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If you are not located in the United States, you'll have -to check the laws of the country where you are located before using this ebook. - -Title: Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira - -Author: Roberto Payró - -Release Date: November 5, 2019 [EBook #60634] - -Language: Spanish - -Character set encoding: ISO-8859-1 - -*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK DIVERTIDAS AVENTURAS DEL *** - - - - -Produced by Andrés V. Galia and the Online Distributed -Proofreading Team at http://www.pgdp.net - - - - - - - NOTAS DEL TRANSCRIPTOR - -Las palabras en itálicas están indicadas con _sub-índices_, mientras -que las palabras en negritas están indicadas =de este modo=. - -Las reglas ortográficas del castellano cuando esta obra fue publicada -por primera vez eran diferentes a las existentes cuando se realizó la -transcripción. - -Por ejemplo vió, fué, dió, lo mismo que conjunciones como "á", "ó", -"ú", en esa época llevaban acento ortográfico, mientras que vocablos -que actualmente llevan acento ortográfico, como "reír" y "oír", cuando -la obra fue publicada no llevaban acento ortográfico. - -El criterio utilizado para llevar a cabo esta transcripción ha sido el -de respetar la ortografía original, salvo en caso de errores evidentes -de ortografía, impresión y/o puntuación, los cuales han sido corregidos. - -La cubierta del libro fue modificada por el Transcriptor y ha sido -puesta en el dominio público. - -El Índice de capítulos ha sido agregado por el Transcriptor. - - - * * * * * - - - DIVERTIDAS AVENTURAS - DEL NIETO DE JUAN MOREIRA - - - OBRAS DEL MISMO AUTOR - - (De venta en la Biblioteca de LA NACIÓN y - en las principales librerías). - - =La Australia Argentina=, (dos volúmenes). - =El Falso Inca=, (cronicón de la Conquista). - =El Casamiento de Laucha=, (novela picaresca). - =Sobre las ruinas=... (drama en cuatro actos). - =Marco Severi=, (drama en tres actos). - =El Triunfo de los otros=, (drama en tres actos). - =Pago Chico.= - =Violines y toneles.= - =Crónicas.= - =En las tierras de Inti.= - - - AGOTADAS - - =Ensayos poéticos.=--=Antígona=, (novela).--=Scripta.= - (cuentos).--=Novelas y fantasías.=--=Los - Italianos en la Argentina.=--=Emilio Zola=, etc., etc. - - - - - ROBERTO J. PAYRÓ - - _Divertidas aventuras - Del nieto de Juan Moreira_ - - [Illustration] - - - BUENOS AIRES - CASA EDITORA É IMPRESORA - M. RODRÍGUEZ GILES - Corrientes, núm. 1379 - - Imp. Sopena, Provenza, 95.--BARCELONA - - - - - ÍNDICE - - PÁG. - PRIMERA PARTE 5 - - SEGUNDA PARTE 147 - - TERCERA PARTE 257 - - - - - DIVERTIDAS AVENTURAS - DEL NIETO DE JUAN MOREIRA - - - - - PRIMERA PARTE - - - I - -Nací á la política, al amor y al éxito, en un pueblo remoto de -provincia, muy considerable según el padrón electoral, aunque tuviera -escasos vecinos, pobre comercio, indigente sociabilidad, nada de -industria y lo demás en proporción. El clima benigno, el cielo siempre -azul, el sol radiante, la tierra fertilísima, no habían bastado, como -se comprenderá, para conquistarle aquella preeminencia. Era menester -otra cosa. Y los «dirigentes» de Los Sunchos, al levantarse el último -censo, por arte de birlibirloque habían dotado al departamento con una -importante masa de sufragios--mayor que el natural,--para procurarle -decisiva representación en la Legislatura de la provincia, directa -participación en el gobierno autónomo, voz y voto delegados en el -Congreso Nacional y, por ende, influencia eficaz en la dirección del -país. Escrutando las causas y los efectos, no me cabe duda de que los -sunchalenses confiaban más en sus propias luces y patriotismo, que en -el patriotismo y las luces del resto de nuestros compatriotas, y de que -se esforzaban por gobernar con espíritu puramente altruista. El hecho -es que, siendo cuatro gatos, como suele decirse, alcanzaban tácita -ó manifiesta ingerencia en el manejo de la res pública. Pero esto, -que puede parecer una de tantas incongruencias de nuestra democracia -incipiente, no es divertido y no hace, tampoco, al caso. Lo que sí hace -y quizá resulte divertido, es que mi padre fuera uno de los susodichos -dirigentes, quizá el de ascendiente mayor en el departamento, y que mi -aristocrática cuna me diera--como en realidad me dió,--vara alta en -aquel pueblo manso y feliz, holgazán bajo el sol de fuego, soñador bajo -el cielo sin nubes, cebado en medio de la pródiga naturaleza. Hoy me -parece que hasta el aire de Los Sunchos era alimenticio, y que bastaba -masticarlo al respirar para mantener y aun acrecentar las fuerzas: -milagro de mi país, donde, virtualmente, todavía se encuentran pepitas -de oro en medio de la calle. - -Desde chicuelo era yo, Mauricio Gómez Herrera, el niño mimado de -vigilantes, peones, gente del pueblo y empleados públicos de menor -cuantía, quienes me enseñaron pacientemente á montar á caballo, -vistear, tirar la taba, fumar y beber. Mi capricho era ley para -todos aquellos buenos paisanos, en especial para el populacho, los -subalternos y los humildes amigos ó paniaguados de las autoridades; y -cuando algún opositor, víctima de mis bromas, que solían ser pesadas, -se quejaba á mis padres, nunca me faltó defensa ó excusa, y si bien -ambos prometían á veces reprenderme ó castigarme, la verdad es -que--especialmente el «viejo»--no hacían sino reirse de mis gracias. - -Y aquí debo confesar que yo era, en efecto, un niño gracioso si se me -consideraba en lo físico. Tengo por ahí arrumbada cierta fotografía -amarillenta y borrosa que me sacó un fotógrafo trashumante al cumplir -mis cinco años, y aparte la ridícula vestimenta de lugareño y el aire -cortado y temeroso, la verdad es que mi efigie puede considerarse la -de un lindísimo muchacho, de grandes ojos claros y serenos, frente -espaciosa, cabello rubio naturalmente rizado, boca bien dibujada, -en forma de arco de Cupido, y barbilla redonda y modelada, con su -hoyuelo en el medio, como la de un Apolo infante. En la adolescencia -y en la juventud fuí lo que mi niñez prometía, todo un buen mozo, de -belleza un tanto femenil, pese á mi poblado bigote, mi porte altivo, mi -clara mirada, tan resuelta y firme; y estos dotes de la Naturaleza me -procuraron siempre, hasta en épocas de madurez... Pero, no adelantemos -los acontecimientos... - -Tenía yo por aquel entonces un carácter de todos los demonios que, -según me parece, la edad y la experiencia han modificado y mejorado -mucho, especialmente en las exteriorizaciones. Nada podía torcer mi -voluntad, nadie lograba imponérseme, y todos los medios me eran buenos -para satisfacer mis caprichos. Gran cualidad. Recomiendo á los padres -de familia deseosos de ver el triunfo de su prole, que la fomenten en -sus hijos, renunciando, como á cosa inútil y perjudicial, á la tan -preconizada disciplina de la educación, que sólo servirá para crearles -luego graves y quizás insuperables dificultades en la vida. Estudien mi -ejemplo, sobre el que nunca insistiré bastante: desde niño he logrado, -detalle más, detalle menos, todo cuanto soñaba ó quería, porque nunca -me detuvo ningún falso escrúpulo, ninguna regla arbitraria de moral, -como ninguna preocupación melindrosa, ningún juicio ajeno. Así, cuando -una criada ó un peón me eran molestos ó antipáticos, espiaba todos sus -pasos, acciones, palabras y aun pensamientos, hasta encontrarlos en -falta y poder acusarlos ante el tribunal casero; ó--no hallando hechos -reales,--imaginaba y revelaba hechos verosímiles, valiéndome de las -circunstancias y las apariencias paciente y sutilmente estudiadas. ¡Y -cuántas veces habrá sido profunda é ignorada verdad lo que yo mismo -creía dudoso por falta de otras pruebas que la inducción y la deducción -instintivas! - -Pero esto era, sólo, una complicación poco evidente--para descubrirla -he debido forzar el análisis,--de mi carácter que, si bien obstinado -y astuto, era, sobre todo--extraña antinomia aparente,--exaltado y -violento, como irreflexivo y de primer impulso, lo que me permitía -tomar por asalto cuanto con un golpe de mano podía conseguirse. Y como -en el arrebato de mi cólera llegaba fácilmente á usar de los puños, -los pies, las uñas y los dientes, natural era que en el ataque ó en -la batalla con el criado ú otro adversario eventual, resultara yo con -alguna marca, contusión ó rasguño que ellos no me habían inferido -quizá, pero que, dándome el triunfo en la misma derrota, bastaba y -aun sobraba como prueba de la ajena barbarie, y hacía recaer sobre el -enemigo todas las iras paternas: - ---¡Pobre muchacho! ¡Miren cómo me lo han puesto! ¡Es una verdadera -atrocidad!... - -Y tras de mis arañones, puntapiés, cachetadas y mordiscos, llovían -sobre el antagonista los puñetazos de mi padre, hombre de malas pulgas, -extraordinario vigor, destreza envidiable y amén de esto grande -autoridad. ¿Quién se atrevía con el árbitro de Los Sunchos? ¿Quién no -cejaba ante el brillo de sus ojos de acero, que relampagueaban en la -sombra de sus espesas cejas, como intensificados por su gran nariz -ganchuda, por su grueso bigote cano, por su perilla que en ocasiones -parecía adelantarse como la punta de un arma? - -Vivíamos con grandeza--naturalmente en la relatividad aldeana, que no -da pretexto á los lujos desmedidos,--y «tatita» gastaba cuanto ganaba -ó un poco más, pues á su muerte sólo heredé la chacra paterna, gravada -con una crecida hipoteca que hacían más molesta algunas otras deudas -menores. Sí; sólo teníamos una chacra, pero hay que explicarse: era una -vasta posesión de cuatrocientas varas de frente por otras tantas de -fondo, y estaba enclavada casi en el mismo centro del pueblo. Su cerco, -en parte de adobe, en parte de pita, cina-cina y talas, interceptaba -las calles de Libertad, Tunes y Cadillal, que corrían de norte á sud, y -las de Santo Domingo, Avellaneda y Pampa, de Este á Oeste. Los cuatro -grandes frentes daban sobre San Martín, Constitución, Blandengues y -Monteagudo. Nuestra casa ocupaba la esquina de las calles San Martín y -Constitución, la más próxima á la plaza y los edificios públicos, y era -una amplia construcción de un solo piso, á lo largo de la cual corría -una columnata de pilares delgados, sosteniendo un ancho alero. En ella -habitábamos nosotros solos, pues las cocinas, cocheras, dependencias -y cuartos de la servidumbre, formaban cuerpo aparte, cuadrando una -especie de patio en que mamita cultivaba algunas flores y tatita -criaba sus gallos. En el resto de la chacra había algunos montecillos -de árboles frutales, un poco de alfalfa, un chiquero, un gallinero, -y varios potreros para los caballos y las dos vacas lecheras. Tengo -idea de que alguna vez se plantaron hortalizas en un rincón de la -chacra, pero en todo caso no fué siempre, ni siquiera con frecuencia, -sin duda para no desdecir mucho del indolente carácter criollo que en -aquel tiempo consideraba «cosa de gringos» ordeñar las vacas y comer -legumbres. Con todo, nuestra casa era un palacio y nuestra chacra un -vergel, comparadas con las demás mansiones señoriales de Los Sunchos, -y nuestras costumbres de familia tenían un sello aristocrático que -más de una vez envenenó las malas lenguas del pueblo, que zumbaban -como avispas irritadas, aunque á respetable distancia de los oídos de -tatita. Esta especie de refinamiento, cada vez más borroso, se explica -naturalmente: mi padre pertenecía á una de las familias más viejas del -país, una familia patricia radicada en Buenos Aires desde la guerra -de la Independencia, vinculada á la alta sociedad y dueña de una -respetable fortuna que varias ramas conservan todavía. Menos previsor ó -más atrevido que sus parientes, mi padre se arruinó--ignoro cómo y no -me importa saberlo,--salió á correr tierras en busca de mejor suerte, y -fué á varar en Los Sunchos, llevando hasta allí algunos de sus antiguos -hábitos y aficiones. - -No se ocupaba más que de la política activa, y de la tramitación -de toda clase de asuntos ante las autoridades municipales y -provinciales. Intendente y presidente de la Municipalidad, en varias -administraciones, había acabado por negarse á ocupar puesto oficial -alguno, conservando, sin embargo, meticulosamente, su influencia y -su prestigio: desde afuera, manejaba mejor sus negocios, sin dar que -hablar, y siempre era él quien decidía en las contiendas electorales, y -otras, como supremo caudillo del pueblo. Cuando no se iba á la capital -de la provincia, llevado por asuntos propios ó ajenos--en calidad de -intermediario,--pasaba el día entero en el café, en la «cancha» de -carreras ó de pelota, en el billar ó la sala de juego del Club del -Progreso, ó de visita en casa de alguna comadre. Tenía muchas comadres, -y mamá hablaba siempre de ellas con cierto retintín y á veces hasta -colérica, cosa extraña en una mujer tan buena, que era la mansedumbre -en persona. Tatita solía mostrarse emprendedor. Á él se debe, entre -otros grandes adelantos de Los Sunchos, la fundación del Hipódromo -que acabó con las canchas derechas y de andarivel, é hizo, también, -para las riñas de gallos, un verdadero circo en miniatura. Leía los -periódicos de la capital de la provincia, que le llegaban tres veces -por semana, y gracias á esto, á su copiosa correspondencia epistolar y -á las noticias de los pocos viajeros y de Isabel Contreras, el mayoral -de la galera de Los Sunchos, estaba siempre al corriente de lo que -sucedía y de lo que iba á suceder, sirviéndole para prever esto último -su peculiar olfato y su larga experiencia política, acopiada en años -enteros de intrigas y de revueltas. La inmensa utilidad práctica de -esta clase de información fué, sin duda, lo que le hizo mandarme á la -escuela, no con la mira de hacer de mí un sabio, sino con la plausible -intención de proveerme de una herramienta preciosa para después. - -Esto ocurrió pasados ya mis nueve años, puede también que los diez. -Mi ingreso en la escuela fué como una catástrofe que abriera un -paréntesis en mi vida de vagancia y holgazanería, y luego como una -tortura, momentánea sí, pero muy dolorosa, tanto más cuanto que, si -aprendí á leer, fué gracias á mi santa madre, cuya inagotable paciencia -supo aprovechar todos mis fugitivos instantes de docilidad, y cuya -bondad tímida y enfermiza, premiaba cada pequeño esfuerzo mío tan -espléndidamente como si fuera una acción heroica. Me parece verla -todavía, siempre de negro, oprimida en un vestido muy liso, pálida -bajo sus bandós castaño obscuro, hablando con voz lenta y suave y -sonriendo casi dolorosamente, á fuerza de ternura. Mucho le costaron -las primeras lecciones, como le costó hacerme ir á misa é inculcarme -inciertas doctrinas de un vago catolicismo, algo supersticioso, por -mi inquietud indómita; pero á poco cedí y me plegué, más que todo, -interesado con los cuentos de las viejas sirvientas y los, aún más -maravillosos, de una costurerita española, jorobada, que decía á cada -paso «interín», que estaba siempre en los rincones obscuros, y en quien -creía yo ver la encarnación de un diablillo entretenido y amistoso ó de -una bruja momentáneamente inofensiva. «Interín» me contaban las unas -las hazañas de Pedro Urdemalas (Rimales, decían ellas), y la otra los -amores de Beldad y la Bestia, ó las terribles aventuras del Gato, el -Ujier y el Esqueleto, leídas en un tomo trunco de Alejandro Dumas, mi -naciente raciocinio me decía que mucho más interesante sería contarme -aquello á mí mismo, todas las veces que quisiera y en cuanto se me -antojara, ampliado y embellecido con los detalles en que sin duda -abundaría la letra menudita y cabalística de los libros. Y aprendí -á leer, rápidamente, en suma, buscando la emancipación, tratando de -conquistar la independencia. - - - II - -Acabé por acostumbrarme un tanto á la escuela. Iba á ella á divertirme, -y mi diversión mayor consistía en hacer rabiar al pobre maestro, don -Lucas Arba, un infeliz español, cojo y ridículo, que, gracias á mí, -se sentó centenares de veces sobre una punta de pluma ó en medio de -un lago de pega-pega, y otras tantas recibió en el ojo ó la nariz, -bolitas de pan ó de papel, cuidadosamente masticadas. ¡Era de verle dar -el salto ó lanzar el chillido provocados por la pluma, ó levantarse -con la silla pegada á los fondillos, ó llevar la mano al órgano -acariciado por el húmedo proyectil, mientras la cara se le ponía como -un tomate! ¡Qué alboroto, y cómo se desternillaba de risa la escuela -entera! Mis tímidos condiscípulos, sin imaginación, ni iniciativa, ni -arrojo, como buenos campesinos, hijos de campesino, veían en mí un -ente extraordinario, casi sobrenatural, comprendiendo intuitivamente -que, para atreverse á tanto, era preciso haber nacido con privilegios -excepcionales de carácter y de posición. - -Don Lucas tenía la costumbre de restregar las manos sobre el -pupitre--«cátedra» decía él,--mientras explicaba ó interrogaba; -después, en la hora de caligrafía ó de dictado, poníase de codos en -la mesa y apoyaba las mejillas en la palma de las manos, como si su -cerebro pedagógico le pesara en demasía. Observar esta peculiaridad, -procurarme pica-pica y espolvorear con ella la cátedra, fueron para -mí cosas tan lógicas como agradables. Y repetí á menudo la ingeniosa -operación, entusiasmado con el éxito, pues nada más cómico que ver á -don Lucas rascarse primero suavemente, después con cierto ardor, en -seguida rabioso, por último frenético hasta el estallido final: - ---¡Todo el mundo se queda dos horas! - -Iba á lavarse, á ponerse calmantes, sebo, aceite, qué sé yo, y la clase -abandonada se convertía en una casa de orates, obedeciendo entusiasta -á mi toque de zafarrancho; volaban los cuadernos, los libros, los -tinteros--quebrada la inercia de mis condiscípulos,--mientras los -instrumentos musicales más insólitos ejecutaban una sinfonía -infernal. Muchas veces he pensado, recapitulando estas escenas, que -mi verdadero temperamento es el revolucionario y que he necesitado un -prodigio de voluntad para ser toda mi vida un elemento de orden, un -hombre de gobierno... Volvía, al fin, don Lucas rojo y barnizado de -ungüentos, con las pupilas saltándosele de las órbitas--espectáculo -bufo si los hay,--y, exasperado por la intolerable picazón, comenzaba -á distribuir castigos suplementarios á diestro y siniestro, condenando -sin distinción á inocentes y culpables, á juiciosos y traviesos, á -todos, en fin... Á todos menos á mí. ¿No era yo, acaso, el hijo de don -Fernando Gómez Herrera? ¿No había nacido «con corona», según solían -decir mis camaradas? - -¡Vaya con mi don Lucas! Si mucho me reí de ti, en aquellos tiempos, -ahora no compadezco siquiera tu memoria, aunque la evoque entre -sonrisas, y aunque aprecie debidamente á los que, como tú entonces, -saben acatar la autoridad política en todas sus formas, en cada -una de ellas y hasta en sus simples reflejos. Porque, si bien este -acatamiento es la única base posible de la felicidad de las naciones, -y en consecuencia de los ciudadanos, la verdad es que tú exagerabas -demasiado, olvidando que eras, también, «autoridad», aunque de ínfimo -orden. Y esta flaqueza es, para mí, irritante é inadmisible, sobre todo -cuando llega á extremos como éste. - -Una tarde, á la hora de salir de la escuela y á raíz de un alboroto -colosal, don Lucas me llamó y me dijo gravemente que tenía que hablar -conmigo. Sospechando que el cielo iba á caérseme encima, me preparé á -rechazar los ataques del magíster hasta en forma viril y contundente, -si era preciso, de tal modo que, como consecuencia inevitable, ni -yo continuara bajo su férula ni él regentando la escuela, su único -medio de vida: un arañazo ó una equimosis no significaban nada para -mí--era y soy valiente,--y con una marca directa ó indirecta de don -Lucas, obtendría sin dificultad su destierro de Los Sunchos, después de -algunas otras pellejerías que le dieran que rascar. Considérese, pues, -mi pasmo, al oirle decir, apenas estuvimos solos, con su amanerado y -académico lenguaje, ó, mejor dicho, prosodia: - ---Después de recapacitar muy seriamente, he arribado á una conclusión, -mi querido Mauricio... Usted (me trataba de usted, pero tuteaba á -todos los demás), usted es el más inteligente y el más fuerte de la -escuela, aunque no el más juicioso ni el más aplicado... No, no se -enfade todavía, permítame terminar, que no ha de pesarle... Pues -bien, usted que todo lo comprende y que sabe hacerse respetar por sus -condiscípulos, mis alumnos, puede ayudarme con verdadera eficacia, sí, -con la mayor eficacia, á conservar el orden y mantener la disciplina -en las clases, minadas por el espíritu rebelde y revoltoso que es la -carcoma de este país... - -Aunque sorprendido por lo insólito de estas palabras, pronunciadas -con solemne gravedad, como en una tribuna, comencé á esperar más -serenamente los acontecimientos, sospechando, sin embargo, alguna -celada. - ---Pero no he querido--continuó don Lucas, en el mismo tono,--adoptar -una resolución, cualquiera que ella sea, sin consultarle previamente. - -El aula estaba solitaria y en la penumbra de la caída de la tarde. -Junto á la puerta, yo veía, al exterior, un vasto terreno baldío, -cubierto de gramíneas, rojizas ya, un pedazo de cielo con reflejos -anaranjados, y, al interior, la masa informe y azulada de los bancos y -las mesas, en la que parecía flotar aún el ruido y el movimiento de -los alumnos ausentes. Esta doble visión de luz y de sombra me absorbió, -sobre todo, durante una pausa trágica del maestro, para preparar esta -pregunta: - ---¿Quiere usted ser monitor? - -¡Monitor! ¡El segundo en la escuela, el jefe de los camaradas, la -autoridad más alta en ausencia de don Lucas, quizás en su misma -presencia, ya que él era tan débil de carácter!... ¡Y yo apenas sabía -leer de corrido, gracias á mamita! ¡Y en la escuela había veinte -muchachos más adelantados, más juiciosos, más aplicados y mayores que -yo! ¡Oh! estos aspavientos son cosa de ahora; entonces, aunque no -esperara semejante ganga, y aunque mucho me sonriera el inmerecido -honor, la proposición me pareció tan natural y tan ajustada á mis -merecimientos, que la acepté, diciendo sencillamente, sin emoción -alguna: - ---Bueno, don Lucas. - -Yo siempre he sido así, imperturbable, y aunque me nombraran papa, -mariscal ó almirante, no me sorprendería ni me consideraría inepto para -el cargo. Pero, deseando ser enteramente veraz, agregaré que el «don -Lucas» de la aceptación había sido, desde tiempo atrás, desterrado de -mis labios, en los que las contestaciones se limitaban á un sí ó un -no, «como Cristo nos enseña», sin aditamento alguno de señor ó don, -como nos enseña la cortesía. Y ésta fué una evidente demostración de -gratitud... - -Después he pensado que, en la emergencia, don Lucas se condujo como -un filósofo ó como un canalla: como un filósofo, si quiso modificar -mi carácter y disciplinarme, haciéndome, precisamente, custodio de la -disciplina; como un canalla, si sólo trató de comprarme á costa de una -claudicación moral, mucho peor que la música de su pata coja. Pero, -meditándolo más, quizá no obrara ni como una ni como otra cosa, sino, -apenas, como un simple que se defiende con las armas que tiene, sin -mala ni buena intención, por espíritu de conservación propia, y utiliza -para ello los medios políticos á su alcance--medios poco sutiles á la -verdad, porque la sutileza política no es el dote de los simples.--Para -los demás muchachos, el ejemplo podía ser descorazonador, anárquico, -desastroso como disolvente, porque don Lucas no sabía contemporizar -con la cabra y con la col; pero ¡bah! yo tenía tanto prestigio entre -los camaradas, era tan fuerte, tan poderoso, tan resuelto y tan -autoritario, para decirlo todo de una vez, que el puesto gubernativo me -correspondía como por derecho divino, y muy rebelde y muy avieso había -de ser el que protestara de mi ascensión y desconociese mi regencia. - -Comencé, pues, desde el día siguiente, á ejercer el mando, como si -no hubiera nacido para otra cosa, y seguí ejerciéndolo con grande -autoridad, sobre todo desde el famoso día en que presenté á don Lucas -mi renuncia indeclinable... - -He aquí por qué: - -Irritado contra uno de los condiscípulos más pequeños, que, corriendo -en el patio, á la hora del recreo, me llevó por delante, levanté la -mano, y sin ver lo que hacía le di una soberbia bofetada. Mientras el -chicuelo se echaba á llorar á moco tendido, uno de los más adelantados, -Pedro Vázquez, con quien estábamos en entredicho desde mi nombramiento -de monitor, me faltó audazmente al respeto, gritando: - ---¡Grandulón! ¡Sinvergüenza! - -Iba á precipitarme sobre él con los puños cerrados, cuando recordé mi -alta investidura, y, conteniéndome, le dije con severidad: - ---¡Usted, Vázquez! ¡Dos horas de penitencia! - -Me volvió las espaldas, rudamente, y se encogió de hombros, -refunfuñando no sé qué, vagas amenazas, sin duda, ó frases -despreciativas y airadas. Este muchacho, que iba á desempeñar un papel -bastante considerable en mi vida, era alto, flaco, muy pálido, de ojos -grandes, azul obscuro, verdosos á veces, cuando la luz les daba de -costado, frente muy alta, tupido cabello castaño, boca bondadosamente -risueña, largos brazos, largas piernas, torso endeble, inteligencia -clara, mucha aptitud para los trabajos imaginativos, intuición -científica y voluntad desigual, tan pronto enérgica, tan pronto muelle. - -Aquel día, cuando volvimos á entrar en clase, Pedro, que estaba en -uno de sus períodos de firmeza, apeló del castigo ante don Lucas, que -revocó incontinenti la sentencia, quebrando de un golpe mi autoridad. - ---¡Pues si es así, caramba!--grité,--no quiero seguir de monitor ni un -minuto más. ¡Métase el nombramiento en donde no le dé el sol! - -Don Lucas recapacitó un instante, murmurando: «¡Calma! ¡calma!» y -tratando de apaciguarme con suaves movimientos sacerdotales de la -mano derecha. Sin duda evocaría el punzante recuerdo de las puntas de -pluma, el aglutinante de la pega-pega, el viscoso del papel mascado, el -urticante de la pica-pica, pues con voz melosa, preguntó, tuteándome -contra su costumbre: - ---¿Es decir que renuncias? - ---¡Sí! ¡Renuncio in-de-cli-na-ble-mente!--repliqué, recalcando cada -sílaba del adverbio, aprendido de tatita en sus disquisiciones -electorales. - -La clase entera abrió tamaña boca, espantada, creyendo que la -palabrota era un terno formidable, nuncio de alguna colisión más -formidable aún; pero volvió á la serenidad, al ver que don Lucas se -levantaba conmovido, y, tuteándome de nuevo, me decía: - ---Pues no te la acepto, no puedo aceptártela... Tú tienes mucha, -pero mucha dignidad, hijo mío. ¡Este niño irá lejos, hay que -imitarle!--agregó, señalándome con ademán ponderativo á la admiración -de mis estupefactos camaradas.--¡La dignidad es lo primero!... Mauricio -Gómez Herrera seguirá desempeñando sus funciones de monitor, y Pedro -Vázquez sufrirá el castigo que se le ha impuesto. He dicho... ¡Y -silencio! - -La clase estaba muda, como alelada; pero aquel «¡silencio!» era una de -esas terminantes afirmaciones de autoridad que deben hacerse en los -momentos difíciles, cuando dicha autoridad peligra, para que no se -produzca ni siquiera un conato de rebelión; aquel «¡silencio!» era, -en suma, una declaración de estado de sitio, que yo me encargaría -de utilizar en servicio de la buena causa, desempeñando el papel de -ejército y policía al mismo tiempo. - -Sólo Vázquez se atrevió á intentar una protesta, balbuciendo entre -indignado y lloroso un: - ---¡Pero, señor!... - ---¡Silencio he dicho!... Y dos horas más, por mi cuenta. - -Acostumbrado á obedecer, Vázquez calló y se quedó quietecito en su -banco, mientras una oleada de triunfal orgullo me henchía el pecho y me -hacía subir los colores á la cara, la sonrisa á los labios, el fuego á -los ojos. - - III - -Este acontecimiento, que debió abrir un abismo entre Vázquez y yo, -provocando nuestra mutua enemistad, resultó luego, de manera lógica, -punto de partida de una unión, si no estrecha, bastante afectuosa, por -lo menos. Para esto fué, naturalmente, necesaria una crisis. - -Sufrió el castigo con estoica serenidad, quedándose en la escuela, -durante dos días, hasta ya entrada la noche; pero, al tercero, antes -de la hora de clase, me esperó en un campito de alfalfa que yo cruzaba -siempre, y, en aquella soledad, me desafió á singular combate, -considerando que mis fueros desaparecían extraterritorialmente de los -dominios de don Lucas. - ---¡Vení, si sos hombre! ¡Aquí te voy á enseñar á que les pegués á los -chicos! - -Todo mi amor propio de varón, sublevándose entonces, me hizo renunciar -por el momento á las prerrogativas que él consideraba, erróneamente, -suspendidas en la calle, con ese desconocimiento de la autoridad que -caracteriza á nuestros compatriotas. Sentí necesaria, con romántica -tontería, la afirmación de mi superioridad hasta en el terreno de la -fuerza, y contesté: - ---¡Aquí no! Soy monitor, y no quiero que los muchachos me vean -peleando; pero en cualquiera otra parte soy muy capaz de darte una -zurra, para que aprendás á meterte á sonso. - ---¡Vamos donde querrás, maula! - -Nos dimos de moquetes, no lejos de allí, en un galpón desocupado, -supletorio depósito de lanas, y debo confesar que saqué la peor parte -en la batalla. La excitación nerviosa dió á Vázquez una fuerza y una -tenacidad que nunca le hubiera sospechado. Ambos llegamos tarde á -la escuela, con la cara amoratada, pero él no habló ni yo me quejé, -aunque me hubiera sido muy fácil la venganza. Aquel era mi primer duelo -formal--toda proporción guardada,--y el duelo, aun entre muchachos, -ha sido siempre para mí, no una costumbre, sino una institución -respetabilísima, que contribuye eficazmente al sostenimiento de la -sociedad, un complemento imprescindible de las leyes, aleatorio á -veces, si se quiere, pero no más aleatorio y más arbitrario que muchas -de ellas. En el caso insignificante que refiero, sirvió para zanjar -entre Vázquez y yo, diferencias que con otros trámites hubieran podido -llegar al odio, y que, gracias á él, no dejaron huellas, pues mi -adversario no supo nunca cómo agradecer mi caballerosidad después del -combate, y hasta creo que se consideró vencido, para retribuir de algún -modo mi hidalguía. Los mismos tribunales, á quienes muchos querrían -confiar la solución de toda clase de cuestiones, aun en el orden moral, -dejan á menudo heridas más incurables y dolorosas que las de una -partida de armas... ó de puños. - -Esta manera de considerar el duelo--confusa é instintiva entonces, -pero clara y lógica hoy--me había sido inspirada por algunas lecturas, -pues ya comenzaba á devorar libros,--novelas, naturalmente.--Y si -Don Quijote me aburría, porque ridiculizaba las más caballerescas -iniciativas, encantábanme las otras gestas, en que la acción tenía -un objeto real y arribaba á un triunfo previsto é inevitable. No me -preocupaban las tendencias buenas ó malas del héroe, su concepto -acertado ó erróneo de la moral, porque, como el obispo Nicolás de Osló, -«me hallaba en estado de inocencia é ignoraba la distinción entre el -bien y el mal», limbo del que, según creo, no he llegado á salir -nunca. Las hazañas de Diego Corrientes, de Rocambole, de José María, de -Men Rodríguez de Sanabria, de d'Artagnan, del Churiador, de don Juan -y de otros cientos, eran para mí motivo de envidia, y sus peregrinas -epopeyas formaban mi único bagaje histórico, sociológico y literario, -pues el Facundo quedaba fuera de mi alcance y la Historia del Deán -Funes me aburría como un libro de escuela. El universo, más allá de Los -Sunchos, era tal como aquellas obras me lo pintaban, y al que quisiera -hacer buena figura en el mundo, imponíase la imitación de alguno de -los admirables personajes, héroes de tan estupendas aventuras, siempre -coronadas por el éxito. Cambiábamos libros con Vázquez, desde que la -conciencia de nuestro propio valor nos hizo amigos; pero yo estimaba -poco lo que él me daba--narraciones de viaje y novelas de Julio Verne, -principalmente,--mientras que él desdeñaba un tanto mis divertidas -historias de capa y espada, considerándolas tejido de mentiras. - ---Como si tus «Ingleses en el Polo Norte» no fueran una estúpida -farsa--le decía yo.--José María será un bandido, pero es, también, -un caballero valiente y generoso, y Rocambole era más «diablo» que -cualquiera... - -Sólo estábamos de acuerdo en la admiración por las «Mil y una noches», -pero nuestros conceptos eran distintos: él se encantaba con lo que -llamaré su «poesía» y yo con su acción, con la fuerza, la riqueza, -el poder que suelen desbordar de sus páginas. Este modo de ver, -esta tendencia, mejor dicho, pues era subconsciente aún, me llevó -á acaudillar, como Aladino, una pandilla de muchachos resueltos y -semisalvajes, que me proclamaron capitán, apenas reconocieron mi -espíritu de iniciativa, mi imaginación siempre llena de recursos, -mi temeridad innata y la egida invulnerable con que me revestía mi -apellido. Con esta cuadrilla, en la que en un principio figuró Vázquez, -hacíamos verdaderas incursiones, conquistando gallineros, melonares, -zarzos de parra, higuerales y montes de duraznos. Pedro, que en los -comienzos era uno de los más entusiastas, como si lo embriagara aquel -ambiente de desmedida libertad, desertó desde la noche en que bañamos -en petróleo á un gato y le prendimos fuego, para verlo correr en la -obscuridad como un ánima en pena. Yo también me arrepentí de semejante -atrocidad, pero nunca quise exteriorizarlo ante mis subalternos, para -no revelar flaqueza; por el contrario, recordando la hazaña, solía -decirles con sonrisa prometedora: - ---Cuando cacemos un gato... - -Pero no reincidimos nunca, y nadie reclamó la repetición de aquella -escena neroniana que había resultado tan terrible. No nos faltaban, -por fortuna, otros entretenimientos. ¡Qué vida aquélla! ¡Cuánto daría -por volver, siquiera un instante, á los dulces años de mi infancia! -¡Cuánto! ¡y sólo me resta el tibio consuelo de recordarlos y revivirlos -como en sueños al escribir estos garabatos! - -¡Qué magnas empresas las de entonces! En invierno, predispuestos, sin -duda, por la displicencia de los días nublados y lluviosos, hacíamos -de salteadores, ahondando, por ejemplo, las huellas pantanosas en -el camino de la diligencia para tratar de que volcara el pesado -vehículo, atestado de carga y pasajeros,--proeza que realizamos una -vez.--Atravesábamos la calle con una cuerda, á una cuarta del suelo, -para que rodaran los caballos, ó quitábamos las chavetas de los carros -abandonados un instante á la puerta de los despachos de bebidas -para darnos el placer de verles perder una rueda. Poníamos, así, en -escena, episodios de Gil Blas ó de Paquillo Aliaga, que yo contaba -compendiosamente á «mis hombres», sugiriéndonos que éramos la banda de -Rolando ó de Juan Bautista Balseiro, y la imaginación se encargaba de -complementar lo que en nuestro acto quedaba de trunco y de estéril: -con el pensamiento despojábamos coche y pasajeros, jinete y montura, -carro y conductor, llevándonos á la madriguera á las personas de -fuste, para exigir luego por ellas magnífico rescate. Otras proezas -eran menos dramáticas: algunas noches muy frías, cuando todos dormían -en el pueblo, y en nuestras casas nos creían en cama, soltábamos -un gato previamente enfurecido, ó un perro asustado, con una lata -llena de piedras en la cola, para divertirnos viendo á los vecinos -alarmados asomarse en paños menores á puertas y ventanas bajo la lluvia -torrencial y el viento helado. - -En primavera, gozábamos invadiendo los jardines de los pocos maniáticos -de las plantas, y podando éstas hasta el tronco ó despojándolas -simplemente de todos sus botones. ¡Qué cara la de los dueños al -encontrarse, por la mañana, con la desolación aquélla! ¡Ni la de un -candidato frustrado cuando creía más segura su elección! - -En verano pescábamos valiéndonos de una especie de línea, las ropas -de los que dormían con la ventana abierta, y luego quemábamos ó -enterrábamos aquellos despojos, para no dejar rastros de nuestra -diablura, realizada sin idea de robar, por el gusto de hacer daño -y reirnos de la gente. Así, rara vez aprovechamos del poco dinero -que quedara en los bolsillos, por casualidad, pues en Los Sunchos, -como en todo pueblo chico, nadie tenía que pagar al contado lo que -compraba ó consumía, salvo, naturalmente, por necesaria antítesis, los -más menesterosos. Eran, en fin, cosas de muchachos, bromas sin más -trascendencia que la que debe atribuirse á una inocente travesura, -y justificadas, además, en cierto modo, pues sólo las sufrían las -personas antipáticas por su excesiva severidad, ó las que habían -merecido el desdén, el desprecio ó el odio de mi padre; los amigos -políticos, ó de la familia, gozaban de completa inmunidad, porque -siempre ha existido en mí el espíritu de cuerpo. Pero la gente es tan -necia que, en vez de dar á nuestros juegos su verdadero y limitado -alcance, considerándolos ingenuos remedos de las aventuras novelescas, -se imaginó que Los Sunchos había sido invadido por una horda de -rateros y se propuso perseguirlos hasta atraparlos ó ahuyentarlos. -¿Quiénes eran y dónde se ocultaban? Aunque las víctimas fuesen -siempre opositores ó indiferentes, la policía y la municipalidad se -preocuparon de defenderlas, cuando las cosas habían llegado ya muy -lejos, temiendo probablemente que la cuadrilla ensanchara su campo -de acción y cesara de respetar á los partidarios de la buena causa. -Cuando esto resolvieron las autoridades, hubiéramos sido descubiertos -inevitablemente, á no mediar una circunstancia salvadora: tatita, -siempre al corriente de los sucesos, dijo una tarde, en la mesa: - ---Por fin, nos vamos á sacar de encima esa plaga de rateros. Esta noche -caerán, sin remedio, en la trampa. Se ha organizado una gran batida -con todos los vigilantes y algunos vecinos voluntarios, ¡y muy diablos -serán si consiguen escaparse! - -Yo no eché la noticia en saco roto, corrí á prevenir á los camaradas, y -aquella noche y las siguientes nos quedamos más quietos que en misa. -Pero, ¡así fué, también, el desquite, en cuanto comenzó á relajarse -la vigilancia! Puede decirse que en Los Sunchos no quedó títere con -cabeza, y nuestras fechorías produjeron tan honda sensación que durante -mucho tiempo no se habló sino de «la semana del saqueo» como de una -calamidad pública. Y la imaginación popular creó toda una leyenda -al rededor de la desaparición de unas cuantas ropas, leyenda en que -figuraban el hombre-chancho, la viuda, el lobinsón y cuantos duendes ó -fantasmas enriquecen las supersticiones criollas. - -En fin, para concluir con esta parte ingrata de mis recuerdos -infantiles: cierto verano surgió, en competencia con la mía, otra -banda, acaudillada por Pancho Guerra, hijo del presidente de la -Municipalidad; muchacho envidioso y grosero, enorgullecido por la -posición del padre, que se la debía al mío, trataba de disputarme -mi creciente influencia, sin ver que esto no lo toleraría yo jamás. -No había organizado todavía su gente, cuando les caímos encima. -Hubo--análogo á la batalla del Piojito,--un gran combate, al caer -la tarde, en las afueras del pueblo, junto al arroyo cuyas orillas -están cubiertas de pedregullo. Los cantos rodados nos sirvieron -de proyectiles. Quedaron varias cabezas rotas, varias narices -ensangrentadas, una pierna quebrada en la fuga, pero la victoria fué -nuestra, tan brillante que la mayoría de los guerristas se enroló en -mis huestes, y Pancho se quedó solo y desprestigiado para siempre. - -Esta especie de pastoral de sabor tan genuino y rústico, duró hasta mis -quince años, y hoy no puedo recordar ninguna de sus ingenuas estrofas -sin una sonrisa enternecida, sin una nubecilla húmeda en los ojos... - - - IV - -Antes de los quince años había comenzado ya mi historia pasional--que -así debe llamarse, libre como estaba de todo sentimentalismo.--Bajo -la influencia del clima y las costumbres--ardiente el uno, libres las -otras por su mismo carácter patriarcal,--en los pueblos de provincia -y hasta en las capitales populosas, el hombre despertaba en el cuerpo -del niño cuando en otros países apenas si apuntarían las primeras -vislumbres de la adolescencia. La iniciación de los muchachos era -siempre ancilar: las inmensas casas bonaerenses, y más aún las -provincianas y campesinas, con tres grandes patios y, á veces, huerta, -llenas de vericuetos, escondrijos y rincones no frecuentados por la -gente mayor, hacían ineficaz la vigilancia paterna despertada por -algún síntoma ó indicio que aconsejara la represión, tanto más cuanto -que los criados eran por lo común cómplices y encubridores, á cambio -de reciprocidad[1]. Poco á poco, este defecto de nuestra organización -doméstica, tan contrario á los principios entonces imperantes, ha -venido modificándose, no tanto por mayor disciplina moral, cuanto por -la fuerza de las circunstancias que, dando enorme valor á la tierra, -han empequeñecido las casas, facilitando la observación y agrupando -más la familia. Véase cómo causas al parecer muy lejanas en la -materialidad de las cosas, producen en la conducta de los hombres los -más inesperados efectos. En este caso, los instintos en libertad se han -visto paulatinamente coartados por las exigencias de la vida, es decir, -por las manifestaciones de ellos mismos, bajo otra forma. - -Yo, por mi parte, en aquel tiempo, no podía estar menos vigilado -ni gozar de mayores libertades; era dueño de mí mismo, y en esta -independencia total realicé actos que no son para contarlos y á -los que sólo me refiero por la influencia que tuvieron después -sobre mi carácter. Mamita pasaba los días taciturna y casi inmóvil, -cosiendo, tomando mate ó rezando, presa de incurable melancolía, que -sólo ahuyentaba un momento para abrazarme y besarme con transporte -enfermizo. Tatita, siempre ocupado ó entretenido fuera de casa, no -tenía tiempo ni quizás interés de imponerme una moral medianamente -rígida. No los critico ni hay para qué. Sin duda, ella, en su candor -de mujer siempre aislada, no llegó nunca á sospechar que mi inocencia -corriera peligro, y mi padre pensaba, probablemente, que no tenía -por qué preocuparse de cosas que habían de suceder más tarde ó más -temprano, tratándose de un muchacho robusto, de salud de hierro, -alegre, decidido, apasionado, que sólo se enfermaba, ó mejor, enervaba -con la oposición á sus antojos y la restricción á su autonomía. ¿Qué -quiere un padre, si no es que sus hijos resulten bien aptos para la -vida y sepan manejarse por sí solos, en lo sentimental como en lo -material, en lo intelectual como en lo físico? - -Á un buen padre, como yo lo entiendo, le basta, en suma, con que sus -hijos sean inteligentes y no le falten al respeto. Era nuestro caso. -Yo daba pruebas de no ser tonto y estaba muy lejos de no respetar á mi -padre. Por el contrario, le admiraba y veneraba, porque era el caudillo -indiscutible del pueblo, y todos le rendían pleito homenaje; porque -siempre fué «muy hombre», es decir, capaz de ponérsele delante al más -pintado y de arrostrar cualquier peligro, por grave que fuese; porque -tenía una libertad de palabra demostrativa de la más plena confianza -en sí mismo; porque montaba á caballo como un centauro y realizaba sin -aparente esfuerzo los ejercicios camperos más difíciles, las hazañas -gauchescas más brillantes, sea trabajando con el ganado en alguna -estancia amiga, sea en las boleadas de avestruces, ó en las carreras, -en el juego del pato, en las domadas; porque se distinguía en la taba, -el truco, la carambola, el casín, el choclón y la treinta y una, amén -de otros juegos de azar y de destreza, y porque criaba los mejores -gallos de riña del departamento en una serie de cajones puestos en -fila, en el patio de casa, frente á mi cuarto; porque, gracias á él, -con quien nadie se atrevió nunca, yo podía atreverme impunemente con -cualquiera. En suma, era para mí un dechado de perfecciones, y yo me -sentía demasiado orgulloso de él, demasiado satisfecho de su protección -directa é indirecta para que este orgullo y esta satisfacción no se -tradujeran en un gran cariño y en una veneración sui generis, semejante -al afecto admirativo hacia el camarada más fuerte, más apto y más -poderoso, que accede, sin embargo, bondadosamente á todos nuestros -caprichos. - -Como más de una vez, siendo yo muy niño aún, me llevó á las carreras, -las riñas y otras diversiones públicas, y como nunca tomaba á mal -mi presencia en aquellos sitios--ni á bien tampoco, porque siempre -hizo como que no me veía,--pronto me aficioné y acostumbré á correr -también, la caravana, y no tardé en conocer todos los rincones más -ó menos misteriosos de Los Sunchos, trinquetes, casas de baile y -demás. En cambio, me faltaba tiempo para frecuentar la escuela, pese -á mi cargo inamovible de monitor, pero esto no era un mal, porque, -sabiendo ya leer, creo que don Lucas hubiera podido enseñarme bien -poca cosa más--quizá la ortografía, que he ido aprendiendo luego, en -el camino.--Pedro Vázquez no faltaba, y nunca quiso acompañarme en mis -correrías á la hora de clase. - ---¡Sos un sonso! ¡Para lo que se aprende en la escuela! - ---Papá dice que eso es bueno, porque uno se acostumbra á la disciplina -y el trabajo, y como me va á mandar á estudiar en la ciudad...--me -contestaba Pedro, gravemente, muy cómico con su gran «chapona» -crecedera, los pantalones por los tobillos y el chambergo de anchas -alas. - ---¡Se necesita ser pavo!--reía yo, encogiéndome de hombros y corriendo -á mis diversiones con un gran desprecio en el alma hacia la parte tonta -de la humanidad. - -Entretanto mi educación se completaba en otros sentidos: iniciábame -rápidamente en la vida bajo dos formas, al parecer antagónicas, pero -que luego me han servido por igual: la fantástica, que me ofrecían los -libros de imaginación, y la real, que aprendía en plena comedia humana. -Esta última forma me parecía trivial y circunscrita, pero consideraba -que su mezquino aspecto era una simple peculiaridad de nuestra aldea, -y que su campo de acción estrecho, embrionario, se ensancharía y -agigantaría en las ciudades, hasta adquirir la maravillosa amplitud -que me sugerían las novelas de aventuras. Pero aun no sentía el deseo -de vivir la vida, para mí extraordinaria, de los grandes centros, y -el mismo proyectado viaje de Vázquez no me causó la menor envidia; -bastábame imaginarla y soñar con ella, porque estaba entonces harto -absorbido por las personas y las cosas de mi ambiente, y me decía por -instinto, sin reminiscencia histórica alguna: «Más vale ser el primero -aquí, que el segundo en Roma». Es que, en realidad, me divertía, -satisfaciendo todos mis apetitos, en la forma que más arriba dejo -anotada. Para no ser demasiado explícito, agregaré, tan sólo, que me -había hecho asiduo lector de Paul de Koch, de Pigault Lebrun, del abate -Prevost, traducidos al castellano, pero que si bien estos autores me -divertían, no me contaban nada nuevo, aparte algunas inverosímiles -intrigas. Me hacían, sí, soñar, en ocasiones, con aventuras imposibles -ó difíciles, más altas y envanecedoras que la resignada pasividad del -estropajo ó su servil provocación. Con las vulgares realizaciones de -los libros humorísticos, luchaba en mi imaginación el idealismo sensual -de algunas novelas románticas, y estas dos fases de la sensación, -conviviendo en mi cerebro, me hacían pensar ora en la mujer tal cual la -conocía, con el simple atractivo del sexo, ora en esa entidad superior -de la «gran dama», golosina exquisita y complicada. - -Estos sueños, no me cabía duda, eran realizables y se realizarían -después, mucho después, cuando hubiera conquistado brillante posición, -cuando hubiera hecho... ¿Hecho, qué? Lo ignoraba, pero debía ser -alguna hazaña notable, algo dentro del género guerrero ó político, -una victoria decisiva sobre el enemigo--¿qué enemigo?--que me hiciera -un nuevo Napoleón; ó un triunfo colosal sobre mis adversarios--¿qué -adversarios?--llave que me abriese de par en par las puertas del poder; -ó la adquisición de una fortuna inmensa--¿por qué herencia, lotería -ó hallazgo?--que me convirtiera en un Montecristo criollo. Todo esto -era, naturalmente, nebuloso y variable, y mi ambiciosa voluntad estaba -indecisa y como ciega, sin acertar á trazarse un camino, una norma de -conducta que la llevara á las grandes realizaciones. Las circunstancias -no eran propicias, y largo tiempo esperé en vano una oportunidad que me -iluminara, invitándome á la acción. - -Sin embargo, la princesa ó su sucedáneo, estaba muy cerca y en forma -tangible: vivía frente á casa, en un bosque durmiente, aguardando que -yo fuera á despertarla... - -Era la hija única de don Higinio Rivas (don Inginio para el pueblo), -personaje que compartía con mi padre, muy secundariamente, la dirección -política del departamento. Se llamaba Teresa y, según la ve ahora mi -experiencia, no pasaba en aquel tiempo de ser una muchacha casi tan -vulgar como su nombre (¿ó es que el nombre me parece vulgar porque lo -llevaba ella?). Sin embargo, resultaba entonces para mí la flor de la -maravilla, porque tenía el divino prestigio de la juventud, y porque -en nuestra democracia campesina ocupaba en realidad un puesto análogo -al de una princesa, así como yo podía parecer un príncipe sin corona. -Morena, de cabellos y ojos negros, cara oval, nariz fina y recta, boca -grande y roja, barbilla un tanto avanzada, sin rasgo alguno notable, -tenía, no obstante, una tez aterciopelada de morocha, sonrosada en las -redondas mejillas, que era un verdadero encanto é invitaba á besarla, -ó á morderla como un fruto maduro. De estatura mediana, gruesa por -falta de ejercicio y exceso de golosinas y mate dulce, parecía bajita y -esto le afeaba un tanto el cuerpo que, más esbelto, hubiera resultado -gracioso. En cambio, tenía el don de atraer con su mirada bondadosa y -suave, como lejana ó dormida, y con su palabra lenta y melosa á causa -de un ligero ceceo y de las inflexiones largas y cantantes de la voz. -Era, en suma, una criollita poco excepcional, pero en Los Sunchos -hubiera obtenido el primer premio, á estilarse allí los concursos -de belleza. Siempre á una ventana del viejo caserón que, rodeado de -árboles, daba frente á casa en la calle de la Constitución, Teresa, que -fué mi compañera en la primera infancia, me seguía infatigablemente con -los ojos en mis continuas idas y venidas, sin que yo parara mientes -en aquel interés, ni tratara de investigar sus causas. Pero cuando -sentí las iniciales aspiraciones amorosas y comencé á soñar en la -mujer ideal, el instinto me llevó á fijar la vista en ella, como en -la posible realización de mi deseo poético de conquistar el primer -perfume de una flor de invernáculo, ó por lo menos de jardín cultivado -y custodiado. Aquel «hortus conclusus» llegó, en fin, á detener mi -atención y á despertar en mí un sentimiento exteriormente parecido al -amor; amor cerebral, apenas, primer despertamiento de la imaginación en -consorcio con los sentidos, como lo prueba la forma en que me di cuenta -de que lo experimentaba... - -Era una noche, tarde ya, y mientras todos dormían en casa, yo leía -con entusiasmo la _Mademoiselle de Maupin_, de Teófilo Gautier; como -á Paolo y Francesca los amores de Lancelotto, aquel libro sensual -me produjo extraordinario y repentino vértigo. La sugestión surgió, -imperativa, y, como si se iluminara de golpe mi cerebro, vi rodeada de -un nimbo la imagen de Teresa, tal como nunca se había presentado á mis -ojos ni á mi imaginación, hermosa, provocativa, con un encanto nuevo -y fascinador. Tan poderoso fué este choque recibido por mi espíritu, -que--cual si se tratara de una cita convenida de antemano,--salté de -la cama con arrebato infantil, me vestí á toda prisa, y sin pensar en -la ridiculez y la inutilidad de mi acción, salí á la calle y, envuelto -en la sombra de la noche, sola ánima viviente en el pueblo amodorrado, -comencé á tirar piedrecitas á los vidrios de la que, improvisamente -llamaba ya «mi novia», con la esperanza de verla asomarse y de trabar -con ella el primer coloquio sentimental, vibrante de pasión... Como -ni ella ni nadie se movió en la casa, al cabo de una hora de salvas -inútiles me volví desalentado, como quien acaba de sufrir un desengaño -terrible, creándome toda una tragedia de indiferencia, infidelidades -y perfidias, en la que no faltaban ni el rival, ni el perjurio, ni el -arma homicida con sus consiguientes lagos de sangre. - -¡Oh, imaginación desenfrenada! ¿Quién podrá admitir que, sin otra causa -que el propio demente arrebato, aquella noche pensé en el suicidio, -lloré, mordí las almohadas y representé para mí solo toda una larga -escena de violencias románticas?... Hoy quizá me explique aquel estado -de ánimo. De mí podía decirse, seguramente, que por la edad y el -temperamento, amén de las lecturas especiadas, me hallaba en el punto -en que no se ama una mujer, ni la mujer en general, sino sencillamente -en que se comienza á amar el amor; situación difícil y peligrosa, á -poco que falten los derivativos. - -Pero, con toda mi desesperación, después de divagar, algo febril, acabé -por dormirme tan tranquilo, como si nada hubiese pasado. La pesadilla -en vigilia cedió su lugar al sueño sin ensueños de la adolescencia que -se fatiga hasta caer rendida con el esfuerzo físico de largas horas. - - - V - -Al día siguiente, bien temprano, cuando desperté, como si el sueño -hubiese sido sólo un paréntesis, y aunque me sintiera fresco, dispuesto -y con la cabeza despejada, reanudóse la pesadilla y la imaginación -recobró sobre mí su imperio tiránico. Menos nervioso, sin embargo, me -vestí con un esmero que no acostumbraba, y me dirigí á casa de Teresa, -resuelto á aclarar la situación, absolver posiciones, y, si á mano -venía, enrostrarle su desvío y acusarla de traición. Y, en pleno drama, -me sentía alegre. - -Ya he hablado de la vehemencia de mi carácter y de mi empuje para -realizar mi voluntad; no extrañará, pues, que en aquella época estas -peculiaridades llegaran á la ridiculez, y menos si se tiene en cuenta, -por una parte, que dada la inexperiencia de la muchacha mi tontería no -resultaría para ella ridícula, sino dramática, y por otra, que aquella -mañana primaveral hacía un calor bochornoso y enervante, soplaba el -viento norte, enloquecedor, el sol, á pesar de la hora temprana, echaba -chispas, y la tierra húmeda con las lluvias recientes, desprendía un -vaho capitoso, creando una atmósfera de invernáculo. - -Don Inginio acababa de salir á caballo, y Teresa tomaba mate, -paseándose lentamente en el primer patio, cuando yo llegué. Al -atravesar nuestro jardín asoleado y la calle, cuyo suelo de tierra -abrasaba bajo el sol, sentí como un zumbido en el cerebro, y toda mi -tranquila frescura desapareció. No vi á Teresa, no vi más que una -imagen confusa, morena y sonrosada, con largas trenzas cadentes sobre -el suelto vestido de muselina, y olvidando toda la escena combinada -en mi cuarto, corrí hacia ella, la así de la cintura y exclamé con -arrebato, como si la niña estuviera ya al corriente de cuanto había -pasado ó yo imaginara. - ---¿Por qué sos así? - -Este ex abrupto, casi demente, produjo su efecto natural, cuya lógica -comprendí, aunque no estuviese acostumbrado á tales repulsas. No se -trataba de una de mis siervas, y aquel arranque la sobrecogió, la -espantó, la indignó. Con violento ademán, se libertó de mi brazo, y -en su movimiento medroso y brusco dejó caer y rodar por las baldosas -el mate que se rompió con sordo ruido, mientras la bombilla de plata -saltaba repicando con notas argentinas. - -La reacción se produjo bruscamente en mí. Al acto impulsivo y brutal -siguió una timidez extrema. Quise decir algo y sólo acerté á iniciar la -frase con un risible «pero... pero...» varias veces repetido. Traté, -nuevo Quijote, de recordar alguna circunstancia análoga, leída en los -libros, pero no evoqué sino hechos vagos y caricaturescos, enteramente -fuera de situación, y, con el amor propio herido por la vergüenza, -allí hubiese puesto fin á las cosas, si la muchacha, magnífica é -instintivamente femenina, no me hubiera tendido un puente y quitado -toda importancia á la escena, diciéndome con su ligero ceceo, mientras -recogía la bombilla y los restos del mate: - ---¡Qué zuzto me haz dado! Eztaba diztraída. - -No agregó más. Era innecesario y no le hubiera sido fácil. Pero -aquellas pocas palabras bastaron para devolverme el aplomo, y me -permitieron buscar un nuevo plan, otro punto de partida para el ataque. -Y, sin mucho cavilar, comprendiendo instintivamente que en el presunto -enemigo podía ver un secreto aliado, comencé por donde primero se me -ocurrió, es decir, por la más tonta de las trivialidades. - ---¿Has visto--pregunté con acento indiferente,--la cantidad de -macachines que hay en el campo? - -Como si aquello la interesara de veras, sonrió, dió un paso hacia mí, é -inquirió, clavándome los ojos, negros y francos: - ---¿Hay muchoz? - ---¡Muchísimos! ¿Querés que te traiga? - ---¿Con ezte zolazo? ¡No, no! Te podría dar un ataque á la cabeza. - ---¡Bah! El sol no me hace nada. Siempre ando al sol y nunca me hace -nada. - ---Ademáz, no me guztan. - -Lo dijo con mucha coquetería, ruborizada, encantadora por el ceceo, la -sonrisa tierna, el brillo feliz de los ojos. Yo busqué otro obsequio. - ---¿Y los huevos de gallo? - ---¡Oh! Ezo zí; pero no para comerloz: los pongo en los floreros, con -los penachos de cortadera, y resultan máz bonitoz... - ---¡Pues ya verás! ¡Ya verás el montón que te traigo!--exclamé con -resolución, como si prometiera realizar una hazaña, tanto que, -alarmada, tratando de detenerme dulcemente, porque yo salía ya á toda -prisa: - ---¡No vayas á hacer ningún dizparate, Mauricio!--suplicó. - ---¡Dejá, dejá no más! - -Y salí corriendo, sí. Por tres razones: porque la situación, mucho -menos tirante que en un principio, no dejaba, todavía, de serme -embarazosa; porque aquel pretexto, aunque traído de los cabellos, me -servía á maravilla para retirarme con dignidad, dejando pendiente -la escena, y porque acababa de ocurrírseme un acto romántico que, -trasnochado y todo, era de los que siempre producirán gran efecto en -el corazón femenino. Huevos de gallo, no había, por el momento, sino -en una barranca á pico, junto al arroyo, y las matas de la plantita -silvestre, cuyos frutos aovados y nacarinos son la delicia de los -muchachos, colgaban sobre lo que podía llamarse un abismo, apenas más -arriba de las cuevas de los loros barranqueros, expertos descubridores -de sitios inaccesibles para instalar su nido. - -Los que arriesgan la vida por realizar el capricho de una mujer amada, -sea en las traidoras neveras, buscando la flor de los hielos, sea en el -cubil para recoger un guante perfumado entre las fauces de las fieras, -tenían toda mi admiración, no sólo por su heroísmo, sino también porque -su voluntad les llevaba á la realización de sus apasionados deseos. -¡Ésos son hombres! Quieren un triunfo, un placer, y se lo pagan sin -fijarse en el precio, más grandes que quien tira su fortuna por un -capricho, aunque éste sea muy grande también, pese al ridículo de -que suelen rodearlo los que no comprenden su acción heroica. Yo me -sentía capaz de hacer lo mismo que los primeros, y agregaré que aun me -sentiría con disposiciones análogas, si el motivo determinante fuera -de mayor cuantía. Así como en la adolescencia fuí capaz de exponerme -por ofrecer huevos de gallo á una chiquilla, así también, ahora que -peino canas, me siento apto para intentar cualquier esfuerzo, heroico -ó no, loable ó vituperable, si de él depende el logro de un fin que -me importe mucho. Qué fin no hace el caso. Bástame con afirmar mi -capacidad de acción. - -Una hora después de mi brusca partida, volvía yo á casa de Teresa con -el pañuelo lleno de grandes perlas verdosas, semitransparentes, que se -destacaban sobre el verde más obscuro y sucio de las hojas. La niña -recibió el regalo con regocijo y se empeñó en que le contara dónde y -cómo había hecho la hermosa cosecha. En el lenguaje tosco é impreciso -que era entonces mi único medio de expresión, relaté la aventura, el -descenso hasta la mitad de la Barranca de los Loros, valiéndome de una -cuerda atada á un árbol al borde del abismo, los chillidos alborotados -y furiosos de los loros al creerse atacados, las oscilaciones de la -cuerda en el vacío, mientras arrancaba la fruta y la metía en los -bolsillos, el dolor de las manos quemadas por el roce violento, la -dificultad de la ascensión final, cuando hubiera sido tan fácil, si la -cuerda alcanzara, bajar hasta el arroyo que corría á diez metros de -mis pies... Teresa, maravillada, me acosaba á preguntas, obligándome á -completar el relato con minuciosos detalles, muchos de ellos inventados -ó evocados de mis lecturas, para dar más realce á la proeza. Los ojos -le brillaban de entusiasmo. Sus labios, algo gruesos y tan rojos, -sonreían con expresión admirativa, y, al propio tiempo, angustiada, -y sus mejillas se coloraban y empalidecían alternativamente. Cuando -terminé: - ---¡Muchaz graciaz!--murmuró.--¡Zos muy valiente! - -Y se puso encarnada como una flor de seibo, mientras bajaba la vista -para mirar las frutitas que sostenía con ambas manos en el delantal. - -Pensé que la situación había cambiado radicalmente; pero no me atreví -á utilizar sus ventajas, ó no encontré el medio de aprovecharlas. -Limitéme á decir que aquello no tenía importancia, que cualquiera -hubiese hecho lo mismo, que estaba pronto á todo por complacerla... -Me dió, en premio, un ramito de jazmines del país, que ella misma -cultivaba, y me dijo sonriente, al despedirme: - ---Y no hagáz como antez, no seaz tan «chúcaro». Vení á vernos de cuando -en cuando. - ---¡Ya lo creo que vendré! - -Y fuí todos los días, á veces mañana y tarde, preferentemente cuando -don Inginio no estaba en casa. Renació así la intimidad de la niñez, -pero en otra forma. Aunque evidentemente enamorada de mí, aunque -cándida y confiada, Teresa se mantenía en una reserva que, en otra -mujer, hubiera parecido calculada y hábil. Sin tomar demasiado á mal -mis avances, sabía tenerme á distancia y rechazar sin acrimonia toda -libertad de acción, permitiéndome, en cambio, todas las que de palabra -me tomaba. Éstas no eran muchas, á decir verdad, porque los abstrusos -ó almibarados requiebros que me proporcionaban algunas novelas, me -parecían incomprensibles para ella, é inadecuados por añadidura, -mientras que las fórmulas oídas en mi mundo rústico é ignorante, las -burdas alusiones, los equívocos rebuscados y brutales, la frase cruda, -grosera, primitivamente sensual, asomaban, sí, á mis labios, pero no -salían de ellos, por una especie de pudor instintivo que era, más bien, -buen gusto innato comenzando á desarrollarse. Jugábamos, en suma, como -chiquillos, corriendo y saltando, nos contábamos cuentos y ensueños, y -había en ella una mezcla de toda la coquetería de la mujer y todo el -candor de la niña, que irritaba y, al propio tiempo, tranquilizaba mis -pasiones... - - - VI - -Tal fué la primera parte de mis primeros amores serios, que no pasaron, -naturalmente, inadvertidos para don Inginio, quien no les puso -obstáculos, sin embargo, considerando que el hijo de Gómez Herrera -y la hija de Rivas estaban destinados el uno á la otra, por la ley -sociológica que rige á las grandes casas solariegas, en el sentir de -los creyentes, todavía numerosos, en estas aristocracias de nuevo ó de -viejo cuño. Aquel astuto político de aldea, calculaba, sin duda, que si -bien mi padre no poseía una fortuna muy sólida, el porvenir que se me -presentaba no dejaría de ser, gracias á mi nombre, fácil y brillante, -sobre todo si tatita y él se empeñaban en crearme una posición. Ni al -uno ni al otro le faltaban medios para ello, y los dos unidos podrían -hacer cuanto quisieran. - -Bajo y grueso, con la barba blanquecina y los bigotes amarillos por -el abuso del tabaco negro, la melena entrecana, los ojos pequeños y -renegridos, semiocultos por espesas cejas blancas é hirsutas, la tez -tostada, entre aceitunada y rojiza, don Inginio parecía, físicamente, -un viejo león manso; moralmente era bondadoso en todo cuanto no -afectaba á su interés, servicial con sus amigos, cariñoso con su hija, -libre de preocupaciones sociales y religiosas, de conciencia elástica -en política y administración, como si el país, la provincia, la -comarca, fueran abstracciones inventadas por los hábiles para servirse -de los simples, socarrón y dicharachero en las conversaciones, á estilo -de los antiguos gauchos frecuentadores de yerras y pulperías. Rara vez -se quedaba entre Teresa y yo; prefería dejar que el destino urdiera -su tela, pronto, sin embargo, á intervenir en el momento oportuno para -la mejor realización de sus proyectos. Aunque conociera gran parte -de mis diabluras y excesos, parecía no temer que yo abusara de la -situación, quizá por su absoluta confianza en Teresa, quizá, también, -porque contaba con mi temor y mi respeto hacia él, considerándose -excepcionalmente defendido por su prestigio y por mi propio interés. -Para demostrarme cuál era éste, me decía, á menudo, que mi padre y -él harían de mí «todo un hombre», haciéndome vislumbrar la fortuna y -el éxito. Teresa, al oirlo, aprobaba calurosamente, y yo me quedaba -perplejo, sin poder adivinar sus planes, é intrigado con ellos. - ---¿Qué quiere decir don Inginio cuando habla de hacerme «todo un -hombre»?--pregunté un día á Teresa.--¿Te ha dicho algo sobre eso? - ---Puede ser--contestó con sonrisa indefinible, llena de -reticencias.--Lo único que puedo decirte--agregó, muy afirmativa,--es -que tatita te quiere mucho, y que siempre hace todo lo que dice. - -No tardaría, por mal de mis pecados, en conocer aquellos proyectos, que -habían de darme los primeros días desgraciados de mi vida. - -Entretanto, y como si temiera un pesar futuro, Teresa me demostraba -un afecto cada vez más tierno, entusiasta y confiado, y me miraba con -cierta admiración, dulce caricia á mi amor propio y causa de obscura -felicidad. - -Satisfecho por el momento con estas sensaciones tan gratas, no intenté -renovar la fracasada tentativa y me mantuve en actitud correcta, -desahogando el exceso de mi vitalidad, el ansia insaciada de acción, -en las antiguas correrías picarescas con los pillastres del pueblo -que, ya mayorcitos, habían ensanchado, como yo, el teatro de sus -diversiones, refinando y complicando también los elementos de éstas. -Pero cada vez me sentía menos interesado por mis camaradas. Más precoz -que casi todos ellos, atraíanme los hombres hechos y derechos, cuyos -placeres me parecían más intensos y picantes, más dignos de mí, y -por esto se me veía continuamente en los cafés, donde se jugaba á -los naipes, en el reñidero, en las canchas, en todos los puntos de -alegre reunión, donde si no se me recibía con regocijo, tampoco se me -demostraba enfado ni desdén. - -Pero esta agradable vida y mis inocentes amores se interrumpieron á un -tiempo, de allí á poco. Tatita, inspirado por don Inginio, según supe -después--y aquí comienza la realización de los misteriosos proyectos -de éste,--declaró un día que la enseñanza de don Lucas era demasiado -rudimentaria para prepararme al porvenir que me estaba deparado, y -que había resuelto hacerme ingresar en el Colegio Nacional de la -capital de la provincia, antesala de la Facultad de Derecho, á la -que me destinaba, ambicionando verme un día doctor, quizá ministro, -gobernador, presidente... Recuerdo que, al comunicarme su decisión, lo -hizo, agregando juiciosas consideraciones: - ---El saber no ocupa lugar. Pero no es eso sólo. En la ciudad te -relacionarás muy bien, gracias á mis amigos y correligionarios, y una -relación importante, una alta protección, valen más en la vida que -todos los méritos posibles. También, sepas ó no sepas, el título de -doctor ha de servirte de mucho. Ese título es, en nuestro país, una -llave que abre todas las puertas, sobre todo en la carrera política, -donde es imprescindible, cuando se quiere llegar muy lejos y muy alto. -Algunos han subido sin tenerlo, pero á costa de grandes sacrificios, -porque no ostentaban esa patente de sabiduría que todo el mundo acata. -Pero, en fin, aunque no llegaras á ser doctor, siempre habrías ganado, -en la ciudad, buenas cuñas para los momentos difíciles y para el -ascenso deseado, conociendo y conquistándote á los que tienen la sartén -por el mango y pueden «hacerte cancha» cuando estés en edad. - -La resolución de mi padre me dió un gran disgusto, pues preví que -cualquiera cosa nueva sería peor que la vida de holganza y libertad á -que estaba acostumbrado. Me opuse, pues, con toda mi alma, protesté, -hasta lloré, tiernamente secundado por mamita, que no quería separarse -de mí, y para quien mi ausencia equivalía á la muerte, siendo yo -el único lazo que la ligaba á la tierra. Mi resistencia, airada ó -afligida, según el momento, fué tan inútil como las súplicas maternas: -tatita no cedió esta vez, tan profundamente lo había convencido don -Inginio, entre otras cosas con el ejemplo de Vázquez, fletado meses -antes á la ciudad, aunque su familia no tuviese los medios de la -nuestra. - ---Mire, misia María--dijo irónicamente mi padre á mamá, que insistía en -tenerme á su lado.--Deje que el mocoso se haga hombre. Prendido á la -pretina de sus polleras, no servirá nunca para nada. - -Mi madre calló y se limitó á seguir llorando en los rincones, de -antiguo sometida sin réplica á la voluntad de su marido. Rogó y -consiguió, tan sólo, que se me pusiese en una casa cristiana, donde no -hubiera malos ejemplos, perdición de los jóvenes, juzgándome, en su -candor, tan blanco é inocente como el cordero pascual. Yo, entretanto, -fuí á desahogar mi dolor en el seno amante de Teresa. - -¡Con qué asombro vi que consideraba mi destierro como un sacrificio -penoso, pero necesario para mi felicidad! Ganas tuve hasta de -insultarla, cuando me dijo ceceando, con los ojos llenos de lágrimas, -en su lenguaje indeterminado á veces, que mi partida era para ella -un desgarramiento, que me iba á echar mucho de menos y le parecería -estar completamente sola, como muerta, en el pueblo, pero que, como se -trataba de mi bien, se consolaba pensando en volverme á ver hecho un -personaje. - ---Además--agregó,--la ciudad te va á gustar mucho, te vas á divertir, -te vas á olvidar de Los Sunchos y de tus amigos. ¡Esto sería lo -peor!--suspiró tristemente.--¡En cuanto le tomes el gusto ya no querrás -volver! - ---¡No seas tonta! ¡Lo único que yo quisiera sería quedarme!... - -Llegó el día de la partida. Momentos antes de la hora corrí á -despedirme de Teresa que me abrazó por primera vez, espontáneamente, -llorando, desvanecida la entereza que se había impuesto para infundirme -ánimo. Yo me conmoví, sintiendo por primera vez también que quería -de veras á aquella muchacha ó que tenía un vago temor de lo futuro -desconocido y me aferraba conservadoramente á la familia. - -En casa, mamita, hecha una mar de lágrimas, renovó la escena, -dramatizándola hasta el espasmo, y su desconsuelo produjo en mí una -extraña sensación. No había que exagerar tanto; yo no me iba á morir y -puede que, por el contrario, me esperaran muchos momentos agradables en -la ciudad... La desesperación materna tuvo la virtud de devolverme la -sangre fría. - -Cuando, en la puerta de casa, se detuvo la diligencia que, tres veces -por semana, iba de Los Sunchos á la ciudad y de la ciudad á Los -Sunchos, habían llegado en manifestación de despedida los notables -del pueblo: don Higinio Rivas, alegre y dicharachero, el intendente -municipal, don Sócrates Casajuana, muy grave y como preocupado de mi -porvenir, el presidente de la Municipalidad, don Temístocles Guerra, -protector conmigo, servil con tatita, el comisario de policía, don -Sandalio Suárez, que, tirándome suavemente de la oreja, tuvo la -amabilidad de explicarme: «En la ciudad no hay que ser tan cachafaz -como aquí. Allí no hay tatita que valga, y á los traviesos los atan muy -corto.» Entre otros muchos, no olvidaré á don Lucas que creyó de su -deber alabar mis altas dotes intelectuales y de carácter, y vaticinarme -una serie indefinida de triunfos: - ---¡Este joven irá lejos! ¡Este joven irá muy lejos! ¡Será una gloria -para su familia, para sus maestros--entre los cuales tengo el honor de -contarme, aunque indigno,--para sus amigos y para su pueblo!... Estudie -usted, Mauricio, que ningún puesto, por elevado que sea, resultará -inaccesible para usted... - -En seguida, como si sus vaticinios fueran de inminente realización, -agregó: - ---Pero, cuando llegue la hora de la victoria, no olvide usted al -humilde pueblo que ha sido su cuna, haga usted todo cuanto pueda por -Los Sunchos. - ---¡Sí! ¡Que nos traiga el ferrocarril, y... y un Banquito!--dijo -burlonamente don Inginio. - -Todos rieron, con gran disgusto de don Lucas, que quería ser tomado en -serio. - -Isabel Contreras, mayoral de la diligencia, subía entretanto nuestro -equipaje á la imperial--la valija de tatita y dos ó tres maletas -atestadas de ropa blanca, de dulces y pasteles, amén de una canasta -con vituallas para almorzar en el camino.--Muchos apretones de manos. -Mamita me abrazó, llorando desgarradoramente. - ---¡Vamos! ¡Arriba, que se hace tarde! - -Papá y yo ocupamos el ancho asiento del cupé, hubo algunos gritos -de despedida, recomendaciones y encargos confusos, la galera echó á -andar con gran ruido de hierros, chasquidos de látigo, silbidos de los -postillones y ladridos de perros, seguida á la carrera por una pandilla -de muchachos desarrapados que la acompañaron hasta el arrabal. Teresa -se había asomado á la ventana, y, lejos ya, desde el fondo de la calle -Constitución, todavía vi flotar en el aire su pañuelito blanco... - - - VII - -El viaje en la galera, muy agradable y divertido en un principio, sobre -todo á la hora de almorzar, que adelantamos bastante para entretenernos -en algo, resultó á la larga interminable y molesto, aun para nosotros -que no íbamos estivados entre bolsas y paquetes, como los infelices -pasajeros del interior. - ---¡Qué brutos hemos sido en no venirnos á caballo!--decía mi padre. - -Él utilizaba muy poco la diligencia, prefiriendo los largos galopes -que lo dejaban tan fresco como una lechuga, y después de los cuales -afirmaba con naturalidad no exenta de satisfacción: - ---Veinte leguas en un día no me hacen «ni la cola», con un buen -«montado» y otro de tiro. - -Pero temía que la jornada fuese demasiado penosa para mí, y no -era hombre de hacer noche en mitad del camino, pues consideraría -menoscabada con ello su fama de eximio jinete, ó, más bien, de «buen -gaucho». En cuanto á mí, doce leguas era el maximum que había -alcanzado en mis excursiones, pero tampoco me asustaban las veinte, en -mi petulancia juvenil. - -Nuestra única diversión era mirar el campo, que parecía ensancharse -inacabablemente delante de la galera, lanzada á todo galope de sus -doce caballos flacos y nerviosos, atados con sogas, ensillados con -cueros que ya no tenían ó nunca habían tenido la forma de un arnés, y -tres de ellos, á la izquierda, montados por otros tantos postillones -harapientos, de chiripá, bota de potro y vincha en la frente, -sujetando las negras y rudas crines de su cabellera. Los tres gritaban -alternativamente, haciendo girar sobre sus cabezas la larga trenza de -su arriador, que caía implacable, ora sobre las ancas, ora sobre la -cabeza de los pobres «mancarrones». Contreras, desde su alto pescante, -con cuatro riendas en la izquierda, blandía con la derecha el látigo -largo y sonoro, nunca quieto, azotando sin piedad los dos caballos de -la lanza y los dos cadeneros, y la diligencia, envuelta en una nube de -polvo, iba dando saltos en las asperezas del camino, como si quisiera -hacerse pedazos para acabar con aquella tortura que la hacía gemir por -todas sus tablas, por todos sus hierros, por todos sus vidrios á un -tiempo. - -Terminaba el verano. Las entonces escasas cosechas de aquella parte -del país--hoy océano de trigo,--estaban levantadas ya, los rastrojos -tendían aquí y allí sus erizados felpudos, la hierba moría, reseca y -terrosa, y el campo árido nos envolvía en densas polvaredas, mientras -el sol nos achicharraba recalentando las agrietadas paredes del -vehículo. En el paisaje ondulado y monótono, el camino se desarrollaba -caprichosamente, más obscuro sobre el fondo amarillento del campo, -descendiendo á los bañados en línea casi recta, como un triángulo -isósceles de base inapreciable, ó subiendo á las lomas en curvas -serpentinas que desaparecían de pronto para reaparecer más lejos como -una cinta estrecha y ennegrecida por el roce de cien manos pringosas. -Pocos árboles, unos, verdes y melenudos, como bañistas que salieran -de zambullirse, otros, escasos de follaje, negros y retorcidos, como -muertos de sed, salpicaban la campiña, cortada á veces por la faja -caprichosa y fresca de la vegetación, siguiendo el curso de un arroyo, -pero sin interés, con una majestad vaga y difusa, indiferente, en -suma, para la mayoría, y mucho más para mí, que, medio adormecido, -pensaba confusamente en mis compañeros, en Teresa, un poco en mi madre, -desconsolada, y un mucho en la vida de desenfrenado holgorio que -llevara durante tantos años en Los Sunchos. ¿Se había acabado la fiesta -para siempre? ¿Me aguardaban otras mejores? - -En las postas, mientras Contreras, los postillones y los peones -«ociosos», lentos y malhumorados, reunían los caballos, siempre -dispersos, aunque la galera tuviese días y horas fijos de «paso», -los pasajeros todos bajábamos á estirar las piernas entumecidas en -la inmovilidad. Como estas postas eran, generalmente, una esquina ó -pulpería--pongamos mesón, para hablar castellano y francés al mismo -tiempo,--se explicará la inevitable ausencia del refresco hípico, con -la imperativa presencia del refresco alcohólico. Tatita pagaba la copa -á todo el mundo, y la caña con limonada, la ginebra ó el suisé,[2] -daban nuevas fuerzas á nuestros compañeros de viaje para seguir -desempeñando resignadamente el papel de sardinas. ¡Cómo lo adulaban, -exteriorizando familiaridades que parecerían excluir toda adulación! -¡Y cómo me sentía yo orgulloso de ser hijo de aquel dominador, tan -servilmente acatado!... - -Llegamos, por fin, á la ciudad, anquilosados por tan largas horas -de traqueo. La galera rodó por las calles toscamente empedradas, -despertando ecos de las paredes taciturnas, y haciendo asomarse á las -puertas las comadres que nos seguían con la vista, curiosas, inmóviles -y calladas, ladrar furiosos los perros alborotadores, correr tras el -armatoste desvencijado la turba de chiquillos sucios y casi desnudos, -cuyo entusiasmo tiene manifestaciones de odio, en la torpe confusión de -los instintos y las sensaciones. - -Y, al caer la tarde, entre resplandores rojizos, cálida y triste, la -galera nos depositó frente á la casa de don Claudio Zapata, «la casa -cristiana, donde no había malos ejemplos, perdición de los jóvenes», -reclamada por mamita. Don Claudio y su mujer nos aguardaban á la puerta. - -Ambos hicieron grandes agasajos á tatita, casi sin parar mientes en mí, -lo que me lastimó mucho, pensando que estaban llamados á constituir -provisionalmente toda mi familia. Con la indiferencia de mi padre y -el apasionamiento de mi madre se llegaba á un término medio mucho -más caluroso. Y esta primera impresión tuvo una fuerza incalculable: -de semihombre que era en Los Sunchos, me sentí, de pronto, rebajado -á niño, regresión que iba á seguir experimentando después, y que se -manifestó de nuevo, en otras proporciones, cuando me estrené de lleno -en la vida bonaerense, años más tarde... - -La hembra de aquella pareja--¿era la hembra, aquel sargentón de -fornidos hombros, pecho como alforjas, porte militar, gran cabellera -castaña--postiza, claro,--bozo negro en el labio, mano de gañán, mirada -imperativa, voz agria y fuerte, nariz de loro, pie de gigante? ¿Era el -macho aquel pajarraco enclenque, delgado como una vaina de daga sobre -la que se hubiese puesto una pasa de higo con bigote y perilla blancos -(caricatura de tatita), con dos cuentas de azabache en vez de ojos?--La -hembra, digo, al verme inmóvil y cortado, dando vueltas al chambergo -al borde de la acera, creyó llegado el momento de representar su papel -femenino, mostrándose algo afectuosa, y se dirigió á mí, diciéndome las -palabras más agradables y maternales que se le podían ocurrir. Pero su -voz tenía inflexiones desapacibles, y pese á sus melosos aspavientos, -me produjo una sensación de antipatía, algo como una intuición de que -todo aquello era falso y de que por su parte me aguardaban muchas -desazones. Tan honda fué esta impresión que--vuelto á ser niño, como ya -dije,--los ojos se me llenaron de lágrimas que disimulé y me sorbí como -pude porque nadie advirtiera una emoción de que nadie se preocupaba -en realidad, pero que hubiera desconsolado á mamita, si la hubiese -supuesto y que la hubiera desesperado si la hubiese visto... - -Algunos amigos de mi padre, noticiosos de su llegada, acudieron á -saludarlo, y poco á poco llenóse de gente la vasta sala desmantelada, -de la que recuerdo, como decoración y mueblaje, una docena de sillas -con asiento de paja--las de enea ó anea de los españoles--dos sillones -de hamaca, amarillos, montados sobre simples maderas encorvadas, -paredes blanqueadas con cal, de las que pendían algunas groseras -imágenes de vírgenes y santos, iluminadas con los colores primarios, -como las de Epinal, ó las aleluyas, una consola de jacarandá muy -lustroso y muy negro, sosteniendo un niño Jesús de cera envuelto en -oropeles y encajes de papel, el piso cubierto con una vieja estera -cuyas quebrajas dibujaban el damero de los toscos ladrillos que -pretendía disimular, y el techo de cilíndricos troncos de palma del -Paraguay, blanqueados también y medio descascarados por la humedad, -como si tuvieran lepra. - -Dos chinitas descalzas y vestidas con una especie de bolsas de zaraza -floreada, atadas á la cintura formando buches irregulares y sin gracia, -con las trenzas de crin, azul á fuerza de ser negro, pendientes á la -espalda, la tez muy morena, las narices chatas, la mirada esquiva y -recelosa como de animal perseguido, los ademanes bruscos é indecisos, -como de semisalvajes, hacían circular entre las visitas el interminable -mate siruposo, endulzado con grandes cucharadas de azúcar rubia de -Tucumán, acaramelada con un hierro candente y perfumada con un poco de -cáscara de naranja. Eran el acabado reflejo de las chinas de casa--que -no he descrito,--pero menos resueltas, menos vivarachas, menos bonitas -y más desarrapadas también. - -Yo me aburría solemnemente, fuera del ancho círculo regular que -formaban las visitas, sentado en un rincón obscuro, olvidado por todos, -muerto de hambre, de cansancio y hasta de sueño, porque después de -escuchar un rato la chismografía social y política á que se entregaban -aquellos ciudadanos, hablando á ratos cuatro y cinco á la vez, mi -atención se había relajado y me dejaba presa de un sonambulismo -que sólo me permitía oir palabras sueltas, que no me sugerían sino -imágenes borrosas é inconexas. Mi padre puso, por fin, término á esta -situación, proponiendo un paseo «para estirar las piernas», frase -cuyo significado interpreté al momento: irían hasta el café ó el club -á jugar al billar ó el truco, y á beber el vermouth de la tarde. Fuí -el primero que se puso en pie lanzando un suspiro de liberación. De -los visitantes, unos se excusaron, otros se dispusieron á acompañar á -tatita. - ---¡No vuelvan tarde, que pronto va á estar la cena!--recomendó misia -Gertrudis con una sonrisa avinagrada, la más dulce, sin embargo, de su -corto repertorio. - -Salimos, pues, y en el trayecto comencé á conocer la «maravillosa» -ciudad de calles angostas y rectilíneas formadas por caserones á la -antigua española, de un solo piso, algunas con portales anchos y bajos, -pretendidamente dibujados á lo Miguel Ángel, sobre cuyo dintel solía -verse, entre volutas, ya una imagen de bulto, ya el monograma I. H. S., -flanqueados, algo más abajo, por series de ventanas con gruesas y -toscas rejas de hierro forjado. Á cada cien varas ó menos se veía la -fachada, el costado ó el ábside de alguna iglesia ó capilla, el largo -paredón de un convento, y de algunas tapias desbordaban sobre la calle -las ramas de las higueras, el follaje de las parras, el verdor grisáceo -de durazneros y perales polvorientos. Por las ventanas abiertas solían -entreverse, al pasar, las habitaciones interiores de las casas, -análogas á la sala de don Claudio, con escasos muebles, piso de -ladrillo ó de baldosa, tirantes visibles, paredes encaladas é ingenuos -adornos cuyo motivo principal eran las estampas de santos, las vírgenes -de yeso, y á veces un retrato de familia groseramente pintado al óleo. -Todo aquello era primitivo, casi rústico, de un mal gusto pronunciado -y de una inarmonía chocante, pero debo confesar que esta impresión es -muy posterior á mi primera visita, porque entonces, sin entusiasmarme -desmedidamente, la ciudad me causó un efecto de lujo, de grandeza y de -esplendor que nunca había experimentado en Los Sunchos. ¡Qué hacerle! -¡Nadie nace sabiendo! - -Sin embargo, más que todo aquello, me gustó la plaza pública, muy vasta -y llena de árboles, con una gran calle circular de viejos paraísos -cuyas redondas copas verde obscuro se unían entre sí formando una -techumbre baja, una especie de claustro lleno de penumbra por el que se -paseaban, en fila, dándose el brazo, grupos de niñas cruzados por otros -de jóvenes que las devoraban con los ojos ó las requebraban al pasar, -mientras que los viejos--padres benévolos y madres ceñudas,--sentados -en los escaños de piedra ó de listones pintados de verde, mantenían con -su presencia la disciplina y el decoro. - -Apenas mi padre entró en el Café de la Paz con sus amigos, me hice -perdiz y corrí á fumar un cigarrillo en el quiosco de madera que, para -la música de las «retretas», se elevaba en mitad de la plaza, olvidado -del hambre por el gusto de verme libre después de tan larga sujeción. -Allí, entre nubes de humo, contemplé admirado aquel, para mí enorme, -hormiguear de gente, y tras de los árboles, las casas y las pardas -torres de las iglesias, allá lejos, las colinas que circundan la ciudad -dejándola como en un pozo y que el sol poniente iluminaba con fulgores -morados y rojizos. Y, de repente, un hondo, un irresistible sentimiento -de tristeza se apoderó de mí: encontrábame solo, abandonado,--como si -aquel cinturón de colinas me separara del mundo,--en medio de tanta -gente y tantas cosas desconocidas, y me imaginé que así había de ser -siempre, siempre, porque no existía ni existiría vínculo alguno entre -aquella ciudad y yo. Ningún presentimiento profético me entreabrió el -porvenir; todas mis ideas iban directamente hacia el pasado. Volví á -experimentar, más aguda, la sensación de hambre, pero aquella congoja -del estómago, más que física, parecía producida por el miedo, por una -espectativa temerosa, como cuando, muy niño aún, los cuentos de la -costurera jorobada me sugerían la presencia virtual de algún espíritu -maléfico ó la aproximación de algún peligro desconocido. ¡Me sentí -tan pequeño, tan débil, tan incapaz hasta de defenderme!... El mismo -exceso de esta sensación hizo que la sacudiese, levantándome de pronto -y corriendo hacia el Café de la Paz. - -Cuando entré, las luces de petróleo, el rumor de las conversaciones, el -chas-chas de las bolas en el inmenso billar, la presencia de mi padre -y sus amigos me devolvieron la calma. Como todavía recuerdo el aspecto -del cielo y de las cosas en aquella tarde memorable, creo que me había -perturbado--ayudándola el cansancio y el trasplante,--la intensa -melancolía del crepúsculo. - - - VIII - -En casa de Zapata nos aguardaba hacía rato la cena, gargantuesca como -toda comida de gala en provincia. - -Alrededor de la mesa de mantel largo, muy blanca pero con tosca -vajilla de loza y gruesos vasos de vidrio, además de don Claudio, -misia Gertrudis, mi padre y yo, sentáronse varios convidados de -importancia: don Néstor Orozco, rector del Colegio Nacional, don -Quintiliano Paz, diputado al Congreso, el doctor Juan Argüello, abogado -y senador provincial, don Máximo Colodro, intendente de la ciudad, -y el doctor Vivaldo Orlandi, médico italiano, situacionista, que -acumulaba los cargos de director del hospital, médico de policía y de -la municipalidad, profesor del Colegio Nacional y no recuerdo qué otra -cosa, con gran ira y escándalo de sus colegas argentinos. - -El que absorbió toda mi atención en los primeros momentos fué, con -justicia, el doctor Orlandi. Hombre de cincuenta y cinco á sesenta -años, alto, delgado, seco, de ojos negros pequeños y vivísimos, cutis -aceitunado y rugoso, nariz aguileña algo rojiza en el extremo, gran -cabellera que, como el bigote y la perilla que llevaba á lo Napoleón -III, era de un negro tan negro que resultaba sobrenatural, decía pocas -palabras, con rudo acento piamontés, en tono siempre sentencioso y -dogmático. Después me aseguraron que era un cirujano habilísimo, el -mejor de las provincias, y que en su mano hubiera estado conquistar, -como médico, la misma capital de la república. Esto no me admiró tanto -como su sombrero de copa, inmenso y brillante, que llevaba de medio -lado y hundido hasta las cejas cuando andaba por la calle y que, en la -circunstancia, había puesto cuidadosamente sobre una de las consolas -de jacarandá. También me ocupó don Néstor, anciano bajo y grueso, -blanco en canas, de cara de luna llena, muy risueño siempre, amable -conversador de ancha y roja boca, cuyos labios carnosos y sensuales -relucían húmedos como besando las palabras que modulaba no sin gracia -con una especie de cadenciosa melopea. Le gustaba hablar de «los -tiempos de antes», y al referirse á su juventud parecía buscar el -testimonio de misia Gertrudis con una sonrisa picarescamente expresiva. -Varias veces se insinuó en la mesa que «había sido muy diablo», cosa -que me hizo mucha gracia, sobre todo cuando replicó: - ---Y no lo tienten al diablo... Porque todavía, todavía... Y acuérdense -que más sabe por viejo que por diablo... ¿No es así, misia Gertrudis? - ---¿Qué quiere que yo sepa, don Néstor?--contestó evasivamente el -sargentón, con un tono de enfado que hizo sonreir á todos menos el -marido. - -Cuando mi padre habló, por fin, de mí, al servirse los postres--arroz -con leche cubierto de canela en polvo, dulce de zapallo y de membrillo -y tabletas y confites de Córdoba--yo me estremecí en el extremo de la -mesa á que me habían relegado con la orden tradicional de «no meter mi -cuchara», vale decir de no despegar los labios, como si quisieran que -«aprendiese para estatua». Me estremecí porque tatita dijo: - ---Aquí tienen ustedes un mocito que quiere hacerse hombre. Viene á -estudiar para «doctor» y cuenta, como yo cuento, con la ayuda de los -amigos. Es muy pollo todavía, pero tiene enjundia suficiente para no -quedarse aplastado á lo mejor. Va á entrar al Colegio Nacional, y -usted, don Néstor, bien puede darle una manito. - ---Con mucho gusto--contestó el interpelado.--Hasta le pondremos -cuarta si es preciso--agregó mirándome con sonrisa entre burlona y -afectuosa.--¿Estás bien preparado para el examen de ingreso? - ---¿Cómo dice?--balbuceé, no entendiendo la pregunta y con toda mi -indígena descortesía, como si fuera el más «chúcaro» de mis jóvenes -convecinos. - ---Que si has terminado tus estudios en la escuela de Los Sunchos. - -Comprendiendo á medias, contesté, no sin cierto orgullo: - ---Era monitor. - ---¡Ah!--exclamó don Néstor, divertidísimo.--¿Conque, monitor? ¡está -bueno! ¡está bueno! Ser monitor no es moco de pavo, pero... - -Tatita corrió en mi auxilio diciendo socarronamente: - ---La verdad... La verdad es que no sabe muy mucho; pero, hay que -considerar... hay que considerar lo brutos que son los maestros de -campaña... Y el tal don Lucas de Los Sunchos es tan mulita que no sirve -ni para «rejuntar» leña... ¡Vaya, don Néstor, no se haga el malo y no -me lo abatate al chico... ya sabe que en el camino se hacen bueyes...! -¡Y usted, doctor--dirigiéndose á Orlandi,--dé un «arrempujoncito», pues -hombre! - -Esto fué dicho con tal jovialidad bonachona que todos se echaron á -reir; todos menos, naturalmente, doña Gertrudis, que no conseguía -llegar á mostrarse amable ni aun para adular á tatita. - ---Tien l'aspetto mucho inteliguente--sentenció el doctor, examinándome -con sus ojillos escrutadores.--Y los cóvenes creollos aprenden muy -fáchile. - ---Eso es verdad--asintió don Néstor.--Nuestra muchachada es viva como -la luz. En cuanto á éste, ya se despertará en el Colegio. Si para -admitir á los que vienen del campo exigiéramos que se presentaran -al examen de ingreso como unos Picos de la Mirándola, el Colegio -quedaría monopolizado por la ciudad. Por eso el examen es, á veces, una -mera formalidad, casi un simulacro... Podemos hacer esta concesión, -confiando en nuestro excelente plan de estudios y en el saber de -nuestros profesores. Sí, amiguito; el Colegio Nacional no es la -escuela primaria de Los Sunchos. ¡Aquí se hacen hombres! - -Ya apareció aquello: «¡Se hacen hombres!» Este idiotismo había de -perseguirme toda la vida sin que hasta ahora sepa yo lo que quiere -decir. - ---Preséntese el niño sin cuidado--continuó don Néstor, volviendo á su -húmeda sonrisa que había abandonado un instante.--Ahora lo tratarán -como si lo presentaran en bandeja. Pero, después, ¡cuidado con los -exámenes de fin de curso! ¡Entonces... entonces habrá que saber, -amiguito; hay que hamacarse! - -Todo aquello de exámenes, colegio, profesores, plan de estudios, -me parecían á veces, pamplinas, palabras sin sentido, gracias á mi -profunda ignorancia; pero, inmediatamente después me intimidaban, como -algo cabalístico y misterioso, como un rito terrible y arcano que sólo -el poder de mi padre hacía accesible para mí,--tan accesible que todas -las primeras dificultades se desvanecían ante su conjuro.--¿Por qué no -habría de seguir siempre siendo así?... Y, ahito de comidas pesadas, -mareado por el vino fuerte y amargo de la tierra, definitivamente -rendido por la fatiga del viaje, comencé á dar cabezazos sobre la -mesa, «á pescar» como decía tatita, soñando ya, semidespierto, con las -pruebas de las sociedades secretas descritas en los novelones, como si -se impusieran á un ser que, ajeno á mí, fuese al propio tiempo yo mismo. - ---¡Se le van los bueyes, amigo!--gritó mi padre al verme dar con la -frente en el mantel maculado de salsas y de vino.--Váyase á hacer nono. -Mísia Gertrudis, ¿dónde es el cuarto del chacho? - ---Yo lo he de llevar--dijo la vieja, levantándose y haciendo terminar -para mí aquella comida que debió asumir colosales proporciones, -pues mucho más tarde parecióme oir, entre sueños, gran vocerío é -inextinguibles carcajadas. - -Algo monótonos, pero agradables por la libertad que me procuraba mi -papel de cola de tatita, á quien seguía á todas partes, esquivándome -en todas para fumar ó corretear, pasaron los días que me separaban del -misterioso y vagamente temido examen de ingreso. - -Entré en la vasta aula, abovedada y solemne, pese á su poca elevación -y merced á su aspecto alargado de catacumba, y me mezclé con otros -chicos, más azorados que yo, casi sin ver la mesa examinadora, allá, en -el extremo de la sala, destacándose con su tapete verde, su campanilla -de plata y el amenazante bombo de las bolillas, sobre la pared blanca -de cal, bajo un gran crucifijo negro, de madera, y tras de la cual -se sentaban, en el medio don Néstor con su sonrisa, á la derecha el -doctor Orlandi con el bigote y la perilla más negros que el betún, y á -la izquierda un hombrecillo pálido y enjuto como un haz de sarmientos, -quien, según después supe, era el doctor Prilidiano Méndez, profesor -de latín, idólatra de esta lengua que, muerta y todo, era para él el -Paladión del saber y la civilización humanos: quien ignorara el latín -«estaba dispensado de tener sentido común», y quien lo supiera podía, á -su juicio, ignorar todo lo demás y ser, sin embargo, una deslumbrante -lumbrera. - -No entendí nada en los abracadabrantes interrogatorios sufridos por -los muchachos que me precedieron, y preguntas y respuestas eran para -mí un zumbido molesto de cosas informes, el rezongo de una liturgia -desconocida. Pero una desazón me oprimía el pecho, perdido ya -completamente mi aplomo de Los Sunchos, y cuando me llegó la vez, á -pesar de mi convicción de invulnerabilidad, tiritando me acerqué á la -silla que, en medio de un espacio vacío y frente al tapete verde, me -parecía el banquillo de un acusado si no de un reo de muerte... - -¿Qué me preguntaron primero? ¿Qué contesté? ¡Imposible reconstituirlo! -Sólo recuerdo que don Prilidiano se inclinó al oído de don Néstor, y -murmuró, no tan bajo que yo no lo oyera, con los sentidos aguzados por -el temor: - ---¡Pero si no sabe una palabra! - ---¡Bah! Para eso viene, para aprender. Es el hijo de Gómez -Herrera--dijo don Néstor. - ---¡Ah! entonces... - -El doctor Orlandi cortó el aparte, preguntándome: - ---¿Cuále é il gondinende más grande del mondo? - -Un relámpago de inspiración me iluminó haciéndome recordar lo que -había oído de la grandeza de nuestro país, y contesté, resuelta, -categóricamente: - ---¡La República Argentina! - -Los tres se echaron á reir, Orlandi, alzando los bigotes de tinta, -don Néstor, estirando de oreja á oreja la gruesa boca húmeda, don -Prilidiano con un ¡je, je, je! seco y sonoro como el choque de dos -tablas. Me desconcerté y una ola de sangre me subió á la cara. Don -Néstor acudió en mi auxilio, diciendo entrecortadamente: - ---No es del todo exacto... pero siempre es bueno ser patriota... ¿No -aprenden geografía en la escuela de Los Sunchos?... ¡Está bueno!... - -Hice ademán de levantarme, considerando terminado el martirio con la -muerte moral; pero el latinista me detuvo, haciéndome esta pregunta -fulminante: - ---¿Cuál es la función del verbo? - -Medio de pie, con la mano derecha apoyada en el respaldar de la silla, -clavé en él los ojos espantados y balbucí: - ---¡Yo... yo no la he visto nunca! - -La ira de don Prilidiano quedó sofocada por las carcajadas homéricas de -los otros dos, entre cuyos estallidos oí que don Néstor repetía: - ---¡Está bien, siéntese! ¡Está bien, siéntese! - -Completamente cortado volví á sentarme en el banquillo, diciéndome que -aquella tortura no acabaría sino con mi muerte, material esta vez; pero -el rector acertó á contenerse y me dijo más claro, con burlona bondad: - ---No, no. Vaya á su asiento. Vaya á su asiento. - -Los oídos me zumbaban, pero, al pasar junto á los bancos, parecióme -oir: «Es un burro», y pensé en huir sin detenerme, hasta Los Sunchos, -pero no tuve fuerzas. Caí desplomado en mi asiento. ¡Cómo se habían -reído de mí profesores y alumnos! ¡de mí, de quien, en mi pueblo, no se -había atrevido nadie á reirse, de mí, de Mauricio Gómez Herrera!... - - - IX - -Como era lógico--aunque ahora quizá no lo parezca,--entré á cursar el -primer año del Colegio Nacional, y con este favor empezó el primer -calvario de mi vida, quizás el único hasta hoy. - -En cuanto supo que «había pasado», tatita se volvió á Los Sunchos, -dejándome en poder de los Zapata, cuyos procedimientos resultaron ¡ay! -muy otros que los de mis padres, y cuyo seco rigor era la antítesis -de la tolerancia cariñosa ó servil á que estaba acostumbrado. En un -principio, traté de rebelarme contra esta tiranía sobre todo contra la -de misia Gertrudis; pero mis esfuerzos se estrellaron en su carácter -inflexible, que pocas veces trataba de disimular bajo una apariencia -dulzona. - ---¡Es por tu bien!--me decía, después de arrancarme á las más inocentes -diversiones.--¿Qué diría tu padre, si te dejáramos hacer lo que -quisieras, y perder el tiempo á tu antojo? - ---Tatita--replicaba yo airado,--no me ha tenido nunca encerrado como un -preso, y no me perseguía como usted. - ---¡Es por tu bien, te repito! Y, además, seguimos las instrucciones del -mismo don Fernando. Acuérdate de que, cuando don Néstor le dijo que, si -no estudiaba mucho, te quedarías en primer año, tu padre me recomendó: -«Átemelo á soga corta, misia Gertrudis. ¡Téngamelo en un puño!» ¡Ni más -ni menos! ¡Y... basta de discusión! - -Se marchaba y yo me quedaba temblando de cólera y de impotencia. -¿Qué se había hecho de mi indomable voluntad? ¡Ay! desterrado, en el -aislamiento, en un mundo desconocido y hostil, sin los sólidos puntos -de apoyo de mamita, de los sirvientes, de todos cuantos me adulaban -para adular á mi padre, sentíame deprimido, incapaz de iniciativa y -de rebelión, desde que mis primeros esfuerzos revolucionarios sólo -arribaron á hacer mayor la severidad de mis carceleros. Porque los -Zapata lo eran: no me dejaban ni á sol ni á sombra, no me permitían -salir solo; inspirado por su mujer, don Claudio me llevaba todos los -días al Colegio, para hacerme imposible el dulce vagar de la «rabona». -Los domingos y fiestas tenía que ir con ellos á misa, al sermón, á la -doctrina, y, en los intervalos, me hacían acompañarles á recorrer las -calles como un bobo, cuando no á hacer visitas que me daban un tedio -mortal y acababan con mi resto de energía. La vigilancia de misia -Gertrudis no se adormecía un momento. Me había dado un cuarto contiguo -al suyo, para tenerme siempre á la vista ó al alcance de la mano y de -la voz; limitaba mis relaciones con las chinitas á lo más estrictamente -necesario para mi servicio, sin dejarme charlar ni jugar con ellas; -registraba todas las noches mi habitación y mis bolsillos para -confiscarme los cigarros y cuanto libro de entretenimiento me procurara -á hurtadillas; á media noche se levantaba para hacer una ronda por la -casa, ver si las criadas dormían y si todo estaba en orden, celosa, -hasta la manía, de una moral que, según las malas lenguas, no había -sido su culto cuando moza, ni aun en los umbrales de la vejez. «Era -de las que daban vuelta los santos cara á la pared--contábanme sus -contemporáneos, años más tarde,--y don Néstor Orozco no fué ni el -primero ni el último de sus amigo», y añadían nombres y detalles que -no hacen al caso, riéndose unos de don Claudio, denigrándolo otros por -su tolerancia según ellos interesada. En mi tiempo, misia Gertrudis -trataba probablemente de redimir sus antiguos pecados con la monástica -austeridad de los últimos años, ya fríos, sin sol ni flores. ¡Dios la -haya perdonado en mérito de lo que hizo gozar y luego sufrir á los -demás, si no en gracia de los interminables rosarios que nos hacía -rezar todas las noches, de rodillas sobre el rudo enladrillado de la -sala semi á obscuras! - -Con todo, mi ingenio me permitía burlar de cuando en cuando su -espionaje, especialmente para fumar y leer novelas que encuadernaba -con las tapas de los libros de texto. Pero aquel sistema depresivo -daba aparentemente sus frutos que cualquier observador superficial -como misia Gertrudis y don Claudio, podía haber juzgado benéficos -y duraderos, sin que fueran, en realidad, ni una ni otra cosa: del -Mauricio arrebatado, alegre y franco de Los Sunchos, había hecho un -muchachón disimulado, avieso y triste, una criatura aislada y arisca, -como un perro perseguido. Ocultamente también escribí varias veces -á mi madre, quejándome de la horrible sujeción y pidiendo que le -pusiese remedio; me contestaba, afligida, diciendo que nada podía -contra la voluntad de mi padre, que éste estaba resuelto á «hacerme -hombre», y mandándome dulces, tabletas y un poco de dinero, muy poco, -porque tatita se lo había prohibido por consejo y exigencia de los -Zapata. De vez en cuando, agregaba noticias de Teresa Rivas, que -siempre le preguntaba con mucho interés por mí... Estas cartas, lejos -de consolarme un tanto, hacían mayor mi desaliento y mi depresión, -privándome de mis últimas esperanzas. - -Acababa de quitarme toda energía mi situación en el Colegio, donde -los condiscípulos me demostraban la mayor antipatía, un poco por mi -culpa, sea dicho de paso, y sin que la provocara el favoritismo de -mi admisión, ni la estupenda ridiculez de mi examen, aunque á veces -recordaran, burlándose, el famoso «Yo no la he visto nunca». Y es que, -en un principio, falto de experiencia é iniciando una política inhábil -y contraproducente, quise imponerles el mismo respeto y el mismo -acatamiento de que gozaba en Los Sunchos, donde «era monitor». Esta -pretensión, mezclada quizás á un poco de envidia por mi buena figura, y -de celos por cierta condescendencia de algunos profesores, desencadenó -la enemistad de los muchachos, y el «monitor-pajuerano», como me -decían, fué la víctima de sus camaradas, que no vislumbraban siquiera, -tras él, la sombra omnipotente y amenazadora del papá. Esta enemistad, -que se traducía en agresiones colectivas, manteos, «ronga-catonga» -bailadas en torno mío, no sin puñetazos, puntapiés, escupidas y otras -amenidades escolares, de que nunca me quejé á los superiores por -caballeresco puntillo, cedió un tanto, casi por completo, después de -varios combates con «los más guapos», en los que, por fortuna, resulté -casi siempre vencedor. Pero la sorda hostilidad no cesó nunca, porque, -envalentonado con mi triunfo, me mostré altivo en demasía, y porque mi -forzoso aislamiento, fuera de las horas de clase y de los recreos en -los claustros sombríos ó en el gran patio del Colegio, no me permitía -cultivar amistad alguna, ni aun la del mismo Pedro Vázquez, alumno de -segundo año ya. ¿Cómo hacerme de camaradas íntimos, si don Claudio -ahuyentaba en la calle á mis condiscípulos, que de otro modo quizás se -hubieran unido á mí? - -El estudio me interesaba muy poco; antes que aprender las largas -lecciones de memoria, el musa musae, el bonus, bona, bonum, la -nomenclatura interminable de los departamentos de provincia, los -cuentos insípidos del Compendio de Historia Sagrada, prefería quedarme -horas enteras mirando al aire, evocando las risueñas imágenes de Los -Sunchos, ó rehaciendo las complicadas intrigas de las novelas. Era el -más «burro» de la clase, pero mi insuficiencia no me molestaba en lo -más mínimo, ni por mis condiscípulos ni por los profesores, olfateando -instintivamente en estos últimos, quizás, una insuficiencia si no -mayor, más perniciosa aún. Salvo raras excepciones eran ignorantes, se -limitaban á tomar las lecciones con el texto en la mano, «docti cum -libro», y contestaban rara vez á las preguntas que se les hacía para -aclarar una duda, maestros improvisados, en fin, en una época en que -las «cátedras» eran el refugio de los amigos del Gobierno que no tenían -profesión ni aptitudes para ganarse el pan. - -Mi vida, pues, no era vida. Moríame de hastío en casa de Zapata, que -apenas recibía á dos ó tres personas, además del cura Ferreira y de -fray Pedro Arosa, franciscano, y que no dió fiesta alguna después de -la comida en honor de tatita; sufría y rabiaba en el Colegio, donde -lo que aprendí fué de oirlo repetir á los demás; cada día me era más -difícil procurarme novelas, porque el dinero escaseaba mucho, pues, -como repetía misia Gertrudis: - ---Aquí tienes todo cuanto necesitas, y la plata es la perdición de los -muchachos, sobre todo en una ciudad como ésta--considerando que la -dormida capital provinciana era una Babilonia, si no un París. - -¿Qué hacer, entonces? ¡Volverme á Los Sunchos! Esta idea llegó á -convertirse en obsesión. Pero, ¿cómo realizarla, sin medios, sin -recursos? En último extremo, cansado de quejarme inútilmente á mi -madre, había escrito á tatita, pintándole mis padecimientos con los más -negros colores, y pidiéndole que me llamara á su lado, ó, por lo menos, -me hiciera tratar de un modo más humano; pero él, convencido de que yo -exageraba, alentado por los consejos de don Higinio, engañado por las -cartas de don Claudio, me contestó diciéndome que aguantara, porque en -la vida todo no eran rosas, y que mayores pellejerías había pasado él -cuando muchacho para «hacerse hombre». Todavía no me doy cuenta de lo -que se proponían doña Gertrudis y su marido tratándome así, y, á lo -más que puedo llegar, es á decirme que daban libre curso á su carácter -con los que estaban bajo su dependencia--las chinas y yo,--y que era -más sabroso para ellos dominarme, engañando á tatita, so color de -rigidez de principios. No cejé, sin embargo, y volví al asalto por -la parte más débil, escribiendo una y otra carta á mamá, con tantas -jeremiadas, revueltas entre repeticiones y faltas de ortografía, que la -buena señora se resolvió, por fin, á desobedecer de lleno, y quizá, por -primera vez, á su marido, enviándome algunos pesos bolivianos que yo -le pedía con el pretexto de suavizar un tanto mis amarguras y comprar -libros y otras cosas necesarias. - -Una vez dueño de este capital maduré mi proyecto de fuga, no tan -fácil como á primera vista podría creerse: me costó días enteros de -meditación, pero el plan resultó de una pieza. - -La galera para Los Sunchos salía los lunes, miércoles y viernes muy -temprano, de una posada céntrica, el Hotel de la Bola de Oro, y después -de atravesar la ciudad, se detenía en una pulpería de las afueras--la -Esquina del Poste Blanco,--especie de sub-agencia para encomiendas -y pasajeros, antes de emprender seriamente el galope, camino real -adelante. Allí había que tomarla, no cabe duda, pues atravesando la -ciudad alguien entre los acostumbrados espectadores del paso de la -galera, había de verme, necesariamente. - -Los hábitos recién adquiridos de disimulo me sirvieron en la -circunstancia como si sólo para ella me los hubieran inculcado; después -tuve ocasión de utilizarlos muchas veces con éxito, probando que los -frutos de la buena educación no se pierden nunca. Bueno, pues; con gran -sorpresa y mucho gusto de misia Gertrudis, que hasta entonces tenía -que despertarme tres y cuatro veces cada mañana, comencé á madrugar -por iniciativa propia, y á dar cortos paseos, con el libro en la mano, -como quien estudia, primero en la huerta, después en la acera de la -calle, casi siempre á la vista de la vigilante centinela, pero cuidando -de desaparecer á veces un momento, para que fueran adormeciéndose -sus sospechas. Cuidé también de hablar mucho por aquellos días, de -un paraje pintoresco, á una legua ó poco más de la ciudad, al otro -extremo del Poste Blanco, que habíamos visitado en una excursión con -los Zapata, y donde el río, que más cerca era apenas un hilo de agua -tendido sobre un inmenso lecho de cantos rodados, ofrecía entonces, -gracias á una especie de dique natural, un buen bañadero y un excelente -sitio para pescar bagres y dientudos. El «Mojarral» con sus sauces, -sus peces y su bañadero no se me caía de la boca, y cualquiera hubiese -jurado que yo no pensaba en otro paraíso. - ---¡Así me gusta! ¡Estás muy estudioso!--decía misia Gertrudis, no sin -sorna, al verme salir de mi cuarto, con el libro en la mano, casi -de madrugada.--Si seguís así, un día de estos te vamos á llevar al -«Mojarral». - ---¡Sí! Pero que sea pronto... ¡Tengo tantísimas ganas! - -En fin, un martes por la noche deposité una maletita con parte de mi -ropa en el fondo de la huerta, que daba á una calle excusada, y en un -rincón de donde podría sacarla fácilmente sin ser visto. Me acosté, -en seguida, pero no me fué posible dormir: la fiebre me devoraba, -considerábame libre ya, y renacía en mí el muchacho inventivo y -resuelto de Los Sunchos, aparentemente domado por el freno terrible de -los Zapata, hasta el punto de buscar en mi imaginación cómo vengarme -de misia Gertrudis. No encontré, por el momento, castigo alguno digno -de su perversidad, y dejé que la ocasión me ofreciera la venganza, -jurándome, sin embargo, no abandonar jamás este santo propósito. Como, -apenas me amodorraba, despertaba sobresaltado, soñando que me habían -descubierto, resolví levantarme, de noche aún. Debí hacer ruido, porque -misia Gertrudis gritó de pronto: - ---¿Quién anda ahí? - -Volví á meterme en cama, medio vestido, y oí que la vieja se levantaba -á su vez precipitadamente, encendía luz, se asomaba á mi cuarto y luego -salía al patio á hacer una ronda extraordinaria. - ---¡Esta es la mía!--me dije, sin reflexionar, inspirado por mi grande -amiga, la oportunidad. - -Y precipitándome al dormitorio de misia Gertrudis--don Claudio tenía -cuarto aparte,--tomé de sobre la cómoda, donde las ponía siempre, sus -magníficas trenzas castañas, que sólo se ataba á la cabeza una vez -terminadas las faenas matinales. ¿Qué iba á hacer con ellas? No lo -sabía ni me importaba por el momento. - -Amaneció poco después, sin que misia Gertrudis volviera de su -inspección, y yo salí, como de costumbre, con el libro en la mano. La -vieja estaba haciendo fuego en la cocina. Corrí á la huerta, tiré en -el lodo infecto del comedero de los cerdos las hermosas trenzas que -los «cuchis» se encargarían de devorar ó destrozar, por lo menos, como -un plato exquisito, saqué la maleta de su escondite, y, por las calles -solitarias aún, envueltas en húmeda neblina, me fuí al boliche del -Poste Blanco, á esperar la galera de Los Sunchos que ya estaría por -llegar. En efecto, la aguardaba hacía dos minutos, cuando se detuvo -en la puerta, con gran ruido de hierros y de maderas entrechocados. -El mayoral, Isabel Contreras, y los postillones, entraron á tomar -su segunda «mañanita», de caña pura, caña con limonada ó ginebra, -sorbida ya la primera en la Bola de Oro, y á recoger encomiendas, -correspondencia y pasajeros, si los había. Y había uno: yo. - -Contreras, que como miembro conspicuo de la población flotante de Los -Sunchos, me conocía como á sus manos, y respetaba á tatita, á quien, -según ya dije, servía de correo especial y de informante celoso, me -hizo la mejor acogida, no se metió en indiscretas averiguaciones á -propósito de mi presencia allí, y me dispensó el señalado honor de -invitarme á que lo acompañara en el pescante, mientras ponía él mismo -mi valija en la imperial. Cuando hice mención de pagar el pasaje, -rechazó el dinero. - ---Ya me pagará don Fernando. - -¡Si yo hubiese sabido! ¡Cuántas semanas antes hubiera desertado de la -zapatil mazmorra! - -Charlando durante el viaje, y animado por alguna libación en las -postas, con la falta de reserva que caracteriza á la petulancia -infantil, y que no había corregido del todo, todavía, pese á la -inquisitorial fiscalización de misia Gertrudis, conté por lo largo -á Contreras mis padecimientos y mi escapatoria, cuando «ya no podía -aguantar más». Sobresaltóse el buen paisano en un principio, pensando -en sus responsabilidades, y ya iba á arrepentirme de mi desmedida -confianza, cuando reaccionó, echóse á reir á carcajadas, y, haciendo -restallar su largo látigo, exclamó: - ---¡Hijo é tigre, overo has de ser! ¡Éste no desmiente la casta! - -Se rió mucho más de la jugarreta del pelo postizo, diciendo que bien se -la merecía la «perra vieja» aquella, y después, como hombre ducho, me -aconsejó que no me dejase ver por tatita antes de hablar con mi madre, -porque las madres son siempre las «mejores tapaderas» para los hijos, -y porque «hay que tener mucho ojo con el mal genio de don Fernando». -Y, para hacerlo mejor, detuvo la galera en una callecita solitaria, á -corta distancia de casa, guardó la maleta para enviármela más tarde, y -me estrechó campechanamente la mano con la suya, como papel de lija, -diciéndome: - ---Y ahora, compadre, bajesé y vaya corriendo á su mamá, que es la -única que tendrá lástima de sus penurias... Dígale que aquí, como en -cualquiera otra parte puede «hacerse hombre». - -¡Hacerse hombre!... Rodó la galera, siguiendo su camino, y yo me quedé -inmóvil, alelado, entre alegre y temeroso. Allá, muy lejos, quedaban la -ciudad, el Colegio, doña Gertrudis, don Claudio, el latín, el infierno, -como una horrible pesadilla. Estaba en Los Sunchos, en «mi» pueblo, en -mi teatro, y aunque receloso de lo que iba á ocurrir, me sentía con más -valor, con más fuerzas, dueño de mí mismo, en fin! - - - X - -Mi madre me recibió con transportes de alegría, extraordinarios en -ella, y después de abrazarme y besarme mil veces, como loca, se echó -á llorar de pronto, sin preguntarme nada, mezclando sus besos, sus -abrazos, sus risas y sus lágrimas con exclamaciones entrecortadas y -frases de cariño. Era un alma amante la de mamita, un alma apasionada -que, sin embargo, no pudo tener en la vida más pasión que yo, olvidada -como estaba por los hombres y las cosas, y que sólo se desahogaba -en una religión muy alta y muy pura, aunque bastante velada por -la superstición, ó mejor dicho, por una especie de iconolatría -quietista. Sólo después de largo rato me interrogó sobre los motivos -de mi regreso--que adivinaba perfectamente,--y se condolió de mis -padecimientos hasta las lágrimas. También es verdad que yo los describí -con calurosa elocuencia, y que hubiera podido conmover á otra que mi -madre, siempre que fuese crédula y blanda de corazón. - ---¡Has hecho bien! ¡Has hecho bien, mi hijito, en escaparte! ¡Pobre -mi hijo!--exclamaba.--Yo hablaré con tu padre y lo convenceré de que -tienes razón. - -Y en un rapto de santo egoísmo, reveló el fondo de su pensamiento: - ---¡Me hacías tanta falta! - -Cuando, á la hora de comer, tatita volvió de sus quehaceres ó -diversiones acostumbrados, mamá, que me había hecho quedar en mi -cuarto, le habló largo rato á solas. De tiempo en tiempo, llegaban -hasta mí la voz irritada de mi padre y la suplicante de mamita. Por -fin, hubo un prolongado silencio, que interrumpió una china diciéndome -desde la puerta: - ---¡Niño! ¡Don Fernando que vaya al comedor! - -Mi temerosa incertidumbre desapareció como por encanto: iba á verme -frente de los hechos, con la firme voluntad de no doblegarme. Además, -auguraba mucho bueno de la forma en que se presentaba aquel choque: -si tatita no estuviera pronto á ceder y quisiera castigarme, se -precipitaría furioso á mi cuarto, no me llamaría al comedor. - -Sin embargo, me recibió con una piedra en cada mano, colérico en -apariencia, llenándome de improperios y amenazándome con «darme de -lazazos hasta que me corriera la sangre». Me afirmé en mi opinión de -que era una tormenta de verano y que ya comenzaba á aclarar, pero no -dejé de sobresaltarme un poco cuando me dijo: - ---Has hecho mal, pero muy mal, y mereces un buen castigo. Te has -portado como un bellaco, y si no fuera por tu madre, verías lo que te -pasaba. Porque ella me lo pide y por ser la primera vez, me contento -con que te vayas inmediatamente á casa de Zapata, le pidas perdón y no -vuelvas á hacer de las tuyas. ¡Mañana sale la galera!... - -Yo me encabrité, y con el pecho oprimido, casi á punto de romper á -llorar, hice un esfuerzo y dije desgarradoramente: - ---¡Pero, tatita!... ¡Si son unos tiranos, unos verdaderos verdugos! -¡Yo no he hecho nada para que me tengan preso!... ¡No, tatita! puede -matarme, pero yo no iré... ¡Prefiero que me mate! - ---¿Que no irás?--estalló mi padre indignado, esta vez de veras, porque -no toleraba la abierta oposición.--¡Eso será lo que tase un sastre! -¡Habráse visto! ¡Cuando yo mando se obedece y se calla la boca! ¡Irás á -la ciudad y les pedirás perdón, canejo! - ---¡Fernando, por Dios!--clamó mi madre. - ---No tengas miedo. No le voy á hacer nada. Pero, en cuanto á lo otro, -¡no hay tu tía! ¡Irá á la ciudad, y más pronto que ligero! - ---No iré, no iré. ¡Me tiraré de la galera si es preciso, pero no iré! - -Esto no lo dije. No. Hubiera sido demasiado. Lo pensé, tan sólo, y me -lo juré á mí mismo. Á decirlo, mi padre me da sin más trámite una zurra -de no te muevas, en el arrebato de su impulsividad. - -Hubo un largo silencio. - ---¡Bueno! ¡Ahora, á comer!--ordenó tatita, por fin, calmado ya. - -La comida comenzó lúgubremente. Todos callábamos, y las mismas -chinitas que servían la mesa se deslizaban sin ruido, como sombras, -asustadas por la tormenta. Hasta la lámpara de petróleo me parecía -lanzar una luz trágica sobre el mantel. Por último, al servirse el -asado de tira con ensalada de lechuga--aún me parece verlo en la -fuente, con las angostas costillas en forma de escalera, cubiertas de -morena película, y la gordura dorada chorreando jugos y chirriando -todavía,--mi padre me preguntó con tono natural: - ---¿Y cómo ha sido eso? - -Repetí el relato, primero tímidamente, después con cierta entereza, al -final entusiasmado por mis propias palabras, acumulando cargos contra -don Claudio, contra misia Gertrudis, descubriéndolos con repentina -clarividencia, inventándolos á veces. Y, por último, indignado de -veras, exclamé: - ---Se vengan en mí de que son unos pelagatos, y me hacen pagar los -desaires que les hace todo el mundo. ¡Se alegran de tener como un -sirviente, como un esclavo, nada menos que al hijo de Gómez Herrera!... - -¿Quién dijo que la lisonja es la mercancía más barata y más productiva? -Sea quien sea, dijo una gran verdad. - -Tatita se sintió herido en su amor propio ó encontró aquella coyuntura -favorable para hacer una diversión y encaminarse á sus verdaderos -propósitos. El caso es que vi pasar un relámpago por sus ojos, y juzgué -que había tomado el buen rumbo. - ---¡No respetan á nadie!--agregué.--Para ellos todo es cuestión de -suerte y de favoritismo, y los más ricos y los que pueden más, no son -más que unos busca vidas. - ---¡Hum, hum!--hizo tatita, receloso.--¿Han hablado de mí? - ---¡Dios los hubiera librado! Lo que es estando yo, no han dicho nada. -Pero, como hablan pestes de todos los amigos... - ---¡Está bien! ¡Está bien! ¡Ésas son suposiciones y nada -más!--interrumpió, mal engestado. - ---¿No te parece, Fernando--dijo mamita después de una pausa,--que -este muchacho debería irse á acostar? Con el viaje de hoy, y las -aflicciones, si tiene que salir mañana temprano, se nos va á enfermar... - ---Es posible. - -Mamá insistió?. La enfermedad era inevitable. En aquel mismo instante -ya tenía fiebre. Y si caía en cama en la ciudad, ¿cómo me cuidarían? -¿No sería mejor dejarme descansar unos días, muy pocos, hasta la vuelta -de la galera, por ejemplo? - ---Bueno--contestó, por fin, tatita, como quien hace un sacrificio.--Irá -en el otro viaje, ¡pero eso, sin remisión! - ---¡No iré nunca!--pensé. - ---Voy á escribir á don Claudio dándole una satisfacción y pidiendo -disculpas á misia Gertrudis de tu parte, para que te perdone. - ---¡No me ha de perdonar!--murmuré. - ---¿Por qué? Al fin y al cabo, no has hecho más que una muchachada. - -No pude menos que sonreirme. - ---¿Ó has hecho algo más, que no sabemos todavía? - -Conociendo el carácter de tatita, no vacilé en contarle la travesura de -las trenzas, pero traté de hacerlo con habilidad y gracia, comenzando -por describir las dos figuras de la vieja sin y con sus postizos, -la pretensión ridícula de su coquetería senil, tan contraria á la -beatería, la rabia que me daba verla presumir de muchacha... Cuando -agregué que los cerdos se habían precipitado, en el chiquero, á -devorar aquel amasijo de crines engrasadas, como si fuera un plato -delicado, y pinté la cara que pondría misia Gertrudis buscando su -cabellera, tatita rompió á reir á carcajadas, echándose hacia atrás en -su sillón, como si estuviera asistiendo á la escena más cómica de su -vida. Estaba derrotado... - -Poco rato después, me fuí, en apariencia, á dormir, pero en realidad -me quedé atisbando para ver si tatita escribía á los Zapata, con esa -incertidumbre de los muchachos que no saben decirse: «esto sucederá -y no otra cosa». No escribió, naturalmente, porque no era hombre de -pedir disculpas á nadie, por nada de este mundo; en cambio, adiviné -que comentaba risueño mis aventuras de la ciudad, primero con mamita, -después con don Inginio que, sabedor de mi escapatoria, fué á casa en -procura de mayores datos. Al oir entrar al viejo Rivas, me acerqué al -comedor para sorprender algo de lo que dijeran. El juicio era, más -bien, favorable para mí. Don Higinio estaba pronto á creer que los -Zapata habían ido demasiado lejos, tanto más cuanto que los muchachos -criollos son amigos de la libertad y no «hijos del rigor», y á mí se me -había transplantado violentamente de la independencia casi total á una -especie de encarcelamiento. - ---Pero, así y todo--terminó,--es preciso que se haga hombre, ¿no es -cierto, misia María?... - -Sostenido nerviosamente por las mismas emociones, en cuanto los viejos -se fueron al club, consideré que cualquier cosa era mejor que meterme -como un tonto en cama, y sin pedir permiso á nadie, me escabullí en -busca de mis camaradas. La visita de don Higinio me había hecho pensar -en Teresa, pero esta evocación quedó muy en segundo término, siendo -lo dominante la tentadora «farra» con los amigotes. Sin embargo, al -salir muy recatadamente, para evitar las posibles inútiles objeciones -de mamita, oí un siseo que partía de su ventana, allí, en la casa de -enfrente. - -Sabiendo mi llegada, Teresa me aguardaba á la reja, segura de que iría -á conversar con ella ó temerosa de que no la recordara--caben ambas -interpretaciones en el determinismo femenil. - -Al sentirla allí, súbitamente despertados mis instintos novelescos, -vuelto á la vida de antes, corrí á la ventana á saludar en ella toda la -poesía erótico-sentimental que encarnaba para mí. Á mis transportes, -al propio tiempo ingenuos y perversos, respondió la niña con una -emoción intensa y contagiosa. Su pobre alma se enajenaba más con -los sentimientos que con las pasiones, mientras yo, como un actor, -me entusiasmaba con el papel que las circunstancias me distribuían, -pronto á ser Otelo ó Marco-Antonio, Don Juan ó Marsilla. La dije--y -en aquel momento yo mismo lo creía,--que había vuelto á Los Sunchos, -despreciando los esplendores de la ciudad, sólo porque no podía vivir -lejos de ella. - -Y tanto efecto le produjo este eterno y tonto estribillo, que asomando -la carita morena entre dos barrotes de hierro, me tendió como una flor -los labios frescos y rojos, para darme el primer beso. - - - XI - -Como mi fiebre de acción no me permitía quedarme allí, platónicamente, -observé á Teresa que podrían sorprendernos y que no quería enojar -más á tatita, para quien estaba en cama desde hacía mucho. Minutos -después entraba en el Café de la Esperanza, buscando á mis amigos, y la -casualidad quiso que papá estuviera allí, jugando á la treinta y una -ciega. Hizo como que no me veía, y siguió su partida tranquilamente. -Este síntoma me pareció mucho más favorable y decisivo que todos los -anteriores. ¡Adiós los Zapata! - -Salí con mi pandilla, buscando un sitio más libre para reanudar -nuestras diversiones. Los camaradas me habían recibido con grandes -muestras de alegría y entusiasmo, y como llevaba en el bolsillo los -bolivianos que Contreras no quiso recibir, hicimos aquella noche, en el -trinquete de la Zorrita, la más memorable de las fiestas, continuada en -el mismo diapasón hasta formar una como cuaresma de vida maravillosa, -que me parecía un sueño encantado después de mis prisiones en la ciudad. - -Pero, ni aun embriagado por estas delicias, descuidé completamente la -parte seria de las cosas, y mal seguro todavía de mi elocuencia que -podía fallar por causas exteriores y transitorias, escribí á mi padre -una larga carta, modelo de diplomacia juvenil, y de la que destilaban -las indirectas lecciones zapatiles. Decíale que, dado mi carácter, -tan análogo al suyo--cosa de que me enorgullecía,--la corrección de -mi conducta dependía precisamente de la mayor ó menor amplitud de -mi libertad, pues nunca haría yo lo de otros que, desconociendo su -valor, abusan de ella hasta perderla. Á mí, como á él, sin duda, la -sujeción me enloquecía. Su afectuosa vigilancia (tan distinta del -malévolo espionaje de gente incapaz de interpretar acciones y menos -aún pensamientos), había sido hasta entonces más que suficiente para -hacerme cumplir con mi deber, y no valía la pena--antes bien era un -error,--cambiarla por un despotismo de extraños que me impulsaba -necesariamente á la rebelión... Todo esto salvo su mejor parecer... - -Ni la sintaxis era clara ni la analogía exacta, pero el fondo resultó -así. Además, las cartas de los hijos, por vulgares que sean, resultan -para los padres una revelación y un encanto, si no están corroídos por -el cáncer de la crítica. Y notable efecto produjo la mía en tatita. -Inmediatamente escribió á los Zapata, diciéndoles que «por razones de -salud» yo no volvería á la ciudad, que me perdonaran si «acaso» les -había faltado en algo, y que me enviaran la ropa y los libros... Pero -antes me había arrancado la promesa de estudiar seriamente en casa para -presentarme á fin de año como «libre» en los exámenes. - ---Tienes los programas, los libros, y con lo que has aprendido ya, -podrás pasar fácilmente. Si pasas, el año que viene te mandaré á la -ciudad en otras condiciones, sin tutores que te majaderéen, «como un -hombre». Pero para eso hay que prometerme que te portarás bien. - ---¡Sí, tatita! «¡como un hombre!»--juré, pensando para mis adentros que -los hombres suelen no portarse bien. - -Llegada la época de los exámenes fuí á alojarme en la casa de huéspedes -de la viuda de Calleja, donde vivían varios estudiantes del campo y -de otras provincias. Era el prototipo de esas posadas vergonzantes, -sin respetabilidad y al propio tiempo sin descaro, en que se explota -un nombre de familia á veces venerable, por mercantilismo ó por -necesidad--á falta de otro medio de subsistencia,--y que abundan en -provincia. No la describiré, pero no olvidaré nunca, tampoco, aquellos -manteles inmundos y aquel infernal desorden, en que la patrona, las -chinitas, los huéspedes y los visitantes nos burlábamos como á porfía -de las reglas más elementales del buen vivir. ¡Qué casa de Tócame-Roque -ni qué Auberge du Libre Échange! Para divertirse, allí, en la -respetable pensión de la distinguida viuda del señor Calleja, sobrina -de un obispo y tía de un diputado. Si yo no hubiera tenido Los Sunchos, -me quedo en aquella Capua sórdida si se quiere, pero, en cambio, tan -libre, precisamente lo que más había envidiado desde casa de Zapata... -¡Viva la libertad! y pasemos á otra cosa. - -¿Á qué decir que me dejaron suspenso en varias materias--creo que -cuatro de seis--y que en otras pasé por suerte ó por benevolencia de -la mesa examinadora? ¿Para qué contar que el latinista don Prilidiano -Méndez, después de otras preguntas, me invitó con alevosía y -ensañamiento á que declinara el «quis vel qui», del que yo sólo sabía -la aleluya de «todos los burros se quedan aquí»? Todo aquello no me -importaba un ardite. Intuitivamente comprendía que ni en colegios ni en -facultades se aprende nada, y hoy mismo, si quisiera ser completamente -franco... En fin, no lo diré, pero es el caso que en nuestro país, los -hombres realmente superiores se han ilustrado casi siempre solos, han -sido autodidactas, «self made men», mientras que los rutinarios, los -mediocres, han tenido casi siempre un diploma universitario como un -pasaporte de complacencia... - -Para desquitarme de los malos ratos que me había procurado el -examen, ocurrióseme darle uno á misia Gertrudis, antes de volver á -la aldea. No tenía que quebrarme mucho la cabeza para inventar una -buena broma: abrigaba la seguridad de que mi presencia bastaría para -darle un soponcio, y con algunos requiebros como «¡Bicho feo! ¡Vieja -mamarracho!» ú otros, estaba seguro de mi venganza, pues rabiaría -quince días por lo menos. Pasé por su casa sin verla, dos, tres veces, -á la cuarta estaba precisamente en el umbral, con su acostumbrado -aspecto de sargentón que llevase la mochila sobre el pecho, y con una -nueva cabellera castaña más abundante y más juvenil que nunca. - ---¡Bicho feo!--silbé. - -Volvió los ojos hacia mí con tal expresión al reconocerme, que el -«¡Vieja mamarracho!» no pudo salir de mi boca. ¡Tuve miedo, como hay -Dios! ¡Tuve miedo y eché á correr! Es la primera y última vez que he -sentido el pánico en mi vida, como Facundo acosado por el tigre... - -Volví á Los Sunchos con la santa intención de no poner de nuevo -los pies en la ciudad, y ni siquiera fingí prepararme para los -misericordiosos exámenes de marzo. No quería, no podía renunciar otra -vez, ni por un momento, á mi individualidad, tan señalada en el pueblo -y tan desvanecida é insignificante en aquel escenario. «Más vale cabeza -de ratón que cola de león», como decía tatita. - -Mamá se encargó de arreglar las cosas á medida de mis deseos, para -tenerme definitivamente á su lado. Yo «quería trabajar, empezar á -ganarme la vida». Era lo más fácil procurarme una ocupación, tarea ó -empleo que me preparara prácticamente á la lucha por la existencia, ya -que la teoría no era de mi agrado ni «me entraba en la cabeza», como -afirmaba yo. Habló varias veces con tatita al respecto, y como me valí -de Teresa para conquistar á don Higinio que, decididamente, ejercía -gran influencia sobre mi destino, papá accedió sin muchas dificultades -y diciéndose quizás que, como me dedicaría á la política que no exige -sino «fuerza en los dedos y resolvencia», cualquier camino era bueno, -con tal que me permitiera meterme en danza lo más pronto posible. Y el -intendente municipal, don Sócrates Casajuana, á la primera insinuación -me concedió un empleíto rentado que iría preparándome á más altas -funciones. - -Pocos días después, á principios de año, tomé posesión de mi empleo, -y aquí comenzó mi vida de «aprendiz de hombre...» Como todavía era -muy muchacho y poco inclinado á la observación, las oficinas de -la Municipalidad, cerebro y corazón del pueblo, sin embargo, me -fastidiaban profundamente. Á la media hora de estar en mi puesto, -sentado á una mesa llena de papeles inútiles, me moría de hastío y -escapaba á divertirme en otra parte. Sin embargo, á la larga, conocí el -personal superior y subalterno: don Sócrates, el intendente, paisano -astuto y retobado, gordo y de piernas torcidas, por andar á caballo -desde niño de teta, gran mercachifle, gran especulador, gran rata del -presupuesto; el presidente de la Municipalidad, don Temístocles Guerra, -no sé si menos tosco ó más presuntuoso, gran comerciante también; el -tesorero, don Ubaldo Miró, que, con un sueldo miserable alcanzaba, sin -embargo, á llevar una vida casi suntuosa, gracias á su habilidad para -el escamoteo y á la bondad benévola con que adelantaba los sueldos á -los empleados y peones, mediante un módico interés; los secretarios, -uno de la intendencia--Joaquín Valdez--otro del Concejo--Rodolfo -Martirena--que andaban siempre á caza de propinas, y que las provocaban -deteniendo los expedientes todo el tiempo que podían y prolongando -indefinidamente la tramitación de cualquier asunto que no interesara á -los partidarios más caracterizados de la «situación». - -Yo estaba adscripto á la Oficina de Guías, como escribiente; pero mi -jefe, Antonio Casajuana, hermano de don Sócrates, no me observaba -nunca por mis ausencias, antes bien parecía invitarme á continuar -aquella nueva especie de «rabona». Después, comprendí el por qué de su -conducta: no quería testigos molestos, y yo le estorbaba tanto que se -había quejado amargamente á su hermano de mi nombramiento intempestivo. -Y es que cobraba de más á los ganaderos que enviaban animales, cueros -ó lanas á otros departamentos, se robaba las estampillas que debían -quedar obliteradas en el libro de guías, y hasta daba certificados -falsos á los encubridores de los cuatreros, ganándose así buena parte -de los abigeatos, moneda corriente entonces... Es natural, era hermano -del intendente, su otro socio era el tesorero, ni la comuna, ni la -misma provincia, tenían fuerzas bastantes para reprimir el cuatrerismo, -y es máxima de buen gobierno encauzar todo mal irremediable. Cuando -supe esto, más por indiscreciones malévolas de gente envidiosa que por -observación personal, no dejé de utilizar el secreto, modestamente, -para mis gastos menudos, sin intención de hacer fortuna, como los -otros. Siempre he sido imprevisor, y no lo lamento. - -En cuanto escapaba de la oficina, divertíame corriendo el pueblo y -los alrededores, á pie unas veces, pero, generalmente, á caballo, con -algunos camaradas mayores, pero tan zánganos como yo, y persiguiendo -á las muchachas de los ranchos y las casuchas de las afueras, con una -especie de odio, primera manifestación, todavía desviada, de mi futura -inclinación irresistible al bello sexo. - -Ya iniciado en las aventuras domésticas, era aún incapaz de cortejar -en regla y con perseverancia, pero Marto Contreras, hijo de mi amigo -el mayoral, paisanito de diez y siete á diez y ocho años, diablo y -atrevido como él sólo, con quien me había ligado estrechamente, me -aleccionó, haciéndome adoptar para mis amores un término medio rústico -y brutal, cuya fórmula es ésta: «Hay que pastoriarlas». - -Estos amores eran, pues, simplistas, sin preparativo alguno, casi -animales: un momento de vértigo, una violencia y se acabó. Á veces, -continuaban algún tiempo, había hecho una conquista; pero, en la -mayoría de los casos, se me huía después como á un enemigo. Teresa -quedó relegada al fondo obscuro de la memoria, aunque la viese casi -todos los días, al pasar. - -Las otras ingenuas diversiones con los camaradas--excepción hecha de -Marto,--comenzaron á parecerme, poco después, insulsas, parangonadas -con la compañía de los empleados de la Municipalidad, mucho más -entretenidos porque, siendo «más hombres», se pasaban el día en peso -conversando de carreras, de riñas, de partidos de pelota, diciendo -compadradas, contando duelos y otras atrocidades, chismorreando amoríos -más ó menos escabrosos, después de lo cual, como intervalo, salían á -tomar el vermouth (mermú) á horas de almuerzo, y como final, al caer la -tarde, hablando entonces magistralmente de política, y combinando el -programa nocturno. Comencé á frecuentarlos, más interesado cada día. -Jugábamos al billar, hasta que entraba la noche; comíamos en casa ó -en el restaurant, á la disparada, y después nos reuníamos, ora aquí, -ora allí, en la «timba» del Manco, en el establecimiento de Ilka, la -polaca, donde solía haber descomunales bochinches, y en el que nadie -entraba sin que un agente de policía lo registrase para quitarle las -armas, ó en algún otro sitio del mismo género. Me sorprendió encontrar, -alrededor de un tapete criollo ó bajo un emparrado polaco, no sólo á -los camaradas, á los demás contemporáneos, sino también á toda la -flor y nata de Los Sunchos, con el mismo don Sócrates á la cabeza. ¡Y -dicen que la Grecia antigua no renace en nuestro «páis», con Sócrates -y todo!... En fin, á la madrugada nos íbamos á acostar, y yo gozaba -de esa hora admirable en que todo lo viviente calla un momento, -reconcentrándose, reconstituyéndose en el sueño, para despertar, poco -después, más fresco, más ardiente, más vigoroso. Siempre he tenido un -flaco por los grandes espectáculos de la Naturaleza, y creo que si la -política no me hubiese absorbido por completo, hoy sería el descriptor -más notable de las bellezas y la grandiosidad del paisaje argentino. - -Pero no es posible repicar y andar en la procesión. - - - XII - -Pocos años más tarde, una diversión de otro orden, que me atraía -muchísimo, fué el punto de arranque de una de las manifestaciones más -significativas de mi vida. - -Solía yo visitar de noche la redacción de «La Época», periódico semi -oficial, sostenido por la Municipalidad y redactado por un joven -aventurero español, que respondía al sonoro nombre de Miguel de la -Espada, mozo capaz de escribir cuanto conviniese á los que le pagaban, -y tipo común de todos los pueblos y ciudades de la República. La -imprenta era una casucha de tres piezas, sucia y miserable, situada á -pocos pasos de la plaza pública, en una calle adyacente. En el primer -cuartujo estaba instalada la Redacción, con una mesa larga de pino -blanco, llena de diarios y papeles, un pupitre alto para los libros -de caja de la Administración, varias sillas de enea, una silla de -baqueta, de alto respaldo, piso de ladrillos hechos polvo, paredes -blanqueadas, llenas de telarañas y manchas de tinta y de mugre, -cieloraso empapelado, del que colgaban lamentablemente varias tiras -de papel, despegadas por las goteras... Aquello olía á humedad, á -aceite, á petróleo. En la segunda habitación, obscura y mal ventilada, -veíanse los burros y las cajas de componer, para los tres operarios; -en la tercera estaba la vieja prensa de mano y el catre del peón. -Allí reinaba de la Espada, y allí nos reuníamos algunas noches varios -jóvenes situacionistas, á comentar la vida doméstica, social y política -de Los Sunchos. Eran de oir las habladurías, chismes, críticas, -difamaciones y calumnias que formaban el fondo de aquellas amenas -charlas, análisis de la vida y milagros del pueblo entero, en que los -detalles faltantes eran substituídos con ventaja por otros, fruto de la -imaginación de los contertulios. La famosa botica de Paredes, llamada -el «mentidero», no aventajaba en nada á la redacción de «La Época». -Allí me inicié en todos los misterios de la aldea, conocí la historia -de todas las familias, supe las faltas de éstos, los errores de -aquéllos, los delitos de los otros, aquilaté la virtud exigida de las -mujeres y comencé á ver otro aspecto del mundo, quizás algo exagerado, -quizás un poco ennegrecido, pero, en resumen, muy aproximado á la -realidad. - -De la Espada era hombre de unos treinta años, menudito y móvil, de -ojos pequeños, llorosos y casi sin pestañas, cetrino, con un bigotito -de cerdas, horrible, en fin, pero tan simpático merced á su gracia -madrileña, á su picaresco pesimismo... Solía resumir las conversaciones -por medio de sentencias que constituían todo un curso de enseñanza, la -síntesis de lo nuevo para mí, en aquel entonces, aunque flaquearan -bastante en cuanto á originalidad. Había sido en pocos meses, cuanto se -podía ser, desde acomodador de teatro en Buenos Aires, hasta director -de periódico en Los Sunchos, y decía (vaya un ejemplo): - ---Todas las mujeres tienen su cuarto de hora, y el que acierte á -acercárseles en ese momento, puede estar seguro de obtenerlas. - -Ó bien: - ---Todos los hombres se venden; la cuestión es dar con el precio. - -Ó bien: - ---Para llamar honrado á un hombre es preciso ponerlo en la mayor -necesidad, y, al mismo tiempo, darle ocasión de que robe. Si no roba es -honrado. Pero en esas condiciones no hay quien no robe. - -Igual cosa digo de la mujer honesta. No hay mujer que no haya engañado -á su marido, por lo menos en pensamiento, si ante su vista pasó alguien -á su juicio mejor que el marido. Ante su vista ó también ante su -imaginación... - -Estas doctrinas me seducían, aunque hiciera de vez en cuando algunas -reservas, porque, entre otras cosas, no podía admitir que mi madre -hubiera faltado, ni aun soñando, á sus deberes. Pero esta excepción no -alcanzaba, generalmente, á la madre de los demás, y pecaba por exceso -de limitación. La sabiduría de de la Espada, se infiltraba, pues, en -mí, y no había de tardar en ensayarla en la práctica de la vida. - -Otro entretenimiento que no debo pasar por alto, pues tuvo cierta -influencia en mi vida: iba á menudo á tomar mate con el viejo comisario -don Sandalio Suárez, en la misma comisaría, interesándome en la -organización de la vigilancia y otros servicios, y, sobre todo, en -los problemas policiales, aunque Sherlock Holmes no hubiese nacido -todavía, ni el genial Poe y el monótono Gaboriau hubiesen llegado á Los -Sunchos. Yo interrogaba al viejo paisano acerca de las maravillosas -facultades investigadoras de los Rastreadores, y la admirable -perspicacia de Facundo, que pinta Sarmiento. - ---Todas esas son camamas--contestaba don Sandalio.--Nadie descubre -á los criminales, cuando no se entregan ellos mismos, y yo, que te -hablo, con todos mis años de policía, no he agarrado á ninguno, sino en -fragante, por casualidad, ó porque, de sonso, se me entregó él mismo. - -Me contaba sus recuerdos, casi todos político-electorales, y varias -veces me invitó á acompañarle en sus pesquisas, en las que yo -colaboraba con entusiasmo. Recuerdo, entre otras cosas, el asesinato de -una mujer, cuyo autor busqué por el buen método, averiguando á quién -podría aprovechar su muerte. Di con el marido, enamorado de otra, joven -y bonita, y lo hice prender. Pero, pocas noches después, un borracho se -jactó en una trastienda de ser el asesino, y de que nadie sospecharía -de él. Detenido é interrogado, supimos que había asesinado á la mujer -por «gusto», sin razón ni objeto, sólo porque se le ocurrió, estando -muy ebrio, al verla asomada á la puerta de su casa... Este fracaso no -me desalentó, y hasta me propuse perseguir y descubrir á los cuatreros -que infestaban el departamento. - ---¡Déjate de cuatreros!--exclamó don Sandalio, cuando le hablé de mi -intención.--Si te metés en eso te va á salir la torta un pan! ¡El -chasco que te darías si los descubrieses y supieses que eran don, y -don, y otros que tampoco te quiero nombrar! - -Pero dejemos la policía para seguir el hilo de mi historia. - -Celebrábanse entonces, como ahora, en Los Sunchos, al mediar la -primavera, fiestas populares introducidas por los vecinos españoles -y adoptadas con entusiasmo por la población criolla: las Romerías. -En un gran terreno cercano al pueblo alzábanse tinglados, tiendas de -lona, galpones de madera, enramadas, quioscos, improvisándose una -aldea volante, una especie de paradero de indios, que se adornaba -con banderas, follaje, gallardetes, guirnaldas de telas baratas y -churriguerescas, y que habitaban algunos comerciantes establecidos en -el pueblo, y muchos de ocasión, ofreciendo baratijas, géneros y ropas -ya invendibles, y sobre todo, cosas de comer y de beber, buñuelos, -cerveza, tortas fritas, vino carlón, chorizos asados... En la gran -«carpa» de la Sociedad Española se instalaba un bazar de caridad, -atendido por las niñas más conocidas del pueblo, y en el que se -vendían, se remataban ó se rifaban mil «clavos» generosamente regalados -por los comerciantes fuertes. La gente menuda tenía, como diversión, -palo-jabonado, rompecabezas, calesitas; el populacho, baile al aire -libre, al son de gaitas y tamboriles, rara vez substituídos por la -banda de música de Los Sunchos, que tocaba, sobre todo, en la «carpa» -de la Sociedad, punto de reunión de la gente distinguida. Una atmósfera -sensual, intensificada por todos los efluvios de la primavera, una loca -necesidad de divertirse, de gritar, de moverse, de rozarse, reinaba en -las romerías, y embriagaba á todos, comenzando por la masa popular, -para invadir poco á poco las capas superiores. Más capitosas que el -carnaval, porque reunían á todo el mundo en un solo sitio, el contagio -sexual era en ellas más rápido y avasallador; pero en la ingenuidad -de las costumbres, esto no lo advertían sino el cura, que predicaba -contra los excesos y pedía moderación, y alguno que otro viejo, cuyas -observaciones se tomaban generalmente como una demostración de envidia -de los que ya no pueden divertirse. - -Aquel año fuí el asiduo cortejante de Teresa, un poco por iniciativa -propia, un poco porque ella halló manera de cautivarme con sus -monadas, acercándoseme á cada rato, en un principio, con el pretexto -de ofrecerme cedulillas de la rifa, ó artículos del bazar de Caridad. -Bailamos toda la noche, cuantas veces se organizó el baile para la -«gente decente», en un tablado hecho á propósito junto á la «carpa» de -la Sociedad; le di el brazo, acompañándola cuando ejercía sus funciones -de vendedora á través de la multitud acudida del pueblo y de las -aldeas y estancias vecinas, y no desperdicié la ocasión de decirla mil -ternezas que la conmovían y la enajenaban, hasta el extremo de sentirla -temblar, al apoyarse con abandono en mi brazo. - ---¡Pero eres un malo, un perverso!--me decía.--¡No te puedo creer! ¡Si -me quisieras de veras no te pasarías los meses enteros sin ir á verme! - -¿Era el cuarto de hora de de Espada _d'aprés_ Rabelais? Así lo creí, -pues le declaré que si no iba á verla era porque «me daba rabia» hablar -con ella, habiendo gente delante, ó con una reja de por medio. - ---Si me esperaras en la huerta, donde podemos conversar á gusto, yo -iría á verte todas las noches. - ---¡Pero eso está muy mal hecho!--exclamó. - -¿Por qué? ¿Qué había de malo? ¿No tenía confianza en mí? ¿No estábamos -acostumbrados á andar juntos y solos, desde chicos? É insistí: - ---No me digas que sí ni que no. Esta noche iré á la huerta. Si quieres, -me esperas; si no estás, lo sentiré mucho y me volveré á casa... - -Lo dije con un acento de tristeza y terminé con un tono de vaga -amenaza, tales que, vencida, me estrechó el brazo y me miró á los ojos -con la vista turbia. Iría á la huerta, sin duda alguna. - -Don Higinio, como es natural, había notado mis asiduidades y la actitud -de Teresa, pero no les dió importancia, ó, más bien dicho, se felicitó, -sin duda, de nuestro acuerdo, que debía conducirnos á la ejecución de -sus proyectos matrimoniales, de larga data planteados. - ---¡Ah, pícaro!--me dijo, golpeándome el hombro.--Ya te he visto de -«temporada»... ¡Como ha de ser! Los muchachos se apuran á ocupar -nuestro sitio, y no tienen reparo en dejarnos á un lado... - -Me reí, sin contestar, pensando en cuán distintos de los suyos eran -mis planes, y diciéndome: «Si éste piensa en casarme, ya está fresco. -¡Cualquier día renuncio yo á mi libertad por una cosa que puedo obtener -sin semejante sacrificio!» Sin embargo, me prometí, tanto si Teresa -acudía á la cita, cuanto si me dejaba plantado, conducirme de allí en -adelante con mayor cautela y ocultar en lo posible nuestros amores, -para no dar asidero á don Higinio y rehuir sus insinuaciones, que no -tardarían en ser exigencias. - -Teresa me aguardó cuando, al volver de las romerías, todos se hubieron -acostado en su casa. Hablamos largo rato, ella con ternura, yo con -diplomacia, sentados bajo un enorme sauce que había en el fondo de la -huerta. Un momento creí que estaba completamente á mi discreción, pero -á la primera libertad que quise tomarme se levantó sin aspavientos, y -separándose un paso de mí, me dijo con serenidad y blandura: - ---No, eso no, Mauricio. Me has prometido portarte bien, y por eso estoy -aquí. Conversemos cuanto quieras, pero con juicio. Mira que ya no somos -criaturas. - -¡Sonsa! ¡Más que sonsa! - -Había tanta tranquila resolución en su acento, que me quedé cortado, -sin acertar á decir palabra. La entrevista perdió para mí todo su -encanto. ¿Quién la hacía tan cauta? ¿Cómo, en su inocencia y en su -afecto, real y grande, hallaba, sin embargo, fuerzas para resistir? No -lo sé, aunque me parece efecto de la educación, no de las lecciones -paternas, sino de las charlas íntimas con las amigas que van -revelándose mutuamente la vida y sus peligros. Pensé que el «cuarto de -hora» no había sonado ó había pasado ya, pero, repuesto de la primera -impresión, logré decirla algunas nuevas ternezas, prometiéndola ser -más serio en adelante, no importunarla en otra cita que pedí para la -siguiente noche. - ---Sí, vendré. Pero tienes que jurarme que estarás quietito. - -Le estreché la mano, y me fuí, rabiando conmigo mismo. Debía haber -sido más audaz, debía... Y me puse á forjar para lo futuro planes de -seducción análogos á los leídos en las novelas, recordando al propio -tiempo el aforismo de de la Espada: «Para conquistar á una mujer -desinteresada, se necesita mucho tiempo y mucha paciencia. Á su tiempo -maduran las uvas, y el pobre porfiado saca mendrugo, mientras que el -exigente se queda afeitado y sin visita». Pero me parecía que nuestros -amores duraban ya tanto, tanto... - ---¿Será que no me quiere? ¿Ó tiene la decidida voluntad de que me -case con ella, y sabe que para eso es necesario no ceder? ¡Diablo de -muchacha!... ¡Bah! consultaré á de la Espada, lo haré mi confidente... -¿Por qué no?... Él sí que tiene experiencia... y no dirá nada á nadie... - - - XIII - -Al día siguiente, revelé á de la Espada todos mis secretos, sin omitir -ni aun el fracaso de mi última tentativa. Se echó á reir. - ---¡No seas tonto!--dijo.--No te aflijas ni te desalientes. La muchacha -está á punto, y sólo te falta la ocasión. ¡No vayas á asustarla! Por -el contrario, inspírale la mayor confianza posible, y espera. La -casualidad te proporcionará, indudablemente, algún momento de gran -emoción para ella. Ése es el bueno, y habrá que aprovecharlo... Pero -¡ten cuidado! Mira que el padre no es de los que aguantan esas cosas, y -en cuanto llegue á descubrir tus intenciones, ó su realización, si no -te mata es muy capaz de casarte á la fuerza. Tanto más cuanto que es -íntimo amigo de tu padre. - ---¡Bah!--repliqué.--Ya veremos lo que se hace. No le tengo miedo al -viejo, y no es el primero que tiene que jorobarse. ¡Cuántos del pueblo, -según tú mismo me has dicho, han tenido que hacerse los sonsos, para -evitar que el escándalo fuese más grande!... - -La oportunidad de que hablaba «el galleguito», como le decíamos, no -tardó, efectivamente, en circunstancias trágicas para mí... Había -conversado muchas noches con Teresa, adormeciendo sus recelos, -exasperando su amor, y entre nosotros reinaba la más deliciosa -intimidad. Hablábamos de casarnos... hacíamos proyectos... Ella quería -que viviésemos en casa de su padre, yo fingía exigir que habitásemos -en la nuestra, y sólo se arribaba á un acuerdo, cuando nos proponíamos -hacer una sola de las dos familias, cosa fácil, dada la amistad que las -vinculaba. - ---¡Lo malo es que así, nunca estaremos solos!--objetaba yo.--Siempre -tendremos á uno de los viejos pisándonos los talones. - ---¿Y eso, qué le hace?--replicaba Teresa.--Si no nos quisiéramos sería -otra cosa, ¡pero nos queremos tanto!... - -Pero, vamos al caso. Una tarde, y como solía desde que yo iba -«haciéndome hombre», tatita me invitó á montar á caballo y acompañarlo -hasta una chacra, á dos ó más leguas del pueblo, donde tenía un negocio -pendiente que era preciso arreglar sin pérdida de tiempo. Su invitación -era una orden, y no desagradable, porque nunca he visto más jovial -compañero de viaje, y jamás me he aburrido á su lado. - -No tardaría mucho en hacerse noche, porque habían dado ya las siete, -pero el asunto urgía y ambos estábamos acostumbrados á recorrer el -campo á cualquier hora, sin miedo al rayo del sol de mediodía, ni á las -«luces malas» de la media noche. Llegamos á la chacra cuando acababa -el día, con una puesta de sol admirable que envolvía la pampa entera -en un manto de púrpura. Tatita arregló en un cuarto de hora ó veinte -minutos lo que tenía que arreglar, apretamos nuevamente la cincha -á los caballos y emprendimos el regreso. Era casi completamente de -noche. Sólo una línea pálida, al Oeste, señalaba el sitio por donde se -había marchado el sol. El crepúsculo, engañoso, nos fingía paisajes -desconocidos, contagiándonos con su propia vacilación. Sin dejar de -ver, no discerníamos la naturaleza de las cosas vistas, y sólo una -larga práctica nos permitía seguir sin desviarnos la cinta descolorida -del camino. - ---¡Vamos á llegar muy tarde!--exclamó de pronto tatita.--Cortemos campo. - ---¡Cortemos!--contesté, poniendo la cabeza del caballo en dirección á -Los Sunchos, sin abandonar el galope. - -El camino daba un gran rodeo para evitar un bañado intransitable en -la época de las lluvias; aquella larga curva podía acortarse en una -tercera parte tomando la línea recta, la cuerda, como si dijéramos, -pero el trayecto no era muy cómodo, porque el campo, cubierto de -grandes matas de cortadera y de hierbas altas, tenía, además, vastos -limpiones llenos de viscacheras. Afortunadamente la pálida mancha -de estos rompecabezas basta para advertir del peligro á un jinete -experimentado, aun en la obscuridad de la noche, sobre todo si monta -un caballo «vaqueano», uno de nuestros criollos de tan agudo instinto -campero. - -Me adelanté, pues, al galope largo, fiándome de mi cabalgadura que -evitaba matorrales y viscacheras atento á todos los detalles, moviendo -sin descanso las orejas, y habría galopado un cuarto de hora, cuando -me pareció oir un grito. Detuve en seco el caballo y escuché. No oí -nada más, ni siquiera el galope del zaino de tatita, cuyas herraduras -debían resonar, sin embargo, en la tierra del bañado, dura entonces -por la sequía como un pavimento de asfalto. ¿Qué significaba aquello? -Alarmado volví grupas y corrí hacia atrás á rienda suelta. Nada veía, -nada oía. Mi caballo dió de repente una terrible espantada junto á una -viscachera, y echó á disparar pesando violentamente sobre el freno. Á -duras penas logré contenerlo, y, acariciándolo le obligué á volver al -paso hacia la viscachera, contra toda su voluntad... ¡Qué espectáculo! -Primero entreví, lleno de susto, la masa del zaino que, con las patas -rotas, resollaba y resoplaba lastimeramente. Un poco más lejos estaba -tatita, tendido en la tierra petrificada de la viscachera. Me tiré -del caballo, corriendo en su auxilio. Una larga herida le cruzaba -el cráneo, bañándolo en sangre. No respiraba; el corazón parecía no -latir... - -Volví la vista á todos lados. El camino estaba lejos, y por el bañado -no pasaba nadie, sobre todo á aquellas horas. ¿Qué hacer? ¿Dejar á -tatita y correr en busca de socorro, ya que ni agua tenía á mi alcance -para tratar de hacerlo volver en sí? No había otro partido que tomar. -Lo recosté lo mejor que pude, le hice una almohada con mi blusa y mi -poncho, observé de nuevo si respiraba, si se movía, y, convencido -de lo contrario, con el corazón en la boca, monté y emprendí la más -desesperada de las carreras hacia Los Sunchos, cuyas luces se veían á -la distancia. - -Azorado y sin poder coordinar bien las ideas, traté, sin embargo, -de reconstruir el accidente: preocupado por un asunto que podía -significarle la pérdida de una crecida suma de dinero, tatita se había -distraído, confiando en el instinto del viejo caballo, que conocía -perfectamente el campo en muchas leguas á la redonda. Pero el zaino -habría tenido también su momento de distracción, bastante para meter -las manos en una cueva de viscacha, «bolearse» y proyectar á su jinete -á varios metros de distancia. El pobre tatita debió dar con la cabeza -en la tosca dura que rodeaba las viscacheras... ¿Estaría muerto? ¡No! -Semejante fin no era el de un hombre como él. Una simple «rodada» no -acaba con los gauchos de su temple. ¡No! Cuando mucho, sufriría un -largo desmayo y la herida sería fácil de curar... La primera juventud -se rebela contra la idea de la muerte. - -Volví con gente que, por fortuna, encontré en las afueras del pueblo, -mientras un hombre corría á avisar al médico y á buscar un coche. Yo -esperaba encontrarlo en su sentido, incorporado y pronto á emprender la -marcha; pero seguía inerte, tibio aún, y no fué posible hacerle tragar -una gota de la ginebra llevada á prevención. El doctor Merino, que -llegó diez minutos después, sólo pudo comprobar el fallecimiento. - -No omitiré aquí un episodio que, pese á las circunstancias trágicas, me -ocupó un instante, produciéndome honda impresión. Fidel Gomensoro, uno -de los paisanos que me habían acompañado, oyendo que el zaino de tatita -resollaba y se quejaba casi como una persona, se acercó á examinarlo. - ---Tiene las dos patas quebradas--dijo.--Hay que despenarlo. - -Y, sacando el facón de la cintura, con ademán resuelto, de un solo tajo -lo degolló, consumando así, sin pensarlo, un sacrificio usual en la -tumba de los antiguos señores de la pampa... - -El cadáver del pobre tatita fué tendido cuidadosamente en el carruaje, -y yo lo seguí al paso de mi caballo, sin saber lo que me ocurría, como -si yo también hubiese recibido un golpe en la cabeza... Antes de llegar -al pueblo, nuestro pequeño grupo había aumentado considerablemente, y -al pasar por las calles principales, dirigiéndonos á casa, formábamos -ya un imponente cortejo: la noticia había cundido y todo el mundo -acudía, los amigos, los indiferentes y los enemigos, atraídos por la -pena, la curiosidad ó la disimulada satisfacción. Entretanto, algunas -mujeres rodeaban ya á mamita, preparándola para la horrible sorpresa. -Al oirnos llegar, se precipitó hacia el carruaje, presintiendo que -sólo encontraría un cadáver. La escena fué desgarradora, y entonces -comprendí cuánto amaba mi pobre madre á aquel hombre que había vivido -con ella treinta años de indiferencia y de abandono. - -El velorio y los funerales hicieron época en Los Sunchos. Mamita, -incapaz de ocuparse de nada, sino de llorar y rezar junto á su esposo, -dió carta blanca á amigos y sirvientes, y la mesa estuvo puesta durante -treinta y seis horas largas, alternándose el chocolate con los vinos -y licores, los «churrasquitos» con el mate dulce ó amargo, el puchero -con la chatasca, las empanadas, la chanfaina y las tortas fritas. Una -nube de chinas de las casas amigas había ido «á ayudar» convirtiendo -la nuestra en pandemonium, y la sala, el comedor, las habitaciones de -respeto, estaban llenas de visitantes, hombres y mujeres que hablaban -de política, contaban cuentos, jugaban á las prendas, iniciaban ó -continuaban sus intrigas amorosas... Y esta animada tertulia, en que -sólo faltó el baile, se prolongó hasta la hora de conducir los restos á -su última morada. - -Yo estaba aturdido. Tatita había sido tan bondadoso, tan camarada, que -lo quería de veras, y su ausencia repentina é irrevocable, producíame, -al propio tiempo que dolor, una rara sensación de espanto, como si me -encontrara de pronto y por primera vez ante lo desconocido amenazador. -Pero todo esto, terror y pena, era vago, indeciso, como si no me diera, -como si no pudiera darme cuenta exacta del hecho brutal, como si pasara -por una confusa y angustiosa pesadilla... - -Hubo discursos junto á la tumba de don Fernando Gómez Herrera, -cuyo ataúd acompañó el pueblo en masa hasta el pobre y descuidado -cementerio de Los Sunchos, cubierto de pasto y poblado de peludos y de -víboras. Don Sócrates Casajuana, el intendente municipal, dijo que -era un prohombre á quien la patria y su partido debían sacrificios -innumerables. Don Temístocles Guerra declaró que perdíamos en él -un vecino progresista y un ciudadano patriota, que no podría ser -reemplazado jamás. El doctor Argüello, senador de la provincia, que, -con el diputado Quintiliano Paz, había ido expresamente á Los Sunchos, -para honrar la memoria de tatita, habló en nombre del poder ejecutivo y -de la legislatura, recomendando al pueblo que siguiera las admirables -huellas del probo y austero ciudadano, prematuramente desaparecido -cuando, en plena madurez, mayores servicios podía prestar á la patria. - -Yo oía todas aquellas frases como quien oye un vago y molesto zumbido, -y no podría reconstituirlas ahora, si después no las hubiera escuchado -cien veces, dichas sobre cien tumbas diferentes, siempre las mismas, -siempre triviales, siempre demostrando un desconocimiento casi completo -de la personalidad á quien se honraba, siempre sin proporción ni -medida, como si todos los hombres, iguales en la muerte, la hubiesen -sido también en la existencia. - -Á la puerta del cementerio, acompañado por el cura, don Genaro -Cecchi, por algunos presuntos parientes de papá ó de mamá, y por don -Higinio Rivas, que lagrimeaba sinceramente, estreché una tras otra -todas aquellas manos indiferentes, y escuché de aquellas bocas sin -emoción las rituales palabras de pésame. Esta larga, esta interminable -ceremonia fué para mí una tortura. Por fin, en el mismo carruaje que -la antevíspera había recogido el cuerpo inanimado de mi padre, volví -á casa, en un estado de estupor, sólo comprensible si me digo que -la naturaleza turba y enajena el cerebro del hombre en las grandes -catástrofes, anestesiándolo en cierto modo, hasta que empieza á -acostumbrarse al dolor. El cura y don Higinio me acompañaban. - -En casa, y con otras señoras y niñas, Teresa trataba de consolar á -mamita que, encerrada en su cuarto, á obscuras, llorando y rezando, no -quería ver á nadie ni dejarse distraer de su pena bajo pretexto alguno. -Me tuvo abrazado largo rato, cubriéndome de besos y bañándome en sus -lágrimas. - -Á la hora de comer, todas las visitas se marcharon, excepto Teresa, que -quedó para acompañar á mi madre y manejar la casa, por indicación de -don Higinio. - -Por la noche, solos, viendo y compartiendo mi honda aflicción, me habló -más tiernamente que nunca. Embriagados por el dolor, hubo un instante -en que nos abrazamos, perdida la cabeza. - -Y este fué el momento de gran emoción de que hablara de la Espada. - - - XIV - -La muerte de tatita dejaba en manos de don Higinio Rivas los destinos -políticos de Los Sunchos, que había compartido con él. Era el caudillo -único é indiscutible, entre otras cosas porque, conocedor de los -secretos del gobierno de la comuna, tenía á todas las autoridades como -si dijéramos rendidas á discreción. Convencido de que tarde ó temprano -me casaría con Teresa, ignorante del cambio radical introducido en -nuestras relaciones, sabiendo que mi padre nos había dejado más deudas -que bienes, que mamita era incapaz de salir del atolladero y que -yo no sabría manejarme mucho mejor que ella, me propuso encargarse -desinteresadamente de arreglar nuestros negocios, de modo que nos -dieran satisfacción. - ---Yo conseguiré que se queden con la chacra y que puedan pagar á los -acreedores por medio de una amortización, arrendando las tres cuartas -partes del terreno, que no les hace falta. Para que vivan, para el -puchero, la ropa y los gastos menudos, no será difícil que el gobierno -de la provincia pase una pensión á la viuda, y yo mismo iré á la -ciudad á trabajar hasta conseguirla. Es lástima que Fernando haya -muerto sin arreglar sus cosas, y que fuese tan despilfarrado, porque -hubiera podido dejarles una fortunita. Pero, ¡no importa! Con todo, -la chacra valdrá mucho á la vuelta de pocos años y podrás venderla -muy ventajosamente cuando mejoren los tiempos. Tu mamá, entretanto, -necesita muy poca cosa, «vos podés» manejarte con el sueldito de la -Municipalidad, que ya te han aumentado dos ó tres veces, y lo principal -es ir viviendo sin que los usureros les claven las uñas. - -Se interrumpió, vaciló un poco, como si le costara lo que iba á decir, -y agregó: - ---¡Esto, muchacho, es un secreto para nosotros dos y para tu mamá, nada -más! Fernando tenía mucha confianza en mí, y con razón, porque siempre -fuí muy su amigo... Temiendo que algún día pudieran obligarlo á vender -la chacra en malas condiciones, me pidió que se la hipotecara con pacto -de retroventa. Naturalmente, esto era «engaña-pichanga». Hicimos en -la escribanía el contrato de hipoteca, y yo le di una contracarta sin -fecha, declarando que me ha pagado y que la propiedad sigue siendo -suya: esto para el caso de que me sucediera una desgracia repentina, -porque entre nosotros no había necesidad de semejante garantía. Esa -carta debe estar entre los papeles del finado. Tráemela y te daré otra -para tu resguardo. La hipoteca vence en estos meses; la renovaremos á -tu nombre y al de tu mamá, con las formalidades de la testamentaría, y -así nadie podrá nunca meter el diente en lo único que les queda. - -Se interrumpió, para añadir después, con una risita entre maliciosa y -avergonzada: - ---Todo esto no será muy legal; pero, hijito, cada uno se agarra con las -uñas que tiene, y á mí me parece que tu tata tenía mucha razón de no -querer quedarse en camisa y en el medio de la calle, para pagar á sus -acreedores, que son casi todos gente rica, y que no necesita de esos -cobres. Vos, por tu parte, como irás pagando, no tenés nada que echarte -en cara... - -Dimos á don Higinio cuantos poderes necesitaba para regir libremente -nuestros asuntos. Arrendó parte de la chacra en buenas condiciones, -obtuvo la pensión del gobierno de la provincia y otra del nacional -para «la viuda é hijo de un guerrero del Paraguay», arregló con los -acreedores exigiéndoles una importante quita y haciéndolos contentarse -con una pequeña amortización anual--«del lobo un pelo», decía él,--de -manera que, en vez de empeorar, nuestra situación mejoró, porque ya -no estaba allí tatita, manirroto á quien ningún dinero daba abasto, y -porque yo no me había acostumbrado todavía á tirar la plata, gracias á -las pocas ocasiones que Los Sunchos me ofrecían, y gracias, también, -á que Teresa tenía aún la facultad de absorberme. En casa reinaba, -pues, la abundancia, y hubiera reinado la alegría si mamita, como la -enredadera que se encuentra de pronto sin arrimo, aunque sea el rudo y -áspero de una tapia, no se hubiera marchitado y abatido, más silenciosa -y solitaria que nunca. - ---Pocos años de vida le quedan á misia María--murmuraba la gente al -verla pasar como un fantasma, sin ser ya ni la sombra de la mujer de -antes, que, taciturna y resignada, tenía, sin embargo, manifestaciones -simpáticas y amables para todos. - ---¿Por qué te afliges tanto, mamita?--me atreví á decirla una vez.--Al -fin y al cabo, tatita no te hacía tan feliz... - -Me miró espantada, como si acabara de blasfemar, y exclamó: - ---¡Mauricio! ¡Era tu padre! - -La religión de la familia primaba en ella, sobre cualquier otro -sentimiento, sobre todo raciocinio. - -Así fué pasando lenta y monótonamente el tiempo, hasta que don Inginio -quiso un día complementar con un golpe maestro la magnífica ayuda que -nos había prestado, poniendo en marcha de un modo decisivo su proyecto -de «hacerme hombre». - -Ocurrió que, en la lista de candidatos oficiales por nuestro -departamento, figuraban dos ó tres que no eran, ni con mucho, de la -devoción de las autoridades sunchalenses. Uno de ellos, sobre todo, -Cirilo Gómez, ex vecino de Los Sunchos, y culpable de una grave -indiscreción sobre el manejo de los fondos municipales y de la tierra -pública, era enemigo personal de Casajuana y de Guerra, que habían -contagiado con su odio á don Sandalio Suárez, el comisario de policía. -Los tres, saliéndose de madre, protestaron violentamente contra los -proyectos electorales de sus jefes (las listas les llegaban siempre -hechas de la ciudad, y ellos las hacían votar á ojos cerrados, -obedeciendo al Gobernador) y declararon que no votarían jamás aquélla, -si no era modificada de acuerdo con sus deseos, eliminando la -candidatura ingrata de Cirilo Gómez; y, llegando en su indignación á la -amenaza, juraron que, en caso de ver desairada su justísima exigencia, -harían abstenerse á «sus amigos», dando el triunfo á la oposición que -se envalentonaría enormemente con ese primer éxito que le caería de -arriba... - -Esto agitó hasta la convulsión al pacífico pueblo de Los Sunchos, -desencadenando pasiones y ambiciones. En tan graves circunstancias, -don Higinio asumió su papel de caudillo, predicó la moderación, -el mantenimiento de la disciplina á todo trance, y se encargó de -arreglar personalmente las cosas, de manera que todos quedaran -satisfechos--todos menos el candidato que hoy llamaríamos -boycoteado.--Iría á la ciudad, se pondría de acuerdo con los jefes del -partido oficial, ¡hasta vería al Gobernador si era preciso! Le dieron -plenos poderes, y, preparándose para el viaje y la campaña política, -aquella misma noche me llamó: - ---¡Muchacho!--me dijo.--Tengo tu suerte en la mano. No estaba esperando -más que una «bolada» y lo que es ésta no me la quita nadie. Aunque -todavía no tengás la edad, te vamos á hacer diputado. Así, como suena, -diputado. - -Me quedé estupefacto. En mis sueños más ambiciosos no me había -atrevido á esperar semejante ganga, sino para muchos años después, y -eso vagamente. De simple empleadillo de la Municipalidad--pues aunque -el sueldo aumentado ya varias veces era crecido, no se me había dado -función alguna, por la sencilla razón de que no la ejercería,--de -simple empleadillo de la Municipalidad á diputado á la Legislatura de -la provincia ¡era tan grande el salto!... - ---¿De veras, don Higinio? ¿No me está «titeando»?--logré preguntar por -fin.--¿Con qué títulos?... - ---«Sos» hijo de tu padre y un poco hijo mío, si me salgo con la -mía... que me he de salir. ¡No! si no soy ciego y no tenés para qué -hacer aspavientos. ¡Claro, que si Teresa fuera macho, no te caería -la ganga...! Pero viene á ser lo mismo... Yo me entiendo, y cuando -llegue el momento... La muchacha y «vos» son muy jóvenes todavía... -Bueno, pues, además del nombre de tu tata y de mi protección, tenés tus -trabajos: has escrito en «La Época». - -En efecto, con el contagio de la redacción, había garabateado uno -que otro sueltecito, una que otra diatriba más ó menos calumniosa ó -epigramática contra nuestros adversarios. - ---De la Espada, como que es gallego, no puede pretender otra cosa que -un poco de platita, y se la daremos. Será el primero en cacarear que -«sos» el alma del diario, y el mejor elemento del partido. En fin, ésta -es cosa mía, y podés estar seguro de que no me la quita nadie. - -Yo tenía fiebre. No sabía lo que me pasaba, no podía estarme quieto, ni -hablar; hubiera bailado, chillado, corrido. Entretanto, don Higinio me -reservaba una sorpresa más importante todavía, si se mira bien. - ---Serás diputado--continuó,--y tendrás una fortunita. Vengo pensando en -eso desde hace mucho, y creo que, por fin, he dado en el clavo. Apenas -te sentés en tu banca de la Legislatura, yo haré que la Municipalidad -mande abrir las calles Santo Domingo, Avellaneda, Pampa, Libertad, -Funes y Cadillal, que están cortadas por tu chacra. Naturalmente -habrá que pagarte el valor del terreno que te quiten, es decir, unas -veintitantas mil varas cuadradas, y te las han de pagar bien. Te -quedarán, entonces, nada menos, veintiséis manzanas de pueblo, en el -mismo riñón, como se dice. Siguiendo mi mal consejo, podés vender dos -ó tres de las más afuera para hacer veredas y tapias con esa platita. -Lo que quede, á la larga será toda una fortuna, aunque ahora valga -poco. Si el país sigue adelantando, de repente vas á ser más rico que -Anchorena. Y no te digo más. - -Lo abracé, bailando. - ---¡Oh, don Higinio, cómo le podré pagar!... - -Me apartó, sonriente y meneando su cabeza de león manso, se puso á -armar con cachaza un cigarrillo negro. Después, agregó con calma un -poquito conmovida: - ---Yo no te pido nada. Sé lo que valés y te tengo confianza... Además, -también lo hago por Teresa, que te quiere mucho y será una compañera de -mi flor... Eso te lo garanto, porque los Rivas somos todos como platita -labrada, muy «derecho viejo», más leales que un perro... Y, ahora, -muchacho, tené mucha paciencia y estáte muy calladito la boca, no sea -cosa que nos conozcan el juego. - -Y me mandó que me fuera, sin querer escuchar mis protestas de gratitud. - - - XV - -Teresa me contó aquella noche que la casa era una romería desde que -don Higinio se había encargado de arreglar aquel asunto. Sabiéndolo -con una diputación en la mano, chicos y grandes iban á pedírsela, -y lo colmaban de ofrecimientos, de promesas, de manifestaciones -entusiastas. El viejo no soltó prenda. Todos se marchaban creyendo -en la posibilidad de resultar agraciados, pero sin ninguna palabra -decisiva; enumeraba los méritos de cada uno, en su presencia, alababa -los servicios prestados á la causa, decía con aire protector «veremos -lo que piensan en la ciudad», y daba sendos apretones de mano. Los -pechos de todos los ambiciosos de Los Sunchos palpitaban como el de un -solo hombre en vísperas de un gran acontecimiento feliz, y algunos me -hicieron confidente de sus esperanzas, y hasta solicitaron mi apoyo, -suponiendo que tenía cierta influencia con don Higinio. Este período de -satisfacción, de beatitud, pasó pronto, sin embargo, dando lugar á otro -de irritabilidad é inquina. Despertáronse de pronto los recelos, y Los -Sunchos se convirtió en un semillero de intrigas. Medio pueblo habló -pestes del otro medio, porque cada cual quería despejar de competidores -el campo de la acción. Sólo yo resultaba indemne en aquella lucha á -dentellada limpia, porque nadie me creía con la menor probabilidad de -llevarme la presa. - -«La Época», inspirada por don Higinio, dijo que los aspirantes, por -muy legítimas que fueran sus ambiciones, eran demasiado numerosos, que -la ardiente competencia iniciada ponía en peligro la disciplina del -partido, dando un pésimo ejemplo de discordia, y que se imponía á todos -los pretendientes en general, como una prueba de generosos sentimientos -y altas ideas, deponer sus pretensiones en el sagrado altar de la -patria. Agregaba que el nuevo candidato sería designado por los jefes -del partido, es decir, en la capital de la provincia, porque, dada la -disconformidad de las opiniones, algunas egoístas, fuerza es decirlo, -las circunstancias imponían una decisión completamente imparcial, que -sólo allí podría obtenerse. Y así, nadie tendría, luego, motivo de -queja. - -En el número siguiente el editorial de de la Espada apareció -doctrinario, sin alusiones á persona alguna, según creyeron los -lectores. Era indudable que, en la perplejidad de la designación, el -diario oficial se daba un compás de espera. Sin embargo, el diario -decía, nada menos, que había llegado el instante histórico de dar paso -á las nuevas generaciones, de llevar al gobierno del país á los hombres -nuevos que habían demostrado amplitud de espíritu, respeto á las -instituciones, aptitudes de iniciativa, amor al progreso. Cuando los -altos puestos públicos, desde la presidencia abajo, estén refrescados -por sangre juvenil, será como si la nación entera recobrase una nueva y -vigorosa juventud. En épocas de revueltas y trastornos, la experiencia -de los ancianos es el mejor instrumento de Gobierno; en épocas de paz y -de prosperidad, el entusiasmo de los jóvenes es lo que conduce á mayor -felicidad y á más riqueza. Nadie supuso que aquel articulejo preparaba -el lanzamiento de mi candidatura, aunque en Los Sunchos se hilara muy -delgado, y fué porque estas generalizaciones no son para sintetizadas -por gente primitiva y en el fondo candorosa. - -Don Higinio se había marchado á la ciudad y me escribía casi -diariamente, enviándome las cartas con el mayoral Contreras, su hombre -de confianza, como lo había sido de tatita. En sus cartas me señalaba, -punto por punto, lo que debía hacer para complementar sus propios -trabajos. - -Por indicación suya, los miembros del comité local (vale decir -las autoridades del pueblo), organizaron un mitin para determinar -públicamente cuál iba á ser la actitud del partido. En él se rechazaría -sin apelación la candidatura de Cirilo Gómez, pero, para demostrar que -esto no era una rebelión, sino una desobediencia forzosa, que en nada -menoscababa la disciplina, se declararía solemnemente, bajo juramento, -si se consideraba necesario, que el partido votaría en masa, como un -solo hombre, el nuevo candidato--quienquiera que fuese,--designado por -el comité central. «Sólo así--escribía don Higinio,--se substituirá -fácilmente á Gómez y seguiremos gozando del favor del Gobierno.» - -Aquella mañana, en el vasto corralón de Varela, se reunieron unos -cuantos centenares de personas--gente del campo y peones municipales, -en su mayoría,--capitaneadas por Casajuana, Guerra y Suárez, á quienes -servíamos de tenientes Miró, Valdez, Martirena, Antonio Casajuana, el -doctor Merino, de la Espada, yo y otros. Se había preparado un asado -con cuero--una vaquillona carneada probablemente en la estancia de -algún opositor,--y las damajuanas de vino y las «frasqueras» de ginebra -prometían un gran entusiasmo popular. En este animado escenario me -estrené como orador, repitiendo, palabra más, palabra menos, algunos -editoriales de de la Espada: - -«Hay que sacrificarlo todo generosamente por el bien del país. Las -ambiciones desmedidas de algunos ciudadanos, suelen poner en peligro -la marcha de nuestro partido, el más noble, el más puro, el más -progresista, el único que se ha mostrado capaz de gobernar... Esas -ambiciones deben ser arrancadas de raíz, como la mala hierba. Si -los ambiciosos no renuncian voluntariamente á ellas, los verdaderos -patriotas _deben quebrar sus apetitos en sus propias manos como un -arma funesta_ (frase original, calurosísimamente aplaudida). Además, -ya es hora de que se abra paso á los hombres nuevos. En la política, -como en la milicia, hay una edad para el retiro, y el Gobierno, como el -Ejército, debe _completarse_ con sangre joven. Y, por último, á nada -aspiro personalmente, nada deseo, pero mi mismo desinterés me autoriza -á recomendar á mis correligionarios la más severa disciplina y la más -estricta obediencia á los mandatos de nuestros jefes. ¡Señores! ¡viva -el partido provincial! ¡Viva el Gobernador de la provincia!» - -No insistiré en la ovación que se me hizo ni en las escenas que -siguieron, dignas del mismo Pago Chico, no ya de Los Sunchos. Pero -necesito decir que, al otro día, «La Época» proclamó que me había -revelado orador brillantísimo, pensador profundo, y uno de los cerebros -mejor dotados del país, que de mí debía esperar maravillas. Los demás -«discursantes», que los hubo en gran número y á cual más ardoroso, -se eclipsaron ante el astro nuevo, y en la «alta sociedad», así como -en los modestos corrillos, alguien comenzó á hablar de Mauricio -Gómez Herrera, como de un muchacho de gran porvenir, que se estaba -malgastando en aquel rincón. Como con esto se tiraba á matar á los -«prohombres» de que todo el mundo estaba harto, la apreciación cundió, -especialmente desde que los diarios de la ciudad, á instancias del -viejo Rivas, transcribieron los artículos y sueltos de «La Época», -poniéndome por su cuenta en los cuernos de la luna. - -Tomé con esto, involuntariamente, un aire misterioso, y de la noche -á la mañana me hice un hombre grave, más grave quizá de lo que -conviniese para no dejar traslucir mi secreto. Había adquirido enorme -importancia, y una de las manifestaciones exteriores de ello era que -las principales familias hallaban modo de invitarme á sus tertulias, -á almorzar, á comer, cosa que antes ocurría muy de vez en cuando. Yo -no paraba un momento en casa, con gran pena de mamita que, si hasta -entonces sólo me veía á las horas de comer, desde entonces ya no me vió -á ninguna hora, si no es por las mañanas, mientras dormía... Aprendí -con esto los rudimentos de la vida social (¡en Los Sunchos!) que tanto -debía cultivar más tarde. Había sido un oso; pero las mujeres son -tan amables, cuando quieren, que me sorprendí de no haber frecuentado -más la sociedad... No; aventuras no tuve. Me faltaba atrevimiento, y, -por otra parte, la bendita chismografía y el santo espionaje de los -pueblos pequeños, como una especie de cinturón de honestidad, hacen -á las mujeres recatadas y hasta virtuosas, mientras no interviene la -verdadera pasión. - -En fin, cuando se lanzó mi candidatura, ungida por el mismo Gobierno, -pocos días antes de las elecciones, mi designación sorprendió á muy -poca gente: estaba en el aire, sembrada esporádicamente por don -Higinio, de la Espada y los demás amigos. La única persona que se -sorprendió y se asustó fué mamita. En cuanto supo mi proclamación, -aceptada sin objeciones, con la mayor disciplina, impulsada por su -misticismo iconólatra, empezó á encender velas ante una imagen de -Nuestra Señora de los Dolores, pero nunca quiso decirme si lo hacía -para que saliera ó no saliera diputado... Sospecho lo último. - -La elección fué canónica, porque en Los Sunchos, como en todas partes, -las urnas estaban vedadas á los opositores que, desde tiempo inmemorial -se limitaban á protestar las elecciones ante escribano público, sin más -resultado que dejar un documento para la historia que probablemente no -lo utilizará jamás. Mauricio Gómez Herrera resultó diputado, como se -proclamó aquella misma noche, calurosa y clara, de un domingo de marzo, -entre los estampidos de las bombas de estruendo y los paso-dobles de -la charanga municipal. En el comité hubo fiesta que se continuó en el -club, donde se destaparon algunas botellas de champaña é innumerables -de cerveza. Yo tuve que brindar con todo el mundo y con todos los -líquidos. - -Muy tarde, casi á la madrugada, me vi por fin libre de las amables -impertinencias del triunfo. Muchos me acompañaron hasta la puerta de la -casa, pero, adentro ya, no sé por qué se me ocurrió que Teresa estaría -en la huerta, pese á la hora intempestiva, como una esposa abnegada que -aguarda al marido calavera. Y, en la satisfacción de la victoria, que -ablanda los corazones, quise que, en tal caso, la tonta fuera feliz. -Esperé á que mis acompañantes, que cantaban entusiasmados, estuvieran -lejos, atravesé la calle y entré en la huerta, casi seguro de no -encontrar á nadie, aunque esto hubiera lastimado hondamente mi amor -propio... Pero allí estaba la muchacha, agitada y nerviosa. - ---Ya creí que no vendríaz--me dijo con su voz cantante.--El zeñor -diputado ze hace decear... Tenéz razón... ¡Lo único que ziento ez que -ahora te me iraz!... - ---Me iré... Me iré; pero volveré á cada rato. ¡Estamos tan cerca de la -ciudad! - -Me había echado los brazos al cuello y se empinaba para, en medio de la -obscuridad, ver y hacerme ver, en mis ojos y en los suyos, el reflejo -de las estrellas que poblaban el cielo, titilantes é innumerables. - ---¿Vendraz á menudo?--preguntó, mimosa. - ---Cuantas veces pueda. - ---¡Sí! Ez preciso que vengaz--y recalcó exageradamente el «es -preciso».--No zé todavía... Pero me parece que tengo que decirte... una -coza... - -Me dió un calofrío, tanto temor y tanta alegría vibraban á la vez en -sus palabras. ¿Sería?... - -Pero la insólita entrevista no se prolongó, ni era posible que se -prolongara, porque ya comenzaba á amanecer. - -Como si se hubiera puesto de acuerdo con Teresa para darme mala espina, -de la Espada, en medio de las embriagadoras congratulaciones del día -siguiente, en un momento en que nos quedamos solos, me dijo con una -cómica solemnidad que era exclusivamente suya: - ---Mira, chico, yo no quiero meterme en danza; pero debo decirte una -cosa. Se está hablando demasiado de tus relaciones con Teresita. Ya te -han visto entrar muchas veces en su casa, entre otras anoche mismo, -y el «comadreo» es tremendo y va á ser terrible. Yo no sé, tanto se -habla, cómo don Higinio no ha caído en cuenta todavía... será porque es -el más interesado. Pero no te fíes. Mira de quién se trata y ándate con -tiento, si es que no te propones lo mejor, que sería... santificar las -fiestas. Don Higinio no es de los que se llevan de las narices, y puede -darte qué sentir. - -La misma perplejidad en que me hallaba me permitió contestar en broma -al «galleguito», negando toda importancia al problema que, sin embargo, -era trascendental y me preocupaba hondamente, hasta imponerme la -obsesión de esta pregunta: «¿Será?»... - -Era. Noches después, Teresa me reveló el, para ella, terrible y -encantador secreto. - ---Tenemos que casarnos pronto, muy pronto, queridito--me dijo, -acariciándome las mejillas con las palmas de las manos.--Ya no es -posible esperar más, de veras... Después, sería un bochorno... ¡Y -tatita! ¡Qué diría tatita! Sería capaz de matarme... Y yo... yo me -moriría de vergüenza... - -Rehuí toda respuesta comprometedora, puse de relieve, como -dificultades, precisamente todas las facilidades del momento--tan -propicio,--pero sin mala intención, aunque nadie lo crea, sin segunda -intención ¡lo juro! sólo por instinto, como un ademán subconsciente -que me defendiera de un peligro imprevisto, atávicamente revelado á -no sé qué parte de mi ser. Y, dominada ó atontada por mi elocuencia, -Teresa se tranquilizó, me abrazó, me besó, me hizo mil caricias, y, en -la cesión completa de su cuerpo y de su alma, hasta prometió no decir -nada á don Higinio, mientras yo no se lo mandase. - -Una vez á solas, me di cuenta del atolladero en que me había metido. -¡Qué á punto venían las insinuaciones de de la Espada! Si hubiera -hablado meses atrás... Pero, como dicen las comadres: «Después del niño -ahogado... ¡María, tapa el pozo!»... ¡Bah! Todavía nadie se ha muerto -de eso. En el peor de los casos, no tendré de qué quejarme. Pero... - -La verdad, la verdad es que preferiría no casarme, porque aquella -muchacha carecía de atractivos, ó si los tenía eran menores cada -vez. Teresa no me interesaba, ó me interesaba poco, ya sin prestigio -ni misterio, con sus grandes ojos de ternera conmovida, su cutis de -magnolia, su ceceo infantil, su candor de paisanita. - -Eso está bueno para pasar un rato ¡pero toda la vida!... - - - XVI - -En la ciudad, alcancé un éxito que no me esperaba. Muchos de los -antiguos condiscípulos que me perseguían en el Colegio, y que todavía -no habían logrado hacerse una posición, ni terminar una carrera, fueron -á visitarme en el Hotel de la Paz, y me colmaron de felicitaciones, -lisonjas y bajezas, tras de las cuales solía transparentarse la -envidia, una envidia rayana en odio. Éste fué el prefacio de una larga -serie de otras visitas y de invitaciones á fiestas, comidas, tertulias, -bailes, en que siempre era yo el niño mimado por excelencia. Todo el -mundo veía despuntar en mí un astro nuevo, un hombre predestinado por -la fortuna para ocupar las más elevadas posiciones, porque nadie quería -creer en mi mérito excepcional ni en los servicios que pudiera haber -prestado al país, considerándome, sólo, como una criatura nacida de -pie. Y una tarde, ¿á quién se dirá que me veo aparecer en el cuarto que -me servía de sala de recibo? ¡Pues, á don Claudio Zapata, en cuerpo -y alma! Pero esto sería bien poco, si tras él no hubiera asomado la -soldadesca figura de misia Gertrudis, con sus alforjas al pecho, y su -enorme masa de cabellos castaños que parecía aplastarle y derretirle la -cara, llena de grandes arrugas reunidas en la antigua papada, que ya no -era sino una especie de vejiga vacía. - ---¡Oh! ¡don Claudio! ¡Oh! ¡misia Gertrudis!--exclamé sin poder contener -la risa.--¡Cuánto bueno por acá! - ---Hemos venido--dijo ceremoniosamente don Claudio, interpretando mi -hilaridad como manifestación de cariño,--hemos venido, seguros de -que no habrás olvidado á los que te sirvieron de padres, á los que, -educándote, algo severamente, es cierto, te prepararon por eso mismo -para la posición que hoy ocupas. - ---¡Oh, don Claudio! ¡y cómo me he de olvidar! - ---Eras un muchacho travieso, muy travieso, pero se veía claro que -harías camino--agregó misia Gertrudis.--Siempre se lo he dicho á -Claudio y á tu tata, que esté en gloria. ¡Pobre don Fernando! ¡Quién -había de decir! Todavía tengo su última carta, y la guardo como oro en -paño. ¡Nos afligió tanto su muerte!... Aquí le hemos hecho decir unas -misas... - -Á pesar de los recuerdos que evocaban estas frases, la risa me -retozaba pensando en las trenzas y en la cara que habría puesto al no -encontrarlas. Pero, dominándome, dije: - ---¡Pues me siento muy honrado con la visita de ustedes! ¡Qué recuerdos, -eh!... ¡Vaya con don Claudio! ¡Vaya con misia Gertrudis! ¡Y qué bien -están los dos! Pero háganme el favor de sentarse y digan si en algo -puedo servirlos... Y ante todo, tomarán un matecito. - -El mate comenzó á circular. Yo estaba seguro de que llevaban un -propósito interesado, y entre sorbo y sorbo, vencida al parecer por mis -reiteradas instancias, doña Gertrudis consintió, al fin, en decirme -cómo podía pagarles el honor de aquella visita y la refinada educación -que me habían dado: Los tiempos estaban malos; sin sufrir miseria, lo -que se llama miseria, no estaban, tampoco, en la abundancia ni mucho -menos. Don Claudio había prestado, en diversas ocasiones, grandes -servicios al Gobierno, y muchos personajes, entre ellos tatita, le -habían prometido hacer algo por él; promesas que se había llevado -el viento y que sólo mi padre hubiera cumplido, á no morir de tan -trágica manera... Muerto él, á mí, su hijo y el hijo adoptivo, ó poco -menos, de los Zapata, me tocaba esa herencia. Don Claudio era muy -modesto--¡demasiado modesto, por eso lo dejaban en un rincón!--y se -contentaría con una insignificancia cualquiera. Bastaría, por ejemplo, -con que yo, diputado influyente á quien el Gobierno no podía negar -nada, lo hiciera nombrar juez de paz de su parroquia. El puesto estaba -vacante. - ---¡Pero, señora!--objeté por hacerla hablar,--en primer lugar, -todavía no soy diputado, porque las elecciones no han sido aprobadas. - ---¡Oh! ¡eso es una simple formalidad! - ---No tan simple... En segundo, no sé si tengo ó no tengo influencia con -el Gobierno, porque todavía no lo he tanteado... - ---¡Bah! ¡Eso está visto! ¡Un Gómez Herrera! - ---Y en tercero, don Claudio no remediaría nada, pero absolutamente -nada, con el puesto. Las funciones de juez de paz son gratuitas. - -Mísia Gertrudis me miró como si quisiera devorarme, y lentamente, -meditando para no decir las atrocidades que pensaba, replicó: - ---¡No le hace!... Claro que el puesto en sí no ha de darle un real... -Claudio no es de ésos que aprovechan, ¿no es verdad, Claudio? y son -capaces de quitarles hasta la camisa á los pobres que tienen una -demanda... Pero, como juez de paz tendrá otra espectabilidad, podrá -hacer muchos servicios, y esto le facilitará alguno que otro negocio -que nos saque de apuros. - -La escena me divirtió tanto que prometí darles lo que me pedían en -cuanto me fuera posible, si llegaba á tener influencia en el Gobierno. -Y, como quien hace una diablura, meses después di á don Claudio el -nombramiento de juez de paz para gozar con sus sentencias salomónicas -ó sanchescas, y con sus coimas inverosímiles. Adelantaré aquí, -aprovechando la oportunidad, que se hacía pagar por todo el mundo, por -el demandante y el demandado, por el condenado y por el absuelto, y -esta igualdad ante la ley es la mejor prueba posible de su ecuánime -imparcialidad. - -No fué tan grato mi primer encuentro con Pedro Vázquez, estudiante -entonces de derecho en la Facultad de una provincia vecina, y que -había ido á la ciudad de paseo. Como todos los demás, me felicitó por -mi rápida carrera, pero con cierto aire burlón, que yo tomé por crítica -ó protesta muda. - ---¿Quisieras verte en mi lugar, eh?--le dije, enfadado, con tono de -superioridad hiriente, significándole que debía tener su poco de -envidia. - ---¿Yo? No creas. ¡Te va á costar tanto trabajo mantenerte á la altura -de tu puesto!... Yo no aceptaría por nada, á nuestra edad, un cargo -tan lleno de responsabilidades... ¡Hacer buenas leyes y gobernar bien -al pueblo! No; es una tarea inmensa, un sacrificio enorme. Solón ha -dicho... - ---¡No me importa lo que diga Solón, señor estudiante!--interrumpí, -rabiando por la solapada y sangrienta ironía que creí ver en sus -palabras.--¿Acaso los demás diputados se preocupan de semejantes -tonterías? ¡«Sos» un pavo que nunca sabrás vivir, y no te das cuenta de -nada! No todos han de proyectar las leyes desde el primer momento, y -cualquiera, con un poco de sentido común, puede saber si son buenas ó -malas las que se le presenten... - ---¡Oh! Ese papel está bueno para los burros que no tienen decoro ni -aspiraciones, no para un muchacho como tú, inteligente y de corazón, -que puedes ser más tarde muy útil á tu tierra. No, Mauricio, no te -envidio, por ahora. Hay que prepararse mucho para tareas así, y yo no -estoy preparado; apenas si empiezo á aprender... Dentro de algunos años -no digo que no. Pero, ahora, lo principal es estudiar. - ---Sí, las cosas viejas de los libros viejos, las antiguallas del tiempo -de Mari-Castaña. ¡Vaya una sabiduría! - ---De lo viejo ha salido lo nuevo. Lee el Espíritu de las leyes de -Montesquieu y verás. - ---En fin, Vázquez, no estamos de acuerdo. - -Esto lo dije con blandura, convencido de que no llevaba mala intención, -esforzándome por ser afectuoso, pero con ganas de darle unos sacudones -por burlón si se reía de mí, por tonto si hablaba en serio. Cuando -nos separamos me fuí, sin embargo, rumiando lo que había dicho, -prometiéndome leer á Montesquieu, y confesándome que sabía muy poco -para legislador, aunque no mucho menos que la mayoría de mis colegas. - -La ciudad se me presentaba completamente distinta de la otra vez, y -mi individualidad no había sufrido las antiguas torturas al verse -empequeñecida, suprimida casi. Muy al contrario, mi yo se agigantaba, -pues ocupando, relativamente, el mismo lugar que en mi pueblo, el -escenario más complejo y vasto me daba mucha mayor significación, -para mí mismo y para los demás. El trasplante me favorecía esta vez, -enriqueciéndome y vigorizándome. Había ganado en todo, hasta en lo que -á sensualismo y diversiones se refiere. Las costumbres eran allí más -fáciles que en Los Sunchos--hablo de la gente de cierta posición,--y -no dejé de aprovechar esta circunstancia. El éxito es una aureola que -deslumbra á muchas mujeres, y mi brillante aparición en la escena -política, á una edad en que otros no se han puesto, casi puede decirse, -los primeros pantalones largos, me hizo el niño mimado de las damas. -Algunas me concedieron amables entrevistas matinales ó á la hora de -la siesta, momentos propicios si los hay, porque generalmente los -maridos sólo temen la infidelidad nocturna... ¡Cuánto gracioso impudor -en algunas que, para el cónyuge serían, sin duda, de una desesperante -mojigatería!... Pero no se exagere el alcance de estos párrafos. Más -que inmoralidad, más que licencia en las costumbres, debe verse en -todo aquello una simple exteriorización de primitiva ingenuidad, una -especie de regresión al estado natural, coadyuvada, si no fomentada, -por la completa remisión de los pecados, en la que nadie dejaba de -creer. Y si lo cuento es, sólo, porque estas aventuras pasajeras -ahuyentaban cada día más de mi cerebro la idea del matrimonio, mientras -me alejaban, también, de Teresa, un poco por temor, un mucho por desdén -que las comparaciones me inspiraban. Sin una pasión que ciegue, el -matrimonio es un disparate, sobre todo en la primera juventud; con la -pasión que ciega, es una locura en todo tiempo. Se me dirá que los -hijos imponen el matrimonio, pero esto, en la actualidad, es un craso -error, aunque antiguamente pudiera resultar exacto. Los hijos toman la -vida como viene, y suelen tener mejores ejemplos en una unión libre, -desligable á la primera falta, que en un hogar legítimo donde, al cabo -de algunos años, marido y mujer no pueden aguantarse y tienen que -aguantarse aunque se desprecien y se odien, cosa que disimularán á los -extraños, á los mismos amigos, pero que resultará siempre evidente para -los hijos... Pero no era mi intención meterme en estas honduras, sino -sencillamente, decir que cada día me afirmaba más en el propósito de -no casarme con Teresa--sobre todo con Teresa,--porque, ¿cómo arrostrar -á sabiendas los peligros que veía ejemplarizados á mi alrededor, -el infortunio, el ridículo, quizás ambos á la vez, sin una gran -compensación? - -Entretanto me preocupaba y me urgía la aprobación de mi diploma, pues -no creería en mi buena suerte mientras no me viera en mi banca de -diputado. É interrogaba á todo el mundo, con aire indiferente, si á su -juicio se presentarían ó no dificultades. - ---¡Qué se han de presentar! Su diploma es como una carta en un buzón. - -No decían en el Correo, porque el correo era entonces una verdadera -calamidad. - -Asistía como interesado espectador á las sesiones preparatorias de la -Legislatura, mucho más divertidas que el resto de la monótona vida -provinciana--salvo los amoríos, los bailes y las francachelas,--y -me paseaba en antesalas, trabando relación con mis colegas futuros. -Allí se tomaba mate interminablemente, y se hablaba de política, de -chismografía social, mezclado esto con las viejas anécdotas de que -somos tan golosos los provincianos. - -El «recinto» de la Cámara era, en una casa vieja de pretencioso -frontispicio Renacimiento, un salón cuadrado, disfrazado de anfiteatro -mediante unas barandillas de madera que dejaban á disposición de la -barra el fondo y los rincones, llenos de largos escaños. Las «bancas» -ó asientos de los padres conscriptos eran una especie de pupitres de -escuela, colocados en tres filas semicirculares y decrecientes, las -mayores á lo largo de la barandilla, las menores, naturalmente, en el -centro, dejando en medio un espacio vacío. En el testero del salón, -sobre la larga mesa de la presidencia, el gran retrato al óleo de un -prócer de la provincia. ¡Qué majestuosa me pareció aquella sala la -primera vez que entré en ella, con el pecho algo oprimido, como quien -penetra en un antro misterioso! ¡Y con qué religiosa atención escuché -lo que se decía, pagando la chapetonada y conquistando así el derecho -de no hacerlo más tarde! - -Los diputados decían sucesiva y enfáticamente una docena de sandeces, -que entonces me parecían rasgos de elocuencia, tal es el prestigio -del poder. Eligieron la mesa y comenzaron á discutir las actas de las -elecciones, por mera fórmula, según me dijera misia Gertrudis: bien se -veía que todos se habían puesto de acuerdo antes de entrar en sesión. -Mi diploma era uno de los pocos que parecían peligrar, porque las -elecciones de Los Sunchos habían sido, como de costumbre, protestadas -por la oposición abstinente. Cuando me tocó el turno fuí invitado á -entrar en el recinto para defenderlo. Como todos mis eminentes colegas -habían sido electos más ó menos en la misma forma que yo, y habían -pasado sobre iguales protestas, no les fué difícil convencerse de la -legalidad de mi mandato, y de que: - -«La impotencia hipocondríaca y perversa de cuatro ciudadanos egoístas -y malos patriotas, hez de la sociedad, alejados de la opinión pública -y desdeñados y aborrecidos por ella, como se hace con una víbora -venenosa, los obliga á adoptar el único medio de fingirse vivientes, -firmes y numerosos, de mostrarse engañosamente al pueblo como una -fuerza respetable: la cínica protesta de una elección legal, en que se -ha respetado la inmaculada pureza del sufragio, protesta que lleva al -pie el nombre de cuatro individuos insignificantes, que quizá no sean -ni siquiera electores, y la falsa afirmación de «siguen las firmas», -testimoniada por un escribano sin fe, sin carácter, sin probidad. ¡No -hay firmas, no hay hombres, no hay ciudadanos, señor Presidente!... - ---¡Las firmas están!--gritó una voz desde la barra. - ---«Habrá... habrá nombres inventados, nombres supuestos que no -figuran en el padrón. ¡No, no hay ciudadanos, señor Presidente! Sólo -hay ambiciones inconfesables, y, como ya dije, la rabia feroz de la -impotencia. (Muy bien en las bancas). Vengo á apoyar decididamente -al Gobierno que nos rige con general aplauso. Esto es sabido, y esto -despierta contra mí el odio de los que quisieran substituirse á él. -Esos cuatro fomentadores de anarquía son, pues, mis enemigos naturales. -Entretanto, el Gobierno actual cuenta con la inmensa mayoría del -pueblo, y ésa es la que me ha elegido por mis opiniones. No declarar -legítimo mi mandato sería sospechar de impopularidad al mismo poder -ejecutivo que aclaman las muchedumbres entusiastas y del que quiero ser -modesto, pero abnegado colaborador.» - -Esto lo copio de la versión taquigráfica, corrigiendo apenas el estilo, -no por presunción, sino porque me gustan las buenas formas, lo que -podría llamarse el aseo en la ropita oratoria. El fondo era así, vago, -indeterminado é insultante para los adversarios. De más está decir -que, como en mi célebre examen de ingreso, allí también pasé por -unanimidad. Presté juramento y me senté por fin en «mi banca». Era, -definitivamente, un personaje. - -Escuché desde entonces los discursos con menos respeto, y comencé á -comprender como por vaga intuición, que aquello no valía nada, que -yo podría hacerlo mejor sin mucho esfuerzo, sin todo ese trabajo de -años á que Vázquez se refería. Y resolví ponerme á leer discursos -parlamentarios. La indigente biblioteca de la Legislatura, compuesta -de unos pocos centenares de volúmenes, me proporcionó los diarios -de sesiones del Congreso: devoré á Sarmiento, Avellaneda, Rawson, -Mitre, Vélez Sarsfield; leí docenas y docenas de discursos, reteniendo -más las frases que la doctrina y creándome un repertorio de lugares -comunes que pudieran no parecer tales. Compré también algunos libros -de Castelar, una traducción de Cicerón, otra de Mirabeau, y me puse á -leer la Historia de la Revolución Francesa, que entonces me entretenía -como antes las novelas de aventuras. Los discursos de la Convención me -enriquecieron notablemente, y traté de imitar su vehemente entusiasmo, -su heroica entereza, en la forma de los míos. Siempre que hablaba en la -Cámara era como si la patria estuviese en peligro; los otros «buenos -oradores», escasos entre mis colegas, hacían, por otra parte lo mismo, -de modo que, á propósito de la construcción de un camino ó de cualquier -otro detalle, las sesiones de nuestra humilde Legislatura, alcanzaban -el diapasón de las más vibrantes y memorables de la historia. - -Un discurso que pronuncié sobre el estado de las escuelas primarias en -la provincia, mereció que algunos corresponsales escribieran á Buenos -Aires, y dos ó tres diarios me dedicaran palabras elogiosas en los -sueltos. Éste fué el mayor espolazo que haya recibido mi ambición, -desde entonces pronta á desbocarse. Me propuse conocer la capital, los -hombres de gobierno, el presidente de la República, ciudadano de gran -talento, elocuentísimo orador él también, y ¡quién sabe! quizás abrir -una brecha que me permitiese lanzarme á la conquista de aquel emporio, -y triunfar, y ser allí lo que había sido en Los Sunchos, lo que era en -mi ciudad provinciana, si no el primero, uno de los primeros, con un -porvenir de gloria y de grandeza. - -Vivía exclusivamente para la política; sólo en ella pensaba, estuviese -donde estuviese, trabajando ó divirtiéndome, amando ó durmiendo, -porque hasta mis sueños eran políticos, y mis amoríos buscaban mayor -influencia y más poder para mí. Ningún detalle me parecía nimio, y -todo, hombres, cosas, hechos iban almacenándose en mi memoria, que -tengo magnífica. Ahora mismo podría contar la vida y milagros de -centenares de personas, tanto altamente colocadas cuanto modestas y -aun insignificantes. Formaba mi arsenal, con avidez y con paciencia, y -comenzaba á utilizarlo para avezarme á su manejo. - -Como aprendizaje del uso de mis armas, escribía en «Los Tiempos», -diario que era una reproducción agrandada de «La Época» de Los Sunchos, -y mis sueltos incisivos, mordaces, casi siempre animados con una -anécdota verdadera ó imaginada, se destacaban del resto de aquella -prosa indigesta y burda, lana de colchón con que se rellenaban las -columnas del periodicucho. Mi fama comenzó á cundir, y ya muchos me -consideraban como una personalidad naciente, mientras que otros me -tenían como á un muchacho mal educado é insolente, capaz de las mayores -desvergüenzas. - -Entretanto, mamita, Teresa, don Higinio, Los Sunchos quedaban muy -lejos, allá atrás, allá abajo, como perdidos en la bruma para siempre. -Sólo, de tiempo en tiempo, una carta de Teresa venía á sobresaltarme, -á turbarme un momento: su secreto, nuestro secreto, iba á dejar de -serlo; la verdad se impondría dentro de muy poco, y, desesperada, me -suplicaba que fuera, que arreglara las cosas, que la salvara de toda -una inminente tragedia... - -¿Para qué me habría yo metido en semejante atolladero? - - - XVII - -Me pareció oportuno realizar el proyectado viaje á Buenos Aires, antes -de decidir lo que había de hacer. Pedí licencia á la Cámara y algunas -cartas de presentación de mis amigos del Gobierno para los «ases» -de la gran capital. Con esto, mi diploma de diputado, mi calidad de -periodista y mi apellido patricio, salí, seguro del éxito, en busca -de mis primeras aventuras bonaerenses. Las puertas del mundo oficial -y las de muchos salones provincianos, abriéronse de par en par ante -mí. Visité á varios miembros notables de mi familia, que ni siquiera -tenían noticia de mí, pero que me recibieron deferentemente, poniéndose -á mi disposición y dando por cumplidos todos sus deberes con esta -manifestación de cortesía. - -Buenos Aires estaba, desgraciadamente, muy agitado. Respirábase allí -una atmósfera candente, nuncio de una tempestad. Los ciudadanos se -adiestraban en el uso de las armas y en el ejercicio militar, á vista -y paciencia del Gobierno de la nación, contra quien iban, impotente -para reprimirlos sino con una medida de fuerza que hubiera sido señal -de la revolución, quizá de la guerra civil. Las antiguas desavenencias -mezcladas de celos entre Buenos Aires y las provincias hacían crisis, -y esta crisis era amenazadora. En la doble capital no cabían los -dos grandes poderes, el nacional y el porteño, que se disputaban -la hegemonía, y el drama político empezado desde los albores de la -independencia, corría rápidamente á su desenlace. ¿Cuál sería éste? -¿Triunfaría la altiva Buenos Aires sobre todo el resto del país, -imponiéndose como la cabeza pensante á los demás miembros del cuerpo? -¿Lograríamos los provincianos abatir su orgullo y hacerla entrar en -razón? ¡Arduo problema cuya solución parecía exigir sangre! - -Fuí á saludar, entretanto, al Presidente de la República, hombre -encantador, de maneras algo afectadas, muy fino, muy amable, tanto que, -á primera vista podría creérsele débil, femenil. Me parece estarlo -viendo, pequeñito, menudo, bien proporcionado, sin embargo, con la -frente ancha, coronada por cabellos largos, negros y ensortijados, ojos -llenos de inteligente viveza, bigote y perilla, negros también. Hablaba -con mesura, escogiendo las palabras, y sus frases tenían siempre -un ritmo cantante. Así, cuando hablaba en público, era una delicia -escucharle, porque se hubiera dicho que su oratoria era musical, -persuasiva y tranquilizadora como una caricia. - -Me habló de mi provincia, de la suya, de la desgracia de nuestro país, -siempre agitado por disensiones intestinas y ofreciendo un espectáculo -de anarquía y violencia al mundo, que consideraba á las nuevas naciones -de la América del Sur, y, sobre todo, á la nuestra, como grupos de -chiquillos revoltosos, si no como tribus semiprimitivas, incapaces de -comprender la libertad, y, por lo tanto, de gozar de ella. Y, sin duda, -para no penetrar más en el fondo de las cosas y no hacer confidencias -intempestivas á un jovenzuelo que era, al fin y al cabo, desconocido, -se levantó, dando por terminada la audiencia. Nunca lo volví á ver, -pero conservo clara y viva la impresión que me produjo. - -Poco duró mi permanencia en Buenos Aires, porque algunos dirigentes -del partido me aconsejaron que volviera á mi provincia, donde podía -hacer falta: la inminente rebelión de la capital porteña repercutiría, -quizás en alguna otra parte, y aunque mi provincia estuviera al abrigo -de todo temor y toda sospecha, como defensora decidida de la causa -nacional--eran sus palabras,--nunca es malo estar prevenido, y en -épocas de disturbios cada soldado debe ocupar su puesto. Me fuí, pues, -y véase cómo asocia uno egoísticamente á sus pequeñas necesidades, -los más grandes intereses colectivos: me fuí haciendo votos porque -estallara no una revolución, sino toda una guerra civil, convencido de -que en esta tragedia me sería más fácil desenlazar mi dramita íntimo, -de acuerdo con mis deseos, es decir, quedando libre de todo compromiso. - -En la ciudad me esperaba una carta de don Higinio, todavía ignorante de -la desgracia que lo amenazaba. La abrí, no sin recelo. Se refería al -negocio de la chacra, que marchaba muy bien, gracias á su «muñequeo». -Había conseguido que la misma oposición clamara por la apertura de las -calles, creyendo hacerme daño al desmembrar «una posesión feudal, que, -como los castillos medioevales, dominaba al pueblo de Los Sunchos, -aunque sin protegerlo ni servirle, sino á modo de dique contra su -desarrollo natural». La Municipalidad fingía indignarse mucho contra -aquella pretensión; pero estaba, naturalmente, pronta á ceder en cuanto -él lo indicara. No era oportuno todavía, si se quería obtener una buena -indemnización. - -Contingencia feliz é ingrata á la vez, que me dejó perplejo. Agregábase -un elemento más á mis vacilaciones que ya eran sobradas, aunque, en el -fondo, mi resolución fuera inmutable. Don Higinio, de cuya influencia -política necesitaba todavía, don Higinio, que, como buen criollo, era -muy capaz de vengarse sangrientamente de mí, preparando este brillante -negocio, me obligaba aún más á contemporizar con él. ¿Cómo salvarme -del compromiso, cómo ganar tiempo, al menos?... Á fuerza de buscar, se -me ocurrió una idea luminosa, y escribí á la muchacha, en una forma -ambigua, sólo clara para ella, diciéndole que más que nunca guardara su -secreto, y á don Higinio preguntándole si iría pronto á la ciudad, pues -me urgía hablarle de un asunto muy importante que no podía tratarse por -cartas, pero que tampoco era cuestión de días más ó menos. Un «se trata -de mi felicidad», debía sugerirle el tema probable de la entrevista. - -Me precipitaba hacia el escándalo, precisamente para contrarrestarlo, -y elegía la ciudad, donde las cosas más graves, las que serían -catástrofes en una aldea, pueden pasar inadvertidas, y donde toda -defensa es más fácil. En aquel teatro se equilibraban mejor nuestro -poder y nuestras armas. - -Como lo había supuesto, el viejo se precipitó á la cita. Creo que -estaba más contento que la misma Teresa, pues creía realizar un sueño -de muchos años y crear para sus nietos toda una aristocracia, dándoles -al propio tiempo gran fortuna, elevada posición y un nombre envidiable, -un apellido patricio. - ---¡Don Higinio!--exclamé al verlo.--Mi asunto no corría tanta prisa. - ---No--dijo ladinamente.--Si he venido por otras muchas cosas; y de paso -es natural que te pregunte lo que querés. - ---Yo hubiera debido ir á Los Sunchos; pero ya comprende usted que mis -ocupaciones de la Cámara me lo impiden. - -No había ido, temiendo, además de lo que ya he dicho, las escenas con -Teresa, y su posible indiscreción... ¡Oh! las mujeres saben callar, -pero de repente, cuando no hay peligro ó á ellas les parece que no lo -hay, se les va la lengua y arman un enredo, sin querer. - ---Se trata de Teresa--agregué.--Usted bien sabe que nos queremos -desde hace mucho, desde que éramos muchachos. ¿Nos dará usted su -consentimiento para casarnos? - ---¡Pero, hijito, cómo no! ¡Si es mi mayor deseo, y cuanto antes! - -Me abrazó conmovido. - ---Cuanto antes, me parece mucho decir. Yo creo que será mejor esperar -hasta el año que viene. Mis asuntos no están bien claros y los recursos -no son muchos, mientras no se arregle lo de la chacra. - ---Se arreglará. Y, además, yo soy bastante rico para que no les falte -nada. - ---Otra cosa: tengo que preocuparme de mi posición y no puedo descuidar -ni un momento la política, si he de hacer camino. Debo frecuentar -asiduamente la sociedad, los comités, el club, la casa de gobierno, la -Legislatura. Todo pinta muy bien; pero, con la desgraciada perspectiva -de una revolución en Buenos Aires, quizá de una guerra civil, si me -casara ahora, tendría que abandonar á mi mujercita ó no cumplir con los -deberes que me imponen mi puesto y mi partido... - ---¿Y cuándo, entonces? - ---¡Oh! el año que viene, á más tardar. El año que viene estará -completamente despejada la situación del país y la mía... - -Un relámpago de recelo atravesó por los ojos de don Higinio. Le parecía -extraño--y me lo dijo,--que una vez resuelto á casarme, lo dejara -para más tarde, sin ardor juvenil de inmediata realización. Que antes -vacilara, sí, es comprensible; pero, decidido ya, la demora resultaba -menos natural. ¡En fin! que él no hubiera obrado así, y en su tiempo -la gente se casaba sin preocuparse de las revoluciones. ¡Pero, sobre -gustos no hay nada escrito! - ---Será, pues, para el año que viene. Escríbele á Teresa. Yo mismo le -llevaré la carta para ver la cara que pone. - -¡Escribirle! Siempre he tenido miedo de escribir cosas comprometedoras, -y la carta anterior me había costado prodigios de ingenio. Salí del -paso lo mejor que pude. - ---Ella ya sabe--dije.--Lo sabe desde antes de venirme á la ciudad. - ---¡Ah, picarones!... ¡y qué calladito lo tenían! - -Se quedó todo el día conmigo, haciendo proyectos, castillos en el aire, -como si él fuera el novio. Seríamos reyes en Los Sunchos, y en la -ciudad, y en el mismo Buenos Aires, donde Teresa brillaría un día como -una reina. - -Aquí se me escapó una réplica, que tuvo más tarde consecuencias -trascendentales. - ---Déjese de eso, viejo--le dije.--Teresa es demasiado modesta para que -se pueda lucir en Buenos Aires. De allí vengo, y debo prevenirle que -las mujeres tienen una educación muy distinta, son grandes señoras, no -muchachas ignorantes, como las de nuestros pueblitos de provincia. - -Se quedó mirándome, sin replicar palabra, como si mi frase le hubiera -producido la más honda impresión, y nuestra charla terminó con esto. - -Cuatro días después, una carta de Teresa me daba noticia de lo ocurrido -en Los Sunchos, á la llegada de don Higinio. Éste, loco de alegría, -le había dicho que yo acababa de pedir su mano. Ella, cuando el viejo -agregó que el casamiento se celebraría el año siguiente, no pudo -reprimir un grito: - ---¡Cómo el año que viene! ¡Es imposible, imposible! ¡Si mucho antes!... - -El viejo, alarmado, aunque sin dar toda su significación á estas -palabras, preguntó, suplicó, amenazó, y al fin lo supo todo. Su cólera -fué indescriptible. Quería montar á caballo y correr á la ciudad á -llevarme «de una oreja» para hacerme casar inmediatamente ó matarme -como á un perro si me resistía. Y lo hubiera hecho como lo decía, si -no le hubiera dado un ataque á la cabeza, que lo dejó tendido en medio -del patio, mientras apretaba la cincha á su alazán. ¿No digo que las -mujeres, tan reservadas siempre, siempre son indiscretas cuando sufren -una gran emoción? Pero, en fin, el mal trago había que pasarlo, tarde ó -temprano. Por fortuna, el bendito ataque vino á cambiar completamente -el rumbo de las cosas, porque don Higinio me casa, como hay Dios que -me casa ó me mata, si no pierde el sentido y no tiene que guardar cama -después, muchos días, con ventosas, cáusticos, sangrías y toda la -terapéutica provinciana de aquel entonces. - -Otras cartas de Teresa me tranquilizaron. Haciendo de enfermera del -viejo había logrado enternecerlo, impedirle que provocara un conflicto, -gracias á su debilidad momentánea, á su cariño de padre y á la -confianza que tenía en mi caballerosidad. Lo hecho, hecho estaba. Había -que ocultar la falta, lo mejor posible; cuando nos casáramos, que debía -ser inmediatamente, iríamos á hacer un largo viaje á Chile, á Europa, -al Paraguay, á cualquier parte, y volveríamos con nuestro hijo, sin que -nadie tuviera nada que decir. Pero el viejo «quería, tenía que hablar -conmigo, cantarme la cartilla, exigirme seguridades de que cumpliría mi -palabra, si no me obligaba á casarme en seguida. ¡Esto sería lo mejor!» -La idea de venganza, la de sangre, había pasado por el momento; pero -el peligro cambiaba de aspecto: el casamiento sería ineludible, si yo -no quería sentir la pesada mano de don Higinio, ó, por el contrario, -hacerle sentir la mía y provocar con ello un terrible escándalo que -haría fijarse todas las miradas en nosotros y que necesariamente sería -muy perjudicial para mi porvenir, porque, si bien las faltas y aun -los delitos pueden perdonarse y hasta olvidarse en provincias, si no -trascienden mucho y se ha sabido guardar las formas, la condenación -general, implacable, persigue á los que violentamente perturban el buen -orden social. - - - XVIII - -La situación política se hacía más tirante cada vez, el interior -estaba agitado y receloso, Buenos Aires con las armas en la mano, -dispuesta á romper las hostilidades contra el Gobierno nacional, -contando con la ayuda más ó menos ilusoria de dos ó tres provincias. -Nosotros, en realidad, no teníamos nada grave que temer, pues nuestro -pueblo es tradicionalmente adversario del porteño; pero en épocas tan -revueltas, nunca faltan ambiciosos que aprovechan las circunstancias, -y la oposición local era muy capaz de servirse de ellas para provocar -un cambio de Gobierno que la llevara al poder. Así lo comprendíamos -los que pulsábamos la situación con alguna perspicacia. Era fácil -ver que los opositores se movían disimuladamente, preparando algo, -un golpe de mano ó una revolucioncita de las que tanto abundaban por -aquellos tiempos. No tenían, sin duda alguna, la menor intención de -ayudar á Buenos Aires, pero desde hacía mucho soñaban con derribar al -Gobernador, don Carlos Camino, de quien hablaban pestes, quitándole al -diablo para ponerle á él. No administraba Camino peor que otros, pero -no podían perdonársele sus costumbres disolutas, y, especialmente, su -afición al bello sexo de baja estofa, que lo lanzaba á inconfesables -aventuras en las que sólo le seguía su asistente, Gaspar Cruz, paisano -retobado, valiente como las armas, fiel como un perro, para quien -el mundo estaba exclusivamente cifrado en el Gobernador, persona -excepcional, casi divina, según su cerebro obtuso y fetichista. Marido -de una matrona ejemplar, casta y piadosa, padre de dos lindas muchachas -candorosas é inteligentes, Camino era considerado realmente como un -criminal, en los círculos austeros, y aparente y utilitariamente en los -que no lo eran tanto, pero podían aprovecharse de su desprestigio. En -suma, muchos le tenían por una especie de tirano corrompido, y, si no -contribuían á derrocarlo, no harían nada por sostenerlo, tampoco. - -Vi muy claras las ventajas que me ofrecía aquella situación, y no -tardé en utilizarlas. Una noche que, con otros personajes, estaba de -visita en casa del Gobernador, llevé la conversación á las agitaciones -populares, declarando que, á mi juicio, eran mucho más graves de lo que -se creía. Varias personas, con ese espíritu de torpe adulación que hace -negar hasta la evidencia, si ésta puede ser desagradable al que quieren -lisonjear, y aunque con ello le expongan á los mayores peligros, me -replicaron entre risas que estaba viendo visiones, y que me asustaba de -fantasmas. - ---¡No! ¡no hablo á tontas y á locas!--exclamé.--Tengo datos, y si el -Gobernador quiere escucharme y seguir mi consejo, no durmiéndose en -las pajas, podrá evitarse un mal rato. Más tarde, ya no sería tiempo. - -Camino quedó un tanto preocupado, pero supo disimular, y, al cabo de -un momento, me llamó aparte para que le contara lo que sabía. Exageré -un poco, creyéndolo necesario para mis fines. La oposición se armaba -secretamente--lo que era cierto,--tenía en la ciudad verdaderos -arsenales, mucha gente comprometida, paisanos que entrarían en campaña -á la primera señal, una especie de logia revolucionaria que funcionaba -todas las noches, y hasta inteligencias en la misma policía, muchos de -cuyos agentes estaban complotados. - ---¡Pero qué hace don Mariano!--exclamó el Gobernador, alarmado, -refiriéndose al viejo Villoldo, jefe de policía. - ---Don Mariano no ve más allá de sus narices, está medio chocho y -toda la vida ha sido débil--contesté.--Y en estos momentos lo que se -necesita es un hombre resuelto, que no se preocupe de «legalidades» ni -se ande con paños calientes... - ---¿Dónde encontrar ese hombre? - ---¡Vamos, Gobernador! ¿No lo tiene delante? - ---¿Usted? ¿Usted se considera capaz?... - ---¿De sofocar ó de impedir una revolución? ¡Sí, Gobernador, muy capaz! -Si usted me da la jefatura de policía y me deja completa libertad de -acción, le aseguro que antes de quince días todo estará más tranquilo -que nunca. Pero, ¡eso sí! ¡nada de escrúpulos tontos y carta blanca -para mí! Habrá que meter bastante gente en la cárcel. - ---Pero, la opinión... - ---¡Bah! En las circunstancias actuales hay que hacer la pata ancha; -además, no pueden ser más favorables, porque con la agitación completa -del país, un detalle más uno menos, viene á ser la misma cosa. ¡Déjeme -hacer, Gobernador, y verá como todo sale bien! - ---¡Bueno... lo pensaré!--murmuró, perplejo. - ---No. No es cuestión de perder tiempo. Hay que decidirse. Nómbreme ó -no me nombre á mí, don Mariano Villoldo no puede quedar en su puesto -si usted quiere seguir en el gobierno. Es cuestión de días, quizá de -horas, y puede que en este mismo momento se esté preparando la ratonera. - ---¡Bien! ¡Está dicho!... Voy á llamar á don Mariano, y mañana será -usted jefe de policía. - ---Entendido que conservaré mi banca en la Legislatura... - ---¿Cómo? ¿Y la Constitución? - ---Es un librito, decía el viejo Vélez. La Constitución no dice que -un diputado no puede ser jefe de policía. Y aunque lo dijera, en -circunstancias tan excepcionales... Me interesa conservar el puesto por -si algún día dejo la policía... ó á usted se le antoja quitármela... - ---En fin, la Cámara decidirá. - ---No. Si ahora mismo voy á pedir licencia por tiempo indeterminado. ¡Y -carta blanca, eh! ¡Necesito poder obrar resueltamente, como un rayo, en -el momento oportuno!... - -Don Mariano Villoldo renunció aquella noche, á pedido del Gobernador, -y al día siguiente comencé á ejercer mis nuevas funciones de jefe -político de la provincia, con gran sorpresa de todo el mundo, porque -nadie se explicaba tan enorme salto. Abundaron las críticas, porque «un -mocozuelo» al frente de la policía no podía hacer más que barrabasadas. -Pero dejé hablar y me dediqué á reorganizar mi gente, valiéndome de -los comisarios y oficiales en quienes se podía tener confianza. La -tarea era ardua, tanto más cuanto que debía llevar de frente al propio -tiempo, las averiguaciones de lo que tramaba la oposición, y hallar -ó inventar una buena oportunidad para poner presos á los cabecillas, -secuestrarles las armas y quitarles las ganas, por un tiempo, de -meterse á revoltosos. Día y noche pasaba en el despacho, dando órdenes, -escuchando partes y confidencias, recibiendo espías, amonestando á -subalternos dudosos, pero de quienes todavía se podía esperar algo. -Hasta dormía en mi despacho, para estar «al pie del cañón». Los -opositores se reunían unas veces en una parte, otras en otra, nunca -dos días en el mismo sitio, pero no me sería difícil sorprenderlos en -cuanto quisiera, pues no me faltaban indicaciones oportunas del local -elegido. Sin embargo, no precipité las cosas, para no dar golpe en vago -ni provocar demasiada crítica. - -En esto, sobrevino el rompimiento entre el Gobierno Nacional y el de -Buenos Aires, como si quisieran servirme exclusivamente á mí, tanto en -los asuntos privados cuanto en los políticos. Llegóme, aun antes que al -Gobernador, noticia de los sucesos: el Presidente de la República, sus -ministros y gran parte del Congreso habían abandonado la ciudad rebelde -que se fortificaba, y á la que ponía sitio el ejército de línea. La -lucha iba á ser terrible, pues los porteños parecían dispuestos á no -cejar y tenían numerosas fuerzas de guardias nacionales, de voluntarios -criollos y extranjeros, y algunas tropas veteranas. La ciudad estaba -rodeada de fosos y trincheras y los puestos avanzados defendidos -estratégicamente. Era una revolución en regla, como no la había habido -desde muchos años atrás, y como era de temerlo, dados los largos y -ostensibles preparativos... El país entero se hallaba bajo el estado de -sitio. - -En cuanto supe esto y antes de que pudiera hacerse público, renuncié -á esperar otra oportunidad, y ya no traté de tomar reunidos á los -presuntos revolucionarios. Usando de los plenos poderes que tenía, -impartí mis órdenes, y corrí á casa de Camino, para darle cuenta de lo -que acababa de hacer. - ---En estos momentos--le dije,--sacan de sus casas á todos los jefes -de la oposición, y por mi orden los llevan á la policía. Puede V. E. -estar tranquilo. Aunque no tema el más ligero disturbio, le mandaré un -piquete para su custodia, bajo las órdenes de un hombre de confianza. -¡Todo va bien! - -Quiso pedirme mayores datos, pero dejé los detalles para más tarde, -limitándome á decir que Buenos Aires acababa de sublevarse, como se -temía, y agregando: - ---Ya comprende, Gobernador, que con los sucesos de Buenos Aires todo -está justificado y nadie tendrá nada que decir. En cuanto secuestre las -armas, y después de tenerlos un tiempo á la sombra, para que aprendan -á no meterse á sonsos, los pondremos en libertad y ya no volverán á -alborotar en muchos años. - ---Sí, pero, ¿y los ministros? - ---¡Valiente preocupación! Reúnalos y dígales... Están acostumbrados á -callarse y aprobar. - -Cuando volví á mi despacho comenzaban á llegar á la policía los -primeros detenidos, unos protestando enérgicamente contra el -«atropello», el allanamiento de su casa sin orden de juez, la violencia -contra sus personas, otros asustados y temblando, como criminales, los -menos serenos y dignos, diciéndose que desde un principio sabían á -lo que se exponían, algunos, por fin, suplicando que los pusieran en -libertad, porque ellos «no habían hecho nada», como los muchachos de -la escuela. En casos así, los gobiernos de provincia solían no ser muy -blandos que digamos, y vejaban á los opositores presos, encerrándolos -en calabozos inmundos, maltratándolos, obligándolos á hacer las tareas -más viles, como limpiar los excusados ó barrer las aceras y la plaza -pública. Esto se explica. Las autoridades, y especialmente la policial, -estaban siempre en manos de hombres rudos y toscos que habían ido, á -veces desde años enteros, amontonando rencores, y deseaban vengarse -de desaires y desprecios no por lo disimulados menos hirientes y -sangrientos. Yo no tenía nada que vengar y quise ser buen príncipe. -Ordené que se tratara á mis prisioneros con toda consideración, que se -les alojara lo mejor posible en las oficinas, que se les permitiera -hacerse llevar cama, ropa y comida, todo esto manteniéndolos, sin -embargo, incomunicados con el exterior, y hasta me digné hacer que uno -de mis subalternos les diera noticia de la revolución bonaerense, y -les explicara que el Gobierno se veía obligado á tomar precauciones -excepcionales, para la seguridad del país. - -Entretanto, valiéndome de lo que habían descubierto mis espías y, sobre -todo, de lo que me revelaron algunos conspiradores débiles de carácter, -por librarse del castigo, y otros venales, por obtener recompensas, -supe dónde estaban ocultas las armas--casi todas,--y las hice recoger. -La conspiración quedaba sofocada: teníamos quince ó veinte opositores -de significación detenidos, y habíamos secuestrado un centenar de -fusiles viejos, casi inservibles, y otras tantas lanzas hechas con -cañas tacuaras y tijeras de esquilar. - -En medio de toda esta agitación, tuve una sorpresa que en un principio -me fué ingratísima, pero que me llegaba, precisamente, en el momento -más favorable para mí, como no tardé en comprenderlo. Mi despacho -estaba lleno de gente, cuando un ordenanza me anunció que don Higinio -Rivas deseaba hablar conmigo. Había sonado la hora trágica. Un momento -estuve por retardarla, no recibiendo al viejo, pero me pareció -demasiada cobardía, y mirando al destino cara á cara, le hice entrar, -sin despedir á mis subalternos. - -Casi no reconocí á don Higinio. La enfermedad lo había adelgazado y -debilitado mucho, y las preocupaciones, los sinsabores, el amor propio -herido, después de provocar un paroxismo de rabia, lo habían dejado -como inquieto y vacilante. Su cara de león manso, alargada y arrugada, -expresaba más bien melancolía que fiereza, y sus ojillos negros, -bajo las cejas blancas é hirsutas, no se fijaban ya ni resueltos ni -investigadores, sino que vagaban indecisos, de una á otra persona, de -uno á otro objeto. - ---Quiero que hablemos solos--me dijo después de saludarme -desabridamente. - ---Un momento, don Higinio, y estoy á su disposición. Tengo que dar -algunas órdenes... Pero siéntese... Las circunstancias son tan -graves... Afortunadamente, no tengo secretos para usted... - -Di, entonces, con exagerada prosopopeya mis últimas instrucciones á -comisarios y oficiales, y me pareció conveniente--más por don Higinio -que por otra cosa,--extremar las disposiciones guerreras ofensivas y -defensivas: dispuse el acuartelamiento de los vigilantes con las armas -en la mano, la instalación de cantones en los puntos estratégicos para -defender la casa de Gobierno, la Municipalidad, la policía, el Banco, -los domicilios del Gobernador y los Ministros. Con esto, entraban y -salían empleados, presurosos, con aire importante, y don Higinio, -sorprendido, escuchaba con creciente atención, tanto que su rostro -comenzó á animarse y á tomar la astuta y resuelta expresión de antes. -El «politiquero», el caudillo despertaba en él. No me había equivocado -al esperarlo. - ---Pero, ¿de qué se trata?--preguntó por fin, sin poderse contener. - ---¿Cómo? ¿No sabe? - ---Acabo de llegar de un galope de Los Sunchos. He dejado el caballo á -la puerta; no he visto á nadie, sino á tu sirviente que me dijo que -estabas aquí. - ---Pues estamos en momentos muy difíciles. Ha estallado la revolución, -terrible, en Buenos Aires, y aquí se iban á sublevar también si no los -sorprendemos á tiempo. ¡Por eso me ve usted nada menos que de jefe de -policía, don Higinio! - ---Jefe de policía... Revolución... ¡Y yo sin saber nada!... - -Olvidando por un momento lo que lo llevaba, obedeciendo á sus -instintos, quiso saber cuanto ocurría, me pidió datos, aclaraciones, -detalles... El primer encuentro, que me hacía temblar, estaba atenuado -como por un para-golpes, por la oportunísima revolución, que Dios -bendiga. Y aun me era posible atenuarlo más, dificultando para después -cualquier choque violento. - ---Usted llega como llovido del cielo--le dije en voz baja.--El piquete -que hace la guardia en casa del Gobernador, está mandado por un oficial -que no me inspira confianza. Usted podría ponerse al frente de él. ¡Es -necesario! - ---Si crees que puedo servir... - ---Voy á redactar la orden de que el piquete se ponga á su disposición. -Usted es amigo de Camino, y él estará más tranquilo á su lado. - -Juzgué que había llegado el momento de hablar del asunto principal, -y mientras escribía, pedí que nos dejaran solos, indicando -reservadamente que alguien volviera al poco rato para interrumpir la -entrevista. - -Al entregarle el pliego, me atreví á tomar al toro por las astas. - ---¿Quiere decir que no ha venido por la revolución? - -Se levantó, hosco y turbado, dió algunos pasos, como buscando la manera -de empezar, y estalló: - ---¡No! ¡No vengo por eso! ¡Vengo por una cosa muy grave y muy triste, -por una cosa tremenda, Mauricio!... ¡Nunca lo hubiera creído! - -Se interrumpió para dominarse, y con voz lenta y sorda, agregó luego: - ---Tenés que casarte... inmediatamente. - ---Inmediatamente, ¿por qué? - ---¡Sí, inmediatamente! Teresa me lo ha confesado todo... No quiero -echarte en cara tu conducta, ni decirte lo que pienso de tu decencia. -Pero, eso sí, te lo repito: ¡Tenés que casarte inmediatamente!... -¡Estas son vergüenzas que no admiten los Rivas! - -Con acento que busqué conmovido y firme al par: - ---¡Bien sabe, don Higinio--repliqué,--bien sabe que quiero casarme y -que ya lo habría hecho si no fuera por la situación! Quiero á Teresa, y -ya que usted está al corriente de lo que pasa, le juro que no la dejaré -en mal lugar... ni á ella, ni á usted, que ha sido siempre como mi -segundo padre... - -Noté en él cierta emoción. Temía, probablemente, encontrarse con la -negativa, con el drama, y la falta de resistencia lo hacía vacilar, -como después de un golpe en vago, y deslizarse hacia la comedia -sentimental. - ---¿Te casarás inmediatamente? - ---En cuanto sea posible. - ---¿Me das tu palabra? - ---Sí. - ---¡Bueno!--y me estrechó la mano, con lágrimas en los ojos.--Entonces -mañana mismo nos iremos á Los Sunchos. - ---¡Eso no puede ser, don Higinio! ¿En qué piensa? ¡Sería más que -una locura, una verdadera traición! En este puesto y en estas -circunstancias, soy militar, soy soldado, y no puedo desertar... - ---Sí, pero, ¿y el honor de Teresa, y el mío? Te repito que la cosa -urge, que el escándalo va á venir, ¡y que yo eso no lo tolero! - -Se había puesto rojo, reconquistando su cabeza de león... Yo acababa -de tocar disimuladamente la campanilla eléctrica... El comisario -de órdenes entró en el despacho. Le hice seña de que esperase, y -dirigiéndome á Rivas: - ---Vaya tranquilo, viejo--le dije afectuosamente.--Todo se arreglará á -medida de sus deseos; todo. Ahora, á cumplir cada cual con su deber. -El Gobernador lo necesita. Defiéndalo, tome todas las medidas que le -parezca y téngame al corriente. - -Quiso insistir, pero la presencia del comisario lo contuvo. Hizo un -ademán de descontento y salió. - -Aquella misma noche hice que Camino lo nombrara comandante militar -extraordinario de Los Sunchos, con plenos poderes, encomendándole -la misión de impedir el paso, por el departamento, de partidas -revolucionarias procedentes de otras provincias, para lo cual se le dió -un piquete del guardia de cárceles, refuerzo necesario de la escasa -policía local. Debía prepararse, también, á movilizar la guardia -nacional en cuanto le llegara la orden. - -Con esto ganaba tiempo. ¡Tiempo! No me era necesaria otra cosa, porque -sabía y sé cuánta es la fuerza de los hechos consumados. En cuanto -pasara el momento fisiológico que temíamos, en cuanto se impusiera lo -irremediable, en cuanto se comenzara á pensar «peor es meneallo», yo me -encontraría fuera ó casi fuera del atolladero. Con un poco de habilidad -y un poco de suerte, aquel cuasi drama sería, sólo, historia antigua... - -Días después supe que don Higinio había enviado á Teresa á la chacra -de unas parientas pobres en quienes tenía plena confianza y que vivían -muy lejos de Los Sunchos, entre el pueblo y la ciudad. Comenzaba la -complicidad, provocada por el mismo «honor». Un esfuerzo más y me vería -libre para siempre. El esfuerzo necesario era toda una hazaña, pero -lo realicé. Fuí á ver á Teresa. Entre halagos y ternuras, le pinté mi -situación, mi porvenir, el grande ascenso obtenido y los que se me -ofrecían aún. Pero era preciso no ponerme piedras en el camino, era -preciso no comprometerme con un escándalo, era preciso llegar hasta el -sacrificio para ser felices después, como recompensa. - ---¿Qué sacrificio?--me preguntó con su candor pronto ya á todas las -abnegaciones. - -Se imponía retardar nuestro casamiento hasta que yo hubiera consolidado -mi posición. Y tuve la crueldad--de que ahora me arrepiento por sus -consecuencias,--de decirla que ella no estaba preparada ni por su -educación, ni por su saber, ni por su modo de vestir, para ser la digna -esposa de todo un personaje. Tenía que modificarse, que estudiar, que -ponerse á mi altura, y entonces... - ---¿Pero qué pretexto darle á tatita? - ---Dile que no tienes confianza en mí, que soy demasiado calavera, que -te haría desgraciada, que te mataría á disgustos y ¡que no quieres, en -fin! - -La dejé llorando como una Magdalena, sin haber querido decirme si -accedía ó no á mis pretensiones. Pero me fuí tranquilo. ¡Conozco tanto -el corazón humano! - -La revolución acabó pacíficamente en mi provincia, no sin sangre y -padecimientos en Buenos Aires, sitiada y, al fin, vencida--esta vez -para siempre,--por las fuerzas de la nación. - -Al propio tiempo, nacía el nieto de don Higinio, sin que lo supiera en -un principio demasiada gente, así como después lo supo todo el mundo. -El viejo no volvió á verme, á causa, sin duda, de la actitud de Teresa, -y, avergonzado, meses más tarde, se fué á Buenos Aires con ella y el -niño. Al marcharse, la pobre me escribió recordándome mis «sagradas -promesas, más sagradas ahora que tenemos un hijo», y prometiéndome -esforzarse por ser toda una señora que me hiciera honor en cualquier -parte... ¡Oh, esperanza! ¡oh, candor! ¡oh, ilusiones! - -Yo, entretanto, me limitaba á observar la realidad, á utilizarla, con -la vía libre, al fin. - - - - - NOTAS: - -[1] Ver «La ciudad indiana» de J. A. García. - -[2] Mezcla de ajenjo, horchata y agua, usual entonces y llamada _suisé_ -porque... el ajenjo venía de Suiza... - - - - - SEGUNDA PARTE - - - I - -Pasó tiempo, no sé cuánto, aunque á mí me pareciera bien largo en -aquella edad privilegiada en que no se toman en cuenta las horas, -ni los días, pero en que los años parecen tener el privilegio de no -acabarse jamás. Y aunque, terminado el período de Camino, tuviéramos -entonces otro gobernador--don Lucas Benavides,--éste se mostraba mi -amigo y yo seguía desempeñando mis puestos, no diré con brillo, pero -sí con cierta discreción que hizo acallar muchas de las malevolencias -suscitadas en un principio por mi inesperado encumbramiento. Se -me agradecía, sin decirlo, la cortesía y la blandura que había -demostrado para con los presos políticos, en la hora tragi-cómica -de la revolución, contra todas las tradiciones y los precedentes -provincianos. Aunque lo comprendiera muy bien, quien me confirmó en -este pensamiento fué Vázquez, al volver con su título de doctor, recién -conquistado en la Facultad de la provincia vecina. Alabó mi conducta, -demostrándome que yo había dado un paso hacia las mejores costumbres -políticas y sociales que los buenos ciudadanos soñaban para nuestro -país. - ---Empiezas bien--me dijo,--y no esperaba tanto de ti. Esas -demostraciones de cultura son más eficaces que las barrabasadas de -antaño, y elevan el nivel moral del país. - ---¡Bah! ¡No seas exagerado!--repliqué.--He hecho lo que cualquiera. - ---No. Has hecho más que otros: has dado un buen ejemplo. - -Contribuía, sin duda, á su juicio benévolo, que á mí, en realidad, me -importaba bien poco, el estado beatífico en que se hallaba, con un -título respetable para la mayoría, recursos suficientes que su padre -le proporcionaba, y una novia bonita y de alta posición social--María -Blanco.--Pero, al decir novia, no me sirvo de la palabra exacta, porque -María Blanco, la patricia por antonomasia, no hacía, en realidad, más -que «distinguirlo», dejando suponer estas distinciones que llegaría -probablemente á ser su novia. No estaban «comprometidos» en forma -alguna, según él mismo me lo confió en un momento de expansión. Con -todo, la posición social, sentimental y pecuniaria de Pedro, era -brillante. - -Yo, en cambio, atravesaba un momento algo difícil: había jugado mucho -en todo aquel tiempo, pues, aparte las intrigas amorosas, y según -creo haberlo dicho ya, no se me ofrecía otra diversión en aquella -ciudad amodorrada y taciturna. Y así como había jugado había perdido, -casi hasta agotar mi crédito. Tampoco me era posible, por el momento, -echar mano de mi fortuna, grande ó pequeña, porque estaba indivisa con -mamita, y liquidarla entonces hubiera sido una locura que nos dejara en -la calle. - -Para remachar el clavo, en una larga partida con varios personajes -venidos de Buenos Aires, perdí cierta noche unos diez mil pesos (no -eran diez mil pesos, en realidad, sino su equivalente, no adoptado aún -el actual sistema monetario), y para pagar me vi en las más graves -dificultades. Ya desesperaba de conseguir un préstamo tan crecido, -cuando me acordé de Vázquez, y acudí á él, como último recurso, -pensando que sería de buena política ocultarle la verdadera causa de -mis apuros. - ---Quiero instalarme bien--le dije,--poner una casa decorosamente -amueblada, y me acosan al propio tiempo algunas deudas apremiantes. Tú -sabes que tengo con qué responder y que no estoy en el caso de trampear -á nadie; pero te agradeceré como un señaladísimo servicio que me -prestes veinte mil pesos, lo más pronto posible. ¿Los tienes? Porque no -dudo que, á tenerlos, me los prestarás inmediatamente... - ---Haces bien en no dudar; pero, por el momento, no los tengo--me -contestó.--Habría que esperar... - ---¡Es que el caso es urgente, muy urgente! - ---Entonces, no se trata sólo de instalarte. - ---Ya te dije que tenía algunas deudas de honor. - ---¡Vaya! ¡sé franco! ¿has jugado y has perdido? - -No vacilé, entonces, en decirle la verdad. - ---Es cierto--exclamé.--Por eso hablaba de una deuda de honor. Tienes -buen olfato. ¿Podrás, aunque sea haciendo un sacrificio, procurarme -esos pesos dentro de las veinticuatro horas? ¿de las doce, mejor dicho, -porque ya llevo otras doce perdidas? - ---Sí. Acompáñame, y los tendrás. - -Fué á ver á uno de sus parientes, que no vaciló en prestarle la -suma, sobre sólidas garantías probablemente, porque los viejos de mi -provincia no soltaban el dinero así como así, ni aunque se tratara de -su padre. Abreviando: aquella misma tarde pude pagar á mis ganadores, -quedándome con una cantidad importante, que me permitiría comenzar á -poner casa, como era, en realidad, mi deseo, y, buscando el desquite, -hacer una que otra partidita. Vázquez no quiso aceptar pagarés, ni -siquiera un recibo... - -Yo había vivido hasta entonces en el hotel, bastante bien instalado, -pero esto me traía más de una seria dificultad, pues no me hallaba -«en mi casa», y todos mis actos se veían continua y necesariamente -fiscalizados, no sólo por la servidumbre, más ó menos fiel y discreta, -al fin y al cabo, sino también por los extraños que iban á hospedarse -allí. Aunque mi departamento estuviera relativamente aislado, sin -otros aposentos vecinos, al fondo de uno de los grandes patios de la -vetusta casa de familia, transformada en hotel de la noche á la mañana, -era imposible impedir que los huéspedes pasaran á menudo por mis -dominios, y, más que todo, que vieran quién entraba y quién salía de -mis habitaciones. Tomé, pues, una casita en una calle poco frecuentada -pero muy céntrica, y la amueblé, aunque modestamente, con las mayores -comodidades que entonces podían conseguirse en provincia. Hice, -también, arreglar el pequeño jardín que, con sus cuatro higueras, sus -seis perales y su grupo de «albarillos», extendiéndose detrás de las -habitaciones, iba á dar á otra calle, más solitaria aún que la primera. -Tenía así casa y garçonnière al propio tiempo, y como jefe dirigente -de todo aquello, puse á mi antiguo compinche Marto Contreras, el hijo -de mi amigo el mayoral de la diligencia de Los Sunchos, que--aspirando -á la dignidad de «vigilante», como á un bastón de mariscal,--me había -pedido muchas veces que lo llevara á la ciudad, y hombre en quien podía -confiar tan ciegamente como Camino en su asistente Cruz. - -Hecho esto, sintiendo de nuevo la escasez de fondos, resolví pensar -seriamente en mis asuntos de interés, y darme cuenta exacta del estado -de nuestra fortuna. - -Don Higinio había preparado muy hábilmente el negocio de la chacra, -obligado punto de partida de nuestro posible enriquecimiento, pero en -los últimos tiempos lo dejó completamente de mano, como es natural, -aunque--debo decirlo en honor suyo,--sin destruir, la obra con -vindicativo espíritu, quizá por ingénita caballerosidad, quizá porque -abrigara aún la esperanza de verme yerno suyo, quizá también porque -yo era ya demasiado fuerte para hacerme la guerra con armas pequeñas -y miserables. Había que herirme de muerte ó no tocarme, sin término -medio. Entretanto, como nadie se ocuparía del negocio si no me ocupaba -yo, resolví ir á Los Sunchos, á darle la última mano, aprovechando la -noticia de que la oposición, lanzada años atrás en ese camino por la -habilidad de Rivas, reclamaba á gritos la apertura de las calles que mi -chacra interceptaba, sin darse cuenta de que así hacía precisamente el -juego de uno de sus enemigos. En mi carrera política, muchas veces he -tenido oportunidad de ver producirse este fenómeno, más común de lo que -se creerá. No hay mejor colaborador que el adversario, cuando uno sabe -servirse de él. - -Un día, pues, salí para Los Sunchos, con toda la pompa que exigía mi -alta posición de diputado y jefe político, aunque con la aparente -modestia que cuadra á un demócrata criollo. Fuí á caballo, vestido de -bombacha, poncho, chambergo y botas, pero llevando conmigo una pequeña -escolta, como que iba «en misión oficial» á realizar una visita de -inspección á las policías de los departamentos, y especialmente del -mío. Era bueno no dejar que aquellos «tigres» supieran exactamente -mis propósitos, porque eran capaces de «coimear» á la misma -madre, y aunque yo estuviese resuelto á darles algo, no llegaba mi -desprendimiento hasta dejarles «mañas libres», como suele decirse -alrededor del tapete verde. - -Noticiosas de mi llegada, las autoridades locales me aguardaban con -una gran recepción. Algunos funcionarios salieron á caballo hasta -las afueras del pueblo, como se hacía con los antiguos señores, y -me acompañaron hasta la Municipalidad, donde se había preparado -un «refresco», y donde estaban reunidos numerosos vecinos, con la -infaltable banda de música. - -Allí hubo abrazos, apretones de manos, aclamaciones, brindis, marchas -triunfales, Himno Nacional y un largo discurso encomendado de antemano -á mi amigo, el galleguito de la Espada, quien me llamó «orgullo de Los -Sunchos, hijo predilecto de la provincia y ahijado de la fortuna y de -la gloria», provocando los aplausos entusiastas del partido oficial -reunido para honrarme. Traté de escapar á estos agasajos, demasiado -rústicos ya para mi incipiente refinamiento de funcionario de ciudad, -pero no lo conseguí antes de sostener este corto diálogo con el -director de _La Época_. - ---¡Eres un ingrato! - ---¿Por qué?--inquirí, sorprendido. - ---Yo esperaba que me llevarías á la ciudad. ¡Esto no es vida! ¡Aquí me -estoy malgastando! - ---Pero, ¿qué harías allí? - ---¡Toma! Dirigir, ó siquiera redactar algún diario. ¡Ya sabes que tengo -dedos para organista! Allí te puedo ser muy útil, y aquí no te sirvo -á ti, ni me sirvo á mí, ni sirvo á nadie. ¡Ea! ¡un buen movimiento, y -búscame algo por allá! - ---¡Pero hijo! ¡No me puedo llevar al pueblo entero, y ya sabes á -cuántos he tenido que colocar... sin tener dónde! ¡Los Sunchos en masa -se me cae encima!... - ---¡Razón de más! Nadie te ha servido como yo. ¡Y eso es ingratitud, -Mauricio! - -Me lo decía con tal mezcla de seriedad y de jarana, que no pude menos -que reirme y prometerle trabajar para que se fuera á la ciudad en -buenas condiciones. Y escapé con el pretexto de abrazar á mamita, que -estaría aguardándome ansiosa. - -Lo estaba, efectivamente, y se arrojó en mis brazos llorando y riendo -á la vez, sin atinar á decir otra cosa que «¡Mi hijito! ¡Mi hijito!» -como si yo acabara de resucitar. Mucho me costó conseguir que calmara -sus transportes y se sentara en aquel comedor desmantelado y pobre, tan -lleno de recuerdos como vacío de muebles. Entonces pude verla. En la -soledad había envejecido con una rapidez increíble. Diríase que era más -baja, mucho más delgada, con la columna vertebral como un arco, y así, -tan menuda, tan llena de arrugas, con sus bandós blancoceniciento, mi -pobre vieja estaba «hecha una pasita». Sonreía, sin embargo, entre las -lágrimas que seguían corriéndole por las mejillas descarnadas. - ---¿Te quedarás ahora?--me preguntó. - ---Sí. Unos cuantos días... - ---¡Otra vez separarnos! - ---Es preciso, mamita, si usted no quiere venirse conmigo á la ciudad... -Yo no tengo nada que hacer en Los Sunchos... - ---¿Nada?--y había como un reproche en su voz, al decirlo.--¡Es -cierto!... Los muchachos de hoy... Pero yo sí, tengo que hacer... Yo no -me puedo ir á la ciudad... Esperaré que vengas á verme... Pero, «vení» -más á menudo... Yo no puedo ir... - -Después supe la razón de esta insistencia en quedarse: rendía á la -memoria de tatita un culto exagerado, casi enfermizo, llevada por sus -antiguas tendencias místicas, visitando todos los días el sepulcro que -había convertido en un jardín, y que llenaba, sin embargo, de flores -cortadas. No me hizo confidencia alguna, con la reserva característica -de algunas antiguas damas criollas, pero creo que desde que murió -tatita lo consideraba más suyo, más exclusivamente suyo, y renovaba -con su sombra la breve luna de miel. Si no, ¿cómo explicar la especie -de tibieza para conmigo, fenómeno extraordinario que le permitía vivir -voluntariamente separada de mí? ¿Por amor á Los Sunchos? ¿Por temor á -otro abandono, análogo al de su marido viviente? ¿Por amor póstumo que -sentía correspondido desde la tumba?... - -Cumplidos estos deberes y llenadas otras formalidades, me ocupé -de estudiar en sus detalles la situación de Los Sunchos. Habíanse -producido algunos cambios, profundos á primera vista: Don Sócrates -Casajuana no era ya intendente municipal ni don Temístocles Guerra -presidente de la Municipalidad. Pero, ¡no haya miedo! El trastorno no -había sido tan radical, porque don Temístocles ejercía la intendencia -y don Sócrates la presidencia, gracias á una serie de hábiles permutas -iniciada años atrás. No siendo reelegible el intendente, habían hallado -este medio de monopolizar el poder en bien de los sunchalenses, sin -tener ya, siquiera, la amable fiscalización de don Higinio. Y jugaban á -las «dos esquinas». Hallábame, pues, en terreno amigo, y podía tentar -la realización del negocio. - ---¡La cosa puede hacerse, pero esa maldita oposición!--exclamó -Casajuana, cuando los llamé á conferenciar. - ---¡Ahora no lo dejan á uno dar ni siquiera un paso, esos -indinos!--exclamó Guerra. - ---¡Vaya, don Temístocles! ¡Vaya, don Sócrates!--dije, riendo -irónicamente.--¡Si la oposición pide á gritos la apertura de las -calles! ¿Ó es que me quieren tomar de ahijado? - -Casajuana, el más ladino, se apresuró á contestar, teniendo ya, sin -duda, preparada la objeción... y un rosario de objeciones más, si no -veía claro su provecho: - ---¡Ah! pero los opositores alegan que el terreno de las calles es de -propiedad municipal, y que debe volver gratuitamente al municipio. - ---¿Cómo así? ¡Qué disparate!--protesté. - ---No dejan de tener en qué fundarse. En el plano primitivo del pueblo, -que existe en los archivos, las calles aparecen abiertas en toda su -extensión. - ---Ni aunque así fuera--objeté.--Siempre faltaría saber si el derecho de -propiedad no es anterior á ese plano. - ---La escritura es posterior--dijo don Sócrates.--Yo mismo he comparado -las fechas. Y lo que «embarra» más las cosas, es que se trata de -terrenos vendidos por la misma Municipalidad. - ---¿Con obligación de abrir las calles? - ---Eso cae de su peso. Además, ahí está el plano. - ---Habría que ver la escritura, que seguramente no habla de las -calles... Y, en último caso, no sé á qué viene ese plano en los -archivos... Allí no hace falta. - -Y buscando los eufemismos más hábiles, las «agachadas» criollas, toda -la dialéctica de que era capaz, les insinué que les daría una amplia -participación en el negocio, si eran bastante «gauchos» para allanar -esas dificultades y otras que pudieran presentarse. Como riéndose de -mis melindres, y antes de que me hubiera atrevido á hablarles claro, -comenzaron á debatir la cuestión á cartas vistas, con tanta libertad -como si se tratara de la más lícita de las compraventas. En suma, que -me sacaron un buen pedazo de terreno, y unos cuantos «lotecitos» para -Miró, tesorero municipal, Antonio Casajuana, hermano del presidente -de la Municipalidad, mi antiguo jefe, y varios miembros del Concejo, -cuyos votos había que conquistar. Accedí á todo, que no era mucho, en -la relatividad de las cosas, si se tiene en cuenta que yo les daba -terrenos casi sin valor, que ellos me retribuían con dinero, ajeno si -se quiere, pero contante y sonante. En efecto, la Municipalidad iba á -pagarme á elevado precio la superficie de las calles que duplicarían, -precisamente, el valor de mis solares. - -Tuve que vencer otra resistencia más grande: la de mamita, que no -quería por nada ni que se dividiera la propiedad, ni mucho menos que -se sacara á la venta una parte de ella, como era mi proyecto. Quería -conservar la chacra tal y como era en vida de su marido, y toda -modificación le parecía un crimen. - ---¡Pero si todo es tuyo!--exclamaba.--Espérate á que me muera, y lo -tendrás, como lo tienes desde ahora, pero no para fraccionarlo ni para -tirarlo á la calle. ¡Fernando no hubiera vendido ni dividido jamás la -chacra!... - ---¡Si le convenía, sí, mamita; no lo dude! - -Sólo después de discusiones interminables, conseguí que consintiera en -pedir la división judicial de condominio. De otra manera, siempre me -hubiera sido imposible realizar el negocio tan hábilmente planteado. -El sentimiento es mal consejero en países así, como el nuestro, donde -los grandes patrimonios no pueden pasar íntegros de generación en -generación como en Inglaterra y algunas partes de Alemania. Ni tampoco -hay para qué, porque los medios de hacer fortuna suelen ser muy otros. - -En fin, terminada mi campaña, me marché de Los Sunchos no sin tener -que soportar antes media docena de banquetes y tertulias con que -mis convecinos me agasajaron, convencidos ya de que yo les hacía -efectivamente honor, y olvidados de mis antiguas hazañas de pillete -imitador de mosqueteros, contrabandistas y bandidos. Pero, como -había salido de la ciudad en viaje de inspección á las policías de -los departamentos, no podía dejar de visitar, siquiera por fórmula, -la Comisaría de Los Sunchos, que seguía rigiendo mi viejo amigo -don Sandalio Suárez, el más asiduo de los concurrentes á todas las -manifestaciones de simpatía que se me habían hecho. - -Á la primera ojeada, comprendí que don Sandalio se «comía» veinte -vigilantes, es decir, que sólo tenía la mitad del personal señalado en -el presupuesto, y que el sueldo de la otra mitad servía para aumentar -decorosamente sus modestos emolumentos. Y, cuando pasé revista, me -divertí mucho viendo la cara que ponía al escuchar estas observaciones: - ---¡Pero, don Sandalio! Ésta es demasiado poca gente para un -departamento tan grande como Los Sunchos. Habrá que aumentar el -personal. ¿Cuántos hombres tiene? - ---Oh, no es necesario aumentarlos--contestó apresuradamente, rehuyendo -la cifra acusadora.--Estos son bastantes. - ---Pero, ¿usted me «garante» la situación de Los Sunchos con estos -cuatro gatos, don Sandalio?--insistí.--¡Mire que ésta es una de las -policías más pobres!... - ---¿Que si la garanto? ¡Ya lo creo! Dejá no más. Te podés ir tranquilo. -Aquí no se ha de mover una mosca. ¡No faltaba más! ¡Antes que eso -resucitaría el «contingente»!... - ---¡Qué don Sandalio éste! ¡No se me asuste! ¡Si todavía hay otros más -comilones!...--dije, por fin, para tranquilizarlo sin pasar por sonso. - -Me miró como á un Dios, y desde aquel punto creí en su fidelidad... -mientras continuara de jefe de policía. - - - II - -El asunto marchó viento en popa. El plano primitivo del pueblo -desapareció de los archivos de la Municipalidad. La indemnización -se votó, generosa y contante. Pocos meses después las nuevas calles -estaban abiertas al tráfico público, con gran contentamiento de la -población, y mientras los opositores, caídos por fin de su burro, -gritaban que aquello era una indignidad, un negocio leonino, de -la Espada halló manera de dar en _La Época_ un bombo colosal á la -progresista Municipalidad, y de alabar el patriótico desinterés -de Mauricio Gómez Herrera, hijo preclaro de Los Sunchos, por cuyo -engrandecimiento me sacrificaba, y eminente jefe de policía de la -provincia. Pero no todas eran rosas. El negocio, magníficamente -pensado, era á larga data, y por aquel entonces sólo en parte resultaba -realizable el plan de vender toda aquella tierra dividida en lotes, -y obtener por ella un alto precio, aunque estuviese en el mismo -«riñón» de Los Sunchos. No había llegado todavía la hora de las locas -especulaciones, y era necesario esperar. Con todo, confiando en el -porvenir, y á imitación de algunos atrevidos hombres de negocios, saqué -dinero del Banco y edifiqué algunas casas en los puntos más cercanos -á la plaza pública, cercando de adobes ó con cina-cina lo demás, á la -espera de época más propicia. Como me quedara algún dinero disponible, -poco á decir verdad, quise amortizar mi deuda con Vázquez, y fuí á -verle, llevándole un cheque de cinco mil pesos. - ---¡No seas tonto!--me dijo.--Yo, por ahora, no necesito esa platita. -Ya le pagué á mi pariente, y no me hace falta para nada. Cuando la -necesite, te la pediré, y me la pagarás toda junta. Ahora, mientras -no arreglas tus negocios, á ti te hace más falta que á mí. Lo único -que te pido es que si me ves en un apuro y puedes hacerlo, no dejes -de devolverme esos cuatro reales, con tanto gusto como yo te los he -prestado. - ---¡Oh, de eso podés estar seguro!--exclamé.--¡Aunque tuviera que -quitarme el pan de la boca! - -Resueltas las cosas en forma tan halagüeña, no pensé sino en concederme -unas vacaciones, tanto más cuanto que el país estaba tranquilo, -tascando un freno que á las veces le parecía duro, pero sin poder -sacudirlo, ni siquiera «corcovear», como hubiera dicho don Higinio. - -Y fuí á divertirme en Buenos Aires, á donde afluía entonces, más que -nunca, todo lo que las provincias tienen de brillante, como nombre, -como fortuna ó como posición política. - -Como la primera vez, después de «despuntar el vicio», concurriendo -á teatros y otras diversiones menos inocentes, visité á mis amigos -y parentela, y, por último fuí á reanudar mis útiles relaciones -oficiales, y á anudar otras nuevas, sobre todo la del Presidente de la -República. Tratábase esta vez de un hombre joven aún, muy criollo y -socarrón epigramático, que guiñaba siempre imperceptiblemente un ojo, -y que, gran conocedor del corazón humano y sus flaquezas, no dejaba -ver nunca, en la intimidad, si hablaba en serio ó si estaba «gozando» -á su interlocutor. Nadie le hubiera reconocido diez ó veinte años más -tarde, pero entonces era, no sé si instintiva ó rebuscadamente, el tipo -del gaucho refinado hasta el extremo de ocultar casi completamente su -procedencia, que apenas se revelaba--pero se revelaba al fin,--entre -otras cosas, en su afán de contar y escuchar anécdotas, así como sus -antepasados se complacían en las interminables «payadas» y en los -cuentos del fogón. Ahora que lo pienso mejor, creo que lo hacía de -propósito, para demostrar más á los porteños su carácter genuino de -«hijo del país», y hasta sentiría ganas de agradecérselo. Me sorprendió -que me conociera de nombre--sin caer en la cuenta de que todos estos -personajes tienen quienes los informen momentos antes de recibir una -nueva pero anunciada visita,--de que supiera lo poco que había hecho yo -hasta entonces, y de que me hablara de tatita como de un viejo amigo -con quien había hecho no sé qué campaña, creo que la del Paraguay, -cuando él era simple teniente. Su acogida me llenó de satisfacción: -no me había recibido como á un cualquiera, sino demostrándome un -grande aprecio y una gran confianza en mi porvenir, casi prometiéndome -toda suerte de distinciones. Creí tener el mundo en la mano, pero no -tardaron en decirme que el presidente era igual con todo el mundo, y -que lo mismo hubiera tratado á su peor enemigo. No lo quise creer. -¿Cómo, entonces, tenía tantos amigos y tan decididos partidarios, en -un país que, si ha heredado mucha parte de la hidalguía española, ha -heredado ó ha aprendido también, de los indios, la sagrada fórmula de -«dando, hermano, dando», traducción bárbara del latino «do ut des»? - ---¡En fin, señor Presidente!--pensé,--lo que sea, sonará. Y no he de -bailar al son que me toquen, lo que no significa que me niegue á seguir -detrás de la banda y á marcar el paso como cualquier hijo de vecino. Lo -primero que yo respeto es la autoridad. ¡Y más ahora, que soy, también, -autoridad!... - -Al terminar la entrevista, que fué agradable y sin ceremonia, le pedí -que no me olvidara y me tuviera siempre por un resuelto servidor y -amigo. - ---Venga á visitarme á menudo, Gómez Herrera--me contestó.--Yo tengo -siempre gusto en conversar con muchachos como usted, y en oir sus -opiniones. - -Reiteré, en efecto, la visita, pero viendo que sólo muy á la larga -podría sacar provecho de ellas, y, á pesar de su evidente interés,--las -reuniones no podían ser más amenas,--resolví regresar, dejando, sin -embargo, detrás de mí la convicción de que era un «elemento» con el que -se podía contar en cualquier emergencia. - ---¡Vaya sin cuidado! Yo lo conozco bien--fueron las últimas palabras -del Presidente, que no volvió á recordarme, sin duda porque me conocía -más que yo mismo, y sabía que no tenía nada que temer ni nada que -esperar de mí. - -¡Hacer que teman, hacer que esperen!--sésamo del éxito en política. -Pero, ya lo he dicho, nadie nace sabiendo... - -Con todo, este viaje, mi aparente intimidad con el Presidente--yo había -cuidado de dar publicidad á mis visitas,--y las evidentes vinculaciones -con entidades sociales y políticas de Buenos Aires, contribuyeron -no poco á aumentar mi prestigio, y, por ende, á fijar sobre mí las -miradas de la siempre envidiosa y díscola oposición. De vuelta en mi -capital, de nuevo al frente de la policía, y dando los últimos toques -al negocio de la chacra, reanudé mi vida de holgorio, jugando todas -las noches en el club, aprovechando las oportunidades amorosas que se -me ofrecían, no tanto en las altas esferas cuanto en los bajos fondos, -más accesibles y mucho menos comprometedores, y mis rumbosidades y mis -maneras de gran señor, molestaron á mucha gente. Así como me había -hecho una corte de aduladores á todo trance, así también me hice de -una falange de enemigos irreconciliables, hasta en las filas de mi -propio partido y entre los mismos que me «bailaban el agua delante», -como vulgarmente se dice. Estos resultan los peores, porque son los -que están más al corriente de nuestra vida y milagros, conocen la -falla de nuestra armadura, y suelen atacarnos en la sombra, con plena -impunidad. Si no fuera por alguno de mis correligionarios envidiosos, -nadie hubiera recordado, quizá, que yo conservaba aún mi banca en -la Legislatura, y que éste era un hecho susceptible de ser probado, -más que cualquier otra de las acusaciones de mala administración, de -pésimas costumbres y lo demás que nunca falta en la foja de servicios -de un alto funcionario, sea porque es realmente culpable, sea porque -es «necesariamente» culpable para sus enemigos ó sus competidores. En -suma, yo era un hombre muy discutido; pero eso, ¿qué quiere decir, y -que querría significar ahora, si yo no hiciera aquí mis «Confesiones»? -Á no tener defectos, me los hubieran inventado, y cualquier costumbre, -hasta una virtud--por ejemplo, la discreción,--me la hubieran -convertido en vicio, llamándola disimulo ó hipocresía. Parece que -entre los hombres sólo hubiera un propósito: matar ó disminuir á los -vivientes, que incomodan ó pueden incomodar, y divinizar y eternizar -á los muertos, incapaces ya de molestar á nadie. Á los que parecen -á punto de triunfar se les opone, por añadidura, los que comienzan; -y éstos, á su vez, ya cerca del triunfo, se ven substituídos por -los que fueron y no serán ya, y por los que, como ellos, serían -posiblemente... si la serie no estuviera constituída en forma de -cadena sin fin... En mi caso, se sacó á luz mi «olvido» de renunciar á -la diputación, y el hecho inconcebible de que siguiera recibiendo la -dieta, mientras cobraba también mi sueldo de jefe de policía, y «otras -gangas». No tardé en darme cuenta del fondo de la intriga. Algunos -correligionarios, asustados de mi creciente influencia, de mi elevación -inusitada, habían buscado un competidor que ponerme delante, pero un -competidor á su juicio más fácil de dominar que yo, si acaso alcanzaba -el triunfo--error inevitable, alucinación en que caen los imbéciles que -resultan derrotados ó sujetos á una fuerza mayor,--y habían dado con -el flamante doctor, honra de su provincia, con mi amigo Pedro Vázquez. -Así, los enemigos, por dar un mal rato al Gobierno, y los amigos por -darme un mal rato á mí, recordaron en un momento dado que había una -representación virtualmente vacante. - -Mis competidores veían en Pedrito, al universitario teórico, que -derramaría su elocuencia sin pedir nada en cambio, y que se dejaría -llevar en la práctica por las narices; considerábanle, pues, mucho más -conveniente que yo, que «no daba puntada sin nudo», y que utilizaba mis -puestos sacándoles bien «la chicha». El gobernador Benavides, traído y -llevado por los politiqueros, no tardó en convenir en que era necesario -quitarme la diputación y dársela á Vázquez, pero, aunque decidido á -hacerlo, buscaba la manera de no irritarme demasiado, de sacarme la -muela sin dolor... del sacamuelas... Tan evidente me pareció de pronto -la intriga, que quise precipitarla, haciéndola volverse en favor mío, -hasta donde fuera posible. Y apenas lo pensé, cuando lo puse en planta. - -Aleccionado por mis viajes á la capital, y por la frecuentación de -los grandes «restoranes», preocupábame en la ciudad de refinar mis -comidas, así como refinaba el vestido y las maneras. No sólo tenía en -casa un cocinero que sabía preparar algunos pocos platos á la francesa, -sino que en el hotel, en el club, en la fonda, exigía siempre cosas -finamente hechas y bien condimentadas. Si ahora puedo reirme de mis -primeros candorosos menús, ó, mejor dicho, minutas, entonces había -muy pocos en provincia que supieran comer como yo, y que dieran á los -vinos su colocación adecuada en una comida ó un almuerzo. Vázquez, -cuyas tendencias fueron siempre aristocráticas, aunque él no lo quiera -confesar, y que ama la vida confortable, advirtió desde su vuelta á -la ciudad este refinamiento mío, y se propuso aprovecharlo, comiendo -conmigo cuantas veces pudiera, aunque sin idea de gula: simplemente -como un aprendiz de sibarita. Á la mesa, siempre lo mejor servida que -era posible, y con los vinos más auténticos que se ponían al alcance de -la mano, solíamos tener en menos, ¡cuán equivocadamente!, la sabrosa -cocina provinciana y los caldos generosos que, como el Cafayate, son -merecedores de toda una reivindicación. Pero también hablábamos de -otras cosas, sobre todo, de María Blanco. - ---¿No se te ha ocurrido nunca ser diputado?--le pregunté una tarde, -mientras comíamos en el Club, solitario. - ---¡Hombre! Creo haberte dicho una vez lo que pensaba al respecto... y -que lo tomaste bastante á mal. - ---Sí, pero me parece que ahora habrás cambiado un poco de opinión... -Sobre todo tú, que eres doctor, que has estudiado, verás figurando en -las Cámaras á muchos que valen menos que tú, más, menos de lo que yo -valía cuando me hicieron diputado. - ---Es verdad... Los hechos están ahí... No es posible negarlos... - ---En ese caso, ¿aceptarías una diputación? - ---¡Vaya una pregunta! Eso se piensa cuando viene el ofrecimiento. - ---Y es el caso. - ---¿Cómo? - ---Sí. Yo te ofrezco la diputación. ¡Yo-te-la-o-frez-co!--repetí, -recalcando cada sílaba. - ---¡Déjate de bromas! - ---No son tales. - -Le conté entonces cómo estaba, en cierto modo, vacante la diputación de -Los Sunchos, y cómo podía él resultar diputado sin tener que competir -con un tercero, amigo ó enemigo de la situación. No me quería creer. Y -en cuanto me quiso creer, asomaron los escrúpulos. - ---En ese caso no me elegirían. ¡Me nombraría el Gobierno!... - ---Resultarías elegido como todos los demás, y con esta enorme ventaja: -que no tendrías compromisos, porque, al fin y al cabo, tu Gran Elector -sería yo. ¡Vaya! Autorízame á obrar, y yo te aseguro que antes de tres -meses estás en la Legislatura haciendo maravillas. - -Fingió creer que era broma, y esto le permitió darme plenos poderes. -Después, enterneciéndose un tanto, me hizo esta declaración: - ---Si esos sueños se realizaran, sería una suerte para mí. No por la -política. No. Pero mi novia tiene unas ideas... ¡Á veces la creo -demasiado ambiciosa! - ---¿Tu novia? ¿Es tu novia, por fin? - ---No; pero lo será. Todo pinta muy bien. - ---De modo que todavía se puede tantear... sin hacerte mal tercio--dije, -en broma. - -Aquella noche, puesto en vena por mi inesperada proposición, y quizás, -también, por un vinillo muy capitoso que acababa de importar el gerente -del Club, habló con más locuacidad que nunca, y se permitió hacer un -examen de mi modesta individualidad. Antes de renovar en lo posible -sus palabras, trataré de decir lo que él me parecía y la impresión que -me produce todavía ahora. Algo taciturno é inclinado á la melancolía, -buscaba seguramente en mí un contraste que lo animara; se divertía -mucho con cualquiera de mis ocurrencias, hasta las más tontas, á causa, -sin duda, de ese mismo contraste, sin dejar, por eso, de discutir -lo que él llamaba mis «doctrinas» ó mis «paradojas». Desde antes de -salir de Los Sunchos, escribía versos--malos á decir verdad,--pero no -renunció á ellos, antes de doctorarse, por su indigencia presuntuosa, -sino--aseguraba él,--porque «el verso le obligaba á abandonar una parte -de su pensamiento, y á veces á escribir algo que no había pensado». -Esto me hacía recordar la famosa frase del negro bozal: «¡Corazón -ladino, lengua no ayuda!» Pero agregaba con sentido común, que, «para -escribir versos medianos, más vale escribir cartas á la familia». -Cuando yo le motejaba de teorizador, él sostenía que «estudiaba en -los hombres y en las cosas, prefiriéndolos á los libros, pero que -éstos no deben dejarse de lado, porque son la síntesis de los estudios -anteriores, y, sobre todo, el más grato de los entretenimientos.» -Alguna vez se me ocurrió que me había tomado como «anima vile» para -disecarme en sus estudios psicológicos, pero aunque esto fuera, en -realidad, se lo perdonaría con gusto, porque siempre se mostró muy -mi amigo. En fin, recuerdo que aquella noche me espetó este singular -discurso: - ---Todos los caminos están abiertos para ti. Eres miembro--cómplice, -dirían otros, los de la oposición ciega, que no ve la marcha paulatina -de las cosas,--eres miembro de una oligarquía que prepara la gran -república democrática de mañana, así como Napoleón III preparó sin -comprenderlo, la todavía lejana verdadera República Francesa. Eres -audaz, valiente, flexible, despreocupado, amoral: Con esto se puede -llegar muy lejos, y lo que es más curioso, lo que es casi inverosímil, -hacer mucho bien al país, con el más perfecto egoísmo... Quizá yo -debiera ser tu enemigo. Pero, como eres un ejemplar característico -de la raza en formación, de la raza de los tiempos que vienen, soy -más bien tu amigo, tu admirador, y puedes contar con mi ayuda, como -puede contar con ella el partido á que pertenecemos, por muchos -errores que cometa, porque es un partido histórico, un partido de -transición marcada, y realiza por buenas ó por malas el papel que le -corresponde... Como los demás partidos, por otra parte, pero no en el -mismo escenario... Los otros quieren quedarse demasiado atrás ó ir -demasiado adelante, mientras que el nuestro evoluciona insensiblemente, -harto insensiblemente en ocasiones, para conservarse en el poder. Ya -ves que soy tolerante... Esta tolerancia que puede parecer exagerada, -es una tendencia más fuerte que yo, más fuerte que mi voluntad, porque -mi instinto me obliga á comprender, y comprender es más que perdonar, -es tolerar, es hasta colaborar, según vengan los tantos... Lo mismo -que del partido digo de ti... Si no hubiera muchos hombres como tú, -nuestro país sería otra cosa--quién sabe cuál,--pero dejaría de ser -lo que es y no llegaría á ser lo que será. ¡Perogrullada, dirás! -¡Pero perogrullada que pocos se dan el trabajo de comprender! Con -la gente estática no se va á ninguna parte, con la muy dinámica se -puede llegar á incurables desórdenes, á la anarquía que engendra la -tiranía compensadora. La útil es la acomodaticia que sabe andar y -detenerse, la oportunista, en fin, como tú. Tú, yo, nosotros, somos -tan necesarios como lo son los demás, los que siguen á los jefes de -la oposición, al que lo ha sido todo en nuestro país y al que no ha -sido nada--somos los reguladores,--y verás cómo, gracias á nosotros y -á ellos,--poco á poco van convergiendo los caminos y los esfuerzos, -aun en los momentos en que más alejados y más antagónicos parezcan. Y -es que el hombre quiere someter la Naturaleza á una armonía que nadie, -sino la caprichosa Naturaleza nos ha enseñado, que nadie, sino ella, -puede crear... Verás cómo, entre todos, á la larga, se establece un -equilibrio, sin imponerse como único y definitivo, porque es variable, -y cambia á cada hora, en un segundo para la historia, en muchos años -para nuestra nacionalidad, si tenemos en cuenta que no alcanza al siglo -todavía... Dicen que las virtudes de nuestros antepasados, sus luchas -para conquistar una patria, se han convertido en vicios en nosotros, -en lucha por conquistar un bienestar epicúreo, y que esto nos lleva al -desastre. ¡Mentira! Cada época tiene sus exigencias y sus héroes. Y si -los locos como tú no aspiraran á una vida de lujo y de molicie, éste -sería un pueblo de santos patriarcas, es decir, un pueblo estancado en -plena vida pastoril. Lo inerte es lo único que no cambia, lo único -sometido á la estabilidad que parece imponerse á los pueblos que -sueñan en ser dichosos, los pueblos que, según el dicho famoso «no -tienen historia». Y un pueblo inerte es un pueblo muerto. ¿Quieres que -brindemos, Mauricio, á tu soberbia, á tu insolente vitalidad? - - - III - -Aquellas antiguas aficiones despertadas en _La Época_ de Los Sunchos, -y cultivadas después, mientras hacía mis primeras armas en la ciudad, -revivieron vigorosamente desde el punto en que, cumpliendo una promesa -hecha en hora de debilidad, conseguí que se encomendase al galleguito -la dirección y redacción de _Los Tiempos_, el diario oficial, siempre -necesitado de quien lo llenara de mala tinta á precio vil. De la Espada -conservaba aún, para mí, cierto vago, cierto humorístico prestigio, -y más que todo por hablarle y renovar con él, en cierta manera, las -antiguas «diabluras» sunchalenses, frecuentaba la imprenta, y recomencé -á escribir en el periódico, hazaña que no consignaría aquí, pues más -lejos debo reincidir en ello, si no estuviera tan íntimamente ligada -con lo que vengo contando. Y, á propósito, antes terminaré con lo -atinente á la diputación de Vázquez. - -Poco después de dejarlo, fuí á ver al gobernador Benavides, y le -propuse de buenas á primeras lo que él estaba deseando imponerme. - ---Mi banca en la Legislatura puede darse por vacante; ¿no sería bueno -elegir á Vázquez en mi lugar? - ---¡Hombre! ¡mire usted qué casualidad! En eso mismo he pensado estos -días; sería una magnífica combinación, en la que usted, al fin y al -cabo no perdería nada, mientras que nosotros ganaríamos, quitándonos -de encima un posible enemigo. Vázquez, con sus lirismos, puede ser -peligroso, si no nos lo conquistamos. - -Y con esto quedó resuelta su elección, pues la forma republicana de -gobierno no es tan complicada como algunos aparentan creerlo todavía. - -Volviendo á mis artículos de _Los Tiempos_, agregaré á lo ya dicho -que mi colaboración era bastante asidua, pues siempre me ha divertido -mucho hacer rabiar á la gente. Además, algunos correligionarios habían -descubierto en mí un espíritu satírico de primer orden, y hablaban de -mi estilo como del más gallardo y desenvuelto que conocieran. Era, para -ellos, según me decían, otro Sarmiento, con la particularidad en mi -favor de que yo defendía la buena causa, sin sembrar el desorden bajo -pretexto alguno, mientras que al autor de «Civilización y barbarie» -solía írsele la mano, arrastrado por su espíritu analítico, capaz de no -dejar títere con cabeza, en un instante de acaloramiento. - -En lo que entonces escribí puse á los hombres de la oposición como -chupa de dómine, no sólo ridiculizándolos, sino sacándoles, también, -con más ó menos disimulo y contemplaciones, todos los trapitos al sol. -Mis informes del mundo eran tan completos, que no se me escapaban ni -las andanzas políticas ni los traspiés privados de la gente. Así, el -hecho graciosísimo de un joven que había tenido que pasarse una noche -encaramado en un árbol, para no ser apaleado por un padre feroz, me -tentó un día, y lo escribí con alusiones desgraciadamente tan claras, -que uno de los interesados en el asunto, don Sofanor Vinuesca, opositor -de primera fila y hombre de malas pulgas, se puso en campaña para -saber quién era el indiscreto escritor, y pedirle cuenta y razón del -suelto que había hecho reir á toda la ciudad á su costa y á la de otros -miembros de su familia. Supo que era yo y me mandó los padrinos, á -pedirme una retractación en regla, ó una satisfacción por las armas. - -Conflicto. Yo, jefe de policía, no debía batirme, porque el duelo -estaba severamente prohibido en aquel centro católico, donde no era -sólo una infracción á las leyes, sino también un abominable «pecado -mortal». Pero si me negaba, mi actitud menoscabaría la reputación de -valiente que tanto bien me había hecho hasta entonces, y á la que -no quería renunciar por nada. Encargué, pues, á mis padrinos, Pedro -Vázquez y Ulises Cabral, ex redactor de _Los Tiempos_, que concertaran -el encuentro fuera de la provincia--de retractación no quise ni oir -hablar,--y me fuí á ver al Gobernador para exponerle el caso y tratar -de conciliar todo lo que más me importaba: si no quería renunciar á -mi fama de valiente, tampoco quería renunciar á mi puesto de jefe de -policía. - ---Yo creo que debe evitarse á todo trance ese duelo--me dijo Benavides: - ---¡Imposible! He ido demasiado lejos, y para evitarlo tendría que hacer -un papelón. - ---Entonces, no veo otro camino que la renuncia. - ---¡Gobernador!--exclamé;--usted me necesita, usted me necesita más que -á nadie, dado su carácter bondadoso, porque no tiene otro hombre en -quien confiar de veras, aunque tantos parezcan sus amigos. Yo deseo -seguir sirviéndole como hasta ahora. - ---Yo también lo deseo; pero no encuentro la manera. - -Recapacité un momento, y luego dije: - ---Hagamos una cosa, ¿quiere?... Yo le presento ahora mismo mi renuncia, -y usted la hace publicar, sin resolver sobre ella, antes de que se -realice el duelo... Después, si la opinión digna de tenerse en cuenta -no se satisface con la simple noticia, y quiere que se acepte la -renuncia, siempre hay tiempo de hacerla efectiva. Si el asunto no se -toma demasiado á mal, vuelvo á mi puesto y se acabó. ¿No le parece? - -Hizo algunas objeciones, pero aceptó, por fin, el arreglo. No -arriesgaba nada, y así quizá le fuera posible seguir utilizando mis -servicios. - -El duelo se realizó fuera del territorio de la provincia -(aparentemente; en realidad, nos batimos en una chacra cercana), y sus -resultados fueron lo más halagüeños que pudieran darse. Contra lo que -yo esperaba, y muy afortunadamente, resulté herido en una pierna. - -Allí mismo me reconcilié caballerosamente con mi adversario, retirando -cuanto hubiera podido lastimarlo en su persona, pero «en modo alguno -mis convicciones de ciudadano». - -Era yo, pues, un mártir de nuestro credo partidista, porque desde -el primer momento habíamos cuidado de dar á la cuestión un alcance -altamente político, y mi reconciliación lo demostraba, en realidad. -Además, el pueblo, entusiasta, como todos los criollos, por los actos -de valor, aumentó mi prestigio, y los mismos opositores me respetaron -por el culto al coraje que existe en nuestra tierra. Sólo había, pues, -que temer á los clericales, pero justamente en aquel tiempo estaban -de capa caída, por las malas relaciones del país con el Vaticano, y, -además, cuidé de llamar al padre Pedro Arosa, el franciscano amigo de -los Zapata, para confesarme con él y reconciliarme con la iglesia. - ---Aunque no estoy en peligro de muerte, lo he hecho venir, padrecito, -porque he cometido un pecado muy grande. - -Aquella confesión me valió elogios de la prensa clerical, porque Fray -Pedro tenía grande influencia en su partido... - -Nadie criticó, pues, que el gobernador no aceptara mi renuncia y me -dejara en el puesto que tan brillantemente desempeñaba--como decía de -la Espada cada vez que mi nombre le caía bajo las puntas de la pluma. - -Mi herida era ligera, y no tardé en estar bueno, acontecimiento que -se festejó muchísimo en la ciudad. Hasta una tertulia del Club del -Progreso vino á resultar en mi honor. Tratando de igualarse á Buenos -Aires, orgullosa entonces del suyo, no había en el país ciudad, pueblo -ni aldea que no tuviese ó pensase tener su Club del Progreso, siquiera -en el nombre, y todos estos clubs eran, casi sin excepción, patrimonio -del partido del Gobierno, con abstención generalmente voluntaria, á -veces forzosa, de los opositores. - -En la tertulia, que era una de tantas, pero de la que fuí héroe único, -gracias á mi renuevo de gloria, bailé varias veces con María Blanco, -la novia de Vázquez. Éste que, á fuer de padrino primerizo estaba -encantado con el duelo, como con la realización de algo novelesco -que sólo puede verse en los libros ó en el teatro, había contado -ponderativamente á la joven mi valerosa y tranquila actitud antes -del combate, en el encuentro mismo, cuando caí herido y cuando pedí -noblemente excusas á mi adversario. María estaba encantada de bailar y -de conversar conmigo, y no trató de ocultármelo. - -Yo la conocía mucho de vista aunque nunca hubiera hablado con ella. -Salíamos, con Vázquez, ó con otros camaradas, muchas tardes en -victoria descubierta, á correr las calles empedradas, exhibiéndonos -á la admiración de las muchachas, que se exhibían á su vez en -ventanas, balcones y puertas, haciendo una especie de feria de -noviazgos, usual en muchas ciudades de provincia, y famosa en la época -romántico-gauchesca de Buenos Aires, cuando los mozos «bien» que se -iban á la «estancia», paseaban á caballo días enteros, para ver y -hacerse ver. Las negociaciones preliminares entre novios y novias -han sido siempre ridículas para quien las mira de afuera, ¡pero cuán -interesantes para actores y actrices, ya queden en la forma salvaje -de la cacería de la mujer, ya lleguen al refinamiento del baile, la -tertulia ó la visita, en la alta sociedad civilizada! Amor, eterno -amor, genio de la colmena, como diría Maeterlinck, ¡instinto invencible -que embriaga al adolescente, impulsa al joven y suele enloquecer al -viejo! - -En estas andanzas conocí de vista á María Blanco, que desde un -principio me pareció una muchacha muy interesante y muy honesta, aunque -siguiera la costumbre de la exhibición, que nadie tomaba á mal, por -otra parte, incorporada como estaba á nuestra vida. Era una joven alta, -rubia, muy blanca, de ademán severo, y sus ojos azules tenían pestañas -y cejas negras, lo que les daba un brillo particular de agua clara y -profunda y los hacía, á veces, parecer negros también. Su conversación, -según observé en la tertulia, era agradable, al propio tiempo mesurada -y entusiasta, y daba la impresión de un alma ardiente regida por un -carácter firme y resuelto. Por lo menos, estas fueron mis sensaciones -de aquella noche, y muchas de ellas han tenido que reproducirse más -tarde, con igual ó mayor intensidad. - ---¿Si será ésta la mujer que me está destinada?--llegué á preguntarme -entonces, casi instintivamente. - -Me deslumbraba el prestigio de su belleza, de su ingenio, de su -amabilidad--su bondad, sin duda,--y de su nombre, uno de los más -preclaros de la provincia, donde su familia desempeñaba gran papel, -pese á cierta escasez de fortuna; y me deslumbraba hasta el punto de -hacerme dejar de lado, por un momento, mis tendencias, resueltamente -antimatrimoniales. ¡Sí! con una mujer así, bien podía casarme, -porque, aun sin el dinero, su aporte á la sociedad conyugal sería -importantísimo. Una alianza con los Blanco podría resultarme altamente -provechosa, porque tenían positiva influencia en la provincia y eran -de lo que puede llamarse la más elevada aristocracia. Nuestros dos -apellidos, vinculándonos á lo más granado de la República entera--ella -con el contingente del interior, yo con el de Buenos Aires,--crearían -todo un nuevo título á la consideración social y política. Me detuve -un poco en estas ideas, viendo que Vázquez perdía terreno aquella -noche, más que todo por su culpa, pues, ¿quién le mandó entonar mis -alabanzas ante una niña de espíritu algo romántico, prendada de lo -caballeresco?... Y como el padre de María, don Evaristo, me ofreciera -su casa, agradecí calurosamente, prometiendo cultivar tan honrosa -relación. La veleidad matrimonial había pasado, sin embargo, como un -relámpago; puede que su semilla quedara en algún rincón de mi cerebro. -Ya veríamos más tarde... Pero desde entonces visité á los Blanco con -asiduidad, en ocasiones hasta dos veces por semana. - -Entretanto, Vázquez, lleno de gratitud hacia mí, su padrino, su Gran -Elector, llegó á ser diputado por Los Sunchos. - -La elección pasó sin tropiezo, porque yo mismo fuí á arreglar las -cosas, con autorización del gobernador Benavides, dejando así bien -demarcada mi acción en este asunto, que Vázquez creyó siempre debido -á mi iniciativa. Pero en la Legislatura no lo aguardaba el papel que -él se había soñado gracias á mis sugestiones. Lejos de ser el «leader» -de la Cámara, nadie le hacía caso ó poco menos. No estaba la provincia -para principismos, doctrinarismos ni teorías sacadas de los librotes. -Allí se debía gobernar y legislar «á lo que te criaste», sin meterse -en novedades ni en honduras. Sus proyectos pasaban, pues, á comisión, -para dormir el sueño de los justos, pese á sus reclamaciones, y en -cuanto pronunciaba un discurso algo avanzado, poco faltaba para que -lo acusaran de traidor al partido, y por consiguiente, á la patria, -y para que le hicieran una zancadilla que lo echara á rodar fuera de -la Legislatura. Hasta le enrostraron su elección, hecha entre gallos -y media noche, ellos que también eran representantes del pueblo por -arte de encantamento, diciéndole, no sin razón, que aquello no estaba -muy de acuerdo con su principismo. Pero intervine yo, y á ruego mío, -el gobernador, considerando ambos que es más prudente dejar tranquilo -al león que duerme, y que Vázquez, en defensa propia, podía causarnos -mucho daño, aunque cayera al fin. No hice esto, debo decirlo, por -generosidad de alma, sino porque realmente lo creía de buena política. -Aunque me convenía que conservara un puesto que yo podía considerar -feudo mío, y reclamarle en un momento dado--sin temor de que se negase -á restituírmelo,--no me preocupaba mucho, sin embargo, de sostener -á Vázquez; por el contrario, desde que conocí á María Blanco, sentí -contra él y como por instinto, una especie de inquina, que me obligaba -á hablar desdeñosamente de sus méritos, de su inteligencia y de su -utilidad, diciendo, por ejemplo, que era buen muchacho, pero un loco, -un soñador, un hombre que nunca haría nada práctico ni serio, y que, -cuando mucho, si su manía se agravaba, se convertiría en agitador -lírico, en revolucionario de «ñanga-pichanga». - -Cuando llegaban á sus oídos estas mis apreciaciones, ó no las creía ó -no le importaban. Se encogía de hombros y no hacía comentario alguno. -Lo que le importaba era cierta visible distinción, casi predilección, -que María Blanco me demostraba cuando la visitábamos juntos, pero era -demasiado orgulloso para dejar ver á las claras su despecho. Cuando -nos encontrábamos solos, por casualidad, pues yo no lo buscaba nunca y -él no parecía muy interesado en frecuentarme y reanudar los antiguos -paseos y comidas selectas, conversábamos un rato, pero jamás hizo -alusión á María, como si aquella competencia iniciada entre ambos, no -existiese en realidad. Pero se le veía más reconcentrado y melancólico -que antes, y pasó por una crisis de inercia en la Legislatura, á cuyas -sesiones asistía apenas, y siempre en silencio, como medio dormido. Su -despecho sólo se manifestó una vez, y eso indirectamente. - ---Contigo--me dijo,--soy como el perro danés que se crió con un -cachorro de tigre. Eran amigos, hermanos, pero un día de hambre ó de -fiebre, el tigre devoró al danés. Tú me devorarás, también, si llega el -caso... Y puede que llegue... - -Bien sabe Dios que esta profecía pesimista no se ha realizado nunca. -Dar una dentellada ó un zarpazo, para abrirse camino, será ofender, si -se quiere, pero no devorar. - - - IV - -Entretanto, el tiempo parecía haber comenzado á deslizarse más deprisa, -ó bien, ahora, al poner relativamente en orden mis recuerdos, confundo -algunas fechas ó salto por encima de algunos acontecimientos que se -han desvanecido en mi memoria. Esto no tiene importancia alguna y no -deja al presente relato menos verídico que otros escritos, pretendidos -históricos, donde se hace mangas y capirotes con la verdad. - -El caso es que el período presidencial iniciado cuando mi estreno -de jefe de policía tocaba á su fin, y que mi amigo el Presidente -se preparaba á bajar del poder, en cuyo ejercicio había logrado -pacificar relativamente el país, fomentar la instrucción pública, -emprender algunas obras de importancia y sobre todo dejar que las -enormes fuerzas naturales de la nación comenzaran á desarrollarse por -su propio impulso, abriendo un período de bienestar que nos daba las -mayores esperanzas. Como en un principio tuvo que luchar en Buenos -Aires con una población hostil, como algunos actos de rigor de la -policía agitaron los ánimos, hasta entre el bello sexo, como, al fin, -la necesidad de la paz se impuso á todos, en provincia se decía con -entusiasmo que «había domado la soberbia porteña», y se le consideraba -como el jefe único, no sólo de su partido sino de la República entera. -Nadie discutía sus órdenes, ni siquiera sus insinuaciones, y hubiérase -jurado que el país quedaba en sus manos para siempre, aunque tuviera -que ceder su puesto ó otro presidente, no siendo él reelegible según -la Constitución. ¿Quién podría contrarrestar su fuerza? ¡Seguiría -gobernando desde su casa, tranquilamente, con cualquier personero, -para bien del país, que tanto había adelantado y tanto tenía que -agradecerle! Y, efectivamente, gracias á él, á sus consejos de -disciplina y de relativa tolerancia, en nuestra provincia, por ejemplo, -vivíamos en una paz octaviana, que nos permitía dejar un poco de lado -la política para ocuparnos de nuestros negocios y diversiones, sin que -por eso faltaran los chismes y las intrigas que daban sabor á nuestras -tertulias. - -Yo salía á menudo á cazar en los alrededores, acompañado por varios -amigos de buen humor, con quienes teníamos grandes almuerzos -campestres, famosos entre todos, tanto que nos llovían las directas -ó indirectas solicitudes de invitación. Las largas partidas en el -Club del Progreso, ocupaban mis noches, con alternativas de pérdida y -ganancia que no comprometían ya mi presupuesto. Por las tardes salía de -paseo ó de visita--sobre todo á casa de Blanco,--y así dejaba correr -los días perezosos, esperando el maná que, sin duda alguna, caería del -cielo, más tarde ó más temprano, en exclusivo beneficio mío. Nada, ni -aun la ambición, turbaba en aquel entonces mi tranquilidad; la vida -amodorrada de provincia me iba enervando, conquistándome hasta el punto -de que ya casi no comprendía otra, y nuestras mismas reuniones en el -despacho de la policía, que en épocas de agitación llegaban á febriles -y bulliciosas, eran entonces monótonas y aburridas hasta el bostezo, -como si la invitación á la siesta entrara por puertas y ventanas, con -el aire y la luz, con el mate inacabable que nos servía un asistente. - -El gobierno de Benavides no era ni sal ni agua, ni chicha ni limonada. -Él y sus ministros se limitaban, como quien está cayéndose de sueño, -á pasarse unos á otros, á largos intervalos, desganadamente, los -expedientes de asuntos en trámite que, con ese paso, nunca lograrían -una solución. Me recordaban á aquellos personajes de Swift, que llevan -siempre detrás á un criado con una vejiga para que los despierte de -cuando en cuando. ¡Bah! lo mejor era dejarlos dormir, pues así no -hacían daño á nadie, y ajustando mi acción á este pensamiento hice -cuanto estuvo de mi parte para no arrancarlos de su siesta, y creo que -hasta entraba en la casa de Gobierno en puntas de pies cuando allí me -llevaba alguna urgencia. - -Entretanto, sigilosamente, de puntillas también, la oposición comenzó -á moverse, pensando que podría aprovecharse del letargo aquel para -dar un buen golpe en las próximas elecciones. Hablé al respecto con -los jefes del partido, que no encontraron actitud mejor que consultar -al Presidente. «Rodeen á Camino», contestó éste, sin más, y la frase, -conocida por una indiscreción, se hizo famosa. - -Camino estaba en Buenos Aires, pero no dejamos de comprender que era -necesario darle la jefatura del partido y preparar su reelección. ¿Por -qué? No era en realidad porque la oposición fuera de temer en las -elecciones provinciales, y menos aún en las nacionales. La razón se me -presentaba más honda y trascendental: aquello era una hábil previsión -para el futuro, para cuando otro ocupara la presidencia. Entonces, el -ex presidente necesitaría apoyo en las provincias, y Camino era para -él un hombre de confianza. Si en los demás estados se hacía lo propio, -el nuevo gobernante se vería con el poder muy disminuído, y sería -necesariamente, el personero de su antecesor. - ---¡No está mal! ¡no está mal!--me dije.--Pero hay que preparar la -combinación. Después veremos. - -Nadie objetó palabra, sino Vázquez, cuyo don de errar es indiscutible. -Se opuso resueltamente á que proclamáramos la jefatura de Camino y -su candidatura para la próxima elección, diciendo que era un hombre -desconceptuado, un espíritu estrecho, y que los que votaran por él -serían, en el concepto de las familias honestas, unos pervertidos que -aprobaban, ó por lo menos, toleraban sus torpezas. No todo lo hacía -la política, también era necesario tener en cuenta á la sociedad. -Traté de disuadirlo, por fórmula, demostrándole la necesidad de que -el Presidente saliente tuviera gobernadores fieles que custodiaran -su autoridad, una vez fuera del poder, y recordándole que debía su -diputación al gobierno. - ---Ni una ni otra cosa me obligan á nada--replicó.--El Presidente hace -mal en preparar un estado dentro del estado, una especie de presidencia -doble, en la que un poder anulará al otro. En cuanto á que el gobierno -me hiciera elegir, no es verdad: lo hiciste tú. - ---Con su aprobación, y él era el que podía... - ---Aunque haya sido así. Puede que fuera mi deber sostenerlo, y eso -mismo lo dudo; pero nadie me dirá que tengo el compromiso de hacer -reelegir á Camino. ¡Eso sería monstruoso! En esa forma, el país no -cambiaría jamás de gobernantes, como la Municipalidad de Los Sunchos. - ---Te enajenarás la voluntad del futuro presidente, sea quien sea. - ---Poco me importa. No he de vivir de la política. Sólo en estos países -la política resulta una profesión, cuando es una función general, casi -diría obligatoria, de todos los ciudadanos... - ---¿Sólo en éstos? ¡No embromés! - -La voz de Vázquez fué, como es natural, la «clamantis in deserto». -Nadie le hizo caso, y Camino tuvo sus dos proclamaciones en medio -de un entusiasmo popular que preparamos por todos los medios á -nuestro alcance. Pero el candidato á la reelección no tardó en saber -que Vázquez le había hecho fuego, cosa que no le perdonaría nunca. -No. No fuí yo quien se lo dijo, no fuí yo el indiscreto ni el mal -intencionado. Vázquez no me molestaba mucho en la Legislatura, y aunque -hubiera querido malquistarlo, no hubiera ido con el chisme, sabiendo -que otros lo harían, por adulonería, por espíritu de intriga ó por -maldad. - -Casi al propio tiempo se proclamó en una provincia lejana y con el -apoyo gubernativo la candidatura presidencial, que desde allí fué -comunicándose á todas partes, siempre en las mismas condiciones, «como -un reguero de pólvora», según decían con admiración los diarios amigos, -que ensalzaban los méritos incomparables del candidato, «representante -de la juventud, y, por lo tanto, del progreso, ciudadano de iniciativa, -como lo había demostrado en el gobierno de su provincia, espíritu -liberal, enemigo de toda hipocresía y de toda bajeza, hombre tolerante, -que sería el vínculo de unión entre los estados, las sociedades, las -religiones, los partidos del país», y á quien acompañarían mañana, como -le acompañaban hoy, «las fuerzas más sanas y eficaces del mismo, los -jóvenes de corazón entero y altas aspiraciones patrióticas». - ---¡Paso á los jóvenes!--comenzamos á gritar, como gritara de la Espada -en otro tiempo, en Los Sunchos. - -Buenos Aires--la provincia,--celosa de su hegemonía política, aunque -ésta no fuese ya más que un hecho casi legendario, quiso oponernos -otras candidaturas, arrastrar la opinión del país, enarbolando como -bandera el nombre de preclaros patricios, y aun el de un político -eminente que podía considerar conquistado el interior, porque, en la -lucha decisiva, tomó, siendo porteño, partido á favor suyo y contra su -provincia, como muchos otros que no dejaban de tener razón según ha -podido verse después. - -Pero si todos los jefes de policía, si todas las autoridades obraban -como yo, no había miedo de que nos arrebataran el poder, ni con -sutilezas, ni con esfuerzos. De ello quedé convencido cuando Camino -resultó electo gobernador, y Casiano Correa, antiguo amigo de tatita, -vice,--con casi todas las actas protestadas, es cierto,--casi sin -oposición, ó, como decíamos entonces, con «elecciones canónicas». ¿Qué -cómo se alcanzaba este resultado? Pues muy sencillamente. Preparándolo -todo con tiempo, el padrón y el registro cívico, sorteando las mesas -de modo que los escrutadores fueran nuestros, y contando con los -jueces provinciales ó federales para el posible caso de un juicio. -En aquella época no hubo sino un juez que se atreviera á desafiar al -poder, pero su derrota fué completa, por el momento, aunque hoy todos -lo consideremos como ejemplarísimo y muchos hayamos contribuído á -perpetuar en el mármol su memoria. - -¿Diré, después de esto, que nuestro candidato á la presidencia resultó -triunfante? - -No, ni he de contar, tampoco, el éxodo de sus conprovincianos que -invadieron la capital de la República, convencidos de haber triunfado -con él. Á mí mismo me dieron ganas de irme, y lo hubiera hecho, á -ser de su provincia y de sus allegados. «No hay cosa mejor que tener -buenas relaciones»--decía tatita. Pero era preciso esperar; estaba muy -lejos de él, y no hay que forzar la suerte, ni aun en el juego, sino -cuando llega la ocasión. Y á mí tenía que llegarme, como me llegaban -las épocas de trabajo--las electorales,--y las de descanso--la modorra -provinciana en las épocas de normalidad. - -Por el momento, bueno era volver tranquilamente á la siesta. ¿No -habíamos pasado por un largo período de agitación tal, que ya ni -visitaba la casa de Blanco, ni me daba apenas tiempo para ver á mis -viejas amigas, y hasta tenía que interrumpir de vez en cuando mis -partidas en el Club del Progreso, postergar mis cacerías con almuerzo, -y suspender cien otras empresas agradables?... Sí. Volvamos á la vida -epicúrea, que es la mejor, mientras no llegue el momento oportuno de -lanzarse al asalto de la gran capital, de la verdadera, de la única. - -Camino me preguntó un día, como si se le ocurriese de repente: - ---¿Cuándo «acaba» Vázquez? - ---Creo que dentro de cuatro meses. - ---Hay que ir pensando en eso. - ---¿En qué? - ---En la elección. Hay que ver á quien se elige. - ---¡Al mismo Vázquez, pues! - -Me miró primero con enojo, después con serenidad, en seguida con sorna, -y dijo: - ---No... No lo quieren en Los Sunchos. - - - V - -Sólo la ingenuidad de Vázquez es comparable á la tontería de Camino; -desdeñando un efecto teatral, diré que Vázquez no siguió mucho tiempo -en su banca de diputado, ni Camino en su silla de gobernador, Vázquez -porque Camino no quería, y Camino por... lo que se sabrá en seguida. - -El ex presidente había tomado sus medidas como hombre de vistas -claras y largas, buen conocedor del corazón humano, para mantener -todo el tiempo posible la mayor suma posible de influencia, pero no -con la candorosa ilusión que le atribuíamos de seguir gobernando -entre telones y haciendo del nuevo Presidente un simple personero. -Si así no fué, si tal no pensaba, desde los primeros tanteos pudo -advertir que el instrumento no le obedecía, y que, como se debe «cantar -bien ó no cantar», por el instante lo más práctico era llamarse á -silencio--como lo hizo. Pero algunos «pazguatos», más papistas que el -papa, deslumbrados con el poder que recibieran de él, creyeron que -éste era un atributo propio, que sólo podía reclamarles y retirarles -quien se lo había concedido, y comenzaron á «corcovearle» al nuevo -Presidente, y á no hacer sus gustos con la requerida sumisión, como si -no dependieran directa ni indirectamente de él, y como si no pudiera -«ponerlos patas arriba á las primeras de cambio». Uno de estos tontos -fué mi gobernador, el del célebre «¡Rodeen á Camino!» - -Fué torpeza la suya. Nuestra provincia había ido pacificándose poco -á poco, y la oposición, bajo una mano de hierro, confesaba, al fin, -su impotencia, retirándose de toda lucha, y contentándose con la -lírica actitud de criticar acerbamente al «oficialismo», á todos los -«oficialismos», en la intimidad de sus reuniones privadas, y en la no -menos íntima escasez de circulación de sus diarios. También es cierto -que el Guardia de Cárceles, batallón de línea, creado años atrás--no sé -si por mi inspiración,--y el cuerpo de vigilantes y bomberos--éstos -sí, organizados y disciplinados por mí,--los criollos nacemos -militares,--constituían una fuerza decisiva y aseguraban la estabilidad -del Poder, invulnerable, pues un golpe de mano quizá lograría suprimir -ó substituir personas, nunca variar el régimen. ¡Y esta arma era mía, -casi exclusivamente mía! - -Cuando me di cuenta de ello pasó por mi imaginación... Pero, ¿á qué -contar ensueños que mi juicio mismo desvanecía entonces, apenas -formulados? Vamos á los hechos, que es lo importante. - -Molestó al Presidente el Gobernador de una provincia vecina, más -recalcitrante que Camino, y no faltaron voceros que llegaran hasta mí, -insinuándome cuánto agradaría mi ayuda para un cambio de situación. -Como podía pulsar el valimiento de los que esto me decían y la -auténtica procedencia de sus invitaciones, no vacilé un punto, y -organicé una partida de guardias de cárceles y vigilantes vestidos -de particular. Por desgracia, yo no podía mandarlos en persona, sin -comprometer gravemente la «autonomía de las provincias»; pero uno de -mis amigos, diputado y ex redactor de _Los Tiempos_, Ulises Cabral, mi -padrino en el duelo, se comprometió á representarme y obrar como si -fuera yo mismo. El cambio deseado se hizo con poco derramamiento de -sangre y mucha intervención nacional, y supe que el Presidente me tenía -muy en cuenta, agradeciendo mi colaboración sin mentarla. - -Por el mismo conducto, bien confidencial, se me hizo saber poco -después que el gobernador Camino, mi propio gobernador, no era ya -«persona grata», y que en las altas esferas se le vería con placer -substituído por el vicegobernador Correa, hombre en quien se tenía la -mayor confianza, como entusiasta, patriota, fiel, capaz, y, sobre -todo, menos desconceptuado en sociedad. Debo confesar que Correa valía -probablemente menos que Camino, como hombre de pensamiento y de acción. -Pero no me convenía hacer oídos de mercader, y comprendí desde el -primer momento lo que de mí se esperaba: que pusiera fuego á la mecha, -que buscara el pretexto para poner al Gobernador de patitas en la -calle, alterando el orden lo menos posible, pero sin una revolución, si -tenía dedos para tanto. Una «agitación» era, por lo menos, inevitable, -porque Camino no abandonaría el puesto así como así. - -Pero él mismo había de darme pie para romper las hostilidades, porque -bien dijo el latino que Júpiter ciega á los que quiere perder. He aquí -cómo ocurrió aquello: la inacción de los opositores y alguno que otro -desliz demasiado exagerado de lo que la mala prensa llamaba «guardia -pretoriana», hizo que el Gobernador creyera llegado el momento de -«entrar en la normalidad» y me exigiera el castigo de un comisario -cuyo delito consistía en haber hecho dar de planazos á una persona -conocida que le había criticado cierta travesura, creo que la fuga de -un cuatrero sorprendido infraganti. - ---Si empezamos así, Gobernador, pronto no tendremos policía--le dije -con gravedad. - ---Pero vea, amigo, cómo me ponen los diarios de Buenos Aires. Esto es -inicuo. Hasta los mismos amigos me «caen». - ---No les haga caso. Hay que acostumbrarse á esas cosas cuando se es -gobernador. ¡Mire! si no fuera eso, ya le encontrarían otro pretexto, y -sería lo mismo. - ---Sí. Pero yo no quiero que se apalee á la gente... sin necesidad. - ---¡Bah! no se aflija, y dejemos en su puesto á ese comisario, ¡que es -un tigre! Nos haría falta en un momento dado. - ---Por lo menos, cámbielo. Mándelo á la campaña hasta que se acabe esta -gritería. - -Me encogí de hombros. - ---Así no se hace patria. Déjelos que aguanten... Hoy empezaríamos por -dejar que la oposición echara á la calle á un comisario, y mañana no -podríamos evitar que echaran á un Gobernador. ¡No hay que ser tan flojo! - -No replicó, no insistió en el castigo del presunto culpable; pero no me -perdonó, tampoco, más que mi desobediencia mi franqueza. ¡Así suelen -ser, en cuanto uno se descuida y por muy útil que les sea! Lo peor -para él, en este caso, es que hacía mi juego, iniciando la anarquía en -el poder, pretexto magnífico para hacerle la deseada zancadilla. Tan -ciego estaba, que cayó en la trampa como un inocente. Ciertos indicios, -algunas visitas, frases sueltas, un principio de despego de los más -allegados á su persona, me hicieron comprender que el gobernador Camino -me buscaba reemplazante. - ---¿Esas tenemos? ¡Pues ya verás quien es Callejas!--me dije. - -Me acerqué desde entonces, sin disimularlo, más bien con ostentación, -al vicegobernador, don Casiano Correa, viejo marrullero, abogado, -glotón, jugador y avaro, cuyo cuerpo pequeñito, endeble é -insignificante, ocultaba el espíritu más vicioso y ambicioso que -imaginarse pueda. Aunque no estuviera tan al corriente como yo de lo -que se tramaba, lisonjeé su ambición, insinuándole que las debilidades -de Camino comenzaban también, á mi juicio, á comprometer su Gobierno, -y que no sería difícil que el mismo Presidente de la República -interviniera para hacerle dejar el mando, en que hacía tan desairado -papel. - ---Provoca una escisión del partido en la provincia, lo debilita, y lo -enerva; no es lo que conviene. En cuanto sepa esto el Presidente, le -pondrá remedio, no lo dude, Correa. - ---¿Pero cómo?--preguntó Correa, para verme venir. - ---Tan fácilmente como lo ha hecho en otras provincias: provocando una -revolución, si es preciso. ¿No hemos ido nosotros mismos á?... - ---¡Es cierto!--interrumpió.--Ahora, la cuestión es que el Presidente lo -sepa. - ---Usted puede hacérselo saber por medio de alguno de sus amigos. Si es -que ya no está al tanto de todo... - -Lo conduje á que me preguntara si «en un caso dado» podía contar -conmigo. - ---Incondicionalmente... Pero con una condición. El gobernador Camino me -promete hacerme diputado nacional en la próxima renovación del Congreso. - -No era verdad, ni Correa lo creyó, pero me prometió solemnemente que -«si eso llegaba á depender de él», yo sería diputado nacional. Y -comenzó la intriga que condujo admirablemente, fuerza es confesarlo, -haciendo que el Presidente se convenciera del todo de la necesidad de -«pasar la mano» al vicegobernador, mediante mil informes más ó menos -antojadizos, según los cuales Camino «le ladeaba el caballo», como -dicen los paisanos, y estaba pronto á hacerle, en la oportunidad, la -más violenta oposición, en vista de que «volviera el otro». ¡Como -si eso fuera posible! Pero el Presidente era crédulo, temía á su -antecesor como á un fantasma, estaba rodeado de cortesanos venales, y -creía preciso quebrantar no sólo á todos sus enemigos, sino también á -cuantos pudieran llegar á serlo. Tenía la locura de la unanimidad, á -lo Napoleón III, con quien se le comparaba. Comenzó, pues, con gran -sorpresa de Camino, que hasta entonces no temía las represalias, á -demostrarle cierto encono, retardándole los arreglos financieros que -pedía, insinuando que el Banco Nacional restringiese los descuentos -á sus amigos personales, y á hacerle directa ó indirectamente otras -muchas manifestaciones de que había perdido la gracia presidencial y no -estaba ya en predicamento. - -Como estos indicios no pasaban inadvertidos para nadie, muchos se -le fueron alejando, como se habían alejado de mí al verme romper -la primera lanza con el Gobernador, y comenzaron á rodearme, como -si yo fuera el árbitro de la situación. Don Casiano Correa, que ya -tenía, también, su corte, no cabía en sí de gozo y no veía la hora de -posesionarse del mando. - -Camino, en tal atolladero, no encontró hombre con quien substituirme. -Sólo los muy desconceptuados, los inútiles, hubieran aceptado un puesto -en que quizá no duraran un par de meses, olfateada ya la voluntad -presidencial. - -No hubo más que un hombre de valía que hubiera aceptado el puesto, bajo -ciertas condiciones: Pedro Vázquez. Lo oí mucho después, de sus propios -labios. El Gobernador le ofreció la jefatura. - ---Yo la aceptaría si usted me nombrara, pero no me nombrará--le dijo -Vázquez. - ---¡Vaya si lo nombraré! ¿Quién lo impide? Estoy harto de Gómez -Herrera, que me hace mal tercio con el Presidente, lo mismo que el -vicegobernador. - ---Entonces, puede nombrarme, si me autoriza: Primero, á licenciar el -Guardia de Cárceles, que es inconstitucional é innecesario... - ---¡Usted está loco!...--exclamó Camino.--¡Licenciar el Guardia de -Cárceles! Sería lo mismo pedirme la renuncia. - ---Pues yo no lo veo así. Con la policía basta para mantener el orden -y la provincia no debe tener ejército. El orden no se mantiene con el -ejército, sino con la legalidad. Ese acto, por otra parte, levantaría -notablemente el prestigio del Gobierno. En cuanto á las otras -condiciones... - ---¡Con esa basta!--interrumpió el Gobernador.--Prefiero la sospecha -de que el Gobierno Nacional me mande ó no me mande á mi casa, á la -seguridad de que la oposición me ponga de patitas en la calle. ¡Usted -está, decididamente, loco, amigo Vázquez! - -Este agregaba, al contármelo: - ---Yo sabía que su caída era inevitable. Lo más que podía conseguir -Camino era caer «en beauté», como dicen los franceses, «lindo», como -decimos nosotros. Pero ahora nadie se preocupa de la belleza, y «un día -de vida, es vida», proclaman los paisanos. Por veinticuatro horas más -de Gobierno hay muchos que arrostrarían el ridículo y la vergüenza, -sin ver que éstos los aguardan de todos modos, borrachos de mando como -están. - -Palabras proféticas que luego pudieron aplicarse á más de un Presidente -de la República. Los niños y los locos dicen las verdades... - - - VI - -La intriga iniciada en las alturas nacionales, secundada por mí y -tímidamente por Correa, iba á dar sus frutos, pues el Presidente estaba -más que nunca resuelto á dejar de mano á un Gobernador que no era -incondicionalmente suyo. Pero la casualidad quiso que todo el trabajo -resultara ocioso, facilitando el cumplimiento de nuestros deseos de -tal manera que, aunque no hubiéramos hecho nada, el resultado hubiera -sido el mismo. Sólo que este triunfo, provocado por el destino, sin -nuestra intervención, hubo de costarnos moralmente mucho más que el que -habíamos preparado con paciencia y destreza, y que no tengo para qué -contar porque no se puso en planta. La casualidad no es hábil y suele -cortar los nudos gordianos, sin fijarse en las consecuencias. Pero -vamos al caso. - -Hallábame una noche en el Club del Progreso, jugando con los amigos de -siempre, cuando Cruz, el asistente del Gobernador, entró en la sala, y -se me acercó, pálido y agitado. Llamóme aparte y me dió la noticia de -que Camino acababa de sufrir un ataque de apoplegía, y que, según todas -las apariencias había muerto ó estaba agonizando. El doctor Orlandi, -llamado á toda prisa, no daba esperanzas: según él, la muerte había -sido fulminante. - ---¿Dónde está? ¿en su casa? - ---¡No! ¡Y eso es lo «pior»! - -Siguiendo sus plebeyas costumbres, Camino había pasado su última hora -en un sitio inconfesable. - -Sin decir una palabra á mis compañeros, salí, dando orden al asistente -de que callara como un muerto y dijera al comisario de órdenes que se -reuniese conmigo sin perder un momento, en la casa á donde me dirigía. -Corrí á una cochería, mandé atar un gran landó, y al galope de los -caballos me hice llevar al suburbio norte, en una de cuyas casas había -muerto el Gobernador. Era la una de la mañana, cuando llegué: la ciudad -dormía, y, afortunadamente, no había un alma en las calles. Dos agentes -policiales, llamados con espíritu previsor por el diablo de Cruz, -hacían la guardia en la cuadra, sin saber lo que ocurría; creyéndome -un particular, trataron de impedirme el paso. Me alegré mucho de la -discreta precaución del asistente, porque en las circunstancias había -que obrar con mucho tacto. - -En la casa no había más hombre que el doctor Orlandi, sentado junto á -una cama revuelta en que yacía el Gobernador. Estaba muerto. - ---¿Qué vamos á hacer?--me preguntó el italiano, atolondrado por aquella -inesperada catástrofe, producida con tan poca nobleza. - ---Llevárnoslo á su casa lo más sigilosamente que sea posible, en cuanto -lleguen Cruz y el comisario de órdenes. - ---¡Ma! ¡Es una responsabilidad terrible! - ---¡Qué quiere, doctor! nosotros no lo hemos traído aquí. Lo más que -podemos hacer es disimular las cosas. - -Momentos después, mi segundo, el doctor Orlandi, Cruz y yo, sacamos el -cadáver y lo metimos en el carruaje. El cochero fué amenazado con los -más contundentes castigos si decía una palabra, y lo mismo se hizo con -la gente de la casa que, por fortuna, era sumisa á la policía y estaba -bajo su inmediata dependencia. En el trayecto di mis instrucciones al -Comisario de órdenes: debía hacer acuartelar las policías y el Guardia -de Cárceles en toda la provincia, para sofocar inmediatamente hasta el -más ligero disturbio que pudiera producirse cuando se hiciera pública -la noticia. La situación era nuestra, mía, y no era cosa de perderla ni -de comprometerla siquiera... - -Cruz abrió la puerta de la casa del gobernador, y entre Orlandi, yo, el -asistente y el cochero, llevamos el cadáver hasta el dormitorio, y lo -metimos en la cama. - -Ahora, ¿cómo avisar á la familia? Inmediatamente concertamos lo -que íbamos á decir: «Camino, sintiéndose mal, había llamado á su -asistente, prohibiéndole que alarmara á los suyos y ordenándole que -llamara al doctor Orlandi. Cruz, al pasar por el Club, entró á ver -si el doctor se encontraba allí, como de costumbre, y viéndome, -juzgó conveniente decirme lo que ocurría, pues yo podía hacer llamar -á Orlandi con mayor rapidez. Yo salí, por deferencia, encontramos -al doctor, los tres acudimos en un coche á casa de Camino... Pero, -desgraciadamente, cuando llegamos había muerto.» Así se dijo. - -Es de imaginar el trastorno de aquella casa, hasta entonces tranquila, -los llantos de las mujeres, las carreras de los criados, las preguntas, -las exclamaciones, los ayes. Una hora después, los parientes, los -amigos, acudían desolados. ¡Figúrense ustedes! ¡no moría sólo un -pariente, un amigo, sino un gobernador!... - -Nuestra versión fué perfectamente admitida en los primeros momentos, y -nadie puso en duda que las cosas hubieran pasado así. - -Yo me ocupé de avisar al vicegobernador Correa, que dormía -profundamente, sin sospechar lo que pasaba. - ---¡Ya es gobernador, amigo!--le dije. - ---¡Qué! ¿Ha habido revolución? - ---¡No, hombre!--contesté riéndome. - ---¿Ha renunciado, entonces? - ---¡Sí, en casa de Maritski! - ---¿No me diga? - -Le conté el suceso. No dijo palabra, pero tenía la cara radiante. -Vistió en un segundo su minúscula y nerviosa persona, y salió conmigo -para correr á la casa mortuoria. - ---Diga, don Casiano, ¿yo quedaré en la jefatura de policía? - ---¡Claro! ¡Vaya una pregunta! - ---¿Y tendré la primera diputación? - ---Si depende de mí... - ---No. Conteste categóricamente, sí ó no. De otro modo... Usted sabe que -tengo la provincia en la mano. - ---¡Vaya hombre! ¡Ni que yo fuera tu enemigo! ¡Serás diputado -nacional!--y me tuteaba, camarada hasta la muerte. - ---¿Palabra? - ---¡Palabra de honor! - ---¿En la primera elección? - ---¡En la primera! ¡No seas cargoso! Ya sabes que soy tu amigo. - -Amaneció aquel día sin que hubiésemos dormido. En la sala de Camino -había, más que nunca, olor á encerramiento, á humedad, atmósfera á -la que se mezclaba el humo capitoso del benjuí, del incienso, y del -«cachimbo» como decía mamita hablando del cigarro. - -Correa firmó su primer decreto--como provisional todavía,--determinando -los honores que debían rendirse al ex gobernador en sus funerales: la -bandera á media asta en todos los establecimientos provinciales, la -escolta del Guardia de Cárceles, la presencia del Poder Ejecutivo que -encargaba al ministro de Gobierno de pronunciar la oración fúnebre... -La Legislatura resolvió asistir en masa á las exequias, lo mismo que el -poder judicial. Preparábase una manifestación de duelo como nunca se -había visto, tanto más cuanto que Camino, vinculado por el parentesco -á casi todas las familias representativas de la provincia, arrastraría -tras de su féretro á buena parte de la oposición, acalladas las -pasiones ante el silencio del sepulcro. - -De aquella magnífica ceremonia sólo quiero recordar un detalle: El -ministro de Gobierno, González Medina, terminó su oración fúnebre -diciendo no sé si con ingenuidad ó con malicia provinciana: - ---Ha caído en el puesto de honor, manteniendo alta la bandera de sus -convicciones. ¡Llorad, pero imitad este ejemplo, ciudadanos! - -No sé lo que Cruz, si estaba presente, comprendió en estas palabras. -En cuanto á mí, es la primera y última vez que he tenido que hacer -esfuerzos para no reirme en un cementerio. - - - VII - -Al día siguiente, me llamó Correa á su despacho de gobernador. - ---Mirá--me dijo.--He pensado mucho en la situación, y he resuelto -cambiar el ministerio. ¿Querés ser ministro de Gobierno? - ---¡No friegue, don!--exclamé.--Usted me ha prometido otra cosa. - ---Sí. Pero, hijito, ¡ministro!... - ---¿Y qué hay con eso? Á usted no le quedan más que dos años de -gobierno; y yo quiero ir á Buenos Aires. Esto es muy chico para -mí. Mire, no cambie los ministros: son buenos muchachos y ya están -acostumbrados á hacer lo que quiere el gobernador. - ---Eran hombres de Camino. - ---Se equivoca. Eran y son hombres del gobernador. Tanto les da Juan -como Pedro, con tal de que ellos figuren. - ---Es que quisiera cambiar un poco el Gobierno, darle al pueblo alguna -satisfacción. - ---Llame á Vázquez, entonces. - ---Puede que no sea mala idea. - ---Pero, le advierto: Vázquez es un contemporizador y una especie de -puritano: como contemporizador no satisfará á la oposición, y como -puritano hará enfurecerse á los nuestros. Además, Camino lo ha puesto -mal con el Presidente... Conque... - ---Conque... se puede ir al diablo. - -Sonreí, y le di el último golpe: - ---Y, al concluir su período, con Vázquez tendría usted que renunciar á -ir al Senado, porque la Legislatura, nacionalista y presidencial, no le -perdonaría sus lirismos. - -Correa no era difícil de convencer en cosas evidentes y de utilidad, -y todo quedó como estaba. Los ministros no me hacían sombra, porque -eran completamente ineptos y yo sabía la manera de manejarlos. Siempre -me habían temido, y desde que Correa subió al poder, comenzaron -á temblar ante mí aunque yo les hubiera prometido hacer todo lo -posible para mantenerlos en su puesto. Una amarguísima incidencia -que debió costarnos caro, vino á darme un terrible poder, aumentando -inopinadamente mi prestigio. - -La muerte de Camino, ocurrida en circunstancias tan misteriosas, -precisamente cuando comenzaban á trascender nuestras intrigas -tendientes á derrocarlo, pareció de pronto al público menos clara de lo -que la presentábamos. Nuestras idas y venidas en aquella noche aciaga, -y aunque fuera ya tan tarde, no habían pasado inadvertidas, porque la -gente provinciana parece dormir con un solo ojo cuando se trata de algo -que puede alimentar la chismografía. Además, aunque el cuento estuviera -urdido magistralmente, había demasiados testigos de la verdad: si -se podía contar con mi reserva, la de Orlandi, la del Comisario de -órdenes, la del zorro de Cruz, no sucedía lo mismo con las mujeres, los -dos vigilantes, el cochero. Los secretos de almohada por la almohada -suelen trascender. Uniendo á esto la malevolencia de la oposición, no -es raro que comenzara de pronto á correr este rumor siniestro: - -«El gobernador Camino ha muerto envenenado.» - -Y, con este rumor, el gobernador Camino, que era execrado por cuantos -no recibían sus favores, que las familias excomulgaban por sus notorias -costumbres, que nunca había hecho nada notable ni siquiera bueno, ni -aun regular, resultó un defensor de los intereses del pueblo, que el -Presidente de la República quería suprimir, una víctima del sistema, -un cordero pascual, y nosotros, el doctor Orlandi, yo, Correa, ¡quién -sabe cuántos más! unos envenenadores, unos Borgia de nuevo cuño. En -vano traté, trató Orlandi, de poner las cosas en su lugar, de presentar -la verdad tal cual era; en vano dijimos que el Gobernador estaba caído -y no podía estorbarnos ya. ¡Todo el mundo creyó, ó fingió creer, que -lo habíamos suprimido con el Aqua Tofana, y que Orlandi--italiano al -fin,--era la mano, mientras Correa y yo éramos la voluntad!... ¡Ah, -canalla, canalla, canalla! ¡Cómo es la canalla, y cómo maldije entonces -la libertad de la calumnia que pasa de boca á oído y resulta más -notoria que la insertada en los diarios! Yo había mentido á sabiendas -y públicamente, para destruir al contrario, muchas veces, pero nunca -había llegado á tal extremo, ¡nunca había inventado una calumnia que, -como aquella monstruosidad, estuviese tan fuera, tan lejos de las -costumbres políticas de nuestro país! - -Y, ¡vean ustedes lo que son las cosas!... No me creerán, pero aquello -nos hizo mucho bien, si no moral, materialmente. El temor que nos -rodeaba y que comenzaba á ser lo más claro de nuestro prestigio entre -el pueblo bajo, se intensificó hasta un grado increíble. Nunca, como -entonces, fuímos dueños de la situación, aunque nos execraran. Entre la -gente de buena posición, nadie creía aquella horrible calumnia, aunque -algunos energúmenos la aprovecharan para denigrarnos. Entre éstos, -que afirmaban la verdad del envenenamiento y los otros que la ponían -caballerosamente en duda, el pueblo decía: - ---Los que los acusan dicen la verdad; los otros se callan de miedo. - -Y si gente tan bien colocada temía, ¿qué no había de temer el pobre -pueblo? De tan vil, de tan inexistente causa, nunca he visto salir -tales efectos. Como si estuviésemos en tiempos de Rosas, la provincia -calló, y no hay gobernante que haya gobernado tan pacíficamente como -Correa. - -Una persona, sin embargo, tuvo una sombra de duda que me afligió en -extremo: María. - -La visitaba frecuentemente, y estaba entonces enamorado de ella, de -su hermosura, de su ingenio, de su delicadeza, de su instrucción -artística. Era toda una señora con los candores deliciosos de una niña. -Hacía tiempo que la notaba más fría y reservada que antes, sin poder -darme cuenta del motivo, cuando una noche, como se aludiera, no sé á -qué cuento, al difunto Gobernador, dejó escapar esta frase: - ---¡Cuándo se aclarará ese misterio, tan doloroso! - -Comprendí entonces todas sus reservas, y le dije la verdad, comenzando -por revelarle la vida íntima de Camino, sus extravíos, sus malas -costumbres, para terminar con el cuadro de su muerte, sin detalles -ociosos y escandalosos, tal, en fin, como lo he hecho en estas páginas. -Y terminé diciendo: - ---Para que no tenga usted la menor duda, voy á mandar que venga Cruz, y -él le contará las cosas tal como pasaron. - -Comenzaba á escribir una tarjeta cuando María, levantándose y poniendo -su mano sobre la mía, me interrumpió así: - ---Nadie sino usted podía contarme semejantes atrocidades. Le creo, pero -no quiero que nadie me repita cosas que yo no debo saber. Perdone mi... - -No dijo sospecha, no dijo duda porque cualquiera de estas palabras le -hubiese parecido excesiva. - -¡Oh, el pudor de nuestras antiguas mujeres! ¡Decir que todavía -quedan algunos ejemplares, contrastando con la inmensa muchedumbre -de «libertadas», de emancipadas, aspirantes á hombre, que hoy nos -rodea! Conquistar una mujer era todavía entonces (y de vez en cuando) -robarse un fruto saltando una tapia coronada de vidrios de botella; -conquistarla hoy, suele ser robarla del escaparate en que las ofrecen. - -María se mostró aquella noche afectuosísima, y comprendí que la había -convencido. En cuanto á Blanco, ya hacía mucho que estaba al corriente -de todo lo ocurrido. - -Pocos días después tuve una noticia que me sorprendió. La gente se -marcha mucho más pronto de lo que uno supone, y el camino va quedando -sembrado de cadáveres. Hoy pienso que si se llevara una nomenclatura -de todos los parientes, amigos y allegados que se mueren, al cumplir -los cuarenta años uno estaría siempre con los pelos de punta, en cuanto -viera la enorme, la interminable lista de los que hemos dejado atrás. -La noticia era la de la muerte de don Higinio Rivas, ocurrida una -semana antes en Buenos Aires. Esto constituía, apenas, un incidente en -mi vida, y sin embargo, me conmovió, removiendo todos los recuerdos -de la infancia y la adolescencia. ¡Don Higinio! ¡Los Sunchos, en que -aún vivía mi madre, hecha una pasita! ¡Teresa, de quien nada sabía! -¡Qué lejos estaba todo aquello! ¡Y qué jugoso y qué sabroso era, -con su candor, un poco perverso á veces!... Pensé que un día, como -á Sarmiento, me sería dado revivir toda aquella conmovedora comedia -primitiva, tan sentimental, componiendo mis «Recuerdos de provincia»... -Pero mientras llegaba esta obra maestra, futura como tantas, me -contenté con escribir un largo artículo necrológico para _Los Tiempos_ -que, gracias á mis buenos oficios, seguía dirigiendo y redactando mi -amigo el galleguito Miguel de la Espada. - -¿Qué dije de don Higinio? Nadie se preocupe de ello. Precisamente aquel -artículo necrológico que conservo pegado en un cuaderno de recortes, -es el que me ha servido páginas atrás para esbozar su retrato, su cara -leonina, su ingenio astuto y quizás quizás su carácter débil de gritón. -Pero le hice justicia y disimulé sus defectos. - -De la Espada, después de leer las cuartillas que le había llevado, me -dijo, como quien quiere decir algo y no acierta, en el tono que los -autores dramáticos acotan «con intención»: - ---Bien se lo ha ganado, el pobre. - -Cumplido este deber, el único de mi incumbencia, según creía, -preparábame á dar por definitivamente cerrado aquel capitulito de mi -vida, cuando recibí esta carta: - - «Mi muy querido Mauricio: Sólo quince días después de la muerte - de tatita, de la que debes tener noticia, me siento con valor - suficiente para escribirte. Todo el luto que orla este papel no - es nada comparado con el que pesa sobre mi alma y mi corazón. - ¡Pobre, pobre tatita! Murió abrazando á tu hijito, que tanto - se te parece y que todavía no puede comprender todo lo que ha - perdido. No habló de ti, no aludió á ti, como si ya no tuviera - esperanza de remedio al daño que hiciste. Á mí me dijo--y son - sus últimas palabras:--Cuídalo bien.--¿Para qué te escribo esta - carta, Mauricio? Sólo para una cosa, sólo para decirte: Ya no me - queda en el mundo nada más que mi hijito, y quizás tú. ¡No te pido - nada, nada, nada! Sólo quisiera estar á tu lado, vivir con tu - vida, ser como una guachita mansa de esas que siguen al dueño por - todas partes... ¡Estoy tan triste, Mauricio!... ¡Quieres que vaya, - ó vendrás tú, por fin, á conocer á tu hijo que ya va siendo un - hombrecito!»... - -Puedo transcribir (como transcribo en parte) esta carta, porque la -guardé, contra mi costumbre, tanta fué la sorpresa que me causó su -forma. ¿La había escrito Teresa? ¿Se la había dictado alguien?... ¿De -dónde salía todo ese atildado romanticismo, ó sentimentalismo, si -hay quien lo prefiera? Hace poco, revolviendo papeles viejos, volví -á encontrar esta carta, amarillenta ya, la releí, y debo confesar -que me conmovió. ¡Era bien de Teresa! Lo probaban mil detalles, mil -tiernos recuerdos que omito. ¡Si la hubiera comprendido entonces como -la comprendo ahora! ¿Qué me pedía Teresa? Nada. ¿Qué me ofrecía? -Todo. Sinceramente, me lo ofrecía todo, pero entonces sospeché de -ella y me reí de la gauchesca figura de la «guachita» y de sus -ofrecimientos, cebo, á mi juicio, que debía arrastrarme al matrimonio, -al reconocimiento del chico, á empeñar mi vida, en fin, como en el -Monte de Piedad. No, no. En mi opinión, su cálculo era éste: vivir -conmigo y esperar la ocasión propicia para hacerse dueña de mí, gracias -al vínculo del muchacho, del «hombrecito». Era una infeliz; es la -única mujer á quien quizás haya hecho desgraciada. Pero, ¿quién iba á -decirme entonces que tanta candidez puede existir en el mundo? - -Y en aquel tiempo, pensando de otro modo, después de leer la carta me -dije que podía optar por dos temperamentos, á saber: contestarla ó no -contestarla. - -Me acordé de Vázquez, á quien hubiera comparado entonces con el doctor -Relling de Ibsen, si lo hubiese conocido, y tomé el camino del medio. -No obré, es cierto, ni como Vázquez ni como Relling, pero... tomé el -camino del medio: Escribí sin contestar. - -Y el borrador de mi carta, muy estudiada, muy medida, estaba el otro -día, cuando revolví mis papeles viejos, al alcance de mi mano, prendida -con un alfiler á la extraña misiva de Teresa. Decía así: - - «Señorita: He lamentado infinito el fallecimiento de don Higinio, - á quien siempre quise mucho, como viejo amigo de mi padre, y á - quien siempre admiré y respeté como á uno de los hombres más - representativos de nuestra provincia, y sobre todo de nuestro amado - pueblo de Los Sunchos. - - «Ha dejado un vacío que nadie podrá llenar en las filas de nuestro - partido, en el círculo de sus amigos y camaradas, y más aún en el - corazón de su hija, la estimable compañera de mis años infantiles á - quien nunca olvidaré y para quien son mis mejores sentimientos. - - «Acompaño á la triste huérfana en su hondo pesar, como un hermano - que sufre y llora al par de ella, y lamento más que nunca la - impotencia del hombre á quien el misterio de la muerte dice:--No - pasarás de aquí. - - «¡Teresa! si en algo puedo ser útil á la hija del gran caudillo, no - tiene más que mandar. - - «Ordene al compañero de los primeros años de la vida, al que - confundió con usted sus pensamientos y sus aspiraciones con todo - su candor de niño, antes de que ambos entráramos en la lucha por - la existencia; al que hoy pide á Dios que traiga á su espíritu la - conformidad en tan duro, pero también en tan inevitable trance.» - -Esto parecerá á algunos un poco... ¿qué diré?... ¿canalla?... Pero, he -aquí la verdad: Estaban en juego mis sentimientos más íntimos--entonces -creía que comenzaba á amar á María Blanco,--estaban en juego mi afecto -y mi respeto hacia don Higinio, hacia Teresa, estaba en juego, también, -todo mi porvenir. ¡Mi porvenir! Un vago é inútil sentimentalismo ¿debía -apartarme del camino recto que se abría ante mi vista? Eso, nunca. Los -mismos Evangelios lo han dicho: «Rompe con tu padre, con tu madre, con -tu amigo, y sígueme.» - -Lo sentí mucho: como la oveja, evangélica también, tenía que ir -dejando vellones de mi lana en las zarzas del camino. ¡Teresa!... -¡oh recuerdos!... Pero, desgraciadamente, no he nacido con todas -las felicidades y todas las preeminencias, no he podido dejar de -hacer sacrificios para llegar á donde he llegado. ¡He ahí! yo tenía, -fatalmente, que recorrer mi órbita y tanto peor para los que encontraba -en mi trayecto. Una desviación de un milímetro en mis comienzos, me -hubiera hecho otro hombre, me hubiera lanzado á lo ignoto. Por otra -parte, ¿qué debía preocuparme? ¿El hijo de mis amores? ¡Bah! leve -escrúpulo. - -Mauricio Rivas había nacido rico. - - - VIII - -Más me preocupaba María Blanco, á quien seguía cortejando con -asiduidad. Teresa había pasado á la categoría de los recuerdos -indiferentes, vale decir que no son ni gratos ni desagradables. No -me había contestado mi carta-ruptura, y supuse que daba todo por -terminado. ¿Comprendía la distancia que nos separaba y que se hacía -mayor cada vez? No sé si era éste ú otro el orden de sus pensamientos; -lo cierto es que no volví á oir hablar de ella en mucho tiempo, y -que no me escribió una línea. Era, pues, un capítulo terminado de mi -vida, y si insisto en él es sólo porque acontecimientos posteriores -me lo evocaron vívidamente en circunstancias que más tarde narraré. -Entonces--lo repito,--me acordaba de Teresa y el chicuelo como de seres -y cosas vinculadas á una travesura de la niñez, como de un paisaje -lleno de sol, visto al pasar, en un sitio donde era imposible clavar la -tienda en el tránsito de la vida. - -Pero si María, conocedora en parte de mis antecedentes, pretendía -vengar al sexo, afectando, si no desdén--que esto yo nunca lo hubiera -admitido,--una especie de despego prometedor y cautivador, pero -engañoso, la verdad es que si pudo detenerme un tiempo no consiguió en -modo alguno su propósito de venganza, ó cualquier otro que tuviera. Yo -«me le fuí á los cañones», como vulgarmente se dice, y me esforcé en -aclarar la situación con entera franqueza. - -Una tarde, que nos paseábamos en la huerta, á poca distancia de don -Evaristo, que hacía como que cuidaba las plantas para dejarnos cierta -libertad, la hablé resueltamente. - ---Está muy esquiva conmigo, María. ¿He hecho algo que pueda enojarla? - ---¿Á mí? No, que yo sepa. Pero, ¿á qué viene esa pregunta? ¿No somos -tan amigos como siempre? - ---Hay una diferencia... Una diferencia imperceptible para los demás, -enorme para mí. Las cosas que usted me dice suenan ¿cómo diré? -desafinadas. Ya no tiene usted el adorable abandono de los primeros -días, que me cautivó tanto... - ---¡Vamos! Yo soy siempre la misma. Pienso lo mismo, digo lo mismo. Será -usted el que ha cambiado. - -Hablaba tranquilamente, con la voz sin inflexiones, algo más aguda que -de costumbre y, por lo tanto, hiriente para mí. - -Estuve por decirla: - ---Pero, ¿cómo es eso? ¿No me ha elegido, no me ha atraído usted, como -hacen las mujeres, únicas que tienen la elección? ¿No me ha dicho -usted, sin decírmelo, que debía festejarla, porque usted me había -designado para novio? ¿No la atraía esa misma aureola de calavera que -quizá en este momento la hace alejarse de mí? - -No se lo dije. Sólo acerté á esto: - ---Me trata de un modo que me da pena, María. Como á un amigo, sí; pero -no como á un amigo que puede aspirar á más, sino como á una simple -«relación», como á un «conocido» que pasa y se olvida. - ---¡No soy de amistad tan fácil!--replicó sonriendo, siempre fría. - ---¡María! ¡Alguien le ha hablado mal de mí!--exclamé, pensando en -Vázquez. - -Me miró de hito en hito, seria, pero sin acritud. - ---Todos--contestó. - ---¿En estos días?--inquirí, casi colérico. - ---No. Antes... mucho antes... Yo creía que no era verdad. Pero ahora -veo que no se puede contar con usted. ¡Tonta de mí! Supuse por un -momento, que, ocupándose de cosas más serias, más elevadas, se -olvidaría de hacer locuras... ¡Locuras! ¡Si no fuera más que eso! - -No sé por qué me acordé de las escenas de la huerta de Rivas, en Los -Sunchos, tan ingenuas, en las que no se trataba de imponerme nada, -nada, ni aún de la manera más indirecta del mundo. Donde cabe el examen -¿cabe, al propio tiempo, el amor? - -Me parece que no, me pareció especialmente entonces que no, y me sentí -desconcertado y molesto. - ---No la entiendo, de veras--dije con displicencia.--Ya me ve usted, -sujeto á todas sus voluntades, visitándola día á día, no pensando sino -en usted. - ---Sí, usted viene, me agasaja, me lisonjea; pero eso no tiene gran -significación para una muchacha como yo, Mauricio, acostumbrada á -pensar y á juzgar. Ninguno de esos actos le cuesta el menor esfuerzo, -como le costaría, por ejemplo, abandonar el café, el club, las... las -relaciones. - -Esto era significativo. Se me imponía un sacrificio, sin ofrecerme nada -en cambio, categóricamente por lo menos. Era el momento de hablar de un -modo decisivo: - ---¡Mire, María! Soy todavía muy joven y estoy lleno de defectos, es -verdad. Pero no tengo nada grave que echarme en cara... - -Esto lo dije, tanteando el terreno, por ver si estaba al corriente de -lo ocurrido con Teresa. No se inmutó, no replicó: no sabía, entonces... - ---Pero ¿cómo quiere--agregué, más seguro de mí mismo,--que de la noche -á la mañana me convierta en un viejo, ni que renuncie á mis pocas -diversiones--muy inocentes, por otra parte,--si no veo más ó menos -cercana la recompensa de ese pequeño sacrificio? Ofrézcame usted la -recompensa, y yo entonces, le aseguro... - ---¿Y qué recompensa puedo ofrecerle yo? - ---Decirme que me quiere. - ---Hágase usted querer--dijo con seriedad y coquetería á un tiempo. - -Don Evaristo, que se acercaba, puso fin al diálogo, y yo me quedé -pensando en las desmedidas ambiciones de la niña. ¿Conque, nada -menos, quería que yo renunciara á todo y que me quedara prosternado, -adorándola como á una imagen? ¡Qué pretensión! Estaba enamorada de mí, -y se hacía la desdeñosa. ¿Qué me costaba hacer lo mismo, renovando con -variantes «el desdén con el desdén»? - -Yo, para mí, y por una fuerza, quizás ajena á mi voluntad, por un -instinto poderoso, he sido, soy y seré, lo digo así, brutalmente, -porque es la mejor, la más verdadera forma de decirlo, el centro -del mundo. Lo que más me interesa es el propio «yo», el resto debe -supeditarse á esta entidad. Pero hay una atenuante á esto, demasiado -absoluto quizá, atenuante que me ha permitido llegar á ser lo que soy: -cuando las cosas exteriores no pueden ó no quieren supeditarse, el «yo» -debe aprovechar las circunstancias para seguir siendo centro, á toda -costa. Y jugar conmigo es cosa seria. - -Dejé á María y á su padre, que me invitaba á comer con ellos, -pretextando quehaceres y jurándome tener la última palabra en la -cuestión. Para ello, bastaba á mi juicio con cesar, durante un tiempo, -toda visita, y esquivar todo encuentro con la altiva moza, aspirante -á mi esclavitud, que ella soñaba probablemente redención. Cosa fácil, -porque en aquel momento me preocupaba mucho mi porvenir político, y -más aún porque mi puesto de jefe de policía me daba nociones de la -vida--exageradas por lo unilaterales,--que no ha escrito el más negro -de los pesimistas, que no se han expresado ni aun en la redacción de -los diarios más chismógrafos. El mejor informado de los repórteres -no sabe, en cuanto á la vida privada de los habitantes de una ciudad -grande ó pequeña, ni lo que sabe el más ínfimo de los policías, y si -quisiera novelas ó escándalos, no tendría más que pasar por ese cedazo, -ó, mejor dicho, tenerlo en la mano. Se echan pestes contra la policía, -pero si ella hablara se acabaría, sencillamente, la sociedad, minada -en sus cimientos, ó, por lo menos, en la parte convencional de sus -cimientos, que no es la menos importante. Pero, como educación moral, -esta escuela de la policía es, como ya dije, excesiva, porque sólo -pone de relieve la parte mala, baja y despreciable de la humanidad, -invitando á creer que toda ella es así, sin excepciones, ó casi... No -se extrañe, pues, que no pudiera tener confianza en una mujer, por pura -y altiva que pareciese. - -Sin embargo, María había lastimado hondamente mi amor propio. Lo -comprendí al encontrarme aquella misma tarde de manos á boca con -Vázquez, quien se acercó á saludarme, afectuoso, aunque con el velo de -tristeza que ya no lo abandonaba nunca. - ---¿Cómo te va? - ---¡Mal!--le repliqué. - ---¿Qué te pasa? - ---Alguien me ha desconceptuado en la opinión de una persona que estimo -muy mucho... - ---¿El Gobernador? - ---¡No te hagas el tonto! - -Encogióse de hombros, estuvo un momento callado, y luego murmuró: - ---¡Mauricio! Temo que hagas desgraciadas á muchas personas y, lo que es -más curioso, que no te conquistes con ello la felicidad... Si aludes á -mí, y crees que yo me pongo en cualquiera de tus caminos para cerrarte -el paso, te equivocas... Mauricio. Tú has nacido de pie, como decían -nuestros abuelos. Yo no lucho contigo, ni abierta ni solapadamente, -porque sería inútil. Tú no emprenderás nunca nada en que no estés -seguro del éxito, é impulsado á ello por las circunstancias. ¡Oh, tú -harás siempre lo que quieras!... - ---¿Por qué? - ---Ya te lo he dicho: Sencillamente, porque nunca querrás sino lo que -esté al alcance de tu mano. Eres como un chico que va á la juguetería -con el bolsillo lleno, sin proyecto alguno, sin más que un deseo vivo é -indeterminado de «tener cosas», y que va tomando todo cuanto le gusta... - ---¿Y tú?--dije, no sin ironía. - ---Yo tengo, por desgracia, ambiciones determinadas y una línea de -conducta. Como sé lo que quiero, es muy probable que no lo consiga, y -los demás dirán siempre que me estrello contra las murallas en vez de -buscar el portillo que encontraría seguramente abierto... - -¡Las ambiciones determinadas de Vázquez! ¡Su línea de conducta!... -Ahora las juzgo abstracciones morales y políticas, sin nada positivo, -sueños románticos y nada más. Pero entonces no paré mientes en ello, -y lo di por admitido, encarando de lleno y francamente el asunto -principal. - ---¡Hablemos claro! ¿María Blanco? - ---Es la muchacha más interesante de la ciudad. Pero está deslumbrada -por un espejismo. No trataré de desengañarla. Sí, Mauricio, es verdad, -la quiero; pero no desearía unirme á una mujer convenciéndola, sino -enamorándola. Convencida, siempre estaría viendo tras de mí, más grande -y más hermoso que yo, el príncipe de su cuento azul, por insignificante -que fuese en realidad... Y no es tu caso: con tu capital de buen mozo, -de inteligente, de elegante, de afortunado, de hombre de posición -política, y no sin bienes materiales, no eres un cualquiera. Tienes -todos los elementos necesarios para que te hagan un don Juan; porque -los don Juan no se hacen ellos mismos: los hacen los demás... - -Hube de pegarle. Pero no se burlaba; por el contrario, hablaba amarga, -dolorosamente, aunque con entereza. Era ironía de buena ley. Le tendí -la mano, y le dije: - ---«Sos» un misántropo. Así no irás á ninguna parte. - ---¡Ni quiero!--contestó. - -Cualquier otra cosa hubiera sido mejor para mí que este coloquio, -pues me dejó más nervioso que antes, aunque convencido de que Pedro -no influía para nada en la actitud de María Blanco. «Esperar que lo -quieran», así, resueltamente, es como decirse que uno es estatua, -monumento... ¡Qué animal! Pero ¿y si tenía conciencia de valer todo -eso? ¿Era feliz? ¿Feliz, renunciando á lo que quizá pudiera conquistar? -¿Ó es que consideraba que la felicidad sólo existe en el equilibrio -perfecto, no en la lucha? ¡Bah!... - - - IX - -La lucha, en cambio, me conviene á mí, es mi elemento. Sé, como el -cazador primitivo, estudiar las costumbres de la presa futura, las -circunstancias, la atmósfera, los accidentes del terreno, todo cuanto -puede contribuir á la satisfacción de mis deseos ó ambiciones. Este -estudio es, en la práctica, una verdadera lucha, al contrario del que -se hace en los bufetes ó en las escuelas, puramente especulativo ó -contemplativo: exige acción continua, atención infatigable, decisión -rápida, lo mismo que el de la caza, porque nadie se hace cazador, sino -cazando. - -Ya en aquel entonces, en esos lejanos años juveniles, tenía todas -estas cualidades, como habrá podido verse, é iba adquiriendo gran -conocimiento del mundo un tanto especial en que actuaba, inspirador -de una filosofía sui generis, empíricamente materialista--pese á mi -confesión cuando el duelo,--y en cierto modo antisténica, lo que me -permitía pasar por algunos detalles que á otros quizás les hubieran -parecido molestos, si no indecorosos. Pero no se exagere el alcance de -esta otra confesión. Me refiero, sencillamente, á casos como el que, -por ejemplo, me presentó el gobernador Correa... Nadie imaginará lo -que le ocurrió á este buen señor, embriagado, sin duda, por el mando. -Lo daría en mil. Pues, simplemente, seguir las huellas de su digno -antecesor, sin arredrarse ante los resultados, sin escarmentar en -cabeza ajena, y quiso profundizar sus vagas ideas pasionales, él, que, -desde los veintidós años, edad en que se casó, conocía únicamente al -sexo femenino por intermedio de misia Carmen, su honesta esposa. ¿Y -á quién había de dirigirse, con su inexperiencia de cincuentón, sus -temores de dar que hablar, su terror pánico á los celos póstumos de -su mujer? Una tarde que fuí á su despacho, me dijo sonriendo, entre -desenvuelto y cortado: - ---Corren las mentas de que se divierte, Herrera. - ---¡Eh! Se hace lo que se puede, Gobernador. - ---¡Qué diablo de muchacho! Hace bien de aprovechar, mientras es mozo... -Yo también, si pudiese... Pero ya se me pasó el tiempo... Solamente... -Solamente me gustaría acompañarlo alguna vez... ¡Oh! por curiosear, -como mosquetero, no más, porque ya no sirvo para nada... Pero, en fin, -un rato de vida es vida... - ---¿Y á dónde me querría acompañar, Gobernador?--le pregunté, por -tirarle de la lengua. - ---¡Bah! Usted bien sabe... No ha de ser á misa, está claro... Usted -tiene tantas buenas relaciones, y ha de ser tan divertido... ¿No me -convida, entonces? - ---¡Cómo no! Cuando usted quiera... - -Abrevio. Lo más difícil de decir es esto: el gobernador Correa, como -novel aspirante, adoptó las modas después de abandonarlas yo. Y nadie -tuvo de qué quejarse, ni yo, ni las modas, ni el Gobernador. Sólo misia -Carmen, quizá. - -Ésta era una de tantas entre todas mis funciones policiales. Y, -á propósito, apenas he hablado de mi acción en cuanto al orden y -la seguridad. Esto se explica: se ha abusado del género en estos -últimos tiempos y no quiero plagiar involuntariamente á Gaboriau, á -Conan-Doyle, á Leblanc ó á Eduardo Gutiérrez. Á ellos envío á los que -me quieran ver realizando hazañas de pesquisante, pues siempre saldré -ganando; quizás, en efecto, no haya hecho nada notable como detective, -pero agregaré en mi defensa que nadie me lo exigía. Muy al contrario, -á veces se me aconsejaron procedimientos análogos á los del comisario -Barraba de Pago Chico, especialmente en asuntos de abigeato. Pero -adopté siempre sistemas menos primitivos... - -Entretanto, la actitud de Vázquez había producido una especie de rebote -en mi espíritu. En vano pensaba yo que aquellos dos espíritus, serios y -ponderados, estaban probablemente hechos para unirse, y que una mujer -como María, llena de principios y de escrúpulos, no era lo que me -cuadraba. Había una circunstancia favorable, y mi amor propio de «gallo -único»--recuerdo á Ibsen,--me obligaba á aprovecharla. Así es que fingí -desdén durante una, dos semanas, pero, esforzándome por fingirlo, me -iba convenciendo cada vez más--por autosugestión,--de que era falso. Y -un desdén fingido es, simplemente, un deseo verdadero. Me puse á desear -ardientemente á María, y esto me obcecó hasta extremos incomprensibles, -tratándose de un sentimiento que hoy juzgo artificial. - -Como un chiquillo romántico, fuí á verla arrebatado, después de dos -semanas de ausencia, y aprovechando la soledad en que nos encontramos, -comencé á echarle violentamente en cara su frialdad, su inconsecuencia, -todo cuanto se me vino á la boca. - -Se puso muy colorada, tembló toda, dejando caer los brazos é inclinando -la cabeza, bajo aquel alud de pasión superficial. Me dejó hablar, decir -cuando quise, y un rato después de que callé, alzó los ojos, me miró -tiernamente y me dijo: - ---¿Está tan enojado... de veras? - -Creí ver un relámpago de duda en sus pupilas, y me tranquilicé de -pronto. - ---No estoy enojado--contesté con calma relativa.--Es mi modo de hablar. - ---¡Ah! - -Se irguió, se puso pálida, y continuó, después de un momento: - ---Usted tiene siempre modos de hablar, de portarse, de hacer... Pero -anda demasiado aprisa y me trata mal. - ---¿Mal, María? ¿No sabe usted que mi mayor deseo es que sea usted la -compañera de mi vida? ¡Diga! ¿quiere ser mi mujer? - ---¿Su mujer? - -Y después de otra pausa, contestó: - ---Pensémoslo más... Hablemos de eso dentro de unos meses... Déjeme la -ridiculez de ser algo romántica, repitiéndole los versos de Campoamor: -La tierra está cansada de dar flores; necesita algún año de reposo. - ---¿Tantas ha dado? - ---Alg...unas... - ---¿Con Vázquez? - -Se separó violentamente, como si la hubiese herido en lo hondo. - ---Las flores son la condición de la primavera. ¿Qué importa dónde, -cuándo, ni cómo, ni por qué?--dijo amargamente. - ---¿Se ha enojado, María? ¡Mire! Y yo que le iba á pedir... - ---¿Qué? - ---Que nos casáramos... cuando usted quisiera. - ---¿Dentro de un año?--preguntó, sonriendo como entre nublados. - ---¿Dentro de un año? ¡Tanto! Pero si usted quiere... ¿Por qué dentro de -un año? - ---Porque... no tengo... con-fi-an-za... Mi amigo es muy veleta. - ---¡Yo! - ---Muy veleta y muy... ¡Ah, Mauricio! ¿quiere que volvamos á hablar de -esto el año que viene? ¿Quiere? ¡Sea buenito! - ---Pero María, usted duda de mí, usted piensa que yo... - ---No, Mauricio--interrumpió.--Éstas son cuestiones más serias de lo -que nosotros creemos. Ahora le diría «sí», pero quizás me arrepintiera -más tarde. Dejemos que las cosas lleguen á su punto. ¿Qué importa -esperar, si luego no hay que discutir?... - -Y he aquí toda la declaración de un temible donjuán. ¿No significa esto -que cuando la mujer no quiere?... Resultado: la frecuenté aún más y -seguí creyendo haberme enamorado de ella como un loco. - -De todos modos, modifiqué notablemente mi conducta, guardando mejor las -apariencias y afectando una reserva que no me sentaba mal y que llamó -bastante la atención en el círculo de mis relaciones. Durante algunos -meses, sólo frecuenté los círculos políticos, la casa de Gobierno, -mi despacho de la jefatura, sin aparecer por el Club sino breves -instantes. También, por entonces me absorbía enormemente la cuestión de -mi candidatura, que si en un principio pudo parecerme cosa hecha, de -pronto comenzó á presentarme dificultades. Había muchos aspirantes y el -gobernador Correa se sentía traído y llevado por ellos. Era de buena -fe conmigo, pero los que deseaban suplantarme le llenaban la cabeza -de objeciones, de chismes y de intrigas. Demasiado muchacho, no tenía -antecedentes políticos de valor; mi vida era un semillero de locuras; -hacerme elegir sería desconceptuar el Gobierno, ya harto malparado, -tanto más cuanto que yo ocupaba la jefatura de policía, cosa que haría -demasiado evidente la intromisión del Gobierno en las elecciones. Algo -de todo esto me dijo Correa, pero yo le rebatí victoriosamente todas -sus objeciones, y muchas otras que podría presentarme. - ---Soy joven, es cierto, pero eso no es un obstáculo, ni seré el primer -diputado nacional de mi edad. En nuestro país todos los hombres -públicos, casi sin excepción, han empezado muy temprano su carrera. Y -lo mejor que han hecho lo hicieron cuando jóvenes, cuando tenían más -iniciativa y más empuje. En cuanto á mis pretendidas «calaveradas», no -son, Gobernador, ni más ni menos graves que las que hace todo el mundo, -y á usted menos que á nadie pueden sorprenderle, conociendo como conoce -la vida privada de tanta gente... Además, pienso casarme pronto con una -muchacha virtuosa, inteligente, instruída y de una familia notable. - ---Sí, sí; ya sé: la de Blanco. - ---¿No le parece esto suficiente garantía de seriedad? ¿No entraré así, -en Buenos Aires, en las mejores condiciones sociales y políticas? - ---Sí; eso cambia... - ---Ahora, ¿que soy jefe de policía de la provincia? Puedo renunciar, si -usted quiere, pero esto le traería algún trastorno si no tiene ya bajo -la mano un hombre de confianza, que yo le encontraré apenas me elijan. -Además, la Constitución no dice que un jefe político no pueda ser -electo diputado--agregué, repitiendo un viejo argumento. - ---Pero hay que tener muy en cuenta á la oposición... - ---¡Bah! ¿Prefiere usted que grite ó que mande? Si le hacemos caso, -ella será la que gobierne, no nosotros... ¡Vaya! ¡No hablemos más, -Gobernador! Tengo su palabra, y ha de cumplirla, ¿no es verdad? - -Dije esto sonriendo y levantándome para dar por terminada la -entrevista, como si yo fuera el amo, y con un acento tal que Correa -sólo podía interpretar la frase de este modo: - ---Me ha dado su palabra, y yo sabré hacérsela cumplir, de grado ó por -fuerza. ¡Para algo tengo la provincia en la mano!... - ---Váyase tranquilo--murmuró el Gobernador, vencido, prometiendo... - - - X - -Una sola cosa perjudicaba realmente á mi candidatura. Por falta de -reflexión, por insuficiente clarividencia del porvenir, tanto en Los -Sunchos como en los primeros tiempos de mi vida ciudadana, habíame -mostrado de un liberalismo quizá excesivo. Cualquiera hubiese dicho -entonces que me desayunaba comiéndome un fraile y que cenaba devorando -un cura ó poco menos. En realidad, no me importaban un ardite, -pero creía que esta actitud me daba cierto carácter batallador é -independiente que modificaba en mi favor todo cuanto de antipático -pudiera haber en mi sumisión á los poderes constituídos y en mi -partidismo incondicional. Además, el escepticismo estaba de moda. - -Pero, desde mi elevado puesto, que me obligaba á la observación -de los hechos con documentos reales y positivos, sospeché en un -principio--cuando el duelo con Vinuesca,--y pude convencerme después -de que estaba equivocado. ¿Qué había hecho posible, por ejemplo, la -abortada intentona revolucionaria contra el difunto gobernador Camino? -Simplemente, la inclinación del clero hacia las filas opositoras, unos -cuantos sermones contra los «infieles» que, amenazando la religión, -conducían el país á la ruina. La palabra de los agitadores políticos -era sospechosa en las campañas; pero las mismas ideas vertidas desde el -púlpito, ó difundidas de casa en casa por el señor cura, adquirían una -resonancia y una eficacia extremas. Así ha ocurrido siempre en nuestra -tierra. El hombre sencillo, sin ser practicante, tiene supersticiosa -veneración por cuanto sale de la iglesia, y el escepticismo bonaerense -es más superficial y «de moda» que real y profundo, ¡qué decir entonces -de las provincias, que han conservado mucho más el carácter español, -y donde en aquel tiempo no había una casa que no estuviese llena de -crucifijos, santos de talla y vírgenes de bulto! ¡Qué torpe y qué tonto -había sido yo, descuidando y aun enajenándome tan poderosas voluntades! -Era preciso corregir aquello, á todo trance, pero con la suficiente -habilidad para que mi actitud, si fuera criticada, me sirviese aún más -que si pasara inadvertida. - -Doña Gertrudis Zapata había ido entregándose cada vez más á la -religión, hasta llegar á un feroz fanatismo. Vestía el hábito del -Carmen, comíase á todos los santos, no salía de las iglesias, llevaba -de casa en casa el Niño-Dios en bandeja, pidiendo limosna para la -fábrica de tal ó cual templo, adornaba altares, visitaba á las monjas, -hacía escapularios. Las malas lenguas decían que los viernes ponía -calzones al gallo de su corral y que durante la semana santa lo -tenía enjaulado en el jardín. La casa de don Claudio, quien seguía -desempeñando las funciones de juez de paz, estaba siempre llena de -curas y frailecitos, y los domingos había en ella gran almuerzo, de -cazuela, chanfaina y empanadas, al que asistían dos ó tres sacerdotes -de significación, el padre predicador más sonado, el curita de mayor -influencia, las autoridades eclesiásticas, en fin, pues el mismo obispo -se había dignado aceptar una ó dos veces la humilde invitación de misia -Gertrudis, que en esas ocasiones echó la casa por la ventana haciendo -un menú sardanapalesco. Equilibrábanse así la zorrería de don Claudio -con la santidad de su mujer, y todo marchaba á las mil maravillas. - -Yo los había visitado de vez en cuando para oir, como se sabe, de boca -del mismo autor, la narración de alguna de las sentencias notables de -Zapata, de modo que, cuando me mostré más asiduo, no llamé la atención -de nadie. De este modo estreché relaciones que más tarde habían de -serme utilísimas, con el buen padre fray Pedro Arosa, mi antiguo -conocido, franciscano regordete y jovial que era entonces el «pico de -oro» de la provincia, con el cura Ferreira, largo, flaco, triste y -silencioso, y con otros sacerdotes de mayor ó menor cuantía. Reservado -en un principio, demostréles el mayor respeto, no exento de dignidad, -escuché sus opiniones, se las pedí á veces, y me permití discutirlas -con la mayor reverencia, cuidando de darme por vencido y convencido -al fin. Esta táctica me conquistó del todo sus voluntades, tanto más -cuanto que no veían, ó aparentaban no ver, dónde iba yo á parar. Mi -plan era tan sencillo, tan instintivo, que yo mismo no hubiera acertado -á explicarlo, sino como una simple tontería. Había visto una fuerza que -podía serme útil y me colocaba en situación tal que pudiera servirme -en un momento dado. Otros correligionarios no lo pensaron, ¡tanto peor -para ellos! - -En el curso de mi vida me han llamado «aprovechador de circunstancias». -Lo cierto es, por una parte--ya lo saben ustedes,--que no las he -desdeñado nunca, y por otra que á veces he solido verlas venir desde -muy lejos, y nunca he reñido con ellas antes de tiempo. ¡Aprovechar las -circunstancias! ¡Pero si eso es, sólo, saber vivir la vida! ¡Vislumbrar -las que han de producirse! ¡Pero si eso es tener talento político! -¿Qué han hecho los «reformadores», los «creadores de circunstancias», -en nuestro país y en todas partes, sino ir á la inmolación ó ponerse -sencillamente en ridículo?... - -Fray Pedro Arosa, el más inteligente de la tertulia, quiso saber -á qué atenerse respecto de mí, y un día me sometió á un amable -interrogatorio, como si hablara de cosas indiferentes. - ---Muchos hay--me dijo,--que no creen ciegamente en los sagrados -misterios de nuestra religión, pero que tampoco se atreven á negarlos -y les tributan el más profundo respeto. Esperan el «estado de gracia» -que, dada su situación, no puede tardar en llegarles. Entretanto, se -sienten _desgraciados_--así debe decirse,--porque les falta la inefable -satisfacción de todos los momentos que sólo puede darles la fe. - -Pisé el palito, contestando distraído que yo me hallaba precisamente -en esa situación, que quería creer, pero que no podía librarme de toda -duda. Veneraba la iglesia--había dado pruebas de ello,--pero se me -hacía difícil admitir todo su credo, probablemente porque no me hallaba -en el susodicho «estado de gracia». - -¿Por qué no frecuenta más los sacramentos?--preguntó campechanamente el -padre Arosa. - ---¿Cómo dice, padre? - ---¿Por qué no se confiesa y comulga más á menudo? Cuando se está con -un pie dentro y otro fuera de nuestra santa religión, hay que hacer un -esfuerzo. El estado de gracia viene de lo alto, repentinamente, como -á San Pablo en el camino de Damasco, pero también puede obtenerse, -mediante la oración y las prácticas religiosas. La fe, la convicción, -se logra con la voluntad de la evidencia, y trae consigo innumerables -satisfacciones, morales y materiales. ¿Qué gana usted con su -indiferentismo? No servir ni para Dios ni para el diablo, como dicen -los paisanos, con este aditamento: que el que no está con Dios está -contra él. - ---¡Santas palabras!--exclamó misia Gertrudis.--¡Con razón le dicen -«pico de oro», padre! Ni fray Marcolino hubiera hablado mejor. Pero -este Mauricio ha sido siempre algo hereje, y no se dejará convencer -hasta que no vea cerca su última hora. - ---¿Por qué dice eso, misia Gertrudis? He hecho como todo el mundo, pero -eso no quiere decir que sea un hereje. - ---No. No es el caso--repuso fray Pedro.--La herejía es otra cosa muy -distinta, como es distinta la incredulidad. Aquí estamos frente á un -acabado ejemplo de indiferentismo. Frecuente los sacramentos y ese -estado enfermizo de su alma irá cediendo poco á poco ó rápidamente, -¡quién lo sabe! á la celestial medicina. - ---Lo haré, padre, y quiero creer que esa medicina, como usted la llama, -me traerá la paz y la felicidad. - ---Así en la tierra como en el cielo; no lo dude usted, hijo mío. Dios -premia á sus servidores, sin contar, como padre generoso y amante. - -Pocas noches después fuí á visitarlo al convento, y me confesé con él. -París vale bien una misa. Por otra parte, la confesión no me repugnaba, -desde que el padre Arosa estaba ya muy al corriente de mi vida. En -efecto, nada de lo nuevo que le conté le sorprendió, quizá porque ya lo -sabía, quizá porque en su carrera de confesor había oído cosas mucho -más gordas que mis travesuras. Temí un momento, como en mi primera -confesión, que me ordenara casarme con Teresa, pero no lo hizo, sin -duda convencido de que un matrimonio sin amor no sería más que un -semillero de pecados mortales. Lo único que me recomendó fué que huyera -de las tentaciones, pues la ocasión es el arma por excelencia del -demonio... - ---Debes frecuentar la iglesia, tener piadosas conversaciones, dedicarte -á la oración, leer libros que eleven tu espíritu. No quiero decirte -que te hagas un anacoreta, ni un místico, no. También ha habido santos -en la sociedad, y la alegría y los placeres lícitos no dañan al buen -cristiano. La religión necesita servidores en el mundo, no sólo en la -iglesia. Reza el Confiteor y ve en paz. _Ego te absolvo, in nómine_... - -La noticia de mi definitiva conversión se divulgó rápidamente de -sacristía en sacristía y de convento en convento, y no tardó en -trascender hasta el público. Muchos liberales la creyeron cuento, y no -le atribuyeron importancia alguna. Y cuando el hecho se confirmó, ya -todo el mundo estaba acostumbrado á él. - -Mi temible enemigo era, pues, mi aliado. El camino á la diputación -nacional quedaba abierto y sin obstáculos. - - - XI - -Aunque lo esperaba de un momento á otro, no supe sino algo más tarde -que el partido católico de la provincia apoyaría indirectamente mi -candidatura. Digo indirectamente, y voy á explicar por qué. Desde -mucho tiempo atrás, la oposición no se presentaba á las elecciones ó -salía afrentosamente derrotada apenas trataba de dar señales de vida. -Con las mesas totalmente gobiernistas, la policía nuestra, los jueces -nuestros, sin grandes gastos de movilización de gente, el triunfo nos -pertenecía sin disputa: bastaba con que los escrutadores copiaran los -registros durante un par de horas. Pero si la oposición propiamente -dicha no tenía ingerencia alguna en la elección, el partido católico -en particular era influyente, sobre todo antes de la elección, es -decir, en la designación de candidatos. En el partido del Gobierno, así -como en los demás, había muchos de sus miembros, gente por lo general -rica y conservadora, de elevada posición social, y cuyos consejos se -escuchaban siempre y se seguían á menudo. La opinión de éstos en cuanto -á hombres y cosas, se consideraba el exponente de lo que el pueblo -podía tolerar. Algo que provocara su violenta desaprobación, sería -necesariamente inaguantable para los demás. Podían, pues, hacer con -éxito la guerra á mi candidatura, antes de que saliera á luz, ya que no -en los comicios. Esto lo temí siempre hasta una conversación que tuve -con fray Pedro Arosa. - ---¿Ha oído usted hablar--me preguntó una tarde,--de un proyecto de ley -de divorcio que va á presentarse al Congreso, y que completaría la -iniquidad de la ley de matrimonio civil? ¿Sabe usted si el Presidente -está dispuesto á apoyarlo? - ---No lo creo--repliqué.--El Presidente debe tener en la actualidad -otras preocupaciones. En cuanto al proyecto, existe, pero lo considero -un simple tanteo de la opinión, un preparativo para más tarde... - ---¡Pues, ni como tanteo!--gritó el padre Arosa.--Los «tanteos» preparan -las «realizaciones»... ¡Esos herejes, relapsos, merecerían un terrible -castigo! ¡Es necesario que su tentativa fracase ruidosa, totalmente! -Están minando el edificio de la Iglesia, el templo del Señor, que -aplastará al país con sus ruinas. ¡El día que se acabe la religión, -esta República habrá dejado de existir, será un pueblo muerto, -abandonado de la mano de Dios! ¡El divorcio! ¿sabe usted lo que es el -divorcio? ¡La disolución de la familia, la anarquía de la sociedad, -el olvido de todas las tradiciones, el ateísmo en auge! La mujer, sin -el freno del matrimonio, no irá á buscar consuelo y confortación en -la iglesia, arrastrada como se verá por el torrente de una vida de -aventuras, corriendo como irá tras de una felicidad terrena que se le -ofrecerá engañosamente, en sustitución de la dicha celestial que es, -hoy por hoy, la única que espera... ¡Hay que hacer que ese proyecto -caiga de tal modo bajo la condenación general, que nadie se atreva, en -muchos años, á volver á presentarlo!... ¡Vaya con el «tanteíto»!... - ---Si llego á ir al Congreso, como espero, me dedicaré exclusivamente -al triunfo de la buena causa, y el divorcio no tendrá enemigo más -resuelto--dije con unción. - ---¿Aunque el Presidente lo apoye? - ---En cuestiones de conciencia, los partidos no tienen que entrometerse. -Yo encontraré el medio de hacer que el Presidente deje á sus -partidarios en plena libertad en esta cuestión. - ---¡Es tan liberalote! ¡En su provincia se mostró siempre tan enemigo -nuestro! - ---Eran otros tiempos. Y, además, padre, tenía que propiciarse el pueblo -bajo, en vista de la Presidencia... Ahora no querrá mezclar á la -cuestión política una especie de guerra de religión, ni enajenarse la -voluntad femenina, inclinada á él por el apogeo del lujo y la riqueza, -por el brillo de una vida de holgura y diversiones... amén de otras -cosas... - ---Puede que eso sea verdad. En fin, ya que está usted animado de tan -buenas intenciones, es preciso que vaya al Congreso. Allí hacen falta -hombres como usted. - -No oculté mi satisfacción. Fray Pedro, recobrando su bonhomía y -regocijo acostumbrados, agregó, sonriente: - ---¿No le parecería bueno hacer un viajecito á Buenos Aires? Yo creo -muy útil que se vea con el Presidente y le hable de cómo recibiríamos -el proyecto de divorcio. ¡Oh! ¡como simple informe, sin meterse en -honduras! Tanto más cuanto que sería magnífico que el Presidente se -mostrara favorable á su elección. - -¡Gran consejo! Ungido por el Presidente, ni Correa ni nadie sería capaz -de ponerse en mi camino. - ---Iré esta misma semana--dije.--Cuente conmigo, padre. - ---¡Dios te lo pagará! - -Entretanto, María no había cambiado de actitud. Amable, afectuosa, me -recibía como á un buen amigo, y sólo de vez en cuando pasaba--pronto -reprimida,--una promesa por sus ojos. Y aquella misma tarde, cuando fuí -á verla como de costumbre, me dijo con cierta gravedad: - ---Ayer, incidentalmente, habló papá de que está usted muy religioso, -¿es cierto? - ---No tengo por qué ocultarlo: he vuelto al seno de la Iglesia, como -dicen los sacerdotes, María--contesté en tono de broma. - ---¿No se enojará si le hago algunas preguntas, que han de parecerle -indiscretas? - ---¡Qué esperanza! - ---Dígame, pues: ¿Usted cree, de veras, en todo lo que enseña la -religión? - ---Sí, creo--dije tanto más resueltamente cuanto que no quería dejarle -ver mi vacilación.--¿Por qué me lo pregunta? - ---Porque me parece bastante extraño. Muchas veces le he oído hablar -con incredulidad y hasta con burla de más de un misterio, de más de un -dogma. - ---Extravíos de la juventud... Las malas lecturas... Uno vuelve siembre -á sus primeras creencias, á lo que le enseñó la madre, cuando niño... - ---¡Ah! - ---Siempre queda, allá en el fondo, un resto de fe, que florece y -fructifica en determinadas circunstancias. Ya sabe usted que quiero -hacerme hombre serio, María. - ---Sí, sí. Eso debe también ser un motivo... Pero ¿no se puede ser -serio sin ser religioso? Papá no cree, por lo menos él lo dice, y, sin -embargo, lo considero grave, bueno, honrado y puro... Me afligiría que -cambiara de modo de pensar, sin una causa evidente y convincente... - ---Lo que quiere decir que le desagradan mis ideas actuales, María. ¿Lo -que quiere decir que usted tampoco cree? - ---Yo creo... Yo creo... La verdad es que nunca, hasta hoy, me he puesto -á examinar esa cuestión. Tomé sin discusión lo que me enseñaron, y -todavía no estoy preparada para discutir. Los mandamientos de la Ley -de Dios son justos y santos, esto me basta. Los considero la regla de -conducirse bien en la vida, y me someto á ellos como á una disciplina -salvadora... Pero, si llegara á dudar de los artículos de la fe, -me parece tan difícil que volviera á creer en ellos de la noche á -la mañana... ¡En fin! Estas cuestiones no son muy entretenidas que -digamos. Dejémoslas, Herrera, que nada adelantamos con eso. - -Mucho me sorprendió esta conversación, y la expresión de desgano y -tristeza que vi en la cara de María. ¿La habría mordido «el demonio -implacable de la duda»? ¿Desmerecía yo en su concepto con mi nueva -actitud? ¡Imposible! La mujer es creyente en nuestro país, y recuerdo -que cuando incidentalmente criticaba yo ó satirizaba la religión en su -presencia, María me llamaba al orden, diciendo que no debía hacer burla -de las «cosas respetables». - -Pero ¿quién entiende á las mujeres? Cualquiera diría que aquella -muchacha sospechaba de mi sinceridad, vislumbraba un sentido oculto y -utilitario en mi conversión, y abrigaba temores respecto de mi carácter -y mi conducta futura para con ella. Quise poner esto en claro y -anunciándole mi próximo viaje á Buenos Aires, le dije que, según todas -las probabilidades, sería electo diputado al Congreso. - ---Ya lo sabía, y lo felicito, Herrera. En el Congreso puede hacer mucho -por el país. - ---Lo dice usted sin interés ni entusiasmo. - ---¡Vaya! No es cosa tan del otro mundo. Ser diputado no significa -nada... Es un buen empleo, nada más... Eso si no se halla manera de -elevarlo hasta la altura de una misión, y de servirse de él como de una -herramienta poderosa para hacer el bien. - ---Así lo haría yo, si tuviera quien me confortara é inspirara. ¿Quiere -usted ser mi apoyo y mi inspiradora?. ¿Quiere ser mi mujer en cuanto me -elijan, y entrar del brazo conmigo en Buenos Aires? - -Me miró con fijeza tranquila y severa. - ---Ya se lo he dicho, Mauricio. Le contestaré dentro de un año. -Quiero... quiero estar segura de mí misma... y de los demás. - ---¡Me hace usted desesperar!--dije, tomando el sombrero.--¿Es su última -palabra? - ---¡No, pues! La última se la diré dentro de un año. - ---¿Y será que no? - ---Creo, espero lo contrario, Herrera--contestó con blandura, -tendiéndome la mano. - -¡Curiosa mujer! No me cabía duda de que me quisiera, pero diríase -que en ella más podía la reflexión que el sentimiento. Había -una lucha ardiente entre su corazón y su cabeza, y ésta era tan -encarnizada que repercutía en su físico, adelgazándola, y en su -moral, entristeciéndola. Nunca, en mi vida, he hallado otra mujer -como aquélla, ni en las que conocí íntimamente, ni en las que pude -observar en sus relaciones con los demás. ¡Qué diferencia con Teresa, -por ejemplo! Toda confianza, toda ingenuidad, algo tonta, muy -ignorante, la otra se daba entera, sin reticencia, sin reflexión, -sin condiciones, como un ser primitivo que se deja llevar por los -sentimientos, por las circunstancias. María, en cambio, pura y también -candorosa á su modo, tenía, sin embargo, la intuición de no dejarse -arrastrar por sus sensaciones é impresiones, estaba en guardia contra -peligros desconocidos, quizá imaginarios, y me resultaba una criatura -artificial, una especie de coqueta terrible, porque filosofaba y ponía -en práctica su filosofía. - -Sabia coquetería, en caso de serlo. Su actitud me ligaba cada vez más -á ella, y mi voluntad iba violentamente á su conquista, por cualquier -medio. - -Esta situación se complicó, se hizo más vidriosa y desagradable, -desde una visita de don Evaristo en mi despacho, análoga, pero, ¡qué -diferente! á la del viejo Rivas. - ---Mi querido Mauricio--díjome Blanco, afectuosamente,--debo hablarle de -un asunto de importancia. Quizá le pueda molestar, pero le ruego que -no tome á mal mis palabras, y que se ponga en mi lugar de padre, con -imprescriptibles obligaciones. - ---¡Hable usted con toda libertad, don Evaristo!--exclamé sin sospechar -aún lo que me diría, aunque sabiendo de quién se trataba. - -La vida tiene ironías inesperadas, que resultarían cómicas, si uno -pudiese considerarlas desde afuera, con ánimo sereno. La escena con -Blanco era más que una ironía, un sarcasmo. Iba á decirme que, como mi -asiduidad en su casa se prolongaba demasiado y comprometía á su hija, -era necesario que explicara mis intenciones, pidiera la mano de la niña -ó me retirara, como cuadra á un caballero. Todo el mundo me consideraba -novio de María, y algunos pretendientes serios se habían retirado, -al verme en tal pie de intimidad. Él no tenía prisa en casar á María -¡muy al contrario! pero deseaba aclarar la situación y no verla en una -posición anómala sin que ni él ni ella tuvieran la menor culpa. - -Le dejé hablar con su calma sentenciosa de siempre, sabiendo que no le -agradaba ser interrumpido. Puntualizó su discurso con esa minuciosidad -provinciana y ese acento oratorio que es todavía atributo de algunos -viejos chapados á la antigua y olvidados por la muerte. Cuando con -una larga pausa y una mirada invitadora señaló que había terminado, -repliqué, muy grave: - ---Todo eso está muy bien, don Evaristo, tan bien que no vacilaría en -pedirle ahora mismo la mano de María, considerándome muy honrado en -obtenerla, pero... Pero es el caso que no puedo hacerlo, por ahora. - ---¡Cómo así! ¿Por qué?--preguntó sobresaltado. - ---Porque ella misma me lo impide. Le he pedido que nos casemos -inmediatamente, sin pérdida de tiempo, pero á todas mis súplicas -contesta que resolverá dentro de un año. Sin quitarme las esperanzas, -no me las quiere confirmar tampoco... - ---¡Es posible!... Pues no me doy cuenta de qué locura... - -Y se interrumpió en seco, al comprender que iba á hablar mal de su -hija, á penetrar con cierto impudor en su fuero interno de mujer, -cayendo luego en honda meditación como si el inesperado problema lo -dejara perplejo. Convencido, sin duda, de nuestro amor recíproco, no -había querido interrogar á María, con ese exceso de pudor de ciertos -padres criollos que, no dejando escapar ante sus hijas ni la menor -palabra referente al «galanteo», digámoslo así, son más incapaces aún -de someterlas á un interrogatorio siempre escabroso, por más tacto que -se tenga. - -Había respetado, pues, hasta el extremo, su reserva pudorosa, su candor -que se imaginaría probablemente integral, cuando la nueva Rosina, lo -mismo que su antepasada, manejaba sus asuntos sentimentales como una -mujer hecha y derecha, experimentada en amorosas lides. ¡Que tanto -puede el misterio! - ---En ese caso--dijo por fin el viejo, llegando á una crisis de su -meditación,--en ese caso doy por pedida la mano de María. Yo hablaré -con ella, haré que me diga sí ó no, ó, por lo menos, sabré qué piensa... - ---Creo que su intervención, don Evaristo, será inútil... y perdone. -María me ha declarado que está resuelta á no acortar el plazo... - ---¡Oh! estas muchachas... ¡Miren en qué situación me ha puesto!... -Pero las cosas no pueden seguir así, hay que definirlas de una vez... -En cuanto á usted, mi querido Mauricio, le ruego que no complique más -el problema con tan frecuentes visitas. Nada se pierde con ello; al -contrario, es posible que así se arreglen las cosas mucho más pronto... - -Se fué el buen hombre, y yo me quedé riendo de rabia por la irónica -comunicación, y ardiendo en deseos de asistir al coloquio revelador que -iban á tener padre é hija. En la imposibilidad de escucharlo, traté de -encontrarme al día siguiente con Blanco, lo que no era muy difícil, -pues todas las tardes salía á caminar. Á mis preguntas, contestó -evasivamente, con aparente franqueza: - ---Dice que los dos son muy jóvenes todavía. Que tienen tiempo de -casarse. Que quiere conocerlo más, para no lamentar después una -equivocación... - -Hoy me alegro infinito de estas reticencias y dudas de María. La mujer -debe entregarse sin condiciones al marido, y no someterlo eternamente á -la crítica, porque de otro modo ni él ni ella podrán nunca ser felices. -Este debía ser el fondo del pensamiento de Vázquez, al decir que no -quería conquistar á una mujer «convenciéndola», sino «enamorándola». -Pero entonces, mis sentimientos llegaron á exagerar todos sus -caracteres apasionados ya, y me pareció imposible vivir sin María, no -vencer ese primer obstáculo opuesto á la realización de mi voluntad, -hasta entonces siempre vencedora. - -Ajustándome, pues, á los deseos manifestados por don Evaristo, y -siguiendo una táctica que aún me parecía eficaz, pese á su fracaso -anterior, no fuí á ver á María, sino el día antes de marcharme á Buenos -Aires. Estuve pocos minutos y me despedí, diciendo: - ---Espero que á mi vuelta de la capital habrá variado de idea; mi vida -está devorada por la impaciencia y resulta intolerable. - ---¿Por qué impacientarse, Herrera, deseando iniciar una cosa que, si -empezara, tendría luego que durar toda la vida? Es usted muy arrebatado. - ---Y usted demasiado indiferente. Adiós, María. - - - XII - -La capital me atraía poderosamente, por su vida más amplia y más libre, -su movimiento, sus diversiones, su buen humor aparente que contrasta -con la amodorrada gravedad provinciana, pero nunca produjo en mí tanto -efecto de atracción como aquella vez, sin duda porque ya vislumbraba -próxima la hora en que emprendería su conquista. Pisé sus aceras con -paso firme, de propietario, y me sentí más familiarizado que nunca con -aquel torbellino que en un principio me mareara, desconcertándome. Una -nueva vida parecía empezar para mí, excitando mi orgullo, y con la -frente alta, miraba la ciudad como cosa mía. - ---¿Soy provinciano?--me preguntaba, recorriendo aquellas calles -animadas que diez ó veinte años más tarde iban á convertirse en -tumultuosas.--¿Y ese epíteto de provinciano significaría que esto no me -pertenece como al mejor entre los mejores? ¡Bah! ésas son tonterías que -sólo sirven para alimentar la conversación de los fogones y las salas -de aldea. Aunque no tuviera antepasados porteños, en cuanto me pasara -el primer mareo de la multitud, me encontraría en casa, como todos los -del interior que han triunfado, y que sólo utilitariamente mantuvieron -el antagonismo tradicional. ¿Qué es lo «porteño», sino la suma de -los mejores esfuerzos de todo el país? ¡Vamos! desde el ochenta, más -gozan de Buenos Aires los provincianos que los bonaerenses, como gozan -menos de París los parisienses que los forasteros. Buenos Aires es -una resultancia, y yo la quiero, y todos debemos quererla, hasta por -egoísmo, porque todos colaboramos ó hemos colaborado en la tarea de -su realización. ¡Una capital con la quinta parte de la población de un -país que es un mundo, capital que, sin embargo, vive en la abundancia, -en el lujo, en la esplendidez! ¡Qué ciudad, qué país, qué maravilla!... -Quererla mal es renegar de la propia obra, es no saber lo que estamos -haciendo... - -La ciudad de provincia quedaba lejos, muy lejos, allá atrás, y el -mismo recuerdo de María se esfumaba como algo que comenzara á ser -remoto. El grande hombre del interior iba á ser grande hombre de la -capital, centuplicando su importancia sin trabajo, conducido por el -curso natural de las cosas... Pero ¿y si el Presidente?... ¡No! no -había nada que temer: me daría su confirmación, pues le constaba que -lo había servido y lo serviría incondicionalmente, mientras ocupara el -Poder. Después, no podía forjarse ilusiones; su sucesor lo arrumbaría -en cualquier rincón, como él mismo había hecho con su antecesor, como -lo hicieron casi todos antes, en la corta serie de los presidentes. -Lo importante para él era contar durante su período, con hombres -probados, y prepararse á volver en las mejores condiciones posibles -á la vida privada... Pero, ¿no sería peligroso hablarle de lo que me -había encargado fray Pedro? ¿no consideraría aquello como una falta de -disciplina? ¿Qué pensaba del divorcio? ¿deseaba implantarlo realmente? -¡Bah! todo es cuestión de tantear el terreno con destreza y no -precipitarse, teniendo en cuenta, además, que una medida tan radical no -es de su temperamento... - -Fuí á verlo en su casa particular al día siguiente, y en cuanto hice -pasar mi tarjeta me recibió. Era un hombre joven, bien parecido, -de mirada suave y bondadosa, muy campechano y afable. Hablaba con -cierto dejo provinciano que no carecía de gracia, y accionaba con -viveza, cuando decía algo interesante, acentuando entonces más las -sílabas. Vestía bien, sin excesivo atildamiento, y no llevaba nada -aparatoso ni llamativo sobre su persona. Me tendió la mano, con ademán -resuelto y franco, me hizo sentar junto á él en un sofá, y entró -inmediatamente en materia, preguntándome--cual si ésta fuera una «Guía -de la Conversación» de los presidentes,--cómo andaban las cosas en mi -provincia y cómo se presentarían las próximas elecciones nacionales. - -Exageré la paz y la bienandanza de que gozábamos, la fidelidad -del pueblo á su Gobierno, la riqueza que fluía de todas partes, -la floreciente situación de los bancos, el progreso que avanzaba -vertiginosamente. En cuanto á las elecciones, procurarían un nuevo -triunfo á nuestro partido, del que él era tan digno jefe, aunque entre -los candidatos hubiera alguno ó algunos de escaso mérito. - ---¿Por ejemplo, cuál?--me preguntó extrañado. - ---Por ejemplo, éste su servidor, Presidente--dije, mirándole al -soslayo, para sorprender la impresión que le causaba. - -Se echó á reir. - ---¡Vaya una modestia, amigo!--me contestó.--Usted hará muy buen papel -en la Cámara... mejor que muchos otros. Ya me han escrito sobre su -candidatura, que me satisface, porque usted es un hombre con quien se -puede contar. - ---¡Oh, en cuanto á eso!... - ---Pero, dígame lo que pasa por allá. ¿Cómo se porta el gobernador -Correa? - -Inicióse, entonces, una larga plática, él preguntando, yo dándole -detalles de todo género, haciendo retratos más ó menos parecidos de -mis comprovincianos influyentes, contándole las últimas anécdotas -y los últimos escándalos. Era curioso y se divertía muchísimo con -aquella chismografía político-social, que yo manejaba como un maestro. -Aproveché la circunstancia para informarlo de la actitud del clero y -del partido católico ante el anuncio del proyecto de ley del divorcio. - ---Pero no ve, amigo, cómo nos atacan los clericales--exclamó con un -ademán violento y poniéndose ligeramente encarnado.--¡Nunca se ha -visto!... Hacen política hasta en el púlpito, y hay que darles una -lección... Están demasiado engreídos (engréidos, pronunciaba él), y no -quiero que en mi Gobierno haya nadie que se ría de mí. - ---¿Y no cree usted, Presidente, que atacándolos así, en lo más vivo, -no se portarán peor? Todavía si el proyecto se lanzara sin el apoyo -ostensible del Gobierno... - ---Eso es lo que se hará, precisamente... No tengo interés mayor en -la ley. Pero, al sentir esa amenaza, comprenderán que sólo yo puedo -desvanecerla ó alejarla indefinidamente. - ---¿De modo que nuestros diputados podrán votar como les parezca? - ---Naturalmente. Lo que importa es el debate, un gran debate que -entretenga la opinión. Prepárese, amigo Herrera, pues ése será un lindo -estreno para usted. - -Salí radiante de alegría, y corrí al hotel á escribir á Correa, á los -amigos, para comunicarles que el Presidente me había ungido diputado. -Todo temor desaparecía: era como si ya tuviese el diploma en el -bolsillo. También escribí al padre Arosa, diciéndole que todo había -pasado de acuerdo con nuestros deseos, y á de la Espada, pidiéndole que -lanzara abiertamente mi candidatura en _Los Tiempos_, sin esperar á -que el Comité me proclamase. ¡Me reía yo de todos los comités, de todos -los gobernadores de provincia, de todos los candidatos de sí mismos! - -Pasé en Buenos Aires una semana encantadora, corriendo de un teatro -á una tertulia, de una visita á un paseo, de un club á alguna libre -y amena reunión femenina, derrochando el dinero como sólo se ha -derrochado en aquella época delirante y magnífica, que la mala suerte -vino á interrumpir, pero que pudo ser, sin la intervención de la -fatalidad, el comienzo de una era grandiosa que pareció reiniciarse -diez ó quince años después. Un entorpecimiento, una momentánea escasez -de dinero provocada por varias malas cosechas, hizo poco más tarde -que todo el edificio, cimentado en el crédito, pero que se hubiera -consolidado echando profundas raíces, se viniera abajo de la noche -á la mañana, y pusiera en grave peligro la misma estabilidad de -nuestro partido, es decir, del único que tiene suficientes fuerzas -para gobernar el país, experiencia profunda y clara comprensión de -cómo deben dirigirse sus progresos. ¡Lamentable aventura, que me hizo -pasar las horas más amargas de mi vida! Pero aún estábamos lejos de -tan penosa situación, y Buenos Aires se divertía bulliciosamente, á -despecho de la prédica incendiaria de algunos periódicos, y al amparo -de una policía fuerte y admirablemente organizada, cuya severidad era -motivo de odio para el populacho que la oposición trataba de anarquizar. - -Cuando volví á mi provincia, había gastado lo que allí me bastaría -para vivir con rumbo seis meses, por lo menos. Poco me importaba. Mis -terrenos y casas nuevas de Los Sunchos, sin darme sino muy escasa -renta, se valorizaban día á día, y no tardarían en constituirme una -regular fortuna que, bien utilizada en especulaciones que Buenos Aires -ofrecía fácil y seguramente, harían de mí en poco tiempo un hombre muy -rico. El porvenir estaba asegurado, ó, por lo menos, así lo creía yo. - -Para asegurarlo más, siguiendo la corriente de la época, había sacado -dinero de los bancos, no sólo en el de la provincia, sino también en -el Nacional, unas veces con mi firma--las menos,--otras con las de -algunos servidores de confianza, para ponerme al abrigo de todo evento, -y no con la intención de suspender las amortizaciones, salvo caso de -fuerza mayor. ¿Por qué había de permitir que una casualidad pudiera -arruinarme, cuando muchos en peor posición política que yo, no corrían -riesgo alguno, usando de cuanto dinero necesitaban? Además, con aquello -no hacía daño á nadie, y esas sumas me permitían edificar, especular, -aumentar el número y la extensión de mis propiedades... - -Vuelto á la ciudad, mi primera visita fué para María, que me -recibió como me había despedido, amistosa pero fríamente, con una -reserva que se esforzaba al propio tiempo por mantener y disimular. -Estaba evidentemente en guardia; pero, ¿contra qué? Hay misterios -incomprensibles en el alma femenina. - -Fray Pedro, á quien fuí á ver en seguida, me abrumó á preguntas, y -sólo se tranquilizó cuando le dije lo que se proponía el Presidente: -amenazarlos para mostrarse después buen príncipe, y atraerlos á su -lado, ó, por lo menos, neutralizarlos en la fiera campaña de oposición -que se iniciaba entonces. - -¡Bien, muy bien! Pero no conseguirá ni lo uno ni lo otro, ni la ley, -ni... lo que se propone con ese espantajo. No se puede encender una -vela á Dios y otra al diablo, sus pretensiones demuestran que sigue -tan hereje como antes. - -Mi candidatura estaba proclamada y mi despacho de la policía, lo mismo -que mi casa particular, se hallaban continuamente llenos de gente, de -amigos adventicios, deslumbrados por mi rápida fortuna, y á quienes -Zapata hacía los honores, dándoles el tono y el compás en el coro de -mis alabanzas, y haciendo que se atiborraran de mate dulce y de ginebra -con agua y panal. Mi gloria estaba en su apogeo. Yo era, si no el más -importante, uno de los personajes más importantes de la provincia: -todo el mundo me aseguraba que iba á votar por mí, y me pedía alguna -cosa para cuando estuviera en Buenos Aires, un empleo para el hijo -ó el pariente, una pensión para la viuda, la huérfana ó la hermana -de un guerrero del Paraguay, que probablemente no había salido de su -casa, una recomendación para que le descontaran en el Banco, mi apoyo -para un pedido de concesión ó de privilegio, cátedras en los Colegios -Nacionales, en las Escuelas Normales y hasta en las Universidades, -cuanto Dios crió y las administraciones humanas inventaron desde que el -mundo es mundo. Hubiérase dicho que yo tenía el cuerno de Amaltea, ó -la varita de virtud, y creo que durante un tiempo fuí más rodeado que -Camino, é incomparablemente más que Correa. - -Yo á todos decía que sí. - -Cuando se va subiendo en política, hay que acceder á cuanto se nos -pide. Basta con reservarse la ocasión de hacerlo, que siempre llega -en los tiempos indefinidos... Sólo que suele llegar tarde para los -interesados. - - - XIII - -En cambio, mi candidatura había hecho pésimo efecto en los diarios de -oposición, que me llenaban de improperios, lo mismo que á los otros -candidatos situacionistas. La prensa bonaerense nos zurraba también, -incitada por sus corresponsales, eco molesto del periodismo local. -El diario católico de la ciudad, entretanto, me perdonaba á mí sólo, -atacando con singular violencia á mis futuros colegas que, al fin y -al cabo, no valían ni mucho menos ni mucho más que yo, en cuanto á -preparación, dotes intelectuales y morales y principios políticos. Como -Correa, cuyas inútiles veleidades de dejarme plantado se desvanecieron -una vez conocida la voluntad presidencial, me sonreía como al elegido -de su corazón, y hacía cuanto estaba en su mano para ayudarme, los -ataques recrudecieron, diciendo los diarios que él era el más empeñado -en mi triunfo y que yo debía considerarme «su hijo... político», -agregando que ésta era la mayor vejación que se hubiese hecho sufrir -á la provincia. Aunque esto pudiera no haberme importado, pues tenía -segura mi «banca» en el Congreso, no me avine á dejar pasar sin -castigo todas estas impertinencias y empuñando mi mejor tajada pluma, -y mojándola en bilis y veneno, inicié aquellas célebres «Semblanzas -contemporáneas» cuya serie forma una galería de retratos satíricos de -los prohombres de la oposición de mi provincia. - -Allí salían á bailar todas sus ridiculeces, sus defectos morales y -físicos, y hasta los detalles más ó menos pintorescos y escabrosos -de su vida privada. Tuve para esto dos colaboradores eximios en don -Claudio Zapata y misia Gertrudis, que conocían la vida y milagros -de la provincia entera, desde tres generaciones atrás. Aparte la -genealogía minuciosa de cada familia, sabían todos los escándalos -verdaderos ó calumniosos, presentes, pasados y hasta futuros de cada -uno de nuestros comprovincianos de significación. - ---¿Qué se puede decir de Fulano, misia Gertrudis? - ---Que es un mulatillo y nada más. El abuelo era un negro liberto de los -Bermúdez, que entró de sacristán en San Francisco. Los buenos padres -enseñaron á leer y escribir á los hijos, que se hicieron comerciantes -en un boliche de almacén y pulpería, y ganaron platita. Me acuerdo -que, cuando muchacha, al pasar el padre de este personaje de hoy, le -cantábamos para hacerlo rabiar: - - _La Habana se v'á perder - la culpa tiene el dinero: - Los negros quieren ser blancos, - los mulatos caballeros._ - -Tenía el odio más inveterado y mortal contra los negros y los mulatos, -sólo comparable con el que dedicaba á los «carcamanes», ó sea italianos -burdos, á los «gringos», es decir, á los extranjeros en general, y á -los catalanes, aunque fueran nobles hijos de la península ibérica, -patria de sus antepasados. Para cada colectividad de éstas tenía una -copla, más ó menos chistosa, por ejemplo: - - _Á la orilla de un barranco - dos negros cantando están: - ¡Dios mío! ¡quién fuera blanco... - aunque fuese catalán!_ - -Á los carcamanes, bachichas, «mangia polenta», escasos por entonces en -la provincia, no les economizaba dicterios, y el mismo doctor Orlandi, -pese á su alta posición oficial y pecuniaria, no escapaba á sus tiros. -Don Claudio le hacía coro y complementaba á veces sus recuerdos y -observaciones, con análoga malevolencia, subrayando algún detalle ó -exhumando otros desconocidos ú olvidados por su cara mitad. - ---«Acordate» de que, cuando nació Zutanito, hacía meses que había -parado en su casa don Justo, el gran caudillo. Y Zutanito es el vivo -retrato de don Justo, mientras que no se parece nada al padre. - -Y así para todos, sin que nadie quedara en pie. Completaban, pues, -admirablemente mi policía oficial, en el tiempo y en el espacio, -metiéndose donde ésta no podía entrar, resucitando archivos -inaccesibles para ella, y gracias á sus informes é insinuaciones -podía yo escribir sueltecitos picantes como «ají cumbarí». Pero, -aleccionado por el caso de Vinuesca, que no había para qué repetir--los -duelos son útiles cuando el motivo lo merece y pueden darnos mayor -notoriedad,--cuidaba de indicar clara, inequívocamente á mi víctima, -pero sin señalarla de un modo categórico. Quiero presentar aquí un -espécimen de aquella literatura, una silueta--no la más hiriente, por -cierto,--de un enemigo de significación, el redactor en jefe de _El -Grito del pueblo_, diario el más vehementemente radical que se haya -visto en mi provincia: - - «Escribe con una copa de caña al lado. Esta copa siempre está - llena, y no porque él la olvide. No. Cuando se la bebe, distraído, - le escancia inmediatamente otra una mujerona de color sospechoso, - entre china y mulata, con quien se casó hace poco para legitimar - una larga prole de negritos de mota y pata en el suelo. Este manejo - se repite cada cinco minutos ó á cada párrafo de «sana doctrina - política». La Hebe archicriolla, si no se prefiere archiafricana, - cobra, naturalmente, su comisión en especies, echando sendos - tragos, de modo que al acabar un artículo atiborrado de insultos y - de calumnias y hediendo á alcohol, ambos, el salvador del país y - su Egeria cetrina, están completamente borrachos. Entonces leen lo - que el Literato ha escrito, y la Musa orillera hace corregir las - palabras demasiado suaves, substituyéndolas con las más gordas del - diccionario populachero, y dándoles todo el fétido aliento de su - dipsomanía. Y el engendro de su doble embriaguez delirante es para - ellos algo sagrado, si no divino, el eco exacto y admirable del - grito del pueblo. Para los demás es únicamente, y no puede ser otra - cosa, el eructo del porrón.» - -No copio más, porque juzgo ahora este sistema de polémica menos -distinguido que entonces, y mucho más ineficaz de lo que parece. Va más -allá del blanco. Pero agregaré en mi descargo, si no en mi honor, que -estos mismos sueltos, procaces si se quiere, eran modelo de discreción -y agudeza, comparados con los que entonces solían leerse en la prensa -provinciana, y de los que guardo algunos tan curiosos, como aquél que -discutía el modo y forma del nacimiento de un personaje puntano... Ni -insinuar se puede lo que decía. - -Como es fácil de comprender, este deporte periodístico era para mí una -diversión incomparable, que me absorbía largas horas en la rebusca de -insidias y gracejos. El resto de mi tiempo estaba ocupadísimo, pues -ya había comenzado la agitación política con sus asambleas de comités, -sus almuerzos campestres, sus asados con cuero, sus manifestaciones -callejeras, sus mítines en el teatro ó en las canchas de pelota, su -serie interminable de fiestas y reuniones, en que tuve que pronunciar -casi tantos discursos como un candidato yanqui á la Presidencia. -Pero, con un arsenal de lugares comunes que me había formado, salía -airoso, barajando unas veces de una manera y otras de otra, los: sanos -principios de política, el sistema republicano de gobierno, la unidad -y la integridad nacional, el partido dirigente por excelencia, la -hidra siempre amenazadora de la anarquía, la representación genuina -de las provincias, el Presidente de la República, garantía de paz, de -prosperidad y de progreso, la vil canalla de la oposición, la traílla -de perros rabiosos de su prensa, la baba venenosa de la calumnia, los -altos intereses del Estado, que defendería hasta el sacrificio, la -era de las instituciones... y mil otras frases más ó menos huérfanas -de pensamiento, que el público me escuchaba con tamaña boca abierta, -y me aplaudía á rabiar, porque con esa intención ó esa consigna había -acudido á oirme. - -Pero tanto fué el _tolle_ que armó la prensa local y la bonaerense -sobre mi presencia inmoral y tiránica al frente de la policía, siendo -candidato, tanto se protestó contra este escándalo electoral, que -Correa estuvo á punto de ceder y quitarme el mejor escalón para llegar -al Congreso. ¡No en mis días! Las circunstancias me ayudaron otra vez. - -Volvían á correr rumores de revolución. En nuestra tierra siempre han -corrido rumores de revolución, sobre todo entonces, y desde tiempo -inmemorial. Podía aplicarse al país lo de que «cuando no estaba preso -lo andaban buscando», y la prensa europea glosaba nuestras convulsiones -internas como otros tantos cuadros de una opereta pasada de moda. -Las últimas, sin embargo, habían realizado la «unidad nacional», -poniendo al unísono á todos los gobiernos de provincia, que pertenecían -exclusivamente á nuestro partido por obra y gracia del ejecutivo de -la nación, del ejército y de las intervenciones. Pero la oposición, -desalojada hasta de sus últimos baluartes, quería tomar el desquite y -se armaba para luchar en el terreno de la fuerza, declarando que el de -la legalidad estaba clausurado para ella. Mi provincia no constituyó -excepción. Pero las oposiciones, cuando no son enormemente fuertes, -resultan muy desgraciadas en nuestro país, y nunca son así, enormemente -fuertes, sino en circunstancias especiales y siempre transitorias. La -mayoría, en realidad, prefiere ser martillo y no yunque. - -No tardé, pues, en saber los preparativos que se hacían contra -el Gobierno local. Los jefes de dos de las estaciones urbanas de -ferrocarriles, que tenían también la dirección del resto de sus -líneas en la provincia, se permitían ser opositores con mayor ó menor -franqueza. El tercero se declaraba situacionista, porque no era -«forastero» como los otros, venidos de Buenos Aires y Santa Fe. Este -último acudió un día á mi despacho, muy alarmado, para revelarme que se -habían introducido algunos cajones de armas por su línea, aunque fuera -notoria su fidelidad al Gobierno y su continua vigilancia. - ---Y si se han atrevido á servirse de mi compañía--agregó,--estoy seguro -de que se sirven mucho más de las otras, y de que en estos momentos ya -hay centenares de fusiles en la provincia. - ---Gracias por la noticia, Sánchez. Ya había olfateado algo de eso. -Pero, vaya sin cuidado, que no va á suceder nada... Eso sí, averigüe -quiénes han recibido las armas, pero sin alborotar á nadie, y hágamelo -saber. Lo demás corre de mi cuenta. - -Al día siguiente hice citar á los dos jefes opositores, para que -concurrieran á la misma hora á mi despacho. En cuanto los tuve en -mi presencia, agitando unos papeles, como si fueran los documentos -reveladores de sus manejos, exclamé: - ---¡Sé todo lo que pasa!... Pero de hoy en adelante estoy dispuesto -á no hacerme el desentendido, y á perseguir cualquier malevolencia, -cualquier traición... Así, pues, desde este mismo instante, me darán -ustedes cuenta exacta de todas las armas que se introduzcan en la -provincia por sus ferrocarriles, y del nombre de sus destinatarios... -Estoy cansado de hacer practicar estas averiguaciones por mi personal, -y es deber de ustedes facilitar la obra del Gobierno. Si no lo hacen y -resulta en la ciudad mayor número de armas del que yo conozco, los haré -responsables de todo lo que ocurra y sus consecuencias. Lo mismo digo -respecto de los pueblos de la campaña por donde pasan sus líneas. - -Varias veces habían tratado de interrumpirme, protestando de su -inocencia y alegando ignorancia, pero no lo permití. Al final, cuando -renovaban sus protestas, les hice callar, afirmando: - ---Estaré siempre al corriente de lo que se hace por mis propios medios, -pero ustedes tienen que informarme con toda exactitud, si no quieren -pasarlo mal... Por otra parte, no tengan cuidado, porque sus informes -quedarán completamente secretos... - ---Esto tiene que venir de habladurías, de calumnias de -Sánchez--insistió uno de ellos, Smithson;--nadie sino él tiene interés -en perjudicarnos. - ---¿Qué clase de interés puede tener Sánchez que, por otra parte, no me -ha dicho una palabra?... - ---¿Qué clase de interés?--saltó el otro, llamado Peacan.--¡Congraciarse -al Gobierno, para que no se haga la luz en los robos del depósito de -mercancías de su estación central! - ---¡Bah! Ese asunto está en mis manos, y la pesquisa se sigue con toda -actividad. El culpable será descubierto, y más pronto de lo que ustedes -creen. - -Y mirando á Peacan, con sonrisa burlona, como si le insinuara -involuntariamente que Smithson y no otro era el soplón, agregué: - ---¡Vaya, vaya! Ni se sueña usted quién me ha informado. - -Al despedirme de él remaché el clavo diciéndole en voz baja: - ---¿Me cree usted tan simple que no hubiera convocado á Sánchez, si éste -fuese mi informante? ¿Qué costaba llamarlo también, para desviar las -sospechas? - -En cuanto á Smithson, á quien retuve unos minutos más, también le -sugerí la idea de que el indiscreto era Peacan, y esperé el resultado -de mi pequeña combinación: Cualquier otro hubiese hablado á solas con -cada uno de ellos, para tratar de sacarle la verdad, pero hubiera -fracasado inevitablemente; yo, hablando con los dos á un tiempo, -suscitando sus recíprocas sospechas, tenía que lograr mi objeto. Y, -en efecto, días después, Smithson me anunció que acababan de llegar -dos cajones de remingtons, consignados á un bolichero de las afueras, -hombre de Zúñiga y Vinuesca, dos de los jefes de la oposición. En -cuanto á Peacan, más leal ó menos asustadizo, había pedido que no se -siguiera enviando armas por su línea, porque estaba descubierto. - -Hice seguir los cajones, que quedaron sigilosamente custodiados para -que no me los escamotearan. Todavía no era conveniente «descubrirlos». -Un tercer cajón llegó á casa de un opositor católico, el doctor Lasso; -también lo dejé. Por último, Zúñiga cometió la tontería de recibir dos -en su propio domicilio. Era el momento de obrar. Hice allanar la casa -de Zúñiga y tomarle los fusiles, recogí los que había en las chacras, -en el boliche, en poder de algunos particulares, y escribí á Lasso un -billetito diciendo que conocía su depósito de armas pero que, como -no quería molestarlo, porque ambos teníamos «las mismas convicciones -religiosas», él debía mandármelas ocultamente lo más pronto posible. - -Correa se quedó boquiabierto al saber la noticia, porque si bien los -rumores habían llegado á sus oídos, nunca les atribuyó importancia, al -ver que yo me encogía de hombros cuando me interrogaba al respecto. Y -honrándome como nunca lo había hecho, se fué á visitarme en la policía. - ---¡Ah, muchacho!--exclamó.--¡Si cuando yo decía que «sos» un tigre!... -¡Ahora, lo que hay que hacer es enjuiciar á todos esos revoltosos de -porra! - ---¡No se precipite! Mire bien lo que va á hacer, don Casiano--le -dije.--El pueblo está demasiado alborotado para que nos metamos en -«persecuciones». Lo mejor será practicar una larga investigación, sin -tomar preso á nadie por el momento. Siempre habrá tiempo de hacerlo en -el curso de la instrucción, si vuelven á alzar el gallo. Y, ahora, para -hacerle el gusto, permítame que le presente mi renuncia... - ---¡Cómo tu renuncia! ¿Has perdido el juicio? Por nada te dejaré que -«renuncies» en estos momentos. ¡No faltaba más! - ---Sí, Gobernador. Así se salvan las apariencias. Y usted aceptará la -renuncia, pero copiando este borrador. - -Y le presenté una minuta así concebida: - - «Considerando: l.º que el benemérito jefe de policía de la - provincia, don Mauricio Gómez Herrera, tiene razones poderosas para - renunciar el puesto que con tanto acierto y patriotismo desempeña; - 2.º que las circunstancias anormales porque atraviesa la provincia, - teatro de una agitación subversiva, hacen imprescindibles sus - servicios. - - «El gobernador de la provincia en Acuerdo de Ministros, DECRETA: - - «Art. 1.º Acéptase la renuncia indeclinable de don Mauricio Gómez - Herrera; - - «Art. 2.º Encárgase al mismo don Mauricio Gómez Herrera, del - desempeño de las funciones de jefe de policía de la Provincia, - mientras duren las presentes anormales circunstancias.» - ---¿Lo firmará?--pregunté. - ---¡Pues, está claro! - ---¡Viva la República! ¡Cualquier día iba yo á dejar que _mi_ elección -se hiciera sin dirigirla personalmente yo! - - - XIV - -Estas sencillas maniobras, que no sé si llamar hábiles, dieron lugar á -un hecho agradablemente inesperado. María me escribió un billetito, -el primero, pidiéndome que fuera á su casa. Hacía semanas enteras que -no iba á visitarla, y recibí su invitación con verdadero regocijo, -como una señal evidente de mi triunfo próximo y definitivo. Corrí á -casa de Blanco sin perder un minuto, y entré en la sala con aire de -conquistador, aunque ligeramente conmovido. Saludé con efusión, pero -quedé sorprendido al ver que María me recibía con cierta gravedad. - ---Mauricio--dijo, por fin, entrando en materia.--He creído de mi deber -atreverme á hacerle una advertencia. Usted comprenderá que, dadas -nuestras relaciones... amistosas, me preocupe de cuanto hace, y tenga, -como si dijéramos, los ojos clavados en usted... Y, perdóneme, su -actitud me aflige. - ---¡No he hecho el menor daño á nadie!--exclamé estupefacto.--Hasta he -salvado á los revolucionarios, negándome á tomarlos presos, como quería -el Gobernador. - ---No me considere «politiquera». No lo soy. Si me informo de la -política, es porque usted es político; me ocuparía, también, de usted, -en cualquier otro terreno en que actuara. La mujer que quiere conocer -su destino sabe adaptarse al medio de su... de los amigos que han de -influir decididamente en su vida. - -Una luz me iluminó como un relámpago, y después de callar un momento, -pregunté con afectada tranquilidad: - ---¿Hace mucho que no ve á Pedro Vázquez? - ---¿Por qué me lo pregunta? - ---Simple curiosidad. - ---Vino ayer... - ---¿Y hablaron ustedes de mí? - ---No. - ---Sí, María. - ---¡No!... Por lo menos no se ha pronunciado su nombre. Hablamos... -hablamos del éxito. - ---Y Pedro considera que el éxito es caprichoso, siempre ó casi siempre -injusto, que se ofrece al más torpe ó al más tonto, y que se niega al -mérito, al esfuerzo, al sacrificio... ¡Qué bien veo á Pedro en esto, y -cómo sabe hacerse la mosca muerta para intrigar mejor y dar los golpes -más certeros! - ---No. Vázquez considera, como yo, que el éxito suele ser el salario de -los que se doblegan á todas las influencias y se dejan llevar por todas -las corrientes, tengan méritos ó no... - ---¿Sabe, María, que usted piensa mucho? ¿Sabe que piensa demasiado para -poder sentir? - ---¿Y eso significa?... - ---Que quien tanto analiza, señal es que quiere poco. - ---¿Deben aceptarse las cosas y los hombres sin examen? - ---¡Bah! Bien admira á Pedrito... - ---Analizando, como usted dice. - -Yo rabiaba de celos y de despecho. ¡La Marisabidilla aquella, que se -abrogaba la facultad de juzgarme, de criticarme y de aconsejarme! -Porque si bien no me había dicho nada concreto aún, yo leía en sus -ojos la amonestación preparada... ¿Con qué derecho? ¡Una mujer, que -no debía ocuparse sino de sus trapos y sus cintas! ¿No es odiosa esta -clase de marimachos que se creen dueñas de todo el saber porque han -leído cuatro librejos y han creído meditar cinco minutos? ¡Ah! todo -hubiera concluído allí, si los celos ó el amor propio no me mordieran -el corazón. ¡No estar Vázquez presente, para saltarle al pescuezo!... -Y, con las manos trémulas de ira y la voz entrecortada, dije: - ---¡Me ha hecho muchos reproches sin formularlos, María! Usted condena -mi conducta, aunque ésta se ajuste estrictamente á lo que exije la vida -real. ¡Bah! usted es una soñadora, una criatura angelical, convengo -en ello, pero ajena al mundo, incapaz de manejarse en el mundo... -Quizá por eso la quiero tanto... Pero que la quiera no significa -que... No, no tiene derecho de criticarme. Ya se dará cuenta de las -cosas, y entonces comprenderá. Cuando uno se propone llegar á un -punto determinado, tiene forzosamente que tomar el camino que conduce -á él, sea una carretera, sea un atajo, sea un desfiladero entre -precipicios... Yo voy donde debo ir por el único camino que tengo, sin -mirar hacia atrás ni hacia los lados, sin que me detengan tropiezos -humanos ó materiales, pero sin faltar por ello á mis principios de -hombre de honor, á mi... - -Una risita, entre dolorosa y sarcástica me interrumpió. - ---¿Usted cree, entonces--dijo en voz clara,--que sus sueltos del -diario, por ejemplo, no pasan los límites de la gentileza y la -corrección, por no decir más? - ---¿Mis sueltos? Yo no escribo. - ---¡Vamos! No agrave la falta, si es falta, como yo creo, con su -negativa. Usted sabe que esos juegos, que probablemente así los -consideran muchos, abren todas las puertas á la calumnia y al -escándalo. El que hoy es objeto de burlas ó difamaciones, para -vengarse, no se detendrá mañana por consideración alguna, y hará, á -su vez, que todo ruede al pantano, el enemigo y cuanto lo rodee, sus -afectos, su hogar... Las consecuencias de estos excesos suelen ser -terribles, y nadie sabe de antemano hasta dónde pueden llegar. - -La miré de hito en hito, sin conseguir que bajara los ojos. - ---¿Para eso me ha llamado usted?--balbucí, ardiendo en ira.--¿Sólo -para eso me ha llamado? ¿No podía ni siquiera esperar?... ¡Pues bien! -yo también tengo algo que decirle: ¡Usted no me quiere, usted no me ha -querido nunca, María! - -Inclinó la frente con vaga sonrisa dolorosa, y murmuró, arrugando el -vestido entre sus dedos: - ---Puede ser. Puede ser muy bien. - -En su acento había, nuevamente, un poco de ternura y un poco de -ironía. Para un frío espectador, hubiera sido evidente que en su alma -luchaba la imagen que de mí se había forjado, con la realidad que iba -presentándole yo poco á poco. Romanticismo, en fin. Cuando alzó de -nuevo los ojos, su mirada estaba completamente serena. No dijo una -palabra. Y, durante un tiempo incalculable, quizá treinta segundos, -quizá media hora, callé y medité. ¿Qué iba á ser de mí, si llegaba á -compañero de aquella Aspasia criolla, de aquella Lucrecia principista? -Unirme á ella, sería condenarme á una vida de amargos sinsabores, á -una tiranía perenne, á una censura continua é inflexible de todos mis -actos. Tuve miedo. Tuve miedo y al propio tiempo indomable deseo de -subyugarla, de dominarla, de someterla á una incondicional adoración de -mi persona. Y obedeciendo á este impulso, traté de serenarme. Cambié -de tono y le dije con mimo que cuanto hacía, bueno ó malo--sin saber -que pudiera ser malo,--era por ella, por conquistarla, por prepararle -también la más elevada de las posiciones, la riqueza, el poder, la -felicidad, que ella merecía más que nadie. Yo no ambicionaba nada para -mí; para ella nada me parecía suficiente. - ---Usted es una de las mujeres excepcionales que hacen á los grandes -hombres. Con usted á mi lado estoy seguro de llegar á donde me -proponga, y más lejos aún... Soy rico, seré muy rico. Tengo algún -poder, lo tendré cada vez mayor. En el país no habrá dentro de poco -quien pueda competir conmigo... - ---Sí, Mauricio. - ---¿Quién? - ---El que piense mejor. - -La sombra de Vázquez se condensó ante mi vista. El rival derrotado -recuperaba poco á poco sus antiguas posiciones. Y esta alucinación me -desconcertó, porque no acertaba á explicarme la mudanza de María, pese -á los síntomas anteriores. Traté, sin embargo, de ahondar más en el -alma de la joven, y la pregunté: - ---¿Sólo para eso me ha llamado? - ---No. Quería, sobre todo, decirle una cosa... No hay quien no critique -su presencia al frente de la policía, mientras se prepara su propia -elección. ¿Por qué no deja el puesto y satisface así á amigos y -enemigos? - ---¡Porque serían capaces de dejarme á pie!--exclamé, sonriendo.--Se -necesita ser muy ingenua, María, para preguntarme ó para pedirme -semejante cosa. - ---Y, sin embargo, yo creía...--murmuró, casi con las lágrimas en los -ojos, conmoviéndome á mí también con su tono de queja. - -En esto, entró en la sala don Evaristo que, viendo nuestro -enternecimiento, creyó dado el gran paso y zanjadas las últimas -dificultades. - ---¿Se adelanta algo, muchacho?--me preguntó, sonriendo alegremente, en -la esperanza de una grata noticia. - ---¡Ah, don Evaristo! Mucho me temo que la oposición se haga dueña del -Poder--contesté. - -Don Evaristo entendió la frase en su sentido más directo, y me sometió -á todo un interrogatorio sobre la situación política de la provincia. -María escuchaba mis palabras, posiblemente sin oirlas, con los ojos muy -abiertos, tan abiertos como cuando uno mira á su interior. - -Días más tarde, volví. Dominábame el insensato deseo de reconquistarla, -un arrebato sólo semejante á la sed de venganza de un ultraje terrible, -todo el feroz impulso del amor propio desenfrenado. Ella mantenía -á toda costa la conversación en el terreno de las generalidades, -muy correcta, fría, apenas amable, de cuando en cuando. Yo me ponía -alternativamente rojo y pálido. Á veces, sentía ganas de lanzarme sobre -ella, de sacudirla, de dominarla por la fuerza bruta, pero la presencia -de don Evaristo que nos acompañaba probablemente á indicación suya, -impedía toda iniciativa, imposibilitaba toda nueva explicación. - -Las elecciones iban á practicarse el domingo, tres días después. Blanco -me habló de mi diputación, segura ya, de mi gran papel futuro en Buenos -Aires. Yo le repliqué, con fingida modestia: - ---Se puede ser el primero en Los Sunchos, uno de los primeros aquí, y -el último ó poco menos en la gran capital. ¡Cuántos que brillaron en -sus pueblos, naufragan y se pierden en Buenos Aires! Y puede que yo -mismo no llegue á ser sino uno de tantos, perdido entre la multitud... - ---Es posible--murmuró distraídamente María. - -Una oleada de sangre me subió á la cabeza, y empecé: - ---¡Y se imagina usted que yo!... - -Pero me contuve, y salí, trémulo de rabia, casi sin despedirme. - -Las elecciones me dieron el triunfo. Al día siguiente de practicado -el escrutinio, resigné mi puesto en manos de mi sucesor, y comencé -á preparar el viaje á Buenos Aires, teatro de mis futuras hazañas, -mientras en el cerebro me trotaba la maldita hipótesis, tan fácilmente -aceptada por María... ¿Iba yo, gallo de aldea, prohombre de provincia -luego, á desmerecer en la capital, á ocupar un rango inferior, á no -abrirme paso hasta la primera fila? Y recordaba invenciblemente el -triste papel representado por tantos comprovincianos, brillantes en el -«pago» y después deslucidos, opacos y obscuros, en cuanto salieron de -su centro, indebidamente confundidos en la corriente de selección del -país que aspira y absorbe la capital. - -¡Oh, María, María! ¡Cómo deseaba triunfar, conquistar Buenos Aires, -para avasallarla también á ella, de rechazo, en una apoteosis de mi -amor propio! - - - - - NOTAS: - -[3] El original da el adjetivo correspondiente á su provincia en -particular. - - - - - TERCERA PARTE - - - I - -Aunque ya estuviese bastante acostumbrado á la vida intensa de la gran -metrópoli, Buenos Aires me mareó en un principio, y este fenómeno se -explica: hasta entonces sólo había ido allí por paseo, sin nada bien -determinado que hacer, el tiempo completamente mío, contando siempre -con el refugio hospitalario de mi ciudad, como con un baluarte que me -defendería en caso necesario, pudiendo elegir mis relaciones, retraerme -ó prodigarme, según me conviniera, simple visitante, en fin, á quien -hasta los enemigos reciben corteses, como en un alto del combate; -mientras que esta vez, iba á radicarme allí, con un plan de conducta -establecido en sus grandes líneas, y obligaciones políticas y sociales, -deberes de orden diverso, necesidades urgentes como la de ponerme al -diapasón del gran centro, para no hacer un papel ridículo, sin contar -ya con tirios y troyanos, como que entraba decisivamente en la arena, -ni poder pensar en el modesto abrigo de la provincia, pues retirarme -sería equivalente al más estruendoso fracaso. Al mareo contribuía, -también, la embriaguez de mi triunfo, la satisfacción arrebatadora de -verme con un pie en los últimos peldaños de la inmensa escala, pudiendo -considerar que todo me era accesible, que todo estaba al alcance de mi -mano. Y otra cosa más: quise, apenas llegado, reconstruir mis antiguos -ensueños de cuando vagaba desocupado en la gran ciudad, aquel vasto -proyecto de aparecer, y deslumbrar, trabajando activa y brillantemente -por la unión estrecha de Buenos Aires y las provincias, por la -extinción total de los viejos antagonismos; pero, apenas me puse á -pensar en esta «misión» me pareció trivial, infantil, ya realizada ó en -vías de realizarse, y temí dar pasos en falso, exponerme á las burlas -de los hombres experimentados y escépticos, hablar como una criatura... -No, si no es tan fácil la iniciación como parece. - ---¡Bah!--me dije.--Lo que debo hacer es, por una parte, ocultar que -estoy algo «boleado», que me azoro como un advenedizo, y, por otra, -no darme por ahora aires de grande hombre, ni esforzarme por llegar -á serlo, mientras no se me ofrezca una oportunidad verdaderamente -favorable... Seamos modestos, Mauricio, hasta la hora de ser soberbios. - -Gracias á un dominio de mí mismo que me permitía parecer tranquilo é -indiferente en las mayores pellejerías, conseguí que nadie advirtiera -mi azoramiento. En cuanto al otro auto-consejo, lo modifiqué, pensando -que, sin aparentes pretensiones, podía y debía presentarme en plena -vida político-social, irreprochablemente y aun con atildada elegancia -en cuanto á mi exterior se refería. Renové, pues, mi guardarropa, -abandonando los trajes que en provincia podían dar el tono, pero que -en Buenos Aires resultaban lugareños por no sé qué detalles de corte, -de color, creo que hasta de olor, comencé á frecuentar los grandes -«restaurants» á la moda, los teatros, los clubs, los círculos que -ya conocía, con el rumbo discreto que siempre acostumbré, y esto me -hizo creer un instante que comenzaba á ser popular. Veíame siempre, -en efecto, rodeado por un círculo de amigos y conocidos que se -ensanchaba cada día, y del que era ó del que creía ser eje principal, -pues todos me demostraban no sólo deferencia, sino también hasta -admiración. Señuelo de este rebaño habían sido algunos camaradas, que -en mis visitas anteriores se sentaban á mi mesa y me iniciaban en el -conocimiento de los más amables rincones de la capital; pero antes no -eran tan numerosos ni tan permanentes--no me parecieron así, al menos, -gracias á lo transitorio de mi estadía,--mientras que, en este nuevo -período, llegué á considerarlos innumerables y pesados en demasía, -sobre todo cuando saqué cuentas al cabo del segundo mes: me había -gastado lo que creía suficiente para medio año, por lo menos. Mis -recursos, grandes en provincia, resultaban escasísimos en la capital, -llena de declives, cloacas y alcantarillas por donde se va el dinero -como agua en día de lluvia, sin que, para quedarse sin un céntimo, sea -preciso caer en la exageración de prestar á cuantos piden. Resolví, -pues, substraerme un poco á la admiración de mis contemporáneos, y -recordé mis buenos propósitos de modestia, jurándome cumplirlos esta -vez. - -Con todo, y aunque hubiera podido descontar desde luego mis dietas de -diputado, el dinero no me alcanzaba, en medio de aquel «maelström» -devorador, sobre todo, si quería mantener íntegra mi pequeña fortuna, -como era mi intención. Puede que se me considere ávido y hasta mezquino -por esto, pero era, sólo, previsor, y sabía gastarme las rentas sin -pestañear. ¡Y qué hubiera sido de mí á no proceder de esta manera, -cuando tantos más ricos que yo, arrastrados por la corriente, fueron -luego á rodar al abismo de la miseria, ó poco menos! - -Era urgente, pues, arbitrar recursos, y para ello escribí á Correa, -pidiéndole un auxilio, en forma de comisión gubernativa, ú otra -cualquiera. Había observado que los funcionarios y empleados mejor -retribuídos eran generalmente ricos ó de mediana posición, como si los -poderes públicos se empeñaran en conservar y aumentar las fortunas, y -mantener un patriciado seguramente necesario para la buena marcha del -país. Esto es más lógico de lo que parece. Los hombres, por muchos -méritos que tengan, acostumbrados á vivir con poco, no necesitan de -grandes recursos, especialmente si trabajan de veras, y darles más que -el bienestar en sus comienzos suele ser pervertirlos; mientras que los -nacidos en la abundancia deben ver protegida y conservada su posición, -pues de otro modo fácil sería que hicieran disparates, perdieran la -riqueza y se hundieran, comprometiendo luego á buena parte de la -sociedad, en su insuficiencia para resurgir por propio esfuerzo. Esta -acción conservadora de los poderes y de la colectividad acomodada, es -evidente y es plausible. ¿Quién no encontrará bien que, en el caso -de Faustino Estébanez, perdido por deudas de juego, todo el mundo le -ayudara pecuniariamente á salvarse, aunque fuera un inútil, mientras -que á Renato Pietranera, el físico, que buscaba la solución de no sé -qué problema, y se moría de hambre, nadie le facilitó recursos y tuvo -que desistir, buscándose la vida como dependiente de comercio? En el -primer caso, la vergüenza de Faustino recaía sobre todos los Estébanez, -emparentados con la alta sociedad, y no era posible dejarlo en el -pantano, por lo cual, después de pagadas sus deudas, se le envió con -una misión al extranjero; en el segundo, nadie, ni el mismo Pietranera -quedaba comprometido, y si sus trabajos eran realmente de valor, no se -han de evaporar por eso. Hombres más grandes que lo que él pueda ser, -han vivido en la miseria, pero la humanidad no ha perdido sus obras. -En suma, harta mezcolanza social hay en nuestro país, para que nos -ocupemos en aumentarla. - -Don Casiano, buen gaucho, considerando, sin duda, que yo podía serle -muy útil en Buenos Aires, me procuró inmediatamente una prebenda, -una representación innecesaria pero bien pagada, ante diversas -oficinas públicas que tenían asuntos con la provincia. Con esto podía -manejarme, pues ya he dicho que tenía prudencia, y no cometería -locuras irremediables, ni siquiera peligrosas, aunque fuera capaz de -despilfarrar las entradas y beneficios extraordinarios con la mayor -impavidez, como lo hiciera hasta entonces. En las luchas anteriores á -mi elección, la prensa opositora me acusó más ó menos injustamente, -de malversaciones, de «coimas» exigidas á los proveedores de la -policía, de sobresueldos secretos recibidos del Gobierno, de cientos -de vigilantes «comidos», como se los comía don Sandalio Suárez, el -comisario de Los Sunchos; cierto es--no tengo reparo en confesarlo, -porque en aquella época todo el mundo hizo lo mismo,--cierto es que -acepté cuanto se me ofreció, pero también es verdad que no lo hice -por aumentar mis capitales, sino con entero desprendimiento, por -darme mejor vida: todo aquello, como vino se fué, y á no ser por la -especulación de mi chacra y otras emprendidas con platita de los -bancos, mi fortuna sería muy modesta. Amo el dinero, pero no por el -dinero mismo, sino por la libertad que procura y complementa--porque -la libertad, sin medios de acción, no es libertad, ni es nada, -tanto, que se ha llegado á hablar de la «libertad de morirse de -hambre».--Desgraciadamente, las gangas á que más arriba me refiero, -habían cesado, y en Buenos Aires no podía conquistarme otras nuevas -mientras no estuviese en el ejercicio de mis funciones. Ya me -desquitaría más tarde, y, entretanto, el sueldito de Correa me venía -como anillo al dedo. - -Para modificar mi vida, dejé, pues, el hotel suntuoso y caro en que me -había hospedado y alquilé una casita antigua en una calle central--tres -ó cuatro habitaciones y las dependencias, no muy primitivas,--la hice -empapelar, pintar, amueblar con cierto gusto--con ese gusto innato de -la familia, que permite á uno de mis tíos hacer viajes á Europa con el -beneficio de los muebles que compra allí y usa y revende aquí,--y me -instalé como quien está dispuesto á llevar una vida seria y arreglada. -Llamé á Marto Contreras para que fuese mi hombre de confianza, y -completé el servicio con un cocinero y un sirviente que salía de una -casa aristocrática, y que halló modo de robarme como á un pazguato. Y, -ya en mi casa, en vez de correr cafés y «restaurants» y «rotisseries», -me limité á mis clubs y círculos, y frecuenté mis relaciones, previo -estudio de sus características, y fuí espiritual y escéptico en unas -partes, bonachón y creyente en otras, austero aquí, liberal allá, -tolerante acullá, sectario unas veces, despreocupado las más. Y así -logré que se me recibiera con gusto, pero sin entusiasmo, porque mi -figura permanecía indecisa y enigmática, é inspiraba, cuando mucho, una -especie de tibia curiosidad. - -En esto, pasóseme el tiempo y llegaron los primeros días de mayo, el -mes de la apertura del Congreso en que iba á estrenarme. Ahorro la -crónica de las sesiones preliminares, de las largas guardias en los -salones y los pasillos de la vieja casa que parecía un reñidero de -gallos en el recinto, y una carnicería para gigantes desde afuera, y -llego á la defensa de mi diploma, que fué en un día desagradable, de -humedad y viento norte, enervante y hosco, tal como sólo se ven en -Buenos Aires. Los días húmedos de la capital, cuando reina el norte -pegajoso y hasta mal oliente, me molestan de un modo indecible. Los -ruidos me son más discordantes, más ensordecedores, los movimientos -más difíciles, como dolorosos, las ideas más escasas, como ausentes, -los olores más intensos é ingratos, hasta nauseabundos, la luz -falsa, engañosa, mareadora, las aceras son lodazales, las paredes -chorrean agua, los vidrios sudan, los hombres se muestran irritables, -provocativos, impertinentes, las mujeres andan como sonámbulas y todas -parecen viejas; cualquier frase, insignificante en otros momentos, se -convierte en insulto; los nervios, exasperados, nos hacen momentáneos -pero acérrimos enemigos de seres y de cosas, y creo que en un momento -así, no nos sería muy difícil acabar con el mundo, si ello dependiera -de nuestra voluntad. En tales condiciones, tuve que mantener la validez -de mi diploma. - -Comencé vacilante, con la palabra floja y cansada, en medio de la -indiferencia ambiente; pero el mismo desgano de mi auditorio me -excitó, me irritó poco á poco, lanzándome en mi oratoria acostumbrada. -Soy verboso y brillante. No importa que no sepa lo que voy á decir: -substituyo fácilmente las ideas con figuras, con frases retumbantes y -efectistas, con imágenes á veces pintorescas, que subrayan muy bien -mis actitudes y ademanes de actor. Como no me detengo, pese á las -frecuentes interrupciones, ni doy tiempo al examen, llego sin esfuerzo -á cautivar á los oyentes y aun á arrancarles el aplauso. Aquella tarde -memorable, á las acusaciones de coacción, contesté entre otras cosas, -cuando ya estaba en vena: - -«¡Se me acusa de la antítesis de mi acción! ¡Precisamente! He -garantizado la libertad del sufragio, me he desvivido por ella en -las altas funciones que me incumbían; no he movido un dedo para que -se proclamara mi candidatura... Estaba demasiado ocupado en mantener -la paz y el orden en nuestra provincia; estaba demasiado ocupado -en arrancar, más por la persuasión que por la violencia, de manos -de los agitadores, las armas con que querían imponernos un estado -anárquico... Y si mi candidatura surgió en el último instante, una vez -pacificada la provincia, gracias á mi humilde esfuerzo, cuando ya no -era jefe político, sino comisionado eventual para mantener el orden, -fué porque la parte honesta, la parte patriota, la parte bien pensante -de la opinión--que es, afortunadamente, la mayoría en mi provincia -y en el país entero,--quiso afirmar, exteriorizar, materializar sus -nobles aspiraciones, eligiendo por su representante al más modesto -de los ciudadanos, al más insignificante de todos, sólo porque había -realizado desinteresados y generosos--¡sí, generosos!--sacrificios -en pro de la verdadera libertad, que no es la licencia ergotista, ni -menos la incendiaria anarquía... Al oleaje desbordado de las pasiones -inconfesables y de las ambiciones malvadas, se ha opuesto en mi -persona sin relieve ni méritos, la playa de arena, mansa, que aplaca -sus furores, siendo como es, apenas, un lazo de unión entre la ola -devastadora y la tranquila paz de los campos fecundos.» - -Ya con Pegaso desbocado agregué que á estas consideraciones de hecho -se sumaban otras simplemente morales, intelectuales y étnicas, que, -haciéndome un prototipo de la nacionalidad (gracias, Vázquez), -demostraban hasta la evidencia la bondad de mi elección: - -«El hombre que lleva en todo su ser el sello de la familia--de una -familia que ha dado héroes y mártires á la patria,--dondequiera que -vaya es reconocido como miembro de esa familia, como genuino, como -su más genuino representante; y yo me encuentro aquí, en el seno -de mi verdadera familia patricia, como un hijo pródigo quizá, pero -afectuoso y sin mancha, que se enorgullece de reincorporarse á los -suyos... ¡Sí, señor Presidente! ¡Sí, señores diputados! ¿Sabéis cómo me -llama la gentil Buenos Aires? ¿Sabéis cómo se me indica en todos los -centros políticos y sociales que tengo el honor de frecuentar?... ¡El -provinciano!... ¡El provinciano![3] adjetivo que me enorgullece, porque -demuestra la legitimidad de mi representación... Aunque sin merecerlo, -puedo afirmar que dondequiera que yo esté está mi provincia... ¿Y qué, -si no es esto, manda la Constitución al estatuir que todas las regiones -del país estén sintéticamente reunidas en este recinto? ¿Y cuál de -mis honorables colegas--no vacilo en llamarlos así, adelantándome á -su justa sanción--puede invalidar este doble reconocimiento de mis -comprovincianos y del resto de los argentinos reunidos en la capital, -síntesis del país?» - -Alguien replicó que todo esto era literatura y que yo sólo había -demostrado mi carácter de... provinciano; y como la barra había -aplaudido, y como mi diploma estaba aprobado de antemano, se votó y -pasé á prestar juramento. - -Grandes felicitaciones en antesalas, comentarios, lisonjas: - ---¡Nos ha nacido un gran orador! - ---No desmiente la casta. - ---¡Está bien, amiguito, así me gusta! - -Un opositor, echándoselas de inglés, murmuró el título de una comedia -de Shakespeare: - ---_Much ado about nothing._ - -Y otro le replicó: - ---Esperemos á que vengan las ideas. - -Raza envidiosa, raza de víboras. ¡Como si ellos tuvieran tantas! - - - II - -No sé si bien ó mal inspirado, don Evaristo me convidó á comer antes -de mi partida para Buenos Aires. La reunión, muy íntima--estábamos -únicamente los tres,--fué, sin embargo, casi tan ceremoniosa como -nuestros primeros encuentros con María en su casa. Sólo Blanco -demostraba ó afectaba buen humor, y me invitó á que le escribiera -dándole noticia de mis primeros actos é impresiones, cosa que le -prometí. - ---Y usted, María, ¿me escribirá?--le pregunté. - ---Yo no sé escribir, Mauricio, pero siempre acertaré á decirle si -estamos buenos ó no. Cualquier cosa que añadiera, podría hacerlo enojar. - -Esta alusión al final de nuestra última entrevista me supo mal, pero -sólo repliqué, tratando de ser afectuoso: - ---Aunque sea una línea suya, me hará muy feliz. Me permitirá esperar -con calma que se cumpla el plazo. - ---¡Ah!... ¡Falta tanto aún!... Ya pensará en otra cosa... - -Ciego, no veía ó no quería ver que la niña me estaba despidiendo, que -desde mucho antes había renunciado á su capricho de un minuto, que yo -no significaba nada para ella, y que todos mis esfuerzos, todo mi -amor propio, toda mi pasión, se estrellarían contra su indiferencia. -Pero, también, que mantendría su palabra, y que no se avenía á que se -pisoteara su orgullo con un desdén. - ---Y usted ¿pensará en «otra cosa»?--pregunté. - ---No, Mauricio, yo no tengo más que una palabra... Lo dicho, dicho -está. Y, escuche, ¿quiere? Deseo de veras, deseo con toda el alma, que -cuando el plazo se cumpla, podamos darnos la mano... para toda la vida. - ---¡Ah! Esto me consuela de muchos malos ratos... ¿Es decir que me -quiere un poquito, María? - ---Sí... - -La despedida fué más tierna de lo que yo esperaba. Ambos nos conmovimos -y quedamos largo rato con las manos enlazadas. Llegué á creer que la -había vencido, conquistado para siempre, y sentí honda satisfacción. -Pero esto duró poco. Á un saludo que le dirigí al llegar á Buenos -Aires, contestó con una fórmula corriente de cortesía, y con esto quedó -cortada casi radicalmente nuestra correspondencia. Así se explica que -pensara poco en mi cuasi-novia, en medio de las febriles disipaciones -de la capital, que, aun sin tener que concurrir á la Cámara, no me -hubieran dejado en aquel tiempo ni un minuto para la meditación. -Bailes, tertulias, comidas, teatros, carreras, paseos, no me permitían -ni siquiera seguir mi vieja costumbre de leer algunas horas, por la -noche, en cama, buscando la tranquilidad de los nervios antes de -dormirme. La noche me la consumían, después del teatro, las partidas, -las largas partidas en el círculo, con los prohombres de la situación. - -No sé por qué se niega que el juego de naipes tenga otro interés que -el del dinero y se diga que los que «cambian cartas es porque no saben -cambiar ideas». Yo le encuentro, entretanto, mucho interés «moral» y -hasta una grande importancia, no por sus combinaciones y azares en sí, -sino por lo que desarrolla la facultad de conocer á primera vista el -carácter de los hombres, y hasta adivinar sus pensamientos. Más que -cualquier otro, un jugador sabrá cuándo una persona le miente y hasta -qué punto llega su mentira, y estoy cierto de que Facundo Quiroga veía -más esto por jugador que por gaucho. Á mi juicio, todo político debe -ser jugador--con tal que no se dedique á juegos de simple azar ni de -pura destreza,--pues la práctica de los naipes le dará dominio sobre sí -mismo, facilidad para improvisar ardides y subterfugios, ojo clínico -para descifrar caracteres, habilidad para descubrir las tretas del -adversario, y esa serenidad que permite perder hasta la camisa sin que -nadie se entere, serenidad que en el público versátil hace sobrevivir -el prestigio á las mayores derrotas, facilitando así el, de otro modo, -imposible desquite. - -¡Ay del político si el pueblo advierte que está totalmente arruinado! -Ése no volverá á brillar, porque no le ha quedado ni un albur, como al -jugador sin plata y sin crédito, que no puede apostar sobre palabra. - -Por otra parte, aquellas largas partidas eran mucho más interesantes -que las de mi club provinciano, y no porque parecieran más animadas. -Por el contrario, eran correctas, casi frías, sin las exclamaciones y -los ternos que solían salpicar las nuestras; pero en los intervalos -se cambiaban algunas ideas útiles, algunos datos importantes, entre -todos iba formándose una especie de solidaridad, de complicidad, y -no faltaban, tampoco, las notas amenas. Una noche, por ejemplo, -extrañábamos la ausencia del secretario de policía, gran punto que nos -tenía locos por su apasionada manera de jugar, cuando lo vimos entrar -como una tromba y sentarse en su sitio acostumbrado, exclamando: - ---¡Llego tarde, porque vengo de sorprender á unos jugadores!... - -Ni faltaba su poco de psicología, más ó menos trasnochada. Uno de mis -colegas de la Cámara, sin darse ó dándose cuenta de que escupía al -cielo, me dijo cierta noche: - ---Mire, Herrera. Uno se sienta caballero junto á un tapete verde; pero -si permanece mucho tiempo aquí, seguro que se levanta siendo un pillo... - ---Ó un sonso--completé. - -Sin embargo, los «griegos» eran escasos en nuestras reuniones, en las -que no se hacían «más trampas que las necesarias», como dicen los -prestidigitadores espirituales según la receta. Varios hubo... Pero -esto es tan general en el mundo civilizado que no hay para qué entrar -en detalles. - -Algunas veces, al dejar la partida y salir á la calle, la hora del -alba sumergía el empedrado, las aceras, las fachadas, en un baño de -azul tan intenso, que yo me quedaba absorto ante aquella maravilla -monocroma, mucho más sorprendente al dejar la iluminación anaranjada de -los salones. Pero sólo un espectáculo excesivo como éste podía llamarme -la atención en el enervamiento de la partida; las medias tintas, los -matices me dejan indiferente. - -Así también la vida de la ciudad, que sólo podía detenerme en -sus grandes manifestaciones, y cuyos matices me escapaban, en la -preocupación de la importante partida que estaba dispuesto á jugar, -pero que no veía «armada» en ninguna parte: la partida de mi porvenir. - -La iniciación era muy dura. Muchas veces me eché á muerto, renunciando -á abrirme camino de las últimas á las primeras filas. ¡Era tanta la -competencia en todos los terrenos accesibles para mí! Aun en el del -servilismo. Recuerdo el caso de aquellos dos personajes, hombres -de reconocido valer, que se precipitaron á abrir la portezuela del -carruaje, para el Presidente que salía del Congreso. El que quedó -atrás, dijo al otro, irritado: - ---¡Adulón! - -Y su competidor triunfante, todavía doblado en una gran reverencia, -replicó: - ---¡Envidioso! - -Mi incipiente reputación oratoria no me bastaba, faltándome las -ocasiones de hablar sin peligro y con brillo. Se debatían cuestiones -demasiado complejas, demasiado técnicas para que pudieran lucir las -lindas y sonoras frases huecas de mi repertorio, y no me encontraba con -valor suficiente, por el momento, para emprender el estudio á fondo de -un asunto determinado, tanto más cuanto que, desde nuestras filas, los -argumentos debían ser muy especiosos y singularmente hábiles para que -resultaran admisibles. Toda la elocuencia parecía haberse vuelto del -lado de la oposición... - -Debatíame, pues, en la obscuridad, y más que entonces, mucho más que -entonces lo comprendo ahora cuando, como fondo á mi individualidad, -trato de poner aquella decoración de ciudad-emporio, y aquella época -de delirio de las grandezas. Desaparezco, no resulto yo, «pigmeizado», -y lo peor es que tampoco acierto á dar la impresión de aquel -pandemonium, de aquel desenfreno de ambiciones y lujurias, sólo regido -por el egoísmo más feroz, y en el que la gente solía entredevorarse -acariciándose. Así los «amigos» del Club, indiferentes en cuanto se -levantaban de la mesa... - -Pugnaba yo por abrirme paso en la alta política, pero el destino, mi -protector incomprendido entonces, no lo permitió. Me guardaba para -después, no quería que me comprometiera. ¡Sabio destino! Él veía en el -futuro que toda aquella grandeza iba á caer derribada de un soplo, y -que sólo subsistirían, no los árboles erguidos, sino el cepellón que -crece mejor cuando el bosque se aclara. Bien es cierto que, después, -si yo he crecido, muchos de aquellos árboles tronchados han vuelto á -retoñar. No hay que quejarse. Sólo los muertos no vuelven. - -Perdóneseme esta digresión: es la última ó una de las últimas, porque -comprendo que, después de tan larga caminata como hemos hecho juntos, -el lector, viendo ó creyendo ver próxima la etapa final, me incita á -no detenerme á coger flores y contemplar el paisaje, sino á seguir -andando «derecho viejo», hasta el apetecido descanso. Dejaré, pues, -que los hechos se expliquen por sí solos, tanto más cuanto que pienso -en la posible excelencia de unas memorias escritas de ese modo desde -la primera página. Resultarían admirables quizá, pero no serían «mis» -memorias, pues tengo cierta cavilosidad característica que me lleva á -los análisis minuciosos. Mas lo prometido es deuda. Vamos á los hechos -descarnados. - -Luis Ferrando, uno de mis camaradas del Club, joven insignificante pero -muy difundido en los salones de la alta sociedad, me abordó cierta -noche diciéndome: - ---Usted, que es un verdadero orador, ¿no sería capaz de hablar en una -velada de caridad que organizan las Amigas de los Pobres, una sociedad -formada por las señoras más distinguidas?... - ---Si ellas creen que puedo servirles...--contesté, pensando que aquello -me era conveniente. - ---Me han encargado, justamente, de que se lo pida. - ---Entonces, no hay más que decir... Cuando esas damas quieran. - -La fiesta resultó magnífica y en ella pronuncié el más florido de mis -discursos, como podrá verse por el siguiente párrafo, que no era, ni -con mucho, el más deslumbrador: - -«Como la cascada que, saltando desde la altura, deshecha en lluvia de -colores, en avalancha de piedras preciosas, fecunda todo el alto monte -y toda la campiña, desde la planta aromática de la cumbre hasta la -flor de la falda, hasta la espiga del llano, hasta el árbol corpulento -y añoso que crece entre las grietas del peñasco, así el sentimiento -desbordante, así la irisada caridad de la mujer argentina, baja desde -la cima excelsa en que es soberana, hasta la hondonada obscura en que -hormiguea la humanidad doliente; y lo que arriba se llama Gracia, abajo -se llama Beneficencia. ¡Oh! ¡dadme, dadme vuestra limosna admirable -como único premio de mi vida! ¡Si soy un mendigo, tendré por vosotras -el pan cuotidiano; si soy un luchador, tendré por vosotras dónde -recuperar los alientos perdidos; si soy un triunfador, encontraré en -vuestras manos la corona de laurel; si soy un poeta, tendré en vuestros -ojos, cuando entone un sublime canto, la gota diamantina de rocío, -la gema incomparable que no puede pagarse con todos los tesoros de -la tierra, de vuestros tiernos, de vuestros abnegados, de vuestros -preciosos sentimientos, emanación única de Dios!» - -Esto parecerá rebuscado, enfático, y á los más exigentes hueco, ¡pero -había que oirmelo decir con mi voz sonora y musical, y mi ademán, al -propio tiempo, amplio, rítmico y dominador! Un calofrío corrió por toda -la sala, como una ráfaga de viento en un trigal; las mujeres lloraban, -los hombres aplaudían á despellejarse las manos. ¡Qué triunfo aquél! - -Al salir del teatro, en medio de los agasajos, los apretones de manos, -las felicitaciones entusiastas que exteriorizaban mi triunfo, Ferrando -se me acercó en el vestíbulo, donde las damas aguardaban sus carruajes -mal cubriendo con los abrigos todavía innecesarios dada la estación, -sus riquísimos trajes de soirée. - ---Un caballero y una señorita muy distinguida acaban de pedirme que lo -presente. Allí están aguardando el coche, ¿quiere venir? - ---¿Quiénes son? - ---Don Estanislao Rozsahegy (pronunció Rosahegui) y su hija Eulalia, una -muchacha preciosa... - -Y mientras yo le decía «Vamos allá», él agregaba aún: - ---La más rica heredera de Buenos Aires... - - - III - -Soplaba el pampero, picante y vivaz, y bajo mi sobretodo sentíame como -un hombre nuevo, más alegre y más resuelto que de costumbre, para quien -todas las empresas tenían que resultar fáciles y gratas. Por el cielo -azul cobalto, transparente como una vidriera de colores, cruzaban -rápidas nubes blancas y cenicientas, caprichosamente redondeadas, -mientras que el sol, velado por momentos, lanzaba en otros á la tierra -sus rayos cálidos aún, en una iluminación de apoteosis. Bajé á buen -paso por las calles que el domingo dejaba desiertas y vibrantes como -una caja de resonancia, hasta la vieja y miserable Estación Central, -donde iba á tomar el tren para Los Olivos. Don Estanislao Rozsahegy me -había invitado á una «garden-party»--la última de la estación,--en su -magnífica quinta. - -Durante el viaje recapitulé, sacudido por el traqueo del vagón, los -preliminares de nuestra naciente amistad. Después de la presentación -en el vestíbulo de la Ópera, me había abierto su casa, y suplicado á -Ferrando que me llevara una noche, pues, de otro modo, yo sería «capaz -de no ir». Los había visitado una ó dos veces, y digo «los», porque -quien me atraía era Eulalia, que, indiscutiblemente, había quedado -prendada del orador y del hombre, y que no trataba de disimularlo. ¡Es -tan grato verse querido!... Aunque sea por la hija de don Estanislao -Rozsahegy, advenedizo enriquecido en el comercio y la especulación, -que comenzó su carrera triunfal ejerciendo los oficios más bajos, á -quien todo el mundo adulaba y de quien todo el mundo hablaba mal en su -ausencia. Nadie sabía, á ciencia cierta, cuál era el verdadero punto -de partida de su enorme fortuna, valorada en muchos millones: unos -decían que se había «sacado una grande» en la lotería; otros que Irma, -su mujer--eslava ó teutona zafia é ignorante que quién sabe qué habría -hecho en su primera juventud,--le llevó en dote unos pocos miles de -pesos; los menos afectaban sospechar una procedencia poco honesta, -si no criminal, á los fondos con que inició su brillante carrera de -agiotista. Hablillas sin fundamento quizá, y para cuya aclaración -hubieran sido necesarias las investigaciones más minuciosas, porque -en un cuarto de siglo de triunfos, los testigos de los comienzos -habrían desaparecido ú olvidado. Lo incontestable era su riqueza, su -habilidad de banquero, su adivinación de especulador, su acierto y su -suerte de bolsista, que le permitían aumentar sin tregua una fortuna -ingente ya. En cuanto á su físico y sus maneras, sólo diré que era -rechoncho sin ser obeso, moreno y velludo, con la cabeza como una bola, -los ojos pequeños y maliciosos, negros como el grueso bigote teñido -que dominaba una nariz chata y ancha, de grandes fosas bien abiertas, -como para olfatear mejor los negocios, brazos cortos y manos gordas, -enormes, peludas, de dedos enanos y deformes--atractivos todos estos -complementados con ademanes bruscos é irregulares, voz rotunda de bajo, -franqueza afectada hasta la vulgaridad si no la grosería, y lenguaje -incorrecto de hombre que nunca aprendió gramática alguna, ni la de su -país de origen ni la de aquél en que había clavado definitivamente -su tienda.--Irma, su mujer, debió ser hermosa cuando joven, pues aún -le quedaban algunos restos que la hacían parecer á la Isabel Bas de -Rembrandt, pero sin la extraordinaria nobleza de esta gran dama de la -burguesía flamenca. Era, también, tosca y familiar con todo el mundo, -hasta extremos chocantes, y hablaba en un inverosímil dialecto de su -exclusiva composición. - -En cambio, Eulalia era tan bonita como distinguida, y lo parecía -más junto á sus padres, por contraste, como si éstos fueran zafios -y grotescos para que resaltara la delicadeza de su fina persona, su -frente clara y abovedada, sus ojos profundos rodeados de una aureola -obscura que les daban un encanto dulce y luminoso, la boca dibujada -como una caricia, la nariz algo larga, recta, la barbilla como la de -un niño. Y con esto unas manos de largos y admirables dedos, una -voz argentina, convincente y subyugadora, que subrayaba siempre su -linda, su graciosa sonrisa de buen humor, y un cutis terso, blanco, -sin mancilla, ligeramente matizado de rosa. Parecíame mucho más bonita -que María Blanco, sobre todo mucho más mujer y mucho más niña. La otra -iba rodeada de una aureola de severidad, que la hacía como lejana é -intangible, y sus trajes modestos, casi austeros, poco ó nada ceñidos -á la moda, añadían á la impresión de alejamiento que esto producía. -Eulalia, en cambio, siempre alegre, siempre riente, conversadora y -bromista, vestía trajes elegantes, quizá demasiado ricos y vistosos -para su edad y su estado--pero, por otra parte, ya se había perdido -en el país la costumbre de hacer que las jóvenes se vistieran -sencillamente y sin joyas hasta el día de su casamiento...--Puestas -ambas en parangón, y como mujeres, no como Egerias, no cabe duda que el -triunfo correspondía á Eulalia. - -Me había encantado, pero no estaba enamorado de ella como podría -creerse: otras aventuras, muy recientes aún, y con todo el atractivo -de la novedad, me absorbían entonces, y mis relaciones con Laurentina -de la Selva, la viuda treintona codiciada por tantos y tan apetecible, -no eran un secreto para la parte de la sociedad que frecuentábamos... -ni para el resto tampoco. Esta vinculación--sobre la que no insistiré -porque es innecesario--bastaba para distraerme y hacerme rehuir ó -postergar todo otro devaneo, pues, en cuanto á la parte seria de la -vida, no abandonaba por estas consideraciones, galanteos y flirts, mis -proyectos matrimoniales con la buena María. - -Llegué, en fin, á Olivos y á la quinta de Rozsahegy donde, pese al -fresco intempestivo del día, numerosas parejas paseaban por los -jardines y se divertían animadamente en diversos juegos, al son de una -música discreta. Eulalia debía estar atisbando, pues apenas llegué -salió alegremente á mi encuentro. - ---¡Bien venido! ¡Bien venido!--me decía con una voz que parecía un -canto, un arrullo, un mimo. - -Casi podría tomarse aquello por una declaración, si el infantil -regocijo que caracterizaba á Eulalia no explicase sus arrebatos, de -todas maneras inocentes. - -Ella misma me tomó el brazo é hizo que la acompañara por el jardín, -que recorría como sus padres cuidando de que no faltara nada á los -invitados, y entretanto parloteaba como un pájaro, me miraba sonriente -con sus ojos grandes é ingenuos, movía el cuerpo flexible con gracia -serpentina, agitaba las manos finas--sin anillos que deslucieran su -belleza en el errado supuesto de llamar la atención--con ademanes -mesurados y curvilíneos que no eran seguramente fruto del estudio, sino -don natural. Hablamos de arte, de música, de pintura, de letras... Sin -decir nada nuevo ni profundo, no decía tampoco disparates; era educada, -relativamente instruída, había pasado algunos años en un colegio -de hermanas francesas, y luego el roce social acabó de barnizarla. -No criticaba á sus padres, pero se veía que, en el fondo, hacía -comparaciones, y que este mismo análisis contribuía á refinarla. - -Pasé, en suma, una tarde deliciosa, sin ocuparme casi para nada del -centenar de personas más ó menos elegantes, ricas ó aristocráticas -que pululaban en el jardín y en los salones. Apenas si había cambiado -cuatro palabras con Rozsahegy y con Irma. Pero esta última iba á tratar -de desquitarse. Y en efecto, cuando un grupo numeroso pasó á tomar el -té en el comedor, la buena señora alzó de pronto la voz y, encarándose -conmigo, que estaba al otro extremo de la mesa: - ---¡Herrera! ¿Por qué no nos repite el discurso? - -Eulalia se puso roja, y apenas acertó á murmurar: «¡Mamá, por Dios!» -Yo, sonriendo, para no dar importancia al despropósito que ya provocaba -disimuladas pero irresistibles risas, repliqué: - ---No es el momento, otra vez... Son ustedes de una amabilidad tan -exquisita y esta reunión es tan agradable, que no hay que turbarla sino -con palabras de agradecimiento. Brindemos, pues, por los dueños de casa. - -Eulalia me agradeció con una sonrisa y una mirada en que se mezclaban -la emoción y la alegría. Creo que me consideró un héroe. - -Ferrando, que volvió conmigo en el tren, me dijo en tono confidencial, -probablemente para quitarme las ganas: - ---La muchacha es un coquito, pero lo que es el «gringo» no la larga á -dos tirones... El que la pretenda tiene que «hamacarse»... y ser muy -rico. ¡Es natural!... Un millonario como Rozsahegy... - ---Sin embargo, creo que usted no pierde la esperanza--observé, riendo. - ---Sí, pero la chica «no las va» por ahora... y los viejos tampoco... -Veremos después... Lo único que me da ánimo es que el «gringo» se -«pirra» por entrar de veras en la buena sociedad, donde apenas si lo -admiten de vez en cuando, como de lástima, y eso sólo en las kermesses -y en las fiestas de caridad, en que la entrada es libre para todo el -mundo... Con mi nombre y mi familia... - -Y desarrolló largamente el tema de su nobleza, él, cuyo padre había -sido mercero en la calle Buen Orden, y cuyo abuelo fué remendón ó -sastre en la de Potosí, casi en el «barrio del alto, donde llueve y no -gotea»... - -Pero el dato me llamó la atención y me hizo pensar: ¿Conque Rozsahegy y -todos sus millones, ambicionaban emparentar con una familia patricia, -para que sus nietos y su misma hija obtuvieran «patente limpia» y no -sufrieran más tarde los desaires disimulados que él debía olfatear -necesariamente, pese á su tosquedad? No era malo saberlo, y quién sabe -si... - -Pero apenas bajamos del tren y nos fuímos á comer en el Café de París, -entonces en todo su apogeo, olvidé á Eulalia, á los Rozsahegy, y creo -que aquella noche sólo conté dos ó tres veces la salida de pie de banco -de Irma pidiéndome que repitiera mi discurso en su «garden-party». - -En casa me esperaba una cartita muy lacónica de María Blanco, -diciéndome que todos estaban buenos y pidiendo noticias mías. «Hace -un siglo que no escribe, y eso no está bien.» ¡Eh! ya le escribiría -cuando tuviera tiempo y algo que decirle, algo referente á mis primeras -armas en Buenos Aires--no en sociedad, se entiende--y á mis primeros -triunfos. Me fastidió que no me dijera nada de mi éxito en la Ópera, -aunque le hubiera mandado varios diarios con sendos bombos y uno -que publicaba íntegra mi «magnífica pieza oratoria», como decía el -encabezamiento. - -Tenía muchos amigos en la prensa de todos los colores, pues, desde el -primer momento, traté de propiciarme el «cuarto poder del Estado». -Pocos periodistas son venales entre nosotros, pero ninguno, si no es -un díscolo feroz, deja de mostrarse sensible á las atenciones y las -lisonjas; otros, los menos, suelen ser candorosamente parásitos, como -los escritores del siglo de oro, considerando su parasitismo como un -derecho. Y yo me esforzaba por estar bien con todos. - -Los periodistas que me habían conquistado más completamente, ó mejor -dicho, que yo había conquistado con mis amabilidades é invitaciones, me -demostraban á veces su afecto, exigiéndome pretextos para hablar de mí -y renovar mis dos triunfos anteriores. - ---Es preciso hacer algo--repetían.--Si usted no hace nada, nada se -puede decir. Usted es demasiado hombre para quedar empantanado en las -noticias sociales. - ---Pero, ¿qué he de hacer?--preguntaba yo. - ---Cualquier cosa. Escribir, hablar, dar conferencias. - ---¿Como el padre Jordán? No. Por ahora no tengo nada que hacer, y me -basta con figurar en sociedad. Ya llegará el momento. - -Pero no dejaba de comprender que para salir de la penumbra era -necesario un esfuerzo, y tanto es así que pensé en realizarlo. La época -estaba completamente entregada á las finanzas; nunca se ha estudiado -ni discutido más--en ninguna parte del mundo--la economía política, -y nunca--en ninguna parte del mundo, tampoco,--se han hecho más -disparates económicos. Juzgue, pues, que bien ó mal, para mi estreno -definitivo en la Cámara debía hablar de hacienda pública, cosa que -quizá facilitara mi progreso en la carrera política. Para hacerlo, -busqué algunos tratados especiales, sin detenerme mucho en ver si eran -antiguos ó modernos, y leí á salto de mata á algunos economistas, entre -otros á Paul Leroy-Beaulieu, á Juan Bautista Say, á Adam Smith. En esto -último encontré lo que buscaba, aunque fuera libre cambista rabioso. -Sus opiniones sobre la fuerza del trabajo y de la industria, me dieron -pie para demostrar que los argentinos debíamos ser proteccionistas á -todo trance, porque la industria es la base de la riqueza, pero, ¿cómo -tener industria si las cosas nos vienen hechas del extranjero y los -productos nacionales no pueden competir ni en calidad ni en precio? -Ahorro lo demás al lector, aunque con aquel discurso creyera, entonces, -que la crematística no tenía ya secretos para mí, opinión en que me -confirmaron varios amigos á quienes leí mis borradores, llenos de -frases rotundas y deslumbradoras. - ---¡Eres el orador más brillante del país! - ---¡Todo un poeta! ¡Ni el mismo Guido te iguala en la euritmia de las -frases! - ---Sí, pero, ¿y el fondo? ¿qué me dicen ustedes del fondo? - ---De eso yo no puedo hablar, pero... me parece que está muy bien. - ---¡Ni Rivadavia, hermano, «créme»! - -Llegó el momento de dar á luz aquella pieza histórica. Tratábase de -conceder entrada libre, sin derechos de aduana, á la maquinaria y el -alambre para una fábrica de clavos, así como la excepción de todo -impuesto nacional y municipal, y la concesión de pasajes subsidiarios -(gratuitos) á los obreros que debían venir de Europa á poner en -movimiento aquella «nueva industria argentina». Mis razones eran -elocuentes... Se me escuchó con agrado; algunos pasajes produjeron -efecto, hasta en la barra, que ya comenzaba á ser decididamente -opositora. El proyecto pasó como era lógico. Varios colegas me -felicitaron. Pero en antesalas sorprendí cuchicheos, en los que no -desdeñaban tomar parte algunos correligionarios de espíritu inquieto y -burlón. Y por todas partes me parecía oir como un estribillo, como un -zumbido persistente y cargoso: - ---¿Qué ha dicho? - ---¿Qué ha dicho? - ---¡Habla muy bien! - ---¡Lástima que no diga nada! - ---Decididamente--pensé,--aquí no estamos en la Legislatura de mi -provincia... Es preciso no volver á meterse en... economías. - -Y luego, profundamente sorprendido, me pregunté: - ---¿Pero de dónde salen sabiendo, todos estos burros?... ¿Ó basta con -que sepan dos ó tres, para elevar el nivel científico de la Cámara?... -¡Eso ha de ser, pero es curioso! - - - IV - -Esto me dió mucho que pensar, confirmándome en mis primitivos temores -de ver mi personalidad anulada en Buenos Aires. Y la naciente -experiencia me planteaba este dilema de hierro: - -Ó eres un hombre de verdadero valor, tienes que conducirte como -tal, y entonces verte probablemente condenado al desdén si no á la -persecución, pues renunciarías á tus amigos actuales sin conquistarte -antes otros que te defendieran, ó eres un hombre mediano que debe -contentarse con la medianía y aprovechar las migajas sin provocar los -grandes golpes de fortuna, aguardándolos, por si llegan un día, y -conservando, entretanto, todos sus puntos de apoyo. - -Tengo de lo uno y de lo otro, y caben en mi cabeza las grandes ideas, -aunque no me dé por los grandes sacrificios, y soy, como el héroe de -Stendhal, capaz de disimular mi superioridad en beneficio propio. - -Opté por esto último. - -Un gran orador, secundado por algunos opositores de pelo en pecho, -comenzó por aquel entonces una terrible campaña contra el Gobierno, -tratando de demostrar que éste procedía ilegalmente en no quiero -recordar qué combinaciones financieras importantes, sobre todo para las -provincias. Al propio tiempo, como movimiento convergente, formábase un -gran partido con todos los elementos heterogéneos que no comulgaban con -la política oficial. Vi el abismo abierto á nuestros pies, cuando todo -el mundo quería negarlo, pero me dije que el lado de los dirigentes era -y sería siempre... el lado de los dirigentes. Los hombres de gobierno -pueden verse alejados pero no suprimidos de la escena--porque forman -una verdadera casta, una institución,--y los Gobiernos se renuevan -con hombres que han gobernado ya, nunca, sino en muy pequeña dosis, -con hombres nuevos, que no saben el mecanismo del poder. Comprendí, -pues, que para no caer definitivamente, sin remedio, debía caer con -los míos, y me aferré á la defensa del Presidente y su política. Grité -contra aquel orador de cara de Nazareno, que hablaba con voz aflautada -de mujer, armoniosa á veces, retumbante otras, y creo que, parodiando -á misia Gertrudis, hasta insinué que era mulato y mal nacido... Esto -no lo hacía en discursos--voluntaria y radicalmente suprimidos,--sino -en simples interrupciones. Los correligionarios me estimulaban, me -agasajaban para sacar las castañas del fuego con la mano del gato, -pero yo sentía el gran vacío de una posición falsa, y de pronto cesé -hasta en mis invectivas, buscando también el silencio y el olvido. Poco -antes, algunos diarios me atacaban, tomándome como pretexto para mesar -las barbas del Presidente en persona, y presentándome como su vocero, -como su alma condenada. Esto me afligía y me torturaba, aunque en las -calles, en los clubs, en el Congreso y en el teatro, me diera aires de -Matamoros, y... al buen callar llaman Sancho. El grande hombre de Los -Sunchos, el árbitro de la capital provinciana, era, cada vez más, uno -de tantos en la capital de la República... - -Coen, el banquero, cuya mujer me hacía ojitos en casa de Rozsahegy, y -con quien había hecho varias jugadas de Bolsa, me dijo un día: - ---Yo le aconsejaría, don Mauricio, que realizara. Usted tiene algunos -negocios, como el de sus tierras, que pueden darle todavía magnífico -resultado. Si espera un tiempo más, es muy posible que se vaya «al -bombo». Realice y compre oro para dentro de tres meses; pero compre -oro efectivo, no se contente con las diferencias, porque si no se -embromará. Esté cierto de que va á quebrar medio mundo el día menos -pensado. - ---¡No embrome!--le dije, sonriendo.--Ésos son cuentos para asustar á -las viejas. - -Sin embargo, fuí á ver al Presidente y le hice comprender en forma -velada lo que había en la atmósfera. - ---¡Bah! ésos son excesos de la oposición--me dijo.--Y usted, ¿qué -piensa hacer? - ---¿Yo? No mover un dedo. Sabiendo lo vinculado que estoy á -la situación, y por más insignificante que sea, una maniobra -temerosa mía podría acelerar un pánico que nuestros adversarios se -esfuerzan en producir. Yo soy muy amigo de mis amigos... y de mis -protectores--agregué, al ver que arrugaba el vanidoso entrecejo. - ---Haga lo que se le antoje. Y no se crea que puede comprometer todavía -la marcha del país--dijo con sorna. - ---La oposición sabe exagerar, cuando le conviene. Estoy seguro de que -se fija en todo... hasta en mí... Yo estoy á la baja... - ---Sí, es lo mejor. Pero no se preocupe. Son «alaracas» de los -opositores, nada más. - -Pepe Serna, el secretario particular del Presidente, me dijo más tarde -en el Club, que mi actitud había complacido mucho al Presidente. - ---¡Poco me importa!--contesté.--Lo único que quiero es demostrar -carácter. Podría comprar oro, realizar ahora mi fortunita y ser muy -rico; pero prefiero mirar al futuro y no hacer pavadas que lo echen á -perder. ¿Y «vos»? - ---Yo--contestó Pepe,--se lo debo todo al «doctor»; soy consecuente, y -tengo miedo de dejar de serlo, porque entonces dejaría de estimarme á -mí mismo. ¡Como que si me estima un poco todavía es sólo por eso!... - -Nos fuímos á comer juntos sin hablar más de la cuestión, aunque ambos -siguiéramos pensando en ella. Alguien que comía en el mismo Café de -París, con otros amigos, un comprovinciano muy al corriente de todos -los chismes de nuestra ciudad, me mandó con el «maitre d'hotel» un -diario de mi provincia, al margen del cual había escrito con lápiz: -«Hay noticias interesantes para usted.» - -Busqué la noticia interesante, y fuera de la habitual palabrería -política no encontré nada. Miré al comprovinciano, mostrándole el -periódico y encogiéndome de hombros, para indicarle que aquello me -importaba un bledo. Él sonrió, me hizo con la mano señas de que -esperase y escribió en una tarjeta: «En la Crónica Social». La noticia -era ésta: - - «El doctor Pedro Vázquez ha pedido la mano de la distinguida señorita - María Blanco, hija de don Evaristo Blanco, uno de los hombres que en - nuestra provincia, etc., etc...» - -¿Me puse pálido? Creo que sí, aunque no puedo afirmarlo. Sé solamente -que aquello, tan previsto, sin embargo, me produjo una honda sacudida, -un profundo desgarramiento de mi amor propio. El plazo no había -vencido, María no me había dicho nada, yo no había retirado mi palabra, -antes bien insistía aparentemente en mi solicitud... - ---¿Qué tienes?--me preguntó Pepe Serna, advirtiendo mi turbación. - ---¡Nada! Me acabo de acordar de que esta misma noche debo ir á casa de -Rozsahegy, y me fastidia pensar que he estado á punto de cometer una -gran grosería. No puedo dejar de... - ---¿De ver á Eulalita, no? - ---¡Como lo dices! Precisamente, de ver á Eulalia. - -Una vez más era juguete de las circunstancias que, en lugar de -perjudicarme, han sido siempre mis abnegadas servidoras. Algunos, -á quienes suelo estorbar todavía, dicen que soy un «oportunista». -¡Bah! Ése es un rótulo como cualquier otro. La verdad es que siempre -he sabido amoldarme á la vida, aunque en mi interior ardan todas las -pasiones, convencido de que la pasión sólo sirve para hacer disparates. -Y siempre he sido el hombre de las resoluciones rápidas. - ---Pero algo te pasa--insistió Pepe.--El simple propósito de hacer una -visita no puede turbarte así... - ---Mañana... ó pasado, lo sabrás... Tengo un proyecto que ha de influir -en todo el resto de mi vida... - ---¿Ésas tenemos?--murmuró, adivinando. - ---Sí. - -Pagué la cuenta y salimos. - -Eran las diez cuando entré en el palacio de Rozsahegy, la casa -solariega de una vieja familia de próceres, que el advenedizo había -comprado á fuerza de dinero para darse cierto barniz «ladrillezco» de -aristocracia. - -Había en el salón unas diez personas de clase muy mezclada: dos jóvenes -«conocidos»--Ferrando y otro,--un político secundario, muy mercachifle, -con ínfulas de influyente; el banquero Coen, con su mujer, rubia, miope -y tierna, figulina de Sajonia medio resquebrajada ya pero siempre de -colores chillones y como infantiles, que me hacía una corte asidua -é incondicional; una señorita extranjera, con aires de «demoiselle -de compagnie» en reemplazo de su señora; un sabio europeo venido á -estudiar no sé qué epizootia y á llevarse no sé cuántos pesos; el dueño -de casa, don Estanislao Rozsahegy, su esposa Irma, con su idioma tan -semejante al alemán como al castellano, y la linda Eulalia, que reunía -en torno suyo á los dos elegantes, la muñequita de porcelana barnizada -y la «demoiselle de compagnie», mientras que el gran Rozsahegy -acaparaba al político, al banquero y á la germano-criolla, es decir la -parte seria de la sociedad. - ---¡Por fin sale usted del bosque!--exclamó Eulalia con la libertad de -ideas de las niñas «de sociedad», acudiendo presurosa á recibirme, con -gran disgusto de los dos gomosos. - ---¿Del bosque, Eulalia, en pleno Buenos Aires? - ---¿No dicen que los osos, insociables, viven en los bosques? Y usted es -un poquito oso, ¿no es verdad? ¡Vaya! Deje á los viejos que hablan de -negocios y especulaciones sin ocuparse de los muchachos, y véngase con -nosotros... - -La alusión á la señora de la Selva había sido clara, pero ni me di por -entendido, ni ella insistió, por buen gusto innato, aunque criada en -un medio que no era cultivador de semejantes matices. - -En el grupo juvenil, bullicioso, superficial y entrometido, me encontré -molesto, porque no iba á mantener conversaciones generales: iba en -busca de algo decisivo, y necesitaba hablar aparte con Eulalia. -Buscaba el medio de alejarla del grupo, cuando Rozsahegy me hizo muy -indirectamente el juego, llamándome. - ---La situación sólida, ¿usted cree?--preguntó con aire de inocencia y -de perplejidad, aunque fuera un zorro viejo. - ---Sí, don Estanislao. Todo va bien. No hay que hacer caso de la -oposición. Su misma fiebre lo demuestra. Son perros que ladran á la -luna... - ---Muchos perros... Ese metin del Frontón... - ---¿Ha viajado por el campo? En las estancias, en cuanto ladra un cuzco, -todos los perros desocupados se ponen á ladrar también, sin saber por -qué, y no muerden, porque no tienen qué morder... - ---¡Oh!--dijo Coen, con aire misterioso.--La Bolsa está intranquila... - ---¡Bah! contra los que juegan al alza están los que juegan á la baja. -Es una partida reñida, pero jugarreta al fin. - ---La apuesta es la fortuna del país, no unos cuantos pesos de los -jugadores... - ---El país es demasiado rico para que eso pueda comprometer su fortuna. - ---¡Hum! usted está muy confiado, muy confiado, lo mismo que el -Gobierno. ¿Qué hace el Gobierno? - ---¡Pues, nada! ¡Provocar la baja! Y lo conseguirá. ¿Quién lucha, don -Estanislao, contra el poder y el dinero, el poder total, el dinero -inagotable?... - ---Sí, eso es muy importante--murmuró Rozsahegy, sin convicción. - ---Papelitos impresos--murmuró Coen. - ---¡Oro! ¡El oro caerá en la Bolsa como el maná en el desierto! El -ministro lo ha prometido. ¡Será el maná, y los israelitas no se morirán -de hambre!... - ---Eso no dudo--insinuó Coen, burlón. - ---Y... eso, ¿usted tiene confianza, entonces?--preguntó Rozsahegy con -aire extremadamente candoroso. - ---¡Absoluta! - ---Yo también--apoyó don Estanislao, entre sonrisas indescifrables.--Yo -también... por ahora. - -Y llamó á Eulalia para decirla que hiciera servir el té, poniéndola así -á mi alcance fuera de oídos indiscretos. - -Me acerqué á ella y entablé el coloquio proyectado. - ---¿Conque, soy un oso, no? - ---«Silvestre», sí, según se dice. - ---¡Vamos, Eulalia! Dejemos los árboles, y yo le demostraré que soy, -por el contrario, una fiera domesticada. ¿No me cree usted capaz de -abandonar la arboricultora para dedicarme al cultivo de las flores? - ---¿De qué flores? - ---De las más hermosas, las más gallardas, las más perfumadas... Usted, -por ejemplo. - ---¡Oh!--y el rubor le invadió las mejillas, mientras que un ligero -calofrío le corría de los pies á la cabeza. - ---Ni el momento ni el sitio parecen oportunos, Eulalia: pero, sin -embargo, son favorables para quien no puede aguardar más. Hace mucho -que tengo que decírselo: La quiero... Y usted, ¿me quiere? - -Le clavé los ojos; ella no desvió los suyos, humedecidos y vagos. -Buscó el botón de la campanilla, tras de su espalda, con la mano -izquierda, como para disimular su turbación, y no pudo menos que -tenderme la derecha, que sentí trémula de emoción en la mía, seca y -febril. - ---¿Está dicho? - ---Sí. - -Un lacayo apareció. - ---El té--dijo Eulalia, con voz temblorosa.--El té en el comedor. - ---¿Por qué en el comedor?--preguntó Rozsahegy.--Aquí estamos muy bien. - ---En el comedor, papá...--insistió Eulalia, con ese acento -profundamente persuasivo que sólo saben encontrar las mujeres, y sobre -todo las muy jóvenes, mezcla de orden y de súplica. - -Rozsahegy no insistió, ni hubiera insistido aun tratándose de cosas de -mayor importancia; en el trato social se dejaba guiar ciegamente por su -hija, confiando en su discreción y en su cultura, él que no tenía el -menor roce, y que sólo sabía tratar con los hombres de negocios, y sus -empleados y peones. - -Entretanto, los dos grupos, interesados por nuestro aparte, hacían -converger sus miradas hacia nosotros, lo que me demostró que nuestra -actitud no había sido tan disimulada como lo esperábamos. Supongo que -Eulalia haría la misma observación, pero siguió á mi lado sin dar -importancia á la curiosidad que nos rodeaba. - ---¿Es cierto, Herrera? ¿Es cierto... Mauricio?... - ---¡Sí, Eulalia! - ---¡Oh! Si usted supiera cómo temía... - ---¡Y yo, Eulalia! ¡Cuánto desearía que estuviéramos solos para -decirle!... - ---Ahora... cuando entren á tomar el té. - -Mentira; no deseaba que estuviéramos solos. Me sonreía, por el -contrario, aquella declaración en plena sociedad; ésta justificaba -la falta de arrebatos románticos y me permitía no buscar frases y -actitudes artificiales y dramáticas. Me gustaba Eulalia, me había -prendado desde el primer momento, pero me era imposible encontrar para -ella frases arrebatadoras, explosiones de pasión. Tras de la princesa -de cuento de hadas, veía los dos ogros que entibiaban mi ardor, como -una amenaza. - -Cuando los invitados pasaron al comedor, nos quedamos un momento en -la sala, desierta y rutilante de luz. Muy ruborizada, con las manos -caídas, torturando el abanico de nácar, la niña esperó. - ---¡Está usted deslumbradora esta noche! - ---No quisiera... - ---¿Por qué, mi Eulalia? - ---Porque lo deslumbrante no se ve. - ---¡Ah, coqueta! Y usted quiere ser vista... - ---Sí. Con todos mis defectos y todas mis fealdades... para que después -no venga el arrepentimiento. - ---Usted no tiene ni defectos ni fealdades... - ---Quizá sea que no se ven ahora... - ---Para mí no existen... No existirán nunca, Eulalia. - ---¿De veras?--murmuró, casi burlona. - ---¡No se ría!... ¡La quiero con el alma! - -Se puso seria, muy seria, de una gravedad insólita para decirme: - ---Yo también á usted... Pero me aflige pensar... en la arboricultura y -otras cosas. - ---¿Y usted puede creer?... Habladurías, malevolencias. - -Me miró sonriente esta vez, tranquila, vencedora, y preguntó con -intención: - ---No, pero... ¿Qué cree usted que pensaría la mujer de César? - ---No colijo... - ---Pues... que César no debería ser sospechado, él tampoco. - -La miré como haciéndola un montón de promesas y juramentos, y, por fin, -murmuré, decisivo: - ---Es preciso que me autorice... - ---¿Á qué, Mauricio? - ---Á pedirla á sus padres. - -Fijó en mí los ojos, tan vagos, tan empañados que temí verla desmayarse. - ---Sí, Mauricio--murmuró apenas. - -Y el «Mauricio» sonaba en su boca como una caricia de sus labios, -porque ese nombre, mi nombre, debía haber sido besado mil veces al -pasar por sus labios, aunque su estructura parezca no prestarse al beso -tanto como otras, Pepe, por ejemplo, que son dos besos seguidos. - ---¡Pues, esta misma noche!--dije.--Mañana... á más tardar... - -El grupo de los jóvenes, viendo que la montaña no se acercaba á ellos, -se acercó á la montaña, saliendo del comedor. Fuí buen príncipe, -ayudando á formar la rueda y reanudando la conversación general, de -modo que Eulalia pudo recobrar su sangre fría. La señora de Coen me -lanzó una indirecta como un mazazo: - ---¡No hay como la soledad para los idilios! - ---Oh, señora, cuando yo tenga un idilio, le aseguro que estaré más y -menos solo que hoy. - ---No entiendo... - ---¡Eh! así son los idilios... nadie los entiende, sino el que los hace -ó el que goza de ellos... Los demás, cuando mucho, aciertan á echarlos -á perder, por indiscreción ó por... competencia. - -Se mordió los labios, y oí que se juraba en silencio, vengarse de mi -impertinencia. - -Al despedirme, pedí á Rozsahegy una entrevista para el día siguiente. - ---Vaya á mi escritorio, á cualquiera hora. - ---No es cosa de negocios. - ---Entonces, aquí, de nueve á diez de la noche. ¿Le conviene? - ---¡Muchas gracias! Hasta mañana, don Estanislao. - - - V - -Á la noche siguiente, y no sin haber vacilado todo el día, me presenté -en casa de Rozsahegy para pedir la mano de Eulalia. Era un paso -comprometedor, al que me impulsaban el deseo de vengarme de María ó -más bien de demostrarle que su indiferencia y su traición eran, por -lo menos, simultáneas con las mías, y al propio tiempo los atractivos -indiscutiblemente seductores de la niña. Pero me fastidiaba enajenar -tan prematuramente la libertad, y á no ser porque una gran fortuna -facilitaría mi rápida ascensión, convirtiéndome en un hombre de -verdadera importancia, mis cavilaciones de aquel día me hubieran hecho -volverme atrás, y renunciar al casamiento, ó dejar, por lo menos, las -cosas pendientes. - -Rozsahegy me recibió sonriente y curioso en el soberbio bufete lleno -de libros vírgenes que tenía en su palacio. Algo sospechaba de la -naturaleza de la entrevista, pues no le podía haber pasado inadvertida -nuestra intimidad con Eulalia, pero no estaba seguro, porque ésta no -había querido hacerle confidencia alguna. Mostróse benévolo, casi -servil, como lo era con todos los hombres de la situación que podía -utilizar como instrumentos. Yo, por mi parte, no me anduve por las -ramas. - ---Usted es todo un hombre--comencé,--y no le gustan los rodeos. - ---Está claro. Al vino, vino. Es lo mecor. - ---Y cuando yo resuelvo algo, necesito realizarlo inmediatamente. - ---Yo también. Es lo mecor. - ---Todos los hombres de acción somos así... Ahora, lo que me trae, -don Estanislao, no puede ser más sencillo: Quiero á Eulalia, ella me -quiere, y vengo á pedirle su mano... Me parece... - ---¡Eh!--exclamó, interrumpiéndome. - -Abrió enormemente los ojos; un deslumbramiento pasó por ellos... Lo -había soñado, lo había pensado, lo esperaba, pero aún le parecía -imposible. Me echó las enormes y velludas manos sobre los hombros, me -atrajo hacia sí como si intentara besarme en la boca, y tartamudeó, -olvidado del castellano por la emoción: - ---_Donner! Donner!_ ¡Qué bueno! Yo á mi mujier diciendo... ¡Irma! -¡Irma!... _¡Kommen Sie!_ - -Se había asomado á la puerta que da al vestíbulo, y gritaba. La voz de -la dama que acudía corriendo, contestó desde el salón: - ---_Was ist d'los?_ - -No había acabado de entrar en el bufete, cuando ya don Estanislao casi -la alzaba en sus cortos y forzudos brazos, gritando: - ---¡Todo hecho! Herera quiere casar con Eulalia. - ---¿Y «echa» qui dice?--murmuró la pobre mujer, como alelada. - ---Hay que preguntárselo, señora--dije, sonriendo, á pesar de la -gravedad interna de la situación. - -Y nuevos gritos: - ---¡Eulalia! ¡Eulalia! ¡Schnel! ¡Schnel!--apresúrate, como si se tratara -de un sueño que pudiera desvanecerse de un momento á otro. - -Eulalia apareció, muy colorada, sabiendo lo que se le iba á preguntar. -Pero no vaciló y dió su respuesta en firme: - ---¡Sí! - -Con un movimiento lleno de gracia tomó entonces con la izquierda dos -dedos de la mano de su padre, y me tendió la diestra á mí, mientras -miraba mimosa y conmovida la redonda cara plácida de Irma, á punto -de llorar. Después, desprendiéndose de ambos, corrió á colgarse del -cuello de la madre, y le cubrió las mejillas de besos, que en parte me -dedicaba, sin duda. - -¡Qué contraste! De aquellos rudos y espinosos troncos importados de qué -sé yo qué comarcas extranjeras, había brotado como por milagro aquella -suave y delicada flor criolla, como de los torturados espinillos brotan -en primavera las aromas de oro, más sutiles, más finas y más perfumadas -que cualquier florescencia de invernáculo. - -Irma, un instante después, me sometió, como á una prueba masónica, á un -concienzudo abrazo, y me besó en ambas mejillas con verdadero furor. - -Mi solicitud había sido aceptada, pues, no sólo con benevolencia, -sino con entusiasmo y sin ninguna aparatosa formalidad. Eulalia y yo -nos acercamos, mientras «los viejos» se hablaban aparte, y comenzamos -una de esas gentiles conversaciones que pueden compararse al arrullo, -porque las palabras no dicen nada, mientras que la expresión lo dice -todo... y muchas otras cosas más. - -Nos interrumpió Rozsahegy, para decirnos que, con Irma, habían resuelto -dar una comida á sus amigos más íntimos, para comunicarles á los -postres nuestro próximo casamiento. La comida se celebraría dos días -después. - ---Dentro de dos días, sin falta, don Estanislao--observé.--Tengo que ir -á mi provincia lo más pronto posible. - -Dos días después, los salones de Rozsahegy se hallaban llenos de gente. -Á las ocho en punto, un lacayo abrió de par en par las puertas del -comedor, donde estaba la mesa tendida, con gran lujo de flores, de -cristales y de vajilla de plata. Entramos, dando el brazo á nuestras -parejas. La mía, en la circunstancia, era, naturalmente, Irma. Sólo -Rozsahegy se quedó atrás, como haciéndonos la guardia, y fuímos -desfilando ante sus ojos relampagueantes de orgullo, que parecían -decirnos: - ---Miren ustedes cómo se hacen las cosas, y digan después que soy un -patán enriquecido... Sí, yo, el antiguo peón, el «changador» miserable, -soy ahora un gran señor con mucho estilo, y esos muebles principescos, -y ese mantel con encajes, y esa vajilla de plata--de plata legítima -y maciza,--y esas orquídeas maravillosas, y esos cristales tallados, -que parecen diamantes, y esas porcelanas que son como pétalos de -flores, y esos frascos tallados en que los licores y los vinos brillan -como piedras preciosas, como una cascada de piedras preciosas que se -derramara sobre el mantel, tan deslumbradoramente blanco... todo eso -y mucho más es mío... Y mucho más; porque, si mi mano, un poco torpe -aún, volcara sobre la mesa el Oporto de cincuenta años, como antes el -chacolí ó el espeso vino negro griego de las tabernas, llamaría á mis -lacayos y haría cambiar en un momento la decoración, con más encajes, y -más plata, y más cristales, y más porcelanas, y flores más hermosas, y -todavía podría exclamar con mi gruesa voz alegre:--«¡Rompa, rompa, que -está pago!» - -¡Y ningún orgullo semejante á aquél! - -Yo había dado, pues, el brazo á Irma, conduciéndola á su asiento en -una de las cabeceras de la mesa, y fuí, menos Rozsahegy, el último en -ocupar su sitio. No habían puesto tarjetas indicando la colocación de -los convidados, y Ferrando, no sé si distraído ó presuntuoso, quiso -sentarse junto á Eulalia. Irma, que vió esto, corrió hacia él, le -golpeó amistosamente el hombro, y le dijo: - ---Permite, permite... - -Y cuando el otro se apartó, desconcertado, me llamó á mí, indicándome -la silla y diciendo: - ---Sienta... sienta aquí... Al lado novia. - -Tal fué el parte oficial de nuestro compromiso, que aguó el probable -discursito de Rozsahegy. - -Eulalia se moría de vergüenza... y yo también, porque jamás me he visto -en una situación más ridícula, situación que hubiera sido intolerable, -sin el desconcierto del infeliz Ferrando, que no sabía lo que le pasaba -ni cómo debía tomar semejante salida. Lo miré, y unas atroces ganas de -reir me asaltaron de pronto, haciéndome olvidar mi propia desventura. -Ferrando, ciego, buscaba dónde sentarse, tropezaba con muebles y -personas, sin comprender que nadie le observaba sino yo y la señora de -Coen, y pensaba evidentemente en marcharse á la francesa, como gato -escaldado, cuando ésta última, compadecida ó resuelta á consolarse -con él de mi indiferencia, lo llamó junto á su redonda persona, á sus -ojillos miopes y parpadeantes, á su traje de colores deslumbradores, á -sus manos regordetas anquilosadas por los anillos, á su descote en que -los brillantes parecían agua de manantial en la sima de un profundo -barranco. - -Y, á los postres, la voz de Rozsahegy retumbó como un trueno, haciendo -retemblar hasta aquellos mismos peñascos de carne: - ---¡Traiga champaña! ¡Ahora tenemos que brindar por los novios: mi hica -Eulalia y don Mauricio Comes Herera! - -¡Oh, manes de mis antepasados! ¡Qué satisfechos debisteis sentiros en -aquel momento! Y, al fin y al cabo, ¿por qué no? Si no entonces, lo -habréis estado más tarde, al ver unida á la fuerza del conquistador -que ante nada se detiene, esa otra fuerza más pura y distinguida que -proviene de vosotros... - -No hay que buscar tres pies al gato en nuestra plebeya aristocracia, -donde, salvo algunos, todos tenemos abuelos mercaderes ó artesanos. Y -nuestros antepasados más nobles no se quejan. Ellos mismos lo han dicho -en sus declaraciones doctrinarias: todos somos iguales, y un detalle -de educación no es cosa que pueda conmover sus huesos en la gloriosa -tumba... Además, Eulalia hubiera podido ser en sus tiempos, como lo es -hoy, una gran señora, porque como vosotros, ¡oh, abuelos míos!, hijos -de europeos también, nació en esta tierra de belleza y de intuición... - -En suma, cuando brindamos, eran ya las doce de la noche, porque el -«menú» había sido desbordante. Una taza de café ó de té, enormes -cigarros habanos, licores, más champaña para los que lo deseaban--Coen, -el político influyente, Ferrando, el otro «high-life», varios -jovenzuelos;--bombones para las niñas; monadas de madama Coen, -dirigidas ya abiertamente á Ferrando, con abandono de mi humilde -persona; una ó dos frases pseudo amables, pero bien perversas, de -la «demoiselle de compagnie», sobre la demoníaca maldad de los -hombres y lo inane de las riquezas; lagrimitas de mamá Irma; rubores -y balbuceos de Eulalia; risotadas jubilosas de Rozsahegy; cálculos -tele-futuros de Coen--vidente de lo que yo podría ser con mi nombre y -con «nuestra» fortuna al cabo de diez años,--sonrisas entendidas de los -mundanos, comentando el chisme sensacional que yo les proporcionaba -inesperadamente para el club y las tertulias medianochescas de Matilde -y la Calandraca, puntos de reunión en aquel tiempo de lo más granado -de la sociedad oficial, militares y paisanos; continuos paseos de los -sirvientes de librea, ofreciendo vinos, refrescos, helados, sandwichs -y bombones á los comensales de un patrón que fué quizá su camarada; un -poco de música, unas vueltas de vals... - -Se marcharon, al fin, todos aparentemente contentos, excepto la -«demoiselle de compagnie», más que nunca deseosa de ser actriz y no -espectadora; los elegantes que hacían el inventario de la fortuna de -Rozsahegy; el político sin prestigio que hubiera dado generosamente -esta negación á cambio de los millones rozsaheguianos; la mujer de -Coen, que había debido cambiar el programa y postergar la data de sus -deseados estudios psicológicos; algunos otros... y nadie más, porque -ya el resto era de la «familia», salvo Coen, quien, al fin y al cabo, -«sabía» que «sabía» sacar provecho de todas las circunstancias. - -El «tête à tête» con Eulalia que siguió á la fiesta fué encantador, -pero corto. Aquella virgen de Andrea del Sarto me arrebataba, y hasta -me hacía olvidar, en esos minutos, que al pedir su mano sólo había -obedecido á un rapto de despecho, á un impulso de orgullo satánico. -Estaba enamorada de mí, y nada embriaga tanto á un hombre como verse -querido incondicionalmente. Es como si tomara á grandes copas el más -capitoso de los licores. ¡Ah, si María!... - ---¿Cuándo piensa usted casarse?--me preguntó Rozsahegy, acercándoseme. - ---Lo más pronto posible, don Estanislao. - ---También á mí me gusta. Eulalia es rica, más rica que usted (no lo -digo por mal), porque... Venga un poco aquí y le diré. - -Me tomó aparte, y continuó: - ---Porque usted tiene... - -Y me dejó boquiabierto, presentándome de memoria un inventario de mi -fortuna, que yo mismo hubiera sido incapaz de hacer, ni aun tomándome -dos meses de tiempo para buscar los datos y ordenar los papeles. Total, -realizando en aquel momento, mi capital ascendería, por lo menos, á un -millón seiscientos ó setecientos mil nacionales. Ahora bien, habría -que rebajar la deuda á los bancos (pero ésta no era de preocuparse), -y considerar que yo no tenía renta alguna, sino el simple aumento por -la especulación. Pero eso no importaba. Eulalia tenía rentas de sobra, -y yo, con «dejar dormir» mis propiedades, me despertaría una mañana -poderoso. - ---«¡Déquese estar! ¡déquese estar!»--me repetía Rozsahegy, sonriendo -con su ancha cara rojiza y bigotuda de mozo de cordel.--En este país, -para ganar plata, lo mejor es no hacer nada, nada, nada, sino esperar -las gangas. Para hacerse rico «trabacando», hay que ser muy vivo y no -tener «sonserías». - -Divertido, y, al propio tiempo, vejado por esto, quise poner término á -los desarrollos económicos de mi suegro futuro, diciéndole: - ---¡Pero don Estanislao! Si me caso con Eulalia es sencillamente porque -la quiero, no por otra cosa. Es la niña más bonita y más espiritual de -Buenos Aires. - ---Eulalia Cómez Herera--exclamó sentenciosamente el viejo,--es una -cosa. Pero si Eulalia Cómez Herera no tuviera más que lo que tiene el -marido, sería otra cosa. Eulalia Cómez Herera, hija de Rozsahegy, es -una gran persona, y el marido también, y el padre también. - ---¡Oh, sí!--exclamó Irma, corriendo otra vez á abrazarme. - -Eulalia se moría de vergüenza y de amor. Yo tenía unas ganas locas de -echarme á reir. Pero besé á Eulalia en la frente, abracé á la suegra, -estreché la ancha y velluda pata sudorosa de Rozsahegy y me despedí, -diciendo: - ---Mañana salgo para mi provincia. Allí estaré dos ó tres días, nada -más. Entretanto, comenzarán á hacerse todos los preparativos para el -casamiento. - ---¡Se va!--exclamó Eulalia, como si obscureciera de repente. - ---Pero escribiré, querida--le dije al oído.--Si me voy, es precisamente -para que seamos felices más pronto... - -Cuando me marché, parecióme que aquel palacio olía á grosera felicidad, -como un local dudoso, donde se hubiera desarrollado una fiesta rayana -en orgía. Eulalia era allí como una flor olvidada que se agotaba en la -atmósfera caliginosa. - - - VI - -¡Golpe por golpe! Las circunstancias me permitían vengarme sin sufrir, -más que sin sufrir, ganando en cambio. ¡María!... ¡Vázquez!... ¡La -cara que iban á poner en cuanto supieran que, conquistando una de -las mujeres más hermosas de Buenos Aires, conquistaba, también, una -fortuna que me ponía fuera de todo parangón: Mauricio Gómez Herrera, -gran familia, gran posición, gran talento, gran fortuna!, ¡todo! ¡Oh, -circunstancias, amigas mías! ¡oh, santo oportunismo, oh, propicia -fatalidad, que llevas de la mano hacia todos los triunfos y todas las -cumbres á los elegidos de tu capricho!... ¡Y la venganza!... - -Sin embargo, la mañana siguiente me trajo un rato de malhumor. Eran las -once, cuando mi «valet de pied» se atrevió á despertarme con una serie -de discretos golpecitos á la puerta de mi dormitorio. - ---Una señora espera en la sala... - ---¡Imbécil! ¿no te he mandado que me dejaras dormir? - ---Son las once, señor, y don Marto me ha dicho que podía despertarlo. - ---¡Ah, bueno! ¿Quién es? - ---Una señora. No ha dicho su nombre. - -¡Tantas señoras!... ¿Un sablazo matutino? ¡Bah! «Noblesse oblige». - -Sobre el pyjama me puse la «robe de chambre», y me dirigí serenamente á -la sala, seguro de que el sablazo más feroz no podría interesar sino la -superficie de mi coraza, reforzada por Rozsahegy. - -¿Quién es? No la conozco. Porte distinguido, ojos negros y severos, -traje elegantemente cortado, sombrero de buena marca, ni una alhaja, -nada que choque al gusto más refinado. - ---Señora... usted disculpará; pero, por no hacerla esperar... ¿Á quién -tengo el honor?... - -Se había puesto de pie al verme entrar, con una actitud desconcertada, -como si sólo esperara mi presencia para marcharse, más que como -demostración de respetuosa cortedad. - ---He vacilado mucho antes de venir--murmuró,--y ahora veo que tenía -razón en vacilar, puesto que ni siquiera me conoce. - -El ceceo me la reveló. - ---¡Teresa!--exclamé, atolondrado, sin acertar á moverme ni á decir más. - ---Sí, Teresa Rivas... Era mi deber hablar una vez siquiera con usted, -Mauricio, y por eso vengo. Hay en mi casa una criatura que ya va á -ser un hombre, mi hijo, que tiene derecho á preguntarme quién es su -padre... Se llama Mauricio Rivas, y es un muchacho inteligente y bueno, -trabajador, y más noble... - -Yo callaba. Teresa se interrumpió para continuar en seguida, con un -esfuerzo, conmovida hasta las lágrimas: - ---Ese niño, ese jovencito, está al abrigo de la necesidad, ha recibido -una excelente educación, porque su madre no es ya una campesina tosca -é ignorante, y puede emprender cualquier carrera, aspirar á cualquier -situación... con tal que la sociedad no le cierre sus puertas... Ese -niño no tiene padre. - -Yo estaba en ascuas. La inesperada escena, descabelladamente romántica, -me ponía fuera de mí. Ganas me daban de tomar á aquella mujer por la -cintura y ponerla sin ceremonia en la puerta de calle. ¡Caramba! ¡Y qué -complemento á la comedia idiota de casa de Rozsahegy! - ---Ese niño no tiene padre--continuaba diciendo Teresa, balbuciente,--y -este defecto le hará tropezar con gravísimas, con quizá insuperables -dificultades, aunque sea relativamente rico, porque, por más -que se diga, en nuestro país el dinero no es todavía el todo. -Por eso, como usted, Mauricio, es su... amigo más cercano, he -venido á preguntarle--¡oh, sin segunda intención, sin exigencia -alguna!:--Mauricio, ¿qué puede usted hacer por esa infeliz criatura? - -¿De qué modo resolver esta peripecia, como la llamaría un dramaturgo? -Miré á las paredes, á las puertas, invoqué al rayo, la presencia de -cualquier persona, amiga ó enemiga, pensé hasta en el suicidio, todo -me pareció preferible á aquella situación tremenda por lo insólita é -inconducente... - -¡Oh, destino! ¡oh, fatalidad! ¿Por qué las cosas de la vida se -amontonan en un instante dado, formando lo que los novelistas, poetas -y comediógrafos llaman el nudo? ¡María, Eulalia, ahora Teresa! ¡Todo -de golpe! ¿Ó todo esto existía antes, y el _nudo_ no es más que una -visión más aguda y sintética de lo que viene sucediendo y ha estado -anudado siempre? ¡Por los clavos de Cristo! ¿Cómo resolver esta maldita -peripecia, sin rebajarla hasta lo innoble? Yo no sé lo que imaginaría -un novelista, dado el problema psicológico. Lo único que puedo exponer -es lo que hice, dejándome inspirar, sencillamente, por mi instinto de -conservación. - ---Tenga usted confianza... Siéntese... Conversemos--dije. - -Se sentó, automáticamente. - ---Debe estar hecho todo un hombre... Y buen mozo, ¿eh?... ¿Cómo se -llama?... - ---Ya dije... Mauricio... Mauricio, como... como su padre. - ---¡Ah! - -Y luego, bajando cabeza y brazos hacia el suelo, como en el colmo de la -desolación, agregué: - ---Puedes... puede usted estar segura, señora, de que ese niño tendrá -siempre en mí el más resuelto, el más abnegado de los protectores y de -los amigos... Será para mí... como un hijo adoptivo... ¡Oh, Teresa!... -¿Y puedes... y puede usted haberlo puesto en duda?... - ---No se trata de eso, Mauricio--dijo, dolorosa.--Lo único que el niño -necesita es un apellido legítimo y el honor de su madre... ¡Oh, no se -espante! ¡Usted se equivoca mucho al suponerse, ni por un momento, en -una situación sin salida, ó, por lo menos, difícil de resolver!... -¡Nada más fácil, por el contrario! Aquella pobre Teresa Rivas de Los -Sunchos, tan ingenua, ha cedido su puesto á la mujer experimentada que -Mauricio Gómez Herrera la invitó á ser para que fuera digna de él... -Esta nueva encarnación no pide nada para ella, vuelta ya de su engaño, -pero tiene un hijo y viene á preguntarle: Mauricio, ¿qué va usted á -hacer por esa infeliz criatura?... ¿Nada?... ¿Nada?... - -Me quedé silencioso, aterrado. Ella calló, también, medio minuto, -impávida, mirándome con sus olímpicos ojos de ternera. - ---Esto no es una tentativa de «chantage», Mauricio, ni un arrebato de -sentimentalismo malsano. Lo vengo pensando hace mucho, y creyéndolo mi -estricto deber y recordando sus promesas, he querido, por primera y -última vez, ponerlo frente á frente á su deber, al suyo, sin imponerle -que lo cumpla. Puedo hacerlo ahora, mientras es todavía tiempo, -mientras el niño no entre de lleno en la vida... pero ni reclamo ni -impongo nada... - ---No sé cómo...--murmuré, dándome aires de irritación. - ---¿Es cierto, entonces, el rumor que ha llegado á mis oídos? ¿Se casa -usted con María Blanco? - ---¿Con María Blanco? ¡No! - ---Importa poco... Será con ella, con otra, ó no será... Lo que yo -tenía que hacer está hecho... No puedo suplicarle, no puedo llorar... -Ya supondrá usted todas las súplicas que formulé, todas las amargas -lágrimas que he derramado en estos años tan largos... inacabables... -Pero comprendo que mi actitud lo sorprende y lo hiere... No me conteste -por el momento, no... Yo también he tenido que meditar mucho antes de -dar este paso... Aquí tiene usted mis señas... Hable á su conciencia, -ella le dirá... Y yo esperaré su palabra, que vendrá, ó no... Adiós, -Mauricio... - -Dejó su tarjeta sobre un velador, hizo un movimiento como para -acercarse á mí, pero se contuvo, y, muy digna, salió paso á paso del -salón. - -Juraría que nadie creerá lo que pensé mientras, petrificado, miraba -alejarse para siempre á la nueva Teresa. Y lo que pensaba era, -sencillamente: - ---¡Parece mentira que de aquello haya salido esto! Si me hubieran dicho -que la cándida y vulgar Teresa... ¡Decididamente, éste es un gran -país!... - -Pero, acto continuo, volví al sentimiento de la situación. Había sido -ridículo y de una pobreza inverosímil de recursos. ¡No encontrar -nada, nada, nada que contestarle! ¡No acertar con nada, sino con una -irritación absurda, una cólera terrible, mortífera quizá, que sólo -había podido dominar lo que se llama «educación», que no es sino una -autodomesticación de la fiera!... ¡Y ella, que no me había dado ni el -más mínimo pretexto para el estallido, para el estallido salvador que -hubiera convertido en trágica ó siquiera dramática aquella escena tan -profundamente ridícula!... - ---¡Manuel! ¡Manuel! ¡Manuel! - -Azorado, el gallego asomó su hocico á la puerta de la sala. - ---¿Has hecho mis maletas? - ---Todavía no, señorito... El almuerzo... - ---¡Imbécil, torpe! ¿No te he dicho que hicieras mis valijas? - -Desapareció á tiempo, pues mi puntapié hizo que la hoja de la puerta le -golpeara las espaldas. Y, enervado por aquel arrebato demente é inútil, -me senté en un sofá, mordiéndome los puños, me levanté, hice pedazos -la tarjeta, sin leerla, corrí como un loco alrededor de la sala, dando -puñetazos á los muebles, y de repente me calmé, me eché á reir, y fuí -á vestirme, completamente tranquilo, repitiendo un refrán que don -Fernando Gómez Herrera, mi señor padre, solía decir á menudo: «Lo que -no tiene remedio, remediado está». - - - VII - -Dos horas después, en el tren que me conducía á mi provincia, -pensaba en aquella nueva Teresa que era como el símbolo de toda la -perfectibilidad de nuestra raza, y me repetía: - ---¡Si uno pudiese saber á tiempo! - -Pero ¡bah! nunca se puede desandar lo andado ni desvivir lo vivido. ¿No -obraban los demás, conmigo, con igual desparpajo? María, por ejemplo... -¡Vaya! ¡en la guerra, como en la guerra! No hay otro remedio que el de -amoldarse á las circunstancias, y entre varios males elegir el menor... -cuando se puede elegir. - -¡Extrañas antinomias! ¿Quién explicará jamás que, en mi fatalismo, no -hiciera yo aquel viaje sino para representar ante María Blanco una -escena análoga, sino igual á la que Teresa Rivas acababa de representar -ante mí? ¿No iba, únicamente, á echarle en cara su falta de palabra, y -á afirmar mi superioridad de varón declarándole que yo había faltado -antes, al comprometerme con Eulalia Rozsahegy? - -Hoy creo que nunca he hecho una serie más larga y disparatada de -locuras, y tanto me escuece este recuerdo, que nunca lo escribiré en -toda su amplitud. Me había cegado el éxito de todas mis empresas, y mi -orgullo crecía tanto más cuanto que, en la realidad, era más mediana mi -situación intelectual, social y moral en Buenos Aires. Instintivamente -sentía, pese á las adulaciones y los triunfos visibles, que se me hacía -poco caso, quizá menos del que yo merecía en realidad, porque, al fin -y al cabo, modestia aparte, estoy bastante arriba del término medio de -mis contemporáneos. Esto explica bien naturalmente la exasperación de -mi amor propio... - -Caí como una bomba en casa de Blanco. Era por la tarde. En la -vasta sala en que parecían naufragar los viejos y pesados muebles -provincianos, sentada junto á la ventana, y bordando un pañuelo, estaba -María. Frente á ella, un hombre: Vázquez. - -Sentí que toda la sangre se me subía á la cabeza, pero haciendo un -titánico esfuerzo, me dominé, y con risa sardónica acerquéme á la -joven, haciendo como que no veía á Vázquez, tranquilo y grave, y sin -ver en realidad al viejo Blanco, que estaba en la sombra. - ---¡Mauricio!--exclamó María con un tono de cándida satisfacción que me -sorprendió. - ---En persona--dije, inclinándome con exagerada reverencia.--Ardía en -deseos de saludarla, señorita. - -Y girando rápidamente sobre mis talones, me volví á Vázquez y dije, -provocativo: - ---¡Y á ti también! - -Entonces vi á don Evaristo que acababa de ponerse de pie y me tendía -afectuosamente la mano. Esto me desconcertó un poco, retardando la -explosión de mi rabia. - ---Señor Blanco... - -Hubo un silencio, porque todos sentíamos que la situación era violenta -y tempestuosa. En este corto intervalo cobré bríos, y dije: - ---He querido venir personalmente á anunciarles mi próximo enlace con -Eulalia Rozsahegy, una de las... - -Tres exclamaciones, dos de sorpresa, una de angustia, me -interrumpieron. Vi que María se había puesto intensamente pálida y que -estaba á punto de desmayarse. Los dos hombres, mudos, la miraban y me -miraban, inmóviles en su sitio. - -De pronto, María Blanco se levantó, de una pieza, como si fuese de -acero, dió un paso hacia mí, pálida mortal, me miró á los ojos, dijo -con esfuerzo «Muchas felicidades», y salió como una sonámbula. - -Don Evaristo se lanzó hacia mí, pero Pedro lo detuvo, me asió del brazo -y me sacó de la sala, diciendo al viejo: - ---Deje usted... Todo esto se arreglará... se arreglará... - -Cuando estuvimos en la calle: - ---¿Qué has hecho?--me preguntó. - ---Mi deber. He leído la noticia. - ---Es una infamia, un chisme de aldea, una calumnia para enfurecerte y -hacer daño á María. ¿No has recibido su carta? - ---¡No! ¿Pretendes reirte de mí? - ---¡Mauricio! ¡Esto es una desgracia! ¡Esto es un infortunio causado -por una perfidia! Yo te juro, te juro que hasta hoy no había vuelto á -poner los pies en esta casa. Han jugado conmigo, contigo, con María, -¡pobre María! ¡Si me has encontrado hoy allí, es porque he venido de -Los Sunchos, donde estaba, á buscar el modo de castigar esa infamia -y evitar sus desastrosos efectos! Créeme ó no me creas; no te doy -explicaciones; no hago sino decirte la verdad. Es una canallada sin -nombre, de las que sólo se ven en estas sociedades inorgánicas, donde -los espíritus maléficos encuentran terreno propicio para sus hazañas. -Al chisme se agrega ahora, gracias á los periodicuchos inmundos, la -noticia, inocente en apariencia, pero cargada de veneno. ¿Te callas? -¿no me dices nada? - ---Ya es tarde--repliqué.--Te creo, pero ya es tarde. - ---¡Cómo! ¿Lo de tu compromiso es cierto? - ---De lo más cierto del mundo. Y no sé cómo puede componerse todo esto... - -Calló largo rato, y, al cabo, meneando la cabeza, sin dolor, sin -alegría, dijo, como contestando á mi última frase: - ---Yo sí. - ---¡Yo también!--exclamé, riendo forzadamente, y encogiéndome de hombros. - -Y, doblando una esquina, á que llegábamos, añadí, con sorna: - ---¡Muchas felicidades, como dice María! - -Se quedó clavado, y yo me fuí sin volver la cabeza. - -Mis bodas, meses más tarde, fueron todo un acontecimiento social en la -capital de la República. La bendijo uno de los príncipes de la Iglesia, -á quien fuí á pedírselo por indicación de mi suegro, que deseaba verme -en buenas relaciones con el alto clero. Yo asentí, naturalmente. - ---La fe es una de las columnas más robustas de la sociedad--pensaba,--y -cuando en Los Sunchos y en la capital de mi provincia quise desviarme -de ella, hasta ponérmele en contra, no veía que atacaba mis propios -intereses, mi propia personalidad. Después, cuando me reconcilié con -la Iglesia, no lo hice con toda la intensidad, con toda la exageración -que debía, y seguí siendo indiferente, salvo las apariencias. Ahora hay -que reaccionar y rehacer el camino. El pueblo necesita una disciplina: -aquí la tenemos hecha. Ninguna más fácil y eficaz que la religión. -Yo, Alcalde, de acuerdo con el cura, haré de mi aldea lo que se me -antoje. Yo, Gobernador, haré con el diocesano lo que creamos preciso. -Yo, Presidente, haré con el arzobispo cuanto se nos ocurra... Éste es -el único peligro: el «nos». Sólo Rosas supo meterse al clero en el -bolsillo; porque á Rivadavia lo «voltearon» ellos... ¡En fin! no me ha -llegado el caso, no estoy á tales alturas... Si llego, ya veremos... -Entretanto, bueno es estar de ese lado... - -Y fuí á visitar á Monseñor, para pedirle que nos echara la bendición -nupcial. Me sorprendí al verle. Era un hombre de tipo sensual y -gastado, de cutis terroso y lleno de precoces arrugas, labio inferior -grueso y colgante en la ancha boca cortada como un tajo, ojos pequeños, -móviles y húmedos, narices chatas y muy abiertas--un mulatillo, hubiera -diagnosticado misia Gertrudis.--Su historia era vulgar. Siendo simple -cura y redactor de un diario católico de su provincia, hizo gran -campaña en pro de un candidato á Gobernador que, una vez triunfante, -le pagó sus servicios con una protección decidida y halló medio de -enviarlo á Buenos Aires en las mejores condiciones de figurar. La -ayuda oficial le facilitó sus ascensos en la corte de Roma, al mismo -tiempo que le daba grande influencia en la sociedad bonaerense. Hombre -de mundo, al par que político y religioso, dedicóse especialmente á -conquistar las familias patricias, por medio de las mujeres, y alcanzó -brillantes resultados en esta empresa. Se le veía en todas partes, en -los salones, á la cabecera de los moribundos ilustres, en las fiestas -oficiales, y él era quien bendecía la unión de los favorecidos del -nombre y la fortuna, él quien bautizaba á los futuros próceres. - ---¿Quién es el padrino?--me preguntó. - ---El Presidente de la República. - ---¡Ah, ja! eso está bien... ¿Y la madrina? - ---Mi tía Mónica Vallmitjana, ya sabe, Monseñor, es de la ilustre -familia catalana que... - ---¡Ah! ¿Una señora perlática? - ---La misma. - ---¡Bien! ¡Vaya en paz, hijo! Tendré el mayor gusto en casarlos... Y -diré unas palabritas en la ceremonia. - -El día de nuestra boda, la gran nave central de la Metropolitana se vió -llena de lo más granado de la sociedad, y el lujo que allí se desplegó -hizo época, tanto como el célebre baile de la Bolsa en que se robaron -los sobretodos y los abrigos... - -Mucho más modesto fué, varios meses después, en la iglesia matriz de -aquella dormida ciudad provinciana, el casamiento de Pedro Vázquez con -María Blanco. - ---¡Muchas felicidades!--como dijo María. - - - VIII - -¡Qué bonita y amable ciudad es Montevideo, sobre todo cuando se llega -á ella dando el brazo á una mujer joven y hermosa, con quien se ha -compartido un regio departamento á bordo del vapor de la carrera! -Cómo reposan aquellas accidentadas calles, de la chata monotonía de -Buenos Aires, y aquella alegre limpidez del cielo, y del agua, la -del mar y la del río, que se ve á un tiempo á un lado y otro, desde -ciertos rincones, y las playas de baños, y las plazas llenas de gente -elegante, y las avenidas sombreadas de árboles, y los parques antiguos, -como la quinta de Buschental, llenos de poesía... ¡Á un paso de la -gran ciudad argentina, y tan diversa de aspecto, de modo de vivir, -hasta de calidad de ambiente! ¡Con cuánto gusto hubiéramos estudiado -á fondo todo aquello, Eulalia y yo, si hubiéramos ido allí en otras -condiciones! Pero, ¡ya se ve! No teníamos un minuto que dedicar á las -cosas exteriores, y, seguramente, me parece que en el caso, lo mismo -hubiera sido Montevideo que Martín García, Martín García que Santa Cruz -ó Ushuaia. - -Porque yo estaba enamorado de mi mujer, ella de mí, y nuestra luna de -miel se prolongaba indefinidamente, tibia, clara y dulce, como una -caricia de niño. - -Descubrí en aquella muchacha méritos insospechados, fuera de sus -atractivos físicos, que eran avasalladores. ¿Cómo había nacido aquella -flor del aire entre aquellas zarzas groseras? ¿De dónde le venía toda -aquella delicadeza angelical, aquella elegancia sin esfuerzo, aquella -pasión ardiente y pudorosa á la vez, aquella alta dignidad que se -imponía entre sonrisas y blandos ademanes acariciadores? ¡Cuánto y -cuántas veces me felicité de que una desinteligencia inexplicable, -si no un acto instintivo, me hubiera obligado á romper con María, la -severa, la que á los treinta años sería inevitablemente un fiscal -pensante y actuante, un censor celoso del marido! Obligado á romper, -digo, y de un modo inevitable: ¿No hubiera roto yo, de todos modos, -considerando que aquel enlace no me convenía y que se me ofrecían en -Buenos Aires cien partidos mejores, aun sin contar á Eulalia? y ¿no -hubiera roto ella, antes de finalizar el año de plazo, considerando -que yo no era el compañero soñado, el hombre capaz de los grandes -actos y las grandes abnegaciones que ella soñaba, sino el protegido -del éxito y la fortuna? Es el problema que no me atrevo á resolver -definitivamente, quizá porque cualquiera de las dos soluciones hubiera -podido imponerse. Unas veces pienso que María no me había querido, que -no había tenido hacia mí sino un capricho pasajero, semejante al de la -niña inocente que se enamora de un viejo actor al verlo en el papel -de un héroe romántico, como lo probaría su casamiento con Vázquez; -otras me digo que me amaba de veras pero que mi conducta la aterraba, -aunque estuviera pronta aún á pasar por ella, si le demostraba yo, -por lo menos, la perseverancia de aguardar hasta el término del plazo -establecido. Respecto de mí, ya se colige cómo hubiera procedido, y no -tengo una palabra que agregar. - -En fin, la hija de Blanco, la mujer de Vázquez, se perdía ó se había -perdido ya en las brumas de un pasado remoto, y Eulalia tenía para mí -todos los atractivos de una amante exquisita y de una amiga ideal. -Temblaba yo, antes de casarme y en los primeros días del viaje de -novios, recordando la zafia ostentación de los Rozsahegy, su falta -de educación, su torpe orgullo de gañanes enriquecidos, el lenguaje -papagallesco de Irma, que no había podido aprender el castellano, -la irritante soberbia del marido, tan humilde con los grandes como -dominador con los pequeños: imposible que, tarde ó temprano, todo aquel -color plebeyo no destiñera sobre Eulalia, quitándole su brillantez de -flor inmaculada. Pero me tranquilicé bien pronto, gracias á un pequeño -detalle. - -Eulalia había llevado en sus baúles una docena de trajes de gran -riqueza, que Irma se empeñaba en que usara á toda hora, para demostrar -su riqueza y su distinción. Mi mujer no se puso ninguno, ni para los -paseos matinales, ni en nuestras excursiones por las playas, y aun de -noche, cuando bajábamos al gran comedor del hotel, se vestía con una -modestia que hacía resaltar su buen gusto. Yo no estaba todavía en -condiciones de raciocinar sobre esto, pero me producía buena impresión, -como la que se experimenta ante un cuadro bien compuesto, en que nada -choca. En ella era, también, instintivo, y fué desarrollándose con -la edad. Los grandes vestidos de nuestros Worms ó nuestros Paquins -bonaerenses, quedaron, pues, para las noches de Ópera y las soirées -extraordinarias. - -En nuestras charlas interminables, mientras paseábamos lentamente por -la arena de Ramírez y los Pocitos ó á lo largo del puerto, viendo la -ciudad tendida en anfiteatro, el pequeño Cerro con su fortaleza que -parece un juguete de cartón, la rada con sus vapores y sus buques de -vela, que cabeceaban mecidos por el oleaje, los botes de pasajeros que -la marejada sacudía, los barcos de pesca con su latina al sol, las -bandadas de gaviotas vocingleras, Eulalia solía mostrarse melancólica, -y entonces me hablaba de mi madre con una ternura que sólo podía -comprender como un reflejo de su afecto hacia mí. - ---¿Me llevarás un día? ¡Deseo tanto conocerla!... Mientras no la -conozca me parecerá que no te conozco bien á ti tampoco... Debe ser -una de esas señoras antiguas, tan graves y tan modestas, que se hacen -respetar por todo el mundo sin necesidad de exigirlo, y que, en medio -de su gravedad saben sonreir, y estar siempre de buen humor, con -infinita benevolencia, con inagotable bondad, ¿no es cierto? - -No quise decirle que mamita era taciturna, melancólica, mística, -aunque muy buena y muy tolerante. Por el contrario, apoyé sus -conjeturas, viendo que mentalmente, sin querer confesarlo quizá, hacía -comparaciones entre su madre y la mía, y que esto me daba una nueva é -inesperada superioridad sobre ella. - ---Sí, queridita: mi pobre vieja es tal y como te la imaginas. ¡Lástima -que no haya podido asistir á nuestro casamiento! De seguro que, apenas -te viera, te querría á ti más que á mí, si es posible. - ---¡Oh! ¡eso no! Pero iremos á verla, ¿quieres? - ---En cuanto sea posible... El verano próximo. El viaje es largo y -molesto. - ---¡Eso no importa! ¡hay que ir! - -Mes y medio delicioso pasamos en aquella ciudad encantadora, en que -apenas conocíamos unas cuantas personas que nos dejaban discretamente -la más amplia libertad. Al cabo de este tiempo, comencé á encontrar -algo monótono nuestro continuo «tête-á-tête», y á echar de menos el -movimiento y la acción de Buenos Aires. Leí con más atención los -periódicos, escribí y recibí cartas, y me dije que el momento era -llegado de reanudar la vida activa, porque todas las noticias venían á -alarmarme. Eulalia intentó una ligera oposición: - ---¡Estamos tan bien aquí! Tiempo tendrás de dedicarte á los otros. -Ahora te quiero todo mío, segura de que me descuidarás en cuanto -estemos en Buenos Aires. - -Pero se convenció de que era preciso regresar en cuanto le describí la -situación como yo la veía. Los opositores agitaban el pueblo sin tregua -ni descanso; el combate arreciaba en toda la línea; el Presidente de -la República tenía necesidad hasta de sus amigos más insignificantes -en los puestos avanzados; el descontento cundía, á pesar de esfuerzos -tan extraordinarios como una gran reunión de los jóvenes, declarándose -dispuestos á sostener al Presidente sin condición alguna, hiciera lo -que hiciera. - ---No tengo el ánimo tan tranquilo como mis correligionarios. Todo me -huele á tormenta, y aunque yo poco he de perder, me gusta ver cómo van -desarrollándose los sucesos, para que no me tomen de sorpresa. - -Volvimos á Buenos Aires, y mi primera visita fué para el suegro, el -mejor de los informantes. - ---La situación es aparentemente sólida--me dijo Rozsahegy, en su media -lengua.--El Presidente cuenta con todos los Gobernadores de provincia, -con la inmensa mayoría de las Cámaras, con todo el ejército y toda -la escuadra, con una policía aguerrida y resuelta, con diarios que -defienden todos sus actos. ¡Muy bien, perfectamente! Este conjunto -parece demostrar que está firme en el poder, pero hay vagas señales de -que no es así. La Bolsa se muestra recelosa. Muchos economistas y aun -simples comerciantes encuentran que se abusa del crédito. Los diarios -de oposición exageran los ataques, sembrando una gran desconfianza en -el público. Todo esto parece nada, pero es mucho para el que sabe ver -más allá de sus narices. Si no fueras «mi hico»--agregó tuteándome, -pues me trataba indistintamente de tu ó de usted,--no te lo diría, -pero... ahí está... Es bueno que te dés cuenta de las cosas antes que -los demás. ¡Para algo soy tu suegro, tu suegro Rozsahegy!... - -Y después de una pausa, agregó: - ---Hay que andar con mucho «oco». Un derrepente, ¡cataplúm! - -No dejaron de alarmarme estos informes, pero me alarmó mucho más -todavía la observación de que la política del Presidente no satisfacía -al mismo partido que lo elevara al poder, y de que algunos de sus -miembros más conspícuos se retiraban á cuarteles de invierno ó se -plegaban más ó menos abiertamente á la oposición. - ---¡Cuando las ratas se van, señal de que el barco hace agua!--me dije. - -Pero no eran precisamente las ratas las que desembarcaban, sino los -marineros, y hasta los pilotos. Á esta deserción contribuía de un -modo visible la guerra que desde un principio se había hecho al mismo -exjefe de nuestro partido, cuya voluntad creara aquella situación, -y que continuaba aún, tratando de suprimir hasta los últimos restos -de su prestigio y de su influencia. Siguiendo esta política inútil -y equivocada, se llegó á extremos tontos. Uno de los allegados al -Presidente, el mismo que años más tarde iba á ocupar elevadísimas -posiciones, se ensañó contra él en el diario oficioso, tratando -de demostrar que era un muñeco insignificante, un pobre individuo -presuntuoso y ridículo, á quien sólo el azar de las circunstancias -había podido dar cierto relieve. Hasta entre los militares comenzaban -á notarse síntomas amenazadores. Entretanto, la única situación -provincial que permanecía fiel al viejo jefe caía derrocada por una -especie de revolución que organizara el mismo Gobierno Nacional, con -soldados del ejército disfrazados de particulares. Algunos partidarios -se retiraron, pues, y sin hacer abiertamente buenas migas con la -oposición, dejaron ver que, en caso de una revuelta, no se pondrían -de parte del Presidente. Otros entraron resueltamente en las filas -enemigas. - -Se pensará que ante este cuadro y con tales perspectivas me apresuré -á decir «ahí queda eso» y á abandonar al Presidente para no caer con -él, si caía, como era ya muy probable. Pero quien tal crea no me -conoce. Hilo más delgado que todo eso. Sin que me preocuparan mis -deudas á los Bancos, que podrían apretarme el torniquete en caso de -defección (hasta cierto punto apenas, pues la mayor parte de mis -letras no estaban firmadas por mí); sin que me moviera ningún motivo -sentimental, rechacé la idea de pasarme á las filas contrarias desde el -punto en que se presentó á mi imaginación. No era ése el papel que me -convenía. Si hubiese ocupado el puesto eminente con que soñé al venir -á Buenos Aires, si fuese uno de los hombres de alta significación de -la época, no digo que no me hubiera convenido una actitud de héroe -salvador del país, tanto más cuanto que podría adoptarla sin arriesgar -nada ó muy poco--los situacionistas que cambiaron de casaca no se -cuidaron de devolver previamente lo que habían comido;--pero, dada mi -relativa insignificancia de hombre de tercero ó cuarto término, casi -perdido entre la multitud, y que apenas conquistaría un miserable -ascenso en las filas contrarias, no había ventaja alguna para mí en la -maniobra. Lo útil, lo verdaderamente provechoso era pasar inadvertido, -permaneciendo fiel á «la causa»: con eso no tenía nada que temer, y sí -mucho que esperar. Nuestro partido seguiría gobernando--por lo menos en -un período de muchos años,--y salvo los que se hubieran comprometido -exageradamente en aquel tiempo, todos quedaríamos en disponibilidad, y -con muchas mayores probabilidades de ocupar los altos puestos. - -¡Sabia política, de la que nunca me felicitaré bastante, porque -mis vaticinios resultaron plenamente confirmados: los opositores -tradicionales no llegaron nunca al poder, los transitorios se -hicieron sospechosos y no obtuvieron más que migajas, y los amigos del -Presidente que se comprometieron demasiado tuvieron que vivir largos -años metidos en un rincón, esperando á que los olvidaran! - -Como es de presumir dados sus antecedentes, Vázquez fué, en nuestra -provincia, uno de los primeros que se plegaron á la oposición. Como -yo le pidiera sus razones en uno de sus viajes á Buenos Aires, me las -explicó candorosamente así: - ---La política del Presidente es demasiado exclusivista y tiene el -defecto capital de no contentar á nadie sino á los pocos que lo rodean -en la intimidad y que no son hombres de grandes miras. Están matando -la gallina de los huevos de oro. La locura de la especulación que hoy -embriaga á tantos, pasará necesariamente, porque se edifica sobre -arena; y, al primer desastre, todo el mundo se volverá contra el iluso -que lo provoca, más por ceguera que por maldad... Y esto no puede durar -mucho... - ---¡Vaya un sociólogo!--pensé.--¡Más sabe mi suegro Rozsahegy que todos -estos doctorcitos juntos! - -Y en voz alta repliqué á Vázquez: - ---Puede que tengas razón, pero yo no la veo. Digan lo que digan, el -país progresa maravillosamente, y eso se debe al Gobierno actual. ¿Que -tropezamos con dificultades? Siempre las hubo, y deberíamos trabajar -por vencerlas, no por agravarlas complicándolas, como hacen ustedes. - -Pedro se encogió de hombros. - ---¡Comprendería tu ceguera si tuvieses un puesto inamovible!--dijo con -ironía. - -¡Un puesto inamovible! ¡Qué rayo de luz! Eso era, precisamente, lo que -me convendría mientras pasaba la tormenta en ciernes. Pero, ¿cuál? -No podía ser juez, porque había desdeñado hacerme dar, como tantos -otros, un título de doctor en alguna caritativa Facultad provinciana, -y ya no era tiempo--dada mi relativa notoriedad--de volver sobre mis -pasos. Me quedaba la carrera diplomática... ¿Por qué no hacerme nombrar -ministro en Europa ó, por lo menos, en uno de esos hospitalarios y -divertidos países sudamericanos, donde se lleva una vida patriarcal y -caballeresca, ante paisajes admirables, bajo un clima espléndido, en -medio de las más sentimentales aventuras, sin nada que hacer, ni nadie -que amenace la estabilidad del puesto? - -¡Oh! ¡gracias por la idea, dulce Vázquez! - - - IX - -Fuí á visitar al Presidente, como lo hacía todas las semanas, y -le hablé incidentalmente de mis deseos, para tantear el terreno -y guardándome la retirada. Me dijo que estaba loco, que no podía -habérseme ocurrido tontería mayor. En aquellos momentos, necesitaba -de sus verdaderos amigos; yo podía serle utilísimo presentando con -elocuencia sus ideas en el Congreso, y no era cosa de nombrarme, ni aun -de permitir que me expatriara. - ---Preferiría hacerte ministro aquí--exclamó tuteándome como lo hacía en -los grandes momentos de expansión.--Y si la situación lo permitiera, lo -haría sin vacilar, como lo haré en cuanto se calmen los ánimos. No te -apures: ¡tu porvenir está asegurado! Antes de dos años serás ministro -ú otra cosa semejante, y con eso se consolidará definitivamente tu -situación. - -Me marché perplejo, mientras una luz iba haciéndose cada vez más clara -en mi cerebro. Pensaba que había poco que esperar de aquel hombre que -se empeñaba en una política por lo menos enojosa para todos, y que sus -promesas eran demasiado brillantes, demasiado extemporáneas. - ---Éste es--me decía--como el doctor Sangredo que, viendo al enfermo -desfallecer á fuerza de sangrías y agua caliente, le recetaba más -sangrías y más agua caliente, y cuando moría, declaraba que era porque -no se le había sangrado lo bastante ni dado toda el agua caliente -necesaria. - -En fin, lo mejor era vivir de la política haciéndola lo menos posible, -permanecer mudo como un sábalo, y divertirse en otras cosas. - -Llegué á saber entonces, por intermedio de relaciones comunes, la -vida de Teresa, desde que saliera de Los Sunchos. Habíase dedicado -completamente á su hijo y á estudiar, con la buena fortuna de encontrar -una institutriz alemana, mujer de alguna edad, que había pasado largos -años en París. Esta buena señora que llegó en poco tiempo al rango -de amiga, si no de madre, limitóse á enseñarla idiomas y música, y -á aconsejarle lecturas, dejándole el espíritu libre. La disciplina -germánica estaba atemperada en ella por su segunda educación latina, -y como la discípula era ya una mujer hecha y derecha, no trató de -torcer--por enderezar,--su carácter, sino de dar el mayor relieve -posible á sus buenas cualidades. En música, le enseñó á leerla y -entenderla, sin esforzarse por darle la brillante ejecución que -ella tenía, y la felicitaba cuando Teresa interpretaba un trozo de -Beethoven ó Bach, de una manera distinta á ella, porque «esto afirma -su personalidad», le decía. Con insensible gradación, logró que -Teresa pasara de las lecturas objetivas, las narraciones de acción, -que estaban entonces de acuerdo con su temperamento, á las lecturas -algo más subjetivas de las novelas psicológicas, de éstas, luego, -á los libros de simple generalización, y, por fin, á los puramente -especulativos. Para esta última etapa se valió de la discusión, -interesando á la joven en asuntos filosóficos, y dándole, después, -elementos para formar juicio. Y en medio de estas tareas metafísicas, -con su espíritu práctico de alemana--Fräulein Hildegard la enseñaba -las tareas domésticas, el bordado, la costura, la cocina, el arte de -hacer conservas y de adornar la casa. De tal modo, que Teresa no tenía -un minuto desocupado y no sentía la necesidad de ser feliz, tanto más -cuanto que Mauricio le absorbía todos los pocos restos de su tiempo. - -Cuando supe esto, que llegó hasta mí muy fragmentariamente, sentí una -gran curiosidad de verlo de cerca, y busqué toda clase de pretextos -viables para acercarme á Teresa. Pero nuestra última entrevista -había sido tan ridícula para mí, ella permanecía tan encerrada, y mi -casamiento era un obstáculo tan grande, que tuve que renunciar á mis -antojadizos propósitos. Sin embargo, no fué sin un ensayo: la encontré -un día en la calle, la hice un saludo hasta el suelo, y me aproximé -tendiendo la mano. Hizo como que no veía el gesto, y usando la frase -trivial de práctica, dijo «Servir á usted» y pasó de largo, sin -exagerada modestia ni excesiva altivez, dejándome plantado en medio de -la acera. - -Yo, por las tardes, iba á la redacción del diario oficioso, verdadero -fox-terrier lanzado á las pantorrillas de la oposición. Pero no -escribía. Escribir es oficio de dupa. Profesionalmente, no da de comer -á su amo, como decía Sancho Panza, y en mi caso, dada la vidriosísima -situación, no hubiera hecho otra cosa que comprometerme, lo mismo que -hablar en público. Sin embargo, á veces pensaba que me gustaría tener -tiempo y ganas de escribir una novela: un simple antojo irrealizable -de aficionado. Á encontrarme con la constancia necesaria para acometer -el proyecto, lo iniciara como la novela del progreso de la República -Argentina, tomando por personaje principal una figura simbólica que -no fuese sino un vago mosaico cambiante, más espléndido y luminoso -cada vez. Esa figura no sería nadie y sería todo el mundo, y un «todo -el mundo» de una fuerza genial. Obsérvese: todos trabajan, todos han -trabajado, el magnífico producto está á la vista, pero nadie puede -discernir lo que ha hecho cada cual, ni lo que ha ejecutado un grupo, -ni un partido, ni una raza, como en esos guisados de la gran cocina, -en que se mezclan y confunden mil ingredientes para producir una cosa -única. En mi novela, el guisado sería el protagonista y los condimentos -el resto de los actores... - -Pero bien pronto, renunciaba á estas tontas divagaciones peligrosas, y -cuando mucho escribía un sueltecito de crónica social, adulando á mi -más reciente conquista. No tengo carácter para víctima, ni me gusta -el papel de «genio incomprendido». Allí, en la imprenta, estreché -relación con algunos escritores y pichones de escritor, que á estas -horas han muerto de miseria ó han cambiado de rumbo, dejando de -escribir otra cosa que cuentas y facturas. Pero, entonces, me hacían -morir de risa con su petulancia. Se reunían entre ellos para quemarse -mutuamente incienso, miraban á los demás por encima del hombro, como -si perteneciesen á una raza subalterna, y luego se entredevoraban, -despreciando á los ausentes. ¡Pobres tontos! No veían ni han visto -nunca que sólo ellos se hacen caso, y su ceguera llega á tal punto -que se esfuerzan por destruirse unos á otros, sin ver que todos están -destruídos por definición en un país como el nuestro, donde apenas si -pueden hacer el papel de víctimas cómicas. Y lo más curioso es que esos -pobres parias, tomaban ó fingían tomar bajo su protección, á pintores, -escultores, músicos, actores y hasta sabios á la violeta, que--á su -vez--les formaban círculo, creando en la vida porteña algo así como uno -de esos islotes del Paraná que nadie utiliza, porque se inundan, están -llenos de sabandija y no tienen comunicación con la vida comercial. - -Mi espíritu curioso me hacía no espantarlos ni alejarlos; para eso los -trataba en serio, fingía interesarme en lo que hacían, y hasta cuidé -de aprender el título de alguna de sus publicaciones. En cuanto citaba -éste, el rostro de mi escritor se iluminaba, y ya no tenía más que -dejarlo hablar, porque me repetía lo que había dicho, pidiéndome mi -parecer, cosa fácil de exponerle con un ¡ah! ó un ¡oh! admirativo, ó -con una sonrisa entendida y un movimiento de cabeza. - -Como los diarios tienen que llenarse con algo, y ya en aquella época -disminuían las transcripciones y traducciones de los periódicos -europeos, estos desgraciados plumíferos alcanzaban de vez en cuando un -sueldecito, y vivían muriendo, á la espera de un puesto oficial ó en la -espectativa de un cambio de situación... No saben cuánto me he reído -de ellos, como no saben cuánto se han reído de ellos los directores -y administradores de los diarios que redactaban, gente cuyo único -propósito era sacar las castañas del fuego con la mano del gato... -Lo digo, para que aprendan los ingenuos que quizá pretendan recoger -ahora la herencia de esas pobres criaturas ridículas y pretensiosas, -verdaderos parásitos de la sociedad, soñadores inútiles que llegan á -creerse llenos de influencia y de poder. Idiotizados, viven mirándose -los unos á los otros, y como ellos son los que escriben en los diarios -y á veces en los libros, llegan á creer que todo el mundo está -pendiente de ellos, cuando á nadie importan un ardite. Chicos y grandes -les han manifestado siempre su inane insuficiencia, pero ellos--tieso -que tieso,--lejos de convencerse, protestan contra una ignorancia y una -envidia que sólo existe en su cerebro. Y como, á fuerza de escribir -cuartillas, al fin llega á salirles algo bonito, puede que, cuando -alguno de ellos muera, le pongan una chapa de bronce en el sepulcro, -ó le hagan un bustito, ó se cite su nombre en las antologías de -escritores regionales. - -Ya se verá, después, con qué rima éste mi justo enojo contra los -escritorzuelos periodísticos de aquella época... y de otras, anteriores -y posteriores. - -Por el momento, en mis charlas con los redactores del órgano oficioso -de la tarde y el oficial de la mañana, traslucí una cosa que acabó de -darme mala espina: Los diarios de oposición se enriquecían, mientras -que los nuestros vivían apenas de las subscripciones gubernativas, -y para circular un poco tenían que enviarse casi gratuitamente á -correligionarios y empleados públicos; esto tenía dos explicaciones: ó -estaban administrados y dirigidos por gente demasiado ávida de dinero, -á la que nada bastaba, ó el soberano público se mostraba para con ellos -de un desdén desesperante. En la disyuntiva, tomé sabiamente el término -medio y me dije: - ---El público los abandona un poco, y los empresarios aprovechan un -mucho de la situación. En suma, se hacen pagar dos veces... ó una vez -y media. - -Esto, con los demás antecedentes, me hizo abrir del todo los ojos y -preparar lo que podría llamarse «mi coartada». - -Aquellos pobres «escribidores» que á veces no tenían siquiera ropa -que mudarse, eran al fin y al cabo una fuerza, y más del lado de la -oposición que de la del Poder, porque cuando escribían no eran «ellos», -sino la entidad que estaba detrás. De esto no se han dado cuenta nunca, -y aún reclaman una individualidad refleja que jamás tuvieron realmente. -Yo no lo dije, entonces, y si lo digo ahora, es porque ya no puede -perjudicarme mi franqueza. Resolví, pues, servirme de aquella arma. - -En el Congreso, en los teatros, en algún Club, me encontraba con -repórteres y redactores de la oposición. Les hablé de lo que escribían, -cuidando de objetarlo, sin lastimarlos, y facilitándoles la réplica -victoriosa. No me fué difícil conquistar su buena voluntad, porque, -aparte de adularlos, solía insinuarles alguna idea y darles algunos -informes. Uno ó dos llegaron hasta aceptar mi invitación á comer, y -convinieron conmigo en que, si el _Gobierno_ les nombraba alguna cosa, -no haría más que rendirles justicia. Otros se acercaron luego á casa, -atraídos por mí y por sus colegas, y lo pasaron tanto mejor cuanto -que Eulalia tenía el don de gentes, é, ignorando mis propósitos y mi -política, los creía hombres de gran valer, literatos eximios, y los -trataba con respetuosa deferencia. - -He aquí por qué los diarios de la época no tienen una palabra contra -mí--salvo una dolorosa excepción, algo más tarde,--aunque en aquel -entonces no quedara títere con cabeza. - -Éstos y otros me pedían mil cosas. Nunca dije no. Puse aparentemente -mi influencia al servicio de todos, sin ocuparme de nadie, y cuando -alguno de mis «protegidos» obtenía por otro conducto lo que deseaba, -nunca dejé de encontrar quien le dijera que lo había alcanzado gracias -á mí. - -Entretanto, la situación se metía en agua. Una noche que me hallaba en -la tertulia del Presidente, alguien le habló aparte con decisión. Ambos -gesticulaban, acalorados. Se separaron con visible enojo. Yo estaba -cerca del Presidente que, irritado todavía, me golpeó el hombro, y me -dijo, reconcentrando su rabia: - ---El que venga después, hará lo mismo que yo, ó el país volverá á la -anarquía. La oposición es heterogénea, y de ella no puede salir un -partido de Gobierno. ¿No te parece? - ---¡Sí, Excelencia!--dije, y pensé:--Ó este hombre ve mucho ó no ve -absolutamente nada y se va á estrellar... - - - X - -Pocos días después marchóse á Europa uno de los hombres más importantes -del país, el último vástago de nuestra raza heroica, como hubiera -podido decir yo mismo en un discurso. Era un militar, un sociólogo, -un literato, un sabio, que había optado por ser un patriarca. El -pueblo bonaerense lo adoraba, el de las provincias lo respetaba, -considerándolo, sin embargo, enemigo, por fuerza de inercia, por -espíritu tradicional. Á mi juicio, era una especie de Cincinato, -ilustrado y romántico, un hombre que había tomado en serio los -idealismos de 1830. Conservo viviente la impresión de nuestro único -coloquio, en una visita de consulta que le hice. El grande hombre me -escuchaba impasible, dejando escapar, de vez en cuando, una ligera -exclamación afirmativa, dubitativa ó negativa, mientras que la mirada -de sus ojos muy claros, como desteñidos, no me revelaba nada de su -interior y me parecía el cristal de unos gemelos asestados á mi -alma. Con el gesto de su mano larga y descarnada, detenía de pronto -la palabra en mi labio, dominando inquebrantablemente mi petulancia -juvenil, y narraba ó explicaba entonces, con acento al par sentencioso -y blando, como un abuelo que hablara á sus nietos y les dijera la -indiscutible verdad bebida en la experiencia... - ---Pero... - ---Es como yo le digo--insistía tranquilo y perentorio, y su memoria -sorprendente y su juicio extraordinario evocaban cuadros admirables de -pasado y de futuro. Era un prócer y un poeta. - -Se marchó á Europa en medio de una formidable manifestación de -despedida, que fué como un motín pacífico. - ---¡Se da por vencido!--dijeron los que le veían como un espantapájaros, -como una tácita condenación de lo que estábamos haciendo.--Á enemigo -que huye, puente de plata... - ---No comulga con la oposición--declararon los que husmeaban en el aire -efluvios revolucionarios. - -Difícil me resulta la actitud del Presidente. ¿Quiso disimular ante el -pueblo? ¿Quiso comprometer al patricio, conquistándoselo con oropeles? -¿Realizó un acto de nobleza, sin segunda intención, como justiciero, -ateniéndose á lo que viniera después? Cualquiera de estos motivos -es loable, por una razón ó por otra, y en su actitud no careció de -belleza al devolver al gran ciudadano todos los honores que le habían -«suspendido», porque hasta entonces manifestara su «voluntad» de una -manera demasiado imperativa á veces. - -Pero, admirando el tipo, aunque no fuera de mi credo ni de mis -conveniencias, no estaba dispuesto á dejarme engañar por su viaje y por -su mansedumbre. - ---¡Sí!--me dije.--Revolucionario recalcitrante se ha domesticado hoy, -y no quiere sancionar una cosa que, sin embargo, le parece inevitable. -Desearía ser el gran pacificador, después de tantas revueltas. ¡Está -bien! ¡Está bien! pero se va para permitir que la revolución estalle... -¡Es evidente! Y, como es evidente, hay que andarse con cuidado... con -más cuidado que nunca. - -Y mientras los otros comentaban estos acontecimientos con un -sentimentalismo trasnochado, utilitario ó lírico, yo juzgué conveniente -saber lo que al respecto pensaba mi suegro Rozsahegy, el más grande -de los hombres de la época, porque era el más práctico. Nunca, entre -nosotros se ha consultado bastante al extranjero, que será el más -egoísta, pero que es también el más capaz de imparcialidad. Como no -se ha consultado al criollo que se queda afuera de los negocios y la -política, sin tener en cuenta el famoso dicho de los jugadores de -carambola: «Mirón y errarla»... - -Con la más absoluta de las aprobaciones por mi parte, Rozsahegy no dotó -á Eulalia, aunque se comprometía á pasarle una mensualidad crecida -«para alfileres», y aun cuando tomó á su cargo todos los gastos de -instalación en nuestra casa, cercana á la suya, que yo organicé y -Eulalia perfeccionó en los detalles, con su buen gusto innato. Yo no -tenía, pues, reparo en hablarle de asuntos de interés, «cuestiones -financieras», porque estábamos, respectivamente, en la independencia -total. - ---¿Qué piensa de la situación política... de la situación económica, -don Estanislao? - ---¡Eh! Pienso... Pienso que ya he tomado todas las precauciones -necesarias, de acuerdo con lo que opina don Ernesto... - -Y después de este nombre, sagrado en las finanzas, hizo una pausa -solemne. Luego, descendiendo de la altura, se refirió á mis pequeños -intereses: - ---Usted no tiene que preocuparse por ahora... ¡Eh!... Pero no podrá ser -rico por usted mismo hasta que pase «esto» momento... La «question» -está en soltar toda la menos plata que se puede... Y usted, Mauricio, -«cuega», usted «cuega demasiao» en el Club y en el Círculo y en el -Jocquey, y en las «careras»... «Déquese de historias, hombre... Guarde -la platita y verá después»... - ---¡Pero papá!--exclamé con mimo burlón.--¿No ve que yo tengo que vivir -como quien soy, he sido y seré?... - ---¡Está claro! Yo no digo nada... Pero el más «quien soy» tiene que -pensar en lo que puede suceder mañana... «Vos, Cómez, tenés» una cabeza -de chorlito. - -¿Cabeza de chorlito yo, Rozsahegy? ¡Qué error! Comparando tu espíritu -práctico y el mío, no sé cuál resultaría más completo. Sólo que hay -formas, hay formas, hay formas... El centavo tiene que venirme; yo -nunca correré tras él, como has podido hacerlo tú... - -Pero lo admiré, cuando me hizo el cuadro acabado de la situación. - ---Con vos puedo hablar claro... sos «me hico»... «¡Comprá oro!»... Es -una cosa segura y te dará el cuatrociento por ciento, si «sos» capaz de -guardarlo... - -Se interrumpió, objetándose á sí mismo: - ---Pero ¿dónde está el efectivo? ¡Ésa es la «quistión»!... No -importa... Hay otras maneras, aunque no se compre oro... Hay el -equivalente... el equivalente... y eso lo «tenés»... - ---Mi querido suegro, usted se anda por las ramas... Lo que yo le he -preguntado es lo que piensa de la situación... - ---Es una locura, un despilfarro, una borrachera... - -Y me explicó: Todo el mundo había perdido el juicio. Fuera de los -centenares de millones que bailaban en plaza, acababan de abrirse -una docena de bancos con un capital de cincuenta y tantos millones, -sin base sólida alguna, millones soñados, escritos en el agua; se -imprimía papel moneda como se imprime una novela popular, en rotativa; -se descontaba con el desprendimiento del calavera ebrio, que siembra -su peculio en medio de la calle; en la Bolsa se jugaba como en una -timba, con el «bluf» y todo, sobre palabra, casi exclusivamente para -cobrar y pagar diferencias; á la propiedad raíz se había dado un valor -ficticio, pues nunca produciría la renta que el capital representaba; -el comercio nacional quedaba deudor en un tercio por lo menos del -comercio extranjero, porque nuestra producción no estaba á la altura -de nuestras ilusiones; todo el mundo robaba ó estafaba al país, con -cuentas corrientes ilimitadas, préstamos hipotecarios hechos sobre -propiedades que no existían, descuentos concedidos á testaferros sin -responsabilidad... - ---Es como si en tu casa, incomodado ya por los acreedores, siguieras -tomando «fiado» donde te dejaran... ¡Vas á ver lo que pasa después! - ---¿Usted cree, entonces, que esto no tiene remedio? - ---Sí, tiene... Por lo menos para nosotros... Don Ernesto me ha dicho... -Pero hay que tener paciencia... Hay que estarse muy quietito... Ya -diré... Usted no tiene ningún apuro, ninguna necesidad... ¡Bueno!... -Hay que esperar... Éste es un país de esperar sin asustarse. - ---Pero, quizá si yo pudiera liquidar en condiciones pasables... - ---«Deque» estar... «Pueda ser» que parezca menos rico, pero será -relativamente tan rico y más... Cuando el nivel baja, baja para todos; -y si no baja demasiado, el que está más arriba queda más arriba... y -viene á ser lo mismo. - ---¡Don Estanislao! ¡no se equivoque! El ministro de Hacienda va á -sofocar la plaza con una avalancha de oro, con cien millones que el -Gobierno tiene en caja... - ---Y la Bolsa hará como el papel secante... ¿Qué es un peso, cuando se -deben cinco? - ---Se hace esperar. - ---¡Eh! Sí. Cuando uno se queda con cincuenta centavos para comer... -Pero aquí no nos quedamos con nada... - ---Usted cree entonces que la revolución... - ---¡Pshit! - -Irma se precipitaba, más que acercaba, hacia mí, para increparme: - ---La muchacha está triste, ¿qué tiene? - ---Yo no sé, señora... - ---¡Debe saber! parece enferma, afligida... - ---¿Eulalia?... ¡Bah! Monadas de muchacha mimosa. - ---No. Está pálida y ojerosa, está intranquila... - ---¿Le ha dicho algo? - ---No. - ---¿Y entonces? - -Me levanté, tomé el sombrero, y encarándome con don Estanislao. - ---Hablaremos otra vez--dije.--Hay mucho paño que cortar. - ---Sí, «hiquito» sí. Yo no puedo hablar, pero... no hagas nada sin -consultarme antes. Sobre todo, no «vendás». - -Y en voz más baja: - ---Ni «pagués»... hay tiempo. - -El ataque de Irma se explicaba en cierto modo, porque, desde que -volvimos á Buenos Aires, arrebatándome el torbellino de la vida, no fuí -ni podía ser para Eulalia el compañero amable, despreocupado y cariñoso -de todas las horas. Un desencanto, también, la afligía y marchitaba: -yo no era siempre, en la intimidad, el orador elocuente y triunfal, -ni el ameno y espiritual convidado de las reuniones sociales, sino -un ser común, como un actor que no sólo ha abandonado la escena sino -también los bastidores. En cambio, á mí, hecho á todas las libertades -del sensualismo, en los acercamientos venales ó caprichosos, la -austera unión que ella consideraba única posible, me parecía insulsa y -timorata. Sin tenernos en menos, íbamos alejándonos poco á poco, pues; -ella, sufría, yo... filosofaba. - -Quizás ahondé esta separación, cuando, al recibir días después la -noticia de la muerte de mamita, y olvidando nuestras conversaciones -de Montevideo, me opuse á que Eulalia fuese conmigo, pretextando las -molestias y fatigas del viaje hasta Los Sunchos, donde las autoridades, -con exquisita deferencia, me aguardaban para el sepelio y los -funerales, que habían preparado magníficos. Allí me hice contar los -últimos momentos de mi viejita. - -Se había ido apagando poco á poco. Ya no andaba, sino arrastrando los -pies, como quien patina, para llegar penosamente hasta el sepulcro -de mi padre. No hablaba, pero sonreía á todo, con esa sonrisa entre -compasiva y alegre que suelen tener muchos ancianos, y que algunos -consideran atontada, casi idiota, aunque otros la crean excesiva -benevolencia, total perdón... Por fin, no pudo salir, y guardó cama, -siempre sonriente y en silencio, hasta que una tarde, echando las -enjutas piernas fuera, y sentada en la orilla, dijo: - ---Quiero vestirme. Voy al cementerio. - -Pero, incapaz de sostenerse, cayó hacia un lado; murmuró: «Fernando», y -se quedó dormida para siempre. - -«Fernando» dijo y no «Mauricio»; entre las dos indiferencias olvidaba -mejor la del esposo, que nunca parece tan total como la de los hijos, -porque nunca se le ha dado tanto... Pero, ¿quién me asegura que no -nos confundiera á ambos en un solo nombre, no pronunciado para los -demás sino para ella misma?... ¡Pobre mamita!; la lloré de veras, no -acertando, sin embargo, á darle determinados relieves, como si sólo -fuera una sombra vaga que hubiese fluctuado sin rumor en el fondo -de mi vida. Y su recuerdo es, hoy mismo, borroso y tierno, sin que -provoque ni grandes alegrías ni grandes penas. ¡Pobre mamita!... Cuando -la evoco, no tengo más que una sensación de penumbra y de silencio, -de renunciamiento á la vida. Mi padre, don Fernando Gómez Herrera la -modeló así, y yo, su hijo, no hice sino continuar su obra. No había ni -siquiera asistido á mi casamiento; yo no le escribía desde años atrás, -pero estoy seguro de que siempre estuvo ocupada de mí, y al recordarla -ahora, siento que he hecho un mal negocio, ¡y que las caricias locas -con que pudo regalarme, no serán renovadas por nadie en el mundo!... Y -tanto me conmovió la evocación de su gran figura resignada, que pensé -en edificar en Los Sunchos un sepulcro de familia, donde yo dormiría -también, llegada mi hora. «Esto consolará á la pobre viejita», me -decía, embriagado por el licor demencial de la muerte, del misterio... -Casi un cuarto de siglo después, todavía no he realizado el proyecto... - -Pero no podía yo pasar por mi aldea, ni aun en momentos de luto, sin -tener que amoldarme á mi papel. Para distraerme, amigos y aduladores me -mostraron el pueblo, que crecía á ojos vistas y al que hubiera llegado -meses después el ferrocarril... El villorrio iba transformándose, -materialmente, en pueblo con visos de ciudad, y Los Sunchos, teatro -de mis primeras correrías y mis primeros triunfos, perdía su carácter -con los pretenciosas imitaciones de la arquitectura de las capitales. -Iba á poseer aguas corrientes, cloacas, luz eléctrica, tenía algunos -empedrados, gas, teatro, y sus cabezas más fuertes pensaban en -hacerla... capital de una nueva provincia, formada con parte pequeña de -la nuestra y parte de un territorio nacional contiguo. - ---¿Y para qué provincia?--pregunté. - ---¡Para que Los Sunchos tenga toda la importancia que merece!--me -contestaron. - -No era una respuesta. Aquellos buenos burgueses querían ser -gobernadores, diputados, senadores, etc.; fundar una pequeña -aristocracia, en fin, y no ser el departamento más alejado pero más -influyente, «el bourg pourri», sino una gran entidad. ¡Bah! ¡Si ellos -supieran dónde van á parar las grandezas de Los Sunchos, y pudieran -leer en mi alma cómo calculo yo mi posición en Buenos Aires!... Pero -tienen razón. Yo en Los Sunchos, dominando patanes, era más feliz -que en la capital tratando de contemporizar con todo el mundo, y sin -más éxito que el obtenido con las mujeres, que no _cuantifican_ el -mérito y que magnifican sus caprichos hasta la sublimidad. Sí; lo diré -aunque parezca no venir á pelo: La mujer, en nuestro país, como en -todas partes, es el mejor vocero, el único propagador de la fama. No -se la tiene, muchas veces, en cuenta, pero en mi larga experiencia de -la vida sé que quien la ha descuidado, ha caído necesariamente en el -olvido, y que quien la cultivó, por ínfimo que fuese, ha llegado á las -alturas, porque más tira un pelo de mujer que una yunta de bueyes--como -dicen que dijo Rosas,--y porque, como no envidian á los hombres, ni -los desdeñan, tienen para la mercancía de su agrado recomendaciones -entusiastas que no pueden nunca tener los hombres para sus rivales... - -Cuando volví á Buenos Aires, cumplidas las fúnebres ceremonias, reanudé -mi vida de agitación. - -Eulalia me hizo algunas observaciones: la descuidaba demasiado. Era -cierto, pero no me inquietó. Me consideraba fuera de todo peligro, -gracias á mis méritos físicos é intelectuales, pese á todos los -ejemplos que en contrario me presentaban la historia, la tradición -y la crónica escandalosa de nuestra época... Eulalia, tan fina, tan -discreta, podría y debería ser una gran señora en el momento oportuno, -que no había llegado todavía. ¿Cómo exhibirla con sus toscos padres? -¿Cómo fundar ó refundar una aristocracia con los Rozsahegy á la rastra? -Yo tenía fuerzas suficientes para imponer á Eulalia, pero no á Irma y á -don Estanislao. Puede que pudiera; pero, en fin, ni yo mismo lo quería. -Eulalia, á veces, parecía comprenderlo; otras, su ambición rompía todo -lazo: pero era una ambición hacia mí, no hacia la sociedad, y esto me -hacía desgraciado. - ---María haría lo mismo, pero con todo derecho y toda probabilidad de -triunfo--me decía yo.--Teresa podría intentarlo con éxito, porque, al -fin, es de una vieja y respetable familia del país. Pero, justamente, -Eulalia, que tiene la bondad de Teresa y la individualidad de María, -es la única que no puede exigirme que la imponga á esta sociedad, por -mezclada que esté, porque no he de llevarla á los «bailes de la Bolsa» -ú otros «peringundines», sino precisamente á los salones tradicionales -que hoy están semicerrados, y donde sería muy posible que nos -recibieran mal. - -Mi tía Mónica, aquella excelente dama que había quedado soltera porque -un médico, allá en su juventud, le cortó un músculo del cuello y la -dejó para siempre con la cabeza bamboleante, como una perlática, mi -madrina de casamiento, en fin, me ilustró el punto casi con tanta -crueldad inhábil como la del cirujano que la mutilara agostando su -juventud, su gracia y su talento de mujer. - ---Tenemos, sí--me dijo,--la aristocracia del dinero; pero es -superficial, mientras no desaparecen los que lo han ganado -directamente. Recuerda, Mauricio, el dicho de aquel extranjero en -Colón, al ver cuajada de diamantes nuestra más alta sociedad: «¡Muy -hermoso, pero huele á bosta!» Todos somos descendientes de negociantes -ó estancieros; eso lo sabemos muy bien. Pero todo el mundo se esfuerza -para hacerlo olvidar, y en tal caso, el que está más lejos de su abuelo -pulpero, tendero, zapatero ó criador, es el más aristócrata. Tú, con -tu casamiento, has perdido dos ó tres peldaños, porque el patán de tu -suegro vive, y se muestra demasiado... Es un «carcamán», y eso no se te -perdona. - -Mauricio Gómez Herrera, sin el «carcamán», sería como algunos de sus -primos ó sobrinos, que, sin dinero, y aunque puedan, por excepción, -tener talento, no son sino pobres aspirantes ó infelices descontentos, -socialistas, anarquistas ó cosa por el estilo... - -¡Qué mi tía Mónica! - - - XI - -El juego, las mujeres, los paseos y la controversia chismográfica--he -aquí cómo distribuyo mi vida, desde que he dejado la política en -segundo término, previendo lo que va á suceder.--Ni á tiros me hacen -hablar ni escribir... Mi suegro me ha contado la historia de las -anteriores crisis, sobre todo la que trajo la conversión al peso moneda -corriente y el derrumbamiento del Banco Nacional. - ---Haga una cosa. Si debe algo al Banco Nacional, trasládelo pronto al -Banco garantido de su provincia; yo sé lo que le digo... Allí será más -fácil arreglar... - -Sin saber á qué podía corresponder aquel consejo, me apresuré á -seguirlo, y al hacer esta permuta, que mi posición política me -facilitó, supe que, con mi nombre ó el de otros, debía nada menos -que cerca de un millón de pesos nacionales. Aunque mis propiedades -de Los Sunchos y las de la capital de la provincia y campos vecinos, -representaran entonces algo más de esa suma, me asusté, y fuí á -consultar á Rozsahegy, seguro de que se había equivocado y me había -hecho cometer un desatino. - ---Creo--le dije,--que siendo yo rico, y Eulalia también, Eulalia -debe ayudarme á consolidar mi fortuna, tanto más cuanto que ella no -pierde un centavo. En su nombre, pues, vengo á pedirle que sanee mis -propiedades, pagando mi deuda al Banco de la provincia. - ---Usted es muy muchacho--me replicó.--Yo no pago deudas de nadie que -puede pagarlas. Á Eulalia no le faltará nada, ni hoy ni nunca, y, por -lo tanto, á usted, sobre todo si no sigue haciendo sonseras y jugando -hasta la camisa. Y deje estar, ya le he dicho: nadie se ha de llevar -sus tierras, mientras que viva Rozsahegy. - ---Debo cerca de un millón. - ---Eso es una porquería. No hay un allegado al Presidente ni siquiera á -un Gobernador de provincia que no deba otro tanto. ¿Y vos creés que los -van á matar? ¡Se acabaría el país!... ¡Eh, nadie se muere de deudas!... - -Y, paternal, agregó: - ---Eulalia tendrá cuanto necesite. Vos podés seguir haciendo negocios -para tus «farras». Yo no me meto en eso. Pero, en el momento oportuno, -ya sabré cómo ayudarte. ¡Eso sí! no venda sus tierras, porque entonces -ya no hay defensa. - ---El «gringo» sabe lo que se pesca--pensé,--y lo mejor es hacer -negocitos. - -Era todavía, en sus últimos boqueos, el tiempo llamado de las «coimas». -Ganar algún dinero no me costaba más trabajo que el de leer un -memorándum presentado por algún postulante de concesión, y repetirlo en -otra forma en el recinto de la Cámara. Estos memorandums solían estar -tan bien hechos, que afirmaban mi reputación de orador enciclopedista, -sin comprometerme como político. Podía hacérseme, por el mismo -procedimiento, una competencia mortal, pero, pese á mi modestia, diré -que yo presentaba aquello con elocuencia y con éxito, sobre todo porque -entre los colegas habíamos establecido un convenio tácito, y nos -dábamos mutua y alternativamente el voto. - -Mis «bohemios» oficialistas y opositores no veían más que fuego, -como dicen los franceses, y los primeros, obedeciendo á mi consigna, -no me ponían nunca muy de relieve, mientras que lo segundos, -conquistados, cargaban la romana sobre otros, nunca sobre mí, y estaban -(unos y otros) tanto más conformes conmigo cuanto que no me daban -notoriedad. Los correligionarios hablaban de Mauricio con mesura y -respeto; los opositores, dada mi insignificancia, cuando me nombraban -solían--rara vez, pero solían--deslizar una palabra amable junto á -mi nombre. También es cierto que nunca me opuse á un sablazo, ni -negué una recomendación, ni dejé de aparentar que buscaba un puesto, -ni hablé mal sino de los caídos, ni hablé bien sino de los notorios -y momentáneamente «indiscutibles». Y los cuentos y comentarios me -llegaban. - ---Yo no tenía talento, pero era, en cambio, bondadoso; no tenía -ilustración, pero era inteligente y receptivo; no tenía moralidad, pero -era muy tolerante para los defectos ajenos; no tenía carácter, pero era -incapaz de hacer daño á una mosca; no era altruista, pero no dejaría á -nadie sin comer por hartarme yo. - -Virtudes negativas, pero, al fin, virtudes. - -Pero, pasemos. Tal era mi acción, la única que me interesaba para -mantenerme en la posición debida: frecuentando la sociedad, por lo -que podía darme, gracias sobre todo á las mujeres, haciendo pequeños -«negocios» para poder vivir sin comprometer mi fortuna y con ella mi -libertad de acción; entregándome á veces al placer, en forma que la -plebe dogmática encuentra excesiva; presentándome como un elegante -y un gran señor, sin exageración,--para no morirme de hastío en los -momentos obligados de inercia, aparecía yo como un protector nato de -las letras y las artes, que no me importan un pito, era el ídolo en -los salones, el pico de oro en la Cámara, el instrumento admirable y -admirado del Gobierno--á quien no servía,--y el hombre, en suma, capaz -de ponerse, si quisiera, frente á frente de otro cualquiera, del más -alto, del más popular, del más poderoso. Quédame esta fama, todavía; y -si me queda es, precisamente, porque hasta ahora he rehuído el combate. -_Seré_ capaz de una acción decisiva, pero cuando la sienta de antemano -decisiva, y todas las altiveces de la raza, todas las protestas de -mis antepasados emancipadores, se reducen á la conquista del éxito. Á -los abuelos les obligaron á ser yunque, y yo quiero y siempre quise -ser martillo, aprovechando para ello nuestras mismas cualidades, -diversamente encaminadas. - -Eulalia se había resignado al papel de amiga. Á pesar de su familia, -era, para mí, como una decoración, gracias á su admirable don de -gentes. La llevaba al teatro, á alguno de esos «salones» curiosos que -perduraban en Buenos Aires como confuso rasgo de unión entre la antigua -sociedad y la que iba á nacer más tarde, muy libres, muy rastacueros, -pero, en fin, lo único que entonces había. Era muy solicitada y muy -cortejada. Á veces me pareció que las galanterías de algunos iban -demasiado lejos, y que ella, sin embargo, las tomaba como moneda -corriente. Pero no cuadra á Mauricio Gómez Herrera preocuparse de -estos detalles, cuando cien cosas de mayor cuantía para sí y los suyos -solicitan en todo instante su atención. Por otra parte, Eulalia era, -ha sido y es fundamentalmente honesta--ó así me ha parecido, ¡y eso -basta!... - -¡Y cuando, en aquel entonces, planteaba en parte estos problemas -psicológicos, siempre se me evocaba la imagen de María Blanco, y -siempre refería las acciones de Eulalia á las que ella hubiera -realizado! Y aunque Eulalia actuase como María hubiera podido actuar, -siempre encontraba una superioridad en María, quién sabe por qué -atávica preocupación, olvidando que mi mujer era toda una señora. -Rozsahegy, Blanco: todo estribaba aquí: cuestión de pronunciación. - -María, entretanto, estaba en Buenos Aires, y no se ocupaba para nada de -mí. Llevaba, seguramente, una vida análoga á la de Teresa, y dedicaba -á Vázquez ó á su deber, todo su tiempo y todo su pensamiento. No se la -veía jamás en parte alguna. Vázquez deseaba hacer un viaje á Europa. -Quería completar su educación y ver de cerca, en la realidad, lo que le -habían mostrado los libros, sintiéndose capaz de ser útil á su tierra, -no porque fuera á aprender más en el extranjero, sino por la mayor -autoridad que una permanencia en el viejo mundo le daría. Imitando -burlescamente aquello de Calderón de que «porque no sepas que sé que -sabes flaquezas mías», observaba que, para ser eficaz, es preciso que -los demás «sepan que uno sabe», ó lo supongan, que es lo mismo. - -Una tarde, comentando la crónica del Congreso de los diarios de -oposición, en la que se me trataba muy bien, llegué á decirle que -despreciaba resueltamente á todos esos escritorzuelos, y que, cuando -mucho, los toleraba. El romántico de Vázquez me contestó, animadamente: - ---¿Los toleras? ¡Pero, tonto! ¿No ves que ellos son los únicos que -hacen algo y que tienen el derecho de «tolerar»? ¡El más insignificante -tiene mayores probabilidades que tú y que yo, de ser admirado y -venerado por los que vienen!... Pobre consuelo, dirás. Pero es que -ellos cobran su paga mental por adelantado, y no la descuentan para -poder enorgullecerse aún más de sí mismos... Están bien convencidos de -ser lo que son, mientras que nosotros no sabemos lo que somos. - ---¿Qué significa? - ---Ellos pueden oponerse á las circunstancias; nosotros las estudiamos -para seguirlas. - ---Haces juegos de palabras, y nada más. - ---Me alegro de que lo tomes así. - -Yo creía y creo todavía en la existencia de lo que se llama «hombres -superiores», y en que son los que señalan rumbos á las sociedades y -los pueblos. Y, mientras escribo estas líneas, leo un discurso de -Roosevelt, pronunciado en Bruselas, panegirizando la medianía. Es una -adulación electoral, como las de nuestros discursos de provincia, en -que alabamos á los labradores y los ganaderos, como á las más altas y -fuertes columnas de la sociedad y de la inteligencia... - -Otras cosas me distrajeron. El Gobierno estaba cada vez más preocupado -con la situación, especialmente en su parte económica. Una especie -de bancarrota amenazaba al país, y los Ministros de Hacienda se -sucedían haciendo desatinos cada vez mayores. Para detener el alza -del oro, el Gobierno vendió todo lo que tenía, que fué inmediatamente -absorbido por los banqueros, y emigró. Sin haber detenido la subida, -lejos de eso, tuvo necesidad de metálico en crecida cantidad para -amortizar empréstitos y pagar intereses, y debió comprarlo á precios -inverosímiles. Corrió la voz de graves irregularidades en los bancos, -y en la capital se respiraba un ambiente de desconcierto que olía á -revolución. Lo que supo Rozsahegy meses antes lo sabía todo el mundo -ya. Mi suegro me llamó entonces, con urgencia. - ---¿Has hecho lo que dije? - ---No sé á qué se refiere. - ---Hacer trasladar toda tu deuda al Banco garantido de tu provincia. - ---Sí. - ---¿Á cuánto asciende? - ---Con algunos intereses acumulados, ya le dije, á cerca de un millón de -pesos. - ---¿Con tu sola firma? - ---La mayor parte. Hay unos doscientos cincuenta mil pesos, cuyas letras -no he firmado yo. Pero se sabe... - ---Eso no importa. Déjese estar. No se apure. No haga caso de nada. -Sobre todo, no venda... Ahora viene el temporal y hay que tener mucha -sangre fría, mucha... - ---¿Usted también cree en la revolución?--dije, irónico. - -Me miró con aire socarrón, sonriéndole los ojillos de cerdo. - ---Yo más que nadie--contestó.--Esto no puede seguir así. - -Comprendí que sabía más de lo que quería decir, y traté de sondarlo. - ---Estoy seguro de que hasta ha dado dinero... - ---¡Ésas son cuentas mías!--exclamó riendo más que antes.--La verdad es -que cualquier cosa, ¿entiende? cualquier cosa es mejor que prolongar -esta situación. Hay que liquidar. Esto es un loquero sin nombre; ya no -hay desatino que no se haga, y se ha tocado demasiado á lo hondo el -bolsillo de la gente. - ---La revolución no triunfará. No hará más que consolidar el Gobierno. - ---Puede que no triunfe. Hasta es casi seguro, porque la harán gentes -muy distintas. Pero el Gobierno no podrá consolidarse, sino en calidad -de Gobierno; es decir, quedando como es, pero variando de hombres y de -procederes. - ---¡Qué curioso! - ---Será lo que te parezca. Pero, ¿quieres un consejo, Mauricio, para -completar los otros, que son salvadores? - ---Venga el consejo. - ---«Andate» de Buenos Aires. Eulalia está delicada, el invierno amenaza -ser crudo. Llévatela á un rincón del Norte, ó á Río de Janeiro, si -prefieres la ciudad al campo, y espera los sucesos. - ---No puedo. Tengo compromisos. Por mucho que justificara mi ausencia, -sería una deserción. Me quedaré aquí, á pie firme. - ---¡Compromete su porvenir! - ---No crea viejito. Tengo uñas para salir del paso. Ya verá. ¡Y nadie -podrá decir nunca que Mauricio Gómez Herrera es un traidor ni un -cobarde! - - - XII - -La revolución estalló, porque al pueblo no le quedaba un centavo ni -crédito con qué substituirlo. Yo era ya, oportunamente, en aquel -momento, una «persona formal» porque había logrado que nadie se ocupara -de mí. Y en la difícil emergencia, me dije: - ---Hay que prepararse á echar piel nueva. Callemos como muertos y veamos -venir. Yo no hago nada malo. La política es una serie de accidentes en -los que uno debe «poder ser útil ó utilizable», y demostrarlo, aunque -sea de un modo pasivo. La sociedad dice: Sé rico, ten influencia, -y triunfarás. La religión actual dice lo mismo, exigiendo, como la -sociedad, que se le guarden las formas. Yo soy rico, ó mejor dicho, -tengo todas las probabilidades y todas las apariencias de tal. Soy rico -por mi mujer, y rico por mí mismo, si es cierto lo que dice Rozsahegy. -Tengo talento ó, lo que quizá sea preferible, el don de saber vivir. La -cuestión es no destruirse á los treinta y cinco años. Este período ha -sido un gran gastador de jóvenes. Todavía puedo ser un hombre nuevo, -y muchos de nuestros próceres no habían despuntado aún á los cuarenta -años. ¿Quién me dice?... - -Pero quise cerrar con broche de oro este largo capítulo de mi -vida, mostrándome fiel, si no á mis principios, á mis amistades y -vinculaciones, y en cuanto estalló la revolución fuí de los primeros en -rodear al Presidente, mientras que los sublevados, contemporizadores, -se encerraban en la plaza del Parque y formaban cantones en los -alrededores, dedicándose á matar vigilantes para satisfacer una -necesidad de venganza contra la autoridad ó sus símbolos. - ---Es un motín militar--me dijo el Presidente, dándome un instante -de atención, en medio de la turba azorada de palaciegos que le -rodeaba.--Pero el ejército fiel no tardará en reducir á los revoltosos. - ---Es mi convicción--dije.--Y si puedo ser útil en algo... Ya sabe usted -que se debe contar conmigo. - ---¡Gracias! ¡Ya sé, ya sé!... - -Otros lo rodeaban, acaparando su atención, y mareándolo por completo. -Él veía la montaña que se le venía encima, pero demostraba entereza y -confianza. No era el pusilánime que sus enemigos han querido presentar: -iluso, sí, como lo probaron más tarde las circunstancias, dando razón -á mi suegro; pero quizá no hubiera sido tan iluso, si aquéllos que -lo rodeaban hubiesen tenido un poco más de sentido común y un poco -menos de adulonería. En suma, los dados estaban tirados, y era preciso -mostrarse buen jugador, sin cobardías ni desplantes. Es lo que hizo, -pues no habló de ir á ponerse personalmente al frente de sus tropas, -ni tampoco de huir como una rata de una casa incendiada. Pensé que se -amoldaba, como yo, á las circunstancias que lo habían llevado tan alto, -y que sabría esperar otras, en caso de derrota. - -No era esta tranquilidad patrimonio de todos. Pepe Serna, por ejemplo, -gritaba jurando que había que poner á raya á los revoltosos y darles -en seguida una fiera lección, sin suponer por un momento, en su -inconsciencia, que aquello se caía á pedazos. Otros, al contrario, se -agarraban la cabeza, como si el cataclismo que presenciaban fuera el -anuncio del juicio final. Recuerdo un juez que, tragando saliva para -parecer completamente tranquilo, preguntaba de grupo en grupo, después -de una torpe entrada en materia, un «á propósito» tirado por los -cabellos: - ---¿Cree usted que si la revolución triunfa habrá juicios políticos? -Nuestra historia revolucionaria los repugna, y generalmente, la más -amplia amnistía... - -No le hacían caso, como diciéndole «ve á hacerte ahorcar en otra -parte», y, en efecto, sólo años más tarde cayó como un vulgar -pillastre, en un asunto de aprovechamiento de ajenas falsificaciones... - -El hombre que más me interesaba era el presunto candidato á Presidente -de la República. Pasó varias veces frente á mí, dueño de sí mismo, -habiendo medido ya todas las posibilidades que se le presentaban, -porque tenía talento. Era el que jugaba más fuerte en la partida, y -hubiera pagado por saber el desarrollo de sus pensamientos íntimos, -pero aunque reinara entre nosotros cierta antigua y aparente -intimidad, no era aquél el momento de pedirle una confesión sincera. - ---¿Qué me dice de todo esto, doctor?--le pregunté, sin embargo, -estrechándole la mano. - ---Que la revolución está vencida, nada más. Es una revolución inerte... - -Pero sus ojos negros se perdían, mirando en lo futuro quién sabe qué -ostracismos, y en su cara pálida, de un tono amarillento, encuadrada -por la barba castaño obscuro y el abundante cabello lacio de músico, -había una expresión ascética de angustia aceptada. ¿Veíase ya, en lo -porvenir, chivo emisario de todos los pecados de aquel fugaz momento -histórico? Después de mí, aquél era el personaje que más simpatía me -inspiraba; pero dominé mi sentimentalismo, y dejé en mi interior toda -manifestación comprometedora, pensando: Si tú también ves las cosas -tan mal paradas, hijito, ¿qué quieres que le haga yo? No puedo ser más -papista que el Papa... - -Mi estudiada mesura en aquellas circunstancias me condujo adonde debía -conducirme. El Presidente estaba demasiado obcecado para ocuparse de -mí sino como yo quería: hasta saber que yo no lo había abandonado, -nada más. Los seguros de triunfar me encontraban demasiado tibio para -enredarme en sus ensueños... Los temerosos de la derrota me veían -demasiado partidario de la situación para invitarme á buscar otra -cosa... Los sensatos pensaban, probablemente, como yo... De modo que -fuí una entidad al propio tiempo apreciable y desdeñable para todos: -que era lo que se quería demostrar. - -Volví todos los días á presentarme al Presidente, hasta que la -revolución, viéndose vencida, capituló. Entonces, me retiré á mi casa. -Sólo había sufrido una que otra pulla, sobre mi inactividad. - ---Aquí no estamos en mi provincia--repliqué,--y esto es una cuestión -militar. No quiero hacer de mosca de la fábula, y complicar la cosa so -pretexto de simplificarla. Que el que manda me mande, y yo obedeceré. - -La revolución cayó y con ella, de rechazo, cuatro días después, el -Presidente de la República, contra quien se ensañaron el populacho, -la juventud inconsciente y algunos de los que le habían arrastrado á -los peores extremos, para demostrar que no tenían participación en la -culpa. Y así se fué, entre el vocerío, un jefe que quizá no tuvo más -culpa que confiar demasiado en las fuerzas del país y en la lealtad de -sus amigos--esto fuera de los otros defectos que pudiera tener y de los -otros errores que hubiera cometido.--Á mí no me toca acusarlo, y debo -decir que no cargué la romana sobre él cuando lo vi caído, porque... -porque no me pareció un ademán elegante. - -Eulalia, que no había encontrado mal mi aparente fidelidad, me dijo al -fin: - ---Creo que han hecho bien en derrocarlo. - ---Me parece lo mismo. - ---Pero lo ayudabas... - ---Era mi deber. - ---Me gusta eso que dices--y su mirada me perdonó muchas cosas. - -Yo pensé en María, y reproduje el diálogo que podríamos haber mantenido -los dos en las mismas circunstancias: - ---¿Obedecías á tu deber ó á tu interés? - -Protesta violenta de mi parte. - ---En fin, tú debías comprender que el Gobierno no marchaba, como se ha -dicho en el mismo Congreso, hechura del Presidente, en ese Congreso que -tendría que cambiarse antes de aplaudir el «nuevo orden de cosas», que -no existe. Ayudarlo era ayudar tu interés no tus principios. - ---¿Principios? ¡Tú lo has dicho! En estos pueblos adolescentes hay que -mantener á todo trance... «el principio de autoridad». - -Y la discusión no hubiera podido terminar nunca, mientras que con -Eulalia tuvo el más grato de los desenlaces: sentirse amado y admirado -por una mujer nada vulgar, es siempre el mejor de los desenlaces, -cuando éste se desarrolla en una casa con todo el confort moderno, y -donde no falta ni lo superfluo siquiera. - -Y en la nuestra no faltaba. Rozsahegy daba á Eulalia cuanto podía -necesitar. Yo tenía mi dieta, y como al despilfarro de los años -anteriores había sucedido una modestia franciscana, porque muchos -lo habían perdido todo y otros trataban de ocultarlo todo, aquello -y la poca renta que me llegaba de Los Sunchos y de la provincia (el -sueldecito de marras), me bastaban y aun sobraban para vivir bien, -frecuentar el Club, jugar mi amena partida de póker, y hacer nuevas -deudas, no muy graves, dada la modestia de los tiempos. Lo único que -solía molestarme (¡oh, en idea solamente!), era mi compromiso con los -Bancos, ó, más bien dicho, con el Banco Provincial. - -Llegó la hora en que las autoridades se ocuparían de liquidar y de -imponer la liquidación. - -Esta vez, mi suegro no me llamó, sino que fué á verme. - ---Has de darme un poder general para administrar tus bienes... - ---¡Oh, don Estanislao! Bien puedo hacerlo yo, como hasta aquí. - ---No, no es lo mismo. Usted es muy sonso. Y además se necesita dinero -contante. - -Le di el poder. Hizo maravillas. Descartó cuantas letras estaban -firmadas por testaferros, disminuyendo así notablemente mi deuda. Cedió -á los Bancos, en pago, las tierras y propiedades de dudoso porvenir, -y adelantándome, en suma, unos ciento cincuenta mil pesos, me hizo -propietario de un millón por la parte baja. - ---Estos ciento cincuenta mil pesos, que me han servido para pagar -certificados de depósito (la plata de los unos para los otros, ¡siempre -así! pero plata anónima), los va á recuperar duplicando como ganancia -lo que importaba la deuda. Dentro de pocos años usted tendrá dos ó tres -millones. - -El pobre Vázquez vendía, entretanto, todos sus bienes para pagar á sus -acreedores, porque no tenía un liquidador como Rozsahegy. La baja de -los precios era tal, que, valiendo una fortuna, mi suegro los adquirió -por sesenta mil pesos, prometiéndome cederlos á Eulalia por el mismo -precio en cuanto yo quisiera, por medio de una escritura privada. Y me -dijo: - ---Te «quecabas» que yo no daba dote á Eulalia. Aquí «tenés» tres -millones, por lo menos... Y no hay que apurarse. Si no «hacés» locuras, -lo que «ganás» y lo que le doy á tu mujer, bastará suficiente... -Ahora... cuando yo me «muero», es otra cosa. - -Pero ni siquiera deseo que se muera mi suegro, pese á la herencia -incalculable. La fortuna de don Estanislao ha sido más fortuna para mí, -precisamente porque nunca la he tenido al alcance de mi mano, cuando -todo el mundo la cree «mía». El crédito es inagotable... - - - XIII - -Vázquez, como muchos otros, quedó completamente arruinado, y ahora me -consta que no pudo pagar á todos sus acreedores, sino algún tiempo más -tarde, y eso, gracias á mí, después de haber sufrido las consecuencias -de su imprevisión ó de no tener un suegro como el mío, sino, apenas, -como el ingenuo don Evaristo Blanco, hidalgo provincial, incapaz de -negocios. - -Fué á verme, y recordándome el viejo préstamo, me preguntó cómo andaba -de dinero. - ---Mal--le dije.--Con estas cosas, los pesos andan á caballo. Tenemos -apenas lo estrictamente necesario. Hay que capear el temporal. - ---Naturalmente--replicó, pensativo.--Por disminuir una desgracia no hay -que hacer mayores dos desgracias. Á mí eso no me empeora... - -Y se fué. - -En aquel momento, yo no tenía veinte mil pesos disponibles, sino -pidiéndoselos á Rozsahegy; y no era cosa de abusar de mi suegro, que se -había portado tan admirablemente conmigo, sobre todo cuando sólo á él -podía acudir para mis pequeñas necesidades de juego y otras análogas. -No era Vázquez una querida por quien pudiera yo hacer un disparate, ni -Vázquez tenía, tampoco, exigencias que me pusieran fuera de mí. Por el -contrario, habló tranquilamente y se fué, y aquí no ha pasado nada. - -Entretanto, la situación política era la misma, ó mejor para mí. Todo -el mundo se había reconciliado, y los mismos hombres gobernábamos, con -sordina, pero gobernábamos. Mi actitud antes, durante y después de la -revolución se consideraba, no un milagro de equilibrio, como lo era -realmente, sino una prueba irrefutable de mis altas dotes de estadista. -En antesalas de la Cámara, en la Casa Rosada, en las redacciones de -los diarios, comenzó á hablarse en broma de mis probabilidades de ser -ministro á la primera vacante. Tomélo á broma, me hice tan modesto, -tan pequeño, que las burlas fueron poco á poco perdiendo de acritud y -displicencia y llegaron á hacer ver como posible una cosa á la que, -desde luego, estaba acostumbrado ya el oído de la mayoría. - -Mi carrera empezaba, ó mejor dicho, estaba terminada. - -Se habló una vez, en serio, de «ministrarme», y hubo quien fuera á -proponérmelo. Era años más tarde de los sucesos que acabo de narrar, -seguía yo, por fuerza de inercia, siendo diputado de mi provincia, pero -la situación me pareció harto ambigua, con un Presidente honestísimo, -pero inseguro y burgués, y no me resolví á apuntalarlo, y á hacer -un pasaje de ave migradora por el Ministerio. Resentidos aún por -la crisis financiera, los negocios no habían tomado empuje, y yo, -muy rico, no era rico todavía, aunque viviera como tal, y no me era -permitido meterme en las honduras de ministro sin repetición, es decir, -de ministro de dos meses, muerto para siempre como futuro ministro. -Rechacé la oferta, diciendo que mejor servía al Gobierno desde abajo -que desde arriba. - -Lo que me sonreía era una legación, y volví á este viejo sueño, -diciéndome: «en Europa, no en América, como antes». Pero el competidor -nato salió otra vez á mi encuentro. Vázquez pretendía, precisamente, la -única legación de alguna importancia á que entonces se podía aspirar. -Vázquez ha sido siempre mi bestia negra, pero no le envidio ninguno -de sus triunfos, aunque me alegre de alguna de sus derrotas... sin -quererlo mal, por eso. - ---Un ministerio nacional... Pues una legación es todavía más fácil -de conseguir. Todo es cosa de saber aprovechar la circunstancia para -pedirla. ¡Y la aprovecharé, como hay Dios! - -Acababa de pensar esto, cuando me anunciaron una visita, pasándome un -pedazo de cartón, ajado y sucio: - - MIGUEL DE LA ESPADA - PERIODISTA - -Lo hice entrar, y desde la puerta me dijo: - ---No viene á verte de la Espada, sino del Sable. Hace dos meses que -estoy muriéndome de hambre en la capital, y he venido á verte cincuenta -veces, por lo menos. ¡Así está mi última tarjeta, Mauricio! - -Y viendo que su entrada en materia no me hacía maldita la gracia, -cambió inmediatamente de tono, y añadió: - ---Los años pasan trayendo para unos felicidades, para otros desdichas. -Yo no he sabido conducirme, y ahora, que envejezco, me encuentro más -abajo que el betún, precisamente, por falta de conducta. No acuso -á nadie de ingratitud, sino á mí mismo de insensatez. He servido á -muchos, pero por la dádiva, como las mujerzuelas que no recuerdan -después á quiénes quisieron... Hoy me hallo en la derrota, porque, como -dijo tan amargamente mi paisano Calderón en circunstancias no menos -trágicas «el traidor no es menester, siendo la traición pasada». - -Su cara me decía su historia de decepciones, pobre vocero de todas las -pasiones y todos los caprichos, juguete de los hombres, más que de -las circunstancias, y sus ojos, de mirada amistosa y humilde de perro -pícaro, me recordaban la historia de Los Sunchos y de la capital de -provincia. Mi situación me obligaba á tratarlo de alto abajo; un resto -de juventud me hizo acercarme á él, golpearle el hombro y preguntarle: - ---¡Vamos! ¿qué quieres? - ---¡Comer!--gritó con desesperación bufonesca.--¡Comer todos los días ó -por lo menos tres veces por semana! - ---Aquí come todo el mundo. - -Con el índice sobre la nariz, dijo, sentenciosamente: - ---¡Eso dicen todos los que comen! - ---¿Qué haces? - ---Desde hace dos meses soy secretario de una sociedad de socorros -mutuos, fundada por un pillastre que se socorre á sí mismo. No veo un -cuarto. Con mi mujer y mis hijos vivimos en un departamento de la calle -Corrientes, que es una cueva de anguilas, no ya de ratas. ¡Haz algo por -mí! - ---Todo lo posible. Aquí tienes cincuenta pesos. - ---No era eso. En fin. Después vendrá lo otro. - -No paré mientes en lo que me decía, preocupado por una asociación de -ideas: - ---¿Vive don Claudio Zapata?--le pregunté. - ---Y doña Gertrudis, naturalmente. Es curioso: son los dos patriarcas -de la ciudad, y á nadie se respeta tanto. Hablan, los pobres viejos, -maravillas de ti, pero terminan siempre diciendo: «¡Dios lo traerá al -buen camino!», lo que significa que todavía no has llegado á su grado -de perfección. - ---¡Ah, canalla! - ---¡Gracias, en nombre de don Claudio! - -Se sentó. Calló un instante, mientras yo lo miraba sonriendo. Después, -reanudó la charla: - ---Soy un fracasado, Mauricio, y me atengo á todas las consecuencias -de esto. No tenía dedos para organista, por ser gallego, ¡bueno, -está bien! Pero no soy tonto, y tengo algún talento, sin muchas -pretensiones, tú ya lo sabes. Cincuenta pesos son cincuenta pesos... -suma respetable, sobre todo para mí, que hace cinco minutos no tenía un -centavo ni de dónde descolgarlo... Pero dentro de diez días ó de dos -horas, me volveré á encontrar en la misma situación... Para salvarme, -no hay más que esto: tómame á tu servicio; yo seré tu secretario, tu -comisionista, tu amanuense, tu perro... En tu situación, necesitas -quien te ayude en lo fundamental, porque tienes todo tu tiempo ocupado -en lo superfluo. Yo te buscaré los datos que necesites, redactaré tus -informes, escribiré tus cartas, compondré tus discursos, y... - -Se interrumpió al ver mi mal gesto, y cambiando otra vez de tono, dijo, -como un Marcos de Obregón: - ---No hay hombre sin hombre, don Mauricio Gómez Herrera. Yo no reclamo, -yo no pido nada. Yo suplico tan sólo mi derecho á vivir, aunque cigarra -sin arte. Empiezo á ser viejo, y un gran señor como don Mauricio debe -comprender que estas palabras son decisivas, aunque vengan de un pobre -hombre como yo. Es triste que... - ---Ven á verme mañana--contesté, divertido.--Hablaremos mañana. - -Fué hasta la puerta, volvió, y, modestamente, dijo: - ---Suprimiré toda familiaridad. «Yo también sé» cuánto molesta la -familiaridad intempestiva... - -Y haciendo un grande y picaresco saludo, ya en la puerta, murmuró: - ---Puesto que se me permite... hasta mañana. - - - XIV - -Ridículos, los escritos de de la Espada, buenos para un diario de -provincia, pero trasnochados en Buenos Aires. Le indiqué otros asuntos -para que me buscara datos y me extractara libros, y se desempeñó con -un celo tal, que poco á poco fué convirtiéndose en mi secretario. Un -secretario modelo, ya sin ambición, pronto á ejecutar cuanto yo le -mandaba sin hacer objeciones ni permitirse el atrevimiento de pensar. - ---He aquí un hombre--me dije más de una vez--que obedece como yo á las -circunstancias. ¿Por qué á mí me va tan bien y á él tan mal? - -Y concluí que ocupábamos nuestras posiciones respectivas, bien -equilibradas en la relatividad de las cosas. - -Me sirvió mucho, poniendo sobre todo en orden mi correspondencia -harto descuidada, y dándome algunos de esos consejos que uno no -adopta, pero que siempre sirven de punto de referencia para saber -cómo piensan los demás. Es una calumnia la afirmación de que él -ha hecho casi la totalidad de mis trabajos de diez años á esta -parte; pero, en cambio, es verdad que me ayudó mucho siempre, y que -entre los pocos escritos míos en que no tomó participación figuran -precisamente éstas á modo de Memorias caprichosas. En cuanto á sus -consejos, dos tengo que agradecerle infinito, porque--aunque no los -siguiera exactamente--contribuyeron á resolver dos graves situaciones -de mi vida, los dos últimos episodios que por ahora he de contar, y -rápidamente, porque ya la pluma se me cae de las manos. - -Vázquez y yo deseábamos la misma cosa desde hacía mucho, pero uno -y otro tropezábamos con la misma dificultad: la mala voluntad del -Gobierno, disfrazada bajo una enorme cantidad de pretextos plausibles, -como, por ejemplo, la de que no éramos diplomáticos de carrera, y no -cabía en lo posible postergar á los viejos ministros para darnos un -puesto superior (á él ó á mí), como si esto no se hubiera hecho toda la -vida y no fuera á seguir haciéndose por los siglos de los siglos. - -Pedro tenía dos elementos en su favor y en su contra al propio tiempo: -era empeñoso y necesitaba de ese puesto para salvarse de la miseria. Yo -soy tenaz, también, aunque tengo, ahora, en la madurez, la virtud de no -demostrarlo, pero, en cambio, no necesito realmente de nada. Cualquier -cosa que ambicione para mi brillo personal, puedo pedirla «para servir -al país», y aceptarla luego en condiciones inaceptables para los -demás, con la simple diferencia de que luego le he de sacar ventajas -inesperadas, como tantos que reciben «gratificaciones» por trabajos -completamente desinteresados, al parecer, en un principio... - -Pero esta vez mis cálculos salieron errados ó poco menos. Las -probabilidades de Vázquez subieron un día á términos tales que su -nombramiento era inminente. - -Por indiscreción, lamenté esto delante de de la Espada, que, mirándome -de hito en hito, murmuró: - ---Yo lo mataría con cuchillo de palo. - ---¿Dónde está ese cuchillo? - ---¡En lo que debe! - ---¡Bah! - ---¡Un momento, un momento!--replicó.--¿Cuánto daría usted por anularlo? - ---¡Diez, veínte, cincuenta mil pesos!--exclamé.--¡Es un punto de -partida tan hermoso!... - ---No se necesita tanto. - ---¿Cómo así? - ---Radnitz tiene, desde hace mucho, letras protestadas de Vázquez, por -un valor de veinte ó veinticinco mil pesos, que no ejecuta, confiando -en su porvenir inmediato. En cuanto vea un negocio lo hace saltar. - ---¿Qué hombre es ese Radnitz? - ---Tiene un banquito y hace comercio de obras de arte. En el banquito -presta liberalmente al uno por ciento mensual, que resulta el cinco ó -el diez, porque hay que comprar acciones... - ---Estás muy enterado. - ---Te diré. Cuando vine á Buenos Aires todavía tenía relaciones y cierto -aspecto. Necesitando dinero, me presentaron á Radnitz que me prestó -quinientos pesos, obligándome á tomar dos acciones de cien pesos de su -banco, y á firmar una letra de setecientos. - ---¿Sin garantía? - ---¡¡Casi!! Al mismo tiempo, como fianza, me constituí depositario de -mis propios muebles, valuados en setecientos pesos. - ---¿Los tenías? - ---No. Era para renovar la cárcel por deudas. Si no pagaba los -setecientos pesos, yo resultaría «depositario infiel» é iría á la -cárcel por abuso de confianza... - ---¿De modo que se puede contar con él? - ---En absoluto. Dame cinco mil pesos y arreglo el negocio. - ---No. ¡Eso me parece bajo!--exclamé. - -Pero aquella misma tarde encontré á Radnitz en una de sus exposiciones -de pinturas y le dije que «había Bancos, etc.», que bastaría una -denuncia para que este sistema usurario se viniera abajo. Luego hablé -de los cuadros, que él exponía, después de haberlos comprado en Europa -con ayuda de su mujer, diciendo que el Gobierno debería comprar dos -ó tres. Y al despedirnos lamenté que Vázquez no fuera á ser nombrado -ministro, «porque hay alguien en el Gobierno que se opone con todas sus -fuerzas, y que aprovechará--con mucha razón,--cualquier pretexto para -desmonetizarlo.» - -Radnitz no dijo palabra, pero me estrechó la mano significativamente. -Al otro día le vi en los pasillos de la Cámara, muy correcto, muy -elegante. Después de algunas maniobras, se me acercó. - ---He venido á ver á... Es muy amigo del ministro de Instrucción y -deseaba saber si comprarán dos cuadros de la Exposición de la calle de -Florida para el Gobierno. Me han dicho que se interesaba mucho, y como -yo también los deseo, no quiero ponerme en pugna con tal competidor -como el Gobierno... - ---Y no lo haga, Radnitz, porque estoy convencido de que los comprarán. -Me lo han dicho hace un momento. Lo único que usted conseguiría es -hacer que los cuadros suban demasiado, si se venden en remate. En fin, -allá usted... - -Hizo como que se iba, y agregó, en tono confidencial: - ---He estado en la Bolsa. Lo del banquero y las garantías me parece -una exageración. Ó será uno de esos pequeños prestamistas de tres al -cuarto... - ---¡Sin duda!... - ---¡Á propósito! ¿Sabe el escándalo? Á Pedro Vázquez acaban de -demandarle ante el juez del crimen por depositario infiel y abuso de -confianza. Parece que, en circunstancias difíciles, ha hecho cosas -que... que no estaban bien... - -No hice que le compraran los cuadros y de ello me felicito, porque es -un hombre infecto. Creo, también, que el cuento del Banco bastaba y -sobraba. Además, se le pagarían sus créditos. - -Llegué tarde á casa á la hora de comer. Cuando tomaba el café, con -Eulalia, en el hall, antes de irme al Club, me anunciaron á Vázquez. - ---Vienes á tiempo de tomar una taza de café, pero tengo que salir en -seguida--le dije rehuyendo toda explicación delante de mi mujer. - -Pero Pedro estaba demasiado agitado para callarse. - ---¿Tienes dinero disponible?--me dijo, tomando el café á grandes -sorbos.--Me encuentro en una circunstancia embarazosa. - ---Algún dinero tengo. ¿Cuánto necesitas? - ---Veinte mil pesos. - -Di un salto en la silla. Después me tranquilicé. - ---Tanto no--dije.--Apenas ochocientos ó mil. Pero, dentro de ocho días -ó quince... - ---Ahora mismo. - ---Es una fatalidad. - ---Recuerda que yo no te hice objeciones, y que tú me prometiste, cuando -te presté igual suma... - ---Que todavía no te he pagado. ¿Me lo echas en cara? ¡No! siempre están -á tu disposición. Sólo que en este momento... - -Eulalia se levantó y nos dejó solos. - ---¿De veras? ¿No podrías conseguir?... Se trata de un asunto de honor -más grave que el tuyo, una deuda descuidada, que unos viles usureros -hacen revivir ahora. Lo peor es que lo han llevado á los Tribunales, -para echarme la cuerda al cuello, y que si la cosa trasciende no me -nombrarán ministro en Europa... ¡Si hubieran tardado quince días! ¡Es -una maldición! - ---Veré á mis amigos en el Club. - ---¡Sí, Mauricio! es tremendo lo que me pasa. Alguien ha ido á tratar de -impedir que salga la noticia en los diarios, pero si esta situación se -prolonga, estoy reventado para toda la siega... - -Salimos juntos. - ---Es fácil. Voy á buscar el dinero. - ---¿Te veré esta noche? ¿Dónde? - ---Á las dos, en el Círculo. Ó, mejor, mañana, temprano, en casa... -Veinte mil... No te aflijas... No es una montaña. - -Se fué consolado y no me acordé de él hasta la hora de levantarme, á la -una del día siguiente. Eulalia me aguardaba en el comedor. - ---Vázquez ha venido ya tres veces--me dijo. - ---Como si no hubiera venido. - ---¿Por qué? - ---Porque no he podido conseguirle el dinero. - ---Pero yo sí. - ---¿Cómo? ¿Los veinte mil? - ---Aquí están. Papá me los ha prestado. - ---Es decir que has ido... - ---¡Te veía tan perplejo!... - ---¡Oh, admirable inocencia! Le di un beso en la frente, guardé los -veinte billetes de mil, y ordené que hicieran pasar á Vázquez á mi -despacho, en cuanto volviera á presentarse. - -Entró. - ---¿Has conseguido? - ---Sí, y no. - ---¿Cómo? - ---Dentro de dos días los tendrás. Imposible andar más ligero ni aun -tratándose de Bancos. Ven á verme el jueves; no; el miércoles por la -tarde: haré que las cosas anden lo más rápidamente posible. - ---Si no los tengo hoy, pueden perderme... Es un asunto de honor. Si -llego á los tribunales ó á la prensa, aunque mi nombre quede á salvo, -mi porvenir se va al demonio... - ---Tranquilízate. En nuestra tierra no se hila tan delgado. Muchos han -salido triunfantes de situaciones más difíciles y escabrosas. - ---¡Ah, Mauricio! ¡Quiera Dios! ¡En fin! de todos mis amigos y de todos -los que me deben servicios, tú eres el único á quien no he acudido en -vano... - -Ya en el hall, y cuando comenzaba á bajar la escalera, le dije: - ---Pues, para abreviar tu espectativa, yo mismo iré á buscarte el -miércoles, llevándote eso... - ---¿Seguro? - ---¡Y tan seguro! - -De la Espada se puso al corriente de todo esto. Creo que corrió á los -diarios que malquerían á Vázquez. El hecho es que, veladamente, algunos -dieron aquella misma tarde la noticia de un grave escándalo en que -estaba implicado un candidato á ministro plenipotenciario, añadiendo -datos inequívocos de que se trataba de Vázquez. Sentí un movimiento -de temor, de repugnancia ó de arrepentimiento, recordando uno ó dos -dramas á que asistiera en mi vida y que provocaron el suicidio de -algunos ilusos, pero me tranquilicé inmediatamente, porque no había -hecho más que favorecer la lógica de los hechos, separando de ellos la -parte romántica y, por lo tanto, enfermiza. ¿Quién llamaba á Eulalia? -Yo no tenía el dinero... ¿Por qué imponerme que cambiara el rumbo de -las circunstancias? Y además, yo estaba resuelto á pagar, y el honor -de Vázquez siempre quedaba á salvo. El honor sí; pero, ¿y el puesto? -¡Vamos! ¡como si el puesto no me correspondiera! - -El Presidente era meticuloso y bastó aquel boceto de escándalo para que -hiciera encarpetar la credencial de Vázquez, mezclado á un mal asunto -de crédito de la época todavía execrada y no bastante maldecida. - -El miércoles me presenté en casa de Vázquez y le di los veinte mil -pesos. - ---¡Aun con esto estoy arruinado!--sollozó. - ---No creas. Ve á ver á mi suegro. Yo he hablado con él. Rozsahegy está -seguro de recoger esas malhadadas letras con cinco ó diez mil pesos -cuando más. Es un «chantage». No tengas escrúpulos. - ---No lo haré. Me importa poco. Me voy al campo á trabajar. Es lo que me -aconseja María. - -¡María! Sentí de pronto el áspero deseo de verla, de hablar con ella, y -prolongué la conversación con la esperanza de conseguirlo. - ---Irse al campo es inútil sin capital, sin una estancia. ¿Qué harás? - ---Poco me importa. - ---Un hombre de tu mérito... - ---Mi mérito es nulo. - ---¿Por qué? - ---Porque no puedo amoldarme á las circunstancias, ni servir á nadie, -ni ser mi propio instrumento. Me sueño pintor, escultor, herrero, -ebanista, y, en último caso, labrador ó pastor. ¡Ah, Mauricio, si todo -el mundo fuera como tú!... - -¿Es amargo esto? No. La vida es la amarga. Uno tiene que ir abriéndose -camino á costa de los otros por la fuerza, por la astucia ó por ambas -cosas á la vez. - -Pero María me preocupaba tanto en aquel momento, que acabé por -preguntar: - ---¿Y tu señora? - ---Está indispuesta. Desde que se inició este drama en que tú vienes -á ser mi salvador, duda de todo el mundo, y ¡lo que son las mujeres! -ésta, tan inteligente, tan aguda, tan fina, no quiere rendirse á la -evidencia, y hasta sospecha de... - -Se detuvo, como no queriendo decir la enormidad que adiviné, y que -descubrí preguntando afirmativamente: - ---¿De mí, eh? - -Y sin esperar la respuesta, le tendí la mano, efusivo y conmovido, -murmurando: - ---¡Qué le haremos! ¡No hay dicha ni desgracia completas en este mundo! - - - XV - -Escribo estas Memorias en Europa, lo que quiere decir que obtuve -la plenipotencia malamente ambicionada por Vázquez. Pero no fué -sin sufrimientos. Apenas se comenzó á hablar de mi candidatura, un -periodicucho efímero, de ésos que suelen publicar los muchachos -en los momentos de agitación, _El Chispero_, emprendió una feroz -campaña contra mí, como si yo fuese el representante de toda una -época de corrupción. No le hice caso. No le hice caso hasta que -habló malévolamente de la muerte de Camino, insinuando las peores -suposiciones. Y aun así, no di importancia á aquellos dicterios, -teniendo como tenía mi nombramiento en el bolsillo y mi paz perpetua -asegurada, hasta el instante en que, al pie de uno de esos artículos vi -esta firma desconcertante: «Mauricio Rivas». - -«Mauricio Rivas». - ---¡Mauricio Rivas! ¿Qué quiere decir esto? - -Llamé á de la Espada. - ---¿Quién es este Rivas, este Mauricio Rivas que escribe en _El -Chispero_?--pregunté. - ---Debe ser un jovencito que empieza. Yo nunca he oído hablar de él. - ---Hay que averiguar--dije aparentando indiferencia. - -Y luego: - ---Hay que averiguar hoy mismo. Me interesa. - ---Lo haré. - -Me interesaba el artículo por dos razones: porque era una violenta -diatriba contra mí, para denigrarme como ministro diplomático ante una -corte europea, y porque estaba firmado con un nombre... con el nombre -del hijo de Teresa. - -El farsante ése que, conociendo mi vida juvenil, me jugaba aquella -pesada broma, iba á pasarlo mal. No es Mauricio Gómez Herrera de los -que se dejan tocar impunemente las narices. Y, sobre todo, no me -gustaba ese símbolo, traído de los cabellos, de la juventud consciente -y sabia que pasa por encima de las ideas de los padres, para ir á la -conquista de un porvenir románticamente soñado. - -Busqué entre mis amigos y mis enemigos quién podía ser el autor de -aquel artículo garboso, y se lo atribuí á Vázquez. Pero Vázquez estaba -en Los Sunchos, con su María, como arrendatario de una estanzuela que -había ido convirtiendo en granja, ó si se quiere chacra, y me escribía -de vez en cuando cartas llenas de amistad, seguramente á escondidas de -su mujer. - ---No es Vázquez. ¡Pero qué canalla!--exclamé, volviendo á empezar el -artículo para darme cuenta exacta de sus detalles. - -No. No podía ser un contemporáneo, porque sintetizaba demasiado. Uno -de mis camaradas hubiera entrado en mayores detalles, no hubiera visto -las cosas á bulto, hubiera cometido menos errores. Vean ustedes: aquí -tengo el recorte, con su título y todo: - - DIVERTIDAS AVENTURAS DEL NIETO DE JUAN MOREIRA - -«Tan ignorante y tan dominador como el abuelo, nació en un rincón de -provincia, y creció en él sin aprender otra cosa que el amor de su -persona y la adoración de sus propios vicios. - -«Nunca entendió ni aceptó cosa alguna de la ley, sino cuando le convino -para sus intereses y sus pasiones. - -«Es la síntesis de la respetable generación que nos gobierna; y media -sociedad, si se viera en el espejo, se diría cuando pasa: «Yo soy ése.» - -«Tuvo de su abuelo el atavismo al revés, y así como aquél peleó -contra la partida, muchas veces sin razón, éste pelea siempre sin -razón, con la partida, contra todo lo demás. Suprime sin ruido, hasta -gobernadores, como el otro «compadremente», facón en mano. Que Camino -lo diga... Está llamado por eso á todos los triunfos, y no morirá -clavado á una tapia por gentes de bien, sino clavando á las gentes de -bien, moral ó materialmente, en todas partes... - -«Pero basta de prólogo y pasemos á sus aventuras. - -«Heredó de su padre el caudillaje, y vistiendo la ropa del civilizado, -fué, desde criatura, la esencia del gaucho y del compadrito, despojado -con el chiripá y el poncho de todas las que pudieran parecer virtudes, -conservando sólo cierto valor personal y un desprendimiento que no es -sino la jactancia del ente que se cree superior, y se ensoberbece tanto -más cuanto más grandes son las personas á quienes pueda ó trate de -humillar. - -«Así, por ejemplo...» - -Y seguía una larga serie de anécdotas, casi todas falsas--entre -ellas el «envenenamiento» de Camino,--pero tras de cuyas líneas se -transparentaba claramente mi persona, para terminar diciendo: - -«El que esto escribe, no quiere mal al nieto de Juan Moreira, ni á don -Mauricio Gómez Herrera, ni á... ¡tantos otros! ¿para qué citar nombres? -Pero cree que es sonada la hora de acabar con el gauchismo y el -compadraje, de no rendir culto á esos fantasmas del pasado, de respetar -la cultura en sus mejores formas, y de preferir el mérito modesto al -exitismo á todo trance. Quizá se le crea exagerado, pero por el estudio -que hará detenidamente de esta personalidad y de otras análogas, en -sucesivos artículos, se verá que tiene razón de reclamar, en nombre de -la juventud, contra estos crímenes de lesa patria. - -«¡Que el nieto de Juan Moreira nos represente en Europa! ¿Por qué no -hacer, entonces, que nos gobierne Facundo, que era lo mismo que él?» - -Y firmaba: «Mauricio Rivas.» - -Que el artículo era contra mí, resultaba evidente de la línea aquella: -«el autor no quiere mal ni al nieto de Juan Moreira, ni á don Mauricio -Gómez Herrera...» - -El asunto me preocupó hondamente todo el día, pero no quise interrogar -á de la Espada, aunque lo viera salir á la calle y volver varias -veces, con la cara larga, y esquivándome los ojos. - ---¿Qué habrá?--me decía. - -Por la tarde, cuando iba á retirarse, vaciló un rato, después se acercó -á mí, y me llamó aparte, pues estaba, como siempre, rodeado de amigos. - ---Es una desgracia--tartamudeó. - ---¿Qué? - ---El autor del artículo... - ---¡Ah! - ---Sí; es un jovencito de diez y ocho á veinte años, que me parece... - ---¿El hijo de Teresa? - ---Tu hijo, sí. - ---¡Tenía que suceder!...--exclamé haciendo un esfuerzo para -reirme.--Pero esto no puede continuar así. ¿Dónde vive? - ---No sé. Pero, tienes que hablarle... - ---¿Dónde se le ve? - ---Come todas las noches en una fonda de la calle Carabelas. - ---¿En la cortada del Mercado del Plata? - ---Eso es. - -De todas las dificultades de mi vida, aquélla era la más nimia -porque de _El Chispero_ nadie hacía el menor caso, pero ninguna me -molestó ni me irritó más, haciéndome llegar á creer que de aquellas -indiscreciones, de aquella diatriba, dependía todo mi porvenir... Tomé -el sombrero y salí, dejando, como de costumbre, que las visitas se -quedaran ó se fueran, á su antojo, y comencé á pasearme por las calles -más solitarias, pensando en lo que habría de hacer. - -De pronto, me encontré en la calle Carabelas. Entré en la fonda -indicada. Pregunté, después de pedir un café, que resultó infame -decocción de porotos, si estaba allí don Mauricio... - ---¿Qué don Mauricio? - ---Rivas. Un jovencito que viene á comer. - ---¿Uno que escribe «sobre» los diarios? - ---Ése. - ---Todavía no vino. - -Esperé, domando los nervios. - -Por fin, vi acercarse un jovencito que debía parecerse á mí, cuando -hacía mis primeras armas en Los Sunchos. Llamé al mozo. - ---¿Es ése? - ---No. Ése es un amigo. Todos los que vienen se parecen... - -Á la media hora, él mismo me señaló un joven ojinegro, pelinegro, como -Teresa, tímido en el andar y la expresión, como Teresa, pero con algo -en la mirada, especie de resolución heroica y tierna á la vez. - ---¿Es usted don Mauricio Rivas? - ---Servidor. ¿Á quién tengo la honra? - ---Habla usted con un hombre de quien acaba de decir que no lo quiere -mal... - ---No me doy cuenta--murmuró sorprendido. - ---¿Tiene usted dos minutos que dedicar á un desconocido? En tal caso, -hágame el favor de sentarse... - -Se sentó, tímido, contrastando con la violencia de su escrito. - ---Impulsivo--pensé.--Si yo soy el nieto, ¡tú eres el biznieto de Juan -Moreira!... - -Él estaba cortado, esperando un acontecimiento que no sabía adivinar, -ni siquiera sospechar. - ---Tome usted un poco de vermouth. - ---Bien. - ---Mis compañeros me esperan para comer--agregó.--Desearía saber qué me -vale este honor... - ---He leído su artículo de _El Chispero_. Es notable, como vigor, -pero me parece exagerado. Usted hará camino en el periodismo, y tengo -razones para darle un consejo... - ---¿Ah?--murmuró bebiendo un sorbo de vermouth. - ---Es preciso que usted conozca más á fondo á las personas que ataca, y -que no se haga un daño irreparable por impremeditación juvenil. - ---Señor--me dijo incorporándose, como para marcharse,--no pido, por el -momento, cursos de literatura ni de periodismo... - ---¡Muy bien contestado!--exclamé, tomándolo acariciadoramente de un -brazo.--Muy bien contestado, y si yo no fuera quien soy, no insistiría -en aconsejarle. - ---¿Y quién es usted?--preguntó con enojo. - ---Yo soy Mauricio Gómez Herrera. - -Se quedó boquiabierto. Yo continué, blandamente, con la serenidad que -me daba mi experiencia segura de triunfar de toda aquella candidez: - ---Y si usted hubiera consultado ese artículo con su mamá, con doña -Teresa, no lo hubiera escrito nunca, ó no lo hubiera publicado... -Somos amigos... amigos íntimos con su mamá... desde la infancia... y -después... - ---Eso no impide... - ---Pregúntele á ella... - ---La razón se sobrepone á los afectos, y las épocas tienen sus -exigencias. - ---El deber no cambia. - ---¿Quiere decir?--gritó. - ---¡Silencio! - -Me levanté, y dije reposadamente, mientras pagaba al mozo: - ---Habla con Teresa, Mauricio. - -Un rayo no lo hubiera inmovilizado más. - -Al día siguiente busqué _El Chispero_; no traía el artículo anunciado. -En cambio, por la tarde recibí esta esquela firmada _T. R._: - -«Tuvo usted razón, pero no sentimiento. La vida es suya. El pobre -muchacho es otro, desde que sabe. Pero vivir matando debe ser una -desgracia.» - -Vi algo horrible, y salí de mi despacho, dejando la esquela tirada en -el suelo. Cuando me tranquilicé y volví, la quemé sin piedad, casi con -rabia. - -¡Vaya una tontería! ¡Suponer que, por vanas consideraciones -sentimentales, uno ha de renunciar á sus grandes proyectos ó dejarse -manosear por quien quiera!... - - -_Uccle-lez-Bruxelles, 9 diciembre 1910._ - - - - - - - -End of the Project Gutenberg EBook of Divertidas aventuras del nieto de Juan -Moreira, by Roberto Payró - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK DIVERTIDAS AVENTURAS DEL *** - -***** This file should be named 60634-8.txt or 60634-8.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/6/0/6/3/60634/ - -Produced by Andrés V. 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Payró. - </title> - <link rel="coverpage" href="images/cover.jpg" /> - <style type="text/css"> - -body { - margin-left: 10%; - margin-right: 10%; -} - - h1,h2,h3 { - text-align: center; /* all headings centered */ - clear: both; -} - -h1 {margin-top: 4em; font-weight: normal; } -h2 {margin-top: 4em; font-weight: normal; } -h3 {margin-top: 2em; font-weight: normal; } - -@media handheld { - h2.no-break - { - page-break-before: avoid; - padding-top: 0; - } - - h3.no-break - { - page-break-before: avoid; - padding-top: 0; - } -} - -.half-title -{ - margin-top: 6em; - text-align: center; - font-size: 140%; - margin-bottom: 4em; -} -p { - margin-top: .51em; - text-align: justify; - margin-bottom: .49em; -} - -.p1 {margin-top: 1.5em; margin-left: 2em} -.p2 {margin-top: 2em; font-size: 130%; margin-bottom: 2em; } -.p4 {margin-top: 4em; font-size: 120%; } -.p5 {margin-top: 2em; font-size: 130%; } - - -hr.tb {width: 45%; margin-left: 27.5%; margin-right:27.5%; - margin-top: 1.5em; margin-bottom: 1.5em;} - -hr.style2 { - border-top: 4px double; - width: 95%; - margin-left: 2.5%; - margin-right: 2.5%; - margin-top: 2px; - } - -div.chapter {page-break-before: always; } - -hr.r5 {width: 5%; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; margin-right: 47.5%; margin-left: 47.5%;} -hr.full {width: 95%; margin-bottom: 2px; - margin-top: 10em; margin-right: 2.5%; margin-left: 2.5%;} - -table.toc { - margin-left: 30%; - margin-right: 30%; - width: 40%; -} - -@media handheld { - -table.toc { - margin-left: auto; - margin-right: auto;} -} - - .tdl {text-align: left;} - .tdr {text-align: right; padding-right: 3.5em;} - .tdc {text-align: center;} - - .tdc1 {width: 65%;} - .tdc2 {width: 35%;} - - -.pagenum { /* uncomment the next line for invisible page numbers */ - visibility: hidden; - position: absolute; - left: 92%; - font-size: smaller; - text-align: right; -} /* page numbers */ - - - -.blockquot { - margin-left: 5%; - margin-right: 10%; -} - - - -/* Images */ -.figcenter { - margin: auto; - text-align: center; -} - - - - -/* Footnotes */ -.footnotes {border: dashed 1px;} - -.footnote {margin-left: 10%; margin-right: 10%; font-size: 0.9em;} - -.footnote .label {position: absolute; right: 84%; text-align: right;} - -.fnanchor { - vertical-align: super; - font-size: .8em; - text-decoration: - none; -} - - -.indentq {padding-left: 15%; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em;} - -.indent2 {padding-left: 2em; margin-top: 2em; } - -div.section {page-break-before: always;} - -.center {text-align: center;} - -.tnote - {border: dashed 1px; margin-left: 10%; margin-right: 10%; - padding-bottom: .5em; padding-top: .5em; padding-left: .5em; - padding-right: .5em;} - - </style> - </head> -<body> - - -<pre> - -The Project Gutenberg EBook of Divertidas aventuras del nieto de Juan -Moreira, by Roberto Payró - -This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and most -other parts of the world at no cost and with almost no restrictions -whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of -the Project Gutenberg License included with this eBook or online at -www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you'll have -to check the laws of the country where you are located before using this ebook. - -Title: Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira - -Author: Roberto Payró - -Release Date: November 5, 2019 [EBook #60634] - -Language: Spanish - -Character set encoding: ISO-8859-1 - -*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK DIVERTIDAS AVENTURAS DEL *** - - - - -Produced by Andrés V. Galia and the Online Distributed -Proofreading Team at http://www.pgdp.net - - - - - - -</pre> - - -<div class="figcenter" style="width: 481px;"> -<img src="images/cover.jpg" width="481" height="800" alt="Cubierta" /> -</div> - -<div class="chapter"> -<div class="tnote"> -<p class="p4 center">NOTAS DEL TRANSCRIPTOR</p> - - -<p>Las reglas ortográficas del castellano cuando esta obra fue publicada -por primera vez eran diferentes a las existentes cuando se realizó la -transcripción.</p> - -<p>Por ejemplo vió, fué, dió, lo mismo que conjunciones como "á", "ó", -"ú", en esa época llevaban acento ortográfico, mientras que vocablos -que actualmente llevan acento ortográfico, como "reír" y "oír", cuando -la obra fue publicada no llevaban acento ortográfico.</p> - -<p>El criterio utilizado para llevar a cabo esta transcripción ha sido el -de respetar la ortografía original, salvo en caso de errores evidentes -de ortografía, impresión y/o puntuación, los cuales han sido corregidos.</p> - -<p>La cubierta del libro fue modificada por el Transcriptor y ha sido puesta -en el dominio público.</p> - -<p>El Índice de capítulos ha sido agregado por el Transcriptor.</p> -</div> -</div> - -<hr class="tb" /> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_1" id="Page_1">[1]</a></span></p> -</div> - -<p class="half-title"> -DIVERTIDAS AVENTURAS<br /> -DEL NIETO DE JUAN MOREIRA</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_2" id="Page_2">[2]</a></span></p> -</div> - -<p class="p4 center">OBRAS DEL MISMO AUTOR</p> - -<p class="center">(De venta en la Biblioteca de L<small>A</small> N<small>ACIÓN</small> y -en las principales librerías).</p> - - -<p class="indent2"> - -<b>La Australia Argentina</b>, (dos volúmenes).<br /> -<b>El Falso Inca</b>, (cronicón de la Conquista).<br /> -<b>El Casamiento de Laucha</b>, (novela picaresca).<br /> -<b>Sobre las ruinas</b>... (drama en cuatro actos).<br /> -<b>Marco Severi</b>, (drama en tres actos).<br /> -<b>El Triunfo de los otros</b>, (drama en tres actos).<br /> -<b>Pago Chico.</b><br /> -<b>Violines y toneles.</b><br /> -<b>Crónicas.</b><br /> -<b>En las tierras de Inti.</b><br /> -</p> - - -<p class="center p2">AGOTADAS</p> - -<p class="indent2">—<b>Ensayos poéticos.</b> -—<b>Antígona</b>,(novela).<br /> -—<b>Scripta.</b>(cuentos).<br /> -—<b>Novelas y fantasías.</b><br /> -—<b>Los Italianos en la Argentina.</b><br /> -—<b>Emilio Zola</b>, etc., etc.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_3" id="Page_3">[3]</a></span></p> -</div> - -<p class="p5 center">ROBERTO J. PAYRÓ</p> -<hr class="style2"/> - -<h1>Divertidas aventuras<br /> -Del nieto de Juan Moreira</h1> - -<div class="figcenter" style="width: 120px;"> -<img src="images/ilo-title-page.jpg" width="120" height="127" alt="title-page-ilo" /> -</div> - -<p class="center">BUENOS AIRES<br /> -C<small>ASA</small> E<small>DITORA É</small> I<small>MPRESORA</small><br /> -M. RODRÍGUEZ GILES<br /> -Corrientes, núm. 1379<br /></p> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_4" id="Page_4">[4]</a></span></p> -</div> - -<hr class="full" /> -<p class="center">Imp. Sopena, Provenza, 95.—B<small>ARCELONA</small></p> - -<div class="chapter"> -<p class="p4 center">ÍNDICE</p> -</div> - -<div class="center"> -<table class= "toc" border="0" cellpadding="4" cellspacing="0" summary="índice"> - -<tr> -<td class="tdc1 tdl"> </td> -<td class="tdc2 tdc">PÁG.</td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdc1 tdl">PRIMERA PARTE</td> -<td class="tdc2 tdr"><a href="#Page_5">5</a> </td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdc1 tdl">SEGUNDA PARTE</td> -<td class="tdc2 tdr"><a href="#Page_147">147</a> </td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdc1 tdl">TERCERA PARTE</td> -<td class="tdc2 tdr"><a href="#Page_257">257</a> </td> -</tr> -</table> - -</div> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_5" id="Page_5">[5]</a></span></p> -</div> - -<p class="p4 center"><big>DIVERTIDAS AVENTURAS</big><br /> -DEL NIETO DE JUAN MOREIRA</p> - -<hr class="r5" /> - - -<h2 class="no-break">PRIMERA PARTE</h2> - - -<h3 class="no-break">I</h3> - - -<p>Nací á la política, al amor y al éxito, en -un pueblo remoto de provincia, muy considerable -según el padrón electoral, aunque tuviera -escasos vecinos, pobre comercio, indigente sociabilidad, -nada de industria y lo demás en -proporción. El clima benigno, el cielo siempre -azul, el sol radiante, la tierra fertilísima, no -habían bastado, como se comprenderá, para -conquistarle aquella preeminencia. Era menester -otra cosa. Y los «dirigentes» de Los Sunchos, -al levantarse el último censo, por arte de -birlibirloque habían dotado al departamento -con una importante masa de sufragios—mayor -que el natural,—para procurarle decisiva representación -en la Legislatura de la provincia, directa -participación en el gobierno autónomo, -voz y voto delegados en el Congreso Nacional -y, por ende, influencia eficaz en la dirección -del país. Escrutando las causas y los efectos, -no me cabe duda de que los sunchalenses confiaban -más en sus propias luces y patriotismo, -que en el patriotismo y las luces del resto de -nuestros compatriotas, y de que se esforzaban -por gobernar con espíritu puramente altruista. -El hecho es que, siendo cuatro gatos, como -suele decirse, alcanzaban tácita ó manifiesta -ingerencia en el manejo de la res pública. Pero -esto, que puede parecer una de tantas incongruencias -de nuestra democracia incipiente, no -es divertido y no hace, tampoco, al caso. Lo -que sí hace y quizá resulte divertido, es que mi -padre fuera uno de los susodichos dirigentes, -quizá el de ascendiente mayor en el departamento, -y que mi aristocrática cuna me diera—como -en realidad me dió,—vara alta en aquel -pueblo manso y feliz, holgazán bajo el sol de -fuego, soñador bajo el cielo sin nubes, cebado -en medio de la pródiga naturaleza. Hoy me -parece que hasta el aire de Los Sunchos era -alimenticio, y que bastaba masticarlo al respirar -para mantener y aun acrecentar las fuerzas: -milagro de mi país, donde, virtualmente, -todavía se encuentran pepitas de oro en medio -de la calle.</p> - -<p>Desde chicuelo era yo, Mauricio Gómez Herrera, -el niño mimado de vigilantes, peones, -gente del pueblo y empleados públicos de menor -cuantía, quienes me enseñaron pacientemente -á montar á caballo, vistear, tirar la taba, -fumar y beber. Mi capricho era ley para todos -aquellos buenos paisanos, en especial para -el populacho, los subalternos y los humildes -amigos ó paniaguados de las autoridades; y -cuando algún opositor, víctima de mis bromas, -que solían ser pesadas, se quejaba á mis padres, -nunca me faltó defensa ó excusa, y si bien -ambos prometían á veces reprenderme ó castigarme, -la verdad es que—especialmente el -«viejo»—no hacían sino reirse de mis gracias.</p> - -<p>Y aquí debo confesar que yo era, en efecto, -un niño gracioso si se me consideraba en lo -físico. Tengo por ahí arrumbada cierta fotografía -amarillenta y borrosa que me sacó un fotógrafo -trashumante al cumplir mis cinco años, -y aparte la ridícula vestimenta de lugareño y -el aire cortado y temeroso, la verdad es que mi -efigie puede considerarse la de un lindísimo -muchacho, de grandes ojos claros y serenos, -frente espaciosa, cabello rubio naturalmente rizado, -boca bien dibujada, en forma de arco de -Cupido, y barbilla redonda y modelada, con su -hoyuelo en el medio, como la de un Apolo infante. -En la adolescencia y en la juventud fuí -lo que mi niñez prometía, todo un buen mozo, -de belleza un tanto femenil, pese á mi poblado -bigote, mi porte altivo, mi clara mirada, tan -resuelta y firme; y estos dotes de la Naturaleza -me procuraron siempre, hasta en épocas de madurez... -Pero, no adelantemos los acontecimientos...</p> - -<p>Tenía yo por aquel entonces un carácter de -todos los demonios que, según me parece, la -edad y la experiencia han modificado y mejorado -mucho, especialmente en las exteriorizaciones. -Nada podía torcer mi voluntad, nadie -lograba imponérseme, y todos los medios me -eran buenos para satisfacer mis caprichos. -Gran cualidad. Recomiendo á los padres de familia -deseosos de ver el triunfo de su prole, -que la fomenten en sus hijos, renunciando, como -á cosa inútil y perjudicial, á la tan preconizada -disciplina de la educación, que sólo servirá -para crearles luego graves y quizás insuperables -dificultades en la vida. Estudien mi -ejemplo, sobre el que nunca insistiré bastante: -desde niño he logrado, detalle más, detalle -menos, todo cuanto soñaba ó quería, porque -nunca me detuvo ningún falso escrúpulo, ninguna -regla arbitraria de moral, como ninguna -preocupación melindrosa, ningún juicio -ajeno. Así, cuando una criada ó un peón me -eran molestos ó antipáticos, espiaba todos sus -pasos, acciones, palabras y aun pensamientos, -hasta encontrarlos en falta y poder acusarlos -ante el tribunal casero; ó—no hallando hechos -reales,—imaginaba y revelaba hechos verosímiles, -valiéndome de las circunstancias y las -apariencias paciente y sutilmente estudiadas. -¡Y cuántas veces habrá sido profunda é ignorada -verdad lo que yo mismo creía dudoso por -falta de otras pruebas que la inducción y la deducción -instintivas!</p> - -<p>Pero esto era, sólo, una complicación poco -evidente—para descubrirla he debido forzar el -análisis,—de mi carácter que, si bien obstinado -y astuto, era, sobre todo—extraña antinomia -aparente,—exaltado y violento, como irreflexivo -y de primer impulso, lo que me permitía -tomar por asalto cuanto con un golpe de -mano podía conseguirse. Y como en el arrebato -de mi cólera llegaba fácilmente á usar de -los puños, los pies, las uñas y los dientes, natural -era que en el ataque ó en la batalla con -el criado ú otro adversario eventual, resultara -yo con alguna marca, contusión ó rasguño que -ellos no me habían inferido quizá, pero que, -dándome el triunfo en la misma derrota, bastaba -y aun sobraba como prueba de la ajena -barbarie, y hacía recaer sobre el enemigo todas -las iras paternas:</p> - -<p>—¡Pobre muchacho! ¡Miren cómo me lo -han puesto! ¡Es una verdadera atrocidad!...</p> - -<p>Y tras de mis arañones, puntapiés, cachetadas -y mordiscos, llovían sobre el antagonista -los puñetazos de mi padre, hombre de malas -pulgas, extraordinario vigor, destreza envidiable -y amén de esto grande autoridad. ¿Quién -se atrevía con el árbitro de Los Sunchos? -¿Quién no cejaba ante el brillo de sus ojos de -acero, que relampagueaban en la sombra de -sus espesas cejas, como intensificados por su -gran nariz ganchuda, por su grueso bigote cano, -por su perilla que en ocasiones parecía adelantarse -como la punta de un arma?</p> - -<p>Vivíamos con grandeza—naturalmente en la -relatividad aldeana, que no da pretexto á los -lujos desmedidos,—y «tatita» gastaba cuanto -ganaba ó un poco más, pues á su muerte sólo -heredé la chacra paterna, gravada con una crecida -hipoteca que hacían más molesta algunas -otras deudas menores. Sí; sólo teníamos una -chacra, pero hay que explicarse: era una vasta -posesión de cuatrocientas varas de frente -por otras tantas de fondo, y estaba enclavada -casi en el mismo centro del pueblo. Su cerco, -en parte de adobe, en parte de pita, cina-cina -y talas, interceptaba las calles de Libertad, Tunes -y Cadillal, que corrían de norte á sud, y -las de Santo Domingo, Avellaneda y Pampa, -de Este á Oeste. Los cuatro grandes frentes -daban sobre San Martín, Constitución, Blandengues -y Monteagudo. Nuestra casa ocupaba -la esquina de las calles San Martín y Constitución, -la más próxima á la plaza y los edificios -públicos, y era una amplia construcción de -un solo piso, á lo largo de la cual corría una -columnata de pilares delgados, sosteniendo un -ancho alero. En ella habitábamos nosotros solos, -pues las cocinas, cocheras, dependencias y -cuartos de la servidumbre, formaban cuerpo -aparte, cuadrando una especie de patio en que -mamita cultivaba algunas flores y tatita criaba -sus gallos. En el resto de la chacra había algunos -montecillos de árboles frutales, un poco -de alfalfa, un chiquero, un gallinero, y varios -potreros para los caballos y las dos vacas lecheras. -Tengo idea de que alguna vez se plantaron -hortalizas en un rincón de la chacra, pero -en todo caso no fué siempre, ni siquiera con -frecuencia, sin duda para no desdecir mucho -<span class="pagenum"><a name="Page_6" id="Page_6">[6]</a></span> -del indolente carácter criollo que en aquel tiempo -consideraba «cosa de gringos» ordeñar las -vacas y comer legumbres. Con todo, nuestra -casa era un palacio y nuestra chacra un vergel, -comparadas con las demás mansiones señoriales -de Los Sunchos, y nuestras costumbres de -familia tenían un sello aristocrático que más -de una vez envenenó las malas lenguas del pueblo, -que zumbaban como avispas irritadas, aunque -á respetable distancia de los oídos de tatita. -Esta especie de refinamiento, cada vez -más borroso, se explica naturalmente: mi padre -pertenecía á una de las familias más viejas -del país, una familia patricia radicada en Buenos -Aires desde la guerra de la Independencia, -vinculada á la alta sociedad y dueña de una -respetable fortuna que varias ramas conservan -todavía. Menos previsor ó más atrevido que sus -parientes, mi padre se arruinó—ignoro cómo -y no me importa saberlo,—salió á correr tierras -en busca de mejor suerte, y fué á varar en Los -Sunchos, llevando hasta allí algunos de sus antiguos -hábitos y aficiones.</p> - -<p>No se ocupaba más que de la política activa, -y de la tramitación de toda clase de asuntos -ante las autoridades municipales y provinciales. -Intendente y presidente de la Municipalidad, -en varias administraciones, había acabado -por negarse á ocupar puesto oficial alguno, conservando, -sin embargo, meticulosamente, su -influencia y su prestigio: desde afuera, manejaba -mejor sus negocios, sin dar que hablar, y -siempre era él quien decidía en las contiendas -electorales, y otras, como supremo caudillo del -pueblo. Cuando no se iba á la capital de la provincia, -llevado por asuntos propios ó ajenos—en -calidad de intermediario,—pasaba el día entero -en el café, en la «cancha» de carreras ó -de pelota, en el billar ó la sala de juego del Club -<span class="pagenum"><a name="Page_7" id="Page_7">[7]</a></span> -del Progreso, ó de visita en casa de alguna comadre. -Tenía muchas comadres, y mamá hablaba -siempre de ellas con cierto retintín y á -veces hasta colérica, cosa extraña en una mujer -tan buena, que era la mansedumbre en persona. -Tatita solía mostrarse emprendedor. Á -él se debe, entre otros grandes adelantos de -Los Sunchos, la fundación del Hipódromo que -acabó con las canchas derechas y de andarivel, -é hizo, también, para las riñas de gallos, un -verdadero circo en miniatura. Leía los periódicos -de la capital de la provincia, que le llegaban -tres veces por semana, y gracias á esto, á su -copiosa correspondencia epistolar y á las noticias -de los pocos viajeros y de Isabel Contreras, -el mayoral de la galera de Los Sunchos, -estaba siempre al corriente de lo que sucedía -y de lo que iba á suceder, sirviéndole para prever -esto último su peculiar olfato y su larga experiencia -política, acopiada en años enteros de -intrigas y de revueltas. La inmensa utilidad -práctica de esta clase de información fué, sin -duda, lo que le hizo mandarme á la escuela, no -con la mira de hacer de mí un sabio, sino con la -plausible intención de proveerme de una herramienta -preciosa para después.</p> - -<p>Esto ocurrió pasados ya mis nueve años, puede -también que los diez. Mi ingreso en la escuela -fué como una catástrofe que abriera un -paréntesis en mi vida de vagancia y holgazanería, -y luego como una tortura, momentánea -sí, pero muy dolorosa, tanto más cuanto que, -si aprendí á leer, fué gracias á mi santa madre, -cuya inagotable paciencia supo aprovechar todos -mis fugitivos instantes de docilidad, y cuya -bondad tímida y enfermiza, premiaba cada -pequeño esfuerzo mío tan espléndidamente como -si fuera una acción heroica. Me parece verla -todavía, siempre de negro, oprimida en un -<span class="pagenum"><a name="Page_8" id="Page_8">[8]</a></span> -vestido muy liso, pálida bajo sus bandós castaño -obscuro, hablando con voz lenta y suave y -sonriendo casi dolorosamente, á fuerza de ternura. -Mucho le costaron las primeras lecciones, -como le costó hacerme ir á misa é inculcarme -inciertas doctrinas de un vago catolicismo, -algo supersticioso, por mi inquietud indómita; -pero á poco cedí y me plegué, más que -todo, interesado con los cuentos de las viejas -sirvientas y los, aún más maravillosos, de una -costurerita española, jorobada, que decía á cada -paso «interín», que estaba siempre en los -rincones obscuros, y en quien creía yo ver la -encarnación de un diablillo entretenido y amistoso -ó de una bruja momentáneamente inofensiva. -«Interín» me contaban las unas las hazañas -de Pedro Urdemalas (Rimales, decían -ellas), y la otra los amores de Beldad y la Bestia, -ó las terribles aventuras del Gato, el Ujier -y el Esqueleto, leídas en un tomo trunco de -Alejandro Dumas, mi naciente raciocinio me -decía que mucho más interesante sería contarme -aquello á mí mismo, todas las veces -que quisiera y en cuanto se me antojara, ampliado -y embellecido con los detalles en que sin -duda abundaría la letra menudita y cabalística -de los libros. Y aprendí á leer, rápidamente, en -suma, buscando la emancipación, tratando de -conquistar la independencia.</p> - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">II</h3> -</div> - -<p>Acabé por acostumbrarme un tanto á la escuela. -Iba á ella á divertirme, y mi diversión -mayor consistía en hacer rabiar al pobre maestro, -don Lucas Arba, un infeliz español, cojo -y ridículo, que, gracias á mí, se sentó centenares -de veces sobre una punta de pluma ó en -<span class="pagenum"><a name="Page_9" id="Page_9">[9]</a></span> -medio de un lago de pega-pega, y otras tantas -recibió en el ojo ó la nariz, bolitas de pan ó de -papel, cuidadosamente masticadas. ¡Era de verle -dar el salto ó lanzar el chillido provocados -por la pluma, ó levantarse con la silla pegada -á los fondillos, ó llevar la mano al órgano acariciado -por el húmedo proyectil, mientras la -cara se le ponía como un tomate! ¡Qué alboroto, -y cómo se desternillaba de risa la escuela -entera! Mis tímidos condiscípulos, sin imaginación, -ni iniciativa, ni arrojo, como buenos -campesinos, hijos de campesino, veían en mí -un ente extraordinario, casi sobrenatural, comprendiendo -intuitivamente que, para atreverse -á tanto, era preciso haber nacido con privilegios -excepcionales de carácter y de posición.</p> - -<p>Don Lucas tenía la costumbre de restregar -las manos sobre el pupitre—«cátedra» decía -él,—mientras explicaba ó interrogaba; después, -en la hora de caligrafía ó de dictado, poníase -de codos en la mesa y apoyaba las mejillas en -la palma de las manos, como si su cerebro pedagógico -le pesara en demasía. Observar esta -peculiaridad, procurarme pica-pica y espolvorear -con ella la cátedra, fueron para mí cosas -tan lógicas como agradables. Y repetí á menudo -la ingeniosa operación, entusiasmado con -el éxito, pues nada más cómico que ver á don -Lucas rascarse primero suavemente, después -con cierto ardor, en seguida rabioso, por último -frenético hasta el estallido final:</p> - -<p>—¡Todo el mundo se queda dos horas!</p> - -<p>Iba á lavarse, á ponerse calmantes, sebo, -aceite, qué sé yo, y la clase abandonada se convertía -en una casa de orates, obedeciendo entusiasta -á mi toque de zafarrancho; volaban los -cuadernos, los libros, los tinteros—quebrada la -inercia de mis condiscípulos,—mientras los instrumentos -musicales más insólitos ejecutaban -<span class="pagenum"><a name="Page_10" id="Page_10">[10]</a></span> -una sinfonía infernal. Muchas veces he pensado, -recapitulando estas escenas, que mi verdadero -temperamento es el revolucionario y que -he necesitado un prodigio de voluntad para ser -toda mi vida un elemento de orden, un hombre -de gobierno... Volvía, al fin, don Lucas -rojo y barnizado de ungüentos, con las pupilas -saltándosele de las órbitas—espectáculo bufo si -los hay,—y, exasperado por la intolerable picazón, -comenzaba á distribuir castigos suplementarios -á diestro y siniestro, condenando sin -distinción á inocentes y culpables, á juiciosos y -traviesos, á todos, en fin... Á todos menos á -mí. ¿No era yo, acaso, el hijo de don Fernando -Gómez Herrera? ¿No había nacido «con -corona», según solían decir mis camaradas?</p> - -<p>¡Vaya con mi don Lucas! Si mucho me reí -de ti, en aquellos tiempos, ahora no compadezco -siquiera tu memoria, aunque la evoque entre -sonrisas, y aunque aprecie debidamente á los -que, como tú entonces, saben acatar la autoridad -política en todas sus formas, en cada una -de ellas y hasta en sus simples reflejos. Porque, -si bien este acatamiento es la única base posible -de la felicidad de las naciones, y en consecuencia -de los ciudadanos, la verdad es que tú -exagerabas demasiado, olvidando que eras, también, -«autoridad», aunque de ínfimo orden. Y -esta flaqueza es, para mí, irritante é inadmisible, -sobre todo cuando llega á extremos como -éste.</p> - -<p>Una tarde, á la hora de salir de la escuela y -á raíz de un alboroto colosal, don Lucas me -llamó y me dijo gravemente que tenía que hablar -conmigo. Sospechando que el cielo iba á -caérseme encima, me preparé á rechazar los -ataques del magíster hasta en forma viril y -contundente, si era preciso, de tal modo que, -como consecuencia inevitable, ni yo continuara -<span class="pagenum"><a name="Page_11" id="Page_11">[11]</a></span> -bajo su férula ni él regentando la escuela, -su único medio de vida: un arañazo ó una equimosis -no significaban nada para mí—era y soy -valiente,—y con una marca directa ó indirecta -de don Lucas, obtendría sin dificultad su -destierro de Los Sunchos, después de algunas -otras pellejerías que le dieran que rascar. Considérese, -pues, mi pasmo, al oirle decir, apenas -estuvimos solos, con su amanerado y académico -lenguaje, ó, mejor dicho, prosodia:</p> - -<p>—Después de recapacitar muy seriamente, -he arribado á una conclusión, mi querido Mauricio... -Usted (me trataba de usted, pero tuteaba -á todos los demás), usted es el más inteligente -y el más fuerte de la escuela, aunque no -el más juicioso ni el más aplicado... No, no se -enfade todavía, permítame terminar, que no ha -de pesarle... Pues bien, usted que todo lo comprende -y que sabe hacerse respetar por sus condiscípulos, -mis alumnos, puede ayudarme con -verdadera eficacia, sí, con la mayor eficacia, á -conservar el orden y mantener la disciplina en -las clases, minadas por el espíritu rebelde y revoltoso -que es la carcoma de este país...</p> - -<p>Aunque sorprendido por lo insólito de estas -palabras, pronunciadas con solemne gravedad, -como en una tribuna, comencé á esperar más -serenamente los acontecimientos, sospechando, -sin embargo, alguna celada.</p> - -<p>—Pero no he querido—continuó don Lucas, -en el mismo tono,—adoptar una resolución, -cualquiera que ella sea, sin consultarle previamente.</p> - -<p>El aula estaba solitaria y en la penumbra de -la caída de la tarde. Junto á la puerta, yo veía, -al exterior, un vasto terreno baldío, cubierto de -gramíneas, rojizas ya, un pedazo de cielo con -reflejos anaranjados, y, al interior, la masa informe -y azulada de los bancos y las mesas, en -<span class="pagenum"><a name="Page_12" id="Page_12">[12]</a></span> -la que parecía flotar aún el ruido y el movimiento -de los alumnos ausentes. Esta doble visión -de luz y de sombra me absorbió, sobre todo, -durante una pausa trágica del maestro, para -preparar esta pregunta:</p> - -<p>—¿Quiere usted ser monitor?</p> - -<p>¡Monitor! ¡El segundo en la escuela, el jefe -de los camaradas, la autoridad más alta en ausencia -de don Lucas, quizás en su misma presencia, -ya que él era tan débil de carácter!... -¡Y yo apenas sabía leer de corrido, gracias á -mamita! ¡Y en la escuela había veinte muchachos -más adelantados, más juiciosos, más aplicados -y mayores que yo! ¡Oh! estos aspavientos -son cosa de ahora; entonces, aunque no esperara -semejante ganga, y aunque mucho me -sonriera el inmerecido honor, la proposición me -pareció tan natural y tan ajustada á mis merecimientos, -que la acepté, diciendo sencillamente, -sin emoción alguna:</p> - -<p>—Bueno, don Lucas.</p> - -<p>Yo siempre he sido así, imperturbable, y -aunque me nombraran papa, mariscal ó almirante, -no me sorprendería ni me consideraría -inepto para el cargo. Pero, deseando ser enteramente -veraz, agregaré que el «don Lucas» de -la aceptación había sido, desde tiempo atrás, -desterrado de mis labios, en los que las contestaciones -se limitaban á un sí ó un no, «como -Cristo nos enseña», sin aditamento alguno de -señor ó don, como nos enseña la cortesía. Y ésta -fué una evidente demostración de gratitud...</p> - -<p>Después he pensado que, en la emergencia, -don Lucas se condujo como un filósofo ó como -un canalla: como un filósofo, si quiso modificar -mi carácter y disciplinarme, haciéndome, precisamente, -custodio de la disciplina; como un -canalla, si sólo trató de comprarme á costa de -una claudicación moral, mucho peor que la música -<span class="pagenum"><a name="Page_13" id="Page_13">[13]</a></span> -de su pata coja. Pero, meditándolo más, -quizá no obrara ni como una ni como otra cosa, -sino, apenas, como un simple que se defiende -con las armas que tiene, sin mala ni -buena intención, por espíritu de conservación -propia, y utiliza para ello los medios políticos -á su alcance—medios poco sutiles á la verdad, -porque la sutileza política no es el dote de los -simples.—Para los demás muchachos, el ejemplo -podía ser descorazonador, anárquico, desastroso -como disolvente, porque don Lucas no sabía -contemporizar con la cabra y con la col; -pero ¡bah! yo tenía tanto prestigio entre los -camaradas, era tan fuerte, tan poderoso, tan -resuelto y tan autoritario, para decirlo todo de -una vez, que el puesto gubernativo me correspondía -como por derecho divino, y muy rebelde -y muy avieso había de ser el que protestara -de mi ascensión y desconociese mi regencia.</p> - -<p>Comencé, pues, desde el día siguiente, á ejercer -el mando, como si no hubiera nacido para -otra cosa, y seguí ejerciéndolo con grande autoridad, -sobre todo desde el famoso día en que -presenté á don Lucas mi renuncia indeclinable...</p> - -<p>He aquí por qué:</p> - -<p>Irritado contra uno de los condiscípulos más -pequeños, que, corriendo en el patio, á la hora -del recreo, me llevó por delante, levanté la -mano, y sin ver lo que hacía le di una soberbia -bofetada. Mientras el chicuelo se echaba á llorar -á moco tendido, uno de los más adelantados, -Pedro Vázquez, con quien estábamos en -entredicho desde mi nombramiento de monitor, -me faltó audazmente al respeto, gritando:</p> - -<p>—¡Grandulón! ¡Sinvergüenza!</p> - -<p>Iba á precipitarme sobre él con los puños cerrados, -cuando recordé mi alta investidura, y, -conteniéndome, le dije con severidad:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_14" id="Page_14">[14]</a></span></p> - -<p>—¡Usted, Vázquez! ¡Dos horas de penitencia!</p> - -<p>Me volvió las espaldas, rudamente, y se encogió -de hombros, refunfuñando no sé qué, vagas -amenazas, sin duda, ó frases despreciativas -y airadas. Este muchacho, que iba á desempeñar -un papel bastante considerable en mi vida, -era alto, flaco, muy pálido, de ojos grandes, -azul obscuro, verdosos á veces, cuando la luz -les daba de costado, frente muy alta, tupido cabello -castaño, boca bondadosamente risueña, -largos brazos, largas piernas, torso endeble, inteligencia -clara, mucha aptitud para los trabajos -imaginativos, intuición científica y voluntad -desigual, tan pronto enérgica, tan pronto -muelle.</p> - -<p>Aquel día, cuando volvimos á entrar en clase, -Pedro, que estaba en uno de sus períodos de -firmeza, apeló del castigo ante don Lucas, que -revocó incontinenti la sentencia, quebrando de -un golpe mi autoridad.</p> - -<p>—¡Pues si es así, caramba!—grité,—no quiero -seguir de monitor ni un minuto más. ¡Métase -el nombramiento en donde no le dé el sol!</p> - -<p>Don Lucas recapacitó un instante, murmurando: -«¡Calma! ¡calma!» y tratando de apaciguarme -con suaves movimientos sacerdotales -de la mano derecha. Sin duda evocaría el punzante -recuerdo de las puntas de pluma, el aglutinante -de la pega-pega, el viscoso del papel -mascado, el urticante de la pica-pica, pues con -voz melosa, preguntó, tuteándome contra su -costumbre:</p> - -<p>—¿Es decir que renuncias?</p> - -<p>—¡Sí! ¡Renuncio in-de-cli-na-ble-mente!—repliqué, -recalcando cada sílaba del adverbio, -aprendido de tatita en sus disquisiciones electorales.</p> - -<p>La clase entera abrió tamaña boca, espantada, -<span class="pagenum"><a name="Page_15" id="Page_15">[15]</a></span> -creyendo que la palabrota era un terno -formidable, nuncio de alguna colisión más formidable -aún; pero volvió á la serenidad, al ver -que don Lucas se levantaba conmovido, y, tuteándome -de nuevo, me decía:</p> - -<p>—Pues no te la acepto, no puedo aceptártela... -Tú tienes mucha, pero mucha dignidad, -hijo mío. ¡Este niño irá lejos, hay que imitarle!—agregó, -señalándome con ademán ponderativo -á la admiración de mis estupefactos camaradas.—¡La -dignidad es lo primero!... Mauricio -Gómez Herrera seguirá desempeñando sus -funciones de monitor, y Pedro Vázquez sufrirá -el castigo que se le ha impuesto. He dicho... -¡Y silencio!</p> - -<p>La clase estaba muda, como alelada; pero -aquel «¡silencio!» era una de esas terminantes -afirmaciones de autoridad que deben hacerse -en los momentos difíciles, cuando dicha autoridad -peligra, para que no se produzca ni siquiera -un conato de rebelión; aquel «¡silencio!» -era, en suma, una declaración de estado -de sitio, que yo me encargaría de utilizar en -servicio de la buena causa, desempeñando el -papel de ejército y policía al mismo tiempo.</p> - -<p>Sólo Vázquez se atrevió á intentar una protesta, -balbuciendo entre indignado y lloroso un:</p> - -<p>—¡Pero, señor!...</p> - -<p>—¡Silencio he dicho!... Y dos horas más, -por mi cuenta.</p> - -<p>Acostumbrado á obedecer, Vázquez calló y se -quedó quietecito en su banco, mientras una -oleada de triunfal orgullo me henchía el pecho -y me hacía subir los colores á la cara, la sonrisa -á los labios, el fuego á los ojos.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_16" id="Page_16">[16]</a></span></p> - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">III</h3> -</div> - -<p>Este acontecimiento, que debió abrir un abismo -entre Vázquez y yo, provocando nuestra -mutua enemistad, resultó luego, de manera lógica, -punto de partida de una unión, si no estrecha, -bastante afectuosa, por lo menos. Para -esto fué, naturalmente, necesaria una crisis.</p> - -<p>Sufrió el castigo con estoica serenidad, quedándose -en la escuela, durante dos días, hasta -ya entrada la noche; pero, al tercero, antes de -la hora de clase, me esperó en un campito de -alfalfa que yo cruzaba siempre, y, en aquella -soledad, me desafió á singular combate, considerando -que mis fueros desaparecían extraterritorialmente -de los dominios de don Lucas.</p> - -<p>—¡Vení, si sos hombre! ¡Aquí te voy á enseñar -á que les pegués á los chicos!</p> - -<p>Todo mi amor propio de varón, sublevándose -entonces, me hizo renunciar por el momento -á las prerrogativas que él consideraba, erróneamente, -suspendidas en la calle, con ese desconocimiento -de la autoridad que caracteriza á -nuestros compatriotas. Sentí necesaria, con romántica -tontería, la afirmación de mi superioridad -hasta en el terreno de la fuerza, y contesté:</p> - -<p>—¡Aquí no! Soy monitor, y no quiero que -los muchachos me vean peleando; pero en cualquiera -otra parte soy muy capaz de darte una -zurra, para que aprendás á meterte á sonso.</p> - -<p>—¡Vamos donde querrás, maula!</p> - -<p>Nos dimos de moquetes, no lejos de allí, en -un galpón desocupado, supletorio depósito de -lanas, y debo confesar que saqué la peor parte -en la batalla. La excitación nerviosa dió á Vázquez -una fuerza y una tenacidad que nunca le -<span class="pagenum"><a name="Page_17" id="Page_17">[17]</a></span> -hubiera sospechado. Ambos llegamos tarde á -la escuela, con la cara amoratada, pero él no -habló ni yo me quejé, aunque me hubiera sido -muy fácil la venganza. Aquel era mi primer -duelo formal—toda proporción guardada,—y el -duelo, aun entre muchachos, ha sido siempre -para mí, no una costumbre, sino una institución -respetabilísima, que contribuye eficazmente -al sostenimiento de la sociedad, un complemento -imprescindible de las leyes, aleatorio á -veces, si se quiere, pero no más aleatorio y más -arbitrario que muchas de ellas. En el caso insignificante -que refiero, sirvió para zanjar entre -Vázquez y yo, diferencias que con otros trámites -hubieran podido llegar al odio, y que, gracias -á él, no dejaron huellas, pues mi adversario no -supo nunca cómo agradecer mi caballerosidad -después del combate, y hasta creo que se consideró -vencido, para retribuir de algún modo -mi hidalguía. Los mismos tribunales, á quienes -muchos querrían confiar la solución de toda -clase de cuestiones, aun en el orden moral, -dejan á menudo heridas más incurables y dolorosas -que las de una partida de armas... ó -de puños.</p> - -<p>Esta manera de considerar el duelo—confusa -é instintiva entonces, pero clara y lógica -hoy—me había sido inspirada por algunas lecturas, -pues ya comenzaba á devorar libros,—novelas, -naturalmente.—Y si Don Quijote me -aburría, porque ridiculizaba las más caballerescas -iniciativas, encantábanme las otras gestas, -en que la acción tenía un objeto real y arribaba -á un triunfo previsto é inevitable. No me preocupaban -las tendencias buenas ó malas del -héroe, su concepto acertado ó erróneo de la moral, -porque, como el obispo Nicolás de Osló, -«me hallaba en estado de inocencia é ignoraba -la distinción entre el bien y el mal», limbo del -<span class="pagenum"><a name="Page_18" id="Page_18">[18]</a></span> -que, según creo, no he llegado á salir nunca. -Las hazañas de Diego Corrientes, de Rocambole, -de José María, de Men Rodríguez de Sanabria, -de d'Artagnan, del Churiador, de don -Juan y de otros cientos, eran para mí motivo de -envidia, y sus peregrinas epopeyas formaban -mi único bagaje histórico, sociológico y literario, -pues el Facundo quedaba fuera de mi alcance -y la Historia del Deán Funes me aburría -como un libro de escuela. El universo, más -allá de Los Sunchos, era tal como aquellas -obras me lo pintaban, y al que quisiera hacer -buena figura en el mundo, imponíase la imitación -de alguno de los admirables personajes, -héroes de tan estupendas aventuras, siempre -coronadas por el éxito. Cambiábamos libros con -Vázquez, desde que la conciencia de nuestro -propio valor nos hizo amigos; pero yo estimaba -poco lo que él me daba—narraciones de viaje -y novelas de Julio Verne, principalmente,—mientras -que él desdeñaba un tanto mis divertidas -historias de capa y espada, considerándolas -tejido de mentiras.</p> - -<p>—Como si tus «Ingleses en el Polo Norte» -no fueran una estúpida farsa—le decía yo.—José -María será un bandido, pero es, también, -un caballero valiente y generoso, y Rocambole -era más «diablo» que cualquiera...</p> - -<p>Sólo estábamos de acuerdo en la admiración -por las «Mil y una noches», pero nuestros conceptos -eran distintos: él se encantaba con lo -que llamaré su «poesía» y yo con su acción, con -la fuerza, la riqueza, el poder que suelen desbordar -de sus páginas. Este modo de ver, esta -tendencia, mejor dicho, pues era subconsciente -aún, me llevó á acaudillar, como Aladino, una -pandilla de muchachos resueltos y semisalvajes, -que me proclamaron capitán, apenas reconocieron -mi espíritu de iniciativa, mi imaginación -<span class="pagenum"><a name="Page_19" id="Page_19">[19]</a></span> -siempre llena de recursos, mi temeridad -innata y la egida invulnerable con que me revestía -mi apellido. Con esta cuadrilla, en la que -en un principio figuró Vázquez, hacíamos verdaderas -incursiones, conquistando gallineros, -melonares, zarzos de parra, higuerales y montes -de duraznos. Pedro, que en los comienzos -era uno de los más entusiastas, como si lo embriagara -aquel ambiente de desmedida libertad, -desertó desde la noche en que bañamos en petróleo -á un gato y le prendimos fuego, para -verlo correr en la obscuridad como un ánima -en pena. Yo también me arrepentí de semejante -atrocidad, pero nunca quise exteriorizarlo -ante mis subalternos, para no revelar flaqueza; -por el contrario, recordando la hazaña, solía -decirles con sonrisa prometedora:</p> - -<p>—Cuando cacemos un gato...</p> - -<p>Pero no reincidimos nunca, y nadie reclamó -la repetición de aquella escena neroniana que -había resultado tan terrible. No nos faltaban, -por fortuna, otros entretenimientos. ¡Qué vida -aquélla! ¡Cuánto daría por volver, siquiera -un instante, á los dulces años de mi infancia! -¡Cuánto! ¡y sólo me resta el tibio consuelo de -recordarlos y revivirlos como en sueños al escribir -estos garabatos!</p> - -<p>¡Qué magnas empresas las de entonces! En -invierno, predispuestos, sin duda, por la displicencia -de los días nublados y lluviosos, hacíamos -de salteadores, ahondando, por ejemplo, -las huellas pantanosas en el camino de la -diligencia para tratar de que volcara el pesado -vehículo, atestado de carga y pasajeros,—proeza -que realizamos una vez.—Atravesábamos la -calle con una cuerda, á una cuarta del suelo, -para que rodaran los caballos, ó quitábamos las -chavetas de los carros abandonados un instante -á la puerta de los despachos de bebidas -<span class="pagenum"><a name="Page_20" id="Page_20">[20]</a></span> -para darnos el placer de verles perder una rueda. -Poníamos, así, en escena, episodios de Gil -Blas ó de Paquillo Aliaga, que yo contaba compendiosamente -á «mis hombres», sugiriéndonos -que éramos la banda de Rolando ó de Juan -Bautista Balseiro, y la imaginación se encargaba -de complementar lo que en nuestro acto -quedaba de trunco y de estéril: con el pensamiento -despojábamos coche y pasajeros, jinete -y montura, carro y conductor, llevándonos á la -madriguera á las personas de fuste, para exigir -luego por ellas magnífico rescate. Otras proezas -eran menos dramáticas: algunas noches -muy frías, cuando todos dormían en el pueblo, -y en nuestras casas nos creían en cama, soltábamos -un gato previamente enfurecido, ó un -perro asustado, con una lata llena de piedras -en la cola, para divertirnos viendo á los vecinos -alarmados asomarse en paños menores á -puertas y ventanas bajo la lluvia torrencial y -el viento helado.</p> - -<p>En primavera, gozábamos invadiendo los jardines -de los pocos maniáticos de las plantas, y -podando éstas hasta el tronco ó despojándolas -simplemente de todos sus botones. ¡Qué cara -la de los dueños al encontrarse, por la mañana, -con la desolación aquélla! ¡Ni la de un candidato -frustrado cuando creía más segura su elección!</p> - -<p>En verano pescábamos valiéndonos de una -especie de línea, las ropas de los que dormían -con la ventana abierta, y luego quemábamos -ó enterrábamos aquellos despojos, para no dejar -rastros de nuestra diablura, realizada sin -idea de robar, por el gusto de hacer daño y reirnos -de la gente. Así, rara vez aprovechamos -del poco dinero que quedara en los bolsillos, -por casualidad, pues en Los Sunchos, como en -todo pueblo chico, nadie tenía que pagar al -<span class="pagenum"><a name="Page_21" id="Page_21">[21]</a></span> -contado lo que compraba ó consumía, salvo, -naturalmente, por necesaria antítesis, los más -menesterosos. Eran, en fin, cosas de muchachos, -bromas sin más trascendencia que la que -debe atribuirse á una inocente travesura, y -justificadas, además, en cierto modo, pues sólo -las sufrían las personas antipáticas por su excesiva -severidad, ó las que habían merecido el -desdén, el desprecio ó el odio de mi padre; los -amigos políticos, ó de la familia, gozaban de -completa inmunidad, porque siempre ha existido -en mí el espíritu de cuerpo. Pero la gente -es tan necia que, en vez de dar á nuestros -juegos su verdadero y limitado alcance, considerándolos -ingenuos remedos de las aventuras -novelescas, se imaginó que Los Sunchos había -sido invadido por una horda de rateros y se propuso -perseguirlos hasta atraparlos ó ahuyentarlos. -¿Quiénes eran y dónde se ocultaban? -Aunque las víctimas fuesen siempre opositores -ó indiferentes, la policía y la municipalidad se -preocuparon de defenderlas, cuando las cosas -habían llegado ya muy lejos, temiendo probablemente -que la cuadrilla ensanchara su campo -de acción y cesara de respetar á los partidarios -de la buena causa. Cuando esto resolvieron -las autoridades, hubiéramos sido descubiertos -inevitablemente, á no mediar una circunstancia -salvadora: tatita, siempre al corriente -de los sucesos, dijo una tarde, en la mesa:</p> - -<p>—Por fin, nos vamos á sacar de encima esa -plaga de rateros. Esta noche caerán, sin remedio, -en la trampa. Se ha organizado una -gran batida con todos los vigilantes y algunos -vecinos voluntarios, ¡y muy diablos serán si -consiguen escaparse!</p> - -<p>Yo no eché la noticia en saco roto, corrí á -prevenir á los camaradas, y aquella noche y -las siguientes nos quedamos más quietos que -<span class="pagenum"><a name="Page_22" id="Page_22">[22]</a></span> -en misa. Pero, ¡así fué, también, el desquite, -en cuanto comenzó á relajarse la vigilancia! -Puede decirse que en Los Sunchos no quedó -títere con cabeza, y nuestras fechorías produjeron -tan honda sensación que durante mucho -tiempo no se habló sino de «la semana del saqueo» -como de una calamidad pública. Y la -imaginación popular creó toda una leyenda al -rededor de la desaparición de unas cuantas ropas, -leyenda en que figuraban el hombre-chancho, -la viuda, el lobinsón y cuantos duendes ó -fantasmas enriquecen las supersticiones criollas.</p> - -<p>En fin, para concluir con esta parte ingrata -de mis recuerdos infantiles: cierto verano surgió, -en competencia con la mía, otra banda, -acaudillada por Pancho Guerra, hijo del presidente -de la Municipalidad; muchacho envidioso -y grosero, enorgullecido por la posición del -padre, que se la debía al mío, trataba de disputarme -mi creciente influencia, sin ver que -esto no lo toleraría yo jamás. No había organizado -todavía su gente, cuando les caímos encima. -Hubo—análogo á la batalla del Piojito,—un -gran combate, al caer la tarde, en las -afueras del pueblo, junto al arroyo cuyas orillas -están cubiertas de pedregullo. Los cantos -rodados nos sirvieron de proyectiles. Quedaron -varias cabezas rotas, varias narices ensangrentadas, -una pierna quebrada en la fuga, pero -la victoria fué nuestra, tan brillante que la mayoría -de los guerristas se enroló en mis huestes, -y Pancho se quedó solo y desprestigiado -para siempre.</p> - -<p>Esta especie de pastoral de sabor tan genuino -y rústico, duró hasta mis quince años, y hoy -no puedo recordar ninguna de sus ingenuas estrofas -sin una sonrisa enternecida, sin una nubecilla -húmeda en los ojos...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_23" id="Page_23">[23]</a></span></p> - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">IV</h3> -</div> - -<p>Antes de los quince años había comenzado -ya mi historia pasional—que así debe llamarse, -libre como estaba de todo sentimentalismo.—Bajo -la influencia del clima y las costumbres—ardiente -el uno, libres las otras por su -mismo carácter patriarcal,—en los pueblos de -provincia y hasta en las capitales populosas, el -hombre despertaba en el cuerpo del niño cuando -en otros países apenas si apuntarían las primeras -vislumbres de la adolescencia. La iniciación -de los muchachos era siempre ancilar: -las inmensas casas bonaerenses, y más aún las -provincianas y campesinas, con tres grandes -patios y, á veces, huerta, llenas de vericuetos, -escondrijos y rincones no frecuentados por la -gente mayor, hacían ineficaz la vigilancia paterna -despertada por algún síntoma ó indicio -que aconsejara la represión, tanto más cuanto -que los criados eran por lo común cómplices y -encubridores, á cambio de reciprocidad<a name="FNanchor_1_1" id="FNanchor_1_1"></a><a href="#Footnote_1_1" class="fnanchor">[1]</a>. Poco -á poco, este defecto de nuestra organización -doméstica, tan contrario á los principios entonces -imperantes, ha venido modificándose, -no tanto por mayor disciplina moral, cuanto -por la fuerza de las circunstancias que, dando -enorme valor á la tierra, han empequeñecido -las casas, facilitando la observación y agrupando -más la familia. Véase cómo causas al parecer -muy lejanas en la materialidad de las cosas, -producen en la conducta de los hombres los -más inesperados efectos. En este caso, los instintos -en libertad se han visto paulatinamente -coartados por las exigencias de la vida, es decir, -<span class="pagenum"><a name="Page_24" id="Page_24">[24]</a></span> -por las manifestaciones de ellos mismos, -bajo otra forma.</p> - -<p>Yo, por mi parte, en aquel tiempo, no podía -estar menos vigilado ni gozar de mayores libertades; -era dueño de mí mismo, y en esta -independencia total realicé actos que no son -para contarlos y á los que sólo me refiero por -la influencia que tuvieron después sobre mi carácter. -Mamita pasaba los días taciturna y casi -inmóvil, cosiendo, tomando mate ó rezando, -presa de incurable melancolía, que sólo ahuyentaba -un momento para abrazarme y besarme -con transporte enfermizo. Tatita, siempre -ocupado ó entretenido fuera de casa, no tenía -tiempo ni quizás interés de imponerme una -moral medianamente rígida. No los critico ni -hay para qué. Sin duda, ella, en su candor de -mujer siempre aislada, no llegó nunca á sospechar -que mi inocencia corriera peligro, y mi -padre pensaba, probablemente, que no tenía -por qué preocuparse de cosas que habían de suceder -más tarde ó más temprano, tratándose de -un muchacho robusto, de salud de hierro, alegre, -decidido, apasionado, que sólo se enfermaba, -ó mejor, enervaba con la oposición á sus -antojos y la restricción á su autonomía. ¿Qué -quiere un padre, si no es que sus hijos resulten -bien aptos para la vida y sepan manejarse -por sí solos, en lo sentimental como en lo material, -en lo intelectual como en lo físico?</p> - -<p>Á un buen padre, como yo lo entiendo, le -basta, en suma, con que sus hijos sean inteligentes -y no le falten al respeto. Era nuestro -caso. Yo daba pruebas de no ser tonto y estaba -muy lejos de no respetar á mi padre. Por el -contrario, le admiraba y veneraba, porque era -el caudillo indiscutible del pueblo, y todos le -rendían pleito homenaje; porque siempre fué -«muy hombre», es decir, capaz de ponérsele delante -<span class="pagenum">num"><a name="Page_25" id="Page_25">[25]</a></span> -al más pintado y de arrostrar cualquier -peligro, por grave que fuese; porque tenía una -libertad de palabra demostrativa de la más plena -confianza en sí mismo; porque montaba á -caballo como un centauro y realizaba sin aparente -esfuerzo los ejercicios camperos más difíciles, -las hazañas gauchescas más brillantes, -sea trabajando con el ganado en alguna estancia -amiga, sea en las boleadas de avestruces, ó -en las carreras, en el juego del pato, en las domadas; -porque se distinguía en la taba, el truco, -la carambola, el casín, el choclón y la treinta -y una, amén de otros juegos de azar y de -destreza, y porque criaba los mejores gallos de -riña del departamento en una serie de cajones -puestos en fila, en el patio de casa, frente á -mi cuarto; porque, gracias á él, con quien nadie -se atrevió nunca, yo podía atreverme impunemente -con cualquiera. En suma, era para -mí un dechado de perfecciones, y yo me sentía -demasiado orgulloso de él, demasiado satisfecho -de su protección directa é indirecta para -que este orgullo y esta satisfacción no se tradujeran -en un gran cariño y en una veneración -sui generis, semejante al afecto admirativo hacia -el camarada más fuerte, más apto y más -poderoso, que accede, sin embargo, bondadosamente -á todos nuestros caprichos.</p> - -<p>Como más de una vez, siendo yo muy niño -aún, me llevó á las carreras, las riñas y otras -diversiones públicas, y como nunca tomaba á -mal mi presencia en aquellos sitios—ni á bien -tampoco, porque siempre hizo como que no me -veía,—pronto me aficioné y acostumbré á correr -también, la caravana, y no tardé en conocer -todos los rincones más ó menos misteriosos -de Los Sunchos, trinquetes, casas de baile y -demás. En cambio, me faltaba tiempo para -frecuentar la escuela, pese á mi cargo inamovible -<span class="pagenum"><a name="Page_26" id="Page_26">[26]</a></span> -de monitor, pero esto no era un mal, porque, -sabiendo ya leer, creo que don Lucas hubiera -podido enseñarme bien poca cosa más—quizá -la ortografía, que he ido aprendiendo luego, -en el camino.—Pedro Vázquez no faltaba, y -nunca quiso acompañarme en mis correrías á -la hora de clase.</p> - -<p>—¡Sos un sonso! ¡Para lo que se aprende -en la escuela!</p> - -<p>—Papá dice que eso es bueno, porque uno -se acostumbra á la disciplina y el trabajo, y -como me va á mandar á estudiar en la ciudad...—me -contestaba Pedro, gravemente, muy cómico -con su gran «chapona» crecedera, los pantalones -por los tobillos y el chambergo de anchas -alas.</p> - -<p>—¡Se necesita ser pavo!—reía yo, encogiéndome -de hombros y corriendo á mis diversiones -con un gran desprecio en el alma hacia la parte -tonta de la humanidad.</p> - -<p>Entretanto mi educación se completaba en -otros sentidos: iniciábame rápidamente en la -vida bajo dos formas, al parecer antagónicas, -pero que luego me han servido por igual: la -fantástica, que me ofrecían los libros de imaginación, -y la real, que aprendía en plena comedia -humana. Esta última forma me parecía -trivial y circunscrita, pero consideraba que su -mezquino aspecto era una simple peculiaridad -de nuestra aldea, y que su campo de acción estrecho, -embrionario, se ensancharía y agigantaría -en las ciudades, hasta adquirir la maravillosa -amplitud que me sugerían las novelas -de aventuras. Pero aun no sentía el deseo de -vivir la vida, para mí extraordinaria, de los -grandes centros, y el mismo proyectado viaje -de Vázquez no me causó la menor envidia; -bastábame imaginarla y soñar con ella, porque -estaba entonces harto absorbido por las personas -<span class="pagenum"><a name="Page_27" id="Page_27">[27]</a></span> -y las cosas de mi ambiente, y me decía por -instinto, sin reminiscencia histórica alguna: -«Más vale ser el primero aquí, que el segundo -en Roma». Es que, en realidad, me divertía, -satisfaciendo todos mis apetitos, en la forma -que más arriba dejo anotada. Para no ser demasiado -explícito, agregaré, tan sólo, que me -había hecho asiduo lector de Paul de Koch, de -Pigault Lebrun, del abate Prevost, traducidos -al castellano, pero que si bien estos autores me -divertían, no me contaban nada nuevo, aparte -algunas inverosímiles intrigas. Me hacían, sí, -soñar, en ocasiones, con aventuras imposibles -ó difíciles, más altas y envanecedoras que la -resignada pasividad del estropajo ó su servil -provocación. Con las vulgares realizaciones de -los libros humorísticos, luchaba en mi imaginación -el idealismo sensual de algunas novelas -románticas, y estas dos fases de la sensación, -conviviendo en mi cerebro, me hacían pensar -ora en la mujer tal cual la conocía, con el simple -atractivo del sexo, ora en esa entidad superior -de la «gran dama», golosina exquisita y -complicada.</p> - -<p>Estos sueños, no me cabía duda, eran realizables -y se realizarían después, mucho después, -cuando hubiera conquistado brillante posición, -cuando hubiera hecho... ¿Hecho, qué? -Lo ignoraba, pero debía ser alguna hazaña notable, -algo dentro del género guerrero ó político, -una victoria decisiva sobre el enemigo—¿qué -enemigo?—que me hiciera un nuevo Napoleón; -ó un triunfo colosal sobre mis adversarios—¿qué -adversarios?—llave que me abriese -de par en par las puertas del poder; ó la adquisición -de una fortuna inmensa—¿por qué -herencia, lotería ó hallazgo?—que me convirtiera -en un Montecristo criollo. Todo esto era, -naturalmente, nebuloso y variable, y mi ambiciosa -<span class="pagenum"><a name="Page_28" id="Page_28">[28]</a></span> -voluntad estaba indecisa y como ciega, -sin acertar á trazarse un camino, una norma -de conducta que la llevara á las grandes realizaciones. -Las circunstancias no eran propicias, -y largo tiempo esperé en vano una oportunidad -que me iluminara, invitándome á la acción.</p> - -<p>Sin embargo, la princesa ó su sucedáneo, estaba -muy cerca y en forma tangible: vivía -frente á casa, en un bosque durmiente, aguardando -que yo fuera á despertarla...</p> - -<p>Era la hija única de don Higinio Rivas (don -Inginio para el pueblo), personaje que compartía -con mi padre, muy secundariamente, la dirección -política del departamento. Se llamaba -Teresa y, según la ve ahora mi experiencia, no -pasaba en aquel tiempo de ser una muchacha -casi tan vulgar como su nombre (¿ó es que el -nombre me parece vulgar porque lo llevaba -ella?). Sin embargo, resultaba entonces para mí -la flor de la maravilla, porque tenía el divino -prestigio de la juventud, y porque en nuestra -democracia campesina ocupaba en realidad un -puesto análogo al de una princesa, así como yo -podía parecer un príncipe sin corona. Morena, -de cabellos y ojos negros, cara oval, nariz fina -y recta, boca grande y roja, barbilla un tanto -avanzada, sin rasgo alguno notable, tenía, no -obstante, una tez aterciopelada de morocha, -sonrosada en las redondas mejillas, que era un -verdadero encanto é invitaba á besarla, ó á -morderla como un fruto maduro. De estatura -mediana, gruesa por falta de ejercicio y exceso -de golosinas y mate dulce, parecía bajita y esto -le afeaba un tanto el cuerpo que, más esbelto, -hubiera resultado gracioso. En cambio, tenía el -don de atraer con su mirada bondadosa y suave, -como lejana ó dormida, y con su palabra -lenta y melosa á causa de un ligero ceceo y de -<span class="pagenum"><a name="Page_29" id="Page_29">[29]</a></span> -las inflexiones largas y cantantes de la voz. -Era, en suma, una criollita poco excepcional, -pero en Los Sunchos hubiera obtenido el primer -premio, á estilarse allí los concursos de belleza. -Siempre á una ventana del viejo caserón -que, rodeado de árboles, daba frente á casa en -la calle de la Constitución, Teresa, que fué mi -compañera en la primera infancia, me seguía -infatigablemente con los ojos en mis continuas -idas y venidas, sin que yo parara mientes en -aquel interés, ni tratara de investigar sus causas. -Pero cuando sentí las iniciales aspiraciones -amorosas y comencé á soñar en la mujer ideal, -el instinto me llevó á fijar la vista en ella, como -en la posible realización de mi deseo poético -de conquistar el primer perfume de una flor -de invernáculo, ó por lo menos de jardín cultivado -y custodiado. Aquel «hortus conclusus» llegó, -en fin, á detener mi atención y á despertar -en mí un sentimiento exteriormente parecido -al amor; amor cerebral, apenas, primer despertamiento -de la imaginación en consorcio con -los sentidos, como lo prueba la forma en que -me di cuenta de que lo experimentaba...</p> - -<p>Era una noche, tarde ya, y mientras todos -dormían en casa, yo leía con entusiasmo la -<cite>Mademoiselle de Maupin</cite>, de Teófilo Gautier; -como á Paolo y Francesca los amores de Lancelotto, -aquel libro sensual me produjo extraordinario -y repentino vértigo. La sugestión surgió, -imperativa, y, como si se iluminara de golpe -mi cerebro, vi rodeada de un nimbo la imagen -de Teresa, tal como nunca se había presentado -á mis ojos ni á mi imaginación, hermosa, -provocativa, con un encanto nuevo y fascinador. -Tan poderoso fué este choque recibido por -mi espíritu, que—cual si se tratara de una cita -convenida de antemano,—salté de la cama con -arrebato infantil, me vestí á toda prisa, y sin -<span class="pagenum"><a name="Page_30" id="Page_30">[30]</a></span> -pensar en la ridiculez y la inutilidad de mi acción, -salí á la calle y, envuelto en la sombra de -la noche, sola ánima viviente en el pueblo amodorrado, -comencé á tirar piedrecitas á los vidrios -de la que, improvisamente llamaba ya -«mi novia», con la esperanza de verla asomarse -y de trabar con ella el primer coloquio sentimental, -vibrante de pasión... Como ni ella ni -nadie se movió en la casa, al cabo de una hora -de salvas inútiles me volví desalentado, como -quien acaba de sufrir un desengaño terrible, -creándome toda una tragedia de indiferencia, -infidelidades y perfidias, en la que no faltaban -ni el rival, ni el perjurio, ni el arma homicida -con sus consiguientes lagos de sangre.</p> - -<p>¡Oh, imaginación desenfrenada! ¿Quién podrá -admitir que, sin otra causa que el propio -demente arrebato, aquella noche pensé en el -suicidio, lloré, mordí las almohadas y representé -para mí solo toda una larga escena de violencias -románticas?... Hoy quizá me explique -aquel estado de ánimo. De mí podía decirse, seguramente, -que por la edad y el temperamento, -amén de las lecturas especiadas, me hallaba -en el punto en que no se ama una mujer, ni -la mujer en general, sino sencillamente en que -se comienza á amar el amor; situación difícil -y peligrosa, á poco que falten los derivativos.</p> - -<p>Pero, con toda mi desesperación, después de -divagar, algo febril, acabé por dormirme tan -tranquilo, como si nada hubiese pasado. La pesadilla -en vigilia cedió su lugar al sueño sin ensueños -de la adolescencia que se fatiga hasta -caer rendida con el esfuerzo físico de largas -horas.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_31" id="Page_31">[31]</a></span></p> - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">V</h3> -</div> - - -<p>Al día siguiente, bien temprano, cuando desperté, -como si el sueño hubiese sido sólo un -paréntesis, y aunque me sintiera fresco, dispuesto -y con la cabeza despejada, reanudóse la -pesadilla y la imaginación recobró sobre mí su -imperio tiránico. Menos nervioso, sin embargo, -me vestí con un esmero que no acostumbraba, -y me dirigí á casa de Teresa, resuelto á -aclarar la situación, absolver posiciones, y, si á -mano venía, enrostrarle su desvío y acusarla de -traición. Y, en pleno drama, me sentía alegre.</p> - -<p>Ya he hablado de la vehemencia de mi carácter -y de mi empuje para realizar mi voluntad; -no extrañará, pues, que en aquella época estas -peculiaridades llegaran á la ridiculez, y menos -si se tiene en cuenta, por una parte, que dada -la inexperiencia de la muchacha mi tontería no -resultaría para ella ridícula, sino dramática, y -por otra, que aquella mañana primaveral hacía -un calor bochornoso y enervante, soplaba el -viento norte, enloquecedor, el sol, á pesar de la -hora temprana, echaba chispas, y la tierra húmeda -con las lluvias recientes, desprendía un -vaho capitoso, creando una atmósfera de invernáculo.</p> - -<p>Don Inginio acababa de salir á caballo, y Teresa -tomaba mate, paseándose lentamente en -el primer patio, cuando yo llegué. Al atravesar -nuestro jardín asoleado y la calle, cuyo suelo -de tierra abrasaba bajo el sol, sentí como un -zumbido en el cerebro, y toda mi tranquila frescura -desapareció. No vi á Teresa, no vi más -que una imagen confusa, morena y sonrosada, -con largas trenzas cadentes sobre el suelto vestido -de muselina, y olvidando toda la escena -<span class="pagenum"><a name="Page_32" id="Page_32">[32]</a></span> -combinada en mi cuarto, corrí hacia ella, la -así de la cintura y exclamé con arrebato, como -si la niña estuviera ya al corriente de cuanto -había pasado ó yo imaginara.</p> - -<p>—¿Por qué sos así?</p> - -<p>Este ex abrupto, casi demente, produjo su -efecto natural, cuya lógica comprendí, aunque -no estuviese acostumbrado á tales repulsas. No -se trataba de una de mis siervas, y aquel arranque -la sobrecogió, la espantó, la indignó. Con -violento ademán, se libertó de mi brazo, y en -su movimiento medroso y brusco dejó caer y -rodar por las baldosas el mate que se rompió -con sordo ruido, mientras la bombilla de plata -saltaba repicando con notas argentinas.</p> - -<p>La reacción se produjo bruscamente en mí. -Al acto impulsivo y brutal siguió una timidez -extrema. Quise decir algo y sólo acerté á iniciar -la frase con un risible «pero... pero...» varias -veces repetido. Traté, nuevo Quijote, de -recordar alguna circunstancia análoga, leída en -los libros, pero no evoqué sino hechos vagos y -caricaturescos, enteramente fuera de situación, -y, con el amor propio herido por la vergüenza, -allí hubiese puesto fin á las cosas, si la muchacha, -magnífica é instintivamente femenina, no -me hubiera tendido un puente y quitado toda -importancia á la escena, diciéndome con su ligero -ceceo, mientras recogía la bombilla y los -restos del mate:</p> - -<p>—¡Qué zuzto me haz dado! Eztaba diztraída.</p> - -<p>No agregó más. Era innecesario y no le hubiera -sido fácil. Pero aquellas pocas palabras -bastaron para devolverme el aplomo, y me permitieron -buscar un nuevo plan, otro punto de -partida para el ataque. Y, sin mucho cavilar, -comprendiendo instintivamente que en el presunto -<span class="pagenum"><a name="Page_33" id="Page_33">[33]</a></span> -enemigo podía ver un secreto aliado, comencé -por donde primero se me ocurrió, es decir, -por la más tonta de las trivialidades.</p> - -<p>—¿Has visto—pregunté con acento indiferente,—la -cantidad de macachines que hay en -el campo?</p> - -<p>Como si aquello la interesara de veras, sonrió, -dió un paso hacia mí, é inquirió, clavándome -los ojos, negros y francos:</p> - -<p>—¿Hay muchoz?</p> - -<p>—¡Muchísimos! ¿Querés que te traiga?</p> - -<p>—¿Con ezte zolazo? ¡No, no! Te podría dar -un ataque á la cabeza.</p> - -<p>—¡Bah! El sol no me hace nada. Siempre -ando al sol y nunca me hace nada.</p> - -<p>—Ademáz, no me guztan.</p> - -<p>Lo dijo con mucha coquetería, ruborizada, -encantadora por el ceceo, la sonrisa tierna, el -brillo feliz de los ojos. Yo busqué otro obsequio.</p> - -<p>—¿Y los huevos de gallo?</p> - -<p>—¡Oh! Ezo zí; pero no para comerloz: los -pongo en los floreros, con los penachos de cortadera, -y resultan máz bonitoz...</p> - -<p>—¡Pues ya verás! ¡Ya verás el montón que -te traigo!—exclamé con resolución, como si prometiera -realizar una hazaña, tanto que, alarmada, -tratando de detenerme dulcemente, porque -yo salía ya á toda prisa:</p> - -<p>—¡No vayas á hacer ningún dizparate, Mauricio!—suplicó.</p> - -<p>—¡Dejá, dejá no más!</p> - -<p>Y salí corriendo, sí. Por tres razones: porque -la situación, mucho menos tirante que en -un principio, no dejaba, todavía, de serme embarazosa; -porque aquel pretexto, aunque traído -de los cabellos, me servía á maravilla para -retirarme con dignidad, dejando pendiente la -escena, y porque acababa de ocurrírseme un -acto romántico que, trasnochado y todo, era -<span class="pagenum"><a name="Page_34" id="Page_34">[34]</a></span> -de los que siempre producirán gran efecto en -el corazón femenino. Huevos de gallo, no había, -por el momento, sino en una barranca á -pico, junto al arroyo, y las matas de la plantita -silvestre, cuyos frutos aovados y nacarinos -son la delicia de los muchachos, colgaban sobre -lo que podía llamarse un abismo, apenas -más arriba de las cuevas de los loros barranqueros, -expertos descubridores de sitios inaccesibles -para instalar su nido.</p> - -<p>Los que arriesgan la vida por realizar el capricho -de una mujer amada, sea en las traidoras -neveras, buscando la flor de los hielos, sea -en el cubil para recoger un guante perfumado -entre las fauces de las fieras, tenían toda mi admiración, -no sólo por su heroísmo, sino también -porque su voluntad les llevaba á la realización -de sus apasionados deseos. ¡Ésos son -hombres! Quieren un triunfo, un placer, y se -lo pagan sin fijarse en el precio, más grandes -que quien tira su fortuna por un capricho, aunque -éste sea muy grande también, pese al ridículo -de que suelen rodearlo los que no comprenden -su acción heroica. Yo me sentía capaz -de hacer lo mismo que los primeros, y agregaré -que aun me sentiría con disposiciones análogas, -si el motivo determinante fuera de mayor -cuantía. Así como en la adolescencia fuí -capaz de exponerme por ofrecer huevos de gallo -á una chiquilla, así también, ahora que peino -canas, me siento apto para intentar cualquier -esfuerzo, heroico ó no, loable ó vituperable, -si de él depende el logro de un fin que -me importe mucho. Qué fin no hace el caso. -Bástame con afirmar mi capacidad de acción.</p> - -<p>Una hora después de mi brusca partida, volvía -yo á casa de Teresa con el pañuelo lleno -de grandes perlas verdosas, semitransparentes, -que se destacaban sobre el verde más obscuro -<span class="pagenum"><a name="Page_35" id="Page_35">[35]</a></span> -y sucio de las hojas. La niña recibió el regalo -con regocijo y se empeñó en que le contara -dónde y cómo había hecho la hermosa cosecha. -En el lenguaje tosco é impreciso que -era entonces mi único medio de expresión, relaté -la aventura, el descenso hasta la mitad de -la Barranca de los Loros, valiéndome de una -cuerda atada á un árbol al borde del abismo, -los chillidos alborotados y furiosos de los loros -al creerse atacados, las oscilaciones de la cuerda -en el vacío, mientras arrancaba la fruta y -la metía en los bolsillos, el dolor de las manos -quemadas por el roce violento, la dificultad de -la ascensión final, cuando hubiera sido tan fácil, -si la cuerda alcanzara, bajar hasta el arroyo -que corría á diez metros de mis pies... Teresa, -maravillada, me acosaba á preguntas, obligándome -á completar el relato con minuciosos -detalles, muchos de ellos inventados ó evocados -de mis lecturas, para dar más realce á la -proeza. Los ojos le brillaban de entusiasmo. -Sus labios, algo gruesos y tan rojos, sonreían -con expresión admirativa, y, al propio tiempo, -angustiada, y sus mejillas se coloraban y empalidecían -alternativamente. Cuando terminé:</p> - -<p>—¡Muchaz graciaz!—murmuró.—¡Zos muy -valiente!</p> - -<p>Y se puso encarnada como una flor de seibo, -mientras bajaba la vista para mirar las frutitas -que sostenía con ambas manos en el delantal.</p> - -<p>Pensé que la situación había cambiado radicalmente; -pero no me atreví á utilizar sus -ventajas, ó no encontré el medio de aprovecharlas. -Limitéme á decir que aquello no tenía -importancia, que cualquiera hubiese hecho lo -mismo, que estaba pronto á todo por complacerla... -Me dió, en premio, un ramito de jazmines -<span class="pagenum"><a name="Page_36" id="Page_36">[36]</a></span> -del país, que ella misma cultivaba, y me -dijo sonriente, al despedirme:</p> - -<p>—Y no hagáz como antez, no seaz tan «chúcaro». -Vení á vernos de cuando en cuando.</p> - -<p>—¡Ya lo creo que vendré!</p> - -<p>Y fuí todos los días, á veces mañana y tarde, -preferentemente cuando don Inginio no estaba -en casa. Renació así la intimidad de la niñez, -pero en otra forma. Aunque evidentemente -enamorada de mí, aunque cándida y confiada, -Teresa se mantenía en una reserva que, en -otra mujer, hubiera parecido calculada y hábil. -Sin tomar demasiado á mal mis avances, -sabía tenerme á distancia y rechazar sin acrimonia -toda libertad de acción, permitiéndome, -en cambio, todas las que de palabra me tomaba. -Éstas no eran muchas, á decir verdad, -porque los abstrusos ó almibarados requiebros -que me proporcionaban algunas novelas, me parecían -incomprensibles para ella, é inadecuados -por añadidura, mientras que las fórmulas oídas -en mi mundo rústico é ignorante, las burdas -alusiones, los equívocos rebuscados y brutales, -la frase cruda, grosera, primitivamente sensual, -asomaban, sí, á mis labios, pero no salían de -ellos, por una especie de pudor instintivo que -era, más bien, buen gusto innato comenzando -á desarrollarse. Jugábamos, en suma, como chiquillos, -corriendo y saltando, nos contábamos -cuentos y ensueños, y había en ella una mezcla -de toda la coquetería de la mujer y todo el -candor de la niña, que irritaba y, al propio -tiempo, tranquilizaba mis pasiones...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_37" id="Page_37">[37]</a></span></p> - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">VI</h3> -</div> - - -<p>Tal fué la primera parte de mis primeros -amores serios, que no pasaron, naturalmente, -inadvertidos para don Inginio, quien no les puso -obstáculos, sin embargo, considerando que -el hijo de Gómez Herrera y la hija de Rivas -estaban destinados el uno á la otra, por la ley -sociológica que rige á las grandes casas solariegas, -en el sentir de los creyentes, todavía numerosos, -en estas aristocracias de nuevo ó de -viejo cuño. Aquel astuto político de aldea, calculaba, -sin duda, que si bien mi padre no poseía -una fortuna muy sólida, el porvenir que -se me presentaba no dejaría de ser, gracias á -mi nombre, fácil y brillante, sobre todo si tatita -y él se empeñaban en crearme una posición. -Ni al uno ni al otro le faltaban medios para -ello, y los dos unidos podrían hacer cuanto quisieran.</p> - -<p>Bajo y grueso, con la barba blanquecina y -los bigotes amarillos por el abuso del tabaco -negro, la melena entrecana, los ojos pequeños y -renegridos, semiocultos por espesas cejas blancas -é hirsutas, la tez tostada, entre aceitunada -y rojiza, don Inginio parecía, físicamente, un -viejo león manso; moralmente era bondadoso -en todo cuanto no afectaba á su interés, servicial -con sus amigos, cariñoso con su hija, libre -de preocupaciones sociales y religiosas, de -conciencia elástica en política y administración, -como si el país, la provincia, la comarca, fueran -abstracciones inventadas por los hábiles para -servirse de los simples, socarrón y dicharachero -en las conversaciones, á estilo de los antiguos -gauchos frecuentadores de yerras y pulperías. -Rara vez se quedaba entre Teresa y yo; -<span class="pagenum"><a name="Page_38" id="Page_38">[38]</a></span> -prefería dejar que el destino urdiera su tela, -pronto, sin embargo, á intervenir en el momento -oportuno para la mejor realización de sus -proyectos. Aunque conociera gran parte de mis -diabluras y excesos, parecía no temer que yo -abusara de la situación, quizá por su absoluta -confianza en Teresa, quizá, también, porque -contaba con mi temor y mi respeto hacia -él, considerándose excepcionalmente defendido -por su prestigio y por mi propio interés. Para -demostrarme cuál era éste, me decía, á menudo, -que mi padre y él harían de mí «todo un -hombre», haciéndome vislumbrar la fortuna y -el éxito. Teresa, al oirlo, aprobaba calurosamente, -y yo me quedaba perplejo, sin poder -adivinar sus planes, é intrigado con ellos.</p> - -<p>—¿Qué quiere decir don Inginio cuando habla -de hacerme «todo un hombre»?—pregunté -un día á Teresa.—¿Te ha dicho algo sobre -eso?</p> - -<p>—Puede ser—contestó con sonrisa indefinible, -llena de reticencias.—Lo único que puedo -decirte—agregó, muy afirmativa,—es que tatita -te quiere mucho, y que siempre hace todo lo -que dice.</p> - -<p>No tardaría, por mal de mis pecados, en conocer -aquellos proyectos, que habían de darme -los primeros días desgraciados de mi vida.</p> - -<p>Entretanto, y como si temiera un pesar futuro, -Teresa me demostraba un afecto cada vez -más tierno, entusiasta y confiado, y me miraba -con cierta admiración, dulce caricia á mi -amor propio y causa de obscura felicidad.</p> - -<p>Satisfecho por el momento con estas sensaciones -tan gratas, no intenté renovar la fracasada -tentativa y me mantuve en actitud correcta, -desahogando el exceso de mi vitalidad, -el ansia insaciada de acción, en las antiguas -correrías picarescas con los pillastres del pueblo -<span class="pagenum"><a name="Page_39" id="Page_39">[39]</a></span> -que, ya mayorcitos, habían ensanchado, como -yo, el teatro de sus diversiones, refinando -y complicando también los elementos de éstas. -Pero cada vez me sentía menos interesado por -mis camaradas. Más precoz que casi todos ellos, -atraíanme los hombres hechos y derechos, cuyos -placeres me parecían más intensos y picantes, -más dignos de mí, y por esto se me veía -continuamente en los cafés, donde se jugaba á -los naipes, en el reñidero, en las canchas, en -todos los puntos de alegre reunión, donde si no -se me recibía con regocijo, tampoco se me demostraba -enfado ni desdén.</p> - -<p>Pero esta agradable vida y mis inocentes -amores se interrumpieron á un tiempo, de allí -á poco. Tatita, inspirado por don Inginio, según -supe después—y aquí comienza la realización -de los misteriosos proyectos de éste,—declaró -un día que la enseñanza de don Lucas era -demasiado rudimentaria para prepararme al -porvenir que me estaba deparado, y que había -resuelto hacerme ingresar en el Colegio Nacional -de la capital de la provincia, antesala de la -Facultad de Derecho, á la que me destinaba, -ambicionando verme un día doctor, quizá ministro, -gobernador, presidente... Recuerdo que, -al comunicarme su decisión, lo hizo, agregando -juiciosas consideraciones:</p> - -<p>—El saber no ocupa lugar. Pero no es eso -sólo. En la ciudad te relacionarás muy bien, -gracias á mis amigos y correligionarios, y una -relación importante, una alta protección, valen -más en la vida que todos los méritos posibles. -También, sepas ó no sepas, el título de doctor -ha de servirte de mucho. Ese título es, en nuestro -país, una llave que abre todas las puertas, -sobre todo en la carrera política, donde es imprescindible, -cuando se quiere llegar muy lejos -y muy alto. Algunos han subido sin tenerlo, -<span class="pagenum"><a name="Page_40" id="Page_40">[40]</a></span> -pero á costa de grandes sacrificios, porque no -ostentaban esa patente de sabiduría que todo el -mundo acata. Pero, en fin, aunque no llegaras -á ser doctor, siempre habrías ganado, en la ciudad, -buenas cuñas para los momentos difíciles -y para el ascenso deseado, conociendo y conquistándote -á los que tienen la sartén por el -mango y pueden «hacerte cancha» cuando estés -en edad.</p> - -<p>La resolución de mi padre me dió un gran -disgusto, pues preví que cualquiera cosa nueva -sería peor que la vida de holganza y libertad -á que estaba acostumbrado. Me opuse, pues, -con toda mi alma, protesté, hasta lloré, tiernamente -secundado por mamita, que no quería -separarse de mí, y para quien mi ausencia equivalía -á la muerte, siendo yo el único lazo que -la ligaba á la tierra. Mi resistencia, airada ó -afligida, según el momento, fué tan inútil como -las súplicas maternas: tatita no cedió esta -vez, tan profundamente lo había convencido -don Inginio, entre otras cosas con el ejemplo -de Vázquez, fletado meses antes á la ciudad, -aunque su familia no tuviese los medios de la -nuestra.</p> - -<p>—Mire, misia María—dijo irónicamente mi -padre á mamá, que insistía en tenerme á su -lado.—Deje que el mocoso se haga hombre. -Prendido á la pretina de sus polleras, no servirá -nunca para nada.</p> - -<p>Mi madre calló y se limitó á seguir llorando -en los rincones, de antiguo sometida sin réplica -á la voluntad de su marido. Rogó y consiguió, -tan sólo, que se me pusiese en una casa -cristiana, donde no hubiera malos ejemplos, -perdición de los jóvenes, juzgándome, en su -candor, tan blanco é inocente como el cordero -pascual. Yo, entretanto, fuí á desahogar mi -dolor en el seno amante de Teresa.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_41" id="Page_41">[41]</a></span></p> - -<p>¡Con qué asombro vi que consideraba mi destierro -como un sacrificio penoso, pero necesario -para mi felicidad! Ganas tuve hasta de insultarla, -cuando me dijo ceceando, con los ojos -llenos de lágrimas, en su lenguaje indeterminado -á veces, que mi partida era para ella un -desgarramiento, que me iba á echar mucho de -menos y le parecería estar completamente sola, -como muerta, en el pueblo, pero que, como se -trataba de mi bien, se consolaba pensando en -volverme á ver hecho un personaje.</p> - -<p>—Además—agregó,—la ciudad te va á gustar -mucho, te vas á divertir, te vas á olvidar -de Los Sunchos y de tus amigos. ¡Esto sería -lo peor!—suspiró tristemente.—¡En cuanto le -tomes el gusto ya no querrás volver!</p> - -<p>—¡No seas tonta! ¡Lo único que yo quisiera -sería quedarme!...</p> - -<p>Llegó el día de la partida. Momentos antes de -la hora corrí á despedirme de Teresa que me -abrazó por primera vez, espontáneamente, llorando, -desvanecida la entereza que se había -impuesto para infundirme ánimo. Yo me conmoví, -sintiendo por primera vez también que -quería de veras á aquella muchacha ó que tenía -un vago temor de lo futuro desconocido y me -aferraba conservadoramente á la familia.</p> - -<p>En casa, mamita, hecha una mar de lágrimas, -renovó la escena, dramatizándola hasta el -espasmo, y su desconsuelo produjo en mí una -extraña sensación. No había que exagerar tanto; -yo no me iba á morir y puede que, por el -contrario, me esperaran muchos momentos -agradables en la ciudad... La desesperación materna -tuvo la virtud de devolverme la sangre -fría.</p> - -<p>Cuando, en la puerta de casa, se detuvo la -diligencia que, tres veces por semana, iba de -Los Sunchos á la ciudad y de la ciudad á Los -<span class="pagenum"><a name="Page_42" id="Page_42">[42]</a></span> -Sunchos, habían llegado en manifestación de -despedida los notables del pueblo: don Higinio -Rivas, alegre y dicharachero, el intendente municipal, -don Sócrates Casajuana, muy grave y -como preocupado de mi porvenir, el presidente -de la Municipalidad, don Temístocles Guerra, -protector conmigo, servil con tatita, el comisario -de policía, don Sandalio Suárez, que, tirándome -suavemente de la oreja, tuvo la amabilidad -de explicarme: «En la ciudad no hay -que ser tan cachafaz como aquí. Allí no hay -tatita que valga, y á los traviesos los atan muy -corto.» Entre otros muchos, no olvidaré á don -Lucas que creyó de su deber alabar mis altas -dotes intelectuales y de carácter, y vaticinarme -una serie indefinida de triunfos:</p> - -<p>—¡Este joven irá lejos! ¡Este joven irá muy -lejos! ¡Será una gloria para su familia, para -sus maestros—entre los cuales tengo el honor -de contarme, aunque indigno,—para sus amigos -y para su pueblo!... Estudie usted, Mauricio, -que ningún puesto, por elevado que sea, -resultará inaccesible para usted...</p> - -<p>En seguida, como si sus vaticinios fueran de -inminente realización, agregó:</p> - -<p>—Pero, cuando llegue la hora de la victoria, -no olvide usted al humilde pueblo que ha sido -su cuna, haga usted todo cuanto pueda por Los -Sunchos.</p> - -<p>—¡Sí! ¡Que nos traiga el ferrocarril, y... y -un Banquito!—dijo burlonamente don Inginio.</p> - -<p>Todos rieron, con gran disgusto de don Lucas, -que quería ser tomado en serio.</p> - -<p>Isabel Contreras, mayoral de la diligencia, -subía entretanto nuestro equipaje á la imperial—la -valija de tatita y dos ó tres maletas -atestadas de ropa blanca, de dulces y pasteles, -amén de una canasta con vituallas para almorzar -en el camino.—Muchos apretones de manos. -<span class="pagenum"><a name="Page_43" id="Page_43">[43]</a></span> -Mamita me abrazó, llorando desgarradoramente.</p> - -<p>—¡Vamos! ¡Arriba, que se hace tarde!</p> - -<p>Papá y yo ocupamos el ancho asiento del cupé, -hubo algunos gritos de despedida, recomendaciones -y encargos confusos, la galera echó á -andar con gran ruido de hierros, chasquidos de -látigo, silbidos de los postillones y ladridos de -perros, seguida á la carrera por una pandilla de -muchachos desarrapados que la acompañaron -hasta el arrabal. Teresa se había asomado á la -ventana, y, lejos ya, desde el fondo de la calle -Constitución, todavía vi flotar en el aire su pañuelito -blanco...</p> - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">VII</h3> -</div> - - -<p>El viaje en la galera, muy agradable y divertido -en un principio, sobre todo á la hora de -almorzar, que adelantamos bastante para entretenernos -en algo, resultó á la larga interminable -y molesto, aun para nosotros que no íbamos -estivados entre bolsas y paquetes, como los infelices -pasajeros del interior.</p> - -<p>—¡Qué brutos hemos sido en no venirnos á -caballo!—decía mi padre.</p> - -<p>Él utilizaba muy poco la diligencia, prefiriendo -los largos galopes que lo dejaban tan fresco -como una lechuga, y después de los cuales afirmaba -con naturalidad no exenta de satisfacción:</p> - -<p>—Veinte leguas en un día no me hacen «ni -la cola», con un buen «montado» y otro de tiro.</p> - -<p>Pero temía que la jornada fuese demasiado -penosa para mí, y no era hombre de hacer noche -en mitad del camino, pues consideraría menoscabada -con ello su fama de eximio jinete, ó, -más bien, de «buen gaucho». En cuanto á mí, -<span class="pagenum"><a name="Page_44" id="Page_44">[44]</a></span> -doce leguas era el maximum que había alcanzado -en mis excursiones, pero tampoco me asustaban -las veinte, en mi petulancia juvenil.</p> - -<p>Nuestra única diversión era mirar el campo, -que parecía ensancharse inacabablemente delante -de la galera, lanzada á todo galope de sus -doce caballos flacos y nerviosos, atados con sogas, -ensillados con cueros que ya no tenían ó -nunca habían tenido la forma de un arnés, y -tres de ellos, á la izquierda, montados por otros -tantos postillones harapientos, de chiripá, bota -de potro y vincha en la frente, sujetando las -negras y rudas crines de su cabellera. Los tres -gritaban alternativamente, haciendo girar sobre -sus cabezas la larga trenza de su arriador, -que caía implacable, ora sobre las ancas, ora -sobre la cabeza de los pobres «mancarrones». -Contreras, desde su alto pescante, con cuatro -riendas en la izquierda, blandía con la derecha -el látigo largo y sonoro, nunca quieto, azotando -sin piedad los dos caballos de la lanza y los -dos cadeneros, y la diligencia, envuelta en una -nube de polvo, iba dando saltos en las asperezas -del camino, como si quisiera hacerse pedazos -para acabar con aquella tortura que la hacía -gemir por todas sus tablas, por todos sus -hierros, por todos sus vidrios á un tiempo.</p> - -<p>Terminaba el verano. Las entonces escasas -cosechas de aquella parte del país—hoy océano -de trigo,—estaban levantadas ya, los rastrojos -tendían aquí y allí sus erizados felpudos, la -hierba moría, reseca y terrosa, y el campo árido -nos envolvía en densas polvaredas, mientras -el sol nos achicharraba recalentando las -agrietadas paredes del vehículo. En el paisaje -ondulado y monótono, el camino se desarrollaba -caprichosamente, más obscuro sobre el fondo -amarillento del campo, descendiendo á los -bañados en línea casi recta, como un triángulo -<span class="pagenum"><a name="Page_45" id="Page_45">[45]</a></span> -isósceles de base inapreciable, ó subiendo á las -lomas en curvas serpentinas que desaparecían -de pronto para reaparecer más lejos como una -cinta estrecha y ennegrecida por el roce de cien -manos pringosas. Pocos árboles, unos, verdes -y melenudos, como bañistas que salieran de -zambullirse, otros, escasos de follaje, negros y -retorcidos, como muertos de sed, salpicaban la -campiña, cortada á veces por la faja caprichosa -y fresca de la vegetación, siguiendo el curso -de un arroyo, pero sin interés, con una majestad -vaga y difusa, indiferente, en suma, para -la mayoría, y mucho más para mí, que, medio -adormecido, pensaba confusamente en mis -compañeros, en Teresa, un poco en mi madre, -desconsolada, y un mucho en la vida de desenfrenado -holgorio que llevara durante tantos años -en Los Sunchos. ¿Se había acabado la fiesta -para siempre? ¿Me aguardaban otras mejores?</p> - -<p>En las postas, mientras Contreras, los postillones -y los peones «ociosos», lentos y malhumorados, -reunían los caballos, siempre dispersos, -aunque la galera tuviese días y horas fijos -de «paso», los pasajeros todos bajábamos á estirar -las piernas entumecidas en la inmovilidad. -Como estas postas eran, generalmente, una esquina -ó pulpería—pongamos mesón, para hablar -castellano y francés al mismo tiempo,—se -explicará la inevitable ausencia del refresco hípico, -con la imperativa presencia del refresco -alcohólico. Tatita pagaba la copa á todo el mundo, -y la caña con limonada, la ginebra ó el suisé,<a name="FNanchor_2_2" id="FNanchor_2_2"></a><a href="#Footnote_2_2" class="fnanchor">[2]</a> -daban nuevas fuerzas á nuestros compañeros -de viaje para seguir desempeñando resignadamente -el papel de sardinas. ¡Cómo lo -<span class="pagenum"><a name="Page_46" id="Page_46">[46]</a></span> -adulaban, exteriorizando familiaridades que parecerían -excluir toda adulación! ¡Y cómo me -sentía yo orgulloso de ser hijo de aquel dominador, -tan servilmente acatado!...</p> - -<p>Llegamos, por fin, á la ciudad, anquilosados -por tan largas horas de traqueo. La galera rodó -por las calles toscamente empedradas, despertando -ecos de las paredes taciturnas, y haciendo -asomarse á las puertas las comadres -que nos seguían con la vista, curiosas, inmóviles -y calladas, ladrar furiosos los perros alborotadores, -correr tras el armatoste desvencijado -la turba de chiquillos sucios y casi desnudos, -cuyo entusiasmo tiene manifestaciones de -odio, en la torpe confusión de los instintos y -las sensaciones.</p> - -<p>Y, al caer la tarde, entre resplandores rojizos, -cálida y triste, la galera nos depositó frente -á la casa de don Claudio Zapata, «la casa -cristiana, donde no había malos ejemplos, perdición -de los jóvenes», reclamada por mamita. -Don Claudio y su mujer nos aguardaban á la -puerta.</p> - -<p>Ambos hicieron grandes agasajos á tatita, casi -sin parar mientes en mí, lo que me lastimó -mucho, pensando que estaban llamados á constituir -provisionalmente toda mi familia. Con la -indiferencia de mi padre y el apasionamiento -de mi madre se llegaba á un término medio mucho -más caluroso. Y esta primera impresión -tuvo una fuerza incalculable: de semihombre -que era en Los Sunchos, me sentí, de pronto, -rebajado á niño, regresión que iba á seguir experimentando -después, y que se manifestó de -nuevo, en otras proporciones, cuando me estrené -de lleno en la vida bonaerense, años más -tarde...</p> - -<p>La hembra de aquella pareja—¿era la hembra, -aquel sargentón de fornidos hombros, pecho -<span class="pagenum"><a name="Page_47" id="Page_47">[47]</a></span> -como alforjas, porte militar, gran cabellera -castaña—postiza, claro,—bozo negro en el labio, -mano de gañán, mirada imperativa, voz -agria y fuerte, nariz de loro, pie de gigante? -¿Era el macho aquel pajarraco enclenque, delgado -como una vaina de daga sobre la que se -hubiese puesto una pasa de higo con bigote y -perilla blancos (caricatura de tatita), con dos -cuentas de azabache en vez de ojos?—La hembra, -digo, al verme inmóvil y cortado, dando -vueltas al chambergo al borde de la acera, creyó -llegado el momento de representar su papel -femenino, mostrándose algo afectuosa, y se -dirigió á mí, diciéndome las palabras más agradables -y maternales que se le podían ocurrir. -Pero su voz tenía inflexiones desapacibles, y -pese á sus melosos aspavientos, me produjo -una sensación de antipatía, algo como una intuición -de que todo aquello era falso y de que -por su parte me aguardaban muchas desazones. -Tan honda fué esta impresión que—vuelto á -ser niño, como ya dije,—los ojos se me llenaron -de lágrimas que disimulé y me sorbí como -pude porque nadie advirtiera una emoción de -que nadie se preocupaba en realidad, pero que -hubiera desconsolado á mamita, si la hubiese -supuesto y que la hubiera desesperado si la hubiese -visto...</p> - -<p>Algunos amigos de mi padre, noticiosos de -su llegada, acudieron á saludarlo, y poco á poco -llenóse de gente la vasta sala desmantelada, de -la que recuerdo, como decoración y mueblaje, -una docena de sillas con asiento de paja—las -de enea ó anea de los españoles—dos sillones de -hamaca, amarillos, montados sobre simples maderas -encorvadas, paredes blanqueadas con cal, -de las que pendían algunas groseras imágenes -de vírgenes y santos, iluminadas con los colores -primarios, como las de Epinal, ó las aleluyas, -<span class="pagenum"><a name="Page_48" id="Page_48">[48]</a></span> -una consola de jacarandá muy lustroso y -muy negro, sosteniendo un niño Jesús de cera -envuelto en oropeles y encajes de papel, el piso -cubierto con una vieja estera cuyas quebrajas -dibujaban el damero de los toscos ladrillos que -pretendía disimular, y el techo de cilíndricos -troncos de palma del Paraguay, blanqueados -también y medio descascarados por la humedad, -como si tuvieran lepra.</p> - -<p>Dos chinitas descalzas y vestidas con una especie -de bolsas de zaraza floreada, atadas á la -cintura formando buches irregulares y sin gracia, -con las trenzas de crin, azul á fuerza de -ser negro, pendientes á la espalda, la tez muy -morena, las narices chatas, la mirada esquiva -y recelosa como de animal perseguido, los ademanes -bruscos é indecisos, como de semisalvajes, -hacían circular entre las visitas el interminable -mate siruposo, endulzado con grandes -cucharadas de azúcar rubia de Tucumán, acaramelada -con un hierro candente y perfumada -con un poco de cáscara de naranja. Eran el -acabado reflejo de las chinas de casa—que no -he descrito,—pero menos resueltas, menos vivarachas, -menos bonitas y más desarrapadas -también.</p> - -<p>Yo me aburría solemnemente, fuera del ancho -círculo regular que formaban las visitas, -sentado en un rincón obscuro, olvidado por todos, -muerto de hambre, de cansancio y hasta -de sueño, porque después de escuchar un rato -la chismografía social y política á que se entregaban -aquellos ciudadanos, hablando á ratos -cuatro y cinco á la vez, mi atención se había -relajado y me dejaba presa de un sonambulismo -que sólo me permitía oir palabras sueltas, -que no me sugerían sino imágenes borrosas é -inconexas. Mi padre puso, por fin, término á -esta situación, proponiendo un paseo «para estirar -<span class="pagenum"><a name="Page_49" id="Page_49">[49]</a></span> -las piernas», frase cuyo significado interpreté -al momento: irían hasta el café ó el club -á jugar al billar ó el truco, y á beber el vermouth -de la tarde. Fuí el primero que se puso -en pie lanzando un suspiro de liberación. De los -visitantes, unos se excusaron, otros se dispusieron -á acompañar á tatita.</p> - -<p>—¡No vuelvan tarde, que pronto va á estar la -cena!—recomendó misia Gertrudis con una -sonrisa avinagrada, la más dulce, sin embargo, -de su corto repertorio.</p> - -<p>Salimos, pues, y en el trayecto comencé á -conocer la «maravillosa» ciudad de calles angostas -y rectilíneas formadas por caserones á la -antigua española, de un solo piso, algunas con -portales anchos y bajos, pretendidamente dibujados -á lo Miguel Ángel, sobre cuyo dintel solía -verse, entre volutas, ya una imagen de bulto, -ya el monograma I. H. S., flanqueados, algo -más abajo, por series de ventanas con gruesas -y toscas rejas de hierro forjado. Á cada cien -varas ó menos se veía la fachada, el costado ó -el ábside de alguna iglesia ó capilla, el largo -paredón de un convento, y de algunas tapias -desbordaban sobre la calle las ramas de las higueras, -el follaje de las parras, el verdor grisáceo -de durazneros y perales polvorientos. Por -las ventanas abiertas solían entreverse, al pasar, -las habitaciones interiores de las casas, -análogas á la sala de don Claudio, con escasos -muebles, piso de ladrillo ó de baldosa, tirantes -visibles, paredes encaladas é ingenuos adornos -cuyo motivo principal eran las estampas de -santos, las vírgenes de yeso, y á veces un retrato -de familia groseramente pintado al óleo. -Todo aquello era primitivo, casi rústico, de un -mal gusto pronunciado y de una inarmonía -chocante, pero debo confesar que esta impresión -es muy posterior á mi primera visita, porque -<span class="pagenum"><a name="Page_50" id="Page_50">[50]</a></span> -entonces, sin entusiasmarme desmedidamente, -la ciudad me causó un efecto de lujo, -de grandeza y de esplendor que nunca había -experimentado en Los Sunchos. ¡Qué hacerle! -¡Nadie nace sabiendo!</p> - -<p>Sin embargo, más que todo aquello, me gustó -la plaza pública, muy vasta y llena de árboles, -con una gran calle circular de viejos paraísos -cuyas redondas copas verde obscuro se -unían entre sí formando una techumbre baja, -una especie de claustro lleno de penumbra por -el que se paseaban, en fila, dándose el brazo, -grupos de niñas cruzados por otros de jóvenes -que las devoraban con los ojos ó las requebraban -al pasar, mientras que los viejos—padres -benévolos y madres ceñudas,—sentados en los -escaños de piedra ó de listones pintados de verde, -mantenían con su presencia la disciplina y -el decoro.</p> - -<p>Apenas mi padre entró en el Café de la Paz -con sus amigos, me hice perdiz y corrí á fumar -un cigarrillo en el quiosco de madera que, para -la música de las «retretas», se elevaba en mitad -de la plaza, olvidado del hambre por el gusto de -verme libre después de tan larga sujeción. -Allí, entre nubes de humo, contemplé admirado -aquel, para mí enorme, hormiguear de gente, -y tras de los árboles, las casas y las pardas -torres de las iglesias, allá lejos, las colinas que -circundan la ciudad dejándola como en un pozo -y que el sol poniente iluminaba con fulgores -morados y rojizos. Y, de repente, un hondo, -un irresistible sentimiento de tristeza se apoderó -de mí: encontrábame solo, abandonado,—como -si aquel cinturón de colinas me separara -del mundo,—en medio de tanta gente y -tantas cosas desconocidas, y me imaginé que -así había de ser siempre, siempre, porque no -existía ni existiría vínculo alguno entre aquella -<span class="pagenum"><a name="Page_51" id="Page_51">[51]</a></span> -ciudad y yo. Ningún presentimiento profético -me entreabrió el porvenir; todas mis ideas iban -directamente hacia el pasado. Volví á experimentar, -más aguda, la sensación de hambre, -pero aquella congoja del estómago, más que física, -parecía producida por el miedo, por una -espectativa temerosa, como cuando, muy niño -aún, los cuentos de la costurera jorobada me -sugerían la presencia virtual de algún espíritu -maléfico ó la aproximación de algún peligro -desconocido. ¡Me sentí tan pequeño, tan débil, -tan incapaz hasta de defenderme!... El mismo -exceso de esta sensación hizo que la sacudiese, -levantándome de pronto y corriendo hacia el -Café de la Paz.</p> - -<p>Cuando entré, las luces de petróleo, el rumor -de las conversaciones, el chas-chas de las bolas -en el inmenso billar, la presencia de mi padre -y sus amigos me devolvieron la calma. Como -todavía recuerdo el aspecto del cielo y de las -cosas en aquella tarde memorable, creo que me -había perturbado—ayudándola el cansancio y -el trasplante,—la intensa melancolía del crepúsculo.</p> - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">VIII</h3> -</div> - - -<p>En casa de Zapata nos aguardaba hacía rato -la cena, gargantuesca como toda comida de gala -en provincia.</p> - -<p>Alrededor de la mesa de mantel largo, muy -blanca pero con tosca vajilla de loza y gruesos -vasos de vidrio, además de don Claudio, misia -Gertrudis, mi padre y yo, sentáronse varios -convidados de importancia: don Néstor Orozco, -rector del Colegio Nacional, don Quintiliano -Paz, diputado al Congreso, el doctor Juan -Argüello, abogado y senador provincial, don -<span class="pagenum"><a name="Page_52" id="Page_52">[52]</a></span> -Máximo Colodro, intendente de la ciudad, y el -doctor Vivaldo Orlandi, médico italiano, situacionista, -que acumulaba los cargos de director -del hospital, médico de policía y de la municipalidad, -profesor del Colegio Nacional y no recuerdo -qué otra cosa, con gran ira y escándalo -de sus colegas argentinos.</p> - -<p>El que absorbió toda mi atención en los primeros -momentos fué, con justicia, el doctor -Orlandi. Hombre de cincuenta y cinco á sesenta -años, alto, delgado, seco, de ojos negros -pequeños y vivísimos, cutis aceitunado y rugoso, -nariz aguileña algo rojiza en el extremo, -gran cabellera que, como el bigote y la perilla -que llevaba á lo Napoleón III, era de un negro -tan negro que resultaba sobrenatural, decía pocas -palabras, con rudo acento piamontés, en tono -siempre sentencioso y dogmático. Después -me aseguraron que era un cirujano habilísimo, -el mejor de las provincias, y que en su mano -hubiera estado conquistar, como médico, la -misma capital de la república. Esto no me admiró -tanto como su sombrero de copa, inmenso -y brillante, que llevaba de medio lado y hundido -hasta las cejas cuando andaba por la calle -y que, en la circunstancia, había puesto cuidadosamente -sobre una de las consolas de jacarandá. -También me ocupó don Néstor, anciano -bajo y grueso, blanco en canas, de cara de luna -llena, muy risueño siempre, amable conversador -de ancha y roja boca, cuyos labios carnosos -y sensuales relucían húmedos como besando las -palabras que modulaba no sin gracia con una -especie de cadenciosa melopea. Le gustaba hablar -de «los tiempos de antes», y al referirse -á su juventud parecía buscar el testimonio de -misia Gertrudis con una sonrisa picarescamente -expresiva. Varias veces se insinuó en la mesa -que «había sido muy diablo», cosa que me -<span class="pagenum"><a name="Page_53" id="Page_53">[53]</a></span> -hizo mucha gracia, sobre todo cuando replicó:</p> - -<p>—Y no lo tienten al diablo... Porque todavía, -todavía... Y acuérdense que más sabe por -viejo que por diablo... ¿No es así, misia Gertrudis?</p> - -<p>—¿Qué quiere que yo sepa, don Néstor?—contestó -evasivamente el sargentón, con un tono -de enfado que hizo sonreir á todos menos el -marido.</p> - -<p>Cuando mi padre habló, por fin, de mí, al -servirse los postres—arroz con leche cubierto de -canela en polvo, dulce de zapallo y de membrillo -y tabletas y confites de Córdoba—yo me estremecí -en el extremo de la mesa á que me -habían relegado con la orden tradicional de «no -meter mi cuchara», vale decir de no despegar -los labios, como si quisieran que «aprendiese -para estatua». Me estremecí porque tatita -dijo:</p> - -<p>—Aquí tienen ustedes un mocito que quiere -hacerse hombre. Viene á estudiar para «doctor» -y cuenta, como yo cuento, con la ayuda de los -amigos. Es muy pollo todavía, pero tiene enjundia -suficiente para no quedarse aplastado á -lo mejor. Va á entrar al Colegio Nacional, y -usted, don Néstor, bien puede darle una manito.</p> - -<p>—Con mucho gusto—contestó el interpelado.—Hasta -le pondremos cuarta si es preciso—agregó -mirándome con sonrisa entre burlona y -afectuosa.—¿Estás bien preparado para el examen -de ingreso?</p> - -<p>—¿Cómo dice?—balbuceé, no entendiendo -la pregunta y con toda mi indígena descortesía, -como si fuera el más «chúcaro» de mis jóvenes -convecinos.</p> - -<p>—Que si has terminado tus estudios en la escuela -de Los Sunchos.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_54" id="Page_54">[54]</a></span></p> - -<p>Comprendiendo á medias, contesté, no sin -cierto orgullo:</p> - -<p>—Era monitor.</p> - -<p>—¡Ah!—exclamó don Néstor, divertidísimo.—¿Conque, -monitor? ¡está bueno! ¡está bueno! -Ser monitor no es moco de pavo, pero...</p> - -<p>Tatita corrió en mi auxilio diciendo socarronamente:</p> - -<p>—La verdad... La verdad es que no sabe -muy mucho; pero, hay que considerar... hay -que considerar lo brutos que son los maestros -de campaña... Y el tal don Lucas de Los Sunchos -es tan mulita que no sirve ni para «rejuntar» -leña... ¡Vaya, don Néstor, no se haga -el malo y no me lo abatate al chico... ya sabe -que en el camino se hacen bueyes...! ¡Y usted, -doctor—dirigiéndose á Orlandi,—dé un «arrempujoncito», -pues hombre!</p> - -<p>Esto fué dicho con tal jovialidad bonachona -que todos se echaron á reir; todos menos, naturalmente, -doña Gertrudis, que no conseguía -llegar á mostrarse amable ni aun para adular á -tatita.</p> - -<p>—Tien l'aspetto mucho inteliguente—sentenció -el doctor, examinándome con sus ojillos -escrutadores.—Y los cóvenes creollos aprenden -muy fáchile.</p> - -<p>—Eso es verdad—asintió don Néstor.—Nuestra -muchachada es viva como la luz. En -cuanto á éste, ya se despertará en el Colegio. -Si para admitir á los que vienen del campo exigiéramos -que se presentaran al examen de ingreso -como unos Picos de la Mirándola, el Colegio -quedaría monopolizado por la ciudad. Por -eso el examen es, á veces, una mera formalidad, -casi un simulacro... Podemos hacer esta -concesión, confiando en nuestro excelente plan -de estudios y en el saber de nuestros profesores. -Sí, amiguito; el Colegio Nacional no es la -<span class="pagenum"><a name="Page_55" id="Page_55">[55]</a></span> -escuela primaria de Los Sunchos. ¡Aquí se hacen -hombres!</p> - -<p>Ya apareció aquello: «¡Se hacen hombres!» -Este idiotismo había de perseguirme toda la vida -sin que hasta ahora sepa yo lo que quiere -decir.</p> - -<p>—Preséntese el niño sin cuidado—continuó -don Néstor, volviendo á su húmeda sonrisa que -había abandonado un instante.—Ahora lo tratarán -como si lo presentaran en bandeja. Pero, -después, ¡cuidado con los exámenes de fin -de curso! ¡Entonces... entonces habrá que saber, -amiguito; hay que hamacarse!</p> - -<p>Todo aquello de exámenes, colegio, profesores, -plan de estudios, me parecían á veces, -pamplinas, palabras sin sentido, gracias á mi -profunda ignorancia; pero, inmediatamente -después me intimidaban, como algo cabalístico -y misterioso, como un rito terrible y arcano -que sólo el poder de mi padre hacía accesible -para mí,—tan accesible que todas las primeras -dificultades se desvanecían ante su conjuro.—¿Por -qué no habría de seguir siempre siendo -así?... Y, ahito de comidas pesadas, mareado -por el vino fuerte y amargo de la tierra, definitivamente -rendido por la fatiga del viaje, comencé -á dar cabezazos sobre la mesa, «á pescar» -como decía tatita, soñando ya, semidespierto, -con las pruebas de las sociedades secretas -descritas en los novelones, como si se impusieran -á un ser que, ajeno á mí, fuese al -propio tiempo yo mismo.</p> - -<p>—¡Se le van los bueyes, amigo!—gritó mi -padre al verme dar con la frente en el mantel -maculado de salsas y de vino.—Váyase á hacer -nono. Mísia Gertrudis, ¿dónde es el cuarto del -chacho?</p> - -<p>—Yo lo he de llevar—dijo la vieja, levantándose -y haciendo terminar para mí aquella comida -<span class="pagenum"><a name="Page_56" id="Page_56">[56]</a></span> -que debió asumir colosales proporciones, -pues mucho más tarde parecióme oir, entre -sueños, gran vocerío é inextinguibles carcajadas.</p> - -<p>Algo monótonos, pero agradables por la libertad -que me procuraba mi papel de cola de -tatita, á quien seguía á todas partes, esquivándome -en todas para fumar ó corretear, pasaron -los días que me separaban del misterioso y -vagamente temido examen de ingreso.</p> - -<p>Entré en la vasta aula, abovedada y solemne, -pese á su poca elevación y merced á su aspecto -alargado de catacumba, y me mezclé con -otros chicos, más azorados que yo, casi sin ver -la mesa examinadora, allá, en el extremo de la -sala, destacándose con su tapete verde, su campanilla -de plata y el amenazante bombo de las -bolillas, sobre la pared blanca de cal, bajo un -gran crucifijo negro, de madera, y tras de la -cual se sentaban, en el medio don Néstor con -su sonrisa, á la derecha el doctor Orlandi con -el bigote y la perilla más negros que el betún, -y á la izquierda un hombrecillo pálido y enjuto -como un haz de sarmientos, quien, según después -supe, era el doctor Prilidiano Méndez, -profesor de latín, idólatra de esta lengua que, -muerta y todo, era para él el Paladión del saber -y la civilización humanos: quien ignorara -el latín «estaba dispensado de tener sentido común», -y quien lo supiera podía, á su juicio, ignorar -todo lo demás y ser, sin embargo, una -deslumbrante lumbrera.</p> - -<p>No entendí nada en los abracadabrantes interrogatorios -sufridos por los muchachos que me -precedieron, y preguntas y respuestas eran para -mí un zumbido molesto de cosas informes, -el rezongo de una liturgia desconocida. Pero -una desazón me oprimía el pecho, perdido ya -completamente mi aplomo de Los Sunchos, y -<span class="pagenum"><a name="Page_57" id="Page_57">[57]</a></span> -cuando me llegó la vez, á pesar de mi convicción -de invulnerabilidad, tiritando me acerqué -á la silla que, en medio de un espacio vacío y -frente al tapete verde, me parecía el banquillo -de un acusado si no de un reo de muerte...</p> - -<p>¿Qué me preguntaron primero? ¿Qué contesté? -¡Imposible reconstituirlo! Sólo recuerdo -que don Prilidiano se inclinó al oído de don Néstor, -y murmuró, no tan bajo que yo no lo oyera, -con los sentidos aguzados por el temor:</p> - -<p>—¡Pero si no sabe una palabra!</p> - -<p>—¡Bah! Para eso viene, para aprender. Es -el hijo de Gómez Herrera—dijo don Néstor.</p> - -<p>—¡Ah! entonces...</p> - -<p>El doctor Orlandi cortó el aparte, preguntándome:</p> - -<p>—¿Cuále é il gondinende más grande del -mondo?</p> - -<p>Un relámpago de inspiración me iluminó haciéndome -recordar lo que había oído de la grandeza -de nuestro país, y contesté, resuelta, categóricamente:</p> - -<p>—¡La República Argentina!</p> - -<p>Los tres se echaron á reir, Orlandi, alzando -los bigotes de tinta, don Néstor, estirando de -oreja á oreja la gruesa boca húmeda, don Prilidiano -con un ¡je, je, je! seco y sonoro como -el choque de dos tablas. Me desconcerté y una -ola de sangre me subió á la cara. Don Néstor -acudió en mi auxilio, diciendo entrecortadamente:</p> - -<p>—No es del todo exacto... pero siempre es -bueno ser patriota... ¿No aprenden geografía -en la escuela de Los Sunchos?... ¡Está bueno!...</p> - -<p>Hice ademán de levantarme, considerando -terminado el martirio con la muerte moral; pero -el latinista me detuvo, haciéndome esta pregunta -fulminante:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_58" id="Page_58">[58]</a></span></p> - -<p>—¿Cuál es la función del verbo?</p> - -<p>Medio de pie, con la mano derecha apoyada -en el respaldar de la silla, clavé en él los ojos -espantados y balbucí:</p> - -<p>—¡Yo... yo no la he visto nunca!</p> - -<p>La ira de don Prilidiano quedó sofocada por -las carcajadas homéricas de los otros dos, entre -cuyos estallidos oí que don Néstor repetía:</p> - -<p>—¡Está bien, siéntese! ¡Está bien, siéntese!</p> - -<p>Completamente cortado volví á sentarme en -el banquillo, diciéndome que aquella tortura no -acabaría sino con mi muerte, material esta -vez; pero el rector acertó á contenerse y me -dijo más claro, con burlona bondad:</p> - -<p>—No, no. Vaya á su asiento. Vaya á su -asiento.</p> - -<p>Los oídos me zumbaban, pero, al pasar junto -á los bancos, parecióme oir: «Es un burro», y -pensé en huir sin detenerme, hasta Los Sunchos, -pero no tuve fuerzas. Caí desplomado en -mi asiento. ¡Cómo se habían reído de mí profesores -y alumnos! ¡de mí, de quien, en mi -pueblo, no se había atrevido nadie á reirse, de -mí, de Mauricio Gómez Herrera!...</p> - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">IX</h3> -</div> - - -<p>Como era lógico—aunque ahora quizá no lo -parezca,—entré á cursar el primer año del Colegio -Nacional, y con este favor empezó el primer -calvario de mi vida, quizás el único hasta -hoy.</p> - -<p>En cuanto supo que «había pasado», tatita se -volvió á Los Sunchos, dejándome en poder de -los Zapata, cuyos procedimientos resultaron -¡ay! muy otros que los de mis padres, y cuyo -seco rigor era la antítesis de la tolerancia cariñosa -<span class="pagenum"><a name="Page_59" id="Page_59">[59]</a></span> -ó servil á que estaba acostumbrado. En un -principio, traté de rebelarme contra esta tiranía -sobre todo contra la de misia Gertrudis; -pero mis esfuerzos se estrellaron en su carácter -inflexible, que pocas veces trataba de disimular -bajo una apariencia dulzona.</p> - -<p>—¡Es por tu bien!—me decía, después de -arrancarme á las más inocentes diversiones.—¿Qué -diría tu padre, si te dejáramos hacer lo -que quisieras, y perder el tiempo á tu antojo?</p> - -<p>—Tatita—replicaba yo airado,—no me ha tenido -nunca encerrado como un preso, y no me -perseguía como usted.</p> - -<p>—¡Es por tu bien, te repito! Y, además, seguimos -las instrucciones del mismo don Fernando. -Acuérdate de que, cuando don Néstor le -dijo que, si no estudiaba mucho, te quedarías -en primer año, tu padre me recomendó: «Átemelo -á soga corta, misia Gertrudis. ¡Téngamelo -en un puño!» ¡Ni más ni menos! ¡Y... -basta de discusión!</p> - -<p>Se marchaba y yo me quedaba temblando de -cólera y de impotencia. ¿Qué se había hecho de -mi indomable voluntad? ¡Ay! desterrado, en -el aislamiento, en un mundo desconocido y hostil, -sin los sólidos puntos de apoyo de mamita, -de los sirvientes, de todos cuantos me adulaban -para adular á mi padre, sentíame deprimido, -incapaz de iniciativa y de rebelión, desde -que mis primeros esfuerzos revolucionarios sólo -arribaron á hacer mayor la severidad de mis -carceleros. Porque los Zapata lo eran: no me -dejaban ni á sol ni á sombra, no me permitían -salir solo; inspirado por su mujer, don Claudio -me llevaba todos los días al Colegio, para hacerme -imposible el dulce vagar de la «rabona». -Los domingos y fiestas tenía que ir con ellos -á misa, al sermón, á la doctrina, y, en los intervalos, -me hacían acompañarles á recorrer las -<span class="pagenum"><a name="Page_60" id="Page_60">[60]</a></span> -calles como un bobo, cuando no á hacer visitas -que me daban un tedio mortal y acababan con -mi resto de energía. La vigilancia de misia -Gertrudis no se adormecía un momento. Me -había dado un cuarto contiguo al suyo, para -tenerme siempre á la vista ó al alcance de la -mano y de la voz; limitaba mis relaciones con -las chinitas á lo más estrictamente necesario -para mi servicio, sin dejarme charlar ni jugar -con ellas; registraba todas las noches mi habitación -y mis bolsillos para confiscarme los cigarros -y cuanto libro de entretenimiento me -procurara á hurtadillas; á media noche se levantaba -para hacer una ronda por la casa, ver -si las criadas dormían y si todo estaba en orden, -celosa, hasta la manía, de una moral que, -según las malas lenguas, no había sido su culto -cuando moza, ni aun en los umbrales de la -vejez. «Era de las que daban vuelta los santos -cara á la pared—contábanme sus contemporáneos, -años más tarde,—y don Néstor Orozco -no fué ni el primero ni el último de sus amigo», -y añadían nombres y detalles que no -hacen al caso, riéndose unos de don Claudio, -denigrándolo otros por su tolerancia según ellos -interesada. En mi tiempo, misia Gertrudis trataba -probablemente de redimir sus antiguos -pecados con la monástica austeridad de los últimos -años, ya fríos, sin sol ni flores. ¡Dios la -haya perdonado en mérito de lo que hizo gozar -y luego sufrir á los demás, si no en gracia de -los interminables rosarios que nos hacía rezar -todas las noches, de rodillas sobre el rudo enladrillado -de la sala semi á obscuras!</p> - -<p>Con todo, mi ingenio me permitía burlar de -cuando en cuando su espionaje, especialmente -para fumar y leer novelas que encuadernaba -con las tapas de los libros de texto. Pero aquel -sistema depresivo daba aparentemente sus frutos -<span class="pagenum"><a name="Page_61" id="Page_61">[61]</a></span> -que cualquier observador superficial como -misia Gertrudis y don Claudio, podía haber -juzgado benéficos y duraderos, sin que fueran, -en realidad, ni una ni otra cosa: del Mauricio -arrebatado, alegre y franco de Los Sunchos, -había hecho un muchachón disimulado, avieso -y triste, una criatura aislada y arisca, como un -perro perseguido. Ocultamente también escribí -varias veces á mi madre, quejándome de la horrible -sujeción y pidiendo que le pusiese remedio; -me contestaba, afligida, diciendo que nada -podía contra la voluntad de mi padre, que éste -estaba resuelto á «hacerme hombre», y mandándome -dulces, tabletas y un poco de dinero, -muy poco, porque tatita se lo había prohibido -por consejo y exigencia de los Zapata. De vez -en cuando, agregaba noticias de Teresa Rivas, -que siempre le preguntaba con mucho interés -por mí... Estas cartas, lejos de consolarme un -tanto, hacían mayor mi desaliento y mi depresión, -privándome de mis últimas esperanzas.</p> - -<p>Acababa de quitarme toda energía mi situación -en el Colegio, donde los condiscípulos me -demostraban la mayor antipatía, un poco por -mi culpa, sea dicho de paso, y sin que la provocara -el favoritismo de mi admisión, ni la estupenda -ridiculez de mi examen, aunque á veces -recordaran, burlándose, el famoso «Yo no -la he visto nunca». Y es que, en un principio, -falto de experiencia é iniciando una política inhábil -y contraproducente, quise imponerles el -mismo respeto y el mismo acatamiento de que -gozaba en Los Sunchos, donde «era monitor». -Esta pretensión, mezclada quizás á un poco de -envidia por mi buena figura, y de celos por cierta -condescendencia de algunos profesores, desencadenó -la enemistad de los muchachos, y el -«monitor-pajuerano», como me decían, fué la -víctima de sus camaradas, que no vislumbraban -<span class="pagenum"><a name="Page_62" id="Page_62">[62]</a></span> -siquiera, tras él, la sombra omnipotente y -amenazadora del papá. Esta enemistad, que se -traducía en agresiones colectivas, manteos, -«ronga-catonga» bailadas en torno mío, no sin -puñetazos, puntapiés, escupidas y otras amenidades -escolares, de que nunca me quejé á los -superiores por caballeresco puntillo, cedió un -tanto, casi por completo, después de varios combates -con «los más guapos», en los que, por fortuna, -resulté casi siempre vencedor. Pero la sorda -hostilidad no cesó nunca, porque, envalentonado -con mi triunfo, me mostré altivo en demasía, -y porque mi forzoso aislamiento, fuera -de las horas de clase y de los recreos en los -claustros sombríos ó en el gran patio del Colegio, -no me permitía cultivar amistad alguna, -ni aun la del mismo Pedro Vázquez, alumno -de segundo año ya. ¿Cómo hacerme de camaradas -íntimos, si don Claudio ahuyentaba en -la calle á mis condiscípulos, que de otro modo -quizás se hubieran unido á mí?</p> - -<p>El estudio me interesaba muy poco; antes -que aprender las largas lecciones de memoria, -el musa musae, el bonus, bona, bonum, la nomenclatura -interminable de los departamentos -de provincia, los cuentos insípidos del Compendio -de Historia Sagrada, prefería quedarme horas -enteras mirando al aire, evocando las risueñas -imágenes de Los Sunchos, ó rehaciendo las -complicadas intrigas de las novelas. Era el más -«burro» de la clase, pero mi insuficiencia no me -molestaba en lo más mínimo, ni por mis condiscípulos -ni por los profesores, olfateando instintivamente -en estos últimos, quizás, una insuficiencia -si no mayor, más perniciosa aún. -Salvo raras excepciones eran ignorantes, se limitaban -á tomar las lecciones con el texto en -la mano, «docti cum libro», y contestaban rara -vez á las preguntas que se les hacía para -<span class="pagenum"><a name="Page_63" id="Page_63">[63]</a></span> -aclarar una duda, maestros improvisados, en -fin, en una época en que las «cátedras» eran el -refugio de los amigos del Gobierno que no tenían -profesión ni aptitudes para ganarse el pan.</p> - -<p>Mi vida, pues, no era vida. Moríame de hastío -en casa de Zapata, que apenas recibía á dos -ó tres personas, además del cura Ferreira y de -fray Pedro Arosa, franciscano, y que no dió -fiesta alguna después de la comida en honor -de tatita; sufría y rabiaba en el Colegio, donde -lo que aprendí fué de oirlo repetir á los demás; -cada día me era más difícil procurarme novelas, -porque el dinero escaseaba mucho, pues, como -repetía misia Gertrudis:</p> - -<p>—Aquí tienes todo cuanto necesitas, y la plata -es la perdición de los muchachos, sobre todo -en una ciudad como ésta—considerando que la -dormida capital provinciana era una Babilonia, -si no un París.</p> - -<p>¿Qué hacer, entonces? ¡Volverme á Los Sunchos! -Esta idea llegó á convertirse en obsesión. -Pero, ¿cómo realizarla, sin medios, sin recursos? -En último extremo, cansado de quejarme -inútilmente á mi madre, había escrito á tatita, -pintándole mis padecimientos con los más negros -colores, y pidiéndole que me llamara á su -lado, ó, por lo menos, me hiciera tratar de un -modo más humano; pero él, convencido de que -yo exageraba, alentado por los consejos de don -Higinio, engañado por las cartas de don Claudio, -me contestó diciéndome que aguantara, -porque en la vida todo no eran rosas, y que -mayores pellejerías había pasado él cuando -muchacho para «hacerse hombre». Todavía no -me doy cuenta de lo que se proponían doña Gertrudis -y su marido tratándome así, y, á lo más -que puedo llegar, es á decirme que daban libre -curso á su carácter con los que estaban bajo su -dependencia—las chinas y yo,—y que era más -<span class="pagenum"><a name="Page_64" id="Page_64">[64]</a></span> -sabroso para ellos dominarme, engañando á tatita, -so color de rigidez de principios. No cejé, -sin embargo, y volví al asalto por la parte más -débil, escribiendo una y otra carta á mamá, con -tantas jeremiadas, revueltas entre repeticiones -y faltas de ortografía, que la buena señora se -resolvió, por fin, á desobedecer de lleno, y quizá, -por primera vez, á su marido, enviándome -algunos pesos bolivianos que yo le pedía con el -pretexto de suavizar un tanto mis amarguras -y comprar libros y otras cosas necesarias.</p> - -<p>Una vez dueño de este capital maduré mi proyecto -de fuga, no tan fácil como á primera vista -podría creerse: me costó días enteros de meditación, -pero el plan resultó de una pieza.</p> - -<p>La galera para Los Sunchos salía los lunes, -miércoles y viernes muy temprano, de una posada -céntrica, el Hotel de la Bola de Oro, y después -de atravesar la ciudad, se detenía en una -pulpería de las afueras—la Esquina del Poste -Blanco,—especie de sub-agencia para encomiendas -y pasajeros, antes de emprender seriamente -el galope, camino real adelante. Allí había -que tomarla, no cabe duda, pues atravesando -la ciudad alguien entre los acostumbrados espectadores -del paso de la galera, había de verme, -necesariamente.</p> - -<p>Los hábitos recién adquiridos de disimulo -me sirvieron en la circunstancia como si sólo -para ella me los hubieran inculcado; después -tuve ocasión de utilizarlos muchas veces con -éxito, probando que los frutos de la buena educación -no se pierden nunca. Bueno, pues; con -gran sorpresa y mucho gusto de misia Gertrudis, -que hasta entonces tenía que despertarme -tres y cuatro veces cada mañana, comencé á -madrugar por iniciativa propia, y á dar cortos -paseos, con el libro en la mano, como quien estudia, -primero en la huerta, después en la acera -<span class="pagenum"><a name="Page_65" id="Page_65">[65]</a></span> -de la calle, casi siempre á la vista de la vigilante -centinela, pero cuidando de desaparecer -á veces un momento, para que fueran adormeciéndose -sus sospechas. Cuidé también de -hablar mucho por aquellos días, de un paraje -pintoresco, á una legua ó poco más de la ciudad, -al otro extremo del Poste Blanco, que habíamos -visitado en una excursión con los Zapata, -y donde el río, que más cerca era apenas -un hilo de agua tendido sobre un inmenso lecho -de cantos rodados, ofrecía entonces, gracias -á una especie de dique natural, un buen -bañadero y un excelente sitio para pescar bagres -y dientudos. El «Mojarral» con sus sauces, -sus peces y su bañadero no se me caía de la -boca, y cualquiera hubiese jurado que yo no -pensaba en otro paraíso.</p> - -<p>—¡Así me gusta! ¡Estás muy estudioso!—decía -misia Gertrudis, no sin sorna, al verme -salir de mi cuarto, con el libro en la mano, casi -de madrugada.—Si seguís así, un día de estos -te vamos á llevar al «Mojarral».</p> - -<p>—¡Sí! Pero que sea pronto... ¡Tengo tantísimas -ganas!</p> - -<p>En fin, un martes por la noche deposité una -maletita con parte de mi ropa en el fondo de -la huerta, que daba á una calle excusada, y en -un rincón de donde podría sacarla fácilmente -sin ser visto. Me acosté, en seguida, pero no -me fué posible dormir: la fiebre me devoraba, -considerábame libre ya, y renacía en mí el muchacho -inventivo y resuelto de Los Sunchos, -aparentemente domado por el freno terrible de -los Zapata, hasta el punto de buscar en mi imaginación -cómo vengarme de misia Gertrudis. -No encontré, por el momento, castigo alguno -digno de su perversidad, y dejé que la ocasión -me ofreciera la venganza, jurándome, sin embargo, -no abandonar jamás este santo propósito. -<span class="pagenum"><a name="Page_66" id="Page_66">[66]</a></span> -Como, apenas me amodorraba, despertaba -sobresaltado, soñando que me habían descubierto, -resolví levantarme, de noche aún. Debí -hacer ruido, porque misia Gertrudis gritó de -pronto:</p> - -<p>—¿Quién anda ahí?</p> - -<p>Volví á meterme en cama, medio vestido, y -oí que la vieja se levantaba á su vez precipitadamente, -encendía luz, se asomaba á mi cuarto -y luego salía al patio á hacer una ronda extraordinaria.</p> - -<p>—¡Esta es la mía!—me dije, sin reflexionar, -inspirado por mi grande amiga, la oportunidad.</p> - -<p>Y precipitándome al dormitorio de misia Gertrudis—don -Claudio tenía cuarto aparte,—tomé -de sobre la cómoda, donde las ponía siempre, -sus magníficas trenzas castañas, que sólo se ataba -á la cabeza una vez terminadas las faenas -matinales. ¿Qué iba á hacer con ellas? No lo -sabía ni me importaba por el momento.</p> - -<p>Amaneció poco después, sin que misia Gertrudis -volviera de su inspección, y yo salí, como -de costumbre, con el libro en la mano. La -vieja estaba haciendo fuego en la cocina. Corrí -á la huerta, tiré en el lodo infecto del comedero -de los cerdos las hermosas trenzas que los «cuchis» -se encargarían de devorar ó destrozar, por -lo menos, como un plato exquisito, saqué la -maleta de su escondite, y, por las calles solitarias -aún, envueltas en húmeda neblina, me fuí -al boliche del Poste Blanco, á esperar la galera -de Los Sunchos que ya estaría por llegar. En -efecto, la aguardaba hacía dos minutos, cuando -se detuvo en la puerta, con gran ruido de -hierros y de maderas entrechocados. El mayoral, -Isabel Contreras, y los postillones, entraron -á tomar su segunda «mañanita», de caña -pura, caña con limonada ó ginebra, sorbida -<span class="pagenum"><a name="Page_67" id="Page_67">[67]</a></span> -ya la primera en la Bola de Oro, y á recoger -encomiendas, correspondencia y pasajeros, si -los había. Y había uno: yo.</p> - -<p>Contreras, que como miembro conspicuo de -la población flotante de Los Sunchos, me conocía -como á sus manos, y respetaba á tatita, á -quien, según ya dije, servía de correo especial y -de informante celoso, me hizo la mejor acogida, -no se metió en indiscretas averiguaciones á propósito -de mi presencia allí, y me dispensó el señalado -honor de invitarme á que lo acompañara -en el pescante, mientras ponía él mismo mi valija -en la imperial. Cuando hice mención de -pagar el pasaje, rechazó el dinero.</p> - -<p>—Ya me pagará don Fernando.</p> - -<p>¡Si yo hubiese sabido! ¡Cuántas semanas antes -hubiera desertado de la zapatil mazmorra!</p> - -<p>Charlando durante el viaje, y animado por -alguna libación en las postas, con la falta de -reserva que caracteriza á la petulancia infantil, -y que no había corregido del todo, todavía, pese -á la inquisitorial fiscalización de misia Gertrudis, -conté por lo largo á Contreras mis padecimientos -y mi escapatoria, cuando «ya no -podía aguantar más». Sobresaltóse el buen paisano -en un principio, pensando en sus responsabilidades, -y ya iba á arrepentirme de mi desmedida -confianza, cuando reaccionó, echóse á -reir á carcajadas, y, haciendo restallar su largo -látigo, exclamó:</p> - -<p>—¡Hijo é tigre, overo has de ser! ¡Éste no -desmiente la casta!</p> - -<p>Se rió mucho más de la jugarreta del pelo -postizo, diciendo que bien se la merecía la «perra -vieja» aquella, y después, como hombre ducho, -me aconsejó que no me dejase ver por tatita -antes de hablar con mi madre, porque las -madres son siempre las «mejores tapaderas» -para los hijos, y porque «hay que tener mucho -<span class="pagenum"><a name="Page_68" id="Page_68">[68]</a></span> -ojo con el mal genio de don Fernando». Y, para -hacerlo mejor, detuvo la galera en una callecita -solitaria, á corta distancia de casa, guardó -la maleta para enviármela más tarde, y me estrechó -campechanamente la mano con la suya, -como papel de lija, diciéndome:</p> - -<p>—Y ahora, compadre, bajesé y vaya corriendo -á su mamá, que es la única que tendrá lástima -de sus penurias... Dígale que aquí, como -en cualquiera otra parte puede «hacerse hombre».</p> - -<p>¡Hacerse hombre!... Rodó la galera, siguiendo -su camino, y yo me quedé inmóvil, alelado, -entre alegre y temeroso. Allá, muy lejos, quedaban -la ciudad, el Colegio, doña Gertrudis, -don Claudio, el latín, el infierno, como una horrible -pesadilla. Estaba en Los Sunchos, en -«mi» pueblo, en mi teatro, y aunque receloso -de lo que iba á ocurrir, me sentía con más valor, -con más fuerzas, dueño de mí mismo, en -fin!</p> - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">X</h3> -</div> - - -<p>Mi madre me recibió con transportes de alegría, -extraordinarios en ella, y después de abrazarme -y besarme mil veces, como loca, se echó -á llorar de pronto, sin preguntarme nada, mezclando -sus besos, sus abrazos, sus risas y sus -lágrimas con exclamaciones entrecortadas y frases -de cariño. Era un alma amante la de mamita, -un alma apasionada que, sin embargo, -no pudo tener en la vida más pasión que yo, -olvidada como estaba por los hombres y las cosas, -y que sólo se desahogaba en una religión -muy alta y muy pura, aunque bastante velada -por la superstición, ó mejor dicho, por una especie -de iconolatría quietista. Sólo después de -<span class="pagenum"><a name="Page_69" id="Page_69">[69]</a></span> -largo rato me interrogó sobre los motivos de mi -regreso—que adivinaba perfectamente,—y se -condolió de mis padecimientos hasta las lágrimas. -También es verdad que yo los describí -con calurosa elocuencia, y que hubiera podido -conmover á otra que mi madre, siempre que -fuese crédula y blanda de corazón.</p> - -<p>—¡Has hecho bien! ¡Has hecho bien, mi -hijito, en escaparte! ¡Pobre mi hijo!—exclamaba.—Yo -hablaré con tu padre y lo convenceré -de que tienes razón.</p> - -<p>Y en un rapto de santo egoísmo, reveló el -fondo de su pensamiento:</p> - -<p>—¡Me hacías tanta falta!</p> - -<p>Cuando, á la hora de comer, tatita volvió de -sus quehaceres ó diversiones acostumbrados, -mamá, que me había hecho quedar en mi cuarto, -le habló largo rato á solas. De tiempo en -tiempo, llegaban hasta mí la voz irritada de mi -padre y la suplicante de mamita. Por fin, hubo -un prolongado silencio, que interrumpió una -china diciéndome desde la puerta:</p> - -<p>—¡Niño! ¡Don Fernando que vaya al comedor!</p> - -<p>Mi temerosa incertidumbre desapareció como -por encanto: iba á verme frente de los hechos, -con la firme voluntad de no doblegarme. -Además, auguraba mucho bueno de la forma -en que se presentaba aquel choque: si tatita -no estuviera pronto á ceder y quisiera castigarme, -se precipitaría furioso á mi cuarto, no me -llamaría al comedor.</p> - -<p>Sin embargo, me recibió con una piedra en -cada mano, colérico en apariencia, llenándome -de improperios y amenazándome con «darme -de lazazos hasta que me corriera la sangre». -Me afirmé en mi opinión de que era una tormenta -de verano y que ya comenzaba á aclarar, -<span class="pagenum"><a name="Page_70" id="Page_70">[70]</a></span> -pero no dejé de sobresaltarme un poco -cuando me dijo:</p> - -<p>—Has hecho mal, pero muy mal, y mereces -un buen castigo. Te has portado como un bellaco, -y si no fuera por tu madre, verías lo que -te pasaba. Porque ella me lo pide y por ser la -primera vez, me contento con que te vayas inmediatamente -á casa de Zapata, le pidas perdón -y no vuelvas á hacer de las tuyas. ¡Mañana -sale la galera!...</p> - -<p>Yo me encabrité, y con el pecho oprimido, -casi á punto de romper á llorar, hice un esfuerzo -y dije desgarradoramente:</p> - -<p>—¡Pero, tatita!... ¡Si son unos tiranos, unos -verdaderos verdugos! ¡Yo no he hecho nada -para que me tengan preso!... ¡No, tatita! puede -matarme, pero yo no iré... ¡Prefiero que me -mate!</p> - -<p>—¿Que no irás?—estalló mi padre indignado, -esta vez de veras, porque no toleraba la -abierta oposición.—¡Eso será lo que tase un -sastre! ¡Habráse visto! ¡Cuando yo mando se -obedece y se calla la boca! ¡Irás á la ciudad y -les pedirás perdón, canejo!</p> - -<p>—¡Fernando, por Dios!—clamó mi madre.</p> - -<p>—No tengas miedo. No le voy á hacer nada. -Pero, en cuanto á lo otro, ¡no hay tu tía! ¡Irá -á la ciudad, y más pronto que ligero!</p> - -<p>—No iré, no iré. ¡Me tiraré de la galera si -es preciso, pero no iré!</p> - -<p>Esto no lo dije. No. Hubiera sido demasiado. -Lo pensé, tan sólo, y me lo juré á mí mismo. -Á decirlo, mi padre me da sin más trámite -una zurra de no te muevas, en el arrebato -de su impulsividad.</p> - -<p>Hubo un largo silencio.</p> - -<p>—¡Bueno! ¡Ahora, á comer!—ordenó tatita, -por fin, calmado ya.</p> - -<p>La comida comenzó lúgubremente. Todos -<span class="pagenum"><a name="Page_71" id="Page_71">[71]</a></span> -callábamos, y las mismas chinitas que servían -la mesa se deslizaban sin ruido, como sombras, -asustadas por la tormenta. Hasta la lámpara de -petróleo me parecía lanzar una luz trágica sobre -el mantel. Por último, al servirse el asado -de tira con ensalada de lechuga—aún me parece -verlo en la fuente, con las angostas costillas -en forma de escalera, cubiertas de morena -película, y la gordura dorada chorreando jugos -y chirriando todavía,—mi padre me preguntó -con tono natural:</p> - -<p>—¿Y cómo ha sido eso?</p> - -<p>Repetí el relato, primero tímidamente, después -con cierta entereza, al final entusiasmado -por mis propias palabras, acumulando cargos -contra don Claudio, contra misia Gertrudis, -descubriéndolos con repentina clarividencia, inventándolos -á veces. Y, por último, indignado -de veras, exclamé:</p> - -<p>—Se vengan en mí de que son unos pelagatos, -y me hacen pagar los desaires que les hace -todo el mundo. ¡Se alegran de tener como un -sirviente, como un esclavo, nada menos que al -hijo de Gómez Herrera!...</p> - -<p>¿Quién dijo que la lisonja es la mercancía -más barata y más productiva? Sea quien sea, -dijo una gran verdad.</p> - -<p>Tatita se sintió herido en su amor propio ó -encontró aquella coyuntura favorable para hacer -una diversión y encaminarse á sus verdaderos -propósitos. El caso es que vi pasar un -relámpago por sus ojos, y juzgué que había tomado -el buen rumbo.</p> - -<p>—¡No respetan á nadie!—agregué.—Para -ellos todo es cuestión de suerte y de favoritismo, -y los más ricos y los que pueden más, no -son más que unos busca vidas.</p> - -<p>—¡Hum, hum!—hizo tatita, receloso.—¿Han -hablado de mí?</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_72" id="Page_72">[72]</a></span></p> - -<p>—¡Dios los hubiera librado! Lo que es estando -yo, no han dicho nada. Pero, como hablan -pestes de todos los amigos...</p> - -<p>—¡Está bien! ¡Está bien! ¡Ésas son suposiciones -y nada más!—interrumpió, mal engestado.</p> - -<p>—¿No te parece, Fernando—dijo mamita -después de una pausa,—que este muchacho debería -irse á acostar? Con el viaje de hoy, y las -aflicciones, si tiene que salir mañana temprano, -se nos va á enfermar...</p> - -<p>—Es posible.</p> - -<p>Mamá insistió?. La enfermedad era inevitable. -En aquel mismo instante ya tenía fiebre. Y si -caía en cama en la ciudad, ¿cómo me cuidarían? -¿No sería mejor dejarme descansar unos -días, muy pocos, hasta la vuelta de la galera, -por ejemplo?</p> - -<p>—Bueno—contestó, por fin, tatita, como -quien hace un sacrificio.—Irá en el otro viaje, -¡pero eso, sin remisión!</p> - -<p>—¡No iré nunca!—pensé.</p> - -<p>—Voy á escribir á don Claudio dándole una -satisfacción y pidiendo disculpas á misia Gertrudis -de tu parte, para que te perdone.</p> - -<p>—¡No me ha de perdonar!—murmuré.</p> - -<p>—¿Por qué? Al fin y al cabo, no has hecho -más que una muchachada.</p> - -<p>No pude menos que sonreirme.</p> - -<p>—¿Ó has hecho algo más, que no sabemos -todavía?</p> - -<p>Conociendo el carácter de tatita, no vacilé en -contarle la travesura de las trenzas, pero traté -de hacerlo con habilidad y gracia, comenzando -por describir las dos figuras de la vieja sin y -con sus postizos, la pretensión ridícula de su -coquetería senil, tan contraria á la beatería, la -rabia que me daba verla presumir de muchacha... -Cuando agregué que los cerdos se habían -<span class="pagenum"><a name="Page_73" id="Page_73">[73]</a></span> -precipitado, en el chiquero, á devorar -aquel amasijo de crines engrasadas, como si -fuera un plato delicado, y pinté la cara que -pondría misia Gertrudis buscando su cabellera, -tatita rompió á reir á carcajadas, echándose hacia -atrás en su sillón, como si estuviera asistiendo -á la escena más cómica de su vida. Estaba -derrotado...</p> - -<p>Poco rato después, me fuí, en apariencia, á -dormir, pero en realidad me quedé atisbando -para ver si tatita escribía á los Zapata, con esa -incertidumbre de los muchachos que no saben -decirse: «esto sucederá y no otra cosa». No escribió, -naturalmente, porque no era hombre de -pedir disculpas á nadie, por nada de este mundo; -en cambio, adiviné que comentaba risueño -mis aventuras de la ciudad, primero con mamita, -después con don Inginio que, sabedor de -mi escapatoria, fué á casa en procura de mayores -datos. Al oir entrar al viejo Rivas, me -acerqué al comedor para sorprender algo de lo -que dijeran. El juicio era, más bien, favorable -para mí. Don Higinio estaba pronto á creer que -los Zapata habían ido demasiado lejos, tanto -más cuanto que los muchachos criollos son amigos -de la libertad y no «hijos del rigor», y á mí -se me había transplantado violentamente de la -independencia casi total á una especie de encarcelamiento.</p> - -<p>—Pero, así y todo—terminó,—es preciso que -se haga hombre, ¿no es cierto, misia María?...</p> - -<p>Sostenido nerviosamente por las mismas -emociones, en cuanto los viejos se fueron al -club, consideré que cualquier cosa era mejor -que meterme como un tonto en cama, y sin -pedir permiso á nadie, me escabullí en busca de -mis camaradas. La visita de don Higinio me -había hecho pensar en Teresa, pero esta evocación -quedó muy en segundo término, siendo -<span class="pagenum"><a name="Page_74" id="Page_74">[74]</a></span> -lo dominante la tentadora «farra» con los amigotes. -Sin embargo, al salir muy recatadamente, -para evitar las posibles inútiles objeciones -de mamita, oí un siseo que partía de su ventana, -allí, en la casa de enfrente.</p> - -<p>Sabiendo mi llegada, Teresa me aguardaba á -la reja, segura de que iría á conversar con ella -ó temerosa de que no la recordara—caben ambas -interpretaciones en el determinismo femenil.</p> - -<p>Al sentirla allí, súbitamente despertados mis -instintos novelescos, vuelto á la vida de antes, -corrí á la ventana á saludar en ella toda la -poesía erótico-sentimental que encarnaba para -mí. Á mis transportes, al propio tiempo ingenuos -y perversos, respondió la niña con una -emoción intensa y contagiosa. Su pobre alma -se enajenaba más con los sentimientos que con -las pasiones, mientras yo, como un actor, me -entusiasmaba con el papel que las circunstancias -me distribuían, pronto á ser Otelo ó Marco-Antonio, -Don Juan ó Marsilla. La dije—y -en aquel momento yo mismo lo creía,—que había -vuelto á Los Sunchos, despreciando los esplendores -de la ciudad, sólo porque no podía -vivir lejos de ella.</p> - -<p>Y tanto efecto le produjo este eterno y tonto -estribillo, que asomando la carita morena -entre dos barrotes de hierro, me tendió como -una flor los labios frescos y rojos, para darme -el primer beso.</p> - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">XI</h3> -</div> - - -<p>Como mi fiebre de acción no me permitía -quedarme allí, platónicamente, observé á Teresa -que podrían sorprendernos y que no quería -enojar más á tatita, para quien estaba en cama -<span class="pagenum"><a name="Page_75" id="Page_75">[75]</a></span> -desde hacía mucho. Minutos después entraba -en el Café de la Esperanza, buscando á mis -amigos, y la casualidad quiso que papá estuviera -allí, jugando á la treinta y una ciega. Hizo -como que no me veía, y siguió su partida -tranquilamente. Este síntoma me pareció mucho -más favorable y decisivo que todos los anteriores. -¡Adiós los Zapata!</p> - -<p>Salí con mi pandilla, buscando un sitio más -libre para reanudar nuestras diversiones. Los -camaradas me habían recibido con grandes -muestras de alegría y entusiasmo, y como llevaba -en el bolsillo los bolivianos que Contreras -no quiso recibir, hicimos aquella noche, en el -trinquete de la Zorrita, la más memorable de -las fiestas, continuada en el mismo diapasón -hasta formar una como cuaresma de vida maravillosa, -que me parecía un sueño encantado -después de mis prisiones en la ciudad.</p> - -<p>Pero, ni aun embriagado por estas delicias, -descuidé completamente la parte seria de las -cosas, y mal seguro todavía de mi elocuencia -que podía fallar por causas exteriores y transitorias, -escribí á mi padre una larga carta, modelo -de diplomacia juvenil, y de la que destilaban -las indirectas lecciones zapatiles. Decíale -que, dado mi carácter, tan análogo al suyo—cosa -de que me enorgullecía,—la corrección de -mi conducta dependía precisamente de la mayor -ó menor amplitud de mi libertad, pues nunca -haría yo lo de otros que, desconociendo su -valor, abusan de ella hasta perderla. Á mí, como -á él, sin duda, la sujeción me enloquecía. -Su afectuosa vigilancia (tan distinta del malévolo -espionaje de gente incapaz de interpretar -acciones y menos aún pensamientos), había sido -hasta entonces más que suficiente para hacerme -cumplir con mi deber, y no valía la pena—antes -bien era un error,—cambiarla por un despotismo -<span class="pagenum"><a name="Page_76" id="Page_76">[76]</a></span> -de extraños que me impulsaba necesariamente -á la rebelión... Todo esto salvo su mejor -parecer...</p> - -<p>Ni la sintaxis era clara ni la analogía exacta, -pero el fondo resultó así. Además, las cartas -de los hijos, por vulgares que sean, resultan -para los padres una revelación y un encanto, -si no están corroídos por el cáncer de la crítica. -Y notable efecto produjo la mía en tatita. Inmediatamente -escribió á los Zapata, diciéndoles -que «por razones de salud» yo no volvería -á la ciudad, que me perdonaran si «acaso» les -había faltado en algo, y que me enviaran la -ropa y los libros... Pero antes me había arrancado -la promesa de estudiar seriamente en casa -para presentarme á fin de año como «libre» -en los exámenes.</p> - -<p>—Tienes los programas, los libros, y con lo -que has aprendido ya, podrás pasar fácilmente. -Si pasas, el año que viene te mandaré á la ciudad -en otras condiciones, sin tutores que te -majaderéen, «como un hombre». Pero para eso -hay que prometerme que te portarás bien.</p> - -<p>—¡Sí, tatita! «¡como un hombre!»—juré, -pensando para mis adentros que los hombres -suelen no portarse bien.</p> - -<p>Llegada la época de los exámenes fuí á alojarme -en la casa de huéspedes de la viuda de -Calleja, donde vivían varios estudiantes del -campo y de otras provincias. Era el prototipo -de esas posadas vergonzantes, sin respetabilidad -y al propio tiempo sin descaro, en que se -explota un nombre de familia á veces venerable, -por mercantilismo ó por necesidad—á falta -de otro medio de subsistencia,—y que abundan -en provincia. No la describiré, pero no olvidaré -nunca, tampoco, aquellos manteles inmundos -y aquel infernal desorden, en que la -patrona, las chinitas, los huéspedes y los visitantes -<span class="pagenum"><a name="Page_77" id="Page_77">[77]</a></span> -nos burlábamos como á porfía de las reglas -más elementales del buen vivir. ¡Qué casa -de Tócame-Roque ni qué Auberge du Libre -Échange! Para divertirse, allí, en la respetable -pensión de la distinguida viuda del señor Calleja, -sobrina de un obispo y tía de un diputado. -Si yo no hubiera tenido Los Sunchos, me -quedo en aquella Capua sórdida si se quiere, -pero, en cambio, tan libre, precisamente lo que -más había envidiado desde casa de Zapata... -¡Viva la libertad! y pasemos á otra cosa.</p> - -<p>¿Á qué decir que me dejaron suspenso en -varias materias—creo que cuatro de seis—y que -en otras pasé por suerte ó por benevolencia de -la mesa examinadora? ¿Para qué contar que el -latinista don Prilidiano Méndez, después de -otras preguntas, me invitó con alevosía y ensañamiento -á que declinara el «quis vel qui», del -que yo sólo sabía la aleluya de «todos los burros -se quedan aquí»? Todo aquello no me importaba -un ardite. Intuitivamente comprendía -que ni en colegios ni en facultades se aprende -nada, y hoy mismo, si quisiera ser completamente -franco... En fin, no lo diré, pero es el -caso que en nuestro país, los hombres realmente -superiores se han ilustrado casi siempre -solos, han sido autodidactas, «self made men», -mientras que los rutinarios, los mediocres, han -tenido casi siempre un diploma universitario -como un pasaporte de complacencia...</p> - -<p>Para desquitarme de los malos ratos que me -había procurado el examen, ocurrióseme darle -uno á misia Gertrudis, antes de volver á la aldea. -No tenía que quebrarme mucho la cabeza -para inventar una buena broma: abrigaba la seguridad -de que mi presencia bastaría para darle -un soponcio, y con algunos requiebros como -«¡Bicho feo! ¡Vieja mamarracho!» ú otros, estaba -seguro de mi venganza, pues rabiaría quince -<span class="pagenum"><a name="Page_78" id="Page_78">[78]</a></span> -días por lo menos. Pasé por su casa sin -verla, dos, tres veces, á la cuarta estaba precisamente -en el umbral, con su acostumbrado aspecto -de sargentón que llevase la mochila sobre -el pecho, y con una nueva cabellera castaña -más abundante y más juvenil que nunca.</p> - -<p>—¡Bicho feo!—silbé.</p> - -<p>Volvió los ojos hacia mí con tal expresión al -reconocerme, que el «¡Vieja mamarracho!» no -pudo salir de mi boca. ¡Tuve miedo, como hay -Dios! ¡Tuve miedo y eché á correr! Es la primera -y última vez que he sentido el pánico en -mi vida, como Facundo acosado por el tigre...</p> - -<p>Volví á Los Sunchos con la santa intención -de no poner de nuevo los pies en la ciudad, -y ni siquiera fingí prepararme para los misericordiosos -exámenes de marzo. No quería, no -podía renunciar otra vez, ni por un momento, -á mi individualidad, tan señalada en el pueblo -y tan desvanecida é insignificante en aquel escenario. -«Más vale cabeza de ratón que cola de -león», como decía tatita.</p> - -<p>Mamá se encargó de arreglar las cosas á medida -de mis deseos, para tenerme definitivamente -á su lado. Yo «quería trabajar, empezar -á ganarme la vida». Era lo más fácil procurarme -una ocupación, tarea ó empleo que me preparara -prácticamente á la lucha por la existencia, -ya que la teoría no era de mi agrado ni -«me entraba en la cabeza», como afirmaba yo. -Habló varias veces con tatita al respecto, y como -me valí de Teresa para conquistar á don -Higinio que, decididamente, ejercía gran influencia -sobre mi destino, papá accedió sin muchas -dificultades y diciéndose quizás que, como -me dedicaría á la política que no exige sino -«fuerza en los dedos y resolvencia», cualquier -camino era bueno, con tal que me permitiera -meterme en danza lo más pronto posible. Y el -<span class="pagenum"><a name="Page_79" id="Page_79">[79]</a></span> -intendente municipal, don Sócrates Casajuana, -á la primera insinuación me concedió un empleíto -rentado que iría preparándome á más altas -funciones.</p> - -<p>Pocos días después, á principios de año, tomé -posesión de mi empleo, y aquí comenzó -mi vida de «aprendiz de hombre...» Como todavía -era muy muchacho y poco inclinado á la -observación, las oficinas de la Municipalidad, -cerebro y corazón del pueblo, sin embargo, me -fastidiaban profundamente. Á la media hora de -estar en mi puesto, sentado á una mesa llena -de papeles inútiles, me moría de hastío y escapaba -á divertirme en otra parte. Sin embargo, -á la larga, conocí el personal superior y subalterno: -don Sócrates, el intendente, paisano astuto -y retobado, gordo y de piernas torcidas, -por andar á caballo desde niño de teta, gran -mercachifle, gran especulador, gran rata del -presupuesto; el presidente de la Municipalidad, -don Temístocles Guerra, no sé si menos tosco -ó más presuntuoso, gran comerciante también; -el tesorero, don Ubaldo Miró, que, con un sueldo -miserable alcanzaba, sin embargo, á llevar -una vida casi suntuosa, gracias á su habilidad -para el escamoteo y á la bondad benévola con -que adelantaba los sueldos á los empleados y -peones, mediante un módico interés; los secretarios, -uno de la intendencia—Joaquín Valdez—otro -del Concejo—Rodolfo Martirena—que -andaban siempre á caza de propinas, y que las -provocaban deteniendo los expedientes todo el -tiempo que podían y prolongando indefinidamente -la tramitación de cualquier asunto que -no interesara á los partidarios más caracterizados -de la «situación».</p> - -<p>Yo estaba adscripto á la Oficina de Guías, como -escribiente; pero mi jefe, Antonio Casajuana, -hermano de don Sócrates, no me observaba -<span class="pagenum"><a name="Page_80" id="Page_80">[80]</a></span> -nunca por mis ausencias, antes bien parecía -invitarme á continuar aquella nueva especie de -«rabona». Después, comprendí el por qué de su -conducta: no quería testigos molestos, y yo le -estorbaba tanto que se había quejado amargamente -á su hermano de mi nombramiento intempestivo. -Y es que cobraba de más á los ganaderos -que enviaban animales, cueros ó lanas -á otros departamentos, se robaba las estampillas -que debían quedar obliteradas en el libro de -guías, y hasta daba certificados falsos á los encubridores -de los cuatreros, ganándose así buena -parte de los abigeatos, moneda corriente entonces... -Es natural, era hermano del intendente, -su otro socio era el tesorero, ni la comuna, -ni la misma provincia, tenían fuerzas bastantes -para reprimir el cuatrerismo, y es máxima -de buen gobierno encauzar todo mal irremediable. -Cuando supe esto, más por indiscreciones -malévolas de gente envidiosa que por -observación personal, no dejé de utilizar el secreto, -modestamente, para mis gastos menudos, -sin intención de hacer fortuna, como los -otros. Siempre he sido imprevisor, y no lo lamento.</p> - -<p>En cuanto escapaba de la oficina, divertíame -corriendo el pueblo y los alrededores, á pie unas -veces, pero, generalmente, á caballo, con algunos -camaradas mayores, pero tan zánganos como -yo, y persiguiendo á las muchachas de los -ranchos y las casuchas de las afueras, con una -especie de odio, primera manifestación, todavía -desviada, de mi futura inclinación irresistible -al bello sexo.</p> - -<p>Ya iniciado en las aventuras domésticas, era -aún incapaz de cortejar en regla y con perseverancia, -pero Marto Contreras, hijo de mi amigo -el mayoral, paisanito de diez y siete á diez -y ocho años, diablo y atrevido como él sólo, -<span class="pagenum"><a name="Page_81" id="Page_81">[81]</a></span> -con quien me había ligado estrechamente, me -aleccionó, haciéndome adoptar para mis amores -un término medio rústico y brutal, cuya fórmula -es ésta: «Hay que pastoriarlas».</p> - -<p>Estos amores eran, pues, simplistas, sin preparativo -alguno, casi animales: un momento de -vértigo, una violencia y se acabó. Á veces, continuaban -algún tiempo, había hecho una conquista; -pero, en la mayoría de los casos, se me -huía después como á un enemigo. Teresa quedó -relegada al fondo obscuro de la memoria, aunque -la viese casi todos los días, al pasar.</p> - -<p>Las otras ingenuas diversiones con los camaradas—excepción -hecha de Marto,—comenzaron -á parecerme, poco después, insulsas, parangonadas -con la compañía de los empleados -de la Municipalidad, mucho más entretenidos -porque, siendo «más hombres», se pasaban el -día en peso conversando de carreras, de riñas, -de partidos de pelota, diciendo compadradas, -contando duelos y otras atrocidades, chismorreando -amoríos más ó menos escabrosos, después -de lo cual, como intervalo, salían á tomar -el vermouth (mermú) á horas de almuerzo, y -como final, al caer la tarde, hablando entonces -magistralmente de política, y combinando el -programa nocturno. Comencé á frecuentarlos, -más interesado cada día. Jugábamos al billar, -hasta que entraba la noche; comíamos en casa -ó en el restaurant, á la disparada, y después -nos reuníamos, ora aquí, ora allí, en la «timba» -del Manco, en el establecimiento de Ilka, la -polaca, donde solía haber descomunales bochinches, -y en el que nadie entraba sin que un -agente de policía lo registrase para quitarle las -armas, ó en algún otro sitio del mismo género. -Me sorprendió encontrar, alrededor de un tapete -criollo ó bajo un emparrado polaco, no -sólo á los camaradas, á los demás contemporáneos, -<span class="pagenum"><a name="Page_82" id="Page_82">[82]</a></span> -sino también á toda la flor y nata de Los -Sunchos, con el mismo don Sócrates á la cabeza. -¡Y dicen que la Grecia antigua no renace -en nuestro «páis», con Sócrates y todo!... -En fin, á la madrugada nos íbamos á acostar, -y yo gozaba de esa hora admirable en que todo -lo viviente calla un momento, reconcentrándose, -reconstituyéndose en el sueño, para despertar, -poco después, más fresco, más ardiente, -más vigoroso. Siempre he tenido un flaco por -los grandes espectáculos de la Naturaleza, y -creo que si la política no me hubiese absorbido -por completo, hoy sería el descriptor más notable -de las bellezas y la grandiosidad del paisaje -argentino.</p> - -<p>Pero no es posible repicar y andar en la procesión.</p> - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">XII</h3> -</div> - - -<p>Pocos años más tarde, una diversión de otro -orden, que me atraía muchísimo, fué el punto -de arranque de una de las manifestaciones más -significativas de mi vida.</p> - -<p>Solía yo visitar de noche la redacción de «La -Época», periódico semi oficial, sostenido por la -Municipalidad y redactado por un joven aventurero -español, que respondía al sonoro nombre -de Miguel de la Espada, mozo capaz de escribir -cuanto conviniese á los que le pagaban, y -tipo común de todos los pueblos y ciudades de -la República. La imprenta era una casucha de -tres piezas, sucia y miserable, situada á pocos -pasos de la plaza pública, en una calle adyacente. -En el primer cuartujo estaba instalada -la Redacción, con una mesa larga de pino blanco, -llena de diarios y papeles, un pupitre alto -para los libros de caja de la Administración, -<span class="pagenum"><a name="Page_83" id="Page_83">[83]</a></span> -varias sillas de enea, una silla de baqueta, de -alto respaldo, piso de ladrillos hechos polvo, -paredes blanqueadas, llenas de telarañas y manchas -de tinta y de mugre, cieloraso empapelado, -del que colgaban lamentablemente varias -tiras de papel, despegadas por las goteras... -Aquello olía á humedad, á aceite, á petróleo. -En la segunda habitación, obscura y mal ventilada, -veíanse los burros y las cajas de componer, -para los tres operarios; en la tercera estaba -la vieja prensa de mano y el catre del peón. -Allí reinaba de la Espada, y allí nos reuníamos -algunas noches varios jóvenes situacionistas, á -comentar la vida doméstica, social y política de -Los Sunchos. Eran de oir las habladurías, chismes, -críticas, difamaciones y calumnias que -formaban el fondo de aquellas amenas charlas, -análisis de la vida y milagros del pueblo entero, -en que los detalles faltantes eran substituídos -con ventaja por otros, fruto de la imaginación -de los contertulios. La famosa botica de -Paredes, llamada el «mentidero», no aventajaba -en nada á la redacción de «La Época». Allí -me inicié en todos los misterios de la aldea, conocí -la historia de todas las familias, supe las -faltas de éstos, los errores de aquéllos, los delitos -de los otros, aquilaté la virtud exigida de -las mujeres y comencé á ver otro aspecto del -mundo, quizás algo exagerado, quizás un poco -ennegrecido, pero, en resumen, muy aproximado -á la realidad.</p> - -<p>De la Espada era hombre de unos treinta -años, menudito y móvil, de ojos pequeños, llorosos -y casi sin pestañas, cetrino, con un bigotito -de cerdas, horrible, en fin, pero tan simpático -merced á su gracia madrileña, á su picaresco -pesimismo... Solía resumir las conversaciones -por medio de sentencias que constituían todo -un curso de enseñanza, la síntesis de lo nuevo -<span class="pagenum"><a name="Page_84" id="Page_84">[84]</a></span> -para mí, en aquel entonces, aunque flaquearan -bastante en cuanto á originalidad. Había sido -en pocos meses, cuanto se podía ser, desde -acomodador de teatro en Buenos Aires, hasta -director de periódico en Los Sunchos, y decía -(vaya un ejemplo):</p> - -<p>—Todas las mujeres tienen su cuarto de hora, -y el que acierte á acercárseles en ese momento, -puede estar seguro de obtenerlas.</p> - -<p>Ó bien:</p> - -<p>—Todos los hombres se venden; la cuestión -es dar con el precio.</p> - -<p>Ó bien:</p> - -<p>—Para llamar honrado á un hombre es preciso -ponerlo en la mayor necesidad, y, al mismo -tiempo, darle ocasión de que robe. Si no roba -es honrado. Pero en esas condiciones no hay -quien no robe.</p> - -<p>Igual cosa digo de la mujer honesta. No -hay mujer que no haya engañado á su marido, -por lo menos en pensamiento, si ante su vista -pasó alguien á su juicio mejor que el marido. -Ante su vista ó también ante su imaginación...</p> - -<p>Estas doctrinas me seducían, aunque hiciera -de vez en cuando algunas reservas, porque, entre -otras cosas, no podía admitir que mi madre -hubiera faltado, ni aun soñando, á sus deberes. -Pero esta excepción no alcanzaba, generalmente, -á la madre de los demás, y pecaba por exceso -de limitación. La sabiduría de de la Espada, -se infiltraba, pues, en mí, y no había de tardar -en ensayarla en la práctica de la vida.</p> - -<p>Otro entretenimiento que no debo pasar por -alto, pues tuvo cierta influencia en mi vida: -iba á menudo á tomar mate con el viejo comisario -don Sandalio Suárez, en la misma comisaría, -interesándome en la organización de la -vigilancia y otros servicios, y, sobre todo, en -los problemas policiales, aunque Sherlock Holmes -<span class="pagenum"><a name="Page_85" id="Page_85">[85]</a></span> -no hubiese nacido todavía, ni el genial Poe -y el monótono Gaboriau hubiesen llegado á Los -Sunchos. Yo interrogaba al viejo paisano acerca -de las maravillosas facultades investigadoras de -los Rastreadores, y la admirable perspicacia de -Facundo, que pinta Sarmiento.</p> - -<p>—Todas esas son camamas—contestaba don -Sandalio.—Nadie descubre á los criminales, -cuando no se entregan ellos mismos, y yo, que -te hablo, con todos mis años de policía, no he -agarrado á ninguno, sino en fragante, por casualidad, -ó porque, de sonso, se me entregó él -mismo.</p> - -<p>Me contaba sus recuerdos, casi todos político-electorales, -y varias veces me invitó á acompañarle -en sus pesquisas, en las que yo colaboraba -con entusiasmo. Recuerdo, entre otras cosas, -el asesinato de una mujer, cuyo autor busqué -por el buen método, averiguando á quién -podría aprovechar su muerte. Di con el marido, -enamorado de otra, joven y bonita, y lo hice -prender. Pero, pocas noches después, un borracho -se jactó en una trastienda de ser el asesino, -y de que nadie sospecharía de él. Detenido é -interrogado, supimos que había asesinado á la -mujer por «gusto», sin razón ni objeto, sólo -porque se le ocurrió, estando muy ebrio, al verla -asomada á la puerta de su casa... Este fracaso -no me desalentó, y hasta me propuse perseguir -y descubrir á los cuatreros que infestaban -el departamento.</p> - -<p>—¡Déjate de cuatreros!—exclamó don Sandalio, -cuando le hablé de mi intención.—Si te -metés en eso te va á salir la torta un pan! -¡El chasco que te darías si los descubrieses y -supieses que eran don, y don, y otros que tampoco -te quiero nombrar!</p> - -<p>Pero dejemos la policía para seguir el hilo de -mi historia.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_86" id="Page_86">[86]</a></span></p> - -<p>Celebrábanse entonces, como ahora, en Los -Sunchos, al mediar la primavera, fiestas populares -introducidas por los vecinos españoles y -adoptadas con entusiasmo por la población criolla: -las Romerías. En un gran terreno cercano -al pueblo alzábanse tinglados, tiendas de lona, -galpones de madera, enramadas, quioscos, -improvisándose una aldea volante, una especie -de paradero de indios, que se adornaba con banderas, -follaje, gallardetes, guirnaldas de telas -baratas y churriguerescas, y que habitaban algunos -comerciantes establecidos en el pueblo, -y muchos de ocasión, ofreciendo baratijas, géneros -y ropas ya invendibles, y sobre todo, cosas -de comer y de beber, buñuelos, cerveza, -tortas fritas, vino carlón, chorizos asados... -En la gran «carpa» de la Sociedad Española se -instalaba un bazar de caridad, atendido por las -niñas más conocidas del pueblo, y en el que se -vendían, se remataban ó se rifaban mil «clavos» -generosamente regalados por los comerciantes -fuertes. La gente menuda tenía, como diversión, -palo-jabonado, rompecabezas, calesitas; -el populacho, baile al aire libre, al son de gaitas -y tamboriles, rara vez substituídos por la -banda de música de Los Sunchos, que tocaba, -sobre todo, en la «carpa» de la Sociedad, punto -de reunión de la gente distinguida. Una atmósfera -sensual, intensificada por todos los efluvios -de la primavera, una loca necesidad de divertirse, -de gritar, de moverse, de rozarse, reinaba -en las romerías, y embriagaba á todos, comenzando -por la masa popular, para invadir -poco á poco las capas superiores. Más capitosas -que el carnaval, porque reunían á todo el mundo -en un solo sitio, el contagio sexual era en -ellas más rápido y avasallador; pero en la ingenuidad -de las costumbres, esto no lo advertían -sino el cura, que predicaba contra los excesos -<span class="pagenum"><a name="Page_87" id="Page_87">[87]</a></span> -y pedía moderación, y alguno que otro -viejo, cuyas observaciones se tomaban generalmente -como una demostración de envidia de -los que ya no pueden divertirse.</p> - -<p>Aquel año fuí el asiduo cortejante de Teresa, -un poco por iniciativa propia, un poco porque -ella halló manera de cautivarme con sus monadas, -acercándoseme á cada rato, en un principio, -con el pretexto de ofrecerme cedulillas de -la rifa, ó artículos del bazar de Caridad. Bailamos -toda la noche, cuantas veces se organizó -el baile para la «gente decente», en un tablado -hecho á propósito junto á la «carpa» de la Sociedad; -le di el brazo, acompañándola cuando ejercía -sus funciones de vendedora á través de la -multitud acudida del pueblo y de las aldeas y -estancias vecinas, y no desperdicié la ocasión -de decirla mil ternezas que la conmovían y la -enajenaban, hasta el extremo de sentirla temblar, -al apoyarse con abandono en mi brazo.</p> - -<p>—¡Pero eres un malo, un perverso!—me decía.—¡No -te puedo creer! ¡Si me quisieras de -veras no te pasarías los meses enteros sin ir -á verme!</p> - -<p>¿Era el cuarto de hora de de Espada <i lang="fr" xml:lang="fr">d'aprés</i> -Rabelais? Así lo creí, pues le declaré que si no -iba á verla era porque «me daba rabia» hablar -con ella, habiendo gente delante, ó con una reja -de por medio.</p> - -<p>—Si me esperaras en la huerta, donde podemos -conversar á gusto, yo iría á verte todas las -noches.</p> - -<p>—¡Pero eso está muy mal hecho!—exclamó.</p> - -<p>¿Por qué? ¿Qué había de malo? ¿No tenía -confianza en mí? ¿No estábamos acostumbrados -á andar juntos y solos, desde chicos? É insistí:</p> - -<p>—No me digas que sí ni que no. Esta noche -iré á la huerta. Si quieres, me esperas; si no -<span class="pagenum"><a name="Page_88" id="Page_88">[88]</a></span> -estás, lo sentiré mucho y me volveré á casa...</p> - -<p>Lo dije con un acento de tristeza y terminé -con un tono de vaga amenaza, tales que, vencida, -me estrechó el brazo y me miró á los ojos -con la vista turbia. Iría á la huerta, sin duda -alguna.</p> - -<p>Don Higinio, como es natural, había notado -mis asiduidades y la actitud de Teresa, pero -no les dió importancia, ó, más bien dicho, -se felicitó, sin duda, de nuestro acuerdo, que -debía conducirnos á la ejecución de sus proyectos -matrimoniales, de larga data planteados.</p> - -<p>—¡Ah, pícaro!—me dijo, golpeándome el -hombro.—Ya te he visto de «temporada»... -¡Como ha de ser! Los muchachos se apuran á -ocupar nuestro sitio, y no tienen reparo en dejarnos -á un lado...</p> - -<p>Me reí, sin contestar, pensando en cuán distintos -de los suyos eran mis planes, y diciéndome: -«Si éste piensa en casarme, ya está fresco. -¡Cualquier día renuncio yo á mi libertad -por una cosa que puedo obtener sin semejante -sacrificio!» Sin embargo, me prometí, tanto -si Teresa acudía á la cita, cuanto si me dejaba -plantado, conducirme de allí en adelante -con mayor cautela y ocultar en lo posible nuestros -amores, para no dar asidero á don Higinio -y rehuir sus insinuaciones, que no tardarían -en ser exigencias.</p> - -<p>Teresa me aguardó cuando, al volver de las -romerías, todos se hubieron acostado en su casa. -Hablamos largo rato, ella con ternura, yo -con diplomacia, sentados bajo un enorme sauce -que había en el fondo de la huerta. Un momento -creí que estaba completamente á mi discreción, -pero á la primera libertad que quise tomarme -se levantó sin aspavientos, y separándose -un paso de mí, me dijo con serenidad y -blandura:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_89" id="Page_89">[89]</a></span></p> - -<p>—No, eso no, Mauricio. Me has prometido -portarte bien, y por eso estoy aquí. Conversemos -cuanto quieras, pero con juicio. Mira que -ya no somos criaturas.</p> - -<p>¡Sonsa! ¡Más que sonsa!</p> - -<p>Había tanta tranquila resolución en su acento, -que me quedé cortado, sin acertar á decir -palabra. La entrevista perdió para mí todo su -encanto. ¿Quién la hacía tan cauta? ¿Cómo, en -su inocencia y en su afecto, real y grande, hallaba, -sin embargo, fuerzas para resistir? No -lo sé, aunque me parece efecto de la educación, -no de las lecciones paternas, sino de las -charlas íntimas con las amigas que van revelándose -mutuamente la vida y sus peligros. -Pensé que el «cuarto de hora» no había sonado -ó había pasado ya, pero, repuesto de la primera -impresión, logré decirla algunas nuevas -ternezas, prometiéndola ser más serio en adelante, -no importunarla en otra cita que pedí -para la siguiente noche.</p> - -<p>—Sí, vendré. Pero tienes que jurarme que -estarás quietito.</p> - -<p>Le estreché la mano, y me fuí, rabiando conmigo -mismo. Debía haber sido más audaz, debía... -Y me puse á forjar para lo futuro planes -de seducción análogos á los leídos en las novelas, -recordando al propio tiempo el aforismo de -de la Espada: «Para conquistar á una mujer -desinteresada, se necesita mucho tiempo y mucha -paciencia. Á su tiempo maduran las uvas, -y el pobre porfiado saca mendrugo, mientras -que el exigente se queda afeitado y sin visita». -Pero me parecía que nuestros amores duraban -ya tanto, tanto...</p> - -<p>—¿Será que no me quiere? ¿Ó tiene la decidida -voluntad de que me case con ella, y sabe -que para eso es necesario no ceder? ¡Diablo de -<span class="pagenum"><a name="Page_90" id="Page_90">[90]</a></span> -muchacha!... ¡Bah! consultaré á de la Espada, -lo haré mi confidente... ¿Por qué no?... -Él sí que tiene experiencia... y no dirá nada -á nadie...</p> - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">XIII</h3> -</div> - - -<p>Al día siguiente, revelé á de la Espada todos -mis secretos, sin omitir ni aun el fracaso de mi -última tentativa. Se echó á reir.</p> - -<p>—¡No seas tonto!—dijo.—No te aflijas ni te -desalientes. La muchacha está á punto, y sólo -te falta la ocasión. ¡No vayas á asustarla! Por -el contrario, inspírale la mayor confianza posible, -y espera. La casualidad te proporcionará, -indudablemente, algún momento de gran emoción -para ella. Ése es el bueno, y habrá que -aprovecharlo... Pero ¡ten cuidado! Mira que -el padre no es de los que aguantan esas cosas, -y en cuanto llegue á descubrir tus intenciones, -ó su realización, si no te mata es muy capaz -de casarte á la fuerza. Tanto más cuanto que -es íntimo amigo de tu padre.</p> - -<p>—¡Bah!—repliqué.—Ya veremos lo que se -hace. No le tengo miedo al viejo, y no es el primero -que tiene que jorobarse. ¡Cuántos del pueblo, -según tú mismo me has dicho, han tenido -que hacerse los sonsos, para evitar que el escándalo -fuese más grande!...</p> - -<p>La oportunidad de que hablaba «el galleguito», -como le decíamos, no tardó, efectivamente, -en circunstancias trágicas para mí... -Había conversado muchas noches con Teresa, -adormeciendo sus recelos, exasperando su amor, -y entre nosotros reinaba la más deliciosa intimidad. -Hablábamos de casarnos... hacíamos -proyectos... Ella quería que viviésemos en casa -de su padre, yo fingía exigir que habitásemos -<span class="pagenum"><a name="Page_91" id="Page_91">[91]</a></span> -en la nuestra, y sólo se arribaba á un acuerdo, -cuando nos proponíamos hacer una sola de las -dos familias, cosa fácil, dada la amistad que -las vinculaba.</p> - -<p>—¡Lo malo es que así, nunca estaremos solos!—objetaba -yo.—Siempre tendremos á uno -de los viejos pisándonos los talones.</p> - -<p>—¿Y eso, qué le hace?—replicaba Teresa.—Si -no nos quisiéramos sería otra cosa, ¡pero -nos queremos tanto!...</p> - -<p>Pero, vamos al caso. Una tarde, y como solía -desde que yo iba «haciéndome hombre», tatita -me invitó á montar á caballo y acompañarlo -hasta una chacra, á dos ó más leguas del -pueblo, donde tenía un negocio pendiente que -era preciso arreglar sin pérdida de tiempo. Su -invitación era una orden, y no desagradable, -porque nunca he visto más jovial compañero -de viaje, y jamás me he aburrido á su lado.</p> - -<p>No tardaría mucho en hacerse noche, porque -habían dado ya las siete, pero el asunto urgía -y ambos estábamos acostumbrados á recorrer -el campo á cualquier hora, sin miedo al rayo -del sol de mediodía, ni á las «luces malas» de -la media noche. Llegamos á la chacra cuando -acababa el día, con una puesta de sol admirable -que envolvía la pampa entera en un manto de -púrpura. Tatita arregló en un cuarto de hora ó -veinte minutos lo que tenía que arreglar, apretamos -nuevamente la cincha á los caballos y emprendimos -el regreso. Era casi completamente -de noche. Sólo una línea pálida, al Oeste, señalaba -el sitio por donde se había marchado el -sol. El crepúsculo, engañoso, nos fingía paisajes -desconocidos, contagiándonos con su propia -vacilación. Sin dejar de ver, no discerníamos -la naturaleza de las cosas vistas, y sólo una -larga práctica nos permitía seguir sin desviarnos -la cinta descolorida del camino.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_92" id="Page_92">[92]</a></span></p> - -<p>—¡Vamos á llegar muy tarde!—exclamó de -pronto tatita.—Cortemos campo.</p> - -<p>—¡Cortemos!—contesté, poniendo la cabeza -del caballo en dirección á Los Sunchos, sin -abandonar el galope.</p> - -<p>El camino daba un gran rodeo para evitar -un bañado intransitable en la época de las lluvias; -aquella larga curva podía acortarse en una -tercera parte tomando la línea recta, la cuerda, -como si dijéramos, pero el trayecto no era muy -cómodo, porque el campo, cubierto de grandes -matas de cortadera y de hierbas altas, tenía, -además, vastos limpiones llenos de viscacheras. -Afortunadamente la pálida mancha de estos -rompecabezas basta para advertir del peligro -á un jinete experimentado, aun en la obscuridad -de la noche, sobre todo si monta un caballo -«vaqueano», uno de nuestros criollos de tan -agudo instinto campero.</p> - -<p>Me adelanté, pues, al galope largo, fiándome -de mi cabalgadura que evitaba matorrales y viscacheras -atento á todos los detalles, moviendo -sin descanso las orejas, y habría galopado un -cuarto de hora, cuando me pareció oir un grito. -Detuve en seco el caballo y escuché. No oí -nada más, ni siquiera el galope del zaino de -tatita, cuyas herraduras debían resonar, sin embargo, -en la tierra del bañado, dura entonces -por la sequía como un pavimento de asfalto. -¿Qué significaba aquello? Alarmado volví grupas -y corrí hacia atrás á rienda suelta. Nada -veía, nada oía. Mi caballo dió de repente una -terrible espantada junto á una viscachera, y -echó á disparar pesando violentamente sobre el -freno. Á duras penas logré contenerlo, y, acariciándolo -le obligué á volver al paso hacia la -viscachera, contra toda su voluntad... ¡Qué espectáculo! -Primero entreví, lleno de susto, la -masa del zaino que, con las patas rotas, resollaba -<span class="pagenum"><a name="Page_93" id="Page_93">[93]</a></span> -y resoplaba lastimeramente. Un poco más -lejos estaba tatita, tendido en la tierra petrificada -de la viscachera. Me tiré del caballo, corriendo -en su auxilio. Una larga herida le cruzaba -el cráneo, bañándolo en sangre. No respiraba; -el corazón parecía no latir...</p> - -<p>Volví la vista á todos lados. El camino estaba -lejos, y por el bañado no pasaba nadie, sobre -todo á aquellas horas. ¿Qué hacer? ¿Dejar á -tatita y correr en busca de socorro, ya que ni -agua tenía á mi alcance para tratar de hacerlo -volver en sí? No había otro partido que tomar. -Lo recosté lo mejor que pude, le hice una almohada -con mi blusa y mi poncho, observé de -nuevo si respiraba, si se movía, y, convencido -de lo contrario, con el corazón en la boca, monté -y emprendí la más desesperada de las carreras -hacia Los Sunchos, cuyas luces se veían -á la distancia.</p> - -<p>Azorado y sin poder coordinar bien las ideas, -traté, sin embargo, de reconstruir el accidente: -preocupado por un asunto que podía significarle -la pérdida de una crecida suma de dinero, -tatita se había distraído, confiando en el instinto -del viejo caballo, que conocía perfectamente -el campo en muchas leguas á la redonda. -Pero el zaino habría tenido también su momento -de distracción, bastante para meter las manos -en una cueva de viscacha, «bolearse» y proyectar -á su jinete á varios metros de distancia. -El pobre tatita debió dar con la cabeza en la -tosca dura que rodeaba las viscacheras... ¿Estaría -muerto? ¡No! Semejante fin no era el de -un hombre como él. Una simple «rodada» no -acaba con los gauchos de su temple. ¡No! Cuando -mucho, sufriría un largo desmayo y la herida -sería fácil de curar... La primera juventud -se rebela contra la idea de la muerte.</p> - -<p>Volví con gente que, por fortuna, encontré -<span class="pagenum"><a name="Page_94" id="Page_94">[94]</a></span> -en las afueras del pueblo, mientras un hombre -corría á avisar al médico y á buscar un coche. -Yo esperaba encontrarlo en su sentido, incorporado -y pronto á emprender la marcha; pero -seguía inerte, tibio aún, y no fué posible hacerle -tragar una gota de la ginebra llevada á -prevención. El doctor Merino, que llegó diez -minutos después, sólo pudo comprobar el fallecimiento.</p> - -<p>No omitiré aquí un episodio que, pese á las -circunstancias trágicas, me ocupó un instante, -produciéndome honda impresión. Fidel Gomensoro, -uno de los paisanos que me habían acompañado, -oyendo que el zaino de tatita resollaba -y se quejaba casi como una persona, se acercó -á examinarlo.</p> - -<p>—Tiene las dos patas quebradas—dijo.—Hay -que despenarlo.</p> - -<p>Y, sacando el facón de la cintura, con ademán -resuelto, de un solo tajo lo degolló, consumando -así, sin pensarlo, un sacrificio usual -en la tumba de los antiguos señores de la pampa...</p> - -<p>El cadáver del pobre tatita fué tendido cuidadosamente -en el carruaje, y yo lo seguí al -paso de mi caballo, sin saber lo que me ocurría, -como si yo también hubiese recibido un golpe -en la cabeza... Antes de llegar al pueblo, nuestro -pequeño grupo había aumentado considerablemente, -y al pasar por las calles principales, -dirigiéndonos á casa, formábamos ya un imponente -cortejo: la noticia había cundido y todo -el mundo acudía, los amigos, los indiferentes y -los enemigos, atraídos por la pena, la curiosidad -ó la disimulada satisfacción. Entretanto, -algunas mujeres rodeaban ya á mamita, preparándola -para la horrible sorpresa. Al oirnos llegar, -se precipitó hacia el carruaje, presintiendo -que sólo encontraría un cadáver. La escena fué -<span class="pagenum"><a name="Page_95" id="Page_95">[95]</a></span> -desgarradora, y entonces comprendí cuánto -amaba mi pobre madre á aquel hombre que había -vivido con ella treinta años de indiferencia -y de abandono.</p> - -<p>El velorio y los funerales hicieron época en -Los Sunchos. Mamita, incapaz de ocuparse de -nada, sino de llorar y rezar junto á su esposo, -dió carta blanca á amigos y sirvientes, y la -mesa estuvo puesta durante treinta y seis horas -largas, alternándose el chocolate con los vinos -y licores, los «churrasquitos» con el mate dulce -ó amargo, el puchero con la chatasca, las -empanadas, la chanfaina y las tortas fritas. -Una nube de chinas de las casas amigas había -ido «á ayudar» convirtiendo la nuestra en pandemonium, -y la sala, el comedor, las habitaciones -de respeto, estaban llenas de visitantes, -hombres y mujeres que hablaban de política, -contaban cuentos, jugaban á las prendas, iniciaban -ó continuaban sus intrigas amorosas... -Y esta animada tertulia, en que sólo faltó el -baile, se prolongó hasta la hora de conducir los -restos á su última morada.</p> - -<p>Yo estaba aturdido. Tatita había sido tan -bondadoso, tan camarada, que lo quería de veras, -y su ausencia repentina é irrevocable, producíame, -al propio tiempo que dolor, una rara -sensación de espanto, como si me encontrara -de pronto y por primera vez ante lo desconocido -amenazador. Pero todo esto, terror y pena, -era vago, indeciso, como si no me diera, como -si no pudiera darme cuenta exacta del hecho -brutal, como si pasara por una confusa y angustiosa -pesadilla...</p> - -<p>Hubo discursos junto á la tumba de don Fernando -Gómez Herrera, cuyo ataúd acompañó -el pueblo en masa hasta el pobre y descuidado -cementerio de Los Sunchos, cubierto de pasto -y poblado de peludos y de víboras. Don Sócrates -<span class="pagenum"><a name="Page_96" id="Page_96">[96]</a></span> -Casajuana, el intendente municipal, dijo -que era un prohombre á quien la patria y su -partido debían sacrificios innumerables. Don -Temístocles Guerra declaró que perdíamos en -él un vecino progresista y un ciudadano patriota, -que no podría ser reemplazado jamás. El -doctor Argüello, senador de la provincia, que, -con el diputado Quintiliano Paz, había ido expresamente -á Los Sunchos, para honrar la memoria -de tatita, habló en nombre del poder ejecutivo -y de la legislatura, recomendando al pueblo -que siguiera las admirables huellas del probo -y austero ciudadano, prematuramente desaparecido -cuando, en plena madurez, mayores -servicios podía prestar á la patria.</p> - -<p>Yo oía todas aquellas frases como quien oye -un vago y molesto zumbido, y no podría reconstituirlas -ahora, si después no las hubiera escuchado -cien veces, dichas sobre cien tumbas diferentes, -siempre las mismas, siempre triviales, -siempre demostrando un desconocimiento casi -completo de la personalidad á quien se honraba, -siempre sin proporción ni medida, como -si todos los hombres, iguales en la muerte, la -hubiesen sido también en la existencia.</p> - -<p>Á la puerta del cementerio, acompañado por -el cura, don Genaro Cecchi, por algunos presuntos -parientes de papá ó de mamá, y por don Higinio -Rivas, que lagrimeaba sinceramente, estreché -una tras otra todas aquellas manos indiferentes, -y escuché de aquellas bocas sin emoción -las rituales palabras de pésame. Esta larga, -esta interminable ceremonia fué para mí -una tortura. Por fin, en el mismo carruaje que -la antevíspera había recogido el cuerpo inanimado -de mi padre, volví á casa, en un estado -de estupor, sólo comprensible si me digo que la -naturaleza turba y enajena el cerebro del hombre -en las grandes catástrofes, anestesiándolo -<span class="pagenum"><a name="Page_97" id="Page_97">[97]</a></span> -en cierto modo, hasta que empieza á acostumbrarse -al dolor. El cura y don Higinio me -acompañaban.</p> - -<p>En casa, y con otras señoras y niñas, Teresa -trataba de consolar á mamita que, encerrada -en su cuarto, á obscuras, llorando y rezando, -no quería ver á nadie ni dejarse distraer de su -pena bajo pretexto alguno. Me tuvo abrazado -largo rato, cubriéndome de besos y bañándome -en sus lágrimas.</p> - -<p>Á la hora de comer, todas las visitas se marcharon, -excepto Teresa, que quedó para acompañar -á mi madre y manejar la casa, por indicación -de don Higinio.</p> - -<p>Por la noche, solos, viendo y compartiendo -mi honda aflicción, me habló más tiernamente -que nunca. Embriagados por el dolor, hubo un -instante en que nos abrazamos, perdida la cabeza.</p> - -<p>Y este fué el momento de gran emoción de -que hablara de la Espada.</p> - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">XIV</h3> -</div> - -<p>La muerte de tatita dejaba en manos de don -Higinio Rivas los destinos políticos de Los Sunchos, -que había compartido con él. Era el caudillo -único é indiscutible, entre otras cosas porque, -conocedor de los secretos del gobierno de -la comuna, tenía á todas las autoridades como -si dijéramos rendidas á discreción. Convencido -de que tarde ó temprano me casaría con Teresa, -ignorante del cambio radical introducido en -nuestras relaciones, sabiendo que mi padre nos -había dejado más deudas que bienes, que mamita -era incapaz de salir del atolladero y que -yo no sabría manejarme mucho mejor que ella, -me propuso encargarse desinteresadamente de -<span class="pagenum"><a name="Page_98" id="Page_98">[98]</a></span> -arreglar nuestros negocios, de modo que nos -dieran satisfacción.</p> - -<p>—Yo conseguiré que se queden con la chacra -y que puedan pagar á los acreedores por medio -de una amortización, arrendando las tres cuartas -partes del terreno, que no les hace falta. -Para que vivan, para el puchero, la ropa y los -gastos menudos, no será difícil que el gobierno -de la provincia pase una pensión á la viuda, y -yo mismo iré á la ciudad á trabajar hasta conseguirla. -Es lástima que Fernando haya muerto -sin arreglar sus cosas, y que fuese tan despilfarrado, -porque hubiera podido dejarles una -fortunita. Pero, ¡no importa! Con todo, la chacra -valdrá mucho á la vuelta de pocos años y -podrás venderla muy ventajosamente cuando -mejoren los tiempos. Tu mamá, entretanto, -necesita muy poca cosa, «vos podés» manejarte -con el sueldito de la Municipalidad, que ya te -han aumentado dos ó tres veces, y lo principal -es ir viviendo sin que los usureros les claven -las uñas.</p> - -<p>Se interrumpió, vaciló un poco, como si le -costara lo que iba á decir, y agregó:</p> - -<p>—¡Esto, muchacho, es un secreto para nosotros -dos y para tu mamá, nada más! Fernando -tenía mucha confianza en mí, y con razón, -porque siempre fuí muy su amigo... Temiendo -que algún día pudieran obligarlo á vender la -chacra en malas condiciones, me pidió que se -la hipotecara con pacto de retroventa. Naturalmente, -esto era «engaña-pichanga». Hicimos -en la escribanía el contrato de hipoteca, y yo -le di una contracarta sin fecha, declarando que -me ha pagado y que la propiedad sigue siendo -suya: esto para el caso de que me sucediera -una desgracia repentina, porque entre nosotros -no había necesidad de semejante garantía. Esa -carta debe estar entre los papeles del finado. -<span class="pagenum"><a name="Page_99" id="Page_99">[99]</a></span> -Tráemela y te daré otra para tu resguardo. La -hipoteca vence en estos meses; la renovaremos -á tu nombre y al de tu mamá, con las formalidades -de la testamentaría, y así nadie podrá -nunca meter el diente en lo único que les queda.</p> - -<p>Se interrumpió, para añadir después, con -una risita entre maliciosa y avergonzada:</p> - -<p>—Todo esto no será muy legal; pero, hijito, -cada uno se agarra con las uñas que tiene, y -á mí me parece que tu tata tenía mucha razón -de no querer quedarse en camisa y en el medio -de la calle, para pagar á sus acreedores, que son -casi todos gente rica, y que no necesita de esos -cobres. Vos, por tu parte, como irás pagando, -no tenés nada que echarte en cara...</p> - -<p>Dimos á don Higinio cuantos poderes necesitaba -para regir libremente nuestros asuntos. -Arrendó parte de la chacra en buenas condiciones, -obtuvo la pensión del gobierno de la provincia -y otra del nacional para «la viuda é hijo -de un guerrero del Paraguay», arregló con -los acreedores exigiéndoles una importante quita -y haciéndolos contentarse con una pequeña -amortización anual—«del lobo un pelo», decía -él,—de manera que, en vez de empeorar, nuestra -situación mejoró, porque ya no estaba allí -tatita, manirroto á quien ningún dinero daba -abasto, y porque yo no me había acostumbrado -todavía á tirar la plata, gracias á las pocas ocasiones -que Los Sunchos me ofrecían, y gracias, -también, á que Teresa tenía aún la facultad de -absorberme. En casa reinaba, pues, la abundancia, -y hubiera reinado la alegría si mamita, -como la enredadera que se encuentra de pronto -sin arrimo, aunque sea el rudo y áspero de una -tapia, no se hubiera marchitado y abatido, más -silenciosa y solitaria que nunca.</p> - -<p>—Pocos años de vida le quedan á misia María—murmuraba -la gente al verla pasar como -<span class="pagenum"><a name="Page_100" id="Page_100">[100]</a></span> -un fantasma, sin ser ya ni la sombra de la mujer -de antes, que, taciturna y resignada, tenía, -sin embargo, manifestaciones simpáticas y -amables para todos.</p> - -<p>—¿Por qué te afliges tanto, mamita?—me -atreví á decirla una vez.—Al fin y al cabo, tatita -no te hacía tan feliz...</p> - -<p>Me miró espantada, como si acabara de blasfemar, -y exclamó:</p> - -<p>—¡Mauricio! ¡Era tu padre!</p> - -<p>La religión de la familia primaba en ella, sobre -cualquier otro sentimiento, sobre todo raciocinio.</p> - -<p>Así fué pasando lenta y monótonamente -el tiempo, hasta que don Inginio quiso un día -complementar con un golpe maestro la magnífica -ayuda que nos había prestado, poniendo -en marcha de un modo decisivo su proyecto de -«hacerme hombre».</p> - -<p>Ocurrió que, en la lista de candidatos oficiales -por nuestro departamento, figuraban dos ó tres -que no eran, ni con mucho, de la devoción de -las autoridades sunchalenses. Uno de ellos, sobre -todo, Cirilo Gómez, ex vecino de Los Sunchos, -y culpable de una grave indiscreción sobre -el manejo de los fondos municipales y de la -tierra pública, era enemigo personal de Casajuana -y de Guerra, que habían contagiado con -su odio á don Sandalio Suárez, el comisario de -policía. Los tres, saliéndose de madre, protestaron -violentamente contra los proyectos electorales -de sus jefes (las listas les llegaban siempre -hechas de la ciudad, y ellos las hacían votar -á ojos cerrados, obedeciendo al Gobernador) -y declararon que no votarían jamás aquélla, si -no era modificada de acuerdo con sus deseos, -eliminando la candidatura ingrata de Cirilo Gómez; -y, llegando en su indignación á la amenaza, -juraron que, en caso de ver desairada su -<span class="pagenum"><a name="Page_101" id="Page_101">[101]</a></span> -justísima exigencia, harían abstenerse á «sus -amigos», dando el triunfo á la oposición que se -envalentonaría enormemente con ese primer -éxito que le caería de arriba...</p> - -<p>Esto agitó hasta la convulsión al pacífico pueblo -de Los Sunchos, desencadenando pasiones -y ambiciones. En tan graves circunstancias, -don Higinio asumió su papel de caudillo, predicó -la moderación, el mantenimiento de la disciplina -á todo trance, y se encargó de arreglar -personalmente las cosas, de manera que todos -quedaran satisfechos—todos menos el candidato -que hoy llamaríamos boycoteado.—Iría á la -ciudad, se pondría de acuerdo con los jefes del -partido oficial, ¡hasta vería al Gobernador si -era preciso! Le dieron plenos poderes, y, preparándose -para el viaje y la campaña política, -aquella misma noche me llamó:</p> - -<p>—¡Muchacho!—me dijo.—Tengo tu suerte -en la mano. No estaba esperando más que una -«bolada» y lo que es ésta no me la quita nadie. -Aunque todavía no tengás la edad, te vamos á -hacer diputado. Así, como suena, diputado.</p> - -<p>Me quedé estupefacto. En mis sueños más -ambiciosos no me había atrevido á esperar semejante -ganga, sino para muchos años después, -y eso vagamente. De simple empleadillo de la -Municipalidad—pues aunque el sueldo aumentado -ya varias veces era crecido, no se me había -dado función alguna, por la sencilla razón -de que no la ejercería,—de simple empleadillo -de la Municipalidad á diputado á la Legislatura -de la provincia ¡era tan grande el salto!...</p> - -<p>—¿De veras, don Higinio? ¿No me está «titeando»?—logré -preguntar por fin.—¿Con qué -títulos?...</p> - -<p>—«Sos» hijo de tu padre y un poco hijo mío, -si me salgo con la mía... que me he de salir. -¡No! si no soy ciego y no tenés para qué hacer -<span class="pagenum"><a name="Page_102" id="Page_102">[102]</a></span> -aspavientos. ¡Claro, que si Teresa fuera macho, -no te caería la ganga...! Pero viene á ser lo -mismo... Yo me entiendo, y cuando llegue el -momento... La muchacha y «vos» son muy jóvenes -todavía... Bueno, pues, además del nombre -de tu tata y de mi protección, tenés tus trabajos: -has escrito en «La Época».</p> - -<p>En efecto, con el contagio de la redacción, -había garabateado uno que otro sueltecito, una -que otra diatriba más ó menos calumniosa ó -epigramática contra nuestros adversarios.</p> - -<p>—De la Espada, como que es gallego, no -puede pretender otra cosa que un poco de platita, -y se la daremos. Será el primero en cacarear -que «sos» el alma del diario, y el mejor -elemento del partido. En fin, ésta es cosa mía, -y podés estar seguro de que no me la quita -nadie.</p> - -<p>Yo tenía fiebre. No sabía lo que me pasaba, -no podía estarme quieto, ni hablar; hubiera -bailado, chillado, corrido. Entretanto, don Higinio -me reservaba una sorpresa más importante -todavía, si se mira bien.</p> - -<p>—Serás diputado—continuó,—y tendrás una -fortunita. Vengo pensando en eso desde hace -mucho, y creo que, por fin, he dado en el clavo. -Apenas te sentés en tu banca de la Legislatura, -yo haré que la Municipalidad mande abrir -las calles Santo Domingo, Avellaneda, Pampa, -Libertad, Funes y Cadillal, que están cortadas -por tu chacra. Naturalmente habrá que pagarte -el valor del terreno que te quiten, es decir, -unas veintitantas mil varas cuadradas, y te las -han de pagar bien. Te quedarán, entonces, nada -menos, veintiséis manzanas de pueblo, en -el mismo riñón, como se dice. Siguiendo mi -mal consejo, podés vender dos ó tres de las -más afuera para hacer veredas y tapias con esa -platita. Lo que quede, á la larga será toda una -<span class="pagenum"><a name="Page_103" id="Page_103">[103]</a></span> -fortuna, aunque ahora valga poco. Si el país sigue -adelantando, de repente vas á ser más rico -que Anchorena. Y no te digo más.</p> - -<p>Lo abracé, bailando.</p> - -<p>—¡Oh, don Higinio, cómo le podré pagar!...</p> - -<p>Me apartó, sonriente y meneando su cabeza -de león manso, se puso á armar con cachaza -un cigarrillo negro. Después, agregó con calma -un poquito conmovida:</p> - -<p>—Yo no te pido nada. Sé lo que valés y te -tengo confianza... Además, también lo hago -por Teresa, que te quiere mucho y será una -compañera de mi flor... Eso te lo garanto, porque -los Rivas somos todos como platita labrada, -muy «derecho viejo», más leales que un perro... -Y, ahora, muchacho, tené mucha paciencia -y estáte muy calladito la boca, no sea cosa -que nos conozcan el juego.</p> - -<p>Y me mandó que me fuera, sin querer escuchar -mis protestas de gratitud.</p> - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">XV</h3> -</div> - -<p>Teresa me contó aquella noche que la casa -era una romería desde que don Higinio se había -encargado de arreglar aquel asunto. Sabiéndolo -con una diputación en la mano, chicos -y grandes iban á pedírsela, y lo colmaban -de ofrecimientos, de promesas, de manifestaciones -entusiastas. El viejo no soltó prenda. -Todos se marchaban creyendo en la posibilidad -de resultar agraciados, pero sin ninguna palabra -decisiva; enumeraba los méritos de cada -uno, en su presencia, alababa los servicios -prestados á la causa, decía con aire protector -«veremos lo que piensan en la ciudad», y daba -sendos apretones de mano. Los pechos de -todos los ambiciosos de Los Sunchos palpitaban -<span class="pagenum"><a name="Page_104" id="Page_104">[104]</a></span> -como el de un solo hombre en vísperas -de un gran acontecimiento feliz, y algunos me -hicieron confidente de sus esperanzas, y hasta -solicitaron mi apoyo, suponiendo que tenía cierta -influencia con don Higinio. Este período de -satisfacción, de beatitud, pasó pronto, sin embargo, -dando lugar á otro de irritabilidad é inquina. -Despertáronse de pronto los recelos, y -Los Sunchos se convirtió en un semillero de -intrigas. Medio pueblo habló pestes del otro -medio, porque cada cual quería despejar de -competidores el campo de la acción. Sólo yo resultaba -indemne en aquella lucha á dentellada -limpia, porque nadie me creía con la menor -probabilidad de llevarme la presa.</p> - -<p>«La Época», inspirada por don Higinio, dijo -que los aspirantes, por muy legítimas que -fueran sus ambiciones, eran demasiado numerosos, -que la ardiente competencia iniciada ponía -en peligro la disciplina del partido, dando -un pésimo ejemplo de discordia, y que se imponía -á todos los pretendientes en general, como -una prueba de generosos sentimientos y altas -ideas, deponer sus pretensiones en el sagrado -altar de la patria. Agregaba que el nuevo -candidato sería designado por los jefes del partido, -es decir, en la capital de la provincia, porque, -dada la disconformidad de las opiniones, -algunas egoístas, fuerza es decirlo, las circunstancias -imponían una decisión completamente -imparcial, que sólo allí podría obtenerse. Y así, -nadie tendría, luego, motivo de queja.</p> - -<p>En el número siguiente el editorial de de -la Espada apareció doctrinario, sin alusiones á -persona alguna, según creyeron los lectores. -Era indudable que, en la perplejidad de la designación, -el diario oficial se daba un compás -de espera. Sin embargo, el diario decía, nada -menos, que había llegado el instante histórico -<span class="pagenum"><a name="Page_105" id="Page_105">[105]</a></span> -de dar paso á las nuevas generaciones, de -llevar al gobierno del país á los hombres nuevos -que habían demostrado amplitud de espíritu, -respeto á las instituciones, aptitudes de -iniciativa, amor al progreso. Cuando los altos -puestos públicos, desde la presidencia abajo, -estén refrescados por sangre juvenil, será como -si la nación entera recobrase una nueva y -vigorosa juventud. En épocas de revueltas y -trastornos, la experiencia de los ancianos es el -mejor instrumento de Gobierno; en épocas de -paz y de prosperidad, el entusiasmo de los jóvenes -es lo que conduce á mayor felicidad y á -más riqueza. Nadie supuso que aquel articulejo -preparaba el lanzamiento de mi candidatura, -aunque en Los Sunchos se hilara muy -delgado, y fué porque estas generalizaciones -no son para sintetizadas por gente primitiva -y en el fondo candorosa.</p> - -<p>Don Higinio se había marchado á la ciudad -y me escribía casi diariamente, enviándome las -cartas con el mayoral Contreras, su hombre -de confianza, como lo había sido de tatita. En -sus cartas me señalaba, punto por punto, lo -que debía hacer para complementar sus propios -trabajos.</p> - -<p>Por indicación suya, los miembros del comité -local (vale decir las autoridades del pueblo), -organizaron un mitin para determinar públicamente -cuál iba á ser la actitud del partido. -En él se rechazaría sin apelación la candidatura -de Cirilo Gómez, pero, para demostrar -que esto no era una rebelión, sino una desobediencia -forzosa, que en nada menoscababa -la disciplina, se declararía solemnemente, bajo -juramento, si se consideraba necesario, que el -partido votaría en masa, como un solo hombre, -el nuevo candidato—quienquiera que fuese,—designado -por el comité central. «Sólo así -<span class="pagenum"><a name="Page_106" id="Page_106">[106]</a></span> -—escribía don Higinio,—se substituirá fácilmente -á Gómez y seguiremos gozando del favor -del Gobierno.»</p> - -<p>Aquella mañana, en el vasto corralón de Varela, -se reunieron unos cuantos centenares de -personas—gente del campo y peones municipales, -en su mayoría,—capitaneadas por Casajuana, -Guerra y Suárez, á quienes servíamos -de tenientes Miró, Valdez, Martirena, Antonio -Casajuana, el doctor Merino, de la Espada, -yo y otros. Se había preparado un asado -con cuero—una vaquillona carneada probablemente -en la estancia de algún opositor,—y las -damajuanas de vino y las «frasqueras» de ginebra -prometían un gran entusiasmo popular. En -este animado escenario me estrené como orador, -repitiendo, palabra más, palabra menos, -algunos editoriales de de la Espada:</p> - -<p>«Hay que sacrificarlo todo generosamente por -el bien del país. Las ambiciones desmedidas -de algunos ciudadanos, suelen poner en peligro -la marcha de nuestro partido, el más noble, -el más puro, el más progresista, el único -que se ha mostrado capaz de gobernar... -Esas ambiciones deben ser arrancadas de raíz, -como la mala hierba. Si los ambiciosos no renuncian -voluntariamente á ellas, los verdaderos -patriotas <em>deben quebrar sus apetitos en sus -propias manos como un arma funesta</em> (frase -original, calurosísimamente aplaudida). Además, -ya es hora de que se abra paso á los hombres -nuevos. En la política, como en la milicia, -hay una edad para el retiro, y el Gobierno, -como el Ejército, debe <em>completarse</em> con -sangre joven. Y, por último, á nada aspiro personalmente, -nada deseo, pero mi mismo desinterés -me autoriza á recomendar á mis correligionarios -la más severa disciplina y la más -estricta obediencia á los mandatos de nuestros -<span class="pagenum"><a name="Page_107" id="Page_107">[107]</a></span> -jefes. ¡Señores! ¡viva el partido provincial! -¡Viva el Gobernador de la provincia!»</p> - -<p>No insistiré en la ovación que se me hizo ni -en las escenas que siguieron, dignas del mismo -Pago Chico, no ya de Los Sunchos. Pero necesito -decir que, al otro día, «La Época» proclamó -que me había revelado orador brillantísimo, -pensador profundo, y uno de los cerebros -mejor dotados del país, que de mí debía esperar -maravillas. Los demás «discursantes», que -los hubo en gran número y á cual más ardoroso, -se eclipsaron ante el astro nuevo, y en la -«alta sociedad», así como en los modestos corrillos, -alguien comenzó á hablar de Mauricio Gómez -Herrera, como de un muchacho de gran -porvenir, que se estaba malgastando en aquel -rincón. Como con esto se tiraba á matar á los -«prohombres» de que todo el mundo estaba -harto, la apreciación cundió, especialmente desde -que los diarios de la ciudad, á instancias del -viejo Rivas, transcribieron los artículos y sueltos -de «La Época», poniéndome por su cuenta -en los cuernos de la luna.</p> - -<p>Tomé con esto, involuntariamente, un aire -misterioso, y de la noche á la mañana me hice -un hombre grave, más grave quizá de lo que -conviniese para no dejar traslucir mi secreto. -Había adquirido enorme importancia, y una de -las manifestaciones exteriores de ello era que -las principales familias hallaban modo de invitarme -á sus tertulias, á almorzar, á comer, cosa -que antes ocurría muy de vez en cuando. Yo -no paraba un momento en casa, con gran pena -de mamita que, si hasta entonces sólo me -veía á las horas de comer, desde entonces ya -no me vió á ninguna hora, si no es por las mañanas, -mientras dormía... Aprendí con esto los -rudimentos de la vida social (¡en Los Sunchos!) -que tanto debía cultivar más tarde. Había sido -<span class="pagenum"><a name="Page_108" id="Page_108">[108]</a></span> -un oso; pero las mujeres son tan amables, -cuando quieren, que me sorprendí de no haber -frecuentado más la sociedad... No; aventuras -no tuve. Me faltaba atrevimiento, y, por otra -parte, la bendita chismografía y el santo espionaje -de los pueblos pequeños, como una especie -de cinturón de honestidad, hacen á las mujeres -recatadas y hasta virtuosas, mientras no -interviene la verdadera pasión.</p> - -<p>En fin, cuando se lanzó mi candidatura, ungida -por el mismo Gobierno, pocos días antes -de las elecciones, mi designación sorprendió á -muy poca gente: estaba en el aire, sembrada -esporádicamente por don Higinio, de la Espada -y los demás amigos. La única persona que -se sorprendió y se asustó fué mamita. En cuanto -supo mi proclamación, aceptada sin objeciones, -con la mayor disciplina, impulsada por -su misticismo iconólatra, empezó á encender -velas ante una imagen de Nuestra Señora de -los Dolores, pero nunca quiso decirme si lo hacía -para que saliera ó no saliera diputado... Sospecho -lo último.</p> - -<p>La elección fué canónica, porque en Los -Sunchos, como en todas partes, las urnas estaban -vedadas á los opositores que, desde tiempo -inmemorial se limitaban á protestar las elecciones -ante escribano público, sin más resultado -que dejar un documento para la historia -que probablemente no lo utilizará jamás. Mauricio -Gómez Herrera resultó diputado, como se -proclamó aquella misma noche, calurosa y clara, -de un domingo de marzo, entre los estampidos -de las bombas de estruendo y los paso-dobles -de la charanga municipal. En el comité -hubo fiesta que se continuó en el club, donde -se destaparon algunas botellas de champaña é -innumerables de cerveza. Yo tuve que brindar -con todo el mundo y con todos los líquidos.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_109" id="Page_109">[109]</a></span></p> - -<p>Muy tarde, casi á la madrugada, me vi por -fin libre de las amables impertinencias del -triunfo. Muchos me acompañaron hasta la puerta -de la casa, pero, adentro ya, no sé por qué se -me ocurrió que Teresa estaría en la huerta, pese -á la hora intempestiva, como una esposa -abnegada que aguarda al marido calavera. Y, -en la satisfacción de la victoria, que ablanda -los corazones, quise que, en tal caso, la tonta -fuera feliz. Esperé á que mis acompañantes, -que cantaban entusiasmados, estuvieran lejos, -atravesé la calle y entré en la huerta, casi seguro -de no encontrar á nadie, aunque esto hubiera -lastimado hondamente mi amor propio... -Pero allí estaba la muchacha, agitada y nerviosa.</p> - -<p>—Ya creí que no vendríaz—me dijo con su -voz cantante.—El zeñor diputado ze hace decear... -Tenéz razón... ¡Lo único que ziento ez -que ahora te me iraz!...</p> - -<p>—Me iré... Me iré; pero volveré á cada rato. -¡Estamos tan cerca de la ciudad!</p> - -<p>Me había echado los brazos al cuello y se empinaba -para, en medio de la obscuridad, ver y -hacerme ver, en mis ojos y en los suyos, el reflejo -de las estrellas que poblaban el cielo, titilantes -é innumerables.</p> - -<p>—¿Vendraz á menudo?—preguntó, mimosa.</p> - -<p>—Cuantas veces pueda.</p> - -<p>—¡Sí! Ez preciso que vengaz—y recalcó exageradamente -el «es preciso».—No zé todavía... -Pero me parece que tengo que decirte... una -coza...</p> - -<p>Me dió un calofrío, tanto temor y tanta alegría -vibraban á la vez en sus palabras. ¿Sería?...</p> - -<p>Pero la insólita entrevista no se prolongó, -ni era posible que se prolongara, porque ya comenzaba -á amanecer.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_110" id="Page_110">[110]</a></span></p> - -<p>Como si se hubiera puesto de acuerdo con Teresa -para darme mala espina, de la Espada, en -medio de las embriagadoras congratulaciones -del día siguiente, en un momento en que nos -quedamos solos, me dijo con una cómica solemnidad -que era exclusivamente suya:</p> - -<p>—Mira, chico, yo no quiero meterme en danza; -pero debo decirte una cosa. Se está hablando -demasiado de tus relaciones con Teresita. -Ya te han visto entrar muchas veces en -su casa, entre otras anoche mismo, y el «comadreo» -es tremendo y va á ser terrible. Yo -no sé, tanto se habla, cómo don Higinio no -ha caído en cuenta todavía... será porque es el -más interesado. Pero no te fíes. Mira de quién -se trata y ándate con tiento, si es que no te -propones lo mejor, que sería... santificar las -fiestas. Don Higinio no es de los que se llevan -de las narices, y puede darte qué sentir.</p> - -<p>La misma perplejidad en que me hallaba -me permitió contestar en broma al «galleguito», -negando toda importancia al problema que, -sin embargo, era trascendental y me preocupaba -hondamente, hasta imponerme la obsesión -de esta pregunta: «¿Será?»...</p> - -<p>Era. Noches después, Teresa me reveló el, -para ella, terrible y encantador secreto.</p> - -<p>—Tenemos que casarnos pronto, muy pronto, -queridito—me dijo, acariciándome las mejillas -con las palmas de las manos.—Ya no es -posible esperar más, de veras... Después, sería -un bochorno... ¡Y tatita! ¡Qué diría tatita! -Sería capaz de matarme... Y yo... yo me moriría -de vergüenza...</p> - -<p>Rehuí toda respuesta comprometedora, puse -de relieve, como dificultades, precisamente todas -las facilidades del momento—tan propicio,—pero -sin mala intención, aunque nadie lo -crea, sin segunda intención ¡lo juro! sólo por -<span class="pagenum"><a name="Page_111" id="Page_111">[111]</a></span> -instinto, como un ademán subconsciente que -me defendiera de un peligro imprevisto, atávicamente -revelado á no sé qué parte de mi ser. -Y, dominada ó atontada por mi elocuencia, Teresa -se tranquilizó, me abrazó, me besó, me hizo -mil caricias, y, en la cesión completa de su -cuerpo y de su alma, hasta prometió no decir -nada á don Higinio, mientras yo no se lo mandase.</p> - -<p>Una vez á solas, me di cuenta del atolladero -en que me había metido. ¡Qué á punto venían -las insinuaciones de de la Espada! Si hubiera -hablado meses atrás... Pero, como dicen -las comadres: «Después del niño ahogado... -¡María, tapa el pozo!»... ¡Bah! Todavía nadie -se ha muerto de eso. En el peor de los -casos, no tendré de qué quejarme. Pero...</p> - -<p>La verdad, la verdad es que preferiría no -casarme, porque aquella muchacha carecía de -atractivos, ó si los tenía eran menores cada vez. -Teresa no me interesaba, ó me interesaba poco, -ya sin prestigio ni misterio, con sus grandes -ojos de ternera conmovida, su cutis de magnolia, -su ceceo infantil, su candor de paisanita.</p> - -<p>Eso está bueno para pasar un rato ¡pero toda -la vida!...</p> - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">XVI</h3> -</div> - -<p>En la ciudad, alcancé un éxito que no me esperaba. -Muchos de los antiguos condiscípulos -que me perseguían en el Colegio, y que todavía -no habían logrado hacerse una posición, ni terminar -una carrera, fueron á visitarme en el -Hotel de la Paz, y me colmaron de felicitaciones, -lisonjas y bajezas, tras de las cuales solía -transparentarse la envidia, una envidia rayana -en odio. Éste fué el prefacio de una larga -<span class="pagenum"><a name="Page_112" id="Page_112">[112]</a></span> -serie de otras visitas y de invitaciones á fiestas, -comidas, tertulias, bailes, en que siempre era -yo el niño mimado por excelencia. Todo el mundo -veía despuntar en mí un astro nuevo, un -hombre predestinado por la fortuna para ocupar -las más elevadas posiciones, porque nadie -quería creer en mi mérito excepcional ni en los -servicios que pudiera haber prestado al país, -considerándome, sólo, como una criatura nacida -de pie. Y una tarde, ¿á quién se dirá que -me veo aparecer en el cuarto que me servía de -sala de recibo? ¡Pues, á don Claudio Zapata, -en cuerpo y alma! Pero esto sería bien poco, -si tras él no hubiera asomado la soldadesca figura -de misia Gertrudis, con sus alforjas al -pecho, y su enorme masa de cabellos castaños -que parecía aplastarle y derretirle la cara, llena -de grandes arrugas reunidas en la antigua papada, -que ya no era sino una especie de vejiga -vacía.</p> - -<p>—¡Oh! ¡don Claudio! ¡Oh! ¡misia Gertrudis!—exclamé -sin poder contener la risa.—¡Cuánto -bueno por acá!</p> - -<p>—Hemos venido—dijo ceremoniosamente -don Claudio, interpretando mi hilaridad como -manifestación de cariño,—hemos venido, seguros -de que no habrás olvidado á los que te sirvieron -de padres, á los que, educándote, algo -severamente, es cierto, te prepararon por eso -mismo para la posición que hoy ocupas.</p> - -<p>—¡Oh, don Claudio! ¡y cómo me he de olvidar!</p> - -<p>—Eras un muchacho travieso, muy travieso, -pero se veía claro que harías camino—agregó -misia Gertrudis.—Siempre se lo he dicho á -Claudio y á tu tata, que esté en gloria. ¡Pobre -don Fernando! ¡Quién había de decir! Todavía -tengo su última carta, y la guardo como oro -<span class="pagenum"><a name="Page_113" id="Page_113">[113]</a></span> -en paño. ¡Nos afligió tanto su muerte!... Aquí -le hemos hecho decir unas misas...</p> - -<p>Á pesar de los recuerdos que evocaban estas -frases, la risa me retozaba pensando en las -trenzas y en la cara que habría puesto al no -encontrarlas. Pero, dominándome, dije:</p> - -<p>—¡Pues me siento muy honrado con la visita -de ustedes! ¡Qué recuerdos, eh!... ¡Vaya con -don Claudio! ¡Vaya con misia Gertrudis! ¡Y -qué bien están los dos! Pero háganme el favor -de sentarse y digan si en algo puedo servirlos... -Y ante todo, tomarán un matecito.</p> - -<p>El mate comenzó á circular. Yo estaba seguro -de que llevaban un propósito interesado, -y entre sorbo y sorbo, vencida al parecer por -mis reiteradas instancias, doña Gertrudis consintió, -al fin, en decirme cómo podía pagarles -el honor de aquella visita y la refinada educación -que me habían dado: Los tiempos estaban -malos; sin sufrir miseria, lo que se llama -miseria, no estaban, tampoco, en la abundancia -ni mucho menos. Don Claudio había prestado, -en diversas ocasiones, grandes servicios -al Gobierno, y muchos personajes, entre ellos -tatita, le habían prometido hacer algo por él; -promesas que se había llevado el viento y que -sólo mi padre hubiera cumplido, á no morir de -tan trágica manera... Muerto él, á mí, su hijo -y el hijo adoptivo, ó poco menos, de los Zapata, -me tocaba esa herencia. Don Claudio era -muy modesto—¡demasiado modesto, por eso lo -dejaban en un rincón!—y se contentaría con -una insignificancia cualquiera. Bastaría, por -ejemplo, con que yo, diputado influyente á -quien el Gobierno no podía negar nada, lo hiciera -nombrar juez de paz de su parroquia. El -puesto estaba vacante.</p> - -<p>—¡Pero, señora!—objeté por hacerla hablar, -<span class="pagenum"><a name="Page_114" id="Page_114">[114]</a></span> -—en primer lugar, todavía no soy diputado, -porque las elecciones no han sido aprobadas.</p> - -<p>—¡Oh! ¡eso es una simple formalidad!</p> - -<p>—No tan simple... En segundo, no sé si tengo -ó no tengo influencia con el Gobierno, porque -todavía no lo he tanteado...</p> - -<p>—¡Bah! ¡Eso está visto! ¡Un Gómez Herrera!</p> - -<p>—Y en tercero, don Claudio no remediaría -nada, pero absolutamente nada, con el puesto. -Las funciones de juez de paz son gratuitas.</p> - -<p>Mísia Gertrudis me miró como si quisiera devorarme, -y lentamente, meditando para no decir -las atrocidades que pensaba, replicó:</p> - -<p>—¡No le hace!... Claro que el puesto en sí -no ha de darle un real... Claudio no es de ésos -que aprovechan, ¿no es verdad, Claudio? y son -capaces de quitarles hasta la camisa á los pobres -que tienen una demanda... Pero, como -juez de paz tendrá otra espectabilidad, podrá -hacer muchos servicios, y esto le facilitará alguno -que otro negocio que nos saque de apuros.</p> - -<p>La escena me divirtió tanto que prometí darles -lo que me pedían en cuanto me fuera posible, -si llegaba á tener influencia en el Gobierno. -Y, como quien hace una diablura, meses después -di á don Claudio el nombramiento de juez -de paz para gozar con sus sentencias salomónicas -ó sanchescas, y con sus coimas inverosímiles. -Adelantaré aquí, aprovechando la oportunidad, -que se hacía pagar por todo el mundo, -por el demandante y el demandado, por el condenado -y por el absuelto, y esta igualdad ante -la ley es la mejor prueba posible de su ecuánime -imparcialidad.</p> - -<p>No fué tan grato mi primer encuentro con -Pedro Vázquez, estudiante entonces de derecho -en la Facultad de una provincia vecina, y -<span class="pagenum"><a name="Page_115" id="Page_115">[115]</a></span> -que había ido á la ciudad de paseo. Como todos -los demás, me felicitó por mi rápida carrera, -pero con cierto aire burlón, que yo tomé por -crítica ó protesta muda.</p> - -<p>—¿Quisieras verte en mi lugar, eh?—le dije, -enfadado, con tono de superioridad hiriente, -significándole que debía tener su poco de envidia.</p> - -<p>—¿Yo? No creas. ¡Te va á costar tanto trabajo -mantenerte á la altura de tu puesto!... -Yo no aceptaría por nada, á nuestra edad, un -cargo tan lleno de responsabilidades... ¡Hacer -buenas leyes y gobernar bien al pueblo! No; -es una tarea inmensa, un sacrificio enorme. -Solón ha dicho...</p> - -<p>—¡No me importa lo que diga Solón, señor -estudiante!—interrumpí, rabiando por la solapada -y sangrienta ironía que creí ver en sus palabras.—¿Acaso -los demás diputados se preocupan -de semejantes tonterías? ¡«Sos» un pavo -que nunca sabrás vivir, y no te das cuenta de -nada! No todos han de proyectar las leyes desde -el primer momento, y cualquiera, con un -poco de sentido común, puede saber si son buenas -ó malas las que se le presenten...</p> - -<p>—¡Oh! Ese papel está bueno para los burros -que no tienen decoro ni aspiraciones, no -para un muchacho como tú, inteligente y de -corazón, que puedes ser más tarde muy útil á -tu tierra. No, Mauricio, no te envidio, por ahora. -Hay que prepararse mucho para tareas así, -y yo no estoy preparado; apenas si empiezo á -aprender... Dentro de algunos años no digo que -no. Pero, ahora, lo principal es estudiar.</p> - -<p>—Sí, las cosas viejas de los libros viejos, las -antiguallas del tiempo de Mari-Castaña. ¡Vaya -una sabiduría!</p> - -<p>—De lo viejo ha salido lo nuevo. Lee el Espíritu -de las leyes de Montesquieu y verás.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_116" id="Page_116">[116]</a></span></p> - -<p>—En fin, Vázquez, no estamos de acuerdo.</p> - -<p>Esto lo dije con blandura, convencido de que -no llevaba mala intención, esforzándome por -ser afectuoso, pero con ganas de darle unos sacudones -por burlón si se reía de mí, por tonto -si hablaba en serio. Cuando nos separamos me -fuí, sin embargo, rumiando lo que había dicho, -prometiéndome leer á Montesquieu, y confesándome -que sabía muy poco para legislador, -aunque no mucho menos que la mayoría de mis -colegas.</p> - -<p>La ciudad se me presentaba completamente -distinta de la otra vez, y mi individualidad no -había sufrido las antiguas torturas al verse empequeñecida, -suprimida casi. Muy al contrario, -mi yo se agigantaba, pues ocupando, relativamente, -el mismo lugar que en mi pueblo, el escenario -más complejo y vasto me daba mucha -mayor significación, para mí mismo y para los -demás. El trasplante me favorecía esta vez, enriqueciéndome -y vigorizándome. Había ganado -en todo, hasta en lo que á sensualismo y diversiones -se refiere. Las costumbres eran allí más -fáciles que en Los Sunchos—hablo de la gente -de cierta posición,—y no dejé de aprovechar -esta circunstancia. El éxito es una aureola que -deslumbra á muchas mujeres, y mi brillante -aparición en la escena política, á una edad en -que otros no se han puesto, casi puede decirse, -los primeros pantalones largos, me hizo el -niño mimado de las damas. Algunas me concedieron -amables entrevistas matinales ó á la -hora de la siesta, momentos propicios si los -hay, porque generalmente los maridos sólo temen -la infidelidad nocturna... ¡Cuánto gracioso -impudor en algunas que, para el cónyuge serían, -sin duda, de una desesperante mojigatería!... -Pero no se exagere el alcance de estos -párrafos. Más que inmoralidad, más que licencia -<span class="pagenum"><a name="Page_117" id="Page_117">[117]</a></span> -en las costumbres, debe verse en todo aquello -una simple exteriorización de primitiva ingenuidad, -una especie de regresión al estado -natural, coadyuvada, si no fomentada, por la -completa remisión de los pecados, en la que -nadie dejaba de creer. Y si lo cuento es, sólo, -porque estas aventuras pasajeras ahuyentaban -cada día más de mi cerebro la idea del matrimonio, -mientras me alejaban, también, de Teresa, -un poco por temor, un mucho por desdén -que las comparaciones me inspiraban. Sin -una pasión que ciegue, el matrimonio es un -disparate, sobre todo en la primera juventud; -con la pasión que ciega, es una locura en todo -tiempo. Se me dirá que los hijos imponen el -matrimonio, pero esto, en la actualidad, es un -craso error, aunque antiguamente pudiera resultar -exacto. Los hijos toman la vida como -viene, y suelen tener mejores ejemplos en una -unión libre, desligable á la primera falta, que -en un hogar legítimo donde, al cabo de algunos -años, marido y mujer no pueden aguantarse y -tienen que aguantarse aunque se desprecien y -se odien, cosa que disimularán á los extraños, -á los mismos amigos, pero que resultará siempre -evidente para los hijos... Pero no era mi -intención meterme en estas honduras, sino sencillamente, -decir que cada día me afirmaba -más en el propósito de no casarme con Teresa—sobre -todo con Teresa,—porque, ¿cómo arrostrar -á sabiendas los peligros que veía ejemplarizados -á mi alrededor, el infortunio, el -ridículo, quizás ambos á la vez, sin una gran -compensación?</p> - -<p>Entretanto me preocupaba y me urgía la -aprobación de mi diploma, pues no creería en -mi buena suerte mientras no me viera en mi -banca de diputado. É interrogaba á todo el -<span class="pagenum"><a name="Page_118" id="Page_118">[118]</a></span> -mundo, con aire indiferente, si á su juicio se -presentarían ó no dificultades.</p> - -<p>—¡Qué se han de presentar! Su diploma es -como una carta en un buzón.</p> - -<p>No decían en el Correo, porque el correo era -entonces una verdadera calamidad.</p> - -<p>Asistía como interesado espectador á las sesiones -preparatorias de la Legislatura, mucho -más divertidas que el resto de la monótona vida -provinciana—salvo los amoríos, los bailes y las -francachelas,—y me paseaba en antesalas, trabando -relación con mis colegas futuros. Allí se -tomaba mate interminablemente, y se hablaba -de política, de chismografía social, mezclado -esto con las viejas anécdotas de que somos -tan golosos los provincianos.</p> - -<p>El «recinto» de la Cámara era, en una casa -vieja de pretencioso frontispicio Renacimiento, -un salón cuadrado, disfrazado de anfiteatro mediante -unas barandillas de madera que dejaban -á disposición de la barra el fondo y los rincones, -llenos de largos escaños. Las «bancas» ó -asientos de los padres conscriptos eran una especie -de pupitres de escuela, colocados en tres -filas semicirculares y decrecientes, las mayores -á lo largo de la barandilla, las menores, naturalmente, -en el centro, dejando en medio un -espacio vacío. En el testero del salón, sobre la -larga mesa de la presidencia, el gran retrato -al óleo de un prócer de la provincia. ¡Qué majestuosa -me pareció aquella sala la primera vez -que entré en ella, con el pecho algo oprimido, -como quien penetra en un antro misterioso! -¡Y con qué religiosa atención escuché lo que -se decía, pagando la chapetonada y conquistando -así el derecho de no hacerlo más tarde!</p> - -<p>Los diputados decían sucesiva y enfáticamente -una docena de sandeces, que entonces me -parecían rasgos de elocuencia, tal es el prestigio -<span class="pagenum"><a name="Page_119" id="Page_119">[119]</a></span> -del poder. Eligieron la mesa y comenzaron -á discutir las actas de las elecciones, por -mera fórmula, según me dijera misia Gertrudis: -bien se veía que todos se habían puesto -de acuerdo antes de entrar en sesión. Mi diploma -era uno de los pocos que parecían peligrar, -porque las elecciones de Los Sunchos habían -sido, como de costumbre, protestadas por -la oposición abstinente. Cuando me tocó el turno -fuí invitado á entrar en el recinto para defenderlo. -Como todos mis eminentes colegas -habían sido electos más ó menos en la misma -forma que yo, y habían pasado sobre iguales -protestas, no les fué difícil convencerse de la -legalidad de mi mandato, y de que:</p> - -<p>«La impotencia hipocondríaca y perversa de -cuatro ciudadanos egoístas y malos patriotas, -hez de la sociedad, alejados de la opinión pública -y desdeñados y aborrecidos por ella, como -se hace con una víbora venenosa, los obliga -á adoptar el único medio de fingirse vivientes, -firmes y numerosos, de mostrarse engañosamente -al pueblo como una fuerza respetable: -la cínica protesta de una elección legal, -en que se ha respetado la inmaculada pureza -del sufragio, protesta que lleva al pie el nombre -de cuatro individuos insignificantes, que -quizá no sean ni siquiera electores, y la falsa -afirmación de «siguen las firmas», testimoniada -por un escribano sin fe, sin carácter, sin -probidad. ¡No hay firmas, no hay hombres, no -hay ciudadanos, señor Presidente!...</p> - -<p>—¡Las firmas están!—gritó una voz desde -la barra.</p> - -<p>—«Habrá... habrá nombres inventados, nombres -supuestos que no figuran en el padrón. -¡No, no hay ciudadanos, señor Presidente! -Sólo hay ambiciones inconfesables, y, como -ya dije, la rabia feroz de la impotencia. (Muy -<span class="pagenum"><a name="Page_120" id="Page_120">[120]</a></span> -bien en las bancas). Vengo á apoyar decididamente -al Gobierno que nos rige con general -aplauso. Esto es sabido, y esto despierta contra -mí el odio de los que quisieran substituirse -á él. Esos cuatro fomentadores de anarquía -son, pues, mis enemigos naturales. Entretanto, -el Gobierno actual cuenta con la inmensa -mayoría del pueblo, y ésa es la que me -ha elegido por mis opiniones. No declarar legítimo -mi mandato sería sospechar de impopularidad -al mismo poder ejecutivo que aclaman -las muchedumbres entusiastas y del que -quiero ser modesto, pero abnegado colaborador.»</p> - -<p>Esto lo copio de la versión taquigráfica, corrigiendo -apenas el estilo, no por presunción, -sino porque me gustan las buenas formas, lo -que podría llamarse el aseo en la ropita oratoria. -El fondo era así, vago, indeterminado é insultante -para los adversarios. De más está decir -que, como en mi célebre examen de ingreso, -allí también pasé por unanimidad. Presté -juramento y me senté por fin en «mi banca». -Era, definitivamente, un personaje.</p> - -<p>Escuché desde entonces los discursos con menos -respeto, y comencé á comprender como por -vaga intuición, que aquello no valía nada, que -yo podría hacerlo mejor sin mucho esfuerzo, -sin todo ese trabajo de años á que Vázquez -se refería. Y resolví ponerme á leer discursos -parlamentarios. La indigente biblioteca de -la Legislatura, compuesta de unos pocos centenares -de volúmenes, me proporcionó los diarios -de sesiones del Congreso: devoré á Sarmiento, -Avellaneda, Rawson, Mitre, Vélez -Sarsfield; leí docenas y docenas de discursos, -reteniendo más las frases que la doctrina y -creándome un repertorio de lugares comunes -que pudieran no parecer tales. Compré también -<span class="pagenum"><a name="Page_121" id="Page_121">[121]</a></span> -algunos libros de Castelar, una traducción -de Cicerón, otra de Mirabeau, y me puse -á leer la Historia de la Revolución Francesa, -que entonces me entretenía como antes -las novelas de aventuras. Los discursos de la -Convención me enriquecieron notablemente, y -traté de imitar su vehemente entusiasmo, su -heroica entereza, en la forma de los míos. Siempre -que hablaba en la Cámara era como si -la patria estuviese en peligro; los otros «buenos -oradores», escasos entre mis colegas, hacían, -por otra parte lo mismo, de modo que, á -propósito de la construcción de un camino ó de -cualquier otro detalle, las sesiones de nuestra -humilde Legislatura, alcanzaban el diapasón -de las más vibrantes y memorables de la historia.</p> - -<p>Un discurso que pronuncié sobre el estado -de las escuelas primarias en la provincia, mereció -que algunos corresponsales escribieran -á Buenos Aires, y dos ó tres diarios me dedicaran -palabras elogiosas en los sueltos. Éste fué -el mayor espolazo que haya recibido mi ambición, -desde entonces pronta á desbocarse. Me -propuse conocer la capital, los hombres de gobierno, -el presidente de la República, ciudadano -de gran talento, elocuentísimo orador él también, -y ¡quién sabe! quizás abrir una brecha -que me permitiese lanzarme á la conquista de -aquel emporio, y triunfar, y ser allí lo que había -sido en Los Sunchos, lo que era en mi ciudad -provinciana, si no el primero, uno de los -primeros, con un porvenir de gloria y de grandeza.</p> - -<p>Vivía exclusivamente para la política; sólo -en ella pensaba, estuviese donde estuviese, trabajando -ó divirtiéndome, amando ó durmiendo, -porque hasta mis sueños eran políticos, y -mis amoríos buscaban mayor influencia y más -<span class="pagenum"><a name="Page_122" id="Page_122">[122]</a></span> -poder para mí. Ningún detalle me parecía nimio, -y todo, hombres, cosas, hechos iban almacenándose -en mi memoria, que tengo magnífica. -Ahora mismo podría contar la vida y milagros -de centenares de personas, tanto altamente -colocadas cuanto modestas y aun insignificantes. -Formaba mi arsenal, con avidez y -con paciencia, y comenzaba á utilizarlo para -avezarme á su manejo.</p> - -<p>Como aprendizaje del uso de mis armas, escribía -en «Los Tiempos», diario que era una -reproducción agrandada de «La Época» de Los -Sunchos, y mis sueltos incisivos, mordaces, casi -siempre animados con una anécdota verdadera -ó imaginada, se destacaban del resto de -aquella prosa indigesta y burda, lana de colchón -con que se rellenaban las columnas del -periodicucho. Mi fama comenzó á cundir, y ya -muchos me consideraban como una personalidad -naciente, mientras que otros me tenían como -á un muchacho mal educado é insolente, -capaz de las mayores desvergüenzas.</p> - -<p>Entretanto, mamita, Teresa, don Higinio, -Los Sunchos quedaban muy lejos, allá atrás, -allá abajo, como perdidos en la bruma para -siempre. Sólo, de tiempo en tiempo, una carta -de Teresa venía á sobresaltarme, á turbarme -un momento: su secreto, nuestro secreto, iba -á dejar de serlo; la verdad se impondría dentro -de muy poco, y, desesperada, me suplicaba -que fuera, que arreglara las cosas, que la salvara -de toda una inminente tragedia...</p> - -<p>¿Para qué me habría yo metido en semejante -atolladero?</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_123" id="Page_123">[123]</a></span></p> - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">XVII</h3> -</div> - -<p>Me pareció oportuno realizar el proyectado -viaje á Buenos Aires, antes de decidir lo que -había de hacer. Pedí licencia á la Cámara y algunas -cartas de presentación de mis amigos -del Gobierno para los «ases» de la gran capital. -Con esto, mi diploma de diputado, mi calidad -de periodista y mi apellido patricio, salí, seguro -del éxito, en busca de mis primeras aventuras -bonaerenses. Las puertas del mundo oficial -y las de muchos salones provincianos, abriéronse -de par en par ante mí. Visité á varios miembros -notables de mi familia, que ni siquiera tenían -noticia de mí, pero que me recibieron deferentemente, -poniéndose á mi disposición y -dando por cumplidos todos sus deberes con esta -manifestación de cortesía.</p> - -<p>Buenos Aires estaba, desgraciadamente, muy -agitado. Respirábase allí una atmósfera candente, -nuncio de una tempestad. Los ciudadanos -se adiestraban en el uso de las armas y en -el ejercicio militar, á vista y paciencia del Gobierno -de la nación, contra quien iban, impotente -para reprimirlos sino con una medida -de fuerza que hubiera sido señal de la revolución, -quizá de la guerra civil. Las antiguas -desavenencias mezcladas de celos entre Buenos -Aires y las provincias hacían crisis, y esta crisis -era amenazadora. En la doble capital no cabían -los dos grandes poderes, el nacional y el -porteño, que se disputaban la hegemonía, y el -drama político empezado desde los albores de -la independencia, corría rápidamente á su desenlace. -¿Cuál sería éste? ¿Triunfaría la altiva -Buenos Aires sobre todo el resto del país, -imponiéndose como la cabeza pensante á los -<span class="pagenum"><a name="Page_124" id="Page_124">[124]</a></span> -demás miembros del cuerpo? ¿Lograríamos los -provincianos abatir su orgullo y hacerla entrar -en razón? ¡Arduo problema cuya solución parecía -exigir sangre!</p> - -<p>Fuí á saludar, entretanto, al Presidente de -la República, hombre encantador, de maneras -algo afectadas, muy fino, muy amable, tanto -que, á primera vista podría creérsele débil, femenil. -Me parece estarlo viendo, pequeñito, -menudo, bien proporcionado, sin embargo, con -la frente ancha, coronada por cabellos largos, -negros y ensortijados, ojos llenos de inteligente -viveza, bigote y perilla, negros también. -Hablaba con mesura, escogiendo las palabras, -y sus frases tenían siempre un ritmo cantante. -Así, cuando hablaba en público, era una delicia -escucharle, porque se hubiera dicho que -su oratoria era musical, persuasiva y tranquilizadora -como una caricia.</p> - -<p>Me habló de mi provincia, de la suya, de la -desgracia de nuestro país, siempre agitado por -disensiones intestinas y ofreciendo un espectáculo -de anarquía y violencia al mundo, que -consideraba á las nuevas naciones de la América -del Sur, y, sobre todo, á la nuestra, como -grupos de chiquillos revoltosos, si no como tribus -semiprimitivas, incapaces de comprender -la libertad, y, por lo tanto, de gozar de ella. Y, -sin duda, para no penetrar más en el fondo -de las cosas y no hacer confidencias intempestivas -á un jovenzuelo que era, al fin y al cabo, -desconocido, se levantó, dando por terminada -la audiencia. Nunca lo volví á ver, pero conservo -clara y viva la impresión que me produjo.</p> - -<p>Poco duró mi permanencia en Buenos Aires, -porque algunos dirigentes del partido me aconsejaron -que volviera á mi provincia, donde podía -hacer falta: la inminente rebelión de la -<span class="pagenum"><a name="Page_125" id="Page_125">[125]</a></span> -capital porteña repercutiría, quizás en alguna -otra parte, y aunque mi provincia estuviera al -abrigo de todo temor y toda sospecha, como defensora -decidida de la causa nacional—eran sus -palabras,—nunca es malo estar prevenido, y -en épocas de disturbios cada soldado debe -ocupar su puesto. Me fuí, pues, y véase cómo -asocia uno egoísticamente á sus pequeñas necesidades, -los más grandes intereses colectivos: -me fuí haciendo votos porque estallara no una -revolución, sino toda una guerra civil, convencido -de que en esta tragedia me sería más fácil -desenlazar mi dramita íntimo, de acuerdo con -mis deseos, es decir, quedando libre de todo -compromiso.</p> - -<p>En la ciudad me esperaba una carta de don -Higinio, todavía ignorante de la desgracia que -lo amenazaba. La abrí, no sin recelo. Se refería -al negocio de la chacra, que marchaba -muy bien, gracias á su «muñequeo». Había -conseguido que la misma oposición clamara por -la apertura de las calles, creyendo hacerme daño -al desmembrar «una posesión feudal, que, -como los castillos medioevales, dominaba al -pueblo de Los Sunchos, aunque sin protegerlo -ni servirle, sino á modo de dique contra su -desarrollo natural». La Municipalidad fingía -indignarse mucho contra aquella pretensión; -pero estaba, naturalmente, pronta á ceder en -cuanto él lo indicara. No era oportuno todavía, -si se quería obtener una buena indemnización.</p> - -<p>Contingencia feliz é ingrata á la vez, que me -dejó perplejo. Agregábase un elemento más á -mis vacilaciones que ya eran sobradas, aunque, -en el fondo, mi resolución fuera inmutable. -Don Higinio, de cuya influencia política necesitaba -todavía, don Higinio, que, como buen -criollo, era muy capaz de vengarse sangrientamente -de mí, preparando este brillante negocio, -<span class="pagenum"><a name="Page_126" id="Page_126">[126]</a></span> -me obligaba aún más á contemporizar con -él. ¿Cómo salvarme del compromiso, cómo ganar -tiempo, al menos?... Á fuerza de buscar, -se me ocurrió una idea luminosa, y escribí á la -muchacha, en una forma ambigua, sólo clara -para ella, diciéndole que más que nunca guardara -su secreto, y á don Higinio preguntándole -si iría pronto á la ciudad, pues me urgía hablarle -de un asunto muy importante que no -podía tratarse por cartas, pero que tampoco -era cuestión de días más ó menos. Un «se trata -de mi felicidad», debía sugerirle el tema probable -de la entrevista.</p> - -<p>Me precipitaba hacia el escándalo, precisamente -para contrarrestarlo, y elegía la ciudad, -donde las cosas más graves, las que serían catástrofes -en una aldea, pueden pasar inadvertidas, -y donde toda defensa es más fácil. En aquel -teatro se equilibraban mejor nuestro poder y -nuestras armas.</p> - -<p>Como lo había supuesto, el viejo se precipitó -á la cita. Creo que estaba más contento que la -misma Teresa, pues creía realizar un sueño de -muchos años y crear para sus nietos toda una -aristocracia, dándoles al propio tiempo gran fortuna, -elevada posición y un nombre envidiable, -un apellido patricio.</p> - -<p>—¡Don Higinio!—exclamé al verlo.—Mi -asunto no corría tanta prisa.</p> - -<p>—No—dijo ladinamente.—Si he venido por -otras muchas cosas; y de paso es natural que te -pregunte lo que querés.</p> - -<p>—Yo hubiera debido ir á Los Sunchos; pero -ya comprende usted que mis ocupaciones de -la Cámara me lo impiden.</p> - -<p>No había ido, temiendo, además de lo que -ya he dicho, las escenas con Teresa, y su posible -indiscreción... ¡Oh! las mujeres saben -callar, pero de repente, cuando no hay peligro -<span class="pagenum"><a name="Page_127" id="Page_127">[127]</a></span> -ó á ellas les parece que no lo hay, se les va la -lengua y arman un enredo, sin querer.</p> - -<p>—Se trata de Teresa—agregué.—Usted bien -sabe que nos queremos desde hace mucho, desde -que éramos muchachos. ¿Nos dará usted su -consentimiento para casarnos?</p> - -<p>—¡Pero, hijito, cómo no! ¡Si es mi mayor -deseo, y cuanto antes!</p> - -<p>Me abrazó conmovido.</p> - -<p>—Cuanto antes, me parece mucho decir. Yo -creo que será mejor esperar hasta el año que -viene. Mis asuntos no están bien claros y los -recursos no son muchos, mientras no se arregle -lo de la chacra.</p> - -<p>—Se arreglará. Y, además, yo soy bastante -rico para que no les falte nada.</p> - -<p>—Otra cosa: tengo que preocuparme de mi -posición y no puedo descuidar ni un momento -la política, si he de hacer camino. Debo frecuentar -asiduamente la sociedad, los comités, -el club, la casa de gobierno, la Legislatura. Todo -pinta muy bien; pero, con la desgraciada -perspectiva de una revolución en Buenos Aires, -quizá de una guerra civil, si me casara ahora, -tendría que abandonar á mi mujercita ó no -cumplir con los deberes que me imponen mi -puesto y mi partido...</p> - -<p>—¿Y cuándo, entonces?</p> - -<p>—¡Oh! el año que viene, á más tardar. El -año que viene estará completamente despejada -la situación del país y la mía...</p> - -<p>Un relámpago de recelo atravesó por los ojos -de don Higinio. Le parecía extraño—y me lo -dijo,—que una vez resuelto á casarme, lo dejara -para más tarde, sin ardor juvenil de inmediata -realización. Que antes vacilara, sí, es -comprensible; pero, decidido ya, la demora resultaba -menos natural. ¡En fin! que él no hubiera -obrado así, y en su tiempo la gente se casaba -<span class="pagenum"><a name="Page_128" id="Page_128">[128]</a></span> -sin preocuparse de las revoluciones. ¡Pero, -sobre gustos no hay nada escrito!</p> - -<p>—Será, pues, para el año que viene. Escríbele -á Teresa. Yo mismo le llevaré la carta para -ver la cara que pone.</p> - -<p>¡Escribirle! Siempre he tenido miedo de escribir -cosas comprometedoras, y la carta anterior -me había costado prodigios de ingenio. Salí -del paso lo mejor que pude.</p> - -<p>—Ella ya sabe—dije.—Lo sabe desde antes -de venirme á la ciudad.</p> - -<p>—¡Ah, picarones!... ¡y qué calladito lo tenían!</p> - -<p>Se quedó todo el día conmigo, haciendo proyectos, -castillos en el aire, como si él fuera el -novio. Seríamos reyes en Los Sunchos, y en la -ciudad, y en el mismo Buenos Aires, donde Teresa -brillaría un día como una reina.</p> - -<p>Aquí se me escapó una réplica, que tuvo más -tarde consecuencias trascendentales.</p> - -<p>—Déjese de eso, viejo—le dije.—Teresa es -demasiado modesta para que se pueda lucir en -Buenos Aires. De allí vengo, y debo prevenirle -que las mujeres tienen una educación muy distinta, -son grandes señoras, no muchachas ignorantes, -como las de nuestros pueblitos de provincia.</p> - -<p>Se quedó mirándome, sin replicar palabra, -como si mi frase le hubiera producido la más -honda impresión, y nuestra charla terminó con -esto.</p> - -<p>Cuatro días después, una carta de Teresa me -daba noticia de lo ocurrido en Los Sunchos, á -la llegada de don Higinio. Éste, loco de alegría, -le había dicho que yo acababa de pedir su -mano. Ella, cuando el viejo agregó que el casamiento -se celebraría el año siguiente, no pudo -reprimir un grito:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_129" id="Page_129">[129]</a></span></p> - -<p>—¡Cómo el año que viene! ¡Es imposible, -imposible! ¡Si mucho antes!...</p> - -<p>El viejo, alarmado, aunque sin dar toda su -significación á estas palabras, preguntó, suplicó, -amenazó, y al fin lo supo todo. Su cólera -fué indescriptible. Quería montar á caballo y -correr á la ciudad á llevarme «de una oreja» para -hacerme casar inmediatamente ó matarme -como á un perro si me resistía. Y lo hubiera -hecho como lo decía, si no le hubiera dado un -ataque á la cabeza, que lo dejó tendido en medio -del patio, mientras apretaba la cincha á su -alazán. ¿No digo que las mujeres, tan reservadas -siempre, siempre son indiscretas cuando -sufren una gran emoción? Pero, en fin, el -mal trago había que pasarlo, tarde ó temprano. -Por fortuna, el bendito ataque vino á cambiar -completamente el rumbo de las cosas, porque -don Higinio me casa, como hay Dios que me -casa ó me mata, si no pierde el sentido y no -tiene que guardar cama después, muchos días, -con ventosas, cáusticos, sangrías y toda la terapéutica -provinciana de aquel entonces.</p> - -<p>Otras cartas de Teresa me tranquilizaron. Haciendo -de enfermera del viejo había logrado enternecerlo, -impedirle que provocara un conflicto, -gracias á su debilidad momentánea, á su cariño -de padre y á la confianza que tenía en mi -caballerosidad. Lo hecho, hecho estaba. Había -que ocultar la falta, lo mejor posible; cuando -nos casáramos, que debía ser inmediatamente, -iríamos á hacer un largo viaje á Chile, á Europa, -al Paraguay, á cualquier parte, y volveríamos -con nuestro hijo, sin que nadie tuviera -nada que decir. Pero el viejo «quería, tenía -que hablar conmigo, cantarme la cartilla, exigirme -seguridades de que cumpliría mi palabra, -si no me obligaba á casarme en seguida. -¡Esto sería lo mejor!» La idea de venganza, -<span class="pagenum"><a name="Page_130" id="Page_130">[130]</a></span> -la de sangre, había pasado por el momento; -pero el peligro cambiaba de aspecto: el casamiento -sería ineludible, si yo no quería sentir -la pesada mano de don Higinio, ó, por el contrario, -hacerle sentir la mía y provocar con ello -un terrible escándalo que haría fijarse todas las -miradas en nosotros y que necesariamente sería -muy perjudicial para mi porvenir, porque, -si bien las faltas y aun los delitos pueden perdonarse -y hasta olvidarse en provincias, si no -trascienden mucho y se ha sabido guardar las -formas, la condenación general, implacable, -persigue á los que violentamente perturban el -buen orden social.</p> - - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">XVIII</h3> -</div> - -<p>La situación política se hacía más tirante -cada vez, el interior estaba agitado y receloso, -Buenos Aires con las armas en la mano, dispuesta -á romper las hostilidades contra el Gobierno -nacional, contando con la ayuda más -ó menos ilusoria de dos ó tres provincias. Nosotros, -en realidad, no teníamos nada grave que -temer, pues nuestro pueblo es tradicionalmente -adversario del porteño; pero en épocas tan -revueltas, nunca faltan ambiciosos que aprovechan -las circunstancias, y la oposición local -era muy capaz de servirse de ellas para -provocar un cambio de Gobierno que la llevara -al poder. Así lo comprendíamos los que -pulsábamos la situación con alguna perspicacia. -Era fácil ver que los opositores se movían -disimuladamente, preparando algo, un -golpe de mano ó una revolucioncita de las -que tanto abundaban por aquellos tiempos. -No tenían, sin duda alguna, la menor intención -de ayudar á Buenos Aires, pero desde hacía -<span class="pagenum"><a name="Page_131" id="Page_131">[131]</a></span> -mucho soñaban con derribar al Gobernador, -don Carlos Camino, de quien hablaban pestes, -quitándole al diablo para ponerle á él. No administraba -Camino peor que otros, pero no podían -perdonársele sus costumbres disolutas, y, -especialmente, su afición al bello sexo de baja -estofa, que lo lanzaba á inconfesables aventuras -en las que sólo le seguía su asistente, Gaspar -Cruz, paisano retobado, valiente como las -armas, fiel como un perro, para quien el mundo -estaba exclusivamente cifrado en el Gobernador, -persona excepcional, casi divina, según -su cerebro obtuso y fetichista. Marido de una -matrona ejemplar, casta y piadosa, padre de -dos lindas muchachas candorosas é inteligentes, -Camino era considerado realmente como -un criminal, en los círculos austeros, y aparente -y utilitariamente en los que no lo eran tanto, -pero podían aprovecharse de su desprestigio. -En suma, muchos le tenían por una especie -de tirano corrompido, y, si no contribuían -á derrocarlo, no harían nada por sostenerlo, -tampoco.</p> - -<p>Vi muy claras las ventajas que me ofrecía -aquella situación, y no tardé en utilizarlas. Una -noche que, con otros personajes, estaba de visita -en casa del Gobernador, llevé la conversación -á las agitaciones populares, declarando -que, á mi juicio, eran mucho más graves de lo -que se creía. Varias personas, con ese espíritu -de torpe adulación que hace negar hasta la evidencia, -si ésta puede ser desagradable al que -quieren lisonjear, y aunque con ello le expongan -á los mayores peligros, me replicaron entre -risas que estaba viendo visiones, y que me -asustaba de fantasmas.</p> - -<p>—¡No! ¡no hablo á tontas y á locas!—exclamé.—Tengo -datos, y si el Gobernador quiere -escucharme y seguir mi consejo, no durmiéndose -<span class="pagenum"><a name="Page_132" id="Page_132">[132]</a></span> -en las pajas, podrá evitarse un mal rato. -Más tarde, ya no sería tiempo.</p> - -<p>Camino quedó un tanto preocupado, pero supo -disimular, y, al cabo de un momento, me -llamó aparte para que le contara lo que sabía. -Exageré un poco, creyéndolo necesario para -mis fines. La oposición se armaba secretamente—lo -que era cierto,—tenía en la ciudad verdaderos -arsenales, mucha gente comprometida, -paisanos que entrarían en campaña á la primera -señal, una especie de logia revolucionaria -que funcionaba todas las noches, y hasta -inteligencias en la misma policía, muchos de -cuyos agentes estaban complotados.</p> - -<p>—¡Pero qué hace don Mariano!—exclamó -el Gobernador, alarmado, refiriéndose al viejo -Villoldo, jefe de policía.</p> - -<p>—Don Mariano no ve más allá de sus narices, -está medio chocho y toda la vida ha sido -débil—contesté.—Y en estos momentos lo que -se necesita es un hombre resuelto, que no se -preocupe de «legalidades» ni se ande con paños -calientes...</p> - -<p>—¿Dónde encontrar ese hombre?</p> - -<p>—¡Vamos, Gobernador! ¿No lo tiene delante?</p> - -<p>—¿Usted? ¿Usted se considera capaz?...</p> - -<p>—¿De sofocar ó de impedir una revolución? -¡Sí, Gobernador, muy capaz! Si usted me da -la jefatura de policía y me deja completa libertad -de acción, le aseguro que antes de quince -días todo estará más tranquilo que nunca. Pero, -¡eso sí! ¡nada de escrúpulos tontos y carta -blanca para mí! Habrá que meter bastante gente -en la cárcel.</p> - -<p>—Pero, la opinión...</p> - -<p>—¡Bah! En las circunstancias actuales hay -que hacer la pata ancha; además, no pueden -ser más favorables, porque con la agitación -<span class="pagenum"><a name="Page_133" id="Page_133">[133]</a></span> -completa del país, un detalle más uno menos, -viene á ser la misma cosa. ¡Déjeme hacer, Gobernador, -y verá como todo sale bien!</p> - -<p>—¡Bueno... lo pensaré!—murmuró, perplejo.</p> - -<p>—No. No es cuestión de perder tiempo. Hay -que decidirse. Nómbreme ó no me nombre á -mí, don Mariano Villoldo no puede quedar en -su puesto si usted quiere seguir en el gobierno. -Es cuestión de días, quizá de horas, y puede -que en este mismo momento se esté preparando -la ratonera.</p> - -<p>—¡Bien! ¡Está dicho!... Voy á llamar á don -Mariano, y mañana será usted jefe de policía.</p> - -<p>—Entendido que conservaré mi banca en la -Legislatura...</p> - -<p>—¿Cómo? ¿Y la Constitución?</p> - -<p>—Es un librito, decía el viejo Vélez. La -Constitución no dice que un diputado no puede -ser jefe de policía. Y aunque lo dijera, en circunstancias -tan excepcionales... Me interesa -conservar el puesto por si algún día dejo la policía... -ó á usted se le antoja quitármela...</p> - -<p>—En fin, la Cámara decidirá.</p> - -<p>—No. Si ahora mismo voy á pedir licencia -por tiempo indeterminado. ¡Y carta blanca, eh! -¡Necesito poder obrar resueltamente, como un -rayo, en el momento oportuno!...</p> - -<p>Don Mariano Villoldo renunció aquella noche, -á pedido del Gobernador, y al día siguiente -comencé á ejercer mis nuevas funciones de jefe -político de la provincia, con gran sorpresa de -todo el mundo, porque nadie se explicaba tan -enorme salto. Abundaron las críticas, porque -«un mocozuelo» al frente de la policía no podía -hacer más que barrabasadas. Pero dejé hablar -y me dediqué á reorganizar mi gente, valiéndome -de los comisarios y oficiales en quienes -se podía tener confianza. La tarea era ardua, -<span class="pagenum"><a name="Page_134" id="Page_134">[134]</a></span> -tanto más cuanto que debía llevar de frente al -propio tiempo, las averiguaciones de lo que tramaba -la oposición, y hallar ó inventar una buena -oportunidad para poner presos á los cabecillas, -secuestrarles las armas y quitarles las ganas, -por un tiempo, de meterse á revoltosos. -Día y noche pasaba en el despacho, dando órdenes, -escuchando partes y confidencias, recibiendo -espías, amonestando á subalternos dudosos, -pero de quienes todavía se podía esperar -algo. Hasta dormía en mi despacho, para estar -«al pie del cañón». Los opositores se reunían -unas veces en una parte, otras en otra, nunca -dos días en el mismo sitio, pero no me sería -difícil sorprenderlos en cuanto quisiera, pues -no me faltaban indicaciones oportunas del local -elegido. Sin embargo, no precipité las cosas, -para no dar golpe en vago ni provocar demasiada -crítica.</p> - -<p>En esto, sobrevino el rompimiento entre el -Gobierno Nacional y el de Buenos Aires, como -si quisieran servirme exclusivamente á mí, tanto -en los asuntos privados cuanto en los políticos. -Llegóme, aun antes que al Gobernador, -noticia de los sucesos: el Presidente de la República, -sus ministros y gran parte del Congreso -habían abandonado la ciudad rebelde que se -fortificaba, y á la que ponía sitio el ejército de -línea. La lucha iba á ser terrible, pues los porteños -parecían dispuestos á no cejar y tenían -numerosas fuerzas de guardias nacionales, de -voluntarios criollos y extranjeros, y algunas tropas -veteranas. La ciudad estaba rodeada de fosos -y trincheras y los puestos avanzados defendidos -estratégicamente. Era una revolución en -regla, como no la había habido desde muchos -años atrás, y como era de temerlo, dados los -largos y ostensibles preparativos... El país entero -se hallaba bajo el estado de sitio.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_135" id="Page_135">[135]</a></span></p> - -<p>En cuanto supe esto y antes de que pudiera -hacerse público, renuncié á esperar otra oportunidad, -y ya no traté de tomar reunidos á los -presuntos revolucionarios. Usando de los plenos -poderes que tenía, impartí mis órdenes, y corrí -á casa de Camino, para darle cuenta de lo que -acababa de hacer.</p> - -<p>—En estos momentos—le dije,—sacan de sus -casas á todos los jefes de la oposición, y por mi -orden los llevan á la policía. Puede V. E. estar -tranquilo. Aunque no tema el más ligero disturbio, -le mandaré un piquete para su custodia, -bajo las órdenes de un hombre de confianza. -¡Todo va bien!</p> - -<p>Quiso pedirme mayores datos, pero dejé los -detalles para más tarde, limitándome á decir -que Buenos Aires acababa de sublevarse, como -se temía, y agregando:</p> - -<p>—Ya comprende, Gobernador, que con los sucesos -de Buenos Aires todo está justificado y -nadie tendrá nada que decir. En cuanto secuestre -las armas, y después de tenerlos un tiempo -á la sombra, para que aprendan á no meterse á -sonsos, los pondremos en libertad y ya no volverán -á alborotar en muchos años.</p> - -<p>—Sí, pero, ¿y los ministros?</p> - -<p>—¡Valiente preocupación! Reúnalos y dígales... -Están acostumbrados á callarse y aprobar.</p> - -<p>Cuando volví á mi despacho comenzaban á -llegar á la policía los primeros detenidos, unos -protestando enérgicamente contra el «atropello», -el allanamiento de su casa sin orden de -juez, la violencia contra sus personas, otros -asustados y temblando, como criminales, los -menos serenos y dignos, diciéndose que desde -un principio sabían á lo que se exponían, algunos, -por fin, suplicando que los pusieran en -libertad, porque ellos «no habían hecho nada», -<span class="pagenum"><a name="Page_136" id="Page_136">[136]</a></span> -como los muchachos de la escuela. En casos así, -los gobiernos de provincia solían no ser muy -blandos que digamos, y vejaban á los opositores -presos, encerrándolos en calabozos inmundos, -maltratándolos, obligándolos á hacer las tareas -más viles, como limpiar los excusados ó barrer -las aceras y la plaza pública. Esto se explica. -Las autoridades, y especialmente la policial, -estaban siempre en manos de hombres rudos y -toscos que habían ido, á veces desde años enteros, -amontonando rencores, y deseaban vengarse -de desaires y desprecios no por lo disimulados -menos hirientes y sangrientos. Yo no tenía -nada que vengar y quise ser buen príncipe. Ordené -que se tratara á mis prisioneros con toda -consideración, que se les alojara lo mejor posible -en las oficinas, que se les permitiera hacerse -llevar cama, ropa y comida, todo esto manteniéndolos, -sin embargo, incomunicados con el -exterior, y hasta me digné hacer que uno de mis -subalternos les diera noticia de la revolución -bonaerense, y les explicara que el Gobierno se -veía obligado á tomar precauciones excepcionales, -para la seguridad del país.</p> - -<p>Entretanto, valiéndome de lo que habían descubierto -mis espías y, sobre todo, de lo que me -revelaron algunos conspiradores débiles de carácter, -por librarse del castigo, y otros venales, -por obtener recompensas, supe dónde estaban -ocultas las armas—casi todas,—y las hice recoger. -La conspiración quedaba sofocada: teníamos -quince ó veinte opositores de significación -detenidos, y habíamos secuestrado un centenar -de fusiles viejos, casi inservibles, y otras tantas -lanzas hechas con cañas tacuaras y tijeras de -esquilar.</p> - -<p>En medio de toda esta agitación, tuve una -sorpresa que en un principio me fué ingratísima, -pero que me llegaba, precisamente, en el -<span class="pagenum"><a name="Page_137" id="Page_137">[137]</a></span> -momento más favorable para mí, como no tardé -en comprenderlo. Mi despacho estaba lleno de -gente, cuando un ordenanza me anunció que -don Higinio Rivas deseaba hablar conmigo. -Había sonado la hora trágica. Un momento estuve -por retardarla, no recibiendo al viejo, pero -me pareció demasiada cobardía, y mirando al -destino cara á cara, le hice entrar, sin despedir -á mis subalternos.</p> - -<p>Casi no reconocí á don Higinio. La enfermedad -lo había adelgazado y debilitado mucho, y -las preocupaciones, los sinsabores, el amor propio -herido, después de provocar un paroxismo -de rabia, lo habían dejado como inquieto y vacilante. -Su cara de león manso, alargada y arrugada, -expresaba más bien melancolía que fiereza, -y sus ojillos negros, bajo las cejas blancas -é hirsutas, no se fijaban ya ni resueltos ni investigadores, -sino que vagaban indecisos, de -una á otra persona, de uno á otro objeto.</p> - -<p>—Quiero que hablemos solos—me dijo después -de saludarme desabridamente.</p> - -<p>—Un momento, don Higinio, y estoy á su -disposición. Tengo que dar algunas órdenes... -Pero siéntese... Las circunstancias son tan graves... -Afortunadamente, no tengo secretos para -usted...</p> - -<p>Di, entonces, con exagerada prosopopeya mis -últimas instrucciones á comisarios y oficiales, -y me pareció conveniente—más por don Higinio -que por otra cosa,—extremar las disposiciones -guerreras ofensivas y defensivas: dispuse el -acuartelamiento de los vigilantes con las armas -en la mano, la instalación de cantones en los -puntos estratégicos para defender la casa de Gobierno, -la Municipalidad, la policía, el Banco, -los domicilios del Gobernador y los Ministros. -Con esto, entraban y salían empleados, presurosos, -con aire importante, y don Higinio, sorprendido, -<span class="pagenum"><a name="Page_138" id="Page_138">[138]</a></span> -escuchaba con creciente atención, -tanto que su rostro comenzó á animarse y á tomar -la astuta y resuelta expresión de antes. El -«politiquero», el caudillo despertaba en él. No -me había equivocado al esperarlo.</p> - -<p>—Pero, ¿de qué se trata?—preguntó por fin, -sin poderse contener.</p> - -<p>—¿Cómo? ¿No sabe?</p> - -<p>—Acabo de llegar de un galope de Los Sunchos. -He dejado el caballo á la puerta; no he -visto á nadie, sino á tu sirviente que me dijo -que estabas aquí.</p> - -<p>—Pues estamos en momentos muy difíciles. -Ha estallado la revolución, terrible, en Buenos -Aires, y aquí se iban á sublevar también si no -los sorprendemos á tiempo. ¡Por eso me ve usted -nada menos que de jefe de policía, don Higinio!</p> - -<p>—Jefe de policía... Revolución... ¡Y yo sin -saber nada!...</p> - -<p>Olvidando por un momento lo que lo llevaba, -obedeciendo á sus instintos, quiso saber cuanto -ocurría, me pidió datos, aclaraciones, detalles... -El primer encuentro, que me hacía temblar, -estaba atenuado como por un para-golpes, por -la oportunísima revolución, que Dios bendiga. -Y aun me era posible atenuarlo más, dificultando -para después cualquier choque violento.</p> - -<p>—Usted llega como llovido del cielo—le dije -en voz baja.—El piquete que hace la guardia -en casa del Gobernador, está mandado por un -oficial que no me inspira confianza. Usted podría -ponerse al frente de él. ¡Es necesario!</p> - -<p>—Si crees que puedo servir...</p> - -<p>—Voy á redactar la orden de que el piquete -se ponga á su disposición. Usted es amigo de -Camino, y él estará más tranquilo á su lado.</p> - -<p>Juzgué que había llegado el momento de hablar -del asunto principal, y mientras escribía, -<span class="pagenum"><a name="Page_139" id="Page_139">[139]</a></span> -pedí que nos dejaran solos, indicando reservadamente -que alguien volviera al poco rato para -interrumpir la entrevista.</p> - -<p>Al entregarle el pliego, me atreví á tomar al -toro por las astas.</p> - -<p>—¿Quiere decir que no ha venido por la revolución?</p> - -<p>Se levantó, hosco y turbado, dió algunos pasos, -como buscando la manera de empezar, y -estalló:</p> - -<p>—¡No! ¡No vengo por eso! ¡Vengo por una -cosa muy grave y muy triste, por una cosa tremenda, -Mauricio!... ¡Nunca lo hubiera creído!</p> - -<p>Se interrumpió para dominarse, y con voz -lenta y sorda, agregó luego:</p> - -<p>—Tenés que casarte... inmediatamente.</p> - -<p>—Inmediatamente, ¿por qué?</p> - -<p>—¡Sí, inmediatamente! Teresa me lo ha confesado -todo... No quiero echarte en cara tu conducta, -ni decirte lo que pienso de tu decencia. -Pero, eso sí, te lo repito: ¡Tenés que casarte -inmediatamente!... ¡Estas son vergüenzas que -no admiten los Rivas!</p> - -<p>Con acento que busqué conmovido y firme -al par:</p> - -<p>—¡Bien sabe, don Higinio—repliqué,—bien -sabe que quiero casarme y que ya lo habría hecho -si no fuera por la situación! Quiero á Teresa, -y ya que usted está al corriente de lo que -pasa, le juro que no la dejaré en mal lugar... -ni á ella, ni á usted, que ha sido siempre como -mi segundo padre...</p> - -<p>Noté en él cierta emoción. Temía, probablemente, -encontrarse con la negativa, con el drama, -y la falta de resistencia lo hacía vacilar, -como después de un golpe en vago, y deslizarse -hacia la comedia sentimental.</p> - -<p>—¿Te casarás inmediatamente?</p> - -<p>—En cuanto sea posible.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_140" id="Page_140">[140]</a></span></p> - -<p>—¿Me das tu palabra?</p> - -<p>—Sí.</p> - -<p>—¡Bueno!—y me estrechó la mano, con lágrimas -en los ojos.—Entonces mañana mismo -nos iremos á Los Sunchos.</p> - -<p>—¡Eso no puede ser, don Higinio! ¿En qué -piensa? ¡Sería más que una locura, una verdadera -traición! En este puesto y en estas circunstancias, -soy militar, soy soldado, y no puedo -desertar...</p> - -<p>—Sí, pero, ¿y el honor de Teresa, y el mío? -Te repito que la cosa urge, que el escándalo va -á venir, ¡y que yo eso no lo tolero!</p> - -<p>Se había puesto rojo, reconquistando su cabeza -de león... Yo acababa de tocar disimuladamente -la campanilla eléctrica... El comisario de -órdenes entró en el despacho. Le hice seña de -que esperase, y dirigiéndome á Rivas:</p> - -<p>—Vaya tranquilo, viejo—le dije afectuosamente.—Todo -se arreglará á medida de sus deseos; -todo. Ahora, á cumplir cada cual con su -deber. El Gobernador lo necesita. Defiéndalo, -tome todas las medidas que le parezca y téngame -al corriente.</p> - -<p>Quiso insistir, pero la presencia del comisario -lo contuvo. Hizo un ademán de descontento y -salió.</p> - -<p>Aquella misma noche hice que Camino lo -nombrara comandante militar extraordinario de -Los Sunchos, con plenos poderes, encomendándole -la misión de impedir el paso, por el departamento, -de partidas revolucionarias procedentes -de otras provincias, para lo cual se le dió -un piquete del guardia de cárceles, refuerzo -necesario de la escasa policía local. Debía prepararse, -también, á movilizar la guardia nacional -en cuanto le llegara la orden.</p> - -<p>Con esto ganaba tiempo. ¡Tiempo! No me -era necesaria otra cosa, porque sabía y sé cuánta -<span class="pagenum"><a name="Page_141" id="Page_141">[141]</a></span> -es la fuerza de los hechos consumados. En -cuanto pasara el momento fisiológico que temíamos, -en cuanto se impusiera lo irremediable, -en cuanto se comenzara á pensar «peor es meneallo», -yo me encontraría fuera ó casi fuera -del atolladero. Con un poco de habilidad y un -poco de suerte, aquel cuasi drama sería, sólo, -historia antigua...</p> - -<p>Días después supe que don Higinio había enviado -á Teresa á la chacra de unas parientas -pobres en quienes tenía plena confianza y que -vivían muy lejos de Los Sunchos, entre el pueblo -y la ciudad. Comenzaba la complicidad, provocada -por el mismo «honor». Un esfuerzo más -y me vería libre para siempre. El esfuerzo necesario -era toda una hazaña, pero lo realicé. Fuí -á ver á Teresa. Entre halagos y ternuras, le pinté -mi situación, mi porvenir, el grande ascenso -obtenido y los que se me ofrecían aún. Pero era -preciso no ponerme piedras en el camino, era -preciso no comprometerme con un escándalo, -era preciso llegar hasta el sacrificio para ser felices -después, como recompensa.</p> - -<p>—¿Qué sacrificio?—me preguntó con su candor -pronto ya á todas las abnegaciones.</p> - -<p>Se imponía retardar nuestro casamiento hasta -que yo hubiera consolidado mi posición. Y -tuve la crueldad—de que ahora me arrepiento -por sus consecuencias,—de decirla que ella no -estaba preparada ni por su educación, ni por su -saber, ni por su modo de vestir, para ser la digna -esposa de todo un personaje. Tenía que modificarse, -que estudiar, que ponerse á mi altura, -y entonces...</p> - -<p>—¿Pero qué pretexto darle á tatita?</p> - -<p>—Dile que no tienes confianza en mí, que -soy demasiado calavera, que te haría desgraciada, -que te mataría á disgustos y ¡que no quieres, -en fin!</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_142" id="Page_142">[142]</a></span></p> - -<p>La dejé llorando como una Magdalena, sin -haber querido decirme si accedía ó no á mis -pretensiones. Pero me fuí tranquilo. ¡Conozco -tanto el corazón humano!</p> - -<p>La revolución acabó pacíficamente en mi -provincia, no sin sangre y padecimientos en -Buenos Aires, sitiada y, al fin, vencida—esta -vez para siempre,—por las fuerzas de la nación.</p> - -<p>Al propio tiempo, nacía el nieto de don Higinio, -sin que lo supiera en un principio demasiada -gente, así como después lo supo todo el -mundo. El viejo no volvió á verme, á causa, -sin duda, de la actitud de Teresa, y, avergonzado, -meses más tarde, se fué á Buenos Aires -con ella y el niño. Al marcharse, la pobre me -escribió recordándome mis «sagradas promesas, -más sagradas ahora que tenemos un hijo», y -prometiéndome esforzarse por ser toda una señora -que me hiciera honor en cualquier parte... -¡Oh, esperanza! ¡oh, candor! ¡oh, ilusiones!</p> - -<p>Yo, entretanto, me limitaba á observar la -realidad, á utilizarla, con la vía libre, al fin.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_143" id="Page_143">[143]</a></span></p> - - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_144" id="Page_144">[144]</a></span></p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_145" id="Page_145">[145]</a></span></p> - -<div class="chapter"> -<span class="pagenum"><a name="Page_146" id="Page_146">[146]</a></span> -</div> - -<div class="footnotes"><p class="p4 center">NOTAS:</p> - -<div class="footnote"> - -<p><a name="Footnote_1_1" id="Footnote_1_1"></a><a href="#FNanchor_1_1"><span class="label">[1]</span></a> Ver «La ciudad indiana» de J. A. García.</p></div> - -<div class="footnote"> - -<p><a name="Footnote_2_2" id="Footnote_2_2"></a><a href="#FNanchor_2_2"><span class="label">[2]</span></a> Mezcla de ajenjo, horchata y agua, usual entonces -y llamada <i lang="fr" xml:lang="fr">suisé</i> porque... el ajenjo venía de -Suiza...</p></div></div> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_147" id="Page_147">[147]</a></span></p> -</div> - -<h2>SEGUNDA PARTE</h2> - -<h3 class="no-break">I</h3> - -<p>Pasó tiempo, no sé cuánto, aunque á mí me -pareciera bien largo en aquella edad privilegiada -en que no se toman en cuenta las horas, ni -los días, pero en que los años parecen tener -el privilegio de no acabarse jamás. Y aunque, -terminado el período de Camino, tuviéramos -entonces otro gobernador—don Lucas Benavides,—éste -se mostraba mi amigo y yo seguía -desempeñando mis puestos, no diré con brillo, -pero sí con cierta discreción que hizo acallar -muchas de las malevolencias suscitadas en un -principio por mi inesperado encumbramiento. -Se me agradecía, sin decirlo, la cortesía y la -blandura que había demostrado para con los -presos políticos, en la hora tragi-cómica de -la revolución, contra todas las tradiciones y los -precedentes provincianos. Aunque lo comprendiera -muy bien, quien me confirmó en este pensamiento -fué Vázquez, al volver con su título -de doctor, recién conquistado en la Facultad de -la provincia vecina. Alabó mi conducta, demostrándome -que yo había dado un paso hacia las -mejores costumbres políticas y sociales que los -buenos ciudadanos soñaban para nuestro país.</p> - -<p>—Empiezas bien—me dijo,—y no esperaba -tanto de ti. Esas demostraciones de cultura son -más eficaces que las barrabasadas de antaño, y -elevan el nivel moral del país.</p> - -<p>—¡Bah! ¡No seas exagerado!—repliqué.—He -hecho lo que cualquiera.</p> - -<p>—No. Has hecho más que otros: has dado -un buen ejemplo.</p> - -<p>Contribuía, sin duda, á su juicio benévolo, que -á mí, en realidad, me importaba bien poco, el -estado beatífico en que se hallaba, con un título -respetable para la mayoría, recursos suficientes -que su padre le proporcionaba, y una novia bonita -y de alta posición social—María Blanco.—Pero, -al decir novia, no me sirvo de la palabra -exacta, porque María Blanco, la patricia -por antonomasia, no hacía, en realidad, más -que «distinguirlo», dejando suponer estas distinciones -que llegaría probablemente á ser su -novia. No estaban «comprometidos» en forma -alguna, según él mismo me lo confió en un -momento de expansión. Con todo, la posición -social, sentimental y pecuniaria de Pedro, era -brillante.</p> - -<p>Yo, en cambio, atravesaba un momento algo -difícil: había jugado mucho en todo aquel tiempo, -pues, aparte las intrigas amorosas, y según -creo haberlo dicho ya, no se me ofrecía otra -diversión en aquella ciudad amodorrada y taciturna. -Y así como había jugado había perdido, -casi hasta agotar mi crédito. Tampoco me era -posible, por el momento, echar mano de mi -fortuna, grande ó pequeña, porque estaba indivisa -con mamita, y liquidarla entonces hubiera -sido una locura que nos dejara en la calle.</p> - -<p>Para remachar el clavo, en una larga partida -con varios personajes venidos de Buenos Aires, -perdí cierta noche unos diez mil pesos (no eran -diez mil pesos, en realidad, sino su equivalente, -no adoptado aún el actual sistema monetario), -y para pagar me vi en las más graves dificultades. -Ya desesperaba de conseguir un préstamo -tan crecido, cuando me acordé de Vázquez, y -acudí á él, como último recurso, pensando que -sería de buena política ocultarle la verdadera -causa de mis apuros.</p> - -<p>—Quiero instalarme bien—le dije,—poner -una casa decorosamente amueblada, y me acosan -al propio tiempo algunas deudas apremiantes. -Tú sabes que tengo con qué responder y -que no estoy en el caso de trampear á nadie; -pero te agradeceré como un señaladísimo servicio -que me prestes veinte mil pesos, lo más -pronto posible. ¿Los tienes? Porque no dudo -que, á tenerlos, me los prestarás inmediatamente...</p> - -<p>—Haces bien en no dudar; pero, por el momento, -no los tengo—me contestó.—Habría que -esperar...</p> - -<p>—¡Es que el caso es urgente, muy urgente!</p> - -<p>—Entonces, no se trata sólo de instalarte.</p> - -<p>—Ya te dije que tenía algunas deudas de honor.</p> - -<p>—¡Vaya! ¡sé franco! ¿has jugado y has -perdido?</p> - -<p>No vacilé, entonces, en decirle la verdad.</p> - -<p>—Es cierto—exclamé.—Por eso hablaba de -una deuda de honor. Tienes buen olfato. ¿Podrás, -aunque sea haciendo un sacrificio, procurarme -esos pesos dentro de las veinticuatro horas? -¿de las doce, mejor dicho, porque ya llevo -otras doce perdidas?</p> - -<p>—Sí. Acompáñame, y los tendrás.</p> - -<p>Fué á ver á uno de sus parientes, que no -vaciló en prestarle la suma, sobre sólidas garantías -probablemente, porque los viejos de mi -provincia no soltaban el dinero así como así, ni -aunque se tratara de su padre. Abreviando: -aquella misma tarde pude pagar á mis ganadores, -quedándome con una cantidad importante, -que me permitiría comenzar á poner casa, como -era, en realidad, mi deseo, y, buscando el -desquite, hacer una que otra partidita. Vázquez -no quiso aceptar pagarés, ni siquiera un -recibo...</p> - -<p>Yo había vivido hasta entonces en el hotel, -bastante bien instalado, pero esto me traía más -de una seria dificultad, pues no me hallaba «en -mi casa», y todos mis actos se veían continua -y necesariamente fiscalizados, no sólo por la -servidumbre, más ó menos fiel y discreta, al -fin y al cabo, sino también por los extraños que -iban á hospedarse allí. Aunque mi departamento -estuviera relativamente aislado, sin otros -aposentos vecinos, al fondo de uno de los grandes -patios de la vetusta casa de familia, transformada -en hotel de la noche á la mañana, era -imposible impedir que los huéspedes pasaran -á menudo por mis dominios, y, más que todo, -que vieran quién entraba y quién salía de mis -habitaciones. Tomé, pues, una casita en una -calle poco frecuentada pero muy céntrica, y la -amueblé, aunque modestamente, con las mayores -comodidades que entonces podían conseguirse -en provincia. Hice, también, arreglar el -pequeño jardín que, con sus cuatro higueras, -sus seis perales y su grupo de «albarillos», extendiéndose -detrás de las habitaciones, iba á -dar á otra calle, más solitaria aún que la primera. -Tenía así casa y garçonnière al propio -tiempo, y como jefe dirigente de todo aquello, -puse á mi antiguo compinche Marto Contreras, -el hijo de mi amigo el mayoral de la diligencia -de Los Sunchos, que—aspirando á la dignidad -de «vigilante», como á un bastón de mariscal,—me -había pedido muchas veces que lo llevara -á la ciudad, y hombre en quien podía confiar -tan ciegamente como Camino en su asistente -Cruz.</p> - -<p>Hecho esto, sintiendo de nuevo la escasez de -fondos, resolví pensar seriamente en mis asuntos -de interés, y darme cuenta exacta del estado -de nuestra fortuna.</p> - -<p>Don Higinio había preparado muy hábilmente -el negocio de la chacra, obligado punto de -partida de nuestro posible enriquecimiento, pero -en los últimos tiempos lo dejó completamente -de mano, como es natural, aunque—debo -decirlo en honor suyo,—sin destruir, la -obra con vindicativo espíritu, quizá por ingénita -caballerosidad, quizá porque abrigara aún -la esperanza de verme yerno suyo, quizá también -porque yo era ya demasiado fuerte para hacerme -la guerra con armas pequeñas y miserables. -Había que herirme de muerte ó no tocarme, -sin término medio. Entretanto, como nadie -se ocuparía del negocio si no me ocupaba -yo, resolví ir á Los Sunchos, á darle la última -mano, aprovechando la noticia de que la oposición, -lanzada años atrás en ese camino por la -habilidad de Rivas, reclamaba á gritos la apertura -de las calles que mi chacra interceptaba, -sin darse cuenta de que así hacía precisamente -el juego de uno de sus enemigos. En mi carrera -política, muchas veces he tenido oportunidad -de ver producirse este fenómeno, más común -de lo que se creerá. No hay mejor colaborador -que el adversario, cuando uno sabe servirse -de él.</p> - -<p>Un día, pues, salí para Los Sunchos, con toda -la pompa que exigía mi alta posición de -diputado y jefe político, aunque con la aparente -modestia que cuadra á un demócrata criollo. -Fuí á caballo, vestido de bombacha, poncho, -chambergo y botas, pero llevando conmigo una -pequeña escolta, como que iba «en misión oficial» -á realizar una visita de inspección á las -policías de los departamentos, y especialmente -del mío. Era bueno no dejar que aquellos -«tigres» supieran exactamente mis propósitos, -<span class="pagenum"><a name="Page_148" id="Page_148">[148]</a></span> -porque eran capaces de «coimear» á la misma -madre, y aunque yo estuviese resuelto á darles -algo, no llegaba mi desprendimiento hasta dejarles -«mañas libres», como suele decirse alrededor -del tapete verde.</p> - -<p>Noticiosas de mi llegada, las autoridades locales -me aguardaban con una gran recepción. -Algunos funcionarios salieron á caballo hasta -las afueras del pueblo, como se hacía con los -antiguos señores, y me acompañaron hasta la -Municipalidad, donde se había preparado un -«refresco», y donde estaban reunidos numerosos -vecinos, con la infaltable banda de música.</p> - -<p>Allí hubo abrazos, apretones de manos, aclamaciones, -brindis, marchas triunfales, Himno -Nacional y un largo discurso encomendado de -antemano á mi amigo, el galleguito de la Espada, -quien me llamó «orgullo de Los Sunchos, -hijo predilecto de la provincia y ahijado de la -fortuna y de la gloria», provocando los aplausos -entusiastas del partido oficial reunido para honrarme. -Traté de escapar á estos agasajos, demasiado -rústicos ya para mi incipiente refinamiento -de funcionario de ciudad, pero no lo -conseguí antes de sostener este corto diálogo -con el director de <cite>La Época</cite>.</p> - -<p>—¡Eres un ingrato!</p> - -<p>—¿Por qué?—inquirí, sorprendido.</p> - -<p>—Yo esperaba que me llevarías á la ciudad. -¡Esto no es vida! ¡Aquí me estoy malgastando!</p> - -<p>—Pero, ¿qué harías allí?</p> - -<p>—¡Toma! Dirigir, ó siquiera redactar algún -diario. ¡Ya sabes que tengo dedos para organista! -Allí te puedo ser muy útil, y aquí no te -sirvo á ti, ni me sirvo á mí, ni sirvo á nadie. -¡Ea! ¡un buen movimiento, y búscame algo -por allá!</p> - -<p>—¡Pero hijo! ¡No me puedo llevar al pueblo -<span class="pagenum"><a name="Page_149" id="Page_149">[149]</a></span> -entero, y ya sabes á cuántos he tenido que -colocar... sin tener dónde! ¡Los Sunchos en -masa se me cae encima!...</p> - -<p>—¡Razón de más! Nadie te ha servido como -yo. ¡Y eso es ingratitud, Mauricio!</p> - -<p>Me lo decía con tal mezcla de seriedad y de -jarana, que no pude menos que reirme y prometerle -trabajar para que se fuera á la ciudad -en buenas condiciones. Y escapé con el pretexto -de abrazar á mamita, que estaría aguardándome -ansiosa.</p> - -<p>Lo estaba, efectivamente, y se arrojó en mis -brazos llorando y riendo á la vez, sin atinar á -decir otra cosa que «¡Mi hijito! ¡Mi hijito!» -como si yo acabara de resucitar. Mucho me costó -conseguir que calmara sus transportes y se -sentara en aquel comedor desmantelado y pobre, -tan lleno de recuerdos como vacío de muebles. -Entonces pude verla. En la soledad había -envejecido con una rapidez increíble. Diríase -que era más baja, mucho más delgada, con la -columna vertebral como un arco, y así, tan menuda, -tan llena de arrugas, con sus bandós blancoceniciento, -mi pobre vieja estaba «hecha una -pasita». Sonreía, sin embargo, entre las lágrimas -que seguían corriéndole por las mejillas -descarnadas.</p> - -<p>—¿Te quedarás ahora?—me preguntó.</p> - -<p>—Sí. Unos cuantos días...</p> - -<p>—¡Otra vez separarnos!</p> - -<p>—Es preciso, mamita, si usted no quiere venirse -conmigo á la ciudad... Yo no tengo nada -que hacer en Los Sunchos...</p> - -<p>—¿Nada?—y había como un reproche en su -voz, al decirlo.—¡Es cierto!... Los muchachos -de hoy... Pero yo sí, tengo que hacer... Yo no -me puedo ir á la ciudad... Esperaré que vengas -á verme... Pero, «vení» más á menudo... Yo no -puedo ir...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_150" id="Page_150">[150]</a></span></p> - -<p>Después supe la razón de esta insistencia en -quedarse: rendía á la memoria de tatita un -culto exagerado, casi enfermizo, llevada por sus -antiguas tendencias místicas, visitando todos -los días el sepulcro que había convertido en un -jardín, y que llenaba, sin embargo, de flores -cortadas. No me hizo confidencia alguna, con -la reserva característica de algunas antiguas -damas criollas, pero creo que desde que murió -tatita lo consideraba más suyo, más exclusivamente -suyo, y renovaba con su sombra la breve -luna de miel. Si no, ¿cómo explicar la especie -de tibieza para conmigo, fenómeno extraordinario -que le permitía vivir voluntariamente separada -de mí? ¿Por amor á Los Sunchos? ¿Por -temor á otro abandono, análogo al de su marido -viviente? ¿Por amor póstumo que sentía correspondido -desde la tumba?...</p> - -<p>Cumplidos estos deberes y llenadas otras formalidades, -me ocupé de estudiar en sus detalles -la situación de Los Sunchos. Habíanse producido -algunos cambios, profundos á primera vista: -Don Sócrates Casajuana no era ya intendente -municipal ni don Temístocles Guerra presidente -de la Municipalidad. Pero, ¡no haya -miedo! El trastorno no había sido tan radical, -porque don Temístocles ejercía la intendencia -y don Sócrates la presidencia, gracias á una serie -de hábiles permutas iniciada años atrás. No -siendo reelegible el intendente, habían hallado -este medio de monopolizar el poder en bien de -los sunchalenses, sin tener ya, siquiera, la amable -fiscalización de don Higinio. Y jugaban á -las «dos esquinas». Hallábame, pues, en terreno -amigo, y podía tentar la realización del negocio.</p> - -<p>—¡La cosa puede hacerse, pero esa maldita -oposición!—exclamó Casajuana, cuando los llamé -á conferenciar.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_151" id="Page_151">[151]</a></span></p> - -<p>—¡Ahora no lo dejan á uno dar ni siquiera -un paso, esos indinos!—exclamó Guerra.</p> - -<p>—¡Vaya, don Temístocles! ¡Vaya, don Sócrates!—dije, -riendo irónicamente.—¡Si la -oposición pide á gritos la apertura de las calles! -¿Ó es que me quieren tomar de ahijado?</p> - -<p>Casajuana, el más ladino, se apresuró á contestar, -teniendo ya, sin duda, preparada la objeción... -y un rosario de objeciones más, si no -veía claro su provecho:</p> - -<p>—¡Ah! pero los opositores alegan que el terreno -de las calles es de propiedad municipal, -y que debe volver gratuitamente al municipio.</p> - -<p>—¿Cómo así? ¡Qué disparate!—protesté.</p> - -<p>—No dejan de tener en qué fundarse. En el -plano primitivo del pueblo, que existe en los -archivos, las calles aparecen abiertas en toda -su extensión.</p> - -<p>—Ni aunque así fuera—objeté.—Siempre faltaría -saber si el derecho de propiedad no es anterior -á ese plano.</p> - -<p>—La escritura es posterior—dijo don Sócrates.—Yo -mismo he comparado las fechas. Y lo -que «embarra» más las cosas, es que se trata -de terrenos vendidos por la misma Municipalidad.</p> - -<p>—¿Con obligación de abrir las calles?</p> - -<p>—Eso cae de su peso. Además, ahí está el -plano.</p> - -<p>—Habría que ver la escritura, que seguramente -no habla de las calles... Y, en último -caso, no sé á qué viene ese plano en los archivos... -Allí no hace falta.</p> - -<p>Y buscando los eufemismos más hábiles, las -«agachadas» criollas, toda la dialéctica de que -era capaz, les insinué que les daría una amplia -participación en el negocio, si eran bastante -«gauchos» para allanar esas dificultades y otras -que pudieran presentarse. Como riéndose de mis -<span class="pagenum"><a name="Page_152" id="Page_152">[152]</a></span> -melindres, y antes de que me hubiera atrevido -á hablarles claro, comenzaron á debatir la cuestión -á cartas vistas, con tanta libertad como si -se tratara de la más lícita de las compraventas. -En suma, que me sacaron un buen pedazo de -terreno, y unos cuantos «lotecitos» para Miró, -tesorero municipal, Antonio Casajuana, hermano -del presidente de la Municipalidad, mi antiguo -jefe, y varios miembros del Concejo, cuyos -votos había que conquistar. Accedí á todo, -que no era mucho, en la relatividad de las cosas, -si se tiene en cuenta que yo les daba terrenos -casi sin valor, que ellos me retribuían -con dinero, ajeno si se quiere, pero contante y -sonante. En efecto, la Municipalidad iba á pagarme -á elevado precio la superficie de las calles -que duplicarían, precisamente, el valor de -mis solares.</p> - -<p>Tuve que vencer otra resistencia más grande: -la de mamita, que no quería por nada ni -que se dividiera la propiedad, ni mucho menos -que se sacara á la venta una parte de ella, como -era mi proyecto. Quería conservar la chacra -tal y como era en vida de su marido, y toda -modificación le parecía un crimen.</p> - -<p>—¡Pero si todo es tuyo!—exclamaba.—Espérate -á que me muera, y lo tendrás, como lo -tienes desde ahora, pero no para fraccionarlo -ni para tirarlo á la calle. ¡Fernando no hubiera -vendido ni dividido jamás la chacra!...</p> - -<p>—¡Si le convenía, sí, mamita; no lo dude!</p> - -<p>Sólo después de discusiones interminables, -conseguí que consintiera en pedir la división judicial -de condominio. De otra manera, siempre -me hubiera sido imposible realizar el negocio -tan hábilmente planteado. El sentimiento es -mal consejero en países así, como el nuestro, -donde los grandes patrimonios no pueden pasar -<span class="pagenum"><a name="Page_153" id="Page_153">[153]</a></span> -íntegros de generación en generación como en -Inglaterra y algunas partes de Alemania. Ni -tampoco hay para qué, porque los medios de -hacer fortuna suelen ser muy otros.</p> - -<p>En fin, terminada mi campaña, me marché -de Los Sunchos no sin tener que soportar antes -media docena de banquetes y tertulias con que -mis convecinos me agasajaron, convencidos ya -de que yo les hacía efectivamente honor, y olvidados -de mis antiguas hazañas de pillete imitador -de mosqueteros, contrabandistas y bandidos. -Pero, como había salido de la ciudad en -viaje de inspección á las policías de los departamentos, -no podía dejar de visitar, siquiera -por fórmula, la Comisaría de Los Sunchos, que -seguía rigiendo mi viejo amigo don Sandalio -Suárez, el más asiduo de los concurrentes á todas -las manifestaciones de simpatía que se me -habían hecho.</p> - -<p>Á la primera ojeada, comprendí que don Sandalio -se «comía» veinte vigilantes, es decir, que -sólo tenía la mitad del personal señalado en el -presupuesto, y que el sueldo de la otra mitad -servía para aumentar decorosamente sus modestos -emolumentos. Y, cuando pasé revista, -me divertí mucho viendo la cara que ponía al -escuchar estas observaciones:</p> - -<p>—¡Pero, don Sandalio! Ésta es demasiado -poca gente para un departamento tan grande -como Los Sunchos. Habrá que aumentar el -personal. ¿Cuántos hombres tiene?</p> - -<p>—Oh, no es necesario aumentarlos—contestó -apresuradamente, rehuyendo la cifra acusadora.—Estos -son bastantes.</p> - -<p>—Pero, ¿usted me «garante» la situación de -Los Sunchos con estos cuatro gatos, don Sandalio?—insistí.—¡Mire -que ésta es una de las -policías más pobres!...</p> - -<p>—¿Que si la garanto? ¡Ya lo creo! Dejá no -<span class="pagenum"><a name="Page_154" id="Page_154">[154]</a></span> -más. Te podés ir tranquilo. Aquí no se ha de -mover una mosca. ¡No faltaba más! ¡Antes que -eso resucitaría el «contingente»!...</p> - -<p>—¡Qué don Sandalio éste! ¡No se me asuste! -¡Si todavía hay otros más comilones!...—dije, -por fin, para tranquilizarlo sin pasar por -sonso.</p> - -<p>Me miró como á un Dios, y desde aquel punto -creí en su fidelidad... mientras continuara -de jefe de policía.</p> - - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">II</h3> -</div> - -<p>El asunto marchó viento en popa. El plano -primitivo del pueblo desapareció de los archivos -de la Municipalidad. La indemnización se -votó, generosa y contante. Pocos meses después -las nuevas calles estaban abiertas al tráfico -público, con gran contentamiento de la población, -y mientras los opositores, caídos por -fin de su burro, gritaban que aquello era una -indignidad, un negocio leonino, de la Espada -halló manera de dar en <cite>La Época</cite> un bombo -colosal á la progresista Municipalidad, y de alabar -el patriótico desinterés de Mauricio Gómez -Herrera, hijo preclaro de Los Sunchos, por cuyo -engrandecimiento me sacrificaba, y eminente -jefe de policía de la provincia. Pero no todas -eran rosas. El negocio, magníficamente pensado, -era á larga data, y por aquel entonces sólo -en parte resultaba realizable el plan de vender -toda aquella tierra dividida en lotes, y obtener -por ella un alto precio, aunque estuviese en -el mismo «riñón» de Los Sunchos. No había -llegado todavía la hora de las locas especulaciones, -y era necesario esperar. Con todo, confiando -en el porvenir, y á imitación de algunos atrevidos -hombres de negocios, saqué dinero del -<span class="pagenum"><a name="Page_155" id="Page_155">[155]</a></span> -Banco y edifiqué algunas casas en los puntos -más cercanos á la plaza pública, cercando de -adobes ó con cina-cina lo demás, á la espera -de época más propicia. Como me quedara algún -dinero disponible, poco á decir verdad, quise -amortizar mi deuda con Vázquez, y fuí á -verle, llevándole un cheque de cinco mil pesos.</p> - -<p>—¡No seas tonto!—me dijo.—Yo, por ahora, -no necesito esa platita. Ya le pagué á mi pariente, -y no me hace falta para nada. Cuando -la necesite, te la pediré, y me la pagarás toda -junta. Ahora, mientras no arreglas tus negocios, -á ti te hace más falta que á mí. Lo único -que te pido es que si me ves en un apuro y -puedes hacerlo, no dejes de devolverme esos -cuatro reales, con tanto gusto como yo te los he -prestado.</p> - -<p>—¡Oh, de eso podés estar seguro!—exclamé.—¡Aunque -tuviera que quitarme el pan de la -boca!</p> - -<p>Resueltas las cosas en forma tan halagüeña, -no pensé sino en concederme unas vacaciones, -tanto más cuanto que el país estaba tranquilo, -tascando un freno que á las veces le parecía duro, -pero sin poder sacudirlo, ni siquiera «corcovear», -como hubiera dicho don Higinio.</p> - -<p>Y fuí á divertirme en Buenos Aires, á donde -afluía entonces, más que nunca, todo lo que las -provincias tienen de brillante, como nombre, -como fortuna ó como posición política.</p> - -<p>Como la primera vez, después de «despuntar -el vicio», concurriendo á teatros y otras diversiones -menos inocentes, visité á mis amigos -y parentela, y, por último fuí á reanudar -mis útiles relaciones oficiales, y á anudar otras -nuevas, sobre todo la del Presidente de la República. -Tratábase esta vez de un hombre joven -aún, muy criollo y socarrón epigramático, -que guiñaba siempre imperceptiblemente -<span class="pagenum"><a name="Page_156" id="Page_156">[156]</a></span> -un ojo, y que, gran conocedor del corazón humano -y sus flaquezas, no dejaba ver nunca, en -la intimidad, si hablaba en serio ó si estaba -«gozando» á su interlocutor. Nadie le hubiera -reconocido diez ó veinte años más tarde, pero -entonces era, no sé si instintiva ó rebuscadamente, -el tipo del gaucho refinado hasta el extremo -de ocultar casi completamente su procedencia, -que apenas se revelaba—pero se revelaba -al fin,—entre otras cosas, en su afán de -contar y escuchar anécdotas, así como sus antepasados -se complacían en las interminables -«payadas» y en los cuentos del fogón. Ahora -que lo pienso mejor, creo que lo hacía de propósito, -para demostrar más á los porteños su carácter -genuino de «hijo del país», y hasta sentiría -ganas de agradecérselo. Me sorprendió que -me conociera de nombre—sin caer en la cuenta -de que todos estos personajes tienen quienes -los informen momentos antes de recibir -una nueva pero anunciada visita,—de que supiera -lo poco que había hecho yo hasta entonces, -y de que me hablara de tatita como de un -viejo amigo con quien había hecho no sé qué -campaña, creo que la del Paraguay, cuando -él era simple teniente. Su acogida me llenó de -satisfacción: no me había recibido como á un -cualquiera, sino demostrándome un grande -aprecio y una gran confianza en mi porvenir, -casi prometiéndome toda suerte de distinciones. -Creí tener el mundo en la mano, pero no -tardaron en decirme que el presidente era igual -con todo el mundo, y que lo mismo hubiera tratado -á su peor enemigo. No lo quise creer. ¿Cómo, -entonces, tenía tantos amigos y tan decididos -partidarios, en un país que, si ha heredado -mucha parte de la hidalguía española, ha -heredado ó ha aprendido también, de los indios, -la sagrada fórmula de «dando, hermano, -<span class="pagenum"><a name="Page_157" id="Page_157">[157]</a></span> -dando», traducción bárbara del latino «do ut -des»?</p> - -<p>—¡En fin, señor Presidente!—pensé,—lo que -sea, sonará. Y no he de bailar al son que me -toquen, lo que no significa que me niegue á seguir -detrás de la banda y á marcar el paso como -cualquier hijo de vecino. Lo primero que -yo respeto es la autoridad. ¡Y más ahora, que -soy, también, autoridad!...</p> - -<p>Al terminar la entrevista, que fué agradable -y sin ceremonia, le pedí que no me olvidara -y me tuviera siempre por un resuelto servidor -y amigo.</p> - -<p>—Venga á visitarme á menudo, Gómez Herrera—me -contestó.—Yo tengo siempre gusto -en conversar con muchachos como usted, y en -oir sus opiniones.</p> - -<p>Reiteré, en efecto, la visita, pero viendo que -sólo muy á la larga podría sacar provecho de -ellas, y, á pesar de su evidente interés,—las reuniones -no podían ser más amenas,—resolví regresar, -dejando, sin embargo, detrás de mí la -convicción de que era un «elemento» con el que -se podía contar en cualquier emergencia.</p> - -<p>—¡Vaya sin cuidado! Yo lo conozco bien—fueron -las últimas palabras del Presidente, que -no volvió á recordarme, sin duda porque me conocía -más que yo mismo, y sabía que no tenía -nada que temer ni nada que esperar de mí.</p> - -<p>¡Hacer que teman, hacer que esperen!—sésamo -del éxito en política. Pero, ya lo he dicho, -nadie nace sabiendo...</p> - -<p>Con todo, este viaje, mi aparente intimidad -con el Presidente—yo había cuidado de dar publicidad -á mis visitas,—y las evidentes vinculaciones -con entidades sociales y políticas de -Buenos Aires, contribuyeron no poco á aumentar -mi prestigio, y, por ende, á fijar sobre mí -las miradas de la siempre envidiosa y díscola -<span class="pagenum"><a name="Page_158" id="Page_158">[158]</a></span> -oposición. De vuelta en mi capital, de nuevo -al frente de la policía, y dando los últimos toques -al negocio de la chacra, reanudé mi vida -de holgorio, jugando todas las noches en el -club, aprovechando las oportunidades amorosas -que se me ofrecían, no tanto en las altas esferas -cuanto en los bajos fondos, más accesibles -y mucho menos comprometedores, y mis rumbosidades -y mis maneras de gran señor, molestaron -á mucha gente. Así como me había -hecho una corte de aduladores á todo trance, -así también me hice de una falange de enemigos -irreconciliables, hasta en las filas de mi -propio partido y entre los mismos que me «bailaban -el agua delante», como vulgarmente se -dice. Estos resultan los peores, porque son -los que están más al corriente de nuestra vida -y milagros, conocen la falla de nuestra armadura, -y suelen atacarnos en la sombra, con plena -impunidad. Si no fuera por alguno de mis -correligionarios envidiosos, nadie hubiera recordado, -quizá, que yo conservaba aún mi banca -en la Legislatura, y que éste era un hecho -susceptible de ser probado, más que cualquier -otra de las acusaciones de mala administración, -de pésimas costumbres y lo demás que nunca -falta en la foja de servicios de un alto funcionario, -sea porque es realmente culpable, sea -porque es «necesariamente» culpable para sus -enemigos ó sus competidores. En suma, yo era -un hombre muy discutido; pero eso, ¿qué -quiere decir, y que querría significar ahora, -si yo no hiciera aquí mis «Confesiones»? -Á no tener defectos, me los hubieran inventado, -y cualquier costumbre, hasta una virtud—por -ejemplo, la discreción,—me la hubieran -convertido en vicio, llamándola disimulo -ó hipocresía. Parece que entre los hombres sólo -hubiera un propósito: matar ó disminuir -<span class="pagenum"><a name="Page_159" id="Page_159">[159]</a></span> -á los vivientes, que incomodan ó pueden incomodar, -y divinizar y eternizar á los muertos, -incapaces ya de molestar á nadie. Á -los que parecen á punto de triunfar se les opone, -por añadidura, los que comienzan; y éstos, -á su vez, ya cerca del triunfo, se ven substituídos -por los que fueron y no serán ya, y por -los que, como ellos, serían posiblemente... si -la serie no estuviera constituída en forma de -cadena sin fin... En mi caso, se sacó á luz mi -«olvido» de renunciar á la diputación, y el hecho -inconcebible de que siguiera recibiendo la -dieta, mientras cobraba también mi sueldo de -jefe de policía, y «otras gangas». No tardé en -darme cuenta del fondo de la intriga. Algunos -correligionarios, asustados de mi creciente influencia, -de mi elevación inusitada, habían buscado -un competidor que ponerme delante, pero -un competidor á su juicio más fácil de dominar -que yo, si acaso alcanzaba el triunfo—error -inevitable, alucinación en que caen los imbéciles -que resultan derrotados ó sujetos á una fuerza -mayor,—y habían dado con el flamante doctor, -honra de su provincia, con mi amigo Pedro -Vázquez. Así, los enemigos, por dar un mal -rato al Gobierno, y los amigos por darme un -mal rato á mí, recordaron en un momento dado -que había una representación virtualmente -vacante.</p> - -<p>Mis competidores veían en Pedrito, al universitario -teórico, que derramaría su elocuencia -sin pedir nada en cambio, y que se dejaría -llevar en la práctica por las narices; considerábanle, -pues, mucho más conveniente que yo, -que «no daba puntada sin nudo», y que utilizaba -mis puestos sacándoles bien «la chicha». -El gobernador Benavides, traído y llevado por -los politiqueros, no tardó en convenir en que -era necesario quitarme la diputación y dársela -<span class="pagenum"><a name="Page_160" id="Page_160">[160]</a></span> -á Vázquez, pero, aunque decidido á hacerlo, -buscaba la manera de no irritarme demasiado, -de sacarme la muela sin dolor... del sacamuelas... -Tan evidente me pareció de pronto la intriga, -que quise precipitarla, haciéndola volverse -en favor mío, hasta donde fuera posible. Y -apenas lo pensé, cuando lo puse en planta.</p> - -<p>Aleccionado por mis viajes á la capital, y por -la frecuentación de los grandes «restoranes», -preocupábame en la ciudad de refinar mis comidas, -así como refinaba el vestido y las maneras. -No sólo tenía en casa un cocinero que sabía -preparar algunos pocos platos á la francesa, -sino que en el hotel, en el club, en la fonda, -exigía siempre cosas finamente hechas y -bien condimentadas. Si ahora puedo reirme de -mis primeros candorosos menús, ó, mejor dicho, -minutas, entonces había muy pocos en -provincia que supieran comer como yo, y que -dieran á los vinos su colocación adecuada en -una comida ó un almuerzo. Vázquez, cuyas -tendencias fueron siempre aristocráticas, aunque -él no lo quiera confesar, y que ama la vida -confortable, advirtió desde su vuelta á la -ciudad este refinamiento mío, y se propuso -aprovecharlo, comiendo conmigo cuantas veces -pudiera, aunque sin idea de gula: simplemente -como un aprendiz de sibarita. Á la mesa, -siempre lo mejor servida que era posible, -y con los vinos más auténticos que se ponían al -alcance de la mano, solíamos tener en menos, -¡cuán equivocadamente!, la sabrosa cocina provinciana -y los caldos generosos que, como el -Cafayate, son merecedores de toda una reivindicación. -Pero también hablábamos de otras -cosas, sobre todo, de María Blanco.</p> - -<p>—¿No se te ha ocurrido nunca ser diputado?—le -pregunté una tarde, mientras comíamos en -el Club, solitario.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_161" id="Page_161">[161]</a></span></p> - -<p>—¡Hombre! Creo haberte dicho una vez lo -que pensaba al respecto... y que lo tomaste bastante -á mal.</p> - -<p>—Sí, pero me parece que ahora habrás cambiado -un poco de opinión... Sobre todo tú, que -eres doctor, que has estudiado, verás figurando -en las Cámaras á muchos que valen menos que -tú, más, menos de lo que yo valía cuando me -hicieron diputado.</p> - -<p>—Es verdad... Los hechos están ahí... No -es posible negarlos...</p> - -<p>—En ese caso, ¿aceptarías una diputación?</p> - -<p>—¡Vaya una pregunta! Eso se piensa cuando -viene el ofrecimiento.</p> - -<p>—Y es el caso.</p> - -<p>—¿Cómo?</p> - -<p>—Sí. Yo te ofrezco la diputación. ¡Yo-te-la-o-frez-co!—repetí, -recalcando cada sílaba.</p> - -<p>—¡Déjate de bromas!</p> - -<p>—No son tales.</p> - -<p>Le conté entonces cómo estaba, en cierto -modo, vacante la diputación de Los Sunchos, -y cómo podía él resultar diputado sin tener que -competir con un tercero, amigo ó enemigo de la -situación. No me quería creer. Y en cuanto me -quiso creer, asomaron los escrúpulos.</p> - -<p>—En ese caso no me elegirían. ¡Me nombraría -el Gobierno!...</p> - -<p>—Resultarías elegido como todos los demás, -y con esta enorme ventaja: que no tendrías -compromisos, porque, al fin y al cabo, tu Gran -Elector sería yo. ¡Vaya! Autorízame á obrar, -y yo te aseguro que antes de tres meses estás -en la Legislatura haciendo maravillas.</p> - -<p>Fingió creer que era broma, y esto le permitió -darme plenos poderes. Después, enterneciéndose -un tanto, me hizo esta declaración:</p> - -<p>—Si esos sueños se realizaran, sería una -suerte para mí. No por la política. No. Pero mi -<span class="pagenum"><a name="Page_162" id="Page_162">[162]</a></span> -novia tiene unas ideas... ¡Á veces la creo demasiado -ambiciosa!</p> - -<p>—¿Tu novia? ¿Es tu novia, por fin?</p> - -<p>—No; pero lo será. Todo pinta muy bien.</p> - -<p>—De modo que todavía se puede tantear... -sin hacerte mal tercio—dije, en broma.</p> - -<p>Aquella noche, puesto en vena por mi inesperada -proposición, y quizás, también, por un -vinillo muy capitoso que acababa de importar -el gerente del Club, habló con más locuacidad -que nunca, y se permitió hacer un examen de -mi modesta individualidad. Antes de renovar -en lo posible sus palabras, trataré de decir lo -que él me parecía y la impresión que me produce -todavía ahora. Algo taciturno é inclinado -á la melancolía, buscaba seguramente en mí -un contraste que lo animara; se divertía mucho -con cualquiera de mis ocurrencias, hasta -las más tontas, á causa, sin duda, de ese mismo -contraste, sin dejar, por eso, de discutir lo -que él llamaba mis «doctrinas» ó mis «paradojas». -Desde antes de salir de Los Sunchos, escribía -versos—malos á decir verdad,—pero no -renunció á ellos, antes de doctorarse, por su -indigencia presuntuosa, sino—aseguraba él,—porque -«el verso le obligaba á abandonar una -parte de su pensamiento, y á veces á escribir -algo que no había pensado». Esto me hacía -recordar la famosa frase del negro bozal: «¡Corazón -ladino, lengua no ayuda!» Pero agregaba -con sentido común, que, «para escribir versos -medianos, más vale escribir cartas á la familia». -Cuando yo le motejaba de teorizador, él -sostenía que «estudiaba en los hombres y en -las cosas, prefiriéndolos á los libros, pero que -éstos no deben dejarse de lado, porque son la -síntesis de los estudios anteriores, y, sobre todo, -el más grato de los entretenimientos.» Alguna -vez se me ocurrió que me había tomado -<span class="pagenum"><a name="Page_163" id="Page_163">[163]</a></span> -como «anima vile» para disecarme en sus estudios -psicológicos, pero aunque esto fuera, en -realidad, se lo perdonaría con gusto, porque -siempre se mostró muy mi amigo. En fin, recuerdo -que aquella noche me espetó este singular -discurso:</p> - -<p>—Todos los caminos están abiertos para ti. -Eres miembro—cómplice, dirían otros, los de la -oposición ciega, que no ve la marcha paulatina -de las cosas,—eres miembro de una oligarquía -que prepara la gran república democrática de -mañana, así como Napoleón III preparó sin -comprenderlo, la todavía lejana verdadera República -Francesa. Eres audaz, valiente, flexible, -despreocupado, amoral: Con esto se puede -llegar muy lejos, y lo que es más curioso, lo -que es casi inverosímil, hacer mucho bien al -país, con el más perfecto egoísmo... Quizá yo -debiera ser tu enemigo. Pero, como eres un -ejemplar característico de la raza en formación, -de la raza de los tiempos que vienen, soy -más bien tu amigo, tu admirador, y puedes contar -con mi ayuda, como puede contar con ella -el partido á que pertenecemos, por muchos errores -que cometa, porque es un partido histórico, -un partido de transición marcada, y realiza -por buenas ó por malas el papel que le corresponde... -Como los demás partidos, por otra parte, -pero no en el mismo escenario... Los otros -quieren quedarse demasiado atrás ó ir demasiado -adelante, mientras que el nuestro evoluciona -insensiblemente, harto insensiblemente en ocasiones, -para conservarse en el poder. Ya ves -que soy tolerante... Esta tolerancia que puede -parecer exagerada, es una tendencia más fuerte -que yo, más fuerte que mi voluntad, porque -mi instinto me obliga á comprender, y -comprender es más que perdonar, es tolerar, -es hasta colaborar, según vengan los tantos... -<span class="pagenum"><a name="Page_164" id="Page_164">[164]</a></span> -Lo mismo que del partido digo de ti... -Si no hubiera muchos hombres como tú, -nuestro país sería otra cosa—quién sabe -cuál,—pero dejaría de ser lo que es y no llegaría -á ser lo que será. ¡Perogrullada, dirás! -¡Pero perogrullada que pocos se dan el trabajo -de comprender! Con la gente estática no se -va á ninguna parte, con la muy dinámica se -puede llegar á incurables desórdenes, á la anarquía -que engendra la tiranía compensadora. La -útil es la acomodaticia que sabe andar y detenerse, -la oportunista, en fin, como tú. Tú, yo, -nosotros, somos tan necesarios como lo son los -demás, los que siguen á los jefes de la oposición, -al que lo ha sido todo en nuestro país y al -que no ha sido nada—somos los reguladores,—y -verás cómo, gracias á nosotros y á ellos,—poco -á poco van convergiendo los caminos y -los esfuerzos, aun en los momentos en que más -alejados y más antagónicos parezcan. Y es que -el hombre quiere someter la Naturaleza á una -armonía que nadie, sino la caprichosa Naturaleza -nos ha enseñado, que nadie, sino ella, puede -crear... Verás cómo, entre todos, á la larga, -se establece un equilibrio, sin imponerse -como único y definitivo, porque es variable, y -cambia á cada hora, en un segundo para la historia, -en muchos años para nuestra nacionalidad, -si tenemos en cuenta que no alcanza al -siglo todavía... Dicen que las virtudes de nuestros -antepasados, sus luchas para conquistar -una patria, se han convertido en vicios en nosotros, -en lucha por conquistar un bienestar epicúreo, -y que esto nos lleva al desastre. ¡Mentira! -Cada época tiene sus exigencias y sus héroes. -Y si los locos como tú no aspiraran á una -vida de lujo y de molicie, éste sería un pueblo -de santos patriarcas, es decir, un pueblo estancado -en plena vida pastoril. Lo inerte es lo único -<span class="pagenum"><a name="Page_165" id="Page_165">[165]</a></span> -que no cambia, lo único sometido á la estabilidad -que parece imponerse á los pueblos que -sueñan en ser dichosos, los pueblos que, según -el dicho famoso «no tienen historia». Y un pueblo -inerte es un pueblo muerto. ¿Quieres que -brindemos, Mauricio, á tu soberbia, á tu insolente -vitalidad?</p> - - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">III</h3> -</div> - -<p>Aquellas antiguas aficiones despertadas en -<cite>La Época</cite> de Los Sunchos, y cultivadas después, -mientras hacía mis primeras armas en la -ciudad, revivieron vigorosamente desde el punto -en que, cumpliendo una promesa hecha en -hora de debilidad, conseguí que se encomendase -al galleguito la dirección y redacción de -<cite>Los Tiempos</cite>, el diario oficial, siempre necesitado -de quien lo llenara de mala tinta á precio -vil. De la Espada conservaba aún, para mí, -cierto vago, cierto humorístico prestigio, y más -que todo por hablarle y renovar con él, en cierta -manera, las antiguas «diabluras» sunchalenses, -frecuentaba la imprenta, y recomencé á escribir -en el periódico, hazaña que no consignaría -aquí, pues más lejos debo reincidir en ello, -si no estuviera tan íntimamente ligada con lo -que vengo contando. Y, á propósito, antes terminaré -con lo atinente á la diputación de Vázquez.</p> - -<p>Poco después de dejarlo, fuí á ver al gobernador -Benavides, y le propuse de buenas á primeras -lo que él estaba deseando imponerme.</p> - -<p>—Mi banca en la Legislatura puede darse por -vacante; ¿no sería bueno elegir á Vázquez en -mi lugar?</p> - -<p>—¡Hombre! ¡mire usted qué casualidad! En -eso mismo he pensado estos días; sería una -magnífica combinación, en la que usted, al fin -<span class="pagenum"><a name="Page_166" id="Page_166">[166]</a></span> -y al cabo no perdería nada, mientras que nosotros -ganaríamos, quitándonos de encima un -posible enemigo. Vázquez, con sus lirismos, -puede ser peligroso, si no nos lo conquistamos.</p> - -<p>Y con esto quedó resuelta su elección, pues -la forma republicana de gobierno no es tan complicada -como algunos aparentan creerlo todavía.</p> - -<p>Volviendo á mis artículos de <cite>Los Tiempos</cite>, -agregaré á lo ya dicho que mi colaboración era -bastante asidua, pues siempre me ha divertido -mucho hacer rabiar á la gente. Además, algunos -correligionarios habían descubierto en mí -un espíritu satírico de primer orden, y hablaban -de mi estilo como del más gallardo y desenvuelto -que conocieran. Era, para ellos, según -me decían, otro Sarmiento, con la particularidad -en mi favor de que yo defendía la -buena causa, sin sembrar el desorden bajo pretexto -alguno, mientras que al autor de «Civilización -y barbarie» solía írsele la mano, arrastrado -por su espíritu analítico, capaz de no dejar -títere con cabeza, en un instante de acaloramiento.</p> - -<p>En lo que entonces escribí puse á los hombres -de la oposición como chupa de dómine, no -sólo ridiculizándolos, sino sacándoles, también, -con más ó menos disimulo y contemplaciones, -todos los trapitos al sol. Mis informes del mundo -eran tan completos, que no se me escapaban -ni las andanzas políticas ni los traspiés privados -de la gente. Así, el hecho graciosísimo -de un joven que había tenido que pasarse una -noche encaramado en un árbol, para no ser -apaleado por un padre feroz, me tentó un día, -y lo escribí con alusiones desgraciadamente tan -claras, que uno de los interesados en el asunto, -don Sofanor Vinuesca, opositor de primera fila -y hombre de malas pulgas, se puso en campaña -para saber quién era el indiscreto escritor, y pedirle -<span class="pagenum"><a name="Page_167" id="Page_167">[167]</a></span> -cuenta y razón del suelto que había hecho -reir á toda la ciudad á su costa y á la de otros -miembros de su familia. Supo que era yo y me -mandó los padrinos, á pedirme una retractación -en regla, ó una satisfacción por las armas.</p> - -<p>Conflicto. Yo, jefe de policía, no debía batirme, -porque el duelo estaba severamente prohibido -en aquel centro católico, donde no era sólo -una infracción á las leyes, sino también un abominable -«pecado mortal». Pero si me negaba, -mi actitud menoscabaría la reputación de valiente -que tanto bien me había hecho hasta entonces, -y á la que no quería renunciar por nada. -Encargué, pues, á mis padrinos, Pedro Vázquez -y Ulises Cabral, ex redactor de <cite>Los Tiempos</cite>, -que concertaran el encuentro fuera de la -provincia—de retractación no quise ni oir hablar,—y -me fuí á ver al Gobernador para exponerle -el caso y tratar de conciliar todo lo que -más me importaba: si no quería renunciar á -mi fama de valiente, tampoco quería renunciar -á mi puesto de jefe de policía.</p> - -<p>—Yo creo que debe evitarse á todo trance ese -duelo—me dijo Benavides:</p> - -<p>—¡Imposible! He ido demasiado lejos, y para -evitarlo tendría que hacer un papelón.</p> - -<p>—Entonces, no veo otro camino que la renuncia.</p> - -<p>—¡Gobernador!—exclamé;—usted me necesita, -usted me necesita más que á nadie, dado -su carácter bondadoso, porque no tiene otro -hombre en quien confiar de veras, aunque tantos -parezcan sus amigos. Yo deseo seguir sirviéndole -como hasta ahora.</p> - -<p>—Yo también lo deseo; pero no encuentro la -manera.</p> - -<p>Recapacité un momento, y luego dije:</p> - -<p>—Hagamos una cosa, ¿quiere?... Yo le presento -ahora mismo mi renuncia, y usted la hace -<span class="pagenum"><a name="Page_168" id="Page_168">[168]</a></span> -publicar, sin resolver sobre ella, antes de que -se realice el duelo... Después, si la opinión digna -de tenerse en cuenta no se satisface con la -simple noticia, y quiere que se acepte la renuncia, -siempre hay tiempo de hacerla efectiva. Si -el asunto no se toma demasiado á mal, vuelvo á -mi puesto y se acabó. ¿No le parece?</p> - -<p>Hizo algunas objeciones, pero aceptó, por fin, -el arreglo. No arriesgaba nada, y así quizá le -fuera posible seguir utilizando mis servicios.</p> - -<p>El duelo se realizó fuera del territorio de la -provincia (aparentemente; en realidad, nos batimos -en una chacra cercana), y sus resultados -fueron lo más halagüeños que pudieran darse. -Contra lo que yo esperaba, y muy afortunadamente, -resulté herido en una pierna.</p> - -<p>Allí mismo me reconcilié caballerosamente -con mi adversario, retirando cuanto hubiera -podido lastimarlo en su persona, pero «en modo -alguno mis convicciones de ciudadano».</p> - -<p>Era yo, pues, un mártir de nuestro credo partidista, -porque desde el primer momento habíamos -cuidado de dar á la cuestión un alcance altamente -político, y mi reconciliación lo demostraba, -en realidad. Además, el pueblo, entusiasta, -como todos los criollos, por los actos de -valor, aumentó mi prestigio, y los mismos opositores -me respetaron por el culto al coraje que -existe en nuestra tierra. Sólo había, pues, que -temer á los clericales, pero justamente en aquel -tiempo estaban de capa caída, por las malas -relaciones del país con el Vaticano, y, además, -cuidé de llamar al padre Pedro Arosa, el franciscano -amigo de los Zapata, para confesarme -con él y reconciliarme con la iglesia.</p> - -<p>—Aunque no estoy en peligro de muerte, lo -he hecho venir, padrecito, porque he cometido -un pecado muy grande.</p> - -<p>Aquella confesión me valió elogios de la prensa -<span class="pagenum"><a name="Page_169" id="Page_169">[169]</a></span> -clerical, porque Fray Pedro tenía grande influencia -en su partido...</p> - -<p>Nadie criticó, pues, que el gobernador no -aceptara mi renuncia y me dejara en el puesto -que tan brillantemente desempeñaba—como -decía de la Espada cada vez que mi nombre le -caía bajo las puntas de la pluma.</p> - -<p>Mi herida era ligera, y no tardé en estar -bueno, acontecimiento que se festejó muchísimo -en la ciudad. Hasta una tertulia del Club -del Progreso vino á resultar en mi honor. Tratando -de igualarse á Buenos Aires, orgullosa -entonces del suyo, no había en el país ciudad, -pueblo ni aldea que no tuviese ó pensase tener -su Club del Progreso, siquiera en el nombre, y -todos estos clubs eran, casi sin excepción, patrimonio -del partido del Gobierno, con abstención -generalmente voluntaria, á veces forzosa, -de los opositores.</p> - -<p>En la tertulia, que era una de tantas, pero -de la que fuí héroe único, gracias á mi renuevo -de gloria, bailé varias veces con María Blanco, -la novia de Vázquez. Éste que, á fuer de padrino -primerizo estaba encantado con el duelo, como -con la realización de algo novelesco que sólo -puede verse en los libros ó en el teatro, había -contado ponderativamente á la joven mi valerosa -y tranquila actitud antes del combate, en -el encuentro mismo, cuando caí herido y cuando -pedí noblemente excusas á mi adversario. -María estaba encantada de bailar y de conversar -conmigo, y no trató de ocultármelo.</p> - -<p>Yo la conocía mucho de vista aunque nunca -hubiera hablado con ella. Salíamos, con Vázquez, -ó con otros camaradas, muchas tardes en -victoria descubierta, á correr las calles empedradas, -exhibiéndonos á la admiración de las -muchachas, que se exhibían á su vez en ventanas, -balcones y puertas, haciendo una especie -<span class="pagenum"><a name="Page_170" id="Page_170">[170]</a></span> -de feria de noviazgos, usual en muchas ciudades -de provincia, y famosa en la época romántico-gauchesca -de Buenos Aires, cuando los mozos -«bien» que se iban á la «estancia», paseaban -á caballo días enteros, para ver y hacerse -ver. Las negociaciones preliminares entre novios -y novias han sido siempre ridículas para -quien las mira de afuera, ¡pero cuán interesantes -para actores y actrices, ya queden en la -forma salvaje de la cacería de la mujer, ya lleguen -al refinamiento del baile, la tertulia ó la -visita, en la alta sociedad civilizada! Amor, -eterno amor, genio de la colmena, como diría -Maeterlinck, ¡instinto invencible que embriaga -al adolescente, impulsa al joven y suele enloquecer -al viejo!</p> - -<p>En estas andanzas conocí de vista á María -Blanco, que desde un principio me pareció una -muchacha muy interesante y muy honesta, -aunque siguiera la costumbre de la exhibición, -que nadie tomaba á mal, por otra parte, incorporada -como estaba á nuestra vida. Era una -joven alta, rubia, muy blanca, de ademán severo, -y sus ojos azules tenían pestañas y cejas -negras, lo que les daba un brillo particular de -agua clara y profunda y los hacía, á veces, parecer -negros también. Su conversación, según -observé en la tertulia, era agradable, al propio -tiempo mesurada y entusiasta, y daba la impresión -de un alma ardiente regida por un carácter -firme y resuelto. Por lo menos, estas -fueron mis sensaciones de aquella noche, y muchas -de ellas han tenido que reproducirse más -tarde, con igual ó mayor intensidad.</p> - -<p>—¿Si será ésta la mujer que me está destinada?—llegué -á preguntarme entonces, casi -instintivamente.</p> - -<p>Me deslumbraba el prestigio de su belleza, -de su ingenio, de su amabilidad—su bondad, -<span class="pagenum"><a name="Page_171" id="Page_171">[171]</a></span> -sin duda,—y de su nombre, uno de los más preclaros -de la provincia, donde su familia desempeñaba -gran papel, pese á cierta escasez de -fortuna; y me deslumbraba hasta el punto de -hacerme dejar de lado, por un momento, mis -tendencias, resueltamente antimatrimoniales. -¡Sí! con una mujer así, bien podía casarme, -porque, aun sin el dinero, su aporte á la sociedad -conyugal sería importantísimo. Una -alianza con los Blanco podría resultarme altamente -provechosa, porque tenían positiva influencia -en la provincia y eran de lo que puede -llamarse la más elevada aristocracia. Nuestros -dos apellidos, vinculándonos á lo más granado -de la República entera—ella con el contingente -del interior, yo con el de Buenos Aires,—crearían -todo un nuevo título á la consideración -social y política. Me detuve un poco en estas -ideas, viendo que Vázquez perdía terreno aquella -noche, más que todo por su culpa, pues, -¿quién le mandó entonar mis alabanzas ante -una niña de espíritu algo romántico, prendada -de lo caballeresco?... Y como el padre de María, -don Evaristo, me ofreciera su casa, agradecí -calurosamente, prometiendo cultivar tan -honrosa relación. La veleidad matrimonial había -pasado, sin embargo, como un relámpago; -puede que su semilla quedara en algún rincón -de mi cerebro. Ya veríamos más tarde... -Pero desde entonces visité á los Blanco con asiduidad, -en ocasiones hasta dos veces por semana.</p> - -<p>Entretanto, Vázquez, lleno de gratitud hacia -mí, su padrino, su Gran Elector, llegó á ser -diputado por Los Sunchos.</p> - -<p>La elección pasó sin tropiezo, porque yo mismo -fuí á arreglar las cosas, con autorización del -gobernador Benavides, dejando así bien demarcada -mi acción en este asunto, que Vázquez -<span class="pagenum"><a name="Page_172" id="Page_172">[172]</a></span> -creyó siempre debido á mi iniciativa. Pero en -la Legislatura no lo aguardaba el papel que él -se había soñado gracias á mis sugestiones. Lejos -de ser el «leader» de la Cámara, nadie le hacía -caso ó poco menos. No estaba la provincia -para principismos, doctrinarismos ni teorías sacadas -de los librotes. Allí se debía gobernar y -legislar «á lo que te criaste», sin meterse en -novedades ni en honduras. Sus proyectos pasaban, -pues, á comisión, para dormir el sueño de -los justos, pese á sus reclamaciones, y en cuanto -pronunciaba un discurso algo avanzado, poco -faltaba para que lo acusaran de traidor al partido, -y por consiguiente, á la patria, y para -que le hicieran una zancadilla que lo echara á -rodar fuera de la Legislatura. Hasta le enrostraron -su elección, hecha entre gallos y media -noche, ellos que también eran representantes -del pueblo por arte de encantamento, diciéndole, -no sin razón, que aquello no estaba muy de -acuerdo con su principismo. Pero intervine yo, -y á ruego mío, el gobernador, considerando -ambos que es más prudente dejar tranquilo al -león que duerme, y que Vázquez, en defensa -propia, podía causarnos mucho daño, aunque -cayera al fin. No hice esto, debo decirlo, por generosidad -de alma, sino porque realmente lo -creía de buena política. Aunque me convenía -que conservara un puesto que yo podía considerar -feudo mío, y reclamarle en un momento -dado—sin temor de que se negase á restituírmelo,—no -me preocupaba mucho, sin embargo, -de sostener á Vázquez; por el contrario, -desde que conocí á María Blanco, sentí contra -él y como por instinto, una especie de inquina, -que me obligaba á hablar desdeñosamente de -sus méritos, de su inteligencia y de su utilidad, -diciendo, por ejemplo, que era buen muchacho, -pero un loco, un soñador, un hombre que -<span class="pagenum"><a name="Page_173" id="Page_173">[173]</a></span> -nunca haría nada práctico ni serio, y que, cuando -mucho, si su manía se agravaba, se convertiría -en agitador lírico, en revolucionario de -«ñanga-pichanga».</p> - -<p>Cuando llegaban á sus oídos estas mis apreciaciones, -ó no las creía ó no le importaban. Se -encogía de hombros y no hacía comentario alguno. -Lo que le importaba era cierta visible -distinción, casi predilección, que María Blanco -me demostraba cuando la visitábamos juntos, -pero era demasiado orgulloso para dejar ver á -las claras su despecho. Cuando nos encontrábamos -solos, por casualidad, pues yo no lo buscaba -nunca y él no parecía muy interesado en -frecuentarme y reanudar los antiguos paseos y -comidas selectas, conversábamos un rato, pero -jamás hizo alusión á María, como si aquella -competencia iniciada entre ambos, no existiese -en realidad. Pero se le veía más reconcentrado -y melancólico que antes, y pasó por una crisis -de inercia en la Legislatura, á cuyas sesiones -asistía apenas, y siempre en silencio, como medio -dormido. Su despecho sólo se manifestó una -vez, y eso indirectamente.</p> - -<p>—Contigo—me dijo,—soy como el perro danés -que se crió con un cachorro de tigre. Eran -amigos, hermanos, pero un día de hambre ó de -fiebre, el tigre devoró al danés. Tú me devorarás, -también, si llega el caso... Y puede que -llegue...</p> - -<p>Bien sabe Dios que esta profecía pesimista -no se ha realizado nunca. Dar una dentellada ó -un zarpazo, para abrirse camino, será ofender, -si se quiere, pero no devorar.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_174" id="Page_174">[174]</a></span></p> - - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">IV</h3> -</div> - -<p>Entretanto, el tiempo parecía haber comenzado -á deslizarse más deprisa, ó bien, ahora, -al poner relativamente en orden mis recuerdos, -confundo algunas fechas ó salto por encima de -algunos acontecimientos que se han desvanecido -en mi memoria. Esto no tiene importancia -alguna y no deja al presente relato menos verídico -que otros escritos, pretendidos históricos, -donde se hace mangas y capirotes con la verdad.</p> - -<p>El caso es que el período presidencial iniciado -cuando mi estreno de jefe de policía tocaba -á su fin, y que mi amigo el Presidente se preparaba -á bajar del poder, en cuyo ejercicio había -logrado pacificar relativamente el país, fomentar -la instrucción pública, emprender algunas -obras de importancia y sobre todo dejar -que las enormes fuerzas naturales de la nación -comenzaran á desarrollarse por su propio impulso, -abriendo un período de bienestar que nos -daba las mayores esperanzas. Como en un principio -tuvo que luchar en Buenos Aires con una -población hostil, como algunos actos de rigor -de la policía agitaron los ánimos, hasta entre el -bello sexo, como, al fin, la necesidad de la paz -se impuso á todos, en provincia se decía con -entusiasmo que «había domado la soberbia porteña», -y se le consideraba como el jefe único, -no sólo de su partido sino de la República entera. -Nadie discutía sus órdenes, ni siquiera -sus insinuaciones, y hubiérase jurado que el -país quedaba en sus manos para siempre, aunque -tuviera que ceder su puesto ó otro presidente, -no siendo él reelegible según la Constitución. -¿Quién podría contrarrestar su fuerza? -<span class="pagenum"><a name="Page_175" id="Page_175">[175]</a></span> -¡Seguiría gobernando desde su casa, tranquilamente, -con cualquier personero, para bien del -país, que tanto había adelantado y tanto tenía -que agradecerle! Y, efectivamente, gracias á él, -á sus consejos de disciplina y de relativa tolerancia, -en nuestra provincia, por ejemplo, vivíamos -en una paz octaviana, que nos permitía -dejar un poco de lado la política para ocuparnos -de nuestros negocios y diversiones, sin que por -eso faltaran los chismes y las intrigas que daban -sabor á nuestras tertulias.</p> - -<p>Yo salía á menudo á cazar en los alrededores, -acompañado por varios amigos de buen humor, -con quienes teníamos grandes almuerzos campestres, -famosos entre todos, tanto que nos llovían -las directas ó indirectas solicitudes de invitación. -Las largas partidas en el Club del -Progreso, ocupaban mis noches, con alternativas -de pérdida y ganancia que no comprometían -ya mi presupuesto. Por las tardes salía de -paseo ó de visita—sobre todo á casa de Blanco,—y -así dejaba correr los días perezosos, esperando -el maná que, sin duda alguna, caería del -cielo, más tarde ó más temprano, en exclusivo -beneficio mío. Nada, ni aun la ambición, turbaba -en aquel entonces mi tranquilidad; la vida -amodorrada de provincia me iba enervando, -conquistándome hasta el punto de que ya casi -no comprendía otra, y nuestras mismas reuniones -en el despacho de la policía, que en épocas -de agitación llegaban á febriles y bulliciosas, -eran entonces monótonas y aburridas hasta el -bostezo, como si la invitación á la siesta entrara -por puertas y ventanas, con el aire y la -luz, con el mate inacabable que nos servía un -asistente.</p> - -<p>El gobierno de Benavides no era ni sal ni -agua, ni chicha ni limonada. Él y sus ministros -se limitaban, como quien está cayéndose -<span class="pagenum"><a name="Page_176" id="Page_176">[176]</a></span> -de sueño, á pasarse unos á otros, á largos intervalos, -desganadamente, los expedientes de -asuntos en trámite que, con ese paso, nunca -lograrían una solución. Me recordaban á aquellos -personajes de Swift, que llevan siempre detrás -á un criado con una vejiga para que los -despierte de cuando en cuando. ¡Bah! lo mejor -era dejarlos dormir, pues así no hacían daño -á nadie, y ajustando mi acción á este pensamiento -hice cuanto estuvo de mi parte para no -arrancarlos de su siesta, y creo que hasta entraba -en la casa de Gobierno en puntas de pies -cuando allí me llevaba alguna urgencia.</p> - -<p>Entretanto, sigilosamente, de puntillas también, -la oposición comenzó á moverse, pensando -que podría aprovecharse del letargo aquel -para dar un buen golpe en las próximas elecciones. -Hablé al respecto con los jefes del partido, -que no encontraron actitud mejor que -consultar al Presidente. «Rodeen á Camino», -contestó éste, sin más, y la frase, conocida por -una indiscreción, se hizo famosa.</p> - -<p>Camino estaba en Buenos Aires, pero no dejamos -de comprender que era necesario darle -la jefatura del partido y preparar su reelección. -¿Por qué? No era en realidad porque la oposición -fuera de temer en las elecciones provinciales, -y menos aún en las nacionales. La razón -se me presentaba más honda y trascendental: -aquello era una hábil previsión para el futuro, -para cuando otro ocupara la presidencia. -Entonces, el ex presidente necesitaría apoyo en -las provincias, y Camino era para él un hombre -de confianza. Si en los demás estados se hacía -lo propio, el nuevo gobernante se vería con -el poder muy disminuído, y sería necesariamente, -el personero de su antecesor.</p> - -<p>—¡No está mal! ¡no está mal!—me dije.— -<span class="pagenum"><a name="Page_177" id="Page_177">[177]</a></span>Pero -hay que preparar la combinación. Después -veremos.</p> - -<p>Nadie objetó palabra, sino Vázquez, cuyo -don de errar es indiscutible. Se opuso resueltamente -á que proclamáramos la jefatura de -Camino y su candidatura para la próxima elección, -diciendo que era un hombre desconceptuado, -un espíritu estrecho, y que los que votaran -por él serían, en el concepto de las familias -honestas, unos pervertidos que aprobaban, -ó por lo menos, toleraban sus torpezas. No todo -lo hacía la política, también era necesario tener -en cuenta á la sociedad. Traté de disuadirlo, -por fórmula, demostrándole la necesidad de -que el Presidente saliente tuviera gobernadores -fieles que custodiaran su autoridad, una vez -fuera del poder, y recordándole que debía su -diputación al gobierno.</p> - -<p>—Ni una ni otra cosa me obligan á nada—replicó.—El -Presidente hace mal en preparar -un estado dentro del estado, una especie de -presidencia doble, en la que un poder anulará -al otro. En cuanto á que el gobierno me hiciera -elegir, no es verdad: lo hiciste tú.</p> - -<p>—Con su aprobación, y él era el que podía...</p> - -<p>—Aunque haya sido así. Puede que fuera mi -deber sostenerlo, y eso mismo lo dudo; pero -nadie me dirá que tengo el compromiso de -hacer reelegir á Camino. ¡Eso sería monstruoso! -En esa forma, el país no cambiaría -jamás de gobernantes, como la Municipalidad -de Los Sunchos.</p> - -<p>—Te enajenarás la voluntad del futuro presidente, -sea quien sea.</p> - -<p>—Poco me importa. No he de vivir de la -política. Sólo en estos países la política resulta -una profesión, cuando es una función general, -casi diría obligatoria, de todos los ciudadanos...</p> - -<p>—¿Sólo en éstos? ¡No embromés!</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_178" id="Page_178">[178]</a></span></p> - -<p>La voz de Vázquez fué, como es natural, la -«clamantis in deserto». Nadie le hizo caso, y -Camino tuvo sus dos proclamaciones en medio -de un entusiasmo popular que preparamos por -todos los medios á nuestro alcance. Pero el candidato -á la reelección no tardó en saber que -Vázquez le había hecho fuego, cosa que no le -perdonaría nunca. No. No fuí yo quien se lo -dijo, no fuí yo el indiscreto ni el mal intencionado. -Vázquez no me molestaba mucho en la -Legislatura, y aunque hubiera querido malquistarlo, -no hubiera ido con el chisme, sabiendo -que otros lo harían, por adulonería, por espíritu -de intriga ó por maldad.</p> - -<p>Casi al propio tiempo se proclamó en una provincia -lejana y con el apoyo gubernativo la candidatura -presidencial, que desde allí fué comunicándose -á todas partes, siempre en las mismas -condiciones, «como un reguero de pólvora», -según decían con admiración los diarios -amigos, que ensalzaban los méritos incomparables -del candidato, «representante de la juventud, -y, por lo tanto, del progreso, ciudadano -de iniciativa, como lo había demostrado en -el gobierno de su provincia, espíritu liberal, -enemigo de toda hipocresía y de toda bajeza, -hombre tolerante, que sería el vínculo de unión -entre los estados, las sociedades, las religiones, -los partidos del país», y á quien acompañarían -mañana, como le acompañaban hoy, -«las fuerzas más sanas y eficaces del mismo, -los jóvenes de corazón entero y altas aspiraciones -patrióticas».</p> - -<p>—¡Paso á los jóvenes!—comenzamos á gritar, -como gritara de la Espada en otro tiempo, -en Los Sunchos.</p> - -<p>Buenos Aires—la provincia,—celosa de su hegemonía -política, aunque ésta no fuese ya más -que un hecho casi legendario, quiso oponernos -<span class="pagenum"><a name="Page_179" id="Page_179">[179]</a></span> -otras candidaturas, arrastrar la opinión del país, -enarbolando como bandera el nombre de preclaros -patricios, y aun el de un político eminente -que podía considerar conquistado el interior, -porque, en la lucha decisiva, tomó, siendo porteño, -partido á favor suyo y contra su provincia, -como muchos otros que no dejaban de tener -razón según ha podido verse después.</p> - -<p>Pero si todos los jefes de policía, si todas las -autoridades obraban como yo, no había miedo -de que nos arrebataran el poder, ni con sutilezas, -ni con esfuerzos. De ello quedé convencido -cuando Camino resultó electo gobernador, y -Casiano Correa, antiguo amigo de tatita, vice,—con -casi todas las actas protestadas, es cierto,—casi -sin oposición, ó, como decíamos entonces, -con «elecciones canónicas». ¿Qué cómo -se alcanzaba este resultado? Pues muy sencillamente. -Preparándolo todo con tiempo, el -padrón y el registro cívico, sorteando las mesas -de modo que los escrutadores fueran nuestros, -y contando con los jueces provinciales ó federales -para el posible caso de un juicio. En -aquella época no hubo sino un juez que se atreviera -á desafiar al poder, pero su derrota fué -completa, por el momento, aunque hoy todos -lo consideremos como ejemplarísimo y muchos -hayamos contribuído á perpetuar en el mármol -su memoria.</p> - -<p>¿Diré, después de esto, que nuestro candidato -á la presidencia resultó triunfante?</p> - -<p>No, ni he de contar, tampoco, el éxodo de -sus conprovincianos que invadieron la capital -de la República, convencidos de haber triunfado -con él. Á mí mismo me dieron ganas de irme, -y lo hubiera hecho, á ser de su provincia y -de sus allegados. «No hay cosa mejor que tener -buenas relaciones»—decía tatita. Pero era -preciso esperar; estaba muy lejos de él, y no -<span class="pagenum"><a name="Page_180" id="Page_180">[180]</a></span> -hay que forzar la suerte, ni aun en el juego, sino -cuando llega la ocasión. Y á mí tenía que -llegarme, como me llegaban las épocas de trabajo—las -electorales,—y las de descanso—la -modorra provinciana en las épocas de normalidad.</p> - -<p>Por el momento, bueno era volver tranquilamente -á la siesta. ¿No habíamos pasado por -un largo período de agitación tal, que ya ni visitaba -la casa de Blanco, ni me daba apenas -tiempo para ver á mis viejas amigas, y hasta -tenía que interrumpir de vez en cuando mis -partidas en el Club del Progreso, postergar mis -cacerías con almuerzo, y suspender cien otras -empresas agradables?... Sí. Volvamos á la vida -epicúrea, que es la mejor, mientras no llegue -el momento oportuno de lanzarse al asalto -de la gran capital, de la verdadera, de la -única.</p> - -<p>Camino me preguntó un día, como si se le -ocurriese de repente:</p> - -<p>—¿Cuándo «acaba» Vázquez?</p> - -<p>—Creo que dentro de cuatro meses.</p> - -<p>—Hay que ir pensando en eso.</p> - -<p>—¿En qué?</p> - -<p>—En la elección. Hay que ver á quien se -elige.</p> - -<p>—¡Al mismo Vázquez, pues!</p> - -<p>Me miró primero con enojo, después con serenidad, -en seguida con sorna, y dijo:</p> - -<p>—No... No lo quieren en Los Sunchos.</p> - - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">V</h3> -</div> - -<p>Sólo la ingenuidad de Vázquez es comparable -á la tontería de Camino; desdeñando un efecto -teatral, diré que Vázquez no siguió mucho tiempo -en su banca de diputado, ni Camino en su -<span class="pagenum"><a name="Page_181" id="Page_181">[181]</a></span> -silla de gobernador, Vázquez porque Camino no -quería, y Camino por... lo que se sabrá en seguida.</p> - -<p>El ex presidente había tomado sus medidas -como hombre de vistas claras y largas, buen -conocedor del corazón humano, para mantener -todo el tiempo posible la mayor suma posible -de influencia, pero no con la candorosa ilusión -que le atribuíamos de seguir gobernando entre -telones y haciendo del nuevo Presidente un -simple personero. Si así no fué, si tal no pensaba, -desde los primeros tanteos pudo advertir -que el instrumento no le obedecía, y que, como -se debe «cantar bien ó no cantar», por el -instante lo más práctico era llamarse á silencio—como -lo hizo. Pero algunos «pazguatos», más -papistas que el papa, deslumbrados con el poder -que recibieran de él, creyeron que éste era -un atributo propio, que sólo podía reclamarles -y retirarles quien se lo había concedido, y comenzaron -á «corcovearle» al nuevo Presidente, -y á no hacer sus gustos con la requerida sumisión, -como si no dependieran directa ni indirectamente -de él, y como si no pudiera «ponerlos -patas arriba á las primeras de cambio». Uno -de estos tontos fué mi gobernador, el del célebre -«¡Rodeen á Camino!»</p> - -<p>Fué torpeza la suya. Nuestra provincia había -ido pacificándose poco á poco, y la oposición, -bajo una mano de hierro, confesaba, al -fin, su impotencia, retirándose de toda lucha, -y contentándose con la lírica actitud de criticar -acerbamente al «oficialismo», á todos los «oficialismos», -en la intimidad de sus reuniones -privadas, y en la no menos íntima escasez de -circulación de sus diarios. También es cierto -que el Guardia de Cárceles, batallón de línea, -creado años atrás—no sé si por mi inspiración,—y -el cuerpo de vigilantes y bomberos—éstos -<span class="pagenum"><a name="Page_182" id="Page_182">[182]</a></span> -sí, organizados y disciplinados por mí,—los -criollos nacemos militares,—constituían una -fuerza decisiva y aseguraban la estabilidad del -Poder, invulnerable, pues un golpe de mano -quizá lograría suprimir ó substituir personas, -nunca variar el régimen. ¡Y esta arma era mía, -casi exclusivamente mía!</p> - -<p>Cuando me di cuenta de ello pasó por mi imaginación... -Pero, ¿á qué contar ensueños que -mi juicio mismo desvanecía entonces, apenas -formulados? Vamos á los hechos, que es lo importante.</p> - -<p>Molestó al Presidente el Gobernador de una -provincia vecina, más recalcitrante que Camino, -y no faltaron voceros que llegaran hasta mí, -insinuándome cuánto agradaría mi ayuda para -un cambio de situación. Como podía pulsar el -valimiento de los que esto me decían y la auténtica -procedencia de sus invitaciones, no vacilé -un punto, y organicé una partida de guardias -de cárceles y vigilantes vestidos de particular. -Por desgracia, yo no podía mandarlos en -persona, sin comprometer gravemente la «autonomía -de las provincias»; pero uno de mis amigos, -diputado y ex redactor de <cite>Los Tiempos</cite>, -Ulises Cabral, mi padrino en el duelo, se comprometió -á representarme y obrar como si fuera -yo mismo. El cambio deseado se hizo con -poco derramamiento de sangre y mucha intervención -nacional, y supe que el Presidente me -tenía muy en cuenta, agradeciendo mi colaboración -sin mentarla.</p> - -<p>Por el mismo conducto, bien confidencial, se -me hizo saber poco después que el gobernador -Camino, mi propio gobernador, no era ya «persona -grata», y que en las altas esferas se le vería -con placer substituído por el vicegobernador -Correa, hombre en quien se tenía la mayor -confianza, como entusiasta, patriota, fiel, capaz, -<span class="pagenum"><a name="Page_183" id="Page_183">[183]</a></span> -y, sobre todo, menos desconceptuado en -sociedad. Debo confesar que Correa valía probablemente -menos que Camino, como hombre -de pensamiento y de acción. Pero no me convenía -hacer oídos de mercader, y comprendí -desde el primer momento lo que de mí se esperaba: -que pusiera fuego á la mecha, que buscara -el pretexto para poner al Gobernador de -patitas en la calle, alterando el orden lo menos -posible, pero sin una revolución, si tenía dedos -para tanto. Una «agitación» era, por lo menos, -inevitable, porque Camino no abandonaría -el puesto así como así.</p> - -<p>Pero él mismo había de darme pie para romper -las hostilidades, porque bien dijo el latino -que Júpiter ciega á los que quiere perder. He -aquí cómo ocurrió aquello: la inacción de los -opositores y alguno que otro desliz demasiado -exagerado de lo que la mala prensa llamaba -«guardia pretoriana», hizo que el Gobernador -creyera llegado el momento de «entrar en la -normalidad» y me exigiera el castigo de un -comisario cuyo delito consistía en haber hecho -dar de planazos á una persona conocida que -le había criticado cierta travesura, creo que la -fuga de un cuatrero sorprendido infraganti.</p> - -<p>—Si empezamos así, Gobernador, pronto no -tendremos policía—le dije con gravedad.</p> - -<p>—Pero vea, amigo, cómo me ponen los diarios -de Buenos Aires. Esto es inicuo. Hasta los -mismos amigos me «caen».</p> - -<p>—No les haga caso. Hay que acostumbrarse -á esas cosas cuando se es gobernador. ¡Mire! -si no fuera eso, ya le encontrarían otro pretexto, -y sería lo mismo.</p> - -<p>—Sí. Pero yo no quiero que se apalee á la -gente... sin necesidad.</p> - -<p>—¡Bah! no se aflija, y dejemos en su puesto -<span class="pagenum"><a name="Page_184" id="Page_184">[184]</a></span> -á ese comisario, ¡que es un tigre! Nos haría -falta en un momento dado.</p> - -<p>—Por lo menos, cámbielo. Mándelo á la campaña -hasta que se acabe esta gritería.</p> - -<p>Me encogí de hombros.</p> - -<p>—Así no se hace patria. Déjelos que aguanten... -Hoy empezaríamos por dejar que la oposición -echara á la calle á un comisario, y mañana -no podríamos evitar que echaran á un -Gobernador. ¡No hay que ser tan flojo!</p> - -<p>No replicó, no insistió en el castigo del presunto -culpable; pero no me perdonó, tampoco, -más que mi desobediencia mi franqueza. -¡Así suelen ser, en cuanto uno se descuida y -por muy útil que les sea! Lo peor para él, en -este caso, es que hacía mi juego, iniciando la -anarquía en el poder, pretexto magnífico para -hacerle la deseada zancadilla. Tan ciego estaba, -que cayó en la trampa como un inocente. Ciertos -indicios, algunas visitas, frases sueltas, un -principio de despego de los más allegados á su -persona, me hicieron comprender que el gobernador -Camino me buscaba reemplazante.</p> - -<p>—¿Esas tenemos? ¡Pues ya verás quien es -Callejas!—me dije.</p> - -<p>Me acerqué desde entonces, sin disimularlo, -más bien con ostentación, al vicegobernador, -don Casiano Correa, viejo marrullero, abogado, -glotón, jugador y avaro, cuyo cuerpo pequeñito, -endeble é insignificante, ocultaba el espíritu -más vicioso y ambicioso que imaginarse pueda. -Aunque no estuviera tan al corriente como yo -de lo que se tramaba, lisonjeé su ambición, insinuándole -que las debilidades de Camino comenzaban -también, á mi juicio, á comprometer -su Gobierno, y que no sería difícil que el -mismo Presidente de la República interviniera -para hacerle dejar el mando, en que hacía tan -desairado papel.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_185" id="Page_185">[185]</a></span></p> - -<p>—Provoca una escisión del partido en la provincia, -lo debilita, y lo enerva; no es lo que -conviene. En cuanto sepa esto el Presidente, -le pondrá remedio, no lo dude, Correa.</p> - -<p>—¿Pero cómo?—preguntó Correa, para verme -venir.</p> - -<p>—Tan fácilmente como lo ha hecho en otras -provincias: provocando una revolución, si es -preciso. ¿No hemos ido nosotros mismos á?...</p> - -<p>—¡Es cierto!—interrumpió.—Ahora, la cuestión -es que el Presidente lo sepa.</p> - -<p>—Usted puede hacérselo saber por medio de -alguno de sus amigos. Si es que ya no está al -tanto de todo...</p> - -<p>Lo conduje á que me preguntara si «en un -caso dado» podía contar conmigo.</p> - -<p>—Incondicionalmente... Pero con una condición. -El gobernador Camino me promete hacerme -diputado nacional en la próxima renovación -del Congreso.</p> - -<p>No era verdad, ni Correa lo creyó, pero me -prometió solemnemente que «si eso llegaba á -depender de él», yo sería diputado nacional. -Y comenzó la intriga que condujo admirablemente, -fuerza es confesarlo, haciendo que el -Presidente se convenciera del todo de la necesidad -de «pasar la mano» al vicegobernador, mediante -mil informes más ó menos antojadizos, -según los cuales Camino «le ladeaba el caballo», -como dicen los paisanos, y estaba pronto á hacerle, -en la oportunidad, la más violenta oposición, -en vista de que «volviera el otro». ¡Como -si eso fuera posible! Pero el Presidente era -crédulo, temía á su antecesor como á un fantasma, -estaba rodeado de cortesanos venales, y -creía preciso quebrantar no sólo á todos sus -enemigos, sino también á cuantos pudieran llegar -á serlo. Tenía la locura de la unanimidad, -á lo Napoleón III, con quien se le comparaba. -<span class="pagenum"><a name="Page_186" id="Page_186">[186]</a></span> -Comenzó, pues, con gran sorpresa de Camino, -que hasta entonces no temía las represalias, á -demostrarle cierto encono, retardándole los -arreglos financieros que pedía, insinuando que -el Banco Nacional restringiese los descuentos á -sus amigos personales, y á hacerle directa ó indirectamente -otras muchas manifestaciones de -que había perdido la gracia presidencial y no -estaba ya en predicamento.</p> - -<p>Como estos indicios no pasaban inadvertidos -para nadie, muchos se le fueron alejando, como -se habían alejado de mí al verme romper la -primera lanza con el Gobernador, y comenzaron -á rodearme, como si yo fuera el árbitro de -la situación. Don Casiano Correa, que ya tenía, -también, su corte, no cabía en sí de gozo y no -veía la hora de posesionarse del mando.</p> - -<p>Camino, en tal atolladero, no encontró hombre -con quien substituirme. Sólo los muy desconceptuados, -los inútiles, hubieran aceptado -un puesto en que quizá no duraran un par de -meses, olfateada ya la voluntad presidencial.</p> - -<p>No hubo más que un hombre de valía que -hubiera aceptado el puesto, bajo ciertas condiciones: -Pedro Vázquez. Lo oí mucho después, -de sus propios labios. El Gobernador le ofreció -la jefatura.</p> - -<p>—Yo la aceptaría si usted me nombrara, pero -no me nombrará—le dijo Vázquez.</p> - -<p>—¡Vaya si lo nombraré! ¿Quién lo impide? -Estoy harto de Gómez Herrera, que me hace -mal tercio con el Presidente, lo mismo que el -vicegobernador.</p> - -<p>—Entonces, puede nombrarme, si me autoriza: -Primero, á licenciar el Guardia de Cárceles, -que es inconstitucional é innecesario...</p> - -<p>—¡Usted está loco!...—exclamó Camino.—¡Licenciar -el Guardia de Cárceles! Sería lo mismo -pedirme la renuncia.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_187" id="Page_187">[187]</a></span></p> - -<p>—Pues yo no lo veo así. Con la policía basta -para mantener el orden y la provincia no debe -tener ejército. El orden no se mantiene con -el ejército, sino con la legalidad. Ese acto, por -otra parte, levantaría notablemente el prestigio -del Gobierno. En cuanto á las otras condiciones...</p> - -<p>—¡Con esa basta!—interrumpió el Gobernador.—Prefiero -la sospecha de que el Gobierno -Nacional me mande ó no me mande á mi casa, -á la seguridad de que la oposición me ponga -de patitas en la calle. ¡Usted está, decididamente, -loco, amigo Vázquez!</p> - -<p>Este agregaba, al contármelo:</p> - -<p>—Yo sabía que su caída era inevitable. Lo -más que podía conseguir Camino era caer «en -beauté», como dicen los franceses, «lindo», como -decimos nosotros. Pero ahora nadie se preocupa -de la belleza, y «un día de vida, es vida», -proclaman los paisanos. Por veinticuatro horas -más de Gobierno hay muchos que arrostrarían -el ridículo y la vergüenza, sin ver que éstos los -aguardan de todos modos, borrachos de mando -como están.</p> - -<p>Palabras proféticas que luego pudieron aplicarse -á más de un Presidente de la República. -Los niños y los locos dicen las verdades...</p> - - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">VI</h3> -</div> - -<p>La intriga iniciada en las alturas nacionales, -secundada por mí y tímidamente por Correa, -iba á dar sus frutos, pues el Presidente estaba -más que nunca resuelto á dejar de mano á un -Gobernador que no era incondicionalmente suyo. -Pero la casualidad quiso que todo el trabajo -resultara ocioso, facilitando el cumplimiento -de nuestros deseos de tal manera que, aunque -<span class="pagenum"><a name="Page_188" id="Page_188">[188]</a></span> -no hubiéramos hecho nada, el resultado -hubiera sido el mismo. Sólo que este triunfo, -provocado por el destino, sin nuestra intervención, -hubo de costarnos moralmente mucho -más que el que habíamos preparado con paciencia -y destreza, y que no tengo para qué contar -porque no se puso en planta. La casualidad no -es hábil y suele cortar los nudos gordianos, sin -fijarse en las consecuencias. Pero vamos al -caso.</p> - -<p>Hallábame una noche en el Club del Progreso, -jugando con los amigos de siempre, cuando -Cruz, el asistente del Gobernador, entró en la -sala, y se me acercó, pálido y agitado. Llamóme -aparte y me dió la noticia de que Camino -acababa de sufrir un ataque de apoplegía, y que, -según todas las apariencias había muerto ó estaba -agonizando. El doctor Orlandi, llamado á -toda prisa, no daba esperanzas: según él, la -muerte había sido fulminante.</p> - -<p>—¿Dónde está? ¿en su casa?</p> - -<p>—¡No! ¡Y eso es lo «pior»!</p> - -<p>Siguiendo sus plebeyas costumbres, Camino -había pasado su última hora en un sitio inconfesable.</p> - -<p>Sin decir una palabra á mis compañeros, salí, -dando orden al asistente de que callara como -un muerto y dijera al comisario de órdenes que -se reuniese conmigo sin perder un momento, -en la casa á donde me dirigía. Corrí á una cochería, -mandé atar un gran landó, y al galope -de los caballos me hice llevar al suburbio norte, -en una de cuyas casas había muerto el Gobernador. -Era la una de la mañana, cuando llegué: -la ciudad dormía, y, afortunadamente, no -había un alma en las calles. Dos agentes policiales, -llamados con espíritu previsor por el -diablo de Cruz, hacían la guardia en la cuadra, -sin saber lo que ocurría; creyéndome un particular, -<span class="pagenum"><a name="Page_189" id="Page_189">[189]</a></span> -trataron de impedirme el paso. Me alegré -mucho de la discreta precaución del asistente, -porque en las circunstancias había que -obrar con mucho tacto.</p> - -<p>En la casa no había más hombre que el doctor -Orlandi, sentado junto á una cama revuelta -en que yacía el Gobernador. Estaba muerto.</p> - -<p>—¿Qué vamos á hacer?—me preguntó el italiano, -atolondrado por aquella inesperada catástrofe, -producida con tan poca nobleza.</p> - -<p>—Llevárnoslo á su casa lo más sigilosamente -que sea posible, en cuanto lleguen Cruz y el -comisario de órdenes.</p> - -<p>—¡Ma! ¡Es una responsabilidad terrible!</p> - -<p>—¡Qué quiere, doctor! nosotros no lo hemos -traído aquí. Lo más que podemos hacer es disimular -las cosas.</p> - -<p>Momentos después, mi segundo, el doctor -Orlandi, Cruz y yo, sacamos el cadáver y lo metimos -en el carruaje. El cochero fué amenazado -con los más contundentes castigos si decía -una palabra, y lo mismo se hizo con la gente -de la casa que, por fortuna, era sumisa á la policía -y estaba bajo su inmediata dependencia. -En el trayecto di mis instrucciones al Comisario -de órdenes: debía hacer acuartelar las policías -y el Guardia de Cárceles en toda la provincia, -para sofocar inmediatamente hasta el -más ligero disturbio que pudiera producirse -cuando se hiciera pública la noticia. La situación -era nuestra, mía, y no era cosa de perderla -ni de comprometerla siquiera...</p> - -<p>Cruz abrió la puerta de la casa del gobernador, -y entre Orlandi, yo, el asistente y el cochero, -llevamos el cadáver hasta el dormitorio, -y lo metimos en la cama.</p> - -<p>Ahora, ¿cómo avisar á la familia? Inmediatamente -concertamos lo que íbamos á decir: -«Camino, sintiéndose mal, había llamado á su -<span class="pagenum"><a name="Page_190" id="Page_190">[190]</a></span> -asistente, prohibiéndole que alarmara á los -suyos y ordenándole que llamara al doctor Orlandi. -Cruz, al pasar por el Club, entró á ver -si el doctor se encontraba allí, como de costumbre, -y viéndome, juzgó conveniente decirme -lo que ocurría, pues yo podía hacer llamar -á Orlandi con mayor rapidez. Yo salí, por deferencia, -encontramos al doctor, los tres acudimos -en un coche á casa de Camino... Pero, -desgraciadamente, cuando llegamos había muerto.» -Así se dijo.</p> - -<p>Es de imaginar el trastorno de aquella casa, -hasta entonces tranquila, los llantos de las mujeres, -las carreras de los criados, las preguntas, -las exclamaciones, los ayes. Una hora después, -los parientes, los amigos, acudían desolados. -¡Figúrense ustedes! ¡no moría sólo un pariente, -un amigo, sino un gobernador!...</p> - -<p>Nuestra versión fué perfectamente admitida -en los primeros momentos, y nadie puso en duda -que las cosas hubieran pasado así.</p> - -<p>Yo me ocupé de avisar al vicegobernador Correa, -que dormía profundamente, sin sospechar -lo que pasaba.</p> - -<p>—¡Ya es gobernador, amigo!—le dije.</p> - -<p>—¡Qué! ¿Ha habido revolución?</p> - -<p>—¡No, hombre!—contesté riéndome.</p> - -<p>—¿Ha renunciado, entonces?</p> - -<p>—¡Sí, en casa de Maritski!</p> - -<p>—¿No me diga?</p> - -<p>Le conté el suceso. No dijo palabra, pero tenía -la cara radiante. Vistió en un segundo su -minúscula y nerviosa persona, y salió conmigo -para correr á la casa mortuoria.</p> - -<p>—Diga, don Casiano, ¿yo quedaré en la jefatura -de policía?</p> - -<p>—¡Claro! ¡Vaya una pregunta!</p> - -<p>—¿Y tendré la primera diputación?</p> - -<p>—Si depende de mí...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_191" id="Page_191">[191]</a></span></p> - -<p>—No. Conteste categóricamente, sí ó no. De -otro modo... Usted sabe que tengo la provincia -en la mano.</p> - -<p>—¡Vaya hombre! ¡Ni que yo fuera tu enemigo! -¡Serás diputado nacional!—y me tuteaba, -camarada hasta la muerte.</p> - -<p>—¿Palabra?</p> - -<p>—¡Palabra de honor!</p> - -<p>—¿En la primera elección?</p> - -<p>—¡En la primera! ¡No seas cargoso! Ya sabes -que soy tu amigo.</p> - -<p>Amaneció aquel día sin que hubiésemos dormido. -En la sala de Camino había, más que -nunca, olor á encerramiento, á humedad, atmósfera -á la que se mezclaba el humo capitoso -del benjuí, del incienso, y del «cachimbo» como -decía mamita hablando del cigarro.</p> - -<p>Correa firmó su primer decreto—como provisional -todavía,—determinando los honores que -debían rendirse al ex gobernador en sus funerales: -la bandera á media asta en todos los establecimientos -provinciales, la escolta del Guardia -de Cárceles, la presencia del Poder Ejecutivo -que encargaba al ministro de Gobierno de -pronunciar la oración fúnebre... La Legislatura -resolvió asistir en masa á las exequias, lo -mismo que el poder judicial. Preparábase una -manifestación de duelo como nunca se había -visto, tanto más cuanto que Camino, vinculado -por el parentesco á casi todas las familias representativas -de la provincia, arrastraría tras -de su féretro á buena parte de la oposición, -acalladas las pasiones ante el silencio del sepulcro.</p> - -<p>De aquella magnífica ceremonia sólo quiero -recordar un detalle: El ministro de Gobierno, -González Medina, terminó su oración fúnebre -diciendo no sé si con ingenuidad ó con malicia -provinciana:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_192" id="Page_192">[192]</a></span></p> - -<p>—Ha caído en el puesto de honor, manteniendo -alta la bandera de sus convicciones. -¡Llorad, pero imitad este ejemplo, ciudadanos!</p> - -<p>No sé lo que Cruz, si estaba presente, comprendió -en estas palabras. En cuanto á mí, es -la primera y última vez que he tenido que hacer -esfuerzos para no reirme en un cementerio.</p> - - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">VII</h3> -</div> - -<p>Al día siguiente, me llamó Correa á su despacho -de gobernador.</p> - -<p>—Mirá—me dijo.—He pensado mucho en la -situación, y he resuelto cambiar el ministerio. -¿Querés ser ministro de Gobierno?</p> - -<p>—¡No friegue, don!—exclamé.—Usted me -ha prometido otra cosa.</p> - -<p>—Sí. Pero, hijito, ¡ministro!...</p> - -<p>—¿Y qué hay con eso? Á usted no le quedan -más que dos años de gobierno; y yo quiero ir -á Buenos Aires. Esto es muy chico para mí. -Mire, no cambie los ministros: son buenos -muchachos y ya están acostumbrados á hacer -lo que quiere el gobernador.</p> - -<p>—Eran hombres de Camino.</p> - -<p>—Se equivoca. Eran y son hombres del gobernador. -Tanto les da Juan como Pedro, con -tal de que ellos figuren.</p> - -<p>—Es que quisiera cambiar un poco el Gobierno, -darle al pueblo alguna satisfacción.</p> - -<p>—Llame á Vázquez, entonces.</p> - -<p>—Puede que no sea mala idea.</p> - -<p>—Pero, le advierto: Vázquez es un contemporizador -y una especie de puritano: como -contemporizador no satisfará á la oposición, y -como puritano hará enfurecerse á los nuestros. -Además, Camino lo ha puesto mal con el Presidente... -Conque...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_193" id="Page_193">[193]</a></span></p> - -<p>—Conque... se puede ir al diablo.</p> - -<p>Sonreí, y le di el último golpe:</p> - -<p>—Y, al concluir su período, con Vázquez tendría -usted que renunciar á ir al Senado, porque -la Legislatura, nacionalista y presidencial, no -le perdonaría sus lirismos.</p> - -<p>Correa no era difícil de convencer en cosas -evidentes y de utilidad, y todo quedó como estaba. -Los ministros no me hacían sombra, porque -eran completamente ineptos y yo sabía la -manera de manejarlos. Siempre me habían temido, -y desde que Correa subió al poder, comenzaron -á temblar ante mí aunque yo les hubiera -prometido hacer todo lo posible para mantenerlos -en su puesto. Una amarguísima incidencia -que debió costarnos caro, vino á darme -un terrible poder, aumentando inopinadamente -mi prestigio.</p> - -<p>La muerte de Camino, ocurrida en circunstancias -tan misteriosas, precisamente cuando -comenzaban á trascender nuestras intrigas tendientes -á derrocarlo, pareció de pronto al público -menos clara de lo que la presentábamos. -Nuestras idas y venidas en aquella noche aciaga, -y aunque fuera ya tan tarde, no habían pasado -inadvertidas, porque la gente provinciana -parece dormir con un solo ojo cuando se -trata de algo que puede alimentar la chismografía. -Además, aunque el cuento estuviera urdido -magistralmente, había demasiados testigos -de la verdad: si se podía contar con mi reserva, -la de Orlandi, la del Comisario de órdenes, -la del zorro de Cruz, no sucedía lo mismo -con las mujeres, los dos vigilantes, el cochero. -Los secretos de almohada por la almohada -suelen trascender. Uniendo á esto la malevolencia -de la oposición, no es raro que comenzara -de pronto á correr este rumor siniestro:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_194" id="Page_194">[194]</a></span></p> - -<p>«El gobernador Camino ha muerto envenenado.»</p> - -<p>Y, con este rumor, el gobernador Camino, -que era execrado por cuantos no recibían sus -favores, que las familias excomulgaban por sus -notorias costumbres, que nunca había hecho -nada notable ni siquiera bueno, ni aun regular, -resultó un defensor de los intereses del -pueblo, que el Presidente de la República quería -suprimir, una víctima del sistema, un cordero -pascual, y nosotros, el doctor Orlandi, yo, -Correa, ¡quién sabe cuántos más! unos envenenadores, -unos Borgia de nuevo cuño. En vano -traté, trató Orlandi, de poner las cosas en -su lugar, de presentar la verdad tal cual era; -en vano dijimos que el Gobernador estaba caído -y no podía estorbarnos ya. ¡Todo el mundo creyó, -ó fingió creer, que lo habíamos suprimido -con el Aqua Tofana, y que Orlandi—italiano -al fin,—era la mano, mientras Correa y yo éramos -la voluntad!... ¡Ah, canalla, canalla, canalla! -¡Cómo es la canalla, y cómo maldije entonces -la libertad de la calumnia que pasa de -boca á oído y resulta más notoria que la insertada -en los diarios! Yo había mentido á sabiendas -y públicamente, para destruir al contrario, -muchas veces, pero nunca había llegado -á tal extremo, ¡nunca había inventado una calumnia -que, como aquella monstruosidad, estuviese -tan fuera, tan lejos de las costumbres -políticas de nuestro país!</p> - -<p>Y, ¡vean ustedes lo que son las cosas!... No -me creerán, pero aquello nos hizo mucho bien, -si no moral, materialmente. El temor que nos -rodeaba y que comenzaba á ser lo más claro de -nuestro prestigio entre el pueblo bajo, se intensificó -hasta un grado increíble. Nunca, como -entonces, fuímos dueños de la situación, -aunque nos execraran. Entre la gente de buena -<span class="pagenum"><a name="Page_195" id="Page_195">[195]</a></span> -posición, nadie creía aquella horrible calumnia, -aunque algunos energúmenos la aprovecharan -para denigrarnos. Entre éstos, que -afirmaban la verdad del envenenamiento y los -otros que la ponían caballerosamente en duda, -el pueblo decía:</p> - -<p>—Los que los acusan dicen la verdad; los -otros se callan de miedo.</p> - -<p>Y si gente tan bien colocada temía, ¿qué no -había de temer el pobre pueblo? De tan vil, -de tan inexistente causa, nunca he visto salir -tales efectos. Como si estuviésemos en tiempos -de Rosas, la provincia calló, y no hay gobernante -que haya gobernado tan pacíficamente -como Correa.</p> - -<p>Una persona, sin embargo, tuvo una sombra -de duda que me afligió en extremo: María.</p> - -<p>La visitaba frecuentemente, y estaba entonces -enamorado de ella, de su hermosura, de su -ingenio, de su delicadeza, de su instrucción artística. -Era toda una señora con los candores -deliciosos de una niña. Hacía tiempo que la notaba -más fría y reservada que antes, sin poder -darme cuenta del motivo, cuando una noche, -como se aludiera, no sé á qué cuento, al difunto -Gobernador, dejó escapar esta frase:</p> - -<p>—¡Cuándo se aclarará ese misterio, tan doloroso!</p> - -<p>Comprendí entonces todas sus reservas, y le -dije la verdad, comenzando por revelarle la vida -íntima de Camino, sus extravíos, sus malas -costumbres, para terminar con el cuadro de su -muerte, sin detalles ociosos y escandalosos, tal, -en fin, como lo he hecho en estas páginas. Y -terminé diciendo:</p> - -<p>—Para que no tenga usted la menor duda, -voy á mandar que venga Cruz, y él le contará -las cosas tal como pasaron.</p> - -<p>Comenzaba á escribir una tarjeta cuando -<span class="pagenum"><a name="Page_196" id="Page_196">[196]</a></span> -María, levantándose y poniendo su mano sobre -la mía, me interrumpió así:</p> - -<p>—Nadie sino usted podía contarme semejantes -atrocidades. Le creo, pero no quiero que -nadie me repita cosas que yo no debo saber. -Perdone mi...</p> - -<p>No dijo sospecha, no dijo duda porque cualquiera -de estas palabras le hubiese parecido -excesiva.</p> - -<p>¡Oh, el pudor de nuestras antiguas mujeres! -¡Decir que todavía quedan algunos ejemplares, -contrastando con la inmensa muchedumbre -de «libertadas», de emancipadas, aspirantes á -hombre, que hoy nos rodea! Conquistar una -mujer era todavía entonces (y de vez en cuando) -robarse un fruto saltando una tapia coronada -de vidrios de botella; conquistarla hoy, -suele ser robarla del escaparate en que las ofrecen.</p> - -<p>María se mostró aquella noche afectuosísima, -y comprendí que la había convencido. En -cuanto á Blanco, ya hacía mucho que estaba al -corriente de todo lo ocurrido.</p> - -<p>Pocos días después tuve una noticia que me -sorprendió. La gente se marcha mucho más -pronto de lo que uno supone, y el camino va -quedando sembrado de cadáveres. Hoy pienso -que si se llevara una nomenclatura de todos los -parientes, amigos y allegados que se mueren, -al cumplir los cuarenta años uno estaría siempre -con los pelos de punta, en cuanto viera la -enorme, la interminable lista de los que hemos -dejado atrás. La noticia era la de la muerte -de don Higinio Rivas, ocurrida una semana -antes en Buenos Aires. Esto constituía, apenas, -un incidente en mi vida, y sin embargo, -me conmovió, removiendo todos los recuerdos -de la infancia y la adolescencia. ¡Don Higinio! -¡Los Sunchos, en que aún vivía mi madre, -<span class="pagenum"><a name="Page_197" id="Page_197">[197]</a></span> -hecha una pasita! ¡Teresa, de quien nada -sabía! ¡Qué lejos estaba todo aquello! ¡Y qué -jugoso y qué sabroso era, con su candor, un -poco perverso á veces!... Pensé que un día, -como á Sarmiento, me sería dado revivir toda -aquella conmovedora comedia primitiva, tan -sentimental, componiendo mis «Recuerdos de -provincia»... Pero mientras llegaba esta obra -maestra, futura como tantas, me contenté con -escribir un largo artículo necrológico para <cite>Los -Tiempos</cite> que, gracias á mis buenos oficios, seguía -dirigiendo y redactando mi amigo el galleguito -Miguel de la Espada.</p> - -<p>¿Qué dije de don Higinio? Nadie se preocupe -de ello. Precisamente aquel artículo necrológico -que conservo pegado en un cuaderno de -recortes, es el que me ha servido páginas atrás -para esbozar su retrato, su cara leonina, su ingenio -astuto y quizás quizás su carácter débil de -gritón. Pero le hice justicia y disimulé sus defectos.</p> - -<p>De la Espada, después de leer las cuartillas -que le había llevado, me dijo, como quien quiere -decir algo y no acierta, en el tono que los -autores dramáticos acotan «con intención»:</p> - -<p>—Bien se lo ha ganado, el pobre.</p> - -<p>Cumplido este deber, el único de mi incumbencia, -según creía, preparábame á dar por definitivamente -cerrado aquel capitulito de mi vida, -cuando recibí esta carta:</p> - -<p class="blockquot">«Mi muy querido Mauricio: Sólo quince días -después de la muerte de tatita, de la que debes -tener noticia, me siento con valor suficiente -para escribirte. Todo el luto que orla -este papel no es nada comparado con el que -pesa sobre mi alma y mi corazón. ¡Pobre, pobre -tatita! Murió abrazando á tu hijito, que -tanto se te parece y que todavía no puede comprender -<span class="pagenum"><a name="Page_198" id="Page_198">[198]</a></span> -todo lo que ha perdido. No habló de -ti, no aludió á ti, como si ya no tuviera esperanza -de remedio al daño que hiciste. Á mí -me dijo—y son sus últimas palabras:—Cuídalo -bien.—¿Para qué te escribo esta carta, Mauricio? -Sólo para una cosa, sólo para decirte: -Ya no me queda en el mundo nada más que mi -hijito, y quizás tú. ¡No te pido nada, nada, nada! -Sólo quisiera estar á tu lado, vivir con tu -vida, ser como una guachita mansa de esas que -siguen al dueño por todas partes... ¡Estoy tan -triste, Mauricio!... ¡Quieres que vaya, ó vendrás -tú, por fin, á conocer á tu hijo que ya va -siendo un hombrecito!»...</p> - -<p>Puedo transcribir (como transcribo en parte) -esta carta, porque la guardé, contra mi costumbre, -tanta fué la sorpresa que me causó su forma. -¿La había escrito Teresa? ¿Se la había -dictado alguien?... ¿De dónde salía todo ese -atildado romanticismo, ó sentimentalismo, si -hay quien lo prefiera? Hace poco, revolviendo -papeles viejos, volví á encontrar esta carta, -amarillenta ya, la releí, y debo confesar que -me conmovió. ¡Era bien de Teresa! Lo probaban -mil detalles, mil tiernos recuerdos que omito. -¡Si la hubiera comprendido entonces como -la comprendo ahora! ¿Qué me pedía Teresa? -Nada. ¿Qué me ofrecía? Todo. Sinceramente, -me lo ofrecía todo, pero entonces sospeché de -ella y me reí de la gauchesca figura de la «guachita» -y de sus ofrecimientos, cebo, á mi juicio, -que debía arrastrarme al matrimonio, al reconocimiento -del chico, á empeñar mi vida, en -fin, como en el Monte de Piedad. No, no. En -mi opinión, su cálculo era éste: vivir conmigo -y esperar la ocasión propicia para hacerse dueña -de mí, gracias al vínculo del muchacho, del -«hombrecito». Era una infeliz; es la única mujer -<span class="pagenum"><a name="Page_199" id="Page_199">[199]</a></span> -á quien quizás haya hecho desgraciada. Pero, -¿quién iba á decirme entonces que tanta -candidez puede existir en el mundo?</p> - -<p>Y en aquel tiempo, pensando de otro modo, -después de leer la carta me dije que podía optar -por dos temperamentos, á saber: contestarla -ó no contestarla.</p> - -<p>Me acordé de Vázquez, á quien hubiera comparado -entonces con el doctor Relling de Ibsen, -si lo hubiese conocido, y tomé el camino del -medio. No obré, es cierto, ni como Vázquez ni -como Relling, pero... tomé el camino del medio: -Escribí sin contestar.</p> - -<p>Y el borrador de mi carta, muy estudiada, -muy medida, estaba el otro día, cuando revolví -mis papeles viejos, al alcance de mi mano, -prendida con un alfiler á la extraña misiva de -Teresa. Decía así:</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>«Señorita: He lamentado infinito el fallecimiento -de don Higinio, á quien siempre quise -mucho, como viejo amigo de mi padre, y á -quien siempre admiré y respeté como á uno de -los hombres más representativos de nuestra -provincia, y sobre todo de nuestro amado pueblo -de Los Sunchos.</p> - -<p>«Ha dejado un vacío que nadie podrá llenar -en las filas de nuestro partido, en el círculo -de sus amigos y camaradas, y más aún en el -corazón de su hija, la estimable compañera de -mis años infantiles á quien nunca olvidaré y -para quien son mis mejores sentimientos.</p> - -<p>«Acompaño á la triste huérfana en su hondo -pesar, como un hermano que sufre y llora al -par de ella, y lamento más que nunca la impotencia -del hombre á quien el misterio de la -muerte dice:—No pasarás de aquí.</p> - -<p>«¡Teresa! si en algo puedo ser útil á la hija -del gran caudillo, no tiene más que mandar.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_200" id="Page_200">[200]</a></span></p> - -<p>«Ordene al compañero de los primeros años -de la vida, al que confundió con usted sus pensamientos -y sus aspiraciones con todo su candor -de niño, antes de que ambos entráramos -en la lucha por la existencia; al que hoy pide -á Dios que traiga á su espíritu la conformidad -en tan duro, pero también en tan inevitable -trance.»</p> -</div> - -<p>Esto parecerá á algunos un poco... ¿qué diré?... -¿canalla?... Pero, he aquí la verdad: -Estaban en juego mis sentimientos más íntimos—entonces -creía que comenzaba á amar á -María Blanco,—estaban en juego mi afecto y -mi respeto hacia don Higinio, hacia Teresa, -estaba en juego, también, todo mi porvenir. -¡Mi porvenir! Un vago é inútil sentimentalismo -¿debía apartarme del camino recto que se -abría ante mi vista? Eso, nunca. Los mismos -Evangelios lo han dicho: «Rompe con tu padre, -con tu madre, con tu amigo, y sígueme.»</p> - -<p>Lo sentí mucho: como la oveja, evangélica -también, tenía que ir dejando vellones de mi -lana en las zarzas del camino. ¡Teresa!... ¡oh -recuerdos!... Pero, desgraciadamente, no he -nacido con todas las felicidades y todas las preeminencias, -no he podido dejar de hacer sacrificios -para llegar á donde he llegado. ¡He ahí! -yo tenía, fatalmente, que recorrer mi órbita -y tanto peor para los que encontraba en mi -trayecto. Una desviación de un milímetro en -mis comienzos, me hubiera hecho otro hombre, -me hubiera lanzado á lo ignoto. Por otra parte, -¿qué debía preocuparme? ¿El hijo de mis -amores? ¡Bah! leve escrúpulo.</p> - -<p>Mauricio Rivas había nacido rico.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_201" id="Page_201">[201]</a></span></p> - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">VIII</h3> -</div> - - -<p>Más me preocupaba María Blanco, á quien -seguía cortejando con asiduidad. Teresa había -pasado á la categoría de los recuerdos indiferentes, -vale decir que no son ni gratos ni desagradables. -No me había contestado mi carta-ruptura, -y supuse que daba todo por terminado. -¿Comprendía la distancia que nos separaba y -que se hacía mayor cada vez? No sé si era éste -ú otro el orden de sus pensamientos; lo cierto -es que no volví á oir hablar de ella en mucho -tiempo, y que no me escribió una línea. Era, -pues, un capítulo terminado de mi vida, y si -insisto en él es sólo porque acontecimientos -posteriores me lo evocaron vívidamente en circunstancias -que más tarde narraré. Entonces—lo -repito,—me acordaba de Teresa y el chicuelo -como de seres y cosas vinculadas á una travesura -de la niñez, como de un paisaje lleno de -sol, visto al pasar, en un sitio donde era imposible -clavar la tienda en el tránsito de la vida.</p> - -<p>Pero si María, conocedora en parte de mis -antecedentes, pretendía vengar al sexo, afectando, -si no desdén—que esto yo nunca lo hubiera -admitido,—una especie de despego prometedor -y cautivador, pero engañoso, la verdad -es que si pudo detenerme un tiempo no consiguió -en modo alguno su propósito de venganza, -ó cualquier otro que tuviera. Yo «me le fuí á -los cañones», como vulgarmente se dice, y me -esforcé en aclarar la situación con entera franqueza.</p> - -<p>Una tarde, que nos paseábamos en la huerta, -á poca distancia de don Evaristo, que hacía como -que cuidaba las plantas para dejarnos cierta -libertad, la hablé resueltamente.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_202" id="Page_202">[202]</a></span></p> - -<p>—Está muy esquiva conmigo, María. ¿He -hecho algo que pueda enojarla?</p> - -<p>—¿Á mí? No, que yo sepa. Pero, ¿á qué viene -esa pregunta? ¿No somos tan amigos como -siempre?</p> - -<p>—Hay una diferencia... Una diferencia imperceptible -para los demás, enorme para mí. -Las cosas que usted me dice suenan ¿cómo diré? -desafinadas. Ya no tiene usted el adorable -abandono de los primeros días, que me cautivó -tanto...</p> - -<p>—¡Vamos! Yo soy siempre la misma. Pienso -lo mismo, digo lo mismo. Será usted el que -ha cambiado.</p> - -<p>Hablaba tranquilamente, con la voz sin inflexiones, -algo más aguda que de costumbre y, -por lo tanto, hiriente para mí.</p> - -<p>Estuve por decirla:</p> - -<p>—Pero, ¿cómo es eso? ¿No me ha elegido, -no me ha atraído usted, como hacen las mujeres, -únicas que tienen la elección? ¿No me ha -dicho usted, sin decírmelo, que debía festejarla, -porque usted me había designado para novio? -¿No la atraía esa misma aureola de calavera -que quizá en este momento la hace alejarse -de mí?</p> - -<p>No se lo dije. Sólo acerté á esto:</p> - -<p>—Me trata de un modo que me da pena, María. -Como á un amigo, sí; pero no como á un -amigo que puede aspirar á más, sino como á -una simple «relación», como á un «conocido» -que pasa y se olvida.</p> - -<p>—¡No soy de amistad tan fácil!—replicó sonriendo, -siempre fría.</p> - -<p>—¡María! ¡Alguien le ha hablado mal de -mí!—exclamé, pensando en Vázquez.</p> - -<p>Me miró de hito en hito, seria, pero sin acritud.</p> - -<p>—Todos—contestó.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_203" id="Page_203">[203]</a></span></p> - -<p>—¿En estos días?—inquirí, casi colérico.</p> - -<p>—No. Antes... mucho antes... Yo creía que -no era verdad. Pero ahora veo que no se puede -contar con usted. ¡Tonta de mí! Supuse por un -momento, que, ocupándose de cosas más serias, -más elevadas, se olvidaría de hacer locuras... -¡Locuras! ¡Si no fuera más que eso!</p> - -<p>No sé por qué me acordé de las escenas de la -huerta de Rivas, en Los Sunchos, tan ingenuas, -en las que no se trataba de imponerme nada, -nada, ni aún de la manera más indirecta del -mundo. Donde cabe el examen ¿cabe, al propio -tiempo, el amor?</p> - -<p>Me parece que no, me pareció especialmente -entonces que no, y me sentí desconcertado y -molesto.</p> - -<p>—No la entiendo, de veras—dije con displicencia.—Ya -me ve usted, sujeto á todas sus voluntades, -visitándola día á día, no pensando sino -en usted.</p> - -<p>—Sí, usted viene, me agasaja, me lisonjea; -pero eso no tiene gran significación para una -muchacha como yo, Mauricio, acostumbrada á -pensar y á juzgar. Ninguno de esos actos le -cuesta el menor esfuerzo, como le costaría, por -ejemplo, abandonar el café, el club, las... las -relaciones.</p> - -<p>Esto era significativo. Se me imponía un sacrificio, -sin ofrecerme nada en cambio, categóricamente -por lo menos. Era el momento de -hablar de un modo decisivo:</p> - -<p>—¡Mire, María! Soy todavía muy joven y estoy -lleno de defectos, es verdad. Pero no tengo -nada grave que echarme en cara...</p> - -<p>Esto lo dije, tanteando el terreno, por ver si -estaba al corriente de lo ocurrido con Teresa. -No se inmutó, no replicó: no sabía, entonces...</p> - -<p>—Pero ¿cómo quiere—agregué, más seguro -de mí mismo,—que de la noche á la mañana -<span class="pagenum"><a name="Page_204" id="Page_204">[204]</a></span> -me convierta en un viejo, ni que renuncie á mis -pocas diversiones—muy inocentes, por otra parte,—si -no veo más ó menos cercana la recompensa -de ese pequeño sacrificio? Ofrézcame usted -la recompensa, y yo entonces, le aseguro...</p> - -<p>—¿Y qué recompensa puedo ofrecerle yo?</p> - -<p>—Decirme que me quiere.</p> - -<p>—Hágase usted querer—dijo con seriedad y -coquetería á un tiempo.</p> - -<p>Don Evaristo, que se acercaba, puso fin al -diálogo, y yo me quedé pensando en las desmedidas -ambiciones de la niña. ¿Conque, nada -menos, quería que yo renunciara á todo y que -me quedara prosternado, adorándola como á -una imagen? ¡Qué pretensión! Estaba enamorada -de mí, y se hacía la desdeñosa. ¿Qué me -costaba hacer lo mismo, renovando con variantes -«el desdén con el desdén»?</p> - -<p>Yo, para mí, y por una fuerza, quizás ajena -á mi voluntad, por un instinto poderoso, he sido, -soy y seré, lo digo así, brutalmente, porque -es la mejor, la más verdadera forma de decirlo, -el centro del mundo. Lo que más me interesa -es el propio «yo», el resto debe supeditarse á -esta entidad. Pero hay una atenuante á esto, -demasiado absoluto quizá, atenuante que me -ha permitido llegar á ser lo que soy: cuando -las cosas exteriores no pueden ó no quieren supeditarse, -el «yo» debe aprovechar las circunstancias -para seguir siendo centro, á toda costa. -Y jugar conmigo es cosa seria.</p> - -<p>Dejé á María y á su padre, que me invitaba -á comer con ellos, pretextando quehaceres y -jurándome tener la última palabra en la cuestión. -Para ello, bastaba á mi juicio con cesar, -durante un tiempo, toda visita, y esquivar todo -encuentro con la altiva moza, aspirante á -mi esclavitud, que ella soñaba probablemente -redención. Cosa fácil, porque en aquel momento -<span class="pagenum"><a name="Page_205" id="Page_205">[205]</a></span> -me preocupaba mucho mi porvenir político, -y más aún porque mi puesto de jefe de policía -me daba nociones de la vida—exageradas por lo -unilaterales,—que no ha escrito el más negro -de los pesimistas, que no se han expresado ni -aun en la redacción de los diarios más chismógrafos. -El mejor informado de los repórteres no -sabe, en cuanto á la vida privada de los habitantes -de una ciudad grande ó pequeña, ni lo -que sabe el más ínfimo de los policías, y si -quisiera novelas ó escándalos, no tendría más -que pasar por ese cedazo, ó, mejor dicho, tenerlo -en la mano. Se echan pestes contra la policía, -pero si ella hablara se acabaría, sencillamente, -la sociedad, minada en sus cimientos, ó, -por lo menos, en la parte convencional de sus -cimientos, que no es la menos importante. Pero, -como educación moral, esta escuela de la policía -es, como ya dije, excesiva, porque sólo pone -de relieve la parte mala, baja y despreciable -de la humanidad, invitando á creer que toda -ella es así, sin excepciones, ó casi... No se -extrañe, pues, que no pudiera tener confianza -en una mujer, por pura y altiva que pareciese.</p> - -<p>Sin embargo, María había lastimado hondamente -mi amor propio. Lo comprendí al encontrarme -aquella misma tarde de manos á boca -con Vázquez, quien se acercó á saludarme, -afectuoso, aunque con el velo de tristeza que ya -no lo abandonaba nunca.</p> - -<p>—¿Cómo te va?</p> - -<p>—¡Mal!—le repliqué.</p> - -<p>—¿Qué te pasa?</p> - -<p>—Alguien me ha desconceptuado en la opinión -de una persona que estimo muy mucho...</p> - -<p>—¿El Gobernador?</p> - -<p>—¡No te hagas el tonto!</p> - -<p>Encogióse de hombros, estuvo un momento -callado, y luego murmuró:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_206" id="Page_206">[206]</a></span></p> - -<p>—¡Mauricio! Temo que hagas desgraciadas -á muchas personas y, lo que es más curioso, que -no te conquistes con ello la felicidad... Si aludes -á mí, y crees que yo me pongo en cualquiera -de tus caminos para cerrarte el paso, te equivocas... -Mauricio. Tú has nacido de pie, como -decían nuestros abuelos. Yo no lucho contigo, -ni abierta ni solapadamente, porque sería inútil. -Tú no emprenderás nunca nada en que no -estés seguro del éxito, é impulsado á ello por -las circunstancias. ¡Oh, tú harás siempre lo que -quieras!...</p> - -<p>—¿Por qué?</p> - -<p>—Ya te lo he dicho: Sencillamente, porque -nunca querrás sino lo que esté al alcance de tu -mano. Eres como un chico que va á la juguetería -con el bolsillo lleno, sin proyecto alguno, -sin más que un deseo vivo é indeterminado de -«tener cosas», y que va tomando todo cuanto -le gusta...</p> - -<p>—¿Y tú?—dije, no sin ironía.</p> - -<p>—Yo tengo, por desgracia, ambiciones determinadas -y una línea de conducta. Como sé lo -que quiero, es muy probable que no lo consiga, -y los demás dirán siempre que me estrello contra -las murallas en vez de buscar el portillo que -encontraría seguramente abierto...</p> - -<p>¡Las ambiciones determinadas de Vázquez! -¡Su línea de conducta!... Ahora las juzgo abstracciones -morales y políticas, sin nada positivo, -sueños románticos y nada más. Pero entonces -no paré mientes en ello, y lo di por admitido, -encarando de lleno y francamente el asunto -principal.</p> - -<p>—¡Hablemos claro! ¿María Blanco?</p> - -<p>—Es la muchacha más interesante de la ciudad. -Pero está deslumbrada por un espejismo. -No trataré de desengañarla. Sí, Mauricio, es -verdad, la quiero; pero no desearía unirme á -<span class="pagenum"><a name="Page_207" id="Page_207">[207]</a></span> -una mujer convenciéndola, sino enamorándola. -Convencida, siempre estaría viendo tras de mí, -más grande y más hermoso que yo, el príncipe -de su cuento azul, por insignificante que fuese -en realidad... Y no es tu caso: con tu capital -de buen mozo, de inteligente, de elegante, de -afortunado, de hombre de posición política, y -no sin bienes materiales, no eres un cualquiera. -Tienes todos los elementos necesarios para que -te hagan un don Juan; porque los don Juan -no se hacen ellos mismos: los hacen los demás...</p> - -<p>Hube de pegarle. Pero no se burlaba; por el -contrario, hablaba amarga, dolorosamente, aunque -con entereza. Era ironía de buena ley. Le -tendí la mano, y le dije:</p> - -<p>—«Sos» un misántropo. Así no irás á ninguna -parte.</p> - -<p>—¡Ni quiero!—contestó.</p> - -<p>Cualquier otra cosa hubiera sido mejor para -mí que este coloquio, pues me dejó más nervioso -que antes, aunque convencido de que Pedro no -influía para nada en la actitud de María Blanco. -«Esperar que lo quieran», así, resueltamente, -es como decirse que uno es estatua, monumento... -¡Qué animal! Pero ¿y si tenía conciencia -de valer todo eso? ¿Era feliz? ¿Feliz, -renunciando á lo que quizá pudiera conquistar? -¿Ó es que consideraba que la felicidad sólo -existe en el equilibrio perfecto, no en la -lucha? ¡Bah!...</p> - - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">IX</h3> -</div> - -<p>La lucha, en cambio, me conviene á mí, es -mi elemento. Sé, como el cazador primitivo, -estudiar las costumbres de la presa futura, las -circunstancias, la atmósfera, los accidentes del -<span class="pagenum"><a name="Page_208" id="Page_208">[208]</a></span> -terreno, todo cuanto puede contribuir á la satisfacción -de mis deseos ó ambiciones. Este estudio -es, en la práctica, una verdadera lucha, -al contrario del que se hace en los bufetes ó en -las escuelas, puramente especulativo ó contemplativo: -exige acción continua, atención infatigable, -decisión rápida, lo mismo que el de -la caza, porque nadie se hace cazador, sino cazando.</p> - -<p>Ya en aquel entonces, en esos lejanos años -juveniles, tenía todas estas cualidades, como -habrá podido verse, é iba adquiriendo gran conocimiento -del mundo un tanto especial en que -actuaba, inspirador de una filosofía sui generis, -empíricamente materialista—pese á mi confesión -cuando el duelo,—y en cierto modo antisténica, -lo que me permitía pasar por algunos detalles -que á otros quizás les hubieran parecido -molestos, si no indecorosos. Pero no se exagere -el alcance de esta otra confesión. Me refiero, -sencillamente, á casos como el que, por ejemplo, -me presentó el gobernador Correa... Nadie imaginará -lo que le ocurrió á este buen señor, embriagado, -sin duda, por el mando. Lo daría en -mil. Pues, simplemente, seguir las huellas de -su digno antecesor, sin arredrarse ante los resultados, -sin escarmentar en cabeza ajena, y -quiso profundizar sus vagas ideas pasionales, -él, que, desde los veintidós años, edad en que -se casó, conocía únicamente al sexo femenino -por intermedio de misia Carmen, su honesta -esposa. ¿Y á quién había de dirigirse, con su -inexperiencia de cincuentón, sus temores de -dar que hablar, su terror pánico á los celos póstumos -de su mujer? Una tarde que fuí á su despacho, -me dijo sonriendo, entre desenvuelto -y cortado:</p> - -<p>—Corren las mentas de que se divierte, Herrera.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_209" id="Page_209">[209]</a></span></p> - -<p>—¡Eh! Se hace lo que se puede, Gobernador.</p> - -<p>—¡Qué diablo de muchacho! Hace bien de -aprovechar, mientras es mozo... Yo también, -si pudiese... Pero ya se me pasó el tiempo... -Solamente... Solamente me gustaría acompañarlo -alguna vez... ¡Oh! por curiosear, como -mosquetero, no más, porque ya no sirvo para -nada... Pero, en fin, un rato de vida es vida...</p> - -<p>—¿Y á dónde me querría acompañar, Gobernador?—le -pregunté, por tirarle de la lengua.</p> - -<p>—¡Bah! Usted bien sabe... No ha de ser á -misa, está claro... Usted tiene tantas buenas -relaciones, y ha de ser tan divertido... ¿No me -convida, entonces?</p> - -<p>—¡Cómo no! Cuando usted quiera...</p> - -<p>Abrevio. Lo más difícil de decir es esto: el -gobernador Correa, como novel aspirante, adoptó -las modas después de abandonarlas yo. Y -nadie tuvo de qué quejarse, ni yo, ni las modas, -ni el Gobernador. Sólo misia Carmen, -quizá.</p> - -<p>Ésta era una de tantas entre todas mis funciones -policiales. Y, á propósito, apenas he hablado -de mi acción en cuanto al orden y la seguridad. -Esto se explica: se ha abusado del -género en estos últimos tiempos y no quiero -plagiar involuntariamente á Gaboriau, á Conan-Doyle, -á Leblanc ó á Eduardo Gutiérrez. -Á ellos envío á los que me quieran ver realizando -hazañas de pesquisante, pues siempre -saldré ganando; quizás, en efecto, no haya hecho -nada notable como detective, pero agregaré -en mi defensa que nadie me lo exigía. Muy al -contrario, á veces se me aconsejaron procedimientos -análogos á los del comisario Barraba -de Pago Chico, especialmente en asuntos de -<span class="pagenum"><a name="Page_210" id="Page_210">[210]</a></span> -abigeato. Pero adopté siempre sistemas menos -primitivos...</p> - -<p>Entretanto, la actitud de Vázquez había producido -una especie de rebote en mi espíritu. -En vano pensaba yo que aquellos dos espíritus, -serios y ponderados, estaban probablemente hechos -para unirse, y que una mujer como María, -llena de principios y de escrúpulos, no era lo -que me cuadraba. Había una circunstancia favorable, -y mi amor propio de «gallo único»—recuerdo -á Ibsen,—me obligaba á aprovecharla. -Así es que fingí desdén durante una, dos semanas, -pero, esforzándome por fingirlo, me iba -convenciendo cada vez más—por autosugestión,—de -que era falso. Y un desdén fingido es, simplemente, -un deseo verdadero. Me puse á desear -ardientemente á María, y esto me obcecó -hasta extremos incomprensibles, tratándose de -un sentimiento que hoy juzgo artificial.</p> - -<p>Como un chiquillo romántico, fuí á verla arrebatado, -después de dos semanas de ausencia, -y aprovechando la soledad en que nos encontramos, -comencé á echarle violentamente en -cara su frialdad, su inconsecuencia, todo cuanto -se me vino á la boca.</p> - -<p>Se puso muy colorada, tembló toda, dejando -caer los brazos é inclinando la cabeza, bajo -aquel alud de pasión superficial. Me dejó hablar, -decir cuando quise, y un rato después de -que callé, alzó los ojos, me miró tiernamente y -me dijo:</p> - -<p>—¿Está tan enojado... de veras?</p> - -<p>Creí ver un relámpago de duda en sus pupilas, -y me tranquilicé de pronto.</p> - -<p>—No estoy enojado—contesté con calma relativa.—Es -mi modo de hablar.</p> - -<p>—¡Ah!</p> - -<p>Se irguió, se puso pálida, y continuó, después -de un momento:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_211" id="Page_211">[211]</a></span></p> - -<p>—Usted tiene siempre modos de hablar, de -portarse, de hacer... Pero anda demasiado aprisa -y me trata mal.</p> - -<p>—¿Mal, María? ¿No sabe usted que mi mayor -deseo es que sea usted la compañera de -mi vida? ¡Diga! ¿quiere ser mi mujer?</p> - -<p>—¿Su mujer?</p> - -<p>Y después de otra pausa, contestó:</p> - -<p>—Pensémoslo más... Hablemos de eso dentro -de unos meses... Déjeme la ridiculez de ser -algo romántica, repitiéndole los versos de Campoamor: -La tierra está cansada de dar flores; -necesita algún año de reposo.</p> - -<p>—¿Tantas ha dado?</p> - -<p>—Alg...unas...</p> - -<p>—¿Con Vázquez?</p> - -<p>Se separó violentamente, como si la hubiese -herido en lo hondo.</p> - -<p>—Las flores son la condición de la primavera. -¿Qué importa dónde, cuándo, ni cómo, ni por -qué?—dijo amargamente.</p> - -<p>—¿Se ha enojado, María? ¡Mire! Y yo que -le iba á pedir...</p> - -<p>—¿Qué?</p> - -<p>—Que nos casáramos... cuando usted quisiera.</p> - -<p>—¿Dentro de un año?—preguntó, sonriendo -como entre nublados.</p> - -<p>—¿Dentro de un año? ¡Tanto! Pero si usted -quiere... ¿Por qué dentro de un año?</p> - -<p>—Porque... no tengo... con-fi-an-za... Mi -amigo es muy veleta.</p> - -<p>—¡Yo!</p> - -<p>—Muy veleta y muy... ¡Ah, Mauricio! ¿quiere -que volvamos á hablar de esto el año que -viene? ¿Quiere? ¡Sea buenito!</p> - -<p>—Pero María, usted duda de mí, usted piensa -que yo...</p> - -<p>—No, Mauricio—interrumpió.— Éstas son -<span class="pagenum"><a name="Page_212" id="Page_212">[212]</a></span> -cuestiones más serias de lo que nosotros creemos. -Ahora le diría «sí», pero quizás me arrepintiera -más tarde. Dejemos que las cosas lleguen -á su punto. ¿Qué importa esperar, si luego -no hay que discutir?...</p> - -<p>Y he aquí toda la declaración de un temible -donjuán. ¿No significa esto que cuando la -mujer no quiere?... Resultado: la frecuenté -aún más y seguí creyendo haberme enamorado -de ella como un loco.</p> - -<p>De todos modos, modifiqué notablemente mi -conducta, guardando mejor las apariencias y -afectando una reserva que no me sentaba mal -y que llamó bastante la atención en el círculo -de mis relaciones. Durante algunos meses, sólo -frecuenté los círculos políticos, la casa de Gobierno, -mi despacho de la jefatura, sin aparecer -por el Club sino breves instantes. También, -por entonces me absorbía enormemente -la cuestión de mi candidatura, que si en un -principio pudo parecerme cosa hecha, de pronto -comenzó á presentarme dificultades. Había -muchos aspirantes y el gobernador Correa se -sentía traído y llevado por ellos. Era de buena -fe conmigo, pero los que deseaban suplantarme -le llenaban la cabeza de objeciones, de chismes -y de intrigas. Demasiado muchacho, no -tenía antecedentes políticos de valor; mi vida -era un semillero de locuras; hacerme elegir sería -desconceptuar el Gobierno, ya harto malparado, -tanto más cuanto que yo ocupaba la jefatura -de policía, cosa que haría demasiado evidente -la intromisión del Gobierno en las elecciones. -Algo de todo esto me dijo Correa, pero -yo le rebatí victoriosamente todas sus objeciones, -y muchas otras que podría presentarme.</p> - -<p>—Soy joven, es cierto, pero eso no es un obstáculo, -ni seré el primer diputado nacional de -<span class="pagenum"><a name="Page_213" id="Page_213">[213]</a></span> -mi edad. En nuestro país todos los hombres -públicos, casi sin excepción, han empezado -muy temprano su carrera. Y lo mejor que han -hecho lo hicieron cuando jóvenes, cuando tenían -más iniciativa y más empuje. En cuanto -á mis pretendidas «calaveradas», no son, Gobernador, -ni más ni menos graves que las que -hace todo el mundo, y á usted menos que á -nadie pueden sorprenderle, conociendo como -conoce la vida privada de tanta gente... Además, -pienso casarme pronto con una muchacha -virtuosa, inteligente, instruída y de una familia -notable.</p> - -<p>—Sí, sí; ya sé: la de Blanco.</p> - -<p>—¿No le parece esto suficiente garantía de -seriedad? ¿No entraré así, en Buenos Aires, -en las mejores condiciones sociales y políticas?</p> - -<p>—Sí; eso cambia...</p> - -<p>—Ahora, ¿que soy jefe de policía de la provincia? -Puedo renunciar, si usted quiere, pero -esto le traería algún trastorno si no tiene ya -bajo la mano un hombre de confianza, que yo -le encontraré apenas me elijan. Además, la -Constitución no dice que un jefe político no -pueda ser electo diputado—agregué, repitiendo -un viejo argumento.</p> - -<p>—Pero hay que tener muy en cuenta á la -oposición...</p> - -<p>—¡Bah! ¿Prefiere usted que grite ó que -mande? Si le hacemos caso, ella será la que gobierne, -no nosotros... ¡Vaya! ¡No hablemos -más, Gobernador! Tengo su palabra, y ha de -cumplirla, ¿no es verdad?</p> - -<p>Dije esto sonriendo y levantándome para dar -por terminada la entrevista, como si yo fuera -el amo, y con un acento tal que Correa sólo podía -interpretar la frase de este modo:</p> - -<p>—Me ha dado su palabra, y yo sabré hacérsela -<span class="pagenum"><a name="Page_214" id="Page_214">[214]</a></span> -cumplir, de grado ó por fuerza. ¡Para algo -tengo la provincia en la mano!...</p> - -<p>—Váyase tranquilo—murmuró el Gobernador, -vencido, prometiendo...</p> - - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">X</h3> -</div> - -<p>Una sola cosa perjudicaba realmente á mi -candidatura. Por falta de reflexión, por insuficiente -clarividencia del porvenir, tanto en Los -Sunchos como en los primeros tiempos de mi -vida ciudadana, habíame mostrado de un liberalismo -quizá excesivo. Cualquiera hubiese dicho -entonces que me desayunaba comiéndome -un fraile y que cenaba devorando un cura ó poco -menos. En realidad, no me importaban un -ardite, pero creía que esta actitud me daba cierto -carácter batallador é independiente que modificaba -en mi favor todo cuanto de antipático -pudiera haber en mi sumisión á los poderes -constituídos y en mi partidismo incondicional. -Además, el escepticismo estaba de moda.</p> - -<p>Pero, desde mi elevado puesto, que me obligaba -á la observación de los hechos con documentos -reales y positivos, sospeché en un principio—cuando -el duelo con Vinuesca,—y pude -convencerme después de que estaba equivocado. -¿Qué había hecho posible, por ejemplo, la -abortada intentona revolucionaria contra el difunto -gobernador Camino? Simplemente, la inclinación -del clero hacia las filas opositoras, -unos cuantos sermones contra los «infieles» -que, amenazando la religión, conducían el país -á la ruina. La palabra de los agitadores políticos -era sospechosa en las campañas; pero las -mismas ideas vertidas desde el púlpito, ó difundidas -de casa en casa por el señor cura, -<span class="pagenum"><a name="Page_215" id="Page_215">[215]</a></span> -adquirían una resonancia y una eficacia extremas. -Así ha ocurrido siempre en nuestra tierra. -El hombre sencillo, sin ser practicante, tiene -supersticiosa veneración por cuanto sale de la -iglesia, y el escepticismo bonaerense es más -superficial y «de moda» que real y profundo, -¡qué decir entonces de las provincias, que han -conservado mucho más el carácter español, y -donde en aquel tiempo no había una casa que -no estuviese llena de crucifijos, santos de talla -y vírgenes de bulto! ¡Qué torpe y qué tonto -había sido yo, descuidando y aun enajenándome -tan poderosas voluntades! Era preciso corregir -aquello, á todo trance, pero con la suficiente -habilidad para que mi actitud, si fuera -criticada, me sirviese aún más que si pasara -inadvertida.</p> - -<p>Doña Gertrudis Zapata había ido entregándose -cada vez más á la religión, hasta llegar á -un feroz fanatismo. Vestía el hábito del Carmen, -comíase á todos los santos, no salía de -las iglesias, llevaba de casa en casa el Niño-Dios -en bandeja, pidiendo limosna para la fábrica -de tal ó cual templo, adornaba altares, -visitaba á las monjas, hacía escapularios. Las -malas lenguas decían que los viernes ponía calzones -al gallo de su corral y que durante la -semana santa lo tenía enjaulado en el jardín. -La casa de don Claudio, quien seguía desempeñando -las funciones de juez de paz, estaba -siempre llena de curas y frailecitos, y los domingos -había en ella gran almuerzo, de cazuela, -chanfaina y empanadas, al que asistían dos -ó tres sacerdotes de significación, el padre predicador -más sonado, el curita de mayor influencia, -las autoridades eclesiásticas, en fin, pues -el mismo obispo se había dignado aceptar una -ó dos veces la humilde invitación de misia Gertrudis, -que en esas ocasiones echó la casa por -<span class="pagenum"><a name="Page_216" id="Page_216">[216]</a></span> -la ventana haciendo un menú sardanapalesco. -Equilibrábanse así la zorrería de don Claudio -con la santidad de su mujer, y todo marchaba -á las mil maravillas.</p> - -<p>Yo los había visitado de vez en cuando para -oir, como se sabe, de boca del mismo autor, la -narración de alguna de las sentencias notables -de Zapata, de modo que, cuando me mostré -más asiduo, no llamé la atención de nadie. De -este modo estreché relaciones que más tarde -habían de serme utilísimas, con el buen padre -fray Pedro Arosa, mi antiguo conocido, franciscano -regordete y jovial que era entonces el -«pico de oro» de la provincia, con el cura Ferreira, -largo, flaco, triste y silencioso, y con -otros sacerdotes de mayor ó menor cuantía. -Reservado en un principio, demostréles el mayor -respeto, no exento de dignidad, escuché sus -opiniones, se las pedí á veces, y me permití -discutirlas con la mayor reverencia, cuidando -de darme por vencido y convencido al fin. Esta -táctica me conquistó del todo sus voluntades, -tanto más cuanto que no veían, ó aparentaban -no ver, dónde iba yo á parar. Mi plan era -tan sencillo, tan instintivo, que yo mismo no -hubiera acertado á explicarlo, sino como una -simple tontería. Había visto una fuerza que -podía serme útil y me colocaba en situación tal -que pudiera servirme en un momento dado. -Otros correligionarios no lo pensaron, ¡tanto -peor para ellos!</p> - -<p>En el curso de mi vida me han llamado -«aprovechador de circunstancias». Lo cierto es, -por una parte—ya lo saben ustedes,—que no -las he desdeñado nunca, y por otra que á veces -he solido verlas venir desde muy lejos, y nunca -he reñido con ellas antes de tiempo. ¡Aprovechar -las circunstancias! ¡Pero si eso es, sólo, -saber vivir la vida! ¡Vislumbrar las que han -<span class="pagenum"><a name="Page_217" id="Page_217">[217]</a></span> -de producirse! ¡Pero si eso es tener talento -político! ¿Qué han hecho los «reformadores», -los «creadores de circunstancias», en nuestro -país y en todas partes, sino ir á la inmolación -ó ponerse sencillamente en ridículo?...</p> - -<p>Fray Pedro Arosa, el más inteligente de la -tertulia, quiso saber á qué atenerse respecto de -mí, y un día me sometió á un amable interrogatorio, -como si hablara de cosas indiferentes.</p> - -<p>—Muchos hay—me dijo,—que no creen ciegamente -en los sagrados misterios de nuestra -religión, pero que tampoco se atreven á negarlos -y les tributan el más profundo respeto. Esperan -el «estado de gracia» que, dada su situación, -no puede tardar en llegarles. Entretanto, -se sienten <em>desgraciados</em>—así debe decirse,—porque -les falta la inefable satisfacción de -todos los momentos que sólo puede darles la fe.</p> - -<p>Pisé el palito, contestando distraído que yo -me hallaba precisamente en esa situación, que -quería creer, pero que no podía librarme de toda -duda. Veneraba la iglesia—había dado pruebas -de ello,—pero se me hacía difícil admitir -todo su credo, probablemente porque no me -hallaba en el susodicho «estado de gracia».</p> - -<p>¿Por qué no frecuenta más los sacramentos?—preguntó -campechanamente el padre -Arosa.</p> - -<p>—¿Cómo dice, padre?</p> - -<p>—¿Por qué no se confiesa y comulga más á -menudo? Cuando se está con un pie dentro y -otro fuera de nuestra santa religión, hay que -hacer un esfuerzo. El estado de gracia viene -de lo alto, repentinamente, como á San Pablo -en el camino de Damasco, pero también puede -obtenerse, mediante la oración y las prácticas -religiosas. La fe, la convicción, se logra con -la voluntad de la evidencia, y trae consigo innumerables -satisfacciones, morales y materiales. -<span class="pagenum"><a name="Page_218" id="Page_218">[218]</a></span> -¿Qué gana usted con su indiferentismo? -No servir ni para Dios ni para el diablo, como -dicen los paisanos, con este aditamento: que -el que no está con Dios está contra él.</p> - -<p>—¡Santas palabras!—exclamó misia Gertrudis.—¡Con -razón le dicen «pico de oro», padre! -Ni fray Marcolino hubiera hablado mejor. -Pero este Mauricio ha sido siempre algo hereje, -y no se dejará convencer hasta que no vea -cerca su última hora.</p> - -<p>—¿Por qué dice eso, misia Gertrudis? He -hecho como todo el mundo, pero eso no quiere -decir que sea un hereje.</p> - -<p>—No. No es el caso—repuso fray Pedro.—La -herejía es otra cosa muy distinta, como es -distinta la incredulidad. Aquí estamos frente á -un acabado ejemplo de indiferentismo. Frecuente -los sacramentos y ese estado enfermizo -de su alma irá cediendo poco á poco ó rápidamente, -¡quién lo sabe! á la celestial medicina.</p> - -<p>—Lo haré, padre, y quiero creer que esa -medicina, como usted la llama, me traerá la -paz y la felicidad.</p> - -<p>—Así en la tierra como en el cielo; no lo -dude usted, hijo mío. Dios premia á sus servidores, -sin contar, como padre generoso y -amante.</p> - -<p>Pocas noches después fuí á visitarlo al convento, -y me confesé con él. París vale bien una -misa. Por otra parte, la confesión no me repugnaba, -desde que el padre Arosa estaba ya -muy al corriente de mi vida. En efecto, nada -de lo nuevo que le conté le sorprendió, quizá -porque ya lo sabía, quizá porque en su carrera -de confesor había oído cosas mucho más gordas -que mis travesuras. Temí un momento, como -en mi primera confesión, que me ordenara casarme -con Teresa, pero no lo hizo, sin duda -convencido de que un matrimonio sin amor no -<span class="pagenum"><a name="Page_219" id="Page_219">[219]</a></span> -sería más que un semillero de pecados mortales. -Lo único que me recomendó fué que huyera -de las tentaciones, pues la ocasión es el -arma por excelencia del demonio...</p> - -<p>—Debes frecuentar la iglesia, tener piadosas -conversaciones, dedicarte á la oración, leer libros -que eleven tu espíritu. No quiero decirte -que te hagas un anacoreta, ni un místico, no. -También ha habido santos en la sociedad, y la -alegría y los placeres lícitos no dañan al buen -cristiano. La religión necesita servidores en el -mundo, no sólo en la iglesia. Reza el Confiteor -y ve en paz. <i lang="la" xml:lang="la">Ego te absolvo, in nómine</i>...</p> - -<p>La noticia de mi definitiva conversión se divulgó -rápidamente de sacristía en sacristía y -de convento en convento, y no tardó en trascender -hasta el público. Muchos liberales la -creyeron cuento, y no le atribuyeron importancia -alguna. Y cuando el hecho se confirmó, ya -todo el mundo estaba acostumbrado á él.</p> - -<p>Mi temible enemigo era, pues, mi aliado. El -camino á la diputación nacional quedaba abierto -y sin obstáculos.</p> - - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">XI</h3> -</div> - -<p>Aunque lo esperaba de un momento á otro, -no supe sino algo más tarde que el partido católico -de la provincia apoyaría indirectamente -mi candidatura. Digo indirectamente, y voy á -explicar por qué. Desde mucho tiempo atrás, -la oposición no se presentaba á las elecciones -ó salía afrentosamente derrotada apenas trataba -de dar señales de vida. Con las mesas totalmente -gobiernistas, la policía nuestra, los jueces -nuestros, sin grandes gastos de movilización -de gente, el triunfo nos pertenecía sin -disputa: bastaba con que los escrutadores copiaran -<span class="pagenum"><a name="Page_220" id="Page_220">[220]</a></span> -los registros durante un par de horas. -Pero si la oposición propiamente dicha no tenía -ingerencia alguna en la elección, el partido católico -en particular era influyente, sobre todo -antes de la elección, es decir, en la designación -de candidatos. En el partido del Gobierno, así -como en los demás, había muchos de sus miembros, -gente por lo general rica y conservadora, -de elevada posición social, y cuyos consejos se -escuchaban siempre y se seguían á menudo. -La opinión de éstos en cuanto á hombres y cosas, -se consideraba el exponente de lo que el -pueblo podía tolerar. Algo que provocara su -violenta desaprobación, sería necesariamente -inaguantable para los demás. Podían, pues, hacer -con éxito la guerra á mi candidatura, antes -de que saliera á luz, ya que no en los comicios. -Esto lo temí siempre hasta una conversación -que tuve con fray Pedro Arosa.</p> - -<p>—¿Ha oído usted hablar—me preguntó una -tarde,—de un proyecto de ley de divorcio que -va á presentarse al Congreso, y que completaría -la iniquidad de la ley de matrimonio civil? -¿Sabe usted si el Presidente está dispuesto á -apoyarlo?</p> - -<p>—No lo creo—repliqué.—El Presidente debe -tener en la actualidad otras preocupaciones. En -cuanto al proyecto, existe, pero lo considero un -simple tanteo de la opinión, un preparativo -para más tarde...</p> - -<p>—¡Pues, ni como tanteo!—gritó el padre -Arosa.—Los «tanteos» preparan las «realizaciones»... -¡Esos herejes, relapsos, merecerían -un terrible castigo! ¡Es necesario que su tentativa -fracase ruidosa, totalmente! Están minando -el edificio de la Iglesia, el templo del -Señor, que aplastará al país con sus ruinas. ¡El -día que se acabe la religión, esta República habrá -dejado de existir, será un pueblo muerto, -<span class="pagenum"><a name="Page_221" id="Page_221">[221]</a></span> -abandonado de la mano de Dios! ¡El divorcio! -¿sabe usted lo que es el divorcio? ¡La disolución -de la familia, la anarquía de la sociedad, -el olvido de todas las tradiciones, el ateísmo en -auge! La mujer, sin el freno del matrimonio, -no irá á buscar consuelo y confortación en la -iglesia, arrastrada como se verá por el torrente -de una vida de aventuras, corriendo como irá -tras de una felicidad terrena que se le ofrecerá -engañosamente, en sustitución de la dicha celestial -que es, hoy por hoy, la única que espera... -¡Hay que hacer que ese proyecto caiga de -tal modo bajo la condenación general, que nadie -se atreva, en muchos años, á volver á presentarlo!... -¡Vaya con el «tanteíto»!...</p> - -<p>—Si llego á ir al Congreso, como espero, me -dedicaré exclusivamente al triunfo de la buena -causa, y el divorcio no tendrá enemigo más resuelto—dije -con unción.</p> - -<p>—¿Aunque el Presidente lo apoye?</p> - -<p>—En cuestiones de conciencia, los partidos -no tienen que entrometerse. Yo encontraré el -medio de hacer que el Presidente deje á sus -partidarios en plena libertad en esta cuestión.</p> - -<p>—¡Es tan liberalote! ¡En su provincia se -mostró siempre tan enemigo nuestro!</p> - -<p>—Eran otros tiempos. Y, además, padre, tenía -que propiciarse el pueblo bajo, en vista de -la Presidencia... Ahora no querrá mezclar á la -cuestión política una especie de guerra de religión, -ni enajenarse la voluntad femenina, inclinada -á él por el apogeo del lujo y la riqueza, -por el brillo de una vida de holgura y diversiones... -amén de otras cosas...</p> - -<p>—Puede que eso sea verdad. En fin, ya que -está usted animado de tan buenas intenciones, -es preciso que vaya al Congreso. Allí hacen falta -hombres como usted.</p> - -<p>No oculté mi satisfacción. Fray Pedro, recobrando -<span class="pagenum"><a name="Page_222" id="Page_222">[222]</a></span> -su bonhomía y regocijo acostumbrados, -agregó, sonriente:</p> - -<p>—¿No le parecería bueno hacer un viajecito -á Buenos Aires? Yo creo muy útil que se vea -con el Presidente y le hable de cómo recibiríamos -el proyecto de divorcio. ¡Oh! ¡como simple -informe, sin meterse en honduras! Tanto -más cuanto que sería magnífico que el Presidente -se mostrara favorable á su elección.</p> - -<p>¡Gran consejo! Ungido por el Presidente, ni -Correa ni nadie sería capaz de ponerse en mi -camino.</p> - -<p>—Iré esta misma semana—dije.—Cuente -conmigo, padre.</p> - -<p>—¡Dios te lo pagará!</p> - -<p>Entretanto, María no había cambiado de actitud. -Amable, afectuosa, me recibía como á -un buen amigo, y sólo de vez en cuando pasaba—pronto -reprimida,—una promesa por sus -ojos. Y aquella misma tarde, cuando fuí á verla -como de costumbre, me dijo con cierta gravedad:</p> - -<p>—Ayer, incidentalmente, habló papá de que -está usted muy religioso, ¿es cierto?</p> - -<p>—No tengo por qué ocultarlo: he vuelto al -seno de la Iglesia, como dicen los sacerdotes, -María—contesté en tono de broma.</p> - -<p>—¿No se enojará si le hago algunas preguntas, -que han de parecerle indiscretas?</p> - -<p>—¡Qué esperanza!</p> - -<p>—Dígame, pues: ¿Usted cree, de veras, en -todo lo que enseña la religión?</p> - -<p>—Sí, creo—dije tanto más resueltamente -cuanto que no quería dejarle ver mi vacilación.—¿Por -qué me lo pregunta?</p> - -<p>—Porque me parece bastante extraño. Muchas -veces le he oído hablar con incredulidad -y hasta con burla de más de un misterio, de -más de un dogma.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_223" id="Page_223">[223]</a></span></p> - -<p>—Extravíos de la juventud... Las malas lecturas... -Uno vuelve siembre á sus primeras -creencias, á lo que le enseñó la madre, cuando -niño...</p> - -<p>—¡Ah!</p> - -<p>—Siempre queda, allá en el fondo, un resto -de fe, que florece y fructifica en determinadas -circunstancias. Ya sabe usted que quiero hacerme -hombre serio, María.</p> - -<p>—Sí, sí. Eso debe también ser un motivo... -Pero ¿no se puede ser serio sin ser religioso? -Papá no cree, por lo menos él lo dice, y, sin -embargo, lo considero grave, bueno, honrado -y puro... Me afligiría que cambiara de modo -de pensar, sin una causa evidente y convincente...</p> - -<p>—Lo que quiere decir que le desagradan mis -ideas actuales, María. ¿Lo que quiere decir que -usted tampoco cree?</p> - -<p>—Yo creo... Yo creo... La verdad es que -nunca, hasta hoy, me he puesto á examinar esa -cuestión. Tomé sin discusión lo que me enseñaron, -y todavía no estoy preparada para discutir. -Los mandamientos de la Ley de Dios -son justos y santos, esto me basta. Los considero -la regla de conducirse bien en la vida, y -me someto á ellos como á una disciplina salvadora... -Pero, si llegara á dudar de los artículos -de la fe, me parece tan difícil que volviera -á creer en ellos de la noche á la mañana... ¡En -fin! Estas cuestiones no son muy entretenidas -que digamos. Dejémoslas, Herrera, que nada -adelantamos con eso.</p> - -<p>Mucho me sorprendió esta conversación, y la -expresión de desgano y tristeza que vi en la cara -de María. ¿La habría mordido «el demonio -implacable de la duda»? ¿Desmerecía yo en su -concepto con mi nueva actitud? ¡Imposible! -La mujer es creyente en nuestro país, y recuerdo -<span class="pagenum"><a name="Page_224" id="Page_224">[224]</a></span> -que cuando incidentalmente criticaba yo -ó satirizaba la religión en su presencia, María -me llamaba al orden, diciendo que no debía hacer -burla de las «cosas respetables».</p> - -<p>Pero ¿quién entiende á las mujeres? Cualquiera -diría que aquella muchacha sospechaba -de mi sinceridad, vislumbraba un sentido oculto -y utilitario en mi conversión, y abrigaba temores -respecto de mi carácter y mi conducta -futura para con ella. Quise poner esto en claro -y anunciándole mi próximo viaje á Buenos Aires, -le dije que, según todas las probabilidades, -sería electo diputado al Congreso.</p> - -<p>—Ya lo sabía, y lo felicito, Herrera. En el -Congreso puede hacer mucho por el país.</p> - -<p>—Lo dice usted sin interés ni entusiasmo.</p> - -<p>—¡Vaya! No es cosa tan del otro mundo. Ser -diputado no significa nada... Es un buen empleo, -nada más... Eso si no se halla manera de -elevarlo hasta la altura de una misión, y de servirse -de él como de una herramienta poderosa -para hacer el bien.</p> - -<p>—Así lo haría yo, si tuviera quien me confortara -é inspirara. ¿Quiere usted ser mi apoyo -y mi inspiradora?. ¿Quiere ser mi mujer en -cuanto me elijan, y entrar del brazo conmigo -en Buenos Aires?</p> - -<p>Me miró con fijeza tranquila y severa.</p> - -<p>—Ya se lo he dicho, Mauricio. Le contestaré -dentro de un año. Quiero... quiero estar segura -de mí misma... y de los demás.</p> - -<p>—¡Me hace usted desesperar!—dije, tomando -el sombrero.—¿Es su última palabra?</p> - -<p>—¡No, pues! La última se la diré dentro de -un año.</p> - -<p>—¿Y será que no?</p> - -<p>—Creo, espero lo contrario, Herrera—contestó -con blandura, tendiéndome la mano.</p> - -<p>¡Curiosa mujer! No me cabía duda de que -<span class="pagenum"><a name="Page_225" id="Page_225">[225]</a></span> -me quisiera, pero diríase que en ella más podía -la reflexión que el sentimiento. Había una lucha -ardiente entre su corazón y su cabeza, y -ésta era tan encarnizada que repercutía en su -físico, adelgazándola, y en su moral, entristeciéndola. -Nunca, en mi vida, he hallado otra -mujer como aquélla, ni en las que conocí íntimamente, -ni en las que pude observar en sus -relaciones con los demás. ¡Qué diferencia con -Teresa, por ejemplo! Toda confianza, toda ingenuidad, -algo tonta, muy ignorante, la otra -se daba entera, sin reticencia, sin reflexión, sin -condiciones, como un ser primitivo que se deja -llevar por los sentimientos, por las circunstancias. -María, en cambio, pura y también candorosa -á su modo, tenía, sin embargo, la intuición -de no dejarse arrastrar por sus sensaciones -é impresiones, estaba en guardia contra -peligros desconocidos, quizá imaginarios, y me -resultaba una criatura artificial, una especie de -coqueta terrible, porque filosofaba y ponía en -práctica su filosofía.</p> - -<p>Sabia coquetería, en caso de serlo. Su actitud -me ligaba cada vez más á ella, y mi voluntad -iba violentamente á su conquista, por cualquier -medio.</p> - -<p>Esta situación se complicó, se hizo más vidriosa -y desagradable, desde una visita de don -Evaristo en mi despacho, análoga, pero, ¡qué -diferente! á la del viejo Rivas.</p> - -<p>—Mi querido Mauricio—díjome Blanco, afectuosamente,—debo -hablarle de un asunto de -importancia. Quizá le pueda molestar, pero le -ruego que no tome á mal mis palabras, y que -se ponga en mi lugar de padre, con imprescriptibles -obligaciones.</p> - -<p>—¡Hable usted con toda libertad, don Evaristo!—exclamé -sin sospechar aún lo que me -diría, aunque sabiendo de quién se trataba.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_226" id="Page_226">[226]</a></span></p> - -<p>La vida tiene ironías inesperadas, que resultarían -cómicas, si uno pudiese considerarlas -desde afuera, con ánimo sereno. La escena con -Blanco era más que una ironía, un sarcasmo. -Iba á decirme que, como mi asiduidad en su -casa se prolongaba demasiado y comprometía -á su hija, era necesario que explicara mis intenciones, -pidiera la mano de la niña ó me retirara, -como cuadra á un caballero. Todo el -mundo me consideraba novio de María, y algunos -pretendientes serios se habían retirado, -al verme en tal pie de intimidad. Él no tenía -prisa en casar á María ¡muy al contrario! pero -deseaba aclarar la situación y no verla en -una posición anómala sin que ni él ni ella tuvieran -la menor culpa.</p> - -<p>Le dejé hablar con su calma sentenciosa de -siempre, sabiendo que no le agradaba ser interrumpido. -Puntualizó su discurso con esa minuciosidad -provinciana y ese acento oratorio -que es todavía atributo de algunos viejos chapados -á la antigua y olvidados por la muerte. -Cuando con una larga pausa y una mirada invitadora -señaló que había terminado, repliqué, -muy grave:</p> - -<p>—Todo eso está muy bien, don Evaristo, tan -bien que no vacilaría en pedirle ahora mismo -la mano de María, considerándome muy honrado -en obtenerla, pero... Pero es el caso que -no puedo hacerlo, por ahora.</p> - -<p>—¡Cómo así! ¿Por qué?—preguntó sobresaltado.</p> - -<p>—Porque ella misma me lo impide. Le he -pedido que nos casemos inmediatamente, sin -pérdida de tiempo, pero á todas mis súplicas -contesta que resolverá dentro de un año. Sin -quitarme las esperanzas, no me las quiere confirmar -tampoco...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_227" id="Page_227">[227]</a></span></p> - -<p>—¡Es posible!... Pues no me doy cuenta de -qué locura...</p> - -<p>Y se interrumpió en seco, al comprender que -iba á hablar mal de su hija, á penetrar con -cierto impudor en su fuero interno de mujer, -cayendo luego en honda meditación como si el -inesperado problema lo dejara perplejo. Convencido, -sin duda, de nuestro amor recíproco, -no había querido interrogar á María, con ese -exceso de pudor de ciertos padres criollos que, -no dejando escapar ante sus hijas ni la menor -palabra referente al «galanteo», digámoslo así, -son más incapaces aún de someterlas á un interrogatorio -siempre escabroso, por más tacto -que se tenga.</p> - -<p>Había respetado, pues, hasta el extremo, su -reserva pudorosa, su candor que se imaginaría -probablemente integral, cuando la nueva Rosina, -lo mismo que su antepasada, manejaba -sus asuntos sentimentales como una mujer hecha -y derecha, experimentada en amorosas lides. -¡Que tanto puede el misterio!</p> - -<p>—En ese caso—dijo por fin el viejo, llegando -á una crisis de su meditación,—en ese caso -doy por pedida la mano de María. Yo hablaré -con ella, haré que me diga sí ó no, ó, por -lo menos, sabré qué piensa...</p> - -<p>—Creo que su intervención, don Evaristo, -será inútil... y perdone. María me ha declarado -que está resuelta á no acortar el plazo...</p> - -<p>—¡Oh! estas muchachas... ¡Miren en qué -situación me ha puesto!... Pero las cosas no -pueden seguir así, hay que definirlas de una -vez... En cuanto á usted, mi querido Mauricio, -le ruego que no complique más el problema -con tan frecuentes visitas. Nada se pierde -con ello; al contrario, es posible que así se -arreglen las cosas mucho más pronto...</p> - -<p>Se fué el buen hombre, y yo me quedé riendo -<span class="pagenum"><a name="Page_228" id="Page_228">[228]</a></span> -de rabia por la irónica comunicación, y ardiendo -en deseos de asistir al coloquio revelador -que iban á tener padre é hija. En la imposibilidad -de escucharlo, traté de encontrarme -al día siguiente con Blanco, lo que no era muy -difícil, pues todas las tardes salía á caminar. -Á mis preguntas, contestó evasivamente, con -aparente franqueza:</p> - -<p>—Dice que los dos son muy jóvenes todavía. -Que tienen tiempo de casarse. Que quiere conocerlo -más, para no lamentar después una -equivocación...</p> - -<p>Hoy me alegro infinito de estas reticencias -y dudas de María. La mujer debe entregarse -sin condiciones al marido, y no someterlo eternamente -á la crítica, porque de otro modo ni él -ni ella podrán nunca ser felices. Este debía ser -el fondo del pensamiento de Vázquez, al decir -que no quería conquistar á una mujer «convenciéndola», -sino «enamorándola». Pero entonces, -mis sentimientos llegaron á exagerar todos -sus caracteres apasionados ya, y me pareció imposible -vivir sin María, no vencer ese primer -obstáculo opuesto á la realización de mi voluntad, -hasta entonces siempre vencedora.</p> - -<p>Ajustándome, pues, á los deseos manifestados -por don Evaristo, y siguiendo una táctica -que aún me parecía eficaz, pese á su fracaso -anterior, no fuí á ver á María, sino el día antes -de marcharme á Buenos Aires. Estuve pocos -minutos y me despedí, diciendo:</p> - -<p>—Espero que á mi vuelta de la capital habrá -variado de idea; mi vida está devorada por la -impaciencia y resulta intolerable.</p> - -<p>—¿Por qué impacientarse, Herrera, deseando -iniciar una cosa que, si empezara, tendría -luego que durar toda la vida? Es usted muy -arrebatado.</p> - -<p>—Y usted demasiado indiferente. Adiós, María.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_229" id="Page_229">[229]</a></span></p> - - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">XII</h3> -</div> - -<p>La capital me atraía poderosamente, por su -vida más amplia y más libre, su movimiento, -sus diversiones, su buen humor aparente que -contrasta con la amodorrada gravedad provinciana, -pero nunca produjo en mí tanto efecto -de atracción como aquella vez, sin duda porque -ya vislumbraba próxima la hora en que emprendería -su conquista. Pisé sus aceras con paso -firme, de propietario, y me sentí más familiarizado -que nunca con aquel torbellino que en -un principio me mareara, desconcertándome. -Una nueva vida parecía empezar para mí, excitando -mi orgullo, y con la frente alta, miraba -la ciudad como cosa mía.</p> - -<p>—¿Soy provinciano?—me preguntaba, recorriendo -aquellas calles animadas que diez ó -veinte años más tarde iban á convertirse en tumultuosas.—¿Y -ese epíteto de provinciano significaría -que esto no me pertenece como al mejor -entre los mejores? ¡Bah! ésas son tonterías -que sólo sirven para alimentar la conversación -de los fogones y las salas de aldea. Aunque -no tuviera antepasados porteños, en cuanto -me pasara el primer mareo de la multitud, -me encontraría en casa, como todos los del interior -que han triunfado, y que sólo utilitariamente -mantuvieron el antagonismo tradicional. -¿Qué es lo «porteño», sino la suma de los -mejores esfuerzos de todo el país? ¡Vamos! desde -el ochenta, más gozan de Buenos Aires los -provincianos que los bonaerenses, como gozan -menos de París los parisienses que los forasteros. -Buenos Aires es una resultancia, y yo la -quiero, y todos debemos quererla, hasta por -egoísmo, porque todos colaboramos ó hemos -<span class="pagenum"><a name="Page_230" id="Page_230">[230]</a></span> -colaborado en la tarea de su realización. -¡Una capital con la quinta parte de la población -de un país que es un mundo, capital que, -sin embargo, vive en la abundancia, en el lujo, -en la esplendidez! ¡Qué ciudad, qué país, qué -maravilla!... Quererla mal es renegar de la propia -obra, es no saber lo que estamos haciendo...</p> - -<p>La ciudad de provincia quedaba lejos, muy -lejos, allá atrás, y el mismo recuerdo de María -se esfumaba como algo que comenzara á ser -remoto. El grande hombre del interior iba á -ser grande hombre de la capital, centuplicando -su importancia sin trabajo, conducido por el -curso natural de las cosas... Pero ¿y si el Presidente?... -¡No! no había nada que temer: -me daría su confirmación, pues le constaba que -lo había servido y lo serviría incondicionalmente, -mientras ocupara el Poder. Después, no -podía forjarse ilusiones; su sucesor lo arrumbaría -en cualquier rincón, como él mismo había -hecho con su antecesor, como lo hicieron casi -todos antes, en la corta serie de los presidentes. -Lo importante para él era contar durante su -período, con hombres probados, y prepararse á -volver en las mejores condiciones posibles á la -vida privada... Pero, ¿no sería peligroso hablarle -de lo que me había encargado fray Pedro? -¿no consideraría aquello como una falta de -disciplina? ¿Qué pensaba del divorcio? ¿deseaba -implantarlo realmente? ¡Bah! todo es cuestión -de tantear el terreno con destreza y no -precipitarse, teniendo en cuenta, además, que -una medida tan radical no es de su temperamento...</p> - -<p>Fuí á verlo en su casa particular al día siguiente, -y en cuanto hice pasar mi tarjeta me -recibió. Era un hombre joven, bien parecido, de -mirada suave y bondadosa, muy campechano y -afable. Hablaba con cierto dejo provinciano que -<span class="pagenum"><a name="Page_231" id="Page_231">[231]</a></span> -no carecía de gracia, y accionaba con viveza, -cuando decía algo interesante, acentuando entonces -más las sílabas. Vestía bien, sin excesivo -atildamiento, y no llevaba nada aparatoso ni -llamativo sobre su persona. Me tendió la mano, -con ademán resuelto y franco, me hizo sentar -junto á él en un sofá, y entró inmediatamente -en materia, preguntándome—cual si ésta -fuera una «Guía de la Conversación» de los -presidentes,—cómo andaban las cosas en mi -provincia y cómo se presentarían las próximas -elecciones nacionales.</p> - -<p>Exageré la paz y la bienandanza de que gozábamos, -la fidelidad del pueblo á su Gobierno, -la riqueza que fluía de todas partes, la floreciente -situación de los bancos, el progreso -que avanzaba vertiginosamente. En cuanto á -las elecciones, procurarían un nuevo triunfo -á nuestro partido, del que él era tan digno jefe, -aunque entre los candidatos hubiera alguno ó -algunos de escaso mérito.</p> - -<p>—¿Por ejemplo, cuál?—me preguntó extrañado.</p> - -<p>—Por ejemplo, éste su servidor, Presidente—dije, -mirándole al soslayo, para sorprender la -impresión que le causaba.</p> - -<p>Se echó á reir.</p> - -<p>—¡Vaya una modestia, amigo!—me contestó.—Usted -hará muy buen papel en la Cámara... -mejor que muchos otros. Ya me han escrito -sobre su candidatura, que me satisface, -porque usted es un hombre con quien se puede -contar.</p> - -<p>—¡Oh, en cuanto á eso!...</p> - -<p>—Pero, dígame lo que pasa por allá. ¿Cómo -se porta el gobernador Correa?</p> - -<p>Inicióse, entonces, una larga plática, él preguntando, -yo dándole detalles de todo género, -haciendo retratos más ó menos parecidos de mis -<span class="pagenum"><a name="Page_232" id="Page_232">[232]</a></span> -comprovincianos influyentes, contándole las últimas -anécdotas y los últimos escándalos. Era -curioso y se divertía muchísimo con aquella -chismografía político-social, que yo manejaba -como un maestro. Aproveché la circunstancia -para informarlo de la actitud del clero y del -partido católico ante el anuncio del proyecto -de ley del divorcio.</p> - -<p>—Pero no ve, amigo, cómo nos atacan los -clericales—exclamó con un ademán violento y -poniéndose ligeramente encarnado.—¡Nunca se -ha visto!... Hacen política hasta en el púlpito, -y hay que darles una lección... Están demasiado -engreídos (engréidos, pronunciaba él), y -no quiero que en mi Gobierno haya nadie que -se ría de mí.</p> - -<p>—¿Y no cree usted, Presidente, que atacándolos -así, en lo más vivo, no se portarán peor? -Todavía si el proyecto se lanzara sin el apoyo -ostensible del Gobierno...</p> - -<p>—Eso es lo que se hará, precisamente... No -tengo interés mayor en la ley. Pero, al sentir -esa amenaza, comprenderán que sólo yo puedo -desvanecerla ó alejarla indefinidamente.</p> - -<p>—¿De modo que nuestros diputados podrán -votar como les parezca?</p> - -<p>—Naturalmente. Lo que importa es el debate, -un gran debate que entretenga la opinión. -Prepárese, amigo Herrera, pues ése será un -lindo estreno para usted.</p> - -<p>Salí radiante de alegría, y corrí al hotel á -escribir á Correa, á los amigos, para comunicarles -que el Presidente me había ungido diputado. -Todo temor desaparecía: era como si ya -tuviese el diploma en el bolsillo. También escribí -al padre Arosa, diciéndole que todo había -pasado de acuerdo con nuestros deseos, y á -de la Espada, pidiéndole que lanzara abiertamente -mi candidatura en <cite>Los Tiempos</cite>, sin -<span class="pagenum"><a name="Page_233" id="Page_233">[233]</a></span> -esperar á que el Comité me proclamase. ¡Me -reía yo de todos los comités, de todos los gobernadores -de provincia, de todos los candidatos -de sí mismos!</p> - -<p>Pasé en Buenos Aires una semana encantadora, -corriendo de un teatro á una tertulia, de -una visita á un paseo, de un club á alguna libre -y amena reunión femenina, derrochando -el dinero como sólo se ha derrochado en aquella -época delirante y magnífica, que la mala -suerte vino á interrumpir, pero que pudo ser, -sin la intervención de la fatalidad, el comienzo -de una era grandiosa que pareció reiniciarse -diez ó quince años después. Un entorpecimiento, -una momentánea escasez de dinero provocada -por varias malas cosechas, hizo poco más -tarde que todo el edificio, cimentado en el crédito, -pero que se hubiera consolidado echando -profundas raíces, se viniera abajo de la noche á -la mañana, y pusiera en grave peligro la misma -estabilidad de nuestro partido, es decir, del único -que tiene suficientes fuerzas para gobernar el -país, experiencia profunda y clara comprensión -de cómo deben dirigirse sus progresos. ¡Lamentable -aventura, que me hizo pasar las horas más -amargas de mi vida! Pero aún estábamos lejos -de tan penosa situación, y Buenos Aires se divertía -bulliciosamente, á despecho de la prédica -incendiaria de algunos periódicos, y al amparo -de una policía fuerte y admirablemente -organizada, cuya severidad era motivo de odio -para el populacho que la oposición trataba de -anarquizar.</p> - -<p>Cuando volví á mi provincia, había gastado -lo que allí me bastaría para vivir con rumbo -seis meses, por lo menos. Poco me importaba. -Mis terrenos y casas nuevas de Los Sunchos, -sin darme sino muy escasa renta, se valorizaban -día á día, y no tardarían en constituirme -<span class="pagenum"><a name="Page_234" id="Page_234">[234]</a></span> -una regular fortuna que, bien utilizada en especulaciones -que Buenos Aires ofrecía fácil y -seguramente, harían de mí en poco tiempo un -hombre muy rico. El porvenir estaba asegurado, -ó, por lo menos, así lo creía yo.</p> - -<p>Para asegurarlo más, siguiendo la corriente -de la época, había sacado dinero de los bancos, -no sólo en el de la provincia, sino también en -el Nacional, unas veces con mi firma—las menos,—otras -con las de algunos servidores de -confianza, para ponerme al abrigo de todo evento, -y no con la intención de suspender las amortizaciones, -salvo caso de fuerza mayor. ¿Por -qué había de permitir que una casualidad pudiera -arruinarme, cuando muchos en peor posición -política que yo, no corrían riesgo alguno, -usando de cuanto dinero necesitaban? Además, -con aquello no hacía daño á nadie, y esas sumas -me permitían edificar, especular, aumentar -el número y la extensión de mis propiedades...</p> - -<p>Vuelto á la ciudad, mi primera visita fué para -María, que me recibió como me había despedido, -amistosa pero fríamente, con una reserva -que se esforzaba al propio tiempo por -mantener y disimular. Estaba evidentemente -en guardia; pero, ¿contra qué? Hay misterios -incomprensibles en el alma femenina.</p> - -<p>Fray Pedro, á quien fuí á ver en seguida, me -abrumó á preguntas, y sólo se tranquilizó cuando -le dije lo que se proponía el Presidente: -amenazarlos para mostrarse después buen príncipe, -y atraerlos á su lado, ó, por lo menos, -neutralizarlos en la fiera campaña de oposición -que se iniciaba entonces.</p> - -<p>¡Bien, muy bien! Pero no conseguirá ni -lo uno ni lo otro, ni la ley, ni... lo que se propone -con ese espantajo. No se puede encender -una vela á Dios y otra al diablo, sus pretensiones -<span class="pagenum"><a name="Page_235" id="Page_235">[235]</a></span> -demuestran que sigue tan hereje como -antes.</p> - -<p>Mi candidatura estaba proclamada y mi despacho -de la policía, lo mismo que mi casa particular, -se hallaban continuamente llenos de -gente, de amigos adventicios, deslumbrados por -mi rápida fortuna, y á quienes Zapata hacía -los honores, dándoles el tono y el compás en el -coro de mis alabanzas, y haciendo que se atiborraran -de mate dulce y de ginebra con agua -y panal. Mi gloria estaba en su apogeo. Yo -era, si no el más importante, uno de los personajes -más importantes de la provincia: todo -el mundo me aseguraba que iba á votar por mí, -y me pedía alguna cosa para cuando estuviera -en Buenos Aires, un empleo para el hijo ó el -pariente, una pensión para la viuda, la huérfana -ó la hermana de un guerrero del Paraguay, -que probablemente no había salido de su casa, -una recomendación para que le descontaran en -el Banco, mi apoyo para un pedido de concesión -ó de privilegio, cátedras en los Colegios -Nacionales, en las Escuelas Normales y hasta -en las Universidades, cuanto Dios crió y las -administraciones humanas inventaron desde -que el mundo es mundo. Hubiérase dicho que -yo tenía el cuerno de Amaltea, ó la varita de -virtud, y creo que durante un tiempo fuí más -rodeado que Camino, é incomparablemente más -que Correa.</p> - -<p>Yo á todos decía que sí.</p> - -<p>Cuando se va subiendo en política, hay que -acceder á cuanto se nos pide. Basta con reservarse -la ocasión de hacerlo, que siempre llega -en los tiempos indefinidos... Sólo que suele llegar -tarde para los interesados.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_236" id="Page_236">[236]</a></span></p> - - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">XIII</h3> -</div> - -<p>En cambio, mi candidatura había hecho pésimo -efecto en los diarios de oposición, que me -llenaban de improperios, lo mismo que á los -otros candidatos situacionistas. La prensa bonaerense -nos zurraba también, incitada por -sus corresponsales, eco molesto del periodismo -local. El diario católico de la ciudad, entretanto, -me perdonaba á mí sólo, atacando con singular -violencia á mis futuros colegas que, al -fin y al cabo, no valían ni mucho menos ni -mucho más que yo, en cuanto á preparación, -dotes intelectuales y morales y principios políticos. -Como Correa, cuyas inútiles veleidades -de dejarme plantado se desvanecieron una vez -conocida la voluntad presidencial, me sonreía -como al elegido de su corazón, y hacía cuanto -estaba en su mano para ayudarme, los ataques -recrudecieron, diciendo los diarios que él era el -más empeñado en mi triunfo y que yo debía -considerarme «su hijo... político», agregando -que ésta era la mayor vejación que se hubiese -hecho sufrir á la provincia. Aunque esto pudiera -no haberme importado, pues tenía segura -mi «banca» en el Congreso, no me avine á dejar -pasar sin castigo todas estas impertinencias -y empuñando mi mejor tajada pluma, y -mojándola en bilis y veneno, inicié aquellas -célebres «Semblanzas contemporáneas» cuya -serie forma una galería de retratos satíricos de -los prohombres de la oposición de mi provincia.</p> - -<p>Allí salían á bailar todas sus ridiculeces, sus -defectos morales y físicos, y hasta los detalles -más ó menos pintorescos y escabrosos de su vida -privada. Tuve para esto dos colaboradores -eximios en don Claudio Zapata y misia Gertrudis, -<span class="pagenum"><a name="Page_237" id="Page_237">[237]</a></span> -que conocían la vida y milagros de la provincia -entera, desde tres generaciones atrás. -Aparte la genealogía minuciosa de cada familia, -sabían todos los escándalos verdaderos ó -calumniosos, presentes, pasados y hasta futuros -de cada uno de nuestros comprovincianos de -significación.</p> - -<p>—¿Qué se puede decir de Fulano, misia Gertrudis?</p> - -<p>—Que es un mulatillo y nada más. El abuelo -era un negro liberto de los Bermúdez, que -entró de sacristán en San Francisco. Los buenos -padres enseñaron á leer y escribir á los hijos, -que se hicieron comerciantes en un boliche -de almacén y pulpería, y ganaron platita. Me -acuerdo que, cuando muchacha, al pasar el -padre de este personaje de hoy, le cantábamos -para hacerlo rabiar:</p> - -<p class="indentq"> -<em>La Habana se v'á perder<br /> -la culpa tiene el dinero:<br /> -Los negros quieren ser blancos,<br /> -los mulatos caballeros.</em></p> - -<p>Tenía el odio más inveterado y mortal contra -los negros y los mulatos, sólo comparable con -el que dedicaba á los «carcamanes», ó sea italianos -burdos, á los «gringos», es decir, á los -extranjeros en general, y á los catalanes, aunque -fueran nobles hijos de la península ibérica, -patria de sus antepasados. Para cada colectividad -de éstas tenía una copla, más ó menos chistosa, -por ejemplo:</p> - -<p class="indentq"> -<em>Á la orilla de un barranco<br /> -dos negros cantando están:<br /> -¡Dios mío! ¡quién fuera blanco...<br /> -aunque fuese catalán!</em></p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_238" id="Page_238">[238]</a></span></p> - -<p>Á los carcamanes, bachichas, «mangia polenta», -escasos por entonces en la provincia, -no les economizaba dicterios, y el mismo doctor -Orlandi, pese á su alta posición oficial y pecuniaria, -no escapaba á sus tiros. Don Claudio -le hacía coro y complementaba á veces sus recuerdos -y observaciones, con análoga malevolencia, -subrayando algún detalle ó exhumando -otros desconocidos ú olvidados por su cara mitad.</p> - -<p>—«Acordate» de que, cuando nació Zutanito, -hacía meses que había parado en su casa don -Justo, el gran caudillo. Y Zutanito es el vivo -retrato de don Justo, mientras que no se parece -nada al padre.</p> - -<p>Y así para todos, sin que nadie quedara en -pie. Completaban, pues, admirablemente mi -policía oficial, en el tiempo y en el espacio, -metiéndose donde ésta no podía entrar, resucitando -archivos inaccesibles para ella, y gracias -á sus informes é insinuaciones podía yo escribir -sueltecitos picantes como «ají cumbarí». Pero, -aleccionado por el caso de Vinuesca, que no -había para qué repetir—los duelos son útiles -cuando el motivo lo merece y pueden darnos -mayor notoriedad,—cuidaba de indicar clara, -inequívocamente á mi víctima, pero sin señalarla -de un modo categórico. Quiero presentar -aquí un espécimen de aquella literatura, una -silueta—no la más hiriente, por cierto,—de un -enemigo de significación, el redactor en jefe de -<cite>El Grito del pueblo</cite>, diario el más vehementemente -radical que se haya visto en mi provincia:</p> - -<blockquote> - -<p>«Escribe con una copa de caña al lado. Esta -copa siempre está llena, y no porque él la olvide. -No. Cuando se la bebe, distraído, le escancia -inmediatamente otra una mujerona de -<span class="pagenum"><a name="Page_239" id="Page_239">[239]</a></span> -color sospechoso, entre china y mulata, con -quien se casó hace poco para legitimar una -larga prole de negritos de mota y pata en el -suelo. Este manejo se repite cada cinco minutos -ó á cada párrafo de «sana doctrina política». -La Hebe archicriolla, si no se prefiere -archiafricana, cobra, naturalmente, su comisión -en especies, echando sendos tragos, de -modo que al acabar un artículo atiborrado de -insultos y de calumnias y hediendo á alcohol, -ambos, el salvador del país y su Egeria cetrina, -están completamente borrachos. Entonces -leen lo que el Literato ha escrito, y la Musa -orillera hace corregir las palabras demasiado -suaves, substituyéndolas con las más gordas -del diccionario populachero, y dándoles -todo el fétido aliento de su dipsomanía. Y el -engendro de su doble embriaguez delirante es -para ellos algo sagrado, si no divino, el eco -exacto y admirable del grito del pueblo. Para -los demás es únicamente, y no puede ser otra -cosa, el eructo del porrón.»</p></blockquote> - -<p>No copio más, porque juzgo ahora este sistema -de polémica menos distinguido que entonces, -y mucho más ineficaz de lo que parece. -Va más allá del blanco. Pero agregaré -en mi descargo, si no en mi honor, que estos -mismos sueltos, procaces si se quiere, eran modelo -de discreción y agudeza, comparados con -los que entonces solían leerse en la prensa provinciana, -y de los que guardo algunos tan curiosos, -como aquél que discutía el modo y forma -del nacimiento de un personaje puntano... -Ni insinuar se puede lo que decía.</p> - -<p>Como es fácil de comprender, este deporte -periodístico era para mí una diversión incomparable, -que me absorbía largas horas en la rebusca -de insidias y gracejos. El resto de mi -<span class="pagenum"><a name="Page_240" id="Page_240">[240]</a></span> -tiempo estaba ocupadísimo, pues ya había comenzado -la agitación política con sus asambleas -de comités, sus almuerzos campestres, sus asados -con cuero, sus manifestaciones callejeras, -sus mítines en el teatro ó en las canchas de pelota, -su serie interminable de fiestas y reuniones, -en que tuve que pronunciar casi tantos discursos -como un candidato yanqui á la Presidencia. -Pero, con un arsenal de lugares comunes -que me había formado, salía airoso, barajando -unas veces de una manera y otras de -otra, los: sanos principios de política, el sistema -republicano de gobierno, la unidad y la integridad -nacional, el partido dirigente por excelencia, -la hidra siempre amenazadora de la -anarquía, la representación genuina de las provincias, -el Presidente de la República, garantía -de paz, de prosperidad y de progreso, la vil -canalla de la oposición, la traílla de perros rabiosos -de su prensa, la baba venenosa de la calumnia, -los altos intereses del Estado, que defendería -hasta el sacrificio, la era de las instituciones... -y mil otras frases más ó menos huérfanas -de pensamiento, que el público me escuchaba -con tamaña boca abierta, y me aplaudía -á rabiar, porque con esa intención ó esa consigna -había acudido á oirme.</p> - -<p>Pero tanto fué el <i lang="fr" xml:lang="fr">tolle</i> que armó la prensa local -y la bonaerense sobre mi presencia inmoral -y tiránica al frente de la policía, siendo candidato, -tanto se protestó contra este escándalo -electoral, que Correa estuvo á punto de ceder y -quitarme el mejor escalón para llegar al Congreso. -¡No en mis días! Las circunstancias me -ayudaron otra vez.</p> - -<p>Volvían á correr rumores de revolución. En -nuestra tierra siempre han corrido rumores de -revolución, sobre todo entonces, y desde tiempo -inmemorial. Podía aplicarse al país lo de que -<span class="pagenum"><a name="Page_241" id="Page_241">[241]</a></span> -«cuando no estaba preso lo andaban buscando», -y la prensa europea glosaba nuestras convulsiones -internas como otros tantos cuadros -de una opereta pasada de moda. Las últimas, -sin embargo, habían realizado la «unidad nacional», -poniendo al unísono á todos los gobiernos -de provincia, que pertenecían exclusivamente -á nuestro partido por obra y gracia del -ejecutivo de la nación, del ejército y de las intervenciones. -Pero la oposición, desalojada hasta -de sus últimos baluartes, quería tomar el -desquite y se armaba para luchar en el terreno -de la fuerza, declarando que el de la legalidad -estaba clausurado para ella. Mi provincia no -constituyó excepción. Pero las oposiciones, -cuando no son enormemente fuertes, resultan -muy desgraciadas en nuestro país, y nunca son -así, enormemente fuertes, sino en circunstancias -especiales y siempre transitorias. La mayoría, -en realidad, prefiere ser martillo y no -yunque.</p> - -<p>No tardé, pues, en saber los preparativos que -se hacían contra el Gobierno local. Los jefes de -dos de las estaciones urbanas de ferrocarriles, -que tenían también la dirección del resto de -sus líneas en la provincia, se permitían ser -opositores con mayor ó menor franqueza. El -tercero se declaraba situacionista, porque no -era «forastero» como los otros, venidos de Buenos -Aires y Santa Fe. Este último acudió un -día á mi despacho, muy alarmado, para revelarme -que se habían introducido algunos cajones -de armas por su línea, aunque fuera notoria -su fidelidad al Gobierno y su continua vigilancia.</p> - -<p>—Y si se han atrevido á servirse de mi compañía—agregó,—estoy -seguro de que se sirven -mucho más de las otras, y de que en estos momentos -<span class="pagenum"><a name="Page_242" id="Page_242">[242]</a></span> -ya hay centenares de fusiles en la provincia.</p> - -<p>—Gracias por la noticia, Sánchez. Ya había -olfateado algo de eso. Pero, vaya sin cuidado, -que no va á suceder nada... Eso sí, averigüe -quiénes han recibido las armas, pero sin alborotar -á nadie, y hágamelo saber. Lo demás corre -de mi cuenta.</p> - -<p>Al día siguiente hice citar á los dos jefes opositores, -para que concurrieran á la misma hora -á mi despacho. En cuanto los tuve en mi presencia, -agitando unos papeles, como si fueran -los documentos reveladores de sus manejos, exclamé:</p> - -<p>—¡Sé todo lo que pasa!... Pero de hoy en -adelante estoy dispuesto á no hacerme el desentendido, -y á perseguir cualquier malevolencia, -cualquier traición... Así, pues, desde este -mismo instante, me darán ustedes cuenta exacta -de todas las armas que se introduzcan en la -provincia por sus ferrocarriles, y del nombre de -sus destinatarios... Estoy cansado de hacer -practicar estas averiguaciones por mi personal, -y es deber de ustedes facilitar la obra del Gobierno. -Si no lo hacen y resulta en la ciudad -mayor número de armas del que yo conozco, -los haré responsables de todo lo que ocurra y -sus consecuencias. Lo mismo digo respecto de -los pueblos de la campaña por donde pasan sus -líneas.</p> - -<p>Varias veces habían tratado de interrumpirme, -protestando de su inocencia y alegando ignorancia, -pero no lo permití. Al final, cuando -renovaban sus protestas, les hice callar, afirmando:</p> - -<p>—Estaré siempre al corriente de lo que se hace -por mis propios medios, pero ustedes tienen -que informarme con toda exactitud, si no quieren -pasarlo mal... Por otra parte, no tengan -<span class="pagenum"><a name="Page_243" id="Page_243">[243]</a></span> -cuidado, porque sus informes quedarán completamente -secretos...</p> - -<p>—Esto tiene que venir de habladurías, de calumnias -de Sánchez—insistió uno de ellos, -Smithson;—nadie sino él tiene interés en perjudicarnos.</p> - -<p>—¿Qué clase de interés puede tener Sánchez -que, por otra parte, no me ha dicho una palabra?...</p> - -<p>—¿Qué clase de interés?—saltó el otro, llamado -Peacan.—¡Congraciarse al Gobierno, para -que no se haga la luz en los robos del depósito -de mercancías de su estación central!</p> - -<p>—¡Bah! Ese asunto está en mis manos, y -la pesquisa se sigue con toda actividad. El -culpable será descubierto, y más pronto de lo -que ustedes creen.</p> - -<p>Y mirando á Peacan, con sonrisa burlona, -como si le insinuara involuntariamente que -Smithson y no otro era el soplón, agregué:</p> - -<p>—¡Vaya, vaya! Ni se sueña usted quién me -ha informado.</p> - -<p>Al despedirme de él remaché el clavo diciéndole -en voz baja:</p> - -<p>—¿Me cree usted tan simple que no hubiera -convocado á Sánchez, si éste fuese mi informante? -¿Qué costaba llamarlo también, para -desviar las sospechas?</p> - -<p>En cuanto á Smithson, á quien retuve unos -minutos más, también le sugerí la idea de que -el indiscreto era Peacan, y esperé el resultado -de mi pequeña combinación: Cualquier otro hubiese -hablado á solas con cada uno de ellos, -para tratar de sacarle la verdad, pero hubiera -fracasado inevitablemente; yo, hablando con -los dos á un tiempo, suscitando sus recíprocas -sospechas, tenía que lograr mi objeto. Y, en -efecto, días después, Smithson me anunció que -acababan de llegar dos cajones de remingtons, -<span class="pagenum"><a name="Page_244" id="Page_244">[244]</a></span> -consignados á un bolichero de las afueras, hombre -de Zúñiga y Vinuesca, dos de los jefes de -la oposición. En cuanto á Peacan, más leal ó -menos asustadizo, había pedido que no se siguiera -enviando armas por su línea, porque estaba -descubierto.</p> - -<p>Hice seguir los cajones, que quedaron sigilosamente -custodiados para que no me los escamotearan. -Todavía no era conveniente «descubrirlos». -Un tercer cajón llegó á casa de un -opositor católico, el doctor Lasso; también lo -dejé. Por último, Zúñiga cometió la tontería de -recibir dos en su propio domicilio. Era el momento -de obrar. Hice allanar la casa de Zúñiga -y tomarle los fusiles, recogí los que había en las -chacras, en el boliche, en poder de algunos particulares, -y escribí á Lasso un billetito diciendo -que conocía su depósito de armas pero que, -como no quería molestarlo, porque ambos teníamos -«las mismas convicciones religiosas», él -debía mandármelas ocultamente lo más pronto -posible.</p> - -<p>Correa se quedó boquiabierto al saber la noticia, -porque si bien los rumores habían llegado -á sus oídos, nunca les atribuyó importancia, al -ver que yo me encogía de hombros cuando me -interrogaba al respecto. Y honrándome como -nunca lo había hecho, se fué á visitarme en la -policía.</p> - -<p>—¡Ah, muchacho!—exclamó.—¡Si cuando -yo decía que «sos» un tigre!... ¡Ahora, lo que -hay que hacer es enjuiciar á todos esos revoltosos -de porra!</p> - -<p>—¡No se precipite! Mire bien lo que va á -hacer, don Casiano—le dije.—El pueblo está -demasiado alborotado para que nos metamos -en «persecuciones». Lo mejor será practicar -una larga investigación, sin tomar preso á nadie -por el momento. Siempre habrá tiempo de -<span class="pagenum"><a name="Page_245" id="Page_245">[245]</a></span> -hacerlo en el curso de la instrucción, si vuelven -á alzar el gallo. Y, ahora, para hacerle el gusto, -permítame que le presente mi renuncia...</p> - -<p>—¡Cómo tu renuncia! ¿Has perdido el juicio? -Por nada te dejaré que «renuncies» en estos -momentos. ¡No faltaba más!</p> - -<p>—Sí, Gobernador. Así se salvan las apariencias. -Y usted aceptará la renuncia, pero copiando -este borrador.</p> - -<p>Y le presenté una minuta así concebida:</p> - -<div class="blockquot"> - -<p>«Considerando: l.º que el benemérito jefe -de policía de la provincia, don Mauricio Gómez -Herrera, tiene razones poderosas para renunciar -el puesto que con tanto acierto y patriotismo -desempeña; 2.º que las circunstancias -anormales porque atraviesa la provincia, teatro -de una agitación subversiva, hacen imprescindibles -sus servicios.</p> - -<p>«El gobernador de la provincia en Acuerdo -de Ministros, D<small>ECRETA</small>:</p> - -<p>«Art. 1.º Acéptase la renuncia indeclinable -de don Mauricio Gómez Herrera;</p> - -<p>«Art. 2.º Encárgase al mismo don Mauricio -Gómez Herrera, del desempeño de las funciones -de jefe de policía de la Provincia, mientras -duren las presentes anormales circunstancias.»</p> -</div> - -<p>—¿Lo firmará?—pregunté.</p> - -<p>—¡Pues, está claro!</p> - -<p>—¡Viva la República! ¡Cualquier día iba yo á -dejar que <em>mi</em> elección se hiciera sin dirigirla -personalmente yo!</p> - - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">XIV</h3> -</div> - -<p>Estas sencillas maniobras, que no sé si llamar -hábiles, dieron lugar á un hecho agradablemente -inesperado. María me escribió un billetito, -<span class="pagenum"><a name="Page_246" id="Page_246">[246]</a></span> -el primero, pidiéndome que fuera á su -casa. Hacía semanas enteras que no iba á visitarla, -y recibí su invitación con verdadero regocijo, -como una señal evidente de mi triunfo -próximo y definitivo. Corrí á casa de Blanco -sin perder un minuto, y entré en la sala con -aire de conquistador, aunque ligeramente conmovido. -Saludé con efusión, pero quedé sorprendido -al ver que María me recibía con cierta -gravedad.</p> - -<p>—Mauricio—dijo, por fin, entrando en materia.—He -creído de mi deber atreverme á hacerle -una advertencia. Usted comprenderá que, -dadas nuestras relaciones... amistosas, me preocupe -de cuanto hace, y tenga, como si dijéramos, -los ojos clavados en usted... Y, perdóneme, -su actitud me aflige.</p> - -<p>—¡No he hecho el menor daño á nadie!—exclamé -estupefacto.—Hasta he salvado á los -revolucionarios, negándome á tomarlos presos, -como quería el Gobernador.</p> - -<p>—No me considere «politiquera». No lo soy. -Si me informo de la política, es porque usted -es político; me ocuparía, también, de usted, -en cualquier otro terreno en que actuara. La -mujer que quiere conocer su destino sabe adaptarse -al medio de su... de los amigos que han -de influir decididamente en su vida.</p> - -<p>Una luz me iluminó como un relámpago, y -después de callar un momento, pregunté con -afectada tranquilidad:</p> - -<p>—¿Hace mucho que no ve á Pedro Vázquez?</p> - -<p>—¿Por qué me lo pregunta?</p> - -<p>—Simple curiosidad.</p> - -<p>—Vino ayer...</p> - -<p>—¿Y hablaron ustedes de mí?</p> - -<p>—No.</p> - -<p>—Sí, María.</p> - -<p>—¡No!... Por lo menos no se ha pronunciado -<span class="pagenum"><a name="Page_247" id="Page_247">[247]</a></span> -su nombre. Hablamos... hablamos del -éxito.</p> - -<p>—Y Pedro considera que el éxito es caprichoso, -siempre ó casi siempre injusto, que se -ofrece al más torpe ó al más tonto, y que se -niega al mérito, al esfuerzo, al sacrificio... ¡Qué -bien veo á Pedro en esto, y cómo sabe hacerse -la mosca muerta para intrigar mejor y dar -los golpes más certeros!</p> - -<p>—No. Vázquez considera, como yo, que el -éxito suele ser el salario de los que se doblegan -á todas las influencias y se dejan llevar por -todas las corrientes, tengan méritos ó no...</p> - -<p>—¿Sabe, María, que usted piensa mucho? -¿Sabe que piensa demasiado para poder sentir?</p> - -<p>—¿Y eso significa?...</p> - -<p>—Que quien tanto analiza, señal es que quiere -poco.</p> - -<p>—¿Deben aceptarse las cosas y los hombres -sin examen?</p> - -<p>—¡Bah! Bien admira á Pedrito...</p> - -<p>—Analizando, como usted dice.</p> - -<p>Yo rabiaba de celos y de despecho. ¡La Marisabidilla -aquella, que se abrogaba la facultad -de juzgarme, de criticarme y de aconsejarme! -Porque si bien no me había dicho nada concreto -aún, yo leía en sus ojos la amonestación -preparada... ¿Con qué derecho? ¡Una mujer, -que no debía ocuparse sino de sus trapos -y sus cintas! ¿No es odiosa esta clase de marimachos -que se creen dueñas de todo el saber -porque han leído cuatro librejos y han creído meditar -cinco minutos? ¡Ah! todo hubiera concluído -allí, si los celos ó el amor propio no me -mordieran el corazón. ¡No estar Vázquez presente, -para saltarle al pescuezo!... Y, con las -manos trémulas de ira y la voz entrecortada, -dije:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_248" id="Page_248">[248]</a></span></p> - -<p>—¡Me ha hecho muchos reproches sin formularlos, -María! Usted condena mi conducta, -aunque ésta se ajuste estrictamente á lo que -exije la vida real. ¡Bah! usted es una soñadora, -una criatura angelical, convengo en ello, -pero ajena al mundo, incapaz de manejarse en -el mundo... Quizá por eso la quiero tanto... Pero -que la quiera no significa que... No, no tiene -derecho de criticarme. Ya se dará cuenta -de las cosas, y entonces comprenderá. Cuando -uno se propone llegar á un punto determinado, -tiene forzosamente que tomar el camino que -conduce á él, sea una carretera, sea un atajo, -sea un desfiladero entre precipicios... Yo voy -donde debo ir por el único camino que tengo, -sin mirar hacia atrás ni hacia los lados, sin -que me detengan tropiezos humanos ó materiales, -pero sin faltar por ello á mis principios -de hombre de honor, á mi...</p> - -<p>Una risita, entre dolorosa y sarcástica me -interrumpió.</p> - -<p>—¿Usted cree, entonces—dijo en voz clara,—que -sus sueltos del diario, por ejemplo, no -pasan los límites de la gentileza y la corrección, -por no decir más?</p> - -<p>—¿Mis sueltos? Yo no escribo.</p> - -<p>—¡Vamos! No agrave la falta, si es falta, -como yo creo, con su negativa. Usted sabe que -esos juegos, que probablemente así los consideran -muchos, abren todas las puertas á la calumnia -y al escándalo. El que hoy es objeto de -burlas ó difamaciones, para vengarse, no se detendrá -mañana por consideración alguna, y -hará, á su vez, que todo ruede al pantano, el -enemigo y cuanto lo rodee, sus afectos, su hogar... -Las consecuencias de estos excesos suelen -ser terribles, y nadie sabe de antemano hasta -dónde pueden llegar.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_249" id="Page_249">[249]</a></span></p> - -<p>La miré de hito en hito, sin conseguir que -bajara los ojos.</p> - -<p>—¿Para eso me ha llamado usted?—balbucí, -ardiendo en ira.—¿Sólo para eso me ha llamado? -¿No podía ni siquiera esperar?... ¡Pues -bien! yo también tengo algo que decirle: ¡Usted -no me quiere, usted no me ha querido nunca, -María!</p> - -<p>Inclinó la frente con vaga sonrisa dolorosa, -y murmuró, arrugando el vestido entre sus -dedos:</p> - -<p>—Puede ser. Puede ser muy bien.</p> - -<p>En su acento había, nuevamente, un poco -de ternura y un poco de ironía. Para un frío espectador, -hubiera sido evidente que en su alma -luchaba la imagen que de mí se había forjado, -con la realidad que iba presentándole yo -poco á poco. Romanticismo, en fin. Cuando -alzó de nuevo los ojos, su mirada estaba completamente -serena. No dijo una palabra. Y, -durante un tiempo incalculable, quizá treinta -segundos, quizá media hora, callé y medité. -¿Qué iba á ser de mí, si llegaba á compañero -de aquella Aspasia criolla, de aquella Lucrecia -principista? Unirme á ella, sería condenarme á -una vida de amargos sinsabores, á una tiranía -perenne, á una censura continua é inflexible -de todos mis actos. Tuve miedo. Tuve miedo -y al propio tiempo indomable deseo de subyugarla, -de dominarla, de someterla á una incondicional -adoración de mi persona. Y obedeciendo -á este impulso, traté de serenarme. Cambié -de tono y le dije con mimo que cuanto hacía, -bueno ó malo—sin saber que pudiera ser malo,—era -por ella, por conquistarla, por prepararle -también la más elevada de las posiciones, la -riqueza, el poder, la felicidad, que ella merecía -más que nadie. Yo no ambicionaba nada para -mí; para ella nada me parecía suficiente.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_250" id="Page_250">[250]</a></span></p> - -<p>—Usted es una de las mujeres excepcionales -que hacen á los grandes hombres. Con usted -á mi lado estoy seguro de llegar á donde me proponga, -y más lejos aún... Soy rico, seré muy -rico. Tengo algún poder, lo tendré cada vez mayor. -En el país no habrá dentro de poco quien -pueda competir conmigo...</p> - -<p>—Sí, Mauricio.</p> - -<p>—¿Quién?</p> - -<p>—El que piense mejor.</p> - -<p>La sombra de Vázquez se condensó ante mi -vista. El rival derrotado recuperaba poco á poco -sus antiguas posiciones. Y esta alucinación -me desconcertó, porque no acertaba á explicarme -la mudanza de María, pese á los síntomas -anteriores. Traté, sin embargo, de ahondar más -en el alma de la joven, y la pregunté:</p> - -<p>—¿Sólo para eso me ha llamado?</p> - -<p>—No. Quería, sobre todo, decirle una cosa... -No hay quien no critique su presencia al frente -de la policía, mientras se prepara su propia -elección. ¿Por qué no deja el puesto y satisface -así á amigos y enemigos?</p> - -<p>—¡Porque serían capaces de dejarme á pie!—exclamé, -sonriendo.—Se necesita ser muy -ingenua, María, para preguntarme ó para pedirme -semejante cosa.</p> - -<p>—Y, sin embargo, yo creía...—murmuró, casi -con las lágrimas en los ojos, conmoviéndome -á mí también con su tono de queja.</p> - -<p>En esto, entró en la sala don Evaristo que, -viendo nuestro enternecimiento, creyó dado el -gran paso y zanjadas las últimas dificultades.</p> - -<p>—¿Se adelanta algo, muchacho?—me preguntó, -sonriendo alegremente, en la esperanza -de una grata noticia.</p> - -<p>—¡Ah, don Evaristo! Mucho me temo que -la oposición se haga dueña del Poder—contesté.</p> - -<p>Don Evaristo entendió la frase en su sentido -<span class="pagenum"><a name="Page_251" id="Page_251">[251]</a></span> -más directo, y me sometió á todo un interrogatorio -sobre la situación política de la provincia. -María escuchaba mis palabras, posiblemente -sin oirlas, con los ojos muy abiertos, tan -abiertos como cuando uno mira á su interior.</p> - -<p>Días más tarde, volví. Dominábame el insensato -deseo de reconquistarla, un arrebato sólo -semejante á la sed de venganza de un ultraje -terrible, todo el feroz impulso del amor -propio desenfrenado. Ella mantenía á toda costa -la conversación en el terreno de las generalidades, -muy correcta, fría, apenas amable, de -cuando en cuando. Yo me ponía alternativamente -rojo y pálido. Á veces, sentía ganas de -lanzarme sobre ella, de sacudirla, de dominarla -por la fuerza bruta, pero la presencia de don -Evaristo que nos acompañaba probablemente -á indicación suya, impedía toda iniciativa, imposibilitaba -toda nueva explicación.</p> - -<p>Las elecciones iban á practicarse el domingo, -tres días después. Blanco me habló de mi diputación, -segura ya, de mi gran papel futuro -en Buenos Aires. Yo le repliqué, con fingida -modestia:</p> - -<p>—Se puede ser el primero en Los Sunchos, -uno de los primeros aquí, y el último ó poco -menos en la gran capital. ¡Cuántos que brillaron -en sus pueblos, naufragan y se pierden en -Buenos Aires! Y puede que yo mismo no llegue -á ser sino uno de tantos, perdido entre la -multitud...</p> - -<p>—Es posible—murmuró distraídamente María.</p> - -<p>Una oleada de sangre me subió á la cabeza, y -empecé:</p> - -<p>—¡Y se imagina usted que yo!...</p> - -<p>Pero me contuve, y salí, trémulo de rabia, -casi sin despedirme.</p> - -<p>Las elecciones me dieron el triunfo. Al día -<span class="pagenum"><a name="Page_252" id="Page_252">[252]</a></span> -siguiente de practicado el escrutinio, resigné -mi puesto en manos de mi sucesor, y comencé -á preparar el viaje á Buenos Aires, teatro de -mis futuras hazañas, mientras en el cerebro me -trotaba la maldita hipótesis, tan fácilmente -aceptada por María... ¿Iba yo, gallo de aldea, -prohombre de provincia luego, á desmerecer en -la capital, á ocupar un rango inferior, á no -abrirme paso hasta la primera fila? Y recordaba -invenciblemente el triste papel representado -por tantos comprovincianos, brillantes en el -«pago» y después deslucidos, opacos y obscuros, -en cuanto salieron de su centro, indebidamente -confundidos en la corriente de selección del -país que aspira y absorbe la capital.</p> - -<p>¡Oh, María, María! ¡Cómo deseaba triunfar, -conquistar Buenos Aires, para avasallarla también -á ella, de rechazo, en una apoteosis de mi -amor propio!</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_253" id="Page_253">[253]</a></span></p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_254" id="Page_254">[254]</a></span></p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_255" id="Page_255">[255]</a></span></p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a name="Page_256" id="Page_256">[256]</a></span></p> -</div> - -<div class="footnotes"><p class="p4 center">NOTAS:</p> - - -<p><a name="Footnote_3_3" id="Footnote_3_3"></a><a href="#FNanchor_3_3">[3]</a> El original da el adjetivo correspondiente á su provincia -en particular.</p></div> - -<div class="chapter"> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_257" id="Page_257">[257]</a></span></p> - -</div> - -<h2>TERCERA PARTE</h2> - -<h3 class="no-break">I</h3> - -<p>Aunque ya estuviese bastante acostumbrado -á la vida intensa de la gran metrópoli, Buenos -Aires me mareó en un principio, y este fenómeno -se explica: hasta entonces sólo había ido -allí por paseo, sin nada bien determinado que -hacer, el tiempo completamente mío, contando -siempre con el refugio hospitalario de mi -ciudad, como con un baluarte que me defendería -en caso necesario, pudiendo elegir mis relaciones, -retraerme ó prodigarme, según me -conviniera, simple visitante, en fin, á quien -hasta los enemigos reciben corteses, como en -un alto del combate; mientras que esta vez, iba -á radicarme allí, con un plan de conducta establecido -en sus grandes líneas, y obligaciones políticas -y sociales, deberes de orden diverso, necesidades -urgentes como la de ponerme al diapasón -del gran centro, para no hacer un papel -ridículo, sin contar ya con tirios y troyanos, -como que entraba decisivamente en la arena, -ni poder pensar en el modesto abrigo de la provincia, -pues retirarme sería equivalente al más -estruendoso fracaso. Al mareo contribuía, también, -la embriaguez de mi triunfo, la satisfacción -arrebatadora de verme con un pie en los -últimos peldaños de la inmensa escala, pudiendo -considerar que todo me era accesible, que -todo estaba al alcance de mi mano. Y otra cosa -más: quise, apenas llegado, reconstruir mis antiguos -ensueños de cuando vagaba desocupado -en la gran ciudad, aquel vasto proyecto de aparecer, -y deslumbrar, trabajando activa y brillantemente -por la unión estrecha de Buenos -Aires y las provincias, por la extinción total de -los viejos antagonismos; pero, apenas me puse -á pensar en esta «misión» me pareció trivial, -infantil, ya realizada ó en vías de realizarse, -y temí dar pasos en falso, exponerme á las burlas -de los hombres experimentados y escépticos, -hablar como una criatura... No, si no es -tan fácil la iniciación como parece.</p> - -<p>—¡Bah!—me dije.—Lo que debo hacer es, -por una parte, ocultar que estoy algo «boleado», -que me azoro como un advenedizo, y, por otra, -no darme por ahora aires de grande hombre, -ni esforzarme por llegar á serlo, mientras no se -me ofrezca una oportunidad verdaderamente -favorable... Seamos modestos, Mauricio, hasta -la hora de ser soberbios.</p> - -<p>Gracias á un dominio de mí mismo que me -permitía parecer tranquilo é indiferente en las -mayores pellejerías, conseguí que nadie advirtiera -mi azoramiento. En cuanto al otro auto-consejo, -lo modifiqué, pensando que, sin aparentes -pretensiones, podía y debía presentarme -en plena vida político-social, irreprochablemente -y aun con atildada elegancia en cuanto -á mi exterior se refería. Renové, pues, mi guardarropa, -abandonando los trajes que en provincia -podían dar el tono, pero que en Buenos -Aires resultaban lugareños por no sé qué detalles -de corte, de color, creo que hasta de olor, -comencé á frecuentar los grandes «restaurants» -á la moda, los teatros, los clubs, los círculos -que ya conocía, con el rumbo discreto que siempre -acostumbré, y esto me hizo creer un instante -que comenzaba á ser popular. Veíame siempre, -en efecto, rodeado por un círculo de amigos -y conocidos que se ensanchaba cada día, y -del que era ó del que creía ser eje principal, -pues todos me demostraban no sólo deferencia, -sino también hasta admiración. Señuelo de este -rebaño habían sido algunos camaradas, que -en mis visitas anteriores se sentaban á mi mesa -y me iniciaban en el conocimiento de los -más amables rincones de la capital; pero antes -no eran tan numerosos ni tan permanentes—no -me parecieron así, al menos, gracias á lo -transitorio de mi estadía,—mientras que, en -este nuevo período, llegué á considerarlos innumerables -y pesados en demasía, sobre todo -cuando saqué cuentas al cabo del segundo mes: -me había gastado lo que creía suficiente para -medio año, por lo menos. Mis recursos, grandes -en provincia, resultaban escasísimos en la -capital, llena de declives, cloacas y alcantarillas -por donde se va el dinero como agua en -día de lluvia, sin que, para quedarse sin un -céntimo, sea preciso caer en la exageración de -prestar á cuantos piden. Resolví, pues, substraerme -un poco á la admiración de mis contemporáneos, -y recordé mis buenos propósitos -de modestia, jurándome cumplirlos esta vez.</p> - -<p>Con todo, y aunque hubiera podido descontar -desde luego mis dietas de diputado, el dinero -no me alcanzaba, en medio de aquel «maelström» -devorador, sobre todo, si quería mantener -íntegra mi pequeña fortuna, como era mi -intención. Puede que se me considere ávido y -hasta mezquino por esto, pero era, sólo, previsor, -y sabía gastarme las rentas sin pestañear. -¡Y qué hubiera sido de mí á no proceder -de esta manera, cuando tantos más ricos que -yo, arrastrados por la corriente, fueron luego -á rodar al abismo de la miseria, ó poco menos!</p> - -<p>Era urgente, pues, arbitrar recursos, y para -ello escribí á Correa, pidiéndole un auxilio, -en forma de comisión gubernativa, ú otra cualquiera. -Había observado que los funcionarios y -empleados mejor retribuídos eran generalmente -ricos ó de mediana posición, como si los poderes -públicos se empeñaran en conservar y aumentar -las fortunas, y mantener un patriciado -seguramente necesario para la buena marcha -del país. Esto es más lógico de lo que parece. -Los hombres, por muchos méritos que tengan, -acostumbrados á vivir con poco, no necesitan -de grandes recursos, especialmente si trabajan -de veras, y darles más que el bienestar en sus -comienzos suele ser pervertirlos; mientras que -los nacidos en la abundancia deben ver protegida -y conservada su posición, pues de otro -modo fácil sería que hicieran disparates, perdieran -la riqueza y se hundieran, comprometiendo -luego á buena parte de la sociedad, en -su insuficiencia para resurgir por propio esfuerzo. -Esta acción conservadora de los poderes -y de la colectividad acomodada, es evidente -y es plausible. ¿Quién no encontrará bien -que, en el caso de Faustino Estébanez, perdido -por deudas de juego, todo el mundo le ayudara -pecuniariamente á salvarse, aunque fuera un -inútil, mientras que á Renato Pietranera, el -físico, que buscaba la solución de no sé qué -problema, y se moría de hambre, nadie le facilitó -recursos y tuvo que desistir, buscándose la -vida como dependiente de comercio? En el primer -caso, la vergüenza de Faustino recaía sobre -todos los Estébanez, emparentados con la -alta sociedad, y no era posible dejarlo en el -pantano, por lo cual, después de pagadas sus -deudas, se le envió con una misión al extranjero; -en el segundo, nadie, ni el mismo Pietranera -quedaba comprometido, y si sus trabajos -eran realmente de valor, no se han de evaporar -por eso. Hombres más grandes que lo que él -pueda ser, han vivido en la miseria, pero la humanidad -no ha perdido sus obras. En suma, -harta mezcolanza social hay en nuestro país, -para que nos ocupemos en aumentarla.</p> - -<p>Don Casiano, buen gaucho, considerando, -sin duda, que yo podía serle muy útil en Buenos -Aires, me procuró inmediatamente una prebenda, -una representación innecesaria pero -bien pagada, ante diversas oficinas públicas que -tenían asuntos con la provincia. Con esto podía -manejarme, pues ya he dicho que tenía -prudencia, y no cometería locuras irremediables, -ni siquiera peligrosas, aunque fuera capaz -de despilfarrar las entradas y beneficios extraordinarios -con la mayor impavidez, como lo hiciera -hasta entonces. En las luchas anteriores -á mi elección, la prensa opositora me acusó -más ó menos injustamente, de malversaciones, -de «coimas» exigidas á los proveedores de la -policía, de sobresueldos secretos recibidos del -Gobierno, de cientos de vigilantes «comidos», -como se los comía don Sandalio Suárez, el comisario -de Los Sunchos; cierto es—no tengo -reparo en confesarlo, porque en aquella época -todo el mundo hizo lo mismo,—cierto es que -acepté cuanto se me ofreció, pero también es -verdad que no lo hice por aumentar mis capitales, -sino con entero desprendimiento, por darme -mejor vida: todo aquello, como vino se -fué, y á no ser por la especulación de mi chacra -y otras emprendidas con platita de los bancos, -mi fortuna sería muy modesta. Amo el dinero, -pero no por el dinero mismo, sino por la -libertad que procura y complementa—porque -la libertad, sin medios de acción, no es libertad, -ni es nada, tanto, que se ha llegado á hablar -de la «libertad de morirse de hambre».—Desgraciadamente, -las gangas á que más arriba -me refiero, habían cesado, y en Buenos Aires -no podía conquistarme otras nuevas mientras -<span class="pagenum"><a name="Page_258" id="Page_258">[258]</a></span> -no estuviese en el ejercicio de mis funciones. -Ya me desquitaría más tarde, y, entretanto, -el sueldito de Correa me venía como anillo -al dedo.</p> - -<p>Para modificar mi vida, dejé, pues, el hotel -suntuoso y caro en que me había hospedado y -alquilé una casita antigua en una calle central—tres -ó cuatro habitaciones y las dependencias, -no muy primitivas,—la hice empapelar, -pintar, amueblar con cierto gusto—con ese gusto -innato de la familia, que permite á uno de -mis tíos hacer viajes á Europa con el beneficio -de los muebles que compra allí y usa y revende -aquí,—y me instalé como quien está dispuesto -á llevar una vida seria y arreglada. Llamé á -Marto Contreras para que fuese mi hombre de -confianza, y completé el servicio con un cocinero -y un sirviente que salía de una casa aristocrática, -y que halló modo de robarme como á -un pazguato. Y, ya en mi casa, en vez de correr -cafés y «restaurants» y «rotisseries», me limité á -mis clubs y círculos, y frecuenté mis relaciones, -previo estudio de sus características, y fuí espiritual -y escéptico en unas partes, bonachón -y creyente en otras, austero aquí, liberal allá, -tolerante acullá, sectario unas veces, despreocupado -las más. Y así logré que se me recibiera -con gusto, pero sin entusiasmo, porque -mi figura permanecía indecisa y enigmática, é -inspiraba, cuando mucho, una especie de tibia -curiosidad.</p> - -<p>En esto, pasóseme el tiempo y llegaron los -primeros días de mayo, el mes de la apertura -del Congreso en que iba á estrenarme. Ahorro -la crónica de las sesiones preliminares, de las -largas guardias en los salones y los pasillos de -la vieja casa que parecía un reñidero de gallos -en el recinto, y una carnicería para gigantes -desde afuera, y llego á la defensa de mi diploma, -<span class="pagenum"><a name="Page_259" id="Page_259">[259]</a></span> -que fué en un día desagradable, de humedad -y viento norte, enervante y hosco, tal como -sólo se ven en Buenos Aires. Los días húmedos -de la capital, cuando reina el norte pegajoso -y hasta mal oliente, me molestan de un -modo indecible. Los ruidos me son más discordantes, -más ensordecedores, los movimientos -más difíciles, como dolorosos, las ideas más escasas, -como ausentes, los olores más intensos -é ingratos, hasta nauseabundos, la luz falsa, -engañosa, mareadora, las aceras son lodazales, -las paredes chorrean agua, los vidrios sudan, -los hombres se muestran irritables, provocativos, -impertinentes, las mujeres andan como -sonámbulas y todas parecen viejas; cualquier -frase, insignificante en otros momentos, se convierte -en insulto; los nervios, exasperados, nos -hacen momentáneos pero acérrimos enemigos -de seres y de cosas, y creo que en un momento -así, no nos sería muy difícil acabar con el mundo, -si ello dependiera de nuestra voluntad. En -tales condiciones, tuve que mantener la validez -de mi diploma.</p> - -<p>Comencé vacilante, con la palabra floja y cansada, -en medio de la indiferencia ambiente; -pero el mismo desgano de mi auditorio me excitó, -me irritó poco á poco, lanzándome en mi -oratoria acostumbrada. Soy verboso y brillante. -No importa que no sepa lo que voy á decir: -substituyo fácilmente las ideas con figuras, con -frases retumbantes y efectistas, con imágenes -á veces pintorescas, que subrayan muy bien mis -actitudes y ademanes de actor. Como no me -detengo, pese á las frecuentes interrupciones, -ni doy tiempo al examen, llego sin esfuerzo á -cautivar á los oyentes y aun á arrancarles el -aplauso. Aquella tarde memorable, á las acusaciones -de coacción, contesté entre otras cosas, -cuando ya estaba en vena:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_260" id="Page_260">[260]</a></span></p> - -<p>«¡Se me acusa de la antítesis de mi acción! -¡Precisamente! He garantizado la libertad del -sufragio, me he desvivido por ella en las altas -funciones que me incumbían; no he movido -un dedo para que se proclamara mi candidatura... -Estaba demasiado ocupado en mantener -la paz y el orden en nuestra provincia; estaba -demasiado ocupado en arrancar, más por -la persuasión que por la violencia, de manos -de los agitadores, las armas con que querían -imponernos un estado anárquico... Y si mi -candidatura surgió en el último instante, una -vez pacificada la provincia, gracias á mi humilde -esfuerzo, cuando ya no era jefe político, sino -comisionado eventual para mantener el orden, -fué porque la parte honesta, la parte patriota, -la parte bien pensante de la opinión—que es, -afortunadamente, la mayoría en mi provincia -y en el país entero,—quiso afirmar, exteriorizar, -materializar sus nobles aspiraciones, eligiendo -por su representante al más modesto -de los ciudadanos, al más insignificante de todos, -sólo porque había realizado desinteresados -y generosos—¡sí, generosos!—sacrificios -en pro de la verdadera libertad, que no es la -licencia ergotista, ni menos la incendiaria anarquía... -Al oleaje desbordado de las pasiones inconfesables -y de las ambiciones malvadas, se -ha opuesto en mi persona sin relieve ni méritos, -la playa de arena, mansa, que aplaca sus furores, -siendo como es, apenas, un lazo de unión -entre la ola devastadora y la tranquila paz de -los campos fecundos.»</p> - -<p>Ya con Pegaso desbocado agregué que á -estas consideraciones de hecho se sumaban otras -simplemente morales, intelectuales y étnicas, -que, haciéndome un prototipo de la nacionalidad -(gracias, Vázquez), demostraban hasta la -evidencia la bondad de mi elección:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_261" id="Page_261">[261]</a></span></p> - -<p>«El hombre que lleva en todo su ser el sello -de la familia—de una familia que ha dado héroes -y mártires á la patria,—dondequiera que -vaya es reconocido como miembro de esa familia, -como genuino, como su más genuino representante; -y yo me encuentro aquí, en el -seno de mi verdadera familia patricia, como -un hijo pródigo quizá, pero afectuoso y sin -mancha, que se enorgullece de reincorporarse -á los suyos... ¡Sí, señor Presidente! ¡Sí, señores -diputados! ¿Sabéis cómo me llama la -gentil Buenos Aires? ¿Sabéis cómo se me indica -en todos los centros políticos y sociales -que tengo el honor de frecuentar?... ¡El provinciano!... -¡El provinciano!<a name="FNanchor_3_3" id="FNanchor_3_3"></a><a href="#Footnote_3_3" class="fnanchor">[3]</a> adjetivo que -me enorgullece, porque demuestra la legitimidad -de mi representación... Aunque sin merecerlo, -puedo afirmar que dondequiera que yo -esté está mi provincia... ¿Y qué, si no es esto, -manda la Constitución al estatuir que todas -las regiones del país estén sintéticamente -reunidas en este recinto? ¿Y cuál de mis honorables -colegas—no vacilo en llamarlos así, -adelantándome á su justa sanción—puede invalidar -este doble reconocimiento de mis comprovincianos -y del resto de los argentinos reunidos -en la capital, síntesis del país?»</p> - -<p>Alguien replicó que todo esto era literatura -y que yo sólo había demostrado mi carácter -de... provinciano; y como la barra había aplaudido, -y como mi diploma estaba aprobado de -antemano, se votó y pasé á prestar juramento.</p> - -<p>Grandes felicitaciones en antesalas, comentarios, -lisonjas:</p> - -<p>—¡Nos ha nacido un gran orador!</p> - -<p>—No desmiente la casta.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_262" id="Page_262">[262]</a></span></p> - -<p>—¡Está bien, amiguito, así me gusta!</p> - -<p>Un opositor, echándoselas de inglés, murmuró -el título de una comedia de Shakespeare:</p> - -<p>—<cite>Much ado about nothing.</cite></p> - -<p>Y otro le replicó:</p> - -<p>—Esperemos á que vengan las ideas.</p> - -<p>Raza envidiosa, raza de víboras. ¡Como si -ellos tuvieran tantas!</p> - - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">II</h3> -</div> - -<p>No sé si bien ó mal inspirado, don Evaristo -me convidó á comer antes de mi partida para -Buenos Aires. La reunión, muy íntima—estábamos -únicamente los tres,—fué, sin embargo, -casi tan ceremoniosa como nuestros primeros -encuentros con María en su casa. Sólo -Blanco demostraba ó afectaba buen humor, y -me invitó á que le escribiera dándole noticia -de mis primeros actos é impresiones, cosa que -le prometí.</p> - -<p>—Y usted, María, ¿me escribirá?—le pregunté.</p> - -<p>—Yo no sé escribir, Mauricio, pero siempre -acertaré á decirle si estamos buenos ó no. Cualquier -cosa que añadiera, podría hacerlo enojar.</p> - -<p>Esta alusión al final de nuestra última entrevista -me supo mal, pero sólo repliqué, tratando -de ser afectuoso:</p> - -<p>—Aunque sea una línea suya, me hará muy -feliz. Me permitirá esperar con calma que se -cumpla el plazo.</p> - -<p>—¡Ah!... ¡Falta tanto aún!... Ya pensará -en otra cosa...</p> - -<p>Ciego, no veía ó no quería ver que la niña -me estaba despidiendo, que desde mucho antes -había renunciado á su capricho de un minuto, -que yo no significaba nada para ella, y -<span class="pagenum"><a name="Page_263" id="Page_263">[263]</a></span> -que todos mis esfuerzos, todo mi amor propio, -toda mi pasión, se estrellarían contra su indiferencia. -Pero, también, que mantendría su palabra, -y que no se avenía á que se pisoteara su -orgullo con un desdén.</p> - -<p>—Y usted ¿pensará en «otra cosa»?—pregunté.</p> - -<p>—No, Mauricio, yo no tengo más que una -palabra... Lo dicho, dicho está. Y, escuche, -¿quiere? Deseo de veras, deseo con toda el alma, -que cuando el plazo se cumpla, podamos -darnos la mano... para toda la vida.</p> - -<p>—¡Ah! Esto me consuela de muchos malos -ratos... ¿Es decir que me quiere un poquito, -María?</p> - -<p>—Sí...</p> - -<p>La despedida fué más tierna de lo que yo -esperaba. Ambos nos conmovimos y quedamos -largo rato con las manos enlazadas. Llegué á -creer que la había vencido, conquistado para -siempre, y sentí honda satisfacción. Pero esto -duró poco. Á un saludo que le dirigí al llegar -á Buenos Aires, contestó con una fórmula corriente -de cortesía, y con esto quedó cortada -casi radicalmente nuestra correspondencia. Así -se explica que pensara poco en mi cuasi-novia, -en medio de las febriles disipaciones de la capital, -que, aun sin tener que concurrir á la Cámara, -no me hubieran dejado en aquel tiempo -ni un minuto para la meditación. Bailes, -tertulias, comidas, teatros, carreras, paseos, no -me permitían ni siquiera seguir mi vieja costumbre -de leer algunas horas, por la noche, en -cama, buscando la tranquilidad de los nervios -antes de dormirme. La noche me la consumían, -después del teatro, las partidas, las largas partidas -en el círculo, con los prohombres de la situación.</p> - -<p>No sé por qué se niega que el juego de naipes -<span class="pagenum"><a name="Page_264" id="Page_264">[264]</a></span> -tenga otro interés que el del dinero y se diga -que los que «cambian cartas es porque no saben -cambiar ideas». Yo le encuentro, entretanto, -mucho interés «moral» y hasta una grande -importancia, no por sus combinaciones y azares -en sí, sino por lo que desarrolla la facultad -de conocer á primera vista el carácter de los -hombres, y hasta adivinar sus pensamientos. -Más que cualquier otro, un jugador sabrá cuándo -una persona le miente y hasta qué punto llega -su mentira, y estoy cierto de que Facundo -Quiroga veía más esto por jugador que por gaucho. -Á mi juicio, todo político debe ser jugador—con -tal que no se dedique á juegos de simple -azar ni de pura destreza,—pues la práctica de -los naipes le dará dominio sobre sí mismo, facilidad -para improvisar ardides y subterfugios, -ojo clínico para descifrar caracteres, habilidad -para descubrir las tretas del adversario, y esa -serenidad que permite perder hasta la camisa -sin que nadie se entere, serenidad que en el -público versátil hace sobrevivir el prestigio á -las mayores derrotas, facilitando así el, de otro -modo, imposible desquite.</p> - -<p>¡Ay del político si el pueblo advierte que -está totalmente arruinado! Ése no volverá á -brillar, porque no le ha quedado ni un albur, -como al jugador sin plata y sin crédito, que no -puede apostar sobre palabra.</p> - -<p>Por otra parte, aquellas largas partidas eran -mucho más interesantes que las de mi club -provinciano, y no porque parecieran más animadas. -Por el contrario, eran correctas, casi -frías, sin las exclamaciones y los ternos que -solían salpicar las nuestras; pero en los intervalos -se cambiaban algunas ideas útiles, algunos -datos importantes, entre todos iba formándose -una especie de solidaridad, de complicidad, -y no faltaban, tampoco, las notas amenas. Una -<span class="pagenum"><a name="Page_265" id="Page_265">[265]</a></span> -noche, por ejemplo, extrañábamos la ausencia -del secretario de policía, gran punto que nos -tenía locos por su apasionada manera de jugar, -cuando lo vimos entrar como una tromba y sentarse -en su sitio acostumbrado, exclamando:</p> - -<p>—¡Llego tarde, porque vengo de sorprender -á unos jugadores!...</p> - -<p>Ni faltaba su poco de psicología, más ó menos -trasnochada. Uno de mis colegas de la Cámara, -sin darse ó dándose cuenta de que escupía -al cielo, me dijo cierta noche:</p> - -<p>—Mire, Herrera. Uno se sienta caballero -junto á un tapete verde; pero si permanece -mucho tiempo aquí, seguro que se levanta -siendo un pillo...</p> - -<p>—Ó un sonso—completé.</p> - -<p>Sin embargo, los «griegos» eran escasos en -nuestras reuniones, en las que no se hacían -«más trampas que las necesarias», como dicen -los prestidigitadores espirituales según la receta. -Varios hubo... Pero esto es tan general en el -mundo civilizado que no hay para qué entrar -en detalles.</p> - -<p>Algunas veces, al dejar la partida y salir á -la calle, la hora del alba sumergía el empedrado, -las aceras, las fachadas, en un baño de azul -tan intenso, que yo me quedaba absorto ante -aquella maravilla monocroma, mucho más sorprendente -al dejar la iluminación anaranjada -de los salones. Pero sólo un espectáculo excesivo -como éste podía llamarme la atención en el -enervamiento de la partida; las medias tintas, -los matices me dejan indiferente.</p> - -<p>Así también la vida de la ciudad, que sólo -podía detenerme en sus grandes manifestaciones, -y cuyos matices me escapaban, en la -preocupación de la importante partida que estaba -dispuesto á jugar, pero que no veía «armada» -<span class="pagenum"><a name="Page_266" id="Page_266">[266]</a></span> -en ninguna parte: la partida de mi porvenir.</p> - -<p>La iniciación era muy dura. Muchas veces -me eché á muerto, renunciando á abrirme camino -de las últimas á las primeras filas. ¡Era -tanta la competencia en todos los terrenos accesibles -para mí! Aun en el del servilismo. -Recuerdo el caso de aquellos dos personajes, -hombres de reconocido valer, que se precipitaron -á abrir la portezuela del carruaje, para el -Presidente que salía del Congreso. El que quedó -atrás, dijo al otro, irritado:</p> - -<p>—¡Adulón!</p> - -<p>Y su competidor triunfante, todavía doblado -en una gran reverencia, replicó:</p> - -<p>—¡Envidioso!</p> - -<p>Mi incipiente reputación oratoria no me bastaba, -faltándome las ocasiones de hablar sin -peligro y con brillo. Se debatían cuestiones demasiado -complejas, demasiado técnicas para -que pudieran lucir las lindas y sonoras frases -huecas de mi repertorio, y no me encontraba -con valor suficiente, por el momento, para emprender -el estudio á fondo de un asunto determinado, -tanto más cuanto que, desde nuestras -filas, los argumentos debían ser muy especiosos -y singularmente hábiles para que resultaran -admisibles. Toda la elocuencia parecía haberse -vuelto del lado de la oposición...</p> - -<p>Debatíame, pues, en la obscuridad, y más -que entonces, mucho más que entonces lo comprendo -ahora cuando, como fondo á mi individualidad, -trato de poner aquella decoración de -ciudad-emporio, y aquella época de delirio de -las grandezas. Desaparezco, no resulto yo, «pigmeizado», -y lo peor es que tampoco acierto á -dar la impresión de aquel pandemonium, de -aquel desenfreno de ambiciones y lujurias, sólo -regido por el egoísmo más feroz, y en el que -<span class="pagenum"><a name="Page_267" id="Page_267">[267]</a></span> -la gente solía entredevorarse acariciándose. -Así los «amigos» del Club, indiferentes en cuanto -se levantaban de la mesa...</p> - -<p>Pugnaba yo por abrirme paso en la alta política, -pero el destino, mi protector incomprendido -entonces, no lo permitió. Me guardaba para -después, no quería que me comprometiera. -¡Sabio destino! Él veía en el futuro que toda -aquella grandeza iba á caer derribada de un -soplo, y que sólo subsistirían, no los árboles -erguidos, sino el cepellón que crece mejor cuando -el bosque se aclara. Bien es cierto que, después, -si yo he crecido, muchos de aquellos árboles -tronchados han vuelto á retoñar. No hay -que quejarse. Sólo los muertos no vuelven.</p> - -<p>Perdóneseme esta digresión: es la última ó -una de las últimas, porque comprendo que, después -de tan larga caminata como hemos hecho -juntos, el lector, viendo ó creyendo ver próxima -la etapa final, me incita á no detenerme á -coger flores y contemplar el paisaje, sino á seguir -andando «derecho viejo», hasta el apetecido -descanso. Dejaré, pues, que los hechos se -expliquen por sí solos, tanto más cuanto que -pienso en la posible excelencia de unas memorias -escritas de ese modo desde la primera página. -Resultarían admirables quizá, pero no serían -«mis» memorias, pues tengo cierta cavilosidad -característica que me lleva á los análisis -minuciosos. Mas lo prometido es deuda. Vamos -á los hechos descarnados.</p> - -<p>Luis Ferrando, uno de mis camaradas del -Club, joven insignificante pero muy difundido -en los salones de la alta sociedad, me abordó -cierta noche diciéndome:</p> - -<p>—Usted, que es un verdadero orador, ¿no -sería capaz de hablar en una velada de caridad -que organizan las Amigas de los Pobres, una -<span class="pagenum"><a name="Page_268" id="Page_268">[268]</a></span> -sociedad formada por las señoras más distinguidas?...</p> - -<p>—Si ellas creen que puedo servirles...—contesté, -pensando que aquello me era conveniente.</p> - -<p>—Me han encargado, justamente, de que se -lo pida.</p> - -<p>—Entonces, no hay más que decir... Cuando -esas damas quieran.</p> - -<p>La fiesta resultó magnífica y en ella pronuncié -el más florido de mis discursos, como podrá -verse por el siguiente párrafo, que no era, ni -con mucho, el más deslumbrador:</p> - -<p>«Como la cascada que, saltando desde la altura, -deshecha en lluvia de colores, en avalancha -de piedras preciosas, fecunda todo el -alto monte y toda la campiña, desde la planta -aromática de la cumbre hasta la flor de la -falda, hasta la espiga del llano, hasta el árbol -corpulento y añoso que crece entre las grietas -del peñasco, así el sentimiento desbordante, -así la irisada caridad de la mujer argentina, baja -desde la cima excelsa en que es soberana, -hasta la hondonada obscura en que hormiguea -la humanidad doliente; y lo que arriba se llama -Gracia, abajo se llama Beneficencia. ¡Oh! -¡dadme, dadme vuestra limosna admirable como -único premio de mi vida! ¡Si soy un mendigo, -tendré por vosotras el pan cuotidiano; si -soy un luchador, tendré por vosotras dónde recuperar -los alientos perdidos; si soy un triunfador, -encontraré en vuestras manos la corona -de laurel; si soy un poeta, tendré en vuestros -ojos, cuando entone un sublime canto, la gota -diamantina de rocío, la gema incomparable que -no puede pagarse con todos los tesoros de la -tierra, de vuestros tiernos, de vuestros abnegados, -de vuestros preciosos sentimientos, emanación -única de Dios!»</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_269" id="Page_269">[269]</a></span></p> - -<p>Esto parecerá rebuscado, enfático, y á los -más exigentes hueco, ¡pero había que oirmelo -decir con mi voz sonora y musical, y mi ademán, -al propio tiempo, amplio, rítmico y dominador! -Un calofrío corrió por toda la sala, como -una ráfaga de viento en un trigal; las mujeres -lloraban, los hombres aplaudían á despellejarse -las manos. ¡Qué triunfo aquél!</p> - -<p>Al salir del teatro, en medio de los agasajos, -los apretones de manos, las felicitaciones entusiastas -que exteriorizaban mi triunfo, Ferrando -se me acercó en el vestíbulo, donde las damas -aguardaban sus carruajes mal cubriendo -con los abrigos todavía innecesarios dada la -estación, sus riquísimos trajes de soirée.</p> - -<p>—Un caballero y una señorita muy distinguida -acaban de pedirme que lo presente. Allí -están aguardando el coche, ¿quiere venir?</p> - -<p>—¿Quiénes son?</p> - -<p>—Don Estanislao Rozsahegy (pronunció Rosahegui) -y su hija Eulalia, una muchacha preciosa...</p> - -<p>Y mientras yo le decía «Vamos allá», él agregaba -aún:</p> - -<p>—La más rica heredera de Buenos Aires...</p> - - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">III</h3> -</div> - -<p>Soplaba el pampero, picante y vivaz, y bajo -mi sobretodo sentíame como un hombre nuevo, -más alegre y más resuelto que de costumbre, -para quien todas las empresas tenían que resultar -fáciles y gratas. Por el cielo azul cobalto, -transparente como una vidriera de colores, cruzaban -rápidas nubes blancas y cenicientas, caprichosamente -redondeadas, mientras que el -sol, velado por momentos, lanzaba en otros á -la tierra sus rayos cálidos aún, en una iluminación -<span class="pagenum"><a name="Page_270" id="Page_270">[270]</a></span> -de apoteosis. Bajé á buen paso por -las calles que el domingo dejaba desiertas y -vibrantes como una caja de resonancia, hasta la -vieja y miserable Estación Central, donde iba -á tomar el tren para Los Olivos. Don Estanislao -Rozsahegy me había invitado á una «garden-party»—la -última de la estación,—en su -magnífica quinta.</p> - -<p>Durante el viaje recapitulé, sacudido por el -traqueo del vagón, los preliminares de nuestra -naciente amistad. Después de la presentación -en el vestíbulo de la Ópera, me había abierto -su casa, y suplicado á Ferrando que me llevara -una noche, pues, de otro modo, yo sería «capaz -de no ir». Los había visitado una ó dos veces, -y digo «los», porque quien me atraía era Eulalia, -que, indiscutiblemente, había quedado -prendada del orador y del hombre, y que no -trataba de disimularlo. ¡Es tan grato verse querido!... -Aunque sea por la hija de don Estanislao -Rozsahegy, advenedizo enriquecido en el -comercio y la especulación, que comenzó su carrera -triunfal ejerciendo los oficios más bajos, -á quien todo el mundo adulaba y de quien todo -el mundo hablaba mal en su ausencia. Nadie -sabía, á ciencia cierta, cuál era el verdadero -punto de partida de su enorme fortuna, valorada -en muchos millones: unos decían que se -había «sacado una grande» en la lotería; otros -que Irma, su mujer—eslava ó teutona zafia é -ignorante que quién sabe qué habría hecho en -su primera juventud,—le llevó en dote unos -pocos miles de pesos; los menos afectaban sospechar -una procedencia poco honesta, si no -criminal, á los fondos con que inició su brillante -carrera de agiotista. Hablillas sin fundamento -quizá, y para cuya aclaración hubieran sido -necesarias las investigaciones más minuciosas, -porque en un cuarto de siglo de triunfos, los -<span class="pagenum"><a name="Page_271" id="Page_271">[271]</a></span> -testigos de los comienzos habrían desaparecido -ú olvidado. Lo incontestable era su riqueza, su -habilidad de banquero, su adivinación de especulador, -su acierto y su suerte de bolsista, que -le permitían aumentar sin tregua una fortuna -ingente ya. En cuanto á su físico y sus maneras, -sólo diré que era rechoncho sin ser obeso, -moreno y velludo, con la cabeza como una bola, -los ojos pequeños y maliciosos, negros como el -grueso bigote teñido que dominaba una nariz -chata y ancha, de grandes fosas bien abiertas, -como para olfatear mejor los negocios, brazos -cortos y manos gordas, enormes, peludas, de -dedos enanos y deformes—atractivos todos estos -complementados con ademanes bruscos é -irregulares, voz rotunda de bajo, franqueza afectada -hasta la vulgaridad si no la grosería, y -lenguaje incorrecto de hombre que nunca -aprendió gramática alguna, ni la de su país de -origen ni la de aquél en que había clavado definitivamente -su tienda.—Irma, su mujer, debió -ser hermosa cuando joven, pues aún le quedaban -algunos restos que la hacían parecer á la -Isabel Bas de Rembrandt, pero sin la extraordinaria -nobleza de esta gran dama de la burguesía -flamenca. Era, también, tosca y familiar -con todo el mundo, hasta extremos chocantes, -y hablaba en un inverosímil dialecto de -su exclusiva composición.</p> - -<p>En cambio, Eulalia era tan bonita como distinguida, -y lo parecía más junto á sus padres, -por contraste, como si éstos fueran zafios y grotescos -para que resaltara la delicadeza de su -fina persona, su frente clara y abovedada, sus -ojos profundos rodeados de una aureola obscura -que les daban un encanto dulce y luminoso, la -boca dibujada como una caricia, la nariz algo -larga, recta, la barbilla como la de un niño. -Y con esto unas manos de largos y admirables -<span class="pagenum"><a name="Page_272" id="Page_272">[272]</a></span> -dedos, una voz argentina, convincente y subyugadora, -que subrayaba siempre su linda, su -graciosa sonrisa de buen humor, y un cutis terso, -blanco, sin mancilla, ligeramente matizado -de rosa. Parecíame mucho más bonita que María -Blanco, sobre todo mucho más mujer y mucho -más niña. La otra iba rodeada de una aureola -de severidad, que la hacía como lejana é -intangible, y sus trajes modestos, casi austeros, -poco ó nada ceñidos á la moda, añadían á -la impresión de alejamiento que esto producía. -Eulalia, en cambio, siempre alegre, siempre -riente, conversadora y bromista, vestía trajes -elegantes, quizá demasiado ricos y vistosos para -su edad y su estado—pero, por otra parte, -ya se había perdido en el país la costumbre de -hacer que las jóvenes se vistieran sencillamente -y sin joyas hasta el día de su casamiento...—Puestas -ambas en parangón, y como mujeres, -no como Egerias, no cabe duda que el triunfo -correspondía á Eulalia.</p> - -<p>Me había encantado, pero no estaba enamorado -de ella como podría creerse: otras aventuras, -muy recientes aún, y con todo el atractivo -de la novedad, me absorbían entonces, y -mis relaciones con Laurentina de la Selva, la -viuda treintona codiciada por tantos y tan apetecible, -no eran un secreto para la parte de la -sociedad que frecuentábamos... ni para el resto -tampoco. Esta vinculación—sobre la que no insistiré -porque es innecesario—bastaba para distraerme -y hacerme rehuir ó postergar todo otro -devaneo, pues, en cuanto á la parte seria de la -vida, no abandonaba por estas consideraciones, -galanteos y flirts, mis proyectos matrimoniales -con la buena María.</p> - -<p>Llegué, en fin, á Olivos y á la quinta de -Rozsahegy donde, pese al fresco intempestivo -del día, numerosas parejas paseaban por los -<span class="pagenum"><a name="Page_273" id="Page_273">[273]</a></span> -jardines y se divertían animadamente en diversos -juegos, al son de una música discreta. -Eulalia debía estar atisbando, pues apenas llegué -salió alegremente á mi encuentro.</p> - -<p>—¡Bien venido! ¡Bien venido!—me decía -con una voz que parecía un canto, un arrullo, -un mimo.</p> - -<p>Casi podría tomarse aquello por una declaración, -si el infantil regocijo que caracterizaba á -Eulalia no explicase sus arrebatos, de todas -maneras inocentes.</p> - -<p>Ella misma me tomó el brazo é hizo que la -acompañara por el jardín, que recorría como -sus padres cuidando de que no faltara nada á -los invitados, y entretanto parloteaba como un -pájaro, me miraba sonriente con sus ojos grandes -é ingenuos, movía el cuerpo flexible con -gracia serpentina, agitaba las manos finas—sin -anillos que deslucieran su belleza en el errado -supuesto de llamar la atención—con ademanes -mesurados y curvilíneos que no eran seguramente -fruto del estudio, sino don natural. Hablamos -de arte, de música, de pintura, de letras... -Sin decir nada nuevo ni profundo, no -decía tampoco disparates; era educada, relativamente -instruída, había pasado algunos años -en un colegio de hermanas francesas, y luego el -roce social acabó de barnizarla. No criticaba á -sus padres, pero se veía que, en el fondo, hacía -comparaciones, y que este mismo análisis contribuía -á refinarla.</p> - -<p>Pasé, en suma, una tarde deliciosa, sin ocuparme -casi para nada del centenar de personas -más ó menos elegantes, ricas ó aristocráticas -que pululaban en el jardín y en los salones. -Apenas si había cambiado cuatro palabras con -Rozsahegy y con Irma. Pero esta última iba á -tratar de desquitarse. Y en efecto, cuando un -grupo numeroso pasó á tomar el té en el comedor, -<span class="pagenum"><a name="Page_274" id="Page_274">[274]</a></span> -la buena señora alzó de pronto la voz -y, encarándose conmigo, que estaba al otro extremo -de la mesa:</p> - -<p>—¡Herrera! ¿Por qué no nos repite el discurso?</p> - -<p>Eulalia se puso roja, y apenas acertó á murmurar: -«¡Mamá, por Dios!» Yo, sonriendo, -para no dar importancia al despropósito que ya -provocaba disimuladas pero irresistibles risas, -repliqué:</p> - -<p>—No es el momento, otra vez... Son ustedes -de una amabilidad tan exquisita y esta reunión -es tan agradable, que no hay que turbarla sino -con palabras de agradecimiento. Brindemos, -pues, por los dueños de casa.</p> - -<p>Eulalia me agradeció con una sonrisa y una -mirada en que se mezclaban la emoción y la -alegría. Creo que me consideró un héroe.</p> - -<p>Ferrando, que volvió conmigo en el tren, -me dijo en tono confidencial, probablemente -para quitarme las ganas:</p> - -<p>—La muchacha es un coquito, pero lo que es -el «gringo» no la larga á dos tirones... El que -la pretenda tiene que «hamacarse»... y ser muy -rico. ¡Es natural!... Un millonario como Rozsahegy...</p> - -<p>—Sin embargo, creo que usted no pierde la -esperanza—observé, riendo.</p> - -<p>—Sí, pero la chica «no las va» por ahora... -y los viejos tampoco... Veremos después... Lo -único que me da ánimo es que el «gringo» se -«pirra» por entrar de veras en la buena sociedad, -donde apenas si lo admiten de vez en cuando, -como de lástima, y eso sólo en las kermesses -y en las fiestas de caridad, en que la entrada -es libre para todo el mundo... Con mi nombre -y mi familia...</p> - -<p>Y desarrolló largamente el tema de su nobleza, -él, cuyo padre había sido mercero en la calle -<span class="pagenum"><a name="Page_275" id="Page_275">[275]</a></span> -Buen Orden, y cuyo abuelo fué remendón -ó sastre en la de Potosí, casi en el «barrio -del alto, donde llueve y no gotea»...</p> - -<p>Pero el dato me llamó la atención y me hizo -pensar: ¿Conque Rozsahegy y todos sus millones, -ambicionaban emparentar con una familia -patricia, para que sus nietos y su misma -hija obtuvieran «patente limpia» y no sufrieran -más tarde los desaires disimulados que él debía -olfatear necesariamente, pese á su tosquedad? -No era malo saberlo, y quién sabe si...</p> - -<p>Pero apenas bajamos del tren y nos fuímos -á comer en el Café de París, entonces en todo -su apogeo, olvidé á Eulalia, á los Rozsahegy, -y creo que aquella noche sólo conté dos ó tres -veces la salida de pie de banco de Irma pidiéndome -que repitiera mi discurso en su «garden-party».</p> - -<p>En casa me esperaba una cartita muy lacónica -de María Blanco, diciéndome que todos -estaban buenos y pidiendo noticias mías. «Hace -un siglo que no escribe, y eso no está bien.» -¡Eh! ya le escribiría cuando tuviera tiempo y -algo que decirle, algo referente á mis primeras -armas en Buenos Aires—no en sociedad, se -entiende—y á mis primeros triunfos. Me fastidió -que no me dijera nada de mi éxito en la -Ópera, aunque le hubiera mandado varios diarios -con sendos bombos y uno que publicaba -íntegra mi «magnífica pieza oratoria», como -decía el encabezamiento.</p> - -<p>Tenía muchos amigos en la prensa de todos -los colores, pues, desde el primer momento, -traté de propiciarme el «cuarto poder del Estado». -Pocos periodistas son venales entre nosotros, -pero ninguno, si no es un díscolo feroz, -deja de mostrarse sensible á las atenciones y -las lisonjas; otros, los menos, suelen ser candorosamente -parásitos, como los escritores del -<span class="pagenum"><a name="Page_276" id="Page_276">[276]</a></span> -siglo de oro, considerando su parasitismo como -un derecho. Y yo me esforzaba por estar bien -con todos.</p> - -<p>Los periodistas que me habían conquistado -más completamente, ó mejor dicho, que yo había -conquistado con mis amabilidades é invitaciones, -me demostraban á veces su afecto, exigiéndome -pretextos para hablar de mí y renovar -mis dos triunfos anteriores.</p> - -<p>—Es preciso hacer algo—repetían.—Si usted -no hace nada, nada se puede decir. Usted es -demasiado hombre para quedar empantanado -en las noticias sociales.</p> - -<p>—Pero, ¿qué he de hacer?—preguntaba yo.</p> - -<p>—Cualquier cosa. Escribir, hablar, dar conferencias.</p> - -<p>—¿Como el padre Jordán? No. Por ahora no -tengo nada que hacer, y me basta con figurar -en sociedad. Ya llegará el momento.</p> - -<p>Pero no dejaba de comprender que para salir -de la penumbra era necesario un esfuerzo, y -tanto es así que pensé en realizarlo. La época -estaba completamente entregada á las finanzas; -nunca se ha estudiado ni discutido más—en -ninguna parte del mundo—la economía política, -y nunca—en ninguna parte del mundo, -tampoco,—se han hecho más disparates económicos. -Juzgue, pues, que bien ó mal, para mi -estreno definitivo en la Cámara debía hablar de -hacienda pública, cosa que quizá facilitara mi -progreso en la carrera política. Para hacerlo, -busqué algunos tratados especiales, sin detenerme -mucho en ver si eran antiguos ó modernos, -y leí á salto de mata á algunos economistas, -entre otros á Paul Leroy-Beaulieu, á Juan -Bautista Say, á Adam Smith. En esto último -encontré lo que buscaba, aunque fuera libre -cambista rabioso. Sus opiniones sobre la fuerza -del trabajo y de la industria, me dieron pie para -<span class="pagenum"><a name="Page_277" id="Page_277">[277]</a></span> -demostrar que los argentinos debíamos ser -proteccionistas á todo trance, porque la industria -es la base de la riqueza, pero, ¿cómo tener -industria si las cosas nos vienen hechas del extranjero -y los productos nacionales no pueden -competir ni en calidad ni en precio? Ahorro lo -demás al lector, aunque con aquel discurso creyera, -entonces, que la crematística no tenía ya -secretos para mí, opinión en que me confirmaron -varios amigos á quienes leí mis borradores, -llenos de frases rotundas y deslumbradoras.</p> - -<p>—¡Eres el orador más brillante del país!</p> - -<p>—¡Todo un poeta! ¡Ni el mismo Guido te -iguala en la euritmia de las frases!</p> - -<p>—Sí, pero, ¿y el fondo? ¿qué me dicen ustedes -del fondo?</p> - -<p>—De eso yo no puedo hablar, pero... me -parece que está muy bien.</p> - -<p>—¡Ni Rivadavia, hermano, «créme»!</p> - -<p>Llegó el momento de dar á luz aquella pieza -histórica. Tratábase de conceder entrada libre, -sin derechos de aduana, á la maquinaria y el -alambre para una fábrica de clavos, así como la -excepción de todo impuesto nacional y municipal, -y la concesión de pasajes subsidiarios (gratuitos) -á los obreros que debían venir de Europa -á poner en movimiento aquella «nueva industria -argentina». Mis razones eran elocuentes... -Se me escuchó con agrado; algunos pasajes -produjeron efecto, hasta en la barra, que -ya comenzaba á ser decididamente opositora. -El proyecto pasó como era lógico. Varios colegas -me felicitaron. Pero en antesalas sorprendí -cuchicheos, en los que no desdeñaban tomar -parte algunos correligionarios de espíritu inquieto -y burlón. Y por todas partes me parecía -oir como un estribillo, como un zumbido -persistente y cargoso:</p> - -<p>—¿Qué ha dicho?</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_278" id="Page_278">[278]</a></span></p> - -<p>—¿Qué ha dicho?</p> - -<p>—¡Habla muy bien!</p> - -<p>—¡Lástima que no diga nada!</p> - -<p>—Decididamente—pensé,—aquí no estamos -en la Legislatura de mi provincia... Es preciso -no volver á meterse en... economías.</p> - -<p>Y luego, profundamente sorprendido, me -pregunté:</p> - -<p>—¿Pero de dónde salen sabiendo, todos estos -burros?... ¿Ó basta con que sepan dos ó -tres, para elevar el nivel científico de la Cámara?... -¡Eso ha de ser, pero es curioso!</p> - - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">IV</h3> -</div> - -<p>Esto me dió mucho que pensar, confirmándome -en mis primitivos temores de ver mi personalidad -anulada en Buenos Aires. Y la naciente -experiencia me planteaba este dilema -de hierro:</p> - -<p>Ó eres un hombre de verdadero valor, tienes -que conducirte como tal, y entonces verte probablemente -condenado al desdén si no á la -persecución, pues renunciarías á tus amigos actuales -sin conquistarte antes otros que te defendieran, -ó eres un hombre mediano que debe -contentarse con la medianía y aprovechar -las migajas sin provocar los grandes golpes de -fortuna, aguardándolos, por si llegan un día, -y conservando, entretanto, todos sus puntos de -apoyo.</p> - -<p>Tengo de lo uno y de lo otro, y caben en mi -cabeza las grandes ideas, aunque no me dé -por los grandes sacrificios, y soy, como el héroe -de Stendhal, capaz de disimular mi superioridad -en beneficio propio.</p> - -<p>Opté por esto último.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_279" id="Page_279">[279]</a></span></p> - -<p>Un gran orador, secundado por algunos opositores -de pelo en pecho, comenzó por aquel entonces -una terrible campaña contra el Gobierno, -tratando de demostrar que éste procedía ilegalmente -en no quiero recordar qué combinaciones -financieras importantes, sobre todo para -las provincias. Al propio tiempo, como movimiento -convergente, formábase un gran partido -con todos los elementos heterogéneos que no -comulgaban con la política oficial. Vi el abismo -abierto á nuestros pies, cuando todo el mundo -quería negarlo, pero me dije que el lado de los -dirigentes era y sería siempre... el lado de los -dirigentes. Los hombres de gobierno pueden -verse alejados pero no suprimidos de la escena—porque -forman una verdadera casta, una institución,—y -los Gobiernos se renuevan con -hombres que han gobernado ya, nunca, sino en -muy pequeña dosis, con hombres nuevos, que -no saben el mecanismo del poder. Comprendí, -pues, que para no caer definitivamente, sin remedio, -debía caer con los míos, y me aferré á la -defensa del Presidente y su política. Grité contra -aquel orador de cara de Nazareno, que hablaba -con voz aflautada de mujer, armoniosa á -veces, retumbante otras, y creo que, parodiando -á misia Gertrudis, hasta insinué que era mulato -y mal nacido... Esto no lo hacía en discursos—voluntaria -y radicalmente suprimidos,—sino -en simples interrupciones. Los correligionarios -me estimulaban, me agasajaban para -sacar las castañas del fuego con la mano del gato, -pero yo sentía el gran vacío de una posición -falsa, y de pronto cesé hasta en mis invectivas, -buscando también el silencio y el olvido. -Poco antes, algunos diarios me atacaban, tomándome -como pretexto para mesar las barbas -del Presidente en persona, y presentándome como -su vocero, como su alma condenada. Esto -<span class="pagenum"><a name="Page_280" id="Page_280">[280]</a></span> -me afligía y me torturaba, aunque en las calles, -en los clubs, en el Congreso y en el teatro, me -diera aires de Matamoros, y... al buen callar -llaman Sancho. El grande hombre de Los Sunchos, -el árbitro de la capital provinciana, era, -cada vez más, uno de tantos en la capital de la -República...</p> - -<p>Coen, el banquero, cuya mujer me hacía ojitos -en casa de Rozsahegy, y con quien había -hecho varias jugadas de Bolsa, me dijo un día:</p> - -<p>—Yo le aconsejaría, don Mauricio, que realizara. -Usted tiene algunos negocios, como el de -sus tierras, que pueden darle todavía magnífico -resultado. Si espera un tiempo más, es muy -posible que se vaya «al bombo». Realice y compre -oro para dentro de tres meses; pero compre -oro efectivo, no se contente con las diferencias, -porque si no se embromará. Esté cierto -de que va á quebrar medio mundo el día menos -pensado.</p> - -<p>—¡No embrome!—le dije, sonriendo.—Ésos -son cuentos para asustar á las viejas.</p> - -<p>Sin embargo, fuí á ver al Presidente y le hice -comprender en forma velada lo que había en -la atmósfera.</p> - -<p>—¡Bah! ésos son excesos de la oposición—me -dijo.—Y usted, ¿qué piensa hacer?</p> - -<p>—¿Yo? No mover un dedo. Sabiendo lo vinculado -que estoy á la situación, y por más insignificante -que sea, una maniobra temerosa -mía podría acelerar un pánico que nuestros adversarios -se esfuerzan en producir. Yo soy muy -amigo de mis amigos... y de mis protectores—agregué, -al ver que arrugaba el vanidoso entrecejo.</p> - -<p>—Haga lo que se le antoje. Y no se crea -que puede comprometer todavía la marcha del -país—dijo con sorna.</p> - -<p>—La oposición sabe exagerar, cuando le conviene. -<span class="pagenum"><a name="Page_281" id="Page_281">[281]</a></span> -Estoy seguro de que se fija en todo... -hasta en mí... Yo estoy á la baja...</p> - -<p>—Sí, es lo mejor. Pero no se preocupe. Son -«alaracas» de los opositores, nada más.</p> - -<p>Pepe Serna, el secretario particular del Presidente, -me dijo más tarde en el Club, que mi -actitud había complacido mucho al Presidente.</p> - -<p>—¡Poco me importa!—contesté.—Lo único -que quiero es demostrar carácter. Podría comprar -oro, realizar ahora mi fortunita y ser muy -rico; pero prefiero mirar al futuro y no hacer -pavadas que lo echen á perder. ¿Y «vos»?</p> - -<p>—Yo—contestó Pepe,—se lo debo todo al -«doctor»; soy consecuente, y tengo miedo de -dejar de serlo, porque entonces dejaría de estimarme -á mí mismo. ¡Como que si me estima -un poco todavía es sólo por eso!...</p> - -<p>Nos fuímos á comer juntos sin hablar más de -la cuestión, aunque ambos siguiéramos pensando -en ella. Alguien que comía en el mismo Café -de París, con otros amigos, un comprovinciano -muy al corriente de todos los chismes de nuestra -ciudad, me mandó con el «maitre d'hotel» -un diario de mi provincia, al margen del cual -había escrito con lápiz: «Hay noticias interesantes -para usted.»</p> - -<p>Busqué la noticia interesante, y fuera de la -habitual palabrería política no encontré nada. -Miré al comprovinciano, mostrándole el periódico -y encogiéndome de hombros, para indicarle -que aquello me importaba un bledo. Él sonrió, -me hizo con la mano señas de que esperase -y escribió en una tarjeta: «En la Crónica Social». -La noticia era ésta:</p> - -<blockquote> - -<p>«El doctor Pedro Vázquez ha pedido la mano -de la distinguida señorita María Blanco, -hija de don Evaristo Blanco, uno de los hombres -que en nuestra provincia, etc., etc...»</p></blockquote> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_282" id="Page_282">[282]</a></span></p> - -<p>¿Me puse pálido? Creo que sí, aunque no -puedo afirmarlo. Sé solamente que aquello, tan -previsto, sin embargo, me produjo una honda -sacudida, un profundo desgarramiento de -mi amor propio. El plazo no había vencido, -María no me había dicho nada, yo no había retirado -mi palabra, antes bien insistía aparentemente -en mi solicitud...</p> - -<p>—¿Qué tienes?—me preguntó Pepe Serna, -advirtiendo mi turbación.</p> - -<p>—¡Nada! Me acabo de acordar de que esta -misma noche debo ir á casa de Rozsahegy, y -me fastidia pensar que he estado á punto de -cometer una gran grosería. No puedo dejar de...</p> - -<p>—¿De ver á Eulalita, no?</p> - -<p>—¡Como lo dices! Precisamente, de ver á -Eulalia.</p> - -<p>Una vez más era juguete de las circunstancias -que, en lugar de perjudicarme, han sido -siempre mis abnegadas servidoras. Algunos, á -quienes suelo estorbar todavía, dicen que soy -un «oportunista». ¡Bah! Ése es un rótulo como -cualquier otro. La verdad es que siempre -he sabido amoldarme á la vida, aunque en mi -interior ardan todas las pasiones, convencido -de que la pasión sólo sirve para hacer disparates. -Y siempre he sido el hombre de las resoluciones -rápidas.</p> - -<p>—Pero algo te pasa—insistió Pepe.—El simple -propósito de hacer una visita no puede turbarte -así...</p> - -<p>—Mañana... ó pasado, lo sabrás... Tengo un -proyecto que ha de influir en todo el resto de -mi vida...</p> - -<p>—¿Ésas tenemos?—murmuró, adivinando.</p> - -<p>—Sí.</p> - -<p>Pagué la cuenta y salimos.</p> - -<p>Eran las diez cuando entré en el palacio de -Rozsahegy, la casa solariega de una vieja familia -<span class="pagenum"><a name="Page_283" id="Page_283">[283]</a></span> -de próceres, que el advenedizo había comprado -á fuerza de dinero para darse cierto barniz -«ladrillezco» de aristocracia.</p> - -<p>Había en el salón unas diez personas de clase -muy mezclada: dos jóvenes «conocidos»—Ferrando -y otro,—un político secundario, muy -mercachifle, con ínfulas de influyente; el banquero -Coen, con su mujer, rubia, miope y tierna, -figulina de Sajonia medio resquebrajada ya -pero siempre de colores chillones y como infantiles, -que me hacía una corte asidua é incondicional; -una señorita extranjera, con aires -de «demoiselle de compagnie» en reemplazo de -su señora; un sabio europeo venido á estudiar -no sé qué epizootia y á llevarse no sé cuántos -pesos; el dueño de casa, don Estanislao Rozsahegy, -su esposa Irma, con su idioma tan semejante -al alemán como al castellano, y la linda -Eulalia, que reunía en torno suyo á los dos -elegantes, la muñequita de porcelana barnizada -y la «demoiselle de compagnie», mientras -que el gran Rozsahegy acaparaba al político, al -banquero y á la germano-criolla, es decir la -parte seria de la sociedad.</p> - -<p>—¡Por fin sale usted del bosque!—exclamó -Eulalia con la libertad de ideas de las niñas -«de sociedad», acudiendo presurosa á recibirme, -con gran disgusto de los dos gomosos.</p> - -<p>—¿Del bosque, Eulalia, en pleno Buenos -Aires?</p> - -<p>—¿No dicen que los osos, insociables, viven -en los bosques? Y usted es un poquito oso, ¿no -es verdad? ¡Vaya! Deje á los viejos que hablan -de negocios y especulaciones sin ocuparse de los -muchachos, y véngase con nosotros...</p> - -<p>La alusión á la señora de la Selva había sido -clara, pero ni me di por entendido, ni ella insistió, -por buen gusto innato, aunque criada en<span class="pagenum"><a name="Page_284" id="Page_284">[284]</a></span> -un medio que no era cultivador de semejantes -matices.</p> - -<p>En el grupo juvenil, bullicioso, superficial y -entrometido, me encontré molesto, porque no -iba á mantener conversaciones generales: iba -en busca de algo decisivo, y necesitaba hablar -aparte con Eulalia. Buscaba el medio de alejarla -del grupo, cuando Rozsahegy me hizo -muy indirectamente el juego, llamándome.</p> - -<p>—La situación sólida, ¿usted cree?—preguntó -con aire de inocencia y de perplejidad, aunque -fuera un zorro viejo.</p> - -<p>—Sí, don Estanislao. Todo va bien. No hay -que hacer caso de la oposición. Su misma fiebre -lo demuestra. Son perros que ladran á la luna...</p> - -<p>—Muchos perros... Ese metin del Frontón...</p> - -<p>—¿Ha viajado por el campo? En las estancias, -en cuanto ladra un cuzco, todos los perros -desocupados se ponen á ladrar también, -sin saber por qué, y no muerden, porque no tienen -qué morder...</p> - -<p>—¡Oh!—dijo Coen, con aire misterioso.—La -Bolsa está intranquila...</p> - -<p>—¡Bah! contra los que juegan al alza están -los que juegan á la baja. Es una partida reñida, -pero jugarreta al fin.</p> - -<p>—La apuesta es la fortuna del país, no unos -cuantos pesos de los jugadores...</p> - -<p>—El país es demasiado rico para que eso pueda -comprometer su fortuna.</p> - -<p>—¡Hum! usted está muy confiado, muy confiado, -lo mismo que el Gobierno. ¿Qué hace el -Gobierno?</p> - -<p>—¡Pues, nada! ¡Provocar la baja! Y lo conseguirá. -¿Quién lucha, don Estanislao, contra -el poder y el dinero, el poder total, el dinero -inagotable?...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_285" id="Page_285">[285]</a></span></p> - -<p>—Sí, eso es muy importante—murmuró Rozsahegy, -sin convicción.</p> - -<p>—Papelitos impresos—murmuró Coen.</p> - -<p>—¡Oro! ¡El oro caerá en la Bolsa como el -maná en el desierto! El ministro lo ha prometido. -¡Será el maná, y los israelitas no se -morirán de hambre!...</p> - -<p>—Eso no dudo—insinuó Coen, burlón.</p> - -<p>—Y... eso, ¿usted tiene confianza, entonces?—preguntó -Rozsahegy con aire extremadamente -candoroso.</p> - -<p>—¡Absoluta!</p> - -<p>—Yo también—apoyó don Estanislao, entre -sonrisas indescifrables.—Yo también... por -ahora.</p> - -<p>Y llamó á Eulalia para decirla que hiciera -servir el té, poniéndola así á mi alcance fuera -de oídos indiscretos.</p> - -<p>Me acerqué á ella y entablé el coloquio proyectado.</p> - -<p>—¿Conque, soy un oso, no?</p> - -<p>—«Silvestre», sí, según se dice.</p> - -<p>—¡Vamos, Eulalia! Dejemos los árboles, y -yo le demostraré que soy, por el contrario, una -fiera domesticada. ¿No me cree usted capaz de -abandonar la arboricultora para dedicarme al -cultivo de las flores?</p> - -<p>—¿De qué flores?</p> - -<p>—De las más hermosas, las más gallardas, -las más perfumadas... Usted, por ejemplo.</p> - -<p>—¡Oh!—y el rubor le invadió las mejillas, -mientras que un ligero calofrío le corría de los -pies á la cabeza.</p> - -<p>—Ni el momento ni el sitio parecen oportunos, -Eulalia: pero, sin embargo, son favorables -para quien no puede aguardar más. Hace -mucho que tengo que decírselo: La quiero... Y -usted, ¿me quiere?</p> - -<p>Le clavé los ojos; ella no desvió los suyos, -<span class="pagenum"><a name="Page_286" id="Page_286">[286]</a></span> -humedecidos y vagos. Buscó el botón de la campanilla, -tras de su espalda, con la mano izquierda, -como para disimular su turbación, y -no pudo menos que tenderme la derecha, que -sentí trémula de emoción en la mía, seca y febril.</p> - -<p>—¿Está dicho?</p> - -<p>—Sí.</p> - -<p>Un lacayo apareció.</p> - -<p>—El té—dijo Eulalia, con voz temblorosa.—El -té en el comedor.</p> - -<p>—¿Por qué en el comedor?—preguntó Rozsahegy.—Aquí -estamos muy bien.</p> - -<p>—En el comedor, papá...—insistió Eulalia, -con ese acento profundamente persuasivo que -sólo saben encontrar las mujeres, y sobre todo -las muy jóvenes, mezcla de orden y de súplica.</p> - -<p>Rozsahegy no insistió, ni hubiera insistido -aun tratándose de cosas de mayor importancia; -en el trato social se dejaba guiar ciegamente -por su hija, confiando en su discreción y en su -cultura, él que no tenía el menor roce, y que -sólo sabía tratar con los hombres de negocios, -y sus empleados y peones.</p> - -<p>Entretanto, los dos grupos, interesados por -nuestro aparte, hacían converger sus miradas -hacia nosotros, lo que me demostró que nuestra -actitud no había sido tan disimulada como lo -esperábamos. Supongo que Eulalia haría la -misma observación, pero siguió á mi lado sin -dar importancia á la curiosidad que nos rodeaba.</p> - -<p>—¿Es cierto, Herrera? ¿Es cierto... Mauricio?...</p> - -<p>—¡Sí, Eulalia!</p> - -<p>—¡Oh! Si usted supiera cómo temía...</p> - -<p>—¡Y yo, Eulalia! ¡Cuánto desearía que estuviéramos -solos para decirle!...</p> - -<p>—Ahora... cuando entren á tomar el té.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_287" id="Page_287">[287]</a></span></p> - -<p>Mentira; no deseaba que estuviéramos solos. -Me sonreía, por el contrario, aquella declaración -en plena sociedad; ésta justificaba la falta -de arrebatos románticos y me permitía no buscar -frases y actitudes artificiales y dramáticas. -Me gustaba Eulalia, me había prendado desde -el primer momento, pero me era imposible encontrar -para ella frases arrebatadoras, explosiones -de pasión. Tras de la princesa de cuento de -hadas, veía los dos ogros que entibiaban mi -ardor, como una amenaza.</p> - -<p>Cuando los invitados pasaron al comedor, nos -quedamos un momento en la sala, desierta y -rutilante de luz. Muy ruborizada, con las manos -caídas, torturando el abanico de nácar, la -niña esperó.</p> - -<p>—¡Está usted deslumbradora esta noche!</p> - -<p>—No quisiera...</p> - -<p>—¿Por qué, mi Eulalia?</p> - -<p>—Porque lo deslumbrante no se ve.</p> - -<p>—¡Ah, coqueta! Y usted quiere ser vista...</p> - -<p>—Sí. Con todos mis defectos y todas mis -fealdades... para que después no venga el arrepentimiento.</p> - -<p>—Usted no tiene ni defectos ni fealdades...</p> - -<p>—Quizá sea que no se ven ahora...</p> - -<p>—Para mí no existen... No existirán nunca, -Eulalia.</p> - -<p>—¿De veras?—murmuró, casi burlona.</p> - -<p>—¡No se ría!... ¡La quiero con el alma!</p> - -<p>Se puso seria, muy seria, de una gravedad insólita -para decirme:</p> - -<p>—Yo también á usted... Pero me aflige pensar... -en la arboricultura y otras cosas.</p> - -<p>—¿Y usted puede creer?... Habladurías, malevolencias.</p> - -<p>Me miró sonriente esta vez, tranquila, vencedora, -y preguntó con intención:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_288" id="Page_288">[288]</a></span></p> - -<p>—No, pero... ¿Qué cree usted que pensaría -la mujer de César?</p> - -<p>—No colijo...</p> - -<p>—Pues... que César no debería ser sospechado, -él tampoco.</p> - -<p>La miré como haciéndola un montón de promesas -y juramentos, y, por fin, murmuré, decisivo:</p> - -<p>—Es preciso que me autorice...</p> - -<p>—¿Á qué, Mauricio?</p> - -<p>—Á pedirla á sus padres.</p> - -<p>Fijó en mí los ojos, tan vagos, tan empañados -que temí verla desmayarse.</p> - -<p>—Sí, Mauricio—murmuró apenas.</p> - -<p>Y el «Mauricio» sonaba en su boca como una -caricia de sus labios, porque ese nombre, mi -nombre, debía haber sido besado mil veces al -pasar por sus labios, aunque su estructura parezca -no prestarse al beso tanto como otras, -Pepe, por ejemplo, que son dos besos seguidos.</p> - -<p>—¡Pues, esta misma noche!—dije.—Mañana... -á más tardar...</p> - -<p>El grupo de los jóvenes, viendo que la montaña -no se acercaba á ellos, se acercó á la montaña, -saliendo del comedor. Fuí buen príncipe, -ayudando á formar la rueda y reanudando la -conversación general, de modo que Eulalia pudo -recobrar su sangre fría. La señora de Coen -me lanzó una indirecta como un mazazo:</p> - -<p>—¡No hay como la soledad para los idilios!</p> - -<p>—Oh, señora, cuando yo tenga un idilio, le -aseguro que estaré más y menos solo que hoy.</p> - -<p>—No entiendo...</p> - -<p>—¡Eh! así son los idilios... nadie los entiende, -sino el que los hace ó el que goza de ellos... -Los demás, cuando mucho, aciertan á echarlos -á perder, por indiscreción ó por... competencia.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_289" id="Page_289">[289]</a></span></p> - -<p>Se mordió los labios, y oí que se juraba en -silencio, vengarse de mi impertinencia.</p> - -<p>Al despedirme, pedí á Rozsahegy una entrevista -para el día siguiente.</p> - -<p>—Vaya á mi escritorio, á cualquiera hora.</p> - -<p>—No es cosa de negocios.</p> - -<p>—Entonces, aquí, de nueve á diez de la noche. -¿Le conviene?</p> - -<p>—¡Muchas gracias! Hasta mañana, don Estanislao.</p> - - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">V</h3> -</div> - -<p>Á la noche siguiente, y no sin haber vacilado -todo el día, me presenté en casa de Rozsahegy -para pedir la mano de Eulalia. Era un paso -comprometedor, al que me impulsaban el -deseo de vengarme de María ó más bien de -demostrarle que su indiferencia y su traición -eran, por lo menos, simultáneas con las mías, -y al propio tiempo los atractivos indiscutiblemente -seductores de la niña. Pero me fastidiaba -enajenar tan prematuramente la libertad, -y á no ser porque una gran fortuna facilitaría -mi rápida ascensión, convirtiéndome en un -hombre de verdadera importancia, mis cavilaciones -de aquel día me hubieran hecho volverme -atrás, y renunciar al casamiento, ó dejar, -por lo menos, las cosas pendientes.</p> - -<p>Rozsahegy me recibió sonriente y curioso en -el soberbio bufete lleno de libros vírgenes que -tenía en su palacio. Algo sospechaba de la naturaleza -de la entrevista, pues no le podía haber -pasado inadvertida nuestra intimidad con -Eulalia, pero no estaba seguro, porque ésta no -había querido hacerle confidencia alguna. Mostróse -benévolo, casi servil, como lo era con todos -los hombres de la situación que podía utilizar -<span class="pagenum"><a name="Page_290" id="Page_290">[290]</a></span> -como instrumentos. Yo, por mi parte, no -me anduve por las ramas.</p> - -<p>—Usted es todo un hombre—comencé,—y no -le gustan los rodeos.</p> - -<p>—Está claro. Al vino, vino. Es lo mecor.</p> - -<p>—Y cuando yo resuelvo algo, necesito realizarlo -inmediatamente.</p> - -<p>—Yo también. Es lo mecor.</p> - -<p>—Todos los hombres de acción somos así... -Ahora, lo que me trae, don Estanislao, no puede -ser más sencillo: Quiero á Eulalia, ella me -quiere, y vengo á pedirle su mano... Me parece...</p> - -<p>—¡Eh!—exclamó, interrumpiéndome.</p> - -<p>Abrió enormemente los ojos; un deslumbramiento -pasó por ellos... Lo había soñado, lo había -pensado, lo esperaba, pero aún le parecía -imposible. Me echó las enormes y velludas manos -sobre los hombros, me atrajo hacia sí como -si intentara besarme en la boca, y tartamudeó, -olvidado del castellano por la emoción:</p> - -<p>—<i lang="fr" xml:lang="fr">Donner! Donner!</i> ¡Qué bueno! Yo á mi -mujier diciendo... ¡Irma! ¡Irma!... <i lang="de" xml:lang="de">¡Kommen -Sie!</i></p> - -<p>Se había asomado á la puerta que da al vestíbulo, -y gritaba. La voz de la dama que acudía -corriendo, contestó desde el salón:</p> - -<p>—<i lang="en" xml:lang="en">Was ist d'los?</i></p> - -<p>No había acabado de entrar en el bufete, -cuando ya don Estanislao casi la alzaba en sus -cortos y forzudos brazos, gritando:</p> - -<p>—¡Todo hecho! Herera quiere casar con -Eulalia.</p> - -<p>—¿Y «echa» qui dice?—murmuró la pobre -mujer, como alelada.</p> - -<p>—Hay que preguntárselo, señora—dije, sonriendo, -á pesar de la gravedad interna de la situación.</p> - -<p>Y nuevos gritos:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_291" id="Page_291">[291]</a></span></p> - -<p>—¡Eulalia! ¡Eulalia! ¡Schnel! ¡Schnel!—apresúrate, -como si se tratara de un sueño que -pudiera desvanecerse de un momento á otro.</p> - -<p>Eulalia apareció, muy colorada, sabiendo lo -que se le iba á preguntar. Pero no vaciló y dió -su respuesta en firme:</p> - -<p>—¡Sí!</p> - -<p>Con un movimiento lleno de gracia tomó -entonces con la izquierda dos dedos de la mano -de su padre, y me tendió la diestra á mí, -mientras miraba mimosa y conmovida la redonda -cara plácida de Irma, á punto de llorar. -Después, desprendiéndose de ambos, corrió -á colgarse del cuello de la madre, y le cubrió -las mejillas de besos, que en parte me dedicaba, -sin duda.</p> - -<p>¡Qué contraste! De aquellos rudos y espinosos -troncos importados de qué sé yo qué comarcas -extranjeras, había brotado como por milagro -aquella suave y delicada flor criolla, como -de los torturados espinillos brotan en primavera -las aromas de oro, más sutiles, más finas y -más perfumadas que cualquier florescencia de -invernáculo.</p> - -<p>Irma, un instante después, me sometió, como -á una prueba masónica, á un concienzudo -abrazo, y me besó en ambas mejillas con verdadero -furor.</p> - -<p>Mi solicitud había sido aceptada, pues, no -sólo con benevolencia, sino con entusiasmo y -sin ninguna aparatosa formalidad. Eulalia y -yo nos acercamos, mientras «los viejos» se hablaban -aparte, y comenzamos una de esas gentiles -conversaciones que pueden compararse al -arrullo, porque las palabras no dicen nada, -mientras que la expresión lo dice todo... y muchas -otras cosas más.</p> - -<p>Nos interrumpió Rozsahegy, para decirnos -que, con Irma, habían resuelto dar una comida -<span class="pagenum"><a name="Page_292" id="Page_292">[292]</a></span> -á sus amigos más íntimos, para comunicarles -á los postres nuestro próximo casamiento. -La comida se celebraría dos días después.</p> - -<p>—Dentro de dos días, sin falta, don Estanislao—observé.—Tengo -que ir á mi provincia lo -más pronto posible.</p> - -<p>Dos días después, los salones de Rozsahegy -se hallaban llenos de gente. Á las ocho en punto, -un lacayo abrió de par en par las puertas -del comedor, donde estaba la mesa tendida, -con gran lujo de flores, de cristales y de vajilla -de plata. Entramos, dando el brazo á nuestras -parejas. La mía, en la circunstancia, era, naturalmente, -Irma. Sólo Rozsahegy se quedó -atrás, como haciéndonos la guardia, y fuímos -desfilando ante sus ojos relampagueantes de -orgullo, que parecían decirnos:</p> - -<p>—Miren ustedes cómo se hacen las cosas, y -digan después que soy un patán enriquecido... -Sí, yo, el antiguo peón, el «changador» miserable, -soy ahora un gran señor con mucho estilo, -y esos muebles principescos, y ese mantel -con encajes, y esa vajilla de plata—de plata legítima -y maciza,—y esas orquídeas maravillosas, -y esos cristales tallados, que parecen diamantes, -y esas porcelanas que son como pétalos -de flores, y esos frascos tallados en que los -licores y los vinos brillan como piedras preciosas, -como una cascada de piedras preciosas -que se derramara sobre el mantel, tan deslumbradoramente -blanco... todo eso y mucho más -es mío... Y mucho más; porque, si mi mano, -un poco torpe aún, volcara sobre la mesa el -Oporto de cincuenta años, como antes el chacolí -ó el espeso vino negro griego de las tabernas, -llamaría á mis lacayos y haría cambiar en -un momento la decoración, con más encajes, -y más plata, y más cristales, y más porcelanas, -y flores más hermosas, y todavía podría exclamar -<span class="pagenum"><a name="Page_293" id="Page_293">[293]</a></span> -con mi gruesa voz alegre:—«¡Rompa, -rompa, que está pago!»</p> - -<p>¡Y ningún orgullo semejante á aquél!</p> - -<p>Yo había dado, pues, el brazo á Irma, conduciéndola -á su asiento en una de las cabeceras -de la mesa, y fuí, menos Rozsahegy, el último -en ocupar su sitio. No habían puesto tarjetas -indicando la colocación de los convidados, y -Ferrando, no sé si distraído ó presuntuoso, quiso -sentarse junto á Eulalia. Irma, que vió esto, -corrió hacia él, le golpeó amistosamente el hombro, -y le dijo:</p> - -<p>—Permite, permite...</p> - -<p>Y cuando el otro se apartó, desconcertado, -me llamó á mí, indicándome la silla y diciendo:</p> - -<p>—Sienta... sienta aquí... Al lado novia.</p> - -<p>Tal fué el parte oficial de nuestro compromiso, -que aguó el probable discursito de Rozsahegy.</p> - -<p>Eulalia se moría de vergüenza... y yo también, -porque jamás me he visto en una situación -más ridícula, situación que hubiera sido -intolerable, sin el desconcierto del infeliz Ferrando, -que no sabía lo que le pasaba ni cómo -debía tomar semejante salida. Lo miré, y unas -atroces ganas de reir me asaltaron de pronto, -haciéndome olvidar mi propia desventura. Ferrando, -ciego, buscaba dónde sentarse, tropezaba -con muebles y personas, sin comprender -que nadie le observaba sino yo y la señora de -Coen, y pensaba evidentemente en marcharse -á la francesa, como gato escaldado, cuando ésta -última, compadecida ó resuelta á consolarse -con él de mi indiferencia, lo llamó junto á su -redonda persona, á sus ojillos miopes y parpadeantes, -á su traje de colores deslumbradores, -á sus manos regordetas anquilosadas por los -anillos, á su descote en que los brillantes parecían -<span class="pagenum"><a name="Page_294" id="Page_294">[294]</a></span> -agua de manantial en la sima de un profundo -barranco.</p> - -<p>Y, á los postres, la voz de Rozsahegy retumbó -como un trueno, haciendo retemblar hasta -aquellos mismos peñascos de carne:</p> - -<p>—¡Traiga champaña! ¡Ahora tenemos que -brindar por los novios: mi hica Eulalia y don -Mauricio Comes Herera!</p> - -<p>¡Oh, manes de mis antepasados! ¡Qué satisfechos -debisteis sentiros en aquel momento! -Y, al fin y al cabo, ¿por qué no? Si no entonces, -lo habréis estado más tarde, al ver unida -á la fuerza del conquistador que ante nada se -detiene, esa otra fuerza más pura y distinguida -que proviene de vosotros...</p> - -<p>No hay que buscar tres pies al gato en nuestra -plebeya aristocracia, donde, salvo algunos, -todos tenemos abuelos mercaderes ó artesanos. -Y nuestros antepasados más nobles no se quejan. -Ellos mismos lo han dicho en sus declaraciones -doctrinarias: todos somos iguales, y un -detalle de educación no es cosa que pueda conmover -sus huesos en la gloriosa tumba... Además, -Eulalia hubiera podido ser en sus tiempos, -como lo es hoy, una gran señora, porque como -vosotros, ¡oh, abuelos míos!, hijos de europeos -también, nació en esta tierra de belleza y de -intuición...</p> - -<p>En suma, cuando brindamos, eran ya las -doce de la noche, porque el «menú» había -sido desbordante. Una taza de café ó de té, -enormes cigarros habanos, licores, más champaña -para los que lo deseaban—Coen, el -político influyente, Ferrando, el otro «high-life», -varios jovenzuelos;—bombones para las -niñas; monadas de madama Coen, dirigidas ya -abiertamente á Ferrando, con abandono de mi -humilde persona; una ó dos frases pseudo amables, -pero bien perversas, de la «demoiselle de -<span class="pagenum"><a name="Page_295" id="Page_295">[295]</a></span> -compagnie», sobre la demoníaca maldad de los -hombres y lo inane de las riquezas; lagrimitas -de mamá Irma; rubores y balbuceos de Eulalia; -risotadas jubilosas de Rozsahegy; cálculos -tele-futuros de Coen—vidente de lo que yo podría -ser con mi nombre y con «nuestra» fortuna -al cabo de diez años,—sonrisas entendidas -de los mundanos, comentando el chisme sensacional -que yo les proporcionaba inesperadamente -para el club y las tertulias medianochescas -de Matilde y la Calandraca, puntos de reunión -en aquel tiempo de lo más granado de la sociedad -oficial, militares y paisanos; continuos -paseos de los sirvientes de librea, ofreciendo vinos, -refrescos, helados, sandwichs y bombones -á los comensales de un patrón que fué quizá su -camarada; un poco de música, unas vueltas de -vals...</p> - -<p>Se marcharon, al fin, todos aparentemente -contentos, excepto la «demoiselle de compagnie», -más que nunca deseosa de ser actriz y no -espectadora; los elegantes que hacían el inventario -de la fortuna de Rozsahegy; el político -sin prestigio que hubiera dado generosamente -esta negación á cambio de los millones rozsaheguianos; -la mujer de Coen, que había debido -cambiar el programa y postergar la data -de sus deseados estudios psicológicos; algunos -otros... y nadie más, porque ya el resto era de -la «familia», salvo Coen, quien, al fin y al cabo, -«sabía» que «sabía» sacar provecho de todas -las circunstancias.</p> - -<p>El «tête à tête» con Eulalia que siguió á la -fiesta fué encantador, pero corto. Aquella virgen -de Andrea del Sarto me arrebataba, y hasta -me hacía olvidar, en esos minutos, que al -pedir su mano sólo había obedecido á un rapto -de despecho, á un impulso de orgullo satánico. -Estaba enamorada de mí, y nada embriaga -<span class="pagenum"><a name="Page_296" id="Page_296">[296]</a></span> -tanto á un hombre como verse querido incondicionalmente. -Es como si tomara á grandes -copas el más capitoso de los licores. ¡Ah, si -María!...</p> - -<p>—¿Cuándo piensa usted casarse?—me preguntó -Rozsahegy, acercándoseme.</p> - -<p>—Lo más pronto posible, don Estanislao.</p> - -<p>—También á mí me gusta. Eulalia es rica, -más rica que usted (no lo digo por mal), porque... -Venga un poco aquí y le diré.</p> - -<p>Me tomó aparte, y continuó:</p> - -<p>—Porque usted tiene...</p> - -<p>Y me dejó boquiabierto, presentándome de -memoria un inventario de mi fortuna, que yo -mismo hubiera sido incapaz de hacer, ni aun -tomándome dos meses de tiempo para buscar -los datos y ordenar los papeles. Total, realizando -en aquel momento, mi capital ascendería, -por lo menos, á un millón seiscientos ó setecientos -mil nacionales. Ahora bien, habría que -rebajar la deuda á los bancos (pero ésta no era -de preocuparse), y considerar que yo no tenía -renta alguna, sino el simple aumento por la especulación. -Pero eso no importaba. Eulalia tenía -rentas de sobra, y yo, con «dejar dormir» -mis propiedades, me despertaría una mañana -poderoso.</p> - -<p>—«¡Déquese estar! ¡déquese estar!»—me repetía -Rozsahegy, sonriendo con su ancha cara -rojiza y bigotuda de mozo de cordel.—En este -país, para ganar plata, lo mejor es no hacer -nada, nada, nada, sino esperar las gangas. Para -hacerse rico «trabacando», hay que ser muy -vivo y no tener «sonserías».</p> - -<p>Divertido, y, al propio tiempo, vejado por esto, -quise poner término á los desarrollos económicos -de mi suegro futuro, diciéndole:</p> - -<p>—¡Pero don Estanislao! Si me caso con Eulalia -es sencillamente porque la quiero, no por -<span class="pagenum"><a name="Page_297" id="Page_297">[297]</a></span> -otra cosa. Es la niña más bonita y más espiritual -de Buenos Aires.</p> - -<p>—Eulalia Cómez Herera—exclamó sentenciosamente -el viejo,—es una cosa. Pero si Eulalia -Cómez Herera no tuviera más que lo que -tiene el marido, sería otra cosa. Eulalia Cómez -Herera, hija de Rozsahegy, es una gran persona, -y el marido también, y el padre también.</p> - -<p>—¡Oh, sí!—exclamó Irma, corriendo otra -vez á abrazarme.</p> - -<p>Eulalia se moría de vergüenza y de amor. -Yo tenía unas ganas locas de echarme á reir. -Pero besé á Eulalia en la frente, abracé á la -suegra, estreché la ancha y velluda pata sudorosa -de Rozsahegy y me despedí, diciendo:</p> - -<p>—Mañana salgo para mi provincia. Allí estaré -dos ó tres días, nada más. Entretanto, comenzarán -á hacerse todos los preparativos para -el casamiento.</p> - -<p>—¡Se va!—exclamó Eulalia, como si obscureciera -de repente.</p> - -<p>—Pero escribiré, querida—le dije al oído.—Si -me voy, es precisamente para que seamos felices -más pronto...</p> - -<p>Cuando me marché, parecióme que aquel palacio -olía á grosera felicidad, como un local dudoso, -donde se hubiera desarrollado una fiesta -rayana en orgía. Eulalia era allí como una flor -olvidada que se agotaba en la atmósfera caliginosa.</p> - - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">VI</h3> -</div> - -<p>¡Golpe por golpe! Las circunstancias me -permitían vengarme sin sufrir, más que sin -sufrir, ganando en cambio. ¡María!... ¡Vázquez!... -¡La cara que iban á poner en cuanto -<span class="pagenum"><a name="Page_298" id="Page_298">[298]</a></span> -supieran que, conquistando una de las mujeres -más hermosas de Buenos Aires, conquistaba, -también, una fortuna que me ponía fuera de -todo parangón: Mauricio Gómez Herrera, gran -familia, gran posición, gran talento, gran fortuna!, -¡todo! ¡Oh, circunstancias, amigas mías! -¡oh, santo oportunismo, oh, propicia fatalidad, -que llevas de la mano hacia todos los triunfos y -todas las cumbres á los elegidos de tu capricho!... -¡Y la venganza!...</p> - -<p>Sin embargo, la mañana siguiente me trajo -un rato de malhumor. Eran las once, cuando -mi «valet de pied» se atrevió á despertarme -con una serie de discretos golpecitos á la puerta -de mi dormitorio.</p> - -<p>—Una señora espera en la sala...</p> - -<p>—¡Imbécil! ¿no te he mandado que me dejaras -dormir?</p> - -<p>—Son las once, señor, y don Marto me ha -dicho que podía despertarlo.</p> - -<p>—¡Ah, bueno! ¿Quién es?</p> - -<p>—Una señora. No ha dicho su nombre.</p> - -<p>¡Tantas señoras!... ¿Un sablazo matutino? -¡Bah! «Noblesse oblige».</p> - -<p>Sobre el pyjama me puse la «robe de chambre», -y me dirigí serenamente á la sala, seguro -de que el sablazo más feroz no podría interesar -sino la superficie de mi coraza, reforzada por -Rozsahegy.</p> - -<p>¿Quién es? No la conozco. Porte distinguido, -ojos negros y severos, traje elegantemente cortado, -sombrero de buena marca, ni una alhaja, -nada que choque al gusto más refinado.</p> - -<p>—Señora... usted disculpará; pero, por no -hacerla esperar... ¿Á quién tengo el honor?...</p> - -<p>Se había puesto de pie al verme entrar, con -una actitud desconcertada, como si sólo esperara -mi presencia para marcharse, más que como -demostración de respetuosa cortedad.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_299" id="Page_299">[299]</a></span></p> - -<p>—He vacilado mucho antes de venir—murmuró,—y -ahora veo que tenía razón en vacilar, -puesto que ni siquiera me conoce.</p> - -<p>El ceceo me la reveló.</p> - -<p>—¡Teresa!—exclamé, atolondrado, sin acertar -á moverme ni á decir más.</p> - -<p>—Sí, Teresa Rivas... Era mi deber hablar -una vez siquiera con usted, Mauricio, y por eso -vengo. Hay en mi casa una criatura que ya va -á ser un hombre, mi hijo, que tiene derecho á -preguntarme quién es su padre... Se llama Mauricio -Rivas, y es un muchacho inteligente y -bueno, trabajador, y más noble...</p> - -<p>Yo callaba. Teresa se interrumpió para continuar -en seguida, con un esfuerzo, conmovida -hasta las lágrimas:</p> - -<p>—Ese niño, ese jovencito, está al abrigo de -la necesidad, ha recibido una excelente educación, -porque su madre no es ya una campesina -tosca é ignorante, y puede emprender cualquier -carrera, aspirar á cualquier situación... -con tal que la sociedad no le cierre sus puertas... -Ese niño no tiene padre.</p> - -<p>Yo estaba en ascuas. La inesperada escena, -descabelladamente romántica, me ponía fuera -de mí. Ganas me daban de tomar á aquella -mujer por la cintura y ponerla sin ceremonia -en la puerta de calle. ¡Caramba! ¡Y qué complemento -á la comedia idiota de casa de Rozsahegy!</p> - -<p>—Ese niño no tiene padre—continuaba diciendo -Teresa, balbuciente,—y este defecto le -hará tropezar con gravísimas, con quizá insuperables -dificultades, aunque sea relativamente -rico, porque, por más que se diga, en nuestro -país el dinero no es todavía el todo. Por eso, -como usted, Mauricio, es su... amigo más cercano, -he venido á preguntarle—¡oh, sin segunda -intención, sin exigencia alguna!:—Mauricio, -<span class="pagenum"><a name="Page_300" id="Page_300">[300]</a></span> -¿qué puede usted hacer por esa infeliz criatura?</p> - -<p>¿De qué modo resolver esta peripecia, como -la llamaría un dramaturgo? Miré á las paredes, -á las puertas, invoqué al rayo, la presencia -de cualquier persona, amiga ó enemiga, pensé -hasta en el suicidio, todo me pareció preferible -á aquella situación tremenda por lo insólita -é inconducente...</p> - -<p>¡Oh, destino! ¡oh, fatalidad! ¿Por qué las -cosas de la vida se amontonan en un instante -dado, formando lo que los novelistas, poetas y -comediógrafos llaman el nudo? ¡María, Eulalia, -ahora Teresa! ¡Todo de golpe! ¿Ó todo -esto existía antes, y el <em>nudo</em> no es más que una -visión más aguda y sintética de lo que viene sucediendo -y ha estado anudado siempre? ¡Por -los clavos de Cristo! ¿Cómo resolver esta maldita -peripecia, sin rebajarla hasta lo innoble? -Yo no sé lo que imaginaría un novelista, dado -el problema psicológico. Lo único que puedo -exponer es lo que hice, dejándome inspirar, -sencillamente, por mi instinto de conservación.</p> - -<p>—Tenga usted confianza... Siéntese... Conversemos—dije.</p> - -<p>Se sentó, automáticamente.</p> - -<p>—Debe estar hecho todo un hombre... Y -buen mozo, ¿eh?... ¿Cómo se llama?...</p> - -<p>—Ya dije... Mauricio... Mauricio, como... -como su padre.</p> - -<p>—¡Ah!</p> - -<p>Y luego, bajando cabeza y brazos hacia el -suelo, como en el colmo de la desolación, agregué:</p> - -<p>—Puedes... puede usted estar segura, señora, -de que ese niño tendrá siempre en mí el más -resuelto, el más abnegado de los protectores -y de los amigos... Será para mí... como un hijo -<span class="pagenum"><a name="Page_301" id="Page_301">[301]</a></span> -adoptivo... ¡Oh, Teresa!... ¿Y puedes... y -puede usted haberlo puesto en duda?...</p> - -<p>—No se trata de eso, Mauricio—dijo, dolorosa.—Lo -único que el niño necesita es un apellido -legítimo y el honor de su madre... ¡Oh, -no se espante! ¡Usted se equivoca mucho al -suponerse, ni por un momento, en una situación -sin salida, ó, por lo menos, difícil de resolver!... -¡Nada más fácil, por el contrario! -Aquella pobre Teresa Rivas de Los Sunchos, -tan ingenua, ha cedido su puesto á la mujer experimentada -que Mauricio Gómez Herrera la -invitó á ser para que fuera digna de él... Esta -nueva encarnación no pide nada para ella, vuelta -ya de su engaño, pero tiene un hijo y viene -á preguntarle: Mauricio, ¿qué va usted á -hacer por esa infeliz criatura?... ¿Nada?... -¿Nada?...</p> - -<p>Me quedé silencioso, aterrado. Ella calló, -también, medio minuto, impávida, mirándome -con sus olímpicos ojos de ternera.</p> - -<p>—Esto no es una tentativa de «chantage», -Mauricio, ni un arrebato de sentimentalismo -malsano. Lo vengo pensando hace mucho, y -creyéndolo mi estricto deber y recordando sus -promesas, he querido, por primera y última -vez, ponerlo frente á frente á su deber, al suyo, -sin imponerle que lo cumpla. Puedo hacerlo -ahora, mientras es todavía tiempo, mientras el -niño no entre de lleno en la vida... pero ni reclamo -ni impongo nada...</p> - -<p>—No sé cómo...—murmuré, dándome aires -de irritación.</p> - -<p>—¿Es cierto, entonces, el rumor que ha llegado -á mis oídos? ¿Se casa usted con María -Blanco?</p> - -<p>—¿Con María Blanco? ¡No!</p> - -<p>—Importa poco... Será con ella, con otra, ó -no será... Lo que yo tenía que hacer está hecho... -<span class="pagenum"><a name="Page_302" id="Page_302">[302]</a></span> -No puedo suplicarle, no puedo llorar... -Ya supondrá usted todas las súplicas que formulé, -todas las amargas lágrimas que he derramado -en estos años tan largos... inacabables... -Pero comprendo que mi actitud lo sorprende -y lo hiere... No me conteste por el momento, -no... Yo también he tenido que meditar -mucho antes de dar este paso... Aquí tiene -usted mis señas... Hable á su conciencia, ella le -dirá... Y yo esperaré su palabra, que vendrá, ó -no... Adiós, Mauricio...</p> - -<p>Dejó su tarjeta sobre un velador, hizo un -movimiento como para acercarse á mí, pero se -contuvo, y, muy digna, salió paso á paso del -salón.</p> - -<p>Juraría que nadie creerá lo que pensé mientras, -petrificado, miraba alejarse para siempre -á la nueva Teresa. Y lo que pensaba era, sencillamente:</p> - -<p>—¡Parece mentira que de aquello haya salido -esto! Si me hubieran dicho que la cándida y -vulgar Teresa... ¡Decididamente, éste es un -gran país!...</p> - -<p>Pero, acto continuo, volví al sentimiento de -la situación. Había sido ridículo y de una pobreza -inverosímil de recursos. ¡No encontrar -nada, nada, nada que contestarle! ¡No acertar -con nada, sino con una irritación absurda, una -cólera terrible, mortífera quizá, que sólo había -podido dominar lo que se llama «educación», -que no es sino una autodomesticación -de la fiera!... ¡Y ella, que no me había dado -ni el más mínimo pretexto para el estallido, -para el estallido salvador que hubiera convertido -en trágica ó siquiera dramática aquella escena -tan profundamente ridícula!...</p> - -<p>—¡Manuel! ¡Manuel! ¡Manuel!</p> - -<p>Azorado, el gallego asomó su hocico á la puerta -de la sala.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_303" id="Page_303">[303]</a></span></p> - -<p>—¿Has hecho mis maletas?</p> - -<p>—Todavía no, señorito... El almuerzo...</p> - -<p>—¡Imbécil, torpe! ¿No te he dicho que hicieras -mis valijas?</p> - -<p>Desapareció á tiempo, pues mi puntapié hizo -que la hoja de la puerta le golpeara las espaldas. -Y, enervado por aquel arrebato demente -é inútil, me senté en un sofá, mordiéndome los -puños, me levanté, hice pedazos la tarjeta, sin -leerla, corrí como un loco alrededor de la sala, -dando puñetazos á los muebles, y de repente -me calmé, me eché á reir, y fuí á vestirme, -completamente tranquilo, repitiendo un refrán -que don Fernando Gómez Herrera, mi señor -padre, solía decir á menudo: «Lo que no tiene -remedio, remediado está».</p> - - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">VII</h3> -</div> - -<p>Dos horas después, en el tren que me conducía -á mi provincia, pensaba en aquella nueva -Teresa que era como el símbolo de toda la -perfectibilidad de nuestra raza, y me repetía:</p> - -<p>—¡Si uno pudiese saber á tiempo!</p> - -<p>Pero ¡bah! nunca se puede desandar lo andado -ni desvivir lo vivido. ¿No obraban los demás, -conmigo, con igual desparpajo? María, por -ejemplo... ¡Vaya! ¡en la guerra, como en la -guerra! No hay otro remedio que el de amoldarse -á las circunstancias, y entre varios males -elegir el menor... cuando se puede elegir.</p> - -<p>¡Extrañas antinomias! ¿Quién explicará jamás -que, en mi fatalismo, no hiciera yo aquel -viaje sino para representar ante María Blanco -una escena análoga, sino igual á la que Teresa -Rivas acababa de representar ante mí? ¿No -iba, únicamente, á echarle en cara su falta de -palabra, y á afirmar mi superioridad de varón -<span class="pagenum"><a name="Page_304" id="Page_304">[304]</a></span> -declarándole que yo había faltado antes, al comprometerme -con Eulalia Rozsahegy?</p> - -<p>Hoy creo que nunca he hecho una serie más -larga y disparatada de locuras, y tanto me escuece -este recuerdo, que nunca lo escribiré en -toda su amplitud. Me había cegado el éxito de -todas mis empresas, y mi orgullo crecía tanto -más cuanto que, en la realidad, era más mediana -mi situación intelectual, social y moral -en Buenos Aires. Instintivamente sentía, pese -á las adulaciones y los triunfos visibles, que se -me hacía poco caso, quizá menos del que yo -merecía en realidad, porque, al fin y al cabo, -modestia aparte, estoy bastante arriba del término -medio de mis contemporáneos. Esto explica -bien naturalmente la exasperación de mi -amor propio...</p> - -<p>Caí como una bomba en casa de Blanco. Era -por la tarde. En la vasta sala en que parecían -naufragar los viejos y pesados muebles provincianos, -sentada junto á la ventana, y bordando -un pañuelo, estaba María. Frente á ella, un -hombre: Vázquez.</p> - -<p>Sentí que toda la sangre se me subía á la cabeza, -pero haciendo un titánico esfuerzo, me -dominé, y con risa sardónica acerquéme á la -joven, haciendo como que no veía á Vázquez, -tranquilo y grave, y sin ver en realidad al viejo -Blanco, que estaba en la sombra.</p> - -<p>—¡Mauricio!—exclamó María con un tono -de cándida satisfacción que me sorprendió.</p> - -<p>—En persona—dije, inclinándome con exagerada -reverencia.—Ardía en deseos de saludarla, -señorita.</p> - -<p>Y girando rápidamente sobre mis talones, -me volví á Vázquez y dije, provocativo:</p> - -<p>—¡Y á ti también!</p> - -<p>Entonces vi á don Evaristo que acababa de -ponerse de pie y me tendía afectuosamente la -<span class="pagenum"><a name="Page_305" id="Page_305">[305]</a></span> -mano. Esto me desconcertó un poco, retardando -la explosión de mi rabia.</p> - -<p>—Señor Blanco...</p> - -<p>Hubo un silencio, porque todos sentíamos -que la situación era violenta y tempestuosa. En -este corto intervalo cobré bríos, y dije:</p> - -<p>—He querido venir personalmente á anunciarles -mi próximo enlace con Eulalia Rozsahegy, -una de las...</p> - -<p>Tres exclamaciones, dos de sorpresa, una de -angustia, me interrumpieron. Vi que María se -había puesto intensamente pálida y que estaba -á punto de desmayarse. Los dos hombres, mudos, -la miraban y me miraban, inmóviles en -su sitio.</p> - -<p>De pronto, María Blanco se levantó, de -una pieza, como si fuese de acero, dió un paso -hacia mí, pálida mortal, me miró á los ojos, -dijo con esfuerzo «Muchas felicidades», y salió -como una sonámbula.</p> - -<p>Don Evaristo se lanzó hacia mí, pero Pedro -lo detuvo, me asió del brazo y me sacó de la -sala, diciendo al viejo:</p> - -<p>—Deje usted... Todo esto se arreglará... se -arreglará...</p> - -<p>Cuando estuvimos en la calle:</p> - -<p>—¿Qué has hecho?—me preguntó.</p> - -<p>—Mi deber. He leído la noticia.</p> - -<p>—Es una infamia, un chisme de aldea, una -calumnia para enfurecerte y hacer daño á María. -¿No has recibido su carta?</p> - -<p>—¡No! ¿Pretendes reirte de mí?</p> - -<p>—¡Mauricio! ¡Esto es una desgracia! ¡Esto -es un infortunio causado por una perfidia! -Yo te juro, te juro que hasta hoy no había vuelto -á poner los pies en esta casa. Han jugado -conmigo, contigo, con María, ¡pobre María! -¡Si me has encontrado hoy allí, es porque he -venido de Los Sunchos, donde estaba, á buscar -<span class="pagenum"><a name="Page_306" id="Page_306">[306]</a></span> -el modo de castigar esa infamia y evitar sus -desastrosos efectos! Créeme ó no me creas; no -te doy explicaciones; no hago sino decirte la -verdad. Es una canallada sin nombre, de las -que sólo se ven en estas sociedades inorgánicas, -donde los espíritus maléficos encuentran terreno -propicio para sus hazañas. Al chisme se -agrega ahora, gracias á los periodicuchos inmundos, -la noticia, inocente en apariencia, pero -cargada de veneno. ¿Te callas? ¿no me dices -nada?</p> - -<p>—Ya es tarde—repliqué.—Te creo, pero ya -es tarde.</p> - -<p>—¡Cómo! ¿Lo de tu compromiso es cierto?</p> - -<p>—De lo más cierto del mundo. Y no sé cómo -puede componerse todo esto...</p> - -<p>Calló largo rato, y, al cabo, meneando la cabeza, -sin dolor, sin alegría, dijo, como contestando -á mi última frase:</p> - -<p>—Yo sí.</p> - -<p>—¡Yo también!—exclamé, riendo forzadamente, -y encogiéndome de hombros.</p> - -<p>Y, doblando una esquina, á que llegábamos, -añadí, con sorna:</p> - -<p>—¡Muchas felicidades, como dice María!</p> - -<p>Se quedó clavado, y yo me fuí sin volver la -cabeza.</p> - -<p>Mis bodas, meses más tarde, fueron todo -un acontecimiento social en la capital de la República. -La bendijo uno de los príncipes de la -Iglesia, á quien fuí á pedírselo por indicación -de mi suegro, que deseaba verme en buenas relaciones -con el alto clero. Yo asentí, naturalmente.</p> - -<p>—La fe es una de las columnas más robustas -de la sociedad—pensaba,—y cuando en Los -Sunchos y en la capital de mi provincia quise -desviarme de ella, hasta ponérmele en contra, -no veía que atacaba mis propios intereses, mi -<span class="pagenum"><a name="Page_307" id="Page_307">[307]</a></span> -propia personalidad. Después, cuando me reconcilié -con la Iglesia, no lo hice con toda la -intensidad, con toda la exageración que debía, -y seguí siendo indiferente, salvo las apariencias. -Ahora hay que reaccionar y rehacer el camino. -El pueblo necesita una disciplina: aquí -la tenemos hecha. Ninguna más fácil y eficaz -que la religión. Yo, Alcalde, de acuerdo con el -cura, haré de mi aldea lo que se me antoje. Yo, -Gobernador, haré con el diocesano lo que creamos -preciso. Yo, Presidente, haré con el arzobispo -cuanto se nos ocurra... Éste es el único -peligro: el «nos». Sólo Rosas supo meterse al -clero en el bolsillo; porque á Rivadavia lo «voltearon» -ellos... ¡En fin! no me ha llegado el -caso, no estoy á tales alturas... Si llego, ya veremos... -Entretanto, bueno es estar de ese -lado...</p> - -<p>Y fuí á visitar á Monseñor, para pedirle que -nos echara la bendición nupcial. Me sorprendí -al verle. Era un hombre de tipo sensual y gastado, -de cutis terroso y lleno de precoces arrugas, -labio inferior grueso y colgante en la ancha -boca cortada como un tajo, ojos pequeños, móviles -y húmedos, narices chatas y muy abiertas—un -mulatillo, hubiera diagnosticado misia -Gertrudis.—Su historia era vulgar. Siendo simple -cura y redactor de un diario católico de su -provincia, hizo gran campaña en pro de un candidato -á Gobernador que, una vez triunfante, le -pagó sus servicios con una protección decidida -y halló medio de enviarlo á Buenos Aires en las -mejores condiciones de figurar. La ayuda oficial -le facilitó sus ascensos en la corte de Roma, -al mismo tiempo que le daba grande influencia -en la sociedad bonaerense. Hombre de -mundo, al par que político y religioso, dedicóse -especialmente á conquistar las familias patricias, -por medio de las mujeres, y alcanzó brillantes -<span class="pagenum"><a name="Page_308" id="Page_308">[308]</a></span> -resultados en esta empresa. Se le veía -en todas partes, en los salones, á la cabecera de -los moribundos ilustres, en las fiestas oficiales, -y él era quien bendecía la unión de los favorecidos -del nombre y la fortuna, él quien bautizaba -á los futuros próceres.</p> - -<p>—¿Quién es el padrino?—me preguntó.</p> - -<p>—El Presidente de la República.</p> - -<p>—¡Ah, ja! eso está bien... ¿Y la madrina?</p> - -<p>—Mi tía Mónica Vallmitjana, ya sabe, Monseñor, -es de la ilustre familia catalana que...</p> - -<p>—¡Ah! ¿Una señora perlática?</p> - -<p>—La misma.</p> - -<p>—¡Bien! ¡Vaya en paz, hijo! Tendré el mayor -gusto en casarlos... Y diré unas palabritas -en la ceremonia.</p> - -<p>El día de nuestra boda, la gran nave central -de la Metropolitana se vió llena de lo más granado -de la sociedad, y el lujo que allí se desplegó -hizo época, tanto como el célebre baile de la -Bolsa en que se robaron los sobretodos y los -abrigos...</p> - -<p>Mucho más modesto fué, varios meses después, -en la iglesia matriz de aquella dormida -ciudad provinciana, el casamiento de Pedro -Vázquez con María Blanco.</p> - -<p>—¡Muchas felicidades!—como dijo María.</p> - - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">VIII</h3> -</div> - -<p>¡Qué bonita y amable ciudad es Montevideo, -sobre todo cuando se llega á ella dando el brazo -á una mujer joven y hermosa, con quien se ha -compartido un regio departamento á bordo del -vapor de la carrera! Cómo reposan aquellas accidentadas -calles, de la chata monotonía de -Buenos Aires, y aquella alegre limpidez del -cielo, y del agua, la del mar y la del río, que se -<span class="pagenum"><a name="Page_309" id="Page_309">[309]</a></span> -ve á un tiempo á un lado y otro, desde ciertos -rincones, y las playas de baños, y las plazas -llenas de gente elegante, y las avenidas sombreadas -de árboles, y los parques antiguos, como -la quinta de Buschental, llenos de poesía... -¡Á un paso de la gran ciudad argentina, y tan -diversa de aspecto, de modo de vivir, hasta de -calidad de ambiente! ¡Con cuánto gusto hubiéramos -estudiado á fondo todo aquello, Eulalia -y yo, si hubiéramos ido allí en otras condiciones! -Pero, ¡ya se ve! No teníamos un minuto -que dedicar á las cosas exteriores, y, seguramente, -me parece que en el caso, lo mismo -hubiera sido Montevideo que Martín García, -Martín García que Santa Cruz ó Ushuaia.</p> - -<p>Porque yo estaba enamorado de mi mujer, -ella de mí, y nuestra luna de miel se prolongaba -indefinidamente, tibia, clara y dulce, como -una caricia de niño.</p> - -<p>Descubrí en aquella muchacha méritos insospechados, -fuera de sus atractivos físicos, que -eran avasalladores. ¿Cómo había nacido aquella -flor del aire entre aquellas zarzas groseras? ¿De -dónde le venía toda aquella delicadeza angelical, -aquella elegancia sin esfuerzo, aquella pasión -ardiente y pudorosa á la vez, aquella alta -dignidad que se imponía entre sonrisas y blandos -ademanes acariciadores? ¡Cuánto y cuántas -veces me felicité de que una desinteligencia inexplicable, -si no un acto instintivo, me hubiera -obligado á romper con María, la severa, la -que á los treinta años sería inevitablemente un -fiscal pensante y actuante, un censor celoso del -marido! Obligado á romper, digo, y de un modo -inevitable: ¿No hubiera roto yo, de todos -modos, considerando que aquel enlace no me -convenía y que se me ofrecían en Buenos Aires -cien partidos mejores, aun sin contar á Eulalia? -y ¿no hubiera roto ella, antes de finalizar el año -<span class="pagenum"><a name="Page_310" id="Page_310">[310]</a></span> -de plazo, considerando que yo no era el compañero -soñado, el hombre capaz de los grandes actos -y las grandes abnegaciones que ella soñaba, -sino el protegido del éxito y la fortuna? Es el -problema que no me atrevo á resolver definitivamente, -quizá porque cualquiera de las dos -soluciones hubiera podido imponerse. Unas veces -pienso que María no me había querido, que -no había tenido hacia mí sino un capricho pasajero, -semejante al de la niña inocente que se -enamora de un viejo actor al verlo en el papel -de un héroe romántico, como lo probaría su -casamiento con Vázquez; otras me digo que -me amaba de veras pero que mi conducta la -aterraba, aunque estuviera pronta aún á pasar -por ella, si le demostraba yo, por lo menos, la -perseverancia de aguardar hasta el término del -plazo establecido. Respecto de mí, ya se colige -cómo hubiera procedido, y no tengo una palabra -que agregar.</p> - -<p>En fin, la hija de Blanco, la mujer de Vázquez, -se perdía ó se había perdido ya en las -brumas de un pasado remoto, y Eulalia tenía -para mí todos los atractivos de una amante exquisita -y de una amiga ideal. Temblaba yo, antes -de casarme y en los primeros días del viaje -de novios, recordando la zafia ostentación de -los Rozsahegy, su falta de educación, su torpe -orgullo de gañanes enriquecidos, el lenguaje -papagallesco de Irma, que no había podido -aprender el castellano, la irritante soberbia del -marido, tan humilde con los grandes como dominador -con los pequeños: imposible que, tarde -ó temprano, todo aquel color plebeyo no destiñera -sobre Eulalia, quitándole su brillantez -de flor inmaculada. Pero me tranquilicé bien -pronto, gracias á un pequeño detalle.</p> - -<p>Eulalia había llevado en sus baúles una docena -de trajes de gran riqueza, que Irma se empeñaba -<span class="pagenum"><a name="Page_311" id="Page_311">[311]</a></span> -en que usara á toda hora, para demostrar -su riqueza y su distinción. Mi mujer no se -puso ninguno, ni para los paseos matinales, ni -en nuestras excursiones por las playas, y aun -de noche, cuando bajábamos al gran comedor -del hotel, se vestía con una modestia que hacía -resaltar su buen gusto. Yo no estaba todavía -en condiciones de raciocinar sobre esto, pero -me producía buena impresión, como la que -se experimenta ante un cuadro bien compuesto, -en que nada choca. En ella era, también, -instintivo, y fué desarrollándose con la -edad. Los grandes vestidos de nuestros Worms -ó nuestros Paquins bonaerenses, quedaron, -pues, para las noches de Ópera y las soirées extraordinarias.</p> - -<p>En nuestras charlas interminables, mientras -paseábamos lentamente por la arena de Ramírez -y los Pocitos ó á lo largo del puerto, viendo -la ciudad tendida en anfiteatro, el pequeño Cerro -con su fortaleza que parece un juguete de -cartón, la rada con sus vapores y sus buques -de vela, que cabeceaban mecidos por el oleaje, -los botes de pasajeros que la marejada sacudía, -los barcos de pesca con su latina al sol, las bandadas -de gaviotas vocingleras, Eulalia solía -mostrarse melancólica, y entonces me hablaba -de mi madre con una ternura que sólo podía -comprender como un reflejo de su afecto hacia -mí.</p> - -<p>—¿Me llevarás un día? ¡Deseo tanto conocerla!... -Mientras no la conozca me parecerá -que no te conozco bien á ti tampoco... Debe -ser una de esas señoras antiguas, tan graves y -tan modestas, que se hacen respetar por todo -el mundo sin necesidad de exigirlo, y que, en -medio de su gravedad saben sonreir, y estar -siempre de buen humor, con infinita benevolencia, -con inagotable bondad, ¿no es cierto?</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_312" id="Page_312">[312]</a></span></p> - -<p>No quise decirle que mamita era taciturna, -melancólica, mística, aunque muy buena y muy -tolerante. Por el contrario, apoyé sus conjeturas, -viendo que mentalmente, sin querer confesarlo -quizá, hacía comparaciones entre su -madre y la mía, y que esto me daba una nueva -é inesperada superioridad sobre ella.</p> - -<p>—Sí, queridita: mi pobre vieja es tal y como -te la imaginas. ¡Lástima que no haya podido -asistir á nuestro casamiento! De seguro que, -apenas te viera, te querría á ti más que á mí, -si es posible.</p> - -<p>—¡Oh! ¡eso no! Pero iremos á verla, ¿quieres?</p> - -<p>—En cuanto sea posible... El verano próximo. -El viaje es largo y molesto.</p> - -<p>—¡Eso no importa! ¡hay que ir!</p> - -<p>Mes y medio delicioso pasamos en aquella -ciudad encantadora, en que apenas conocíamos -unas cuantas personas que nos dejaban discretamente -la más amplia libertad. Al cabo de este -tiempo, comencé á encontrar algo monótono -nuestro continuo «tête-á-tête», y á echar de menos -el movimiento y la acción de Buenos Aires. -Leí con más atención los periódicos, escribí y -recibí cartas, y me dije que el momento era llegado -de reanudar la vida activa, porque todas -las noticias venían á alarmarme. Eulalia intentó -una ligera oposición:</p> - -<p>—¡Estamos tan bien aquí! Tiempo tendrás -de dedicarte á los otros. Ahora te quiero todo -mío, segura de que me descuidarás en cuanto -estemos en Buenos Aires.</p> - -<p>Pero se convenció de que era preciso regresar -en cuanto le describí la situación como yo la -veía. Los opositores agitaban el pueblo sin tregua -ni descanso; el combate arreciaba en toda -la línea; el Presidente de la República tenía -necesidad hasta de sus amigos más insignificantes -<span class="pagenum"><a name="Page_313" id="Page_313">[313]</a></span> -en los puestos avanzados; el descontento -cundía, á pesar de esfuerzos tan extraordinarios -como una gran reunión de los jóvenes, declarándose -dispuestos á sostener al Presidente -sin condición alguna, hiciera lo que hiciera.</p> - -<p>—No tengo el ánimo tan tranquilo como -mis correligionarios. Todo me huele á tormenta, -y aunque yo poco he de perder, me gusta -ver cómo van desarrollándose los sucesos, para -que no me tomen de sorpresa.</p> - -<p>Volvimos á Buenos Aires, y mi primera visita -fué para el suegro, el mejor de los informantes.</p> - -<p>—La situación es aparentemente sólida—me -dijo Rozsahegy, en su media lengua.—El Presidente -cuenta con todos los Gobernadores de -provincia, con la inmensa mayoría de las Cámaras, -con todo el ejército y toda la escuadra, -con una policía aguerrida y resuelta, con diarios -que defienden todos sus actos. ¡Muy bien, -perfectamente! Este conjunto parece demostrar -que está firme en el poder, pero hay vagas -señales de que no es así. La Bolsa se muestra -recelosa. Muchos economistas y aun simples -comerciantes encuentran que se abusa del crédito. -Los diarios de oposición exageran los -ataques, sembrando una gran desconfianza en -el público. Todo esto parece nada, pero es mucho -para el que sabe ver más allá de sus narices. -Si no fueras «mi hico»—agregó tuteándome, -pues me trataba indistintamente de tu ó -de usted,—no te lo diría, pero... ahí está... Es -bueno que te dés cuenta de las cosas antes que -los demás. ¡Para algo soy tu suegro, tu suegro -Rozsahegy!...</p> - -<p>Y después de una pausa, agregó:</p> - -<p>—Hay que andar con mucho «oco». Un derrepente, -¡cataplúm!</p> - -<p>No dejaron de alarmarme estos informes, pero -<span class="pagenum"><a name="Page_314" id="Page_314">[314]</a></span> -me alarmó mucho más todavía la observación -de que la política del Presidente no satisfacía -al mismo partido que lo elevara al poder, -y de que algunos de sus miembros más conspícuos -se retiraban á cuarteles de invierno ó se -plegaban más ó menos abiertamente á la oposición.</p> - -<p>—¡Cuando las ratas se van, señal de que el -barco hace agua!—me dije.</p> - -<p>Pero no eran precisamente las ratas las que -desembarcaban, sino los marineros, y hasta los -pilotos. Á esta deserción contribuía de un modo -visible la guerra que desde un principio se había -hecho al mismo exjefe de nuestro partido, -cuya voluntad creara aquella situación, y que -continuaba aún, tratando de suprimir hasta los -últimos restos de su prestigio y de su influencia. -Siguiendo esta política inútil y equivocada, -se llegó á extremos tontos. Uno de los allegados -al Presidente, el mismo que años más tarde -iba á ocupar elevadísimas posiciones, se ensañó -contra él en el diario oficioso, tratando de -demostrar que era un muñeco insignificante, -un pobre individuo presuntuoso y ridículo, á -quien sólo el azar de las circunstancias había -podido dar cierto relieve. Hasta entre los militares -comenzaban á notarse síntomas amenazadores. -Entretanto, la única situación provincial -que permanecía fiel al viejo jefe caía derrocada -por una especie de revolución que organizara -el mismo Gobierno Nacional, con soldados -del ejército disfrazados de particulares. -Algunos partidarios se retiraron, pues, y sin -hacer abiertamente buenas migas con la oposición, -dejaron ver que, en caso de una revuelta, -no se pondrían de parte del Presidente. -Otros entraron resueltamente en las filas enemigas.</p> - -<p>Se pensará que ante este cuadro y con tales -<span class="pagenum"><a name="Page_315" id="Page_315">[315]</a></span> -perspectivas me apresuré á decir «ahí queda -eso» y á abandonar al Presidente para no caer -con él, si caía, como era ya muy probable. Pero -quien tal crea no me conoce. Hilo más delgado -que todo eso. Sin que me preocuparan mis -deudas á los Bancos, que podrían apretarme el -torniquete en caso de defección (hasta cierto -punto apenas, pues la mayor parte de mis letras -no estaban firmadas por mí); sin que me -moviera ningún motivo sentimental, rechacé la -idea de pasarme á las filas contrarias desde el -punto en que se presentó á mi imaginación. No -era ése el papel que me convenía. Si hubiese -ocupado el puesto eminente con que soñé al venir -á Buenos Aires, si fuese uno de los hombres -de alta significación de la época, no digo que -no me hubiera convenido una actitud de héroe -salvador del país, tanto más cuanto que podría -adoptarla sin arriesgar nada ó muy poco—los -situacionistas que cambiaron de casaca no se -cuidaron de devolver previamente lo que habían -comido;—pero, dada mi relativa insignificancia -de hombre de tercero ó cuarto término, -casi perdido entre la multitud, y que apenas -conquistaría un miserable ascenso en las filas -contrarias, no había ventaja alguna para mí en -la maniobra. Lo útil, lo verdaderamente provechoso -era pasar inadvertido, permaneciendo fiel -á «la causa»: con eso no tenía nada que temer, -y sí mucho que esperar. Nuestro partido -seguiría gobernando—por lo menos en un período -de muchos años,—y salvo los que se hubieran -comprometido exageradamente en aquel -tiempo, todos quedaríamos en disponibilidad, -y con muchas mayores probabilidades de ocupar -los altos puestos.</p> - -<p>¡Sabia política, de la que nunca me felicitaré -bastante, porque mis vaticinios resultaron plenamente -confirmados: los opositores tradicionales -<span class="pagenum"><a name="Page_316" id="Page_316">[316]</a></span> -no llegaron nunca al poder, los transitorios -se hicieron sospechosos y no obtuvieron -más que migajas, y los amigos del Presidente -que se comprometieron demasiado tuvieron que -vivir largos años metidos en un rincón, esperando -á que los olvidaran!</p> - -<p>Como es de presumir dados sus antecedentes, -Vázquez fué, en nuestra provincia, uno de -los primeros que se plegaron á la oposición. Como -yo le pidiera sus razones en uno de sus viajes -á Buenos Aires, me las explicó candorosamente -así:</p> - -<p>—La política del Presidente es demasiado -exclusivista y tiene el defecto capital de no -contentar á nadie sino á los pocos que lo rodean -en la intimidad y que no son hombres de -grandes miras. Están matando la gallina de los -huevos de oro. La locura de la especulación que -hoy embriaga á tantos, pasará necesariamente, -porque se edifica sobre arena; y, al primer desastre, -todo el mundo se volverá contra el iluso -que lo provoca, más por ceguera que por maldad... -Y esto no puede durar mucho...</p> - -<p>—¡Vaya un sociólogo!—pensé.—¡Más sabe -mi suegro Rozsahegy que todos estos doctorcitos -juntos!</p> - -<p>Y en voz alta repliqué á Vázquez:</p> - -<p>—Puede que tengas razón, pero yo no la veo. -Digan lo que digan, el país progresa maravillosamente, -y eso se debe al Gobierno actual. -¿Que tropezamos con dificultades? Siempre las -hubo, y deberíamos trabajar por vencerlas, no -por agravarlas complicándolas, como hacen ustedes.</p> - -<p>Pedro se encogió de hombros.</p> - -<p>—¡Comprendería tu ceguera si tuvieses un -puesto inamovible!—dijo con ironía.</p> - -<p>¡Un puesto inamovible! ¡Qué rayo de luz! -Eso era, precisamente, lo que me convendría -<span class="pagenum"><a name="Page_317" id="Page_317">[317]</a></span> -mientras pasaba la tormenta en ciernes. Pero, -¿cuál? No podía ser juez, porque había desdeñado -hacerme dar, como tantos otros, un título -de doctor en alguna caritativa Facultad provinciana, -y ya no era tiempo—dada mi relativa -notoriedad—de volver sobre mis pasos. Me -quedaba la carrera diplomática... ¿Por qué no -hacerme nombrar ministro en Europa ó, por lo -menos, en uno de esos hospitalarios y divertidos -países sudamericanos, donde se lleva una -vida patriarcal y caballeresca, ante paisajes admirables, -bajo un clima espléndido, en medio -de las más sentimentales aventuras, sin nada -que hacer, ni nadie que amenace la estabilidad -del puesto?</p> - -<p>¡Oh! ¡gracias por la idea, dulce Vázquez!</p> - - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">IX</h3> -</div> - -<p>Fuí á visitar al Presidente, como lo hacía todas -las semanas, y le hablé incidentalmente de -mis deseos, para tantear el terreno y guardándome -la retirada. Me dijo que estaba loco, que -no podía habérseme ocurrido tontería mayor. -En aquellos momentos, necesitaba de sus verdaderos -amigos; yo podía serle utilísimo presentando -con elocuencia sus ideas en el Congreso, -y no era cosa de nombrarme, ni aun de -permitir que me expatriara.</p> - -<p>—Preferiría hacerte ministro aquí—exclamó -tuteándome como lo hacía en los grandes momentos -de expansión.—Y si la situación lo permitiera, -lo haría sin vacilar, como lo haré en -cuanto se calmen los ánimos. No te apures: -¡tu porvenir está asegurado! Antes de dos años -serás ministro ú otra cosa semejante, y con eso -se consolidará definitivamente tu situación.</p> - -<p>Me marché perplejo, mientras una luz iba -<span class="pagenum"><a name="Page_318" id="Page_318">[318]</a></span> -haciéndose cada vez más clara en mi cerebro. -Pensaba que había poco que esperar de aquel -hombre que se empeñaba en una política por -lo menos enojosa para todos, y que sus promesas -eran demasiado brillantes, demasiado extemporáneas.</p> - -<p>—Éste es—me decía—como el doctor Sangredo -que, viendo al enfermo desfallecer á fuerza -de sangrías y agua caliente, le recetaba más -sangrías y más agua caliente, y cuando moría, -declaraba que era porque no se le había sangrado -lo bastante ni dado toda el agua caliente -necesaria.</p> - -<p>En fin, lo mejor era vivir de la política haciéndola -lo menos posible, permanecer mudo -como un sábalo, y divertirse en otras cosas.</p> - -<p>Llegué á saber entonces, por intermedio de -relaciones comunes, la vida de Teresa, desde -que saliera de Los Sunchos. Habíase dedicado -completamente á su hijo y á estudiar, con la -buena fortuna de encontrar una institutriz alemana, -mujer de alguna edad, que había pasado -largos años en París. Esta buena señora que -llegó en poco tiempo al rango de amiga, si no -de madre, limitóse á enseñarla idiomas y música, -y á aconsejarle lecturas, dejándole el espíritu -libre. La disciplina germánica estaba -atemperada en ella por su segunda educación -latina, y como la discípula era ya una mujer -hecha y derecha, no trató de torcer—por enderezar,—su -carácter, sino de dar el mayor relieve -posible á sus buenas cualidades. En música, -le enseñó á leerla y entenderla, sin esforzarse -por darle la brillante ejecución que ella tenía, -y la felicitaba cuando Teresa interpretaba un -trozo de Beethoven ó Bach, de una manera distinta -á ella, porque «esto afirma su personalidad», -le decía. Con insensible gradación, logró -que Teresa pasara de las lecturas objetivas, las -<span class="pagenum"><a name="Page_319" id="Page_319">[319]</a></span> -narraciones de acción, que estaban entonces -de acuerdo con su temperamento, á las lecturas -algo más subjetivas de las novelas psicológicas, -de éstas, luego, á los libros de simple generalización, -y, por fin, á los puramente especulativos. -Para esta última etapa se valió de la -discusión, interesando á la joven en asuntos -filosóficos, y dándole, después, elementos para -formar juicio. Y en medio de estas tareas metafísicas, -con su espíritu práctico de alemana—Fräulein -Hildegard la enseñaba las tareas domésticas, -el bordado, la costura, la cocina, el -arte de hacer conservas y de adornar la casa. -De tal modo, que Teresa no tenía un minuto -desocupado y no sentía la necesidad de ser feliz, -tanto más cuanto que Mauricio le absorbía -todos los pocos restos de su tiempo.</p> - -<p>Cuando supe esto, que llegó hasta mí muy -fragmentariamente, sentí una gran curiosidad -de verlo de cerca, y busqué toda clase de -pretextos viables para acercarme á Teresa. Pero -nuestra última entrevista había sido tan ridícula -para mí, ella permanecía tan encerrada, -y mi casamiento era un obstáculo tan grande, -que tuve que renunciar á mis antojadizos propósitos. -Sin embargo, no fué sin un ensayo: la -encontré un día en la calle, la hice un saludo -hasta el suelo, y me aproximé tendiendo la mano. -Hizo como que no veía el gesto, y usando -la frase trivial de práctica, dijo «Servir á usted» -y pasó de largo, sin exagerada modestia ni excesiva -altivez, dejándome plantado en medio -de la acera.</p> - -<p>Yo, por las tardes, iba á la redacción del diario -oficioso, verdadero fox-terrier lanzado á las -pantorrillas de la oposición. Pero no escribía. -Escribir es oficio de dupa. Profesionalmente, no -da de comer á su amo, como decía Sancho Panza, -y en mi caso, dada la vidriosísima situación, -<span class="pagenum"><a name="Page_320" id="Page_320">[320]</a></span> -no hubiera hecho otra cosa que comprometerme, -lo mismo que hablar en público. Sin embargo, -á veces pensaba que me gustaría tener -tiempo y ganas de escribir una novela: un -simple antojo irrealizable de aficionado. Á encontrarme -con la constancia necesaria para acometer -el proyecto, lo iniciara como la novela del -progreso de la República Argentina, tomando -por personaje principal una figura simbólica -que no fuese sino un vago mosaico cambiante, -más espléndido y luminoso cada vez. Esa figura -no sería nadie y sería todo el mundo, y un «todo -el mundo» de una fuerza genial. Obsérvese: -todos trabajan, todos han trabajado, el magnífico -producto está á la vista, pero nadie puede discernir -lo que ha hecho cada cual, ni lo que ha -ejecutado un grupo, ni un partido, ni una raza, -como en esos guisados de la gran cocina, en -que se mezclan y confunden mil ingredientes -para producir una cosa única. En mi novela, -el guisado sería el protagonista y los condimentos -el resto de los actores...</p> - -<p>Pero bien pronto, renunciaba á estas tontas -divagaciones peligrosas, y cuando mucho escribía -un sueltecito de crónica social, adulando -á mi más reciente conquista. No tengo carácter -para víctima, ni me gusta el papel de -«genio incomprendido». Allí, en la imprenta, -estreché relación con algunos escritores y pichones -de escritor, que á estas horas han muerto -de miseria ó han cambiado de rumbo, dejando -de escribir otra cosa que cuentas y facturas. -Pero, entonces, me hacían morir de risa con su -petulancia. Se reunían entre ellos para quemarse -mutuamente incienso, miraban á los demás -por encima del hombro, como si perteneciesen -á una raza subalterna, y luego se entredevoraban, -despreciando á los ausentes. ¡Pobres -tontos! No veían ni han visto nunca que -<span class="pagenum"><a name="Page_321" id="Page_321">[321]</a></span> -sólo ellos se hacen caso, y su ceguera llega á -tal punto que se esfuerzan por destruirse unos -á otros, sin ver que todos están destruídos por -definición en un país como el nuestro, donde -apenas si pueden hacer el papel de víctimas cómicas. -Y lo más curioso es que esos pobres parias, -tomaban ó fingían tomar bajo su protección, -á pintores, escultores, músicos, actores y -hasta sabios á la violeta, que—á su vez—les formaban -círculo, creando en la vida porteña algo -así como uno de esos islotes del Paraná que -nadie utiliza, porque se inundan, están llenos -de sabandija y no tienen comunicación con la -vida comercial.</p> - -<p>Mi espíritu curioso me hacía no espantarlos -ni alejarlos; para eso los trataba en serio, fingía -interesarme en lo que hacían, y hasta cuidé -de aprender el título de alguna de sus publicaciones. -En cuanto citaba éste, el rostro de -mi escritor se iluminaba, y ya no tenía más que -dejarlo hablar, porque me repetía lo que había -dicho, pidiéndome mi parecer, cosa fácil de exponerle -con un ¡ah! ó un ¡oh! admirativo, ó -con una sonrisa entendida y un movimiento de -cabeza.</p> - -<p>Como los diarios tienen que llenarse con algo, -y ya en aquella época disminuían las transcripciones -y traducciones de los periódicos europeos, -estos desgraciados plumíferos alcanzaban -de vez en cuando un sueldecito, y vivían -muriendo, á la espera de un puesto oficial ó en -la espectativa de un cambio de situación... No -saben cuánto me he reído de ellos, como no -saben cuánto se han reído de ellos los directores -y administradores de los diarios que redactaban, -gente cuyo único propósito era sacar las -castañas del fuego con la mano del gato... Lo -digo, para que aprendan los ingenuos que quizá -pretendan recoger ahora la herencia de esas -<span class="pagenum"><a name="Page_322" id="Page_322">[322]</a></span> -pobres criaturas ridículas y pretensiosas, verdaderos -parásitos de la sociedad, soñadores inútiles -que llegan á creerse llenos de influencia y -de poder. Idiotizados, viven mirándose los unos -á los otros, y como ellos son los que escriben -en los diarios y á veces en los libros, llegan á -creer que todo el mundo está pendiente de ellos, -cuando á nadie importan un ardite. Chicos y -grandes les han manifestado siempre su inane -insuficiencia, pero ellos—tieso que tieso,—lejos -de convencerse, protestan contra una ignorancia -y una envidia que sólo existe en su cerebro. -Y como, á fuerza de escribir cuartillas, al fin -llega á salirles algo bonito, puede que, cuando -alguno de ellos muera, le pongan una chapa de -bronce en el sepulcro, ó le hagan un bustito, -ó se cite su nombre en las antologías de escritores -regionales.</p> - -<p>Ya se verá, después, con qué rima éste mi -justo enojo contra los escritorzuelos periodísticos -de aquella época... y de otras, anteriores -y posteriores.</p> - -<p>Por el momento, en mis charlas con los redactores -del órgano oficioso de la tarde y el oficial -de la mañana, traslucí una cosa que acabó -de darme mala espina: Los diarios de oposición -se enriquecían, mientras que los nuestros -vivían apenas de las subscripciones gubernativas, -y para circular un poco tenían que -enviarse casi gratuitamente á correligionarios -y empleados públicos; esto tenía dos explicaciones: -ó estaban administrados y dirigidos por -gente demasiado ávida de dinero, á la que nada -bastaba, ó el soberano público se mostraba para -con ellos de un desdén desesperante. En la -disyuntiva, tomé sabiamente el término medio -y me dije:</p> - -<p>—El público los abandona un poco, y los -empresarios aprovechan un mucho de la situación. -<span class="pagenum"><a name="Page_323" id="Page_323">[323]</a></span> -En suma, se hacen pagar dos veces... ó -una vez y media.</p> - -<p>Esto, con los demás antecedentes, me hizo -abrir del todo los ojos y preparar lo que podría -llamarse «mi coartada».</p> - -<p>Aquellos pobres «escribidores» que á veces -no tenían siquiera ropa que mudarse, eran al -fin y al cabo una fuerza, y más del lado de la -oposición que de la del Poder, porque cuando -escribían no eran «ellos», sino la entidad que -estaba detrás. De esto no se han dado cuenta -nunca, y aún reclaman una individualidad refleja -que jamás tuvieron realmente. Yo no lo -dije, entonces, y si lo digo ahora, es porque -ya no puede perjudicarme mi franqueza. Resolví, -pues, servirme de aquella arma.</p> - -<p>En el Congreso, en los teatros, en algún -Club, me encontraba con repórteres y redactores -de la oposición. Les hablé de lo que escribían, -cuidando de objetarlo, sin lastimarlos, -y facilitándoles la réplica victoriosa. No me fué -difícil conquistar su buena voluntad, porque, -aparte de adularlos, solía insinuarles alguna -idea y darles algunos informes. Uno ó dos llegaron -hasta aceptar mi invitación á comer, -y convinieron conmigo en que, si el <em>Gobierno</em> -les nombraba alguna cosa, no haría más que -rendirles justicia. Otros se acercaron luego á casa, -atraídos por mí y por sus colegas, y lo pasaron -tanto mejor cuanto que Eulalia tenía el -don de gentes, é, ignorando mis propósitos y -mi política, los creía hombres de gran valer, literatos -eximios, y los trataba con respetuosa -deferencia.</p> - -<p>He aquí por qué los diarios de la época no -tienen una palabra contra mí—salvo una dolorosa -excepción, algo más tarde,—aunque en -aquel entonces no quedara títere con cabeza.</p> - -<p>Éstos y otros me pedían mil cosas. Nunca -<span class="pagenum"><a name="Page_324" id="Page_324">[324]</a></span> -dije no. Puse aparentemente mi influencia al -servicio de todos, sin ocuparme de nadie, y -cuando alguno de mis «protegidos» obtenía por -otro conducto lo que deseaba, nunca dejé de -encontrar quien le dijera que lo había alcanzado -gracias á mí.</p> - -<p>Entretanto, la situación se metía en agua. -Una noche que me hallaba en la tertulia del -Presidente, alguien le habló aparte con decisión. -Ambos gesticulaban, acalorados. Se separaron -con visible enojo. Yo estaba cerca del Presidente -que, irritado todavía, me golpeó el hombro, -y me dijo, reconcentrando su rabia:</p> - -<p>—El que venga después, hará lo mismo que -yo, ó el país volverá á la anarquía. La oposición -es heterogénea, y de ella no puede salir -un partido de Gobierno. ¿No te parece?</p> - -<p>—¡Sí, Excelencia!—dije, y pensé:—Ó este -hombre ve mucho ó no ve absolutamente nada -y se va á estrellar...</p> - - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">X</h3> -</div> - -<p>Pocos días después marchóse á Europa uno -de los hombres más importantes del país, el -último vástago de nuestra raza heroica, como -hubiera podido decir yo mismo en un discurso. -Era un militar, un sociólogo, un literato, un -sabio, que había optado por ser un patriarca. -El pueblo bonaerense lo adoraba, el de las provincias -lo respetaba, considerándolo, sin embargo, -enemigo, por fuerza de inercia, por espíritu -tradicional. Á mi juicio, era una especie -de Cincinato, ilustrado y romántico, un hombre -que había tomado en serio los idealismos -de 1830. Conservo viviente la impresión de -nuestro único coloquio, en una visita de consulta -que le hice. El grande hombre me escuchaba -<span class="pagenum"><a name="Page_325" id="Page_325">[325]</a></span> -impasible, dejando escapar, de vez en -cuando, una ligera exclamación afirmativa, dubitativa -ó negativa, mientras que la mirada de -sus ojos muy claros, como desteñidos, no me -revelaba nada de su interior y me parecía el -cristal de unos gemelos asestados á mi alma. -Con el gesto de su mano larga y descarnada, -detenía de pronto la palabra en mi labio, dominando -inquebrantablemente mi petulancia -juvenil, y narraba ó explicaba entonces, con -acento al par sentencioso y blando, como un -abuelo que hablara á sus nietos y les dijera la -indiscutible verdad bebida en la experiencia...</p> - -<p>—Pero...</p> - -<p>—Es como yo le digo—insistía tranquilo y -perentorio, y su memoria sorprendente y su -juicio extraordinario evocaban cuadros admirables -de pasado y de futuro. Era un prócer y -un poeta.</p> - -<p>Se marchó á Europa en medio de una formidable -manifestación de despedida, que fué como -un motín pacífico.</p> - -<p>—¡Se da por vencido!—dijeron los que le -veían como un espantapájaros, como una tácita -condenación de lo que estábamos haciendo.—Á -enemigo que huye, puente de plata...</p> - -<p>—No comulga con la oposición—declararon -los que husmeaban en el aire efluvios revolucionarios.</p> - -<p>Difícil me resulta la actitud del Presidente. -¿Quiso disimular ante el pueblo? ¿Quiso comprometer -al patricio, conquistándoselo con oropeles? -¿Realizó un acto de nobleza, sin segunda -intención, como justiciero, ateniéndose á lo -que viniera después? Cualquiera de estos motivos -es loable, por una razón ó por otra, y en -su actitud no careció de belleza al devolver al -gran ciudadano todos los honores que le habían -«suspendido», porque hasta entonces manifestara -<span class="pagenum"><a name="Page_326" id="Page_326">[326]</a></span> -su «voluntad» de una manera demasiado -imperativa á veces.</p> - -<p>Pero, admirando el tipo, aunque no fuera de -mi credo ni de mis conveniencias, no estaba -dispuesto á dejarme engañar por su viaje y por -su mansedumbre.</p> - -<p>—¡Sí!—me dije.—Revolucionario recalcitrante -se ha domesticado hoy, y no quiere sancionar -una cosa que, sin embargo, le parece inevitable. -Desearía ser el gran pacificador, después -de tantas revueltas. ¡Está bien! ¡Está -bien! pero se va para permitir que la revolución -estalle... ¡Es evidente! Y, como es evidente, -hay que andarse con cuidado... con más -cuidado que nunca.</p> - -<p>Y mientras los otros comentaban estos acontecimientos -con un sentimentalismo trasnochado, -utilitario ó lírico, yo juzgué conveniente saber -lo que al respecto pensaba mi suegro Rozsahegy, -el más grande de los hombres de la época, -porque era el más práctico. Nunca, entre -nosotros se ha consultado bastante al extranjero, -que será el más egoísta, pero que es también -el más capaz de imparcialidad. Como no -se ha consultado al criollo que se queda afuera -de los negocios y la política, sin tener en cuenta -el famoso dicho de los jugadores de carambola: -«Mirón y errarla»...</p> - -<p>Con la más absoluta de las aprobaciones por -mi parte, Rozsahegy no dotó á Eulalia, aunque -se comprometía á pasarle una mensualidad crecida -«para alfileres», y aun cuando tomó á su -cargo todos los gastos de instalación en nuestra -casa, cercana á la suya, que yo organicé y Eulalia -perfeccionó en los detalles, con su buen -gusto innato. Yo no tenía, pues, reparo en hablarle -de asuntos de interés, «cuestiones financieras», -porque estábamos, respectivamente, en -la independencia total.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_327" id="Page_327">[327]</a></span></p> - -<p>—¿Qué piensa de la situación política... de -la situación económica, don Estanislao?</p> - -<p>—¡Eh! Pienso... Pienso que ya he tomado -todas las precauciones necesarias, de acuerdo -con lo que opina don Ernesto...</p> - -<p>Y después de este nombre, sagrado en las -finanzas, hizo una pausa solemne. Luego, descendiendo -de la altura, se refirió á mis pequeños -intereses:</p> - -<p>—Usted no tiene que preocuparse por ahora... -¡Eh!... Pero no podrá ser rico por usted -mismo hasta que pase «esto» momento... La -«question» está en soltar toda la menos plata -que se puede... Y usted, Mauricio, «cuega», usted -«cuega demasiao» en el Club y en el Círculo -y en el Jocquey, y en las «careras»... «Déquese -de historias, hombre... Guarde la platita -y verá después»...</p> - -<p>—¡Pero papá!—exclamé con mimo burlón.—¿No -ve que yo tengo que vivir como quien -soy, he sido y seré?...</p> - -<p>—¡Está claro! Yo no digo nada... Pero el -más «quien soy» tiene que pensar en lo que puede -suceder mañana... «Vos, Cómez, tenés» una -cabeza de chorlito.</p> - -<p>¿Cabeza de chorlito yo, Rozsahegy? ¡Qué -error! Comparando tu espíritu práctico y el -mío, no sé cuál resultaría más completo. Sólo -que hay formas, hay formas, hay formas... -El centavo tiene que venirme; yo nunca correré -tras él, como has podido hacerlo tú...</p> - -<p>Pero lo admiré, cuando me hizo el cuadro -acabado de la situación.</p> - -<p>—Con vos puedo hablar claro... sos «me hico»... -«¡Comprá oro!»... Es una cosa segura y -te dará el cuatrociento por ciento, si «sos» capaz -de guardarlo...</p> - -<p>Se interrumpió, objetándose á sí mismo:</p> - -<p>—Pero ¿dónde está el efectivo? ¡Ésa es la -<span class="pagenum"><a name="Page_328" id="Page_328">[328]</a></span> -«quistión»!... No importa... Hay otras maneras, -aunque no se compre oro... Hay el equivalente... -el equivalente... y eso lo «tenés»...</p> - -<p>—Mi querido suegro, usted se anda por las -ramas... Lo que yo le he preguntado es lo que -piensa de la situación...</p> - -<p>—Es una locura, un despilfarro, una borrachera...</p> - -<p>Y me explicó: Todo el mundo había perdido -el juicio. Fuera de los centenares de millones -que bailaban en plaza, acababan de abrirse -una docena de bancos con un capital de cincuenta -y tantos millones, sin base sólida alguna, -millones soñados, escritos en el agua; se -imprimía papel moneda como se imprime una -novela popular, en rotativa; se descontaba con -el desprendimiento del calavera ebrio, que -siembra su peculio en medio de la calle; en la -Bolsa se jugaba como en una timba, con el -«bluf» y todo, sobre palabra, casi exclusivamente -para cobrar y pagar diferencias; á la propiedad -raíz se había dado un valor ficticio, pues -nunca produciría la renta que el capital representaba; -el comercio nacional quedaba deudor -en un tercio por lo menos del comercio extranjero, -porque nuestra producción no estaba á la -altura de nuestras ilusiones; todo el mundo robaba -ó estafaba al país, con cuentas corrientes -ilimitadas, préstamos hipotecarios hechos sobre -propiedades que no existían, descuentos concedidos -á testaferros sin responsabilidad...</p> - -<p>—Es como si en tu casa, incomodado ya por -los acreedores, siguieras tomando «fiado» donde -te dejaran... ¡Vas á ver lo que pasa después!</p> - -<p>—¿Usted cree, entonces, que esto no tiene -remedio?</p> - -<p>—Sí, tiene... Por lo menos para nosotros... -Don Ernesto me ha dicho... Pero hay que tener -<span class="pagenum"><a name="Page_329" id="Page_329">[329]</a></span> -paciencia... Hay que estarse muy quietito... -Ya diré... Usted no tiene ningún apuro, ninguna -necesidad... ¡Bueno!... Hay que esperar... -Éste es un país de esperar sin asustarse.</p> - -<p>—Pero, quizá si yo pudiera liquidar en condiciones -pasables...</p> - -<p>—«Deque» estar... «Pueda ser» que parezca -menos rico, pero será relativamente tan rico y -más... Cuando el nivel baja, baja para todos; -y si no baja demasiado, el que está más arriba -queda más arriba... y viene á ser lo mismo.</p> - -<p>—¡Don Estanislao! ¡no se equivoque! El -ministro de Hacienda va á sofocar la plaza con -una avalancha de oro, con cien millones que el -Gobierno tiene en caja...</p> - -<p>—Y la Bolsa hará como el papel secante... -¿Qué es un peso, cuando se deben cinco?</p> - -<p>—Se hace esperar.</p> - -<p>—¡Eh! Sí. Cuando uno se queda con cincuenta -centavos para comer... Pero aquí no nos -quedamos con nada...</p> - -<p>—Usted cree entonces que la revolución...</p> - -<p>—¡Pshit!</p> - -<p>Irma se precipitaba, más que acercaba, hacia -mí, para increparme:</p> - -<p>—La muchacha está triste, ¿qué tiene?</p> - -<p>—Yo no sé, señora...</p> - -<p>—¡Debe saber! parece enferma, afligida...</p> - -<p>—¿Eulalia?... ¡Bah! Monadas de muchacha -mimosa.</p> - -<p>—No. Está pálida y ojerosa, está intranquila...</p> - -<p>—¿Le ha dicho algo?</p> - -<p>—No.</p> - -<p>—¿Y entonces?</p> - -<p>Me levanté, tomé el sombrero, y encarándome -con don Estanislao.</p> - -<p>—Hablaremos otra vez—dije.—Hay mucho -paño que cortar.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_330" id="Page_330">[330]</a></span></p> - -<p>—Sí, «hiquito» sí. Yo no puedo hablar, pero... -no hagas nada sin consultarme antes. Sobre -todo, no «vendás».</p> - -<p>Y en voz más baja:</p> - -<p>—Ni «pagués»... hay tiempo.</p> - -<p>El ataque de Irma se explicaba en cierto modo, -porque, desde que volvimos á Buenos Aires, -arrebatándome el torbellino de la vida, no fuí -ni podía ser para Eulalia el compañero amable, -despreocupado y cariñoso de todas las horas. -Un desencanto, también, la afligía y marchitaba: -yo no era siempre, en la intimidad, el -orador elocuente y triunfal, ni el ameno y espiritual -convidado de las reuniones sociales, sino -un ser común, como un actor que no sólo -ha abandonado la escena sino también los bastidores. -En cambio, á mí, hecho á todas las libertades -del sensualismo, en los acercamientos -venales ó caprichosos, la austera unión que ella -consideraba única posible, me parecía insulsa -y timorata. Sin tenernos en menos, íbamos alejándonos -poco á poco, pues; ella, sufría, yo... -filosofaba.</p> - -<p>Quizás ahondé esta separación, cuando, al -recibir días después la noticia de la muerte de -mamita, y olvidando nuestras conversaciones -de Montevideo, me opuse á que Eulalia fuese -conmigo, pretextando las molestias y fatigas -del viaje hasta Los Sunchos, donde las autoridades, -con exquisita deferencia, me aguardaban -para el sepelio y los funerales, que habían -preparado magníficos. Allí me hice contar los -últimos momentos de mi viejita.</p> - -<p>Se había ido apagando poco á poco. Ya no -andaba, sino arrastrando los pies, como quien -patina, para llegar penosamente hasta el sepulcro -de mi padre. No hablaba, pero sonreía -á todo, con esa sonrisa entre compasiva y alegre -que suelen tener muchos ancianos, y que -<span class="pagenum"><a name="Page_331" id="Page_331">[331]</a></span> -algunos consideran atontada, casi idiota, aunque -otros la crean excesiva benevolencia, total -perdón... Por fin, no pudo salir, y guardó cama, -siempre sonriente y en silencio, hasta que una -tarde, echando las enjutas piernas fuera, y -sentada en la orilla, dijo:</p> - -<p>—Quiero vestirme. Voy al cementerio.</p> - -<p>Pero, incapaz de sostenerse, cayó hacia un -lado; murmuró: «Fernando», y se quedó dormida -para siempre.</p> - -<p>«Fernando» dijo y no «Mauricio»; entre las -dos indiferencias olvidaba mejor la del esposo, -que nunca parece tan total como la de los hijos, -porque nunca se le ha dado tanto... Pero, -¿quién me asegura que no nos confundiera á -ambos en un solo nombre, no pronunciado para -los demás sino para ella misma?... ¡Pobre -mamita!; la lloré de veras, no acertando, sin -embargo, á darle determinados relieves, como -si sólo fuera una sombra vaga que hubiese fluctuado -sin rumor en el fondo de mi vida. Y su -recuerdo es, hoy mismo, borroso y tierno, sin -que provoque ni grandes alegrías ni grandes -penas. ¡Pobre mamita!... Cuando la evoco, no -tengo más que una sensación de penumbra y -de silencio, de renunciamiento á la vida. Mi -padre, don Fernando Gómez Herrera la modeló -así, y yo, su hijo, no hice sino continuar su -obra. No había ni siquiera asistido á mi casamiento; -yo no le escribía desde años atrás, pero -estoy seguro de que siempre estuvo ocupada de -mí, y al recordarla ahora, siento que he hecho -un mal negocio, ¡y que las caricias locas con que -pudo regalarme, no serán renovadas por nadie -en el mundo!... Y tanto me conmovió la evocación -de su gran figura resignada, que pensé -en edificar en Los Sunchos un sepulcro de familia, -donde yo dormiría también, llegada mi -hora. «Esto consolará á la pobre viejita», me -<span class="pagenum"><a name="Page_332" id="Page_332">[332]</a></span> -decía, embriagado por el licor demencial de -la muerte, del misterio... Casi un cuarto de siglo -después, todavía no he realizado el proyecto...</p> - -<p>Pero no podía yo pasar por mi aldea, ni aun -en momentos de luto, sin tener que amoldarme -á mi papel. Para distraerme, amigos y aduladores -me mostraron el pueblo, que crecía á ojos -vistas y al que hubiera llegado meses después -el ferrocarril... El villorrio iba transformándose, -materialmente, en pueblo con visos -de ciudad, y Los Sunchos, teatro de mis primeras -correrías y mis primeros triunfos, perdía su -carácter con los pretenciosas imitaciones de la -arquitectura de las capitales. Iba á poseer aguas -corrientes, cloacas, luz eléctrica, tenía algunos -empedrados, gas, teatro, y sus cabezas más -fuertes pensaban en hacerla... capital de una -nueva provincia, formada con parte pequeña de -la nuestra y parte de un territorio nacional -contiguo.</p> - -<p>—¿Y para qué provincia?—pregunté.</p> - -<p>—¡Para que Los Sunchos tenga toda la importancia -que merece!—me contestaron.</p> - -<p>No era una respuesta. Aquellos buenos burgueses -querían ser gobernadores, diputados, senadores, -etc.; fundar una pequeña aristocracia, -en fin, y no ser el departamento más alejado -pero más influyente, «el bourg pourri», sino -una gran entidad. ¡Bah! ¡Si ellos supieran -dónde van á parar las grandezas de Los Sunchos, -y pudieran leer en mi alma cómo calculo -yo mi posición en Buenos Aires!... Pero tienen -razón. Yo en Los Sunchos, dominando patanes, -era más feliz que en la capital tratando -de contemporizar con todo el mundo, y sin más -éxito que el obtenido con las mujeres, que no -<em>cuantifican</em> el mérito y que magnifican sus caprichos -hasta la sublimidad. Sí; lo diré aunque -<span class="pagenum"><a name="Page_333" id="Page_333">[333]</a></span> -parezca no venir á pelo: La mujer, en nuestro -país, como en todas partes, es el mejor vocero, -el único propagador de la fama. No se la tiene, -muchas veces, en cuenta, pero en mi larga -experiencia de la vida sé que quien la ha descuidado, -ha caído necesariamente en el olvido, -y que quien la cultivó, por ínfimo que fuese, -ha llegado á las alturas, porque más tira un pelo -de mujer que una yunta de bueyes—como dicen -que dijo Rosas,—y porque, como no envidian -á los hombres, ni los desdeñan, tienen para -la mercancía de su agrado recomendaciones -entusiastas que no pueden nunca tener los -hombres para sus rivales...</p> - -<p>Cuando volví á Buenos Aires, cumplidas las -fúnebres ceremonias, reanudé mi vida de agitación.</p> - -<p>Eulalia me hizo algunas observaciones: la -descuidaba demasiado. Era cierto, pero no me -inquietó. Me consideraba fuera de todo peligro, -gracias á mis méritos físicos é intelectuales, pese -á todos los ejemplos que en contrario me -presentaban la historia, la tradición y la crónica -escandalosa de nuestra época... Eulalia, tan -fina, tan discreta, podría y debería ser una -gran señora en el momento oportuno, que no -había llegado todavía. ¿Cómo exhibirla con sus -toscos padres? ¿Cómo fundar ó refundar una -aristocracia con los Rozsahegy á la rastra? Yo -tenía fuerzas suficientes para imponer á Eulalia, -pero no á Irma y á don Estanislao. Puede -que pudiera; pero, en fin, ni yo mismo lo quería. -Eulalia, á veces, parecía comprenderlo; -otras, su ambición rompía todo lazo: pero era -una ambición hacia mí, no hacia la sociedad, y -esto me hacía desgraciado.</p> - -<p>—María haría lo mismo, pero con todo derecho -y toda probabilidad de triunfo—me decía -yo.—Teresa podría intentarlo con éxito, porque, -<span class="pagenum"><a name="Page_334" id="Page_334">[334]</a></span> -al fin, es de una vieja y respetable familia -del país. Pero, justamente, Eulalia, que tiene la -bondad de Teresa y la individualidad de María, -es la única que no puede exigirme que la imponga -á esta sociedad, por mezclada que esté, -porque no he de llevarla á los «bailes de la Bolsa» -ú otros «peringundines», sino precisamente -á los salones tradicionales que hoy están semicerrados, -y donde sería muy posible que nos -recibieran mal.</p> - -<p>Mi tía Mónica, aquella excelente dama que -había quedado soltera porque un médico, allá -en su juventud, le cortó un músculo del cuello -y la dejó para siempre con la cabeza bamboleante, -como una perlática, mi madrina de casamiento, -en fin, me ilustró el punto casi con -tanta crueldad inhábil como la del cirujano que -la mutilara agostando su juventud, su gracia y -su talento de mujer.</p> - -<p>—Tenemos, sí—me dijo,—la aristocracia del -dinero; pero es superficial, mientras no desaparecen -los que lo han ganado directamente. -Recuerda, Mauricio, el dicho de aquel extranjero -en Colón, al ver cuajada de diamantes -nuestra más alta sociedad: «¡Muy hermoso, -pero huele á bosta!» Todos somos descendientes -de negociantes ó estancieros; eso lo sabemos -muy bien. Pero todo el mundo se esfuerza -para hacerlo olvidar, y en tal caso, el que está -más lejos de su abuelo pulpero, tendero, zapatero -ó criador, es el más aristócrata. Tú, con tu -casamiento, has perdido dos ó tres peldaños, -porque el patán de tu suegro vive, y se muestra -demasiado... Es un «carcamán», y eso no se te -perdona.</p> - -<p>Mauricio Gómez Herrera, sin el «carcamán», -sería como algunos de sus primos ó sobrinos, -que, sin dinero, y aunque puedan, por excepción, -<span class="pagenum"><a name="Page_335" id="Page_335">[335]</a></span> -tener talento, no son sino pobres aspirantes -ó infelices descontentos, socialistas, anarquistas -ó cosa por el estilo...</p> - -<p>¡Qué mi tía Mónica!</p> - - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">XI</h3> -</div> - -<p>El juego, las mujeres, los paseos y la controversia -chismográfica—he aquí cómo distribuyo -mi vida, desde que he dejado la política en segundo -término, previendo lo que va á suceder.—Ni -á tiros me hacen hablar ni escribir... Mi -suegro me ha contado la historia de las anteriores -crisis, sobre todo la que trajo la conversión -al peso moneda corriente y el derrumbamiento -del Banco Nacional.</p> - -<p>—Haga una cosa. Si debe algo al Banco Nacional, -trasládelo pronto al Banco garantido de -su provincia; yo sé lo que le digo... Allí será -más fácil arreglar...</p> - -<p>Sin saber á qué podía corresponder aquel -consejo, me apresuré á seguirlo, y al hacer esta -permuta, que mi posición política me facilitó, -supe que, con mi nombre ó el de otros, debía -nada menos que cerca de un millón de pesos -nacionales. Aunque mis propiedades de Los -Sunchos y las de la capital de la provincia y -campos vecinos, representaran entonces algo -más de esa suma, me asusté, y fuí á consultar -á Rozsahegy, seguro de que se había equivocado -y me había hecho cometer un desatino.</p> - -<p>—Creo—le dije,—que siendo yo rico, y Eulalia -también, Eulalia debe ayudarme á consolidar -mi fortuna, tanto más cuanto que ella no -pierde un centavo. En su nombre, pues, vengo -á pedirle que sanee mis propiedades, pagando -mi deuda al Banco de la provincia.</p> - -<p>—Usted es muy muchacho—me replicó.—Yo -<span class="pagenum"><a name="Page_336" id="Page_336">[336]</a></span> -no pago deudas de nadie que puede pagarlas. -Á Eulalia no le faltará nada, ni hoy ni nunca, -y, por lo tanto, á usted, sobre todo si no sigue -haciendo sonseras y jugando hasta la camisa. -Y deje estar, ya le he dicho: nadie se ha de llevar -sus tierras, mientras que viva Rozsahegy.</p> - -<p>—Debo cerca de un millón.</p> - -<p>—Eso es una porquería. No hay un allegado -al Presidente ni siquiera á un Gobernador de -provincia que no deba otro tanto. ¿Y vos creés -que los van á matar? ¡Se acabaría el país!... -¡Eh, nadie se muere de deudas!...</p> - -<p>Y, paternal, agregó:</p> - -<p>—Eulalia tendrá cuanto necesite. Vos podés -seguir haciendo negocios para tus «farras». Yo -no me meto en eso. Pero, en el momento oportuno, -ya sabré cómo ayudarte. ¡Eso sí! no -venda sus tierras, porque entonces ya no hay -defensa.</p> - -<p>—El «gringo» sabe lo que se pesca—pensé,—y -lo mejor es hacer negocitos.</p> - -<p>Era todavía, en sus últimos boqueos, el -tiempo llamado de las «coimas». Ganar algún -dinero no me costaba más trabajo que el de -leer un memorándum presentado por algún postulante -de concesión, y repetirlo en otra forma -en el recinto de la Cámara. Estos memorandums -solían estar tan bien hechos, que afirmaban -mi reputación de orador enciclopedista, sin -comprometerme como político. Podía hacérseme, -por el mismo procedimiento, una competencia -mortal, pero, pese á mi modestia, diré -que yo presentaba aquello con elocuencia y con -éxito, sobre todo porque entre los colegas habíamos -establecido un convenio tácito, y nos -dábamos mutua y alternativamente el voto.</p> - -<p>Mis «bohemios» oficialistas y opositores no -veían más que fuego, como dicen los franceses, -y los primeros, obedeciendo á mi consigna, no -<span class="pagenum"><a name="Page_337" id="Page_337">[337]</a></span> -me ponían nunca muy de relieve, mientras que -lo segundos, conquistados, cargaban la romana -sobre otros, nunca sobre mí, y estaban (unos y -otros) tanto más conformes conmigo cuanto que -no me daban notoriedad. Los correligionarios -hablaban de Mauricio con mesura y respeto; los -opositores, dada mi insignificancia, cuando me -nombraban solían—rara vez, pero solían—deslizar -una palabra amable junto á mi nombre. -También es cierto que nunca me opuse á un sablazo, -ni negué una recomendación, ni dejé de -aparentar que buscaba un puesto, ni hablé mal -sino de los caídos, ni hablé bien sino de los notorios -y momentáneamente «indiscutibles». Y -los cuentos y comentarios me llegaban.</p> - -<p>—Yo no tenía talento, pero era, en cambio, -bondadoso; no tenía ilustración, pero era inteligente -y receptivo; no tenía moralidad, pero -era muy tolerante para los defectos ajenos; no -tenía carácter, pero era incapaz de hacer daño -á una mosca; no era altruista, pero no dejaría -á nadie sin comer por hartarme yo.</p> - -<p>Virtudes negativas, pero, al fin, virtudes.</p> - -<p>Pero, pasemos. Tal era mi acción, la única -que me interesaba para mantenerme en la posición -debida: frecuentando la sociedad, por lo -que podía darme, gracias sobre todo á las mujeres, -haciendo pequeños «negocios» para poder -vivir sin comprometer mi fortuna y con ella mi -libertad de acción; entregándome á veces al -placer, en forma que la plebe dogmática encuentra -excesiva; presentándome como un elegante -y un gran señor, sin exageración,—para -no morirme de hastío en los momentos obligados -de inercia, aparecía yo como un protector -nato de las letras y las artes, que no me importan -un pito, era el ídolo en los salones, el -pico de oro en la Cámara, el instrumento admirable -y admirado del Gobierno—á quien no -<span class="pagenum"><a name="Page_338" id="Page_338">[338]</a></span> -servía,—y el hombre, en suma, capaz de ponerse, -si quisiera, frente á frente de otro cualquiera, -del más alto, del más popular, del más -poderoso. Quédame esta fama, todavía; y si -me queda es, precisamente, porque hasta ahora -he rehuído el combate. <em>Seré</em> capaz de una acción -decisiva, pero cuando la sienta de antemano -decisiva, y todas las altiveces de la raza, -todas las protestas de mis antepasados emancipadores, -se reducen á la conquista del éxito. Á -los abuelos les obligaron á ser yunque, y yo -quiero y siempre quise ser martillo, aprovechando -para ello nuestras mismas cualidades, -diversamente encaminadas.</p> - -<p>Eulalia se había resignado al papel de amiga. -Á pesar de su familia, era, para mí, como -una decoración, gracias á su admirable don de -gentes. La llevaba al teatro, á alguno de esos -«salones» curiosos que perduraban en Buenos -Aires como confuso rasgo de unión entre la antigua -sociedad y la que iba á nacer más tarde, -muy libres, muy rastacueros, pero, en fin, lo -único que entonces había. Era muy solicitada y -muy cortejada. Á veces me pareció que las galanterías -de algunos iban demasiado lejos, y -que ella, sin embargo, las tomaba como moneda -corriente. Pero no cuadra á Mauricio Gómez -Herrera preocuparse de estos detalles, -cuando cien cosas de mayor cuantía para sí y -los suyos solicitan en todo instante su atención. -Por otra parte, Eulalia era, ha sido y es -fundamentalmente honesta—ó así me ha parecido, -¡y eso basta!...</p> - -<p>¡Y cuando, en aquel entonces, planteaba en -parte estos problemas psicológicos, siempre se -me evocaba la imagen de María Blanco, y siempre -refería las acciones de Eulalia á las que -ella hubiera realizado! Y aunque Eulalia actuase -como María hubiera podido actuar, siempre -<span class="pagenum"><a name="Page_339" id="Page_339">[339]</a></span> -encontraba una superioridad en María, quién -sabe por qué atávica preocupación, olvidando -que mi mujer era toda una señora. Rozsahegy, -Blanco: todo estribaba aquí: cuestión de pronunciación.</p> - -<p>María, entretanto, estaba en Buenos Aires, -y no se ocupaba para nada de mí. Llevaba, seguramente, -una vida análoga á la de Teresa, y -dedicaba á Vázquez ó á su deber, todo su -tiempo y todo su pensamiento. No se la -veía jamás en parte alguna. Vázquez deseaba -hacer un viaje á Europa. Quería completar su -educación y ver de cerca, en la realidad, lo que -le habían mostrado los libros, sintiéndose capaz -de ser útil á su tierra, no porque fuera á aprender -más en el extranjero, sino por la mayor autoridad -que una permanencia en el viejo mundo -le daría. Imitando burlescamente aquello de -Calderón de que «porque no sepas que sé que -sabes flaquezas mías», observaba que, para ser -eficaz, es preciso que los demás «sepan que uno -sabe», ó lo supongan, que es lo mismo.</p> - -<p>Una tarde, comentando la crónica del Congreso -de los diarios de oposición, en la que se -me trataba muy bien, llegué á decirle que despreciaba -resueltamente á todos esos escritorzuelos, -y que, cuando mucho, los toleraba. El -romántico de Vázquez me contestó, animadamente:</p> - -<p>—¿Los toleras? ¡Pero, tonto! ¿No ves que -ellos son los únicos que hacen algo y que tienen -el derecho de «tolerar»? ¡El más insignificante -tiene mayores probabilidades que tú y -que yo, de ser admirado y venerado por los que -vienen!... Pobre consuelo, dirás. Pero es que -ellos cobran su paga mental por adelantado, y -no la descuentan para poder enorgullecerse aún -más de sí mismos... Están bien convencidos de -<span class="pagenum"><a name="Page_340" id="Page_340">[340]</a></span> -ser lo que son, mientras que nosotros no sabemos -lo que somos.</p> - -<p>—¿Qué significa?</p> - -<p>—Ellos pueden oponerse á las circunstancias; -nosotros las estudiamos para seguirlas.</p> - -<p>—Haces juegos de palabras, y nada más.</p> - -<p>—Me alegro de que lo tomes así.</p> - -<p>Yo creía y creo todavía en la existencia de -lo que se llama «hombres superiores», y en que -son los que señalan rumbos á las sociedades -y los pueblos. Y, mientras escribo estas líneas, -leo un discurso de Roosevelt, pronunciado en -Bruselas, panegirizando la medianía. Es una -adulación electoral, como las de nuestros discursos -de provincia, en que alabamos á los labradores -y los ganaderos, como á las más altas -y fuertes columnas de la sociedad y de la inteligencia...</p> - -<p>Otras cosas me distrajeron. El Gobierno estaba -cada vez más preocupado con la situación, -especialmente en su parte económica. Una especie -de bancarrota amenazaba al país, y los -Ministros de Hacienda se sucedían haciendo -desatinos cada vez mayores. Para detener el -alza del oro, el Gobierno vendió todo lo que tenía, -que fué inmediatamente absorbido por los -banqueros, y emigró. Sin haber detenido la subida, -lejos de eso, tuvo necesidad de metálico -en crecida cantidad para amortizar empréstitos -y pagar intereses, y debió comprarlo á precios -inverosímiles. Corrió la voz de graves irregularidades -en los bancos, y en la capital se -respiraba un ambiente de desconcierto que olía -á revolución. Lo que supo Rozsahegy meses -antes lo sabía todo el mundo ya. Mi suegro -me llamó entonces, con urgencia.</p> - -<p>—¿Has hecho lo que dije?</p> - -<p>—No sé á qué se refiere.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_341" id="Page_341">[341]</a></span></p> - -<p>—Hacer trasladar toda tu deuda al Banco -garantido de tu provincia.</p> - -<p>—Sí.</p> - -<p>—¿Á cuánto asciende?</p> - -<p>—Con algunos intereses acumulados, ya le -dije, á cerca de un millón de pesos.</p> - -<p>—¿Con tu sola firma?</p> - -<p>—La mayor parte. Hay unos doscientos cincuenta -mil pesos, cuyas letras no he firmado -yo. Pero se sabe...</p> - -<p>—Eso no importa. Déjese estar. No se apure. -No haga caso de nada. Sobre todo, no venda... -Ahora viene el temporal y hay que tener mucha -sangre fría, mucha...</p> - -<p>—¿Usted también cree en la revolución?—dije, -irónico.</p> - -<p>Me miró con aire socarrón, sonriéndole los -ojillos de cerdo.</p> - -<p>—Yo más que nadie—contestó.—Esto no -puede seguir así.</p> - -<p>Comprendí que sabía más de lo que quería -decir, y traté de sondarlo.</p> - -<p>—Estoy seguro de que hasta ha dado dinero...</p> - -<p>—¡Ésas son cuentas mías!—exclamó riendo -más que antes.—La verdad es que cualquier -cosa, ¿entiende? cualquier cosa es mejor que -prolongar esta situación. Hay que liquidar. Esto -es un loquero sin nombre; ya no hay desatino -que no se haga, y se ha tocado demasiado á lo -hondo el bolsillo de la gente.</p> - -<p>—La revolución no triunfará. No hará más -que consolidar el Gobierno.</p> - -<p>—Puede que no triunfe. Hasta es casi seguro, -porque la harán gentes muy distintas. Pero -el Gobierno no podrá consolidarse, sino en calidad -de Gobierno; es decir, quedando como es, -pero variando de hombres y de procederes.</p> - -<p>—¡Qué curioso!</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_342" id="Page_342">[342]</a></span></p> - -<p>—Será lo que te parezca. Pero, ¿quieres un -consejo, Mauricio, para completar los otros, -que son salvadores?</p> - -<p>—Venga el consejo.</p> - -<p>—«Andate» de Buenos Aires. Eulalia está -delicada, el invierno amenaza ser crudo. Llévatela -á un rincón del Norte, ó á Río de Janeiro, -si prefieres la ciudad al campo, y espera los -sucesos.</p> - -<p>—No puedo. Tengo compromisos. Por mucho -que justificara mi ausencia, sería una deserción. -Me quedaré aquí, á pie firme.</p> - -<p>—¡Compromete su porvenir!</p> - -<p>—No crea viejito. Tengo uñas para salir del -paso. Ya verá. ¡Y nadie podrá decir nunca que -Mauricio Gómez Herrera es un traidor ni un -cobarde!</p> - - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">XII</h3> -</div> - -<p>La revolución estalló, porque al pueblo no -le quedaba un centavo ni crédito con qué substituirlo. -Yo era ya, oportunamente, en aquel -momento, una «persona formal» porque había -logrado que nadie se ocupara de mí. Y en la -difícil emergencia, me dije:</p> - -<p>—Hay que prepararse á echar piel nueva. -Callemos como muertos y veamos venir. Yo no -hago nada malo. La política es una serie de accidentes -en los que uno debe «poder ser útil -ó utilizable», y demostrarlo, aunque sea de un -modo pasivo. La sociedad dice: Sé rico, ten -influencia, y triunfarás. La religión actual dice -lo mismo, exigiendo, como la sociedad, que -se le guarden las formas. Yo soy rico, ó mejor -dicho, tengo todas las probabilidades y todas -las apariencias de tal. Soy rico por mi mujer, -y rico por mí mismo, si es cierto lo que dice -<span class="pagenum"><a name="Page_343" id="Page_343">[343]</a></span> -Rozsahegy. Tengo talento ó, lo que quizá -sea preferible, el don de saber vivir. La cuestión -es no destruirse á los treinta y cinco años. -Este período ha sido un gran gastador de jóvenes. -Todavía puedo ser un hombre nuevo, y -muchos de nuestros próceres no habían despuntado -aún á los cuarenta años. ¿Quién me -dice?...</p> - -<p>Pero quise cerrar con broche de oro este largo -capítulo de mi vida, mostrándome fiel, si no -á mis principios, á mis amistades y vinculaciones, -y en cuanto estalló la revolución fuí de los -primeros en rodear al Presidente, mientras que -los sublevados, contemporizadores, se encerraban -en la plaza del Parque y formaban cantones -en los alrededores, dedicándose á matar vigilantes -para satisfacer una necesidad de venganza -contra la autoridad ó sus símbolos.</p> - -<p>—Es un motín militar—me dijo el Presidente, -dándome un instante de atención, en medio -de la turba azorada de palaciegos que le rodeaba.—Pero -el ejército fiel no tardará en reducir -á los revoltosos.</p> - -<p>—Es mi convicción—dije.—Y si puedo ser -útil en algo... Ya sabe usted que se debe contar -conmigo.</p> - -<p>—¡Gracias! ¡Ya sé, ya sé!...</p> - -<p>Otros lo rodeaban, acaparando su atención, -y mareándolo por completo. Él veía la montaña -que se le venía encima, pero demostraba entereza -y confianza. No era el pusilánime que sus -enemigos han querido presentar: iluso, sí, como -lo probaron más tarde las circunstancias, -dando razón á mi suegro; pero quizá no hubiera -sido tan iluso, si aquéllos que lo rodeaban -hubiesen tenido un poco más de sentido común -y un poco menos de adulonería. En suma, -los dados estaban tirados, y era preciso -mostrarse buen jugador, sin cobardías ni desplantes. -<span class="pagenum"><a name="Page_344" id="Page_344">[344]</a></span> -Es lo que hizo, pues no habló de ir -á ponerse personalmente al frente de sus tropas, -ni tampoco de huir como una rata de una -casa incendiada. Pensé que se amoldaba, como -yo, á las circunstancias que lo habían llevado -tan alto, y que sabría esperar otras, en caso -de derrota.</p> - -<p>No era esta tranquilidad patrimonio de todos. -Pepe Serna, por ejemplo, gritaba jurando -que había que poner á raya á los revoltosos y -darles en seguida una fiera lección, sin suponer -por un momento, en su inconsciencia, que aquello -se caía á pedazos. Otros, al contrario, se -agarraban la cabeza, como si el cataclismo que -presenciaban fuera el anuncio del juicio final. -Recuerdo un juez que, tragando saliva para -parecer completamente tranquilo, preguntaba -de grupo en grupo, después de una torpe entrada -en materia, un «á propósito» tirado por los -cabellos:</p> - -<p>—¿Cree usted que si la revolución triunfa -habrá juicios políticos? Nuestra historia revolucionaria -los repugna, y generalmente, la más -amplia amnistía...</p> - -<p>No le hacían caso, como diciéndole «ve á hacerte -ahorcar en otra parte», y, en efecto, sólo -años más tarde cayó como un vulgar pillastre, -en un asunto de aprovechamiento de ajenas -falsificaciones...</p> - -<p>El hombre que más me interesaba era el presunto -candidato á Presidente de la República. -Pasó varias veces frente á mí, dueño de sí mismo, -habiendo medido ya todas las posibilidades -que se le presentaban, porque tenía talento. -Era el que jugaba más fuerte en la partida, y -hubiera pagado por saber el desarrollo de sus -pensamientos íntimos, pero aunque reinara entre -nosotros cierta antigua y aparente intimidad, -<span class="pagenum"><a name="Page_345" id="Page_345">[345]</a></span> -no era aquél el momento de pedirle una -confesión sincera.</p> - -<p>—¿Qué me dice de todo esto, doctor?—le pregunté, -sin embargo, estrechándole la mano.</p> - -<p>—Que la revolución está vencida, nada más. -Es una revolución inerte...</p> - -<p>Pero sus ojos negros se perdían, mirando en -lo futuro quién sabe qué ostracismos, y en su -cara pálida, de un tono amarillento, encuadrada -por la barba castaño obscuro y el abundante -cabello lacio de músico, había una expresión ascética -de angustia aceptada. ¿Veíase ya, en lo -porvenir, chivo emisario de todos los pecados de -aquel fugaz momento histórico? Después de -mí, aquél era el personaje que más simpatía -me inspiraba; pero dominé mi sentimentalismo, -y dejé en mi interior toda manifestación -comprometedora, pensando: Si tú también ves -las cosas tan mal paradas, hijito, ¿qué quieres -que le haga yo? No puedo ser más papista que -el Papa...</p> - -<p>Mi estudiada mesura en aquellas circunstancias -me condujo adonde debía conducirme. El -Presidente estaba demasiado obcecado para ocuparse -de mí sino como yo quería: hasta saber -que yo no lo había abandonado, nada más. Los -seguros de triunfar me encontraban demasiado -tibio para enredarme en sus ensueños... Los -temerosos de la derrota me veían demasiado -partidario de la situación para invitarme á buscar -otra cosa... Los sensatos pensaban, probablemente, -como yo... De modo que fuí una -entidad al propio tiempo apreciable y desdeñable -para todos: que era lo que se quería demostrar.</p> - -<p>Volví todos los días á presentarme al Presidente, -hasta que la revolución, viéndose vencida, -capituló. Entonces, me retiré á mi casa. -<span class="pagenum"><a name="Page_346" id="Page_346">[346]</a></span> -Sólo había sufrido una que otra pulla, sobre mi -inactividad.</p> - -<p>—Aquí no estamos en mi provincia—repliqué,—y -esto es una cuestión militar. No quiero -hacer de mosca de la fábula, y complicar la -cosa so pretexto de simplificarla. Que el que -manda me mande, y yo obedeceré.</p> - -<p>La revolución cayó y con ella, de rechazo, -cuatro días después, el Presidente de la República, -contra quien se ensañaron el populacho, -la juventud inconsciente y algunos de -los que le habían arrastrado á los peores extremos, -para demostrar que no tenían participación -en la culpa. Y así se fué, entre el vocerío, un -jefe que quizá no tuvo más culpa que confiar -demasiado en las fuerzas del país y en la lealtad -de sus amigos—esto fuera de los otros defectos -que pudiera tener y de los otros errores -que hubiera cometido.—Á mí no me toca acusarlo, -y debo decir que no cargué la romana sobre -él cuando lo vi caído, porque... porque no -me pareció un ademán elegante.</p> - -<p>Eulalia, que no había encontrado mal mi -aparente fidelidad, me dijo al fin:</p> - -<p>—Creo que han hecho bien en derrocarlo.</p> - -<p>—Me parece lo mismo.</p> - -<p>—Pero lo ayudabas...</p> - -<p>—Era mi deber.</p> - -<p>—Me gusta eso que dices—y su mirada me -perdonó muchas cosas.</p> - -<p>Yo pensé en María, y reproduje el diálogo -que podríamos haber mantenido los dos en -las mismas circunstancias:</p> - -<p>—¿Obedecías á tu deber ó á tu interés?</p> - -<p>Protesta violenta de mi parte.</p> - -<p>—En fin, tú debías comprender que el Gobierno -no marchaba, como se ha dicho en el -mismo Congreso, hechura del Presidente, en -ese Congreso que tendría que cambiarse antes -<span class="pagenum"><a name="Page_347" id="Page_347">[347]</a></span> -de aplaudir el «nuevo orden de cosas», que no -existe. Ayudarlo era ayudar tu interés no tus -principios.</p> - -<p>—¿Principios? ¡Tú lo has dicho! En estos -pueblos adolescentes hay que mantener á todo -trance... «el principio de autoridad».</p> - -<p>Y la discusión no hubiera podido terminar -nunca, mientras que con Eulalia tuvo el más -grato de los desenlaces: sentirse amado y admirado -por una mujer nada vulgar, es siempre -el mejor de los desenlaces, cuando éste se desarrolla -en una casa con todo el confort moderno, -y donde no falta ni lo superfluo siquiera.</p> - -<p>Y en la nuestra no faltaba. Rozsahegy daba -á Eulalia cuanto podía necesitar. Yo tenía mi -dieta, y como al despilfarro de los años anteriores -había sucedido una modestia franciscana, -porque muchos lo habían perdido todo y otros -trataban de ocultarlo todo, aquello y la poca renta -que me llegaba de Los Sunchos y de la provincia -(el sueldecito de marras), me bastaban y -aun sobraban para vivir bien, frecuentar el -Club, jugar mi amena partida de póker, y hacer -nuevas deudas, no muy graves, dada la modestia -de los tiempos. Lo único que solía molestarme -(¡oh, en idea solamente!), era mi -compromiso con los Bancos, ó, más bien dicho, -con el Banco Provincial.</p> - -<p>Llegó la hora en que las autoridades se ocuparían -de liquidar y de imponer la liquidación.</p> - -<p>Esta vez, mi suegro no me llamó, sino que -fué á verme.</p> - -<p>—Has de darme un poder general para administrar -tus bienes...</p> - -<p>—¡Oh, don Estanislao! Bien puedo hacerlo -yo, como hasta aquí.</p> - -<p>—No, no es lo mismo. Usted es muy sonso. -Y además se necesita dinero contante.</p> - -<p>Le di el poder. Hizo maravillas. Descartó -<span class="pagenum"><a name="Page_348" id="Page_348">[348]</a></span> -cuantas letras estaban firmadas por testaferros, -disminuyendo así notablemente mi deuda. Cedió -á los Bancos, en pago, las tierras y propiedades -de dudoso porvenir, y adelantándome, -en suma, unos ciento cincuenta mil pesos, me -hizo propietario de un millón por la parte baja.</p> - -<p>—Estos ciento cincuenta mil pesos, que me -han servido para pagar certificados de depósito -(la plata de los unos para los otros, ¡siempre -así! pero plata anónima), los va á recuperar -duplicando como ganancia lo que importaba la -deuda. Dentro de pocos años usted tendrá dos -ó tres millones.</p> - -<p>El pobre Vázquez vendía, entretanto, todos -sus bienes para pagar á sus acreedores, porque -no tenía un liquidador como Rozsahegy. La baja -de los precios era tal, que, valiendo una fortuna, -mi suegro los adquirió por sesenta mil -pesos, prometiéndome cederlos á Eulalia por el -mismo precio en cuanto yo quisiera, por medio -de una escritura privada. Y me dijo:</p> - -<p>—Te «quecabas» que yo no daba dote á Eulalia. -Aquí «tenés» tres millones, por lo menos... -Y no hay que apurarse. Si no «hacés» locuras, -lo que «ganás» y lo que le doy á tu mujer, bastará -suficiente... Ahora... cuando yo me «muero», -es otra cosa.</p> - -<p>Pero ni siquiera deseo que se muera mi suegro, -pese á la herencia incalculable. La fortuna -de don Estanislao ha sido más fortuna para -mí, precisamente porque nunca la he tenido al -alcance de mi mano, cuando todo el mundo la -cree «mía». El crédito es inagotable...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_349" id="Page_349">[349]</a></span></p> - - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">XIII</h3> -</div> - -<p>Vázquez, como muchos otros, quedó completamente -arruinado, y ahora me consta que no -pudo pagar á todos sus acreedores, sino algún -tiempo más tarde, y eso, gracias á mí, después -de haber sufrido las consecuencias de su imprevisión -ó de no tener un suegro como el mío, -sino, apenas, como el ingenuo don Evaristo -Blanco, hidalgo provincial, incapaz de negocios.</p> - -<p>Fué á verme, y recordándome el viejo préstamo, -me preguntó cómo andaba de dinero.</p> - -<p>—Mal—le dije.—Con estas cosas, los pesos -andan á caballo. Tenemos apenas lo estrictamente -necesario. Hay que capear el temporal.</p> - -<p>—Naturalmente—replicó, pensativo.—Por -disminuir una desgracia no hay que hacer mayores -dos desgracias. Á mí eso no me empeora...</p> - -<p>Y se fué.</p> - -<p>En aquel momento, yo no tenía veinte mil -pesos disponibles, sino pidiéndoselos á Rozsahegy; -y no era cosa de abusar de mi suegro, -que se había portado tan admirablemente conmigo, -sobre todo cuando sólo á él podía acudir -para mis pequeñas necesidades de juego y otras -análogas. No era Vázquez una querida por -quien pudiera yo hacer un disparate, ni Vázquez -tenía, tampoco, exigencias que me pusieran -fuera de mí. Por el contrario, habló -tranquilamente y se fué, y aquí no ha pasado -nada.</p> - -<p>Entretanto, la situación política era la misma, -ó mejor para mí. Todo el mundo se había -reconciliado, y los mismos hombres gobernábamos, -con sordina, pero gobernábamos. Mi -<span class="pagenum"><a name="Page_350" id="Page_350">[350]</a></span> -actitud antes, durante y después de la revolución -se consideraba, no un milagro de equilibrio, -como lo era realmente, sino una prueba -irrefutable de mis altas dotes de estadista. En -antesalas de la Cámara, en la Casa Rosada, en -las redacciones de los diarios, comenzó á hablarse -en broma de mis probabilidades de ser -ministro á la primera vacante. Tomélo á broma, -me hice tan modesto, tan pequeño, que las -burlas fueron poco á poco perdiendo de acritud -y displicencia y llegaron á hacer ver como posible -una cosa á la que, desde luego, estaba -acostumbrado ya el oído de la mayoría.</p> - -<p>Mi carrera empezaba, ó mejor dicho, estaba -terminada.</p> - -<p>Se habló una vez, en serio, de «ministrarme», -y hubo quien fuera á proponérmelo. Era años -más tarde de los sucesos que acabo de narrar, -seguía yo, por fuerza de inercia, siendo diputado -de mi provincia, pero la situación me pareció -harto ambigua, con un Presidente honestísimo, -pero inseguro y burgués, y no me resolví -á apuntalarlo, y á hacer un pasaje de ave -migradora por el Ministerio. Resentidos aún -por la crisis financiera, los negocios no habían -tomado empuje, y yo, muy rico, no era rico -todavía, aunque viviera como tal, y no me era -permitido meterme en las honduras de ministro -sin repetición, es decir, de ministro de dos -meses, muerto para siempre como futuro ministro. -Rechacé la oferta, diciendo que mejor -servía al Gobierno desde abajo que desde arriba.</p> - -<p>Lo que me sonreía era una legación, y volví -á este viejo sueño, diciéndome: «en Europa, -no en América, como antes». Pero el -competidor nato salió otra vez á mi encuentro. -Vázquez pretendía, precisamente, la única -legación de alguna importancia á que entonces -se podía aspirar. Vázquez ha sido siempre -<span class="pagenum"><a name="Page_351" id="Page_351">[351]</a></span> -mi bestia negra, pero no le envidio ninguno -de sus triunfos, aunque me alegre de alguna -de sus derrotas... sin quererlo mal, por eso.</p> - -<p>—Un ministerio nacional... Pues una legación -es todavía más fácil de conseguir. Todo -es cosa de saber aprovechar la circunstancia para -pedirla. ¡Y la aprovecharé, como hay Dios!</p> - -<p>Acababa de pensar esto, cuando me anunciaron -una visita, pasándome un pedazo de cartón, -ajado y sucio:</p> - -<p class="center"><big>MIGUEL DE LA ESPADA</big><br /> -PERIODISTA</p> - -<p>Lo hice entrar, y desde la puerta me dijo:</p> - -<p>—No viene á verte de la Espada, sino del -Sable. Hace dos meses que estoy muriéndome -de hambre en la capital, y he venido á verte -cincuenta veces, por lo menos. ¡Así está mi última -tarjeta, Mauricio!</p> - -<p>Y viendo que su entrada en materia no me -hacía maldita la gracia, cambió inmediatamente -de tono, y añadió:</p> - -<p>—Los años pasan trayendo para unos felicidades, -para otros desdichas. Yo no he sabido -conducirme, y ahora, que envejezco, me encuentro -más abajo que el betún, precisamente, -por falta de conducta. No acuso á nadie de ingratitud, -sino á mí mismo de insensatez. He -servido á muchos, pero por la dádiva, como las -mujerzuelas que no recuerdan después á quiénes -quisieron... Hoy me hallo en la derrota, -porque, como dijo tan amargamente mi paisano -Calderón en circunstancias no menos trágicas -«el traidor no es menester, siendo la traición -pasada».</p> - -<p>Su cara me decía su historia de decepciones, -pobre vocero de todas las pasiones y todos -los caprichos, juguete de los hombres, más -<span class="pagenum"><a name="Page_352" id="Page_352">[352]</a></span> -que de las circunstancias, y sus ojos, de mirada -amistosa y humilde de perro pícaro, me recordaban -la historia de Los Sunchos y de la -capital de provincia. Mi situación me obligaba -á tratarlo de alto abajo; un resto de juventud -me hizo acercarme á él, golpearle el hombro y -preguntarle:</p> - -<p>—¡Vamos! ¿qué quieres?</p> - -<p>—¡Comer!—gritó con desesperación bufonesca.—¡Comer -todos los días ó por lo menos tres -veces por semana!</p> - -<p>—Aquí come todo el mundo.</p> - -<p>Con el índice sobre la nariz, dijo, sentenciosamente:</p> - -<p>—¡Eso dicen todos los que comen!</p> - -<p>—¿Qué haces?</p> - -<p>—Desde hace dos meses soy secretario de una -sociedad de socorros mutuos, fundada por un -pillastre que se socorre á sí mismo. No veo un -cuarto. Con mi mujer y mis hijos vivimos en -un departamento de la calle Corrientes, que es -una cueva de anguilas, no ya de ratas. ¡Haz -algo por mí!</p> - -<p>—Todo lo posible. Aquí tienes cincuenta pesos.</p> - -<p>—No era eso. En fin. Después vendrá lo -otro.</p> - -<p>No paré mientes en lo que me decía, preocupado -por una asociación de ideas:</p> - -<p>—¿Vive don Claudio Zapata?—le pregunté.</p> - -<p>—Y doña Gertrudis, naturalmente. Es curioso: -son los dos patriarcas de la ciudad, y á nadie -se respeta tanto. Hablan, los pobres viejos, -maravillas de ti, pero terminan siempre diciendo: -«¡Dios lo traerá al buen camino!», lo que -significa que todavía no has llegado á su grado -de perfección.</p> - -<p>—¡Ah, canalla!</p> - -<p>—¡Gracias, en nombre de don Claudio!</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_353" id="Page_353">[353]</a></span></p> - -<p>Se sentó. Calló un instante, mientras yo lo -miraba sonriendo. Después, reanudó la charla:</p> - -<p>—Soy un fracasado, Mauricio, y me atengo -á todas las consecuencias de esto. No tenía dedos -para organista, por ser gallego, ¡bueno, está -bien! Pero no soy tonto, y tengo algún talento, -sin muchas pretensiones, tú ya lo sabes. -Cincuenta pesos son cincuenta pesos... suma -respetable, sobre todo para mí, que hace cinco -minutos no tenía un centavo ni de dónde descolgarlo... -Pero dentro de diez días ó de dos -horas, me volveré á encontrar en la misma situación... -Para salvarme, no hay más que esto: -tómame á tu servicio; yo seré tu secretario, tu -comisionista, tu amanuense, tu perro... En tu -situación, necesitas quien te ayude en lo fundamental, -porque tienes todo tu tiempo ocupado -en lo superfluo. Yo te buscaré los datos que -necesites, redactaré tus informes, escribiré tus -cartas, compondré tus discursos, y...</p> - -<p>Se interrumpió al ver mi mal gesto, y cambiando -otra vez de tono, dijo, como un Marcos -de Obregón:</p> - -<p>—No hay hombre sin hombre, don Mauricio -Gómez Herrera. Yo no reclamo, yo no pido nada. -Yo suplico tan sólo mi derecho á vivir, aunque -cigarra sin arte. Empiezo á ser viejo, y un -gran señor como don Mauricio debe comprender -que estas palabras son decisivas, aunque vengan -de un pobre hombre como yo. Es triste -que...</p> - -<p>—Ven á verme mañana—contesté, divertido.—Hablaremos -mañana.</p> - -<p>Fué hasta la puerta, volvió, y, modestamente, -dijo:</p> - -<p>—Suprimiré toda familiaridad. «Yo también -sé» cuánto molesta la familiaridad intempestiva...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_354" id="Page_354">[354]</a></span></p> - -<p>Y haciendo un grande y picaresco saludo, ya -en la puerta, murmuró:</p> - -<p>—Puesto que se me permite... hasta mañana.</p> - - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">XIV</h3> -</div> - -<p>Ridículos, los escritos de de la Espada, buenos -para un diario de provincia, pero trasnochados -en Buenos Aires. Le indiqué otros asuntos -para que me buscara datos y me extractara -libros, y se desempeñó con un celo tal, que poco -á poco fué convirtiéndose en mi secretario. -Un secretario modelo, ya sin ambición, pronto -á ejecutar cuanto yo le mandaba sin hacer objeciones -ni permitirse el atrevimiento de pensar.</p> - -<p>—He aquí un hombre—me dije más de una -vez—que obedece como yo á las circunstancias. -¿Por qué á mí me va tan bien y á él tan mal?</p> - -<p>Y concluí que ocupábamos nuestras posiciones -respectivas, bien equilibradas en la relatividad -de las cosas.</p> - -<p>Me sirvió mucho, poniendo sobre todo en orden -mi correspondencia harto descuidada, y -dándome algunos de esos consejos que uno no -adopta, pero que siempre sirven de punto de referencia -para saber cómo piensan los demás. Es -una calumnia la afirmación de que él ha hecho -casi la totalidad de mis trabajos de diez años -á esta parte; pero, en cambio, es verdad que -me ayudó mucho siempre, y que entre los pocos -escritos míos en que no tomó participación -figuran precisamente éstas á modo de Memorias -caprichosas. En cuanto á sus consejos, dos -tengo que agradecerle infinito, porque—aunque -no los siguiera exactamente—contribuyeron á -resolver dos graves situaciones de mi vida, los -dos últimos episodios que por ahora he de contar, -<span class="pagenum"><a name="Page_355" id="Page_355">[355]</a></span> -y rápidamente, porque ya la pluma se me -cae de las manos.</p> - -<p>Vázquez y yo deseábamos la misma cosa desde -hacía mucho, pero uno y otro tropezábamos -con la misma dificultad: la mala voluntad del -Gobierno, disfrazada bajo una enorme cantidad -de pretextos plausibles, como, por ejemplo, -la de que no éramos diplomáticos de carrera, y -no cabía en lo posible postergar á los viejos -ministros para darnos un puesto superior (á él -ó á mí), como si esto no se hubiera hecho toda -la vida y no fuera á seguir haciéndose por los -siglos de los siglos.</p> - -<p>Pedro tenía dos elementos en su favor y en -su contra al propio tiempo: era empeñoso y -necesitaba de ese puesto para salvarse de la miseria. -Yo soy tenaz, también, aunque tengo, -ahora, en la madurez, la virtud de no demostrarlo, -pero, en cambio, no necesito realmente -de nada. Cualquier cosa que ambicione -para mi brillo personal, puedo pedirla «para -servir al país», y aceptarla luego en condiciones -inaceptables para los demás, con la simple -diferencia de que luego le he de sacar ventajas -inesperadas, como tantos que reciben «gratificaciones» -por trabajos completamente desinteresados, -al parecer, en un principio...</p> - -<p>Pero esta vez mis cálculos salieron errados ó -poco menos. Las probabilidades de Vázquez -subieron un día á términos tales que su nombramiento -era inminente.</p> - -<p>Por indiscreción, lamenté esto delante de de -la Espada, que, mirándome de hito en hito, -murmuró:</p> - -<p>—Yo lo mataría con cuchillo de palo.</p> - -<p>—¿Dónde está ese cuchillo?</p> - -<p>—¡En lo que debe!</p> - -<p>—¡Bah!</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_356" id="Page_356">[356]</a></span></p> - -<p>—¡Un momento, un momento!—replicó.—¿Cuánto -daría usted por anularlo?</p> - -<p>—¡Diez, veínte, cincuenta mil pesos!—exclamé.—¡Es -un punto de partida tan hermoso!...</p> - -<p>—No se necesita tanto.</p> - -<p>—¿Cómo así?</p> - -<p>—Radnitz tiene, desde hace mucho, letras -protestadas de Vázquez, por un valor de veinte -ó veinticinco mil pesos, que no ejecuta, confiando -en su porvenir inmediato. En cuanto vea un -negocio lo hace saltar.</p> - -<p>—¿Qué hombre es ese Radnitz?</p> - -<p>—Tiene un banquito y hace comercio de obras -de arte. En el banquito presta liberalmente al -uno por ciento mensual, que resulta el cinco -ó el diez, porque hay que comprar acciones...</p> - -<p>—Estás muy enterado.</p> - -<p>—Te diré. Cuando vine á Buenos Aires todavía -tenía relaciones y cierto aspecto. Necesitando -dinero, me presentaron á Radnitz que -me prestó quinientos pesos, obligándome á tomar -dos acciones de cien pesos de su banco, y -á firmar una letra de setecientos.</p> - -<p>—¿Sin garantía?</p> - -<p>—¡¡Casi!! Al mismo tiempo, como fianza, -me constituí depositario de mis propios muebles, -valuados en setecientos pesos.</p> - -<p>—¿Los tenías?</p> - -<p>—No. Era para renovar la cárcel por deudas. -Si no pagaba los setecientos pesos, yo resultaría -«depositario infiel» é iría á la cárcel -por abuso de confianza...</p> - -<p>—¿De modo que se puede contar con él?</p> - -<p>—En absoluto. Dame cinco mil pesos y arreglo -el negocio.</p> - -<p>—No. ¡Eso me parece bajo!—exclamé.</p> - -<p>Pero aquella misma tarde encontré á Radnitz -en una de sus exposiciones de pinturas y -<span class="pagenum"><a name="Page_357" id="Page_357">[357]</a></span> -le dije que «había Bancos, etc.», que bastaría -una denuncia para que este sistema usurario -se viniera abajo. Luego hablé de los cuadros, -que él exponía, después de haberlos comprado -en Europa con ayuda de su mujer, diciendo -que el Gobierno debería comprar dos ó tres. -Y al despedirnos lamenté que Vázquez no fuera -á ser nombrado ministro, «porque hay alguien -en el Gobierno que se opone con todas -sus fuerzas, y que aprovechará—con mucha -razón,—cualquier pretexto para desmonetizarlo.»</p> - -<p>Radnitz no dijo palabra, pero me estrechó la -mano significativamente. Al otro día le vi en -los pasillos de la Cámara, muy correcto, muy -elegante. Después de algunas maniobras, se -me acercó.</p> - -<p>—He venido á ver á... Es muy amigo del -ministro de Instrucción y deseaba saber si comprarán -dos cuadros de la Exposición de la calle -de Florida para el Gobierno. Me han dicho -que se interesaba mucho, y como yo también -los deseo, no quiero ponerme en pugna con tal -competidor como el Gobierno...</p> - -<p>—Y no lo haga, Radnitz, porque estoy convencido -de que los comprarán. Me lo han dicho -hace un momento. Lo único que usted conseguiría -es hacer que los cuadros suban demasiado, -si se venden en remate. En fin, allá usted...</p> - -<p>Hizo como que se iba, y agregó, en tono confidencial:</p> - -<p>—He estado en la Bolsa. Lo del banquero -y las garantías me parece una exageración. Ó -será uno de esos pequeños prestamistas de tres -al cuarto...</p> - -<p>—¡Sin duda!...</p> - -<p>—¡Á propósito! ¿Sabe el escándalo? Á Pedro -Vázquez acaban de demandarle ante el juez -<span class="pagenum"><a name="Page_358" id="Page_358">[358]</a></span> -del crimen por depositario infiel y abuso de -confianza. Parece que, en circunstancias difíciles, -ha hecho cosas que... que no estaban -bien...</p> - -<p>No hice que le compraran los cuadros y de -ello me felicito, porque es un hombre infecto. -Creo, también, que el cuento del Banco bastaba -y sobraba. Además, se le pagarían sus créditos.</p> - -<p>Llegué tarde á casa á la hora de comer. Cuando -tomaba el café, con Eulalia, en el hall, antes -de irme al Club, me anunciaron á Vázquez.</p> - -<p>—Vienes á tiempo de tomar una taza de café, -pero tengo que salir en seguida—le dije rehuyendo -toda explicación delante de mi mujer.</p> - -<p>Pero Pedro estaba demasiado agitado para -callarse.</p> - -<p>—¿Tienes dinero disponible?—me dijo, tomando -el café á grandes sorbos.—Me encuentro -en una circunstancia embarazosa.</p> - -<p>—Algún dinero tengo. ¿Cuánto necesitas?</p> - -<p>—Veinte mil pesos.</p> - -<p>Di un salto en la silla. Después me tranquilicé.</p> - -<p>—Tanto no—dije.—Apenas ochocientos ó -mil. Pero, dentro de ocho días ó quince...</p> - -<p>—Ahora mismo.</p> - -<p>—Es una fatalidad.</p> - -<p>—Recuerda que yo no te hice objeciones, y -que tú me prometiste, cuando te presté igual -suma...</p> - -<p>—Que todavía no te he pagado. ¿Me lo echas -en cara? ¡No! siempre están á tu disposición. -Sólo que en este momento...</p> - -<p>Eulalia se levantó y nos dejó solos.</p> - -<p>—¿De veras? ¿No podrías conseguir?... Se -trata de un asunto de honor más grave que el -tuyo, una deuda descuidada, que unos viles usureros -hacen revivir ahora. Lo peor es que lo han -<span class="pagenum"><a name="Page_359" id="Page_359">[359]</a></span> -llevado á los Tribunales, para echarme la cuerda -al cuello, y que si la cosa trasciende no me -nombrarán ministro en Europa... ¡Si hubieran -tardado quince días! ¡Es una maldición!</p> - -<p>—Veré á mis amigos en el Club.</p> - -<p>—¡Sí, Mauricio! es tremendo lo que me pasa. -Alguien ha ido á tratar de impedir que salga -la noticia en los diarios, pero si esta situación -se prolonga, estoy reventado para toda -la siega...</p> - -<p>Salimos juntos.</p> - -<p>—Es fácil. Voy á buscar el dinero.</p> - -<p>—¿Te veré esta noche? ¿Dónde?</p> - -<p>—Á las dos, en el Círculo. Ó, mejor, mañana, -temprano, en casa... Veinte mil... No te -aflijas... No es una montaña.</p> - -<p>Se fué consolado y no me acordé de él hasta -la hora de levantarme, á la una del día siguiente. -Eulalia me aguardaba en el comedor.</p> - -<p>—Vázquez ha venido ya tres veces—me dijo.</p> - -<p>—Como si no hubiera venido.</p> - -<p>—¿Por qué?</p> - -<p>—Porque no he podido conseguirle el dinero.</p> - -<p>—Pero yo sí.</p> - -<p>—¿Cómo? ¿Los veinte mil?</p> - -<p>—Aquí están. Papá me los ha prestado.</p> - -<p>—Es decir que has ido...</p> - -<p>—¡Te veía tan perplejo!...</p> - -<p>—¡Oh, admirable inocencia! Le di un beso en -la frente, guardé los veinte billetes de mil, y -ordené que hicieran pasar á Vázquez á mi despacho, -en cuanto volviera á presentarse.</p> - -<p>Entró.</p> - -<p>—¿Has conseguido?</p> - -<p>—Sí, y no.</p> - -<p>—¿Cómo?</p> - -<p>—Dentro de dos días los tendrás. Imposible -andar más ligero ni aun tratándose de Bancos. -<span class="pagenum"><a name="Page_360" id="Page_360">[360]</a></span> -Ven á verme el jueves; no; el miércoles por la -tarde: haré que las cosas anden lo más rápidamente -posible.</p> - -<p>—Si no los tengo hoy, pueden perderme... -Es un asunto de honor. Si llego á los tribunales -ó á la prensa, aunque mi nombre quede á salvo, -mi porvenir se va al demonio...</p> - -<p>—Tranquilízate. En nuestra tierra no se hila -tan delgado. Muchos han salido triunfantes de -situaciones más difíciles y escabrosas.</p> - -<p>—¡Ah, Mauricio! ¡Quiera Dios! ¡En fin! de -todos mis amigos y de todos los que me deben -servicios, tú eres el único á quien no he acudido -en vano...</p> - -<p>Ya en el hall, y cuando comenzaba á bajar la -escalera, le dije:</p> - -<p>—Pues, para abreviar tu espectativa, yo mismo -iré á buscarte el miércoles, llevándote eso...</p> - -<p>—¿Seguro?</p> - -<p>—¡Y tan seguro!</p> - -<p>De la Espada se puso al corriente de todo -esto. Creo que corrió á los diarios que malquerían -á Vázquez. El hecho es que, veladamente, -algunos dieron aquella misma tarde la noticia -de un grave escándalo en que estaba implicado -un candidato á ministro plenipotenciario, añadiendo -datos inequívocos de que se trataba de -Vázquez. Sentí un movimiento de temor, de -repugnancia ó de arrepentimiento, recordando -uno ó dos dramas á que asistiera en mi vida y -que provocaron el suicidio de algunos ilusos, -pero me tranquilicé inmediatamente, porque -no había hecho más que favorecer la lógica de -los hechos, separando de ellos la parte romántica -y, por lo tanto, enfermiza. ¿Quién llamaba -á Eulalia? Yo no tenía el dinero... ¿Por qué -imponerme que cambiara el rumbo de las circunstancias? -Y además, yo estaba resuelto á -pagar, y el honor de Vázquez siempre quedaba -<span class="pagenum"><a name="Page_361" id="Page_361">[361]</a></span> -á salvo. El honor sí; pero, ¿y el puesto? ¡Vamos! -¡como si el puesto no me correspondiera!</p> - -<p>El Presidente era meticuloso y bastó aquel -boceto de escándalo para que hiciera encarpetar -la credencial de Vázquez, mezclado á un mal -asunto de crédito de la época todavía execrada -y no bastante maldecida.</p> - -<p>El miércoles me presenté en casa de Vázquez -y le di los veinte mil pesos.</p> - -<p>—¡Aun con esto estoy arruinado!—sollozó.</p> - -<p>—No creas. Ve á ver á mi suegro. Yo he hablado -con él. Rozsahegy está seguro de recoger -esas malhadadas letras con cinco ó diez mil pesos -cuando más. Es un «chantage». No tengas -escrúpulos.</p> - -<p>—No lo haré. Me importa poco. Me voy al -campo á trabajar. Es lo que me aconseja María.</p> - -<p>¡María! Sentí de pronto el áspero deseo de -verla, de hablar con ella, y prolongué la conversación -con la esperanza de conseguirlo.</p> - -<p>—Irse al campo es inútil sin capital, sin una -estancia. ¿Qué harás?</p> - -<p>—Poco me importa.</p> - -<p>—Un hombre de tu mérito...</p> - -<p>—Mi mérito es nulo.</p> - -<p>—¿Por qué?</p> - -<p>—Porque no puedo amoldarme á las circunstancias, -ni servir á nadie, ni ser mi propio instrumento. -Me sueño pintor, escultor, herrero, -ebanista, y, en último caso, labrador ó pastor. -¡Ah, Mauricio, si todo el mundo fuera como -tú!...</p> - -<p>¿Es amargo esto? No. La vida es la amarga. -Uno tiene que ir abriéndose camino á costa de -los otros por la fuerza, por la astucia ó por ambas -cosas á la vez.</p> - -<p>Pero María me preocupaba tanto en aquel -momento, que acabé por preguntar:</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_362" id="Page_362">[362]</a></span></p> - -<p>—¿Y tu señora?</p> - -<p>—Está indispuesta. Desde que se inició este -drama en que tú vienes á ser mi salvador, duda -de todo el mundo, y ¡lo que son las mujeres! -ésta, tan inteligente, tan aguda, tan fina, no -quiere rendirse á la evidencia, y hasta sospecha -de...</p> - -<p>Se detuvo, como no queriendo decir la enormidad -que adiviné, y que descubrí preguntando -afirmativamente:</p> - -<p>—¿De mí, eh?</p> - -<p>Y sin esperar la respuesta, le tendí la mano, -efusivo y conmovido, murmurando:</p> - -<p>—¡Qué le haremos! ¡No hay dicha ni desgracia -completas en este mundo!</p> - - -<div class="section"> -<h3 class="no-break">XV</h3> -</div> - -<p>Escribo estas Memorias en Europa, lo que -quiere decir que obtuve la plenipotencia malamente -ambicionada por Vázquez. Pero no fué -sin sufrimientos. Apenas se comenzó á hablar -de mi candidatura, un periodicucho efímero, de -ésos que suelen publicar los muchachos en los -momentos de agitación, <cite>El Chispero</cite>, emprendió -una feroz campaña contra mí, como si yo -fuese el representante de toda una época de corrupción. -No le hice caso. No le hice caso hasta -que habló malévolamente de la muerte de Camino, -insinuando las peores suposiciones. Y -aun así, no di importancia á aquellos dicterios, -teniendo como tenía mi nombramiento en el -bolsillo y mi paz perpetua asegurada, hasta el -instante en que, al pie de uno de esos artículos -vi esta firma desconcertante: «Mauricio Rivas».</p> - -<p>«Mauricio Rivas».</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_363" id="Page_363">[363]</a></span></p> - -<p>—¡Mauricio Rivas! ¿Qué quiere decir esto?</p> - -<p>Llamé á de la Espada.</p> - -<p>—¿Quién es este Rivas, este Mauricio Rivas -que escribe en <cite>El Chispero</cite>?—pregunté.</p> - -<p>—Debe ser un jovencito que empieza. Yo -nunca he oído hablar de él.</p> - -<p>—Hay que averiguar—dije aparentando indiferencia.</p> - -<p>Y luego:</p> - -<p>—Hay que averiguar hoy mismo. Me interesa.</p> - -<p>—Lo haré.</p> - -<p>Me interesaba el artículo por dos razones: -porque era una violenta diatriba contra mí, para -denigrarme como ministro diplomático ante -una corte europea, y porque estaba firmado con -un nombre... con el nombre del hijo de Teresa.</p> - -<p>El farsante ése que, conociendo mi vida juvenil, -me jugaba aquella pesada broma, iba á -pasarlo mal. No es Mauricio Gómez Herrera -de los que se dejan tocar impunemente las narices. -Y, sobre todo, no me gustaba ese símbolo, -traído de los cabellos, de la juventud consciente -y sabia que pasa por encima de las ideas -de los padres, para ir á la conquista de un porvenir -románticamente soñado.</p> - -<p>Busqué entre mis amigos y mis enemigos -quién podía ser el autor de aquel artículo garboso, -y se lo atribuí á Vázquez. Pero Vázquez -estaba en Los Sunchos, con su María, como -arrendatario de una estanzuela que había ido -convirtiendo en granja, ó si se quiere chacra, y -me escribía de vez en cuando cartas llenas de -amistad, seguramente á escondidas de su mujer.</p> - -<p>—No es Vázquez. ¡Pero qué canalla!—exclamé, -volviendo á empezar el artículo para darme -cuenta exacta de sus detalles.</p> - -<p>No. No podía ser un contemporáneo, porque -<span class="pagenum"><a name="Page_364" id="Page_364">[364]</a></span> -sintetizaba demasiado. Uno de mis camaradas -hubiera entrado en mayores detalles, no hubiera -visto las cosas á bulto, hubiera cometido -menos errores. Vean ustedes: aquí tengo el recorte, -con su título y todo:</p> - -<p class="p2 center">D<small>IVERTIDAS</small> A<small>VENTURAS<br /> -DEL</small> N<small>IETO DE</small> J<small>UAN</small> M<small>OREIRA</small></p> - -<p>«Tan ignorante y tan dominador como el -abuelo, nació en un rincón de provincia, y creció -en él sin aprender otra cosa que el amor de -su persona y la adoración de sus propios vicios.</p> - -<p>«Nunca entendió ni aceptó cosa alguna de la -ley, sino cuando le convino para sus intereses -y sus pasiones.</p> - -<p>«Es la síntesis de la respetable generación -que nos gobierna; y media sociedad, si se viera -en el espejo, se diría cuando pasa: «Yo soy -ése.»</p> - -<p>«Tuvo de su abuelo el atavismo al revés, y -así como aquél peleó contra la partida, muchas -veces sin razón, éste pelea siempre sin razón, -con la partida, contra todo lo demás. Suprime -sin ruido, hasta gobernadores, como el -otro «compadremente», facón en mano. Que -Camino lo diga... Está llamado por eso á todos -los triunfos, y no morirá clavado á una -tapia por gentes de bien, sino clavando á las -gentes de bien, moral ó materialmente, en todas -partes...</p> - -<p>«Pero basta de prólogo y pasemos á sus aventuras.</p> - -<p>«Heredó de su padre el caudillaje, y vistiendo -la ropa del civilizado, fué, desde criatura, -la esencia del gaucho y del compadrito, despojado -con el chiripá y el poncho de todas las -que pudieran parecer virtudes, conservando -sólo cierto valor personal y un desprendimiento -<span class="pagenum"><a name="Page_365" id="Page_365">[365]</a></span> -que no es sino la jactancia del ente que se cree -superior, y se ensoberbece tanto más cuanto más -grandes son las personas á quienes pueda ó trate -de humillar.</p> - -<p>«Así, por ejemplo...»</p> - -<p>Y seguía una larga serie de anécdotas, casi -todas falsas—entre ellas el «envenenamiento» -de Camino,—pero tras de cuyas líneas se transparentaba -claramente mi persona, para terminar -diciendo:</p> - - -<p>«El que esto escribe, no quiere mal al nieto -de Juan Moreira, ni á don Mauricio Gómez -Herrera, ni á... ¡tantos otros! ¿para qué citar -nombres? Pero cree que es sonada la hora de -acabar con el gauchismo y el compadraje, de -no rendir culto á esos fantasmas del pasado, -de respetar la cultura en sus mejores formas, -y de preferir el mérito modesto al exitismo á -todo trance. Quizá se le crea exagerado, pero -por el estudio que hará detenidamente de esta -personalidad y de otras análogas, en sucesivos -artículos, se verá que tiene razón de reclamar, -en nombre de la juventud, contra estos crímenes -de lesa patria.</p> - -<p>«¡Que el nieto de Juan Moreira nos represente -en Europa! ¿Por qué no hacer, entonces, -que nos gobierne Facundo, que era lo mismo -que él?»</p> - -<p>Y firmaba: «Mauricio Rivas.»</p> - -<p>Que el artículo era contra mí, resultaba evidente -de la línea aquella: «el autor no quiere -mal ni al nieto de Juan Moreira, ni á don Mauricio -Gómez Herrera...»</p> - -<p>El asunto me preocupó hondamente todo el -día, pero no quise interrogar á de la Espada, -aunque lo viera salir á la calle y volver varias -<span class="pagenum"><a name="Page_366" id="Page_366">[366]</a></span> -veces, con la cara larga, y esquivándome los -ojos.</p> - -<p>—¿Qué habrá?—me decía.</p> - -<p>Por la tarde, cuando iba á retirarse, vaciló -un rato, después se acercó á mí, y me llamó -aparte, pues estaba, como siempre, rodeado de -amigos.</p> - -<p>—Es una desgracia—tartamudeó.</p> - -<p>—¿Qué?</p> - -<p>—El autor del artículo...</p> - -<p>—¡Ah!</p> - -<p>—Sí; es un jovencito de diez y ocho á veinte -años, que me parece...</p> - -<p>—¿El hijo de Teresa?</p> - -<p>—Tu hijo, sí.</p> - -<p>—¡Tenía que suceder!...—exclamé haciendo -un esfuerzo para reirme.—Pero esto no puede -continuar así. ¿Dónde vive?</p> - -<p>—No sé. Pero, tienes que hablarle...</p> - -<p>—¿Dónde se le ve?</p> - -<p>—Come todas las noches en una fonda de la -calle Carabelas.</p> - -<p>—¿En la cortada del Mercado del Plata?</p> - -<p>—Eso es.</p> - -<p>De todas las dificultades de mi vida, aquélla -era la más nimia porque de <cite>El Chispero</cite> nadie -hacía el menor caso, pero ninguna me molestó -ni me irritó más, haciéndome llegar á creer que -de aquellas indiscreciones, de aquella diatriba, -dependía todo mi porvenir... Tomé el sombrero -y salí, dejando, como de costumbre, que las visitas -se quedaran ó se fueran, á su antojo, y comencé -á pasearme por las calles más solitarias, -pensando en lo que habría de hacer.</p> - -<p>De pronto, me encontré en la calle Carabelas. -Entré en la fonda indicada. Pregunté, después -de pedir un café, que resultó infame decocción -de porotos, si estaba allí don Mauricio...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="Page_367" id="Page_367">[367]</a></span></p> - -<p>—¿Qué don Mauricio?</p> - -<p>—Rivas. Un jovencito que viene á comer.</p> - -<p>—¿Uno que escribe «sobre» los diarios?</p> - -<p>—Ése.</p> - -<p>—Todavía no vino.</p> - -<p>Esperé, domando los nervios.</p> - -<p>Por fin, vi acercarse un jovencito que debía -parecerse á mí, cuando hacía mis primeras armas -en Los Sunchos. Llamé al mozo.</p> - -<p>—¿Es ése?</p> - -<p>—No. Ése es un amigo. Todos los que vienen -se parecen...</p> - -<p>Á la media hora, él mismo me señaló un joven -ojinegro, pelinegro, como Teresa, tímido -en el andar y la expresión, como Teresa, pero -con algo en la mirada, especie de resolución heroica -y tierna á la vez.</p> - -<p>—¿Es usted don Mauricio Rivas?</p> - -<p>—Servidor. ¿Á quién tengo la honra?</p> - -<p>—Habla usted con un hombre de quien acaba -de decir que no lo quiere mal...</p> - -<p>—No me doy cuenta—murmuró sorprendido.</p> - -<p>—¿Tiene usted dos minutos que dedicar á -un desconocido? En tal caso, hágame el favor -de sentarse...</p> - -<p>Se sentó, tímido, contrastando con la violencia -de su escrito.</p> - -<p>—Impulsivo—pensé.—Si yo soy el nieto, ¡tú -eres el biznieto de Juan Moreira!...</p> - -<p>Él estaba cortado, esperando un acontecimiento -que no sabía adivinar, ni siquiera sospechar.</p> - -<p>—Tome usted un poco de vermouth.</p> - -<p>—Bien.</p> - -<p>—Mis compañeros me esperan para comer—agregó.—Desearía -saber qué me vale este honor...</p> - -<p>—He leído su artículo de <cite>El Chispero</cite>. Es -<span class="pagenum"><a name="Page_368" id="Page_368">[368]</a></span> -notable, como vigor, pero me parece exagerado. -Usted hará camino en el periodismo, y tengo -razones para darle un consejo...</p> - -<p>—¿Ah?—murmuró bebiendo un sorbo de -vermouth.</p> - -<p>—Es preciso que usted conozca más á fondo -á las personas que ataca, y que no se haga un -daño irreparable por impremeditación juvenil.</p> - -<p>—Señor—me dijo incorporándose, como para -marcharse,—no pido, por el momento, cursos -de literatura ni de periodismo...</p> - -<p>—¡Muy bien contestado!—exclamé, tomándolo -acariciadoramente de un brazo.—Muy bien -contestado, y si yo no fuera quien soy, no insistiría -en aconsejarle.</p> - -<p>—¿Y quién es usted?—preguntó con enojo.</p> - -<p>—Yo soy Mauricio Gómez Herrera.</p> - -<p>Se quedó boquiabierto. Yo continué, blandamente, -con la serenidad que me daba mi experiencia -segura de triunfar de toda aquella candidez:</p> - -<p>—Y si usted hubiera consultado ese artículo -con su mamá, con doña Teresa, no lo hubiera -escrito nunca, ó no lo hubiera publicado... Somos -amigos... amigos íntimos con su mamá... -desde la infancia... y después...</p> - -<p>—Eso no impide...</p> - -<p>—Pregúntele á ella...</p> - -<p>—La razón se sobrepone á los afectos, y las -épocas tienen sus exigencias.</p> - -<p>—El deber no cambia.</p> - -<p>—¿Quiere decir?—gritó.</p> - -<p>—¡Silencio!</p> - -<p>Me levanté, y dije reposadamente, mientras -pagaba al mozo:</p> - -<p>—Habla con Teresa, Mauricio.</p> - -<p>Un rayo no lo hubiera inmovilizado más.</p> - -<p>Al día siguiente busqué <cite>El Chispero</cite>; no traía -<span class="pagenum"><a name="Page_369" id="Page_369">[369]</a></span> -el artículo anunciado. En cambio, por la tarde -recibí esta esquela firmada <cite>T. R.</cite>:</p> - - -<p>«Tuvo usted razón, pero no sentimiento. La -vida es suya. El pobre muchacho es otro, desde -que sabe. Pero vivir matando debe ser una -desgracia.»</p> - -<p>Vi algo horrible, y salí de mi despacho, dejando -la esquela tirada en el suelo. Cuando me -tranquilicé y volví, la quemé sin piedad, casi -con rabia.</p> - -<p>¡Vaya una tontería! ¡Suponer que, por vanas -consideraciones sentimentales, uno ha de -renunciar á sus grandes proyectos ó dejarse manosear -por quien quiera!...</p> - -<p class="p1"><em>Uccle-lez-Bruxelles, 9 diciembre 1910.</em></p> - - - - - - - - - - -<pre> - - - - - -End of the Project Gutenberg EBook of Divertidas aventuras del nieto de Juan -Moreira, by Roberto Payró - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK DIVERTIDAS AVENTURAS DEL *** - -***** This file should be named 60634-h.htm or 60634-h.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/6/0/6/3/60634/ - -Produced by Andrés V. 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