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diff --git a/.gitattributes b/.gitattributes new file mode 100644 index 0000000..d7b82bc --- /dev/null +++ b/.gitattributes @@ -0,0 +1,4 @@ +*.txt text eol=lf +*.htm text eol=lf +*.html text eol=lf +*.md text eol=lf diff --git a/LICENSE.txt b/LICENSE.txt new file mode 100644 index 0000000..6312041 --- /dev/null +++ b/LICENSE.txt @@ -0,0 +1,11 @@ +This eBook, including all associated images, markup, improvements, +metadata, and any other content or labor, has been confirmed to be +in the PUBLIC DOMAIN IN THE UNITED STATES. + +Procedures for determining public domain status are described in +the "Copyright How-To" at https://www.gutenberg.org. + +No investigation has been made concerning possible copyrights in +jurisdictions other than the United States. Anyone seeking to utilize +this eBook outside of the United States should confirm copyright +status under the laws that apply to them. diff --git a/README.md b/README.md new file mode 100644 index 0000000..971186e --- /dev/null +++ b/README.md @@ -0,0 +1,2 @@ +Project Gutenberg (https://www.gutenberg.org) public repository for +eBook #55215 (https://www.gutenberg.org/ebooks/55215) diff --git a/old/55215-8.txt b/old/55215-8.txt deleted file mode 100644 index c4b7c99..0000000 --- a/old/55215-8.txt +++ /dev/null @@ -1,5809 +0,0 @@ -Project Gutenberg's Cuando la tierra era niña, by Nathaniel Hawthorne - -This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with -almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or -re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included -with this eBook or online at www.gutenberg.org/license - - -Title: Cuando la tierra era niña - -Author: Nathaniel Hawthorne - -Illustrator: Pablo Milá Fontanals - -Translator: Gregorio Martínez Sierra - -Release Date: July 28, 2017 [EBook #55215] - -Language: Spanish - -Character set encoding: ISO-8859-1 - -*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK CUANDO LA TIERRA ERA NIÑA *** - - - - -Produced by Josep Cols Canals, Chuck Greif and the Online -Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This -file was produced from images generously made available -by The Internet Archive/American Libraries.) - - - - - - - - [imagen: _ESTRELLA_] - - - COLECCIÓN ESMERALDA - - - - - [imagen: - - HAWTHORNE - - - CUANDO - LA TIERRA - ERA NIÑA - - - TRADUCCIÓN DE - G. MARTÍNEZ SIERRA - - ILUSTRACIONES DE - FONTANALS - - MADRID - MCMXX] - - COPYRIGHT BY - G. MARTÍNEZ SIERRA, 1920 - - TIPOGRAFÍA ARTÍSTICA - CERVANTES, 28.--MADRID - - - - - LA CABEZA DE - LA GORGONA - - - -[imagen] - - - - -EL PÓRTICO DE TANGLEWOOD - - -Bajo el pórtico de la quinta llamada _Tanglewood_, una hermosa mañana de -otoño estaba reunido un alegre grupo de chiquillos, y en medio de ellos -estaba en pie un joven alto. Habían proyectado una excursión para ir a -coger nueces, y estaban esperando con impaciencia a que las nieblas se -desvaneciesen en las vertientes de la montaña, y el sol derramase el -calor del veranillo de San Martín sobre los campos y las praderas y en -los escondrijos de los bosques. El día prometía ser de los más -agradables que han regocijado nunca este hermoso y alegre mundo; pero la -niebla de la mañana llenaba aún todo el valle, sobre el cual, en una -altura de suave pendiente, se levantaba la quinta. - -La masa de vapor blanco se extendía hasta unas cien varas de la casa. -Escondía por completo todo lo que hubiera más lejos, excepto unas -cuantas copas de árboles, rojizas o amarillas, que surgían aquí y allí, -y estaban glorificadas por el sol madrugador, que también hacía brillar -la ancha superficie de la niebla. Cuatro o cinco millas hacia el Sur se -levantaba la cima de una montaña elevadísima. Quince millas más lejos, -en la misma dirección, se alzaba otra mucho más alta, tan azul y etérea, -que apenas parecía más sólida que el vaporoso mar de niebla que se -extendía sobre ella. Las colinas más próximas, que bordeaban el valle, -estaban medio sumergidas y manchadas con pequeñas guirnaldas de nubes, -hasta en las mismas cimas. En resumen: había tanta nube y tan poca -tierra sólida, que todo ello hacía el efecto de una visión. - -Los niños antes citados, todos llenos de vida, se escapaban de debajo -del pórtico y correteaban por la senda enarenada o por la hierba húmeda -de la pradera. No puedo decir fijamente cuántos eran: no menos de nueve, -no más de una docena, de todas clases, tamaños y edades, muchachos y -chiquillas. Eran hermanos, hermanas, primos, juntos con unos cuantos -amiguitos que habían sido invitados por el señor y la señora Pringle -para pasar unos cuantos días de la deliciosa estación, con sus hijitos, -en la casa de campo. No me gusta deciros sus nombres, ni llamarles con -nombre ninguno que algún niño haya llevado antes que ellos, porque sé de -cierto que muchos autores se ponen en grandísimos compromisos por haber -dado a los personajes de sus libros nombres de personas reales y -verdaderas. Por esta razón quiero llamarles Primavera, Bellorita, -Amapola, Romero, Ojos azules, Trébol, Madreselva, Capuchina, Flor de -Limón, Tomillo, Girasol y Mariposa, aunque, a decir verdad, estos -nombres serían mucho más propios de un grupo de hadas, que de una -reunión de niños de este mundo. - -No hay que suponer que a estos niños les permitían sus cuidadosos padres -y madres, tíos, tías o abuelos, andar vagando por bosques y campos sin -la guarda de alguna persona mayor y especialmente seria. ¡De ningún -modo! En el primer párrafo de mi libro recordaréis que he hablado de un -joven alto, que estaba en pie en medio del grupo. Su nombre (y os diré -el verdadero, porque considera grandísimo honor haber contado los -cuentos que van aquí impresos), su nombre era Eustaquio Bright. Era -estudiante y había alcanzado en aquella época la respetable edad de diez -y ocho años; de modo que casi se parecía a si mismo abuelo de Bellorita, -Romero, Madreselva, Flor de Limón, Tomillo y los demás, que eran no más -la mitad o la tercera parte de venerables que él. Una molestia en la -vista (como creen necesario tenerla muchos estudiantes de hoy día, para -demostrar su aplicación) le había hecho abandonar las clases dos semanas -antes de terminar el curso. Pero, por mi parte, pocas veces he visto un -par de ojos que tuviesen aspecto de ver mejor o más de lejos que los de -Eustaquio Bright. - -El aplicado estudiante era delgado y un poco pálido, como lo son todos -los estudiantes yanquis, pero de aspecto muy saludable, y tan ligero y -activo como si tuviese alas en los zapatos. Como le gustaba mucho vadear -arroyuelos y pisar la hierba de las praderas, se había calzado para la -expedición botas fuertes de becerro. Llevaba una blusa de lienzo, una -gorra de paño y un par de anteojos verdes, que se había puesto, -probablemente no tanto para protegerse los ojos, como por la dignidad -que daban a su apariencia. Sin embargo, pudiera habérselos dejado en -casa, porque Madreselva, diablejo travieso, se subió en los hombros de -Eustaquio cuando estaba él sentado en uno de los escalones del pórtico, -le arrancó los lentes de la nariz y los plantó en la suya, y como al -estudiante se le olvidó volverlos a coger, cayeron en la hierba, y allí -se quedaron hasta la primavera siguiente. - -Ahora bien: es preciso que sepáis que Eustaquio había alcanzado entre -los niños gran fama como narrador de cuentos maravillosos, y aunque -algunas veces fingía que le molestaba el que le pidiesen que les contase -más y más, y siempre más, yo tengo mis dudas y pienso que no había cosa -en el mundo que más le agradase. Había que ver cómo le brillaban los -ojos, cuando aquella mañana, Trébol, Amapola, Capuchina, Mariposa y la -mayor parte de sus compañeros, le pidieron que les contase uno de sus -cuentos, mientras aguardaban a que la niebla se desvaneciese por -completo. - ---Sí, primo Eustaquio--dijo Primavera, que era una alegre chiquilla de -doce años, con los ojos de risa y la naricilla un poco respingona--: la -mañana es la mejor hora para oir los cuentos con que tan a menudo -pruebas nuestra paciencia. Correremos menos peligro de herir tu -susceptibilidad, durmiéndonos en el momento más interesante... como hizo -anoche Capuchina. - ---¡Qué mala eres!--exclamó Capuchina, niña de seis años--. No me dormí: -es que cerré los ojos, para ver por dentro lo que Eustaquio nos estaba -contando. Sus cuentos son buenos para oirlos de noche, porque puede una -soñar con ellos, dormida; pero también son buenos por la mañana, porque -puede una soñar con ellos despierta. Así es que espero que nos va a -contar uno ahora mismito. - ---¡Gracias, Capuchina!--dijo Eustaquio--. Tendrás el mejor de los -cuentos que yo sea capaz de inventar, aunque sólo sea por haberme -defendido tan bien contra esta perversa Primavera. Pero, niños, os he -contado ya tantos cuentos de hadas, que me parece que no queda ninguno -que no me hayáis oído por lo menos dos veces. Y temo que si vuelvo a -repetir alguno de ellos, os vais a quedar dormidos de veras. - ---¡No, no, no!--exclamaron Ojos azules, Bellorita, Girasol y otra media -docena--. Los cuentos que más nos gustan son los que hemos oído dos o -tres veces. - -Y es verdad que los cuentos parecen aumentar de interés para los niños, -no con una o dos, sino con innumerables repeticiones. Pero Eustaquio -Bright, en la exuberancia de sus recursos, desdeñaba el aprovecharse de -una ventaja que hubiese agradecido un narrador más viejo. - ---Sería lástima--dijo--que un hombre de mis conocimientos (pasando por -alto mi fantasía original) no pudiese encontrar cada día del año un -cuento nuevo para chiquillos como vosotros. Os contaré uno de los que se -inventaron para distracción de nuestra vieja abuela la Tierra, cuando -era una chiquilla con refajito y delantal. Hay lo menos ciento, y me -maravilla que hace mucho tiempo no se hayan puesto en libros de estampas -para niñas y niños. En cambio, muchos sabios viejos, con largas barbas -grises, se queman las pestañas leyéndolos en librotes llenos de polvo, -escritos en griego, y se rompen los cascos queriendo adivinar cuándo y -cómo y para qué se inventaron. - ---Bueno, bueno, bueno, bueno, primo Eustaquio--exclamaron a una todos -los chiquillos--: no hables más de tus cuentos, y empieza a contar. - ---Sentaos todos--dijo Eustaquio--, y callad, porque a la primera -interrupción, sea de la malvada Primavera, del infeliz Romero o de -cualquier otro, daré un mordisco al cuento, y me tragaré el pedazo que -falte por contar. Pero, en primer lugar, ¿alguno de vosotros sabe lo que -es una Gorgona? - ---Yo, sí--dijo Primavera. - ---¡Pues, cállatelo!--replicó Eustaquio, que hubiese preferido que no -hubiese sabido la chiquilla nada sobre el asunto--. Callad todos, y os -contaré un cuento preciosísimo de la cabeza de una Gorgona. - -Y así lo hizo, como podéis empezar a leer en la página siguiente. - -[imagen] - - - - -[imagen] - - - - -LA CABEZA DE LA GORGONA - - -Perseo era hijo de Danae, que a su vez era hija de un rey. Y cuando -Perseo era muy pequeño, unos malvados le pusieron con su madre en un -arca y los lanzaron a las ondas. Sopló el viento fuertemente, y alejó el -arca de la costa. Las ondas la sacudieron como si fuera una cáscara de -nuez. Danae estrechó a su hijito entre sus brazos, temiendo por momentos -que una ola mayor que las demás les sepultara para siempre en el fondo -del Océano. El arca siguió, sin embargo, navegando, y no se hundió ni -zozobró, hasta que al llegar la noche navegaba tan cerca de una isla, -que se enredó entre las redes de un pescador y la sacaron con ellas a la -costa. La isla se llamaba Serifo, y reinaba en ella el rey Polidectes, -que era hermano del pescador que había recogido por casualidad en sus -redes a los pobres náufragos. - -Este pescador era hombre justo y compasivo. Trató con gran bondad a -Danae y a su hijo, y continuó protegiéndoles hasta que Perseo llegó a -ser un hermoso mancebo, fuerte y activo, y habilísimo en el manejo de -las armas. - -Mucho antes había visto el rey Polidectes a los dos extranjeros, madre e -hijo, que en un arca frágil habían llegado a sus playas. No era -Polidectes bueno y amable como su hermano el pescador, sino en extremo -malvado, y resolvió enviar a Perseo a una empresa peligrosa, en la cual -probablemente perdería la vida, y entonces, quedándose la madre sin -defensa, podría él causarle algún daño grande. Con este fin, aquel rey -de mal corazón pasó tiempo y tiempo pensando cuál sería la hazaña de más -peligro que un joven pudiera emprender. Cuando, por fin, dió con una -empresa que prometía tener el fatal resultado que deseaba, mandó llamar -a Perseo. - -El muchacho fué a palacio, y encontró al rey sentado en su trono. - ---Perseo--dijo el rey Polidectes, sonriendo hipócritamente--, eres todo -un buen mozo. Tú y tu excelente madre habéis recibido muchísimos -favores, tanto míos como de mi hermano el pescador, y supongo que -sentirás no poder pagar algunos de ellos. - ---Con permiso de Vuestra Majestad--respondió Perseo--, arriesgaría con -gusto mi vida por lograrlo. - ---Muy bien; entonces--continuó el rey, siempre con la sonrisa en los -labios--, tengo una aventura de poca monta que proponerte; y como eres -un joven valiente y emprendedor, estoy seguro de que te alegrarás de -tener tan buena ocasión de distinguirte. Debes saber, mi buen Perseo, -que estoy en tratos para casarme con la hermosa princesa Hipodamia, y es -costumbre, en ocasiones como ésta, regalar a la novia algo elegante y -extraño, que haya tenido que irse a buscar muy lejos. Debo confesar que -he estado bastante perplejo, sin saber dónde encontrar cosa capaz de -agradar a princesa de gusto tan exquisito. Pero esta mañana me parece -que he encontrado precisamente lo que necesitaba. - ---¿Y puedo yo ayudar a Vuestra Majestad a conseguirlo?--exclamó Perseo -con vehemencia. - ---Puedes, si eres tan valiente como yo me figuro--repuso el rey -Polidectes con la mayor astucia--. El regalo de boda que quiero ofrecer -a la hermosa Hipodamia es la cabeza de la Gorgona Medusa, con sus -cabellos de serpientes, y de ti depende el traerla, querido Perseo. Así -es que como estoy deseando terminar los tratos para mi casamiento con la -princesa, cuanto antes vayas en busca de la Gorgona, más me -complacerás. - ---Saldré mañana, por la mañana--respondió Perseo. - ---Te ruego que lo hagas así, valiente joven--aseguró el rey--. Y al -cortar la cabeza de la Gorgona, ten cuidado de dar el golpe limpio para -no estropearla. La traerás aquí lo mejor acondicionada que sea posible, -porque la princesa Hipodamia es muy delicada de gusto. - -Perseo salió del palacio, y apenas había pasado la puerta, el rey -Polidectes se echó a reir; le divertía mucho, tan malvado era, que el -pobre muchacho hubiese caído en la trampa. Pronto corrió la noticia de -que Perseo se había decidido a cortar la cabeza de Medusa con su -cabellera de serpientes. Todo el mundo se alegró al saberlo, porque casi -todos los habitantes de la isla eran tan malvados como el mismo rey, y -se hubiesen alegrado muchísimo de que les sucediese algún mal muy grande -a Danae y a su hijo. Parece que el único hombre bueno en aquella -desdichada isla de Serifo era el pescador. Cuando Perseo iba por la -calle, las gentes le señalaban con el dedo y le hacían muecas de -desprecio y le ridiculizaban, levantando la voz cuanto se atrevían. - ---¡Ay!, ¡ay!--exclamaban--. Las serpientes de Medusa le van a morder -lindamente. - -Ahora bien; en aquel tiempo vivían tres Gorgonas, y eran los monstruos -más extraños y terribles que hubieran existido desde que el mundo es -mundo, y después no se ha visto ni se volverá a ver cosa más terrible -que ellas. La verdad es que no sé por qué nombre de monstruo nombrarlas. -Eran tres hermanas, y parece que tenían cierta remota semejanza con las -mujeres; pero, en realidad, eran una temerosa y dañina especie de -dragones. De veras es difícil imaginar qué espantosos seres eran las -tres hermanas. Porque en vez de cabellos, tenía cada una en la cabeza -cien serpientes enormes, vivas todas, que se retorcían, se enredaban, se -enroscaban, sacando sus venenosas lenguas, ahorquilladas por la punta. -Los dientes de las Gorgonas eran terriblemente largos. Las manos las -tenían de bronce. Y el cuerpo cubierto de escamas, que si no eran de -hierro, eran por lo menos tan duras e impenetrables como él. También -tenían alas, y hermosísimas, os lo aseguro, porque todas las plumas eran -de oro purísimo, brillante, centelleante, bruñido, y figuraos cómo -resplandecería cuando las Gorgonas iban volando a la luz del sol. - -Pero cuando alguien alcanzaba a atisbar un reflejo de aquel resplandor, -pocas veces se detenía a mirarlo, sino que corría y se escondía a toda -prisa. Acaso os figuráis que tenía miedo de que le mordiesen las -serpientes que servían de cabello a las Gorgonas, o de que le -destrozasen los terribles colmillos, o las garras de bronce. Todos esos -peligros, aunque grandísimos, no eran los más difíciles de evitar. ¡Lo -peor de aquellas abominables Gorgonas era que si un pobre mortal miraba -de frente a una de aquellas caras, estaba seguro, en el mismo instante, -de que su carne y sangre caliente se convirtiesen en piedra inanimada y -fría! - -Así es que, como comprenderéis perfectamente, la aventura que el malvado -rey Polidectes había buscado para el pobre muchacho, era peligrosísima. -El mismo Perseo, cuando se detuvo a pensar en ello, no pudo menos de -comprender que tenía muy pocas probabilidades de salir con bien de ella, -y que era mucho más probable convertirse en estatua de piedra que -conseguir la cabeza de Medusa con su cabellera de serpientes. Dejando a -un lado otras dificultades, había una que hubiese puesto en apuro a -cualquier hombre de mucha más edad que Perseo. No sólo tenía que luchar -con un monstruo de alas de oro, de escamas de hierro, de larguísimos -dientes, de garras de bronce, con serpientes por cabellos, y cortarle la -cabeza, sino que mientras estuviese luchando contra él, no podía mirar a -su enemigo. Porque si lo miraba, al levantar el brazo para herirle se -convertiría en piedra y se quedaría con el brazo en el aire siglos y -siglos, hasta que el tiempo y el viento y el agua le destruyesen por -completo. Y sería bien triste que le ocurriese esto a un joven a quien -tantas cosas grandes quedaban por hacer y tanta felicidad que gozar en -este hermoso mundo. - -Tanto desconsolaron a Perseo todos estos pensamientos, que no tuvo valor -para decir a su madre lo que se había comprometido a hacer. Por -consiguiente, cogió su escudo, se ciñó la espada y atravesó la isla, -yendo a sentarse a un lugar solitario; apenas podía contener las -lágrimas. - -Pero cuando estaba más pensativo y triste, oyó una voz junto a él. - ---Perseo--dijo la voz--, ¿por qué estás triste? - -Levantó la cabeza de entre las manos, en las cuales la había escondido, -y ¡oh, asombro!, aunque creía estar completamente solo, encontró -a su lado un desconocido. Era un joven de aspecto animoso y -extraordinariamente inteligente, cubierto con una capa, y que llevaba en -la cabeza un gorro muy extraño y en la mano un bastón trenzado, también -de modo sorprendente, y colgada al costado una espada corta y muy -retorcida. Tenía aspecto de gran ligereza y soltura de movimientos, como -hombre acostumbrado a ejercicios gimnásticos, a correr y a saltar. Y, -sobre todo, tenía una expresión tan alegre, tan inteligente y tan -servicial--aunque, por supuesto, un poco maliciosa--, que Perseo no pudo -menos de animarse inmediatamente que le miró a la cara. Además, como en -realidad era valiente, le dió muchísima vergüenza que alguien le hubiese -encontrado con las lágrimas en los ojos, como a un chiquillo de la -escuela, cuando, después de todo, puede que no hubiera motivo para -desesperarse. Enjugóse los ojos, y respondió al desconocido prontamente, -poniendo la cara más alegre que pudo. - ---No estoy triste--dijo--, sino pensando en una aventura que he -emprendido. - ---¡Oh!--respondió el desconocido--. Cuéntame en qué consiste, y puede te -sirva yo de algo. He ayudado a muchos jóvenes en aventuras que al -principio parecían bastante difíciles. Acaso hayas oído hablar de mí. -Tengo varios nombres; pero el de Azogue me cae tan bien como otro -cualquiera. Dime en qué consiste la dificultad, y hablaremos del asunto -y veremos lo que se puede hacer. - -Las palabras del desconocido animaron por completo a Perseo. Resolvió -contarle a Azogue todas sus dificultades, ya que las cosas no podían -ponerse peor que estaban, y acaso su nuevo amigo pudiera darle algún -consejo que le sirviese de algo. Así es que en pocas palabras le -explicó el caso: cómo el rey Polidectes necesitaba la cabeza de Medusa, -con la cabellera de serpientes, para dársela como regalo de boda a la -hermosa princesa Hipodamia, y cómo se había comprometido a ir a -buscarla, pero temía verse convertido en piedra. - ---Y sería lástima--dijo Azogue con su maliciosa sonrisa--. Es verdad que -serías una estatua de mármol de muy buen ver, y que pasarían unos -cuantos siglos antes de que el tiempo pudiera desmoronarte del todo; -pero más vale ser joven unos pocos años, que estatua de piedra muchos. - ---¡Oh, mucho más!--exclamó Perseo con los ojos húmedos otra vez--. Y -además, ¿qué sería de mi madre, si su hijo tan querido se convirtiese en -piedra? - ---Esperemos que el asunto no tenga tan mal fin--repuso Azogue en tono -animoso--. Precisamente soy la persona que acaso pueda ayudarte más -eficazmente. Mi hermana y yo haremos todo lo posible por que salgas con -bien de esta aventura, que ahora te parece tan desagradable. - ---¿Tu hermana?--repitió Perseo. - ---Sí, mi hermana--respondió el desconocido--. Es muy sabia, te lo -aseguro; y en cuanto a mí, también suelo tener todo el talento que me -hace falta. Si tú eres valeroso y prudente, y haces caso de nuestros -consejos, no tienes que temer, por ahora, convertirte en estatua de -piedra. Lo primero que has de hacer es pulir el escudo, hasta que puedas -verte en él como en un espejo. - -Esto le pareció a Perseo un principio de aventura más bien extravagante, -porque pensó que más importaría que el escudo fuera lo bastante fuerte -para defenderle de las garras de bronce de la Gorgona, que el que -estuviese bastante reluciente para poderse ver la cara en él. Pero -pensando que Azogue sabía más que él, inmediatamente puso manos a la -obra, y frotó el escudo con tal diligencia y buen deseo, que pronto -brilló como la luna en el mes de Diciembre. Azogue le miró y sonrió, -aprobando. Entonces, quitándose la espada corta y retorcida, se la colgó -a Perseo del cinto, en vez de la que llevaba. - ---No hay espada en el mundo que pueda servir mejor al propósito que -llevas--observó--. La hoja tiene temple excelente, y corta el hierro y -el acero como un tallo tierno. Y ahora, en marcha: lo primero que -tenemos que hacer es ir en busca de las Tres Mujeres Grises, que nos -dirán dónde podemos encontrar a las Ninfas. - ---¡Las Tres Mujeres Grises!--exclamó Perseo, a quien esto parecía -únicamente una dificultad más en la aventura--. ¿Quiénes son esas Tres -Mujeres Grises? Nunca he oído hablar de ellas. - ---Son tres viejecitas muy raras--dijo Azogue, riendo--. No tienen más -que un ojo para las tres, y un diente. Tendrás que encontrarlas a la luz -de las estrellas o en las sombras de la noche, porque nunca se dejan ver -cuando brillan el sol o la luna. - ---Pero--dijo Perseo--, ¿a qué gastar el tiempo con esas Tres Mujeres -Grises? ¿No sería mejor ir desde luego en busca de las terribles -Gorgonas? - ---No, no--respondió su amigo--. Hay bastantes cosas que hacer antes de -encontrar el camino que te ha de llevar a las Gorgonas. No hay más -remedio que ir a caza de esas tres señoras. Y cuando las hayamos -encontrado, puedes estar seguro de que las Gorgonas no andarán muy -lejos. De modo que vamos ligerito. - -Perseo tenía ya tanta confianza en la sagacidad de su acompañante, que -no hizo más objeciones, y aseguró que estaba pronto para emprender -inmediatamente la aventura. Empezaron a andar, y a buen paso. Tan -ligero, que a Perseo le costaba trabajo seguir a su amigo Azogue. A -decir verdad, se le ocurrió la peregrina idea de que Azogue llevaba un -par de zapatos con alas, lo cual, naturalmente, le ayudaba a las mil -maravillas. Y, además, al mirarle de reojo, porque no se atrevía a -volver del todo la cabeza, le pareció que también tenía alas a los lados -de la cabeza, aunque si le miraba de frente no se veían las alas, sino -un gorro muy raro. Lo que sí era seguro es que el bastón trenzado le -servía a Azogue de grandísima ayuda para caminar, y le hacía andar tan -de prisa, que aunque Perseo era muchacho fuerte, ya empezaba a perder el -aliento. - ---¡Vamos!--exclamó al fin Azogue, que de sobra sabía, vivo como era, el -trabajo que a Perseo le costaba seguirle a su paso--; toma este -bastoncito, que me parece que lo necesitas bastante más que yo. ¿No hay -en la isla de Serifo mejores andarines que tú? - ---Mejor podría andar--dijo Perseo, mirando atrevidamente los pies de su -compañero--, si tuviese un par de zapatos con alas. - ---Buscaremos un par para ti--respondió Azogue. - -Pero el bastón ayudaba de tal modo a Perseo, que no volvió a sentir el -menor cansancio. Parecía estar vivo en su mano y comunicar algo de su -vida a Perseo. Él y Azogue caminaban ahora al mismo paso, con la mayor -facilidad, hablando amistosamente, y Azogue contaba historias tan -divertidas sobre sus aventuras anteriores, y lo bien que su ingenio le -había servido en muchas ocasiones, que Perseo empezó a considerarle como -persona maravillosa. Evidentemente conocía el mundo, y nada es tan -encantador para un joven como un amigo que posea esta clase de -conocimiento. Perseo escuchaba con ansia, esperando aumentar su propio -ingenio con todo lo que oía. - -Por fin recordó que Azogue había hablado de una hermana suya, que había -de prestar ayuda en la aventura que tenían emprendida. - ---¿Dónde está?--preguntó--. ¿La encontraremos pronto? - ---En cuanto la necesitemos--dijo su compañero--. Pero debo advertirte -que esta hermana mía tiene un genio completamente distinto del mío. Es -muy seria y muy prudente; no sonríe casi nunca; no se ríe jamás, y tiene -por regla no pronunciar ni una sola palabra cuando no tiene algo muy -profundo que decir. Ni tampoco escucha conversación alguna que no sea -absolutamente razonable. - ---¡Pobre de mí!--exclamó Perseo--. No me atreveré a pronunciar ni una -sílaba delante de ella. - ---Es una persona instruidísima, te lo aseguro--continuó Azogue--, y -tiene al dedillo todas las artes y las ciencias. En una palabra: es tan -asombrosamente sabia, que muchas gentes la llaman la sabiduría -personificada. Pero, para decirte la verdad, para mi gusto le falta -viveza, y dudo que a ti te pareciese tan agradable como yo para -compañera de viaje. Tiene cosas buenas, desde luego, y ya verás de -cuánto te sirve para tu encuentro con las Gorgonas. - -Ya había anochecido casi por completo. Llegaron entonces a un sitio -completamente desierto, silvestre, cubierto de malezas y zarzas, y tan -solitario y silencioso, que parecía como si nunca nadie hubiese vivido -en él ni hubiese pasado por allí. Todo estaba vacío y desolado en el -crepúsculo gris, que a cada instante se hacía más obscuro. Perseo miró -en derredor, más bien con desconsuelo, y preguntó si tenían que ir mucho -más lejos. - ---Chiss, chiss...--susurró su compañero--. No hagas ruido. Precisamente -éstos son el tiempo y el lugar propicios para encontrar a las Tres -Mujeres Grises. Ten cuidado de que no te vean antes de que tú las hayas -visto, porque aunque no tienen más que un ojo para las tres, es tan -perspicaz como media docena de ojos vulgares. - ---Pero, ¿qué tengo que hacer--preguntó Perseo--cuando las encontremos? - -Azogue explicó a Perseo cómo se las arreglaban las Tres Mujeres Grises -con su único ojo. Parece que tenían la costumbre de usarle por turno, -como si hubiese sido un par de lentes o--cosa que les hubiese convenido -mejor--un monóculo. Cuando una de las tres le había disfrutado durante -algún tiempo, se le sacaba de la órbita y se le daba a otra de las -hermanas, la cual inmediatamente se le ajustaba en la frente y gozaba un -ratito de la vista del mundo. Fácil es de comprender por esto que sólo -una de las mujeres veía, mientras las otras dos permanecían en la -obscuridad, y además, en el instante en que el ojo estaba pasando de -mano en mano, ninguna de las pobres señoras veía gota. He oído contar -muchas cosas extrañas en mi vida y he visto bastantes; pero ninguna, a -mi parecer, puede compararse con la rareza de estas Tres Mujeres Grises, -todas mirando con un ojo solo. - -Esto mismo pensó Perseo, y estaba tan lleno de asombro, que llegó a -figurarse que su compañero se estaba burlando de él y que no existían en -el mundo semejantes mujeres. - ---Pronto te convencerás de si es verdad o no--observó Azogue--. Chiss, -chiss, chiss... ¡Ya vienen! - -Perseo miró ansiosamente a través de la obscuridad de la noche, y con -seguridad, a poca distancia, vió a las Tres Mujeres Grises. Como la luz -era tan escasa, no pudo darse cuenta exacta de qué caras tenían; sólo -descubrió que sus cabellos eran largos y grises; y cuando se acercaron, -vió cómo dos de ellas no tenían sino una órbita vacía en medio de la -frente. Pero en medio de la frente de su hermana había un ojo brillante, -que centelleaba como un diamante en una sortija, y tan penetrante -parecía ser, que Perseo no pudo menos de pensar que poseía el don de ver -en la media noche más obscura lo mismo que a mediodía. La vista de tres -pares de ojos de persona estaba concentrada en aquel ojo único. - -De este modo las tres ancianas se arreglaban, después de todo, casi tan -cómodamente como si todas pudiesen ver a un tiempo. La que tenía el ojo -en la frente llevaba a las otras dos de la mano, mirando intensamente en -derredor suyo; tanto, que Perseo temía que pudiese atravesar con la -vista la espesa zarza tras de la cual él y Azogue se habían escondido. -¡Decididamente, era terrible encontrarse al alcance de ojo tan -penetrante! - -Pero antes de llegar a la zarza, una de las Tres Mujeres Grises exclamó: - ---¡Hermana, hermana Espanto, ya hace mucho tiempo que tienes puesto el -ojo! Ahora me toca a mí. - ---Déjamelo un momento más, hermana Pesadilla--respondió Espanto--. Me -parece que veo algo detrás de aquella zarza. - ---Bueno, ¿y qué?--respondió Pesadilla con malos modos--. ¿No puedo yo -ver tan bien como tú lo que haya detrás de la zarza? El ojo es tan mío -como tuyo, y me parece que sé usarle tan bien como tú, por no decir -mejor. Quiero que me lo entregues inmediatamente. - -Pero al llegar aquí, la tercera hermana, cuyo nombre era -Quebrantahuesos, empezó a quejarse, y dijo que a ella era a quien le -tocaba tener el ojo, y que Pesadilla y Espanto siempre le querían sólo -para ellas. Para terminar la disputa, Espanto se quitó el ojo de la -frente y le levantó en la mano. - ---Pues tomadle vosotras, y sea de quien quiera--exclamó--, y acabemos -con esta disputa necia. Por mi parte, me alegraré muchísimo de estar un -rato en la obscuridad. Agarrarle pronto, o me lo vuelvo a poner en la -frente. - -Pesadilla y Quebrantahuesos extendieron las manos, procurando -ansiosamente arrebatar el ojo de la mano de Espanto. Pero como las dos -estaban ciegas, no acertaban a encontrar la maño de su hermana; y como -en aquel momento Espanto estaba tan ciega como ellas, tampoco acertaba a -poner el ojo en sus manos. Así, como comprenderéis fácilmente, las tres -viejas estaban en grandísimo apuro. Porque aunque el ojo brillaba y -centelleaba como una estrella, ninguna de las tres mujeres alcanzaba -una sola chispa de su luz, y estaban todas en obscuridad completa por su -demasiada impaciencia por ver. - -A Azogue le divertía tanto ver a Pesadilla y a Quebrantahuesos -esforzándose en vano por encontrar a su hermana Espanto, que apenas -podía contener la risa. - ---Ha llegado el momento--dijo en voz muy baja a Perseo--. Vivo, vivo, -antes de que alguna pueda pescar el ojo. ¡Quítaselo de la mano! - -Y en un instante, mientras las Tres Mujeres Grises seguían disputando, -Perseo saltó de detrás de la zarza y se hizo dueño de la presa. El ojo -maravilloso, al pasar a su mano, centelleó más brillante que nunca, y -pareció mirarle a la cara con aire de inteligencia, con la misma -expresión que si hubiese tenido un par de párpados para hacer un guiño. -Las Tres Mujeres Grises no sabían nada de lo que había sucedido, y -suponiendo cada una de ellas que el ojo estaba en poder de una de las -otras, empezaron a disputar de nuevo. Por fin, Perseo no quiso que las -pobres viejas se insultasen más de lo necesario, y creyó que había -llegado el momento de las explicaciones. - ---Señoras mías--dijo--, tengan ustedes la bondad de no disgustarse unas -con otras. Si hay aquí algún culpable, ese soy yo, porque tengo el -honor de llevar en la mano vuestro brillantísimo y excelentísimo ojo. - ---¡Tú, tú tienes nuestro ojo! ¿Y quién eres tú?--chillaron a un tiempo -las Tres Mujeres Grises. Porque, naturalmente, se asustaron muchísimo al -oir una voz extraña y comprender que su vista había caído en manos no -sabían de quién--. ¡Ay, hermanas, hermanas! ¿Qué vamos a hacer? ¡Todas -estamos en la obscuridad! ¡Danos nuestro ojo precioso y único! ¡Tú -tienes dos para ti solo! - ---Diles--apuntó Azogue a Perseo--que se lo entregarás en cuanto te hayan -dicho dónde puedes encontrar a las Ninfas que tienen las sandalias que -vuelan, el saco mágico y el yelmo de la invisibilidad. - ---Mis queridas, buenas y admirables señoras--dijo Perseo, dirigiéndose a -las Tres Mujeres Grises--: no hay motivo para que se asusten ustedes de -ese modo. No soy un malvado, ni mucho menos. Les devolveré a ustedes el -ojo sano y salvo, brillante como nunca, en cuanto me digan dónde puedo -encontrar a las Ninfas. - ---¿A las Ninfas? ¡Pobres de nosotras, hermanas! ¿Qué dice este -hombre?--gritó Espanto--. La gente asegura que hay muchísimas Ninfas: -unas que se pasan la vida cazando en los bosques, otras que viven entre -los árboles, otras que tienen cómoda habitación en el agua de las -fuentes. De ninguna sabemos nada nosotras. Somos tres ancianas -desdichadas, que vamos caminando en la obscuridad, que nunca hemos -tenido más que un ojo para las tres, y ahora nos lo han robado. -¡Devuélvenosle, buen desconocido; quienquiera que seas, devuélvenosle! - -Y las tres mujeres extendían la mano, intentando coger a Perseo. Pero él -tenía buen cuidado de mantenerse fuera de su alcance. - ---Respetables señoras mías--dijo, porque su madre le había enseñado a -emplear siempre la mayor cortesía--: tengo el ojo en la mano, y lo -conservaré con el mayor cuidado hasta que tengan ustedes la amabilidad -de decirme dónde están las Ninfas. Las que yo voy buscando son las que -tienen el saco encantado, las sandalias que vuelan y... ¿cómo se -llama?... ¡ah, sí!, el yelmo de la invisibilidad. - ---¡Desgraciadas de nosotras, hermanas! ¿De qué habla este -joven?--exclamaron Espanto, Pesadilla y Quebrantahuesos, dirigiéndose -unas a otras con gran apariencia de asombro--. ¡Un par de sandalias que -vuelan! Pero, ¿no comprende que si tuviera la locura de ponerse -semejante calzado, los pies le echarían a volar por encima de la cabeza? -¡Y un yelmo de invisibilidad! ¿Cómo puede un yelmo hacer invisible a un -hombre, a no ser que le cubra de pies a cabeza? ¡Y, por si era poco, un -saco encantado! ¿Qué clase de bolso será ese? No, no, buen amigo; no -podemos decirte nada de todas esas maravillas. Tú tienes tus dos ojos, y -nosotras uno para las tres; mejor podrás tú que nosotras, pobres mujeres -ciegas, encontrar todo lo que necesitas. - -Perseo, oyéndolas hablar de aquel modo, empezó a creer que, en realidad, -las Tres Mujeres Grises no sabían nada de lo que les preguntara, y le -daba pena tenerlas en apuro tan grande; tanto, que ya estaba a punto de -devolverles el ojo, pidiéndoles perdón por la molestia que les había -causado; pero Azogue le sujetó la mano. - ---No consientas que se burlen de ti--dijo--. Estas Tres Mujeres Grises -son las únicas en el mundo que pueden decirte dónde encontrarás a las -Ninfas, y si no consigues saberlo, nunca conseguirás cortar la cabeza de -Medusa con los cabellos de serpientes. No te ablandes, y todo saldrá -bien. - -Y sucedió como Azogue decía. Hay pocas cosas que la gente quiera más que -la vista de sus ojos. Y las Mujeres Grises querían al suyo como si -hubiese sido media docena. Viendo que no había otro medio de recobrarlo, -acabaron por decir a Perseo lo que necesitaba saber. Y en cuanto se lo -hubieron dicho, él, con el mayor respeto, puso el ojo en la órbita vacía -de una de sus frentes, les dió las gracias por su amabilidad y se -despidió de ellas. Antes de que el joven se hubiese alejado lo bastante -para dejar de oirlas, ya habían empezado otra disputa, porque dió la -casualidad de que había entregado el ojo a Espanto, que ya había -disfrutado de él antes de que empezase la cuestión con Perseo. - -Es muy posible que las Tres Mujeres Grises tuvieran demasiada costumbre -de turbar su armonía con peleas de esta clase; lo cual era muy de -sentir, ya que no podían vivir unas sin otras y estaban, evidentemente, -destinadas a ser compañeras inseparables. Como regla general aconsejo a -todos, hermanos o hermanas, jóvenes o viejos, que no tengan más que un -ojo para disfrutarle entre varios, que cultiven la tolerancia y no se -empeñen en gozarle todos a un mismo tiempo. - -Azogue y Perseo, entretanto, caminaban lo más de prisa que podían en -busca de las Ninfas. Las viejas les habían dado indicaciones tan -detalladas, que no tardaron mucho en encontrarlas. Eran muy distintas de -Pesadilla, Quebrantahuesos y Espanto, porque en vez de ser viejas, eran -jóvenes y bonitas; en vez de un ojo para tres, cada Ninfa tenía un par -de ojos muy brillantes, que miraban a Perseo con la mayor amabilidad. -Parecían ser muy amigas de Azogue, y cuando les contó la aventura que -Perseo había emprendido, no pusieron dificultad alguna para entregarle -los valiosos objetos que estaban confiados a su custodia. En primer -lugar, trajeron lo que parecía ser una bolsa pequeña, hecha de piel de -ciervo y primorosamente bordada, y le encargaron mucho que cuidase de -ella, para no perderla. Éste era el saco encantado. Las Ninfas sacaron -después un par de zapatos o sandalias con un lindo par de alas sujetas -al talón de cada una. - ---Póntelas, Perseo--dijo Azogue--. Con ellas te encontrarás tan ligero -de pies como puedas desear para todo el resto del viaje. - -Perseo empezó a ponerse una y dejó la otra en el suelo, a su lado. De -repente la sandalia que había dejado abrió las alas y saltó del suelo, y -probablemente hubiese echado a volar, si Azogue no hubiese dado un salto -y la hubiese atrapado al vuelo. - ---Ten más cuidado--dijo a Perseo--. Los pájaros se asustarían si viesen -una sandalia volando a su lado. - -Cuando Perseo se hubo calzado las dos sandalias maravillosas, se sintió -demasiado ligero para andar por la tierra. Dió un paso o dos, y--¡oh, -maravilla!--se levantó en el aire muy por encima de las cabezas de -Azogue y de las Ninfas, y le costó mucho trabajo volver a bajar. Las -sandalias con alas y todas las cosas de esta clase resultan muy -difíciles de manejar hasta que uno se acostumbra a ellas. Azogue se echó -a reir de la involuntaria ligereza de su compañero, y le dijo que era -menester no apresurarse tanto, porque aún tenían que aguardar a que les -trajesen el yelmo de la invisibilidad. - -Las amables Ninfas sostenían el yelmo con su hermoso penacho de -ondulantes plumas, dispuestas a ponérselo en la cabeza a Perseo. Y -entonces sucedió el incidente más maravilloso de todos los que os vengo -contando. El momento antes de que le pusieran el yelmo, allí estaba -Perseo, joven, buen mozo, con ensortijada cabellera rubia y mejillas -sonrosadas, con la retorcida espada en el cinto y el bien pulido escudo -al brazo: figura que parecía hecha de valor, fuego y gloriosa luz. Pero -en cuanto el yelmo se apoyó en su frente blanca, ¡nada se vió ya de -Perseo! ¡Nada, sino el aire vacío! ¡Hasta el yelmo que le cubría con su -invisibilidad se había desvanecido! - ---¿Dónde estás, Perseo?--preguntó Azogue. - ---Aquí--respondió Perseo tranquilamente, aunque su voz parecía salir de -la transparente atmósfera--. Donde estaba ahora mismo. ¿No me ves? - ---No te veo, no--respondió su amigo--. Estás oculto por el yelmo. Y si -yo no te veo, tampoco te verán las Gorgonas. Sígueme, y probaremos qué -tal maña te das para usar las sandalias con alas. - -Con estas palabras, el gorro de Azogue abrió las alas, como si la cabeza -fuese a volar separándose de los hombros; pero todo su cuerpo se levantó -en el aire, y Perseo le siguió. Cuando hubieron subido unos cuantos -metros, el joven empezó a sentir cuán delicioso era dejar abajo la -tierra dura y poder volar como un pájaro. - -Era ya completamente de noche. Perseo miró hacia arriba y vió la -redonda, brillante y plateada luna, y pensó que le gustaría más que nada -levantar el vuelo, llegar a ella y pasarse allí la vida. Entonces volvió -a mirar hacia abajo y vió la Tierra con sus mares y sus lagos y el curso -de plata de sus ríos, y los nevados picos de sus montañas, y lo ancho de -sus campos, y la mancha obscura de sus bosques, y sus ciudades de mármol -blanco. - -Y con la luz de la luna cayendo sobre ella, era la Tierra tan hermosa -como pudiera serlo la luna misma o cualquier otra estrella. Y sobre -todo, vió la isla de Serifo, donde estaba su querida madre. Algunas -veces, él y Azogue se acercaban a una nube que, de lejos, parecía estar -hecha de vellones de plata, aunque cuando entraban en ella se -encontraban mojados y llenos de frío por la niebla gris. Tan rápido era -su vuelo, sin embargo, que en un instante salían de la nube otra vez a -la luz de la luna. Una vez pasó casi rozando a Perseo un águila que -volaba muy alto. Lo más hermoso de todo lo que vieron fueron los -meteoros, que centelleaban repentinamente, como si en los aires se -estuviesen quemando fuegos artificiales, y hacían palidecer la luz de la -luna muchas millas en derredor. - -Mientras los dos compañeros volaban uno junto a otro, Perseo creyó oir a -su lado un ligero rumor, como si fuera el roce de un vestido: era al -lado opuesto a aquel en que veía a Azogue. Miró con atención, pero no -vió nada. - ---¿De quién es este vestido--preguntó--que parece moverse a mi lado con -la brisa? - ---¡Oh! ¡Es el de mi hermana!...--respondió Azogue--. Viene con nosotros, -como ya te lo había anunciado. Nada podríamos hacer si mi hermana no nos -ayudase. No tienes idea de lo sabia que es. ¡Y tiene unos ojos...! En -este momento te ve como si no fueras invisible, y apuesto cualquier cosa -a que ella es la primera que divisa a las Gorgonas. - -En su rápido viaje por los aires, habían ya - -[imagen] - -[imagen] - -llegado a la vista del gran Océano, y pronto volaron sobre él. A lo -lejos, las olas se amontonaban tumultuosamente en medio del mar o se -rompían formando una ancha franja de espuma sobre los peñascos de la -orilla, con un ruido que en el bajo mundo parecía el del trueno, pero -que en lo alto llegaba a los oídos de Perseo como un suave murmullo, -como la voz de un niño medio dormido. Precisamente en aquel momento una -voz habló a su lado. Parecía ser de mujer, y era melodiosa, aunque no -precisamente dulce, sino grave y serena. - ---Perseo--dijo la voz--, ahí están las Gorgonas. - ---¿Dónde?--exclamó Perseo--. ¡No las veo! - ---En la costa de esa isla, debajo de ti--replicó la voz--. Si dejases -caer una piedra, caería entre ellas. - ---Ya te dije yo que ella era la primera que había de verlas--dijo Azogue -a Perseo--. Y ahí están. - -Abajo, en línea recta a unos mil metros de distancia, Perseo alcanzó a -ver un islote y el mar rompiendo en espuma en torno de su costa rocosa, -excepto por un lado, donde había una playa de arena blanca como nieve. -Descendió hacia ella, y mirando con atención hacia algo que brillaba, a -los pies de un precipicio de roca negra vió a las terribles Gorgonas. -Estaban echadas en el suelo, profundamente dormidas, arrulladas por el -atronador ruido del mar; porque hacía falta un estruendo que hubiese -dejado sordo a cualquier mortal para conseguir que se durmiesen aquellas -criaturas terribles. La luz de la luna centelleaba sobre sus escamas de -acero y sobre sus alas de oro, que caían perezosamente sobre la arena. - -Las garras de bronce, horribles, se agarraban a los fragmentos de la -roca, mientras las dormidas Gorgonas soñaban que estaban despedazando a -algún pobre mortal. Las serpientes que les servían de cabellos, también -parecían estar dormidas, aunque de cuando en cuando una se retorcía o -alzaba la cabeza y sacaba la ahorquillada lengua, emitiendo un -adormilado silbido, y dejándose luego caer entre sus hermanas -serpientes. - -Las Gorgonas se parecían más a alguna tremenda gigantesca especie de -insecto--inmensas abejas con alas de oro o moscas-dragones o cosa por -este estilo--, que a ningún otro ser vivo; sólo que eran como un millón -de veces más grandes que insecto ninguno. Y a pesar de todo, había en -ellas algo humano también. Afortunadamente para Perseo, tenían la cara -escondida por la postura en que se encontraban; porque si las hubiese -mirado un solo instante, hubiera caído pesadamente del aire, convertido -en imagen de piedra. - ---Ahora--susurró Azogue, que seguía al lado de Perseo--, ahora es el -tiempo que has de aprovechar para tu hazaña. ¡Apresúrate, porque si una -de las Gorgonas despierta, será demasiado tarde! - ---¿A cuál es a la que debo herir?--preguntó Perseo sacando la espada y -bajando un poco más--. Las tres parecen iguales. Las tres tienen -cabellera de serpientes. ¿Cuál de las tres es Medusa? - -Hay que saber que Medusa era la única de aquellos tres monstruos a quien -Perseo pudiese cortar la cabeza, porque a las otras dos era imposible -hacerles el menor daño, aunque hubiese tenido la espada mejor templada -del mundo y la hubiese estado afilando una hora seguida. - ---Sé prudente--le dijo la misma voz tranquila que antes le había -hablado--. Una de las Gorgonas empieza a moverse en su sueño, y -precisamente se va a volver. ¡Esa es Medusa! ¡No la mires! ¡Su vista te -convertiría en piedra! Mira el reflejo de su rostro y de su cuerpo en el -brillante espejo de tu escudo. - -Perseo comprendió entonces por qué motivo le había aconsejado Azogue que -puliese su escudo con tanto afán. En aquella superficie podía mirar con -tranquilidad el reflejo del rostro de la Gorgona. Y allí estaba aquel -rostro terrible, reflejado en la brillantez del escudo, con la luz de la -luna cayendo de plano sobre él y descubriendo todo su horror. Las -serpientes, cuya naturaleza venenosa no les permitía dormir por -completo, se le enroscaban sobre la frente. Era el rostro más fiero y -más horrible que nunca se haya visto ni imaginado, y sin embargo, había -en él una extraña, terrible y salvaje belleza. Los ojos estaban -cerrados, porque la Gorgona dormía aún profundamente; pero sus facciones -estaban conturbadas por una expresión inquieta, como si el monstruo -sufriese algún mal sueño. Rechinaba los dientes y arañaba la arena con -sus garras de bronce. - -Las serpientes también parecían sentir el sueño de Medusa e inquietarse -con él cada vez más. Se trenzaban unas con otras en nudos tumultuosos, -se retorcían furiosamente y levantaban cien sibilantes cabezas sin abrir -los ojos. - ---¡Ahora, ahora!--murmuró Azogue, que se iba impacientando--. ¡Hiere al -monstruo! - ---Pero con calma--dijo la voz, grave y melodiosa, al lado del joven--. -Mira a tu escudo mientras vas volando hacia abajo, y ten cuidado de no -errar el primer golpe. - -Perseo bajó, volando cuidadosamente siempre, con los ojos fijos en el -rostro de Medusa, reflejado en su escudo. Cuanto más se acercaba, más -terrible se iba poniendo el rostro, rodeado de serpientes, y el cuerpo -metálico del monstruo. Por fin, cuando estuvo sobre ella a distancia en -que podía alcanzarla con el brazo, Perseo levantó la espada. En el mismo -instante todas las serpientes que formaban la cabellera de la Gorgona se -alzaron amenazadoras, y Medusa abrió los ojos. Pero despertó demasiado -tarde. La espada era cortante. El golpe cayó como un rayo, y la cabeza -de la horrible Medusa rodó separada del cuerpo. - ---¡Admirablemente hecho!--dijo Azogue--. Apresúrate y mete la cabeza en -el saco mágico. - -Con gran asombro de Perseo la bolsita bordada que se había colgado al -cuello aumentó de tamaño lo bastante para contener la cabeza de Medusa. -Pronto, como el pensamiento, la levantó, cuando aún las serpientes se -retorcían en torno de ella, y la metió en el saco. - ---Tu misión está cumplida--dijo la voz serena--. Ahora vuela, porque las -otras Gorgonas han de hacer cuanto puedan para vengar la muerte de -Medusa. - -Era verdaderamente necesario alzar el vuelo, porque Perseo no había -realizado su hazaña tan silenciosamente que el ruido de la espada, el -silbar de las serpientes y el golpe de la cabeza de Medusa, al caer -sobre la arena, batida por el mar, no hubiesen despertado a los otros -monstruos. Se incorporaron un instante, frotándose los ojos adormilados -con los dedos de bronce, mientras que todas las serpientes de sus -cabezas se revolvían con sorpresa y venenosa malicia, no sabiendo contra -quién. Pero cuando las Gorgonas vieron el escamoso cuerpo de Medusa sin -cabeza, con las alas de oro erizadas y caídas y sobre la arena, fué -realmente terrible oir sus alaridos. ¡Y las serpientes! Lanzaron mil -silbidos, todas a un tiempo, y las serpientes de Medusa contestaron -desde el saco mágico. - -Apenas estuvieron las Gorgonas completamente despiertas, se levantaron -en el aire, blandiendo sus garras de bronce, rechinando sus dientes -horribles y moviendo las alas tan furiosamente, que algunas de las -plumas de oro se arrancaron y cayeron a la playa. Y puede que aún estén -allí desparramadas. Levantáronse, como digo, las Gorgonas, mirando -horriblemente de un lado para otro con la esperanza de convertir a -alguien en piedra. Si Perseo las hubiese mirado o hubiese caído en sus -garras, su pobre madre nunca hubiera vuelto a besarle. Pero tuvo buen -cuidado de volver la vista a otro lado, y como llevaba el yelmo de la -invisibilidad, las Gorgonas no supieron en qué dirección seguirle, ni -tampoco dejó él de hacer el mejor uso posible de las sandalias con alas, -subiendo en línea perpendicular un kilómetro próximamente. A aquella -altura, cuando los gritos de las abominables criaturas ya llegaban hasta -él muy débiles, se dirigió en línea recta hacia la isla de Serifo, para -entregar la cabeza de Medusa al rey Polidectes. - -No tengo tiempo de contaros varias cosas maravillosas que sucedieron a -Perseo al volver a su casa, tales como matar a un horrible monstruo -marino que estaba a punto de devorar a una hermosa doncella; ni cómo -convirtió a un enorme gigante en montaña de piedra con sólo enseñarle la -cabeza de la Gorgona. Si dudáis de esta última historia, podéis hacer un -viaje a África, cualquier día de éstos, y veréis la montaña, que todavía -lleva el antiguo nombre del gigante. - -Por último, nuestro valiente Perseo llegó a la isla, donde esperaba ver -a su madre querida. Pero durante su ausencia el malvado rey había -tratado tan mal a Danae, que se había visto obligada a huir y a -refugiarse en un templo donde unos cuantos sacerdotes ancianos y buenos -la habían recogido. Estos sacerdotes, dignos de alabanza, y el pescador -de buen corazón, que fué el primero en dar hospitalidad a Danae y a -Perseo, niño, cuando los encontró flotando en el arca, parecen haber -sido las únicas personas de la isla que se preocupasen de hacer el bien. -Todo el resto del pueblo, lo mismo que el rey Polidectes, eran -notablemente malos y no merecían mejor destino que el que vais a saber -que cayó sobre ellos. - -No habiendo encontrado a su madre en casa, Perseo se fué derecho a -palacio, e inmediatamente lo llevaron a presencia del rey. Polidectes no -se alegró gran cosa de volver a verle, porque casi tenía por cierto, con -regocijo de su mal corazón, que las Gorgonas habrían hecho pedazos al -pobre muchacho y se lo habrían comido inmediatamente. Pero al verle -volver sano y salvo, puso la mejor cara que pudo y le preguntó qué había -hecho. - ---¿Has cumplido tu promesa?--preguntó--. ¿Me traes la cabeza de Medusa -con su cabellera de serpientes? Si no, hijo mío, te va a costar caro, -porque necesito un regalo de boda para la princesa Hipodamia, y sé que -no hay nada en el mundo que pueda ser tan de su gusto. - ---Sí, Majestad--respondió Perseo tranquilamente y como si no hubiera por -qué asombrarse de que un joven como él hubiese llevado a cabo tal -hazaña--. Os traigo la cabeza de la Gorgona con todos sus cabellos de -serpientes. - ---¡De veras! Pues haz el favor de enseñármela--dijo el rey Polidectes--. -Debe de ser - -[imagen] - -espectáculo curioso, si todos los viajeros que me han hablado de ella -han dicho la verdad. - ---Vuestra Majestad está en lo cierto--repuso Perseo--. Realmente es un -objeto capaz de fijar las miradas de todo el que lo vea. Y si Vuestra -Majestad quiere, me permitiré aconsejar que se declare el día de hoy -fiesta nacional y que se llame a todos los súbditos de Vuestra Majestad -para que vengan a contemplar esta curiosidad maravillosa. ¡Me parece que -pocos serán los que hayan visto una cabeza de Gorgona, y acaso nunca -puedan volver a verla! - -Bien sabía el rey que todos sus súbditos eran haraganes rematados, -aficionadísimos a espectáculos como suelen serlo todas las gentes -perezosas; así es que siguió el consejo del joven y envió en todas -direcciones heraldos y mensajeros para que tocasen la trompeta en todas -las esquinas y en las plazas y mercados, y dondequiera se encontrasen -dos caminos, y llamasen a todo el mundo a la Corte. Vino, pues, gran -multitud de gentes inútiles y vagabundas, que todas, por puro amor al -mal, se hubiesen alegrado muchísimo de que a Perseo le hubiese sucedido -algún daño en la lucha con la Gorgona. Si algunas buenas personas había -en la isla (yo quiero creer que las hubo, aunque la historia no dice -nada de ellas), de seguro se quedaron tranquilamente en casa atendiendo -a sus quehaceres y cuidando a sus hijos. Muchos de los habitantes, sea -comoquiera, corrieron a palacio a toda prisa, y gritaron, y se -empujaron, y se dieron codazos por afán de estar cerca de un balcón -donde se veia a Perseo con el saco mágico y bordado en la mano. - -En una tribuna colocada enfrente del balcón estaba sentado el rey -Polidectes, con sus malvados consejeros y sus cortesanos aduladores, -formando semicírculo en derredor suyo. Monarca, consejeros, cortesanos y -pueblo, todos miraban ansiosamente a Perseo. - ---¡Enseña la cabeza de la Gorgona!... ¡Enséñala!--gritaba el pueblo. Y -había en sus gritos tal fiereza, que parecían querer hacer pedazos a -Perseo, si lo que había de enseñarles no les satisfacía--. ¡Enséñanos la -cabeza de Medusa con la cabellera de serpientes! - -Un sentimiento de pena y de lástima sobrecogió a Perseo. - ---¡Oh, rey Polidectes--exclamó--, y vosotros pueblo: no quisiera -mostraros la cabeza de la Gorgona! - ---¡Ah, canalla, cobarde!--gritó el pueblo, más furioso que nunca--. Se -está burlando de nosotros. No tiene la cabeza de la Gorgona. -Enséñanosla, si la has traído, y si no te cortaremos la tuya para hacer -con ella una pelota de _foot-ball_. - -Los malos consejeros hablaron al rey al oído; los cortesanos murmuraron, -todos a una, que Perseo estaba faltando al respeto a su rey y señor, y -el gran rey Polidectes levantó la mano y le ordenó, con la voz austera y -grave de la autoridad, que enseñase la cabeza al pueblo, si no quería -perder la suya. - ---Muéstranos la cabeza de Medusa, o mando cortar la tuya. - -Perseo suspiró. - ---¡Ahora mismo!--repitió Polidectes--, o mueres. - ---¡Miradla entonces!--exclamó Perseo con voz que resonó como un clarín. - -Y alzó de repente la terrible cabeza. Ni un solo párpado tuvo tiempo de -entornarse, y el rey Polidectes y sus malvados consejeros y sus feroces -súbditos quedaron al punto convertidos en imágenes de un monarca y su -pueblo. Todos quedaron fijos para siempre en su actitud de aquel -instante. ¡La vista de la cabeza de Medusa les había transformado en -blanco mármol! Y Perseo volvió a meter la cabeza en el saco, y fué a -decir a su madre querida que ya no había por qué tener miedo al malvado -rey Polidectes. - ---¿Qué, no ha sido un cuento bonito?--preguntó Eustaquio. - ---¡Ay, sí, sí!--exclamó Capuchina, palmoteando--. ¡Y esas viejas tan -raras, que no tenían más que un ojo para las tres! ¡Nunca he oído cosa -más extraña! - ---En lo del diente--observó Primavera--no hay prodigio alguno. Supongo -que sería un diente postizo. Pero, ¿qué es eso de haber convertido a -Mercurio en Azogue, y de hablar de su hermana? ¡Es una ridiculez! - ---¡Ah!, ¿no era hermana suya?--preguntó Eustaquio--. Si se me hubiese -ocurrido antes, la hubiese descrito como una solterona que tenía un buho -favorito. - ---Bueno--dijo Primavera--; después de todo, con el cuento se ha -desvanecido la niebla. - -Y, en verdad, mientras el cuento se iba contando, los vapores habían -desaparecido del paisaje casi por completo. Ahora se descubría un -panorama, que los espectadores casi podían figurarse que había sido -creado desde la última vez que habían levantado los ojos en la dirección -donde ahora se extendía. A una media milla de distancia, en el regazo -del valle, aparecía ahora un hermoso lago, que reflejaba una perfecta -imagen de sus propias orillas, cubiertas de bosques, y de las cimas de -las colinas más lejanas. Brillaba en cristalina quietud, sin huella de -la más ligera brisa en parte alguna de su superficie. Al otro lado de su -más lejana orilla estaba el alto monte, que parecía estar tumbado en el -valle. Eustaquio le comparó a una inmensa esfinge sin cabeza, envuelta -en un chal alfombrado; y verdaderamente era tan rico y tan diverso el -follaje otoñal de sus bosques, que la imagen del chal no era en modo -alguno demasiado exagerada de color respecto de la realidad. En el -terreno bajo, entre la casa de campo y el lago, los grupos de árboles y -los linderos del bosque estaban llenos de hojas amarillas o castaño -obscuras, porque habían sufrido más con las heladas que el follaje de -las vertientes de las colinas. - -Sobre todo el paisaje brillaba alegre el sol, mezclado con ligerísima -neblina, que hacía la luz imponderablemente suave y tierna. ¡Oh, qué día -de veranillo de San Martín tan hermoso! Los niños cogieron -apresuradamente sus cestillos, y se pusieron en marcha, saltando, -corriendo, dando volteretas, mientras el primo Eustaquio demostraba lo -muy digno que era de presidir la reunión, corriendo mucho mejor que -ellos y dando algunos saltos tan perfectos, que ninguno de ellos podía -ni imitarlos. Acompañábales también un perro, cuyo nombre era _Ben_. Era -uno de los cuadrúpedos más respetables y de mejor corazón del mundo, y -probablemente estaba convencido de que estaba en el deber de no dejar -alejarse a los niños sin mejor guardián que aquel cabeza loca de -Eustaquio Bright. - -[imagen] - - - - -EL TOQUE DE ORO - - - - -[imagen] - - - - -ARROYO UMBRÍO - - -A mediodía, nuestra partida juvenil se reunió en una cañada, a través de -cuya profundidad corría un arroyuelo. La cañada era angosta, y sus -vertientes escarpadas desde la margen del arroyo arriba estaban -cubiertas con espesura de árboles, principalmente nogales y castaños, -entre los cuales crecían también unas cuantas encinas y unos cuantos -arces. En el verano, la sombra de tantas ramas juntas, que se -encontraban y se enredaban sobre el arroyo, bastaba para producir un -crepúsculo en pleno mediodía. De ahí venía el nombre de _Arroyo Umbrío_. -Pero ahora, desde que el otoño había llegado a aquel lugar oculto, todo -el obscuro verdor se había cambiado en oro; así es que el ramaje -incendiaba la cañada, en vez de darle sombra. Las brillantes hojas -amarillas, aunque el día hubiese estado nublado, hubieran parecido -conservar entre ellas la luz del sol; y tantas se habían caído, que todo -el cauce y la margen del arroyo estaban sembrados de luz de sol también. -Así el rincón umbrío, donde el verano se había refrescado, ahora era el -sitio más lleno de sol que pudiera encontrarse. - -El arroyuelo corría, siguiendo su camino de oro, deteniéndose aquí para -formar un remanso, en el cual pasaban como flechas los pececillos, -nadando de un lado a otro; apresurándose luego cuesta abajo, como si -tuviese mucha prisa por llegar al lago; olvidándose de mirar por donde -iba, tropezaba con la raíz de un árbol, que se le atravesaba en la -corriente. Os hubiera hecho reir oirle hacer ruido y echar espuma contra -el inesperado obstáculo. Y aun después de haberle salvado, seguía el -agua hablándose a sí misma, como si estuviera perpleja. Supongo que -estaba maravilladísima al ver su cañada umbría tan iluminada, y al oir -la charla y la alegría de tantos chiquillos. Así es que corría lo más -aprisa que le era posible, y marchaba a esconderse en el lago. - -En la cañada de Arroyo Umbrío, Eustaquio Bright y sus amiguitos se -habían detenido para comer. Habían traído muchas cosas ricas de -Tanglewood, dentro de sus cestillos, y las habían servido sobre troncos -caídos, cubiertos de musgo, y con buenos manjares y mucha alegría habían -hecho, en verdad, una comida deliciosa. Cuando terminó, ninguno quería -moverse. - ---Aquí descansaremos--dijeron algunos de los niños--, mientras el primo -Eustaquio nos cuenta otro de sus cuentos bonitos. - -El primo Eustaquio tenía tanto derecho a estar cansado como cualquiera -de los chiquillos, porque había llevado a cabo grandes hazañas en -aquella mañana memorable. Trébol, Romero, Capuchina y Girasol estaban -casi convencidos de que tenía zapatillas con alas, como las que las -Ninfas dieron a Perseo; tantas veces le habían visto en lo alto de la -copa de un nogal, casi en el mismo instante en que acababan de verle en -pie en el suelo. ¡Y entonces, qué chaparrones de nueces había hecho -llover sobre sus cabezas, para que las atareadas manecitas las -recogiesen en los cestitos! En una palabra: se había mostrado tan ligero -como una ardilla o un mono, y ahora, tumbado sobre las hojas amarillas, -parecía dispuesto a descansar un poco. - -Pero los niños no tienen piedad ni consideración para el cansancio -ajeno, y si no os quedase más que un solo aliento, os pedirían que le -gastaseis en contarles un cuento. - ---Primo Eustaquio--dijo Capuchina--, ¡qué cuento tan bonito el de la -cabeza de la Gorgona! ¿Crees que serías capaz de contarnos otro tan -bonito como ese? - ---Sí, hija mía--dijo Eustaquio, tapándose los ojos con la visera de la -gorra, como si se preparase a echar una siesta--. Podría contaros una -docena, tan bonitos o más, si me diese la gana. - ---¡Oh, Primavera y Margarita!, ¿oís lo que dice?--exclamó Capuchina, -bailando de contenta--. ¡El primo Eustaquio nos va a contar una docena -de cuentos, más bonitos que la cabeza de la Gorgona! - ---No he prometido contar ni uno. Capuchina loca--dijo Eustaquio, casi -con malhumor--. Y sin embargo, temo que no haya más remedio. ¡Ésta es la -consecuencia de haber logrado una reputación! ¿Por qué no seré un poco -más tonto de lo que soy, o por qué habré demostrado nunca las brillantes -cualidades con que me ha dotado la Naturaleza? Así hubiera podido dormir -la siesta en paz y en gracia de Dios. - -Pero el primo Eustaquio, como creo haberlo indicado antes, era tan -aficionado a contar cuentos como los chiquillos a oirlos. Su -entendimiento libre y feliz se deleitaba en su propia actividad, y -apenas requería impulso exterior para ponerse en movimiento. - -¡Cuán diferente este espontáneo juego de la inteligencia, de la educada -diligencia de los años maduros, cuando la tarea se ha hecho fácil a -fuerza de costumbre, y el trabajo del día es indispensable para la -felicidad del día, aunque todo lo demás se haya desvanecido como burbuja -de jabón! Pero esta observación no hace falta que la oigan los niños. - -Sin hacerse rogar más, Eustaquio Bright empezó a contar el cuento -siguiente, realmente espléndido. Se le había ocurrido mientras estaba -tumbado en el suelo, mirando hacia arriba a la copa de un árbol, -observando cómo el toque del otoño había convertido cada una de sus -hojas verdes en lo que parecía oro finísimo. Y ese cambio, que todos -hemos presenciado, es tan maravilloso como cualquiera de los prodigios -que Eustaquio relató al contar la historia de Midas. - -[imagen] - - - - -[imagen] - - - - -EL TOQUE DE ORO - - -Vivió hace mucho tiempo un hombre muy rico, que además era rey. Se -llamaba Midas. Tenía una hijita, de la cual nadie más que yo ha oído -hablar nunca, y cuyo nombre nunca he sabido, o por mejor decir, he -olvidado. Así es que, como me gustan los nombres extraños para las -niñas, me parece bien llamarla Clavellina. - -El rey Midas era aficionadísimo al oro. Apreciaba su corona real, -principalmente porque estaba compuesta de tan precioso metal. Poseer -oro, mucho oro, era la ambición más grande del rey Midas. Si algo había -en la Tierra a que quisiese más que al oro, era a la preciosa niñita, su -hija, que jugaba alegremente junto a su trono. Pero cuanto más la -quería, más ansia le entraba de adquirir, buscar y amontonar riquezas. -Pensaba, tontamente, que lo mejor que podía hacer por aquella niña, a -quien quería tanto, era amontonar para ella inmensas cantidades de -monedas amarillas y brillantes. Así es que jamás pensaba en otra cosa. -Si por casualidad miraba por un momento las nubes doradas que se forman -al ponerse el sol, sólo deseaba que fuesen oro de veras, para poder -guardarlas en su caja fuerte. Cuando venía Clavellina, saltando y -riendo, a buscarle con un ramo en la mano de flores amarillas del campo, -lo único que le decía era:--¡Bah! ¡Bah, hijita! Si esas flores fueran de -oro, como parecen, entonces sí que valdría la pena de recogerlas. - -Y sin embargo, el rey Midas, cuando era joven y no estaba completamente -dominado por el deseo desordenado de riquezas, había sido muy aficionado -a las flores. Había plantado un jardín, en el cual crecían las rosas más -grandes y más hermosas que haya visto u olido ningún mortal. - -Las rosas seguían creciendo en el jardín, tan bellas, tan grandes y tan -fragantes como cuando Midas acostumbraba a pasarse horas enteras -mirándolas y gozando con su perfume. Pero ahora, si las miraba, era sólo -para calcular cuánto más valdría el jardín si cada uno de los -innumerables pétalos de las dichas rosas fuese una chapita de oro fino. -Y aunque también en - -[imagen] - -otros tiempos fué muy aficionado a la música (a pesar de la historia que -cuenta que sus orejas se parecían a las de los burros), la única música -agradable para el pobre rey Midas era el tintín de una moneda al chocar -contra otra. - -Por fin (porque la gente se vuelve cada día más tonta, a no ser que -tenga buen cuidado de hacerse cada día más y más cuerda), el rey Midas -llegó a ser tan poco razonable, que no podía ver ni tocar cosa que no -fuese de oro. Y tomó por costumbre pasar gran parte del día en una -habitación obscura y subterránea en los sótanos de su palacio. Allí es -donde guardaba sus riquezas. En aquel agujero feísimo, que apenas podía -servir de calabozo, se encerraba el rey Midas cuando quería ser -completamente feliz. - -Allí, después de cerrar cuidadosamente la puerta, cogía un saco lleno de -monedas de oro, o una copa de oro, grande como una palangana; o una -barra de oro pesadísima, o un celemín lleno de polvo de oro, y los -llevaba desde los rincones obscuros del cuarto hasta el único sitio -donde caía un rayo de sol, brillante y estrecho, desde un tragaluz. Le -gustaba mucho aquel rayo de sol, únicamente porque sin su ayuda no podía -ver brillar su tesoro. Luego removía con las manos las monedas del saco, -o tiraba la barra a lo alto y la recogía al caer, o hacía que se -deslizara entre sus dedos el polvo de oro, o miraba la imagen extraña -de su cara reflejada en la bruñida circunferencia de la copa, y se decía -a sí mismo:--¡Oh, Midas, riquísimo rey Midas, qué hombre tan feliz -eres!--. Pero era muy gracioso ver cómo la imagen de su rostro le hacía -muecas desde la pulida superficie de la copa. Parecía como si aquella -imagen comprendiese lo necio de su conducta y se burlase de él. - -Midas se llamaba hombre feliz, pero dentro de sí mismo sentía que no lo -era del todo. No podría llegar a la felicidad completa, a no ser que el -mundo entero se convirtiese en un inmenso guardatesoros y estuviese -lleno de amarillo metal, que fuese todo suyo. - -No necesito recordar, a niños tan instruídos como vosotros, que allá en -los tiempos antiguos, muy antiguos, cuando vivía el rey Midas, pasaban -cosas que en nuestros tiempos y en nuestro país se nos antojarían -maravillosas. Por otra parte, muchísimas cosas suceden ahora que no sólo -nos parecen maravillosas a nosotros, sino que a las gentes de los -tiempos antiguos les hubiesen dejado ciegas de asombro. Yo, por mi -parte, creo que nuestros tiempos son mucho más extraños que los -antiguos; pero, sea de esto lo que quiera, sigamos el cuento. - -Un día estaba Midas gozando con la vista de sus tesoros en el obscuro -subterráneo, cuando vió que una sombra caía sobre los montones de oro, -y mirando de repente hacia arriba, vió la figura de un desconocido, que -estaba en pie precisamente en el brillante y estrecho rayo de sol. Era -un joven con cara alegre y rubicunda. No sé si porque la imaginación del -rey Midas ponía un tinte amarillo sobre todas las cosas, o por cualquier -otro motivo, no pudo menos de pensar que la sonrisa con que el -desconocido le miraba tenía una especie de radiación dorada. Lo que sí -era seguro es que, aunque la figura interceptaba el rayo de sol, los -tesoros amontonados brillaban más que nunca. Hasta los más remotos -rincones del cuarto participaban del resplandor misterioso y parecían -iluminados cuando el desconocido sonreía, como si hubiese en ellos -llamas o chispas. - -Como Midas sabía que había cerrado cuidadosamente la puerta con llave, y -que no había mortal capaz de penetrar en el cuarto donde guardaba sus -tesoros, sacó en consecuencia que el visitante era algo más que un -mortal. No hace falta deciros su nombre. En aquellos días, cuando la -Tierra era relativamente nueva, se suponía que debían venir a visitarla -de cuando en cuando seres dotados de poder sobrenatural, que tenían la -costumbre de interesarse por las alegrías y las penas de los hombres, -las mujeres y los niños, medio en broma y medio en serio. Midas había -tropezado ya antes con seres de esa índole, y no le disgustaba -encontrarse con ellos. El aspecto del forastero era tan regocijado, tan -amable, ya que no demasiado bondadoso, que hubiese sido poco razonable -sospechar que venía a hacer daño. Era más que probable que viniese a -hacer un favor al rey Midas. ¡Y qué favor podría ser, sino aumentar sus -montones de tesoros! - -El desconocido miró por todo el cuarto. Y cuando su brillante sonrisa -hubo centelleado sobre todos los objetos de oro que allí había, se -volvió hacia Midas. - ---Eres un hombre rico, amigo Midas--observó--. Me parece que no habrá en -la Tierra otras cuatro paredes que contengan tanto oro como el que tú -has conseguido amontonar en esta habitación. - ---He hecho lo que he podido... lo que he podido...--respondió Midas en -tono descontento--. Pero, después de todo, esto no es nada si se -considera que he gastado la vida entera para reunirlo. Si pudiera uno -vivir mil años, tendría tiempo para llegar a ser rico de veras. - ---¡Cómo!--exclamó el desconocido--. ¿Todavía no estás satisfecho? - -Midas movió la cabeza. - ---¿Y con qué te contentarías?--preguntó el forastero--. Sólo por -curiosidad me gustaría saberlo. - -Midas se puso a meditar. Tuvo el presentimiento de que aquel -desconocido, con su lustre dorado en la cara y su sonrisa de buen humor, -había venido allí con poder y con intención de satisfacer sus mayores -deseos. Por consiguiente, había llegado el feliz momento, y no tenía más -que hablar para obtener todo lo posible, o al parecer imposible, que se -le ocurriese pedir. Así es que pensó, y pensó, y pensó, y amontonó en su -imaginación montaña sobre montaña de oro, sin llegar a figurarse una lo -bastante grande para satisfacerle por completo. - -Por último, se le ocurrió una idea luminosa. Parecía, en realidad, tan -brillante como el esplendoroso metal que tanto amaba. - -Levantando la cabeza, miró al desconocido cara a cara. - ---Ea, Midas--observó el visitante--, veo que por fin has pensado cosa -que pueda satisfacerte por completo. Dime lo que deseas. - ---Sólo esto--respondió Midas--. Estoy cansado de que me cueste tanto -trabajo reunir mis tesoros y de ver que después de tanto cansarme -aumentan tan despacio. ¡Deseo que todo lo que yo toque se convierta en -oro! - -La sonrisa del desconocido se hizo tan amplia, que pareció llenar la -habitación, como el sol que centellease en un sombrío y hondo valle, -donde las amarillas hojas del otoño (porque esto parecían los pedazos de -oro) estuviesen esparcidas por el suelo y brillasen a la luz. - ---¡El Toque de Oro!--exclamó--. En verdad, amigo Midas, te digo que eres -hombre de imaginación. Pero, ¿estás completamente seguro de que con eso -te quedarás satisfecho? - ---¡Completamente!...--dijo Midas. - ---¿Y que nunca te arrepentirás de poseer ese don? - ---¿Por qué había de arrepentirme?--preguntó Midas--. Es lo único que -pido para ser completamente feliz. - ---Entonces, hágase como deseas--respondió el forastero, moviendo la mano -en señal de despedida--. Mañana, al salir el sol, te encontrarás dotado -con el Toque de Oro. - -El rostro del desconocido, se puso entonces extraordinariamente -brillante, y Midas, a pesar suyo, tuvo que cerrar los ojos. Al abrirlos -de nuevo, no vió más que el único rayo de sol en el subterráneo, y -alrededor suyo el centelleo del precioso metal que había empleado toda -la vida en reunir. - -La historia no dice si Midas durmió aquella noche como de costumbre. -Dormido o despierto, su espíritu estaba probablemente en el mismo -estado que el de un niño a quien se ha prometido por la mañana un -juguete nuevo. Y apenas el día acababa de asomar por encima de los -montes, ya el rey estaba completamente despierto, y extendiendo los -brazos fuera de la cama, empezó a tocar cuanto se encontraba a su -alcance. Estaba impaciente por probar si realmente le había llegado el -Toque de Oro, según la promesa del desconocido. Para convencerse pasó el -dedo por la silla que estaba a la cabecera de la cama y sobre otros -varios objetos; pero tuvo una triste desilusión al ver que continuaban -siendo de la misma substancia que antes. Entonces temió que la visita -del reluciente desconocido hubiese sido un sueño, o que, aunque hubiese -venido de veras a visitarle, hubiese sido únicamente para burlarse de -él. ¡Qué cosa tan triste, si después de tantas esperanzas el rey Midas -hubiese tenido que contentarse con el poco oro que pudiese juntar por -medios ordinarios, en lugar de crearlo con sólo tocar! - -Mientras pensaba esto, aún estaba la mañana gris, con un solo rayo -brillante a lo largo de una nube, que Midas no alcanzaba a ver. Se -volvió a echar en la cama, muy desconsolado por la caída de sus -esperanzas, y se fué poniendo cada vez más triste, hasta que el primer -rayo de sol pasó a través de la ventana y vino a dorar el techo sobre su -cabeza. Parecióle a Midas que aquel brillante y amarillo rayo de sol se -reflejaba de modo extraño sobre la colcha blanca de su cama. Mirando más -de cerca, ¡cuál no sería su asombro y su alegría al ver que el tejido de -hilo se había transformado en otro que parecía ser del oro más puro y -más brillante! ¡El Toque de Oro le había llegado con el primer rayo de -sol! - -Midas se incorporó en una especie de frenesí gozoso, y echó a correr por -la habitación, tocando cuanto encontraba al paso. Tocó uno de los -barrotes de la cama, e inmediatamente se convirtió en estriado lingote -de oro. Descorrió una cortina para ver mejor todas las maravillas que -estaba realizando, y la borla se le convirtió entre las manos en un -montón de oro. Tomó un libro de encima de la mesa. Al primer contacto se -convirtió en el volumen más ricamente encuadernado y dorado que se haya -visto nunca; pero al pasar los dedos sobre las hojas, ¡ay!, se -convirtieron éstas en un montón de delgadas placas de oro, en las cuales -todas las sabias letras del libro quedaron ilegibles. Se apresuró a -vestirse, y se quedó encantado al verse con magnífico traje de tela de -oro, que conservaba su flexibilidad y su suavidad, aunque le pesaba un -poco más que de costumbre. Sacó el pañuelo que su hijita había hecho a -vainica para regalárselo. También se hizo de oro, convirtiéndose las -puntadas primorosas que había hecho la niña con tanto cuidado, también -en hilo de oro. - -A pesar de todo, esta última transformación no dejó satisfecho por -completo al rey Midas. Hubiese preferido que el regalo de su hija se -hubiese conservado siempre como cuando la niña se subió en sus rodillas, -besándole para entregárselo. - -Pero no era cosa de afligirse por una pequeñez. Midas sacó sus lentes -del bolsillo y se los puso en la nariz para ver mejor cuanto le rodeaba. -En aquellos tiempos aún no se habían inventado los lentes para el común -de los mortales, pero los reyes, sin duda, ya los gastaban; porque si -no, ¿de dónde iba a haberlos sacado Midas? Con gran asombro suyo, notó -que aunque los cristales eran excelentes, no veía nada a través de -ellos. Era la cosa más natural del mundo, porque al tocarlos, los -transparentes cristales se habían convertido en discos de amarillo -metal, y por lo tanto eran inútiles como lentes, aunque como oro -valiesen bastante. - -Molestóle a Midas pensar que, con toda su riqueza, ya nunca podría -conseguir un par de lentes que le sirviesen de algo. - ---Pero, después de todo, importa poco--se dijo a sí mismo con mucha -filosofía--. No podemos tener un gran bien que no venga acompañado de -algún ligero inconveniente. El Toque de Oro bien vale el sacrificio de -un par de lentes por lo menos, ya que no de los ojos. Los míos me -servirán para los usos ordinarios de la vida, y mi hijita Clavellina -pronto será una personita formal y podrá leerme todos los libros que yo -necesite. - -El sabio rey Midas estaba tan contento con su buena suerte, que el -palacio le parecía pequeño para contenerla. Por consiguiente, bajó las -escaleras y sonreía al observar cómo la balaustrada y el pasamanos se -iban convirtiendo en oro bruñido, según los tocaba. Levantó el picaporte -de la puerta--era de bronce un momento antes, pero fué de oro en cuanto -sus dedos le hubieron tocado--y salió al jardín. Encontró en él, como de -costumbre, muchísimas rosas: unas completamente abiertas, otras en -capullo. Deliciosa era su fragancia en el aire de la mañana. Su color -delicado era una de las más lindas cosas que se pudieran ver; tan -amables, tan modestas, tan llenas de tranquilidad parecían aquellas -flores. - -Pero Midas sabía el modo de hacerlas mucho más preciosas, según su modo -de pensar, que ninguna otra rosa que hubiese en el mundo. Para -conseguirlo se tomó el trabajo de ir de rosal en rosal, y ejercitó su -Toque de Oro infatigablemente, hasta que todas las flores y todos los -capullos, y hasta los gusanillos que había en el corazón de algunas de -ellas, se convirtieron en oro. Cuando estaba terminando esta faena, -llamaron al rey Midas a desayunar, y como el aire de la mañana le había -despertado el apetito, se apresuró a volver a palacio. - -En qué consistía generalmente el desayuno de un rey en los tiempos de -Midas, es cosa que no sé, y ni puedo ahora detenerme a investigarlo. -Supongo, sin embargo, que aquella mañana el desayuno consistía en -panecillos calientes, una hermosa trucha, patatas asadas, huevos -frescos, pasados por agua, y café para el rey Midas, y un tazón de sopas -de leche para su hija Clavellina. Creo que este desayuno basta para un -rey, y a mí me parece que fuese éste o no fuese el que el rey Midas -acostumbraba a tomar, era ciertamente exquisito. - -Clavellina no había llegado todavía. Su padre mandó que la llamasen, y -sentándose a la mesa esperó que la niña llegara para empezar a -desayunar. Para hacer justicia al rey Midas, hay que decir que quería -muy de veras a su hijita, y mucho más aquella mañana, que estaba tan -contento por la buena suerte que había caído sobre él. Pasó un momento y -la oyó llegar; pero Clavellina venía llorando amargamente. Esta -circunstancia le sorprendió mucho, porque era su hijita una de las -niñas más alegres que se hayan visto nunca en un día de verano, y con -las lágrimas que acostumbraba a llorar en doce meses no se hubiese -podido llenar un dedal. - -Cuando Midas oyó sus sollozos, decidió consolarla dándole una sorpresa -agradable, e inclinándose sobre la mesa, tocó el tazón de su hija (que -era de porcelana con figuritas muy lindas) y le cambió en oro -reluciente. - -Clavellina, muy desconsolada, abrió la puerta y se presentó delante de -su padre, limpiándose las lágrimas con el delantal, y sollozando como si -se le rompiese el corazón. - ---¿Qué es eso, hija mía?--exclamó Midas--. ¿Qué te pasa, hoy que hace -una mañana tan hermosa? - -Clavellina, sin quitarse el delantal de los ojos, alargó una mano, en la -cual estaba una de las rosas que su padre acababa de transformar. - ---¡Muy bonita!--exclamó su padre--. ¿Qué hay en esa magnífica rosa que -pueda hacerte llorar? - ---Papá--respondió la chiquilla llorando a más y mejor--, no es bonita: -es la flor más fea del mundo. En cuanto me he vestido, he bajado al -jardín a cortar rosas para ti, porque sé que te gustan, y que te gustan -más cuando te las corta tu hijita. Pero, ¿a que no sabes lo que ha -sucedido? Una desgracia muy grande, muy grande. ¡Todas las rosas tan -bonitas, que olían tan bien y tenían tantos colores, se han echado a -perder! Se han puesto amarillas como ésta, y no huelen a nada. ¿Qué les -habrá pasado? - ---Bueno, hijita, no llores por eso--dijo Midas, a quien le dió vergüenza -confesar que él mismo había producido el cambio que tanto afligía a la -niña--. Siéntate y toma tus sopas de leche. Ya verás qué fácil es -cambiar una rosa de oro como esa, que dura por lo menos cientos de años, -por una vulgar, que se deshoja en un día. - ---No quiero rosas como ésta--dijo Clavellina tirándola -despectivamente--. No huele a nada, y con estos pétalos tan duros me -araña la nariz. - -La niña se sentó a la mesa; pero estaba tan preocupada con su pena por -las rosas marchitas, que no reparó en la transformación maravillosa del -tazón de China. Y más valió así. Porque Clavellina estaba acostumbrada a -divertirse mirando las figurillas raras y las casas y los árboles tan -extraños que estaban pintados en la superficie del tazón, y todos -aquellos adornos habían desaparecido en el tono amarillo del metal. - -Midas, entretanto, se había servido una taza de café, y, naturalmente, -la cafetera, que no sé de qué metal era cuando la cogió, estaba -convertida en oro cuando volvió a dejarla sobre la mesa. Pensó un -momento que era demasiado lujo para un rey de costumbres modestas como -las suyas tener servicio de oro para el desayuno, y empezó a pensar en -el mucho trabajo que iba a costarle guardar y conservar en salvo todos -sus tesoros. El aparador y la cocina no le parecían sitios bastante -seguros para guardar cosa de tanto valor como tazones y cafeteras de -oro. - -Con estos pensamientos se llevó a los labios una cucharada de café, y al -sorberla se quedó atónito, al notar que en el instante en que sus labios -tocaron el líquido se convirtió en oro derretido, y un instante después -se solidificó, formando un terrón dorado. - ---¡Ah!--exclamó Midas casi con horror. - ---¿Qué te pasa, papá?--preguntó Clavellina mirándole, aún con lágrimas -en los ojos. - ---¡Nada, niña, nada!--dijo Midas--. Toma la leche antes de que se enfríe -por completo. - -Se sirvió una de las truchas, y por vía de experimento tocó la cola con -el dedo. Con gran espanto suyo vió que se convertía de trucha -admirablemente frita en un pez dorado, pero no como esos que se suelen -ver en las peceras y bonitos estanques. No, porque era un pez de metal -verdad, y parecía que le hubiese hecho con todo primor el mejor joyero -del mundo. Las espinas eran ahora alambritos de oro; las aletas y la -cola eran delgadísimas placas de oro, y quedaban en él hasta las señales -del tenedor, y toda la apariencia delicada y ligera de un pez bien -frito, exactamente imitado en oro. Cosa muy bonita, como podéis -figuraros; pero el rey Midas en aquel momento hubiese preferido mejor -tener en el plato una trucha de veras, que tener aquella primorosa y -valiosa imitación. - ---No comprendo--se dijo a sí mismo--cómo voy a arreglármelas para -desayunar. - -Cogió uno de los panecillos calientes, y apenas lo partió cuando, con -gran mortificación suya, se puso amarillo (aunque era de la harina de -trigo más blanca), mucho más amarillo que si hubiese sido pan de maíz. A -decir verdad, si hubiese sido pan de maíz, le hubiese gustado a Midas -mucho más que entonces, cuando el brillo y el peso le hicieron -comprender, sin género de duda, que era de oro. Casi desesperado, se -sirvió un huevo pasado por agua, que inmediatamente sufrió un cambio -análogo a los de la trucha y el panecillo. Verdaderamente, el huevo -pudiera haberse tomado por uno de aquellos que la gallina de oro de la -fábula tenía costumbre de poner. - ---¡Pues, señor, estoy divertido!--pensó recostándose en el respaldo del -sillón y mirando casi con envidia a su hijita, que ya estaba tomando sus -sopas de leche con gran satisfacción--. ¡Un desayuno tan rico sobre la -mesa y no poder probar ni un bocado! - -Esperando que a fuerza de darse prisa podría evitar el grave -inconveniente, el rey Midas se echó sobre una patata caliente e intentó -tragársela a toda prisa sin tocarla con la boca. Pero el Toque de Oro -era más listo que él. Y se encontró con la boca llena, no por una patata -harinosa, sino por un pedazo de metal sólido, que le quemó la lengua de -un modo tan horroroso, que empezó a dar alaridos y a saltar y patalear -por todo el cuarto; tanto le quemaba y dolía. - ---¡Papá! ¡Papá!--exclamó Clavellina, que era una niña muy cariñosa--. -¿Qué te pasa, papá? ¿Te has quemado la lengua? - ---¡Ay, hija mía!--murmuró Midas tristemente--. ¡No sé qué va a ser de tu -pobre padre! - -Y, verdaderamente, ¿habéis oído caso más lastimoso en toda vuestra vida? -Aquí está literalmente el desayuno más rico que pueda servirse en mesa -de rey, y su misma riqueza le hace absolutamente inservible. El labrador -más pobre, sentado delante de un pedazo de pan y un vaso de agua, está -realmente mucho mejor servido que el rey Midas, cuyos delicados manjares -valían en realidad tanto oro como pesaban. ¿Y qué iba a hacer? Ya a la -hora del desayuno; Midas tenía muchísimo apetito. ¿Iba a tener menos a -la hora de comer? Y figuraos qué hambre de lobo tendría a la hora de la -cena, que consistiría, sin duda, en manjares tan indigestos como los que -entonces tenía delante. ¿Cuántos días pensáis que podría sobrevivir a un -régimen tan substancioso? - -Estas reflexiones conturbaron de tal manera al atribulado rey Midas, que -empezó a poner en duda si, después de todo, las riquezas eran lo único -deseable de este mundo o siquiera lo más deseable de todo. Pero esto no -fué más que un pensamiento pasajero. Tan fascinado estaba Midas con el -brillo del amarillo metal, que no hubiese querido renunciar al Toque de -Oro por consideración tan mezquina como la de un desayuno. ¡Qué precio -por unos cuantos comestibles! ¡Y además, perder tantos millones! ¡Es -decir, pagarlos por una trucha frita y un huevo, una patata, un -panecillo caliente y una taza de café! - ---¡Sería demasiado caro!--pensó Midas. - -Sin embargo, tales eran su hambre y la perplejidad de la situación, que -volvió a quejarse en alta voz y muy tristemente. Nuestra lindísima -Clavellina no pudo soportarlo más. Se quedó aún un momento sentada, -mirando a su padre e intentando con todo el poder de su entendimiento -comprender qué le pasaba. Luego sintió un deseo suave y triste de -consolarle, saltó de su silla y corriendo hacia el rey, su padre, le -rodeó las piernas con los brazos. El se inclinó a dar un beso a la niña. -Y entonces comprendió que el amor de su hija valía mil veces más que -todo lo que había ganado con el Toque de Oro. - ---¡Clavellina, hijita, preciosa mía!--exclamó. - -Pero Clavellina no respondió. - -¡Ay, qué había hecho! ¡Cuán fatal era el don que el desconocido le había -otorgado! En el momento en que los labios de Midas tocaron la frente de -su hija, se operó en ella terrible cambio. Su suave y sonrosado rostro, -tan lleno de cariño, se puso amarillento, y lágrimas amarillas también -quedaron fijas en sus mejillas. Sus hermosos rizos obscuros tomaron el -mismo color. Todas sus tiernas y blandas formas quedaron duras e -inflexibles entre los brazos de su padre, que la rodeaban. ¡Oh, terrible -desdicha! Víctima de su insaciable deseo de riqueza, había convertido a -su propia hija en una estatua de oro... - -Sí: una estatua era ya aquella bellísima niña, y su última e -interrogadora mirada de cariño, de pena y de lástima, endurecida y como -tallada en su rostro, era la cosa más bonita y más triste que ojos -mortales han visto nunca. Todas las facciones y todos los detalles y -peculiares gracias de Clavellina estaban en su estatua; hasta un -encantador hoyito que tenía en la barba, y agraciaba delicadamente sus -rasgos fisonómicos. Pero cuanto más perfecto era el parecido, mayores -eran la agonía y desesperación del rey Midas, contemplando aquella -imagen de oro, que era todo lo que quedaba de su hijita. Siempre que -Midas acariciaba a su hijita, acostumbraba a decirla:--¡Vales más oro -que pesas!--. La frase, desgraciadamente, era ahora literalmente cierta, -y el dolorido monarca comprendía, aunque demasiado tarde, cuán -infinitamente más vale un corazón amante y compasivo, que le tenga a uno -cariño, que todas las riquezas que amontonarse puedan entre el cielo y -la tierra. - -Sería historia demasiado triste contaros cómo Midas, ahora que ya tenía -todo lo que había deseado, empezó a retorcerse las manos y a maldecirse -a sí mismo. Y como no podía ni mirar a Clavellina ni apartar los ojos de -ella, excepto cuando los tenía fijos en la estatua, no podía creer que -se había convertido en oro. Pero, volviendo a mirar, veía la preciosa -figurita con una lágrima amarilla en sus mejillas de oro, y con una -mirada tan compasiva y tan cariñosa, que parecía que la misma expresión -tuviese que ablandar el oro y convertirlo en carne otra vez. Eso, desde -luego, no podía ser. Así es que Midas volvió a retorcerse las manos y a -desear ser el hombre más pobre del mundo, si la pérdida de todas sus -riquezas pudiera volver al rostro de la niña el desvanecido color de -rosa. - -Cuando estaba en lo más tremendo de la desesperación, de pronto vió a un -desconocido que estaba en pie junto a la puerta. Midas inclinó la -cabeza, sin pronunciar palabra, porque reconoció la misma figura que se -le había aparecido el día antes en el subterráneo y le había otorgado la -desastrosa facultad del Toque de Oro. El rostro del desconocido aún -tenía la misma sonrisa, que parecía derramar amarillo lustre sobre la -habitación y centelleaba sobre la imagen de Clavellina y sobre los demás -objetos que habían sido transformados por el tacto de Midas. - ---¡Eh!, amigo Midas--dijo el desconocido--: ¿qué tal te va con el Toque -de Oro? - -Midas movió la cabeza. - ---Soy muy desgraciado--dijo. - ---¿Muy desgraciado, de veras?--exclamó el desconocido--. ¿Y cómo es eso? -¿No he cumplido fielmente la promesa que te hice? ¿No has tenido todo -lo que deseaba tu corazón? - ---El oro no es todo en este mundo--respondió Midas--, y he perdido lo -que mi corazón realmente quería más que nada. - ---¡Ah! ¿De modo que de ayer a hoy has hecho un descubrimiento?--observó -el desconocido--. A ver, a ver. ¿Cuál de estas dos cosas te parece que -vale más: el don del Toque de Oro o una copa de agua clara? - ---¡Oh, bendita agua!--exclamó Midas--. ¡Ya nunca volverás a humedecer mi -seca garganta! - ---¿El Toque de Oro--continuó el desconocido--o un pedazo de pan? - ---Un pedazo de pan--respondió Midas--vale por todo el oro del mundo. - ---¿El Toque de Oro--preguntó el desconocido--o tu hijita palpitante, -viva, suave y cariñosa como hace una hora? - ---¡Oh! ¡Mi hijita, mi hijita!--exclamó el pobre Midas retorciéndose las -manos--. ¡No hubiera dado yo el hoyito que tenía en la barba por el -poder de convertir toda la tierra en una inmensa bola de oro! - ---Eres más cuerdo que eras, rey Midas--dijo el desconocido--. Ya veo que -tu corazón no se ha convertido totalmente de carne en oro. Si así -fuera, tu caso hubiese sido desesperado. Pero aún pareces capaz de -comprender que las cosas sencillas, las que están al alcance de todo el -mundo, valen mucho más que las riquezas por las cuales tantos mortales -se afanan y luchan. Dime ahora sinceramente: ¿deseas verte libre del -Toque de Oro? - ---¡Le odio!--respondió Midas. - -Una mosca se le posó en la nariz, pero inmediatamente cayó al suelo; -también ella se había convertido en oro. Midas se estremeció. - ---Entonces--dijo el desconocido--, ve y báñate en el río que pasa por -detrás de tu jardín. Toma un cántaro del agua misma y ve rociando con -ella cada uno de los objetos que puedas desear que vuelvan a su antigua -substancia. Si haces esto con buen deseo y sinceridad, puede que repares -el daño que has causado con tu avaricia. - -El rey Midas se inclinó profundamente, y cuando levantó la cabeza, el -reluciente desconocido ya no estaba allí. - -Comprenderéis fácilmente que Midas no perdió el tiempo, y fué a buscar -un gran cántaro de barro; pero, ¡ay de mí!, en cuanto le tocó dejó de -ser barro. Corrió, sin embargo, hasta la orilla del río. Según iba -corriendo a través del huerto, que estaba plantado de grosellas y -frambuesas, era maravilloso ver cómo el follaje se ponía amarillo, como -si hubiese pasado por allí el otoño. Al llegar al río se tiró de cabeza, -sin esperar siquiera a quitarse los zapatos.--¡Puf, puf, puf!--resopló -el rey Midas al sacar la cabeza del agua--. Está bien. Éste es un baño -refrescante, y supongo que me habrá lavado por completo del Toque de -Oro. Ahora, a llenar el cántaro. - -Al meter el cántaro en el agua alegrósele el corazón al verle -convertirse, de oro que era, en el mismo honrado cántaro de barro que -fué antes de que le hubiese tocado él. También notaba un cambio dentro -de sí mismo. Parecía que se le había quitado del pecho un peso grande, -duro y frío. Sin duda su corazón había ido perdiendo poco a poco su -humana substancia y transmutándose en metal insensible; pero ahora iba -ablandándose en carne de nuevo. Viendo una violeta que crecía a la -orilla del río, Midas la tocó, y no cabía en sí de gozo al ver que la -delicada flor conservaba su color característico, en vez de tomar un -brillante amarillo. La maldición del Toque de Oro, por lo tanto, se -había apartado de él. - -El rey Midas se apresuró a volver a palacio, y supongo que algunos -criados no sabían lo que les pasaba al ver a su real dueño llevando tan -cuidadosamente un cántaro de agua. Pero aquel agua que iba a deshacer -todo el daño que había causado su locura, era más preciosa para Midas -que pudiera haberlo sido un océano de oro líquido. Lo primero que hizo, -como apenas necesito deciros, fué echar agua a manos llenas sobre la -dorada figura de su hija. - -Apenas cayó el agua sobre ella, os hubieseis reído al ver cómo volvió el -color de rosa a sus mejillas. ¡Y cómo empezó a estornudar y a sacudirse! -Y qué asombrada se quedó al encontrarse toda mojada y ver a su padre que -seguía echándole agua encima. - ---¡Basta, papá; por favor, ya no más!--exclamó--. Mira lo que has hecho -con mi vestido tan bonito. ¡Y que le estreno hoy! - -Clavellina no sabía que había sido un rato estatua de oro; no podía -acordarse de lo que había sucedido desde el momento en que corrió con -los brazos abiertos a consolar al pobre rey Midas, su padre. - -No creyó éste necesario contar a su querida hija cuán loco había sido, -pero se decidió a demostrar lo mucho más cuerdo que ahora era. Para esto -llevó a Clavellina al jardín, donde echó el agua que quedaba sobre los -rosales, y con tan buena suerte, que más de cinco mil rosas recobraron -su hermoso color. Hubo dos circunstancias, sin embargo, que mientras -vivió conservaron para el rey Midas el recuerdo del Toque de Oro. Una -fué que las arenas del río - -[imagen] - -[imagen] - -brillaban como el oro, y la otra que el cabello de Clavellina tenía -ahora un reflejo dorado que nunca había observado en él antes de que se -hubiese transformado por efecto de su beso. Este cambio era, en -realidad, una mejora, y el cabello de Clavellina era mucho más bonito -que antes. - -Cuando el rey Midas se hizo ya muy viejo y tenía a los hijos de -Clavellina sobre sus rodillas jugando con ellos a los caballitos, le -gustaba contarles este cuento maravilloso, casi como ahora os le cuento -yo. Y cuando acariciaba sus sortijillas de seda, les decía que su -cabello también tenía un bonito reflejo de oro, que habían heredado de -su madre. - ---Y para deciros la verdad, queridos niños míos--comentaba el rey Midas, -haciendo cabalgar a toda prisa a sus nietecitos--, desde aquella mañana -he aborrecido la vista del oro, no siendo en el cabello de vuestra -madre. - ---Ea, niños--preguntó Eustaquio, que era muy aficionado a saber la -opinión definida de sus oyentes--, ¿habéis oído en toda vuestra vida -cuento mejor que este del Toque de Oro? - ---La historia del rey Midas--dijo la burlona Primavera--era famosa miles -de años antes de que el señor Eustaquio Bright viniese a este mundo, y -continuará siéndolo después que él lo abandone. Pero algunas personas -tienen lo que pudiéramos llamar «toque de plomo», y convierten en -pesado y seco todo lo que tocan sus manos. - ---Eres una niña muy lista, para no haber cumplido aún los quince--dijo -Eustaquio, desconcertado por lo agudo de la crítica--. Pero bien -convencida estás, dentro de tu malvado corazoncillo, de que he bruñido -el oro viejo de la historia de Midas y le he puesto más brillante que -nunca. ¿Y la figura de Clavellina? ¿No está maravillosamente dibujada? Y -la moraleja, ¿no es profunda, clara y bien traída? ¿Qué decís, Amapola, -Romero, Trébol, Margarita? Alguno de vosotros, después de haber oído -este cuento, ¿desearíais poseer la facultad de convertir las cosas en -oro? - ---A mí me gustaría--dijo Margarita, chiquilla de diez años--tener el -poder de convertirlo todo en oro con el dedo índice de la mano derecha, -pero con tal de tener en el de la mano izquierda el poder de volverlo a -su estado primero, si el cambio no había resultado a mi gusto. ¡Ay, si -lo tuviera, ya sé lo que haría esta misma tarde! - ---¿Qué harías?--dijo Eustaquio. - ---Tocaría--respondió Margarita--cada una de las hojas de estos árboles -con el dedo índice de la mano izquierda, y las pondría verdes otra vez; -así es que volveríamos a empezar el verano, sin tener que pasar por el -feo invierno. - ---¡Oh, Margarita!--exclamó Eustaquio Bright--; estás en un error, y -harías una cosa muy mal hecha. Si yo fuera Midas, no haría más que días -de oro, como este de hoy, durante todo el año. Las mejores ideas siempre -se me ocurren un poco tarde. ¿Por qué no os habré dicho cómo el viejo -rey Midas vino a América y cambió el sombrío otoño que hay en otros -países en la deslumbrante belleza con que aquí se viste? Doró todas las -hojas del gran libro de la Naturaleza. - ---Primo Eustaquio--dijo Girasol, chiquillo bueno, que siempre estaba -haciendo preguntas sobre la altura exacta de los gigantes y la pequeñez -de las hadas--, ¿qué altura justa tenía Clavellina, y cuánto pesaría -después de haberse convertido en oro? - ---Era casi tan alta como tú--replicó Eustaquio--, y como el oro es muy -pesado, pesaría lo menos dos mil libras, y si se hubiera hecho moneda -con ella, se hubieran sacado de treinta a cuarenta mil duros en oro. -¡Ojalá Primavera valiese tanto! Vamos, hijitos, salgamos de la cañada, -subiendo a lo alto del peñón, y echemos una mirada en derredor. - -Así lo hicieron. El sol había ya andado dos horas más de la mitad de su -camino, y llenaba el gran hueco del valle con su radiación occidental, -de modo que parecía estar lleno hasta el borde de luz suave que se -desbordaba sobre las colinas, como vino dorado en una copa. Era un día -tan maravillosamente lleno de luz de oro, que se hubiera podido decir de -él: ¡Nunca ha existido día semejante, aunque ayer tal vez fué, y mañana -será, tan luminosamente radiante! ¡Ah! Pero hay pocos de esos en el -círculo de doce meses. Es peculiaridad notable de estos días de Octubre -que cada uno de ellos parece ocupar muchísimo espacio, aunque el sol se -levanta más bien tarde en esta estación del año, y se va a la cama, como -debieran irse los niños, a las tempranas seis de la tarde o un poco -antes. No podemos, por lo tanto, llamar a estos días largos; pero -parecen, de un modo o de otro, compensar su brevedad con su amplitud, y -cuando llega la noche fresca, tenemos conciencia de haber gozado un -inmenso brazado de vida desde por la mañana. - ---¡Venid, niños, venid!--exclamó Eustaquio--. ¡Más nueces, más nueces, -más nueces! ¡Llenad todos los cestos, y cuando venga Navidad, las -partiré para vosotros y os contaré magnificas historias! - -Y así se fueron, todos contentísimos, excepto el pequeño Romero, que, -siento decíroslo, se había sentado sobre un erizo de castaña y se había -convertido en acerico de sus pinchos. ¡Dios mío, qué incómodo debía ir -el pobre! - - - - -EL PARAÍSO DE LOS NIÑOS - - - - -[imagen] - - - - -EN EL CUARTO DE JUEGO DE TANGLEWOOD - - -Pasaron los días de oro de Octubre, como tantos otros Octubres han -pasado, y pasó el obscuro Noviembre y la mayor parte del frío Diciembre -también. Por fin llegó la alegre Navidad, y Eustaquio Bright llegó con -ella, haciéndola aún más alegre con su presencia. Y al día siguiente de -haber llegado él, cayó una gran nevada. Hasta entonces el invierno -parecía haberse retrasado, y nos había dado muchos días tibios, que eran -como sonrisas en su rostro arrugado. La hierba se había conservado verde -en los sitios resguardados, tales como los escondrijos de las vertientes -que miraban al Sur y a lo largo de las cercas de piedra que no dejaban -pasar el viento frío. Aún no hacía un par de semanas que los niños -habían encontrado un amargón en flor, en la margen del Arroyo Umbrío, -precisamente a la salida de la cañada. - -Pero ya no había ni hierba ni flores. ¡Qué nevada! Veinte millas de -tierra cubierta de nieve hubieran podido verse entre las ventanas de -Tanglewood y la alta montaña, si la vista alcanzase tan lejos, entre los -remolinos de copos que blanqueaban toda la atmósfera. Parecía como si -las colinas fuesen gigantes, que se estuviesen entreteniendo en tirarse -unos a otros monstruosos puñados de nieve. Tan espesos caían los copos, -que hasta los árboles que estaban a mitad del camino, valle abajo, -quedaban ocultos por ellos la mayor parte del tiempo. Algunas veces, es -verdad, los pequeños prisioneros de Tanglewood podían divisar el confuso -contorno de la gran montaña y la lisa blancura del lago helado al pie de -ella, y las manchas negras o grises de los bosques en la parte más -cercana del paisaje. Pero esto eran, sencillamente, claras en la -tormenta. - -Sin embargo, los niños se regocijaban con la nevada. Ya habían trabado -conocimiento con la nieve, dando saltos bajo ella cuando caía más -espesa, y tirándosela unos a otros a puñados, precisamente como ahora -mismo nos figurábamos que hacían las montañas. Y ahora habían vuelto al -espacioso cuarto de juego, que era tan grande como el gran salón, y -estaba lleno de toda clase de juguetes, grandes y pequeños. El mayor de -todos era un caballo de movimiento, que parecía un jaco de verdad, y -había una familia entera de muñecas de madera, de cera, de cartón y de -china, además de unos cuantos bebés de trapo; y tarugos de construcción, -innumerables, y bolos, y pelotas, y peones, y aros, y volantes, y -combas, y muchísimos más objetos valiosos de los que yo pudiera enumerar -en una página. Pero los niños preferían la nevada a todos los juguetes. -¡Prometía para mañana tantas animadas diversiones, y para todo el resto -del invierno! Los trineos, los resbalones desde la colina hasta el -valle, las estatuas de nieve que había que esculpir, las fortalezas de -nieve que había que edificar, y la batalla de bolas de nieve que había -que ganar. - -Así los chiquillos bendecían la nevada, y se alegraban de ver que caía -cada vez más espesa, y miraban con esperanza el montón que se estaba -formando en la avenida, y que ya era más alto que el más alto de ellos. - ---¡Vamos a estar bloqueados hasta la primavera!--exclamaron con el mayor -entusiasmo--. ¡Qué lástima que la casa sea demasiado alta y que no pueda -cubrirla la nieve! La casita encarnada de allá abajo va a quedar -enterrada hasta el tejado. - ---Pero, chiquillos locos, ¿todavía deseáis más nieve?--preguntó -Eustaquio, que cansado de alguna novela que estaba leyendo, había -entrado en el cuarto de juego--. Ya ha hecho bastante daño, echando a -perder la mejor partida de patines que hubiera yo podido disfrutar en -todo el invierno. ¡No volveremos a ver el lago hasta el mes de Abril, y -hoy iba a ser el primer día que yo pasase patinando sobre él! ¿No me -compadeces, Primavera? - ---¡Claro que sí!--respondió Primavera, riendo--. Pero, para que te -consueles, escucharemos uno de tus cuentos rancios, de los que nos -contabas en el Pórtico o en Arroyo Umbrío. Puede que ahora que no tengo -nada que hacer, me gusten más que cuando había nueces que buscar o buen -tiempo que disfrutar. - -Inmediatamente, Margarita, Trébol, Amapola y todos los chiquillos que -aún estaban en Tanglewood, se reunieron en torno de Eustaquio, -pidiéndole con afán que contase un cuento. El estudiante bostezó, se -desperezó, y después, con gran admiración de la gente menuda, dió tres -saltos hacia adelante y tres hacia atrás por encima del respaldo de una -silla, con el fin, según les explicó, de poner en movimiento su -inteligencia. - ---Bueno, bueno, chiquillos--dijo después de estos preliminares--, puesto -que insistís, y puesto que Primavera se empeña, veremos si puedo -complaceros. Y para que sepáis qué días tan felices existieron antes de -que estuviesen de moda las nevadas, os contaré una historia del más -viejo de todos los tiempos, cuando el mundo era tan nuevo como el peón -nuevo de Capuchina. Entonces no existía en la Tierra más que una -estación: el delicioso verano, y una sola edad para los mortales: la -infancia. - ---Nunca he oído hablar de eso--dijo Primavera. - ---Claro que no--respondió Eustaquio--. Será un cuento que nadie ha -soñado antes que yo, un Paraíso de los niños que se desvaneció por culpa -de una chiquilla tan mala como Primavera. - -Y Eustaquio Bright se sentó en la silla sobre la cual había estado -saltando, sentó a Capuchina sobre sus rodillas, mandó callar al -auditorio, y empezó el cuento sobre la niña mala, cuyo nombre era -Pandora, y sobre su compañero de juegos, que se llamaba Epimeteo. Podéis -leerle palabra por palabra, porque empieza en la página siguiente. - -[imagen] - - - - -[imagen] - - - - -EL PARAÍSO DE LOS NIÑOS - - -Hace mucho, mucho tiempo, cuando el mundo estaba en su tierna infancia, -hubo un niño, llamado Epimeteo, que no había tenido ni padre ni madre, y -para que no estuviese tan solo, le enviaron desde un país lejano una -niña, también sin padre y sin madre, que viviese con él y fuese su -compañera de juegos y su ayuda. Llamábase la niña Pandora. - -Lo primero que vió Pandora, cuando entró en la casita donde vivía -Epimeteo, fué una caja grande. Y casi lo primero que le preguntó en -cuanto pasó el umbral, fué esto: - ---Epimeteo, ¿qué tienes guardado en esa caja? - ---Querida Pandora--respondió Epimeteo--, es un secreto y debes tener la -bondad de no preguntarme nada respecto de él. Han dejado aquí la caja -para que esté bien guardada, y yo mismo no sé lo que tiene dentro. - ---Pero, ¿quién te la ha dado a guardar?--preguntó Pandora--. ¿Y de dónde -ha venido? - ---También eso es un secreto--respondió Epimeteo. - ---¡Qué fastidio!--exclamó Pandora haciendo una mueca--. ¡Me gustaría que -la dichosa caja estuviese a cien leguas de aquí! - ---¡No pienses más en eso!--exclamó Epimeteo--. Vamos fuera, a jugar con -los demás niños. - -Hace miles de años que vivieron Pandora y Epimeteo. Y el mundo ahora es -muy diferente de lo que era en su tiempo. Entonces todo el mundo era -niño. No hacían falta padres ni madres para cuidar de las criaturas, -porque no había peligros ni males de ninguna clase, no había ropa que -coser, y siempre se encontraba de comer y beber en abundancia. Siempre -que un niño necesitaba alimento, lo encontraba colgado de algún árbol. Y -si miraba al árbol por la mañana, veía en flor la comida que se le -estaba preparando para la noche, y al anochecer veía el tierno capullo -de su almuerzo del día siguiente. Era una vida muy agradable. No había -tareas que hacer ni lecciones que estudiar; no había más que juegos y -danzas, y dulces voces de niños que hablaban o cantaban como pájaros, o -saltaban como fuentes de alegre risa durante todo el largo día. - -Y lo mejor de todo es que los niños no disputaban, ni tomaban rabietas, -ni se recordaba, desde que empezó el tiempo, que ninguno se hubiese ido -a un rincón refunfuñando. - -¡Qué tiempo más bueno para vivir en él! La verdad es que esos horribles -y diminutos monstruos con alas que se llaman _Molestias_, y que ahora -abundan tanto como los mosquitos, no se habían visto nunca en la tierra. -Y es posible que la mayor inquietud que hubiese experimentado un niño -nunca, fuese la mortificación de Pandora por no poder descubrir el -secreto de la caja misteriosa. - -Esto fué en un principio la ligera sombra de una molestia; pero cada día -se hizo más y más real, hasta que, pasado algún tiempo, la casita de -Epimeteo fué menos alegre que la de los demás niños. - ---¿De dónde puede haber venido esa caja?--decía a todas horas Pandora--. -¿Y qué tendrá dentro? - ---¡Siempre hablando de la dichosa caja!--dijo, por fin, Epimeteo, porque -había llegado a cansarse de oir siempre lo mismo--. Me gustaría, querida -Pandora, que hablásemos de otro asunto. Anda, vamos a coger unos cuantos -higos bien maduros, y a comérnoslos debajo de un árbol, porque ya es -hora de merendar. Y también sé dónde está una viña que tiene las uvas -más dulces que has probado nunca. - ---¡Siempre hablando de uvas y de higos!--dijo Pandora con malhumor. - ---Bueno, entonces--dijo Epimeteo, que era muchacho de muy buen genio, -como muchísimos niños de aquellos tiempos--, vamos a correr y a jugar -con nuestros compañeros. - ---Estoy cansada de tanto juego y no jugaré más--respondió Pandora--. No -tengo humor para juegos. ¡Esa caja tan fea! No puedo dejar de pensar en -ella. Me tienes que decir, por fuerza, lo que hay dentro. - ---Ya te he dicho cincuenta veces que no lo sé--respondió Epimeteo, ya un -poco molesto--. ¿Cómo quieres que te diga lo que hay dentro, si no lo he -visto? - ---Puedes abrirla--dijo Pandora, mirando de reojo a Epimeteo--, y así lo -vemos. - ---Pandora, ¿en qué estás pensando?--exclamó Epimeteo. - -Y su rostro expresó tal horror ante la idea de abrir la caja que se le -había confiado con condición de no abrirla nunca, que Pandora comprendió -que más valía no insistir. Pero no podía menos de seguir pensando en la -caja y hablando de ella. - -[imagen] - -[imagen] - ---Por lo menos--dijo--, bien puedes decirme cómo ha venido aquí. - ---La dejó en la puerta--respondió Epimeteo--, un momento antes de que -llegases tú, una persona muy sonriente y muy inteligente, al parecer, y -cuando la dejó en el suelo, apenas podía contener la risa. Estaba -envuelto en una capa muy extraña, y llevaba un gorrito que parecía estar -hecho, en parte, de plumas; tanto, que yo llegué a creer que tenía alas. - ---¿Y qué bastón llevaba?--preguntó Pandora. - ---El más curioso que he visto en mi vida--exclamó Epimeteo--. Era como -dos serpientes retorcidas alrededor de una vara, y estaba tan bien -tallado, que al principio creí que las serpientes estaban vivas. - ---Le conozco--respondió Pandora, quedándose pensativa--. ¡Sólo él tiene -un bastón como ese: es Azogue, y él es quien me trajo aquí, como la -caja! ¡Sin duda la trajo para mí, y probablemente contiene trajes -bonitos para que yo me los ponga, o juguetes para que juguemos tú y yo, -o alguna golosina muy rica! - ---Puede que sí--respondió Epimeteo, dando media vuelta--; pero hasta que -Azogue vuelva y nos lo diga, ni tú ni yo levantaremos la tapa. - ---¡Que chico más estúpido!--murmuró Pandora cuando Epimeteo salió de la -casita--. Me gustaría que fuese un poco más atrevido, que tuviese un -poco más de valor. - -Por primera vez desde que había llegado Pandora, Epimeteo se marchó sin -pedirle que le acompañase. Se fué solo, a coger higos y uvas, y a -divertirse luego como pudo en compañía de los otros niños. Estaba harto -de oir hablar de la caja y deseaba con todo su corazón que Azogue, o -como se llamase el mensajero que la trajo, la hubiese dejado en la -casita de cualquier otro niño, donde Pandora nunca la hubiese visto. ¡La -caja, la caja, siempre la caja! Parecía como si la caja estuviese -embrujada, y como si la casa no fuese lo bastante grande para -contenerla, sin que Pandora a todas horas estuviese tropezando en ella, -y haciendo que Epimeteo tropezase también. - -Sí que era triste para el pobre niño tener una caja en los oídos de la -mañana a la noche; sobre todo, porque como los niños en aquel tiempo no -estaban acostumbrados a tener preocupaciones, no sabían cómo arreglarse -para soportarlas. Así es que una pequeña les daba entonces mucho más que -hacer de lo que en nuestros tiempos nos da una muy grande. - -Cuando Epimeteo se marchó, Pandora se quedó mirando la caja. La había -llamado fea lo menos cien veces; pero, a pesar de cuanto había dicho -contra ella, era realmente un mueble muy bonito, y hubiese adornado -perfectamente cualquier habitación en que se hubiese colocado. Estaba -hecha de una hermosa clase de madera, con vetas obscuras y brillantes, y -la superficie era tan brillante, que Pandora podía verse la cara en -ella. Como la niña no tenía otro espejo, no comprendo cómo no le gustaba -más, sólo por ese motivo. - -Los ángulos de la caja estaban esculpidos maravillosamente. Alrededor de -la tapa había graciosas figuras de hombres y de mujeres y los niños más -lindos que se han visto jamás, echados o jugando entre profusión de -flores y follaje; y esos varios objetos estaban tan exquisitamente -representados y agrupados con tal armonía, que flores, follaje y seres -humanos parecían combinarse en una guirnalda de belleza única. Pero aquí -y allí, asomando tras el esculpido follaje, a Pandora, una ó dos veces, -se le antojó que veía una cara no tan amable, y alguna otra desagradable -del todo, que deslucían por completo la belleza del conjunto. Sin -embargo, mirando más de cerca, y tocando con la punta del dedo, no -encontraba nada. Sin duda es que al mirar de lado alguna cara -verdaderamente bonita, le había parecido fea. - -La más bella de todas estaba esculpida en lo que se llama altorrelieve, -en el centro de la tapa. No había más en toda ella; la madera bien -pulida y obscura, y en el centro aquella cara, con una guirnalda de -flores en la frente. Pandora había mirado aquella cara muchísimas veces -y se le antojaba que podía sonreir o ponerse seria, lo mismo que si -estuviera viva. Las facciones, en realidad, tenían una expresión viva y -casi maliciosa, y parecía que en algunos momentos quisiera hablar, y -como si los esculpidos labios fuesen a romper en palabras. - -Si la boca hubiese hablado, probablemente hubiese dicho algo muy -parecido a esto: - ---¡No temas, Pandora! ¿Qué mal puede haber en que abras la caja? ¡No -hagas caso a ese infeliz Epimeteo! Tú sabes mucho más que él y tienes -cien veces más talento que él. ¡Abre la caja, y ya verás qué cosas más -bonitas encuentras dentro! - -La caja, he olvidado decíroslo, estaba cerrada, no con cerradura, ni -cosa parecida, sino con un nudo intrincadísimo de cuerda de oro. Parecía -un nudo sin principio ni fin. Nunca se ha visto nudo más ingeniosamente -enredado, ni con tantas lazadas y vueltas, que parecía desafiar -maliciosamente a que le desatasen a los dedos más hábiles. Y cuanta más -dificultad parecía haber en él, más tentación le entraba a Pandora de -examinarle, sólo para ver cómo estaba hecho. Dos o tres veces ya se -había detenido junto a la caja, cogiendo el nudo entre el índice y el -pulgar, pero sin intentar positivamente desatarle. - ---Creo--se dijo a sí misma--que empiezo a comprender cómo está hecho. Me -parece que si lo deshago podré volverlo a hacer igual que estaba. En eso -sí que no habrá mal ninguno. Ni a Epimeteo se le ocurriría regañarme por -eso. No quiero abrir la caja y no lo haré nunca, si ese terco de chico -no consiente, aunque desate el nudo. - -Más hubiera valido que Pandora hubiese tenido algo que hacer o algo en -qué pensar, para no haber tenido siempre el pensamiento en el mismo -asunto. Pero los niños llevaban tan buena vida antes de que las penas -apareciesen en el mundo, que en realidad les quedaba muchísimo tiempo de -sobra. No siempre podían estar jugando al escondite entre las zarzas -floridas, o a la gallina ciega con guirnaldas de flores sobre los ojos, -o a otros juegos que ya se habían inventado cuando la madre Tierra -estaba en la infancia. Cuando la vida es todo juego, el trabajo es el -juego en realidad. No había absolutamente nada que hacer. Barrer un poco -y quitar el polvo a la casita, supongo, y cortar flores frescas (que -abundaban por todas partes), y arreglarlas en los floreros, y ya estaba -hecho todo el trabajo del día de la pobre Pandora, y para todo el resto -del tiempo ¡allí estaba la caja! - -Y después de todo, no estoy seguro de que en este sentido la caja no -fuese para ella una bendición. ¡Porque le suministraba tal variedad de -ideas en qué pensar y sobre qué hablar, en cuanto encontraba alguien que -la escuchase! Cuando estaba de buen humor, podía divertirse admirando el -brillante lustre de sus caras y la rica orla de hermosos rostros y -follaje que la rodeaba. O si estaba de mal humor, por casualidad, podía -darle un empujón o un puntapié. Y muchos recibió la caja (era una caja -malévola, como hemos de ver, y bien los merecía). Pero, después de todo, -si no hubiese sido por ella, Pandora, que tenía una inteligencia tan -viva, no hubiese sabido en qué pasar el tiempo. - -Porque era, realmente, ocupación sin fin calcular qué habría dentro de -la caja. ¿Qué podría ser? Figuraos, queridos niños, qué ocupado -tendríais el entendimiento si en vuestra casa hubiese una caja muy -grande, que tuvieseis motivo para suponer que estaba llena de una -porción de cosas bonitas, que habían de daros como regalo el día de -vuestro cumpleaños. ¿Creéis que hubieseis sido menos curiosos que -Pandora? ¿Si os hubiesen dejado solos con la caja, no hubieseis sentido -siquiera una tentación chiquitita de levantar la tapa? ¡Ay, no, no! ¡Qué -cosa tan fea! Pero si pensabais que había juguetes dentro, ya os -hubiese costado trabajo perder la ocasión de echar una miradita. En -realidad, no sé si Pandora esperaba encontrar juguetes, porque aún no se -había empezado a hacer ninguno en aquellos días, en que el mundo mismo -era un juguete grande para los niños que vivían en él. Pero Pandora -estaba convencida de que en la caja había algo muy bueno y muy bonito. Y -por lo tanto, estaba tan impaciente por verlo, como lo estaría -cualquiera de las niñas que me rodean. Y hasta puede que un poco más, -pero de eso no estoy completamente seguro. - -Aquel día de que estamos hablando, su curiosidad aumentó tanto, tanto, -que por fin se acercó a la caja. Casi estaba decidida a abrirla, si -podía. ¡Ay, Pandora curiosa! - -Primero intentó levantarla. Pesaba mucho para las pocas fuerzas de una -niña como Pandora. Levantó uno de los lados unas cuantas pulgadas del -suelo, y la dejó caer de nuevo: la caja dió un buen golpe. Un momento -después se le figuró que había oído algo dentro de la caja. Acercó el -oído lo más que pudo, y escuchó. ¡Sí, sí: dentro había una especie de -murmullo! ¿Sería sólo el ruido de los oídos de Pandora o el latido de su -corazón? La niña no pudo convencerse de si había oído algo o no, pero su -curiosidad era más fuerte que nunca. - -Cuando volvió la cabeza, cayó su vista sobre el nudo de cuerda de oro. - ---Si que debe ser persona habilidosa la que ha hecho este nudo--pensó--. -Pero creo que, a pesar de todo, yo soy capaz de desatarlo. Por lo menos, -quiero encontrar los dos cabos de la cuerda. - -Tomó el nudo de oro entre las manos, y se puso a mirarle lo más -atentamente que pudo. Casi sin intentarlo se encontró con que estaba -empezando a desatarse. Entretanto, el sol entraba por la ventana -abierta, y con él las voces de los niños que jugaban lejos, y acaso -entre ellas la voz de Epimeteo. Pandora se detuvo para escuchar. ¡Qué -hermoso día! ¿No sería mejor dejar en paz aquel nudo molesto, no volver -a pensar en la caja, e ir a reunirse con sus compañeros, y jugar y ser -feliz? - -Durante todo este tiempo, sin embargo, sus dedos, medio -inconscientemente, estaban ocupados con el nudo, y mirando a la cabeza -ceñida con guirnalda de flores que estaba en la tapa de la caja -encantada, le pareció que le hacía una mueca. - ---Esta cara parece que me mira con malicia--pensó Pandora--. Puede que -se ría porque estoy haciendo una cosa mal hecha. ¡Me dan unas ganas de -echar a correr!... - -Pero precisamente entonces, por casualidad, dió al nudo una vuelta, que -produjo un resultado maravilloso. La cuerda de oro se desató sola, como -por magia, y dejó la caja sin cierre de ninguna clase. - ---¡Qué cosa más extraña!--dijo Pandora--. ¿Qué va a decir Epimeteo? ¿Y -cómo me las voy a arreglar para hacer otra vez el nudo? - -Intentó una o dos veces volver a anudarlo, pero pronto comprendió que no -tenía habilidad para tanto. Se había desatado tan repentinamente, que no -podía recordar cómo estaba hecho; y cuando intentaba recordar su forma y -aspecto primitivos, parecía escapársele por completo de la memoria. No -podía hacer otra cosa que dejar la caja como estaba, hasta que Epimeteo -volviese. - ---Pero--dijo Pandora--cuando se encuentre el nudo desatado, querrá saber -quién lo desató. ¿Cómo le voy a hacer creer que no he mirado lo que hay -dentro de la caja? - -Entonces, en su corazoncillo perverso nació la idea de que, puesto que -de todos modos habían de sospechar que había mirado dentro de la caja, -más valía mirar de verdad. ¡Oh, loca y curiosa Pandora! Podías haber -pensado en hacer lo que era debido y en dejar como estaba lo que ya -habías hecho, y no en lo que tu compañero Epimeteo fuera a decir o a -pensar. Y así hubiera sucedido, tal vez, si la cara encantada de la -tapa de la caja no la hubiese mirado de modo tan incitante y tan -persuasivo, y si no le hubiera parecido oir más claro que nunca el -murmullo de vocecitas dentro. No podía saber si era imaginación o no, -pero en sus oídos había como un pequeño tumulto de murmullos... Acaso -era su curiosidad misma la que murmuraba: - ---¡Déjanos salir, querida Pandora...; por favor, déjanos salir! ¡Si -vieras qué buenos compañeros vamos a ser para ti! ¡Déjanos salir y -verás! - ---¿Qué será?--pensó Pandora--. ¿Habrá algo vivo en la caja? ¡Sea lo que -quiera, estoy decidida a verlo! ¡Sólo una miradita, y luego vuelvo a -cerrar la caja como antes! ¿Qué mal puede haber en que mire un poquito? - -Pero ya es hora de que sepamos qué estaba haciendo Epimeteo. - -Aquélla era la primera vez, desde que había llegado su compañera, que -había intentado divertirse sin que ella le acompañase. Pero nada le -salía a su gusto, ni era tan feliz como los demás días. - -No podía encontrar frutas maduras y dulces, y si las encontraba le -empalagaban. No había regocijo en su corazón, ni su voz surgía alegre -como otras veces, al unirse a las de sus compañeros en sus bulliciosos -juegos. En una palabra: se puso tan molesto y tan disgustado, que los -otros niños no podían comprender lo que le pasaba. Tampoco él lo -comprendía del todo. Porque debéis recordar que en el tiempo de que -vamos hablando, todo el mundo tenía la costumbre de ser constantemente -feliz. El mundo aún no había aprendido a ser de otra manera. Ni un solo -cuerpo había estado enfermo, ni una sola alma había estado triste, desde -que aquellos niños fueron enviados a la hermosa Tierra para divertirse y -gozar de ella. - -Por fin, descubriendo que algo le sucedía, fuese lo que fuese, dejó de -jugar, y le pareció lo mejor ir a buscar a Pandora, que siquiera estaba -de humor parecido al suyo. Pero con esperanza de darle una alegría, -cogió unas cuantas flores, hizo con ellas una guirnalda y pensó -ponérsela en la cabeza. Las flores eran muy bonitas--rosas y azucenas y -flores de azahar, y otras muchas que iban dejando a su paso un rastro de -fragancia--. Y la guirnalda estaba todo lo bien hecha que cabe por manos -de un niño. Los dedos de las niñas, al menos a mí me lo ha parecido -siempre, tienen más habilidad para hacer guirnaldas de flores; pero los -niños de aquellos tiempos eran más hábiles que los de los nuestros. - -Y aquí llega el momento de decir que una gran nube negra hacía ya algún -tiempo que andaba por el cielo, aunque todavía no había ocultado la luz -del sol. Pero cuando Epimeteo entró en su casita, la nube interceptó la -luz, y produjo una repentina y triste obscuridad. - -Entró Epimeteo despacito, porque quería, a ser posible, llegar sin que -le sintiese Pandora, y ponerle en la cabeza la guirnalda de flores, -antes de que ella se hubiese dado cuenta de su presencia. Pero no había -necesidad de entrar tan despacio. Aunque hubiese dado pasos pesados y -ruidosos, tan ruidosos como los de un hombre, casi iba a decir como los -de un elefante, es probable que Pandora no le hubiese oído llegar. - -Estaba demasiado absorta en sus malos propósitos. En el momento en que -Epimeteo entró en la casita, la chiquilla había puesto la mano en la -tapa, y estaba a punto de abrir la caja. Epimeteo la miró. Si hubiese -dado un grito, Pandora probablemente hubiese retirado la mano, y el -misterio tremendo de la caja no se hubiese sabido nunca. - -Pero Epimeteo, aunque nunca hablaba de ello, tenía también su poquito de -curiosidad por saber lo que había dentro. Comprendiendo que Pandora -estaba resuelta a descubrir el secreto, decidió que su compañera no -había de ser la única en enterarse de él. Y si dentro de la caja había -algo bonito o que valiese la pena, también él quería tener su parte. -Así es que, después de tantos prudentes consejos a Pandora para que -demorase su curiosidad, Epimeteo se volvió casi tan insensato como ella, -y casi tan culpable como su compañera. De modo que si echamos la culpa a -Pandora de lo que sucedió, no debemos dejar de echársela también a -Epimeteo. - -Cuando Pandora levantó la tapa, la casita se quedó muy obscura y muy -triste, porque la nube negra había ocultado por completo el sol y -parecía haberlo enterrado vivo. Desde hacía un rato venían oyéndose -truenos lejanos, que de repente se hicieron terribles. Pero Pandora, sin -oirlos, levantó la tapa y miró al interior de la caja. Parecióle que un -enjambre de criaturitas aladas salía de ella volando, y en el mismo -instante oyó la voz de Epimeteo en tono lamentable, como si le doliese -algo. - ---¡Ay, me han mordido!--exclamó--, ¡me han mordido! Pandora, Pandora, -¿por qué has abierto esa caja maldita? - -Pandora dejó caer la tapa, y volviéndose rápidamente, miró a ver qué -había sucedido a Epimeteo. La tormenta había obscurecido de tal modo la -habitación, que no podía ver bien dónde estaba. Pero oyó un zumbido -desagradable, como si muchas moscas muy grandes o muchos mosquitos -gigantescos estuviesen volando en derredor suyo. Y cuando se le -acostumbraron los ojos a la escasa luz, vió multitud de feísimas y -diminutas formas con alas de murciélago, que parecían encolerizadísimas -y armadas de terribles aguijones en la cola. Una de ellas era la que -había picado a Epimeteo. No pasó mucho tiempo sin que Pandora empezase a -llorar con no menos dolor y susto que su compañero, y haciendo muchísimo -más ruido que él. Uno de aquellos odiosos monstruos diminutos se le -había posado en la frente, y no sé hasta cuándo la hubiese estado -picando, si Epimeteo no hubiese corrido a espantarle. - -Y ahora, si queréis saber quiénes podían ser aquellos feísimos -animalejos que se habían escapado de la caja, os diré que eran la -familia entera de los _males del mundo_. Eran todas _las malas -pasiones_. Eran las muchísimas especies de _cuidados_. Eran más de -ciento cincuenta _penas_ distintas; eran las _enfermedades_, en gran -número, de miserables y dolorosas formas; eran muchas más clases de -_calamidades_ de las que yo puedo deciros. - -En resumen: todo cuanto desde entonces ha afligido los cuerpos y las -almas de la Humanidad, estaba encerrado en la misteriosa caja, y se les -había entregado a Epimeteo y a Pandora para que lo custodiasen -cuidadosamente, para que los felices niños del mundo no sintiesen nunca -la menor molestia. Si hubieran cumplido fielmente su encargo, todo -hubiese ido bien. Ninguna persona mayor hubiese estado triste nunca; -ninguna niña hubiese tenido nunca motivo para derramar una sola lágrima, -desde aquella hora hasta este momento. - -Pero--y por esto podéis comprender cómo una mala acción de un solo -mortal es una calamidad para el mundo entero--, por haber Pandora -levantado la tapa de la caja, y por no habérselo impedido Epimeteo, -aquellos males se han instalado entre nosotros, y me parece que no -tienen prisa de volver a marcharse. Porque era imposible, como -comprenderéis, que los dos niños tuvieran encerrado el enjambre feísimo -dentro de su casita. Por el contrario, lo primero que hicieron fué abrir -de par en par las ventanas, a ver si podían librarse de ellos, y allá -salieron volando los males, y de tal modo atormentaron y afligieron a -toda la gente menuda que fueron encontrando al paso, que en mucho tiempo -ninguno de los niños volvió a sonreir. Y, lo que es más extraño, todas -aquellas flores llenas de rocío de la tierra, ninguna de las cuales se -había marchitado hasta entonces, ahora empezaron a marchitarse y a -deshojarse, y ninguna dura más de un día o dos. Los niños también, que -parecían inmortales en su infancia, empezaron desde entonces a crecer -día por día, y pronto se hicieron jóvenes, y luego hombres y mujeres, y -ancianos, antes de poder darse cuenta del triste cambio. - -Entretanto la malvada Pandora y el no menos malvado Epimeteo se quedaron -en su casita. Los dos habían sido picados dolorosamente y tenían -bastante dolor, que les parecía más intolerable porque era el primero -que habían sentido desde que empezó el mundo. Como no tenían costumbre -alguna de sufrir, no podían comprender lo que el sufrimiento -significaba. Además, estaban de muy mal humor uno contra otro, y cada -uno contra sí mismo. Epimeteo se sentó en un rincón de espaldas a -Pandora, y Pandora se tiró al suelo y apoyó la cabeza en la caja fatal y -abominable. Lloraba y sollozaba como si fuera a rompérsele el corazón. - -De repente oyó un ruidito suave dentro de la caja. - ---¿Qué dirá?--preguntó Pandora, levantando la cabeza. - -Pero Epimeteo no había oído el ruido, o estaba de demasiado mal humor -para darse por enterado: el caso es que no respondió. - ---¡Qué poco amable eres!--dijo Pandora volviendo a sollozar--; ya no -quieres hablarme. - -¡Otra vez el ruido! Sonaba como si los nudillos de una manecita de hada -golpeasen ligeramente, y por juego, el interior de la caja. - -[imagen] - ---¿Quién eres?--preguntó Pandora con un poco de su antigua curiosidad--. -¿Quién eres tú, que aún estás dentro de esta maldita caja? - -Una vocecilla dulce respondió desde dentro: - ---Levanta la tapa, y lo verás. - ---No, no--respondió Pandora echándose a llorar de nuevo--. No quiero -volver a levantar la tapa. Dentro de la caja estás, maligna criatura, y -dentro te quedarás. Bastantes de tus feísimos hermanos y hermanas andan -ya volando por el mundo. No pienses que voy a ser tan loca que a ti -también te deje salir. - -Miró hacia Epimeteo al decir esto, acaso esperando que la alabase por su -prudencia. Pero el niño, enojado, dijo que a buena hora se acordaba de -tener prudencia. - ---¡Ah!--dijo la dulce voz--, más os valdría dejarme salir. No soy de -esas malignas criaturas que tienen aguijones en la cola. No eran -hermanos ni hermanas míos los que han salido, como veréis si queréis -mirarme. Ven, ven, Pandora mía. Estoy segura de que me vas a dejar -salir. - -Había una especie de amable hechicería en el tono de la voz, que hacía -imposible negar nada de lo que pidiera. El corazón de Pandora se había -ido aliviando insensiblemente a cada palabra que salía de la caja. -También Epimeteo, aunque sin salir de su rincón, se había vuelto un -poco, y parecía estar de mejor humor que antes. - ---Mi querido Epimeteo--exclamó Pandora--, ¿has oído esa vocecita? - ---Sí la he oído, sí--respondió Epimeteo con no muy buenos modos--. ¿Qué -tenemos con eso? - ---¿Quieres que vuelva a levantar la tapa?--preguntó Pandora. - ---Haz lo que te parezca--dijo Epimeteo--. Ya has hecho tanto daño, que -puede que no importe que hagas un poco más. Un mal, añadido al enjambre -que has echado a volar por el mundo, no significa nada. - ---Podías hablarme con mejores modos--murmuró Pandora, limpiándose los -ojos. - ---¡Ah, niño, niño!--exclamó la voz dentro de la caja en tono medio -serio, medio de burla--. De sobra sabes tú que estás deseando verme. -Ven, Pandora, ven; levanta la tapa. Tengo prisa por consolaros. Déjame -que respire un poco el aire libre, y ya veréis cómo las cosas no son tan -tristes como os parecen. - ---Epimeteo--exclamó Pandora--, pase lo que pase, estoy decidida a abrir -la caja. - ---Y como me parece que la tapa pesa mucho--exclamó Epimeteo corriendo -por la habitación--, te ayudaré. - -Así, de común acuerdo, los dos niños levantaron de nuevo la tapa. Salió -volando una radiante y sonriente mujercita, que revoloteó por toda la -habitación, arrojando luz por dondequiera que pasaba. ¿No habéis hecho -bailar nunca un rayo de sol con un pedazo de espejo? Pues eso parecía el -alado regocijo de aquella mujercita como un hada, en la obscuridad -triste de la habitación. Voló hacia Epimeteo y puso ligeramente el dedo -en el sitio en que el mal le había picado, e inmediatamente cesó el -dolor. Luego besó a Pandora en la frente, y también curó el daño. - -Después de realizar esta buena obra, la alegre desconocida revoloteó -juguetonamente sobre las cabezas de los dos niños, y los miró tan -dulcemente, que ambos empezaron a creer que no era realmente tan malo -haber abierto la caja, puesto que, de otro modo, su gozosa huéspeda se -hubiese quedado prisionera para siempre entre aquellos malvados duendes -con sus aguijones en la cola. - ---¿Quién eres, hermosa criatura?--preguntó Pandora. - ---¡Hay que llamarme Esperanza!--respondió la mujercita--. Y porque soy -tan alegre y sé dar tanto ánimo, aunque soy tan pequeña, me encerraron -en la caja, para consolar al género humano de todo el enjambre de males -que estaba destinado a caer sobre ellos. ¡No temáis! Ya veréis cómo lo -pasamos muy bien, a pesar de todos. - ---Tus alas tienen muchos colores, como el arco iris--exclamó Pandora--. -¡Qué bonitas son! - ---Sí, son como el arco iris--dijo la Esperanza--, porque aunque soy -alegre por naturaleza, estoy hecha tanto de lágrimas como de sonrisas. - ---¿Y te quedarás con nosotros?--preguntó Epimeteo--. ¿Siempre y para -siempre? - ---Siempre que me necesitéis, me tendréis--dijo la Esperanza con su -placentera sonrisa--, y me necesitaréis mientras estéis en el mundo. -Prometo no abandonaros nunca. Vendrán tiempos y ocasiones, de cuando en -cuando, en que me he desvanecido por completo. Pero otra vez, y otra -vez, y otra y otra, cuando menos lo penséis, veréis el resplandor de mis -alas en el techo de vuestra cabaña. Sí, hijos míos, y sé que luego os -van a dar una cosa muy buena y muy bonita. - ---¡Oh, dinos qué es!--exclamaron los niños--, ¡dinos qué es! - ---No me preguntéis--repuso la Esperanza, poniéndose un dedo en los -labios de rosa--. Pero no desesperéis de alcanzarlo, aunque no os llegue -mientras viváis en la tierra. ¡Creed en mi promesa, porque es verdad! - ---¡Te creemos!--exclamaron a un tiempo Pandora y Epimeteo. - -Y así lo hicieron. Y no sólo ellos, sino todo el que ha vivido, ha -creído en la Esperanza. Y para deciros la verdad, no puedo menos de -alegrarme (aunque desde luego fué cosa muy mal hecha), no puedo menos de -alegrarme, digo, de que nuestra loca Pandora levantase la tapa de la -caja. Sin duda... sin duda... los males siguen revoloteando por el -mundo, y han aumentado en multitud, en vez de disminuir, y son una serie -de duendes feísimos, y llevan en la cola los aguijones más envenenados. -Yo he tropezado con ellos y me han picado, y espero que me picarán mucho -más, según vaya siendo más viejo. Pero, ¿y la luciente y amable figura -de la Esperanza? ¿Qué haríamos en el mundo sin ella? La Esperanza -espiritualiza la tierra. La hace siempre nueva; y aunque miremos el -mundo en su aspecto mejor y más brillante, la Esperanza nos dice que -toda esa luz no es sino la sombra de una bienaventuranza infinita que -hemos de encontrar después. - ---Primavera--preguntó Eustaquio, tirándole de una oreja--, ¿te gusta mi -pequeña Pandora? ¿No piensas que es tu vivo retrato? Pero tú no hubieras -vacilado tanto antes de abrir la caja. - ---Bien castigada hubiese estado por mi maldad--replicó la chiquilla -agudamente--, porque lo primero que hubiese salido de ella al levantar -la tapa, hubiese sido el señor Eustaquio Bright, en forma de Calamidad. - ---Primo Eustaquio--dijo Amapola--, ¿contenía la caja todo el mal que ha -sucedido en el mundo? - ---¡Sin faltar una miga!--respondió Eustaquio--. Esta misma nevada, que -ha echado a perder mi partida de patines, estaba allí encerrada. - ---¿Y qué tamaño tenía la caja?--preguntó Romero. - ---Unos tres pies de largo--dijo Eustaquio--, dos de ancho y dos y medio -de alto. - ---¡Ah!--dijo el niño--, ¡te estás burlando de mí, primo Eustaquio! No -hay males en el mundo para llenar una caja tan grande. Y lo que es la -nevada, no es mal, que es diversión; de modo que no estaba en la caja, -de seguro. - ---¡Miren ustedes el chiquillo!--exclamó Primavera con aire de -superioridad--. ¡Qué poco sabe de los males del mundo! ¡Pobrecillo! ¡Ya -hablará de otro modo cuando tenga tanta experiencia de la vida como yo! - -Y diciendo esto, empezó a saltar a la comba. - -Entretanto el día iba llegando a su fin. Fuera, el paisaje tenía aspecto -tenebroso. Había a lo lejos, en el crepúsculo que se acercaba, como un -rebaño de nubes grises que pasaban corriendo; en la tierra se habían -borrado todos los caminos, y la nieve que se había amontonado sobre los -escalones del Pórtico demostraba que nadie había entrado ni salido -durante muchas horas. Si un niño solo hubiese estado en la ventana -mirando el paisaje invernal, acaso se hubiese entristecido. Pero media -docena de chiquillos juntos, aunque no puedan convertir el mundo en un -Paraíso, pueden desafiar al invierno y a todas sus tormentas, que no -serán capaces de entristecerlos. Eustaquio Bright, además, aguijoneado -por las circunstancias, inventó varios juegos nuevos, que les -conservaron llenos de alegría hasta la hora de irse a la cama, y -sirvieron para pasar con felicidad la tormenta del día siguiente. - -[imagen] - - - - -LAS TRES MANZANAS DE ORO - - - - -[imagen] - - - - -AL AMOR DE LA LUMBRE - - -La nevada duró un día más; qué fué de ella después, no puedo -figurármelo. Fuese donde fuera, durante la noche desapareció por -completo, y cuando salió el sol a la mañana siguiente, brilló sobre las -montañas cubiertas de bosque con la mayor alegría del mundo. La escarcha -había cubierto de tal modo los vidrios de las ventanas, que era casi -imposible lanzar una mirada al paisaje exterior. Pero, mientras esperaba -el desayuno, la gente menuda de Tanglewood había hecho agujeros en la -escarcha con las uñas, y había conseguido ver con gran deleite que -excepto en dos o tres sitios demasiado pendientes de la montaña, o sobre -los bosques cuyas ramas negras, mezcladas con la nieve, formaban una -mancha gris, todo el resto del mundo que se alcanzaba a divisar estaba -blanco como una sábana. ¡Qué precioso! Y para colmo de felicidad, hacía -un frío capaz de helarle a uno las narices en un segundo. Si una persona -tiene dentro del cuerpo vida bastante para soportarlo, no hay nada que -le ponga de tan buen humor y le haga bailar y saltar la sangre más -vivamente que un arroyo colina abajo, que una buena helada. - -En cuanto desapareció el desayuno, toda la chiquillería, bien arropada -en pieles y estambres, se desparramó sobre la nieve. ¡Vaya un día de -diversión! Deslizáronse colina abajo, resbalando hasta el valle, unas -cien veces, y, para divertirse más, haciendo volcar los trineos y dando -volteretas y llegando al fondo cabeza abajo, la mayor parte de las -veces. Y una vez, para mayor seguridad, Eustaquio Bright se subió en el -mismo trineo con Margarita, Amapola y Flor de Limón, y echaron a correr -cuesta abajo de prisa, de prisa, de prisa; pero a mitad de camino el -trineo tropezó con un tronco escondido bajo la nieve, ¡y allí cayeron en -un solo montón los cuatro pasajeros!, y al levantarse no encontraron al -más pequeño, que era Flor de Limón. ¿Qué había sido del pobre muchacho? -Y mientras se lo estaban preguntando y buscándole, Flor de Limón sacó la -cabeza de entre un montón de nieve, con la cara colorada como si fuese -una inmensa flor escarlata que hubiese brotado de repente en medio del -invierno. ¡Había que oirles reir a todos! - -Cuando se cansaron de resbalar colina abajo, Eustaquio ocupó a los niños -en cavar para hacer una cueva en el montón de nieve más alto que -encontraron. Por desdicha, cuando estuvo terminada y toda la -chiquillería se metió en el hueco, se hundió el techo sobre sus cabezas, -y les enterró vivos a todos. Un minuto después todos sacaban las -cabecitas de entre las ruinas, y la del estudiante aparecía en medio y -encima de todas, canosa y venerable con el polvo de nieve que se había -enredado entre sus rizos obscuros. Y entonces, para castigar al primo -Eustaquio por haberles aconsejado que cavasen caverna tan ruinosa, los -niños le atacaron en grupo y le apedrearon con bolas de nieve, de tal -modo que tuvo que echar a correr. Huyó, y llegó a los bosques, y desde -allí a la margen del Arroyo Umbrío, donde pudo oir el rumor del -arroyuelo que corría bajo grandes montones de nieve y hielo, que apenas -le dejaban ver la luz del día. Había témpanos diamantinos, que -rebrillaban en torno de sus pequeñas cascadas. De allí llegó corriendo a -la orilla del lago, y se encontró con una llanura blanca e intacta, que -iba desde sus pies al pie de la inmensa montaña. Y como ya casi se -estaba poniendo el sol, Eustaquio pensó que nunca había visto -espectáculo más hermoso. Se alegró de que los niños no estuviesen con -él, porque su animación y su actividad desaforada hubieran disipado su -estado de ánimo, elevado y grave; así es que sólo hubiese estado alegre -(como, en efecto, lo había estado durante el día entero), pero no -hubiese gozado la suavidad de la puesta de sol en invierno, entre las -montañas. - -Cuando el sol hubo descendido bastante, nuestro amigo Eustaquio volvió a -casa a cenar. Después de la cena se encerró en el despacho, con el -propósito, me figuro, de escribir una oda, o dos o tres sonetos, o -versos de cualquier clase, en elogio de las nubes púrpura y oro que -había visto en torno al sol poniente. Pero antes de que hubiese afirmado -la primera rima, se abrió la puerta, y Primavera y Margarita -aparecieron. - ---¡Marchaos, chiquillas! ¡Ahora no puedo perder el tiempo con -vosotros!--exclamó el estudiante, mirándolas por encima del hombro con -la pluma en la mano--. ¿Qué mil diablos queréis? ¡Creí que estabais -todos en la cama! - ---Óyele, Margarita--dijo Primavera, hablando como si fuera una persona -mayor--. Parece olvidar que yo ya tengo trece años, y puedo irme a la -cama todo lo tarde que se me antoje. Primo Eustaquio, puedes abandonar -tus aires solemnes y venir con nosotros al salón. Los niños han hablado -tanto de tus cuentos, que mi padre desea oir uno de ellos, para saber si -puede hacernos algún daño oirlos. - ---¡Bah, bah, Primavera!--exclamó el estudiante, un poco molesto--. No me -creo capaz de contar ninguno de mis cuentos en presencia de personas -mayores. Además, tu padre es un erudito y un humanista: no es que me dé -miedo su erudición, porque no dudo que estará tan enmohecida como un -cuchillo viejo. Pero estoy seguro de que discutirá la admirable tontería -que he puesto en estas maravillosas historias, sacada de mi propia -cabeza, y que constituye su mayor encanto para chiquillos como vosotros. -Ningún hombre de cincuenta años, que haya leído los mitos clásicos en su -juventud, puede comprender mi mérito como reinventor y mejorador de -todos ellos. - ---Puede que todo eso sea verdad--dijo Primavera--, pero no tienes más -remedio que venir. Mi padre no abrirá su libro, ni mamá el piano, hasta -que nos hayas regalado con algunas de tus tonterías, como tú mismo las -llamas muy acertadamente. De modo que sé bueno, y ven. - -Por mucho que dijese, el estudiante se alegraba muchísimo de aprovechar -la oportunidad de demostrar al señor Pringle qué excelente facultad -poseía para modernizar los mitos de los tiempos antiguos. Hasta que -cumple los veinte años, un joven debe sentir cierta timidez al enseñar -su prosa y sus versos; pero a pesar de toda su timidez, tiene cierta -tendencia a pensar que si sus producciones fuesen conocidas, le pondrían -en la más alta cumbre de la literatura. Por lo cual, sin hacerse de -rogar demasiado, Eustaquio consintió en que Primavera y Margarita le -arrastrasen al salón. - -Era una habitación amplia y cómoda, con una ventana semicircular en uno -de los extremos, en cuyo hueco había una copia en mármol del Ángel y el -Niño, de Greenough. A un lado de la chimenea había muchos estantes con -libros severa y ricamente encuadernados. La luz blanca de la lámpara que -colgaba del techo y el reflejo rojo del hogar, hacían la habitación -brillante y alegre, y junto a la lumbre, en un gran sillón, estaba -sentado el señor Pringle. Era un caballero alto y simpático, con una -gran calva, y siempre estaba tan bien vestido, que Eustaquio Bright no -se atrevía nunca a presentarse ante él sin detenerse un momento en la -puerta para arreglarse el cuello de la camisa. Pero ahora, como -Primavera le llevaba cogido de una mano y Margarita de la otra, se vio -obligado a entrar con un aspecto bastante desaliñado, como si se hubiese -pasado el día rodando por un montón de nieve, lo cual era verdad. - -El señor Pringle se volvió hacia el estudiante con benevolencia, desde -luego, pero de un modo que le hizo sentir lo despeinado y mal cepillado -que estaba, y lo mal peinados y mal cepillados que estaban también sus -pensamientos. - ---Eustaquio--dijo el señor Pringle con una sonrisa--, me he enterado de -que estás causando sensación grandísima entre el pequeño público de -Tanglewood con el ejercicio de tus facultades de narrador. Primavera, -como la llaman los pequeños, y los demás chiquillos, han elogiado de tal -modo tus cuentos, que mi mujer y yo quisiéramos oir una muestra de -ellos. Y a mí me agradará especialísimamente, porque parece que los -cuentos son un intento de trasladar las fábulas de la antiguedad clásica -al idioma del sentimiento y la fantasía modernos. Al menos, eso he -sacado en consecuencia de unos cuantos incidentes que han llegado hasta -mí de segunda mano. - ---No es usted precisamente el oyente que yo hubiese elegido, -señor--observó el estudiante--, para fantasías de esta naturaleza. - ---Es posible que no--replicó el señor Pringle--. Sospecho, sin embargo, -que el crítico más útil para un autor joven es precisamente aquel que -menos hubiese querido elegir. - ---Creo que la simpatía debe tener algo de parte en la opinión de un -crítico--murmuró Eustaquio--. En fin, señor, si usted encuentra -paciencia, yo encontraré historias que contar. Pero tenga usted la -bondad de recordar que me dirijo a la imaginación y a la simpatía de los -niños, no a la de usted. - -E inmediatamente el estudiante aprovechó el primer tema que se le -presentó. Sugiriósele un plato de manzanas que alcanzó a ver sobre la -chimenea. - -[imagen] - - - - -[imagen] - - - - -LAS TRES MANZANAS DE ORO - - -No habéis oído nunca hablar de las manzanas de oro que se criaban en el -jardín de las Hespérides? ¡Oh, aquéllas sí que eran manzanas! Si se -encontraran iguales en los huertos de ahora, ¡ya valdrían dinero! Pero -no hay en todo el mundo, supongo yo, ni un solo árbol injerto en aquel -frutal maravilloso, ni queda ninguna pepita de aquellas manzanas. - -Hasta en los tiempos antiguos, muy antiguos, ya casi olvidados, en que -el jardín de las Hespérides no había sido invadido aún por la mala -hierba, dudaba mucha gente de que pudiera haber árboles verdaderos, -cuyas ramas tuvieran manzanas de oro macizo. Todos habían oído hablar de -ellas, pero nadie recordaba haber visto ninguna. Sin embargo, los niños -solían escuchar, boquiabiertos, los cuentos del árbol de las manzanas -de oro, y se proponían descubrirle cuando llegasen a mayores. En busca -de ese fruto iban los jóvenes valerosos que deseaban realizar hazañas -más señaladas que sus compañeros. Muchos de ellos no volvieron jamás, y -ninguno trajo las manzanas. ¡No es maravilla que les fuera imposible -cogerlas! Decíase que, bajo el árbol, había un dragón de cien terribles -cabezas, cincuenta de las cuales vigilaban siempre, mientras las otras -cincuenta dormían. - -Me parece a mí que apenas si valía la pena de correr tanto peligro por -una manzana de oro macizo. Si hubieran sido manzanas dulces, jugosas, -sazonadas, ya sería otra cosa. Podría haber tenido entonces algún -sentido el tratar de cogerlas, a pesar del dragón de las cien cabezas. - -Pero, como os he dicho, era cosa muy corriente entre los jóvenes, cuando -se cansaban del exceso de paz y descanso, ir en busca del jardín de las -Hespérides. Y una vez fué emprendida la aventura por un héroe que había -disfrutado de bien poca paz y descanso desde que vino al mundo. En el -tiempo de que os voy a hablar, vagaba por la apacible tierra de Italia -con una pesada maza en la mano y un arco y una aljaba pendientes de los -hombros. Iba envuelto en la piel del león más grande y más fiero de -aquellos bosques, que él mismo había matado, y aunque en el fondo era -bueno y generoso y noble, tenía en su corazón mucho de la fiereza del -león. Mientras caminaba, iba constantemente preguntando cuál era el -camino más derecho para llegar al famoso jardín; pero nadie sabía -palabra de ello, y muchos se hubiesen reído de la pregunta, si el -forastero no hubiera llevado una maza tan enorme. - -Así fué andando, andando, preguntando siempre lo mismo, hasta que al fin -llegó a la orilla de un río, en donde unas cuantas jóvenes hermosísimas -estaban tejiendo guirnaldas de flores. - ---Lindas doncellas--preguntó el forastero--, ¿podéis decirme si éste es -el camino derecho para ir al jardín de las Hespérides? - -Las jóvenes se estaban divirtiendo en hacer guirnaldas y en coronarse -con ellas unas a otras. Parecía como si en sus dedos hubiese algún poder -mágico, porque al tocarlas se volvían las rosas más frescas y se -cuajaban de rocío, se avivaban sus colores y exhalaban más suave -fragancia que cuando estaban en la planta; pero al oir la pregunta del -forastero dejaron caer todas las flores en el césped, y se miraron unas -a otras con asombro. - ---¡El jardín de las Hespérides!--exclamó una--. Creíamos que, después -de tanta decepción, se habrían cansado los mortales de buscarle. Y dime, -intrépido viajero, ¿para qué deseas ir allí? - ---Cierto rey, primo mío--replicó el viajero--, me ha mandado que le -lleve tres de las manzanas de oro. - ---Casi todos los jóvenes que van en busca de esas manzanas--advirtió -otra de las damiselas--, desean adquirirlas para sí mismos o para -regalarlas a alguna hermosa doncella de quien están enamorados. ¿Tanto -quieres tú a ese rey, primo tuyo? - ---Tal vez no--replicó el forastero, suspirando--. Ha sido severo y cruel -conmigo muchas veces, pero es mi destino obedecerle. - ---¿Y no sabes--preguntó la que había hablado primero--que un terrible -dragón de cien cabezas está bajo el árbol de las manzanas de oro, -guardándole? - ---Bien sabido lo tengo--respondió el forastero--; pero desde la cuna ha -sido mi ocupación y casi mi entretenimiento el habérmelas con serpientes -y dragones. - -Las jóvenes miraron su pesada maza y la peluda piel de león que llevaba, -y también sus heroicos miembros y aspecto, y unas a otras se dijeron muy -bajito que el forastero parecía ser persona de quien razonablemente -cabía esperar que realizara hazañas muy fuera del alcance de los demás -hombres. - -Pero, ¡el dragón de las cien cabezas! ¿Qué mortal, aunque tuviera cien -vidas, podría abrigar esperanza de escapar a los colmillos de semejante -monstruo? Tan compasivas eran las doncellas, que no podían ver con -tranquilidad que aquel valiente y hermoso viajero intentara cosa tan -arriesgada y se condenara a ser, muy probablemente, pasto para las cien -voraces bocas del dragón. - ---¡Vuelve atrás--exclamaron todas--, vuelve a tu casa! Tu madre, al -verte sano y salvo, llorará lágrimas de alegría. ¿Qué más podría hacer -si lograras tan gran victoria? No hagas caso de las manzanas de oro. No -hagas caso del rey, tu cruel primo. Nosotras no queremos que te coma el -dragón de las cien cabezas. - -El forastero pareció impacientarse con estas advertencias. Levantó -negligentemente su poderosa maza, y la dejó caer sobre una roca que allí -cerca había, medio enterrada en el suelo. Con la fuerza de aquel golpe -indolente, la roca saltó hecha toda pedazos. El dar aquella señal de -fortaleza gigantesca no costó al extranjero más esfuerzo que a una de -las doncellas tocar con una flor la rosada mejilla de su hermana. - ---¿No creéis--dijo mirándolas y sonriéndo--que un golpe como éste -habría aplastado una de las cien cabezas del dragón? - -Sentóse después sobre la hierba y les contó la historia de su vida, o -por lo menos todo lo que de ella podía recordar desde el día en que tuvo -por cuna el escudo de bronce de un guerrero. Estando echado en él, -llegaron, arrastrándose por el suelo, dos enormes serpientes, y abrieron -sus horribles mandíbulas para devorarlo; pero él, un bebé de meses nada -más, agarró una de las fieras culebras en cada uno de sus puñitos y las -estranguló. - -Cuando era un chiquillo mató a un león enorme, casi tan grande como -aquel cuya piel amplia y peluda llevaba entonces sobre los hombros. Lo -primero que hizo después fué luchar con una especie de monstruo feísimo, -al cual llamaban hidra, y que tenía nueve cabezas nada menos, y con -dientes afiladísimos en todas ellas. - ---Pero el dragón de las Hespérides, ya lo sabes--observó una de las -doncellas--, ¡tiene cien cabezas! - ---Sin embargo--replicó el forastero---, mejor hubiera querido pelear con -dos dragones así, que con una sola hidra; porque tan pronto como cortaba -una cabeza, nacían otras dos en su lugar, y además, entre las cabezas -había una a la que no era posible matar de ningún modo, sino - -[imagen] - -[imagen] - -que seguía mordiendo tan fieramente como antes, mucho después de haber -sido cortada. Así es que me vi obligado a enterrarla bajo una gran -piedra, donde, sin duda, hoy mismo estará viva todavía; pero el cuerpo -de la hidra, con sus otras ocho cabezas, ya no volverá a hacer daño a -nadie. - -Las jóvenes, calculando que la relación iba a durar buen rato, habían -dispuesto una merienda de pan y uvas para que el forastero pudiera -refrescar en los intervalos de su charla. Se complacían en animarle a -tomar tan frugal alimento, y de cuando en cuando una de ellas se ponía -un dulce grano de uva entre los labios rojos, para que no se avergonzara -de comer solo. - -El viajero pasó a contar cómo había dado caza a un velocísimo ciervo, -corriendo detrás de él durante un año entero, sin pararse ni a tomar -aliento, y cómo le cogió al fin por los cuernos, llevándosele vivo a -casa. Y cómo había peleado con una casta de gentes rarísima, mitad -caballos y mitad hombres, y los había matado a todos, creyéndolo su -deber, para que nunca volvieran a verse tan horribles figuras. Y además -de todo esto, se dió mucho tono por haber limpiado un establo. - ---¿Y a eso le llamas hazaña maravillosa?--preguntó, sonriendo, una de -las doncellas--. Cualquier trabajador del campo lo haría. - ---Si hubiera sido un establo ordinario--replicó el forastero--, no lo -habría mencionado; pero fué una tarea tan gigantesca, que habría -consumido mi vida toda en acabarla, a no ocurrírseme felizmente la idea -de meter un río por la puerta, desviándole de su cauce. ¡Eso realizó el -trabajo en muy poco tiempo! - -Viendo con qué atención le escuchaban sus hermosas oyentes, les contó -luego que había matado unas aves monstruosas y había cogido vivo a un -toro bravo y le había soltado otra vez, y que había domado muchísimos -caballos muy salvajes, y vencido a Hipólita, la belicosa reina de las -Amazonas. Refirió también que había cogido el cinturón encantado que -tenía Hipólita, y se le había regalado a la hija de su primo, el rey. - ---¿Era el cinturón de Venus--preguntó la más bonita de las doncellas--, -que hace a las mujeres hermosas? - ---No--respondió el forastero--. Había sido en tiempos el tahalí de -Marte, y a quien le lleva puesto le hace valiente y animoso. - ---¡Un tahalí viejo!--exclamó la damisela, levantando la cabeza con -desdén--. ¡No daría un comino por tenerle! - ---Harías muy bien--dijo el forastero. - -Siguiendo su maravilloso relato, enteró a las doncellas de que la más -extraña de cuantas aventuras se le presentaron fué su pelea con Gerión, -el hombre de seis piernas. Bien podéis creer que sería una figura -rarísima y temerosa. Quien mirara sus huellas en la arena o en la nieve, -supondría que tres buenos compañeros habían pasado marchando juntitos. -Al oir sus pisadas a corta distancia, nada más razonable que pensar que -se acercaban varias personas. ¡Y era solamente el extraño Gerión, que -venía pisando con sus seis pies! - -¡Seis piernas y un cuerpo gigantesco! De fijo que sería un monstruo de -aspecto sorprendente. Y, amiguitos, ¡qué gasto de piel para botas! - -Cuando el forastero acabó la narración de sus aventuras, miró las -atentas caras de las doncellas. - ---Tal vez hayáis oído hablar de mí antes de ahora--dijo modestamente--. -Me llamo Hércules. - ---Ya lo habíamos sospechado--replicaron--, porque la noticia de tus -hazañas maravillosas ha corrido por todo el mundo. Ahora no nos parece -extraño que vayas en busca de las manzanas de oro de las Hespérides. -Venid, hermanas, y coronemos de flores al héroe. - -Entonces pusieron hermosas guirnaldas sobre su augusta cabeza y sus -poderosos hombros, de manera que la piel de león quedó casi enteramente -cubierta de rosas. Se apoderaron de la pesada maza y entretejieron a su -alrededor los más brillantes, los más delicados, los más olorosos -capullos, sin dejar al descubierto ni el ancho de un dedo, de su leñoso -material; parecía toda ella un enorme ramo de flores. - -Finalmente, se cogieron de las manos y danzaron a su alrededor, cantando -palabras que, sin molestarse en procurarlo, resultaban poesía y formaban -una composición coral en honor del ilustre Hércules. - -Y Hércules se puso contento, como le hubiera ocurrido a cualquier otro -héroe, al ver que aquellas hermosas jóvenes ya habían oído hablar de los -valerosos hechos que tanto trabajo y tanto riesgo le habían costado -llevar a cabo; pero no estaba aún satisfecho. No podía creer que lo -realizado mereciera tanto honor, mientras quedase alguna aventura -temeraria o difícil por emprender. - ---Queridas doncellas--dijo cuando se detuvieron para tomar aliento--, -ahora que ya sabéis mi nombre, ¿no me diréis cómo podré llegar al jardín -de las Hespérides? - ---¡Ah! ¿Te vas tan pronto?--exclamaron--. Tú, que has hecho tantas -maravillas y que has llevado una vida tan trabajosa, ¿no puedes -permitirte algún descanso a la orilla de este manso río? - -Hércules movió la cabeza. - ---Tengo que irme ahora mismo--dijo. - ---Entonces te daremos las señas lo mejor que podamos--replicaron las -jóvenes--. Tienes que ir a orilla del mar, encontrar al Viejo y -obligarle a informarte de dónde se encuentran las manzanas de oro. - ---¡El Viejo!--o repitió Hércules, riéndose de ese nombre--. ¿Y quién es -el Viejo? - ---¿Quién ha de ser? ¡El Viejo del Mar!--contestó una de las muchachas--. -Tiene cincuenta hijas y hay quien dice que son muy hermosas; pero no nos -ha parecido bien relacionarnos con ellas, porque tienen el pelo de color -verde mar y su cuerpo remata en cola como el de los peces. Tienes que -hablar con ese Viejo del Mar. Siempre está cruzando mares. Sabe cuanto -se refiere al jardín de las Hespérides, porque está en una isla que él -acostumbra a visitar. - -Hércules preguntó entonces dónde se podría encontrar más fácilmente al -Viejo, y cuando las jóvenes le hubieron informado, les dió las gracias -por todas sus bondades--por el pan y las uvas que le dieron, las flores -exquisitas con que le coronaron y los cánticos y danzas con que le -habían honrado--, y sobre todo, por haberle indicado el camino, y se -puso en marcha inmediatamente. - -Pero antes de que se hubiera alejado mucho, le llamó una de las -doncellas. - ---¡Agarra bien fuerte al Viejo cuando le cojas!--le gritó, sonriendo y -levantando un dedo para dar más fuerza a la recomendación--, y no te -asombres de ninguna cosa que pueda ocurrir. Sujétale bien, y él te dirá -lo que deseas saber. - -Hércules dió las gracias de nuevo y siguió su camino, mientras volvían -las jóvenes a su agradable tarea de trenzar guirnaldas de flores. -Siguieron hablando del héroe mucho después de haberse alejado. - ---Le hemos de coronar con nuestras más hermosas -guirnaldas--dijeron--cuando vuelva por aquí con las tres manzanas de -oro, después de haber matado al dragón de las cien cabezas. - -Mientras tanto, Hércules caminaba avanzando siempre, salvando montes y -valles y cruzando bosques solitarios. Algunas veces alzaba su maza, y al -descargar el golpe hacía astillas un poderoso roble. Tenía la -imaginación tan llena de los gigantes y monstruos que había estado -combatiendo toda su vida, que tal vez tomara al corpulento árbol por uno -de ellos. Tan ansioso estaba Hércules de dar cima a la empresa -acometida, que sentía casi haber perdido tanto tiempo con las doncellas, -malgastando aliento en el relato de sus aventuras. Esto les ocurre -siempre a las personas destinadas a llevar a cabo grandes cosas. Lo que -ya tienen hecho les parece que no vale nada, y lo que traen entre manos -les parece digno de poner en ello trabajo, correr peligros y aun -arriesgar la vida. - -Las personas que pasaran por el bosque, no podrían menos de asustarse al -verle derribar los árboles con su gran maza. De un solo golpe se rajaba -el tronco, lo mismo que herido por el rayo, y las ramas gruesas caían -crujiendo y tronchándose. - -Apresurando la marcha, sin hacer alto ni mirar hacia atrás, no tardó en -oir a los lejos el rugido del mar. Esto le hizo aumentar la velocidad -aún más, y pronto llegó a una playa en donde las olas, muy grandes, se -deshacían sobre la arena dura, formando una larga faja de espuma, blanca -como la nieve. Sin embargo, a un extremo de la playa había un sitio -agradable, en donde unos cuantos arbustos verdes trepaban sobre un -peñasco, haciendo que su roquiza superficie pareciera blanda y bella. -Una alfombra de verde hierba, profusamente mezclada con trébol oloroso, -cubría el estrecho espacio comprendido entre la base del peñasco y el -mar. ¿Y qué pudo vislumbrar Hércules allí? Pues vió a un hombre viejo, -profundamente dormido. - -Pero, ¿era real y verdaderamente un hombre viejo? Cierto que a primera -vista lo parecía; pero después de un examen detenido, semejaba más bien -alguna especie de criatura marina. Sus piernas y sus brazos tenían -escama como la de los peces; tenía las manos y los pies membranosos, a -la manera de los patos, y su luenga barba, de tinte verdoso, más parecía -un puñado de algas que una barba ordinaria. ¿No habéis visto nunca un -leño que ha sido azotado por las olas mucho tiempo, y se ha cubierto -enteramente de conchas y de algas, y que al fin, cuando se le saca a -tierra, parece haber surgido de los más profundos senos del mar? Bueno; -pues a aquel hombre anciano le hubierais tomado ni más ni menos que por -un leño así. Pero Hércules, en cuanto puso los ojos sobre aquella -extraña figura, se convenció de que no podía ser más que el Viejo, el -que había de indicarle su camino. - -Sí: era el mismísimo Viejo del Mar, de quien le habían hablado las -hospitalarias jovencitas. Dando gracias a su estrella por la buena -suerte de encontrarle dormido, Hércules fué hacia él de puntillas y le -cogió de un brazo y de una pierna. - ---Dime--exclamó antes de que el Viejo se despertase del todo--, ¿por -dónde se va al jardín de las Hespérides? - -Como os podéis figurar fácilmente, el Viejo del Mar se despertó -asustado. Pero su asombro apenas pudo ser mayor que el que tuvo Hércules -en el momento siguiente. Porque, de pronto, pareció que el Viejo se le -deshacía entre los dedos, y en su lugar se encontró sujetando a un -ciervo por una pata trasera y otra delantera. Pero siguió apretando. -Entonces desapareció el ciervo, y en su lugar había un ave marina que -chillaba y aleteaba, mientras Hércules le apretaba un ala y una pata. -Pero el ave no pudo escaparse. Inmediatamente después había un horroroso -perro de tres cabezas, que gruñó y ladró a Hércules, y mordió fieramente -las manos con que le sujetaba. Pero Hércules no le soltó. Al minuto -siguiente, en vez del perro de las tres cabezas, apareció nada menos que -Gerión, el hombre-monstruo de las seis piernas, dando puntapiés a -Hércules con cinco de ellas, para ver de libertar la otra. Pero Hércules -siguió sujetando fuerte. En seguida, no estaba allí Gerión, sino una -serpiente inmensa, como aquellas que Hércules había estrangulado en su -niñez, sólo que cien veces más grande; se retorció y se enlazó alrededor -del cuello y del cuerpo del héroe, y sacudió su cola erguida y abrió sus -espantosas fauces como para devorarle de un bocado. De manera que el -espectáculo era de lo más terrible. Pero Hércules no se desanimó ni -pizca, y estrujó la grandísima sierpe con tanta fuerza, que la hizo -silbar de dolor. - -Habéis de saber que el Viejo del Mar, aunque generalmente se parecía -muchísimo al mascarón de proa de un barco azotado por las olas, tenía el -poder de tomar cualquier forma que se le antojase. Cuando se sintió tan -fuertemente cogido por Hércules, tuvo la esperanza de producirle -sorpresa y terror tales, con sus transformaciones mágicas, que el héroe -le dejara escapar. Si Hércules hubiera aflojado un poco, el Viejo habría -ido a hundirse en el mismo fondo del mar, de donde no se hubiera -molestado en salir para contestar preguntas impertinentes. Supongo yo -que noventa y nueve personas de cada ciento se habrían asustado hasta -perder la cabeza, con la primera de sus horribles figuras, y habrían -echado a correr en seguidita. Porque una de las cosas más difíciles en -este mundo es comprender la diferencia entre los peligros reales y los -imaginarios. - -Pero como Hércules le sujetaba tan tercamente y no hacía sino estrujarle -más a cada cambio de forma, haciéndole, en realidad, no poco daño, acabó -por pensar que lo mejor sería reaparecer en su propia figura. Y así de -nuevo se mostró aquel personaje, algo pez escamoso, con membranas en -pies y manos y con una especie de mechón de algas en la barba. - ---Haz el favor de decirme qué quieres de mí--exclamó el Viejo en cuanto -pudo tomar aliento, porque el cambiar tantas veces de figura era tarea -muy fatigosa--. ¿Por qué me aprietas tan fuerte? Déjame al momento, o me -harás pensar que eres una persona sumamente incivil. - ---¡Me llamo Hércules--dijo con voz bronca el poderoso forastero--, y no -te soltaré si no me dices cuál es el camino más derecho para ir al -jardín de las Hespérides! - -Cuando el Viejo oyó quién era el que le había cogido, comprendió al -instante que sería preciso decirle todo lo que necesitaba saber. Tened -presente que el Viejo era habitante del mar y correteaba por todas -partes, como toda la gente marina. Por de contado, había oído hablar -muchas veces de la fama de Hércules, de las hazañas maravillosas que -estaba realizando a cada paso y de lo decidido que era siempre para -llevar a término cosa que emprendiera. Por tanto, no hizo ya más -esfuerzos por escapar, y dijo al héroe cómo podía encontrar el jardín de -las Hespérides, y le advirtió, además, cuáles eran las muchas -dificultades que habría de vencer antes de llegar a él. - ---Tienes que ir por aquí, por allá--dijo el Viejo del Mar después de -marcar los rumbos--, hasta que llegues a la vista de un gigante muy -alto que sostiene los cielos sobre sus hombros. Y el gigante, si es que -está de humor, te dirá exactamente dónde se encuentra el jardín de las -Hespérides. - ---Y si por casualidad el gigante no está de humor--observó Hércules -balanceando su maza en la punta de un dedo--, es muy posible que -encuentre yo manera de convencerle. - -Dando las gracias al Viejo del Mar y pidiéndole perdón por haberle -estrujado tan rudamente, emprendió de nuevo la marcha nuestro héroe. Le -ocurrieron muchas y extrañas aventuras, que valdrían muy bien la pena de -que las escucharais, si yo tuviera tiempo de narrarlas tan -detalladamente como merecen. - -En este viaje fué, si no me equivoco, donde encontró a aquel prodigioso -gigante, concertado por la Naturaleza de tan admirable manera, que cada -vez que tocaba la tierra se hacía diez veces más fuerte que antes de -caer. Se llamaba Anteo. Fácilmente comprenderéis que era cosa muy -difícil pelear con él, porque en cuanto se le derribaba a tierra de un -golpe, se levantaba de nuevo más fuerte, más fiero, más diestro para -manejar sus armas, que si el enemigo le hubiera dejado en paz. Así, -cuanto más fuerte golpeaba Hércules al gigante con su maza, más lejos -parecía de alcanzar la victoria. Yo he discutido algunas veces con -personas así, pero nunca me he peleado con ninguna. El único medio que -encontró Hércules para poner fin al combate fué el de levantar a Anteo, -sosteniéndole con los pies separados del suelo, y estrujarle, estrujarle -y estrujarle hasta que le sacó toda la resistencia del enorme cuerpo. - -Terminado este asunto, prosiguió Hércules su viaje y llegó a tierras de -Egipto, en donde le cogieron prisionero, y le habrían quitado la vida, -de no haber matado al rey del país, escapando de ese modo. Cruzó luego -los desiertos de África, y marchando lo más aprisa que pudo, llegó por -fin a la orilla del gran Océano. Y allí, a menos que pudiera andar sobre -las crestas de las olas, parecía que su viaje tenía que darse por -concluído. - -Nada había delante de él, salvo el Océano espumante, impetuoso, inmenso; -pero de pronto, al mirar hacia el horizonte, vió a mucha distancia algo -que no se veía un momento antes. Relucía con gran brillo, casi como el -redondo y dorado disco del sol cuando se alza o se pone tras el borde -del mundo. Se iba acercando evidentemente, porque a cada momento aquel -objeto maravilloso se hacía más grande y más brillante. Al cabo se -acercó tanto, que Hércules reconoció que era una inmensa copa o un tazón -enorme, hecho o de oro o de bronce pulido. Cómo podía flotar sobre el -mar, es cosa que yo no sé explicaros; pero, de todos modos, allí estaba -balanceándose sobre las olas tumultuosas, que lo mecían a un lado y a -otro, levantando sus crestas espumantes contra las paredes, pero sin -hacer pasar nunca la espuma por encima del borde. - ---He visto muchos gigantes en mi vida--pensó Hércules--, pero ninguno -que para beber necesitara copa como ésta. - -Y, verdaderamente, ¡vaya una copa que hubiera sido! Era tan grande... -tan grande... ¡Me asusta deciros lo inmensamente grande que era! Para -compararla con algo, os diré que era diez veces mayor que una gran -piedra de molino, y siendo toda de metal, flotaba sobre las olas -embravecidas más ligera que una cáscara de nuez en las aguas de un -arroyo. Las olas la empujaron hacia adelante, hasta que rozó la orilla a -corta distancia del sitio en donde estaba Hércules. - -Tan pronto como sucedió esto, comprendió lo que había de hacer: que no -le habían ocurrido tantas aventuras notables para no aprender -perfectísimamente cómo había de conducirse cuando sucediera algo que se -apartara de lo acostumbrado. Era claro como la luz del día que aquella -copa maravillosa había sido enviada sobre las olas por algún poder -oculto, y guiada hasta allí a fin de llevar a Hércules a través del -mar, siguiendo su ruta hacia el jardín de las Hespérides. En -consecuencia, sin perder momento saltó por encima del borde y se deslizó -hasta el fondo, en donde, extendiendo su piel de león, se dispuso a -reposar un poquito. Hasta entonces, apenas si había descansado desde que -se despidió de las jovencitas a la orilla del río. Las olas se -estrellaban, con agradable y metálico sonido, contra la superficie de la -cóncava copa; la bamboleaban ligeramente de un lado para otro, y el -movimiento era tan suave, que Hércules, blandamente mecido, cayó pronto -en un sueño delicioso. - -Llevaba ya mucho tiempo de siesta, probablemente, cuando la copa acertó -a tropezar contra una roca, y en consecuencia resonó y repercutió, a -través de su substancia de oro o de bronce, cien veces más fuerte que la -mayor campana de iglesia que hayáis podido oir. Al ruido despertó -Hércules, que inmediatamente se levantó y examinó el lugar en que se -hallaba. No tardó mucho en reconocer que la copa había flotado a través -de gran parte del mar, y estaba acercándose a la costa de lo que le -pareció ser una isla. Y en aquella isla, ¿qué pensaréis que vió? - -No, no lograréis jamás adivinarlo, ni aun cuando lo intentéis cincuenta -mil veces. Creo positivamente que aquél fué el más admirable -espectáculo de cuantos había visto Hércules en todo el curso de sus -maravillosos viajes y aventuras. Era una maravilla más grande que la -hidra de las nueve cabezas, que se duplicaban a medida que las iban -cortando; más grande que el hombre-monstruo de las seis piernas; más -grande que Anteo; más grande que todo lo que haya podido ver nadie antes -o después de los días de Hércules, y que cualquier cosa que haya aún de -ser vista por los viajeros de los tiempos futuros. ¡Era un gigante! - -Pero, ¡qué gigante más intolerablemente enorme! Un gigante alto como una -montaña; un gigante tan grande, que las nubes rodeaban su talle como un -cinturón y pendían de sus mejillas como una barba blanca, y volaban por -delante de sus ojos inmensos, de modo que no le dejaban ver ni a -Hércules ni a la copa de oro en que viajaba. Y lo más maravilloso de -todo era que el gigante tenía levantadas sus grandes manos, y parecía -sostener el cielo, que según pudo entrever Hércules a través de las -nubes, se apoyaba sobre su cabeza. Realmente, esto parece demasiado para -creerlo. - -Mientras tanto, la copa resplandeciente seguía flotando y avanzando -hasta tocar la orilla. En aquel momento la brisa barrió las nubes que -ocultaban la cara del gigante, y Hércules contempló sus enormes -facciones: ojos que - -[imagen] - -parecían lagos, nariz de una milla de largo y boca de igual anchura. Con -su enormidad de tamaño tenía un terrible aspecto, pero desconsolado y -fatigado, como le podemos observar ahora en muchas personas obligadas a -sobrellevar cargas excesivas para sus fuerzas. Lo que era el cielo para -el gigante, son los cuidados de la tierra para los que se dejan aplastar -por ellos. ¡Cuántas veces acometen los hombres más de lo que permiten -sus facultades, y encuentran su perdición, como al pobre gigante le -había ocurrido! - -¡Pobre hombre! Evidentemente llevaba allí una larga temporada. Una selva -espesa había crecido y envejecido alrededor de sus pies, y encinas de -seis o siete siglos habían brotado y arraigado entre sus dedos. - -El gigante miró entonces hacia abajo desde la remota altura de sus ojos -enormes, y divisando a Hércules, gritó con voz que parecía un trueno -salido de la nube que acababa de quitarse de delante de su cara: - ---¿Quién anda ahí entre mis pies? ¿De dónde vienes en esa tacita? - ---¡Soy Hércules!--tronó el héroe con voz tan fuerte o poco menos como la -del gigante--. Voy en busca del jardín de las Hespérides. - ---¡Oh! ¡Oh!--rugió el gigante en un acceso de risa inmenso--. Si que es -una aventura prudente. - ---¿Y por qué no?--exclamó Hércules, un tanto enojado por la hilaridad -del gigante--. ¿Piensas que tengo miedo al dragón de las cien cabezas? - -Mientras estaban hablando, se reunieron unas cuantas nubes negras -alrededor de la cintura del gigante y estalló una tormenta de truenos y -relámpagos, causando tal estrépito, que Hércules no pudo entender ni -palabra. Únicamente se veían las piernas inmensas del gigante bajo la -negrura de la tempestad, y de cuando en cuando aparecía momentáneamente -su figura entera envuelta en la niebla. Parecía estar hablando la mayor -parte del tiempo; pero su enorme, profunda y ronca voz se confundía con -el retumbar de los truenos, e iba, como ellos, rodando sobre las -montañas. De ese modo, hablando fuera de oportunidad, el aturdido -gigante malgastó inútilmente cantidad incalculable de aliento, porque el -trueno hablaba tan alto como él. - -Al fin cesó la tempestad tan súbitamente como había empezado. De nuevo -pudo verse el cielo sereno, y al fatigado gigante sosteniéndolo, y la -luz del sol irradiando sobre su colosal altura, iluminándole y -haciéndole destacarse sobre el fondo negro de las nubes tempestuosas ya -lejanas. Tan por encima del chaparrón había quedado su cabeza, que ni un -solo cabello se le había mojado con la lluvia. - -Cuando el gigante pudo ver a Hércules, en pie todavía a la orilla del -mar, le gritó de nuevo: - ---Yo soy Atlas, el gigante más fuerte del mundo, y sostengo el cielo -sobre mi cabeza. - ---Ya lo veo--contestó Hércules--; pero, ¿no puedes enseñarme el camino -del jardín de las Hespérides? - ---¿Qué buscas allí?--preguntó el gigante. - ---Quiero tres manzanas de oro--gritó Hércules--para mi primo, el rey. - ---Nadie más que yo--afirmó el gigante--puede ir al jardín de las -Hespérides y coger las manzanas de oro. Si no fuera por este encarguito -de sostener el cielo, daría media docena de zancadas a través del mar y -te las traería. - ---Eres muy amable--replicó Hércules--. ¿Y no puedes dejar el cielo -apoyado sobre una montaña? - ---No hay ninguna de bastante altura--dijo Atlas, moviendo la cabeza--; -pero si fueras a ponerte en la cima de esa que está más cerca, quedaría -tu cabeza casi a nivel con la mía. Pareces ser muchacho forzudo. ¿Por -qué no tomas mi carga sobre tus hombros, mientras yo hago ese recado por -ti? - -Hércules, según recordaréis, era un hombre notablemente vigoroso, y -aunque el sostener el cielo requiere gran dosis de fuerza muscular, si -algún mortal había a quien pudiera suponerse capaz de semejante hazaña, -era él. Sin embargo, tan difícil parecía aquéllo, que vaciló por vez -primera en su vida. - ---¿Pesa mucho el cielo?--preguntó. - ---¡Bah! No gran cosa, al principio--respondió el gigante encogiendo los -hombros--; pero al cabo de un millar de años, se hace un poquito pesado. - ---¿Y cuánto tiempo tardarás--preguntó el héroe--en traerme las manzanas -de oro? - ---¡Oh! Eso es cosa de un momento--exclamó Atlas--; salvaré doce o quince -leguas de cada paso, e iré y volveré antes de que empiecen a dolerte los -hombros. - ---Entonces, bueno--respondió Hércules--. Subiré a la montaña que hay -detrás de ti y te libraré de tu carga. - -La verdad es que Hércules era muy compasivo de suyo, y consideró que -haría un gran favor al gigante proporcionándole aquella oportunidad de -hacer una escapatoria. Además, pensó que si lograba sostener el cielo, -alcanzaría más gloria que realizando hazaña tan corriente como vencer a -un dragón de cien cabezas. En consecuencia, sin decir más palabra, -Hércules levantó el cielo de las espaldas de Atlas y lo puso sobre las -suyas. - -Cuando quedó ultimado el trueque sin novedad, lo primero que hizo el -gigante fué desperezarse, y os podéis figurar qué prodigioso espectáculo -sería. Primero, con mucho cuidadito, sacó un pie de la selva que había -crecido alrededor; luego, el otro. Después, de pronto, comenzó a brincar -y a saltar y a bailar de alegría por verse libre. Se lanzaba al aire, -nadie sabe hasta qué altura, y al dar de nuevo en el suelo, era tan -grande el golpe, que toda la Tierra temblaba. Después se echó a reir con -tal estruendo, que su carcajada repercutió de montaña en montaña, cerca -y lejos, como si el gigante y ellas fueran otros tantos hermanos -regocijados. Cuando se calmó un poco su alegría, echó a andar por el -mar; diez leguas avanzó del primer paso, llegándole el agua a media -pierna; diez leguas del segundo, con el agua justamente a las rodillas, -y otras diez leguas del tercero, con lo cual iba sumergido hasta cerca -de la cintura. - -Hércules miraba cómo iba avanzando el gigante. Realmente, era -maravilloso ver aquella inmensa forma humana a más de treinta leguas, -medio sumergida en el Océano, pero con su mitad superior tan alta, -brumosa y azulada como una montaña lejana. Al cabo, la forma gigantesca -se perdió enteramente de vista, y entonces fué cuando se puso Hércules a -considerar qué haría en el caso de que Atlas se ahogara en el mar o -fuera muerto a dentelladas por el dragón de las cien cabezas que -guardaba las manzanas de oro del jardín de las Hespérides. Si ocurría -tal desgracia, ¿cómo podría llegar a desembarazarse del cielo? Porque, -entre paréntesis, ya comenzaba su peso a ser un poquito molesto para su -cabeza y sus hombros. - ---Compadezco al pobre gigante--pensó Hércules--. Si el cielo me pesa -tanto en diez minutos, ¡cuánto no le habrá pesado a él en mil años! - -¡Oh, hijitos!... No tenéis idea de lo que pesaba ese cielo azul que tan -aéreo y tenue parece sobre nuestras cabezas. Y hay que tener en cuenta, -además, el viento impetuoso y las frías y húmedas nubes, y el sol -abrasador, todo lo cual contribuía a que Hércules se encontrara -incómodo. Comenzó a temer que el gigante no volviera nunca. Miró -atentamente el mundo que tenía debajo, y reconoció que se era mucho más -feliz siendo pastor al pie de una montaña, que estando en su cumbre -vertiginosa sosteniendo el firmamento con cuerpo y alma. Porque, según -comprenderéis, desde luego tenía Hércules tan inmensa responsabilidad -sobre su conciencia como peso sobre la cabeza y los hombros; porque, si -no mantenía perfectamente firme al cielo, y no le conservaba inmóvil, -podría ocurrir que el sol se desquiciase, o que, después de anochecer, -se salieran muchas estrellas de su sitio y cayeran como lluvia de fuego -sobre la cabeza de las gentes. Y ¡qué vergüenza para el héroe si, por no -aguantar firme el peso, crujía el cielo y se rajaba de punta a punta! - -No sé cuánto tiempo hubo de pasar antes de que, con alegría indecible, -viera de nuevo la inmensa forma del gigante, como una nube, en el remoto -límite del mar. Cuando se acercó, alzó Atlas la mano, y Hércules pudo -distinguir tres magníficas manzanas de oro, grandes como calabazas, -pendientes todas de una rama. - ---Me alegro de volverte a ver--gritó Hércules, cuando el gigante estuvo -suficientemente cerca para oirle--. ¿De modo que traes las manzanas de -oro? - ---Claro, claro--respondió Atlas--. ¡Y qué hermosas son! He cogido las -mejores que había en el árbol; puedes creerme, sí, y el dragón de las -cien cabezas es cosa digna de verse. Después de todo, mejor sería que -hubieras ido tú mismo a buscarlas. - ---No importa--replicó Hércules--. Has hecho una excursión agradable y -arreglado el asunto tan bien como hubiera podido hacerlo yo mismo. Te -doy las gracias muy de veras por tu molestia. Y ahora, como he de ir -lejos y tengo prisa, porque el rey, mi primo, está impaciente por -recibir las manzanas de oro, ¿tendrás la amabilidad de volver a coger el -cielo y quitarle de encima de mis hombros? - ---En eso--dijo el gigante tirando al aire las manzanas a veinte leguas -de altura o cosa así, y cogiéndolas cuando caían--, en eso me parece, mi -buen amigo, que eres poco razonable. ¿No podría llevar yo las manzanas -de oro al rey, tu primo, mucho más de prisa que tú? Ya que Su Majestad -tiene tanto afán por recibirlas, yo te prometo dar las zancadas más -largas que pueda. Y además, que no tengo humor de cargar ahora mismo con -el cielo otra vez. - -Al oir esto se impacientó Hércules, e hizo un gran movimiento de -hombros. Era durante el crepúsculo, y hubierais podido ver caer de su -sitio dos o tres estrellas. Todo el mundo, en la Tierra, miró hacia -arriba asustado, pensando si el cielo se caería inmediatamente después. - ---¿Qué es eso?--gritó el gigante Atlas riendo estrepitosamente--. En los -últimos cinco siglos no he dejado yo caer tantas estrellas. Cuando -lleves ahí tanto tiempo como he estado yo, aprenderás a tener calma. - ---¡Cómo!--gritó Hércules muy rabioso--. ¿Te propones hacerme sostener -esta carga toda la vida? - ---Eso lo veremos un día de éstos--respondió el gigante--. Y, en todo -caso, no debes quejarte si tienes que aguantarla cien años o mil. Mucho -más tiempo la he sostenido yo, a pesar del dolor de espaldas. Si al cabo -de mil años me da la humorada, muy bien puede suceder que venga a -relevarte. Eres hombre muy fuerte, y nunca tendrás mejor ocasión de -demostrarlo. La posteridad hablará de ti, te lo aseguro. - ---¡Me importa un rábano que hable o no hable!--exclamó Hércules con otra -sacudida de hombros--. Sostén el cielo un instante con la cabeza, -¿quieres? Voy a hacerme una almohadilla con mi piel de león, para apoyar -el peso encima. Realmente me está despellejando, y me causaría una -molestia innecesaria en tantos siglos como he de estar aquí. - ---Eso sí lo haré--dijo el gigante, que no quería mal a Hércules, y si se -portaba de tal manera lo hacía sólo por buscar, con demasiado egoísmo, -su propia conveniencia--. Consiento en sostener otra vez el cielo, cinco -minutos justos; pero cinco minutos nada más, acuérdate bien. No tengo -ganas de pasar otros mil años como estos últimos. La variedad es la sal -de la vida. - -¡Ah, y qué torpe era aquel gigante! Echó a rodar las áureas manzanas, y -recibió otra vez el cielo de la cabeza y las espaldas de Hércules sobre -las suyas, que eran las que debían sostenerle. Hércules recogió las tres -manzanas de oro, grandes como calabazas, o más, y se fué derechito hacia -su casa, sin prestar la más pequeña atención a las desaforadas voces que -le daba el gigante, gritándole que volviera. Alrededor de sus pies -creció una nueva selva, y se hizo vieja allí, y otra vez pudieron verse -robles de cinco o seis siglos, que se habían hecho añosos entre sus -enormes dedos. - -Y allí está el gigante aún, o por lo menos allí hay una montaña tan alta -como él y que lleva su nombre. Y cuando el trueno retumba en la cima, -podemos figurarnos que es la voz del gigante Atlas, que en vano llama a -Hércules. - -[imagen] - - - - -[imagen] - - - - -AL AMOR DE LA LUMBRE - - -Primo Eustaquio--preguntó Trébol, que durante todo el cuento había -estado sentado a los pies del narrador con la boca abierta--, ¿qué -altura exacta tenía el gigante? - ---¡Oh, Trébol, Trébol!--exclamó el estudiante--. ¿Te figuras que estaba -yo allí con la vara en la mano para medirle? En fin, si quieres saberlo, -poco más o menos, supongo que debía tener de tres a quince millas de -alto. - ---¡Dios mío--dijo el niño con un gruñido de satisfacción--, eso es ser -gigante de veras! ¿Y qué largo tenía el dedo meñique? - ---Desde esta casa al lago--dijo Eustaquio. - ---¡Eso es ser gigante de veras!--repitió Trébol, en éxtasis ante la -precisión de las medidas--. ¿Y qué anchura tendrían los hombros de -Hércules? - ---Eso no lo he podido averiguar nunca--respondió el estudiante--. Pero -me figuro que debían ser un poco más anchos que los míos o que los de tu -padre, y en general un poco más que los de cualquier hombre de los de -ahora. - ---Quisiera--murmuró Trébol, acercando sus labios al oído del -estudiante--que me dijeras qué tamaño tenían las encinas que brotaron -entre los dedos del gigante. - ---Eran más grandes--dijo Eustaquio--que el castaño que hay delante de la -casa del capitán Smith. - ---Eustaquio--observó el señor Pringle, después de un momento de -meditación--, me es imposible expresar respecto de este cuento una -opinión que halague tu amor propio de autor. Te aconsejo que no vuelvas -a meterte con los mitos clásicos. Tu imaginación es completamente -gótica, e inevitablemente dará un carácter gótico a todo lo que toques. -Lo cual es de tan mal efecto como embadurnar con pintura una estatua de -mármol. ¡Ese gigante! ¿Cómo te has atrevido a intercalar esa masa -inmensa y desproporcionada entre los correctos perfiles de la fábula -griega, cuya tendencia es reducir a límite hasta lo extravagante, a -fuerza de dominadora elegancia? - ---He descrito al gigante como me ha parecido--respondió Eustaquio un -poco molesto--. Y si usted, señor, quiere tomarse el trabajo de poner -su entendimiento en relación con esas fábulas, como es de necesidad si -ha de modelarlas usted de nuevo, verá usted, sin duda, que un griego -antiguo no tenía más derecho sobre ellas que un yanqui moderno. Son -propiedad común del mundo, y en todos los tiempos. Los antiguos poetas -las amoldaron a su gusto, y ellas cedieron entre sus manos con su -plasticidad maravillosa. ¿Por qué no han de ceder también entre las -mías? - -El señor Pringle no pudo contener una sonrisa. - ---Y además--continuó Eustaquio--, en el momento en que pone usted en un -molde clásico algo que sea calor de corazón, pasión o afecto, moralidad -divina o humana, lo convierte usted en algo completamente distinto de lo -que fué antes. Mi opinión es que los griegos, al tomar posesión de estas -leyendas, que fueron patrimonio inmemorial de la Humanidad, y ponerlas -en forma de belleza, indestructible, es cierto, pero fría y sin corazón, -han hecho a todos los siglos subsiguientes un daño irreparable. - ---Que tú, sin duda, has nacido para remediar--dijo el señor Pringle, -echándose a reir--. Está bien; sigue, sigue, pero sigue también mi -consejo, y no imprimas nunca ninguna de tus historias vestidas de -máscara. Y para tu próximo esfuerzo, ¿por qué no intentas renovar -alguna de las leyendas de Apolo? - ---¡Ah, señor mío! Me lo propone usted como si fuera un -imposible--observó el estudiante después de un momento de reflexión--. Y -a decir verdad, a primera vista, la idea de un Apolo gótico parece un -tanto descabellada; pero aprovecharé la indicación, y no desespero de -hacer algo que valga la pena. - -Durante la discusión precedente, los niños, que no entendieron palabra -de ella, se habían ido quedando dormidos, y ahora los mandaron a la -cama. Se oían sus vocecillas soñolientas, mientras iban subiendo la -escalera, y un viento Noroeste rugía ásperamente entre las copas de los -árboles y cantaba antífonas en torno a la casa. Eustaquio Bright se -volvió al despacho, y de nuevo intentó forjar unos cuantos versos, pero -se quedó dormido entre dos rimas. - -[imagen] - - - - -EL CÁNTARO MILAGROSO - - - - -[imagen] - - - - -EN LA VERTIENTE DE LA COLINA - - -¿Dónde y cómo piensan ustedes que volvemos a encontrar a los niños? No -ya en invierno, sino en el alegre mes de Mayo. No ya en el cuarto de -juegos de Tanglewood, ni junto a la lumbre, sino a media vertiente de -una monstruosa colina o más bien montaña, porque acaso montaña nos -podamos atrever a llamarla. Habían subido de casa con el valeroso -propósito de subir esta alta colina hasta la misma pelada cumbre. Claro -que no era tan alta como el Chimborazo o el Mont-Blanc. Pero, de todos -modos, era más alta que miles de collados o que millones de toperas. Y -medida en relación de los pasos cortos de los niños pequeños, se la -podía considerar como montaña verdaderamente respetable. - -¿Iba con ellos el primo Eustaquio? De eso pueden ustedes estar seguros; -porque, a no ser así, ¿cómo iba el libro a adelantar un solo paso? -Estaba ahora en sus vacaciones de primavera, tenía próximante el mismo -aspecto que cuando le vimos hace cuatro o cinco meses, excepto que si se -le miraba muy de cerca, se podía advertir sobre el labio superior un -asomo de bigote sumamente cómico. Dejando aparte esta señal de madura -virilidad, pueden ustedes seguir considerando a Eustaquio tan chiquillo -como cuando le conocieron por vez primera. Seguía tan alegre, tan -divertido, tan de buen humor, tan ligero de pies y de ingenio, y -continuaba siendo el favorito de los pequeñuelos, como lo había sido -siempre. Esta expedición a la montaña era por completo idea suya. Y -durante todo el camino cuesta arriba, había ido animando a los mayores -con su alegre voz; y cuando los pequeños se cansaban, los llevaba a -cuestas por turno. De este modo habían pasado ya los huertos y los -pastos de la parte baja de la colina, y habían llegado al bosque que -trepa hacia la cumbre pelada. - -El mes de Mayo se había portado esta vez mejor que de costumbre, y era -el día más agradable que pudiera desear un corazón de hombre o de niño. -Monte arriba, la gente menuda iba encontrando infinidad de violetas, -azules, y blancas, y algunas tan doradas como si las hubiese tocado el -mismo Midas. Las margaritas blancas cubrían las praderas. En el linde -del bosque había columbinas rojo pálido, tan modestas que a toda costa -querían esconderse del sol, y geranios silvestres, y las mil flores -blancas del fresal silvestre... - -Pero no malgastemos nuestras valiosas páginas en hablar tontamente de la -primavera y de sus flores. Hay algo, me parece, más interesante de que -tratar. Si miráis al grupo de niños, veréis que están todos reunidos en -torno de Eustaquio, el cual, sentado en el tronco de un árbol caído, -parece estar a punto de empezar un cuento. El caso es que los más -jóvenes de la tropa han encontrado que hacen falta demasiados pasos para -medir la altura de la colina, y por lo tanto, el primo Eustaquio ha -decidido dejarles en este mismo sitio, a mitad de camino, esperando a -que el grupo de mayores termine la ascensión y vuelva a buscarles. Y -como se quejan un poco, porque no les gusta que les dejen atrás, les -reparte unas cuantas manzanas que saca del bolsillo, y les propone -contarles un cuento muy bonito. Con lo cual vuelven a alegrarse, y -cambian sus miradas ofendidas en la más radiante de las sonrisas. - -En cuanto al cuento, yo, que estaba escondido detrás de unas matas, le -pude oir, y os le contaré en las páginas siguientes. - -[imagen] - - - - -[imagen] - - - - -EL CÁNTARO MILAGROSO - - -Una tarde, hace mucho tiempo, el anciano Filemón y su mujer, Baucis, -también anciana, estaban sentados a la puerta de su cabaña, disfrutando -la tranquila y hermosa puesta de sol. Ya habían cenado frugalmente, y -querían pasar una o dos horas tranquilas antes de acostarse. Hablaban de -su huerto, de su vaca, de sus abejas y de su parra, que trepaba por la -pared de la choza, y cuyos racimos empezaban ya a ponerse color púrpura. -Pero del pueblo próximo llegaban hasta ellos gritos de chiquillos y -ladridos de perros, que cada vez iban siendo más fuertes; tanto, que -Filemón y Baucis apenas podían entenderse. - ---Mujer--dijo Filemón--, temo que algún pobre viajero venga buscando -hospitalidad, y que nuestros vecinos, en vez de darle alimento y -posada, hayan soltado contra él los perros, como acostumbran. - ---Sí--respondió Baucis--. Ya podían nuestros vecinos tener un poco más -de bondad con sus semejantes, y no educar a sus hijos en tan malos -sentimientos, animándoles a tirar piedras a los forasteros. - ---Estos niños nunca harán nada bueno--dijo Filemón moviendo la cabeza ya -blanca--. A decir verdad, esposa mía, no me sorprenderá que el día menos -pensado suceda algo terrible a todas las gentes del pueblo, si es que no -se enmiendan. Pero tú y yo, mientras la Providencia nos dé un pedazo de -pan, estaremos dispuestos a repartirlo con cualquier pobre forastero que -lo necesite. - ---Es verdad--dijo Baucis--. Así lo haremos. - -Estos dos viejos eran muy pobres y tenían que trabajar mucho para vivir. -Filemón cultivaba cuidadosamente su huerto, mientras Baucis estaba -siempre hilando en su rueca o haciendo un poco de manteca y de queso con -la leche de su vaca, o arreglando la casa. Su alimento consistía casi -siempre en pan, leche y verduras, y algunas veces un poco de miel de su -colmena o un racimo de uvas de la parra. Pero eran dos personas de las -mejores del mundo, y con alegría se hubiesen quedado alguna vez sin -comer, con tal de no negar un pedazo de su pan moreno, una taza de leche -recién ordeñada y una cucharada de miel, al caminante cansado que pasase -por su puerta. Les parecía que tales huéspedes tenían una especie de -santidad, y que, por lo tanto, estaban obligados a tratarles mejor que a -sí mismos. - -La cabaña estaba en una altura a alguna distancia del pueblo, que yacía -en un hondo valle de una media milla de ancho. Aquel valle, en tiempos -pasados, cuando el mundo era nuevo, probablemente había sido el lecho de -un lago. Allí habían vivido peces, y en las orillas habían crecido -juncos, y los árboles y las colinas habían visto reflejada su imagen en -el ancho y pacífico espejo. Pero cuando las aguas disminuyeron, los -hombres cultivaron el suelo y edificaron casas sobre él; de modo que a -la sazón era un terreno fértil y no quedaban más huellas del antiguo -lago que un arroyo que iba haciendo curvas por en medio del pueblo y -surtía de agua a los habitantes... Tanto tiempo hacía que el valle era -terreno seco, que habían nacido en él árboles, habían crecido robustos, -se habían muerto de viejos y habían sido sustituídos por otros que ya -eran tan altos y majestuosos como los primeros. Nunca ha habido valle -más hermoso ni más fértil. Sólo la vista de la abundancia que les -rodeaba hubiera debido hacer a sus habitantes buenos y compasivos, -dispuestos a demostrar su gratitud a la Providencia, haciendo bien a sus -semejantes. - -Pero, triste es decirlo, los moradores de aquel hermoso valle no eran -dignos de vivir en lugar sobre el cual había sonreído el cielo con tal -benevolencia. Eran egoístas y duros de corazón, no tenían lástima de los -pobres ni simpatía hacia los desvalidos. Si alguien les hubiese dicho -que todo ser humano tiene una deuda de amor para con los demás hombres, -porque ese es el único modo de pagar el amor que a todos nos tiene la -Providencia, se hubiesen echado a reir. Trabajo os costará creer lo que -voy a contaros. Aquellas gentes malvadas enseñaban a sus hijos a ser -peores que ellos, y aplaudían para animarlos, viendo a los niños y a las -niñas correr detrás de algún forastero pobre, dando gritos y tirándole -piedras. Criaban perros grandes y feroces, y cuando un viajero se -atrevía a pasar por las calles del pueblo, aquellos animales le seguían, -ladrando y enseñando los dientes. Luego, si podían, le mordían una -pierna o la ropa, y si andrajoso estaba el infeliz antes de entrar en el -pueblo, cuando salía de él era una pura lástima. Cosa terrible para los -pobres caminantes, como podréis suponer, especialmente cuando acertaban -a estar enfermos - -[imagen] - -[imagen] - -o débiles, o eran cojos o viejos. Estos infelices (si sabían ya de antes -el modo de portarse que tenían aquellos niños y aquellos perros) eran -capaces de rodear leguas enteras por no volver a pasar por el pueblo. - -Y lo peor de todo era que cuando acertaba a pasar por allí algún viajero -que llevase coche con buenos caballos, y sirvientes con ricas libreas -acompañándole, no había gentes más amables y obsequiosas que los -habitantes de aquel pueblo. Se quitaban todos el sombrero y hacían -profundas reverencias. Y si los niños chillaban por costumbre, de seguro -se ganaban un buen pellizco; y si un solo perro se atrevía a ladrar, su -amo le daba una paliza y le ataba sin darle de cenar; todo lo cual -hubiera estado muy bien, a no ser porque demostraba que los aldeanos se -preocupaban mucho del dinero que los forasteros pudieran llevar en el -bolsillo, y nada del alma humana, que lo mismo vive en el mendigo que en -el príncipe. - -Ahora podéis comprender por qué el anciano Filemón y su mujer, Baucis, -hablaban con tanta tristeza al oir los gritos y ladridos que les -llegaban desde el extremo de la calle del pueblo. - ---Nunca he oído a los perros ladrar tan fuerte--observó el buen anciano. - ---Ni a los chiquillos gritar tanto--respondió su mujer. - -Se miraban cabeceando, y el ruido se acercaba cada vez más, hasta que al -pie mismo de la altura sobre la cual estaba edificada su casita, vieron -a dos caminantes que se acercaban. Los perros les seguían de cerca, -ladrando. Un poco detrás venía corriendo multitud de chiquillos que -chillaban y tiraban piedras a los dos forasteros. Una o dos veces, el -más joven de los dos (era delgado y de aspecto muy vivo) se volvió y -golpeó a los perros con un bastón que llevaba en la mano. Su compañero, -que era muy alto, andaba despacio, como si no se dignase reparar en los -chiquillos ni en los perros. - -Los dos viajeros iban pobremente vestidos, y parecía que no tuviesen -dinero bastante en el bolsillo para pagar el alojamiento de una noche. -Por eso, sin duda, los del pueblo habían consentido a sus hijos y a sus -perros que les tratasen tan mal. - ---Vamos, mujer--dijo Filemón--, salgamos al encuentro de esas pobres -gentes. Sin duda les falta valor para subir hasta aquí. - ---Anda tú--dijo la mujer--, mientras yo voy dentro y veo si encuentro -algo que darles de comer. Una buena taza de sopas de leche me parece que -les sentaría admirablemente. - -Diciendo esto, entró en la casa. Filemón, por su parte, se adelantó y -alargó la mano con aire tan hospitalario, que no era menester decir lo -que, sin embargo, dijo con el tono más amable que podáis figuraros. - ---¡Bien venidos, señores forasteros, bien venidos! - ---Gracias--respondió el más joven con tono jovial, a pesar de su -cansancio y su molestia--. Éste es un recibimiento muy distinto del que -hemos encontrado en el pueblo. ¿Cómo vives en tan mala vecindad? - ---¡Ah!--observó Filemón con tranquila y bondadosa sonrisa--, creo que la -Providencia me ha puesto aquí, entre otras razones, para que pueda -desagraviaros por la falta de hospitalidad de mis vecinos. - ---¡Bien dicho, viejo!--exclamó el viajero echándose a reir--. Y a decir -verdad, desagravios necesitamos mi compañero y yo. Esos chiquillos, -¡grandísimos tunantes!, nos han puesto perdidos de barro, y uno de los -perros me ha rasgado la capa, que ya estaba la pobre bastante andrajosa. -Pero le he dado en el hocico con el bastón. Me figuro que le habréis -oído aullar desde aquí. - -Filemón se alegró al verle tan contento. En realidad, nadie hubiese -dicho, por su risueño aspecto y sus modales, que venía cansado por todo -un largo día de viaje, ni que estaba descorazonado por el mal trato que -encontró para fin de jornada. Iba vestido de modo más bien extraño, y -llevaba una especie de gorro, cuyas alas sobresalían a los lados. Aunque -era tarde de verano, llevaba capa y se envolvía estrechamente en ella, -acaso porque la ropa que llevaba debajo estaba demasiado rota. A Filemón -le sorprendió también la forma extraña de sus zapatos; pero estaba -anocheciendo, y como el anciano tenía ya la vista cansada, no pudo darse -cuenta exacta de en qué consistía la rareza. Una cosa le intrigaba sobre -todo: el viajero era tan extraordinariamente ligero y activo, que -parecía como si los pies se le levantasen del suelo por sí mismos y -tuviese que sujetarlos a la fuerza. - ---En mi juventud tenía yo también los pies ligeros--dijo Filemón al -caminante--, pero recuerdo que al llegar la noche solía tenerlos un poco -cansados. - ---No hay nada como un buen bastón para aligerar el camino--respondió el -forastero--, y el mío es excelente, como puedes ver. - -El bastón, en efecto, era el más extraño que Filemón había visto en su -vida. Estaba hecho de madera de olivo y tenía en el puño como un par de -alitas. Dos serpientes, talladas en la madera, se retorcían en derredor -del palo, y estaban tan bien esculpidas, que al anciano Filemón (cuyos -ojos, como ya he dicho, estaban un poco torpes) casi le parecieron -vivas. - ---Curioso trabajo, en verdad--dijo--. ¡Un bastón con alas! No haría mal -caballito de palo para un niño. - -Filemón y sus huéspedes habían ya llegado a la puerta de la casa. - ---Amigos--dijo el viejo--, sentaos y descansad en este banco. Mi mujer, -Baucis, ha ido a ver qué puede daros de comer. Somos pobres, pero -vuestro es todo lo que haya en la alacena. - -El más joven de los viajeros se tendió descuidadamente en el banco y -dejó caer el bastón. Y sucedió una cosa maravillosa. El bastón pareció -levantarse del suelo con movimiento propio, y extendiendo su par de -diminutas alas fué medio volando, medio saltando, a apoyarse en la -pared. Allí se estuvo quieto, pero las serpientes se retorcían. Esto vió -Filemón; pero, a mi parecer, los ojos cansados le hacían ver visiones. - -Antes de que pudiesen preguntar nada, el viajero de más edad distrajo su -atención del bastón, diciéndole: - ---¿No había aquí, en tiempos muy antiguos, un lago que cubría el lugar -donde ahora está la aldea? - -La voz del forastero era extraordinariamente grave. - ---No en mis días, amigo--respondió Filemón--, y eso que, como ves, soy -ya viejo. Siempre hubo, como ahora, los mismos campos y las mismas -praderas, y los árboles viejos, y el arroyo que murmura en medio del -valle. Ni mi padre ni el padre de mi padre vieron cosa distinta, y sin -duda todo estará lo mismo cuando el viejo Filemón esté ya muerto y -olvidado. - ---Eso ya no se puede asegurar--observó el forastero, y en su voz había -severidad extraordinaria. Movió la cabeza, sacudiendo con el movimiento -su cabello negro y rizado--. Puesto que los habitantes de este valle han -olvidado los afectos y simpatías de su naturaleza, más valdría que el -lago cayese de nuevo sobre sus moradas. - -El viajero parecía tan serio, que Filemón casi se asustó; tanto más, -cuanto que al fruncir él el ceño, el crepúsculo pareció obscurecerse de -pronto, y cuando movió la cabeza sonó un trueno en el aire. - -Pero, un momento después, el rostro del viajero volvió a ser tan amable -y bondadoso, que el anciano olvidó su terror casi por completo. Sin -embargo, no pudo menos de pensar que aquel caminante no era un ser -vulgar, aunque iba vestido tan modestamente y viajaba a pie. No es que -Filemón le tomase por algún príncipe disfrazado o cosa por el estilo; -más bien creyó que sería algún hombre muy sabio, que andaba por el mundo -en tan pobre atavío despreciando la riqueza y los bienes terrenos, y -buscando por todas partes algo que pudiese aumentar su sabiduría. Esta -idea parecía más probable, porque cuando Filemón alzó los ojos hasta el -rostro del viajero, le pareció ver más pensamiento en una sola mirada de -las suyas, que todo el que hubiese podido dar una vida entera consagrada -al estudio. - -Mientras Baucis estaba preparando la comida, los viajeros empezaron -a charlar con Filemón muy amablemente. El más joven era -extraordinariamente locuaz, y hacía observaciones tan agudas e -ingeniosas, que el buen hombre no podía menos de echarse a reir, y -pensaba que nunca había tropezado con persona más divertida. - ---Amigo--le preguntó, cuando ya fué tomando más confianza--, ¿cómo te -llamas? - ---Soy bastante vivo, como ves--respondió el viajero--; así es que puedes -llamarme Azogue; creo que el nombre no me estará mal. - ---¿Azogue?--repitió Filemón, mirando cara a cara al viajero, por ver si -se estaba burlando de él--. Sí que es nombre raro. Y tu compañero, -¿también tiene uno por el estilo? - ---Pregunta al trueno y te lo dirá--respondió Mercurio misteriosamente--. -No hay voz bastante fuerte para pronunciarle. - -Esta observación, fuese en serio o en broma, hubiese asustado un tanto a -Filemón, si al mirar al forastero de más edad no hubiese reparado en la -expresión extraordinariamente bondadosa de su rostro. Sin duda era la -figura más grandiosa que había visto nunca. - -Cuando hablaba, lo hacía con gravedad y de tal modo, que Filemón se -sentía irresistiblemente impulsado a decirle todo lo que tenía en el -corazón. Esto es lo que las gentes sienten siempre cuando se encuentran -con una persona lo suficientemente sabia y prudente para comprender todo -el bien y el mal, y no despreciar ni lo uno ni lo otro. - -Pero Filemón, hombre sencillo y bondadoso, no tenía muchos secretos que -descubrir. Habló, sí, gárrulamente, de los acontecimientos de su vida -pasada, en cuyo transcurso nunca se alejara unas cuantas leguas de aquel -lugar. Su mujer, Baucis, y él, habían vivido desde su juventud en -aquella casita, ganando el pan con su trabajo honrado, siempre pobres, -pero siempre contentos. Dijo cuán excelentes eran el queso y la manteca -que hacía Baucis, y cuán sabrosas las verduras que cultivaba él en el -huerto. También dijo que por lo mucho que se querían, su único deseo era -que la muerte no les separase, y que anhelaban morir juntos, como habían -vivido. Cuando oyó esto el forastero, una sonrisa iluminó su rostro, y -su expresión se hizo tan suave como grandiosa. - ---Eres un buen viejo--dijo a Filemón--y tienes una excelente mujer por -compañera. Justo es que se logre vuestro deseo. - -Y parecióle a Filemón, precisamente entonces, como si las nubes de la -puesta del sol se encendiesen repentinamente hacia Poniente, iluminando -en fugitiva llama todo el cielo. - -Baucis había preparado ya la comida, y saliendo a la puerta comenzó a -disculparse por la pobreza de los manjares que podía ofrecer a sus -huéspedes. - ---Si hubiéramos sabido que veníais--dijo--, mi marido y yo no hubiésemos -probado bocado, para que pudieseis encontrar mejor cena. Pero he gastado -casi toda la leche en hacer queso, y el último pan casi nos le hemos -comido. ¡Ay de mí: nunca siento ser pobre, más que cuando un necesitado -llama a mi puerta! - ---Todo se arreglará; no te apures, mujer--repuso el forastero de más -edad, bondadosamente--. Un recibimiento honrado y cordial hace -maravillas y es capaz de convertir los manjares más humildes en néctar y -ambrosía. - ---Recibimiento cordial sí le tendréis--exclamó Baucis--, y además un -poco de miel, que por casualidad me queda, y un racimo de uvas color de -púrpura. - ---Pero, ¡madre Baucis, eso es un festín!--exclamó Azogue, riéndose--. -¡Un festín completo! Y ya verás qué bien represento yo mi papel de -invitado. ¡Creo que en mi vida he tenido más hambre! - ---¡Los dioses nos ayuden!--dijo por lo bajo Baucis a su marido--. ¡Si -este joven trae el hambre que dice, temo que va a quedarse a medio -cenar! - -Todos entraron en la cabaña. - -Y ahora, oyentes míos, ¿queréis que os cuente algo que os hará abrir los -ojos de par en par? Verdaderamente es una de las cosas más extrañas de -toda esta historia. Recordaréis que el bastón de Mercurio se había -apoyado en la pared de la casa. Bueno; pues cuando su dueño entró en -ella, dejándole olvidado, ¿qué hizo el bastón? Abrir inmediatamente las -alas y subir, dando saltos, los escalones de la puerta. Tap, tap, tap -iba haciendo por el suelo de la cocina, y no se quedó quieto hasta que -llegó a colocarse, con gran seriedad y decoro, junto a la silla de -Azogue. El anciano Filemón y su mujer estaban tan atareados atendiendo a -sus huéspedes, que no repararon en lo que estaba haciendo el bastón. - -Como Baucis había dicho, la comida era escasa para dos caminantes -hambrientos. En medio de la mesa había un trozo de pan negro con un -pedacito de queso, y en un plato un panal con miel. Había un gran racimo -de uvas para cada uno de los huéspedes. Y un cantarillo de barro, casi -lleno de leche, estaba en un extremo de la mesa; pero cuando Baucis hubo -llenado dos tazones y los hubo colocado delante de los forasteros, sólo -quedaba un poco de leche en el fondo del cantarillo. ¡Ay, es triste cosa -cuando un corazón generoso se encuentra apretado por la escasez! La -pobre Baucis hubiera deseado pasar hambre toda una semana, con tal de -que pudiera hacerse el milagro de dar a los hambrientos viajeros cena -más abundante. - -Y ya que la cena era tan escasa, no podía menos de desear que hubiesen -tenido un poco menos de apetito. En cuanto se sentaron, los viajeros se -bebieron del primer sorbo casi toda la leche de los tazones. - ---Un poco más de leche, madre--dijo Azogue--. El día ha sido caluroso y -estoy sediento. - ---¡Ay de mí!--respondió Baucis, confusa--. ¡Me da tanta pena y tanta -vergüenza! Pero la verdad es que apenas queda en el cántaro una sola -gota. ¡Ay, marido, marido!, ¿por qué no nos habremos pasado sin cenar? - ---Me parece--dijo Azogue, levantándose y cogiendo el cantarillo por el -asa--, me parece que no andan las cosas tan mal como dices. De seguro -hay más leche en el cántaro. - -Diciendo esto, ¡cuál fué el asombro de Baucis, al ver que el viajero -llenó no sólo su tazón, sino el de su compañero, con leche del cántaro -que ella se figuraba estar casi vacío! La buena mujer apenas podía creer -lo que estaba viendo. Seguramente había echado en los tazones casi toda -la leche, y había visto la poca que en el fondo del cántaro quedaba, -antes de volverle a dejar encima de la mesa. - ---Como soy vieja--pensó Baucis--, ya no veo tan bien como antes. Me -habré equivocado. De todos modos, ahora sí que no puede menos de estar -vacío, después de haber llenado dos veces los tazones. - ---¡Qué leche tan rica!--observó Azogue, después de sorberse el segundo -tazón--. Perdón, excelente huéspeda, si te pido un poquito más. - -Baucis había visto claro, como la luz, que Azogue, al servirse, había -vuelto el cántaro completamente boca abajo, echando hasta la última gota -de leche al llenar el segundo tazón. Por lo tanto, no era posible que -quedase más. Y para hacérselo comprender así, levantó el cántaro e hizo -el movimiento de echar leche en el tazón de Azogue, sin la más remota -esperanza de que cayese nada. ¡Cuál fué, por lo tanto, su sorpresa, -cuando cayó en la taza tan abundante cascada, que el tazón se llenó -inmediatamente y la leche empezó a correr por la mesa! Las dos -serpientes, que estaban enroscadas en el bastón de Azogue, alargaron la -cabeza y empezaron a lamer la leche que se había vertido. Pero ni -Filemón ni Baucis repararon en esta circunstancia. - -¡Y qué deliciosa fragancia tenía! Parecía como si las vacas de Filemón -hubiesen pastado aquel día la hierba más rica del mundo. ¡Cómo me -alegraría si cada uno de vosotros pudiese tomar un tazón de leche como -aquélla, a la hora de cenar! - ---Y ahora, un poco de pan moreno, madre Baucis--dijo Azogue--, y un poco -de miel. - -Baucis cortó una rebanada, y aunque el pan, cuando ella y su marido le -comieron, estaba ya duro y seco, ahora estaba tierno como si acabase de -salir del horno. Probando una miga que se había caído en la mesa, le -pareció el pan más delicioso que había comido en su vida, y apenas podía -creer que ella misma lo hubiese amasado y cocido. Y sin embargo, ¿de qué -otra hogaza podía ser? - -¡Y la miel! Más vale que no intente describiros el color y el olor -exquisito que tenía: su color era el del oro más puro y transparente, y -olía a mil flores, pero flores como nunca han crecido en ningún jardín -de la tierra; para buscarlas, las abejas debieron haber volado muy por -encima de las nubes. Y lo maravilloso era que, después de revolotear -sobre jardines de tan deliciosa fragancia e inmortal florecimiento, se -hubiesen resignado a bajar otra vez a la humilde colmena del huerto de -Filemón. Nunca miel de este mundo ha tenido el color, el sabor y el -perfume de aquélla. El aroma flotaba en la cocina, y era tan delicioso -que, cerrando los ojos, instantáneamente hubieseis olvidado el techo -bajo y las paredes ahumadas, y hubieseis creído estar bajo una glorieta -de madreselvas. Aunque la pobre Baucis era mujer sencilla, no pudo menos -de pensar que allí estaba pasando algo extraordinario. Así es que, -después de servir a sus huéspedes el pan y la miel, se sentó al lado de -Filemón, y le dijo en voz baja lo que había visto. - ---¿Has oído nunca cosa semejante?--le preguntó. - ---No, nunca--respondió Filemón sonriendo--. Y creo más bien, vieja de mi -alma, que has estado soñando despierta. Si hubiese yo servido la leche, -hubiese visto lo que en realidad pasaba. Puede que hubiese en el cántaro -un poco más de la que tú creías; eso es todo. - ---¡Ay, marido!--dijo Baucis--, di lo que quieras; pero éstas son gentes -muy extrañas. - ---Bien, bien--respondió Filemón sin dejar de sonreir--, puede que lo -sean. Ciertamente, parece que en otros tiempos han debido estar en -mejor posición que ahora, y me alegro en el alma de ver que cenan con -tanto gusto. - -Cada uno de los huéspedes había cogido su racimo de uvas. Baucis, que se -estaba restregando los ojos para ver más claro, se figuró que los -racimos habían crecido, y que cada uno de los granos estaba a punto de -estallar, maduros y jugosos. Y era completamente incomprensible para -ella cómo tales uvas hubieran podido producirse nunca en la parra vieja -que trepaba por las paredes de su casa. - ---¡Admirables uvas!--observó Azogue, que las iba tragando una tras otra, -sin que, al parecer, el racimo disminuyese--. ¿De dónde las coges, -amable huésped? - ---De mi parra--respondió Filemón--. Desde aquí se pueden ver las ramas -retorciéndose detrás de la ventana; pero mi mujer y yo nunca creímos que -fuesen muy buenas. - ---Nunca las he comido mejores--respondió el huésped--. Otra tacita de -esa leche deliciosa, y bien puedo decir que he cenado mejor que un -príncipe. - -Esta vez fué Filemón el que se levantó y cogió el cántaro, porque tenía -curiosidad por saber si eran ciertas las maravillas que Baucis le había -contado. Bien sabía que su buena mujer era incapaz de mentir, y que -pocas veces se equivocaba en lo que suponía ser verdad. Pero era tan -peregrino el caso, que quería verlo con sus propios ojos. Al coger el -cántaro, miró hacia dentro y se convenció de que apenas contenía unas -cuantas gotas. De pronto, sin embargo, del fondo brotó como una -fuentecita blanca, que lo llenó hasta la boca de leche espumosa y -fragante. Suerte fué, y grande, que Filemón, en su sorpresa, no dejase -caer el cántaro milagroso. - ---¿Quiénes sois, maravillosos viajeros?--exclamó mucho más asombrado que -lo había estado su mujer. - ---Tus huéspedes, buen Filemón, y tus amigos--repuso el viajero de más -edad, con su voz grave y profunda, que al mismo tiempo parecía suave y -melodiosa--. Dame a mí también otra taza de leche, y así tu cántaro no -se vacíe nunca para la buena Baucis, para ti y para los caminantes -necesitados. - -Habiendo terminado la comida, los forasteros pidieron que les indicaran -sitio donde poder descansar. Los viejecillos hubiesen querido estar un -rato más hablando con ellos, para expresar la admiración que sentían y -su alegría al ver que la cena, pobre y escasa, había resultado mucho -mejor y más abundante de lo que creían. Pero el forastero de más edad -les había inspirado tal respeto, que no se atrevieron a preguntarle -nada, y cuando Filemón llevó a Azogue a un lado y le preguntó cómo era -posible que hubiese brotado una fuente de leche dentro de un cántaro, el -viajero señaló su bastón. - ---Ahí está todo el misterio--dijo Azogue--. Y si le puedes descifrar tú, -me alegraré muchísimo de que me comuniques lo que descubras. No puedo -contarte todo lo que hace ese bastón; siempre me está dando bromas de -éstas. Unas veces me trae la cena, otras me la roba. Si creyese yo en -semejantes tonterías, diría que está embrujado. - -No dijo más; pero les miró de un modo tan extraño, que los viejos -pensaron que estaba burlándose de ellos. El bastón mágico fué tras de su -amo dando saltos, cuando Azogue salió de la habitación. Cuando se -quedaron solos los dos viejos, hablaron un rato de los acontecimientos -de la noche, y luego se echaron a dormir en el suelo, porque habían dado -su cama a los huéspedes y no tenían otra más que aquellas tablas, que -ojalá hubieran sido tan blandas como sus corazones. - -El anciano y su mujer se levantaron temprano por la mañana, y los -viajeros también se levantaron con el sol y se prepararon a seguir su -camino. - -Filemón, hospitalariamente, les pidió que se quedaran un poco más, -hasta que Baucis ordeñase la vaca y cociese un panecillo en el horno, y -acaso hasta les encontrase algunos huevos para el desayuno. Pero los -viajeros querían andar buena parte del camino antes de que apretase -demasiado el sol. Por lo tanto, insistieron en marcharse inmediatamente, -pero pidieron a Filemón y a Baucis que les acompañasen un rato, para -enseñarles el camino que debían tomar. - -Así salieron los cuatro juntos de la casa, charlando como amigos -antiguos. Era, en verdad, notable lo de prisa que los dos ancianos -tomaron confianza con el viajero de más edad, y cómo sus almas honradas -y sencillas se perdían en la suya como dos gotas de agua se perderían en -el Océano sin límites. Y Azogue, con su ingenio agudo y regocijado, -parecía descubrir hasta el más pequeño pensamiento que apuntaba en sus -mentes, antes de que ellos mismos le hubiesen sospechado. A veces -deseaban, es verdad, que no fuese tan listo, y casi casi que tirase a -cien leguas su bastón, que tenía un aire tan endemoniadamente malicioso -con las serpientes, que no dejaban de retorcerse. Pero, pensándolo bien, -Azogue mostraba tan buen humor, que al fin y al cabo se hubiesen -alegrado de tenerle en casa a él, a su bastón y a sus serpientes, -mientras les durase la vida. - ---¡Ay de mí!--exclamó Filemón cuando ya se hubieron alejado un poco de -la puerta--. Si nuestros vecinos supiesen lo bueno que es dar -hospitalidad a los forasteros, atarían sus perros y no volverían a -consentir a sus hijos que tirasen una sola piedra. - ---Es un pecado y una vergüenza para ellos el portarse así--exclamó con -vehemencia Baucis--, y hoy mismo he de bajar al pueblo y he de decir -cuatro verdades a esos desalmados. - ---Temo--observó Azogue, sonriendo maliciosamente--que no vas a encontrar -en casa a ninguno de ellos. - -El entrecejo de su compañero adquirió precisamente entonces tan grave, -austera y terrible grandiosidad, sin perder su serenidad por ello, que -ni Filemón ni Baucis se atrevieron a pronunciar palabra. Le miraron a la -cara con reverencia, como si hubiesen mirado al cielo. - ---Cuando los hombres no quieren portarse con el más humilde de los -extraños como si fuese hermano suyo--dijo el viajero en tono tan -profundo que su voz sonaba como la música de un órgano--, no son dignos -de existir sobre la Tierra, que fué creada para morada de la gran -hermandad humana. - ---Y ahora que hablamos de eso, viejos de mi alma--dijo Azogue con la -mirada más regocijada del mundo--, ¿dónde está el pueblo de que vamos -hablando? ¿A la derecha o a la izquierda? Me parece que no le veo por -ninguna parte. - -Filemón y su mujer se volvieron hacia el valle, donde, al ponerse el sol -el día antes, habían visto las praderas, las casas, los huertos, los -macizos de árboles, la calle ancha, los niños jugando y todas las -señales de trabajo, regocijo y prosperidad. Pero, ¡cuál fué su asombro! -¡No había allí ni asomo de aldea! Hasta el fértil valle, en cuyo hueco -yacía, había dejado de existir. En su lugar se veía la superficie amplia -y azul de un lago que llenaba la inmensa cuenca del valle de orilla a -orilla, y reflejaba las colinas circundantes con imagen tan tranquila -como si hubiese estado allí desde el principio del mundo. Un instante, -el lago permaneció completamente quieto. Luego una brisa pasó sobre él e -hizo bailar el agua y centellear y brillar a los tempranos rayos del -sol, y chocar con agradable murmullo contra la orilla. - -El lago parecía tan familiar en aquel sitio, que los dos viejos se -quedaron asombrados, como si pensaran que habían estado soñando con un -pueblo que nunca hubiera existido. Pero en seguida recordaron las casas -desaparecidas, y las caras y los caracteres de los habitantes, y -comprendieron que no soñaban. ¡El pueblo había estado allí ayer, pero ya -no estaba! - ---¡Ay!--exclamaron los dos ancianos bondadosos--. ¿Qué ha sido de -nuestros pobres vecinos? - ---Ya no existen como hombres y mujeres--dijo el viajero de más edad con -su voz profunda, y un trueno pareció hacerle eco en la lejanía--. No -había en sus vidas ni utilidad ni belleza, porque nunca suavizaron ni -dulcificaron el duro destino de la Humanidad con el ejercicio de afectos -bondadosos entre hombres y hombres. No conservaron en su pecho la imagen -de una vida mejor, y por eso el lago que estaba aquí hace siglos, se ha -tendido de nuevo para reflejar el cielo. - ---Y en cuanto a aquellas gentes necias--dijo Azogue con su maliciosa -sonrisa--, todas se han convertido en peces. Poco han tenido que -cambiar, porque ya eran un puñado de pillos con escamas en el corazón y -sangre completamente fría. De modo, madre Baucis, que si tú o tu marido -tenéis capricho de comer una trucha a la parrilla, podéis echar un -anzuelo y pescar media docena de vuestros antiguos vecinos. - ---¡Ah!--exclamó Baucis estremeciéndose--. ¡Por todo el oro del mundo no -pondría una sola en la sartén! - ---No--añadió Filemón haciendo un gesto de desagrado--; ¡no las podríamos -atravesar! - ---En cuanto a ti, buen Filemón--continuó el viajero de más edad--, y tú, -amable Baucis, con vuestros escasos medios habéis puesto tanta -cordialidad para recibir a unos pobres caminantes, que la leche se ha -convertido en inextinguible fuente de néctar, y el pan y la miel en -ambrosía. Así las divinidades han tenido en vuestra casa los mismos -manjares que forman sus banquetes en el Olimpo. Habéis hecho bien, -queridos amigos. Por lo tanto, pedid lo que más deseéis conseguir, y -está concedido. - -Filemón y Baucis se miraron, y luego no sé cuál de los dos habló; pero -lo que uno dijo era el deseo de sus dos corazones. - ---Queremos vivir juntos hasta nuestro último día, y salir de este mundo -en el mismo instante, cuando muramos. ¡Porque siempre nos hemos amado! - ---¡Así sea!--repuso el viajero con majestuosa bondad--. Y ahora, mirad -vuestra casa. - -Así lo hicieron; pero, ¡cuál fué su sorpresa al encontrarse con un gran -edificio de mármol blanco, con grandioso pórtico, que ocupaba el sitio -donde hasta hace un momento estaba su humilde morada! - ---Esa es vuestra casa--dijo el viajero sonriendo benévolamente--. -Ejercitad la hospitalidad en este palacio tan cordialmente como en la -pobre choza donde ayer tarde nos recibisteis. - -Los ancianos se arrodillaron para darle las gracias; pero ya ni él ni -Azogue estaban allí. - -Así, Filemón y Baucis se instalaron en el palacio de mármol, y pasaron -días y días con gran satisfacción en recibir y agasajar a cuantos -viajeros pasaban por aquel camino. No debo olvidar deciros que el -cántaro conservó su virtud maravillosa de no estar nunca vacío cuando -hacía falta que estuviese lleno. Siempre que un huésped honrado, de buen -genio y de buen corazón, bebía un trago de aquel cántaro, comprendía que -era el líquido más agradable y nutritivo que hubiese bebido nunca. Pero -si un pillo de mal carácter, terco o malintencionado, acertaba a beber -de él, seguro estaba de hacer una mueca de desagrado, diciendo que la -leche estaba agria. - -Así el matrimonio, ya tan viejo, vivió en su palacio y envejeció más y -más. Por fin llegó una mañana de verano, en que Filemón y Baucis no -aparecieron sonrientes, como de costumbre, para llamar a sus huéspedes -de la noche anterior al desayuno. Los huéspedes los buscaron por todas -partes de arriba abajo, en el espacioso palacio, pero inútilmente. - -Por fin, después de mucha perplejidad, vieron frente al pórtico dos -venerables árboles, que nadie pudo recordar haber visto allí el día -antes. Allí estaban, con las raíces fuertemente hundidas en tierra, y -anchas copas, cuyo follaje daba sombra a toda la fachada del edificio: -uno era un tilo, otro un roble. Sus ramas--y era extraño y hermoso el -verlo--estaban mezcladas, y se enlazaban unas con otras; así es que cada -uno de los árboles parecía vivir en el seno de su compañero mucho más -que en el suyo propio. - -Mientras los huéspedes se maravillaban viendo cómo aquellos árboles, que -hubiesen necesitado casi un siglo para crecer así, podían haberse hecho -tan altos y venerables en una sola noche, se levantó un poco de viento y -movió las ramas entrelazadas. Y entonces hubo en el aire un profundo -murmullo, como si los dos misteriosos árboles estuviesen hablando. - ---Yo soy el viejo Filemón--murmuró el roble. - ---Y yo Baucis--murmuró el tilo. - -Y como el viento se hizo más fuerte, los dos árboles hablaron a un -tiempo--¡Filemón! ¡Baucis! ¡Baucis! ¡Filemón!--, como si ambos fuesen -uno solo y hablasen juntos desde lo más hondo de su corazón. Fácil era -de comprender que la anciana pareja había renovado su vida e iba a pasar -lo menos cien años tranquilos y deleitosos: Filemón convertido en roble -y Baucis en tilo. ¡Oh, qué hospitalaria la sombra que daban! Siempre que -un caminante se detenía - -[imagen] - -bajo ella, oía un placentero murmullo de las hojas sobre su cabeza, y se -maravillaba al escuchar cómo el rumor aquél se parecía a un sonar de -palabras que dijese: - ---¡Bien venido, bien venido, viajero! - -Y algún alma buena, que sabía lo que hubiese agradado a Filemón y a -Baucis, construyó un banco circular alrededor de su tronco, donde mucho -tiempo después, los cansados, los hambrientos y los sedientos, -acostumbraban a descansar y a beber leche abundante del cántaro -milagroso. - ---¡Ojalá nosotros le tuviéramos aquí ahora! - ---¿Cuánto cabía el cántaro?--preguntó Trébol. - ---Dos cuartillos escasos--respondió el estudiante--; pero podías estar -sacando leche de él hasta llenar una artesa. La verdad es que manaba sin -cesar, y no se secaba ni en pleno verano, lo cual no le sucede a ese -arroyito que ahora corre, haciendo tanto ruido, vertiente abajo. - ---Y ¿dónde está ahora el cántaro?--preguntó el niño. - ---Se rompió, siento decirlo, pero es verdad, hace unos veinticinco mil -años--respondió el primo Eustaquio--. Le compusieron lo mejor posible; -pero aunque siguió sirviendo para contener leche, ya nunca volvió a -llenarse solo. Así es que no tenía ya más mérito que cualquier otro -cántaro viejo y rajado. - ---¡Qué lástima!--exclamaron a un tiempo todos los chiquillos. - -El respetable perro _Ben_ había acompañado a los excursionistas, así -como también un perrillo pequeño de Terranova, que respondía al nombre -de _Bruin_, porque era negro como un oso. Como _Ben_ era el de más edad -y el de costumbres más circunspectas, el primo Eustaquio le rogó -respetuosamente que se quedase con los pequeños para guardarles de todo -mal. En cuanto al negro _Bruin_, que era ni más ni menos que un -chiquillo, el estudiante juzgó más prudente llevarle consigo, por temor -a que en sus turbulentos juegos con los otros chiquillos les echase a -rodar colina abajo, aconsejando, pues, a la gente menuda que se -estuviesen quietos y sentaditos en el sitio donde los dejaba; el -estudiante, con Primavera y demás niños grandes, empezó a subir, y -pronto se perdieron todos de vista entre los árboles. - - - - -LA QUIMERA - - - - -[imagen] - - - - -CUMBRE PELADA - - -Monte arriba, por la vertiente cubierta de bosque, iban Eustaquio Bright -y sus compañeros. Los árboles no estaban aún completamente cubiertos de -hojas, pero tenían ya las bastantes para dar una sombra ligera, mientras -el sol los inundaba de luz verde. Había rocas cubiertas de musgo, medio -escondidas entre las pardas hojas secas; había troncos de árbol casi -podridos, tumbados a lo largo, en el mismo sitio en que se habían -derrumbado; había arbustos secos, que habían sido arrancados de raíz por -los vientos de invierno, y que estaban desparramados por el suelo. Pero, -aunque todas esas cosas parecían tan viejas, el aspecto del bosque era -de vida nueva, porque adonde quiera que se volviesen los ojos, se -encontraba algo fresco y verde que estaba brotando, dándose prisa a -prepararse para el verano. - -Por fin la gente joven alcanzó el límite superior del bosque, y se -encontraron los excursionistas casi en la misma cumbre de la colina. No -era un pico, ni una gran cima redondeada, sino una planicie, o mejor -dicho meseta, bastante ancha; en ella había una casa y un cobertizo a -cierta distancia. La casa era hogar de una familia solitaria, y a veces -las nubes, de las cuales caía la lluvia o la nieve sobre el valle, -estaban por debajo de aquella habitación, sola y desamparada. - -En el punto más alto de la colina había un montón de piedras, en cuyo -centro estaba clavado un gran mástil que sostenía una banderita. -Eustaquio condujo allí a los niños, y les mandó que mirasen en derredor -y viesen cuán gran espacio de hermoso mundo podían alcanzar con una -ojeada. Y a medida que miraban, parecía que se les iban agrandando los -ojos. - -Se veía, al Sur, la altísima montaña que formaba generalmente el centro -del paisaje, pero que parecía haberse hundido, y ahora había pasado a -ser miembro de una gran familia de alturas. Detrás de ella, la sierra, -que desde la casa parecía lejana y no muy alta, había crecido y se había -elevado. El lindo lago se veía con todas sus pequeñas ensenadas, y no -estaba solo: que había más allá otros tres que abrían al sol sus ojos -azules. Varias aldeas blancas, cada una con su campanario, estaban -desparramadas en la lejanía. Había tantas granjas, con sus fanegas de -bosque, pastos y tierras de labranza, que los niños apenas podían hacer -sitio en sus cerebros para recibir tantos objetos distintos. Allí -también estaba Tanglewood, que hasta entonces le había parecido cosa tan -importante en el mundo. - -Ahora ocupaba tan poco terreno, que buscándole no le encontraban, y su -vista iba mucho más allá de donde en realidad se encontraba. - -Blancas y algodosas nubes colgaban en el aire, y lanzaban obscuras y -movedizas sombras aquí y allá sobre el paisaje. Pero a cada instante la -luz del sol brillaba precisamente donde acababa de estar la sombra, y la -sombra se había marchado a otra parte. - -Al Oeste había otra serie de montañas azules. - ---En aquella colina--dijo Eustaquio a los niños--había un lugar, donde -unos cuantos holandeses viejos estaban jugando eternamente a los bolos, -y donde un individuo holgazanísimo, llamado Rip Van Winkle, se había -quedado dormido y se había estado durmiendo veinte años de un tirón. - -Los niños pidieron con afán a Eustaquio que les contase todo lo que -supiera de casos tan maravillosos. - -Pero el estudiante replicó que ese cuento ya estaba contado hace mucho -tiempo, y mucho mejor de lo que pudiera contarlo él, y que nadie en el -mundo tenía derecho a cambiar una sola palabra en él, hasta que se -hubiese puesto tan viejo como «La cabeza de la Gorgona», «Las tres -manzanas de oro» y el resto de esas milagrosas leyendas. - ---Pero, al menos, mientras estamos descansando aquí--dijo Margarita, y -mirando en derredor--, bien puedes contarnos una de las historias que tú -inventas. - ---Sí, primo Eustaquio--exclamó Primavera--: te aconsejo que nos cuentes -aquí un cuento. Elige un asunto muy elevado, y a ver si tu imaginación -se pone a la altura necesaria. Acaso el aire de la montaña te ponga -poético siquiera una vez. Y no importa que la historia sea extraña y -maravillosa. Ahora que estamos entre las nubes, estamos dispuestos a -creerlo todo. - ---¿Serás capaz de creer--preguntó Eustaquio--que hubo una vez un caballo -con alas? - ---Sí--dijo la maliciosa Primavera--; pero temo que tú no vas a conseguir -cogerlo nunca. - ---Lo que es eso, Primavera--dijo el estudiante--, no me parece muy -difícil. Creo que puedo apresar a Pegaso y cabalgar sobre su lomo, por -lo menos tan bien como una docena de individuos a quienes conozco. Por -lo menos, os contaré un cuento que se refiere a él, y el lugar más a -propósito del mundo para contarle es, sin duda, la cumbre de un monte. - -Y así, sentándose en el montón de piedras, mientras los niños se -agrupaban a su alrededor, Eustaquio fijó la vista en una blanca nube que -iba flotando, y empezó como sigue. - -[imagen] - - - - -[imagen] - - - - -LA QUIMERA - - -Una vez, en tiempos antiguos, muy antiguos (porque todas las cosas -extrañas que os cuento sucedieron mucho antes de lo que nadie pueda -recordar), había en la maravillosa tierra de Grecia una fuente que -manaba en la falda de una montaña. Y según me figuro, debe estar manando -aún, al cabo de tantos miles de años, en el mismísimo sitio. Sea como -sea, el caso es que allí estaba la apacible fuente, derramando frescura -por la montaña abajo y chispeando a la dorada luz de la puesta del sol, -cuando llegó junto a ella un hermoso joven, llamado Belerofonte. Llevaba -en la mano una brida incrustada de piedras preciosas y con bocado de -oro. Viendo junto a la fuente un anciano, un hombre de mediana edad y un -niño, y también una jovencita que estaba llenando un cántaro, se detuvo -y preguntó si podía refrescarse tomando un trago. - ---Es un agua riquísima--dijo a la joven, mientras enjuagaba y llenaba su -cántaro, después de haber bebido en él--. ¿Serías tan amable que me -dijeras si tiene algún nombre esta fuente? - ---Sí: la llaman la Fuente de Pirene--respondió la doncella, y añadió -luego:--Mi abuela me ha contado que esta clara fuente era antes una -mujer hermosísima; mas cuando su hijo fué muerto por las flechas de -Diana cazadora, se deshizo toda en lágrimas. De manera que el agua que -has encontrado tan fresca y tan rica, es el dolor del corazón de aquella -pobre madre. - ---¡Nunca hubiera soñado--dijo el joven forastero--que tan clara fuente, -con su alegre fluir y borbotear de la sombra a la luz, tuviera lágrimas -en su seno! ¿Y ésta es Pirene? Gracias, linda doncella, por haberme -dicho su nombre. Precisamente vengo de muy lejanas tierras buscando este -sitio. - -Un campesino de mediana edad (que había llevado una vaca a beber de la -fuente) miró fijamente al joven Belerofonte y a la magnífica brida que -llevaba en la mano. - ---Por fuerza que las fuentes andan muy escasas por tu país--observó--, -si vienes de tan lejos en busca de la Fuente de Pirene; pero, dime, ¿has -perdido tu caballo? Veo que llevas la brida en la mano, y bien bonita es -con esa doble hilera de piedras relucientes. Si el caballo era tan -hermoso como la brida, es para compadecerte por haberte quedado sin él. - ---No he perdido ningún caballo--dijo Belerofonte, sonriendo--, pero voy -buscando uno muy famoso, que según me han informado los sabios, sólo por -aquí se puede encontrar. ¿Sabéis si Pegaso, el caballo con alas, sigue -frecuentando la Fuente de Pirene, como solía en tiempos de vuestros -antepasados? - -El campesino se echó a reir. - ---Algunos de vosotros, amiguitos míos, habréis oído, probablemente, que -este Pegaso era un caballo blanco como la nieve, con hermosas alas -plateadas, que pasaba la mayor parte del tiempo en la cúspide del monte -Helicón. Jamás águila alguna atravesó las nubes tan veloz, tan impetuosa -en su vuelo, como él por los aires. No había nada igual en el mundo. No -tenía compañero; nunca había sido montado ni guiado por un amo, y en -muchos y dilatados años vivió solo y feliz. - -¡Oh, qué hermoso es ser caballo con alas! Durmiendo de noche, como él lo -hacía, en la cima de una alta montaña, y pasando la mayor parte del día -en el aire, Pegaso apenas parecía criatura de la tierra. Dondequiera que -se le veía a mucha altura, sobre la cabeza de las gentes, con el reflejo -de sus alas plateadas, hubierais pensado que pertenecía al cielo, y que -habiendo descendido demasiado bajo, se había extraviado entre nuestras -nieblas y vapores, y andaba buscando el camino para volver. Era muy -bonito mirar cómo se hundía en el seno lanoso de una brillante nube, -perdiéndose en ella por un momento y atravesándola para salir al otro -lado. En medio de un sombrío aguacero, cuando por todo el cielo había un -pavimento gris de nubes, sucedía a veces que el caballo alado bajaba a -plomo a través de ellas, y la luz alegre de las regiones superiores -brillaba tras él. Verdad que un instante después, tanto Pegaso como la -gozosa luz habían desaparecido; pero el que había tenido la fortuna de -ver aquel maravilloso espectáculo, estaba animado todo el día, y más si -duraba más la tormenta. - -En verano, en lo más hermoso de la estación, solía Pegaso bajar a -tierra, y cerrando sus alas de plata, se entretenía en galopar por -valles y colinas con la rapidez del viento. Más a menudo que en ningún -otro sitio se le había visto junto a la Fuente de Pirene, bebiendo su -agua deliciosa o revolcándose por la blanda hierba de la orilla. También -algunas veces (pues Pegaso era muy delicado para la comida) pacía unos -cuantos brotes de trébol de los más tiernos. - -Por consiguiente, los tatarabuelos de las gentes que entonces vivían, -habían tenido la costumbre de ir a la Fuente de Pirene (mientras eran -jóvenes y seguían creyendo en caballos con alas), llevados por la -esperanza de ver un instante al hermoso Pegaso; pero en los últimos años -se le había visto muy rara vez. Tanto, que mucha gente del campo, cuya -casa estaba a menos de media hora de paseo de la fuente, no había -contemplado nunca a Pegaso, ni creía en la existencia de semejante -criatura. Y ocurrió que el campesino a quien se dirigió Belerofonte era -una de esas personas incrédulas. - -Y ésta fué la razón de que se riese. - ---¿Pegaso? ¡Sí, sí!--exclamó, dilatando las narices todo lo que pueden -dilatarse unas narices chatas--; ¡sí, sí, Pegaso! ¡Un caballo con alas, -eh! Pero, amigo, ¿estás en tus cabales? ¿Para qué le servirían las alas -a un caballo? ¿Crees que tiraría bien de un carro? A decir verdad, -alguna economía podría hacerse en el gasto de herraduras; pero, ¿cómo le -había de gustar a un hombre ver salir volando a su caballo por la -ventana de la cuadra, o encontrarse con que le llevaba disparado por -encima de las nubes, cuando sólo quisiera ir al molino? No, no; yo no -creo en Pegasos. Nunca ha habido tan ridícula clase de caballos-pájaros. - ---Yo tengo mis razones para pensar de otro modo--dijo Belerofonte con -toda calma. - -Entonces se volvió hacia un viejo canoso que, apoyándose en una cayada, -escuchaba atentamente con el cuello estirado y la mano en la oreja, -porque hacía veinte años que se había quedado un poquito sordo. - ---¿Qué dices tú, venerable anciano?--le preguntó--. Me figuro que cuando -eras más joven habrás visto con frecuencia al caballo alado. - ---¡Ah, joven forastero! Tengo muy mala memoria--dijo el viejo--. Si no -recuerdo mal, cuando era muchacho acostumbraba a creer que existía ese -caballo, y lo mismo que yo lo creía todo el mundo; pero ahora casi no sé -qué creer, y muy pocas veces pienso en el caballo con alas. Si alguna -vez he visto a ese animal, hará mucho, muchísimo tiempo. Y a decir -verdad, no estoy seguro de haberlo llegado a ver. Cierto que, cuando yo -era muy joven, recuerdo haber visto un día muchas pisadas de caballo -alrededor de la fuente. Tal vez fueran de Pegaso, pero también podían -ser de cualquier otro caballo. - ---¿Y tú, hermosa joven, no le has visto nunca?--preguntó Belerofonte a -la muchacha, que estaba parada con el cántaro sobre la cabeza mientras -tenían esta conversación--. De seguro que si alguien puede ver a Pegaso -eres tú, porque tienes unos ojos muy vivos. - ---Creo que le he visto una vez--replicó la doncella, sonriéndose y -sonrojándose--. O era Pegaso o un pájaro blanco grandísimo, que iba muy -alto por el aire. Y otra vez, cuando venía a la fuente con mi cántaro, -oí un relincho, pero ¡qué relincho más fuerte y melodioso! Con la -delicia de aquel sonido me dió un salto el corazón; pero me asusté, sin -embargo, y eché a correr a casa sin llenar el cántaro. - ---¡Fué una lástima, verdaderamente!--dijo Belerofonte, y se volvió hacia -el niño que mencioné al principio del cuento, y que estaba mirándole -fijo, fijo, como acostumbran los niños mirar a los forasteros, con su -rosada boquita abierta de par en par. - ---¡Eh, amiguito!--exclamó Belerofonte, tirándole cariñosamente de uno de -los rizos--. Supongo que tú habrás visto a menudo el caballo con alas. - ---Sí que le he visto--respondió el niño vivamente--. Le vi ayer, y -muchas veces antes. - ---¡Eres un hombre!--dijo Belerofonte atrayendo al niño hacia sí--. Ven, -y cuéntame todo lo que sepas. - ---Pues, nada--replicó el niño--. Yo vengo aquí a menudo para echar -barquitos en la fuente y coger piedrecitas del fondo, y algunas veces, -cuando miro en el agua, veo la imagen del caballo con alas en el pedazo -del cielo que allí se retrata. Yo quisiera que bajara, me dejara montar -en él y me llevara volando hasta la luna; pero no baja. Como si le -molestase que le miraran, vuela muy lejos, perdiéndose de vista. - -Y Belerofonte tuvo más fe en el niño que había visto la imagen de Pegaso -en el agua, y en la joven que le había oído relinchar tan -melodiosamente, que en el patán de mediana edad, que sólo creía en los -caballos de carro, o que en el viejo, que había olvidado ya las bellas -cosas de su juventud. - -Por eso fué muchos días a la Fuente de Pirene, y observando -continuamente, mirando unas veces hacia arriba, a los cielos, y otras a -la superficie del agua, no perdía la esperanza de ver la imagen -reflejada del caballo con alas, o acaso, acaso, la maravillosa realidad. -Llevaba siempre dispuestas en la mano las riendas doradas, con sus -piedras brillantes y su bocado de oro. Los campesinos que vivían allí -cerca y llevaban sus ganados a beber en la fuente, se reían a menudo del -pobre Belerofonte, y algunas veces le zaherían con dureza. Le decían -que un hombre robusto como él debía hacer algo más útil que perder el -tiempo en tan ocioso empeño. Le ofrecían venderle un caballo, si lo -necesitaba, y como Belerofonte se negó a la compra, quisieron comprarle -a él la hermosa brida. - -Hasta los niños la tomaron con él, y acostumbraban a jugar allí cerca, -sin que Belerofonte les hiciera caso alguno, aunque bien les oía y les -veía. Un chiquillo de aquéllos hacía de Pegaso, por ejemplo, y daba los -saltos más extravagantes, haciendo como que volaba, y mientras tanto uno -de sus compañeros iba tras él, llevando en la mano un par de juncos, que -representaban la brida lujosísima de Belerofonte. Pero el niño bondadoso -que había visto la imagen de Pegaso en el agua, alentaba al joven -forastero más de lo que todos los chiquillos malos podían atormentarle. -Aquel buen amiguito iba, en sus horas libres, a sentarse a su lado, y -sin decir palabra, miraba abajo en la fuente, o arriba en el cielo, con -fe tan inocente, que Belerofonte no podía menos de sentirse animado. - -Ahora querréis, probablemente, que os diga por qué se había puesto -Belerofonte a esperar al caballo alado. No encontraré mejor oportunidad -para hablar de esto, que mientras aguarda a que Pegaso aparezca. - -Si fuera a contaros todas las aventuras anteriores de Belerofonte, -resultaría un cuento sumamente largo. Baste decir que un terrible -monstruo, llamado la Quimera, había aparecido en cierto país de Asia, y -estaba haciendo más daño del que se puede decir de aquí a mañana. Esta -Quimera era una de las más horribles y ponzoñosas criaturas, la más rara -e inexplicable y la más difícil de combatir y de escapar de ella, que -jamás salió de las entrañas de la Tierra. Tenía la cola como una -serpiente boa; su cuerpo era desmesurado y tenía tres cabezas distintas, -una de las cuales era de león, la segunda de cabra y la tercera de -serpiente, abominablemente grande. Y ¡qué chorro de fuego salía -flameando de cada una de sus tres bocas! Como era un monstruo terrestre, -dudo si tendría alas; pero, tuviéralas o no, el caso es que corría como -una cabra y un león, y se asustaba lo mismo que una serpiente, y con una -cosa y otra alcanzaba tanta velocidad como los tres juntos. - -¡Oh! ¡Cuánto, cuánto daño hacía esa maligna criatura! Con su aliento de -llamas podía incendiar un bosque, o quemar un campo de mieses, o un -pueblo entero, con todas sus casas y cercados. Devastaba grandes -extensiones de terreno a su alrededor, y acostumbraba a comerse las -personas y los animales vivos, cociéndolos después en el ardiente horno -de su estómago. ¡Quiera Dios, hijitos, que ni vosotros ni yo tropecemos -jamás con un monstruo semejante! - -Mientras la odiosa bestia (si es que bestia puede llamársele) estaba -haciendo todas estas cosas terribles, llegó Belerofonte a aquella parte -del mundo para visitar al rey. Éste se llamaba Iobates, y el país que -regía era Licia. Belerofonte era uno de los jóvenes más valientes del -mundo, y nada le gustaba tanto como llevar a cabo algún hecho valeroso y -benéfico, tal que toda la Humanidad le admirase y le amase. En aquellos -tiempos, un joven que deseara distinguirse no tenía más camino que el de -librar grandes combates, ya fuera con los enemigos de su Patria, ya con -malvados gigantes o molestos dragones, o con bestias feroces, cuando no -podía encontrar cosa más peligrosa con que habérselas. El rey Iobates, -conociendo el valor de su joven visitante, le propuso que fuese a pelear -con la Quimera, que aterraba a todo el mundo, y de no matarla pronto, -llevaba trazas de convertir a toda Licia en un desierto. Belerofonte no -vaciló un instante, y aseguró al rey que mataría a la temida Quimera o -perecería en la demanda. - -Reflexionó, sin embargo, que, siendo el monstruo tan prodigiosamente -veloz, no podría nunca vencerle si luchaba con él a pie. Lo prudente -sería, por tanto, adquirir el mejor y más rápido caballo que pudiera -encontrarse. Y ¿qué otro había en el mundo que fuera ni la mitad de -rápido que Pegaso, el caballo maravilloso que tenía alas y piernas y se -movía en el aire con más facilidad aún que sobre la tierra? Cierto que -muchísima gente negaba la existencia de semejante caballo con alas, y -decía que sólo era cosa de cuentos y puro disparate. Mas, por -maravilloso que pareciese, Belerofonte creía que Pegaso era un caballo -auténtico, y confiaba en tener la fortuna de encontrarle. Y una vez -montado sobre sus lomos, estaría en condiciones de pelear ventajosamente -con la Quimera. - -Y éste era el motivo de haber viajado desde Licia a Grecia, llevando en -la mano la brida hermosamente adornada. Era una brida encantada. Con -sólo que lograse poner el bocado de oro en la boca de Pegaso, el caballo -alado se mostraría sumiso, reconocería por amo a Belerofonte, y volaría -hacia donde éste quisiera volver la rienda. - -Pero, mientras tanto, el tiempo que estuvo aguardando, aguardando, con -la esperanza de que Pegaso iría a beber a la Fuente de Pirene, fatigó -extraordinariamente a Belerofonte y le llenó de ansiedad. Temía que el -rey Iobates se figurase que había huído de la Quimera. Le causaba dolor -también el pensar cuánto daño estaría haciendo el monstruo, mientras que -él, en lugar de combatirle, se veía obligado a sentarse ocioso, mirando -cómo brotaban las claras aguas de la fuente. Y como Pegaso había ido por -allí tan de tarde en tarde aquellos años últimos, y apenas si bajaba una -vez durante la vida de un hombre, temía Belerofonte hacerse viejo y -perder la fuerza de su brazo y el valor de su corazón, antes de que -apareciese el caballo con alas. ¡Oh! ¡Cuán pesadamente pasa el tiempo -cuando un joven arrojado ansía tomar parte en la vida y cortar la -cosecha de su fama! ¡Qué difícil es esperar! Nuestra vida es corta, y -¡qué parte más grande de ella se pierde en aprender esta verdad! - -Suerte fué para Belerofonte que el niño le hubiese tomado tanto cariño y -no se cansase de su compañía. Todas las mañanas le infundía una nueva -esperanza, en sustitución de la perdida el día antes. - ---Querido Belerofonte--exclamaba mirándole animosamente--, creo que hoy -vamos a ver a Pegaso. - -Y si no hubiera sido por la fe inextinguible del muchachito, Belerofonte -habría acabado por perder toda esperanza, y habría vuelto a Licia e -intentado matar a la Quimera sin ayuda del caballo con alas. En tal -caso, el pobre Belerofonte habría sido, cuando menos, terriblemente -chamuscado por el aliento del monstruo, y probablemente muerto y -devorado. Nadie podía ni intentar combatir con una Quimera terrestre, -sin ir montado sobre algún animal aéreo. - -Una mañana habló el niño a Belerofonte con más fe todavía que de -costumbre. - ---Mi queridísimo Belerofonte--exclamó--, no sé por qué, pero siento como -si hoy, seguramente, fuéramos a ver a Pegaso. - -En todo aquel día no quiso apartarse ni un momento del lado de -Belerofonte. Juntos comieron un pedazo de pan y bebieron agua de la -fuente. Por la tarde se sentaron cerquita uno de otro, y el niño colocó -una de sus menudas manos entre las de Belerofonte. Éste se hallaba -abismado en sus pensamientos, y miraba distraído los troncos de los -árboles que daban sombra a la fuente y a las vides que trepaban por sus -ramas. Mas el niño no dejaba de observar en el agua; por su cariño a -Belerofonte, le afligía pensar que la esperanza de aquel día saliera -fallida, como la de tantos otros, y de sus ojos corrieron algunas -lágrimas silenciosas, yendo a mezclarse con las muchas que, según -decían, había vertido Pirene por su hijo muerto. - -Cuando menos lo pensaba, sintió Belerofonte la presión de la manecita -del niño, y oyó un susurro casi imperceptible: - ---¡Mira ahí, querido Belerofonte! Hay una imagen en el agua. - -El joven miró en el movedizo espejo de la fuente, y vió algo como la -imagen de un pájaro que parecía estar volando a grandísima altura, -reflejándose el sol en sus níveas o argentadas alas. - ---¡Qué pájaro más espléndido debe ser--dijo--, y qué grande parece, a -pesar de estar volando más alto que las nubes! - ---Me hace temblar--murmuró el niño--. Me da miedo mirar hacia arriba, en -el aire. Es muy hermoso, pero yo no me atrevo más que a mirar su imagen -en el agua. Querido Belerofonte, ¿no ves que no es un pájaro? Es el -caballo con alas, es Pegaso. - -El corazón empezó a saltar en su pecho. Miró fijamente hacia arriba; -pero no pudo ver a la alada criatura, fuese pájaro o caballo, porque -entonces precisamente se había hundido en un nubarrón; sin embargo, un -momento después reapareció, atravesando la nube por la parte inferior, -aunque todavía a gran distancia de la tierra. Belerofonte cogió al niño -en brazos y se apartó con él, hasta que ambos quedaron ocultos entre el -espeso bosquecillo de arbustos que crecía alrededor de la fuente. No -porque tuviese miedo de ningún daño, pero sí por temor a que si llegaba -a vislumbrarlos Pegaso, volara muy lejos y fuera a posarse en alguna -inaccesible montaña. Porque era, realmente, el caballo alado. Después de -esperarlo tanto tiempo, llegaba, al fin, a mitigar su sed con el agua de -Pirene. - -Cada vez se acercaba más y más la aérea maravilla, describiendo grandes -círculos, como habréis visto hacer a las palomas cuando van a bajar a -tierra. Hacia abajo iba también Pegaso, y los amplios, majestuosos -círculos, se iban haciendo más y más estrechos a medida que se -aproximaba a tierra. Cuanto más cerca se le veía, parecía más hermoso, y -más maravillaba el batir de sus plateadas alas. Por último, con tan -ligera presión que apenas aplastó la hierba que crecía alrededor de la -fuente, ni dejó la huella de sus cascos en la arena de la orilla, se -posó en tierra, y bajando la indómita cabeza, comenzó a beber. Absorbía -el agua con grandes suspiros de satisfacción y tranquilas pausas de -contento; luego daba otro sorbo, y luego otro y otro; que ni en toda la -tierra ni en las nubes había agua que agradara a Pegaso tanto como -aquella de Pirene. Cuando hubo saciado la sed, tronchó con los dientes -unos cuantos de los dulces capullos del trébol, y los saboreó -delicadamente, pero sin comer cantidad de ellos, porque las hierbas -nacidas entre las nubes, sobre las altas laderas del Monte Helicón, -convenían a su paladar mejor que aquel pasto ordinario. - -Después de haber bebido así hasta satisfacerse, y de haberse dignado -comer un poquito por coquetería, el caballo alado comenzó a brincar de -un lado a otro y a danzar, como si estuviera entregado por completo a la -holganza y al juego. Nunca hubo criatura más juguetona que aquel Pegaso. -Sacudía sus grandes alas como un pajarillo, y daba carreritas, medio por -la tierra, medio por el aire, que no sé si llamar vuelos o galopes. -Cuando una criatura es capaz de volar perfectamente, prefiere algunas -veces correr por puro entretenimiento, y eso hizo Pegaso, aunque le -costaba algo más mantener los cascos tan cerca del suelo. Belerofonte -entretanto, y sin soltar de la mano al niño, se asomó fuera del boscaje, -y pensó que no había visto cosa más hermosa que aquélla, ni ojos de -caballo tan vivos e inteligentes como los de Pegaso. Parecía un pecado -pensar en ponerle una brida y montarlo. - -Una o dos veces se paró Pegaso, aspirando fuertemente el aire, -levantando las orejas, estirando el cuello y volviéndose a todos lados, -como si recelase algún mal. Sin embargo, como ni vió ni oyó nada, pronto -volvió a sus juegos. - -Por fin, y no porque estuviera cansado, sino de puro satisfecho y -desocupado, plegó Pegaso las alas y se tumbó sobre la verde pradera; -pero como estaba demasiado lleno de vida aérea para permanecer quieto -mucho tiempo, comenzó pronto a revolcarse sobre el lomo, alzando al aire -sus piernas finas. Era hermoso el ver aquella criatura, única y -solitaria, cuyo compañero no había sido creado, que no lo necesitaba -tampoco, y que, viviendo muchos siglos, era tan feliz como largos ellos. -Cuantas más cosas hacía de las que los caballos mortales acostumbran a -hacer, menos terreno y más maravilloso parecía. Belerofonte y el niño -casi no respiraban, en parte por su emoción deliciosa, pero -principalmente porque temían que el más ligero ruido o murmullo le -hiciera lanzarse, con velocidad de flecha, al más lejano azul del cielo. - -Por último, cuando ya se había revolcado bastante, Pegaso dió vuelta, e -indolentemente, como otro caballo cualquiera, afirmó los cascos -delanteros como para levantarse del suelo. Belerofonte adivinó que iba a -hacerlo así, y saliendo súbitamente del boscaje, se montó de un salto -sobre sus lomos. - -Sí. ¡Se montó sobre los lomos del caballo con alas! - -Pero, ¡qué salto dió Pegaso cuando, por primera vez en su vida, sintió -sobre sí el peso de un mortal! ¡Aquéllo era un salto! Antes de que -tuviera tiempo de respirar, se encontró Belerofonte levantado a una -altura de doscientos metros, siguiendo aún hacia arriba, mientras que el -caballo con alas resoplaba y se estremecía de terror y de cólera. Hacia -arriba fué, arriba, arriba, arriba, hasta hundirse en el húmedo seno de -una hube, a la cual había mirado Belerofonte un poquito antes, -imaginándosela como un lugar muy agradable. Después, fuera ya de la -nube, se dejó caer Pegaso lo mismo que un rayo, como si quisiera -estrellarse con su jinete contra una roca. Luego hizo un millar de las -más salvajes cabriolas que jamás hayan podido hacer pájaro ni caballo -alguno. - -No sabré deciros ni la mitad de lo que hizo. Se deslizó, rápido, hacia -adelante, y a los lados y hacia atrás. Se paró con las patas delanteras -en un jirón de neblina, y las de atrás en nada absolutamente. Coceó -furiosamente y bajó la cabeza, metiéndola entre las manos, con las alas -apuntando derechas hacia arriba. A un par de kilómetros de altura sobre -la tierra, dió un salto mortal, de manera que los talones de Belerofonte -estuvieron donde debía estar la cabeza, y parecía que miraba al cielo -hacia abajo, en vez de mirarlo hacia arriba. Volvió la cabeza -violentamente, y mirando a Belerofonte a la cara, como si echara fuego -por los ojos, hizo un terrible esfuerzo por morderle. Sacudió las alas -con tal violencia, que una de las plumas de plata se desprendió y cayó a -tierra, siendo recogida por el niño, quien la guardó toda su vida como -recuerdo de Pegaso y Belerofonte. - -Mas este último (que según podéis apreciar, era tan buen jinete como el -mejor domador de potros) estuvo acechando la oportunidad favorable, y al -fin encajó el bocado de oro de la brida encantada entre las quijadas del -caballo alado. Apenas lo hubo hecho, cuando Pegaso se volvió tan -manejable como si toda su vida hubiera tomado el alimento de mano de -Belerofonte. A decir lo que realmente siento, casi daba una pena ver tan -súbitamente domada a una criatura tan salvaje. Pena debía sentir Pegaso -también. Miró a Belerofonte con lágrimas en los hermosos ojos, en vez -del fuego que poco antes despedían; pero cuando Belerofonte le acarició -la cabeza y le dijo unas cuantas palabras con tono de autoridad, pero -con cariño, vió en los ojos de Pegaso otra mirada bien distinta, como si -le placiera haber encontrado, al cabo de tantos siglos, un amo y -compañero. - -Así ocurre siempre con los caballos alados y con las criaturas indómitas -y solitarias como ellos. Si podéis atraparlas y dominarlas, es el mejor -camino para lograr su cariño. - -Mientras Pegaso estuvo haciendo todo lo posible por sacudirse de encima -a Belerofonte, recorrió una distancia muy grande, y al tiempo de ponerle -el bocado estaban llegando a la vista de una montaña altísima. -Belerofonte ya había visto antes esa montaña, y conoció que era Helicón, -en cuya cima vivía el caballo alado. Allá voló Pegaso (después de mirar -dócilmente a su jinete, como preguntándole si lo permitía), y posándose, -esperó pacienzudo a que Belerofonte quisiera apearse. El joven saltó de -los lomos de su caballo, manteniéndolo sujeto por la brida; pero al -mirar sus ojos le conmovió tanto la docilidad de su aspecto y su -hermosura, y la idea de la vida libérrima que había llevado Pegaso hasta -entonces, que no se sintió capaz de tenerlo prisionero, si él realmente -deseaba su libertad. - -Dejándose llevar de tan generoso impulso, dejó caer la brida encantada -de la cabeza de Pegaso y le sacó el bocado. - ---¡Déjame, Pegaso!--le dijo--. ¡Déjame o quiéreme! - -En un instante, el caballo alado salió disparado hasta perderse casi de -vista, remontándose a plomo sobre la cima del Monte Helicón. El sol se -había puesto hacía ya tiempo, lo alto de la montaña estaba aún en el -crepúsculo, y la comarca de alrededor en noche obscura; pero Pegaso -voló tan alto, que alcanzó al día que se iba y se bañó en la luz que -irradiaba el sol por las alturas. Subiendo cada vez más alto, parecía -una mancha brillante, y al fin se perdió en la inmensidad del cielo. -Temió Belerofonte no volverle a ver más; pero cuando estaba deplorando -su locura, reapareció la mancha brillante y se fué acercando más cada -vez, hasta descender por bajo de la luz del sol, y ¡allí estaba Pegaso -de vuelta! Después de prueba tal, ya no había cuidado de que el caballo -con alas se escapase. Él y Belerofonte fueron amigos, y se quisieron -fielmente el uno al otro. - -Aquella noche se echaron, y durmieron juntos con el brazo de Belerofonte -sobre el cuello de Pegaso, no por precaución, sino por cariño. Ambos se -despertaron al despuntar la mañana, y se dieron los buenos días, cada -cual en su lengua. - -De este modo pasaron varios días Belerofonte y el maravilloso caballo, -conociéndose cada vez más y aficionándose más el uno al otro. Hacían -largos viajes aéreos, y alguna vez subían tan altos, que la Tierra -apenas parecía mayor que... la Luna. Visitaron países remotos y -asombraron a los habitantes, quienes pensaron que aquel hermoso joven, -montado en un caballo con alas, tenía que haber bajado del cielo. -Recorrer mil kilómetros por día era cosa muy fácil para el veloz -Pegaso. Aquel género de vida encantaba a Belerofonte, y muy a gusto -habría vivido siempre así, en la clara atmósfera de las alturas, en -donde hacía siempre buen tiempo, por muy desapacible y lluvioso que lo -fuera abajo; pero no podía olvidar a la horrible Quimera y la promesa -hecha al rey Iobates, de matarla. Por eso, cuando ya hubo aprendido bien -la equitación aérea y sabía manejar a Pegaso con un ligero movimiento de -la mano, y le enseñó a obedecer su voz, se dispuso a llevar a cabo la -peligrosa aventura. - -En consecuencia, al romper el día y tan pronto como abrió los ojos, dió -un tironcito de orejas al caballo alado para despertarlo. Inmediatamente -se alzó Pegaso del suelo, subiendo hasta media legua de altura, y dió, -velocísimo, una gran vuelta a la cima de la montaña, como para mostrar -que estaba bien despabilado y listo para cualquier excursión. Mientras -duró ese vuelo estuvo dando fuertes, alegres y melodiosos relinchos, y -finalmente descendió junto a Belerofonte tan levemente como habréis -visto que se posan los pájaros sobre los arbustos. - ---¡Muy bien, querido Pegaso! Bravo por mi cortacielos!--exclamó -Belerofonte, dando unas palmaditas en el cuello del caballo--. Y ahora, -mi raudo y hermoso amigo, tenemos que desayunar. Hoy vamos a pelear con -la terrible Quimera. - -En cuanto acabaron su comida matinal y bebieron agua fresca de la fuente -llamada de Hipocrene, ofreció Pegaso la cabeza, espontáneamente, para -que su amo pudiera poner la brida. Luego dió muchos brincos y cabriolas -aéreas, mostrando su impaciencia por emprender la marcha, mientras -Belerofonte se ceñía la espada, disponía el escudo y se preparaba para -la batalla. Cuando estuvo todo listo, montó el jinete y (según solía -hacer cuando iba lejos) subió cuatro kilómetros verticalmente, para -orientarse mejor. Después volvió la cabeza de Pegaso hacia el Este, -dirigiéndose a Licia. En su vuelo alcanzaron a un águila, pasando tan -cerca, antes de que ella pudiera apartarse de su camino, que le habría -sido fácil a Belerofonte cogerla por una pata. Avanzando a este paso, -antes del mediodía divisaron las altas montañas de Licia, con sus -profundos y agrestes valles. Si era verdad lo que a Belerofonte habían -dicho, en uno de esos valles horrendos era donde tenía su guarida la -espantosa Quimera. - -Estando ya tan cerca del término de su viaje, descendieron poco a poco, -aprovechando para ocultarse unas nubes que flotaban sobre aquellas -ingentes cimas. Dando la vuelta por la parte superior de una nube y -asomándose al borde, pudo Belerofonte ver claramente la parte montañosa -de Licia, y mirar a la vez todos sus umbríos valles. Nada de -extraordinario encontró a primera vista. Era aquélla una zona desierta, -pedregosa, con altas y escarpadas montañas; en la parte baja y más llana -del país había ruinas de casas quemadas y esqueletos de animales, -desparramados entre los pastos que les sirvieron de alimento. - ---Por fuerza que es obra de la Quimera todo esto--pensó Belerofonte--; -pero, ¿dónde está el monstruo? - -Como ya he dicho antes, nada de extraordinario se observaba, a primera -vista, en ninguno de los valles y barrancos que había entre las -imponentes montañas. Nada absolutamente, salvo que tres espirales de -humo negro salían de algo como la boca de una caverna y subían -pesadamente por la atmósfera, confundiéndose en una sola columna antes -de llegar a la cumbre de la montaña. La caverna estaba casi a plomo, -bajo el caballo alado y su jinete, a cosa de unos trescientos metros. El -humo tenía un color hediondo, sulfuroso y asfixiante, que hizo resoplar -a Pegaso y estornudar a Belerofonte. Tanto desagradaba al maravilloso -caballo (acostumbrado a respirar únicamente el aire más puro), que agitó -las alas y se lanzó como un kilómetro fuera del alcance de aquellos -molestos vapores. - -Pero, al mirar hacia atrás, vió Belerofonte algo que le indujo a tirar -de las riendas primero, y a dar vuelta después. Hizo una seña, que el -caballo alado entendió, y éste bajó por el aire lentamente hasta que sus -cascos estuvieron a poco más de la altura de un hombre sobre el suelo -roquizo del valle. Enfrente, y a tiro de piedra, estaba la boca de la -caverna con las tres espirales de humo que de ella brotaban. - -Dentro de la dicha caverna parecía haber un montón de extrañas y -terribles criaturas enroscadas unas con otras. Sus cuerpos estaban tan -juntos, que Belerofonte no acertó a distinguirlos; pero, a juzgar por -sus cabezas, uno de los animales era una serpiente inmensa, el segundo -un fiero león y el tercero una cabra horrible. El león y la cabra -estaban dormidos; la serpiente estaba despierta del todo y le miraba -fijamente con su par de grandes y feroces ojos. Lo más asombroso del -caso era que las tres columnas de humo salían evidentemente de las -narices de aquellas tres cabezas. Tan extraño era el espectáculo, que -aun cuando tanta tiempo había estado esperando verlo, la verdad, no se -le ocurrió al pronto que aquélla era la terrible Quimera de tres -cabezas. Había dado con la caverna de la Quimera. La serpiente, el león -y la cabra no eran tres criaturas distintas, como había supuesto, sino -un monstruo solo. - -¡Qué cosa más horrible y más odiosa! Aun dormitando, como dormitaban, -sus dos terceras partes, tenía entre sus abominables mandíbulas los -restos de un infortunado corderillo, o tal vez (pero se me resiste el -pensarlo) fuera de algún pobre niño que las tres bocazas habían estado -mordiscando, antes de quedarse dormidas dos de ellas. - -De pronto, como si saliese de un sueño, cayó Belerofonte en la cuenta de -que era aquélla la Quimera. Pegaso pareció también comprenderlo, y dió -un relincho, que sonó como un clarín de guerra. Al oirlo se alzaron -erguidas las tres cabezas y vomitaron grandes llamaradas. Antes de que -Belerofonte pudiera pensar lo que debía hacer, se lanzó el monstruo -fuera de la caverna y se fué derecho a él, con las inmensas fauces -abiertas y arrastrando su cola de serpiente de una manera horrible. Si -Pegaso no hubiera sido tan ágil como un pájaro, tanto él como su jinete -se habrían visto arrollados por la acometida de la Quimera, y habría -acabado así el combate antes de comenzar en realidad. Pero el caballo -alado no se dejaba atrapar tan fácilmente. En un abrir y cerrar de ojos -se elevó casi hasta las nubes, resoplando con furia. También temblaba, -pero no de miedo, sino del asco producido por aquel ser aborrecible y -ponzoñoso con sus tres cabezas. - -La Quimera, por su parte, se irguió hasta sostenerse únicamente sobre el -extremo de la cola, pateando en el aire de un modo furioso y escupiendo -fuego a Pegaso y al jinete con sus tres bocas. ¡Cómo rugía, silbaba y -bramaba, hijitos míos! Belerofonte, entretanto, se ponía el escudo al -brazo y sacaba la espada. - ---Ahora, mi querido Pegaso--murmuró al oído del caballo alado--, has de -ayudarme a matar este insufrible monstruo, o si no, habrás de volverte a -tu solitaria cumbre sin tu amigo Belerofonte; porque, o muere la -Quimera, o sus tres bocas se comerán esta cabeza mía, que tantas veces -ha dormitado sobre tu cuello. - -Pegaso relinchó, y volviendo la cabeza, frotó cariñosamente el hocico -contra la cara de su jinete. Así decía, a su manera, que aún tenía alas -y era caballo inmortal; mejor perecería, si lo inmortal pudiera perecer, -que dejar tras sí a Belerofonte. - ---Gracias, Pegaso--respondió Belerofonte--. Y ahora, vamos a pelear al -monstruo. - -Diciendo estas palabras, sacudió las riendas, y Pegaso descendió -oblicuamente, rápido como una flecha, hacia la triple cabeza de la -Quimera, que todo aquel tiempo había estado irguiéndose en el aire -cuanto podía. Cuando lo tuvo al alcance de su brazo, dió Belerofonte un -gran tajo al monstruo; pero su caballo siguió adelante sin dejarle ver -si había aprovechado el golpe. Pegaso continuó su carrera; pero pronto -viró en redondo, aproximadamente a la misma distancia de la Quimera que -antes. Belerofonte vió entonces que había cortado al monstruo, casi del -todo, la cabeza de cabra, que colgaba de la piel y parecía enteramente -muerta. - -Pero, en compensación, la cabeza de león y de la serpiente habían -adquirido toda la fiereza de la otra, y escupían llamas, y silbaban y -rugían con mucha más furia que antes. - ---No te importe, mi bravo Pegaso--exclamó Belerofonte--; con otro golpe -como ese haremos que cese el rugir y el silbar. - -De nuevo sacudió las riendas. El caballo alado se lanzó oblicuamente y -veloz, como antes, hacia la Quimera, y Belerofonte, al pasar, asestó un -golpe recto a una de las dos cabezas restantes. Pero esta vez, ni él ni -Pegaso escaparon tan bien como la primera. Con una de sus garras hizo el -monstruo al joven un profundo arañazo en un hombro, y con la otra -estropeó un poco el ala izquierda del caballo volador. Belerofonte, por -su parte, había herido mortalmente la cabeza de león, de tal modo, que -caía colgando, con su fuego casi extinguido y lanzando bocanadas de humo -negro y espeso. Sin embargo, la cabeza de serpiente (la única que -quedaba ya) era entonces dos veces más fiera y más venenosa que nunca. -Vomitaba chorros de fuego de quinientos metros de largo y lanzaba -silbidos tan altos, tan ásperos, tan penetrantes, que el rey Iobates los -oyó a cincuenta millas de distancia, y se estremeció hasta hacer temblar -al trono debajo de él. - ---¡Ay de mí!--pensó el pobre rey--. Esto es que la Quimera viene a -devorarme. - -Pegaso, mientras tanto, se había parado otra vez en el aire y relinchaba -colérico, echando de sus ojos chispas de un fuego puro como el cristal. -¡Qué diferente el fuego cárdeno de la Quimera! Ni el espíritu del -caballo aéreo ni el de Belerofonte decayeron. - ---¿Echas sangre, mi caballo inmortal?--exclamo el joven, cuidándose -menos del mal propio que del de aquella criatura que no debía haber -conocido nunca el dolor--. ¡La execrable Quimera pagará este daño con su -última cabeza! - -Luego sacudió las riendas, dando grandes gritos, y guió a Pegaso, no -oblicuamente como antes, sino derecho a la repugnante cabeza del -monstruo. Tan rápida fué la embestida, que en la duración de un -relámpago llegó Belerofonte al alcance de su enemigo. - -A esto, con la pérdida de su segunda cabeza, había caído la Quimera en -una pasión ardentísima de dolor y rabia. Se revolcaba, mitad en tierra -y mitad en el aire, siendo imposible decir en qué elemento descansaba. -Abrió su bocaza de serpiente, con tan abominable anchura, que estoy por -decir que podía haber pasado Pegaso derecho a la garganta, con las alas -desplegadas y con jinete y todo. Cuando se acercaron, lanzó un chorro -tremendo de su encendido aliento, y envolvió a Belerofonte y a su -caballo en una atmósfera de llamas, chamuscando las alas de Pegaso, -quemando al joven los dorados rizos de todo un lado y caldeando a los -dos, de la cabeza a los pies, mucho más de lo cómodo. - -Pero esto no es nada para lo que sucedió después. Cuando el caballo -alado llegó en su acometida a la distancia de unos cien metros, la -Quimera dió un salto y lanzó su enorme, horrible, ponzoñoso y detestable -cuerpo sobre el pobre Pegaso; se enroscó a su alrededor con gran fuerza -y retorció su cola de serpiente hasta formar un nudo. El caballo aéreo -volaba más alto, más alto, más alto, por encima de los picos de las -montañas, por encima de las nubes, hasta perder de vista casi a la -tierra sólida; pero el monstruo terrestre no soltó presa y fué llevado -hacia arriba con la criatura del aire y la luz. Belerofonte, mientras -tanto, se volvió y se encontró frente a frente con la horrible fealdad -de la Quimera, y sólo resguardándose bien con el escudo, pudo librarse -de morir abrasado o de ser partido por mitad de un mordisco. - -Por la orillita del escudo miró fieramente a los salvajes ojos del -monstruo. La Quimera estaba tan enloquecida por el dolor, que no se -resguardaba, como en otro caso habría hecho. Después de todo, para -luchar con una Quimera, tal vez sea lo mejor el acercarse a ella todo lo -posible. En sus esfuerzos por clavar a su enemigo los horribles garfios, -el monstruo dejó su pecho enteramente al descubierto. Al verlo, -Belerofonte clavó hasta el puño la espada en su cruel corazón. La cola -de la serpiente desató en seguida su nudo. El monstruo soltó a Pegaso y -cayó desde aquella enorme altura. El fuego que llevaba en su pecho -ardió, en vez de extinguirse, más vivo que nunca, y pronto comenzó a -consumir aquel cuerpo muerto. - -Cayó del cielo, inflamado enteramente. Como se hizo de noche antes de -llegar a tierra, lo confundieron con una estrella errante o con un -cometa; pero al despuntar el día salieron unos labriegos a su labor y -vieron, con gran asombro, que varias hectáreas de terreno estaban -salpicadas de cenizas negras. En medio de un campo había un montón de -huesos calcinados, mucho más alto que una gran pila de heno. ¡Nada más -volvió a verse de la espantosa Quimera! - -[imagen] - -[imagen] - -Cuando Belerofonte hubo ganado la victoria, se inclinó hacia adelante y -besó a Pegaso con lágrimas en los ojos. - ---¡Vuelve ahora, mi caballo bienamado--le dijo--, vuelve a la Fuente de -Pirene! - -Pegaso hendió el aire más rápido que nunca, y llegó a la fuente en muy -poco tiempo. Allí encontró al viejo apoyado en su báculo, al campesino -dando agua a la vaca y a la hermosa doncellita llenando su cántaro. - ---Ahora me acuerdo--advirtió el viejo--. Cuando yo era un chiquillo, vi -una vez este caballo con alas. Pero en mi tiempo era diez veces más -hermoso. - ---Tengo un caballo de tiro que vale tres veces lo que él--dijo el -campesino--. Si este pingo fuera mío, lo primero que hacía era cortarle -las alas. - -La pobre muchachita no dijo nada, porque tenía el sino de asustarse -fuera de tiempo. Echó a correr, dejó caer el cántaro y lo rompió. - ---¿Dónde está--preguntó Belerofonte--el simpático niño que solía -acompañarme, y nunca perdió la fe y nunca se cansaba de mirar en la -fuente? - ---Aquí estoy, querido Belerofonte--dijo el niño tiernamente. - -El muchachito había pasado día tras día a la orilla de Pirene, esperando -que volviera su amigo; pero cuando vió a Belerofonte bajando a través -de las nubes, montado en su caballo alado, se internó en el boscaje. Era -un niño muy delicado, de gran ternura, y temía que el viejo y el -campesino vieran brotar las lágrimas de sus ojos. - ---Has logrado la victoria--dijo gozosamente, abrazándose a una pierna de -Belerofonte, que aún estaba montado sobre Pegaso--. Conozco que la has -ganado. - ---Sí, niño querido--replicó Belerofonte, bajándose del caballo alado--; -pero si no me hubiese ayudado tu fe, nunca hubiera yo aguardado a -Pegaso, ni marchado por encima de las nubes, ni venciera jamás a la -terrible Quimera. Todo lo hiciste tú, mi amado amiguito, y ahora -devolvamos a Pegaso su libertad. - -Y diciendo esto, quitó la brida encantada de la cabeza de aquel caballo -maravilloso. - ---¡Sé libre para siempre. Pegaso mío!--exclamó con cierto dejo de -tristeza en la voz--. ¡Sé tan libre como rápido eres! - -Mas Pegaso apoyó la cabeza en el hombro de Belerofonte, y no hubo manera -de inducirle a emprender el vuelo. - ---Bien; pues--dijo Belerofonte, acariciando al aéreo caballo--estarás -conmigo mientras quieras. Vámonos sin tardar a decir al rey Iobates que -la Quimera ha sido destruída. - -Belerofonte abrazó a aquel niño tan bueno, y le prometió volver a verle, -y se puso en marcha; pero, años después, aquel niño voló sobre el -caballo aéreo mucho más alto que nunca lo hiciera Belerofonte, e hizo -cosas mucho más honrosas que la victoria de su amigo sobre la Quimera. -Porque, siendo tan tierno y delicado, llegó a ser un poderoso poeta. - -[imagen] - - - - -[imagen] - - - - -CUMBRE PELADA - - -Eustaquio Bright contó la leyenda de Belerofonte con tanto fervor y -animación como si realmente hubiese ido a galope sobre un caballo con -alas. - -Al terminar se llenó de alegría, al comprender, por el rostro radiante -de sus oyentes, lo mucho que les había interesado. - -Todos los ojos bailaban, excepto los de Primavera: en los ojos de la -chiquilla positivamente había lágrimas, porque se daba cuenta de que -había algo en la leyenda que los demás aún no tenían edad de comprender. - -Era un cuento de niños; pero el estudiante había conseguido poner en él -el ardor, la generosa esperanza y la imaginación emprendedora de la -juventud. - ---Ahora te perdono, Primavera--dijo--, todo el ridículo que has -intentado echar sobre mis cuentos. Una lágrima paga muchas risas. - ---¡Ay, señor Bright!--respondió Primavera, limpiándose los ojos y -lazándole otra de sus maliciosas sonrisas--: esto de estar encima de las -nubes eleva el pensamiento. Te aconsejo que no vuelvas a contar más -cuentos, si no estás, como ahora, en la cumbre de una montaña. - ---O cabalgando sobre Pegaso--replicó Eustaquio, riendo--. ¿No te parece -que he conseguido a las mil maravillas mi propósito de apresar al corcel -maravilloso? - ---¡Sí, ha sido un bonito salto mortal!--exclamó palmoteando--. Me parece -que le veo a caballo sobre él, a tres millas de alto, por los aires, -cabeza abajo! - ---¡Ojalá tuviese aquí a Pegaso en este instante!--dijo el estudiante--. -Le montaría inmediatamente, y haría una visita por todo el país a cada -uno de mis autores favoritos. - -Charlando de Pegaso y sus hazañas, empezaron a andar colina abajo. A -poco _Bruin_ empezó a ladrar, y le respondió el _gua-gua_ solemne del -respetable _Ben_. Pronto vieron al buen perro viejo, haciendo guardia -cuidadosa sobre la gente menuda. Los pequeños, repuestos por completo -de su fatiga, se habían puesto a buscar fresas, y al divisar a sus -compañeros, echaron a correr cuesta arriba para salir a su encuentro. - -Así reunidos, todos los excursionistas pasaron otra vez por los huertos, -y se encaminaron despacio a Tanglewood. - - -FIN - -[imagen] - -[imagen] - - - - -INDICE - - - Páginas - -LA CABEZA DE LA GORGONA 5 -EL TOQUE DE ORO 55 -EL PARAÍSO DE LOS NIÑOS 93 -LAS TRES MANZANAS DE ORO 129 -EL CÁNTARO MILAGROSO 175 -LA QUIMERA 211 - -[imagen] - - - - - - -End of Project Gutenberg's Cuando la tierra era niña, by Nathaniel Hawthorne - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK CUANDO LA TIERRA ERA NIÑA *** - -***** This file should be named 55215-8.txt or 55215-8.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/5/5/2/1/55215/ - -Produced by Josep Cols Canals, Chuck Greif and the Online -Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This -file was produced from images generously made available -by The Internet Archive/American Libraries.) - - -Updated editions will replace the previous one--the old editions -will be renamed. - -Creating the works from public domain print editions means that no -one owns a United States copyright in these works, so the Foundation -(and you!) can copy and distribute it in the United States without -permission and without paying copyright royalties. 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You may copy it, give it away or -re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included -with this eBook or online at www.gutenberg.org/license - - -Title: Cuando la tierra era niña - -Author: Nathaniel Hawthorne - -Illustrator: Pablo Milá Fontanals - -Translator: Gregorio Martínez Sierra - -Release Date: July 28, 2017 [EBook #55215] - -Language: Spanish - -Character set encoding: ISO-8859-1 - -*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK CUANDO LA TIERRA ERA NIÑA *** - - - - -Produced by Josep Cols Canals, Chuck Greif and the Online -Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This -file was produced from images generously made available -by The Internet Archive/American Libraries.) - - - - - - -</pre> - -<hr class="full" /> - -<div class="figcenter"> -<img src="images/cover.jpg" width="314" height="500" alt="" /> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_001" id="page_001"></a>{1}</span></p> - -<div class="figcenter" style="width: 132px;"> -<a href="images/illus-001_lg.jpg"> -<img src="images/illus-001_sml.jpg" width="132" height="147" alt="[imagen no disponible]" /></a> -<div class="caption"><p class="c"><i>E S T R E L L A</i></p></div> -</div> - -<p class="cb">C O L E C C I Ó N E S M E R A L D A</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_002" id="page_002"></a>{2}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_003" id="page_003"></a>{3}</span> </p> - -<h1>CUANDO<br /> -LA TIERRA<br /> -ERA NIÑA</h1> - -<div class="figcenter" style="width: 382px;"> -<a href="images/title_lg.jpg"> -<img src="images/title_sml.jpg" width="382" height="583" alt="HAWTHORNE - -CUANDO -LA TIERRA -ERA NIÑA - -TRADUCCIÓN DE -G. MARTÍNEZ SIERRA - -ILUSTRACIONES DE -FONTANALS - -MADRID -MCMXX" /></a> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_004" id="page_004"></a>{4}</span></p> - -<p class="cb"> -COPYRIGHT BY<br /> -G. MARTÍNEZ SIERRA, 1920<br /> -<br /> -<span class="smcap">Tipografía Artística</span><br /> -<span class="smcap">Cervantes, 28.—Madrid</span><br /> -</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_005" id="page_005"></a>{5}</span></p> - -<table border="4" cellpadding="0" cellspacing="4" summary="" -style="border:3px solid gray;"> -<tr><td align="left"><a href="#INDICE"><b>AL INDICE</b></a></td></tr> -</table> - -<h2> -<a name="LA_CABEZA_DE_LA_GORGONA" id="LA_CABEZA_DE_LA_GORGONA"></a>LA CABEZA DE<br /> -LA GORGONA<br /> -</h2> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_006" id="page_006"></a>{6}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_007" id="page_007"></a>{7}</span> </p> - -<div class="figcenter" style="width: 278px;"> -<a href="images/illus-007_lg.jpg"> -<img src="images/illus-007_sml.jpg" width="278" height="118" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<h3><a name="EL_PORTICO_DE_TANGLEWOOD" id="EL_PORTICO_DE_TANGLEWOOD"></a>EL PÓRTICO DE TANGLEWOOD</h3> - -<p class="nind"><span class="letra">B</span><span class="smcap">ajo</span> el pórtico de la quinta llamada <i>Tanglewood</i>, una hermosa mañana de -otoño estaba reunido un alegre grupo de chiquillos, y en medio de ellos -estaba en pie un joven alto. Habían proyectado una excursión para ir a -coger nueces, y estaban esperando con impaciencia a que las nieblas se -desvaneciesen en las vertientes de la montaña, y el sol derramase el -calor del veranillo de San Martín sobre los campos y las praderas y en -los escondrijos de los bosques. El día prometía ser de los más -agradables que han regocijado nunca este hermoso y alegre mundo; pero la -niebla de la mañana llenaba aún todo el valle, sobre el cual, en una -altura de suave pendiente, se levantaba la quinta.<span class="pagenum"><a name="page_008" id="page_008"></a>{8}</span></p> - -<p>La masa de vapor blanco se extendía hasta unas cien varas de la casa. -Escondía por completo todo lo que hubiera más lejos, excepto unas -cuantas copas de árboles, rojizas o amarillas, que surgían aquí y allí, -y estaban glorificadas por el sol madrugador, que también hacía brillar -la ancha superficie de la niebla. Cuatro o cinco millas hacia el Sur se -levantaba la cima de una montaña elevadísima. Quince millas más lejos, -en la misma dirección, se alzaba otra mucho más alta, tan azul y etérea, -que apenas parecía más sólida que el vaporoso mar de niebla que se -extendía sobre ella. Las colinas más próximas, que bordeaban el valle, -estaban medio sumergidas y manchadas con pequeñas guirnaldas de nubes, -hasta en las mismas cimas. En resumen: había tanta nube y tan poca -tierra sólida, que todo ello hacía el efecto de una visión.</p> - -<p>Los niños antes citados, todos llenos de vida, se escapaban de debajo -del pórtico y correteaban por la senda enarenada o por la hierba húmeda -de la pradera. No puedo decir fijamente cuántos eran: no menos de nueve, -no más de una docena, de todas clases, tamaños y edades, muchachos y -chiquillas. Eran hermanos, hermanas, primos, juntos con unos cuantos -amiguitos que habían sido invitados por el señor y la señora Pringle -para pasar unos cuantos<span class="pagenum"><a name="page_009" id="page_009"></a>{9}</span> días de la deliciosa estación, con sus hijitos, -en la casa de campo. No me gusta deciros sus nombres, ni llamarles con -nombre ninguno que algún niño haya llevado antes que ellos, porque sé de -cierto que muchos autores se ponen en grandísimos compromisos por haber -dado a los personajes de sus libros nombres de personas reales y -verdaderas. Por esta razón quiero llamarles Primavera, Bellorita, -Amapola, Romero, Ojos azules, Trébol, Madreselva, Capuchina, Flor de -Limón, Tomillo, Girasol y Mariposa, aunque, a decir verdad, estos -nombres serían mucho más propios de un grupo de hadas, que de una -reunión de niños de este mundo.</p> - -<p>No hay que suponer que a estos niños les permitían sus cuidadosos padres -y madres, tíos, tías o abuelos, andar vagando por bosques y campos sin -la guarda de alguna persona mayor y especialmente seria. ¡De ningún -modo! En el primer párrafo de mi libro recordaréis que he hablado de un -joven alto, que estaba en pie en medio del grupo. Su nombre (y os diré -el verdadero, porque considera grandísimo honor haber contado los -cuentos que van aquí impresos), su nombre era Eustaquio Bright. Era -estudiante y había alcanzado en aquella época la respetable edad de diez -y ocho años; de modo que casi se parecía a si mismo abuelo de Bellorita, -Romero, Madreselva, Flor de Limón, Tomillo<span class="pagenum"><a name="page_010" id="page_010"></a>{10}</span> y los demás, que eran no más -la mitad o la tercera parte de venerables que él. Una molestia en la -vista (como creen necesario tenerla muchos estudiantes de hoy día, para -demostrar su aplicación) le había hecho abandonar las clases dos semanas -antes de terminar el curso. Pero, por mi parte, pocas veces he visto un -par de ojos que tuviesen aspecto de ver mejor o más de lejos que los de -Eustaquio Bright.</p> - -<p>El aplicado estudiante era delgado y un poco pálido, como lo son todos -los estudiantes yanquis, pero de aspecto muy saludable, y tan ligero y -activo como si tuviese alas en los zapatos. Como le gustaba mucho vadear -arroyuelos y pisar la hierba de las praderas, se había calzado para la -expedición botas fuertes de becerro. Llevaba una blusa de lienzo, una -gorra de paño y un par de anteojos verdes, que se había puesto, -probablemente no tanto para protegerse los ojos, como por la dignidad -que daban a su apariencia. Sin embargo, pudiera habérselos dejado en -casa, porque Madreselva, diablejo travieso, se subió en los hombros de -Eustaquio cuando estaba él sentado en uno de los escalones del pórtico, -le arrancó los lentes de la nariz y los plantó en la suya, y como al -estudiante se le olvidó volverlos a coger, cayeron en la hierba, y allí -se quedaron hasta la primavera siguiente.<span class="pagenum"><a name="page_011" id="page_011"></a>{11}</span></p> - -<p>Ahora bien: es preciso que sepáis que Eustaquio había alcanzado entre -los niños gran fama como narrador de cuentos maravillosos, y aunque -algunas veces fingía que le molestaba el que le pidiesen que les contase -más y más, y siempre más, yo tengo mis dudas y pienso que no había cosa -en el mundo que más le agradase. Había que ver cómo le brillaban los -ojos, cuando aquella mañana, Trébol, Amapola, Capuchina, Mariposa y la -mayor parte de sus compañeros, le pidieron que les contase uno de sus -cuentos, mientras aguardaban a que la niebla se desvaneciese por -completo.</p> - -<p>—Sí, primo Eustaquio—dijo Primavera, que era una alegre chiquilla de -doce años, con los ojos de risa y la naricilla un poco respingona—: la -mañana es la mejor hora para oir los cuentos con que tan a menudo -pruebas nuestra paciencia. Correremos menos peligro de herir tu -susceptibilidad, durmiéndonos en el momento más interesante... como hizo -anoche Capuchina.</p> - -<p>—¡Qué mala eres!—exclamó Capuchina, niña de seis años—. No me dormí: -es que cerré los ojos, para ver por dentro lo que Eustaquio nos estaba -contando. Sus cuentos son buenos para oirlos de noche, porque puede una -soñar con ellos, dormida; pero también son buenos por la mañana, porque -puede una soñar con<span class="pagenum"><a name="page_012" id="page_012"></a>{12}</span> ellos despierta. Así es que espero que nos va a -contar uno ahora mismito.</p> - -<p>—¡Gracias, Capuchina!—dijo Eustaquio—. Tendrás el mejor de los -cuentos que yo sea capaz de inventar, aunque sólo sea por haberme -defendido tan bien contra esta perversa Primavera. Pero, niños, os he -contado ya tantos cuentos de hadas, que me parece que no queda ninguno -que no me hayáis oído por lo menos dos veces. Y temo que si vuelvo a -repetir alguno de ellos, os vais a quedar dormidos de veras.</p> - -<p>—¡No, no, no!—exclamaron Ojos azules, Bellorita, Girasol y otra media -docena—. Los cuentos que más nos gustan son los que hemos oído dos o -tres veces.</p> - -<p>Y es verdad que los cuentos parecen aumentar de interés para los niños, -no con una o dos, sino con innumerables repeticiones. Pero Eustaquio -Bright, en la exuberancia de sus recursos, desdeñaba el aprovecharse de -una ventaja que hubiese agradecido un narrador más viejo.</p> - -<p>—Sería lástima—dijo—que un hombre de mis conocimientos (pasando por -alto mi fantasía original) no pudiese encontrar cada día del año un -cuento nuevo para chiquillos como vosotros. Os contaré uno de los que se -inventaron para distracción de nuestra vieja abuela<span class="pagenum"><a name="page_013" id="page_013"></a>{13}</span> la Tierra, cuando -era una chiquilla con refajito y delantal. Hay lo menos ciento, y me -maravilla que hace mucho tiempo no se hayan puesto en libros de estampas -para niñas y niños. En cambio, muchos sabios viejos, con largas barbas -grises, se queman las pestañas leyéndolos en librotes llenos de polvo, -escritos en griego, y se rompen los cascos queriendo adivinar cuándo y -cómo y para qué se inventaron.</p> - -<p>—Bueno, bueno, bueno, bueno, primo Eustaquio—exclamaron a una todos -los chiquillos—: no hables más de tus cuentos, y empieza a contar.</p> - -<p>—Sentaos todos—dijo Eustaquio—, y callad, porque a la primera -interrupción, sea de la malvada Primavera, del infeliz Romero o de -cualquier otro, daré un mordisco al cuento, y me tragaré el pedazo que -falte por contar. Pero, en primer lugar, ¿alguno de vosotros sabe lo que -es una Gorgona?</p> - -<p>—Yo, sí—dijo Primavera.</p> - -<p>—¡Pues, cállatelo!—replicó Eustaquio, que hubiese preferido que no -hubiese sabido la chiquilla nada sobre el asunto—. Callad todos, y os -contaré un cuento preciosísimo de la cabeza de una Gorgona.</p> - -<p>Y así lo hizo, como podéis empezar a leer en la página siguiente.<span class="pagenum"><a name="page_014" id="page_014"></a>{14}</span></p> - -<div class="figcenter" style="width: 133px;"> -<a href="images/illus-014_lg.jpg"> -<img src="images/illus-014_sml.jpg" width="133" height="126" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_015" id="page_015"></a>{15}</span></p> - -<div class="figcenter" style="width: 278px;"> -<a href="images/illus-015_lg.jpg"> -<img src="images/illus-015_sml.jpg" width="278" height="118" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<h2>LA CABEZA DE LA GORGONA</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">P</span><span class="smcap">erseo</span> era hijo de Danae, que a su vez era hija de un rey. Y cuando -Perseo era muy pequeño, unos malvados le pusieron con su madre en un -arca y los lanzaron a las ondas. Sopló el viento fuertemente, y alejó el -arca de la costa. Las ondas la sacudieron como si fuera una cáscara de -nuez. Danae estrechó a su hijito entre sus brazos, temiendo por momentos -que una ola mayor que las demás les sepultara para siempre en el fondo -del Océano. El arca siguió, sin embargo, navegando, y no se hundió ni -zozobró, hasta que al llegar la noche navegaba tan cerca de una isla, -que se enredó entre las redes de un pescador y la sacaron con ellas a la -costa. La isla se llamaba Serifo, y reinaba en ella el rey Polidectes, -que era hermano del<span class="pagenum"><a name="page_016" id="page_016"></a>{16}</span> pescador que había recogido por casualidad en sus -redes a los pobres náufragos.</p> - -<p>Este pescador era hombre justo y compasivo. Trató con gran bondad a -Danae y a su hijo, y continuó protegiéndoles hasta que Perseo llegó a -ser un hermoso mancebo, fuerte y activo, y habilísimo en el manejo de -las armas.</p> - -<p>Mucho antes había visto el rey Polidectes a los dos extranjeros, madre e -hijo, que en un arca frágil habían llegado a sus playas. No era -Polidectes bueno y amable como su hermano el pescador, sino en extremo -malvado, y resolvió enviar a Perseo a una empresa peligrosa, en la cual -probablemente perdería la vida, y entonces, quedándose la madre sin -defensa, podría él causarle algún daño grande. Con este fin, aquel rey -de mal corazón pasó tiempo y tiempo pensando cuál sería la hazaña de más -peligro que un joven pudiera emprender. Cuando, por fin, dió con una -empresa que prometía tener el fatal resultado que deseaba, mandó llamar -a Perseo.</p> - -<p>El muchacho fué a palacio, y encontró al rey sentado en su trono.</p> - -<p>—Perseo—dijo el rey Polidectes, sonriendo hipócritamente—, eres todo -un buen mozo. Tú y tu excelente madre habéis recibido muchísimos -favores, tanto míos como de mi hermano el pescador, y supongo que -sentirás no poder pagar algunos de ellos.<span class="pagenum"><a name="page_017" id="page_017"></a>{17}</span></p> - -<p>—Con permiso de Vuestra Majestad—respondió Perseo—, arriesgaría con -gusto mi vida por lograrlo.</p> - -<p>—Muy bien; entonces—continuó el rey, siempre con la sonrisa en los -labios—, tengo una aventura de poca monta que proponerte; y como eres -un joven valiente y emprendedor, estoy seguro de que te alegrarás de -tener tan buena ocasión de distinguirte. Debes saber, mi buen Perseo, -que estoy en tratos para casarme con la hermosa princesa Hipodamia, y es -costumbre, en ocasiones como ésta, regalar a la novia algo elegante y -extraño, que haya tenido que irse a buscar muy lejos. Debo confesar que -he estado bastante perplejo, sin saber dónde encontrar cosa capaz de -agradar a princesa de gusto tan exquisito. Pero esta mañana me parece -que he encontrado precisamente lo que necesitaba.</p> - -<p>—¿Y puedo yo ayudar a Vuestra Majestad a conseguirlo?—exclamó Perseo -con vehemencia.</p> - -<p>—Puedes, si eres tan valiente como yo me figuro—repuso el rey -Polidectes con la mayor astucia—. El regalo de boda que quiero ofrecer -a la hermosa Hipodamia es la cabeza de la Gorgona Medusa, con sus -cabellos de serpientes, y de ti depende el traerla, querido Perseo. Así -es que como estoy deseando terminar los tratos para mi casamiento con la -princesa, cuanto<span class="pagenum"><a name="page_018" id="page_018"></a>{18}</span> antes vayas en busca de la Gorgona, más me -complacerás.</p> - -<p>—Saldré mañana, por la mañana—respondió Perseo.</p> - -<p>—Te ruego que lo hagas así, valiente joven—aseguró el rey—. Y al -cortar la cabeza de la Gorgona, ten cuidado de dar el golpe limpio para -no estropearla. La traerás aquí lo mejor acondicionada que sea posible, -porque la princesa Hipodamia es muy delicada de gusto.</p> - -<p>Perseo salió del palacio, y apenas había pasado la puerta, el rey -Polidectes se echó a reir; le divertía mucho, tan malvado era, que el -pobre muchacho hubiese caído en la trampa. Pronto corrió la noticia de -que Perseo se había decidido a cortar la cabeza de Medusa con su -cabellera de serpientes. Todo el mundo se alegró al saberlo, porque casi -todos los habitantes de la isla eran tan malvados como el mismo rey, y -se hubiesen alegrado muchísimo de que les sucediese algún mal muy grande -a Danae y a su hijo. Parece que el único hombre bueno en aquella -desdichada isla de Serifo era el pescador. Cuando Perseo iba por la -calle, las gentes le señalaban con el dedo y le hacían muecas de -desprecio y le ridiculizaban, levantando la voz cuanto se atrevían.</p> - -<p>—¡Ay!, ¡ay!—exclamaban—. Las serpientes de Medusa le van a morder -lindamente.<span class="pagenum"><a name="page_019" id="page_019"></a>{19}</span></p> - -<p>Ahora bien; en aquel tiempo vivían tres Gorgonas, y eran los monstruos -más extraños y terribles que hubieran existido desde que el mundo es -mundo, y después no se ha visto ni se volverá a ver cosa más terrible -que ellas. La verdad es que no sé por qué nombre de monstruo nombrarlas. -Eran tres hermanas, y parece que tenían cierta remota semejanza con las -mujeres; pero, en realidad, eran una temerosa y dañina especie de -dragones. De veras es difícil imaginar qué espantosos seres eran las -tres hermanas. Porque en vez de cabellos, tenía cada una en la cabeza -cien serpientes enormes, vivas todas, que se retorcían, se enredaban, se -enroscaban, sacando sus venenosas lenguas, ahorquilladas por la punta. -Los dientes de las Gorgonas eran terriblemente largos. Las manos las -tenían de bronce. Y el cuerpo cubierto de escamas, que si no eran de -hierro, eran por lo menos tan duras e impenetrables como él. También -tenían alas, y hermosísimas, os lo aseguro, porque todas las plumas eran -de oro purísimo, brillante, centelleante, bruñido, y figuraos cómo -resplandecería cuando las Gorgonas iban volando a la luz del sol.</p> - -<p>Pero cuando alguien alcanzaba a atisbar un reflejo de aquel resplandor, -pocas veces se detenía a mirarlo, sino que corría y se escondía a toda -prisa. Acaso os figuráis que tenía miedo<span class="pagenum"><a name="page_020" id="page_020"></a>{20}</span> de que le mordiesen las -serpientes que servían de cabello a las Gorgonas, o de que le -destrozasen los terribles colmillos, o las garras de bronce. Todos esos -peligros, aunque grandísimos, no eran los más difíciles de evitar. ¡Lo -peor de aquellas abominables Gorgonas era que si un pobre mortal miraba -de frente a una de aquellas caras, estaba seguro, en el mismo instante, -de que su carne y sangre caliente se convirtiesen en piedra inanimada y -fría!</p> - -<p>Así es que, como comprenderéis perfectamente, la aventura que el malvado -rey Polidectes había buscado para el pobre muchacho, era peligrosísima. -El mismo Perseo, cuando se detuvo a pensar en ello, no pudo menos de -comprender que tenía muy pocas probabilidades de salir con bien de ella, -y que era mucho más probable convertirse en estatua de piedra que -conseguir la cabeza de Medusa con su cabellera de serpientes. Dejando a -un lado otras dificultades, había una que hubiese puesto en apuro a -cualquier hombre de mucha más edad que Perseo. No sólo tenía que luchar -con un monstruo de alas de oro, de escamas de hierro, de larguísimos -dientes, de garras de bronce, con serpientes por cabellos, y cortarle la -cabeza, sino que mientras estuviese luchando contra él, no podía mirar a -su enemigo. Porque si lo miraba, al levantar el brazo para herirle se<span class="pagenum"><a name="page_021" id="page_021"></a>{21}</span> -convertiría en piedra y se quedaría con el brazo en el aire siglos y -siglos, hasta que el tiempo y el viento y el agua le destruyesen por -completo. Y sería bien triste que le ocurriese esto a un joven a quien -tantas cosas grandes quedaban por hacer y tanta felicidad que gozar en -este hermoso mundo.</p> - -<p>Tanto desconsolaron a Perseo todos estos pensamientos, que no tuvo valor -para decir a su madre lo que se había comprometido a hacer. Por -consiguiente, cogió su escudo, se ciñó la espada y atravesó la isla, -yendo a sentarse a un lugar solitario; apenas podía contener las -lágrimas.</p> - -<p>Pero cuando estaba más pensativo y triste, oyó una voz junto a él.</p> - -<p>—Perseo—dijo la voz—, ¿por qué estás triste?</p> - -<p>Levantó la cabeza de entre las manos, en las cuales la había escondido, -y ¡oh, asombro!, aunque creía estar completamente solo, encontró a su -lado un desconocido. Era un joven de aspecto animoso y -extraordinariamente inteligente, cubierto con una capa, y que llevaba en -la cabeza un gorro muy extraño y en la mano un bastón trenzado, también -de modo sorprendente, y colgada al costado una espada corta y muy -retorcida. Tenía aspecto de gran ligereza y soltura de movimientos, como -hombre acostumbrado<span class="pagenum"><a name="page_022" id="page_022"></a>{22}</span> a ejercicios gimnásticos, a correr y a saltar. Y, -sobre todo, tenía una expresión tan alegre, tan inteligente y tan -servicial—aunque, por supuesto, un poco maliciosa—, que Perseo no pudo -menos de animarse inmediatamente que le miró a la cara. Además, como en -realidad era valiente, le dió muchísima vergüenza que alguien le hubiese -encontrado con las lágrimas en los ojos, como a un chiquillo de la -escuela, cuando, después de todo, puede que no hubiera motivo para -desesperarse. Enjugóse los ojos, y respondió al desconocido prontamente, -poniendo la cara más alegre que pudo.</p> - -<p>—No estoy triste—dijo—, sino pensando en una aventura que he -emprendido.</p> - -<p>—¡Oh!—respondió el desconocido—. Cuéntame en qué consiste, y puede te -sirva yo de algo. He ayudado a muchos jóvenes en aventuras que al -principio parecían bastante difíciles. Acaso hayas oído hablar de mí. -Tengo varios nombres; pero el de Azogue me cae tan bien como otro -cualquiera. Dime en qué consiste la dificultad, y hablaremos del asunto -y veremos lo que se puede hacer.</p> - -<p>Las palabras del desconocido animaron por completo a Perseo. Resolvió -contarle a Azogue todas sus dificultades, ya que las cosas no podían -ponerse peor que estaban, y acaso su nuevo amigo pudiera darle algún -consejo que le<span class="pagenum"><a name="page_023" id="page_023"></a>{23}</span> sirviese de algo. Así es que en pocas palabras le -explicó el caso: cómo el rey Polidectes necesitaba la cabeza de Medusa, -con la cabellera de serpientes, para dársela como regalo de boda a la -hermosa princesa Hipodamia, y cómo se había comprometido a ir a -buscarla, pero temía verse convertido en piedra.</p> - -<p>—Y sería lástima—dijo Azogue con su maliciosa sonrisa—. Es verdad que -serías una estatua de mármol de muy buen ver, y que pasarían unos -cuantos siglos antes de que el tiempo pudiera desmoronarte del todo; -pero más vale ser joven unos pocos años, que estatua de piedra muchos.</p> - -<p>—¡Oh, mucho más!—exclamó Perseo con los ojos húmedos otra vez—. Y -además, ¿qué sería de mi madre, si su hijo tan querido se convirtiese en -piedra?</p> - -<p>—Esperemos que el asunto no tenga tan mal fin—repuso Azogue en tono -animoso—. Precisamente soy la persona que acaso pueda ayudarte más -eficazmente. Mi hermana y yo haremos todo lo posible por que salgas con -bien de esta aventura, que ahora te parece tan desagradable.</p> - -<p>—¿Tu hermana?—repitió Perseo.</p> - -<p>—Sí, mi hermana—respondió el desconocido—. Es muy sabia, te lo -aseguro; y en cuanto a mí, también suelo tener todo el talento que<span class="pagenum"><a name="page_024" id="page_024"></a>{24}</span> me -hace falta. Si tú eres valeroso y prudente, y haces caso de nuestros -consejos, no tienes que temer, por ahora, convertirte en estatua de -piedra. Lo primero que has de hacer es pulir el escudo, hasta que puedas -verte en él como en un espejo.</p> - -<p>Esto le pareció a Perseo un principio de aventura más bien extravagante, -porque pensó que más importaría que el escudo fuera lo bastante fuerte -para defenderle de las garras de bronce de la Gorgona, que el que -estuviese bastante reluciente para poderse ver la cara en él. Pero -pensando que Azogue sabía más que él, inmediatamente puso manos a la -obra, y frotó el escudo con tal diligencia y buen deseo, que pronto -brilló como la luna en el mes de Diciembre. Azogue le miró y sonrió, -aprobando. Entonces, quitándose la espada corta y retorcida, se la colgó -a Perseo del cinto, en vez de la que llevaba.</p> - -<p>—No hay espada en el mundo que pueda servir mejor al propósito que -llevas—observó—. La hoja tiene temple excelente, y corta el hierro y -el acero como un tallo tierno. Y ahora, en marcha: lo primero que -tenemos que hacer es ir en busca de las Tres Mujeres Grises, que nos -dirán dónde podemos encontrar a las Ninfas.</p> - -<p>—¡Las Tres Mujeres Grises!—exclamó Perseo,<span class="pagenum"><a name="page_025" id="page_025"></a>{25}</span> a quien esto parecía -únicamente una dificultad más en la aventura—. ¿Quiénes son esas Tres -Mujeres Grises? Nunca he oído hablar de ellas.</p> - -<p>—Son tres viejecitas muy raras—dijo Azogue, riendo—. No tienen más -que un ojo para las tres, y un diente. Tendrás que encontrarlas a la luz -de las estrellas o en las sombras de la noche, porque nunca se dejan ver -cuando brillan el sol o la luna.</p> - -<p>—Pero—dijo Perseo—, ¿a qué gastar el tiempo con esas Tres Mujeres -Grises? ¿No sería mejor ir desde luego en busca de las terribles -Gorgonas?</p> - -<p>—No, no—respondió su amigo—. Hay bastantes cosas que hacer antes de -encontrar el camino que te ha de llevar a las Gorgonas. No hay más -remedio que ir a caza de esas tres señoras. Y cuando las hayamos -encontrado, puedes estar seguro de que las Gorgonas no andarán muy -lejos. De modo que vamos ligerito.</p> - -<p>Perseo tenía ya tanta confianza en la sagacidad de su acompañante, que -no hizo más objeciones, y aseguró que estaba pronto para emprender -inmediatamente la aventura. Empezaron a andar, y a buen paso. Tan -ligero, que a Perseo le costaba trabajo seguir a su amigo Azogue. A -decir verdad, se le ocurrió la peregrina idea de que Azogue llevaba un -par de<span class="pagenum"><a name="page_026" id="page_026"></a>{26}</span> zapatos con alas, lo cual, naturalmente, le ayudaba a las mil -maravillas. Y, además, al mirarle de reojo, porque no se atrevía a -volver del todo la cabeza, le pareció que también tenía alas a los lados -de la cabeza, aunque si le miraba de frente no se veían las alas, sino -un gorro muy raro. Lo que sí era seguro es que el bastón trenzado le -servía a Azogue de grandísima ayuda para caminar, y le hacía andar tan -de prisa, que aunque Perseo era muchacho fuerte, ya empezaba a perder el -aliento.</p> - -<p>—¡Vamos!—exclamó al fin Azogue, que de sobra sabía, vivo como era, el -trabajo que a Perseo le costaba seguirle a su paso—; toma este -bastoncito, que me parece que lo necesitas bastante más que yo. ¿No hay -en la isla de Serifo mejores andarines que tú?</p> - -<p>—Mejor podría andar—dijo Perseo, mirando atrevidamente los pies de su -compañero—, si tuviese un par de zapatos con alas.</p> - -<p>—Buscaremos un par para ti—respondió Azogue.</p> - -<p>Pero el bastón ayudaba de tal modo a Perseo, que no volvió a sentir el -menor cansancio. Parecía estar vivo en su mano y comunicar algo de su -vida a Perseo. Él y Azogue caminaban ahora al mismo paso, con la mayor -facilidad, hablando amistosamente, y Azogue contaba historias tan -divertidas sobre sus aventuras<span class="pagenum"><a name="page_027" id="page_027"></a>{27}</span> anteriores, y lo bien que su ingenio le -había servido en muchas ocasiones, que Perseo empezó a considerarle como -persona maravillosa. Evidentemente conocía el mundo, y nada es tan -encantador para un joven como un amigo que posea esta clase de -conocimiento. Perseo escuchaba con ansia, esperando aumentar su propio -ingenio con todo lo que oía.</p> - -<p>Por fin recordó que Azogue había hablado de una hermana suya, que había -de prestar ayuda en la aventura que tenían emprendida.</p> - -<p>—¿Dónde está?—preguntó—. ¿La encontraremos pronto?</p> - -<p>—En cuanto la necesitemos—dijo su compañero—. Pero debo advertirte -que esta hermana mía tiene un genio completamente distinto del mío. Es -muy seria y muy prudente; no sonríe casi nunca; no se ríe jamás, y tiene -por regla no pronunciar ni una sola palabra cuando no tiene algo muy -profundo que decir. Ni tampoco escucha conversación alguna que no sea -absolutamente razonable.</p> - -<p>—¡Pobre de mí!—exclamó Perseo—. No me atreveré a pronunciar ni una -sílaba delante de ella.</p> - -<p>—Es una persona instruidísima, te lo aseguro—continuó Azogue—, y -tiene al dedillo todas las artes y las ciencias. En una palabra: es tan -asombrosamente sabia, que muchas gentes<span class="pagenum"><a name="page_028" id="page_028"></a>{28}</span> la llaman la sabiduría -personificada. Pero, para decirte la verdad, para mi gusto le falta -viveza, y dudo que a ti te pareciese tan agradable como yo para -compañera de viaje. Tiene cosas buenas, desde luego, y ya verás de -cuánto te sirve para tu encuentro con las Gorgonas.</p> - -<p>Ya había anochecido casi por completo. Llegaron entonces a un sitio -completamente desierto, silvestre, cubierto de malezas y zarzas, y tan -solitario y silencioso, que parecía como si nunca nadie hubiese vivido -en él ni hubiese pasado por allí. Todo estaba vacío y desolado en el -crepúsculo gris, que a cada instante se hacía más obscuro. Perseo miró -en derredor, más bien con desconsuelo, y preguntó si tenían que ir mucho -más lejos.</p> - -<p>—Chiss, chiss...—susurró su compañero—. No hagas ruido. Precisamente -éstos son el tiempo y el lugar propicios para encontrar a las Tres -Mujeres Grises. Ten cuidado de que no te vean antes de que tú las hayas -visto, porque aunque no tienen más que un ojo para las tres, es tan -perspicaz como media docena de ojos vulgares.</p> - -<p>—Pero, ¿qué tengo que hacer—preguntó Perseo—cuando las encontremos?</p> - -<p>Azogue explicó a Perseo cómo se las arreglaban las Tres Mujeres Grises -con su único ojo. Parece que tenían la costumbre de usarle por<span class="pagenum"><a name="page_029" id="page_029"></a>{29}</span> turno, -como si hubiese sido un par de lentes o—cosa que les hubiese convenido -mejor—un monóculo. Cuando una de las tres le había disfrutado durante -algún tiempo, se le sacaba de la órbita y se le daba a otra de las -hermanas, la cual inmediatamente se le ajustaba en la frente y gozaba un -ratito de la vista del mundo. Fácil es de comprender por esto que sólo -una de las mujeres veía, mientras las otras dos permanecían en la -obscuridad, y además, en el instante en que el ojo estaba pasando de -mano en mano, ninguna de las pobres señoras veía gota. He oído contar -muchas cosas extrañas en mi vida y he visto bastantes; pero ninguna, a -mi parecer, puede compararse con la rareza de estas Tres Mujeres Grises, -todas mirando con un ojo solo.</p> - -<p>Esto mismo pensó Perseo, y estaba tan lleno de asombro, que llegó a -figurarse que su compañero se estaba burlando de él y que no existían en -el mundo semejantes mujeres.</p> - -<p>—Pronto te convencerás de si es verdad o no—observó Azogue—. Chiss, -chiss, chiss... ¡Ya vienen!</p> - -<p>Perseo miró ansiosamente a través de la obscuridad de la noche, y con -seguridad, a poca distancia, vió a las Tres Mujeres Grises. Como la luz -era tan escasa, no pudo darse cuenta exacta de qué caras tenían; sólo -descubrió<span class="pagenum"><a name="page_030" id="page_030"></a>{30}</span> que sus cabellos eran largos y grises; y cuando se acercaron, -vió cómo dos de ellas no tenían sino una órbita vacía en medio de la -frente. Pero en medio de la frente de su hermana había un ojo brillante, -que centelleaba como un diamante en una sortija, y tan penetrante -parecía ser, que Perseo no pudo menos de pensar que poseía el don de ver -en la media noche más obscura lo mismo que a mediodía. La vista de tres -pares de ojos de persona estaba concentrada en aquel ojo único.</p> - -<p>De este modo las tres ancianas se arreglaban, después de todo, casi tan -cómodamente como si todas pudiesen ver a un tiempo. La que tenía el ojo -en la frente llevaba a las otras dos de la mano, mirando intensamente en -derredor suyo; tanto, que Perseo temía que pudiese atravesar con la -vista la espesa zarza tras de la cual él y Azogue se habían escondido. -¡Decididamente, era terrible encontrarse al alcance de ojo tan -penetrante!</p> - -<p>Pero antes de llegar a la zarza, una de las Tres Mujeres Grises exclamó:</p> - -<p>—¡Hermana, hermana Espanto, ya hace mucho tiempo que tienes puesto el -ojo! Ahora me toca a mí.</p> - -<p>—Déjamelo un momento más, hermana Pesadilla—respondió Espanto—. Me -parece que veo algo detrás de aquella zarza.<span class="pagenum"><a name="page_031" id="page_031"></a>{31}</span></p> - -<p>—Bueno, ¿y qué?—respondió Pesadilla con malos modos—. ¿No puedo yo -ver tan bien como tú lo que haya detrás de la zarza? El ojo es tan mío -como tuyo, y me parece que sé usarle tan bien como tú, por no decir -mejor. Quiero que me lo entregues inmediatamente.</p> - -<p>Pero al llegar aquí, la tercera hermana, cuyo nombre era -Quebrantahuesos, empezó a quejarse, y dijo que a ella era a quien le -tocaba tener el ojo, y que Pesadilla y Espanto siempre le querían sólo -para ellas. Para terminar la disputa, Espanto se quitó el ojo de la -frente y le levantó en la mano.</p> - -<p>—Pues tomadle vosotras, y sea de quien quiera—exclamó—, y acabemos -con esta disputa necia. Por mi parte, me alegraré muchísimo de estar un -rato en la obscuridad. Agarrarle pronto, o me lo vuelvo a poner en la -frente.</p> - -<p>Pesadilla y Quebrantahuesos extendieron las manos, procurando -ansiosamente arrebatar el ojo de la mano de Espanto. Pero como las dos -estaban ciegas, no acertaban a encontrar la maño de su hermana; y como -en aquel momento Espanto estaba tan ciega como ellas, tampoco acertaba a -poner el ojo en sus manos. Así, como comprenderéis fácilmente, las tres -viejas estaban en grandísimo apuro. Porque aunque el ojo brillaba y -centelleaba como una<span class="pagenum"><a name="page_032" id="page_032"></a>{32}</span> estrella, ninguna de las tres mujeres alcanzaba -una sola chispa de su luz, y estaban todas en obscuridad completa por su -demasiada impaciencia por ver.</p> - -<p>A Azogue le divertía tanto ver a Pesadilla y a Quebrantahuesos -esforzándose en vano por encontrar a su hermana Espanto, que apenas -podía contener la risa.</p> - -<p>—Ha llegado el momento—dijo en voz muy baja a Perseo—. Vivo, vivo, -antes de que alguna pueda pescar el ojo. ¡Quítaselo de la mano!</p> - -<p>Y en un instante, mientras las Tres Mujeres Grises seguían disputando, -Perseo saltó de detrás de la zarza y se hizo dueño de la presa. El ojo -maravilloso, al pasar a su mano, centelleó más brillante que nunca, y -pareció mirarle a la cara con aire de inteligencia, con la misma -expresión que si hubiese tenido un par de párpados para hacer un guiño. -Las Tres Mujeres Grises no sabían nada de lo que había sucedido, y -suponiendo cada una de ellas que el ojo estaba en poder de una de las -otras, empezaron a disputar de nuevo. Por fin, Perseo no quiso que las -pobres viejas se insultasen más de lo necesario, y creyó que había -llegado el momento de las explicaciones.</p> - -<p>—Señoras mías—dijo—, tengan ustedes la bondad de no disgustarse unas -con otras. Si<span class="pagenum"><a name="page_033" id="page_033"></a>{33}</span> hay aquí algún culpable, ese soy yo, porque tengo el -honor de llevar en la mano vuestro brillantísimo y excelentísimo ojo.</p> - -<p>—¡Tú, tú tienes nuestro ojo! ¿Y quién eres tú?—chillaron a un tiempo -las Tres Mujeres Grises. Porque, naturalmente, se asustaron muchísimo al -oir una voz extraña y comprender que su vista había caído en manos no -sabían de quién—. ¡Ay, hermanas, hermanas! ¿Qué vamos a hacer? ¡Todas -estamos en la obscuridad! ¡Danos nuestro ojo precioso y único! ¡Tú -tienes dos para ti solo!</p> - -<p>—Diles—apuntó Azogue a Perseo—que se lo entregarás en cuanto te hayan -dicho dónde puedes encontrar a las Ninfas que tienen las sandalias que -vuelan, el saco mágico y el yelmo de la invisibilidad.</p> - -<p>—Mis queridas, buenas y admirables señoras—dijo Perseo, dirigiéndose a -las Tres Mujeres Grises—: no hay motivo para que se asusten ustedes de -ese modo. No soy un malvado, ni mucho menos. Les devolveré a ustedes el -ojo sano y salvo, brillante como nunca, en cuanto me digan dónde puedo -encontrar a las Ninfas.</p> - -<p>—¿A las Ninfas? ¡Pobres de nosotras, hermanas! ¿Qué dice este -hombre?—gritó Espanto—. La gente asegura que hay muchísimas Ninfas: -unas que se pasan la vida cazando en<span class="pagenum"><a name="page_034" id="page_034"></a>{34}</span> los bosques, otras que viven entre -los árboles, otras que tienen cómoda habitación en el agua de las -fuentes. De ninguna sabemos nada nosotras. Somos tres ancianas -desdichadas, que vamos caminando en la obscuridad, que nunca hemos -tenido más que un ojo para las tres, y ahora nos lo han robado. -¡Devuélvenosle, buen desconocido; quienquiera que seas, devuélvenosle!</p> - -<p>Y las tres mujeres extendían la mano, intentando coger a Perseo. Pero él -tenía buen cuidado de mantenerse fuera de su alcance.</p> - -<p>—Respetables señoras mías—dijo, porque su madre le había enseñado a -emplear siempre la mayor cortesía—: tengo el ojo en la mano, y lo -conservaré con el mayor cuidado hasta que tengan ustedes la amabilidad -de decirme dónde están las Ninfas. Las que yo voy buscando son las que -tienen el saco encantado, las sandalias que vuelan y... ¿cómo se -llama?... ¡ah, sí!, el yelmo de la invisibilidad.</p> - -<p>—¡Desgraciadas de nosotras, hermanas! ¿De qué habla este -joven?—exclamaron Espanto, Pesadilla y Quebrantahuesos, dirigiéndose -unas a otras con gran apariencia de asombro—. ¡Un par de sandalias que -vuelan! Pero, ¿no comprende que si tuviera la locura de ponerse -semejante calzado, los pies le echarían a volar por encima de la cabeza? -¡Y un yelmo de invisibilidad!<span class="pagenum"><a name="page_035" id="page_035"></a>{35}</span> ¿Cómo puede un yelmo hacer invisible a un -hombre, a no ser que le cubra de pies a cabeza? ¡Y, por si era poco, un -saco encantado! ¿Qué clase de bolso será ese? No, no, buen amigo; no -podemos decirte nada de todas esas maravillas. Tú tienes tus dos ojos, y -nosotras uno para las tres; mejor podrás tú que nosotras, pobres mujeres -ciegas, encontrar todo lo que necesitas.</p> - -<p>Perseo, oyéndolas hablar de aquel modo, empezó a creer que, en realidad, -las Tres Mujeres Grises no sabían nada de lo que les preguntara, y le -daba pena tenerlas en apuro tan grande; tanto, que ya estaba a punto de -devolverles el ojo, pidiéndoles perdón por la molestia que les había -causado; pero Azogue le sujetó la mano.</p> - -<p>—No consientas que se burlen de ti—dijo—. Estas Tres Mujeres Grises -son las únicas en el mundo que pueden decirte dónde encontrarás a las -Ninfas, y si no consigues saberlo, nunca conseguirás cortar la cabeza de -Medusa con los cabellos de serpientes. No te ablandes, y todo saldrá -bien.</p> - -<p>Y sucedió como Azogue decía. Hay pocas cosas que la gente quiera más que -la vista de sus ojos. Y las Mujeres Grises querían al suyo como si -hubiese sido media docena. Viendo que no había otro medio de recobrarlo, -acabaron<span class="pagenum"><a name="page_036" id="page_036"></a>{36}</span> por decir a Perseo lo que necesitaba saber. Y en cuanto se lo -hubieron dicho, él, con el mayor respeto, puso el ojo en la órbita vacía -de una de sus frentes, les dió las gracias por su amabilidad y se -despidió de ellas. Antes de que el joven se hubiese alejado lo bastante -para dejar de oirlas, ya habían empezado otra disputa, porque dió la -casualidad de que había entregado el ojo a Espanto, que ya había -disfrutado de él antes de que empezase la cuestión con Perseo.</p> - -<p>Es muy posible que las Tres Mujeres Grises tuvieran demasiada costumbre -de turbar su armonía con peleas de esta clase; lo cual era muy de -sentir, ya que no podían vivir unas sin otras y estaban, evidentemente, -destinadas a ser compañeras inseparables. Como regla general aconsejo a -todos, hermanos o hermanas, jóvenes o viejos, que no tengan más que un -ojo para disfrutarle entre varios, que cultiven la tolerancia y no se -empeñen en gozarle todos a un mismo tiempo.</p> - -<p>Azogue y Perseo, entretanto, caminaban lo más de prisa que podían en -busca de las Ninfas. Las viejas les habían dado indicaciones tan -detalladas, que no tardaron mucho en encontrarlas. Eran muy distintas de -Pesadilla, Quebrantahuesos y Espanto, porque en vez de ser viejas, eran -jóvenes y bonitas; en vez de un ojo<span class="pagenum"><a name="page_037" id="page_037"></a>{37}</span> para tres, cada Ninfa tenía un par -de ojos muy brillantes, que miraban a Perseo con la mayor amabilidad. -Parecían ser muy amigas de Azogue, y cuando les contó la aventura que -Perseo había emprendido, no pusieron dificultad alguna para entregarle -los valiosos objetos que estaban confiados a su custodia. En primer -lugar, trajeron lo que parecía ser una bolsa pequeña, hecha de piel de -ciervo y primorosamente bordada, y le encargaron mucho que cuidase de -ella, para no perderla. Éste era el saco encantado. Las Ninfas sacaron -después un par de zapatos o sandalias con un lindo par de alas sujetas -al talón de cada una.</p> - -<p>—Póntelas, Perseo—dijo Azogue—. Con ellas te encontrarás tan ligero -de pies como puedas desear para todo el resto del viaje.</p> - -<p>Perseo empezó a ponerse una y dejó la otra en el suelo, a su lado. De -repente la sandalia que había dejado abrió las alas y saltó del suelo, y -probablemente hubiese echado a volar, si Azogue no hubiese dado un salto -y la hubiese atrapado al vuelo.</p> - -<p>—Ten más cuidado—dijo a Perseo—. Los pájaros se asustarían si viesen -una sandalia volando a su lado.</p> - -<p>Cuando Perseo se hubo calzado las dos sandalias maravillosas, se sintió -demasiado ligero para andar por la tierra. Dió un paso o dos, y<span class="pagenum"><a name="page_038" id="page_038"></a>{38}</span>—¡oh, -maravilla!—se levantó en el aire muy por encima de las cabezas de -Azogue y de las Ninfas, y le costó mucho trabajo volver a bajar. Las -sandalias con alas y todas las cosas de esta clase resultan muy -difíciles de manejar hasta que uno se acostumbra a ellas. Azogue se echó -a reir de la involuntaria ligereza de su compañero, y le dijo que era -menester no apresurarse tanto, porque aún tenían que aguardar a que les -trajesen el yelmo de la invisibilidad.</p> - -<p>Las amables Ninfas sostenían el yelmo con su hermoso penacho de -ondulantes plumas, dispuestas a ponérselo en la cabeza a Perseo. Y -entonces sucedió el incidente más maravilloso de todos los que os vengo -contando. El momento antes de que le pusieran el yelmo, allí estaba -Perseo, joven, buen mozo, con ensortijada cabellera rubia y mejillas -sonrosadas, con la retorcida espada en el cinto y el bien pulido escudo -al brazo: figura que parecía hecha de valor, fuego y gloriosa luz. Pero -en cuanto el yelmo se apoyó en su frente blanca, ¡nada se vió ya de -Perseo! ¡Nada, sino el aire vacío! ¡Hasta el yelmo que le cubría con su -invisibilidad se había desvanecido!</p> - -<p>—¿Dónde estás, Perseo?—preguntó Azogue.</p> - -<p>—Aquí—respondió Perseo tranquilamente, aunque su voz parecía salir de -la transparente<span class="pagenum"><a name="page_039" id="page_039"></a>{39}</span> atmósfera—. Donde estaba ahora mismo. ¿No me ves?</p> - -<p>—No te veo, no—respondió su amigo—. Estás oculto por el yelmo. Y si -yo no te veo, tampoco te verán las Gorgonas. Sígueme, y probaremos qué -tal maña te das para usar las sandalias con alas.</p> - -<p>Con estas palabras, el gorro de Azogue abrió las alas, como si la cabeza -fuese a volar separándose de los hombros; pero todo su cuerpo se levantó -en el aire, y Perseo le siguió. Cuando hubieron subido unos cuantos -metros, el joven empezó a sentir cuán delicioso era dejar abajo la -tierra dura y poder volar como un pájaro.</p> - -<p>Era ya completamente de noche. Perseo miró hacia arriba y vió la -redonda, brillante y plateada luna, y pensó que le gustaría más que nada -levantar el vuelo, llegar a ella y pasarse allí la vida. Entonces volvió -a mirar hacia abajo y vió la Tierra con sus mares y sus lagos y el curso -de plata de sus ríos, y los nevados picos de sus montañas, y lo ancho de -sus campos, y la mancha obscura de sus bosques, y sus ciudades de mármol -blanco.</p> - -<p>Y con la luz de la luna cayendo sobre ella, era la Tierra tan hermosa -como pudiera serlo la luna misma o cualquier otra estrella. Y sobre -todo, vió la isla de Serifo, donde estaba su querida madre. Algunas -veces, él y Azogue se<span class="pagenum"><a name="page_040" id="page_040"></a>{40}</span> acercaban a una nube que, de lejos, parecía estar -hecha de vellones de plata, aunque cuando entraban en ella se -encontraban mojados y llenos de frío por la niebla gris. Tan rápido era -su vuelo, sin embargo, que en un instante salían de la nube otra vez a -la luz de la luna. Una vez pasó casi rozando a Perseo un águila que -volaba muy alto. Lo más hermoso de todo lo que vieron fueron los -meteoros, que centelleaban repentinamente, como si en los aires se -estuviesen quemando fuegos artificiales, y hacían palidecer la luz de la -luna muchas millas en derredor.</p> - -<p>Mientras los dos compañeros volaban uno junto a otro, Perseo creyó oir a -su lado un ligero rumor, como si fuera el roce de un vestido: era al -lado opuesto a aquel en que veía a Azogue. Miró con atención, pero no -vió nada.</p> - -<p>—¿De quién es este vestido—preguntó—que parece moverse a mi lado con -la brisa?</p> - -<p>—¡Oh! ¡Es el de mi hermana!...—respondió Azogue—. Viene con nosotros, -como ya te lo había anunciado. Nada podríamos hacer si mi hermana no nos -ayudase. No tienes idea de lo sabia que es. ¡Y tiene unos ojos...! En -este momento te ve como si no fueras invisible, y apuesto cualquier cosa -a que ella es la primera que divisa a las Gorgonas.</p> - -<p>En su rápido viaje por los aires, habían ya</p> - -<div class="figcenter" style="width: 331px;"> -<a href="images/illus-040b_lg.jpg"> -<img src="images/illus-040b_sml.jpg" width="331" height="509" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<div class="figcenter"> -<a href="images/illus-040c_lg.jpg"> -<img src="images/illus-040c_sml.jpg" width="327" height="503" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_041" id="page_041"></a>{41}</span> </p> - -<p class="nind">llegado a la vista del gran Océano, y pronto volaron sobre él. A lo -lejos, las olas se amontonaban tumultuosamente en medio del mar o se -rompían formando una ancha franja de espuma sobre los peñascos de la -orilla, con un ruido que en el bajo mundo parecía el del trueno, pero -que en lo alto llegaba a los oídos de Perseo como un suave murmullo, -como la voz de un niño medio dormido. Precisamente en aquel momento una -voz habló a su lado. Parecía ser de mujer, y era melodiosa, aunque no -precisamente dulce, sino grave y serena.</p> - -<p>—Perseo—dijo la voz—, ahí están las Gorgonas.</p> - -<p>—¿Dónde?—exclamó Perseo—. ¡No las veo!</p> - -<p>—En la costa de esa isla, debajo de ti—replicó la voz—. Si dejases -caer una piedra, caería entre ellas.</p> - -<p>—Ya te dije yo que ella era la primera que había de verlas—dijo Azogue -a Perseo—. Y ahí están.</p> - -<p>Abajo, en línea recta a unos mil metros de distancia, Perseo alcanzó a -ver un islote y el mar rompiendo en espuma en torno de su costa rocosa, -excepto por un lado, donde había una playa de arena blanca como nieve. -Descendió hacia ella, y mirando con atención hacia algo que brillaba, a -los pies de un precipicio de roca negra vió a las terribles Gorgonas. -Estaban<span class="pagenum"><a name="page_042" id="page_042"></a>{42}</span> echadas en el suelo, profundamente dormidas, arrulladas por el -atronador ruido del mar; porque hacía falta un estruendo que hubiese -dejado sordo a cualquier mortal para conseguir que se durmiesen aquellas -criaturas terribles. La luz de la luna centelleaba sobre sus escamas de -acero y sobre sus alas de oro, que caían perezosamente sobre la arena.</p> - -<p>Las garras de bronce, horribles, se agarraban a los fragmentos de la -roca, mientras las dormidas Gorgonas soñaban que estaban despedazando a -algún pobre mortal. Las serpientes que les servían de cabellos, también -parecían estar dormidas, aunque de cuando en cuando una se retorcía o -alzaba la cabeza y sacaba la ahorquillada lengua, emitiendo un -adormilado silbido, y dejándose luego caer entre sus hermanas -serpientes.</p> - -<p>Las Gorgonas se parecían más a alguna tremenda gigantesca especie de -insecto—inmensas abejas con alas de oro o moscas-dragones o cosa por -este estilo—, que a ningún otro ser vivo; sólo que eran como un millón -de veces más grandes que insecto ninguno. Y a pesar de todo, había en -ellas algo humano también. Afortunadamente para Perseo, tenían la cara -escondida por la postura en que se encontraban; porque si las hubiese -mirado un solo instante, hubiera caído pesadamente<span class="pagenum"><a name="page_043" id="page_043"></a>{43}</span> del aire, convertido -en imagen de piedra.</p> - -<p>—Ahora—susurró Azogue, que seguía al lado de Perseo—, ahora es el -tiempo que has de aprovechar para tu hazaña. ¡Apresúrate, porque si una -de las Gorgonas despierta, será demasiado tarde!</p> - -<p>—¿A cuál es a la que debo herir?—preguntó Perseo sacando la espada y -bajando un poco más—. Las tres parecen iguales. Las tres tienen -cabellera de serpientes. ¿Cuál de las tres es Medusa?</p> - -<p>Hay que saber que Medusa era la única de aquellos tres monstruos a quien -Perseo pudiese cortar la cabeza, porque a las otras dos era imposible -hacerles el menor daño, aunque hubiese tenido la espada mejor templada -del mundo y la hubiese estado afilando una hora seguida.</p> - -<p>—Sé prudente—le dijo la misma voz tranquila que antes le había -hablado—. Una de las Gorgonas empieza a moverse en su sueño, y -precisamente se va a volver. ¡Esa es Medusa! ¡No la mires! ¡Su vista te -convertiría en piedra! Mira el reflejo de su rostro y de su cuerpo en el -brillante espejo de tu escudo.</p> - -<p>Perseo comprendió entonces por qué motivo le había aconsejado Azogue que -puliese su escudo con tanto afán. En aquella superficie podía<span class="pagenum"><a name="page_044" id="page_044"></a>{44}</span> mirar con -tranquilidad el reflejo del rostro de la Gorgona. Y allí estaba aquel -rostro terrible, reflejado en la brillantez del escudo, con la luz de la -luna cayendo de plano sobre él y descubriendo todo su horror. Las -serpientes, cuya naturaleza venenosa no les permitía dormir por -completo, se le enroscaban sobre la frente. Era el rostro más fiero y -más horrible que nunca se haya visto ni imaginado, y sin embargo, había -en él una extraña, terrible y salvaje belleza. Los ojos estaban -cerrados, porque la Gorgona dormía aún profundamente; pero sus facciones -estaban conturbadas por una expresión inquieta, como si el monstruo -sufriese algún mal sueño. Rechinaba los dientes y arañaba la arena con -sus garras de bronce.</p> - -<p>Las serpientes también parecían sentir el sueño de Medusa e inquietarse -con él cada vez más. Se trenzaban unas con otras en nudos tumultuosos, -se retorcían furiosamente y levantaban cien sibilantes cabezas sin abrir -los ojos.</p> - -<p>—¡Ahora, ahora!—murmuró Azogue, que se iba impacientando—. ¡Hiere al -monstruo!</p> - -<p>—Pero con calma—dijo la voz, grave y melodiosa, al lado del joven—. -Mira a tu escudo mientras vas volando hacia abajo, y ten cuidado de no -errar el primer golpe.</p> - -<p>Perseo bajó, volando cuidadosamente siempre, con los ojos fijos en el -rostro de Medusa,<span class="pagenum"><a name="page_045" id="page_045"></a>{45}</span> reflejado en su escudo. Cuanto más se acercaba, más -terrible se iba poniendo el rostro, rodeado de serpientes, y el cuerpo -metálico del monstruo. Por fin, cuando estuvo sobre ella a distancia en -que podía alcanzarla con el brazo, Perseo levantó la espada. En el mismo -instante todas las serpientes que formaban la cabellera de la Gorgona se -alzaron amenazadoras, y Medusa abrió los ojos. Pero despertó demasiado -tarde. La espada era cortante. El golpe cayó como un rayo, y la cabeza -de la horrible Medusa rodó separada del cuerpo.</p> - -<p>—¡Admirablemente hecho!—dijo Azogue—. Apresúrate y mete la cabeza en -el saco mágico.</p> - -<p>Con gran asombro de Perseo la bolsita bordada que se había colgado al -cuello aumentó de tamaño lo bastante para contener la cabeza de Medusa. -Pronto, como el pensamiento, la levantó, cuando aún las serpientes se -retorcían en torno de ella, y la metió en el saco.</p> - -<p>—Tu misión está cumplida—dijo la voz serena—. Ahora vuela, porque las -otras Gorgonas han de hacer cuanto puedan para vengar la muerte de -Medusa.</p> - -<p>Era verdaderamente necesario alzar el vuelo, porque Perseo no había -realizado su hazaña tan silenciosamente que el ruido de la espada, el -silbar de las serpientes y el golpe de la cabeza<span class="pagenum"><a name="page_046" id="page_046"></a>{46}</span> de Medusa, al caer -sobre la arena, batida por el mar, no hubiesen despertado a los otros -monstruos. Se incorporaron un instante, frotándose los ojos adormilados -con los dedos de bronce, mientras que todas las serpientes de sus -cabezas se revolvían con sorpresa y venenosa malicia, no sabiendo contra -quién. Pero cuando las Gorgonas vieron el escamoso cuerpo de Medusa sin -cabeza, con las alas de oro erizadas y caídas y sobre la arena, fué -realmente terrible oir sus alaridos. ¡Y las serpientes! Lanzaron mil -silbidos, todas a un tiempo, y las serpientes de Medusa contestaron -desde el saco mágico.</p> - -<p>Apenas estuvieron las Gorgonas completamente despiertas, se levantaron -en el aire, blandiendo sus garras de bronce, rechinando sus dientes -horribles y moviendo las alas tan furiosamente, que algunas de las -plumas de oro se arrancaron y cayeron a la playa. Y puede que aún estén -allí desparramadas. Levantáronse, como digo, las Gorgonas, mirando -horriblemente de un lado para otro con la esperanza de convertir a -alguien en piedra. Si Perseo las hubiese mirado o hubiese caído en sus -garras, su pobre madre nunca hubiera vuelto a besarle. Pero tuvo buen -cuidado de volver la vista a otro lado, y como llevaba el yelmo de la -invisibilidad, las Gorgonas no supieron en qué dirección<span class="pagenum"><a name="page_047" id="page_047"></a>{47}</span> seguirle, ni -tampoco dejó él de hacer el mejor uso posible de las sandalias con alas, -subiendo en línea perpendicular un kilómetro próximamente. A aquella -altura, cuando los gritos de las abominables criaturas ya llegaban hasta -él muy débiles, se dirigió en línea recta hacia la isla de Serifo, para -entregar la cabeza de Medusa al rey Polidectes.</p> - -<p>No tengo tiempo de contaros varias cosas maravillosas que sucedieron a -Perseo al volver a su casa, tales como matar a un horrible monstruo -marino que estaba a punto de devorar a una hermosa doncella; ni cómo -convirtió a un enorme gigante en montaña de piedra con sólo enseñarle la -cabeza de la Gorgona. Si dudáis de esta última historia, podéis hacer un -viaje a África, cualquier día de éstos, y veréis la montaña, que todavía -lleva el antiguo nombre del gigante.</p> - -<p>Por último, nuestro valiente Perseo llegó a la isla, donde esperaba ver -a su madre querida. Pero durante su ausencia el malvado rey había -tratado tan mal a Danae, que se había visto obligada a huir y a -refugiarse en un templo donde unos cuantos sacerdotes ancianos y buenos -la habían recogido. Estos sacerdotes, dignos de alabanza, y el pescador -de buen corazón, que fué el primero en dar hospitalidad a Danae y a -Perseo, niño, cuando los encontró<span class="pagenum"><a name="page_048" id="page_048"></a>{48}</span> flotando en el arca, parecen haber -sido las únicas personas de la isla que se preocupasen de hacer el bien. -Todo el resto del pueblo, lo mismo que el rey Polidectes, eran -notablemente malos y no merecían mejor destino que el que vais a saber -que cayó sobre ellos.</p> - -<p>No habiendo encontrado a su madre en casa, Perseo se fué derecho a -palacio, e inmediatamente lo llevaron a presencia del rey. Polidectes no -se alegró gran cosa de volver a verle, porque casi tenía por cierto, con -regocijo de su mal corazón, que las Gorgonas habrían hecho pedazos al -pobre muchacho y se lo habrían comido inmediatamente. Pero al verle -volver sano y salvo, puso la mejor cara que pudo y le preguntó qué había -hecho.</p> - -<p>—¿Has cumplido tu promesa?—preguntó—. ¿Me traes la cabeza de Medusa -con su cabellera de serpientes? Si no, hijo mío, te va a costar caro, -porque necesito un regalo de boda para la princesa Hipodamia, y sé que -no hay nada en el mundo que pueda ser tan de su gusto.</p> - -<p>—Sí, Majestad—respondió Perseo tranquilamente y como si no hubiera por -qué asombrarse de que un joven como él hubiese llevado a cabo tal -hazaña—. Os traigo la cabeza de la Gorgona con todos sus cabellos de -serpientes.</p> - -<p>—¡De veras! Pues haz el favor de enseñármela—dijo el rey Polidectes—. -Debe de ser</p> - -<div class="figcenter" style="width: 332px;"> -<a href="images/illus-048a_lg.jpg"> -<img src="images/illus-048a_sml.jpg" width="332" height="513" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_049" id="page_049"></a>{49}</span> </p> - -<p class="nind">espectáculo curioso, si todos los viajeros que me han hablado de ella -han dicho la verdad.</p> - -<p>—Vuestra Majestad está en lo cierto—repuso Perseo—. Realmente es un -objeto capaz de fijar las miradas de todo el que lo vea. Y si Vuestra -Majestad quiere, me permitiré aconsejar que se declare el día de hoy -fiesta nacional y que se llame a todos los súbditos de Vuestra Majestad -para que vengan a contemplar esta curiosidad maravillosa. ¡Me parece que -pocos serán los que hayan visto una cabeza de Gorgona, y acaso nunca -puedan volver a verla!</p> - -<p>Bien sabía el rey que todos sus súbditos eran haraganes rematados, -aficionadísimos a espectáculos como suelen serlo todas las gentes -perezosas; así es que siguió el consejo del joven y envió en todas -direcciones heraldos y mensajeros para que tocasen la trompeta en todas -las esquinas y en las plazas y mercados, y dondequiera se encontrasen -dos caminos, y llamasen a todo el mundo a la Corte. Vino, pues, gran -multitud de gentes inútiles y vagabundas, que todas, por puro amor al -mal, se hubiesen alegrado muchísimo de que a Perseo le hubiese sucedido -algún daño en la lucha con la Gorgona. Si algunas buenas personas había -en la isla (yo quiero creer que las hubo, aunque la historia no dice -nada de ellas), de seguro se quedaron tranquilamente en casa atendiendo -a<span class="pagenum"><a name="page_050" id="page_050"></a>{50}</span> sus quehaceres y cuidando a sus hijos. Muchos de los habitantes, sea -comoquiera, corrieron a palacio a toda prisa, y gritaron, y se -empujaron, y se dieron codazos por afán de estar cerca de un balcón -donde se veia a Perseo con el saco mágico y bordado en la mano.</p> - -<p>En una tribuna colocada enfrente del balcón estaba sentado el rey -Polidectes, con sus malvados consejeros y sus cortesanos aduladores, -formando semicírculo en derredor suyo. Monarca, consejeros, cortesanos y -pueblo, todos miraban ansiosamente a Perseo.</p> - -<p>—¡Enseña la cabeza de la Gorgona!... ¡Enséñala!—gritaba el pueblo. Y -había en sus gritos tal fiereza, que parecían querer hacer pedazos a -Perseo, si lo que había de enseñarles no les satisfacía—. ¡Enséñanos la -cabeza de Medusa con la cabellera de serpientes!</p> - -<p>Un sentimiento de pena y de lástima sobrecogió a Perseo.</p> - -<p>—¡Oh, rey Polidectes—exclamó—, y vosotros pueblo: no quisiera -mostraros la cabeza de la Gorgona!</p> - -<p>—¡Ah, canalla, cobarde!—gritó el pueblo, más furioso que nunca—. Se -está burlando de nosotros. No tiene la cabeza de la Gorgona. -Enséñanosla, si la has traído, y si no te cortaremos la tuya para hacer -con ella una pelota de <i>foot-ball</i>.<span class="pagenum"><a name="page_051" id="page_051"></a>{51}</span></p> - -<p>Los malos consejeros hablaron al rey al oído; los cortesanos murmuraron, -todos a una, que Perseo estaba faltando al respeto a su rey y señor, y -el gran rey Polidectes levantó la mano y le ordenó, con la voz austera y -grave de la autoridad, que enseñase la cabeza al pueblo, si no quería -perder la suya.</p> - -<p>—Muéstranos la cabeza de Medusa, o mando cortar la tuya.</p> - -<p>Perseo suspiró.</p> - -<p>—¡Ahora mismo!—repitió Polidectes—, o mueres.</p> - -<p>—¡Miradla entonces!—exclamó Perseo con voz que resonó como un clarín.</p> - -<p>Y alzó de repente la terrible cabeza. Ni un solo párpado tuvo tiempo de -entornarse, y el rey Polidectes y sus malvados consejeros y sus feroces -súbditos quedaron al punto convertidos en imágenes de un monarca y su -pueblo. Todos quedaron fijos para siempre en su actitud de aquel -instante. ¡La vista de la cabeza de Medusa les había transformado en -blanco mármol! Y Perseo volvió a meter la cabeza en el saco, y fué a -decir a su madre querida que ya no había por qué tener miedo al malvado -rey Polidectes.</p> - -<p>—¿Qué, no ha sido un cuento bonito?—preguntó Eustaquio.</p> - -<p>—¡Ay, sí, sí!—exclamó Capuchina, palmoteando—. ¡Y esas viejas tan -raras, que no tenían<span class="pagenum"><a name="page_052" id="page_052"></a>{52}</span> más que un ojo para las tres! ¡Nunca he oído cosa -más extraña!</p> - -<p>—En lo del diente—observó Primavera—no hay prodigio alguno. Supongo -que sería un diente postizo. Pero, ¿qué es eso de haber convertido a -Mercurio en Azogue, y de hablar de su hermana? ¡Es una ridiculez!</p> - -<p>—¡Ah!, ¿no era hermana suya?—preguntó Eustaquio—. Si se me hubiese -ocurrido antes, la hubiese descrito como una solterona que tenía un buho -favorito.</p> - -<p>—Bueno—dijo Primavera—; después de todo, con el cuento se ha -desvanecido la niebla.</p> - -<p>Y, en verdad, mientras el cuento se iba contando, los vapores habían -desaparecido del paisaje casi por completo. Ahora se descubría un -panorama, que los espectadores casi podían figurarse que había sido -creado desde la última vez que habían levantado los ojos en la dirección -donde ahora se extendía. A una media milla de distancia, en el regazo -del valle, aparecía ahora un hermoso lago, que reflejaba una perfecta -imagen de sus propias orillas, cubiertas de bosques, y de las cimas de -las colinas más lejanas. Brillaba en cristalina quietud, sin huella de -la más ligera brisa en parte alguna de su superficie. Al otro lado de su -más lejana orilla estaba el alto monte, que parecía estar tumbado en el -valle. Eustaquio le comparó a<span class="pagenum"><a name="page_053" id="page_053"></a>{53}</span> una inmensa esfinge sin cabeza, envuelta -en un chal alfombrado; y verdaderamente era tan rico y tan diverso el -follaje otoñal de sus bosques, que la imagen del chal no era en modo -alguno demasiado exagerada de color respecto de la realidad. En el -terreno bajo, entre la casa de campo y el lago, los grupos de árboles y -los linderos del bosque estaban llenos de hojas amarillas o castaño -obscuras, porque habían sufrido más con las heladas que el follaje de -las vertientes de las colinas.</p> - -<p>Sobre todo el paisaje brillaba alegre el sol, mezclado con ligerísima -neblina, que hacía la luz imponderablemente suave y tierna. ¡Oh, qué día -de veranillo de San Martín tan hermoso! Los niños cogieron -apresuradamente sus cestillos, y se pusieron en marcha, saltando, -corriendo, dando volteretas, mientras el primo Eustaquio demostraba lo -muy digno que era de presidir la reunión, corriendo mucho mejor que -ellos y dando algunos saltos tan perfectos, que ninguno de ellos podía -ni imitarlos. Acompañábales también un perro, cuyo nombre era <i>Ben</i>. Era -uno de los cuadrúpedos más respetables y de mejor corazón del mundo, y -probablemente estaba convencido de que estaba en el deber de no dejar -alejarse a los niños sin mejor guardián que aquel cabeza loca de -Eustaquio Bright.<span class="pagenum"><a name="page_054" id="page_054"></a>{54}</span></p> - -<div class="figcenter" style="width: 152px;"> -<a href="images/illus-054_lg.jpg"> -<img src="images/illus-054_sml.jpg" width="152" height="123" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_055" id="page_055"></a>{55}</span></p> - -<h2><a name="EL_TOQUE_DE_ORO" id="EL_TOQUE_DE_ORO"></a>EL TOQUE DE ORO</h2> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_056" id="page_056"></a>{56}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_057" id="page_057"></a>{57}</span> </p> - -<div class="figcenter" style="width: 280px;"> -<a href="images/illus-057_lg.jpg"> -<img src="images/illus-057_sml.jpg" width="280" height="122" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<h3><a name="ARROYO_UMBRIO" id="ARROYO_UMBRIO"></a>ARROYO UMBRÍO</h3> - -<p class="nind"><span class="letra">A</span> mediodía, nuestra partida juvenil se reunió en una cañada, a través de -cuya profundidad corría un arroyuelo. La cañada era angosta, y sus -vertientes escarpadas desde la margen del arroyo arriba estaban -cubiertas con espesura de árboles, principalmente nogales y castaños, -entre los cuales crecían también unas cuantas encinas y unos cuantos -arces. En el verano, la sombra de tantas ramas juntas, que se -encontraban y se enredaban sobre el arroyo, bastaba para producir un -crepúsculo en pleno mediodía. De ahí venía el nombre de <i>Arroyo Umbrío</i>. -Pero ahora, desde que el otoño había llegado a aquel lugar oculto, todo -el obscuro verdor se había cambiado en oro; así es que el ramaje -incendiaba la cañada, en vez de darle<span class="pagenum"><a name="page_058" id="page_058"></a>{58}</span> sombra. Las brillantes hojas -amarillas, aunque el día hubiese estado nublado, hubieran parecido -conservar entre ellas la luz del sol; y tantas se habían caído, que todo -el cauce y la margen del arroyo estaban sembrados de luz de sol también. -Así el rincón umbrío, donde el verano se había refrescado, ahora era el -sitio más lleno de sol que pudiera encontrarse.</p> - -<p>El arroyuelo corría, siguiendo su camino de oro, deteniéndose aquí para -formar un remanso, en el cual pasaban como flechas los pececillos, -nadando de un lado a otro; apresurándose luego cuesta abajo, como si -tuviese mucha prisa por llegar al lago; olvidándose de mirar por donde -iba, tropezaba con la raíz de un árbol, que se le atravesaba en la -corriente. Os hubiera hecho reir oirle hacer ruido y echar espuma contra -el inesperado obstáculo. Y aun después de haberle salvado, seguía el -agua hablándose a sí misma, como si estuviera perpleja. Supongo que -estaba maravilladísima al ver su cañada umbría tan iluminada, y al oir -la charla y la alegría de tantos chiquillos. Así es que corría lo más -aprisa que le era posible, y marchaba a esconderse en el lago.</p> - -<p>En la cañada de Arroyo Umbrío, Eustaquio Bright y sus amiguitos se -habían detenido para comer. Habían traído muchas cosas ricas de -Tanglewood, dentro de sus cestillos, y las habían<span class="pagenum"><a name="page_059" id="page_059"></a>{59}</span> servido sobre troncos -caídos, cubiertos de musgo, y con buenos manjares y mucha alegría habían -hecho, en verdad, una comida deliciosa. Cuando terminó, ninguno quería -moverse.</p> - -<p>—Aquí descansaremos—dijeron algunos de los niños—, mientras el primo -Eustaquio nos cuenta otro de sus cuentos bonitos.</p> - -<p>El primo Eustaquio tenía tanto derecho a estar cansado como cualquiera -de los chiquillos, porque había llevado a cabo grandes hazañas en -aquella mañana memorable. Trébol, Romero, Capuchina y Girasol estaban -casi convencidos de que tenía zapatillas con alas, como las que las -Ninfas dieron a Perseo; tantas veces le habían visto en lo alto de la -copa de un nogal, casi en el mismo instante en que acababan de verle en -pie en el suelo. ¡Y entonces, qué chaparrones de nueces había hecho -llover sobre sus cabezas, para que las atareadas manecitas las -recogiesen en los cestitos! En una palabra: se había mostrado tan ligero -como una ardilla o un mono, y ahora, tumbado sobre las hojas amarillas, -parecía dispuesto a descansar un poco.</p> - -<p>Pero los niños no tienen piedad ni consideración para el cansancio -ajeno, y si no os quedase más que un solo aliento, os pedirían que le -gastaseis en contarles un cuento.</p> - -<p>—Primo Eustaquio—dijo Capuchina—, ¡qué cuento tan bonito el de la -cabeza de la Gorgona!<span class="pagenum"><a name="page_060" id="page_060"></a>{60}</span> ¿Crees que serías capaz de contarnos otro tan -bonito como ese?</p> - -<p>—Sí, hija mía—dijo Eustaquio, tapándose los ojos con la visera de la -gorra, como si se preparase a echar una siesta—. Podría contaros una -docena, tan bonitos o más, si me diese la gana.</p> - -<p>—¡Oh, Primavera y Margarita!, ¿oís lo que dice?—exclamó Capuchina, -bailando de contenta—. ¡El primo Eustaquio nos va a contar una docena -de cuentos, más bonitos que la cabeza de la Gorgona!</p> - -<p>—No he prometido contar ni uno. Capuchina loca—dijo Eustaquio, casi -con malhumor—. Y sin embargo, temo que no haya más remedio. ¡Ésta es la -consecuencia de haber logrado una reputación! ¿Por qué no seré un poco -más tonto de lo que soy, o por qué habré demostrado nunca las brillantes -cualidades con que me ha dotado la Naturaleza? Así hubiera podido dormir -la siesta en paz y en gracia de Dios.</p> - -<p>Pero el primo Eustaquio, como creo haberlo indicado antes, era tan -aficionado a contar cuentos como los chiquillos a oirlos. Su -entendimiento libre y feliz se deleitaba en su propia actividad, y -apenas requería impulso exterior para ponerse en movimiento.</p> - -<p>¡Cuán diferente este espontáneo juego de la<span class="pagenum"><a name="page_061" id="page_061"></a>{61}</span> inteligencia, de la educada -diligencia de los años maduros, cuando la tarea se ha hecho fácil a -fuerza de costumbre, y el trabajo del día es indispensable para la -felicidad del día, aunque todo lo demás se haya desvanecido como burbuja -de jabón! Pero esta observación no hace falta que la oigan los niños.</p> - -<p>Sin hacerse rogar más, Eustaquio Bright empezó a contar el cuento -siguiente, realmente espléndido. Se le había ocurrido mientras estaba -tumbado en el suelo, mirando hacia arriba a la copa de un árbol, -observando cómo el toque del otoño había convertido cada una de sus -hojas verdes en lo que parecía oro finísimo. Y ese cambio, que todos -hemos presenciado, es tan maravilloso como cualquiera de los prodigios -que Eustaquio relató al contar la historia de Midas.<span class="pagenum"><a name="page_062" id="page_062"></a>{62}</span></p> - -<div class="figcenter" style="width: 86px;"> -<a href="images/illus-062_lg.jpg"> -<img src="images/illus-062_sml.jpg" width="86" height="117" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_063" id="page_063"></a>{63}</span></p> - -<div class="figcenter" style="width: 280px;"> -<a href="images/illus-063_lg.jpg"> -<img src="images/illus-063_sml.jpg" width="280" height="123" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<h3>EL TOQUE DE ORO</h3> - -<p class="nind"><span class="letra">V</span><span class="smcap">ivió</span> hace mucho tiempo un hombre muy rico, que además era rey. Se -llamaba Midas. Tenía una hijita, de la cual nadie más que yo ha oído -hablar nunca, y cuyo nombre nunca he sabido, o por mejor decir, he -olvidado. Así es que, como me gustan los nombres extraños para las -niñas, me parece bien llamarla Clavellina.</p> - -<p>El rey Midas era aficionadísimo al oro. Apreciaba su corona real, -principalmente porque estaba compuesta de tan precioso metal. Poseer -oro, mucho oro, era la ambición más grande del rey Midas. Si algo había -en la Tierra a que quisiese más que al oro, era a la preciosa niñita, su -hija, que jugaba alegremente junto a su trono. Pero cuanto más la -quería, más ansia<span class="pagenum"><a name="page_064" id="page_064"></a>{64}</span> le entraba de adquirir, buscar y amontonar riquezas. -Pensaba, tontamente, que lo mejor que podía hacer por aquella niña, a -quien quería tanto, era amontonar para ella inmensas cantidades de -monedas amarillas y brillantes. Así es que jamás pensaba en otra cosa. -Si por casualidad miraba por un momento las nubes doradas que se forman -al ponerse el sol, sólo deseaba que fuesen oro de veras, para poder -guardarlas en su caja fuerte. Cuando venía Clavellina, saltando y -riendo, a buscarle con un ramo en la mano de flores amarillas del campo, -lo único que le decía era:—¡Bah! ¡Bah, hijita! Si esas flores fueran de -oro, como parecen, entonces sí que valdría la pena de recogerlas.</p> - -<p>Y sin embargo, el rey Midas, cuando era joven y no estaba completamente -dominado por el deseo desordenado de riquezas, había sido muy aficionado -a las flores. Había plantado un jardín, en el cual crecían las rosas más -grandes y más hermosas que haya visto u olido ningún mortal.</p> - -<p>Las rosas seguían creciendo en el jardín, tan bellas, tan grandes y tan -fragantes como cuando Midas acostumbraba a pasarse horas enteras -mirándolas y gozando con su perfume. Pero ahora, si las miraba, era sólo -para calcular cuánto más valdría el jardín si cada uno de los -innumerables pétalos de las dichas rosas fuese una chapita de oro fino. -Y aunque también en</p> - -<div class="figcenter" style="width: 323px;"> -<a href="images/illus-064a_lg.jpg"> -<img src="images/illus-064a_sml.jpg" width="323" height="505" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_065" id="page_065"></a>{65}</span> </p> - -<p class="nind">otros tiempos fué muy aficionado a la música (a pesar de la historia que -cuenta que sus orejas se parecían a las de los burros), la única música -agradable para el pobre rey Midas era el tintín de una moneda al chocar -contra otra.</p> - -<p>Por fin (porque la gente se vuelve cada día más tonta, a no ser que -tenga buen cuidado de hacerse cada día más y más cuerda), el rey Midas -llegó a ser tan poco razonable, que no podía ver ni tocar cosa que no -fuese de oro. Y tomó por costumbre pasar gran parte del día en una -habitación obscura y subterránea en los sótanos de su palacio. Allí es -donde guardaba sus riquezas. En aquel agujero feísimo, que apenas podía -servir de calabozo, se encerraba el rey Midas cuando quería ser -completamente feliz.</p> - -<p>Allí, después de cerrar cuidadosamente la puerta, cogía un saco lleno de -monedas de oro, o una copa de oro, grande como una palangana; o una -barra de oro pesadísima, o un celemín lleno de polvo de oro, y los -llevaba desde los rincones obscuros del cuarto hasta el único sitio -donde caía un rayo de sol, brillante y estrecho, desde un tragaluz. Le -gustaba mucho aquel rayo de sol, únicamente porque sin su ayuda no podía -ver brillar su tesoro. Luego removía con las manos las monedas del saco, -o tiraba la barra a lo alto y la recogía al caer, o hacía que se -deslizara entre sus dedos el polvo<span class="pagenum"><a name="page_066" id="page_066"></a>{66}</span> de oro, o miraba la imagen extraña -de su cara reflejada en la bruñida circunferencia de la copa, y se decía -a sí mismo:—¡Oh, Midas, riquísimo rey Midas, qué hombre tan feliz -eres!—. Pero era muy gracioso ver cómo la imagen de su rostro le hacía -muecas desde la pulida superficie de la copa. Parecía como si aquella -imagen comprendiese lo necio de su conducta y se burlase de él.</p> - -<p>Midas se llamaba hombre feliz, pero dentro de sí mismo sentía que no lo -era del todo. No podría llegar a la felicidad completa, a no ser que el -mundo entero se convirtiese en un inmenso guardatesoros y estuviese -lleno de amarillo metal, que fuese todo suyo.</p> - -<p>No necesito recordar, a niños tan instruídos como vosotros, que allá en -los tiempos antiguos, muy antiguos, cuando vivía el rey Midas, pasaban -cosas que en nuestros tiempos y en nuestro país se nos antojarían -maravillosas. Por otra parte, muchísimas cosas suceden ahora que no sólo -nos parecen maravillosas a nosotros, sino que a las gentes de los -tiempos antiguos les hubiesen dejado ciegas de asombro. Yo, por mi -parte, creo que nuestros tiempos son mucho más extraños que los -antiguos; pero, sea de esto lo que quiera, sigamos el cuento.</p> - -<p>Un día estaba Midas gozando con la vista de sus tesoros en el obscuro -subterráneo, cuando<span class="pagenum"><a name="page_067" id="page_067"></a>{67}</span> vió que una sombra caía sobre los montones de oro, -y mirando de repente hacia arriba, vió la figura de un desconocido, que -estaba en pie precisamente en el brillante y estrecho rayo de sol. Era -un joven con cara alegre y rubicunda. No sé si porque la imaginación del -rey Midas ponía un tinte amarillo sobre todas las cosas, o por cualquier -otro motivo, no pudo menos de pensar que la sonrisa con que el -desconocido le miraba tenía una especie de radiación dorada. Lo que sí -era seguro es que, aunque la figura interceptaba el rayo de sol, los -tesoros amontonados brillaban más que nunca. Hasta los más remotos -rincones del cuarto participaban del resplandor misterioso y parecían -iluminados cuando el desconocido sonreía, como si hubiese en ellos -llamas o chispas.</p> - -<p>Como Midas sabía que había cerrado cuidadosamente la puerta con llave, y -que no había mortal capaz de penetrar en el cuarto donde guardaba sus -tesoros, sacó en consecuencia que el visitante era algo más que un -mortal. No hace falta deciros su nombre. En aquellos días, cuando la -Tierra era relativamente nueva, se suponía que debían venir a visitarla -de cuando en cuando seres dotados de poder sobrenatural, que tenían la -costumbre de interesarse por las alegrías y las penas de los hombres, -las mujeres y los niños, medio en broma y medio en<span class="pagenum"><a name="page_068" id="page_068"></a>{68}</span> serio. Midas había -tropezado ya antes con seres de esa índole, y no le disgustaba -encontrarse con ellos. El aspecto del forastero era tan regocijado, tan -amable, ya que no demasiado bondadoso, que hubiese sido poco razonable -sospechar que venía a hacer daño. Era más que probable que viniese a -hacer un favor al rey Midas. ¡Y qué favor podría ser, sino aumentar sus -montones de tesoros!</p> - -<p>El desconocido miró por todo el cuarto. Y cuando su brillante sonrisa -hubo centelleado sobre todos los objetos de oro que allí había, se -volvió hacia Midas.</p> - -<p>—Eres un hombre rico, amigo Midas—observó—. Me parece que no habrá en -la Tierra otras cuatro paredes que contengan tanto oro como el que tú -has conseguido amontonar en esta habitación.</p> - -<p>—He hecho lo que he podido... lo que he podido...—respondió Midas en -tono descontento—. Pero, después de todo, esto no es nada si se -considera que he gastado la vida entera para reunirlo. Si pudiera uno -vivir mil años, tendría tiempo para llegar a ser rico de veras.</p> - -<p>—¡Cómo!—exclamó el desconocido—. ¿Todavía no estás satisfecho?</p> - -<p>Midas movió la cabeza.</p> - -<p>—¿Y con qué te contentarías?—preguntó el<span class="pagenum"><a name="page_069" id="page_069"></a>{69}</span> forastero—. Sólo por -curiosidad me gustaría saberlo.</p> - -<p>Midas se puso a meditar. Tuvo el presentimiento de que aquel -desconocido, con su lustre dorado en la cara y su sonrisa de buen humor, -había venido allí con poder y con intención de satisfacer sus mayores -deseos. Por consiguiente, había llegado el feliz momento, y no tenía más -que hablar para obtener todo lo posible, o al parecer imposible, que se -le ocurriese pedir. Así es que pensó, y pensó, y pensó, y amontonó en su -imaginación montaña sobre montaña de oro, sin llegar a figurarse una lo -bastante grande para satisfacerle por completo.</p> - -<p>Por último, se le ocurrió una idea luminosa. Parecía, en realidad, tan -brillante como el esplendoroso metal que tanto amaba.</p> - -<p>Levantando la cabeza, miró al desconocido cara a cara.</p> - -<p>—Ea, Midas—observó el visitante—, veo que por fin has pensado cosa -que pueda satisfacerte por completo. Dime lo que deseas.</p> - -<p>—Sólo esto—respondió Midas—. Estoy cansado de que me cueste tanto -trabajo reunir mis tesoros y de ver que después de tanto cansarme -aumentan tan despacio. ¡Deseo que todo lo que yo toque se convierta en -oro!</p> - -<p>La sonrisa del desconocido se hizo tan amplia,<span class="pagenum"><a name="page_070" id="page_070"></a>{70}</span> que pareció llenar la -habitación, como el sol que centellease en un sombrío y hondo valle, -donde las amarillas hojas del otoño (porque esto parecían los pedazos de -oro) estuviesen esparcidas por el suelo y brillasen a la luz.</p> - -<p>—¡El Toque de Oro!—exclamó—. En verdad, amigo Midas, te digo que eres -hombre de imaginación. Pero, ¿estás completamente seguro de que con eso -te quedarás satisfecho?</p> - -<p>—¡Completamente!...—dijo Midas.</p> - -<p>—¿Y que nunca te arrepentirás de poseer ese don?</p> - -<p>—¿Por qué había de arrepentirme?—preguntó Midas—. Es lo único que -pido para ser completamente feliz.</p> - -<p>—Entonces, hágase como deseas—respondió el forastero, moviendo la mano -en señal de despedida—. Mañana, al salir el sol, te encontrarás dotado -con el Toque de Oro.</p> - -<p>El rostro del desconocido, se puso entonces extraordinariamente -brillante, y Midas, a pesar suyo, tuvo que cerrar los ojos. Al abrirlos -de nuevo, no vió más que el único rayo de sol en el subterráneo, y -alrededor suyo el centelleo del precioso metal que había empleado toda -la vida en reunir.</p> - -<p>La historia no dice si Midas durmió aquella noche como de costumbre. -Dormido o despierto, su espíritu estaba probablemente en el mismo<span class="pagenum"><a name="page_071" id="page_071"></a>{71}</span> -estado que el de un niño a quien se ha prometido por la mañana un -juguete nuevo. Y apenas el día acababa de asomar por encima de los -montes, ya el rey estaba completamente despierto, y extendiendo los -brazos fuera de la cama, empezó a tocar cuanto se encontraba a su -alcance. Estaba impaciente por probar si realmente le había llegado el -Toque de Oro, según la promesa del desconocido. Para convencerse pasó el -dedo por la silla que estaba a la cabecera de la cama y sobre otros -varios objetos; pero tuvo una triste desilusión al ver que continuaban -siendo de la misma substancia que antes. Entonces temió que la visita -del reluciente desconocido hubiese sido un sueño, o que, aunque hubiese -venido de veras a visitarle, hubiese sido únicamente para burlarse de -él. ¡Qué cosa tan triste, si después de tantas esperanzas el rey Midas -hubiese tenido que contentarse con el poco oro que pudiese juntar por -medios ordinarios, en lugar de crearlo con sólo tocar!</p> - -<p>Mientras pensaba esto, aún estaba la mañana gris, con un solo rayo -brillante a lo largo de una nube, que Midas no alcanzaba a ver. Se -volvió a echar en la cama, muy desconsolado por la caída de sus -esperanzas, y se fué poniendo cada vez más triste, hasta que el primer -rayo de sol pasó a través de la ventana y vino a dorar el techo sobre su -cabeza. Parecióle a<span class="pagenum"><a name="page_072" id="page_072"></a>{72}</span> Midas que aquel brillante y amarillo rayo de sol se -reflejaba de modo extraño sobre la colcha blanca de su cama. Mirando más -de cerca, ¡cuál no sería su asombro y su alegría al ver que el tejido de -hilo se había transformado en otro que parecía ser del oro más puro y -más brillante! ¡El Toque de Oro le había llegado con el primer rayo de -sol!</p> - -<p>Midas se incorporó en una especie de frenesí gozoso, y echó a correr por -la habitación, tocando cuanto encontraba al paso. Tocó uno de los -barrotes de la cama, e inmediatamente se convirtió en estriado lingote -de oro. Descorrió una cortina para ver mejor todas las maravillas que -estaba realizando, y la borla se le convirtió entre las manos en un -montón de oro. Tomó un libro de encima de la mesa. Al primer contacto se -convirtió en el volumen más ricamente encuadernado y dorado que se haya -visto nunca; pero al pasar los dedos sobre las hojas, ¡ay!, se -convirtieron éstas en un montón de delgadas placas de oro, en las cuales -todas las sabias letras del libro quedaron ilegibles. Se apresuró a -vestirse, y se quedó encantado al verse con magnífico traje de tela de -oro, que conservaba su flexibilidad y su suavidad, aunque le pesaba un -poco más que de costumbre. Sacó el pañuelo que su hijita había hecho a -vainica para regalárselo. También se hizo de oro, convirtiéndose<span class="pagenum"><a name="page_073" id="page_073"></a>{73}</span> las -puntadas primorosas que había hecho la niña con tanto cuidado, también -en hilo de oro.</p> - -<p>A pesar de todo, esta última transformación no dejó satisfecho por -completo al rey Midas. Hubiese preferido que el regalo de su hija se -hubiese conservado siempre como cuando la niña se subió en sus rodillas, -besándole para entregárselo.</p> - -<p>Pero no era cosa de afligirse por una pequeñez. Midas sacó sus lentes -del bolsillo y se los puso en la nariz para ver mejor cuanto le rodeaba. -En aquellos tiempos aún no se habían inventado los lentes para el común -de los mortales, pero los reyes, sin duda, ya los gastaban; porque si -no, ¿de dónde iba a haberlos sacado Midas? Con gran asombro suyo, notó -que aunque los cristales eran excelentes, no veía nada a través de -ellos. Era la cosa más natural del mundo, porque al tocarlos, los -transparentes cristales se habían convertido en discos de amarillo -metal, y por lo tanto eran inútiles como lentes, aunque como oro -valiesen bastante.</p> - -<p>Molestóle a Midas pensar que, con toda su riqueza, ya nunca podría -conseguir un par de lentes que le sirviesen de algo.</p> - -<p>—Pero, después de todo, importa poco—se dijo a sí mismo con mucha -filosofía—. No podemos<span class="pagenum"><a name="page_074" id="page_074"></a>{74}</span> tener un gran bien que no venga acompañado de -algún ligero inconveniente. El Toque de Oro bien vale el sacrificio de -un par de lentes por lo menos, ya que no de los ojos. Los míos me -servirán para los usos ordinarios de la vida, y mi hijita Clavellina -pronto será una personita formal y podrá leerme todos los libros que yo -necesite.</p> - -<p>El sabio rey Midas estaba tan contento con su buena suerte, que el -palacio le parecía pequeño para contenerla. Por consiguiente, bajó las -escaleras y sonreía al observar cómo la balaustrada y el pasamanos se -iban convirtiendo en oro bruñido, según los tocaba. Levantó el picaporte -de la puerta—era de bronce un momento antes, pero fué de oro en cuanto -sus dedos le hubieron tocado—y salió al jardín. Encontró en él, como de -costumbre, muchísimas rosas: unas completamente abiertas, otras en -capullo. Deliciosa era su fragancia en el aire de la mañana. Su color -delicado era una de las más lindas cosas que se pudieran ver; tan -amables, tan modestas, tan llenas de tranquilidad parecían aquellas -flores.</p> - -<p>Pero Midas sabía el modo de hacerlas mucho más preciosas, según su modo -de pensar, que ninguna otra rosa que hubiese en el mundo. Para -conseguirlo se tomó el trabajo de ir de rosal en rosal, y ejercitó su -Toque de Oro infatigablemente,<span class="pagenum"><a name="page_075" id="page_075"></a>{75}</span> hasta que todas las flores y todos los -capullos, y hasta los gusanillos que había en el corazón de algunas de -ellas, se convirtieron en oro. Cuando estaba terminando esta faena, -llamaron al rey Midas a desayunar, y como el aire de la mañana le había -despertado el apetito, se apresuró a volver a palacio.</p> - -<p>En qué consistía generalmente el desayuno de un rey en los tiempos de -Midas, es cosa que no sé, y ni puedo ahora detenerme a investigarlo. -Supongo, sin embargo, que aquella mañana el desayuno consistía en -panecillos calientes, una hermosa trucha, patatas asadas, huevos -frescos, pasados por agua, y café para el rey Midas, y un tazón de sopas -de leche para su hija Clavellina. Creo que este desayuno basta para un -rey, y a mí me parece que fuese éste o no fuese el que el rey Midas -acostumbraba a tomar, era ciertamente exquisito.</p> - -<p>Clavellina no había llegado todavía. Su padre mandó que la llamasen, y -sentándose a la mesa esperó que la niña llegara para empezar a -desayunar. Para hacer justicia al rey Midas, hay que decir que quería -muy de veras a su hijita, y mucho más aquella mañana, que estaba tan -contento por la buena suerte que había caído sobre él. Pasó un momento y -la oyó llegar; pero Clavellina venía llorando amargamente. Esta -circunstancia le sorprendió mucho,<span class="pagenum"><a name="page_076" id="page_076"></a>{76}</span> porque era su hijita una de las -niñas más alegres que se hayan visto nunca en un día de verano, y con -las lágrimas que acostumbraba a llorar en doce meses no se hubiese -podido llenar un dedal.</p> - -<p>Cuando Midas oyó sus sollozos, decidió consolarla dándole una sorpresa -agradable, e inclinándose sobre la mesa, tocó el tazón de su hija (que -era de porcelana con figuritas muy lindas) y le cambió en oro -reluciente.</p> - -<p>Clavellina, muy desconsolada, abrió la puerta y se presentó delante de -su padre, limpiándose las lágrimas con el delantal, y sollozando como si -se le rompiese el corazón.</p> - -<p>—¿Qué es eso, hija mía?—exclamó Midas—. ¿Qué te pasa, hoy que hace -una mañana tan hermosa?</p> - -<p>Clavellina, sin quitarse el delantal de los ojos, alargó una mano, en la -cual estaba una de las rosas que su padre acababa de transformar.</p> - -<p>—¡Muy bonita!—exclamó su padre—. ¿Qué hay en esa magnífica rosa que -pueda hacerte llorar?</p> - -<p>—Papá—respondió la chiquilla llorando a más y mejor—, no es bonita: -es la flor más fea del mundo. En cuanto me he vestido, he bajado al -jardín a cortar rosas para ti, porque sé que te gustan, y que te gustan -más cuando te<span class="pagenum"><a name="page_077" id="page_077"></a>{77}</span> las corta tu hijita. Pero, ¿a que no sabes lo que ha -sucedido? Una desgracia muy grande, muy grande. ¡Todas las rosas tan -bonitas, que olían tan bien y tenían tantos colores, se han echado a -perder! Se han puesto amarillas como ésta, y no huelen a nada. ¿Qué les -habrá pasado?</p> - -<p>—Bueno, hijita, no llores por eso—dijo Midas, a quien le dió vergüenza -confesar que él mismo había producido el cambio que tanto afligía a la -niña—. Siéntate y toma tus sopas de leche. Ya verás qué fácil es -cambiar una rosa de oro como esa, que dura por lo menos cientos de años, -por una vulgar, que se deshoja en un día.</p> - -<p>—No quiero rosas como ésta—dijo Clavellina tirándola -despectivamente—. No huele a nada, y con estos pétalos tan duros me -araña la nariz.</p> - -<p>La niña se sentó a la mesa; pero estaba tan preocupada con su pena por -las rosas marchitas, que no reparó en la transformación maravillosa del -tazón de China. Y más valió así. Porque Clavellina estaba acostumbrada a -divertirse mirando las figurillas raras y las casas y los árboles tan -extraños que estaban pintados en la superficie del tazón, y todos -aquellos adornos habían desaparecido en el tono amarillo del metal.</p> - -<p>Midas, entretanto, se había servido una taza<span class="pagenum"><a name="page_078" id="page_078"></a>{78}</span> de café, y, naturalmente, -la cafetera, que no sé de qué metal era cuando la cogió, estaba -convertida en oro cuando volvió a dejarla sobre la mesa. Pensó un -momento que era demasiado lujo para un rey de costumbres modestas como -las suyas tener servicio de oro para el desayuno, y empezó a pensar en -el mucho trabajo que iba a costarle guardar y conservar en salvo todos -sus tesoros. El aparador y la cocina no le parecían sitios bastante -seguros para guardar cosa de tanto valor como tazones y cafeteras de -oro.</p> - -<p>Con estos pensamientos se llevó a los labios una cucharada de café, y al -sorberla se quedó atónito, al notar que en el instante en que sus labios -tocaron el líquido se convirtió en oro derretido, y un instante después -se solidificó, formando un terrón dorado.</p> - -<p>—¡Ah!—exclamó Midas casi con horror.</p> - -<p>—¿Qué te pasa, papá?—preguntó Clavellina mirándole, aún con lágrimas -en los ojos.</p> - -<p>—¡Nada, niña, nada!—dijo Midas—. Toma la leche antes de que se enfríe -por completo.</p> - -<p>Se sirvió una de las truchas, y por vía de experimento tocó la cola con -el dedo. Con gran espanto suyo vió que se convertía de trucha -admirablemente frita en un pez dorado, pero no como esos que se suelen -ver en las peceras y bonitos estanques. No, porque era un pez de<span class="pagenum"><a name="page_079" id="page_079"></a>{79}</span> metal -verdad, y parecía que le hubiese hecho con todo primor el mejor joyero -del mundo. Las espinas eran ahora alambritos de oro; las aletas y la -cola eran delgadísimas placas de oro, y quedaban en él hasta las señales -del tenedor, y toda la apariencia delicada y ligera de un pez bien -frito, exactamente imitado en oro. Cosa muy bonita, como podéis -figuraros; pero el rey Midas en aquel momento hubiese preferido mejor -tener en el plato una trucha de veras, que tener aquella primorosa y -valiosa imitación.</p> - -<p>—No comprendo—se dijo a sí mismo—cómo voy a arreglármelas para -desayunar.</p> - -<p>Cogió uno de los panecillos calientes, y apenas lo partió cuando, con -gran mortificación suya, se puso amarillo (aunque era de la harina de -trigo más blanca), mucho más amarillo que si hubiese sido pan de maíz. A -decir verdad, si hubiese sido pan de maíz, le hubiese gustado a Midas -mucho más que entonces, cuando el brillo y el peso le hicieron -comprender, sin género de duda, que era de oro. Casi desesperado, se -sirvió un huevo pasado por agua, que inmediatamente sufrió un cambio -análogo a los de la trucha y el panecillo. Verdaderamente, el huevo -pudiera haberse tomado por uno de aquellos que la gallina de oro de la -fábula tenía costumbre de poner.<span class="pagenum"><a name="page_080" id="page_080"></a>{80}</span></p> - -<p>—¡Pues, señor, estoy divertido!—pensó recostándose en el respaldo del -sillón y mirando casi con envidia a su hijita, que ya estaba tomando sus -sopas de leche con gran satisfacción—. ¡Un desayuno tan rico sobre la -mesa y no poder probar ni un bocado!</p> - -<p>Esperando que a fuerza de darse prisa podría evitar el grave -inconveniente, el rey Midas se echó sobre una patata caliente e intentó -tragársela a toda prisa sin tocarla con la boca. Pero el Toque de Oro -era más listo que él. Y se encontró con la boca llena, no por una patata -harinosa, sino por un pedazo de metal sólido, que le quemó la lengua de -un modo tan horroroso, que empezó a dar alaridos y a saltar y patalear -por todo el cuarto; tanto le quemaba y dolía.</p> - -<p>—¡Papá! ¡Papá!—exclamó Clavellina, que era una niña muy cariñosa—. -¿Qué te pasa, papá? ¿Te has quemado la lengua?</p> - -<p>—¡Ay, hija mía!—murmuró Midas tristemente—. ¡No sé qué va a ser de tu -pobre padre!</p> - -<p>Y, verdaderamente, ¿habéis oído caso más lastimoso en toda vuestra vida? -Aquí está literalmente el desayuno más rico que pueda servirse en mesa -de rey, y su misma riqueza le hace absolutamente inservible. El labrador -más pobre, sentado delante de un pedazo de pan y<span class="pagenum"><a name="page_081" id="page_081"></a>{81}</span> un vaso de agua, está -realmente mucho mejor servido que el rey Midas, cuyos delicados manjares -valían en realidad tanto oro como pesaban. ¿Y qué iba a hacer? Ya a la -hora del desayuno; Midas tenía muchísimo apetito. ¿Iba a tener menos a -la hora de comer? Y figuraos qué hambre de lobo tendría a la hora de la -cena, que consistiría, sin duda, en manjares tan indigestos como los que -entonces tenía delante. ¿Cuántos días pensáis que podría sobrevivir a un -régimen tan substancioso?</p> - -<p>Estas reflexiones conturbaron de tal manera al atribulado rey Midas, que -empezó a poner en duda si, después de todo, las riquezas eran lo único -deseable de este mundo o siquiera lo más deseable de todo. Pero esto no -fué más que un pensamiento pasajero. Tan fascinado estaba Midas con el -brillo del amarillo metal, que no hubiese querido renunciar al Toque de -Oro por consideración tan mezquina como la de un desayuno. ¡Qué precio -por unos cuantos comestibles! ¡Y además, perder tantos millones! ¡Es -decir, pagarlos por una trucha frita y un huevo, una patata, un -panecillo caliente y una taza de café!</p> - -<p>—¡Sería demasiado caro!—pensó Midas.</p> - -<p>Sin embargo, tales eran su hambre y la perplejidad de la situación, que -volvió a quejarse en alta voz y muy tristemente. Nuestra<span class="pagenum"><a name="page_082" id="page_082"></a>{82}</span> lindísima -Clavellina no pudo soportarlo más. Se quedó aún un momento sentada, -mirando a su padre e intentando con todo el poder de su entendimiento -comprender qué le pasaba. Luego sintió un deseo suave y triste de -consolarle, saltó de su silla y corriendo hacia el rey, su padre, le -rodeó las piernas con los brazos. El se inclinó a dar un beso a la niña. -Y entonces comprendió que el amor de su hija valía mil veces más que -todo lo que había ganado con el Toque de Oro.</p> - -<p>—¡Clavellina, hijita, preciosa mía!—exclamó.</p> - -<p>Pero Clavellina no respondió.</p> - -<p>¡Ay, qué había hecho! ¡Cuán fatal era el don que el desconocido le había -otorgado! En el momento en que los labios de Midas tocaron la frente de -su hija, se operó en ella terrible cambio. Su suave y sonrosado rostro, -tan lleno de cariño, se puso amarillento, y lágrimas amarillas también -quedaron fijas en sus mejillas. Sus hermosos rizos obscuros tomaron el -mismo color. Todas sus tiernas y blandas formas quedaron duras e -inflexibles entre los brazos de su padre, que la rodeaban. ¡Oh, terrible -desdicha! Víctima de su insaciable deseo de riqueza, había convertido a -su propia hija en una estatua de oro...</p> - -<p>Sí: una estatua era ya aquella bellísima<span class="pagenum"><a name="page_083" id="page_083"></a>{83}</span> niña, y su última e -interrogadora mirada de cariño, de pena y de lástima, endurecida y como -tallada en su rostro, era la cosa más bonita y más triste que ojos -mortales han visto nunca. Todas las facciones y todos los detalles y -peculiares gracias de Clavellina estaban en su estatua; hasta un -encantador hoyito que tenía en la barba, y agraciaba delicadamente sus -rasgos fisonómicos. Pero cuanto más perfecto era el parecido, mayores -eran la agonía y desesperación del rey Midas, contemplando aquella -imagen de oro, que era todo lo que quedaba de su hijita. Siempre que -Midas acariciaba a su hijita, acostumbraba a decirla:—¡Vales más oro -que pesas!—. La frase, desgraciadamente, era ahora literalmente cierta, -y el dolorido monarca comprendía, aunque demasiado tarde, cuán -infinitamente más vale un corazón amante y compasivo, que le tenga a uno -cariño, que todas las riquezas que amontonarse puedan entre el cielo y -la tierra.</p> - -<p>Sería historia demasiado triste contaros cómo Midas, ahora que ya tenía -todo lo que había deseado, empezó a retorcerse las manos y a maldecirse -a sí mismo. Y como no podía ni mirar a Clavellina ni apartar los ojos de -ella, excepto cuando los tenía fijos en la estatua, no podía creer que -se había convertido en oro. Pero, volviendo a mirar, veía la preciosa -figurita<span class="pagenum"><a name="page_084" id="page_084"></a>{84}</span> con una lágrima amarilla en sus mejillas de oro, y con una -mirada tan compasiva y tan cariñosa, que parecía que la misma expresión -tuviese que ablandar el oro y convertirlo en carne otra vez. Eso, desde -luego, no podía ser. Así es que Midas volvió a retorcerse las manos y a -desear ser el hombre más pobre del mundo, si la pérdida de todas sus -riquezas pudiera volver al rostro de la niña el desvanecido color de -rosa.</p> - -<p>Cuando estaba en lo más tremendo de la desesperación, de pronto vió a un -desconocido que estaba en pie junto a la puerta. Midas inclinó la -cabeza, sin pronunciar palabra, porque reconoció la misma figura que se -le había aparecido el día antes en el subterráneo y le había otorgado la -desastrosa facultad del Toque de Oro. El rostro del desconocido aún -tenía la misma sonrisa, que parecía derramar amarillo lustre sobre la -habitación y centelleaba sobre la imagen de Clavellina y sobre los demás -objetos que habían sido transformados por el tacto de Midas.</p> - -<p>—¡Eh!, amigo Midas—dijo el desconocido—: ¿qué tal te va con el Toque -de Oro?</p> - -<p>Midas movió la cabeza.</p> - -<p>—Soy muy desgraciado—dijo.</p> - -<p>—¿Muy desgraciado, de veras?—exclamó el desconocido—. ¿Y cómo es eso? -¿No he<span class="pagenum"><a name="page_085" id="page_085"></a>{85}</span> cumplido fielmente la promesa que te hice? ¿No has tenido todo -lo que deseaba tu corazón?</p> - -<p>—El oro no es todo en este mundo—respondió Midas—, y he perdido lo -que mi corazón realmente quería más que nada.</p> - -<p>—¡Ah! ¿De modo que de ayer a hoy has hecho un descubrimiento?—observó -el desconocido—. A ver, a ver. ¿Cuál de estas dos cosas te parece que -vale más: el don del Toque de Oro o una copa de agua clara?</p> - -<p>—¡Oh, bendita agua!—exclamó Midas—. ¡Ya nunca volverás a humedecer mi -seca garganta!</p> - -<p>—¿El Toque de Oro—continuó el desconocido—o un pedazo de pan?</p> - -<p>—Un pedazo de pan—respondió Midas—vale por todo el oro del mundo.</p> - -<p>—¿El Toque de Oro—preguntó el desconocido—o tu hijita palpitante, -viva, suave y cariñosa como hace una hora?</p> - -<p>—¡Oh! ¡Mi hijita, mi hijita!—exclamó el pobre Midas retorciéndose las -manos—. ¡No hubiera dado yo el hoyito que tenía en la barba por el -poder de convertir toda la tierra en una inmensa bola de oro!</p> - -<p>—Eres más cuerdo que eras, rey Midas—dijo el desconocido—. Ya veo que -tu corazón no se ha convertido totalmente de carne en<span class="pagenum"><a name="page_086" id="page_086"></a>{86}</span> oro. Si así -fuera, tu caso hubiese sido desesperado. Pero aún pareces capaz de -comprender que las cosas sencillas, las que están al alcance de todo el -mundo, valen mucho más que las riquezas por las cuales tantos mortales -se afanan y luchan. Dime ahora sinceramente: ¿deseas verte libre del -Toque de Oro?</p> - -<p>—¡Le odio!—respondió Midas.</p> - -<p>Una mosca se le posó en la nariz, pero inmediatamente cayó al suelo; -también ella se había convertido en oro. Midas se estremeció.</p> - -<p>—Entonces—dijo el desconocido—, ve y báñate en el río que pasa por -detrás de tu jardín. Toma un cántaro del agua misma y ve rociando con -ella cada uno de los objetos que puedas desear que vuelvan a su antigua -substancia. Si haces esto con buen deseo y sinceridad, puede que repares -el daño que has causado con tu avaricia.</p> - -<p>El rey Midas se inclinó profundamente, y cuando levantó la cabeza, el -reluciente desconocido ya no estaba allí.</p> - -<p>Comprenderéis fácilmente que Midas no perdió el tiempo, y fué a buscar -un gran cántaro de barro; pero, ¡ay de mí!, en cuanto le tocó dejó de -ser barro. Corrió, sin embargo, hasta la orilla del río. Según iba -corriendo a través del huerto, que estaba plantado de grosellas y -frambuesas, era maravilloso ver cómo el follaje<span class="pagenum"><a name="page_087" id="page_087"></a>{87}</span> se ponía amarillo, como -si hubiese pasado por allí el otoño. Al llegar al río se tiró de cabeza, -sin esperar siquiera a quitarse los zapatos.—¡Puf, puf, puf!—resopló -el rey Midas al sacar la cabeza del agua—. Está bien. Éste es un baño -refrescante, y supongo que me habrá lavado por completo del Toque de -Oro. Ahora, a llenar el cántaro.</p> - -<p>Al meter el cántaro en el agua alegrósele el corazón al verle -convertirse, de oro que era, en el mismo honrado cántaro de barro que -fué antes de que le hubiese tocado él. También notaba un cambio dentro -de sí mismo. Parecía que se le había quitado del pecho un peso grande, -duro y frío. Sin duda su corazón había ido perdiendo poco a poco su -humana substancia y transmutándose en metal insensible; pero ahora iba -ablandándose en carne de nuevo. Viendo una violeta que crecía a la -orilla del río, Midas la tocó, y no cabía en sí de gozo al ver que la -delicada flor conservaba su color característico, en vez de tomar un -brillante amarillo. La maldición del Toque de Oro, por lo tanto, se -había apartado de él.</p> - -<p>El rey Midas se apresuró a volver a palacio, y supongo que algunos -criados no sabían lo que les pasaba al ver a su real dueño llevando tan -cuidadosamente un cántaro de agua. Pero aquel agua que iba a deshacer -todo el<span class="pagenum"><a name="page_088" id="page_088"></a>{88}</span> daño que había causado su locura, era más preciosa para Midas -que pudiera haberlo sido un océano de oro líquido. Lo primero que hizo, -como apenas necesito deciros, fué echar agua a manos llenas sobre la -dorada figura de su hija.</p> - -<p>Apenas cayó el agua sobre ella, os hubieseis reído al ver cómo volvió el -color de rosa a sus mejillas. ¡Y cómo empezó a estornudar y a sacudirse! -Y qué asombrada se quedó al encontrarse toda mojada y ver a su padre que -seguía echándole agua encima.</p> - -<p>—¡Basta, papá; por favor, ya no más!—exclamó—. Mira lo que has hecho -con mi vestido tan bonito. ¡Y que le estreno hoy!</p> - -<p>Clavellina no sabía que había sido un rato estatua de oro; no podía -acordarse de lo que había sucedido desde el momento en que corrió con -los brazos abiertos a consolar al pobre rey Midas, su padre.</p> - -<p>No creyó éste necesario contar a su querida hija cuán loco había sido, -pero se decidió a demostrar lo mucho más cuerdo que ahora era. Para esto -llevó a Clavellina al jardín, donde echó el agua que quedaba sobre los -rosales, y con tan buena suerte, que más de cinco mil rosas recobraron -su hermoso color. Hubo dos circunstancias, sin embargo, que mientras -vivió conservaron para el rey Midas el recuerdo del Toque de Oro. Una -fué que las arenas del río</p> - -<div class="figcenter" style="width: 335px;"> -<a href="images/illus-088b_lg.jpg"> -<img src="images/illus-088b_sml.jpg" width="335" height="501" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<div class="figcenter" style="width: 335px;"> -<a href="images/illus-088c_lg.jpg"> -<img src="images/illus-088c_sml.jpg" width="335" height="505" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_089" id="page_089"></a>{89}</span> </p> - -<p class="nind">brillaban como el oro, y la otra que el cabello de Clavellina tenía -ahora un reflejo dorado que nunca había observado en él antes de que se -hubiese transformado por efecto de su beso. Este cambio era, en -realidad, una mejora, y el cabello de Clavellina era mucho más bonito -que antes.</p> - -<p>Cuando el rey Midas se hizo ya muy viejo y tenía a los hijos de -Clavellina sobre sus rodillas jugando con ellos a los caballitos, le -gustaba contarles este cuento maravilloso, casi como ahora os le cuento -yo. Y cuando acariciaba sus sortijillas de seda, les decía que su -cabello también tenía un bonito reflejo de oro, que habían heredado de -su madre.</p> - -<p>—Y para deciros la verdad, queridos niños míos—comentaba el rey Midas, -haciendo cabalgar a toda prisa a sus nietecitos—, desde aquella mañana -he aborrecido la vista del oro, no siendo en el cabello de vuestra -madre.</p> - -<p>—Ea, niños—preguntó Eustaquio, que era muy aficionado a saber la -opinión definida de sus oyentes—, ¿habéis oído en toda vuestra vida -cuento mejor que este del Toque de Oro?</p> - -<p>—La historia del rey Midas—dijo la burlona Primavera—era famosa miles -de años antes de que el señor Eustaquio Bright viniese a este mundo, y -continuará siéndolo después que él lo abandone. Pero algunas personas -tienen lo que pudiéramos llamar «toque de plomo», y<span class="pagenum"><a name="page_090" id="page_090"></a>{90}</span> convierten en -pesado y seco todo lo que tocan sus manos.</p> - -<p>—Eres una niña muy lista, para no haber cumplido aún los quince—dijo -Eustaquio, desconcertado por lo agudo de la crítica—. Pero bien -convencida estás, dentro de tu malvado corazoncillo, de que he bruñido -el oro viejo de la historia de Midas y le he puesto más brillante que -nunca. ¿Y la figura de Clavellina? ¿No está maravillosamente dibujada? Y -la moraleja, ¿no es profunda, clara y bien traída? ¿Qué decís, Amapola, -Romero, Trébol, Margarita? Alguno de vosotros, después de haber oído -este cuento, ¿desearíais poseer la facultad de convertir las cosas en -oro?</p> - -<p>—A mí me gustaría—dijo Margarita, chiquilla de diez años—tener el -poder de convertirlo todo en oro con el dedo índice de la mano derecha, -pero con tal de tener en el de la mano izquierda el poder de volverlo a -su estado primero, si el cambio no había resultado a mi gusto. ¡Ay, si -lo tuviera, ya sé lo que haría esta misma tarde!</p> - -<p>—¿Qué harías?—dijo Eustaquio.</p> - -<p>—Tocaría—respondió Margarita—cada una de las hojas de estos árboles -con el dedo índice de la mano izquierda, y las pondría verdes otra vez; -así es que volveríamos a empezar el verano, sin tener que pasar por el -feo invierno.<span class="pagenum"><a name="page_091" id="page_091"></a>{91}</span></p> - -<p>—¡Oh, Margarita!—exclamó Eustaquio Bright—; estás en un error, y -harías una cosa muy mal hecha. Si yo fuera Midas, no haría más que días -de oro, como este de hoy, durante todo el año. Las mejores ideas siempre -se me ocurren un poco tarde. ¿Por qué no os habré dicho cómo el viejo -rey Midas vino a América y cambió el sombrío otoño que hay en otros -países en la deslumbrante belleza con que aquí se viste? Doró todas las -hojas del gran libro de la Naturaleza.</p> - -<p>—Primo Eustaquio—dijo Girasol, chiquillo bueno, que siempre estaba -haciendo preguntas sobre la altura exacta de los gigantes y la pequeñez -de las hadas—, ¿qué altura justa tenía Clavellina, y cuánto pesaría -después de haberse convertido en oro?</p> - -<p>—Era casi tan alta como tú—replicó Eustaquio—, y como el oro es muy -pesado, pesaría lo menos dos mil libras, y si se hubiera hecho moneda -con ella, se hubieran sacado de treinta a cuarenta mil duros en oro. -¡Ojalá Primavera valiese tanto! Vamos, hijitos, salgamos de la cañada, -subiendo a lo alto del peñón, y echemos una mirada en derredor.</p> - -<p>Así lo hicieron. El sol había ya andado dos horas más de la mitad de su -camino, y llenaba el gran hueco del valle con su radiación occidental, -de modo que parecía estar lleno hasta<span class="pagenum"><a name="page_092" id="page_092"></a>{92}</span> el borde de luz suave que se -desbordaba sobre las colinas, como vino dorado en una copa. Era un día -tan maravillosamente lleno de luz de oro, que se hubiera podido decir de -él: ¡Nunca ha existido día semejante, aunque ayer tal vez fué, y mañana -será, tan luminosamente radiante! ¡Ah! Pero hay pocos de esos en el -círculo de doce meses. Es peculiaridad notable de estos días de Octubre -que cada uno de ellos parece ocupar muchísimo espacio, aunque el sol se -levanta más bien tarde en esta estación del año, y se va a la cama, como -debieran irse los niños, a las tempranas seis de la tarde o un poco -antes. No podemos, por lo tanto, llamar a estos días largos; pero -parecen, de un modo o de otro, compensar su brevedad con su amplitud, y -cuando llega la noche fresca, tenemos conciencia de haber gozado un -inmenso brazado de vida desde por la mañana.</p> - -<p>—¡Venid, niños, venid!—exclamó Eustaquio—. ¡Más nueces, más nueces, -más nueces! ¡Llenad todos los cestos, y cuando venga Navidad, las -partiré para vosotros y os contaré magnificas historias!</p> - -<p>Y así se fueron, todos contentísimos, excepto el pequeño Romero, que, -siento decíroslo, se había sentado sobre un erizo de castaña y se había -convertido en acerico de sus pinchos. ¡Dios mío, qué incómodo debía ir -el pobre!<span class="pagenum"><a name="page_093" id="page_093"></a>{93}</span></p> - -<h2><a name="EL_PARAISO_DE_LOS_NINOS" id="EL_PARAISO_DE_LOS_NINOS"></a>EL PARAÍSO DE LOS NIÑOS</h2> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_094" id="page_094"></a>{94}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_095" id="page_095"></a>{95}</span> </p> - -<div class="figcenter" style="width: 285px;"> -<a href="images/illus-095_lg.jpg"> -<img src="images/illus-095_sml.jpg" width="285" height="123" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<h3><a name="EN_EL_CUARTO_DE_JUEGO_DE_TANGLEWOOD" id="EN_EL_CUARTO_DE_JUEGO_DE_TANGLEWOOD"></a>EN EL CUARTO DE JUEGO DE TANGLEWOOD</h3> - -<p class="nind"><span class="letra">P</span><span class="smcap">asaron</span> los días de oro de Octubre, como tantos otros Octubres han -pasado, y pasó el obscuro Noviembre y la mayor parte del frío Diciembre -también. Por fin llegó la alegre Navidad, y Eustaquio Bright llegó con -ella, haciéndola aún más alegre con su presencia. Y al día siguiente de -haber llegado él, cayó una gran nevada. Hasta entonces el invierno -parecía haberse retrasado, y nos había dado muchos días tibios, que eran -como sonrisas en su rostro arrugado. La hierba se había conservado verde -en los sitios resguardados, tales como los escondrijos de las vertientes -que miraban al Sur y a lo largo de las cercas de piedra que no dejaban -pasar el viento frío. Aún no hacía<span class="pagenum"><a name="page_096" id="page_096"></a>{96}</span> un par de semanas que los niños -habían encontrado un amargón en flor, en la margen del Arroyo Umbrío, -precisamente a la salida de la cañada.</p> - -<p>Pero ya no había ni hierba ni flores. ¡Qué nevada! Veinte millas de -tierra cubierta de nieve hubieran podido verse entre las ventanas de -Tanglewood y la alta montaña, si la vista alcanzase tan lejos, entre los -remolinos de copos que blanqueaban toda la atmósfera. Parecía como si -las colinas fuesen gigantes, que se estuviesen entreteniendo en tirarse -unos a otros monstruosos puñados de nieve. Tan espesos caían los copos, -que hasta los árboles que estaban a mitad del camino, valle abajo, -quedaban ocultos por ellos la mayor parte del tiempo. Algunas veces, es -verdad, los pequeños prisioneros de Tanglewood podían divisar el confuso -contorno de la gran montaña y la lisa blancura del lago helado al pie de -ella, y las manchas negras o grises de los bosques en la parte más -cercana del paisaje. Pero esto eran, sencillamente, claras en la -tormenta.</p> - -<p>Sin embargo, los niños se regocijaban con la nevada. Ya habían trabado -conocimiento con la nieve, dando saltos bajo ella cuando caía más -espesa, y tirándosela unos a otros a puñados, precisamente como ahora -mismo nos figurábamos que hacían las montañas. Y ahora habían<span class="pagenum"><a name="page_097" id="page_097"></a>{97}</span> vuelto al -espacioso cuarto de juego, que era tan grande como el gran salón, y -estaba lleno de toda clase de juguetes, grandes y pequeños. El mayor de -todos era un caballo de movimiento, que parecía un jaco de verdad, y -había una familia entera de muñecas de madera, de cera, de cartón y de -china, además de unos cuantos bebés de trapo; y tarugos de construcción, -innumerables, y bolos, y pelotas, y peones, y aros, y volantes, y -combas, y muchísimos más objetos valiosos de los que yo pudiera enumerar -en una página. Pero los niños preferían la nevada a todos los juguetes. -¡Prometía para mañana tantas animadas diversiones, y para todo el resto -del invierno! Los trineos, los resbalones desde la colina hasta el -valle, las estatuas de nieve que había que esculpir, las fortalezas de -nieve que había que edificar, y la batalla de bolas de nieve que había -que ganar.</p> - -<p>Así los chiquillos bendecían la nevada, y se alegraban de ver que caía -cada vez más espesa, y miraban con esperanza el montón que se estaba -formando en la avenida, y que ya era más alto que el más alto de ellos.</p> - -<p>—¡Vamos a estar bloqueados hasta la primavera!—exclamaron con el mayor -entusiasmo—. ¡Qué lástima que la casa sea demasiado alta y que no pueda -cubrirla la nieve! La casita encarnada<span class="pagenum"><a name="page_098" id="page_098"></a>{98}</span> de allá abajo va a quedar -enterrada hasta el tejado.</p> - -<p>—Pero, chiquillos locos, ¿todavía deseáis más nieve?—preguntó -Eustaquio, que cansado de alguna novela que estaba leyendo, había -entrado en el cuarto de juego—. Ya ha hecho bastante daño, echando a -perder la mejor partida de patines que hubiera yo podido disfrutar en -todo el invierno. ¡No volveremos a ver el lago hasta el mes de Abril, y -hoy iba a ser el primer día que yo pasase patinando sobre él! ¿No me -compadeces, Primavera?</p> - -<p>—¡Claro que sí!—respondió Primavera, riendo—. Pero, para que te -consueles, escucharemos uno de tus cuentos rancios, de los que nos -contabas en el Pórtico o en Arroyo Umbrío. Puede que ahora que no tengo -nada que hacer, me gusten más que cuando había nueces que buscar o buen -tiempo que disfrutar.</p> - -<p>Inmediatamente, Margarita, Trébol, Amapola y todos los chiquillos que -aún estaban en Tanglewood, se reunieron en torno de Eustaquio, -pidiéndole con afán que contase un cuento. El estudiante bostezó, se -desperezó, y después, con gran admiración de la gente menuda, dió tres -saltos hacia adelante y tres hacia atrás por encima del respaldo de una -silla, con el fin, según les explicó, de poner en movimiento su -inteligencia.<span class="pagenum"><a name="page_099" id="page_099"></a>{99}</span></p> - -<p>—Bueno, bueno, chiquillos—dijo después de estos preliminares—, puesto -que insistís, y puesto que Primavera se empeña, veremos si puedo -complaceros. Y para que sepáis qué días tan felices existieron antes de -que estuviesen de moda las nevadas, os contaré una historia del más -viejo de todos los tiempos, cuando el mundo era tan nuevo como el peón -nuevo de Capuchina. Entonces no existía en la Tierra más que una -estación: el delicioso verano, y una sola edad para los mortales: la -infancia.</p> - -<p>—Nunca he oído hablar de eso—dijo Primavera.</p> - -<p>—Claro que no—respondió Eustaquio—. Será un cuento que nadie ha -soñado antes que yo, un Paraíso de los niños que se desvaneció por culpa -de una chiquilla tan mala como Primavera.</p> - -<p>Y Eustaquio Bright se sentó en la silla sobre la cual había estado -saltando, sentó a Capuchina sobre sus rodillas, mandó callar al -auditorio, y empezó el cuento sobre la niña mala, cuyo nombre era -Pandora, y sobre su compañero de juegos, que se llamaba Epimeteo. Podéis -leerle palabra por palabra, porque empieza en la página siguiente.<span class="pagenum"><a name="page_100" id="page_100"></a>{100}</span></p> - -<div class="figcenter" style="width: 106px;"> -<a href="images/illus-100_lg.jpg"> -<img src="images/illus-100_sml.jpg" width="106" height="123" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_101" id="page_101"></a>{101}</span></p> - -<div class="figcenter" style="width: 282px;"> -<a href="images/illus-101_lg.jpg"> -<img src="images/illus-101_sml.jpg" width="282" height="122" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<h3>EL PARAÍSO DE LOS NIÑOS</h3> - -<p class="nind"><span class="letra">H</span><span class="smcap">ace</span> mucho, mucho tiempo, cuando el mundo estaba en su tierna infancia, -hubo un niño, llamado Epimeteo, que no había tenido ni padre ni madre, y -para que no estuviese tan solo, le enviaron desde un país lejano una -niña, también sin padre y sin madre, que viviese con él y fuese su -compañera de juegos y su ayuda. Llamábase la niña Pandora.</p> - -<p>Lo primero que vió Pandora, cuando entró en la casita donde vivía -Epimeteo, fué una caja grande. Y casi lo primero que le preguntó en -cuanto pasó el umbral, fué esto:</p> - -<p>—Epimeteo, ¿qué tienes guardado en esa caja?</p> - -<p>—Querida Pandora—respondió Epimeteo—, es un secreto y debes tener la -bondad<span class="pagenum"><a name="page_102" id="page_102"></a>{102}</span> de no preguntarme nada respecto de él. Han dejado aquí la caja -para que esté bien guardada, y yo mismo no sé lo que tiene dentro.</p> - -<p>—Pero, ¿quién te la ha dado a guardar?—preguntó Pandora—. ¿Y de dónde -ha venido?</p> - -<p>—También eso es un secreto—respondió Epimeteo.</p> - -<p>—¡Qué fastidio!—exclamó Pandora haciendo una mueca—. ¡Me gustaría que -la dichosa caja estuviese a cien leguas de aquí!</p> - -<p>—¡No pienses más en eso!—exclamó Epimeteo—. Vamos fuera, a jugar con -los demás niños.</p> - -<p>Hace miles de años que vivieron Pandora y Epimeteo. Y el mundo ahora es -muy diferente de lo que era en su tiempo. Entonces todo el mundo era -niño. No hacían falta padres ni madres para cuidar de las criaturas, -porque no había peligros ni males de ninguna clase, no había ropa que -coser, y siempre se encontraba de comer y beber en abundancia. Siempre -que un niño necesitaba alimento, lo encontraba colgado de algún árbol. Y -si miraba al árbol por la mañana, veía en flor la comida que se le -estaba preparando para la noche, y al anochecer veía el tierno capullo -de su almuerzo del día siguiente. Era una vida muy agradable. No había -tareas que hacer ni lecciones que estudiar; no había más que juegos y -danzas, y dulces voces<span class="pagenum"><a name="page_103" id="page_103"></a>{103}</span> de niños que hablaban o cantaban como pájaros, o -saltaban como fuentes de alegre risa durante todo el largo día.</p> - -<p>Y lo mejor de todo es que los niños no disputaban, ni tomaban rabietas, -ni se recordaba, desde que empezó el tiempo, que ninguno se hubiese ido -a un rincón refunfuñando.</p> - -<p>¡Qué tiempo más bueno para vivir en él! La verdad es que esos horribles -y diminutos monstruos con alas que se llaman <i>Molestias</i>, y que ahora -abundan tanto como los mosquitos, no se habían visto nunca en la tierra. -Y es posible que la mayor inquietud que hubiese experimentado un niño -nunca, fuese la mortificación de Pandora por no poder descubrir el -secreto de la caja misteriosa.</p> - -<p>Esto fué en un principio la ligera sombra de una molestia; pero cada día -se hizo más y más real, hasta que, pasado algún tiempo, la casita de -Epimeteo fué menos alegre que la de los demás niños.</p> - -<p>—¿De dónde puede haber venido esa caja?—decía a todas horas Pandora—. -¿Y qué tendrá dentro?</p> - -<p>—¡Siempre hablando de la dichosa caja!—dijo, por fin, Epimeteo, porque -había llegado a cansarse de oir siempre lo mismo—. Me gustaría, querida -Pandora, que hablásemos de otro asunto. Anda, vamos a coger unos cuantos -higos<span class="pagenum"><a name="page_104" id="page_104"></a>{104}</span> bien maduros, y a comérnoslos debajo de un árbol, porque ya es -hora de merendar. Y también sé dónde está una viña que tiene las uvas -más dulces que has probado nunca.</p> - -<p>—¡Siempre hablando de uvas y de higos!—dijo Pandora con malhumor.</p> - -<p>—Bueno, entonces—dijo Epimeteo, que era muchacho de muy buen genio, -como muchísimos niños de aquellos tiempos—, vamos a correr y a jugar -con nuestros compañeros.</p> - -<p>—Estoy cansada de tanto juego y no jugaré más—respondió Pandora—. No -tengo humor para juegos. ¡Esa caja tan fea! No puedo dejar de pensar en -ella. Me tienes que decir, por fuerza, lo que hay dentro.</p> - -<p>—Ya te he dicho cincuenta veces que no lo sé—respondió Epimeteo, ya un -poco molesto—. ¿Cómo quieres que te diga lo que hay dentro, si no lo he -visto?</p> - -<p>—Puedes abrirla—dijo Pandora, mirando de reojo a Epimeteo—, y así lo -vemos.</p> - -<p>—Pandora, ¿en qué estás pensando?—exclamó Epimeteo.</p> - -<p>Y su rostro expresó tal horror ante la idea de abrir la caja que se le -había confiado con condición de no abrirla nunca, que Pandora comprendió -que más valía no insistir. Pero no podía menos de seguir pensando en la -caja y hablando de ella.</p> - -<div class="figcenter" style="width: 331px;"> -<a href="images/illus-104b_lg.jpg"> -<img src="images/illus-104b_sml.jpg" width="331" height="505" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<div class="figcenter" style="width: 332px;"> -<a href="images/illus-104c_lg.jpg"> -<img src="images/illus-104c_sml.jpg" width="332" height="505" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_105" id="page_105"></a>{105}</span></p> - -<p>—Por lo menos—dijo—, bien puedes decirme cómo ha venido aquí.</p> - -<p>—La dejó en la puerta—respondió Epimeteo—, un momento antes de que -llegases tú, una persona muy sonriente y muy inteligente, al parecer, y -cuando la dejó en el suelo, apenas podía contener la risa. Estaba -envuelto en una capa muy extraña, y llevaba un gorrito que parecía estar -hecho, en parte, de plumas; tanto, que yo llegué a creer que tenía alas.</p> - -<p>—¿Y qué bastón llevaba?—preguntó Pandora.</p> - -<p>—El más curioso que he visto en mi vida—exclamó Epimeteo—. Era como -dos serpientes retorcidas alrededor de una vara, y estaba tan bien -tallado, que al principio creí que las serpientes estaban vivas.</p> - -<p>—Le conozco—respondió Pandora, quedándose pensativa—. ¡Sólo él tiene -un bastón como ese: es Azogue, y él es quien me trajo aquí, como la -caja! ¡Sin duda la trajo para mí, y probablemente contiene trajes -bonitos para que yo me los ponga, o juguetes para que juguemos tú y yo, -o alguna golosina muy rica!</p> - -<p>—Puede que sí—respondió Epimeteo, dando media vuelta—; pero hasta que -Azogue vuelva y nos lo diga, ni tú ni yo levantaremos la tapa.</p> - -<p>—¡Que chico más estúpido!—murmuró Pandora<span class="pagenum"><a name="page_106" id="page_106"></a>{106}</span> cuando Epimeteo salió de la -casita—. Me gustaría que fuese un poco más atrevido, que tuviese un -poco más de valor.</p> - -<p>Por primera vez desde que había llegado Pandora, Epimeteo se marchó sin -pedirle que le acompañase. Se fué solo, a coger higos y uvas, y a -divertirse luego como pudo en compañía de los otros niños. Estaba harto -de oir hablar de la caja y deseaba con todo su corazón que Azogue, o -como se llamase el mensajero que la trajo, la hubiese dejado en la -casita de cualquier otro niño, donde Pandora nunca la hubiese visto. ¡La -caja, la caja, siempre la caja! Parecía como si la caja estuviese -embrujada, y como si la casa no fuese lo bastante grande para -contenerla, sin que Pandora a todas horas estuviese tropezando en ella, -y haciendo que Epimeteo tropezase también.</p> - -<p>Sí que era triste para el pobre niño tener una caja en los oídos de la -mañana a la noche; sobre todo, porque como los niños en aquel tiempo no -estaban acostumbrados a tener preocupaciones, no sabían cómo arreglarse -para soportarlas. Así es que una pequeña les daba entonces mucho más que -hacer de lo que en nuestros tiempos nos da una muy grande.</p> - -<p>Cuando Epimeteo se marchó, Pandora se quedó mirando la caja. La había -llamado fea lo menos cien veces; pero, a pesar de cuanto había<span class="pagenum"><a name="page_107" id="page_107"></a>{107}</span> dicho -contra ella, era realmente un mueble muy bonito, y hubiese adornado -perfectamente cualquier habitación en que se hubiese colocado. Estaba -hecha de una hermosa clase de madera, con vetas obscuras y brillantes, y -la superficie era tan brillante, que Pandora podía verse la cara en -ella. Como la niña no tenía otro espejo, no comprendo cómo no le gustaba -más, sólo por ese motivo.</p> - -<p>Los ángulos de la caja estaban esculpidos maravillosamente. Alrededor de -la tapa había graciosas figuras de hombres y de mujeres y los niños más -lindos que se han visto jamás, echados o jugando entre profusión de -flores y follaje; y esos varios objetos estaban tan exquisitamente -representados y agrupados con tal armonía, que flores, follaje y seres -humanos parecían combinarse en una guirnalda de belleza única. Pero aquí -y allí, asomando tras el esculpido follaje, a Pandora, una ó dos veces, -se le antojó que veía una cara no tan amable, y alguna otra desagradable -del todo, que deslucían por completo la belleza del conjunto. Sin -embargo, mirando más de cerca, y tocando con la punta del dedo, no -encontraba nada. Sin duda es que al mirar de lado alguna cara -verdaderamente bonita, le había parecido fea.</p> - -<p>La más bella de todas estaba esculpida en lo que se llama altorrelieve, -en el centro de la<span class="pagenum"><a name="page_108" id="page_108"></a>{108}</span> tapa. No había más en toda ella; la madera bien -pulida y obscura, y en el centro aquella cara, con una guirnalda de -flores en la frente. Pandora había mirado aquella cara muchísimas veces -y se le antojaba que podía sonreir o ponerse seria, lo mismo que si -estuviera viva. Las facciones, en realidad, tenían una expresión viva y -casi maliciosa, y parecía que en algunos momentos quisiera hablar, y -como si los esculpidos labios fuesen a romper en palabras.</p> - -<p>Si la boca hubiese hablado, probablemente hubiese dicho algo muy -parecido a esto:</p> - -<p>—¡No temas, Pandora! ¿Qué mal puede haber en que abras la caja? ¡No -hagas caso a ese infeliz Epimeteo! Tú sabes mucho más que él y tienes -cien veces más talento que él. ¡Abre la caja, y ya verás qué cosas más -bonitas encuentras dentro!</p> - -<p>La caja, he olvidado decíroslo, estaba cerrada, no con cerradura, ni -cosa parecida, sino con un nudo intrincadísimo de cuerda de oro. Parecía -un nudo sin principio ni fin. Nunca se ha visto nudo más ingeniosamente -enredado, ni con tantas lazadas y vueltas, que parecía desafiar -maliciosamente a que le desatasen a los dedos más hábiles. Y cuanta más -dificultad parecía haber en él, más tentación le entraba a Pandora de -examinarle, sólo para ver cómo estaba hecho. Dos o tres veces ya se -había detenido<span class="pagenum"><a name="page_109" id="page_109"></a>{109}</span> junto a la caja, cogiendo el nudo entre el índice y el -pulgar, pero sin intentar positivamente desatarle.</p> - -<p>—Creo—se dijo a sí misma—que empiezo a comprender cómo está hecho. Me -parece que si lo deshago podré volverlo a hacer igual que estaba. En eso -sí que no habrá mal ninguno. Ni a Epimeteo se le ocurriría regañarme por -eso. No quiero abrir la caja y no lo haré nunca, si ese terco de chico -no consiente, aunque desate el nudo.</p> - -<p>Más hubiera valido que Pandora hubiese tenido algo que hacer o algo en -qué pensar, para no haber tenido siempre el pensamiento en el mismo -asunto. Pero los niños llevaban tan buena vida antes de que las penas -apareciesen en el mundo, que en realidad les quedaba muchísimo tiempo de -sobra. No siempre podían estar jugando al escondite entre las zarzas -floridas, o a la gallina ciega con guirnaldas de flores sobre los ojos, -o a otros juegos que ya se habían inventado cuando la madre Tierra -estaba en la infancia. Cuando la vida es todo juego, el trabajo es el -juego en realidad. No había absolutamente nada que hacer. Barrer un poco -y quitar el polvo a la casita, supongo, y cortar flores frescas (que -abundaban por todas partes), y arreglarlas en los floreros, y ya estaba -hecho todo el trabajo del día de la pobre Pandora, y<span class="pagenum"><a name="page_110" id="page_110"></a>{110}</span> para todo el resto -del tiempo ¡allí estaba la caja!</p> - -<p>Y después de todo, no estoy seguro de que en este sentido la caja no -fuese para ella una bendición. ¡Porque le suministraba tal variedad de -ideas en qué pensar y sobre qué hablar, en cuanto encontraba alguien que -la escuchase! Cuando estaba de buen humor, podía divertirse admirando el -brillante lustre de sus caras y la rica orla de hermosos rostros y -follaje que la rodeaba. O si estaba de mal humor, por casualidad, podía -darle un empujón o un puntapié. Y muchos recibió la caja (era una caja -malévola, como hemos de ver, y bien los merecía). Pero, después de todo, -si no hubiese sido por ella, Pandora, que tenía una inteligencia tan -viva, no hubiese sabido en qué pasar el tiempo.</p> - -<p>Porque era, realmente, ocupación sin fin calcular qué habría dentro de -la caja. ¿Qué podría ser? Figuraos, queridos niños, qué ocupado -tendríais el entendimiento si en vuestra casa hubiese una caja muy -grande, que tuvieseis motivo para suponer que estaba llena de una -porción de cosas bonitas, que habían de daros como regalo el día de -vuestro cumpleaños. ¿Creéis que hubieseis sido menos curiosos que -Pandora? ¿Si os hubiesen dejado solos con la caja, no hubieseis sentido -siquiera una tentación chiquitita de levantar la tapa? ¡Ay, no, no! ¡Qué -cosa tan fea! Pero si pensabais que había<span class="pagenum"><a name="page_111" id="page_111"></a>{111}</span> juguetes dentro, ya os -hubiese costado trabajo perder la ocasión de echar una miradita. En -realidad, no sé si Pandora esperaba encontrar juguetes, porque aún no se -había empezado a hacer ninguno en aquellos días, en que el mundo mismo -era un juguete grande para los niños que vivían en él. Pero Pandora -estaba convencida de que en la caja había algo muy bueno y muy bonito. Y -por lo tanto, estaba tan impaciente por verlo, como lo estaría -cualquiera de las niñas que me rodean. Y hasta puede que un poco más, -pero de eso no estoy completamente seguro.</p> - -<p>Aquel día de que estamos hablando, su curiosidad aumentó tanto, tanto, -que por fin se acercó a la caja. Casi estaba decidida a abrirla, si -podía. ¡Ay, Pandora curiosa!</p> - -<p>Primero intentó levantarla. Pesaba mucho para las pocas fuerzas de una -niña como Pandora. Levantó uno de los lados unas cuantas pulgadas del -suelo, y la dejó caer de nuevo: la caja dió un buen golpe. Un momento -después se le figuró que había oído algo dentro de la caja. Acercó el -oído lo más que pudo, y escuchó. ¡Sí, sí: dentro había una especie de -murmullo! ¿Sería sólo el ruido de los oídos de Pandora o el latido de su -corazón? La niña no pudo convencerse de si había oído algo o no, pero su -curiosidad era más fuerte que nunca.<span class="pagenum"><a name="page_112" id="page_112"></a>{112}</span></p> - -<p>Cuando volvió la cabeza, cayó su vista sobre el nudo de cuerda de oro.</p> - -<p>—Si que debe ser persona habilidosa la que ha hecho este nudo—pensó—. -Pero creo que, a pesar de todo, yo soy capaz de desatarlo. Por lo menos, -quiero encontrar los dos cabos de la cuerda.</p> - -<p>Tomó el nudo de oro entre las manos, y se puso a mirarle lo más -atentamente que pudo. Casi sin intentarlo se encontró con que estaba -empezando a desatarse. Entretanto, el sol entraba por la ventana -abierta, y con él las voces de los niños que jugaban lejos, y acaso -entre ellas la voz de Epimeteo. Pandora se detuvo para escuchar. ¡Qué -hermoso día! ¿No sería mejor dejar en paz aquel nudo molesto, no volver -a pensar en la caja, e ir a reunirse con sus compañeros, y jugar y ser -feliz?</p> - -<p>Durante todo este tiempo, sin embargo, sus dedos, medio -inconscientemente, estaban ocupados con el nudo, y mirando a la cabeza -ceñida con guirnalda de flores que estaba en la tapa de la caja -encantada, le pareció que le hacía una mueca.</p> - -<p>—Esta cara parece que me mira con malicia—pensó Pandora—. Puede que -se ría porque estoy haciendo una cosa mal hecha. ¡Me dan unas ganas de -echar a correr!...</p> - -<p>Pero precisamente entonces, por casualidad,<span class="pagenum"><a name="page_113" id="page_113"></a>{113}</span> dió al nudo una vuelta, que -produjo un resultado maravilloso. La cuerda de oro se desató sola, como -por magia, y dejó la caja sin cierre de ninguna clase.</p> - -<p>—¡Qué cosa más extraña!—dijo Pandora—. ¿Qué va a decir Epimeteo? ¿Y -cómo me las voy a arreglar para hacer otra vez el nudo?</p> - -<p>Intentó una o dos veces volver a anudarlo, pero pronto comprendió que no -tenía habilidad para tanto. Se había desatado tan repentinamente, que no -podía recordar cómo estaba hecho; y cuando intentaba recordar su forma y -aspecto primitivos, parecía escapársele por completo de la memoria. No -podía hacer otra cosa que dejar la caja como estaba, hasta que Epimeteo -volviese.</p> - -<p>—Pero—dijo Pandora—cuando se encuentre el nudo desatado, querrá saber -quién lo desató. ¿Cómo le voy a hacer creer que no he mirado lo que hay -dentro de la caja?</p> - -<p>Entonces, en su corazoncillo perverso nació la idea de que, puesto que -de todos modos habían de sospechar que había mirado dentro de la caja, -más valía mirar de verdad. ¡Oh, loca y curiosa Pandora! Podías haber -pensado en hacer lo que era debido y en dejar como estaba lo que ya -habías hecho, y no en lo que tu compañero Epimeteo fuera a decir o a -pensar. Y así hubiera sucedido, tal vez, si la cara encantada<span class="pagenum"><a name="page_114" id="page_114"></a>{114}</span> de la -tapa de la caja no la hubiese mirado de modo tan incitante y tan -persuasivo, y si no le hubiera parecido oir más claro que nunca el -murmullo de vocecitas dentro. No podía saber si era imaginación o no, -pero en sus oídos había como un pequeño tumulto de murmullos... Acaso -era su curiosidad misma la que murmuraba:</p> - -<p>—¡Déjanos salir, querida Pandora...; por favor, déjanos salir! ¡Si -vieras qué buenos compañeros vamos a ser para ti! ¡Déjanos salir y -verás!</p> - -<p>—¿Qué será?—pensó Pandora—. ¿Habrá algo vivo en la caja? ¡Sea lo que -quiera, estoy decidida a verlo! ¡Sólo una miradita, y luego vuelvo a -cerrar la caja como antes! ¿Qué mal puede haber en que mire un poquito?</p> - -<p>Pero ya es hora de que sepamos qué estaba haciendo Epimeteo.</p> - -<p>Aquélla era la primera vez, desde que había llegado su compañera, que -había intentado divertirse sin que ella le acompañase. Pero nada le -salía a su gusto, ni era tan feliz como los demás días.</p> - -<p>No podía encontrar frutas maduras y dulces, y si las encontraba le -empalagaban. No había regocijo en su corazón, ni su voz surgía alegre -como otras veces, al unirse a las de sus compañeros en sus bulliciosos -juegos. En una palabra:<span class="pagenum"><a name="page_115" id="page_115"></a>{115}</span> se puso tan molesto y tan disgustado, que los -otros niños no podían comprender lo que le pasaba. Tampoco él lo -comprendía del todo. Porque debéis recordar que en el tiempo de que -vamos hablando, todo el mundo tenía la costumbre de ser constantemente -feliz. El mundo aún no había aprendido a ser de otra manera. Ni un solo -cuerpo había estado enfermo, ni una sola alma había estado triste, desde -que aquellos niños fueron enviados a la hermosa Tierra para divertirse y -gozar de ella.</p> - -<p>Por fin, descubriendo que algo le sucedía, fuese lo que fuese, dejó de -jugar, y le pareció lo mejor ir a buscar a Pandora, que siquiera estaba -de humor parecido al suyo. Pero con esperanza de darle una alegría, -cogió unas cuantas flores, hizo con ellas una guirnalda y pensó -ponérsela en la cabeza. Las flores eran muy bonitas—rosas y azucenas y -flores de azahar, y otras muchas que iban dejando a su paso un rastro de -fragancia—. Y la guirnalda estaba todo lo bien hecha que cabe por manos -de un niño. Los dedos de las niñas, al menos a mí me lo ha parecido -siempre, tienen más habilidad para hacer guirnaldas de flores; pero los -niños de aquellos tiempos eran más hábiles que los de los nuestros.</p> - -<p>Y aquí llega el momento de decir que una gran nube negra hacía ya algún -tiempo que<span class="pagenum"><a name="page_116" id="page_116"></a>{116}</span> andaba por el cielo, aunque todavía no había ocultado la luz -del sol. Pero cuando Epimeteo entró en su casita, la nube interceptó la -luz, y produjo una repentina y triste obscuridad.</p> - -<p>Entró Epimeteo despacito, porque quería, a ser posible, llegar sin que -le sintiese Pandora, y ponerle en la cabeza la guirnalda de flores, -antes de que ella se hubiese dado cuenta de su presencia. Pero no había -necesidad de entrar tan despacio. Aunque hubiese dado pasos pesados y -ruidosos, tan ruidosos como los de un hombre, casi iba a decir como los -de un elefante, es probable que Pandora no le hubiese oído llegar.</p> - -<p>Estaba demasiado absorta en sus malos propósitos. En el momento en que -Epimeteo entró en la casita, la chiquilla había puesto la mano en la -tapa, y estaba a punto de abrir la caja. Epimeteo la miró. Si hubiese -dado un grito, Pandora probablemente hubiese retirado la mano, y el -misterio tremendo de la caja no se hubiese sabido nunca.</p> - -<p>Pero Epimeteo, aunque nunca hablaba de ello, tenía también su poquito de -curiosidad por saber lo que había dentro. Comprendiendo que Pandora -estaba resuelta a descubrir el secreto, decidió que su compañera no -había de ser la única en enterarse de él. Y si dentro de la caja había -algo bonito o que valiese la pena,<span class="pagenum"><a name="page_117" id="page_117"></a>{117}</span> también él quería tener su parte. -Así es que, después de tantos prudentes consejos a Pandora para que -demorase su curiosidad, Epimeteo se volvió casi tan insensato como ella, -y casi tan culpable como su compañera. De modo que si echamos la culpa a -Pandora de lo que sucedió, no debemos dejar de echársela también a -Epimeteo.</p> - -<p>Cuando Pandora levantó la tapa, la casita se quedó muy obscura y muy -triste, porque la nube negra había ocultado por completo el sol y -parecía haberlo enterrado vivo. Desde hacía un rato venían oyéndose -truenos lejanos, que de repente se hicieron terribles. Pero Pandora, sin -oirlos, levantó la tapa y miró al interior de la caja. Parecióle que un -enjambre de criaturitas aladas salía de ella volando, y en el mismo -instante oyó la voz de Epimeteo en tono lamentable, como si le doliese -algo.</p> - -<p>—¡Ay, me han mordido!—exclamó—, ¡me han mordido! Pandora, Pandora, -¿por qué has abierto esa caja maldita?</p> - -<p>Pandora dejó caer la tapa, y volviéndose rápidamente, miró a ver qué -había sucedido a Epimeteo. La tormenta había obscurecido de tal modo la -habitación, que no podía ver bien dónde estaba. Pero oyó un zumbido -desagradable, como si muchas moscas muy grandes o muchos mosquitos -gigantescos estuviesen volando<span class="pagenum"><a name="page_118" id="page_118"></a>{118}</span> en derredor suyo. Y cuando se le -acostumbraron los ojos a la escasa luz, vió multitud de feísimas y -diminutas formas con alas de murciélago, que parecían encolerizadísimas -y armadas de terribles aguijones en la cola. Una de ellas era la que -había picado a Epimeteo. No pasó mucho tiempo sin que Pandora empezase a -llorar con no menos dolor y susto que su compañero, y haciendo muchísimo -más ruido que él. Uno de aquellos odiosos monstruos diminutos se le -había posado en la frente, y no sé hasta cuándo la hubiese estado -picando, si Epimeteo no hubiese corrido a espantarle.</p> - -<p>Y ahora, si queréis saber quiénes podían ser aquellos feísimos -animalejos que se habían escapado de la caja, os diré que eran la -familia entera de los <i>males del mundo</i>. Eran todas <i>las malas -pasiones</i>. Eran las muchísimas especies de <i>cuidados</i>. Eran más de -ciento cincuenta <i>penas</i> distintas; eran las <i>enfermedades</i>, en gran -número, de miserables y dolorosas formas; eran muchas más clases de -<i>calamidades</i> de las que yo puedo deciros.</p> - -<p>En resumen: todo cuanto desde entonces ha afligido los cuerpos y las -almas de la Humanidad, estaba encerrado en la misteriosa caja, y se les -había entregado a Epimeteo y a Pandora para que lo custodiasen -cuidadosamente, para que los felices niños del mundo no sintiesen<span class="pagenum"><a name="page_119" id="page_119"></a>{119}</span> nunca -la menor molestia. Si hubieran cumplido fielmente su encargo, todo -hubiese ido bien. Ninguna persona mayor hubiese estado triste nunca; -ninguna niña hubiese tenido nunca motivo para derramar una sola lágrima, -desde aquella hora hasta este momento.</p> - -<p>Pero—y por esto podéis comprender cómo una mala acción de un solo -mortal es una calamidad para el mundo entero—, por haber Pandora -levantado la tapa de la caja, y por no habérselo impedido Epimeteo, -aquellos males se han instalado entre nosotros, y me parece que no -tienen prisa de volver a marcharse. Porque era imposible, como -comprenderéis, que los dos niños tuvieran encerrado el enjambre feísimo -dentro de su casita. Por el contrario, lo primero que hicieron fué abrir -de par en par las ventanas, a ver si podían librarse de ellos, y allá -salieron volando los males, y de tal modo atormentaron y afligieron a -toda la gente menuda que fueron encontrando al paso, que en mucho tiempo -ninguno de los niños volvió a sonreir. Y, lo que es más extraño, todas -aquellas flores llenas de rocío de la tierra, ninguna de las cuales se -había marchitado hasta entonces, ahora empezaron a marchitarse y a -deshojarse, y ninguna dura más de un día o dos. Los niños también, que -parecían inmortales en su infancia, empezaron desde entonces a crecer<span class="pagenum"><a name="page_120" id="page_120"></a>{120}</span> -día por día, y pronto se hicieron jóvenes, y luego hombres y mujeres, y -ancianos, antes de poder darse cuenta del triste cambio.</p> - -<p>Entretanto la malvada Pandora y el no menos malvado Epimeteo se quedaron -en su casita. Los dos habían sido picados dolorosamente y tenían -bastante dolor, que les parecía más intolerable porque era el primero -que habían sentido desde que empezó el mundo. Como no tenían costumbre -alguna de sufrir, no podían comprender lo que el sufrimiento -significaba. Además, estaban de muy mal humor uno contra otro, y cada -uno contra sí mismo. Epimeteo se sentó en un rincón de espaldas a -Pandora, y Pandora se tiró al suelo y apoyó la cabeza en la caja fatal y -abominable. Lloraba y sollozaba como si fuera a rompérsele el corazón.</p> - -<p>De repente oyó un ruidito suave dentro de la caja.</p> - -<p>—¿Qué dirá?—preguntó Pandora, levantando la cabeza.</p> - -<p>Pero Epimeteo no había oído el ruido, o estaba de demasiado mal humor -para darse por enterado: el caso es que no respondió.</p> - -<p>—¡Qué poco amable eres!—dijo Pandora volviendo a sollozar—; ya no -quieres hablarme.</p> - -<p>¡Otra vez el ruido! Sonaba como si los nudillos de una manecita de hada -golpeasen ligeramente, y por juego, el interior de la caja.</p> - -<div class="figcenter" style="width: 341px;"> -<a href="images/illus-120a_lg.jpg"> -<img src="images/illus-120a_sml.jpg" width="341" height="507" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_121" id="page_121"></a>{121}</span></p> - -<p>—¿Quién eres?—preguntó Pandora con un poco de su antigua curiosidad—. -¿Quién eres tú, que aún estás dentro de esta maldita caja?</p> - -<p>Una vocecilla dulce respondió desde dentro:</p> - -<p>—Levanta la tapa, y lo verás.</p> - -<p>—No, no—respondió Pandora echándose a llorar de nuevo—. No quiero -volver a levantar la tapa. Dentro de la caja estás, maligna criatura, y -dentro te quedarás. Bastantes de tus feísimos hermanos y hermanas andan -ya volando por el mundo. No pienses que voy a ser tan loca que a ti -también te deje salir.</p> - -<p>Miró hacia Epimeteo al decir esto, acaso esperando que la alabase por su -prudencia. Pero el niño, enojado, dijo que a buena hora se acordaba de -tener prudencia.</p> - -<p>—¡Ah!—dijo la dulce voz—, más os valdría dejarme salir. No soy de -esas malignas criaturas que tienen aguijones en la cola. No eran -hermanos ni hermanas míos los que han salido, como veréis si queréis -mirarme. Ven, ven, Pandora mía. Estoy segura de que me vas a dejar -salir.</p> - -<p>Había una especie de amable hechicería en el tono de la voz, que hacía -imposible negar nada de lo que pidiera. El corazón de Pandora se había -ido aliviando insensiblemente a cada palabra que salía de la caja. -También Epimeteo, aunque sin salir de su rincón, se había vuelto<span class="pagenum"><a name="page_122" id="page_122"></a>{122}</span> un -poco, y parecía estar de mejor humor que antes.</p> - -<p>—Mi querido Epimeteo—exclamó Pandora—, ¿has oído esa vocecita?</p> - -<p>—Sí la he oído, sí—respondió Epimeteo con no muy buenos modos—. ¿Qué -tenemos con eso?</p> - -<p>—¿Quieres que vuelva a levantar la tapa?—preguntó Pandora.</p> - -<p>—Haz lo que te parezca—dijo Epimeteo—. Ya has hecho tanto daño, que -puede que no importe que hagas un poco más. Un mal, añadido al enjambre -que has echado a volar por el mundo, no significa nada.</p> - -<p>—Podías hablarme con mejores modos—murmuró Pandora, limpiándose los -ojos.</p> - -<p>—¡Ah, niño, niño!—exclamó la voz dentro de la caja en tono medio -serio, medio de burla—. De sobra sabes tú que estás deseando verme. -Ven, Pandora, ven; levanta la tapa. Tengo prisa por consolaros. Déjame -que respire un poco el aire libre, y ya veréis cómo las cosas no son tan -tristes como os parecen.</p> - -<p>—Epimeteo—exclamó Pandora—, pase lo que pase, estoy decidida a abrir -la caja.</p> - -<p>—Y como me parece que la tapa pesa mucho—exclamó Epimeteo corriendo -por la habitación—, te ayudaré.</p> - -<p>Así, de común acuerdo, los dos niños levantaron<span class="pagenum"><a name="page_123" id="page_123"></a>{123}</span> de nuevo la tapa. Salió -volando una radiante y sonriente mujercita, que revoloteó por toda la -habitación, arrojando luz por dondequiera que pasaba. ¿No habéis hecho -bailar nunca un rayo de sol con un pedazo de espejo? Pues eso parecía el -alado regocijo de aquella mujercita como un hada, en la obscuridad -triste de la habitación. Voló hacia Epimeteo y puso ligeramente el dedo -en el sitio en que el mal le había picado, e inmediatamente cesó el -dolor. Luego besó a Pandora en la frente, y también curó el daño.</p> - -<p>Después de realizar esta buena obra, la alegre desconocida revoloteó -juguetonamente sobre las cabezas de los dos niños, y los miró tan -dulcemente, que ambos empezaron a creer que no era realmente tan malo -haber abierto la caja, puesto que, de otro modo, su gozosa huéspeda se -hubiese quedado prisionera para siempre entre aquellos malvados duendes -con sus aguijones en la cola.</p> - -<p>—¿Quién eres, hermosa criatura?—preguntó Pandora.</p> - -<p>—¡Hay que llamarme Esperanza!—respondió la mujercita—. Y porque soy -tan alegre y sé dar tanto ánimo, aunque soy tan pequeña, me encerraron -en la caja, para consolar al género humano de todo el enjambre de males -que estaba destinado a caer sobre ellos. ¡No<span class="pagenum"><a name="page_124" id="page_124"></a>{124}</span> temáis! Ya veréis cómo lo -pasamos muy bien, a pesar de todos.</p> - -<p>—Tus alas tienen muchos colores, como el arco iris—exclamó Pandora—. -¡Qué bonitas son!</p> - -<p>—Sí, son como el arco iris—dijo la Esperanza—, porque aunque soy -alegre por naturaleza, estoy hecha tanto de lágrimas como de sonrisas.</p> - -<p>—¿Y te quedarás con nosotros?—preguntó Epimeteo—. ¿Siempre y para -siempre?</p> - -<p>—Siempre que me necesitéis, me tendréis—dijo la Esperanza con su -placentera sonrisa—, y me necesitaréis mientras estéis en el mundo. -Prometo no abandonaros nunca. Vendrán tiempos y ocasiones, de cuando en -cuando, en que me he desvanecido por completo. Pero otra vez, y otra -vez, y otra y otra, cuando menos lo penséis, veréis el resplandor de mis -alas en el techo de vuestra cabaña. Sí, hijos míos, y sé que luego os -van a dar una cosa muy buena y muy bonita.</p> - -<p>—¡Oh, dinos qué es!—exclamaron los niños—, ¡dinos qué es!</p> - -<p>—No me preguntéis—repuso la Esperanza, poniéndose un dedo en los -labios de rosa—. Pero no desesperéis de alcanzarlo, aunque no os llegue -mientras viváis en la tierra. ¡Creed en mi promesa, porque es verdad!<span class="pagenum"><a name="page_125" id="page_125"></a>{125}</span></p> - -<p>—¡Te creemos!—exclamaron a un tiempo Pandora y Epimeteo.</p> - -<p>Y así lo hicieron. Y no sólo ellos, sino todo el que ha vivido, ha -creído en la Esperanza. Y para deciros la verdad, no puedo menos de -alegrarme (aunque desde luego fué cosa muy mal hecha), no puedo menos de -alegrarme, digo, de que nuestra loca Pandora levantase la tapa de la -caja. Sin duda... sin duda... los males siguen revoloteando por el -mundo, y han aumentado en multitud, en vez de disminuir, y son una serie -de duendes feísimos, y llevan en la cola los aguijones más envenenados. -Yo he tropezado con ellos y me han picado, y espero que me picarán mucho -más, según vaya siendo más viejo. Pero, ¿y la luciente y amable figura -de la Esperanza? ¿Qué haríamos en el mundo sin ella? La Esperanza -espiritualiza la tierra. La hace siempre nueva; y aunque miremos el -mundo en su aspecto mejor y más brillante, la Esperanza nos dice que -toda esa luz no es sino la sombra de una bienaventuranza infinita que -hemos de encontrar después.</p> - -<p>—Primavera—preguntó Eustaquio, tirándole de una oreja—, ¿te gusta mi -pequeña Pandora? ¿No piensas que es tu vivo retrato? Pero tú no hubieras -vacilado tanto antes de abrir la caja.</p> - -<p>—Bien castigada hubiese estado por mi maldad<span class="pagenum"><a name="page_126" id="page_126"></a>{126}</span>—replicó la chiquilla -agudamente—, porque lo primero que hubiese salido de ella al levantar -la tapa, hubiese sido el señor Eustaquio Bright, en forma de Calamidad.</p> - -<p>—Primo Eustaquio—dijo Amapola—, ¿contenía la caja todo el mal que ha -sucedido en el mundo?</p> - -<p>—¡Sin faltar una miga!—respondió Eustaquio—. Esta misma nevada, que -ha echado a perder mi partida de patines, estaba allí encerrada.</p> - -<p>—¿Y qué tamaño tenía la caja?—preguntó Romero.</p> - -<p>—Unos tres pies de largo—dijo Eustaquio—, dos de ancho y dos y medio -de alto.</p> - -<p>—¡Ah!—dijo el niño—, ¡te estás burlando de mí, primo Eustaquio! No -hay males en el mundo para llenar una caja tan grande. Y lo que es la -nevada, no es mal, que es diversión; de modo que no estaba en la caja, -de seguro.</p> - -<p>—¡Miren ustedes el chiquillo!—exclamó Primavera con aire de -superioridad—. ¡Qué poco sabe de los males del mundo! ¡Pobrecillo! ¡Ya -hablará de otro modo cuando tenga tanta experiencia de la vida como yo!</p> - -<p>Y diciendo esto, empezó a saltar a la comba.</p> - -<p>Entretanto el día iba llegando a su fin. Fuera, el paisaje tenía aspecto -tenebroso. Había a lo lejos, en el crepúsculo que se acercaba, como<span class="pagenum"><a name="page_127" id="page_127"></a>{127}</span> un -rebaño de nubes grises que pasaban corriendo; en la tierra se habían -borrado todos los caminos, y la nieve que se había amontonado sobre los -escalones del Pórtico demostraba que nadie había entrado ni salido -durante muchas horas. Si un niño solo hubiese estado en la ventana -mirando el paisaje invernal, acaso se hubiese entristecido. Pero media -docena de chiquillos juntos, aunque no puedan convertir el mundo en un -Paraíso, pueden desafiar al invierno y a todas sus tormentas, que no -serán capaces de entristecerlos. Eustaquio Bright, además, aguijoneado -por las circunstancias, inventó varios juegos nuevos, que les -conservaron llenos de alegría hasta la hora de irse a la cama, y -sirvieron para pasar con felicidad la tormenta del día siguiente.<span class="pagenum"><a name="page_128" id="page_128"></a>{128}</span></p> - -<div class="figcenter" style="width: 91px;"> -<a href="images/illus-128_lg.jpg"> -<img src="images/illus-128_sml.jpg" width="91" height="123" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_129" id="page_129"></a>{129}</span></p> - -<h2><a name="LAS_TRES_MANZANAS_DE_ORO" id="LAS_TRES_MANZANAS_DE_ORO"></a>LAS TRES MANZANAS DE ORO</h2> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_130" id="page_130"></a>{130}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_131" id="page_131"></a>{131}</span> </p> - -<div class="figcenter" style="width: 279px;"> -<a href="images/illus-131_lg.jpg"> -<img src="images/illus-131_sml.jpg" width="279" height="122" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<h3>AL AMOR DE LA LUMBRE</h3> - -<p class="nind"><span class="letra">L</span><span class="smcap">a</span> nevada duró un día más; qué fué de ella después, no puedo -figurármelo. Fuese donde fuera, durante la noche desapareció por -completo, y cuando salió el sol a la mañana siguiente, brilló sobre las -montañas cubiertas de bosque con la mayor alegría del mundo. La escarcha -había cubierto de tal modo los vidrios de las ventanas, que era casi -imposible lanzar una mirada al paisaje exterior. Pero, mientras esperaba -el desayuno, la gente menuda de Tanglewood había hecho agujeros en la -escarcha con las uñas, y había conseguido ver con gran deleite que -excepto en dos o tres sitios demasiado pendientes de la montaña, o sobre -los bosques cuyas ramas negras, mezcladas con la nieve, formaban una -mancha gris, todo el resto<span class="pagenum"><a name="page_132" id="page_132"></a>{132}</span> del mundo que se alcanzaba a divisar estaba -blanco como una sábana. ¡Qué precioso! Y para colmo de felicidad, hacía -un frío capaz de helarle a uno las narices en un segundo. Si una persona -tiene dentro del cuerpo vida bastante para soportarlo, no hay nada que -le ponga de tan buen humor y le haga bailar y saltar la sangre más -vivamente que un arroyo colina abajo, que una buena helada.</p> - -<p>En cuanto desapareció el desayuno, toda la chiquillería, bien arropada -en pieles y estambres, se desparramó sobre la nieve. ¡Vaya un día de -diversión! Deslizáronse colina abajo, resbalando hasta el valle, unas -cien veces, y, para divertirse más, haciendo volcar los trineos y dando -volteretas y llegando al fondo cabeza abajo, la mayor parte de las -veces. Y una vez, para mayor seguridad, Eustaquio Bright se subió en el -mismo trineo con Margarita, Amapola y Flor de Limón, y echaron a correr -cuesta abajo de prisa, de prisa, de prisa; pero a mitad de camino el -trineo tropezó con un tronco escondido bajo la nieve, ¡y allí cayeron en -un solo montón los cuatro pasajeros!, y al levantarse no encontraron al -más pequeño, que era Flor de Limón. ¿Qué había sido del pobre muchacho? -Y mientras se lo estaban preguntando y buscándole, Flor de Limón sacó la -cabeza de entre un montón de nieve, con la cara colorada como si fuese<span class="pagenum"><a name="page_133" id="page_133"></a>{133}</span> -una inmensa flor escarlata que hubiese brotado de repente en medio del -invierno. ¡Había que oirles reir a todos!</p> - -<p>Cuando se cansaron de resbalar colina abajo, Eustaquio ocupó a los niños -en cavar para hacer una cueva en el montón de nieve más alto que -encontraron. Por desdicha, cuando estuvo terminada y toda la -chiquillería se metió en el hueco, se hundió el techo sobre sus cabezas, -y les enterró vivos a todos. Un minuto después todos sacaban las -cabecitas de entre las ruinas, y la del estudiante aparecía en medio y -encima de todas, canosa y venerable con el polvo de nieve que se había -enredado entre sus rizos obscuros. Y entonces, para castigar al primo -Eustaquio por haberles aconsejado que cavasen caverna tan ruinosa, los -niños le atacaron en grupo y le apedrearon con bolas de nieve, de tal -modo que tuvo que echar a correr. Huyó, y llegó a los bosques, y desde -allí a la margen del Arroyo Umbrío, donde pudo oir el rumor del -arroyuelo que corría bajo grandes montones de nieve y hielo, que apenas -le dejaban ver la luz del día. Había témpanos diamantinos, que -rebrillaban en torno de sus pequeñas cascadas. De allí llegó corriendo a -la orilla del lago, y se encontró con una llanura blanca e intacta, que -iba desde sus pies al pie de la inmensa montaña. Y como ya casi se -estaba poniendo<span class="pagenum"><a name="page_134" id="page_134"></a>{134}</span> el sol, Eustaquio pensó que nunca había visto -espectáculo más hermoso. Se alegró de que los niños no estuviesen con -él, porque su animación y su actividad desaforada hubieran disipado su -estado de ánimo, elevado y grave; así es que sólo hubiese estado alegre -(como, en efecto, lo había estado durante el día entero), pero no -hubiese gozado la suavidad de la puesta de sol en invierno, entre las -montañas.</p> - -<p>Cuando el sol hubo descendido bastante, nuestro amigo Eustaquio volvió a -casa a cenar. Después de la cena se encerró en el despacho, con el -propósito, me figuro, de escribir una oda, o dos o tres sonetos, o -versos de cualquier clase, en elogio de las nubes púrpura y oro que -había visto en torno al sol poniente. Pero antes de que hubiese afirmado -la primera rima, se abrió la puerta, y Primavera y Margarita -aparecieron.</p> - -<p>—¡Marchaos, chiquillas! ¡Ahora no puedo perder el tiempo con -vosotros!—exclamó el estudiante, mirándolas por encima del hombro con -la pluma en la mano—. ¿Qué mil diablos queréis? ¡Creí que estabais -todos en la cama!</p> - -<p>—Óyele, Margarita—dijo Primavera, hablando como si fuera una persona -mayor—. Parece olvidar que yo ya tengo trece años, y puedo irme a la -cama todo lo tarde que se me antoje. Primo Eustaquio, puedes abandonar -tus aires solemnes y venir con nosotros al salón.<span class="pagenum"><a name="page_135" id="page_135"></a>{135}</span> Los niños han hablado -tanto de tus cuentos, que mi padre desea oir uno de ellos, para saber si -puede hacernos algún daño oirlos.</p> - -<p>—¡Bah, bah, Primavera!—exclamó el estudiante, un poco molesto—. No me -creo capaz de contar ninguno de mis cuentos en presencia de personas -mayores. Además, tu padre es un erudito y un humanista: no es que me dé -miedo su erudición, porque no dudo que estará tan enmohecida como un -cuchillo viejo. Pero estoy seguro de que discutirá la admirable tontería -que he puesto en estas maravillosas historias, sacada de mi propia -cabeza, y que constituye su mayor encanto para chiquillos como vosotros. -Ningún hombre de cincuenta años, que haya leído los mitos clásicos en su -juventud, puede comprender mi mérito como reinventor y mejorador de -todos ellos.</p> - -<p>—Puede que todo eso sea verdad—dijo Primavera—, pero no tienes más -remedio que venir. Mi padre no abrirá su libro, ni mamá el piano, hasta -que nos hayas regalado con algunas de tus tonterías, como tú mismo las -llamas muy acertadamente. De modo que sé bueno, y ven.</p> - -<p>Por mucho que dijese, el estudiante se alegraba muchísimo de aprovechar -la oportunidad de demostrar al señor Pringle qué excelente facultad -poseía para modernizar los mitos de los<span class="pagenum"><a name="page_136" id="page_136"></a>{136}</span> tiempos antiguos. Hasta que -cumple los veinte años, un joven debe sentir cierta timidez al enseñar -su prosa y sus versos; pero a pesar de toda su timidez, tiene cierta -tendencia a pensar que si sus producciones fuesen conocidas, le pondrían -en la más alta cumbre de la literatura. Por lo cual, sin hacerse de -rogar demasiado, Eustaquio consintió en que Primavera y Margarita le -arrastrasen al salón.</p> - -<p>Era una habitación amplia y cómoda, con una ventana semicircular en uno -de los extremos, en cuyo hueco había una copia en mármol del Ángel y el -Niño, de Greenough. A un lado de la chimenea había muchos estantes con -libros severa y ricamente encuadernados. La luz blanca de la lámpara que -colgaba del techo y el reflejo rojo del hogar, hacían la habitación -brillante y alegre, y junto a la lumbre, en un gran sillón, estaba -sentado el señor Pringle. Era un caballero alto y simpático, con una -gran calva, y siempre estaba tan bien vestido, que Eustaquio Bright no -se atrevía nunca a presentarse ante él sin detenerse un momento en la -puerta para arreglarse el cuello de la camisa. Pero ahora, como -Primavera le llevaba cogido de una mano y Margarita de la otra, se vio -obligado a entrar con un aspecto bastante desaliñado, como si se hubiese -pasado el día rodando por un montón de nieve, lo cual era verdad.<span class="pagenum"><a name="page_137" id="page_137"></a>{137}</span></p> - -<p>El señor Pringle se volvió hacia el estudiante con benevolencia, desde -luego, pero de un modo que le hizo sentir lo despeinado y mal cepillado -que estaba, y lo mal peinados y mal cepillados que estaban también sus -pensamientos.</p> - -<p>—Eustaquio—dijo el señor Pringle con una sonrisa—, me he enterado de -que estás causando sensación grandísima entre el pequeño público de -Tanglewood con el ejercicio de tus facultades de narrador. Primavera, -como la llaman los pequeños, y los demás chiquillos, han elogiado de tal -modo tus cuentos, que mi mujer y yo quisiéramos oir una muestra de -ellos. Y a mí me agradará especialísimamente, porque parece que los -cuentos son un intento de trasladar las fábulas de la antiguedad clásica -al idioma del sentimiento y la fantasía modernos. Al menos, eso he -sacado en consecuencia de unos cuantos incidentes que han llegado hasta -mí de segunda mano.</p> - -<p>—No es usted precisamente el oyente que yo hubiese elegido, -señor—observó el estudiante—, para fantasías de esta naturaleza.</p> - -<p>—Es posible que no—replicó el señor Pringle—. Sospecho, sin embargo, -que el crítico más útil para un autor joven es precisamente aquel que -menos hubiese querido elegir.</p> - -<p>—Creo que la simpatía debe tener algo de parte en la opinión de un -crítico—murmuró<span class="pagenum"><a name="page_138" id="page_138"></a>{138}</span> Eustaquio—. En fin, señor, si usted encuentra -paciencia, yo encontraré historias que contar. Pero tenga usted la -bondad de recordar que me dirijo a la imaginación y a la simpatía de los -niños, no a la de usted.</p> - -<p>E inmediatamente el estudiante aprovechó el primer tema que se le -presentó. Sugiriósele un plato de manzanas que alcanzó a ver sobre la -chimenea.</p> - -<div class="figcenter" style="width: 154px;"> -<a href="images/illus-138_lg.jpg"> -<img src="images/illus-138_sml.jpg" width="154" height="125" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_139" id="page_139"></a>{139}</span></p> - -<div class="figcenter" style="width: 276px;"> -<a href="images/illus-139_lg.jpg"> -<img src="images/illus-139_sml.jpg" width="276" height="119" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<h3>LAS TRES MANZANAS DE ORO</h3> - -<p class="nind"><span class="letra">N</span><span class="smcap">o</span> habéis oído nunca hablar de las manzanas de oro que se criaban en el -jardín de las Hespérides? ¡Oh, aquéllas sí que eran manzanas! Si se -encontraran iguales en los huertos de ahora, ¡ya valdrían dinero! Pero -no hay en todo el mundo, supongo yo, ni un solo árbol injerto en aquel -frutal maravilloso, ni queda ninguna pepita de aquellas manzanas.</p> - -<p>Hasta en los tiempos antiguos, muy antiguos, ya casi olvidados, en que -el jardín de las Hespérides no había sido invadido aún por la mala -hierba, dudaba mucha gente de que pudiera haber árboles verdaderos, -cuyas ramas tuvieran manzanas de oro macizo. Todos habían oído hablar de -ellas, pero nadie recordaba haber visto ninguna. Sin embargo, los niños -solían<span class="pagenum"><a name="page_140" id="page_140"></a>{140}</span> escuchar, boquiabiertos, los cuentos del árbol de las manzanas -de oro, y se proponían descubrirle cuando llegasen a mayores. En busca -de ese fruto iban los jóvenes valerosos que deseaban realizar hazañas -más señaladas que sus compañeros. Muchos de ellos no volvieron jamás, y -ninguno trajo las manzanas. ¡No es maravilla que les fuera imposible -cogerlas! Decíase que, bajo el árbol, había un dragón de cien terribles -cabezas, cincuenta de las cuales vigilaban siempre, mientras las otras -cincuenta dormían.</p> - -<p>Me parece a mí que apenas si valía la pena de correr tanto peligro por -una manzana de oro macizo. Si hubieran sido manzanas dulces, jugosas, -sazonadas, ya sería otra cosa. Podría haber tenido entonces algún -sentido el tratar de cogerlas, a pesar del dragón de las cien cabezas.</p> - -<p>Pero, como os he dicho, era cosa muy corriente entre los jóvenes, cuando -se cansaban del exceso de paz y descanso, ir en busca del jardín de las -Hespérides. Y una vez fué emprendida la aventura por un héroe que había -disfrutado de bien poca paz y descanso desde que vino al mundo. En el -tiempo de que os voy a hablar, vagaba por la apacible tierra de Italia -con una pesada maza en la mano y un arco y una aljaba pendientes de los -hombros. Iba envuelto<span class="pagenum"><a name="page_141" id="page_141"></a>{141}</span> en la piel del león más grande y más fiero de -aquellos bosques, que él mismo había matado, y aunque en el fondo era -bueno y generoso y noble, tenía en su corazón mucho de la fiereza del -león. Mientras caminaba, iba constantemente preguntando cuál era el -camino más derecho para llegar al famoso jardín; pero nadie sabía -palabra de ello, y muchos se hubiesen reído de la pregunta, si el -forastero no hubiera llevado una maza tan enorme.</p> - -<p>Así fué andando, andando, preguntando siempre lo mismo, hasta que al fin -llegó a la orilla de un río, en donde unas cuantas jóvenes hermosísimas -estaban tejiendo guirnaldas de flores.</p> - -<p>—Lindas doncellas—preguntó el forastero—, ¿podéis decirme si éste es -el camino derecho para ir al jardín de las Hespérides?</p> - -<p>Las jóvenes se estaban divirtiendo en hacer guirnaldas y en coronarse -con ellas unas a otras. Parecía como si en sus dedos hubiese algún poder -mágico, porque al tocarlas se volvían las rosas más frescas y se -cuajaban de rocío, se avivaban sus colores y exhalaban más suave -fragancia que cuando estaban en la planta; pero al oir la pregunta del -forastero dejaron caer todas las flores en el césped, y se miraron unas -a otras con asombro.</p> - -<p>—¡El jardín de las Hespérides!—exclamó<span class="pagenum"><a name="page_142" id="page_142"></a>{142}</span> una—. Creíamos que, después -de tanta decepción, se habrían cansado los mortales de buscarle. Y dime, -intrépido viajero, ¿para qué deseas ir allí?</p> - -<p>—Cierto rey, primo mío—replicó el viajero—, me ha mandado que le -lleve tres de las manzanas de oro.</p> - -<p>—Casi todos los jóvenes que van en busca de esas manzanas—advirtió -otra de las damiselas—, desean adquirirlas para sí mismos o para -regalarlas a alguna hermosa doncella de quien están enamorados. ¿Tanto -quieres tú a ese rey, primo tuyo?</p> - -<p>—Tal vez no—replicó el forastero, suspirando—. Ha sido severo y cruel -conmigo muchas veces, pero es mi destino obedecerle.</p> - -<p>—¿Y no sabes—preguntó la que había hablado primero—que un terrible -dragón de cien cabezas está bajo el árbol de las manzanas de oro, -guardándole?</p> - -<p>—Bien sabido lo tengo—respondió el forastero—; pero desde la cuna ha -sido mi ocupación y casi mi entretenimiento el habérmelas con serpientes -y dragones.</p> - -<p>Las jóvenes miraron su pesada maza y la peluda piel de león que llevaba, -y también sus heroicos miembros y aspecto, y unas a otras se dijeron muy -bajito que el forastero parecía ser persona de quien razonablemente -cabía<span class="pagenum"><a name="page_143" id="page_143"></a>{143}</span> esperar que realizara hazañas muy fuera del alcance de los demás -hombres.</p> - -<p>Pero, ¡el dragón de las cien cabezas! ¿Qué mortal, aunque tuviera cien -vidas, podría abrigar esperanza de escapar a los colmillos de semejante -monstruo? Tan compasivas eran las doncellas, que no podían ver con -tranquilidad que aquel valiente y hermoso viajero intentara cosa tan -arriesgada y se condenara a ser, muy probablemente, pasto para las cien -voraces bocas del dragón.</p> - -<p>—¡Vuelve atrás—exclamaron todas—, vuelve a tu casa! Tu madre, al -verte sano y salvo, llorará lágrimas de alegría. ¿Qué más podría hacer -si lograras tan gran victoria? No hagas caso de las manzanas de oro. No -hagas caso del rey, tu cruel primo. Nosotras no queremos que te coma el -dragón de las cien cabezas.</p> - -<p>El forastero pareció impacientarse con estas advertencias. Levantó -negligentemente su poderosa maza, y la dejó caer sobre una roca que allí -cerca había, medio enterrada en el suelo. Con la fuerza de aquel golpe -indolente, la roca saltó hecha toda pedazos. El dar aquella señal de -fortaleza gigantesca no costó al extranjero más esfuerzo que a una de -las doncellas tocar con una flor la rosada mejilla de su hermana.</p> - -<p>—¿No creéis—dijo mirándolas y sonriéndo<span class="pagenum"><a name="page_144" id="page_144"></a>{144}</span>—que un golpe como éste -habría aplastado una de las cien cabezas del dragón?</p> - -<p>Sentóse después sobre la hierba y les contó la historia de su vida, o -por lo menos todo lo que de ella podía recordar desde el día en que tuvo -por cuna el escudo de bronce de un guerrero. Estando echado en él, -llegaron, arrastrándose por el suelo, dos enormes serpientes, y abrieron -sus horribles mandíbulas para devorarlo; pero él, un bebé de meses nada -más, agarró una de las fieras culebras en cada uno de sus puñitos y las -estranguló.</p> - -<p>Cuando era un chiquillo mató a un león enorme, casi tan grande como -aquel cuya piel amplia y peluda llevaba entonces sobre los hombros. Lo -primero que hizo después fué luchar con una especie de monstruo feísimo, -al cual llamaban hidra, y que tenía nueve cabezas nada menos, y con -dientes afiladísimos en todas ellas.</p> - -<p>—Pero el dragón de las Hespérides, ya lo sabes—observó una de las -doncellas—, ¡tiene cien cabezas!</p> - -<p>—Sin embargo—replicó el forastero—-, mejor hubiera querido pelear con -dos dragones así, que con una sola hidra; porque tan pronto como cortaba -una cabeza, nacían otras dos en su lugar, y además, entre las cabezas -había una a la que no era posible matar de ningún modo, sino</p> - -<div class="figcenter" style="width: 331px;"> -<a href="images/illus-144b_lg.jpg"> -<img src="images/illus-144b_sml.jpg" width="331" height="507" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<div class="figcenter" style="width: 328px;"> -<a href="images/illus-144c_lg.jpg"> -<img src="images/illus-144c_sml.jpg" width="328" height="501" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_145" id="page_145"></a>{145}</span> </p> - -<p class="nind">que seguía mordiendo tan fieramente como antes, mucho después de haber -sido cortada. Así es que me vi obligado a enterrarla bajo una gran -piedra, donde, sin duda, hoy mismo estará viva todavía; pero el cuerpo -de la hidra, con sus otras ocho cabezas, ya no volverá a hacer daño a -nadie.</p> - -<p>Las jóvenes, calculando que la relación iba a durar buen rato, habían -dispuesto una merienda de pan y uvas para que el forastero pudiera -refrescar en los intervalos de su charla. Se complacían en animarle a -tomar tan frugal alimento, y de cuando en cuando una de ellas se ponía -un dulce grano de uva entre los labios rojos, para que no se avergonzara -de comer solo.</p> - -<p>El viajero pasó a contar cómo había dado caza a un velocísimo ciervo, -corriendo detrás de él durante un año entero, sin pararse ni a tomar -aliento, y cómo le cogió al fin por los cuernos, llevándosele vivo a -casa. Y cómo había peleado con una casta de gentes rarísima, mitad -caballos y mitad hombres, y los había matado a todos, creyéndolo su -deber, para que nunca volvieran a verse tan horribles figuras. Y además -de todo esto, se dió mucho tono por haber limpiado un establo.</p> - -<p>—¿Y a eso le llamas hazaña maravillosa?—preguntó, sonriendo, una de -las doncellas—. Cualquier trabajador del campo lo haría.<span class="pagenum"><a name="page_146" id="page_146"></a>{146}</span></p> - -<p>—Si hubiera sido un establo ordinario—replicó el forastero—, no lo -habría mencionado; pero fué una tarea tan gigantesca, que habría -consumido mi vida toda en acabarla, a no ocurrírseme felizmente la idea -de meter un río por la puerta, desviándole de su cauce. ¡Eso realizó el -trabajo en muy poco tiempo!</p> - -<p>Viendo con qué atención le escuchaban sus hermosas oyentes, les contó -luego que había matado unas aves monstruosas y había cogido vivo a un -toro bravo y le había soltado otra vez, y que había domado muchísimos -caballos muy salvajes, y vencido a Hipólita, la belicosa reina de las -Amazonas. Refirió también que había cogido el cinturón encantado que -tenía Hipólita, y se le había regalado a la hija de su primo, el rey.</p> - -<p>—¿Era el cinturón de Venus—preguntó la más bonita de las doncellas—, -que hace a las mujeres hermosas?</p> - -<p>—No—respondió el forastero—. Había sido en tiempos el tahalí de -Marte, y a quien le lleva puesto le hace valiente y animoso.</p> - -<p>—¡Un tahalí viejo!—exclamó la damisela, levantando la cabeza con -desdén—. ¡No daría un comino por tenerle!</p> - -<p>—Harías muy bien—dijo el forastero.</p> - -<p>Siguiendo su maravilloso relato, enteró a las doncellas de que la más -extraña de cuantas<span class="pagenum"><a name="page_147" id="page_147"></a>{147}</span> aventuras se le presentaron fué su pelea con Gerión, -el hombre de seis piernas. Bien podéis creer que sería una figura -rarísima y temerosa. Quien mirara sus huellas en la arena o en la nieve, -supondría que tres buenos compañeros habían pasado marchando juntitos. -Al oir sus pisadas a corta distancia, nada más razonable que pensar que -se acercaban varias personas. ¡Y era solamente el extraño Gerión, que -venía pisando con sus seis pies!</p> - -<p>¡Seis piernas y un cuerpo gigantesco! De fijo que sería un monstruo de -aspecto sorprendente. Y, amiguitos, ¡qué gasto de piel para botas!</p> - -<p>Cuando el forastero acabó la narración de sus aventuras, miró las -atentas caras de las doncellas.</p> - -<p>—Tal vez hayáis oído hablar de mí antes de ahora—dijo modestamente—. -Me llamo Hércules.</p> - -<p>—Ya lo habíamos sospechado—replicaron—, porque la noticia de tus -hazañas maravillosas ha corrido por todo el mundo. Ahora no nos parece -extraño que vayas en busca de las manzanas de oro de las Hespérides. -Venid, hermanas, y coronemos de flores al héroe.</p> - -<p>Entonces pusieron hermosas guirnaldas sobre su augusta cabeza y sus -poderosos hombros, de manera que la piel de león quedó casi<span class="pagenum"><a name="page_148" id="page_148"></a>{148}</span> enteramente -cubierta de rosas. Se apoderaron de la pesada maza y entretejieron a su -alrededor los más brillantes, los más delicados, los más olorosos -capullos, sin dejar al descubierto ni el ancho de un dedo, de su leñoso -material; parecía toda ella un enorme ramo de flores.</p> - -<p>Finalmente, se cogieron de las manos y danzaron a su alrededor, cantando -palabras que, sin molestarse en procurarlo, resultaban poesía y formaban -una composición coral en honor del ilustre Hércules.</p> - -<p>Y Hércules se puso contento, como le hubiera ocurrido a cualquier otro -héroe, al ver que aquellas hermosas jóvenes ya habían oído hablar de los -valerosos hechos que tanto trabajo y tanto riesgo le habían costado -llevar a cabo; pero no estaba aún satisfecho. No podía creer que lo -realizado mereciera tanto honor, mientras quedase alguna aventura -temeraria o difícil por emprender.</p> - -<p>—Queridas doncellas—dijo cuando se detuvieron para tomar aliento—, -ahora que ya sabéis mi nombre, ¿no me diréis cómo podré llegar al jardín -de las Hespérides?</p> - -<p>—¡Ah! ¿Te vas tan pronto?—exclamaron—. Tú, que has hecho tantas -maravillas y que has llevado una vida tan trabajosa, ¿no puedes -permitirte algún descanso a la orilla de este manso río?<span class="pagenum"><a name="page_149" id="page_149"></a>{149}</span></p> - -<p>Hércules movió la cabeza.</p> - -<p>—Tengo que irme ahora mismo—dijo.</p> - -<p>—Entonces te daremos las señas lo mejor que podamos—replicaron las -jóvenes—. Tienes que ir a orilla del mar, encontrar al Viejo y -obligarle a informarte de dónde se encuentran las manzanas de oro.</p> - -<p>—¡El Viejo!—o repitió Hércules, riéndose de ese nombre—. ¿Y quién es -el Viejo?</p> - -<p>—¿Quién ha de ser? ¡El Viejo del Mar!—contestó una de las muchachas—. -Tiene cincuenta hijas y hay quien dice que son muy hermosas; pero no nos -ha parecido bien relacionarnos con ellas, porque tienen el pelo de color -verde mar y su cuerpo remata en cola como el de los peces. Tienes que -hablar con ese Viejo del Mar. Siempre está cruzando mares. Sabe cuanto -se refiere al jardín de las Hespérides, porque está en una isla que él -acostumbra a visitar.</p> - -<p>Hércules preguntó entonces dónde se podría encontrar más fácilmente al -Viejo, y cuando las jóvenes le hubieron informado, les dió las gracias -por todas sus bondades—por el pan y las uvas que le dieron, las flores -exquisitas con que le coronaron y los cánticos y danzas con que le -habían honrado—, y sobre todo, por haberle indicado el camino, y se -puso en marcha inmediatamente.<span class="pagenum"><a name="page_150" id="page_150"></a>{150}</span></p> - -<p>Pero antes de que se hubiera alejado mucho, le llamó una de las -doncellas.</p> - -<p>—¡Agarra bien fuerte al Viejo cuando le cojas!—le gritó, sonriendo y -levantando un dedo para dar más fuerza a la recomendación—, y no te -asombres de ninguna cosa que pueda ocurrir. Sujétale bien, y él te dirá -lo que deseas saber.</p> - -<p>Hércules dió las gracias de nuevo y siguió su camino, mientras volvían -las jóvenes a su agradable tarea de trenzar guirnaldas de flores. -Siguieron hablando del héroe mucho después de haberse alejado.</p> - -<p>—Le hemos de coronar con nuestras más hermosas -guirnaldas—dijeron—cuando vuelva por aquí con las tres manzanas de -oro, después de haber matado al dragón de las cien cabezas.</p> - -<p>Mientras tanto, Hércules caminaba avanzando siempre, salvando montes y -valles y cruzando bosques solitarios. Algunas veces alzaba su maza, y al -descargar el golpe hacía astillas un poderoso roble. Tenía la -imaginación tan llena de los gigantes y monstruos que había estado -combatiendo toda su vida, que tal vez tomara al corpulento árbol por uno -de ellos. Tan ansioso estaba Hércules de dar cima a la empresa -acometida, que sentía casi haber perdido tanto tiempo con las doncellas, -malgastando<span class="pagenum"><a name="page_151" id="page_151"></a>{151}</span> aliento en el relato de sus aventuras. Esto les ocurre -siempre a las personas destinadas a llevar a cabo grandes cosas. Lo que -ya tienen hecho les parece que no vale nada, y lo que traen entre manos -les parece digno de poner en ello trabajo, correr peligros y aun -arriesgar la vida.</p> - -<p>Las personas que pasaran por el bosque, no podrían menos de asustarse al -verle derribar los árboles con su gran maza. De un solo golpe se rajaba -el tronco, lo mismo que herido por el rayo, y las ramas gruesas caían -crujiendo y tronchándose.</p> - -<p>Apresurando la marcha, sin hacer alto ni mirar hacia atrás, no tardó en -oir a los lejos el rugido del mar. Esto le hizo aumentar la velocidad -aún más, y pronto llegó a una playa en donde las olas, muy grandes, se -deshacían sobre la arena dura, formando una larga faja de espuma, blanca -como la nieve. Sin embargo, a un extremo de la playa había un sitio -agradable, en donde unos cuantos arbustos verdes trepaban sobre un -peñasco, haciendo que su roquiza superficie pareciera blanda y bella. -Una alfombra de verde hierba, profusamente mezclada con trébol oloroso, -cubría el estrecho espacio comprendido entre la base del peñasco y el -mar. ¿Y qué pudo vislumbrar Hércules allí? Pues vió a un hombre viejo, -profundamente dormido.<span class="pagenum"><a name="page_152" id="page_152"></a>{152}</span></p> - -<p>Pero, ¿era real y verdaderamente un hombre viejo? Cierto que a primera -vista lo parecía; pero después de un examen detenido, semejaba más bien -alguna especie de criatura marina. Sus piernas y sus brazos tenían -escama como la de los peces; tenía las manos y los pies membranosos, a -la manera de los patos, y su luenga barba, de tinte verdoso, más parecía -un puñado de algas que una barba ordinaria. ¿No habéis visto nunca un -leño que ha sido azotado por las olas mucho tiempo, y se ha cubierto -enteramente de conchas y de algas, y que al fin, cuando se le saca a -tierra, parece haber surgido de los más profundos senos del mar? Bueno; -pues a aquel hombre anciano le hubierais tomado ni más ni menos que por -un leño así. Pero Hércules, en cuanto puso los ojos sobre aquella -extraña figura, se convenció de que no podía ser más que el Viejo, el -que había de indicarle su camino.</p> - -<p>Sí: era el mismísimo Viejo del Mar, de quien le habían hablado las -hospitalarias jovencitas. Dando gracias a su estrella por la buena -suerte de encontrarle dormido, Hércules fué hacia él de puntillas y le -cogió de un brazo y de una pierna.</p> - -<p>—Dime—exclamó antes de que el Viejo se despertase del todo—, ¿por -dónde se va al jardín de las Hespérides?<span class="pagenum"><a name="page_153" id="page_153"></a>{153}</span></p> - -<p>Como os podéis figurar fácilmente, el Viejo del Mar se despertó -asustado. Pero su asombro apenas pudo ser mayor que el que tuvo Hércules -en el momento siguiente. Porque, de pronto, pareció que el Viejo se le -deshacía entre los dedos, y en su lugar se encontró sujetando a un -ciervo por una pata trasera y otra delantera. Pero siguió apretando. -Entonces desapareció el ciervo, y en su lugar había un ave marina que -chillaba y aleteaba, mientras Hércules le apretaba un ala y una pata. -Pero el ave no pudo escaparse. Inmediatamente después había un horroroso -perro de tres cabezas, que gruñó y ladró a Hércules, y mordió fieramente -las manos con que le sujetaba. Pero Hércules no le soltó. Al minuto -siguiente, en vez del perro de las tres cabezas, apareció nada menos que -Gerión, el hombre-monstruo de las seis piernas, dando puntapiés a -Hércules con cinco de ellas, para ver de libertar la otra. Pero Hércules -siguió sujetando fuerte. En seguida, no estaba allí Gerión, sino una -serpiente inmensa, como aquellas que Hércules había estrangulado en su -niñez, sólo que cien veces más grande; se retorció y se enlazó alrededor -del cuello y del cuerpo del héroe, y sacudió su cola erguida y abrió sus -espantosas fauces como para devorarle de un bocado. De manera que el -espectáculo era de lo más terrible. Pero Hércules no se<span class="pagenum"><a name="page_154" id="page_154"></a>{154}</span> desanimó ni -pizca, y estrujó la grandísima sierpe con tanta fuerza, que la hizo -silbar de dolor.</p> - -<p>Habéis de saber que el Viejo del Mar, aunque generalmente se parecía -muchísimo al mascarón de proa de un barco azotado por las olas, tenía el -poder de tomar cualquier forma que se le antojase. Cuando se sintió tan -fuertemente cogido por Hércules, tuvo la esperanza de producirle -sorpresa y terror tales, con sus transformaciones mágicas, que el héroe -le dejara escapar. Si Hércules hubiera aflojado un poco, el Viejo habría -ido a hundirse en el mismo fondo del mar, de donde no se hubiera -molestado en salir para contestar preguntas impertinentes. Supongo yo -que noventa y nueve personas de cada ciento se habrían asustado hasta -perder la cabeza, con la primera de sus horribles figuras, y habrían -echado a correr en seguidita. Porque una de las cosas más difíciles en -este mundo es comprender la diferencia entre los peligros reales y los -imaginarios.</p> - -<p>Pero como Hércules le sujetaba tan tercamente y no hacía sino estrujarle -más a cada cambio de forma, haciéndole, en realidad, no poco daño, acabó -por pensar que lo mejor sería reaparecer en su propia figura. Y así de -nuevo se mostró aquel personaje, algo pez escamoso, con membranas en -pies y manos y con una especie de mechón de algas en la barba.<span class="pagenum"><a name="page_155" id="page_155"></a>{155}</span></p> - -<p>—Haz el favor de decirme qué quieres de mí—exclamó el Viejo en cuanto -pudo tomar aliento, porque el cambiar tantas veces de figura era tarea -muy fatigosa—. ¿Por qué me aprietas tan fuerte? Déjame al momento, o me -harás pensar que eres una persona sumamente incivil.</p> - -<p>—¡Me llamo Hércules—dijo con voz bronca el poderoso forastero—, y no -te soltaré si no me dices cuál es el camino más derecho para ir al -jardín de las Hespérides!</p> - -<p>Cuando el Viejo oyó quién era el que le había cogido, comprendió al -instante que sería preciso decirle todo lo que necesitaba saber. Tened -presente que el Viejo era habitante del mar y correteaba por todas -partes, como toda la gente marina. Por de contado, había oído hablar -muchas veces de la fama de Hércules, de las hazañas maravillosas que -estaba realizando a cada paso y de lo decidido que era siempre para -llevar a término cosa que emprendiera. Por tanto, no hizo ya más -esfuerzos por escapar, y dijo al héroe cómo podía encontrar el jardín de -las Hespérides, y le advirtió, además, cuáles eran las muchas -dificultades que habría de vencer antes de llegar a él.</p> - -<p>—Tienes que ir por aquí, por allá—dijo el Viejo del Mar después de -marcar los rumbos—, hasta que llegues a la vista de un gigante muy<span class="pagenum"><a name="page_156" id="page_156"></a>{156}</span> -alto que sostiene los cielos sobre sus hombros. Y el gigante, si es que -está de humor, te dirá exactamente dónde se encuentra el jardín de las -Hespérides.</p> - -<p>—Y si por casualidad el gigante no está de humor—observó Hércules -balanceando su maza en la punta de un dedo—, es muy posible que -encuentre yo manera de convencerle.</p> - -<p>Dando las gracias al Viejo del Mar y pidiéndole perdón por haberle -estrujado tan rudamente, emprendió de nuevo la marcha nuestro héroe. Le -ocurrieron muchas y extrañas aventuras, que valdrían muy bien la pena de -que las escucharais, si yo tuviera tiempo de narrarlas tan -detalladamente como merecen.</p> - -<p>En este viaje fué, si no me equivoco, donde encontró a aquel prodigioso -gigante, concertado por la Naturaleza de tan admirable manera, que cada -vez que tocaba la tierra se hacía diez veces más fuerte que antes de -caer. Se llamaba Anteo. Fácilmente comprenderéis que era cosa muy -difícil pelear con él, porque en cuanto se le derribaba a tierra de un -golpe, se levantaba de nuevo más fuerte, más fiero, más diestro para -manejar sus armas, que si el enemigo le hubiera dejado en paz. Así, -cuanto más fuerte golpeaba Hércules al gigante con su maza, más lejos -parecía de alcanzar la victoria. Yo he discutido algunas veces con -personas así, pero<span class="pagenum"><a name="page_157" id="page_157"></a>{157}</span> nunca me he peleado con ninguna. El único medio que -encontró Hércules para poner fin al combate fué el de levantar a Anteo, -sosteniéndole con los pies separados del suelo, y estrujarle, estrujarle -y estrujarle hasta que le sacó toda la resistencia del enorme cuerpo.</p> - -<p>Terminado este asunto, prosiguió Hércules su viaje y llegó a tierras de -Egipto, en donde le cogieron prisionero, y le habrían quitado la vida, -de no haber matado al rey del país, escapando de ese modo. Cruzó luego -los desiertos de África, y marchando lo más aprisa que pudo, llegó por -fin a la orilla del gran Océano. Y allí, a menos que pudiera andar sobre -las crestas de las olas, parecía que su viaje tenía que darse por -concluído.</p> - -<p>Nada había delante de él, salvo el Océano espumante, impetuoso, inmenso; -pero de pronto, al mirar hacia el horizonte, vió a mucha distancia algo -que no se veía un momento antes. Relucía con gran brillo, casi como el -redondo y dorado disco del sol cuando se alza o se pone tras el borde -del mundo. Se iba acercando evidentemente, porque a cada momento aquel -objeto maravilloso se hacía más grande y más brillante. Al cabo se -acercó tanto, que Hércules reconoció que era una inmensa copa o un tazón -enorme, hecho o de oro o de bronce pulido. Cómo podía flotar sobre el -mar, es cosa que yo<span class="pagenum"><a name="page_158" id="page_158"></a>{158}</span> no sé explicaros; pero, de todos modos, allí estaba -balanceándose sobre las olas tumultuosas, que lo mecían a un lado y a -otro, levantando sus crestas espumantes contra las paredes, pero sin -hacer pasar nunca la espuma por encima del borde.</p> - -<p>—He visto muchos gigantes en mi vida—pensó Hércules—, pero ninguno -que para beber necesitara copa como ésta.</p> - -<p>Y, verdaderamente, ¡vaya una copa que hubiera sido! Era tan grande... -tan grande... ¡Me asusta deciros lo inmensamente grande que era! Para -compararla con algo, os diré que era diez veces mayor que una gran -piedra de molino, y siendo toda de metal, flotaba sobre las olas -embravecidas más ligera que una cáscara de nuez en las aguas de un -arroyo. Las olas la empujaron hacia adelante, hasta que rozó la orilla a -corta distancia del sitio en donde estaba Hércules.</p> - -<p>Tan pronto como sucedió esto, comprendió lo que había de hacer: que no -le habían ocurrido tantas aventuras notables para no aprender -perfectísimamente cómo había de conducirse cuando sucediera algo que se -apartara de lo acostumbrado. Era claro como la luz del día que aquella -copa maravillosa había sido enviada sobre las olas por algún poder -oculto, y guiada hasta allí a fin de llevar a Hércules a<span class="pagenum"><a name="page_159" id="page_159"></a>{159}</span> través del -mar, siguiendo su ruta hacia el jardín de las Hespérides. En -consecuencia, sin perder momento saltó por encima del borde y se deslizó -hasta el fondo, en donde, extendiendo su piel de león, se dispuso a -reposar un poquito. Hasta entonces, apenas si había descansado desde que -se despidió de las jovencitas a la orilla del río. Las olas se -estrellaban, con agradable y metálico sonido, contra la superficie de la -cóncava copa; la bamboleaban ligeramente de un lado para otro, y el -movimiento era tan suave, que Hércules, blandamente mecido, cayó pronto -en un sueño delicioso.</p> - -<p>Llevaba ya mucho tiempo de siesta, probablemente, cuando la copa acertó -a tropezar contra una roca, y en consecuencia resonó y repercutió, a -través de su substancia de oro o de bronce, cien veces más fuerte que la -mayor campana de iglesia que hayáis podido oir. Al ruido despertó -Hércules, que inmediatamente se levantó y examinó el lugar en que se -hallaba. No tardó mucho en reconocer que la copa había flotado a través -de gran parte del mar, y estaba acercándose a la costa de lo que le -pareció ser una isla. Y en aquella isla, ¿qué pensaréis que vió?</p> - -<p>No, no lograréis jamás adivinarlo, ni aun cuando lo intentéis cincuenta -mil veces. Creo positivamente que aquél fué el más admirable<span class="pagenum"><a name="page_160" id="page_160"></a>{160}</span> -espectáculo de cuantos había visto Hércules en todo el curso de sus -maravillosos viajes y aventuras. Era una maravilla más grande que la -hidra de las nueve cabezas, que se duplicaban a medida que las iban -cortando; más grande que el hombre-monstruo de las seis piernas; más -grande que Anteo; más grande que todo lo que haya podido ver nadie antes -o después de los días de Hércules, y que cualquier cosa que haya aún de -ser vista por los viajeros de los tiempos futuros. ¡Era un gigante!</p> - -<p>Pero, ¡qué gigante más intolerablemente enorme! Un gigante alto como una -montaña; un gigante tan grande, que las nubes rodeaban su talle como un -cinturón y pendían de sus mejillas como una barba blanca, y volaban por -delante de sus ojos inmensos, de modo que no le dejaban ver ni a -Hércules ni a la copa de oro en que viajaba. Y lo más maravilloso de -todo era que el gigante tenía levantadas sus grandes manos, y parecía -sostener el cielo, que según pudo entrever Hércules a través de las -nubes, se apoyaba sobre su cabeza. Realmente, esto parece demasiado para -creerlo.</p> - -<p>Mientras tanto, la copa resplandeciente seguía flotando y avanzando -hasta tocar la orilla. En aquel momento la brisa barrió las nubes que -ocultaban la cara del gigante, y Hércules contempló sus enormes -facciones: ojos que</p> - -<div class="figcenter" style="width: 336px;"> -<a href="images/illus-160a_lg.jpg"> -<img src="images/illus-160a_sml.jpg" width="336" height="503" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_161" id="page_161"></a>{161}</span> </p> - -<p class="nind">parecían lagos, nariz de una milla de largo y boca de igual anchura. Con -su enormidad de tamaño tenía un terrible aspecto, pero desconsolado y -fatigado, como le podemos observar ahora en muchas personas obligadas a -sobrellevar cargas excesivas para sus fuerzas. Lo que era el cielo para -el gigante, son los cuidados de la tierra para los que se dejan aplastar -por ellos. ¡Cuántas veces acometen los hombres más de lo que permiten -sus facultades, y encuentran su perdición, como al pobre gigante le -había ocurrido!</p> - -<p>¡Pobre hombre! Evidentemente llevaba allí una larga temporada. Una selva -espesa había crecido y envejecido alrededor de sus pies, y encinas de -seis o siete siglos habían brotado y arraigado entre sus dedos.</p> - -<p>El gigante miró entonces hacia abajo desde la remota altura de sus ojos -enormes, y divisando a Hércules, gritó con voz que parecía un trueno -salido de la nube que acababa de quitarse de delante de su cara:</p> - -<p>—¿Quién anda ahí entre mis pies? ¿De dónde vienes en esa tacita?</p> - -<p>—¡Soy Hércules!—tronó el héroe con voz tan fuerte o poco menos como la -del gigante—. Voy en busca del jardín de las Hespérides.</p> - -<p>—¡Oh! ¡Oh!—rugió el gigante en un acceso<span class="pagenum"><a name="page_162" id="page_162"></a>{162}</span> de risa inmenso—. Si que es -una aventura prudente.</p> - -<p>—¿Y por qué no?—exclamó Hércules, un tanto enojado por la hilaridad -del gigante—. ¿Piensas que tengo miedo al dragón de las cien cabezas?</p> - -<p>Mientras estaban hablando, se reunieron unas cuantas nubes negras -alrededor de la cintura del gigante y estalló una tormenta de truenos y -relámpagos, causando tal estrépito, que Hércules no pudo entender ni -palabra. Únicamente se veían las piernas inmensas del gigante bajo la -negrura de la tempestad, y de cuando en cuando aparecía momentáneamente -su figura entera envuelta en la niebla. Parecía estar hablando la mayor -parte del tiempo; pero su enorme, profunda y ronca voz se confundía con -el retumbar de los truenos, e iba, como ellos, rodando sobre las -montañas. De ese modo, hablando fuera de oportunidad, el aturdido -gigante malgastó inútilmente cantidad incalculable de aliento, porque el -trueno hablaba tan alto como él.</p> - -<p>Al fin cesó la tempestad tan súbitamente como había empezado. De nuevo -pudo verse el cielo sereno, y al fatigado gigante sosteniéndolo, y la -luz del sol irradiando sobre su colosal altura, iluminándole y -haciéndole destacarse sobre el fondo negro de las nubes tempestuosas<span class="pagenum"><a name="page_163" id="page_163"></a>{163}</span> ya -lejanas. Tan por encima del chaparrón había quedado su cabeza, que ni un -solo cabello se le había mojado con la lluvia.</p> - -<p>Cuando el gigante pudo ver a Hércules, en pie todavía a la orilla del -mar, le gritó de nuevo:</p> - -<p>—Yo soy Atlas, el gigante más fuerte del mundo, y sostengo el cielo -sobre mi cabeza.</p> - -<p>—Ya lo veo—contestó Hércules—; pero, ¿no puedes enseñarme el camino -del jardín de las Hespérides?</p> - -<p>—¿Qué buscas allí?—preguntó el gigante.</p> - -<p>—Quiero tres manzanas de oro—gritó Hércules—para mi primo, el rey.</p> - -<p>—Nadie más que yo—afirmó el gigante—puede ir al jardín de las -Hespérides y coger las manzanas de oro. Si no fuera por este encarguito -de sostener el cielo, daría media docena de zancadas a través del mar y -te las traería.</p> - -<p>—Eres muy amable—replicó Hércules—. ¿Y no puedes dejar el cielo -apoyado sobre una montaña?</p> - -<p>—No hay ninguna de bastante altura—dijo Atlas, moviendo la cabeza—; -pero si fueras a ponerte en la cima de esa que está más cerca, quedaría -tu cabeza casi a nivel con la mía. Pareces ser muchacho forzudo. ¿Por -qué no tomas mi carga sobre tus hombros, mientras yo hago ese recado por -ti?<span class="pagenum"><a name="page_164" id="page_164"></a>{164}</span></p> - -<p>Hércules, según recordaréis, era un hombre notablemente vigoroso, y -aunque el sostener el cielo requiere gran dosis de fuerza muscular, si -algún mortal había a quien pudiera suponerse capaz de semejante hazaña, -era él. Sin embargo, tan difícil parecía aquéllo, que vaciló por vez -primera en su vida.</p> - -<p>—¿Pesa mucho el cielo?—preguntó.</p> - -<p>—¡Bah! No gran cosa, al principio—respondió el gigante encogiendo los -hombros—; pero al cabo de un millar de años, se hace un poquito pesado.</p> - -<p>—¿Y cuánto tiempo tardarás—preguntó el héroe—en traerme las manzanas -de oro?</p> - -<p>—¡Oh! Eso es cosa de un momento—exclamó Atlas—; salvaré doce o quince -leguas de cada paso, e iré y volveré antes de que empiecen a dolerte los -hombros.</p> - -<p>—Entonces, bueno—respondió Hércules—. Subiré a la montaña que hay -detrás de ti y te libraré de tu carga.</p> - -<p>La verdad es que Hércules era muy compasivo de suyo, y consideró que -haría un gran favor al gigante proporcionándole aquella oportunidad de -hacer una escapatoria. Además, pensó que si lograba sostener el cielo, -alcanzaría más gloria que realizando hazaña tan corriente como vencer a -un dragón de cien cabezas. En consecuencia, sin decir más palabra, -Hércules levantó<span class="pagenum"><a name="page_165" id="page_165"></a>{165}</span> el cielo de las espaldas de Atlas y lo puso sobre las -suyas.</p> - -<p>Cuando quedó ultimado el trueque sin novedad, lo primero que hizo el -gigante fué desperezarse, y os podéis figurar qué prodigioso espectáculo -sería. Primero, con mucho cuidadito, sacó un pie de la selva que había -crecido alrededor; luego, el otro. Después, de pronto, comenzó a brincar -y a saltar y a bailar de alegría por verse libre. Se lanzaba al aire, -nadie sabe hasta qué altura, y al dar de nuevo en el suelo, era tan -grande el golpe, que toda la Tierra temblaba. Después se echó a reir con -tal estruendo, que su carcajada repercutió de montaña en montaña, cerca -y lejos, como si el gigante y ellas fueran otros tantos hermanos -regocijados. Cuando se calmó un poco su alegría, echó a andar por el -mar; diez leguas avanzó del primer paso, llegándole el agua a media -pierna; diez leguas del segundo, con el agua justamente a las rodillas, -y otras diez leguas del tercero, con lo cual iba sumergido hasta cerca -de la cintura.</p> - -<p>Hércules miraba cómo iba avanzando el gigante. Realmente, era -maravilloso ver aquella inmensa forma humana a más de treinta leguas, -medio sumergida en el Océano, pero con su mitad superior tan alta, -brumosa y azulada como una montaña lejana. Al cabo, la forma<span class="pagenum"><a name="page_166" id="page_166"></a>{166}</span> gigantesca -se perdió enteramente de vista, y entonces fué cuando se puso Hércules a -considerar qué haría en el caso de que Atlas se ahogara en el mar o -fuera muerto a dentelladas por el dragón de las cien cabezas que -guardaba las manzanas de oro del jardín de las Hespérides. Si ocurría -tal desgracia, ¿cómo podría llegar a desembarazarse del cielo? Porque, -entre paréntesis, ya comenzaba su peso a ser un poquito molesto para su -cabeza y sus hombros.</p> - -<p>—Compadezco al pobre gigante—pensó Hércules—. Si el cielo me pesa -tanto en diez minutos, ¡cuánto no le habrá pesado a él en mil años!</p> - -<p>¡Oh, hijitos!... No tenéis idea de lo que pesaba ese cielo azul que tan -aéreo y tenue parece sobre nuestras cabezas. Y hay que tener en cuenta, -además, el viento impetuoso y las frías y húmedas nubes, y el sol -abrasador, todo lo cual contribuía a que Hércules se encontrara -incómodo. Comenzó a temer que el gigante no volviera nunca. Miró -atentamente el mundo que tenía debajo, y reconoció que se era mucho más -feliz siendo pastor al pie de una montaña, que estando en su cumbre -vertiginosa sosteniendo el firmamento con cuerpo y alma. Porque, según -comprenderéis, desde luego tenía Hércules tan inmensa responsabilidad -sobre su conciencia como peso sobre la cabeza y los<span class="pagenum"><a name="page_167" id="page_167"></a>{167}</span> hombros; porque, si -no mantenía perfectamente firme al cielo, y no le conservaba inmóvil, -podría ocurrir que el sol se desquiciase, o que, después de anochecer, -se salieran muchas estrellas de su sitio y cayeran como lluvia de fuego -sobre la cabeza de las gentes. Y ¡qué vergüenza para el héroe si, por no -aguantar firme el peso, crujía el cielo y se rajaba de punta a punta!</p> - -<p>No sé cuánto tiempo hubo de pasar antes de que, con alegría indecible, -viera de nuevo la inmensa forma del gigante, como una nube, en el remoto -límite del mar. Cuando se acercó, alzó Atlas la mano, y Hércules pudo -distinguir tres magníficas manzanas de oro, grandes como calabazas, -pendientes todas de una rama.</p> - -<p>—Me alegro de volverte a ver—gritó Hércules, cuando el gigante estuvo -suficientemente cerca para oirle—. ¿De modo que traes las manzanas de -oro?</p> - -<p>—Claro, claro—respondió Atlas—. ¡Y qué hermosas son! He cogido las -mejores que había en el árbol; puedes creerme, sí, y el dragón de las -cien cabezas es cosa digna de verse. Después de todo, mejor sería que -hubieras ido tú mismo a buscarlas.</p> - -<p>—No importa—replicó Hércules—. Has hecho una excursión agradable y -arreglado el asunto tan bien como hubiera podido hacerlo<span class="pagenum"><a name="page_168" id="page_168"></a>{168}</span> yo mismo. Te -doy las gracias muy de veras por tu molestia. Y ahora, como he de ir -lejos y tengo prisa, porque el rey, mi primo, está impaciente por -recibir las manzanas de oro, ¿tendrás la amabilidad de volver a coger el -cielo y quitarle de encima de mis hombros?</p> - -<p>—En eso—dijo el gigante tirando al aire las manzanas a veinte leguas -de altura o cosa así, y cogiéndolas cuando caían—, en eso me parece, mi -buen amigo, que eres poco razonable. ¿No podría llevar yo las manzanas -de oro al rey, tu primo, mucho más de prisa que tú? Ya que Su Majestad -tiene tanto afán por recibirlas, yo te prometo dar las zancadas más -largas que pueda. Y además, que no tengo humor de cargar ahora mismo con -el cielo otra vez.</p> - -<p>Al oir esto se impacientó Hércules, e hizo un gran movimiento de -hombros. Era durante el crepúsculo, y hubierais podido ver caer de su -sitio dos o tres estrellas. Todo el mundo, en la Tierra, miró hacia -arriba asustado, pensando si el cielo se caería inmediatamente después.</p> - -<p>—¿Qué es eso?—gritó el gigante Atlas riendo estrepitosamente—. En los -últimos cinco siglos no he dejado yo caer tantas estrellas. Cuando -lleves ahí tanto tiempo como he estado yo, aprenderás a tener calma.<span class="pagenum"><a name="page_169" id="page_169"></a>{169}</span></p> - -<p>—¡Cómo!—gritó Hércules muy rabioso—. ¿Te propones hacerme sostener -esta carga toda la vida?</p> - -<p>—Eso lo veremos un día de éstos—respondió el gigante—. Y, en todo -caso, no debes quejarte si tienes que aguantarla cien años o mil. Mucho -más tiempo la he sostenido yo, a pesar del dolor de espaldas. Si al cabo -de mil años me da la humorada, muy bien puede suceder que venga a -relevarte. Eres hombre muy fuerte, y nunca tendrás mejor ocasión de -demostrarlo. La posteridad hablará de ti, te lo aseguro.</p> - -<p>—¡Me importa un rábano que hable o no hable!—exclamó Hércules con otra -sacudida de hombros—. Sostén el cielo un instante con la cabeza, -¿quieres? Voy a hacerme una almohadilla con mi piel de león, para apoyar -el peso encima. Realmente me está despellejando, y me causaría una -molestia innecesaria en tantos siglos como he de estar aquí.</p> - -<p>—Eso sí lo haré—dijo el gigante, que no quería mal a Hércules, y si se -portaba de tal manera lo hacía sólo por buscar, con demasiado egoísmo, -su propia conveniencia—. Consiento en sostener otra vez el cielo, cinco -minutos justos; pero cinco minutos nada más, acuérdate bien. No tengo -ganas de pasar otros mil años como estos últimos. La variedad es la sal -de la vida.<span class="pagenum"><a name="page_170" id="page_170"></a>{170}</span></p> - -<p>¡Ah, y qué torpe era aquel gigante! Echó a rodar las áureas manzanas, y -recibió otra vez el cielo de la cabeza y las espaldas de Hércules sobre -las suyas, que eran las que debían sostenerle. Hércules recogió las tres -manzanas de oro, grandes como calabazas, o más, y se fué derechito hacia -su casa, sin prestar la más pequeña atención a las desaforadas voces que -le daba el gigante, gritándole que volviera. Alrededor de sus pies -creció una nueva selva, y se hizo vieja allí, y otra vez pudieron verse -robles de cinco o seis siglos, que se habían hecho añosos entre sus -enormes dedos.</p> - -<p>Y allí está el gigante aún, o por lo menos allí hay una montaña tan alta -como él y que lleva su nombre. Y cuando el trueno retumba en la cima, -podemos figurarnos que es la voz del gigante Atlas, que en vano llama a -Hércules.</p> - -<div class="figcenter" style="width: 166px;"> -<a href="images/illus-170_lg.jpg"> -<img src="images/illus-170_sml.jpg" width="166" height="131" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_171" id="page_171"></a>{171}</span></p> - -<div class="figcenter" style="width: 277px;"> -<a href="images/illus-171_lg.jpg"> -<img src="images/illus-171_sml.jpg" width="277" height="121" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<h3>AL AMOR DE LA LUMBRE</h3> - -<p class="nind"><span class="letra">P</span><span class="smcap">rimo</span> Eustaquio—preguntó Trébol, que durante todo el cuento había -estado sentado a los pies del narrador con la boca abierta—, ¿qué -altura exacta tenía el gigante?</p> - -<p>—¡Oh, Trébol, Trébol!—exclamó el estudiante—. ¿Te figuras que estaba -yo allí con la vara en la mano para medirle? En fin, si quieres saberlo, -poco más o menos, supongo que debía tener de tres a quince millas de -alto.</p> - -<p>—¡Dios mío—dijo el niño con un gruñido de satisfacción—, eso es ser -gigante de veras! ¿Y qué largo tenía el dedo meñique?</p> - -<p>—Desde esta casa al lago—dijo Eustaquio.</p> - -<p>—¡Eso es ser gigante de veras!—repitió Trébol, en éxtasis ante la -precisión de las medidas—. ¿Y qué anchura tendrían los hombros de -Hércules?<span class="pagenum"><a name="page_172" id="page_172"></a>{172}</span></p> - -<p>—Eso no lo he podido averiguar nunca—respondió el estudiante—. Pero -me figuro que debían ser un poco más anchos que los míos o que los de tu -padre, y en general un poco más que los de cualquier hombre de los de -ahora.</p> - -<p>—Quisiera—murmuró Trébol, acercando sus labios al oído del -estudiante—que me dijeras qué tamaño tenían las encinas que brotaron -entre los dedos del gigante.</p> - -<p>—Eran más grandes—dijo Eustaquio—que el castaño que hay delante de la -casa del capitán Smith.</p> - -<p>—Eustaquio—observó el señor Pringle, después de un momento de -meditación—, me es imposible expresar respecto de este cuento una -opinión que halague tu amor propio de autor. Te aconsejo que no vuelvas -a meterte con los mitos clásicos. Tu imaginación es completamente -gótica, e inevitablemente dará un carácter gótico a todo lo que toques. -Lo cual es de tan mal efecto como embadurnar con pintura una estatua de -mármol. ¡Ese gigante! ¿Cómo te has atrevido a intercalar esa masa -inmensa y desproporcionada entre los correctos perfiles de la fábula -griega, cuya tendencia es reducir a límite hasta lo extravagante, a -fuerza de dominadora elegancia?</p> - -<p>—He descrito al gigante como me ha parecido—respondió Eustaquio un -poco molesto<span class="pagenum"><a name="page_173" id="page_173"></a>{173}</span>—. Y si usted, señor, quiere tomarse el trabajo de poner -su entendimiento en relación con esas fábulas, como es de necesidad si -ha de modelarlas usted de nuevo, verá usted, sin duda, que un griego -antiguo no tenía más derecho sobre ellas que un yanqui moderno. Son -propiedad común del mundo, y en todos los tiempos. Los antiguos poetas -las amoldaron a su gusto, y ellas cedieron entre sus manos con su -plasticidad maravillosa. ¿Por qué no han de ceder también entre las -mías?</p> - -<p>El señor Pringle no pudo contener una sonrisa.</p> - -<p>—Y además—continuó Eustaquio—, en el momento en que pone usted en un -molde clásico algo que sea calor de corazón, pasión o afecto, moralidad -divina o humana, lo convierte usted en algo completamente distinto de lo -que fué antes. Mi opinión es que los griegos, al tomar posesión de estas -leyendas, que fueron patrimonio inmemorial de la Humanidad, y ponerlas -en forma de belleza, indestructible, es cierto, pero fría y sin corazón, -han hecho a todos los siglos subsiguientes un daño irreparable.</p> - -<p>—Que tú, sin duda, has nacido para remediar—dijo el señor Pringle, -echándose a reir—. Está bien; sigue, sigue, pero sigue también mi -consejo, y no imprimas nunca ninguna de tus historias vestidas de -máscara. Y para tu próximo<span class="pagenum"><a name="page_174" id="page_174"></a>{174}</span> esfuerzo, ¿por qué no intentas renovar -alguna de las leyendas de Apolo?</p> - -<p>—¡Ah, señor mío! Me lo propone usted como si fuera un -imposible—observó el estudiante después de un momento de reflexión—. Y -a decir verdad, a primera vista, la idea de un Apolo gótico parece un -tanto descabellada; pero aprovecharé la indicación, y no desespero de -hacer algo que valga la pena.</p> - -<p>Durante la discusión precedente, los niños, que no entendieron palabra -de ella, se habían ido quedando dormidos, y ahora los mandaron a la -cama. Se oían sus vocecillas soñolientas, mientras iban subiendo la -escalera, y un viento Noroeste rugía ásperamente entre las copas de los -árboles y cantaba antífonas en torno a la casa. Eustaquio Bright se -volvió al despacho, y de nuevo intentó forjar unos cuantos versos, pero -se quedó dormido entre dos rimas.</p> - -<div class="figcenter" style="width: 136px;"> -<a href="images/illus-174_lg.jpg"> -<img src="images/illus-174_sml.jpg" width="136" height="113" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_175" id="page_175"></a>{175}</span></p> - -<h2><a name="EL_CANTARO_MILAGROSO" id="EL_CANTARO_MILAGROSO"></a>EL CÁNTARO MILAGROSO</h2> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_176" id="page_176"></a>{176}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_177" id="page_177"></a>{177}</span> </p> - -<div class="figcenter" style="width: 281px;"> -<a href="images/illus-177_lg.jpg"> -<img src="images/illus-177_sml.jpg" width="281" height="123" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<h3><a name="EN_LA_VERTIENTE_DE_LA_COLINA" id="EN_LA_VERTIENTE_DE_LA_COLINA"></a>EN LA VERTIENTE DE LA COLINA</h3> - -<p class="nind"><span class="letra">¿D</span><span class="smcap">ónde</span> y cómo piensan ustedes que volvemos a encontrar a los niños? No -ya en invierno, sino en el alegre mes de Mayo. No ya en el cuarto de -juegos de Tanglewood, ni junto a la lumbre, sino a media vertiente de -una monstruosa colina o más bien montaña, porque acaso montaña nos -podamos atrever a llamarla. Habían subido de casa con el valeroso -propósito de subir esta alta colina hasta la misma pelada cumbre. Claro -que no era tan alta como el Chimborazo o el Mont-Blanc. Pero, de todos -modos, era más alta que miles de collados o que millones de toperas. Y -medida en relación de los pasos cortos de los niños pequeños, se la -podía considerar como montaña verdaderamente respetable.<span class="pagenum"><a name="page_178" id="page_178"></a>{178}</span></p> - -<p>¿Iba con ellos el primo Eustaquio? De eso pueden ustedes estar seguros; -porque, a no ser así, ¿cómo iba el libro a adelantar un solo paso? -Estaba ahora en sus vacaciones de primavera, tenía próximante el mismo -aspecto que cuando le vimos hace cuatro o cinco meses, excepto que si se -le miraba muy de cerca, se podía advertir sobre el labio superior un -asomo de bigote sumamente cómico. Dejando aparte esta señal de madura -virilidad, pueden ustedes seguir considerando a Eustaquio tan chiquillo -como cuando le conocieron por vez primera. Seguía tan alegre, tan -divertido, tan de buen humor, tan ligero de pies y de ingenio, y -continuaba siendo el favorito de los pequeñuelos, como lo había sido -siempre. Esta expedición a la montaña era por completo idea suya. Y -durante todo el camino cuesta arriba, había ido animando a los mayores -con su alegre voz; y cuando los pequeños se cansaban, los llevaba a -cuestas por turno. De este modo habían pasado ya los huertos y los -pastos de la parte baja de la colina, y habían llegado al bosque que -trepa hacia la cumbre pelada.</p> - -<p>El mes de Mayo se había portado esta vez mejor que de costumbre, y era -el día más agradable que pudiera desear un corazón de hombre o de niño. -Monte arriba, la gente menuda iba encontrando infinidad de violetas, -azules, y blancas, y algunas tan doradas como si las<span class="pagenum"><a name="page_179" id="page_179"></a>{179}</span> hubiese tocado el -mismo Midas. Las margaritas blancas cubrían las praderas. En el linde -del bosque había columbinas rojo pálido, tan modestas que a toda costa -querían esconderse del sol, y geranios silvestres, y las mil flores -blancas del fresal silvestre...</p> - -<p>Pero no malgastemos nuestras valiosas páginas en hablar tontamente de la -primavera y de sus flores. Hay algo, me parece, más interesante de que -tratar. Si miráis al grupo de niños, veréis que están todos reunidos en -torno de Eustaquio, el cual, sentado en el tronco de un árbol caído, -parece estar a punto de empezar un cuento. El caso es que los más -jóvenes de la tropa han encontrado que hacen falta demasiados pasos para -medir la altura de la colina, y por lo tanto, el primo Eustaquio ha -decidido dejarles en este mismo sitio, a mitad de camino, esperando a -que el grupo de mayores termine la ascensión y vuelva a buscarles. Y -como se quejan un poco, porque no les gusta que les dejen atrás, les -reparte unas cuantas manzanas que saca del bolsillo, y les propone -contarles un cuento muy bonito. Con lo cual vuelven a alegrarse, y -cambian sus miradas ofendidas en la más radiante de las sonrisas.</p> - -<p>En cuanto al cuento, yo, que estaba escondido detrás de unas matas, le -pude oir, y os le contaré en las páginas siguientes.<span class="pagenum"><a name="page_180" id="page_180"></a>{180}</span></p> - -<div class="figcenter" style="width: 171px;"> -<a href="images/illus-180_lg.jpg"> -<img src="images/illus-180_sml.jpg" width="171" height="129" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_181" id="page_181"></a>{181}</span></p> - -<div class="figcenter" style="width: 280px;"> -<a href="images/illus-181_lg.jpg"> -<img src="images/illus-181_sml.jpg" width="280" height="125" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<h3>EL CÁNTARO MILAGROSO</h3> - -<p class="nind"><span class="letra">U</span><span class="smcap">na</span> tarde, hace mucho tiempo, el anciano Filemón y su mujer, Baucis, -también anciana, estaban sentados a la puerta de su cabaña, disfrutando -la tranquila y hermosa puesta de sol. Ya habían cenado frugalmente, y -querían pasar una o dos horas tranquilas antes de acostarse. Hablaban de -su huerto, de su vaca, de sus abejas y de su parra, que trepaba por la -pared de la choza, y cuyos racimos empezaban ya a ponerse color púrpura. -Pero del pueblo próximo llegaban hasta ellos gritos de chiquillos y -ladridos de perros, que cada vez iban siendo más fuertes; tanto, que -Filemón y Baucis apenas podían entenderse.</p> - -<p>—Mujer—dijo Filemón—, temo que algún pobre viajero venga buscando -hospitalidad, y<span class="pagenum"><a name="page_182" id="page_182"></a>{182}</span> que nuestros vecinos, en vez de darle alimento y -posada, hayan soltado contra él los perros, como acostumbran.</p> - -<p>—Sí—respondió Baucis—. Ya podían nuestros vecinos tener un poco más -de bondad con sus semejantes, y no educar a sus hijos en tan malos -sentimientos, animándoles a tirar piedras a los forasteros.</p> - -<p>—Estos niños nunca harán nada bueno—dijo Filemón moviendo la cabeza ya -blanca—. A decir verdad, esposa mía, no me sorprenderá que el día menos -pensado suceda algo terrible a todas las gentes del pueblo, si es que no -se enmiendan. Pero tú y yo, mientras la Providencia nos dé un pedazo de -pan, estaremos dispuestos a repartirlo con cualquier pobre forastero que -lo necesite.</p> - -<p>—Es verdad—dijo Baucis—. Así lo haremos.</p> - -<p>Estos dos viejos eran muy pobres y tenían que trabajar mucho para vivir. -Filemón cultivaba cuidadosamente su huerto, mientras Baucis estaba -siempre hilando en su rueca o haciendo un poco de manteca y de queso con -la leche de su vaca, o arreglando la casa. Su alimento consistía casi -siempre en pan, leche y verduras, y algunas veces un poco de miel de su -colmena o un racimo de uvas de la parra. Pero eran dos personas de las -mejores del mundo, y con alegría<span class="pagenum"><a name="page_183" id="page_183"></a>{183}</span> se hubiesen quedado alguna vez sin -comer, con tal de no negar un pedazo de su pan moreno, una taza de leche -recién ordeñada y una cucharada de miel, al caminante cansado que pasase -por su puerta. Les parecía que tales huéspedes tenían una especie de -santidad, y que, por lo tanto, estaban obligados a tratarles mejor que a -sí mismos.</p> - -<p>La cabaña estaba en una altura a alguna distancia del pueblo, que yacía -en un hondo valle de una media milla de ancho. Aquel valle, en tiempos -pasados, cuando el mundo era nuevo, probablemente había sido el lecho de -un lago. Allí habían vivido peces, y en las orillas habían crecido -juncos, y los árboles y las colinas habían visto reflejada su imagen en -el ancho y pacífico espejo. Pero cuando las aguas disminuyeron, los -hombres cultivaron el suelo y edificaron casas sobre él; de modo que a -la sazón era un terreno fértil y no quedaban más huellas del antiguo -lago que un arroyo que iba haciendo curvas por en medio del pueblo y -surtía de agua a los habitantes... Tanto tiempo hacía que el valle era -terreno seco, que habían nacido en él árboles, habían crecido robustos, -se habían muerto de viejos y habían sido sustituídos por otros que ya -eran tan altos y majestuosos como los primeros. Nunca ha habido valle -más hermoso ni más fértil. Sólo la vista de la abundancia<span class="pagenum"> -<a name="page_184" id="page_184"></a>{184}</span> que les -rodeaba hubiera debido hacer a sus habitantes buenos y compasivos, -dispuestos a demostrar su gratitud a la Providencia, haciendo bien a sus -semejantes.</p> - -<p>Pero, triste es decirlo, los moradores de aquel hermoso valle no eran -dignos de vivir en lugar sobre el cual había sonreído el cielo con tal -benevolencia. Eran egoístas y duros de corazón, no tenían lástima de los -pobres ni simpatía hacia los desvalidos. Si alguien les hubiese dicho -que todo ser humano tiene una deuda de amor para con los demás hombres, -porque ese es el único modo de pagar el amor que a todos nos tiene la -Providencia, se hubiesen echado a reir. Trabajo os costará creer lo que -voy a contaros. Aquellas gentes malvadas enseñaban a sus hijos a ser -peores que ellos, y aplaudían para animarlos, viendo a los niños y a las -niñas correr detrás de algún forastero pobre, dando gritos y tirándole -piedras. Criaban perros grandes y feroces, y cuando un viajero se -atrevía a pasar por las calles del pueblo, aquellos animales le seguían, -ladrando y enseñando los dientes. Luego, si podían, le mordían una -pierna o la ropa, y si andrajoso estaba el infeliz antes de entrar en el -pueblo, cuando salía de él era una pura lástima. Cosa terrible para los -pobres caminantes, como podréis suponer, especialmente cuando acertaban -a estar enfermos</p> - -<div class="figcenter" style="width: 327px;"> -<a href="images/illus-184b_lg.jpg"> -<img src="images/illus-184b_sml.jpg" width="327" height="503" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<div class="figcenter" style="width: 320px;"> -<a href="images/illus-184c_lg.jpg"> -<img src="images/illus-184c_sml.jpg" width="320" height="500" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_185" id="page_185"></a>{185}</span> </p> - -<p class="nind">o débiles, o eran cojos o viejos. Estos infelices (si sabían ya de antes -el modo de portarse que tenían aquellos niños y aquellos perros) eran -capaces de rodear leguas enteras por no volver a pasar por el pueblo.</p> - -<p>Y lo peor de todo era que cuando acertaba a pasar por allí algún viajero -que llevase coche con buenos caballos, y sirvientes con ricas libreas -acompañándole, no había gentes más amables y obsequiosas que los -habitantes de aquel pueblo. Se quitaban todos el sombrero y hacían -profundas reverencias. Y si los niños chillaban por costumbre, de seguro -se ganaban un buen pellizco; y si un solo perro se atrevía a ladrar, su -amo le daba una paliza y le ataba sin darle de cenar; todo lo cual -hubiera estado muy bien, a no ser porque demostraba que los aldeanos se -preocupaban mucho del dinero que los forasteros pudieran llevar en el -bolsillo, y nada del alma humana, que lo mismo vive en el mendigo que en -el príncipe.</p> - -<p>Ahora podéis comprender por qué el anciano Filemón y su mujer, Baucis, -hablaban con tanta tristeza al oir los gritos y ladridos que les -llegaban desde el extremo de la calle del pueblo.</p> - -<p>—Nunca he oído a los perros ladrar tan fuerte—observó el buen anciano.</p> - -<p>—Ni a los chiquillos gritar tanto—respondió su mujer.<span class="pagenum"><a name="page_186" id="page_186"></a>{186}</span></p> - -<p>Se miraban cabeceando, y el ruido se acercaba cada vez más, hasta que al -pie mismo de la altura sobre la cual estaba edificada su casita, vieron -a dos caminantes que se acercaban. Los perros les seguían de cerca, -ladrando. Un poco detrás venía corriendo multitud de chiquillos que -chillaban y tiraban piedras a los dos forasteros. Una o dos veces, el -más joven de los dos (era delgado y de aspecto muy vivo) se volvió y -golpeó a los perros con un bastón que llevaba en la mano. Su compañero, -que era muy alto, andaba despacio, como si no se dignase reparar en los -chiquillos ni en los perros.</p> - -<p>Los dos viajeros iban pobremente vestidos, y parecía que no tuviesen -dinero bastante en el bolsillo para pagar el alojamiento de una noche. -Por eso, sin duda, los del pueblo habían consentido a sus hijos y a sus -perros que les tratasen tan mal.</p> - -<p>—Vamos, mujer—dijo Filemón—, salgamos al encuentro de esas pobres -gentes. Sin duda les falta valor para subir hasta aquí.</p> - -<p>—Anda tú—dijo la mujer—, mientras yo voy dentro y veo si encuentro -algo que darles de comer. Una buena taza de sopas de leche me parece que -les sentaría admirablemente.</p> - -<p>Diciendo esto, entró en la casa. Filemón, por su parte, se adelantó y -alargó la mano con aire tan hospitalario, que no era menester decir lo<span class="pagenum"><a name="page_187" id="page_187"></a>{187}</span> -que, sin embargo, dijo con el tono más amable que podáis figuraros.</p> - -<p>—¡Bien venidos, señores forasteros, bien venidos!</p> - -<p>—Gracias—respondió el más joven con tono jovial, a pesar de su -cansancio y su molestia—. Éste es un recibimiento muy distinto del que -hemos encontrado en el pueblo. ¿Cómo vives en tan mala vecindad?</p> - -<p>—¡Ah!—observó Filemón con tranquila y bondadosa sonrisa—, creo que la -Providencia me ha puesto aquí, entre otras razones, para que pueda -desagraviaros por la falta de hospitalidad de mis vecinos.</p> - -<p>—¡Bien dicho, viejo!—exclamó el viajero echándose a reir—. Y a decir -verdad, desagravios necesitamos mi compañero y yo. Esos chiquillos, -¡grandísimos tunantes!, nos han puesto perdidos de barro, y uno de los -perros me ha rasgado la capa, que ya estaba la pobre bastante andrajosa. -Pero le he dado en el hocico con el bastón. Me figuro que le habréis -oído aullar desde aquí.</p> - -<p>Filemón se alegró al verle tan contento. En realidad, nadie hubiese -dicho, por su risueño aspecto y sus modales, que venía cansado por todo -un largo día de viaje, ni que estaba descorazonado por el mal trato que -encontró para fin de jornada. Iba vestido de modo más bien extraño,<span class="pagenum"><a name="page_188" id="page_188"></a>{188}</span> y -llevaba una especie de gorro, cuyas alas sobresalían a los lados. Aunque -era tarde de verano, llevaba capa y se envolvía estrechamente en ella, -acaso porque la ropa que llevaba debajo estaba demasiado rota. A Filemón -le sorprendió también la forma extraña de sus zapatos; pero estaba -anocheciendo, y como el anciano tenía ya la vista cansada, no pudo darse -cuenta exacta de en qué consistía la rareza. Una cosa le intrigaba sobre -todo: el viajero era tan extraordinariamente ligero y activo, que -parecía como si los pies se le levantasen del suelo por sí mismos y -tuviese que sujetarlos a la fuerza.</p> - -<p>—En mi juventud tenía yo también los pies ligeros—dijo Filemón al -caminante—, pero recuerdo que al llegar la noche solía tenerlos un poco -cansados.</p> - -<p>—No hay nada como un buen bastón para aligerar el camino—respondió el -forastero—, y el mío es excelente, como puedes ver.</p> - -<p>El bastón, en efecto, era el más extraño que Filemón había visto en su -vida. Estaba hecho de madera de olivo y tenía en el puño como un par de -alitas. Dos serpientes, talladas en la madera, se retorcían en derredor -del palo, y estaban tan bien esculpidas, que al anciano Filemón (cuyos -ojos, como ya he dicho, estaban un poco torpes) casi le parecieron -vivas.</p> - -<p>—Curioso trabajo, en verdad—dijo—. ¡Un<span class="pagenum"><a name="page_189" id="page_189"></a>{189}</span> bastón con alas! No haría mal -caballito de palo para un niño.</p> - -<p>Filemón y sus huéspedes habían ya llegado a la puerta de la casa.</p> - -<p>—Amigos—dijo el viejo—, sentaos y descansad en este banco. Mi mujer, -Baucis, ha ido a ver qué puede daros de comer. Somos pobres, pero -vuestro es todo lo que haya en la alacena.</p> - -<p>El más joven de los viajeros se tendió descuidadamente en el banco y -dejó caer el bastón. Y sucedió una cosa maravillosa. El bastón pareció -levantarse del suelo con movimiento propio, y extendiendo su par de -diminutas alas fué medio volando, medio saltando, a apoyarse en la -pared. Allí se estuvo quieto, pero las serpientes se retorcían. Esto vió -Filemón; pero, a mi parecer, los ojos cansados le hacían ver visiones.</p> - -<p>Antes de que pudiesen preguntar nada, el viajero de más edad distrajo su -atención del bastón, diciéndole:</p> - -<p>—¿No había aquí, en tiempos muy antiguos, un lago que cubría el lugar -donde ahora está la aldea?</p> - -<p>La voz del forastero era extraordinariamente grave.</p> - -<p>—No en mis días, amigo—respondió Filemón—, y eso que, como ves, soy -ya viejo. Siempre hubo, como ahora, los mismos campos<span class="pagenum"><a name="page_190" id="page_190"></a>{190}</span> y las mismas -praderas, y los árboles viejos, y el arroyo que murmura en medio del -valle. Ni mi padre ni el padre de mi padre vieron cosa distinta, y sin -duda todo estará lo mismo cuando el viejo Filemón esté ya muerto y -olvidado.</p> - -<p>—Eso ya no se puede asegurar—observó el forastero, y en su voz había -severidad extraordinaria. Movió la cabeza, sacudiendo con el movimiento -su cabello negro y rizado—. Puesto que los habitantes de este valle han -olvidado los afectos y simpatías de su naturaleza, más valdría que el -lago cayese de nuevo sobre sus moradas.</p> - -<p>El viajero parecía tan serio, que Filemón casi se asustó; tanto más, -cuanto que al fruncir él el ceño, el crepúsculo pareció obscurecerse de -pronto, y cuando movió la cabeza sonó un trueno en el aire.</p> - -<p>Pero, un momento después, el rostro del viajero volvió a ser tan amable -y bondadoso, que el anciano olvidó su terror casi por completo. Sin -embargo, no pudo menos de pensar que aquel caminante no era un ser -vulgar, aunque iba vestido tan modestamente y viajaba a pie. No es que -Filemón le tomase por algún príncipe disfrazado o cosa por el estilo; -más bien creyó que sería algún hombre muy sabio, que andaba por el mundo -en tan pobre atavío despreciando la riqueza y los bienes terrenos, y<span class="pagenum"><a name="page_191" id="page_191"></a>{191}</span> -buscando por todas partes algo que pudiese aumentar su sabiduría. Esta -idea parecía más probable, porque cuando Filemón alzó los ojos hasta el -rostro del viajero, le pareció ver más pensamiento en una sola mirada de -las suyas, que todo el que hubiese podido dar una vida entera consagrada -al estudio.</p> - -<p>Mientras Baucis estaba preparando la comida, los viajeros empezaron a -charlar con Filemón muy amablemente. El más joven era -extraordinariamente locuaz, y hacía observaciones tan agudas e -ingeniosas, que el buen hombre no podía menos de echarse a reir, y -pensaba que nunca había tropezado con persona más divertida.</p> - -<p>—Amigo—le preguntó, cuando ya fué tomando más confianza—, ¿cómo te -llamas?</p> - -<p>—Soy bastante vivo, como ves—respondió el viajero—; así es que puedes -llamarme Azogue; creo que el nombre no me estará mal.</p> - -<p>—¿Azogue?—repitió Filemón, mirando cara a cara al viajero, por ver si -se estaba burlando de él—. Sí que es nombre raro. Y tu compañero, -¿también tiene uno por el estilo?</p> - -<p>—Pregunta al trueno y te lo dirá—respondió Mercurio misteriosamente—. -No hay voz bastante fuerte para pronunciarle.</p> - -<p>Esta observación, fuese en serio o en broma, hubiese asustado un tanto a -Filemón, si al mirar<span class="pagenum"><a name="page_192" id="page_192"></a>{192}</span> al forastero de más edad no hubiese reparado en la -expresión extraordinariamente bondadosa de su rostro. Sin duda era la -figura más grandiosa que había visto nunca.</p> - -<p>Cuando hablaba, lo hacía con gravedad y de tal modo, que Filemón se -sentía irresistiblemente impulsado a decirle todo lo que tenía en el -corazón. Esto es lo que las gentes sienten siempre cuando se encuentran -con una persona lo suficientemente sabia y prudente para comprender todo -el bien y el mal, y no despreciar ni lo uno ni lo otro.</p> - -<p>Pero Filemón, hombre sencillo y bondadoso, no tenía muchos secretos que -descubrir. Habló, sí, gárrulamente, de los acontecimientos de su vida -pasada, en cuyo transcurso nunca se alejara unas cuantas leguas de aquel -lugar. Su mujer, Baucis, y él, habían vivido desde su juventud en -aquella casita, ganando el pan con su trabajo honrado, siempre pobres, -pero siempre contentos. Dijo cuán excelentes eran el queso y la manteca -que hacía Baucis, y cuán sabrosas las verduras que cultivaba él en el -huerto. También dijo que por lo mucho que se querían, su único deseo era -que la muerte no les separase, y que anhelaban morir juntos, como habían -vivido. Cuando oyó esto el forastero, una sonrisa iluminó su rostro, y -su expresión se hizo tan suave como grandiosa.<span class="pagenum"><a name="page_193" id="page_193"></a>{193}</span></p> - -<p>—Eres un buen viejo—dijo a Filemón—y tienes una excelente mujer por -compañera. Justo es que se logre vuestro deseo.</p> - -<p>Y parecióle a Filemón, precisamente entonces, como si las nubes de la -puesta del sol se encendiesen repentinamente hacia Poniente, iluminando -en fugitiva llama todo el cielo.</p> - -<p>Baucis había preparado ya la comida, y saliendo a la puerta comenzó a -disculparse por la pobreza de los manjares que podía ofrecer a sus -huéspedes.</p> - -<p>—Si hubiéramos sabido que veníais—dijo—, mi marido y yo no hubiésemos -probado bocado, para que pudieseis encontrar mejor cena. Pero he gastado -casi toda la leche en hacer queso, y el último pan casi nos le hemos -comido. ¡Ay de mí: nunca siento ser pobre, más que cuando un necesitado -llama a mi puerta!</p> - -<p>—Todo se arreglará; no te apures, mujer—repuso el forastero de más -edad, bondadosamente—. Un recibimiento honrado y cordial hace -maravillas y es capaz de convertir los manjares más humildes en néctar y -ambrosía.</p> - -<p>—Recibimiento cordial sí le tendréis—exclamó Baucis—, y además un -poco de miel, que por casualidad me queda, y un racimo de uvas color de -púrpura.</p> - -<p>—Pero, ¡madre Baucis, eso es un festín!—exclamó Azogue, riéndose—. -¡Un festín completo!<span class="pagenum"><a name="page_194" id="page_194"></a>{194}</span> Y ya verás qué bien represento yo mi papel de -invitado. ¡Creo que en mi vida he tenido más hambre!</p> - -<p>—¡Los dioses nos ayuden!—dijo por lo bajo Baucis a su marido—. ¡Si -este joven trae el hambre que dice, temo que va a quedarse a medio -cenar!</p> - -<p>Todos entraron en la cabaña.</p> - -<p>Y ahora, oyentes míos, ¿queréis que os cuente algo que os hará abrir los -ojos de par en par? Verdaderamente es una de las cosas más extrañas de -toda esta historia. Recordaréis que el bastón de Mercurio se había -apoyado en la pared de la casa. Bueno; pues cuando su dueño entró en -ella, dejándole olvidado, ¿qué hizo el bastón? Abrir inmediatamente las -alas y subir, dando saltos, los escalones de la puerta. Tap, tap, tap -iba haciendo por el suelo de la cocina, y no se quedó quieto hasta que -llegó a colocarse, con gran seriedad y decoro, junto a la silla de -Azogue. El anciano Filemón y su mujer estaban tan atareados atendiendo a -sus huéspedes, que no repararon en lo que estaba haciendo el bastón.</p> - -<p>Como Baucis había dicho, la comida era escasa para dos caminantes -hambrientos. En medio de la mesa había un trozo de pan negro con un -pedacito de queso, y en un plato un panal con miel. Había un gran racimo -de uvas<span class="pagenum"><a name="page_195" id="page_195"></a>{195}</span> para cada uno de los huéspedes. Y un cantarillo de barro, casi -lleno de leche, estaba en un extremo de la mesa; pero cuando Baucis hubo -llenado dos tazones y los hubo colocado delante de los forasteros, sólo -quedaba un poco de leche en el fondo del cantarillo. ¡Ay, es triste cosa -cuando un corazón generoso se encuentra apretado por la escasez! La -pobre Baucis hubiera deseado pasar hambre toda una semana, con tal de -que pudiera hacerse el milagro de dar a los hambrientos viajeros cena -más abundante.</p> - -<p>Y ya que la cena era tan escasa, no podía menos de desear que hubiesen -tenido un poco menos de apetito. En cuanto se sentaron, los viajeros se -bebieron del primer sorbo casi toda la leche de los tazones.</p> - -<p>—Un poco más de leche, madre—dijo Azogue—. El día ha sido caluroso y -estoy sediento.</p> - -<p>—¡Ay de mí!—respondió Baucis, confusa—. ¡Me da tanta pena y tanta -vergüenza! Pero la verdad es que apenas queda en el cántaro una sola -gota. ¡Ay, marido, marido!, ¿por qué no nos habremos pasado sin cenar?</p> - -<p>—Me parece—dijo Azogue, levantándose y cogiendo el cantarillo por el -asa—, me parece que no andan las cosas tan mal como dices. De seguro -hay más leche en el cántaro.<span class="pagenum"><a name="page_196" id="page_196"></a>{196}</span></p> - -<p>Diciendo esto, ¡cuál fué el asombro de Baucis, al ver que el viajero -llenó no sólo su tazón, sino el de su compañero, con leche del cántaro -que ella se figuraba estar casi vacío! La buena mujer apenas podía creer -lo que estaba viendo. Seguramente había echado en los tazones casi toda -la leche, y había visto la poca que en el fondo del cántaro quedaba, -antes de volverle a dejar encima de la mesa.</p> - -<p>—Como soy vieja—pensó Baucis—, ya no veo tan bien como antes. Me -habré equivocado. De todos modos, ahora sí que no puede menos de estar -vacío, después de haber llenado dos veces los tazones.</p> - -<p>—¡Qué leche tan rica!—observó Azogue, después de sorberse el segundo -tazón—. Perdón, excelente huéspeda, si te pido un poquito más.</p> - -<p>Baucis había visto claro, como la luz, que Azogue, al servirse, había -vuelto el cántaro completamente boca abajo, echando hasta la última gota -de leche al llenar el segundo tazón. Por lo tanto, no era posible que -quedase más. Y para hacérselo comprender así, levantó el cántaro e hizo -el movimiento de echar leche en el tazón de Azogue, sin la más remota -esperanza de que cayese nada. ¡Cuál fué, por lo tanto, su sorpresa, -cuando cayó en la taza tan abundante cascada, que el tazón se llenó -inmediatamente<span class="pagenum"><a name="page_197" id="page_197"></a>{197}</span> y la leche empezó a correr por la mesa! Las dos -serpientes, que estaban enroscadas en el bastón de Azogue, alargaron la -cabeza y empezaron a lamer la leche que se había vertido. Pero ni -Filemón ni Baucis repararon en esta circunstancia.</p> - -<p>¡Y qué deliciosa fragancia tenía! Parecía como si las vacas de Filemón -hubiesen pastado aquel día la hierba más rica del mundo. ¡Cómo me -alegraría si cada uno de vosotros pudiese tomar un tazón de leche como -aquélla, a la hora de cenar!</p> - -<p>—Y ahora, un poco de pan moreno, madre Baucis—dijo Azogue—, y un poco -de miel.</p> - -<p>Baucis cortó una rebanada, y aunque el pan, cuando ella y su marido le -comieron, estaba ya duro y seco, ahora estaba tierno como si acabase de -salir del horno. Probando una miga que se había caído en la mesa, le -pareció el pan más delicioso que había comido en su vida, y apenas podía -creer que ella misma lo hubiese amasado y cocido. Y sin embargo, ¿de qué -otra hogaza podía ser?</p> - -<p>¡Y la miel! Más vale que no intente describiros el color y el olor -exquisito que tenía: su color era el del oro más puro y transparente, y -olía a mil flores, pero flores como nunca han crecido en ningún jardín -de la tierra; para buscarlas, las abejas debieron haber volado muy<span class="pagenum"><a name="page_198" id="page_198"></a>{198}</span> por -encima de las nubes. Y lo maravilloso era que, después de revolotear -sobre jardines de tan deliciosa fragancia e inmortal florecimiento, se -hubiesen resignado a bajar otra vez a la humilde colmena del huerto de -Filemón. Nunca miel de este mundo ha tenido el color, el sabor y el -perfume de aquélla. El aroma flotaba en la cocina, y era tan delicioso -que, cerrando los ojos, instantáneamente hubieseis olvidado el techo -bajo y las paredes ahumadas, y hubieseis creído estar bajo una glorieta -de madreselvas. Aunque la pobre Baucis era mujer sencilla, no pudo menos -de pensar que allí estaba pasando algo extraordinario. Así es que, -después de servir a sus huéspedes el pan y la miel, se sentó al lado de -Filemón, y le dijo en voz baja lo que había visto.</p> - -<p>—¿Has oído nunca cosa semejante?—le preguntó.</p> - -<p>—No, nunca—respondió Filemón sonriendo—. Y creo más bien, vieja de mi -alma, que has estado soñando despierta. Si hubiese yo servido la leche, -hubiese visto lo que en realidad pasaba. Puede que hubiese en el cántaro -un poco más de la que tú creías; eso es todo.</p> - -<p>—¡Ay, marido!—dijo Baucis—, di lo que quieras; pero éstas son gentes -muy extrañas.</p> - -<p>—Bien, bien—respondió Filemón sin dejar de sonreir—, puede que lo -sean. Ciertamente,<span class="pagenum"><a name="page_199" id="page_199"></a>{199}</span> parece que en otros tiempos han debido estar en -mejor posición que ahora, y me alegro en el alma de ver que cenan con -tanto gusto.</p> - -<p>Cada uno de los huéspedes había cogido su racimo de uvas. Baucis, que se -estaba restregando los ojos para ver más claro, se figuró que los -racimos habían crecido, y que cada uno de los granos estaba a punto de -estallar, maduros y jugosos. Y era completamente incomprensible para -ella cómo tales uvas hubieran podido producirse nunca en la parra vieja -que trepaba por las paredes de su casa.</p> - -<p>—¡Admirables uvas!—observó Azogue, que las iba tragando una tras otra, -sin que, al parecer, el racimo disminuyese—. ¿De dónde las coges, -amable huésped?</p> - -<p>—De mi parra—respondió Filemón—. Desde aquí se pueden ver las ramas -retorciéndose detrás de la ventana; pero mi mujer y yo nunca creímos que -fuesen muy buenas.</p> - -<p>—Nunca las he comido mejores—respondió el huésped—. Otra tacita de -esa leche deliciosa, y bien puedo decir que he cenado mejor que un -príncipe.</p> - -<p>Esta vez fué Filemón el que se levantó y cogió el cántaro, porque tenía -curiosidad por saber si eran ciertas las maravillas que Baucis le había -contado. Bien sabía que su buena mujer era incapaz de mentir, y que -pocas veces se<span class="pagenum"><a name="page_200" id="page_200"></a>{200}</span> equivocaba en lo que suponía ser verdad. Pero era tan -peregrino el caso, que quería verlo con sus propios ojos. Al coger el -cántaro, miró hacia dentro y se convenció de que apenas contenía unas -cuantas gotas. De pronto, sin embargo, del fondo brotó como una -fuentecita blanca, que lo llenó hasta la boca de leche espumosa y -fragante. Suerte fué, y grande, que Filemón, en su sorpresa, no dejase -caer el cántaro milagroso.</p> - -<p>—¿Quiénes sois, maravillosos viajeros?—exclamó mucho más asombrado que -lo había estado su mujer.</p> - -<p>—Tus huéspedes, buen Filemón, y tus amigos—repuso el viajero de más -edad, con su voz grave y profunda, que al mismo tiempo parecía suave y -melodiosa—. Dame a mí también otra taza de leche, y así tu cántaro no -se vacíe nunca para la buena Baucis, para ti y para los caminantes -necesitados.</p> - -<p>Habiendo terminado la comida, los forasteros pidieron que les indicaran -sitio donde poder descansar. Los viejecillos hubiesen querido estar un -rato más hablando con ellos, para expresar la admiración que sentían y -su alegría al ver que la cena, pobre y escasa, había resultado mucho -mejor y más abundante de lo que creían. Pero el forastero de más edad -les había inspirado tal respeto, que no se atrevieron a<span class="pagenum"><a name="page_201" id="page_201"></a>{201}</span> preguntarle -nada, y cuando Filemón llevó a Azogue a un lado y le preguntó cómo era -posible que hubiese brotado una fuente de leche dentro de un cántaro, el -viajero señaló su bastón.</p> - -<p>—Ahí está todo el misterio—dijo Azogue—. Y si le puedes descifrar tú, -me alegraré muchísimo de que me comuniques lo que descubras. No puedo -contarte todo lo que hace ese bastón; siempre me está dando bromas de -éstas. Unas veces me trae la cena, otras me la roba. Si creyese yo en -semejantes tonterías, diría que está embrujado.</p> - -<p>No dijo más; pero les miró de un modo tan extraño, que los viejos -pensaron que estaba burlándose de ellos. El bastón mágico fué tras de su -amo dando saltos, cuando Azogue salió de la habitación. Cuando se -quedaron solos los dos viejos, hablaron un rato de los acontecimientos -de la noche, y luego se echaron a dormir en el suelo, porque habían dado -su cama a los huéspedes y no tenían otra más que aquellas tablas, que -ojalá hubieran sido tan blandas como sus corazones.</p> - -<p>El anciano y su mujer se levantaron temprano por la mañana, y los -viajeros también se levantaron con el sol y se prepararon a seguir su -camino.</p> - -<p>Filemón, hospitalariamente, les pidió que se<span class="pagenum"><a name="page_202" id="page_202"></a>{202}</span> quedaran un poco más, -hasta que Baucis ordeñase la vaca y cociese un panecillo en el horno, y -acaso hasta les encontrase algunos huevos para el desayuno. Pero los -viajeros querían andar buena parte del camino antes de que apretase -demasiado el sol. Por lo tanto, insistieron en marcharse inmediatamente, -pero pidieron a Filemón y a Baucis que les acompañasen un rato, para -enseñarles el camino que debían tomar.</p> - -<p>Así salieron los cuatro juntos de la casa, charlando como amigos -antiguos. Era, en verdad, notable lo de prisa que los dos ancianos -tomaron confianza con el viajero de más edad, y cómo sus almas honradas -y sencillas se perdían en la suya como dos gotas de agua se perderían en -el Océano sin límites. Y Azogue, con su ingenio agudo y regocijado, -parecía descubrir hasta el más pequeño pensamiento que apuntaba en sus -mentes, antes de que ellos mismos le hubiesen sospechado. A veces -deseaban, es verdad, que no fuese tan listo, y casi casi que tirase a -cien leguas su bastón, que tenía un aire tan endemoniadamente malicioso -con las serpientes, que no dejaban de retorcerse. Pero, pensándolo bien, -Azogue mostraba tan buen humor, que al fin y al cabo se hubiesen -alegrado de tenerle en casa a él, a su bastón y a sus serpientes, -mientras les durase la vida.<span class="pagenum"><a name="page_203" id="page_203"></a>{203}</span></p> - -<p>—¡Ay de mí!—exclamó Filemón cuando ya se hubieron alejado un poco de -la puerta—. Si nuestros vecinos supiesen lo bueno que es dar -hospitalidad a los forasteros, atarían sus perros y no volverían a -consentir a sus hijos que tirasen una sola piedra.</p> - -<p>—Es un pecado y una vergüenza para ellos el portarse así—exclamó con -vehemencia Baucis—, y hoy mismo he de bajar al pueblo y he de decir -cuatro verdades a esos desalmados.</p> - -<p>—Temo—observó Azogue, sonriendo maliciosamente—que no vas a encontrar -en casa a ninguno de ellos.</p> - -<p>El entrecejo de su compañero adquirió precisamente entonces tan grave, -austera y terrible grandiosidad, sin perder su serenidad por ello, que -ni Filemón ni Baucis se atrevieron a pronunciar palabra. Le miraron a la -cara con reverencia, como si hubiesen mirado al cielo.</p> - -<p>—Cuando los hombres no quieren portarse con el más humilde de los -extraños como si fuese hermano suyo—dijo el viajero en tono tan -profundo que su voz sonaba como la música de un órgano—, no son dignos -de existir sobre la Tierra, que fué creada para morada de la gran -hermandad humana.</p> - -<p>—Y ahora que hablamos de eso, viejos de mi alma—dijo Azogue con la -mirada más regocijada del mundo—, ¿dónde está el pueblo<span class="pagenum"><a name="page_204" id="page_204"></a>{204}</span> de que vamos -hablando? ¿A la derecha o a la izquierda? Me parece que no le veo por -ninguna parte.</p> - -<p>Filemón y su mujer se volvieron hacia el valle, donde, al ponerse el sol -el día antes, habían visto las praderas, las casas, los huertos, los -macizos de árboles, la calle ancha, los niños jugando y todas las -señales de trabajo, regocijo y prosperidad. Pero, ¡cuál fué su asombro! -¡No había allí ni asomo de aldea! Hasta el fértil valle, en cuyo hueco -yacía, había dejado de existir. En su lugar se veía la superficie amplia -y azul de un lago que llenaba la inmensa cuenca del valle de orilla a -orilla, y reflejaba las colinas circundantes con imagen tan tranquila -como si hubiese estado allí desde el principio del mundo. Un instante, -el lago permaneció completamente quieto. Luego una brisa pasó sobre él e -hizo bailar el agua y centellear y brillar a los tempranos rayos del -sol, y chocar con agradable murmullo contra la orilla.</p> - -<p>El lago parecía tan familiar en aquel sitio, que los dos viejos se -quedaron asombrados, como si pensaran que habían estado soñando con un -pueblo que nunca hubiera existido. Pero en seguida recordaron las casas -desaparecidas, y las caras y los caracteres de los habitantes, y -comprendieron que no soñaban. ¡El pueblo había estado allí ayer, pero ya -no estaba!<span class="pagenum"><a name="page_205" id="page_205"></a>{205}</span></p> - -<p>—¡Ay!—exclamaron los dos ancianos bondadosos—. ¿Qué ha sido de -nuestros pobres vecinos?</p> - -<p>—Ya no existen como hombres y mujeres—dijo el viajero de más edad con -su voz profunda, y un trueno pareció hacerle eco en la lejanía—. No -había en sus vidas ni utilidad ni belleza, porque nunca suavizaron ni -dulcificaron el duro destino de la Humanidad con el ejercicio de afectos -bondadosos entre hombres y hombres. No conservaron en su pecho la imagen -de una vida mejor, y por eso el lago que estaba aquí hace siglos, se ha -tendido de nuevo para reflejar el cielo.</p> - -<p>—Y en cuanto a aquellas gentes necias—dijo Azogue con su maliciosa -sonrisa—, todas se han convertido en peces. Poco han tenido que -cambiar, porque ya eran un puñado de pillos con escamas en el corazón y -sangre completamente fría. De modo, madre Baucis, que si tú o tu marido -tenéis capricho de comer una trucha a la parrilla, podéis echar un -anzuelo y pescar media docena de vuestros antiguos vecinos.</p> - -<p>—¡Ah!—exclamó Baucis estremeciéndose—. ¡Por todo el oro del mundo no -pondría una sola en la sartén!</p> - -<p>—No—añadió Filemón haciendo un gesto de desagrado—; ¡no las podríamos -atravesar!<span class="pagenum"><a name="page_206" id="page_206"></a>{206}</span></p> - -<p>—En cuanto a ti, buen Filemón—continuó el viajero de más edad—, y tú, -amable Baucis, con vuestros escasos medios habéis puesto tanta -cordialidad para recibir a unos pobres caminantes, que la leche se ha -convertido en inextinguible fuente de néctar, y el pan y la miel en -ambrosía. Así las divinidades han tenido en vuestra casa los mismos -manjares que forman sus banquetes en el Olimpo. Habéis hecho bien, -queridos amigos. Por lo tanto, pedid lo que más deseéis conseguir, y -está concedido.</p> - -<p>Filemón y Baucis se miraron, y luego no sé cuál de los dos habló; pero -lo que uno dijo era el deseo de sus dos corazones.</p> - -<p>—Queremos vivir juntos hasta nuestro último día, y salir de este mundo -en el mismo instante, cuando muramos. ¡Porque siempre nos hemos amado!</p> - -<p>—¡Así sea!—repuso el viajero con majestuosa bondad—. Y ahora, mirad -vuestra casa.</p> - -<p>Así lo hicieron; pero, ¡cuál fué su sorpresa al encontrarse con un gran -edificio de mármol blanco, con grandioso pórtico, que ocupaba el sitio -donde hasta hace un momento estaba su humilde morada!</p> - -<p>—Esa es vuestra casa—dijo el viajero sonriendo benévolamente—. -Ejercitad la hospitalidad en este palacio tan cordialmente como en la -pobre choza donde ayer tarde nos recibisteis.<span class="pagenum"><a name="page_207" id="page_207"></a>{207}</span></p> - -<p>Los ancianos se arrodillaron para darle las gracias; pero ya ni él ni -Azogue estaban allí.</p> - -<p>Así, Filemón y Baucis se instalaron en el palacio de mármol, y pasaron -días y días con gran satisfacción en recibir y agasajar a cuantos -viajeros pasaban por aquel camino. No debo olvidar deciros que el -cántaro conservó su virtud maravillosa de no estar nunca vacío cuando -hacía falta que estuviese lleno. Siempre que un huésped honrado, de buen -genio y de buen corazón, bebía un trago de aquel cántaro, comprendía que -era el líquido más agradable y nutritivo que hubiese bebido nunca. Pero -si un pillo de mal carácter, terco o malintencionado, acertaba a beber -de él, seguro estaba de hacer una mueca de desagrado, diciendo que la -leche estaba agria.</p> - -<p>Así el matrimonio, ya tan viejo, vivió en su palacio y envejeció más y -más. Por fin llegó una mañana de verano, en que Filemón y Baucis no -aparecieron sonrientes, como de costumbre, para llamar a sus huéspedes -de la noche anterior al desayuno. Los huéspedes los buscaron por todas -partes de arriba abajo, en el espacioso palacio, pero inútilmente.</p> - -<p>Por fin, después de mucha perplejidad, vieron frente al pórtico dos -venerables árboles, que nadie pudo recordar haber visto allí el día -antes. Allí estaban, con las raíces fuertemente<span class="pagenum"><a name="page_208" id="page_208"></a>{208}</span> hundidas en tierra, y -anchas copas, cuyo follaje daba sombra a toda la fachada del edificio: -uno era un tilo, otro un roble. Sus ramas—y era extraño y hermoso el -verlo—estaban mezcladas, y se enlazaban unas con otras; así es que cada -uno de los árboles parecía vivir en el seno de su compañero mucho más -que en el suyo propio.</p> - -<p>Mientras los huéspedes se maravillaban viendo cómo aquellos árboles, que -hubiesen necesitado casi un siglo para crecer así, podían haberse hecho -tan altos y venerables en una sola noche, se levantó un poco de viento y -movió las ramas entrelazadas. Y entonces hubo en el aire un profundo -murmullo, como si los dos misteriosos árboles estuviesen hablando.</p> - -<p>—Yo soy el viejo Filemón—murmuró el roble.</p> - -<p>—Y yo Baucis—murmuró el tilo.</p> - -<p>Y como el viento se hizo más fuerte, los dos árboles hablaron a un -tiempo—¡Filemón! ¡Baucis! ¡Baucis! ¡Filemón!—, como si ambos fuesen -uno solo y hablasen juntos desde lo más hondo de su corazón. Fácil era -de comprender que la anciana pareja había renovado su vida e iba a pasar -lo menos cien años tranquilos y deleitosos: Filemón convertido en roble -y Baucis en tilo. ¡Oh, qué hospitalaria la sombra que daban! Siempre que -un caminante se detenía</p> - -<div class="figcenter" style="width: 328px;"> -<a href="images/illus-208a_lg.jpg"> -<img src="images/illus-208a_sml.jpg" width="328" height="501" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_209" id="page_209"></a>{209}</span> </p> - -<p class="nind">bajo ella, oía un placentero murmullo de las hojas sobre su cabeza, y se -maravillaba al escuchar cómo el rumor aquél se parecía a un sonar de -palabras que dijese:</p> - -<p>—¡Bien venido, bien venido, viajero!</p> - -<p>Y algún alma buena, que sabía lo que hubiese agradado a Filemón y a -Baucis, construyó un banco circular alrededor de su tronco, donde mucho -tiempo después, los cansados, los hambrientos y los sedientos, -acostumbraban a descansar y a beber leche abundante del cántaro -milagroso.</p> - -<p>—¡Ojalá nosotros le tuviéramos aquí ahora!</p> - -<p>—¿Cuánto cabía el cántaro?—preguntó Trébol.</p> - -<p>—Dos cuartillos escasos—respondió el estudiante—; pero podías estar -sacando leche de él hasta llenar una artesa. La verdad es que manaba sin -cesar, y no se secaba ni en pleno verano, lo cual no le sucede a ese -arroyito que ahora corre, haciendo tanto ruido, vertiente abajo.</p> - -<p>—Y ¿dónde está ahora el cántaro?—preguntó el niño.</p> - -<p>—Se rompió, siento decirlo, pero es verdad, hace unos veinticinco mil -años—respondió el primo Eustaquio—. Le compusieron lo mejor posible; -pero aunque siguió sirviendo para contener leche, ya nunca volvió a -llenarse<span class="pagenum"><a name="page_210" id="page_210"></a>{210}</span> solo. Así es que no tenía ya más mérito que cualquier otro -cántaro viejo y rajado.</p> - -<p>—¡Qué lástima!—exclamaron a un tiempo todos los chiquillos.</p> - -<p>El respetable perro <i>Ben</i> había acompañado a los excursionistas, así -como también un perrillo pequeño de Terranova, que respondía al nombre -de <i>Bruin</i>, porque era negro como un oso. Como <i>Ben</i> era el de más edad -y el de costumbres más circunspectas, el primo Eustaquio le rogó -respetuosamente que se quedase con los pequeños para guardarles de todo -mal. En cuanto al negro <i>Bruin</i>, que era ni más ni menos que un -chiquillo, el estudiante juzgó más prudente llevarle consigo, por temor -a que en sus turbulentos juegos con los otros chiquillos les echase a -rodar colina abajo, aconsejando, pues, a la gente menuda que se -estuviesen quietos y sentaditos en el sitio donde los dejaba; el -estudiante, con Primavera y demás niños grandes, empezó a subir, y -pronto se perdieron todos de vista entre los árboles.<span class="pagenum"><a name="page_211" id="page_211"></a>{211}</span></p> - -<h2><a name="LA_QUIMERA" id="LA_QUIMERA"></a>LA QUIMERA</h2> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_212" id="page_212"></a>{212}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_213" id="page_213"></a>{213}</span> </p> - -<div class="figcenter" style="width: 278px;"> -<a href="images/illus-213_lg.jpg"> -<img src="images/illus-213_sml.jpg" width="278" height="123" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<h3><a name="CUMBRE_PELADA" id="CUMBRE_PELADA"></a>CUMBRE PELADA</h3> - -<p class="nind"><span class="letra">M</span><span class="smcap">onte</span> arriba, por la vertiente cubierta de bosque, iban Eustaquio Bright -y sus compañeros. Los árboles no estaban aún completamente cubiertos de -hojas, pero tenían ya las bastantes para dar una sombra ligera, mientras -el sol los inundaba de luz verde. Había rocas cubiertas de musgo, medio -escondidas entre las pardas hojas secas; había troncos de árbol casi -podridos, tumbados a lo largo, en el mismo sitio en que se habían -derrumbado; había arbustos secos, que habían sido arrancados de raíz por -los vientos de invierno, y que estaban desparramados por el suelo. Pero, -aunque todas esas cosas parecían tan viejas, el aspecto del bosque era -de vida nueva, porque adonde quiera que se volviesen los ojos, se -encontraba<span class="pagenum"><a name="page_214" id="page_214"></a>{214}</span> algo fresco y verde que estaba brotando, dándose prisa a -prepararse para el verano.</p> - -<p>Por fin la gente joven alcanzó el límite superior del bosque, y se -encontraron los excursionistas casi en la misma cumbre de la colina. No -era un pico, ni una gran cima redondeada, sino una planicie, o mejor -dicho meseta, bastante ancha; en ella había una casa y un cobertizo a -cierta distancia. La casa era hogar de una familia solitaria, y a veces -las nubes, de las cuales caía la lluvia o la nieve sobre el valle, -estaban por debajo de aquella habitación, sola y desamparada.</p> - -<p>En el punto más alto de la colina había un montón de piedras, en cuyo -centro estaba clavado un gran mástil que sostenía una banderita. -Eustaquio condujo allí a los niños, y les mandó que mirasen en derredor -y viesen cuán gran espacio de hermoso mundo podían alcanzar con una -ojeada. Y a medida que miraban, parecía que se les iban agrandando los -ojos.</p> - -<p>Se veía, al Sur, la altísima montaña que formaba generalmente el centro -del paisaje, pero que parecía haberse hundido, y ahora había pasado a -ser miembro de una gran familia de alturas. Detrás de ella, la sierra, -que desde la casa parecía lejana y no muy alta, había crecido y se había -elevado. El lindo lago se veía con todas sus pequeñas ensenadas, y no<span class="pagenum"><a name="page_215" id="page_215"></a>{215}</span> -estaba solo: que había más allá otros tres que abrían al sol sus ojos -azules. Varias aldeas blancas, cada una con su campanario, estaban -desparramadas en la lejanía. Había tantas granjas, con sus fanegas de -bosque, pastos y tierras de labranza, que los niños apenas podían hacer -sitio en sus cerebros para recibir tantos objetos distintos. Allí -también estaba Tanglewood, que hasta entonces le había parecido cosa tan -importante en el mundo.</p> - -<p>Ahora ocupaba tan poco terreno, que buscándole no le encontraban, y su -vista iba mucho más allá de donde en realidad se encontraba.</p> - -<p>Blancas y algodosas nubes colgaban en el aire, y lanzaban obscuras y -movedizas sombras aquí y allá sobre el paisaje. Pero a cada instante la -luz del sol brillaba precisamente donde acababa de estar la sombra, y la -sombra se había marchado a otra parte.</p> - -<p>Al Oeste había otra serie de montañas azules.</p> - -<p>—En aquella colina—dijo Eustaquio a los niños—había un lugar, donde -unos cuantos holandeses viejos estaban jugando eternamente a los bolos, -y donde un individuo holgazanísimo, llamado Rip Van Winkle, se había -quedado dormido y se había estado durmiendo veinte años de un tirón.<span class="pagenum"><a name="page_216" id="page_216"></a>{216}</span></p> - -<p>Los niños pidieron con afán a Eustaquio que les contase todo lo que -supiera de casos tan maravillosos.</p> - -<p>Pero el estudiante replicó que ese cuento ya estaba contado hace mucho -tiempo, y mucho mejor de lo que pudiera contarlo él, y que nadie en el -mundo tenía derecho a cambiar una sola palabra en él, hasta que se -hubiese puesto tan viejo como «La cabeza de la Gorgona», «Las tres -manzanas de oro» y el resto de esas milagrosas leyendas.</p> - -<p>—Pero, al menos, mientras estamos descansando aquí—dijo Margarita, y -mirando en derredor—, bien puedes contarnos una de las historias que tú -inventas.</p> - -<p>—Sí, primo Eustaquio—exclamó Primavera—: te aconsejo que nos cuentes -aquí un cuento. Elige un asunto muy elevado, y a ver si tu imaginación -se pone a la altura necesaria. Acaso el aire de la montaña te ponga -poético siquiera una vez. Y no importa que la historia sea extraña y -maravillosa. Ahora que estamos entre las nubes, estamos dispuestos a -creerlo todo.</p> - -<p>—¿Serás capaz de creer—preguntó Eustaquio—que hubo una vez un caballo -con alas?</p> - -<p>—Sí—dijo la maliciosa Primavera—; pero temo que tú no vas a conseguir -cogerlo nunca.</p> - -<p>—Lo que es eso, Primavera—dijo el estudiante<span class="pagenum"><a name="page_217" id="page_217"></a>{217}</span>—, no me parece muy -difícil. Creo que puedo apresar a Pegaso y cabalgar sobre su lomo, por -lo menos tan bien como una docena de individuos a quienes conozco. Por -lo menos, os contaré un cuento que se refiere a él, y el lugar más a -propósito del mundo para contarle es, sin duda, la cumbre de un monte.</p> - -<p>Y así, sentándose en el montón de piedras, mientras los niños se -agrupaban a su alrededor, Eustaquio fijó la vista en una blanca nube que -iba flotando, y empezó como sigue.<span class="pagenum"><a name="page_218" id="page_218"></a>{218}</span></p> - -<div class="figcenter" style="width: 153px;"> -<a href="images/illus-218_lg.jpg"> -<img src="images/illus-218_sml.jpg" width="153" height="131" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_219" id="page_219"></a>{219}</span></p> - -<div class="figcenter" style="width: 275px;"> -<a href="images/illus-219_lg.jpg"> -<img src="images/illus-219_sml.jpg" width="275" height="118" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<h3>LA QUIMERA</h3> - -<p class="nind"><span class="letra">U</span><span class="smcap">na</span> vez, en tiempos antiguos, muy antiguos (porque todas las cosas -extrañas que os cuento sucedieron mucho antes de lo que nadie pueda -recordar), había en la maravillosa tierra de Grecia una fuente que -manaba en la falda de una montaña. Y según me figuro, debe estar manando -aún, al cabo de tantos miles de años, en el mismísimo sitio. Sea como -sea, el caso es que allí estaba la apacible fuente, derramando frescura -por la montaña abajo y chispeando a la dorada luz de la puesta del sol, -cuando llegó junto a ella un hermoso joven, llamado Belerofonte. Llevaba -en la mano una brida incrustada de piedras preciosas y con bocado de -oro. Viendo junto a la fuente un anciano, un hombre de mediana edad y un -niño,<span class="pagenum"><a name="page_220" id="page_220"></a>{220}</span> y también una jovencita que estaba llenando un cántaro, se detuvo -y preguntó si podía refrescarse tomando un trago.</p> - -<p>—Es un agua riquísima—dijo a la joven, mientras enjuagaba y llenaba su -cántaro, después de haber bebido en él—. ¿Serías tan amable que me -dijeras si tiene algún nombre esta fuente?</p> - -<p>—Sí: la llaman la Fuente de Pirene—respondió la doncella, y añadió -luego:—Mi abuela me ha contado que esta clara fuente era antes una -mujer hermosísima; mas cuando su hijo fué muerto por las flechas de -Diana cazadora, se deshizo toda en lágrimas. De manera que el agua que -has encontrado tan fresca y tan rica, es el dolor del corazón de aquella -pobre madre.</p> - -<p>—¡Nunca hubiera soñado—dijo el joven forastero—que tan clara fuente, -con su alegre fluir y borbotear de la sombra a la luz, tuviera lágrimas -en su seno! ¿Y ésta es Pirene? Gracias, linda doncella, por haberme -dicho su nombre. Precisamente vengo de muy lejanas tierras buscando este -sitio.</p> - -<p>Un campesino de mediana edad (que había llevado una vaca a beber de la -fuente) miró fijamente al joven Belerofonte y a la magnífica brida que -llevaba en la mano.</p> - -<p>—Por fuerza que las fuentes andan muy escasas<span class="pagenum"><a name="page_221" id="page_221"></a>{221}</span> por tu país—observó—, -si vienes de tan lejos en busca de la Fuente de Pirene; pero, dime, ¿has -perdido tu caballo? Veo que llevas la brida en la mano, y bien bonita es -con esa doble hilera de piedras relucientes. Si el caballo era tan -hermoso como la brida, es para compadecerte por haberte quedado sin él.</p> - -<p>—No he perdido ningún caballo—dijo Belerofonte, sonriendo—, pero voy -buscando uno muy famoso, que según me han informado los sabios, sólo por -aquí se puede encontrar. ¿Sabéis si Pegaso, el caballo con alas, sigue -frecuentando la Fuente de Pirene, como solía en tiempos de vuestros -antepasados?</p> - -<p>El campesino se echó a reir.</p> - -<p>—Algunos de vosotros, amiguitos míos, habréis oído, probablemente, que -este Pegaso era un caballo blanco como la nieve, con hermosas alas -plateadas, que pasaba la mayor parte del tiempo en la cúspide del monte -Helicón. Jamás águila alguna atravesó las nubes tan veloz, tan impetuosa -en su vuelo, como él por los aires. No había nada igual en el mundo. No -tenía compañero; nunca había sido montado ni guiado por un amo, y en -muchos y dilatados años vivió solo y feliz.</p> - -<p>¡Oh, qué hermoso es ser caballo con alas! Durmiendo de noche, como él lo -hacía, en la cima de una alta montaña, y pasando la mayor<span class="pagenum"><a name="page_222" id="page_222"></a>{222}</span> parte del día -en el aire, Pegaso apenas parecía criatura de la tierra. Dondequiera que -se le veía a mucha altura, sobre la cabeza de las gentes, con el reflejo -de sus alas plateadas, hubierais pensado que pertenecía al cielo, y que -habiendo descendido demasiado bajo, se había extraviado entre nuestras -nieblas y vapores, y andaba buscando el camino para volver. Era muy -bonito mirar cómo se hundía en el seno lanoso de una brillante nube, -perdiéndose en ella por un momento y atravesándola para salir al otro -lado. En medio de un sombrío aguacero, cuando por todo el cielo había un -pavimento gris de nubes, sucedía a veces que el caballo alado bajaba a -plomo a través de ellas, y la luz alegre de las regiones superiores -brillaba tras él. Verdad que un instante después, tanto Pegaso como la -gozosa luz habían desaparecido; pero el que había tenido la fortuna de -ver aquel maravilloso espectáculo, estaba animado todo el día, y más si -duraba más la tormenta.</p> - -<p>En verano, en lo más hermoso de la estación, solía Pegaso bajar a -tierra, y cerrando sus alas de plata, se entretenía en galopar por -valles y colinas con la rapidez del viento. Más a menudo que en ningún -otro sitio se le había visto junto a la Fuente de Pirene, bebiendo su -agua deliciosa o revolcándose por la blanda hierba de la orilla. También -algunas veces<span class="pagenum"><a name="page_223" id="page_223"></a>{223}</span> (pues Pegaso era muy delicado para la comida) pacía unos -cuantos brotes de trébol de los más tiernos.</p> - -<p>Por consiguiente, los tatarabuelos de las gentes que entonces vivían, -habían tenido la costumbre de ir a la Fuente de Pirene (mientras eran -jóvenes y seguían creyendo en caballos con alas), llevados por la -esperanza de ver un instante al hermoso Pegaso; pero en los últimos años -se le había visto muy rara vez. Tanto, que mucha gente del campo, cuya -casa estaba a menos de media hora de paseo de la fuente, no había -contemplado nunca a Pegaso, ni creía en la existencia de semejante -criatura. Y ocurrió que el campesino a quien se dirigió Belerofonte era -una de esas personas incrédulas.</p> - -<p>Y ésta fué la razón de que se riese.</p> - -<p>—¿Pegaso? ¡Sí, sí!—exclamó, dilatando las narices todo lo que pueden -dilatarse unas narices chatas—; ¡sí, sí, Pegaso! ¡Un caballo con alas, -eh! Pero, amigo, ¿estás en tus cabales? ¿Para qué le servirían las alas -a un caballo? ¿Crees que tiraría bien de un carro? A decir verdad, -alguna economía podría hacerse en el gasto de herraduras; pero, ¿cómo le -había de gustar a un hombre ver salir volando a su caballo por la -ventana de la cuadra, o encontrarse con que le llevaba disparado por -encima<span class="pagenum"><a name="page_224" id="page_224"></a>{224}</span> de las nubes, cuando sólo quisiera ir al molino? No, no; yo no -creo en Pegasos. Nunca ha habido tan ridícula clase de caballos-pájaros.</p> - -<p>—Yo tengo mis razones para pensar de otro modo—dijo Belerofonte con -toda calma.</p> - -<p>Entonces se volvió hacia un viejo canoso que, apoyándose en una cayada, -escuchaba atentamente con el cuello estirado y la mano en la oreja, -porque hacía veinte años que se había quedado un poquito sordo.</p> - -<p>—¿Qué dices tú, venerable anciano?—le preguntó—. Me figuro que cuando -eras más joven habrás visto con frecuencia al caballo alado.</p> - -<p>—¡Ah, joven forastero! Tengo muy mala memoria—dijo el viejo—. Si no -recuerdo mal, cuando era muchacho acostumbraba a creer que existía ese -caballo, y lo mismo que yo lo creía todo el mundo; pero ahora casi no sé -qué creer, y muy pocas veces pienso en el caballo con alas. Si alguna -vez he visto a ese animal, hará mucho, muchísimo tiempo. Y a decir -verdad, no estoy seguro de haberlo llegado a ver. Cierto que, cuando yo -era muy joven, recuerdo haber visto un día muchas pisadas de caballo -alrededor de la fuente. Tal vez fueran de Pegaso, pero también podían -ser de cualquier otro caballo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_225" id="page_225"></a>{225}</span>—¿Y tú, hermosa joven, no le has visto nunca?—preguntó Belerofonte a -la muchacha, que estaba parada con el cántaro sobre la cabeza mientras -tenían esta conversación—. De seguro que si alguien puede ver a Pegaso -eres tú, porque tienes unos ojos muy vivos.</p> - -<p>—Creo que le he visto una vez—replicó la doncella, sonriéndose y -sonrojándose—. O era Pegaso o un pájaro blanco grandísimo, que iba muy -alto por el aire. Y otra vez, cuando venía a la fuente con mi cántaro, -oí un relincho, pero ¡qué relincho más fuerte y melodioso! Con la -delicia de aquel sonido me dió un salto el corazón; pero me asusté, sin -embargo, y eché a correr a casa sin llenar el cántaro.</p> - -<p>—¡Fué una lástima, verdaderamente!—dijo Belerofonte, y se volvió hacia -el niño que mencioné al principio del cuento, y que estaba mirándole -fijo, fijo, como acostumbran los niños mirar a los forasteros, con su -rosada boquita abierta de par en par.</p> - -<p>—¡Eh, amiguito!—exclamó Belerofonte, tirándole cariñosamente de uno de -los rizos—. Supongo que tú habrás visto a menudo el caballo con alas.</p> - -<p>—Sí que le he visto—respondió el niño vivamente—. Le vi ayer, y -muchas veces antes.</p> - -<p>—¡Eres un hombre!—dijo Belerofonte atrayendo al niño hacia sí—. Ven, -y cuéntame todo lo que sepas.<span class="pagenum"><a name="page_226" id="page_226"></a>{226}</span></p> - -<p>—Pues, nada—replicó el niño—. Yo vengo aquí a menudo para echar -barquitos en la fuente y coger piedrecitas del fondo, y algunas veces, -cuando miro en el agua, veo la imagen del caballo con alas en el pedazo -del cielo que allí se retrata. Yo quisiera que bajara, me dejara montar -en él y me llevara volando hasta la luna; pero no baja. Como si le -molestase que le miraran, vuela muy lejos, perdiéndose de vista.</p> - -<p>Y Belerofonte tuvo más fe en el niño que había visto la imagen de Pegaso -en el agua, y en la joven que le había oído relinchar tan -melodiosamente, que en el patán de mediana edad, que sólo creía en los -caballos de carro, o que en el viejo, que había olvidado ya las bellas -cosas de su juventud.</p> - -<p>Por eso fué muchos días a la Fuente de Pirene, y observando -continuamente, mirando unas veces hacia arriba, a los cielos, y otras a -la superficie del agua, no perdía la esperanza de ver la imagen -reflejada del caballo con alas, o acaso, acaso, la maravillosa realidad. -Llevaba siempre dispuestas en la mano las riendas doradas, con sus -piedras brillantes y su bocado de oro. Los campesinos que vivían allí -cerca y llevaban sus ganados a beber en la fuente, se reían a menudo del -pobre Belerofonte, y algunas veces le zaherían con dureza. Le decían<span class="pagenum"><a name="page_227" id="page_227"></a>{227}</span> -que un hombre robusto como él debía hacer algo más útil que perder el -tiempo en tan ocioso empeño. Le ofrecían venderle un caballo, si lo -necesitaba, y como Belerofonte se negó a la compra, quisieron comprarle -a él la hermosa brida.</p> - -<p>Hasta los niños la tomaron con él, y acostumbraban a jugar allí cerca, -sin que Belerofonte les hiciera caso alguno, aunque bien les oía y les -veía. Un chiquillo de aquéllos hacía de Pegaso, por ejemplo, y daba los -saltos más extravagantes, haciendo como que volaba, y mientras tanto uno -de sus compañeros iba tras él, llevando en la mano un par de juncos, que -representaban la brida lujosísima de Belerofonte. Pero el niño bondadoso -que había visto la imagen de Pegaso en el agua, alentaba al joven -forastero más de lo que todos los chiquillos malos podían atormentarle. -Aquel buen amiguito iba, en sus horas libres, a sentarse a su lado, y -sin decir palabra, miraba abajo en la fuente, o arriba en el cielo, con -fe tan inocente, que Belerofonte no podía menos de sentirse animado.</p> - -<p>Ahora querréis, probablemente, que os diga por qué se había puesto -Belerofonte a esperar al caballo alado. No encontraré mejor oportunidad -para hablar de esto, que mientras aguarda a que Pegaso aparezca.<span class="pagenum"><a name="page_228" id="page_228"></a>{228}</span></p> - -<p>Si fuera a contaros todas las aventuras anteriores de Belerofonte, -resultaría un cuento sumamente largo. Baste decir que un terrible -monstruo, llamado la Quimera, había aparecido en cierto país de Asia, y -estaba haciendo más daño del que se puede decir de aquí a mañana. Esta -Quimera era una de las más horribles y ponzoñosas criaturas, la más rara -e inexplicable y la más difícil de combatir y de escapar de ella, que -jamás salió de las entrañas de la Tierra. Tenía la cola como una -serpiente boa; su cuerpo era desmesurado y tenía tres cabezas distintas, -una de las cuales era de león, la segunda de cabra y la tercera de -serpiente, abominablemente grande. Y ¡qué chorro de fuego salía -flameando de cada una de sus tres bocas! Como era un monstruo terrestre, -dudo si tendría alas; pero, tuviéralas o no, el caso es que corría como -una cabra y un león, y se asustaba lo mismo que una serpiente, y con una -cosa y otra alcanzaba tanta velocidad como los tres juntos.</p> - -<p>¡Oh! ¡Cuánto, cuánto daño hacía esa maligna criatura! Con su aliento de -llamas podía incendiar un bosque, o quemar un campo de mieses, o un -pueblo entero, con todas sus casas y cercados. Devastaba grandes -extensiones de terreno a su alrededor, y acostumbraba a comerse las -personas y los animales vivos, cociéndolos después<span class="pagenum"><a name="page_229" id="page_229"></a>{229}</span> en el ardiente horno -de su estómago. ¡Quiera Dios, hijitos, que ni vosotros ni yo tropecemos -jamás con un monstruo semejante!</p> - -<p>Mientras la odiosa bestia (si es que bestia puede llamársele) estaba -haciendo todas estas cosas terribles, llegó Belerofonte a aquella parte -del mundo para visitar al rey. Éste se llamaba Iobates, y el país que -regía era Licia. Belerofonte era uno de los jóvenes más valientes del -mundo, y nada le gustaba tanto como llevar a cabo algún hecho valeroso y -benéfico, tal que toda la Humanidad le admirase y le amase. En aquellos -tiempos, un joven que deseara distinguirse no tenía más camino que el de -librar grandes combates, ya fuera con los enemigos de su Patria, ya con -malvados gigantes o molestos dragones, o con bestias feroces, cuando no -podía encontrar cosa más peligrosa con que habérselas. El rey Iobates, -conociendo el valor de su joven visitante, le propuso que fuese a pelear -con la Quimera, que aterraba a todo el mundo, y de no matarla pronto, -llevaba trazas de convertir a toda Licia en un desierto. Belerofonte no -vaciló un instante, y aseguró al rey que mataría a la temida Quimera o -perecería en la demanda.</p> - -<p>Reflexionó, sin embargo, que, siendo el monstruo tan prodigiosamente -veloz, no podría nunca vencerle si luchaba con él a pie. Lo prudente<span class="pagenum"><a name="page_230" id="page_230"></a>{230}</span> -sería, por tanto, adquirir el mejor y más rápido caballo que pudiera -encontrarse. Y ¿qué otro había en el mundo que fuera ni la mitad de -rápido que Pegaso, el caballo maravilloso que tenía alas y piernas y se -movía en el aire con más facilidad aún que sobre la tierra? Cierto que -muchísima gente negaba la existencia de semejante caballo con alas, y -decía que sólo era cosa de cuentos y puro disparate. Mas, por -maravilloso que pareciese, Belerofonte creía que Pegaso era un caballo -auténtico, y confiaba en tener la fortuna de encontrarle. Y una vez -montado sobre sus lomos, estaría en condiciones de pelear ventajosamente -con la Quimera.</p> - -<p>Y éste era el motivo de haber viajado desde Licia a Grecia, llevando en -la mano la brida hermosamente adornada. Era una brida encantada. Con -sólo que lograse poner el bocado de oro en la boca de Pegaso, el caballo -alado se mostraría sumiso, reconocería por amo a Belerofonte, y volaría -hacia donde éste quisiera volver la rienda.</p> - -<p>Pero, mientras tanto, el tiempo que estuvo aguardando, aguardando, con -la esperanza de que Pegaso iría a beber a la Fuente de Pirene, fatigó -extraordinariamente a Belerofonte y le llenó de ansiedad. Temía que el -rey Iobates se figurase que había huído de la Quimera. Le<span class="pagenum"><a name="page_231" id="page_231"></a>{231}</span> causaba dolor -también el pensar cuánto daño estaría haciendo el monstruo, mientras que -él, en lugar de combatirle, se veía obligado a sentarse ocioso, mirando -cómo brotaban las claras aguas de la fuente. Y como Pegaso había ido por -allí tan de tarde en tarde aquellos años últimos, y apenas si bajaba una -vez durante la vida de un hombre, temía Belerofonte hacerse viejo y -perder la fuerza de su brazo y el valor de su corazón, antes de que -apareciese el caballo con alas. ¡Oh! ¡Cuán pesadamente pasa el tiempo -cuando un joven arrojado ansía tomar parte en la vida y cortar la -cosecha de su fama! ¡Qué difícil es esperar! Nuestra vida es corta, y -¡qué parte más grande de ella se pierde en aprender esta verdad!</p> - -<p>Suerte fué para Belerofonte que el niño le hubiese tomado tanto cariño y -no se cansase de su compañía. Todas las mañanas le infundía una nueva -esperanza, en sustitución de la perdida el día antes.</p> - -<p>—Querido Belerofonte—exclamaba mirándole animosamente—, creo que hoy -vamos a ver a Pegaso.</p> - -<p>Y si no hubiera sido por la fe inextinguible del muchachito, Belerofonte -habría acabado por perder toda esperanza, y habría vuelto a Licia e -intentado matar a la Quimera sin ayuda del caballo con alas. En tal -caso, el pobre Belerofonte<span class="pagenum"><a name="page_232" id="page_232"></a>{232}</span> habría sido, cuando menos, terriblemente -chamuscado por el aliento del monstruo, y probablemente muerto y -devorado. Nadie podía ni intentar combatir con una Quimera terrestre, -sin ir montado sobre algún animal aéreo.</p> - -<p>Una mañana habló el niño a Belerofonte con más fe todavía que de -costumbre.</p> - -<p>—Mi queridísimo Belerofonte—exclamó—, no sé por qué, pero siento como -si hoy, seguramente, fuéramos a ver a Pegaso.</p> - -<p>En todo aquel día no quiso apartarse ni un momento del lado de -Belerofonte. Juntos comieron un pedazo de pan y bebieron agua de la -fuente. Por la tarde se sentaron cerquita uno de otro, y el niño colocó -una de sus menudas manos entre las de Belerofonte. Éste se hallaba -abismado en sus pensamientos, y miraba distraído los troncos de los -árboles que daban sombra a la fuente y a las vides que trepaban por sus -ramas. Mas el niño no dejaba de observar en el agua; por su cariño a -Belerofonte, le afligía pensar que la esperanza de aquel día saliera -fallida, como la de tantos otros, y de sus ojos corrieron algunas -lágrimas silenciosas, yendo a mezclarse con las muchas que, según -decían, había vertido Pirene por su hijo muerto.</p> - -<p>Cuando menos lo pensaba, sintió Belerofonte<span class="pagenum"><a name="page_233" id="page_233"></a>{233}</span> la presión de la manecita -del niño, y oyó un susurro casi imperceptible:</p> - -<p>—¡Mira ahí, querido Belerofonte! Hay una imagen en el agua.</p> - -<p>El joven miró en el movedizo espejo de la fuente, y vió algo como la -imagen de un pájaro que parecía estar volando a grandísima altura, -reflejándose el sol en sus níveas o argentadas alas.</p> - -<p>—¡Qué pájaro más espléndido debe ser—dijo—, y qué grande parece, a -pesar de estar volando más alto que las nubes!</p> - -<p>—Me hace temblar—murmuró el niño—. Me da miedo mirar hacia arriba, en -el aire. Es muy hermoso, pero yo no me atrevo más que a mirar su imagen -en el agua. Querido Belerofonte, ¿no ves que no es un pájaro? Es el -caballo con alas, es Pegaso.</p> - -<p>El corazón empezó a saltar en su pecho. Miró fijamente hacia arriba; -pero no pudo ver a la alada criatura, fuese pájaro o caballo, porque -entonces precisamente se había hundido en un nubarrón; sin embargo, un -momento después reapareció, atravesando la nube por la parte inferior, -aunque todavía a gran distancia de la tierra. Belerofonte cogió al niño -en brazos y se apartó con él, hasta que ambos quedaron ocultos entre el -espeso bosquecillo de arbustos que crecía alrededor de la fuente. No<span class="pagenum"><a name="page_234" id="page_234"></a>{234}</span> -porque tuviese miedo de ningún daño, pero sí por temor a que si llegaba -a vislumbrarlos Pegaso, volara muy lejos y fuera a posarse en alguna -inaccesible montaña. Porque era, realmente, el caballo alado. Después de -esperarlo tanto tiempo, llegaba, al fin, a mitigar su sed con el agua de -Pirene.</p> - -<p>Cada vez se acercaba más y más la aérea maravilla, describiendo grandes -círculos, como habréis visto hacer a las palomas cuando van a bajar a -tierra. Hacia abajo iba también Pegaso, y los amplios, majestuosos -círculos, se iban haciendo más y más estrechos a medida que se -aproximaba a tierra. Cuanto más cerca se le veía, parecía más hermoso, y -más maravillaba el batir de sus plateadas alas. Por último, con tan -ligera presión que apenas aplastó la hierba que crecía alrededor de la -fuente, ni dejó la huella de sus cascos en la arena de la orilla, se -posó en tierra, y bajando la indómita cabeza, comenzó a beber. Absorbía -el agua con grandes suspiros de satisfacción y tranquilas pausas de -contento; luego daba otro sorbo, y luego otro y otro; que ni en toda la -tierra ni en las nubes había agua que agradara a Pegaso tanto como -aquella de Pirene. Cuando hubo saciado la sed, tronchó con los dientes -unos cuantos de los dulces capullos del trébol, y los saboreó -delicadamente, pero sin comer cantidad de ellos, porque<span class="pagenum"><a name="page_235" id="page_235"></a>{235}</span> las hierbas -nacidas entre las nubes, sobre las altas laderas del Monte Helicón, -convenían a su paladar mejor que aquel pasto ordinario.</p> - -<p>Después de haber bebido así hasta satisfacerse, y de haberse dignado -comer un poquito por coquetería, el caballo alado comenzó a brincar de -un lado a otro y a danzar, como si estuviera entregado por completo a la -holganza y al juego. Nunca hubo criatura más juguetona que aquel Pegaso. -Sacudía sus grandes alas como un pajarillo, y daba carreritas, medio por -la tierra, medio por el aire, que no sé si llamar vuelos o galopes. -Cuando una criatura es capaz de volar perfectamente, prefiere algunas -veces correr por puro entretenimiento, y eso hizo Pegaso, aunque le -costaba algo más mantener los cascos tan cerca del suelo. Belerofonte -entretanto, y sin soltar de la mano al niño, se asomó fuera del boscaje, -y pensó que no había visto cosa más hermosa que aquélla, ni ojos de -caballo tan vivos e inteligentes como los de Pegaso. Parecía un pecado -pensar en ponerle una brida y montarlo.</p> - -<p>Una o dos veces se paró Pegaso, aspirando fuertemente el aire, -levantando las orejas, estirando el cuello y volviéndose a todos lados, -como si recelase algún mal. Sin embargo, como ni vió ni oyó nada, pronto -volvió a sus juegos.<span class="pagenum"><a name="page_236" id="page_236"></a>{236}</span></p> - -<p>Por fin, y no porque estuviera cansado, sino de puro satisfecho y -desocupado, plegó Pegaso las alas y se tumbó sobre la verde pradera; -pero como estaba demasiado lleno de vida aérea para permanecer quieto -mucho tiempo, comenzó pronto a revolcarse sobre el lomo, alzando al aire -sus piernas finas. Era hermoso el ver aquella criatura, única y -solitaria, cuyo compañero no había sido creado, que no lo necesitaba -tampoco, y que, viviendo muchos siglos, era tan feliz como largos ellos. -Cuantas más cosas hacía de las que los caballos mortales acostumbran a -hacer, menos terreno y más maravilloso parecía. Belerofonte y el niño -casi no respiraban, en parte por su emoción deliciosa, pero -principalmente porque temían que el más ligero ruido o murmullo le -hiciera lanzarse, con velocidad de flecha, al más lejano azul del cielo.</p> - -<p>Por último, cuando ya se había revolcado bastante, Pegaso dió vuelta, e -indolentemente, como otro caballo cualquiera, afirmó los cascos -delanteros como para levantarse del suelo. Belerofonte adivinó que iba a -hacerlo así, y saliendo súbitamente del boscaje, se montó de un salto -sobre sus lomos.</p> - -<p>Sí. ¡Se montó sobre los lomos del caballo con alas!</p> - -<p>Pero, ¡qué salto dió Pegaso cuando, por primera<span class="pagenum"><a name="page_237" id="page_237"></a>{237}</span> vez en su vida, sintió -sobre sí el peso de un mortal! ¡Aquéllo era un salto! Antes de que -tuviera tiempo de respirar, se encontró Belerofonte levantado a una -altura de doscientos metros, siguiendo aún hacia arriba, mientras que el -caballo con alas resoplaba y se estremecía de terror y de cólera. Hacia -arriba fué, arriba, arriba, arriba, hasta hundirse en el húmedo seno de -una hube, a la cual había mirado Belerofonte un poquito antes, -imaginándosela como un lugar muy agradable. Después, fuera ya de la -nube, se dejó caer Pegaso lo mismo que un rayo, como si quisiera -estrellarse con su jinete contra una roca. Luego hizo un millar de las -más salvajes cabriolas que jamás hayan podido hacer pájaro ni caballo -alguno.</p> - -<p>No sabré deciros ni la mitad de lo que hizo. Se deslizó, rápido, hacia -adelante, y a los lados y hacia atrás. Se paró con las patas delanteras -en un jirón de neblina, y las de atrás en nada absolutamente. Coceó -furiosamente y bajó la cabeza, metiéndola entre las manos, con las alas -apuntando derechas hacia arriba. A un par de kilómetros de altura sobre -la tierra, dió un salto mortal, de manera que los talones de Belerofonte -estuvieron donde debía estar la cabeza, y parecía que miraba al cielo -hacia abajo, en vez de mirarlo hacia arriba. Volvió la cabeza -violentamente, y mirando a Belerofonte a la<span class="pagenum"><a name="page_238" id="page_238"></a>{238}</span> cara, como si echara fuego -por los ojos, hizo un terrible esfuerzo por morderle. Sacudió las alas -con tal violencia, que una de las plumas de plata se desprendió y cayó a -tierra, siendo recogida por el niño, quien la guardó toda su vida como -recuerdo de Pegaso y Belerofonte.</p> - -<p>Mas este último (que según podéis apreciar, era tan buen jinete como el -mejor domador de potros) estuvo acechando la oportunidad favorable, y al -fin encajó el bocado de oro de la brida encantada entre las quijadas del -caballo alado. Apenas lo hubo hecho, cuando Pegaso se volvió tan -manejable como si toda su vida hubiera tomado el alimento de mano de -Belerofonte. A decir lo que realmente siento, casi daba una pena ver tan -súbitamente domada a una criatura tan salvaje. Pena debía sentir Pegaso -también. Miró a Belerofonte con lágrimas en los hermosos ojos, en vez -del fuego que poco antes despedían; pero cuando Belerofonte le acarició -la cabeza y le dijo unas cuantas palabras con tono de autoridad, pero -con cariño, vió en los ojos de Pegaso otra mirada bien distinta, como si -le placiera haber encontrado, al cabo de tantos siglos, un amo y -compañero.</p> - -<p>Así ocurre siempre con los caballos alados y con las criaturas indómitas -y solitarias como ellos. Si podéis atraparlas y dominarlas, es el mejor -camino para lograr su cariño.<span class="pagenum"><a name="page_239" id="page_239"></a>{239}</span></p> - -<p>Mientras Pegaso estuvo haciendo todo lo posible por sacudirse de encima -a Belerofonte, recorrió una distancia muy grande, y al tiempo de ponerle -el bocado estaban llegando a la vista de una montaña altísima. -Belerofonte ya había visto antes esa montaña, y conoció que era Helicón, -en cuya cima vivía el caballo alado. Allá voló Pegaso (después de mirar -dócilmente a su jinete, como preguntándole si lo permitía), y posándose, -esperó pacienzudo a que Belerofonte quisiera apearse. El joven saltó de -los lomos de su caballo, manteniéndolo sujeto por la brida; pero al -mirar sus ojos le conmovió tanto la docilidad de su aspecto y su -hermosura, y la idea de la vida libérrima que había llevado Pegaso hasta -entonces, que no se sintió capaz de tenerlo prisionero, si él realmente -deseaba su libertad.</p> - -<p>Dejándose llevar de tan generoso impulso, dejó caer la brida encantada -de la cabeza de Pegaso y le sacó el bocado.</p> - -<p>—¡Déjame, Pegaso!—le dijo—. ¡Déjame o quiéreme!</p> - -<p>En un instante, el caballo alado salió disparado hasta perderse casi de -vista, remontándose a plomo sobre la cima del Monte Helicón. El sol se -había puesto hacía ya tiempo, lo alto de la montaña estaba aún en el -crepúsculo, y la comarca de alrededor en noche obscura; pero<span class="pagenum"><a name="page_240" id="page_240"></a>{240}</span> Pegaso -voló tan alto, que alcanzó al día que se iba y se bañó en la luz que -irradiaba el sol por las alturas. Subiendo cada vez más alto, parecía -una mancha brillante, y al fin se perdió en la inmensidad del cielo. -Temió Belerofonte no volverle a ver más; pero cuando estaba deplorando -su locura, reapareció la mancha brillante y se fué acercando más cada -vez, hasta descender por bajo de la luz del sol, y ¡allí estaba Pegaso -de vuelta! Después de prueba tal, ya no había cuidado de que el caballo -con alas se escapase. Él y Belerofonte fueron amigos, y se quisieron -fielmente el uno al otro.</p> - -<p>Aquella noche se echaron, y durmieron juntos con el brazo de Belerofonte -sobre el cuello de Pegaso, no por precaución, sino por cariño. Ambos se -despertaron al despuntar la mañana, y se dieron los buenos días, cada -cual en su lengua.</p> - -<p>De este modo pasaron varios días Belerofonte y el maravilloso caballo, -conociéndose cada vez más y aficionándose más el uno al otro. Hacían -largos viajes aéreos, y alguna vez subían tan altos, que la Tierra -apenas parecía mayor que... la Luna. Visitaron países remotos y -asombraron a los habitantes, quienes pensaron que aquel hermoso joven, -montado en un caballo con alas, tenía que haber bajado del cielo. -Recorrer mil kilómetros por día era cosa muy<span class="pagenum"><a name="page_241" id="page_241"></a>{241}</span> fácil para el veloz -Pegaso. Aquel género de vida encantaba a Belerofonte, y muy a gusto -habría vivido siempre así, en la clara atmósfera de las alturas, en -donde hacía siempre buen tiempo, por muy desapacible y lluvioso que lo -fuera abajo; pero no podía olvidar a la horrible Quimera y la promesa -hecha al rey Iobates, de matarla. Por eso, cuando ya hubo aprendido bien -la equitación aérea y sabía manejar a Pegaso con un ligero movimiento de -la mano, y le enseñó a obedecer su voz, se dispuso a llevar a cabo la -peligrosa aventura.</p> - -<p>En consecuencia, al romper el día y tan pronto como abrió los ojos, dió -un tironcito de orejas al caballo alado para despertarlo. Inmediatamente -se alzó Pegaso del suelo, subiendo hasta media legua de altura, y dió, -velocísimo, una gran vuelta a la cima de la montaña, como para mostrar -que estaba bien despabilado y listo para cualquier excursión. Mientras -duró ese vuelo estuvo dando fuertes, alegres y melodiosos relinchos, y -finalmente descendió junto a Belerofonte tan levemente como habréis -visto que se posan los pájaros sobre los arbustos.</p> - -<p>—¡Muy bien, querido Pegaso! Bravo por mi cortacielos!—exclamó -Belerofonte, dando unas palmaditas en el cuello del caballo—. Y ahora, -mi raudo y hermoso amigo, tenemos que desayunar. Hoy vamos a pelear con -la terrible Quimera.<span class="pagenum"><a name="page_242" id="page_242"></a>{242}</span></p> - -<p>En cuanto acabaron su comida matinal y bebieron agua fresca de la fuente -llamada de Hipocrene, ofreció Pegaso la cabeza, espontáneamente, para -que su amo pudiera poner la brida. Luego dió muchos brincos y cabriolas -aéreas, mostrando su impaciencia por emprender la marcha, mientras -Belerofonte se ceñía la espada, disponía el escudo y se preparaba para -la batalla. Cuando estuvo todo listo, montó el jinete y (según solía -hacer cuando iba lejos) subió cuatro kilómetros verticalmente, para -orientarse mejor. Después volvió la cabeza de Pegaso hacia el Este, -dirigiéndose a Licia. En su vuelo alcanzaron a un águila, pasando tan -cerca, antes de que ella pudiera apartarse de su camino, que le habría -sido fácil a Belerofonte cogerla por una pata. Avanzando a este paso, -antes del mediodía divisaron las altas montañas de Licia, con sus -profundos y agrestes valles. Si era verdad lo que a Belerofonte habían -dicho, en uno de esos valles horrendos era donde tenía su guarida la -espantosa Quimera.</p> - -<p>Estando ya tan cerca del término de su viaje, descendieron poco a poco, -aprovechando para ocultarse unas nubes que flotaban sobre aquellas -ingentes cimas. Dando la vuelta por la parte superior de una nube y -asomándose al borde, pudo Belerofonte ver claramente la parte montañosa -de Licia, y mirar a la vez todos sus umbríos<span class="pagenum"><a name="page_243" id="page_243"></a>{243}</span> valles. Nada de -extraordinario encontró a primera vista. Era aquélla una zona desierta, -pedregosa, con altas y escarpadas montañas; en la parte baja y más llana -del país había ruinas de casas quemadas y esqueletos de animales, -desparramados entre los pastos que les sirvieron de alimento.</p> - -<p>—Por fuerza que es obra de la Quimera todo esto—pensó Belerofonte—; -pero, ¿dónde está el monstruo?</p> - -<p>Como ya he dicho antes, nada de extraordinario se observaba, a primera -vista, en ninguno de los valles y barrancos que había entre las -imponentes montañas. Nada absolutamente, salvo que tres espirales de -humo negro salían de algo como la boca de una caverna y subían -pesadamente por la atmósfera, confundiéndose en una sola columna antes -de llegar a la cumbre de la montaña. La caverna estaba casi a plomo, -bajo el caballo alado y su jinete, a cosa de unos trescientos metros. El -humo tenía un color hediondo, sulfuroso y asfixiante, que hizo resoplar -a Pegaso y estornudar a Belerofonte. Tanto desagradaba al maravilloso -caballo (acostumbrado a respirar únicamente el aire más puro), que agitó -las alas y se lanzó como un kilómetro fuera del alcance de aquellos -molestos vapores.</p> - -<p>Pero, al mirar hacia atrás, vió Belerofonte<span class="pagenum"><a name="page_244" id="page_244"></a>{244}</span> algo que le indujo a tirar -de las riendas primero, y a dar vuelta después. Hizo una seña, que el -caballo alado entendió, y éste bajó por el aire lentamente hasta que sus -cascos estuvieron a poco más de la altura de un hombre sobre el suelo -roquizo del valle. Enfrente, y a tiro de piedra, estaba la boca de la -caverna con las tres espirales de humo que de ella brotaban.</p> - -<p>Dentro de la dicha caverna parecía haber un montón de extrañas y -terribles criaturas enroscadas unas con otras. Sus cuerpos estaban tan -juntos, que Belerofonte no acertó a distinguirlos; pero, a juzgar por -sus cabezas, uno de los animales era una serpiente inmensa, el segundo -un fiero león y el tercero una cabra horrible. El león y la cabra -estaban dormidos; la serpiente estaba despierta del todo y le miraba -fijamente con su par de grandes y feroces ojos. Lo más asombroso del -caso era que las tres columnas de humo salían evidentemente de las -narices de aquellas tres cabezas. Tan extraño era el espectáculo, que -aun cuando tanta tiempo había estado esperando verlo, la verdad, no se -le ocurrió al pronto que aquélla era la terrible Quimera de tres -cabezas. Había dado con la caverna de la Quimera. La serpiente, el león -y la cabra no eran tres criaturas distintas, como había supuesto, sino -un monstruo solo.<span class="pagenum"><a name="page_245" id="page_245"></a>{245}</span></p> - -<p>¡Qué cosa más horrible y más odiosa! Aun dormitando, como dormitaban, -sus dos terceras partes, tenía entre sus abominables mandíbulas los -restos de un infortunado corderillo, o tal vez (pero se me resiste el -pensarlo) fuera de algún pobre niño que las tres bocazas habían estado -mordiscando, antes de quedarse dormidas dos de ellas.</p> - -<p>De pronto, como si saliese de un sueño, cayó Belerofonte en la cuenta de -que era aquélla la Quimera. Pegaso pareció también comprenderlo, y dió -un relincho, que sonó como un clarín de guerra. Al oirlo se alzaron -erguidas las tres cabezas y vomitaron grandes llamaradas. Antes de que -Belerofonte pudiera pensar lo que debía hacer, se lanzó el monstruo -fuera de la caverna y se fué derecho a él, con las inmensas fauces -abiertas y arrastrando su cola de serpiente de una manera horrible. Si -Pegaso no hubiera sido tan ágil como un pájaro, tanto él como su jinete -se habrían visto arrollados por la acometida de la Quimera, y habría -acabado así el combate antes de comenzar en realidad. Pero el caballo -alado no se dejaba atrapar tan fácilmente. En un abrir y cerrar de ojos -se elevó casi hasta las nubes, resoplando con furia. También temblaba, -pero no de miedo, sino del asco producido por aquel ser aborrecible y -ponzoñoso con sus tres cabezas.<span class="pagenum"><a name="page_246" id="page_246"></a>{246}</span></p> - -<p>La Quimera, por su parte, se irguió hasta sostenerse únicamente sobre el -extremo de la cola, pateando en el aire de un modo furioso y escupiendo -fuego a Pegaso y al jinete con sus tres bocas. ¡Cómo rugía, silbaba y -bramaba, hijitos míos! Belerofonte, entretanto, se ponía el escudo al -brazo y sacaba la espada.</p> - -<p>—Ahora, mi querido Pegaso—murmuró al oído del caballo alado—, has de -ayudarme a matar este insufrible monstruo, o si no, habrás de volverte a -tu solitaria cumbre sin tu amigo Belerofonte; porque, o muere la -Quimera, o sus tres bocas se comerán esta cabeza mía, que tantas veces -ha dormitado sobre tu cuello.</p> - -<p>Pegaso relinchó, y volviendo la cabeza, frotó cariñosamente el hocico -contra la cara de su jinete. Así decía, a su manera, que aún tenía alas -y era caballo inmortal; mejor perecería, si lo inmortal pudiera perecer, -que dejar tras sí a Belerofonte.</p> - -<p>—Gracias, Pegaso—respondió Belerofonte—. Y ahora, vamos a pelear al -monstruo.</p> - -<p>Diciendo estas palabras, sacudió las riendas, y Pegaso descendió -oblicuamente, rápido como una flecha, hacia la triple cabeza de la -Quimera, que todo aquel tiempo había estado irguiéndose en el aire -cuanto podía. Cuando lo tuvo al alcance de su brazo, dió Belerofonte un -gran tajo al monstruo; pero su caballo siguió adelante<span class="pagenum"><a name="page_247" id="page_247"></a>{247}</span> sin dejarle ver -si había aprovechado el golpe. Pegaso continuó su carrera; pero pronto -viró en redondo, aproximadamente a la misma distancia de la Quimera que -antes. Belerofonte vió entonces que había cortado al monstruo, casi del -todo, la cabeza de cabra, que colgaba de la piel y parecía enteramente -muerta.</p> - -<p>Pero, en compensación, la cabeza de león y de la serpiente habían -adquirido toda la fiereza de la otra, y escupían llamas, y silbaban y -rugían con mucha más furia que antes.</p> - -<p>—No te importe, mi bravo Pegaso—exclamó Belerofonte—; con otro golpe -como ese haremos que cese el rugir y el silbar.</p> - -<p>De nuevo sacudió las riendas. El caballo alado se lanzó oblicuamente y -veloz, como antes, hacia la Quimera, y Belerofonte, al pasar, asestó un -golpe recto a una de las dos cabezas restantes. Pero esta vez, ni él ni -Pegaso escaparon tan bien como la primera. Con una de sus garras hizo el -monstruo al joven un profundo arañazo en un hombro, y con la otra -estropeó un poco el ala izquierda del caballo volador. Belerofonte, por -su parte, había herido mortalmente la cabeza de león, de tal modo, que -caía colgando, con su fuego casi extinguido y lanzando bocanadas de humo -negro y espeso. Sin embargo, la cabeza de serpiente (la única que -quedaba ya) era entonces dos veces más fiera<span class="pagenum"><a name="page_248" id="page_248"></a>{248}</span> y más venenosa que nunca. -Vomitaba chorros de fuego de quinientos metros de largo y lanzaba -silbidos tan altos, tan ásperos, tan penetrantes, que el rey Iobates los -oyó a cincuenta millas de distancia, y se estremeció hasta hacer temblar -al trono debajo de él.</p> - -<p>—¡Ay de mí!—pensó el pobre rey—. Esto es que la Quimera viene a -devorarme.</p> - -<p>Pegaso, mientras tanto, se había parado otra vez en el aire y relinchaba -colérico, echando de sus ojos chispas de un fuego puro como el cristal. -¡Qué diferente el fuego cárdeno de la Quimera! Ni el espíritu del -caballo aéreo ni el de Belerofonte decayeron.</p> - -<p>—¿Echas sangre, mi caballo inmortal?—exclamo el joven, cuidándose -menos del mal propio que del de aquella criatura que no debía haber -conocido nunca el dolor—. ¡La execrable Quimera pagará este daño con su -última cabeza!</p> - -<p>Luego sacudió las riendas, dando grandes gritos, y guió a Pegaso, no -oblicuamente como antes, sino derecho a la repugnante cabeza del -monstruo. Tan rápida fué la embestida, que en la duración de un -relámpago llegó Belerofonte al alcance de su enemigo.</p> - -<p>A esto, con la pérdida de su segunda cabeza, había caído la Quimera en -una pasión ardentísima de dolor y rabia. Se revolcaba, mitad<span class="pagenum"><a name="page_249" id="page_249"></a>{249}</span> en tierra -y mitad en el aire, siendo imposible decir en qué elemento descansaba. -Abrió su bocaza de serpiente, con tan abominable anchura, que estoy por -decir que podía haber pasado Pegaso derecho a la garganta, con las alas -desplegadas y con jinete y todo. Cuando se acercaron, lanzó un chorro -tremendo de su encendido aliento, y envolvió a Belerofonte y a su -caballo en una atmósfera de llamas, chamuscando las alas de Pegaso, -quemando al joven los dorados rizos de todo un lado y caldeando a los -dos, de la cabeza a los pies, mucho más de lo cómodo.</p> - -<p>Pero esto no es nada para lo que sucedió después. Cuando el caballo -alado llegó en su acometida a la distancia de unos cien metros, la -Quimera dió un salto y lanzó su enorme, horrible, ponzoñoso y detestable -cuerpo sobre el pobre Pegaso; se enroscó a su alrededor con gran fuerza -y retorció su cola de serpiente hasta formar un nudo. El caballo aéreo -volaba más alto, más alto, más alto, por encima de los picos de las -montañas, por encima de las nubes, hasta perder de vista casi a la -tierra sólida; pero el monstruo terrestre no soltó presa y fué llevado -hacia arriba con la criatura del aire y la luz. Belerofonte, mientras -tanto, se volvió y se encontró frente a frente con la horrible fealdad -de la Quimera, y sólo resguardándose bien con<span class="pagenum"><a name="page_250" id="page_250"></a>{250}</span> el escudo, pudo librarse -de morir abrasado o de ser partido por mitad de un mordisco.</p> - -<p>Por la orillita del escudo miró fieramente a los salvajes ojos del -monstruo. La Quimera estaba tan enloquecida por el dolor, que no se -resguardaba, como en otro caso habría hecho. Después de todo, para -luchar con una Quimera, tal vez sea lo mejor el acercarse a ella todo lo -posible. En sus esfuerzos por clavar a su enemigo los horribles garfios, -el monstruo dejó su pecho enteramente al descubierto. Al verlo, -Belerofonte clavó hasta el puño la espada en su cruel corazón. La cola -de la serpiente desató en seguida su nudo. El monstruo soltó a Pegaso y -cayó desde aquella enorme altura. El fuego que llevaba en su pecho -ardió, en vez de extinguirse, más vivo que nunca, y pronto comenzó a -consumir aquel cuerpo muerto.</p> - -<p>Cayó del cielo, inflamado enteramente. Como se hizo de noche antes de -llegar a tierra, lo confundieron con una estrella errante o con un -cometa; pero al despuntar el día salieron unos labriegos a su labor y -vieron, con gran asombro, que varias hectáreas de terreno estaban -salpicadas de cenizas negras. En medio de un campo había un montón de -huesos calcinados, mucho más alto que una gran pila de heno. ¡Nada más -volvió a verse de la espantosa Quimera!</p> - -<div class="figcenter" style="width: 332px;"> -<a href="images/illus-250b_lg.jpg"> -<img src="images/illus-250b_sml.jpg" width="332" height="507" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<div class="figcenter" style="width: 333px;"> -<a href="images/illus-250c_lg.jpg"> -<img src="images/illus-250c_sml.jpg" width="333" height="499" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_251" id="page_251"></a>{251}</span></p> - -<p>Cuando Belerofonte hubo ganado la victoria, se inclinó hacia adelante y -besó a Pegaso con lágrimas en los ojos.</p> - -<p>—¡Vuelve ahora, mi caballo bienamado—le dijo—, vuelve a la Fuente de -Pirene!</p> - -<p>Pegaso hendió el aire más rápido que nunca, y llegó a la fuente en muy -poco tiempo. Allí encontró al viejo apoyado en su báculo, al campesino -dando agua a la vaca y a la hermosa doncellita llenando su cántaro.</p> - -<p>—Ahora me acuerdo—advirtió el viejo—. Cuando yo era un chiquillo, vi -una vez este caballo con alas. Pero en mi tiempo era diez veces más -hermoso.</p> - -<p>—Tengo un caballo de tiro que vale tres veces lo que él—dijo el -campesino—. Si este pingo fuera mío, lo primero que hacía era cortarle -las alas.</p> - -<p>La pobre muchachita no dijo nada, porque tenía el sino de asustarse -fuera de tiempo. Echó a correr, dejó caer el cántaro y lo rompió.</p> - -<p>—¿Dónde está—preguntó Belerofonte—el simpático niño que solía -acompañarme, y nunca perdió la fe y nunca se cansaba de mirar en la -fuente?</p> - -<p>—Aquí estoy, querido Belerofonte—dijo el niño tiernamente.</p> - -<p>El muchachito había pasado día tras día a la orilla de Pirene, esperando -que volviera su<span class="pagenum"><a name="page_252" id="page_252"></a>{252}</span> amigo; pero cuando vió a Belerofonte bajando a través -de las nubes, montado en su caballo alado, se internó en el boscaje. Era -un niño muy delicado, de gran ternura, y temía que el viejo y el -campesino vieran brotar las lágrimas de sus ojos.</p> - -<p>—Has logrado la victoria—dijo gozosamente, abrazándose a una pierna de -Belerofonte, que aún estaba montado sobre Pegaso—. Conozco que la has -ganado.</p> - -<p>—Sí, niño querido—replicó Belerofonte, bajándose del caballo alado—; -pero si no me hubiese ayudado tu fe, nunca hubiera yo aguardado a -Pegaso, ni marchado por encima de las nubes, ni venciera jamás a la -terrible Quimera. Todo lo hiciste tú, mi amado amiguito, y ahora -devolvamos a Pegaso su libertad.</p> - -<p>Y diciendo esto, quitó la brida encantada de la cabeza de aquel caballo -maravilloso.</p> - -<p>—¡Sé libre para siempre. Pegaso mío!—exclamó con cierto dejo de -tristeza en la voz—. ¡Sé tan libre como rápido eres!</p> - -<p>Mas Pegaso apoyó la cabeza en el hombro de Belerofonte, y no hubo manera -de inducirle a emprender el vuelo.</p> - -<p>—Bien; pues—dijo Belerofonte, acariciando al aéreo caballo—estarás -conmigo mientras quieras. Vámonos sin tardar a decir al rey Iobates que -la Quimera ha sido destruída.<span class="pagenum"><a name="page_253" id="page_253"></a>{253}</span></p> - -<p>Belerofonte abrazó a aquel niño tan bueno, y le prometió volver a verle, -y se puso en marcha; pero, años después, aquel niño voló sobre el -caballo aéreo mucho más alto que nunca lo hiciera Belerofonte, e hizo -cosas mucho más honrosas que la victoria de su amigo sobre la Quimera. -Porque, siendo tan tierno y delicado, llegó a ser un poderoso poeta.<span class="pagenum"><a name="page_254" id="page_254"></a>{254}</span></p> - -<div class="figcenter" style="width: 145px;"> -<a href="images/illus-254_lg.jpg"> -<img src="images/illus-254_sml.jpg" width="145" height="116" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_255" id="page_255"></a>{255}</span></p> - -<div class="figcenter" style="width: 281px;"> -<a href="images/illus-255_lg.jpg"> -<img src="images/illus-255_sml.jpg" width="281" height="122" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<h3>CUMBRE PELADA</h3> - -<p class="nind"><span class="letra">E</span><span class="smcap">ustaquio</span> Bright contó la leyenda de Belerofonte con tanto fervor y -animación como si realmente hubiese ido a galope sobre un caballo con -alas.</p> - -<p>Al terminar se llenó de alegría, al comprender, por el rostro radiante -de sus oyentes, lo mucho que les había interesado.</p> - -<p>Todos los ojos bailaban, excepto los de Primavera: en los ojos de la -chiquilla positivamente había lágrimas, porque se daba cuenta de que -había algo en la leyenda que los demás aún no tenían edad de comprender.</p> - -<p>Era un cuento de niños; pero el estudiante había conseguido poner en él -el ardor, la generosa esperanza y la imaginación emprendedora de la -juventud.<span class="pagenum"><a name="page_256" id="page_256"></a>{256}</span></p> - -<p>—Ahora te perdono, Primavera—dijo—, todo el ridículo que has -intentado echar sobre mis cuentos. Una lágrima paga muchas risas.</p> - -<p>—¡Ay, señor Bright!—respondió Primavera, limpiándose los ojos y -lazándole otra de sus maliciosas sonrisas—: esto de estar encima de las -nubes eleva el pensamiento. Te aconsejo que no vuelvas a contar más -cuentos, si no estás, como ahora, en la cumbre de una montaña.</p> - -<p>—O cabalgando sobre Pegaso—replicó Eustaquio, riendo—. ¿No te parece -que he conseguido a las mil maravillas mi propósito de apresar al corcel -maravilloso?</p> - -<p>—¡Sí, ha sido un bonito salto mortal!—exclamó palmoteando—. Me parece -que le veo a caballo sobre él, a tres millas de alto, por los aires, -cabeza abajo!</p> - -<p>—¡Ojalá tuviese aquí a Pegaso en este instante!—dijo el estudiante—. -Le montaría inmediatamente, y haría una visita por todo el país a cada -uno de mis autores favoritos.</p> - -<p>Charlando de Pegaso y sus hazañas, empezaron a andar colina abajo. A -poco <i>Bruin</i> empezó a ladrar, y le respondió el <i>gua-gua</i> solemne del -respetable <i>Ben</i>. Pronto vieron al buen perro viejo, haciendo guardia -cuidadosa sobre la gente menuda. Los pequeños, repuestos<span class="pagenum"><a name="page_257" id="page_257"></a>{257}</span> por completo -de su fatiga, se habían puesto a buscar fresas, y al divisar a sus -compañeros, echaron a correr cuesta arriba para salir a su encuentro.</p> - -<p>Así reunidos, todos los excursionistas pasaron otra vez por los huertos, -y se encaminaron despacio a Tanglewood.</p> - -<p class="c">FIN</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_258" id="page_258"></a>{258}</span></p> - -<div class="figcenter" style="width: 128px;"> -<a href="images/illus-258_lg.jpg"> -<img src="images/illus-258_sml.jpg" width="128" height="117" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_259" id="page_259"></a>{259}</span></p> - -<div class="figcenter" style="width: 284px;"> -<a href="images/illus-259a_lg.jpg"> -<img src="images/illus-259a_sml.jpg" width="284" height="120" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - -<h3><a name="INDICE" id="INDICE"></a>INDICE</h3> - -<table border="0" cellpadding="0" cellspacing="0" summary=""> -<tr><td> </td><td class="rt"><small>Páginas</small></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#LA_CABEZA_DE_LA_GORGONA">LA CABEZA DE LA GORGONA </a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_005">5</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#EL_TOQUE_DE_ORO">EL TOQUE DE ORO</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_055">55</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#EL_PARAISO_DE_LOS_NINOS">EL PARAÍSO DE LOS NIÑOS</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_093">93</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#LAS_TRES_MANZANAS_DE_ORO">LAS TRES MANZANAS DE ORO</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_129">129</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#EL_CANTARO_MILAGROSO">EL CÁNTARO MILAGROSO</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_175">175</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#LA_QUIMERA">LA QUIMERA</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_211">211</a></td></tr> -</table> - -<div class="figcenter" style="width: 146px;"> -<a href="images/illus-259b_lg.jpg"> -<img src="images/illus-259b_sml.jpg" width="146" height="141" alt="[imagen no disponible]" /></a> -</div> - - - - - - - - -<pre> - - - - - -End of Project Gutenberg's Cuando la tierra era niña, by Nathaniel Hawthorne - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK CUANDO LA TIERRA ERA NIÑA *** - -***** This file should be named 55215-h.htm or 55215-h.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/5/5/2/1/55215/ - -Produced by Josep Cols Canals, Chuck Greif and the Online -Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This -file was produced from images generously made available -by The Internet Archive/American Libraries.) - - -Updated editions will replace the previous one--the old editions -will be renamed. - -Creating the works from public domain print editions means that no -one owns a United States copyright in these works, so the Foundation -(and you!) can copy and distribute it in the United States without -permission and without paying copyright royalties. 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Redistribution is -subject to the trademark license, especially commercial -redistribution. - - - -*** START: FULL LICENSE *** - -THE FULL PROJECT GUTENBERG LICENSE -PLEASE READ THIS BEFORE YOU DISTRIBUTE OR USE THIS WORK - -To protect the Project Gutenberg-tm mission of promoting the free -distribution of electronic works, by using or distributing this work -(or any other work associated in any way with the phrase "Project -Gutenberg"), you agree to comply with all the terms of the Full Project -Gutenberg-tm License (available with this file or online at -http://gutenberg.org/license). - - -Section 1. General Terms of Use and Redistributing Project Gutenberg-tm -electronic works - -1.A. By reading or using any part of this Project Gutenberg-tm -electronic work, you indicate that you have read, understand, agree to -and accept all the terms of this license and intellectual property -(trademark/copyright) agreement. 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Except for the limited right of replacement or refund set forth -in paragraph 1.F.3, this work is provided to you 'AS-IS' WITH NO OTHER -WARRANTIES OF ANY KIND, EXPRESS OR IMPLIED, INCLUDING BUT NOT LIMITED TO -WARRANTIES OF MERCHANTABILITY OR FITNESS FOR ANY PURPOSE. - -1.F.5. Some states do not allow disclaimers of certain implied -warranties or the exclusion or limitation of certain types of damages. -If any disclaimer or limitation set forth in this agreement violates the -law of the state applicable to this agreement, the agreement shall be -interpreted to make the maximum disclaimer or limitation permitted by -the applicable state law. The invalidity or unenforceability of any -provision of this agreement shall not void the remaining provisions. - -1.F.6. INDEMNITY - You agree to indemnify and hold the Foundation, the -trademark owner, any agent or employee of the Foundation, anyone -providing copies of Project Gutenberg-tm electronic works in accordance -with this agreement, and any volunteers associated with the production, -promotion and distribution of Project Gutenberg-tm electronic works, -harmless from all liability, costs and expenses, including legal fees, -that arise directly or indirectly from any of the following which you do -or cause to occur: (a) distribution of this or any Project Gutenberg-tm -work, (b) alteration, modification, or additions or deletions to any -Project Gutenberg-tm work, and (c) any Defect you cause. - - -Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg-tm - -Project Gutenberg-tm is synonymous with the free distribution of -electronic works in formats readable by the widest variety of computers -including obsolete, old, middle-aged and new computers. It exists -because of the efforts of hundreds of volunteers and donations from -people in all walks of life. - -Volunteers and financial support to provide volunteers with the -assistance they need, are critical to reaching Project Gutenberg-tm's -goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will -remain freely available for generations to come. In 2001, the Project -Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure -and permanent future for Project Gutenberg-tm and future generations. -To learn more about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation -and how your efforts and donations can help, see Sections 3 and 4 -and the Foundation web page at http://www.pglaf.org. - - -Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive -Foundation - -The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit -501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the -state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal -Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification -number is 64-6221541. Its 501(c)(3) letter is posted at -http://pglaf.org/fundraising. Contributions to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation are tax deductible to the full extent -permitted by U.S. federal laws and your state's laws. - -The Foundation's principal office is located at 4557 Melan Dr. S. -Fairbanks, AK, 99712., but its volunteers and employees are scattered -throughout numerous locations. Its business office is located at -809 North 1500 West, Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887, email -business@pglaf.org. 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Thus, we do not necessarily -keep eBooks in compliance with any particular paper edition. - - -Most people start at our Web site which has the main PG search facility: - - http://www.gutenberg.org - -This Web site includes information about Project Gutenberg-tm, -including how to make donations to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to -subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks. - - -</pre> - -</body> -</html> diff --git a/old/55215-h/images/cover.jpg b/old/55215-h/images/cover.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 9d57b40..0000000 --- a/old/55215-h/images/cover.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/55215-h/images/illus-001_lg.jpg b/old/55215-h/images/illus-001_lg.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index b94c4c2..0000000 --- a/old/55215-h/images/illus-001_lg.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/55215-h/images/illus-001_sml.jpg b/old/55215-h/images/illus-001_sml.jpg Binary files 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