allí
-ruedan y buscan. Son los eternamente renovados en el ideal de las
-Indias. Con sus caras atónitas, con sus cuerpos pesados, un poco sucios
-en su torpeza de aldeanos. Plebe extraída de las últimas humildades
-europeas. Y sin embargo tal vez materia de futuras aristocracias.
-
-¡Ah! En todas partes se muestra el hombre como un grave misterio, capaz
-de contener en sí todos los desdoblamientos del éxito y de la fortuna;
-en América es todavía mayor ese misterio, porque allí las contingencias
-del azar se precipitan con más imprevista rapidez. Por eso es tan
-sugestivo ir curiosamente a lo largo de un gran puerto de América y
-confundirse con las masas de los emigrantes. Bullen hombres, mujeres y
-niños aguardando la hora de internarse en lo desconocido. Candidatos del
-triunfo, unos caerán fracasados, otros vejetarán en una zozobrante
-pobreza; muchos saltarán en rápidos trancos la escala social,
-empinándose hasta la gloria del triunfo. A manejar rebaños numerosos,
-_trusts_ imponentes, líneas férreas, Bancos. De ellos saldrá el
-multimillonario ostentoso, la dama exquisita o viciosa, el elegante
-rastacuero.
-
-Esa cualidad suya es la que América tiene derecho a ostentar. Por su
-virtud, el hombre obscuro y primario logra la mayor potencia evolutoria.
-La experiencia humana llevada al límite; el arribismo ilimitado y
-democrático: he ahí la cualidad de América. Allí donde el hombre vale
-por lo que es y por lo que puede; donde el hombre es una cosa profunda,
-ilimitada y posible que puede actuar y desenvolverse sin limitaciones ni
-reservas.
-
-En algunas zonas pujantes de aquella América, diríase que todos los
-componentes de la máquina nacional se hallan templados en un ritmo de
-exaltación dinámica. Recuerdan a los músicos de una gran orquesta. Los
-instrumentos vibran con una armonía arrebatadora, templados, tensos,
-sonoros, fáciles a la batuta del destino... La locomotora marcha a
-compás, como a compás el minero, y el agricultor, y el inventor, y el
-periodista. Y ese compás está puesto en su intensidad máxima. Compás
-heroico, acelerado, propicio para la locura de las experiencias
-temerarias. Así marcha y vibra Norte América, con sus cien ciudades
-osadas. ¿A dónde se dirige? ¿Qué busca? ¿Qué nuevo signo de civilización
-ofrecerá al mundo? No se sabe. Es todavía una fuerza de la naturaleza,
-que acciona a impulso de su fatalidad dinámica y juvenil.
-
-Vivir intensamente o no vivir; tal es el concepto moral de esa América
-dinámica. El maquinismo presta a su vida un impulso que nunca los
-hombres conocieron, y las rotaciones de la actividad se apresuran como
-en una pesadilla. La vida intensa, la vida enérgica y apresurada, o si
-no la muerte. Son los hombres modernos por excelencia, cuya modernidad
-flota libre y aérea por encima de todo peso tradicional.
-
-Simples, ligeros, sin los vínculos del hombre de Europa que necesita
-mirar tanto al pasado como al porvenir; esos hombres sin estirpe ni
-abolengo, esos cachorros de león de América, ¿qué sienten frente a
-Europa? ¿Es sólo admiración y respeto? ¿Es también acaso una secreta ira
-inconfesable contra el continente matriz que había recorrido ya la
-ilustre escala de la cultura noble y magistral?... ¿Es un íntimo e
-inexpresable propósito de llegar a poder superar a Europa, dominarla
-alguna vez, imponerla el sello y el ritmo de la vida americana,
-antiplatónica y locamente activa?...
-
-Hija del heroísmo y del azar, madura ya y vigorosa entre los dos
-Océanos, allí América se alza como un enigma. La Humanidad y la
-civilización tienen que contar en adelante con ese agregado imprevisto,
-ascendente y dudoso, que añadirá nuevos caracteres al mundo e infundirá
-quién sabe qué otro sentido a la vida misma.
-
-Cantos de marineros, ruidos de espadas, plegarias de sacerdotes,
-asistieron al alba de ese continente; ahora vocean las bocinas en sus
-puertos, crujen las locomotoras en sus llanuras, dora un sol pacífico la
-opulencia de sus cañaverales. El porvenir se abre sembrado de
-maravillas. Y mientras en las mil ciudades de América suenan los
-clamores de gloria, el alma quiere asistir todavía, llena de religioso
-respeto, al momento en que el descubridor salta en tierra y hace que el
-viento desplegue y extienda el estandarte cruzado de España; y al
-momento en que Balboa separa los tupidos lienzos de la selva para
-contemplar, mudo y temblando, la inmensidad del mar del Sur; o en que el
-conquistador, abrumado del peso de sus mismo hados, enfrenta
-valerosamente la monstruosidad de los peligros y guía hacia adelante su
-pequeña tropa ferrada, barbuda, brusca y soñadora...
-
-
-
-
-APÉNDICES
-
-
-
-
-I
-
-EL AMANERAMIENTO HISTÓRICO
-
-
-La labor de los historiadores viene actuando sobre esa selva del
-descubrimiento y conquista del continente americano, y es una labor
-difícil, no obstante lo próximo del hecho, porque también conoce la
-Historia del mundo pocos actos en que la fantasía se haya inmiscuido tan
-abundantemente.
-
-Todo suceso histórico es apto para recibir la cópula del error, y la
-mentira, en sus infinitas variedades, no sólo acompaña, precede y sigue
-al hecho, sino que se mezcla y volatiliza en él, hasta formar la mentira
-y el acto un mismo cuerpo. Si se trata de un acto religioso, pronto se
-inmiscuye la mentira, y pronto, también, queda en pie solamente la
-leyenda o el milagro, con exclusión a veces absoluta del hecho real. En
-vano iremos a preguntar pormenores de Mahoma y el mahometismo, por que
-una montaña de leyendas habrá sofocado toda huella de luz. Y si el hecho
-histórico es de carácter político o militar, ya se sabe (tenemos
-contemporáneamente la experiencia), que el interés de los bandos, la
-argucia de los Gobiernos, la parcialidad de combatientes y espectadores
-interpolan en seguida los fraudes, las omisiones o las referencias o
-añadiduras tendenciosas.
-
-En América era doblemente indispensable que interviniese la fantasía, y
-no por interés de un bando contra otro bando, sino por la misma
-naturaleza del hecho. Poned hoy mismo a unos cuantos soldados, capitanes
-y marineros en el trance de tener que descubrir en plena mar un gran
-continente distinto a todo lo que conocemos, y cuando esa gente vuelva,
-a retazos distanciados y a través de terribles dificultades, sus
-relaciones serán una amalgama de fenómenos exagerados o torcidos.
-
-Los primeros historiadores de América no son los que menos contribuyeron
-a esa obra de desorientación. Por fortuna estaban los cronistas veraces,
-los simples soldados, como Jerez y Bernal Díaz del Castillo, que
-narraban lo que vieran por sus ojos o escucharan a los compañeros, sin
-añadir más fantasía que aquella que es inexcusable y perdonable a todo
-ser dotado de imaginación. Pero estos cronistas no fueron siempre los
-más atendidos por el público universal. Tipos de carácter arribista,
-como sin duda era Amérigo Vespucci, andaban entonces dentro de las
-empresas españolas y ellos daban al público las referencias quiméricas
-que el vulgo de toda hora suele desear.
-
-Después intervinieron los historiadores «profesionales» y éstos
-añadieron complicación a la leyenda. Eran gentes universitarias, doctos
-de toga y de hábito, que se apresuraron a interpretar la historia de las
-Indias sobre el patrón de los modelos clásicos. Llenos de la ampulosidad
-universitaria, entre pedantesca e ingenua, atribuían a los pobres indios
-los usos, las palabras y la cultura de los griegos y romanos. El
-Renacimiento estaba entonces en la atmósfera y todos se contagiaban de
-él; los héroes de Homero y las páginas de Cicerón no se apartaban de las
-mentes. Y a la vez pesaba en las imaginaciones el brillo de los libros
-de caballería y el régimen feudal.
-
-No había rubor en atribuir a los mejicanos, por ejemplo, el sistema de
-las órdenes militares y religiosas, tal como existían en la Europa
-cristiana. Atribuíanse en general a los indios usos y costumbres que
-sólo estaban en la mente de esos historiadores universitarios,
-maniáticos del clasicismo y llenos del musgo de las aulas. La
-sensiblería indiana, inaugurada por aquel Las Casas, perfecto precursor
-de los hispanófobos anglicanos y enciclopedistas, se nutrió de tales
-historias amañadas.
-
-El indio, como todo salvaje, poseía los pecados en mucho mayor número
-que las virtudes; pueblos tan prácticos y racionalistas como los
-anglosajones no han titubeado en destruir y acorralar al indio, sin duda
-por su incapacidad de civilización; sólo los españoles, por exceso de
-humanidad, por torpeza o por falta de sentido práctico, se empeñaron en
-incorporar al indio a su vida social y religiosa.
-
-
-
-
-II
-
-LOS PILOTOS CANTÁBRICOS
-
-
-Andaluces y extremeños sellaron con su cuño el continente de América,
-dándole carácter y estableciendo una sólida civilización. No sería
-justo, sin embargo, olvidar la poderosa ayuda que desde el principio
-recibieron los grandes exploradores y conquistadores por parte de las
-gentes del Norte de la Península: gallegos, asturianos, montañeses y
-vascongados.
-
-Toda esa larga y complicada faja del litoral cantábrico se ha
-distinguido en la Historia por su afición a las empresas de la mar y de
-la guerra. La Reconquista se inició en el Cantábrico, y después, hasta
-su finalización, los cántabros actuaron asiduamente en aquella obra
-secular. El litoral cantábrico y las rías gallegas han proporcionado
-siempre a Castilla el contingente marino que necesitaba la política
-castellana para su labor unificadora y de expansión universal.
-
-No debe olvidarse que los apellidos próceres de España, las estirpes mas
-nobles y distinguidas en la guerra, en el mando y en las letras,
-provienen en su mayor parte del litoral cantábrico, desde Galicia hasta
-Navarra. Pero no debemos olvidar tampoco que esas estirpes, nacidas en
-la espesura montañosa y el ruralismo cantábricos, se han hecho ilustres
-y eficaces al ingresar en la vida más amplia, abierta y caudalosa de
-Castilla. El Cantábrico diríamos que halla su fin natural en el resto de
-España, y que sus actos y sus hombres cobran firmeza y densidad al ser
-traspasados fuera de los montes. Así los apellidos de Santillana,
-Menéndez, Quirós, Quevedo, Ayala, Guevara, Mendoza y tantos otros,
-siendo obscuros en su país de origen, al generarse después en Castilla
-adquirieron extraordinario vigor.
-
-Es la gente, por lo demás, que pedía Castilla para sus empresas;
-hombres de acción y de codicia, duros en la mar, valientes en la guerra,
-grandes y obstinados trabajadores. Desde el primer momento aparecen en
-América como pilotos, cartógrafos, soldados y pobladores.
-
-Es curioso observar cómo la gente vasca del Renacimiento se adaptó al
-destino y al carácter castellanos, y se alió de buen grado e íntimamente
-a las empresas mundiales españolas. Es verdad que el Renacimiento tuvo
-la virtud de remover las razas y de engrandecerlas, inspirándoles el
-sentido de lo sublime y de lo universal. El país vasco salió también él
-de su ruralismo y osó a la universalidad; sus hombres comprendieron la
-grandeza de la hora y se incorporaron al ímpetu universalista de la
-España de entonces. Pocos hombres han tenido tan alto el sentido de la
-universalidad como San Ignacio de Loyola. Dando el primero la vuelta al
-mundo significó por su parte Elcano ese espíritu universalista.
-
-Como todos los cantábricos en general, el vasco tenía las cualidades que
-distinguen al hombre de acción y que se requerían para aquellas
-empresas: valor, voluntad, largo aliento y amor de la aventura. Pero
-además de esto, poseían para aquellos trances homéricos la capacidad del
-tozudo trabajo. Iban, pues, en oficio de marinos y soldados; pero
-también iban como _trabajadores_. Ya entonces debía de ser el vasco lo
-que ahora es: una persona mezcla de aventurero, de contratista y de
-aspirante a millonario. Para abrir minas y caminos, para improvisar
-puentes y embarcaderos, los vascos eran sin duda materia presta e
-idónea. Así nos lo revela, por ejemplo, la relación que Gil González
-hace del paso y utilización del Istmo de Panamá. Vemos, pues, a Núñez de
-Balboa descubrir el mar del Sur después de increíbles trabajos, y le
-vemos empeñado en trazar un camino de trocha que a través de las sierras
-y los bosques habilitase las costas del océano recién descubierto. La
-tentativa de abrir el camino se malogra dos veces. Mueren las
-caballerías, perecen los obreros, la empresa equivale a un heroísmo...
-
-«Fué forzoso abrir camino por otra parte mucho más espesa, e aún fué
-menester por la mucha espesura del monte con _pilotos e agujas de
-marear_ entender en ello para sacarle el más derecho que ser pudiere...
-Entre la gente que es muerta desta armada después que salí en estos
-reinos (Panamá), que son veinte personas, ha sido la mayor parte dellos
-vizcaínos (vascongados).»
-
-La gente cántabra llegó desde el principio a América, y no ha cesado de
-actuar en aquel continente, hasta nuestros mismos días. Llena está
-América de apellidos vascongados. Embarcaron con Colón, Cortés y Pizarro
-a servir de marinos, soldados, ingenieros y constructores de calzadas;
-más tarde fueron en calidad de evangelizadores; por último se lanzaron a
-los negocios de la colonización, fundando establecimientos de
-agricultura y flotas navieras tan importantes como la célebre Compañía
-de Caracas.
-
-Diríase que América ha sido la providencia del país cantábrico, como si,
-en efecto, estuvieran conformado por el destino a la medida de América.
-La Pampa argentina ha recibido durante mucho tiempo la visita del
-inmigrante vasco, en una época en que pocos querían arriesgarse a las
-contingencias de una dudosa expatriación. Es así que en el poema
-argentino de «Martín Fierro», que expresa tan realmente el estado de
-aquel país a mediados del siglo XIX, los únicos personajes exóticos son
-el napolitano y el vascongado. El vasco era sin duda ya entonces un
-individuo que se hallaba en todas las partes de la Pampa, porque el
-héroe del poema, el gaucho Martín Fierro, al narrar un episodio dice
-como la cosa más natural:
-
- «Se tiró al suelo al dentrar,
- «le dió un empellón a un vasco»,
- y me alargó un medio frasco,
- diciendo: Beba, cuñao...»
-
-Colaboradores asiduos, ardientes y numerosos, ¿cómo es, sin embargo, que
-los cántabros no hayan dado a la historia de la conquista de América un
-nombre resaltante, único y genial como Cortés, Pizarro o Balboa?
-
-Es un hecho extraño y perturbador que hayan tenido que ocupar siempre
-un puesto de segundo orden, el puesto del ayudante o del colaborador. Es
-en cierto modo trágica esa predisposición de la gente vasca a detenerse
-en el penúltimo escalón de la nombradía, y el figurar en las grandes
-empresas como piloto, y no como capitán. Esto es más notable y
-dramático, y desde luego digno de estudio, si se considera que el vasco
-posee las cualidades que exige el primer puesto: vanidad, ambición, sed
-de renombre y gloria, anhelo de la jerarquía.
-
-Lo cierto es que el vasco siempre se halló en los grandes hechos, pero
-no como capitán, sino en calidad de piloto. Es el Andagoya que prepara
-los barcos y explora las playas; pero el que conquistará Perú será
-Pizarro. Es Elcano quien rodeará el mundo por primera vez; pero saldrá
-de piloto en la expedición, y Magallanes logrará el premio inmortal del
-viaje. Esto se repite siempre y en todos los sitios; el vasco anda cerca
-del generalato, de la genialidad, y no logra dar el salto decisivo. En
-la batalla de Pavía es el soldado vasco Juan de Urbieta quien se halla
-más cerca de Francisco I y le toma la espada; pero está cerca, está al
-borde del éxito, y no es él precisamente quien gana la batalla. En arte,
-en política, en todos los afanes príncipes busca el vasco el lugar del
-peligro y de la gloria, ¡y no consigue la genialidad, y se limita a ser
-piloto!...
-
-¿Por qué? ¿Hay una fatalidad en los pueblos? ¿Hay un efecto de
-casualidad, de oportunidad?
-
-Sutilizando el hecho, podríamos atribuir ese fenómeno del vasco
-secundario como producto de la democracia vascongada. Exento de
-tradición monárquica y señorial, exento de ciudades y de cultura propia,
-el país vasco ha tenido que carecer por consiguiente del verdadero
-instinto del lujo y del mando. En un país de celosa igualdad, el hombre
-ambicioso, vano y vehemente necesitó buscar fuera un campo para sus
-hazañas. Pero desde el principio estaba en situación de inferioridad
-frente a otros hombres naturalmente próceres, altivos, seguros de su
-rango y que por tradición frecuentaban la corte y asumían en la familia
-los cargos eminentes de la guerra y el mando político. El sentido
-natural y fatal del mando: he ahí lo que tal vez les faltó a los vascos,
-que no obstante poseían toda la codicia y la ardiente sed del mando.
-
-El cántabro ha sido principalmente rural. El ruralismo se distingue por
-un cierto titubeo, por una timidez, por una duda constante, por fiar a
-la astucia y a la espera el éxito de los propósitos. Pero el gobierno de
-la genialidad requiere otros caminos; para ser capitán es preciso la
-aptitud convencida, instintiva, rápida e indiscutible del mando. El
-hombre de mando no duda; hace como los reyes de origen divino; siente
-que una fuerza extrahumana lo ha puesto al frente de la empresa. Este
-era el caso de Hernán Cortés.
-
-
-
-
-III
-
-EJEMPLO DE UNA RECLUTA DE CONQUISTADORES
-
- (Bernal Díaz del Castillo. “Conquista
- de la Nueva España”. Cap. XXI.)
-
-
-«E así como desembarcamos en el puerto de la villa de la Trinidad, y
-salimos en tierra, y como los vecinos lo supieron, luego fueron a
-recibir a Cortés y a todos nosotros los que veniamos en su compañía, y a
-darnos el parabien venido a su villa, y llevaron a Cortés a aposentar
-entre los vecinos, porque habia en aquella villa poblados muy buenos
-hidalgos; y luego mandó Cortés poner su estandarte delante de su posada
-y dar pregones, como se habia hecho en la villa de Santiago, y mandó
-buscar todas las ballestas y escopetas que habia y comprar otras cosas
-necesarias y aun bastimentos; y de aquesta villa salieron hidalgos para
-ir con nosotros, y todos hermanos, que fué el capitán Pedro de Albarado
-y Gonzalo de Albarado y Jorge de Albarado y Gonzalo y Gomez e Juan de
-Albarado el viejo, que era bastardo; el capitán Pedro de Albarado es el
-por muchas veces nombrado; e tambien salió de aquesta villa Alonso de
-Avila, natural de Avila, capitán que fué cuando lo de Grijalva, e salió
-Juan de Escalante e Pedro Sanchez Farfan, natural de Sevilla, y Gonzalo
-Mejía, que fué tesorero en lo de Méjico, e un Baena y Juanes de
-Fuenterrabía, y Cristóbal de Olí, que fué forzado, que fué maestre de
-campo en la toma de la ciudad de Méjico y en todas las guerras de la
-Nueva España, e Ortiz el músico, e un Gaspar Sánchez, sobrino del
-tesorero de Cuba, e un Diego de Pineda o Pinedo, y un Alonso Rodriguez,
-que tenia unas minas ricas de oro, y un Bartolomé García y otros
-hidalgos que no me acuerdo sus nombres, y todas personas de mucha valía.
-Y desde la Trinidad escribió Cortés a la villa de Santispíritus, que
-estaba de allí diez y ocho leguas, haciendo saber a todos los vecinos
-cómo iba a aquel viaje a servir a su majestad, y con palabras sabrosas e
-ofrecimientos para atraer a sí muchas personas de calidad que estaban en
-aquella villa poblados, que se decían Alonso Hernández Puertocarrero,
-primo del conde de Medellin, y Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor e
-gobernador que fué ocho meses, y capitán que después fué en la Nueva
-España, y a Juan Velazquez de Leon, pariente del gobernador Velazquez, y
-Rodrigo Rangel y Gonzalo Lopez de Jimena y su hermano Juan Lopez, y Juan
-Sedeño. Este Juan Sedeño era vecino de aquella villa; y declarólo así
-porque habia en nuestra armada otros dos Juan Sedeños; y todos estos que
-he nombrado, personas muy generosas, vinieron a la villa de la Trinidad,
-donde Cortés estaba; y como lo supo que venian, los salió a recebir con
-todos nosotros los soldados que estábamos en su compañía, y se
-dispararon muchos tiros de artillería y les mostró mucho amor, y ellos
-le tenian grande acato. Digamos ahora cómo todas las personas que he
-nombrado, vecinos de la Trinidad, tenian en sus estancias, donde hacian
-el pan cazabe, y manadas de puercos cerca de aquella villa, y cada uno
-procuró de poner el mas bastimento que podia. Pues estando desta manera
-recogiendo soldados y comprando caballos, que en aquella sazon e tiempo
-no los habia, sino muy pocos y caros; y como aquel hidalgo por mí ya
-nombrado, que se decia Alonso Hernandez Puertocarrero, no tenia caballo
-ni aun de qué comprallo, Cortés le compró una yegua rucia y dió por ella
-unas lazadas de oro que traia en la ropa de terciopelo que mandó hacer
-en Santiago de Cuba (como dicho tengo); y en aquel instante vino un
-navío de la Habana a aquel puerto de la Trinidad, que traía un Juan
-Sedeño, vecino de la misma Habana, cargado de pan cazabe y tocinos, que
-iba a vender a unas minas de oro cerca de Santiago de Cuba; y como saltó
-en tierra el Juan Sedeño, fué a besar las manos a Cortés, y después de
-muchas pláticas que tuvieron, le compró el navío y tocinos y cazabe
-fiado, _y se fué el Juan Sedeño con nosotros. Ya teníamos once navíos_,
-y todo se nos hacia prósperamente, _gracias a Dios por ello_; y estando
-de la manera que he dicho, envió Diego Velazquez cartas y mandamientos
-para que detengan la armada a Cortés, lo cual verán adelante lo que
-pasó.»
-
-
-
-
-IV
-
-EJEMPLO DE UNA BATALLA EN EL NUEVO MUNDO
-
- (Bernal Díaz del Castillo. “Conquista
- de la Nueva España”. Cap. CXLV.)
-
-
-«Y volvamos a nuestra batalla: que al pasar de la puente hirieron a
-muchos de los nuestros e mataron dos soldados, y luego les llevamos a
-buenas cuchilladas por unas calles donde habia tierra firme adelante, y
-los de a caballo, juntamente con Cortés, salen por otras partes a tierra
-firme, adonde toparon sobre mas de diez mil indios, todos mejicanos, que
-venian de refresco para ayudar a los de aquel pueblo; y peleaban de tal
-manera con los nuestros, que les aguardaban con las lanzas a los de a
-caballo, e hirieron a cuatro dellos; y Cortés, que se halló en aquella
-gran presa, y el caballo en que iba, que era muy bueno, castaño oscuro,
-que le llamaban el Romo, u de muy gordo u de cansado, como estaba
-holgado, desmayó el caballo, y los contrarios mejicanos, como eran
-muchos, echaron mano a Cortés y le derribaron del caballo; otros dijeron
-que por fuerza le derrocaron; ahora sea por lo uno o por lo otro, en
-aquel instante llegaron muchos mas guerreros mejicanos para si pudieran
-apañarle vivo a Cortés; y como aquello vieron unos tlascaltecas y un
-soldado muy esforzado, que se decia Cristóbal de Olea, natural de
-Castilla la Vieja, de tierra de Medina del Campo, de presto llegaron, y
-a buenas cuchilladas y estocadas hicieron lugar, y tornó Cortés a
-cabalgar, aunque bien herido en la cabeza, y quedó el Olea muy malamente
-herido de tres cuchilladas; y en aquel tiempo acudimos allí todos los
-mas soldados que mas cerca dél nos hallamos; porque en aquella sazón,
-como en aquella ciudad habia en cada calle muchos escuadrones de
-guerreros y por fuerza habiamos de seguir las banderas, no podiamos
-estar todos juntos, sino pelear unos a unas partes y otros a otras,
-como nos fué mandado por Cortés; mas bien entendimos que donde andaba
-Cortés y los de a caballo que habia mucho que hacer, por las muchos
-gritas y voces y alaridos que oiamos. Y en fin de mas razones, puesto
-que habia adonde andábamos muchos guerreros, fuimos con gran riesgo de
-nuestras personas adonde estaba Cortés, que ya se le habian juntado
-hasta quince de a caballo y estaban peleando con los enemigos junto a
-unas acequias, adonde se mamparaban y estaban albarradas; y como
-llegamos, les pusimos en huida, aunque no del todo volvian las espaldas;
-y porque el soldado Olea que acudió a nuestro Cortés estaba muy mal
-herido de tres cuchilladas y se desangraba, y las calles de aquella
-ciudad estaban llenas de guerreros, dijimos a Cortés que se volviese a
-unos mamparos y se curase el Cortés y el Olea; y así, volvimos, y no muy
-sin sobra de vara y piedra y flecha, que nos tiraban de muchas partes
-donde tenian mamparos y albarradas, creyendo los mejicanos que volviamos
-retrayéndonos, e nos seguian con gran furia; y en este instante viene
-Pedro de Albarado e Andrés de Tapia y Cristóbal de Olí y todos los mas
-de a caballo que fueron con ellos a otras partes, el Olí corriendo
-sangre de la cara y el Pedro de Albarado herido y el caballo, y todos
-los demás cada cual con su herida, y dijeron que habian peleado con
-tanto mejicano en el campo, que no se podian valer; y porque cuando
-pasamos la puente que dicho tengo, parece ser que Cortés los repartió,
-que la mitad de a caballo fuesen por una parte y la otra mitad por otra;
-y así, fueron siguiendo tras unos escuadrones, y la otra mitad tras los
-otros. Pues ya que estábamos curando los heridos con quemalles con
-aceite e apretalles con mantas, suenan tantas voces y trompetillas e
-caracoles por unas calles en tierra firme, y por ellas vienen tantos
-mejicanos a un patio donde estábamos curando los heridos, e tírannos
-tanta vara e piedra, que hirieron de repente a muchos soldados; mas no
-les fué muy bien de aquella cabalgada, que presto arremetimos con ellos,
-y a buenas cuchilladas y estocadas quedaron hartos dellos tendidos.
-Pues los de a caballo no tardaron en salilles al encuentro, que mataron
-muchos, puesto que entonces hirieron dos caballos e mataron un soldado;
-de aquella vez los echamos de aquel sitio e patio; y cuando Cortés vió
-que no habia mas contrarios, nos fuimos a reposar a otro grande patio,
-adonde estaban los grandes adoratorios de aquella ciudad, y muchos de
-nuestros soldados subieron en el cu más alto, adonde tenian sus ídolos,
-y desde allí vieron la gran ciudad de Méjico y toda la laguna, porque
-bien se señoreaba todo; y vieron venir sobre dos mil canoas que venian
-de Méjico llenas de guerreros, y venian derechos adonde estábamos;
-porque, segun otro día supimos, el señor de Méjico, que se decía
-Guatemuz, les enviaba para que aquella noche o día diesen en nosotros; y
-juntamente envió por tierra sobre otros diez mil guerreros, para que,
-unos por una parte y otros por otra, tuviesen manera que no saliésemos
-de aquella ciudad con las vidas ninguno de nosotros. Tambien habia
-apercebido otros diez mil hombres para les enviar de refresco cuando
-estuviesen dándonos guerra, y esto se supo otro día de cinco capitanes
-mejicanos que en las batallas prendimos; y mejor lo ordenó Nuestro Señor
-Jesucristo; porque así como vino aquella gran flota de canoas, luego se
-entendió que venian contra nosotros, y acordóse que hubiese muy buena
-vela en todo nuestro real, repartido a los puertos y acequias por donde
-habian de venir a desembarcar, y los de a caballo muy a punto toda la
-noche, ensillados y enfrenados, aguardando en la calzada y tierra firme,
-y todos los capitanes, y Cortés con ellos, haciendo vela y ronda toda la
-noche, e a mí e a otros diez soldados nos pusieron por velas sobre unas
-paredes de cal y canto, y tuvimos muchas piedras e ballestas y escopetas
-y lanzas grandes adonde estábamos, para que si por allí, en unas
-acequias que era desembarcadero, llegasen canoas, que los resistiésemos
-e hiciésemos volver, e a otros soldados pusieron en guarda en otras
-acequias.
-
- * * * * *
-
-Dejemos de hablar deste desman por causa de Cortés, y digamos cómo
-habiamos ya llegado a Tacuba con nuestras banderas tendidas, con todo
-nuestro ejército y fardaje, y todos los mas de a caballo habian llegado,
-y también Pedro de Albarado y Cristóbal de Olí, y Cortés no venia con
-los diez de a caballo que llevó en su compañía. Tuvimos mala sospecha no
-les hubiese acaecido algún desman, y luego fuimos con Pedro de Albarado
-y Cristóbal de Olí e Andrés de Tapia en su busca, con otros de a
-caballo, hácia los esteros donde le vimos apartar, y en aquel instante
-vinieron los otros dos mozos de espuelas que habian ido con Cortés, que
-se escaparon, e se decía el uno Monroy y el otro Tomás de Rijoles, y
-dijeron que ellos por ser ligeros escaparon, e que Cortés y los demás se
-vienen poco a poco porque traen los caballos heridos; y estando en esto
-viene Cortés, con el cual nos alegramos, puesto que él venia muy triste
-y como lloroso; llamábanse los mozos de espuelas que llevaron a Méjico a
-sacrificar, el uno Francisco Martin Vendobal, y este nombre de Vendobal
-se le puso por ser algo loco, y el otro se decía Pedro Gallego. Pues
-como allí llegó Cortés a Tacuba, llovia mucho, y reparamos cerca de dos
-horas en unos grandes patios; y Cortés con otros capitanes y el tesorero
-Alderete, que venia ya malo, y el fraile Melgarejo y otros muchos
-soldados subimos en el gran cu de aquel pueblo, que desde él se
-señoreaba muy bien la ciudad de Méjico, que está muy cerca, y toda la
-laguna y las mas ciudades que están en el agua pobladas; y cuando el
-fraile y el tesorero Alderete vieron tantas ciudades y tan grandes, y
-todas asentadas en el agua, estaban admirados. Pues cuando vieron la
-gran ciudad de Méjico y la laguna y tanta multitud de canoas, que unas
-iban cargadas con bastimentos y otras iban a pescar y otras baldías,
-mucho mas se espantaron, porque no las habian visto hasta en aquella
-sazon; y dijeron que nuestra venida en esta Nueva España que no eran
-cosas de hombres humanos, sino que la gran misericordia de Dios era
-quien nos sostenia; e que otras veces han dicho que no se acuerdan haber
-leido en ninguna escritura que hayan hecho ningunos vasallos tan
-grandes servicios a su rey como son los nuestros, e que ahora lo dicen
-muy mejor, y que dello harian relación a su majestad. Dejemos de otras
-muchas pláticas que allí pasaron, y cómo consolaba el fraile a Cortés
-por la pérdida de sus mozos de espuelas, que estaba muy triste por
-ellos; y digamos cómo Cortés y todos nosotros estábamos mirando desde
-Tacuba el gran cu del ídolo Huichilóbos y el Tatelulco y los aposentos
-donde solíamos estar, y mirábamos toda la ciudad, y las puentes y
-calzada por donde salimos huyendo; y en este instante suspiró Cortés con
-una muy grande tristeza, muy mayor que la que de antes traia por los
-hombres que le mataron antes que en el alto cu subiese; y desde entonces
-dijeron un cantar o romance:
-
- En Tacuba está Cortés
- Con su escuadrón esforzado,
- Triste estaba y muy penoso,
- Triste y con gran cuidado,
- La una mano en la mejilla,
- Y la otra en el costado, etc.
-
-Acuérdome que entonces le dijo un soldado que se decía el bachiller
-Alonso Perez, que después de ganada la Nueva España fué fiscal e vecino
-en Méjico: «Señor capitán, no esté vuestra merced tan triste; que en las
-guerras estas cosas suelen acaecer, y no se dirá por vuestra merced:
-
- Mira Nero, de Tarpeya,
- A Roma cómo se ardía...»
-
-Y Cortés le dijo que ya veia cuántas veces habia enviado a Méjico a
-rogalles con la paz, y que la tristeza no la tenia por sola una cosa,
-sino en pensar en los grandes trabajos en que nos habiamos de ver hasta
-tornar a señorear, y que con la ayuda de Dios presto lo porniamos por la
-obra.»
-
-
-
-
-V
-
-DESCUBRIMIENTO DEL PACIFICO
-
- (López de Gomara. “Historia
- de las Indias”.)
-
-DESCUBRIMIENTO DE LA MAR DEL SUR
-
-
-Era Vasco Núñez de Balboa hombre que no sabia estar parado; y aunque
-tenia pocos españoles para los muchos que menester eran, segun don
-Carlos Panquiaco decía, se determinó ir a descobrir la mar del Sur,
-porque no se adelantase otro y le hurtase la bendicion de aquella famosa
-empresa, y por servir y agradar al Rey, que dél estaba enojado. Aderezó
-un galeoncillo que poco antes llegara de Santo Domingo, y diez barcas de
-una pieza. Embarcóse con ciento y noventa españoles escogidos, y
-dejando los demás bien proveidos, se partió del Darien, 1.º de setiembre
-año de 13. Fué a Careta, dejó allí las barcas y navío y algunos
-compañeros. Tomó ciertos indios para guía y lengua, y el camino de las
-sierras que Panquiaco le mostrara. Entró en tierra de Ponca, que huyó
-como otras veces solia. Siguiéronle dos españoles con otros tantos
-caretanos, y trajéronle con salvoconducto. Venido, hizo paz y amistad
-con Balboa y cristianos, y en señal de firmeza dióles ciento y diez
-pesos de oro en joyuelas, tomando por ellas hachas de hierro,
-cortezuelas de vidrio, cascabeles y cosas de menos valor, empero
-preciosas para él. Dió tambien muchos hombres de carga y para que
-abriesen camino; porque como no tienen contratación con serranos, no hay
-sino unas sendillas como de ovejas. Con ayuda, pues, de aquellos hombres
-hicieron camino los nuestros, a fuerza de brazos y hierro, por montes y
-sierras, y en los rios puentes, no sin grandísima soledad y hambre.
-Llegó en fin a Cuareca, do era señor Torecha, que salió con mucha gente
-no mal armada, a le defender la entrada en su tierra si no le
-contentasen los extranjeros barbudos. Preguntó quién eran, qué buscaban
-y a do iban. Como oyó ser cristianos, que venian de España, y que
-andaban predicando nueva religion y buscando oro, y que iban a la mar
-del Sur, díjoles que se tornasen atrás sin tocar a cosa suya, so pena de
-muerte. Y visto que hacer no le querian, peleó con ellos animosamente.
-Mas al cabo murió peleando, con otros seiscientos de los suyos. Los
-otros huyeron a mas correr, pensando que las escopetas eran truenos, y
-rayos las pelotas; y espantados de ver tantos muertos en tan poco
-tiempo; y los cuerpos, unos sin brazos, otros sin piernas, otros
-hendidos por medio, de fieras cuchilladas. En esta batalla se tomó preso
-un hermano de Torecha en hábito real de mujer, que no solamente en el
-traje, pero en todo lo al, salvo en parir, era hembra. Entró Balboa en
-Cuareca; no halló paz ni oro, que lo habian alzado antes que pelear.
-Empero halló algunos negros esclavos del señor. Preguntó de dónde los
-habian, y no le supieron decir o entender mas de que habia hombres de
-aquel color cerca de allí, con quien tenian guerra muy ordinaria. Estos
-fueron los primeros negros que se vieron en Indias, y aun pienso que no
-se han visto mas. Aperreó Balboa cincuenta putos que halló allí, y luego
-quemólos, informado primero de su abominable y sucio pecado. Sabida por
-la comarca esta victoria y justicia, le traian muchos hombres de sodomía
-que los matase. Y segun dicen, los señores y cortesanos usan aquel
-vicio, y no el comun; y regalaban a los alanos, pensando que de
-justicieros mordian los pecadores; y tenian por mas que hombres a los
-españoles, pues habian vencido y muerto tan presto a Torecha y a los
-suyos. Dejó Balboa allí en Cuareca los enfermos y cansados, y con
-sesenta y siete que recios estaban, subió una gran sierra, de cuya
-cumbre se parecia la mar austral, segun las guias decían. Un poco antes
-de llegar arriba mandó parar el escuadron, y corrió a lo alto. Miró
-hacia mediodía, vió la mar, y en viéndola arrodillóse en tierra y alabó
-al Señor, que le hacia tal merced. Llamó los compañeros, mostróles la
-mar, y díjoles: «Veis allí, amigos míos, lo que mucho deseábamos. Demos
-gracias a Dios, que tanto bien y honra nos ha guardado y dado. Pidámosle
-por merced nos ayude y guie a conquistar esta tierra y nueva mar que
-descobrimos y que nunca jamás cristiano la vido, para predicar en ella
-el santo Evangelio...»
-
-
-FIN
-
-
-
-
-ÍNDICE
-
-
- Págs.
-
-Capítulo I.--Visión de Extremadura. 9
-
- » II.--El sello andaluz. 19
-
- » III.--Plus Ultra. 33
-
- » IV.--Los españoles en América. 41
-
- » V.--El origen heroico de América. 55
-
- » VI.--El Cid como precursor de los conquistadores de América. 63
-
- » VII.--La codicia. 75
-
- » VIII.--Las riquezas. 87
-
- » IX.--El valor. 99
-
- » X.--El conquistador brillante. 113
-
- » XI.--Francisco Pizarro. 131
-
- » XII.--Los capitanes. 153
-
- » XIII.--El sentido de América. 163
-
-
-
-
-APÉNDICES
-
-
- I.--El amaneramiento histórico. 183
-
- II.--Los pilotos cantábricos. 189
-
-III.--Ejemplo de una recluta de conquistadores. 199
-
- IV.--Ejemplo de una batalla en el Nuevo Mundo. 205
-
- V.--Descubrimiento del Pacífico. 215
-
-*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS CONQUISTADORES ***
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-<div style='text-align:center; font-size:1.2em; font-weight:bold'>The Project Gutenberg eBook of Los Conquistadores, by José María Salaverrí­a</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and
-most other parts of the world at no cost and with almost no restrictions
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-at <a href="https://www.gutenberg.org">www.gutenberg.org</a>. If you
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-
-<table style='min-width:0; padding:0; margin-left:0; border-collapse:collapse'>
- <tr><td>Title:</td><td>Los Conquistadores</td></tr>
- <tr><td></td><td>El origen heróico de América</td></tr>
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-
-<div style='display:block; margin-top:1em; margin-bottom:1em; margin-left:2em; text-indent:-2em'>Author: José María Salaverrí­a</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>Release Date: April 08, 2021 [eBook #65024]</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>Language: Spanish</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>Character set encoding: UTF-8</div>
-
-<div style='display:block; margin-left:2em; text-indent:-2em'>Produced by: Chuck Greif and the Online Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was produced from images available at The Internet Archive)</div>
-
-<div style='margin-top:2em; margin-bottom:4em'>*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS CONQUISTADORES ***</div>
-<hr class="full" />
-
-<div class="c">
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-</div>
-
-<table border="1" cellpadding="4" cellspacing="0" summary="">
-<tr class="c"><td><a href="#INDICE"><b>ÍNDICE</b></a><br />
-<a href="#APENDICES"><b>APÉNDICES</b></a></td></tr>
-</table>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_5" id="page_5">{5}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_6" id="page_6">{6}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<p class="c">LOS CONQUISTADORES</p>
-
-<p class="nind">
-<i>Es propiedad.</i><br />
-<i>Copyright by Rafael Caro Raggio 1918.</i><br />
-<i>Derechos reservados para todos los países.</i><br />
-</p>
-
-<hr />
-
-<p class="c">Imprenta y litografía de Rafael Caro Raggio.<br />
-<span class="pagenum"><a name="page_7" id="page_7">{7}</a></span><br /><br /><br /><br />
-
-<big>JOSE MARIA SALAVERRIA</big><br />
-</p>
-
-<hr />
-
-<h1>LOS<br />
-CONQUISTADORES</h1>
-<p class="cb">EL ORIGEN HEROICO DE AMÉRICA<br />
-<br />
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-<br />
-<br />
-<span class="smcap">Rafael Caro Raggio: Editor</span><br />
-VENTURA RODRÍGUEZ, 18<br />
-1918</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_8" id="page_8">{8}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_9" id="page_9">{9}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<h2><a name="CAPITULO_PRIMERO" id="CAPITULO_PRIMERO"></a>CAPÍTULO PRIMERO<br /><br />
-<span class="sans">VISIÓN DE EXTREMADURA</span></h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">H</span>AY en España un territorio desviado de la ruta de los turistas, en
-cierto modo desconocido e impenetrable. Sólo se ven allí terrenos de
-cultivo, sierras de pastoreo y algunas minas de poco renombre.</p>
-
-<p>Es la comarca que une a Extremadura con Andalucía, país tan bello como
-sugerente, que ahora estimo recorrer con el alma abierta a las grandes
-recordaciones históricas. Por aquí pasaban, en efecto, los soldados y
-capitanes de Extremadura buscando el glorioso valle del Guadalquivir y
-los muelles de Sevilla, donde las galeras de empinada popa reclutaban a
-todos los hombres de buena voluntad que soñasen con el oro y la gloria
-<span class="pagenum"><a name="page_10" id="page_10">{10}</a></span>de las Indias.</p>
-
-<p>Por estos montes de encinas y olivos, gratos a la vid, transitaban los
-conquistadores a lomo de sus ágiles caballos, portando su espada y su
-rodela, y allá dentro del pecho un animoso corazón.</p>
-
-<p>Los llanos y las dehesas de Extremadura llenáronse un día de fastuosas
-revelaciones; hasta el país escondido y mediterráneo había llegado la
-buena nueva, y en la Tierra de Barros, en la Serena, en Cáceres, en
-Trujillo, los hidalgos de templada musculatura y lanza en astillero
-comentaban bajo los portales: «Allá abajo, hacia Sevilla, hay banderas
-donde engancharse para las empresas del Nuevo Mundo... ¡Todo lleno de
-oro y plata y perlas preciosas!»</p>
-
-<p>Mientras el tren me lleva a Extremadura, es imposible librar a la mente
-de la obsesión de América; los objetos modernos tratan de llamarme y no
-lo consiguen. La Historia se sube, en ocasiones, a la cabeza con la
-misma aptitud delirante que un vino rancio. Veo los pueblos y los
-hombres cuotidianos; las máquinas a vapor y los artefactos científicos
-<span class="pagenum"><a name="page_11" id="page_11">{11}</a></span>de un coto minero; los periódicos y los trajes me hablan con
-obstinación de los afanes contemporáneos, y yo insisto, a pesar de todo,
-en transportarme a la época de los conquistadores.</p>
-
-<p>Asisto con curiosidad a las variaciones del paisaje, y principalmente
-deseo sorprender la aparición de Extremadura. El tren parece
-corresponder a mi impaciencia y corre por una comarca fronteriza y
-solitaria, alta y desierta. Es la región de la divisoria hidrográfica,
-límite de las cuencas del Guadalquivir y del Guadiana medio. De pronto,
-pasado un túnel, el paisaje ha cambiado.</p>
-
-<p>No cambia, sin embargo, tan radicalmente como por la parte de
-Despeñaperros; allí se salta de la meseta centro-española, fría y
-elevada, a las felices tierras andaluzas, donde el naranjo florece y se
-yergue la cimbradora palmera; mientras que entre Andalucía y Extremadura
-no existe violencia ni el tránsito puede decirse que sea fundamental. La
-gente sigue pronunciando el castellano con el mismo dejo gracioso y
-<span class="pagenum"><a name="page_12" id="page_12">{12}</a></span>ceceante de los andaluces, y las palmas datileras, asomándose por los
-bardales de los huertos, muestran bien pronto que estamos en un país
-fértil y caliente, donde el régimen estepario de la Mancha se ha
-sustituido por el clima atlántico-meridional.</p>
-
-<p>Al paso de las estaciones del ferrocarril yo me apresuro a observar las
-gentes, el lenguaje, los gestos y el orden de los cultivos. ¿Cómo son
-los descendientes de aquellos hombres extraordinarios en quienes la
-voluntad, el valor y el don de iniciativa alcanzaron un límite que pocas
-veces ha sobrepasado la naturaleza humana?</p>
-
-<p>Veo un territorio montañés y risueño, bien poblado y cultivado en forma
-de bancales, lleno de alquerías blancas, que adornan con su candidez la
-reciente verdura de la primavera. Pronto se allana el país y se hace más
-fecundo y rico. Entramos en la Tierra de Barros, célebre por su
-fertilidad. Grandes y opulentos pueblos surgen en la llanura, cuyas
-gruesas tierras de labor florecen con los cultivos más caros: frondosos
-olivares, campos de mies, prósperos viñedos. Con frecuencia se<span class="pagenum"><a name="page_13" id="page_13">{13}</a></span> divisan,
-desde el tren, amplias y hermosas casas de labor, de denso aspecto
-señorial.</p>
-
-<p>Miro las personas entre tanto, y celosamente examino sus rasgos, su
-talante, sus gestos. Es el extremeño un hombre de varonil y hermosa
-presencia, robusto y bien proporcionado. Desde luego se advierte en él
-un cierto aire reservado, escaso de gesticulaciones. No puede llamarse
-adustez a ese aire como reconcentrado; tampoco le conviene el nombre de
-tímido, ni el de triste o fosco. Es una gravedad tan digna y viril, como
-exenta de empaque provocativo. Unase el castellano con el andaluz
-occidental, agréguese un poco de portugués, y se tendrá el extremeño.</p>
-
-<p>Es notable la salud y belleza de la raza. Los chiquillos que corren
-descalzos, las niñas de pintarrajeados pañolones, muestran un rostro
-lindo y carnoso, unos ojos grandes y honestos, unas mejillas morenas con
-vivas rosas de salud. Hay un tipo de hombre cenceño, de ojos obscuros y
-talante firme, y no abundan menos los rostros claros, rubios,
-especialmente en las muchachas. Las mujeres seducen por<span class="pagenum"><a name="page_14" id="page_14">{14}</a></span> su aire
-honesto, pudoroso; más simpáticas aun porque carecen de melindres y
-estudiadas gazmoñerías.</p>
-
-<p>He aquí el país raro de grasas llanuras y boscosas sierras; país de
-vastas soledades, encinares espesos y solitarios rebaños; tierra de
-encalmados horizontes, donde los mansos ríos buscan el camino del mar...
-Como los ríos, también los hombres persiguieron el ensueño de la remota
-e inaudita navegación. Un sueño de mar infinito, una quimera de las
-frondosas playas indianas exaltó esa tierra que no conoce el mar, pero
-que lo presentía con el amor infuso de un navegante predestinado. Tierra
-densa y grave, enigmática por su especie de mudez, que dió ejemplares de
-voluntad férrea como Pizarro, y al mismo producía el alma mística del
-divino Morales, y aquella otra alma ascética de Zurbarán...</p>
-
-<p>Llegando a Mérida he concluido de empaparme en unción histórica, y
-lentamente he vagado por las ruinas romanas, por el teatro de rotas
-columnas y bajo las arcadas del ingente acueducto. Es una serena tarde
-de abril, y<span class="pagenum"><a name="page_15" id="page_15">{15}</a></span> desde el borde del larguísimo puente milenario contemplo
-los recios trozos de las antiguas murallas, que caen rectas sobre el río
-y dan una veraz sensación de esa grandeza impasible, cesárea, de todo lo
-romano. El Guadiana, ensanchado en esta parte de su curso, pasa lento y
-grandioso, como poniéndose a tono con la aspiración de majestad que
-expresan las murallas y el puente cesáreos.</p>
-
-<p>Y en el silencio de la tarde, apenas malogrado por el tintineo de un
-rebaño que vuelve al redil, sube de la tierra y fluye en el ambiente
-todo una profundidad recordatoria. Los siglos parecen fundirse y
-decantarse en la última llama del sol poniente, y el aire sin duda está
-lleno de memorias ilustres, de polvo de siglos, de ideales huellas de
-almas.</p>
-
-<p class="asat">*<br />* *</p>
-
-<p>Mientras la pluma traza estas líneas, los torreones y campanarios de
-Trujillo esparcen su severa sombra por la plaza incomparable. Veo a
-través de los cristales erguirse un case<span class="pagenum"><a name="page_16" id="page_16">{16}</a></span>rón arruinado; y en tanto
-escapa la imaginación hacia los países vitales y frondosos del Nuevo
-Mundo... ¡Qué remotos y antagónicos los dos cuadros! Aquí las sombras y
-las ruinas de las torres abolengas de Trujillo; allá lejos se desgrana
-el collar de las mil ciudades opulentas y las veinte naciones dinámicas.</p>
-
-<p>Sin embargo, la duda es ociosa; aquéllo ha nacido de ésto. Y la obra
-infinitamente transcendental la consumaron unos obscuros hidalgos de
-espada y de iniciativa que nacieron a la sombra de estas torres de
-Extremadura, ahora calladas y vacías.</p>
-
-<p>Es así, teniendo siempre fija la idea de América, como adquieren supremo
-valor los campos extremeños. El ánimo se impresiona a cada punto al
-sorprender la memoria de los conquistadores, viva siempre en todo este
-país desviado, labradiego y pastoril. Y en esta nostálgica evocación de
-epopeyas, el pueblo extremeño confunde a los héroes más dispares,
-hacinándolos, después de todo, con una cierta lógica. Cortés y Pizarro
-se mezclan con García de Paredes, el de las hazañas hercúleas en<span class="pagenum"><a name="page_17" id="page_17">{17}</a></span>
-Italia, como si hubieran combatido juntos, y pasando a caballo por la
-sierra de Santa Cruz, nos cuenta el guía que en algún escondrijo de
-aquellos cerros está oculto e incólume el sepulcro de Viriato.</p>
-
-<p>Suena a hierro Extremadura. De sus encinares brotó la flor estimada que
-tiene el nombre de voluntad. ¡Oh gloriosa América, eres el fruto de una
-voluntad inquebrantable, infinita, y nada, si no fuese ella, te hubiese
-desprendido de la noche de tu sueño aborigen! Las manos que te alzaron a
-la luz desde el fondo de las selvas y las cordilleras, eran manos
-decisivas e incansables, que no conocían la renunciación. Sólo una casta
-de gigantes pudo cumplir la enorme tarea. Casta de Balboa, de Cortés, de
-Pizarro, para quienes las empresas más absurdas se domesticaban, se
-humillaban, por lo mismo que los propios dioses se amedrentan frente a
-la inexorable decisión genial del héroe.</p>
-
-<p>La ancha plaza de Trujillo aparece a mis ojos toda llena de muchachos
-endomingados, que celebran la Fiesta de la Pascua Florida<span class="pagenum"><a name="page_18" id="page_18">{18}</a></span> llevando un
-cordero votivo. Bulle y ríe la gente en la bucólica romería. Los
-corderillos, adornados con cintas y cascabeles, ponen su nota cándida en
-el regocijo muchachil. Y arriba, en un estupendo anfiteatro, la ciudad
-vieja se encarama por las vertientes de la pequeña loma, ofreciendo la
-muda solemnidad de sus casonas y torres almenadas.</p>
-
-<p>Desde lo alto de la acrópolis, entre marcial y mística, me he detenido a
-ver las ruínas venerables y la solitaria inmensidad de los campos
-labrados. Los alcotanes giran, en largo vuelo, sobre las rotas murallas
-del castillo. Unas cigüeñas, lentas y suntuarias, agregan majestad al
-melancólico panorama.</p>
-
-<p>Los blasones nobiliarios viven entre las ruínas, y vive siempre, como en
-una grave penumbra, la sombra del Conquistador. En lo más alto, una
-pobre mujer señala un muro: «Ahí nació Francisco Pizarro.» Me aproximo a
-ver la gacha y ruda ojiva del portal. Sólo un lienzo de la casa queda en
-pie; todo ha caído menos el tosco y simple escudo de la estirpe: un
-árbol con dos cerdos rampantes...<span class="pagenum"><a name="page_19" id="page_19">{19}</a></span></p>
-
-<h2><a name="CAPITULO_II" id="CAPITULO_II"></a>CAPÍTULO II<br /><br />
-<span class="sans">EL SELLO ANDALUZ</span></h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">C</span>UANDO se ha visitado Andalucía y Extremadura, después de haber
-recorrido algunas partes de América, acude a la mente la idea clara del
-prodigio, y hallamos que el milagro adquiere explicación y realidad.
-Esto ocurre principalmente porque entre las comarcas que produjeron a
-los conquistadores y los pueblos americanos, existe ahora mismo una
-admirable identificación. Un siglo entero de independencia más o menos
-irritada no ha podido desintegrar o desunir lo que desde el principio
-enlazó el esfuerzo poderoso de unas personalidades densas. El sello
-andaluz pervive en América y Sevilla, esa graciosa perla del
-Guadalquivir, es el origen cívico de lo americano.<span class="pagenum"><a name="page_20" id="page_20">{20}</a></span></p>
-
-<p>Hay en algunas ciudades una simpatía irresistible, que nos obliga a
-hablar de ellas en tono exaltado; el mismo nombre de Sevilla es por sí
-solo una voz melodiosa, fuente de ilustres sugericiones. Digamos también
-que las gracias y los buenos hados suelen visitar de tarde en tarde a
-los pueblos, y así no hay duda que en la creación de Andalucía ha
-presidido un genio benévolo; los andaluces tienen razón cuando llaman a
-su risueño país la tierra de María Santísima.</p>
-
-<p>Sería poco, sin embargo, si Andalucía poseyera únicamente el prestigio
-de su cielo, de su fino aire y de su amabilidad. Tiene, además, la
-fuerza, el contenido genial y la aptitud para todo género de grandeza.
-Asombra de veras esa región positivamente prócer, que en ningún momento
-de la Historia ha dejado de ser visitada por el soplo divino de la
-inteligencia. Consideremos que es Andalucía el país a que se refieren
-las prehistóricas noticias de los iberos, que tenían leyes, versos y
-escritura mucho antes de que abordaran a las playas españolas los
-vajeles fenicios y griegos. Y en<span class="pagenum"><a name="page_21" id="page_21">{21}</a></span> los grandes museos de Europa, en las
-vitrinas que corresponden al período de la piedra tallada, siempre hay,
-junto a las reliquias de Creta, Sicilia o el Peloponeso, unas piedras
-finamente labradas por manos andaluzas.</p>
-
-<p>Esa gente hábil y despierta, que conoce la cultura tan de antiguo como
-las razas más príncipes, no ha cesado de mantener contacto con la
-civilización, y hoy mismo, a través de todas las invasiones que el genio
-andaluz absorviera y mejorara, se nos muestra Andalucía como un núcleo
-vivo, palpitante y armónico que acaso está pronto para un nuevo
-renacimiento.</p>
-
-<p>La idea que se tiene de lo <i>meridional</i> es en cierto sentido desdeñoso,
-especialmente ahora que los pueblos septentrionales imponen la ley en
-arte, ciencia y política. Lo <i>meridional</i> quiere decir un poco inferior,
-decadente, brillante, frívolo, de corto aliento, muelle y externo. Pero
-Andalucía nos asombra también en este caso, porque siendo una típica
-expresión de lo <i>meridional</i> contiene, no obstante, hondura y fuerza.
-¿Esto es, probablemente, a<span class="pagenum"><a name="page_22" id="page_22">{22}</a></span> causa de que Andalucía no participa en todo
-de las características mediterráneas? Andalucía parece un país orientado
-hacia el Atlántico mejor que al Mediterráneo, como su río esencial, el
-Guadalquivir, lo indica. Por otra parte, la gran cuenca del Guadalquivir
-es una cosa castellana más bien que levantina.</p>
-
-<p>Diremos, en suma, que Andalucía es lo meridional de Castilla, como
-Castilla es una consecuencia del Cantábrico. Así se realiza, pues, un
-desplazamiento de españolismo integral que va del Cantábrico a Castilla
-y de la Mancha a Andalucía, resolviéndose por el Guadalquivir, que da
-sus aguas al Atlántico, la unión anular de los dos extremos étnicos. El
-<i>meridionalismo</i> de Andalucía, por cuanto se halla investido de gracia y
-de fuerza, deberemos situarlo en la calidad del de los pueblos, como
-Atenas y Florencia, que pudieron cultivar conjuntamente el arte y la
-energía.</p>
-
-<p>La virtud andaluza estriba en esa facultad de la multiplicación de las
-aptitudes. He ahí el pueblo que sabe ser fino y muelle, duro y
-resistente. El retrato que el viejo historiador<span class="pagenum"><a name="page_23" id="page_23">{23}</a></span> hace del Marqués de los
-Vélez, hombre terriblemente valeroso y hercúleo, está muy lejos de la
-imagen que el vulgo compone a propósito de la gente andaluza.</p>
-
-<p>En un sitio de Sevilla, en aquello que llamaríamos la acrópolis
-sevillana, los siglos han realizado una insuperable síntesis
-arquitectónica. El Alcázar muestra su encanto árabe y la delicia de sus
-íntimos jardines; cerca de él alza su mole gótica la Catedral; la
-Giralda, acierto de grandiosidad y finura, echa al espacio su encajería
-de ladrillo; un trozo de Ayuntamiento, también cercano, ofrece su
-filigrana plateresca; la Lonja, entre el Alcázar y la Catedral,
-reproduce la serenidad del Renacimiento; y para que nada falte, allí
-está la portada churrigueresca del palacio arzobispal.</p>
-
-<p>Todo lo contiene Andalucía, y es por esto la verdadera síntesis o
-expresión de España. Las otras porciones de la nación no expresan ni
-contienen todos los lados españoles; el Cantábrico, Galicia, Aragón,
-Cataluña y Levante, la misma Castilla, son fragmentos españoles.<span class="pagenum"><a name="page_24" id="page_24">{24}</a></span> Sólo
-en Andalucía se cumple la totalidad. Por eso aciertan algunos
-extranjeros cuando imaginan una España del corte y el tono de Andalucía.
-Por eso muchos extranjeros se defraudan cuando el tren les lleva por las
-interminables vías castellanas.</p>
-
-<p>Lo verdaderamente español, plenamente español, es Andalucía. En algún
-momento histórico ha girado la vida española en el seno andaluz, y
-entonces encontraba España su centro de gravedad.</p>
-
-<p>No debe olvidarse que los principales hechos españoles han sido
-apadrinados por Andalucía. La Reconquista tuvo allí sus naturales campos
-de batalla, sus decisivas acciones; en Andalucía adquirió, además, el
-arabismo un concepto de civilización que no adquiriera en el resto de
-España, a pesar del oasis de Toledo. Frente a Granada se cerró el broche
-de la unidad española. ¿Y no fué en Andalucía donde el mismo idioma
-castellano se pulió, se afinó, se hizo abundante y flexible? Las huestes
-de Gonzalo de Córdoba, que ilustraron el nombre militar de España en
-Italia, iban for<span class="pagenum"><a name="page_25" id="page_25">{25}</a></span>madas por caballeros y nobles andaluces. La iniciación,
-el arreglo, la forma, la obra entera de América, partieron de Andalucía.</p>
-
-<p>Aptos para los trabajos de la inteligencia, los andaluces nos abruman
-con la cifra de sus poetas, humanistas, escritores de todo género,
-oradores y artistas. Tienen el desenfado y la violencia de Hurtado de
-Mendoza, la grandiosidad verbal de Herrera, la fuga mística de Granada,
-la gracia abundante de Góngora. Sus escultores llegan al punto máximo de
-la religiosidad. Sus pintores son varios, múltiples, y entre todos
-completan los distintos caracteres de la personalidad española. Murillo
-es dulce y perfecto; Velázquez asume la realidad y la elegancia; Valdés
-Leal se reserva la violencia dramática y el barroquismo lacerante de la
-expresión. El propio Zurbarán, casi del todo andaluz, acude a completar,
-con su pasmoso y magistral misticismo, la empresa de conjunción española
-que se cumple en Andalucía.</p>
-
-<p>Pero Andalucía ha creado sobre todo a América. Cuando oímos decir que en
-América<span class="pagenum"><a name="page_26" id="page_26">{26}</a></span> perviven las formas y el espíritu de España, debemos entender
-que esas formas y ese espíritu son andaluces. De manera que América
-recibió el ser de España a través de Andalucía, en cuanto Andalucía
-representa el concepto español más puro, auténtico, y, por consiguiente,
-total.</p>
-
-<p>Fué una suerte para América que se hubiera encargado Andalucía de
-infundirle el ser y la civilización; Andalucía era por sí misma un
-mundo, una nación, un núcleo civilizado en absoluto. Las otras porciones
-de España no podían arrostrar el trabajo de fecundar un continente. El
-territorio cantábrico era de sentido rural; Cataluña fallaba por el
-idioma y en aquella época carecía de virtud expansiva; Castilla estaba
-lejos del mar y era ella misma incompleta, insuficiente.</p>
-
-<p>Mientras que Andalucía lo poseía todo, y en aquel momento hasta tuvo el
-instinto de su misión y la ráfaga emocional del entusiasmo. En Andalucía
-estaba madura la civilización, y el Renacimiento sopló bien pronto en
-sus palacios y ciudades. Henchida de savia propia y<span class="pagenum"><a name="page_27" id="page_27">{27}</a></span> original, Andalucía
-traspasó a América su contenido cívico y religioso, sus costumbres y su
-carácter. Toda esa bella zona que comprende desde el valle del
-Guadalquivir hasta el mar, con la zona adyacente y correlativa de
-Extremadura, ha sido el país que pobló primeramente América, y que la
-selló para siempre con su cuño. Las modalidades de esa zona
-guadalquivireña y extremeña, están ahora mismo palpables en todo lo
-ancho del nuevo continente. El rumbo y el empaque, el aire de señorío,
-la repugnancia por la tacañería, el don dadivoso, la hospitalidad
-caballeresca, el sentido hidalgo y señorial de la vida... todo eso, tan
-hispano-americano, es de directa progenie andaluza. Esas cualidades
-pueden hallarse dispersas en otras comarcas españolas; pero todas
-juntas, en un haz, sólo es posible encontrarlas en Andalucía.</p>
-
-<p>La fuerza expansiva y el pronunciado carácter andaluz son tales, contra
-lo que supone la frivolidad del vulgo, que Andalucía, en efecto, no
-consintió, no dió lugar, hizo imposible que otra cualquiera influencia
-interviniese en el<span class="pagenum"><a name="page_28" id="page_28">{28}</a></span> resellamiento de la sociedad americana. América, en
-rigor, no puede llamarse castellana, ni siquiera española; es
-propiamente andaluza. Si cabe llamarla castellana y española, será tan
-solo por cuanto Andalucía representa en una medida excelsa y
-perfeccionada la idea de Castilla, y, consiguientemente, el concepto de
-España.</p>
-
-<p>¡Qué madura y qué llena, cuán brillante y animosa aquella Sevilla del
-1500; bella por su luz y sus flores; prestigiosa por sus palacios y
-monumentos; ilustre por sus señores y sus artistas!... Y rica, además,
-en realidades de oro y en quimeras de remotas aventuras.</p>
-
-<p>Era entonces el núcleo más atrayente de la Península, cuando Toledo
-declinaba y Madrid no había logrado aún absorber la vida nacional. A las
-márgenes del Guadalquivir acudían, como a un cauce lógico, todos los que
-exigían algo de la gloria y de la fortuna, y en algunos autores, como
-Cervantes, la idea vuela continuamente al escenario de Sevilla, el más
-digno, por tanto, de cualquier ficción literaria y el<span class="pagenum"><a name="page_29" id="page_29">{29}</a></span> único sitio que
-verdaderamente merecía la pena de ser vivido y narrado.</p>
-
-<p>Poco esfuerzo necesita hacer nuestra imaginación para concebir la
-complicación de aquella ciudad en aquel tiempo, cuando los naturales
-motivos de esplendor que posee la comarca se aumentaban con el inaudito
-trajín de los muelles, punto exclusivo de arranque para las flotas de
-Indias. Todo espíritu ambicioso tenía que afluir a Sevilla, sede de la
-pompa religiosa y tablado eximio de las letras; acudían los mercaderes y
-los armadores, los cartógrafos y los pilotos, los caballeros de mesnada,
-los simples soldados, los propios pícaros. Junto con ellos se
-congregaban los ambiciosos de otras naciones: franceses y flamencos y
-alemanes, y los insuperables maestros de rapacidad, los genoveses. En
-aquella muchedumbre cosmopolita y heterogénea existían los útiles
-necesarios para toda expedición. Era una abastecida síntesis del mundo.
-Así es explicable cómo en las flotas que partían para América marchaban
-tan completas las cosas y los hombres, de modo que arribando a las
-In<span class="pagenum"><a name="page_30" id="page_30">{30}</a></span>dias era como si una ciudad de Europa se desbordase allí para
-florecer rápidamente.</p>
-
-<p>Un rumor de fantasía palpitaba en los muelles sevillanos, y las mentiras
-de los que tornaban, uniéndose a las presunciones de los candidatos de
-Ultramar, daba cariz supersticioso a los navíos de dorados puentes que
-flameaban en el cielo andaluz sus banderolas. ¡Qué mágica visión de las
-nuevas tierras! ¡Qué gran puerta se abría al ensueño en aquellas
-márgenes del río opulento!... Las señas estaban allí bien evidentes; no
-valía pensar en subterfugios ni en engañifas. Allí reposaban los fardos
-de cacao y de pimienta, de azúcar, de café y de cuantos frutos preciados
-originaba el Nuevo Mundo. Allí bullían también los esclavos inauditos.
-Del vientre de las naves salían aquellas arcas evidentes, palpables,
-todas llenas de pasta de oro. ¿Y no era igualmente cierta la llegada de
-los señores, cubiertos de preseas y servidos por numerosos criados, que
-antes partieran pobres y con el matalotaje tomado a préstamo?</p>
-
-<p>En aquel jubileo de las Indias pronto los<span class="pagenum"><a name="page_31" id="page_31">{31}</a></span> mitos clavaron su espina
-impaciente en las imaginaciones. La leyenda de Jauja, la versión de
-Potosí, el sueño del Cerro de la Plata, el país de la Florida y sobre
-todo, por encima de todas las quimeras, el mito de Eldorado...</p>
-
-<p>Todo era indispensable, sin embargo. El énfasis de la fantasía ha podido
-siempre obligar al hombre a osar lo inaudito, y sin la ayuda de la
-quimera hubiera sido imposible que aquellos hombres arrostraran tales
-trabajos, y pudieran, en fin, entre martirios y fracasos, alzar, para la
-vida civilizada, la realidad de un continente.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_32" id="page_32">{32}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_33" id="page_33">{33}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<h2><a name="CAPITULO_III" id="CAPITULO_III"></a>CAPÍTULO III<br /><br />
-<span class="sans">PLUS ULTRA</span></h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">R</span>OZAMOS las monedas con los dedos y apenas si nunca nos fijamos en el
-blasón de su anverso; pasamos nuestras miradas distraídas sobre el
-escudo nacional que campea en los edificios públicos, y no nos detenemos
-a reflexionar acerca de su sentido emblemático. El eterno desgaste
-cotidiano roba religiosidad a las cosas y los símbolos más sublimes.</p>
-
-<p>Las dos columnas que encuadran el escudo español, ¡he ahí el símbolo
-verdaderamente sublime, por el cual nunca morirá el recuerdo de España
-en el mundo! Las dos columnas quieren significar la superstición y la
-limitación del mundo entero. «No hay más allá», decía el miedo y la
-ignorancia de los hom<span class="pagenum"><a name="page_34" id="page_34">{34}</a></span>bres. De pronto hubo alguien que osó la
-investigación de lo desconocido, y las columnas fueron sobrepasadas, y
-el orgullo de los audaces pudo escribir ese mote altanero que abre a la
-Humanidad una nueva era. «Plus ultra.»</p>
-
-<p>Siempre será imposible arrancar al hombre la facultad de adoración, y el
-ser más soberbio y rebelde siente alguna vez el prurito de prosternarse
-ante cualquiera representación de lo sobrenatural o de lo infinito. El
-hombre no puede prescindir de los símbolos, porque ellos son los lazos
-materiales que nos unen al ideal. El «Plus ultra» nos descorre
-milagrosamente un escenario mental, y mudos de asombro vemos levantarse
-esa creación fantástica, resplandeciente, que se llama América.</p>
-
-<p>Detrás del mote escueto, y por fortuna sonoro, contemplamos una suerte
-de milagros y de grandezas cuya visión nos aturde. La misma forma
-geográfica del continente ayuda al goce admirativo. Parece, en efecto,
-un país providencial, único, separado de los otros continentes,
-surgiendo como un jardín del seno de los océanos; parece el Paraíso de
-las narraciones<span class="pagenum"><a name="page_35" id="page_35">{35}</a></span> primitivas, el cual, si fué sustraído al hombre por sus
-pecados, estaba, en cambio, reservado a las edades posteriores como un
-premio por los afanes y sacrificios humanos. América es el don de los
-dioses, que perdonan finalmente al hombre. Es el Paraíso arrebatado y
-luego restituído.</p>
-
-<p>Pues bien, los dioses habían escogido a su pueblo amado para que
-consumase la obra milagrosa de la restitución del Paraíso.
-Verdaderamente, sólo España podía consumar el milagro de América.</p>
-
-<p>El mundo estaba incompleto, el mundo era una cosa imprecisa e
-indelimitada que se cernía en el caos geográfico. Entonces se levantó
-España, y con un ademán que llamaríamos sencillo, por estar exento de
-teatralidad y de dolor, ensanchó en toda su extensión el mundo, recorrió
-los mares en todo su misterio, alumbró los continentes y dió, en fin,
-realidad a la redondez de la tierra.</p>
-
-<p>Y todo esto lo realizó sencillamente, como si de veras obedeciese a un
-mandato de los dioses; como si fuera el brazo que la Provi<span class="pagenum"><a name="page_36" id="page_36">{36}</a></span>dencia usa
-para efectuar el milagro. Esa obra descomunal de América apenas si
-perturbó en nada la vida española; España no interrumpe su actuación
-europea, sus campañas, sus formidables entreveros políticos; la acción
-de España se diversifica en Europa y en el Norte de Africa, sigue su
-curso normal, trágicamente magnífico, y como por un exceso de grandeza
-no se oye casi hablar de las Indias a los escritores y los gobernantes.
-Es un caso de plenitud y de energía; es algo como el silencio en el
-obrar del soberbio y del poderoso. La obra descomunal de América va
-realizándola España rápidamente, sencillamente, sin que un músculo
-contraído denote el esfuerzo extraordinario. Esta señorial aptitud para
-consumar actos excepcionales, que en el gigante parecen naturales y en
-otros absorberían todas las fuerzas y toda la voluntad, es un distintivo
-diferencial que España debe reclamar sobre todo.</p>
-
-<p>Repasad el censo de las cosas geniales creadas por la Humanidad; sed
-exigentes al considerar el valor esencial y eterno de esas cosas;<span class="pagenum"><a name="page_37" id="page_37">{37}</a></span>
-cuando hayáis reducido a breve cifra las genialidades trascendentales,
-entre ellas contará siempre el descubrimiento, conquista y colonización
-de América.</p>
-
-<p>¡Cuántos pueblos han debido vivir y perecer sin que su nombre quede
-perpetuado en una obra verdaderamente trascendental! España, hasta la
-consumación de los siglos, será una expresión viva porque produjo a
-América.</p>
-
-<p>No consiste la genialidad en el ruido de las batallas y de la política;
-se puede embargar la Historia con el peso de muchas acciones, como
-Turquía o Cartago, y no obstante carecer de opción para el respeto de
-los siglos. No vale llenar la Historia y añadirle peso, que al fin es
-como una contrariedad; no vale siquiera haberse esmerado en pequeñas
-obras, en breves esfuerzos, en numerosas aportaciones modestas; lo
-importante en un pueblo es abrirse, como una montaña de oro virgen, y
-darse, derramarse, arrojar al tiempo de una vez y magníficamente la obra
-trascendental.</p>
-
-<p>A los españoles se nos ha regateado todo.<span class="pagenum"><a name="page_38" id="page_38">{38}</a></span> Con un rencor de fiscal
-adverso, todo se nos ha discutido, negado, mezquinado. Pero considérense
-con atención y justicia el descubrimiento, conquista y colonización de
-América, y un aura de heroísmo y honda humanidad trascenderá al espíritu
-más extraño o ajeno. El heroísmo está palpitante; no los Cruzados, pero
-ni los fantásticos campeones de la caballería, ni los guerreros
-mitológicos, han inventado aventuras como la de Cabeza de Vaca o
-combates y trabajos como los de Pizarro y Cortés. El humanismo de la
-empresa española en América fué muchas veces escatimado; sin embargo,
-desde el ejemplo de Roma ningún pueblo se ha transfundido en el pueblo
-dominado como España en América. La flor de su sangre y de su cultura,
-sus creencias y su idioma, su fe y sus costumbres, su ánimo y sus
-sentimientos, todo lo derramó España en América, exactamente como hace
-una madre. ¿Es esto un delito de humanidad?</p>
-
-<p>Vertida, derramada, transfundida en América, España quiere y puede
-llamarse madre.<span class="pagenum"><a name="page_39" id="page_39">{39}</a></span> La América española no es un país extraño que al
-libertarse políticamente se separa en realidad; no puede separarse
-nunca, porque es una parte indivisible de la universalidad española.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_40" id="page_40">{40}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_41" id="page_41">{41}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<h2><a name="CAPITULO_IV" id="CAPITULO_IV"></a>CAPÍTULO IV<br /><br />
-<span class="sans">LOS ESPAÑOLES EN AMÉRICA</span></h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">D</span>ESDE muy antiguo, y en distintas zonas del mundo, se ha pretendido
-descalificar y disminuir a los españoles que conquistaron América.
-Parece como si el primer impulso de estupefacción que la conquista de
-Méjico y Perú produjo en las gentes, hubiera humillado a los mismos
-admiradores; y es sabido siempre que la envidia reacciona del mismo
-modo: la admiración se convierte en incisivas objeciones.</p>
-
-<p>El mundo se sobresaltó y quedó estupefacto cuando empezaron a correr las
-primeras noticias de las Indias, que eran llevadas, naturalmente,
-agrandadas y envueltas en hipérbole, por los pilotos, mercaderes,
-aventureros y<span class="pagenum"><a name="page_42" id="page_42">{42}</a></span> embajadores. Aquellas noticias hablaban de tierras y
-pueblos, que venían a reproducir y confirmar las relaciones
-semiolvidadas de Marco-Polo. Un mundo distinto, fresco de originalidad,
-radiante de juventud y de riquezas, asomaba por el lado de Occidente, ni
-más ni menos que como un regalo milagroso. Y este regalo venía a caer en
-la corona de España, ya desde antes favorecida tan grandemente por la
-Providencia. Pero cuando Cortés entró en Méjico y sujetó aquel imperio
-al dominio de Carlos V, y cuando un poco después mostró Pizarro la
-maravilla de su hazaña y el tesoro increíble del Perú, el mundo no supo
-cómo expresar su asombro. Lo cierto es que el nombre de España, entre el
-vulgo de Europa, iba adscrito a una idea de fuerza militar, palpable en
-los campos de Italia, Africa y Francia, y a una idea de oro, pero de oro
-manante, torrencial, inexhausto.</p>
-
-<p>No debe extrañarnos que Europa procurase reaccionar, y bien pronto, en
-efecto, saltaron las primeras objeciones. Especialmente fué el siglo
-<small>XVIII</small>, ese siglo de casacas y de ilustra<span class="pagenum"><a name="page_43" id="page_43">{43}</a></span>ción empolvada, el que mejor
-objetó y criticó la obra de España en América. Ese siglo racionalista y
-pacifista era incapaz de <i>sentir</i> el vuelo épico de los conquistadores.
-Nada, en verdad, tan antagónico como la energía brusca y <i>española</i> de
-los conquistadores y el intelectualismo sedentario del siglo <small>XVIII</small>.</p>
-
-<p>La conquista de América fué una acción a la <i>española</i>. Cada nación
-imprime a sus actos el sello que fluye de su propia naturaleza, siempre
-que esa nación tenga la virtud de la originalidad. No sería prudente que
-aquí nos detuviéramos a esclarecer si otra nación de Europa del siglo
-<small>XVI</small> hubiera podido descubrir, dominar y civilizar rápidamente el Nuevo
-Mundo, como en realidad lo consiguió España. A Portugal le faltaban,
-indudablemente, fuerzas, densidad y otros elementos; Italia y Alemania
-no existían como verdaderos Estados homogéneos; Francia carecía de la
-aptitud colonizadora. En cuanto a Inglaterra, ¿cuántos siglos habría
-necesitado para completar la obra americana con su sistema de los
-colonos y las factorías que hubo de inaugurar<span class="pagenum"><a name="page_44" id="page_44">{44}</a></span> en los Estados Unidos? En
-tiempo de Wáshinton las colonias británicas apenas si lograban alejarse
-algunas leguas de la costa del mar, y todo el interior era una sombra
-medrosa por donde corrían los indios y los bisontes.</p>
-
-<p>Si América había de ingresar prontamente en el acerbo civilizado, era
-preciso que osase la empresa un pueblo escogido. Los dioses eligieron a
-España para esa empresa. Y España se lanzó a la obra, poniendo en ella
-su <i>sentido heroico</i> de la acción. Este sentido heroico de la actividad,
-que ha formado alguna vez y eficazmente el espíritu español, dió
-nacimiento a América. Así ha nacido América a la vida, y nadie puede
-evitar que así sea. Y España, con su empresa de América, ha cerrado,
-efectivamente, en la Historia el ciclo de la epopeya romántica,
-legendaria y milagrosa.</p>
-
-<p>Las objeciones del mundo se han dirigido precisamente contra los
-personajes de esa epopeya. Con un espíritu cominero y sedentario, lleno
-de dengues y ascos, se ha querido reducir el tamaño de los
-conquistadores. Se<span class="pagenum"><a name="page_45" id="page_45">{45}</a></span> les ha tomado la cuenta exacta de cada una de sus
-muertes y de todas las gotas de sangre que necesitaron verter. No se ha
-mirado al conjunto de la obra ni al total de los resultados; no se ha
-visto el edificio entero de América, que al cabo del mismo siglo <small>XVI</small>
-estaba ya concluído y era tan majestuoso. Sólo se han visto y contado
-las muertes y los abusos, como si alguna epopeya pudo nunca ser
-realizada por ángeles puros. Ni se ha visto, a través de la sordidez
-puritana y de las gafas de los racionalistas del siglo XVIII, la nube
-caballeresca y como mística que envuelve a los conquistadores; tan
-distintos, ciertamente tan incomprensibles para todas las mentes que no
-sientan y perciban el genio español.</p>
-
-<p>Una literatura de acarreo se ha obstinado en presentar a los
-conquistadores como personas bajas y soeces, brutales, con la más ruda
-brutalidad del más ignorante soldado. Se ha repetido el estúpido lugar
-común de que América fué conquistada y poblada por las peores gentes de
-España, y yo escuché a bastantes americanos hacer la misma relación de<span class="pagenum"><a name="page_46" id="page_46">{46}</a></span>
-ese vicio de origen, que les asignaba tan miserables predecesores.</p>
-
-<p>Pero si repasamos las crónicas de la Conquista, constantemente
-hallaremos ocasión de rectificar al vulgo. Lo cierto es que en las
-expediciones que se dirigían a América, junto con los inevitables
-marineros toscos y soldados soeces, marchaba una gruesa multitud de
-caballeros, aristócratas, hidalgos, segundones, personas de pro, buenos
-capitanes y gente de toga y de iglesia. Es absolutamente erróneo que
-embarcase para América lo peor de España. En aquellos tiempos España
-tenía una verdadera plenitud de caballeros e hidalgos que eran
-suficientes para acudir a las empresas de Europa y a la aventura de
-Ultramar. Por eso era fuerte entonces España, por la multitud y densidad
-de su aristocracia, aquella aristocracia de pequeños caballeros y
-fuertes hidalgos, que se dispersaron y perdieron, por desgracia, en
-tantas dilatadas empresas; los cuales, al desaparecer, dejaron a España
-como sin hueso y sin brío, puesto que los falsos hidalgos de nueva
-promoción, que<span class="pagenum"><a name="page_47" id="page_47">{47}</a></span> después acudieron, ya no tenían la virtud íntimamente
-aristocrática de los primitivos.</p>
-
-<p>Es indudable que las expediciones se formaban con la flor de las gentes
-de Andalucía, de Extremadura, de Castilla y del Cantábrico. Buenos
-pilotos de Vizcaya, de Galicia, de las marinas de Huelva y de las
-riberas del Guadalquivir; cartógrafos y hasta hombres de letras;
-artilleros como Candía, el que siguió a Pizarro, y el Catalán, que
-acompañaba a Cortés; caballeros, en fin, de toda España. Cuando Hurtado
-de Mendoza quiere fundar a Buenos Aires, lleva, según los cronistas, una
-multitud de señores y brillantes capitanes, que van en una armada
-poderosa, todos seducidos por el prestigio del ya famoso y un poco
-quimérico Río de la Plata. Y en la relación que envían los fundadores de
-Veracruz al emperador Carlos V, dicen que «Hallándose con deseo de
-poblar muchos caballeros e hijos-dalgos...»</p>
-
-<p>Efectivamente, las fundaciones de ciudades y la toma de posesión de las
-tierras descubiertas no se ejecutan rudamente y al modo que<span class="pagenum"><a name="page_48" id="page_48">{48}</a></span> harían unos
-soldados facinerosos. La mayor solemnidad jurídica, el formulismo más
-civil y ceremonioso preside esos actos, verdaderamente memorables y
-conmovedores. Blasco Núñez de Balboa penetra solo y armado en la mar del
-Sur, que acaba de descubrir, y con el estandarte en una mano y la espada
-en la otra, asesta al mar las cuchilladas de ritual y proclama, en
-estilo caballeresco: «si hay algún hombre que quiera desdecirle sobre
-aquella posesión, y si le hay, que salga a defender su protesta».</p>
-
-<p>Lo mismo hace Cortés, lo mismo todos los conquistadores. Y enseguida que
-se arma una expedición, por modesta que fuere, tienen cuidado de llevar
-un clérigo y un hombre de toga para que vigilen la campaña, tomen nota
-del oro que se <i>rescata</i>, reserven el <i>quinto</i> para el rey y pongan
-orden y decoro formal a todo. En la primera expedición al Yucatán, unos
-cien soldados, pobres de suyo y sin más propósito que <i>rescatar</i> oro,
-empeñan sus caudales y llegan a poder armar unos pequeños navíos; a
-pesar de su modestia en recursos, y<span class="pagenum"><a name="page_49" id="page_49">{49}</a></span> ser una simple expedición
-accidental, se apresuran a contratar un sacerdote para que les diga
-misa, y un magistrado para los efectos formales y jurídicos.</p>
-
-<p>Las mayores formalidades preceden a la fundación de las poblaciones, que
-inmediatamente nombran sus cabildos y justicias, y que desde el primer
-momento adquieren el sentido foral y ciudadano, verdaderamente
-<i>democrático</i> a la <i>española</i>. Véase la fundación de Veracruz; la
-formalidad es suprema y convincente. En efecto, convenido que han la
-necesidad de fundar una villa, el jefe de la expedición, que es Hernán
-Cortés, reune a los señores y soldados y nombra los alcaldes y regidores
-que se precisan. Hecho esto, al día siguiente se reunen los alcaldes y
-regidores y <i>mandan llamar a Hernán Cortés</i> en nombre de la Corona, y le
-piden que les muestre los poderes y ejecutorias de que dispone.
-Examinados estos poderes, los magistrados de la villa fallan, por tanto,
-que el poder legal de Hernán Cortés ha terminado en aquel instante. El
-poder civil recupera sus derechos y procede con plena<span class="pagenum"><a name="page_50" id="page_50">{50}</a></span> soberanía.
-Entonces, puesto que la armada necesita un capitán, los alcaldes y
-regidores deliberan concienzudamente y deciden elegir a Cortés como
-jefe...</p>
-
-<p>Seguramente, aquí se trata de una maniobra que cualquier político
-moderno, de cualquier aldea constitucional, conoce y sabe tramar. Es
-claro que Hernán Cortés conocía previamente la decisión del cabildo de
-Veracruz; pero él y sus hombres tenían un hondo sentido de la autoridad,
-y no osaban hacer nada sin anteponer el formulismo y la ceremonia de las
-leyes y de la Justicia.</p>
-
-<p>Antes de entrar en batalla contra los indios, ¿no vemos a los españoles,
-aún a riesgo de empeorar su situación estratégica, destacar un heraldo y
-amonestarles seriamente para que se vengan a razones y se sometan al rey
-de España? Esta casi cómica protestación se repite muchas veces; es como
-si los españoles quisieran exculparse del crimen que ellos no desean
-hacer, pero que la necesidad del momento les obliga a hacer... Pero
-todos sus formulismos, todas sus formalidades jurídicas fueron vanas;<span class="pagenum"><a name="page_51" id="page_51">{51}</a></span>
-la posteridad les ha llamado rudos aventureros, soldados foragidos,
-gentes sin Dios y sin Ley.</p>
-
-<p>La brillante y lucida hueste que Hernán Cortés preside y lleva a la
-conquista de Méjico es una hermosa armada de quinientos hombres
-esforzados, empavesada de banderolas y trémula por el ruido y resplandor
-de las armas. Es una síntesis de España; es un pedazo de Europa que
-contiene todo lo estimable de la civilización cristiana y europea.
-Caballeros, capitanes, clérigos, magistrados, oficiales y artífices;
-nadie falta allí para completar la síntesis. Es un pequeño mundo que
-avanza hacia la virginidad del mundo ignorado. No falta ni siquiera la
-literatura; el propio Hernán Cortés describirá sus actos, como antes
-César, y allí va con ellos Bernal Díaz del Castillo, que habrá de
-escribir su famosa historia de <i>La conquista de la nueva España</i>. Es un
-mundo pequeño, es una tropa pequeñísima para osar tan enorme empresa;
-pero lleva consigo un aliento excepcional, con el que sabrán incluir
-aquellos extensos países en el seno de la civilización europea.<span class="pagenum"><a name="page_52" id="page_52">{52}</a></span></p>
-
-<p>El propio Bernal Díaz del Castillo se entusiasma y toma un tono lírico
-cuando considera la obra que han realizado los españoles. El valiente
-capitán y rudo historiador, viejo ya en su retiro de Guatemala, echa la
-mirada hacia atrás, recuerda lo que fué América y lo que es en el
-momento, y habla con acento emocionado y con legítimo orgullo de todo
-cuanto le debe el mundo a los conquistadores. Enumera el horror de las
-idolatrías sanguinarias que los españoles han suprimido; el ferviente
-cristianismo en que viven las poblaciones indias; el número de
-monasterios e iglesias que se han erigido en todas partes. Habla de los
-muchos oficios en que diestramente se emplean los indios, enseñados por
-los españoles, y cómo los pueblos tienen sus cabildos y justicias y
-viven en sosiego.</p>
-
-<p>«Digamos cómo todos los demás indios, naturales de estas tierras, han
-deprendido muy bien todos los oficios que hay en Castilla entre
-nosotros. Y tienen sus tiendas de los oficios, y obreros, y ganan de
-comer a ello... Y muchos hijos de principales saben leer y es<span class="pagenum"><a name="page_53" id="page_53">{53}</a></span>cribir y
-componer libros de canto llano... Y han plantado en sus tierras y
-heredades de todos los árboles y frutas que hemos traído de España... Y
-demás desto, miren los curiosos lectores qué de ciudades, villas y
-lugares están poblados en estas partes de españoles... Y tengan atención
-a los obispados que hay, que son diez, sin el arzobispado de la muy
-insigne ciudad de Méjico, y cómo hay tres audiencias reales... Y miren
-qué hay de hospitales... Y también tengan cuenta cómo en Méjico hay
-Colegio Universal (Universidad), donde estudian y deprenden la
-gramática, teología, retórica y lógica y filosofía, y otros artes y
-estudios, e hay moldes y maestros de <i>imprimir libros</i>...»</p>
-
-<p>Esto se escribía en 1568, cuarenta años después de la conquista de
-Méjico. Aproximadamente por aquel tiempo, otro historiador-soldado, tan
-sabio como discreto, Pedro de Cieza de León, exclama en su <i>Crónica del
-Perú</i>:</p>
-
-<p>«Y no me paresce que debo pasar de aquí sin decir alguna parte de los
-males y trabajos<span class="pagenum"><a name="page_54" id="page_54">{54}</a></span> que estos españoles y todos los demás padecieron en el
-descubrimiento destas Indias, porque yo tengo por muy cierto que ninguna
-nación ni gente que en el mundo haya sido, tantos ha pasado. Cosa es muy
-digna de notar que en menos de sesenta años se haya descubierto una
-navegación tan larga y una tierra tan grande y llena de tantas gentes;
-descubriéndola por montañas muy ásperas y fragosas y por desiertos sin
-camino, y haberlas conquistado y ganado, y en ellas <i>poblado de nuevo
-más de doscientas ciudades</i>...»<span class="pagenum"><a name="page_55" id="page_55">{55}</a></span></p>
-
-<h2><a name="CAPITULO_V" id="CAPITULO_V"></a>CAPÍTULO V<br /><br />
-<span class="sans">EL ORIGEN HEROICO DE AMÉRICA</span></h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">L</span>A obra del Nuevo Mundo es hija del heroísmo. Tiene un hondo sabor de
-aventura, y jamás el tiempo ha de borrar esa huella aventurera y heroica
-de los orígenes. Y es, además, acaso la última gran empresa heroica y
-aventurera que la historia ha producido.</p>
-
-<p>Las obras que nacen del heroísmo mantienen eternamente un sello
-excepcional que las hace más eficaces y bellas. Esta verdad la han
-conocido todos los pueblos, y es efectiva la voluntad de poseer orígenes
-heroicos que manifiestan las civilizaciones todas. De la cabeza de
-Minerva armada quiere Atenas nacer, y la misma Roma, nido de algo como
-bandoleros al principio, se hace inventar la leyenda de<span class="pagenum"><a name="page_56" id="page_56">{56}</a></span> aquellos
-guerreros de Troya, origen de la estirpe romana.</p>
-
-<p>La superstición guerrera, común a todas las razas, podría parecer un
-prejuicio que hubiera impuesto a las gentes la casta militar, dominante
-y temible antiguamente. Pero una casta militar no pudo sostener en toda
-hora su pensamiento imperativo ni sobornar constantemente a los
-filósofos, poetas y artistas, y lo cierto es que todos, hombres de
-meditación o de fantasía, otorgaron siempre al heroísmo su entusiasmo,
-sus cantos y sus obras panegíricas.</p>
-
-<p>Es porque comprendían que el soplo heroico hace grandes, fértiles y
-duraderas a las cosas. Sabían que el espíritu del heroísmo es el más
-fecundo en idealidad, porque inspira y estimula las virtudes próceres
-humanas: la virtud, el honor, la lealtad, la generosidad, el sacrificio.
-Y porque de estas virtudes príncipes nacen las ideas bellas, y, por lo
-tanto, las mismas actitudes y los gestos bellos.</p>
-
-<p>Del poema de <i>La Ilíada</i> se nutre Grecia hasta su final. Y tanto o más
-que la interpre<span class="pagenum"><a name="page_57" id="page_57">{57}</a></span>tación de los símbolos o personajes religiosos, le
-interesa al espíritu heleno interpretar las luchas y los personajes de
-la guerra de Troya. Un mundo de estatuas y ánforas, una floración de
-inefable estética brota del alma cálida de Grecia al contacto de aquella
-idea de heroísmo.</p>
-
-<p>Las obras que fecunda el heroísmo, por su virtud de aristocracia y de
-sublimidad, diríase que superan la resistencia del tiempo y están por sí
-mismas sinceradas. El aura de valor y de nobleza en que se envuelven las
-hace respetables, hermosas, temibles. ¡Qué infecunda y fea la
-civilización que no ha nacido del heroísmo! Todos los bajeles y riquezas
-de Fenicia fueron inútiles para el mundo e inaptos para el arte y la
-idealidad, porque carecieron de heroísmo. Las colonias, los palacios y
-las actividades de Cartago son estériles porque les falta la ráfaga
-heroica; sólo al morir la ciudad prosaica halla en Aníbal el hombre que
-podrá justificar a su patria ante la Historia.</p>
-
-<p>Por las páginas de la <i>La Biblia</i> corre ese so<span class="pagenum"><a name="page_58" id="page_58">{58}</a></span>plo heroico más de una
-vez; con rumor de espadas están llenos sus libros, y las estrofas
-sagradas vibran gloriosamente y tienen un alto tono de alegría triunfal
-cuando narran las guerras contra los filisteos, aquellas luchas por la
-conquista de un territorio que Dios concede a su pueblo para que lo
-nutra con heroísmo. La figura de David ilumina como una llama heroica
-los libros santos.</p>
-
-<p>Heroico es el cristianismo, y no solamente mártir. ¿No es un alma
-profundamente heroica la de San Pablo, y alma íntimamente marcial? ¿Es
-algo más que heroísmo la voluntad de vencer de los cristianos en la Edad
-Media? Las Cruzadas, los poemas caballerescos en Tierra Santa, la
-expulsión de los moros de España, ¿no son conceptos en que el heroísmo
-se funde, como la mas alta y no igualada fusión, con el misticismo? ¿Y
-no tienen carácter heroico las aventuras temerarias de los fundadores y
-los evangelistas?</p>
-
-<p>Glorioso es el Renacimiento por sus humanidades, su arte y su ciencia;
-pero es además grande y glorioso por sus esencias heroicas.<span class="pagenum"><a name="page_59" id="page_59">{59}</a></span> El siglo
-<small>XVI</small> crea verdaderos portentos humanos, personas de excepción, héroes
-extraordinarios y numerosos. Es la hora radiante en que la personalidad
-heroica se manifiesta con más brillo y hasta sus últimas consecuencias.</p>
-
-<p>Del heroísmo ha nacido América. Un soplo, entre místico y marcial,
-empujó las carabelas inaugurales. Bajo la cruz pintada en el velamen,
-las espadas y las corazas hacían sus fieros ruidos. Así fué creada
-América, y nunca será esto rectificado.</p>
-
-<p>Los españoles crearon América a su modo, al modo heroico. Salían del
-poema largo de los moriscos; recordaban los actos del Cid, el que
-lograba ciudades y reinos con la fuerza de la lanza; estaban impregnados
-de lecturas caballerescas... En las Indias, puesto que la dirección de
-los gobernantes de la península era nula, aquellos españoles
-emprendieron la obra según su propio e íntimo ser, espontánea e
-inspiradamente. Por ser obra libre de la espontaneidad de los
-conquistadores y pobladores, América es el acto más<span class="pagenum"><a name="page_60" id="page_60">{60}</a></span> puramente español.
-Tal vez por eso también es América una cosa tan inexorablemente
-española.</p>
-
-<p>La virtud heroica sabe hacer estos milagros. Y si una colonización de
-comerciantes, como la holandesa, deja al cabo de los siglos que Java y
-Sumatra no pesen nada en el mundo, sino como almacenes de azúcar y como
-viveros de gentes anónimas, las naciones americanas que España creó
-heroicamente son cosas personales, únicas, y posibilidades magníficas en
-el porvenir. Ni Méjico ni el Perú carecerán nunca de valor en la
-Historia.</p>
-
-<p>Entregados a su iniciativa, obedientes a su espontaneidad, los españoles
-vertieron en América su ser entero; todo su contenido social, político y
-religioso. Con una rapidez que asombra, las catedrales y las
-universidades levantaban sus torres en el aire americano. Los cabildos,
-como copia de la vida municipal de España, se transplantaban a las
-Indias y daban a aquellas regiones el tono cívico y libre que desde el
-principio ostentaron. El afán de <i>poblar</i> se mezcla con el afán
-heroico,<span class="pagenum"><a name="page_61" id="page_61">{61}</a></span> y tan pronto como se ve algo exento de dificultades, Pizarro
-insiste en fundar la ciudad de Lima, en cuyos planos y replanteo
-interviene, y de cuya fundación y grandeza está tan orgulloso, tan
-enamorado.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_62" id="page_62">{62}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_63" id="page_63">{63}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<h2><a name="CAPITULO_VI" id="CAPITULO_VI"></a>CAPÍTULO VI<br /><br />
-<span class="sans">EL CID COMO PRECURSOR DE LOS CONQUISTADORES DE AMÉRICA</span></h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">L</span>OS hombres varían poco a través del tiempo, en cuanto a los caracteres
-y modos fundamentales; variamos nuestro modo de vestir, cambiamos la
-forma de las leyes y de los sistemas de locomoción, pero en lo íntimo
-somos consecuentes.</p>
-
-<p>Leyendo las incomparables estrofas de <i>Mío Cid</i> nos encontramos con
-relatos y episodios que parecen escritos por un cronista del siglo <small>XVI</small>.
-Y todo el que <i>sienta</i> hondamente la epopeya de América, reconocerá que
-los conquistadores, expresa o infusamente, estaban influídos por el
-poema del <i>Cid</i>.</p>
-
-<p>Muchos de los conquistadores, por su rudi<span class="pagenum"><a name="page_64" id="page_64">{64}</a></span>mentaria cultura, no conocían
-directamente el viejo poema castellano; pero a través de los romances,
-cuentos y tradiciones, es seguro que España entera se hallaba saturada
-del espíritu y hasta los pormenores del héroe de Vivar.</p>
-
-<p>Este era un hombre representativo que asumió todas las esencias del alma
-española, y que, por ley natural que nunca falla, sirvió de guía y
-modelo a las generaciones sucedentes. El Cid, como perfecto héroe
-nacional, dió el tono a España, y para comprender esto no necesitamos
-acudir a los ejemplos literarios, como son los romances y las numerosas
-comedias que han surgido de los episodios del Cid; la influencia más
-viva y práctica la tenemos en la conquista de América.</p>
-
-<p>Lo cierto es que Hernán Cortés y Francisco Pizarro efectúan sus empresas
-en una forma que en ocasiones parece copiada del mismo poema de <i>Mío
-Cid</i>.</p>
-
-<p>Cuando Pizarro alza pendón en Panamá y hace la recluta de sus mesnadas,
-verdaderamente está calcando al Cid en su ataque y conquista de
-Valencia.<span class="pagenum"><a name="page_65" id="page_65">{65}</a></span></p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i2">«Quien quiere perder cuenta e venir a rritad,<br /></span>
-<span class="i0">viniese a «Mío Cid» que ha sabor de cabalgar.<br /></span>
-<span class="i0">Cercar quiere a Valencia para cristianos la dar.<br /></span>
-<span class="i0">Al sabor de la ganancia non lo quieren detardar;<br /></span>
-<span class="i0">grandes yentes se le acogen de la buena cristiandad...»<br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p>Allí veremos a Pizarro gozoso de haber entrado en las puertas del Perú y
-sorprendido ante las primeras riquezas que apresan sus manos. Lo primero
-que decide es un acto de política y de fidelidad: aparta el quinto del
-botín y corre a llevárselo a su rey. No de otro modo el Cid, cinco
-siglos antes, encargó a Minaya.</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i2">«Enviar vos quiero a Castiella con mandado<br /></span>
-<span class="i0">desta batalla que habemos arrancado;<br /></span>
-<span class="i0">al rey Alfonso que me ha airado<br /></span>
-<span class="i0">quiérol enviar en don treinta cavallos,<br /></span>
-<span class="i0">todos con siellas e muy bien enfrenados,<br /></span>
-<span class="i0">señas espadas de los arzones colgando.»<br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p>Vemos después a Pizarro llegar hasta el remoto Cuzco, domar los
-ejércitos enemigos y posesionarse del extraño país maravilloso. Le vemos
-reunir las riquezas de los incas y hacer las particiones entre sus
-gentes, dando al caballero y al peón su parte equitativa, de ma<span class="pagenum"><a name="page_66" id="page_66">{66}</a></span>nera que
-aquellos temerarios aventureros se hicieron <i>todos ricos</i> en un
-instante. También en este caso parece que el episodio y los mismos
-detalles hubieran sido calcados del poema del Cid.</p>
-
-<p>Así en la batalla contra el conde de Barcelona, vencido éste y librado
-del cautiverio por la bondad del caudillo castellano,</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i10">«...tornós el de Bivar,<br /></span>
-<span class="i0">junto con sus mesnadas, compesós de alegrar<br /></span>
-<span class="i0">de la ganancia que han fecha maravillosa e grand;<br /></span>
-<span class="i0">tan ricos son los sos, que no saben qué se han...»<br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p>Pasa por todo el poema de <i>Mío Cid</i> un aire de aventura y de conquista,
-de esperanza y de botín, de largas caminatas por territorios
-extranjeros, y este aire heroico-adquisitivo es como el preludio de la
-gran aventura de las Indias. En tal sentido, el Cid es un precursor de
-los conquistadores o, mejor todavía, el primer conquistador.</p>
-
-<p>Se dirá que la guerra era igual en sus formas y en sus fines durante los
-siglos medioevales. Marchar contra el enemigo, vencerlo, es<span class="pagenum"><a name="page_67" id="page_67">{67}</a></span>clavizarlo y
-apresar inmediatamente el botín; tal era, en efecto, el sentido y la
-moral de las guerras en la Edad Media. Pero por encima de las formas
-usuales o universales, las mesnadas del Cid se reservan una
-originalidad. Desde luego ellas operan sobre un adversario infiel y
-perverso, como es el moro, el cual, por añadidura, está ocupando un
-territorio que, justamente, no le pertenece. Por tanto, ir contra el
-moro no es lo mismo que hacer la guerra a un rey o estado de cualquier
-otro país de Europa. El héroe español hace sus campañas sobre un país
-tres veces enemigo: enemigo como infiel, como usurpador del territorio y
-como adversario formal.</p>
-
-<p>El Cid, además, no es un conde ni un rey que desea extender sus estados
-o vengarse de un vecino poderoso; simplemente es un <i>hidalgo</i> fornido y
-valiente, apto y capaz, verdadero ejemplar del caudillo que recluta sus
-hombres y va a la buenaventura, a conquistar tierras y ciudades, a
-vencer reyes y ensanchar el cristianismo. Ni siquiera le ayuda el rey;
-hasta rompe los vínculos legales que le atan<span class="pagenum"><a name="page_68" id="page_68">{68}</a></span> al rey, puesto que está
-desterrado. Solo con sus fuerzas, aislado en el mundo, fiando en su
-capacidad, marcha por la tierra adelante a conquistar ciudades y lograr
-la riqueza, el poder y la gloria... Este tipo de <i>conquistador</i> es único
-en Europa; y es tan español, que los conquistadores de América no hacen
-más que reproducirlo y calcarlo.</p>
-
-<p>Hay en el Cid un tono de <i>aventura a la española</i> que parece un anticipo
-o un presagio de lo que más tarde habría de ocurrir en América. El
-aventurero de Vivar, por virtud del incomparable verismo del espíritu
-estético español, no pretende nunca engañar a sus hombres con
-entelequias ni fantasías literarias; les habla el lenguaje de la verdad,
-con un acento masculino y heroico tan lleno de humana emoción. Y la
-verdad para sus hombres de hierro no puede dispersarse en vanas
-quimeras; se trata de ganar botín, de cobrar honra y de expulsar a los
-infieles.</p>
-
-<p>Esta trinidad de propósitos práctico-idealistas está asistida
-constantemente por un sentido de conmovedora fraternidad, que después<span class="pagenum"><a name="page_69" id="page_69">{69}</a></span>
-habrán de reproducir los conquistadores de América haciéndose, el
-capitán y los soldados, camaradas a quienes une entre sí tanto el amor
-como la ambición. El Cid trata a sus soldados como a hijos, los protege
-y guía, los ama de todo corazón, al modo que después los aventureros de
-Indias no escucharán de sus jefes ninguna altivez, ningún ultraje, ni le
-acusarán de abusos. Fraternalmente se repartirán los tesoros, como
-hermanos de peligro y de fortuna que en efecto son.</p>
-
-<p>¿Pero qué hay, además, en el Cid de distinto, de íntimamente español, de
-presagio americano? Sin duda es aquel vuelo y fuga mística que cobra en
-la epopeya de Indias su mayor significación, y que en el poema de <i>Mío
-Cid</i> ya estaba expresado. Poco antes de marchar contra las tierras de
-moros, que son vasallos del conde de Barcelona, el Cid cree necesario
-hablar a sus gentes, y al efecto les da con pocas palabras una especie
-de sistema o filosofía del heroísmo, del aventurero, del conquistador.</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i2">«Ya caballeros decir vos he la verdad:<br /></span>
-<span class="i0">qui en un logar mora siempre, lo so puede menguar.»<br /></span>
-<span class="pagenum"><a name="page_70" id="page_70">{70}</a></span></div></div>
-</div>
-
-<p>¡Aquí está, sin duda, el principio y la definición de la historia de
-España! «Quien mora siempre en un lugar, lo suyo, lo que posee, puede
-disminuirse...» ¿No es ésta una verdadera filosofía del progreso, que
-estima, en contra del sentido quietista y parsimonioso, necesario
-cambiar, osar, variar y decidirse? ¿Pero no reside en esas rudas
-palabras un presentimiento de la acción española, impetuosamente lanzada
-hacia una ambición de dominio y de gloria?</p>
-
-<p>El poeta de <i>Mío Cid</i> añade en seguida:</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i2">«Cras a la mañana pensemos cabalgar,<br /></span>
-<span class="i0">dexat estas posadas e iremos adelant...»<br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p>Es decir: «Puesto que mañana nos manda el destino que sigamos la
-ventura, dejad estas posadas o lugares deliciosos donde hemos triunfado
-y gozado, y marcharemos adelante...» ¡Oh, sublime y transcendental
-palabra <i>adelante</i>, que al oído del soldado suena como la voz de un
-deber sobrehumano, como la voz de la raza, como el imperativo de la
-Historia! ¡Dejad estas posadas y seguid adelante! ¡Tie<span class="pagenum"><a name="page_71" id="page_71">{71}</a></span>rras adentro,
-hasta la mar, hasta más allá del mar, más adelante, siempre adelante!</p>
-
-<p>Al finalizar la Edad Media, a causa de la tradición del Cid y de las
-conquistas en tierras de moros, estaban acaso los españoles en una
-posición particular respecto a los otros europeos; me atreveré a decir
-que los españoles eran los europeos que más sinceramente sentían y
-practicaban la <i>caballería</i>. Los <i>libros de caballería</i>, por tanto,
-tenían en España una realidad de cosa viviente. ¿No podría explicarnos
-esto la actitud de Cervantes, que reserva su mejor talento para escribir
-el <i>Quijote</i>, acerba condenación de la <i>caballería</i>? Ningún otro país
-europeo necesitó la cura genial de un libro extraordinario para una
-dolencia que, en efecto, sólo en España adquiría gravedad.</p>
-
-<p>El <i>quijotismo</i> estaba en el aire y producía los consiguientes daños. La
-leyenda del Cid, conquistador de ciudades y opresor de reyes, venía
-corroborada por las continuas empresas contra los moros y por la última
-romántica empresa de la toma de Granada. Los libros de<span class="pagenum"><a name="page_72" id="page_72">{72}</a></span> caballería no
-eran, pues, vagamente fantásticos para los españoles. Pero mientras la
-gente leía las absurdas hazañas de aquellos libros, ¿no estaban
-realizando otros españoles las absurdas, las maravillosas empresas de
-Méjico y del Perú?</p>
-
-<p>Cervantes asumió en este caso la voz de la mediocridad prudente y
-criticista, moralizadora y tímida; se hizo abogado del <i>filisteo</i>;
-combatió la <i>caballería</i> y todo el trastorno imaginativo y social que
-comporta el espíritu de aventura. Sin duda estaba ya muy viejo. A los
-veinte años él mismo hubiera cantado la <i>caballería</i>, puesto que él la
-practicó en Lepanto. Pero había fracasado como aventurero, y toda su
-vida era ya un fracaso.</p>
-
-<p>Sentíase viejo y tomó el partido de los <i>negadores</i>, de los
-<i>pesimistas</i>, de los <i>críticos</i>, de los prudentes y los <i>filisteos</i>; de
-todas las gentes sesudas y sedentarias que condenan lo extremoso y lo
-aventurero. Los espíritus sensatos y tímidos de España, los tenderos y
-los bachilleres, debían lamentar mucho que el Cid y los conquistadores y
-los aventureros no fue<span class="pagenum"><a name="page_73" id="page_73">{73}</a></span>sen encerrados bajo tres vueltas de llave. Por
-último, encontraron su agente en la pluma de Cervantes. ¡Y así recibió
-España, como compensación a la pérdida del idealismo aventurero, la
-indemnización del <i>Quijote</i>!</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_74" id="page_74">{74}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_75" id="page_75">{75}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<h2><a name="CAPITULO_VII" id="CAPITULO_VII"></a>CAPÍTULO VII<br /><br />
-<span class="sans">LA CODICIA</span></h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">S</span>E ha querido reducir el mérito de la conquista de América con la
-alegación de que los españoles únicamente perseguían el oro.</p>
-
-<p>Hay dos maneras de afrontar la grandeza de los hechos y de las almas. Y
-es bien cierto que para un espíritu noble que ama lo sublime, los actos
-memorables se presentan revestidos de un aura magnífica, y se esmera en
-mirar en ellos las esencias ideales por las que el hombre adquiere cada
-día mayor beneficio de nobleza, de cultura y de elevación moral. Este
-modo de considerar el heroísmo y los grandes hechos heroicos, requiere,
-es verdad, que el alma se halle propensa al<span class="pagenum"><a name="page_76" id="page_76">{76}</a></span> heroísmo y contenga en
-algún grado la aptitud ideal.</p>
-
-<p>Por el contrario, un espíritu descontento y que ama el ras de la tierra,
-cualquier acto extraordinario lo mirará prolijamente, avaramente, con el
-sentido de la justicia y de la verdad que puede tener un administrador o
-cajero de oficina bancaria. Sometido a este régimen de regateo, ningún
-acto memorable resiste la comprobación. El espíritu pequeño estudia los
-detalles, suma los gastos, toma nota de las muertes y daños causados,
-descubre la paga que se cobró el héroe, y el acto sublime se disuelve en
-tierra y en prosa. Es el caso de las famosas «cuentas» del Gran Capitán,
-y sin duda el conquistador de Nápoles hubo de verse en gran apuro cuando
-la administración avara le pidiera nota de los «gastos». El Gran Capitán
-sabía vencer a los caballeros franceses y deslumbrar a Europa con sus
-hazañas; no sabía, sin embargo, justificar sus cuentas... y lo cargó
-todo, conquistas y hazañas y glorias, al capítulo de «picos, palas y
-azadones».<span class="pagenum"><a name="page_77" id="page_77">{77}</a></span></p>
-
-<p>Si un espíritu pequeño pone su trabajo en desmenuzar la obra de las
-Cruzadas, fácil le habrá de ser descubrir un número exorbitante de
-soldados, caballeros y señores que iban a Oriente con el propósito de
-ganar tierras o cobrar un rico botín; otros iban a ganar el perdón de
-sus pecados, con lo que negociaban el rescate del infierno. ¡Sería tan
-posible descubrir el <i>interés</i> hasta en la vida de los mayores mártires!</p>
-
-<p>Pero en el sitio donde bullen y se enroscan los sentimientos bajos o
-mezquinos, vuelan y se remontan las ideas y los propósitos sublimes; y
-junto con la marinería y soldadesca que embarcaba a las Cruzadas, allí
-iban también los príncipes y los monjes y los mancebos que perseguían la
-ideal ambición de conquistar el Santo Sepulcro. Y entre la misma ruda
-soldadesca, brillando entre la grosería de los propósitos de la
-soldadesca, ¿acaso no relucía allí mismo, en aquellos espíritus
-humildes, la llama oculta del ideal? El último soldado, que no vacila en
-matar, violar y saquear, tiene sus treguas íntimas, sus momentos
-gra<span class="pagenum"><a name="page_78" id="page_78">{78}</a></span>ves, en que triunfa la conciencia, y entonces está presto a perder
-todo su botín de concupiscencia por defender a su jefe, a su Dios, a su
-bandera.</p>
-
-<p>Entre la turba de soldados y marineros, sobre las solicitaciones de la
-multitud que marcha a la procura del oro, allí Hernán Cortés levanta la
-mira de sus sueños, y no es el oro lo que más le importa, sino la
-gloria. Por la gloria van otros muchos conquistadores. Por servir al
-rey, por orgullo de conquistar, por el anhelo patriótico de ensanchar
-todavía más la grandeza de España. Y casi todos los conquistadores, en
-efecto, mueren en América, muchos de ellos pobres, y trabajando hasta el
-fin en la perfección de su obra. Vasco Núñez de Balboa se ocupaba en
-componer su precaria vivienda, cuando lo detienen para ajusticiarlo.
-Francisco Pizarro se enorgullecía de su ciudad de los Reyes, que él
-mismo trazara, y en ella pereció peleando espada en mano, porque ni de
-viejo ni para morir tuvo reposo.</p>
-
-<p>La codicia es uno de los primeros y más grandes conductores de la
-actividad humana.<span class="pagenum"><a name="page_79" id="page_79">{79}</a></span> La codicia estaba también entonces allí, en la obra
-de América, ocupando los puestos avanzados.</p>
-
-<p>Antes de que América surgiese a la mirada del europeo, su ensueño, su
-posibilidad o su destino estaban impregnados de codicia. Las tierras de
-Catay, los mares de perlas, los imperios rebosantes de oro, todo eso
-había impregnado la imaginación de Europa a través de los relatos
-hiperbólicos de los viajeros venecianos. Los españoles iban a América
-bajo la impresión de ese suelo áureo. Y esta idea de la riqueza
-americana, que ha durado cuatro siglos y que ahora mismo no pierde su
-sabor de quimera y de milagro, los primeros expedicionarios la llevaban
-en sus almas, naturalmente propensas a la hipérbole y a la superstición
-milagrosa.</p>
-
-<p>La superstición de la riqueza súbita y fastuosa era tan viva, que a
-veces, entre episodios trágicos, da ocasión a incidentes grotescos y
-graciosos. Los pobres soldados veían por todas partes brillar montañas
-de oro, y lo mismo que al alma simple le aparecen fantas<span class="pagenum"><a name="page_80" id="page_80">{80}</a></span>mas divinas en
-cualquier pliegue de las nubes, a ellos les aparecían fantasmas de oro y
-de perlas.</p>
-
-<p>Pasando por una aldea de indios, los soldados de Cortés observan unas
-hachas doradas que portan algunos habitantes, y creen que son de oro
-bajo. Las cambian por bujerías y cuentas de cristales, o las roban,
-sencillamente. Las hachas doradas menudean, y los indios traen muchas,
-viendo que tanto les agradaban a los cristianos; y cuando los cristianos
-se van y toda la tropa de peones y marineros anda preocupada en esconder
-aquel botín de la vigilancia del general... ¡se descubre que no son de
-oro bajo las hachas, sino de bronce! Y la tropa suelta la carcajada,
-riéndose de su propio fracaso.</p>
-
-<p>Otra vez, «Vueltos a embarcar, siguiendo la costa adelante, desde a dos
-días vimos un pueblo junto a tierra que se dice el Aguayaluco, y andaban
-muchos indios de aquel pueblo por la costa con unas rodelas hechas de
-conchas de tortugas, que relumbraban con el sol que daba en ellas, y
-algunos de nuestros<span class="pagenum"><a name="page_81" id="page_81">{81}</a></span> soldados porfiaban que eran de oro bajo, y los
-indios que las traían iban haciendo grandes movimientos por el
-arenal...»</p>
-
-<p>Otro día salen las gentes de Cortés hacia el pueblo de Cempoalla, a
-invitación del cacique, y atraviesan un espléndido país cubierto de
-vegas, prados, bosques, palmeras, lleno de frescos arroyos, poblado de
-aves bonitas, alegre como un pensil tropical. Los cansados y pobres
-conquistadores penetran en la ciudad y son recibidos con flores y
-vítores. De pronto, unos soldados de a caballo que iban en avanzada
-vuelven temblando de emoción: ¡habían visto las casas chapeadas de
-plata!... Después se descubrió que era un barniz o pintura brillante que
-cubría las paredes de las chozas. Y otra vez la tropa rompió a reir a
-carcajadas.</p>
-
-<p>Y una vez que un indio, emisario de Moctezuma, se fijó en el yelmo de un
-soldado, con ingenuidad de primitivo lo tomó, le hizo gracia, y suplicó
-al soldado que se lo cediera; quería llevárselo al emperador como objeto
-de curiosidad. Entonces el soldado, con una sor<span class="pagenum"><a name="page_82" id="page_82">{82}</a></span>na muy de soldado, dijo
-que bueno, que se lo llevase a Moctezuma... ¡y que volviese el yelmo
-lleno de oro! En efecto, volvió el casco marcial todo henchido de oro
-hasta los bordes.</p>
-
-<p>¡Ah, cómo encendían estas cosas la brasa impaciente de aquellos
-soldados! ¡Cómo se avivaba su imaginación y se afianzaban sus corazones!
-¡Qué país tan imaginativo, fantástico, estupefaciente, aquel país en que
-las maravillas saltaban a cualquier hora, y en que las emociones
-variaban con bruscos golpes, desde el terror a la gloria, desde el
-hambre a la hartura, desde la miseria y el descalabro a la opulencia!</p>
-
-<p>¡Y aquel desgraciado Moctezuma, cómo pretendía que se marchase Cortés,
-si le ofrecía el espectáculo de un imperio pasmoso con cuya conquista
-ganaría más honra y lustre que todos los capitanes de España! ¡Cómo
-presumía que los soldados se fuesen de Méjico otra vez a su patria, si
-les anteponía la tentación de los regalos de oro!</p>
-
-<p>Los emisarios de Moctezuma traen a los españoles ricos presentes. Traen
-sobre todo dos<span class="pagenum"><a name="page_83" id="page_83">{83}</a></span> planchas «tan grandes como ruedas de carro», una de oro
-y otra de plata. Y repiten a los españoles «que se marchen del país...»
-¡Cómo podían marcharse! ¡Qué corazón valiente se hubiera marchado! Van,
-al contrario, adelante, y se meten en una aventura espantosa que les
-acarreará batallas terribles, derrotas tristísimas, trabajos y
-mortaldades sin ejemplo.</p>
-
-<p>La leyenda y superstición del oro hallaban de repente un sitio exacto en
-la realidad, y los mismos ensueños podían ser alguna vez superados. Así
-la tropa de Francisco Pizarro, cuando en Caxamalca se repartió el
-rescate del Inca, se encontró toda ella rica, pero rica de veras, rica
-en buenos lingotes de oro y de plata. Aquella distribución de botín es
-el hecho militar más inaudito, más único de la Historia. Tiene de
-particular que es un hecho confrontado, corroborado por los cronistas,
-presidido por el general, anotado por los magistrados, con nota de los
-nombres y cantidades.</p>
-
-<p>«De todo lo demás&mdash;dice Francisco de Je&mdash;&mdash;, sacado el quinto real y los
-derechos del<span class="pagenum"><a name="page_84" id="page_84">{84}</a></span> fundidor, repartió el gobernador entre todos los
-conquistadores que lo ganaron, y cupieron a los de caballo a ocho mil y
-ochocientos y ochenta pesos de oro y a trescientos y sesenta y dos
-marcos de plata, y los de pie a cuatro mil y cuatrocientos y cuarenta
-pesos de oro y a ciento y ochenta y un marcos de plata...» El dinero
-valía entonces dos o tres veces más que hoy.</p>
-
-<p>¡Todos ricos, repentinamente ricos!... Aquella noticia debió de correr,
-paulatinamente agrandándose, a través del continente y de las islas, por
-España entera, por Europa. Y el nombre del Perú se hizo sinónimo de
-riqueza. Y la enfermedad o el ensueño de América arraigó para siempre en
-las imaginaciones europeas. Y de ese ensueño, de esa codicia de que se
-impregnó el nombre de América, salieron las emigraciones que han hecho
-próspero al Nuevo Mundo.</p>
-
-<p>Y cuenta en seguida el mismo Francisco de Jerez que «Muchas cosas había
-que decir de los crecidos precios a que se han vendido todas las cosas,
-y de lo poco en que era tenido<span class="pagenum"><a name="page_85" id="page_85">{85}</a></span> el oro y la plata. La cosa llegó a que
-si uno debía a otro algo, le daba de un pedazo de oro a bulto, sin lo
-pesar, y aunque le diese el doble de lo que le debía, no se le daba
-nada, y de casa en casa andan los que debían, con un indio cargado de
-oro, buscando a los acreedores...»</p>
-
-<p>Sí, seguramente; los pobres soldados no serían ricos mucho tiempo.
-Siempre ha seguido el mercader al soldado, y siempre el mercader se alzó
-con los gajes de toda empresa heroica.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_86" id="page_86">{86}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_87" id="page_87">{87}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<h2><a name="CAPITULO_VIII" id="CAPITULO_VIII"></a>CAPÍTULO VIII<br /><br />
-<span class="sans">LAS RIQUEZAS</span></h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">L</span>OS embajadores de Venecia en España, en su misión de espionaje
-comercial, todos comienzan lo mismo sus informes cuando descargan sus
-pesquisas al Senado: de las Indias no se puede saber la verdad, no se
-sabe de cierto nada...</p>
-
-<p>Una atmósfera de hipérbole, en efecto, envolvía al continente americano,
-y para que los datos verosímiles faltaran todavía más, quería la suerte
-que los navegantes, conquistadores y mercaderes desembarcasen en
-Sevilla, con lo que el natural vuelo imaginativo de los andaluces
-empeoraba aquel proceso de fantasías.</p>
-
-<p>Pero es innecesario recurrir a la imaginación andaluza. Toda Europa, en
-aquel tiempo,<span class="pagenum"><a name="page_88" id="page_88">{88}</a></span> era propensa a la hipérbole, a la leyenda y a la
-superstición. Y estando la sociedad tan preparada a las fugas
-imaginativas, y en un momento histórico en que los libros de caballería
-pasaban de mano en mano, he ahí que repentinamente realizaban unos
-hombres de carne y hueso cuantas proezas y aventuras inventaron los
-noveladores. Se abría, pues, a las mentes estupefactas de los europeos
-aquel país inaudito, maravilloso, que rezumaba néctar de frutas
-tropicales y que extendía generosamente montes de joyas y auténticas
-maravillas de oro.</p>
-
-<p>En la Edad Media había padecido Europa una especie de rigor ascético,
-impuesto primeramente por la disciplina cristiana, y luego, con más
-motivo, por el aislamiento geográfico a que se condenó desde la caída
-del Imperio de los Césares. Europa vivía de sus recursos, propios de los
-climas fríos y templados; los frutos bellos y dulces, incitantes y
-olorosos, todo lo que la zona tórrida tiene de rico, muelle y
-lujuriante, estaba en poder de los infieles. Las vías de Oriente
-hallábanse en manos<span class="pagenum"><a name="page_89" id="page_89">{89}</a></span> de los sarracenos, y las vías del mar oceánico
-quedaban cercadas por el terror. En forma precaria y con un coste
-fabuloso, el acceso a Oriente y a los frutos tropicales hacíase por
-intermedio de las Repúblicas italianas, con lo que ciertas delicias
-orientales solamente podían gustarlas los príncipes y los señores.</p>
-
-<p>Y ved ahí que repentinamente llegan a Europa las especies picantes, los
-sabrosos frutos, las cosas más ricas y bellas... Los conquistadores
-vuelven a España y se entretienen en la ponderación de unas tierras
-donde sin esfuerzo nacen las plantas benéficas. Pronto corre entre el
-vulgo, mixtificada con un poco de sorna, la quimera de Jauja, aquel país
-de cielo radiante, aquella tierra sin lluvias, y no obstante frondosa;
-aquel edén donde el oro salta a la mano y donde no es preciso trabajar
-para ser feliz... Sin embargo, el paraíso de Jauja era cierto.</p>
-
-<p>Los que volvían de América hablaban de unas islas exhuberantes,
-frondosas como canastillos de flores, circuídas por un mar de profundo
-azul. Referían la variedad de los fru<span class="pagenum"><a name="page_90" id="page_90">{90}</a></span>tos nunca vistos: maíz, patata,
-boniato, cazabe. Y después, ¡qué viciosa y divina tentación en aquella
-existencia de prodigio! El azúcar manando de los alambiques; la
-exquisita molicie del café; el tónico y excitante chocolate; la pasión
-del tabaco, saboreado por primera vez en las veladas del campamento...
-La coca, la pimienta, la vainilla, la canela, ¡todas las delicias
-tórridas se les brindaban a los exploradores, y el último soldado se
-transformaba en un opulento señor nada más que por la opción de tanta
-molicie!</p>
-
-<p>Estos ricos frutos encantados producían a veces la misma sugestión que
-el oro en los conquistadores. La busca de un árbol maravilloso daba
-también lugar a aventuras caballerescas, en que se arriesgaban los
-campeones por deshacer el encantamiento o esclavitud de un simple
-arbusto.</p>
-
-<p>Así es como a los españoles del Perú llegó la noticia de un país remoto,
-el <i>país de la canela</i>, que estaba más allá de las montañas y los ríos,
-y que sin duda era preciso descubrir y conquistar. Y al señuelo de
-aquella maravi<span class="pagenum"><a name="page_91" id="page_91">{91}</a></span>lla, Gonzalo Pizarro, hermano del conquistador, pidió
-venia para desencantar al árbol de la canela, y reunió más de quinientos
-compañeros, con los que partió de la ciudad de Quito hacia el Oriente.</p>
-
-<p>¡Qué de trabajos, guerras y peripecias soportaron aquellos héroes del
-nuevo vellocino! Tribus hostiles, comarcas desiertas, serranías heladas
-y pantanos tropicales; pero hallaron, efectivamente, el <i>país de la
-canela</i>, y pudieron regocijarse ante el árbol prodigioso que
-generosamente otorga el fruto excitante. Entonces fué cuando la
-expedición, impulsada por el sabor de los prodigios, se lanzó en busca
-de nuevas maravillas a través de las selvas espantosas. La fantasía y el
-gusto de lo maravilloso los empujaba por aquellos parajes mortíferos e
-imposibles de abarcar. Descienden por la ribera del Amazonas y se ven
-constreñidos a armar un bergantín; hacen hornos de fundición y emplean
-las herraduras de los caballos para hacer clavos; en lugar de estopa
-usan el paño de sus mismos trajes harapientos; la brea la sustituyen con
-el caucho. Y cuando el ber<span class="pagenum"><a name="page_92" id="page_92">{92}</a></span>gantín, llevando un buen grupo de gente,
-navega por el Amazonas, su capitán, Orellana, se alza y revela, y
-descendiendo hasta el mar toma la vuelta de España.</p>
-
-<p>Quedan Gonzalo Pizarro y sus compañeros abandonados en aquella
-inmensidad. Deciden tornar a Quito. Las ropas ya no existen, los
-caballos y los perros se los han comido, las espadas carecen de vaina y
-están enmohecidas. Muchos de los hombres se arriman a un árbol y mueren
-allí de inanición... Ya llegan por fin a la proximidad de Quito; ya han
-enviado mensajeros a la ciudad.</p>
-
-<p>«Y así recibieron el socorro y comida en la tierra de Quito; besaron la
-tierra, dando gracias a Dios que los había escapado de tan grandes
-peligros y trabajos; y entraban con tanto deseo en los mantenimientos,
-que fué necesario ponerles tasa, hasta que poco a poco fuesen habituando
-los estómagos a tener qué digerir. Y Gonzalo Pizarro y sus capitanes,
-viendo que en los caballos y ropas que les habían traído no había más
-que para los capitanes, no quisieron mudar traje ni subir a<span class="pagenum"><a name="page_93" id="page_93">{93}</a></span> caballo,
-<i>por guardar en todo igualdad, como buenos soldados</i>.» (Agustín de
-Zárate, <i>Historia del Perú</i>.)</p>
-
-<p>Las expediciones no terminaban siempre con felicidad, seguramente.
-Estaban los españoles propensos a la fantasía y a la locura, y una vez
-era la tierra de la Florida la quimera que les llevaba al desastre, o el
-sueño del <i>Dorado</i> ocasionaba exploraciones febriles y catastróficas por
-territorios inaccesibles. La conquista del <i>país de la canela</i> ya hemos
-visto cuán duros sufrimientos acarreó a los visionarios que salieron de
-Quito. Pero el árbol prodigioso estaba al fin desencantado.</p>
-
-<p>En cuanto a las riquezas metálicas que ingresaban por Sevilla, los
-embajadores venecianos tenían razón: no se sabía nada de verdad. Lo
-cierto es que el oro, la plata y las perlas venían en flotas desiguales,
-y para la modestia de aquellos tiempos debían ser preciosos gajes con
-que el tesoro real se aliviara y los pueblos y provincias se
-enriquecieran.</p>
-
-<p>Mr. Haebler investiga en el Archivo de Indias y deduce que en 1514
-entraron<span class="pagenum"><a name="page_94" id="page_94">{94}</a></span> 27.089.165 maravedises, o sean 199.185 pesetas. Esto ocurría
-antes de lo de Méjico y Perú. En 1551, estando las minas en explotación,
-entran 459.941.187 maravedises, que hacen 3.381.920 pesetas, las cuales,
-trasferidas al valor actual de la moneda, serían 10.145.760 pesetas.</p>
-
-<p>En el año 1516 hay una cifra mínima para el Tesoro, correspondiente de
-los impuestos y quintos reales: 13.148.222 maravedises. La cifra máxima
-corresponde al año 1554, y es: 522.426.216 maravedises.</p>
-
-<p>Dentro de su zona de dudas, los embajadores venecianos ensayan algunos
-cálculos, y el señor Nicolo Tiépolo asigna al Tesoro una renta de Indias
-de 150.000 ducados anuales, en tanto que Mariano Cavalli, diez y nueve
-años después (1551), hace subir la renta a 400.000 ducados.</p>
-
-<p>Francisco de Jerez, el cronista del Perú, nos proporcionará nuevos y
-minuciosos datos. Cuenta este testigo cómo algunos compañeros de
-Francisco Pizarro pudieron licenciarse y volver a España; el
-conquistador les otorgó<span class="pagenum"><a name="page_95" id="page_95">{95}</a></span> permiso, y pronto las márgenes del Guadalquivir
-comenzaron a recibir nuevas positivas de la fortuna del Perú.</p>
-
-<p>«Nuestro señor los trujo a Sevilla&mdash;dice Francisco de Jerez&mdash;, adonde
-hasta ahora son venidas cuatro naos, las cuales trujeron la siguiente
-cantidad de oro y plata.»</p>
-
-<p>En la primera nao venía su capitán Cristóbal de Mena con 8.000 pesos de
-oro y 950 marcos de plata; venían también el clérigo Juan de Sosa, con
-6.000 pesos de oro y 80 marcos de plata; además, otros pasajeros de esta
-misma nave traían 38.946 pesos de oro. La segunda nao conducía a
-Hernando Pizarro, hermano del conquistador; traía para el rey 153.000
-pesos de oro y 5.048 marcos de plata, y entre los pasajeros reunían
-310.000 pesos de oro y 13.500 marcos de plata. En esta misma nave venían
-para el rey muchas joyas y grandes figuras de oro y plata como ídolos,
-vasijas, ornamentos.</p>
-
-<p>«Este tesoro fué descargado en el muelle y llevado a la casa de
-contratación, las vasijas a cargas, y lo restante en veintisiete cajas,
-que<span class="pagenum"><a name="page_96" id="page_96">{96}</a></span> un par de bueyes llevaban dos cajas en una carreta.»</p>
-
-<p>Las otras dos naos a que se refiere Jerez trajeron 146.518 pesos de oro
-y 30.511 marcos de plata.</p>
-
-<p>¡Qué tentación para las almas aventureras, ver entrar estas naves
-henchidas de oro, de gloria y de frutos desconocidos!...</p>
-
-<p>Pero estas naves que volvían eran necesarias para la obra de
-civilización que los españoles se habían impuesto a la faz del mundo.
-Cada nave en retorno, cada caja de oro que se descargaba en el muelle
-servía de gancho, y ningún sargento inglés ha podido nunca usar mejores
-arbitrios para la recluta de soldados como aquellas flotas índicas. Y
-los reclutas marchaban. Iban los artesanos y los mercaderes, los
-evangelistas y los educadores, los mozos de valiente ánimo, los
-soldados; y entre todos, y bien rápidamente, consumaban la obra
-gigantesca.</p>
-
-<p>En una relación de los buques que parten y tornan en la ruta de las
-Indias, hallo para el año 1504 tres naves salidas... y ninguna<span class="pagenum"><a name="page_97" id="page_97">{97}</a></span> entrada.
-Cuatro años más tarde salen de Sevilla 46 y entran 21. El año 1520 salen
-71 y tornan 37. En 1549 hay una cifra respetable: 101 naves salidas y 75
-entradas. Hay siempre una desproporción bastante grave entre los barcos
-que van y los que vuelven. ¡La obra de América no se ha realizado sin
-enormes y desgarradores sacrificios!</p>
-
-<p>Entre las relaciones demasiado crudas de los ingresos, quintos y rentas
-de oro, no faltan verdaderas notas galantes, sensibles y caballerescas,
-como aquel inciso que dice: «Tres talegones de perlas enviadas a S. A.»
-O aquel otro todavía más galante: «Seis onzas de pedrería que se
-<i>compraron</i> para la reina...»</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_98" id="page_98">{98}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_99" id="page_99">{99}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<h2><a name="CAPITULO_IX" id="CAPITULO_IX"></a>CAPÍTULO IX<br /><br />
-<span class="sans">EL VALOR</span></h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">E</span>L descubrimiento, conquista y colonización de América son el fruto del
-genio español. Pero el genio por sí solo resulta insuficiente si la obra
-exige una voluntad heroica, y la empresa de las Indias se hubiera, en
-efecto, retardado o mal cumplido de no intervenir desde el primer
-momento la ráfaga valerosa, el ímpetu y el valor español.</p>
-
-<p>Algunos historiadores, arrastrados por su sordidez objecionista, han
-pretendido disminuir en lo posible la hazaña de América con capciosos
-distingos. Una de estas objeciones consiste en suponer que los indios
-americanos carecían de armas convenientes y de un valor militar
-experimentado o bastante estratégico;<span class="pagenum"><a name="page_100" id="page_100">{100}</a></span> en cambio adjudican a los
-españoles el poder y el enorme predominio del arte militar europeo:
-cañones, arcabuces, caballos, imponentes baterías.</p>
-
-<p>Hay aquí una ficción que interesa desvanecer.</p>
-
-<p>Cuando el historiador desea disminuir una empresa, fácilmente halla
-argumentos fiscales que pueden coaccionar la imaginación distraída de
-los lectores. Y si el lector moderno no se previene contra la sugestión
-de una falsa literatura, creerá, verdaderamente, que los <i>indios</i> han
-sido siempre y en todos los países unos pobres salvajes indefensos, y
-que la civilización europea ha poseído siempre y en todas las ocasiones
-los mismos recursos de poder y fuerza que hoy admiramos. Por tanto, si
-el lector no se previene y se deja seducir por la falacia de un hábil
-historiador, pensará que los españoles de Cortés y de Pizarro acometían
-a los indios con grandes y numerosos cañones de tiro rápido, con
-nutridas descargas de fusilería y con fuertes escuadrones de húsares.</p>
-
-<p>En el siglo <small>XVI</small> existían, es verdad, grandes<span class="pagenum"><a name="page_101" id="page_101">{101}</a></span> y poderosos ejércitos, con
-buenos parques de artillería y fuertes reservas. Pero después de tocar
-sus trompetas y mandar decir pregones, Hernán Cortés pudo reunir un
-ejército de <i>quinientos ocho soldados</i>; menos fortuna tuvo Francisco
-Pizarro, el cual, de su viaje a Extremadura y de su recluta de Tierra
-Firme, reunió para conquistar el Perú <i>ciento sesenta y cuatro</i> hombres
-de guerra...</p>
-
-<p>También es cierto que en el siglo <small>XVI</small> había en Europa cañones y
-mosquetes. Pero los conquistadores no pudieron contratar baterías,
-regimientos de artilleros ni compactas compañías de fusileros, sin duda
-porque en aquel tiempo costaban mucho tales artefactos y porque en
-América no abundaban todavía los elementos de guerra. De modo que Hernán
-Cortés sentíase muy alegre porque pudo reclutar <i>tres</i> artilleros (o
-sean hombres que entendían de cosas de pólvora). Pizarro, siempre más
-modesto, hubo de contentarse con <i>un</i> artillero, Candía el cretense. Y
-cuando Cortés hizo el <i>alarde</i> de su tropa en la playa de Gozumel, halló
-que poseía <i>cuatro</i> falconetes,<span class="pagenum"><a name="page_102" id="page_102">{102}</a></span> <i>trece</i> escopeteros y <i>treinta y dos</i>
-ballesteros. Los falconetes eran pequeñas piezas de difícil y lento
-manejo, que disparaban balas de piedra; las escopetas o mosquetes eran
-de corto alcance y sus disparos no podían repetirse mucho ni
-rápidamente. En cuanto a Pizarro, contó en su tropa <i>tres</i> escopeteros y
-<i>veinte</i> ballesteros.</p>
-
-<p>Si existía, pues, de alguna parte superioridad en las armas arrojadizas,
-no hay duda que los indios eran superiores; estaban habituados al manejo
-del arco y de la flecha y presentábanse en las primeras algaradas como
-verdaderas nubes de flecheros, cuyos tiros estrechaban y aturdían a los
-españoles. Estos sufrían graves bajas de resultas de las flechas, contra
-las cuales no bastaban siempre los cascos, las rodelas y las corazas
-<i>acolchadas</i>, especie de almohadillado de algodón con el que se
-protegían los cuerpos. Los españoles tenían que fiar el éxito a sus
-armas blancas. Entonces sí, en la lucha cuerpo a cuerpo, en la pelea a
-<i>manteniente</i>, ¡entonces, asistidos por su valor, adquirían superioridad
-los españoles!<span class="pagenum"><a name="page_103" id="page_103">{103}</a></span></p>
-
-<p>Su táctica militar, su maniobra de pequeños escuadrones, su formación en
-<i>haces</i>, la combinación calculada de los caballos, el envolvimiento, el
-ataque a fondo del núcleo o frente enemigo; todo eso, que era
-inteligencia europea y escuela militar civilizada, prestaba a los
-conquistadores efectiva superioridad ante los indios. Y además, sobre
-todo, poseían el ánimo, la energía, el brío, el ímpetu en el ataque, el
-espíritu, el <i>valor</i>.</p>
-
-<p>Después que hayamos salvado la mentira de los cañones y de la fusilería,
-un espíritu moderno se encontrará desconcertado, perplejo, porque
-considerará los enormes núcleos militares que actualmente son precisos
-para asaltar una trinchera, y no podrá comprender cómo un puñado de
-hombres se aventuraban a tales conquistas y tales peleas.</p>
-
-<p>También en esto hay una ficción anacrónica. Nosotros conocemos el
-soldado actual: buen ciudadano, generalmente sumiso a la orden que le
-manda ir a la guerra, y, por lo regular, dotado de suficiente valor.
-Nuestro soldado conoce el manejo de su fusil en un<span class="pagenum"><a name="page_104" id="page_104">{104}</a></span> grado prudencial;
-dispara cien o mil cartuchos, en la inteligencia de que muchos días
-habrá de consumir sus cartucheras perfectamente en vano. De cada veinte
-soldados modernos, puede contarse apenas un tirador cuyos tiros posean
-cierta consciencia o cierta probabilidad de eficacia. Compréndese, pues,
-que las acciones actuales de guerra necesiten el concurso de cada vez
-mayores <i>masas</i> de soldados; la deficiencia personal del individuo se
-debe suplir con el número de los actuantes, y la inconsciencia o escasa
-efectividad del tiro y del golpe ha de subsanarse con el empleo de
-nutridas series de disparos. Hoy se <i>siembra</i> de millones de proyectiles
-el campo, con la esperanza de poder derribar uno o varios combatientes;
-mientras que el soldado antiguo, sobre todo el conquistador, ahorraba
-tentativas y daba directo con su espada en el pecho enemigo.</p>
-
-<p>Hernán Cortés se percata pronto de las condiciones especiales de aquella
-guerra contra los indios. Comprende que el interés de los españoles está
-en rematar cuanto antes las<span class="pagenum"><a name="page_105" id="page_105">{105}</a></span> escaramuzas, por acometidas rápidas y
-audaces, antes de que la masa contraria logre envolverlos y abrumarlos a
-ellos como una nube densísima. No se trata allí de fuerzas semejantes,
-en número y armas y esgrima; hay una diferencia monstruosa que es
-necesario suplir con una táctica especial. Dice a sus soldados de
-infantería que omitan los tajos y cuchilladas, y a sus caballeros
-encarga que dirijan la lanza al rostro y renuncien a los botes. Llevando
-la lanza baja, como en la esgrima europea se usara con el intento de
-alzar del arzón al adversario, corríase el peligro de que los indios,
-formados en montón compacto, prendieran la lanza con las manos y la
-rompieran, como en efecto ocurrió en Tlascala. Eran un país y una guerra
-diferentes, que los conquistadores necesitaron aprender a costa de
-apuros. Así también el tajo y la cuchillada usábanse en los encuentros
-europeos entre ejércitos iguales o proporcionados; la cuchillada no
-compromete tanto al que la da, pues tiene la rodela para resguardarse;
-los duelos duraban mucho tiempo, en pleno combate, y una heri<span class="pagenum"><a name="page_106" id="page_106">{106}</a></span>da somera
-o la prisión daba fin a la pelea. Pero el español que caía en manos de
-los indios, pronto iba a regar con su sangre los santuarios de los
-ídolos repugnantes. Y era preciso romper aquellas masas de combatientes,
-que avanzaban como olas... Tirarse a fondo, embestir de punta, arrostrar
-la estocada directa, matar de un único golpe; esto lo imponían la
-necesidad de aquella guerra diferente.</p>
-
-<p>El soldado antiguo se dedicaba a las armas como un profesional. No se
-parecía al soldado recluta de hoy; era guerrero de oficio, y entraba en
-el oficio por virtud de una selección. Esgrimista, acorazado, batido por
-infinitas pruebas, aquel <i>hombre de armas</i> se apartaba en todo del
-burgués o del simple ciudadano.</p>
-
-<p>Esta selección del hombre de armas antiguo, todavía se apuraba y
-refinaba más entre los conquistadores. Quien no tuviera el brazo duro y
-el ánimo templado, podía quedarse en las poblaciones tranquilas. El
-clima, los trabajos y las batallas iban omitiendo a los débiles y
-desanimados. Poco después de desembarcar<span class="pagenum"><a name="page_107" id="page_107">{107}</a></span> en Méjico, unos cuantos
-soldados hubieron de perecer, «a causa, dice el capitán Bernal Díaz, del
-calor y del peso de las armas, porque eran gentes jóvenes y delicadas».
-No; los delicados no debían seguir. Y no era necesario destituirlos,
-porque la misma naturaleza de la campaña los suprimía con los fatales
-medios de la verdadera selección: la muerte.</p>
-
-<p>Francisco Pizarro exagera como nadie el método seleccionador. No
-obstante lo exiguo de su tropa, a pesar del precio que en una aventura
-como aquella tenía el hombre, el capitán quiere que sus soldados no sean
-valores numéricos, sino positivas personalidades guerreras. Y antes de
-aventurarse en los terrores andinos y en el enigma de Caxamalca, dice a
-sus hombres que lo piensen bien... El que no se sienta bastante animado
-tendrá benigna y honrosa licencia para tornarse a la costa. Esta última
-selección no fué estéril; sin duda había en la mesnada algunos soldados
-flojos. Cinco españoles de a caballo y cuatro de a pie aceptan la
-invitación y retroceden a la ciudad de San Miguel. Entonces declara
-Pizarro que, en<span class="pagenum"><a name="page_108" id="page_108">{108}</a></span> último caso, él marchará a conquistar el Perú con los
-hombres que le queden, «pocos o muchos».</p>
-
-<p>Nosotros estamos habituados a la idea de multitud, mientras que en
-algunas épocas ha disfrutado el hombre solo una consideración que
-ciertamente nos extraña. El ejemplar del caudillo, del campeón, del
-héroe, es un concepto para nosotros bastante vago y casi inverosímil.
-Pero es verdad que en ciertos momentos el profesional de las armas ha
-sido una persona temible, poderosísima y hasta invulnerable. El tipo de
-Aquiles, de Rolando y del Cid no podemos achacarlo ligeramente a la
-hipérbole de los pueblos o de los poetas; ha existido de veras y
-lógicamente.</p>
-
-<p>Habituados nosotros a la ley democrática de la recluta, olvidamos que
-otras veces la recluta era de índole aristocrática y alcanzaba sólo a
-los aptos, a los mejores. Hoy todos tienen derecho al empleo del
-soldado, siempre que dispongan de ciertas medidas o proporciones
-físicas; la resistencia corporal, el ánimo y el valor, se les suponen, y
-basta.<span class="pagenum"><a name="page_109" id="page_109">{109}</a></span></p>
-
-<p>En otros tiempos no podía ser soldado quien quisiera. El peso de las
-armas era excesivo, y la esgrima obligaba a un largo aprendizaje. Hábil
-en saberse cubrir con el escudo, diestro en la espada, blandiendo con
-facilidad la pica y cubierto de oportunas defensas, aquel hombre de
-guerra era ciertamente poderoso. Si entre todos sobresalía el soldado de
-fuerte musculatura, de gran salud y de un brío imperativo, entonces no
-parece difícil que el capitán, el héroe, arrostrase las mayores
-empresas.</p>
-
-<p>En las tropas de los conquistadores resaltan numerosos estos ejemplares
-de héroes. Los principales, como Hernán Cortés y Pizarro, absorben
-nuestra atención demasiado; si miramos junto a ellos, veremos que
-marchan a la gloria asistidos de muchos capitanes, que son, cada uno,
-aptos para ultimar iguales empresas que las de los mismos caudillos a
-quienes sirven.</p>
-
-<p>La fuerza, el ánimo resistente, el valor más sublime se muestra en
-aquellos hombres y en aquellos encuentros, donde las hazañas homé<span class="pagenum"><a name="page_110" id="page_110">{110}</a></span>ricas
-adquieren realidad. Parece que por último hallan evidencia las
-enormidades de los libros de caballerías. Aquellas versiones
-medioevales, en que un caballero solo defiende la puerta de una ciudad
-contra un ejército entero, resultan, pues, veraces y comprensibles. No
-diez, sino cien, cientos de indios pugnaban a veces contra cada español;
-los soldados se fatigaban de herir, y no era tan horrible el peligro de
-la pelea como el pensar en lo insuperable y monstruoso de aquella masa
-inextinguible, entre cuyos recodos y senos no podían apenas maniobrar
-los caballos ni jugar las escopetas. De esta especie de sofocamiento,
-dentro de una masa tupida y pertinaz, padecieron mucho los soldados de
-Cortés.</p>
-
-<p>Si los indios mostrábanse, en ocasiones, tímidos y medrosos, otras veces
-peleaban fanatizados, con una obstinación furiosa, que no cedía hasta la
-muerte. Algunos pueblos eran valerosos y muy aguerridos. Pronto, además,
-adoptaron los sistemas defensivos de los españoles, aprendiendo a
-cubrirse con petos de algodón acolchado, con rodelas, con yelmos.<span class="pagenum"><a name="page_111" id="page_111">{111}</a></span> Su
-astucia y su aptitud para la doblez y el espionaje, con el veneno en que
-untaban sus saetas, hacían que los conquistadores viviesen en constante
-inquietud y soportaran heridas y trabajos penosísimos.</p>
-
-<p>Sólo unas almas de tan recio temple como aquéllas podían superar tales
-contrariedades, que eran, en efecto, dignas de gigantes.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_112" id="page_112">{112}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_113" id="page_113">{113}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<h2><a name="CAPITULO_X" id="CAPITULO_X"></a>CAPÍTULO X<br /><br />
-<span class="sans">EL CONQUISTADOR BRILLANTE</span></h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">E</span>N otro capítulo anterior hemos apuntado la gran ráfaga heroica que hizo
-nacer América a la luz de la civilización europeocristiana, y cómo fué
-posible la obra del Nuevo Mundo gracias a esa actividad heroica <i>a la
-española</i>. Rápidamente brotaron del fondo español numerosos héroes
-representativos, incontables evangelistas, soldados y pobladores, cuya
-fisonomía moral nos ha de ser tan grato hacer resurgir. Comencemos por
-el más famoso de estos héroes representativos, el <i>conquistador</i> típico:
-Hernán Cortés.</p>
-
-<p>Los que regatean cualidades espirituales a nuestros conquistadores,
-necesitan hacer una forzosa salvedad en la persona radiante y
-ca<span class="pagenum"><a name="page_114" id="page_114">{114}</a></span>balleresca de este bizarro extremeño, que era un noble hidalgo de
-buenas luces y de elevada educación, apto para las letras como para las
-armas. No se trata, no, de un bandolero ni de un soldado ignorante; no
-es el aventurero reclutado en los bajos fondos de la sociedad, ni el
-tipo del pirata o el filibustero que bien pronto habían de arrojar sobre
-el mar de las Antillas otras naciones del Centro y Norte de Europa.</p>
-
-<p>Dice Bernal Díaz del Castillo que nuestro héroe «era latino, y oí decir
-que era bachiller en leyes, y cuando hablaba con letrados y hombres
-latinos, respondía a lo que le decían en latín. Era algo poeta, hacía
-coplas en metros y en prosa, y en lo que platicaba lo decía muy apacible
-y con muy buena retórica...»</p>
-
-<p>Había nacido en la baja Extremadura, ese rico país de fecundas y grandes
-heredades, donde los prósperos pueblos elevan sus muros sobre las
-gruesas tierras que el olivo y las mies embellecen. Es un país hermoso,
-apto para producir hombres de varonil señorío.<span class="pagenum"><a name="page_115" id="page_115">{115}</a></span> Hernán Cortés era un
-señor, no porque naciera de ilustre y acaudalada familia, sino porque,
-apenas modesto hidalgo, tenía naturaleza de señor. Y porque además el
-hado misterioso lo señalara desde la cuna para las altas empresas
-señoriales. En suma, porque quería siempre, porque aspiraba
-fervorosamente a la vida de señor.</p>
-
-<p>Sus contemporáneos lo pintan como el hombre que posee la virtud señorial
-y todo su intento se dirige a superarse, a mejorarse, a lograr el
-supremo lustre del señorío. Pero no como un vulgar indiano o como un
-rastacuero de nuestros días. «Los vestidos que se ponía eran según el
-tiempo y usanza, cuenta Bernal Díaz, y no se le daba nada de no traer
-muchas sedas ni damascos ni rasos, sino llanamente y muy pulido; ni
-tampoco traía cadenas grandes de oro, salvo una cadenita de oro de prima
-hechura, con un joyel con la imagen de Nuestra Señora la Virgen Santa
-María, con su hijo precioso en los brazos... Y también traía en el dedo
-un anillo muy rico con un diamante, y en la gorra, que<span class="pagenum"><a name="page_116" id="page_116">{116}</a></span> entonces se
-usaba de terciopelo, traía una medalla; mas después, el tiempo andando,
-siempre traía gorra de paño sin medalla.»</p>
-
-<p>Vemos aquí al hombre de instintos aristocráticos que gusta de portar una
-cadenita de oro, un joyel devoto; cosas de lujo integral, pulidas y
-estimadas, que toda naturaleza noble prefiere para su regocijo personal
-y no para la ostentación. Hernán Cortés vivía en el siglo del
-Renacimiento, cuando Italia sugería al mundo el amor del boato y de las
-fastuosas preseas, pero no podía renunciar al sentido español de la
-altiva modestia, y de uno como masculino y católico (estoico) rubor ante
-el demasiado engalanamiento.</p>
-
-<p>En cambio aceptaba a veces como una necesidad la ostentación, por lo
-mismo que ayudaba a su política. Quería encumbrarse, y bien conocía la
-condición humana que tanto se deja deslumbrar por el brillo, y que a
-veces toma lo externo del brillo por lo esencial del señorío. Para
-conseguir su éxito de gran señor, y sin duda como maña de político,
-Hernán Cortés sabe en ocasiones admirar a su<span class="pagenum"><a name="page_117" id="page_117">{117}</a></span> gente con dádivas, con
-ostentaciones y con prestancias lujosas.</p>
-
-<p>«Deleitábase de tener mucha casa y familia, mucha plata de servicio y de
-respeto. Tratábase muy de señor, y con tanta gravedad y cordura, que no
-daba pesadumbre ni parecía nuevo.» Esto dice López de Gomara. Y Bernal
-Díaz del Castillo corrobora y agrega: «Servíase ricamente, como un gran
-señor, con dos maestresalas y mayordomos y muchos pajes, y todo el
-servicio de su casa muy cumplido, e grandes vajillas de plata y de oro.»</p>
-
-<p>En cuanto a sus apetitos, véanse cuan simples, hidalguescos, militares,
-eran: «Comía a medio día bien y bebía una buena taza de vino aguado, que
-cabría un cuartillo, y también cenaba, y no era nada regalado ni se le
-daba nada por comer manjares delicados ni costosos, salvo cuando veía
-que había necesidad que se gastase o los hubiese menester.»</p>
-
-<p>Ahora bien; ¿es posible que un hombre grosero, bestial y bajo, un
-verdadero animal de presa, pueda intentar la larga faena ímproba y
-terrible, que dura muchos años, la he<span class="pagenum"><a name="page_118" id="page_118">{118}</a></span>roica y trabajosa empresa de
-conquistar un imperio? Un capitán de piratas, del tipo de Drake, puede
-arrastrar a su gente a campañas veloces en que el botín es palpable y la
-presa se abandona; que no hay que poblar y evangelizar, sino desbalijar
-y marcharse.</p>
-
-<p>Un jefe de filibusteros tiene su guarida en una ensenada tropical, y
-sólo se cuida de caer a tiempo sobre la flota o sobre la ciudad
-desprevenidas. Un capitán como Cortés está mucho más embarazado por
-graves deberes y responsabilidades. Tiene que conquistar, poblar y ceder
-las tierras a los magistrados del rey, a los monjes y a los
-catedráticos. No puede portarse como un simple aventurero. Necesita ser
-tan <i>político</i> como soldado, y ensayar las artes de la simpatía que
-poseen un Alejandro y un César, junto con la fuerza imperativa y
-subyugadora de su temple moral.</p>
-
-<p>Hernán Cortés era simpático de suyo; pero cuidaba de mejorar esta
-simpatía para favorecer su misión providencial. Sus biógrafos nos lo
-retratan bello de cuerpo y gallardo de apostura.<span class="pagenum"><a name="page_119" id="page_119">{119}</a></span></p>
-
-<p>«Fué de buena estatura y cuerpo y bien proporcionado y membrudo... los
-ojos en el mirar amorosos, y por otras graves... y tenía el pecho alto y
-la espalda de buena manera, y era cenceño y de poca barriga y algo
-estevado, y las piernas y muslos bien sacados, y era buen jinete y
-diestro de todas armas, así a pie como a caballo, y sabía muy bien
-menearlas, y sobre todo, corazón y ánimo, que es lo que hace al caso...
-En todo lo que mostraba, así en su presencia y meneo como en pláticas y
-conversación, y en comer y en el vestir, en todo daba señales de gran
-señor.»</p>
-
-<p>A esta pintura de Bernal Díaz del Castillo podemos agregar los rasgos
-siguientes de López Gomara:</p>
-
-<p>«Era Fernando Cortés de buena estatura, rehecho y de gran pecho; el
-color ceniciento, la barba clara, el cabello largo. Tenía gran fuerza,
-mucho ánimo, destreza en las armas... Fué muy dado a mujeres, y dióse
-siempre. Lo mesmo hizo al juego, y jugaba a los dados a maravilla, bien
-alegremente... Gastaba liberalísimamente en la guerra, en mujeres, por<span class="pagenum"><a name="page_120" id="page_120">{120}</a></span>
-amigos y en antojos, mostrando escaseza en algunas cosas; por donde le
-llamaban de avenida. Vestía más polido que rico, y así era hombre
-limpísimo... Era devoto, rezador... grandísimo limosnero... Daba cada un
-año mil ducados por Dios de ordinario; y algunas veces tomó a cambio
-dineros para limosnas...»</p>
-
-<p>Anotemos ahora algunas particularidades de su carácter; nos las dirá
-Bernal Díaz, aquel soldado que acompañó a nuestro héroe en sus grandes
-trabajos y peligros. Véase cuánta fuerza de contención hay en el héroe y
-cómo sabe reprimir sus impulsos, disimular, transigir, puesto que
-considera el fondo inconsciente que habita en el alma tempestuosa de los
-soldados, y sabe que el héroe ha de estar cuidando y labrando su obra
-todos los minutos, en todos los incidentes.</p>
-
-<p>«Cuando juraba, decía: «En mi conciencia»; y cuando se enojaba con algún
-soldado de los nuestros, sus amigos, le decía: «¡Oh, mal pese a vos!» Y
-cuando estaba muy enojado <i>se le hinchaba una</i> vena de la garganta y
-otra de la frente, y aún algunas veces, de muy enoja<span class="pagenum"><a name="page_121" id="page_121">{121}</a></span>do, <i>arrojaba una
-manta</i>, y no decía palabra fea ni injuriosa a ningún capitán ni soldado;
-y <i>era muy sufrido</i>, porque soldados hubo muy desconsiderados que decían
-palabras muy descomedidas, y no les respondía cosa muy sobrada ni mala;
-y aunque había materia para ello, lo más que les decía era: «Callad, o
-iros con Dios, y de aquí adelante tened más miramiento en lo que
-dijéredes, porque os costará caro por ello, e os haré castigar.»</p>
-
-<p>Hernán Cortés es un hombre del Renacimiento. Posee las cualidades de su
-época, y algo que estaba entonces en la atmósfera se le ha traspasado a
-él; un poco de Maquiavelo y de Borgia, en lo que estos hombres tenían de
-políticos, y no en su fría, en su italiana amoralidad frente al crimen.</p>
-
-<p>Es astuto; tiene el arte de la seducción oportuna; sabe encubrir sus
-intenciones y desorientar a los enemigos y a los traidores; muestra una
-fina inteligencia y un tacto para ceder o para esgrimir su autoridad, y
-es siempre el hombre de mando, el capitán, el conductor, que no pierde
-nunca la inestimable<span class="pagenum"><a name="page_122" id="page_122">{122}</a></span> serenidad. Cuando hace falta sabe dirigirse al fin
-sacrificando los medios.</p>
-
-<p>Trabaja como un cauto militar, porque en la alta milicia debe presidir
-la sutil cautela. Usa la mentira oportuna y conoce el arte de
-desconcertar. Por ejemplo, en sus tratos con el cacique de Cempoalla se
-decide a prender a los recaudadores, les hace ver el poderío de sus
-armas y luego les deja escapar, para que lo cuenten al emperador
-Moctezuma. Mete insidias entre las tribus, alienta las rivalidades de
-los caciques, «divide para vencer». En efecto, sin astucia de político y
-sólo con el arrojo del soldado hubiera sido imposible dominar tan grande
-y populoso imperio.</p>
-
-<p>Pero este hombre del Renacimiento, contemporáneo de Maquiavelo, pierde
-en ocasiones su ecuanimidad y recobra su naturaleza sincera de león
-hispano. Es cuando, como dice Bernal Díaz, «se le hincha la vena de la
-garganta y otra de la frente». El contumaz y valiente general
-Xicoteucatl manda sus emisarios a Cortés, éste los recibe confiado, y
-luego se descubre que son espías... Entonces tiene<span class="pagenum"><a name="page_123" id="page_123">{123}</a></span> el héroe un impulso
-de espontánea indignación, y «les mandé tornar a todos cincuenta y
-cortarles la mano, y los envié que dijesen a su señor, que de noche y de
-día, y cada y cuando él viniese, <i>verían quién éramos</i>».</p>
-
-<p>El héroe no puede sofocar por completo su naturaleza de soldado, y hay
-un momento en que echaría a rodar toda su obra difícil por un puntillo
-de honor ultrajado o ante una osada ofensa. Tampoco puede el héroe
-reprimir sus sentimientos religiosos o de humanidad en todos los
-instantes; hay horas críticas en que lo subsconsciente y profundo nos
-hace traición y todas nuestras prolijas artes de política quedan
-inútiles frente a los impulsos de nuestro ser integral.</p>
-
-<p>Así en Cempoalla, cuando más astucia y paciencia necesitaban
-desarrollar, Hernán Cortés no se pudo contener viendo el templo «negro
-de sangre», donde concluían de consumarse los sacrificios humanos y el
-canibalismo ritual ante unos ídolos monstruosos. Los españoles estaban
-hechos a matar en la guerra; no se avenían, sin embargo, a aceptar<span class="pagenum"><a name="page_124" id="page_124">{124}</a></span>
-aquellas sacrílegas y cruelísimas barbaridades. Atropellaron, pues, por
-todo, y subieron a la cumbre del templo a derribar los sanguinarios y
-ensangrentados ídolos... Estos impulsos disculpan todos los yerros que
-pudieron cometer. Su fe, su pudor, su humanitarismo, eran más fuertes
-que su interés político. Se aventuraban a perderlo todo antes que
-sancionar aquel crimen salvaje. Y aquí el hombre del Renacimiento a la
-italiana vuelve a integrarse en su naturaleza de español sincero. Es Don
-Quijote que está allí, entre los soldados...</p>
-
-<p>¡Ah!, mientras leemos los pormenores y preparativos de una <i>expedición a
-lo ignorado</i>, ¡cómo se remueven los posos de nuestro temperamento
-imaginativo y aventurero! Sentimos la seguridad de que nuestra vida ha
-fracasado desde su origen sólo por no haber nacido cuatro siglos antes;
-¡porque nosotros nos hemos retardado en nacer, porque nosotros
-hubiéramos marchado a las Indias, y de allí nos hubiéramos alistado en
-una de aquellas expediciones conquistadoras!... ¡Enérgica ráfaga de
-ambición, entusiasta alegría de ir a las tierras<span class="pagenum"><a name="page_125" id="page_125">{125}</a></span> ignoradas! ¡Promesas
-de oro y de gloria, países extraños e inauditos que aparecen de pronto a
-la mirada, bosques y llanuras misteriosos, gentes y hábitos distintos,
-paisajes y civilizaciones increíbles!...</p>
-
-<p>Todo esto prometía Hernán Cortés a los españoles de Cuba. Su don de
-simpatía y de seducción personal, entonces es cuando necesitaba
-esforzarse. Y el héroe, que al fin conoce que le ha tocado la Fortuna
-con su dedo, ¡cómo tiembla, de emoción por la suerte, del miedo del
-malogro y de comprender que está señalado para realizar una imperecedera
-hazaña!</p>
-
-<p>«Pues como ya fué elegido Hernán Cortés por general de la armada, dice
-Bernal Díaz, comenzó a buscar todo género de armas, así escopetas como
-pólvora y ballestas, e todos cuantos pertrechos de guerra pudo haber y
-buscar... En demás desto, se comenzó de polir e abellidar en su persona
-mucho más que de antes, e se puso un penacho de plumas con su medalla de
-oro, que le parecía muy bien. Pues para hacer aquestos gastos que he
-dicho<span class="pagenum"><a name="page_126" id="page_126">{126}</a></span> no tenía de qué, porque en aquella ocasión estaba muy adeudado y
-pobre... Y como ciertos mercaderes amigos suyos que se decían Jaime Tría
-o Jerónimo Tría y un Pedro de Jerez, le vieron con capitanía y
-prosperado, le prestaron cuatro mil pesos de oro... y luego hizo hacer
-unas lanzadas de oro, que puso en una ropa de terciopelo, y mandó hacer
-estandartes y banderas labradas de oro con las armas reales y una cruz
-de cada parte, juntamente con las armas de nuestro rey y señor, con un
-letrero en latín, que decía: <i>Hermanos, sigamos la señal de la santa
-cruz con fe verdadera, que con ella venceremos</i>; y luego mandó dar
-pregones y tocar sus atambores y trompetas en nombre de su majestad...»</p>
-
-<p>«Pues como se supo esta nueva en toda la isla de Cuba, y también Cortés
-escribió a todas villas a sus amigos que se aparejasen para ir con él a
-aquel viaje, unos vendían sus haciendas para buscar armas y caballos,
-otros comenzaban a salar tocino para matalotaje, y se colchaban las
-armas... De manera que nos juntamos en Santiago de Cuba, donde sali<span class="pagenum"><a name="page_127" id="page_127">{127}</a></span>mos
-con el armada, más de trescientos soldados.»</p>
-
-<p>«E así como desembarcamos en el puerto de la villa de la Trinidad, y
-salidos en tierra... y llevaron a Cortés a aposentar entre los vecinos,
-porque había en aquella villa poblados muy buenos hidalgos... De aquesta
-villa salieron hidalgos para ir con nosotros... Alonso Hernando
-Portocarrero no tenía caballo ni aun de qué comprallo; Cortés le compró
-una yegua rucia y dió por ella unas lazadas de oro...»</p>
-
-<p>«Y en aquel instante vino un navío de la Habana a aquel puerto de la
-Trinidad, que traía un Juan Sedeño, cargado de pan cazabe y tocinos, que
-iba a vender a unas minas de oro cerca de Santiago de Cuba; y como saltó
-en tierra el Juan Sedeño fué a besar las manos a Cortés, y después de
-muchas pláticas que tuvieron, le compró el navío y tocinos y cazabe
-fiados, <i>y se fué el Juan Sedeños con nosotros</i>. Ya teníamos once navíos
-y todo se nos hacía prósperamente, gracias a Dios por ello...»</p>
-
-<p>«Y como Cortés lo supo, habló secretamen<span class="pagenum"><a name="page_128" id="page_128">{128}</a></span>te al Ordás y a todos aquellos
-soldados y vecinos de la Trinidad... y tales palabras y ofertas les
-dijo, que los trujo a su servicio.»</p>
-
-<p>«Y el un mozo de espuelas de los que traían las cartas y recados, se fué
-con nosotros...»</p>
-
-<p>«Y también atrujo y convocó a los herreros que se fuesen con nosotros, y
-así lo hicieron...»</p>
-
-<p>He aquí el tipo del conquistador. Brillante, alegre, persuasivo, todos
-le siguen, todos caen bajo el arrebato de su seducción. Es joven,
-hermoso, fuerte, arrojado; sabe conquistar los corazones y prende con
-sus artes de persuasión y simpatía a todos los que encuentra. Arrastra
-todos los elementos útiles, desde el hidalgo valiente hasta el mercader
-sedeño, los mozos de espuela y los herreros. Y hace tan fina maniobra
-frente al sórdido gobernador Diego Velázquez, que materialmente se
-escurre de sus manos, huye a la mar y queda libre de acometer por sí la
-hazaña.</p>
-
-<p>Esta hazaña consistía en conquistar y dominar un imperio más grande que
-España, po<span class="pagenum"><a name="page_129" id="page_129">{129}</a></span>blado por tribus guerreras, organizado en nación y provisto
-de grandes elementos de resistencia. Para conseguir esta empresa, Cortés
-poseía lo siguiente:</p>
-
-<p>«Mandó Cortés hacer alarde para ver qué tantos soldados llevaba, e halló
-por su cuenta que éramos <i>quinientos y ocho</i>, sin maestres y pilotos e
-marineros, que serían ciento y nueve, y <i>diez y seis caballos</i> e
-yeguas... e once navíos grandes y pequeños... y eran <i>treinta y dos
-ballesteros</i> y <i>trece escopeteros</i>, e tiros de bronce e <i>cuatro
-falconetes</i>...»</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_130" id="page_130">{130}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_131" id="page_131">{131}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<h2><a name="CAPITULO_XI" id="CAPITULO_XI"></a>CAPÍTULO XI<br /><br />
-<span class="sans">FRANCISCO PIZARRO</span></h2>
-
-<h3>I</h3>
-
-<p class="nind"><span class="letra">H</span>AY en este conquistador algo como una tristeza inefable, que nos
-estimula a interesarnos por él y admirarlo más íntimamente.</p>
-
-<p>Es la tristeza del hombre mal nacido, mal criado y peor aventurado, el
-cual aspira a la grandeza con un anhelo de vindicarse y ennoblecerse, ¡y
-llega a poseer la fortuna y la gloria demasiado tarde! Y cuando lo
-consigue todo, muere en forma miserable, obscuramente, a manos de los
-asesinos.</p>
-
-<p>Otros aventureros habían logrado el triunfo en poco tiempo, de un golpe
-afortunado; Pi<span class="pagenum"><a name="page_132" id="page_132">{132}</a></span>zarro necesita perder su juventud en modestas
-heroicidades y labrar su éxito a fuerza de obstinación. La fortuna le
-escatima sus mercedes y no le entrega nada de regalo; es el héroe quien
-debe sojuzgar a la fortuna por el imperio de su voluntad de acero.</p>
-
-<p>Nada le han dado; todo necesita adquirirlo. Carece del linaje y de la
-cultura de Hernán Cortés; le falta acaso viveza imaginativa y cierta
-simpatía avasalladora; pierde pronto sus galas juveniles, su risa y
-desenvoltura, en los primeros y rudos trabajos de reivindicación
-personal; y cuando, poco a poco, ha hecho respetable su nombre y posee
-en Panamá alguna hacienda, Pizarro es viejo, grave, sobrio de palabras y
-está exento de atractiva y brillante fogosidad. Entonces, en un último
-esfuerzo de voluntad, el conquistador exige salir del anónimo, asalta a
-la Fortuna, insiste y marcha derecho contra el imperio de los Incas.</p>
-
-<p>Hay en Francisco Pizarro esa grave y vaga tristeza que trasciende de la
-tierra de Extremadura. Es un ejemplar representativo del país de
-Trujillo y de Cáceres, austera y bella<span class="pagenum"><a name="page_133" id="page_133">{133}</a></span> comarca en que la luz de un
-cielo ancho y limpio consigue apenas paliar el tono adusto, estoico y
-noble de las ciudades y de las gentes. Con sus torres cuadradas y sus
-incontables casas abolengas, Cáceres es un nido de hidalgos, puesto
-sobre la colina amurallada, dormido en ensueños de lejanía. Rodeado de
-encinares y extensos campos de labor, Trujillo se encarama igualmente a
-su colina almenada y tiene, para soñar lejanos sueños, el espectáculo de
-la tierra infinita. El nervio montuoso de la sierra atraviesa la
-comarca, y es aquéllo como un lenitivo de dulzura, con sus valles y
-encañadas donde el viajero descubre repentinamente pueblos idílicos,
-huertos amables, frondosidad y alegría de campo ingenuo. De este
-territorio mixto, formado con llanuras religiosas y bucólicos valles,
-con ciudades guerreras y cándidos montañeses, sacó Francisco Pizarro la
-mayor cantidad de sus compañeros.</p>
-
-<p>Los que se obstinaron en roer y mezquinar la obra de España en América,
-necesitaban un hombre a quien acusar de barbarie y en el<span class="pagenum"><a name="page_134" id="page_134">{134}</a></span> cual reunir
-todas las características del aventurero ignorante, inhumano y cruel.
-Este hombre tipo, esta fiera brutal y carnívora era Pizarro. Y ha sido,
-en efecto, Francisco Pizarro la víctima propiciatoria que hubo de
-representar el salvajismo de la conquista española.</p>
-
-<p>Al contrario, este héroe extremeño representa uno de los lados más
-salientes y gloriosos del carácter español. Si España a causa de su
-latitud geográfica no puede eximirse de ciertas peculiaridades del
-meridionalismo, como son la impulsividad, el repentinismo y la ligereza
-improvisadora, no hay duda que pesan más en su carácter las otras
-cualidades de obstinación, de insistencia en el propósito, de una como
-perezosa terquedad. Lo comprueban la lucha secular contra los moros, el
-empeño de imponer el catolicismo en Europa, la colonización de América,
-la campaña contra Napoleón, la insistencia de sus guerras civiles, sin
-contar la absurda y heroica resistencia de sus sitios, universalmente
-famosos: Numancia, Zaragoza, Gerona.</p>
-
-<p>Francisco Pizarro era hijo bastardo de un<span class="pagenum"><a name="page_135" id="page_135">{135}</a></span> capitán. Se ha dicho que en
-su niñez hacía el oficio de pastor; menos aún, se dice que era porquero.
-En la tierra de Trujillo abunda mucho la crianza de puercos, y el
-cuidarlos o pastorearlos no parece que significase allí nunca un
-desdoro. El cerdo ha sido en Extremadura un blasón heráldico bastante
-frecuente, y en el mismo escudo originario de los Pizarros se ve,
-efectivamente, una encina entre dos cerdos rampantes.</p>
-
-<p>Cuidando puercos, descalzo de pie y pierna, el futuro conquistador del
-Perú bulliría por las cuestas y plazas de su ciudad, ni más ni menos que
-la generalidad de los chicos extremeños; esos chicos robustos, sanos,
-honrados, con su color de manzana y sus hermosas facciones, que hoy
-mismo ofrecen al viajero tan fuertes y ecuánimes ejemplares de
-humanidad. No sabía escribir. Conocería, acaso, el manejo de las armas,
-según la costumbre de la época. Era obscuro, inhábil, pobre. Si tenía el
-brazo musculoso y la sangre caliente, cuando menos no se le conocía por
-pendenciero, procaz, ni galanteador. Su juventud carece de<span class="pagenum"><a name="page_136" id="page_136">{136}</a></span> anécdotas.
-No se anuncia en él a un futuro bandolero; no mata ni hiere a nadie.
-Probablemente era un mozo esforzado y ardido; bueno, sincero, noble. La
-ráfaga que volaba hacia las Indias le arrastró a él, como a tantos
-otros, y allá se fué con la espada al cinto.</p>
-
-<p>Curioso es advertir cómo en una nacionalidad se presentan frecuentes
-casos de paralelismo entre personas distintas y derroteros contrarios.
-Recorriendo la vida de Pizarro no podemos alejar la memoria de
-Cervantes. He ahí dos hombres de principios infortunados, de vida
-trabajosa, de heroicidades infructuosas, de un desgaste de la vida sin
-brillo y sin pasmosa fortuna. Dos hombres que insisten en perseguir el
-éxito y sólo consiguen lograrlo en la vejez.</p>
-
-<p>Lo cierto es que Francisco Pizarro, puesto que no era un hombre
-insignificante, pudo ganar ciertos méritos y algunas haciendas en largos
-años de guerras y expediciones; se halló en múltiples campañas, sufrió
-hambres y luchas en Tierra Firme y era uno de los pobladores heroicos de
-Panamá. Pero como él,<span class="pagenum"><a name="page_137" id="page_137">{137}</a></span> y con mayores éxitos que él, había numerosos
-españoles en las islas y en el continente. Y en esta maleza de las mil
-tentativas sin brillo, en este trabajar cuotidiano y soso, se le pasó lo
-mejor de la vida. Era, pues, el tipo del héroe que nada debe al
-nacimiento, a la falacia, ni a la fortuna. Todo se lo amasó y fabricó
-por sí mismo. Por eso hay en él aquella vaga tristeza de que hablábamos
-al principio. Porque, en efecto, el triunfo y la gloria son deseables
-cuando se presentan en plena juventud o cuando vienen a caballo sobre el
-azar y en forma de lotería; el éxito que hemos trabajado con sangre y
-con el horror de la larga espera, puede enorgullecernos mucho, pero nos
-defrauda a la vez por el dejo de la melancolía. Demasiado tarde quiere
-decir: sentimiento de la ingratitud transcendental ante el desvío o
-parsimonia de la fortuna.</p>
-
-<p>Pero aquel héroe retardado no desesperaba del porvenir. No era el
-<i>exitista</i> impetuoso y audaz que se adelanta y que atropella por todo,
-que exige imperativa y descaradamente; tenía más bien una invencible
-timidez de hom<span class="pagenum"><a name="page_138" id="page_138">{138}</a></span>bre humilde y nada brillante. Entonces, entrando ya en la
-vejez, las primeras noticias del Perú fastuoso llegaron a Panamá. Se
-hablaba de un país grande y rico, que estaba hacia el lado del Sur, por
-la mar adelante. Y Francisco Pizarro decidió emprender la inaudita
-heroicidad.</p>
-
-<p>Puso en la obra todo su dinero, su prestigio honrado, su experiencia y
-su fe. De qué naturaleza era su fe y su obstinación nos lo han de decir
-los fracasos, los peligros y las aventuras que soportará el héroe antes
-de que vea cumplida su hazaña.</p>
-
-<p>La escena de la isla del Gallo se nos presenta como única en la
-Historia; tiene, por otra parte, un raro carácter de lección
-psicológica, fuertemente humana y novelesca. Es el instante en que la
-vida toda de un hombre se derrumba sin remedio y no queda de pie más que
-aquello que la voluntad osa sostener. La expedición había fracasado;
-heridos y hambrientos, los soldados rehuyen seguir la campaña; ni
-imperios fabulosos, ni riquezas y triunfos aparecen por ninguna parte...
-Es hora<span class="pagenum"><a name="page_139" id="page_139">{139}</a></span> de volverse a Panamá. ¡Ah! Los soldados jóvenes e indigentes
-pueden tornar sin pena, a la espera de una ocasión más propicia; pero
-Pizarro, ¿qué puede esperar en volviendo? Su hacienda está comprometida,
-perdida; su renombre también está comprometido; es viejo ya para rehacer
-dinero y prestigio. Y en lo hondo de su alma hay un grito veraz que le
-dice que el Perú aguarda al hombre osado, al hombre de fe.</p>
-
-<p>Cuando entonces desnuda la espada, casi loco de ira y de iluminación
-transcendental; cuando, en ese gesto decisivo de los valientes y los
-matones, traza en la arena de la playa una línea violenta y vibrante;
-cuando exclama, en fin: «¡Ea, caballeros, por aquí se va a Panamá a ser
-pobres, por aquí al Perú a ser ricos y venturosos; quien me quiera bien,
-que me siga!...» Entonces es cuando el primer capítulo de una
-emocionante y no igualada novela da comienzo.</p>
-
-<p>El héroe ha saltado la raya; su trémula y violenta mano blande todavía
-la espada. Once compañeros pasan la raya y firman su cédula<span class="pagenum"><a name="page_140" id="page_140">{140}</a></span> para la
-posteridad. Y mientras los demás se tornan, los aventureros pueden
-llamarse efectivamente <i>aventureros</i>. Se han quedado solos,
-desamparados, constreñidos a comer moluscos, locos Robinsones de un
-naufragio voluntario, ilusos ambiciosos de un ideal lejano, presentido,
-inconstante.</p>
-
-<p>Nosotros, los modernos, habituados a la rapidez de las distancias, las
-obras y los fenómenos, ponemos nuestra femenina nerviosidad en todos los
-casos, y concluímos por inferirle a la vida un daño de disminución.
-Nuestra vida, de tanto multiplicarse y precipitarse los acontecimientos,
-concluye por carecer de magnitud y hasta de espacio. Un viaje de varios
-días no acertamos siquiera a concebirlo; una obra lenta nos irrita.</p>
-
-<p>Pizarro y sus compañeros carecían sin duda de nuestra nerviosidad.
-Ellos, como hijos de otro tiempo, concebían la vida bien distintamente.
-La vida era un trozo de eternidad, he ahí todo... Por lo tanto, cada
-hora tenía un valor correspondiente a la dimensión de la eternidad, y
-debiéndose realizar las obras<span class="pagenum"><a name="page_141" id="page_141">{141}</a></span> para siempre, para eternamente, el plazo
-de la vida importaba poco; la vida es bastante larga si se sabe
-emplearla bien. Aquellos hombres confiaban en el tiempo largo; sabían
-esperar. Esperaron y vencieron.</p>
-
-<p>Pero nuestro ánimo moderno se intimida cuando recordamos que Francisco
-Pizarro, para poder descubrir la maravilla de Túmbez, aquella puerta
-marítima del remoto Perú, estuvo navegando y combatiendo por espacio de
-tres años...</p>
-
-<p>Bien; la puerta ha sido vista y también dominada. Ahora necesitamos
-seguir al héroe hasta la entraña del Perú.<span class="pagenum"><a name="page_142" id="page_142">{142}</a></span></p>
-
-<h3>II</h3>
-
-<p>A la vista de la ciudad de Túmbez, después de tres años angustiosos y
-zozobrantes, el alma taciturna de Francisco Pizarro debió de abrirse
-como una flor reconcentrada, densa y tardía. Su vida, obscura hasta
-entonces, tomaba una orientación inexorable y una claridad de gloria
-universal. Si hay en nosotros momentos de rara y como mística
-clarividencia, en que el sentido del porvenir se nos revela lúcida y
-repentinamente, ese instante religioso fué para Pizarro aquél en que
-viera, por último, las casas, el puerto, los indios, la semicivilización
-de Túmbez.</p>
-
-<p>Vió, sin duda, toda la grandeza del imperio, que estaba por conquistar
-todavía, pero cuya existencia se palpaba y ya era suficiente. Sus tres
-años de fatigas y miserias tenían, pues, una correspondiente
-compensación. Las noticias y<span class="pagenum"><a name="page_143" id="page_143">{143}</a></span> versiones del Perú, vagas y dudosas hasta
-aquel momento augural, quedaban finalmente confirmadas. Y puesto que él
-existía, Pizarro estimó que el Perú era suyo... En efecto, a través de
-los relatos incompletos de los cronistas, nosotros ahora podemos llenar
-las fallas y lagunas psicológicas; y tal como en el episodio de la isla
-del Gallo, cuando el héroe desnuda la espada, traza una línea en la
-arena y convida a los valientes que la traspasen, hay también ahora,
-delante de la populosa ciudad de Túmbez, una conmoción transcendental en
-la vida del héroe.</p>
-
-<p>Con un poco esfuerzo imaginativo podemos contemplar a Pizarro, mudo de
-asombro y trémulo de alegría, fijos sus ojos en la maravilla de la
-ciudad descubierta. Su habitual gravedad se hacía mayor entonces.
-Callado, taciturno, encorvado por la religiosidad de la hora su hercúleo
-y alto cuerpo, Pizarro asistía a la asunción de un vasto país, y, por
-tanto, al principio de un episodio fundamental para el mundo. El mundo,
-y primeramente el poderío de España, agrandábase súbitamente con la<span class="pagenum"><a name="page_144" id="page_144">{144}</a></span>
-aportación de aquel nuevo imperio. ¡Y era él, Francisco Pizarro, quien
-debería ganar y poseer la rica y misteriosa tierra!... Estos momentos
-augurales, en que aparecía de súbito la fruta de un imperio brillante a
-los ojos del explorador, y en que el hombre saltaba de un brinco a lomos
-de la galopante Fortuna, verdaderamente fué entonces y en América cuando
-tuvieron su mejor realidad.</p>
-
-<p>La aparición de Túmbez define la vida de Pizarro, la orienta para
-siempre, la transforma sin remedio. El carácter ha cambiado también.
-Desde aquel instante se introduce en el ánimo del héroe una especie de
-angustia entusiasta; se llena, se hincha de una impaciente ambición;
-tiene miedo de perder la dicha que pasa a su lado. Y el hombre obscuro y
-ecuánime que había sido, he ahí que se emborracha al anuncio de la
-gloria.</p>
-
-<p>Manda dar la vuelta al Panamá, y apenas cumple el gusto y el deber de
-abrazar a sus asociados y amigos, rescata el dinero que su penuria le
-consiente y corre a presentarse en España.<span class="pagenum"><a name="page_145" id="page_145">{145}</a></span></p>
-
-<p>Las cosas han variado del todo. El obscuro soldado se penetra bien de su
-situación y decide continuar hasta el fin y con la mayor energía aquel
-juego de azar. Es un buen jugador; tiene alma de estoico y de valiente.
-Mientras la Fortuna le huye, él espera y aguanta, y hasta consiente
-morir en un orgulloso olvido; pero ahí se muestra la Fortuna y el héroe
-pone su vida a una jugada.</p>
-
-<p>Es un nuevo hombre el que nace. Está vibrando de actividad y se crece,
-materialmente se agranda y multiplica en aptitudes y calidades. Se le ve
-trocarse en hombre pulido y ostentoso. Marcha a la corte y no se inmuta
-delante del Emperador. Toma un poco el aire del <i>exitista</i>, porque es
-indispensable para navegar entre Ministros y cortesanos y para eludir
-las zancadillas o estorbos del Consejo de Indias. Se viste, pues, de
-conquistador, cuando en realidad no ha conquistado nada todavía. Es
-decir, que se compromete todo él, lo pone todo a una jugada, para evitar
-cualquier retroceso.</p>
-
-<p>Y tanto se ha comprometido, que no duda<span class="pagenum"><a name="page_146" id="page_146">{146}</a></span> en apresurar su viaje a costa
-de saltar por encima de los formulismos oficinescos. Contratada la
-conquista del Perú con la Corona, recibe los condignos honores y los
-títulos necesarios; ha prometido reclutar un ejército, que no acaba de
-completar nunca; impaciente, temeroso de perder la partida, comete un
-ligero fraude y zarpa de Sevilla sin llenar todas las formalidades. No
-importa; él subsanará la falta de soldados poniendo lo que le sobre de
-corazón. Con pocos o muchos, él conquistará el Perú. Y tienen,
-ciertamente, los actos de Pizarro, esta particularidad: no cuenta el
-número y la masa de su gente, ni se asusta por la limitación de sus
-pertrechos y material de guerra; no se para en contar sus arcabuceros y
-cañones; diríase que tiene una fe ciega en su valor personal, como un
-héroe de los libros de caballería. Se le habrá de ver, poco antes de
-atravesar la cordillera, brindar, a quien quisiere, la eximisión del
-contrato, y despedir sin ira ni pena a los soldados que, efectivamente,
-por miedo a la aventura, retornan al abrigo del pueblo de San Miguel.<span class="pagenum"><a name="page_147" id="page_147">{147}</a></span></p>
-
-<p>Es un caso especial entre los conquistadores este membrudo y taciturno
-héroe, que no cuenta, que no pesa su tropa y material por el número o
-cantidad. Sólo le importa la calidad. Fía en los hombres por lo que
-tienen, no por lo que representan. Es así el tipo del héroe
-representativo que da al hombre un valor ilimitado, casi milagroso. Para
-él un hombre equivale a una infinita posibilidad.</p>
-
-<p>De otro modo sería imposible comprender cómo ninguna fuerza humana se
-lanzase a tal empeño con tan reducidos recursos. ¿Era inconsciencia? No,
-porque Pizarro había perdido lo mejor de su vida en experiencias
-americanas. ¿Era un concepto despreciable del poderío de los Incas?
-Tampoco podemos presumir que aquel hombre, habituado a las guerras
-indias y trabajado por tantos peligros, desconociese la gravedad de la
-empresa o ignorase las fuerzas de un imperio extenso, rico, populoso y
-organizado.</p>
-
-<p>No hay más que aquella fe en el valor del hombre de que hablábamos.
-Siéntese Pizarro él mismo tan capaz y resistente, tan apto para<span class="pagenum"><a name="page_148" id="page_148">{148}</a></span> lo
-increíble y excepcional, que aplica a los otros hombres su propio
-concepto. Su concepto del hombre es infinito. Y no piensa seguramente
-por ilusorias hipótesis; cada uno de sus hombres lo ha contratado él
-mismo, lo ha palpado y lo ha probado. Mira a su gente marchar, proceder,
-desenvolverse. Examina y estudia a sus soldados en los menesteres
-incontables de la expedición, oye sus murmuraciones, asiste a sus
-trabajos, pulsa su resistencia en las marchas y escaramuzas. Cuando se
-interna al fin en la fragosidad de los Andes, Pizarro sabe que no
-comanda un <i>ejército</i>: manda y dirige a <i>ciento sesenta y cuatro
-hombres</i>.</p>
-
-<p>Nuestra época tiene un sentido multitudinario y una noción panegírica de
-la masa y el número; el Renacimiento, al contrario, atribuía al
-individuo un valor de excepcionalidad, y fué aquel período, es cierto,
-algo como una sorprendente floración de personalidades. La constitución
-social de España, con su régimen de hidalgos, prestábase entonces
-sobremanera a que descollasen los individuos de pro y a la culminación
-de temperamentos excepcionales.<span class="pagenum"><a name="page_149" id="page_149">{149}</a></span> Los hombres de la tierra extremeña eran
-singularmente aptos para la excepcionalidad individual. Porque en los
-países de población muy densa, muy abundante, los hombres tienden con
-facilidad a formar muchedumbres y a convertirse en <i>gente</i>, tanto como
-en los territorios despoblados y recios los hombres tienden a ser
-<i>personas</i>. En algunas comarcas numerosas, nutridas, bullentes, del
-centro de Europa, los hombres se confunden y mezclan con las casas, los
-sembrados, las ciudades y los talleres, de tal modo, que desaparecen y
-se anegan en la totalidad; la totalidad es lo único que destaca, como
-una grande y hermosa nota orquestral. Pero en ciertos países, y uno de
-ellos es Extremadura, cada pueblo, en la soledad, adquiere una
-importancia suprema; un simple pastor, en el inmenso despoblado, nos
-sugiere casi la idea divina de la humanidad. Y aquel hombre está en
-medio del paisaje como algo extraordinario, inconfundible, parecido a sí
-mismo, único en el mundo.</p>
-
-<p>Hernán Cortés, con su medio millar de soldados, con su pequeño tropel de
-marineros,<span class="pagenum"><a name="page_150" id="page_150">{150}</a></span> artesanos y mercaderes, supone ya un concepto de multitud y
-de masa; Pizarro lleva sólo 164 hombres, todos aptos para combatir. Más
-pobre y apurado de medios que Cortés, cuenta en su tropa <i>tres</i>
-escopetas... Bien es verdad que llevaba con título de general de
-artillería al griego animoso, el que pasó de los primeros la raya
-trascendental en la isla del Gallo, el fiel Candía. Lleva como ayuda,
-para los lances a distancia, veinte ballesteros... Pero cuenta con una
-proporción de caballos muy superiores a las otras expediciones; van
-sesenta y dos caballeros para ciento dos infantes.</p>
-
-<p>Bien, ya todo está en orden y cumplido. Han fundado la ciudad de San
-Miguel en la costa, para que sea un refugio y un punto de contacto con
-Panamá, con el mundo. Se ha indagado el régimen del país, espiado a los
-caciques y explorado los contornos. Es preciso penetrar al corazón del
-imperio, y sobre todo conviene ir recto al núcleo, al órgano vital del
-país, al mismo campo del emperador Atahualpa.<span class="pagenum"><a name="page_151" id="page_151">{151}</a></span></p>
-
-<p>Para llegar a la meseta de Caxamalca, donde acampa el gran Inca, será
-preciso internarse en las gargantas de la cordillera, escalar los
-puertos de los Andes, llegar al límite de los hielos y las nieves y caer
-en el seno de un país que se ignora. No se dará, no, un paso que no sea
-medido. Francisco Pizarro saca del fondo de su ser todas las instintivas
-o experimentadas cualidades de astucia, observación, inteligencia y
-tiento. Se aviva en él la naturaleza astuta, y va, en efecto, preparando
-el salto de tigre poco a poco. Envía mensajeros al emperador, interroga
-a los indios, adula o amenaza a los caciques. Hácese el imprudente, para
-desconcertar al adversario, y <i>se deja</i> atraer a la cueva del lobo,
-prestándose desde luego a ser comido...</p>
-
-<p>De pronto, llegando a los últimos contrafuertes de los Andes, muéstrase
-a los españoles el camino del puerto; es una escalera tallada en la
-roca, larga y altísima, dominada por horribles derrumbaderos. Hasta
-entonces todo ha marchado menos mal; los preparativos de la astucia
-están bien trabados; pero falta la<span class="pagenum"><a name="page_152" id="page_152">{152}</a></span> última prueba y ésta no consiente
-argucia alguna... Es preciso arriesgarse, <i>jugar</i> a una carta. Los
-soldados palidecen y aun osan advertir al general el rumbo temerario de
-la empresa. El general sabe que en la vida del héroe hay un instante que
-decide precisamente y califica el heroísmo; es el momento en que el
-camino se estrecha, se hace excepcional, se obstaculiza para los hombres
-inferiores o medianos. Es el momento en que hace falta <i>jugar</i>. Pizarro
-juega, salva la cordillera, sigue, y por último cae en pleno campamento
-de Caxamalca, donde millares de indios rodean a su luminoso y divino
-Emperador.<span class="pagenum"><a name="page_153" id="page_153">{153}</a></span></p>
-
-<h2><a name="CAPITULO_XII" id="CAPITULO_XII"></a>CAPÍTULO XII<br /><br />
-<span class="sans">LOS CAPITANES</span></h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">¡Q</span>UÉ diferentes los Ejércitos de ahora, multitudinarios y anónimos,
-asiáticos por su formación y su finalidad, de aquellas huestes españolas
-de la Conquista! Se ha dicho de España que es inhábil para crear
-Ejércitos multitudinarios, y experta como ninguna nación para el manejo
-de la pequeña tropa. Sin duda, nuestro espíritu guerrero se conforma
-mejor al estilo griego de combate que al asiático de las grandes masas.
-Cuando la necesidad ha querido, España luchó con grandes Ejércitos; pero
-su gusto y su excelencia estaban en las huestes poco numerosas, fáciles
-de gobernar, donde cada soldado era una <i>persona</i>, y no un número, y en<span class="pagenum"><a name="page_154" id="page_154">{154}</a></span>
-que todos iban electrizados por la energía del capitán.</p>
-
-<p>Estas pequeñas tropas de soldados han desaparecido, tal vez para
-siempre; por eso es más grato recordarlas ahora. Nuestra alma europea,
-educada en las tradiciones del individualismo y de la personalidad, se
-resiste a admitir las formas anónimas, asiáticas, democráticas y como de
-sufragio universal de este heroísmo moderno y estas multitudes armadas.
-Nos sentimos más acordes con la forma personal y aristocrática del
-guerrero antiguo, con el soldado de Grecia, que luchaba al pie de los
-muros, donde su esposa y sus amigos le reconocían, le alentaban, o con
-el guerrero medioeval, que a veces peleaba solo contra una tropa entera
-de adversarios.</p>
-
-<p>Los historiadores de Indias saben reproducir las formas clásicas de la
-narración en este aprecio individual y detallista de cada soldado. Los
-héroes que salen entonces de España no son números, con su ficha de
-identidad colgada al cuello; cada uno de ellos es una<span class="pagenum"><a name="page_155" id="page_155">{155}</a></span> <i>persona</i>, y de
-muchos de ellos conocemos los pormenores, la vida, el grado de valor,
-los méritos y hasta los detalles psicológicos. Especialmente Bernal Díaz
-del Castillo, con su hermosa tosquedad de soldado, ¡cómo acierta a
-interesarnos con sus descripciones personales, que son perfectos
-retratos varoniles de alto valor artístico! Parece que nos retrae a los
-tiempos de la buena epopeya, cuando el padre Homero pinta a cada uno de
-los soldados, lo nombra, dice de dónde es y quiénes eran sus
-antepasados.</p>
-
-<p>Tan al detalle habla de los conquistadores el bueno de Bernal Díaz, que
-necesita explicar su acierto y hasta quitarle importancia a su maestría,
-exclamando: «No es mucho que se me acuerde ahora sus nombres, pues
-éramos quinientos y cincuenta compañeros, que siempre conversábamos
-juntos, así en las entradas como en las velas, y en las batallas y
-encuentros de guerras, e los que mataban de nosotros en las tales
-peleas...»</p>
-
-<p>Eran <i>compañeros</i> que se ayudaban y proveían; juntos entraban a los
-peligros, juntos<span class="pagenum"><a name="page_156" id="page_156">{156}</a></span> batallaban, y a la noche, en el vivaque, mientras se
-secaban el sudor o la sangre, trasmitíanse unos a otros los cuentos,
-historias y fantasías. Conocíanse todos bien al menudo.</p>
-
-<p>Se sabía quién era alegre y quién melancólico, quién de alma atravesada
-y quién de espíritu generoso. Y como el corazón y los músculos valían en
-aquella empresa tanto, los historiadores definen las particularidades
-físicas de cada uno con especial interés. Un capítulo dedica Bernal Díaz
-del Castillo a retratar a los soldados de Cortés, y su lectura tiene un
-sabor épico extraordinario, más sugestivo porque está empapado del
-realismo español.</p>
-
-<p>Pasan, pues, los soldados en esa descripción de Bernal Díaz como una
-muchedumbre de rostros enérgicos y brazos fornidos. El modo sencillo y
-fuerte de retratar recuerda al punto la manera de nuestros grandes
-pintores; estamos viendo <i>hombres</i> como en Velázquez y Zurbarán; pero
-¡qué brava categoría de hombres!</p>
-
-<p>Aquí está Pedro de Alvarado, el mayor y principal de los hermanos
-extremeños que<span class="pagenum"><a name="page_157" id="page_157">{157}</a></span> acudieron a todas las empresas del continente. Es el
-retrato de un capitán brillante, propio para encuadrarse en la grandeza
-del Renacimiento. «Fué de muy buen cuerpo e bien proporcionado, e tenía
-el rostro y cara muy alegre y en el mirar muy amoroso; e por ser tan
-agraciado le pusieron por nombre los indios Tonatio, que quiere decir el
-sol.»</p>
-
-<p>Aquí está Gonzalo de Sandoval, hidalgo de Medellin, recia figura juvenil
-(veintidós años), que tenía «la estatura muy bien proporcionada y de
-razonable cuerpo y membrudo; el pecho alto y ancho, y asimismo la
-espalda, y de las piernas algo estevado; el rostro tiraba algo a
-robusto, y la barba y el cabello que se usaba algo crespo y acastañado;
-y la voz no la tenía muy clara, sino algo espantosa, y ceceaba tanto
-cuanto».</p>
-
-<p>Aquí pasa «otro buen capitán, que se decía Juan Velázquez de León,
-natural de Castilla la Vieja: sería de hasta veinte y seis años cuando
-acá pasó; era de buen cuerpo, e derecho e membrudo, e buena espalda e
-pecho, e todo bien proporcionado e bien sacado; el rostro<span class="pagenum"><a name="page_158" id="page_158">{158}</a></span> robusto, la
-barba algo crespa e alheñada, e la voz espantosa e gorda...».</p>
-
-<p>Ahora veremos los rasgos morales de estos guerreros, que tienen, como
-buenos luchadores, visibles y pronunciadas las virtudes esenciales y
-simples que son necesarias en la guerra, sobre todo en una guerra
-semi-robinsoniana y casi sobrenatural como la de la Conquista.</p>
-
-<p>Lo que principalmente ponderan los historiadores de Indias en los
-capitanes es la cualidad del valor, y en seguida resaltan el mérito de
-la justicia, la generosidad y el amor con los compañeros de trabajos.</p>
-
-<p>Si pudo consumar Hernán Cortés tan inauditas hazañas, fué a causa de su
-ascendiente personal, de su brillo, de sus cualidades generosas, que
-arrebataban a los soldados. El capitán que intentase arrastrar a
-aquellos hombres en empresas siempre penosísimas necesitaba recurrir a
-esfuerzos psicológicos que correspondían al mundo de la genialidad; las
-pragmáticas reales, los consejos de disciplina y otros fáciles recursos
-de los Ejércitos euro<span class="pagenum"><a name="page_159" id="page_159">{159}</a></span>peos valían bien poco en aquellas incógnitas
-inmensidades, donde cada hombre era una voluntad temible pronta a la
-rebeldía.</p>
-
-<p>De Gonzalo de Sandoval cuenta su cronista que «ni era codicioso de haber
-oro, sino solamente hacer sus cosas como buen capitán esforzado, y en
-las guerras que tuvimos en la Nueva-España siempre tenía cuenta de mirar
-por los soldados que le parecía que lo hacían bien, y les favorecía y
-ayudaba».</p>
-
-<p>De otro capitán se dice: «Fué muy animoso y de buena conversación; e si
-algunos bienes tenía en aquel tiempo los repartía con sus compañeros...»
-Las palabras franco, alegre y justo abundan en estos retratos varoniles,
-que nos muestran constantemente, no la bestia avara y cruel de los
-calumniadores históricos, sino un tipo de capitán conquistador, todo
-macerado en virtudes generosas, exaltadamente varoniles.</p>
-
-<p>A veces salta el ejemplar gracioso, como aquel capitán Pedro de Yrcio,
-tal vez vizcaíno, que era de mediana estatura y paticorto «e tenía el
-rostro alegre, e muy plático en de<span class="pagenum"><a name="page_160" id="page_160">{160}</a></span>masía que haría e acontecería, e
-siempre contaba cuentos de don Pedro Girón e del conde de Ureña: era
-ardid de corazón, e a esta causa le llamábamos Agrajes sin obras».</p>
-
-<p>Otras veces nos conmueve el retrato del capitán sublime y trágico, de la
-madera de aquel Cristóbal de Olea, castellano viejo, que tenía «buen
-pecho e espalda, el rostro algo robusto, mas <i>era apacible</i>... e la voz
-clara». He aquí el tipo predestinado. El rudo Bernal Díaz del Castillo,
-no se sabe cómo, sin pretenderlo, pues no estaba en su costumbre, deja
-caer o vagamente insinúa una honda y breve emoción al retratar a este
-capitán noble, puro, que había de morir como los grandes soldados fieles
-y fervorosos saben: defendiendo a su señor. Este soldado joven, apacible
-y de voz clara, «fué en todo lo que le veíamos hacer tan esforzado, e
-presto en las armas, que le teníamos muy buena voluntad, <i>e le
-honrábamos</i>».</p>
-
-<p>Era un predestinado; su sino le arrastraba a una muerte fija,
-insalvable: la del mártir marcial. Parece un héroe calderoniano por su<span class="pagenum"><a name="page_161" id="page_161">{161}</a></span>
-concepto exaltado del honor, pero sin retórica rimada, sino con hechos.
-«Fué el que escapó de muerte a don Fernando Cortés en lo de Suchimileco,
-cuando los escuadrones mejicanos le habían derribado del caballo el
-Romo, e le tenían asido y engarrafado para lo llevar a sacrificar; e
-asimismo le libró otra vez cuando en lo de la calzadilla de Méjico lo
-tenían otra vez asido muchos mejicanos para lo llevar vivo a sacrificar,
-e le habían ya herido en una pierna al mismo Cortés. Este esforzado
-soldado hizo cosas por su persona, que, aunque estaba muy mal herido,
-mató e acuchilló e dió estocadas a todos los indios que le llevaban a
-Cortés, que les hizo que lo dejasen, e así le salvó la vida... y el
-Cristóbal de Olea quedó muerto allí por lo salvar...»</p>
-
-<p>Al escribir estas últimas palabras, la pluma quiere detenerse y dar con
-ellas por terminado el breve elogio, la somera justificación de los
-Conquistadores. El capitán Cristóbal de Olea, que insiste en defender a
-su jefe de la muerte, como si presintiera el sublime destino que
-necesitaba cumplir Hernán Cortés; ese<span class="pagenum"><a name="page_162" id="page_162">{162}</a></span> valiente hidalgo que muere por
-escudar al general, será, pues, quien cierre la lista de los heroísmos y
-las maravillas, cuya exposición, demasiado rápida, nos hemos propuesto.</p>
-
-<p>Estos son los hombres que han <i>creado</i> la América. Veamos ahora,
-finalmente, qué sentido nuevo de la vida trajo a la humanidad el mundo
-que los Conquistadores inauguraron.<span class="pagenum"><a name="page_163" id="page_163">{163}</a></span></p>
-
-<h2><a name="CAPITULO_XIII" id="CAPITULO_XIII"></a>CAPÍTULO XIII<br /><br />
-<span class="sans">EL SENTIDO DE AMÉRICA</span></h2>
-
-<h3>I</h3>
-
-<p class="nind"><span class="letra">¿Q</span>UÉ nueva forma de vida ha traído América a la Humanidad? ¿Qué lugar
-vacío ha llenado, qué esperanza incierta ha venido a cumplir, con qué
-valores de la materia y del espíritu ha enriquecido al mundo ese
-continente nuevo, alboreal, increíble y portentoso, que estaba
-secuestrado entre dos mares y oculto por los malos genios del terror y
-de la ignorancia?</p>
-
-<p>Cuatro siglos son tarea bastante larga para la pobre memoria de los
-hombres, y ahora mismo, sobre la impermanencia de este globo, que tantas
-cosas olvida, las gentes miran el<span class="pagenum"><a name="page_164" id="page_164">{164}</a></span> milagro de América y pasan ante su
-maravilla sin detenerse, como si nada de sobrenatural hubiera ocurrido
-en nuestra misma zona histórica. La idea de lo <i>reciente</i> es elástica
-como ninguna, y si un suceso de frivolidad política o literaria puede y
-merece envejecer en el tránsito de una semana, otros sucesos, al
-contrario, conservan su virtud de actualidad durante muchos siglos. Es
-porque los sucesos cuotidianos los referimos a nuestra propia vida, que
-verdaderamente es corta; mientras que los otros sucesos deben compararse
-con la eternidad. Apenas si ha comenzado a envejecer el hecho de que un
-hombre rubio marchara por los campos de Galilea predicando una nueva
-vida. La aparición de América debe emocionarnos como si fuera un
-fenómeno actual, contemporáneo nuestro. Y América está, efectivamente,
-actuando en este momento con tal energía de cosa nueva y alboreal, que
-necesitaríamos oponer unos oídos tercamente cerrados al rumor ascendente
-para no percibir los signos de ese mundo joven que se incorpora al
-viejo.<span class="pagenum"><a name="page_165" id="page_165">{165}</a></span></p>
-
-<p>La agregación de ese mundo no ha podido verificarse sin choque,
-revolución y pasmo; Europa se halla como perturbada y perpleja por tan
-imprevista y gigantesca aparición. Por otra parte, América ha sido
-concedida a Europa toda entera, como una propiedad innata, como una hija
-legítima, como una misión del destino. No es un continente como Asia,
-que ya posee dueño y tiene personalidad; América se ofrece a Europa sin
-antecedentes y sin prejuicios, virgen y desnuda, cosa plegable y sumisa
-a cualquier mandato de civilización. Tampoco es un mundo incompleto y
-precario como la Australia; ni un mundo hostil, negro y fatalmente
-tórrido, como Africa; América viene a nosotros sembrada de todos los
-climas posibles, enriquecida con una prodigiosa variedad de paisajes y
-de recursos, al modo de una síntesis perfecta.</p>
-
-<p>Por esto se ha dicho, con razón, que el descubrimiento y conquista de
-América es el hecho más grande desde la venida del Cristianismo. Es el
-hecho revolucionario más intenso, puesto que perturba las líneas
-genera<span class="pagenum"><a name="page_166" id="page_166">{166}</a></span>les del mundo, destruye las incógnitas, retira más allá los
-viejos conceptos y abre una estupenda zona de posibilidades. El
-ensanchamiento del mundo, la supresión de incógnitas, el continuo vuelo
-de la posibilidad; he ahí lo que aporta América a Europa en plena
-iniciativa del Renacimiento.</p>
-
-<p>Por tanto, cada sacudida o movimiento de Europa ya no tendrá que
-malograrse ante la limitación; Europa no tropezará ya contra los muros
-de su breve horizonte. Toda iniciativa religiosa, política, social o
-económica, encontrará desde ahora abiertos los caminos ilimitados, y
-podrá, como la ola, verterse hasta el fin y hasta sus últimas
-consecuencias; porque América, grande y nueva, está ahí para ofrecerse
-como seno de todas experiencias, continuaciones y compensaciones.</p>
-
-<p>Hubo una época, como resultado de la primera emoción, en que la idea del
-Nuevo Mundo iba vestida con envolturas de un cándido y sentimental
-retoricismo. La presencia del indio, vestido con sus plumas y su
-ignorancia supina, produjo aquella suerte de frases que<span class="pagenum"><a name="page_167" id="page_167">{167}</a></span> los poetas
-corearon en tantas odas; <i>la virgen América</i> dió pábulo a muchos
-manoseos retóricos, y los discípulos de Rousseau encontraron una
-graciosa oportunidad para su reivindicación de la naturaleza en el
-sencillo, candoroso y desnudo salvaje americano. Con los inocentes
-indios de América bordó Chateaubriand las románticas historias de Atala,
-y el episodio de aquel indio <i>natchez</i> que el gran poeta hace ir a la
-corte de Luis XIV, es representativo de esa idea romántica,
-rousseauniana, que atribuyó al salvaje americano un tesoro de
-inocencias, de generosidades, de virginidades y de dulces melancolías.</p>
-
-<p>Los que han tratado al indio saben que la literatura no se ha aproximado
-nada a la verdad. Lo mismo ante los conquistadores, como ante los
-modernos colonos, el indio era y es un <i>hombre de la naturaleza</i>; es
-decir, perezoso, artero, cruel, obsceno, astuto y albergue de todos los
-vicios...</p>
-
-<p>La <i>virgen América</i> no debe aparecernos <i>virgen</i> en el sentido
-rousseauniano y en la forma ideal de un indio inocente, que la
-bru<span class="pagenum"><a name="page_168" id="page_168">{168}</a></span>talidad del europeo atropella; América es para nosotros <i>virgen</i> en
-cuanto significa juventud, novedad, fuerza incipientemente usada que
-avanza a lo infinito.</p>
-
-<h3>II</h3>
-
-<p>Ahora mismo, en el último emigrante que pisa por primera vez las playas
-americanas, nace la impresión de asombro que sacudiera al principio el
-alma de los descubridores españoles. Una impresión de admirado espanto
-frente a las cosas descomunales del nuevo continente.</p>
-
-<p>En la Europa propiamente dicha, hacia el lado occidental, núcleo de las
-emigraciones interoceánicas, la Naturaleza mantiene el ritmo<span class="pagenum"><a name="page_169" id="page_169">{169}</a></span> clásico y
-heleno de la medida y la ponderación. Nunca los ríos y las llanuras y
-las islas y los bosques son demasiado grandes; pocas veces incurren las
-cosas en lo desmesurado; apenas la mirada del hombre debe sentirse
-encogida por el paso de lo descomunal. La Naturaleza se complace en
-redondear las ensenadas y recortar los valles ecuánimemente, de manera
-que los paisajes pueden servir a la vida de los hombres y no a la vida
-de seres quiméricos. Las estaciones, las lluvias, los cultivos, la
-población, todo es en la Europa occidental como resultado de una idea de
-ponderación y de medida.</p>
-
-<p>En América, al revés, parece que la Naturaleza aguardara a una legión de
-gigantes y no de hombres. Es un continente sin medida, monstruoso,
-desmesurado, hecho para seres de otra gestación geológica. Los
-descubridores españoles, si penetraban en un bosque, se encontraban
-pronto envueltos por la monstruosidad de la selva; si aguardaban la
-lluvia, recibían el denso diluvio tropical; si buscaban un río, veían
-abrirse la inmensidad del Ori<span class="pagenum"><a name="page_170" id="page_170">{170}</a></span>noco, del Missisipí, del Amazonas, del
-Plata; si hallaban un cerro, veían surgir en su altísima cumbre las
-fauces de un tremendo volcán... Por donde quiera les sorprendía lo
-gigantesco y desmesurado. Monstruosos los calores, los fríos, las
-lluvias, las sequías; gigantescas las llanuras; interminables las
-distancias; enormes los imperios. Desmesuradas las hambres, infinitos
-los triunfos y los placeres. Sorprendente y maravillosa la altivez de
-los Andes, surgiendo sobre el mar. Terribles y apocalípticos los
-terremotos, que destruyen en un momento las ciudades. Desmesuradas, en
-fin, las riquezas de Méjico y del Perú, con sus palacios henchidos de
-verdadera y material pasta de oro...</p>
-
-<p>Después de cuatro siglos, el sentido de lo desmesurado continúa en
-América, y todo allí sigue la tendencia de lo enorme: ciudades
-colosales, ferrocarriles inmensos, cultivos monstruosos.</p>
-
-<p>Por tanto, pronto encontraremos una palabra que nos ayude a expresar un
-signo psicológico de América: exageración. Si la Natura<span class="pagenum"><a name="page_171" id="page_171">{171}</a></span>leza es
-exagerada, justo es que los hombres se sometan a la ley del destino.
-Exagerados en sus impulsos, faltos de medida y ponderación, los
-americanos se alejan tanto del sentido helénico como se aproximan al ser
-de su propia naturaleza continental. Exagerados en sus proyectos, en sus
-empresas, en sus ideales, en sus teorías; exagerados hasta en su
-retórica. Lo medido y pausado les irrita o no lo comprenden. Les gusta
-el ruido y la proporción de la catarata, la fuerza descomunal de sus
-extensiones terrenales, la frondosidad abrumadora de sus selvas. Aman lo
-quimérico y colosal, lo mismo el yanqui, que forma ciudades monstruosas
-como Nueva York; que el tirano del Paraguay, aquel que declara la guerra
-a tres naciones juntas y no rinde las armas hasta que no resta un hombre
-en el país.</p>
-
-<p>El <i>bluff</i>, palabra de América, es el resultado de ese sentido de la
-exageración, de lo desmesurado y colosal, y en cierto modo define la
-parte estéril, pero expresiva, de una dinámica gigantesca,
-sobreexcitada, falta de armonía.</p>
-
-<p>También deberemos mencionar otra pala<span class="pagenum"><a name="page_172" id="page_172">{172}</a></span>bra, muy caracterizadora de la
-psicología americana: libertad. Los descubridores españoles, apenas
-ponían el pie en las Indias, sentíanse aliviados de un peso moral, y era
-éste el «peso jerárquico» de Europa. Bastardos o segundones, soldados
-obscuros o simples homicidas, el caso es que un poblador y un
-conquistador eran desde entonces hijos de sus hechos y valían tanto como
-sus obras. El porquerizo extremeño que llamaban Pizarro a secas, se
-convierte en marqués y señor poderoso; el marmitón de cocina puede
-desembarcar, afanarse en los negocios y llegar a tener palacios,
-servidores.</p>
-
-<p>He ahí a la libertad en toda su realidad positiva. Los hombres se
-desvinculan de sus compromisos europeos, rompen el hilo prolijo de las
-jerarquías, y, aparte un poco de trabazón burocrática en la corte de los
-virreyes, los hombres son por lo que hacen y tienen. ¡Y es tan fácil
-hacer, tan sencillo tener! Allí están las tierras sin fin; hay para
-todos. Allí están los negocios y las empresas brindándose a quien ose
-emprenderlos.<span class="pagenum"><a name="page_173" id="page_173">{173}</a></span></p>
-
-<p>El poder real descollaba muy lejos, allá remoto. Un ancho Océano
-separaba al continente, y la distancia y los peligros del viaje hacían
-más inmunes a los desterrados. Como desterrados, como robinsones
-cívicos, los conquistadores implantaron, efectivamente, en América el
-sistema municipal y las libertades jurídicas, que ya en España habíanse
-defraudado ante el poder imperialista de los nuevos reyes. Y este fuego
-de independencia y de libertad, exagerando los instintos nativos de los
-conquistadores, les arrastra desde el comienzo a disputas y guerras
-civiles.</p>
-
-<p>Hijos son de sus actos. Han roto los vínculos de la familia y se evaden
-a las trabas de las jerarquías meticulosas. Fácil la adquisición, rápido
-el éxito, los pobladores se abren pronto a la soberbia. Y como cada cual
-se defiende por sí mismo de los azares e inminencias, el valor personal
-cobra un mérito extraordinario. Frente a los indios sanguinarios, en los
-cultivos remotos, en las haciendas precarias, donde un solo hombre
-necesita gobernar a manadas de indígenas o de negros, es allí<span class="pagenum"><a name="page_174" id="page_174">{174}</a></span> cuando el
-individuo adquiere la conciencia de su poder y reclama el máximo de su
-libertad personal...</p>
-
-<h3>III</h3>
-
-<p>Acaso en ninguna parte del mundo se le da al hombre tanto valor
-intrínseco como en América. El hombre es allí <i>un valor</i>, en todo lo
-máximo del concepto; es una fuerza dinámica, una posibilidad infinita,
-una energía monedable y, sobre todo, una <i>simiente</i>.</p>
-
-<p>América ha sentido siempre la emoción que no conoce Europa; esa
-entusiasta emoción ante los trasatlánticos humeantes y vociferantes que
-arriban a los muelles con su cargamento de <i>hombres</i>. ¡Semillas de
-porvenir!<span class="pagenum"><a name="page_175" id="page_175">{175}</a></span></p>
-
-<p>Los buques arrojan sobre el muelle su carga humana; las falanges de
-inmigrantes se suceden, y cuando una muchedumbre se ha internado en el
-azar del Continente, otra nueva multitud desembarca. Allá van, por allí
-ruedan y buscan. Son los eternamente renovados en el ideal de las
-Indias. Con sus caras atónitas, con sus cuerpos pesados, un poco sucios
-en su torpeza de aldeanos. Plebe extraída de las últimas humildades
-europeas. Y sin embargo tal vez materia de futuras aristocracias.</p>
-
-<p>¡Ah! En todas partes se muestra el hombre como un grave misterio, capaz
-de contener en sí todos los desdoblamientos del éxito y de la fortuna;
-en América es todavía mayor ese misterio, porque allí las contingencias
-del azar se precipitan con más imprevista rapidez. Por eso es tan
-sugestivo ir curiosamente a lo largo de un gran puerto de América y
-confundirse con las masas de los emigrantes. Bullen hombres, mujeres y
-niños aguardando la hora de internarse en lo desconocido. Candidatos del
-triunfo, unos caerán fracasados, otros vejetarán en una zozobrante
-pobreza; muchos saltarán en<span class="pagenum"><a name="page_176" id="page_176">{176}</a></span> rápidos trancos la escala social,
-empinándose hasta la gloria del triunfo. A manejar rebaños numerosos,
-<i>trusts</i> imponentes, líneas férreas, Bancos. De ellos saldrá el
-multimillonario ostentoso, la dama exquisita o viciosa, el elegante
-rastacuero.</p>
-
-<p>Esa cualidad suya es la que América tiene derecho a ostentar. Por su
-virtud, el hombre obscuro y primario logra la mayor potencia evolutoria.
-La experiencia humana llevada al límite; el arribismo ilimitado y
-democrático: he ahí la cualidad de América. Allí donde el hombre vale
-por lo que es y por lo que puede; donde el hombre es una cosa profunda,
-ilimitada y posible que puede actuar y desenvolverse sin limitaciones ni
-reservas.</p>
-
-<p>En algunas zonas pujantes de aquella América, diríase que todos los
-componentes de la máquina nacional se hallan templados en un ritmo de
-exaltación dinámica. Recuerdan a los músicos de una gran orquesta. Los
-instrumentos vibran con una armonía arrebatadora, templados, tensos,
-sonoros, fáciles a la batuta del destino... La locomotora marcha a
-compás,<span class="pagenum"><a name="page_177" id="page_177">{177}</a></span> como a compás el minero, y el agricultor, y el inventor, y el
-periodista. Y ese compás está puesto en su intensidad máxima. Compás
-heroico, acelerado, propicio para la locura de las experiencias
-temerarias. Así marcha y vibra Norte América, con sus cien ciudades
-osadas. ¿A dónde se dirige? ¿Qué busca? ¿Qué nuevo signo de civilización
-ofrecerá al mundo? No se sabe. Es todavía una fuerza de la naturaleza,
-que acciona a impulso de su fatalidad dinámica y juvenil.</p>
-
-<p>Vivir intensamente o no vivir; tal es el concepto moral de esa América
-dinámica. El maquinismo presta a su vida un impulso que nunca los
-hombres conocieron, y las rotaciones de la actividad se apresuran como
-en una pesadilla. La vida intensa, la vida enérgica y apresurada, o si
-no la muerte. Son los hombres modernos por excelencia, cuya modernidad
-flota libre y aérea por encima de todo peso tradicional.</p>
-
-<p>Simples, ligeros, sin los vínculos del hombre de Europa que necesita
-mirar tanto al pasado como al porvenir; esos hombres sin es<span class="pagenum"><a name="page_178" id="page_178">{178}</a></span>tirpe ni
-abolengo, esos cachorros de león de América, ¿qué sienten frente a
-Europa? ¿Es sólo admiración y respeto? ¿Es también acaso una secreta ira
-inconfesable contra el continente matriz que había recorrido ya la
-ilustre escala de la cultura noble y magistral?... ¿Es un íntimo e
-inexpresable propósito de llegar a poder superar a Europa, dominarla
-alguna vez, imponerla el sello y el ritmo de la vida americana,
-antiplatónica y locamente activa?...</p>
-
-<p>Hija del heroísmo y del azar, madura ya y vigorosa entre los dos
-Océanos, allí América se alza como un enigma. La Humanidad y la
-civilización tienen que contar en adelante con ese agregado imprevisto,
-ascendente y dudoso, que añadirá nuevos caracteres al mundo e infundirá
-quién sabe qué otro sentido a la vida misma.</p>
-
-<p>Cantos de marineros, ruidos de espadas, plegarias de sacerdotes,
-asistieron al alba de ese continente; ahora vocean las bocinas en sus
-puertos, crujen las locomotoras en sus llanuras, dora un sol pacífico la
-opulencia de sus cañaverales. El porvenir se abre sembrado de<span class="pagenum"><a name="page_179" id="page_179">{179}</a></span>
-maravillas. Y mientras en las mil ciudades de América suenan los
-clamores de gloria, el alma quiere asistir todavía, llena de religioso
-respeto, al momento en que el descubridor salta en tierra y hace que el
-viento desplegue y extienda el estandarte cruzado de España; y al
-momento en que Balboa separa los tupidos lienzos de la selva para
-contemplar, mudo y temblando, la inmensidad del mar del Sur; o en que el
-conquistador, abrumado del peso de sus mismo hados, enfrenta
-valerosamente la monstruosidad de los peligros y guía hacia adelante su
-pequeña tropa ferrada, barbuda, brusca y soñadora...</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_180" id="page_180">{180}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_181" id="page_181">{181}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_182" id="page_182">{182}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_183" id="page_183">{183}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<h2><a name="APENDICES1" id="APENDICES1"></a>APÉNDICES</h2>
-
-<h3><a name="I" id="I"></a>I<br /><br />
-<span class="sans">EL AMANERAMIENTO HISTÓRICO</span></h3>
-
-<p class="nind"><span class="letra">L</span>A labor de los historiadores viene actuando sobre esa selva del
-descubrimiento y conquista del continente americano, y es una labor
-difícil, no obstante lo próximo del hecho, porque también conoce la
-Historia del mundo pocos actos en que la fantasía se haya inmiscuido tan
-abundantemente.</p>
-
-<p>Todo suceso histórico es apto para recibir la cópula del error, y la
-mentira, en sus infinitas variedades, no sólo acompaña, precede y sigue
-al hecho, sino que se mezcla y volatiliza en él, hasta formar la mentira
-y el acto un mismo cuerpo. Si se trata de un acto religioso, pronto se
-inmiscuye la mentira, y pronto, también, queda en pie solamente la
-leyenda o<span class="pagenum"><a name="page_184" id="page_184">{184}</a></span> el milagro, con exclusión a veces absoluta del hecho real. En
-vano iremos a preguntar pormenores de Mahoma y el mahometismo, por que
-una montaña de leyendas habrá sofocado toda huella de luz. Y si el hecho
-histórico es de carácter político o militar, ya se sabe (tenemos
-contemporáneamente la experiencia), que el interés de los bandos, la
-argucia de los Gobiernos, la parcialidad de combatientes y espectadores
-interpolan en seguida los fraudes, las omisiones o las referencias o
-añadiduras tendenciosas.</p>
-
-<p>En América era doblemente indispensable que interviniese la fantasía, y
-no por interés de un bando contra otro bando, sino por la misma
-naturaleza del hecho. Poned hoy mismo a unos cuantos soldados, capitanes
-y marineros en el trance de tener que descubrir en plena mar un gran
-continente distinto a todo lo que conocemos, y cuando esa gente vuelva,
-a retazos distanciados y a través de terribles dificultades, sus
-relaciones serán una amalgama de fenómenos exagerados o torcidos.<span class="pagenum"><a name="page_185" id="page_185">{185}</a></span></p>
-
-<p>Los primeros historiadores de América no son los que menos contribuyeron
-a esa obra de desorientación. Por fortuna estaban los cronistas veraces,
-los simples soldados, como Jerez y Bernal Díaz del Castillo, que
-narraban lo que vieran por sus ojos o escucharan a los compañeros, sin
-añadir más fantasía que aquella que es inexcusable y perdonable a todo
-ser dotado de imaginación. Pero estos cronistas no fueron siempre los
-más atendidos por el público universal. Tipos de carácter arribista,
-como sin duda era Amérigo Vespucci, andaban entonces dentro de las
-empresas españolas y ellos daban al público las referencias quiméricas
-que el vulgo de toda hora suele desear.</p>
-
-<p>Después intervinieron los historiadores «profesionales» y éstos
-añadieron complicación a la leyenda. Eran gentes universitarias, doctos
-de toga y de hábito, que se apresuraron a interpretar la historia de las
-Indias sobre el patrón de los modelos clásicos. Llenos de la ampulosidad
-universitaria, entre pedantesca e ingenua, atribuían a los pobres indios
-los<span class="pagenum"><a name="page_186" id="page_186">{186}</a></span> usos, las palabras y la cultura de los griegos y romanos. El
-Renacimiento estaba entonces en la atmósfera y todos se contagiaban de
-él; los héroes de Homero y las páginas de Cicerón no se apartaban de las
-mentes. Y a la vez pesaba en las imaginaciones el brillo de los libros
-de caballería y el régimen feudal.</p>
-
-<p>No había rubor en atribuir a los mejicanos, por ejemplo, el sistema de
-las órdenes militares y religiosas, tal como existían en la Europa
-cristiana. Atribuíanse en general a los indios usos y costumbres que
-sólo estaban en la mente de esos historiadores universitarios,
-maniáticos del clasicismo y llenos del musgo de las aulas. La
-sensiblería indiana, inaugurada por aquel Las Casas, perfecto precursor
-de los hispanófobos anglicanos y enciclopedistas, se nutrió de tales
-historias amañadas.</p>
-
-<p>El indio, como todo salvaje, poseía los pecados en mucho mayor número
-que las virtudes; pueblos tan prácticos y racionalistas como los
-anglosajones no han titubeado en destruir y acorralar al indio, sin duda
-por<span class="pagenum"><a name="page_187" id="page_187">{187}</a></span> su incapacidad de civilización; sólo los españoles, por exceso de
-humanidad, por torpeza o por falta de sentido práctico, se empeñaron en
-incorporar al indio a su vida social y religiosa.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_188" id="page_188">{188}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_189" id="page_189">{189}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<h3><a name="II" id="II"></a>II<br /><br />
-<span class="sans">LOS PILOTOS CANTÁBRICOS</span></h3>
-
-<p class="nind"><span class="letra">A</span>NDALUCES y extremeños sellaron con su cuño el continente de América,
-dándole carácter y estableciendo una sólida civilización. No sería
-justo, sin embargo, olvidar la poderosa ayuda que desde el principio
-recibieron los grandes exploradores y conquistadores por parte de las
-gentes del Norte de la Península: gallegos, asturianos, montañeses y
-vascongados.</p>
-
-<p>Toda esa larga y complicada faja del litoral cantábrico se ha
-distinguido en la Historia por su afición a las empresas de la mar y de
-la guerra. La Reconquista se inició en el Cantábrico, y después, hasta
-su finalización, los cántabros actuaron asiduamente en aquella obra<span class="pagenum"><a name="page_190" id="page_190">{190}</a></span>
-secular. El litoral cantábrico y las rías gallegas han proporcionado
-siempre a Castilla el contingente marino que necesitaba la política
-castellana para su labor unificadora y de expansión universal.</p>
-
-<p>No debe olvidarse que los apellidos próceres de España, las estirpes mas
-nobles y distinguidas en la guerra, en el mando y en las letras,
-provienen en su mayor parte del litoral cantábrico, desde Galicia hasta
-Navarra. Pero no debemos olvidar tampoco que esas estirpes, nacidas en
-la espesura montañosa y el ruralismo cantábricos, se han hecho ilustres
-y eficaces al ingresar en la vida más amplia, abierta y caudalosa de
-Castilla. El Cantábrico diríamos que halla su fin natural en el resto de
-España, y que sus actos y sus hombres cobran firmeza y densidad al ser
-traspasados fuera de los montes. Así los apellidos de Santillana,
-Menéndez, Quirós, Quevedo, Ayala, Guevara, Mendoza y tantos otros,
-siendo obscuros en su país de origen, al generarse después en Castilla
-adquirieron extraordinario vigor.</p>
-
-<p>Es la gente, por lo demás, que pedía Cas<span class="pagenum"><a name="page_191" id="page_191">{191}</a></span>tilla para sus empresas;
-hombres de acción y de codicia, duros en la mar, valientes en la guerra,
-grandes y obstinados trabajadores. Desde el primer momento aparecen en
-América como pilotos, cartógrafos, soldados y pobladores.</p>
-
-<p>Es curioso observar cómo la gente vasca del Renacimiento se adaptó al
-destino y al carácter castellanos, y se alió de buen grado e íntimamente
-a las empresas mundiales españolas. Es verdad que el Renacimiento tuvo
-la virtud de remover las razas y de engrandecerlas, inspirándoles el
-sentido de lo sublime y de lo universal. El país vasco salió también él
-de su ruralismo y osó a la universalidad; sus hombres comprendieron la
-grandeza de la hora y se incorporaron al ímpetu universalista de la
-España de entonces. Pocos hombres han tenido tan alto el sentido de la
-universalidad como San Ignacio de Loyola. Dando el primero la vuelta al
-mundo significó por su parte Elcano ese espíritu universalista.</p>
-
-<p>Como todos los cantábricos en general, el vasco tenía las cualidades que
-distinguen al<span class="pagenum"><a name="page_192" id="page_192">{192}</a></span> hombre de acción y que se requerían para aquellas
-empresas: valor, voluntad, largo aliento y amor de la aventura. Pero
-además de esto, poseían para aquellos trances homéricos la capacidad del
-tozudo trabajo. Iban, pues, en oficio de marinos y soldados; pero
-también iban como <i>trabajadores</i>. Ya entonces debía de ser el vasco lo
-que ahora es: una persona mezcla de aventurero, de contratista y de
-aspirante a millonario. Para abrir minas y caminos, para improvisar
-puentes y embarcaderos, los vascos eran sin duda materia presta e
-idónea. Así nos lo revela, por ejemplo, la relación que Gil González
-hace del paso y utilización del Istmo de Panamá. Vemos, pues, a Núñez de
-Balboa descubrir el mar del Sur después de increíbles trabajos, y le
-vemos empeñado en trazar un camino de trocha que a través de las sierras
-y los bosques habilitase las costas del océano recién descubierto. La
-tentativa de abrir el camino se malogra dos veces. Mueren las
-caballerías, perecen los obreros, la empresa equivale a un heroísmo...</p>
-
-<p>«Fué forzoso abrir camino por otra parte<span class="pagenum"><a name="page_193" id="page_193">{193}</a></span> mucho más espesa, e aún fué
-menester por la mucha espesura del monte con <i>pilotos e agujas de
-marear</i> entender en ello para sacarle el más derecho que ser pudiere...
-Entre la gente que es muerta desta armada después que salí en estos
-reinos (Panamá), que son veinte personas, ha sido la mayor parte dellos
-vizcaínos (vascongados).»</p>
-
-<p>La gente cántabra llegó desde el principio a América, y no ha cesado de
-actuar en aquel continente, hasta nuestros mismos días. Llena está
-América de apellidos vascongados. Embarcaron con Colón, Cortés y Pizarro
-a servir de marinos, soldados, ingenieros y constructores de calzadas;
-más tarde fueron en calidad de evangelizadores; por último se lanzaron a
-los negocios de la colonización, fundando establecimientos de
-agricultura y flotas navieras tan importantes como la célebre Compañía
-de Caracas.</p>
-
-<p>Diríase que América ha sido la providencia del país cantábrico, como si,
-en efecto, estuvieran conformado por el destino a la medida de América.
-La Pampa argentina ha recibido<span class="pagenum"><a name="page_194" id="page_194">{194}</a></span> durante mucho tiempo la visita del
-inmigrante vasco, en una época en que pocos querían arriesgarse a las
-contingencias de una dudosa expatriación. Es así que en el poema
-argentino de «Martín Fierro», que expresa tan realmente el estado de
-aquel país a mediados del siglo <small>XIX</small>, los únicos personajes exóticos son
-el napolitano y el vascongado. El vasco era sin duda ya entonces un
-individuo que se hallaba en todas las partes de la Pampa, porque el
-héroe del poema, el gaucho Martín Fierro, al narrar un episodio dice
-como la cosa más natural:</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i2">«Se tiró al suelo al dentrar,<br /></span>
-<span class="i0">«le dió un empellón a un vasco»,<br /></span>
-<span class="i0">y me alargó un medio frasco,<br /></span>
-<span class="i0">diciendo: Beba, cuñao...»<br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p>Colaboradores asiduos, ardientes y numerosos, ¿cómo es, sin embargo, que
-los cántabros no hayan dado a la historia de la conquista de América un
-nombre resaltante, único y genial como Cortés, Pizarro o Balboa?</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_195" id="page_195">{195}</a></span></p><p>Es un hecho extraño y perturbador que hayan tenido que ocupar siempre
-un puesto de segundo orden, el puesto del ayudante o del colaborador. Es
-en cierto modo trágica esa predisposición de la gente vasca a detenerse
-en el penúltimo escalón de la nombradía, y el figurar en las grandes
-empresas como piloto, y no como capitán. Esto es más notable y
-dramático, y desde luego digno de estudio, si se considera que el vasco
-posee las cualidades que exige el primer puesto: vanidad, ambición, sed
-de renombre y gloria, anhelo de la jerarquía.</p>
-
-<p>Lo cierto es que el vasco siempre se halló en los grandes hechos, pero
-no como capitán, sino en calidad de piloto. Es el Andagoya que prepara
-los barcos y explora las playas; pero el que conquistará Perú será
-Pizarro. Es Elcano quien rodeará el mundo por primera vez; pero saldrá
-de piloto en la expedición, y Magallanes logrará el premio inmortal del
-viaje. Esto se repite siempre y en todos los sitios; el vasco anda cerca
-del generalato, de la genialidad, y no logra dar el salto decisivo. En
-la batalla de Pavía es el soldado vasco Juan de<span class="pagenum"><a name="page_196" id="page_196">{196}</a></span> Urbieta quien se halla
-más cerca de Francisco I y le toma la espada; pero está cerca, está al
-borde del éxito, y no es él precisamente quien gana la batalla. En arte,
-en política, en todos los afanes príncipes busca el vasco el lugar del
-peligro y de la gloria, ¡y no consigue la genialidad, y se limita a ser
-piloto!...</p>
-
-<p>¿Por qué? ¿Hay una fatalidad en los pueblos? ¿Hay un efecto de
-casualidad, de oportunidad?</p>
-
-<p>Sutilizando el hecho, podríamos atribuir ese fenómeno del vasco
-secundario como producto de la democracia vascongada. Exento de
-tradición monárquica y señorial, exento de ciudades y de cultura propia,
-el país vasco ha tenido que carecer por consiguiente del verdadero
-instinto del lujo y del mando. En un país de celosa igualdad, el hombre
-ambicioso, vano y vehemente necesitó buscar fuera un campo para sus
-hazañas. Pero desde el principio estaba en situación de inferioridad
-frente a otros hombres naturalmente próceres, altivos, seguros de su
-rango y que por tradición frecuentaban la corte y asumían en la familia
-los cargos eminentes de la guerra y el<span class="pagenum"><a name="page_197" id="page_197">{197}</a></span> mando político. El sentido
-natural y fatal del mando: he ahí lo que tal vez les faltó a los vascos,
-que no obstante poseían toda la codicia y la ardiente sed del mando.</p>
-
-<p>El cántabro ha sido principalmente rural. El ruralismo se distingue por
-un cierto titubeo, por una timidez, por una duda constante, por fiar a
-la astucia y a la espera el éxito de los propósitos. Pero el gobierno de
-la genialidad requiere otros caminos; para ser capitán es preciso la
-aptitud convencida, instintiva, rápida e indiscutible del mando. El
-hombre de mando no duda; hace como los reyes de origen divino; siente
-que una fuerza extrahumana lo ha puesto al frente de la empresa. Este
-era el caso de Hernán Cortés.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_198" id="page_198">{198}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_199" id="page_199">{199}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<h3><a name="III" id="III"></a>III<br /><br />
-<span class="sans">EJEMPLO DE UNA RECLUTA DE CONQUISTADORES</span></h3>
-
-<p class="r">
-(Bernal Díaz del Castillo. “Conquista<br />
-de la Nueva España”. Cap. XXI.)<br />
-</p>
-
-<p class="nind"><span class="letra">«E</span> así como desembarcamos en el puerto de la villa de la Trinidad, y
-salimos en tierra, y como los vecinos lo supieron, luego fueron a
-recibir a Cortés y a todos nosotros los que veniamos en su compañía, y a
-darnos el parabien venido a su villa, y llevaron a Cortés a aposentar
-entre los vecinos, porque habia en aquella villa poblados muy buenos
-hidalgos; y luego mandó Cortés poner su estandarte delante de su posada
-y dar pregones, como se habia hecho en la villa de Santiago, y mandó
-buscar todas las ballestas y escopetas <span class="pagenum"><a name="page_200" id="page_200">{200}</a></span>que habia y comprar otras cosas
-necesarias y aun bastimentos; y de aquesta villa salieron hidalgos para
-ir con nosotros, y todos hermanos, que fué el capitán Pedro de Albarado
-y Gonzalo de Albarado y Jorge de Albarado y Gonzalo y Gomez e Juan de
-Albarado el viejo, que era bastardo; el capitán Pedro de Albarado es el
-por muchas veces nombrado; e tambien salió de aquesta villa Alonso de
-Avila, natural de Avila, capitán que fué cuando lo de Grijalva, e salió
-Juan de Escalante e Pedro Sanchez Farfan, natural de Sevilla, y Gonzalo
-Mejía, que fué tesorero en lo de Méjico, e un Baena y Juanes de
-Fuenterrabía, y Cristóbal de Olí, que fué forzado, que fué maestre de
-campo en la toma de la ciudad de Méjico y en todas las guerras de la
-Nueva España, e Ortiz el músico, e un Gaspar Sánchez, sobrino del
-tesorero de Cuba, e un Diego de Pineda o Pinedo, y un Alonso Rodriguez,
-que tenia unas minas ricas de oro, y un Bartolomé García y otros
-hidalgos que no me acuerdo sus nombres, y todas personas de mucha valía.
-Y desde la Trinidad escribió Cortés a la villa de Santispíritus, que
-estaba de allí diez y ocho<span class="pagenum"><a name="page_201" id="page_201">{201}</a></span> leguas, haciendo saber a todos los vecinos
-cómo iba a aquel viaje a servir a su majestad, y con palabras sabrosas e
-ofrecimientos para atraer a sí muchas personas de calidad que estaban en
-aquella villa poblados, que se decían Alonso Hernández Puertocarrero,
-primo del conde de Medellin, y Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor e
-gobernador que fué ocho meses, y capitán que después fué en la Nueva
-España, y a Juan Velazquez de Leon, pariente del gobernador Velazquez, y
-Rodrigo Rangel y Gonzalo Lopez de Jimena y su hermano Juan Lopez, y Juan
-Sedeño. Este Juan Sedeño era vecino de aquella villa; y declarólo así
-porque habia en nuestra armada otros dos Juan Sedeños; y todos estos que
-he nombrado, personas muy generosas, vinieron a la villa de la Trinidad,
-donde Cortés estaba; y como lo supo que venian, los salió a recebir con
-todos nosotros los soldados que estábamos en su compañía, y se
-dispararon muchos tiros de artillería y les mostró mucho amor, y ellos
-le tenian grande acato. Digamos ahora cómo todas las personas que he
-nombrado, vecinos<span class="pagenum"><a name="page_202" id="page_202">{202}</a></span> de la Trinidad, tenian en sus estancias, donde hacian
-el pan cazabe, y manadas de puercos cerca de aquella villa, y cada uno
-procuró de poner el mas bastimento que podia. Pues estando desta manera
-recogiendo soldados y comprando caballos, que en aquella sazon e tiempo
-no los habia, sino muy pocos y caros; y como aquel hidalgo por mí ya
-nombrado, que se decia Alonso Hernandez Puertocarrero, no tenia caballo
-ni aun de qué comprallo, Cortés le compró una yegua rucia y dió por ella
-unas lazadas de oro que traia en la ropa de terciopelo que mandó hacer
-en Santiago de Cuba (como dicho tengo); y en aquel instante vino un
-navío de la Habana a aquel puerto de la Trinidad, que traía un Juan
-Sedeño, vecino de la misma Habana, cargado de pan cazabe y tocinos, que
-iba a vender a unas minas de oro cerca de Santiago de Cuba; y como saltó
-en tierra el Juan Sedeño, fué a besar las manos a Cortés, y después de
-muchas pláticas que tuvieron, le compró el navío y tocinos y cazabe
-fiado, <i>y se fué el Juan Sedeño con nosotros. Ya teníamos once navíos</i>,
-y todo se nos<span class="pagenum"><a name="page_203" id="page_203">{203}</a></span> hacia prósperamente, <i>gracias a Dios por ello</i>; y estando
-de la manera que he dicho, envió Diego Velazquez cartas y mandamientos
-para que detengan la armada a Cortés, lo cual verán adelante lo que
-pasó.»</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_204" id="page_204">{204}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_205" id="page_205">{205}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<h2><a name="IV" id="IV"></a>IV<br /><br />
-<span class="sans">EJEMPLO DE UNA BATALLA EN EL NUEVO MUNDO</span></h2>
-
-<p class="r">
-(Bernal Díaz del Castillo. “Conquista<br />
-de la Nueva España”. Cap. CXLV.)<br />
-</p>
-
-<p class="dtts"><span class="letra">«Y</span> volvamos a nuestra batalla: que al pasar de la puente hirieron a
-muchos de los nuestros e mataron dos soldados, y luego les llevamos a
-buenas cuchilladas por unas calles donde habia tierra firme adelante, y
-los de a caballo, juntamente con Cortés, salen por otras partes a tierra
-firme, adonde toparon sobre mas de diez mil indios, todos mejicanos, que
-venian de refresco para ayudar a los de aquel pueblo; y peleaban de tal
-manera con los nuestros, que les aguardaban con las lanzas a los de a
-caballo, e hirieron a cuatro dellos; y Cortés, que se halló en aquella
-gran<span class="pagenum"><a name="page_206" id="page_206">{206}</a></span> presa, y el caballo en que iba, que era muy bueno, castaño oscuro,
-que le llamaban el Romo, u de muy gordo u de cansado, como estaba
-holgado, desmayó el caballo, y los contrarios mejicanos, como eran
-muchos, echaron mano a Cortés y le derribaron del caballo; otros dijeron
-que por fuerza le derrocaron; ahora sea por lo uno o por lo otro, en
-aquel instante llegaron muchos mas guerreros mejicanos para si pudieran
-apañarle vivo a Cortés; y como aquello vieron unos tlascaltecas y un
-soldado muy esforzado, que se decia Cristóbal de Olea, natural de
-Castilla la Vieja, de tierra de Medina del Campo, de presto llegaron, y
-a buenas cuchilladas y estocadas hicieron lugar, y tornó Cortés a
-cabalgar, aunque bien herido en la cabeza, y quedó el Olea muy malamente
-herido de tres cuchilladas; y en aquel tiempo acudimos allí todos los
-mas soldados que mas cerca dél nos hallamos; porque en aquella sazón,
-como en aquella ciudad habia en cada calle muchos escuadrones de
-guerreros y por fuerza habiamos de seguir las banderas, no podiamos
-estar todos juntos,<span class="pagenum"><a name="page_207" id="page_207">{207}</a></span> sino pelear unos a unas partes y otros a otras,
-como nos fué mandado por Cortés; mas bien entendimos que donde andaba
-Cortés y los de a caballo que habia mucho que hacer, por las muchos
-gritas y voces y alaridos que oiamos. Y en fin de mas razones, puesto
-que habia adonde andábamos muchos guerreros, fuimos con gran riesgo de
-nuestras personas adonde estaba Cortés, que ya se le habian juntado
-hasta quince de a caballo y estaban peleando con los enemigos junto a
-unas acequias, adonde se mamparaban y estaban albarradas; y como
-llegamos, les pusimos en huida, aunque no del todo volvian las espaldas;
-y porque el soldado Olea que acudió a nuestro Cortés estaba muy mal
-herido de tres cuchilladas y se desangraba, y las calles de aquella
-ciudad estaban llenas de guerreros, dijimos a Cortés que se volviese a
-unos mamparos y se curase el Cortés y el Olea; y así, volvimos, y no muy
-sin sobra de vara y piedra y flecha, que nos tiraban de muchas partes
-donde tenian mamparos y albarradas, creyendo los mejicanos que volviamos
-retrayéndonos, e nos seguian<span class="pagenum"><a name="page_208" id="page_208">{208}</a></span> con gran furia; y en este instante viene
-Pedro de Albarado e Andrés de Tapia y Cristóbal de Olí y todos los mas
-de a caballo que fueron con ellos a otras partes, el Olí corriendo
-sangre de la cara y el Pedro de Albarado herido y el caballo, y todos
-los demás cada cual con su herida, y dijeron que habian peleado con
-tanto mejicano en el campo, que no se podian valer; y porque cuando
-pasamos la puente que dicho tengo, parece ser que Cortés los repartió,
-que la mitad de a caballo fuesen por una parte y la otra mitad por otra;
-y así, fueron siguiendo tras unos escuadrones, y la otra mitad tras los
-otros. Pues ya que estábamos curando los heridos con quemalles con
-aceite e apretalles con mantas, suenan tantas voces y trompetillas e
-caracoles por unas calles en tierra firme, y por ellas vienen tantos
-mejicanos a un patio donde estábamos curando los heridos, e tírannos
-tanta vara e piedra, que hirieron de repente a muchos soldados; mas no
-les fué muy bien de aquella cabalgada, que presto arremetimos con ellos,
-y a buenas cuchilladas y estocadas quedaron hartos dellos tendi<span class="pagenum"><a name="page_209" id="page_209">{209}</a></span>dos.
-Pues los de a caballo no tardaron en salilles al encuentro, que mataron
-muchos, puesto que entonces hirieron dos caballos e mataron un soldado;
-de aquella vez los echamos de aquel sitio e patio; y cuando Cortés vió
-que no habia mas contrarios, nos fuimos a reposar a otro grande patio,
-adonde estaban los grandes adoratorios de aquella ciudad, y muchos de
-nuestros soldados subieron en el cu más alto, adonde tenian sus ídolos,
-y desde allí vieron la gran ciudad de Méjico y toda la laguna, porque
-bien se señoreaba todo; y vieron venir sobre dos mil canoas que venian
-de Méjico llenas de guerreros, y venian derechos adonde estábamos;
-porque, segun otro día supimos, el señor de Méjico, que se decía
-Guatemuz, les enviaba para que aquella noche o día diesen en nosotros; y
-juntamente envió por tierra sobre otros diez mil guerreros, para que,
-unos por una parte y otros por otra, tuviesen manera que no saliésemos
-de aquella ciudad con las vidas ninguno de nosotros. Tambien habia
-apercebido otros diez mil hombres para les enviar de refresco cuando
-estu<span class="pagenum"><a name="page_210" id="page_210">{210}</a></span>viesen dándonos guerra, y esto se supo otro día de cinco capitanes
-mejicanos que en las batallas prendimos; y mejor lo ordenó Nuestro Señor
-Jesucristo; porque así como vino aquella gran flota de canoas, luego se
-entendió que venian contra nosotros, y acordóse que hubiese muy buena
-vela en todo nuestro real, repartido a los puertos y acequias por donde
-habian de venir a desembarcar, y los de a caballo muy a punto toda la
-noche, ensillados y enfrenados, aguardando en la calzada y tierra firme,
-y todos los capitanes, y Cortés con ellos, haciendo vela y ronda toda la
-noche, e a mí e a otros diez soldados nos pusieron por velas sobre unas
-paredes de cal y canto, y tuvimos muchas piedras e ballestas y escopetas
-y lanzas grandes adonde estábamos, para que si por allí, en unas
-acequias que era desembarcadero, llegasen canoas, que los resistiésemos
-e hiciésemos volver, e a otros soldados pusieron en guarda en otras
-acequias.</p>
-
-<p>Dejemos de hablar deste desman por causa de Cortés, y digamos cómo
-habiamos ya<span class="pagenum"><a name="page_211" id="page_211">{211}</a></span> llegado a Tacuba con nuestras banderas tendidas, con todo
-nuestro ejército y fardaje, y todos los mas de a caballo habian llegado,
-y también Pedro de Albarado y Cristóbal de Olí, y Cortés no venia con
-los diez de a caballo que llevó en su compañía. Tuvimos mala sospecha no
-les hubiese acaecido algún desman, y luego fuimos con Pedro de Albarado
-y Cristóbal de Olí e Andrés de Tapia en su busca, con otros de a
-caballo, hácia los esteros donde le vimos apartar, y en aquel instante
-vinieron los otros dos mozos de espuelas que habian ido con Cortés, que
-se escaparon, e se decía el uno Monroy y el otro Tomás de Rijoles, y
-dijeron que ellos por ser ligeros escaparon, e que Cortés y los demás se
-vienen poco a poco porque traen los caballos heridos; y estando en esto
-viene Cortés, con el cual nos alegramos, puesto que él venia muy triste
-y como lloroso; llamábanse los mozos de espuelas que llevaron a Méjico a
-sacrificar, el uno Francisco Martin Vendobal, y este nombre de Vendobal
-se le puso por ser algo loco, y el otro se decía Pedro Gallego.<span class="pagenum"><a name="page_212" id="page_212">{212}</a></span> Pues
-como allí llegó Cortés a Tacuba, llovia mucho, y reparamos cerca de dos
-horas en unos grandes patios; y Cortés con otros capitanes y el tesorero
-Alderete, que venia ya malo, y el fraile Melgarejo y otros muchos
-soldados subimos en el gran cu de aquel pueblo, que desde él se
-señoreaba muy bien la ciudad de Méjico, que está muy cerca, y toda la
-laguna y las mas ciudades que están en el agua pobladas; y cuando el
-fraile y el tesorero Alderete vieron tantas ciudades y tan grandes, y
-todas asentadas en el agua, estaban admirados. Pues cuando vieron la
-gran ciudad de Méjico y la laguna y tanta multitud de canoas, que unas
-iban cargadas con bastimentos y otras iban a pescar y otras baldías,
-mucho mas se espantaron, porque no las habian visto hasta en aquella
-sazon; y dijeron que nuestra venida en esta Nueva España que no eran
-cosas de hombres humanos, sino que la gran misericordia de Dios era
-quien nos sostenia; e que otras veces han dicho que no se acuerdan haber
-leido en ninguna escritura que hayan hecho ningunos vasallos tan
-gran<span class="pagenum"><a name="page_213" id="page_213">{213}</a></span>des servicios a su rey como son los nuestros, e que ahora lo dicen
-muy mejor, y que dello harian relación a su majestad. Dejemos de otras
-muchas pláticas que allí pasaron, y cómo consolaba el fraile a Cortés
-por la pérdida de sus mozos de espuelas, que estaba muy triste por
-ellos; y digamos cómo Cortés y todos nosotros estábamos mirando desde
-Tacuba el gran cu del ídolo Huichilóbos y el Tatelulco y los aposentos
-donde solíamos estar, y mirábamos toda la ciudad, y las puentes y
-calzada por donde salimos huyendo; y en este instante suspiró Cortés con
-una muy grande tristeza, muy mayor que la que de antes traia por los
-hombres que le mataron antes que en el alto cu subiese; y desde entonces
-dijeron un cantar o romance:</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i2">En Tacuba está Cortés<br /></span>
-<span class="i0">Con su escuadrón esforzado,<br /></span>
-<span class="i0">Triste estaba y muy penoso,<br /></span>
-<span class="i0">Triste y con gran cuidado,<br /></span>
-<span class="i0">La una mano en la mejilla,<br /></span>
-<span class="i0">Y la otra en el costado, etc.<br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p>Acuérdome que entonces le dijo un soldado<span class="pagenum"><a name="page_214" id="page_214">{214}</a></span> que se decía el bachiller
-Alonso Perez, que después de ganada la Nueva España fué fiscal e vecino
-en Méjico: «Señor capitán, no esté vuestra merced tan triste; que en las
-guerras estas cosas suelen acaecer, y no se dirá por vuestra merced:</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i2">Mira Nero, de Tarpeya,<br /></span>
-<span class="i0">A Roma cómo se ardía...»<br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p>Y Cortés le dijo que ya veia cuántas veces habia enviado a Méjico a
-rogalles con la paz, y que la tristeza no la tenia por sola una cosa,
-sino en pensar en los grandes trabajos en que nos habiamos de ver hasta
-tornar a señorear, y que con la ayuda de Dios presto lo porniamos por la
-obra.»<span class="pagenum"><a name="page_215" id="page_215">{215}</a></span></p>
-
-<h2><a name="V" id="V"></a>V<br /><br />
-<span class="sans">DESCUBRIMIENTO DEL PACIFICO</span></h2>
-
-<p class="r">
-(López de Gomara. “Historia<br />
-de las Indias”.)<br />
-</p>
-
-<h3>DESCUBRIMIENTO DE LA MAR DEL SUR</h3>
-
-<p class="nind"><span class="letra">E</span>RA Vasco Núñez de Balboa hombre que no sabia estar parado; y aunque
-tenia pocos españoles para los muchos que menester eran, segun don
-Carlos Panquiaco decía, se determinó ir a descobrir la mar del Sur,
-porque no se adelantase otro y le hurtase la bendicion de aquella famosa
-empresa, y por servir y agradar al Rey, que dél estaba enojado. Aderezó
-un galeoncillo que poco antes llegara de Santo Domingo, y diez barcas de
-una pieza. Embarcóse con ciento y noventa<span class="pagenum"><a name="page_216" id="page_216">{216}</a></span> españoles escogidos, y
-dejando los demás bien proveidos, se partió del Darien, 1.º de setiembre
-año de 13. Fué a Careta, dejó allí las barcas y navío y algunos
-compañeros. Tomó ciertos indios para guía y lengua, y el camino de las
-sierras que Panquiaco le mostrara. Entró en tierra de Ponca, que huyó
-como otras veces solia. Siguiéronle dos españoles con otros tantos
-caretanos, y trajéronle con salvoconducto. Venido, hizo paz y amistad
-con Balboa y cristianos, y en señal de firmeza dióles ciento y diez
-pesos de oro en joyuelas, tomando por ellas hachas de hierro,
-cortezuelas de vidrio, cascabeles y cosas de menos valor, empero
-preciosas para él. Dió tambien muchos hombres de carga y para que
-abriesen camino; porque como no tienen contratación con serranos, no hay
-sino unas sendillas como de ovejas. Con ayuda, pues, de aquellos hombres
-hicieron camino los nuestros, a fuerza de brazos y hierro, por montes y
-sierras, y en los rios puentes, no sin grandísima soledad y hambre.
-Llegó en fin a Cuareca, do era señor Torecha, que salió con<span class="pagenum"><a name="page_217" id="page_217">{217}</a></span> mucha gente
-no mal armada, a le defender la entrada en su tierra si no le
-contentasen los extranjeros barbudos. Preguntó quién eran, qué buscaban
-y a do iban. Como oyó ser cristianos, que venian de España, y que
-andaban predicando nueva religion y buscando oro, y que iban a la mar
-del Sur, díjoles que se tornasen atrás sin tocar a cosa suya, so pena de
-muerte. Y visto que hacer no le querian, peleó con ellos animosamente.
-Mas al cabo murió peleando, con otros seiscientos de los suyos. Los
-otros huyeron a mas correr, pensando que las escopetas eran truenos, y
-rayos las pelotas; y espantados de ver tantos muertos en tan poco
-tiempo; y los cuerpos, unos sin brazos, otros sin piernas, otros
-hendidos por medio, de fieras cuchilladas. En esta batalla se tomó preso
-un hermano de Torecha en hábito real de mujer, que no solamente en el
-traje, pero en todo lo al, salvo en parir, era hembra. Entró Balboa en
-Cuareca; no halló paz ni oro, que lo habian alzado antes que pelear.
-Empero halló algunos negros esclavos del señor. Preguntó de dónde los
-habian, y<span class="pagenum"><a name="page_218" id="page_218">{218}</a></span> no le supieron decir o entender mas de que habia hombres de
-aquel color cerca de allí, con quien tenian guerra muy ordinaria. Estos
-fueron los primeros negros que se vieron en Indias, y aun pienso que no
-se han visto mas. Aperreó Balboa cincuenta putos que halló allí, y luego
-quemólos, informado primero de su abominable y sucio pecado. Sabida por
-la comarca esta victoria y justicia, le traian muchos hombres de sodomía
-que los matase. Y segun dicen, los señores y cortesanos usan aquel
-vicio, y no el comun; y regalaban a los alanos, pensando que de
-justicieros mordian los pecadores; y tenian por mas que hombres a los
-españoles, pues habian vencido y muerto tan presto a Torecha y a los
-suyos. Dejó Balboa allí en Cuareca los enfermos y cansados, y con
-sesenta y siete que recios estaban, subió una gran sierra, de cuya
-cumbre se parecia la mar austral, segun las guias decían. Un poco antes
-de llegar arriba mandó parar el escuadron, y corrió a lo alto. Miró
-hacia mediodía, vió la mar, y en viéndola arrodillóse en tierra y alabó
-al Señor, que le hacia tal merced. Lla<span class="pagenum"><a name="page_219" id="page_219">{219}</a></span>mó los compañeros, mostróles la
-mar, y díjoles: «Veis allí, amigos míos, lo que mucho deseábamos. Demos
-gracias a Dios, que tanto bien y honra nos ha guardado y dado. Pidámosle
-por merced nos ayude y guie a conquistar esta tierra y nueva mar que
-descobrimos y que nunca jamás cristiano la vido, para predicar en ella
-el santo Evangelio...»</p>
-
-<p class="fint">FIN</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_220" id="page_220">{220}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_221" id="page_221">{221}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<h2><a name="INDICE" id="INDICE"></a>ÍNDICE</h2>
-
-<table border="0" cellpadding="3" cellspacing="0" summary="">
-
-<tr><td colspan="4"></td><td class="rt">Págs.</td></tr>
-
-<tr><td class="c">Capítulo
-</td><td class="rt"><a href="#CAPITULO_PRIMERO">I.</a></td><td class="c">&mdash;</td><td>
-<a href="#CAPITULO_PRIMERO">Visión de Extremadura.</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_9">9</a></td></tr>
-<tr><td class="c">»</td><td class="rt"><a href="#CAPITULO_II">II.</a></td><td class="c">&mdash;</td><td><a href="#CAPITULO_II">El sello andaluz.</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_19">19</a></td></tr>
-<tr><td class="c">»</td><td class="rt"><a href="#CAPITULO_III">III.</a></td><td class="c">&mdash;</td><td><a href="#CAPITULO_III">Plus Ultra.</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_33">33</a></td></tr>
-<tr><td class="c">»</td><td class="rt"><a href="#CAPITULO_IV">IV.</a></td><td class="c">&mdash;</td><td><a href="#CAPITULO_IV">Los españoles en América.</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_41">41</a></td></tr>
-<tr><td class="c">»</td><td class="rt"><a href="#CAPITULO_V">V.</a></td><td class="c">&mdash;</td><td><a href="#CAPITULO_V">El origen heroico de América.</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_55">55</a></td></tr>
-<tr><td class="c">»</td><td class="rt"><a href="#CAPITULO_VI">VI.</a></td><td class="c">&mdash;</td><td><a href="#CAPITULO_VI">El Cid como precursor de los conquistadores de América.</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_63">63</a></td></tr>
-<tr><td class="c">»</td><td class="rt"><a href="#CAPITULO_VII">VII.</a></td><td class="c">&mdash;</td><td><a href="#CAPITULO_VII">La codicia.</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_75">75</a></td></tr>
-<tr><td class="c">»</td><td class="rt"><a href="#CAPITULO_VIII">VIII.</a></td><td class="c">&mdash;</td><td><a href="#CAPITULO_VIII">Las riquezas.</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_87">87</a></td></tr>
-<tr><td class="c">»</td><td class="rt"><a href="#CAPITULO_IX">IX.</a></td><td class="c">&mdash;</td><td><a href="#CAPITULO_IX">El valor.</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_99">99</a></td></tr>
-<tr><td class="c">»</td><td class="rt"><a href="#CAPITULO_X">X.</a></td><td class="c">&mdash;</td><td><a href="#CAPITULO_X">El conquistador brillante.</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_113">113</a></td></tr>
-<tr><td class="c">»</td><td class="rt"><a href="#CAPITULO_XI">XI.</a></td><td class="c">&mdash;</td><td><a href="#CAPITULO_XI">Francisco Pizarro.</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_131">131</a></td></tr>
-<tr><td class="c">»</td><td class="rt"><a href="#CAPITULO_XII">XII.</a></td><td class="c">&mdash;</td><td><a href="#CAPITULO_XII">Los capitanes.</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_153">153</a></td></tr>
-<tr><td class="c">»</td><td class="rt"><a href="#CAPITULO_XIII">XIII.</a></td><td class="c">&mdash;</td><td><a href="#CAPITULO_XIII">El sentido de América.</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_163">163</a></td></tr>
-</table>
-
-<h2><a name="APENDICES" id="APENDICES"></a>APÉNDICES</h2>
-
-<table border="0" cellpadding="3" cellspacing="0" summary="">
-<tr><td class="rt"><a href="#I">I.</a></td><td class="c">&mdash;</td><td><a href="#I">El amaneramiento histórico.</a></td><td class="rt"><a href="#page_183">183</a></td></tr>
-<tr><td class="rt"><a href="#II">II.</a></td><td class="c">&mdash;</td><td><a href="#II">Los pilotos cantábricos.</a></td><td class="rt"><a href="#page_189">189</a></td></tr>
-<tr><td class="rt"><a href="#III">III.</a></td><td class="c">&mdash;</td><td><a href="#III">Ejemplo de una recluta de conquistadores.</a></td><td class="rt"><a href="#page_199">199</a></td></tr>
-<tr><td class="rt"><a href="#IV">IV.</a></td><td class="c">&mdash;</td><td><a href="#IV">Ejemplo de una batalla en el Nuevo Mundo.</a></td><td class="rt"><a href="#page_205">205</a></td></tr>
-<tr><td class="rt"><a href="#V">V.</a></td><td class="c">&mdash;</td><td><a href="#V">Descubrimiento del Pacífico.</a></td><td class="rt"><a href="#page_215">215</a></td></tr>
-</table>
-
-<hr class="full" />
-<div style='display:block; margin-top:4em'>*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS CONQUISTADORES ***</div>
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-
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-Defect you cause.
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-<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'>
-Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg&#8482;
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-Project Gutenberg&#8482; is synonymous with the free distribution of
-electronic works in formats readable by the widest variety of
-computers including obsolete, old, middle-aged and new computers. It
-exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations
-from people in all walks of life.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-Volunteers and financial support to provide volunteers with the
-assistance they need are critical to reaching Project Gutenberg&#8482;&#8217;s
-goals and ensuring that the Project Gutenberg&#8482; collection will
-remain freely available for generations to come. In 2001, the Project
-Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure
-and permanent future for Project Gutenberg&#8482; and future
-generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see
-Sections 3 and 4 and the Foundation information page at www.gutenberg.org.
-</div>
-
-<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'>
-Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non-profit
-501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the
-state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal
-Revenue Service. The Foundation&#8217;s EIN or federal tax identification
-number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by
-U.S. federal laws and your state&#8217;s laws.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-The Foundation&#8217;s business office is located at 809 North 1500 West,
-Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up
-to date contact information can be found at the Foundation&#8217;s website
-and official page at www.gutenberg.org/contact
-</div>
-
-<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'>
-Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-Project Gutenberg&#8482; depends upon and cannot survive without widespread
-public support and donations to carry out its mission of
-increasing the number of public domain and licensed works that can be
-freely distributed in machine-readable form accessible by the widest
-array of equipment including outdated equipment. Many small donations
-($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt
-status with the IRS.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-The Foundation is committed to complying with the laws regulating
-charities and charitable donations in all 50 states of the United
-States. Compliance requirements are not uniform and it takes a
-considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up
-with these requirements. We do not solicit donations in locations
-where we have not received written confirmation of compliance. To SEND
-DONATIONS or determine the status of compliance for any particular state
-visit <a href="https://www.gutenberg.org/donate/">www.gutenberg.org/donate</a>.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-While we cannot and do not solicit contributions from states where we
-have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition
-against accepting unsolicited donations from donors in such states who
-approach us with offers to donate.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-International donations are gratefully accepted, but we cannot make
-any statements concerning tax treatment of donations received from
-outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-Please check the Project Gutenberg web pages for current donation
-methods and addresses. Donations are accepted in a number of other
-ways including checks, online payments and credit card donations. To
-donate, please visit: www.gutenberg.org/donate
-</div>
-
-<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'>
-Section 5. General Information About Project Gutenberg&#8482; electronic works
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-Professor Michael S. Hart was the originator of the Project
-Gutenberg&#8482; concept of a library of electronic works that could be
-freely shared with anyone. For forty years, he produced and
-distributed Project Gutenberg&#8482; eBooks with only a loose network of
-volunteer support.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-Project Gutenberg&#8482; eBooks are often created from several printed
-editions, all of which are confirmed as not protected by copyright in
-the U.S. unless a copyright notice is included. Thus, we do not
-necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper
-edition.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-Most people start at our website which has the main PG search
-facility: <a href="https://www.gutenberg.org">www.gutenberg.org</a>.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-This website includes information about Project Gutenberg&#8482;,
-including how to make donations to the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to
-subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks.
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-</div>
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